Larriva Cuentos Tomo II

May 21, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Cornell University Library PQ 8497.L34A6 1919 Cuentos /

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PRINTED IN U.S.A.

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30

Lastenia Larriva de Llona OBRAS COMPLETAS- TOMO II

CUENTOS Ilustraciones de Cárdenas Castro

LIMA - PERU 1919

OBRAS COMPLETAS DE

Lastenia Larriva de Llona -0 %

Tomo I. Tomo II .

- Cartas a mi Hijo .- Psicología de la mujer. Cuentos.

Ilustraciones de Cárdenas Castro .

Tomo III.- Un drama singular.

Novela .

Ilustraciones de Cárdenas Castro ,

¡ En prensal .

Lastenia Larriva de Llona OBRAS COMPLETAS - TOMO II -

CUENTOS Ilustraciones de Cárdenas Castro

-

LIMA - PERU 1919

Olin Pa

8497

134 A6 1919

1 IMPRENTA DEL ESTADO MAYOR GENERAL

DEL

EJERCITO

‫م اهم‬ ‫ع عدمه‬

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9 -‫܂‬

ADAY OR GENERALDIR

3

Lastena Larrean de Lelon

-

Maria Eugenia:

A ti, sin cuya inteligente, cariñosa y perseveran >

te cooperación no habría llegado a ver la luz priblica la obra intelectual mía, dedico este volumen . Tú , no solo me sirves de apoyo material en la casi ceguera en que hoy me encuentro, como le ser .

via al ciego rey Lear su piadosa hija Cordelia , sino que me guías, también, por el intrincado laberinto de las páginas que he escrito y acumulado entre las vi cisitudes de más de cuarenta años .

Justo es, pues, que me apresure a hacer priblico mi sentir a este respecto, ya que si, como es probable,

no alcanzo yo a ver impresos los doce tomos de que consta mi obra, serás tú, la que prosigas con el mismo empeño con que a ello estás ahora consagrada, a dar fin a la tarea que te ha impuesto tu amor filial. Tu madre , Lastenia .

Loj -

El cuento del sepulturero

Era el éxodo de los muertos.

-¿La muerte es un bien? -¿La muerte es un mal? – La muerte es el peor de los males. -¿Para quién? ¿ Para el que muere ? ¿ Para los que sobreviven ?

- Para el que deja por siempre esta vida, que por mucho que en contra de ella se diga, es siempre amable. -

- Para los que aquí se quedan , si el que ha muerto era muy amado de ellos . - De la muerte del ser más querido se consue. lan todos, más pronto o más tarde. - Es sabia ley de la naturaleza . -

- 9

2

Lastenia Larriva de Llona

-Sin embargo, se dan casos .... - Cuando existe o sc breviene un desequilibrio

mental: las personas de cerebro bien organizado se consuelan siempre. -

-¿Es eso un elogio o un reproche?

- Ni una ni otra cosa. Es simplemente hacer constar un hecho .

-¿No cree usted que hay muchas personas que desearían ardientemente que resucitaran sus deudos, a ser esto posible? - Nó, no lo creo .

-¡Escéptico! -¡Este hombre es terrible !

- Desengañense ustedes : bien están los muer: tos en sus tumbas.

- ¿Se ha muerto usted alguna vez? – To:!avía no; pero para cuando llegue el caso , no quiero resucitar . Afortunadamente no anda ya Nuestro Señor por el mundo, pues no desearía ser un -

nuevo Lázaro .

- Porque no es usted casado ....

– Porque no tiene usted hijos .... - Porque no tiene usted madre ....

- Porque no tengo madre: eso es . Sólo los que tienen madre pueden volver a la vida con la espe. ranza de ser bien recibidos.

- Según eso : ¿no cree usted en el amor de los hermanos, ni en el de los hijos, ni en el de las espo. sas, más allá de la tumba? 7

En lo que no creo es en el deseo sincero y ar

diente de los vivos, de que vuelvan los que les die. - 10 -

Cuentos

ron su eterna despedida, sobre todo, pasa los los pri. meros días de agudo dolor. Y aun me atrevo a afir mar una cosa, y es que si los muertos resucita los no serian bien recibidos, deberíase esto no sólo a la

falta de amor de sus deudos, sino, en muchos casos, a la falta de merecimientos de aquellos . -Sí , tratándose de los malos.... - Y también de los que pasaron por buenos, de los muy llorados.... - ¡Hombre! pero si han sido muy llorados ....

A menos que después de llorar una mujer a su ma rido, por ejemplo, venga a notar los defectos de que adolecía . - Exactamente . -

- Sin embargo, lo que por lo general se obser: va es que se elogia a todos los muertos hasta la

exageración. - Signo de cobardía social ; de la debilidad hu mana, en general. Además por malos que hayan si do con nosotros los que ya no existen , puesto que

la muerte nos vengo de ellos, ya nada nos cuesta el elogiarlos. ¡Si a tan poca costa nos hubiéramos de librar de todos nuestros enemigos, no se cansaría nuestra lengua de cantar sus alabanzas en hiperbó. licas necrologias! Y a propósito, sé un cuentecillo. -¡Pues a contarlo, a contarlo ! - Escuchadme .

Todos los que de sobremesa sostenían esta con . versación filosófico -psicológica y que habían escu chado con creciente interés a aquel de ellos que con sus apreciaciones daba muestra de mayor pesimis-. -11

Lastenia Larriva de Llona

mo, le miraron con curiosidad , y se le aproximaron , dispuestos a no perder una sílaba del relato que ya parecía palpitar en sus labios. El , sin disimular esa satisfacción que produce

siempre en el ánimo del que habla, tener atento au ditorio, comenzó así: El sepulturero de mi pueblo, era un sér origi. nal . Ejercía su lúgubre oficio desde antes de que yo naciera y, a pesar de dicho oficio y de las rarezas de

su carácter, que eran inofensivas, todos le querían en el lugar. Era yo, de chiquillo, uno de sus predilectos amigos, tal vez porque me hallaba siempre dispues to a escuchar sus extrañas historias, que a menudo tenían origen en las alucinaciones de que padecía . Era un hombre que, en medio de sus extrava

gancias, no carecía de cierta cultura, y, por lo tanto, no pude explicarme nunca, ni me explico hoy mis mo, el por qué había elegido, o aceptado, el poco en vidiable empleo que desempeñaba. Indudablemente era esta una prueba de que su cerebro no era nor: mal .

Ya he dicho que sus cuentos me divertian , y

después de mis largos paseos, solía entrar a hacerle compañía por un buen rato en esa silenciosa ciudad de que era guardián. En una herinosa tarde, - era ya yo un adolescen

te, - sentados ambos sobre una tumba, a la sombra 2

de los cipreses y de cara al sol poniente, cuyos ra

yos ya casi horizontales, doraban las enhiestas ci mas de esos árboles amigos y compañeros de los muertos, me contó la macabra escena que había presencia do la noche anterior, y aunque comprendí -12

Cuentos

yo que era sólo producto de su imaginación enfermi. za, me causó su relato tan honda impresión que ja más se ha borrado de mi memoria.

Debo advertiros, antes de dejarle a él la pala bra , que Lorenzo, - este era su nombre, - estaba

tan familiarizado con sus muertos, que solía dormir entre ellos, ya junto a una sepultura, ya junto a otra, en cualquiera de las fúnebres avenidas en que le tomaba la hora del descanso.

Y ahora , oid su historia que, como os he dichio

yá, tengo tan presente, que creo podré repetirosla sin quitar ni añadir palabra . - ¡ Día muy agitado fué el de ayer, como que estuvimos a 2 de noviembre. La noche, sobre todo La noche ha sido terrible para mí . Así comenzó él . Yo le invité a que siguiera y

no volvi å interrumpirle hasta que concluyó. – Las visitas que habían recibido mis huéspe des, – prosiguió, refiriéndose a los muertos, – los tenían inquietos y mal humorados. Su reposo había sido turbado y no podían recuperarlo. Las protestas de cariño eterno que a través de la losa sepulcral habían escuchado de parientes y amigos; las lágri -

mas que se habían filtrado por los intersticios de las lápidas, habían hecho renacer en ellos el deseo de la vida y de aquí que prorrumpieran en clamorosos ayes y que los más ardientes ruegos al Todopodero

so, turbaran el acostumbrado silencio de estos lu gares .

Al principio hablaba y se quejaba cada uno ais.

ladamente dentro de su tumba ; después comenzaron a comunicarse sus impresiones. -

- 13 -

Lastenia Larriva de Llona

Primero fueron monólogos; en seguida diálogos.

-¡Mis pobres hijos! ¡Cuánto han llorado hoy! ¡Y que no me sea permitido ir a enjugar su llanto! -¡Mi mujer! ¡ Mi inconsolable esposa! ¡ Si el Se. ñor me concediera la gracia de que fuera a hacerle -

una visita !

- Yo no tenía más que a mi hija, – gritaba una voz femenina . – Solas, desamparadas, trabajábamos juntas para vivir. ¿Qué será de ella , les de que le fal to? ¡Señor, Señor, muy cruel ha sido tu decreto ! ¡Haz que vuelva a la vida, para el consuelo de la hija de mis entrañas!

– Vosotros todos habíais cumplido vuestra mi. sión en la tierra ; - sollozaba otril voz de mujer, pero yo , yo que he muerto a los dieciocho años! ....

¡Yo que he dejiudo a mi novio en la más horrible de sesperación !.... ¡ Yo soy la que tengo el derecho de reclamar unos años Inás de existencia !

- Todos queremos volver a la vida . - Todos.

- Todos, gritaron muchas voces a la vez . El Angel de la Muerte, ese bello Angel de la Muerte, que se yergne sobre su herinoso pedestal en meilio de la gran avenida, se volvió lentamente ha

cia los sepulcros de donde salían las quejas. Separó de sus labios el dedo que sobre ellos tiene en acti .

tud de imponer silencio, y se oyeron estas frases so lemnes, que resonaron con eco pavoroso en medio de la noche, en la fúnebre mansión :

- El Dios de la Eternidad , el Dios uno y trino,

permite volver a tomar la forma humana a todos los que así lo deseen; pero a condición de que sólo -14

Cuentos

permanecerán bajo ella los que sean bien recibidos por sus deudos. Los demás volverán aquí , para caer de nuevo en sus sepulcros. La prueba ha de hacerse esta misma noche. Levantaos y andad.

Se hizo otra vez el silencio y recobró el Angel de piedra su inmovilidad acostumbrada . Comenzaron a abrirse los sepulcros .

En sus bocas tenebrosas fueron apareciendo sus habitantes. Despojándose rápidamente del sudario, los esqueletos tomaban sus antiguas formas. En este momento ilsomó la luna su faz plateada

por entre los altos cipreses. Su luz pálida y miste riosa, fué a reflejarse sobre el málinol de las tum bas, dándoles un aspecto fantástico.

De ésta salía un viejo de figura venerable; de la de más allá, un hombre en la fuerza de la edad , gallardo y simpático. Ya aparecía una anciana ca

duca; ya una bellísima adolescente. Y también figu . ras repelentes; hombres yу mujeres marcados con el sello de los vicios y de las pasiones más repugnan

tes. Vi a uno, sobre todo, a un mocetón , hasta de unos veinticinco años, con la fisonomía más repulsi.

va que darse pueda. Tenía una expresión bestial , si expresión puede llamarse a la revelación , por medio de innobles gestos, de los más perversos instintos

de que es capaz el alma humana. Había sido un beo. do consuetudinario, un ebrio impulsivo que maltril taba a diario a su propia madre y que tal vez en cas

tigo de su infame conducta , fué asesinado una noche en una orgía.

Todos en larga hilera , en no interrumpida pro

cesión , caminando con cierta rigidez cada vérica, co -15

Lastenia Larriva de Llona

menzaron a desfilar por delante del Angel de la Muerte, y a cada paso que daban , iba aumentando su número .

Era el éxodo de los muertos.

Pronto se perdieron por las calles que hacia afuera de esta triste mansión conducen .

Atónito yo, ante semejante despoblamiento, al cé los ojos asombrados hacia el Angel de la Muerte, autor inmediato del desconcierto .

Volvieron a moverse sus labios pétreos. - No tardarán en regresar a este recinto, -dijo, contestando a mi muda interrogación , - porque no hallarán quien los reciba de buena voluntad . -

- ¿Y todos esos que vienen a llorar ante sus tumbas; todos esos que traen flores y tarjetas? – me

atreví a preguntar, - inienten todos? ¿Fingen un dolor que no sienten ?

-Sobre eso habría mucho que decir. Algunos lo sienten verdaderamente, otros no. Pero entre es tos últimos se encuentran muchos a quienes no pue. de tachárseles de hipócritas, sin embargo. Maridos y

mujeres hay que muestran un gran dolor por lil muerte de sus l'espectivos cónyuges, y este senti miento que aparentan, no es una hipocresía sino erosidad que va más allá de la tumba . Fue

ron infelices en su matrimonio y no quieren confe sarlo después de muerto aquel o aquella que fué su verdugo, sino que siguen ocultándolo, como lo ocul. taron mientras vivió. Es una especie de pudor y co mo tal , digno de respeto. A la verdad , - continuó diciendo el sepulture. 10 , – no sé si todo esto me lo dijo real y efectiva - 16

Cuentos

mente el Angel de la Muerte o me lo sugirió mi propia imaginación, -extraordinariamente exaltaila en esos momentos por las excepcionales circuns tancias; - pero el hecho es que yo obtuve la les puesta a mis dudas de un modo claro y preciso. -

Vibraban aún en mis oídos las últimas frases

de ella, cuando vi que avanzaba hacia nosotros el mismo compacto grupo de personas que había sali. do del cementerio pocos momentos antes. Ya esta ba de regreso .

A la cabeza del grupo venía el anciano y cami naba con tal celeridad , que claramente demostraba

que más prisa tenía por volver a su antiglio reposo, que la que había tenido por abandonarlo .

-¡He visto a mis hijos ! - gritaba.- Desde que yo falto, se han casado los tres. Se repartierún mi -

fortuna , y cada cual vive feliz . He ido a las tres ca sas y los he visto sin que me vieran ellos . No me

rechazarían , probablemente; pero no les hago falta . Sus mujeres que no me han conocido, no tienen por

qué amarme. A sus hijos, que no me han visto ja más, tal vez les inspiraría miedo mi semblante adus. to y lleno de arrugas. Me he regresado presuroso : bien me estoy en mi tumba .

- Yo he visto a mi mujer, – dijo el que seguía , -

que era el apuesto joven . – ¡ Ojalá no hubiera salido de mi ataúd! No vive ahora con el lujo a que yo la te nía acostumbrada . En huinilde cuarto estaba y to. dos nuestros hijos dormían apaciblemente en la mis ma estancia . Ella velaba y cosía . De cuando en cuan do caía de sus cansados ojos una lágrima que iba a

perderse en la tela en que trabajaban sus enfiaque. -17

3

Lastenia Larriva de Llona

ciulas manos . Pensé que lloraba por mi y ya iba a revelarle mi presencia cuando por su frente blanca y pura como su conciencia, ví pasar sus pensamien. tos y he aquí lo que en ellos leí:

-¡Déjame llorar de gratitud, Dios mío! Mucho amé a mi Alfonso, mucho sentí su muerte; pero hoy comprenilo tu misericordia infinita al decretarla y te doy gracias desde lo intimo de mi alma. Ahora

me doy cuenta de que se hallaba él al borde de ho rrible abismo, del abismo de los vicios, y de que allí se habría sepultado irremisiblemente a haber vivido

algún tiempo más; y mis pobres e inocentes hijos, que hoy veneran su memoria , habrían quedado des honrados y aún , quizás, hubieran seguido sus funes

tos ejemplos.... ¡Gracias, Señor, gracias! Mucho le amé, pero tu sabiduria admiro y tu misericordia alabo !....

Y de un salto, se hundió de nuevo el mozo, en su abierto sepulcro. -¡Es más dichosa que cuando yo vivía !....

– venia diciendo la viejecita, entre sollozos desga Italores. ¿ Cómo no adiviné que se sacrificaba por mi? ¡ Se ha casado! Estaba enamorada desde que yo

existía; pero ocultaba su amor por no abandonar me, ni despertar los celos de mi cariño. Su marido

es pobre, pero la hace dichosa. ¿ Para qué había de presentármele ? No me necesita. Vuelvo a ponerme mi sudario . -

- ¡ A la tumba ! ¡ A la tumba ! – gritaba la bella

adolescente, que en pos de los otros venía ; – crei encontrar desesperado a mi novio, - prosiguió ver

tiendo abundantes lágrimas, – a mi novio, que ase - 18

Cuentos

guraba morirse si yo le faltaba, - y le encuentro ju . rando amor eterno a su nueva futura ! ¡ A la tumba ! ¡ A la tumba ! No hay amores eternos en el mundo ! .....

- ¿Así es que volvéis completos? – preguntó con su voz grave, pero en la que se advertía cierto acento irónico, el Angel de la Muerte.

- No todos: se ha quedado uno, - contestó el último de los del grupo que había emigrado de esta mansión de la paz. -¿Cuál ?

- Santiago: aquel que fue asesinado en una or gia: el que golpeaba a su madre . -¿Y quién le recibió ? - Ella .Apenas le vió, se abalanzó hacia él , abia . zándole tan fuertemente que no habría sido posi . -

ble arrancarle de sus brazos. Ni él lo pretendió. ¡Hay diferencia entre el duro y frío ataúd y los amo losos brazos de una madre!....

Calló Lorenzo, y yo callo también , - concluyó el narrador. ¿No os parece que tuve razón al deciros que sólo los que tienen madre, pueden resucitar ?

1

Una historiacomo hay muchas

Hallábase Julia sumergida en las melancólicas remembranzas.....

I

Muy triste se hallaba esa tarde Julia del Mar. Más triste aún que de costumbre, puesto que la tris.

teza era su compañera inseparable desde que inurió su marido, hacía cosa de dos años. Felicísimo había sido su matrimonio , aunque

esa felicidad se debió más -según opinión de cuan . tos trataron íntimamente a ambos esposos -- al

amor apasionado que ella profesaba a su marido; a la pureza virginal de sus sentimientos ; a su inocen - 23 -

Lastenia Larriva de Llona

cia casi infantil y a su carácter angelical, que al ca riño y a la fidelidad del difunto .

Pero, en fin, había sido dichosa, y al recuerdo de esos fugaces años de ventura conyugal y al amor

de su tierna hijita, único fruto de su matrimonio, consagraba Julia al presente su vida entera, que se deslizaba apacible y solitaria en una linda casa de campo, cercana a populosa capital .

En la tarde a que nos referimos, hallábase Joz . lia sumergida más que nunca en las melancólicas

remembranzas de su feliz pasado; pries acababa de recorrer , una por una , las numerosius cartas que con servaba de su marido escritas en sus cortas, pero frecuentes ausencias .

La más aguda nota del desconsuelo la sentimos

generalmente en esos instantes en que solos, aisla : dos de todo contacto exterior, volvemos a vivir en el

pasado, por virtud de esas cláusulas que se destacan del papel amarillento; en ese pasarlo cuyas dulzuras, por una especie de química moral o psicológica , se transforman entonces en amarguras.

Entonces comprendemos muy bien la profunda verdad que encierran los versos del poeta florentino , tantas y tantas veces citados: Nessun maggior dolore !....

De entre esas cartas del muerto amado, cuyas frases, aunque sabidas de memoria, recorría siempre Julia, con la misma inteusa emoción , se desprendió de pronto una, escrita con letra evidentemente desfi.

gurada a propósito, y cayó al suelo . Recogió la joven el papel y el corazón le dió un vuelco al reconocerlo .

- 24

Cuentos

-¡Él infame anónimo! – murmuró con ira re -

primida. Pero aunque a disgusto, y estrujando entre sus nerviosas manos el vil papel, recorrió una vez más las cortas lineas que contenia :

4 El esposo de usted se va hoy a la fiesta de San . ta Cruz con « La sin miedo », a quien yo llamaría más bien « La sinvergüenza n . La sociedad entera está « escandalizada de las locuras que él comete por esa

mala mujer y que usted solu parece ignorar. Bueno es ser confiadu; pero es malo serlo hasta llegar a tontun .

« La sin miello » .era una actriz del llamado gé. nero chico, muy hermosa, y más desvergonzada que

hermosa, como lo probaba el apodo con que más que por su propio nombre era conocida . Había sido la heroína de muchas aventuras ga

lantes escandalosas, algunas de las cuales conocía Julia por su propio marido – que no era muy escru puloso en su lenguaje - agregando siempre él , a gui.

sa de comentario a su relación, que era aquella mu jer muy seductora, muy peligrosa, pero que a él le era soberanamente antipática.

Y la candida esposa que creía en sus palabras como en el evangelio, se sonreía dichosísima, com padeciendo « in pectoren a las mujeres de aquellos locos que, según los datos de su marido, se arruina ban por « La sin miedo » . Recordaba Julia muy bien el día en que recibió

el anóniino ese, como que era una fecha tristemente memorable para su corazón .

Osvaldo, que desde hacía muchos días, le ha bía ofrecido llevarla a la fiesta citada en la carta ,

despertó esa mañana taciturno y mal humorado. - 25

4

Lastenia Larriva de Llona

-¿Qué tienes, vida mía ? - le preguntó ella. – Una gran contrariedad de que no quise ha blarte anoche.

-¿Cuál es? -Que no puedo llevarte a la feria de Santa Cruz .

-¿Y por qué?

- Porque me ha caíito trabajo extraordinario e

inaplazable. Ya tú sabes que el jefe de la casa con fía sólo en mí para ciertas cosas. Imposible mover me hoy ni un instante de la oficina. No podré venir ni a almorzar ni a comer. ¡Qué pena tan grande, Ju lia de mi alma !

- La pena mía es que tú trabajes de esa mane. ja ; es no verte en todo el dia ; es almorzar y comer solita .... -¿Eres un ángel !

- No soy un ángel, pero te adoro . – Hasta la noche, mi amor. -

- Hasta la noche, corazón mío .

A los pocos momentos de haberse despedido Os valdo de su mujer, vino el cartero y entregó a ésta la carta anónima.

Julia no dió crédito ni por un instante a su con

tenido. El único sentimiento que la cobarde misiva despertó en su alma fué el de la indignación. ¿ Quién habrá escrito estas calumniosas lí

neas? --se preguntaba--. De seguro alguno de los amantes de esa infeliz mujer; alguno de esos de quie .

nes le había hablado su marido, y que suponían esa

infamia por aquello de que « el ladrón cree que to . dos son de su condición » .

No penetró la duda en su corazón , ni aún cuan . - 26 -

Cuentos

do, pocas horas después, le llevaron a su marido mortalmente herido por el tren, que regresaba de Santa Cruz y que lo había cogido en momentos en

que bajaba de él , al llegar al pueblo de ese nombre. --¡Perdóname, Julia --balbuceó él al verla. Fui a Santa Cruz en el último tren con un amigo.

Era ya muy tarde para venir por tí , cuando me des ocupé .... ¡ Perdóname Julia !....

Y el desdichado expiró pocos momentos des. pués, sin haber alcanzado a decir otra cosa que esa última frase, que l'epetía sin cesar y con la cual im

ploraba de su mujer el perdón por faltas que ella no conocía ni imaginaba!

Toda aquella desgarradora escena se le repre sentó de nuevo a Julia al leer ese papel que casi te nía olvidado y que se le había aparecido, no sabía ella cómo, entre las cartas de su marido, donde tal vez lo había arrojado inconscientemente . ¿Y por qué esos renglones que sólo produjeron desprecio y asco al leerlos por vez primera , la po nían ahora intranquila y cavilosa ? ¿ Por qué levan

taban en su espíritu algo así como una inquietud ce losa retrospectiva ?

Era este un contrasentido que ella misma no al canzaba a explicarse satisfactoriamente. ¿Y por qué misteriosa coincidencia recordó en tonces también , un incidente que aunque ocurrido

en vísperas de la trágica muerte de su marido, no podía tener relación alguna con ella y al cual no ha. bía dado Julia importancia de ninguna especie ? Este fué el incidente :

Pocos días antes de la fiesta, y creyendo asistir - 27 -

Lastenia Larriva de Llona

a ella, había iido Julia a casa de su modista con el fin de elegir un sombrero .

La francesa que por entonces empuñaba el ce tro de las sombrereras en la capital, lista y obse quiosa , como todas las de su nacionalidad y de su

oficio, se apresuró a mostrarle lo más nuevo y lo más caro de su establecimiento .

- Este ,-dijole presentándole un sombrero de terciopelo negro, a ornado con un gran ramo de ro sas encarnadas – es lindísimo y ha encantado al es -

poso de usted, que ayer lo dejó separado; pero yo me permito aconsejar a usteil , como le dije ayer a él , que prefiera este otro que conviene mejor a su tipo, de tan delicada belleza. El de flores rojas ven drá perfectamente a una morena; pero a usted le sentará mejor este que le ofrezco – y sacó de una de las cajas, otro elegantísimo, formado todo el de

miosotis, que en efecto armonizaba perfectamente con el cutis nacarado de Julia y con sus ojos del mismo suave color de las florecillas .

¿Con que había estado su Osvaldo allí , para ele. girle un sombrero ? ¡En todo piensa él ! - se dijo Ju-. lia gozosa .

Tentada estuvo de comprarse el que había sepa rado su marido, pero por fin se sometió a las obser vaciones de la modista que estaban de acuerdo con

las advertencias del espejo, y eligió el sombrero azul .

Quedóse sin estrenarlo, como hemos visto, pues en esta misma fiesta , a la que con tanto gozo se

prometía ella asistir y a la que no pudo llevarla su marido, encontró él la muerte .... - 28 -

Cuentos

Hacia ya dos años de esa aciaga fecha. De pronto sacó a Julia de sus añoranzas el tim bre del teléfono .

Corrió la joven viuda al aparato y a través del

hilo eléctrico establecióse el siguiente diálogo : - Aló!

-¿Cómo estás, Julia ? -¿Eres tú, Valentina ? Pues estoy ...... como siempre.

- Es decir įsiempre triste ? - Hoy más que nunca . -¿Por qué?

-¡Qué sé yo!.... De estas recrudescencias tie. ne el dolor.

-Pues mira : casualmente te he llamado para proponerte que me acompañes esta noche al teatro. -¡Imposible! - No admito esa palabra . ¿Sabes? Esta noche

da su primera función el empresario de aquel cine ma que hace cerca de dos años debió exhibir unas

películas nacionales que constituían una verdadera novedad . Desgraciadamente hubo de suspenderse la función por los graves sucesos políticos que recor darás y él se fué a hacer una gira por toda la repú blica, de la que regresa ahora . Dice el programa que habrá vistas sorprendentes. Y dice más; dice que muchos de los espectadores podrán contemplarse a sí mismos en ellas, como si se viesen en un espejo. ¡Cosa más extraordinaria ! ¡Anímate, ven ! ¡Di que sí ! - Pero si tú sabes que hasta ahora no me he presentado en público .... -¡Valiente excusa! Alguna vez ha de ser la primera que lo hagas! - 29

Lastenia Larriva de Llona

– Me harás cometer una locura - dijo Julia ya vacilante.

– Mía será la responsabilidad. Vaya ¿te decides ? - Será preciso darte gusto: pero dime: eno irá nadie más a tu palco?

- Nadie más que tú. ¡Ah! miento: nos acompa ñará mi hermano Octavio . Ya te figurarás que no he. mos de ir solas. Pero él es como hernano tuyo, tam bién .

- Verilad es.

-Y no es culpa suya si no ha sido algo más ínti mo y inás dulce ....

-¡Calla! -Pues, hasta luego. Te aguardo en casa . -

- Hasta luego . Lleno estaba el teatro de bote en bote, pues las

anunciadas películas locales habían despertado ex traordinario interés en el público, para el cual era

aún espectáculo nuevo, el que ofrecían los cinemas,

que recién alcanzaban el grado de perfección a que hoy han llegado. I en verdad iba a realizarse esa noche uno de los

mayores prodigios de este siglo prodigioso en que nos ha tocado en suerte vivir; prodigios que se reali zan a diario en los rincones más apartados del mun do, como la cosa más natural y sencilla . Muchos de

los espectadores - como lo anunciaba el programa iban a verse a sí propios pasar por el lienzo cinemato

gráfico; y podrían preguntarse asombrados cuál era el personaje auténtico, el que se movía y caminaba allí , sirviendo de espectáculo al público, o el que for

maba parte de ese mismo público y contemplaba a ese otro él , desde la butaca en que estaba sentado . 7

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Cuentos

Era este un perfecto desiloblamiento del sér. Cuando aparecieron Julia y Valentina en el pal co de esta última, acompañadas de Octavio, se vol vieron hacia ellas todas las miradas. Julia, especial

mente, atrajo la atención general. Era muy bella y además ¡ hacia tánto tiempo que no se la veía en pú. blico ! El vestido negro aumentaba sus encantos de rubia . Sólo una nota de color rompía la monotonía de esi negrura : el ramo de violetas que se destacaba sobre el corpiño, cerca de la cintura . Obscurecióse la sala de pronto: había llegado el momento ansiado.

Todas las miradas con vergieron hacia el blanco telón .

La primera vista eral tomada de una romeria re .

ligiosa y popular, y por ende conocida de todos los espectadores; fué desfilando con sus sagradas imáge.

nes y su séquito numerosisimo de devotos de am. bos sexos, que iban forinando calle a las andas, ci rios en mano. Tanto entre éstos, como entre los que

no por devoción, sino por distracción mundana se. guían a las imágenes, y entre las hermosas y elegan. tes dainas que llenaban ventanas y balcones, se veian rostros conocidos, lo cual arrancaba aplausos estruendosos y exclamaciones de regocijo, así de los palcos como de la platea y las galerías.

Sucediéronse muchas otras películas con igual éxito y al terminar la última del programa, dispo níase el público a salir del teatro, cuando anunció el telón en caracteres luminosos: LA FERIA DE SANTA CRUZ , EN

COLORES

Era una sorpresa que se daba al público . -31

Lastenia Larriva de Llona

Julia sintió que el corazón le daba un vuelco, al leer el título que no se había consignado en el or: den del espectáculo.

Valentina y Octavio la miraron sobrecogidos y la vieron pálida como una muerta. - Vámonos, Julia, dijo Octavio dulcemente. - Vámonos, repitió Valentina , cogiéndole una mano .

Pero Julia se resistió a su indicación, y luego,

ya era tarde: había comenzado a desarrollarse la pe lícula.

Una explosión de aplausos atronaba el aire. Muchos de los espectadores se habían puesto de

pie, para ver mejor, sin hacer caso de las protestas de sus vecinos de atrás.

Apareció la plaza del pueblo de Santa Cruz, tan conocida de la mayoría del público. Estaba lle na de gente que con marcadas muestras de alegría daba vueltas sin cesar por ese recinto, que resulta ba estrecho para contenerla . Con la rapidez propia del espectáculo, se veían

pasar los grupos de personas a pie y llegar y des aparecer partidas de excursionistas a caballo y en carruajes.

De pronto se vió venir la locomotora de un tren , seguida de los respectivos wagones, detenién. dose el convoy en uno de los lados de la plaza. Era el tren que llegaba de la Capital .

La gente se arremolinó hacia ese lado para ver bajar a los pasajeros que constituían, sin duda la great atraction de la fiesta . Hombres y mujeres de aire elegante y aristocrático comenzaban a descen . der de los coches en número considerable . - 32-

Cuentos

Julia seguía con emoción creciente todas las in . cidencias.

De repente vió aparecer y detenerse en el estri

bo de uno de los wagones de primera a un sujeto que con semblante muy risueño hablaba con una da . ma que le seguía. ¡Era su marido!

Julia no respiraba . Después de poner el pie en el suelo, extendió

Osvaldo la mano derecha a su compañera, la cual apoyándose en ella con cariñosa confianza, bajó lige. lainente .

Estaba ella vestida con lujo y elegancia y toca

da con un gran sombrero de terciopelo negro adorna do con un hermoso ramo de flores rojas.

A través del velo finísimo que le resguardaba el bello rostro, reconoció Julia las facciones de la

pecadora más a la moda desde hacía tres o cuatro años : La sin miedo.

Cogiose ella del brazo de su pareja y sonrien tes y dichosos ambos, avanzaron unos pasos por en tre las líneas de rieles que allí se entrecruzaban pa ra los cambios de máquinas, etc. Una de éstas partía velozmente en ese instante para cambiar la cabeza del convoy , que debía regre.

sar a la capital en busca de un nuevo contingente de turistas.

Osvaldo y La sin miedo hicieron un brusco mo. vimiento para librarse del inminente peligro, pero

sólo pulieron conseguirlo a medias. Ella cayó fuera de los rieles, pero él quedó entre ellos y la máquina

pasó por sobre su cuerpo destrozándole horriblemen . te ambas piernas. - 33 -

5

Lastenia Larriva de Llona

Ya se comprende que esta espeluznante repro ducción del desgraciado accidente acaecido realmen te hacía dos años, pasó por el lienzo con mucha ma yor rapidez que el tiempo que hemos empleado en re ferirla .

Julia que no había perdido un detalle de la ho. rrible escena , horrible para ella bajo muchos con ceptos, vió a la impúrlica mujer arrojarse sobre el

cuerpo de Osvaldo con muestras de desesperación ; vió después, por entre la multitud – cómo aparta l'on de allí algunas personas, a La sin miedo, mien tras varios caballeros, entre los cuales reconoció a los amigos de Osvaldo, que hasta la casa le acompa ñaron en aquella tarde funesta, levantaron el cuer po mutilado y le volvieron al tren de donde mo

mentos antes había descendido alegre y lleno de vida !....

La escena se borró repentinamente; las luces volvieron a encenderse y los espectadores, con el ánimo entristecido, comenzaron a requerir siis abri gos y a desfilar por los pasillos del teatro, no sin volver antes las mirarlas, los que la historia de Os. valdo conocían , al palco en que se hallaba su desen gañada viuda .

No había ésta pronunciado una palabra. Pálida como una muerta, con los ojos secos y huraños, pa recía enclavada en la silla .

Tenía entre las suyas la mano de Valentina y la apretaba convulsivamente con fuerza increíble.

- ¡Julia ! – le dijo su amigal - ¡ cuánto siento ha

berte obligado a venir ! ¡Si yo hubiera sabido! ... Cogió el abrigo de pieles de Julia, y la envolvió -34-

Cuentos

en él , acariciándola suavemente como a mil niña en ferma. Rodeó su cabezit. con una gasa negra y estre chándola entre sus brazos le dió un par de besos en las hela las mejillas.

Sintió entonces contra su pecho un estremeci. miento convulsivo y en su boca la salobre humedad de una lágrima.

Comprendió que su amiga despertaba a la ho. rrible realidad. -

– Octavio, - dijo a su hermino, – da el brazo a Julia . La siento en ferma.

Julia irguió la frente y una leve sonrisa entre abrió sus finos labios .

- Octavio ya no me quiere, - vijo, enlazando su brazo al del joven , con expresión de niña mima da. – Me ha olvidado por completo. Apenas si cono. .

ce a mi hija...... ¡La pobrecita ..... ¡Calla ! Si ya sé que yo tengo toda la culpa de su desvío .

¡He sido tan

mala con él ! Pero desile ahora hago firme propósito de enmienda . ¡No más lágrimas! ¡No más encierro ! ¡ A vivir! ¡ A vivir para mi hija y también para mi y para ustedes dos, nobles almas, cuya ternura he desconocido, pero que pagaré con creces deside hoy en adelante! ¡ Necesita tánto un poco de cariño ini corazón enfermo!....

-¡Oh, sí, - dijo Valentina, abrazándola tierna -

-

mente , tendrás todo el amor que tú mereces.

– Y tu hija será tan amada como tú , – murmu ró a su oido Octavio, con voz que una dulce einoción hacía temblar.

El carruaje que los conducía, se detuvo a la puerta de la casa de Julia. - 35 -

Lastenia Larriva de Llona

- Hasta pronto, dijo ésta, despidiéndose de sus amigos.

- Hasta mañana, - contestó Valentina, impri miendo un cariñoso beso en la frente de su amiga. -¡Hasta mañana! ¡Hasta siempre! - agregó Oc. -

tavio, con semblante en que se revelaba el gozo infi

nito que llenaba su corazón , mientras rozaba con sus labios trémulos la mano enguantada de la mujer

a quien por largos años, desde que estaba ella solte. ra , había él amado sin esperanza .

El Rey Herodes ( CUENTO DE NAVIDAD )

Y le atraía hacia si, suavemente .

Sus cinco primaveras había cumplido Lolita de Jesús Valencia aquel 25 de Diciembre en que acae

ció el suceso que voy a referir. En ninguno de los cuatro aniversarios anteriores había sido la niña tan festejada como en el presen .

te. La casa de sus padres, -el bizarro y caballeroso -

Gereral don Jaime Valencia, actual Ministro de la Guerra , y la virtuosa y bella doña Dolores Salinas

de Valencia, - a pesar de ser una de las más sun tuosas de Lima, pues Lima fué el teatro de las es -39

Lastenia Larriva de Llona

nas que váis a presenciar – resultó estrecha para contener a las damas, a los caballeros, y sobre todo, a los niños de ambos sexos que en ese día de su

cumpleaños habíanse apresurado a acudir a felici. tar a Lolita .

El pequeño dormitorio de ésta, su pieza de es tudio y aun algunas otras habitaciones se veían lite. ralmente atestadas de juguetes, de libros, de cajas de dulces y de los mil diversos objetos con que sus nu

merosos parientes y amigos y muchas otras personas que, sin ser lo uno ni lo otro, deseaban congraciarse con el General Ministro, habían obsequiado a la ni . ña. Había una verdadera colección de muñecas, des

de las que, modestas por su tamaño y por su calidad, constituían la humilde cuelga de imas primas po. bres, favorecidas por la señora de Valencia y las que,

según toda probabilidad, habrían tenido que robar algunas horas a su cotidiano trabajo de modistas pa ra confeccionar, - utilizando los retazos de buenas

telas que como gaje les dejaba su oficio, – los ele gantes trajes con que las engalanaron ; hasta las es.

pléndidas enviadas de París por otras priinas ricas, muñecas de noble alcurnia, que venían dentro de su umundo» , ad hoc, con ajuar completo de ropa y de casa, y que sabían dormir, hablar, mover el abanico

y el lente con graciosa coquetería y dar una vuelta sin necesidad de ajenos pies, por el salón . Una de las principales habitaciones de la casa con infulas de palacio que ocupabit el General Va. lencia, se había destinado como de costuinbre, para

el magnífico Nacimiento; pues Dolores, que siempre había tenido especial devoción al Niño Jesús, le tri. -40

Cuentos

butaba un culto fervorosísimo desde que , por favor del Divino Infante, -según ella creía flimemente, había venido al mundo su hija Lolita en el día de la gran fiesta del Nacimiento del Hijo de Dios. Porque hay que saber que el matrimonio del

General Valencia y Dolores había sido estéril, - y sólo por esto desdichado, – hasta aquella Noche Bue.

na en que, al sonar precisamente la hora en que na ció el Redentor de los hombres, nació también la hermosa niña que fué, desde entonces, encanto y ale gría de su hogar. De año en año, pues, y merced a esa ardiente devoción de Dolores, se enriquecía más y más el Na cimiento, de tal manera que ya era justamente con siderado en la ciudail como una verdadera maravi.

lla por las muchas obras de arte que contenía , y co mo un valiosísimo y real tesoro por la riqueza de las joyas que le adornaban .

Excuso decir que para Lolita comenzaban las fiestas de su santo desde el punto y hora en que las hábiles manos de verdaderos artistas se ponían a la

complicada obra de formar los agrios cerros, los se renos lagos, las cascadas bulliciosas, los repuestos valles, las sombrías selvas; y a poblar en seguida to.

do aquello, de blancos corderillos, de plateados pe ces, de pintadas vacas, de espantables fieras y de reptiles de brillante piel .

Si aquel pequeño pero prodigioso universo, en cuyo centro y sobre pajas de oro , descansaba un

Dios-Niño, milagro de escultura, tenía el poder de mantener por largo rato absortas a las personas grandes que le contemplaban , ¿qué mucho que Lo. -41

6

Lastenia Larriva de Llona

lita permaneciera horas enteras extasiada mirando tales primores ?

Luego, es preciso que os diga que el Nacimien to era un curso completo de Historia Sagrada para la tierna niña de los esposos Valencia; pues por uno de

los curiosos y encantadores anacronismos permiti dos en esos adorables retablos, se veían alli repre

sentados todos los más notables episodios del Anti tiguo y del Nuevo Testamento . Por aquí, Eva reci. biendo de la serpiente la fatal manzana y ofrecién dola a su vez a su incauto esposo; más allá, Rebeca

dando de beber a Jacob ; por la derecha, un episodio aterrador del Diluvio Universal; por la izquierda, la

huída a Egipto de la Santa Familia; y a pocas líneas de distancia de los fugitivos, -líneas que en este

caso debía suponer leguas el espectador, – la copia en bulto de algunos grupos del bellísimo cuadro de

Guido Reni , La Degollación de los Inocentes. Bajan do por este lado, los Reyes Magos, resplandecientes de pedrerías, sobre sus lujosas cabalgaduras y lle. vando en las manos, los presentes que iban a ofre. cer al portentoso Niño; subiendo por el otro, Nuestro Señor la Calle de la Amargura , con el pesado made ro a cuestas; y allá arriba, en la cumbre de una co

lina que figura el Gólgota, expirando yá, enclavado en la Cruz y entre dos ladrones, el Rey de los cielos y la tierra , mientras a sus pies juegan a los dados unos sayones la sagrada túnica ....

¿Qué mucho, repito, que Lolita se quedara em belesada por largas horas delante del histórico Pe. sebre ?

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Cuentos 11

Las diez de la noche acababan de dar los relo

jes de la casa. Con las postreras campanadas se ha bían despedido de Lolita sus últimos amiguitos; pe

ro la niña , a pesar de que debía estar rendida por los juegos y las emociones del dia , no pensaba aún en recojerse. Y sin embargo, a poco que se la observa la se comprendia que no era el deseo de seguir con

templando sus nuevos juguetes, ni de hacer caricias a sus muñecas, lo que ahuyentaba el sueño de sus

ojos; pues juguetes y muñecas yacían diseminados en derredor suyo sin que la pequeña engreida les dirigiera una mirada . Tampoco la desvelaba, como otras veces, el afán de escuchar de los labios de su

madre la explicación de algunas de las escenas que representaba su querido Nacimiento . ¿Qué tenía .

pues, Lolita ? ¿Qué esperaba, para dar las buenas no ches a sus padres e ir a pedir a su aya que la acos tara? ¿En qué pensaba, qué deseaba esa infantil ca becita, que aún no podía conocer las tristezas y preo

cupaciones que sin cesar agitan a los seres huma nos desde que en ellos despunta la luz de la razón ? ¿Qué deseo podía haber formulado el corazón de Lo lita, que sus idólatras padres no se hubieran apresu . rado a satisfacer?

Medio hundida en un ancho sillón , con las

redondas piernas, que las medias cortas dejaban a

descubierto desde la pantorrilla, cruzadas la una so bre la otra, y la mejilla descansando en la inano de

recha, cuyo brazo se apoyaba sobre el del asiento, Lolita parecía embebida en la contemplación del te cho de gasa azul tachonado de diamantes que figu. -43

Lastenia Larriva de Llona

raba el firmamento en el Retablo; pero en realidad no miraba eso, ni ninguna otra cosa. No cabía du darlo: la gentil niña estaba absorta en un pensa

miento, tenía la mente fija en un deseo no satisfe cho, que embargaba todas sus potencias. - Mamá, dijo de pronto , volviendo su lindo e inteligente semblante hacia aquella a quien se di rigía. ¿Hasta qué hora no me traerán mi cholito? ¿ Por qué no me lo habrá mandado todavía mi pa -

drino ?

Estas preguntas las había hecho cien veces du rante aquel día, a su pastre, a su madre y a todas las gentes de la casa . - No le habrá sido posible, vida mía, le contes

tó su madre. Te lo enviará mañana, no tengas cui dado. Ahora vé a acostarte, porque es muy tarde. -No me acuesto hasta que venga el cholito, de claró perentoriamente la voluntariosilla . - Pero eso es imposible, angel mío . Ya han da.

do las diez y seguramente no viene esta noche. Ade más, podrías enfermarte permaneciendo en pie has ta tan tarde.

- Mi padrino me dijo que me mandaba un cho lito de regalo el día de mi santo, y no puede en gañarme.

- No te engañará, ciertamente. Cuando des

piertes mañana estará ya en casa el regalo que es peras; te lo aseguro. Pero ahora, y para que se pase más pronto el tiempo , vete a la cama.

- No me acuesto hasta que venga el cholito, repitió Lolita , con esa terquedad de los niños dema siado mimados y consentidos. -44

Cuentos

- Pero dime, Lolita , hija mía , ¿ para qué quieres un serranito feo, como ha de ser el que te envie tu padrino? ¿No tienes ahi tantas señoritas y niñas

preciosas y. elegantes? le preguntó Dolores señalán . dole las muñecas .

- Esas no saben jugar, replicó Lolita. Yo quiero el cholito, porque es de carne y está vivo : un serra nito así como el que tiene mi prima Rosita, que ha ce todo lo que ella quiere. ¡Ya no me gustan esas mu

ñecas ! -- continuó, golpeando impaciente los pies del sillón con los diminutos suyos, mientras lanzaba una inirada de soberano desprecio a las arrogantes y

tiesas parisienses cuyos ojos inmóviles de cristal, que refiejaban las luces del salón, parecían mirar a Lolita con extraña fijeza, como si se asombraran del mal gusto que revelaban sus palabras.

- Ven acá , hijita, y no seas tenaz, volvió a decir la su madre; y tratando de alejar de aquella cabeci .

ta obstinada el pensamiento que tal obsesión ejercía sobre ella, agregó: – ven acá y te contaré la historia

de la Degollación de los Inocentes que tanto te inte resa ¿ quieres?

La chiquilla volvió los ojos hacia su madre, al escuchar esa proposición tan halagadora siempre pa .

ra ella; dirigió en seguida siis miradas a los conmo vedores grupos que formaban aquella madre que hu ye desesperada para salvar al tierno fruto de sus en trañas de la espantosa carnicería y del bárbaro sol

dado que la detiene por los cabellos; y a aquella otra que, cubriendo a su hijo con el manto, echa a correr presa de indescriptible pavor; los miró, digo, y pare. ció vacilar un instante; pero pensándolo mejor, sin -45 -

Lastenia Larriva de Llona duda, respondió. - Me la contarás después de que ine traigan a mi cholito .

Dolores, a pesar de que comenzaba a impacien tarse por la obstinación de su hija , no pudo reprimir una sonrisa cuando escuchó tal respuesta; mas com

prendiendo que era menester ya aparentar enojo, enarcó las cejas y dijo con el acento más formal que le fué posible : - Pues te irás a la caina sin cholito y sin his. toria . Basta ya de majaderías; jea ! -

- No voy . -¿Qué dices ?

-¡Que nó, que no y que nó ! -

Al oir esta categorica respuesta el General, que engolfado en la lectura de los periódicos del dia , no había tomado hasta entonces parte en el diálogo , le vantó la cabeza, y mirando severamente a Lolita le dijo : -¿Cómo se entiende, niñita mala ? ¡Encaprichar: se así y molestar a su mamacita en un día como éste por una ligera contrariedad , cuando se ve colmadla de

regalos y se la ha complacido en cuanto ha sido posi ble? ¿Qué dirá , al verla asi enfurruñada, y al escu char el áspero tono de su voz el Niño Jesús, ese Niño

Jesús, que era todo dulzura y que jamás dió a su ma dre el más leve motivo de queja ? Lolita, aunque caprichosa y a veces obstinada por el excesivo mimo con que la criaban sus padres

tenía un hermoso corazón y los amaba a ellos con todas las fuerzas de su alma . Sus arrebatos soſian

calmarse tan pronto como se habían encendido,

siempre que se apelaba a sus nobles sentimientos. - 16 -

Cuentus

Al escuchar, pues, la merecida reprimenda de los la. bios de su padre, de esos labios tan prontos siem pre para acariciarla , se arrepintió de su terquedad y de las desabridas l'espuestas que había dado a las afectuosas frases de su madre; y sintiendo que su cólera se deshacía en lágrimas, corrió hacia Dolores

y abrazándola apretadamente, escondió su rostro, que la vergüenza coloreaba, en el regazo maternal. Pero por un resto de soberbia , de ese feo pecado,

causa de todas las desgracias de la Humanidad , que encuentra el medio de deslizarse aun en los más pu l'os corazones, exclamó todavía una vez más, aunque con voz ya muy débil y entrecortada por los sollozos:

-Yo quiero .... que me traigan ..... el cho lito .... que me ha ....ofrecido ....mipadrino .... - Te lo traerán , mi alma, te lo traerán ; pero ten

un poquito de paciencia. Todo lo que se desea no se alcanza tan fácilmente en el mundo . Tendrás tu cho

lito, mañana o pasado; y entretanto confórmate con oir la historia de la Degollación de los Inocentes, que voy a referirte.

Era esta la centésima vez que Lolita , oía de los labios de su madre esa patética relación ; mas no por

ello dejó de escucharla con la atención de siempre,

ni le produjo menos interés que de costumbre. Ya hacia el final, el relato se convertía siempre

en diálogo, o por mejor decir en un interrogatorio, al gunas de cuyas preguntas eran de dificil respuesta. -¿Y por qué perseguía el Rey Herodes al Niño -

Jesús?

- Porque según todos los indicios, este Niño era el Mesías esperado hacia largos años, el Redentor de las naciones, repetidas veces anunciado por las pro fecias.

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Lastenia Larriva de Llona

-¿Esas profecías se lo habían dicho a Herodes ? ¡Qué malas serían ellas!

- Las profecías no son personas. -¿Que nó? Pues ¿cómo hablan entonces ?

- Decimos que hablan en sentido figurado. Las profecías son las inspiraciones que han tenido cier. tos hombres extraordinarios a quienes Dios daba la

facultad de leer en lo futuro; pero tú estás muy chi

quita para comprender estas cosas . -¿Y por qué las madres no se escondieron bien con sus hijos? - Porque cuando tuvieron conocimiento del ini cuo decreto de Herodes, era demasiado tarile para

escapar. Sólo pudo salvar el Niño Jesús, huyendo a Egipto, porque un ángel avisó a tiempo a sus padres del inminente peligro que corría . - Dios que todo lo puede, repuso la niña con lógica inexorable, debía haber salvado a esos niños. – No nos toca a nosotros juzgar los actos de Dios, sino acatarlos en todo caso , y adorar sus de. -

signios, que suelen ser misteriosos para nuestra es

casa comprensión. Además, el Señor permite a ve ces que los malvados triunfen en este mundo; pero ya sabes que después de esta vida hay otra en la

que todos recibiremos el premio o el castigo de nues tras acciones: por eso es preciso que seainos buenos. Lolita se quedó un momento pensativa. Sin du . da su conciencia no estaba tan perfectamente tran quila después de la rabieta anterior; y el remordi

miento atormentaba ya su alma de niña; pues enla. zando sus bracitos al cuello de su madre, le pregun tó quedamente y entre dos besos, con acento que re velaba cierta zozobra :

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Cuentos

-Yo no soy mala, ¿ verdad ? – Nó , hijita mia, no eres mala; pero es menes. ter que seas un poquito menos voluntariosa y exi. gente. Has el firme propósito de ello, y pide al Niño Jesús que te ayude a cumplirlo. Dolores hizo poner de rodillas a su hija, ante el altar, juntó sus manecitas, y le dictó la siguiente plegaria que los rosados y puros labios de la niña repetían con santa unción : -

-Hazme buena, Niño Jesús; no me des talen : to, no me des hermosura , no me des riquezas, no me des poder mundano; pero dame virtudes, que así

pobre , des valida, fea y torpe, puedo alcanzar la di cha eterna, que vale más que la de esta corta exis. tencia, que tal vez puede adquirirse con los otros dones.

- Yo te dictaré otra plegaria al Niño Jesús que, en este día de su Fiesta, en que también celebramos la tuya, te ha de conceder seguramente la gracia que le pidas, dijo el General a su hija, y prosiguió : - Consérvame por muchos años, oh Divino Ni ño, – que tuviste por Madre a la más santa de las -

mujeres, - a esta madre amorosa , que me has dado, y que es mi Providencia en este mundo! ¡Consérva mela por largo tiempo, y has que la ame siempre con todas las fuerzas de mi alma y la respete como

debe respetarse a la que es imagen de Dios en la tierra !

La tempestad había pasado por completo, y Lo lita se dirigía a su dormitorio, después de haber re .

cibido los besos de sus padres; pero dos cuestiones que la pasada conferencia habia suscitado en su ce -49 -

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Lastenia Larriva de Llona

rebro, en ese cerebro en que los instintos femeninos

despuntaban ya, parecian tenerla aún inquieta .... - Díme, mamá, zno se puede ser buena y tam bién bonita? – preguntó , deteniéndose antes de tras. pasar el umbral de la puerta . -

-Pues, cóino no. Perfectamente. -

- Porque yo quisiera pedirle al Niño Jesús no -

una sola, sino las dos cosas.

- La primera se le pide, la segunda la da El , si nos conviene .

Tal vez no quedó muy satisfechil Lolita con la respuesta ; mas no se atrevió a replicar, contentán dose con formular la otra cuestión que la preocu paba .

- Ahora no hay reyes Herodes, ¿verdail, mamá ? No tuvo tiempo Dolores de satisfacer esta nue va pregunta , ni Lolita hubiera escuchado la res

puesta, probablemente.

Pasos fuertes y apresurados resonaron en los corredores; y antes de que ninguno de los personajes que tenemos en escena pudiera expresar su sorpre sa por la intempestiva visita, abrió un criado la

mampara y apareció en el quicio de ella la figura de un hombre alto, delgado, de raza mestiza, cuyo aire desembarazado y continente marcial,, habría basta

do para indicar al menos observador que profesaba la carrera militar, si no lo dijera el uniforme que vestia . Traía de la mano a un indiecito como de

seis años de edad, vestido con elegancia a la última

moda y visiblemente embarazado con la ropa que llevaba, y que de seguro se ponía por la primera vez en su vida .

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Cuentos

Lolita dió simultáneamente un brinco, una pal.

mada y un grito, al ver a los recién llegados; y lue . go quedó absorta con las manos juntas, y casi sin respirar, aguardando a que hablase el soldado . III

Cuadróse éste y saludando inilitarmente, dijo : - Buenas noches, señora ; felices, mi General. Mi coronel Monforte me envía a saludar a la señora

Dolores y a su Señoría; y a traer este cholito que le tenía ofrecido a su ahija, la la niña Lolita , y que le regala en el día de su Santo. Les ruega que perdo nen el enviarlo tan tarde; pero ha costado mucno trabajo hacerlo vestir. No quería el pícaro abando

nar sus alpargatas y su poncho, ni dejarse cortar el pelo . Por fin se le vistió a la fuerza; pero aunque le pusimos por delante un espejo para que se viera tan elegante y buen mozo , no ha cesado de jirimiquiar, hasta que hemos llegado aquí , porque dice que ves

tido de este modo no podrá volver a Juliaca. Ahí lo tiene su Señoría , con el atado de su antigua ropa

debajo del brazo, pues no ha habido forma de qui. társelo .

Y el asistente del Coronel Monforte, que em

pleó para ese largo parlamento la mitad del tiempo que yo he gastado en escribirlo , indicó con un ade

mán al chiquillo que, de pie, y con un aire que a la vez expresaba el asombro y el temor y una natural

curiosidad, contemplaba la lujosa estancia ; los ju guetes esparcidos por los muebles y la alfombra; ese gran altar, resplandeciente de luces y de pie. dras preciosas, que brillaba todo él como una ascua de oro; y sobre todo , esa linda niña de tez blanca co. -51

Lastenia Larriva de Llona

mo la nieve que él estaba acostumbrado a ver en

sus montañas; de ojos azules como aquel cielo que echaba de menos y de cabellos brillantes, sedosos y claros como los del maíz tierno, cuya suavidar le era tan agradable sentir bajo sus dedos; esa niña que le miraba atentamente, y a quien él , sin duda,

tomó por la divinidad de ese santuario .... Debajo del brazo tenía, en efecto, un pequeño envoltorio, que mantenía estrechamente apretado contra su cuerpo, cual si temiera que se lo quitaran. El chico era un bonito tipo de su raza . Peque ño, gordito, su color atezado y sus ojos y cabellos negros como el ala del cuervo, revelaban a primera

vista que por sus venas corría, pura y sin mezcla alguna, la sangre de los antiguos hijos del Perú . Sus mejillas redondas, tostadas por el hielo de las se rranías, tenían el encendido color de las manzanas

o de los albérchigos de su tierra. -

- Ea, Lolita, allí tienes lo que tanto deseabas uijo su madre a la arrobada niña; ya ves que tu pa

drino te ha cumplido su palabra. Acércate, hijito , - agregó la señora dirigiéndose al muchacho.- Esta va a ser tu niñita: acércate, ¿ cómo te llamas? El chico paseó su inteligente mirada de la seño. ra a la niña ; pero aunque la expresión de su sem

blante revelaba que había comprendido todo lo que se le decía, no se movió , ni contestó una sílaba.

-Suelta el quipe y responde, Tomasito, le -

dijo el asistente ; – mas viendo que su exhortación -

tampoco producía el efecto deseado, - es muy hura ño, agregó, riéndose. Ya he dicho a los señores que éste no se conforma con estar aquí. Todo el día llo ra por su sierra; pero ya se irá civilizando. -52 -

Cuentos

Dirigióle, entonces, algunas palabras en que chua, pero el chico permaneció tan indiferente a las

frases pronunciadas en su idioma nativo, como a las que se le habían dicho en castellano ; y a no ser por la intensidad y viveza de su mirada, habría podido tomálsele por una pequeña estatua de bronce. Lolita se acercó a él . Aunque de menos edad que el indiecito, el cuerpo de la niña era mucho más alto y erguido que el de Tomasito . Cogió con sus delicadas manos, blancas como jazmines, una

de las oscuras y regordetas del chico , y le dijo con su más acariciador acento :

– Ven, para enseñarte el Nacimiento. Es muy lindo y te va a gustar mucho. Ya verás...... Y le atraía hacia si , suavemente. Tomasito intentó resistir en el primer instante;

pero había tan elocuente expresión de súplica en los ojos de la niña, que al fin cedió, y se dejó arrastrar

algunos pasos, y colocar frente a frente del suntuo. so Retablo .

- Después te mostraré mis juguetes, continuo Lolita, con la encantadora volubilidad de la infan . cia. Tengo más de veinte muñecas. ¡Qué veinte!

¡ Más de mil ! Y una cocinita para hacer comida de verdad. ¿No te gusta a tí jugar a las comiditas ? Con las muñecas me fastidia hacer bodas, porque no co. men .... A ti te voy a dar cosas muy ricas: confi

tes, caramelos, pasteles, chocolates, pasas ... ¡uff! .. tántas, tantísimas, tantisisimas cosas! ... ¡Pero ha. bla, pues, Tomasito! ¿Por qué no quieres hablar ?

La fisonomía de Tomasito había ido perdiendo su grave taciturnidad conforme oía esa larga rela

ción de Lolita, que tántos goces le prometía. En sus -53

Lastenia Larriva de Llona

negros ojos brilló una fugitiva chispa de alegría , sus

labios se entreabrieron por una plácida sonrisa , que puso a descubierto dos hileras de pequeños, unidos

y blanquísimos dientes; y por fin dijo en español, aunque con marcado acento quechua : - Alla cocinábamos maíz con la Mariacha . Todos se echaron ä leir .

-¿Y quién es la Mariacha ? preguntó Dolores. - Será su hermana, contestó el soldado. Siem . pre que el desplega los labios es para hablar de su Juliaca y de su familia. -

-¡Pobrecillo! Se conoce que tiene buenos senti -

mientos, observó la señora de Valencia .

¿Y tiene

madre ?

- Si, señora .

– Cosa increíble te parecerá a tí , mi Dolores, a tí , tan amante de tu hija, que haya madres que por unas cuantas monedas vendan a los frutos de sus

entrañas, como lo hacen frecuentemente esas muje. res, en quienes la abyección e ignorancia en que vi

ven sumidas, parece que ahogan hasta el instinto maternal, el más poderoso de los instintos en todos los seres del sexo femenino, -observó el General. -¿Los veniden ? – preguntó con asombro Lolita, que aunque ocupada en mostrar sus tesoros al in diecito, seguia con el oído atento, la conversación . ¿Ha vendido su mamá a Toinasito ? --¡No! --exclamó con una energia de que no se .

le habría creído capaz, el chico.- ¡Mentira! ¡Mentira! ¡No ine ha vendido mi mamita ! ¡Ellos me robaron ! ¡ Ellos me trajeron por la fuerza!.... Y con su pe queño índice señaló al asistente.

-54

Cuentos

-¿Es verdad eso? preguntó severamente la se. ñora de Valencia al aludido.

- Pues sí, señora , es verdad . La india se empeñó

en no ceder, por más que le ofrecimos un precio que jamás se ha pagarlo por in chico de estos y a pesar de que estaba en la mayor iniseria; y como no ha bíamos encontrado otro, tan bonito y tin gracioso, no hubo más remedio que emplear la violencia. ¡Tie nen la cabeza tan dura esas serranas!.... Pero no se

preocupe la señora, que dichas mujeres no saben sentir como ella. Ya la madre de Tomasito se habrá consolado.

La señora del General Valencia era , ya lo he

dicho, una mujer muy buena, muy religiosa, de muy rectos sentimientos; inmejorable esposa y madre

amantísima; afectuosa y caritativa con los necesita dos, como pocas; y sin embargo, tal es el poder de la costumbre, que habituada desde que nació a ver có. mo se recluta a los infelices indiecitos de ambos

sexos para dedicarlos a la servidumbre, especie de mercancía humana que, para vergüenza nuestra ,

reemplaza al presente a lit otra, ya prohibida, que se importaba de las playas africanas; Dolores, digo, la noble y filantrópica matrona, no había creido hacer

naila reprochable al encargar a su amigo y compa dre el Coronel Monforte que le trajese un cholito de regalo para su hija Lolita . Sólo ahora en ese instante en que oía esa rela

ción tan sencilla por el tono en que ella se hacía , y tan horriblemente monstruosa por los hechos que revelaba , fué cuando sintió que se despertaba su

conciencia y la acusaba enérgicamente como cómpli ce de un tremendo ulimen . - 55 -

Lastenia Larriva de Llona

- ¡Tú hiciste eso! ¡Tú has robado este chico a su madre, para traérinelo! -dijo con severidad al orienanza del coronel Monforte.

-Señora , yo no he hecho más, que cumplir las

órdenes de mi Coronel – l'espondió el apostrofado, inclinándose respetuosamente ante la esposa del Mi nistro de la Guerra; pero con un acento en que se

traslucía la sorpresa que le causaba el que produje ra tal indignación a la señora de Valencia un acto que él estaba acostumbrado a ver ejecutar diariamen como la cosa más natural del mundo, y sin que a

nadie se le ocurriese protestar de él . Y continuó: - Mi Coronel me dijo : - Necesito absolutamen

te ese chiquillo para mi ahijada. Cómpraselo a la madre, pagándole por él lo que te pida. —¿Y si no quiere vendérmelo a ningún precio ? – le pregunté. – -

Si no quiere vendértelo, se lo arrebatas a viva fuer za , -me contesto ; - se lo robas. Y cuando mi Coro

nel manda , señora, es para que se le obedezca. -¡Mamá! gritó Lolita, con una voz en la que

había vibraciones hasta entonces desconocidas, bri llándole en las pupilas una luz que la hacía apare cer de doble edad de la que tenía. -¡Mamá, mi pa drino es un Rey Herodes! ¡ Yo no quiero yá a Tomà.

sito! ¡Que se lo devuelvan a su mamá! .... Y la generosa niña que tan noblemente sabía imponer ese sacrificio a su corazón , se lanzó con in

contenible impulso hacia el atónito chiquillo, y echándole los bracitos al cuello, cual si con sus cari. cias quisiera indemnizarlo de los tormentos de que ella había sido causa inocente, juntó su blonda y ri. zada cabeza con la cabeza de Tomasito, de cabellos - 56 -

Cuentos

negros y lisos como la crín de un caballo; y besán dolo tiernamente en las mejillas, le decía con mi. moso acento y voz que la emoción hacía trémula:

- ¡ No estés triste, no estés triste, Tomasito : si no te vas a quedar aquí ! te vuelves a Juliaca al lado de Mariacha y de tu mamá, ¿no lo oyes? a Juliaca. ¡ A la casa de tu mamá !.......... Ciertamente que nunca se había celebrado en casa del General D. Jaime Valencia la fiesta del Ni .

ño Jesús de tan espléndida manera como en el día en que su hija Lolita cumplió los cinco años; pues más que todas las regias joyas y los valiosos objetos de arte que en cada aniversario se agregaban al magnífico altar en que se le tributaba culto, debió agradar al Divino Infante, Amigo de los niños des validos , la generosa acción que, como joya inesti. mable , colocó aquel día a sus pies Dolores Salinas

de Valencia, adoptando como hijo suyo al pobre To . masito y haciendo venir de la sierra, y participar

de los beneficios que a él concedía, a la madre y a la hermana de ese niño, a quien la crueldad, tal vez inconsciente de sus semejantes, condenaba a la más mísera de las suertes: a la suerte del siervo , en la misma hermosa tierra que fue dominio de sus ante.

pasados y que tanto alardea hoy de libre a la faz del Universo !...........

8

Misterio

SIC

Me preparo para el viaje ...... De pronto sonó en mis oídos el grito estridente

de la bocina de un auto y senti que se detenía el ca. pro a la puerta de la casa que ocupaba yo en la ciu . dad de X. donde a la sazón habitaba.

Mi amigo el doctor Morlás, célebre médico alie

nista, era exacto a la cita que dias antes nos había mos dado, con el objeto de que me acompañara a la casa de insanos de que era Director, por ser ese uno de los establecimientos dignos de ser conoci

dos que me faltaban por visitar y, tal vez, el que ma yor interés me inspiraba. -61

Lastenia Larriva de Llona

Pocos momentos después volaba el « Limousi. ner que nos conducía por la amplia y polvorienta carretera y al cabo de diez minutos estábamos ante

el soberbio edificio que se alza cercado de rejas y rodeado de jardines.

Abriéronse las puertas a la llegada del doctor y tras los respetuosos saludos de las Hermanas de Ca.

ridad , de los practicantes de medicina y demás em pleados, penetramos al interior del Asilo .

No describiré la parte material de éste . Sólo diré que reune todas las condiciones higiénicas, to do el confort y todos los medios de distracción que exige la ciencia moderna para la curación o siquiera el alivio del mal más aflictivo, más digno de coumise. lación de que puede ser víctima el ser humano . Na da hay alli de tétrico ni de medroso , todo en el es

risueño, y sin embargo yo me sentía en extremo nerviosa y me arrepentía ya de haber querido visi tar ese establecimiento y ver de cerca un espectácu. lo que precisamente había de ser conmovedor. Pro

curaba dominarme, temiendo que mi amigo se bur lara de mi debilidad . Me había soltado de su brazo, a fin de que no se apercibiera él del temblor que me era imposible vencer, y procuraba sonreír y hablaba en alta voz, para que no escuchara las palpitacio.

nes de mi corazón que golpeaban tan fuertemente mi pecho, que me hacían imaginar serían oídas por él .

Llegamos al departamento destinado a los hom bres. Por las anchas galerías discurrían algunos de los enfermos en actitudes tranquilas. Otros permane. cían sentados en los rústicos bancos de que ellas es.

taban dotadas. Algunos se acercaron para saludar al -62

Cuentos

médico , así que le vieron entrar; otros parecieron no apercibirse de nuestra presencia . Entre éstos había un individuo que trazaba con un dedo cifras imagi. narias en el muro , haciendo ademán de borrarlas en seguida con su pañuelo. Cada vez que escribia , vol.

vía la cara a su alrededor mirando con expresión te. merosa si alguien le observaba . Sin duda era este individuo leo de algún desfalco que le había tras.

tornado el juicio , como al protagonista del drama « La carcajada », con cuyas histéricas manifestacio . nes se entusiasmaban hasta el delirio nuestros pal dres, sucediendo tal cual vez , que el actor que en carnaba el personaje de Andrés, pagaba con unos días de enfermeilail nerviosa , los aplausos del pú blico .

De aquel sugeto que parecía presa de una idea trágica, volví mis miradas haci: otro que sentado en una de las bancas, reía incontenible y estrepitosa

mente. Se entretenia en líar cigarrillos, que apenas encendidos arrojaba al suelo entre explosiones de risa .

De pronto ví levantarse de su asierito a otro

hombre y avanzar precipitadamente hacia nosotros; traía en la mano un estuche de los que sirven para

guardar joyas. – Vea usted, -dijo dirigiéndose al doctor y abriendo la caja cuyo contenido no pude

Ver;; – vea usteil , qué belleza de perlas: son para Te. resa . Pero no hi le contentarse con esto y ya tengo

separados en la joyería un collar y una diadema de brillantes. Cerró la caja y la guardó en su bolsillo apartándose luego de nosotros, para volver a ocupar su sitio acostumbrailo en la banca . - 63 -

Lastenia Larriva de Llona

- A este hombre le ha vuelto loco la infidelidad -

de su mujer, -me dijo el doctor Morlás.- Era él muy

rico y ella muy frívola y muy gastadora ; de repente se vió arruinado el marido; a pesar de eso, ella siguió ostentando un lujo que ya él no podía ofrecerle. Un dia llegó a su casa y la encontró desierta : su esposa le había abandonado para siempre, fugándose con aquel que a cainbio de brillantes había obtenido su amor ; entonces él se volvió loco y ya ve usted , su manía consiste en creer que coinpra sin cesar alhajas para su mujer .... Atravesamos por algunos de los hermosos jar dines en los que profusamente lucian al sol de la mañana sus formas y sus vivos matices las flores

más bellas, llenando el ambiente con su perfume y

entramos al departamento de las mujeres. También había aquí amplios corredores festo neados de enredaderas; pero no nos detuvimos en ellos. Nos dirigimos a un salón en el que a esa hora acostumbraban reunirse muchas de las enfermas, cuya locura era inofensiva y algunas de las cuales leian , trabajaban en labores de mano, o tocaban al.

gún instrumento, como si estuvieran en el perfecto uso de sus facultades mentales .

Cuando entramos al salón , cantaba acompañán.

dose al piano, una jovencita como de dieciocho años, blanca, rosarla y de dorados cabellos. Al vernos apa recer huyó rápidamente. - Esta niña, nos dijo la Her. mana que se había acercado a nosotros, tiene una voz lindísima, pero se imagina que todos quieren robár sela y por esto no canta sino delante de contadas per

sonas; nunca lo hace en presencia de gentes de fuera. -¿Y esa señora – pregunté al doctor – que está -

-

-64

Cuentos

de rodillas allá en un ángulo de la habitación , por qué se da sin cesar golpes de pecho? - Esa señora , se volvió loca a consecuencia de

haber presenciarlo un terremoto. Para ella tiembla siempre la tierra . Tiembla constantemente y cous tantemente implora ella la Divina Misericordia . Como vive en continua zozobra, no puede comer ni dormir con tranquilidad.

Paseo el doctor Morlás sus miradas por el salón y preguntó en seguida a la Hermana:

-¿Y la señora Isabel? ¿ Cómo no está aquí? - Ha pedido permiso para coger unas fiores . No debe tardar .

Como evocada por estas palabras, a pareció en ese momento una señora , en la puerta que daba al exterior. Estaba vestida de negro y traía un ramo

de flores. Era alta, esbelta, y de una notable belleza il pesar de su extremada delgadez y de no hallarse

ya en la primera juventud. Avanzó sonriendo hacia nosotros presentando al doctor el ramo de flores y diciéndole afectuosamente : - Para usted las he co

gido.

Yo sofoqué el grito que a su aparición iba a lanzar mi garganta . La señora Isabel había sido una se las damas a

quien más atenciones debí a mi llegada a su patria, bacia los años y en cuyos altos círculos, leinaba con

el cetro de la elegancia y de la hermosura. Sabia yo, aunque no lo había recordado al ir al Asilo, que di cha señora se encontraba desde hacía algunos me. ses en ese lugar, pero no por eso dejé de experimen tar dolorosísima emoción al mirarla . - 65 -

9

Lastenia Larriva de Llona

La señora Isabel de Z .... debia su locura a un

lamentable suceso que conmovió hondamente a toda la sociedad. Con un marido que la adoraba y con tres hijos como tres perlas, era ella dichosísima, con esa dicha que pocas veces se alcanza en este mundo.

Pero no podía durar esta felicidad y terminó ella brusca y trágicamente. En ese momento recordé yo todos los detalles de la desgracia: un choque del au tomóvil en que esas cinco personas ajenas a todo

mal presentimiento se dirigían en excursión de recreo a su hacienila, distante pocos kilómetros de la capi

tal , con el ferrocarril que venía en sentido contrario, bastó para producir la catástrofe. Por uno de esos caprichos del destino, sólo quedó

ilesa la señora de Z. Su marido, sus hijos y el chauffer, todos murieron . Ella quedó ilesa físicamente,

pero -- ¡ ay ! – la razón había huído para siempre de su lado, como habían huido esos seres adorados de su corazón .

Yo continuaba mirándola con profunda pena y simpatía ; ella, sin hacer caso de mi presencia, ex clamó dirigiéndose a mi amigo: - Doctor, doctor, me

he despertado hoy muy alegre, porque se ha cumpli : do ya un mes del plazo que usted me ha dado; sólo faltan diecisiete días para mi dicha. ¡Diecisiete! Son muchos aún ; pero pasarán, pasarán pronto !.... Una sonrisa dulce y triste como un rayo de sol que atra viesa las nieblas iluminó por un instante las puras líneas de su rostro, y apretando las manos del doc

tor entre las suyas, con gran efusión , se despidió de él diciéndole: - Hasta mañana, hasta mañana; mañana será un día menos qué felicidad ! .... - Es un extraño caso éste de la señora Z. , – -

- 66 -

Cuentos

me dijo el médico mientras volvíamos a atravesar los corredores festoneados de vistosas y perfuma.

das enredaderas. A la desesperación furiosa de los primeros tiempos de su enfermedad, desesperación que obligó a su familia a traerla al Manicomio, y por la que tuvimos que mantenerla encerrada mu chos días, ha sucedido una dulce resignación y la locura de la señora Isabel no es ya sino una idea

fija: reunirse con su marido y con sus hijos ; a tal punto la domina esta obsesión que hace cosa de un mes, ine ví obligado para tranquilizarla un tanto, a fijarle un plazo para su muerte, porque sin cesar me urgía para que la respondiese a esta pregunta: -¿Cuándo me moriré doctor ?

-¿A fijarle un plazo? Y ¿qué le dijo usted? - La primera fecha que se me vino a las mien tes : el quince de Octubre. Estábamos a veintiocho de Agosto; y ya ve usted con qué lucidez va llevan do ella la cuenta de los días que pasan ; es algo a. sombroso; hoy estamos a veintiocho de Septiembre

y acaba usted de oírla decir que sólo le faltan dieci . siete días de vida . La cuenta es exacta .

- Muy asombroso, dice usted bien , doctor; – no pude menos de exclamar.

Llegamos a la puerta . Subimos al auto que nos aguardaba y mi amigo y yo permanecimos en silen cio hasta llegar a casa .

Yo no podía apartar de mi mente la interesante figura de la señora Z. y su imagen me siguió por to das partes durante muchos días.

Comenzaba ya ella a esfumarse en mi imagina ción , cuando una mañana volví a oír el paft, paft, del Limousine , del doctor Morlás y el estridente - 67 -

Lastenia Larriva de Llona >

sonido de su bocina .

A poco entraba él en el saloncito en que acos. tumbraba yo recibirle. i

Traía mi buen amigo una cara fúnebre y al ver: lo me dió un vuelco el corazón . -

--¿Qué tiene usted ? – le interrogué. - Estamos a quince de octubre....... me contestó . con temblorosa voz .

-¡A quince de octubre! ¿Y ...... ? ¡ Ah ! ¿la se ñora Z ......? - pregunté yo, sintiendo que un rayo .

de luz atravesaba mi cerebro .

-Si : ha muerto , - me dijo laconicamente el doctor.

-¿Y cómo ?

- Nada hacía presumir este desenlace, fuera de la seguridad de ella de que había de morirse en es ta fecha . Seguía ella contando los días y asegurán dome que no viviría uno más, después de aquel en que yo le había predicho que iría a reunirse con su marido y sus hijos. Ayer la visité como de costum bre y al despedirme de ella me dijo, palmoteando y con la expresión más alegre en el semblante: -Doc tor, doctor, mañana, mañana es el día dichoso :

mañana voy a ver a mi marido y a mis hijitos, ¡ feliciteme usted ! ...... Confieso a usted que no dejé de inmutarme al oir su insistente afirmación ; pero la examiné dete .

nidamente y logré tranquilizarme al comprobar que todos sus órganos se hallaban en perfecto estado; sin embargo, si no me atrevi a contradecirla, evadi el apoyar su manía. - Mañana, le dije, mañana estará usted mejor -

que hoy . - 68 -

Cuentos

Ella , tomando mis palabras, sin duda , en el sentido que le convenia . – Yá lo sé, me contestó, pero venga usted temprano porque de lo contra rin , no me encontrará viva.

Como de costumbre, llegué a las diez de esta mañana al Asilo. Lit Hermana que usted conoce, vino a recibirme con la pena retratada en el sem

blante y me dió la fatal noticia : la señora de Z. ha . bía muerto una hora antes.

- Pero ¿ cómo, Hermana ? le pregunté. - ¿ Qué sín. tomas ha tenido ? -Ninguno que pudiera alarmarnos,

me contestó. - Al recogerse anoche, se despidió de nosotras diciendo: – Mañana es el día feliz para mi..... Y hoy, al levantarse se arregló con más es. mero que de costumbre.-Me preparo para el viaje -me -

-

dijo, con la sonrisa que usted le conocía. Un rato des. pués llamó la guardiana apresuradamente avisando que la señora estaba grave, que se morial. Corri hacia

ella y la encontré tendida en un brinco, igitándose en una violenta convulsión y sin conocimiento. Inú tiles fueron todos nuestros esfuerzos para retener la vida que se escapaba y pocos instantes después, ex tinguidas ya las contracciones y recobrada la apaci . bilidad del rostro , era cadaver ... La Hermana siguió hablando , pero yo no escu

ché más, y corri a constatar la muerte. Después .... después he sentido la necesidad inaplazable de hablar con Ud . que la había visto hacía tan pocos dias, que la habíil oído predecir su muerte para hoy

y .... aquí me tiene Ud ., señora, confuso, perplejo, asombrado .... Calló el doctor Morlás y yo me sentí presa de

una excitación nerviosa que no me perinitia hablar. -69

Lastenia Larriva de Llona 1

- Pero, ¿cómo explica usted esto, doctor ? interrogué al fin . - ¿ Cómo se ha muerto la señora de

Z? ¿De qné se ha muerto? ¿ Puede uno morirse así, sin más ni más que porque a uno le dicen : se mori. rá usted en tal día y a tal hora ? ¿Puede usted expli. carme el caso , doctor ?

- La ciencia , lo explica, señora mía , con el

nombre de auto -sugestión ; pero yo le confieso a us.

ted que es la primera vez que en mi práctica profe sional he podido comprobar un caso tan claro y evi dente de ese fenómeno en que la voluntad ejerce acción tan poderosa sobre el sér material, que llega hasta a aniquilarlo. -Sin poseer el gran talento, ni la gran ciencia que tan justo renombre le han dado a usted , amigo

mío, - lepuse – le diré que yo, simple mortal, he tenido también ocasión de experimentar y aún de actuar en ciertos sucesos que no pueden explicar se por las leyes naturales al alcance de todos; y que no siendo lo bastante sabia para darme la ex.

plicación científica de ellos, me he limitado a excla . mar al comprobarlos: ¡Misterio! ¡Misterio !....

Mañana de Primavera (INSPIRADO POR UN RELATO DE UNA ESCRITORA AMERICANA )

:

y

3

Y se sento en el banco, que habit al pie de su ventana . Ese día cumplía sus sesenta inviernos la pobre vieja Marta . Por primera vez, quizás, en ese largo número

de años, había pensado con tanta insistencia en que tal fecha marcaba su venida al mundo .

Tenía Marta una numerosa descendencia; pero eran ya las seis de la mañana, tosios los habitantes de la casa estaban en pié desde hacía dos horas,

como buenos campesinos, y ninguno de los hijos ni de los nietos de aquélla , había venido a abrazarla ni a desearle una más larga vida . -73 10

Lastenia Larriva de Llona

Eso pasaba todos los años y jamás se había

quejado la anciana de la indiferencia de su prole. Tan abnegada ella como los otros egoistas, no se le había ocurrido nunca que tenia derecho a mayores demostraciones de cariño, como no pensaron ellos tampoco que le debían más tiernas consideraciones. El día anterior había sido cumpleaños de su

vecina Luisa. Los hijos de ésta habían organizado una fiesta en honor suyo y todos los parientes y amigos habían acudido a felicitarla y a llevarle sus regalos , que ella recibía como un homenaje que le era debido.

Tal vez la vista de ese espectáculo fué lo que hizo reflexionar a Marta sobre aquelio en que antes no había pensarlo. ¿ Por qué sii suerte era tan diversa

de la de Luisa ? ¿ Era ésta mejor que ella? ¿Había cumplido, acaso, mejor sus deberes para con los

suyos? Indudablemente no . Por muy modesta que fuera Marta , no podía menos de reconocer que había

llevado hasta el sacrificio el amor a los suyos. Si algo podía reprocharse era la exageración de ese sentimiento. Siempre había creído que tenía todas las obligaciones y jamás se le ocurrió que a esas obligaciones eran anexos algunos derechos. Y así lo

creyeron también , seguramente, sus hijos y sus nie. tos; y se acostumbraron a mirarla como el más cari ñoso, como el más activo , como el más fiel de los

criados; y por lo mismo, como a aquel a quien me. nos miramientos debían de guardarse, pues cierta mente no había de despedirse de la casa hasta que la muerte la obligara a ello ....

Todos los hijos de Marta estaban casados, y -74

1

Cuentos

ellos con sus mujeres, ellas con sus maridos y todos con sus hijos , vivían en compañía de la anciana. Su pequeña fortuna consistía en tierras de

labranza, y todos juntos las trabajaban , esperando en paz y sin angustiosas impaciencias, el dia de la

repartición . Eran buenas gentes , al decir general, que sa

bían que los viejos se mueren antes que los jóvenes y que pensaban que era una tontería afligirse por lo que es ley natural. No deseaba ninguno, a la ver

dad, la muerte de la abuela; pero no hacía ninguno tampoco nada por retardarla .

¿ Mimar a la anciana ? ¿ Para qué? No necesi . taba ella de engreimientos. ¿ Evitarle fatigas? ¿ Ahorrarle penas?

¡Si era ella más fuerte que un

l'oble! ¡Si tenía más valor para soportar los pesa res que todos los de la casa! De esta manera , si había un enfermo chico o

grande, era la abuela Marta la que pasaba las malas noches, la que no se despegaba de la cabecera del lecho del paciente hasta que este sanaba o se moría, y a nadie se le ocurría que pudiera ella caer mala a

su vez, como si tuvieran todos la convicción de que su cuerpo era in vulnerable.

Los hombres salían temprano a las faenas del campo, las mujeres iban con ellos las más de las

veces para hacerles menos pesado el trabajo con su compañía , o se quedaban en la casa , desempeñando ciertas tareas; pero las más rudas correspondían siempre a la vieja Marta . Ella cocinaba y lavaba para todos . ¿Por qué? Porque sí . Porque así lo había hecho toda la vida - 75 -

Lastenia Larriva de Llona

y no se le ocurrió jamás que pudiera dejar de hacer: lo . Y en cuanto a los hijos y a los nietos, la ha

bían visto trabajar de esa manera esile que nacie . l'on y no se les vino nunca a las mientes la idea de

que aquello pudiera cesar sino con la vida de ese paciente animal doméstico.

Pero en la mañana de que hablamos, Marta sentía germinar por primera vez en su cerebro el pensamiento de la sublevación .

¡Sesenta años ! ¡Sesenta años cumplía en tal fecha ! Se sentía cansada por vez primera primera.. ¿Y no era tiempo ya de descansar ? ¡No era mayor que

ella Luisa y muy descansada que vivía! Pero ésta había sabido, sin duda , educar a sus hijos mejor que ella; con esa severidad que sabe hermanarse con el cariño y merced å la cual se acostumbran los niños a mirar en su madre a un

sér superior, el más digno de ser amado y respetado. Ahora , cuando no tenía remedio, deploraba Marta su debilidad de caracter, que la había hecho abdicar su soberanía en la familia y que pudo ser causa de mayores males, a haber tenido los chicos peores inclinaciones. ¿ Sería tiempo aún de enmendar lo hecho ?

Difícil parecía ; pero podía ensayarlo. El cetro lo tenía al presente en sus manecitas gordezuelas y hoyueladas, esa parvada de angelotes rubios, de mejillas redondas y coloradas y de ojos azules y vivarachos!

¡ Inspiran tanta ternura esos chiquitines! ¡Se siente tánta dicha al besarlos!! ¡ Da tanta pena el oirlos quejarse cuando sufren algún dolor! - 70

Cuentos

La infancia y la aucianidad se asemejan en los cui la los que reclaman ; pero - oh! - de qué diversa manera se les presta ellos a la una y a la otra. Es que el amor es mucho más intenso cuando des.

ciende que cuando asciende, por sabia ley de la naturaleza ......

Marta , - que vaga y confusamente comprendia toilo esto en esos momentos de soledad y de añoran . za – abrió la puerta de su pobre cuarto , – en que se

acumulaban cuantos productos no cabían en el gra nero y cuantos cachivaches podian presentar fea vis ta en las otras habitaciones, -salió al jardín y se sen . tó en el banco que había al pie ile su ventana, tenien .

do entre sus manos , arrugadas y curtidas por los años y el trabajo, el antiguo libro en que leia sus oracio nes, y cuya lectura habían interrumpido esa ma ñana sus melancólicas reflexiones.

Desde allí abarcó su mirada los campos hermo samente cultivailos. No le había parecido nunca tan bello el espectáculo que tenia ante sus ojos , ni tan sublime la música con que la naturaleza rega laba sus oídos.

Los primeros rayos del sol doraban los prados

y dibujaban en el suelo caprichosas figuras por en . tre el follaje de los árboles.

El susuro de las ho

jas se mezclaba al rumor de los arrayuelos y al canto de las avecillas.

Marta permaneció unos instantes arrobada en lit contemplación del magnífico panorama que se desplegaba ante su vista; escuchando extática el

divino concierto, bañada exteriormente por esa luz tibia y suave del alba, en los países templados y sintienio en lo interior otra luz y otro calor, que - 77 -

Lastenia Larriva de Llona

infundían en todo su sér un bienestar indefinible,

que no sentía desde hacía muchos años! Era que con esas auras primaverales veníale el

recuerdo de su niñez y de su juventud ; de cuando estaba al lado de sus padres, de cuando vivía su marido, aldeanos toscos todos ellos , pero que no resistían al infiujo de las gracias y de la belleza que de ella emanaban entónces y los que a su manera , trataban de halagarla . ¡ Pero eso estaba tan lejos!

Y desde aquellos tiempos ya remotos, no había ella vuelto a embelesarse en la contemplación de los risueños cuadros de la naturaleza.

tenido tiempo de hacerlo .

No había

Se levantaba siempre

con la aurora; pero ¡ tenía tanto que trabajar! Le ha bría parecido un crimen perder unos minutos en admirar esos espectáculos magníficos con que la Providencia nos obsequia tan liberalmente, en vez

de consagrarlos a las faenas materiales embrutece doras, pero que significaban el bienestar de los suyos .

Marta bajó la vista, que inconscientemente se elevaba al cielo y la dirigió hacia el lado en que los labradores se agitaban en la santa obra de hacer rendir a la madre tierra las ofrendas necesarias a la vida de los seres humanos.

Allí estaban sus hijos y sus nietos . Se habían ido al trabajo como de costumbre, sin que se les ocurriera hacer fiesta esta fecha sagrada en que ha bía venido al mundo aquella que les había dado el sér; sin haberla obsequiado siquiera el beso que, por lo menos en tal día, tenía ella el derecho de esperar;

y volverían a la hora del almuerzo, contando con ។

-78

Cuentos

encontrarle preparado por las diligentes manos de la anciana, pero sin pensar que debían pagarle sus afanes aunque fuera con una frase cariñosa! No, ni los grandes ni los chicos se tomarían este trabajo. Marta entró de nuevo a la casa, con intención

de dirigirse a la cocina, cuyas hornillas no había encendido aún ; pero otra vez la idea sublevadora

acudió a su mente y la hizo detenerse en el umbral. Volvió a dirigir una ojeada a los campos, don de lejos, muy lejos, divisaba las siluetas de esos seres que, en su mayor parte habían tomado vida

en sus entrañas; sintió que una lágrima asomaba

a sus párpados arrugados, la enjugó con la punta del delantal, y lentamente , muy lentamente, se en :

caminó, no a la cocina, sino a su dormitorio, del que pocos momentos antes había salido.

Sobre el lecho, sobre la mesa, por las sillas, se veían esparcidas diversas labores empezadas: medias para los más grandes, corpiñitos para las niñas, gorritos para los chiquillos, lo recogió todo en una canasta y lo distribuyó en las habitaciones de sus hijas y de sus nueras. Luego regresó a la suya, se encerró allí y después de exhalar un hondo

suspiro que alivió su oprimido corazón, volvió a to. mar su libro y se puso a leer tranquilamente senta da en su viejo sillón .

Dieron las diez en el antiguo reloj , que tantas horas, ya tristes, ya alegres, había sonado en su existencia .

Era la hora del regreso .

Una avalancha bulliciosa llenó la casa. -¡El almuerzo !

¡El almuerzo! -79

Lastenia Larriva de Llona

-¡No está puesta la mesa ! -¿Por qué se ha retardado la abuelita ?

-¡A la cocina ! - Los fogones están fríos. - ¿Qué novedad es esta? ¡ Caso insólito ! Por vez primera falta la cum plida criada a sus obligaciones. -

-¿Qué le habrá pasado a mamá? - se pregunta la hija mayor. Y se dirije al cuarto de ella, presa de cierta vaga inquietud .

La encuentra tranquilamente sentaila en su si llón , con las gafas puestas y leyendo su libro. -¡Mama ! ¿ No hay almuerzo ? ¿Qué ha su : cedido ?

-¿Se ha acordado nadie del dia que es hoy ? interrogó la madre, por toda respuesta . -¿Hoy? - Hoy cumplo sesenta años y he pensado que es ya tiempo de descansar. -

-¡Mamá! – dice la hija, entre enternecida y a vergonzada .

- Si , hija mía . Desde hoy trabajarán uste. des. He comprendido que también yo tengo el de recho de descansar y tomo para este descanso los pocos días que me restan de vida ! .....

La hija, aunque un poco ruda, no era mala; se arrodilló a los pies de la madre, le tomó las manos,

se las besó respetuosamente y, con las lágrimas en los ojos, pero una dulce sonrisa en los labios, se dirigió a desempeñar, alegre y diligente las faenas que por tan largos años habia visto realizar á su madre.

Fatalidad

try

imprimió un cariñoso beso en la pura frente de su hija

I

-¿Te vas ya , madre del alma ?

- Como todas las noches, hija de mi corazón . - Pero es que esta noche no es como todas las noches .

– Tienes razón , Susana mía, y por eso volveré más temprano que de costumbre.

– Pues entonces, vete cuanto antes . - Hasta dentro de pocos momentos . -

Este diálogo entre madre e hija, tenía lugar en un coquetón saloncito de una bonita casa, situada en barrio excéntrico de urbe populosa y el único testigo de él , era una anciana valetudinaria que, có. modamente instalada en un sillón de ruedas, pres. taba atención a las frases cruzadas entre su hija y

su nieta, sonriendo alternativamente, con cariñosa -83

Lastenia Larriva de Llona

complacencia a las dos mujeres que constituían su sola familia y su única felici lad . La madre imprimió un cariñoso beso en la pura

frente de su hija, y se echó presurosa i la calle. La niña volvió al lado de su abuela .

-¡Cuánto me duele que mamá trabaje de no

che! – exclamó, como si hablara consigo misma. A la verdad , no comprendo su empeño de que no la acompañe yo al taller: con la labor diurna de ambas sería suficiente para llenar nuestro presupuesto, y en último caso, podría yo privarme de muchas su

perfluidades y no sería desgraciada por eso. ¿No te parece que tengo razón , abuelita ? -

– Nó, nó, hija mía : eres muy delicada y no po drías resistir esa vida de recio trabajo. Además, cons tituyes el único tesoro de mi Antonia y por eso te cuida tanto. La abnegación ha sido siempre el dis tintivo del carácter de tu maitre. Hace dieciocho

años que trabaja ella sola para las tres y Dins ben .

dice sus esfuerzos, porque, tú lo hits dicho, no nos falta ni lo superfluo . - ¡ Pues por eso, precisamente, sueño yo con

proporcionarle el descanso que tanto merece y de que tanto necesita! Por eso, más aún que por mi propia dicha, he aceptado con tánto júbilo el amor

de Enrique.... Y ya sabes que esta noche debe él pedirle mi mano. Hasta ahora sólo te conoce a ti, pues jamás está ella en casa antes de las loce .....

Dentro de pocos instantes se lo presentaré. Tengo la convicción de que ambos han de simpatizar, porque

son dos corazones hechos para comprenderse; y sin embargo zlo creerás, abuelita? tiemblo al pensar que se acerca el instante de su entrevista. ¿Por qué este temor? No acierto a explicárinelo. Dime que soy una loca, maillecita, -continuó la joven , pasando amo រ

-84

Cuentos

rosamente sus brazos al rededor del cuello de la an

ciana y escondiendo en su seno la rubia cabecita ; –

díme que son infundados mis recelos; asegúrame que mi madre y Enrique se han de querer mucho,

mucho; disipa con tus besos las nubes que obscure cen mi dicha! .... II

Con paso ligero, como sentia ligero su corazón , atravesó Antonia calles y más calles, hasta llegar a un arrabal de la ciudad, opuesto a aquel en que vi vía. Mientras caminaba, no estaba ocioso su pensa . miento .

-¡Qué contenta está la hija de mi alma! -se de cía.- ¡Y cómo merece su felicidad! Porque imposible es encontrar otra criatura tan inocente, tan casta , tan amante ! ¿Por qué tengo tanta confianza en su

ventura? ¿ Por qué no se me ocurre dudar de que Enrique la ama como ella merece ser amada ? Será, tal vez, porque habiendo sido yo tan infeliz, creo te. ner derecho a que mi hija sea dichosa. No conozco al elegido de su corazón sino por el retrato físico y moral que ella me ha trazado de su persona, y ese retrato podría ser muy parcial ; pero mi buena ma

dre me asegura que es de un perfecto parecido. Es ta noche le conoceré. He ofrecido a mi Susana re

gresar más temprano que de costumbre y cumpliré

mi palabra , a pesar de que precisamente todas estas noches hastir el día de sus hodas debería estar en la

calle más largo tiempo. ¡Si ella supiera ! ¡Si supie. l'a mi mulie! ¡Me estremezco al pensarlo! Pero ¿có. mo han de adivinar ? ........ ¡ El taller! Creen que

voy al taller. Si, allí fuí por espacio de largos años y trabajando día y noche hasta caer extenuada, ape -85

Lastenia Larriva de Llona

nas si conseguía que no perecieran ellas de hambre. ¡ Mi santi madre it quien la locura de mi juventud casi la hace perder la vida y mi hija inocente y bella que ignora la falta de su madre y que es el único r'a yo de sol en mis horas tenebrosas !.... Mi madre, que de tántos cuidados ha menester para conservar unos días más su combatida existen

cia ; mi hija, delicada flor, herida por incurable mal desde el vientre de su madre infeliz , a la cual , se

gún me dicen los médicos la más leve impresión puede matar !.... Fué en una noche horrible cuan

do miraba languidecer a ésta por falta de alimento y cuando respecto a aquélla había formulado el facul tativo una fatal sentencia si no cambiaba de mé . todo de vida, cuando ine decidi a hacer lo que tán .

tas veces había pasado por mi atormentado espíritu como una tentadora idea . Y desde entonces, tienen ellas cuanto han menester, hasta con ese lujo que,

a veces,es la vida para las naturalezas exquisitas !... Hoy sigo yendo al taller, pero es sólo para salvar las apariencias, porque trabajo . tan poco y es tam

bién tan escasa la remuneración que .... si no fuera por .... Pero vamos, vamos a vestir midisfraz .... Antonia , que había llegado al término de su ca

mino, interrumpió su monólogo y se detuvo ante una habitición de misero aspecto: una especie de sórdida tenducha. Introdujo una llave en la cerra dura de la puerta, empujó ésta y penetró en el cuar .

to volviendo a cerrarlo por dentro. JUI

-¿Me quieres ? - ¡Te adoro! -

-¿Me querrás siempre así? - 86 -

Cuentos

-¡Te lo juro ! Este es el eterno ritornelo de la canción del

amor: este era el de la conversación de Enrique y Susana en esa noche, mientras la abuela dormitaba

en su sillón , arrullada por el murmullo de sus voces. ¿Qué has hecho en todo el día?

-

- Pensar en ti .

- Como en ti he pensado yo. -¿Y qué más ? -

. - Hablar de ti .

- Como de tí he hablado yo .

-¿Con quién ?

- Con mi madre, con mi abuela. ¿Y tú, con quién ?

-Yo con mi pobre. Con la infeliz mujer a quien como te he contado otras veces, favorecemos todos los amigos que formamos nuestro Club. Como yo me he hecho la obligación de darle cotidianamente una limosna, me aguarda ella todas las noches en la

puerta de casa cuando salgo de allí para venir acá, y asi cambiamos siempre algunas palabras afectuo. sas: limosna de cariño, que creo le es más grata aún que la del dinero. Yo no tergo madre, no tengo fa . milia y creería profanarte hablando de tí con los ex

traños; pero me parece tan buena esa mujer, encuen tro tánta dulzura en su voz, cuando me implora por

su madre anciana y su hija adolescente; se trasluce tánta emoción en las palabras con que agradece mi dádiva, que no he temido hablarle de ti . Sabe única. mente que tengo una novia muy linda y muy bue

na a quien adoro y le he suplicado que ruegue al cielo por nuestra felicidad. Hoy se lo pedí con mayor ahinco y con más ardor me lo ofreció ella. ¿Te dis. gusta, acaso, que la haya hecho con.idente de nues tros amores ?

-87

Lastenia Larriva de Llona

-¡Qué sé yo! No debería disgustarme. Tal vez

peco le orgullosa , pero me imagino que uma meni ya no puede tener delicadezil de sentimientos. ¿ Por qué? ¿ Porque es desgraciada ? ¡Susil nita ! ...

- Porque pienso que yo me dejaría morir antes que degradarme de ese modo. IV 2

- Tu madre, Susana, -dijo la abuela despertan. .

dose al oír el aldabonazo que anunciaba la llegada de Antonia .

-¡Mi madre! -exclamó con júbilo, no exento de

cierto sobresalto la joven , poniéndose rápidamente de pie . Enrique la imito, disponiéndose ambos a salir

al encuentro de Antonia, cuando ella apareció en el dintel de la puerta. -Hija mia; señor de Miranda, -dijo alargando cordialmente la diestra al novio de su hija.

- Señora ... -había él comenzado a decir, pero detúvose de repente al oír la voz de Antonia y re trocediendo un paso como si hubiera pisado un rep.

til , abrió los ojos de un modo desmesurado, fijándo los con una especie de terror en la mujer que tenía delante de si , mientras palidecía espantosamente. Antonia le miró a su vez : el foco eléctrico daba

de lleno en el rostro de Enrique. Un grito desespe rado, un grito sobrehumano, el grito de una loca se

escapó de la garganta de la madre de Susana . -¡EI ! ¡ El ! -exclamó como para escapar a la ho . Irible realidad .

-¡Ella! ¡Ella! -rugió él.- ¡Es tu madre la mendi ga, Susana ! ¡ Es tu madre y me engañabas y fingias -

1

-88 3

Cuentos

una altivez y un orgullo que no podías albergar en tu alma degradada !

-¡Enrique! -balbuceó la niña, cuyo rostro se había tornado cadavérico instantáneamente .

--¿Con que en vez del taller, al que me asegu . rabas concurría de noche tu madre, – prosiguió él

sin piedad, - iba vestida de narapos a estacionarse a la salida de los teatros y a las puertas de los clubs y de los hoteles, a implorar la caridad pública para pagar tus caprichos y tu lujo innecesario ? -¡Perdón ! ¡mi hija es inocente ! ¡Yo, sola yo, soy la miserable , - exclamó la desdichada madre.. -

-

pretendiendo, sin conseguirlo, detener al joven que de un salto abandonó la estancia .

-¡Susana, hija mía! -gritó entonces Antonia , abalanzándose hacia su hija. En los brazos de su atónita abuela, blanca como

una azucena tronchada por la tempestad, exhalaba su postrer suspiro, la pobre niña víctima del mismo amor de aquella a quien debió su frágil existencia ....

12

Una fiesta en el Cielo (CUENTO DE NAVIDAD, PARA MIS NIETOS)

IA Fué dejando a la cabecera de los humildes lechos ...

¿Con que queréis, hijos mios, que os cuente un cuento?

¡ Ay! Esa es la tarea de las abuelas : contar cuentos. Tarea bastante difícil en verdad, pues pre

cisamente cuando empiezan a declinar nuestras fa cultades mentales es cuando ella se nos exige con mayor imperio . ¡Un cuento! ¡ Y que he de sacarlo de mi cabe .

za! ¡ Pues ahí es nada! ..... ¡ Mi pobre cabeza! .... ¡Si supierais vosotros, como está mi cabeza! ... Pero nos hallamos en la víspera de Navidad y

no se os puede negar nada en este día que es el gran día de la infancia .

No hay remedio: es preciso daros gusto. Venid acá: l'oileadme todos. ¿Cuántos sois ? ¡ Dieciséis! -93

Lastenia Larriva de Llona

¡ Dieciséis pedazos de mis entrañas, y el mayor de vosotros no cuenta máis de diez años!

¿ Seréis capaces de estaros quietecitos y de prestarine atención durante un cuarto de hora si

quiera ? ¿Sí? Pues empiezo; no me interrumpáis. Erase que se era una gran fiesta en el Cielo, como que se celebraba precisamente en ella el ani

versario del nacimiento del niño Jesús, de ese Niño a quien tanto amais todos vosotros.

Si el día del cumpleaños de cada uno de mis picarillos nietos echan , como suele decirse, sus pa dres la casa por la ventana, y eso que no siempre

merecen los tales esos festejos, – ¿ qué no pasaría en el Cielo, tratándose de obsequiar al Niño Dios , a aquel Divino Infante, que jamás dió a su Madre Santisima el más leve disgusto y a quien todos vosotros, debéis tomar por modelo? -Y siendo tan bueno ¿ por qué quiso matarlo el rey Herodes ?

- Por eso mismo, porque los malos son enemi. -

gos de los buenos .

– Pero El se salvó huyendo a Egipto en un bo .

rriquito, como se ve en el cuadro que tú tienes a la cabecera de tu cama. -

¿No es verdad, abuelita?

- Exactamente; pero no me volváis a inte.

irumpir que ya prosigo mi cuento.

La infinita familia de los Bienaventurados, los

Patriarcas, los Profetas, los Apóstoles y los Márti. res y las Vírgenes y los Santos; y sobre toda esa inmensa muchedumbre, la muchedumbre alada de Angeles y de Arcángeles y de Querubines y de Se ranfies y de Tronos y de Dominaciones, se esfor zaba a porfía en celebrar dignamente el aniversario - 94

Cuentos

del Gran Misterio; ese aniversario que debía llamar se por antonomasia, el aniversario dichoso de la

Humanidad ; y ya individual, ya colectivamente, to dos contribuían al regio esplendor de la fiesta ..... Pero ...... ya estáis traveseando . ¡Ea! ¡ Las mujercitas a un lado y los hombres al otro !

Sigue, abuelita, que ya estamos formales. - Para realizar aquel fin , tenían a su servicio,

lo que ningún mortal puede tener: lo que no puede soñar la fantasía humana más exaltada .

Los campos del Empireo se habían adornado

con sus más pomposas galas, ostentando por doquie. ra flores maravillosas no conocidas en la Tierra , que recreaban la vista y el olfato de los celestes mora

dores ..... -¿Pues acaso tienen ellos vista ni olfato, abue. -

lita ? ¿No son espiritus puros, solamente. - Nosotros tenemos que dotarlos de sentidos, como los dotamos también de rostros y de cuerpos,

porque nuestra imperfecta naturaleza no nos per: mite imaginarlos de otra manera .......Pero dejad .

me proseguir. De la luz que derramaba sus esplendores por todos los ámbitos celestiales, no puedo daros ni si

quiera una idea aproximada, pues no existen en ningún idioma humano frases adecuadas para des cribir semejante prodigio. Imaginaos que en vez de un sol que tenemos nosotros para alumbrarnos, brillan allá innumerables soles .....

-¿Como cuántos abuelita ? - Incontables: ya os lo he dicho .

Y si nos pusiéramos a contarlos, desde ahora hasta ...... -95

Lastenia Larriva de Llona

-Sí, hasta que se os acabara la vida ...... Pe. ro por el momento no contéis . Dejad que cuente yo ...... el cuento que he comenzado. Pues estos millones de millones de soles se

veían además reproducidos hasta lo infinito , por los lagos y los ríos y los mares que son los espejos del cielo ....

-¡Ay, qué espejos tan grandes ! - Los marcos de ellos los formaban perlas y corales y toda clase de piedras preciosas en profu sión infinita .

-¡Todo lo llamas tú infinito ! -

- Porque no hay palabra que pueda expresar

mejor la grandeza de Dios y de cuanto lo rodea. Sigo mi descripción . Festones formados por arco iris encantadores adornaban toda la bóveda celeste con sus colores mágicos .....

-¿Como el arco - iris que vimos la otra tarde ? -

¡ Ay, qué lindo! -Y cuando llegó el crepúsculo vespertino, ten

diendo sus doseles de púrpura y de oro más esplén . didos que nunca, comenzaron a encenderse las so berbias iluminaciones que los mundos todos tenían

preparadas para esa noche, en obsequio del Unigé. nito Hijo de su Creador. Miriadas de astros llena ban los espacios con sus vivos fulgores y por entre ellos lucían de instante en instante los relámpagos

su intensa claridad , no amenazadora entonces, sino juguetona y alegre. - ¿ Sería eso como fuegos artificiales? – Así , algo parecido . . . . . . Los fuegos artificia. les del Cosmos. Pero me interrumpís a cada ins. -

.

tante .....

-96

Cuentos

Continúa, abuelita .

-¿Y la música ? ¿ Poiré describiros yo; alcan Zareis a comprender vosotros, lo que es la música del Cielo?

- Si , sí ; será como si mil violines y mil flau tas y mil....

- Todos los miles de instrumentos que juntá

rais, no poduan alcanzar a representaros lo que era aquel celestial concierto .

Figuraos que los ángeles

eran los que cantaban y que el acompañamiento de ese canto sublime, no escuchado jamás por oídcs hu manos, lo formaba la naturaleza entera . Los bos ques prestaron sus plácidos murinullos; las aves sus amorosos trinos; los océanos sus majestuosos rumo

res; los vientos, sus magníficas voces; y todo aque llo formaba un conjunto estupendo.... - Pero de una cosa no nos has hablado hasta S

ahora, abuelita .

¿No hubo banquete ese día en el

Cielo?

-Sí que hubo uin suntuoso banquete, como

que la Virgen Santísima misma presidió a la con fección de los manjares y hasta preparó algunos con

sus purísimas manos . Los árboles frutales de todas las zonas, enviaron sus productos más exquisitos; las cañas de azúcar del mundo entero se juntaron

para destilar sus más sabrosos jugos y todas las

abejas que pueblan el universo, pusieron a contri. bución sus ricas colmenas para ofrecer a Aquél que es todo dulzura, sus más olorosas mieles . De nubes inmaculadas y de nítidas espumas se

hicieron los manteles; y estrellas bajadas del firma mento y rayos verdaderos, encerrados en urnas cris.

talinas formadas por el hielo, reemplazaban a los focos eléctricos que alumbran vuestros comedores. - 97 -

13

Lastenia Larriva de Llona

Pero todas aquellas riquísimas golosinas apenas fue. ron probadas por el Divino Jesús. -¿Y por qué? - Porque prefirió santificar la fecha de su cum

pleaños, ejerciendo la Caridad . Acompañado de su Corte infantil, es decir, de los pequeños ángeles que la forman , bajó esa noche a la tierra y penetrando en todos los hogares pobres, fué dejando a la cabe. cera de los humildes lechos en que dormían los pe

queñuelos desvalidos, sendos paquetes de confitu . las .

-Yevuelve a hacer eso todos los años?

- Nó: lo hizo una vez para que los niños ricos, o que siquiera disfrutan de un modesto pasar, lo hicieran después a imitación suya, con las criaturas menesterosas que conocieran . -Yo partiré mañana mis aguinaldos, con los pobrecitos. -Y yo . -

-Y yo. - Todos, abuelita, todos .... - Así sea y el Niño Jesús os dé la recompensa en el Cielo .

Inexplicable

2

! 1

4 1

iba Esteban al cementerio llevándole una corona

de flores....

Pasión se llamaba la mujer de Esteban y nun . ca convinu mejor un nombre a un carácter y hasta a un fisico, pues si el alma de la que llevaba ese

nombre era toda fuego, su bello rostro en el que brillaban dos grandes ojos negros con luz ardiente, parecían despedir chispas, cuando os miraban . Naturalmente Pasión era muy celosa. Celosa

sin razón y por efecto, únicamente, de su carácter suspicaz, inquieto y desconfiado. Esteban que se había casado muy enamorado

de ella y que seguía estándolo, no sólo soportaba con l'esignación esos celos, sino que aun se sentia halagado por ellos, pues los consideraba como efecto - 101 -

Lastenia Larriva de Llona

natural del excesivo amor que la profesaba su mu jer. Pasión era muy delicada de salud . Hija de un padre tuberculoso , había heredado la fatal dolencia

que cada día hacía mayores estragos en su debil or ganismo, y sus nervios excitados por la enfermedad, tenían una sensibilidad que la hacían sufrir, ya lo hemos dicho, de manera insoportable, sobre todo, infundiéndole sospechas sobre la fidelidad de su ma rido .

En vano su prima Consuelo, razonable mucha

cha que a su lado vivia y la única mujer que no le inspiraba celos, la amonestaba continua y cariñosa mente por su injusta intemperancia . - Vas a aburrir a Esteban , --solía decirle . El amor de los hombres no resiste a esas punzadas de todos los momentos y si hasta aquí es inocente de las faltas de que lo acusas no lo será probablemen te, mañana, cansado de que le atormentes sin fun damento .

Pasión no escuchaba estas prudentes razones, como suelen no escucharlas los celosos.

El mal físico de que sufría Pasión iba agravan dose de día en día y tanto por amor como por pie.

dad , soportaba Esteban pacientemente el martirio que le infligia su compañera. - Júrame que no te volverás a casar cuando yo

me muera, – le decía Pasión . Y él juraba, intima mente convencido de que así había de ser, no por el respeto que le inspirara ese juramento, sino porque su corazón le decía que no se ama dos veces en la vida .

- Es que yo no consentiré en que tengas otra -102 -

Cuentos

esposa , le dijo aquélla, la víspera de su muerte, ha blando con esa lucidez que conservan los tísicos hasta el último instante de su existencia.

- No me casaré, nó, --le contestaba el afligido Esteban , entre sollozos. - Tu recuerdo bastará para llenar todas las horas que me resten de vida. -

- Te repito que yo no consentiré que llames compañera tuya a otra mujer.

Me levantaré de la

tumba para impedirlo. No podríais gozar de un minuto de dicha, ni aún de tranquilidad, porque yo me interpondría entre vosotros. Verías mi rostro constantemente delante de ti, airado y amenazador, cuando intentaras acercarte a la que me hubiera ro bado tu fidelidad, para darle un beso; sentirías latir mi corazón con este ritmo inconfundible para tí,

cuando te imaginaras que sentías el suyo, y escu :

charías mi voz, esta voz tan acariciadora, cuando ella te repite sus frases de amor y que entonces sentirías vibrar de odio y de rencor.

-¡Loca, locuela! - le repetia él mientras le ha cía una tierna caricia, que era la más elocuente res. puesta. Se murió Pasión .

En un día triste del melan .

cólico otoño, mientras caían las hojas amarillentas en el parque vecino a su morada, la contempló Es teban con una inmovilidad de estatua y con la

blancura y la frialdad del marmol, dentro del fé. retro que había de guardar por siempre su sueño . Su rostro conservaba aún la expresión de me.

lancolía que le habia sido habitual y en la con tracción de sus labios exangües se creía ver un ríctus amargo . Parecía como que iban a abrirse para dejar escapar una queja, o la pregunta tan - 103 -

Lastenia Larriva de Llona

tas veces formulada y que envolvía como una ame naza :-- Volverás a casarte, dime? No pensaba, entonces, hacerlo Esteban . Nó, no

lo pensaba y transcurrieron largos meses sin que pasara por su cerebro otra idea que el recuerdo de su Pasión .

Mucho sufrió.

Llamó a la muerte en todos

los tonos y creyó que apiadada de su dolor ven dría en su auxilio .

Pero no vino,, y poco a poco

fué calmándose su acerba pena, porque era el muy joven todavía y porque aunque había amado sincera y profundamente a Pasión, no podía bastar su re . cuerdo, como él lo había creído, para llenar su existencia. El tiempo realizó su obra consolado . ra, como la realiza siempre; y ocuparon la resig.

nación y la tranquilidad, el lugar que antes lle. naba la desesperación. Todos los meses, el dia 13, fecha en que mu rió Pasión, iba Esteban al cementerio llevándole una corona de flores que el mismo confeccionaba

ayudado por Consuelo y que ambos regaban con su llanto, porque no había sido él solo para sentir a Pasión . Las lágrimas de Consuelo habían corrido junto con las suyas cuando aquélla murió, y esta comunidad de dolor aumentó el cariño que siem . pre le había inspirado la dulce niña, prima de su mujer. Sin darse Esteban cuenta de ello, fué cam

biándose el tranquilo sentimiento que Consuelo le inspiraba, por otro inás exclusivo y ardiente, al que ella fué correspondiendo de la misma manera, y cierto día se abrieron de par en par sus cora zones y subió a los labios de ambos jóvenes el amor que en aquellos les rebosaba. ¿ Cómo fué ello? - 104

Cuentos

Misterios del corazón humano. Lo cierto es que así suceilió. Puede decirse que se amaron en Pasión y por Pasión .

Li dulzura del carácter de Consuelo, su psi cologia tan opuesta a la de la apasionua muerta ,

sedujo, tal vez por el mismo contraste, a Esteban que anhelaba reposar en la suavidad de esa alma , dulce y

compasiva, más que fogosa y exclusivista. No creyó Esteban faltar con ello al juramen. to que le había exigido su Pasión . ¡Hablaba tánto de ella con Consuelo ! Por ella, por su calo recuer: do, se habían amado los nuevos prometidos. Aun

que Pasión había sido tan celosa, no era posible que tuviera celos ahora que su espíritu habitaba en

las altas esferas a las que sin duda no llegan los míseros afectos humanos.

Con estos pensamientos lograba tranquilizarse Esteban y tranquilizar a su novia, cuando sentían

en su conciencia la picadura de cierto bichillo roedor. Se casaron .

El primer dia 13 siguiente a su matrimonio, fueron como de costumbre al cementerio, llevan .

do las consabidas flores para la tumba de Pasión . Esteban había hecho grabar en letras de alto re

lieve los siguientes versos en la losa que cubría la boca del nicho :

Aqui yace mi Pasión ,

y para siempre a su lado, sin consuelo y lacerado, se hallará mi corazón .

En ese día 13 a que nos referimos, no se acer caron juntos Esteban y Consuelo a la sepultura. -105 -

Lastenia Larriva de Llona

Por un sentimiento que no acertó ella misma a explicarse, pero al que le fué preciso obedecer, se detuvo Consuelo en el cuartel anterior a aquel en que reposaba Pasión, avanzando solo Esteban hasta

la tumba de su primera mujer. Pasaron así unos minutos en los que maqui. nalmente leía Consuelo los nombres de los muertos

que la rodeaban . De pronto oyó una voz de impe riosas inflexiones, que llamaba: ¡Esteban! ¡Esteban ! Corrió hacia donde suponía que debía estar su marido y le vió pálido y convulso, apartarse brusca

mente del nicho que guardaba los restos de Pasión . -¿Quién te ha llamado? – le preguntó Con . suelo .

-¿Has oído tú también? -dijo él , volviendo ha cia ella el rostro desfigurado por el terror. -Sí, sin duda . Pero aquí no hay nadie. - ¡ Nadie!

-¿Quién ha podido llamarte? Esteban extendió la mano y sin poder articu lar una sílaba, señaló con el índice la lápida de la tumba .

Vacilante dió unos pasos para acercarse a Con .

suelo y ésta pudo ver entonces que la losa de már mol que el cuerpo de Esteban había tenido oculta

en parte, se hallaba rajada en varios sitios como al impulso irresistible de un movimiento seismico, habiendo saltado muchas de las letras que compo

nían el epitafio. - Vámonos, Esteban – dijo Consuelo, que erat presa también de un temblor nervioso.- Vámonos Esteban , - lepitió queriendo atraerle hacia ella. Pero Esteban no se movió; parecía clavado en -

- 106 –

1 1

Cuentos

el suelo . Era como si una fuerza sobrenatural, su perior a su voluntad lo mantuviera allí, inmóvil y como petrificado.

- ¡Vámonos, Esteban ! – gritó con más violencia Consuelo y comenzó a andar apresuradamente, arras trando consigo a su marido .

Llegaron a la puerta del cementerio y subieron al carruaje que allí los esperaba.

Esteban tiritaba apelotonándose en un rincón del coche .

-¿Has sabido tú nunca que los muertos ha. blen ? .... - preguntó a su mujer entre dos estreme cimientos .

Cuando llegaron a su casa era presa el joven de ardiente calentura y deliraba sin cesar, diciendo siempre:

-¡Los muertos hablan ! ¡ Los muertos llaman ! .. -

Todos los recursos de que dispone la ciencia médica moderna, fueron inútiles para salvar al des venturado y al cabo de tres dias de horrible agonía,

expiró repitiendo hasta su último instante : -¡Los muertos hablan ! ¡Los muertos llaman ......

1

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Iris

31С

la pareja originalisima de un anciano y una niña,

Hace ya muchos años que pasó lo que voy a referir; pero está tan vivo en mi memoria , como si ello hubiera acontecido ayer. Habitaba yo una casa, a inmediaciones de una de las iglesias más concurridas de la ciudad y

al pie de mi ventana, venía a instalarse a diario, la pareja originalísima de un anciano y de una niña, ciegos ambos. El , alto, moreno, enjuto, de recio ca. bello gris y de facciones pronunciadas, representa

ba unos setenta años; ella , blanca, rosada, rubia co. mo el oro, de carnes mórbidas el cuerpo y de lin das facciones el rostro, podría contar, en los días a -111

Lastenia Larriva de Llona

que me refiero, iinos once años . Puedo decir que la había visto yo crecer, pues hacíil largo tiempo que tenían por costumbre, pasar unas cuantas horas en el lugar indicado. Mis pequeños hijos que también se habían familiarizado con la presencia de la inte. resante pareja, gozaban entrañablemente socorrién . dolos y escuchando las tonadas y los cuentos de la muchacha, y riendo de los regaños del viejo; los

1

mendigos por su parte se mostraban siempre res 1

petuosos y agradecidos a sus cariños y a sus obse. quios. En su naturaleza moral podian advertirse tan . tas y tan notables diferencias, como en su naturale. za física : él, hosco, sombrio, mal humorudo siempre, jamás sonreía; ella, dichosa, alegre, reía , cantaba y

bailaba todo el día alternativamente. No eran padre e hija, no eran abuelo y nieta, como a pesar de esos visibles contrastes, podría alguien habérselo figura. do; no eran, tan siquiera, parientes. El parecía haber sufrido mucho en la vida ; los que le conocían contaban una lamentable historia

de una nieta que le abandonara fugándose de su la. do con un amante, con cuya desgracia había huído

para siempre la fé de su alma, como después huyó la luz de sus ojos.

¿Cómo se habían juntado el anciano y la niña ? Misterios del destino. Eran vecinos el ciego y la madre de la muchacha cuando él no había cegado por completo, pero ya se hallaba amenazado por el te

rrible mal ; tal vez fué esta amenaza, o tal vez el re* cuerdo de su ingrata nieta, lo que hizo nacer en su corazón, una simpatía que pronto se convirtió en vivísimo cariño hacia la niña cieguecita, y a la

que se apegó, cuando se realizó la temida amenaza, - 112 -

Cuentos

obscureciéndosele para siempre el universo . Casi al mismo tiempo se cerraron , también para siempre, los ojos de la madre de la niña; pero fue la mano

despiadada de la muerte la que realizó la triste obra; y quedó Iris, que así se llamaba la chica, sin más amparo en la tierra que el pobre amparo que Pedro podía prestarle, teniendo ambos el grande amparo del Dios de los Cielos. Y sucedió en defi

nitiva , que aunque él parecía el protector natural de la criatura , más, mucho más le protegia ella a él; pues si las limosnas caían profusamente en el sombrero del viejo y en la falda de la niña , ello se

debía a la simpatía y a la piedad que ésta inspiraba , por su belleza y candor. He dicho que se llamaba Iris; pero no sé si porque ese nombre se le hubiera a ljudicado en la pila bautismal, o porque a él se le antojase lla marla así, como símbolo de la paz que ella había traído a su espíritu rebelde. La pareja se adoraba . Refunfuñanilo cons tantemente el viejo, cantando en toilo momento la chiquilla , se entendian sin embargo , a las mil maravillas. Antagónicas eran las ideas y los sen timientos de él y el sentir y el pensar de ella, si

es que pueden llamarse pensamientos las ráfagas de luz que pasaban por su infantil cerebro, como en compensación de las eternas tinieblas de sus

ojos; pero esas ideas y esos sentimientos opuestos, por lo general, acababan siempre por ponerse de acuerdo y -icosa extraña ! - era el anciano el que aco

modaba generalmente a la mente y al corazón de la niña, su corazón y su mente.

-¡Qué horrible calor hace, muchacha ! - solia decir él , cuando los rayos perpendiculares del sol, -113

15

Lastenia Larriva de Llona

caían sobre la vereda en que ambos se sentaban . ¿Por qué has preferido este sitio? -¿Le molesta a Ud. el sol? -contestaba ella ¿El sol que nos regala este dulce calor ? -¡Muy dulce ! como para achicharrarse ..... -

¡Si pudiéramos, siquiera , ver su hermosa luz ! Tú no puedes imaginarte lo que es eso , porque nunca lo has visto !

- Si me lo imagino, padre; sí me lo imagino. Es como cuando mi madre regresaba de la calle

después de haberme dejado sola muchas horas, y me cogía en sus brazos y me besaba .

- Bueno : eso te daría calor; pero la luz, la luz .... ¿Cómo puedes imaginártela tú , que no lit conoces?

– Ese calor del seno de mi madre, esas caricias eran luz, la luz hermosísima de que me habla U11 . Y esa luz del amanecer que tantas veces me ha descri to Ul.xno es como el perfume que siento cuando en . -

tramos al jardin de la señora Rosalía, como el canto de los pájaros que allí se escucha, como la brisa que acaricia mis mejillas, como la lluviecita que cae so bre mi frente ? .... ¿Por qué se entristece Ud. por no ver ? ¡ A mí me importa tan poco ser ciega! ¿Aca so son más dichosos que yo, los niños que ven ? Yo los oigo llorar muchas veces y yo sólo lloro cuando está Ud . triste o enojado.

- Calla, calla tonta , retonta; es que como no has visto nunca, no sabes lo que pierdes.

- Padre, usted que no ha visto nunca a Dios ino se lo puede imaginar ? – Claro que nó ¿quién es capaz de ello? .

- Pues mire usted que yo soy más feliz que los que ven , porque yo si me lo imagino. - 114

Cuentos

- No digas disparates. -Sí, sí : cuando pienso en Dios se me llena el alına de algo muy dulce, muy bueno, muy gran . de que no puedo explicar, pero que siento . Es como si me bañara toda en algo muy suave, muy

oloroso que me hace muy feliz, que me pone muy alegre, y deseo entonces, cantar, cantar; pero no esos cantos que sé, sino otros muy lindos, que fueran como los que cantan los ángeles en el cielo ....

El viejo inclinaba la cabeza y no replica ba ya. Yo desde mi ventana escuchaba a menudo dia

logos tan originales como éste, y dia a día me inspi raban más interés la niña y el anciano.

Las amargas quejas del que había perdido el bien de la vista, después de haber gozado de él , y la conformidad alegre de la que no había visto jamás, me sumían en las inás hondas reflexiones . He aquí

solucionado un gran problema, me decía: el de si son más desgraciados los que no han visto nunca , o los que pierden la vista después de haber disfrutado de ella .

-¡Qué exquisita fragancia ! --exclamó un día, Iris al sentir con ese refinado olfato que poseen los ciegos, la que exhalaban las flores que en una

enorme canasta, llevaba un hombre -- ¿ No sielite usted, padre ?

-Si por cierto; es que habrá pasado algún vendedor de fiores.

¡Cuánto sufro al no poder

contemplar su belleza!

– Eso a mí no me importa ; aspiro su esencia , y la esencia es el alma de las flores. -¿Qué sabes tú de eso, muchacha ? La Hermanita de la Caridad que cuidó a mi madre en el hospital me enseñó eso; y como -115 -

Lastenia Larriva de Llona

ella me decía que el alma vale más, mucho más que el cuerpo y que sólo debemos cuidar de la hermosura de aquélla y no de la de éste, no me preo . cipo yo tampoco de la belleza de las flores, sino de su aroma.

– Pero ¿ sabes, siquiera, si las que te hacen ese regalo son rosas o claveles o jazmines ? – Lo sabría fácilmente, tocándolas; y aun po dría reconocerlas, por su mismo olor. ¿ Pero qué falta me hace saber sus nombres ? ¡ Me sería acaso más grato su perfuine sibienilo cómo se llaman ? Por ven

tura , me quiere U11 . más, porque me llamo Iris, que si me llamara. Juana, ó Manuela o Josefa ? - Nó, pero me apena el que no puedas tú ver tu nombre estampado en el cielo . ¡ Es tan hermoso!

- Más hermoso es su significado, pues el primer Arco Iris que apareció en el Universo , selló la alian za del Señor con los hombres; sé que él significa piz, paz y ilmor y no se ha menester de la

vista

de los ojos , para comprender que no hay hermosura

igual a la que nos hacen concebir esas palabras.... Así nos lo explica el Padre Antonio en el Catecismo...... Un día me pareció notar triste a la pequeña

Iris. Ela esto muy extraño en ella , y se me ocu rrió que estaba enferma; me confirmé en la idea

al observar que se acurrucaba junto al viejo, em bozándose lo más que le era posible en su raido pañolón .

-¿Qué tienes? ¿ Por qué tiemblas ? -le pregun tó su compañero, al sentir su contacto . – Tengo frio y dolor de cabeza. -¿Es que estás en ferma? - No sé .

- Regresémonos a casa. - 116 -

Cuentos

– Nó pure, hoy es domingo y hemos de re cibir bastantes limosnas. Efectivamente, llamaban a misa de nueve en

la iglesia inmediata y los vecinos acudían a ella en gran número, dejando muchos al pasar, sui ca : ritativo óbolo en las manos de la niña .

De pronto volvió ésta il romper el silencio: – Padre , dijo, -¿cómo es la muerte ? ¿cómo se Vå uno de este mundo ?

- Me preguntas algo que también es un miste. -

rio para mí. ¿ Por qué quieres tú saber eso? ¿Tienes miedo de morirte ? ¡Para la vida que llevamos !.... - No tengo miedo a la muerte; pero no qui . siera morirme sola . He oído decir que la muerte es un viaje muy largo, muy largo, del que no se vuelve nunca ....

La niña se quedó un momento pensativa ; lue . go continuó: - Cuando vinimos de nuestra tierra mi madre

y yo, caminamos mucho tiempo, mucho, muchísi. mo .... Caminábamos a pie, es decir caminaba ella, pues a mí me llevaba carga a; yo me dormía en su hombro y no tenía miedo; a veces nos presta

ba su caballo alguno de los compañeros de viaje y entonces era yo muy feliz ! ¡Cómo me gustaba andar a caballo !

-¿Y después, te llevaron a un vapor ? -Sí , pero eso no me gustó, estaba como aho. ra con frío y dolor de cabeza; y como ahora lo hago con usted, me acercaba cuanto podía a mi mamita para calentarme y para no sentirme sola ...

Calló Iris un rato , y luego volvió a hablar. Las palabras salían de sus labios con una volu

bilidad , con un apresuramiento, que acusaba un - 117

Lastenia Larriva de Llona

estado febril , que se notaba , asimismo, en el en . cendido color de sus mejillas. - Ayer sí que me dió pena ser ciega, -dijo. - Ayer y ¿ por qué? Porque hubiera querido ver a la chica que

1

-

se murió en el cuarto vecino del nuestro. ¡Todos decian que estaba tan linda con su vestido blan co y su corona de flores ! ¡Pobrecita ! ¡ Pobrecita ! ...

¡ Irse sola, sola , sin que nadie la acompañara! ¿Y Ud. me dejará ir sola, si yo me muero ?

- ¡Vaya! no hables de esas cosas, chiquilla; en marcha para nuestra casa que estás enferma

y ya me has contagiado, porque me siento, tam bién , con dolor de cabeza .... No vinieron los ciegos a su puesto acostum brado al siguiente día, ni al otro, ni al otro .

Comencé a inquietarme; envié a un criado a la casa de vecindad en que sabía yo que habita ban , y las noticias que me trajo fueron alarman

1

tes .

Ambos estaban enfermos, y según los datos que pudo adquirir, se temía que fuese la peste bubonica .

Precisamente se presentaban entonces 1

en Lima, por primera vez, algunos casos de tan terrible mal y el pánico empezaba a cundir en to da la ciudad .

Sin detenerme a pensar en el gran peligro a

que me exponía yo y exponía a mi familia , me dirigi al domicilio de los ciegos .

Empujé la puerta del cuarto que me indica ron .

Eran las seis de la tarde y a pesar de que

estábamos en verano, no había casi luz en el apo sento húmedo y triste. -118 -

1

Cuentos

– Una vela eno hay una vela ? -- pregunté, sin atreverme a avanzar. C

- Para qué vela – dijo rudamente la voz del anciano- nosotros no necesitamos luz ! -Somos ciegos - dijo otra voz dulce y armo niosa : la voz de Iris.

– Pero yo sí la necesito: ¡quiero luz! -insistí. Iris trató de incorporarse, sin lograrlo, y me dijo con su acento acariciador :

- Buenas noches señora , ¿ viene usted a ver.

nos a nosotros ? ¡qué buena es usted! ¿y la niña Rosita ha venido, también ? ....

Iris había reconocido mi voz . Guíada yo por la

saya, me acerqué a su pobre lecho, a tiempo que en . traba lina vecina con una lámpara de kerosene en la mano .

Muy cerca de la de la niña se hallaba la cama

del viejo, quien tenia extendido un brazo, en el cual la pequeña recostaba su cabeza, y en la que su aurea y rizada cabellera formaba un nimbo a sus ojos cla los pero sin vista . Ella estrechaba entre sus manitas la mano que le quedaba libre al anciano . Me informé por la vecina de lo que se había hecho en favor de los enferinos.

- Sólo les he hecho unos remedios caseros, -me dijo , - porque no me es posible otra cosa .... Dejé a la caritativa mujer, el dinero necesario

para atender a mis pobres amigos y me despedi o freciendo volver al día siguiente.

Cuando llegué al otro día , me encontré con

que el mal había hecho progresos espantosos en los organismos de ambos enfermos; no pregunté qué había dicho el médico que yo había enviado; ni la -119

Lastenia Larriva de Llona

mujer que tan abnegadamente los atendi: hubiera

pouliilo darme plausibles explicaciones al respecto ; lo que estaba muy claro, era que ambos, el viejo y 2

la niña se morían . En las primeras horas ile esama ñana se habían confesado y habían recibido los úl . timos sacramentos con la inisma unción, la ancia

nidad que tanto había renegado y la inocencia que tápto había bendecido,

Altamente conmovedor era el espectáculo que ofrecían los moribundos . Ya casi en agonías , se ocu .

paban , sin embargo, calla uno afanosamente del otro, en sus escasos momentos de lucidez .

- Padre ¿ tiene frío? -murmuraba lris, con su débil vocesita.- ¿Ha tomado, usted, leche ? No hables, Iris, no hables, no te fatigues -le l'espondía él , ¿qué te duele? ¿qué te duele? ¿tienes pena de estar enferma ? Ya mañana podremos levan tarnos y salir de nuevo ..... - No , yo no quiero salir ni levantarme; quiero

morirme para ver a Dios, para ver la luz...... ¿ No me ha dicho uster , que la muerte es la luz ?

- Tú eres mi luz , Iris; no te vayas, dame la mano .

me pierdo entre las tinieblas si tú no

me guías .... Juntos los dos sabemos caminar, aun que no veamos.....

- Me iré con usted, padre ..... no quiero irme sola .....

Yo me sentía apenada y sobrecogida al escu char esta especie de delirio a duo, pues aunque caila uno hablaba obe leciendo al estado febril en que se hallaba, parecía por momentos que sus frases se coordinaban perfectamente . -120

Cuentos

Si en la boca de él sonaba casi sin cesar el

nombre de ella, pronunciado cada vez más débil mente y cada vez más dulce, como una caricia , co mo un suspiro, como la exhalación del alma que hacia Dios tiende el vuelo; en el leve movimiento de los labios sonrientes y descoloridos de la niña, po

díit leerse repetida a cortos intervalos la palabra luz...... luz . ..... nó con el imperativo afán con

que la pedía , también, antes de morir, el gran poeta germano, sino con la beatitud que experimenta el al ma que se siente bañada en esa claridad que es Bien supremo, que es Dios .....

Y así rompieron con pocos segundos de dife rencia las ligaduras que a la Tierra los ataban , esos dos espíritus que la cruzaron sin dejar, tal vez, más huellas de su paso por ella, que el recuerdo imborra ble que imprimieron en el mío , el anciano que mu:

cho vió y mucho sufrió, y la niña que no vió nada y que por lo mismo, quizás, no conoció el sufrimiento.

16

El Niño Jesús de Teodoro ( CUENTO DE NAVIDAD )

Teodoro cogió la flor y después de besarla .... I

Las diez de la noche acababan de marcar con

mayor o menor exactitud los relojes públicos de la tres veces coronada ciudad de Francisco Pizarro, y por los diversos cuarteles en que ella se encuentra dividida se escuchaba la sonora voz de sus campa:

nas anunciando grave y pausadamente la hora a los habitantes.

No era la noche en que tiene lugar mi narra ción una noche cualquiera. Era la noche más bella del año; la alegre noche de Navidad .

Por todos los ámbitos de la populosa capital se - 125 -

Lastenia Larriva de Llona escuchaban los entusiastas ecos de las músicas ca.

llejeras; por doquiera se veían cruzar grupos de gentes regocijadas. La desgracia y el dolor, se ocul.

taban , sin duda cuidadosamente, para no lanzar su nota discordante en ese concierto de general alegría , por no aparecer como un negro borrón en ese cuadro de risueños colores.

Pero sí había tristezas, sí había dolores aun en

esa noche mil veces sagrada y otras mil bendecida, en que el Señor de Cielos y Tierra, quiso bajar al mundo en forma humana, noche en la que parece,

sin embargo, que debería haber un paréntesis para todos los dolores de la humanidad ....

Esto tal vez pensaba Teodoro que, tendido so. bre un miserable catre de tijeras que ocupaba uno de los ángulos de un cuartucho en consonancia con el sórdido lecho, y a la dudosa luz de un candil de

petroleo, leía y releía en su cerebro, el libro de su propia tristísima historia, comparando con intensa amargura, las escasas y ya lejanas dichas, con las muchas desventuras de su existencia; desventuras

que habian ido siempre en aumento , desde hacía algunos años, y a las que al presente se juntaba, la peor de todas: la del punzador remordimiento . Y en esa noche , sobre todo , del nacimiento del Hijo de Dios , del Infante Divino, rememoraba Teo doro su pasado, y pensaba con emoción indefinible, en la que se confundían los más contradictorios sentimientos: alegría, pesar, vergüenza y cierto

pueril asombro, que él también había sido niño, que él también había sido inocente, que su corazón,

ese corazón que ahora parecía muerto para todo afecto noble y tierno, también había palpitado de regocijo en otras noches como ésta, cuando estre -126

Cuentos

nando un vestidito, que aunque humilde había cos. tado largas veladas a su amorosa madre, salía de la

mano de la pobre y abnegada mujer, a visitar algún Nacimiento o a ver la Noche Buena y regresaba a su casa , medio dormido, pero sosteniendo con sus

brazos la, para él , preciosa carga de juguetes y golo sinas de poco valor cuya posesión le hacía más di . choso que un rey .

¡Y qué feliz despertar el de la mañana siguien te! Al abrir los ojos en la modesta estancia, que los primeros rayos del hermoso sol de Diciembre inundaban con su suave luz y su agradable calor, y al encontrarse en su camita tan blanca y tan mu

llida, rodeado de las chucherías que eran para el valiosas joyas, se imaginaba que tudo había sido un delicioso sueño, y volvía a cerrar los ojos temeroso de ver desvanecerse su dicha; pero poco a poco iba se convenciendo de la arrobadora realidad, confor: me acudían a su mente con todos sus detalles, los

gratos recuerdos de la pasada noche, y descorría por fin los párpados; y miraba a su madre que anda

ba afanosa por la habitación , con el pelo recogido en la nuca en un torzal ajustado, su blanco delantal

a la cintura, y las mangas levantadas a la altura . del codo, preparando el desayuno para ambos, y que al mirarlo ya con los ojos abiertos, le sonreía amo. rosamente, diciéndole : - Muy temprano te despiertas hoy, Teodorito, .

como dia de Pascua. Allí en la cama tienes todos

tus juguetes: no quisiste anoche separarte de ellos . ¿Qué es lo que más te gusta, el tambor, la matraca o el pito? Y al presente , cerraba los ojos Teodoro, el Teo -127 -

Lastenia Larriva de Llona

doro ya abrumado por el terrible peso de la vida y, creía verse saltando del lecho con su camisita de percal de color, corriendo con sus desnudos pies por

el aposento estrecho, pero para él muy amplio, y tratando de realizar la difícil tarea de tocar a la vez

el pito, la matraca y el tambor; entretenimiento que era suplicio para los vecinos, y del cual le sacaba la voz de su madre instándole para que tomase su taza de caliente leche, adicionada con el resto de

los bizcochos de la víspera. Aún sentía Teodoro el contacto de las manos

de su madre al arreglarle el cabello y al abrocharle el cuello a la marinera de su vestidito de fiesta , -

el primero de pantalones que se había puesto y de que tan orgulloso estuvo ; - aún sentía el calor de sus apasionados besos en la frente, en los ojos, en las mejillas ....... Sí , aún sentía todas esas im

presiones, a pesar de que se hallaban ya tan lejos. ¡ Tan lejos!......El no tenía más que veinti cinco años, sin embargo; pero sí era verdad que es

taba lejos, muy lejos aquella época de dichosa ino cencia.

¿Cuál había sido la historia de Teodoro ?

Una

historia muy vulgar. La de cualquier joven que os encontréis al volver de una esquina . No habia conocido a su padre, ni jamás su ma

dre le habló de él . Alguna vez que sobre tan deli. cado punto se atrevió a interrogar a la pobre mujer, cambió ésta de color y le contestó con voz temblo rosa y aire digno y triste: - Tú no tienes padre, hijo mío. No pregun .

tes por él : se murió. Si alguna vez piensas en el - 128 -

Cuentos

hombre a quien debes la vida, que sea sólo para rogar a Dios por él. No tienes en el mundo más que a tu madre; pero con ella lo tienes todo . Mi

amor es bastante grande para compensarte de todos los amores que te faltan eme quieres tú también asi ?

El niño, por toda respuesta , le echaba los bra

zos al cuello y llenaba a su madre de apasionados besos.

¡ Mucho, mucho quería efectivamente a su Teo . doro la infeliz mujer, y tal vez debido a ese mismo excesivo amor, le faltó más pronto su apoyo! Diez y seis años tenía el desdichado cuando la

vió tendida en el suelo sobre una estera, vestida con el hábito gris de los franciscanos, cerrados para siempre esos ojos que tan inmenso amor refiejaban cuando se detenían en él , cruzadas las blancas y enflaquecidas manos sobre el pecho, con el rostro tan pálido como la cera de los cuatro cirios que alumbraban el fúnebre cuadro.

Ella había querido educarlo como se educan los ricos; ella no había podido consentir en que le

faltase algo, no solamente de lo necesario, pero ni aun de lo superfluo; y para lograr este fin trabajaba sin descanso en ese matador trabajo de aguja, único

casi que le es permitido a las mujeres de cierta condición social , que carecen de la instrucción su

ficiente para dedicarse a tareas más nobles ; y que tienen bastante dignidad para no rebajarse a otras, tal vez más lucrativas y menos penosas, pero que

exijen el sacrificio de aquella.

El la veía desmejorarse de día en día, pero con - 129

17

Lastenia Larriva de Llona

ese egoismo inconsciente de la infancia y de la ado lescencia, no pensó nunca en ahorrarle algunas fa tigas. No se le ocurrió jamás que él también podía trabajar por su parte y ni siquiera pensó en dismi. nuir sus gastos, privándose de algunos de sus pla celes . Era formal, era estudioso , colmaba a su ma dre de caricias y no la desobedecía nunca en cosas

graves. ¿ Qué más podía pedirsele ? Ella estaba convencida de que su Teodoro era el modelo de los hijos; y de esta convicción y de su amor a él siem . pre creciente, sacaba calla día nuevas fuerzas para

trabajar, en su afán de darle continuamente prue bas de su cariñosa abnegación.

Era una sed de sa .

crificios que no se satisfacía jamás. Cuando vio llegar la muerte, sin duda se echó en cara la heroica madre como una falta para con

el hijo adorado que iba a quedar solo en el mundo, la poca resistencia de ese cuerpo , al que sin embar: go , no había ella ahorrado fatigas y al que le esca : timó, desile que Teodoro vino al mundo, toda suer te de goces, y hasta la satisfacción de las más im periosas necesidades .

Teodoro no era malo, precisamente. Tenía una naturaleza bien inclinada; pero carecía por comple: to de energia de caracter. Era una de esas perso .

nas pasivas que suelen ser el juguete no sólo de sus pasiones, sino de las pasiones ajenas. Seres infelices que tal vez llegan a hacerse reos de todas las faltas, de todos los crímenes, no por ingénita

maldal, sino por debilidad ingénita .

Tal vez había

heredado Teodoro ese defecto de su misma madre;

pobre criatura de hermosos sentimientos, pero sin

firme voluntad que sacrificó su honor y el lote de -130 -

Cuentos

dicha a que tiene derecho en el mundo todo ser hu mano, por un hombre sin corazón y sin conciencia; y que después había sacrificado su vida, creyendo labrar a costa de ella la felicidad de su hijo . .. Mientras vivió su madre, fué Teodoro bueno e inocente; pero no bien hubo quedado solo en esa

peligrosa edad de la adolescencia en que se encien de el alma con el fuego de todas las pasiones , ca reciéndose aún del correctivo de la experiencia, y sin tener el freno de una educación moral y reli-. giosa , empezó a cambiar sus hábitos de estudio y

sus sanas costumbres por una invencible perezit para toda labor útil y un inmoderado deseo de di.

versiones y goces materiales. Los amigos no ha bían tenido poca parte en la desgraciada transfor mación del atolondrado jóven . ¿Pero como en el espacio relativamente corto

de nueve años se había pervertido de tal manera esa naturaleza ? ¿Cómo había bajado Teodoro, el inocente Teodoro, por la pendiente de los fáciles placeres hasta llegar a la tenebrosa sima de los más aboininables vicios ? ¡ Espantosa metamorfosis, aterrador misterio que vemos realizarse a diario con menos horror del que deberíamos sentir ! ...... Un pequeño paréntesis había habido, sin em bargo, en esa vida de desorden y de crapula. Un acaudalado comerciante español, llamado don Pablo Ortiz, hombre de tan buen corazón como

violento carácter, que había conocido a la madre de Teodoro, y tenido ocasión de apreciar sus exce lentes prendas, vió un día al joven , comprendió la situación en que éste se hallaba, y con el noble propósito de salvarle del naufragio moral y mate - 131

Lastenia Larriva de Llona

rial que amenazaba hundirle con espantosa rapi dez , le ofreció un puesto en su casa de comercio. Más todavía: un asiento en su mesa y un lecho en

su hogar, como à miembro querido de su familia. Allí volvió a encontrar Teodoro el calor maternal;

la buena esposa de don Pablo, le trataba como a

un hijo, y hermana cariñosa fué para él , la dulce jóven, hija única de aquel matrimonio .

Pero estaban ya muy arraigaudos los vicios en el alına de Teodoro .

Al cabo de algunos meses de

forzada continencia , volvió a frecuentar las malas

compañías. Amonestole don Pablo, afectuosamen te al principio, y con severidad creciente después, sin obtener enmienda; y por fin , una mañanit en que llegó el joven a la casa, después de tres días de ausencia , llevando todavía las señales de la pasada orgía en el rostro, montó en violenta có lera su bienhechor y le increpó su conducta tan duramente como ella lo merecía .

Contestóle con

altaneria Teodoro y el viejo le arrojó a la calle , sin hacer caso de las lágrimas de su mujer y de

su hija que aún rogaban por el ingrato. Desde ese instante, volvió a quedar sin apoyo ninguno, has ta el momento en que le presento a mis lectores. II

Al dar la última de las diez campanadas, Teo

doro pareció salir de su triste meditación. ¿ En qué cosas tan remotas estabil pensando ?

¡Su madre !.......¡Hacía ya tántos años que había muerto su madre! .......¡Su inocencia ! ..... También había muerto su inocencia hacía largo - 132 -

Cuentos

tiempo! ¿Por qué se acordaría esa noche con más viveza que de costumbre de su pasado, de ese pa

sado que al evocarlo se le aparecía ahora lleno de viva luz, comparándolo con las hórridas tinie blas del presente ? Teodoro recorrió maquinalmente con su mira . da incierta todo el aposento, como solemos hacerlo cuando se agita en nuestra mente un problema cu

ya solución no podemos encontrar, y sus ojos se detuvieron en el rincón más oscuro del cuarto .

La

luz mortecina del candil se reflejaba en ese punto sobre un objeto brillante, y por este efecto de re

fracción , se desprendían de alli vivos rayos lumi. nosos que iban it herir la retina de Teodoro . Este se incorporó en el lecho, y miró, lo más intensamen . te que le fué posible, hacia ese lado. Pronto reco

noció el objeto que veia y a la expresión de sorpre Sil , suceilió una sonrisa de suave complacencia. -¡El Niño Dios de mi madre! -nurmuró ;- y

levantándose, fué a coger la efigie, una hermosa efigie de piedra de Huamanga que representaba, ca si de tamaño natural al Hijo de María , nacido en el Portal de Belén .

Era una estatua yacente, en esa adorable acti tud de los pequeñuelos desnudos, con las regorde. tas piernecitas en alto , medio recogidas y exten . diendo las manos hoyueladas y mórbidas en el aire, como pidiendo que se les tome en brazos. El rostro del Niño, que sonreía a cuantos le

miraban , tenía una expresión más divina que hu Inana .

Ciertamente el artista que había trabajado

esa cabeza la había hecho en un momento de ver - 133 -

Lastenia Larriva de Llona

dadera y genial inspiración, u obedeciendo a influjo sobrenatural.

Teodoro, el Teodoro que había aprendido a re Zal en el regazo de su madre, era ahora un descreí. do; pero el huracán que arrebatara con su furibun do soplo todas las perfumadas flores de sus creen

cias religiosas, no había podido desarraigar del fon do de su

alma una última florecilla a la que

quizás protegía su misma debilidad, y que era, no diremos el culto por el Hijo de Dios hecho

hombre, pero sí cierto cariño respetuoso e infantil hacia ese Dios Niño que tanto amaba a los pecado. l'es, y de cuya forına humana era imagen fiel esa preciosa escultura que él había conocido desde que

abrió sus ojos a la luz del mundo y de la cual no había podido decidirse a desprenderse ni aun en sus horas de mayores apuros y necesidades, pues la

consideraba como una reliquia doblemente sagrada para él , y como un amuleto que le libraría de toda

catástrofe. Por esto también aunque abandonado y polvoriento , coronaban aún la artística cabeza las

simbólicas potencias de plata , y era ese el objeto brillante sobre el que se había refiejado la luz del candil llamando la atención de Teodoro .

-¡El Niño Jesús! – repitió mirándole atenta . mente, y con acento que revelaba cierta emoción .

-Hoy es su fiesta, y en vez de hallarlo en su altar,

lujosamente vestido, resplandeciente de luces y de flores, como solía arreglarlo mi madre, lo encuen

tra desnudo, lleno de telarañas, y arrojado en un rincón !......

Teodoro se quedó pensativo un momento , te niendo siempre en la mano la imagen , y luego, -134

Cuentos

como iluminado por súbita inspiración llevó al bol.

sillo de su raído chaleco la que le quedaba libre y sacó de él una moneda de veinte centavos.

- Gastaré en velas mi última peseta , continuó, hablando siempre en voz alta , como se acostum bran a hacerlo las personas que están solas casi de continuo.

Le armaré su altarcito al Niño Dios en

nombre de mi madre.

Así como así, estará mejor

empleada esta peseta que la anterior que la gasté en aguardiente. Y con tanta rapidez puesta en ejecución como concebida la idea , dejó Teodoro sobre el catre al

Niño Dios y fué a buscar a la vecina tienda las ve .

las ile estearina, que podía procurarse con los dos reales.

Pronto estuvo de vuelta .

En una mano traía

las velas y en la otra unas cuantas flores, entre las que sobresalia un clavel encarnado. Colocó sobre la mesita de pino sin charolar,

que para diversos usos le servía, la única manta que había en el lecho, la mulló tan bien como le fué posible, colocó encima al Niño Dios, y co giendo del suelo unas botellas vacías para que

hicieran el oficio de candeleros, encendió todas las velas.

En seguida arregló las flores sobre el úni.

co vaso que poseía, teniendo cuidado antes de llenarlo a medias de agua .

Luego volvió a ocupar su puesto en la cama, mirando desde allí , satisfecho de su obra , el aspecto

que presentaba el improvisado altar. -¡Buena rabia va a tener la vecina, cuando note la falta de sus fiores, dijo riéndose. ¡Bah ! Si de con - 135

Lastenia Larriva de Llona

tinuo le robo los claveles rojos pira obsequiárselos a Rosario, lo menos que podría hacer hoy era ro ។

bárselos una vez más para el Niño Jesús !

¿Qué móvil había impulsado a Teodoro a lea lizar tan extraño acto de devoción ?

¿ Lo había

practicado únicamente en recuerdo de su piadosa madre, o inconscientemente, tal vez, realizaba esa acción , atreviéndose a esperar con un sentimiento

entre supersticioso y sacrilego que con ella sería propicio el Dios Niño protector de su inocente in . fancia, al negro crimen que proyectaba su extra viada juventud ?

La verdad es que Teodoro había cometido mu . chas acciones malas en su aún corta vida; pero ja más hasta entonces había manchado su conciencia

con una villania semejante a la que hacía varios dias incubaba en su enfermo cerebro , y que había

decidido llevar a cabo precisamente en esa noche. Por eso estaba más que nunca intranquilo, nervioso y agitado; por eso de rato en rato cogia una botella que se hallaba bajo el lecho al alcance de su mano, y bebía un grueso trago de licor alco.

hólico, del que esperaba la fuerza moral de que había menester para realizar su proyecto , y que aumentaba más y más la agitación febril que le poseía. Y corría el tiempo, y pronto las campanas que habían anunciado las diez, darían las once , y las

once y media, y las doce por fin, la hora designada para el alevoso golpe. Teodoro deseaba y temía a la par que trans

currieran las horas. Su malestar llegó a ser inso - 136 -

Cuentos

portable. El corazón le latía fuertemente y la cabe za parecía próxima a estallar. Por su calenturienta

imaginación pasaban y repasaban sin cesar varias fi guras muy conocidas suyas.

Ya era un hombre de

edad madura y de aspecto grave y simpático, don Pablo, su antiguo patrón; ya era su hija Celia, aque

lla angelical criatura que durante el año que pasó Teodoro en casa de su padre, le había prodigado los tesoros de su bondadosa ternura , y entonces se arre .

pentía del horrible proyecto y sentia impulsos de re. nunciar a él ; ya se le presentaba la imagen de Rosa rio, una muchacha del bajo pueblo pero soberana

mente hermosa, de quien hacía algunos meses se ha llaba locamente enamorado y cuya posesión sabía que sólo por medio del oro podría obtener; y junto a Rosario veía a un mozo que se titulaba hermano de ella y que desde tiempo atrás era el demonio tenta

dor de Teodoro, su compañero inseparable en la vi . da de orgías y escándalos a que se había entregado por completo desde que salió del escritorio de don

Pablo y el que había ideado el vil golpe que prepa raban para esa noche. En la conciencia de Teodoro daban un rudo

combate en esos momentos sus pasiones y los úl .

timos restos de su pundonor y de su hombría de bien . Mas cuando se van perdiendo y ahasta las nociones de la virtud y de la propia dignidad, se va tergiversando el sentido moral, y sucede que suele hucerse punto de honor de lo mismo que debería

considerarse como la más grave deshonra. Y - iqué diría Manuel de mí, - pensaba Teodo -

10- se imaginaria que era yo un cobarde! hay remedio ya: la fatalidad lo quiere así . - 137 -

Nó, no

18

Lastenia Larriva de Llona

Y cogia la botella y bebía en un nuevo trago un poco más de valor.

Por fin oyó sonar las dos campanadas que mar.

caban las once y media y que debían poner término a su irresolución . Los párpados pesaulísimos se le cerraban it pesar de los esfuerzos que hacía para mantenerlos abiertos; la cabeza hundida en la al

mohada se resistía al mandato de levantarse: lepe . tilas veces intentó sacudir la especie de marasmo que le dominaba sin poderlo conseguir. Al fin llamó Teodoro en su auxilio a toda la energía de que era

capaz, y por un último y desesperado esfuerzo logró ponerse de pie .

Arreglose los cabellos y el vestido lo mejor que le fué posible, y cogió su sombrero, disponién . dose a salir a presuradamente, como para no arre pentirse de su resolución ; pero antes de llegar a la puerta se detuvo estremeciéndose y volvió hacia el Niño Jesús el rostro pálido como el de un difunto . Del lado en que estaba la imagen había oído

clara y distintamente, y pronunciadas con aquella voz y con aquel acento que su madre prestaba a la divina efigie cuando fingia que ella le amonestaba por sus travesuras de niño - voz y acento que el

jamás había podido olvidar – estas palabras, que a la vez parecían una súplica y un mandato: -¡No vayas, Teodoro! El mozo, aunque helado por el terror, tuvo fuer zas suficientes para volver los ojos hacia la imagen . Mirábale y sonreíale ésta, con la profunda mirada y la dulcísima sonrisa que desde hacía veinte años recordaba haber visto Teodoro en ese semblante de

aire grave e infantil a la vez : pero en esa mirada y - 138

Cuentos

en esa sonrisa , creyó él hallar una expresión más real y más intensa de vida que de costumbre. No podía , sin embargo, atribuir más que a ex traña alucinación de sus sentidos semejantes fenó

menos, y haciendo un esfuerzo sobre sí mismo , dió unos pasos más hacia la puerta . Pero aún no había llegado al umbral de ella, cuando escuchó de nuevo ,

y en tono más suplicante que la vez anterior, la misma frase:

-¡No vayas, Teodoro ! Un hielo mortal recorrió todos los miembros de

mi protagonista, su frente se bañó en frio sudor,

y en lugar de retroceder como la vez primera, y de volver el rostro hacia el Niño Jesús, traspasó de

un salto el umbral de la puerta , tirándola luego a. presuradamente tras de si ; pero por mucha prisa que se dió a ello, aún tuvo tiempo de oir por vez tercera el ruego, cada vez más angustioso, cada vez más a premiante: -¡No vayas, Teodoro ! III

La animación y el bullicio en las calles erama

yor aún si cabe en esos momentos que en las prime las horas de la noche .

Setenta iglesias , aproximadamente, cuenta la católica ciudad de Lima, y en muchas de ellas debía celebrarse la alegre y popular Misa de gallo; así es

que por todas partes se oían sonar acompasadamen te las campanas llamando a los fieles al incruento sacrificio .

Grupos de gentes de todo sexo, edades y condi ciones recorrían las calles departiendo alegremente, - 139 -

Lastenia Larriva de Llona 1

y el eco de sus voces y el ruido de suis pasos por las embaldosadas aceras, el estruendo de los bullicio. sos instrumentos de los chicos y los gritos de los ven.leclores ambulantes, formaban un conjunto es pecial de sonidos que aunque inarmónico sobre toda

$

pon leración tiene un encanto particular para los oídos limeños; y a cuyo sólo recuerdo he sentido palpitar dulceinente enocionado mi corazón cuando

me he hallado lejos de la patria, despertándose en mi alma memorias inefables y bañándose mi sér en tero en esa suave e indefinible melancolia que di

funde siempre en el momento presente, por dichoso que éste sea, la reminiscencia de los pasados, sobre todo cuando ella se remonta a la época de la niñez o de la adolescencia .

La calle en que Teodoro vivía era la del Rastro de San Francisco . Siguió por ella hasta la estación central del ferrocarril trasandino, de allí cruzó aa la calle de la Pescadería para loblar en seguida a la Plaza de Armis, centro por aquel entonces de la fiesta popular , como lo son al presente los parques de la Exposición . En ese lugar la animación era indescriptible. En los cuatro lados de la espaciosa plaza se le. vantaban , adornadas de flores, de palmas, de faroli.

tos chinos y banderolas de papel de vistosos colo res, especialmente de los de la bandera nacional , me sas destinadas a la venta de toda clase de juguetes

y baratijas para los niños, o ruletas y juegos diver:

sos para entretenimiento del pueblo; y sobre todo al expendio de los comistrajos propios de la clásica fe cha, especie de feria que constituye lo que se llama en Lima, la Noche buena. - 110

?

Cuentos

Al ledeilor de cada uno de estos Restaurants () fondas al aire libre, de pie, sentadas en toscos ban

cos, o meilio tendidas en el suelo, personas de am

bos sexos, pertenecientes al bajo pueblo, cantaban , leian , charlab :ll , y, sobre todo, comían y bebían, pro

miscuando a más y mejor, sin respeto a la vigilia or denada por la Iglesia. Verdad es que las viandas que profusamente os. tentaban las consabidas mesas eran de lo más a

propósito para excitar el apetito, no sólo de los li. meños y las limeñas pur sang , que fama tienen de no descollar por la virtud de la templanza , en lo que a la bucólica atañe, sino aun el del anacoreta más abstinente.

Sobre el blanquisimo mantel alternaban las an chas banilejas conteniendo los manjares más exqui sitos de la cocina criolla : la gran cabeza de puerco a lereza la de manera tal , que la vista y el olfato da ban noticia anticipada al paladar del regalo que le esperaba si llegaba a probar bocado tan suculento; el escabeche de corbina con sus cebollas de refiejos na.

carados, sus encendidos ajies y sus oscuras aceitu. nas; el picante y sabroso seviche de pejerreyes mez clando sus argentados cambiantes al color amarillo dorado del aji mirasol; la apetitosa causa de papa ainarilla entre cuyos adornos sobresalían las frescas

y verdes hojas de lechuga, las tajadas de huevo du. lo y los enormes y rojos camarones; los grandes va. sos de transparente cristal que contenían las diver sas clases de chicha: la de mani, la de garbanzos, la de pan , la morada, y sobre todo la de jora, que es la

chicha por excelencia, el licor nacional , el néctar - 141 –

Lastenia Larriva de Llona

que libaban en sus fiestas los antiguos peruanos, y que aún hoy no desdeñan saborear los modernos. Teodoro recorrió rápidamente la plaza , como buscando algo, y por fin se detuvo delante de uno de los puestos más concurridos. En él hacia los ho

nores a los comensales una garrida moza como de veinte años, de turjente seno y amplias caderas, de

color de canela y negras guedejas ensortijadas, entre las cuales lucia un clavel encarnado; de labios grue. sos, rojos e incitantes, y ojos revolucionarios, como diría mi amigo Ricardo Palma.

Atendía sin dar punto de reposo ni a los dichos ojos ni a los labios, ni a las manos, a los numerosos

compradores; y ya descolgaba una gallina de aquí , ya bajaba un chorizo de allá, ya arreglaba un plato 9

de mixtura, sirviendo en él un poquito de cada cosa, sin olvidar el a litamento de la cancha o maiz tos

tado; ya servía un vaso de chicha a éste o una co. pita de pisco a aquél, arrimando tal cual vez suis la bios a la vasija antes de ofrecerla al agraciado para hacer más apetitosa la bebida . A todos sonreía , a todos lanzaba miradas incendiarias, con todos ha

blaba, de todos se dejaba requebrar; pero llegado el momento de cobrar lo consumido, no perdonaba un centavo de la cuenta , que por cierto tenia el arte de hacer subir fabulosamente .

Al pie de la mesa, sentada en una banqueta, y

ocupada en confeccionar la fruta de sartén , friendo los dorados buñuelos que despedían un olor carac terístico e inconfundible, se hallaba una mulata como de cuarenta años de edadi , metida en carnes y frescachona aún, que era la dueño del puesto y mat. dre de la gentil vendedora. Cerca de ella, casi acos -142

Cuentos

tado en el suelo y con todas las repugnantes marcas del vicio impresas en el rostro , estaba un mozo de unos veintitantos años , uno de esos tipos de raza indefinible, tan frecuentes en estos países, el cual se puso de pie vivamente no bien vió a parecer a Teodoro .

-¿Ya estás aquí? Temí que te hubieras arre . pentido de venir; - le dijo con una sonrisa que te. nía tanto de ciuica , cuanto de insolente y provoca tiva .

- Yo no me arrepiento nunca de lo que una vez decido, -contestó Teodoro fieramente . -

A partáronse in tanto de la gente, y conversa ron en voz baja por unos cortos minutos. La moza entretanto –cuyo semblante se había iluminado de orgullosa satisfacción al aproximarse nuestro joven , a quien sin embargo apenas saludó con afectado

desdén, - redoblaba sus atenciones y coqueterías con el círculo de admiradores que la rodeaba , y se

guía teniendo en agitación constante a los parleros ojos, a los labios encendidos que a cada instante se

abrían , mostrando los blanquisimos dientes, para dar paso a una sonora carcajada, y al cuerpo todo , que se cimbraba con voluptuosos movimientos de sirena o sierpe tentadora .

Teodoro, aunque hablando con Manuel , no apar:

taba de ella sus miradas; la extraña fascinación que esa mala mujer ejercía sobre él era en esa noche más poderosa que nunca; pero al mismo tiempo sen . tía una angustia indefinible. Parecíale como que una losa enorme y pesadísima le oprimiera el corazón im

piiliéndole respirar. Todo lo veía y lo oía confusa . mente menos dos cosas : a ella , que se destacaba enér - 143

Lastenia Larriva de Llona

gicamente entre la multitud de figuras del cuadro

que tenía ante la vista; y una voz que parecia venir de misteriosas regiones; pero que se alzaba a la vez dulce y vibrante entre el conjunto de ruidos desa pacibles, repitiendo a sus oídos aquellas tres pala bras:

-¡No vayas, Teodoro! Pero ese diablo tentador en figura de mujer se

había apoderado del espíritu del joven , y éste relu saba escuchar otra voz que no fuera la de sus malé. ficas sugestiones. Se acercó a ella :

- Hasta luego, Rosario, -le dijo recalcando in tencionalmente sus palabras. - Hasta luego, -contestó la muchacha, con su voz clara y argentina y su aire desenfadado; y qui . tándose de los cabellos el rojo clavel , se lo arrojó

con tal tino, que le dió con él en el rostro. Teodoro cogió la flor, y después de besarla, se la

guardó en el pecho . En seguida se alejó apresurada mente con su compañero, en dirección a la carrera

de la Unión , tomando por Mercaderes y Espaderos. Al llegar al término de esta cuadra se detuvieron . .

-¿No te parece que entremos en la Merced pa ra cerciorarnos de que la familia se halla en misa ? – preguntó Manuel . - Si . -

El santo sacrificio había comenzado cuando am

bos hombres penetraron en el templo, que se halla ba literalmente atestado de gente. Llenaban todos los ámbitos los ecos de una música alegre, hasta ser

profana, ejecutada por una buena orquesta , que re. -144

Cuentos

emplazaba esa noche a los solemnes acordes del órga. no . Teodoro sabía el lugar que de costumbre ocupa ba la familia de don Pablo y hacia ese lado se diri. gió sin vacilar, abriéndose paso por entre la apiñada multitud.

En la nave derecha, precisamente frente al al tar en que se había armado el Nacimiento, estaban la esposa y la hija de don Pablo, rodeadas de nume. rosa servidumbre femenina .

Teodoro experimentó un repentino desfalleci. miento al contemplar el purísimo y delicado perfil de la joven , a la que no había visto hacia lar gos meses , y sintió latir violentamente su pecho

al notar la dulce y melancólica expresión de sus her mosos ojos azules, al borde de cuyas oscuras pesta ñas parecía temblar una lágrima. Ella, absorta en

sus pensamientos, sin desprender la mirada del san to misterio del Pesebre , no sólo no notó su presen cia , sino que parecia no prestar atención a nada de lo que pasaba en derredor suyo : ni a la augusta ce remonia que se celebraba en el altar mayor, ni a la regocijada música que sonaba en el Coro, ni a la

otra originalísima que formaban los callejeros ins trumentos de que estaban provistos los chicos y que imitaban el canto del gallo, el balido de los carneros,

el mugido de las vacas y hasta el ladrido de los pe rros y el maullido de los gatos . Teodoro siguió la mirada de la niña como obli

gado por impulso misterioso , y sus ojos se detuvie ron en la imagen del Divino Pequeñuelo que descan

saba sobre dorada y mullida paja. ¿ Era una ilusión de sus sentidos, o el Jesús que tenía delante era el mismo Jesús que le había le -145 -

19

Lastenia Larriva de Llona

gado su madre, el Niño que él acababa de dejar en. cerrado en su humilde cuartucho, desnudo y alum

brado sólo por cuatro miserables velas y que ahora

se le aparecía resplandeciente de galas, rodeado de fiores, de luces y de ángeles, recibiendo el fervoroso culto de inmensa muchedumbre ? Si , era el mismo, debía de ser el mismo, porque ninguna otra imagen podía sonreírle con la sonrisa, ni mirarle con la mi rada de aquella . - El no ha venido, le dijo Manuel al oido; pero

no importa: quiere decir que está sólo. Vamos, que no hay tiempo que perder. Teodoro no contestó una sílaba ni se movió . Se

guía mirando alternativamente a la joven уy al Niño

Jesús, y parecía no tener ojos ni oídos para todo lo demás .

– Vamos cobarde, repitió Manuel , cogiéndole fuertemente por el brazo y forzándolo a ponerse en marcha.

Teodoro se vió obligado a separar la vista de esa muda escena que tan irresistiblemente atraía

sus miradas; pero'no bien había dado el primer paso para alejarse de allí, cuando sintió estremecerse su sér todo, cual si hubiera chocado con una pila vol.

taica. Era que dominando todas las voces, todos los m'urmullos, desde las vibrantes notas de los instru mentos, hasta el leve frou - frou de los vestidos de

seda de las damas, se había alzado en el espacio una

voz de él sólo conocida, y seguramente para el sólo perceptible, que una vez más,durante el curso de esa noche, le gritaba:

- ¡No vayas, Teodoro ! -

- 146 ---

Cuentos

Pero Manuel le llevaba casi a rastras, y él sin

poder resistirle, caminaba con paso de sonámbulo, y sin sentir el suelo sobre el cual se deslizaban sus pies. IV

Don Pablo vivía a unos cincuenta pasos de la

Iglesia de la Merced, en la calle de Lezcano. La vis. ta de la casa pareció sacar a Teodoro de la especie de anonadamiento en que se hallaba e infundirle nuevos alientos. Conocíala él muy bien y penetró en ella sin titubear, atravesando corredores y salones

hasta llegar al aposento que servía de escritorio al viejo comerciante y que se comunicaba por un lado con las habitaciones de la familia, y por el otro con

los grandes almacenes que se abrían a la calle. Los pocos sirvientes que no habían ido aa la igle sia, se hallaban sin duda en el interior de la casa ocupados en preparar la cena para cuando regresa ran las señoras de misa. Así lo hacía presumir el ruido de la plata y de los cristales que distintamen te se percibía hasta allí . Don Pablo, de espaldas a la puerta por donde

penetraron los mal intencionados mozos, ocupaba una mecedora , y se hallaba profundamente dormido . Esparcidos alrededor suyo, en la mesa, sobre las si . llas y por la alfombra , se veían numerosos periódi

cos y revistas extrangeras dando claro indicio de que el sueño lo había sorprendido leyendo . Teodoro, que parecía haber tomado la iniciativa desde que llegaron a la casa, se puso un dedo en los

labios, y avanzó cautelosamente con dirección a -147 -

Lastenia Larriva de Llona

cierto mueble que ocupaba uno de los ángulos de la sala, muy satisfecho al notar que el espeso tapiz

amortiguaba por completo el ruido de sus zapatos. Manuel, entre tanto, se había colocado detrás del sillón que ocupaba don Pablo, pronto sin duda a ahogar en la garganta del inerme anciano el primer grito que la sorpresa o la indignación hiciera subir a sus labios .

Teodoro tiró suavemente hacia sí , uno de los ca 2

jones del mueble, y sacó de él una pequeña caja de hierro cuyo secreto para abrirla conocía. Oprimió suavemente un resorte y la tapa se levantó, dejan do ver en su fondo gran cantidad de alhajas. Avanzó la trémula mano , e iba a hundirla en el codiciado te soro cuando sintió, presa de pavor indefinible, sobre sus dedos fríos y sudorosos, la presión de otra mano ,

mórbida y pequeñísiina, pero extraordinariamente enérgica, a cuyo contacto experimentó como un cho que eléctrico.

Retiró la suya con brusco y rápido movimiento y la tapa de la caja cayó violentamente sobre el ex tremo de esos pequeños dedos que habían detenido los suyos, y oyó Teodoro con pasino y horror indes

criptibles un gemido de dolor que se escapaba como de labios infantiles.

El joven cayó por tierra, pensando que el uni. verso entero iba a desplomarse sobre él y sin fuer zas para exhalar un grito. Pero si no podía moverse ni gritar, ni aun ver lo que pasaba al rededor suyo, en cambio percibía todos los sonidos con extraordi naria claridad . Así oyó las voces y las pisadas de gentes que se aproximaban , exclamaciones confusas - 148

Cuentos

en que pronunciaban su nombre ......... Luego se detuvieron los pasos y distintamente, articula las por una voz que le pareció muy conocida , oyó las si guientes frases: -Aquí es .........allí ¡ Teodoro !....

está ..... ¡ Teodoro !....

Teodoro hizo un supremo esfuerzo sobre sí mis. mo, y dominando su angustia, abrió los ojos. Se hallaba en su cuarto, en su pobre y triste cuarto de una casa de vecindad del Rastro de San

Francisco, acostado vestido sobre su miserable ca ma, con una botella medio vacía en el suelo, al al cance de su mano derecha . Frente al lecho estaba la mesita cubierta con

su colcha, sobre la que reposaba el Niño Jesús con su profunda mirada y con su dulce sonrisa, entre las velas casi por completo extinguidas, y cu ya luz aparecía más rojiza y amortiguada entre los stsplendorosos rayos del sol que, penetrando por la ventanilla del techo, bañaba toda la habitación con los ardientes fulgores del pleno estío. Pero el asombro de Teodoro rayó en estupor

cuando atraída su atención por el murmullo de las voces miró hacia la puerta entreabierta, y percibió

en el umbral las figuras de don Pablo y de Celia y oyó exclamar a ésta con su suave voz : - Dispense Ud . Teodoro, que le hayamos des pertado tan bruscamente; pero papá se empeñó en que habíamos de venir a darle las pascuas a estas horas.

- Mucho que sí, interrumpió don Pablo. Mire Ud .: yo no soy tan malo aunque a veces lo parezca , porque tengo un maldito genio. En este día deben -119

Lastenia Larriva de Llona olvidarse todos los rencores ..... No he estado con

tento desde el instante en que le despedí a Ud. de mi casa ; y anoche tuve una pesadilla que .... vamos! que esta mañana apenas abrí los ojos me di

je : - no quiero que ese muchacho se pierda por mi culpa; voy a ofrecerle hoy de nuevo mi protección : así santificaré las pascuas. Y llamé a ésta, que por

cierto no se hizo de rogar, para que me acompañara a buscarle. ¿ Quiere Ud. que volvainos a ser amigos? Teodoro se había puesto de pie, desde el pri mer instante y con la cabeza baja, sumerjido en un mar de confusiones y de dudas no acertaba a balbu. cear una palabra .

¿ Era al presente juguete de un hermoso sueño, o lo había sido antes de una horrible pesadilla? A creer esto último se decidió, y con los brazos abiertos se precipitó hacia don Pablo, que en los su

yos le recibió; pero se helaron en sus labios las fra. ses de agradecimiento que a ellos subían , al escu: char a Celia que se habia acercado a la mesa y exa minando al Niño Jesús, exclamaba con volubilidad encantadora :

-¡Hola! ¿También es Ud. devoto del Niño Je sús como yo , Teodoro? ¡Le ha puesto Ud . luces y flores! ¡ Y qué linda imagen tiene Ud ! Yo me en : cargo de vestirla; acabo de hacerle su novena en la ...... ¡bastante que le he pedido por Merced y ...... cierto ingrato! Pero ..... ¡ Dios mio! qué lástima que se le hayan roto las puntas de los deditos de la mano derecha ! .....

Sol en invierno

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1

Arrellanada en su ancho sillón, escuchaba Mariana... Sentadas la una al lado de la otra , los dos vie.

jecitas conversaban en voz baja . Sin duda recor daban , añorándolos, tiempos de su juventud . Síem. pre que se juntaban era lo mismo. Los ancianos

viven de recuerdos, como los jóvenes de esperanzas . Habían sido amigas íntimas, hasta un poco pa. rientas, y como el pasado lo habían vivido en co. mún, en común lo evocaban ahora que estaban vie. jas, complaciéndose en ofrecerse mútuamente los cuadros de su felicidad retrospectiva como para con : vencerse de que felicidad y juventud habían realmen . te existido para ellas.

Al verlas, no más, se comprendía que habían sido dos temperamentos completamente distintos. La una toda nervios, toda fuego ; linfática y repo

sada la otra; quizás por esos mismos rasgos anta gónicos, que parece debían separarlas, fueron tan amigas. - 153 -

20

Lastenia Larriva de Llona

Mariana, morena , viva , ardiente, se había casa do después de haber tenido muchos amores; la otra,

Rosalba, blanca, rubia y apacible , se había quedado

soltera, a pesar de haber sido también muy hermo sa. Nunca se interrumpió su amistad y ahora ya ancianas, parecía haberse estrechado más el afec. tuoso lazo que las unía. ¿De qué hablaban con tanto interés siempre que se hallaban juntas? Ya lo hemos dicho: añoraban

su pasarlo. Casi siempre interrogaba la una y res . pondía la otra. Siempre en sus reciprocas relacio .

nes, había correspondido el papel activo a Mariana y el pasivo a Rosalba.

Aquel día cumplía aquella sus setenta años y estaba rodeada de su numerosa descendencia que

la festejaba cariñosamente. Su amiga que no tenía prole , se había acostumbrado a considerar como su ya la de su compañera, y como todos los años en tal fecha, había acudido presurosa a ese hogar, que era casi el suyo .

Arrellanada en el ancho sillón del que ya casi no podia levantarse, escuchaba Mariana con expresión

beatifica en su dulce y aún bello semblante, la alga. rabía que hijos y nietos formaban á su alrededor.

No pudiendo ya tomar parte activa en el com plicado proceso de la vida en que se alían poderosa mente los intereses de la nación , la dicha y la pros.

peridad de esta y la de la familia, se resignaba a juz gar, acomodando su criterio, antes recto y certero, a las opiniones de los demás. Después de todo, los que discutían , eran hijos su ។

yos y no sólo carne de su carne, sino espíritu formado de su espíritu y podía hacerse la ilusión de que era

su misma personalidad multiplicada, su yo dividido - 154

Cuentos

en fracciones, pero cada una de las cuales podía considerarse como un nuevo todo, las que discutian entre sí . Era su propia conciencia, la que represen taba a la vez el pro y el contra. Los mayores,-estos eran sus hijos, -hablaban de política, tocando todos los problemas candentes de

actualidad , internos y externos. Entre sus nietos, los jóvenes hablaban de sus amores y de sus estu dios; y los pequeños de sus estudios y de sus jue. jos .

En el segundo de los grupos, se destacaba la fi gura de la mayor de sus nietas, rozagante mucha cha de veinte abriles que ese día, precisamente, ha

hía otorgado su corazón a un apuesto oficial de ar tillería .

El alma de la abuelita se había sentido rejuve . necida al escuchar las confidencias de la niña. Al

go así como lin soplo de primavera había venido a perfumar el invierno de su existencia. Por la ventana entreabierta , penetraba la brisa

trayendo los perfumados efluvios del jardin . Era el mismo perfume de los tiempos pretéritos aunque los jazmines, la madre selva y los alhelies, no eran aque llos que arrancaba a diario de las plantas. Ahora eran las nietas de aquellas plantas las que le ofrecían sus flores, como eran sus nietos los que al presente ale . graban sus horas con el aroma de su juventud.

Sin ella evocarlas, habían pasado por delante de sus ojos, que se cerraron para verlas mejor, las som bras de sus enamorados, y creía escuchar de nuevo sus voces apasionadas, cuyo eco se había extingui. do , sin embargo, hacía tantos años. Entre ellas vibra

ba una inconfundible . Era la del hombre a quien ha bía amado más ardientemente. No había sido él , el - 155

Lastenia Larriva de Llona

de más noble carácter, entre sus pretendientes, ni el de más elevada posición social , ni el de más talento, ni el más rico, ni siquiera el más buenmozo, ni tam poco el que la había amado más; pero, ya lo hemos di cho : era el que había sabido hacerse amar por ella. Y por la magia del recuerdo volvía a sentir en sus ma

nos, que en aquellos tiempos eran mórbidas y flexi. bles y ahora estaban rígidas y descarnadas, el dulce

calor, la suave presión de las manos de él , única ca ricia que le permitiera;; y volvía a halagar sus senti.. dos el perfume que él acostumbraba visar, bañando todo su sér esa onda de amorosa voluptuosidad ..... Sus padres no habían aprobado esa elección y ella lloró desesperadamente; luchó con todas las

fuerzas que le daba el amor, pero al fin tuvo que ce der a la paterna voluntad y rompió con él , que fue como romper su corazón , sin que pudiera impedir >

que en cada uno de sus pedazos quedase grabada la imagen del bien amado .

Pasó el tiempo que sabe curar estos males de amor; la imagen aquella se esfumó, se hizo borrosa

y otra imagen la reemplazó. La joven se casó a gus. to de sus padres y en premio a su condescendencia fué feliz, si no con la felicidad que ella soñó un día,

con la tranquila dicha de un hogar sin violentas pasiones . A la pena de romper con su enamorado se ha. bía unido otra pena de amor propio. La pena de ver

que no sufrió él tanto como ella lo esperaba . Y en el transcurso de los años , al recuerdo de ese amor iba

siempre unido el de la decepción por la indiferencia con que su antiguo novio acogiera la noticia de su matrimonio con otro. - 156 -

Cuontos

Ahora pensaba en que su nieta se parecía mu cho a ella, al mismo tiempo que en su prometido encontraba analogias de carácter con el hombre a quien nunca olvidó y la asaltaba el vivo deseo de

que no tuviera la niña que sufrir todo lo que ella sufrió .

Sin dejar de conversar con Rosalba, prestaba

atención al diálogo que animadamente sostenían los prometidos y que por las aisladas frases que llega ban a sus oídos la afirmaban en la convicción de

que sabía ella amar más apasionadamente que él . Exactamente como me pasó a mí -se decía - los hom bres no saben amai; y no pensaba en que así , con

toda su vehemenciit, había sido ella quien faltó a los juramentos que hiciera al pobre postergado. -Pues, sí; preferiría que fueras celoso, muy ce loso -dijo la muchacha, alzando la voz y con acento

algo alterado. La carencia absoluta de celos, pare. ce acusar indiferencia .

Algo le respondió en voz baja su novio.

-¡Jesús! – replicó ella con aire cada vez más enojado, – eso es tener horchata en las venas, en lugar de sangre. Si creo que te conformarías sin protestar siquiera, con que yo me casara con otro..... Y dos lágrinas de despecho brotaron de los ojos de

la bella prometida y rodaron por sus mejillas . - Yo no comprendo eso, -continuó- ni me conformo con tal frialdad. ¿Y eso crees tú que es amor ? Yo pre feriría que me maldijeras, hasta que me mataras al saberme infiel , a que me otorgaras ese perdón mise

ricordioso que a ti te parece la suprema ofrenda del cariño y a mí la suprema expresión del desprecio! -¿Como yo, como yo! - dijo Mariana en voz baja a su amiga . Siente como yo, ama como yo. - 157

Lastenia Larriva de Llona

¿Sabes tú, que nunca he perdonado a Juan su con formidad cuando le dejé para casarme con Eurique?

Por eso te he preguntado repetidas veces, y vuelvo a preguntarte ahora, si él no se quejó nunca de mi traición .......

-¿Quejarse? Nó . Pero quizás no lo hacía conmigo, porque sabía cuán grande era nuestro mutuo cariño.

Mas a tí te consta que jamás, después que rompiste con él , pensó Juan en casarse y esto lo he atribuído

yo siempre a que no pudo olvidar su primer amor . Por los ojos de su interlocutora, pasó como un relámpago de alegría.

-¿Sabes? -le dijo la otra, al advertirlo ,- & que eres una perfecta egoísta, hasta llegar a la cruel.

dad ? Te alegras al imaginar que él pasó su vida pensando en ti, que le habias traicionado. ¡ Ah , Ma riana, Mariana ! .- Es un egoísmo muy humano. -- Muy tuyo y Juan te conocía; eso sí : te cono . cía perfectamente. -¿Por qué lo dices?

- Porque ahora recuerdo lo que me dijo la última -

vez que hablé con él y que creo no te lo he contado. - ¿ Qué es ello? Di , di squé te dijo? - Habías estado tú gravemente enferma y él

lo supo .-¿Qué ha tenido Mariana ? me preguntó Una enfermedad al corazón bastante seria , le dije.

-¿Al corazón ? -agregó irónicamente- ¿ Acaso Mariana tiene corazón ? ....

-¿Eso te dijo ? ¿Eso te dijo ? Repítemelo Rosal. ba, repítemelo ;-exclamó la abuela casi levantándose del sillón , y con tal expresión de felicidad en el

semblante que desconcertó a su amiga.- Esas pala -158

1

Cuentos

bras indican despecho; el despecho que su orgullo

hacia ocultar; pero que en ese instante subió a sus la bios . ¡Pobre Juan ! Luego, sí sufrió cuando me casé. ¡Si supieras tú, Rosalba, qué dichosa soy al pensar lo! ....

Y el rostro de la anciana apareció de repente como transfigurado por una emoción intensa y dulce. – Yo no podía morirme sin haber tenido este con. suelo, - terminó, mientras Rosalba la miraba estupe. facta. - Tú no sabes el bien que me has hecho repi. tiéndome sus palabras .... Y una inefable sonrisa iluminó su semblante,

que pareció recuperar por un momento las ideales gracias de la juventud; tal como un rayo de sol al reflejarse en las nevadas cumbres de los Andes, las engalana con irisados resplandores.....

:

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Cuento que es historia

21

sentada sobre las rodillas de su abuelo...

-¿Que si hay milagros ahora, me preguntas? Sí , sí que los hay .... sí que pasan cosas sobrenatu .

rales al presente, como antaño; a fines de este siglo diez y nueve, como en los comienzos del primero, cuando andaban por el mundo predicando a las mul . titudes la doctrina del Crucificado, los doce hom . - 163–

1

Lastenia Larriva de Llona

bres escogidos, que de los divinos labios de Aquel recibieron la misión de difundirla por todos los ám . bitos de la tierra. Sí que hay milagros ahora, ami. ga mia; y yo que te hablo, he tenido la dicha de pre senciar algunos.... ¿No es cierto que me conoces lo bastante para no dudar de mi veracidad, ni creer me, tampoco, una alucinada ?

¡Oh ! si ! si conocía yo á fondo a la persona que

acababa de dirigirme esas palabras; y sabía estimar, en lo que ellas valian, las raras prendas de su espí .

ritu , entre las que precisamente sobresalían una sinceridad a toda prueba y una sensatez poco co mún

Gabriela, – que este es el nombre de la amiga que os presento ,-había sido mi condiscípula más querida, unos doce ó catorce años antes de la épo. ca en que tuvo lugar el diálogo que os refiero. Las vicisitudes de la existencia nos

separaron luego

por todo ese largo espacio de tiempo; mas siempre habíamos guardado ambas en el fondo del corazón , con efusivo y sincero cariño, el recuerdo de la que fué predilecta compañera de estudios y de juegos; y

cuando, ya esposas y madres las dos, volvió a jun tarnos la suerte en el camino de la vida, nos abraza mos con grande y verdadero gozo . Fue en Chorrillos, en el mes de Enero de un

año ya distante. Nuestros ranchos (*) se hallaban con tiguos; y aunque el hermoso balneario, -entonces en

su

brillante apogeo – estaba muy

concurri.

( * )-- Sabido es que así llamamos los limeños, las casas de los balnearios; muchas de ellas verdaderos palacios. -164 -

Cuentos

do en ese verano, y abundaban los paseos y las di. versiones; nosotras, que por salud y no por lujo ni por moda habíamos ido a él , huíamos de las fiestas de cierta e pecie y, satisfechas con los goces que nos ofrecíit el hogar y la amistad que nos profesábamos, rara vez aceptábamos invitaciones . Gabriela por

su parte, tenía un justo motivo para no aceptarlas, pues guardaba aún riguroso duelo por su padre, muerto pocos meses antes.

Pasábamos siempre juntas las horas vesperti nas, ya en casa de una, ya en la de la otra ; y recor

dando los dichosos tiempos de nuestra niñez y ado. lescencia, forjando alegres proyectos sobre nuestros hijos, o tocando yo el piano ó cantando Gabriela , deslizábanse dulcemente los instantes hasta las

ocho, hora en que indefectiblemente regresaban de Lima nuestros respectivos esposos.

Aquella noche estábamos en casa de Gabriela .

Ocupaba yo una hamaca en el ancho corredor, y mi amiga, sentada frente á mi en una mecedora, te. nía en sus brazos al menor de sus riños, al que aún

amamantaba, precioso y rollizo angelote de diez me. ses, que, al suave calor del regazo maternal, y con

el acompasado movimiento del sillón , acababa de quedarse dormido. En la sala, á pocos pasos de nosotras, jugaban las dos niñas mayores de Gabriela, con dos de mis

hijos, poco más o menos de su edad, bajo la vigilan. cia de las criadas; y su garrula charla, sus risas go zosas que semejaban gorjeos de pájaros, servían co. mo de acompañamiento á nuestra conversación . Era una especie de ritornelo alegre, puesto por extra ña fantasia de artista , a una canción grave y me -165 -

Lastenia Larriva de Llona

lancólica; pues aunque tanto Gabriela como yo éra. mos felices, nuestras pláticas, que, como lo he dicho ya, tenían frecuentemente por tema el porvenir de aquellos pequeños y adorados seres, por muy risue. ñas que fueran al comenzar, concluían siempre me

lancólicamente. ¿Cuándo no se entristece el alma al pretender sondear el futuro, que entre sus miste rios sabemos que guarda tantos males por tan pocos bienes?

La luna llena que avanzaba lentamente hacia el zenit, estaba hermosísima aquella noche, y para

mejor gozar de ella, no habíamos querido que se en cendiera el gas en la galería que ocupábamos. Yo veía el rostro de Gabriela, rostro de una bella mujer

de veinticinco años, bañada por la plateada y poéti . ca luz del astro de la noche, luz que se reflejaba también á intervalos iguales, siguiendo el vaiven de la mecedora, sobre su busto, sus brazos y el cuerpo del niño dormido .

No sé por qué llegamos de repente á hablar de

milagros; ni recuerdo tampoco qué frase de duda mia motivó la respuesta de ella que dejo trascrita al comienzo de este relato

A la verdad , yo no deseaba otra cosa que oír la

narración de algún suceso portentoso del género mís. tico. El estado de mi espíritu , la gratitud de que

sentia llena mi alma hacia la Providencia por mi felicidad; la noche, serena y azul como para con : fiar en la Misericordia Divina, y para aceptar las

apariciones de celestiales mensajeros, todo me pre disponía á ello . -¿Tú has tenido la dicha de presenciar mila. - 166 -

Cuentos

gros ? - la dije; pues cuéntame alguno, y ten por se guro que me comunicarás tu fe. Gabriela echó hacia atrás su linda cabeza ru

bia, cuyas líneas aparecían verdaderamente idea les, y se reconcentró en sí misma por un momento . Memorias de dulce tristeza evocó, sin duda, su pen

samiento, á juzgar por la expresión de sus miradas. Su semblante parecía iluminado á un mismo tiem: po por dos resplandores: el que irradiaba su alma, que asomaba por sus ojos, y el resplandor sideral que, desde lo alto del firmamento , y penetrando por

el enrejado de la casa, descendía sobre ella . La ma dre y el hijo formaban en ese instante un grupo ad. mirable que no se habría desdeñado de copiar Ra fael para una de sus sacras Familias. Solamente

que, en lugar de los vivos colores que presta el céle . bre pintor á los vestidos de sus Madonnas, estaba cubierta Gabriela de negros crespones, que aumen : taban el encanto de su hermosura , de rasgos finos y severos .

- Tú no conociste á mi hija Adriana, - comen zó Gabriela . - Era un verdadero prodigio de belleza y de talento. Era , además, el primer fruto de nues . tro amor, y su padre y yo adorábamos en ella . Pe

lo más que Alfonso y que yo juntos, la amaba mi padre. Hay quien dice que a los nietos se quiere

más que á los hijos : no creo que esto sea exacto por regla general; pero si sé que lo fué en mi padre. Desde que aquella criatura nació, ocupó por com. pleto el corazón de su abuelo. El no podía vivir sin tenerla constantemente a su lado . El vió su prime. ra sonrisa y él oyó su primera palabra. Nadie como él gozó con sus gracias; nadie como él sufrió con sus dolencias. -167 –

Lastenia Larriva de Llona

La niña, por su parte, con ese admirable ins: tinto de la infancia , parecía comprenderlo in menso de aquel cariño, y procuraba corresponderlo colmando de caricias y de inocentes agazajos al po bre viejo . Tres años y medio llegó á vivir en este mundo,

y cuando ahora evoco su recuerdo, me parece verla sentada sobre las rodillas de su abuelo, pendiente de sus labios , con los ojos fijos en los suyos, escu: chando atentamente un cuento , que con sólo oírlo una vez quedaba grabado en su memoria, o señalando con su dedito , mientras leía en voz alta, las páginas

de los Cuentos Pintados, cuyos versos le enseñaba él a pronunciar correctamente.

Gabriela hizo una pausa, que llenó con un beso al niño que tenía sobre su seno, como si con ese ósculo se nubiera querido consolar de no poder es

tamparlo en la frente de la niña, que había huído para siempre de su lado . Luego continuó así :

– Una mañana amaneció con fiebre mi hija . La enfermedad no presentaba ningún síntoma alar mante ; sin embargo se llamó al médico. Este la

halló ya casi en su estado normal; se rió de nues. tros aprensiones, recetó algo insignificante, y por exceso de precaución , recomendó que pasara el día en cama.

Con el fin de hacerle más llevaderas esas horas

de forzosa inacción , me constitui yo en el lecho con

la pequeña engreída. Parecióme notar que mi Adriana estaba triste; pero lo atribuí al disgusto de estar en cama, y no hice caso de ello. Viendo que desdeñaba todos los juguetes, traté de que durmiera -168

Cuentos

para engañar el tiempo, y lo conseguí. Yo también me quedé dormida a su lado .

No sé cuanto tiempo duraría ese sueño de am : bas; sólo recuerdo que de improviso desperté asus tada al oir a mi hija que decia con claro y vibrante acento :

-¡Mamá, yo quiero irme al cielo! -¿Al cielo, vida mía ? ¿Y por qué quieres irte al Cielo?

-¡Porque allá voy a ser angelito ! -- Pero para eso es menester que nos dejes – le contesté, presa de terrible emoción – y tú no puedes -

querer abandonarnos...... ¿ Qué sería de tu papá y de tu abuelito si te fueras y nos dejases? ¿Qué sería de mi , alma de mi alma ?

Se quedó un momento pensativa al escuchar mis palabras, y luego respondió con voz menos se gura :

- Es que.... se irán todos conmigo: tú , mi pá pá, mi abuelito .... - En ese caso sí, mi angel adorado; pero no de otro modo .

Pasó su bracito al rededor de mi cuello y vol vió a quedarse dormida, tranquila aparentemente; pero murmurando aún algunas frases confusas, de

entre las cuales sólo pude comprender las palabras: «miabuelito .....repetidas por algún rato .

La impresión que me produjo este diálogo fué tal, que no tuve ánimo para referir a nadie en la ca

sa el incidente, pues por una especie de supersticio so temor, pareciame que si lo comunicaba a alguien

se realizaría la desgracia que me amenazaba . Aquella misma noche le volvió a la niña la fie . - 169

22

Lastenia Larriva de Llona

bre, y esta vez con mayor fuerza ; y siguió con ella

al otro día, y al otro y al otro .... Para abreviar: al cabo de siete, declaró el facultativo, lo que mi padre no cesaba de decir desde el primer momento, y que yo me empeñaba en no

creer : que la criatura estaba de suma gravedad . Ocho médicos de los más afamados se reunie

ron desde entonces diariamente para asistir a la ni. ña; pero todos los esfuerzos de la ciencia fueron va nos, pues día a día hacía progresos el terrible mal.

Hubo lo de siempre: divergencia de opiniones: que si era fiebre tifoidea , que si los pulmones esta ban afectados .... Debo decir, sin embargo, que se siguió un tratamiento conveniente en ambos casos .

¡Qué via - crucis recorrimos en esos aciagos días! Por grados iba aumentando nuestro martirio .

Pri

mero las horribles pócimas, luego los sinapismos, después los cáusticos ....

Todo lo soportó con una paciencia angelical , y si alguna vez se negaba a aceptar un nuevo tormen . to, bastaba que su abuelo le dijera: - « Hazlo por mín para que consintiera al instante, con dulce sonrisa .

Tremendo era el dolor que nos agobiaba a Al fonso y a mí, y no necesito ponderártelo a tí que tie nes hijos, para que lo comprendas; pero debo confe sarte que ese dolor, con ser tan grande, no alcanzaba a la vehemencia del de mi padre . Este rayaba en la locura.

-¡Tenía que suceder, tenía que suceder! -repe 2

tía sin cesar, hablando consigo mismo.- Era dema siada felicidad para mi ! Pero yo no sobreviviré a mi Adriana .... jah! eso sí ; ¡no la sobreviviré!. Nosotros teníamos que olvidar nuestra propia - 170

Cuentos

pena para tratar de consolarlo a él ; pero no lográba mos nuestro intento . El décimo octavo día de su enfermedad se ha

bían reunido, según costumbre, a las doce, los médi cos que la asistian, y creyeron encontrar una leve mejoría en el estado general de la enfermita. El médico de cabecera , antiguo amigo nuestro ,

casi hermario mío, y que por esta razón asistía con doble interés a mi hija, se quedó en la casa después de la consulta .

Sería las tres de la tarde, y yo, un tanto conso iada por la opinión de los facultativos, me habia re costado en un sofá en el ángulo de la habitación, opuesto a aquel que ocupaba el lecho de mi hija ; y, rendida por las continuadas noches en vela y por la fatiga moral, me quedé un momento amodo rrada .

Como algunos días antes, me despertó repenti namente la voz de mi Adriana, que, no ya expresan do un deseo, sino con entera convicción y acento re. suelto exclamaba :

-¡Yo me voy al Cielo ! ¡Yo me voy al Cielo ! -¿Qué dices ? -grité, poniéndome en pie de un

salto, y acercándome rápidamente a ella. -¡Yo me voy al Cielo ! ¡ Yo me voy al Cielo ! repitió en el mismo tono . ¿ Era eso , acaso , un delirio ? Pero ¿por qué deli. raba con su ida al Cielo esa inocente que no sabia que iba a morir ?

Mi marido y las demás personas de la familia que estaban en la habitación , rodeaban ya el lecho. La niña fijó en su padre una mirada extraordi

nariamente lúcida en ese instante, se incorporó en - 171

Lastenia Larriva de Llona

la cama , y, con ademán suplicante , le dijo en tono de mimoso ruego :

-¡Déjame ir, papá! ¿Me dejarás ? ¿ Verdad que me dejarás? ¡ Déjame irme, papacito !

Todos los espectadores de esta escena, - entre los que no sé si por fortuna o por desgracia no se

hallaba mi padre, - estaban mudos; pero por todos los rostros corrían lágrimas abundantes y presu rosas .

Alfonso y yo caímos de rodillas.

-Sí , hijita; sí , angel de Dios; sí te dejamos ir , exclamamos entre sollozos- ¡Vete , vete al Cielo si te llaman los otros ángeles, tus hermanos! Una leve sonrisa se dibujó en los descoloridos labios de mi Adriana, y, cerrando los ojos, recosto

de nuevo su cabecita en la almohada, quedando otra vez sumida en una especie de letargo . A proximose en esos momentos al lecho, el mé dico, que a nuestra llamada acudió asustado . - ¡Rafael, Rafael, - le dije – mi hija se muere! ¡ Ni tú , ni nadie en el mundo, puede impedir que se cumpla lo que Dios ha decretado! >

Y todos a una, le contamos la desgarradora es cena .

Ví palidecer su rostro al escuchar nuestra rela

ción y quedó sin poder articular palabra . Las últimas que Gabriela pronunciaba puedo de . cir que las adivinaba yo ; pues embargada por la

emoción que despertaban en su alma aquellos re . cuerdos, apenas podía hablar; y confieso que yo me sentía tan afectada como ella.

-Y .... ¿ cuándo murió ? - le pregunté. - Aquella misma tarde .... -

-

-172

Cuentos

Supuse que la relación de mi amiga concluía

alli , y no le pregunté más. Permanecimos un rato en silencio .

De pronto se oyó a lo lejos el silbido de una lo comotora .

-¡Alli viene mi papacito !

-¡El tren ! ¡ El tren ! -gritaron a la vez varias voces infantiles; y nuestros niños, abandonaron sus juegos para correr a la puerta de calle a esperar a sus respectivos papás.

- Lo que has oído no es más que la mitad de mi historia, me dijo Gabriela . -¿Aún hay más ?

-Lo que te he referido es solamente el prólo

go. Es una cosa extraordinaria , con vendrás en ello ; pero sin provecho para nadie, y tú sabes que los mi lagros los hace el Señor en favor de alguien . Así lo fué este ; pero no puedo concluir esta noche mi rela

ción, porque me siento muy conmovida. Además, Alfonso va a entrar, y si echa de ver mi emoción se

enojarí, pensando que le puede ser funesta a este chiquitin . Mañana terminaré mi relato. Gabriela llamó a una criada, le entregó el niño dormido y díjole que diera orden de hacer servir la comida .

Ambas nos pusimos de pie en seguida para re . cibir a nuestros esposos .

II

Ya podéis imaginaros si fuí puntual a la cita: Hice apresurar la comida de los niños, y a las seis en punto de la tarde les quitaba sus delantalcitos y -173 -

Lastenia Larriva de Llona

arreglaba sus cabellos, quizás por vigésima vez en el transcurso del día, para pasar al rancho de Gabriela .

Pero ésta tenía, sin duda , tanta in paciencia por volar a mi lado, como sentía yo por ir al suyo, pues al traspasar con mis hijos el umbral de mi ca

sa, nos encontramos con mi amiga que acompañada de los suyos, venia a buscarme.

Pocos momentos después, y mientras los niños, felices como lo somos todos en esa época de la vida con tener compañeros de nuestra edad para nues.

tros juegos, corrían haciendo ruido con bocas, ma nos y pies, hasta el interior de la casa, Gabriela, to

mando asiento al lado mío en una hamaca, reanudó así su interrumpida relación: -¿Cómo pintarte el dolor de mi padre a la muerte de esa criatura en quien había cifrado toda

la dicha de los cortos años que le quedaban de exis tencia? El la miraba como el oásis que hacia el fin de la penosa y ya larga jornada de su vida , se le pre sentaba para resarcirle de todas sus fatigas y dolo res. Y el inmenso amor que le profesaba era no sólo el amor paternal, noble y abnegado como ninguno, sino ese cariño algo egoista, y por esto mismo más intenso, de los viejos que aman , sobre toilo, lo que

para ellos es fuente inagotable de goces. ¡ Goces puri simos, en este caso ; sublimes y misteriosos goces que tenían su origen en la simpatia mutua, en un algo más espontáneo e independiente que la natu ral atracción de la sangre y en la compenetración de dos almas que se encontraban bajo los dinteles de esa Eternidad, de donde la una acababa de salir y a

donde la otra debía regresar en breve, siguiendo ésta los pasos de aquélla , para no extraviarse en el ca -174

Cuentos

mino que su dilatada y trabajosa peregrinación por la tierra podría haberle hecho olvidar! ¡Las almas

de un anciano y de una niña, que, obedeciendo a la misma ley que en apariencia las desvía una de otra, son las que en realidad se hallan más unidas !....

La de mi padre quedó sumida en lóbregas ti nieblas al desaparecer Adriana de este mundo . Ese pequeño ataud blanco , en cuyo fondo de seda azul

acolchaila , vió dormida con el sueño de que no se des pierta , a esa adorable criatura que fué el encanto y

la alegría de sus horas, se llevó consigo , al bajar al seno de la tierra , todas las ilusiones, todas las es perinzas que brotan en el corazón del ser humano

cuando se halla en el ocaso de la vida, y que , como

las flores y los frutos que dan ciertas plantas antes de morir, suelen ser las más hermosas! ¡Postreros fulgores de la existencia del hombre, que, como los de una lámpara , son los más vivos e intensos!

Menester es que te diga , al llegar aqui, que mi padre, hombre dotado de grandes virtudes sociales y domésticas, no era sin embargo, vi con mucho, un católico creyente .

Gabriela calló por un momento , tomando su semblante esa expresión indecisa de quien aborda un tema difícil . Las frases parecian palpitar en sus labios, pero ella hacia esfuerzos por detenerlas, te

miendo, sin duda, que no expresasen discretamente sus pensamientos.

Por fin hizo un gracioso mohín y perdiendo al go de su seriedad anterior, dijo con un aire tímido y malicioso, que sentaba perfectamente a su lindo ros tro, que a pesar de los cuidados maternales conserva ba aún algo de infantil: – Ahora sería preciso cambiar los papeles, y – 175 -

Lastenia Larriva de Llona

que fueras tú la narradora , para que pullieras hacer una disertación filosófica sobre las causas y los efec. tos de la manera de pensar de mi padre en materias religiosas. Yo, -continuó, a cercando su mano derecha a mis labios , como para atajar en ellos las palabras que presentía iba yo a pronunciar.- yo; no soy escri tora como tú ; no protestes; sé muy bien que hago mi papel en la sociedad bastante lucidamente . La 1

meña posee, tal vez como ninguna otra mujer en el mundo, esa vivacidad y esa gracia que en las frívo las conversaciones de nuestros círculos sociales, aun

de los más elevados, sustituyen perfectamente al talento, como suple en los ciegos el instinto a la vis ta; y yo no creo carecer por completo de dichas cua

lidades, que en verdad no sé si son positivas o nega tivas .

Pero, sigo mi relato diciéndote en pocas pala bras lo que pienso sobre aquel punto. Nacido mi padre en los albores de este siglo,

que ya toca a su fin ; cuando el ansia de indepen. dencia política había llegarlo al grado de verdadera embriaguez para estos pueblos, que por efectos de natural reacción, después de tres siglos de esclavi

tua , pedían todas las libertades y amenazaban con tomarse todas las licencias; cuando los ecos de la tremenda revolución francesa retumbaban aún en

estas lejanas tierras, poniendo espanto en los cora

zones de los unos y exaltando hasta el delirio los ce rebros de los otros; él , que tenía un carácter vehe

mente y generoso y unida a una alma sencilla , una inteligencia clara y elevada, se apasionó sincera . mente de esos ideales, levantados como enseñit para atraerse la simpatía del universo por aquellos mis - 176–

Cuentos

mos que tal vez se burlaban de ellos en lo intimo de sus conciencias, y fué defensor ardiente de todas

aquellas ideas de Libertad , Igualdad y Fraternidad que llenan las páginas de los libros y periódicos de aquella época; preciándose también , como el que más, de rendir culto a la diosa Razón, desde que lle .

gó a la edad en que ella despunta en el hombre. A pesar de esto y por una anomalía que se ob . serva frecuentemente, desde que tuve la desgracia

de perder a mi madre, fuí colocada por él en uw Co legio de Religiosas; aquél en que fuimos condiscí. pulas. Resultó de aqui, como puedes suponer, que es

taban en completa contradicción las enseñanzas que yo recibía en el colegio , con las máximas que oía en mi casa ; y careciendo por entonces del discernimien

to preciso para decidirme en pro de las unas o de las otras, y deseando poner de acuerdo esos dos mundos completamente antagónicos en los cuales pasaban alternativamente las horas de mi existencia , suce .

día , que con frecuencia refutaba los argumentos de mi padre con las lecciones que me inculcaban las buenis Madres, y que replicaba a éstas con las frases liberales que aprendía en ini casa; no consiguiendo, por supuesto , otra cosa con mi doble juego, que

excitar la hilarinail de mi padre, o escandalizal,a las Religiosas, que, a las veces imponían severos casti. gos , como recordarás, a la pequeña demagoga por sus avanzadas ideas.

Para abreviar: sali del Colegio á los diez y

seis años, después de haber permanecido por espacio de diez en sus claustros, y a los pocos meses entré, por mi matrimonio con Alfonso , a formar parte de -177 -

23

Lastenia Larriva de Llona

una familia en la que son tradicionales la piedad y la devoción . Entonces se afirmó por completo mi fé religiosa . El amor llevó a cabo la obra comenzada

por las Madres del Colegio. Luego jes tan fácil ser creyente cuando se es dichosa !

Con lo expuesto comprenderás ya, por qué a la muerte de mi hija Adriana se sintió su abuelo mil veces más desesperado que mi esposo y que yo . A nosotros nos consolaba la idea de que ese all

gel había vuelto al Cielo que era su verdadera Pa tria . Con los ojos de la fe la veiamos gozando de la infinita ventura de los predestinados y cantando las alabanzas al Señor de todo lo creado, entre el coro de

los querubes. Más aún : sabíamos que esa alma que había regresado pura e inmaculada al seno de su Hacedor, como de El saliera, nos serviría de protec tora mientras habitáramos en este mundo de mise.

ria y penalidades; y fiados en esa poderosa interse ción , dirigiamos nuestras plegarias al Altísimo con mayor fervor y confianza . Por último nosotros

abrigábamos la dulcísima convicción de que un día cercano - puesto que es cercano todo lo que no es

eterno.- la misma muerte que nos había separado nos volvería a reunir, y esta vez para siempre, a nuestro angel adorado .

Mi padre no tenía ninguno de estos consuelos, y por lo mismo su dolor no conocía límites. Los día se sucedían a los días, y los meses a

los meses, sin traer la menor atenuación a su pena. Naturalmente, el sufrimiento moral debía ocasionar al fin el trastorno físico; y con efecto, su salud fué decayendo visiblemente .

Vivía entregado por completo al recuerdo de la -178

Cuentos

amada muertecita. El sueño huyó para siempre de siis ojos cansados de llorar, y pasaba las horas lar

guisimas evocando la imagen de la niña, conversan do con su sombra , y haciéndole protestas de no ol vidarla mientras le qurase la existencia .

El dia en que se cumplió un año del fatal suce so , nos dirigió a Alfonso y a mí una carta que era de principio a fin una suprema queja contra el Des tino . Esa carta acabó de convencernos de lo incura ble de su mal y esperábamos temerosos las fatales consecuencias, que por cierto no se hicieron esperar. Cuando urgido, obligado casi por nosotros, se

hizo reconocer por los médicos, una cruel enferme dad , la tuberculosis pulmonar, tenía ya minada con

siderablemente su naturaleza. Mi corazón de hija debia prepararse a sufrir tanto, como había sufrido meses antes mi corazón de madre. Pero lo más an

gustioso para mi en esta nueva vía -crucis, era la des

consoladora convicción que abrigaba de que mi padre no abjuraría , ni en el supremo trance de la muerte, de sus ideas de libre pensador.

A medida que progresaba al mal se hacía ma yor mi aflixión .

¡ Con cuánto fervor oraba noche y dia al Dios de las Misericordias y a su Madre Santísima para que escuchara mis súplicas y tocara el corazón de ese sér tan amado! Pero el Cielo parecía scrdo a mis

oraciones, indiferente a mis lágrimas! Un día en que sin duda leyó él en mi semblan te, más claramente que de ordinario, la tristeza y el

abatimiento que llenaban mi alma, me preguntó: -¿Por qué te afliges así? ¿ Porque ves mi muerte -179

-

Lastenia Larriva de Llona

próxima ? ¡ Pero sí yo no siento abandonar una exis tencia que no puede ofrecerme ningún encanto en adelante. Bien sabes que este mundo me es odioso desde que Adriana lo dejó.... – Pero es que no se trata tan sólo de dejar este

mundo, - me aventure a decirle, - sino de ir a otro en donde puedes encontrarla a ella . Si Dios se la lle -

vó a su lado ....

-¡Dios no se mezcla en las cosas de acá abajo !

me interrumpió violentamente con acento entrecor tado por un acceso de tos .- ¿ Crees que si Dios dispu . siera esas cosas habría podido quitarle it este pobre

viejo la más grande y la más pura felicidad que ha tenido?...... ¡ O no se mezcla El en las cosas dela tie. rra o no es infinitamente bueno !

La frase concluyó con un sollozo, y el anciano escondió el rostro entre el pañuelo que sostenían sus blancas y descarnadas manos, para ocultar su emoción .

No me sentí con fuerzas en ese momento para discutir con él y enmudecí, coumovida también por mi parte, hasta lo más intimo de mi alma. En el día siguiente a aquel en que tuvo lugar esta escena, se me ocurrió una idea . Pensé que lo que yo no podía lograr, lo lograría seguramente un sa cerdote que tuviera el doble prestigio de la virtud y

del talento, y simultáneamente se me vino aa la me. moria el nombre de Monseñor R .... que, como sal bes es una de las más altas eminencias de nuestro

clero, por sus dotes morales e intelectuales y a las que en numerosas ocasiones había yo oído rendir

justicia a mi padre, a pesar de su poca simpatia por los sacerdotes en general . Decidí pues, dirigirme a -180

Cuentos

él convencida de que si lograba persuadirlo a que hablase con mi amado enfermo, podía dar por logra dos mis propósitos.

Creo no haberte dicho que, por mandato de los facultativos, habitábamos entonces, - despues de haber estado en diversos puntos de lit sierra cuyo

clima es preconizado para las enfermedades del pul món – en el pueblo de la Magdalena. Como una vez tomaa mi resolución, comprendi que no había tiem . po que perder, parti esa misma tarde para Lima, con la intención de regresitl à lil mañana siguiente acompañada de Monseñor R ... si él accedía a mis

súplicas. Durante el camino que el ferrocarril salvaba en pocos minutos, iba yo ensayando en mi mente el

ciscurso que habia de dirigir a Monseñor R ... Llegada a la estación , tomé un carruaje de pla . za y ili al cochero las señas el domicilio del

sacer

dote a quien me urgía ver . El corazón me latia tan fuertemente , al atrave. S :ll el patio de la casa , que todo ruido exterior había

desaparecido para mí, y sólo escuchaba las palpita ciones de mi pecho.

Agité la campanilla y pocos momentos después apareció un criado. - Deseo ver a Monseñor R ...

- Monseñor R. ... se encuentra ilusente de esta

ciudail desde hace algunos días – me alijo , inclinán dose respetuosamente , - y no se hallará de regreso hasta pasallos tres o cuatro meses . Durante varias horas había yo acariciado la idea

de que Monseñor R .... hablara y convenciera a mi pa - 181

Lastenia Larriva de Llona

dre y la misma fuerza de mi deseo, había hecho pa ra mi exaltada imaginación una realidad de lo que

sólo debía ser una esperanza . La decepción que sen tí fue , pues, terrible. Tuve que apoyarme en la sir viente que me acompañaba para no caer por tierra . Luego sali de allí con piso vacilante.

¿Qué hacer ? ¿ Regresarme inmediatamente a la Magdalena ? ¿ Esperar el día siguiente y buscar otro

sacerdote ? Despues de todo, pensé, Monseñor R ... aunque el más apropósito para llevar a cabo mi plan , no sólo por sus méritos intrinsicos, sino por la sim

patía y veneración que inspiraba a mi padre, no era el único capaz de tal misión . Decidi pasar la noche en mi casa de Lima y meditar lo que debía hacer después de dar a mi cuerpo las horas de reposo de que urgentemente necesitaba. Había oscurecido por completo cuando sali de casa de Monseñor R ....

y el coche que nos había

llevado allí , había sido despedido inadvertidamente por mi criada .

La noche estaba fría y lluviosa como que nos hallábamos a fines de Julio; es decir, en pleno in vierno . Delante de mí se extendía una largil serie de cuadras perfectamente rectas; y en toda la exten sión de ellas, dos líneas paralelas de faroles de gas, cuyas luces, en parte porque la tenue garúa empaña ba los cristales que los cubrian , en parte porque yo las veía con los ojos cansados por el insomnio y por las lágrimas, me mostraba una llama rojiza, os.

cilante y que parecía tomar extrañas formas cuan do se detenían en ellas mis miradas.

Yo caminaba , caminaba, dejando que el viento

y la lluvia azotasen mi rostro, pues esa fría impre -182 -

Cuentos

sión me era agradable; y me parecía como que ella calmaba la exitación de mi cerebro.

Asi avancé, partiendo de la calle de El Quema

do, en que está situada, la casa de Monseñor R ... por la de Mariquitus, Mogollón, Jesus Maria y Man tequería de Boza, doblé por la de Pando para cruzar en seguida de nuevo por la Encarnación y tomar la calle del Sauce, en donde se halla la casa que hasta el presente habito . Al pasar por la calle de la Encarnación , vi abierta la Iglesia que le da nombre, y, por irresisti

ble impulso penetré en ella. No sé si a ti te inspirar, como a mi, mayor de voción y recogimiento , las Iglesias de los conventos

de monjas. Aunque invisibles para el público , las religiosas dejan sentir su presencia en las cosas más pequeñas y triviales; y esos templos no muy

grandes, por lo general, son verdaderos y preciosos relicarios.

A la hora en que yo entré en ella, se hallaba la Iglesia casi desierta, y poco mesos que a oscuras.

Me arrodillé, y , cubriéndome el rostro con la

manta para reconcentrarme mejor, oré por largo rato. Cuando levanté la cabeza, ví que el altar ante el cual estaba arrodillada , era el consagrado a nues tra Señora de Lourdes.

Debo confesarte que, aunque me preciaba de muy devota de la Virgen , poca fé me inspiraban aún por entonces los prodigios que se atribuían a la mi lagrosa imagen a parecida el año 58 en un rincón de los Pirineos, a Bernardita Soubirous. Pero por esta

misma razón , y, como una pena que me imponía por mi incredulidad, quise depositar toda mi confianza en ella .

- 183

Lastenia Larriva de Llona

Alcé, pues, los ojos hacia la hermosa imagen que

simboliza la Inmaculada Concepción , y la expuse mi cuita con fervorosas lágrimas. Las monjas, entregadas a sus distribuciones de

la noche, rompieron en un dulce cántico a la Madre de Dios y a sus voces claras y apacibles entre las que descollaban algunas de argentino timbre, se mez claron mis sollozos; y el himno de gratitud de esos corazones serenos y la plegaria del mio angustiado subieron unidos hasta el trono de la excelsa Señora .

Al llegar a este punto de su narración, Gabrie la se incorporó, y tomando entre sus manos, frias por la emoción , una de las mías, la estrechó con fuer za, mientras fijaba intensamente en mis ojos, la mi rada límpida y azul de los hermosos suyos, como pa

ra grabar mejor en mi mente lo que iba a añadir. - Ahora vas a oír los incidentes extraños de es

ta historia - me dijo - Préstame toda tu atención: y sobre todo, no dudes de mi absoluta veracidad . Llegada a casa me dormi profundamente y so

ñé; soñé que me veia a mí misma, orando como po . cos momentos antes lo había hecho en realidad , en el rincón de una Iglesia oscura y sola.

Era mi propia figural, envuelta en un vestido ne

gro, y cubierto el semblante con unit manta; y sin embargo yo me miraba como puede uno mirar a otra persona . Esa mujer, que era yo, sollozaba , y su cuerpo se estremecía a impulso de los sollozos . De

repente, esa figura que me representaba , y a la que había estado yo viendo frente a mí, fué bajando, ba jando, hasta quedarse en segundo término, mientras

que arriba, muy arriba, en un espacio muy grande y oscurísimo, vi aparecer otras dos figuras de l'asgos - 184–

Cuentos

imprecisos; que caminaban por entre esa lobreguez, sin vacilar, como caminan los astros ; pero sin que

los resplandores que de sí irradiaban, disiparan las tinieblas Tas, eran Ella zándose

de que marchaban rodeadas. Esus dos figu mi padre y mi hija. lo conducía a él. Y seguían, seguían desli por los infinitos y negros espacios; pero

aunque avanzaban sin cesar, no desaparecían jamás de mi vista. Ella estaba como vestida de luz, de una

luz azulada, sideral; y bella, con una belleza sobre. natural y l'adiante. Era mi hija, sí , yo lo sabía , lo sentia , pero mi hija transfigurada . ¿Cuánto tiempo duró mi sueño? Tal vez unos pocos minutos, tal vez la noche entera ; lo que sé es que a mí me pareció larguísimo; y tanto me asom . braba de la inmovilidad de la mujer vestida de ne

gro que oraba , que era yo, como de la rapidez con que hendían los espacios las otras dos figuras res . plandecientes que eran mi padre y Adriana ...... La criada a quien había yo encargado que me

despertase temprano, me dijo después que había ne. cesitado llamarme muchas veces para lograr hacerse oir .

Al despertar senti un bienestar muy grande, y una confianza ilimitada en la Virgen .

Me vesti a presuradamente para regresar a la Magdalena en el primer tren , renunciando a hacer yo nada por mi parte en el asunto que tan preocu pada me tenía hacia largos meses y convencida de

que todo lo haría la omnipotente Señora en quien había puesto toda mi confianza . , , . La mañana estaba deliciosa, después de la llu

via de la noche anterior; y como suelen serlo, aun - 185 –

24

Lastenia Larriva de Llona

en la estación del invierno, en este clima verdadera mente paradisiaco. Al entrar en el wagón tuve una agradable sor: presa .

Encontré instalado en él, a un padrecito agusti no, de nacionalidad italiana, antiguo amigo nues

tro, y a quien hacia largo tiempo que no veíamos. -¿Adónde bueno, mi padre,? – le pregunté, sa ludándole cordialmente .

- A la casa de Ud . – me contestó – Anoche supe

de un modo casual , por un amigo de ustedes y mío, que el padre de Ud . se encontraba muy grave, y deci

dí hacerle hoy una visita. El tiempo me ha favoreci. do, -continuó con su marcado acento italiano, fro tandose las manos alegremente , manos cuidadas y bellas como las de un prelado del siglo XVIII . – A mí me encantan estas mañanitas de Lima .

No descollaba el Padre Gerardi ni por sus vir

tudes, ni por su ciencia, ni por nada . Era, apesar del sagrado ministerio que ejercía , lo que llama el mun .

do un infeliz, un pobre de espiritu ; pero era muy ri sueño; no se enojaba jamás por nada ni con nadie; y

estas pequeñas cualidades, que a las veces atraen más simpatías que las grandes virtudes, le captaban el afecto de todos .

En los tiempos en que frecuentaba nuestra ca sa, solía tener con mi padre ruidosas disputas teoló gicas- no me atrevo a llamarlas discusiones , - en

las que el último cantaba siempre victoria, y por lo mismo, se había acostumbrado a mirar a su conten dor con cierto desdén . El se contentaba con decirle, cuando le faltaba la fuerza de argumentación: -¡Calle Ud., calle Ud. que conmigo se ha de -186

Cuentos

confesar. – Lo cual, según el humor de que estaba -

mi padre, provocaba su risa o su enojo . Conociendo pues, como conocía yo al padre Ge.

rardi y las relaciones que entre él y mi caro enfer mo mediaban , no se me ocurrió ni aún darle cuenta

de mis tribulaciones . Sin embargo, sentí una especie de satisfacción y de consuelo de que fuese a casa . Al llegar al pueblo , encontramos a mi marido que venía il buscarme a la estación .

-¡Gracias a Dios que has venido temprano! – me dijo – tu papà ha preguntado repetidas veces por ti , esta mañana .

-¿Ha tenido alguna novedad ? - Por el contrario, ha pasado una noche muy tranquila .

A presuré el paso, y pocos momentos después entré al aposento de mi padre. Se hallaba éste, como de costumbre, sentado en un ancho sillón y recostado sobre almohadas. En su

rostro pálido y enflaquecido, brillaban con extraor: dinaria vida sus ojos, agrandados notablemente por la enfermedad y cercados por grandes ojeras. Su fino y sedoso cabello, que llevaba siempre un poco largo, y que en los últimos meses había encanecido casi

por completo, se escapaba del gorro que le abrigaba la cabeza, y caía en revueltos bucles sobre las al mohadas.

Apenas me vió, tendió hacia mí sus manos trans parentes a fuerza de delgadas; y dirigiéndome una

mirada expresiva sobre toda ponderación , mirada que no olvidaré mientras viva, me dijo:

- Ven , ven , acércate: te aguardaba impaciente. Vas a ponerte muy contenta: quiero confesarme. Arrojé un grito de júbilo, y cayendo de rodillas -187 -

Lastenia Larriva de Llona

delante de él, cogí sus manos y las cubri de besos y de lágrimas .

El prosigió con voz temblorosa y ligeramente cortada por la fatiga :

He visto a Adriana anoche, y me llamaba, me llamaba con sus manecitas. Pero no la he visto como me la presentan de continuo mis recuerdos;

tal como era cuando estaba en este mundo, sino que la he visto en la figura de un ángel....Volaba, volaba por el espacio y estaba transfigurada y llena

de luz ..... te repito que me llamaba .... aún creo estarla viendo .... Parecia vestida con resplandores de estrellas!....

¡ Era la misma visión que yo había tenido! ¡Sí , ។

si, yo también había visto a mi hija como un ángel , transfigurada y vestida con la luz de las estre llas! .....

Y yo había visto más : yo había visto que se lle . vaba consigo a las regiones de la eterna dicha, en

donde ella moraba, al anciano que tanto la había amado en la tierra .

Ahora lo comprendía todo: ella se había ido al cielo para poder mostrarle a él , el camino de la eter 2

na patria.

- No hay tiempo que perder, prosiguió mi pa dre. Envíame a buscar un sacerdote ahora mismo.

-No habrá que ir muy lejos, papacito, si te con formarás con el padre Gerardi . Ha venido a verte. -¿El buen padre Gerardi? Sí que me conformo hija mía. El más humilde conviene mejor al más so , -

berbio .

Me levanté apresuradamente para llamar al pa dre Gerardi; pero ya Alfonso se nabía adelantado ; y -188

Cuentos

a través de la mampara entreabierta , asomaba la ro

Salla y risueña faz del buen padrecito y oimos su voz gozosa que decía :

- Si yo se lo tenia pronosticado a Uil . Si así te nía que suceder. ¡ Yo he ganado! ¡ Yo he ganado !.... -¿Por qué estás llorando, mamá? ¿Por que está llorando Gabriela ? murmuró de pronto a mi oído con la graciosa media lengua de sus tres años esca sos, mi María , mi hijita menor, mientras un poco de. trás de ella , asomaban sus caritas, en las que se leía

esa especie de sobrecogimiento , de respetuosa emo ción , que produce en los niños el ver llorar a los

grandes, – las hijas de Gabriela y el niño mayorcito mio .

? + +

Lo irreparable

I

Arrojose ella sobre el cuerpo inanimado de su hijo.... Muchos años hace de lo que voy a referir, co

mo que cuando acaeció me hallaba yo aún en la flor de mi edad.

Encontrábame con mis padres en uno de los

balnearios cercanos a Lima y , como suele suceder, en las cortas y alegres temporadas que pasan las fa milias en esos lugares, nos reuníamos todas las no ches, ya en una , ya en otra casa del pueblo lindo y risueño, un gran número de las muchachas que allí habíamos ido a olvidar por unos cuantos meses las enojosas exigencias de la capital y a tomar baños, no sólo de mar, sino también de aire y de sol .

Juntándose un numeroso grupo de muchachas, claro está que no faltaba en dichas reuniones otro

igual de muchachos, pues se atraen mutuamente los dos sexos, como atrae el imán al acero; atracción que, en mi humilde concepto, es la cosa más natu - 193 25

Lastenia Larriva de Llona

ral, inás lógica y más conveniente, salvo mejor pa recer de mis lectores, también de ambos sexos. Las veladas eran deliciosas. Se hacia música , se recitaban versos, se jugaba a juegos de prendas, - muy en boga por esos tiempos , - y se chismea ba un poco, pero sin acritud, comentando los amo

res de esta y de aquella pareja , criticando la versa tilidad de Fulano y de Mengano y lamentando las calabazas que Zutanita y Perenganita habían dado o recibido.

Entre las personas de respeto que solian presi.

dir esas reuniones, había una viulla, joven aún , pues no pasaría de los cuarenta años, muy bella todavía ,

y más simpática que bella , a pesar de la expresión severa y triste que de continuo se veía en su rostro,

o tal vez a causa de esa misma severidad y tristeza . Doña Magdalena, -este era su nombre, - no tomaba parte, por lo general, en las conversaciones

cuyo tema, como lo he indicado ya, era siempre el mismo con ligeras variaciones: el amor 0, por mejor

decir, los amores, puesto que no se hablaba el amor como sentimiento abstracto, sino concre tándolo a determinados casos y personas. En una pa

labra , que los diálogos, muy animados siempre, no eran más que una chismografía sobre el flirteo

(aún no se había españoliza o la palabra inglesa flirt, pero yo la empleo ahora en la seguridad de que me entenderán cuantos me lean ), chismografia be névola, si se me permite la antitesis, pero chismo grafía al fin . - Que si Carlos está enamorado perilido de Ma ria ; que si María a quien quiere es a Luis; que si Carolina ha desahuciado a Genaro ; que si Margarita -194

Cuentos

quiere birlarle el novio aa Teresa .... y esto adorna do con los precisos comentarios más o menos pican tes .

Una noche se permitió alguien decir, al escu . char la última observación que dejo apuntada: – Pero si el novio de Teresa no lo es ya , y no por cierto por culpa de Margarita . -¿Pues de quién ? -¿No saben ustedes lo que pasa ? - Nó .

-Pues que se ha deshecho el noviazgo, porque él anda en galanteos con ...

Aqui la que hablaba bajó la voz para pronun ciar un nombre, que a pesar de esa precaución , oí mos todos.

- ¿Qué dices ? ¡Una mujer casada ! -¡Jesús, María y José! -¡Qué desvergüenza ! -¡Qué infamia !

Doña Magilalena interrumpió la labor en que de continuo ocupaba sus manos, y levantó el sem blante en el que pudimos notar una profunda emo ción .

- Tenéis mucha razón en indignaros,-dijo.- Si es verdad lo que se afirma, esa mujer es una malva da o está loca. Quiero creer lo segundo. Y la voz le temblaba de tal modo al expresarse

así, que todos nos miramos sorprendidos de que tan grande impresión pudiera haberle producido una co sa a la que, en verdad, no dábamos nosotros muy grave importancia.

- La señora X es coqueta; pero no es mala , -di jo uno de los presentes, tratando de atenuar lo di cho anteriormente.

- 195 -

Lastenia Larriva de Liona

-¿Coqueta? ¡ Pero la coquetería es un crimen en una mujer casada! -¿Un crimen ?

-o la mayor de las locuras, repito . -- Es usted muy severa .

Doña Magdalena bajó la cabeza. -Tenéis razón ,-balbuceo, -pero una simple co -

quetería de una mujer casada puede acarrear tan te . rribles consecuencias ! No sería la mayor la ruptura

de ese proyecto de matrimonio en que la desdeñada novia, a cambio de unos días de lágrimas, se libra tal vez de un enlace desgraciado. La más fatal con .

secuencia de un desliz de ese género, es siempre pa. ra la esposa culpable.... Vosotros sois aún muy jó venes todos, no tenéis experiencia de la vida.... si supierais !.... jah! ¡ lo terrible! ¡lo irreparable! A nuestro pesar, nos sentimos sobrecogidas to das las muchachas.

- ¿Sabe usted alguna historia de esas? – se atre

vió a preguntar alguien . Doña Magdalena vaciló un momento antes de

l'esponder, cogió de nuevo su labor, tejió febrilmen te algunas hileras en ella : luego volvió a dejarla . Cruzó sus manos pálidas y enflaquecidas sobre sus rodillas y, alzando hacia nosotros sus negrísimos ojos que habían adquirido extraordinario brillo, mur : muró:

-Sí, sé una terrible historia .

Como movidos por un mágico resorte, aproxi . mamos todos a ella nuestras sillas, y un solo ruego salió de nuestros labios:

-¡Cuéntela, señora Maglalena! Ella se recogió un instante en sí misma como – 196

Cuentos

para coordinar sus recuerdos, y comenzó así:

- Era una mujer muy feliz .... Nó , no era feliz , porque no sabía serlo , aunque había recibido del cie .

lo todos los elementos que constituyen la dicha hu inana : un marido modelo , unos hijos hermosos co

mo unos ángeles; elevada posición social , fortuna, bellezit ....

Esta última fué su perdición .

Se hablaba tanto de su hermosura , tanto se la

elogiabil, que acabó por creerse, con sólo poseerla, superior a cuantos seres la rodeaban y a no poder respirar a gusto sino en el ambiente de lisonjas y adulaciones que en torno suyo creó el mundo, ga leoto irresponsable. Li vanidad es madre de la coquetería . La des

graciada de quien os hablo, comenzó a jugar con fuego y se quemó, como acontece siempre. Entre los galanteadores que la asediaban, ha bía uno, no más merecedor, pero si más atrevido que los demás. Comenzó

a escuchar sus

palabras de

amor y acabó por corresponderlas. ¿ Le amaba acaso verdaderamente ? Nó, no le amaba . Reconocía que su marido valía infinitamen te más que él ; pero balagaba su amor propio el verle

rendido a sus pies .... y seguía el peligroso juego. Las exigencias del mal hombre crecían a medi da que crecía la debilidad de la frágil mujer. Un dia le escribió él una carta, pidiéndole una cita. Negósela ella; pero él insistió y al fin la ob tuvo .....

Doña Magdalena se calló un momento . Luego prosiguió con voz aún más temblorosa :

– Entre las dichas de esa mujer, he olvidado enumeraros una . La madre de su marido, que ade . -197 -

Lastenia Larriva de Llona

más era tía suya, la quería con afecto entrañable y adoraba a sus nietezuelos . En su casa vivía y con

esa clarividencia de que rara vez carece una madre, había comprendido el peligro que amenazaba la feli cidad de su hijo, y trató de conjurarlo, aunque en vano, con amonestaciones a su nuera, a la vez seve las y cariñosas. Había sido esta señora muy hermosa y , aunque

frisaba a la sazón en los cuarenta y cuatro años, con servábase tan joven y tan fresca que no era un se

creto para nadie el que aún inspiraha, sin ella pre tenderlo, profundas y ardientes pasiones. Sentía su hijo por ella un amor que rayaba en idolatría ; amor que con la misma intensidad era co

rrespondido por aquella abnegada madre, que ha biendo quedado viuda muy joven , rehusó siempre

contraer segundas nupcias, consagrándose con el al ma entera a la educación de ese hijo, único fruto de su fugaz matrimonio.

Así, habían vivido hasta que él se casó, en tal comunión de ideas y sentimientos, que unida ella al

más entrañable amor, era fuente para ambos de go ces inefables .

Después del matrimonio de Alberto , -así le lla

maremos ,- tal vez tuvo ella algunos sufrimientos; pero jamás dejó que los adivinara aquel cuya dicha era la más grande preocupación de su existencia. Mas evitemos digresiones. Llegó la hora fatal atraida por la negra traición

de un amigo y por la pecaminosa ligereza de la mal aventurada esposa .

Los adúlteros, -porque ya lo eran de pensa miento,, fueron sorprendidos en aquella cita y cuan do menos lo esperaban , por el marido ultrajado. - 198 -

Cuentos

Ella lanzó un grito de espanto y quedó como clavada en su sitio. Su cobarde cómplice intentó

huir, pero Alberto le sujetó con mano de hierro por la garganta .

-¡Infames! - gritó, y con la mano que le que. daba libre requirió ansiosamente el revólver que iba a vengarle de la horrible afrenta. -¡La infame soy yo ! -gritó una voz, y una muº jer, pálida como una muerta , desgreñada y a medio

vestir, se precipitó en el aposento , entre el ofendido y el ofensor. – Soy yo la que ha dado cita a este hombre,

continuó ella bajando la voz, como si se espantara de oir sus propias palabras ,- él ha equivocado la ha bitación .

-¡Usted, madre ! .... Las manos vengadoras soltaron a un tiempo el

arma y al criminal, que huyó apresuradamente, y ambos brazos cayeron a lo largo del cuerpo con aba timiento profundo. -¡Nó!- grito después con voz estentórea , - no

puede ser! ¡ Ha mentido usted , maire! ¡ Digame usted, por Dios, que ha mentido! Pero entonces ...... ¡ Me vuelvo loco! ¿ No véis que me vuelvo loco, desgra

ciadas ? ¡Hablad, hablad ! - Yo no he mentido jamás, -dijo la madre con voz filme , -tu mujer es inocente y espero que segui

rá siéndolo toda su vida. La felicidad tuya, la de ella misma, la de vuestros tiernos hijos, dependen de su inmaculada conducta . Adiós, hijo mío ,-prosiguió con acento que perdía ya su entereza, -no me volverás a

ver porque no me siento con fuerzas para arrostrar -199

Lastenia Larriva de Llona

tus miradas en adelante; pero al despedirme de tí para siempre, no me niegues un abrazo. Se acercó a su hijo, que inmóvil y anonadado la dejó hacer, y lo estrechó convulsivamente entre sus brazos, cubriendo de besos su cabeza. Luego salió lentamente de la habitación sin di .

rigir una mirada a la otra mujer, que agobiada por tan rara abnegación , más aún que por su pecado, yacía apelotonada en un ángulo del sofá sin osar le vantar los ojos del suelo . No volvieron a verse madre e hijo . Este sen .

tíase herido por golpe mortal desde aquella noche aciaga. Había perdido la fe en su madre , que era

casi como haberla perdido en su Dios. La pena, la vergüenza, minaban rápidamente su existencia . Ella veía a sus nietos sólo a hurtadillas. Vivía

casi constantemente en la iglesia y esto confirmaba a su hijo en lo que creía la horrible verdad , pues atribuía ese ' aumento de devoción a remordimien tos .

Abrigaba él en su corazón un odio invencible

hacia aquél a quien consideraba autor de sus sufri . mientos, y este odio no tardó en da! sus amargos frutos .

Tuvieron ambos hombres un encuentro y con

un fútil pretexto sobrevino un duelo. El inocente cayó mortalmente herido. Lleváronle agonizante a su casa y en el deli rio de sus últimos momentos repetía :

-¡Qué dolor! ¡Qué dolor! ¡Saber culpable a mi madre ! ¡ Pero me he vengado, me he vengado !.... Su mujer lloraba ardientes lágrimas al pie del lecho, pero no tuvo fuerzas para confesarle la ver - 200

Cuentos

dad . ¿Ni cómo hacerlo? Al curarlo de una herida, le habría inferido otra más terrible aún .

Cuando la abnegada madre llegó, ya el hijo adorado había exhalado el último suspiro. ¡ Y había expirado creyéndola tal vez culpable de su muerte !

Arrojóse ella sobre el cuerpo inanimado y lar go rato permaneció con su abrasado rostro unido

al gélido rostro de su hijo, murmurando quizás en sus oídos ardientes protestas de inocencia que ya

ellos no podían escuchar! Seguramente pesole entonces el sacrificio que había hecho, y que ya resultaba estéril, puesto que con él no había logrado asegurar la felicidad del hijo amado de su alma!

Este arrepentimiento se leyó claramente en la mirada de compasivo desprecio con que abrumó a su nuera al alejarse de la fúnebre mansión .

¡Y esa mirada sigue viéndola la culpable, co mo sigue escuchando el desconsolado grito de su marido en la agonía; y grito y mirada la acompaña rán hasta el postrer instante de su vida!

Murió ya su suegra, murieron también sus hi jitos, -sin duda porque no era ella digna de ser ma

dre , -y la infeliz sigue viviendo sola en el mundo, so. la con su inplacable conciencia que a cada paso le repite :-¿Por qué delinquiste? ¿Por qué callaste tu falta ? ¿Por qué no la confesaste a tu marido, si quiera en la hora suprema de su agonía? ¿Por qué le dejaste morir con la horrible amargura de aquella falsa idea?

¡ Ah! ¡Lo irreparable! ¿ Podrá haber algo más · terriblemente doloroso que no alcanzar a deshacer - 201 -

26

Lastenia Larriva de Llona

lo que hecho fué, aunque los raudales de nuestro

llanto de arrepentimiento llegaran a formar un ocea no tan grande y tan amargo como el del univer. so? ....

Al concluir estas palabras, escondió doña Mag. dalena el rostro entre sus manos .

Su relato nos produjo penosísima impresión.

Algunos de los jóvenes aventuraron maliciosas son. risas que se borraron apenas esbozadas. Las muchachas todas nos miramos sobrecogi

das y temerosas, explicándonos entonces perfecta. mente, el por qué de la severidad y tristeza que siempre habíamos advertido en el semblante de do . ña Magdalena! ....

La vía crucis de Longinos

De pronto vio ante si una mujer hermosísima....... Las sombras de la noche, de una noche más té trica y más espantosa que todas las noches que se habían sucedido en el universo , desde que al Supre

mo Hacedor le plugo separar la luz de las tinie. blas, envolvían a la ciudad deicida. Silencio de muerte , silencio fúnebre y pavoroso

reinaba por todos los ámbitos de la desdichada Je rusalén .

La maldición del Dios Eterno caía sobre ella, ratificando la maldición del Hombre Dios, crucifica

do inicuamente aquella misma tarde. A la tempestad había sucedido la calma : pero una calma de cementerio, más aterradora tal vez

que los cataclismos que la precedieron . Parecía co mo si la naturaleza entera hubiera enmudecido de espanto ante el crimen de los hombres. - 205 -

Lastenia Larriva de Llona

No se escuchaba el murmullo de los bosques

cercanos con el que solían adormirse dulcemente los habitantes de Jerusalén . Estos se hallaban en sus

lechos, pero imposible les era ,encontrar el descanso apetecido. Poseidos los unos de los remordimientos más

atroces que han atormentado jamás la conciencia

bumana; embargados los otros por el dolor más cruel que haya sido dado sentir a los hijos de Adán, to

dos tiritaban bajo las ropas que los cubrían, y sen tían castañetear sus dientes, por terror indecible . De pronto rompióse la densa uniformidad de las tinieblas.

Una especie de fantasma apareció por una de las callejuelas que en la calle del Pretorio desembo caban .

Era una sombra de raros perfiles . Tenía la apa. riencia humana, pero alargada por un leño que en forma de cruz, sostenían los hombros trabajosamen

te, y cuyo extremo inferior tocaba el suelo e iba pro duciendo un sonido seco y extraño sobre las des

iguales piedras que pavimentaban la calle. Como atraída fatalmente por ese ruído, apareció otra sombra en una de las ventanas del Pretorio,

que se abrió, dando paso a la claridad que en ese aposento del Palacio había.

Horrible ademán de pavor diseñaron en la te

chumbre que por la ventana se entreveía , los brazos del nuevo espectro, que se abrieron en cruz, al ver a la sombra de abajo ; y una voz que no parecía sa

lir de pecho humano, tan ronca y desfigurada se hallaba por el terror, rompió el silencio, pregun . tando :

- 206 -

Cuentos

-¿Quién eres tú? ¿ Eres, acaso, Jesús, que vie. nes a pedirme cuenta de la inicua sentencia ?

- No soy Jesús, l'espondió la sombra de abajo. Soy un soldado pretoriano y me llamo Longinos . Di una lanzada al Mártir que acababa de expirar, y El , en pago de mi horrible crimen , devolvió la vista a

mis ojos ciegos, bañándolos con la sangre de su di . vino costado, herido por mi!....En expiación de mi pecado, voy recorriendo, con una cruz a cuestas, el camino que El , inocente, hizo por amor a los peca

dores. Baja Poncio, y hazlo conmigo, para que EI , y su Padre que está en los cielos te perdonen ! Desapareció bruscamente la sombra de arriba,

al escuchar estas palabras, cerrándose con estrépito la ventana, y oyéronse tras ella un gemido y una blasfemia .

La sombra de abajo suspiró y siguió penosa . mente su camino.

Cayó y se levantó una vez, cayó y se levantó de nuevo. Volvió a caer y se volvió a levantar, apo .

yándose, ya desfallecido, en la puerta de una tien da.

Abrióse esta, y un honibre de alta estatura , de hosco semblante y expresión despavorida, se encaró con el penitente. -¿Qué quieres? le preguntó . ¿ Eres Jesús de Na -

zareth ? ¿Por qué llamas a mi puerta ? ¿Vienes otra. vez a pedirme la hospitalidad que esta tarde te ne. gué, o vienes a maldecirme de nuevo? - No soy Jesús; soy Longinos, ¿Te ha maldeci. P

do a tí Jesús? ¡ Desgraciado ! Toma una cruz y sigue . me. Imita mi penitencia . Ciego del cuerpo y del al ma era yo , y El , el que tú rechazaste duramente, - 207 -

Lastenia Larriva de Llona

cuando te pidió un asiento para descansar por bre ves instantes su cuerpo dolorido, me ha sanado de ambas cegueras.

– Nó, déjame: la sentencia del Nazareno ha de

cumplirse en mi . Yo le dije: -;Anda! cuando me im . ploró para que le dejara entrar en mi tienda, y El me contestó: -Tú andarás hasta el fin de los siglos. Todavía resuena en mis oídos su voz dulcísima co.

mo un canto celestial ; todavía miro su rostro, a nin. gún rostro humano parecido, con esa expresión de

reproche y de dolor, que ha de seguirme hasta la consumación de los tiempos!..... Se ha de cumplir en mí su maldición , te digo. No buscaré una cruz , sino un báculo ; el báculo que ha de servirme de sos tén en mi eterna peregrinación ....

Y Juan Ashaverus, el zapatero sin misericor dia, cuyo nombre nos ha legado la tradición , vol. puerta . vió a entrar en su tienda, y cerró de golpe Longinos suspiró de nuevo y siguió caminando y cayendo y levantándose.

Penosamente, muy penosamente, llegó al pie del Calvario, y allí se dejó caer, juzgando ya exhaus tas sus fuerzas.

De pronto vió ante si a una mujer hermosísi. ma, cuya belleza se notaba a pesar de la oscuridad,

pues aparecía como envuelta entre un vapor lumi noso .

Longinos se creyó juguete de un sueño y abrió cuanto pudo sus asombrados ojos. - Sigue, Longinos, sigue tu via crucis, le dijo .

ella con una voz melodiosísima. Cumple tu peniten . cia, confiado en la Infinita Misericordia, pues no hay delito que ella no perdone al pecador contrito . - 208–

Cuentos

Y diciendo así, le dió a beber en el cuenco de sus purisimas manos unas gotas de agua, que como celeste l'ocio , restauraron las fuerzas del delincuente

arrepentido. Desvanecióse la visión luminosa y comenzó Longinos la ascensión al monte Calvario.

Ya llega a la cima; ya divisa entre la densa os curidad las tres cruces que atestiguan el más horren do de los crímenes.

De pronto , por detrás de la más erguida, de la más alta , de la que está en medio de las otras dos ,

de la que sirvió para que se cumpliera el sacrosanto misterio de la Redención, surgió un espectro , que avanzando hasta el , se le puso por delante, dejando adivinar la horripilante figura de Judas Izcariote.

~ ¿Quién eres ? - le dijo il Longinos- ¿Quién eres tú , que subes al Calvario con una cruz a cuestas ?

¡Ya murió Jesús ! iya murió mi Maestro! ¡Yo le vendi! ¡Por mi culpa ha muerto! ¡Maldito, maldito sea yo una y mil veces .....¿ Por qué tomas tú , su figura ? ¿Por qué te me presentas aqui de esa manera ? ¿ Acaso para

recordármelo ? ¡Si yo no le he olvidado! Si le tengo constantemente ante mis ojos y dentro de mi con . ciencia ! Si desde el instante fatal en que recibí las in .

fames monedas, llevo el infierno dentro de mi! :Si dia y noche ando, y ando, y ando, y siempre vuelvo al mismo lugar, a este sitio en el que exhaló el Justo, traicionado por mi, el último suspiro!..... ;Sisiento de continuo en mis labios impuros el contacto de su mejilla divina....¿Quién eres tú? ¿ Qué vienes a ha cer aqui? ¡Dime, quién eres!

- Yo me llamo Longinos, le respondió con su voz suave y quejumbrosa el peregrino. Soy un sol - 209

27

Las tenia Larriva de Llona

dado pretoriano. Herí con mi lanza a Ese a quien tú vendiste; y El , en pago, curó mi doble ceguera. Coge una cruz y haz penitencia como yo . Toda culpa la

boiran las lágrimas de contricióni. Llora, arrepién tete, Judas !....

-¡No ! Mi culpa es sin perdón. Poncio Pilato sentenció a Jesús a muerte, pero El no era su maes tro ; Juan Ashaverus le arrojó de su tienda , cuan

do extenuado y sangriento se apoyó en el quicio de ella, pero El no era su Maestro; tú le heriste con fie. reza cruel, pero tampoco era El tu Maestro ....¡Yo!..

yo era su discípulo y le vendí y recibí treinta mone das en pago de mi traición ! ¡ Yo era su discípulo y le di el horrible beso, que fué la señal convenida para que los esbirros le conocieran , beso que por toda la

Eternidad ha de quemar mis labios! Mi crimen no tiene perdón, Longinos ! ..... Si, voy a buscar un

leño, pero no para cargarlo implorando la Clemencia Divina, que no escuchará mis ruegos, sino para col garine de él librándome asi ile esta maldita existen cia ! ....

Y tras estas horribles blasfemias, se hundió en

las tinieblas la sombra siniestra del gran Traidor, de jando oír, al desaparecer, una estridente y satánica carcajada. Los primeros rayos del alba alumbraron el cuer

po de Longinos, tendido al pie del grupo de las tres cruces, y abrazado de la más erguida, de la más alta ,

de la que estaba al medio de las otras dos, de la que sirvió para que se cumpliera el Sacrosanto Misterio de la Redención ! ....

INDICE Página

Dedicatoria ...

El cuento del sepulturero ....

5

9

Una historia como hay muchas El Rey Herodes ..

23

Misterio .. Mañana de Primavera . Fatalidad ...

61

Una fiesta en el cielo ..

39

73 83 93

Inexplicable .

101

Ivis ....

111

El Niño Jesús de Teodoro ..

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