Lapidus - Las Claves de La Alquimia

March 18, 2017 | Author: yomismol | Category: N/A
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Experimentación = práctica

AGRADECIMIENTOS Las siguientes personas deben ser reconocidas por sus respectivos roles a la hora de conservar el manuscrito de Las Claves de la Alquimia, permitiendo así su publicación a través de la editorial Salamander and Sons: Manuel Algora Corbí; Jamie Wilson, Andrew Kettle, Stephen Skinner, Tony Matthews, y a un alquimista norteamericano anónimo.

PRÓLOGO

La existencia de un manuscrito titulado Las Claves de la Alquimia me fue por primera vez sacado a la luz por Andrew Kettle de la Sociedad para la Restauración Digital de Manuscritos Alquímicos (R.A.M.S.), sito en Brisbane, Australia. Andrew mantenía una relación profesional con un socio (miembro) llamado Jamie Wilson, quien se hizo amigo de Jeff Nintzel —uno de los hijos del difunto exoterista y alquimista Hans Nintzel (19322000) — y escaneó una muy significativa cantidad de documentos desenterrados de montañas de cajas almacenadas en el garaje particular de la casa de Nintzel en Dallas, Texas. Esos documentos fueron escaneados por Jamie para posteriormente ser integrados en la versión final de la Colección Digital de R.A.M.S., y recopiladas y ordenadas por Andrew. Fue Jamie quien mientras llevaba a cabo esta monumental tarea “encontró” lo que había sido “perdido”. Como más tarde él mismo elaboró:

“Primeramente encontré los papeles mecanografiados en mi viaje para encontrarme con Jeff Nintzel en agosto del 2010. Me excité mucho en cuanto vi el título, ya que yo estaba familiarizado con el texto En Persecución del Oro y sabía que hasta la fecha no había otras obras de Lapidus. Él prometió ampliar su primera obra, ¡y de ahí mi excitación como la de un niño en la mañana de Reyes! Según una carta de Hans [a un alquimista amigo suyo quien reside hoy en día en Norteamérica, el cual ha solicitado el anonimato conforme a su papel en la preservación del manuscrito perdido de Lapidus] el manuscrito en sí vino de la mano de Manuel Corbí.”

Desde que recibiera el email de Andrew, a finales de octubre de 2011, inmediatamente contacté con el célebre y autor Stephen Skinner (editor de la primera edición del libro de Lapidus En persecución del oro: Alquimia Actualizada en Teoría y Práctica, publicado en 1976) y Tony Matthews (escritor, editor, historiador local y nieto de Lapidus). A pesar de cierto escepticismo leve, ambos mostraron interés en ojear el manuscrito, nuestro manuscrito, ya que eventualmente existían no menos de tres versiones. A principios de noviembre, el manuscrito de Las Claves de la Alquimia —lleno de extensas anotaciones escritas a mano por Lápidus, y que presumiblemente acotado también/proveniente de Hans Nintzel— fue revisado tanto por Stephen como por Tony, y confirmado como obra legítima de Lapidus. El 11 de noviembre de 2011 Tony Matthews me escribió lo siguiente a través de un email:

“El examen del original muestra que el mismo es indiscutiblemente obra de mi abuelo, a pesar de haber salido a la luz varios años después de su defunción. Nosotros solo podemos especular porqué él decidió enviárselo al editor de Madrid. Después de todo el libro publicado en español en 1980 tiene el título original en lugar de este. Quizás él quiso golpear el hierro mientras estaba al rojo y evaluar la posibilidad de continuarlo y seguir trabajando en este. Hasta el momento no tenemos noticias de que Neville Spearman se haya ofrecido [a publicar] este libro como hiciera con En Persecución del oro.”

Las tres versiones existentes del manuscrito de Las Claves de la Alquimia incluye una escrita a máquina por Lápidus, conteniendo extensas anotaciones de su propia mano, y que presumiblemente acotado también/proveniente de Hans Nintzel; otra vuelta a mecanografiar y editada por Nintzel; y otra también remecanografiada por el anónimo alquimista amigo de Hans. Fue este anónimo compañero quien, comenzando en noviembre y continuando hasta diciembre del 2011, disfruté de una correspondencia reveladora no sólo con respecto a Lapidus, Nintzel y al manuscrito de Las Claves de la Alquimia, sino de un amplio abanico de temas tanto individuales como temas de estudios que incluían la Espagiria de Frater Albertus y la Sociedad de Investigación de Paracelso1, Fulcanelli y la acción medicinal específica de la Piedra de los Filósofos, Basilio Valentín y la vía antimonial, y Archibald Cockren y la extendida utilización por los autores alquimistas de algún tipo de código interno para guiar o dirigir a los estudiantes de la obra, junto con una técnica para sondear (al menos hasta cierto grado) tales códigos sutiles. Gracia y paz te sean dadas, anónimo amigo. En su prólogo de la segunda versión del manuscrito, Hans Nintzel escribe:

“Este documento me fue presentado para su evaluación y edición por Manuel Algora Corbí de Madrid, España. Fue escrito por Lapidus, quien escribió En Persecución del oro. Él lo escribió para “reparar” la escasez de datos inteligibles en aquel [primer] libro. Luego entonces este representa una elaboración de su último libro y la introducción extra de nuevos datos. Este libro no es para ser reproducido por NADIE en NINGÍN MODO ya que está programada su posible publicación.”

Un subsecuente email de Tony Matthews advierte que, “Fue ciertamente Manuel Algora (nota la ortografía correcta) Corbí quien tradujo In Pursuit of gold al español y fue publicado como En persecución del ORO por Luis Cárcamo editores. Esta edición española fue publicada en 1980. El alquimista español contemporáneo José Antonio Puche Riart me envió un email con respecto a Corbí, y en las primeras líneas decía que “Manuel Algora Corbí publicó La Tabla Redonda de los Alquimistas a través de Luis Cárcamo Editores”. Poco después me las arreglé para contactar con Luis Cárcamo, quien me respondió que él perdió el contacto con Corbí muchos años atrás y que no había modo de contactar con él. Posteriormente, en el mes de noviembre de 2011, Rik Danenberg, del Colegio de Paracelso e Bendigo, Australia, me envió un email recordándome un magnífico artículo de Corbí titulado “La Vía Seca” que apareció en el volumen 3 de la revista de la revista

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Paracelsus Research Society (P.R.S.).

Essentia de Frater Albertus, en otoño de 1982, específicamente la octava nota al pie en la cual Corbí escribe:

“Aprovecho esta oportunidad con el fin de indicar que Lapidus, a quien conozco bien, no es Stephen Skinner (a pesar de lo que al respecto se sugirió en Parachemy)”.

Esta declaración con respecto a la identidad de Lapidus fue en respuesta a su anonimato, el cual fue mantenido con éxito, junto con la hipótesis mantenida por muchos de que Skinner —responsable de haber efectuado “adiciones y extracciones” a En Persecución del oro— y Lapidus eran una y la misma persona. Aunque en agosto de 1997 en un diálogo entre miembros de un foro de Textos Alquímicos del sitio web de Adam McLean el propio McLean afirmaba que bajo el nom de plume2 de Lapidus no se ocultaba Skinner (y esto basado en la propia correspondencia de McLean con Skinner durante 1996), no fue hasta 2006 que la identidad de Lapidus no fue divulgada —aunque bastante discretamente— en una de las más de 800 tablas incluidas en Skinner’s Tabularum Magicarum (o Las Tablas Completas del Mago), donde al pseudónimo Lapidus le seguía entre paréntesis el de David Curwen. Con sus referencias en el libro publicado En Persecución del Oro, Las Claves de la Alquimia fue evidentemente escrito por Lapidus en algún momento entre 1976, cuando En Persecución del oro fue publicado en inglés, y 1984. La fecha exacta de cuándo, específicamente, en estos ocho años el manuscrito fue escrito, sigue siendo incierta.

Paul Hardacre Seatle, USA Septiembre del 2012

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“Nombre de pluma” o pseudónimo.

“Cada retraso que pospone nuestras alegrías, se hace largo”. Así escribió el gran poeta romano Ovidio, en su colección de cartas que agraviaban a las heroínas griegas y romanas, en su Epistulæ Heroidum. Continuos retrasos han frustrado la presentación de Las Claves de la Alquimia a los lectores, entre ellos muchos dedicados al estudio de la Alquimia. Mientras que tales atrasos resultan sin duda indeseables y reprobados, los mismos son a menudo, hasta cierto punto, inevitables, y mantengo la esperanza que con el tiempo se reconocerá que, en el contexto en que un manuscrito estuvo perdido durante más de tres décadas, los retrasos asociados con brindarnos este inestimable texto alquímico al público resultarán de pocas consecuencias verdaderamente negativas. Ciertamente, tales retrasos deben eventualmente ser percibidos como beneficiosos con respecto a la publicación, ya que no sólo permitió la integridad del manuscrito con respecto a poder ser preservado, sino significativamente mejorado a través de la inclusión de extensas anotaciones, notas al margen, delaciones del autor y notas al pie. Más aún, en un email fechado el 21 de noviembre de 2012, Tony Matthews asegura que los números retrasos —teniendo escaneado cuatro cartas entre Lapidus (David Curwen), Manuel Algora Corbí y Neville Armstrong— no fueron en vano:

“La primera [carta], fechada el 24 de mayo de 1979, muestra que mi abuelo ofreció Las Claves a su editor, Neville Spearman, como una continuación de En Persecución del oro. Sin embargo, Neville Armstrong, el director, declinó la oferta por motivos personales. “Las otras tres cartas revelan qué ocurrió con toda su “parafernalia” alquímica —placas calefactoras, libros, etc. —. Su editor español, Manuel Algora Corbí, le pagó 150 libras esterlinas (habría que multiplicar quizás por 10 para hacernos una idea del valor en 2012) con antelación y con el acuerdo de recogerlo todo en un coche en julio de 1980. Hasta ahora yo no tenía conocimiento de esta fecha pero, tal y como escribí en su biografía, en su último año de vida antes de que mi abuela pereciera en 1982, él ya había cambiado sus trabajos esotéricos por otros quehaceres más convencionales, como pintar paisajes en su propia casa. Ahora sabemos que su laboratorio de la calle Melcombe, estaba todavía activo en 1979 pero dejó de existir un año después. “Como el manuscrito de Las Claves de la Alquimia fue a caer a las manos de Manuel Algora Corbí en algún momento, parece posible que mi abuelo se lo hubiese entregado a él al mismo tiempo o poco después. Desde la publicación

de la edición en español de En Persecución del oro, el libro salía delante de manera satisfactoria, y ese sería al parecer el momento más obvio para hacerlo.”

Esta correspondencia inédita ayuda a esclarecer que Las Claves de la Alquimia se concluyó en mayo de 1979 y que el mismo fue ofrecido para que se publicara en inglés; el destino del equipo de laboratorio de Lapidus y su biblioteca, junto con cómo llegó el manuscrito a manos del español, Corbí, han sido tres asuntos que nos han mantenido perplejo durante algún tiempo. El email de Matthews también incluye una hoja escaneada del Certificado de Iniciación a la Gran Logia Unida de Antient3, Libremente Aceptado Masón de Inglaterra, Logia de Dalston Nº 3008, perteneciente a David Cohen (posteriormente Curwen). Aunque la implicación de Lapidus con la Francmasonería fue brevemente articulada por Matthews en su ensayo introductorio biográfico, “Lapidus desvelado”, en la edición revisada y aumentada de En Persecución del oro publicada en 2011, en la cual se incluyó una fotografía del delantal masónico de Lapidus, las indicaciones y datos particulares de la Logia tal como viene indicado en el certificado eran desconocidos hasta ahora. El certificado y las copias de la correspondencia entre Lapidus, Corbí y Armstrong siguen a este prólogo. Tengo el privilegio de habérseme encomendado el deber de publicar este “libro perdido de Lapidus”. Estoy convencido de que, a través de un cuidadoso estudio de las Claves, el estudiante de alquimia adquirirá un valioso conocimiento de la Gran Obra para la confección de la Piedra de los Filósofos, un proceso descrito por Lapidus como “un proceso simple y natural, llevado a cabo con los metales”.

Paul Hardacre Chiang Mai, Tailandia Diciembre de 2012

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“Antient”, grafía obsoleta del término inglés “ancient”, antiguo.

PROVEEDORES (OPERADORES) DE LAS CLAVES David Curwen (1893-1984) usó el pseudónimo de Lapidus para transmitir su conocimiento como uno de los pocos alquimistas practicantes del siglo XX. Él pasó la mayor parte de su vida en Londres e hizo progresos en la práctica de laboratorio después de muchos años dedicados al esoterismo: estudió en campos que van desde la teosofía y la Francmasonería hasta el tantra hindú, el yoga y la magia de Aleister Crowley. Su libro En Persecución del oro: Alquimia Actualizada en Teoría y Práctica, que apareció por primera vez cuando él tenía 83 años, cristalizó décadas de estudio así como de la aplicación práctica de los procesos alquímicos. Es un libro icónico, y este libro hermanado, Las Claves de la Alquimia, lo complementa con ayuda adicional a los actuales estudiantes del Arte (o Ciencia). Ambos libros reflejan la influencia que muchos de los grandes Adeptos alquimistas, que han vivido a través de los siglos, han tenido sobre Lapidus. Sus intensivos estudios en la Biblioteca del Museo Británico, y a través de su propia colección de textos raros, le llevó a elegir aquellos alquimistas cuyos escritos —aunque siempre complejos y llenos de indicios en lugar de una dirección clara— él consideraba más reveladores y que albergaban más significado hacia el éxito final en el logro de la Piedra de los Filósofos. De entre todos el principal en Las Claves de la Alquimia es un alquimista morisco del siglo XII, Artefio; del siglo XVI figuran Paracelso de Suiza y Sir Edward Kelly de Inglaterra, así como el misterioso Ireneo Filaleteo y Ali Puli, los cuales afirman haberla elaborado durante el siglo XVII. Él también menciona a muchos otros y se refiere a la bibliografía facilitada en su En Persecución del oro como una fuente recomendada para un estudio más amplio. Al adoptar el nombre de Lapidus en sus escritos —el propio nombre ancestral de su familia, como sucedió— David Curwen continuó con la muy antigua tradición entre los alquimistas de usar pseudónimos para ocultar su propia identidad. Esto es aplicable a muchos de aquellos a los que se refiere en Las Claves de la Alquimia. No hay evidencia, por ejemplo, que nadie llamado Ireneo Filaleteo haya en realidad existido nunca, pero se cree que el colono americano George Starkey (1628-1665), quien afirmaba haberse

encontrado con él, fue el autor real de Ripley Revivido, una obra atribuida a Filaleteo. Sea como fuere, ese libro fue la mayor fuente [de la que bebió] Lapidus. Ripley Revivido, o una Exposición sobre las obras Hermético-Poéticas de Sir George Ripley, estaba basada en los escritos de Sir George Ripley (1415-1490), el inglés que en el siglo XV devino la más influyente autoridad y relevante en alquimia en estilo de vida y en medicina. Esto era motivo de especial preocupación para Lapidus, cuya meta final era asegurarse el preciado Elixir de Vida. A diferencia de los demás, Ripley parece no haber usado ningún pseudónimo y ciertamente su reputación le sobrevivió, continuando para influir en el pensamiento [de otros alquimistas], incluyendo la época en que Ireneo Filaleteo supuestamente escribió la epónima obra. Nadie fue más claro que Ripley a la hora de explicar que los principios implicados en la transmutación de los metales inferiores en oro —así como también para la salud del cuerpo—, estaba basado en la lucha entre fuerzas opuestas, una lucha que finalmente conduce a la renovación, vigorización y recuperación, siempre y cuando se tenga fe en uno mismo y auto sacrificio, cualidades que también están implicadas. En una era en la que la lucha para sobrevivir contra las plagas afectaba a cada escalafón de la sociedad y no se conocía cura, este era un concejo para ser tomado seriamente. Ripley, canónigo Agustiniano del Priorato de Bridlington, entró al servicio del rey Eduardo IV de Inglaterra y después de George Neville, canciller y arzobispo de York, ambos con un marcado interés por la alquimia. El propio Ripley afirmaba, cuando tenía 63 años, que comenzó sus estudios de alquimia cuando tan sólo tenía 18 años y que finalmente descubrió la Piedra de los Filósofos en 1470. Durante la década de 1460, contando con el permiso de la corona para asistir a una universidad extranjera, estudió teología en Lovaina y Roma. Viajó al extranjero durante unos siete años y se dice que llegó hasta Malta y Rodas, donde al parecer los Caballeros de San Juan lo iniciaron en el Arte Hermético. Se dice que donó una vasta suma de dinero para ayudar en l lucha contra los infieles turcos, aunque esto igualmente puede tratarse más bien de algo simbólico más que de riqueza real. Las ideas alquímicas de Ripley pudieron originariamente haberse aplicado al servicio del débil rey Enrique VI, pero fueron transferidos para apoyar su sustitución en 1461 por el más joven y vigoroso Eduardo IV. En 1471 Ripley escribió El Compuesto de Alquimia, o el Antiguo y Oculto Arte de la Alquimia; conteniendo el correcto y perfecto modo de hacer la Piedra de los Filósofos, el Aurum Potabile, con otras Excelentes Prácticas, dividido en Doce Puertas, dedicado al rey. Se refería particularmente a procesos de laboratorio destinados a calentar y mezclar los metales vulgares para producir oro y plata. Las doce puertas o etapas citadas por Lapidus en su libro En Persecución del oro comprendían la calcinación, disolución, separación, conjunción, putrefacción, congelación, cebación, sublimación, fermentación, exaltación, multiplicación y finalmente la proyección o transmutación. La complejidad de cada proceso también refleja la lucha entre fuerzas que conllevan un estilo de vida poco saludable. Mientras que Ripley también pudo haber estado involucrado en la re-acuñación de la moneda de oro bajo el reinado de Eduardo —se sabe que se sirvieron de alquimistas en la Casa de la Moneda Real— él aconsejó al rey por separado para que llevase a cabo una dieta y un estilo de vida para fortalecerlo

personalmente, y durante su mandato, el reinado de Inglaterra, se le instó a Eduardo a comer y beber con moderación, a hacer ejercicio y a tener una actividad sexual moderada. Como monarca debería mostrarse filosófico y prudente, teniendo en cuenta esas figuras bíblicas que se habían arruinado por los excesos. Sin embargo, el rey no estuvo en absoluto dispuesto a seguir tales consejos, obligando a Ripley a otros colegas médicos suyos a suministrarle purgantes que le permitían continuar con el estilo de vida a su antojo en lugar de hacer caso a tales consejos. De hecho, cada vez se volvió más descuidado con los demás aspectos beneficiosos de la alquimia, viéndola sólo como un medio de adquirir riqueza material. A partir de 1476 Ripley dejó de gozar del apoyo del rey y se retiró de la corte. También George Neville estaba desesperadamente enfermo, y fue a él a quien Ripley dedicó su obra La Médula de la Alquimia, donde se hacían afirmaciones audaces acerca de un proceso alquímico “que podía transmutar todos los metales en oro” así como “curar todas las enfermedades”. Aunque en gran medida influenciado por los escritos de Ripley, es evidente que En Persecución del Oro y en Las Claves de la Alquimia, Lapidus elogia a otra “Médula de la Alquimia” diferente, siendo éste un extenso poema dividido en tres libros escrito por Ireneo Filaleteo. En la clave número uno, él dice, en un extracto sacado de ese poema, que lo considera “el más excepcional y revelador tratado del arte jamás expuesto tan abiertamente”. Al igual que Ripley —y Lapidus— el alquimista nacido en Suiza Philippus Teophrastus Aureolus Bombastus von Hohenhein (1493-1541), mundialmente conocido como Paracelso, estaba preocupado por la importancia de la alquimia en la salud más que únicamente por el dinero y la fortuna. Siendo hijo de un médico, estudió medicina desde temparana edad y pasó su vida viajando por toda Europa aplicando sus principios esotéricos para sanar a los enfermos. Su obra alquímica, según sus propias palabras, tenía por objeto “únicamente considerar qué tipo de virtud y poder podrían contener los medicamentos”, y no en la simple creación de oro o plata per se. Sin embargo, para Lapidus la importancia especial de tal autor residía en su explicación del Fuego Secreto, del cual se nos dice que él lo aprendió de un “árabe”. Paracelso introdujo el concepto de un universo formado a partir de tres sustancias espirituales —Mercurio, Azufre y Sal— que también eran los mismos principios que yacían detrás de la esencia interior así como la forma externa de cada materia. Ellos también eran, por supuesto, el fundamento primordial para el proceso alquímico de transmutación. El Mercurio era el principio transformador, el Azufre un agente de unión o coagulación, y la Sal una fuerza solidificadora. Estas tria prima respectivamente tipificaban el espíritu o imaginación, el alma o las emociones, y el cuerpo. Mediante la comprensión de su naturaleza química, un médico podría descubrir cómo curar las enfermedades. La salud se basa en la armonía entre los diferentes minerales que están dentro del cuerpo, reflejando el equilibrio más amplio del mismísimo universo. A través de la aplicación de los remedios químicos con este fin, Paracelso a veces es visto como el fundador de la homeopatía. Para él, las enfermedades eran causadas por un envenenamiento que tenía origen astrológico, pero era la dosis lo que determinaba si éstos tenían o no efectos negativos. Ciertamente, los mismísimos venenos podían tener efectos medicinales beneficiosos en

el momento en que podían encontrarse en las plantas, minerales y en varias combinaciones alquímicas que podrían proporcionar resultados positivos si eran aplicados con el apropiado grado de armonía. Las enfermedades estaban causadas por un desequilibrio de los cuatro humores naturales que se encuentran en el interior del cuerpo: la sangre, la flema, la bilis negra y la amarilla. Cada desequilibrio era el resultado del ataque de agentes externos, pero podían ser derrotados y vencidos. Las ideas de Paracelso pueden parecer inadmisibles para la medicina moderna, pero es destacable que él se refirió a la circulación de la sangre dentro del cuerpo mucho antes de que se aceptase como norma. Sin embargo, él nunca se benefició personalmente de sus diagnósticos médicos y probablemente nunca encontrara el Elixir de la Vida. Él ya había envejecido cuando murió a sus cuarenta y tantos, aunque hay quien sugiere que fue envenenado por sus enemigos. El alquimista árabe del siglo XII conocido como Artefio, fue igualmente importante para Lapidus. Entre los más prominentes alquimistas medievales, él prosperó alrededor del 1126 en Al-Andalus, España. Su verdadero nombre parece haber sido Al-Hafiz, Ibn alHafiz o Al-Tafiz. Ibn al-Tafiz significa el que ha memorizado el Corán de memoria. Al principio de la séptima clave, Lapidus dice acerca de El Libro Secreto de Artefio: “De hecho, ningún alquimista podría alcanzar el éxito sin un estudio pormenorizado de Artefio, quien escribió la verdad clara y llanamente”. Fue este hombre —dice—el primer alquimista en mencionar el uso del antimonio, un punto crucial desvelado en su libro En Persecución del oro. De hecho, Artefio estaba interesado en muchas sustancias tanto como lo estuvo del antimonio. De entre todos la principal fue el óxido de mercurio, y él también escribió acerca de medicinas que se extraían del azafrán. También se refirió al mineral de hierro, el tiosulfato, oro, limo4, sal ammoniac, cera, latón, plata, cenizas negras, vapores metálicos y magnesia; describió los métodos usados para hacer vinagre, azafrán, queso, leche pura, yogur, crema y manteca, y escribió sobre el proceso de la sublimación y del baño maría. También se le atribuye a Artefio De Vita Propaganda o El Arte de Prolongar la Vida, una prioridad de capital importancia para Lapidus. Los alquimistas del siglo XVII equiparaban las ideas de Artefio a las de Ripley. En forma impresa, las obras de este árabe resultaron muy conocidas y fueron acreditadas por su detalle en relación a la extracción de varias sustancias y su aparente descubrimiento del Elixir de la Vida. El mismo Artefio afirma en su Libro Secreto que la ciencia de la alquimia se llevaba practicando más de 1.000 años y se originó en Oriente Medio. En su Persecución del Oro, Lapidus lo cita: “… se dice sabiamente, que la piedra nace del espíritu, porque es enteramente espiritual.” Aunque David Curwen creía personalmente que su propio destino así como el de todo el mundo dependía en última instancia del karma, y que él había escrito guiado por una fuerza espiritual invisible e incontrolable,

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Traducido del término inglés “alluvium” (N. del T.).

él no tenía duda de que una vida de benevolencia, generosidad y consideración con los demás era lo que el Ser Supremo solicita de todo hombre y mujer. En cuanto al proceso alquímico, él también cita a Artefio en cuanto a que “esta operación u obra no es una cosa de gran labor para aquél que la conoce y entiende; ni es la materia tan cara, en consideración que poca cantidad resulta suficiente, que pueda hacer que hombre alguno aparte su mano de ella. Es en verdad, una Obra tan corta y fácil, que puede llamarse un trabajo de mujer y juego de niños.” Artefio advierte: “… piensa y medita en estas cosas profundamente…”. Lapidus lo hizo. En Las Claves de la Alquimia él atribuye la participación de la Sal en el proceso alquímico de el Centrum Naturæ concentratum o El Centro concentrado de la Naturaleza, de Ali Puli. Ali Puli, o Alipili, es otro personaje misterioso cuyo nombre real seguramente no fuera tal. Fue descrito en el siglo XVII como un moro cristiano que escribió varios textos alquímicos y herméticos en lengua árabe. De hecho, sólo la versión latina de este libro sobrevivió hasta que fuera traducida al alemán en 1694 y al inglés dos años más tarde. Su pasaje más notable dice: “Yo os digo, mis estudiantes en el estudio de la naturaleza, que si no encontráis la cosa que estáis buscando en vuestro propio ser, menos aún la encontraréis fuera de vosotros.” Esta sabiduría fue ampliamente citada por la señora Blavatsky, fundadora de la Sociedad Teosófica, quien tuvo una influencia significativa sobre David Curwen muchos años antes de que se viera envuelto en prácticas de laboratorio alquímicas. Pero mientras que Ali Puli es mencionado en Las Claves de la Alquimia, En Persecución del oro [su nombre] se menciona únicamente en la bibliografía, al contrario de lo que ocurre con Ripley, Paracelso y Artefio. También es verdad Sir que Edward Kelly y su “Libro de San Dunstán”, fue descrito en Las Claves de la Alquimia como “la obra de un verdadero adepto”. Al igual que Ripley, Kelly (1555-1597) es el verdadero nombre de ese autor. Se cree que nació en Irlanda, pero se trasladó a Inglaterra, fue un joven notario empleado por el gran mago del siglo XVI John Dee como un vidente que retransmitiría mensajes a Dee para que éste los interpretara. A pesar de tratarse de un hombre culto, Kelly tuvo una dudosa reputación como nigromante y tenía las orejas cortadas por falsificador. Él afirmó que encontró el “Libro de San Dunstán” —en lugar de haberlo escrito— en la tumba de un obispo en la Abadía de Glastonbury, la cual también contenía un polvo rojo, la mismísima Piedra de los Filósofos. A pesar de estos antecedentes, él y Dee llegaron a ser compañeros inseparables y viajaron juntos a través de toda Europa. Dee se hizo cargo de Kelly en 1582 y al año siguiente partieron para Polonia invitados por el Conde Albrecht Laski a quien Dee había augurado que allí se convertiría en rey. En una finca de Cracow, Kelly produjo una pequeña cantidad de oro para el conde en su laboratorio alquímico. Eso fue suficiente como para que le concedieran cartas de presentación para la corte del Emperador Rodolfo II de Praga, siendo en aquellos tiempos el epicentro de Europa de la investigación alquímica. Ellos permanecieron allí durante dos años hasta que finalmente fueron acusados de ser herejes protestantes, y huyeron hacia el castillo del noble más rico de Bohemia, Vilem Rozmberk, otro alquimista que les montó otro laboratorio.

Allí, en 1586, Kelly produjo una onza del mejor oro dejando, al principio, impresionado a su anfitrión, pero después fracasaron a la hora de revelar el secreto de la Piedra de los Filósofos. Finalmente, él y Dee cortaron sus relaciones y el mago regresó a Inglaterra. Durante 1589, Kelly volvió a ser requerido en Praga por el Emperador para que supervisase el trabajo de la Gran Obra alquímica. De nuevo produjo una pequeña cantidad de oro para impresionar a Rodolfo, quien por entonces lo nombró caballero, y a su debido tiempo también le concedió una gran propiedad en Rozmberk. Ésta incluía un área bien conocida por sus minas de oro. La Alquimia, por lo tanto, literalmente le hizo ganar una fortuna y publicó varios tratados en un estilo tradicionalmente oscuro. Su reputación llegó hasta la corte de Isabel I de Inglaterra, pero rechazó la oferta de volver a su país natal para divulgar sus conocimientos allí. Después en 1591 llegó su desmoronamiento/caída/declive cuando fue encarcelado a raíz de un duelo ilegal. Mientras estuvo encarcelado, fue presionado por el Emperador para que revelara sus secretos alquímicos. Aunque no lo hizo, fue liberado, pero volvió a prisión unos pocos años después. Allí escribió otro tratado dedicado a Rodolfo II, but left the emperor none the wiser. Finalmente parece que murió cuando trataba de escapar de la prisión, aunque cabe la posibilidad de que se suicidase. Aun así parece que su destino y reputación no terminaron por hundirlo por completo, y sus dos últimos tratados alquímicos que se le atribuyen fueron publicados muchos años después, durante 1676. Probablemente Kelly no fue más que un charlatán, como muchos otros alquimistas históricos y escritores esotéricos. A diferencia de ellos, sin embargo, sus escritos incluyen pepitas de genuino valor. El desafío para los alquimistas posteriores, como Lapidus, buscando una vía verdadera desde el interior de las ciénagas de la literatura falaz a través de los siglos, era distinguir lo valioso de lo carente de valor, cualquiera que fuera la fuente. En Las Claves de la Alquimia Lapidus creyó haberlo conseguido. En la selección de escritos de todos los orígenes posibles disponibles, David Curwen se impuso a sí mismo una tarea que le ocuparía toda la vida y sólo él mismo podría saber si finalmente llegó al destino que buscaba. Por encima de todo, el mensaje que podemos hallar en Las Claves de la Alquimia —y En Persecución del oro—, es mantener una mente abierta, tener fe y comportarse con los demás como tú desees que lo hagan contigo. Resumiendo, la vida más pura es el oro más puro.

Tony Matthews Winbledon Common, Reino Unido Diciembre de 2011

INSERTAR IMÁGENES

ILUSTRACIONES La copia del “Certificado de Iniciación a la Gran Logia Unida de Antient, Libremente Aceptado Masón de Inglaterra, Logia de Dalston Nº 3008, perteneciente a David Cohen (posteriormente Curwen)”, ha sido facilitada por cortesía de Tony Matthews. La copia de la correspondencia entre David Curwen y Neville Armstrong (durante 1979) y Manuel Algora Corbí (durante 1980), han sido también facilitadas por cortesía de Tony Matthews. Las propias cartas pertenecen a la colección de Paul Hardacre y Marissa Newell. Dicho material aparece aquí impreso por primera vez. Los gravados representados en este libro han sido sacados de la Atalanta Fugiens de Michael Maier, impreso en 1618. Tal y como Lapidus escribió al principio de En Persecución del oro, esos gravados “son imágenes simbólicas que representan diferentes aspectos del arte de la Alquimia, de las cuales que se dicen que han de contemplarse parcialmente con los ojos, y parcialmente con el entendimiento. Sólo unas pocas de estas láminas, las más útiles, han sido introducidas aquí. En el libro original, las imágenes no estaban colocadas en un orden especial, por lo tanto, algunas observaciones aclaratorias han sido añadidas debajo de cada dibujo por el presente autor, para hacerlas más útiles para el interés del estudiante”.

INTRODUCCIÓN Este libro, titulado Las Claves de la Alquimia, es de hecho lo que su ´propio título afirma ser, ya que es la primera vez que un tratado alquímico como este es escrito con tanta claridad y veracidad. Si estas palabras no se toman en serio ahora, podría seguir siendo un arte indescifrable para siempre. Probablemente la ciencia alquímica nunca volverá a exponerse tan francamente jamás, y si este arte no es investigado bajo la moderna vía de la experimentación, sacando provecho de los consejos proporcionados en este libro, entonces sí permanecerá siempre como un arte perdido. Mientras los científicos andan por todos lados tratando de descubrir nuevas ideas con la esperanza de que les conducirán a un mayor conocimiento, este tema distante de la Alquimia aún permanece como un problema confuso e irresoluble; a pesar de esta situación, todo el conocimiento moderno y el auxilio que podría brindar para ayudar a desenmarañar estos secretos misteriosos que todos los adeptos que llegaron a conseguir el oro, han vuelto confuso con tanta ingenuidad, de tal modo que las mentes más brillantes están al borde de la desesperación por no poder darles sentido. Sin embargo, se suele decir en estos libros de alquimia que la obra es juego de niños y trabajo de mujeres, pues es un hecho que cuando alguien está versado sobre el sujeto, comprende que no se trata más que de un proceso simple y natural, que se lleva a cabo en los metales. Estoy convencido que en algún momento del futuro, llegarán a la conclusión que el arte de la alquimia es la más grande de las bendiciones de las que puede gozar la humanidad bajo la forma de un polvo dorado conocido como el Elixir de la vida y la Piedra de los Filósofos, con la capacidad de curar las enfermedades que afligen al ser humano y con el poder de sanar a absolutamente todo el mundo, incluso si estuviesen a punto de morir. Este libro ha sido producido por el con el fin de aclarar el aparente galimatías que los escritores han generado, pavimentar así la vía del estudio, y reorganizarla en una imagen clara. Es justo decir que con la ayuda proporcionada, uno podría sorprenderse con la simplicidad de este maravilloso arte, al menos cuando se conoce. Después de penetrar/desgarrar juntos el gran número de pistas que los adeptos han dejado en sus tratados, ya sea a propósito o por casualidad, se encontrará que aunque escrita bajo numerosos ángulos, los misterios y secretos de la alquimia se vuelven claros, y estos secretos ocultos ya no volverán a engañar como piedras de tropiezo. No importa cuántas variantes insertan para disuadir al investigador, todos ellos llegan al mismo resultado.

Una gran cantidad de literatura de este impenetrable arte de alquimia se hallan reposando en las grandes bibliotecas, acumulados a través de cientos de años, incluso en manos privadas, y existen tratados en todas las lenguas. No debería pues resultar difícil al estudiante conseguir libros para su estudio, pero se les advierte de que no se complazca/deje enredar él mismo demasiado con cada libro que encuentre, pues de lo contrario pronto devendrá otro de esos [alquimistas] frustrados, a pesar de pretender encontrar sentido en ellos. La mayoría de los libros de alquimia comienzan como si estuviesen escritos de manera que sean fácilmente comprendidos y asimilados, pero se trata de una argucia muy común para hacer del libro fuente de desesperación y no aprender nada. Este es el motivo por el cual el presente libro de las claves, así como esta introducción, sugerirá mayormente una serie de libros suministrados en una bibliografía muy útil dada en mi antiguo libro de alquimia titulado En Persecución del oro, publicado por Neville Spearman Limited5. En ella encontrará una gran cantidad de información útil, pero una vez más se le adviete al estudiante en contra de que sea inducido al error, incluso por el uso desmesurado de la ayuda proporcionada en dicha bibliografía, mientras que el investigador serio deberá encontrará pronto su propio camino y aprender a separar la paja de la verdad. Esta ciencia de la alquimia ha sido declarada ser únicamente juego de niños y trabajo de mujer: sin duda es cierto cuando se conoce el proceso, pero esto sólo llegará a ser cierto con paciencia y perseverancia, y con la práctica del ensayo y error en la experimentación, como es habitual en la investigación científica, y hay que tener paciencia para esperar que los cambios tengan lugar. Hoy en día, se puede suponer que muchos se esfuerzan en profundizar en los misterios ocultos de la alquimia, y el trabajo de laboratorio se lleva a cabo en secreto, solitaria y silenciosamente, y por lo tanto no es una materia que atraiga a la multitud habitual que se jactan hablando tan sabiamente de cualquier tema de los cuales son completamente ignorantes, y a menudo hacen el ridículo queriendo encubrir su absoluta falta de conocimiento. No hay duda que con el transcurrir del tiempo, la alquimia será considerada como el conocimiento más avanzado en lo concerniente a la vida metálica, ya que hay muchísimas virtudes ocultas en los metales aún por descubrir, y serán descubiertas gracias al arte de la alquimia. Por lo tanto con mucha atención, paciencia y perseverancia en los trabajos de laboratorio que se lleven a cabo, y por la enseñanza incluida en este libro, los investigadores serios no fallarán a la hora de alcanzar aquello que andan buscando. Será siempre conveniente tener en cuenta que toda la obra sigue un simple proceso natural, y éste será conocido cuando el principiante trabaje basado en ideas erróneas y equivocadas. Ciertamente, la verdad puede estar basada en el axioma que nos dejó un alquimista que alcanzó el éxito en el pasado y que dice que el oro sólo puede ser 5

En persecución del oro: Alquimia actualizada en Teoría y Práctica fue publicada originalmente por Neville Spearman Limited en 1976. Una edición revisada y aumentada fue publicada por Salamander and Sons en 2011-

transmutado a partir de los metales inferiores, cuando han sido producidos por la semilla del oro. Y el axioma continúa planteando la siguiente cuestión: ya que todo lo que se produce en la Naturaleza es de esta manera, ¿por qué no sigue la Naturaleza las mismas leyes en los metales? Ciertamente, en este proceso natural, el más grande de todos los secretos que hay que encontrar es de dónde, y cómo procurarse esta misteriosa semilla de la naturaleza del oro, así que gracias a esta semilla el oro es capaz de multiplicarse, y poder alcanzar el poder de la transmutación, tal como se supone. De la misma manera, se puede afirmar que todos los metales inferiores tienen el mismo poder de engendrarse a sí mismos, si se utiliza su semilla, ya que los adeptos afirman que todos los metales evolucionan mientras permanecen en la Tierra, y por lo tanto, conforme al axioma anterior, aún añaden que lo que la naturaleza tarda mil año en hacer, los alquimistas que conocen cómo pueden llevarlo a cabo en un año, y mejor aún, en unos pocos meses. Ellos siempre, en todos sus tratados, han repetido que únicamente basta con proporcionas las condiciones adecuadas y, como con cualquier otra cosa viva, la Naturaleza hará el resto. Para terminar esta introducción, es de interés saber que, a diferencia de otros muchos descubrimientos tan caros de llevar a cabo, la alquimia y todo lo que se necesita para llevar a cabo la Obra entra dentro del presupuesto que una persona con un presupuesto medio puede soportar. Una pequeña habitación puede valer como lugar para la práctica, y todo el equipo y las materias que se necesitan pueden adquirirse por unos cientos de libras como máximo; aunque se requiere calor continuo, nunca se necesitará más de la necesaria para hacer hervir el agua, y mucho menos para hacer fundir los metales usados, y eso hasta el final [de la obra]. En el libro En Persecución del oro se encontrará mucha información. Lo que se divulgará son grandes secretos que han estado ocultos durante dos mil años y que aún aguardan algún corazón valiente para recopilar todo ese maravilloso conocimiento facilitado por aquel libro, y por este libro, Las Claves de la Alquimia, y su introducción.

CLAVE NÚMERO UNO La Clave número uno es un extracto escogido de un extenso poema de alquimia de Ireneo Filaleteo titulado “La Médula de la Alquimia”, y debiera ser considerado como el más excepcional y revelador tratado del arte jamás expuesto tan abiertamente.

Cuando se entiende gracias a la explicación dada por el presente autor, los versos mostrados aquí6 resultará fácil de seguir/interpretar/entender; pero donde hay/surjan problemas que están obligados a salir, que se han confundido con el propósito de inducir a error, serán más adelante en esta Clave clarificada y ampliada por lo que sigue, por el comentario del presente autor.

La materia primera que tomamos para nuestra obra Es sólo oro junto con Mercurio, Hasta que el uno no abandone Al otro, en cuya obra ambos deben morir Y descomponerse por putrefacción, después de lo cual Ambos aparecen entonces gloriosos y regenerados.7 Es de gran importancia saber que el arte de la alquimia comienza con oro y mercurio. Justo al principio sin embargo, el mayor obstáculo de todos se coloca en el camino del estudiante, y éste es el mercurio metal. Esta es la pesadilla en la que incontables buscadores han perdido su camino, pues justo al principio se nos informa que no se usa el mercurio vulgar —en otras palabras, el azogue no sirve para nada en el resultado final que nosotros deseamos alcanzar—. Más tarde veremos que un tipo diferente de mercurio es un ingrediente imperativo, pero no se trata del tipo común8. A partir de esta regla/máxima/norma, incontables investigadores recibieron la impresión que sólo existe un mercurio necesario para la alquimia, y en qué consiste este es algo completamente desconocido. A través de las edades y hasta la fecha, hasta la desesperación, el mercurio vulgar ha sido tratado de miles de diferentes maneras, y siempre han demostrado ser un fracaso. Los investigadores, sintiéndose engañados por los tratados, siempre han ido de nuevo/vuelto con la esperanza de, a pesar de los fracasos, hacia algún punto de su experimentación/práctica de laboratorio donde se equivocaron9. Esta enorme fe en el mercurio vulgar, o mercurio metálico, se basa en el hecho que el mercurio ordinario puede ser mezclado con la mayoría de los metales, ya sean viles o preciosos, a temperatura ambiente, o calentándolos ligeramente, pero los abandona rápidamente cuando10 se le aplican altas temperaturas. Esto hace al azogue para nuestro propósito 6

Las estrofas presentadas aquí están tomadas de La Médula de la Alquimia, Siendo un Tratado Práctico, Descubriendo el Secreto así como el más secreto Magisterio del Elixir de los Filósofos, Dividido en Dos Partes: La Primera Conteniendo Cuatro Libros principalmente Ilustrando la Teoría, el otro Conteniendo Tres Libros, Esclareciendo la Práctica del Arte: En los que el Arte está tan claramente revelado como nunca antes nadie lo hiciera para el beneficio de los jóvenes Practicantes, y para convencer a aquellos que están en el Laberintos Erróneos, por Ireneo Filoponos Filaleteo. LONDRES, Impreso por A. M. para Edward Brewster, 1654. La edición a la que hemos recurrido consiste en un manuscrito escrito en una revista tamaño cuarto, propiedad de J.W. Hamilton-Jones, de la colección de Paul Hardacre y Marissa Newell. 7 De: La Médula de la Alquimia, el Cuarto Libro de la 1ª Parte, estrofa 6. 8 Anotación de Lapidus: y ni siquiera es mercurio, pero lo llaman mercurio para engañar, aunque de hecho es un líquido. 9 Anotación de Lapidus: y esto puede hacer encontrar finalmente la verdad. 10 Anotación de Lapidus: y si.

particular, como se indica en la tercera línea del verso anterior, donde se nos dice que el mercurio y el oro deben permanecer inseparablemente unidos a través de toda la práctica de nuestra Obra. Otro hecho: la mayoría de los tratados alquímicos nos dicen que el mercurio no moja las manos, cosa que no sucede con ese misterioso mercurio que se usa en la práctica alquímica. Sin embargo, los últimos experimentadores de alquimia aún persisten en volverlo a intentar con el mercurio ordinario o azogue, y jamás llegan a comprender ni creer que en realidad pueden existir dos tipos de mercurio, uno que en absoluto es mercurio, y como al fin y al cabo este es otro tipo de engaño, estos investigadores persisten sin saber que hay otro, que es falazmente llamado mercurio. Lo que se necesita es un líquido que ha sido llamado de muchas maneras, incluyendo el nombre del mercurio metal, de modo que sin un maestro nadie podrá llegar demasiado lejos en el arte. Este misterioso mercurio-líquido ha sido descrito en miles de formas, pero ningún libro de ningún adepto lo ha mencionada jamás por su propio nombre. Mencionaremos sólo algunos de los nombres dados a este líquido: Mercurio de los Filósofos, agua metálica, Fuego Secreto, fuego Sófico —y muchos más que daremos a medida que avancemos con este poema. Más adelante describiremos la naturaleza de este Fuego Sófico, llamado así porque posee el poder de disolver a agua a los metales más fuertes11 en un calor no mayor del de un día de verano12. Por ejemplo, el oro, que necesita una temperatura de 1000º C para fundirse, e incluso el hierro, se funden con bastante facilidad, y es por ello que es llamado por muchos adeptos nuestro Fuego Secreto13. Ed incluso puede hacer todavía más: él puede cambiarlos en un líquido negro parecido al lodo en muy poco tiempo, unos 42 días, si se le deja a un calor dulce sin que se apague. Este nombre engañoso que se le ha dado es el motivo por el cual miles de investigadores de épocas pasadas se han visto confundidos, y ha continuado así hasta el día de hoy. En el siguiente verse se da una pista que hará evidente que, después de todo, únicamente el mercurio vulgar o azogue14 debe ser usado15.

Respecto al peso no es igual a un metal, En su forma fluida no entrará/penetrará en él, entonces como La Naturaleza tiene sus Leyes estrictas que tantos han olvidado, Para complacer las fantasías de esos hombres chochos: Los más pobres Metalúrgicos16 lo conocen. Únicamente una forma metalina puede fijarse con los metales.

11

Anotación de Lapidus: o más duros. Anotación de Lapidus: 48º C. 13 Anotación de Lapidus: pero no es fuego. 14 Anotación de Lapidus: añadiendo el fuego secreto que actúa como catalizador. 15 Anotación de un autor desconocido (presumiblemente se trate de Hans Nintzel): Mercurio Filosófico = un mediador. 16 Lapidus ha escrito metalúrgico perfecto donde Ireneo Filaleteo escribió los más pobres Metalúrgicos. 12

La última línea de los versos de arriba deja claro que sólo los metales pueden mezclarse con los metales. La palabra metalino a menudo se le da al agua que se debe usar, pero aquí él lo aplica a los metales, como lo muestra el siguiente verso.

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