LaPalombara y Weiner
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ORIGEN Y DESARROLLO DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS∗
Joseph LaPalombara Myron Weiner
El partido político es una creación de los sistemas políticos modernos y de los que se encuentran en proceso de modernización. Si se piensa en las democracias angloamericanas o en los sistemas totalitarios como la Unión Soviética, la Italia fascista y la Alemania nazi; en los recientemente formados Estados africanos durante sus primeros años de evolución independiente o en las repúblicas latinoamericanas que han caminado lentamente durante todo un siglo; o un territorio enorme antes colonizado como el de la India, en su avance a tientas hacia la democracia; o en un Estado comunista, igualmente enorme, como China, en su búsqueda de movilizar a una población mediante métodos totalitarios, de una u otra manera el partido político es omnipresente. Dondequiera que ha surgido un partido político parece desempeñar algunas funciones comunes en una amplia variedad de sistemas políticos y en diversas etapas del desarrollo social, político y económico. Ya sea en una sociedad libre o en un régimen totalitario, se espera que la organización denominada partido organice la opinión pública y comunique las demandas al centro del poder y de la toma de decisiones gubernamentales. De alguna manera, el partido también debe comunicar a sus seguidores el concepto y sentido de la comunidad más amplia, aun cuando el objetivo de la dirección del partido sea modificar profundamente, o incluso destruir, a la comunidad ∗
Tomado de Joseph LaPalombara y Myron Weiner (comps.), Political Parties and Political Development, Princeton University Press, Princeton, Nueva Jersey, 1966, pp. 3-42. La traducción es de Leticia García Urriza.
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más amplia y remplazarla por otra. Por otra parte, trátese de un país relativamente democrático como la India o relativamente no democrático como Ghana, de una democracia de larga historia como la de Gran Bretaña o de un próspero Estado totalitario como la Unión Soviética, es probable que el partido se encuentre estrechamente vinculado al reclutamiento político: la selección de los líderes políticos en cuyas manos estarán en gran medida el poder y las decisiones. Estas similitudes de función –las cuales podrían multiplicarse todavía más– sugieren que el partido político surge dondequiera que las actividades de un sistema político alcanzan un cierto grado de complejidad, o siempre que la noción de poder político llega a incluir la idea de que las masas deben participar o ser controladas. Por consiguiente, podría argumentarse que, así como la burocracia surgió cuando la administración pública ya no pudo ser manejada por la casa del príncipe, el partido político se materializó cuando las tareas de reclutamiento de líderes políticos y de creación de políticas públicas no pudieron ser ya manejadas por una pequeña camarilla de hombres a los que no les interesaba el sentir público. El surgimiento del partido político claramente implica que las masas deben ser tomadas en cuenta por la élite política, ya sea por un compromiso con la noción ideológica de que las masas tienen derecho a participar en la determinación de la política pública o en la selección de los dirigentes, o bien por la conciencia de que incluso una élite de rigidez dictatorial debe encontrar los medios de organización que le aseguren una conformidad y un control estables. No es una casualidad histórica el que los regímenes dictatoriales del mundo moderno hayan tenido un fuerte sustento en el partido político. Si las presas o las fábricas de acero son concebidas por las élites políticas como símbolos de modernidad económica en las áreas de desarrollo, de igual manera al partido se le ve popularmente como símbolo de modernidad 2
política. De modo que las élites políticas posiblemente crean partidos (o dan tal nombre a alguna otra agrupación política) cuando de hecho no existen las condiciones para el establecimiento y mantenimiento de los partidos políticos y cuando lo que se ha creado no es de hecho un partido político. El desarrollo político implica, entre otras cosas, una cierta participación política por parte del gran número de personas que no pertenecen a la élite política dominante. En el sentido más amplio, la participación puede significar sólo una participación psicológica en el proceso político: una cierta identificación con el Estado-nación como algo distinto de las agrupaciones localistas, una capacidad de experimentar empatía con aquellos que toman las decisiones políticas,1 una disposición a dar apoyo al sistema político y quizás incluso a las políticas seguidas.2 Puede ser que una parte de la población se encuentre alienada, pero la alienación implica desviaciones de una norma o de una identificación que se dio en el pasado. En algunos sistemas políticos, en particular en aquellos que son autoritarios o totalitarios, la participación puede ser sobre todo psicológica y sólo en grado mínimo sustancial. Pero en todos los regímenes democráticos, e incluso en algunos sistemas totalitarios, la participación es con frecuencia también sustancial. Los individuos pueden votar, participar en asociaciones voluntarias con miras a influir en la política pública, o ser miembros de partidos políticos interesados en tener ingerencia en la selección de los candidatos a cargos públicos.3 En regímenes no democráticos de naturaleza plebiscitaria puede haber asistencia a reuniones y
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En cuanto al concepto de “empatía” como rasgo de modernidad, véase Daniel Lerner, The Passing of Traditional Society, The Free Press, Glencoe, Illinois, 1958, pp. 47-54. 2 Sobre la importancia del apoyo al sistema en los sistemas políticos modernos, véase Gabriel A. Almond y Sidney Verba, The Civic Culture, Princeton University Press, Princeton, 1963, cap. 4. 3 Esta función o actividad, sin embargo, a menudo es artificial cuando es desempeñada por los partidos. Un buen ejemplo puede verse en Leonard Binder, Iran: Political Development in a Changing Society, University of California Press, Berkeley y Los Ángeles, 1962, pp. 221-226.
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movilizaciones políticas para fines relacionados con el sistema tales como el desarrollo económico o la conducción de la guerra.4 El desarrollo político también implica una complejidad política que requiere un grado alto de organización. De hecho, una visión del desarrollo sugiere que en una sociedad moderna la gente tiene la capacidad de establecer y mantener formas de organización de gran alcance y muy complejas pero flexibles, capaces de llevar a cabo las funciones nuevas y ampliadas que las sociedades modernas requieren. Por tanto, la capacidad de utilizar la energía y la tecnología para ejercer un control sobre la naturaleza no sólo implica habilidades técnicas, sino también la capacidad de crear formas corporativas para la administración a gran escala de hombres y materiales en industrias modernas. De igual manera, una sociedad moderna requiere un sistema escolar complejo y universidades capaces de innovar o de adaptarse a la innovación; burocracias capaces de realizar las tareas complejas de los gobiernos modernos; e instituciones intrincadas para manejar los medios masivos de comunicación y las redes de transporte para facilitar el flujo de ideas, información y personal.5 Estos desarrollos sugieren no sólo que el hombre es capaz de crear organizaciones complejas para determinado propósito, sino también que en ciertas etapas del desarrollo histórico el hombre de hecho se ve obligado a formar tales organizaciones. Debe quedar claro, pues, que cuando hablamos de partidos no nos referimos a esas camarillas, clubes y pequeños grupos de personajes importantes que pueden identificarse como los antecedentes del moderno 4
Es bien conocido el uso plebiscitario de los partidos en los sistemas totalitarios como el de la Alemania nazi, la Italia fascista y la Unión Soviética. Véase, por ejemplo, William Ebenstein, The Nazi State, Farrar and Rinehart, Nueva York, 1943, pp. 43-44; Denis Mack Smith, Italy: A Modern History, University of Michigan Press, Ann Arbor, 1959, pp. 389-402; y Merle Fainsod, How Russia is Ruled, ed. revisada, Harvard University Press, Cambridge, 1963, parte II y pp. 381-382. 5 Otros autores de esta colección publicada por Princeton University Press tratan el problema de la definición de la modernidad. Véase, por ejemplo, Lucian W. Pye (comp.), Communications and Political Development, 1963, pp. 14-20; Joseph LaPalombara (comp.), Bureaucracy and Political Development, 1963, pp. 9-14, 3548; Robert E. Ward y Dankwart A. Rustow (comps.), Political Modernization in Japan and Turkey, 1964, pp. 3-13.
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partido político en la mayoría de los países occidentales. En Inglaterra, por ejemplo, es posible rastrear el origen de los partidos a principios del siglo XVII;
en Francia, el desarrollo de pequeños grupos que eran partidos
embrionarios se materializó tiempo después, pero con toda claridad previamente a la Revolución de 1789. Desde luego, las camarillas, clubes y grupos de personajes importantes buscaban acaparar y controlar el ejercicio del poder político y en este sentido evidenciaban una de las características principales de los partidos políticos. Sin embargo, cuando hablamos de partidos políticos en este ensayo, no nos referimos al grupo de personajes importantes unido superficialmente y con relaciones limitadas e intermitentes con sus contrapartes locales. Nuestra definición requiere, más bien, 1) continuidad en la organización –es decir, una organización cuya vida previsible no dependa de lo que dure la de los líderes actuales–; 2) una organización clara y permanente en el nivel local, con comunicaciones establecidas y otras relaciones entre unidades locales y nacionales; 3) una determinación consciente de los líderes tanto en el nivel nacional como el local para conseguir y mantener el poder de tomar las decisiones solos o en coalición con otros, no simplemente para influir en el ejercicio del poder; y 4) interés de la organización por buscar seguidores en las urnas o luchar de alguna manera por el apoyo popular. Dada esta definición, es obvio que los partidos políticos son sobre todo un fenómeno del siglo pasado. En Inglaterra el partido moderno logró avanzar con la organización de las sociedades de registro locales favorecidas por los liberales luego de la Reforma de 1832.6 En Francia y otros lugares del continente la transformación de las camarillas legislativas o clubes políticos en organizaciones orientadas a las masas se asocia con el año revolucionario de 6
Véase Samuel H. Beer, “Great Britain: From Governing Elite to Organized Mass Parties”, en Sigmund Neumann (comp.), Modern Political Parties, University of Chicago Press, Chicago, 1956. También, R. T. McKenzie, British Political Parties, St. Martin’s Press, Nueva York, 1955.
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1848. En Estados Unidos, aunque los partidos modernos con estructuras estables y una continuidad sustancial aparecieron en la década de 1790 con los federalistas de Hamilton y Adams y los republicanos de Jefferson y Madison, no fue sino hasta la época de Andrew Jackson en la década de 1830 cuando la organización del partido se desarrolló para incluir fuertes centros de poder local con una base popular sustantiva.7 En Japón, el primero de los países asiáticos en transplantar instituciones políticas occidentales importantes, los partidos (en el sentido que estamos usando el término) no surgieron sino hasta después de la restauración de Meiji, en 1867, y quizás no fue sino hasta la Primera Guerra Mundial.8 Los pequeños grupos oligárquicos que tomaron el nombre de partido en algunos países de América Latina, África y Asia son más parecidos a los grupos de personajes importantes de la República romana o, en algunos casos, a los clubes revolucionarios de la Francia de finales del siglo
XVIII,
que a los
partidos políticos preocupados por conseguir y mantener el apoyo popular en las democracias modernas o en los Estados totalitarios. La desaparición de los que a menudo fueron llamados partidos políticos en algunos Estados nuevos del Sur de Asia y África sólo podría sugerir que no existían las condiciones necesarias para el establecimiento y mantenimiento de los partidos, o que los grupos que desaparecieron no eran partidos políticos en nuestro sentido del término. Si, como sugerimos, el surgimiento de los partidos políticos es un indicador institucional útil de un nivel de desarrollo político y su aparición está relacionada con el proceso de modernización, entonces debemos preguntarnos qué facilita este desarrollo en el proceso de modernización. Para 7
V. O. Key, Politics, Parties and Pressure Groups, Crowell Publishers, Nueva York, 1958; William N. Chambers, Political Parties in a New Nation: The American Experience, 1776-1809, Oxford University Press, Nueva York, 1963. 8 Robert Scalapino, “Japan: Between Traditionalism and Democracy”, en Sigmund Neumann, op. cit., pp. 305-315. Véase también Robert Scalapino, Democracy and the Party Movement in Prewar Japan: The Failure of the First Attempt, University of California Press, Berkeley y Los Ángeles, 1953.
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entender las condiciones necesarias para el establecimiento y mantenimiento de los partidos políticos modernos debemos, primero, pasar a un examen de las circunstancias históricas en las que surgieron.
1.
Los orígenes de los partidos
La creación de los partidos ha sido un proceso continuo. Los cementerios históricos están llenos de partidos que dominaron la escena política pero que más tarde no lograron adaptarse a las circunstancias nuevas y por tanto murieron, fueron absorbidos por movimientos nuevos y más activos o se consumieron hasta convertirse en pequeños partidos marginales. No obstante, las circunstancias en las que aparecen primeramente los partidos en un sistema político en desarrollo –junto con su carácter y configuración iniciales– claramente tienen un efecto importante en el tipo de partidos que luego surgen. Examinaremos brevemente tres tipos de teorías que se han planteado para explicar los orígenes de los partidos: las teorías institucionales, que se centran en la interrelación entre los primeros parlamentos y el surgimiento de los partidos; las teorías de la situación histórica, que hacen hincapié en las crisis o tareas históricas que los sistemas han enfrentado en el momento en que los partidos se desarrollaron; y, por último, las teorías del desarrollo, que relacionan a los partidos con los procesos, más amplios, de modernización.
Partidos y parlamentos
En Occidente es habitual asociar el desarrollo de los partidos con el surgimiento de los parlamentos y con la extensión gradual del sufragio. Una formulación histórica general de este proceso gradual es la división que hizo Max Weber de la evolución del partido en las etapas de camarillas 7
aristocráticas, pequeños grupos de personajes importantes y democracia plebiscitaria.9 Duverger señala también que los partidos están relacionados con la evolución de los parlamentos nacionales y el crecimiento cuantitativo del electorado. Los partidos, plantea, surgieron de las asambleas políticas cuando sus miembros sintieron la necesidad de que el grupo actuara de común acuerdo. Cuando más tarde se extendió el alcance del voto, estos comités comenzaron a organizar a los electores. La teoría de Duverger postula, pues, etapas en el desarrollo del partido: primero la creación de grupos parlamentarios, luego la organización de comités electorales y finalmente el establecimiento de conexiones permanentes entre estos dos elementos.10 Tanto Weber como Duverger señalan que las camarillas y los clubes políticos de las élites, aunque a menudo fueron los precursores de los partidos políticos, no eran partidos políticos en el sentido en que hemos estado usando el término. El famoso “Club bretón”, el cual se formó en la Francia prerrevolucionaria y más tarde se convirtió en el núcleo de los jacobinos, no fue más que una camarilla legislativa que tenía como base una región geográfica específica; de manera similar, los clubes políticos y salones aristocráticos que persistieron en Inglaterra en el siglo XIX eran esencialmente organizaciones por convenio provisionales para la elección de personajes importantes para el parlamento y, aunque de manera menos usual, para reunir legisladores que pudieran tener visiones similares. Así pues, hablar de partidos políticos en Europa antes de mediados del siglo XIX es en realidad hablar de manera muy imprecisa. No es sino hasta que el sufragio se extendió y los personajes importantes sintieron la necesidad de algún tipo de organización de partido en el nivel local cuando encontramos los 9
Max Weber, “Politics as a Vocation”, en Hans Perth y C. Wright Mills (comps.), From Max Weber: Essays in Sociology, Oxford University Press, Nueva York, 1946, pp. 102-107. 10 Maurice Duverger, Political Parties, John Wiley and Sons, Nueva York, 1955, pp. xxiii-xxxvii. Entre los mejores críticos de Duverger están Aaron B. Wildavsky, “A Methodological Critique of Duverger’s Political Parties”, Journal of Politics, vol. 21, 1959, pp. 303-318; y Harry Eckstein, “Political Parties”, en The International Encyclopedia of the Social Sciences, de próxima publicación.
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primeros prototipos significativos de lo que hoy día conocemos como partidos de masas. Duverger tiene toda la razón al insistir en que es muy importante saber si los partidos se crearon inicialmente de manera interna o externa. Un partido político creado internamente es aquel que surge de manera gradual a partir de las actividades de los legisladores mismos. Cuando se va haciendo cada vez más patente la necesidad de crear coaliciones legislativas y de asegurar la reelección de los miembros de éstas, aparece la organización política en el nivel local o en los distritos electorales. Como señala Duverger, esta organización de nivel local puede ser simplemente el resultado del hecho de que ciertos grupos o facciones legislativas no comparten más que el tener su origen en la misma región geográfica del país. Así fue en el caso de los grupos legislativos que surgieron en Francia en el siglo
XVIII;
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y, de manera
sorprendente y muy similar, fue lo que sucedió al surgir los primeros partidos políticos en las décadas de 1870 y 1880 en Japón.12 Del mismo modo, en Italia, la cual logró su unificación más tarde, las primeras organizaciones de partido reflejaban la proximidad geográfica de ciertos legisladores que buscaban una acción coordinada y cierta semejanza de organización local como una manera de asegurar el control de la política gubernamental, por un lado, y de la reelección en el cargo, por otro lado.13 Por lo general se considera que el verdadero impulso para la creación de cierta forma de organización partidista en el nivel local en Occidente fue la extensión del sufragio. Los pasos más importantes en la creación de la organización de partido en Gran Bretaña pueden asociarse claramente con las reformas electorales de 1832, 1867 y 1884. Donde el sufragio se encuentra muy restringido, simplemente no se necesitan comités electorales locales; donde se extiende, se hace claramente patente la necesidad de granjearse a las 11
Maurice Duverger, op. cit., pp. xxiv-xxv. Robert Scalapino, “Japan: Between Traditionalism and Democracy”, en Sigmund Neumann, loc. cit. 13 Denis Mack Smith, op. cit., pp. 27-35. 12
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masas. Lo que alguna vez fue una lucha limitada a una élite aristocrática o a pequeños grupos de personajes importantes ahora se convierte en un drama fundamental en el que desempeñan un papel activo grandes porciones de la ciudadanía. En la medida en que los grupos parlamentarios firmemente establecidos reconocen las implicaciones de un sufragio de mayor alcance, puede detectarse un esfuerzo por crear comités electorales locales. Así pues, en buena parte de Europa por lo menos, el partido político moderno comenzó cuando se estableció una relación útil y continua entre esos comités y los grupos legislativos. Podemos hablar de partidos políticos creados de manera interna cuando la organización local y la conexión parlamentaria local se establecen como resultado de la iniciativa ejercida por aquellos que ya están en la legislatura o por quienes se encuentran ya en el poder público nacional. Con esto no se implica, desde luego, que las unidades locales sean necesariamente sólo obra de los legisladores, pues a menudo hay grupos locales que proporcionan la base para una organización de masas. Algunos casos notables de partidos creados internamente serían los partidos Conservador y Liberal en Gran Bretaña y Canadá, los partidos Demócrata y Republicano de Estados Unidos, los primeros partidos conservadores que surgieron en Escandinavia a mediados del siglo
XIX,
los Partidos Nacional
Liberal y Progresista en el Japón posterior a Tokugawa, y el Partido Liberal de la Italia del siglo XIX. Los partidos creados externamente son aquellos que surgen fuera de la legislatura e invariablemente implican un desafío al grupo gobernante y una demanda de representación. Estos partidos constituyen un fenómeno más reciente; siempre están asociados con un sufragio extendido, con ideologías religiosas o seculares articuladas con gran fuerza y, en la mayoría de las regiones en desarrollo, con movimientos nacionalistas y anticolonialistas. Este 10
tipo de partidos puede recibir el impulso original para su organización de agentes tan variados como sindicatos, cooperativas, estudiantes universitarios, intelectuales, organizaciones religiosas, asociaciones de veteranos, etcétera. En Occidente, los ejemplos más notables de partidos creados externamente fueron los diversos partidos socialistas que surgieron a finales del siglo
XIX
y
el Partido Cristiano o el Demócrata Cristiano que se crearon a principios del siglo
XX
en parte como respuesta a los movimientos políticos proletarios. El
papel de los sindicatos en el establecimiento del Partido Laborista Británico y de varios partidos socialistas del continente, de las cooperativas agrícolas en la creación de los fuertes partidos agraristas en Escandinavia, de las organizaciones religiosas en la creación de partidos políticos en Bélgica, Austria, Alemania, Francia e Italia es demasiado bien conocido como para que lo analicemos aquí. De manera similar, la mayoría de los partidos políticos que ahora operan en África y Asia fueron, en un inicio, movimientos nacionalistas, movimientos mesiánicos y milenaristas, y asociaciones tribales, religiosas o de castas que se desarrollaron fuera, y en algunos casos en contra, de cualquier estructura parlamentaria creada por los gobiernos coloniales. Duverger dice que los partidos creados externamente tienden a ser más centralizados que los de creación interna, más coherentes en lo que respecta a ideología y más disciplinados, menos sujetos a la influencia de los contingentes legislativos de los partidos y en general menos dispuestos a atribuir demasiada importancia al parlamento o a ser deferentes con éste. Es muy posible que así sea,14 y de ser así, esto explicaría en parte por qué muchos órdenes constitucionales que reflejan los valores y las respectivas posiciones de poder del siglo
XVIII
se ven claramente amenazados por algunos de los
partidos de masas de creación externa y de más reciente cuño. No es sólo que
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Sin embargo, hay que evitar las generalizaciones, como lo muestra, por ejemplo, la gran importancia del contingente parlamentario en el Partido Laborista Británico.
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los partidos externamente creados sean más ideológicos, más disciplinados o más agresivos en cuanto a sus demandas al sistema; en buena medida, sucede también (como resultado de las circunstancias en las que surgieron) que con frecuencia no han desarrollado un interés personal en las instituciones políticas (y en la mayoría de los casos sociales y económicas) existentes. Esta observación es igualmente válida en las áreas de desarrollo en las que los movimientos nacionalistas toman por lo general el control total de la estructura gubernamental cuando los gobernantes coloniales se retiran del sistema político. Mientras que los partidos socialistas en Europa a menudo tuvieron que hacer las paces con aquellos que operaban la estructura parlamentaria –o se arriesgaban a una guerra civil–, los movimientos nacionalistas que tomaban el poder se encontraban, por así decir, con una tabula rasa en la cual operar y podían, si así lo decidían, abolir el sistema parlamentario mismo. Los partidos nacionalistas a menudo encontraron relativamente fácil establecer sistemas unipartidistas e imponer restricciones extraordinarias a las libertades civiles precisamente porque ningún grupo organizado de la sociedad con apoyo popular estaba comprometido con el mantenimiento de un marco de competencia.15 Los líderes de muchos partidos gobernantes en África, en su intento de establecer una autoridad central o bien de aprovechar la oportunidad de concentrar el poder para engrandecerse, a menudo han prohibido otros partidos políticos y abolido las elecciones libres. Por otra parte, los partidos socialistas de Europa que rechazaron la estructura parlamentaria a menudo terminaron socializados en el orden constitucional democrático. Los partidos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, en particular de Austria y Alemania, recordaron los días aciagos de la década de 1920 y principios de la de 1930, cuando la militancia tuvo como resultado, no un surgimiento del socialismo sino de los regímenes totalitarios; hoy en día la 15
Véase David Bayley, Public Liberties in the New States, Rand McNally and Co., Chicago, 1964.
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moderación de los partidos en estos países, ya no digamos su apoyo al orden parlamentario, está relacionada en parte con los recuerdos de tiempos que no es posible olvidar.16 Mientras que algunos estudiosos, como hemos visto, han hecho hincapié en la importancia del parlamento y en la expansión del sufragio como una variable crucial en el surgimiento de los partidos, otros, en particular algunos investigadores de la historia intelectual europea, han subrayado el papel de la ideología. Así pues, el surgimiento de los parlamentos, el sufragio de los adultos y los partidos mismos están relacionados con el surgimiento gradual de las ideologías democráticas. La noción de soberanía popular y la temprana noción medieval del tiranicidio son consideradas como esfuerzos para limitar el poder autocrático. R. R. Palmer, en su estudio sobre la manera en que las “clases bajas” se incorporaron al proceso político europeo,17 ha argumentado de manera convincente que los conceptos que justificaron la imposición de límites a la autoridad de los reyes y las nociones que hicieron posible la creación de los parlamentos, la expansión del sufragio y el establecimiento de las libertades civiles preceden a estos desarrollos. En lo que respecta al surgimiento de los partidos o a las organizaciones o movimientos que anteceden a éstos, puede efectivamente demostrarse que una gran diversidad de ideologías han servido de hecho como vehículos para su justificación. En efecto, algunos partidos se crearon como instrumentos de las contraideologías, en franco desacuerdo con los valores políticos dominantes. Con frecuencia se ha señalado, por ejemplo, que las doctrinas republicanas que sostenían la constitución norteamericana no consideraban a los partidos como una institución de la sociedad democrática; de igual modo, el pensamiento liberal británico del siglo
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XIX
prestaba poca atención a los partidos que estaban
Kart Shell, The Transformation of Austrian Socialism, University Publishers, Nueva York, 1961. R. R. Palmer, The Age of the Democratic Revolution, Princeton University Press, Princeton, 1959.
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surgiendo con rapidez. La doctrina socialista veía a los partidos como instrumentos de las clases, que se desvanecerían junto con el Estado cuando llegara a su fin la lucha de clases. De hecho la mayoría de los partidos de masas existentes en Occidente probablemente no habrían surgido de no haber aparecido, además de la expansión del sufragio, desafíos directos a las ideologías prevalecientes. En realidad no hubo ningún intento sistemático ni de estudiar los partidos de manera empírica ni de ubicarlos en el contexto de la teoría democrática hasta comienzos del siglo
XX
con los escritos de Michels y Ostrogorski. Por
otra parte, el rápido desarrollo de los partidos de masas en Asia y África –al menos en lo que concierne a los partidos no comunistas– parece haber tenido lugar sin el beneficio de la teorización sistemática. El Partido del Congreso en la India, el Kuomintang en China y los partidos Meiji en Japón surgieron, por así decirlo, de situaciones locales en medio de los grandes desarrollos históricos que los afectaron y que a su vez fueron afectados por ellos. No obstante, se requiere de una mayor teorización, pues los intentos de Duverger de seguir la pista de los inicios de los partidos hasta el surgimiento de los parlamentos y los sistemas electorales difícilmente pueden aplicarse a la mayoría de las áreas de desarrollo. Desde luego, hay algunos regímenes coloniales que crearon entidades representativas e incluso instituyeron un sufragio limitado. Pero, aun en esos casos, los movimientos nacionalistas a menudo se negaron a trabajar dentro del sistema parlamentario. En la India, por ejemplo, el movimiento nacionalista se desarrolló antes de que se crearan los parlamentos central y estatal y en principio se negó a trabajar dentro de los consejos legislativos hasta mediados de la década de 1930, unos cincuenta años después de que el movimiento comenzó y unos quince años después de que asumiera un carácter popular. Por otra parte, muchos regímenes coloniales fueron tan hostiles a los intentos nacionalistas de establecer países 14
independientes que los movimientos nacionalistas tuvieron que funcionar de manera clandestina. En Argelia e Indonesia, por ejemplo, los movimientos nacionalistas tuvieron que adoptar un carácter militar para vencer a los regímenes coloniales que se negaban a concederles la independencia; en ciertos lugares de África que se hallan aún bajo el dominio portugués y en el régimen del Apartheid de Sudáfrica existen situaciones similares. Por último, hay situaciones en las que los partidos de masas se materializan donde no existe ni un régimen colonial ni un sistema parlamentario. En las repúblicas latinoamericanas ocasionalmente han surgido partidos políticos cuyo propósito es terminar con el poder monopólico militar o de las élites terratenientes que controlan el gobierno. En la China de la década de 1920, el Kuomintang fue organizado por una facción de los intelectuales con el propósito expreso de crear una fuerza militar y apoyo político con el fin de establecer un control centralizado sobre las diversas regiones del país. Y, por último, incluso en los casos europeos, no siempre es claro que los primeros partidos de masas se materializaran en sociedades en las que ya se habían establecido sistemas parlamentarios. En Italia, por ejemplo, el grupo mazziniano que surgió a principios del siglo
XIX
tuvo, como en China, un
carácter cuasimilitar y un interés primordial en lograr la unificación de los Estados italianos.18 Sería más provechoso ver las circunstancias parlamentarias en las que surgieron algunos partidos europeos sencillamente como un tipo de circunstancia histórica, no como el caso general del cual todos los demás son desviaciones. Sin embargo, los casos europeos sí llaman la atención acerca del hecho de que los partidos a menudo surgen de situaciones de crisis. En ciertas circunstancias son las criaturas de una crisis política sistémica, mientras que 18
Si al lector le interesa conocer un interesante análisis del movimiento mazziniano como prototipo de los partidos surgidos de condiciones colonialistas, véase Guglielmo Negri, Three Essays on Comparative Politics, Milán, 1964, pp. 45-54.
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en otras su propio surgimiento significa una crisis para el sistema. Pues con frecuencia surge una crisis que la élite política establecida –trátese de reyes, aristócratas o burócratas coloniales– o bien no está dispuesta o no es capaz de manejar de una manera que inhiba el establecimiento de una organización política de oposición. Estas crisis históricas significan, pues, una “carga” para el sistema político tradicional que o bien tiene como resultado la organización de partidos políticos, o es causada en realidad por el surgimiento de los partidos. Ahora pasaremos a este concepto de “crisis” o “cargas”.
Crisis en los sistemas políticos En otra parte de esta compilación19 se ha tratado al concepto de crisis como los desarrollos histórico-situacionales que por lo general experimentan los sistemas políticos cuando pasan de una forma tradicional a una más desarrollada. Se ha sugerido que la forma en que las élites políticas enfrentan tales crisis (y en algunos casos evitan que adquieran proporciones graves) puede determinar la clase de sistema político que se desarrolla.20 El punto en el que haremos hincapié aquí es que tales crisis históricas a menudo no sólo proporcionan el contexto en el que surgieron primeramente los partidos políticos, sino que también tienden a ser un factor crucial en la determinación de qué patrón de evolución adoptarán más tarde los partidos. A menudo se trata de momentos históricos cruciales en los sistemas políticos. Se crean nuevas instituciones que persisten durante mucho tiempo después de desaparecidos los factores que precipitaron su creación; y en las mentes de quienes participaron o fueron testigos de los acontecimientos quedan 19
Véase Lucian W. Pye y Sidney Verba, Political Culture and Political Development, Princeton University Press, Princeton, 1965. 20 Nuestra formulación coincide con la importante observación de Max Weber de que los acontecimientos fundamentales de la historia de una nación pueden tener una repercusión duradera en el tipo de sistema que desarrolle y que las diferencias entre los sistemas a menudo pueden explicarse con base en esas experiencias. Max Weber, The Methodology of the Social Sciences, The Free Press, Glencoe, Illinois, 1949, pp. 182-185.
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recuerdos que tienen efectos más tarde en la conducta política. Estas crisis políticas internas pueden precipitarse por una gran variedad de cambios paramétricos, a veces simultáneos: guerras, inflación, depresión, movimientos populares masivos, explosión demográfica, o cambios menos dramáticos en el sistema educativo, las formas de ocupación, el desarrollo agrícola o industrial, o el desarrollo de los medios de comunicación masiva. De las diversas crisis políticas internas que las naciones han experimentado durante el periodo en el que se estaban formando los partidos políticos, tres nos parecen las más sobresalientes por su repercusión en la formación de los partidos: legitimidad, integración y participación. Aunque estas crisis pueden ser analíticamente distintas, es común señalar que en la mayoría de los países de desarrollo tardío frecuentemente se condensan de modo que el mando político tiene la extraordinaria responsabilidad de intentar enfrentar de manera simultánea problemas políticos que en otras sociedades históricamente se han propagado durante periodos de tiempo relativamente largos. Además, aunque no existe una secuencia lógica temporal para estas crisis, como veremos, su secuencia tiene importantes consecuencias que deben tenerse en mente. Por último, no todos los cambios tienen que darse en proporciones que implican una crisis. Pueden ocurrir cambios de manera imperceptible, y los líderes políticos pueden resultar suficientemente hábiles como para manejar tales “cargas” transformando un sistema de un estado a otro con una tensión mínima. De estas tres crisis, la de la legitimidad es la cuestión en torno a la cual se crearon algunos de los primeros partidos tanto en Europa como en las áreas de desarrollo.21 Los partidos internamente creados de los que habla Duverger parecen haber surgido en un tiempo en el que se debatieron mucho las
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S. M. Lipset analiza la “crisis de legitimidad” en la evolución de Estados Unidos como nación-Estado. También hace un examen empírico detallado de la experiencia norteamericana en cuanto a varios de los problemas que analizamos en este apartado. Véase su The First New Nation, Basic Books, Nueva York, 1963, pp. 16-23.
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cuestiones de legitimidad (o de orden constitucional). Pero sir Lewis Namier, en su estudio ahora clásico The Structure of Politics at the Accession of George III,22 ha argumentado de manera convincente que la política de la Inglaterra de mediados del siglo
XVIII
puede analizarse sin mencionar esas
denominaciones partidistas que son Whigs y Tories. Namier sugiere que los miembros parlamentarios entraron al parlamento por una diversidad de razones; que no había ninguna organización de partido que uniera a estos hombres en apoyo de políticas y programas, y que cualquier agrupación existente se basaba en gran medida en lealtades personales; que el gobierno no podía contar con la lealtad de los miembros del parlamento en función de filiaciones partidistas; y, lo más importante desde nuestro punto de vista, que los partidos no existían en el nivel local. Dankwart Rustow, en su estudio sobre los partidos políticos suecos,23 argumenta de manera similar que los viejos partidos aristócratas Rural y Ministerial que se desarrollaron dentro del parlamento durante un tiempo en que la legitimidad de las instituciones representativas estaba siendo por primera vez establecida se encontraban limitados al parlamento con una membresía restringida e inestable y para nada involucrada en la organización de masas. Por otra parte, aunque no existían los partidos en el sentido en que hemos utilizado el término, había por lo menos un vago sentimiento en la mente de algunos individuos de que las diferencias políticas podían identificarse mediante el “partido”. Como Herbert Butterfield ha insistido,24 los partidos en Gran Bretaña (y en Suecia) se crearon primero en la mente de los hombres; su evolución hacia los modernos partidos políticos tuvo lugar cuando el sistema político experimentó un crisis de participación. 22
Sir Lewis Namier, The Structure of Politics at the Accession of George III, The Macmillan Company, Londres, 1959. 23 Dankwart A. Rustow, The Politics of Compromise: A Study of Parties and Cabinet Government in Sweden, Princeton University Press, Princeton, 1955. 24 Herber Butterfield, George III and the Historians, Collins, Londres, 1957, libro 3.
18
La crisis de legitimidad ha sido, sin embargo, de mayor importancia para la formación inicial de los partidos cuando la estructura de autoridad existente no ha podido enfrentar la crisis misma y le ha seguido una agitación política. En la medida en que los grupos revolucionarios que ejercieron presión para la abolición de la autoridad real en la Francia de finales del siglo XVIII adoptaron un carácter popular, podemos hablar de los inicios de los partidos políticos en Francia. De manera similar, los movimientos nacionalistas que surgieron a fin de cambiar el sistema gubernamental existente y las reglas para determinar quién habría de gobernar y cómo habría de ser elegido son producto de una crisis de legitimidad. Los movimientos nacionalistas frecuentemente comienzan como pequeñas camarillas de hombres interesados en aumentar su influencia en el gobierno y la administración colonial y tener más oportunidades de participar en los cargos administrativos. Por lo menos en un inicio no están interesados en eliminar el gobierno extranjero y establecer una estructura gubernamental totalmente nueva. No obstante, es común que, cuando estos líderes sienten que se les niega la oportunidad de participar, se ven movidos a buscar apoyo popular y a convertir sus pequeñas asociaciones en movimientos nacionalistas populares. En países en los que la pequeña élite nacionalista se encuentra relativamente satisfecha con las medidas tomadas por el gobierno colonial no necesita darse el esfuerzo de crear un movimiento popular.
En
moderadamente
Ceilán, crítico
por de
ejemplo, la
el
Congreso
constitución
que
Nacional, los
aunque
británicos
les
proporcionaron en 1932, estaba dispuesto a trabajar dentro del nuevo marco.25 En comparación con las organizaciones nacionalistas de otros países, estaba relativamente satisfecho con las medidas que los británicos estaban tomando para incrementar las oportunidades del autogobierno. En Ceilán, por tanto, no surgió ningún movimiento popular antes de la independencia. No fue sino 25
Véase Howard Wriggins, Ceylon: Dilemma of a New Nation, Princeton University Press, Princeton, 1960.
19
hasta que los británicos instituyeron las elecciones cuando hubo algún esfuerzo importante por involucrar al gran público. Del mismo modo, muchos de los partidos auspiciados de la África francesa han hecho esfuerzos limitados por establecer unidades de partido locales e involucrar a personas que no pertenecen a la élite gobernante. Se puede argumentar que cuando los líderes gubernamentales no logran enfrentar adecuadamente una crisis de legitimidad –trátese de la monarquía en la Francia del siglo
XVIII
o del gobierno colonial francés en Argelia en la
década de 1950–, puede ocurrir una crisis de participación y con ella la creación de partidos con el interés de establecer organizaciones locales o cierta clase de apoyo local. Cuando se resuelve de manera adecuada la crisis de legitimidad –cuando los parlamentos se establecen y el poder de la monarquía disminuye, o bien los gobiernos coloniales establecen un cierto autogobierno aceptable para la élite de los nativos–, entonces los “partidos” formados pueden no involucrar a un público más amplio y ser concebidos de manera más apropiada como partidos incipientes. Las crisis de integración también han proporcionado el entorno en el que han surgido los partidos. En este caso se trata del problema de la integridad territorial y, en términos más generales, del proceso por el cual las comunidades étnicas, antes divididas, llegan a adaptarse unas a otras. En Europa, el surgimiento de los partidos en Alemania e Italia tuvo lugar en medio de crisis de integración. En Alemania, el Partido del Centro bávaro se desarrolló en el contexto de una lucha entre Baviera y Prusia cuando los liberales de Bismarck presionaron para el establecimiento de un Estado alemán más grande en términos que eran inaceptables para el Partido del Centro. En Italia, los movimientos populares de Garibaldi y Mazzini, así como los grupos liberales históricos de creación interna, estaban dirigidos a la unificación de los Estados italianos. 20
Aunque los partidos nacionalistas que han surgido en toda Asia y África son normalmente partidos integracionistas, es raro que se organizaran en un inicio para conseguir la integración nacional. Por otro lado, las crisis integracionistas son evidenciadas –y de hecho a menudo creadas– por grupos antiintegracionistas. En el periodo previo a la independencia de la India, la Liga Musulmana se organizó con la intención de proteger a una minoría étnica de lo que los líderes de la asociación veían como una amenaza de la mayoría hindú. La expansión de dicha asociación hacia un movimiento popular estuvo claramente asociada con una crisis integracionista que finalmente tuvo como resultado la partición del subcontinente. En otras partes de Asia, las minorías religiosas, lingüísticas y tribales a menudo han organizado partidos políticos en oposición al movimiento nacionalista y abogado por una protección especial dentro del marco de un gobierno colonial aceptado, o bien han favorecido la creación de varios Estados-nación donde antes había uno solo. Mientras que en algunos lugares las crisis de legitimidad e integración con frecuencia se han visto acompañadas por la creación de partidos políticos –y sobre todo de partidos políticos incipientes–, los primeros partidos en la mayoría de los países por lo general han estado asociados con lo que podríamos denominar “crisis de participación”. Las grandes transformaciones sociales y económicas han tenido como resultado enormes cambios en los sistemas de estratificación existentes.26 La disolución del feudalismo occidental estuvo acompañado de demandas de representación política de la clase burguesa y la clase media; la industrialización trajo consigo no sólo la promesa de bienestar económico, sino también las diversas condiciones que hicieron que las masas trabajadoras siguieran los pasos de las clases medias en
26
Si al lector le interesa conocer una elaboración de la tesis de que la mayoría de las presiones de grupo en instituciones gubernamentales existentes son en lo fundamental intentos de cambiar el sistema de estratificación prevaleciente, vea David E. Apter, “A Comparative Method for the Study of Politics”, American Journal of Sociology, vol. 64, noviembre de 1958, pp. 221-237.
21
la demanda de un papel más importante en la determinación de la política pública. Nuestro interés aquí es la primera crisis de participación –la crisis que ocurrió antes de que se establecieran los partidos y en la que el blanco de los esfuerzos de participación es una élite no partidista–. Esta primera crisis de participación –la cual ocurrió en Europa en los siglos África en el siglo
XX–
XVIII
y
XIX
y en Asia y
supone un cambio subjetivo en la relación entre el
individuo y la autoridad. Una vez que, por alguna razón, algunos sujetos dejan de aceptar la autoridad de sus gobernantes, entonces se crea una presión sobre los sistemas políticos cerrados y, a no ser en muy raras ocasiones, no pueden permanecer cerrados. Esto es cierto si los gobernantes son monarcas que llegan al poder por herencia, jefes tribales, burócratas designados o amos coloniales. Un rechazo de la autoridad existente como totalmente legítima puede tener como resultado que los individuos se unan para cambiar las reglas del sistema de modo que ellos puedan conseguir una participación en el control del aparato estatal. Las primeras crisis de participación pueden también involucrar, por tanto, una crisis de legitimidad. Los mismos cambios que llevan al desarrollo de nuevos grupos sociales y nuevas élites también pueden debilitar la autoridad de aquellos que tradicionalmente han detentado el poder. Con el desarrollo de los grupos que buscan una modernización económica, el poder terrateniente pierde importancia; el desarrollo del secularismo facilita el crecimiento de clases profesionales y reduce la importancia de elementos tradicionales cuyo estatus y autoridad descansa en su capacidad de apelar a símbolos y creencias sagrados. El crecimiento de los medios masivos de comunicación fortalece el potencial político de los expertos en comunicaciones y disminuye la importancia de los especialistas tradicionales de la comunicación. Es en este contexto de erosión de los patrones de creencia tradicionales, sobre todo 22
cuando afectan la relación del individuo con la autoridad, donde surgen los partidos políticos y otros tipos de organizaciones semejantes. Históricamente hablando, las élites tradicionales han reaccionado de diferente manera a las crisis de participación, con –como se ha señalado antes– consecuencias profundas para el desarrollo político posterior. Un tipo de reacción obvio es que la élite tradicional dé cabida a las demandas de participación surgidas. El ejemplo clásico de esta solución sería el caso británico. Una manera breve de describir las actitudes de la aristocracia británica hacia la crisis de participación es señalar que la dignidad de par se extendió con el tiempo a los miembros de las nacientes clases mercantiles. Por el contrario, los libros de texto señalan que la aristocracia francesa nunca aceptó la Revolución y se convirtió, a principios del siglo
XIX,
en una élite
rígidamente cerrada.
La modernización y el surgimiento de los partidos
Aunque el concepto de crisis es útil para entender las circunstancias en las que surgieron los partidos y por tanto los factores que probablemente afectaron su desarrollo posterior, aún no tenemos una noción adecuada de las condiciones que deben satisfacerse para que surjan los partidos. Los sistemas políticos, después de todo, han experimentado éstas y otras crisis en los tiempos premodernos cuando los partidos no existían; además, las crisis de legitimidad o integración pueden venir acompañadas por el desarrollo de partidos en unos sistemas políticos pero no en otros. Ya hemos planteado que los partidos surgen en los sistemas políticos cuando aquellos que quieren ganar o mantener el poder político necesitan buscar apoyo del gran público. Hay por lo menos dos circunstancias en las que tiene lugar tal desarrollo: 1) Puede ser que ya haya tenido lugar un cambio en 23
las actitudes de los sujetos o ciudadanos hacia la autoridad; puede ser que los individuos de la sociedad crean que tienen derecho a influir en el ejercicio del poder. 2) Una porción de la élite política dominante o una élite aspirante puede querer ganarse el apoyo público para conseguir o mantener el poder aun cuando la población no participe activamente en la vida política. De este modo, puede despertar a la política una población no participativa. Pero, sea porque está ya en marcha un proceso de cambio que impulsa e incluso obliga a la población a participar, o porque los políticos despiertan a la población, esto sugiere que deben existir condiciones fundamentales que preceden a la participación política. La razón de este cambio en las actitudes públicas, cambio que parece trascender los límites nacionales y culturales, es digna de una reflexión más sistemática que la que es posible hacer aquí. Es obvio que se debe considerar la aparición de nuevos grupos sociales como una consecuencia de cambios socioeconómicos mayores, y en particular la aparición o expansión de las clases empresariales y la proliferación de las clases profesionales especializadas. Bien puede preguntarse si el grado de autonomía política y quizá ocupacional no es un factor en la capacidad de tales clases sociales para participar en política y tomar parte en la organización en este sentido.27 El incremento en el flujo de la información, la expansión de los mercados internos, los avances tecnológicos, la expansión de las redes de transporte y, sobre todo, el aumento en la movilidad espacial y social parecen tener profundos efectos en la percepción que el individuo tiene de sí mismo en relación con la autoridad. También podría preguntarse si no es necesario cierto nivel de comunicación en una sociedad para que la gente se una en organizaciones 27
La cuestión de por qué participa políticamente la gente ha sido ampliamente investigada en Occidente. Robert E. Lane revisa la bibliografía relacionada con este tema en Political Life: Why People Get Involved in Politics, The Free Press, Glencoe, Illinois, 1959. Cf. el ensayo de John H. Kautsky (comp.) Political Change, in Underdeveloped Countries, John Wiley and Sons, Nueva York, 1962, pp. 13-29. Un esfuerzo también importante de explicar las precondiciones de la participación política es el de Daniel Lerner, op. cit.
24
políticas. ¿Qué tan esencial es un sistema de transporte para que individuos de diferentes partes de un país se reúnan y para que haya una relación continua entre una unidad nacional y una local? En la India, por ejemplo, aunque en varios lugares del país se crearon grupos nacionalistas –sobre todo en las zonas urbanas– en las décadas de 1860 y 1870, no fue sino hasta 1885, tiempo después de que el país tuvo un correo razonablemente bien establecido y un sistema telegráfico, ferrocarriles y diarios en inglés con una amplia circulación, que se creó el Congreso Nacional Hindú. Uno también podría preguntarse si los efectos secularizadores de un sistema educativo y los efectos homogeneizantes a menudo asociados a la urbanización son estímulos para la creación de la organización política. ¿Acaso el cambio de una economía de subsistencia a una economía monetaria, con la destrucción que tan a menudo implica de las formas de autoridad local y una mayor individualidad e independencia en los mercados, no desemboca en la organización política? ¿Acaso la expansión creciente del poder del Estado, que implica el establecimiento de controles legales, una mayor penetración administrativa en un mayor número de decisiones individuales y en general una expansión de las funciones gubernamentales, no lleva a los individuos a organizarse, ya sea para impedir “excesos” por parte del Estado (fenómeno de finales de la época mercantilista), o bien para canalizar la acción estatal hacia actividades benéficas para los que se organizan (fenómeno típico del siglo xx)? Uno también puede preguntarse si existen elementos en algunas culturas, sociedades y políticas tradicionales que parezcan favorecer o apresurar el desarrollo de una capacidad de asociación por parte de los individuos. En la medida en que la confianza mutua, por ejemplo, es una característica de las relaciones humanas ordinarias, los individuos pueden tener una mayor capacidad de crear organizaciones políticas duraderas –más que temporales– 25
que la que una sociedad tradicional suele tener, en la cual por lo general las personas desconfían unas de otras a menos que pertenezcan al mismo grupo local.28 Pueden existir formas tradicionales de organización voluntaria o cuasi voluntaria –como gremios, sociedades secretas, asociaciones filantrópicas y religiosas– que proporcionen a los individuos las experiencias y la voluntad para organizar asociaciones más modernas. Por último, ¿acaso la organización política no supone que se ha dado la secularización suficiente para que los individuos lleguen a creer que a través de sus acciones son capaces de afectar el mundo en formas que son favorables a sus intereses y a su sentir? Esta lista no es en modo alguno exhaustiva en cuanto a las variables que pueden condicionar el surgimiento de los partidos. Tampoco podemos especificar en este momento qué variables son cruciales en ciertas condiciones, cómo medimos su repercusión relativa ni –lo cual es más fundamental– cómo afectan tales variables las actitudes políticas. En los capítulos que siguen se ofrecerán algunas respuestas tentativas a cuestiones como éstas. Por el momento, nuestro propósito es sugerir que el origen de los partidos políticos, si bien se encuentra históricamente vinculado de manera profunda a lo que llamamos “crisis”, también está estrechamente ligado al proceso general de modernización. Por tanto, si bien la presencia de una de las crisis históricas puede ser un catalizador para la organización de los partidos, parece claro que los partidos no se materializarán a menos que ya haya tenido lugar una cierta modernización.
28
Edgard C. Banfield trata la cuestión de la confianza y la desconfianza y su repercusión en la organización política en The Moral Basis of a Backward Society, The Free Press, Glencoe, Illinois, 1958.
26
II. Las condiciones para los tipos de partidos
Parecería, pues, que lo que causa que surjan los partidos es la presentación de crisis políticas de magnitud tal que afectan al sistema en un momento del tiempo en que ha tenido lugar la suficiente modernización para proporcionar las condiciones del desarrollo de los partidos. Desde luego, esta convergencia no determina permanentemente el proceso de desarrollo del partido; las condiciones y acontecimientos posteriores continúan dando forma a la configuración de los partidos. De hecho, una de nuestras tesis centrales es que la naturaleza de los partidos políticos seguirá fuertemente condicionada por la manera en que se materialicen y se responda a las crisis históricas subsecuentes al surgimiento de los partidos.29 Este punto puede ilustrarse mejor mediante un examen de los tipos de partidos y sistemas de partidos que pueden identificarse empíricamente.
Sistemas políticos sin partidos
Los partidos políticos según los concebimos no son una característica esencial de un sistema político. Obviamente, los sistemas políticos consiguieron funcionar durante muchos siglos sin la presencia de los partidos, y de hecho hemos argumentado que el surgimiento de los partidos requiere la presencia de ciertas precondiciones. No obstante, aun cuando estas últimas estén presentes, puede ser que no se materialicen los partidos o que, una vez desarrollados, sean reprimidos.
29
Con esto no pretendemos excluir la posibilidad de que los partidos y los sistemas de partidos subsecuentemente también sean conformados por las instituciones y los líderes políticos. Es claro que la manera en que realmente se maneje la política tiene una relación continua con los partidos. Sobre este punto, véase, más adelante, el cap. 5, “European Political Parties”, de Giovanni Sartori. Cf. S. M. Lipset, op. cit., pp. 286-295.
27
Así pues, encontramos en el mundo moderno sistemas políticos oligárquicos, autoritarios, dominados por burocracias civiles o militares que niegan un lugar legítimo en el proceso político a los partidos políticos. En algunas zonas que antes fueron colonizadas y en las que se da esta forma de sistema político, los primeros regímenes que se formaron inmediatamente después del proceso de independencia surgieron de movimientos nacionalistas dominados por uno o más partidos: la Liga Musulmana en Pakistán, el partido Unión Nacionalista de Sudán, la Liga Antifascista para la Libertad del Pueblo (LAFLP) en Birmania. En otros territorios poscoloniales, las oligarquías dominantes lograron contener en un principio el surgimiento de partidos políticos. Esto ocurrió bajo el mandato de Mba en Gabón (con la ayuda de Francia), y también ocurrió en Vietnam con el gobierno de Diem. Cuando de manera deliberada una élite dominante impide el surgimiento de partidos, la racionalización suele ser que el país aún no está “listo” para los partidos (lo cual puede o no ser cierto), o que algún problema nacional esencial, como la seguridad, requiere que se demore conscientemente el desarrollo de partidos políticos. El argumento en contra de un sistema de partidos puede ser tan contundente que los oponentes de la oligarquía dominante pueden llegar a limitar sus demandas a una participación en el grupo gobernante o a tener un lugar en una coalición de oligarcas que gobierne mediante el recurso de un solo partido. Donde han existido partidos durante un tiempo, el ataque hacia ellos –destinado a limitar su fuerza o a eliminarlos del sistema político– por lo general se basa en la afirmación de que los problemas de la nación surgen o se intensifican a causa de las actividades de los partidos. Esto ocurrió en Pakistán cuando el régimen militar, en el mandato de Ayyub, prohibió los partidos políticos. Ésta también ha sido la estrategia de Charles de Gaulle en Francia, quien claramente abomina los partidos y buscó la creación de la Quinta 28
República, en la cual los partidos habrían de tener un papel limitado. Si bien los partidos son más difíciles de reprimir en países como Francia, donde han existido durante décadas, la historia reciente de Europa muestra que un sistema de partidos competitivos puede estar sujeto a enormes contratiempos. En relación con las situaciones en que han existido partidos políticos genuinos pero posteriormente son reprimidos, hay que tener en mente dos observaciones importantes. La primera de ellas es que los regímenes oligárquicos o dictatoriales podrían considerar que no pueden funcionar adecuadamente sin la existencia de por lo menos un partido. Como señalamos antes, es sorprendente que regímenes que van desde los más democráticos hasta los más totalitarios parecen considerar necesario operar en parte con la mediación de uno o más partidos. El partido puede ser justificado ideológicamente como la élite que es vanguardia del proletariado, como en la Unión Soviética, o sencillamente puede ser concebido como un medio conveniente o necesario para movilizar el apoyo público, como en Egipto. Es esta tendencia ubicua de los partidos a surgir en una forma u otra lo que nos lleva a pensar que, ahí donde existen condiciones de tecnología, comunicación y organización, se hace muy probable la existencia del partido político en el mundo contemporáneo. En segundo lugar, es evidente que, una vez que han surgido los partidos políticos en un sistema político, su represión no necesariamente pone fin a sus actividades. Donde se prohíben los partidos, por lo general continúan operando de manera clandestina. Esto ocurrió tanto bajo el nazismo alemán como con el fascismo italiano. También es evidente en la España de Franco. La única excepción posible es la Unión Soviética, donde no se cuenta con evidencia que sugiera la presencia de una oposición clandestina organizada. Pero en la Unión Soviética existe un solo partido, lo que nos lleva a sugerir que la presencia del partido mismo –y las oportunidades que puede 29
proporcionar para que haya diferencias internas de opinión y cierto manejo de oposición– tiende a satisfacer la propensión del partido a surgir en ciertos momentos en la historia de una nación. Los partidos totalmente reprimidos tienden a adoptar un carácter clandestino y de conspiración que afecta de manera profunda la evolución política a largo plazo de una sociedad aun cuando los partidos vuelven a surgir de las sombras de la ilegalidad. Para citar los ejemplos más conspicuos de Occidente, existe un acuerdo general en que el partido bolchevique ruso y los partidos comunistas de países como Italia y Francia tuvieron un fuerte condicionamiento en sus actitudes hacia el proceso político y se vieron influidos de manera importante por el grado de simpatía que tenían hacia ellos las masas durante los largos periodos durante los cuales se vieron obligados a operar fuera de la ley. Del mismo modo, muchos de los partidos de las naciones poscoloniales –el Frente de Liberación Nacional (FLN) de Argelia viene en seguida a la mente– se formaron de manera importante en cuanto a su orientación respecto a la sociedad, a otros grupos y al proceso político durante los años en los que las autoridad coloniales los mantuvieron en la clandestinidad. Suponemos, por tanto, que en casi todos los lugares donde los partidos son suprimidos totalmente, las oligarquías burocráticas o militares en el poder han creado condiciones de gran inestabilidad política potencial. Esta inestabilidad no sólo se aplica a las violentas presiones en los regímenes existentes, sino, lo que es más importante, también a las formas de acción que probablemente manifestarán los partidos una vez que se vistan con el manto de la legitimidad. Tales partidos probablemente apliquen a sus oponentes futuros las mismas formas de represión a las que fueron sometidos. Por esta razón es necesario examinar con cuidado las diferentes formas en las que las sociedades responden a las crisis históricas de la participación política. 30
Pasando a los sistemas políticos en los que existen partidos, los hay de un solo partido, o bien con varios partidos en competencia; y hay varios subtipos en cada categoría, los que expondremos más adelante. Sin embargo, es necesario decir algo antes acerca de las circunstancias que parecen dar lugar a uno u otro de los principales tipos.
Condiciones para los partidos competitivos
Resulta notable el hecho de que en los países de Occidente no se dieran situaciones de partidos únicos hasta tiempo después de que los partidos modernos se materializaron y, por lo general, sólo luego de que se habían producido ciertas crisis importantes en sistemas de partidos competitivos. Es decir, siempre que se puede observar una situación de partido único en Occidente, está asociada con las siguientes condiciones: una situación previa de partidos en competencia; graves conflictos entre los partidos existentes; una crisis catalizadora, como una guerra, una revolución, una depresión o una parálisis gubernamental; el surgimiento de un partido fuerte de creación externa con la misión explícita de “disciplinar” (es decir, reprimir) a todos los demás partidos políticos. La tendencia histórica en Europa occidental –aunque con muchas interrupciones– parece haber sido hacia un sistema de partidos en competencia. Una razón importante para ello es que los primeros partidos fueron fundamentalmente la extensión de aquellas camarillas legislativas, clubes y grupos de personajes importantes que de algún modo disentían entre ellos, que competían por el control del gobierno y que vieron conveniente o necesario apuntalar sus agrupaciones pobremente estructuradas con una organización más cohesionada. En todo caso, probablemente se habrían dado
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pasos hacia una organización más estricta simplemente como resultado de la lógica insoslayable que gobierna la interacción entre las camarillas. En cualquier caso, el surgimiento de los partidos modernos en Occidente simplemente continuó o reprodujo un grado de contienda abierta por el ejercicio del poder que había acompañado el desarrollo de la legislatura y la expansión del sufragio. Las luchas previas entre los monarcas y la burguesía se vieron remplazadas por la competencia entre segmentos de la propia burguesía. Fue un proceso gradual, el cual supuso la formulación de un complejo conjunto de reglas en lo referente al proceso de competencia. Dio lugar a valores y expectativas importantes en relación con los derechos de la oposición. Puesto que los hombres podían diferir en cuanto a asuntos de política pública y puesto que tales diferencias ya no podían ser solamente expresadas por un grupo limitado de caballeros que interactuaban en el parlamento, fue natural que cada grupo parlamentario buscara movilizar a todos los que lo apoyaban mediante una forma de organización –el partido– más compleja que cualquiera de las que hasta entonces existían y más apta para crear el vínculo necesario entre los grupos parlamentarios y los nuevos votantes. Como se señaló antes, en este marco previamente establecido surgieron los partidos de creación externa de finales del siglo XIX y principios del XX. La mayoría de ellos constituyeron una oposición agresiva para los partidos burgueses atrincherados y de hecho obligaron a muchos de éstos a intensificar sus esfuerzos por modernizar la organización del partido. Los partidos más nuevos se basaron en un llamado directo y abierto a las masas. Sus recursos en la contienda no se reducían a basar su señuelo en la articulación de diferencias en materia política, sino que incluían un franco esfuerzo por usar los medios modernos de la psicología y la comunicación para movilizar el apoyo popular
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hacia las urnas.30 A querer o no, los partidos tradicionales, de creación interna, se vieron obligados a imitar tanto las formas de organización como de manipulación de los partidos de masas más recientes (y con ello a volverse ellos mismos partidos de masas), o bien se arriesgaban a desaparecer completamente. Debe señalarse, sin embargo, que el sistema mismo de representación proporcional defendido con tanta vehemencia por los partidos socialistas del continente después sirvió para mantener –como vestigios de lo que alguna vez fueron– los partidos burgueses que no lograron adaptarse a los requerimientos organizativos e ideológicos modernos. Tales partidos pueden encontrarse en Italia, Francia y Bélgica. Han sido eliminados de la Alemania Occidental, donde la ley electoral exige que un partido reciba por lo menos 5 por ciento de votos antes de obtener la representación en la Bundestag (cámara baja del Parlamento). El ascenso de la importancia de los partidos políticos en los sistemas de competencia occidentales colocó a aquellos en el centro del proceso político. Por una parte, esta transformación fue saludable en el sentido de que fue indicio de que el sistema político se estaba ajustando a los requerimientos de la modernidad. Por la otra parte, la importancia misma de los partidos políticos en tales sistemas hizo de ellos el blanco más obvio e inmediato de todos aquellos que, por la razón que fuere, querían hacer cambios fundamentales en los sistemas mismos. De este modo, los bolcheviques se sintieron obligados a eliminar a todos los demás partidos contendientes; los primeros y más próximos blancos de los nazis fueron los partidos que habían sido prominentes durante el periodo de Weimar; los fascistas italianos rápida y sistemáticamente se dieron a la tarea de suprimir las organizaciones partidistas
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Lipset cita la observación de T. H. Marshall en cuanto a que los orígenes de las ideologías extremas han de encontrarse en la crisis de participación, es decir, el esfuerzo por parte de la burguesía o de la clase obrera de participar social y políticamente. Véase S. M. Lipset, “The Changing Class Structure and Contemporary European Politics”, Daedalus, vol. 93, invierno de 1964.
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con las que habían competido hasta 1924. Los partidos comunistas de Europa del Este, luego de la Segunda Guerra Mundial, fueron igualmente perseverantes en la eliminación de todos los partidos que no fueran aquellos cuya continuación no constituía un problema real en tanto oposición verdadera. Además, los actuales ataques a los supuestos fracasos del gobierno parlamentario en Europa occidental se centran en los partidos políticos. Esto puede afirmarse no sólo en el caso de Francia, donde los partidos sufrieron un fuerte revés con la creación de la Quinta República, sino también de Italia, donde la animosidad hacia el gobierno parlamentario ha alcanzado una gran fuerza en años recientes. Así pues, es posible decir que los sistemas de partidos competitivos parecen materializarse de manera natural y lógica en sociedades donde la presión para crear organizaciones de partido se sintió inicialmente en la legislatura. Sin embargo, en estas mismas sociedades el desarrollo de partidos de creación externa plantea una amenaza considerable a la continuación de un sistema de competencia entre partidos por varias razones importantes. En primer lugar, los partidos de creación externa, precisamente porque no surgen de manera “natural” dentro del contexto de las instituciones parlamentarias, tienden a no ser identificados de manera sólida con estas mismas instituciones. De hecho, algunos de los partidos de masas externos no sólo reflejan profundas fisuras sociales dentro de las sociedades, sino que puede ser que surjan en realidad a pesar de los obstáculos represivos y legales que les ponen las élites dominantes. Los líderes de tales partidos no necesariamente suscriben las reglas de caballerosidad de la competencia política ni comparten el interés de mantener operando el proceso político conforme a patrones históricamente prescritos. En segundo lugar, el advenimiento de los partidos de masas de creación externa tiende a la radicalización e intensificación del propio proceso de 34
competencia. La supervivencia política parece dictar que se reproduzcan las tácticas más extremas y que todos los partidos en conflicto adopten las formas de manipulación y movilización de los votantes que prometan dar los mejores resultados. Este efecto acumulativo en la organización y el comportamiento de los partidos a menudo es criticado en Occidente por contradecir el supuesto democrático de que debe apelarse a la razón del votante y que el voto en sí debe ser una cuestión de elección racional. El efecto acumulativo a menudo también lleva a los miembros de las élites tradicionales o dominantes, que temen no poder competir en iguales términos, a concluir que la fórmula misma para la supervivencia política (y social y económica) dicta una restricción importante a las actividades de los partidos, o incluso la abolición del partido político. En tercer lugar, los partidos de masas de creación externa a menudo desarrollan una fórmula total, que no acepta excepción, para la sociedad o una ideología que excluye la disposición a tolerar la oposición. Las graves inestabilidades de algunos sistemas de partidos en competencia pueden rastrearse claramente en parte hasta el origen de tales partidos políticos. Las fórmulas totales o ideologías excluyentes son incompatibles con la marcha de una competencia libre y abierta. La lucha por el poder en tales sistemas implica no sólo que la victoria de tales grupos traerá la oportunidad de defender sus intereses mediante la política pública; también implica que no se tolerará, ni siquiera si fuera pacífica, la continuación de la oposición de los partidos que compiten. La estrategia más benigna puede ser que la oposición sea sometida a diversas formas de hostigamiento que la coloquen en desventaja en términos electorales; y la estrategia extrema puede ser que se tomen medidas para prohibir de hecho o reprimir de otra manera la oposición. Cuando se reflexiona acerca de la historia de las naciones occidentales, es evidente que sólo algunos países han logrado enfrentar adecuadamente los 35
problemas que crean circunstancias como éstas. Ahí donde los partidos de masas externos y de reciente creación se han incorporado de manera franca al sistema prevaleciente y, por tanto, se han socializado en los valores políticos centrales del gobierno parlamentario, por lo general vemos una estabilidad razonable y una posibilidad firme de que persistan los partidos políticos que compiten. Pero ahí donde la incorporación ha sido relativamente imperfecta y donde los valores centrales respecto al proceso político no son convenientemente compartidos, a menudo encontramos sistemas políticos inestables en los que de algún modo resulta difícil la continuación de los partidos. El grado de incorporación en el sistema prevaleciente y de una socialización adecuada en los valores del gobierno parlamentario están directa e inextricablemente relacionados con la manera en la que se han manejado las crisis históricas importantes. No se pretende que ésta sea una formulación novedosa, sino un medio para centrar la atención en aquellos aspectos de las circunstancias y la historia de una nación que parecen tener una gran importancia en la relación de los partidos políticos con el desarrollo político. Por tanto, es un lugar común señalar que Francia sigue teniendo que enfrentar una crisis de legitimidad que ha seguido royendo el tejido de la sociedad francesa durante más de 150 años. Un siglo después de la unificación, es claro que Italia tiene aún que resolver la crisis de integración nacional. En ambos países, la crisis de participación persiste en el sentido de que, para grandes segmentos de la sociedad, no existe una participación31 ni psicológica ni sustantiva en la determinación de la política pública. La frustración, la falta de una sensación de eficacia política que padecen muchos franceses e italianos, 31
Desde el punto de vista de la estabilidad política, la dimensión importante parece ser aquí, no la sustancial (desde el punto de vista del observador externo), sino la psicológica, es decir, una sensación de eficacia política. Véase, por ejemplo, Angus Campbell et al., The American Voter, John Wiley and Sons, Nueva York, 1960, cap. 18. Si al lector le interesa conocer datos comparativos importantes sobre este punto, véase Almond y Verba, The Civic Culture, cap. 7.
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se suma a la radicalización de la interacción entre los partidos políticos y tiende a llevar a que se abogue por soluciones extremas que implicarían la abolición de los partidos. Todo esto combinado, claro está, con la crisis de la distribución, que por lo general tiene lugar luego de que los partidos se han establecido. Los partidos de masas de creación externa que están ideológicamente comprometidos con una mayor satisfacción de las demandas de distribución siguen ejerciendo una atracción magnética para millones de votantes. Por otro lado, las fuerzas que no están dispuestas a acceder a las demandas distributivas tienden a proteger el poder que tienen recomendando la supresión de los partidos de oposición. Así pues, en Francia y en Italia la persistencia de problemas cruciales no resueltos sigue haciendo peligrar la supervivencia de los sistemas de partidos que compiten abiertamente.
Las condiciones para los partidos no competitivos
Cuando pasamos a los países en desarrollo, y en particular a África, es evidente que el patrón que surgió fue el del unipartidismo. Las razones para ello son variadas y aquí sólo es posible esbozarlas. La primera consideración es que muchos de los llamados partidos políticos en África no son partidos políticos en el sentido del término que estamos usando. El hecho de que un pequeño grupo de oligarcas pueda crear una organización gubernamental de la cual ellos son miembros no hace que la organización sea un partido político; es otra cosa, con todo y que pueda resultar muy importante o marginal para el desarrollo del sistema político. Si tiene sentido distinguir, con Weber, Duverger y otros, entre las camarillas, clubes y grupos de personajes importantes de los siglos
XVIII
y
XIX
y las organizaciones denominadas
partidos que surgieron en Occidente sobre todo a finales del siglo XIX, parece igualmente lógico considerar que un pequeño grupo de oligarcas africanos no 37
constituye un partido político. Si tenemos bien presente esta observación, podemos entender mejor por qué y cómo es posible que en muchas naciones poscoloniales se materializaran y desaparecieran tan rápidamente supuestos “partidos políticos”. Es importante recordar que, cuando hablamos de un partido político, nos estamos refiriendo a una organización articulada localmente, que interactúa y busca atraer el apoyo electoral del público general, que desempeña un papel directo y sustancial en el reclutamiento político y cuyo compromiso es conseguir o mantener el poder, ya sea sola o aliándose con otros.32 Desde luego es posible reprimir o abolir tales organizaciones incluso después de que se han implantado de manera sólida en una sociedad durante un periodo de tiempo relativamente largo. La represión o la abolición será, como es natural, más fácil donde los partidos políticos son relativamente jóvenes, pero hemos de insistir en que, si lo que se suprime o revoca es en verdad un partido, es probable que continúe ejerciendo presión para volver a surgir. Una vez alcanzadas las condiciones históricas que dan lugar a los partidos políticos, y particularmente si en verdad se han materializado partidos reales, éstos tenderán a sobrevivir sin importar qué tanto tiempo tengan de existir o cuán intensas puedan ser las medidas de represión. No decimos que hayan de materializarse partidos competitivos, sino sólo que las sociedades que satisfacen las condiciones para la organización de los partidos políticos tenderán a tener por lo menos un partido. Así pues, al examinar naciones que están surgiendo, es preciso preguntarse tanto si existen las condiciones para el desarrollo de partidos, como si las organizaciones existentes son en efecto partidos políticos u otra 32
Tenemos claro que no todos los autores tienen tanto interés en este problema de la definición como nosotros. Así, Rupert Emerson, en su contribución a este libro (cap. 10, “Parties and National Integration in Africa”), cita en tono favorable el punto de vista de Thomas Hodgkin de que deben aceptarse como partidos todos aquellos grupos africanos que consideran que lo son. Ésta es, a todas luces, una definición más vaga que la que seguimos en este capítulo.
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cosa. Si faltasen las precondiciones que hemos comentado, probablemente estos Estados van a ser gobernados por uno o más “partidos políticos” que pueden no ser más que camarillas limitadas u oligarquías. Durante varios siglos ésta fue la forma en que se gobernaron la mayoría de los países occidentales, y nadie se atrevería a considerar a los grupos de conspiradores de un palacio, los golpes de Estado, las alternancias en el poder de familias o segmentos rivales de una pequeña aristocracia como el surgimiento o desaparición de partidos políticos en un Estado unipartidista o en un Estado con un sistema de partidos en competencia. El partido político es una manifestación y una condición del advenimiento de la modernidad; es improbable encontrarlo en sociedades donde todos los demás atributos de la modernidad estén casi del todo ausentes. Una segunda observación central es que el patrón de cambio en las naciones en desarrollo difiere de los patrones de evolución institucional que precedieron y condicionaron el desarrollo de los partidos en Occidente. La diferencia más obvia en muchas zonas coloniales fue la ausencia de un marco parlamentario propio a partir del cual pudieran surgir gradualmente partidos de creación interna. Naturalmente, la mayoría de los verdaderos partidos políticos en estas zonas fueron de creación externa, y manifestaban muchas de las características que hemos asociado antes con tales partidos. Por tanto, la lucha por el poder puede ser mucho más despiadada y violenta debido a la influencia restrictiva de la participación arraigada en un marco parlamentario competitivo. Por otra parte, mientras que en Europa permaneció la aristocracia y continuó limitando el alcance del poder de los nuevos grupos, en las zonas coloniales un partido –los gobernantes coloniales– apartó físicamente a la competencia. Estos factores, cuando se encuentran aunados a la propensión al extremismo de los partidos de creación externa, constituyen una fuerte orientación hacia soluciones unipartidistas en muchas naciones emergentes. 39
Sin embargo, muchos otros factores favorecen los patrones unipartidistas en las naciones en desarrollo. El más obvio de ellos puede describirse de manera genérica como condiciones de preindependencia. Los movimientos nacionalistas de preindependencia a menudo enfrentaron a la élite colonial con una crisis seria de participación. La élite nacionalista, y a través de ella sus seguidores, intentaron participar en el ejercicio del poder. Las respuestas coloniales a sus presiones pueden compararse con las respuestas a los partidos políticos nacientes en la mayor parte de Occidente y en Japón en el siglo XIX. En lugares como Túnez y Argelia –así como en el África portuguesa actual–, los movimientos nacionalistas se vieron obligados a desarrollarse en condiciones clandestinas cuando los gobernantes coloniales limitaron o negaron el derecho a que se organizaran para lograr la independencia. Los grupos nacionalistas sometidos a tales medidas represivas y obligados a operar en la clandestinidad no están socializados adecuadamente en el arte de la negociación política y del liderazgo responsable. Una vez que surgen estos grupos ya sea como camarillas o como partidos políticos después de la independencia, es probable que manifiesten una identificación sumamente fuerte con el Estado, que consideren ilegítima la oposición y que tengan una orientación dogmática, monolítica, incapaz de llegar a acuerdos. En algunos territorios coloniales, sobre todo en aquellos que estuvieron bajo el dominio británico, se estableció un sistema de poder compartido (conocido en los territorios británicos como diarquía). Esto permitió a los grupos nacionalistas ejercer realmente cierta autoridad gubernamental antes de la independencia. Este tipo de patrón se estableció en Kenia, Uganda, Nigeria, India, Birmania y Ceilán, así como en la colonia estadounidense de las Filipinas. En estos territorios los grupos nacionalistas o partidos políticos pudieron compartir el poder público antes de lograr el control total de la estructura gubernamental. He aquí algo análogo a la forma gradual en que se 40
permitió la participación de los grupos emergentes en los procesos políticos y gubernamentales de la propia Inglaterra. Si bien esta socialización gradual obviamente no es garantía de que no surgirán patrones unipartidistas, ha incrementado la probabilidad de que los partidos políticos desarrollados tiendan a ser más pragmáticos, adaptativos, internamente competitivos y tolerantes en lo externo hacia la oposición, que en las zonas coloniales donde la represión fue la norma. La naturaleza del gobierno colonial mismo es igualmente importante para evaluar la repercusión de las condiciones de preindependencia. Sin importar las diferencias en cuanto a política colonial que en las legislaturas de los gobiernos imperiales puedan haberse debatido, la administración colonial tendía a ser monolítica, y a tener a su servicio una burocracia única que era responsable del manejo de los asuntos gubernamentales en los territorios sometidos. Incluso en los casos en que se practicó la diarquía o donde se reclutó a algunos nativos para desempeñar funciones de administración pública, dichas prácticas por sí solas no hicieron mucho por inculcar la idea de competencia entre partidos políticos o de la necesidad o utilidad de una oposición organizada a los poderes que gobernaban. De hecho, la experiencia colonial creó en muchos lugares burocracias de poder absoluto que en el periodo posterior a la independencia tendieron a apoyar no sólo un control burocrático inflexible en oposición al político, sino también el ejercicio monolítico del poder político por un solo partido. Otro factor que tiende a sustentar las soluciones unipartidistas en las zonas en desarrollo puede denominarse la “historia acelerada” o la acumulación de crisis históricas antes comentada. Al hablar de historia acelerada se quiere decir que las naciones en desarrollo pueden intentar dar un salto cuántico a la modernidad económica, brincándose o abreviando etapas de desarrollo que en Occidente requirieron décadas. Los líderes de tales 41
movimientos modernizadores a menudo creen que no pueden darse el lujo de una democracia plural que entronice centros de poder en un contexto de competencia e influya en partidos políticos diversos y en organizaciones subsidiarias. Los grupos sociales que inician su actividad pueden demandar una mayor participación política para la mejora económica o para una distribución más equitativa de bienes y servicios. De manera simultánea, las nuevas élites políticas pueden enfrentar crisis de legitimidad y de integración nacional. La acumulación de tales presiones es una fuerza imperiosa que lleva a soluciones unipartidistas. Como señala Emerson,33 el líder africano confrontado con estos problemas abrumadores probablemente será tanto hostil como desdeñoso hacia quienes sugieran que se fomente la competencia entre partidos. Por otra parte, en muchas naciones nuevas es limitada la cantidad de poder de que disponen las élites políticas gobernantes, y los líderes no están dispuestos a compartirlo. Es decir, tanto el alcance como la fuerza del poder que puede ejercerse son en extremo limitados. Entre las razones para ello se encuentra el primitivo estado de la tecnología, la gran escasez de recursos humanos esenciales, la recalcitrante persistencia de los centros de poder tradicionales y el estado inacabado de la organización administrativa. Esta importante limitación en la cantidad de poder que se puede ejercer ha de verse junto con la gran cantidad de crisis que trae consigo el ejercicio del poder. Dada esta disparidad entre fines y medios, quienes perciben claramente los límites del poder disponible rehúyen cualquier formulación que apunte a compartir –y desde el punto de vista de la élite, a dispersar– el poder. Por último, existen pruebas de que los patrones unipartidistas se pueden ver como un problema entre generaciones. Las élites coloniales de la primera
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Rupert Emerson, Political Modernization: The Single Party System, Denver, University of Denver Press, 1963.
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generación del periodo poscolonial pueden intentar impedir de manera deliberada la inserción de los jóvenes en el poder político. Una razón puede ser sencillamente el conservadurismo de los mayores o el temor a las capacidades superiores de los líderes más jóvenes con educación, quienes podrían desplazar a la generación anterior si se les permitiese competir en igualdad de condiciones. Otra razón podría ser que la oferta de liderazgo político potencial excediera los puestos de poder existentes. Cuando es así, las élites arraigadas se dan cuenta de que el precio del ascenso de otros supone su desplazamiento. Las soluciones unipartidistas rígidas se vuelven el medio más a la mano para responder a esta amenaza al estatus y quizás al sustento económico. Hasta aquí hemos comentado los dos modelos principales de partido e intentamos sugerir las condiciones históricas y de otra índole que parecen dar lugar a uno u otro de los modelos. Dentro de cada categoría, sin embargo, existen subtipos que podrían establecerse. Los subtipos que sugerimos aquí han sido extraídos empíricamente. Los presentamos no por una firme convicción de que satisfagan criterios precisos de interpretación, sino sencillamente porque creemos que podríamos entender mejor la relación de los partidos con el desarrollo político si clasificamos los modelos existentes en función de las siguientes categorías.
III. Tipos de configuraciones de partidos
Sistemas competitivos
En muchos sistemas políticos el partido dominante o coalición que controla el gobierno debe luchar por mantener el poder en una atmósfera competitiva. Tal atmósfera requiere que sea teórica y legalmente posible, para los que “están 43
fuera”, reemplazar a los que están en el poder sin recurrir a la violencia. Una gran cantidad de sistemas políticos se ajustan a esta categoría. En Asia, incluiríamos el caso de la India, Malasia, Ceilán y Filipinas; en África, se podrían incluir Nigeria, Kenia y Uganda, aunque estos últimos dos países muestran ciertas tendencias hacia el modelo unipartidista; algunas repúblicas latinoamericanas entran en esta categoría, aunque de manera un tanto imperfecta; y los ejemplos más obvios y duraderos de tales sistemas políticos han de hallarse en las democracias angloamericanas, en Escandinavia y en Europa occidental. Algunos de estos países son tan grandes (como la India y Nigeria, que juntos, en tamaño y población, constituyen una parte importante del mundo subdesarrollado) que un pluralismo partidista competitivo parece el modo más factible de organización política. Otros se encuentran tan étnicamente fragmentados (además de los dos países antes mencionados, habría que contar aquí a Uganda, Kenia, Ceilán y Malasia), que la competencia entre partidos constituye esencialmente la expresión de una rivalidad étnica. Al menos hasta ahora, los factores de este tipo parecen haber tenido éxito en la exclusión de las soluciones unipartidistas. No obstante, sería riesgoso predecir que el modelo de partidos competitivos es seguro en todos estos países. Como puede verse, hemos incluido en esta primera gran categoría a todos los sistemas multipartidistas y bipartidistas. Lo hicimos así fundamentalmente con base en el supuesto de que la distinción tradicional entre los modelos multipartidista y bipartidista no ha conducido a interpretaciones lo bastante esclarecedoras.
Considérese,
por
ejemplo,
el
hecho
–por
demás
desconcertante– de que tenemos sistemas multipartidistas que “funcionan”, como los de Escandinavia, y otros que no “funcionan”, como ocurrió con los partidos en la Tercera y la Cuarta Repúblicas francesas. También tenemos configuraciones bipartidistas que han permanecido esencialmente sin cambios 44
durante un siglo (como en Estados Unidos) y otros sistemas denominados bipartidistas que han experimentado la casi desaparición de uno de los partidos principales y el surgimiento de otro (el caso de Inglaterra). Como señala Sartori en su contribución a este volumen, el número de partidos en un sistema político particular es en esencia irrelevante. Nuestro interés en este volumen es contribuir a la tarea fascinante e importante de tratar de relacionar los partidos políticos con el fenómeno del desarrollo político. Sabemos que algunos partidos favorecen y facilitan el cambio, mientras que otros tienden a obstaculizarlo y a crear tensiones graves en el proceso. Sabemos que algunos partidos se adaptan muy fácilmente a la competencia abierta y a la transferencia pacífica del poder político, mientras que otros son excluyentes y parecen incapaces de reaccionar a la alternancia del poder si no es con violencia. Sabemos también que algunos partidos desarrollan una gran habilidad para el manejo plural de los asuntos nacionales, mientras que otros se quedan en un nivel de incompetencia en este aspecto o tienden a suprimir el pluralismo. Nos parece que, como meta a largo plazo, un sistema de clasificación basado en dimensiones como éstas puede permitirnos relacionar los partidos con los procesos de cambio político de manera más iluminadora. Para el caso de las situaciones competitivas, sugerimos una clasificación cuádruple basada, en parte, en las características internas de los partidos y en parte en la forma en que se mantiene el poder político. Esta última dimensión alude al sistema político y los términos que usamos para describirla son rotativo y hegemónico. Un sistema hegemónico sería aquel en el que durante un periodo largo de tiempo el poder gubernamental está sustentado por el mismo partido o coaliciones dominadas por el mismo partido. Los sistemas hegemónicos con un partido que detenta de manera exclusiva el control de la maquinaria gubernamental incluirían el caso de Estados Unidos durante los 45
años del New Deal y del Fair Deal; la política de posguerra en Japón, dominada por los liberales; Noruega, hasta muy recientemente bajo el control continuo de los socialistas demócratas; y la política de la India, dominada desde la independencia por el Partido del Congreso. Estas son situaciones típicas de lo que Sartori llamaría sistemas de partido predominante. Sin embargo, creemos que también es posible hablar de sistemas hegemónicos en algunos casos donde la situación que sustenta el poder implica una coalición. Los dos principales ejemplos de esta configuración serían el de la Alemania Occidental y el de Italia a partir de la Segunda Guerra Mundial, donde los gobiernos de coalición claramente han sido dominados por los partidos demócrata cristianos. Desde luego, una coalición implica que el partido dominante de algún modo se verá más limitado de lo que estaría si fuese capaz de gobernar solo. No obstante, los ejemplos citados sugieren claramente que, cuando el partido principal de una coalición logra una mayoría absoluta del voto popular y consigue durante un largo periodo establecer coaliciones que en buena medida controla, deberíamos incluir estas formas de sistema de partido en la categoría de hegemónicos más que en la de rotativos. En situaciones en que los componentes de una coalición cambian con relativa frecuencia y donde no se puede hablar con seguridad de un partido dominante en la coalición, tendríamos sistemas rotativos y no hegemónicos. Este fue el caso en las cambiantes coaliciones de la Cuarta República francesa, aun cuando los cambios tuvieron lugar dentro de los límites de un amplio centro más que del centro a la extrema derecha o la extrema izquierda. La situaciones de rotación, pues, serían aquellas en las que, aun cuando pueda haber habido periodos hegemónicos, existe un cambio relativamente frecuente en el partido que gobierna o en el partido que domina una coalición. Canadá, por ejemplo, constituiría un sistema rotativo, aun cuando los liberales 46
han estado en el poder por largos periodos durante el siglo
XX.
La Cuarta
República, como se dijo, también entraría en esta categoría, así como puede hacerlo la República italiana ahora que los demócratas cristianos se han visto forzados a alejarse de la coalición de centro que caracterizó a la política italiana durante la mayor parte de los años de posguerra. Huelga decir que Inglaterra es, quizá, el ejemplo más notable de un gran poder con un modelo firmemente establecido de rotación. Una segunda dimensión con base en la que clasificamos los sistemas competitivos es la ideológica-pragmática. Estas características aluden a los partidos mismos, y consideramos de vital importancia poder juzgar a los partidos en términos de dónde se ubican dentro de este continuo. Obviamente, en los sistemas multipardistas puede haber una gran variación entre los partidos a este respecto. Sin embargo, a pesar de tales diferencias debe ser posible identificar, en el caso de cualquier Estado-nación, cuáles son las tendencias centrales de los partidos. Considerando la tendencia central, pues, podemos concebir las siguientes cuatro subcategorías: 1) hegemónico-ideológico; 2) hegemónico-pragmático; 3) rotativo-ideológico y 4) rotativo-pragmático. Cuando la tendencia central de los partidos es ideológica y hay una rotación frecuente, podemos esperar una gran cantidad de disturbios. Tales situaciones sugieren que la sociedad se encuentra dividida de manera tan pareja entre dos o más dimensiones ideológicas, que la rotación frecuente, por un lado, hace imposible para cualquier grupo la implementación de las implicaciones en cuanto a políticas de su orientación ideológica y, por otro lado, asegura que los grupos que sucedan a otros en el poder buscarán echar por tierra cuanto pueda haberse hecho antes. Sin embargo, no debe pensarse que pueden tener lugar grandes cambios cuando la combinación es ideológico-hegemónica. En tal situación, mucho 47
dependerá del contenido específico de la ideología. Para aquellos partidos ideológicos comprometidos con el cambio social, económico y político, la dimensión hegemónica parecería esencial. Para ilustrar esto, podríamos señalar que una Italia dominada por un partido demócrata cristiano conservador no intentó alejarse mucho del status quo. No obstante, puede esperarse que el mismo partido, en manos de alguien como Fanfani o incluso alguien como Moro, lleve a cambios más rápidamente, aunque sólo si se mantiene el carácter esencialmente hegemónico del partido. De manera similar, podría señalarse que la clase de compromisos con la transformación socioeconómica, manifestados por el Partido del Congreso de la India, en cierto sentido requieren que la naturaleza hegemónica del partido persista durante un tiempo considerable. Los partidos pragmáticos tenderán a moverse más lentamente cuando son hegemónicos y más rápido cuando estén expuestos a una rotación frecuente. El control hegemónico sobre la política estadounidense que mantuvieron los republicanos de 1896 a 1932 evitó las demandas radicales de los movimientos populistas del Oeste y del Sur. Fue precisa una rotación electoral de proporciones sin precedentes, así como el desarrollo de una enorme cantidad de contenido ideológico en uno de los partidos, para que se llevara a cabo la revolución socioeconómica que tuvo lugar con el New Deal. Si bien es probable que la combinación particular de hegemonía o rotación, e ideología o pragmatismo, que manifiesta un modelo de partido, pueda decirnos algo sobre cómo se relacionan los partidos con el desarrollo social, económico y político, estas dimensiones no se encuentran causalmente relacionadas entre sí. En una situación de competencia entre partidos con un alto contenido ideológico puede manifestarse un sistema hegemónico o uno con una rotación frecuente; lo mismo es cierto de un sistema político cuyo partido central es de tendencia pragmática. Parece un hecho, sin embargo, que, 48
en tanto la lucha por el control hegemónico se encuentre endémicamente presente, es probable que sea más fuerte en aquellos partidos que muestran un alto contenido ideológico. Si esto es cierto, parecería haber importantes implicaciones en cuanto a las líneas probables del desarrollo político en las naciones recién surgidas en zonas como África. Es decir, donde algunos de los partidos africanos tienden a ser ideológicamente monolíticos, puede esperarse que haya grandes presiones en favor de una u otra forma del modelo unipartidista. Es importante señalar los tres subtipos de modelos en los que pueden aparecer las situaciones unipartidistas.
Sistemas no competitivos
Un modelo unipartidista es por definición hegemónico y no rotativo. Desde luego, es posible que situaciones unipartidistas puedan con el tiempo volverse sistemas competitivos. Con el logro de la integración nacional, el desarrollo de un sistema económico relativamente moderno y la solución de otros problemas y demandas apremiantes, las fuerzas “naturales” de la modernización política pueden acarrear la sustitución de situaciones de unipartidismo por otras de partidos en competencia. Aunque esta posibilidad no debe excluirse, la probabilidad de que el desarrollo político siga esta dirección particular depende en gran medida del tipo de situación unipartidista que se desarrolle. Hablando empíricamente, hay tres situaciones unipartidistas posibles. Unipartidismo autoritario. Se trata de sistemas políticos autoritarios dominados por un solo partido monolítico, el cual presenta una orientación ideológica pero no es totalitario. El ejemplo clásico sería el de España bajo el gobierno de Franco y la Falange; otros son Mali, Ghana y Guinea. En Asia, un buen ejemplo sería Vietnam del Sur, donde, mientras aún vivía y gobernaba 49
Diem, el “partido” dominante trató de crear una ideología del “personalismo” centrada en el presidente. De manera similar, aquí incluiríamos la Cuba de Castro, aunque parece que la intención de la élite comunista ahí es transformar el sistema en uno de tipo totalitario unipartidista. Es típico de este modelo que los miembros de la oposición sean definidos como traidores a la causa revolucionaria o nacionalista y como una amenaza para la seguridad. Las aspiraciones de desarrollo y la misión de la nación, si las hay, se identifican con un solo partido. Muy a menudo el partido y la nación son conducidos por una sola figura dominante (por ejemplo, Nkrumah, Diem, Franco, Castro), quien se supone que personifica las metas de la nación. Como puede evidenciar el ejemplo de España, tales sistemas políticos no necesitan comprometerse necesariamente con un cambio social y económico. De hecho, la ideología del partido dominante puede ser en realidad la defensa del status quo e impedir los cambios inconsistentes con su persistencia. Por otra parte, la respuesta que en general dan los partidos dominantes a las demandas es reprimirlas, creando así la clase de tensiones en el sistema que llevan a los partidos dominantes a formas de control más y más totalitarias. Una preocupación prioritaria por el tema de la seguridad lleva a un énfasis enorme en los métodos policiacos y tiende a hacer de la preservación del poder por parte de la élite en él enquistada una preocupación fundamental. En términos generales, los sistemas como éstos no cuentan con lo necesario para manejar el proceso de modernización económica o política. Carecen de las ventajas del control planificado característico de los sistemas totalitarios, así como de las ventajas de innovación y experimentación que hacen posibles los sistemas plurales. Si volvemos la vista a España y a algunos Estados de América en busca de ejemplos, es posible decir que la persistencia de un autoritarismo unipartidista a largo plazo tiende a llevar a un estancamiento relativo más que al desarrollo. Por otra parte, el impulso 50
obligado hacia el desarrollo requerirá casi con toda certeza que tales sistemas cambien a un sistema pluralista competitivo, o bien al totalitarismo. Unipartidismo pluralista. Se trata de sistemas cuasi autoritarios dominados por un solo partido que tiene una organización pluralista, con una visión pragmática más que rígidamente ideológica, y de incorporación más que de destrucción implacable en sus relaciones con otros grupos. Un ejemplo importante sería el del Partido Revolucionario Institucional de México (PRI) durante la mayor parte de los años que siguieron a la Revolución Mexicana. Un número considerable de los nuevos Estados africanos también entra en esta categoría, incluyendo a Senegal, Costa de Marfil, Sierra Leona y Camerún. Con el propósito de distinguir entre ésta y nuestra categoría previa de sistemas unipartidistas autoritarios en África, James Coleman y Carl Rosberg ofrecen la siguiente explicación:
Los partidos dominantes en los Estados africanos representativos de la tendencia revolucionaria centralizadora tienen una preocupación fundamental y compulsiva por la ideología, el contenido de la cual es programático y transformador con respecto a la modernización de la sociedad africana contemporánea, con una política de neutralidad en las luchas, panafricanista y nacionalista con respecto a las relaciones con otros Estados africanos y con el exterior. También tienden a ser ultrapopulistas e igualitaristas, con un enorme énfasis en el compromiso directo con (y la participación en) el partido y el Estado. En términos de organización, los partidos tienden a ser monolíticos y con un fuerte centralismo, logrando así un monopolio sobre –y de hecho frecuentemente una fusión total con– todas las demás asociaciones, así como una asimilación de la estructura del partido y la gubernamental en toda la sociedad. En contraste, los líderes de los partidos dominantes del tipo pluralista pragmático ponen mucho menos énfasis en la ideología; están mucho menos preocupados por la persistencia de las élites y estructuras tradicionales en sus 51
sociedades y por el hecho de que siga la dependencia respecto del poder colonial anterior. El grado de movilización y el compromiso populares es sustancialmente menor que en los Estados revolucionarios centralizados, y aunque unitarios y con jerarquías, los Estados pluralistas-pragmáticos permiten una relación más libre entre el partido y otras asociaciones, en una atmósfera de “pluralismo tolerado pero controlado”. En todos los Estados africanos unipartidistas o con un partido dominante está presente una u otra de las dos tendencias antes referidas.34
La diferencia más importante entre los dos tipos de partidos radica en el grado en que se tiene un enfoque pragmático en lugar de ideológico. Como hemos repetido varias veces, un fuerte compromiso con la ideología conducirá casi con toda certeza a una forma de estado unipartidista o bien autoritario o bien totalitario. La situación pluralista unipartidista parece ser aquella en la que un desarrollo rápido y controlado no constituye una consideración fundamental. Fomentar el pluralismo, incluso dentro de un contexto unipartidista, no significa que el cambio sea imposible. De hecho, puede ser que, en la búsqueda de una conciliación de los intereses en conflicto que existen en una sociedad, un sistema unipartidista pluralista demuestre una capacidad superior de producir un desarrollo económico efectivo y quizás también político. Los Estados de este tipo pueden servir muy bien para destruir el extendido mito de que los sistemas totalitarios son el medio más eficiente para lograr un cambio económico rápido. El modelo unipartidista pluralista también puede sugerir una manera fructífera de tratar la persistencia de los valores tradicionales y el problema de las élites tradicionales en muchas de las naciones emergentes. Hoy en día existe bastante evidencia de que, pese a las medidas represivas, las estructuras 34
James S. Coleman y Carl Rosberg (comps.), Political Change and Integration In Tropical Africa, University of California Press, Berkeley, 1964, p. 6.
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tradicionales tienen una capacidad impresionante de preservarse. La alternativa unipartidista pluralista puede sugerir las formas y los medios mediante los cuales estas estructuras pueden manejarse y utilizarse pacíficamente en pro de las tareas del desarrollo económico y en el proceso contribuir al establecimiento de alguna forma novedosa pero fuerte de pluralismo democrático. Unipartidismo totalitario. En estos sistemas políticos el Estado mismo es un instrumento de un partido monolítico que tiene como meta ideológica el uso total del poder para la reestructuración del sistema económico y social. Los candidatos obvios para su inclusión en esta categoría son la China Comunista, la Unión Soviética, Vietnam del Norte, Corea del Norte y varios Estados europeos del Este. Los partidos dominantes en estos países son en verdad partidos de la “integración total”; su intención es no dejar fuera de su control absolutamente ninguna faceta de la existencia individual. El arsenal de instrumentos para el control político incluye todo: desde la persuasión amigable hasta el terror organizado. Alemania bajo el gobierno de Hitler y, en medida un tanto menor, Italia con Mussolini proporcionan ejemplos históricos de este modelo de partido. Obviamente, los sistemas de este tipo tienen mucho en común con la categoría de Estados africanos que Coleman y Rosberg identifican como “ideológicos-monolíticos” y que nosotros denominamos unipartidistas autoritarios. Por tanto, es posible que algunos piensen que habría que incluir en esta categoría a Ghana, Mali y Guinea. Sin embargo, es cierto que ninguno de estos países ha conseguido aún el grado de control totalitario que es indudable en el caso de los otros países que incluimos nosotros en este subtipo. Además, aparte del grado real de control y de otras diferencias en cuanto a la ideología de partido, podemos señalar otras dos diferencias importantes: primero, que los partidos comunista, fascista y nazi manifiestan 53
un compromiso ideológico para el uso del poder total del aparato del Estado con miras al logro de sus diversas metas; segundo, que, a diferencia de los Estados africanos, los comunistas (y en cierta medida los fascistas italianos y los alemanes nazis) incluyeron en sus ideologías prescripciones respecto a las etapas específicas del proceso de desarrollo. Así pues, en los partidos totalitarios hay una rigidez ideológica que, en la comparación, hace parecer al tipo “ideológico-monolítico” relativamente flexible. Por otra parte, como señalamos antes, la creación de un sistema verdaderamente totalitario puede requerir un grado de modernización económica y tecnológica que aún no han alcanzado estos Estados africanos. Donde se desarrolla este tipo de partido es menos probable que pueda surgir un modelo de partidos competitivos pluralista, si no es luego de un cambio drástico, como una guerra o una revolución. Es bastante fácil decir que el sistema nazi o el fascista fueron construidos sobre bases endebles, pero no es tan sencillo sugerir cómo podrían haber sido transformados si no es con la intervención armada. No obstante, los acontecimientos en la Unión Soviética y en Europa del Este luego de la muerte de Stalin sugieren que los Estados totalitarios son capaces de cambiar. La experiencia polaca parece confirmar nuestra hipótesis de que un pluralismo que en otra época fue muy vigoroso no puede ser suprimido de manera permanente. Las experiencias de la Unión Soviética también pueden sugerir que en ciertas etapas del desarrollo económico, tecnológico y cultural, las presiones en contra de la continuación del control totalitario pueden alcanzar magnitudes considerables. La oposición misma suele volver a emerger, no importa cuán ubicuas sean las medidas represivas, y es este hecho, entre otros, lo que nos obliga a considerar muy seriamente si alguna de las formas del pluralismo no será sólo la configuración políticamente más deseable, sino también la más eficaz desde el punto de vista de un cambio económico ordenado y saludable. 54
Conclusión
Se puede ver a los partidos al menos desde dos perspectivas alternativas en lo que respecta al desarrollo político. Desde un punto de vista, los partidos son resultado de un proceso de desarrollo: la culminación, por así decirlo, del cambio político, económico y social. Los partidos son, pues, vistos como variables dependientes o como los efectos de otros desarrollos. Desde otro punto de vista, se puede ver a los partidos como una fuerza institucional independiente que afecta el desarrollo político mismo. De ahí que la capacidad que tiene una sociedad de enfrentar las crisis de integración, participación o distribución –crisis que los sistemas pueden enfrentar más de una vez en el curso del desarrollo– puede verse afectada en buena medida por el tipo de partidos que se han materializado. A los partidos, por consiguiente, se les puede ver en este caso como variables independientes que tienen efectos profundos en el proceso del cambio político, social y económico. En este capítulo introductorio nos hemos centrado en los partidos como una consecuencia del proceso de desarrollo y hemos intentado plantear las condiciones que dan lugar a los partidos políticos, las diversas clases de partidos que surgen o son suprimidos, y la variedad de condiciones que parecen apoyar modelos particulares de partido. Este análisis ha tratado de ser sugestivo más que exhaustivo, pero tiene el propósito de que se tome en cuenta un fenómeno mundial de cambio político que está dando lugar al desarrollo de diversas clases de organización política. Hemos intentado ver los desarrollos europeos en un contexto mundial, pues de este modo podemos no sólo lograr un mejor entendimiento de un proceso de desarrollo internacional, sino también ver la historia del desarrollo político de Europa en un contexto nuevo y más amplio.
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Hemos dicho poco en este capítulo acerca de la repercusión que han tenido los diferentes tipos de partidos en el proceso mismo del desarrollo, la segunda dimensión en función de la cual se puede ver a los partidos. Los capítulos que siguen fueron escritos con una visión orientada a arrojar luz sobre este aspecto particular de los partidos políticos. En el capítulo de conclusión de este volumen trataremos de reunir los que consideramos que son los hallazgos y problemas más conspicuos contenidos en las contribuciones individuales. Esperamos que los siguientes análisis ayuden a aclarar no sólo cómo surgen del proceso general del desarrollo político los diversos tipos de partidos, sino también qué líneas probables de desarrollo político futuro podemos esperar dadas ciertas configuraciones partidarias.
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