Landes, Mathias, Mori, Nadal, Saul - La Revolución Industrial

December 17, 2017 | Author: padiernacero54 | Category: Industrialisation, Industries, Economic Growth, Europe, Industrial Revolution
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Descripción: Landes, Mathias, Mori, Nadal, Saul - La Revolución Industrial...

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CD .

S. Laudes; P. ¿Mathias,; Ç J. Pradal, S. C B. Saul

La Revolución industrial Editorial Crítica

Este nuevo volumen de estudios sobre la in ­ dustrialización responde no sólo a la necesi­ d a d de a ctu a liza r los contenidos, sino a la de adaptarse a los cambios de enfoque de estos últimos años. Porque, como dice el profesor J o rd i N a d a l en el prólogo a este volumen, la postura del his­ toriador se ha modificado profundamente des­ de un pasado inmediato en que, «en plena vo­ rágine desarrollista, se sentía más proclive a indagar los caminos conducentes a la indus­ trialización que el ser del fenómeno indus­ tr ia l propiamente dicho», hasta un presente en que, «en plena crisis del desarrollo, no ha tenido más remedio que volver a las cuestiones de fondo e interrogarse sobre el qué y el porqué de la Revolución in d u stria l» . E l libro se inicia con una introducción de Peter A íathias, que incorpora temas como el de la protoindustrialización o los análisis regio­ nales. Siguen visiones renovadas de la indus­ trialización en G ran Bretaña (Saúl) B él­ gica (Lebrun), Francia (C ayez), Estados Unidos (N orth ), A lem ania (T illy ), Suiza (Bergier), Ita lia (M ori), España (N a d a l), Rusia (C risp), los países de la periferia eu­ ropea (Berend y R an ki) y Escandinavia (H ildebran d). Y se cierra con una reflexión metodológica de D a v id S. Landes, llena de sugerencias para el futuro.

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423-36

P. MATHIAS, S. B. SAUL, P. LEBRUN, P. CAYEZ, D. C. NORTH, R. H. TILLY, J.-F. BERGIER, G. MORI, J. NADAL, O. CRISP, I. T. BEREND, G. RANKI, K.-G. HILDEBRAND, D. S. LANDES

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Prólogo de JORDI NADAL

EDITORIAL CRÍTICA Grupo editorial Grljalbo BARCELONA

Traducción castellana de JUANA BIGNOZZI y GABRIEL IZARD Revisión de PERE PASCUAL Cubierta: Enríe Satué © 1986: I. T. Berend, J.-F. Bcrgier, P. Cayez, O. Crisp, K.-G. Hildebrand, D. S. Landes, P. Lebrun, P. Mathias, G. Morí, J. Nadal, D. C. North, G. Ranki, S. B. Saúl, R. H. Tilly © 1988 de la traducción castellana para España y América: Editorial Crítica, S.A ., Aragó, 385, 08013 Barcelona ISBN: 84-7423-361-5 Depósito legal: B. 17.219 • 1988 Impreso en España 1988.— NOVAGRAFIK, Puigcerdá, 127, 08019 Barcelona

PRÓLOGO El libro que me honro en presentar se ofrece, en España y fuera de ella, como el relevo del que, bajo el título La industrialización europea. Estadios y tipos, Editorial Crítica publicó en 1981. En aquella ocasión, la obra impresa recogía una parte de las ponencias defendidas en un congreso internacional celebrado once años antes en Lyon. En la ocasión presente, él volumen reproduce todas y cada una de las aportaciones a otro congreso internacional, de sede floren­ tina esta vez, reunido en 1981. La comparación de los dos volúmenes es aleccionadora. En Fran­ cia, el Centre National de la Recherche Scientifique, organizador del encuentro, habla partido del supuesto que la industrialización del siglo X I X es un terreno perfectamente acotado, en el que los únicos secretos por descubrir son el momento de la puesta en cultivo y el rendimiento preciso de las distintas parcelas. En Italia, el Comitalo per le Scienze Economiche, Sociologiche e Statistiche, del Consiglio Nazionde delle Ricerche, responsable de la convocatoria, ha supuesto, muy al contrario, que la industrialización del ochocientos es un cam­ po de límites todavía inciertos en que los problemas de acotamiento cronológico y geográfico se complican, como cabía esperar, con otros de medición e incluso de conceptualización. La protoindustridización ha precedido a la industrialización. Las regiones han pesado más, en el mapa industrial, que las naciones. El distanciamiento del Reino Unido respecto de Francia y, quizá, de otras potencias ha sido exage­ rado. Industrialización y Revolución industrial no son términos sinó­ nimos, etc. Desde los años 1970, la sombra de Mendels, de Pollard, de O ’Brien, de Berend-Ranki y de otros no ha cesado de alargarse. El cambio, de un congreso a otro, debe relacionarse menos con una manera de ser diferente de convocantes y convocados ( varios de

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los asistentes en Lyon también estuvieron presentes en Florencia) que con las enseñanzas del tiempo transcurrido. En 1970, en plena vorágine desarrollista, cuando la evidencia de un decenio incitaba a confundir, sin mayores cavilaciones, «industria» y «progreso eco­ nómico», el historiador se sentía más proclive a indagar los caminos conducentes a la industrialización que el ser del fenómeno industrial propiamente dicho. En 1981, en plena crisis del desarrollo, cuando la evidencia de otro decenio, o casi, ha defado malparadas las virtu­ des del industrialismo, el historiador no ha tenido más remedio que volver a las cuestiones de fondo e interrogarse sobre el qué y el porqué de la Revolución industrial. ¿La Historia maestra de la Vida? En este caso concreto, más bien la inversa: ¡la Vida maestra de la Historia! Por su condición de científico social, el historiador no puede, ni debe, sustraerse al flujo de las coyunturas que ritman su propia exis­ tencia. En Lyon (1970), el sueco Karl-Gustaf Hildebrand había atri­ buido a la demanda exterior de materias primas y productos semielaborados ( madera, pasta, lácteos) el origen de la industrialización escandinava. El Florencia (1981), Hildebrand ha vuelto al mismo tema con el énfasis puesto, esta vez, en las transformaciones del sector agrario y la creación consiguiente de una demanda interna de artículos manufacturados. La primera fórmula tenía el encanto de la sencillez y la ventaja política de llevar un mensaje de esperanza a los países del Tercer Mundo (aunque el clisé tenía también su nega­ tivo, como era el caso de las exportaciones mineras españolas). La segunda vuelve a plantear la cuestión en términos de extrema comple­ jidad, desmitifica el sector secundario (la interrelación entre activi­ dades agrarias y actividades industriales puede llegar a difuminar las fronteras entre ambas) y abre pocas expectativas a los pueblos atra­ sados. Corresponden a la cara y a la cruz de una coyuntura que, de golpe, ha pasado de las luces a las sombras. Por fortuna, el movimiento de vaivén no significa regresar al punto de partida. Ni ¡a crisis ha retraído la historiografía económica a las posiciones de 1960, ni la superación de la misma está supo­ niendo el retorno a los planteamientos historiográficos de 1970. En este sentido, ninguna trayectoria resulta tan ejemplar — «representa­ tiva» y «modélica» al mismo tiempo— como la de David Landes. En 1969, su Unbound Prometheus, un libro fuera de serie sobre el desarrollo de Occidente, había aportado «una visión apocalíptica de

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PRÓLOGO

la Revolución industrial», singularizada por «los logros de la fábrica y de las tecnologías intensivas en energía», bajo la batuta del «gran capital» (Maxine Berg). En 1983, su Revolution in Time, una obra apasionante, por traducir, acerca de «los relojes, la medida del tiem­ po y la formación del mundo moderno», primer estudio en profun­ didad de la industria relojera suiza, en cuyo desenvolvimiento histó­ rico destacan la tradición artesano, la insignificancia de las necesidades energéticas y la parvedad de las exigencias financieras, configura la imagen menos rupturista de la industrialización. El lector avisado encontrará algunos atisbos de esta idea, tan novedosa, en el trabajo del propio Laudes que cierra este volumen. La historia industrial discurre por unos cauces más anchos cada vez. La función pautadora no ha sido una exclusiva de la industria algodonera. Por otra parte, la ausencia de industrialización, en el sentido pleno de la palabra, no excusa el desinterés por los esfuerzos industriales de impacto más reducido, que se han prodigado aquí y allá. En el caso concreto de España, las posibilidades de la disciplina, apenas entrevistas, son inmensas. J ordi N adal

Barcelona, abril de 1988

Peter Mathias

INTRODUCCIÓN 1.

P rotoindustrialización

y

Revolución

industrial

La cuestión de la protoindustrialización debe ser un tema des­ tacado en cualquier texto de presentación de una serie de casos históricos nacionales que pretenden reconstruir, a la luz de inves­ tigaciones recientes, nuestro conocimiento del proceso de industria­ lización, por lo menos en sus primeras etapas, en diferentes países europeos. La práctica totalidad de las contribuciones contenidas en este libro atestiguan el impacto que este concepto de «industrializa­ ción antes de la Revolución industrial» ha tenido en esta década desde que Franklin Mendels lo introdujera en el Journal of Economic History en 1972.1 Ha resultado ser una criatura vigorosa, que ha crecido rápidamente desde su nacimiento, de propiedades proteicas para el desarrollo de la investigación, ampliando su horizonte, incre­ mentado sus exigencias conceptual y metodológicamente.1 La «proto­ industrialización» de Mendels ha sido para la historiografía de la in-12 1. F. Mendels, «Proto-industrialisation: the first phase of the Process of Industrialisation», Journal of Economic History, X X X II (1972). 2. Para una reseña de la literatura redente sobre la protoindustrializadón, cf. P. Deyon y F. Mendels, «Aux origines de la révolution indostrielle: indus­ trie rurale et fabrique», Revue du Nord, LX3 (1979); «Proto-industrialisation, théorie et réalité», Revue du Nord, L X III (1981); P. Kriedte y otros, Industriaiisation before industrialisation, Cambridge, 1981 (hay trad. cast.: Industria­ lización antes de ¡a industrialización, Crítica, Barcdona, 1986); F. Mendels, «General report», sec. A 2 , Proto-industrialisation: Theory and Reality, V III International Congress of Economic History, Budapest, 1982; S. Pollard, ed., Región und Industrialisation, Gotinga, 1980.

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dustrialización de la década de 1970 lo que el «emprcsariado de Schumpeter fue para la de 1950 y el «despegue» de Rostow para la de 1960. Su presencia como tema de una sección principal en el V IH Congreso Internacional de Historia Económica de Budapest en 1982 suscitará, sin duda, mucha más investigación durante los años ochenta. La mejor prueba del impacto de tal concepto es el haber promo­ vido tantas investigaciones y que se ha convertido en un poderoso instrumento de enfoque, organización, estructuración e interpreta­ ción. Gracias a él han encontrado cabida en un nuevo sistema con­ ceptual datos ya muy conocidos sobre industrias surgidas en la Edad Media en contextos urbanos, y más tarde especialmente en medios rurales, en muchas zonas de los países europeos.3 5* Esta metamorfosis ha cambiado, en diversas perspectivas, el significado de hechos tra­ dicionalmente conocidos, proponiendo además nuevas e importantes interrelaciones. Sin duda, en algunas zonas de la mayoría de los países europeos, el desarrollo de industrias artesanales rurales, por lo gene­ ral del ramo textil o dedicadas al trabajo de los metales y al comer­ cio de pequeños objetos para los mercados de consumo, proporcionó un aprendizaje crucial para el progreso económico. Estas industrias fomentaron la movilización de capital, el desarrollo de una fuerza de trabajo industrial en el seno de la sociedad rural y de la agri­ cultura (en el caso de la producción no urbana), la proletarizadón del trabajo en algunos contextos, y el desarrollo de conocimientos técni­ cos, de iniciativas empresariales, de instituciones de mercado, de rela­ ciones comerciales, etc. El desarrollo de un mercado supralocal fue una condición necesaria para la suficiente concentración del trabajo y de la producción con el fin de hacer operativas tales dinámicas e interac­ ciones a nivel local: la relación simbiótica (sin que ello implique una dirección particular de causalidad) entre el crecimiento de población local, la emigración y la disponibilidad del mencionado empleo no agrícola es, quizá, la más significativa de las relaciones destacadas 3. Por ejemplo, J. Thirsk, «Industries in the countryside», en F. J. Fisher, ed., Essays in the economía and social hislory of Tudor and Stuart Engfand, Cambridge, 1961; E. L. Jones, «The agricultural origins of industry», Past and Present, XL (1968) (hay trad. cast.: «Los orígenes agrícolas de la industria», en Agricultura y desarrollo del capitalismo, Comunicación, Madrid, 1974, pp. 303-341); E. L. Jones y W . N. Parker, ed., European peasants and their markets, Princeton, 1975.

INTRODUCCIÓN

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por los estudios sobre la «protoindustrialización», aun cuando no todos ellos hayan confirmado estas correlaciones demográficas.4 Una consecuencia del nuevo enfoque, completamente saludable en mi opinión, es la ampliación del horizonte del tiempo históri­ co en el cual los procesos de industrialización han de ser analizados. Esto ha planteado esencialmente una etapa de desarrollo, anterior a la del «despegue», colocada como parte integrante de la posterior aparición de la industrialización propiamente dicha; una etapa que, aunque no tan específica en su extensión temporal como el «despe­ gue», tenía forzosamente que existir. La identificación de esta nueva «etapa» ha resultado ser, al menos en las primeras fases de la inves­ tigación, más enriquecedora que limitadora para quienes trabajan den­ tro de sus postulados. En cualquier caso, el concepto se ha desarro­ llado, afortunadamente, como un flexible campo de análisis de un amplio conjunto de relaciones, sin suponer un modelo particular de dinámicas causales. Porque precisar las características de un período no es un modelo muy específico o especificado. Sin embargo, al fomentar el estudio del desarrollo económico en una perspectiva a más largo plazo, esta investigación contribuye a una mejor compren­ sión de Jas realidades del cambio histórico en Europa, y es la sin igual experiencia europea de los tres siglos anteriores a 1800 en que tuvo lugar el período de gestación de la industrialización lo que Ja distingue de cualquier otra cultura .5 La nueva conceptualización se propone integrar la «industrialización preindustrial» en las dinámicas de la posterior evolución del proceso. La hipótesis del «despegue», en 4. D. Levine, Family formation in an age of nascent capilalism, Nueva York, 1977; H. Medick, «The proto-industrial family economy...», Social History, I (1976); F. Mcodels, Induslrialisalion and population pressure in eighteenlb century Flandes, Nueva York, 1981. Una línea interpretativa mucho más seguida vincula también el aumento demográfico al empleo de mano de obra en sectores no agrícolas (cf., por ejemplo, J. D. Chambers, The Vale of Trent, 1660-1800, Cambridge, 1957). La cuestión estaba clara en el mismo Defoe, A tour thro’ the whole island of Great Britain, Londres, 1724*1726, ed. de 1927, vol. I I , pp. 600-601. 5. E. L. Jones, The European miracle, Cambridge, 1981; J. R. Hicks, A tbeory of economic history, Oxford, 1969 (hay trad. cast.: Una teoría de la historia económica, Aguilar, 1974); D. C. North y R. P. Thomas, The rise of the western world, Cambridge, 1973 (hay trad. cast.: El nacimiento del mundo occidental. Una nueva historia económica (900-1700), Siglo X X I, 1978); W. W. Rostov, How it all began, Londres, 1975.

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cambio, acentuaba la discontinuidad con la etapa anterior — la de las «precondiciones» de muy lenta evolución, que no se integran en el mismo tipo de dinámica que la «industrialización propiamente di­ cha»— , sobre todo en el momento de su inicio.6 Otro cambio importante en la perspectiva metodológica de la industrialización, propiciado y destacado por la tesis de la «protoindustrializadón» — aunque desde luego no derivado exclusivamente de este nuevo concepto historiográfico—, se refiere a las relaciones sectoriales dentro de la economía, lina tradición influyente, formali­ zada en el estudio clave de Colín Clark Las condiciones del progreso económico, publicado en 1940, anticipada en su National Income and Outlay de 1937, pero existente como una interpretación mucho más antigua en una forma menos articulada conceptualmente, vio la economía como una división tripartita entre los sectores primario, secundario y terciario.78Los inicios de la industrialización podrían ser identificados, y a partir de ahí medidos, como el comienzo de un cambio estructural acumulativo en la economía, con el descenso rela­ tivo de la producción agrícola y la transferencia del sector primario al sector secundario o manufacturero de capital y fuerza de trabajo, con el consiguiente crecimiento de los servicios. £ 1 fenómeno con­ temporáneo de la desindustrialización se identifica, también, por lo general, en términos comparables de cambio estructural a partir del sector secundario.1 La medición de las dimensiones cambiantes de la economía a través del análisis sectorial también comportó suposicio­ nes sobre las dinámicas del desarrollo: el cambio intersectorial era la clave del proceso; la productividad diferencial entre la industria y la agricultura proporcionó el principal mecanismo para el desarro­ llo, a medida que se producía la transferencia de recursos entre sec­ tores; el impulso del crecimiento industrial fue la fuerza motriz esen­ 6. W. W. Rostow, The stages o} economía growth, Londres, 1960 (hay trad. cast.: Las etapas del crecimiento económico, Fondo de Cultural Econó­ mica, México, 1961); W. W. Rostow, ed., The economice of Take-off into sustained growth, Londres, 1963. 7. C. Clark, National income and outlay, Londres, 1937; Ídem, The conditions of economic progrese, Londres, 1940 (hay trad. cast.: Las condiciones del progreso económico, 2 vols., Alianza Editorial, 1971). La tesis ya aparecía en C. Clark, The naliontd income, 1924-1931, Londres, 1932. 8. F. Blackaby, ed., De-industrialisation, Londres, 1978; D. Bell, The coming of Post-induslrial society, Nueva York, 1973; K. Kumar, Propbecy and progrese, Harmondsworth, 1978.

INTRODUCCIÓN

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cial para el de la economía en su conjunto. Los distintos sectores productivos resultaban analizables y medibles dentro de sus propias fronteras. El análisis sectorial en términos tan claros oscurecía la compren­ sión de los resortes del progreso económico, incluso en los términos del contexto del siglo xx, en que la especialización de la fuerza de trabajo, la localización de la industria, la urbanización y otras ten­ dencias han diferenciado en muy alto grado la agricultura de la indus­ tria. Más particularmente, la dinámica de las relaciones intersecto­ riales entre el sector secundario y el de servicios todavía suscita mayores problemas de interpretación. Pero el análisis sectorial tri­ partito para las primeras fases del desarrollo industrial, en un con­ texto histórico de sociedades predominantemente agrarias, dificulta mucho más la comprensión. Un modelo diferente, que ve el desarrollo de la industria en el seno de la sociedad rural — con estrechísimas conexiones a través de la oferta de materias primas, niveles de deman­ da, acumulación de capital, fuerza de trabajo (en su mayor parte compartida entre industria y agricultura por efecto de la división familiar del trabajo, demandas estacionales diferenciadas, desempleo invernal en el campo...)— , posibilita una comprensión más completa, y particularmente ofrece una renovada perspectiva de la importancia de la movilidad, en algunos contextos, de la sociedad rural, un com­ plejo en el que las fronteras entre los sectores productivos no están netamente delimitadas. Enfatizar acerca de que el desarrollo industrial en la Inglaterra del siglo xviii fue en gran parte de base rural, de taller doméstico, de industrias rurales domiciliarias, de tecnología artesana, de manufac­ turas en pequeña escala, donde el comerciante o putter-out aún era la figura principal como organizador, suministrador de crédito, con­ trolador de la producción, planificador de mercados, constituye una perspectiva conveniente. Este estilo de actividad manufacturera, a veces de base urbana como en el caso de la industria relojera de Ginebra y las manufacturas metalúrgicas de Solingen o Birmingham y Sheffield, caracterizó gran parte del crecimiento industrial en Ale­ mania, Suiza, Austria-Hungría, España, Italia y Francia en su pro­ ceso de desarrollo hasta mediados del siglo xix y más adelante, como muchos de los estudios aquí recopilados ponen de manifiesto. La fábrica a gran escala, con un masivo consumo energético (pro­ porcionado por agua o vapor), intensiva en capital, altamente meca-

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oizada, con una gran fuerza de trabajo concentrada en una sola plan* ta, con una elevada producción derivada de las técnicas de alta productividad obtenida gracias a la poderosa maquinaria, fue un sistema de producción muy poco representativo de la producción industrial británica y de la fuerza de trabajo vinculada al sector indus­ trial hasta después de 1850; y para otras economías, incluso más tarde. Por otra parte, la suposición de que el proceso de industria­ lización, en sus primeras fases y posteriormente, estuvo caracterizado por un total antagonismo — una contradicción— entre los dos siste­ mas de producción industrial, que implicó que la producción de la gran industria creció desplazando la tecnología artesana, es justamen­ te lo contrario de lo que muestra, si no toda, sí al menos buena parte de la experiencia industrial. Más a menudo, se desarrollaron relacio­ nes simbióticas entre las técnicas propias de la industria intensiva en capital (dedicada frecuentemente a la producción de productos semielaborados) y la producción artesana de productos acabados. £1 gran ejército de tejedores manuales, destinado a convertirse en la mayor tragedia social europea como eventuales víctimas del desempleo tec­ nológico, fue una consecuencia de la mecanización de la hilatura, al menos para la industria algodonera y en alguna medida para otras ramas de la industria textil manual en expansión después de 1800. Esta simbiosis entre la hilatura fabril y el tisaje manual en Gran Bretaña se propagó después por toda Europa a gran escala durante la primera mitad del siglo xix, debido al rápido desarrollo de las exportaciones británicas de hilo, y volvió a propagarse posterior­ mente en las últimas décadas del siglo en los mercados de la India y del Extremo Oriente. Alianzas equivalentes entre estos dos modos de producción carac­ terizaron las industrias metalúrgicas durante largos períodos: entre la producción, intensiva en capital y a gran escala concentrada en plantas dedicadas a la primera fusión a partir de los minerales y el carbón (dejando aparte el acero, hasta las innovaciones que posibili­ taron su producción masiva de la década de 1850), y la de los peque­ ños talleres de tecnología artesana de la mayoría de las ramas de las industrias metalúrgicas secundarias, productoras de bienes de consu­ mo. Una simbiosis equivalente entre el arduo trabajo físico humano y la utilización de máquinas llegó a ser característica de muchos avan­ ces de la industria, más que el mito aceptado de la eliminación de dicho trabajo humano por parte de la nueva tecnología asociada al

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progreso de Ja industrialización (particularmente en la minería, en el pudelaje 7 fundición de metales, 7 en la construcción).9 Las máquinas de vapor drenaron las minas de carbón; pero durante todo el si­ glo xix casi todo el carbón era extraído en Europa a base de pico 7 pala. Y la ironía final, para una tesis que suponía que la única rela­ ción entre la máquina accionada a motor 7 el artesano especializado era la del antagonismo, viene dada por el hecho de que la misma máquina de vapor 7 los talleres de construcciones mecánicas conti­ nuaron siendo, a pesar de aumentar de tamaño, campos donde el trabajador cualificado, el ajustador, fue el re 7 durante muchas déca­ das. La alianza entre la máquina herramienta 7 el trabajador alta­ mente cualificado estaba en su punto más álgido, la cual, como la propia industria de construcciones mecánicas, fue una creación de la industrialización. Por supuesto, estas simbiosis tecnológicas siem­ pre coexistieron con antagonismos, 7 una fase de complementariedad pudo después dar paso a la confrontación, a medida que avanzaban las fronteras del cambio técnico, con victoria previsible para la tec­ nología mecánica. Una ma7or productividad, un menor coste, 7 con cierta frecuencia también una ma7or calidad, eran los atributos de la tecnología mecánica, los cuales iban a distinguir, en su conjunto 7 a largo plazo, el mundo industrial del pre 7 protoindustrial. Pero lo cierto es que las relaciones con el trabajo manual cualificado fueron siempre más sutiles de lo que se ha supuesto comúnmente, 7 nues­ tra comprensión del proceso del desarrollo industrial en diferentes contextos, dentro 7 fuera de Europa, se verá acrecentada con el cono­ cimiento de esto.

2.

A n á lisis

nacionales t análisis regionales

O tro atributo de la tradición investigadora inspirada en d con­ cepto de protoindustríalización, 7 que merece un comentario, es el 9. R. Samuel, «Workshop of the world; steam power and hand technoloSy in mid-victorian Britain», History Worksbop Journal, I I I (1977). El mito era de hecho una generalización limitada a las grandes fábricas textiles de hilado y tejido, y al que dieron crédito obras como la de C. Babbage, Tbe ecanomy of machinery and manufactures, Londres, 1832; la de A. Ure, Tbe pb'dosopby of manufactures, Londres, 1935; y la de E. Baúles, History of tbe cotton manufacture in Great Britain, Londres, 1835. 2 . — NADAL

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de su dedicación a los estudios locales y regionales, de forma dife­ renciada del análisis fundamentado en un sistema de puntos de re­ ferencia y agregados nacionales. Dado un desarrollo industrial en sus inicios con manufacturas de base provincial, organizadas local­ mente y financiadas con recursos crediticios locales o regionales, des­ conectadas de los organismos estatales, dependientes para su fuerza de trabajo de las disponibilidades ofrecidas por el modelo demográfico local (complementado, tal vez, por migraciones suburbanas), un microanálisis que enfoque las interrelaciones en su nivel básico puede quizás explorar las dinámicas del proceso con más efectividad que las macroinvestigaciones. A partir de este enfoque local o regional, es más fácil ver las interrelaciones en todos sus aspectos tal como real­ mente ocurrieron. Además, por lo que se refiere a un crecimiento desarrollado a un nivel local y regional, adelantos considerables y sostenidos pueden permanecer ocultos por un largo período dentro de los totales nacionales, simplemente porque las series pueden estar determinadas por el sesgo impuesto por grandes sectores y regiones dominados por el estancamiento o por un crecimiento muy lento. La circunstancia determinante de los datos de ámbito nacional, sean económicos o demográficos, es una entidad política cuyas fronteras pueden muy bien incluir poblaciones y regiones muy desvinculadas de las dinámicas del cambio. Los cambios de las fronteras políticas, a golpe de pluma o de espada, pueden alterar enormemente las características estructurales, los rasgos del comercio exterior, el pro­ ceso de cambio y los ritmos de crecimiento sin un cambio significa­ tivo de las realidades subyacentes. El profesor Butlin hizo una vez una «nueva petición para la segregación de Irlanda» del Reino Uni­ do; el profesor Cipolla, según se dijo una vez, reafirmó su patriotismo regional como un orgulloso lombardo con el cálculo de que si el reino del Piamonte no hubiera absorbido los muchos millones de necesita­ dos del reino de las Dos Sicilias y de los Estados Pontificios incorpo­ rados en un Estado italiano unificado debido al «incidente» político de la anexión garibaldina, su renta per cápita en la década de 1960 habría sido casi tan alta como la de Suecia, y su tasa de crecimiento, desde 1945, más rápida que la del Japón. Veramente il miracolo eco­ nómico! Allí donde las diferencias interregionales en las tasas de creci­ miento y los niveles de renta dentro del mismo país eran tan grandes, o mucho más grandes, que las diferencias existentes entre las regio­

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nes más avanzadas de países diferentes —como era el caso de las regiones del noroeste de Europa a mediados del siglo xvhi, y de países como España, Italia y Austria-Hungría en el siglo xix—, usar las tasas nacionales de crecimiento como un instrumento en el análisis del proceso de industrialización plantea un problema espacial de interpretación. Olga Crisp pone un sólido ejemplo de esto en relación con Moscú, un centro emergente dentro de la vas­ ta masa, en* su mayor parte inerte, de la gran Rusia. Seguir la lógi­ ca de un enfoque regional no supone que el área objeto de estudio sea más pequeña que la del Estado nacional, aunque los estudios de los orígenes de un brote de desarrollo pueden ser ciertamente muy locales. Hay que distinguir también entre los modelos espaciales de producción con concentraciones de trabajo derivadas de una demanda local de bienes y servicios, y los desarrollados a partir de unas áreas mercantiles más amplias, que pueden ser mucho menos delimitadas. No obstante, una vez que existe un primer foco de industrialización, tanto si uno se atreve a identificarlo o no como una economía nacio­ nal, en el caso de Gran Bretaña, las fuerzas centrífugas generadas por este pote de croissance ensanchan enormemente su campo de influen­ cia. Esta es una de las ideas clave del profesor Pollard en Peaceful Conquest, su importante nuevo estudio sobre la industrialización en la Europa del siglo xix; y él nos ha enseñado a mirar tanto dentro como fuera de las fronteras nacionales al investigar las fuerzas motri­ ces del cambio económico en este período.10 Pero esta propuesta nos conduce fuera y muy lejos de Europa, y a retroceder en el tiempo a mucho antes del siglo xix. El análisis y la valoración comparativa del cambio estructural en países diferentes dependen también de la misma lógica espacial de las fronteras políticas. Un Estado tan extenso como Rusia en la época moderna ha de tener probablemente sus tasas globales de cre­ cimiento limitadas por el peso dominante de una agricultura de baja productividad. Es también muy probable que tenga una distribu­ ción equilibrada de los recursos naturales y una variación climática que conjuntamente tiendan a reducir su necesidad y dependencia del comercio exterior y a maximizar el comercio interior. Un país peque­ 10. S. Pollard, Peaceful Conquest: the industrialisation of Europe, 17601970, Oxford, 1981; ídem, «Industrialisation and the European Economy», Economic History Review, XXVI (1973).

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ño, como Suiza u Holanda, se encuentra en la situación inversa, con un mercado interior pequeño y una dotación de recursos desequili­ brada, debiendo otorgar al comercio exterior un papel más impor­ tante en su proceso de desarrollo, tanto por lo que respecta a las importaciones como a las exportaciones. No es accidental que empre­ sas suizas y holandesas con dimensiones inferiores a las norteameri­ canas se hayan convertido en «multinacionales». La estructura eco­ nómica de estos países pequeños, juzgada en términos de distribución sectorial y ocupacional, ha de ser probablemente más sesgada que la de los países grandes; aunque esto no tiene que representar necesa­ riamente un mayor peso de los sectores secundario y terciario, como demuestran los pequeños y predominantemente agrícolas estados bal­ cánicos y muchos territorios alemanes e italianos antes de la unifica­ ción. £1 grado de arbitrariedad de los datos económicos, cuando son recopilados en términos de unidades políticas, es el mismo tanto si uno se refiere a los contrastes regionales dentro de un mismo Estado como si se hacen comparaciones entre diferentes economías nacio­ nales. La lección que hay que aprender a este respecto de las diversas aportaciones nacionales a este coloquio no es que una economía nacio­ nal sea una unidad totalmente inapropiada para fundamentar la cuantificación económica y a partir de la cual formular una interpretación económica. Los estudios demuestran de muchas maneras diferentes la fuerte influencia que el Estado y el sistema legal han tenido sobre la riqueza económica a nivel nacional. El fundamento, por ejemplo, de la reacción económica interna respecto al capital importado, el cual encarnaba intereses de empresas extranjeras motivados principalmen­ te por la esperanza de obtener ganancias externas, era la independen­ cia política y las eficaces estructuras administrativas y educativas uni­ das a una fuerte tradición política y legal autóctona. Hay muchos más ejemplos: las iniciativas estatales en la promoción de las cons­ trucciones ferroviarias en Bélgica, y menos directamente en otros países; la política estatal con respecto a la educación a todos los nive­ les; la promoción directa de empresas; los aranceles aduaneros y el establecimiento de la libre circulación mercantil dentro de las fron­ teras estatales; la seguridad contra el riesgo de impuestos sobre la renta a los inversores del país y extranjeros; la garantía de un sistema monetario estable, el establecimiento de ordenaciones legales para el mercado de capital, de operaciones de banca y crédito, de constitu­

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ción de empresas, de tramitaciones de bancarrota..., la lista es larga y extremadamente heterogénea. En conjunto, no obstante, la múltiple influencia del Estado, el sistema legal y la cohesión cultural de una nación en proceso de consolidación y desarrollo dentro del marco de sus fronteras políticas no han sido nunca insignificantes para la riqueza económica de un país (y estos contrastes aparecen inmediata y suma­ mente evidentes entre uno y otro lado de una frontera política al observador ocasional de nuestros días). El análisis de la industrialización sobre la base de un ámbito regional o local tiene que ser situado dentro de su contexto nacional, de la misma manera que los análisis de ámbito nacional deben tener en cuenta las bases regionales de desarrollo y el más amplio contexto internacional, los cuales también generan oportunidades y obstáculos. Es decir, tal análisis necesita ser estructurado de acuerdo con las rela­ ciones entre los tres diferentes estratos: regional, nacional e inter­ nacional. Y la valoración de las realizaciones económicas locales y regionales, como las de cualquier microcosmos, tiene que ser siempre llevada finalmente al campo de la comparación macroeconómica de acuerdo con la pregunta fundamental: ««cuál es su representatividad en relación con un conjunto más amplio? Igualmente, los resultados derivados de los análisis a escala nacional tienen que ser valorados en contraste con una comparación de carácter internacional. Sólo a partir de estas comparaciones se pueden formular conclusiones. Estos tópicos, por no decir perogrulladas, nos conducen más allá de los márgenes de la protoindustrialización, como un concepto orga­ nizativo de una metodología de la industrialización. No obstante, la comparación de los diferentes casos históricos nacionales presentados en este libro sugiere un comentario más detallado del tema. La pro­ toindustrialización, además de promover un nuevo enfoque en la investigación de relaciones importantes, lo cual ha aumentado nues­ tro conocimiento y comprensión de los procesos del cambio económi­ co, es a veces considerada metodológicamente como una «etapa» dife­ rente de la historia. Esto representa un cambio sutil, como suele ocurrir con estas formalizaciones metodológicas, con un desplaza­ miento desde un conocimiento flexible que inspira una investigación empírica hacia un esquema conceptual más rígido, en función del cual deben buscarse, manejarse e interpretarse los datos. Y en este punto un historiador británico imbuido de una tradición conceptual de bajo nivel empieza a plantearse dudas. ¿Es esta «etapa» universal?

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LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

¿Es una precondición, una experiencia necesaria para la industrializadón propiamente dicha? ¿Pasan todos los países (porque no es dertamente el caso de todas las regiones) por esta etapa siguiendo sus economías una vía evolutiva única hacia la economía moderna, industrial? En pocas palabras, ¿debe concebirse esta etapa como nece­ saria o universal? Desde luego no puede ser considerada suficiente, aunque sea necesaria, como demostraron en el siglo xix y después las lánguidas industrias artesanas de muchos países del Tercer Mundo, de Europa central y oriental y de muchas regiones de economías industriales avanzadas. Una dificultad la presenta el alcance histórico del fenómeno. Aun­ que no tengan una incidencia universal, el hecho es que las industrias artesanas, urbanas o rurales, que producen para áreas más amplias que un mercado local, tienen una tan amplia incidencia en el tiempo y en el espacio que dejan de presentar rasgos particularmente dife­ renciados como fenómeno histórico cuando se las compara con los contrastes de la posterior evolución de las diversas economías indus­ trializadas. Las industrias artesanas rurales, con extensos mercados interiores y extranjeros, florecieron durante siglos sin resultar catali­ zadores de más grandes transformaciones, creando de este modo grandes dificultades para una teoría de etapas de la evolución indus­ trial asociada con una dinámica temporal. Regiones destacadas por su desarrollo industrial en determinados períodos históricos también se fueron apagando sin llegar a desarrollar una industrialización sostenida: la industria de paños de las ciudades medievales inglesas, flamencas e italianas; el desarrollo textil de Suffolk, East Anglia y Devonshire en Inglaterra; algunas regiones textiles del sur de Fran­ cia, los Pirineos, España y Austria-Hungría en el siglo xvill; la industria algodonera de Normandía y París a comienzos del siglo xix. Hay muchos ejemplos de expansión industrial regional ocasionada por el declive de la protoindustrialización, y no sólo por la compe­ tencia de los productos de bajo coste, producidos a máquina, de la industrialización propiamente dicha, una vez que aparecieron estos modernos centros manufactureros y que, con la mejora del transporte, sus productos empezaron a ofrecerse a precios más competitivos que la producción de las industrias artesanales, bien en otras regiones del propio país o bien respecto a las importaciones del exterior. Las conexiones de la protoindustrialización con el posterior desa­ rrollo industrial fueron débiles en Suiza, ya que, según el profesor

INTRODUCCIÓN

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Bergier, las precedentes industrias relojera y sedera tuvieron poca conexión con la aparición de una moderna industria de hilado de algodón mecanizada. Los artículos sobre Bélgica y Alemania acentúan la importancia del ferrocarril y de las industrias de bienes de capital que están detrás de las inversiones ferroviarias como causas decisivas del impulso que condujo a estos países hacia un crecimiento indus­ trial generalizado, precisamente los sectores en los que los encadena­ mientos con la expansión protoindustrial eran más débiles. No obs­ tante, en el caso de Rusia y España, estos poderosos efectos multipli­ cadores fueron amortiguados por el hecho de que gran parte del hierro y el material del ferrocarril fue importado; mientras que el altísimo porcentaje de capital extranjero sobre el total invertido en los ferrocarriles rusos (94 por 100 en 1881 y 74 por 100 en 1914) comportó que el mercado de capital no recibiera un estímulo com­ parable al que se produjo en el inglés por efecto de la financiación del ferrocarril. En el caso de los países escandinavos, el principal impulso hacia la industrialización provino de las industrias forestales; en el caso de Suecia y Noruega, las diferentes manifestaciones de aquéllas fueron posteriormente complementadas por actividades asociadas a las construcciones mecánicas y a la química; en el caso de Dinamar­ ca, el origen fue la agricultura, con especializaciones cambiantes desde los cereales hasta los productos lácteos, y también hacia una produc­ ción más altamente elaborada, de mayor valor añadido, y con activi­ dades concomitantes y efectos multiplicadores fuera de la granja. En ninguno de estos casos fueron prominentes las actividades protoindustriales. Por lo tanto, el perímetro septentrional de Europa tampo­ co revela una actividad protoindustrial en el textil y en la metalurgia rural como fundamento de su vía hacia la industrialización. La protoindustrialización, como una «etapa» de la historia, no parece ser universal ni necesaria, y en ciertos casos nacionales tampoco parece particularmente estratégica para la formación de las condiciones para el desarrollo del proceso de industrialización, ya sea añadida en la secuencia de Rostow antes del «despegue», o interpuesta como un estadio extra en un esquema marxista.

24 3.

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

El

pa pe l del comercio en la periferia económica europea

El conjunto de artículos que se ocupan de los países de la peri­ feria de las principales economías europeas, es decir, aquellas que registraron un mayor impulso industrializador durante el siglo xix (Gran Bretaña, Francia y Alemania), plantea importantes cuestiones sobre el papel del comercio en el crecimiento, las relaciones entre los países exportadores de productos primarios y las economías indus­ triales y su trayectoria evolutiva en esa vía de especialización. Los contrastes son tan significativos como las similitudes, si no más que ellas, lo cual introduce muchos interrogantes en cualquier teoría general que trate de la suerte de las «economías tributarias», supues­ tamente dependientes de los países altamente industrializados. El es­ pectro de los casos históricos acontecidos en Europa no es ciertamente tan amplio como el del gran conjunto de exponentes que comprende el subdesarrollo —países tropicales que como colonias se encontraban en un estado de formal subordinación política— , pero a pesar de esto tales diferencias pueden ser tanto más interesantes. Sería difícil sostener, por ejemplo, que España o Rusia eran me­ nos independientes políticamente, o menos consolidadas como efec­ tivas entidades nacionales y culturales, que Noruega o Dinamar­ ca. Algunos de los productos primarios, que constituían la base de las relaciones comerciales entre el centro y la periferia, parecen haber sido más útiles que otros para llevar a sus economías expor­ tadoras hacia un crecimiento más generalizado y un cambio estruc­ tural. La gran expansión de la minería en el siglo xix en España, por ejemplo, de mineral de hierro, de cobre o de azufre — al igual que en Suecia y Rusia en el siglo xvm (con las grandes exportaciones de hierro en barras, un artículo asimilable a un producto primario)— no fue un agente fundamental para una acumulación de capital autóc­ tona, ni tuvo efectos multiplicadores para las industrias de construc­ ciones mecánicas del país y otras conexiones que podrían haber proporcionado, en principio, el trampolín hacia desarrollos acumu­ lativos.11 Lo mismo ocurrió en Gales dentro de Gran Bretaña: en 19141 11. S. G. Checkland, The mines of Tbarsis, Londres, 1967; D. Avery, No/ on queen Victoria's birthday: the story of the Rio Tinto mines, Londres, 1974 (hay trad. cast.: Nunca en el cumpleaños de la reina Victoria. Historia de las minas de Riotinto, Labor, Barcelona, 1985); C. E. Harvcy, The Rio Tinto Company, Penzance, 1982.

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no había allí ni una sola empresa dedicada a la construcción de ma­ quinaria. Como tantas veces, el desarrollo de la minería para la expor­ tación fue en gran parte un enclave aislado, que no comportó efectos multiplicadores de excesiva amplitud, considerando su operatividad a gran escala y su alto nivel de capitalización, por muy beneficioso que fuera para la ocupación de fuerza de trabajo y para los recauda­ dores de derechos y contribuciones. Menos sorprendentemente, los cereales, como principal producto de exportación, tampoco produjeron muchos efectos multiplicadores, aun cuando estuvieran asociados en Hungría con importantes avances en la tecnología de la molinería, y por consiguiente con un modesto impulso para las industrias mecánicas. El ferrocarril, el suministro de electricidad y la construcción de tranvías para las ciudades húngaras, fueron elementos autóctonos que tuvieron un impacto industrializador mucho más grande. No obstante, de manera indirecta, el pre­ tendido papel de las exportaciones de cereales, deliberadamente estimuladas, particularmente en Rusia y otros países de la Europa oriental, para proporcionar divisas con que financiar las cargas finan­ cieras acreditadas por las importaciones de capital imprescindibles para el crecimiento industrial, ha de ser tenido en cuenta, aun cuando tuviera resultados poco fructíferos. El vino y la fruta, como productos de exportación, hay que decirlo, tampoco fueron agentes de indus­ trialización. ¿Por qué ocurrió algo diferente con los productos forestales en Escandinavia? En gran parte, sin duda, porque los propios productos forestales, como mercancías de exportación, disfrutaron en los merca­ dos europeos de una demanda en constante expansión y de condicio­ nes altamente favorables: había un permanente déficit de madera de construcción en dichos mercados de los países desarrollados, los cua­ les registraron además un rápido crecimiento de los niveles de deman­ da debido al creciente proceso de urbanización, con una población que crecía en número y en capacidad adquisitiva. Y entonces vino el progresivo avance de la pasta de madera y el papel, productos para los que las condiciones de la demanda, los precios y las oportuni­ dades tecnológicas (con técnicas de muy alta productividad) resul­ taron ser incluso más favorables que respecto a la madera de cons­ trucción. El papel (y la pasta de madera para papel) es el conocido producto primario vegetal (es decir, dejando aparte el petróleo, el oro y algunos minerales) cuya demanda y oferta ha crecido más inin­

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LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

terrumpidamente hacia el ángulo superior derecho del gráfico, con precios normalmente elásticos en relación a los costes. Por tanto, este producto no ha tenido una evolución caracterizada por tasas de creci­ miento decrecientes a largo plazo. Las condiciones de la demanda exterior fueron por consiguiente, a largo plazo, casi únicamente favorables en Europa para un produc­ to primario. Pero el contexto interno tenía que ensamblar estas opor­ tunidades de exportación si se quería alcanzar todas las ventajas, como se puede deducir de las experiencias que por contraste ofrecen Finlandia y Rusia, que quedaron retrasadas en comparación con No­ ruega y Suecia hasta el período de entreguerras. La tendencia hacia exportaciones más elaboradas, de más alto valor, que va de la madera de construcción a la pasta y al papel, requería el desarrollo de una base industrial que atendiera la explotación forestal y la elaboración de productos forestales para la exportación; y a partir de esta base industrial las industrias mecánicas se subdividieron en una más am­ plia especialización y buscaron mercados por derecho propio. Detrás de esto está el hecho de que la iniciativa productiva, y sus inversiones directas a largo término, permanecieron en Suecia y Noruega en ma­ nos autóctonas: el capital extranjero y los créditos, de gran impor­ tancia para el desarrollo de la producción y las exportaciones, perma­ necieron como soporte de la capacidad productiva y de las industrias en expansión dedicadas a su mantenimiento, concentrándose en la deuda pública, inversiones en servicios públicos y otras de parecida índole. Y en un contexto todavía más amplio, reencontramos las potencialidades autóctonas en la forma de anteriores tradiciones de trabajo especializado, capital acumulado, cuadros empresariales, habi­ lidad, una efectiva infraestructura de servicios públicos y financiera, progresos en la administración pública, inversión educativa y otras inversiones colaterales, que conforman conjuntamente el contexto requerido para un desarrollo que en las condiciones de los siglos xix y xx conduce a una economía industrial. Las mismas conclusiones se observan en Dinamarca, donde el desarrollo surgió principalmente a partir de una base agrícola. Un especial contexto interno se requería para equiparar las pequeñas granjas familiares con la creciente producción de mayor elaboración, productividad y valor. El contexto externo, con la expansión, urba­ nización, industrialización y mayor riqueza de las poblaciones británi­ ca y alemana, creó las oportunidades generales (una fuente externa

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de impulso), pero la clave estuvo en el específico contexto interno. No es necesario remarcar el contraste existente entre la granja fami­ liar danesa a pequeña escala y las de los otros países europeos no escandinavos. El nivel de eficiencia de las cooperativas agrícolas basa­ das en pequeños productores, en la mayoría del resto del mundo, ha sido lamentable. Y no se trata de que las otras áreas no consiguieran producir un excedente exportable, en ocasiones dirigido hacia los mismos mercados que motivaban la prosperidad danesa (había un considerable comercio de exportación de mantequilla desde Siberia hasta Gran Bretaña, aparte del procedente de Irlanda), sino simple­ mente de que en la base de estas exportaciones no hubo transformacio­ nes internas. Y esto, probablemente, tiene tanto que ver con la efica­ cia de las escuelas populares en las áreas rurales como con el nivel relativo de precios. Después de todo, había existido tiempo atrás el mismo contraste en la Europa oriental, donde el interés comercial por los mercados externos de cereales coexistió con un régimen en el que las relaciones sociales internas de las unidades de producción estaban aún basadas en la servidumbre (y en realidad, dichos inte­ reses derivados de los estímulos de la demanda y del comercio exte­ rior habían extendido y fomentado estas estructuras internas arcaicas y anacrónicas, como en el caso del algodón y la esclavitud en el sur de Estados Unidos).

4. E l

ritmo de crecimiento de la inversión económica :

PROBLEMAS ABIERTOS

Esto lleva a una más amplia variedad de cuestiones, planteadas en los artículos, que no pueden ser consideradas detalladamente aquí. Una de ellas es la catalogación de los ritmos de crecimiento, las tasas de inversión, los cambios estructurales y sectoriales, los avances en la productividad y otras magnitudes económicas, que la detallada recons­ trucción histórica de las estimaciones de la renta nacional está pro­ gresivamente revelando con mayor detalle en todos los países. Las conclusiones no son uniformes. En los casos de Gran Bretaña y Ale­ mania, los elementos conceptuales propuestos por el profesor Rostow para el concepto de «despegue» (un momento idcntificable en el tiem­ po, cuando la discontinuidad es perceptible, y a partir del cual se producen de forma sostenida unas tasas de crecimiento más elevadas

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LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

y se originan cambios estructurales acumulativos), parecen haber sido ampliamente confirmados (y con la totalidad de los mecanismos mul­ tiplicadores esenciales relacionados con el ferrocarril íntegros por lo que respecta a Alemania y Bélgica), aun cuando su concepto comple­ mentario de «sectores líderes» haya sido puesto en duda en lo refe­ rente a la Inglaterra del siglo x v iii . Como ha apuntado S. B. Saúl, las últimas apreciaciones de Charles Feinstein sobre los cambios del ritmo de inversión de la economía británica apoyan firmemente la cronología e incluso el grado de discontinuidad que el profesor Ros­ tow proponía: la inversión total sube del 10 por 100 del PIB en 1771-1780 al 19 por 100 en 1791-1800, y el total de la inversión interior lo hace, en el mismo período, del 9 por 100 al 17,5 por 100 del PIB .12 Por otra parte, en el caso de Bélgica los datos del profesor Lebrun no muestran tendencias comparables, mientras que en el caso de Francia las grandes dudas sobre la aplicabilidad del concepto de «des­ pegue» en su globalidad, puestas de manifiesto por los datos apor­ tados por el profesor Marczewski en 1963, parecen haber sido confir­ madas por la investigación cuantitativa llevada a cabo desde enton­ ces.13 A medida que el análisis estadístico del desarrollo histórico de otras economías progrese, estos paralelismos y contrastes podrán ser delimitados con mayor precisión. Y lo mismo cabe decir respecto a la relación entre el comercio exterior y los mercados internos. El profe­ sor Crouzet ha demostrado la complejidad de la evolución en el caso de Gran Bretaña durante los siglos x v iii y xix, en los que la com­ plejidad se ve aumentada por las importantes variaciones entre los volúmenes intercambiados (medidos en precios constantes) y su valor 12. W. W. Rostow, The stares..., op. eit.\ C. H. Feinstein, «Capital formation in Great Britain», en P. Mathias y M. M. Postan, eds., The Cambridge economic bislory of Europe, Cambridge, 1978, vol. V II, parte I (hay trad. cast.: Historia económica de Europa. V il. La economía industrial: capital, tra­ bajo y empresa, parte 1, Revista de Derecho Privado - Editoriales de Derecho Reunidas, Madrid, 1982). N. F. Crafts, en un ensayo de próxima publicación, propone una nueva valoración de la formación de capital en Gran Bretaña en este período, sugiriendo tasas más bajas y un aumento más gradual, y reto­ mando de esta manera la interpretación propuesta hace mucho por P. Deane, «Capital formation in Britain before the railway age», Economic Development and Cultural Change, IX (1961). 13. J. Marczewski, «The Take-off hypothesis and French experience», en W. W. Rostow, ed., The economice..., op. cit.

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de cambio a precios corrientes del mercado.145 1 Las relaciones dinámi­ cas entre los niveles de demanda interna, el valor de las importacio­ nes (dependiente de las divisas obtenidas del comercio internacional) y el crecimiento de las exportaciones pueden también revelar con­ trastes y complejidades importantes. Se observa una cierta paradoja entre las magnitudes cuantitativas del cambio, particularmente de cambios estructurales y sectoriales en economías que se hallaban en proceso de industrialización durante el siglo xix, y las conclusiones a las que llegan la mayoría de los artículos sobre las dinámicas y los procesos de crecimiento. Desde varios puntos de vista, las magnitudes cuantitativas de los países europeos muestran importantes similitudes: tasas de crecimiento mo­ destas en todos los casos (comparadas con la época posterior a 1945); variaciones sobre el promedio no muy acusadas, teniendo en cuenta que la (ase de industrialización difirió en tiempo en los distintos paí­ ses. De los diez países europeos citados por el profesor Maddison, seis estaban creciendo entre un 2 y un 3 por 100 por año, uno lo hacía más rápidamente (Dinamarca, con un 3>2 por 100 por año), y dos bastante más lentamente (Francia con un 1,6 por 100 e Italia con un 1,4 por 100), lo cual da un promedio de un 2,4 por 100.“ Si añadimos los Estados Unidos, con un crecimiento de un 4,3 por 100 por año, el promedio variaría en una dirección; si añadimos los territorios austro-húngaros, lo haría en la dirección contraria. Cuando consideramos el cambio estructural, estas semejanzas se fortalecen. En este caso la trayectoria seguida es virtualmente idéntica.16 Los países emprendieron la marcha en momentos diferentes, y fueron avanzando a ritmos bastante diferentes; pero los rasgos del cambio son remarcablemente similares en todas las economías, en las grandes y en las pequeñas, en las más ricas y en las más pobres, en aquéllas donde el sector primario ha proporcionado el principal impulso para la transformación, y en aquéllas donde las industrias de bienes de 14. F. Crouzet, «Towards an export economy: British expora during the Industrial Revolution», Explorationt in Economic History, X V II (1980); R. Davis, The Industrial Revolution and British overseas trade, Leicester, 1979. 15. A. Maddison, Les phases du développement capitdiste, París, 1981, pp. 55-56. 16. S. Kuznets, Modern economic growth, Londres, 1966, cap. 3 (hay trad. cast.: Crecimiento económico moderno, Aguilar, Madrid, 1973); B. R. Mitchell, European historicd statistics, Londres, 1975, pp. 799-815.

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consumo o de bienes de capital parecen haber proporcionado las principales fuerzas motrices para el cambio. En las economias de base agrícola, para mantener tasas de cre­ cimiento más elevadas, particularmente de crecimiento per cápita, como ha sido subrayado anteriormente, habrá una tendencia hacia la elaboración de productos agrarios de mayor valor añadido, aparte de las tendencias de innovación técnica desarrolladas en la propia granja con objeto de aumentar los rendimientos por unidad de super­ ficie y la productividad de la fuerza de trabajo. Mantener estas ten­ dencias exigirá mayor inversión de capital; el soporte de unas estruc­ turas comerciales, financieras y administrativas más desarrolladas; más inversión en educación; mayores facilidades de transporte; el desarro­ llo de industrias «ascendentes», productoras de inputs para la agri­ cultura (industrias de productos químicos, maquinaria y equipo agrí­ cola), e industrias «descendentes» para la transformación de pro­ ductos agrarios (factorías dedicadas al procesamiento de la leche, producción de queso y mantequilla, tratamiento de la carne, con­ servas, etc.). Es decir, el proceso de modernización (las condicio­ nes necesarias para mantener un aumento acumulativo de la produc­ ción per cápita) en la agricultura, puede considerarse completo, con diferenciaciones institucionales, cuando una proporción más alta de fuerza de trabajo se ocupa fuera de la granja y una más elevada proporción del «valor añadido» derivado se produce más allá de la cerca de la casa de campo. Y una vez que las industrias de bienes de capital existentes, inicialmente desarrolladas al servicio de la pro­ ducción agrícola, llegaron a un nivel de madurez y autonomía, se desarrollaron buscando otros mercados dentro y fuera del país, diver­ sificándose en ese complejo cúmulo de actividades propio de las indus­ trias de construcciones mecánicas, las cuales han caracterizado las economías modernas de todo el mundo, fuera cual fuese su base eco­ nómica original, sus líneas de desarrollo, y fuera cual fuese el papel desempeñado por la agricultura como fuerza determinante fundamen­ tal del sistema económico. Las fuerzas diversificadoras, con estímulos adicionales a medida que aumenta el nivel de renta, actúan paralela­ mente sobre las industrias de bienes de consumo y del sector servicios. Y por lo tanto, el mantenimiento de tasas elevadas de crecimiento, incluso en las economías cuyo primer y principal impulso proviene de la agricultura o de la exportación de otros productos primarios, parece llevar inevitablemente, en todos los casos de modernización,

INTRODUCCIÓN

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&un cambio estructural, a una relativa diversificación fuera del sector primario y, en una palabra, a la industrialización. Y esto ha ocurrido así a pesar de que el crecimiento de la productividad agrícola es, en las economías avanzadas del siglo xx, más alto que el de la industria. La universalidad del cambio en los rasgos estructurales de las economías en vías de desarrollo, que tuvo lugar en diferentes momen­ tos, en diferentes grados y a diferentes ritmos, constituye un útil instrumento de clasificación, entre otros indicadores sociales y eco­ nómicos, a fin de ordenar las economías según alguna escala de desarrollo (teniendo en cuenta las ya citadas vicisitudes impuestas a los países por las fronteras políticas). Pero esta universalidad oculta las diferentes dinámicas del proceso y las causas de crecimiento que tanto han variado en los distintos países. Al igual que los otros agre­ gados importantes (series de tasas de crecimiento, o de crecimiento per cápita), muestra los resultados pero no precisa las fuerzas motri­ ces. Y cada artículo de esta recopilación, al tratar de estas fuerzas motrices, procesos de desarrollo, respuestas a las oportunidades y presiones ofrecidas por un contexto, ha resaltado la particularidad del caso histórico que analiza: los rasgos comunes resultan suficien­ temente alterados por circunstancias específicas para merecer el adje­ tivo de singulares. Dado que los casos históricos nacionales revelan estos contrastes, cada artículo es una contribución de significado independiente a la discusión del proceso histórico más amplio que este coloquio preten­ de explorar. Aquel que pretenda comprender el proceso histórico en su generalidad, debe aproximarse al mismo a través de sus particu­ laridades.

5.

A genda

para una próxima investigación

Gimo conclusión, ofreceré algunas sugerencias para una agen­ da de investigación. Los artículos, en conjunto, reflejan en su mayoría una concentración de la investigación en la historia eco­ nómica de la producción, más que en la de los servicios, en la oferta, más que en la demanda. Un estudio detallado de los mercados, de todo lo que está detrás de la demanda, ya sean niveles de ingre­ sos, modelos de consumo, gustos cambiantes o sistemas distribu­ tivos (no en términos generales, sintéticos, sino con el suficiente

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detalle como pata concordar y explicar las tendencias específicas de la producción), añadiría una dimensión que íalta en los presentes análisis. Como alguien que ha estado relacionado en cierto momento con productos tan plebeyos como la cerveza, el té, el jabón y la mar­ garina, me gustaría que se respondiera a las preguntas de quién com­ praba los distintos bienes de consumo y, por extensión, qué empre­ sas, instituciones y familias compraban los distintos bienes duraderos y de equipo.17 Los distintos modelos de demanda remiten a otros aspectos socia­ les relacionados con la industrialización. La demografía histórica ya está bien atendida, pues se ha convertido en una especialidad por derecho propio en los últimos años, y habiéndose institucionalizado separadamente en la actualidad, dispone de sus propias revistas, colo­ quios, cursos y departamentos académicos. Como siempre, tal especialización tiene sus costes, ya que el conjunto de relaciones entre el cambio demográfico y el desarrollo económico no han recibido, ni con mucho, tanta atención como los mecanismos técnicos demográfi­ cos, ya sea en relación con el lado de la oferta o el de la demanda del proceso de industrialización. Los historiadores de la economía británicos han estudiado, hasta 1943, más las consecuencias sociales del cambio económico que el propio proceso de cambio económico. La que ha sido escasa es la investigación que se plantea cuestiones acerca de las relaciones sociales, los valores sociales y culturales que forman parte de la industrialización, una vez más, u n to en el lado de la oferta como en el de la demanda. ¿Qué es lo que explica las diferencias considerables en la obligación del trabajo en los diferentes contextos históricos? ¿Qué prioridad ha tenido el ocio en los dife­ rentes contextos? Considerar el trabajo sólo como una desutilidad es una suposición tan irreal como considerar lo contrario, es decir, que todos los individuos son «maximizadores de satisfacción» simple­ mente en términos de ingresos monetarios y de control sobre el con­ sumo que ofrece el dinero. Cuando, en la actualidad, diferencias de productividad de hasu el 100 por 100 y más prevalecen en secciones idénticas de fábricas virtualmente idénticas controladas por las mis­ 17. P. Maihias, The brewing ¡ndustry in Eugfand, 1700-1830, Cambridge, 1959; ídem, Retading revolutíon, Londres, 1967; ídem, «The British tea trade in the nineteenth century», en D. Oddy y D. Miller, eds., The making of the modera British diet, Londres, 1976.

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mas compañías multinacionales en Gran Bretaña, Alemania y Japón, son los modelos ambientales, institucionales, sociales y culturales los que comportan esas diferencias, más que una tecnología o una inver­ sión variables. El profesor North se propone estudiar en su artículo el aumento de los «costes de transacción» de un sistema económico con una creciente productividad de escala y su especialización de funciones. Esta expresión, «costes de transacción», engloba tal mul­ titud de influencias heterogéneas, que dudo que puedan ser compren­ didas en cualquier caso en una teoría globalizadora que identifique todas las variables y especifique sus interacciones en un modelo, que las despliegue tanto analítica como operativamente. Él ha establecido, en efecto, un importante programa de investigación, pero no, según mi opinión, una potencial construcción teórica paralela a la teoría neoclásica. También añadiría la historia de la empresa a mi agenda de inves­ tigación. La mayoría de las decisiones por las que se regía la inversión en los sectores productivos de todas las economías europeas en los siglos xvin y xix eran tomadas por individuos privados y de modo creciente por compañías: decisiones sobre inversión, innovación y cambio tecnológicos, precios y productos, salarios y condiciones de trabajo (por muy condicionadas que estuvieran estas decisiones por circunstancias externas de todo tipo). Para bien o para mal, las socie­ dades mercantiles se convirtieron en el transcurso del siglo xix en la institución más significativa que determinó directamente la evo­ lución de la mayoría de las economías en los países occidentales. Los archivos de estas sociedades mercantiles, allí donde los hay y pueden ser examinados, proporcionan los datos primarios para am­ plios aspectos, que comprenden todas las cuestiones básicas de los procesos de industrialización. Y para terminar, quiero hacer una apelación en favor de los estudios comparativos. En este volumen colectivo, las comparaciones se harán principalmente contrastando los contenidos de un artículo con los de otro. Esto sigue la tradición de la mayor parte de la inves­ tigación, enmarcada en un contexto nacional o más limitado. Los estudios comparativos plantean dificultades formidables; y los cuan­ titativos, en particular, exigen la comparación de series estadísticas, lo cual requiere frecuentemente una total reelaboración de los datos primarios según procedimientos uniformes, y estas dificultades van más allá y se plantean aparte de los aspectos complejos que rodean 3. — NADAL

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LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

todas las agregaciones y conversiones monetarias y todos los proble­ mas derivados de los números índice. Entrar en comparaciones detalladas de los niveles de productivi­ dad de la industria y la agricultura en países diferentes, o de los salarios reales (para no mencionar los niveles de vida), exige costosos programas de investigación, quizá coordinados conjuntamente por los estudiosos de los distintos países. A medida que las estadísticas nacio­ nales se incrementen y perfeccionen, se ampliarán y profundizarán las bases potenciales de esta investigación comparativa. Hay que llegar a un nivel de sofisticación y rigor mucho más alto del que datos menos sistemáticos posibilitaron en los esfuerzos pioneros de Kuznets, Goldsmith, Maddison, Bairoch y otros; como el que el doctor O ’Brien y el señor Kcyder alcanzaron con gran esfuerzo al trabajar más deta­ lladamente sobre Gran Bretaña y Francia.1' Pero las recompensas son grandes, incluso si los costes son altos. Sería apropiado para este coloquio, cuyo principal interés radicará sin duda en las revelaciones de la comparación de los casos históricos nacionales, considerar posi­ bles iniciativas de investigación comparativa patrocinadas conjunta­ mente.

18. Recuerdo los importantes trabajos de S. Kuznets, Modern economk growtb, Londres, 1966 (hay trad. cast.: Crecimiento económico moderno, Agili­ tar, Madrid, 1973); R. W. Goldsmith, Financial structure and development, Londres, 1969; A. Maddison, Economic growtb in the West, Londres, 1964 (hay trad. cast.: E l crecimiento económico de Occidente. Experiencia comparativa en Europa y los Estados Unidos, Fondo de Cultura Económica, México, 1966); idem, Les pbases du développement capitaliste, París, 1981; P. Bairoch, Commerce extérieur et développement économique de l’Europe au X IX ’ siid e, París, 1976; W. W. Rostow, The world economy: bistory and prospect, Londres, 1978; P. K. O ’Brien y C. Keyder, Ttvo paths to the twentietb century: economía growtb in Britain and Franca, 1780-1914, Londres, 1978.

S. Berrick Saúl

INDUSTRIALIZACIÓN: EL CASO BRITANICO 1.

M odelos

de crecimiento comparativos

Durante las dos últimas décadas, la interpretación general de la Revolución industrial en Gran Bretaña ha pasado por dos fases distintas. En el transcurso de los años sesenta la investigación avanzó fuertemente influida por el trabajo estadístico de Deane y Colé (14). El énfasis se desvinculó del gran drama de la introducción de nuevas tecnologías en el último cuarto del siglo xvm y centró su interés en los modelos de crecimiento y cambio a lo largo de todo el siglo, aun cuando Hartwell, con su aproximación histórica más convencional, todavía subrayaba la discontinuidad de crecimiento provocada por lo que hasta ahora se ha entendido por Revolución industrial. Pero Deane y Colé negaron que hubiera habido una gran oleada de forma­ ción de capital, como Rostov había supuesto; el papel preponderante de la industria del algodón fue minimizado, en parte, a causa de un grave error de cálculo en la tasa de formación de capital y, en parte, por el hecho de no haber incluido los procesos de acabado. Las gran­ des innovaciones tecnológicas fueron presentadas como los resultados del crecimiento, más que como sus fuerzas motrices. El crecimien­ to de población y la prosperidad del sector agrícola fueron conside­ rados las fuerzas impulsoras del desarrollo, y por esta razón se puso mucho énfasis en el crecimiento de las décadas de 1740 y 1750, más que en el de tres o cuatro décadas más tarde. Colé ha reconocido posteriormente que este énfasis sobre el crecimiento de mediados del xvm era desenfocado (4), y actualmente manifiesta que hubo un desarrollo en el tercer cuarto del siglo, pero que éste fue aún mayor

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en el último cuarto. £1 famoso artículo de Crouzet fue utilizado para destacar el hecbo de que el crecimiento británico era menor que el francés durante el siglo xviii, ignorando los aspectos cualitativos del desarrollo británico sobre los que Crouzet en realidad tanto insis­ tió ( 10 ). O ’Btien y Keyder aún fueron más lejos en el tratamiento de esta cuestión, al indicar que mientras en 1700 la producción per cápita británica era un 10-30 por 100 más alta que la francesa, en la década de 1780 era más elevada en Francia. Aun así, es notable que, escribiendo en 1978, ellos también remarcaran la mayor potenciali­ dad de crecimiento de la economía británica y subrayaran el repentino salto de la tasa de crecimiento a favor de Gran Bretaña a partir de la década de 1790 (32). En la década de 1960, también bajo el influjo de posturas ideológicas, tuvo lugar el enconado debate sobre los efectos de la Revolución industrial en el nivel de vida de la clase trabajadora británica hacia 1840, pero no se llegó a ningún acuerdo. En la última década, que es de la que trata mi artículo, en algún grado se ha producido un cambio completo de estas tendencias, pero, y esto es lo más importante, ha visto emerger un trabajo de mayor sofisticación estadística y rigor intelectual. En cambio, no se ha dado ningún paso importante para establecer o rehacer una teoría específica del crecimiento económico. Sidney Pollard es quizá quien más cerca ha estado de ello, al acentuar la naturaleza regional del crecimiento industrial y las fuerzas específicas que impulsaron su transmisión a través de las fronteras políticas; pero aunque esta apor­ tación puede ser útil para el análisis del crecimiento en el continente europeo, nos dice pocas cosas que no sepamos ya sobre Gran Bre­ taña. Cuando escribe «no comprenderemos gran parte de las dinámi­ cas de industrialización si no tenemos en cuenta que la Revolución industrial apareció mucho antes en South Lancashire y el Black Country que en Lincolnshire o Kent; que incluso las áreas de con­ centración manufacturera como Sheffíeld ... o las áreas laneras de West Country experimentaron una transformación industrial gene­ raciones después que las áreas algodoneras» (33), sólo se puede replicar con gran respeto que ello es obvio, y que viene siendo demostrado por estudioso tras estudioso desde hace mucho tiempo. La investigación más fundamental ha sido la reelaboración que el profesor Feinstein ha hecho de las cifras sobre formación de capital. La tabla muestra las diferencias entre sus resultados y los de Pollard, los cuales eran, aproximadamente, dos veces más elevados que las

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estimaciones de Deane y Colé (18). Las nuevas cifras parten de un más bajo nivel en 1770, y luego crecen mucho más rápidamente has­ ta 1815. Las diferencias iniciales provienen de que Feinstein estima más baja la inversión en la agricultura y la construcción, y la tasa de crecimiento más rápida de los siguientes cincuenta años deriva de la inversión en las manufacturas y en el comercio; de 1770 a 1815, las cifras de Pollard para estos sectores se multiplican por 4,7, mientras que las de Feinstein lo hacen por 4,9. Formación interior bruta de capital en Gran Bretaña (en millones de libras)

Pollard Feinstein

1770

1790-1793

1815

1830-1835

7,2 4

13,3 11,4

21,9 26,5

31 28,5

F uente: C. H . Feinstein, «Capital Formation in Great Brítain», en Cam­ bridge Economic History of Europe, 1978, vol. V II, parte I, pp. 84-85 (hay irad. cast.: «La formación de capital en Inglaterra», en Historia económica de Europa. V II. La economía industrial: capital, trabajo y empresa, parte 1,

Revista de Derecho Privado-Editoriales de Derecho Reunidas, Madrid, 1982).

Según las cifras de Feinstein, la inversión bruta aumenta desde un 8 por 100 del PIB en la década de 1760 hasta un 14 por 100 en la de 1790 y, aparte de un retroceso en la siguiente década, perma­ nece muy estable en este nivel hasta la década de 1850. El aumento se acerca, por supuesto, mucho más al modelo de Rostow que al de IVnne y Colé, otorgando firmemente el carácter de una Revolución industrial clásica al último cuarto del siglo xvm . El trabajo de Feinstein también nos permite analizar los elemen­ tos básicos de cambio del período. De 1760 a 1860 las disponibilida­ des de capital interior reproducible aumentaron un 1,5 por 100 anual, la fuerza de trabajo un 1 por 100 y la producción real un ¿ por 100. Por tanto, se registró un aumento de un 0,5 por 100 anual dd capital por trabajador ocupado, unido y asociado con un aumento dd 1 por 100 anual de la producción per cápita. Inevitablemente se produjo un persistente declive tendencial de la tasa de formación de capital desde un 7,4 en 1760 hasta un 4,9 en 1830. Por otra parte,

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

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hay una clara ruptura en estas tendencias hacia 1800, ya que antes de esta fecha la producción, el capital y el trabajo parecen haber crecido a un ritmo aproximadamente igual (1 por 100 anual), sin ningún cambio en la productividad del capital o del capital y trabajo considerados conjuntamente. El modelo de Crafts para el crecimiento del siglo xviii, que tiene elegancia teórica, pero es menos convincente en el terreno de la práctica, sugiere que había una relación constante entre capital y producción y una relación creciente entre capital y trabajo, indicando que el cambio se debía en gran medida al progreso tecnológico (9): las cifras de Feinstein muestran que cualquier ten­ dencia provocada por el cambio tecnológico fue contrarrestada por otros factores. En otro lugar se ha indicado que la productividad del trabajo era limitada porque Gran Bretaña absorbió y adiestró una gran cantidad de trabajadores no cualificados para producir bienes de valor relativamente bajo; la productividad fue más elevada en Francia a corto término porque, a diferencia de las británicas, las manufac­ turas francesas, que producían bienes de elevado valor, elegantes y de calidad mediante métodos tradicionales, sobrevivieron sin excesivas dificultades (32).

2.

C recimiento

demográfico y

R evolución

industrial

Otro trabajo importante, aún no publicado, es la investigación de Wrigley y Schofield sobre la historia de la población británica desde 1300 (41). En cuanto a tendencias a largo plazo, sus hallazgos son suficientemente claros; durante la mayor parte de los tres prime­ ros siglos hubo una estrecha relación entre los precios de los alimentos y el cambio en la evolución de la población, y una proporción muy estable de 3/2 entre las dos variables. Si la población aumentaba un 1 por 100 anual, los precios de los alimentos lo hacían en un 1,5 por 100, y si la población descendía, los precios caían más rápidamente.* Esta correlación se debilitó a principios del siglo xvm debido a los avances de las técnicas agrícolas registrados en el siglo anterior, lo cual dio lugar a una considerable exportación de cereales; pero este episodio sólo es considerado como una desviación sin importancia * Sólo pude ver una copia del último capitulo del libro, por lo que no he podido estudiar ninguno de los materiales detallados.

INDUSTRIALIZACIÓN: EL CASO BRITANICO

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de lo que fue un modelo de comportamiento sorprendentemente regular al menos hasta 1800. Entre 1731 y 1811, la población casi se dobló, mientras que el índice de precios se multiplicó por 2,5. De manera similar, existió una relación a largo plazo entre la pobla­ ción y los salarios reales; cuando aquélla superaba una tasa de creci­ miento del 0,5 por 100, los salarios reales empezaban a caer; cuando ln tasa del crecimiento demográfico descendía a un nivel más bajo, o se producía un declive de la población, ello comportaba un aumento de los salarios reales. A principios del siglo xix todas estas correla­ ciones se estaban desintegrando y, como señalan Wrigley y Schofield, Malthus vino a alzar su voz sobre una cuestión que había acosado a las sociedades preindustriales precisamente cuando tal disyuntiva esta­ ba siendo superada. Quizá por primera vez en la historia de un país que no fuera de asentamiento reciente, el rápido crecimiento de pobla­ ción estuvo acompañado del aumento de los niveles de vida. Con anterioridad al siglo xvm el crecimiento de la población se había acelerado, y los salarios reales habían empezado a crecer más lenta­ mente; desde mediados de siglo hasta 1806 éstos tendieron a decre­ cer, a excepción de un intervalo de 20 años a partir de 1765. La experiencia pasada hubiera sugerido una repetición de las primeras fases del ciclo — una reducción del crecimiento de la población segui­ da de una recuperación de los salarios reales— , pero, en lugar de esto, Inglaterra entró en una nueva era. En una economía que está experimentando un rápido cambio industrial y agrícola y una migración creciente, la validez de los datos generales sobre los salarios reales es muy dudosa. También hay que recordar que a finales del siglo xvm la oferta de alimentos en Ingla­ terra y Gales fue incrementada por el brusco crecimiento de las im­ portaciones procedentes de Irlanda. Sin embargo, el análisis general ile Wrigley y Schofield coincide con el de Feinstein (ambos describen una economía con un importante proceso de cambio durante el último cuarto de siglo, pero que sólo culmina en un fuerte aumento de la productividad después de 1800). Wrigley y Schofield no encuentran ninguna conexión entre los sala­ rios reales y la mortalidad al examinar la mecánica implícita en el cre­ cimiento de la población. El elemento determinante de la mortalidad fue el equilibrio lentamente cambiante entre los parásitos infecciosos y su huésped humano, y este equilibrio, en el siglo xix, aún se indinahit de un lado a otro y estaba en gran parte fuera del poder e influen-

40

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

cía de los hombres. Los cambios en la fertilidad eran la fuerza determinante para conseguir el crecimiento, pero debemos pregun­ tarnos: ¿tenían alguna relación con las circunstancias económicas? O bien, ¿eran, como las fluctuaciones de la mortalidad, ampliamente autónomos? La respuesta parece ser que la fertilidad se movió en concordancia con anteriores movimientos de los salarios reales, pero con un marcado retraso entre las dos variables. El mecanismo se fundamentaba en la edad y en los efectos demográficos del matrimo­ nio; pero el cambio sólo podía ocurrir cuando una generación llegaba a ver sus circunstancias en relación con las de sus predecesores. Es casi seguro que los cambios en los salarios reales fueron importantes, ya que, probablemente, están estrechamente relacionados con las fluctua­ ciones fortuitas de las cosechas, de las que la gente sabía, por amargas experiencias, que eran sólo temporales. Von Tunzelmann sugiere, al examinar más minuciosamente las variaciones de los salarios reales, que hay pocas dudas entre finales de la década de 1760 y principios de la de 1810 (40). Distingue un aumento a partir de finales de los años sesenta, que llega a su ápice en 1780, y una caída en picado hacia 1800; pero la tendencia global es claramente estable. No obstante, entre 1750 y finales de los años sesenta hay una gran diferencia entre los límites más altos y los más bajos de sus estimaciones, en gran parte debido a diferencias regio­ nales (los salarios de los trabajadores del norte aumentaban mucho más rápidamente que los de los trabajadores del sur). Wrigley y Schofield, conscientes del problema, también intentan elaborar sus análisis estableciendo un índice compuesto de las tendencias nacio­ nales de los salarios reales, más sofisticado que el que usó Phelps Brown para sus tendencias a largo plazo. Ellos sugieren que a pesar de que hubo una brusca caída antes del punto álgido de 1740, el cual se debió a cosechas excepcionalmente buenas, el nivel de los salarios reales en 1775 era claramente más alto que el de 1750, y que hacia 1781 era igual al que se alcanzó en el ápice de la década de 1740. Posteriormente, se produjo una caída de quizás un 5 por 100 hasta 1800. La diversidad de las evoluciones de los salarios en las áreas industriales viejas y nuevas y en las agrícolas desarrolladas y estancadas, requieren más investigación, pero los estudios disponibles muestran una economía que empieza a escapar de la prisión malthusiana en el transcurso del siglo xvm , bastante antes de lo que sugiere el estudio estadístico de carácter global de Wrigley y Schofield.

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En cuanto a la controversia de mayor amplitud sobre las tenden­ cias del nivel de vida después de 1800, ha sido un problema estable­ cer de qué trata la discusión. Si ésta es ideológica, probablemente sea conveniente determinar la renta de la clase trabajadora en su conjunto; si es histórica, entonces necesitamos descubrir lo ocurrido con cada una de las diferentes categorías de trabajadores. Crafts ha puesto en duda la exactitud de los cálculos de Deane y Colé sobre el crecimiento de la renta nacional entre 1801 y 1831 (8). Le preocu­ pa, en particular, la suposición acerca de un crecimiento anual de un 1,4 por 100 de la productividad del trabajo en el sector servi­ cios, al cual se le atribuye una participación del 42 por 100 en la elaboración del índice global, comparada con una estimación del 0,8 por 100 para el período de 1831-1851 y con la cifra de Feinstein de un 0,5 por 100 para el posterior a 1855. Todo esto lleva a Crafts a sugerir un probable crecimiento de la renta nacional durante dicho período de un 2,3 por 100, mientras que Deane y Colé le atribuyeron el 3 por 100. Esta tasa de crecimiento más lenta, junto con la inquie­ tud expresada por otros estudiosos acerca de que algunos cálculos habían subestimado la magnitud de la producción de bienes inter­ medios y de los destinados a autoconsumo de los propios productores, conducen a Crafts a pensar que las objeciones de los pesimistas pue­ den ser más fundamentadas de lo que se ha creído. Sugiere que hacia 1831 el nivel de vida de las clases alta y media y de la aristo­ cracia obrera había subido, y que el del 30 por 100 de la población que vivía sobre todo en la pobreza (los trabajadores pobres) había bajado; en tanto que el del otro 30 por 100 de la población, la clase trabajadora intermedia, había probablemente aumentado en el norte (excepto para los trabajadores de la industria doméstica) pero no, posiblemente, en el sur. Es probable que las dos terceras partes del conjunto de la clase obrera hubiera aumentado algo sus ingresos rea­ les, aunque, evidentemente, esto no tiene en cuenta la cuestión de los cambios habidos en el entorno en que se desarrollaba su existencia. Inevitablemente, la profundización en el estudio obliga a plan­ tear la relación entre la evolución de la población y los cambios del sistema económico en su conjunto. Es importante saber si el creci­ miento de la población era o no exógeno. En opinión de Crafts, «la interpretación de que el efecto de la Revolución industrial sobre los niveles de vida libró a la economía de las consecuencias de las crisis mnlthusianas contrasta con la que supone que el crecimiento de pobla­

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LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

ción fue, en gran parte, resultado del impacto del proceso de indus­ trialización sobre el crecimiento de la renta» (9). Pero ésta es tam­ bién una elección limitativa, ya que Wrigley y Schofield creen firme­ mente que ocurrieron ambos procesos. La mejora de las circunstancias económicas aumentó, finalmente, la fertilidad mediante cambios en la edad de matrimonio, pero entonces adquirieron protagonismo las fuerzas malthusianas, y fue en el contexto de este dilema cuando las revoluciones industrial y agrícola salvaron la economía. La transfor­ mación del equilibrio de estas fuerzas es la característica dominante de la segunda mitad del siglo xvm .

3.

El

papel de la demanda

Pasamos ahora a la cuestión de la «explicación» de por qué la Revolución industrial ocurrió en Gran Bretaña en el momento en que lo hizo; por lo que respecta al lado de la demanda, aquélla debió tener su origen por efecto del aumento de la población y del creci­ miento de la agricultura, o de la demanda exterior, o por la acción de todos estos factores. El efecto del crecimiento de población es, en sí mismo, indeterminado: la demanda depende de los ingresos de los consumidores, no sólo de su número. Un descenso de los precios de los productos agrícolas aumentará la demanda de los bienes no agrí­ colas si la demanda de los primeros es inelástica, como generalmente se supone. En realidad, los precios de los productos agrícolas subie­ ron después de 1730; pero, como señala Mokyr, aquello que real­ mente nos interesa es la relación entre los precios de los productos agrícolas y los de los otros productos, y generalmente se está de acuerdo en que los términos de intercambio en el mercado interior evolucionaron, en aquella época, a favor de los agricultores (29). Es posible que el aumento de los precios agrícolas se debiera a partir de 1750 al aumento del total agregado de la renta, como sugieren Wrigley y Schofield, pero a menos que pueda demostrarse que los ingresos per cápita eran también significativamente más altos — y, como hemos visto, los hechos indican la existencia de salarios reales estables— , teniendo en cuenta la gran importancia relativa del gasto en alimentación en los presupuestos de bajos niveles de renta, el poder adquisitivo de la gran masa de la población, por lo que se refie­ re a los otros bienes de consumo, tuvo que verse sensiblemente

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EL CASO BRITANICO

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reducido. Por otra parte, Colé mantiene que había una relación entre unos precios altos de los alimentos y un elevado crecimiento indus­ trial, y que cuando las buenas cosechas determinaron la reducción de los precios durante las décadas de 1730 y 1740, la producción indus­ trial se estancó (4). En la misma línea, Jones argumenta que el aumen­ to de los precios de los alimentos no eliminó el margen de renta dedicada a la compra de bienes de consumo; desde su punto de vista, a mediados del siglo xvm se produjo una edad de oro para el labrie­ go, lo que contribuyó a desarrollar su apetencia de productos manu­ facturados, hasta el punto de que en adelante estuvo dispuesto a trabajar más intensamente para satisfacer esta necesidad (23). Jones y Palkus han señalado las sustanciales mejoras que se pueden obser­ var en muchas pequeñas ciudades provinciales en forma de reedifi­ caciones en ladrillo y otras mejoras urbanísticas de la red viaria que reflejan un aumento general de la riqueza en estas áreas (25). Por otra parte, O ’Brien sugiere que las ventas de productos manufactu­ rados en las zonas agrícolas contribuyeron poco en el desarrollo de la Revolución industrial, y que, en general, los mercados para los bie­ nes industriales se encontraban en las ciudades (31). Piensa, además, que es puramente hipotética la idea de que un cambio en la distribu­ ción de la renta entre agricultores y trabajadores asalariados del cam­ po, favorable a los primeros, aumentara la demanda de productos manufacturados y el nivel de ahorro. Hasta ahora la discusión ha versado sobre los cambios en los precios. O ’Brien va más lejos y sugiere que, puesto que las relaciones reales de intercambio favore­ cieron a los agricultores durante algún tiempo con posterioridad a 1740, es posible que ello contribuyera a limitar la capacidad de cambio de la agricultura, por lo que no es de extrañar que los econo­ mistas de la época estuvieran preocupados por la disminución de las ganancias. No obstante, E. L. Jones, en una serie de artículos, ha expuesto de manera brillante los cambios agrícolas (23 y 24). Está convencido de que la producción agraria sólo creció un 40 por 100 durante el siglo xvm , en contraste con un aumento del 45-55 por 100 a lo largo del siglo xvu, crecimiento que estuvo asociado a algu­ na mejora de la calidad de los productos y en la esfera de su distri­ bución. Más impórtame que el aumento de producción fue el de productividad. La superficie cultivada aumentó poco y, aun cuando la reducción de los barbechos coadyuvó a ello, la producción por unidad de superficie debió crecer en un >0 por 100. Una mayor espe-

44

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

ciaüzación dio lugar a un uso más eficiente de la tierra; los suelos ligeros se dedicaron a la labranza, y los pesados a pastos permanentes. La agricultura mixta — consistente en una rotación de cultivos orien­ tada, en gran parte, a la obtención de productos destinados a alimen­ tar ganado estabulado— conservó la fertilidad del suelo, el peor problema de la agricultura tradicional. Fue el gran dinamismo de la agricultura cerealística lo que diferenció a Gran Bretaña de otros países, mediante importantes innovaciones en los cultivos y rotacio­ nes en los suelos ligeros muy adecuados para tales experimentaciones, en tanto que una acusada protección institucional al terrateniente estimuló dichas inversiones. En realidad, el resultado, a lo largo del siglo xviii, de la utilización, cada vez con mayor amplitud, de técni­ cas desarrolladas en el siglo xvn, fue mucho más importante que los cambios organizativos en el sistema institucional, tales como las «enclosures». Esto estuvo acompañado de un claro aumento de la productividad del trabajo, ya que durante el siglo xvm la oferta de trabajo en la agricultura creció en un 13 por 100, mientras que la población aumentó el 57 por 100. Quizás el incremento de la pro­ ducción no fue tan importante en relación con el crecimiento de la población —de ahí los viejos temores malthusianos de la época— , pero ello tuvo como compensación la liberalización de fuerza de tra­ bajo para el desarrollo de otros sectores de la economía. Se ha esgri­ mido que la nueva agricultura requería más fuerza de trabajo y que la población rural aumentó por doquier. Por consiguiente, fue el aumento de población lo que aportó la fuerza de trabajo industrial; pero dada la creciente productividad del trabajo en el sector agrícola, la industrialización hubiera podido tener lugar sin un crecimiento de la población o un aumento de los precios agrícolas o de las impor­ taciones, aunque también es obvio que el crecimiento que en realidad se dio fue demasiado rápido para que se hubiese podido sostener sin esas condiciones. Pollard sostiene al respecto que, a causa del ritmo en que se produjeron las transformaciones, la importancia que tuvo para la economía el éxodo de fuerza de trabajo procedente de la agri­ cultura no fue, relativamente, tan elevada (34). Él calcula que, entre 1750 y 1801, posiblemente 200.000 personas abandonaron la agri­ cultura, mientras que el aumento de la población trabajadora no agrícola superó el millón de personas. Sea cual fuera el punto de vista que se adopte sobre el papel del sector agrícola, el comercio exterior no parece habçr tenido una impor-

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c a s o b r it á n ic o

(4 9

tanda significativa en el desarrollo de la demanda. El detallado trabajo de Ralph Davis y Crouzet muestra que el comercio exterior no desem­ peñó un papel importante en el surgimiento de la Revolución indus­ trial, ni siquiera como elemento de apoyo en la primera etapa de su desarrollo (12 y 13). A mediados d d siglo XVW hubo un modesto boom de las exportaciones que comportó cierto impulso expansivo para la industria, pero sus efectos fueron pasajeros y quedaron limi­ tados a favorecer las actividades ya existentes, más que aquéllas don­ de se desarrollaba el cambio tecnológico. La opinión de que el aumen­ to de las exportadones de tejidos de algodón a África y las Indias Occidentales tuvo importancia en d desarrollo de la industria algo­ donera pasa por alto que este aumento fue sólo transitorio. En 1760 las exportaciones de tejidos de algodón se cifraron en unas 300.000 libras esterlinas, representando, quizá, la mitad de la produedón total, mientras que durante d trienio de 1784-1786 tales exportadones ascendieron a tan sólo un promedio anual de 100.000 libras esterli­ nas, equivalente al 13 por 100 de la producción total de tejidos de algodón, en tanto que las ventas en el mercado interior crecían du­ rante dicho período de 300.000 a unas 700.000 libras esterlinas. Las industrias metalúrgicas resultaron más benefidadas gradas a las exporladones de davos, armas de fuego, cuchillería y herramientas; los géneros de lana también se vieron favoreddos por la demanda nor­ teamericana, pero esto tuvo lugar en una época en que el cambio tecnológico en esta industria era mínimo. El credmiento del comer­ cio exterior después de 1780 fue hasta cierto punto una consecuencia de los años anómalos de la guerra de la Independenda norteamerica­ na, y posiblemente no fue hasta la década de 1790 cuando la econo­ mía empezó a experimentar un crecimiento basado en las exporta­ ciones de las industrias de nueva tecnología. En términos generales, se puede decir que el comercio exterior fortaleció la base de la economía durante el siglo xvm , pero no incidió directamente en su crecimiento hasta poco antes de 1800. Las cifras de Crouzet muestran que a pesar de que el volumen de las exportaciones de tejidos de algodón casi se multiplicó por cinco de 1780-1782 a 1790-1792, dado el bajo nivel de partida, las mismas sólo contribuyeron en un 16 por 100 al cre­ cimiento global de las exportaciones. De 1792 a 1802 las exporta­ ciones de tejidos de algodón alcanzaron la asombrosa tasa de creci­ miento anual de un 17,3 por 100, y entre 1794-1796 y 1804-1806 aportaron tres cuartas partes del aumento del 72 por 100 registrado

46

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

por las exportaciones británicas en dicho período. Obviamente, las exportaciones empezaron a desempeñar un papel más importante una vez iniciada la revolución tecnológica en la industria. El cambio tec­ nológico y el rápido crecimiento de la industria siderúrgica tuvieron poco que ver con cualquier aumento de la relación entre exportacio­ nes y producción, y casi toda su producción adicional fue absorbida por el mercado interior, en parte, por efecto de la sustitución de im­ portaciones. La proporción de las exportaciones sobre la renta nacional, antes de 1780, fue ciertamente modesta (generalmente por debajo del 10 por 100), si bien en los 20 años siguientes alcanzó el 18 por 100. Crouzet apunta que hasta mediados del siglo permaneció muy esta­ ble efectuando las valoraciones a precios constantes. Aunque no hubo una alteración en términos reales de la magnitud de las exportaciones, es chocante que en un momento en que la tasa de crecimiento de la producción industrial estaba en su punto culminante y en que casi no había competencia internacional, no se registrara un incremento relativo del sector exportador. Sólo después de 1850 la economía británica se convirtió en verdaderamente exportadora. Sin embargo, es importante constatar que en el siglo xvm no había un problema de balanza de pagos; el crecimiento no estaba de ninguna manera limitado por una incapacidad de importar, y de hecho las importa­ ciones aumentaron más rápidamente que la renta nacional. Pero aparte de este efecto de escasa intensidad sobre la economía, las exportaciones no fomentaron el desarrollo de nuevas tecnologías hasta que la Revolución industrial estaba ya iniciada a finales de siglo. Tampoco conocemos bien las fuerzas que fomentaron el creci­ miento de las exportaciones. Cabe preguntarse si la demanda exte­ rior era exógena, es decir, si surgió del incremento de la demanda británica de bienes procedentes del extranjero, o si el crecimiento interno comportó una mayor productividad del sector exportador. Cualquier hipótesis acerca de una interacción directa entre las impor­ taciones y las exportaciones requiere un análisis de los mecanismos y de los mercados implicados mucho más preciso del que, en el presente, estamos en condiciones de efectuar. La mayor productividad fue un elemento fundamental después de 1790, pero la respuesta no es tan obvia por lo que respecta a los años anteriorse. Ciertamente, Gran Bretaña pudo aumentar sus importaciones a lo largo del siglo xvm sin que se deterioraran las relaciones reales de intercambio de su comercio

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exterior, y Davis subraya los aumentos de la renta y la prosperidad de los mercados exteriores (13). Gran Bretaña comerciaba con productos con una demanda de elasticidad-renta relativamente elevada y en muy iliversos mercados, especialmente en el Nuevo Mundo, la curva de la demanda de bienes británicos estaba desplazándose claramente hacia la derecha.

4.

La

financiación de la

R evolución

industrial

Así pues, aunque muchos autores ponen toda su atención en los elementos de la demanda, quedan muchas cuestiones por aclarar. La alternativa sería poner un mayor énfasis en los factores de la oferta (por ejemplo, el cambio tecnológico, la oferta de capital, las mejoras en la organización del transporte, etc.). Hay quien ve la economía del siglo xviii caracterizada por el subempleo, temblorosa al borde de un exceso de ahorro que comportara tipos de interés decrecientes, con propensión al endeudamiento gubernamental en período de guerra, y con una deuda exterior que no se liquidó hasta después de 1783, pese a los adelantos en la industria y en el transporte. Crouzet también sugiere que hubo muy pocos casos de inversiones directas de capital colonial en las nuevas industrias. Éste fue utili­ zado, en su mayor parte, para comprar tierras o valores del Esta­ do (11). Además, Mathias y O ’Brien han mostrado que hubo un gran aumento de la presión fiscal a lo largo del siglo (26). El peso de la imposición per cápita se multiplicó por 2,5 y el volumen de la recaudación fiscal, respecto a la renta nacional, creció del 9 por 100 en 1700 al 15 por 100 en 1790, en gran parte a consecuencia de las guerras de Marlborough. La escalada de la transferencia de renta, conseguida fundamentalmente mediante derechos de aduana e impues­ tos sobre el consumo interior, fue, por consiguiente, importante y debió afectar a la masa de la población. Si los impuestos hubieran sido más bajos, parece probable que el consumo habría aumentado más que el ahorro, aunque por supuesto la industria se benefició directamente de los efectos de los gastos militares. Pero dejando aparte las expansiones de los periodos bélicos, ello constituyó un elemento tendente a fomentar la depresión de la actividad económica. En tanto que Crafts ha indicado que la formación de capital tuvo un papel muy importante, que explica en una tercera parte la acele­

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LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

ración del crecimiento registrado durante el siglo x vm , y ello sin tener en cuenta el progreso tecnológico derivado del aumento del capital, por lo que la facilidad con que el capital era acumulado es altamente significativa (9). La cuestión de la naturaleza de la acumulación de capital ya no llama la atención como antes. Se ha aceptado que, inicialmente, el capital fijo fue menos importante que el capital circulante y que el desarrollo de la economía, al menos en parte, no comportó tanto un aumento de la tasa de inversión, como una orientación de la inversión hacia formas modernas de acumulación de capital. Chapman ha señalado que en la industria algodonera la disponibilidad de capi­ tal circulante empezó a causar problemas a medida que la industria aumentó su volumen (2). Había un amplio y cambiante grupo de industriales que buscaba dinero para financiar sus ventas en mercados de exportación cada vez más distantes, que dependía de un sistema financiero inexperto en este tipo de negocios. Los recursos de los bancos locales eran insuficientes, y sólo las grandes firmas podían esperar ayuda de Londres. Pero con el tiempo surgió un nuevo siste­ ma de casas de descuento y bancos comerciales que facilitaban crédi­ tos para la exportación, aunque el manufacturero aún tenía que asumir riesgos considerables, ya que, por lo general, debía dejar en garantía el depósito de un tercio del total facturado. ¿Por qué acep­ taba estos riesgos? La respuesta parece estar en la extrema competitividad del mercado interior después de mediados de la década de 1820, que obligaba a los fabricantes a pensar cada vez más en los mercados ultramarinos si querían obtener algún margen de beneficio. Se ha dicho que la imposición de la banca de no conceder prés­ tamos a largo plazo a la industria respondía a una estratagema de aquélla, empeñada en que se aceptara como norma el crédito a corto plazo. No obstante, si los clientes importantes se encontraban en dificultades, a menudo recibían préstamos a largo plazo. Jones se pregunta si fue, de hecho, tan importante la famosa serie de acuerdos bancarios por la que los excedentes de los beneficios acumulados en las explotaciones agrarias del sur y el este eran transferidos para proporcionar préstamos a corto plazo en las áreas industriales del norte (23). Señala que las necesidades crediticias de los agricultores eran elevadas entre la siembra y la cosecha, lo que hacía preciso una transferencia de signo contrario, en tanto que los industriales estaban, probablemente, acumulando existencias para su comercialización des­

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pués de la cosecha, y las necesidades crediticias en todo el país debían de ser altas antes de la cosecha, con pocas posibilidades de transferir fondos de un área a otra. Se ha planteado una cuestión más específica respecto al crecimiento de la economía escocesa; se trata del papel desempeñado por el comercio del tabaco como elemento impulsor del desarrollo del conjunto de dicha economía (15 y 16). En la actua­ lidad, pocos consideran que tuviera un papel comparable al de la industria linera en cuanto a efectos secundarios (cabe señalar a este respecto que en Escocia la industria linera financió en gran parte el desarrollo de la industria algodonera). En definitiva, no parece que el mencionado comercio tuviera mucha influencia en la industrializa­ ción del oeste de Escocia a finales del siglo xvm ; pero tampoco merece mucha atención la reciente tendencia a restringir la influencia del comercio de tránsito y distribución a un sector muy pequeño de la economía. Está claro que tal comercio comportó poco empleo directo y sólo pequeñas compras de bienes por parte de los mismos comerciantes. No obstante, actualmente se piensa que su verdadera importancia se encuentra en su contribución al desarrollo del sistema financiero escocés, ya que la economía no hubiera traspasado el um­ bral de la industrialización sin una ampliación de las disponibilidades líquidas, cuya escasez había otorgado a Escocia la reputación de ser uno de los países más pobres de Europa a principios del siglo xvm . El contraste entre las economías escocesa e inglesa a este respecto es muy acusado. El cambio tecnológico pudo haber sido ocasionado, fundamen­ talmente, por el desarrollo de la demanda, pero la relación entre estos dos fenómenos es sumamente tenue; y de la misma manera que no es fácil determinar las causas del incremento de la demanda, tampoco está claro que hubiera una importante escasez de mano de obra detrás del cambio tecnológico. Por otra parte, tenemos también la cuestión de las invenciones derivadas de los avances puramente científicos. Se han elaborado estudios sobre el desarrollo de los cono­ cimientos científicos, cuyo común denominador ha sido el de que no han mostrado una relación precisa entre ciencia e inventos, aun cuando falta profundizar en el estudio del papel estratégico de deter­ minadas invenciones, basadas o no en la ciencia, que pudieran haber tenido un efecto desproporcionado sobre el desarrollo industrial. No parece haber razón para poner en duda la opinión de Landes de que las nuevas tecnologías tuvieron un origen esencialmente empírico, 4.

— NADAL

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LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

pero las excepciones pueden haber sido cruciales. La ciencia pudo haber trastornado todo el saber tradicional y hacer posible un com­ portamiento más racional ante el conocimiento, pero precisar en qué áreas este nuevo espíritu consiguió estimular la inversión indus­ trial es otra cuestión. Es muy posible que el espíritu de la Ilustración escocesa influyera profundamente en la experimentación e inversión en los fértiles suelos de Escocia oriental por parte de los terratenien­ tes y que promoviera la investigación científica en la totalidad de Gran Bretaña. Pero otra cosa es saber hasta qué punto hizo progre­ sar a los pequeños industriales de Dcrbyshire y Lancashire.

5.

Los PORQUÉS DE UNA SUPREMACÍA

La cuestión de los factores determinantes de la oferta y la deman­ da en la Revolución industrial está inevitablemente relacionada con la de por qué Gran Bretaña fue el primer país en experimentar dicho proceso. La surtida lista de explicaciones continúa incrementándose, pero, desde otro punto de vista, Crafts ha esgrimido recientemente el ingenioso argumento de que quizá fuera puramente fortuito el hecho de que Gran Bretaña se industrializara antes que Francia, con la salvedad de que es difícil imaginar que cualquier otro país estuviera realmente participando en dicha «carrera» durante el siglo xvm ( 6). En su opinión, el hecho de que Gran Bretaña estuviera claramente adelantada en cuanto a nuevas industrias en 1790, no implica que en 1740 tuviera mayores posibilidades de éxito. Es habitual la consi­ deración de que los fundamentos del crecimiento británico se encuen­ tran en los cambios económicos y sociales de los siglos xvi y xvn, pero esto sólo explica por qué Inglaterra (y no Escocia, por ejemplo) estaba entre las favoritas en la aventura de la industrialización, no por qué cobró ventaja sobre Francia. El argumento de que en Gran Bretaña hubo un crecimiento más rápido de la demanda está clara­ mente sujeto a discusión, asi como la suposición de que había una más ágil oferta de capital, de iniciativas empresariales y de capacidad técnica. Las diferentes máquinas de hilar — accionadas, primero, me­ diante fuerza humana y, después, a través de la fuerza hidráulica y el vapor— fueron acontecimientos decisivos desde un punto de vista tecnológico, aunque quizás el éxito inglés en este terreno fue en gran parte debido a pura casualidad. Pollard también ha prevenido

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contra un excesivo énfasis sobre la disponibilidad de recursos natu­ rales (35). Éstos ofrecen amplios cauces para un despegue en una determinada localización, pero las circunstancias decisivas son las motivaciones y el proceso de maduración que conducen a explotarlos. ¿Impulsó el carbón la aparición de las industrias pesadas británicas o, por el contrario, sucedió que cuando el proceso de industrializa­ ción en dicho país llegó a su maduración se desarrolló una tecnología basada en el aprovechamiento de las reservas de carbón allí existentes, como podría haberse desarrollado una tecnología adecuada a com­ bustibles como el petróleo o la madera si hubiera sido necesario? Los dos argumentos son intencionadamente exagerados —la tecnología del carbón en las industrias siderúrgica y del vidrio, por ejemplo, no puede reducirse a una cuestión de elección entre diferentes alterna­ tivas energéticas— , pero es útil para clarificar la cuestión planteada. A este respecto, la atención se ha centrado en el potencial acumula­ tivo del crecimiento regional británico. Fueran cuales fueran las cau­ sas básicas de la Revolución industrial, está claro que muchas zonas de Gran Bretaña, por varias razones, se encontraban preparadas para aprovechar las nuevas tecnologías; y esta variedad de progresos y cualidades regionales fue de gran provecho para el conjunto de la economía británica. Cualesquiera que fueran las ventajas comparativas de una determinada región del continente europeo, la existencia en Gran Bretaña de un grupo de regiones en una situación privilegiada fue una ventaja particular.

6.

La

resistencia a la proletarización

Siguiendo el reciente estudio sobre la protoindustrialización, l’ollard ha analizado brillantemente las conexiones entre el desarrollo rural y el urbano (27, 34 y 37). El empleo industrial se concentró en úreas que nunca habían tenido mucho potencial agrícola, como los l’cnnines, o que habían quedado en una situación desventajosa por efecto de los cambios agrícolas del siglo anterior, como el área de tierras arcillosas de las Midlands; y eran estas «viejas» regiones indus­ triales las que iban a transformarse con las nuevas técnicas. Pero ésta no era la protoindustrialización observada en el continente, donde campesinos desesperadamente pobres estaban luchando por encontrar un trabajo alternativo. Se trataba de un desarrollo que surgía de una

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LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

rápida expansión agrícola asociada con una emigración de mano de obra, tanto cualificada como no cualificada, hacia las áreas industriales de Lancashire, Sheffield y Yorkshire occidental, no para huir de una absoluta miseria, sino para buscar salarios más altos. Cualquier centro industrial atrajo mano de obra procedente de las zonas de suelos pobres de la región, pero esta oferta de fuerza de trabajo era limi­ tada, y el proceso por el cual el campesino se convirtió en asalariado fue muy complejo (23 y 24). Una parte considerable del campesinado pobre se resistió a ser absorbida por el sector industrial y prefirió vivir en la pobreza en las regiones agrícolas del sur y del este del país. Las dificultades de transporte, la ignorancia y el miedo dificul­ taron la movilidad, y los terratenientes y agricultores locales aproba­ ron el pago de limosnas mediante la «ley de los pobres» para conser­ var la oferta de su fuerza de trabajo durante los meses de verano. No había una economía dual en el sentido de que los industriales pudie­ ran atraer rápidamente reservas de fuerza de trabajo, una vez que la Revolución industrial estuvo en marcha. Los jornaleros del sur po­ drían haber emigrado a cortas distancias, pero cuando finalmente decidían abandonar su región solían dirigirse a ultramar. Incluso en las parroquias del norte de Inglaterra algo distantes de las áreas indus­ triales tenían excedentes de fuerza de trabajo. Fueron los trabajado­ res irlandeses los que acudieron a realizar los trabajos no cualifica­ dos; los escoceses de las Lowlands se desplazaron hacia el sur a fin de aprovechar al máximo sus conocimientos, y los de las Highlands lo hicieron hacia las Lowlands. En resumidas cuentas, la Revolución industrial en Inglaterra y en el oeste de Escocia reunía las condiciones necesarias para alcanzar el éxito; existía un crecimiento rápido, y también un excedente de fuerza de trabajo. El incremento de la población, junto con la emigración de trabajadores desde Irlanda y las Highlands de Escocia, actuó sobre el mercado de trabajo no tanto en el sentido de que propiciara la formación de una gran reserva de trabajo asalariado, puesto que la demanda de fuerza de trabajo creció con el aumento de la población, sino de facilitar, con el crecimiento de la oferta de trabajo, el traspaso de trabajadores de unas a otras industrias que la Revolución industrial demandaba. Por otra parte, los efectos de la emigración fueron desastrosos para Irlanda. Aunque había mano de obra barata y la ausencia de carbón no era una desventaja insuperable para el desarrollo de una industria textil, por ejemplo, en la que los costes del combustible

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EL CASO BRITANICO

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eran relativamente bajos, la emigración de trabajadores irlandeses hacia las áreas de temprana industrialización en Inglaterra cobró tal extensión que los salarios de los obreros cualificados que permane­ cieron en Irlanda eran altos en comparación con el nivel de los ingle­ ses (30). En un artículo, todavía sin publicar, T. C. Smout muestra cómo en Escocia, en contraste a lo que sucedió en Irlanda, la indust ria del lino se desarrolló de una manera más favorable para el con­ junto de la economía. En Irlanda la fibra era en su totalidad produ­ cida en el propio país, mientras que Escocia importaba el lino en su mayor parte, ya que este cultivo no se adaptó provechosamente al clima escocés. En consecuencia, en Escocia la manufactura de lino se distanció cada vez más de la agricultura, y surgió una fuerza de tra­ bajo cualificada desvinculada del trabajo de la tierra. En Irlanda la industria doméstica familiar estaba unida a la pequeña explotación campesina, dando lugar a la consiguiente aglomeración de población en el campo y a una carencia de flexibilidad. La industria del lino creció muy rápidamente en Escoda, y hada 1775 ocupaba a una per­ sona de cada una de las familias en edad de formar parte integrante ile la población activa. Fue una forma de protoindustrialización más parecida a la que se dio en países como Dinamarca y en algunos esta­ dos alemanes que a la que tuvo lugar en Inglaterra, que no estuvo basada en la tecnología o modos de organizadón sofisticados, pero Escocia tuvo la gran ventaja de ser capaz de conectar rápidamente con la corriente dinamizadora procedente de la Revoludón industrial inglesa.

7. E l VAPOR, EL HIERRO Y EL ALGODÓN EN LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

El estudio más notable realizado sobre una industria particular es el análisis de Von Tunzelmann respecto al papel de la energía de vapor en la industrialización británica, en vista del papel crucial atribuido al vapor por muchos estudiosos (39). Se ha dicho que sin él no se hubieran podido utilizar los otros grandes inventos; la radi­ cal reducción del coste de la energía y la movilidad de localización que ello proporcionó fueron elementos vitales en la transformación de la economía. Para verificar estas hipótesis, Von Tunzelmann exa­ mina dos cuestiones: las conexiones hacia atrás y hacia adelante y

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calcula también el ahorro social derivado de la utilización de la ener­ gía de vapor. Opina que la conexión hacia atrás, por lo que se reitere a la industria siderúrgica, ha sido muy pequeña; la demanda acumu­ lada derivada de la construcción de todas las máquinas Boulton y W att durante los 31 años en que tuvieron la patente de su fabrica­ ción, entre 1769-1800, sólo representaron alrededor del 6 por 100 de la producción de lingote de hierro colado en el año 1800. De la misma manera, el estudio de Hyde sugiere que las máquinas de W att no eran indispensables para el desarrollo de un sistema de fundición de metales fundamentado en el uso del coque, porque, como apunta­ ron Ashton y otros, el mismo exigía utilizar un enorme alto hor­ no (2 1 ). En este sentido cabe señalar que en 1775 ya había 30 hornos de coque en funcionamiento, aunque resulta obvio que la máquina de vapor contribuyó a desarrollar y a difundir la nueva técnica. El im­ pacto directo de la utilización de la energía de vapor sobre la indus­ tria hullera fue mucho mayor. En 1800 el consumo de las máquinas de vapor de todo tipo representó una décima parte de la produc­ ción de hulla, y entre 1800 y 1850 la demanda generada por las máquinas fijas determinó entre una sexta y una octava parte del aumento experimentado por la producción hullera. El profesor Flinn está haciendo un estudio, integrado en un trabajo de carácter más amplio, sobre las consecuencias de la creciente demanda de carbón en el siglo xvni a partir de este y otros componentes, en especial por parte de la industria siderúrgica. Una de sus más notables con­ clusiones parece ser la de que, aun cuando las mejoras tecnológicas no fueron demasiado espectaculares —en cuanto al sistema de extrac­ ción, ventilación y transporte en el interior de las minas— , y que se concentraron sobre todo en la mejora del transporte de superficie, el precio real del carbón permaneció estable a lo largo de todo el período de la Revolución industrial. El hecho de que la industria pudiera desarrollarse fácilmente, basándose en gran parte en los cam­ pos de actividad ya existentes, fue, por lo menos, un importante factor permisivo del éxito de la Revolución industrial. La máquina de vapor no fue de mucha importancia para las nuevas tecnologías del textil hasta bien entrado el siglo xix. Hacia 1800, por lo que se refiere a la hilatura algodonera, sólo una cuarta parte del hilo producido estaba relacionada con la utilización de este ele­ mento motor. No empezó a tener un mayor impacto hasta la aparición de las máquinas automáticas de hilar (self-acting mulé) y la difu­

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sión del telar mecánico, es decir, de una tecnología con un consumo energético muy intensivo, en la tercera década del siglo xix. Según los cálculos de Flinn, el ahorro social de todas las máquinas W att respecto a las máquinas de vapor de tipo atmosférico en 1800 fue del 0,11 por 100 de la renta nacional; si se parte del postulado de la no existencia de otras máquinas de vapor, entonces el ahorro alcanza el 0,2 por 100, aunque ello signifique ignorar la posibilidad de sus­ tituir la energía a vapor mediante energía eólica o el empleo de caba­ llerías. Los cálculos son arriesgados, sobre todo porque es difícil determinar los costes de la energía hidráulica en el supuesto de la no existencia de la máquina de vapor; pero incluso tomando en consideración este margen de error, el ahorro es muy pequeño. Desde 1800 hasta principios de la década de 1840, el precio de la energía de vapor no disminuyó. Aparte de su impacto directo en la mine­ ría del carbón y, en un menor grado, en la industria de construcciones mecánicas, lo que el vapor comportó no fue tanto un abaratamiento de los costes medios de la industria, sino posibilitar que el crecimien­ to se desarrollara exento, en gran medida, de limitaciones por lo que respecta a la oferta energética, de la que se pudo disponer a unos costes más o menos constantes. El estudio de Hyde sobre la industria siderúrgica modifica con­ siderablemente las conclusiones de Ashton acerca de los factores que determinaron su modelo de desarrollo, sin cambiar, significativamen­ te, nuestra comprensión del papel desempeñado por la misma en los cambios del último cuarto del siglo xvm (21). Ashton postuló que la lenta adopción del sistema de fundición de coque hasta 1750 se debió, por una parte, al desconocimiento de esta técnica y, por otra, n la calidad especial del carbón de Coalbrookdale. Hyde ha mostrado que ambas hipótesis son infundadas. Es cierto, como también apuntó Ashton, que el lingote obtenido a base de la utilización de coque era de inferior calidad al producido con carbón vegetal, lo que debería haberse reflejado en diferencias de precio. El problema estribaba en que incluso en Coalbrookdale la producción de lingote producido a base de carbón vegetal era más barata que la del lingote de coque, y la producción de éste habría sido aún más cara en otros posibles emplazamientos. Darby eligió Coalbrookdale simplemente porque el lingote de coque era más adecuado para la producción de piezas mol­ deadas, realizada con una nueva técnica que él había desarrollado. Después de 1750 la situación cambió, y a finales de dicha década el

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coste total del lingote de coque se hallaba sensiblemente por debajo del variable coste del lingote producido con carbón vegetal. Este cambio se produjo porque el precio del carbón vegetal subió brusca­ mente al aumentar la demanda de hierro sin que se hubieran produ­ cido avances en la tecnología del sistema de fundición, mientras que el precio del coque empezó a bajar rápidamente debido, en parte, a la mejora de los métodos de producción y a causa del descenso rela­ tivo del precio de la hulla en relación al del carbón vegetal. Conse­ cuentemente, el sistema de fundición basado en el uso del coque se extendió — pero no por efecto, como argumentó Ashton, de que regis­ trara un salto cualitativo hacia mediados de siglo— , y de ello se derivaron grandes beneficios, lo cual no se correspondió, en igual proporción, por una óptima canalización de los recursos hacia una in­ dustria geográficamente remota y que se caracterizaba por una alta inversión inicial. Pese a ello, los establecimientos siderúrgicos que utilizaban carbón vegetal perduraron, y tampoco dejaron de funcio­ nar ante las importaciones de hierro en barras sueco. Unos precios más bajos pudieron haber eliminado muchos de ellos, pero en poco habrían favorecido la difusión de la siderurgia de coque, ya que las localizaciones de los establecimientos que usaban carbón vegetal eran inadecuadas para los que utilizaban el nuevo proceso. Por otra parte, los elevados precios del hierro ayudaron a vencer los temores de los que pensaban invertir en esta industria, y los grandes beneficios ofre­ cidos por la misma fueron, en su mayor parte, reinvertidos. Es de lamentar que Hyde no precise en qué era utilizado el hierro produ­ cido. La sustitución por las importaciones explica sólo en una pequeña parte el crecimiento de la producción, y durante el siglo xvm había poca demanda de hierro para la construcción de maquinaria. Proba­ blemente hubo un acusado aumento de la demanda de raíles de hierro para las vagonetas de los carriles mineros, pero todavía es necesaria mucha más investigación al respecto. Los recientes escritos sobre la industria algodonera parece que tratan, principalmente, de refutar el intento de Deane y Colé de cuestionar el papel de la misma en el desarrollo de la Revolución industrial. Ya hemos visto cómo Davis y Crouzet la rehabilitaron como una destacada fuerza motriz del crecimiento, en relación con el desarrollo de las exportaciones a partir de los años de 1790. Deane y Colé señalaron que en 1800 la industria algodonera empleó alrede­ dor del 5 por 100 de la fuerza de trabajo, que es una cifra significa­

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tiva, pero no superior a la de la ocupación generada por la industria siderúrgica, lo que les llevó a la conclusión de que difícilmente pudo ser el motor del desarrollo industrial (14). No obstante, entre 1782 y 1820 la industria algodonera contribuyó en un 13 por 100, apro­ ximadamente, al crecimiento de la renta nacional, una contribución considerablemente superior a la aportada por la industria siderúrgica. Chapman señala que Deane y Colé no tuvieron en cuenta los sectores de acabado de la mencionada industria — tinte, blanqueo, y sobre todo el estampado— , y que la misma absorbía quizás un 7 por 100 de la fuerza de trabajo ocupada en el sector industrial en 1800, una proporción bastante más alta que la de la industria siderúrgica, que además tenía a sus espaldas un período de desarrollo mucho más largo (1). Por otra parte, Chapman apunta que, en cierto modo por la misma razón, Deane y Colé estimaron muy groseramente el cocien­ te entre capital y producción en la industria algodonera, situándolo en un 1/1,2 para 1801-1803, cuando podría muy bien haber alcan­ zado un 1/6 o 7. Incluso dejando a un lado este cálculo extremo, es probable que los efectos multiplicadores de la inversión en el sector algodonero fueran mucho mayores de lo que se ha supuesto. Las conexiones hacia adelante no fueron importantes en esta industria, ya que no propició el desarrollo de actividades dedicadas a la elabo­ ración de productos acabados tales como la confección de alfombras, calcetería y prendas de vestir en la medida en que lo hizo, por ejemplo, la industria lanera. La industria algodonera era también menos importante para la economía de lo que los contemporáneos al parecer pensaban, debido a que la materia prima significaba un alto porcentaje del coste de producción y a que la misma era enteramente importada. Por otra parte, las conexiones hacia atrás fueron muy importantes por efecto de la aplicación de la maquinaria de la indus­ tria del algodón al trabajo de otras fibras, así como por el impulso proporcionado a la siderurgia y a la industria de construcciones mecá­ nicas y a la construcción de edificios con elementos de hierro.

8.

Los PROTAGONISTAS DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Se han hecho relativamente pocos progresos en el que una vez fue un tema favorito de los historiadores: los orígenes y naturaleza del empresario. En una conferencia dada en Nueva York y todavía

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LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

no publicada, Crouzet expuso los resultados de un estudio que ha realizado sobre dicha cuestión, basado en un amplio conjunto de fuentes documentales. Esta aportación no altera de un modo signifi­ cativo el modelo aceptado. La mayoría de los industriales provenían de la clase media; sus padres eran pequeños agricultores, comercian­ tes o manufactureros moderadamente ricos; tenían alguna posición en la sociedad local, lo cual les ayudó a obtener créditos cuando los necesitaron. Algunos emergieron del seno de las clases bajas, aunque raramente de entre los sectores más pobres de la sociedad. Por lo que se refiere a la industria del algodón, algunas fábricas fueron levantadas por hombres humildes, que en su mayor parte no pasaron de pequeños industriales, aun cuando hubo excepciones, como las de Arkwright, McConnel y Kennedy. En las manufacturas metalúrgicas de Birmingham, algunos se convirtieron en pequeños industriales y raramente pasaron de esa condición, aunque Josiah Masón hizo una fortuna con la fabricación de plumas de acero. La mayoría de los fundadores de los establecimientos dedicados a la metalurgia y a las construcciones mecánicas eran trabajadores, aun cuando se trataba siempre de trabajadores cualificados. Pese a ello, es sorprendente el hecho de los limitados progresos conseguidos por estos hombres en una época en la que las oportunidades de ascenso social (self-made men) debieron haber sido grandes. El estudio de Rubinstein sobre la riqueza en Gran Bretaña llega a la conclusión de que si bien algunos industriales se enriquecieron mucho — Peel, Arkwright y Crawshay eran millonarios— , en general, no hicieron las mismas fortunas que aquellos que se dedicaron al comercio y a las finanzas (38). Respecto a los conocidos problemas de la afiliación religiosa de los empresarios, señala que la proporción de disidentes entre los ricos desvinculados de la posesión de tierras no era alta; los anglicanos se enriquecieron más a menudo a través del comercio y de los negocios, ya que pocos emprendieron actividades industriales, aunque algunos triunfaron en este campo, como por ejemplo Arkwright, Peel, Stephenson y Brassey. Por otra parte, Rubinstein difiere de la opinión de que ciertos grupos religiosos fueron más prósperos que otros por cualquier tipo de razón inherente a tales creencias, sino sencillamente porque algunas ocupaciones eran intrínsecamente más provechosas que otras. Parece que los industriales, con raras excepciones, cualquiera que fuera su religión, no pudieron ampliar sus negocios más allá de un cierto lími­ te, por mucho que lo intentaran. Esto, por supuesto, nos lleva direc­

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tamente a la cuestión de la condición cualitativa de los empresarios británicos. Se trata de un tema muy debatido, y se han hecho muchos esfuerzos para demostrar que, al margen de los resultados a largo plazo, los industriales —al menos por lo que respecta a las industrias del hierro y del algodón que son las áreas que principalmente se han estudiado— se comportaron racionalmente a corto plazo y no deben ser culpados de las deficiencias de la industria británica. Estas ideas no son comúnmente aceptadas, pero no está nada claro por qué un clima social que probablemente conducía a la Revolución industrial, de repente abandonó a la nación. Crouzet ha puesto en duda el razo­ namiento según el cual había una mayor movilidad social y un mejor «clima capitalista» en Gran Bretaña que en Francia, y ha remarcado que la Revolución industrial fue un fenómeno regional y que lo que cuenta son las actitudes regionales ante las nuevas oportunidades. La incapacidad de comprensión de que la pauta de vida social de la clase media alta de los condados de alrededor de Londres no es aplicable n las Midlands y al norte, ha comportado que muchas observaciones sean erróneas.

9.

U n balance insatisfactorio

Aunque hayan aparecido algunos excelentes estudios en la última década, nuestra comprensión de la Revolución industrial británica aún deja mucho que desear. Los mayores avances se han efectuado en la investigación de la revolución agrícola y en el modelo de proto¡ndustrialización al que aquélla dio lugar. El problema es que aún estamos lejos de determinar las causas fundamentales del cambio. ¿Adonde iba a parar todo ese hierro? ¿Qué mercados abastecían las industrias textiles? ¿Estaba fundamentado el crecimiento económico en la demanda generada por la transferencia de rentas y beneficios agrícolas a la clase media, o aceptamos la opinión de Chapman — res­ paldada por la aportación de Jones acerca de una edad dorada de los trabajadores del campo— de que en la expansión de la demanda participaron todas las clases y sería difícil «distinguir a la señora de la criada»? Quizás el mayor problema radique en que Deane y Colé obligaron a que todo el mundo fuera demasiado precavido. La desapasionada valoración de las elasticidades, conexiones y ahorros sociales —obtenidos mediante refinados cálculos aproximativos— ale­

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ja al lector desprevenido de la magnitud de los acontecimientos. La literatura actual no transmite la impresión de que estaba pasando algo que iba a transformar el mundo en breve plazo. Cuando hace 16 años David Landes escribía acerca de la cristalización de un efecto «multi­ plicador», o cuando Rostow se refería al «despegue», ambos se esfor­ zaban por explicar uno de los mayores acontecimientos de la historia. El «despegue» puede no haber sido más que otra expresión para caracterizar la Revolución industrial, pero por la amplitud de su visión está muy lejos de lo que los investigadores actuales entienden por dicho concepto. Por ahora, buscamos en vano planteamientos de amplitud totalizadora.

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13. 14. 15. 16. 17. 18.

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20. 21 . 22. 23. 24. 25. 26. 27. 28. 29.

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30. —, «Industrialisation and Poverty in I reí and and the Netherlands», Journal of Interdisciplinary History (invierno de 1980). 31. O’Brien, P. K., «Agriculture and the Industrial Revolution», Economic History Rcview (febrero de 1977). 32. O’Brien, P. K., y C. Keyder, Economic Crowtb in Britain and France 1780-1914, 1978. 33. Pollard, S., «Industrialisation and the European Economy», Eco­ nomic History Review (noviembre de 1973). 34. —,«Labour ¡n Great Britain», en Cambridge Economic History of Europe, 1978, vol. VII, parte I (hay trad. cast.: «El trabajo en Inglaterra», en Historia económica de Europa, VII. La economía industrial: capital, trabajo y empresa, parte 1 , Revista de Dere­ cho Privado - Editoriales de Derecho Reunidas, Madrid, 1982). 33. — , Región und Industrialisierung, 1980. 36. —, «A New Estímate of British Coal Production 1750-1850», Eco­ nomic History Review (mayo de 1980). 37. —,Peaceful Conquest, 1981. 38. Rubinstein, W. D., Men of Property, 1981. 39. Tunzelmann, G. N. von, Steam Power and British Industrialisation to 1860, 1978. 40. —, «Trends in Real Wages, 1750-1850, Revisited«, Economic His­ tory Review (febrero de 1979). 41. Wrigley y Schofield, British Population History, de próxima publi­ cación.

Pierre Lebrun

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA: UN ANÁLISIS EN TÉRMINOS DE ESTRUCTURA GENÉTICA El tema del coloquio en el cual tengo el honor de participar es, según tengo entendido, «el nivel y la articulación de los estudios» sobre la Revolución industrial más que la yuxtaposición de las des* cripciones de los procesos de industrialización seguidos por los distin­ tos países. Es evidente que un objetivo como éste supone aceptar la posibilidad de una historia comparativa, lo cual quiere decir que es posible integrar ésta en el método experimental. Por una parte, * la comparación diferencial sólo puede efectuarse entre sistemas rela­ tivamente homogéneos, a fin de que el número de factores no comu­ nes a estos sistemas sea pequeño. Por otra parte, los procesos de cada país deben ser diseccionados con objeto de extraer las características generales que se puedan transponer. Esto es lo que hemos inten­ tado hacer por lo que respecta a la Revolución industrial belga.1 No obstante, antes de llegar a este punto, o para llegar a él conveniente­ mente, nos ha parecido indispensable definir el marco conceptual de nuestro trabajo, es decir, el conjunto de conceptos históricos que constituyen nuestras herramientas de análisis y de formalización. Nuestra ponencia comprenderá, entonces, tres partes: 1 . El marco conceptual. 2 . Las características específicas de la Revolución industrial belga. 3. Una conclusión que resumirá nuestra aplicación —bastante imperfecta— de la noción de estructura genética.1 1. No existe un fenómeno de este tipo en los Países Bajos. La auténtica industrialización de éstos no empieza hasta el siglo xx, quizás incluso después de 1945.

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1. E l

marco conceptual 1

Pensamos que en la actualidad estamos asistiendo a la configu­ ración, lenta y difícil, de un nuevo paradigma histórico. La historia ha estado mediatizada durante mucho tiempo por una indecisión entre dos paradigmas igualmente insuficientes e invalida­ dos para las investigaciones concretas: el paradigma del «gran hom­ bre», independientemente de donde esté situado, y el paradigma del desarrollo reversible en forma de progreso, sean cuales fueran los determinismos, reconocidos o no. Todo el desarrollo de la ciencia histórica ha consistido en invalidar estos dos paradigmas, herencia desgraciada de los siglos anteriores, a la que hay que añadir una reciente y culpable ignorancia de los progresos —por otra parte inciertos— de las jóvenes ciencias humanas.1 2. No hemos dudado, en este apartado, en efectuar algunas precisiones de carácter epistemológico a fin de evitar toda confusión. Por el contrario, no hemos creido necesario abordar el problema de la metodología, especial­ mente de los métodos de la historia cuantitativa, para lo cual carecíamos de espacio. 3. La Kulturgeschicbie (K. Lamprecht), la Geislesgescbichte y las Geisleswissenscbaften (W. Dilthcy, W. Sombart, L. von Mises), el condicionamiento por el presente (R. Aron, M. G. Murphey), la necesidad del «comparativismo», de la cuantificación, de la intcrsectorialidad y de la superposición de las dura­ ciones (de los franceses P. Lacombe, F. Simiand, H . Berr, el gran M. Bloch, L. Febvre, F. Braudcl, hasta el presente equipo de los Aunóles) han sido hasta ahora los principales protagonistas de la reflexión histórica moderna. Ésta ha conseguido, al menos, desembarazarse de los viejos paradigmas. Se ha escrito un libro que considera que existe un paradigma de los Annoles y que éste es el tercero. Pese a su considerable papel innovador, creemos que los Annoles no han conseguido aún más que una aproximación al mencionado tercer para­ digma, con todas las exigencias que le reconocemos. Cf. T. Stoianovich, F rencb historícal method. The «Annoles» paradigm, introducción de F. Braudel, Lon­ dres, 1976, pp. 9-17. En un análisis parecido al nuestro, T. Stoianovich resume asi los tres paradigmas: 1) la historia es una recopilación de ejemplos, por tanto una guía para la acción; 2) la historia es una búsqueda de las leyes universales del desarrollo humano, al mismo tiempo que un análisis de los aspectos particulares de este desarrollo; 3) los miembros de la escuela de los Aisnales propondrían una fonclional-slructural bistory, según la cual la acción humana ya no es un ejemplo, sino una función, mientras que el cambio no es considerado como un progreso (un desarrollo regular, una continuidad), sino como una necesidad de nuevas funciones, un proceso de structuring, des-

tructuring and restructuring. Sobre el concepto de paradigma y sus aspectos sociales, cf. T. S. Kuhn,

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De hecho, la historia no dispone aún de un paradigma auténtica» mente científico. Es preciso reconocer que ésta ha tenido pocas fací* lidades al respecto. Al contrario que una ciencia particular como la economía, en la que el concepto de equilibrio económico general aún se mantiene — aunque con dificultades y experimentando importantes transformaciones—, la historia se enfrenta a dificultades tan genera­ les y complejas que sólo consigue aclarar con lentitud. La obra de Marx constituye, indiscutiblemente, una respuesta, pero el carácter materialista adscrito a su dialéctica adultera su significado. En cierto sentido, podemos decir con P. Vilar que todo historiador auténtico es marxista, pero añadiendo después que no puede serlo indefinida­ mente. Marx descubrió un hilo conductor, pero éste resulta insoste­ nible por razón dialéctica. Dicho esto, sólo queda la dialéctica. Y es sobre ella que debe erigirse, en última instancia, la superación de los pseudoparadigmas, de las confusiones y complejidades de las que hemos hablado, para resolver la oposición estructura-génesis, en la que nos hemos entretenido demasiado a menudo, inmovilizándonos en los análisis de equilibrio o en las descripciones del cambio. La noción de «estructura del cambio de estructura» o de «estructura genética» se convierte en la clave del nuevo paradigma: la génesis, The Slructure of Scientific Revolutions, University of Chicago Press, 1962 (hay trad. cast.: La estructura de las revoluciones científicas, Fondo de Cultura Económica, México, 1971). El concepto de paradigma tiene su origen en la obra del estudioso de la lógica Wittgenstein. Según la teoría de T. S. Kuhn, toda ciencia se organiza alrededor de un paradigma. Por este término debemos entender un consensus de los especialistas de una ciencia sobre: un campo delimitado de investigación (el ángulo, el punto de vista desde el cual se tra­ baja), un conjunto de técnicas operativas (la metodología), un conjunto de resultados adquiridos (el núcleo teórico central). Normalmente puestos al alcance de los estudiantes en los manuales de enseñanza superior (text-books), aquéllos acceden a estos resultados más por la práctica repetida de ejemplos y ejercicios que por un proceso de reflexión crítica. Este tipo de paradigma ofrece a todo investigador conformista una sensación de seguridad, de confort social, ya que planteará las preguntas que «hay que plantear», limitará su estudio evitando cuestionar el resto de la ciencia, utilizará habilidades recono­ cidas con las que podrá mostrar su grado de virtuosidad, y en la medida en que conoce los criterios bajo los cuales serán juagadas sus obras (aporten o no resultados), sabe que le será asignada una plaza en la jerarquía del grupo (del mandarín al debutante) en el cual, en todo caso, quedará integrado. Una revolución científica consiste en la sustitución de un paradigma por otro. Com­ prendemos que esta operación merezca a menudo el calificativo de 'revolución'. 5 . — NADAL

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es decir, la sustitución de una gama de constantes estructurales, en el transcurso de su propio funcionamiento, partiendo de elementos indi­ vidualizados y privilegiados, según una distribución de probabilida­ des (representativa de la densidad de la creatividad humanas), a fin de engendrar procesos acumulativos y convergentes, por otra gama de constantes estructurales (cambio de calidad generada por el cambio de cantidad). Esta génesis constituye, en sí misma, el objeto de un conocimiento estructural de segundo nivel, en el que la irreversibilidad se ubica en el binomio «¿/«/alo-respuesta, en tanto que el marco de la interdependencia cede su sitio, en primer lugar, a una interacción recurrente y, en segundo lugar, a una recurrencia abierta a la nove­ dad, lo que comporta, en definitiva, un efecto acumulativo conver­ gente. Esto es lo que debemos explicitar. La historia, ciencia de las ciencias humanas, tiene por objeto sistemas humanos localizados, «conjuntos» (no vacíos) determinados de hombres. Su descripción del objeto de conocimiento es particularmente compleja, de ahí las numerosas simplificaciones que se han producido. La realidad, en su absoluta concreción, es considerada 4 como un conjunto de entes singulares y «en puro devenir». En tanto que tales, estos entes son inaccesibles. Para aproximarnos a la realidad tendremos que proceder de acuer­ do con la naturaleza de nuestro espíritu, que sólo se mueve en lo general, lo abstracto, lo semejante, sin olvidar por ello la finalidad de toda investigación científica: el acceso a la realidad (es decir, los individuos que la constituyen), la búsqueda de lo concreto, la consi­ deración de las diferencias. De ello resulta, en la propia operación del conocimiento, una tensión dialéctica que se resuelve, en cada nueva etapa, según tres modalidades: la actividad científica es de carácter asintótico respecto a la realidad, sus resultados son relativos, sus formulaciones son estadísticas. La noción de similitud es, para nosotros, un punto de partida obligado. Esto no significa que tengamos que negligir el estudio de las 4. Con este término queremos subrayar que a partir de este momento el sujeto de conocimiento es cuestionado. Nos atendremos siempre a los términos de sujeto y objeto de conocimiento, siendo éste la relación entre uno y otro. En las ciencias humanas, el sujeto y el objeto son de la misma naturaleza (hombres por una y otra parte). De ahí derivan los peligros acrecentados de subjetivismo y las exigencias correlativas de claridad y de rigor.

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diferencias; como veremos, se trata de lo contrario. Pero el acceso a las diferencias sólo es posible en una orientación de pensamiento que trate de establecer las similitudes. Un mundo entera y total­ mente diferenciado sería impenetrable; y porque en la realidad no ocurre así, la diferencia mantiene su poder de estímulo para el espí­ ritu. Por otra parte, ¿los descubrimientos que efectuamos individual­ mente acerca de nuestra propia identidad y la del otro no son mu­ tuamente reveladores? Las similitudes tienen dos dimensiones: una espacial o social5 y otra temporal. La primera implica una relativa capacidad de com­ paración sincrónica de los hombres, y proporciona semejanzas y diferencias entre sus comportamientos. La segunda implica una rela­ tiva capacidad de comparación diacrónica de los individuos y pro­ porciona semejanzas y diferencias entre sus comportamientos suce­ sivos. La combinación de estas dos dimensiones nos ofrece «conjun­ tos», sistemas humanos localizados de naturaleza espacio-temporal (socio-espacio-temporal). En cierto modo, el estudio y la disección de la realidad que efec­ túa el investigador son concomitantes. El estudio del sistema obser­ vado se realiza mediante la construcción del sistema. El investigador se ve sometido a un movimiento de vaivén entre las observaciones que emergen de la realidad y su propia construcción del sistema. La disección de la realidad presupone la existencia de similitudes y el estudio del sistema conduce a su conocimiento. Por tanto, a través de tentativas y errores, el objeto va perfilándose a medida que se estudia. De esta manera es posible establecer lo que denominaremos estructuras, las cuales están constituidas por las regularidades de com­ portamiento de los distintos grupos de hombres que se integran en el sistema estudiado, las formas de consenso entre estos grupos de hombres que convierten en compatibles sus proyectos diferentes y por la coherencia del conjunto. Las estructuras son representadas median­ te parámetros estructurales de carácter estadístico, cuya invariabilidad relativa se encuentra limitada a la zona de validez de la propia estruc­ tura. En consecuencia, ésta puede formularse en una teoría, y a partir 5. Los dos términos no son sinónimos. El tejido social es mucho más rico que la extensión espacial; engloba relaciones mucho más complejas (de inte­ racción entre los individuos). Ni siquiera puede ser aislado de la dimensión temporal. En suma, se trata de un extenso capítulo de la sociología, del cual aquí sólo hacemos una simple alusión.

r

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de las diferentes partes que unifica, pueden formularse leyes. Toda ley y toda teoría son, al mismo tiempo, estadísticamente generales e invariables en una cierta zona espacio-temporal: de ahí su relatividad. Las similitudes a las que prestamos tanta atención se encuentran doblemente limitadas: en el interior del sistema y por las fronteras del sistema. Haciendo salvedad de algunas excepciones, un conjunto humano está compuesto, en principio, por varios grupos humanos, y éstos lo están por hombres que presentan las mismas regularidades de comportamiento, ya sea en uno, varios o todos tipos de actividad. Estas regularidades son unificadas a partir del conocimiento de la mentalidad tipo del grupo. Un conjunto humano se compone de for­ mas de relación que permiten la confrontación de los individuos en el interior de los grupos y de los grupos en el interior del conjunto, a fin de que los proyectos, los planes de comportamiento, normalmente incompatibles al principio {ex ante), se conviertan en compatibles por adecuación, amputación, adaptación o dominación. Las formas de relación pueden formalizarse a través de los grupos sociales (la fami­ lia ),6 las instituciones de concertación, más o menos suave, más o menos brutal (mercado, partido político), o los procesos de enfren­ tamiento (en última instancia, la guerra). En definitiva, un conjunto humano se compone de uno o varios principios de composición, conexión y unificación,7 que aseguran la estabilidad del sistema. La conjunción de estos tres elementos (grupos, formas de encuentro, principios de unificación) proporciona lo que denominamos la estruc­ tura de un conjunto o de un sistema humano. Las similitudes están limitadas tanto en el interior como en el exterior del sistema. Éstas sólo son válidas, como todo el sistema del cual forman parte, para una zona determinada. No pueden hacerse extensivas más allá de cierta área, ni más allá de un determinado período. Los hombres, los grupos que éstos forman, las mentalidades y las formas de relación varían, lo que comporta que los conjuntos y sistemas deban ser reemplazados por otros distintos, cuando se traspasan unas determinadas fronteras (espaciales y cronológicas, sien­ do estas últimas las que más nos interesan). ¿Cómo estudiar estos fenómenos? Éste es el punto de partida de las difíciles investigaciones 6. No confundir grupos y grupos sociales. 7. Utilizaremos el término unificación, brevitalis causa.

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sobre los cambios de estructura. Volveremos a tratar de esta cuestión. Para abarcarlo todo es preciso ocuparnos primero, brevemente, de otro tipo de disección de la realidad, no ya de carácter espado-tempo­ ral, sino disciplinario. También propondremos una breve reflexión sobre el equilibrio general. Como hemos señalado, la disecdón de la realidad es de carácter espado-temporal, aunque también puede ser de tipo disciplinario. Queremos dedr con esto que el investigador puede limitarse a un tipo determinado de comportamiento: económico, político, religioso, de­ mográfico, etc. Ello comporta operar en el interior de un sector de actividad y efectuar una historia sectorial, en relación con la ciencia humana particular correspondiente, utilizando sus técnicas y sus con­ ceptos. Las historias sectoriales son completamente viables y justifi­ cadas. Pero no por ello dejan de ser estudios preparatorios, incom­ pletos por naturaleza. La vocación específica de la historia es alcanzar la totalidad, es dedr, rebasar las divisiones sectoriales, relacionar las actividades relevantes de los distintos sectores, en suma, unificar los comportamientos de los individuos y, a través de ello, unificar los sectores de un sistema. Esta unificación de sectores conduce a la cons­ trucción de las estructuras relativizadas espacial y temporalmente que hemos descrito al principio. La recurrenda tendencial de las actividades de los hombres en un «conjunto» localizado y la permanenda tendencial en el tiempo de la estructura que unifica estos comportamientos haciéndolos com­ patibles mediante formas de relación, institucionalizadas o no — en suma, la invariabilidad relativa de los contenidos (comportamientos, formas de relación, prindpio de unificadón) de una estructura— , justifica la utilización de la noción de equilibrio general* Este equi­ librio está caracterizado por relaciones (formas) y valores (contenido).8 8. Hablar de equilibrio no implica optar por la interdependencia sincró­ nica en detrimento de la interacción recursiva diacrónica. Ésta, en efecto, com­ porta una solución estacionaria en la medida en que las fuerzas que elige anali­ zar en sus acciones repetidas convergen hada un estado final en el que se adecúan unas a otras, estado que la interdependencia sincrónica se limita a describir, sin ocuparse del problema del camino hada el equilibrio (el problema de dar un contenido auténtico, empíricamente verificable, según el criterio de Popper, a los célebres «tanteos» de Walras). La metodología del equilibrio ha recibido recientemente violentas críticas. Creemos que nuestra doble distinción entre interdependencia sincrónica e interacción recursiva y entre intraestructuralidad e intetestructuralidad restringe, en gran medida, él alcance de aquéllas.

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Por un efecto exógeno determinado, el funcionamiento de una estruc­ tura se orienta tendencialmente hacia el estado de equilibrio que le corresponde.9 Esta tendencia hacia un estado de equilibrio es el resul­ tado de los movimientos endógenos 101 de tipo convergente que con­ ducen o bien hacia un estado de equilibrio final sin transformacio­ nes," o bien hacia un estado de equilibrio modificado por influencias exógenas.12 La metodología del equilibrio permite formular las ten­ siones de los permanentes movimientos (ciclos o crecimiento) de características estructurales invariables. La amplia utilización de la noción de equilibrio en economía y el estado relativamente avanzado de esta ciencia comportan que cual­ quier referencia al equilibrio general sea habitualmcnte entendida como una alusión al concepto de equilibrio económico general. Ahora bien, dicho concepto tiene a la vez connotaciones intraestructurales e intrasectoriales. En nuestra opinión, queda por determinar en qué medida se puede extender el uso de esta noción utilizada desde una perspectiva intersectorial y pasar del equilibrio económico general, bastante conocido, a un equilibrio general válido para el conjunto del sistema humano. La interacción de los sectores y la contabilidad de los proyectos que ellos representan estarían en el centro del estudio. Éste seguiría siendo intraestructural. La noción de equilibrio general no parece ya tener utilidad para los problemas interestructurales. No sólo los valores, sino también las relaciones de equilibrio cambian con la estructura. No obstante, es necesario precisar la ayuda que la noción de equilibrio podría apor­ tar al análisis de una estructura genética desde el momento en que la «posición» de equilibrio estuviera asimilada a un devenir. Y de esta manera nos vemos inmersos en el difícil problema del «tránsito», del cambio estructural en el transcurso del tiempo. 9. Pero que no llega nunca a ser alcanzado a consecuencia de la sucesión de los acontecimientos exógenos y de los elementos no integrados en la teoría. Sin embargo, este estado de equilibrio describe las relaciones que tienden a establecerse entre las variables del sistema. Por tanto, puede ser muy revelador y lo es tanto más cuanto que se trata de un equilibrio estable. 10. Propios del sistema estudiado. 11. Se trata de la solución estacionaria de una interacción recursiva entre posiciones de equilibrio, interacción en que la situación última del equilibrio precedente es la misma que la situación inicial del equilibrio siguiente. Es un caso teórico. 12. Externas al sistema estudiado. Es el caso concreto.

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7 1

Los hombres cambian. Una estructura es sustituida por otra. Una vez construida una estructura, llamada A , válida para un período, debemos construir otra, llamada B, para el período siguiente. Una vez realizado este trabajo, queda por resolver el problema más difícil: ¿cómo se ha pasado de la estructura A a la B? Una simple yuxtapo­ sición sobre la base del eje temporal no constituye una explicación suficiente (hay un «vacío»). ¿Cómo han sido reemplazadas las cons­ tantes de A por las de B? Éstos son los problemas de la teoría del «tránsito» (de la transición) que nosotros evocamos al ocuparnos de la cuestión de la estructura y de la génesis. Estas transiciones se nos presentan cada vez con mayor fuerza — y nuestro estudio de la Revo­ lución industrial refuerza nuestra convicción— , como elementos rele­ vantes para una explicación a través de la construcción de estructuras genéticas, llamadas A —* B, es decir, de estructuras de cambio de estructura; en este caso, la transformación de una estructura cuyas constantes (en el segundo grado) rigen la «sustitución de las cons­ tantes» (en el primer grado) de A por las de B. En la medida que podamos mantener esta perspectiva, el movi­ miento histórico se nos aparece como una sucesión de estructuras y transiciones, entendidas estas últimas como estructuras genéticas («ya que la transición es un movimiento sometido a una estructura que es preciso descubrir»). La explicación del movimiento es, al menos en parte, endógena y, por tanto, dinámica.11 Las relaciones son o bien intraestructurales, de equilibrio reversible, a menudo linealizables, o bien interestructurales, irreversibles, acumulativas y no linealizables. En el segundo caso, la creatividad desempeña un papel esencial y la respuesta no es la esperada. Pero esto no nos conduce, de ningún modo, al «papel del gran personaje» como tal (sea cual fuera su campo de acción). Por el contrario, esto nos induce a intentar circuns-13 13. No debe olvidarse la importancia de lo exógeno, que convierte el sistema en «abierto». Reservamos el término mutación (micromutación por creatividad e innovación, macromutación por imitación y adaptación) para indicar, en un proceso de cambio de estructura, por tanto en una estructura genética, la parte que puede ser considerada, en principio, como el efecto de una retroacción del funcionamiento del sistema sobre su propia estructura, pero, sobre todo, como el «corazón» en estado de innovación de un conjunto «humano». En los dos casos, se trata de la parte endógena de un cambio de estructura, es decir, del fundamento del carácter dinámico de la estructura genética. En este caso, este sistema es siempre particular, parcial (y abierto). En el plano de la totalidad del Universo no hay más que endogeneidad.

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críbír estados de masa crítica en los que el sistema estudiado se vuelve inestable. Estos estados debilitan la preponderancia de las posiciones de equilibrio, así como los elementos de contención del desencadenamiento de las reacciones en cadena. Finalmente, favore­ cen la irreversibilidad del sistema por el juego combinado de las innovaciones y de la superación de los umbrales de la invariabilidad. Desde esta perspectiva, la creatividad (es decir, la irreversibilidad) es, en primer lugar, la variable de una distribución de probabilidades entre los individuos (la novedad no ha tenido nunca la propiedad de aparecer en todos los puntos del tejido social); en segundo lugar, constituye el origen de procesos acumulativos por imitación y pro­ pagación; w y por último, sobreviene objeto de convergencias fun­ damentales, por competencia, que a la larga minimizan la importancia del punto de emergencia de la novedad.15 El estado de masa crítica suele ser la primera fase de una estruc14. ¡Qué paralelismo se podría establecer entre estos dos contemporáneos: Tarde y Schumpeter! El papel de los catalizadores, que convierten las relacio­ nes en «altamente no lineales» (E. Poincaré), no debe ser negügido. 15. Es la distribución de probabilidades lo que desempeña principalmente el papel de expresión de la irreversibilidad. Se puede acercar nuestro análisis a la noción de «estructuras disipativas» elaborada para la química —después para la biología— por I. Prigogine. No obstante, nos parece que el mundo humano es aún demasiado refractario a la segunda ley de la termodinámica. Cf. N. Georgescu - Roengen, The entropy law and the economte process, Har­ vard, 1974 (1.* cd., 1971). Quizá convenga precisar el concepto de irreversi­ bilidad. Una relación es irreversible cuando a un mismo input no corresponde un mismo output, cuando a un mismo «problema» no corresponde una misma «solución». Un proceso así caracterizado expresa el devenir en términos diná­ micos. Un sistema cambia, al menos en parte, el tipo de funcionamiento (in­ cluidas las regulaciones). Un análisis como éste pone de manifiesto la sustitución, en parte endógena, de las constantes constitutivas (en su unificación) de una estructura por las de otra estructura, por consiguiente, la interestructuralidad y las estructuras genéticas o, en un nivel elemental, las relaciones entre variables modificadas en el tiempo (en el transcurso del mismo se modifican los valores de los «argumentos» de las funciones), o, a un nivel más elaborado, la elección de una distribución de probabilidades como «argumento». En este último caso se obtiene a la vez un mismo valor general de «argumento» (la distribución, propiamente dicha, de las probabilidades) y diferentes valores concretos de «argumento» (las probabilidades que tienen una efectiva correspondencia con la realidad, hic el nunc). En el campo de las ciencias humanas y de la historia —donde las observaciones son, a pesar de todo, limitadas—, este tipo de planteamiento exige el recurso a las técnicas del cálculo de probabilidades a príori o probabilidades subjetivas.

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tura genética (segundo nivel), en el punto de la misma en el que se produce el debilitamiento de la estructura A (primer nivel). La últi­ ma fase de una estructura genética es la de la consolidación, en el nivel A —>B (segundo nivel), en la que cristalizan un conjunto de nuevas constantes que, transportadas al primer nivel, constituirán la esencia de la estructura B. Entre su primera y su última fase, la estructura genética se encuentra constituida por un proceso secuencial de innovaciones, de reacciones en cadena, de propagaciones, a veces de excesos y de crisis. En el primer nivel de lectura, la estruc­ tura A no puede modificarse, ya que está compuesta de constantes (salvo si subordinamos toda explicación a la incidencia de lo exógeno). Para que las constantes cambien y se conviertan en variables del sistema, hay que pasar a un segundo nivel de lectura, el de la estructura A —>B. La primera fase de este proceso supone la deses­ tructuración de A , su última fase, la estructuración de B, y el proceso secuencial asegura la transición de la primera fase a la última. La estructura A —>B es la explicación — necesariamente estructural— de la transición interestructural de A a B. Es el instrumento mediante el cual reconstruimos la aparición de B a partir de Ti y de las influen­ cias externas que inciden sobre dicho proceso. Esta estructura de transición tiene sus propias constantes. La desestructuración del sistema, en tanto que A se confunde con su estructuración en £ , o en otras palabras, la estructura genética que aparece como desestructuración de A y estructuración de B es el instrumento mediante el cual reconstruimos la aparición de B a par­ tir de A y de influencias externas. Desde la perspectiva A , la sociedad se ha desestructurado; desde el punto de vista B, se ha reestructu­ rado. Esto no significa que la fase de transición se caracterice por la ausencia de estructura, sino que las constantes de la estructura gené­ tica son de tal naturaleza que rigen fenómenos sucesivos de deses­ tructuración y reestructuración. Aplicado a la Revolución industrial belga, el análisis precedente nos ha inducido a formular hipótesis, a intentar organizarías y a confrontarlas con los hechos. El resultado final de esta experiencia lo constituyen las seis hipótesis que precisamos a continuación:1

1 . La Revolución industrial no se localiza de un modo unívoco a través de una simple datación, fuente de explicaciones incompletas. 2. La Revolución industrial es una estructura de cambio dç

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estructura, y, por tanto, precisa un análisis estructural, el cual tan sólo se halla en sus inicios y será facilitado por el estudio de los siglos precedentes. 3. La sociedad belga alcanzó un estado de masa crítica a finales del siglo xviii. 4. Existe una cantidad suficiente de agentes potenciales, engen­ drados, probablemente, por las tres primeras fases de la periodización y que caracterizan el estado de masa crítica. El papel de los perso­ najes históricos resulta minimizado y sus logros son explicados a posteriori. 5. La iniciación del proceso en cadena se sitúa en el segmento tecnoeconómico. Incorpora la técnica a la economía. 6. El desarrollo del proceso en cadena, que es la Revolución industrial, obedece a una estructura genética, la cual nos parece sufi­ cientemente explicada por la teoría de los crecimientos económicos regionales polarizados. El gráfico elemental de estas hipótesis podría representarse así:

1 -----------------

A

■ til—

5— 6 — *

7

Tiempo Tránsito de la estructura

A a la estructura B

La observación de este esquema nos permite constatar las insu­ ficiencias que presenta aún nuestro análisis.

2.

L a R evolución

industrial belga

( 1770-1847)16

Cuando en 1830 Bélgica consiguió la independencia, en los terri­ torios que la integran se desarrollaba un proceso de Revolución industrial, iniciado al menos dos generaciones antes. Es en la década 16. La bibliografía es muy limitada, y la misma se puede sintetizar en los títulos que citaremos a continuación. Encontraremos, naturalmente, visiones generales en las obras dedicadas a la historia de Bélgica —no podemos olvidar a H. Pirenne—, sobre todo con

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de 1770 cuando aparecen los primeros síntomas de desestabiliza­ ción del antiguo modo de producción y se ponen en marcha progre­ sivamente los mecanismos que transformarán Bélgica. Unas comarcas agrícolas, con industria rural y dos o tres centros manufactureros (explotaciones carboníferas en Mons, fábricas de paños en Verviers), que a partir de dicha transformación se convertirán en el segundo país industrial del mundo, siguiendo muy de cerca a Inglaterra, y el primero del continente europeo, constituyendo una verdadera cabeza de puente para la industrialización del mismo. Esta transformación se desarrolló a lo largo de tres generaciones. La Revolución indus­ trial belga es precoz, rápida, «relativamente perfecta» (en el sentido de que las innovaciones técnicas introducidas suelen ser las más recien­ tes y avanzadas).*I ocasión del aniversario de la revolución de 1830, a la historia de Flandes y a la historia de Valonia. Dos libros delimitan esta relación bibliográfica, el primero contemporáneo de los hechos y el segundo muy reciente. Nos referimos a la obra de N. Briavoine, De ¡'industrie en Belgique. Causes de décadence et de prospérité. Sa siiuation aetuelle, 2 vols., Bruselas, 1839 (ttabajo en el que el término 'Revolu­ ción industrial’ fue utilizado por primera vez en la literatura), y a la de P. Lebrun y otros, Essai sur la révolution industrieUe en Belgique 1770-1847, (Histoire quantitative et développement de la Belgique), Palais des Académies, Bruselas, 1979 (19812), t. I I , vol. 1. Entre estos dos libros hay poca cosa que reseñar, lo cual no deja de resultar curioso, más si tenemos en cuenta que Bélgica fue el segundo país del mundo, después de Inglaterra, en llevar a cabo la Revolución industrial. Sin embargo, se pueden citar seis trabajos: E. Waxweiler, La révolution industrieUe en Bel­ gique, en La nation belge, 1830-1905, Lieja, 1903, pp. 97-113, localizando el fenómeno en las fases d y c\ J. Lewinsky, L’évolulion industrieUe de la Bel­ gique, Bruselas, 1911, el cual insiste sobre el papel de la demanda interna; P. Lebrun y otros, «La revoluzione industríale in Belgio. Strutrurazione et destrutturazione delle economie regional!», Studi Storici, I (1961), pp. 348-368; II (1962), pp. 247-249; J. Craeybeckx, «De agrarische wortels van de indus­ tríele ontwenteling», Revue Belge de Philologie et d'Histoire, XL (1963), pp. 397-448; ídem, «Les débuts de la révolution industrieUe en Belgique et les statistiques de la fin de l’Empire», en Mélanges offerts á G. Jacquemyns, Bruse­ las, 1968, pp. 115-144; H. Van der Wee, «De industrieUe revolutie in Belgic», en Historische especien van de economisebe groei, Amberes-Utrecht, 1972, pp. 168-208. Como complemento de esta bibliografía general podemos citar cuatro tra­ bajos dedicados al estudio de otros tamos polos industriales: P. Lebrun, L’industrie de la laine i Verviers pendant le XV ///* et le X IX ’ siéde. Contribution a l’étude des origines de ¡a révolution industrieUe, Lieja, 1948; H. Coppejans-

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La Revolución industrial se desarrolla a través de cuatro regíme­ nes políticos distintos: 1 ) el Antiguo Régimen y su mosaico de esta­ dos; 2 ) el régimen francés unificador, que une los belgas a los franceses de forma económicamente provechosa (1795-1815); 3) el período holandés, que reúne los antiguos Países Bajos del Norte y del Sur, así como el principado eclesiástico de Lieja, bajo un rey holandés, gran empresario sin duda, pero torpe políticamente (18151830); 4) la época de la independencia, durante el primer siglo de la cual el unitarismo es la respuesta a las dificultades exteriores, el resorte de una centralización de la que Bruselas será la gran bene­ ficiaría, el origen de ganancias para los sectores sociales y las regiones económicamente dominantes. Desmedí, De gentse lextielnijverheid van 1795 to t 1855. H et procese van de mecbanhering in zijn economiscbe gevolgen, tesis doctoral inédita, Universidad de Gante, 1957-1958; H . Hasquin, Une mutation. L e *Pays de Charleroi» aux X V 1I‘ et X V III’ siécles. A ux origines de la rivolution industrielle en Belgique, Bruselas, 1971; H . Watclet, Une industrialisation sans développement. Le Bassin de Mons et le charbonnage du Grand Hornu du milieu du X V II I ’ au milieu du X IX ’ siicle, Louvain-la-Neuve, Ottawa, 1980. Para los precedentes de la Revolución industrial, cf., además de los libros citados de H. Hasquin (que llega hasta finales del siglo xvm ), P. Lebrun y H. Watclet, los que precisamos a continuación: H. Van Houtte, Histoire économique de la Belgique a la fin de l’Ancien Régime, Gante, 1920; J. Rmvet, «Avant la révolution. Le XVIII* siécle», Études d’Histoire Wallone, IX , Bru­ selas (1967); H. Coppejans-Desmedt, Bijdrage tot de studie van de gegoede burgerij te Geni in de X V III’ eeuw, Bruselas, 1952; G. Hansotte, La métailurgie et le commerce international du fer dans les Pays-Bas autrichiens et la Principauti de Liige pendant la seconde moilié du X V II I ’ siicle (Histoire quantitative et développement de la Belgique), Bruselas, 1980, t. II, vol. 3. Para el periodo holandés y la política de Guillermo I, disponemos de una buena síntesis: R. Demoulin, Guillaume I " et la transformation économique des provinces belges (1815-1830), Lieja, 1938. Finalmente, existen dos estudios importantes sobre aspectos tecnológicos y ocho sobre cuestiones financieras: N. Caulier-Mathy, La modernisation des charbonnages liégeois pendant la premiére moilié du X I X ’ siicle. Techniques d’explaitation, Lieja, 1971; A. Van Neck, Les dibuts de la machine ¿ vapeur dans l'industrie belge, 1800-1850 (Histoire quantitative et développement de la Belgique), Bruselas, 1979, t. II, vol. 3; B. S. Chlcpner, La banque en Bel­ gique. Étude bistorique el économique. I. Le marché financier avant 1850, Bruselas, 1926 (el tomo I I no ha aparecido aún, pero otro estudio del mismo autor puede reemplazarlo, Le marché financier belge depuis cent ans, Bruselas, 1930); J. Laureyssens, De naamloze vennootsebappen in Belgié en de ontwikkeling van de belgische kapitalisrq m Belgié, 1819-1857l tesis doctoral inédita,

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Es en las últimas décadas del Antiguo Régimen, a partir de 1770 aproximadamente, cuando aparece lo que llamamos una «estructura genética», es decir, una estructura de cambio de estructura, que ase­ gura la transición de una estructura antigua que se desestabiliza y que se encuentra en estado de masa crítica, a una nueva estructura, en este caso, un régimen capitalista clásico. En nuestra opinión, esta estructura genética que es la Revolución industrial belga puede ser esquematizada según los grandes rasgos que constituyen las constantes estructurales que rigen el fenómeno en su conjunto. Estas constantes serán, evidentemente, consideradas como tales en función de un devenir. Las mismas se pueden agrupar en los ocho apartados siguientes: 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.

La convergencia de lasperiodizaciones. El carácter secuencia!. El carácter molecular. La sucesión de las innovaciones tecnológicas fundamentales. El papel específico de la infraestructura. El intervencionismo del Estado y la centralización. Las mentalidades. La distribución de las ventajas y de los sacrificios.

Universidad de Gante, 1969-1970; ídem, Industríele naamloze vennootschappen ¡n Belgi'é, 1819-1837, Lovaina, 1975 (1976); ídem, «Le crédit industriel et la Société Générale des Pays-Bas pendant le régime hollandais (1815-1830), Revue Belge d’Hístoire Contemporaine (1972), pp. 119-140; ídem, «The Société Générale and the origin of industrial investment banking», Revue Belge d'Histoire Contemporaine, LV (1977), pp. 93-115; H . Galle, «Les archives de la Société Générale et l’histoire de l’industrialisation en Belgique (1822-1872)», en Histoíre économique de la Belgique. Trailement des sources et ita t des queslions, Bru­ selas, 1972, pp. 195-204; J. Rassel-Lebrun, «La íaillite d’Isidore Warocqué, banquier montois du début du XIX* siéclc», Revue Belge d ’Histoire Contem­ poraine, IV (1973), pp. 429-471. Un joven americano, después de dos o tres estancias en Bélgica y en los Países Bajos, ha elaborado una tesis doctoral: J. Mokyr, Industrialization in the Low Countries, 1795-1830, New Haven y Londres, 1976. Desgraciadamente, esta obra tiene defectos desde un punto de vista heurístico y crítico. Cf. la reseña de G. Hansotte en Revue Belge de Pbilologie et d’Histoire, 1 (1979), pp. 120-123. Pero lo que es más grave es que las cifras utilizadas por Mokyr para demostrar la validez de su tesis no hacen más que invalidarla. Del libro sólo se aprovecha un modelo, que es un ejercicio con algunas ecuaciones.

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£1 desarrollo que hacemos de cada uno de estos ocho apartados es breve, demasiado breve. Somos conscientes de ello, pero es obli­ gado que sea así.

2.1.

La convergencia de las periodizaciones

La Revolución industrial belga se puede enmarcar en las cuatro periodizaciones de tiempos «largos» y «cortos» siguientes: — Una periodización larga, que comprende desde el siglo xi hasta el xix, que corresponde a un período de gestación y después a otro de generalización del espíritu de empresa y de maduración de un grupo de empresarios potenciales. — Una periodización media, que abarca desde el siglo xvi hasta el xix, correspondiente, en el interior de la anterior, a un período de constitución de una acumulación de conocimientos y de habilidades profesionales. £1 conjunto de tensiones científico-técnicas aumenta su densidad por efecto de la reducción de los tiempos de reacción y de realización. Para el caso belga, el despegue de la Revolución indus­ trial inglesa, con todos sus ensayos y todos sus errores, fue una pre­ misa fundamental. — Una periodización corta, de 1770 a 1847, que precisa, en el interior de las dos precedentes, las cuatro fases que constituyen el momento de la macromutación belga por lo que respecta al sector tecnoeconómico. Los principales mecanismos son la imitación y la propagación, que posibilitan la sustitución de las técnicas y de los factores de producción. Por otra parte, el sector tecnoeconómico no puede operar aisladamente durante mucho tiempo del resto de la sociedad belga, y por tanto, la transformación económica forma parte de un cambio de civilización. — Una periodización extremadamente corta, de 1798 a 1834, que engloba los acontecimientos más importantes (micromutaciones) de la más significativa de las cuatro fases que acabamos de precisar en las regiones punta de Bélgica. La Revolución industrial se revela aquí, y sólo aquí, como un proceso de imitación técnica y de adop­ ción económica de maquinaria, resultado de dos series convergentes e interdependientes de actividades del espíritu humano: la curiosi­ dad científico-técnica y el cálculo económico.

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA

2.2.

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El carácter secuencial

Las cuatro fases que acabamos de describir, enumeradas de acuer­ do con lo que consideramos un orden de importancia relativa decre­ ciente, y no en base a un orden cronológico, son las siguientes: a) La etapa de las decisiones y de las realizaciones principales: la instalación del primer equipo mecanizado y su imitación por parte de algunas empresas piloto .17 b) La etapa preparatoria, en la que se inicia la curiosidad téc­ nica de los hombres de negocios y, eventualmente, cristaliza su inte­ rés por algunas etapas del proceso de producción. Esta fase está articulada con el fenómeno de la protoindustrialización y comporta el surgimiento de un estado de masa crítica que desestabiliza las estructuras antiguas, lo cual se encuentra relacionado con: — circunstancias externas como la Revolución industrial ingle­ sa, la transformación de la sociedad francesa y la inserción de las provincias belgas y del principado de Lieja en un gran mercado con­ tinental protegido; — elementos internos, tales como el crecimiento demográfico, la propagación de la patata, los progresos de la infraestructura, el desa­ rrollo protoindustrial de los mercados y la creación de manufacturas destructoras del trabajo a domicilio en el campo. c) La etapa final de consolidación, durante la que imitadores y a veces incluso iniciadores imprudentes, demasiado arriesgados o desafortunados, son eliminados y en la que el protagonismo innova­ dor pasa a manos de aquellos en cuya conciencia lo técnico no ha desbancado completamente a lo económico; esta etapa constituye el verdadero punto de partida para un análisis del crecimiento de una economía moderna, lo cual no quiere decir que este crecimiento no vaya a experimentar otras fases febriles. d) La etapa de «tecnomanía» y de pasión financiera, en la que, en la precipitación del momento, todo el mundo intenta su pequeña revolución industrial sin calcular demasiado los riesgos, mientras 17. La Revolución industrial se muestra aquí como un proceso de adop­ ción técnica y de adopción económica de máquinas, resultado de dos series convergentes de actividad del espíritu humano: la del espíritu tecnocientííico y la del cálculo económico. En a, el sector unificado tecnoeconómico es, en tanto que unificado, especialmente privilegiado y dominante.

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que el gusto por el gigantismo consigue muchos adeptos; esta etapa termina a menudo en una crisis que inaugura la etapa c. Evidentemente, la división en cuatro etapas y su ordenación se­ gún una prelación de importancia son discutibles. Y esperamos que sean discutidas. No obstante, creemos que la prioridad de la etapa a es difícilmente contestable; por ello tenemos tendencia — desde hace mucho tiempo— a considerarla como la Revolución industrial slricto setisu. Si el orden de importancia es a, b, c, d, la combinación comporta igualmente un orden cronológico que podríamos denominar «nor­ mal»: b a —* d c. La etapa d está más en función de las cir­ cunstancias, mientras que la etapa b parece necesaria para que la Revolución industrial despegue, y la etapa c para que la misma cul­ mine con éxito y genere los crecimientos autosostenidos de las eco­ nomías modernas. Queda por determinar la posibilidad de que estas etapas puedan formar combinaciones variables.18 Como veremos, no todas las experiencias presentan un orden completo, ni un orden rigu­ rosamente sucesivo. De las cuatro fases, tres son casi esenciales para la Revolución industrial. Las mismas no hacen más que formular, para un caso espe­ cifico, exigencias propias de todo período de «interestructuralización», o en un lenguaje más tradicional, más impreciso, de transición histó­ rica. Un cambio estructural supone al menos tres tipos de actividad: I. Una conclusión, ya sea real o sentida como tal, y la conside­ ración de problemas y curiosidades de un nuevo orden sobre un fondo de experiencias anteriores y en un ambiente de retos loca­ lizados. II. La decisión —única o múltiple— de «cambiar las cosas» y el paso — o los pasos— a la acción, acompañado de un proceso de toma de conciencia del entorno («el estado del mundo») y de los medios de que se dispone. III. Los muchos acondicionamientos que posibilitan que este paso a la acción se inserte en el medio del cual emana, proceso de cambio que, a la vez que utiliza y multiplica sus medios, se propaga 18. Por ejemplo, si i no existe, a j e diversas.

pueden unificarse bajo formas

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL BELGA

8 1

finalmente según una estructuración fundamentada en dos coordenadas al menos: la imitación uniformizante y la diversificación jerarqui­ zante. Sin separar esos dos momentos de la creatividad que son la inven­ ción y la innovación, este análisis hace corresponder, naturalmente, las actividades de tipo II a los acts of insight de A. P. Usher,1920las actividades de tipo I I I a acts of skill de tipo «ejecutorio», y las acti­ vidades de tipo I a acts of skill, cuyas insuficiencias acumuladas se vuelven reveladoras y estimulantes. La fase d — de tecnomanía— no merecería mayores consideracio­ nes si en Bélgica no se hubiera presentado acompañada de una fiebre especulativa en el seno del sistema bancario de Bruselas, el cual, por otra parte, tuvo una participación importante en la fase de consoli­ dación de la metalurgia y de la minería del carbón. En varios casos significativos — entre los cuales están los de Cockeril y de la Banque de Belgique— , tecnomanía y fiebre especulativa se mostraron estre­ chamente relacionadas, derivando a menudo la segunda de la prime­ ra. Sin embargo, esto no impidió que el sistema bancario fuera un elemento importante de la fase de consolidación. El mismo contribuyó a intensificar dicha fase, pero a costa de prolongarla.10 Así la fase de consolidación de la metalurgia y de la explotación carbonífera derivada de ésta puede concebirse como constituida por dos momen­ tos: el primero de expansión especulativa motivada por los efectos de la tecnomanía, el segundo de estabilización. El primer momento ya comporta una dosis importante de consolidación: a pesar y más allá de las exuberancias, comprende realizaciones importantes, las cuales son proseguidas y completadas en el transcurso del mismo. El segundo momento es más bien de reposo, de asentamiento, a veces de eliminación, en todo caso de ponderación. La Revolución industrial está compuesta por la aparición de una serie discontinua de polarizaciones. Acentúa y modifica los contrastes que presenta el área tecnoeconómica, ya diversificada debido a los precedentes procesos históricos. A la dualidad campoB que evita una discontinuidad carente de contenido estructural. Está com­ puesta, también, de elementos constantes. Su variable fundamental es, en primer lugar, la economía y, después, la sociedad belga. Pone de manifiesto la transformación de estas variables por referencia a constantes, es decir, comportamientos clave o encadenamientos tipo.2* 27. Como la revolución de 1830. 28. Cuando decimos que la Revolución industrial es una estructura gené­ tica, por tanto una estructura, no pretendemos ofrecer una nueva explicación, sino que sólo proponemos cambiar el nivel de lectura de la realidad y el pro­ ceso de construcción teórica. Si permanecemos en el nivel de la disección en dos estructuras A y B, que se suceden, la Revolución industrial se fragmentará. La fase b quedará situada en A , teniendo fundones desestabilizadoras para dicha estructura, la fase e quedará situada en B, con funciones estabilizadoras para esta nueva estructura, las fases a y d se convertirán en «el acontecimiento», d punto singular de transidón de una estructura a otra. D e modo que, en el primer nivel de lectura, una estructura no puede modificarse porque está com­ puesta de constantes, a no ser que limitemos toda explicación a la acción de factores exógenos. Para que las constantes cambien y se conviertan en los ele­ mentos dinamizadores del sistema, es preciso pasar a un segundo nivel de lectura, el de la estructura A B, en el cual, la fase b desestructura A , la fase e estructura B, y las fases a (y d) constituyen el proceso de transidón intraestructural (en el segundo nivel) de b a c. La estructura A -* B explica la transición interestructural, es el instrumento mediante el cual reconstruimos la emergencia de B a partir de A y de influencias externas. Evidentemente, es la realidad la que se desestabiliza y se estabiliza. Pero sólo podemos aprehender estos fenómenos mediante estructuras que construimos y formulamos en el plano teórico. En este sentido, cabe señalar que a y d no

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LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

están en el mismo nivel que A y B, pero, en cambio, están en el mismo nivel que b y e . Estos últimos elementos son homogéneos respecto a a y d, forman con ellos la estructura A -* B, en la cual representan la desestabilización de A y la estabilización de B, de forma accesible, como las dos extremidades de un mismo proceso global, del cual a y d son los eslabones intermedios. Este plan* teamiento deja sin resolver el problema de la mutación que se produce por efecto de que las variaciones experimentadas por los elementos variables pro­ voca el cambio de los elementos constantes. Digamos solamente que el con­ cepto de masa critica nos parece que ofrece una posible vía de solución.

Pierre Cayez

ASPECTOS DEL DESARROLLO INDUSTRIAL DE FRANCIA EN EL SIGLO XIX SEGÚN ALGUNOS TRABAJOS RECIENTES 1.

La

protoindustrialización en

F rancia :

un modelo a prueba

¿No hay acaso cierta audacia al querer presentar en una veintena de páginas los rasgos originales del desarrollo industrial de Francia en el siglo xix, cuando, desde hace algunos años, han aparecido varios volúmenes que tienden a proponer una síntesis lo más exhaus­ tiva posible? Recordemos, en efecto, las sucesivas publicaciones de L ’histoire économique et ¡ocíale de la Frattce bajo la dirección de Emest Labrousse y F. Braudel (en especial, el tomo 2 en dos volúmenes fecha­ dos en 1976, sobre los años de 1789 a 1880; el primer volumen del tomo 4, aparecido en 1979, que llega hasta 1914), los tomos 3 y 4 de L'histoire économique et ¡ocíale du Monde, bajo la dirección de Pierre Léon aparecidos en 1978 (tomo 3: Jnertia et révolutions, 1730-1840, dirigido por Louis Bergeron; tomo 4: La domination du grand capitálhme, dirigido por Gilbert Garrier), los volúmenes de Cambridge economic hutory of Europe (volumen I: The indu¡trial economía: capital, labour and enterprise. Part I: Brítain Trance, Germany and Scandinavia, Cambridge University Press, 1978). Y, finalmente, la última y brillante síntesis de F. Carón: Hhtoire économique de la France, X IX ‘-XX* ¡iécle¡, aparecida en 1981. Frente a la multiplicación de las síntesis y a la abundancia docu­ mental, nuestra opción sólo podía ser selectiva: proponer algunos

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LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

temas y algunas problemáticas características, parcialmente renovadas por la más reciente producción historiográfica. El antiguo e interminable interrogante sobre las causas y los orígenes de la «Revolución industrial» ha vuelto a ser puesto a la orden del día por las tesis desarrolladas por el historiador estadouni­ dense F. Mendels,1 decididamente francófono y asiduo de las univer­ sidades francesas. La presencia de François Mendels durante un año en la Universidad de Lyon II, su unión con P. Deyon para la prepara­ ción del tema «La protoindustrialización: Teoría y realidad», del V III Congreso Internacional de Historia Económica de Budapest en 1982, colocaron en primer plano de la reflexión histórica francesa el tema de la protoindustrialización y ello se ha puesto de manifiesto, esencialmente, en dos números especiales de la Revue du Nord dedi­ cados «Aux origines de la révolution industrielle».12 Los propósitos renovadores sobre la protoindustrialización alien­ tan la duda experimentada por todo historiador ante la irrupción de la discontinuidad y de las rupturas brutales en el desarrollo cro­ nológico. F. Mendels interpreta, en efecto, las industrias rurales, arte­ sanales, como la primera etapa de la industrialización moderna, de la Revolución industrial y no como el último avatar de un antiguo régi­ men económico declinante y moribundo. La multiplicación de los talleres rurales, el aumento consecuente de la producción destinada a un mercado exterior y a menudo lejano han transformado la eco­ nomía rural y las estructuras demográficas, orientándolas hacia la sobrepoblación. La protoindustrialización permite la acumulación de capital, la organización de los mercados, la difusión del conocimiento técnico, es decir, la reunión de algunas de las condiciones necesarias para el desarrollo de las industrias modernas. El fracaso, más que el éxito, de la Revolución industrial en una determinada región parece, 1. Entre sus numerosos trabajos, citemos, en particular, su tesis, Indus­ trializa!ion and poptdation pressure in the X V Illth Flanders, 1969; y varios artículos: «Protoindustrialization, the first phase of the industrialization pro­ cesa», Journal of Economic Hislory (marzo de 1972). «Aux origines de la protoindustrialisation», Bulletin d’Histoire Économique et Sociale de la Réglon Lyonnaise, n.° 2 (1978). 2. El primer número (n* 240, enero-marzo de 1979) comprende 12 artícu­ los, el segundo (n.° 248, enero-marzo de 1981) contiene 16. Hemos de añadir la reflexión de P. Jeannin, «La protoindustrialisation: développement ou im­ passe?», Annales (enero-febrero de 1980).

ASPECTOS DEL DESARROLLO INDUSTRIAL EN FRANCIA

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pues, asombroso. ¿Por qué una zona que habla conocido un fuerte desarrollo protoindustrial no ha podido acceder a la fase posterior de la industrialización? El caso bretón merece, en esta perspectiva, un reexamen en profundidad. La instauración de los sistemas protoindustriales interesa tanto al siglo xviii como a la primera mitad del siglo xix francés. De esta manera, durante todo el siglo xvm bajo el impulso de la demanda exterior estimulada por el capitalismo comercial, grupos de comer­ ciantes explotaron los yacimientos de mano de obra rural menos costosa y más abundante que la de la ciudad. Las actividades arte­ sanales siguieron la evolución esbozada desde el siglo XVII abando­ nando la ciudad y propagándose por la campiña circundante. Se esta­ bleció así la dicotomía clásica entre las funciones dirigentes y alta­ mente beneficiarías de la ciudad y la función productiva localizada en el campo, ya sea bajo la forma del domestic system o de la fábrica. Como otros estados europeos, Francia se cubrió de nebulosas proto­ industriales, desde las viejas zonas textiles del norte de Francia 1 hasta las pañerías del Languedoc.3 4 Las consecuencias de este fenó­ meno fueron numerosas, en particular en el ámbito demográfico: el mantenimiento en su lugar de origen de la población rural fue favo­ recido por la progresiva reducción del éxodo rural, la sobrepoblación del campo se acentuó y es probable que la alfabetización retrocediera. Si la protoindustrialización constituyó la primera etapa del desarrollo industria], el trabajo artesanal no parece haber sido una condición previa necesaria para la integración de los trabajadores en la fábrica, ya que las dos formas de actividad y las dos mentalidades parecen demasiado diferentes. Si el taller familiar fue un medio favorable para la improvisación y experimentación técnica, no se adecuaba, a pesar de algunas ilusiones tardías, a la mecanización. Más que como realidades antagónicas y competitivas, el trabajo a domicilio y las primeras formas del trabajo concentrado aparecen como actividades 3. Entre las obras recientes, cf. Ph. Guignet, Mines, manufactures et ouvriers du Vaienciennois au X V III* siécle. Contribution i l'bistoire du travail dans l’ancienne France, Arao Press, Nueva York, 1977} Ch. Engranó, «Concurrence et complémentarité des villes et des campagncs: les manufactures picardcs de 1780 á 1813», Revue du Nord (enero-marzo de 1979). 4. Cf. J. Pcyrot, H. Coudrié, J. Ch. Carriére, «Capitalisme commercial et fabriques dans la France du sud-est au XV11I* siécle», en Négoce et industrie en France et en Irlande au X V IIV et X IX * siécles, CNRS, 1980.

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LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

complementarias. Como señaló P. Deyon: «En este caso la protoindustrialización protege y genera con los menores riesgos la Revolución industrial».9 Paralelamente a la reconsideración del viejo artesanado dentro de las miras renovadoras de la protoindustrialización, la historiografía francesa multiplica los trabajos sobre las primeras formas del trabajo industrial concentrado, particularmente significativas aún y sobre todo si no recurren a la mecanización. Los trabajos en curso de G. Gayot sobre la manufactura de Sedán en los siglos xvm y xix, de S. Chassagne sobre el nacimiento de la industria algodonera en Francia (fines del siglo xvm -1840) y de D. Woronoff sobre la indus­ tria siderúrgica francesa durante la Revolución y el Imperio, tratan, a la vez, de los precedentes de la industrialización en cuanto a la dispersión y concentración de los factores productivos y plantean, al mismo tiempo, los problemas de la existencia y de la supervivencia de las primeras grandes empresas industriales.5 6 En efecto, la mayoría de las grandes creaciones de fines del siglo xvm o de la época impe­ rial fracasan a comienzos del siglo xix con el hundimiento de la em­ presa Temaux al final del Imperio, y con el debilitamiento y luego la desaparición de la empresa Oberkampf bajo la Monarquía de julio. Los accidentes que sacudieron a estas sociedades recuerdan, de ma­ nera oportuna, el ya antiguo debate sobre las consecuencias económi­ cas de la Revolución y del Imperio. La visión pesimista prevalece, sin ninguna duda, en la mayoría de los historiadores: «catástrofe na­ cional» para Lévy-Leboyer, «pasterización» de la economía francesa para F. Crouzet, para F. Carón «la Revolución y el Imperio acentua­ ron ese distandamiento [con Inglaterra] debido a la ruina del gran comercio, a las pérdidas de capitales, al aislamiento técnico».7 L. Bergeron subraya, sin embargo, que el período imperial sentó las bases de una verdadera industrialización de Francia, industrialización que 5. P. Deyon, «L’enjeu des discussions autour du concept de protoindustrialisation», Revue du Nord (enero-marzo de 1979), p. 13. 6. Las investigaciones dieron lugar a cierto número de publicaciones. Por ejemplo: S. Chassagne, Oberkampf: un enlrepreneur capitaliste au siécle des Lumiéres, París, 1980; G. Gayot, «Dispersión et roncentration de la drapcrie scdanaise au XVIII* siécle: l’entreprise des Poupart de Neuflizc», Revue du Nord (enero-marzo de 1979). 7. F. Carón, Histoire íconomique de la Frunce, X IX ' et X X ' siécles, París, 1981.

ASPECTOS DEL DESARROLLO INDUSTRIAL EN FRANCIA

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quedó enmarcada en lo sucesivo por una política comercial de signo proteccionista.' Sin duda, la reflexión sobre la protoindustrialización no es espe­ cífica de Francia. Los propósitos y los modelos propuestos por F. Mendels tienen vocación de universalidad. Manteniéndonos den­ tro del marco francés, replantean y confirman la reflexión desarrollada sobre las particularidades del desarrollo industrial del siglo xix.

2.

E l «DUALISMO INDUSTRIAL» FRANCÉS

Durante largas décadas, el debate sobre la industria francesa se desarrolló, a menudo, en términos de arcaísmo y de modernidad, de crítica o de elogio, en los que se encontraba englobado el empiesariado de los períodos correspondientes.8 9 Frente a esta interpretación de los hechos que tiende a valorar el pasado con relación a esquemas contemporáneos y con relación a una ideología implícita en el desarro­ llo del capitalismo industrial, la historiografía contemporánea prefiere la comprobación de los hechos y las tentativas de explicación: mo­ derna o arcaica, la industria francesa fue una de las más importantes del siglo xix y aseguraba a la nación un peso económico que ya no conoció después. El término de dualismo industrial parece bastante bien adaptado para esta percepción «objetiva» de una situación industrial compleja, cuya evolución no fue ni unilineal ni unívoca y es utilizado por un número creciente de historiadores.10 El mismo ha sido, sin duda, tomado de la literatura consagrada a los países 8. Cf. L. Bergeron, Banquiers, négociatits et manufacturiers parisiens du Directoire i l'Empire, París, 1978. 9. Así en los escritos de P. León se encuentra la frase siguiente: «Tam­ bién se ha reprochado al industrial francés su excesiva prudencia, su rechazo del riesgo, su temor a la inversión, su terror al crédito y, finalmente, su inep­ titud para concebir grandes empresas... Sin embargo, si en la Francia del siglo x ix una patronal retrógrada se aferra a situaciones superadas, al mismo tiempo, una nueva patronal emerge con fuerza» (Histoire économique et sodale de la France, t. 3, vol. 2, p. 504). 10. Cf. F. Carón, Histoire économique de la Trance, París, 1977; P. Cayez, Métiers Jacquard et bauts-foumeaux, Lyon, 1978; Serge Chassagne, «Industrialisation et désindustrialisation dans les campagnes françaises: quelques réflexions á partir du textile», Revue du Nord: «Aux origines de la révolution industrielle» (enero-marzo de 1981).

1 1 2

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

subdcsarrollados, lo que no eran ni Francia ni los otros países de la Europa occidental en el siglo xix, y su significación merece preci­ sarse: el dualismo de los países subdesarrollados implica una diso­ ciación radical del sistema económico, mientras que, por el contrario, la industria francesa había adquirido mayor coherencia a causa de las múltiples vinculaciones que unían los dos subconjuntos constitutivos. El hecho de recurrir a la noción de dualismo permite igualmente integrar la noción de protoindustrialización. La historia en general, y la historia económica y social, en particular, no presenta apenas rupturas brutales: las estructuras protoindustriales se prolongaron y desarrollaron hasta muy avanzado el siglo xrx y acompañaron, ayu­ daron y facilitaron la aparición y despegue paralelo de la gran indus­ tria. Al menos hasta el Segundo Imperio, la producción industrial francesa se fundamentó tanto en la manufactura tradicional como en la nueva industria moderna. La constatación más tradicional de esta situación consiste en la comprobación de la ausencia de concentración de la mano de obra. Examinemos, en principio, un ejemplo local: en 1866 el departa­ mento del Loira, uno de los más industrializados de Francia, contaba con 32.278 empresarios industriales y comerciales y 52.683 obreros y empleados.11 Ahora bien, sabemos que el Loira poseía varios esta­ blecimientos siderúrgicos y metalúrgicos que agrupaban a varios cen­ tenares de obreros. Es decir, había varios millares de obreros con­ centrados, pero decenas de millares dispersos que trabajaban a domi­ cilio o en pequeños talleres dedicados a la armería, la pasamanería, la ferretería. Al final del período considerado, el censo de 1906 indica que todavía el 71 por 100 de los establecimientos industriales no utilizaban personal asalariado y reunían el 27 por 100 de la mano de obra, mientras que la fuerza de trabajo asalariada se repartía de la manera siguiente: Establecim ientos d e menos de 10 asalariados Establecim ientos de 10 a 100 asalariados Establecimientos de más de 100 asalariados

32 % 28 % 40 %

En los dos primeros tercios del siglo xix, las formas «modernas» o técnicas de la industrialización continuaron siendo excepcionales, II. Cf. Yves Lequin, La formation de la classe ouvriére régionale, Lyon, 1977, I, p. 398.

ASPECTOS DEL DESARROLLO INDUSTRIAL EN FRANCIA

113

localizadas en algunas regiones y en algunas ramas de actividad: la siderurgia de coque, las minas de carbón, algunas cristalerías y algu­ nas fábricas de productos químicos o metalúrgicos, sectores que alcan­ zaban, según el índice de François Crouzet, las tasas de crecimiento más elevadas. La producción industrial realizada de manera protoindustrial, tér­ mino decididamente preferible al de artesanado, continuó desarrollán­ dose masivamente, pero menos rápidamente de lo que lo hicieron las industrias más ampliamente modernizadas. Aquélla predominaba en casi todos los sectores de la producción de bienes de consumo y, en particular, en el conjunto de las industrias textiles, y durante mucho tiempo aportó la mayor parte del valor añadido por el sector industrial. Según Markovitch, entre 1840-1845 y 1860-1865, el creci­ miento de la producción industrial habría sido del 50 por 100, del cual alrededor de un tercio corresponde a la producción «artesana» y los dos tercios restantes fueron debidos a la industria. Esos aspectos generales, por otra parte bastante conocidos en la actualidad, son confirmados y sostenidos por algunos corolarios. La industria francesa difiere grandemente de lo que podemos denominar el modelo tecno­ lógico británico, el cual se basaba en el carbón (más escaso y más caro en Francia), en la máquina de vapor y en la industria algodonera. En 1861-1865 por lo que respecta a los 100.163 establecimientos existentes en Francia, sin contabilizar los de París y de Lyon, la dis­ tribución de la fuerza motriz empleada era la siguiente: 12 Motores hidráulicos Motores eólicos Malacates movidos por caballerías Máquinas de vapor

60 % 8,1 9b 0,9 % 31 %

Por otra parte los mayores usuarios de energía de vapor eran, en el plano nacional, los ferrocarriles y en el plano regional, antes de la difusión de la vía férrea, la navegación interior: en Lyon, en 1854, la industria empleaba 7.000 CV y la navegación, 17.000. La industria francesa del siglo xix fue, en principio, movilizadora de mano de obra: su principal recurso fue la explotación de los 12. François Carón, Histoire économique de la Frailee aux X IX ‘ et XX* síteles, París, 1981, p. 121. 8 . — KADJU.

1 1 4

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

«yacimientos de mano de obra» rural, abundantes, disponibles y, por tanto, baratos hasta las últimas décadas del siglo. La difusión del domestic system y, paralelamente, de la fábrica aseguraba especial­ mente la producción de los objetos en gran y en pequeña escala. Dejando al margen la cuestión de eventuales segundos objetivos de carácter político y social, basta recordar que la mano de obra rural era menos exigente en cuanto a los salarios; que la posibilidad de un repliegue momentáneo hacia las actividades rurales permitía, de acuer­ do con la coyuntura, el despido fácil; que las actividades femeninas y masculinas eran particularmente complementarias y no competitivas. £1 estudio minucioso del desarrollo de las industrias rurales muestra la búsqueda por parte de los empresarios de la mano de obra más barata y también de la más hábil. En el transcurso del siglo xix y por lo que respecta a los estable­ cimientos que concentraban «estadísticamente» la mano de obra, la organización del trabajo permaneció durante mucho tiempo inmuta­ ble, con el pago a destajo y el trabajo en equipo dirigido por un obre­ ro altamente cualificado, tanto en las minas como en la siderurgia u y en la industria cristalera.13 14 Técnicamente, muchas grandes fábricas aparecen más como una yuxtaposición de «artesanos» que como una concentración de proletarios. Esta situación era deseada a la vez por el empresario, que no tenía que adoptar nuevas formas de organiza­ ción del trabajo, y por los obreros, que veían en esto un límite a su pérdida de autonomía y a su desarraigo cultural, y además resultaba impuesta por las técnicas poco revolucionarias utilizadas por esos establecimientos. En las empresas que seguían la senda progresiva de la industria­ lización, la organización dualista o dual permanecía casi siempre visible, en particular en el sector textil, con numerosas variantes posi­ bles: hilatura fabril y tiraje a domicilio o tisaje concentrado, con diversas operaciones realizadas en las campiñas circundantes. En con­ cordancia con estos modelos de resistente protoindustrialización, S. Chassagne cita, a la vez, las industrias algodoneras de Choletais, de Roanne, de Mulhouse, la bonetería en Troyes, el trabajo del 13. Cf. Yves Lequin, «Les ouvriers de la région lyonnaise. I. La formatio n ...», op. di. 14. Cf. J. Scott, The Glassworkers of Carmaux (1848-1914). Prench crafli­ men and political action in a 19th century d ty , Harvard University Press, 1974.

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11?

cáñamo en Angers y en el departamento del Sarthe, la producción de telas de algodón en la Alta Normandía .15 Citemos otro ejemplo que resulta aún más sorprendente: las sedas fabricadas en la región de Lyon. Utilizando una materia prima de alto valor, al que se agre­ gaba un valor añadido también elevado, la producción de tejidos de seda permitía exportaciones hacia mercados muy amplios, en particu­ lar anglosajones. Durante el Segundo Imperio las sedas ocupaban el primer lugar en las exportaciones francesas. Sin embargo, la produc­ ción sedera subsistió durante el siglo xix en una fase de auténtica protoindustrialización, a diferencia de las otras industrias textiles. Paralelamente a los oficios urbanos, se desarrollaron, aunque con un ritmo más rápido, los oficios rurales; la búsqueda sistemática de la mano de obra rural barata permitió crecimientos muy notables de la producción de unos artículos, cuyos ejemplares de mayor calidad seguían siendo, sin embargo, fabricados en la ciudad. Se recurrió limitadamente a la fábrica y se utilizó y perfeccionó una forma origi­ nal de establecimiento concentrado: la fábrica-pensionado, que em­ pleaba mano de obra femenina menor de edad. Alrededor de la fábrica se multiplicaban los telares rurales. De esta manera una indus­ tria con estructuras de producción totalmente tradicionales ocupaba el primer puesto de las exportaciones francesas. Desde esta perspectiva, ¿se puede seguir manteniendo la distin­ ción entre una mayoría de empresarios «arcaicos» y un puñado de audaces innovadores? Esto implicaría que el empresario del siglo XIX, el verdadero empresario en todo caso, era una especie de héroe del progreso técnico, especialmente encargado de modernizar la econo­ mía. La realidad parece sensiblemente diferente: el imperativo del beneficio y de la ganancia se imponía en los empresarios del si­ glo xix, los cuales, debido a ello, adoptaban muy a menudo una organización tradicional de la producción y a veces, al no poder actuar de otra manera, corrían el riesgo de la innovación técnica. Por tanto, ante la perspectiva de utilizar equívocamente el término arte­ sanado, aún empleado por numerosos autores, parece necesario renun­ ciar a él para adoptar el de protoindustrialización. Diferentes estudios sociales sobre el «artesanado» francés y europeo durante el siglo xix nos muestran que éste perdía progresivamente toda independencia

15. Cf. Serge Chassagne, «Indusmalisation...», op. cit.

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económica.16 Los artesanos vieron paulatinamente cortado su acceso directo al mercado que durante mucho tiempo había caracterizado su trabajo y se convirtieron, en realidad, en asalariados a destajo que trabajaban a domicilio. Otros indicios confirman esta evolución: el antiguo taller, que contaba con numerosos compañeros y aprendices, redujo poco a poco sus efectivos, y a finales del siglo xix únicamente trabajaban en él el antiguo maestro y su esposa, la pareja del trabajo a domicilio. La crisis y decadencia del aprendizaje confirma la muerte del artesanado. Consecuentemente, la independencia del trabajo indus­ trial, lejos de ser el signo del ascenso social, era, por el contrario, la más segura garantía de la autoexplicación del trabajador a domicilio, único medio para él de proteger una ilusoria libertad económica y social. De manera que la primera fase del capitalismo industrial francés no se caracterizó tanto por la introducción masiva de técnicas nuevas como por la movilización, la utilización y la organización sistemática de la mano de obra, es decir, de las distintas fuerzas de trabajo dis­ ponibles: artesanos tradicionales, poblaciones rurales, grupos popula­ res urbanos.1718 Por otra parte, la dispersión estadística de los establecimientos oculta las múltiples tentativas y los numerosos éxitos de la concen­ tración empresarial. A comienzos de siglo, la coyuntura imperial favorecía las experiencias en ese sentido. Oberkampf en la producción de indianas,11 Richard Lenoir en la hilatura y el tisaje de algodón y Ternaux en el trabajo de la lan a 19 encarnan ese sistema de un capita­ lismo industrial en grandes unidades de producción sin la introduc16. En los números de julio-septiembre de 1979 y de enero-febrero de 1981 de la revista Le Mouvement Socid se publicaron una serie de artículos sobre la pequeña empresa, artesanado y pequeño comercio en Europa durante los siglos xix y xx, fruto de investigaciones realizadas bajo la dirección de H . G. Haupt y P. Vigier. 17. Yves Lequin señala a este respecto que «la aparición de la maquina­ ria no impide, en principio, que haya movilización del trabajo manual ... La fábrica es la excepción, el nuevo proletariado no puede ser definido por su concentración geográfica», Histoire économique et sociale du monde, t. 4, p. 344 (hay trad. cast.: P. León, ed., Historia económica y socid del mundo. 4. La dominación del capitalismo, 1840-1914, Madrid, Encuentro, 1980). Cf. también J. P. de Gaudemar, La mobilisation ginirde, París, 1979. 18. Cf. Serge Chassagne, Oberkampf ..., op. cit. 19. Lomuller, Guillaume Ternaux, 1763-1833, París, 1978.

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don masiva de tecnología nueva: empleaban, encuadraban y contro­ laban a millares de trabajadores, de los cuales una minoría se baila­ ban concentrados en algunos establecimientos, mientras que una ma­ yoría trabajaban a domicilio, dispersos en zonas rurales. Esta fuerza de trabajo se encontraba, sin embargo, estrechamente controlada y obligada a una disciplina de trabajo por la presenda de capataces y por la presión del sistema de retribución a destajo, que podía ser reducida e induso anulada en caso de producdón deficiente: «Richard Lenoir encamaba un nuevo modelo protoindustrial, que mezclaba fábrica y trabajo disperso, uno de cuyos prindpales méritos fue la aculturadón de las viejas pobladones industriales en la nueva disdplina industrial».20 Toda la historia de la sedería lionesa en el siglo xix ilustra tam­ bién estos fenómenos coexistentes de dispersión de los establedmientos por una parte y de concentradón empresarial por otra. Sin duda, las viejas casas especializadas en la producción de tejidos altamente elaborados, muy a menudo ya en decadencia, se mantenían fieles a las viejas relaciones casi contractuales con los tejedores urbanos. Por el contrario, las grandes casas de telas sencillas que se desarrollaron en el siglo xix utilizaban masivamente la mano de obra rural. En tomo a un núcleo fabril constituido por las fábricas-pensionados, que posi­ bilitaba un control directo, pero pardal de la torcedura y del tisaje, millares de tejedores, encuadrados por una red de capataces, trabaja­ ban en todos los departamentos del sudeste para casas tales como Schulz, Bellon-Couty, A. Giraud, Cl. J. Bonnet o L. Permezel, la cual, en las últimas décadas del siglo, empleaba 5.000 tejedores sin recurrir a la concentración fabril y disponía de una organización comerdal que abarcaba unos quince países. La fuerza de esas empresas residía en la posesión de un capital, en el control de los circuitos comerdales, en la habilidad, en el desarrollo de la función empresarial y en la organización de la mano de obra. Entonces, ¿se pueden considerar «arcaicos» todos esos empresa­ rios? En absoluto. Diríamos más bien que eran, en general, buenos administradores y sagaces calculadores. En efecto, en las condiciones de la época, su sistema industrial funcionaba con los mínimos costos y los menores riesgos. Ello permitía reducir el capital fijo al volumen

20. Cf. Sergc Chassagne, «Industrialisatíon ...», op. cit., p. 50.

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más bajo posible, y aprovecharse del marco de una financiación tra­ dicional y poder así beneficiarse del sistema bancario existente. Dado que la utilización de las reservas de mano de obra costaba menos que la utilización de maquinaria, no había razón para mecanizar la em­ presa y correr un riesgo suplementario. Puesto que se disponía de fuerza hidráulica y que ésta era más barata, no había razón para emplear la energía de vapor. La racionalidad económica de estos empresarios parece evidente, salvo que se pruebe que un empleo más precoz de la máquina de vapor y de los telares mecánicos les hubiera proporcionado mayores ganancias. Por otra parte, una industria tan poco mecanizada como la sedería no registró, prácticamente, quiebras durante el siglo xix, y las empresas con dificultades fueron liquidadas sin mucho ruido y sin perjuicio de reorganizarse al cabo de poco tiempo. Hasta el último cuarto del siglo xix, el crecimiento francés fue notable y se situó en una tasa anual de alrededor del 2,5 por 100; aunque el mismo fue menor en valor absoluto que el de Estados Unidos, el de Gran Bretaña y el de Alemania, la tasa de crecimiento per cápita fue equivalente a la de dichos países. El carácter dualista del crecimiento explica el doble juicio que tradicionalmente se ha emitido sobre la industria francesa: condena del «malthusianismo» y del arcaísmo económico e ilusiones acerca de su pujanza y modernidad. En resumen, sobre esa doble base, la industria francesa conoció hasta la década de los años 1870 un crecimiento tal, que no había razones para dudar de la eficacia del sistema.

3.

Los SÍNTOMAS DE UNA CRISIS

Desde finales de la década de 1860, pero sobre todo en la siguiente, el sistema industrial, que hasta entonces había funcionado bastante bien, reveló sus insuficiencias. Las tasas de crecimiento de la renta nacional y de la producción industrial declinaron y cayeron progresivamente por debajo del nivel de incremento secular. Tres índices de la producción industrial francesa concuerdan en ello (T. J. Markovitch: 1,7 por 100 para el período 1870-1895; M. LévyLeboyer: 1.64 por 100 para el período 1865-1890, y F. Crouzet: 1,46 por 100 para el período 1854-1905). Paralelamente, los bene­

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ficios y ganancias de las empresas descendieron acusadamente.21 Pode­ mos recordar de manera sucinta las principales causas de la desacele­ ración del crecimiento industrial francés en las últimas décadas del siglo XIX.22 La crisis agrícola parece haber sido un factor determinante. Des­ pués de «la edad de oro» del Segundo Imperio, el principal sector productivo de la economía francesa experimentó una contracción durante la década de 1880, afectando al principal mercado de una parte de la industria francesa, es decir, el mercado interior. El des­ censo del crecimiento de la renta per cápita (situado entre el 0,6 y el 0,7 por 100 de 1865 a 1894) fue fundamentalmente debido a la muy fuerte caída de la tasa de crecimiento de la renta generada por el sector agrícola, ya que el producto total de la agricultura sólo aumentó un 0,26 por 100 de 1865 a 1900. Esta crisis agrícola se debió en parte al desarrollo de la compe­ tencia internacional. La aparición en el mercado francés de las pro­ ducciones de los países nuevos y coloniales (trigo americano, lana australiana, oleaginosas tropicales) comportó una dura competencia para los productos nacionales. La aparición y el ascenso de nuevos productores industriales, Alemania, Suiza, Rusia, cuya producción a menudo era más barata que la de las industrias francesas, frenaron las ventas por lo que respecta a los dientes tradicionales y favorecieron el declive comercial. Algunos productos industriales sustituyeron progresivamente a producciones agrícolas como las de los colorantes naturales (granza, pastel). Algunos accidentes, como la enfermedad del gusano de seda (pebrina) y de la vid (filoxera) se agregaron a los otros elementos negativos para agudizar la crisis. En suma, la produc­ ción agrícola resultaba mal adaptada respecto a una población con un mayor nivel de urbanización y de renta. Todo esto desembocó en una caída general de los precios agrícolas e industriales que comenzó alrededor de 1870, confirmando la tendencia general secular y obli­ gando a la mayoría de los productores a revisar su política económica. El desarrollo de la competitividad interna parece tan fundamen­ tal como difícil de medir. Éste constituía el resultado de la apertura 21. Cf. J. Bouvier, F. Furet y M. Gillet, Le mouvement du profit en Frunce, París, 1965. 22. Cf. M. Lévy-Leboyer, «La décélératíon de l’économie françaisc dans la secunde moitié du XIX* sifecle», Revue d’Histoire Économique et Sociale, 4 (1971).

1 2 0

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del mercado francés, el cual funcionó hasta que la terminación de la red ferroviaria hubo desarrollado todos sus efectos sobre una base ampliamente regional. La unificación del mercado interior acabó con las rentas de situación heredadas del pasado y obligó tanto al cierre de empresas como a su reconversión. El ejemplo de la siderurgia es particularmente elocuente. Sin duda, esas evoluciones eran beneficio­ sas a medio plazo, pero a corto plazo implicaban adaptaciones a veces penosas. Las bases de la industria, esencialmente dualistas, se vieron cues­ tionadas. Las reservas de mano de obra rural disponibles y baratas tendían a agotarse, lo que se tradujo, dejando aparte la cuestión del desempleo coyuntural, en un alza ininterrumpida de los salarios. Pese a la incertidumbre de las estadísticas, F. Carón subraya «la casi desaparición del desempleo crónico y una casi desaparición del desem­ pleo camuflado».25 El lento aumento de la mano de obra industrial francesa impli­ caba que todo nuevo desarrollo, sustentado necesariamente en nuevas técnicas, sólo podía realizarse transfiriendo efectivos de los sectores tradicionales hacia los sectores más recientes. Este conflicto entre actividades tradicionales y nuevas se expresa a través del juego de los salarios: éstos son más elevados en las nuevas ramas fabriles que en aquellas en que subsiste el sistema de la protoindustrialización. De manera progresiva, los salarios más elevados desplazan a los bajos salarios. Ello constituyó un problema de lógica interna del sistema industrial: la coexistencia entre un sector capitalista y otro que lo era menos se hacía difícil en la medida en que el capital invertido no obtenía el rendimiento máximo que hubiera podido obtener en el marco de un sistema de producción más homogéneo. La relación hilatura-tisaje, por ejemplo, era evidente: la mecanización de la pri­ mera actividad implicaba, en un plazo dado, la de la segunda. Peto la desaceleración de finales de siglo no fue una larga crisis caracterizada por la caída de la producción y de los precios y por el aumento de las quiebras, y terminó en una recuperación. Es más, comportó una verdadera reestructuración del conjunto del sistema económico. Una evolución análoga se desarrollaba, por otra parte, en la agricultura, pero en menor grado, ya que las actividades de

23. F. Carón, Histoire iconomique ..., op. cit., p. 25.

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cría de ganado, a partir de esas décadas, conocieron un verdadero impulso, mientras que los precios bajaron poco en este sector.

4.

H acia un nuevo desarrollo

El agotamiento de los recursos de mano de obra en un país en que la mediocridad de su crecimiento demográfico se afirmaba implicó un desarrollo de la inversión desconocido en el siglo xix. A partir de 1880, el número de caballos de vapor creció muy fuertemente (de 1880 a 1896: 5,4 por 100 por año; 1896-1901: 8,7 por 100; 1901-1906: 4 por 100), lo que posibilitó un creciente incremento de la productividad de la mano de obra. Por primera vez a lo largo del siglo el aparato productivo, y no el sistema de transporte, se con­ virtió en el primer cliente de los fabricantes de máquinas de vapor. También durante ese período algunos núcleos de las actividades tex­ tiles protoindustriales se derrumbaron, como por ejemplo el tisaje del algodón en la Alta Normandía ; 24 por otra parte, los telares ma­ nuales retrocedieron rápidamente, siendo sustituidos por telares me­ cánicos que duplicaron los rendimientos, como en el caso de la sede­ ría lionesa.25 El aumento de la inversión se hizo ya evidente entre 1878 y 1883, la crisis de 1876-1877 fue un punto de partida decisivo para la trans­ formación de ciertas industrias; pero esta tendencia, mediatizada por inversiones especulativas de importancia, quedó frenada por la crisis de 1882-1884 y no tuvo continuidad sino a partir de 1890, para persistir hasta vísperas de la primera guerra mundial. Al mismo tiempo aparecieron industrias nuevas. Durante esta lar­ ga fase de depresión económica surgieron nuevas producciones que se basaban en el aprovechamiento de inventos recientes o de inventos más antiguos que no habían sido utilizados sistemáticamente. La construcción de automóviles, la producción de hidroelectricidad y la puesta a punto de sus aplicaciones metalúrgicas y químicas, la apli­ cación de algunos avances de la química a la producción de material fotográfico, de placas sensibles y de películas fabricadas en grandes 24. Cf. G. Désert, Les paysans da Calvados, Lillc, 1975, III. 25. Cf. P. Cayez, Crises et croissance de Vindustrie lyonnaise, CNRS, Pa­ rís, 1980.

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series en los años 1890 por los hermanos Lumiére, aparecieron durante este período. En los primeros años, las unidades de produc­ ción de estas nuevas industrias mantuvieron dimensiones modestas. La industria automovilística parecía depender fundamentalmente de la cualificación obrera y se adaptaba a la actividad artesanal realizada en el marco del taller.26 Unicamente la producción de equipos hidro­ eléctricos requirió desde el comienzo capitales importantes, y ello comportó la intervención de la banca. En el transcurso de un período más o menos largo, estas nuevas industrias se beneficiaron de una verdadera renta de situación, ya que poseían un auténtico monopolio regional, nacional o aun internacional y tenían dificultades para aten­ der a una demanda nueva que crecía sin cesar. Beneficios y ganancias se hallaban en correspondencia con ese nivel de actividad creciente. Durante el último cuarto de siglo la forma jurídica de las empre­ sas evolucionó sensiblemente y enriqueció de esta mantera la tipolo­ gía del capitalismo industrial. A lo largo del siglo xix la empresa familiar de responsabilidad colectiva había dominado ampliamente, las sociedades anónimas se habían constituido lenta y difícilmente, y esta fórmula fue reemplazada con frecuencia con ventaja por la socie­ dad comanditaria por acciones. En el último cuarto de siglo se pro­ dujeron notables modificaciones. Gracias a las nuevas legislaciones de 1863 y 1867, las sociedades de personnes y aun las sociedades civiles se transformaron masivamente en sociedades anónimas por acciones.27 En ciertas industrias de estructuras particularmente tradicionales, como la sedería, no fue hasta durante la década de 1890 que apare­ cieron las primeras sociedades anónimas. En estos años también se esbozaron las primeras formas de colaboración entre empresas afines. La cristalización de los primeros acuerdos en la siderurgia y en la química es bien conocida, muy a menudo se referían a la lucha contra la caída de los precios, a la organización y a la distribución de la pro­ ducción, aunque algunos cárteles tendían a estimular el desarrollo de nuevas producciones. La coyuntura de baja de precios, que predominó hasta finales de siglo, explica en buena parte el origen del fenómeno, aun cuando se encuentran antecedentes de ello con anterioridad. El 26. Cf. P. Fridenson, Histoire des Vsines Renault, 1898-19)9, Le Seuil, París, 1972; J. P. Bardou. J. J. Chañaron, P. Fridenson y J. Laux, La rfvolution automobile, París, 1977. 27. Cf. C. H. Freedeman, Joint stock entreprise in France 1807-1867, The University of North Carolina Press, Chapell Hill, 1979.

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nacimiento de grupos, forma que será tan característica de la industria francesa, data también de este período. Los inicios de este fenómeno pueden observarse en algunas empresas públicas como las del gas; a pesar de la multiplicación de los vínculos financieros y técnicos, subsistía la razón social de cada empresa. Como formas premonitorias de las fusiones del futuro, se constituían agrupamientos de empresas idénticas bajo una única razón social, en las que se mantenía la propiedad personal de cada industrial participante (las primeras olea­ das de fusiones se sitúan entre 1878 y 1883, y luego a finales de la década de 1890). De modo que es indudable, aun cuando ello no se manifieste de inmediato en el nivel de las tasas de crecimiento, que la industria francesa había realizado las acciones necesarias para llegar a salir de la crisis. A pesar de los índices mediocres, el capitalismo industrial francés se había modificado profundamente y había desarro­ llado, con cierta lentitud, los antídotos para neutralizar la caída de la tasa de crecimiento: se había vuelto más capitalista y había descu­ bierto por su cuenta algunas formas de defensa y de adaptación a los azares económicos de la coyuntura. Según el índice industrial de F. Crouzet, sólo a partir de 1906 el ritmo de crecimiento se diferenció muy nítidamente del pasado al alcanzar una tasa de 5,2 por 100 hasta 1913 (Lévy-Leboyer propone 4,42 por 100). Sin duda, permanece abierta la discusión sobre la fecha del inicio de la recuperación, ya que desde fines de la década de 1890 claros síntomas la anunciaban. La observación de la evolución de los precios en los últimos años del siglo podría incitar a situar en años anteriores la recuperación del crecimiento; pero la gravedad de la crisis del cambio de siglo demoró el fenómeno durante algunos años. Fueron necesarios cerca de quince años para que las elevadas tasas de crecimiento de las nuevas industrias se generalizaran al conjun­ to del sistema productivo. De esta manera, en los años que precedie­ ron a la primera guerra mundial, aquéllas no tuvieron comparación con las del siglo xix, y confirman la importancia de los cambios estructurales del capitalismo industrial francés en los veinte últimos años del siglo xix. Este nuevo tipo de crecimiento más rápido anun­ ciaba los ritmos de las décadas de 1920 y de 1950. La ruptura con las tasas del siglo xix era, pues, decisiva. Si se intenta efectuar un balance de la industria francesa de comienzos del siglo xx, se imponen algunas preguntas de actualidad y algunas respuestas concernientes a los temas de la decadencia y del

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retraso. Recordemos, en principo, que el dualismo heredado del siglo xix subsistía más fuertemente que en otros grandes países indus­ triales y constituía una desventaja de la que el tejido industrial sólo se liberó lentamente. La salida de la crisis se manifestó también en la evolución de los intercambios, la tasa de cobertura de la balanza comercial mejoró constantemente a partir de 1895 gracias a un muy fuerte impulso de las ventas de productos industriales al exterior. Como constata R. Girault: «En conjunto, teniendo en cuenta todas las proporciones, el comercio francés parece que supo adaptarse a la buena coyuntura mundial».*8 Esta adaptación no dejaba de tener sus limitaciones, porque los productos franceses conservaban un carácter lujoso, sus precios eran más elevados y en consecuencia los posibles mercados estaban limitados a los países vecinos ricos y ya industria­ lizados capaces de comprarlos. Las producciones tradicionales conti­ nuaban constituyendo la base de las exportaciones y las industrias nuevas, como la del automóvil, aportaban también productos costo­ sos. El desequilibrio de la balanza comercial y el equilibrio de la balanza de pagos mediante las rentas de los servicios, del turismo y de la repatriación de beneficios de los capitales exportados son fenó­ menos bien conocidos. Este tipo de evolución caracterizó, en realidad, todas las economías nacionales que alcanzaban su madurez, como las de Gran Bretaña y de Bélgica. El problema de las inversiones fran­ cesas en el extranjero ha sido a la vez estudiado y debatido por numerosos trabajos, entre ellos, en particular, las Actas del IT Colo­ quio de Historiadores Económicos Franceses celebrado en 1977. lean Bouvier ha señalado que a partir de 1911, la proporción de los títulos de empresas francesas en la cartera del Crédit Lyonnais aumentó considerablemente, como si la fase de autofinanciación de las indus­ trias nuevas tendiera a agotarse y que la magnitud de esas actividades exigiera en adelante recurrir al mercado financiero.

5.

E mpresas

y empresarios

La organización de las empresas francesas en vísperas de 1914, así como las estructuras de dirección que dependían de aquélla, han28 28. R. Girault, Histoire économique et sacióle de la Trance, París, 1979, t. IV, vol. I, p. 232.

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podido ser consideradas como un claro exponente del retraso y del desfase francés.29A comienzos del siglo xx la dimensión media de las empresas seguía siendo más pequeña en Francia que en los otros grandes países industrializados. La estrategia de la diversificación productiva y la utilización de un nuevo tipo de organización de las unidades de producción progresaron con mucha lentitud. La sociedad Saint-Gobain fue pionera en este proceso al adoptar una estructura multidivisional a partir de 1905, pero siguió siendo un prototipo casi único hasta 1918. Por el contrario, numerosas sociedades adquirieron participaciones financieras en otras empresas. Con posterioridad a 1912 las inversiones en cartera representaban un elevado porcentaje de las inversiones totales en los sectores del carbón, del petróleo, de las industrias textil y de equipos eléctricos. Los beneficios totales de esas empresas se vieron incrementados de esta manera por un volumen creciente de beneficios financieros. Esos activos financieros favorecieron el desarrollo de las estructuras características de los holdings o grupos. En realidad, las principales condiciones que hacían posible la existencia de las grandes empresas en Gran Bretaña y en Estados Unidos no existían en Francia. Los mercados de productos industriales eran más reducidos, los servicios bancarios menos desarro­ llados. En 1880 dos tercios de la población francesa residía aún en pueblos, y en 1911 todavía el 56 por 100 de la población vivía en áreas rurales. La ausencia de un vigoroso mercado urbano ahogaba toda tentativa de desarrollar una producción en gran escala y frenaba la integración de los circuitos comerciales por parte de las empresas de producción. Por el contrario, los elevados niveles de integración entre industria y comercio existentes en Alemania y Estados Unidos constituían una fuerte barrera comercial para la entrada de productos franceses a dichos países. En Francia los comerciantes mayoristas pare­ ce que reforzaron su control sobre la producción, acentuándose de esta manera el protagonismo de los intermediarios. En vísperas de 1914 algunas empresas francesas apenas habían empezado a rea­ lizar directamente la venta y distribución de sus productos, en espe­ cial la industria automovilística. Entre finales del siglo xix y 1914, 29. Cf. M. Lévy-Lcboyer, Tbe large Corporation in modera Trance, en A. D. Chandler y H. Daems, eds., Managerial bierarchies. Comparature perspectives on tbe rise of tbe modera industrial entreprise, Harvard University Press, 1980.

126

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

cierto número de fusiones permitió el inicio del proceso de integra­ ción en la química, el acero y las industrias mecánicas. Las empresas más poderosas consiguieron de esta manera el control de las materias primas o de componentes industriales sin recurrir a los capitales bancarios y sin intervenir en el mercado financiero (creación de la Thomson-Houston). El notable desarrollo de las nuevas industrias en Fran­ cia planteó muy pronto el problema de la necesidad de renovar la organización de los métodos de trabajo. Las obras de H . Le Chatelier y de sus discípulos y las relaciones de los industriales franceses con Ford y con Taylor mostraron el camino hacia soluciones nuevas y propusieron desde entonces la adopción de un modelo estadouniden­ se. Desde antes de 1914 un grupo de técnicos franceses estaba deci­ dido a aplicar todos los principios de la organización científica del trabajo. Pero fueron los industriales, sobre todo los del sector auto­ movilístico, los que practicaron un taylorismo parcial, reduciendo la aplicación del método a un simple cronometraje destinado a estable­ cer las bases de la remuneración del trabajo, como en el caso de Berliet, de Lyon, a partir de 1910.30 El tema del «retraso» de las estructuras industriales francesas debe ser examinado de nuevo teniendo en cuenta como referencia fundamental las características del mercado. Los estados más tempra­ namente industrializados dependían de un mercado interior organi­ zado y determinante que dictaba, en cierta medida, su ley a los agen­ tes de producción. En los países nuevos de industrialización más reciente, la insuficiente estructuración del mercado interior obligó a las empresas industriales a ocuparse por sí mismas de la organización del consumo interior. A la mano invisible del mercado se oponía la mano visible de la empresa multidivisional e integrada.31 A la escasa concentración de las empresas francesas, a sus estruc­ turas menos «evolucionadas» que las de sus grandes vecinos alema­

30. Cf. A. Moutet, «Ingénicurs et rationalisation en France de la guerre i la crise, 1914-1929», comunicación presentada ol coloquio celebrado en Creusot (23-25 de octubre de 1980) sobre «Ingénieurs et société»; A. Mouret, «Les origines du systémc Taylor en France. Le point de vue patronal (19071914)», Le Mouvemcnt Social (octubre-diciembre de 1975); P. Fridenson, Hisloire ..., op. cit, 31. Cf. A. Chandler, The Visible Hartd. The managerial revolution in American Business, Harvard University Press, 1978.

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nes, ingleses y estadounidenses correspondía una patronal poco reno­ vadora y relativamente rutinaria .32 Una serie de estudios recientes ha insistido sobre el atraso de la formación técnica y profesional en Francia, a todos los niveles, causa y consecuencia de la escasa necesidad que experimentaba de ella una industria que continuaba siendo profundamente tradicional.33 Durante décadas, ésta se contentó con la habilidad artesanal o con la forma­ ción esencialmente comercial de sus empresarios. Esas publicaciones han señalado que las grandes escuelas francesas tendían esencialmente a formar funcionarios civiles y militares, con excepción de las raras escuelas de artes y oficios. Dichas instituciones difundían, sobre todo, conocimientos científicos teóricos y abstractos, los cuales no tenían apenas aplicación a las industrias del siglo xix. Por lo tanto, fueron las iniciativas privadas las que desarrollaron la formación en varias ciudades francesas de técnicos en todos los niveles, destinados a la industria y a los «negocios»: recordemos, en especial, la creación de la Escuela Central de París en 1829 y de la Escuela Central de Lyon en 1857; las numerosas instituciones técnicas de todos los niveles creadas en París, Lille, Lyon, Mulhouse, sin olvidar las escuelas técnicas de las empresas. Hacia ¿nales del siglo, varias ciudades se esforzaron en combatir la inferioridad comercial francesa creando escuelas de comercio. A partir de 1880 la vocación profesional de los politécnicos parece que se modificó: un número creciente de ellos abandonaba el ejército para entrar en la industria privada, aportación sin duda apreciable, aunque modesta, pero que tendió a acrecentar el acatamiento de la disciplina en la industria. Los técnicos procedentes de las escuelas centrales desempeñaron por vocación un papel más importante, en principio en las industrias tradicionales, pero sobre 32. Diferentes autores difieren y expresan opiniones matizadas sobre dicho tema: F. Carón aiirma que «el mundo patronal francés ... no aparece como un mundo cerrado, dado que nuevas actividades le suministran constantemente oportunidades» (Histoire économique ..., op. cit., p. 82), M. Lévy-Leboyer subraya que «los estudios sobre la movilidad social mostraron en efecto ... que la idea de una igualdad de oportunidades, de la apertura de las élites a los talentos ... contenía una gran parte de ilusión» («Le patronat français 1912-1973. Le patronat de la seconde industrialisation», Cabiers du Mouvement Social, n* 4 (1979). 33. Cf. «Le patronat...», art. cit.; M. Lévy-Leboyer, Im ovaiion and Bussines strategies in the 19tb and 20íh Century Franca, John Hopkins Press, Bal­ timore, 1976.

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LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

todo hacia finales de siglo en las industrias modernas: mecánicas, químicas y eléctricas. ¿El desarrollo de los sectores nuevos comportó una renovación parcial de la patronal francesa? Lhantier ha demostrado que la pre­ paración técnica se convirtió en esencial en la industria eléctrica,34 pero también crearon y desarrollaron nuevas empresas perfectos autodidactas como los Lumiére en la industria fotográfica, o Berliet en la industria automovilística. Esta, en su comienzo, fue obra de personajes con muy diferente formación, desde el autodidacta hasta los ingenieros de alto nivel, como Panhard y Levassor, formados en las escuelas centrales, y G troen en el Politécnico. En vísperas de 1914 el ingeniero se introdujo en algunos de los nuevos sectores y favore­ ció la renovación de sectores tradicionales (los Montgolfier, papeleros en Annonay, se formaron sistemáticamente en la Escuela Central de Lyon). Pero la formación técnica fue mucho más limitada en las categorías de los mandos intermedios y de los obreros, cuya capa­ citación siguió siendo insuficiente. ¿La necesidad creciente de una formación técnica había de impli­ car una renovación más o menos importante de la patronal y la apa­ rición de una categoría de mamgers profesionales asalariados? La mayor parte de los autores, recordémoslo, considera que el mundo empresarial, al menos hasta 1914, siguió completamente cerrado; en todo caso, ésta es la impresión que nos ofrece la lectura del Cabier du Mouvement Social sobre la patronal de la segunda industrializa­ ción. J. Kocka respecto de Alemania y L. liannah en lo que concier­ ne a Inglaterra, se pronuncian en el mismo sentido. Si bien el inge­ niero ocupaba un lugar notable en las filas de la patronal de finales de siglo, él mismo casi siempre había salido de ese medio social, hijo, sobrino o yerno de empresario, cuya capacidad de gestión se vio reforzada por esa nueva formación técnica. Antes de 1914 la norma seguía siendo, a pesar de la evolución esbozada, que el nacimiento y la familia, más que la formación técnica, daban acceso a las respon­ sabilidades patronales. En este caso también se podría evocar una estructura patronal dualista: industrias tradicionales dirigidas por el capitalismo familiar, industrias nuevas creadas y desarrolladas por una patronal más cualificada técnicamente. En definitiva, la estruc­ 34. Cf. P. Lanthier, «Les dirigeants des grandes entreprises élec triques en France (1911-1973)*, Cabiers du Mouvement Social, n* 4 (1979).

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tura misma de la industria francesa implica, fácilmente, que, a dife­ rencia de lo que sucedía en Estados Unidos, en Gran Bretaña y en Alemania,'B una nueva categoría de directivos y técnicos asalariados no hubiera empezado aún a reemplazar a la patronal tradicional.

Sin duda, muchos de los aspectos recogidos en este trabajo no son de gran originalidad; el dualismo industrial y patronal existía en otras economías europeas, aunque haya sido más duradero en Fran­ cia. El crecimiento lento y progresivo y la desaceleración de fines de siglo tampoco son específicos del caso francés. Es probable que haya sido durante las últimas décadas del siglo xix cuando se con­ cretó una originalidad francesa que se tradujo en signos de retraso y de declive relativo que no alcanzó disimular el surgimiento de nue­ vas industrias. El impulso de las nuevas potencias industriales y el desarrollo de la competencia internacional generadora de proteccio­ nismo volvían a cuestionar, globalmente, la antigua preponderancia franco-inglesa. Continúa siendo objeto de debate entre malthusianos y poblacionistas la relación entre el declive económico y el demo­ gráfico. A largo plazo, demografía y poder económico parecen bas­ tante sincrónicos. La correlación resulta menos evidente a medio plazo, ya que una demografía poco expansiva coexistió tanto con la desaceleración económica de los años 1882-1896 como con el auge del período 1906-1913.35

35. Cf. A. D. Chandler y H. Daems, eds., Manageríal hierarchies ..., op. cit.

Douglas C. North

LA SEGUNDA REVOLUCIÓN ECONÓMICA EN LOS ESTADOS UNIDOS 1.

La

teoría neoclásica del desarrollo económico

Me propongo analizar el proceso de industrialización en los Es­ tados Unidos y sus consecuencias en la esfera social. Dado que nuestras concepciones al respecto están ligadas a modelos teóricos, sean explícitos o implícitos, empezaré por un examen de los plan­ teamientos y de la teoría en los que se inspira mi análisis. Los aspec­ tos centrales de la industrialización son, por un lado, la superación de las servidumbres impuestas a la población por la disponibilidad de recursos naturales, con el consiguiente e inédito fenómeno de un paralelismo entre el aumento demográfico y el aumento de la renta en el mundo occidental, y por el otro, los esfuerzos organizativos que han acompañado estos cambios y que están en el fondo de los problemas que asedian a las sociedades modernas. Si examinamos el proceso de industrialización, debemos ocupar­ nos tanto de los efectos de la tecnología sobre el proceso productivo como de los costes de transacción inherentes a su utilización. Me pare­ ce que la teoría neoclásica del desarrollo es la que mejor reúne los aspectos más importantes de las implicaciones de la tecnología en términos de productividad. Empezaré, por tanto, con un tratamiento sintético de la misma y dedicaré la segunda parte a la definición de una teoría que permita analizar los costes de transacción relativos a tales cambios. En la tercera, me valdré de este marco conceptual para efectuar un examen del caso estadounidense, mientras que en las dos partes siguientes examinaré los efectos desestabilizadores

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de la tecnología y me ocuparé brevemente de las implicaciones de este tipo de análisis. La teoría neoclásica del desarrollo económico acepta que, en con­ diciones de escasez generalizada, los individuos eligen opciones que reflejan sus deseos, sus necesidades o sus preferencias. Esas opciones se realizan en el contexto de un abanico de oportunidades a las que se debe renunciar: por ejemplo, el coste de oportunidad de prolongar una hora, o más, la jornada de trabajo (y por lo tanto de un incre­ mento del salario) constituye una renuncia a parte del propio tiempo libre. Tal postulado de maximizadón de la utilidad marginal o de la riqueza presupone que los individuos tienen una ordenación estable de preferendas por lo que respecta a la renta, tiempo libre, etc., y que la dección marginal (es decir, la determinación de un indivi­ duo que decide trabajar una hora más) representa un compromiso entre lo que va a ganar (renta mayor) y aquello a lo que debe renun­ ciar (tiempo libre). Tal postulado de comportamiento funciona en lodo sistema económico — capitalista, sodalista o de cualquier otro tipo. Dado que, según d postulado de maximizadón de la utilidad marginal, los individuos desean una mayor cantidad de bienes (y de servidos) y dado que una mayor cantidad de bienes puede produdrse aumentando la capaddad productiva (a costa de reducir la produc­ ción de bienes de consumo corriente), los individuos de una deter­ minada sociedad dedicarán parte de sus esfuerzos a aumentar el capi­ tal disponible, porque es justamente su existencia la que determina el flujo de bienes y servicios que constituyen el resultado del sistema en términos productivos. El volumen del capital disponible se encuen­ tra determinado por el crecimiento del capital humano (fuerza de trabajo), del capital físico (maquinaria, establecimientos industria­ les, mejoras agrícolas, etc.) y de los recursos naturales, los cuales, a su vez, dependen de la tecnología disponible (o sea, del grado de control del hombre sobre la naturaleza), la cual contribuye a incre­ mentar la capacitación del factor trabajo (capital humano), la calidad del capital físico y determina al mismo tiempo lo que, en un momento determinado, constituye un recurso natural. Los cambios tecnológicos se consideran endógenos, y se conciben como el resultado de inver­ siones realizadas por miembros de la sociedad en invenciones e inno­ vaciones. La «capacidad de invención», sin embargo, se encuentra

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a su vez regulada por la disponibilidad de conocimientos (compren­ sión del medio natural). El capital disponible, que determina la producción, se encuentra, por tanto, en fundón de las existencias de capital físico, de capital humano, de recursos naturales y de tecnología y de conocimientos, y la maximizadón de la utilidad marginal derivará de las inversiones en aquellos sectores del proceso productivo que ofrecen más elevadas tasas de benefido: en los cuales ello aumentará la producción res­ pecto a los otros, lo que asegurará que las tasas de beneficio tiendan a igualarse. Cuando las tasas de beneficio de la inversión, derivada de la renunda a cierto consumo (es decir, del ahorro), en investiga­ ción para la invención o descubrimiento de nuevas técnicas o de recur­ sos no utilizados, superen las conseguidas mediante la utilización intensiva de los tipos de máquina o de las capacidades humanas dis­ ponibles, se producirá, obviamente, la introducción de nuevos «tipos» de capital físico y humano y se descubrirán nuevos recursos natu­ rales. Si el volumen de la fuerza de trabajo crece respecto a las dispo­ nibilidades de capital, será necesario modificar las formas en que se combinan el capital humano y físico con objeto de adecuarlas a los cambios experimentados por la relación capital/trabajo. De la misma manera, pueden ser introducidas adecuaciones por lo que respecta a la disponibilidad de recursos naturales. En estas condiciones, el crecimiento de la producción total y el crecimiento de la producción per cápita estarán determinados por la proporción de renta ahorrada (e invertida) y por la tasa del incre­ mento demográfico. Si esa proporción genera un aumento de la pro­ ducción semejante al de la población, el crecimiento de la renta per cápita será igual a cero. Por otra parte, una tasa de crecimiento del ahorro más elevada que la del incremento demográfico producirá un desarrollo positivo de la renta per cápita. Dos supuestos de la teoría neoclásica son fundamentales para la comprensión de la historia económica del mundo occidental durante los dos últimos siglos. El primero de ellos se refiere a la tendencia hacia los rendimientos decrecientes de la explotación de la tierra y de los recursos naturales; el segundo, a que los costes de transacción son inexistentes. El primer presupuesto refleja perfectamente la rea­ lidad económica del mundo occidental en el transcurso de los últi­ mos 150 años, y ciertamente constituye el más extraordinario fenó­ meno de la historia económica registrado desde la época de la apa­

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rición y desarrollo de la agricultura durante el neolítico: la primera revolución económica. La segunda revolución económica, que no debe confundirse con la Revolución industrial inglesa entre 1750 y 1830, tuvo lugar durante la primera mitad deí siglo xix como consecuencia del matrimonio entre ciencia y tecnología. La inver­ sión intencionada en la consecución de nuevos conocimientos, con el fin de evitar que recursos limitados continuaran produciendo los tristes resultados que Malthus preveía para el futuro en relación con la explosión demográfica, constituye su característica principal. La constatación de este fenómeno la tenemos en el hedió de que un desarrollo demográfico sin precedentes se ha visto acompafiado por el paralelo aumento de la renta per cápita durante el últi­ mo siglo y medio. El requisito fundamental de dicho supuesto con­ siste en el postulado de que los nuevos conocimientos pueden ser transformados en nueva tecnología y que los recursos pueden am­ pliarse a costes constantes. El segundo supuesto, basado en la hipóte­ sis de que los costes de transacción son inexistentes, ha impedido a economistas e historiadores de la economía comprender las conse­ cuencias de la industrialización y la necesidad de desarrollar un análi­ sis más profundo.

2.

D esarrollo

económico y comportamiento humano 1

Desde los tiempos de Adam Smith, los economistas han construi­ do sus particulares modelos económicos sobre el sólido fundamento del beneficio obtenido del intercambio. La especialización y la divi­ sión del trabajo son la clave de La riqueza de las naciones, pero en la construcción de sus modelos los economistas han ignorado la cues­ tión de los costes crecientes. El supuesto walrasiano de transacción sin costes (y de derechos de propiedad perfectamente definidos que actúan como contrapartida) ha permitido elaborar un modelo de dis­ tribución de los recursos y de la renta elegante y riguroso. Se trata, sin embargo, de un modelo construido sólo a medias. El mismo deberá ser completado teniendo en cuenta los costes de la especiali1. Esta sección sintetiza varios capítulos de mi libro Structure and Changa in Economic History, Nueva York, 1981 (hay trad. cast.: Estructura y cambio en la historia económica, Alianza Editorial, Madrid, 1984).

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zación y de la división del trabajo, y una vez incorporadas estas modi­ ficaciones en el modelo neoclásico de producción y distribución ello puede suministrar un nuevo modelo general de la actividad económica. El postulado del comportamiento en relación con la maximización de la utilidad marginal o de la riqueza constituye el elemento clave de ambos modelos «incompletos». Tal postulado presupone que los indi­ viduos, en ausencia de restricciones de algún tipo, tienden a maximizar cualquier margen. Son, por tanto, tales restricciones las que hacen posible la organización de la sociedad poniendo límite a ciertos tipos de comportamiento. En ausencia de éstas, el hombre se encontraría viviendo en una jungla hobbesiana, en la que cualquier tipo de vida civil resultaría imposible. Gran parte de la literatura tradicional sobre teoría política y económica está basada en el supuesto, implícito o explícito, de que los vínculos que constituyen el armazón de las ins­ tituciones políticas y económicas se asientan, en último análisis, en una maximización común de las utilidades por parte de todos aquellos que se encuentran sometidos a ellas. En el caso de que prescindamos de ese supuesto reemplazándolo por el postulado de la maximización individual, la dirección a seguir para intentar esbozar una teoría de esas instituciones es la indicada por el clásico dilema hobbesiano y por la moderna literatura sobre la organización industrial (que trata del bajo rendimiento, de oportunismo, de estafas de agency, es decir, de operaciones fraudulentas realizadas a través de la interme­ diación de agentes). Los individuos tienen mucho que ganar con la instauración de una serie de reglas (políticas o económicas) que deli­ miten su comportamiento, pero también con la desobediencia a tales reglas cada vez que lo aconseje la oportunidad de maximización de la utilidad marginal a nivel individual. Es el coste inherente a con­ seguir la aceptación o la aplicación de una serie de reglas lo que determina la estructura de las instituciones políticas y económicas. Los costes de conformidad están constituidos por la suma de los costes de medición (o valoración) de las prestaciones de trabajo y de los de constricción. En el centro de la cuestión de la medición figura el problema de los instrumentos más idóneos para poder adquirir información sobre las presuntas características de una mercancía o de un servicio. Varios atributos de las mercancías, como el sabor, el valor nutritivo, el aspecto, el estado de conservación (para la fruta y la verdura), nos permiten evaluar una utilidad marginal. Por otro lado, se emplean varios recursos para tratar de obtener mediciones

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cada vez más objetivas de un intercambio (peso, volumen, número, color, etc.), aun en detrimento de la utilidad. En caso de problemas de medición más complejos (como la valoración de la calidad de la reparación de un automóvil o de un televisor, o de los servicios médi­ cos) nos basamos en la reputación, en la garantía que ofrecen las marcas de fábrica, las patentes, etc. En la medida que los costes de medición crezcan más rápidamente que los progresos habidos en el perfeccionamiento de dicha operación, la valoración que surgirá de la misma presentará un grado de precisión menor y ambas partes intentarán, por tanto, maximízar las respectivas utilidades margina­ les a costa de la otra. Además, al ser extremadamente costoso valorar algunos presuntos atributos de una mercancía o de un servicio, éstos no tendrán prácticamente precio, y la otra parte en el intercambio se verá obligada a maximizar este margen no evaluado (un ejemplo de ello lo tenemos en la disyuntiva propia de un contrato formalizado a pagar a precio fijo para determinadas cantidades de una mercancía o de un servicio, la cual está constituida por el «riesgo moral», por una parte, y por circunstancias desafortunadas en el campo de los com­ promisos contraídos, por otra).1 Mientras que es fácilmente comprensible el significado de la me­ dición de los atributos de las mercancías y servicios en un inter­ cambio (ya que depende de la indicación precisa de ese conjunto de derechos previstos en el intercambio), mucho menos claro es el hecho de que tales problemas sean modificados, pero no eliminados, si el intercambio se produce dentro de una estructura organizada. Todo intercambio, a través del mercado o dentro de una empresa, utiliza recursos. Es particularmente importante evaluar la actividad produc­ tiva en cada paso de la cadena de montaje, dado que cada uno de los componentes del proceso productivo puede ser considerado como si hubiese sido adquirido a través de un intercambio (los costes, sin embargo, son obviamente diferentes).23 La producción en equipo hace 2. Para una ulterior discusión sobre la importancia de esta valoración, cf. J. McManus, «The Costs of Altemative Economic Organizaron», Canadian Journal of Economics, V III (1975); Y. Barzel, Measurement Cost and Organiiation of Markets, manuscrito aún no publicado. 3. En realidad, una de las razones de la existencia de las empresas reside en el hecho de que un individuo debería dedicar «excesivos» recursos para evaluar las operaciones de mercado en relación con los empleados por las em­ presas. Una empresa reduce los costes de evaluación restringiendo los merca­

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extremadamente costoso valorar cada contribución individual, hasta el punto de que el pago de las mismas se efectúa sobre la base del tiempo de trabajo, al igual que es muy costosa la inversión de recur­ sos para el control (y la valoración) de la actividad productiva en su conjunto. La retribución a destajo sólo es posible en el caso en que se puedan valorar fácilmente la cantidad y la calidad de la pro­ ducción. La prestación de trabajo está en función de la cantidad y de la calidad de la producción que de ella se deriva. El término 'calidad’ oculta toda una serie de atributos de la actividad laboral que reflejan la dificultad de su valoración. En realidad, ese término desaparecería si la valoración tendiese a un coste cero. Mientras que la literatura sobre la organización industrial es rica en obras que examinan la cuestión de la medición en relación con el bajo rendimiento, el oportunismo, el fraude y las estafas reali­ zadas a través de intermediarios, debemos lamentar la menor aten­ ción que suscitan esos problemas en el caso de las instituciones polí­ ticas, donde la evasión fiscal y los problemas de la burocracia ocupan el lugar que el bajo rendimiento y las estafas realizadas mediante la colaboración de terceros tienen en la organización económica. En efecto, los problemas creados por las dificultades de valoración que acabamos de precisar se reflejan también en el campo jurídico, por lo que respecta a cuestiones de orden general y particular. Pero antes de establecer qué es una actividad ilegal, resulta oportuno aclarar el concepto de subordinación a las reglas. Veamos, ante todo, qué se entiende por cumplimiento de un contrato: una vez más, se trata de un problema de valoración. La aplicación de la norma consiste esencialmente en el descubrimiento de eventuales violaciones y en la consiguiente imposición de multas o de penalizaciones. La literatura sobre la organización industrial, por otra parte, no clarifica el por qué la aplicación de las normas es imperfecta. El oportunismo, por ejemplo, se materializa en una situación en la que, estando en juego sólo pequeñas cantidades de capital humano o físico y «semi-rentas» fácilmente apropiables, uno de los contratantes viola el contrato por incumplimiento.4 No se dos de productos acabados, pero los aumenta ampliando los mercados de los factores de producción (cf. Y. Barzel, op. cit.). 4. Cf. O. Wiltiamson, Markets and Hierarchy, Nueva York, 1975; B. Klein,

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traía tanto de establecer si un contrato lia sido violado (sería un auténtico dilema determinar esta cuestión en los casos de bajo rendi­ miento, dado que no existe acuerdo sobre las bases de lo que cons­ tituye el cumplimiento del contrato), ya que resulta daro que ba habido una violación del mismo, sino más bien de valorar los daños y de resarcir a la parte perjudicada. Pero si los daños pudieran eva­ luarse de forma precisa, y si los tribunales siempre estuvieran en condiciones, por un lado, de individualizar a la parte perjudicada y, por el otro, de establecer el importe exacto de los gastos que le corresponde asumir al que ha violado el contrato, el oportunismo no constituiría ningún problema. Sin embargo, la aplicación de las nor­ mas resulta imperfecta, aun cuando no existiese un problema de valo­ ración, porque la aplicación de éstas se confía a representantes (agents of principáis) que, como todos los «representantes», tienen fundones de utilidad marginal que no coinciden con las de los gobernantes (principáis). En consecuenda, policías, jueces y jurados se verán influidos por sus propios intereses en tal medida que no pueden ser considerados como totalmente subordinados a la voluntad de los gobernantes. También las presiones sobre la magistratura, por parte de los intereses corporativos, pueden ayudar a comprender el com­ portamiento de los jueces,1 pero esto no es suficiente para explicar su actuación de manera aceptable. El hecho es que los jueces inter­ pretan las leyes sobre la base de la opinión que tienen acerca del llamado «bien común»,* mientras los jurados toman sus dedsiones después de haber adquirido una convicdón sobre la «equidad» del contrato. En una palabra, un análisis del proceso judidal que no ten­ ga en cuenta las preferencias de los «representantes» resulta incom­ pleto, y esto nos debe condudr a examinar el papel de las normas del comportamiento ético y moral. Tomemos de nuevo en consideración el dilema hobbesiano. Un individuo que actúe en un «escenario» neodásico tiene, dertamente, interés en aceptar límites a su propio comportamiento, a través de la 56 R. C. Crawford y A. Alchian, «Vertical Intcgrarion, Appropiable Renta, and the Competitive Contracting Process», Journal o f Law and Economics, X X II (1979). 5. Cf. W. Landes y R. Posner, «The Independent Judicíary in an Interest Group Perspective», The Journal o f Law and Econom ía, X V III (1975). 6. Cf. J. Budianan, «Comment on the Independent Jndidary in an In ­ teres! Group Perspective», ibid.

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definición de una serie de reglas que gobiernen las acciones indivi­ duales. No forzaremos excesivamente los términos si afirmamos que el Estado hobbesiano es una extensión lógica del modelo neoclásico. Por otra parte, dicho individuo también está interesado en desobe­ decer tales normas cada vez que lo aconseje un cálculo subjetivo de costes y ventajas. Esto, sin embargo, implicaría grandes dificultades para cualquier Estado, dado que los costes necesarios para hacer aplicar las normas serían, si no infinitos, por lo menos tan altos como para impedir que el sistema funcionara. En realidad, la simple obser­ vación del acontecer cotidiano ofrece más de una prueba de que los individuos obedecen las reglas, aun cuando un cálculo subjetivo les debería llevar a actuar de otra manera. Otros indicios del mismo tipo pueden obtenerse de la consideración de que muchos cambios nunca se hubieran producido si los grandes grupos sociales hubieran actuado siempre sobre la base de la lógica del «gorrón» (free-rider). Examinemos más detalladamente este problema desde un punto de vista neoclásico. Una parte considerable del comportamiento individual puede ser explicada en el ámbito del ya explicitado comportamiento neoclásico, y de esto deriva la fuerza de dicho modelo. La cuestión del «gorrón» se refiere a la inestabilidad de los grandes grupos sociales frente a acciones o a elecciones privadas de específicos y concretos beneficios colaterales: la reluctancia de la gente a votar, el hecho de que la donación voluntaria y anónima de sangre no aporte a los hospitales suficiente plasma sanguíneo. Sin embargo, hasta ahora, el modelo neoclásico no ha explicado de manera adecuada el fenómeno opuesto. Es decir, por qué amplios grupos sociales actúan, aun cuando ningún beneficio evidente compensa los altos costes inherentes a su parti­ cipación individual: la gente va a votar y ofrece anónimamente su propia sangre. Ciertamente, no quisiéramos indicar con esto que dichas acciones sean irracionales: nos limitamos a observar que el cálculo de costes y de beneficios no es suficiente para posibilitar el aislamiento e individualización de otros elementos presentes en los procesos seguidos por la gente para la toma de decisiones. Las funciones de utilidad marginal individual son simplemente más com­ plejas de lo que nos inducen a creer los supuestos de la teoría neoclá­ sica. Por eso, la tarea del que estudia la sociedad es la de ampliar y mejorar la teoría a fin de poder prever cuándo la gente actuará o no según la lógica del «gorrón». Sin tal profundización en los supuestos

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teóricos, no es posible formular una explicación de los cambios his­ tóricos de gran importancia iniciados y llevados a cabo por la acción conjunta de los grandes grupos sociales. Pese a que reconocemos que la gente desobedece las reglas de una sociedad cuando los beneficios de tal comportamiento superan los costes, debemos señalar que las personas obedecen las normas, aun cuando un cálculo individual les debería inducir a actuar de otra manera. ¿Por qué la gente no ensucia los parques? ¿Por qué no engaña o roba, cuando las probabilidades de sufrir un castigo son mínimas respecto de las ventajas que se derivarían de esos actos? No se trata, obviamente, de gestos individuales que pueden encontrar su explicación en el «principio» de la reciprocidad (como, por ejem­ plo, la cortesía y las buenas maneras, que son «pagados» con un com­ portamiento similar por parte de los otros individuos con los que se entra en contacto), sino de los valores inculcados por la familia y por la escuela, que impulsan a las personas a poner algunos límites a su propio comportamiento de modo que les impiden actuar como «gorrones». Por ejemplo, un hermoso parque podrá darme ventajas (estéticas), independientemente del hecho de que yo lo ensucie o no: no ensuciarlo implica costes, y mi comportamiento tendrá un efecto sin importancia sobre la calidad del parque. Por tanto, para los estudiosos de sociología el problema consiste en lograr compren­ der hasta qué punto un individuo está dispuesto a someterse a pagar un coste adicional a fin de no convertirse en un «gorrón», y arrojar las latas vacías de cerveza por la ventanilla del automóvil. Este punto es fundamental no sólo en lo que concierne a la orga­ nización política, sino también respecto a la vitalidad del sistema económico. La calidad y la cantidad del trabajo individual no pueden ser controladas de manera perfecta a través de reglas específicas a causa de los problemas de su valoración. Los salarios a destajo ofre­ cen la solución sólo cuando la contribución en términos productivos del trabajador individual, en sus aspectos cuantitativos y cualitativos, pueda ser medida a bajo coste. Otros sistemas de valoración tenden­ tes a medir la productividad del trabajo no presentan características más ventajosas. La diferencia entre los obreros «diligentes», «labo­ riosos», «conscientes», y los «perezosos», «desatentos», «incapaces» constituye una consecuencia de los progresos registrados por las inter­ venciones de carácter ideológico adoptadas para combatir el bajo ren­ dimiento.

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Lo que es válido para el bajo rendimiento, lo es también para el robo, la trampa, la pequeña criminalidad de cuello blanco, la mayoría de los «gastos de representación» y para el comportamiento oportunista en general. Una visión miope ha impedido a los econo­ mistas neoclásicos observar el hecho de que, a pesar de la existencia de una serie de reglas, de técnicas de control y de penalización, existe una gran diversidad por lo que respecta al grado de restricción a que puede ser sometido un individuo. En realidad, la base de la estabili­ dad social, lo que permite a un sistema económico social funcionar, se fundamenta en algunos códigos de comportamiento con una fuerte impronta ética y moral. Sin una teoría explícita de la ideología o, de forma más general, sin una teoría de la sociología del conocimiento, resulta difícil explicar tanto la actual distribución de recursos como el cambio histórico. Pero también otros puntos permanecerían oscu­ ros sin este esfuerzo teórico: además de no poder resolver el proble­ ma fundamental del «gorrón», no podríamos explicar las enormes inversiones realizadas por todas las sociedades para alcanzar su legiti­ mación; no podríamos explicar una gran parte de nuestro sistema educativo en términos de inversión en capital humano o en términos de un bien de consumo; no podríamos prever el comportamiento de los legisladores (que está determinado por diversos elementos, además de por los intereses de grupo); no podríamos, finalmente, explicar las decisiones del sistema judicial, que a menudo van en contra de las presiones de los principales grupos de intereses, o bien algunas sen­ tencias emanadas en el curso de los últimos cien años que han alte­ rado decisiones consideradas indiscutibles o interpretaciones ya con­ solidadas por la Constitución. Igualmente no resultaría posible comprender la tendencia de los historiadores a recscribir la historia en cada generación, o el mutable contenido emotivo de los debates historiográficos. Si las preferencias o las ideologías fuesen inmutables, el modelo propuesto por la economía neoclásica sería suficiente. En realidad, no es así. La diversidad ideológica y, en consecuencia, las normas de comportamiento contrastadas se desarrollan con el creciente particu­ larismo geográfico y ocupacional. Lo que implica que las ideologías derivan de representaciones de la realidad que los individuos cons­ truyen para hacer frente a su propio ambiente social. Pero a medida que las reglamentaciones se hacen extensivas a individuos con ideo­ logías diferentes, aumentan los costes para conseguir la observancia

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de aquéllas. Ideología y moral no coinciden, dado que la primera comporta un modo complejo de percibir el mundo exterior y actúa para economizar sus costes de información. Sin embargo, la ideología contiene en sí misma un juicio sobre la justicia o sobre la equidad de las instituciones y, en particular, de las relaciones de intercambio. Las ideologías del consenso son, por ello, un sustituto de reglas forma­ les y de los procedimientos para obligar a cumplir las leyes. Con el desarrollo de las diferentes ideologías crece el interés de los gober­ nantes por convencer a otros dirigentes (y a sus representantes) de que las instituciones que han creado son ecuánimes y legítimas: y esto también les permitirá reducir los costes de hacer respetar las leyes. Además, las instituciones que funcionan gracias a una ideología del consenso pueden entrar en crisis con el ascenso de ideologías dife­ rentes, dado que esto exige la formalización de nuevas normativas y la definición de otros procedimientos para hacer efectivo el cumpli­ miento de las leyes, teniendo presente los costes que implican el des­ cubrimiento y el castigo de las transgresiones de la ley. De esta descripción general de los costes de transacción es posible deducir las siguientes implicaciones: 1. Las normas son elaboradas teniendo muy en cuenta los costes inherentes a su cumplimiento: en consecuencia, tanto el estado actual de la técnica de la valoración, como la diversidad de preferencias existente, tal como son expresadas por las ideologías, representan evi­ dentes condicionamientos —constitucionales o bien de tipo operati­ vo— para la confección de normas. 2. Las sociedades en las que la división del trabajo es rudimen­ taria aplican las normas a través de una ideología del consenso basa­ da en tabúes, mitos, etc. 3. Ideologías diferentes derivan de medios geográficos diversos o de especializaciones ocupación ales; la diferenciación geográfica com­ porta específicas percepciones de la realidad a través de diferentes lenguajes (creencias religiosas, mitos relativos a usos y costumbres, tabúes, etc.), mientras la especialización ocupacional alimenta las dife­ renciaciones por efecto de experiencias diversificadas. Ideologías diversas producen normas de comportamiento conflictivas. 4. Los costes para hacer cumplir las leyes crecen, pues, con la especialización, tanto porque el número de los intercambios se multi­ plica como porque los mencionados costes por cada intercambio aumentan con la diversificación de las ideologías.

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5. En las sociedades preindustriales, el intercambio personali­ zado dominaba gran parte de su sistema económico y obviaba la nece­ sidad de la elaboración de normas formales: los costes, para conseguir el cumplimiento de las normas, eran por ello fundamentalmente bajos, pero al mismo tiempo terminaban por constituir un límite para las dimensiones de la unidad política. 6. En las sociedades modernas, caracterizadas por la especialización política y económica, la mayor parte de la fuerza de traba­ jo está ocupada en actividades conexas con los costes de transac­ ción: los recursos humanos dedicados a la policía, a los tribunales, a la defensa (en una palabra, a una gran parte de las tareas llevadas a cabo por la administración estatal), a los seguros, al comercio mino­ rista y mayorista, a la banca, etc., absorben, en efecto, a más de un tercio de la fuerza de trabajo (la creciente importancia del «sector» de transacción se encuentra, por otra parte, confirmada por el sor­ prendente desarrollo del ramo de los funcionarios y empleados del sector servicios respecto del obrero durante los últimos 100 años).

3.

El

crecimiento de la especialización

No me detendré en la naturaleza de los cambios tecnológicos que derivan del matrimonio entre ciencia y tecnología, y que han sido ampliamente descritos en la ahora ya clásica obra de Landes, The Unbound Prometheus,78y en trabajos sucesivos. Las consecuencias de ese fenómeno, delineadas con gran cuidado en los estudios sobre la disminución de los precios relativos de los recursos durante el último siglo,* se reflejan en el sorprendente incremento demográfico y en el aumento de la renta per cápita de los últimos 150 años (en el caso de los Estados Unidos, la renta real per cápita creció un pro­ medio del 1,6 por 100 anual en el transcurso de dicho período).9 7. Cambridge, 1969 (hay trad. cast.: Propeso tecnológico y revolución

industrial, Tecnos, Madrid, 1979). 8. Cf. R. Solow, «The Economics of resources or the Resources o í Economics», American Economic Review, LXIV (1974); W. Nordhaus, «Resources as a Contraint on Growth», Ídem. 9. Una reciente investigación de J. Williamson y P. Linden sugiere que este desarrollo en los primeros 60 años del siglo xtx estuvo acompañado por una creciente desigualdad en la distribución de la renta (aunque dichos autores

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El uso de las series de la renta nacional para evaluar los resul­ tados obtenidos por las economías occidentales sobrevalora, en gran medida, las tasas de desarrollo, ya que también incluye en la valora­ ción de la producción total los crecientes costes institucionales que necesariamente acompañan al proceso de industrialización. En reali­ dad, tales costes deberían ser considerados bienes intermedios nece­ sarios para hacer posibles las ganancias de la especialización. No sólo estos costes absorben una cantidad creciente de recursos, sino que están en la base de los problemas de inestabilidad política y económi­ ca que caracteriza al mundo actual. La tecnología de la segunda revolución económica estuvo carac­ terizada por significativas novedades en todos los procesos produc­ tivos que necesitaban notables inversiones de capital fijo. La realiza­ ción de potenciales economías de escala requería niveles de producción y de distribución constantes y elevados. Los economistas han discu­ tido las implicaciones económicas de las economías de escala desde la aparición en 1923 del volumen de J. M. Clark, The Economks o/ Overhead Costs, y del artículo — ahora ya clásico en la materia— de Allyn Young, «Increasing Returns and Economic Progress», publi­ cado en 1928. Los historiadores de la economía han aportado des­ cripciones bastante detalladas del proceso de mecanización de algu­ nas industrias, y recientemente Chandler ha delineado de manera sintética sus manifestaciones en el caso de la industria estadounidense en estos términos: E l advenim iento de la m oderna producción en masa implicó cambios radicales en la tecnología y en la organización de los pro­ cesos productivos. Las innovaciones fundam entales en el plano orga­ nizativo estuvieron determ inadas por la exigencia de controlar ciclos de trabajo caracterizados por una cantidad de productos elevada. Los aum entos de la productividad y las disminuciones d e los costes unitarios (a menudo identificados con las economías de escala) derivan en mayor m edida del aum ento del volumen y d e la velo­ cidad de la producción que del increm ento del tam año físico d e los establecimientos o de las instalaciones. E n otros térm inos, tales economías fueron mucho más determ inadas por la capacidad de

se esfuercen por demostrar que d io no constituye un demento consustancial y necesario para la industrialización), cf. J . Williamson y P. Linden, American Inequdity: a Macro-Economic H istory, Nueva York, 1980.

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integrar y coordinar el flujo de las m aterias prim as y bienes inter­ medios en el transcurso del proceso de producción qu e de la mayor espccialización y división del trabajo (pp. 464-465).

Más adelante, Chandler examina la integración de la producción y de la distribución en masa, y afirma a este respecto: A m edida que las nuevas industrias para la producción en masa se transform aron en intensivas en capital y en adm inistración em­ presarial, el aum ento de los costes fijos y el deseo de m antener la m aquinaria, los obreros y el personal directivo plenam ente ocupa­ dos indujeron a los propietarios y a los cuadros directivos a con­ trolar los sum inistros de materias prim as y de productos semielaborados y a efectuar directam ente las funciones de comercialización y de distribución de los productos. La nueva relación capital-U'abajo, así como adm inistración-trabajo, contribuyó, p o r consiguiente, a fom entar los avances hacia la integración dentro de las empresas industriales de los procesos de distribución en masa y de produc­ ción en masa. E n 1900 en muchas industrias m anufactureras que producían en serie, la planta de producción o la fábrica form aba parte de una em presa m ucho más grande. E n las industrias inten­ sivas en m ano de obra y dotadas de una tecnología poco avanzada, la mayor parte de las empresas disponían todavía d e una, a lo sum o dos, plantas de producción, m ientras que en las qu e utilizaban una tecnología más com pleja y más intensiva en capital, que tenían p o r tanto u n elevado volumen de producción, las em presas se habían transform ado en m ultinacionales y se encontraban articuladas en diversas unidades y habían empezado a ocuparse tam bién d e la comercialización de los productos acabados y d e la adquisición, y a veces de la producción de las m aterias prim as y d e los productos semiclaboradas que necesitaban. Estas empresas d e grandes dim en­ siones no se lim itaban a coordinar el flujo d e las materias prim as y de bienes interm edios a través de los procesos d e producción, sino que controlaban todo el proceso productivo: desde las fuentes de las m aterias prim as hasta la distribución del producto acabado a los detallistas o a los consumidores finales, es decir, todas las fases anteriores y posteriores al proceso de producción (pp. 46 6 4 6 7 ).

La revolución empresarial en la economía estadounidense, para usar el subtítulo del libro de Chandler, supuso una tentativa de rea­ lizar el potencial productivo de las nuevas tecnologías. Chandler ha

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descrito de manera convincente una parte de este esfuerzo, pero aún no se conoce el resto de la historia, ya que el objetivo principal de esa revolución fue la tentativa de instrumentar una serie de reglas y de procedimientos de control para reducir los costes de transacción implícitos en la introducción de las nuevas tecnologías. Ese potencial productivo requería una especialización ocupacional y territorial y una división del trabajo sin precedentes. El número de los intercambios en el proceso de producción aumentaba a medi­ da que crecían la especialización y la división del trabajo. La produc­ ción doméstica individual implicaba una integración vertical y no daba lugar a costes de medición, pero ello se consigue a costa del precio de renunciar a los incrementos de productividad derivados de la especialización. La segunda revolución económica dio lugar a resultados opuestos. La especialización y la división del trabajo comportaron una multipli­ cación exponencial de los intercambios, con inmensos aumentos de productividad. Sin embargo, ello llevó aparejado el precio de los costes de transacción relativos a estos intercambios, que también resultaron muy elevados. Obviamente, los incrementos de producti­ vidad que han hecho posible la especialización han superado los cre­ cientes costes de transacción: de esto se derivó un salto cualitativo en el nivel de vida que han convertido al mundo occidental en un caso único en la historia, aunque, para lograrlo, los costes de transac­ ción asociados a este tipo de desarrollo consuman inmensas cantida­ des de recursos. Las estadísticas históricas no son suficientemente explícitas por lo que se refiere a poner adecuadamente de relieve la creciente espe­ cialización y la cada vez más extensa división del trabajo, aun cuando ofrecen algunas interesantes indicaciones respecto a la transformación que ha experimentado la proporción entre obreros manuales y no ma­ nuales. Entre 1900 y 1970 la fuerza de trabajo en los Estados Unidos creció de 29 a 80 millones: los trabajadores manuales pasaron de 10 a 29 millones, mientras que los empleados aumentaron de 5 a 38 millones (Historical Statistics Series D, pp. 182, 183, 189). Pero esto no es todo. Si, por un lado, la coordinación e integración del proceso productivo ha llevado a un incremento muy sostenido de la fuerza de trabajo ocupada en la industria manufacturera, por el otro, la segunda revolución económica ha generado un número cada vez más elevado de empresas especializadas en las transacciones entre 10. —

N AD AL

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productor y consumidor.1®Entre 1860 y 1960, la mano de obra em­ pleada en el comercio aumentó a un ritmo dos veces superior al de la ocupada en el conjunto de la industria. El personal vinculado a las actividades de control y de supervisión, a la contabilidad y a la revisión de cuentas pasó de 2.300 a 712.000 personas en el período comprendido entre 1900 a 1970 (Historical ..., op cit., p. 235), mientras que en el mismo período de tiempo los empleados guber­ namentales crecieron de un millón a doce millones y medio (Histo­ rical ..., op. cit., p. 131). Chandler no deja de tener en cuenta el problema de los costes de transacción conexos a la introducción de las nuevas tecnologías. Pero ¿cómo evaluar, por ejemplo, las relaciones de intercambio en el caso de una producción «a altísima velocidad»? Aunque Chandler sugiera que dicho problema se solventó mediante la integración ver­ tical, debe decirse que no sólo continúa pendiente de solución la cuestión de la valoración del producto en cada etapa del proceso productivo, sino que se presenta otro problema: el de controlar los inputs. Los problemas relacionados con el control de la calidad en cada estadio de la cadena de producción, la cual se iba «alargan­ do», y con los también crecientes problemas derivados de la disci­ plina del trabajo y de la burocracia, puede decirse que se plantearon paralelamente al radical cambio que se estaba produciendo en el campo productivo. Gran parte de las nuevas tecnologías estaba desti­ nada, en efecto, a reducir los costes de transacción relacionados con el factor trabajo: sustituyendo la mano de obra por capital, reducien­ do el grado de libertad del obrero en el proceso productivo o valo­ rando automáticamente la calidad de los bienes intermedios. El primero de los problemas subyacentes era el de medir los inputs y los outputs, a fin de establecer la contribución de cada factor individual y de poder medir la producción en cada fase y en la fase final. Para los inputs no existía una medida válida para evaluar la contribución de cada uno de los factores, y por eso no resultaba fácil establecer el coste. Por lo que respecta al proceso de producción existían dificultades inherentes a los productos residuales que no 10 10. Mientras que en las series de la renta nacional se evalúa «correcta­ mente» la magnitud del empleo generado por las empresas, no existe una precisión equivalente por lo que se refiere a la cuantükación de la proporción creciente de renta nacional producida por las empresas y por los sectores del aparato gubernamental comprometidos en las operaciones de transacción.

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se podían valorar (desperdicios, productos contaminados) y a los eos* tes, no fáciles de establecer, derivados de la especificación de las cali­ dades de los bienes o de los servicios producidos en cada fase del proceso productivo. £1 segundo problema venía determinado por el hecho de que las grandes inversiones en capital fijo tenían una vida económica más bien prolongada, y un bajo valor alternativo (scrap valué, o valor de segunda mano, o como chatarra) y, por tanto, reque­ rían relaciones y acuerdos contractuales extensibles a un amplio perío­ do de tiempo. Durante estos períodos se producían diversas incer­ tidumbres respecto a los precios y a los costes, así como grandes posibilidades de comportamiento oportunista por parte de ambos contratantes. La primera consecuencia de este estado de cosas fue un aumento de los costes de los recursos empleados en la medición de la calidad de la producción. Si bien, por un lado, el potencial productivo provocó un salto cualitativo en el consumo per cápita de bienes y servicios, por el otro, originó un movimiento de progresos paralelos en la medición de la calidad de los bienes y de los servicios (clasificación, selección, etiquetado, marcas de fábrica, garantías y patentes son un conjunto de medios más bien costosos ideados para mesurar las carac­ terísticas de los bienes y servicios). No obstante, a pesar de los recur­ sos dedicados a tal fin y del evidente despilfarro de renta que supo­ nen, no se han solventado, por ejemplo, las dificultades que presentan la valoración de las reparaciones automovilísticas, de las caracterís­ ticas de seguridad de un producto, de la calidad de los servicios médicos, o el cálculo de los resultados de un sistema educativo. Para tratar de obviar estas dificultades, se crearon algunos organismos al servicio de los consumidores, como los Consumer Reports, las asocia­ ciones comerciales y los Better Business Buteau. En el plano político, una de las principales consecuencias fue la demanda de una inter­ vención gubernamental para poder garantizar unos niveles homogé­ neos de calidad. En segundo lugar, si la producción en serie favorecía las econo­ mías de escala, ésta tenía después que pasar cuentas, lo que deter­ mina una flexión de los rendimientos. La «disciplina» del sistema fabril no es más que una respuesta al problema del control del bajo rendimiento en la producción en equipo. Desde el punto de vista del empresario, la disciplina consistía en normas, reglas, incentivos y castigos. En ese sentido, innovaciones como el taylorismo fueron

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un instrumento para medir las actuaciones individuales en términos productivos. Desde el punto de vista del trabajador se trataba, por el contrario, de procedimientos inhumanos para conseguir una mayor intensidad en el trabajo y, por tanto, una mayor explotación. Dado que no existían normas generalmente aceptadas para medir la pro­ ducción y para fijar las diferentes prestaciones contractuales, en caso de conflicto tanto el trabajador como el empresario consideraban que la razón estaba de su parte.11 Además, habían aumentado paralelamente las ganancias poten­ ciales de un posible comportamiento oportunista, lo que daba lugar, por decirlo de alguna manera, a un comportamiento estratégico tanto dentro de la empresa (en las relaciones entre empresario y trabajador, por ejemplo) como en las relaciones entre dos empresas vinculadas por relaciones contractuales. Enormes eran las ventajas derivadas del rechazo a prestar determinados servicios o de la modificación de los términos de los pactos formalizados en determinadas circunstancias y en cualquier mercado de productos y de factores de producción. Este tipo de comportamiento se veía limitado por la integración ver­ tical u horizontal y por las cláusulas restrictivas impuestas a los con­ tratantes, mientras que los crecientes requerimientos para que el gobierno asumiera el papel de tercero en las relaciones contractuales marcaba el inicio de la actual tendencia hacia la ampliación de su reglamentación. El crecimiento de las grandes organizaciones de administración empresarial condujo al conocido problema de la burocracia. La mul­ tiplicación de reglas y normas en el interior de tales aparatos admi­ nistrativos constituye un expediente para reducir el absentismo y el oportunismo, siendo, éstas, pequeñas pérdidas en relación con las que se derivan del desarrollo de la burocracia, las cuales son dema­ siado conocidas, por lo que resulta innecesario insistir sobre dicho particular. Por último, estaban los efectos externos (es decir, los costes y los beneficios no contabilizados) derivados de la expansión de tal estruc­ tura. Aunque, también en este caso, la historia es bastante conocida. 11. Para un detallado análisis de este tema, en el contexto de la historia económica estadounidense, cf. W. Lazonick, Technological Cbange and tbe

Control of Work: A perspective on tbe Developmeni of Capital-Labour Reíalions in US. Mass Production Industries, Harvard Institute of Economics Research, Discussion Paper.

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El desarrollo de las sociedades financieras, por ejemplo, fue un medio de reconducir hacia la gran empresa beneficios externos, de difícil evaluación, mientras que los costes externos, también de compleja valoración, tienen algún reflejo en la actual crisis del medio ambiente (basta recordar que las tentativas de evaluarlos, y eventualmente de disminuirlos, por un lado, modificaron la organización de las em­ presas, y por el otro, provocaron un aumento de la intervención gubernamental en este campo en el transcurso de este siglo). El volu­ men de William Baumol, Welfare Economics and a Tbeory of tbe State, aparecido en 1952, representa en ese sentido una primera ten­ tativa de relacionar la expansión de la intervención pública con el problema de los costes externos. La nutrida literatura moderna sobre organización industrial es rica en ejemplos de innovaciones organiza­ tivas tendentes a reducir los costes de transacción. El incremento de la especialización y de la división del trabajo estaba relacionado, sin embargo, con aspectos no sólo ocupacionales sino también «territo­ riales». En la medida que las nuevas tecnologías comportaban una disminución de los costes de transporte y de información, generaban también una especialización a nivel regional, nacional y mundial que, a su vez, creó las bases para la formación de mercados «sensibles» a las condiciones de la demanda y de la oferta a nivel mundial, los cuales transmitían los cambios de las condiciones económicas al mundo entero y alentaban el oportunismo a escala internacional. Todo esto se tradujo en un aumento de las ventajas derivadas del recurso a la protección gubernamental para hacer frente a las fluctuaciones del mercado y del oportunismo que operaba a escala internacional. Y no sólo esto. La inestabilidad política y la interdependencia eco­ nómica representaron un ulterior precio a pagar en aras del progreso de la especialización.

4.

LOS EFECTOS DESESTABILIZADORES DE LA SEGUNDA REVOLUCIÓN ECONÓMICA

La segunda revolución económica abrió una era de prosperidad sin precedentes para el mundo occidental. Pero también provocó una fuerte reacción contra la economía de mercado y los procedimientos de mercado por lo que respecta a la asignación de los recursos. Los movimientos obreros que surgieron en dicho contexto, tanto en Ingla-

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térra como en el resto de Europa, fueron predominantemente de inspiración socialista y comunista, y tuvieron un papel fundamental en la aparición y formación de los sistemas políticos socialistas y comunistas en esta área geográfica. Por el contrario, los movimientos de origen campesino, aunque no manifestaron posiciones radicalmen­ te hostiles a la economía de mercado, no por eso dejaron de desarro­ llar — y con cierto éxito— instrumentos de defensa contra los peli­ gros derivados de la competencia. Más complejo es el cuadro que se nos ofrece fuera de Europa. En general, los países del Tercer Mundo han mostrado escaso interés por la asignación de los recursos me­ diante los mecanismos de la economía de mercado, y también en los países que han mantenido básicamente la economía de mercado se ha experimentado un crecimiento de la intervención del Estado, que terminó, inevitablemente, por provocar radicales cambios en el siste­ ma político y en consecuencia también en la estructura económica. La pregunta que surge espontáneamente a este respecto concierne a las causas que han llevado a la economía de mercado hacia la autodestrucción. Es cierto que durante un breve período el control del Estado estuvo en manos de grupos sociales cuyo interés era el de promover el protagonismo de los mecanismos de mercado en la asignación de los recursos, y es también evidente que ese control pasó a manos de grupos que luchaban por la eliminación o al menos por una modi­ ficación de la economía de mercado. Con objeto de explicar este proceso se han adelantado dos hipótesis, que tienen su fundamento en la especialización y en la división del trabajo, que como hemos visto con anterioridad, son una consecuencia directa e integral de la segunda revolución económica. La primera hipótesis sostiene que la competencia causó persistentes fenómenos de alienación, ya que las características peculiares de la relación de intercambio en una eco­ nomía de mercado habían empujado a los diferentes grupos sociales a descartar el comportamiento del «gorrón» y a tratar de conquistar el control (o por lo menos a participar en ese control) del Estado. La segunda hipótesis sostiene, en cambio, que la competencia esti­ muló a los diferentes grupos de interés a intentar protegerse de las peligrosas consecuencias de la lucha de todos contra todos que había desencadenado el mercado, sirviéndose del Estado para modificar los derechos de propiedad y, por tanto, intentar reducir la presión de la competencia. La primera hipótesis deriva, en gran parte, de la divi­

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sión ocupacional del trabajo; la segunda, de la división geográfica. Examinaremos tanto la primera como la segunda. Fue Karl Polanyi, en su famoso trabajo aparecido en 1957, The Great Transformaron, quien afirmó que una sociedad basada en una economía de mercado tiende a la destrucción. Puso de manifiesto que un sistema social y económico como el dominante en el mundo occidental en el siglo xix era sustancialmente inestable, porque la mercan tilización de la tierra, de la mano de obra y del dinero a través del sistema internacional del patrón oro (Gold Standard) destruía el tejido social. Las críticas formuladas por Polanyi estaban en la misma línea que las de Durkheim y de Weber. Pero les agregó una descripción particularmente vivaz de los efectos desintegradores del «mercado no regulado», en relación con la inestabilidad social que ello causaba. Su análisis, sin embargo, a pesar de su estilo colorista es más bien vago, impreciso y a veces lleno de lagunas. Sostiene, por ejemplo, que fue el Estado el que creó los mercados impersonales, pero no elaboró una teoría del Estado que explicase la constitución, por parte del mismo, de un complejo de derechos de propiedad, ni tam­ poco indicó el modo en que algunos grupos habrían inducido al Estado a demoler un mercado «capaz de autorregularse». Es más, proporcionó una descripción pintoresca de la destrucción del tejido social sin elaborar una teoría de la ideología; identificó continuamen­ te formas al margen del mercado de asignación de los recursos con objetivos sociales (o sea, no económicos), cuando en realidad debían atribuirse a los esfuerzos realizados para reducir los costes de transac­ ción. No obstante, creemos que su intuición, en el fondo, sigue siendo correcta, porque proporcionó todos los elementos para poder cons­ truir un nuevo edificio teórico. Ante todo, es aceptable su tesis, según la cual fue el cambio en el control del Estado lo que provocó la desaparición de las res­ tricciones en el mercado de productos y de factores de la producción. La creación a gran escala de mercados impersonales de productos y de factores de producción fue un prerrequisito esencial para la reali­ zación del potencial productivo de la segunda revolución económica. Pero el precio a pagar fue una pesada carga de alienación ideológica, mientras que toda sociedad, para conseguir la estabilidad, necesita una superestructura ideológica que legitime las reglas del juego. El intercambio «personalizado», del que nos hemos ocupado en

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la segunda sección de este ensayo al referirnos a los costes de transac­ ción, minimizaba las ventajas del bajo rendimiento y del oportunismo por efecto de la frecuencia de las relaciones y de los contactos per­ sonales. Además, el proceso de intercambio estaba arropado por una ética social que concebía como «justas» las leyes y los derechos con­ cernientes a la propiedad. Una actitud de reciprocidad coadyuva, por cierto, a reforzar esos códigos de comportamiento, aunque sería equi­ vocado equipararla con la ideología del «consenso» que estaba en la base del intercambio «personalizado». Se trataba, en esencia, de un verdadero sistema de vida (way of Ufe), y en esas condiciones no eran necesarias muchas normas para regular el intercambio y el control social. Por el contrario, el proceso de intercambio en los mercados im­ personales fomentó, ante todo, diferentes percepciones de la realidad, las cuales generaron a su vez diferentes ideologías en conflicto entre sí. Las experiencias del trabajador individual eran las mismas que las de los otros trabajadores, privados progresivamente de los víncu­ los personales que habían producido un universo de valores común. Los acuerdos informales dieron paso a los contratos formales. La consiguiente estructura de la organización del mercado impersonal alentó las características de comportamiento contempladas en el dile­ ma hobbesiano. En otras palabras, un conjunto de normas fueron modificadas para reglamentar el comportamiento en el mercado, pero al mismo tiempo ello creó también las condiciones en base a las cuales podía ser extremadamente conveniente desobedecer dichas nor­ mas. Aquellos cuyo comportamiento sufría limitaciones por efecto de la ideología del «consenso» relacionada con el intercambio persona­ lizado comprendieron de inmediato que obtendrían amplias venta­ jas de ese nuevo ambiente social, en el cual las dos partes implicadas en el intercambio nada tenían que perder siguiendo, coherentemente y con todas sus consecuencias, ese tipo de comportamiento (hobbe­ siano). La competencia en el mercado impersonal introduce en las relaciones de intercambio un componente de antagonismo. Las pre­ cedentes relaciones tradicionales que giraban en torno a conceptos como «beneficio justo», honestidad e integridad, fueron reemplazadas por conflictos permanentes sobre los términos del intercambio. En particular, la incapacidad para medir el producto del trabajo en la producción en equipo desplazó el desacuerdo hacia lo que constituía bajo rendimiento o notable velocidad en la realización del trabajo.

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No es en absoluto sorprendente que en tal ambiente Marx pudie­ ra construir una teoría de la historia basada en el conflicto de clase (con la tecnología como variable exógena), o que Joseph Schumpeter pudiese afirmar que el completo éxito del capitalismo producía aliena­ ción ideológica, la cual conduciría al sistema a su crída. Pero lo que falta en el análisis de Schumpeter y de Polanyi (y que figura sólo de manera incompleta e inadecuada en Marx y en sus seguidores) es una teoría del modo en que los grupos que intentaban utilizar el proceso político para salvaguardar los términos de intercambio supe­ rarían el problema del «gorrón» para llegar a apoderarse del Estado (aunque sólo fuese para ejercer un control extremadamente parcial). El desarrollo de una conciencia de clase en Inglaterra y en Euro­ pa durante el siglo xix ha constituido uno de los temas favoritos de los estudiosos de la historia social, mientras que la orientación ideo­ lógica de muchos autores que en el pasado habían sido marxistas permitió comprender mejor el proceso de alienación del trabajador. El énfasis que Marx puso sobre el hecho de que la conciencia se encuentra, en un último análisis, condicionada por la relación me­ diante la cual un individuo está unido al modo de producción sigue siendo una contribución científica extremadamente importante. La creación de un mercado de trabajo impersonal ha destruido los viejos lazos ideológicos del obrero, permitiéndole identificarse con otros obreros en un común interés antagónico frente a los empresarios. El resumen redactado por Marx sobre las luchas de dase en Francia — según reaierda oportunamente Charles Tilly— «ha soportado bas­ tante bien el paso del tiempo». La sucesión de movimientos (del ludismo, al cartismo, al Partido Laborista) refleja la evolución de la perspectiva ideológica de los trabajadores ingleses. El más tardío desarrollo de la conciencia de dase en la Europa continental pone de manifiesto el retraso en d desarrollo del mercado de trabajo imper­ sonal, pero a pesar de que los puntos de partida fueron distintos, los tipos de protesta resultaron finalmente similares, con la diferencia, sin embargo, de que en la Europa continental Marx tuvo una influen­ cia superior en relación con Inglaterra por lo que respecta a la orien­ tación ideológica de los trabajadores. Las consecuendas de la espedalizadón ocupacional y de la divi­ sión del trabajo fueron, por un lado, la ruptura de las relaciones personales que habían constituido el tejido social de la ideología del consenso y, por otro, la formadón de diferentes ideologías, emanadas

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de la percepción de las nuevas y conflictivas realidades producto de la especialización ocupacional. La alienación empuja a algunos grupos sociales a participar activamente en el control del Estado para tratar de modificar los términos del intercambio. La segunda hipótesis, como se recordará, sugería que la tendencia de la economía de mercado a la autodestrucción había surgido de los fenómenos de inestabilidad conexos a la competencia inducida por la disminución de los costes de transporte (con la consiguiente especiali­ zación y división del trabajo a nivel regional, nacional e internacional). A su vez, esa competencia provocó fuertes oscilaciones en los términos del intercambio (terms of trade); mientras que en el mercado de trabajo el resultado de tales fluctuaciones fue el desempleo, por otro lado ello empujó a los grupos de intereses a elaborar algunas líneas de actuación destinadas a influir o a controlar directamente la política estatal a fin de reducir las presiones de la competencia. En el caso de los agricultores, su actuación estuvo determinada por la profunda convicción de que eran víctimas de los desfavorables términos de intercambio en el contexto de un sistema basado en la producción industrial. En cambio, en el caso de los industriales manufactureros la competencia internacional destruye los monopolios locales y em­ puja a este grupo social a participar en las tentativas de ejercer alguna influencia sobre el Estado. En la literatura marxista, esos fenómenos han sido considerados a menudo como la luz intermitente de una lucha de clase conducida por una naciente burguesía por la voluntad de derrumbar el predominio político de la clase terrateniente (como, por ejemplo, la campaña por la abolición de las leyes de granos en Inglaterra). Un juicio de este tipo comporta el riesgo de hacer pasar a segundo plano la realidad de una larga batalla conducida por los terratenientes para disminuir la competencia. El triunfo del librecam­ bio en Europa fue tan espectacular como de corta duración, y muy pronto fue reemplazado, no sólo por la reanudación de una política proteccionista contra la competencia exterior, sino también por los esfuerzos tendentes a reducir la competencia en el mercado interior.

5.

Un

nuevo

d e s a f ío

t e ó r ic o

Las transformaciones estructurales de las economías occidentales en el pasado siglo, como consecuencia de la segunda revolución eco­

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nómica, han sido objeto de muchas obras de estudiosos de las ciencias sociales que han aportado una notable contribución a nuestros cono­ cimientos del fenómeno, pero hasta hoy ninguna descripción puede considerarse exhaustiva. En particular, a causa de las divergencias ideológicas y de la fragmentación de las disciplinas académicas, tene­ mos que lamentar la ausencia de una síntesis ¡ntegradora de dichas transformaciones estructurales. Los economistas de la escuela neoclásica han estudiado y preci­ sado las implicaciones de tal revolución en términos de productividad, en un contexto de costes de transacción nulos, y más recientemente han analizado las consecuencias derivadas de unos costes de transac­ ción positivos sobre la organización económica. Pero no lograron captar los aspectos ideológicos y, por tanto, produjeron una teoría del proceso político superficial. Los estudios realizados dentro de la corriente historiográfica de la New Economic History, al fundamen­ tar sus análisis en la teoría neoclásica, han aportado muy poco a los conocimientos que ya teníamos de las transformaciones estructurales que se desarrollaron en el transcurso del proceso histórico, mien­ tras que la literatura basada en el reconocimiento de unos costes de transacción positivos sólo muy recientemente ha empezado a influir sobre las investigaciones de historia económica. La fuerza del análisis marxista reside en el hecho de haberse centrado en los cambios estructurales y en las tensiones entre el potencial productivo de una sociedad y la estructura de los derechos de propiedad. Sin embargo, el énfasis puesto en la división de clases ha oscurecido los conflictos existentes en el seno de las clases sociales, los cuales son innatos a la organización económica. La laguna más grave de ese análisis reside en su concepción de los problemas de la alienación, considerados un atributo del capitalismo y no, en cambio, como en realidad son, consecuencia de la segunda revolución econó­ mica sobre la organización de la sociedad. El bajo rendimiento y el oportunismo están presentes en la Unión Soviética y en otros países socialistas, al igual que en el mundo capitalista. De hecho, la opinión difundida entre los historiadores marxistas de Occidente, según la cual la Unión Soviética no es un país socialista, constituye en el fondo una interpretación equivocada de la naturaleza de la crisis de la orga­ nización económica actual. La tradición sociológica, desde Durkheim a Talcott Parsons, ha reconocido los efectos desintegradores de la moderna organización

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social. La obra de Parsons, The Structure of Social Actio», publicada en 1937, constituyó un esfuerzo pionero encaminado a comprender una serie de aspectos de tal organización, pero no consiguió encon­ trar una solución para el problema del «gorrón», y tampoco tuvo éxito en la tentativa de diseñar un sistema teórico coherente. Ni los estudiosos de las ciencias políticas, aunque hayan analizado de manera pormenorizada el desarrollo del pluralismo político y, por tanto, el control del proceso político por parte de múltiples grupos de interés, han producido una aceptable teoría del Estado. Para terminar, quisiéramos volver a Karl Polanyi. Las bases del mercado «capaz de autorregularse», que aparecen en el fondo de las preocupaciones contemporáneas, eran el mercado impersonal del tra­ bajo, el mercado impersonal de la tierra y el sistema del patrón oro. Los tres elementos han desaparecido, o se han modificado tan pro­ fundamente que han perdido toda semejanza con la descripción que Polanyi ofrece de ellos por lo que respecta al siglo xix. Pero también las consecuencias derivadas de ese proceso de transformación tienen poco que ver con el cauto optimismo que Polanyi había expresado al ocuparse de estos cambios. El control pluralista del Estado, resul­ tado de la lucha de obreros, agricultores y grupos económicos, ha provocado la desintegración de la precedente estructura de los dere­ chos de propiedad, la cual ha sido reemplazada por una encendida lucha, que se desarrolla en la arena política, por la redistribución de la renta y de la riqueza a costa de la eficiencia potencial de la segunda revolución económica. Además, este conflicto no ha sido capaz de producir un nuevo tejido social y una nueva ideología capa­ ces de resolver las tensiones creadas por la organización económica. El progresivo debilitamiento del sistema, basado en el patrón oro después de 1914, y sobre todo después de la década de 1930, eliminó el áncora que sostenía la embarcación de la oferta monetaria, y con esto desapareció la fuerza que limitaba el movimiento de los precios. En consecuencia, la manipulación de la oferta monetaria, por parte de grupos de interés en lucha entre sí, constituye una de las princi­ pales fuerzas desestabilizadoras del actual sistema económico. Los efectos desestabilizadores de la segunda revolución económica tienen su manifestación, ampliamente constatada, en la inestabilidad que en este siglo se registra en el terreno institucional. El verdadero desafío para el historiador de la economía consiste en la posibilidad de desarrollar una estructura analítica capaz de explicar de manera

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completa el problema de los costes de transacción derivados de dicha revolución.

B ib l io g r a f ía

Barzel, Y., Measurement Cost and íhe Organization of Markeís, manus­ crito aún inédito. Buchanan, J., «Commcnt on the Indcpendent Judiciary in an Interest Group Perspective», The Journal of Lata and Economics, XVIII (1975). Clark, J. M., The Economics of Overhead Costs, Chicago, 1923. —, Historical Statistics of the United States, Washington, 1975. Klein, B., R. C. Crawford y A. Alchian, «Vertical Intcgration, Appropriable Rents, and the Competitive Contracting Process», Journal of Lata and Economics, XXI (1978). Landes, D. S., The Unbound Prometheus. Technological Change and In­ dustrial Grotath in Western Europe from 1750 to the present day, Cambridge, 1969 (hay trad. cast.: Progreso tecnológico y revolución industrial, Tecnos, Madrid, 1979). Landes, W., y R. Posner, «The Independent Judiciary in an Interest Group Perspective», The Journal of Lata and Economics, XVIII (1975). Luzonick, W., «Technological Change and the Control of Work», Discussion Paper (1981), Harvard Institute of Economic Research. McManus, J., «The Costs of Alternative Economic Organization», Canadian Journal of Economics, VIII (1975). Nordhaus, W., Resources as a Constraint of Growth», American Economic Revieta, LX1V (1974). North, C. D., Structure and Change in Economic History, Nueva York, 1981 (hay trad. cast.: Estructura y cambio en la historia económica, Alianza Editorial, Madrid, 1984). Parson, T., The Structure of Social Aclion, Nueva York, 1937. Polanyi, K., The Great Transformation, Nueva York, 1957. Solow, R., «The Economics of Resources or the Resources of Economics», American Economic Revieta, UQV (1974). Tilly, C., From Mobilization to Revolution, Reading, 1969. WiÚiamson, J., y P. Lindert, American Inequality: a Macroeconomic His­ tory, Nueva York, 1980. Williamson, O., Markets and Hierarchy, Nueva York, 1975. Young, A., «Increasing Retums and Economic Progress», Economic Jour­ nal, XXXVIII (1928).

Richard H. Tilly

UNA INTERPRETACIÓN PLURALISTA DE LA INDUSTRIALIZACIÓN ALEMANA 1.

I ntroducción

Con este título, ante todo, se quiere ofrecer una síntesis, lo más completa posible, de la reciente literatura sobre la industrialización en Alemania. No creemos que se trate de un ejercicio de escasa relevancia, dado que con él venimos a contradecir, o cuando menos a «relativizar», las interpretaciones del proceso de industrialización en ese país, tanto las que comúnmente conocemos con el nombre de «vía alemana» de la industrialización como las que lo definen como un ejemplo de atraso e imitación.1 Además, nos ha parecido correcto ponernos en guardia contra cualquier tentativa de sacar conclusiones apresuradas — válidas para el proceso general de desarrollo económi­ co— de la experiencia alemana, considerándola, por ejemplo, un caso de crecimiento económico favorecido por la existencia de ilimitadas reservas de mano de obra, o bien de un desarrollo basado en las exportaciones y favorecido por el libre cambio o, por el contrario, un ejemplo de desarrollo fundamentado en la sustitución de impor­ taciones por bienes producidos en Alemania, en el proteccionismo aduanero y en los buenos resultados de la imitación tecnológica. La industrialización alemana depende, en efecto, en gran parte de todos estos factores, pero al examinar su historiografía se descubrirá que 1. La obra clásica es, naturalmente, A. Gerschenkron, Economic backwardness in historiad perspective, Cambridge, 1962 (hay trad. cast.: El atraso eco­ nómico en su perspectiva histórica, Ariel, Barcelona, 1968).

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ese resultado deriva, sobre todo, de la heterogeneidad de enfoques de los diferentes historiadores que se han ocupado de la misma, y no tanto de elementos en contradicción entre sí. Algunos estudiosos han tomado en consideración el período de las reformas prusianas, desde 1800 hasta 1820, otros la época de Bismarck, de alrededor de 1860 a 1890, y otros todo el siglo xix. Algunos han hecho extensivos sus estudios a la totalidad de Alemania, otros a determinadas regiones o sectores. Algunos se centraron en las relaciones económicas, otros en los aspectos sociales y políticos de la industrialización. Por tanto, han observado la industrialización desde diferentes puntos de vista y han obtenido, obviamente, resultados diferentes, arropados por pruebas y argumentaciones que sustentan interpretaciones divergentes entre sí. Por eso, resulta evidente que cualquier tentativa de resumir toda esta literatura se traduciría en una exposición, si más no, prolija. Por tanto, he considerado conveniente subdividir mi análisis en tres partes, estando en correspondencia cada una de ellas con una particu­ lar perspectiva interpretativa de la industrialización alemana. Empe­ zaré con el tradicional enfoque cronológico, para lo cual me ocuparé de las diferentes fases por las que pasó dicho proceso de industria­ lización; después examinaré las diferenciaciones regionales, y final­ mente dedicaré mi atención a lo que podemos considerar como los resultados sociales y políticos del proceso de industrialización, a fin de determinar en qué medida los estudiosos de la historia económica han llegado a un acuerdo sobre el período, sobre las áreas implicadas en el proceso, sobre las modalidades y sobre las consecuencias sociales y políticas de la industrialización en Alemania.2

2.

El

debate

so bre

la

p e r io d iz a c ió n

Después de cerca de veinte años de investigación se ha conse­ guido llegar a un consenso general sobre la periodización de la indus­ trialización alemana. En su forma menos elaborada, como se expresa en los manuales de historia, tal periodización se expresa a través de la secuencia de una primera industrialización (Frühindustrialisiermg), que a grandes rasgos se desarrolla entre 1780 y las décadas de 1830 o de 1840; de una Revolución industrial comprendida entre los años de 1840 a 1850 y la década de 1870, y de una fase industrial madura (Hochindustrialisierung), que se inscribe entre esta última

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década y la primera guerra mundial.2 Esta esquemática subdivisión recuerda los Stages of economic growlb de Rostow, y en efecto, la semejanza no es casual, ya que refleja la positiva, pero no ciertamente acrítica, acogida de su obra por parte de la historiografía económica alemana.3 De modo que se considera que la primera industrialización comportó una creciente conciencia de las posibilidades de desarrollo industrial en Alemania, además de ciertos «presupuestos» institucio­ nales para el desarrollo, tales como la liberalización del comercio interior de bienes de consumo y de los mercados de mano de obra y de tierra. La Revolución industrial, o «despegue», representa la fase decisiva del tránsito hada un desarrollo moderno, sobre todo en términos cuantitativos, mientras que la última fase, la de la industrializadón madura, o en otras palabras, según la terminología de Rostow, «la marcha bada la madurez», concierne a los rasgos cuali­ tativos y a los resultados del desarrollo, es decir, a su estabilidad, a su difusión y a su ramificadón tanto en la sodedad alemana como en la escena internacional. 2. K. Borchardt, Die Industrielle Revolution in Deutschlani, Munich, 1972; F. W. Henning, Die Industritdisierung in Deutscbknd 1800 bis 1914, Paderborn, 1973; H . Mottek, Wirlscbaflsgescbichte Deutscblands, Berlín, 1964, vol. II; H. Mottek y otros, Wirtscbaftsgeschichte Deutscblands, Berlín Este, 1974, vol. I I I ; W. Zom, e d , Handbuch der deutschen Wirtscbafts- und Sozialgeschichte, Stuttgart, 1976, vol. I I ; J. Kocka, Unternehmer in der deutschen Industrialisierung, Gotinga, 1976 (para una versión castellana de esta obra, cí. el trabajo del dtado autor; «Los empresarios y los administradores de los negocios en la industrialización en Alemania», en P. Mathias y M. M. Postan, eds., Historia económica de Europa. V II. La economía industrial: capital, tra­ bajo y empresa, parte 1, Revista de Derecho Privado • Editoriales de Derecho Reunidas, Madrid, 1981, pp. 697-833. 3. Pocos historiadores han intentado periodizar la historia económica ale­ mana según unas directrices rígidamente rostowianas, pero su influencia resulta innegable. Además de las obras citadas en la nota anterior, cf. W. Fischer, «Some recent developments in the study of economic and business history in Western Germany», en R. Gallman, e d . Recent developments in the study of business and economic bistory, suplemento I, Greenwich, C onn, 1977, pp. 247285; C. L. Holtfrerich, «Wachstum der Volkswirtschaften», Handworterbucb der Wirtschaftswissenschaft, 17-18, Lieferuns, Stuttgart y Nueva York (1979). Las obras fundamentales a este respecto son las de W. W. Rostow, The stages of economic growlb, Cambridge, 19712 (hay trad. cast.: Las etapas del creci­ miento económico. Un manifiesto no comunista, Fondo de Cultura Económica, México, 1961); Ídem, e d , The economice of Take-off into sustained growlb, Londres y Nueva York, 1963 (hay trad. cast.: La economía del despegue hacia el crecimiento autosostenido, Alianza Editorial, Madrid).

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En el contexto de esta convención, tal vez las investigaciones más interesantes de los últimos tiempos se refieren a la fase crucial de la Revolución industrial, al llamado «despegue» de Rostow.4 Éste, originariamente, había situado el despegue alemán entre 1850 y 1873, pero posteriormente, después de haber reconsiderado el papel desempeñado por las construcciones ferroviarias en esos años (el cual quedó bien evidenciado en un trabajo de Hoffman), modificó esa primera periodización incluyendo en ella la década 1840-1850.56Pero el mayor apoyo a la nueva tesis proviene de algunos estudios recien­ tes sobre la historia de la industria pesada y sobre el ciclo económi­ co alemán, en particular de la obra de Spree.4 Utilizando una técnica que recuerda mucho la del National Bureau of Economic Research, Spree subdivide el período 1840-1880 en cuatro ciclos, el primero de los cuales comprende la serie inicial de masivas inversiones ferroviarias en Alemania (1845-1847); pero los cuatro ciclos dependen, por efecto de una confrontación entre aceleraciones y estacionamientos y de establecer correlaciones entre indicadores sectoriales, de oscilaciones independientes de la inversión ferroviaria.7 El boom de la década de 1840 fue de breve duración y, retrospecti­ vamente, se vio oscurecido por la expansión de la década siguiente, pero Spree tiene razón al indicar que esta última sería, en gran parte, una continuación retardada de la del decenio precedente y que las 4. Las dos expresiones ‘Revolución industrial’ y ‘despegue’ se utilizarán en este trabajo indistintamente, aunque esto no implica una aceptación incon­ dicional de la terminología de Rostow. Para una discusión crítica del concepto aplicado a Alemania, cf. R. Tilly, «The “Take-off” in Germany», en E. Angertnann y M. L. Frings, eds., Oceans apart? Comparing Germany and tbe United States, Stuttgart, 1981. 5. Cf. W. W. Rostow, The world economy, Londres y Nueva York, 1978, especialmente pp. 401-408; W. G. Hoffmann, «The Takeoff in Germany», en W. W. Rostow, ed., The economice of Take-off..., op. cit.; A. Spiethoff, Die wirtschaftlichen Wecbsellagen, 2 vols., Tubinga, 1955, I, p. 113; J. Schumpeter, Business eyeles, 2 vols., Nueva York, 1939, I, pp. 346-347 y 350-351. 6. R. Spree, Die Wachstumszyklen der deutschen Wirlscbaf von 1840 bis 1880, Berlín, 1977; Ídem, Wachstumstrends und Konjunklunyklen in der deutschen Wirtschaft von 1820 bis 1913, Gotinga, 1978; cf., además, R. Spree y J. Bergmann, «Die konjunkturelle Entwicklung der deutschen Wirtschaft von 1840 bis 1864», en H . U. Wehler, ed., Sozialgeschichte Heute. Festscbrift für H. Rosenberg, Gotinga, 1974. 7. Para mayores detalles, cf. R. Spree, Die Wachstumszyklen..., op. cit., especialmente, pp. 295-316. 11, — NAIUUL

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revoluciones de 1848-1849 asumirían un nuevo significado en la historia de la industrialización alemana y deben ser analizados, con­ siguientemente, como complejos resultados del desarrollo y de las transformaciones industriales y no como simples elementos políticos externos al proceso económico.* También los estudios sobre la industria pesada alemana sostienen la interpretación de una Revolución industrial fundamentada en las construcciones ferroviarias iniciadas a comienzos de la década de 1840. En un estudio sobre la industria del carbón en el Ruhr, Holtfrerich demuestra, entre otras cosas, mediante el empleo de coe­ ficientes input y output, el papel motriz de los ferrocarriles en la trilogía constituida por vías férreas, carbón y hierro.89 Pero mientras que durante la década de 1840 los que se benefi­ ciaron del desarrollo de la red ferroviaria prusiana — que creció a un ritmo de cerca del 20 por 100 anual— fueron, sobre todo, los expor­ tadores belgas e ingleses, y la producción de carbón y de hierro no aumentó más que un 4 por 100 anual, en la década de 1850, gracias a una combinación de protección arancelaria y de progreso tecnoló­ gico, el constante crecimiento de la red ferroviaria prusiana (alre­ dedor del 10 por 100 anual) comportó un aumento de la producción de hierro del 30 por 100 anual, que a su vez estimuló la produc­ ción de carbón en el Ruhr (la cual creció cerca de un 9 por 100 anual). Fremdling examinó con detalle el anteriormente mencionado proceso de sustitución de importaciones, inicialmente orientado a sus­ tituir la importación de raíles de hierro y después a la generalidad de productos de fundición. Sus resultados parecen poner en evidencia que el caso alemán es un ejemplo de un proceso de adopción de nue­ va tecnología sostenido a través de una política arancelaria que estuvo coronado por el éxito,10 aunque al mismo tiempo se trata de un 8. Cf. J. Bergmann, «Okonomische Voraussetzungen der Rcvolution von 1848: zur Krisc von 1845-1848 in Deutschland», en H . U. Wehlcr, ed., 200 ]ahre amerikaniseber Revoludon, separata en Gescbicbte uttd Geseüscbaft, 2, Gotinga (1976); cf., también, R. TUly, «Renaissance der Konjunkturgeschichte?», Gescbicbte und Gesellscbaft, VI (1980), pp. 259-261. 9. C. L. Holtfrerich, Quantitative Wirtschaftsgescbicbte des Rubrkoblenbergbaus in 19. Jabrbundert, Dorunund, 1973. 10. R. Fremling, «Railroads and Germán economic growth. Aleading sec­ tor analysis with a comparison to the United States and Great Britain», Journal of Economic History, XXXVII (1977), pp. 583-604; Ídem, «Modemisierung und Wachstum der Schwerindustrie in Deutschland, 1830-1860», Gescbicbte und

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fenómeno estrechamente relacionado con un sector punta y en expan­ sión, como era el ferroviario. Dejando al margen, de momento, la discusión sobre los efectos hacia adelante que los ferrocarriles tuvie­ ron sobre la Revolución industrial en Alemania, y que fueron tra­ tados por Fremdling,11 pueden obtenerse otros argumentos de con­ firmación del importante papel desempeñado por los ferrocarriles en las investigaciones de Wagenblass y de Krengel.112 £1 primero se ocu­ pó de la relación entre la demanda de equipos y de materiales de hierro por parte de los ferrocarriles y las industrias de construcciones mecánicas que lo producían (y cuyos archivos constituyeron la fuente primaria del trabajo de Wagenblass), llegando a la conclusión que los pedidos procedentes del sector ferroviario constituían una notable proporción de los ingresos brutos obtenidos por las empresas más importantes y tecnológicamente más avanzadas y, sin duda, uno de los incentivos fundamentales de sus programas de inversión, Krengel, basándose en el cálculo del input-output, demostró la decisiva im­ portancia que para las industrias metalúrgicas tuvieron los pedidos provenientes del sector ferroviario durante la década de 1870, años en que tales pedidos alcanzaron la cúspide para luego decaer de ma­ nera notable. Gesellschaft, V (1979), pp. 201-227. Cf., también, F. W. Hcnning, «Eiscnbahnen und Entwicklung der Eisenindustrie in Deutschland», Archiv und W irtschaft, VI (1973), pp. 1-20. Para una información sobre la tecnología utilizada y el proceso de su difusión en el distrito de Ruhr, cf. U. Troitzsch, «Innovañon, Organisation and Wissenschaft beim Aufbau von Hüttenwerken im Ruhrgebiet, 1850-1870», Vortragsreihe der Gesellschaft fü r W estfalische W irtscbaftsgeschicbte, V, X X II (1976). 11. R. Fremdling, Eisenbabnen und deutscbes Wirtschaflswachstum, 18401879, Dortmund, 1975, especialmente, pp. 55-74, donde, entre otras cosas, se discute una estimación contemporánea de los «ahorros sociales» atribuibles a las vías férreas. 12. H . Wagneblass, Der Eisenbahnbau und das Wachstum der deutschen Eisenund Maschinenbauindustrie, 1835 bis 1860, Stuttgart, 1973; J. Krengel, «Zur Berechnung von Wachstumswirkungen konjunkturell bedingter Nachfragcschwakungen nachgelagerter Industrien auf die Produktionscntwicklung der deutschen Roheisenindustrie wáhrend der Jahre 1871-1882», en W. H. Schroder y R. Spree, eds., Historische Konjunkturforschung, Stuttgart, 1980. Sobre los cambios tecnológicos, cf. Troitzsch, «Innovation,...», art. cit.; G. Plumpe, «Technischer Fortschrift, Innovationen und Wachstum in der deutschen Eisen- und Stahlindustrie in der 2. Halfte des 19. Jahrhundert», en W. H. Schroder y R. Spree, eds., H istorische..., op. cit.

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Por lo que concierne al problema de la procedencia de los recur­ sos financieros que posibilitaron el «despegue» en el transcurso de este período, en general las obras recientes sobre financiación indus­ trial (de Coym, Klein, Winkel y Kocka) han subrayado el predominio de la autofinanciación a través de la reinversión de beneficios.13 Sin embargo, ello puede inducir a subvalorar la importancia que tuvieron para la industrialización los mercados financieros y el sistema bancario. Spree demuestra que durante el período en cuestión la evolución del sector financiero siguió a la de la industria pesada, condicionada por las inversiones en las construcciones ferroviarias; además, sabe­ mos que por lo que respecta a los primeros proyectos ferroviarios, todo el capital necesario se obtuvo en la práctica a través de algunos bancos privados.14 Se trataba de sumas enormes, bastante superiores a las requeridas en esta época por el sector manufacturero, que otorgaron a la banca un papel relevante en la economía y que estimularon ulteriores trans­ formaciones en el mismo sistema bancario (difusión de la forma de sociedad anónima y de los procesos de fusión entre las diferentes instituciones de crédito). Es posible sostener que las relaciones entre la banca y los ferrocarriles durante el período que se cierra en la década de 1860, cuando se nacionalizaron gran parte de las com­ pañías ferroviarias privadas aún existentes en Prusia, sentaron las bases para la colaboración entre la banca y la gran industria, llamada a convertirse, a corto plazo, en una de las características de la econo­ mía germana. La modernización del sistema bancario alemán fue, pues, un efecto colateral de las construcciones ferroviarias, cuya importancia histórica debe ser puesta de manifiesto también para 13. P. Coym, Unternebmensfinanz'terung im frühen 19. Jahrbundert dar• gestellt am Beispiel der Rheinprovinz und Westfalens, tesis presentada en la Universidad de Hamburgo, 1971; £ . Klein, «Zur Frage der Industrie finanzicrung im frühen 19. Jahrhundert», en H. Kellenbenz, ed., Offenlliche Finanzen uttd prívales Kapital, Stuttgart, 1971, pp. 87-117; H. Winkel, «Kapitalquellen und Kapitalverwendung am Vorabend des industriellen Aufschwungs in Deutschland», Schmollers Jabrbuch, XC (1970), pp. 275-301; J. Kocka, Unternehtncr i n ..., op. cit., especialmente pp. 65-73. 14. Cf., al respecto, R. Spree, Die Wacbstumszyklen..., op. cit., especial­ mente, pp. 267-273; W. Steitz, «Die Entstehung der Koln-Mindener Eisenbahn»,Scbríften zur rbeiniscb-westfalischen Wirlschaftsgeschicbte, XXVII (1974), en particular, pp. 14-33. Cf., además, R. Tilly, Financial institutions and the industrializarían of the Rhincland, 1815-1870, Madison, 1966.

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reafirmar la urgencia de un estudio en profundidad de su historia financiera. El punto más endeble de una interpretación de la Revolución industrial alemana, fundamentada en el papel desempeñado por las vías férreas, lo constituye la explicación de la naturaleza misma de las inversiones ferroviarias. Los análisis cronológicos de Fremdling y Spree muestran que éstas dependían en gran parte de las ganancias precedentes y de las expectativas de futuros beneficios.1516Además, los estudios sobre las primeras compañías ferroviarias sugieren que dichas inversiones constituían una respuesta a una preexistente demanda de transporte: por ello rendían a los accionistas más de lo normal, aun­ que apenas se había iniciado la explotación de la red ferroviaria.15 A este respecto, puede ser extremadamente útil examinar, a partir de una perspectiva a largo plazo, la estructura regional de la actividad económica en Alemania, que se supone fuertemente condicionada por las vías férreas en el transcurso de las décadas centrales del siglo pasado. De acuerdo con los razonamientos que expone Huber en su obra, durante los años que transcurrieron de 1820 a 1913 se pone de manifiesto, en cambio, una tendencia de larga duración hacia la concentración regional de las actividades económicas, claramente per­ ceptible ya antes de 1840, tendencia que sólo resultó escasamente afectada por la expansión de la red ferroviaria, por lo que respecta n los centros de la industria pesada, alrededor de los años de la déca­ da de 1860.17 Este fenómeno concuerda perfectamente con los resultados de un reciente estudio sobre el mercado interior de cereales (1821-1865), que, a juzgar por la variación del precio del centeno, parece comple­ tamente integrado a partir de la década de 1820 y no parece ni tan

15. R. Spree, Die Wachstumszyklen..., op. cit., pp. 303-312; R. Fremdling, Eisenbahnen u n d ..., op. cit., pp. 150-158. Sobre este tema existe también un trabajo no publicado de Fremdling. 16. Aproximadamente dieciocho meses después del comienzo de la cons­ trucción (cf., sobre esto, R. Fremdling, Eisenbahnen u n d ..., op. cit., pp. 132163). Para una tesis similar basada en el caso sajón, cf. P. Beyer, Leipzig und die Anfánge des deutseben Eisenbabnbaus, Weimar, 1978. 17. P. Huber, «Regional expansión und Entleerung in Deutschland des 19. Jnhrhunderts. Eine Folge der Eisenbahnentwicklung?», en R. Fremdling y R. Tilly, eds., Industrialisierung und Raum. Studien zar regionalen Difierenzierung im Deutsçhland des 19. Jahrbunderts, Stuttgart, 1979, pp. 27-53.

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siquiera mínimamente influido por el advenimiento de las comunica­ ciones ferroviarias e interregionales.18 Tales resultados tienen un significado particular respecto a las frecuentes suposiciones sobre el papel del ferrocarril como verdade­ ro instrumento de desarrollo utilizado por los gobiernos con ante­ rioridad a que se hubiera desarrollado una demanda: estos estudios trastocan estas certidumbres, dado que llegan a juzgar la interven­ ción gubernamental no sólo inútil, sino hasta perjudicial.19 Pero si, después de todo, las vías férreas fueron en realidad la respuesta a una demanda ya existente, sería necesario entonces explicar cómo esta demanda se desarrolló en la década de 1840 (o desde antes, si se acepta la idea de la presencia de obstáculos de naturaleza no eco­ nómica en la década de 1830).20 Aparte de la natural adversión del historiador a usar un deus ex machina (como las vías férreas) y su tendencia a explicar todo cambio remontándose a los antecedentes, en el caso en cuestión existe más de un motivo para tomar seria­ mente en consideración el papel de las transformaciones anteriores al inicio del despegue. En el apartado siguiente examinaremos algu­ nas de estas consideraciones, pero sería mejor denominarlas condicio­ nes previas para la industrialización, que precedieron, provocaron y acompañaron a los cambios del período del despegue.

2.1.

El papel del comercio

Una de las más importantes de dichas transformaciones fue la expansión a partir del siglo xvi de una actividad industrial orientada hacia la exportación en varias áreas rurales de Alemania. El resultado 18. R. Fremdling y G. Hohorst, «Marktintegration der preussischcn Wirtschaft des 19. Jahrhunderts», en R. Fremdling y R. Tilly, eds., Industridisierung u n d o p . cit., pp. 56-99. Cf., también, el comentario de R. Spree, ibid., pp. 101-104. 19. R. Fremdling, Eisenbabnen u n d ..., op. cit., especialmente, pp. 109-132, donde critica la vieja, pero aún útil, obra de D. Eichholtz, Junker und Bourgeoisie in der preussischen Eisenbahngeschichte, Berlín Este, 1962. Sobre la cuestión en general, de la intervención del gobierno en esta fase de la indus­ trialización prusiana, cf., también, J. Kocka, «Preussischer Staat und Modernisierung ¡m Vormarz», en H. U. Wehler, ed., Sozialgescbicbte H eu te..., op. cit., pp. 211-227. 20. Al respecto, cf. Eichholtz, Junker u n d ..., op. cit.

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tic este complejo e importante fenómeno, hoy cada vez más frecuen­ temente definido como «protoindustrialización», fue el relativo incre­ mento de capas de semiproletarios dependientes de una renta no agrícola, el desarrollo de mercados interregionales para los productos agrícolas y para los protoindustriales, como los tejidos, y la acumu­ lación de capital en manos de mercaderes que organizaban nuevos negocios, que suministraban la base de una posterior expansión de la industria rural. El volumen de Kriedte, Medick y Schlumbohm describe, en un contexto europeo, cierto número de casos alemanes, algunos de los cuales se han convertido en objeto de estudios espe­ cíficos por parte de estos y de otros autores, entre los que me place recordar el de Mager sobre la Westfalia oriental.11 No es ciertamente fácil discutir sobre la «protoindustrialización» como fase preparato­ ria de la Revolución industrial del siglo xix, ya que se trata de un concepto general que presupone transformaciones globales bastante más amplias que, por ejemplo, la tecnología de una rama dada de la industria textil. Sin embargo, gracias al diligente trabajo de estos y otros estudiosos, como el difunto Herbert Kisch, estamos en condi­ ciones de identificar los centros dinámicos del desarrollo industrial de tipo artesanal, claramente emergentes en el siglo x v i i i en ciu­ dades como Krefeld, Elberfeld y Barmen o en regiones de Sajonia, como el condado de Zwickau.2 De estas áreas proceden no sólo los21 21. Cf. P. Kriedte, H . Medick y J. Schlumbohm, Induslrialisierung por der Industrialisierung. Gewerbliche Warenproduktion auf dem Land in der Formationsperiode des Kapitalismus, Gotinga, 1977 (hay trad. cast.; Industria­ lización antes de la industrialización, Crítica, Barcelona, 1986); J. Schlumbohm, «Der saisonale Rhythmus der Leinenproduktion im Osnabrflcker Lande im spatcn 18. und in der ersten Halfte des 19. Jahrhunderts: Erscheinungsbild, Zusamraenhange und interregionaler Vergleich», Archiv für Sozialgeschichte, XIX (1979), pp. 263-298; ídem, «Protoindustrialisierung im Ravensberger und Osnabrücker Lande. Bevblkerung, Wirtschaft, Gesellschaft in einem Gebiet verdichteten landlichen Gewerbs vom 16. bis zum 19. Jahrhundert», Archive in Niedersachsen (1979), parte 1; W. Mager, Gesellschaftsformation in Übergang: agrarisch-gewerbliche Verflechtung und soziale Dynamik ¡n Ravensberg wührend der früben Neuzeit (16. 1. Hülfte 19. Jh.), comunicación no publicada presentada en el Congreso sobre la protoindustrialización celebrado en Bad Homburg, en mayo de 1981. 22. Cf., por ejemplo, H. Kisch, «Prussian mercantilism and the rise of the Krefeld silk industry. Variations upon an Eighteenth-century theme», Transactions of the American Philosophical Society, parte 7 [s.n ., 58] (1968); ídem, «From raonopoly to Laissez-faire: the early growth of the Wupper Valley

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excedentes de mano de obra y los comerciantes capitalistas que carac­ terizaron la protoindustrializadón, sino también el trabajo artesanal especializado y los empresarios industriales innovadores a los que se debe el desarrollo industrial concentrado en la fábrica del siglo xix. Si bien las investigaciones sobre el tema aún no han llegado al estadio en el cual las evidencias de carácter cuantitativo sobre la contribu­ ción ofrecida por el incremento de la actividad de tipo artesanal en el campo textil y metalúrgico a la industrialización alemana pueden sintetizarse fácilmente, sin embargo, resulta bastante claro, por un lado, que los ejemplos locales de rápido desarrollo industrial fueron numerosos bastante antes de 1840 y, por el otro, que su efecto acu­ mulativo pudo, presumiblemente, ejercer un peso suficiente para esti­ mular las inversiones de la década de 1840. En Alemania, como en otros países, la industria rural producía para la exportación: por eso no nos parece carente de sentido basar la valoración del efecto de la protoindustrializadón en un examen de la literatura sobre el papel desempeñado por el comercio exterior. Un punto de partida sobre dicha cuestión lo ofrecen los estudios, extremadamente ricos, de Kutz.*23 En ellos se intenta reconstruir los flujos del comercio exterior alemán anteriores al Zollverein, la Unión Aduanera de los estados alemanes, a través de las estadísticas de los países con los que mantenían reladones comerciales de mayor cuan­ tía (Gran Bretaña, Holanda, Francia, etc.). Esto ha conducido a la elaboración de un cuadro caracterizado por: 1) un comercio exterior en expansión durante todo el período, incluso durante las guerras napoleónicas (y en mayor medida de lo que sugería la documentación precedente); 2) una balanza comercial más favorable, por ejemplo con Gran Bretaña, respecto de lo que se consideraba en el pasado; y 3) una estructura comercial dominada por la exportación de pro­ ductos primarios y por la importación de productos coloniales e inter­ textile trades», Journal of European Economie Hislory, I (1972), pp. 298-407; idem, The crafts an tbeir role in the Industrial Revolution: tbe case o f the Germán texlile industry, tesis leída en la Universidad de Washington, 1958. 23. M. Kutz, Deutscblands Aussenhandel, 1789-1834, Wiesbaden, 1974, se trata de una versión revisada de una tesis leída en 1968. Cf., también, idem, «Die deutsch-britischen Handelsbeziehungen, 1790-1834», Vierteljahrschrift für Sozial- und Wirtscbajtsgeschicbte, LVI (1969), pp. 178-214; idem, «Die Entwicklung des Aussenhandcls Mitteleuropas zwischen Franzbsischer Revolution und Wiener Kongrcss», Gesehicbte und Gesellschaft, VI (1980), pp. 538-558.

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medios o semielaborados. El estudio de Kutz ha sido continuado por Von Borries para los años comprendidos entre 1836 y 1856. En el mismo aporta nuevos datos por lo que respecta a los precios y pro­ pone cierto número de otras rectificaciones a algunas estadísticas comerciales preexistentes; este trabajo propone también algún ele­ mento para la valoración del papel desempeñado por el comercio exterior. Nos parecen de particular relieve, por un lado, las conside­ raciones relativas al nivel, decididamente moderado, de la tasa de crecimiento del comercio exterior hasta 1850, mientras que en la siguiente década aquélla estuvo caracterizada por valores sorprenden­ temente elevados; por el otro, las observaciones sobre la estructura de las exportaciones alemanas en ese período, dominadas por las materias primas y por los productos manufacturados acabados. El conjunto de estos elementos induce a Von Borries a calificar a la Ale­ mania de los años inmediatamente posteriores a 1850 como «un país industrial».24 Este valioso conjunto de informaciones implica, en primer lugar, la exigencia de una interpretación que esté en condiciones de rela­ cionar los rasgos tendendales del comercio exterior con la elección de opciones en materia de política comercial. El bien documentado estudio de Ohnishi sobre la Unión Comercial prusiana (1818-1833) muestra la presencia de una fuerte y aun decisiva motivación de carácter fiscal en su base constituyente, poniendo de relieve las con­ secuencias positivas de la aparición de la Unión y, un poco sorpren­ dentemente, también de los significativos (y crecientes) efectos pro­ teccionistas en favor de la naciente industria alemana.21 La obra de Dumke amplió, posteriormente, el horizonte de la discusión,“ 2456 24. Von Borries, Deutscblands Aussenbandel 1836-1856, Stuttgart, 1970. También son consultables para ciertos aspectos los vicios estudios de G . Bondi, Deulscher Aussetthandel, 1815-1870, Berlín Este, 1958, y de W . Hoífmann, «Strukturwandlungen im Aussenhandcl der deutschen Volkswirtschaft seit der Mitte des 19. Jahrhunderts», Kyklos, XX (1967), pp. 287-306. El volumen de \V. Iloffmann y otros. Das Wachstum der deutschen Wirtschaft seit der M itte des 19. Jabrbunderts, Berlín, Heidelberg y Nueva York, 1965, pp. 520-544, naturalmente también contienen los datos pertinentes. 25. T. Ohnishi, Zolltarifspolitik Preussens bis M r Gründung des Deutschen Zollvereins*, tesis presentada en la Universidad de Gotinga, 1973. 26. D. Dumke, The political economy of economic integration: tariffs, trade and politics of tbe Zollverein Era, tesis leída en la Universidad de Wisconsin, 1976; Ídem, «Anglo-dcutscher Handçl und Frühindustrialisicrung

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al sostener que el Zollverein no era sino la ampliación de la Unión Comercial prusiana, dado que sus aranceles, relativamente altos, fue­ ron adoptados por el Zollverein. Y además, lo que tal vez constituye un hecho todavía más remarcable, Dumke señala que los estímulos de carácter fiscal tuvieron una importancia decisiva, ya que los esta­ distas prusianos, basándose en su propia experiencia, podían presen­ tar a los gobernantes de los estados pequeños y pobres la perspectiva de ingresos sustanciosos, evitando recurrir a concesiones de tipo par­ lamentario, como alentadoras ofertas para convencerlos a entrar en el Zollverein. La atracción de esta tesis reside en el hecho de que ofrece una explicación de la formación del Zollverein más matizada que la basada en la argumentación de la existencia de una genérica voluntad de desarrollo industrial o de unificación política. Con pos­ terioridad a la aportación de Von Borries, Dumke se ocupa de la cuestión de la estructura del comercio alemán, caracterizada por la importación de productos coloniales y semielaborados y por la exportación de materias primas y de productos manufacturados. Cen­ trando su atención en el comercio interior y en el mantenido con Inglaterra, desarrolla un modelo dualista en el que las provincias orientales presentan una balanza comercial excedentaria debido a las exportaciones de productos sin elaborar hacia Gran Bretaña; mien­ tras que las provincias y los estados occidentales mantenían una balanza comercial deficitaria con Gran Bretaña, a causa principalmen­ te de las importaciones de productos intermedios (como hierro e hila­ dos), y una balanza comercial excedentaria con las provincias orien­ tales, por efecto de unas exportaciones caracterizadas por un claro predominio de los productos manufacturados acabados. Los altos cos­ tes de transporte limitaban el comercio entre este y oeste a productos de valor relativamente elevado. A base de comparar términos de intercambio y volúmenes de comercio, Dumke intentó demostrar que dicho «sistema» estaba determinado por la demanda inglesa de mate­ rias primas, cuya expansión incrementaba los ingresos de las pro­ vincias orientales y estimulaba su demanda de productos manufac­ turados procedentes de la Alemania occidental; a su vez, esta expansión general de la demanda interior determinaba mayores im­ portaciones de bienes intermedios procedentes de Gran Bretaña. Las ¡n Deutschland, 1822-1865», Geschicbte und Geselhchajt, V (1979), pp. 175-

200.

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exportaciones de productos manufacturados, sobre todo de textiles y de productos metalúrgicos producidos a gran escala bajo el modelo protoindustrial, aumentaron poco con anterioridad a 1850, en gran medida a causa de la competencia británica. Por otra parte, es inte­ resante señalar que las mencionadas importaciones de bienes inter­ medios, los cuales eran producidos con métodos organizativos y técnicas relativamente intensivas en capital, implicaban indirecta­ mente un ahorro de mano de obra, que causaba no pocas preocupa­ ciones en las regiones protoindustriales, donde, por el contrario, pre­ valecían métodos de producción basados en una intensiva utilización del factor trabajo. Un comercio interior que experimentaba una gra­ dual expansión requería mejores transportes, lo que se consiguió me­ diante inversiones dirigidas a mejorar la red de carreteras en la década de 1820, política que alcanzó su punto culminante con los proyectos ferroviarios de la década siguiente. Este «modelo», además de ofrecer una interpretación de las dife­ rentes especializaciones regionales, explica cómo una exportación de productos manufacturados prácticamente estancada puede coexistir con un comercio interior en gradual expansión, lo que creó las con­ diciones para favorecer inversiones con que mejorar el sistema de transportes. De modo que la industrialización alemana se configura como un caso en el que el crecimiento inducido por cierto tipo de exportaciones se transforma, progresivamente, en un rápido desarro­ llo industrial fundamentado en la inversión en obras de infraestruc­ tura y en la sustitución de importaciones mediante productos fabri­ cados en el país.

2.2.

El peso de la agricultura

Por motivos obvios, ninguna discusión sobre la cronología y los mecanismos de la Revolución industrial alemana puede descuidar al sector agrario. Desafortunadamente, sin embargo, la mayor parte de las contribuciones recientes sigue basándose en las viejas estimacio­ nes de Von Finckenstein, Helling y Hoffmann, y por lo tanto sólo lia sido superada, en parte, por la incertidumbre de fondo que caracteriza dichos cálculos, sobre todo en lo que concierne a las estimaciones sobre el área total cultivada y sobre las tierras dejadas

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en barbecho.27 Por una parte, se puede advertir, aunque con algunas discontinuidades, una evidente expansión de la producción agraria, acompañada desde el siglo xvm por aumentos de productividad de la tierra y del trabajo y por un crecimiento de la relación produc­ to-semilla. En efecto, en el transcurso de la primera mitad del si­ glo xix se registraron progresos en la productividad que podrían haber contribuido de manera significativa al desarrollo económico que pre­ cedió al despegue.28 Por otra parte, la interacción cíclica señalada por historiadores como Abel o Spree, el hecho de que los precios agrícolas tendieran a crecer más, o a disminuir menos, que los industriales, y la distribución regional y cuantitativa de la producción agrícola con relación a las exportaciones y al flujo de inversiones extranjeras, sugieren que la agricultura aportó, a lo sumo, una contribución limitada al desarrollo del mercado interior en Alemania durante dicho período.29 Y esa impresión subsiste, a pesar de que varios estudios (de Müller, Hamisch o Von Hippel, por ejemplo) documentan casos singulares de contribuciones positivas, ya que dichas aportaciones ante todo deberían ser debidamente sopesadas y posteriormente insertas en un contexto más general.30 27. H. W. Finck von Finckenstdn, Die Entwicklting der Landwirschaft in Preussen und Deutschland, 1800-1930, Wurzburgo, 1960; G. Helling, «Berechnung eines Index der Agrarproduktion in Deutschland ¡m 19. Jahrhundert», Jabrbucb fiir Wirlsebaftsgescbicbte, IV (1965), pp. 125-143; ídem, «Zur Entwicklung der Produktivitat in der deutschen Landwirtschaft, im 19. Jahrhun­ dert», ibid., I (1966), pp. 129-141. Para una síntesis de la literatura precedente y de los datos contenidos en ella, cf. G . Franz, «Landwirtschaft, 1800-1850», y M. Rolffs, «Landwirtschaft, 1850-1914», ambos en W. Zorn, ed., Handbucb d e r ..., op. á t. 28. Cf., al respecto, F. W . Henning, Die Industrialisierung..., op. á t., pp. 50-59; R. Tilly, «Capital formation in Germany in the Nineteenth century», en R. Mathias y M. Postan, Cambridge Economic History o f Europe, Cam­ bridge, 1978 (hay trad. cast.: «La formación de capital en la Alemania del siglo XIX», en P. Mathias y M. M. Postan, eds., Historia económica de Euro­ p a ..., op. cit., pp. 543-623). 29. W. Abel, Agrarkrisen und Agrarkonjunktur, Hamburgo, 1966*; R. Spree, Die Wacbslumszkyfden..., op. cit., especialmente, pp. 131-140; y la obra aún útil de S. Ciriacy-Wantrup, Agrarkrisen und Stockun&spannen. Zur Frage der ’langen Wellen’ in der wirtschaftlicber Entwicklung, Berlín, 1936. 30. H . Harnisch, «Die Bedeutung der kapitalistischen Agrarreform dür die Herausbildung des inneren Marktes und die Industrielle Revolution in den ostlichcn Provinzen Preussens in der ersten Hülfte des 19. Jabrhunderts», Jabrbucb für Wirlsebaftsgescbicbte, parte 4 (1977), pp. 63-82, un artículo

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Una cuestión interesante, planteada por la discusión sobre la agri­ cultura alemana, se refiere a las reformas agrarias emprendidas a comienzos del siglo xix en Prusia. Según una opinión influyente, conocida como «tesis de Ipsen», las reformas agrarias prusianas hicieron posible un uso más racional de las tierras cultivables, am­ pliaron el área de las superficies cultivadas a costa de las incultas e impulsaron el crecimiento demográfico.31 Tal opinión pone el énfasis sobre los efectos que se derivaron por lo que respecta al aumento de la capacidad productiva, pero ignora que la redistribución de la tierra favoreció a los grandes propietarios, como ha sido puesto de manifiesto por otros estudios (como ejemplo de todos ellos citemos a Knapp). Estudios recientes, que acabamos de citar, en particular los de Müller, Harnisch y Dicbler, cuestionan la solidez de la tesis que acentúa la expansión de la superficie cultivada y el aumento de la mano de obra como efectos inducidos por las reformas agrarias, |x>rque Ipsen subvaloró, al parecer, la extensión de la superficie cul­ tivada en el período precedente a las reformas, no tuvo en cuenta el considerable incremento demográfico que se registró en las provin­ cias del este del Elba durante el siglo xvill y evitó tomar en consi­ deración el hecho, sin duda relevante, de que la redistribución de la tierra inherente a las reformas se realizó en perjuicio de productores relativamente eficientes.32 Estas observaciones son importantes por­ que apuntan la posibilidad de que las reformas no hayan sido una

importante; cf., también, H . H . Müller, «Kapitalgesellschaften für Anbau und Verarbeitung von Zuckerrüben ¡n Deutschland im 19. Jahrhunderts», ibid., pp. 113-148; W. von Hieppel, «Bevolkcrungsentwicklung und Wirtschaftsstruktur in Konigreich Würtemberg, 1815-65», en U. Engelhardt y otros, eds., Solide Bewegung und politisebe Verfassung, Stuttgart, 1976, pp. 270-371. 31. Para la «tesis de Ipsen», cf. G. Ipsen, «Die preussisebe Bauembefreiung ais Landesausbau», Zeilscbrifl für Agrargescbtcblc und Agrarsoziolog/e, I I (1954), pp. 29-54, reimpreso, con modificaciones menores, en W. Kollmann y P. Marschalck, eds., Bcvolkerungsgeschicbte, Colonia, 1972. 32. Cf., sobre todo, R. A. Dickler, «Organization and change in productivity in Eastern Prussia», en W. N. Parker y E. Jones, eds., European peasants and tbeir markets, Princeton, 1975, pp. 269-292; H . Hamisch, «Über die Zusammenhange zwischen sozialdkonomischen, und demographischen Entwicklungen im Spatfeudalismus», Jabrbucb für Wirtscbaftgescbicbte (1975), parte 2, pp. 57-87; y para una excelente discusión sobre la redistribución de la tierra, idem, «Statistische Untersuchungen zum Verlauf der kapitalistischen Agrarreform in den preussischen Ostprovinzen (1811-1865)», ibid., pp. 149-182.

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condición necesaria ni suficiente para la Revolución industrial, sino que, por el contrario, hayan levantado una serie de obstáculos a posi­ bles alternativas. Pero esto no significa que el desarrollo de la agri­ cultura no hubiese contribuido efectivamente a la creación de un mercado interior en Alemania antes de los años cuarenta. Tal hipó­ tesis sigue en pie, aunque se pudiera demostrar que las reformas prusianas influyeron de tal manera que, en vez de favorecer, limita­ ron el desarrollo del sector agrícola.

2.3.

El problema de la escasez de datos

Tratar de establecer cuál fue la relación entre la primera indus­ trialización y la fase del despegue significa enfrentarse al problema extremadamente difícil de la escasez de datos relativos al período que la precedió. Pese a los optimistas programas orientados a la recopi­ lación de información estadística relativa al siglo xix, aún son pocas las series disponibles de cierto relieve para el período anterior a 1830. ¿Cómo puede hablarse de una aceleración en la década de 1840 si somos conscientes de la forma extremadamente impre­ cisa en que fue calculada? Estas dificultades pueden patentizarse bastante bien mediante un ejemplo. En una tentativa de calcular la acumulación de capital en Prusia durante la primera mitad del si­ glo xix llegaba a la conclusión de que se había producido un enorme salto hacia adelante durante la década de 1840 atribuible a las vías férreas.33 Obviamente, tal discontinuidad servía de soporte a la tesis del despegue, pero mi estimación ignoraba algunos fenómenos potencialmente importantes, como por ejemplo las carreteras locales, los carros y otros carruajes, las naves, gabarras, etc. En el supuesto de que el incremento de estos medios de transporte hubiera alcan­ zado una tasa igual a la del incremento de las carreteras generales y de los canales y ríos navegables (y aplicando estimaciones con­ temporáneas sobre el coste de éstos y de aquéllos), tendríamos que el capital fijo invertido en el sector de los transportes registró un aumento durante la década de 1830 del 61 por 100, contra un aumento del 100 por 100 en la década siguiente.34 Si a este ejem33. Véase nota 28. 34. En millones de marcos y a precios corrientes, la inversión neta aumentó

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pío se añaden algunas breves observaciones sobre la actividad de la construcción urbana durante la década de 1830, documentable a partir del impuesto sobre inmuebles, de los contratos de seguros contra incendios y de los datos sobre la población y el empleo, se obtiene un diagrama de las inversiones que evidencia que los pro­ gresos de esa década llegan a rivalizar con los de la década de 1840: el nivel neto de inversión en los años 1830-1840 se situaría en un 85 por 100 por encima del de la década siguiente.31 Debido a las lagunas existentes en la información estadística, estas estimaciones podrían estar lejos de suministrar indicaciones ajustadas a la reali­ dad. £1 problema es que son también inciertos los datos que han servido para enfatizar sobre la ruptura de la década de 1840. En definitiva, sólo el conjunto más completo de datos relativos a la década de 1840, junto con una teoría del crecimiento identificada en gran medida con el crecimiento del sector industrial (y con implí­ citas relaciones con el crecimiento global), nos induce a aceptar la hipótesis del despegue, hipótesis, por otra parte, frágil y que debe acogerse con más de una reserva.

2.4.

Gran depresión y desarrollo industrial

Al igual que encontramos opiniones discordantes sobre el término a quo referido a la Revolución industrial en Alemania, del mismo modo es posible observar en la historiografía económica alemana una manifiesta diferenciación en relación con su conclusión o, en otras palabras, su transición hacia la «industrialización madura». La recien­ te reaparición del interés por la historia del ciclo económico en Ale­ mania —la Konjunkturgescbichte— ha vuelto a poner de actualidad este problema y, en particular, a la relación entre «ondas largas» y «gran depresión».**3536 Los historiadores de la economía parecen estar en la década de 1820 en 144 (en vez de 88), en la década siguiente en 313 (en vez de 225) y en la década de 1840 en 816 (en vez de 737). 35. Basado en los datos citados en el texto y en los aportados en mi con­ tribución a la Cambridge Economic H istory... (véase nota 28). 36. Esta relación fue establecida por H . Rosenberg en la década de 1940, pero el concepto no se difundió en la historiografía alemana hasta la década de 1960 (cf. H . Rosenberg, Grosse Depression und Bismarckzeit. Wtrtschajtsablauf, GeseUscbaft und Politik im Mitteleuropa, Berlín, 1967). Para la crítica

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de acuerdo sobre el hecho de que la etiqueta «gran depresión» es una expresión demasiado fuerte si se aplica a las décadas de 1870 y de 1880, teniendo en cuenta las tasas efectivas de crecimiento indus­ trial en Alemania en dichos decenios en relación con las registradas en períodos precedentes y con la desaceleración del crecimiento eco­ nómico conocida con esta misma expresión en otros países y en otros momentos históricos. No obstante, pienso que la década de 1870 aún puede ser considerada como una línea divisoria en la historia econó­ mica alemana; un momento en el que la agricultura —o al menos el importante sector productor de cereales del este del Elba— se vio enfrentada a una seria competencia internacional, en el que la cons­ trucción y las industrias que habían establecido estrechos lazos con la ciencia empezaron a reemplazar el ferrocarril en sus funciones de sector punta de la economía, y en el que el proteccionismo y la intervención de los cárteles empezaron a debilitar seriamente el libe­ ralismo como fundamento de la política económica.*37 Carecemos, sin embargo, de un estudio sistemático que confirme la importancia de dichas hipótesis. La noción de «gran depresión» como periodo

a este concepto, cf. R. Spree, Wachstumstrends u n d o p . cit., pp. 109-112; K. Borchardt, «Wirtschaftliches Wachstum, und Wechsellagen, 1800-1914», en Aubin y W. Zom, Handbucb der deutschen Wirischafts- und Sozialsgeschichte, I I, pp. 208-209 y 266-267; V. Hentschel, Wirtschaft und Wirtschaftspolitik im wilbelminiscben Deuslcbland. Organisierter Kapitalismus und Interventionsstaat?, Stuttgart, 1978, especialmente, pp. 205-209. Esta obra abarca todo el período de lo que se ha definido como la «industrialización madura», o sea, desde 1860 hasta la primera guerra mundial; trata, además, de muchos pro­ blemas discutidos en el texto, aunque de manera polémica. Debe recordarse además que W. G. Hoffmann («Wachstumsschwankungen in der deutschen Wirtschaft, 1850-1967», en W . G . Hofmann, ed., Untersuchungen zum Wacbstunt der deutschen Wirtschaft, Tubinga, 1971) presenta datos que parecen corro­ borar la existencia de una «gran depresión». Cf., también, Mottek y otros, Wirtscbaftsgeschicbte..., op. cit., pp. 175-180. 37. Cf. F. B. Tipton, «National growth eyeles and regional cconomic structures in Nineteenth-century Germany», y R. Tilly, «Konjunkturgeschichte und Wirtschaftsgeschichte», ambos en W. H. Schróder y R. Spree, eds., Historisebe..., op. cit. Un exponente de la gravedad de la depresión de la década de 1870 y de la debilidad inicial de la recuperación de la década siguiente fue la desaceleración de las inversiones en la construcción urbana desde, aproximar mente, 1875 en adelante. Este tema necesita ulteriores investigaciones; para una posible forma de enfocarlo, cf. M. Gottlieb, Long Swings in urban development, Nueva York, 1976.

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de transición de la Revolución industrial a la «industrialización ma­ dura» sigue siendo un cómodo recurso organizativo para los histo­ riadores, sobre todo para aquellos que se ocupan de cuestiones polí­ ticas y sociales, pero ello resulta de muy difícil verificación.3* De todas maneras, es indudable que nos encontramos frente a un período de industrialización diferente de las fases de la primera industrialización y del despegue. Algunas de las obras anteriormente citadas tratan la totalidad o parte del período comprendido entre la década de 1870 y 1914 (por ejemplo, Spree, Fremdling, Holtfrerich, etc.), y existen otros estudios que adoptan el mismo esquema, centrándose en los indicadores y en las causas determinantes del desarrollo, a nivel microeconómico, sectorial o macroeconómico. En ulgunos de estos trabajos hay referencias comparativas que sugieren la importancia de la «superación alemana de Gran Bretaña» como tema de investigación. En la obra de Feldenkirchen encontramos un balance de los elementos positivos y negativos que presenta la evo­ lución de ambos países durante dicho período, del que se desprende que los positivos se refieren a Alemania. El claro saldo positivo n favor de Alemania se encuentra además justificado por factores grandemente familiares para quien haya seguido la discusión acerca de la debilidad de la economía británica a finales del xix, como: el marcado éxito alemán en los nuevos sectores de base científica, como la industria química y la de equipo y material eléctrico, las insuficien­ cias derivadas de la persistencia de las empresas de carácter familiar y los resultados negativos del papel desempeñado por las inversiones en el exterior.3839 El análisis de Webb sobre la industria pesada y la política arance­ laria sugiere la existencia de una conexión entre aranceles proteccionis­ tas, cárteles y aumento de la productividad, evidenciando las diferen­ cias entre los resultados registrados en Alemania y en Inglaterra entre 38. Para una dura crítica a este concepto, cf. V. Hentschel, Wirtscbaft u i t d o p . cit., especialmente, pp. 9-21. Cf. H . U. Wehler, Das deutsebe Kaiserreicb, 1871-1918, Gotinga, 1975°, como ejemplo de historia general que logra obtener gran partido de este concepto. Peto debe observarse que Wehler y Kocka y otros historiadores que se han servido de él han intentado restringir su utilización al periodo de 1893 en adelante. 39. W. Feldenkirchen, «Die wirtschaftliche Rivalitat zwischen Deutschland und England im 19. Jahrhundert», Zeitscbrift jür Unlernehmensgeschkbte, XXV (1980), pp. 77-107. Esta enumeración puede ser excesiva. 12. — NADAL

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1879 y 1914.40 En una serie de publicaciones, Kocka parte de la bien conocida hipótesis de Chandler sobre las relaciones entre dimensión, resultados y estructura organizativa de las grandes empresas indus­ triales, y llega a la conclusión de que desde este punto de vista diversas grandes industrias alemanas se «modernizaron» en mayor medida y con mayor éxito que las inglesas.41 El elemento compara­ tivo se encuentra presente también en otros estudios sobre el mun­ do empresarial. Este planteamiento, desarrollado de forma digamos explícita, lo encontramos, por ejemplo, en el libro de Hom y Kocka dedicado a estudiar los aspectos jurídicos del desarrollo de la empre­ sa en Alemania, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, obra en la que se atribuye un acusado protagonismo a las empresas alemanas y a la especial legislación que regulaba su actuación (la cual permitía los cárteles, el control bancario sobre las inversiones a través de la presencia de representantes propios en los órganos de control de las actividades de las sociedades en las que participaba la banca, la fácil cooperación entre organismos públicos y empresas privadas, como en el sector de la producción y suministro eléctrico).42 En conjunto, sin embargo, la cuestión de la «superación» de Gran Bretaña, o también la de la explícita confrontación entre diferentes países, no ha alcan­ zado gran relieve en la literatura relativa a este período. En efecto, el mismo paradigma de «desarrollo» se encuentra escasamente pre­ sente en ella y es invocado fundamentalmente en relación con una amplia gama de otros problemas, como la estabilidad del desarrollo, el control y la organización de las empresas, los orígenes sociales y la actividad política de los empresarios, etc. Por razones de convenien­ cia — la elección es totalmente artificiosa— el resto de esta sección 40. S. Webb, «Tariffs, cartels, tcchnology and growth in the Germán Steel industry, 1879 to 1914», Journal of Economía Hisiory, XL (1980). 41. J. Kocka, Unternehmer i n .... op. cit.; ídem, «Expansion lntcgrationDiversifikaüon. Wachstumsstrategien industricller Grossuntcrnehmen in Deutschland vor 1914», en H . Winkel, cd., Industrie und Gewerbe ¡m 19. Jabrhundert, Berlín, 1975, pp. 203-226; J. Kocka y H. Siegrist, «Die hundert grossten deutschen Industricunternehmen im spatcn 19. und frühen 20. Jahrhundcrt. Expan­ sión, Diversifikation und Integration im ¡nternationalen Vergleich», en N. Hom y J. Kocka, ed., Recht und Entwkklung der Grossunternebmen im 19. und 20. Jabrhundert. Wirtscbafts-, soxial- und rechtsbistoriscbe Untersucbungen zur Industrialisierung in Deutscbland, Frankreicb, England und den USA, Gotinga, 1979. 42. N. H om y J. Kocka, eds., ibid.

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se centrará en tres de estas cuestiones: la estabilidad del desarrollo, d papel de la banca y la actividad empresarial.

2.5.

La estabilidad del desarrollo y sus artífices: la banca y los empresarios

Una de las características más sorprendentes del desarrollo eco­ nómico alemán en el transcurso del período comprendido entre 1880 y 1913 es su relativa estabilidad respecto al contexto internacional. Id fenómeno, ya señalado por Kuznets, Lewis, Milward y Saúl, y más recientemente por Field, es sorprendente porque estuvo caracte­ rizado por un ritmo de desarrollo relativamente rápido, que vuelve a cuestionar la tesis, establecida a través de la comparación con Inglaterra y Estados Unidos, de que la inestabilidad es un precio que debe pagarse para obtener un fuerte desarrollo.'*3 Field atribuye las diferencias entre Estados Unidos y Alemania a los distintos modelos seguidos por lo que respecta a las inversiones ferroviarias, pero no tiene en cuenta las diferencias en los sistemas monetarios y en las orientaciones políticas, aspectos que, en cambio, merecen una nota­ ble atención. Como Borchardt y otros han demostrado, el banco central alemán y el mercado financiero centralizado en Berlín salen airosos de la comparación con los de otros importantes países, en particular con los de Estados Unidos, donde la oferta monetaria, la variación de los tipos de descuento y el número de suspensiones de pagos por parte de la banca estuvieron muy por encima de los nive­ les alemanes a lo largo de todo el período considerado.4344 Pero, lamen­ 43. Cf. A. Field, «The relative stabiliry oí Germán and American indus­ trial growth, 1880-1913», en W. H. Schrddcr y R. Sprce, eds., Historische...» op. cit., pp. 208-233; W. A. Lewis, Economic growth and jluctuations, 1870191J, Londres, 1978; K. Borchardt, «Wirtschaftliches Wachstum ...», art. cit., pp. 269-270 . 44. Cf. K. Borchardt, «Wahrung und Wirtschaft», en Deutsche Bundes­ bank, ed., 'Wáhrung und Wirtschalft in Deutschland, 1876-1975, Frankfurt, 1976. £1 apéndice estadístico de dicha obra contiene series muy importantes. Cf., también, R. Tilly, «Zeitreihen zum Gcldumlauf in Dcutschland, 18701913», fabrbücher für Nalionalokonomie und Statistik, CLXXXVII (1973), pp. 330-363. Se pueden encontrar datos de carácter comparativo en S. Mishiinura, The decline of inland bilis of exchange in tbe London markets, 18551913, Cambridge, 1971, p. 113.

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tablemente, aún no se han aclarado las causas que constituyen la base de esta estabilidad: podrían ser responsables de ella una polí­ tica bancaria prudente, una situación equilibrada de la balanza de pagos, o la acusada concentración económica bajo la tutela de la banca. El problema de la política del banco central merece mayor con­ sideración con referencia a otra interesante y bien conocida caracte­ rística del desarrollo alemán en los años 1870-1914: la importancia para la industria alemana del crédito bancario. Esto se explica, en opinión de varios estudiosos, por el hecho de que la banca disfrutaba de generosas facilidades para la renovación de los descuentos por parte del Reichsbank y, en parte, debido a ello, podía conceder sin limitaciones grandes créditos a la industria.45 Parece existir una relación entre el volumen de depósitos con los que operaba el sistema bancario y la oferta de dinero por parte del banco central durante el período de 1870-1913, pero el significado de este fenómeno, en relación con la industrialización, sigue siendo oscuro.46 En cambio, algo más clara es la cuestión de las dimensiones, relativamente grandes, de la banca alemana, como también la de la existencia de un conspicuo crecimiento de los créditos por cuenta corriente a las grandes empresas industriales, clientes de los bancos, o la de los complejos vínculos entre banca e industria (lo que, por otra parte, está atestiguado por la presencia de representantes de los establecimientos de crédito en los consejos de administración de las empresas y por el control que los bancos ejercían sobre el acceso a los mercados financieros alemanes por lo que respecta a las socieda­ des del sector industrial). Bóhme ha efectuado algunas investiga­ ciones en los archivos de las compañías para estudiar estas vincu­ laciones y pudo llegar a la conclusión de que las estrechas relaciones con la banca contribuyeron tanto al desarrollo como a la concen­ tración de las empresas. Eistert y Ringel, en cambio, se interesaron por la comparación de algunas series que relacionan inversiones y actividad económica de la industria con los créditos por cuenta corriente concedidos por la 45. K. Borcbardt, «Wahrung u n d ...» , art. cit., especialmente, p. 46; R. Sylla, «Financial intermediaries in economic history: quantitative research on the seminal hypothesis of Lance Davis and Alexander Gcrschenkion», en R. Gallman, Research in economic history. 46. Cf. R. Tilly, «Zeitrcihen zu m ...», art. d t., especialmente, pp. 349-355.

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hanca a las empresas: la conclusión a la que llegaron es la de que este tipo de créditos «hicieron posible» el crecimiento de las inver­ siones y de la actividad económica entre 1880 y 1913. Utilizando métodos cronométricos, Neuburger y Stokes relacionaron posterior­ mente la renta nacional con los mencionados datos relativos a la actividad bancada, llegando a la conclusión de que la banca efectuó una contribución positiva al desarrollo económico a causa de la con­ centración industrial y del irregular funcionamiento del mercado. Aun cuando se trata de un notable estudio econométrico, los datos utilizados no ofrecen el debido sostén al análisis; porque, excepto para casos aislados (por ejemplo, fusiones o constitución de nuevas sociedades), en general no se dispone de cifras precisas por lo que respecta a la actividad de los bancos.4748Una vez consta­ tadas las insuficiencias de los datos oficiales disponibles y la falta i!e consistencia de los materiales de archivo de los bancos, algunos historiadores han dirigido su atención hacia las empresas industria­ les que disfrutaron de créditos bancarios con el fin de analizar el papel de la banca en el desarrollo industrial. Feldenkirchen, Hentschel, Kocka y Strobel presentan un cuadro altamente diferenciado: a veces es la autofinandación la que tiende a prevalecer (y esto también es válido para las empresas muy grandes, cuando la disponibilidad de materiales de archivo hizo posible esta investigadón), en otros momentos, en cambio, desempeñaron un papel decisivo los créditos bancarios y/ o la utilizadón del mercado financiero.4* En consecuen47. H . Bohme, «Bankenkonzentration und Schwerindustrie, 1879-96. Bemcrkungen zum Problcm des “Organisierter Kapitalismus”», en H . U. WehIcr, ed., Sozialgescbicbte H eu te..., op. cit., pp. 432-451; E. Eistert, Die Beeinftussung des Wirlschaftswachsiums tu Deutscbland, 1880-1913 dureb das Bankensyslem, Berlín, 1970; E. Eistert y J. Ringel, «Die Fínanzierung des Wirttchaftlichen Wachstums durch die Banken», en W . C. Hoffmann, ed., Untersucbungen z u m ..., op. cit., pp. 93-166; H . Neuburger y H . Stokes, «Germán Banks and Germán growth, 1880-1913: an empirical view*, Journal of Economic History, XXXIV (1974), pp. 710-731; R. Ftemdling y R. Tilly, «Germán banks, Germán growth and econometric history», Journal o f Ecouomic His­ tory, XXXVI (1976), pp. 416424. 48. Neuburger dispuso, además, de materiales relativos a empresas hancarias e industriales par» documentar algunos casos interesantes que apoyan la posibilidad, aunque también muestran los límites del apoyo bancario a la indus­ tria (cf. H . Neuburger, Germán banks and Germán economic growth from Unif¡catión to World War One, Nueva York, 1977; peto cf., también, E. AchIcrberg, «Die Industrie am Rande der Bankgeschichte, Rhein und Ruhr zwischen

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cía, relación muy estrecha, pero no causalidad directa: una observa­ ción tal vez decepcionante, pero signilicativa en muchos aspectos. A la luz de esta ambivalencia es probable que la lograda imitación del sistema bancario de tipo alemán en el extranjero, por ejemplo en Italia entre 1894 y 1914, no fue sólo una cuestión de pura técnica bancaria.49 Y viceversa, es dudoso que tal estructura, por sí misma, hubiese podido orientar de manera diferente el desarrollo en países en los que prevalecía un tipo de sistema bancario distinto. Desde este punto de vista, Gran Bretaña es el caso clásico.50 Los estudios sobre la historia económica alemana del período 1870-1914 parecen muy decantados hacia la historia de las empresas, sin duda porque en este período las grandes compañías adquirieron gran importancia, no sólo económica, sino también en el plano social y político. Pero no debemos olvidar una segunda motivación, que podríamos definir como de carácter práctico-organizativo, y que reside en la creciente disponibilidad y aprovechamiento de los fon­ dos archivísticos de las empresas, lo que ciertamente convierte en menos dificultoso que en el pasado este tipo de estudios.51 1870 und 1914», Archio des Institutos für Bankhistoriscbe Forscbung, I I (1972); J. Kocka, Vntemebmensverwdtung und Angestolltonschoft am Beispiel Siemens. Zum VerhSltnis von Kapitaiismus und Bürokratie in der deutseben Industrdisierung, Stuttgart, 1969; A. Strobcl, «Die Gründung des Züricher Elektrotmsts. Ein Vetrag zum Unternchmergcschaft der deutschcn Elektroíndustrie, 1895-1900», en E. Hassinger y otros, ed„ Festschrift für C. Bauer, Ber­ lín, 1974, pp. 303-352; V. Hentschel, Wirtsebaftsgescbiebto der Mascbinenfabrik Esslingen AG. 1846-1918, Stuttgart, 1977; W. Feldenkirchen, «Banken und Stahlindustrie im Ruhrgebeit. Zur Entwicklung ihrer Bcziehungcn, 1873-1914», Bankbistoriscbes Arcbiv Zeitschrift für Bankengeschichte (1979), parte 2, pp. 26-52. 49. Cf. P. Hertner, «Das Vorbild deutscher Univcrsalbankcn bei der Gründung und Entwicklung italienischer Geschaftsbanker neuen Typs, 18941914», en F. W. Henning, ed., «Entwicklung und Aufgaben von Vcrsicherungen und Banken in der Industrialisierung», Scbriften des Vereins für Soiidpalitik [s. n., 105] (1980), pp. 195-282. 50. Cf., al respecto, S. B. Saúl, Industridhation and de-industrialiiation? The interaction of the Germán and British economías before tbe First World War, Londres, 1980. 51. H. Pohl de Bonn tuvo un papel particularmente determinante en la reanudación de los estudios sobre la historia de los negocios que ha tenido lugar en el transcurso de los últimos cinco años aproximadamente. La rees­ tructuración de la revista Zeitschrift für Untornehmensgescbichto, de la que es redactor, refleja esa recuperación.

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Citemos otro clásico en este campo, aunque sólo han transcurrido diez años de su publicación: el estudio de Kocka sobre la gran industria, centrado en la empresa Siemmens.52 El autor realiza una sutura entre los problemas de naturaleza estrictamente económica de la empresa (el marketing, la financiación, las transformaciones téc­ nicas) y temas tomados a préstamo de la sociología (el conflicto, el poder, la burocracia, la movilidad social), aportando al mismo tiem­ po un análisis del papel de la burocracia en el proceso de la indus­ trialización alemana y esbozando una interpretación del desarrollo económico a fines de la «Era guillermina», basada en el concepto de «capitalismo organizado» (lo que permite, entre otras cosas, poner de manifiesto la cooperación entre las empresas y la intervención gubernamental para sostener, pero también para controlar a las em­ presas a través de las ayudas concedidas).53 El trabajo de Kocka no ha sido continuado por otros del mismo tipo, pero muchas publicaciones han recogido algunas de sus pro­ puestas. Por ejemplo, Schulz aprovechó su historia de la sociedad electrotécnica de Colonia Felton & Guilleaume para analizar a fondo las transformaciones en la estructura social, en particular, el desarro­ llo de la fuerza de trabajo industrial, incluido el trabajo asalariado de los trabajadores de «cuello blanco».54 La movilidad social y la organización política de los dirigentes de empresa constituirán las dos últimas cuestiones a tratar en este apartado. Los estudios de Henning, Kalble, Pierenkemper y Stahl sobre los orígenes sociales, sobre el nivel educativo y sobre la carrera de los dirigentes de las empresas alemanas de mayor vuelo se han ocupado de diferentes grupos empresariales, con algunas superposiciones, y si bien tal vez no son totalmente representativos del mundo empresa­ 52. J. Kocka, Unternebmensverwaltung i/nd..., op. cit. 53. No es posible discutir aquí sobre el «capitalismo organizado», para lo cual cf. H. A. Winkler, ed., Organisierter Kapitalismus, Gotinga, 1974, y V. Hentschcl, Wirtscbaft u n d .... op. cit., quien discrepa y polemiza contra este concepto, especialmente, pp. 9-21. Para una breve síntesis de este tipo de historia social y económica que reafirma la importancia de la burocracia, cf. J. Kocka, «Capitalism and bureaucracv in Germán industrialization before 1914», Economic History Revieut, XXXIV (1981), segunda serie, pp. 453-468. 54. G. Schulz, «Die Arbeiter und Angestellten bei Felten & Guilleaume. Sozialgeschichtliche Untersuchung eines Kolner Industrieuntemehemens im 19. und beginnenden 20. Jahrhundert», Zeilschrít fiir Unteruehmensgeschichte, 13 Wiesbadem (1979).

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rial germánico ofrecen, sin embargo, una representación del mismo bastante satisfactoria.9 Estas obras tienen, sobre todo, el mérito de poner de relieve el alto grado de autorreclutamiento entre dirigen­ tes de empresa, a través de confrontaciones intergeneracionales de las fundones directivas. Ello asesta un golpe decisivo a la vieja tesis según la cual la industrialización llevaba consigo una notable movi­ lidad social en sentido vertical. Kalble demuestra que en realidad las cosas sucedieron de manera diferente, porque la industria no «necesitaba» muchos dirigentes y revela, al igual que Henning, que el grado de autorreclutamiento era directamente proporcional al nivel de la escala jerárquica del mundo económico. Pierenkemper, en un estudio sobre los dirigentes de la industria pesada en Westfalia, pone de manifiesto, por una parte, la vinculación entre el buen funciona­ miento de una empresa durante el período 1850-1913 y la creciente cualificación de sus dirigentes, derivada de niveles educativos más elevados, y por otra, la estrecha conexión entre estos últimos y la restricción del campo social de reclutamiento.9 Sobre la base de estos 55. H. KSlble, Berliner Unlernehmer wabrend der frühen Industridisierung Herkunft, sozialer Status und politischer Etnfluss, Berlín, 1972; Ídem, «Sozialer Aufstieg in Deutschland, 1850-1914», Vierteljabrschrift für Sozial- und Wbrtschajtsgeschichte, LX (1973), pp. 4147; T. Pierenkemper, Die westfálíscben Scbweríndustriellen, 1852-1913. Eine Modelluntersuchung tu r bhlorhehen Unternehmerforschung, Gotinga, 1979. Para una opinión contraria, cf. W . Stahl, Der Elitckrehlauf in der Unternebmerscbaft, Frankfurt, 1973. Para una dis­ cusión de los procesos que se desarrollaron en Alemania en confrontación con los de otros países, cf. H. Kalble, «L’évolution du recrutement du patronat en Allemagne comparée a celles des États-Unis et de la Grande Bretagne depuis la révolution industrielle», en M. Lóvy-Leboyer, ed., «Le patra­ ña t de la seconde industrialisation», Cabíers du Mouvement Social, 4 (1979). El mismo autor estudió la educación como instrumento de ascenso y de movilidad social, en general, con resultados decepcionantes (cf. H . Kalble, «Chancengleichheit und akademische Ausbildung in Deutschland 1910-1960», Geschíchte und Gesellscbaft, I, 1975, pp. 121-149). Un penetrante estudio regional, que examina también el papel de los dirigentes de las pequeñas em­ presas, se encuentra en el artículo de H . Henning, «Soziale Verflechtung der Untcmehmer in Westfalen, 1860-1914», Zeitscbríft für Untemebmensgescbicbte, X X III (1978). 56. H . Kalble, «Chancengleichheit u n d ...», art. cit.; T. Pierenkemper, Die westfalische...» op. cit. Pero, sin embargo, debemos decir que parecen aumen­ tar los testimonios según los cuales en el nivel más bajo de la escala jerárquica, la movilidad, por efecto de un aumento del rendimiento de las instituciones educativas durante la década de 1850, se vio obstaculizada por la existencia

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estudios no es, ciertamente, posible llegar a la conclusión de que la Alemania de la «Era guillermina» no poseyera movilidad vertical ni «espacio en la cúspide» de la pirámide económica, sino que aquélla era menor de lo que la vieja literatura y ciertos ideológos nos induje­ ron a creer. Uno de los terrenos en los que se puede someter a prueba la tesis que afirma que la Alemania guillermina estaba lanzada en la carrera del «capitalismo organizado» lo aporta la actividad organizativa de los dirigentes industriales. Wehler, en un volumen sobre Bismatck y en publicaciones suce­ sivas, incluida su contribución en el libro de Winkler, Organisierter Kapitalismus, ha documentado esta actividad, dedicando particular atención a las organizaciones que sostenían los intereses alemanes en el extranjero.*5758Los estudios de Kalble, UUman, Mielke, y de Puhle si queremos incluir también los intereses agrarios en las filas de los hombres de «negocios», se ocupan de la constitución de ciertas orga­ nizaciones y de su éxito para influir en las decisiones gubernativas.9 El resultado tal vez más interesante de todas estas investigaciones lo constituye el descubrimiento de que las organizaciones en cuestión de una superabundancia de dirigentes y empleados técnicos medios, un desarro­ llo que amenazaba reducir la posición diferencial de renta de estas capas socia­ les frente a los trabajadores de nivel inferior y aumentar sus diferencias respecto a los altos directivos. Si fuese verdad, como sugiere el estudio de Pierenkemper, que el escalón de los altos directivos empresariales en Alemania iban mejorando su propio nivel educativo, este campo necesitaría una interpretación bastante diferente. Para cualquier cuestión a este respecto, cf. Kocka, «Capitalista and bureaucracy...*, art. cit., pp. 460-461 y 463. 57. H. U. Wehler, Bismarck und der Imperialismus, Colonia, 1969; Ídem, Das deulsche Kaiserreicb, 1871-1918, op. cit.; ídem, «Der Aufstieg des organisierten Kapitalismus und Intervcntionsstaates in Deutschland», en H . A. Winkler, ed., Organisierter Kapitalismus, op. cit.; D. Stegmann, Die Erben Bismarcks. Parteien und VerbSnde and der SpStphase des Wilhelminiscben Deutschland, Sammlungspolitik, 1897-1918, Colonia, 1970. 58. H. Kalble, Induslrielle Interessenpolilik in der Wilhelminiscben Gesellschaft, Cenlralverband Deutscher Industrieller, 1895-1914, Berlín, 1967; S. Mielke, Der Hansabund fiir Gewerbe, Handwerk und Industrie, 1909-1914. Der gescheiterte Versuch einer antifeudalen Sammlungspolitik, Gotinga, 1976; H. P. Ullmann, Der Bund der Industriellen. Organisatorische Einflüsse und Politik klein- und mittelbetrieblicber Industrieller im Deutscben Kaiserreicb, 1895-1914, Gotinga, 1976; H. J. Puhle, Agrariscbe Interessenpolilik und preussischer Konservalismus im Wilhelminiscben Reicb, 1893-1914, Bonn y Bad Godesberg, 19752.

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actuaban a menudo de manera contradictoria y, por tanto, no estaban exentas de la posibilidad de ser a su vez manipuladas por parte de los funcionarios gubernamentales y por los políticos, justamente las personas cuyas acciones hubieran debido influenciar. Uno de los pun­ tos más débiles, característicos de esta literatura, parece ser la forma inadecuada con la que se enfrentan al estudio de tales organizaciones y de sus programas públicos, encaminados a la defensa de sus verda­ deros intereses, es decir, de los intereses económicos concretos que, presumiblemente, estaban en juego. Resultados muy útiles a este res­ pecto podrían obtenerse de la investigación sobre empresas particu­ lares y/o sectores, como por ejemplo la de Webb sobre la industria pesada que hemos citado anteriormente, la de Blaich sobre los con­ venios comerciales, los cárteles y los trusts, las de Bolcke sobre Krupp, o la de Kirchner sobre la política arancelaria y los intereses de los exportadores.59

3.

D iferencias

regionales

Muchos de los trabajos citados en el apartado anterior son en realidad estudios regionales más que «alemanes» (por ejemplo, el de Holtfrerich). Otros se ocupan de la dimensión de la industriali­ zación, cuyos contornos se difuminan enormemente cuando, junto con ésta, se presenta un breve sumario de los procesos de larga dura­ ción, como por ejemplo en el de Dumke. Sin embargo, con toda probabilidad, hay pocos países industrializados cuya historia econó­ mica haya estado influenciada, en mayor medida, por las diferencias regionales como en el caso de Alemania. De hecho, la historia eco­ nómica regional es una vieja y sólida tradición en Alemania, hasta 59. F. Blaich, «Ausschliesslichkeitsbindungen ais Wege zur industriellen Konsentration in der deutschen Wirtschaft bis 1914», en N. Hora y J. Kocka, eds., Recht u n d ..., op. cit., pp. 317-342; ídem, KartelU und Monopolpoliltk tm Kaiserlichen Deutscbland. Das Problem der Markmacbt trn deutschen Reichtag zwischen 1879 und 1914, Düsseldorf, 1973; Ídem, Der Trustkampf (19011905). Ein Beitrag zum Verhalten der Minislerialbürokratíe gegenüber Verbandsinteressen im Wilhelminiscben Deutscbland, Berlín, 1975; W. Bolcke, Krupp und die Hohenzollern in Dokumenten, Frankfurt, 19702; W. Kirchner, «Russian tariffs and foreing industries befare 1919: the Germán entrepreneur's perspective», Journal of Economic History, XLI (1981), pp. 361-379.

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el punto de que el estudioso moderno Knut Borchardt dio su nom­ bre a esa persistente práctica que se ha prolongado hasta nuestros días. La «ley de Borchardt» establece que por cada generalización en la historia económica alemana propuesta por un estudioso, es posible encontrar otro historiador dispuesto a refutarla sobre la base de un estudio regional. No es sorprendente, por tanto, que la historia económica en Alemania haya mostrado recientemente un notable interés por las diferencias regionales y dedicado particular atención a los problemas del desarrollo económico y de la industrialización.® Por lo menos, existen dos buenas razones de carácter metodo­ lógico que inducen a tomar en consideración las dimensiones regio­ nales de la industrialización alemana. En primer lugar, la estructura temporal y sectorial de la industria alemana pudo haber variado considerablemente de región a región, hasta el punto de que la «in­ dustrialización alemana» puede ser el resultado de unos promedios o de un artificio que oculta componentes profundamente diferentes. En este caso, para comprender la naturaleza del proceso de indus­ trialización se necesitaría una explicación: 1) de las transformaciones a nivel regional; 2) de cómo cambió en el curso del tiempo el peso específico de las diferentes regiones; 3) de las relaciones entre las diferentes regiones. En segundo lugar, el proceso de industrialización tuvo, sin duda, consecuencias sociales y políticas diferentes en cada una de las regiones, las cuales, además de tener que ser estudiadas y comprendidas en su especificidad, deben examinarse también desde la perspectiva de sus eventuales efectos sobre la industrialización del conjunto del país, un tema que nos proponemos desarrollar más ade­ lante. No son muchas las obras que podemos citar aquí: por ello nos limitaremos sólo a las más importantes. El concepto de protoindustrialización, ya mencionado anteriormente, nos lleva directamente a60

60. Para una reciente reseña de estos estudios, cf. H. Kicsewetter, «Erklarungshypothesen zur regionalcn Industrialisierung in Deutschland im 19. Jahrhundert», Vierteljahrschríft ftir Sozial- und Wirtschaftsgeschichte, LXVII (1980), pp. 305-333; la compilación de los ensayos en Fremdling y Tilly, Industrialisierutig u n d ..., op. cit., y la compilación de ensayos sobre diferentes países, incluida Alemania, a cargo de S. Pollard, Región und Industrialisierung. Studien zur Rolle der Región in den 'Wirtschaftsgeschicbte der letzten zu>ei Jahrhunderte. Gotinga, 1980.

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los trabajos de Herbert Kisch sobre los centros de la industria textil en el área renana.® Estos estudios revelan el crecimiento de las exportaciones de tejidos, la comercialización de la agricultura, el desarrollo de una fuerza de trabajo asalariada, en principio sólo en el campo, y la acumulación de capital en manos de algunos merchantsclotbiers: todos estos procesos se remontan al menos al siglo xvn y se desarrollaron cada vez con mayor intensidad durante el siglo siguiente, hasta obligar a plantear la existencia de un «auténtico comienzo» de la industrialización alemana. Esta interpretación ha sido avalada, pero también parcialmente modificada, por un artículo de Reulecke sobre una de las regiones renanas estudiadas por Kisch. El ducado de Berg, a pesar de registrar un considerable progreso industrial, especialmente a partir de la década de 1750, se encontró bastante atrasado respecto de los centros textiles ingleses cuando, después de la paz de 1815, se produjo la recuperación del comercio internacional.® El mismo tipo de argumentación se encuentra pre­ sente en una contribución de Fischer, que ya tiene algunos años pero que aún conserva su importancia.61623 Sobre la base de la teoría de la industrialización en estadios, de Hoffmann y Rostow, observa que en el caso alemán dichos modelos deben ser modificados para poder tener en cuenta las diferencias regionales; sostiene además que debe abordarse la cuestión del papel de las regiones punta, por lo que respecta, por ejemplo, a ciertas áreas de Sajorna y de Renania — sin embargo, tal proposición también es válida para los sectores punta— , a las cuales, aunque no precise fechas, atribuye una rápida industria­ lización muy superior al desarrollo de la industria pesada en la fase del despegue. Con el respaldo de este tipo de observaciones es posible cuestionar no sólo las tesis de Rostow y de Hoffmann, sino también las de Gerschenkron. Uno de los aspectos de la historia económica alemana que necesita con mayor urgencia una profundización de las 61. Véase nota 22. Estos ensayos serán publicados en un libro de pró­ xima aparición. 62. J. Reulecke, «Nachzugler und Pionier zugleich: das Bergische Land und der Beginn der Industrialisierung in Dcutschland», en Pollaxd, Región und industrialisierung, op. cit. 63. W. Fischer, «Stadien und Typen der Industrialisierung in Deutschland. Zum Problem ihrer regionalen Differenzierung», reimpreso en W . Fischer, Wirlscbaft und Gesellschaft im Zeitalter der Industrialisierung, Gotinga, 1972, pp. 464-473.

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investigaciones es el proceso de difusión del desarrollo industrial a partir de estos centros hacia otras partes de Alemania, al igual que uno de los resultados más diáfanos surgidos de las obras recientes sobre las características regionales de la industrialización alemana ha sido el de poner el acento sobre su irregularidad. El desarrollo de una región no contribuía automáticamente, a través del comercio, de la movilidad de los factores de producción o de la difusión de los conoci­ mientos técnicos, al desarrollo de otra. El tema del desarrollo regional y la cuestión de las diferencias en la distribución espacial de la renta y de sus divergencias o convergencias en el tiempo son parte inte­ grante del debate sobre la industrialización alemana desde hace ya casi veinte años.*4 Podemos recordar, ante todo, la obra de Borchardt, centrada en el estudio de las diversidades regionales entre el desarro­ llo de la Alemania oriental y el de la occidental. Utilizando como indicador (junto a otros) el número de médicos per cápita a nivel provincial, llegaba a la conclusión de que las diferencias observables a comienzos del siglo xx ya estaban presentes a comienzos del siglo anterior. Esto significa que tales diversidades constituyen un fenó­ meno heredado de la época preindustrial que la industrialización no consiguió hacer desaparecer, sobre todo porque el este permaneció, en gran parte, como área agrícola. Hesse, en cambio, examinó esta misma cuestión intentando verificar la hipótesis de Williamson, según la cual los países en vías de desarrollo experimentan diferencias regio­ nales de renta, en un principio divergentes y más adelante conver-64 64. Cf. F. B. Tipton, «National growth cydes and regional coonomic structures in Ninetecnth-century Germany», en W . E Schroder y R. Spiee, cds., Historiscbe..., op. cit., pp. 29-46; R. Fremdling, T . Picrenkempcr y R. Tilly, «Regionale Differenzierung in Deutschland ais Schwerpunkt wirtschaftshistorischer Forschung», en R. Fremdling y R. Tilly, Industrialisierung u n d .... op. cit.\ K. Borchardt, «Regionale Wachstumsdifferenzierung in Deutschland ira 19. Jahrhundert unter besonderer Berüchsichtigung des West-Ost Gefalles», en W. Abel y otros, eds., Wirtscbaft, Gescbicbte und Wirtscbaftsgeschicbte. Feslschrift zum 65. Geburstag van Fr. Lütge, Stuttgart, 1966; H. Hesse, «Die Entwicklung der regionalcn Einkommensdiíferenzen im Wachstumsprozess der deutschen Wirtschaft vor 1913», en W. Fischer, ed., «Beitrage zu Wirtschaftswachstum und Wirtschaftsstruktur im 16. und 19. Jahrhundert», Scbriften des Vereins für Sozialpolitik [s.n ., 63] (1971); F. B. Tipton, Regional variations in tbe economic development of Germany during tbe Nineteentb century, Middletown, 1976; T. Orsagh, « lite probable geographical distribution of Germán income, 1882-1963», Zeiiscbrift für die Gesamte Staatswissenschaft, 124 (1968).

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LA REVOLUCIÓN IN D U ST R IA L

gentes. Su obra constituye un análisis del coeficiente de variación de diferentes índices de renta (salarios de los maestros, niveles per cápita de los ingresos tributarios, etc.). Por desgracia, datos dife­ rentes entre sí producen resultados contradictorios, de manera que su análisis resulta a menudo poco convincente. Entre otros estudios aparecidos recientemente, figura el de Orsagh, quien utiliza los por­ centajes de ocupación por sectores como indicadores de los niveles de rentas para el período 1880-1913, y pone de manifiesto la exis­ tencia de una tendencia hacia la convergencia. Por otra parte, Hohorst utiliza indicadores un poco diferentes por lo que respecta al período de 1816-1913, y observa que después de una fase inicial de sentido convergente se produjo una tendencia hacia la divergencia (calculada sobre la base de desviaciones porcentuales respecto a la media nacio­ nal), además de una creciente diferenciación entre este y oeste. Tipton, finalmente, estudió las transformaciones experimentadas por los porcentajes de ocupación agregada por sectores (un indicador que mide el grado de especialización regional) por lo que respecta a 32 regiones durante el período de 1830-1914, poniendo de manifiesto una tendencia a largo plazo hacia el aumento de la especialización, de lo que infiere la existencia de un desarrollo hacia el aumento de la especialización, de lo que infiere la existencia de un desarrollo diver­ gente aunque no aporte demostración alguna sobre las relaciones entre porcentajes de ocupación y niveles de renta. Tipton, sin embargo, usa su propia descripción de las diferencias regionales para plantear una importante cuestión concerniente a las consecuencias políticas de la diferenciación entre este y oeste, en particular respecto a las implicaciones del proteccionismo agrícola, al problema migratorio y al de la oferta de trabajo.** En el curso de la industrialización, el centro de gravedad económico se desplazó de Prusia, el estado políticamente dominante, hacía occidente, alejándose de las regiones agrícolas. «La clase de los terratenientes orientales — afirma Tipton— alcanzó y mantuvo una influyente posición polí-65 65. Cf. F. B. Tipton, «Farm labor and power politics: Germany 1850 to 1914», Journal o¡ Economic History, XXXIV (1974), pp. 951-979; y para el control de la oferta de mano de obra, cf. K. Bade, «Transnationale Migration und Arbeitsmarkt im Kaiserreich: vom Agrarstaat mit starker Industrie zum Industriestaat mit starker Agrarbasis», en T. Pierenkctnper y R. Tilly, Historische Arbeilsmarklforscbung, Entstehung, Entwicklung und Probleme der Vermarktung von Árbeitskraft, Gotinga [en proceso de publicación].

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lica, pero la base económica de este poder se redujo a medida que dicha región empezó a perder posiciones en favor de los centros urbanos e industriales de la Alemania central y occidental.»44 Esa erosión pudo haberse intensificado por efecto de la crisis agraria de la década de 1870, que afectó duramente a los productores cereaiísticos del este del Elba. La respuesta política escogida por Bismatck fue el proteccionismo aduanero; pero ello no evitó crecientes difi­ cultades para las áreas de cultivo mixto con intensivo empleo de mano de obra y no pudo frenar, más bien alentó, la masiva emigra­ ción en el este agrícola empezada en el decenio de 1860. En la década de 1890 los productores cerealísticos del este del Elba se vieron obligados a recurrir a mano de obra temporera inmigrada, lo que comportó la estructuración de un peculiar mercado de trabajo que reflejaba y sostenía el poder de los terratenientes orientales, obstaculizando así cualquier tentativa de industrializar el este. Dada la estructura política prusiano-alemana, que garantizaba un peso desproporcionado en el tratamiento de los problemas nacionales a los propietarios orientales (y al Partido Conservador), las transfor­ maciones democráticas avanzaron, en conjunto, con mayor lentitud de lo que probablemente habría consentido una industrialización me­ jor distribuida entre las diferentes regiones.

4.

A spectos

sociales de la industrialización

Las observaciones con las que acabamos el apartado anterior se refieren a un elemento historiográfico de gran relieve: la tentativa, presente en numerosos estudios, de relacionar la historia de la indus­ trialización alemana con la historia social y política del país, de la que gran parte de la historia económica es virtualmente inseparable. La subdivisión en la que se basa este apartado final — somos plena­ mente conscientes de ello— es, en gran medida, artificial y arbitraria, puesto que se fundamenta en la elección de concentrar nuestra aten­ ción sobre dos temas, las transformaciones demográficas y el nivel de vida. En consecuencia, se han dejado de lado muchos estudios válidos que tratan las «dimensiones sociales de la industrialización».6

66.

F. B. Tipton, «Farm Labor...», art. cit., p. 953.

192 4.1.

LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

Las transformaciones demográficas

Un estudio sobre el modelo de las transformaciones demográficas alemanas durante el período de la industrialización nos lo proporcio­ na la obra de Kollmann.67 El concepto de transición demográfica constituye el eje de su trabajo. En la primera fase, en los inicios del proceso de industrialización, el incremento de población se produce por efecto de un aumento de la nupcialidad y de la fertilidad, sobre todo entre la población pobre del campo. Siguiendo a Ipsen, K811mann parece subrayar el debilitamiento a comienzos del siglo xix de los tradicionales (institucionales) controles sobre el matrimonio y sobre la formación de la familia como causa del aumento de las tasas de natalidad, en particular en la zona de Prusia nororiental.68 Pero por otra parte, describe esta fase como de «absorción demo­ gráfica del aumento de productividad» {das Umsetzen der Produktivit'átssteigerung in Bevolkerung), afirmación que parece atribuir efec­ tos decisivos a este respecto al aumento de oportunidades económicas. Cualquiera que haya sido el primum movens, el «tiro», de todos modos, resultó «demasiado alto»: debido a esto, según Kollmann, se habría producido una disponibilidad potencial de fuerza de trabajo con respecto a las posibilidades de empleo, que en la fase crítica de la década de 1840 habría causado una impresionante pobreza y ham­ bruna. En la década siguiente la situación mejoró gracias a la emi­ gración y a la industrialización, pero sólo el primer fenómeno puede considerarse como una respuesta a la crisis, mientras que para el segundo no parece aplicable «el modelo de Lewis». Una posterior fase de incremento demográfico aun más rápido fue provocada por la caída de la tasa de mortalidad a partir de la década de 1860, la cual estuvo acompañada por el mantenimiento de la natalidad en niveles elevados. Desafortunadamente, el declive de la tasa de mor­ talidad aún no dispone de una explicación satisfactoria, aunque la 67. Cf. su recopilación de ensayos, W. Kollmann, Bevolkerung in der Industriellen Revolution, Gotinga, 1974; Ídem, «Bevolkerung», en W. Zom, ed., Handbuch d e r..., op. cit., pp. 9-50. 68. La «tesis de Ipsen», antes citada, apuntaba la eliminación del control de los terratenientes sobre los matrimonios campesinos en la Prusia del este del Elba como uno de los elementos más importantes derivados de las reformas agrarias prusianas consideradas desde el punto de vista de su capacidad para aumentar la productividad.

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hipótesis más frecuentemente utilizada sea la de atribuirlo a una mejor dieta alimenticia.69 Siempre según Kollmann, la tercera fase debió iniciarse en la década de 1890 con la caída de la tasa de nata* lidad en términos absolutos y en relación con la tasa de mortalidad. Este declive se explica, aunque no de manera sistemática, en función de cambios en las aspiraciones sociales y de progresos en el nivel de vida (aunque los niños seguían siendo considerados, aparentemente, como «bienes inferiores»). Después tuvo lugar la disminución de la emigración en masa, acompañada de un aumento ya sea de la inmi­ gración propiamente dicha, ya de las migraciones internas, a grandes distancias, de este a oeste. Recientemente, algunos estudios han modificado, en tres puntos, esta interpretación tradicional: situando más atrás los límites cro­ nológicos de cada fase, tratando de manera más sistemática las relaciones causales e introduciendo la utilización del método de la desagregación, es decir, analizando unidades de observación más pequeñas, como el distrito, el pueblo o aun la familia. A este res­ pecto merece recordarse, sobre todo, la obra de Knodel.7071De particu­ lar interés es su utilización de una medida uniforme de la fertilidad matrimonial, en sustitución de la tasa de natalidad. Poniendo el acento sobre estas variables, rechaza en la práctica la nupcialidad como determinante significativo de la fertilidad, y hace posible una comparación entre diferentes transformaciones demográficas que obe­ decen a cambios en la distribución por edades de la población.7* 69. \V. R. Lee, «Germany», en W. R. Lee, ed., European dcmography and cconomtc growth, Londres, 1979, constituye una síntesis agnóstica sobre el tema. 70. Cf., ante todo, su libro, The decline of Germán lertilily between unij¿catión and the Second World War, 1871-1939, Princeton, 1973, pero tam­ bién, J. Knodel, «l'wo and half centuries of demographic history in a Bavarian village», Population Studies, XXIV (1970), pp. 353-376; Ídem, «Ortssippenbüchcr ais Quelle für dic Historische Demographic, Geschichte und Gesellichafl, I (1975), pp. 288-324. 71. Se trata de un sistema de medición que se propone como de validez «generalizada», elaborado por el grupo de Coale en Princeton. £1 mismo con­ siste en expresar el número de nacimientos en un periodo dado como porcen­ taje de los que habrían tenido las madres hutteritas del mismo grupo de edad y durante igual período. Los hutteritas fueron una secta religiosa en la que se registraron tasas de fertilidad extremadamente altas, que probablemente se aproximan a los máximos fisiológicos. De esta manera Ig ( = número de los nacimientos/total agregado del número de madres de cada grupo de edad de 13. — NADAL

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Esto comporta que el declive de la fertilidad agregada, registrado durante la tercera fase demográfica, se desplace hacia atrás y que su inicio se sitúe en la década de 1870, resultando por tanto contem­ poránea de la caída de la tasa de mortalidad. Knodel propone ade­ más un análisis a nivel regional, sirviéndose de los distritos admi­ nistrativos, lo que le permite señalar la existencia de un probable retraso en la caída de la fertilidad en las áreas rurales respecto a la media nacional. El análisis de la disminución de la fertilidad en el tiempo y en el espacio pone de manifiesto el hecho del peso relativo que tiene en ello el empleo rural, el cual se convierte en el factor decisivo. Knodel examina, finalmente, algunos testimonios relativos al período precedente, que le conducen a excluir la posibilidad de cambios significativos de la fertilidad antes de la década de 1870. Sin embargo, el análisis de este período y las diferencias regionales que aparecen en él suscitan grandes dudas sobre este estudio. Mientras que la interpretación de Knodel tiende a negligir el sig­ nificado histórico de las transformaciones acaecidas antes de la década de 1870, muchos otros estudiosos piensan que éstas merecen un examen más atento. Después de todo, la hipótesis de que la indus­ trialización habría provocado un incremento demográfico prima facie no es del todo absurda, tanto más cuanto que en 1870 el proceso ya se encontraba muy avanzado. De todos modos, ha progresado mucho el nivel de las investigaciones sobre los cambios demográficos a nivel regional y local, con la elaboración de series que en algunos casos se remontan en el tiempo hasta el siglo xvn, mientras que en otros se han utilizado las técnicas modernas de reconstrucción de familias. Los resultados alcanzados están lejos de ser homogéneos. Harnisch, por ejemplo, ha centrado su estudio sobre los pueblos de Pomerania y ha observado, significativamente, a lo largo del siglo xvm una relación directa entre el incremento demográfico, la nupcialidad y la demanda de mano de obra por parte de las explotaciones cerealísticas orientadas a la exportación. Dickler observó el mismo fenómeno por lo que respecta al conjunto de las provincias del este del Elba, y como tendencia general para la totalidad del período que transcurre desde, aproximadamente, mediados del siglo xvm hasta avanzado cinco años) fija la fertilidad hutterita estimada para cada grupo de edad. La medición plantea algunos problemas que no podemos comentar en esta comu­ nicación.

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el xix.7273Blaschke y Mager, por citar sólo otros dos nombres, descu­ brieron una relación entre incremento demográfico y ocupación protoindustrial, que se remonta al siglo xvm y aun anteriormente.71 En oposición a estos resultados, pueden aducirse las pruebas aporta­ das por los ya mencionados Knodel y Lee, que señalan la ausencia de cualquier relación significativa antes del siglo xix entre la edad de matrimonio, nupcialidad y estructura socioeconómica, para explicar amplias y seculares oscilaciones demográficas.7475En un término medio entre estas dos tesis se encuentra la obra de Hohorst sobre el si­ glo xix, en la que el autor, por una parte, demuestra la existencia, en diversos niveles de agregación, de una relación efectiva entre oportunidades económicas y tasa de natalidad en el espacio y en el tiempo, y, por otra, sugiere que la mortalidad infantil en Prusia fue una determinante significativa de la tasa de natalidad, con ritmos de incremento demográfico determinados por la superabundancia de nacimientos (overshooting) y por factores externos a las decisiones de reproducción.71 Cuando la tasa de mortalidad disminuyó, la plani­ ficación familiar, según Hohorst, resultó factible y empezó la caída de la fertilidad. Frente a estos resultados ambivalentes se afirma la necesidad de la realización de nuevos trabajos sobre el siglo xvm y 72. Cf., por ejemplo, «Über die Zusammenhangc zwischen sozialokonomischen und dcmographischen Entwicklungen im Spátfeudalismus», Jahrbuch fiir Wirtschaftsgescbichte (1974), parte 2; R. A. Dickler, «Organizaron and change...», art. cit. 73. K. H. Blaschke, Bevólkerungsgechichte von Saschsen bis zur induslrielle Revolution, Weimar, 1967; W. Mager, Gesellschaltsfomiation i;;..., op. cit. 74. J. Knodel, Two and bal} century of demograpbic liistory, op. cit.\ W. R. Lee, European Demography and Economía Growth. Cf., también, W. R. Lee, «Zur Bevolkerungsgeschichte Bayerns, 1750-1850», Vierteljahrschrift für Sozial• und Wirtschaftsgescbichte, 62 (1975), pp. 309-338; ídem, Population growth, economic development and social change in Bavaria, 1750-1850, Nueva York, 1977. Cf., además, A. Imhoff, Historische Demographie ais Sozialgeschichte. Giessen und Umgebung vom 17. zum 19. Jabrhundert, 2 vols., Darmstadt, 1975. 75. Cf. G. Hohorst, «Bevolkerungsentwicklung und Wirtschaftswachstum ais historischer Entwichlungsprozess demo-okonomischer Systeme», en R. Mackensen y H. Weher, eds., Dynamik der Bevolkerungsentwicklung, Munich, 1973, pp. 91-118; G. Hohorst, Wirtschaftswachstum und Bevolkerungsentwicklung in Preussen von 1816 bis 1914, Nueva York, 1977; Ídem, «Rcgionale Entwicklungsunterchiede im Industrialisicrungsprozess Preussens ein auf Ungleichgewichten basierendes Entwicklungsmodell», en S. Pollard, Región u n d ..., op. cit.

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comienzos del xix, dedicando particular atención a las diferencias regionales. Una vez situados en estos niveles superiores de los estudios demo­ gráficos, quizá dispongamos de un instrumento capaz de suministrar respuesta a algunos importantes temas de historia social directamen­ te relacionados con la industrialización en Alemania, como por ejem­ plo el tema de los orígenes de la fuerza de trabajo industrial. Proba­ blemente, este tipo de problemas debería ser considerado a nivel familiar, donde las cuestiones de la vida cotidiana, como la educa­ ción de los niños, las decisiones sobre el gasto y la división del tra­ bajo entre los sexos, se relacionasen con la edad de la esposa en el momento del matrimonio, con el número de hijos, con la ocupa­ ción, etc., y ello podría resultar útil para estudiar la racionalidad económica de la reproducción. Las vicisitudes del moderno proleta­ riado industrial, como han demostrado muchos trabajos, pueden reconstruirse directamente a partir de la historia demográfica, ya sea mediante estudios que muestren cómo actúan los modelos de matrimonio y cómo éstos contribuyen a la estratificación social, por no hablar de las barreras de clase, o con investigaciones que ilustren la diferencia de comportamiento entre una clase obrera urbana cons­ tituida por inmigrados y la formada por proletarios «de naci­ miento».76 4.2.

Las condiciones de vida

Sin embargo, el proceso de proletarización no puede ser redu­ cido a la historia demográfica y familiar, es decir, a la esfera de la 76. Sobre el primer punto, cf. J. Jackson, Migration and Urbanizaron m tbe Rubr VaUey, 1850-1900, tesis presentada en la Universidad de Minnesota, 1980; sobre d segundo aspecto, cf. H. Zwahr, «Zur Konstituierung des Proletariats ais Klasse. Strukturuntcrsuchungen über das Leipziger Proletariat der Industricllen Revolution», en H. Bartel y E. Engelberg, eds., Die grosspreusiiscbe miliiárische Reichsgründung, Berlín, 1971, pp. 501-551; K. Tcnfelde, Sozialgeschichte der Bergarbeiterscbaft an der Rubr im. 19. Jahrhundert, Bonn • Dad Godesberg, 1977, especialmente, p. 577. Es útil para la historia social de la familia en Alemania la recopilación a cargo de R. Evans y W. R. Lee, The Germán family, Londres, 1981. Y para una amplia reseña sobre este enfoque de la historia de la fuerza de trabajo, cf. J. Kocka, «The study of social mobility and the formation of the working dass in the 19th century», Mouvement Social, 111 (1980).

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reproducción. Demasiadas actividades importantes se desarrollaban fuera de la familia, en el trabajo, en la plaza del mercado, en las tabernas o en las calles, y la mayor parte de los problemas que coti­ dianamente debía afrontar la familia tenían en realidad un origen extrafamiliar, ya que derivaban de la «esfera de la producción»: de la demanda de mano de obra, de las condiciones de trabajo, las jor­ nadas laborales y los salarios, del precio y de la calidad de los bienes de subsistencia y de los servicios. Para comprender la forma­ ción del moderno proletariado, parece, por tanto, del todo indispen­ sable la información sobre las transformaciones en todos estos ele­ mentos, particularmente sobre las condiciones de trabajo y sobre el nivel de vida de la clase obrera. Limitándonos a este último punto, examinaremos algunos resultados aportados por una reciente discu­ sión sobre la evolución del nivel de vida, y concluiremos con algunas sugerencias sobre la posibilidad de relacionarlos con las precedentes observaciones sobre la periodización y sobre la naturaleza del proceso de industrialización en Alemania, sin pretender, por otra parte, ofre­ cer un resumen exhaustivo del tema. Durante muchos años la historia de las condiciones de vida en Alemania se basó en las viejas obras de los dos Kuczynski, que sir­ vieron de fundamento a gran parte de los siguientes trabajos, por ejemplo los de Bry, Grumbach, Kónig o Hoffmann.77 Por lo que a ellos se refiere, si se considera, por una parte, el peso desproporcio­ nado atribuido a las industrias de más reciente formación y a los salarios base, y, por otra, la imperfección de los datos sobre el coste de la vida en las estimaciones utilizadas en esos trabajos pioneros, es probable que la mayor parte de las series de salarios reales conte­ 77. R. R. Kuczynski, Die Enlwicklung der gewerblicben Lohne seit der Begründung des Deutschen Reicbes, 1871-1908, Berlín, 1909; J. Kuczynski, Die Geschicble der Lage der Arbeiter unter dem Kapitalismus, Berlín Este, 19601966, vols. I-III; G. Bry, Wages in Germany, 1871-1945, Princeton, 1960; A. Desai, R e d wages ¡n Germany, 1871-1913, Oxford, 1968; F. Grumbach y H. Kónig, «Besdiaftigung und Lohne der deutschen Industriewirtschaft, 1888-1954», Wellwirtschaftliches Archín, 79 (1957), I; W. G. Hoffmann y otros, Das W acbstum..., op. cit.; T. Orsagh, «Lohne in Dcutschland. Neuere Literatur und wcitere Ergebnisse», Zeitscbrift für die gesamte Slaatswissenscbaft, 125 (1969). Para una reciente síntesis de todos estos estudios, con críticas a los aspectos metodológicos, cf. el trabajo de E. Wiegand, «Zur historischen Entwicklung der Lohne und Lebenshaltungskosten in Deutschland», Hisíorical Social Research, XIX (1981), pp. 18-41.

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nidas en los mismos sean erróneas por defecto. Sin embargo, los datos de Kuczynski denotan un notable aumento de los salarios a partir de la década de 1840 hasta 1914, aunque los niveles de creci­ miento más sostenidos, los que confieren el tono a todo el período, se registren sólo a partir de la década de 1880. Los otros estudios antes citados revelan una similar tendencia a largo plazo y en ciertos aspectos, aún más marcada. Además, el progreso de las rentas sala­ riales adquirió mayor consistencia por efecto de la clara reducción de la jornada de trabajo a partir de los años sesenta. Los nuevos conocimientos sobre dicha cuestión provienen, por una parte, de re­ cientes estudios de carácter sectorial y regional (los de Kirchhain sobre la industria algodonera, los de Holtfrerich y Tenfelde sobre los mineros de la cuenca carbonífera del Ruhr, los de Fremdling sobre los obreros de los ferrocarriles, los de Borscheid sobre los obreros textiles de Württemberg, los de Fischer y Noli sobre los artesanos, Handwerker) y, por otra, de trabajos dedicados a estudiar directamente los niveles de consumo (por ejemplo, los de Teuteberg y Wiegelmann sobre la dieta alimentaria y sobre sus características nutritivas, o los de Niethammer, Bruggemeier, Teuteberg y Wischermann sobre la vivienda).71 Lo que se deduce de estos trabajos es una78 78. Cf. G. Kirchhain, Das Wascbstum der deutseben Baumwollindustrie im 19. Jabrbundert, Nueva York, 1977; C. L. Holtfrerich, Quantitative..., Wirtschaftsgescbicbte, op. cit.; K. Tenfelde, Sozialgeschichte d e r ..., op. til.; P. Borscheid, Testilarbeiterscbafl in der Ittdusírialisierung, Stuttgart, 1976; W. Fischer, «Die Rolle des Kleingewerbes im wirtschaftlichen Wachstumsprozess in Deutschland, 1850 bis 1914», en F. Lütge, ed., Wirlschaftlicbe and soziale Problem der gewerblichen Entwickluttg im 15/16. und 19. Jabrbundert, Stuttgart, 1968, pp. 131-142; A. Noli, Soziodkonomiscber Strukturwandel des Handwerks in der 2. Pbase der Induslrialisierung, Gotinga, 1976; H . J. Teute­ berg y G. Wiegelmann, Der XPandel der Nahrungsmittelgewohnheiten unter dem Einfluss der Industríalisierung, Gotinga, 1971; idem, «Zur Fragc des Wandels der deutschen Volksemihrung durch die Industrialisierung», en R. Braun y otros, eds., Gesellscbaft in der industrietten Revolution, Colonia, 1973, pp. 321-339; H. J. Teuteberg y C. Wischermann, «The housing question in late 19th-century Gcrmany: a contribution to quantitative urban social history», comunicación al North-West Forum of Economic and Social History, celebrado en Manchcstcr en diciembre de 1979; C. Wischermann, «Wohnungsnot und StSdtewachstum. Standards und soziale Indikatorcn stadtischer Wohnungsversorgung im spatcn 19. Jahrhundert», en W. Gonze y U. Engelhardt, eds., Arbeiter im Industrialisierungsprozes: Herkanft, Lage und Verbalten, Stuttgart, 1979, tratándose de una interesante recopilación de ensayos sobre diferentes aspectos de historia social del trabajo durante el proceso de industrialización.

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conclusión generalizada de que se produjo una mejora del nivel de vida a partir de 1840. Si definimos la proletarización como un pro­ ceso de crecimiento relativo de los trabajadores dependientes dota­ dos de conciencia de clase, consecuentemente, hemos de deducir que una cierta disminución del nivel de vida no fue una condición nece­ saria o suficiente del proceso de proletarización en Alemania, aun­ que esto no signifique que la cuestión del nivel de vida no hubiera contribuido a desarrollar una conciencia de clase y a orientar el comportamiento político de los obreros (estudios sobre las protestas, las huelgas y sobre las actividades organizativas de diferente tipo muestran su constante importancia como elemento conflictivo), sino más bien que su significado se comprende sólo en relación con otros niveles de experiencia y a través de la comparación con los niveles de vida de épocas pasadas o de otros grupos sociales. Esta última observación plantea el problema de la relevancia his­ tórica del nivel social relativo y sitúa, por consiguiente, en primer plano el tema de la distribución de la renta y de la riqueza. A modo de conclusión, desearía aludir, brevemente, a una posible conexión entre los diferentes estratos de nivel de vida y a su composición estructural, por un lado, y a la periodización y la naturaleza de la industrialización alemana, por el otro. En mi opinión, los estudiosos tienden a considerar los decenios de mediados del siglo xix como el periodo durante el cual se registró un cambio de la mentalidad de la clase dirigente alemana, en especial entre aquellos que estaban empleados en la administración pública, en favor del desarrollo industrial capitalista y de actividades eco­ nómicas individualistas y competitivas. Este cambio trajo consigo una liberalización de la política económica (además de algunas notables transformaciones en la política comercial, que a largo plazo tuvieron importantes consecuencias políticas), el cual se vio sin duda reforzado*I. Para ulteriores discusiones sobre el problema de la vivienda, cf. L. Niethammcr y F. Bruggemcicr, «Wie wohnten Arbeiter im Kaiserrcich?*, Arehiv für Sozialgescbichte, XVI (1976), pp. 61-134; sobre el nivel de vida, cf. R. Engelsing, «Probleme der Lebenshaltung in Deutschland im 18. und 19. Jahrhundert», en R. Engelsing, Zar Sozialgescbichte deutscker Mittel- und Unterchicbten, Gotinga, 1973; D. Saalfeld, «Lcbensstandard in Deutschland, 1750-1860», en I. Bog y otros, cds., Wirtschaftliche und toziale Strukturen im tabularen Wandel. Festscbrifi für W. Abel zum 70. Geburslag, 3 vols., Hannover, 1974, II. pp. 417-443.

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por el creciente desarrollo económico de la década de 1850. Estos cambios de mentalidad y sus contenidos, sin embargo, no calaron en la mentalidad popular. Aun cuando son raros los testimonios, no parece que los obreros compartieran el entusiasmo oficial por el libe­ ralismo económico. En la medida que el comportamiento constituye un indicio de la mentalidad, lejos de sentirse entusiasmados por la economfa de mercado tendían al asociacionismo, a la cooperación o, volviéndose bada el pasado, invocaban la protección de organismos tradicionales y paternalistas para obtener ayuda y guía.” A falta de otros elementos, no parece carente de sentido explicar la mentalidad popular respecto a un sistema económico a través de los cambios en el nivel de vida de la población; tampoco parece absurdo considerar que los progresos del nivel de vida comportaran la consolidación de fuerzas sociales deseosas de ulteriores desarrollos, dado que tales cambios significaban una ampliación del mercado inte­ rior de bienes de consumo y un mayor incentivo para el trabajo, con efectos positivos sobre la productividad. Pero no fue ésta la via hacia el desarrollo que siguió la economía prusiano-alemana durante el des­ pegue. Volvamos por tanto, a considerar el camino efectivamente recorrido, aunque sin desprendernos de esa hipótesis. Recordemos, para empezar, el desarrollo desequilibrado y el pa­ pel motor que desempeñaron cíclicamente los sectores productivos con grandes inversiones de capital. Por lo que respecta al conjunto de la economía, este fenómeno comportó un claro aumento de la renta per cápita. La estimación de un crecimiento anual de 1,6 por 100 de la renta per cápita supera, probablemente, la tasa de creci­ miento del período precedente, pero no resulta sorprendente si se la compara con la de los períodos posteriores, y —lo que constituye un hecho aún más significativo— no fue igualada por un aumento real de las rentas dependientes que subieron muy poco, práctica­ mente nada, de 1850 a 1873 y, aproximadamente, un 0,35 por 100 anual de 1844 a 1880“ Además, este estancamiento de los salarios7980 79. Cf., al respecto, el artículo clásico de W . Gonze, «Vom Pobcl zum Proletarias, Vierleljabrtschrift für Sozial uttd Wirtscbaflsgescbichte, 41 (1954), pp. 333-364, y para un importante grupo de trabajadores, los mineros, K. Tenfelde, Sozialgescbichte d e r .... op. eil. 80. Las estimaciones sobre la renta per cápita se han tomado de W. Hoffmann y otros, «Das Wachstum der dcutschen Wirtschnft scit der Mitte des 19. Jahrhundcrt», reproducidas y extrapoladas anteriormente, hasta la década de

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reales estuvo acompañado, al menos hasta 1873, de un claro incre­ mento de la desigualdad en la distribución de las rentas personales (como demuestran los datos relativos a Prusia) y de una probable y paralela disminución en la proporción correspondiente al trabajo o a los salarios en la renta nacional (aproximadamente del 0,82 al 0,77 por 100).®' Al mismo tiempo podemos observar que tanto los niveles como las tasas de crecimiento de los salarios en los sectores de la industria pesada se mantuvieron muy por encima de los niveles me­ dios, particularmente por encima del nivel medio de los de la industria algodonera, un sector indudablemente representativo de la indus­ tria de bienes de consumo.®2 (Véase el cuadro de la página siguiente.)812

1840, por R. Spree, Die Wachstumszyklen.... op. cit., pp. 370 y 503-506. Estos datos pueden compararse con los de K. Borchardt, «Wirtschaftliches W a c h s t u m a r t . cit., II, pp. 205-206, quien propone una tasa de creci­ miento anual del producto per cápita, a precios constantes, de aproximadamente el 1 por 100, entre 1850 y 1880, del 2 por 100 entre 1880 y 1900, de 1,7-1,8 por 100 entre 1900 y 1913. Los datos sobre salarios proceden de J. Kuczynski, Die Gescbicbte der Lage der Arbeiter unter dem Kapitalismus, nueva edición, parte 1, Berlín Este, vol. I, 1961, p. 253; vol. II, 1962, p. 152; vol. I II , 1962, p. 302, y de R. Spree, Die Wachstumszyklen..., op. cit., pp. 371 y 506. 81. Agradezco a Rolf Dumke, de la Universidad de Münster, el haberme indicado que el declive de la participación de la renta del trabajo en la renta nacional, señalado por Walther G. Hoffmann (Hoffmann y otros, Wachstum d er..., op. cit.), entre 1850 y 1873, estuvo acompañado por un incremento en el grado de desigualdad en la distribución de la renta, puesto de manifiesto por Dumke en un ensayo aún no publicado, mediante la utilización del método conocido como «Pareto Alfa», con el que se mide el grado de desigualdad en la distribución de la renta sobre la base de su distribución entre el 10 y el 20 por 100 de los perceptores de las rentas más elevadas. 82. Los datos sectoriales sobre salarios provienen de G. Kirchhain, Des Wachstum der deutschen Baumwollenindustrie im 19. Jabrbundert, Universidad de Munich, 1973, para el algodón; de R. Spree, Die Wachstumszyklen..., op. cit., pp. 448 y 532, jjara el carbón prusiano, y pp. 463 y 540-541, para el hierro; de H. von Laer, «Industrialisierung und Qualitát der Arbeit», en Dissertations in European Economic History Series, Nueva York, 1977, p. 239, para la industria mecánica; y para la comparación entre los salarios de esta industria y los del sector textil, de R. Fremdling y otros, Eisenbahnen u n d ..., op. cit., p. 24.

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Relación entre salarios: industrias mecánicas - industria algodonera Años %

Tasas de crecimiento anual de 1840 a 1880 Industria algodonera M inería del carbón (prusiana) Ferrocarriles f alemanes) Industria siderúrgica Industrias mecánicas

1 ,3 %

1850-1854

1,7

3 ,1 % 2 ,4 % 1 ,5 % 1 ,4 %

1860-1864

1,5

1870-1874 1875-1879

1.8 1.8

Resulta además evidente la proporción relativamente constante, y elevada, de los alimentos y bebidas en la estructura de consumo alemán durante este período.*3 Dada dicha estructura y teniendo en cuenta el hecho de que los precios agrícolas y por tanto el índice del coste de la vida se mantuvieron sustancialmente estables, y finalmen­ te que las fluctuaciones en las industrias productoras de bienes de consumo (por ejemplo, la algodonera) parecen haber estado domina­ das por factores externos y no por el mercado interior alemán,*4 es posible sostener con algún fundamento que el proceso de desarrollo durante la fase de despegue fue del tipo que suele denominarse capital-oriented. Tal proceso de desarrollo se efectuó a costa de las rentas familiares del trabajo asalariado, las cuales quedaron prácti­ camente estancadas, aun cuando la distribución de la renta posibilitó ganancias notables no sólo para los propietarios, sino también para los comerciantes de productos agrícolas, y provechos menos sustan­ ciosos para los obreros de la industria pesada en expansión. Esta contracción del nivel de vida en general (con excepciones decrecien­ tes, que iban de lo «sustancial», para los propietarios, a lo «modes­ to», para los obreros de los sectores privilegiados por el desarrollo) puso una serie de recursos a disposición de un Estado prusiano que estaba acogiendo los principios del liberalismo comercial y que juga­ ba sus propias cartas en el terreno de la unificación política alema­ na: una contracción — podría agregarse— que aumentó los beneficios834

83. Cf. W. G. Hoffmann, Wacbsltim d e r .... op. cit., pp. 116, 661 ss. 84. Este aspecto fue puesto de manifiesto por R. Sprec, T)ie Wachslumszy• k le n ..., op. cit., especialmente, pp. 140-162, 216 ss.

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agrícolas e industriales y, con toda probabilidad, también las inver­ siones financiadas con la acumulación de tales ganancias. Con esto no queremos sostener que la clase obrera alemana no obtuviese algu­ na mejora en su nivel de vida durante la fase del despegue, por­ que hubo modestas conquistas en los salarios reales, además de una cierta disminución de la jomada de trabajo y de la tasa de mor­ talidad. Pero estos progresos no comportaron un modelo de desarro­ llo en el que el poder adquisitivo de los trabajadores desempeñara un papel fundamental. Pero lo que parece realmente importante no es la doctrina o la política del liberalismo económico, sino el trasfondo distributivo y su vinculación con el desarrollo político, que determinando la adop­ ción de precisas opciones a escala nacional reforzaron dicha estructura distributiva. Cuando en la década de 1870, una vez agotada la época del librecambio, se multiplicaron las diversas críticas al liberalismo económico, se redujeron las presiones tendentes a contener el creci­ miento del nivel de vida, el cual debido a ello pudo progresar más rápidamente. Sin embargo, este modelo de distribución y de desarrollo sólo fue modificado, pero no transformado. En definitiva, el mismo siguió respondiendo a los intereses de los fabricantes vinculados a sectores que requerían masivas inversiones de capital y, tal vez en menor me­ dida, de los productores agrícolas. En este aspecto, el despegue esta­ bleció un precedente importante y, con toda probabilidad, preparó, entre otras cosas, el camino para la bien conocida alianza entre la industria pesada y los intereses agrarios del este del Elba a partir de 1879, la unión entre el hierro y el trigo. Es interesante observar al respecto que el análisis de Webb sobre la política aduanera alemana de finales del siglo xix subraya, junto a otros elementos, las ganan­ cias que de la misma se derivaron para los dos grandes factores de producción en la industria pesada (capital y trabajo), mientras que el estudio de Chandler y Daems sobre el «capitalismo gerencial» durante el siglo xx destaca las características que ya hemos señalado (distribución desigual de la renta e insistencia sobre la expansión de las industrias de bienes de producción), considerándolas las princi­ pales responsables de la lentitud del desarrollo del «capitalismo ge­ rencial» (evaluado en relación con la velocidad de expansión de la empresa gigante en los Estados Unidos), entendido en contraposición al «capitalismo financiero» que prevalecía en las grandes empresas

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de países europeos, como Alemania a finales del siglo xix y a comien­ zos del xx.85 De todo lo que acabamos de exponer, puede deducirse que las condiciones históricamente irrepetibles de la industrialización ale­ mana durante el siglo XIX podrían haber tenido consecuencias muy duraderas, lo que constituye un estímulo adicional para preocupar­ nos por interpretar correctamente su historia.

85. Steven B. Wcbb, «Tariff protcction for the iron industry, cotton tex­ tiles and agticulture in Germany, 1879-1914», fabrbücher für Nalionalókonomie und Statistik, 192 (1977-1978), pp. 336-357; A. D. Chandler, Jr., y H . Daems, «Introduction - The rise of managerial capitalism and its impact on investment strategy in the Western World and Japan», en H. Daems y H. Van Der Wee, cds., The rise of managerial capitalism, Lovaina, 1974, pp. 1-34. Es posible que la mayor importancia que tuvo la producción de bienes de consumo en el desarrollo de las empresas gigantes en los Estados Unidos respecto a Alema­ nia refleje los diferentes procesos de desarrollo que tuvieron las dos economías.

Jean-François Bergier

EL MODELO SUIZO En un principio no fue mi intención presentar un informe sobre la industrialización de Suiza en la reunión de Florencia. Recomendé que se dirigieran a investigadores con una mayor especialización en este campo, y por tanto, más competentes. De modo que tan sólo por el hecho de que ellos no estaban disponibles he aceptado, casi en el último momento, aportar una contribución sobre los problemas específicos del desarrollo industrial helvético. Contribución sumaria y un poco improvisada. El lector puede ahora disponer de ella sin apenas modificaciones. Sólo su última parte, dedicada a glosar el estado de los trabajos en curso, fue reelaborada para dar una idea más precisa de las investigaciones recientes o en curso y aportar algunas referencias útiles. Esta contribución, en la perspectiva de la reunión, es ciertamente tanto más oportuna cuanto el desarrollo de Suiza raramente se toma en consideración en los estudios comparativos del crecimiento indus­ trial. Sin embargo, nadie puede poner en duda que en la Suiza de los siglos xix y xx ese desarrollo fue espectacular. Si la Suiza actual merece su reputación de riqueza, si tiene uno de los PNB por habitante más elevados del mundo (3.477 dólares en 1970), ello es debido sobre todo al efecto de su desarrollo industrial y no al del turismo, o de las actividades bancarias que inspiran una especie de mitología sobre la economía suiza... Esta orientación es oportuna por otra razón que constituye la singularidad del caso suizo, de bue­ na gana diría del «modelo» suizo. Un modelo que difiere, en efecto, parcialmente de las experiencias vividas por los países vecinos y com­ petidores; que difiere también, y sobre todo, de los modelos teóricos

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del proceso de industrialización. En esta perspectiva, la originalidad de tal modelo no carece de interés si puede contribuir a enriquecer, presentar y matizar la construcción teórica.

1.

F uentes

y metodología

En primer lugar, algunas palabras sobre las fuentes y la meto­ dología. La Suiza de los siglos xix y XX vivió (y continúa, de hecho, viviendo) en función de dos principios políticos fundamentales: el liberalismo y el federalismo. El liberalismo significa, entre otras cosas, la no injerencia del Estado en la vida económica. Esto es tanto más evidente en el siglo xix, ya que hasta 1848 no hubo un Estado suizo: Suiza no era aún más que una alianza de pequeños estados que se llamaban can­ tones. Pero el Estado Federal, incluso con la Constitución de 1848, no ha dispuesto de instrumentos para desarrollar una política eco­ nómica que le permita actuar o intervenir en la vida económica del país, o en todo caso ha intervenido muy poco. El principio de la libertad de empresa, de la libertad de acción de los agentes económi­ cos, aun en cada uno de los estados cantonales, fue tanto más respeta­ do, por cuanto esos estados no disponían, en general, de los medios intelectuales ni del aparato administrativo que pudieran determinar políticas económicas. Si insisto en esto es para subrayar la pobreza externa de las fuentes sobre la industrialización en Suiza. Suiza es, probablemente, el país peor dotado a este respecto de toda Europa occidental. Hasta alrededor de 1950 no existe ninguna compatibilidad nacional sistemática, y hasta la primera guerra mundial no existe ninguna estadística global que permita medir el crecimiento económi­ co en general y el crecimiento industrial en particular. De manera que los historiadores deben entregarse a un juego complicado y un poco desesperante de reconstrucción, partiendo, muy a menudo, de un nivel microeconómico, de datos relativos a los diferentes secto­ res, y aún de empresas aisladas. Una reconstrucción que parecía imposible hace unos años. Desde hace poco, las perspectivas se han clarificado. Pero se trata de un trabajo de muy larga duración. En efecto, desde hace algunos años se ha instaurado cierta cooperación entre la corporación de los historiadores de la economía y las em­ presas, es decir, los empresarios. Por una parte, porque nosotros, los

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historiadores, hemos buscado el contacto con las empresas; hemos tratado de que se abrieran sus archivos, los cuales hasta ahora nos han estado estrictamente cerrados; hemos intentado crear un clima de confianza. Y creo, por otra parte, que la recesión que atravesa­ mos ha abierto los ojos a ciertos empresarios, que se han planteado preguntas sobre lo que les podría ocurrir y se han preguntado si tal vez el pasado, la historia económica, no los ayudaría a situarse mejor. Y el federalismo. Acabo de decirlo, el Estado, en Suiza, es el Cantón. Nos vemos enfrentados, pues, a 25 desarrollos unitarios. ¿Esto quiere decir que tenemos que considerar 25 comportamientos industriales diferentes? En absoluto. En principio, porque todos los cantones no participaron en la misma proporción en el esfuerzo industrial. Una buena parte de ellos permanecieron totalmente ajenos a esta transformación hasta el siglo xx. Por otra parte, y esto com­ plica la investigación en el plano metodológico, los comportamientos industriales del siglo pasado no respetaron las fronteras cantonales. Y ésta es también una de las singularidades de la industria suiza: comportó una especie de superación de las fronteras interiores. En su expansión económica, cierto número de cantones — Basilea, Zurich, Saint Gall, en particular— han extendido sus actividades a los terri­ torios vecinos, a territorios sometidos a otra legislación, a otra íiscalidad, a otras condiciones sociales. Ello se ha producido, a la vez, por razones fiscales, por razones de mano de obra o, simplemen­ te, por razones de espacio. El cantón de Basilea, uno de los más ricos, uno de los más dinámicos desde el punto de vista industrial, está limitado al espacio de la misma ciudad de Basilea; por tanto, necesitó inevitablemente extenderse hada los cantones de su entorno.

2.

L as

singularidades del modelo suizo

Quisiera señalar algunas singularidades del modelo suizo. Acabo de indicar una de orden institudonal: la ausencia de poder económi­ co por parte del Estado. Pero hay otras. Preciso de inmediato que esas singularidades no son exclusivas de Suiza, pero es su combina­ ción, su conjunto, lo que marca cierta originalidad. Singularidades naturales: alejamiento del mar, con sus consecuendas sobre los costos de transporte. La pobreza de recursos natu­

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rales. El subsuelo de Suiza casi no ofrece nada que sea económica­ mente rentable, utilizable. La única materia prima que la industria ha podido transformar es la leche. Esto puede parecer extraño; y, sin embargo, la leche ha desempeñado desde la segunda mitad del siglo xix un papel importante en el desarrollo de las industrias alimentarias (leche condensada, chocolate con leche); este producto ha constituido la base de la más grande de las empresas suizas actua­ les: la Nestlé. Pero en definitiva la leche sigue siendo un recurso relativamente insignificante. Encontramos la misma pobreza por lo que respecta a los recursos energéticos. El carbón falta totalmente; lo que comportó que la máquina de vapor no desempeñara en el desarrollo industrial de Suiza más que un papel menor, casi episódi­ co. La misma no se difundió, aparte de algunos ensayos más bien folklóricos, sino a partir del momento, tardío, en que el ferrocarril permitió importar carbón, es decir, alrededor de 1860. Pero la intro­ ducción de la energía de vapor fue bastante limitada; y apenas resultó posible, se reemplazó el vapor por otra forma de energía, la electricidad. Por el contrario, Suiza disponía en este campo energé­ tico de una fuerza preciosa que explotó al máximo de sus posibili­ dades: los recursos hidráulicos, los ríos. Éstos no sólo son abun­ dantes, sino que tienen un curso rápido y regular que permite utilizar esta energía. De manera que el desarrollo industrial — en particular el de las primeras industrias mecanizadas— se efectuó a partir de esas fuerzas hidráulicas, gracias a las ruedas y, sobre todo, gracias a un sistema de turbinas desarrollado a partir de la década de 1840. Y de esas turbinas se pasó, casi naturalmente, a la energía hidroeléc­ trica, que representa una especie de continuidad del mismo recurso. Singularidades económicas: pienso en cierto número de condicio­ nes previas para el desarrollo industrial en la primera parte del siglo xix. En el primer nivel de esas condiciones, quisiera subrayar la fuerte tradición protoindustrial de la que Suiza debía aprovecharse. En los siglos xvii y x v iii varios sectores que hemos convenido en llamar «protoindustriales» tomaron un impulso considerable; indis­ cutiblemente, prepararon el terreno de la industrialización propia­ mente dicha. Hacia 1760-1770, cuando se inició en Inglaterra la Revolución industrial y justo antes de que la competencia de los pro­ ductos ingleses, en especial la del algodón hilado, comprometiera bruscamente el mercado de los productos suizos, la industria de los cantones alcanzó niveles cualitativos y cuantitativos de producción

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impresionantes. Sin que estemos en condiciones de calcularlo con pre­ cisión, es posible evaluar que la producción algodonera per cápita de Suiza era incluso superior a la de la Inglaterra protoindustrial. Pero no sólo existió el algodón. Otros sectores son tal vez más importantes, ya que subsistirán como destacadas especializaciones industriales suizas hasta muy avanzado el siglo xix sin haber tenido necesidad de transformar radicalmente sus técnicas de producción ni el sistema de organización de las empresas. Uno de esos sectores es el del trabajo de la seda: con la producción de tejidos concentrada prin­ cipalmente en Zurich; cintas y pasamanería de seda, que hicieron la reputación y la fortuna de Basilea. En esas actividades, la moderni­ zación, la racionalización se insinuó muy pronto. Probablemente fue en 1667 cuando se introdujo en la manufactura de cintas de Basi­ lea un telar nuevo, todavía manual pero que permitió al obrero, con un solo gesto, tejer no una sino 14 o 16 o más cintas a la vez. De ello se derivó un incremento espectacular de la productividad: ésta se multiplicó por siete hasta 1700 y aún se duplicó entre esta fecha y 1876; dicha actividad registró, por tanto, una tasa de crecimien­ to medio, a lo largo de 120 años, del orden de 2,2 por 100 (Stoltz, 1977). Otro sector que alcanzó notoriedad (aunque en la actualidad se encuentra en crisis) es el de la relojería y, en términos más gene­ rales, el de la mecánica de precisión. Ahora bien, este sector (estre­ chamente relacionado con las modas y con un desarrollo cultural bastante desvinculado de la economía) ha tenido una revolución coyuntural que a largo plazo no presenta nada en común con la de las otras industrias. Durante mucho tiempo he sostenido la hipótesis de la existencia de una relación entre la relojería y la industria mecánica que se desarrollará a partir de los años 1820-1830, pero no encontré nada que la confirmara: esos dos desarrollos tuvieron lugar en regio­ nes diferentes (hasta lingüísticamente) y no utilizaron los mismos circuitos comerciales y financieros. Lo que esta tradición protoindustrial tiene de interesante es su continuidad paralelamente a la industrialización. Por ello, el concep­ to de «protoindustria», a menudo evocado en nuestros debates, me parece susceptible de ser cuestionado; la protoindustria no sólo precede sino que se convierte en parte integrante del impulso indus­ trial. Porque si bien ésos sectores de la sedería, de la relojería e inclu­ so de toda la producción de tejidos continuaron utilizando una tecno­ logía tradicional, se mostraron dinámicos en su desarrollo comercial, 1 4 .— NADAL

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en su búsqueda de mercados. Los empresarios de esas industrias eran muy emprendedores, y si no optaron por la mecanización, si no pasa­ ron a lo que denominamos, un poco a la ligera, modernización, es simplemente porque no vieron la utilidad de hacerlo. Tomaron esta determinación sólo cuando las circunstancias les obligaron a ello. Otra condición previa: la abundancia de capital financiero. En el siglo xvin la mayoría de los cantones se enriquecieron prodigiosa­ mente; el sector público, en cierto número de ellos, dispuso de recursos prodigiosos que los gobernantes no sabían cómo emplear. A mediados del siglo XVIII Zurich creó un banco con objeto de rentabilizar el dinero público. Y esto también es válido para un cierto número de particulares, enriquecidos por el comercio, por la gana­ dería y, sobre todo, por el servicio mercenario, es decir, el comercio de soldados. Tercera condición previa: la mano de obra, de la que existieron grandes reservas disponibles, hasta el punto de que fue necesario exportar una gran parte de los hombres jóvenes. Existencia de exce­ dentes de mano de obra, pero a condición de ir a buscarlos donde se encuentran, en la montaña. De modo que hay una coincidencia entre la localización de la mano de obra disponible y la de los recur­ sos de energía hidráulica en los valles alpinos y prealpinos. Y esto determinó uno de los caracteres originales de la industrialización suiza, la extrema dispersión de las empresas. Una dispersión que, por otra parte, persistirá hasta finales del siglo xix; como señala Cayez respecto a Francia, los núcleos industriales eran numerosos pero pequeños, dispersos en burgos o pueblos, que tenían a su alrededor, en el campo y en la montaña, nebulosas de trabajadores a domicilio. El trabajo a domicilio plantea además a los historiadores un proble­ ma extremadamente delicado, porque aquél no se halla satisfactoria­ mente comprendido en ninguna de las estadísticas de empleo, las únicas de las que disponemos. Estas estadísticas no contabilizan al trabajador a domicilio; o si lo tienen en cuenta, no distinguen de forma adecuada al campesino que a tiempo perdido, en invierno, trabaja para un industrial vecino, o el obrero que cultiva un huerto o un campo alrededor de su casa, y cría tal vez una vaca. Esto plan­ tea problemas de muy difícil resolución. Y, finalmente, otro apartado de las singularidades suizas, las que pertenecen al ámbito cultural y que me parecen importantes. Suiza conoció un muy temprano desarrollo de la instrucción pública, que

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en el siglo xix estaba totalmente completado y que resultó muy eficaz para obtener de los obreros un trabajo altamente cualificado. No se trata sólo de una instrucción elemental, consistente en la instalación desde fines del siglo xvm de un gran número de escuelas profesio­ nales que preparan a la población para el oficio que tendrán que ejercer; se trata también de una educación cívica, si puedo llamarla de esa manera, que se imparte a todos, y que se orienta a desarrollar el sentido de la solidaridad entre todos los miembros de una comu­ nidad local. De ahí proviene una gran eficiencia en el trabajo y el sentido de la disciplina. Por otra parte, la Suiza del siglo xix, fiel a toda una tradición protestante, zwingliana y calvinista, predica y practica una especie de religión del trabajo (por lo menos en toda la Suiza protestante), particularmente activa en las pequeñas regio­ nes industriales alpinas, como Glaris o Appcnzell, que han conocido fases de explosiva expansión. De las observaciones que preceden, podemos deducir la lógica del modelo de industrialización de Suiza. De los tres grandes facto­ res de producción (materias primas, capital y trabajo), las materias primas son las que faltan. Deben importarse; los primeros empre­ sarios con mentalidad moderna eligieron la manufactura del algodón, materia prima que en cualquier caso debían importar también los competidores extranjeros. Por tanto, el handicap geográfico, si bien no se anula totalmente, al menos se amortigua; lo mismo ocurre en el sector de la sedería. Respecto a los otros sectores importantes de la industrialización del siglo xix — la relojería y la pequeña industria mecánica, la construcción de maquinaria, la química de transforma­ ción— , el factor materias primas tiene menor importancia. Ya hemos constatado que el capital financiero es abundante. Y sin embargo, en un primer momento, por lo menos hasta después de 1830, la industria no solicita ese capital. Como sucedió en la mayoría de los países de industrialización precoz, el despegue se basó sobre todo en la autofinanciación. Por el contrario, en la segunda fase de la industrialización, la que entre 1820 y 1830 se caracteriza por el desarrollo de la industria mecánica, la construcción de maquinaria, en principio para el sector textil y después para otros sectores, la disponibilidad de capital se convirtió en un factor esencial. Pero una vez más nos encontramos ante un problema todavía mal conocido: ¿cómo pasó ese capital de sus poseedores a los que lo necesitaban? £1 sistema bancario, con anterioridad a 1830 y aun a 1860, no ejerce

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todavía la función de intermediario. Por una parte, encontramos una serie de bancos de carácter privado —la gran banca— , cuyos oríge­ nes son bastante antiguos (siglos xvii y x viii ), los cuales se han man­ tenido hasta la actualidad sin comprometerse nunca en la aventura industrial. Por otra parte, durante la década de 1820 aparecieron una serie de instituciones de crédito, bancos agrícolas, bancos co­ merciales, que tampoco participaron en el esfuerzo industrial. No obstante, sólo a partir de 1850, el tema de las inversiones empieza a ser mejor conocido gracias a un estudio reciente (Schwarz, 1981). He dicho que el capital financiero no interviene en la primera fase de la industrialización. Sin embargo hay un vínculo importante entre éste y la industria. £1 mismo no se fundamenta en el dinero, sino en quienes lo poseen. En efecto, la red comercial construida en los siglos xvii y xviii por los negociantes de Ginebra, Saint Gall, Zurich, Basilea y Berna sirvió de base para la comercialización de los productos industriales. Esta red es la que aseguró el aprovisiona­ miento de materias primas, especialmente de algodón en rama, y la que se encargó, sobre todo, de la exportación de los productos. La misma se extendía a través de buena parte de Europa y se orientó cada vez más hacia los países de ultramar. En consecuencia, la indus­ trialización suiza estuvo nítidamente orientada hacia un mercado de amplitud mundial. Y, por último, el tercer factor: el trabajo. He dicho que la mano de obra era abundante, en todo caso, esto es cierto hasta la década de 1880; hasta ese momento, a pesar de todas las demandas de la industria, Suiza conservó una balanza migratoria de signo negativo. Dicho saldo se invirtió con bastante brusquedad alrededor de 18751880, sobre todo a consecuencia de la apertura de los grandes talle­ res ferroviarios alpinos, que movilizaron mucha mano de obra y que provocaron un movimiento de inmigración hada Suiza. Pero hasta entonces la fuerza de trabajo había sido abundante, lo que significa que era barata y tenía, al mismo tiempo, una notable cualificadón. Y verdaderamente el auténtico fundamento de la industrialización suiza es el enorme valor añadido por el trabajo. Todas las estimadones que han podido efectuarse sobre la producción per cápita indican una superioridad de Suiza, a este respecto, sobre sus competidores.

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3.

213

LOS LÍMITES DEL MODELO SUIZO

Pero el modelo también tiene sus límites. En principio, la indus­ trialización suiza, dada la exigüidad del territorio y de los recur­ sos, tuvo que apoyarse en sus inicios en un número restringido de sectores y en producciones muy especializadas. Las primeras hilatu­ ras, dada su poca experiencia, sólo producían hilos bastos. Pero después de 1815-1820 adquirieron conciencia de que la única posi­ bilidad de mantener posiciones en el mercado internacional consistía en limitarse a las calidades más finas. Por otra parte, en los campos donde la industria suiza podía imponerse más ventajosamente eran los relativos a producciones muy especializadas, que durante mucho tiempo siguieron dominados por técnicas protoindustriales. En torno a 1860, los encajes ocupaban uno de los primeros renglones de la exportación suiza: la fabricación de pañuelos y de chales de algodón fue la punta de lanza de esta industria. Una industria que, en conse­ cuencia, era sensible a las variaciones de la moda y que necesitó un marketing desarrollado. Éste es, pues, uno de los mencionados lími­ tes: la necesidad de concentrarse en producciones especializadas que tenían, inevitablemente, una demanda poco amplia, aunque por otra parte se trataba de productos que se comercializaban en mercados de todo el mundo, sobre los que no gravitaba una excesiva compe­ tencia. En el campo de las cintas de seda, por ejemplo, Basilea dis­ ponía de una especie de monopolio mundial. En segundo lugar, esta industrialización no pudo abarcar simul­ táneamente diversos sectores. El despegue del sector moderno se hizo, al igual que en otros países, a partir de la hilatura del algodón, pero únicamente este sector se modernizó mediante maquinaria im­ portada de Inglaterra, con el auxilio de técnicos venidos de dicho país. Añadamos que a lo largo de todo el siglo xix esta inmigración de técnicos e ingenieros ingleses se convirtió en tradicional; se esta­ blecieron estrechas vinculaciones entre la industria suiza y la indus­ tria inglesa, visitas frecuentes de uno a otro país. Los informes sobre esas visitas constituyen fuentes documentales valiosas. No fue hasta la segunda fase de la industrialización que los empresarios hiladores suizos emprendieron la construcción de sus propias máquinas, y crearon en sus fábricas escuelas para la formación de mecánicos; progresivamente, fabricaron maquinaria para la venta y desarrollaron una industria mecánica propiamente dicha. Por tanto, no hubo un

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2 1 4

crecimiento sostenido desde el comienzo, sino más bien una especie de arrastre o encadenamiento hacia otros tipos de producción. El mismo fenómeno se repitió en la química, que al principio se redu­ cía a la fabricación artesanal de colorantes para la industria textil y que, a partir de la década de 1850, adquirió autonomía y se orientó hacia producciones también muy especializadas: colorantes, farmacia, perfumería. Tercer límite: el del espacio. El país se reveló muy temprana­ mente, ya en la década de 1840, demasiado pequeño para permitir a todos los empresarios potenciales la realización de sus proyectos. Cierto número de ellos emigró. Hubo una «diáspora» de la industria suiza, tratándose de un fenómeno bastante singular. En principio se registró una emigración de empresarios que abandonan Suiza para establecerse en otros países, no pocos de ellos en Italia, en la región de Ñapóles y de Salemo, en la de Módena, en Capri, en la de Lombardía; y también en Austria, en Rusia, en los Estados Unidos, es decir, un poco por todas partes. En una segunda oleada, la diáspora toma otra forma, la que conocemos hoy, de las multinacionales, cuyo estado mayor, su centro neurálgico, sigue estando en Suiza. Y finalmente los límites impuestos por la fuerza de las cosas a la dimensión de las empresas. Las empresas, con excepción de algu­ nos holdings, siguen siendo pequeñas o medianas; haciéndonos eco de una discusión reciente, esta realidad dimensional tal vez comportó un menor costo del control de la fuerza de trabajo dentro de las empresas, y quizás ello acarreó una ventaja relativa para la producción que colocaban en el mercado.4

4.

A lgunas

tendencias de la historiografía

Las investigaciones y trabajos recientes o en curso sobre la indus­ trialización no parecen mostrar orientaciones singulares que los dis­ tingan de los realizados en otros países. Esos trabajos tienen en cuenta, evidentemente, los caracteres originales de la industrializa­ ción suiza que ya hemos señalado. Están sometidos a la servidumbre de las fuentes documentales con grandes insuficiencias, descentrali­ zadas o de difícil acceso (archivos de empresas, bancos, etc.). Por otra parte, los mencionados trabajos plantean los mismos problemas que en otros países, a los que intentan dar respuesta recurriendo

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a métodos y conceptos inspirados en las aportaciones de la investiga­ ción internacional. Aun cuando durante mucho tiempo permanecieron aislados, los historiadores suizos de la economía están en la actuali­ dad bien integrados en la comunidad internacional de la investi­ gación. Si existen singularidades en la investigación suiza, éstas se deben a tres circunstancias: primero, al hecho de que el interés de los historiadores por la industrialización, salvo algunas excepciones (so­ bre todo Rappard, 1914), es muy reciente; se despertó a partir de la década de 1960. La investigación, por tanto, no ha hecho más que comenzar. En segundo lugar, tenemos el problema de la orga­ nización federal de las instituciones de investigación, y por tanto, de la dispersión de esfuerzos. Desde hace algunos años tratamos de aportar en este campo un poco de coordinación, de desarrollar los contactos intercantonales durante mucho tiempo casi inexistentes. Y, finalmente, existe el pluralismo lingüístico y cultural de Suiza, que hace trabajosos tales contactos (incluso a través de la literatura) y que constituye el exponente de una diversidad sensible de doctri­ nas, de concepciones y de métodos, al igual que de la confrontación de enfoques que surgen de sensibilidades a veces tan diferentes, que llegan a obstaculizar el diálogo. Ello comporta un problema real, peto puede ser también una oportunidad. Por otra parte — aunque éste es un hecho bastante general— los trabajos de los historiadores y de los economistas han sido durante mucho tiempo independientes, ignorándose los unos a los otros de manera soberbia. La ya antigua excepción de William Rap­ pard (1914), que intentó asociar esos dos enfoques desde una pers­ pectiva sobre todo institucional, no creó escuela, y ha sido preciso esperar los trabajos de Hansjorg Siegenthaler (a partir de 1976) y de sus alumnos, o de P. Stolz (1977), para empezar a cubrir el foso entre las ciencias económica e histórica. Los economistas suizos, por otra parte, se han mostrado poco sensibles al fenómeno de la industrialización, a excepción de algunos enfoques desde la perspec­ tiva del análisis coyuntural (Wittmann, 1963; Kneschaurek, 1964). La coyuntura sigue siendo una preocupación esencial de algunos espe­ cialistas (Siegenthaler), pero apoyada en la actualidad en una infor­ mación histórica más rica y más ágil. Los historiadores persiguieron, en principio, reagrupar esa información. La obra de Walter Bodmer (1960) constituye una masa de datos cualitativos y a veces cuanti­

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tativos de primera mano, cómodamente organizada, pero renunciando a todo intento de interpretación. La de Albert Hauser (1961) es ante todo descriptiva, muy apresurada, aunque bien informada. Han abor­ dado el terreno de la síntesis: Basilio Biuccbi, en un capítulo dema­ siado breve de la Fontana Economic History of Europa (1969) y en un ensayo publicado en 1982; Siegenthaler (1976), en otro capítulo de la mencionada obra dedicado al período de 1920-1970; para el conjunto del desarrollo preindustrial, protoindustrial e industrial, Jean-François Bergier (1974 y 1983-1984); el italiano M. De Lucia (1983) es autor de una obra cómoda, simpática, pero un poco super­ ficial y con lagunas. Estas visiones de conjunto se apoyan en investigaciones monográ­ ficas, y aquéllas, en contrapartida, estimulan la realización de otras investigaciones en la medida en que formulan hipótesis que es pre­ ciso verificar y matizar, al mismo tiempo que ponen en evidencia las lagunas existentes en nuestros conocimientos. Estas investigaciones tienen por objeto estudiar, ya sea una región, un cantón (por ejemplo Jaccard, 1959), un sector industrial determinado (Hoffmann, 1962), o asocian esos dos enfoques para producir monografías a la vez regionales y sectoriales, lo que justifica la orientación bada los tra­ bajos especializados a nivel regional, en general, bien delimitados (Veyrassat, 1980; Dudzik, 1981; Tanner, 1982, etc.). En este tipo de análisis, la investigación sectorial tiende a cobrar más importancia, aun cuando destacados sectores (química, industrias alimentarias, etc.) esperan, sin embargo, trabajos que se eleven más allá de la crónica o de la anécdota. Un sector de prestigio, la relojería, se distingue por dos sólidas monografías empresariales de François Jéquier (1972 y 1983). Los problemas relativos a la tipología de las industrias y a la localización han constituido directamente el centro de las discusiones (Veyrassat, 1972 y 1980; Bergier, 1974 y 1983-1984; Dudzik, 1981). La cuestión de los fracasos, de la industrialización fallida o rechazada de algunos cantones ha atraído la atención sobre Ginebra (Raffestin, 1968) y Friburgo (Walter, 1983). El trabajo de recons­ trucción de series cuantitativas (Siegenthaler, 1978, y la «Forschungstelle für Wirtschafts- und Sozialgeschichte», Universidad de Zurich) progresa minuciosa pero eficazmente (Schwarz, 1981, y Dud­ zik, 1981). Existe un esfuerzo también por aplicar, a partir de los datos recopilados, modelos de análisis teórico (Stolz, 1977); por

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inspirarse en la tradición integradora de la historiografía francesa (Veyrassat, 1980). En la formulación de un cuadro comparativo de carácter internacional, P. Bairoch (1978) acepta el riesgo de efectuar estimaciones globales; a falta de datos más precisos, consigue esta­ blecer razonablemente el lugar que corresponde a las industrias sui­ zas de exportación. Otra orientación, historiográfica, que va perfilándose desde hace unos años, construye con éxito una microhistoria a partir de los archivos de las empresas protoindustriales (Caspard, 1979) o de carácter moderno (Jéquier, 1972 y 1983; Siegrest, 1981). Esos tra­ bajos conceden un amplio protagonismo a las estrategias empresaria­ les, a la innovación técnica, a la persona del empresario (para una visión de conjunto: Siegenthaler, 19782). A la biografía de algunos de esos empresarios está consagrada la ya larga serie Viomers de l’Économie Suisse (publicada desde 1950); estos cuadernos, redac­ tados a veces por historiadores aficionados, poco preocupados por efectuar un análisis en profundidad de los problemas económicos, no por eso dejan de aportar amplia información que a menudo no es posible hallar en otra parte, aunque algunos de esos cuadernos se distinguen, sin embargo, por la calidad del método y por la enver­ gadura de los problemas abordados. En Suiza, la historia de la técnica no se enseña en ninguna parte, aunque apasione a numerosos aficionados nostálgicos del patrimonio industrial, febrilmente exhumado. En este ámbito, los trabajos care­ cen, por consiguiente, de fundamentos metodológicos. La revista Iniustrie-Archéologie sirve de vínculo de esos fervorosos de las tec­ nologías del pasado. Por el contrario, el efecto del desarrollo indus­ trial sobre las estructuras urbanas (Bártschi, 1980) y, especialmente, sobre la sociedad rural tradicional, ha dado lugar a artículos (M. Mattmüller, 1985) y a libros importantes. Los de Rudolf Braun (1960 y 1965), a pesar de su limitación espacial, tienen un valor de ejemplo y una significación metodológica que ha superado ampliamente las fronteras de la Confederación: se han convertido en clásicos de la historia social de la industrialización. El de François Walter (1983) aborda, de manera muy novedosa, el problema de las estructuras espaciales y de los atrasos agrícolas. En cuanto a la historia del trabajo, ésta, en principio y sobre todo, ha sido abordada desde la perspectiva política e institucional del movimiento obrero. Sin embargo, la voluminosa y valiosa obra de

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Gruner (1968) reúne, organiza e interpreta una información bastante amplia sobre diversos aspectos relativos al trabajo (en particular, la delicada cuestión del trabajo a domicilio, la de los salarios, la de la jornada de trabajo). Más recientemente algunas obras de carácter colectivo han abordado la cuestión de la vida cotidiana de los traba­ jadores, de los empleados de oficina o de hostelería y la condición de la mujer. La demografía histórica, finalmente, centrada sobre todo en el estudio de la población durante el Antiguo Régimen, se ocupa del período de la industrialización bajo la privilegiada pers­ pectiva de las migraciones, y de las poblaciones de la montaña. Éstas no son sino unas indicaciones rápidas sobre las tendencias de una investigación que se ha transformado, a escala de un pequeño país, en eminentemente curiosa y activa. Deseamos que a partir de aquí se integre en mayor medida en los debates internacionales sobre la industrialización. La originalidad del «modelo» helvético puede aportar a éstos una contribución estimulante.

Bibliografía

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Giorgio Mori

EL PROCESO DE INDUSTRIALIZACIÓN V LA INDUSTRIALIZACIÓN EN ITALIA 1.

O bservaciones

preliminares

A fin de evitar sucesivos malentendidos, considero oportuno introducir algunas esenciales y quisiera que poco provocativas premisas definitorias. Con la expresión proceso de industrialización señalo ese movimiento prolongado y, en su conjunto, progresivo y expansivo durante todo el siglo xix —que debe considerarse como un proceso unitario a escala internacional— cuyo núcleo central y tipificador lo constituye la aparición, la consolidación y la difusión de un ordenamiento material del sector secundario basado en la industria y en su célula elemental, la fábrica. Un ordenamiento, al menos hasta hoy irreversible, que se configuraba entonces como nue­ vo y diferente respecto de la producción a domicilio, ya que estaba organizado sobre una base centralizada y porque separaba el lugar de trabajo del lugar de residencia; respecto de la manufactura, por el uso sucesivo de máquinas primero y de sistemas de producción mecanizados después; y porque — como intuyó Oírlos Marx— «mientras que en la manufactura, el obrero se adaptaba al proceso, aun cuando con anterioridad el proceso se había adecuado al obrero, este principio subjetivo de la división del trabajo desaparece en la producción mecánica». Con la expresión Revolución industrial quiero dar a entender, en cambio, el momento originario y constitutivo de ese proceso y por ello una fase única e irrepetible del mismo. La cual, como todos sabemos, se desarrolló en la Gran Bretaña durante la segunda mitad del siglo xvni: la misma será, entonces, sinónimo de comienzo del proceso de industrialización.

LA IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N EN IT A L IA

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Por último, quisiera precisar que, justamente por esto, considero indebido y engañoso disimular, o atenuar, el alcance periodizador de semejante suceso. Por otro lado, forma parte de la historia del pro­ ceso de formación del modo de producción capitalista (el cual tiene sus antecedentes en el campo, en las manufacturas y, en ciertos aspectos, también en el trabajo a domicilio) que, justamente con la producción mecanizada, llegará a los niveles más desarrollados, níti­ dos y rentables. Por eso, el desacuerdo, o al menos la cautela, frente al uso que se difunde como una mancha de aceite, pero no siempre acertadamente, de la formalización definitoria — a mi manera de ver incongruente con el período y con la realidad a la que se refiere— tipificada como «protoindustrialización», en la medida que se en­ cuentra relacionada con las actividades productivas secundarias desa­ rrolladas en el campo entre los siglos xvi y xvm . Y esta precaución es tanto más oportuna debido al fuerte énfasis que por lo general se pone sobre la continuidad del proceso: de lo que podría deducirse, no indebidamente, una lectura, diríamos, marshalliana de la evolu­ ción económica y social, sin ofrecer al mismo tiempo una interpre­ tación más profunda de la misma. Por otra parte, la conceptualización «industrialización antes de la industrialización» denota, más allá de su cautivadora sugestión literaria, una tangible contradicción cuando es contrastada rigurosamente con la realidad. Y porque este enfoque parece asumir, como elemento discriminatorio para el empleo del término «industria», el producto terminado y no, en cambio, las técnicas utilizadas para obtenerlo, y también, desde este punto de vista, podrían derivarse consecuencias paradójicas. Considero además totalmente inútil — o puramente artificiosa— la rígida distinción que se viene reiteradamente efectuando tendente a atribuir un valor cualitativo por parte de los estudiosos de la industrialización italiana (pero no sólo italiana) a la diferencia entre pequeñas y grandes unidades empresariales.

2.

La

p r o t o in d u s t r ia l iz a c ió n

1

Por descontado, constituye una más que elemental afirmación que, en un sentido lato, la península italiana está envuelta en el 1. Mediante el concepto de protoindustrialización, sustantivo ahora de

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LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

proceso de industrialización, pero, en cambio, es menos obvia —y sin embargo capaz de ofrecer reflejos interpretativos profundos para la comprensión del desarrollo industrial en esta área, y también para obtener una visión de conjunto de su desarrollo histórico— la concreción de un completo y pormenorizado diagrama empírico de la periodización, además de las modalidades, según las cuales primero cristalizó y luego se consolidó. Una vez trazados los contornos del problema y puestas de manifiesto sus coordenadas esenciales, el mo­ mento crítico-descriptivo del proceso en sí puede y debe ser ante­ puesto al momento crítico-explicativo. No considero aventurado sos­ tener que desde el primero de estos puntos de vista, y a pesar de la disponibilidad de tan importantes como numerosas contribuciones monográficas, la historiografía sobre la industrialización italiana mues­ tra evidentes lagunas, que quisiéramos ver en vías de superación, y más de un elemento de confusión frente a la necesidad de llegar a un exhaustivo, atendible y orgánico inventario de las actividades industriales de la península italiana a partir de las manifestaciones primigenias.*2 Aunque no estoy del todo convencido de esto, tal vez sería oportuno considerar irrelevantes para los fines de nuestro razomiento la consistencia y el alcance, no sólo material, de los incuna­ bles séricos rescatados del olvido por obra de Cario Poní y la «curio­ sidad» tecnológica de esos telares de lanzadera volante introducidos en 1738 en la fábrica de Niccoló Tron, ex embajador de la Serenísima

uso frecuente para tipificar la considerada «industria rural domiciliaria», doy con­ tenido a la primera fase del proceso de industrialización, caracterizada histórica­ mente —al menos hasta la aparición de las economías planificadas— por la presencia de las industrias productoras de bienes de consumo. Respecto a dicha propuesta de periodización, ya aporté algunas precisiones hace unos años, en G. Mori, cd., L'industrializzazione in Italia (1861-1900), 11 Mulino, Bolonia, 1977, p. 37. 2. Un panorama sintético de esos estudios, tal vez parcialmente superado debido a las aportaciones más renovadoras de los últimos tiempos, se encuentra en mi trabajo, tampoco muy reciente, «Appunti e spunti per una riconsiderazione delta storiografia económica sull’Italia postunitaria», Rassegna Económica, XL1 (1977), pp. 25-46. En lo que concierne a las carencias informativas sobre la fase inicial del proceso de industrialización en Italia, es suficiente decir que las historias de la indusuia de las que disponemos o parten de la unidad nacio­ nal, o las que lo hacen desde antes, corresponden a aportaciones ya envejecidas. Señalaré una excepción, aunque relativa, B. Caizzi, Storia dell'industria italiana dal X V I I I secólo ai giorni nostri, UTET, Turín, 1965.

L A IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N E N IT A L IA

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en la corte de San Jaime, sobre los que escribe Gino Luzzatto. Para no hablar de las empresas privilegiadas lombardas, en las cuales, como ha señalado Sergio Zaninelli, la spitming jenny y la mulé apa­ recen antes de que termine el siglo xvm .3 Constituye un hecho acep­ tado que las fábricas dotadas de maquinaria y que empleaban trabajo asalariado pueden detectarse en Italia casi al mismo tiempo que en otros países de Europa — en Francia, en Alemania, en los Países Bajos, en el imperio de los Habsburgo— durante ese inquieto y turbulento período de 20 años que transcurre desde la paz de Carapoformio a los tiempos inmediatamente posteriores al ocaso de la dominación francesa de la Europa centro-occidental. Investigaciones recientes y menos recientes evitan cualquier malentendido a este res­ pecto. Desde el Piamonte a Lombardía, a Salerno, al Véneto, tanto por lo que hace referencia a especializaciones productivas «viejas», pero favorecidas por la inexistencia de dificultades de consideración para el aprovisionamiento de materias primas, como al trabajo de la lana (y como al de la seda, que ya se sabe constituye un caso sui generis en Italia), y también por lo que se refiere a producciones «nue­ vas», como la del algodón, en esos años las máquinas entraron a formar parte tanto del paisaje profesional como de las estructuras productivas de la península. Y con las máquinas, la fábrica, los empresarios-capitalistas-industriales y los núcleos primigenios de la clase obrera.4 3. Cf. C. Poní, «All’origine del sistema di fabbrica: tecnología e organizzazione ptoduttive dei molini da seta nelTItalia settentrionale (sec. XVIIXVIII)», Rivista Storica Italiana, LXXXVIII (1976), pp. 444-497; G. Luzzatto, Storia económica dell'eti moderna e contemporánea. II: L’e ti contemporánea, CEDAM, Padua, 1960*, p. 183; S. Zaninelli, L'industria del cotone in Lombardia dalla fine del '700 alia unificaxione del paese, ILTE, Turfn, 1967, pp. 14 ss. y 46 ss. 4. Además de los trabajos citados en la nota precedente, cf. también, V. Castronovo, L'industria coloniera in Piemonte nel sécalo X I X , ILTE, Turln, 1965; ídem, L'industria laniera in Piemonte nel secolo X I X , ILTE, Turín, 1965; G. Wenner, «L’origine deil’industria tessile salemitana», Rassegna storica salernitana, XIV (1953), pp. 30-79; D. Severin, Storia dell'industria sérica comasca (sec. X VI II -X X ) , La Provincia di Gimo, Gimo, 1960. No existe un estudio digno de mención sobre los orígenes y los primeros decenios de vida del Lani­ ficio Rossi que se remonta a 1817. Tampoco ha recibido la atención que tal vez merece una investigación sobre el desarrollo industrial en los últimos años de la dominación francesa en Italia, por lo que respecta a las zonas de la península anexadas al imperio. 13. — NADAL

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Dos anotaciones marginales, también ellas susceptibles de enfo­ ques interpretativos en absoluto definitivos. En efecto, no está com­ probado que, al menos de manera inmediata, la acumulación de disponibilidades líquidas, que puede hallarse en sectores si no am­ plios, no por ello desdeñables de la agricultura italiana, participe de manera significativa en la fecundación de lo que podríamos deno­ minar la germinación espontánea de fábricas: por otra parte, reali­ zada mediante aportaciones verdaderamente asequibles de capital, tanto fijo como circulante. Por el contrario, es necesario aclarar —y esto no puede sino demostrar la existencia de más que favorables expectativas de beneficio, y por tanto de un contexto económico y social menos desabrido y unívoco de lo que se considera comúnmen­ te — que en cada una de las zonas y en el conjunto de los sectores industriales ya mencionados se registró la presencia de un flujo bas­ tante notable de empresarios extranjeros (como sucedió, por otra parte, en otras zonas de Europa, aun cuando se trata, justamente, de zonas consideradas por los historiadores como más prometedoras y abiertas que Italia para aquellos que quisieran, en esc período, arries­ garse en la aventura industrial). En una palabra, con toda la prudencia del caso, y efectuados eludiendo toda retórica los indispensables controles — por lo demás oportunos también debido a las omisiones verdaderamente excesivas de la historiografía económica, la cual, en lo que concierne a la situación de las actividades secundarias durante el período francés, de alguna manera está cerrada a las negras y monocordes evaluacio­ nes de Tarle— ,s nos vemos inducidos a considerar que, en la carrera de persecución emprendida con diferentes grados de conciencia entre fines del siglo xvm y primeros lustros del xix, para colmar, o al menos evitar que aumentara la diferencia respecto a la liebre inglesa, junto a otros países también es detectable, aunque sea débil e ínfima y hasta inestable, una representación italiana. 3.

Un

im p u l s o

frenado

No podemos dejar de coincidir con David Landes cuando afirma que «en suma, emular a Inglaterra fue probablemente más difícil5 5. Nos referimos, naturalmente, a £ . V. Tarle, La vita económica dell' Italia neü'eti napoleónica, Einaudi, Turín, 1950, passim.

i

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después de Waterloo que antes». En todo caso, podemos añadir que el problema surgió, con toda su repentina grandeza e importan­ cia, en esta época. En este sentido cabe advertir que hasta los últimos años del siglo precedente la consistencia y las posibilidades expan­ sivas de la industria inglesa se habían manifestado en el exterior de manera más bien poco intensa y episódica, y que durante los agitadísimos primeros 15 años del siglo xix esa consistencia y esa posi­ bilidad no encontraron manera de manifestarse en el mercado inter­ nacional sino muy débilmente. Es por ello que opinamos que la Restauración marca el primero de los tres giros del siglo xix, decisi­ vos para la evolución del proceso de industrialización en Italia. Un estudioso como H. J. Habakkuk, adoptando una formulación de vaga semejanza toynbeeana, señalaba hace ya casi treinta años que frente a la Revolución industrial y a la extraordinaria aceleración del proceso de industrialización en Inglaterra, históricamente habían aflorado dos tipos de reacción. En algunos países había prevalecido un enfoque que definió de «imitativo»: imitativo de la inédita expe­ riencia industrializadora inglesa. En otros, en cambio, la Revolución industrial había provocado una reacción que, ante el estímulo de una demanda insistente y creciente de materias primas y de productos alimenticios, estaba destinada a frenar o a bloquear el crecimiento de la industria mecanizada* Manteniéndonos en el terreno del recono­ cimiento crí tico-descriptivo, podríamos ser inducidos a incluir a la península italiana en el grupo de los países imitadores: pero tal vez de segundo orden. Esto, aceptando, en esencia, un juicio de Landes posterior al reproducido anteriormente — me parece oportuno recor­ dar que la experiencia italiana es totalmente ajena al panorama del proceso histórico americano— , según el cual «la historia de la gene­ ración posterior a 1815 es, en gran medida, la de la eliminación o disminución de los obstáculos cognoscitivos, económicos y sociales [que se interponían] a la imitación de la experiencia inglesa, gra­ cias en parte a la acción del Estado y más aún a los esfuerzos de los empresarios privados».67 En efecto, es incontrovertible que entre 1815 6. H. J. Habakkuk, «The historical cxperience on the basic conditions of economic progress», en L. H. Duprier y D. C. Hague, eds., Instituí de Recherches économiques et sociales, Lovaina, 1955, pp. 155 ss. (actas y comu­ nicaciones de la mesa redonda organizada por la Asociación Económica Inter nacional celebrada en Santa Margarita de Liguria en agosto-setiembre de 1953). 7. D. S, Landes, Prometeo libéralo, Einaudi, Turín, 1978, p. 194, donde

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y la época de la Unidad nacional tuvo lugar el segundo y decisivo giro durante el xix del proceso de industrialización que se desarro­ llaba en la península italiana, el cual no mostró síntoma alguno de interrumpirse. Junto a la aparición de nuevas fábricas en otros sec­ tores (papel y construcciones mecánicas en especial), los sectores preexistentes: sedero, lanero o algodonero crecieron y se fortalecie­ ron .8 Esto se debió esencialmente a la tenacidad y al valor de un puñado de empresarios, respecto a los cuales debe valorarse con atención la conjetura de Roberto Romano sobre su génesis y sus fines, que por lo menos daría paso a una consideración menos impre­ cisa y menos mecanidsta de la crucial relación entre agricultura e industria .9 Aun cuando, como reveló en su momento Alberto Caracse encuentra también la primera cita de Landes (hay trad. cast.: Progreso tec­ nológico y revolución industrial, Tecnos, Madrid, 1979). 8. Para la industria del papel, disponemos de una serie de estudios rela­ tivos a diferentes regiones de la península, pero no de una monografía exhaus­ tiva. Cf., sin embargo, M. Scavia, Vindustria delta carta in Italia, Roux e Viarengo, Turín, 1903. Nos encontramos en idéntica situación en lo que concierne a la industria de construcciones mecánicas, respecto a la cual nadie ha intentado aún ofrecer, aunque fuera de forma sintética, una monografía, si no es en el ámbito de las historias generales de la industria, y por tanto con los niveles de aproximación y los límites que las obras de ese tipo se ven obligadas a respetar. Cf., en este sentido, B. Caizzi, Storia dell'industria..., op. cit., pp. 239-234. Para las diferentes especial izaciones de la industria textil, véanse los trabajos citados en la nota 4. 9. Después de haber perfilado la figura del «industrial-agrario» como la de un «trabajador rural “pobre” que, para incrementar sus ingresos, se ve em­ pujado a emprender actividades comerciales y luego industriales», el cual podía contar con la garantía que significaba su propiedad rústica, a fin de hacer frente a los riesgos que podía encontrar en estas nuevas actividades, Romano afirma que «no es la riqueza acumulada en la agricultura la que permite el desarrollo de formas productivas capitalista-industriales, sino la relativa “po­ breza" de estos recursos». De manera que en la primera mitad del siglo xtx, «el futuro económico de Lombardía, y en general de Italia, no se jugaba, o por lo menos no tanto como pensaba Cario Cattaneo, en la avanzadísima agricul­ tura irrigada de la Bassa, sino en esos pequeños, atrasados, insignificantes y semifeudales poderes del Alto Milanesado, cuyos propietarios (Ponti, Cantoni, Caprotti) por ningún economista elogiados, sino más bien objeto de críticas severas y de reproches, preparaban en silencio la base industrial italiana» (R. Romano, I Caprotti, F. Angeli, Milán, 1980, pp. 219-220). Las objeciones que se podrían hacer a Romano son evidentes. La más notoria y trivial de éstas es la siguiente: ¿por qué los propietarios rurales «pobres», que tantos eran en Italia y que se encontraban esparcidos un poco por todas partes, no

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dolo, dicho protagonismo empresarial se vio potenciado por efecto de las perdurables iniciativas de un grupo de sus colegas extranjeros, probablemente mayor que en el pasado.* 101 Pero, lógicamente, tales iniciativas se fundamentaban en las altísimas tasas de explota­ ción, de que unos y otros podían gozar con toda tranquilidad en sus empresas. Y también, en alguna medida, por las políticas adua­ neras prohibicionistas adoptadas por algunos estados regionales. Pero estos desarrollos, por reales e indicativos que fueran, tanto a corto como a largo plazo, revelan, tomados en sí y por ellos mis­ mos, una dosis inaceptable de opacidad para quien desee entender su sentido real, sus dimensiones relativas y su peso efectivo. Y esto no lo ha tenido suficientemente en cuenta, por ejemplo, Stefano Merli. El cual, si por una parte ha ignorado la modesta experiencia preunitaria, por otra, sin mediación alguna y sin la irrenunciable ampliación del campo objeto de análisis, ha considerado el proceso de industrialización como parámetro único y exhaustivo de interpre­ tación de la historia económica y social italiana a partir del modelo en dos clases del primer libro de El Capital, y confundiendo la distinción entre el modelo teórico y el proceso histórico real en un filologismo puntilloso, aun cuando benemérito e irrenunciable.*1 En cambio, parece necesario y dirimente —por ser obvio— adquirir conciencia de lo que hasta ahora se ha definido como proceso de industrialización, el cual es, en esencia, un movimiento individuali­ zado en cuanto que concreto y activo, pero también una resultante. La resultante de una serie compleja de interacciones, de conflictos y confluencias entre pasado y presente, entre capital vivo y capital muerto, entre clases sociales y, en su interior, entre estados y gru­ pos políticos, entre culturas y comportamientos, entre estructura y coyuntura, entre discrecionalidad y vínculos objetivos. Para com­ prender plena y eficazmente dicha complejidad, es necesario salvar el recorrido intelectual que relaciona y conecta el plano crítico-des­

siguieron a los Caprotti y a sus amigos y emplearon de otra manera los recur­ sos disponibles? Pero, como hemos señalado en el texto, el tema planteado por Romano es digno de la máxima atención. 10. A. Caracciolo, «La storia económica», en Sloría d ’Italia, Einaudi, Turln, 1973, vol. I II , pp. 636407. 11. S. Merli, Proletariato di fahbrica e capitalismo industríale. II caso italiano, 1880-1900, La Nuova Italia, Florencia, 1972, vol. I.

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criptivo con el plano crítico-explicativo. La estructura conceptual objetivada más idónea para una operación de este tipo parece ser, en nuestra opinión, la que nos ofrece la noción de «modo de pro­ ducción capitalista» en su configuración histórica de la primera mitad del siglo xix .12 Fundamentada en la relación entre propiedad pri­ vada de los medios de producción y trabajo asalariado libre, en esa época este modo de producción aparecía caracterizado, por un lado, por haberse materializado la centralización de la producción en la fábrica en las zonas más representativas y dinámicas y, por el otro, por el progresivo desarrollo de un mercado mundial cada vez más unificado pero, al mismo tiempo, compartimentado por divisiones político-estatales cada vez más marcadas y conflictivas: un dualismo inexplicablemente subvalorado por la historiografía de ascendencia marxista, pero no sólo por ésta. Observado en relación a este hori­ zonte del que forma parte, el proceso de industrialización que se desarrolló en la península italiana se presenta, entonces, bajo una luz muy diferente. En este país las relaciones capitalistas de produc­ ción superaban, por cierto, los límites de la fábrica para llegar, en alguna medida, hasta las que después serían definidas como sus «sec­ ciones externas», constituidas por una parte del trabajo a domicilio, en especial en Piamonte y en Lombardía (pero también en otras zonas); y resultaban bien evidentes en ciertas comarcas rurales de las mismas regiones. Pero por lo que respecta al conjunto de la penín­ sula, tanto en las actividades secundarias como en la agricultura, estaban — donde más, donde menos y en cuanto a tales— limitadas

12. Últimamente un estudioso como E. P. Thompson (Poverly of Tbeorv and otber Essays, Merlin Press, Londres, 1978) ha sostenido que la categoría «modo de producción*, de Marx, «es propia de la teoría económica y no puede ser extendida a la caracterización de la sociedad, cuyo estudio constituye el real objeto del historiador» (p. 346). A las connotaciones implícitamente plan­ teadas por un juicio similar emitido por G. S. Jones («From histórica! sociology to theoretieal history», British Journal of Sociology, 27, 1976, pp. 301-302, en especial —por otra parte publicado antes del cáustico ensayo de Thomp­ son—), quisiera agregar que, a menos que se quiera volver a acreditar la vieja imputación de «economicismo», roe parece que es preciso abandonar una lec­ tura de la definición marciana de esa categoría, susceptible de una crítica tan radical. O, en todo caso, es preciso evitar una separación tan talante entre «economía» y «sociedad», y aún más, una especie de expulsión de la «econo­ mía» de cualquier enfoque analítico del proceso histórico real.

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a áreas restringidas y absolutamente minoritarias.13 La producción en grandes unidades fabriles constituía en suma, y no sorprendente­ mente, un conjunto de microscópicas islas que, y pese a que no puede ser negligida la nada insignificante presencia manufacturera y de bolsas de trabajo a domicilio (cuya significación, atendido el estado actual de la investigación, no puede ser fácilmente asequible en su esencia, en sus variables connotaciones y en sus elementos funciona­ les), podía jactarse de un peso específico absolutamente modesto den­ tro del sistema productivo y del conjunto de fuerzas que regulaban la dinámica económica y social en cada uno de los estados regio­ nales.14 Además, debemos tener presente que — por razones de carácter político (debilidad intrínseca, dependencia de Austria en algunos ca­ sos, tentativas de conquistar la amistad de Francia e Inglaterra en otros), por motivaciones de orden económico (seguras ganancias posi­ bilitadas por las exportaciones de productos primarios, poca capaci­ dad de los mercados regionales y no sólo debido a sus dimensiones geográficas: piénsese en Bélgica); y como consecuencia de su estruc­ tura social (predominio de la figura del pequeño campesino en situa­ ciones de condición diferente; escasa incidencia de los núcleos de la burguesía industrial más dinámicos, lo que les impedía reivindicar, con éxito, una política económica interna y una política comercial externa más favorable para sus intereses; hegemonía de la clase terra­ teniente y de restringidos núcleos mercantiles)— la posición de esos estados en el mercado internacional era extremadamente frágil y condicionada, ya que se encontraba subordinada a movimientos de fondo del todo incontrolables. Y éstos, en general, tendían a restrin­ gir los espacios, que ya de por sí no eran muy amplios, disponibles 13. El estudio que merece mayor consideración de la agricultura italiana de las décadas previas a la Unidad es aún, y desafortunadamente, el elaborado para una historia general, ahora ya clásico, por G . Candeloro, Storia deWItalia moderna, Feltrínelli, Milán, 1958, vol. II, pp. 244-326. Pero existen diferentes y en más de un caso apreciables monografías locales y sectoriales. No sólo para la evolución de las vicisitudes contractuales a la que está expresamente dedi­ cado, cf. el fundamental e innovador trabajo de G. Giorgetti, Conladtni e pro­ pician netl'ltalia moderna, Einaudi, Turtn, 1974, pp. 200-414, en especial. 14. Por eso nos parecen totalmente pertinentes las severas observaciones planteadas a la interpretación de Stefano Merli por A. Monti («Alie origini dclla classe operaia italiana: un tentativo di revisione», Quaderni Storici, V III, 1973, pp. 1.042-1.043).

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para las iniciativas industrializadoras. En estas condiciones, la imita­ ción de Inglaterra era más o menos un sueño, tal vez una esperanza, pero no una realidad. Esto lo tenía claro mi tan desconocido como original conciudadano que tuvo la brillante idea de traducir al ita­ liano — apenas dos años después de su primera edición— La econo­ mía de las máquinas y de las manufacturas, de Charles Babbage, quien en la presentación del libro escribía: «Las artes y los oficios nacieron niños en todas partes y después crecieron: y si las circuns­ tancias los hicieran gigantes en otros lugares, esa visión puede y debe inspirarnos el deseo, pero deseo eficaz, de cultivarlos».15 Una forma mentís que en la península italiana debía considerarse, en esa época, si no excepcional, al menos rarísima. El pensamiento y los febriles proyectos de un Melchiorre Gioia no aportaron nada o casi nada nuevo en relación a lo que encontraron. En la «clase culta» — en gran parte compuesta por terratenientes o por capas de profesionales vinculadas a ellos por varios motivos— prevalecía grandemente una actitud de rechazo contra el nuevo mundo de la industria que la fe católica, por una parte, y evidentes dificultades materiales, por otra, termina­ ron por acentuar o por revestirla con el manto cautivador del filantropismo y del patemalismo.16 Mientras tanto, como han puesto de manifiesto meritorias e innovadoras investigaciones iniciadas recien­ temente, la mentalidad, los comportamientos, la cultura de las masas campesinas estaban inspirados en una especialísima ideología conser­ vadora, y de autodefensa de una condición humana, familiar y social que, también por el peso de la miserable situación material, consi­ deraba aún preferible — al unísono con la «clase culta»— la unifica­ ción del trabajo agrícola con la hilatura y el tisaje realizado en el ámbito domiciliario, del poder y de la familia: al igual, aunque con variantes, que en otras partes de Europa .17 15. C. Babbage, Sulla economía delle macchine e delle manífalture, Guglielmo Piatti, Florencia, 1834, pp. I-II. 16. Sobre este ambiente intelectual, junto con las afiladas observaciones de un estudioso «insospechable» como F. Chabod, Storia della política stera italiana. Le premesse, Latensa, Bari, 19622, pp. 325-391, me permito referirme a mi trabajo «Osservazioni sul libero scambismo dei moderad nel Risorgimcnto», Rivista Storica del Socialismo, I I I (1960), pp. 164-180. Para Gioia, cf. P. Barucci, II pensiero económico de Melchiorre Gioia, Giuffré, Milán, 1964. 17. La investigación italiana más representativa sobre este tema es la de F. Ramelia, «Famiglia, térra e salario in una comunitá tessile dell’800», M oví-

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Sostener que en los estados regionales y que en la península italiana, considerada en su conjunto, se fuera afirmando no tanto una tendencia a la emulación de las transformaciones experimentadas en el área industrializada en vías de ampliación, sino una tendencia complementaria, o disforme respecto a ésta, no quiere decir, en cual­ quier caso, adherirse a la idea de que era predominante el estanca­ miento. Por una parte, los islotes industriales lograban resistir y sobrevivir frente a las insidias internas y a la apremiante ofensiva que provenía del exterior. Y con ellos resistía, y tal vez se iba refor­ zando, el área de la manufactura y del trabajo a domicilio, difícil­ mente mesurable y apreciable en términos evolutivos, tanto en el campo como en los centros urbanos. Por otra parte, como se ha dicho —y como ha puesto de relieve también Franco Bonelli— «la progresiva articulación en los países europeos de un moderno aparato de producción manufacturera ... se traducía en una demanda de pro­ ductos, materias primas y semielaboradas, productos alimenticios y, en cierta medida, también de servicios, que la economía italiana consiguió satisfacer de alguna manera», colocándose así en condicio­ nes de «captar oportunidades en absoluto despreciables de acumu­ lación en el sector agrícola»." El fenómeno, como ya ha sido seña­ lado, no concernía sólo a Italia: pero para este país aparece, en todo caso, más que confirmado por los sofisticados trabajos de carác­ ter cuantitativo de Ira Glazier y otros sobre los términos de inter­ cambio (terms of trade) entre la península y el Reino Unido relativos al período preunitario .119 8 mentó Operaio e Socialista, X X III (1977), pp. 7-44. Partiendo de un enfoque basado en los estudios de Chaiánov, J. W. Scott y L. Tilly («Lavoro femminile e famiglia nell’Europa del xix secolo», en C. E. Rosenbcrg, ed., La famiglit nella storía, Einaudi, Turín, 1979, pp. 185 ss.), parecen, en cambio, tender a una visión más articulada. 18. F. Bonelli, «II capitalismo italiano», en Storía i ' Italia, Annali, 1, Einaudi, Turín, 1978, pp. 1.196 y 1.197. 19. I. A. Glazier, V. N. Bandera y R. B. Bemer, «Terms of Trade between Italy and the United Kingdom, 1813-1913», The Journal of European Econo­ mía History, 4 (1975), pp. 548. Para un análisis a largo plazo, puesto al día en el plano informativo y orientado bada una inteligente y sutil actualizadón en el plano interpretativo, cf. el muy reciente trabajo de I. T. Bcrend y G. Ranki, «Foreign Trade and the Industrialisation of the European Periphery in the xixth Century», The Journal of European Economic History, 9 (1980), pp. 539-584.

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Tal disposición, si bien comportaba el marcado y acumulativo condicionamiento externo antes recordado (sobre cuya compleja ar­ ticulación y relevancia, también de carácter político, deben releerse las páginas de Francesco Sirugo sobre la relación Inglaterra - esta­ dos de segundo orden con posterioridad a la Restauración),20 en vez de estimular una renovación técnica y un impulso vigoroso y persistente de la agricultura nacional — como era previsible, segón había teorizado Cavour y como sucedió en otras partes— , constituyó, en definitiva, una sólida base de apoyo para la salvaguardia y en ciertos casos para la consolidación de las estructuras económicas y sociales prevalecientes en aquélla. Y en vez de incrementar, deter­ minó que decayeran en intensidad e importancia las relaciones comer­ ciales entre los diferentes estados de la península italiana: lo que contribuyó — a diferencia de lo que sucedía en Alemania— a debili­ tar el apoyo que podía ofrecerse desde el terreno económico a los ideales y programas unitarios formulados y difundidos por grupos de intelectuales y políticos tan exiguos como activísimos. Una base de apoyo y una divergencia que no dejarán de tener consecuencias más tarde .21 Como tampoco carecerá de consecuencias la orientación que de acuerdo con las directrices impuestas por el mercado internacional adoptarán las inversiones. Un tema sobre el que, desgraciadamente, 20. Nos referimos a F. Sirugo, «I/Europa delle Rifarme. Cavour e lo sviluppo económico del suo tempo (1830-1850)», en C. Cavour, Scritti di econo­ mía. 1835-1850, Feltrinelli, Milán, 1962, pp. LXXIV-LXXXI, en especial. Pero una primera y aguda intuición de la auténtica naturaleza de esa relación fue aportada mucho antes por N. Rosselli (Inghilterra e Reg.no di Sardegna dal 1815 d 1847, Einaudi, Turfn, 1954), que escribió que «Piamonte estaba destinado por Inglaterra a convertirse en el viajante de comercio de sus productos en Europa central» (p. 9). 21. Sobre las consecuencias de ese frondoso conjunto de vinculaciones deben tenerse siempre presentes las extensas argumentaciones de R. Zangheri, «I rapporti storici tra progresso agricolo e sviluppo económico in Italia», en E. L. Jones y S. J. Woolf, eds., Agricoltura e sviluppo económico, Einaudi, Turfn, 1973, passim (hay trad. cast.: Agricultura y desarrollo del capitalismo, Alberto Corazón, Madrid, 1974). Por lo que respecta a las escasas relaciones comerciales entre los estados regionales preunitarios, cf. B. Caizzi, 11 commercio, UTET, Turfn, 1977, quien ha escrito: «Está fuera de dudas que todos los estados de la península tenían entonces un comercio con las naciones extran­ jeras, bastante más desarrollado que el que mantenían con otras unidades polí­ ticas de la misma Italia» (p. 14).

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disponemos de escasas noticias, y además poco precisas. De las cua­ les no consideramos, de todos modos, ilegítimo deducir, aunque sea de manera provisional, la conclusión de que un porcentaje impor­ tante de las mismas se dirigió hacia los títulos públicos italianos y extranjeros, hacia la financiación de las exportaciones y, posterior­ mente, hacia la explotación de yacimientos minerales y las construc­ ciones ferroviarias (sin olvidar la financiación de la opulencia...). Lo cual aportó nueva savia y nuevas ocasiones de lucro a un grupo de banqueros y financieros (Bastogi, Bombrini, Fenzi, Bolmida, Balduino, De Ferrari) hasta entonces escueto y marginal, el cual no había de tardar en ejercer una influencia propia y a menudo subva­ lorada: sobre todo teniendo en cuenta los acuerdos que mientras tanto se iban contrayendo con numerosas casas de primera línea del mun­ do bancario y financiero internacional, más o menos directamente activas en Italia y, normalmente, en lucha entre sí.22

4.

N uevos

progresos y viejos problemas

DESPUÉS DE LA UNIDAD

Más que los historiadores de la economía, son algunos historia­ dores sociales los que ahora consideran de menor importancia o negligen el impacto que la Unidad nacional ejerció sobre la estruc­ tura de la economía y de la sociedad italiana,23 y otorgan un lugar 22. Para algunas buenas biografías de los principales banqueros y finan­ cieros italianos de entonces, debemos recomendar, en ausencia de trabajos específicos de algún valor, el Dtzionario biográfico degli italiani, Istituto dell’ Enciclopedia Italiana, Roma, 1960 y ss. (se han publicado hasta el presente las letras A, B y parte de la C). Sobre sus vinculaciones con las finanzas interna­ cionales, incluso antes de la Unidad, cf. G. Guderzo, Finanza e política in Piemonte M e soglie del decennio cavouriano, Fondazione C. Cavour, Santeni, 197?; B. Gillc, Les inveslissements français en Italie (1815-1914), ILTE, Turín. 1968. 23. Recordemos a este respecto la explícita toma de posición de R. Levrero («Accumulazionc di capitale e formazione del proletariato di fabbrica. II caso lecchese (1750-1850)*, en M. V. Ballestrero y R. Levrero, Genocidio perfetto, Fcltrinelli, Milán, 1979), según el cual, «es justamente un análisis más especí­ fico de la realidad lombarda el que nos hace hablar, por un lado, de preco­ cidad, o mejor aún, de contemporaneidad del desarrollo capitalista con el de otras metrópolis europeas y, por el otro, de continuidad de este desarrollo, continuidad en la que la fecha de la Unidad no representa, en absoluto, un

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privilegiado a un análisis de carácter sociológico y antropológico que comporta la valoración de las permanencias culturales y de comportamiento entre las clases subalternas — la inmensa mayoría de los italianos— , pero podría añadirse que también entre las «cul­ tas», bastante innegables durante el breve período y para la porción de realidad examinada. Una realidad de la que se da por supuesta la total impermeabilidad a todo tipo de influencia externa .24 En cambio, en nuestra opinión, ya lo hemos señalado, la Unidad nacional —un acontecimiento político— representa objetivamente d segundo giro decisivo del siglo xix en el desarrollo del proceso de industrialización en este país. Por las causas de orden general aduci­ das en su día por Rosario Romeo; por la enorme ampliarión terri­ torial d d mercado y por la aparidón, sumamente valorada por Bonelli, de un Estado que se convertirá, de inmediato, en «el prindpal operador financiero a nivel peninsular». Pero también, y sobre todo, porque la intrincada y contradictoria secuencia de acontecimientos, que desembocó en la formación del reino de Italia, determinó que precipitase — en un reduddo período de tiempo— un conflicto, qui­ zá de relieve menor, si tenemos en cuenta los muchos otros que aparecieron entonces, cuyos protagonistas fueron, por un lado, la alta término de referencia» (p. 9). Pero, implícitamente, tales juicios parecen con­ cordar con este tipo de estudios a escala regional. Recientemente, un estudioso como S. Pollard (Peaceful Conquest. The industridisation of Europa. 17601978, Oxford University Press, 1981) ha sostenido que los estudios sobre el proceso de industrialización realizados a escala estatal han dado de sí todo lo que podían y que por eso, aunque se mantenga el carácter unitario del pro­ ceso, conviene abstraerse del ámbito nacional para seguir sus manifestaciones y desarrollos en áreas más reducidas: las condensaciones regionales de los orígenes y de los crecimientos industriales le parecen el rasgo distintivo y el marco territorial. Disentimos de la conclusión que se deriva de esta propuesta, si se la considera en un sentido absoluto. 24. Esta línea de lectura, en parte al menos, nos parece que es atribuible a la fase que podríamos denominar como de experimental que este tipo de estudios está viviendo en nuestro país más allá de las dificultades, de cierta consideración, de «traducir al italiano» metodologías y puntos de vista elabo­ rados con referencia a otras situaciones históricas. Para algunas observaciones sobre la historiografía social en la que tales planteamientos se inspiran, cf. G. Eley «Somc Recent Tendencies in Social History», en G. G. Iggers y H. T. Parker (eds.), International Handbook of Historicd Studies. Contemporary Research and Theory, Mctheun 6c Co., Londres, 1980, pp. 57-61, en especial.

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finanza italiana e internacional coaligada con la gran propiedad terri­ torial y, por el otro, el núcleo de industriales tan débil y disperso como consolidado, el cual ya era activo en ese momento. Un con­ flicto cuya resolución, tal vez inevitable por lo obvia, y por el acen­ tuado desequilibrio entre los dos grupos, provocará y garantizará la recomposición — o mejor dicho el delineamiento— y una moviliza­ ción de fuerzas de naturaleza multiforme que trabajará para una evo­ lución del sistema económico nacional y para una organización de la sociedad italiana, fundamentada en torno a los siguientes y esenciales criterios: primacía de esa agricultura y del trabajo a domicilio; exal­ tación de las «industrias naturales»; política comercial de puertas abiertas; mercado interior de baja capacidad; organización centra­ lizada del crédito. Y, a propósito de todo ello, nos viene a la mente la invectiva, por cierto interesada, de Francesco Ferrara contra la Banca Nazionale del Reino de Italia, que le resultaba como «un monopolio de hecho, la realidad de una fuerza que se introduce calladamente en la sangre de la nación, y que es preponderante en su economía».25 Se trataba, y conviene recordarlo una vez más, de una estructu­ ración y de una evolución cuyas raíces se hundían sólidamente en la historia de la península y en sus estructuras económicas y sociales. Y cuyo resultado no podía ser sino el de colocar fuera del orden de las cosas posibles, en un futuro previsible, el avance, y con mayor razón, un cambio de velocidad y de ritmo del proceso de industria­ lización. En un marco internacional en el que no se alentaba, aunque fuera mínimamente, la afirmación de estas aspiraciones industrialistas, por otra parte difícilmente eludibles, que pugnaban en idéntica direc­ ción, aunque en todo caso no en direcciones contrastables. Factores contingentes de orden externo —los estrechos vínculos políticos y económicos con Francia e Inglaterra y con algunos potentados econó­ micos y financieros de esos países— y de orden interno — el inmenso prestigio del partido moderado que había estado en condiciones de dirigir, contra sus deseos, pero finalmente con gran pericia y victo­ riosamente, el accidentado camino hacia la Unificación nacional— ayudaron a conseguir una casi inmediata resolución del mencionado 25. F. Ferrara, «La questione dei banchi in Italia», La Nuova Antología (15-XI-1875). La anterior cita de Bonelli, en F. Bonelli, «II capitalismo...», art. d t., p. 1202.

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conflicto, como lo demuestra ejemplarmente el tratado de comercio ultralibrecambista formalizado con Francia en 1863. Este tratado, aunque contenía la cláusula de «nación más favorecida», abría de par en par el mercado nacional — ya desprotegido por la generaliza­ ción de los aranceles piamonteses— a los productos acabados de los países que habían alcanzado un elevado nivel de industrialización, y determinaba la consecuente existencia de una exportación, en contra­ partida, de productos primarios.26 Pero el conflicto entre la alta finanza y la clase terrateniente, por una parte, y los industriales, por otra, que en el transcurso de los años siguientes atravesó más de una fase de perceptible latencia, estaba lejos de haber quedado efectivamente solventado. Pero des­ cendamos a la comprobación de los hechos. En el período de tiempo transcurrido entre la Unidad y la devastadora crisis en la que el país se encontró envuelto en la primera parte de la última década del siglo xix, a pesar de todo, el proceso de industrialización estuvo en condiciones, aunque penosamente, de sostenerse. En apoyo de esta interpretación podemos esgrimir las estadísticas de base de las que disponemos, aunque insuficientes y de mediocre fiabilidad; el con­ junto, no desdeñable, de informaciones que la historiografía ha podido aportar; el encrespamiento de ciertos debates parlamentarios y periodísticos; la creciente importancia de lo que más tarde se denominará cultura industrial y, finalmente, una serie considerable de iniciativas, de indagaciones y de propuestas políticas que testi­ monian, en su totalidad y unívocamente, tal supuesto .27 La industria algodonera consiguió asegurarse buena parte del mercado interior y también empeñarse en alguna aparición en el mer­ cado internacional (siendo reveladora en este sentido, aunque no 26. Sobre el tratado de comercio franco-italiano, el estudio de mayor re­ lieve es el de C. Fohlen, «II trattato di commercio franco-italiano del 17 gennaio 1863», en Arcbivio económico dell'unificazione italiana, I, vol. II, fase. I, ILTE, Turfn, 1963. Para una detenida reflexión sobre la función de las expor­ taciones de productos primarios en la evolución de la economía italiana dispo­ nemos ahora del apreciable ensayo de G. Federico, «Per una analisi del ruolo dell’agricoltura nello sviluppo económico italiano: note sull’esportazione di prodotti primari (1863-1913)», Societi e Storia, I I (1979), pp. 379-441. Falta, en cambio, un estudio sobre la estructura de las importaciones y de las parti­ das invisibles. 27. Cf., en general, G. Are, II dibattito sull'industrializzazione nell'etá dalla Destra, Nistri Lischi, Pisa, 1964.

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única, la aventura sudamericana de Enrico Dell’Acqua, expuesta por Luigi Einaudi).28 La industria lanera, aunque se moviese en un plano y a un ritmo indiscutiblemente inferior, marchaba en una dirección no muy diferente, con las grandes fábricas de Alessandro Rossi en Vicenza — el hombre que protagonizó la introducción de la sociedad anónima en el sector— ; con las de medianas dimensiones de Biellese, en las cuales las últimas resistencias de los tejedores manuales a la introducción del telar mecánico y los titubeos patronales estaban en vías de superación; y con las mediano-pequeñas de la zona de Prato, donde se había ido afirmando la elaboración de la lana rege­ nerada y donde, en 1888, aparecerá también el capital extranjero, en este caso alemán, invertido en la fundación de II Fabbricone, una empresa con centenares de obreros trabajando en el interior de la fábrica y un equipamiento técnico-productivo de primer orden .29 La industria de la seda, pese a las muchas dificultades que debía afrontar (enfermedad del gusano, pronunciada disminución de los precios y, posteriormente, guerra comercial con Francia) y a las per­ durables rémoras organizativas — aunque también a costa de un endurecimiento del régimen de fábrica que trae a la mente las impre­ sionantes investigaciones sobre Manchester de F. Engels—, fue inten­ sificando la mecanización y la concentración del proceso productivo .30 Pero son también evidentes progresos apreciables, aunque no fácilmente resumibles en una limitada valoración de conjunto, en otros varios sectores: en primer lugar el de la industria mecánica (al 28. L. Einaudi, Un principe mercante, UTET, Turín, 1900. 29. Entre los muchos estudios dedicados al empresario-politico-ideólogo véneto, además de la biografía de L. Avagliano, Alessandro Rossi e la nascita deU'Italia industríale, Librería Scientifica Editrice, Nápoles, 1971, señalaré: E. Franzina, «Alie origini delTItalia industríale: ideología e impresa in A. Rossi», Classe, I I I (1971), n.* 4, pp. 179-231. Para Bicllese vuelvo a recomendar la obra de V. Castronovo, L‘industria laniera..., op. d i., mientras que para Prato no existe un trabajo de nivel mínimamente aceptable relativo a este periodo (pero disponemos del viejo trabajo de E. Bruzzi, L’arte della lana in Prato, Prato, Giachetti, 1920). 30. Sobre la industria de la seda y sobre los muchos problemas que la agobiaban, además del amplio tratamiento que dedica a este sector B. Caizzi, Storia dell’industria.... op. rít., pp. 332-337, cf., también, la útil y ordenada investigación de L. Osnaghi Dodi, «Sfruttamento del lavoro nell’industria tessile comasca e prime esperienze di organizzazione operaia», Classe, IV (1972), n.° 5, pp. 83-151.

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menos para algunas, aunque no muy numerosas, espedalizaciones).31 Menos lineal y menos vistoso fue el crecimiento del sector side­ rúrgico y de la metalurgia en general. La persistente exportación de minerales y la importadón de navios de hierro y de material móvil y fijo por parte de las sodedades ferroviarias — en cuyas preferendas por lo que respecta a la elecdón de sus proveedores, además de elementales cálculos de conveniencia, desempeñaba un importante papel la presencia de intereses extranjeros—, hadan dificultosa la existencia de desarrollos espectaculares. Pero éstos empezaron a ma­ terializarse en la metalurgia d d hierro durante la década de 1880 (y en algunos pocos casos incluso antes) con d cierre de los arcaicos establecimientos que utilizaban el método directo, esparddos un poco por todas partes, con la consolidadón de algunas empresas y con la formación de otras, particularmente en Liguria (donde aparecieron, con notable impulso, los modernos hornos Martin-Siemens) y sobre todo con la construcdón de la gran planta de Temí, que a pesar de la proclamada voluntad de sus promotores no integraba todo el d d o de producción.32 La excepcionalidad de este establecimiento de Um­ bría, sin embargo, no viene determinada solamente por su potendalidad productiva, sino también y espedalmente por las circunstancias que presidieron su formadón en 1886, la cual estuvo caracterizada por la virtualmente dedsiva intervendón, política y finandera, del Estado y por la presencia de continuados dependientes del gobierno en la gestión del negodo, y también por una historia tortuosa, y en 31. Una relación casi completa de las principales empresas del sector se encuentra en las dos encuestas oficiales: Ministero della Marina, Relazione delta Commissione per le industrie meccanicbe e navali, Tip. del Genio Gvile, Roma, 1885, y Relazione a S. E. il Ministro della Marina sulle attuali condizioni delle industrie metallurgicbe, meccanicbe e navali in Italia, Tip. dei Fratelli Bencini, Roma, 1889, ampliamente ilustrada y comentada por L. De Rosa, Iniziativa e capitale straniero nell'industria metalmeccanica del Mezzogiorno, 1840-1904, Gianninl, Nápoles, 1968, pp. 124 $s. 32. El mejor estudio sobre la siderurgia italiana del siglo xrx sigue siendo el de G. Scagnetti, La siderurgia in Italia, Industria Tipográfica Romana, Roma, 1923. Para un breve esbozo de su evolución desde la Unidad hasta finales del siglo xrx, cf. G. Mori, «La siderurgia italiana dall’Unitik alia fine del secó­ lo xnc*, Ricercbe Storicbe, V III (1978), pp. 7-34. Podemos decir, por otra parte, que en general ningún sector industrial de algún relieve dispone, por lo que respecta a este período, de un trabajo sistemático en el plano nacional digno de cierta atención.

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parte oscura, que hace problemática una apreciación adecuada y no sectorial de la misma.” En concordancia con estos relativos desarrollos, en algunos cen­ tros urbanos de cierta consideración se empezaban a advertir de forma diversificada los ecos de una tal vez periférica presencia indus­ trial y de sus protagonistas, empresarios y clase obrera (en este sen­ tido me remito a los trabajos de Luigi De Rosa y de Marmo, para Nápoles; a los de Doria, para Génova; a los de Gabert y de Castronovo, para Turín; a los de Hunecke y de Dalmasso, para Milán).34 Mientras tanto, resonaban por primera vez entre la opinión pública de la época, además de los ya mencionados, nombres y razones socia­ les (Orlando, Cirio, Pirelli, Montecatini, Breda, Tosí, S.M . I., Edi­ son, etc.), que más tarde alcanzarían un papel destacado en la historia industrial del país, y se oía hablar cada vez más a menudo —y con mal disimulado temor— de agitaciones, de desobediencia obrera, de huelgas en las fábricas, de sindicatos de resistencia y, desde 1882, se hablaba abiertamente de un Partido Obrero Italiano .33 33. La más importante biografía de la Tcrni se debe a F. Bonelli, Storia di una grande impresa, Einaudi, Turín, 197?. 34. L. De Rosa, lnivativa e ..., op. cit.; M. Marmo, E l proletario napoletano in etá industrióle, Guida, Nápoles, 1978; G. Doria, Investimenti e sviluppo económico a Genova alia vigilia delta prima guerra mondiale, 2 vols., Giufíré, Milán, 1969-1973; V. Castronovo, «Lo sviluppo urbano di Torino nelT etá del decollo industríale», Storia Urbana, 1 (1977), n.° 2, pp. 3-43; P . Gabert, Turin, ville industrielle, PUF, París, 1963; E. Dalmasso, Milano, F . Angelí, Milán, 1970; V. Hunecke, Arbeiterscbaft und Industrielle Revolution in Mailand. 1859-1892, Vandcnhoeck & Ruprecht, Gotinga, 1978. Sobre la relación entre industrialización y crecimiento urbano en esta fase, cf. G . Aliberti, «Svi­ luppo urbano e industrializzazione nell’Italia libérale», Storia Contemporáneo, VI (1975), pp. 211-240 y 411-468. 35. Para una visión de conjunto de la historia de la dase obrera en Italia a finales del siglo xix, el trabajo fundamental es el libro de S. Merli (Proletariato d i ..., op. cit.), al cual han dirigido varias objedones —que, según mi opinión, sólo son compartibles en parte— A. De Ciernenti («Appunti sulla formazione della dasse operaia italiana», Quaderni Storici, X I, 1976, pp. 687 ss., especialmente) y A. Monti («Alie origioi...», art. dt.). Pero sigue siendo nece­ saria la permanente exigencia de estudiar la historia de esta dase social, ade­ más de adoptar una visión más amplia tal como se sugiere en d texto, en el sentido de una «historia sodal»: pero sin mermar o anular directamente su peculiaridad. En cambio, no existe una historia de la formadón difícil y fati­ gosa de los primeros núdeos de la burguesía industrial italiana y de su lenta consolidadón como clase. Sólo disponemos de algunas hipótesis de orden gene1 6 .— NADAL

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El supuesto de que el proceso d e industria liza ció n no experi­ mentó desastrosas detenciones después de la Unidad es, por otra parte, una afirmación que necesita de algunas matizaciones de carác­ ter intrínseco: sobre éstas, la controversia entre los estudiosos es grande y continúa abierta. La primera de esas divergencias corres­ ponde a la constatación de que el reforzamiento y las realizaciones creadoras del proceso se pusieron de manifiesto esencialmente en el sector dedicado a la producción de bienes de consumo.* 36 Se trata, ciertamente, de una evolución no muy alejada de la que puede encon­ trarse en otros procesos de industrialización. Pero queda en pie el hecho de que más allá de las novedades aparecidas en la industria ral, frecuentemente muy idcologizadas —pero creo que esto a nadie debe escan­ dalizar—, y un grupo nada consistente de estudios monográficos de diferente nivel. Están en curso investigaciones que se anuncian como prometedoras en cuanto enfoques y seriedad programática. Cf., en este sentido, A. M. Chiesi, «Una ricerca sulle biografié imprenditoriali nelTItalia libérale e fascista», Quaderni di Sociología, LX II (1977), pp. 109-149; G. Fiocca, «Dieci famiglie ¡«nprcnditoriali milanesi durante la seronda m etí dcU’800», Quaderni Storici, XVI (1981), pp. 703-710. Para un enfoque diferente, cuyos resultados podrán evaluarse sólo en una fase de ulterior elaboración y formulación, cf. G. Sapelli, «Gli “organizzatori della produzionc" tra struttura d’impresa e modelli cultu­ ral:», Storia d'Ualia, Annali, 4, Einaudi, Turín, 1981, pp. 592 ss., especialmente, pp. 620-634. 36. Desde este punto de vista atribuimos una importancia esencial al modelo dinámico elaborado por W. Hoffmann, Stadien und Typen der Industrialisiening, Institut für Weltwirtsschaft, Kiel, 1931. Este ensayo, poco utili­ zado por la historiografia económica, recupera las bien conocidas categorías marxianas de producción de bienes de consumo y de producción de medios de producción, pero tiene un límite de aplicabilidad en la problemática condi­ ción del material estadístico disponible en Italia. Ya se observó ron anterio­ ridad que las series recopiladas por el Instituto Central de Estadística (Sommario di statistiche storiche italiane. ¡861-1955, ISTAT, Roma, 1958, e Indagine s/atisca sallo sviluppo del reddito naziomle dell’Italia dal 1861 al 1956, ISTAT, Roma, 1957) son escasamente satisfactorias, al igual que las manipulaciones revisionistas realizadas sobre dicho material. En primer lugar, porque quienes las realizaron y, posteriormente, los historiadores que las usaron siempre se han negado, en esencia, a la aplicación del que constituye un criterio hermenóutico elemental, pero irrenunciable, de la investigación histórica, la crítica de las fuentes. Y esto es válido con mayor razón para las fuentes, diríamos, «construidos ex posl» y más aún, sin una rigurosa, clara y adecuada descrip­ ción sistemática y exhaustiva de los criterios seguidos en su tratamiento y elaboración. Una empresa ciertamente nada fácil, pero a la que no se puede renunciar con ligereza sobre la base del principio de «mejor esto que nada».

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metalúrgica, ello, por un lado, denotaba más de una dificultad en alcanzar una fase de expansión cualitativa e irreversible, y contribuía, por el otro, a engrandecer la dependencia del exterior por lo que res* pecta a materias primas y maquinaria. Y esto condujo a una especie de círculo vicioso, cuya ruptura antes de que terminara el período que estamos considerando, es decir, basta fines de la década de 1880, estaba fuera de las posibilidades efectivas de la industria italiana. La segunda matización se refiere al delicadísimo y controvertido problema de la intervención del Estado en la economía. Debemos decir antes que nada que — más allá de las reiteradas declaraciones filoliberales— es necesario reilexionar más sobre su intrínseca ambi­ güedad y efectos de cuanto se ha hecho hasta ahora, y que dicha intervención constituye una realidad incontrovertible y en evidente expansión a partir de 1861.37 Se la podrá considerar dentro de las funciones que el pensamiento liberal asignaba a las instituciones del Estado, se la podrá apreciar de manera diferente en cuanto a su amplitud efectiva, pero lo más importante es, al menos a nuestro entender, individualizar la línea de tendencia y su sentido desde una perspectiva de conjunto. Por lo que a nosotros concierne, nos parece más bien seguro que tanto la una como la otra pueden enmarcarse en una filosofía que, genéricamente, llamaremos antiindustrialista. ¿Estado de necesidad? ¿Vinculaciones externas? ¿Indispensabilidad de dotar al nuevo reino de un equipamiento infraestructural del que evidentemente carecía? ¿Heterogeneidad de los fines? Son interro­ gantes a los que se han dado respuestas diferenciadas. Pero es tam­ bién innegable que, en gran medida y en su conjunto, la política eco­ nómica y financiera del Estado italiano estuvo dirigida no tanto a 37. En lo que concierne a su aspecto más llamativo y normalmente más estudiado por los historiadores de la economía, es decir, la política presupues­ taria y dentro de ésta, en especial, el apartado del gasto, no existe para Italia nada de parangonable al fundamental estudio de A. T. Peacock y J. Wiseman, The Growth of public Expendil nre in the United Kingdom, National Bureau of Economic Research, Londres, 1961. Para un estudio de enfoque tradicional, pero dentro de ese ámbito útilísimo y técnicamente irreprochable (aunque no incluya las linanzas de los entes locales), cf. F. A. Repací, La fmatiza pubblica italiana nel secolo 1861-1961, Zanichelli, Bolonia, 1962. Y, sin embargo, no es sólo el volumen del gasto público, cuyo incremento fue más bien regular en el tiempo, lo que coniirma lo que se indica en el texto. Acerca de las nuevas dimensiones que adopta el intervencionismo estatal, sin apartarnos del terreno de lo económico, considérense los motivos expuestos en la nota 39.

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sostener los aún frágiles núcleos industriales, sino a proteger y a reforzar los ya muy consolidados grupos de banqueros y de financieros nacionales y extranjeros, agrupados en torno a algunos grandes ban­ cos, incluido el principal banco de emisión (que entre 1861 y 1881 no distribuyó, casi nunca, dividendos inferiores al 13 por 100 ),38 completamente desinteresados de un eventual desarrollo industrial del país .39 38. I. Sachs, L 'ltd ie, Librairie Guillaumin et C., París, 1885, pp. 1.137 ss. U:., también, R. De Mattia, ed., Storia del capitde della Banca d’ltd ia e degli istiluti predecessori, Banca d'ltalia, Roma, 1977, vol. 111, t. 1, pp. 353-357. 39. Pero estuvieron presentes y con un acusado protagonismo en las op­ ciones más comprometidas adoptadas por la administración estatal para los sectores y en los momentos más dispares y decisivos de la vida económica y social del país. Para escapar de lo genérico, en el compromiso solícita y solem­ nemente asumido por el nuevo Estado unitario de reconocer y de pagar las deudas públicas de los estados preunitarios (por la respetabilísima suma de más de 3.000 millones de liras de curso corriente: cf. F. A. Repací, La finanz a .... op. cit,, p. 116)¡ en las operaciones de venta de las tierras comunales; en la asignación de los muy lucrativos concesiones y arriendos estatales (taba­ cos, recaudación de impuestos); en las elecciones estratégicas del Estado en materia de construcción y de gestión de la red ferroviaria; en la emisión y colocación de numerosísimos y onerosísimos empréstitos; en la decisión de introducir el curso forzoso en 1866 y en las modalidades que adoptó su aboli­ ción, aprobada en 1881; en el arrendamiento de la explotación de las ricas minas de hierro de la isla de Elba pertenecientes al patrimonio del Estado (so­ bre todos estos episodios, la referencia más segura es E. Corbino, A n n d i delT economía itdiana, Leonardo da Vinci, Cittá di Castello, 1931 y ss., voL 1-111, passim); en la abolición de la declaración jurada (afjidavit) adoptada en 1881, lo que hizo posible el cobro en oro en las plazas extranjeras de los intereses de la deuda pública sin necesidad de la exhibición del título y de prestar el juramento, que antes se requería, de que los títulos pertenecían a ciudadanos extranjeros (cf. M. Fasiani, «Debito pubblico», en Enciclopedia bancaria, Sperling Se Kupfer, Milán, 1942, voL 1, p. 581). Esta oportunidad fue, natural­ mente, aprovechada por muchos poseedores de deuda pública de nacionalidad italiana, si bien es cierto que hasta 1894, año en que se restableció el affidavit, se produjo una fuerte reducción de más del 60 por 100 del volumen de los intereses de la deuda pagados en el exterior (cf. A. Confalonieri, Banca e in­ dustria in Italia. 1896-1906. 1: Le premesse: d d l’abolizione del corso forzoso olla caduta del Crédito Mobiliare, Banca Commerciale Italiana, Milán, 1974, p. 57, n.“ 1). En páginas posteriores tendremos ocasión de constatar qué repre­ sentó para los grupos financieros italianos ese año de 1894... Pese a que tal selección tenga mucho de unilateral, parece más bien problemático evitar la conclusión de que esa cadena de hechos fuese de todo menos casual. Es decir, que en esto se concretó la manifestación puntual de una línea de acción del Estado italiano, más o menos meditada, que estuvo, sin duda, poderosamente

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La tercera matización, en parte vinculada con la precedente, se concreta mediante la constatación de que durante los 50 años poste­ riores a la Unidad, el proceso de industrialización no llega, aunque ciertamente progrese, a alcanzar el punto crítico más allá del cual la industria puede asumir una posición dominante y convertirse en pun­ to de referencia — otra explicación requerirían los planeamientos de estrategias, proyectos, aspiraciones— del desarrollo económico y so­ cial del país. Un desarrollo cuya evolución profunda estaba, en cam­ bio, siempre influida en determinada medida por los grupos bancarios y financieros a los que nos acabamos de referir.40 Pero también por la gran propiedad terrateniente. ¿Qué significado debería de otro modo otorgarse a las enormes dificultades para conseguir la con­ fección del catastro; a las batallas, no siempre afortunadas, de Quininfluida por esos grupos financieros. Como escribió B. Supple («The State and industrial Revolution», en The Fontana economía Hístory of Europe, CoDins, Londres y Glasgow, 1971, vol. 3 (hay trad. cast.: «El Estado y la Revolución Industrial, 1700-1914», en Cario M. Cipolla, ed., Historia económica de Europa. La Revolución industrial, Ariel, Barcelona, I II , 1979, pp. 312-370), «si bien el poder del Estado era virtualmente absoluto, debe ser considerado también como parte de la sociedad y, en cuanto a tal, constituía el reflejo de específicas fuerzas sociales y representaba (aunque confusa y mezquinamente) particulares intereses de grupo o de clase» (p. 10). Para una tentativa de análisis m is deta­ llado de la vinculación Estado-economía, con referencia a la estructura social de la Italia postunitaria, me permito citar mi «Inttoduzione alia seronda edizione» (en G. Morí, ed., L'industridizzazione in lid ia (1861-1900), H Mulino, Bolonia, 1981, pp. 19-25), en la que he tratado de delinear d sentido y las rafees del antiindustrialismo de los grupos bancarios y financieros, de la gran propiedad terrateniente y de la política económica d d Estado italiano, fuerte­ mente rondidonada por estas fuerzas sodales, en d período considerado. 40. A título meramente indicativo, es el caso de recordar que, según un cálculo realizado recientemente, del aumento de «730 millones del capital no­ minal de las sociedades industriales y de servidos registrado durante la década 1881-1890..., 546 millones correspondían al sector de los transportes», y que «de los 195 millones de valor nominal de las obligaciones emitidas durante ese período, 136 correspondían (también) al sector de los transportes» (cf. A. Confalonieri, Banca e .... op. cit., vol. I , p. 43). En suma, se trata de una aproximación a las tendencias de las grandes inversiones privadas, que en esentia no eran muy diferentes de las dominantes en las décadas precedentes (para las cuales, cf. el todavía útilísimo estudio de F. Coppola D ’Anna, «Le societá per azioni in Italia», en Ministeto per la Costituente, Rapporto delta Commissione económica preséntalo d l ’Assemblea Costituente. II. Industria. I II . Appendice d ía Relazione (Questionari e monografía), Istituto Poligrafico ddlo Stato, Roma, 1946, pp. 256-257).

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tino Sella para sustraerle el control de consistentes cuotas de ahorro; a la ley forestal y a la de las aguas públicas; a las penosas vicisitudes de la distribución de la propiedad territorial y, lo que es más, de la del impuesto sobre el grano y a la involución que todo ello deter­ minó en vastas zonas del sur, agravando, consecuentemente y no sólo a corto plazo, la ya grave «cuestión meridional»? Y tampoco hay razones para descuidar, sino todo lo contrario, el peso, siempre en aumento después de la Unidad, de los considerables intereses de los armadores y comerciantes, particularmente fuertes y extendidos en algunas ciudades como Génova y Palermo .41 Debería entonces ser más comprensible por qué el conflicto que se abrió antes de la Unidad, al que nos hemos referido anteriormen­ te, nunca fue paliado y mucho menos superado. Y también cabe agregar que fue precisamente la titubeante evolución del proceso de industrialización el que introdujo motivos posteriores, que no eran fácilmente reparables, de malestar y de división dentro de las clases dirigentes. Entre éstos recordaré, por su particular agudeza, las deci­ siones que debieron adoptarse respecto a la política aduanera; la respuesta que se dio a la creciente resistencia obrera en el lugar de trabajo, a su proceso organizativo primero y a su politización des­ pués; y la actitud a tomar frente a las incipientes presiones expansionistas y colonialistas que provenían de ambientes políticos, inte­ lectuales y económicos sobre las que hasta ahora no se ha proyectado la luz suficiente, limitándose, algunos, a hablar de un llamado bloque de siderúrgicos, constructores navales y navieros, del cual, a comien­ zos de la década de 1880, no es fácil advertir, en el estado de nues­ tros conocimientos, huellas de relieve.42 Motivos de malestar y de 41. Cf., en este sentido, E. Serení, «TI nodo delta política granaría», en Capitalismo e mércalo nazionale in Italia, Editorí Riunití, Roma, 1966, pp. 150160 (hay trad. cast.: Capitalismo y mercado nacional, Critica, Barcelona, 1980, pp. 120-316), del que disentimos sobre los planteamientos interpretativos más generales. 42. Como acertadamente ha puesto de manifiesto G. Barone («Lo stato c la marina mercantile in Italia (1881-1894)», Studi Storici, XV, 1974, p. 630), quien corrige, oportuna e inteligentemente, otro juicio suyo anterior (cf. «Sviluppo capitalístico e política financiaría in Italia nel decennio 1880-1890», Studi Storici, X III, 1972, p. 575, especialmente sustentando la «convergencia de intereses de la siderurgia, de la construcción naval y de las empresas navie­ ras». Ya sea en el terreno político, como en el más específicamente económico, se fraguó, en cambio, desde comienzo de la década de 1880, un conflicto entre

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división como éstos empezaban a aflorar y a confundirse con las dife­ rencias, los desgarramientos, los desacuerdos que envolvían y turba­ ban a las clases dirigentes desde hacía tiempo y de manera creciente. Y llegaron a afectar — son observaciones esbozadas hace tiempo sobre las que estamos de acuerdo— también a las clases trabajadoras urba­ nas y agrícolas.41 Por otro lado, es indispensable señalar que si el proceso de industrialización fue portador intrínseco de nuevos e insuperables motivos de fricción y de separación — una realidad, por otra parte, propia también de cualquier otra experiencia similar— , fue también factor — y no a nivel secundario— de la convulsión modernizadora que, pese a resultar un tanto diluida, invadió el reino de Italia inme­ diatamente después de la Unidad en varios campos y de manera irreversible. Por cierto, modernización es un concepto impreciso y muy maleable. Y en algunos aspectos, hasta puede parecer de pre­ sencia obligada en un país que debemos adscribir entre aquellos con diversas fuerzas sociales preeminentes, de naturaleza bastante dife­ rente y frecuentemente antagonizadas. Pero tiene mucha razón Franco Bonelli en subrayar que precisamente con la Unidad nacional y junto a la construcción de un Estado oligárquico en su estructuración poli-*43 los que anhelaban una política colonial activa y los que deseaban una política tendente a favorecer el desarrollo interno (como la mayor parte de los indus­ triales). En lo que concierne al comportamiento frente a la incipiente «cuestión obrera», es suficiente recordar la franca posición de Sella en favor de la sindi­ cación y de las huelgas (G. Are, «II problema dello sviluppo económico dell’ Italia nel pcnsiero y nell’opera di Quintino Sella», en G. A. W., Alie origini dell'India industríale, Guida, Nápoles, 1974, pp. 180-181) y la oposición a una y a otras adoptada por la mayoría de las clases dirigentes (G. Neppi Modona, Sciopero, potete político e magistratura. 1870-1920, Laterza, Barí, 1973, pp. 18 ss., interesante también para el debate que generó esta cuestión). Pero la polémica también existía en torno al tema de la intervención estatal en materia de legislación social (cf. A. Salvestrini, I moderati toscaui e la classe dirigente italiana. 1859-1876, Olschki, Florencia, 1965, pp. 238-247; G. Monteleone, «La legislazione sociale al parlamento italiano», Movimento Opéralo e Socialista, XX, 1974, pp. 229-284). 43. Cf., en este sentido, las consideraciones, a este aspecto bastante per­ tinentes, de A. De Clementi, «Appunti sulla...», art. cir., p. 710. Pero el fenómeno no había escapado a un testigo penetrante y partícipe de esta reali­ dad como Antonio Labriola (cf. la carta de Antonio Labriola a Eleonora Marx Aveling del 24 de agosto de 1891, en Antonio Labriola, Democrazia e socia­ lismo, Feltrinelli, Milán, 1954, p. 63, edición a cargo de L. Cafagna).

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tico-constitucional, pero cuyo nacimiento había llevado a la derrota de tradicionales e importantes fuerzas retrógradas, se fueron afir­ mando instituciones, estructuras, servicios, códigos de comportamien­ to públicos y privados de alguna manera asimilables a los de la Europa de su época. No podemos desechar, sin reflexión, otra inter­ pretación de distinto contenido — a la vez parcial y totalizadora y no necesariamente alternativa a la de Bonelli, de la cual disentimos por las argumentaciones anteriormente expuestas— sobre la «moderniza­ ción italiana», la aportada por Silvio Lanaro. Según su opinión, la misma implica y define la molecular e impetuosa formación en este país de una conciencia intelectual dirigida a proyectar y construir un desarrollo económico y social de impronta organicista — pero, en el fondo, ¿no es ésa «la utopía» de todas las clases dirigentes en la época contemporánea?— capaz de aglutinar y de hacer posible la convivencia entre industria centralizada y trabajo a domicilio, entre industriales y capas financieras y mercantiles, entre ciudad y campo, entre gran propiedad territorial y amplias masas de campesinos, aun­ que socialmente diferenciados. Un desarrollo gobernado sobre la base de una positiva mezcla de ideologías y de intereses, de un régimen de autoritarismo consensual que las clases dirigentes y el país, en realidad, nunca desplegaron/ 4

5.

Los

«A Ñ O S

m ás neg ros»

(1888-1894)

En los años comprendidos entre 1888 y 1894, los «años más negros» de la aún breve existencia del nuevo reino, podría colocarse el tercer y decisivo giro del siglo xtx en la historia de la industria­ lización italiana. Si se recuerda que 1888 es el año en el cual entró en vigor el arancel general proteccionista y que 1894 es el año en el que empieza a invertirse, después de una serie de bruscos vaivenes a cual más sombrío, una ruta siguiendo la cual la totalidad del siste­ ma bancario italiano, y no sólo él, estaba navegando a toda velo­ cidad hacia el naufragio. En la actualidad, más de un estudioso está de acuerdo con que la política aduanera codificada en 1887 — que tenía a sus espaldas una larga fase de reiteradas presiones por parte 4 44. S. Lanaro, Nazione e lavoro, Marsilio, Padua, 1980, passim. La cita precedente de Bonelli, en F. Bonelli, «II capitalismo...», art. cit., pp. 1.209-1.210.

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de algunos círculos industriales, políticos y culturales, por cierto minoritarios— estaba «inspirada en la lógica de un desarrollo indus­ trial autónomo».456 4No reanudaríamos aquí la discusión sobre un tema tan controvertido sí no es para recordar que ese arancel estaba orientado también a defender la producción cerealística; él cual, y en esto existe acuerdo generalizado, sin el apoyo de la dase terra­ teniente, que por consiguiente no faltó, hubiera tenido muy pocas posibilidades de ser aprobado por el Parlamento (un hecho que deter­ minó que alguien llegase a identificar en dicho arancel el proceso y las señas de identidad de una convergencia de las clases propietarias en su conjunto, un pacto en condiciones de resistir a través del tiempo las pruebas más dispares); que aplicaba al lingote de hierro una tarifa arancelaria considerada de naturaleza fiscal hasta por un librecambista impenitente como Pareto, cuyo verdadero sentido era el de una evidente renuncia por parte de los siderúrgicos autóctonos a desarrollar la integridad del ciclo de producción. Y que, por últi­ mo, al día siguiente de su entrada en vigor, y a pesar de todo, siguió imparable hasta finales de siglo la hemorragia de materias primas canalizadas desde hacía tiempo hacia el mercado internacional (de minerales ferrosos del Elba y, en particular, de azufre siciliano: res­ pecto del cual vale la pena tener presente que, hacia finales del siglo xix, Italia detentaba el monopolio a escala mundial).44 Esto no quiere decir en absoluto que el arancel careciese de todo sentido. Y mucho menos que hayan tenido o tengan razón quienes, como los críticos de la época y algunos estudiosos de la actualidad, hubieran sostenido o sostengan que la adopción del mismo fue, fun­ damentalmente, «errónea». Es indudable que éste favoreció, y no poco, a la ya adulta industria algodonera; permitió a la Temi no entrar en crisis inmediatamente después de su fundación; estimuló 45. Esta expresión figura en el ensayo de G. Federico, «Per u n a ...», art. cit., p. 418. Pero esta interpretación, aunque debido a motivaciones de dis­ tinto signo, se encuentra tan compartida como escasamente fundamentada sobre investigaciones ultimadas de primera mano. 46. Respecto a la opinión de Pareto y sobre las exportaciones de hierro, cf. G. Mori, «La siderurgia...», art. d t., pp. 27 y 29. Sobre las exportadones de azufre y el monopolio siciliano de esta materia, cf. F. Squarzina, Produzionc e commercio dello zolfo i» Sicilia m i secolo X IX , ILTE, Turín, 1963, pp. 100 y 145. Pero también se exportaba la totalidad de los minerales de plomo, zinc y mercurio producidos en Italia.

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a algunos industriales siderúrgicos a pensar a gran escala, en mayor o menor medida; estableció algunas premisas para reservar el mer­ cado interior a aquella industria italiana que se pusiese verdadera­ mente en condiciones de conquistarlo, y para favorecer eventuales proyectos de inversión —directos o indirectos— de capitales extran­ jeros en el sector secundario. Nos urge, además, recordar una consecución temporal, que se da por descontada y sobre la que es raro detenerse. Poco después de la entrada en vigor de dicho arancel, la economía y la sociedad italianas cayeron, aparentemente sin ningún tipo de «preaviso», precisamente en sus «años más negros».47 La lógica del post hoc ergo propter hoc es sólo casualmente fiable. Y por tanto, nos cuidaremos de afirmar que el proteccionismo fue la causa, o la concausa, de la tempestad que a partir de entonces reinó sobre todo el país. Pero también disenti­ remos de los que, examinando esa determinación en relación con el proceso de industrialización y con su devenir en Italia, considerasen sus efectos en la categoría de meros ajustes coyunturales. O de una simple interrupción del proceso industrializador, luego solícitamente reanudado de forma inmejorable y con éxito, gracias también a la introducción del proteccionismo. En realidad tenemos la convicción de que los problemas frente a los cuales se encontraba entonces la industria italiana, entendida como conjunto de equipamientos mate­ riales y de conocimientos técnicos, de capacidades directivas y eje­ cutivas, y como lugar social de trabajo y de conflicto, eran de tal magnitud, que la nueva política arancelaria tal vez habría podido aliviarlos pero no resolverlos, aunque sólo fuera de forma tendencia!. Es cierto que tal disposición puede aparecer como el indicio de una nueva actitud del Estado en relación y a favor del desarrollo indus­ trial del país. Y que, según algún estudioso, se vería confirmada por otras específicas intervenciones estatales, como las subvenciones a la marina mercante; la consistencia de las sumas presupuestadas para la marina de guerra y para el ejército; la obligación, impuesta a las sociedades ferroviarias, de comprar material móvil a empresas nacio­ nales. Una interpretación de este tipo, aplicada a la política econó­ mica del Estado italiano en la década de 1880, nos parece, como mínimo, débilmente fundamentada y carente de una argumentación 47 Gimo escribe G . Luzzatto, L'economía italiana dal 1861 al 1914 (18611894), Banca Commeicialc Italiana, Milán, 196}, vol. I, p. 231.

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orgánica. En la medida que esto puede desprenderse del examen de los acontecimientos de esa década, convendrá entonces detenerse con alguna atención en ellos. Pero no sin antes recordar que esas Ínter* venciones — ya aludimos a la relativa oscuridad del caso Temi, al igual que a la perdurable exportación de todo el mineral de hierro del Elba y del azufre siciliano— tuvieron resultados más bien dudo­ sos, puesto que: los armadores privados continuaron comprando navios de hierro, cuando lo hacían, en el mercado internacional; en­ tre 1870 y 1885 sólo una gran nave de guerra, la Lepanto, se cons­ truyó en astilleros privados, y que desde 1885 hasta 1892 no se proyectaron otras; a pesar de algunas encomiables decisiones del Par­ lamento, como la aprobación de los convenios ferroviarios de 1885, sólo una parte no elevada de las nuevas locomotoras se asignó, efec­ tivamente, a fábricas italianas, al igual que algún pedido de material fijo para las vías, de armas o de elementos blindados para las naves de guerra .48 El hecho es que, como se acaba de señalar, para afrontar 48. Entre 1885 y 1894 se construyeron, en los astilleros nacionales, 11 bu­ ques de vapor de más de 500 toneladas de desplazamiento, que en conjunto tenían un total de 19.438 toneladas, mientras que se compraron en el extran­ jero 107 buques que tenían un arqueo bruto total de 201.522 toneladas (cf. G. Roncagli, «L’industria del trasporti marittimi», en Cinquant’anni di storia italiana, Hoepli, Milán, 1911, vol. I, p. 29, el cual agrega que «a pesar de la atractiva prima establecida en la ley de 1885, los armadores preferían comprar naves viejas en el extranjero... y estaban casi seguros de hacer un buen uso de su dinero, mucho mejor que el que hubieran podido hacer si, para obtener la prima, hubiesen optado por construir las nuevas naves en astilleros nacio­ nales pagándolas bastante más c a r a s p . 30). En lo que concierne a los navios de guerra, conviene recordar que, hasta finales de siglo, se construyeron casi exclusivamente en los astilleros estatales de La Spezia, Castellammare y Venecia (cf. Ufficio Storico delta Marina Militare, La marina militare nel primo secolo di vita (1861-1961), Tip. Regionale, Roma, 1961, pp. 37-38, ap.). A la industria privada, además de las pequeñas embarcaciones, se le encomendó, por lo general, la construcción de las calderas y de los motores (cf. F. S. Nitti, «II bilancio dello stato dal 1862 al 1896», en Scritti sulla quesiione meridionale, Latcrza, Barí, 1958, p. 218; pero cf., también, G. Giorgerini y A. Nani, Le navi di linea italiane (1861-1961), Ufficio Storico della Marina Militare, Roma, 1962, pp. 118 ss., quienes nos informan de que la artillería, las calderas y los motores del famosísimo Lepanto fueron importados, como en posteriores oca­ siones, de Inglaterra). No es por casualidad que los astilleros figures aparecie­ ron «en su mayor parte reducidas a vastos recintos de muros de dique o í los que crece la hierba» a ojos de los miembros de la comisión para las industrias mecánicas y navales que los visitó en 1884 (la cita está tomada de L. De Rosa,

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los problemas de fondo de la industria italiana en esos años Hubi'Jra sido necesario preparar y hacer operativa una línea de actuación — por parte de empresarios, del sistema crediticio y del E s ta d o capaz de incidir de raíz en el complicado nudo de la problemática planteada, sólo deshaciendo el cual se hubiera podido dar un «salto» estratégico tendente a colocar a la industria en una posición de vanguardia — como motor y guía— del crecimiento económico y social del país, aunque ello hubiera tenido lugar, por otra parte, en Inizialiva e .... op. cit., p. 134). Para la suspensión de toda construcción de navios «mayores» entre 1885 y 1892, cf. el cuadro que se reproduce en el apén­ dice del estudio de G. Bozzoni, «Marina militare e costruzione navali», en Cinquant'anni..., op. cit., vol. I, p. 67. En cuanto a los pedidos de material ferroviario, sabemos que por lo que se refiere a los coches y vagones que la industria nacional estaba en condiciones de poder sostener con éxito la com­ petencia extranjera en el mercado interior, pero debemos señalar que la situa­ ción era totalmente diferente en lo que condeme a las locomotoras, cuyo parque aumentó de 1.443 a 2.763 entre 1880 y 1890 con un incremento de 1.320 unidades (cf. E. Corbino, op. cit., vol. I II , p. 318). De las fragmentarias noticias de que disponemos, constatamos que, en dicho intervalo de tiempo, Berda habría construido 94 locomotoras (Aeda, D d ferro dVaccido, Turfn, Tip. STP, 1967, p. 60); que Ansaldo habría construido 168 entre 1883 y 1890 (G. Doria, A nn d i dell’economia..., op. cit., vol. I I, p. 27; sin embargo, faltan los datos relativos a 1890). Poco se sabe de Pietrarsa, donde, por otra parte, hasta 1881 se habían construido de 10 a 12 al año (L. De Rosa, Inkialiva e .... op. cit., p. 116). Y no se conocen los datos relativos a la producción de loco­ motoras por parte de las otras dos empresas en condidones de construirlas, la Miani e Silvestri y la Costruzioni Meccaniche di Saronno, fundada en 1887 con capital alemán (P. Hcrtner, «Fallstudien zu deutschen multinationalen Untemehmen vor dem Ersten Weltkrieg», en Hg. von N. Horm y J. Kocka, eds., Recbt und Entwicklung der Grossunternehmen im 19. und fritben 20. Jabrbundert, Vandenhoeck & Ruprecht, Gotinga, 1979, pp. 396-399). Se trata —y es oportuno remarcarlo— de uno de los primeros casos de inversión directa de capital alemán en el sector industrial italiano. En esta misma época, la L. Schwartzkopff había fundado una fábrica de torpedos en Veneda (ibid., p. 400), la Koerting había construido una fundición en Scstri Ponente, la Bochumer Verein habla tomado una fuerte partidpación en la Tardy e Benech de Savona (G. Doria, Inveslimenli e .... op. cit., vol. I I , pp. 30-31 y 174) y la casa Kossler, Mayer e C. había levantado el Fabbricone de Prato: no debemos olvidar que 1887 es el año de la renovadón de la Triple Alianza y del estableam iento del arancel general protecdonista. En lo que condeme a la produc­ ción de locomotoras puede decirse, resumiendo, que según una publicación conmemorativa de los Ferrovie dello Stato (Direzione Genérale delle FF. SS., 11 centenario delle ferrovie itdiane, 1839-1939, De Agostini, Roma, 1940, vol. I , p. 353), entre 1880 y 1890 se importaron el 62,5 por 100 de las nuevas

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un contexto internacional nada estimulante. Pero también porque allí estaba la brutal lección de los hechos para demostrar que probablemente se encaminaban hacia el ocaso muchas oportunidades de una evolución material — e ideal— posterior, al quedar ésta enlen­ tecida y controlada bajo la égida del binomio productivo agriculturatrabajo a domicilio (una evolución que habían contemplado, con no disimulado interés, empresarios e intelectuales de la época y sobre la que ahora se insiste con nuevo énfasis y con inteligentes presiones por parte de sectores no periféricos de la historiografía social sobre la Italia contemporánea).49 Que se trata de esto y no de otra cosa puede comprenderse si se examinan, aunque sea de manera extremadamente concisa, los dra­ máticos acontecimientos de esos años. Se admite de forma generali­ zada — aunque investigaciones profundas del tema podrán y deberán aportar y articular una mejor intetpretación— que una de las causas principales que originaron aquéllos debe identificarse con las conse­ cuencias de la crisis agraria que, desencadenada por elementos exógenos a la realidad de Europa (aunque ni entonces ni hoy no parece lícito dudar de que también hubo causas de orden interno), empezó a dejar sentir sus efectos nefastos en Italia a comienzos de la década de 1880, con precios a la baja, también presionados en el mismo sentido por la abolición del curso forzoso; fatigosas reconversiones en el sistema de cultivos; probable crisis del trabajo domiciliario; choques violentos entre propietarios y arrendatarios; creciente into­ lerancia de los campesinos y de los obreros del campo; protestas locomotoras adquiridas por las sociedades ferroviarias, aunque se produjo una sustancial mejora por lo que respecta a la dependencia de las importaciones en relación con las décadas precedentes. De manera que no serla lícito afirmar que nada estaba cambiando. Es necesario advertir, en cambio, que las presiones a favor de una intervención del Estado en apoyo de la industria mecánica na­ cional encontraban muy fuertes resistencias —objetivas, pero también subje­ tivas—, y que durante todo el período que precede a la recuperación que se inicia a finales del siglo xix, sus resultados estuvieron lejos de ser espectacu­ lares. Y de esto también puede deducirse que en el transcurso de esos años la capacidad de los fabricantes de productos semielaborados (lingote y acero), para influir sobre la política económica del Estado italiano, aunque innegable, no era tan pronunciada como se considera a menudo. 49. Es típico, en este sentido, el artículo de V. Hunecke, «Cultura liberale e industrialismo nclTltalia dell'Ottocento», Studi Storici, X V III (1977), pp. 23-32, que en ningún caso puede considerarse único.

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desordenadas contra una presión fiscal asfixiante; enorme incremento de la emigración, en especial en el sur, fueron los componentes fun­ damentales, aun cuando tuvieran una variable incidencia, de una oleada que iba modificando la estructura agraria y debilitando su posición relativa dentro de la economía nacional. La guerra comercial con Francia, surgida de la conjunción de una serie de múltiples circunstancias internas y externas, económicas y políticas, surtió el efecto de la clásica gota que hace desbordar el vaso ya colmado. Si bien es verdad que la misma provocó durante un breve período una brusca caída de las exportaciones, en especial de las de vino, una disminución de los precios de este producto, y a la vez un imprevisto factor de crisis y de incertidumbre sobre el futuro en varias regiones agrícolas — meridionales en primer lugar— y, probablemente, más de una dificultad para los importadores de materias primas industriales a causa de una balanza comercial que, después de la ruptura comercial con la vecina república, era previsi­ ble que estuviese caracterizada por insoportables déficits.50 Paralelamente a la crisis agraria y a la guerra comercial con Fran­ cia, fue madurando, por vías nada subterráneas, un tercer y mortífero ingrediente destructor. Durante 1881 se había deliberado acerca de la abolición del curso forzoso, tal vez pensada para reducir el enorme poder de la gran banca en general y del Banco Nacional en particular. Las consecuencias de esta decisión, sin embargo, fueron totalmente diferentes. En principio, estimuló un flujo de capitales extranjeros frescos hacia el país —según una estimación de Supino cuantificable en la hermosa suma de aproximadamente 500 millones— , que inyectó en el sistema una dosis agregada de liquidez.51 Además, la mencionada ley había establecido que los billetes de los bancos de emisión seguirían teniendo curso legal durante un período de dos 50. Sobre las vicisitudes y las consecuencias de la «guerra comercial» con Francia no existe un estudio específico, y por ello debemos recurrir a E. Cor­ bino, Annali deWeconomía..., op. cit., vol. III, pp. 230-262, y a G. L um tto, L’econom'ta italiana..., op. cit., pp. 231 ss. 31. C. Supino, Storia delta circolazione cartacea i» Italia (dal 1860 al 1928), Soc. Edit. Libraría, Milán, 1929, pp. 88-89. Para el debate que precedió a la abolición del curso forzoso, cf. G. Carocci, Agostino Depretis e la política interna italiana dal 1876 al 1887, Elnaudi, Turín, 1954, pp. 342-354, pero también para los aspectos económico-financieros, E. Corbino, Annali dell'econo• m ía ..., op. cit., vol. III, pp. 388 ss.

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años a partir de su promulgación. Sucedió, por otra parte, que esa provisionalidad se convirtió en permanente. Poco después, coinci­ diendo con el incremento de la masa metálica en circulación, debido a un empréstito suscrito en el extranjero y destinado a la amortiza­ ción del papel moneda, empezó a aflorar un fenómeno tan obvio como desastroso: la circulación de papel moneda, en vez de disminuir, superaba cada vez en mayor cuantía el límite legal (y unos años des­ pués se descubrió que un banco de emisión, la Banca Romana, había estado emitiendo billetes dobles, con idénticos números de serie). Los bancos de emisión, con el Banco Nacional del Reino de Italia a la cabeza — que llegó a crear su propio «Crédito hipotecario»— , y con éstos y sostenidos por éstos, otros bancos grandes y pequeños habían emprendido con agresividad y con enormes medios una cam­ paña para una masiva financiación de la especulación. Esta fase estu­ vo caracterizada esencialmente por la especulación en el sector de la construcción, tanto en Ñapóles como, con espectacular magnitud, en Roma.52 No puede decirse que el gobierno ignorara semejantes com­ portamientos, que debían ser valorados no sólo como aleatorios al máximo, sino también e indiscutiblemente, al margen de la ley, que ni los combatiese. Tampoco parece que la influencia política de los industriales fuese de suficiente entidad como para poderlos blo­ quear o al menos combatir. La gran banca, los grandes grupos finan­ cieros y sus numerosos y poderosos amigos, en definitiva, seguían aún sólidamente aferrados a los centros de poder. Pero después, al cabo de algunos años de efervescencia, llegó fulminantemente la catástrofe. El enfebrecimiento de las actividades económicas a con­ secuencia de la crisis agraria y de la contracción del comercio exte­ rior; la imprevista interrupción en la colocación de inmuebles en la capital; rumores de irregularidades bancarias que después resultaron ciertas, derivadas quizá de errores e ingenuidades, pero también de malversaciones y de verdaderos delitos económicos cometidos por los 52. Los descuentos y anticipos de los bancos de emisión pasaron de 2.519 millones en 1883 a 4.438 millones en 1886 (Annuario statistico italiano. Anni 1887-1888, Roma, 1889, p. 954). Sobre el incremento de la circulación mone­ taria, cf. C. Supino, Storia delta..., op. cit., pp. 91 ss. Para la especulación en el sector de la construcción inmobiliaria en Roma, el trabajo más importante sigue siendo el de A. Caracciolo, Roma moderna, Rinascita, Roma, 1956, pp. 148-185. Encontraremos una visión de conjunto de las vicisitudes de la especu­ lación bancaria en A. Confalonieri, Banca e ..., op. cit., pp. 4-31 y 59-79.

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hombres de negocios y de gobierno, llevaron en breve plazo al derre de la Banca Romana y a la secuela de escándalos que le siguieron, al derrumbe de sodedades inmobiliarias y de bancos, entre los que se encontraban los dos mayores, el Crédito Mobiliare y la Banca Generale .51 Mientras tanto, en un país ya perturbado por acontecimientos tan damorosos, d ampliamente extendido descontento popular se ma­ nifestó en los movimientos de los fasci sicilianos y en las turbulentas agitaciones de la Lunigiana, reprimidas y solventadas mediante d estado de sitio, en tanto que la lucha política, envenenada por los escándalos bancarios, alcanzó cotas de verdadero paroxismo. Al mis­ mo tiempo, la deuda italiana, negociada en grandes proporciones en el extranjero, perdía punto tras punto en las prindpales bolsas euro­ peas, en especial en la de París, y exigía intervenciones tales que sin un auxilio exterior —que después se obtuvo de Bismarck— 14 el go­ bierno italiano no estaba ciertamente en condidones de efectuar.

6.

Los ORÍGENES DE LA CULMINACIÓN

Como ya hemos anticipado, fue durante estos años terribles cuando se materializó d tercer y decisivo giro decimonónico d d proceso de industrialización en la península italiana. La gran propie­ dad terrateniente empezaba a salir fuertemente fortalecida de los años de ndasta incertidumbre de la crisis agraria, a pesar del im­ puesto sobre el grano. La gran banca y los grupos financieros, que habían hecho y deshecho en la economía italiana durante un terdo de siglo, habían quedado sepultados bajo los escombros de una serie de desastres en los que tenían no pocas responsabilidades. La muerte de un Brombini y de un Balduino en vísperas de esos años, y de Bastogi poco después, de alguna manera tuvo, como se acostum-534 53. Junto a la aportación clásica de M. Pantaleoni, «La caduta della Societá Generale di Crédito Mobiliare», Giornale degli Economisti, n .s., VI (1895), pp. 357-429, 517-589 y 437-503 (11), cf. el estudio definitivo y docu­ mentadísimo de E. Vítale, «La riforma degli Istituti di eraissione e gli "seandaü bancari" in Italia», en Italia. 1890-18%, 3 vols., Cámera dei Diputad, Roma, 1971. Pero sigue siendo de máxima utilidad la obra de G. Di Nardi, Le banche di emissione in Italia nel secolo X I X , UTET, Turfn, 1953, pp. 339424. 54. F. Stem, Gold and Iron, Alien and Unwin, Londres, 1977, pp. 432 ss.

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bra decir, un carácter emblemático. Pero es justamente en medio de esa extensa masa de escombros donde empieza a abrirse un sendero nuevo y diferente para la economía y para la sociedad italianas. Un sendero que algunos actos gubernamentales —el más delicado e im­ portante de los cuales fue sin duda la reforma de los bancos de emi­ sión y la fundación del Banco de Italia aprobada en 1893, podría decirse casi o í estado de necesidad55 (no por casualidad debió resta­ blecerse también el curso forzoso)— y el favorable cambio de coyun­ tura a nivel internacional de finales de siglo, terminaron por hacer menos inaccesible. Basándose en los actuales conocimientos, es muy dificultoso obte­ ner una valoración satisfactoria del comportamiento y de la evolución de la industria y de los grupos de la burguesía industrial, al igual que de la clase obrera, en esas difíciles circunstancias.* Sin embargo, de todos los datos disponibles resulta, y con cierta claridad, que eliminada la eventual excepción del sector algodonero, la industria sufrió golpes durísimos, ya que se vio arrastrada varias veces a un 55. Cí. G. Manacorda, Crisi económica e lotta política in Italia, 18SK)1896, Einaudi, Turín, 1968, quien no deja de poner de manifiesto que, por un lado, con el establecimiento de un límite legal a los dividendos eventual­ mente distribuidos por el renovado banco de emisión y, por el otro, con la reducción de la tasa de interés de la deuda pública, el gobierno operó a fin de «hacer recaer sobre las espaldas de los rentiers una parte de los sacrificios necesarios para sanear las finanzas públicas y la oferta monetaria» (p. 185). 56. Para una valoración de carácter general de las condiciones en las que se encontraba la industria italiana, hemos de referirnos a otra obra de síntesis, la de V. Castronovo, L ’industria italiana dall’Ottocento ad oggi, Mondadori, Milán, 1980, pp. 52 ss. En cambio, no disponemos de ninguna investigación dedicada a estudiar las reacciones de los industriales frente a la crisis. Para la industria mecánica, cf. L. De Rosa, lniziativa e ..., op. a l., pp. 165 ss. En cuanto a la actitud de la clase obrera, si bien, por una parte, puede constatarse un aumento bastante notable del número de huelgas, por la otra —y estos acontecimientos parecen de la máxima importancia—, justamente en este período surgen tanto el Partido Socialista Italiano como las primeras Cámaras del Trabajo, que «se proponen garantizar e institucionalizar el control integral del mercado de trabajo» (A. De Clementi, «Appunti sulla ...», art. cit., p. 715). Una manifestación inédita en la historia de la organización obrera en Italia (cf., en este sentido, G. Procacci, La lotta di classe in Italia agli inizi del se­ cólo X X , Editori Riuniti, Roma, 1970, pp. 59 ss.). Pero surgen en diversos lugares actitudes obreras tendentes a favorecer una acción común con los industriales en defensa de las empresas y del puesto de trabajo (cf. L. De Rosa, lniziativa e .... op. cit., p. 167). 1 7 . — NADAL

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precipicio que parecía no tener fin, pero del cual consiguió salir sin tocar el fondo. Por otra parte, es bastante más seguro que sólo pocos años después — antes de que terminase el siglo xix— aquélla se vio acometida por una sacudida y una excitación que nunca había expe­ rimentado con anterioridad y por las cuales, en plazos impensada­ mente breves y por primera vez, logró conquistar una posición domi­ nante y reguladora en última instancia de la totalidad del sistema económico y social del país, alcanzando el estadio que, en otros luga­ res, he tipificado como de culminación. Es decir, el que resulta de una acusadísima expansión, también sectorial, mediante la cual el ya estable sector de producción de bienes de consumo pasa a disponer del complemento de un variado y progresivo sector dedicado a la construcción de medios de producción.17 Como espero sea suficientemente notorio, mi opinión es la de que esto habría sido, si no improbable, ciertamente en extremo difícil en ausencia de una operativa confluencia de resultantes híbri­ das entre el patrimonio material y humano que el proceso de indus­ trialización había conseguido aportar y salvaguardar y de una im­ portante intervención exterior — de origen alemán— , que dirigió recursos y capacidades hacia la península a través de las formas y caminos más dispares: afluencia de técnicos y dirigentes de empresa, suministro de equipos y de maquinaria, y muy destacadamente la fundación en 1894 de los «bancos mixtos», la Banca Commerciale Italiana y el Crédito Italiano, que en los años siguientes tendrán una presencia casi obligada en toda iniciativa industrial de cierto relieve, y que ejercerán una función, también fundamental, en la revitalización del patrimonio industrial existente.* En un país, y es oportuno 57. Cf. G. Morí, «II tempo dclla protoindusttializzazione», en L’industrializxaxione in Ita lia ..., op. cit., pp. 67-71. Basándose en el conocido modelo de Chencry, P. R. Gregory («A note on relative backwardness and industrial Structure», The Quarterly Journal of Economía, LXXXVIII, 1974, pp. 520527) considera que ha demostrado —en oposición a la opinión de Gecschenkron— que «a pesar del evidente propósito de varios países relativamente atrasados de tender hacia una estructura industrial orientada a la industria pesada... ninguno de ellos logró romper los obstáculos impuestos por factores de cconomicidad». Italia habría representado la única excepción (pp. 525-526), y cabe añadir que el intervalo de tiempo considerado por Gregory es el del decenio 1901-1910. 58. Sobre esta cuestión, considerada y discutida por la historiografía ita­ liana y extranjera desde hace mucho tiempo, junto con el fundamental trabajo

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recordarlo, donde las expectativas de incrementar la tasa de acumu­ lación no eran nada halagüeñas, ya que las condiciones de la eco­ nomía eran, por decirlo brevemente, fragilísimas, y en el que en cual­ quier caso habría sido más bien problemático descargar en mayor medida el esfuerzo de dicha acumulación sobre la inmensa masa de pobres que seguían siendo la mayoría de los italianos. Y que, al me­ nos en esa fase, como sucedió al cabo de poco tiempo, no se podía contar demasiado con las ganancias derivadas de los intercambios internacionales y con las partidas invisibles de la balanza de pagos.9 Debemos recordar, por último, y se trata de una puntualización a la que atribuyo fundamental importancia, que la acción desarro­ llada por la confluencia de connotaciones híbridas de los elementos antes mencionados — la cual desplegó en un plazo extraordinaria­ mente breve sus explosivos efectos sobre el tejido económico, social, político y civil del país— no estuvo, ni podía estar, privada de pro­ fundas consecuencias sobre la naturaleza, el ordenamiento y la locali­ zación de la industria italiana. Estas transformaciones se concretan en el masivo desplazamiento de las nuevas instalaciones hacia el nor­ te, que terminó por imprimir una confirmación perdurable a la sepa­ ración entre esa área del país y el sur, ya manifiesta y denunciada anteriormente, y en la evidente tendencia hacia la concentración téc­ nico-productiva, en particular en aquellos sectores muy intensivos en capital, al mismo tiempo que fueron ganando cada vez mayor espacio y consideración en el control del aparato industrial los grupos báñ­ ele A. Confalonier!, Banca e ..., op. cit., cf. numerosos ensayos de P. Hcrtner, de los cuales me limito a recordar «Fallstudien zu ...», art. cit., y «Das Vorbild deutscher Universalbanken bei der Griidung und Entwicklung ¡talicnischer GeschMftsbanken neucs Typs, 1894-1914», en Entwicklung und Aujgaben von Versicberungen und Banken in der Industrialisicrung, Dunker Se Humblot, Berlín, 1980, pp. 195-282. 59. Para los intercambios internacionales no disponemos de ningún estu­ dio de conjunto sobre la evolución de los terms of trade entre Italia y el resto del mundo. Un análisis de este tipo es el efectuado, aunque circunscrito tan sólo al comercio anglo-italiano, por I. Glazier, V. N. Bandera y R. B. Bcrner, «Terms o f ...», art. cit., según los cuales, «especialmente entre 1886 y 1902, la balanza comercial italiana con Inglaterra manifestó fluctuaciones desfavora­ bles para Italia» (p. 17). Tampoco para las partidas invisibles existe, como ya se ha dicho, un estudio específico, por eso debemos utilizar el trabajo de E. Corbino, Annali delVeconomía..., op. cit., vol. I II, pp. 193-194, y el del Istituto Céntrale di Statistica, Indagine statistica ..., op. cit., pp. 256-258.

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carios y financieros directa o indirectamente vinculados a los bancos mixtos de origen alemán, en todos los casos muy distintos y diferen­ temente dispuestos respecto a sus homólogos de la época precedente, que tan importante papel habían tenido en la evolución de la econo­ mía italiana hasta la última década del siglo xix. Este renovado siste­ ma bancario muy pronto estuvo en condiciones de influir poderosa­ mente no sólo en el mercado, sino también, y a través de múltiples canales, en el diseño de las grandes líneas de la política económica y de la vida del país, en una medida tan pronunciada como para determinar que el Estado asumiera no sólo una actuación renovada, sino una fundón bien diferente y orientada también de manera dis­ tinta respecto al pasado reciente. Pero, por otra parte, ninguno de los nuevos potentados consiguió nunca olvidar, sino todo lo con­ trario, ni los provechosos resultados de tantas empresas especulativas ni los fuertes estremecimientos nacionalistas y expansionistas. Unos y otros, en efecto, volvieron en diversas ocasiones a cobrar impul­ so y a marcar siniestramente la vida económica, social y política de la Italia que se dio en llamar giolittiana.

Jordi Nadal

EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL EN ESPAÑA. UN BALANCE HISTORIOGRÁFICO 1.

I ntroducción

La industrialización de España es cosa de nuestro tiempo. Esta eclosión tan tardía no se ha producido de pronto, sino que ha venido como remate de un proceso extraordinariamente dilatado que hinca sus raíces en la primera mitad del siglo xix (algunas, incluso, a fines del xvm ). El caso español es menos el de un late joiner que el de un intento, abortado, de figurar entre los first comen. El fracaso de la Revolución industrial en la España decimonónica es un punto acerca del cual prácticamente todos estamos de acuerdo. Por el contrario, su interpretación ha dado lugar a juicios encon­ trados. En un extremo, G. Tortella pone el énfasis en los factores endógenos: El atraso de España es, por asi decirlo, cosa suya. Puede acha­ cárselo a sus problemas políticos, a su estructura social, quizás incluso a sus recursos naturales, pero desde luego no a la férula ex­ tranjera ... Lo que hace el estudio del siglo xix español tan fasci­ nante es precisamente lo autóctono del fracaso en materia de indus­ trialización (53). En el otro, J. Acosta sostiene la preeminencia absoluta de los facto­ res exógenos: Nuestra hipótesis de trabajo se expresa en el carácter no autóc­ tono del proceso industrial español y en la no autonomía de su

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fracaso. Desde sus inicios, el desarrollo industrial español está blo­ queado y dislocado por la presencia abrumadora del capital extran­ jero, que entreteje en tomo al Estado una espesa red de domina­ ción, a fin de asegurarse la explotación de nuestros recursos mine­ rales, las redes ferroviarias y el mercado ... ( 1 ). Naturalmente, esta clase de juicios, tan rotundos, se sustenta más en una pobreza de conocimientos alarmante que en un nivel de inves­ tigación avanzado. Cuando siguen debatiéndose las razones del lide­ rato británico, parece prematuro, por lo menos, pronunciarse, de golpe, acerca de la raíz última del atraso español. La historiografía de la industrialización peninsular tiene mucho camino por delante. El balance, forzosamente selectivo y subjetivo, que de ella presento sólo aspira a ofrecer una visión articulada de las últimas contribu­ ciones.

2. 2.1.

Los FACTORES DE PRODUCCIÓN El papel Je la agricultura

Después de la supresión de los derechos señoriales y del diezmo, así como de la transferencia de las tierras desamortizadas y de la usurpación de las comunales, la mayor parte de la antigua agricultura de subsistencia se transformó en agricultura capitalista, progresiva­ mente orientada hacia el mercado. Los cambios llegaron al extremo en el País Valenciano, en donde el nuevo cultivo de la naranja —un fruto para el comercio exterior— expresaría la elección de una vía agraria, no industrialista, de desarrollo económico (19). Sin embargo, la penetración del capitalismo no produjo en el campo español los efectos dinamizadores que señalaban otras expe­ riencias. Para explicar la anomalía, suele argumentarse que la masa del campesinado careció de los medios financieros necesarios para adoptar las mejores técnicas y que la abundancia de mano de obra barata ahorró a los grandes propietarios la exigencia de hacerlo. El progresivo endeudamiento de pequeños poseedores y arrendatarios, los avances de la usura, la creciente adjudicación de fincas a la Hacien­ da por impago de contribuciones parecen confirmar la primera parte cjel aserto; en cambio, el ejemplo de Italia, en donde la gran expío-

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tación septentrional de tipo capitalista tuvo la virtud de forzar una evolución parecida en el resto del país, plantea la conveniencia de conocer mejor las características peculiares d d latifundista espa­ ñol (17). En cualquier caso, la actuación del sector agrario como freno del sector industrial es innegable. Lentitud en la liberación de mano de obra, carestía excesiva de los productos (el pan español pasa por ser el más caro de Europa), escasa contribución a la formación de capi­ tales y, muy especialmente, bajo nivel e ¡nelasticidad en la demanda de manufacturados. La situación llegó al límite en los años 1880 cuando, saltando todas las barreras, la invasión de granos ultramari­ nos puso al descubierto las lacras de la producción indígena. La crisis de sobreproducción, general en Europa, tuvo en España un sello particular, tanto por la virulencia con que arremetió cuanto por la falta de auténtica voluntad de reducirla. Protegidos por la adminis­ tración, los grandes propietarios se limitaron a guarecerse detrás del arancel, a la espera de tiempos mejores. Entretanto, la reducción del área cultivada dejaba sin trabajo a millares de braceros y aparceros, y los apremios del fisco precipitaban las ventas forzosas y las expro­ piaciones en zonas de minifundio (18). Al no ser absorbida por el sector industrial, siempre tan débil, la marea proletarizadora dio ori­ gen a una corriente emigratoria sin precedentes.

2 .2 . Los recursos mineros Además de su posición hegemónica en cuanto al mercurio, Espa­ ña aportó el 22, el 15 y el 10 por 100 del plomo, el zinc y el cobre mundiales, de 1861 a 1910. Por otra parte, su producción de mineral de hierro se situó inmediatamente detrás de la británica, la alemana y la norteamericana en 1881-1910. El desarrollo de la minería espa­ ñola se intensificó a partir de 1869, después que la nueva Ley de Minas hubiese removido los obstáculos que, hasta entonces, se habían opuesto a la inversión. Con la salvedad parcial del hierro, el sector minero ha constituido «un enclave exterior en suelo hispano» (44). Este hecho, que nadie discute, suscita no obstante diversas interpretaciones. De un lado, se debate el carácter, inevitable o no, del proceso; de otro, se valo­ ran distintamente sus consecuencias. En cuanto al primer punto, una

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corriente inspirada en Samir Amin «explica» la colonización de la minería andaluza, la más importante, como un efecto de la integra­ ción del territorio en el sistema capitalista mundial, como un hecho derivado de la naturaleza misma de las relaciones centro (mundo desarrollado) - periferia (mundo subdesarrollado) (39). Sin entrar a discutir el fondo del argumento, personalmente he tenido interés en resaltar que, por espacio de casi medio siglo (de comienzos de los años 1820 hasta 1868) el laboreo y el beneficio del plomo meridional permanecieron en manos nacionales y dieron lugar a una capitaliza­ ción más que suficiente para modernizar el sector y dar impulso a otros ramos de industria (32). Si no sucedió así fue por el régimen de la explotación y por el sistema de distribución de los beneficios (34). En lo que toca a los resultados del enclave, Tortella, siempre partidario de la inversión extranjera, ha cifrado sus efectos positivos en el empleo de mano de obra y de técnicos españoles, en la creación de una poderosa industria de explosivos, que acabaría por quedar en manos autóctonas, y en la generación de unos importantes flujos de capital, decisivos a la hora de equilibrar la balanza de pagos (53). Broder, en cambio, previene contra la falacia de este flujo, inexistente en su mayor parte debido a la falta de repatriación del producto de las ventas de minerales y metales al exterior. En la práctica, las com­ pañías limitaron el retorno a las utilidades imprescindibles para el mantenimiento de las explotaciones: entre el 25 y el 30 por 100 de sus ingresos en 1880-1890. En estas condiciones, el excedente comer­ cial de España con Inglaterra, Alemania y Francia no es más que un espejismo contable (7).

2.3.

Las fuentes de enerva

Los problemas del carbón español son conocidos. Además de una extracción difícil y de un poder calórico inferior, la hulla de Asturias, que sumó las dos terceras partes del total, tropezó durante medio siglo (1830 a 1880) con la falta de articulación entre la economía regional y la del resto de España. Por falta de retornos, la hulla de Mieres o de Langreo no tuvo acceso a los puertos consumidores del Mediterráneo. La misma circunstancia había de incapacitarla, después de 1880, para surtir a la moderna siderurgia vasca: como contrapar­ tida de las grandes exportaciones de mineral de hierro, Bilbao empezó

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a recibir con ventaja la hulla y el coque de Newcastle y de Gales. La situación sólo empezaría a cambiar a fines de la centuria, cuando la fortísima depreciación de la peseta vino a reforzar, de forma impre­ vista, las medidas proteccionistas tradicionales (33). La falta de carbón ha condicionado muy fuertemente el desarrollo industrial de Cataluña. Por una parte, el alto horno no ha podido tomar el relevo de la forja pirenaica; por otra, la máquina de vapor ha visto limitada su implantación a las zonas costeras. En contrapar­ tida, el país ha extremado el aprovechamiento de sus recursos hidráu­ licos. Tras veinte años de prospecciones carboneras tan frenéticas como infructuosas, de 1855 a 1905 las fábricas textiles se instalan en los valles fluviales del interior, en busca de fuerza motriz (y de mano de obra) barata. Desde 1858, la firma Planas, Junoy, Bamé y Cía., que construye, en Gerona primero y en Barcelona después, las turbinas hidráulicas Fontaine, se erige en una de las empresas de cons­ trucciones mecánicas más prósperas. En 1917, el primer censo com­ pleto de concesiones de aguas registrará más de 2.000 para usos industriales en la cuenca catalana (35). Resulta muy sesgado decir, como se ha dicho (46), que las colonias fabriles que jalonan los ríos Llobregat y Ter tienen su origen en la debilidad del Estado ochocen­ tista y en la exigencia, para el empresario, de tomar en mano la orga­ nización no sólo económica sino también política y social de la producción.

2.4.

Los capitales

El número de bancos por acciones se elevó, de 5 en 1855, a 58 en 1865. Partiendo de este dato, Tortella situó los orígenes del capitalismo en España en el llamado Bienio Progresista (1854-1856), a partir del cual una normativa más abierta multiplicó los bancos emisores e introdujo la figura de las sociedades de crédito, de inspi­ ración y —en el caso de las tres más importantes— de recursos franceses (52). El capital extranjero, ciertamente decisivo, tiene su mejor espe­ cialista en A. Broder, quien acaba de terminar una tesis monumental sobre el tema ( 8). Un avance de ella, publicado en 1976 ( 6), anticipó la cronología, los volúmenes, las preferencias, los motivos, los meca­ nismos y los resultados de esta inversión tanto pública (desde 1768)

266

LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

como privada (desde 1855). Aunque bastante regular hasta la prime­ ra guerra mundial, el flujo, muy mayoritariamente francés, se centró en los ferrocarriles durante la etapa 1855-1870, en las minas de 1871 a 1890 y en los servicios (agua, electricidad y tranvías urbanos) de 1891 a 1913. Como complemento del trabajo de Broder, puede citarse un artículo de M.a T. Costa, que, con fuentes españolas, esto es, indirectas, pormenoriza los detalles de la intrusión en el sector servicios desde la fundación de la Sociedad Catalana para el Alum­ brado de Gas, por Charles Lebon, en 1843 (9). Si se compara con el (mandamiento exterior, el (mandamiento interior aparece muy desdibujado. De un lado, su vinculación exce­ siva a los problemas presupuestarios del Estado priva al banco oficial (Banco de España, desde 1856) de ejercer como banco de bancos, es decir, de erigirse en el pivote de un sistema financiero moderno (51). De otro, el naufragio de la banca catalana en 1866 ha acabado con el primer intento de crear una banca autóctona digna de tal nom­ bre (49). En realidad, la banca privada española sólo podrá conso­ lidarse a principios del siglo xx, cuando a la retención de una parte de los beneficios de las ventas de mineral de hierro se sume la repa­ triación de capitales cubanos (49). Dentro de este panorama tan mediocre, el subdesarrollo bancario de Cataluña, que contrasta con el desarrollo industrial de la región, ha sido objeto de mucha controversia. Abandonando las posiciones psicologistas, en boga durante bastante tiempo, una aportación de última hora se esfuerza por relacionar el hecho con las características mismas de la industria textil, dominante en el Principado, y con la baja capacidad adquisitiva del consumidor peninsular. La autofinanciación suele bastar para cubrir las necesidades en capital fijo de las fábricas algodoneras; la irregularidad de la demanda, sobre todo en las zonas rurales, obliga a conceder unos plazos y unas facilidades crediticias que son incompatibles con el descuento bancario. Después de haberse anticipado a la española, la banca comercial catalana se debilitó por la falta de materia bancable (36, 36 a).

2.5.

La población activa

Si, como vamos a ver enseguida, la evolución demográfica sin más ha sido poco estudiada, el análisis histórico de la población acti­

LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L EN E S P A Ñ A

2 6 7

va está por estrenar. Si a partir del censo de 1787 la distribución por edades permite calcular los activos potenciales (lo que no se ha hecho), los intentos censales posteriores de clasificar a los adultos no han servido más que para confundir los términos. Por ahora sigue siendo una mera hipótesis la idea, formulada en 1966, de que las generaciones diezmadas nacidas entre 1801 y 1812 podrían explicar la primera oleada de intensa mecanización (1831-1845) sufrida por la industria algodonera catalana (31). Así las cosas, las aportaciones se reducen a los aspectos cualita­ tivos del tema. Una nutrida literatura de viajes suele insistir, por ejemplo, en la excelente disposición y aptitud de los españoles pobres para el trabajo y en la correlativa ineptitud de los españoles ricos para la empresa. Pero esos son diagnósticos subjetivos, debidos a observa­ dores apresurados, que calan poco hondo en las realidades nacionales. Más importante que divagar acerca de las «aptitudes naturales» sería conocer el nivel de escolarización de los párvulos, las materias ense­ ñadas y los contingentes salidos de las escuelas técnicas, la traducción y circulación de libros técnicos y científicos, la dotación y el uso de bibliotecas públicas, etc. Tales extremos, fáciles de puntualizar en algunos casos, permanecen fuera del horizonte mental de los investi­ gadores. El viejo libro de Y. Turin (54), tan meritorio desde el punto de vista ideológico, no responde a las preguntas de los historiado­ res de la economía. El libro reciente de R. Alberdi ( 2 ) aporta, en cambio, un material espléndido para profundizar en el conocimiento de las primeras etapas de la formación profesional, en el primer núcleo fabril de España.3

3. Los 3.1.

FACTORES DE CONSUMO

La evolución demográfica

Como en el caso de los restantes países occidentales, la población de España viene aumentando sin interrupción desde principios del siglo x v i i i . Sin embargo, el crecimiento demográfico español es atípi­ co, en la medida en que responde menos a un desatrollo de las fuer­ zas productivas que a una simple remoción de los obstáculos que, desde los tiempos de la Reconquista y del Imperio, habían mantenido el poblamiento por debajo de sus posibilidades (31).

268

LA REV O LU CIÓ N IN D U S T R IA L

Esta singularidad explica que, a mediados del siglo xix, cuando cerca de una centuria y media de crecimiento ha llenado los huecos y cuando la revolución liberal muestra su impotencia para transfor­ mar el país, la sobrepoblación, que es un fenómeno relativo, se haga patente y la emigración se erija en válvula de seguridad. En 1804 el interior de la península sufrió la crisis de subsistencia, y de mortali­ dad, más aguda desde fines del siglo xvi (39); en 1857 y en 1868 dos grandes hambrunas atestiguan la permanencia de las crisis de tipo antiguo (43). En 1900 el país registrará una natalidad media de 33,8 por 1.000, una mortalidad del 28,8 y una esperanza de vida al nacer inferior a los 35 años. En la misma fecha, el único territorio algo avanzado en el proceso de la transición demográfica es Cataluña, en donde el control de nacimientos ya lleva recorrido un largo trecho. En cambio, por no tener en cuenta la grave subevaluación de las cifras parroquiales, debido a la dificultad de compilarlas en un terri­ torio de poblamiento tan disperso (26), es insostenible la tesis que pretende la anticipación de Galicia por la vía de aquella transición, ya a mediados del xix (25). De acuerdo con las dificultades del take-off económico, la tasa media anual del crecimiento demográfico, que había sido del 0,56 por 1.000 en 1787-1860, descendió al 0,49 por 1.000 en 1861-1910. La población española registró el menor incremento de Europa (salvo el francés y el irlandés) durante la segunda mitad del xix. Hasta aho­ ra ha resultado imposible distinguir la parte que corresponde al mo­ vimiento natural (mortalidad excesiva) y la parte que corresponde al movimiento migratorio en esta población. Tanto los datos del prime­ ro (desde 1857) como los del segundo (simple estadística del movi­ miento de pasajeros por mar, desde 1882) son defectuosos. Con ayuda de las fuentes francesas, la emigración a Argelia, minoritaria, ha dado lugar a una buena monografía (55). Sin recurso a las fuentes de los países receptores, el conocimiento de la emigración a América, mayoritaria, está condenado a progresar poco.

3.2.

La pérdida de las colonias

La batalla de Ayacucho, en 1824, sancionó la pérdida de las colonias continentales de América; el tratado de París, en 1898, que

LA REVOLUCIÓN IN D U ST R IA L EN E S P A Ñ A

269

puso fin a la guerra contra los Estados Unidos, la de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Fontana tuvo el acierto de presentar la primera como el detonan­ te que dejó al descubierto las contradicciones del Antiguo Régimen y precipitó la revolución liberal. Privada de los caudales indianos, la monarquía absoluta, restaurada en 1814, se debatió inútilmente entre las necesidades de reformar la Hacienda y el empeño por sostener la sociedad estamental, que impedía el aumento de la riqueza, esto es, de la materia imponible; cortada de los mercados ultramarinos, la burguesía exportadora adoptó posiciones revolucionarias favorables a la transformación del país (12). Otros investigadores han redondea­ do el esquema. Florescano ha revelado, por ejemplo, el papel de la desamortización mexicana de 1805-1809, destinada a consolidar los vales reales (títulos de la deuda) metropolitanos, en la emancipación de Nueva España (11). Delgado acaba de establecer que la extensión del monopolio gaditano a otros 12 puertos, a partir de 1778, tuvo por norte intensificar el tránsito por la península de artículos extran­ jeros, en beneficio de los ingresos fiscales del Estado y en perjuicio de los intereses industriales de Cataluña ( 10 ). Un planteamiento similar al de Fontana daría la clave de los efec­ tos sobre la economía española de la pérdida de las dos Antillas y del archipiélago filipino. ¿Qué función habían desempeñado esas posesiones dentro de los circuitos comerciales y financieros hispanos entre los años 1820 y 1898? Filipinas es un arcano del cual no se ha ocupado prácticamente nadie. El interés por Cuba y Puerto Rico suele reducirse a los años que siguieron a 1882, cuando la crisis de sobreproducción metropolitana condujo al reforzamiento del pacto colonial. No obstante, Maluquer ha insistido en la función perma­ nente de Cuba como mercado reservado para los excedentes agrícolas españoles, así como de intermediario con América del Sur, por lo menos hasta 1850 (27), en tanto que Broder anota la falta de repa­ triación del enorme excedente producido por las ventas cubanas de azúcar y tabaco a los Estados Unidos, que privó a la isla, y a fortiori a la península, de un flujo financiero de primera magnitud (7).

270

3.3.

LA REVOLUCIÓN IN D U ST R IA L

Formación del mercado interior

Con lógica implacable, Fontana, otra vez, denunció las trabas sociales derivadas de la vigencia del régimen señorial, que, en la última fase del absolutismo, impidieron superar la agricultura de subsistencia, sin excedentes, y, por lo tanto, sin intercambios (13). Con los condicionamientos que veremos en el punto 4.1, la revolu­ ción liberal de los años 1830 removió los obstáculos que impedían la vertebración económica de España. A pesar de sus limitaciones, la entrada del capitalismo en el campo, a partir de las desamortizacio­ nes, imprimió a los cereales, sobre todo, aquella movilización que se halla en la base del mercado interno. Paralelamente, la industria textil acabó por encontrar, dentro de España, una alternativa a la demanda que antes tuviera en América. En 1859 el comercio de cabotaje, de dimensiones modestas, claro está, se articulaba claramente en tomo al intercambio de granos y algodones (33). Para los años siguientes, hasta 1890, inspirándose en Serení, N. Sánchez-Albomoz ha calcula­ do, con métodos econométricos, a partir de las series provinciales de precios, el grado de integración del mercado del trigo y la cebada. Sus conclusiones son tajantes: tras una marcha lenta, la integración se acelera, hasta el punto de que en 1880-1890 el 70 por 100 de los mercados provinciales llegarían a estar relacionados de una forma orgánica (44, 45). De todas maneras, como advierte el propio autor, las estadísticas constatan pero no explican. Después de valorar como se merecen los trabajos de Sánchez-Albomoz, R. Garrabou ha señalado la paradoja de que la comercialización del grano nacional se intensifica precisa­ mente en los años de la crisis agraria y ha ponderado la necesidad de indagar si el alto grado de integración de que se habla es obra efectiva del capitalismo agrícola, con el consiguiente retroceso de los sectores retardatarios en el campo, u obedece tan sólo a la entrada masiva de granos de fuera, que actúan de elemento nivelador (17). Que los hechos son complejos, y desafían a veces los esquemas mejor construidos, lo prueba, por otra parte, la tesis de Delgado, cita­ da en el epígrafe precedente ( 10 ), que ha venido a romper el mito de la correlación entre el desarrollo de la industria algodonera catalana y la demanda americana de tejidos. El comercio libre, decretado en 1778, redujo la parte de las telas autóctonas y multiplicó la parte de las telas extranjeras, sólo pintadas en Cataluña, en las expediciones

LA REVOLUCIÓN IN D U ST R IA L EN E SPA Ñ A

271

con destino a las colonias. Siendo así, cabe pensar que, pese a todos los frenos, los tejidos catalanes conquistaron posiciones decisivas dentro del ámbito de la metrópoli ya en las últimas décadas del siglo xviii. La dimensión liliputiense de la industria podría ayudar a comprender el aparente contrasentido (33).

3.4.

Los medios de transporte: el ferrocarril

Tras constatar la mejora de los transportes terrestres, especial­ mente en dirección a Madrid, durante la segunda mitad del si­ glo xviil, D. Ringrose atribuyó a su colapso, evidente hacia 1800, buena parte del estancamiento económico de los cincuenta años siguientes (42). El argumento es reversible: cabe invertir los térmi­ nos y echar sobre el estancamiento económico gran parte de la res­ ponsabilidad de la falta de transportes modernos en la primera mitad del xix. Ésta es, por lo menos, la conclusión que se desprende del balance relativo a la primera etapa de construcciones ferroviarias (1855-1864): exceso de la oferta en relación con la demanda efectiva de transporte. La crisis del ferrocarril, que estalló en 1866, tuvo su raíz en la cortedad del tráfico, totalmente insuficiente para sobrellevar el inmenso lastre que representaban los gastos de explotación y las cargas financieras (52). Los promotores y capitalistas extranjeros, sobre todo franceses, que construyeron la mayor parte de la red española, habían sobrestimado las posibilidades mercantiles del país. Después de haber con­ tribuido decisivamente a integrar el mercado de los granos y hari­ nas (3), el nuevo medio de transporte fue incapaz de superar esta vinculación extrema con el sector primario, que le condenaba a una vida lánguida. Los efectos negativos de la dependencia volverían a hacerse patentes a partir de 1884, en el momento en que la entrada masiva de cereales por mar inmovilizó en el interior la producción autóctona. La compañía del Norte, a la que corresponden las grandes zonas trigueras, acumula las pérdidas. Sus dos grandes rivales, la compañía de Madrid-Zaragoza-Alicante y la compañía de los Andalu­ ces, se defienden un poco mejor, gracias a su implantación en las regiones vitícolas y mineras (en especial, la Baja Andalucía), en plena vorágine exportadora (50). Al margen de las tres grandes compañías acabadas de citar, Cata­

272

LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

luña fue la única región de España que tomó la iniciativa de un ferrocarril levantado con recursos propios y ajustado a las necesidades del territorio. La burguesía industrial que lo construyó era una clase emprendedora, obsesionada por el modelo inglés de desarrollo. Una investigación a punto de concluir revelará la coherencia de los obje­ tivos de la red catalana: asegurar el abastecimiento de Barcelona mediante la traída de los granos del Urgell (M. Girona, constructor del canal de este nombre, es también el primer empresario de ferro­ carriles) y facilitar la salida, por su puerto, de los excedentes agríco­ las, como vinos y aguardientes; conducir a la capital del Principado la hulla de Sant Joan de les Abadesses, en el Pirineo, tan necesaria para los vapores de las fábricas textiles como para el asentamiento de una industria metalúrgica; facilitar la penetración de los productos industriales por el interior de España (38). Para cumplir estos Enes, las instituciones financieras del país movilizaron unos capitales insos­ pechados. No obstante, la falta de un poder público que encauzara el exceso de iniciativas (duplicidad de líneas), así como la necesidad de competir, en rapidez, con las construcciones fomentadas, desde 1856, por las grandes sociedades francesas de crédito, arruinaron el proyec­ to. En 1878, la línea Zaragoza-Pamplona-Barcelona, que formaba el eje horizontal del sistema, pasó a manos de Norte; en 1891, la Tarragona-Barcelona-Francia, que constituía su eje perpendicular, fue absor­ bida por MZA. Era el fin definitivo de la red catalana.4

4. 4 .1 .

E

l

pa pel del

E

sta do

La vía española de transición del feudalismo al capitalismo

A fines del siglo xvin, una conjunción de factores endógenos (como el creciente desequilibrio entre hombres y alimentos) y de factores exógenos (como los ejemplos inglés y francés, y las mutacio­ nes del comercio colonial) habían anunciado la crisis del Antiguo Régimen. La ocupación francesa, de 1808 a 1814, y el fracaso del reformismo absolutista, de 1814 a 1833 (con el paréntesis cons­ titucional de 1820-1823), vinieron a demostrar que la quiebra del sistema no era una amenaza, sino la más evidente de las realida­ des (12, 14). Implantado entre 1833 y 1837, tras la pérdida de la mayor parte

L A REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L EN E S P A Ñ A

273

del imperio y bajo la presión de una guerra civil, el régimen que sustituyó al absolutismo tuvo unas características singulares, que configuran la vía española de transición al capitalismo. Para empezar, al combinarse con la pérdida de los mercados ultra* marinos, la nacionalización y venta del patrimonio eclesiástico resultó demasiado tentadora para la antigua burguesía mercantil y artesana, especialmente la andaluza (3, 6). Para continuar, la experiencia de la Revolución francesa y de los movimientos populares internos de 1808-1814 y 1820-1823 inclinaron a la nobleza a sacrificar su poder político, en tanto que estamento, en aras de la conservación (y el acrecentamiento) de su poder económico, a sumarse en definitiva al proceso revolucionario, con el fin de encauzarlo por vías favorables a sus propios intereses. Para concluir, la doble metamorfosis, de la burguesía en clase terrateniente y de la aristocracia en clase revolu­ cionaria, selló la formación de una clase nueva, ostentadora de la gran propiedad y erigida en fracción dominante dentro del bloque bur­ gués (29).

4.2 . La posición subordinada de la burguesía industrial Dueña del poder, la nueva clase surgida de la confluencia de la vieja aristocracia y de la flamante burguesía agraria configuró el Esta­ do a la medida de sus intereses. Las desamortizaciones, que absorbie­ ron una parte sustancial de los capitales disponibles, dieron un fuerte impulso al cultivo de los cereales y de la vid. Interesados en encon­ trar una salida para ambos productos, los gobernantes del segundo tercio del siglo xix habrían reducido sus afanes industrialistas a la construcción de la red ferroviaria. Las subvenciones oficiales a las compañías constructoras, que fueron satisfechas con cargo al producto de la venta de los comunales, serían la expresión, de este anhelo. Sólo los hombres de la revolución de 1868, tan efímera por lo demás, tuvieron unas miras más amplias: la liberalización de la actividad económica en general, como medio de acrecentar la riqueza del país y de resolver (por el aumento de la materia impositiva) el déficit cró­ nico de la Hacienda (16, 33). Sin embargo, no hay que llevar el argumento demasiado lejos. A diferencia de Portugal, en donde el librecambio reinó sin cortapisas de 1832 a 1892 (21), España no dejó nunca (ni en 1869-1874) de ser 1 8 . — K U M I.

274

LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

un país parcialmente proteccionista. Los fabricantes algodoneros, en todo caso, defendieron con eficacia su parcela. Cierto que la ayuda del Estado a la moderna industria textil no pasó de la simple reserva del mercado, pero cierto también que esta reserva fue constante y bastante eficaz. Tanto en su última etapa «emprendedora» (18331855), como en sus etapas de «subordinación» a la oligarquía ferro­ viaria y financiera (1855-1868) y de «colaboración» con el capitalismo agrario castellano (1868 en adelante) (23), la burguesía industrial cata­ lana progresó incesantemente hasta copar el mercado textil (33, 40). Su perseverancia encontraría el mejor premio en los años 1880, cuan­ do la irrupción de los granos americanos y rusos arrumbó definitiva­ mente los sueños agraristas de los 40 años precedentes ( ¡España, granero de Europa!) y cuando el nacimiento de la moderna siderurgia vizcaína exigió vetar la entrada a los hierros elaborados en el extran­ jero. Tras comprobar que no tenía la menor posibilidad en el exterior, el cereal castellano se veía amenazado en el propio suelo; tras recoger los primeros frutos de la exportación del mineral de hierro, los pro­ pietarios de minas vascos intentaban crear una siderurgia autóctona. A partir de la penúltima década de la centuria, el modelo de desarro­ llo «hacia fuera» de la etapa anterior cede el puesto a un modelo de desarrollo «hacia dentro». Al alinearse finalmente con los fabricantes de tejidos catalanes, el sector cerealícola y el sector siderúrgico han contribuido a afianzar lo que se denomina «la vía nacionalista del capitalismo español» (30).

4.3.

El endoso de la carga fiscal

En el curso del Antiguo Régimen, la Hacienda se había acos­ tumbrado a cubrir el déficit mediante las remesas de Indias. A fines del siglo xviii y principios del xix, el empeño de la monarquía abso­ luta en mantener el status de gran potencia la llevó a una serie de costosas guerras contra Gran Bretaña y Francia que acentuaron el desequilibrio presupuestario y volvieron insuficientes los caudales de América. De 1808 a 1814, los gastos de la guerra de la Independencia y el comienzo de la emancipación colonial extremaron la diferencia entre gastos e ingresos, planteando como ineludible la reforma del sistema. Por espacio de más de 30 años, los reformadores se debatie­

LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L EN E S P A Ñ A

2 7 5

ron entre la urgencia de aumentar la presión tributaria y las presiones a favor de mantener intocados los privilegios de la sociedad esta­ mental (12, 14, 15). Hija de la revolución burguesa, la reforma fiscal de 1845 con­ firmó la importancia de los estancos y de las aduanas tradicionales y sacó los nuevos ingresos de una contribución directa sobre la riqueza agraria y los bienes inmuebles, así como de una contribución indirecta sobre el consumo de diversos productos muy ligados a la alimenta­ ción popular. La publicación de los presupuestos del Estado a partir de 1850-1851 permite afirmar que dicha reforma acabó con el caos reinante hasta entonces, pero fue incapaz de acabar con el déficit cró­ nico de la Hacienda (53). Después de señalar las concomitancias entre los sistemas tributarios español y francés durante la segunda mitad del siglo X IX , Broder atribuye la insuficiencia del primero al escaso desarrollo de las fuerzas productivas, o sea a la endeblez de la materia imponible (7). Mejor situados para conocer las entretelas del país, Fontana (16) y Tortella (53) denuncian, en cambio, la falta de un catastro que permitiese obtener un conocimiento adecuado de la riqueza rústica, y la increíble ocultación llevada a cabo por los gran­ des propietarios. Naturalmente, cuanto más evadían los poderosos, más tenían que pagar los modestos; la ocultación de tierras dio un carácter muy sesgado al reparto de la carga, con gravísimo perjuicio de los pequeños propietarios campesinos, siempre expuestos al embargo de sus fincas. La similitud teórica con el modelo francés no debe ocultar que la reforma de 1845 llegó como colofón de 37 años de esfuerzo reformista, «que había enseñado a los hacendistas españoles lo que podía y lo que no podía hacerse» (16), y fue un producto más del pacto entre la vieja aristocracia y la nueva burguesía terrateniente. Del mismo modo, el «subsidio industrial y de comercio», también obra de la reforma fiscal de 1845, discriminó a los pequeños empre­ sarios y privilegió a los más fuertes. La injusticia se mantuvo hasta 1900, en que una reforma de la reforma introdujo el «impuesto de utilidades», cuya tarifa tercera apuntaba directamente a las sociedades anónimas y comanditarias por acciones.

276

4.4.

L A REV O LU C IÓ N IN D U S T R IA L

La deuda pública

Sin recursos para equilibrar el presupuesto, los gobernantes del siglo xix apelaron al crédito. Crédito interior, a tipos elevados, endu­ reciendo las condiciones del mercado de capitales, con notorio per­ juicio de la industria (33), y crédito exterior, suscrito en su mayor parte por Francia, fundamental basta 1881, cuyo monto, desde su ori­ gen en 1768, ha sido escrupulosamente reconstruido por Broder ( 6). Después, en las dos últimas décadas del xix, la nueva oleada de inver­ siones extranjeras, que aligeraron las necesidades exteriores del Es­ tado, más la mejora de la coyuntura (grandes exportaciones de vinos y minerales), más el desarrollo del sistema bancario y de su correlato, la moneda fiduciaria, permiten la llamada cada vez más frecuente al ahorro nacional. El empréstito destinado a luchar contra la revuelta cubana y emitido en dos tiempos — 1878-1886 y 1890— abrirá un paréntesis en el endeudamiento exterior hasta 1928 La historiografía nacional ha insistido en los aspectos negativos del crédito. Fontana ha contado con pelos y señales las mil intrigas urdidas en torno a las dificultades de la Hacienda, de 1833 a 1845 (15). Tortella ha precisado que la atención de la deuda repre­ sentó el 27 por 100 de todos los gastos presupuestarios entre 1850 y 1890 (53). Es un lugar común, por último, que los beneficios eco­ nómicos y sociales que cabía esperar de la desamortización eclesiástica fueron sacrificados ai doble objetivo de reducir la deuda interior y de afirmar a los liberales en el poder. En cambio, impresionado por la sucesión de conversiones forzo­ sas (verdaderas estafas) de que fueron víctimas tantos pequeños ahorradores franceses e ingleses, Broder relata la libertad de actua­ ción de los gobernantes españoles, quienes se habrían burlado impu­ nemente de sus acreedores, así como la fuerza correctiva de la situa­ ción defiacionista, inherente al déficit del comercio exterior, ejercitada por los préstamos extranjeros ( 6). Sin perjuicio de reconocer el daño causado a los titulares de deu­ da española, creo, por mi parte, que deben tenerse muy presentes las conexiones existentes entre el endeudamiento externo y las faci­ lidades otorgadas a la inversión privada extranjera (33, 35). También me parece significativo el hecho de que, en varias ocasiones — 1843, 1848— , los Estados Unidos expresaran su alarma ante el riesgo de

LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L E N E S P A Ñ A

277

que, a presión de los British Bonholders, el Reino Unido se apoderara de la isla de Cuba (24). Para ser completo, el análisis de la deuda debería acompañarse con el examen de su incidencia sobre la maquinaria del Estado. Esos recursos tan gravosos ¿contribuyeron de algún modo a modernizar el aparato estatal? Sabemos que el endeudamiento del tiempo de Fer­ nando V II no pudo evitar la decadencia del ejército y la ruina com­ pleta de la marina (14). En el mismo sentido, un analista británico sentenció en 1875: No country in the world has accumulated so large a foreign debí as Spain with so little advantage ... It has not been incurred in prosecuting great national wars abroad, or in promoting public works at borne. On the contrary, no nation of equal size and history has in recent times so substantially dedined in foreign prestige and in internal welfare ...* (Stock Excbattge Yearbook, Londres, vol. 1, 1875.) ¿Es este juicio totalmente justo? Al desglose de las partidas de gastos presupuestarios, esbozado por Tortella (53), habría que añadir el conocimiento de la asignación de recursos realizada por cada minis­ terio en concreto.

5. 5.1.

LOS SECTORES INDUSTRIALES

Las lecciones de la estadística fiscal

Las industrias del algodón y del hierro se han erigido en los sím­ bolos de la industria moderna. Conviene no olvidar, sin embargo, que los sectores industriales son muchos más y que la determinación del peso de cada uno de ellos en relación con los restantes constituye un instrumento excelente para establecer la tipología y la cronología de un proceso de industrialización determinado. La historiografía espa­ * «Ningún país del mundo ha acumulado durante tanto tiempo una deu­ da extranjera como España, con tan poco provecho. Y ello, no por haber participado en grandes guerras nacionales en el extranjero ni por haber promo­ vido obras públicas en el país. Por el contrario, en los últimos tiempos nin­ guna otra nación de igual tamaño e historia ha visto declinar tanto su prestigio en el exterior y su bienestar interior...»

278

LA REV O LU CIÓ N IN D U ST R IA L

ñola, especialmente pobre en monografías sectoriales, puede encon­ trar una pauta en el despeje sistemático de los datos tocantes a la tarifa tercera («fabricación») de la estadística de la contribución indus­ trial y del comercio. El tributo, como sabemos, data de 1845; los primeros rendimientos publicados fueron los de 1856. Con ellos y con los de 1900 hemos confeccionado el cuadro 1 , que excluye al País Vasco y a Navarra (provincias exentas). C uadro 1

Datos fiscales relativos a la «fabricación» en 1856 y en 1900 Especialidades

España

1856

Andalucía

C a ta lu ñ a

1900

1856

1900

1856

1900

Molinos y fábricas de harina 45,4 18,0 Fábricas textiles 23,6 23,5 Fábricas de aguardientes y vinos 6,1 11,7 Fábricas de vidrio, cerámica 5,3 3,5 Fábricas alimenticias y de bebidas 4,3 5,8 Fábricas de curtidos y calzado 3,8 2,6 Fábricas de productos químicos 3,5 4,9 Fábricas metalúrgicas 3,2 7,1 Fábricas de papel y artes gráficas 2,3 4,4 Fábricas de aserrar madera 0,4 2,1 Fábricas de gas y electricridad 12,0 Fábricas diversas 4,3 1,9 Total «fabricación» 100,0 100,0

63,4 6,9

24,3 4,1

14,3 61,3

52,0

6,9 5,5

25,4 4,3

4,3 3,3

5,2 2,4

4,4

6,4

3.3

2,9

2,2

0,8

2,0

2,2

4,1 3,9

5,6

2,4

8,1

2,6

4,0 6,5

1,0 0,2

3,0 2,2

2,9 0,4

3,6 1,7

3.2

8,4 4,5



12,0 3,7 100,0 100,0 ____

1,4



6,6

100,0 100,0

Las cifras me parecen muy expresivas. En 1856, las industrias dirigidas a alimentar y vestir el cuerpo, o sea a satisfacer las necesi­ dades más perentorias del hombre (molinos, alimentos y bebidas, más el textil), sumaban, en términos fiscales, por lo menos, el 80 por 100 del conjunto; en 1900, el «hundimiento» de la molinería había hecho descender el peso de los cuatro sectores al 59 por 100, una

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cota todavía muy elevada, pero reveladora, de todos modos, de una diversificación progresiva del sector secundario. El panorama se enriquece cuando pasamos del análisis global al análisis regional. Cataluña y Andalucía, que en ambas (echas enca­ bezan la clasificación, muestran unas estructuras y unas trayectorias muy dispares, demostrativas del interés de los cotejos. La región me­ ridional, en declive a lo largo del período observado (18,4 por 100 de la contribución global en 1900, contra 24,0 en 1856), basa siempre su «fabricación» en los molinos (de granos y de aceite) y en las bebi­ das alcohólicas. La región catalana, por el contrario, en ascenso du­ rante el medio siglo de observación (37,0 por 100 de toda la «fabri­ cación» española en 1900, frente a 25,6 en 1856), destaca en todo caso por el textil y consigue al final la hegemonía en siete sectores más: vidrio-cerámica, curtidos-calzado, química, metalurgia, papelartes gráficas, madera aserrada y «varios». En 1900, Cataluña es, en cierto modo, la fábrica de España.

5.2.

La industria algodonera catalana

Desarrollada a partir del último tercio del siglo xvm , la manu­ factura algodonera catalana era en 1808, al producirse la invasión napoleónica, una industria muy modesta, menos importante por su peso específico que por baber aportado un cambio en el modo de pro­ ducción: producir para el mercado, y no para el autoconsumo. En este sentido, tuvo un peso decisivo en las transformaciones capitalis­ tas de la sociedad en que se hallaba ubicada (56). Pasada la guerra de la Independencia, no obstante la pérdida coe­ tánea del mercado americano, la industria se rehizo con rapidez, lo que viene a probar que antes del cataclismo ya había alcanzado una fuerte implantación en el mercado nacional. En cualquier caso, su progreso resultó especialmente rápido entre 1830 y 1860, que fueron los años de la mecanización completa de la hilatura y de la mecanización a medias del tisaje. Después, los avances fueron más lentos, por la cre­ ciente inelasticidad de la demanda, obediente, a su vez, a la pérdida de dinamismo del sector agrícola. De 1882 a 1898, la incidencia de la crisis cerealícola, primero, y vitícola, después, sólo pudo paliarse me­ diante el reforzamiento del pacto colonial con las últimas posesiones de ultramar. A comienzos del siglo xx, el textil encontró en Argén-

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tina y Oriente Medio una cierta compensación a la pérdida del con­ sumo antillano. De 1905 a 1913 las fábricas españolas importaron una media anual de 84.950 toneladas de algodón en rama, cantidad aue vino a ser el 9,7 por 100 de la importación británica, el 19.5 de la importación alemana, el 36,7 de la importación francesa y el 45,6 de la importación italiana (33). Debe insistirse, por lo demás, en aue las fábricas españolas son, en un 95 por 100, las fábricas catalanas. Localizada en Cataluña, la industria algodonera ba gozado de mala prensa en el resto de España. Arrancando de lejos, la crítica cuenta bov ron dos historiadores de talla. Por una Darte. N. Sánchez-Alhomoz señala la falta de poder de arrastre, el carácter meramente sustitutivo de importaciones v la avuda prestada por el textil a la consolida­ ción del sector tradicional más retrógrado, de subsistencia, de la agri­ cultura española (46). Por otra, después de reconocer sus efectos multiplicadores sobre las industrias mecánicas y química, G. Tortella acusa al algodón de haberse parapetado innecesariamente detrás del arancel, rechazando su transformación en una industria «más eficiente, seguramente con mejor tasa de beneficios y sin duda mejor adaptada a la división internacional del trabajo» (53). A tales argumentos se ha replicado que, luego de reemplazar a los tejidos ingleses y france­ ses, los fabricantes indígenas fueron capaces de extender el mercado y de consolidar su negocio hasta unas cotas que sorprenden —y sor­ prendían a los contemporáneos— cuando se conoce el nivel de rentas de la población española (33), que la coincidencia finisecular de los algodoneros y de los grandes propietarios en las filas porteccionistas respondió a un cambio de posición de los segundos (véase el aparta­ do 4.2), aue el retraso técnico de la fabricación catalana no fue tal y que la dimensión ciertamente pequeña de sus empresas constituyó la réplica más pertinente a las condiciones, tan mediocres, del mer­ cado. El último argumento me parece especialmente relevante. Gimo va advirtiera Serení para el caso italiano, «la ristretezza e la limitatezza lócale del mercato vietano all’industria ogni brusco allargamento delle dimensión! dell’impresa, ed un conseguence abbassamento dei costi di produzione» (47).* En Cataluña, la articulación de la industria en * «... la restricción y la limitación local del mercado impiden a la industria cualquier expansión brusca de la empresa, y una consiguiente disminución de los costes de producción.»

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281

forma jerarquizada, con una pléyade de talleres y fábricas dependien­ tes de unas pocas grandes firmas, obedeció a la necesidad de prote­ gerse contra el raquitismo y las fluctuaciones del consumo (28).

5.3.

El retraso de la siderurgia

A principios del siglo xx España era el primer exportador mun­ dial de minerales ferrosos y un notable importador (en términos rela­ tivos, se entiende) de artículos de hierro y de maquinaria. Contando con aquella materia prima y con esta demanda, ¿cómo explicar el retraso de la industria siderúrgica nacional? Con buen sentido, aunque con exceso de simplificación, Tortella acaba de hacer­ lo aduciendo la desventaja en el otro input: el carbón asturiano es poco apto para ser transformado en coque; en estas circunstancias, era natural que el beneficio de la mayor parte de) mineral de hierro vizcaíno tuviera lugar en Cardiff, en Essen o en Pittsburgh, y no en Bilbao o en Gijón (53). Esta lógica supranadonal debe matizarse. Como creo haber demos­ trado (33), la enorme ventaja del mineral vizcaíno en calidad y en precio hubiera permitido especializarse en los productos de primera fusión, que exigen una sola partida de combustible, el input impor­ tado. De hecho, en los años 1890 se inició una no negligible corriente exportadora de lingote de hierro y acero, que hubiera podido ser de gran alcance si, abusando de la protección arancelaria, los siderúrgicos no se hubieran empeñado en fabricar toda clase de hierros. Con aque­ lla especialización y el consiguiente abandono de otras más complejas, para las que no se estaba dotado, habría sido razonable proceder a liberalizar la entrada de materiales de fuera, en beneficio de los talle­ res mecánicos peninsulares. A fines del siglo xix y principios del xx, la política proteccionista actuó negativamente, tanto sobre la oferta como sobre la demanda siderúrgicas. Por lo demás, cada momento y cada ocasión requieren un trato distinto. Refiriéndome a la década 1855-1864, que vio la primera fase de construcciones ferroviarias, yo hice mía la tesis de los contem­ poráneos que denunciaron la franquicia concedida a la entrada de material fijo como el obstáculo que impidió modernizar la industria del hierro española. La unanimidad de los clamores, la sencillez técni­ ca de la producción carrilera, y el ejemplo de lo sucedido en 1886-

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LA REVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

1889, en que la fábrica Altos Hornos de Bilbao, recién estrenada, destinó el 20,5 por 100 de su producción a carriles de acero, me hicieron pensar que, desde el inicio, la red ferroviaria hubiera podido construirse con material autóctono (33). Recientemente, esta tesis ha encontrado contradictores. Por un lado, Broder aduce que, en Europa, la industria del hierro ha sido anterior al ferrocarril, el cual no ha hecho sino contribuir a su cre­ cimiento, y que «en 1855, cuando emprendió el equipamiento viario español, el capital francés no tenía motivo para favorecer a una side­ rurgia hispana» (7). Por otro, A. Gómez Mendoza ha examinado las implicaciones contrafactuales de una hipotética ley proteccionista del hierro español para concluir que la construcción de la red no hubie­ ra sido posible sin el régimen de franquicias y que «el desarrollo de la industria siderúrgica a partir de 1885 le debió poco al ferro­ carril» (20). Puedo decir, en mi descargo, que la tesis de Gómez es tan indemostrable como la mía, dado el carácter contrafactual de ambas.

5.4.

El parótt de la química

A fines del siglo xvm , el arraigo de la manufactura algodonera en Cataluña había originado una fuerte demanda de productos quími­ cos a la fábrica de Chaptal, en La Paille, cerca de Montpellier. Al tér­ mino de la guerra de la Independencia, la rápida reconstrucción del textil catalán incitó a François Cros, del mismo Montpellier, a montar en un subutbio barcelonés las primeras cámaras de plomo para la obtención de ácido sulfúrico. Cros y un pequeño núcleo de imitadores usaban el vitriolo para producir caparrosa artificial, d mordiente que estaba desplazando al alumbre. En cambio, la sosa Leblanc (por descomposición de la sal median­ te el sulfúrico), que había triunfado en Francia muy a comienzos de la centuria y en el Reino Unido desde 1825, no llegó a producirse en España. Frente a la abundancia de sal y de azufre (nativo o derivado de las piritas), que eran los dos inputs del álcali, pesó más en suelo hispano la escasa entidad de las industrias que debían utilizarlo (vi­ drio, papel, jabón duro...). La única demanda consistente era la de cloruro de cal por parte de los algodoneros; sin embatgo, la produc­ ción de este artículo no pudo arraigar, por tratarse de un derivado

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del ácido clorhídrico, subproducto engorroso del sulfato de sosa, que los extranjeros vendían a cualquier precio. Hasta finales del siglo xix se consideró que valía más importar la poca sosa (y el considerable cloruro) consumida que producirla en casa. La primera fábrica espa­ ñola de álcali, por el procedimiento electrolítico, que prescinde del ácido sulfúrico, la instalaron en Flix (Tarragona) las firmas alemanas Chemische Fabrik Griesheim Elektron, de Frankfurt del Main, y Scbuckert und Gesellschaft, de Nuremberg, en una fecha tan tardía como la de 1900. Entretanto, el desarrollo, rapidísimo en este caso, de la minería ibérica había exigido la implantación de una moderna industria de explosivos. Tradicionalmente, las fábricas de Murcia y de Manresa (en Cataluña) habían satisfecho la demanda de pólvora. En 1872, la Sociedad Española de la Dinamita, con el apoyo del propio Nobel, marcó la pauta de una industria renovada, de altos vuelos. Un cuarto de siglo más tarde, en 1896, la Unión Española de Explosivos había de aglutinar todas las empresas del sector, dando origen a uno de los primeros trusts peninsulares. Por las mismas fechas, el descu­ brimiento de los fosfatos del Norte de África convirtió la costa situa­ da entre Huelva y Barcelona en lugar de privilegio para la producción de abonos artificiales. Ningún territorio tenía tan a mano las fuen­ tes del ácido sulfúrico (las piritas de Huelva) y del fósforo (las rocas tnagribíes), que son, a partes iguales, las dos materias primas de los superfosfatos de cal. Explosivos y superfosfatos, objeto de una gran demanda (a pesar del retraso del campo español) y sin problemas de subproductos, han sido hasta los tiempos actuales las dos columnas de la industria quími­ ca hispana. Con ellos reanudó su trayectoria un sector que, tras un comienzo prometedor al socaire del textil, había sufrido un patón durante el reinado de la sosa Leblanc (c. 1830-1880). O bras

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Olga Crisp

LA INDUSTRIALIZACIÓN EUROPEA. UNA REINTERPRETACIÓN DEL CASO RUSO 1.

El

p r in c ip a l

problem a

:

los

datos

Una verdadera «reinterpretación» del proceso de industrializa­ ción en Rusia, aunque altamente deseable, no es posible por la falta casi total de nuevos datos de naturaleza macroeconómica. Hace unos veinte años los datos estadísticos relativos a la actividad económica de este país entre 1860 y 1913, en especial entre 1885 y 1913, pare­ cían bastante conspicuos, gracias, sobre todo, a la obra de estudiosos de la estadística y de la economía que trabajaron activamente durante los primeros años de la época soviética y a los estudios de Raymond Goldsmith 1 y de Alexander Gerschenkron,123en gran parte basados sobre aquéllos. Sin embargo, la información estadística sobre Rusia parecía suficiente sólo en relación con la relativa escasez de series estadísticas referentes a otros países, especialmente a la Europa orien­ tal, a los estados europeos más pequeños o a Francia. Los trabajos experimentales de RostowJ y de Gerschenkron 4 proponían modelos 1. R. W . Goldsm ith, «The economic growth o í tsarist Russia (1860-1913)», en Economic development and cultural cbange, vol. IX , parte 2, 1961. 2. A. Gerschenkron, «The rate o í growth o í industrial productíon ¡n Rus­ sia since 1885», Journal of Economic History, V II (1947). 3. W . W . Rostow, The stages of economic growth, 1960 (hay trad. cast.: Las etapas del crecimiento económico. Un manifiesto no comunista, Fondo de Cultura Económica, México, 1961). 4. A. Gerschenkron, Economic backwardness in bistorical perspective, Cam­ bridge, Mass., 1968 (hay trad. cast.: El atraso económico en la perspectiva bis•

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pora el estudio del proceso de industrialización, y tal vez por el hecho de ser muy debatidos provocaron una verdadera explosión de investigaciones en profundidad sobre determinados países, con un esfuerzo notable por aportar series estadísticas bastante uniformes con objeto de conseguir comparaciones entre períodos, sectores y paí­ ses diferentes. Por lo que a Rusia se refiere, en cambio, no se efec­ tuaron investigaciones de este tipo, ya sea por obra de estudiosos soviéticos u occidentales, aunque Malcolm Falkus,* 3* 5 Paul Gregory,6 Arcadius Kahan 78 9y Barkai0 examinaron algunos aspectos particula­ res. También es grande la deuda de reconocimiento que, en el plano científico, tenemos respecto a Paul Bairoch por las series que elaboró sobre el producto nacional bruto per cápita y sobre los niveles de con­ sumo, que nos permiten tener una referencia de la posición de Rusia y de los resultados que había alcanzado en algunos de los años más significativos del siglo xix y en 1913.’ A pesar de esto, sigue siendo cierto que los historiadores de la economía rusa aún utilizan datos compilados en 1918, o a partir de 1897 en lo que concierne a la estructura demográfica. La mayor parte de los estudios sobre el capital extranjero invertido en Rusia utilizan invariablemente las estimaciones aportadas por OI’,10 en 1922 o en períodos precedentes. En épocas recientes las estructuras agra­ rias han sido estudiadas casi exclusivamente desde un punto de vista lórica, A riel, Barcelona, 1968); ídem, Continuity in bistory and otber essays, Cambridge, Masa., 1968 (hay trad. cast. de dos de los ensayos contenidos en este libro: Atraso económico e industrialización, A riel, Barcelona, 1970). 3. M. E . Falkus, «Russia’s national income, 1913: a re-valuation», Econó­ mica (1968). 6. P . A. Gregory, «Russian national income in 1913», Quarterly Journal of Economía, XC (1976). 7. A. Kahan, «Capital form ation during the period of early industrialization in Russia, 1890-1913», en P . M athias y M. M. Postan, eds., The Cam­ bridge Economic History of Europe, vol. V II, parte 2. 8. H . Barkai, «The macro-economics of tsarist Russia in the industrial*zation era», Journal of Economic History, X X X III (1973). 9. P. Bairoch, «Europe’s gross national product, 1800-1975», Journal of European Economic History, XXXVI (1976); idem, «Niveaux de développement économique de 1810 á 1910», Anuales, XX (1965); idem, «The main trends in national economic disparities since the industrial revolution», en P. Bairoch y M. Lévy-Leboyer, eds., Disparities in economic development since the indus­ trial revolution, Londres, 1981. 10. P. V. OI’, Innostrannyye kapitaly v Rossii, San Petersburgo, 1922. 19. — NADAL

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institucional o del de la distribución de la propiedad. £1 único índice de precios disponible está muy lejos de ser perfecto.11 Para la renta nacional aún nos basamos en la obra de Prokopovich,11213que es de cierta utilidad sólo para la Rusia europea y con limitaciones para los años de 1900 y de 1913. Falkus revisó parcialmente estos cálculos,12 y Gregory 14 consiguió de los datos sobre el consumo un balance del producto nacional neto para 1913. Sin duda, tales trabajos repre­ sentan avances, aunque éstos resultan escasamente significativos frente a la riqueza de datos disponibles o de los numerosos y par­ ticularizados trabajos publicados en estos últimos años relativos a otros países. Indudablemente, existen aún grandes posibilidades para una inte­ ligente reconstrucción de las estadísticas rusas disponibles en Occi­ dente, pero el trabajo de base debe ser efectuado por los estudiosos soviéticos. En tal sentido, sólo pueden ser favorablemente acogidos estudios como los de Vaynshtayn,1516 de Rashin14 y de Nifontov.1718 Una bibliografía critica sobre las fuentes cuantitativas de la historia económica y social de Rusia, publicada recientemente, hace pensar que el material para un trabajo de ese tipo puede estar disponible,14 aunque subsiste el peligro de que sea usado selectivamente para sus­ tentar alguna tesis que desee proponer la preocupación ideológica contingente. Ésta, en realidad, es una de las mayores dificultades con la que tienen que enfrentarse todos los estudiosos serios de Rusia que tra11. A. Kahan, «Capital form ation...» , art. cit. 12. S. N. Prokopovich, O pyt iscbisleniya ttarodnago dokboda Yevropeyskoy Rossii, Petrogrado, 1918; ídem, «Über die Bedingungen der ¡ndustriellen Entwicklung Russlands», Archiv fü r Soziale Gesetzgebund und Statistik, 10 (1913). 13. M. E. Falkus, «Russia’s national...» , art. d t. 14. P. A. Gregory, «Russian n atio n al...» , art. d t. 15. A. L. Vaynshtayn, Narodnoye bogatstvo i narodnokhzyastvennoye nakopleniye predrevolyutsyonnoy Rossii, Moscú, 1960. 16. A. G . Rashin, Formirovaniye raboebego klassa Rossii, Moscú, 1958. 17. A. S. Nifontov, Zem ovoye proizvodstvo Rossii vo vtoroy polovine X IX veka, Moscú, 1974. Stephen W heatcroft ha ampliado este estudio hasta induir la Rusia no europea y el período que se extiende más allá de finales del siglo xix (cf. tesis leída en la Universidad de Birmingham, Facultad de Gomerdo y Ciendas Sodales, en mayo de 1980). 18. V. I. Bovykin y otros, ed., Massovyye islochniki, ill y a issledovanii massovyki istocbnokov po sotsyal'no— ekonomicbeskoy istorii Rossii, Moscú y Leningrado, 1978.

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finjan en Occidente. Aunque existen algunos estudios efectuados por occidentales basados en investigaciones en archivos soviéticos y bajo la supervisión de estudiosos soviéticos de gran valor, las dificultades vinculadas con la investigación en ese país, en especial para investi­ gadores que ya no son jóvenes y sobre todo para temas políticamente espinosos o que requieren una estancia prolongada para la selección y el examen de los datos generales de naturaleza estadística, hacen que la mayor parte de las investigaciones deban utilizar obras pro­ ducidas por estudiosos soviéticos, entre las cuales, por otra parte, no íaltan obras de gran calidad. Sin embargo, dichos estudiosos emplean instrumentos conceptuales y analíticos diferentes, examinan el mate­ rial con otra óptica y, en consecuencia, los datos y los hechos que emergen de su trabajo sólo en parte son adecuados para aportar res­ puestas a los problemas planteados en Occidente, donde predomina el interés por el proceso de industrialización. Excepto durante el período estaliniano, época en que los estudio­ sos se movieron con prudencia, escribiendo un tipo de historia eco­ nómica dedicada a una institución particular, a una industria o a una región, limitada en su concepción descriptiva y tecnificada, pero también útil por los datos que aporta, la mayoría de los escritos de historia económica en Rusia siempre han estado estrechamente rela­ cionados — y a menudo han sido consecuencia directa del mismo— ion el debate ideológico. En efecto, se puede afirmar que la moderna historia económica rusa tuvo su origen en las décadas de 1880 y de 1890, al calor del debate entre marxistas y populistas sobre la naturaleza del capitalismo (en particular en Rusia). Esa tradición nunca se interrumpió. Aun cuando esa concepción continúe siendo un imperativo para la ortodoxia intelectual, se ha vuelto menos opresiva y más elástica después de la muerte de Stalin, pero sigue presente y, como tal, condiciona el desarrollo y la calidad de la investigación; de manera que los historiadores soviéticos, con alguna excepción, se dedican a la historia general más que a la eco­ nomía y menos aún a la econometría, se han ocupado más de los aspectos sociopolíticos de la industrialización que de los económicos. Kn las obras de síntesis prevalece la tendencia a discutir sobre el capi­ talismo, del que la industrialización es sólo un elemento, con debates sobre su periodización, su génesis, sus orígenes como estructura socioeconómica y su sucesiva evolución hacia el capitalismo finan­ ciero y posteriormente monopolista. Dentro de este esquema, los

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estudiosos soviéticos abordan temas familiares para quien se ocupe de la industrialización, como la Revolución industrial, su delimita­ ción temporal y su difusión, el nacimiento del sistema de fábrica y las transformaciones de la clase obrera, el papel del capital extran­ jero, el de los bancos o el del Estado, la relación entre agricultura e industrialización. Aunque como hemos señalado, después de la muerte de Stalin, la metodología se ha vuelto más elástica y el debate ha adquirido mayor amplitud, hasta el punto de dejar cierto espacio a interpreta­ ciones pluralistas, la presencia de una doctrina que concibe la Revo­ lución de octubre como un modelo universal, aplicable tanto a los países industrializados como a aquellos en vías de desarrollo, constitu­ ye una especie de lecho de Procusto para cualquier investigación seria sobre la economía y sobre la sociedad de la Rusia prerrevolucionaria .10 Los numerosos estudios sobre determinadas industrias, empre­ sas o bancos, publicados en la Unión Soviética en las dos últimas décadas, han sido escritos bajo una óptica particular que considera estas iniciativas como elementos del desarrollo del capitalismo mo­ nopolista, de la penetración y de las relaciones con el capital extran­ jero, de la interacción entre los intereses del mundo económico, el aparato estatal, la industria y la banca. Estos estudios contienen una gran cantidad de informaciones valiosas, sin las cuales los pocos que trabajan fuera de la Unión Soviética no podrían continuar sus inves­ tigaciones. Pero aunque las obras dedicadas al estudio monográfico de determinadas empresas se asemejan a los estudios sobre la histo­ ria empresarial realizados en Occidente, la mencionada óptica induce a los autores a efectuar una selección de los datos, cuando no una verdadera omisión de informaciones y de datos relativos a la activi­ dad y a la dirección cotidiana de las unidades empresariales, que son esenciales para el historiador de la empresa.1290 19. Para una discusión en profundidad de este problema, cf. John Keep, «The great October socialist revolution», en S. H. Barón y N. W. Heer, eds., Windows on ¡be Russian pasl; essays on Soviet bistoriograpby since Stalin, American Association for thc Advancement of Slavic Studies, Columbus, Ohio, 1977. 20. La vasta bibliografía sobre dicho tema existente hasta 1967, es enume­ rada y analizada por V. I. Bovykin, Zarozbdeniye finansovogo kapitala v Rossii, Moscú, 1967, pp. 5-50. Cf., además, M. P. Vyatkin, ed., Monopolii i inoslranny kapital v Rossii, Moscú y Leningrado, 1962; K. N. Tamovsky, Sovetskaya

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Un gran número de ensayos sobre aspectos particulares de la industrialización están contenidos en las actas de congresos, en publi­ caciones colectivas de carácter conmemorativo, en revistas soviéticas especializadas, entre ellas Istoriya SSSR e Istoricheskiye Zapiski, además de en las actas de congresos celebrados fuera de la Unión Soviética, en particular los dos congresos ruso-alemanes sobre la industrialización que tuvieron lugar en la República Democrática Alemana en 1970 y en la República Federal de Alemania en 1973.21 También algunos estudiosos occidentales de la economía de la Rusia imperial han aportado trabajos de buena calidad, pero en Occi­ dente la literatura no es muy amplia y no existe una investigación sobre fuentes primarias. Entre los estudios que tratan directamente de la industrialización están las buenas monografías de William Blackwell,22 de James Bater,23 una breve síntesis histórica de Falkus,24 los capítulos de la Cambridge Economic History of Europe,* el de Gregory Grossman en Fontana Economic History,* y los artículos ¡storiografya ross'ryskogo imperyalisma, Moscú, 1964; V. A. Nardova. Nacbato monopolizatsee neflyanoy promyshlennosti Rossii, 1880-1890-e goiy, Leningrado, 1974; N. E. Nosov, ed., Issledovaniya po sotyaTno-politicheskoy islorii Rossii, Moscú, 1971; Monopolisticbesky kapital v neflyanoy promyshlennosti, 1883-1914. Dokumcnly i maleryaly, Moscú y Leningrado, 1961; Ídem, 19141917, Leningrado, 1973; Maleryaly po islorii SSSR, Moscú, 1959, vol. V I. 21. P. Hofman y H . Lemke, eds., Génesis und Entwicklung des Kapitalitmus in Russland. Studien und BeitrSge, Berlín, 1973; C. Scharf, ed., Deulscbland und Russland im Zeitalter des Kapitdismus, 1861-1914, Wicsbaden, 1977. Cf., también, D. Geyer, ed., Wirtschaft und Gesellscbaft im vorrevolutionüren Russland, Colonia, 1975. 22. W. L. Biackwell, Tbe beginnings of Kussian induslrialization, 18001860, Prínceton, 1968. 23. J. H . Bater, Si. Pelersburg. Induslrialization and cbange, Londres, 1976. 24. M. E. Falkus, Tbe induslrialization of Russia, 1700-1914, Londres, 1972. 25. M. Postan y H . J. Habbakuk, eds., Tbe Cambridge Economic History, vol. V I, parte 2 (hay trad. cast.: Historia económica de Europa. Las revoluciones Industriales y sus consecuencias: Renta, población y cambio tecnológico, vol. V I, parte 2, Revista de Derecho Privado - Editoriales de Derecho Reunidas, Madrid, 1977); P. Mathias y M. Postan, eds., Tbe Cambridge..., vol. V II, parte 2, op. cit. 26. G. Grossmann, «The ¡ndustrialóation of Russia and the Soviet Union», en C. M. Gpolla, ed., Fontana Economic History of Europe. Tbe emergence of industrid sacieties, vol. 2, Londres y Glasgow, 1973 (hay trad. cast.: Histo-

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de Kahan,* 27 Gregory,2* Rieber 29 y otros. Los libros de McKay, Girault, Zelnick, Johnson, Owen y Carstensen y los artículos de Bonwetsch, Notzold, Von Laue, Barkai, Metzer, Falkus y otros ,30 están tan sólo parcial o indirectamente dedicados al estudio de la industrialización.

2.

La

discusión sobre el modelo de

G erschenkron

Implícita o explícitamente, el modelo de industrialización en condiciones de atraso económico propuesto por Gerschenkron, a par­ tir de la experiencia rusa, fue aplicado o tomado como punto de ría económica de Europa. El nacimiento de las sociedades industriales, vol. IV, parte 2, Ariel, Barcelona, 1982, pp. 129-177). 27. A. Kahan, «Government policies and the industrialization oí Russia», Journal of Economic History, XXVII (1967). 28. P. A. Gregory, «Economic growth and structural change in tsarist Russia: a case of modem economic growth? Soviet Studies», Journal of Econo­ mic History, XXVI (1967). 29. A. J. Rieber, «The Moscow entrepreneurial group», Jahrbücher für Gescbickte Ost-Europas, s. n., vol. 43 (1977). 30. J. P. McKay, Pioneers for profit: foreign entrepreneurship and Russian industrialization, 1885-1913, Chicago y Londres, 1970; R. Girault, Emprunts rustes et investissements français en Russie, 1887-1914, París, 1973; R. E. Zelnick, Labor and society in tsarist Russia. The factory workers o f St. Petersburg, 1885-1870, Stanford, 1971; R. E. Johnson, Peasant and proletarian. The working class of Moscow in the late Nineteenth century, 1979; T. C. Owen, Capitalism and politice in Russia. A social history of the Moscow merchants, 1855-1905, Cambridge, 1981; F. V. Carstensen, American mullinational corporations in Imperial Russia. Chapters on foreign enterpreise and Rustían economic development, tesis lefda en la Universidad de Yale en 1976; B. Bonwetsch, «Uandelspolitik and Industrialisierung. Zur ausscnwirtschaflichen Abhangigkeit Russlands», en D. Geyer, ed., Wirtschaft u n d ..., op. cit.\ J. Ndtzold, «Agrarfrage und Industrialisierung am Vorabend des Ersten Weltkrieges», en ibid.\ H. Barkai, «The macro-econoraics of tsarist Russia in the industrialization era; monetary devclopments, the balance of payments and the Gold Standard», Journal of Economic History, X X XIII (1973); J. Metzer, «Railroad development and market integration: the case of tsarist Russia», ibid., XXXIV (1974); ídem, «Railroads in Russia. Direct gains and implications», Explorations in Economic History, X III (1976); M. E. Falkus, «Aspect of foreign investment in tsarist Russia», Journal of European Economic History, V III (1979); T. H. von Laue, «Factory inspection under the ‘'Wittc System"», American Slavic and East European Repiew, XIX (1960).

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referencia en la mayor parte de estos trabajos. En el centro de este modelo estaba el papel del Estado, entendido como un instrumento que estaba en condiciones de suplir la ausencia de algunos factores de producción. En consecuencia, un país atrasado podía, no sólo industrializarse, aunque faltaran las precondiciones requeridas por el modelo de Rostov, que suponía una evolución en estadios que se reproducía mecánicamente en todos los procesos de industrialización, sino hacerlo más rápidamente. Parte integrante del modelo es el relieve otorgado a la industria pesada, lo que constituye un alejamien­ to bastante notable respecto del modelo dominante de industrializa­ ción proveniente de los estudios pioneros de la Revolución indus­ trial. Otro elemento decisivo es la política fiscal del Estado, orientada a la contención de la demanda doméstica del sector agrícola, cuya producción debía ser colocada en el mercado a pesar de que sus nive­ les de productividad fueran más bien estacionarios. Ulteriores carac­ terísticas de la industrialización en condiciones de atraso eran las grandes dimensiones de fábricas y empresas y la sustitución del fac­ tor trabajo por capital. El modelo de Gerschenkron pone particularmente en evidencia los elementos de discontinuidad. El estudioso estadounidense aísla dos breves momentos caracterizados por altas tasas de desarrollo industrial, o dos fases del mismo momento, la primera en la década de 1890, con unas tasas más altas en los años de 1896 a 1900, y la segunda de 1909 a 1914. Durante esta segunda fase, Gerschenkron observó un cambio cualitativo en su modelo, caracterizado por un menor atraso y por la intervención de los establecimientos bancarios, que asumieron el papel hasta entonces desempeñado por el Estado. De esta manera, Rusia se estaba aproximando al tipo de industriali­ zación que había tenido lugar en Alemania, un país que aun cuando formaba parte del grupo de los recién llegados (late comers), no figuraba en las últimas posiciones. Gerschenkron usó como indicado­ res las tasas de crecimiento de la producción industrial, más que las de la renta per cápita o de la producción per cápita, porque consi­ deraba que, por lo que respecta a un país atrasado como Rusia, los datos agregados habrían tenido escasa significación a tanta distancia de tiempo de la dramática fase del cambio revolucionario hacia la industrialización en algunos países de la Europa occidental y en los Estados Unidos. Mientras que el análisis de Gerschenkron estuvo orientado a la

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formalización de un modelo más que a una descripción detallada de la realidad, era inevitable cierto grado de simplificación. Sin embar­ go, escribió también algunos trabajos sobre las opciones de la indus­ trialización rusa inspirándose en su propio modelo.31 Varios de los participantes en un congreso en el que Gerschenferon volvió a for­ mular su propia interpretación del proceso de industrialización ins­ pirada en el caso ruso expresaron su escepticismo sobre algunas de sus conclusiones, y también porque diferentes elementos de su mo­ delo, tomados al azar, no se adaptaban a la situación de algunos países que habían emprendido con retraso el camino de la industria­ lización.32 Barsbv intentó, posteriormente, poner a prueba tres de las afir­ maciones de Gerschenkron para seis países europeos sobre los que se poseían datos suficientes.33 Obligado a proponer su propia medi­ ción del atraso, cuestión que Gerschenkron había dejado bastante imprecisa, señaló la existencia de una relación positiva entre «atraso relativo» y la tasa de crecimiento del sector industrial que se deri­ vaba de aquél en la fase de despegue del proceso de industrializa­ ción, pero no encontró, en cambio, elementos para sostener la afir­ mación de que la tasa de crecimiento de la productividad agrícola era inversamente proporcional al atraso relativo y verificó las limita­ ciones de la relación entre atraso y «presión sobre los productores». Estas conclusiones lo indujeron a afirmar que los mismos datos suge­ rían una hipótesis alternativa al modelo de Gerschenkron, hipótesis que, en sustancia, debilita la estructura teórica del modelo basado en las «ventajas del atraso ».34 En conjunto, parece existir un notable consenso entre los estu­ diosos sobre el hecho de que los elementos de continuidad fueran

31. Por ejemplo, cf. A. Gerschenkron, «Agrarian policies and industrializotion, Russia 1861-1917», en Cambridge Economic History, vol. V I, parte 2, op. cit. (hay trad. cast.: Historia económica... Las revoluciones.... op. cit., pp. 883-997). 32. W. W. Rostow, ed., The economice of Take-off into sustained growth. Proceeding of a Conference held by tbe International Economic Association, Londres, 1963 (hay trad. cast.: La economía del despegue hacia el crecimiento autosostenido, Alianza Editorial, Madrid). 33. S. L. Barsby, «Economic backwardness and the characteristics of development», Journal of Economic History, XXIX (1969), pp. 449-472. 34. Ibid., pp. 431-432 y 463464.

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una característica de la industrialización rusa más pronunciada de lo que Gerschenkron consideró. Por lo que a Rusia se refiere, en la actualidad se acepta común­ mente la tesis según la cual la transferencia de tecnología, por efecto de la Revolución industrial, se inició en el segundo cuarto del si­ glo xix, al igual que aquella otra tesis según la cual ya a comienzos de la década de 1860 se registraron innovaciones tecnológicas signi­ ficativas en varios sectores industriales, pero no tan difundidas hasta el punto de que se pudiese hablar propiamente de Revolución indus­ trial. A partir de los años siguientes a la guerra de Crimea, el creci­ miento económico adquirió un ritmo más sostenido y se produjo una verdadera difusión de nuevas tecnologías. Después de un breve paréntesis, caracterizado por cierta inestabilidad, debida a la eman­ cipación de los siervos de la gleba, todo el sector textil, la elabora­ ción de productos alimenticios, la fabricación de papel y, en menor medida, la industria mecánica se vieron invadidos por una oleada de renovación tecnológica. Este desarrollo industrial fue en gran parte autónomo, ya que el gobierno no lo promovió o apoyó de manera deliberada. Los estímulos procedían, por una parte, del mercado interior y, por otra, de la Revolución industrial en curso en los países de la Europa occidental, entre cuyas consecuencias se cuentan la disminución de los precios de todos los bienes que concurrían a formar el input, las transferencias de tecnología y de conocimientos (know-how), y la ampliación del mercado para las exportaciones agrícolas rusas. En los momentos en que los aranceles aduaneros tuvieron parte activa en el desarrollo del mercado interior y en esti­ mular las iniciativas empresariales, los resultados fueron fortuitos y, a menudo, hasta contrarios a los intereses fiscales del gobierno, intereses que eran decisivos en la determinación de la política adua­ nera. Las industrias productoras de bienes de consumo, aunque expe­ rimentaron fluctuaciones cíclicas, continuaron desarrollándose hasta 1914, mientras que, en conjunto, no aumentó la tasa de crecimiento de las industrias productoras de bienes capitales, que permaneció en niveles más bien bajos respecto a los del resto de Europa, a pesar de las específicas intervenciones de promoción desarrolladas por el gobierno durante las décadas de 1880 y de 1890.“ 35 35. O. Crisp, «The pattem of Russian industrialization up to 1914», en Léon-Crouzet-Gascon, eds., L’mdustriaiisation en Europe au X IX * siiele. Carto-

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El papel del Estado en el proceso de industrialización rusa ha sido objeto de mucha controversia. Se ofrecieron varias pruebas y argumentaciones para demostrar que éste no fue excepcional res­ pecto a las experiencias de otros países europeos, y /o que los efectos negativos que se derivaron de tal intervención fueron sin duda superiores a toda su contribución positiva. Respecto a la primera de estas cuestiones, McKay, por ejemplo, sostuvo que la participación directa del Estado en la actividad económica se limitó, en gran parte, a la construcción y a la gestión de las vías férreas, como sucedió en otros países, no todos necesariamente integrantes del grupo de los late comers.16 Parece, sin embargo, que esta tesis no tiene debidamente en cuenta las dimensiones de la intervención esta­ tal en lo que concierne a Rusia, ni el impacto que la misma tuvo sobre la economía en términos de acumulación de capital, transfor­ maciones tecnológicas, vinculaciones entre sectores productivos dife­ rentes, creación de puestos de trabajo y otros efectos sociales. Para valorar la segunda de las cuestiones planteadas, debemos atenernos, en cambio, a las evidencias del notable desarrollo experimentado por sectores económicos no dependientes directamente de la activi-

graphie et lypologie. Colloque du CNRS, Lyoa 1970, París, 1972, pp. 441-448 (hay rract. cast.: «Pautas de la industrialización de Rusia hasta 1914», en H. Kellenbcnz y otros, La industrialización europea. Estadios y tipos, Ofrica, Barcelona, 1981, pp. 227-291). Para una discusión m is amplia, cf. O. Crisp, Studies in the Russian economy before 1914, Londres, 1976, sobre todo las pp. 12-22; Blackwell, The beginnings..., op. cit., especialmente, pp. 189-260 y 402-410; H. Lemke, «Industrióle Revolurion und Durchsetzung der Kapitalismus in Russland», en P. Hoffman y H. Lemke, eds., Génesis u n d ..., op. cit., pp. 213-241; V. K. Yatsunsky, «Krupnaya promyshlennost Rossii v 17901860gg», en M. K. Rozhkova, ed., Ocherki po ekonomicbeskoy istorii Rossii, Moscú, 1959, pp. 180-220; K. Lodyzhensky, Istoriya russkago tatnozbennago tarifa, San Petersburgo, 1886 (reeditado en 1973), analiza las motivaciones de la adopción de los aranceles aduaneros. Cf. W. M. Pintner, Russian econontic paticy under N¡cholas I , Nueva York, 1967, pp. 222 ss.; P. A. Grcgory, «Economic grow th...», art. cit.; P. G. Ryndzyunsky, «Einige Probleme der sozialókonomischen Entwicklung Russlands in der zweiten Hiilfte des 17. Jahrhunderts», en P. Hoffmann y M. Lemke, eds., Génesis u n d ..., op. cit., pp. 240262, especialmente p. 262; I. Gindin, «O nekotorykh osobennostyakh ekonomicheskoy i sotsyal’noy struktury rossiyskogo kapitalism v nachale XX veka», Istoriya SSSR, I I I (1966), especialmente pp. 48-49. 36. J. P. Mckav, Pioneers fo r ..., op. cit., pp. 7-12; A. Kahan, «Govern­ ment policies...», art. cit.

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dad gubernamental, sosteniendo (o dando por descontado) que esos éxitos se alcanzaron independientemente de las intervenciones esta­ tales o que habrían podido ser mayores sin tales intervenciones. Kahan, por ejemplo, afirma que la acumulación de capital en agri­ cultura habría podido ser superior si el gobierno no hubiese drenado buena parte de la renta generada por el sector agrícola a través de los impuestos o de la captación del ahorro mediante la oferta de la deuda pública de tipo hipotecario. En general, sostiene la opinión de que las exigencias de la deuda pública, derivada en gran medida de los excesivos gastos militares, de una mala administración finan­ ciera y del peso de una red ferroviaria ideada con fines estratégicomilitares, contribuyeron a reducir el crédito y las inversiones pri­ vadas.37 La prudencia de la política financiera del gobierno ha sido deci­ didamente puesta en duda por Barkai y Kahan. El primero sostiene que ésta retrasó, en vez de acelerar, el crecimiento industrial; el segundo considera que el coste de la acumulación y del mantenimien­ to de una imponente reserva de oro, que no producía intereses, era excesivo para un país faltado de capitales. Barkai llega aún más lejos y afirma que los costes para sostener la paridad en oro de su moneda eran superiores a los beneficios en términos de atracción de capitales extranjeros que ésta favorecía, de manera que a pesar de los sacrifi­ cios exigidos, a pesar del enorme peso representado por los desem­ bolsos anuales destinados al servicio de la deuda pública y a los dividendos que figuraban en la parte relativa a las exportaciones de la balanza de pagos, Rusia se había industrializado, prácticamente, sin apelar a sus propios recursos financieros.38 La política aduanera fue, además, criticada por cuanto implicaba una participación de tipo regresivo que afectaba principalmente al sector rural, reduciendo de esta manera no sólo sus posibilidades de contribuir a la formación de capital, sino también su demanda de productos manufacturados, y por tanto, los incentivos para que los empresarios invirtieran y aumentara la producción. Además, los aran­ 37. A. Kahan, «Capital forraation ...», art. cit. 38. P. A. Grcgory, «The Russian balance of payement, the Gold standard and monetary policy», Journal of Economic History, XXXIX (1979), pp. 379399: H. Barkai, «The macroeconomics...», art. cit.; A. Kahan, «Capital formarion...», art. cit.; ídem, «Government policies...», art. cit.

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celes ocasionaban distorsiones en el sector industrial, protegiendo a las empresas menos eficientes y aumentando los costes, agravando las necesidades crediticias de las empresas, y elevando al mismo tiempo la cantidad de capital necesario para emprender nuevas actividades em­ presariales. La consecuencia última fue la de perpetuar la escasa competitividad en el plano internacional y la de alentar las tendencias monopolistas.39 La vinculación implícita entre la política agraria y la política industrial del gobierno fue puesta en duda de dos formas distintas. En primer lugar, ha sido ampliamente demostrada la existencia de un aumento de la productividad de la agricultura rusa a partir de la década de 1860, tanto por unidad de superficie cultivada como per cápita, y con desplazamientos regionales a favor de las regiones de rendimientos más elevados.40 En segundo lugar, se señala que aque­ llos que critican la política gubernamental no pueden tener razón en ambos casos: porque si es incontrovertible que los impuestos indi­ rectos que gravaban los artículos de gran consumo garantizaron un aumento de los ingresos estatales, no puede argumentarse, al mismo tiempo, que la población tenía unos niveles de consumo muy bajos como consecuencia de una determinada política tendente a favorecer la industrialización.41 En ese punto surge el interrogante acerca de si fue el incremento del número de consumidores urbanos y ocupados en el sector industrial, más que el de los campesinos, el que contri­ buyó a llenar a través de sus compras las arcas del Tesoro: pero también en este caso la industrialización se habría realizado a costa del sector rural. Una investigación experimental de historia compa­ rada adelanta la hipótesis de que la diferencia entre el consumo per cápita urbano y rural en Rusia, aunque era más grande, no se apar­ taba significativamente de las relaciones de consumo urbano-rural en sociedades más ricas. El punto débil de esta constatación reside, sin embargo, en la insuficiencia de datos por lo que a Rusia se refiere, justamente en el período crucial, las décadas de 1880 y 1890, cuando

39. Estas cuestiones fueron desarrolladas por Arcadius Kahan en una co­ municación presentada en el Congreso de Historia Económica de Copenhague. 40. A. S. Nifontov, Zernovoy e proizvoislvo..., op. cit. 41. J. Y. Simms, «The crisis in Russian agriculture at the end of the Nineteenth century: a different view», Slavic Review, XXXVI (1977), pp. 377398.

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se desarrolló la política gubernamental en favor de la industriali­ zación.42 Por otro lado, aun cuando las mismas dimensiones del sector rural y el lugar que la agricultura ocupaba en el sistema económico hacían de ésta la principal fuente de recursos para los sectores en vías de desarrollo, y sin tener en cuenta la contribución que las vías férreas o el crédito hipotecario significaron para la agricultura, el fiujo no era de ningún modo unidireccional. Los obreros de la indus­ tria, la mayoría de los cuales no rompieron sus relaciones con el cam­ po, enviaban consistentes remesas a sus pueblos, con modalidades, importancia y efectos sobre la economía rural que no se apartan demasiado de los derivados de las remesas de los emigrantes polacos o italianos establecidos en América.43 En los estudios sobre el papel desempeñado por la presión fiscal en relación con la industrialización, falta cualquier tipo de consideración sobre los ingresos tributarios que se obtenían del sector industrial, que eran considerables respecto a la media europea, sobre todo teniendo en cuenta el escaso peso que el sector industrial tenía en relación al conjunto de la economía y el pretendido empeño del gobierno en favorecer la industriali­ zación.44 Otra de las tesis de Gerschenkron, la relativa a la función que cumplen respectivamente el Estado y el sistema bancario en los dife­ rentes estadios de atraso del sistema económico ruso, también ha sido cuestionada recientemente. En la actualidad, ya ha quedado pro­ bada la existencia de una actividad de promoción desarrollada por 42. P. A. Gregory, «Russian national...», art. cit.; O. Crisp, Studies in ..., op. cit., pp. 26-28. 43. O. Crisp., «Labour and industrialization in Russia», en P. Machias y M. Postan, eds., The Cambridge..., op. cit., vol. V II, parte 2, pp. 370-372. 44. En 1897, por ejemplo, los impuestos directos sobre la industria y el comercio representaban el 46 por 100 del ingreso total procedente de la tribu­ tación directa, mientras que otro 13,6 por 100 de la misma procedía de im­ puestos sobre el capital líquido, unas proporciones semejantes a las de la más rica y desarrollada Inglaterra y más bajas que las de Francia. Los impuestos indirectos se habían convertido en el pilar de los ingresos presupuestarios rusos, pero desde este punto de vista, Rusia no se distinguía sustancialmente de otros países (52 por 100 en Rusia respecto al 50 por 100 en Francia y al 44,8 por 100 en el Reino Unido). Los impuestos indirectos representaban el 85,5 por 100 de los ingresos fiscales en Rusia respecto al 75 por 100 en Francia y al 73 por 100 en Inglaterra. (Cf. F. A. Brokhauz e I. A. Eíron, eds., «Rossiya», en Entsiklopedischesky slovar, pp. 198 ss.)

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la banca en la fase inicial del proceso de industrialización: en estas operaciones estaban comprometidos establecimientos de crédito ex­ tranjeros, mientras que la banca rusa, aunque no permaneció ajena a esa actividad, debemos recordar que su mayor parte se encontraba bajo la tutela del banco del Estado y del ministerio de Hacienda .456 4 En cambio, permanece sin la debida verificación la hipótesis de que durante la segunda fase de ese proceso la intervención del Estado en el campo económico tuviera una incidencia real, aunque se viene sosteniendo que los gastos conexos a la producción de material pesa­ do para el ejército y en particular para las construcciones navales actuaron como un resorte que provocó el boom económico durante el período anterior a 1914, así como la demanda derivada de las construcciones ferroviarias había provocado el de la década de 1890. Por otra parte, no existen pruebas de que durante esta segunda fase se cambiara la política aduanera, monetaria y hacendística. En ese período, recursos financieros más cuantiosos se orientaron directa­ mente hacia el sector agrario, mientras que la abolición del pago de la redención establecida en el decreto de abolición de la servidumbre de 1861 permitió a la agricultura disponer de mayor poder adquisi­ tivo, que fue dedicado, en parte, a incrementar la demanda de pro­ ductos manufacturados y a la introducción de mejoras en las explo­ taciones agrarias y, en una proporción todavía más sustanciosa, a la compra de tierras. Pero la creciente prosperidad del sector agrícola en el período inmediatamente anterior a la guerra tuvo su origen, al menos a corto plazo y en mayor medida, en una serie de buenas cosechas y en los cambios de los términos de intercambio (terms of trade) a nivel internacional a favor de la agricultura, que en las nue­ vas orientaciones de la política agraria gubernamental. Por motivos obvios no es posible determinar cuáles hubieran podido ser sus efec­ tos a largo plazo.45 La formación de la clase obrera siempre ha constituido un tema 45. O. Crisp, «Russia, 1860-1914», en R. Cameron, Banking in ihe early stages of induslrialization. A study in Comparative Economía History, Oxford, 1960, pp. 218-225 (hay trad. cast.: «Rusia, 1860-1914», en R. Cameron, La banca en las primeras etapas de la industrialización. Un estudio de historia económica comparada, Tecnos, Madrid, 1974, pp. 200-255). 46. O. Crisp, Studies i n ..., op. cit., pp. 33-34; M. E. Falkus, The industrialization..., op. cit., pp. 79-80; L. A. Mendel'son, Teoriya i istoriya ekono• micheskikb krizisov i tsiklov, Moscú, 1964, vol. I II , p. 205.

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de debate entre los estudiosos. Muy discutidos han sido los efectos limitativos de la ordenación institucional del sector agrario sobre el crecimiento de la oferta de trabajo para la industria e, indirectamen­ te, sobre las decisiones de inversión de los empresarios; la relación entre el trabajador fabril y el mundo agrícola (si se separaba de éste y en qué medida); y el grado en el que se verificó una sustitución de mano de obra por capital a causa de la escasa disponibilidad de fuerza de trabajo especializada. Sin embargo, los interrogantes que aún permanecen abiertos son muchos. Existe una amplia literatura, especialmente soviética, sobre los desplazamientos de la mano de obra y sobre el papel que desempeñó a este respecto la política gubernamental, pero faltan casi por completo estudios sobre la evo­ lución de los salarios, sobre la productividad, sobre el nivel de adiestramiento tanto en el plano de fábricas o industrias aisladas, como desde una perspectiva globalizadora.47 La imagen de una industria rusa caracterizada por establecimien­ tos y empresas de grandes dimensiones, contemplada en el modelo de Gerschenkron y aceptada sin discusión por los historiadores soviétivos como el principal exponente del capitalismo monopolista, no resiste la prueba de los hechos. La información estadística disponi­ ble, aun cuando tienda a subvalorar el peso de las pequeñas empre­ sas, muestra la existencia de una estructura dualista con cierto núme­ ro de grandes unidades de producción y una multitud de pequeñas pero vitales unidades productivas.48 Las criticas formuladas al modelo de Gerschenkron, sin embargo, no lo han invalidado ni mínimamente, ya que la mayor parte de los estudiosos que hemos tenido ocasión de recordar se han limitado a señalar la inconsistencia de las pruebas, pero sin aportar modelos alternativos. Todos los materiales disponibles parecen apuntar, deci­ didamente, en dirección a un modelo caracterizado por dos tenden­ cias de desarrollo interconexas, una inducida por el Estado y la otra autónoma. Y parece que las iniciativas estatales de cierto tipo fueron el elemento determinante en la inducción del desarrollo económico

47. O. Crisp, «Labour a n d a r t . d t. (especialmente la bibliografía y las notas). 48. Ibid. Cf., también, G. Rimlinger, «The expansión of the labour market in capitalist Russia, 1861-1917», Journal of Economic History, XXI (1961).

i

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durante las décadas de 1880 y 1890.49 Esta hipótesis parece que es compartida por algunos estudiosos soviéticos que hablan de creci­ miento industrial «espontáneo» «desde abajo», al que se agrega el derivado de los efectos de una política desarrollada «desde arriba» en la década de 1890. En concreto, el gobierno zarista, a pesar de realizar una política que reflejaba los intereses de los grandes terra­ tenientes, lo que significaba mantener en el campo unas relaciones «semifeudales» de producción que obstaculizaban el desarrollo eco­ nómico, «objetivamente» promovió, aunque sin desearlo, el nacimien­ to del capitalismo.50 En resumen, la falta de estudios en el mundo occidental más precisos y completos sobre los diferentes aspectos del desarrollo económico ruso ha imposibilitado hasta el presente obtener un conocimiento global del problema. En el futuro, serán necesarios no sólo investigaciones nuevas o replanteamientos de las cuestiones sobre la base de datos estadísticos más precisos, sino tam­ bién estudios de tipo microeconómico a fin de poder verificar las generalizaciones presentes en gran medida en la literatura sobre la historia económica rusa.

3. Un n u e v o

enfoque:

la

ó p t ic a

r e g io n a l

Aunque en Europa durante los últimos veinte años haya predo­ minado una tendencia a evitar la construcción de modelos, un recien­ te estudio de Sydney Pollard constituye, si no exactamente un mo­ delo teórico, una tentativa de interpretación desde un ángulo especial (que fundamenta en la oferta y en la región, más que en un Estado definido por unos límites políticos, las bases de partida del proceso investigador) del modo en que la industrialización europea se desarro­ lló a través de la «imitación» o absorción, de primera o de segunda mano, de tecnologías experimentadas en el Reino Unido. Constituye un punto esencial de su tesis la afirmación de que «en cada estadio y por lo que se refiere a cualquier economía, no importa lo atra­ sada que esté con respecto a los países avanzados, hay todo un 49. O. Crisp, «The p attem ...», art. cit., pp. 440-444 y el resumen final; ídem, Stuáies i n ..., op. cit., pp. 11-17 y 22-25. 50. Ryndzyunsky, «Einige Probleme ...*, art. d t., p. 261; una tesis más compleja aparece en I. Gindin, Gossudarstvenny Bank i ekonomichcskaya polittka tsarskogo pravitel’stva, Moscú, 1960, pp. 23 ss.

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mundo, en la periferia europea y en otros continentes, técnicamente aún más atrasado». A esta observación se une un problema que él define como «diferencial de contemporaneidad»: en otros términos, cada economía, equipada de diferente manera, debe afrontar los mis­ mos acontecimientos y responder a los mismos retos en un determi­ nado momento; o bien, dado que las economías con cierto grado de autonomía se industrializan una después de otra, se han encontrado ante un cambiante marco de referencia europeo y mundial.51 En este trabajo sólo nos es permitido formular algunas observa­ ciones superficiales sobre el modo en que Rusia se inserta en este esquema, dado que la obra de dicho autor se encuentra literalmente colmada de datos detallados y de afirmaciones que requieren tiempo para ser valoradas. El mérito de este modelo reside en el hecho de ofrecer la ocasión de estudiar las directrices y la actividad de cada economía no sólo en relación a su pasado, a su medio natural y a sus tradiciones, sino también en relación con otras economías, como partes de una experiencia que, de un modo o de otro, las implica a todas. Aunque el modelo parte del supuesto de que existen unas oportunidades abiertas a todos, Pollard se da cuenta, aunque no desarrolle suficientemente este punto, que para las economías que se encuentran en la extrema periferia, por ejemplo las últimas en llegar a la industrialización, los resultados obtenidos por los países pioneros y por aquellos que fueron los primeros en seguirlos pueden ser del todo inalcanzables. La diferencia entre el que ya ha llegado y el que se afana por escalar la pendiente, en términos de renta per cápita, en realidad se va ampliando. El autor, además, tiene bien presente que el «efecto demostración», aunque actúa como estímulo y motivación para las nuevas tentativas por conseguir la industria­ lización, puede constituir al mismo tiempo una limitación para su eficacia. Los países de la periferia, insertos en el sistema financiero, comercial y militar mundial, debían absorber las convulsiones que éste experimentaba, aunque no estuvieran aún preparados para hacer­ lo. Mientras tanto, las mismas instituciones, el mismo tipo de legis­ lación, la misma mentalidad transferidos a la periferia antes de que se hubieran alcanzado las condiciones oportunas provocaron a menudo

51. S. Pollard, Peaceful conquest. Tbe industridizalion of Europe, 17601970, Oxford, 1981, pp. 142 y 186. 20. —

N AD AL

3 0 6

LA R EVOLUCIÓ N IN D U ST R IA L

efectos desastrosos, como en el caso de Rusia, no sólo localmcnte sino a nivel mundial.52 La óptica regional, sin embargo, se adecúa bien a la experiencia rusa. Podría revelarse como particularmente denso en resultados positivos un estudio basado en estos criterios sobre la región de Moscú, un área en la que se manifiestan todas las formas de pro­ ducción, desde la industria rural de tipo estacional y la industria rural domiciliaria {domestic System) hasta la moderna fábrica meca­ nizada, siguiendo el proceso que actualmente definimos como protoindustrialización. Esta región registró un desarrollo económico cons­ tante; pese a estar escasamente dotada desde un punto de vista agrí­ cola, tenía en sus cercanías a una zona fértil de la que podía obtener aprovisionamiento y gozaba además de densos asentamientos huma­ nos, de una alta concentración de mano de obra especializada, de materias primas producidas en la misma región o fácilmente trans­ portables gracias a buenas vías de navegación interior, conectadas directamente con el mar o con puertos lluviales y, a partir de la década de 1860, constituyó el centro de una extensa red ferroviaria con líneas en todas las direcciones. A finales del siglo xix, más de una cuarta parte de su población estaba ocupada, en alguna medida, en la industria, cuya producción per cápita era varias veces superior a la media nacional. El sector industrial estaba suficientemente articu­ lado, aunque prevalecían las industrias textiles; cuando se presentó la ocasión, la región moscovita estableció importantes vinculaciones con la industria petrolífera de Bakú, con las industrias metalúrgicas de la Ucrania meridional y con las regiones algodoneras del Asia central, mientras que sus relaciones con los Urales, donde se pro­ ducía hierro y cobre, se remontaban al siglo xvm . Al igual que en el modelo de Pollard, también en este caso la disponibilidad de mano de obra era, probablemente, el factor más importante para el desarro­ llo de esta región, especialmente en comparación con el sudeste y con los Urales, aunque en una situación típicamente rusa — en la cual las distancias y el clima hacían impracticables durante gran parte del año caminos y cursos de agua— en donde la facilidad o no del trans­ porte constituye el factor crítico para el desarrollo regional, así como también una garantía de crecimiento sostenido.53 52. Ibid., pp. 184 y 188-190. 53. O. Crisp, «Labour and ...*, art. cit., p. 309; R. J. Johnson, Peasant a n d ..., op. cit., pp. 11-28.

UNA R E1N T ER PR ET A C IÓ N D E L CASO RUSO

•I.

L as

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construcciones ferroviarias

La interpretación del mecanismo y de los canales de transmisión ilc la industrialización propuesta por Pollard ofrece más de un ele­ mento para obtener una visión renovada de la experiencia rusa, en la cual juegan un papel particularmente importante tres elementos de su modelo: vías férreas, comercio exterior y capital extranjero. ( lomo en otros países, los ferrocarriles fueron un importante vehículo de transferencia de tecnología y de fomento de las relaciones finan­ cieras y comerciales con los países industrializados de Europa. En la década de 1866-1875 se pusieron en explotación casi 15.000 kilóme­ tros de nuevas líneas, un récord que sólo se superaría en la década de 1890, cuando se construyeron más de 22.000 kilómetros, con la diferencia de que durante la primera de dichas décadas la construc­ ción de las vías férreas tuvo lugar en el contexto de una política arancelaria relativamente librecambista, que alcanzó sus momentos culminantes en 1868.** Las ideas sobre los beneficios del librecambio difundidas en la Europa occidental, la convición, compartida por los ambientes sociales más elevados y por buena parte de la alta buro­ cracia, de que la prosperidad de Gran Bretaña derivaba de su política librecambista — una opinión que los diplomáticos británicos estaban particularmente ansiosos por difundir entre los funcionarios y la alta sociedad rusa— es probable que tuvieran una notable influencia en el mantenimiento de esta política económica.** Pero también entraron en juego consideraciones de orden práctico. Por ejemplo, se consti­ tuyó un influyente grupo de hombres de negocios moscovita vincu­ lado a intelectuales eslavófilos que luchaban por una política protec­ cionista y que no aprobaban la creciente presencia extranjera en la economía rusa .*4 Sin embargo, los ferrocarriles se construyeron con el concurso del capital extranjero y se equiparon a través de masivas adquisicio­ nes de material en el extranjero, ya que el viejo centro metalúrgico546 54. Cf. el cuadro 1 del apéndice, el cual sugiere una relación entre el incremento de los aranceles y el valor de las importaciones, sobre todo por lo t|uc se refiere al lingote de hierro. 55. J. Gindin, Gossudarstvenny B a n k..., op. til., pp. 4748; O . Crisp, Sí adíes in ..., op. cit., pp. 23-24. 56. J. C. Owen, Capitalista a n d .... op. cit., pp. 59-70, 116 ss.; A. J. Riebcr, «The Moscow...», art. cit., p. 198.

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ruso de los Urales, que en el pasado había sido el mayor exportador de hierro a Gran Bretaña, no estaba en condiciones de satisfacer la demanda procedente del sector de las construcciones ferroviarias. Las consecuencias fueron un fuerte déficit de la balanza comercial y un creciente endeudamiento con el exterior. Las importaciones rusas, que en el período 1857-1868 habían sido de 234 millones de rublos, llegaron a los 531 millones en el período 1869-1876, mientras que de una balanza de pagos con un superávit de 130 millones se pasó a un déficit de 635 millones de rublos en el transcurso de los perío­ dos antes indicados. Posteriormente, durante la década de 1870, Alemania consiguió reemplazar a Gran Bretaña como principal pro­ veedor de Rusia, sobre todo por lo que se refiere al material pesado destinado a las vías férreas y, además, en el suministro del artículo que tenía una mayor incidencia en las importaciones rusas, el algodón en rama americano. Los alemanes empezaron a adquirir títulos, cedi­ dos a buen precio, de las compañías ferroviarias rusas. Las finanzas alemanas participaron en la fundación de la banca de San Petersburgo en las décadas de 1860 y 1870, mientras que ingenieros, financieros y comerciantes alemanes intervinieron activamente en las construc­ ciones ferroviarias, en las industrias metalúrgicas y mecánicas y sobre todo en el comercio.57 Pese a que la proporción correspondiente a las vías férreas res­ pecto a la inversión total de capital — como ha señalado reciente­ mente Arcadius Kahan— 55 nunca volvió a alcanzar con posterioridad los mismos niveles, no se produjo ningún desarrollo significativo de la producción de hierro, aunque en la década de 1870 asistimos a la aparición de la industria extractiva y metalúrgica de la Rusia meri­ dional. La segunda fase importante de las construcciones ferroviarias tuvo lugar cuando ya dejaban sentir sus efectos los aranceles adua­ neros, aumentados progresivamente de 1877 en adelante, cuando ya se había abolido la exención arancelaria para el lingote de primera fusión y el hierro en barras y se había introducido un aumento de las tarifas arancelarias sobre los productos metalúrgicos. En la década de 1880 se produjo otra escalada de los aranceles, hasta que en el período 1891-1893 la recaudación aduanera relativa a las importaciones llegó 37. Calculado sobre la base de Vestnik ¡inansov. Torgovli i promysbleanosti, pp 10 y 11 (1914). 58. A. Kahan, «Capital fonnation...», art. cit., pp. 340-341.

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ii significar el 33,4 por 100 del valor de las mercaderías importailns.w El efecto combinado de la protección arancelaria, del vasto programa de construcciones ferroviarias y de las grandes inversiones ilc capital, tanto ruso como extranjero, contribuyó a impulsar la actividad industrial a partir de 1885 aproximadamente, proceso que tuvo su punto álgido entre 1896 y 1900, y cuyas particularidades Imn sido estudiadas ampliamente. Rusia, naturalmente, no fue la única que adoptó una política pro­ teccionista, ya que en la mayor parte de los países europeos el interludio del «librecambio» fue de breve duración. Casi todos reac• innaron ante la creciente competencia de los cereales ultramarinos, debida a la disminución de los costes de transporte, con un aumento de los derechos arancelarios. Rusia fue, a la vez, culpable y víctima de este fenómeno. Por una parte, el hecho de que se cuadriplicase con csccso el volumen de sus exportaciones, en 1878, constituidas por cereales en más del 60 por 100 del total, favoreció la caída de los precios agrícolas. Por otra parte, Rusia experimentó el impacto del hundimiento de los precios más tarde que el resto de Europa, porque la disminución de] tipo de cambio del rublo contribuyó a frenar la caída de éstos. Pero con la revalorización del rublo a fines de la década de 1880, los grandes productores cerealístii os acusaron el impacto de la crisis de manera más intensa, ya que en los comienzos de esta década se produjo una aceleración del proceso de modernización en muchas explotadones agrícolas. Tam­ bién los campesinos experimentaron los efectos de la crisis, pero indirectamente: tanto en la parte de los ingresos procedentes de su trabajo en las tierras del señor, como en su condición de vendedores de pequeñas cantidades de productos agrarios que, consideradas en mi conjunto, sin embargo alcanzaban un volumen considerable. No obstante, los arrendamientos y el precio de la tierra registraron una disminución y, en general, esta coyuntura favoreció a aquellos que dependían de la compra de productos alimenticios con los ingresos obtenidos de actividades subsidiarias. Además, por lo que respecta •i muchos pequeños campesinos, los precios al detalle crecieron a medida que las vías férreas extendieron a nuevas áreas del país las leyes del mercado. El hundimiento del predo de los cereales tuvo un efecto ulterior en el caso de Rusia, ya que comportó una depre-59 59. Cf. los cuadros 1 y 3 del apéndice.

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sión de mayor intensidad en la región agrícola de la Rusia central, que ya se encontraba en dificultades a causa de la competencia de las regiones meridionales que las vías férreas habían abierto recien­ temente a la agricultura comercializada y que se hallaban situadas en una localización más favorable para la exportación.60 Sin duda, el hecho de que no se hubiese adoptado una política de elevada protección arancelaria habría dificultado que Rusia pudie­ ra aprovechar, al menos en parte, su vasto potencial industrial. Por otro lado, a largo plazo y dado el estrangulamiento de la balanza de pagos, no hubiera sido posible el desarrollo de un programa de cons­ trucciones ferroviarias de la magnitud efectivamente realizada sobre la base de continuas importaciones de material y equipo del extran­ jero. Además, existen indicios que convierten en lícita la duda de que Rusia hubiera podido disponer de financiación exterior para las construcciones ferroviarias en el caso de haber persistido el déficit de su comercio exterior. La correspondencia de la banca Baring de Londres y los artículos en la prensa financiera de la década de 1860, cuando la balanza comercial rusa se encontraba en números rojos, indican lo que hubiera podido suceder. Y las vicisitudes del tipo de cambio del rublo no hacen sino confirmar esta impresión.61 Es probable que esta experiencia hubiera inspirado la estrategia económica de la década de 1890, al igual que las dificultades en las relaciones con las compañías privadas, y las dificultades por atraer nuevos capitales de los mercados financieros europeos determinaron la gradual asunción por el Estado de la propiedad, gestión y cons­ trucción de las vías férreas.62 Por paradójico que pueda resultar, podría sostenerse que fue la incapacidad de Rusia para aumentar suficientemente sus exportaciones de productos agrícolas, con las que financiar las importaciones destinadas a la construcción de los 60. Calculado sobre la base de Vestnik finansou..., op. cit.\ O. Crisp, Studies i u ..., op. cit., p. 18; un nuevo enfoque sobre la posición de Witte respecto a la caída de los precios agrícolas aparece en T. M. Kitanina, Khlyebnaya torgovlya Rossii v 1875-1914, Leningrado, 1978, pp. 170 ss., que muestra cómo, lejos de intentar imponer la exportación de cereales, se tendía a mejorar la organización del comercio de los cereales con la formación de stocks. Esto aporta, entre otros cosas, nuevo material para el debate sobre la relación entre la política industria] del gobierno y la agricultura. 61. Basada en la correspondencia de la casa Baring Brothers & Co., TI. C , para las décadas de 1860 y 1870. 62. O Crisp, Studies i n ..., op. cit., pp. 23-24.

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ferrocarriles, lo que indujo al gobierno ruso a desarrollar una política industrialista. Aunque algunos miembros influyentes del gobierno eran par excellence favorables a la industrialización, los represen­ tantes del mundo de los negocios, como grupo de presión, tenían un peso relativamente escaso y les faltaba una clara visión del pro­ blema. La mayoría de los gobernantes y de las clases dirigentes, en cambio, contemplaba con preocupación los efectos desestabilizado­ res del desarrollo industrial, tanto desde el punto de vista de sus peligros para la conservación del orden público como por considera­ ciones relativas al bienestar del país o por una romántica adhesión n la singularidad de los valores de la Rusia rural. El mismo hecho de que Rusia tuviese por vez primera un Ministerio de Industria y de Comercio en 1905, mientras que hasta entonces la dirección de estos sectores había sido prerrogativa del Ministerio de Hacienda, consti­ tuye en alguna medida un exponente de que los problemas financie­ ros y los con ellos relacionados fueron fundamentales en la dirección de la política económica del país. Por más que estuviera profunda­ mente motivado para favorecer el proceso de industrialización, un ministro de Hacienda debía ante todo equilibrar el presupuesto, cualquiera que fuese el perjuicio que se pudiera derivar de esta actuación.5

5.

La

estructura d el

c o m e r c io e x t e r io r

Y si bien gracias a la posición de gran potencia de que gozaba Rusia, a la disponibilidad de materias primas vitales en «un nuevo mundo tecnológico en el que los metales tenían un papel fundamen­ tal» y al empeño y la personalidad de S. J. W itte al frente del Ministerio de Hacienda, el gobierno ruso pudo orientar su política económica en la dirección deseada, aunque se viera obligado a hacer­ lo de acuerdo, y no contra, con las líneas de tendencia impuestas por la corriente de los intercambios internacionales. La adopción del patrón oro, una política presupuestaria ortodoxa, balanzas comercia­ les con saldos positivos, representaban verdaderos pilares para todos los estados de la época. Todo ello ayudó a Rusia a atraer capital extranjero, que perseguía beneficios más elevados, pero los movi­ mientos de capital, en cuanto tales, constituían una característica de la economía europea de estos años, y las perspectivas de ganancia

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en Rusia parecían buenas, al margen de cuál fuese el resultado final. «Sólo si Rusia no se hubiese sumergido en el movimiento general, hubiera resultado necesaria una explicación», escribe Falkus en res­ puesta a algunas críticas sobre la decisión del gobierno ruso favo­ rable a la adopción del patrón oro.® El propio Falkus, en un reciente artículo, ha llamado la atención sobre el hecho de que Rusia no logró utilizar las muy cuantiosas importaciones de capital para producir artículos manufacturados para la exportación o para sustituir importaciones a fin de modificar en profundidad la estructura de su comercio exterior.® Los cuadros que incluimos en el apéndice demuestran que, en efecto, esa estructura no cambió de manera significativa en lo que concierne a la propor­ ción relativa a los productos manufacturados, tanto por lo que res­ pecta a la exportación como a la importación, mientras que la pro­ porción referente a la exportación de productos alimenticios creció notablemente en el transcurso del siglo, en respuesta a la creciente demanda procedente de la Europa industrial y urbana; tanto es así, que en 1913 Rusia aún era una gran exportadora de productos alimenticios y de materias primas. Su balanza comercial, por lo que respecta a los productos manufacturados, presentaba fuertes déficits con los principales países europeos, los Estados Unidos y el Japón.® Su comercio de productos manufacturados sólo era' favorable con algunos países de la periferia, ya que exportaba géneros manufac­ turados a países circundantes no europeos (Turquía, Afganistán, Chi­ na y Persia). Pero aun cuando esta situación mejoró posteriormente, es decir, a comienzos del siglo xx, en primer lugar respecto a Persia, no llegó a producir efectos de gran alcance sobre la estructura del comercio exterior, sobre todo porque después de 1909 se registró un fuerte aumento de las importaciones de bienes de equipo en gran parte como consecuencia de la aparición de nuevas actividades indus­ triales y de los avances en la mecanización de la agricultura.® A partir de la década de 1880 Rusia modificó la política que había practicado en el período precedente, basaba en las anexiones, respecto de su periferia asiática, tratando de aislar algunas de estas6345 63. 64. 65. 66.

M. E. Falkus, «Aspects o f ...», art. ciL Ibid. Cf. cuadro 4 del apéndice. Ibid., cuadro 5.

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áreas del comercio con posibles competidores extranjeros y conver­ tirlas en mercados reservados mediante acuerdos o vetos sobre las construcciones ferroviarias, y a través de una costosa política de inversiones impulsada o dirigida por el gobierno ruso, sobre todo en Persia y Mancburia, que sólo después de 1905 estuvo orientada de forma consciente hacia el objetivo de alentar el comercio y la participación de la iniciativa privada. Hasta 1914 los resultados habían sido bastante alentadores, aunque las condiciones de transpor­ te o ventajas geográficas, en general, favorecieran a Rusia (como era el caso de la provincia de Sinkiang, en Afganistán, y sobre todo en Persia). En otras partes la situación era menos favorable, sobre todo en Manchuria, Mongolia y Anatolia. De manera creciente tuvo que ser combatida no sólo la competencia británica, norteamericana o india, sino también la de los comerciantes alemanes cuyas «excelen­ tes cualidades, experiencia en la organización y en las finanzas ... les otorgan — como escribía el encargado de negocios ruso en Teherán— una preeminencia tangible en nuestros mercados».678 6 Ni siquiera las relaciones de Rusia con su compañero más ade­ lantado en el plano económico, Alemania, fueron siempre provecho­ sas. Muy a menudo los antagonismos políticos constituyeron un obstáculo para el desarrollo de armoniosas relaciones. Pese a que se estructuró una estrecha interdependencia entre las dos economías, y de que por parte de Alemania existía una clara comprensión de ln importancia del mercado ruso, si más no debido a sus dimensiones y a las expectativas en torno a su futura potencialidad, al mismo tiempo no se ignoraba el hecho de que Rusia podía, con cierta faci­ lidad, orientar sus relaciones económicas externas hacia el mercado británico, así como sus exportaciones, los apetitos económicos alema­ nes parecían tan insaciables como caracterizados por una falta de reciprocidad y de generosidad de espíritu hacia la parte más débil. O, por lo menos, ésta era la impresión que tenían los rusos.4* Por ejemplo, los exportadores rusos encontraban dificultades para colocar en los mercados alemanes productos acabados o semielaborados, como madera labrada y harina. Las tarifas aplicadas por los ferro­ carriles alemanes penalizaban el transporte de la harina rusa con 67. D. Spring, «Russian imperialista in Asia in 1914», Cahiers du Monde Russe et Soviífique, XX (1979), pp. 305-322.

68. B. Boowetsch, «Handelspolitik...», art. dt.

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objeto de favorecer la circulación de cereales; por otra parte, la mantequilla y los huevos rusos eran adquiridos a bajo precio por las casas importadoras alemanas, las cuales, posteriormente, reexporta­ ban estos artículos como productos alemanes, una práctica a la que recurrieron también los daneses y que venía determinada por la escasa reputación que los productos rusos habían tenido tradicio­ nalmente en los mercados europeos.69 Los hombres de negocio alemanes se esforzaban por comprender cómo operaba el mercado ruso, por ofrecer facilidades de crédito adecuadas a los consumidores rusos o por establecer almacenes de dis­ tribución en el campo para llegar más fácilmente a los destinatarios últimos del producto. Los directivos alemanes de las filiales en Rusia de las casas alemanas eran a su vez conocidos por tener un fuerte sentido de lealtad hacia Rusia y también por haber colocado, al menos en algunas ocasiones, los intereses de los negocios en este país por encima de los de las casas importadoras. Además, los militares y los funcionarios rusos habían desarrollado gustos y preferencias hacia bienes de consumo, bienes de equipo y armamento alemanes que ninguna dificultad política o presión externa podían erradicar.70 Aun cuando en 1914 la estructura del comercio exterior ruso todavía no había acusado de forma notable los efectos de varias décadas de industrialización, ya que Rusia seguía importando pro­ ductos manufacturados en enorme cantidades, se había producido en cambio una transformación de carácter cualitativo por lo que respecta a los productos importados. La industria doméstica estaba en condi­ ciones de satisfacer plenamente la creciente demanda de la mayor parte de productos textiles, de material ferroviario, de azúcar y de más del 50 por 100 de la maquinaria. Bajo los epígrafes «manufac­ turas», máquinas y equipamientos mecánicos se comprendía, aproxi­ madamente, el 40 por 100 del valor total de las importaciones en el transcurso de los años 1909-1914, en gran parte gracias al fuerte desarrollo económico interno. Mientras que a lo largo de todo el 69. Cf. Vestnik ¡inansov, núms. 18 y 19 (1911), n.# 31 (1915); T. M. Kitanina, Khlyebnaya torgovlya..., op. cil., pp. 107 ss. Las exportaciones rusas de madera, con exclusión de las finlandesas, cubrían el 50 por 100 de las importaciones alemanas de madera en bruto en lo concerniente al peso, pero sólo el 24-28 por 100 durante el período de 1906-1910 era madera labrada. 70. O. Crisp, The financial aspect of the Franco-Russian alliattce, tesis doctoral presentada en la Universidad de Londres en 1954, pp. 284 y 422 ss.

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período comprendido entre 1851 y 1914 hubo una relación inversa­ mente proporcional entre la magnitud de la importación per cápita y el nivel de las tarifas arancelarias, esta regularidad quedó circunstan­ cialmente interrumpida en concomitancia con los momentos de más intensa actividad económica, es decir, entre 1894 y 1903 y después de 1910: un hecho que evidencia la importancia alcanzada en esos momentos por las importaciones de bienes capitales en relación direc­ ta con el proceso de industrialización.71 En lo que concierne a las exportaciones, se delineó un principio de transformación estructural en el sector de los productos alimenti­ cios en favor de productos de mayores rendimientos, como huevos, carne, volatería, simientes, etc., mientras que las exportaciones de madera aumentaron rápidamente después de 1900 hasta convertirse, en valor, en la principal partida de exportación después de los cereales. La producción agrícola rusa tendía a ser destinada cada vez en mayores proporciones al mercado interior, siguiendo un proceso de desarrollo comón a todos los países en vías de industrialización. Por otra parte, dadas las dimensiones de la superficie cultivada, hasta una pequeña ampliación de ésta sumada a la otra, podía tener efectos bastante notables sobre la producción total, mientras que si se consideran los bajos niveles de productividad en el sector agra­ rio existía también la posibilidad de incrementar por esa vía fuerte­ mente la producción.72 Rusia aumentó de manera considerable sus exportaciones de madera en tablas, la más valiosa, hacia los Estados Unidos, mientras que exportaba madera en bruto hacia Suecia y Noruega, donde era labrada. Los países escandinavos, a su vez, habían visto disminuir sus recursos forestales, y consiguientemente habían pasado a la pro­ ducción mecanizada de pasta de papel y, posteriormente, de papel de periódico y de papel en general. A pesar de su escasísimo consu­ mo interno (sólo 6 libras per cápita, cuando se consumían 47 en Alemania) y de que poseyera vastos recursos forestales, Rusia se veía obligada a importar papel. En conjunto, pues, Rusia consiguió man­ tener sus posiciones en el comercio mundial cuando éste se había ampliado grandemente entre 1891 y 1913. La tasa de crecimiento de las exportaciones per cápita era relativamente baja en relación 71. Cf. cuadros 1 y 8 del apéndice. 72. Cf. Vestnik jin a m o v..., op. cií.; cuadros 5-8 del apéndice.

316

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a la de otros países europeos menos desarrollados, pero esto se debía a la magnitud de su mercado interior que derivaba de las dimensio­ nes de su población.”

6.

LOS CAPITALES EXTRANJEROS EN RUSIA

El flujo de capital extranjero era el tercer canal de transmisión, gracias al cual los países más avanzados transferían tecnología, inicia­ tivas y conocimientos hada los de la periferia. Excepción hecha de Gran Bretaña y, en las primeras fases de su desarrollo, de Japón, este fenómeno constituyó un elemento importante para que se am­ pliara, sucesivamente, el área de la industrialización. La mayor parte de los países se transformaron, antes o después, de deudores en acreedores o, en el caso del comerdo, se convirtieron en deudores y acreedores al mismo tiempo. Como ya hemos indicado, Rusia poseía una periferia en la que invertía capitales en una proporción infini­ tesimal respecto a los que entraban en Rusia desde la Europa ocddental, sobre todo desde Francia, Alemania, Bélgica y Holanda; la misma situación se planteaba por lo que a las exportaciones se refiere. La suma total de las inversiones, créditos y propiedades rusas en China, Mongolia y Persia fue evaluada a comienzos de enero de 1914, en 739 millones de rublos, es decir, poco menos del 9 por 100 del valor de las inversiones, créditos y propiedades extranjeras en Rusia, que en la misma fecha se estimaban en 8.445 millones de rublos .7734 Casi dos tercios del capital extranjero recibido por Rusia se habían invertido en deuda pública, sobre todo en títulos emitidos directamente por el Estado o garantizados por él, que en gran parte habían servido para financiar la construcción de las vías férreas. En 1861 casi el 64 por 100 del capital extranjero en Rusia había sido consumido en subvenir a las «necesidades generales del Estado» y, en su mayor parte, se había destinado a la financiación de las cons­ trucciones ferroviarias. En 1881, el 74 por 100 de las inversiones extranjeras se hallaba colocado en el sector ferroviario, pero la pro­ 73. Cuadros 5, 6 y 7; Vestnik finansov..., n.® 44 (1916). 74. A. L. Vaynshtayn, Narodnoye bogatstovo..., op. «7., p. 444; O. Crisp, The financia! aspect..., op. cit., p. 27, ofrece una estimación ligeramente infe­ rior, porque no se incluyen las propiedades extranjeras en Rusia; pero cf., tam­ bién, P. Girault, Emprunts russes..., op. cit., pp. 84-85.

UNA R E IN T E R P R E T A C IÓ N D E L CASO RUSO

317

porción cayó al 68 por 100 en 1900 y al 46 por 100 en 1914. El nivel relativo de los créditos extranjeros destinados a la financiación de «fines generales» decayó del 22 por 100 en 1881 al 13 por 100 en 1900, para subir de nuevo al 21 por 100 en 1914 a consecuencia de los gastos derivados de la guerra ruso-japonesa. La proporción del capital extranjero invertido en la industria, respecto a la inversión total de capital extranjero, se calcula que aumentó del 2 por 100 en 1881 al 14 por 100 en 1900 y al 19 por 100 en 1914. Los incremen­ tos de mayor intensidad en el flujo de las inversiones extranjeras hacia el sector ferroviario tuvieron lugar entre los años de 1861 y 1881; hada la industria, entre 1893 y 1900, y hacia la deuda pública, emi­ tida con objeto de financiar «necesidades generales», entre 1900 y 1914.” La aportadón del capital extranjero se cifra en el 94 por 100 del total invertido en las vías férreas rusas, una propordón que si bien tendía a disminuir, aún representaba el 74 por 100 en 1914. En la industria, por el contrario, la partidpadón del capital extran­ jero pasó del 16 por 100 en 1881 al 42 por 100 en 1900 y al 44 por 100 en 1914, porcentaje que sin embargo es considerado demasiado bajo por algunos estudiosos, que sugieren elevarlo al 48 por 100.” Mientras tanto, la capacidad del mercado finandero interno observó una tendencia a la expansión durante el período en el que creció la partidpadón del capital extranjero en la industria rusa. El mercado financiero interno, de todas maneras, mostraba una clara preferencia por los títulos de renta fija, sobre todo por los emitidos por el gobierno y por los hipotecarios. La renta rusa al 4 por 100 era la forma de inversión preferida por el reatier ruso, que el go-73*6 73. V. Bovykin, «Probleme der industricllen Entwicklung Russlands», en C. Scharf, ed., Deutscbland u n d ..., op. cii., pp. 107-111. Falkiis, «Aspeets of art. cit., llama la atención sobre las diferencias entre nuestras estimaciones so­ bre las inversiones francesas en deuda pública rusa y las de Girault. Discutimos esta cuestión en la comunicación presentada en el XV Congreso Histórico Inter­ nacional en Bucarest en agosto de 1981. Está en curso un debate sobre el volu­ men del capital extranjero invertido en Rusia, debido sobre todo al hecho de que los historiadores soviéticos, en concordancia con sus interpretaciones del grado de desarrollo de la economía capitalista rusa antes de 1917, han aceptado las estimaciones de 1. Gindin, inferiores, al menos, en un 15 por 100 respecto de las aportadas por OI’. Por otra parte, Bonwetsch cuestiona esta valoración haciendo referencia a varios estudios en Das auslándiscbe Kapital..., op. cit. 76. B. Bonwetsch, «Handelspolitik u n d ...» , art. cit.

318

LA R EV OLUCIÓ N IN D U ST R IA L

bienio mantenía a la par y permitía que fuese usada para el pago ile impuestos, derechos de importación, etc., admitida por su valor nominal. De modo que estos títulos acabaron teniendo funciones monetarias, satisfaciendo así las exigencias de liquidez, que consti­ tuían una de las características importantes de las sociedades en vías de desarrollo.779 78 También los títulos hipotecarios constituyeron una fuerte atrac­ ción, comprensible en un país en el que predominaba el sector agrí­ cola y en el cual el precio de la tierra tendió a aumentar. En 1914 tan sólo el 5 por 100 del valor total de los títulos hipotecarios en circulación estaba en manos extranjeras, mientras que estos títulos constituían más del 38 por 100 del valor total de las carteras rusas de inversión. En definitiva, una proporción en aumento de capital extranjero invertido en acciones y obligaciones de sociedades rusas no era incompatible con el crecimiento del capital ruso en términos absolutos y con el incremento de la proporción que éste representaba respecto al capital total.7* Paul Gregory sostiene que la industriali­ zación rusa estuvo caracterizada por una combinación de inversiones nacionales y extranjeras. Según sus cálculos, en 1913 la acumulación interior neta de capital era equivalente al 11,6 por 100 del producto nacional neto, una proporción superada sólo por Alemania entre 1891 y 1913 y por los Estados Unidos entre 1889 y 1908. Al capital extranjero le correspondía un 20 por 100 de la acumulación interior neta de capital, equivalente al 2,3 por 100 del producto nacional neto. El 80 por 100 restante de la acumulación interior neta de capital provenía del ahorro interno. Por tanto, la participación del capital extranjero era equivalente o inferior a la de países como Dinamarca (2,5 por 100 del producto nacional bruto durante el perío­ do de 1890 a 1909), Noruega (5,1 por 100 entre 1895 y 1914) o Canadá (9,2 por 100 en 1910)” Nuestros conocimientos sobre el papel desempeñado por el capi­ tal extranjero por lo que respecta a industrias y empresas conside­ radas de un modo específico, son bastante escasos. Aun cuando la 77. O. Crisp, Russia and Western Europe-Financial relations. Some random thougbts, comunicación no publicada presentada en el XV Congreso Histórico Internacional de Bucarest celebrado en agosto de 1981. 78. lbid.; I. Gindin, Russkiye kommercheskiye banki, Moscú, 1948, pp. 238-239, y los cuadros 38 y 39, pp. 444-445. 79. P. A. Gregory, «Russian national...», art. cit.

UNA R K IN TE R PR E T A C IÓ N D E L CA SO RUSO

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literatura sobre esta cuestión es abundante, no por ello la cantidad disponible puede considerarse satisfactoria. Hasta que no se pudo disponer de investigaciones como las de McKay y Carstensen, sólo pudieron hacerse afirmaciones genéricas, basadas en las cantidades o en las proporciones del capital invertido. McKay demostró que la participación del capital extranjero en la industria rusa actuó como vehículo para la difusión de las técnicas modernas, contribuyendo a incrementar la actividad productiva, a instaurar una nueva menta­ lidad gestora y empresarial, a estimular en la clase empresarial un interés por el desarrollo industrial. La investigación de Carstensen, basada en material de los archivos de la International Harvester y de la Singer Sewing Machine y en la actividad de estas sociedades en Rusia, ha llamado la atención sobre algunos aspectos de la inversión extranjera hasta ahora descuidados, como por ejemplo la contribución aportada en la organización del marketing, su papel en la oferta de crédito para el consumo y en la captación del consumidor. Carstensen sostiene que las compañías norteamericanas en Rusia invirtieron regu­ larmente más en capital circulante que en los terrenos, en las fábricas o en maquinaria y equipo, y que una estimación de la magnitud del capital extranjero realizada sobre la base del valor nominal de las inversiones efectuadas puede conducir a engaño. Considera que estu­ dios de carácter macroeconómico revelarían que la contribución de los ingleses y de los alemanes, directamente interesados en la pro­ ducción, en la gestión y en la venta, podría resultar mayor de lo que da a entender el simple cómputo del volumen de sus aportaciones linancieras.80

7.

Un

balance

c o n t r a d ic t o r io

El problema de la balanza de pagos con el que se enfrentó Rusia durante el período de la industrialización se debía en gran parte al efecto acumulativo de las deudas contraídas a consecuencia de las guerras de Crimea, con Turquía y con Japón. En mayor medida, aún 80. J. P. Mckay, Pioneers fo r .... op. cii., pp. 379-385; F. V. Carstensen, American multinational..., op. cit., pp. 375 ss.; idem, «Numbers and reality: n critique oí estimates oí forcign investment in Russia», en M. Lévy-Leboyer, ed., La position Internationale de la Trance: aspeets économiques el ¡inanciers, X1X-XX’ siécles, París, 1978.

320

LA R E V O LU C IÓ N IN D U S T R IA L

más que eo el caso de la monarquía de los Habsburgo, existía una fuerte incompatibilidad entre la productividad de la economía y el coste de mantenimiento del status de gran potencia. En 1913 Rusia disponía de una estructura industrial que la situaba en el cuarto lugar entre los países de Europa; poseía una amplia red ferroviaria en condiciones de sostener un desarrollo indus­ trial aún mayor; el nivel de ahorro respecto al producto nacional era más bien elevado; la tasa de alfabetización entre los reclutas había subido del 21,4 por 100 en 1874 al 67,8 por 100 en 1913 y aún había progresado más rápidamente en las dos principales ciuda­ des del país y entre los obreros varones en la mayor parte de las industrias; el país podía contar con un grupo poco numeroso pero significativo, y a menudo de alto nivel cualitativo, de talentos direc­ tivos, científicos, técnicos y estadísticos y con una amplia base de recursos naturales ya conocidos o por descubrir; además, la tasa de crecimiento de la producción industrial era alta si se la compara con las de otros países, y la de la agricultura, aunque inferior, seguía siendo respetable.81 En términos de renta per cápita, de valor de la producción indus­ trial per cápita o de productividad agrícola, Rusia se encontraba sin embargo en la cola o casi en los últimos lugares de los países industrializados y, según varios indicadores económicos, sostenía tam­ bién mal las comparaciones con países europeos poco desarrollados. Si partimos de una definición más general de industrialización, que tenga en consideración la estructura del producto nacional bruto, el nivel de urbanización y la estructura de la población activa, la Rusia de 1913 no era aún un país económicamente moderno. Sydney Pollard la coloca en el «grupo incierto», cuyo despegue (take-off) continuaba siendo problemático en 1914.82 La definición de despegue aportada por Rostow prevé una tasa de inversión de más del 10 por 100, y se ajusta positivamente al caso ruso. Lo mis­ mo puede decirse de la definición de Gerschenkron, según el cual pueden alcanzarse de nuevo altas tasas de desarrollo industrial des­ pués de una vistosa flexión del d d o . 81. G. Grossmann, «The industdalization...», art. cit., pp. 374-375; O. Crisp, «Labour a n d ...», a r t cit., pp. 390-392. 82. Pollard, Peaceful conques/..., op. cit., p. 242; apéndice, cuadros 9 y 10; la posición de Japón en 1913 es indicativa de las potencialidades rusas.

UNA R E IN T E R P R E T A C IÓ N D E L CA SO RUSO

321

La reconstrucción económica en 1926 y la reanudación del desa­ rrollo después de tres años de comunismo de guerra, que en palabras de una autoridad en la materia «despedazó una economía viva» a causa del «analfabetismo económico de una ideología que desdeñaba pensar en el propio sistema opositor», permiten colocar a Rusia en la definición de Gerschenkton una vez más. A falta de otros elemen­ tos, no puede decirse sino que aun cuando la heredera de la Rusia imperial sea hoy la segunda potencia industrial del mundo y dis­ ponga de enormes recursos científicos y técnicos, por no hablar de los militares, la producción per cápita de productos industriales o el volumen del producto nacional, la colocan en Europa y en el mundo, aproximativamente, en el mismo puesto que ocupaba en 1913 e inclu­ so anteriormente .®3

83. A. C. Sutton, Western tecbnology and Soviet economic development 1917 to 1930, Stanford, 1968, p. 5; G. Grossmann, «The industrialization...», art. d t., pp. 397-398. 2 1 . — N ID A L

322

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

A p é n d ic e C uadro 1

Rusia: Índices del comercio exterior, de la protección arancelaria, de la producción y del consumo per cápita de hierro colado y de la apertura de nuevos tramui de vía férrea Producción per cápita Porcentaje de la protec­ de hierro ción arance­ colado Exporta­ Importa­ laria sobre (en pud, ciones ciones 1 pud = per cápita per cápita el valor de las Período (en rublos) (en rublos) importaciones 16,38 kg) 1851-1855 1,3 = 100 1856-1860 170 1861-1865 188 1866-1870 250 328 1871-1875 1876-1880 436 424 1881-1885 1886-1890 445 397 1891-1895 1896-1900 418 520 1901-1905 1906-1910 604 746 1911 1912 696 1913 681

1,28=100 159 171 271 400 433 391 279 295 369 355 464 553 545 616

100 76 71 50 46 57 69 104 118 125 129 110 101 100 98

100 130 120 130 135 140 145 185 300 535 595 570 685 765 825

Consumo per cápita de hierro colado (en pud, 1 pud = 16,38 kg) 100 127 105 209 282 304 264 264 382 650 586 536 686 800 s. d.

Apertura de nuevoi tramos dn vía férrea (en km) 103 102 416 1.348 1.508 703 604 869 1.198 2.944 1.452 992 1.446 927 1.202

F u entes : M . N. Sobolev, Tamozhennaya politika vo vtoroy polovine X IX v. t 1911, Tomsk, pp. 821-822; Vestnik Finansov, Torgovli i Promyshlennosti, núms. 31 y 34 (1913). , N ota: Durante el periodo 1914-1917 se construyeron 10.960 km de vía férre* lo que, además de constituir el segundo quinquenio en cuanto a actividad construí tora desde 1851-1855 (el incremento medio anual fue en estos años de 2.740 knu indica que la economía rusa se hallaba en una fase de crecimiento en el curso de l> guerra.

UNA R E IN T E R P R E T A C IÓ N D E L CA SO RUSO

Rusia: Principales países con los que mantenía relaciones comerciales. Valor de las exportaciones y d e las importaciones (% sobre el total)

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