Lacan Final de La Cura

February 6, 2018 | Author: Alan Levarious | Category: Jacques Lacan, Psychoanalysis, Sigmund Freud, Unconscious Mind, Symbols
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JACQUES LACAN Lacan nació en Francia en 1901 y murió en 1984. Fue uno de los principales responsables de la difusión del psicoanálisis en Francia. Sus ideas influyeron en un gran número de analistas y en otras disciplinas como la literatura y la filosofía. Para entender su obra es importante señalar que Lacan, como la mayoría de los escritores franceses, utilizó la retórica en su lenguaje; además escribió combinando la filosofía, el psicoanálisis, la lingüística y la antropología. Este tipo de lenguaje crea dificultad para la comprensión de cualquier persona que no haya estudiado filosofía u otra disciplina humanística. Coincido con el lingüista, historiador y filósofo Tzvetan Todorov 1 cuando afirma que la claridad en la expresión es una cuestión de ética, de respeto hacia aquel a quien nos dirigimos: “es el modo en que lo coloco en el mismo plano que yo, que le permito responder y por lo tanto convertirse en sujeto de la palabra con el mismo derecho que yo”2. Bleichmar, N. y Leiberman, C. (1989, p.163) explican que Lacan retoma a Freud y redefine los conceptos psicoanalíticos desde la perspectiva del estructuralismo, la lingüística de Saussure, la antropología de Lévi-Strauss y la dialéctica de Hegel (del deseo y la mirada), crea muchas otras categorías y es por ello un autor totalmente original. De esta mezcla de perspectivas se desprenden algunos postulados básicos en su obra, tal como la idea de que el inconsciente está estructurado como lenguaje, la función de la palabra en psicoanálisis, la aparición del imaginario narcisista entre paciente y analista, los tres registros –imaginario, real y simbólico-; las ideas sobre el deseo, el otro (a) como espejo, el gran Otro y el analista transformado por la transferencia en Sujeto Supuesto Saber. Con la introducción de estas ideas nuevas es lógico que cambie 1

A propósito, en su libro titulado Deberes y delicias, Todorov hace un comentario sobre su experiencia al tener un contacto personal con Lacan. Dice: Lacan no era un tímido sino más bien un manipulador y un seductor. Leía asiduamente a Freud y me apasionaba por los problemas de lenguaje. Pero el estilo de Lacan alambicado y pretencioso, me producía risa; sus admiradores me hacían recordar a los miembros de una secta, absolutamente devotos de su gurú. Lacan buscaba golpear y seducir, no convencer con argumentos racionales, aspiraba a alienar la voluntad de sus auditrios, no a hacerlos más libres. Esa era en todo caso mi impresión, lo que explica por que no me atraía. Mi único encuentro con Lacan se desarrolló de esta manera: después de presentarme me llenó de elogios. A juzgar por lo que decía no tenía más sueño en la vida que encontrarse conmigo. “Usted se merece formar parte de mi circulo”, me dijo “usted no es uno de esos adoradores que van a mi seminario y que no entienden nada de lo que digo”. Venga a mi casa a las 19 y hablaremos. Impulsado por la curiosidad y realmente envanecido, toqué su puerta a la hora convenida. Era otra persona: me trató con desdén, como si no comprendiera por que me había atrevido ir a molestarlo. Era toda una estrategia: seducir, después rechazar, para provocar dependencia, Me fui y nunca más lo vi en privado (p. 62-63). 2

Tzvetan Todorov, Deberes y delicias, p. 62.

también la metapsicología y la clínica, además del significado de algunos términos como castración, fantasma (ilusión, imaginario) y deseo. Para comprender las ideas de Lacan sobre la cura y el final del análisis es necesario abordar algunos de los postulados mencionados anteriormente. El deseo Una de las ideas más interesantes que puede ayudar a esta comprensión es la explicación sobre el deseo. Lacan sigue a Freud en su definición sobre el deseo como la búsqueda de satisfacción de la pulsión a través de la reinvestidura del objeto primario. Esto es, el bebé necesita comer, aparece en la realidad el pecho que lo satisface y se fija en su memoria un objeto que integra el real con el que antes él no buscaba, el satisfactor, la madre que responde con gestos y palabras que dan a la necesidad obtenida un goce que transforma la necesidad en deseo. Cuando el niño vuelve a experimentar hambre se reactiva en su mente esa representación del objeto. Se produce la satisfacción alucinatoria de deseo. Así, el deseo no puede ser satisfecho en la realidad, sino sólo en forma alucinada, a diferencia de la pulsión que sí puede encontrar su satisfacción. Lacan amplía esta idea de Freud y señala que el deseo, así concebido, presupone la presencia de otro. En un principio, las manifestaciones de tensión producidas por la necesidad no tienen para el niño valor comunicativo. Es el otro quien las considera signos y por lo tanto, demandas. Es el otro el que introduce al bebé en este referente simbólico, proceso a través del cual se transforma en el Otro, ocupando un lugar privilegiado. El niño desea, pero siempre en una demanda dirigida al Otro, demanda de ser el único objeto de deseo del Otro y como consecuencia, el sujeto queda alienado en un discurso que procede del exterior. El deseo del ser humano se desliza incesantemente de un objeto a otro, al cual llama objeto A (causa del deseo), siguiendo el camino que le marca la organización del lenguaje. Piensa que los actos fallidos, lapsus, sueños y síntomas, las formaciones del inconsciente surgen en los desplazamientos metafóricos (al sustituir un significante por otro, sobre la base de una similitud se crea un sentido, por ejemplo: frío por soledad) y metonímicos (cuando se desplaza un significante por otro, por ejemplo: frío por hielo). Así, de la identificación narcisista surge el deseo de ser el deseo del otro (el semejante) y ocupar el lugar del objeto del deseo. Deseamos ser reconocidos. Pero este mismo semejante nos introduce, al expresar en palabras nuestro deseo, en un universo significante que exige nuestra subordinación a las leyes del lenguaje (el gran Otro). Como resultado de ello nuestro deseo no

podrá ser nombrado jamás y circulará metonímicamente, de uno a otro significante. La estructura me obliga a seguir deseando3

Si yo anhelo obtener un título de licenciatura, luego una especialidad, después un posgrado y luego otro grado y otro, mi deseo de desear es inagotable; el deseo se encuentra oculto en la metonimia de los significantes licenciatura, especialidad y posgrado. La dirección de la cura En su libro de 1966, Escritos I, Lacan aborda el tema de la dirección de la cura, objetivo final de cualquier tratamiento, y examina las reacciones que tiene la persona del analista sobre el análisis. Aunque no hay duda de que el psicoanalista es quien dirige la cura, dice Lacan, el primer precepto que se le impone es que él no debe dirigir al paciente. La dirección de la cura es algo totalmente distinto. Ésta consiste, primeramente, en hacer que el sujeto siga la regla analítica de la asociación libre, lo cual demuestra que el problema de la dirección se manifiesta como algo que no se puede formular sobre una línea de comunicación unívoca, es decir, con una sola perspectiva. Piensa que en el inicio del psicoanálisis se planteó el problema de una dirección, es decir, de una intervención activa del analista en la conducción de la cura. Esto dio lugar a planteamientos opuestos. En ocasiones se dice que el analista, en su afán de no intervenir en la “realidad”, no se hace verdaderamente cargo de su paciente, pero también que tiene demasiado poder sobre él. Si nos remitimos a Freud vemos como expone muy tempranamente su anhelo de no dirigir al paciente, lo que le hace renunciar por ejemplo, al método de la sugestión. Pero al mismo tiempo no se priva de enunciar reglas y de solicitar al paciente que se ajuste a ellas cuando estima que son necesarias para la cura. En la actualidad, todos los analistas están de acuerdo con el concepto de la abstinencia: el analista no deberá hablar de sí mismo, ni asumirá un rol crítico o de curiosidad, sino que permitirá que el paciente hable libremente de lo que pasa por su mente. Al igual que Freud, Lacan considera que sólo las primeras entrevistas permiten deslindar el síntoma como tal. Éste sólo va a presentarse con claridad cuando el sujeto lo tome verdaderamente en cuenta al dirigirlo al analista. Lacan insistió sobre estas cuestiones que conciernen al inicio de la cura. Sin embargo, da más importancia todavía

3

Bleichmar y Leiberman, El psicoanálisis después de Freud, p. 188.

al problema de su terminación, que condiciona también la manera en que el analista la dirige4. Lacan hace la analogía entre la empresa y el análisis para hablar sobre la relación entre el analista y el paciente: Si el análisis es como una empresa en donde hay fondos comunes depositados, en ella el paciente no es ni el único con problemas, ni el único que debe pagar toda la cuota. El analista también debe pagar, tanto con palabras –y como consecuencia del análisis, con interpretación-, como con su persona, ya que la presta como soporte a los fenómenos singulares que el análisis ha descubierto en la transferencia. Pagar con lo que hay de esencial en su juicio más íntimo, para mezclarse en una acción que va al corazón del ser5.

El papel del analista A este respecto, Lacan cuestiona el papel del analista en la situación analítica, piensa que los analistas están menos seguros de su acción en tanto que están más interesados en su ser, que el analista no debe guiarse por sus sentimientos, ya que, de ser así, el analista pierde su posición para dirigir la cura. En este sentido, no cabe duda de que, aunque tengamos principios básicos universalmente aceptados como el de la asociación libre, el análisis de la transferencia y la neutralidad del analista, que sirven para encaminar la tarea del analista y hacerla más eficaz, su aplicación en la clínica depende de la salud mental del analista, de su capacidad, de su integridad y de su análisis personal. Como analistas, dice Lacan, interpretamos lo que se nos presenta en acciones o en palabras, decidimos solos, articulamos a nuestro capricho, el analista es libre de la elección de sus intervenciones, somos el único amo en nuestro barco después de Dios y por supuesto, estamos lejos de poder medir todo el efecto de nuestras palabras. Por eso, el analista haría mejor en ubicarse en su falta en ser. Debemos ser muy cuidadosos de no modificar la técnica y de evitar errores, ya que un analista sin un buen entrenamiento puede no estar conciente de sus emociones y pasarlas al paciente. Al estudiar las reacciones del analista, Lacan no está de acuerdo con algunas de las expresiones usadas para referirse a ellas, como la de la contratransferencia, porque piensa que contribuyen a enmascarar lo inadecuado del concepto de transferencia, con el que tampoco está de acuerdo en la definición que normalmente tenemos de este concepto. En cambio, para otras escuelas, como la inglesa, la transferencia y la contratransferencia son herramientas indispensables para el éxito en el desarrollo del proceso psicoanalítico.

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Roland Chemama, Diccionario de Psicoanálisis, p. 119. Jacques Lacan, Escritos I, p. 216.

Para Lacan, algo de Dios persiste en el discurso del analista, del mismo modo que en la ciencia, a partir de la función del sujeto supuesto saber (S.S.S.), porque es muy difícil defenderse de la ilusión de que el saber inventado por el significante no existe desde siempre. El significante puede existir independiente de un sujeto que se exprese por su intermedio, aunque nos sentimos llevados a pensar que estaba ahí desde siempre y entonces lo proyectamos en un sujeto supuesto saber. La transferencia Sin embargo, en cuanto al manejo de la transferencia, la libertad del analista

se

encuentra por el contrario enajenada en la transferencia por el desdoblamiento que sufre ahí su persona, y ahí es donde hay que buscar el secreto del análisis. Lacan critica la idea de que el psicoanálisis debe ser estudiado como una situación entre dos, ya que piensa que es una reducción emocional que sirve para domesticar al Yo llamado débil, por medio del Yo del analista que gustosamente se considera como de fuerza para cumplir ese proyecto, porque es fuerte. Todo analista experimenta siempre la transferencia en el asombro del efecto menos esperado de una relación entre dos que fuese como las otras. Tiene que vérselas ahí ante un fenómeno del que no es responsable (la neurosis de transferencia), por eso la insistencia que puso Freud en subrayar su espontaneidad en el paciente. Lo que es seguro es que los sentimientos del analista sólo tienen un lugar posible en el análisis y si no se da cuenta de ello, el análisis prosigue sin que se sepa quién lo conduce (Lacan, Escritos I, p. 220). En su trabajo de 1951 sobre la transferencia, Lacan considera que si el analista interpreta adecuadamente y mantiene el proceso analítico dentro de contrastes dialécticos adecuados, no sólo el análisis se estanca, sino que la transferencia no se instala; la transferencia del paciente es la respuesta a un prejuicio del analista. En el epílogo del caso Dora, Freud define la transferencia como el obstáculo contra el que se estrelló el análisis. Lacan piensa que el proceso se detiene en el momento en que Freud no contesta con una inversión dialéctica. En su libro sobre Los fundamentos de la técnica analítica, Etchegoyen (p. 140) describe claramente este proceso en el caso Dora descrito por Freud. Al principio, Dora expone su verdad al creer que todo lo que le sucede procede de la realidad externa y no de ella. Entonces Freud invita a Dora a pensar en su participación en los hechos que describe sobre su padre. Se desarrolla la verdad ante la primera inversión dialéctica. Frente a esto, Dora admite su complicidad con los amantes, la segunda formulación de la verdad. Freud

responde con la segunda inversión, interpreta que los celos de Dora no están dirigidos hacia su padre por su relación con la Sra. K., sino de la relación de ésta con su propio esposo. Esto conduce a Dora a una tercera formulación de la verdad, la atracción de Dora por la Sra. K. que debería haber provocado en Freud una tercera inversión dialéctica: su elección de objeto homosexual y el misterio de su propia feminidad corporal, que tal vez habría llevado a un cuarto desarrollo –el recuerdo infantil de Doramostrando su identificación imaginaria con el hermano en la que ha quedado atrapada. Entonces se podría haber descubierto la identificación de Dora con Freud y el Sr. K., motivo de su agresividad, y se hubiera evitado la interrupción del tratamiento. La teoría imaginaria de la transferencia, desarrollada en 1951, es conceptuada como un proceso diádico, especular y narcisista en el que falta el tercero, el Otro que remite al código y distribuye los papeles de la madre y el niño imponiendo la Ley del Padre. Si el analista no se coloca como el tercero que tiene que operar el corte (castración), ingresa a un campo imaginario en donde reverbera indefinidamente en la situación tú-yo. Esto es lo que le pasa a Freud con Dora: identificado con el Sr. K., Freud quiere ser querido por Dora en lugar de señalar su vínculo homosexual con la Sra. K. Muchos años después, en 1964, Lacan propone la teoría simbólica de la transferencia, según la cual, el discurso analítico es una estructura que queda definida al comenzar la relación, cuando el analista introduce la regla fundamental. Desde ese momento el analista ocupa un lugar determinado en la estructura recién formada, y es el lugar S.S.S. El analista no deberá permitirle al paciente que lo coloque en ese lugar, porque intenta con ello establecer una relación imaginaria y narcisista; debe denunciarlo como un supuesto del paciente para alcanzar el nivel simbólico. De esta forma, como todos sabemos, la función del analista es quedar finalmente excluido de la vida y la mente del analizado. Los tres registros Lacan supone que en el origen mismo del deseo humano se encuentra la estructura de tres registros: el de lo imaginario, el simbólico y lo real. Estas tres categorías fueron objeto de un seminario de Lacan en 1974 - 75. El imaginario sólo se puede pensar en su relación con lo real y lo simbólico. Debe entenderse a partir de la imagen que tiene el niño cuando la mamá lo mira y reconoce su imagen ante el espejo, anticipando imaginariamente la imagen total de su cuerpo; cree que está integrado, pero no es la

imagen real de sí mismo, sino el registro de la impostura, de la identificación. Es el registro del yo con todo lo que éste implica de desconocimiento, de alienación, de amor, y de agresividad en la relación dual. Al nombrarlo la madre le da un lugar a partir del cual el mundo podrá organizarse, en donde lo imaginario puede incluir lo real y, al mismo tiempo, formarlo. Lo simbólico se entiende a partir de esta nominación del niño. En el registro de lo simbólico, se da un corte entre la madre y el niño, se refiere al ingreso a la etapa edípica, mediante la aceptación de la castración, de la demora y de la función paterna, la representación simbólica del padre que le evita al niño quedar a merced del deseo de la madre. Estos dos registros son instrumentos de trabajo indispensables para que el analista tome posición en la dirección de la cura, mientras que lo real debe registrarse en el orden de lo imposible. Lo real es lo que la intervención de lo simbólico expulsa de la realidad para un sujeto, la aparición del objeto sin velos imaginarios. Es lo imposible lo que no puede ser totalmente simbolizado a través de la palabra o la escritura, “el objeto de angustia por excelencia”, que puede ser apaciguado por lo simbólico. Según Lacan “lo que no ha venido a la luz de lo simbólico aparece en lo real” [PÁGINA?], por ejemplo en la alucinación o en el delirio, como en el caso de Schreber, que recibe mensajes de Dios, lo cual da cuenta, en lo real, de la falta de la forclusión (la alienación del sujeto auténtico a otro sujeto) de esta función paterna. Lo real no puede ser encontrado por el sujeto, escapa a la captación del sujeto; éste sería el trabajo del analista. Mediante la escritura, Lacan, intenta dibujar lo real, privilegio de la clínica, utilizando el nudo borromeo de las matemáticas dibujado por redondeles anudados conjuntamente, describe el círculo de lo imaginario, de lo real y de lo simbólico. Al darle un marco simbólico a la percepción de la realidad, el sujeto rechaza fuera de ese campo algo real que a partir de ahí instala y que permanece siempre presente6. La técnica de la escansión Lacan cambió varios de los criterios básicos de Freud. Uno de esos cambios en la técnica fue la interrupción de la sesión, más que la interpretación, para sacar al paciente de las fascinaciones especulares cuando se impone el imaginario y queda obstaculizado el acceso a la verdad. Cree que un corte adecuado logrará un efecto simbólico e instaurará al Otro. Lleva al paciente de la palabra vacía (lo imaginario) a la palabra plena (la verdadera historia). El acto puntúa, produce una salida del imaginario. 6

Roland Chemama, Diccionario de Psicoanálisis, p. 582.

El trabajo del analista Lacan critica severamente a los psicoanalistas norteamericanos por la idea de del yo autónomo, de las partes sin conflicto y de la adaptabilidad como objetivo terapéutico, al estilo de la vida americana. Dice que estos psicoanalistas miden sus acciones en el paciente sobre el principio autoritario de los educadores de siempre. Se suponen organizados de las funciones más dispersas para prestar su apoyo al sentimiento de inactividad del sujeto. Además, se le considera como autónomo por el hecho de que se supone que está al abrigo de los conflictos de la persona. Como vimos anteriormente, si el analista da la interpretación, va a ser recibida como proveniente de la persona que la transferencia supone que es. La moral del análisis no lo contradice, a condición de que se interprete ese efecto, a falta de lo cual el análisis se quedaría en una sugestión grosera. (Al analista se le coloca en el imaginario, por eso no debe corresponder al paciente, sino interpretarlo.) Es como proveniente del Otro de la transferencia, como la palabra del analista será escuchada aún. Es, pues, gracias a lo que el sujeto atribuye de ser al analista, como es posible que una interpretación regrese al lugar desde donde puede tener alcance sobre la distribución de las respuestas. Todo lo que tiene que responder es que es un hombre. Es del ser de lo que se trata y del cómo. Por eso prefiere atenerse a su Yo y a la realidad sobre la cual sabe un poquito. Se recurre a las inteligencias que hay que tener en el lugar, denominado para esta ocasión la parte sana de su yo, la que piensa como nosotros. Volver a tratar la transferencia como una forma particular de resistencia. ¿Quién es el analista? ¿El que interpreta aprovechando la transferencia? ¿El que la analiza como resistencia? ¿O el que impone su idea de la realidad? ¿Quién habla? Simplemente yo, dice Lacan. Hasta aquí la transferencia queda ubicada en lo imaginario, donde el analista y el paciente se reconocen uno en el otro y quedan prisioneros de su fascinación narcisística. Desde su perspectiva, el proceso analítico sólo se logra en el momento en que el analista transforma esa relación dual en simbólica, para lo cual es necesario que rompa la relación diádica y ocupe un tercer lugar. El lugar del código, el lugar del gran Otro. Según él, hay que abandonar el orden de lo imaginario, que es el orden de las relaciones duales y narcisísticas, para elaborar un tipo de pensamiento conceptual o abstracto, simbólico. Ese pensamiento es lo que permite el acceso al orden de lo real. Jaques-Alain Millar piensa que las ideas de Lacan son parecidas a las de Klein en

relación a la posición depresiva y de la pérdida de objeto, por que la posición del analista consiste en desaparecer, en no permitir que la situación imaginaria domine el cuadro: el psicoanalista debe estar siempre en el lugar del gran Otro7. Entonces queda claro que es inevitable que el analista quede incluido en la relación dual del estadio del espejo. Sin embargo, es otra cosa muy distinta que ocupe el tercer lugar que exige el orden de lo simbólico. ¿Cuál es el lugar de la interpretación? Lacan piensa que

la interpretación ha ocupado un mínimo lugar en la práctica

psicoanalítica. No hay autor que trate de dar una interpretación sin hacer uso de otras intervenciones verbales, explicaciones, gratificaciones, respuestas de la demanda. Incluso una expresión articulada para empujar al sujeto a tomar una visión (insight) sobre una de sus conductas, y especialmente en su significación de resistencia, puede recibir un nombre completamente diferente, confrontación, por ejemplo, aun cuando fuese la del sujeto con su propio decir, sin merecer el de interpretación, por sólo ser un esclarecedor. Parece que se trata de forzar la teoría a fin de encontrar en ella la metáfora que le permita expresar lo que la interpretación aporta de resolución en una ambigüedad intencional, de cierre de un carácter incompleto que sin embargo sólo se realiza a posteriori. Ningún índice basta en efecto para mostrar dónde actúa la interpretación, si no se admite radicalmente un concepto de la función del significante, que capte dónde el sujeto se subordina a él hasta el punto de ser sobornado por él. La interpretación, para descifrar la diacronía de las repeticiones inconscientes, debe introducir en la sincronía de los significantes que ahí se componen algo que bruscamente haga posible su traducción –lo que permite la función del Otro en la ocultación del código, ya que es a propósito de él como aparece su elemento faltante. Lacan le da mucha importancia al significante (lo simbólico) en la localización de la verdad. Para introducir al analizante al lenguaje del inconsciente, el analista debe hacer valer el carácter polisémico (quiere decir que una misma palabra tiene varios sentidos diferentes) de lo que se dice en la cura y, especialmente, de las palabras maestras (las que implican el concepto de significante) que orientaron la historia del paciente, esto es lo que Lacan llamó el enigma. El analista presta atención a la cadena de significantes 7

Horacio Etchegoyen, Los fundamentos de la técnica p p. 151.

que puede recortarse, en el inconsciente, de una manera totalmente distinta. La interpretación debe hacer valer, o al menos dejar abiertos, los efectos de sentido del significante. Esto lo logra principalmente siendo enigma. El sentido de la interpretación queda abierto al cuestionamiento del analizante, no se clausura en el establecimiento de una imagen de sí definitiva y alienante. La interpretación no hace otra cosa que introducir al sujeto a significaciones nuevas8. Para dar un ejemplo del trabajo clínico me refiero al tratamiento de un paciente atendido por el Dr. Jaime Suárez. El Dr. Suárez me comentó que llegó al análisis quejándose de que es muy celoso con sus parejas. Casualmente encuentra chicas que le son infieles y hasta las ha visto en relación con otro. Cuando sale de viaje suele decirle a un amigo que le encarga a su novia y, en una ocasión, la novia acaba como pareja del amigo. De pronto en una sesión dice que le “calienta” ver a su novia en pareja con otro. La intervención del analista es sólo acentuar la aparición del fantasma al repetir “calienta” para intentar que el analizando se de cuenta de que aquello de lo que él se queja es lo que él mismo provoca: él promueve que las novias estén con otro porque eso es sumamente excitante para él. Aunque esto sea lo que el analista ve, no es lo que interpreta; simplemente acentúa la palabra que da pie a la entrada del fantasma; se hace un corte en el discurso del paciente. Así, se cuestionan las certezas que hasta ese momento trae el paciente. Lacan cree que el analista debe reconocer los efectos del significante en el advenimiento del significado, única vía para concebir que, inscribiéndose en ella, la interpretación puede producir algo nuevo. Lacan vuelve a centrar al psicoanálisis en el campo del lenguaje, ya que piensa que el inconciente tiene la estructura radical del lenguaje. Al traducir el juego del niño del carrete, en Fort! Da! (lo que aparece y desaparece), el alemán hablado por el adulto, Freud pone la semilla para dar lugar a un orden simbólico que preexiste al sujeto infantil y según el cual le va a ser preciso estructurarse. No hay otra resistencia al análisis que la del analista mismo. Lo grave es que hay analistas que toman al revés la secuencia de los efectos analíticos, como si la interpretación fuera la apertura de una relación más amplia donde por fin nos comprendemos. Desde esa perspectiva, la interpretación se convierte en una exigencia de la debilidad a la cual tenemos que venir en ayuda, así como la transferencia

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Chemama, Diccionario de Psicoanálisis, p. 361.

en la seguridad del analista, y la relación con lo real, en el terreno donde se decide el combate. Freud, en el “Hombre de las Ratas”, empieza por introducir al paciente a una primera ubicación de su posición en lo real, aunque ello hubiese de arrastrar una precipitación, una sistematización de los síntomas. Otro ejemplo es cuando obliga a Dora a comprobar que ese gran desorden del mundo de su padre, cuyos prejuicios son el objeto de su reclamación, ella misma ha hecho más que participar en él, que se había convertido en su engranaje y que no hubiera podido proseguir sin su complacencia, su posición del “alma bella” en cuanto a la realidad a la que acusa. Según Lacan, con la ayuda desinteresada, la vocación de curar, “el alma bella” y la llamada “ley del corazón” se mantienen las imagos narcisistas. No se trata de adaptarla a ella, sino de mostrarle que está demasiado bien adaptada, puesto que concurre a su fabricación. Es entonces cuando el analista cuestiona una certeza del paciente. Freud reconoció que ése era el principio de su poder, ese poder no le daba la salida del problema sino a condición de no utilizarlo, pues era entonces cuando tomaba todo su desarrollo de transferencia. A partir de ese momento ya no está en su proximidad a quien se dirige, y ésta es la razón de que le niegue la entrevista cara a cara. La cura debe ser ordenada, según un proceso que va de la rectificación de las relaciones del sujeto con lo real, hasta el desarrollo de la transferencia, y luego a la interpretación. Lacan critica a los psicólogos del Yo por cambiar la perspectiva de Freud y analizar las defensas antes que las pulsiones. Cree que esto es erróneo por el sólo hecho de que supone que defensa y pulsión son concéntricas y están, por decirlo así, moldeadas la una sobre la otra. Borrar el deseo del mapa cuando ya está encubierto en el paisaje del paciente no es la mejor continuación de la lección de Freud. El papel de la transferencia Lacan hace referencia al trabajo de Daniel Lagache, quien plantea la alternativa de la naturaleza de la transferencia entre necesidad de repetición o repetición de la necesidad. En el segundo periodo del análisis la relación con el analista y su frustración sostiene la escansión: la frustración, agresión y regresión, en la que se inscribirían los efectos más fecundos del análisis. Lacan critica tres de los enfoques que hasta ese momento habían hablado de la transferencia y de cómo abordarla. Primero toma las teorías genéticas que tienden a

fundamentar los fenómenos analíticos en los momentos del desarrollo interesados en ellos y alimentados por la observación directa del niño, con una técnica particular, la que dirige el procedimiento hacia el análisis de las defensas. Las relaciones del desarrollo con las estructuras, manifiestamente más complejas, que Freud introduce en la psicología, motivaron la necesidad de tratar de insertar en las etapas observables del desarrollo sensorio-motor y de las capacidades progresivas de un comportamiento inteligente esos mecanismos que se suponía se desprendían de su progreso. El otro enfoque que Lacan revisa es el de las teorías de las relaciones de objeto. Parte de Abraham, piensa que este autor es parcial porque trata de medir el grado de curabilidad del sujeto por su capacidad de amar. Es especialmente por esta carencia donde fracasaría el tratamiento de la psicosis. La transferencia calificada de sexual está en el principio del amor objetal. La capacidad de transferencia mide el acceso a lo real. A la inversa de los presupuestos de los genetistas, esta perspectiva le da más énfasis a lo instintual, y, “toma sus imágenes de la maduración de un objeto inefable, el objeto con una O mayúscula que gobierna la fase de la objetalidad. Esta teoría opone el carácter pregenital al carácter genital, atribuyendo al carácter pregenital los rasgos acumulados del realismo proyectivo, de la restricción de las necesidades por la defensa y del aislamiento protector en cuanto a los efectos de destrucción que lo connotan”.( Escritos I, p.238) Llama “novela rosa”9 al hecho de pretender un paso de lo pregenital a lo genital, donde las pulsiones no toman ya ese carácter de necesidad de posesión incoercible, ilimitada, incondicional y que supone un aspecto destructivo. Ahora son verdaderamente tiernas, amantes, desinteresadas y son capaces de comprensión, de adaptación al otro. La estructura íntima de esas relaciones muestra que la participación del objeto en su propio placer para sí es indispensable para la felicidad del sujeto. El tercer error al que hace alusión es la noción de introyección intersubjetiva por instalarse en una relación dual. Analiza el concepto de introyección en Ferenczi, identificación con el Superyó del analista en Strachey y trance narcisista terminal en Balint. Piensa que ellos le dan importancia a la fantasía de devoración fálica a expensas de la imagen del analista. “Ilustran la función privilegiada del significante falo en el modo de la presencia del sujeto en el deseo. Además, desconocen la naturaleza de la incorporación simbólica, excluyendo que se consume cualquier cosa real en el análisis y no toman en cuenta que todo lo que se produce no puede ser otra cosa que imaginario, con lo cual no queda sino la distancia para ordenar esta relación imaginaria entre los 9

Jacques Lacan, Escritos I, p. 237.

objetos. Hacer esta distancia engendra, dice Lacan, contradicciones insuperables. No es la distinción del objeto, sino más bien su intimidad demasiado grande para el sujeto la que parecería, según Ferenczi, caracterizar al sujeto. La técnica del acercamiento, la reducción de esa distancia a cero en lo real, es una paradoja teórica. Se toma de lo real el desarrollo de la situación analítica.” (Escritos I, p. 239) Para Lacan la única tarea que se le debe pedir al paciente es la de asociar libremente. El analista debe respetar la asociación y no imponer nada que no tenga que ver con el reconocimiento del inconsciente a través del lenguaje. Por ejemplo, si una persona trae una vestimenta muy llamativa el analista tendrá que estar muy atento a cualquier significado simbólico que dé lugar a interpretarlo, pero mientras eso no suceda, el analista debe quedarse callado porque probablemente es algo que no tenga ningún significado inconsciente para el analizando. Más que ser el analizando el que tiene resistencias, es el analista el que produce la resistencia en el proceso de aparición del inconsciente cuando se coloca en el lugar de objeto a (causa del deseo) y no rompe con el imaginario. Al principio del proceso, el analizando despliega todos sus síntomas; después, empieza a hablar de sus fantasías, para llegar hacia, ya avanzado el análisis, el fantasma. El fantasma es la comprensión espontánea de un conflicto; aparece de manera momentánea y es el surgimiento del inconsciente a través de la palabra. Se relaciona con la imago o representación fragmentada de sí mismo; cree que estas imágenes fantasmáticas son originarias y forman parte de lo heredado en el ser humano. Por eso, cuando se cuestiona la imago omnipotente, poderosa con la que el paciente se ha identificado en el estadio del espejo, puede sentirlo como agresivo. Pero si el cuestionamiento resulta posible, es porque en alguna parte de su mente, el paciente percibe la posibilidad de ser fragmentado, criticado o desintegrado. El final de la cura tiene que ver con la llegada que hace el propio analizando a este fantasma, el último nudo en la cadena de significantes, el más oculto. Con Lacan no se cree en la palabra ‘progreso’ sino en el atravesamiento del fantasma como un viaje o una travesía, no como el paso de un lugar a otro. Lacan no está de acuerdo con una clínica del síntoma10. El análisis no es moralizante ni educativo. Lacan no cree que la terminación sea la identificación con el yo fuerte del analista, sino que el analista se tiene que colocar en

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Vid. Millar, Dos dimensiones clínicas: síntomas y fantasma.

el objeto A.

El analista debe pasar de la relación del imaginario a la de la

simbolización, donde se presenta ante el analizando como el gran otro “O”. El Dr. Modesto Garrido, con muchos años de experiencia, opina que es muy bajo el porcentaje de pacientes que logran terminar un análisis. En su experiencia personal quizá un 10% de pacientes que inician, completan el tratamiento. Lacan no estaba preocupado por terminar un proceso terapéutico con sus pacientes. Con este enfoque, el analista no trata de retener a sus pacientes cuando éstos deciden irse. Sólo en caso de que el paciente esté en una situación de riesgo, el analista podría intentar que el analizando tome conciencia de esta situación. Sin embargo, opinan que es el paciente el que debe tomar esta decisión. Caso clínico Se trata de un paciente joven que estuvo durante ocho años en análisis. La demanda que llevó al inicio de su análisis fue su preocupación por saber cómo se inscribía él en su mundo familiar. Fue el primogénito de una familia de cinco hermanos. El padre sólo se aparecía de vez en cuando en la casa para dejar embarazada a la madre, quien tuvo que fungir como padre y madre a la vez. Él no sabía por qué el padre iba y venía, y su actitud entonces era muy crítica hacia él: decía que el padre sólo le daba dinero a la mamá. La intervención del analista podría confrontarlo al preguntar: ¿Crees que tu padre sólo le daba eso a tu mamá? La imagen que creó de su padre fue la de un hombre muy importante, de buena posición laboral, social y económica. Después de un tiempo de análisis, reconoció que esa imagen es totalmente falsa. Aunque de alguna manera, el hecho de ver así al padre lo sostenía; entonces pudo aceptar que es mentira lo que había dicho. La madre sabía que era la segunda mujer de este hombre. Él guardaba una pluma que le regaló el padre; siempre la traía consigo, pero un tiempo la había olvidado. En un asalto estando con su novia, le robaron la pluma y aunque él se resistió a entregarla, se dio cuenta, durante el análisis, que aunque no tuviera la pluma, había algo de la transmisión del padre que no le robaron. Esta novia se convirtió en una pareja estable y decidieron tener un hijo, aunque después de varios intentos, se dieron cuenta que ella era infértil. En este caso, el analista es el que sostiene la imagen del gran otro, “O”, es un imaginario en la mente del paciente. El fin de este análisis lo visualizó el analista un año y medio antes de terminar, aunque no le dijo nada al paciente. El paciente había

decidido ser psicoanalista. En una ocasión, estaba escribiendo en su escritorio y tuvo la sensación de que estaba siendo observado desde atrás de la ventana que daba a su estudio. Cuando narró la experiencia en el consultorio, recordó al “nahual”, representante del espíritu animal en una de las culturas precolombinas; es otro yo que observa desde dentro. Para el analista, quedó claro que no se trataba de una situación delirante, sino de una situación de comprensión de sí mismo. En ese momento del análisis, el paciente contó que sabía de varias personas cercanas a él que habían ido a consultar a una bruja, y que él lo había considerado también. El analista le preguntó que, de estar enfrente de ella, qué le preguntaría. Después de pensar, él le contestó que le gustaría saber sobre la imposibilidad de su mujer de tener hijos, sobre el cáncer de una amiga conocida también por el analista y sobre el SIDA de otro amigo. Ante esta respuesta, el analista pensó que estos temas conllevaban dos ideas: la de nacimiento y muerte, principios y finales. Al hacerle la observación de que no había preguntado nada sobre él, dijo: “no hay nada que quiera saber de mí”. En cambio, le dice al analista: “Me gustaría que me digas todo lo que sabes de mí”. El analista pregunta: ¿Qué crees que sé de ti? Y el paciente responde: “Nada, tú no sabes nada de mí”. En ese momento, el analista se desmorona como el Sujeto Supuesto Saber. El sujeto es un sujeto en duelo, está por perder ese objeto imaginario. En la idea de ir a ver a la bruja, se nota la necesidad de ir a buscar a otro objeto porque el deseo se va desplazando de objeto a objeto. El analista no se puede cristalizar como el gran Otro; tiene que caer de ese lugar. El analista interviene sin traer en mente la referencia teórica, sino buscando referentes en el discurso del paciente; no desconoce que hay momentos en los que es necesario hacerlo. Pero nunca a la manera en que Klein le interpreta a Richard su juego, porque es una manera de imponerle una idea que no surge del niño, sino que se construye en la mente del analista. Podemos suponer que el paciente se ha curado porque se han producido enigmas, no respuestas. Se trata de que el paciente recuerde, repita y elabore (Freud, “Recuerdo, repetición y elaboración”). En ocasiones, se debe usar la técnica de la escansión para que el paciente se vaya pensando y el trabajo de elaboración se haga afuera del consultorio. En una ocasión, Lacan tenía un paciente que vivía en Alsacia, un lugar al sur de París, y tenía que hacer dos horas de viaje al consultorio. Después de un tiempo, le reclamó a Lacan que estaba invirtiendo mucho tiempo para tener sólo 10

minutos de sesión, a lo que Lacan le respondió que no estaba contando el tiempo en el que, en el trayecto de llegada, pensaba todo lo que iba a decir y en el de regreso, todo lo que le dejó el análisis, con lo cual tenía en realidad cuatro horas de análisis. Por ejemplo, una paciente con rasgos obsesivos se la pasó durante mucho tiempo narrando lo cotidiano con tanto detalle, que producía una sensación de aburrimiento en el analista. En una ocasión, relató un sueño en donde iba a la universidad en coche, pasaba ahí todo el día y cuando salía, buscaba el coche pero no lo encontraba. Entonces aparecía su hermana y decía: “yo sé dónde está tu coche, pero te robaron la luz”; la paciente preguntaba varias veces “¿me robaron la luz?”. El analista que, hasta entonces, se encontraba un tanto desesperado por el discurso de esta paciente, decide intervenir y dice: “¿Se trata de una historia de aborto?” Aquí, el analista se ha colocado en el lugar que Lacan llama del Sujeto Supuesto Saber, como un oráculo, se coloca más allá del discurso del paciente. A veces esto es necesario, ya que a partir de esta intervención, la paciente ya no relata sus detalles de la vida cotidiana, sino las cosas que no entiende de ella misma. Debemos encontrar un significante, es decir, palabras que se repiten muchas veces en el discurso, como en el caso del sueño “me robaron la luz”, que da lugar a pensar en alumbramiento o nacimiento en la mente del analista. Para Lacan el analista debe estar atento a la negación, esto es, al “no”, “nunca”, “jamás”. Y tener aun mucho más cuidado con las dobles negaciones. Aunque el paciente conteste con un “no” a la interpretación, no se interpreta como defensa o resistencia. Se interpreta desde la transferencia. Para Lacan, un análisis no se puede dar por terminado si no se ha producido nada en el orden del horror y aunque pudieron haber existido momentos terapéuticos, no se puede decir que el análisis ha llegado al fin. Con esto se refiere a ese momento de confrontación con algo de mí que no es aprehensible. El analista es el sujeto del enunciado que debe dudar de lo que digo. Es el momento en que aparece la pulsión sin el objeto, el momento en que te permite leerte [PERMITE AL ANALISTA LEERSE A SÍ MISMO?], como el paciente que dice que siente los ojos del “nahual” que lo miran. El paciente debe aceptar la fantasía de que el otro está castrado, aunque sea el otro y no uno mismo, como cuando el paciente le dice a su analista: “tú no sabes nada”. En última instancia, según Lacan, debemos llevar al paciente al orden de lo simbólico, superar su alienación, resolver el Edipo, restaurar la palabra plena. Permitir su transformación de sujeto alienado a sujeto de su historia.

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