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LA ALEGRÍA DE SER MINISTRO DE LA EUCARISTIA 1
INTRODUCCIÓN
¡Usted es extraordinario! ¡Felicitaciones! El hecho de que esté leyendo este pequeño libro significa que usted es –o piensa ser- un ministro de la Eucaristía. Para ser más precisos, en el lenguaje oficial de la Iglesia, es –o está pensando ser- un “ministro extraordinario de la eucaristía”. En 1973, los obispos diocesanos fueron autorizados a encargar a los laicos católicos distribuir la comunión durante la misa y llevarla a los enfermos y a los moribundos. En ciertas ocasiones, los ministros de la eucaristía también pueden presidir la distribución de la comunión en ausencia de un sacerdote. El nombramiento de un ministro extraordinario de la eucaristía puede ser permanente o limitado a un periodo determinado de tiempo. The Harper Collins Encyclopedia of Catholicismo (La Enciclopedia Harper Collins del Catolicismo) explica: “El principio sobre el que se sostiene este ´ministerio extraordinario´ es delineado en el Código de Derecho Canónico de 1983 (canon 230.3), el cual establece que los laicos pueden ejercer el ministerio de la palabra, presidir oraciones litúrgicas, administrar el bautismo y distribuir la sagrada comunión, siempre que la necesidad de la Iglesia lo requiera o que no se disponga de ministros ordenados”. En los documentos oficiales de la Iglesia, el término “extraordinario” significa “fuera de lo ordinario”, siendo lo ordinario el caso de un sacerdote o un diacono. En cuento laico, es algo “fuera de lo ordinario” que usted distribuya la comunión a otras personas, con lo cual se convierte en un ministro extraordinario de la eucaristía. Pero hay otro significado de la palabra “extraordinario”, que también se puede aplicar a s caso. Según el diccionario, “extraordinario” puede, además significar “excepcional” o “muy notable”. Este significado también calza perfectamente. Como voluntario para distribuir la comunión durante las misas, usted se pone al servicio de la fe de la comunidad. Siendo así, una persona muy excepcional. Como voluntario que está preparando para llevar la comunión a los enfermos, a los moribundos, a toda persona que por cualquier razón viva confinada en su casa, usted es una personas verdaderamente “muy notable”. Como ministros extraordinario de la eucaristía –desde ahora se utilizará la formula breve “ministro de la eucaristía” –usted sirve a la comunidad de fe de una manera que es, al mismo tiempo, un gran privilegio y una forma de humilde 2
servicio. Usted puede distribuir a una forma de humilde servicio. Usted puede distribuir a otros el pan consagrado y/o el vino que se han convertido en el “cuerpo y sangre, alma y divinidad” de Cristo resucitado. Usted es ahora uno que sirve, un siervo, una persona cuyo objetivo es dar el alimento que sólo él puede dar. La espiritualidad del ministro de la eucaristía se define por este ministerio especial, y este es el tema del presente libro. El rito con el cual se habilita a los ministros extraordinarios de la eucaristía se llama “Institución de los ministros extraordinarios para la distribución de la sagrada comunión”. El ritual tiene dos opciones, el “Rito dentro de la misa” y el “Rito dentro de una paraliturgia”. El sacerdote o diacono que preside la ceremonia se dirige a los candidatos con las siguientes palabras: “Queridos hermanos: a nuestro (s) hermano (s) N. se le(s) va confiar el ministerio de poder comulgar la eucaristía por sí mismo(s), distribuirla a los demás, llevarla a los enfermos, administrar el viático. Tú querido hermano, que eres llamado a tan alto servicio en la Iglesia, debes procurar aventajar a los demás en el testimonio de fe y vida cristiana y vivir con más fervor este ministerio de unidad y de amor, pues nos hacemos un solo cuerpo los que participamos de un mismo pan y de un mismo cáliz. Al distribuir a los demás la eucaristía, ejercitarás la caridad fraterna, según el precepto del Señor, que dijo a sus discípulos, cuando les entregaba su cuerpo: ´Les doy un mandamiento nuevo´ que se amen unos a otros como yo os he amado”.
El objetivo de este libro es ofrecer algunos consejos y dar una visión de la espiritualidad de un ministro de la eucaristía, mostrando que en el corazón de ésta se halla el amor a Dios y al prójimo. Este libro no es un recetario ni una guía de cómo tiene que hacer las cosas el ministro de la eucaristía. Más bien, quiere ser alimento para el corazón y el alma de todo ministro, y animarlo a una intimidad más profunda con el Señor resucitado y presente en la eucaristía. Idealmente, cuando usted termine de leer este libro, debería tener una mejor compresión de lo que significa ser ministro de la eucaristía y experimentar una alegría más profunda por serlo.
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“El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdaderamente comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que es vida, me envió y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por mi” Juan 6, 54-57
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La Eucaristía es un misterio alegre En abril de 1994, el diario The New York Times y la cadena de televisión CBS encuestaron a un muestreo representativo de los católicos de los Estados Unidos. Entre los encuestados, un 34% afirmó que creía que el pan y el vino consagrados en la misa “se convertirán en el cuerpo y sangre de Cristo”. Pero el 63%, en cambio, dijo que creía que el pan y el vino consagrados eran solamente “recuerdos simbólicos de Jesús”. Solamente los católicos de más de 65 años, y en una mayoría mínima -51% contra 45%-, dijeron que en la misa el pan y el vino “se coinvertían en el cuerpo y en la sangre de Cristo”. En 1977, una encuesta similar en las parroquias de la diócesis de Rolchester, en el estado de Nueva York, arrojo resultados similares. Entre el 60 y el 65% de los católicos encuestados afirmo que ellos no creían que el pan y el vino “se convierten en el cuerpo y en la sangre de Cristo”. Estos resultados se repetían con poca variación en las diversas parroquias y grupos de edad. Parece que entre los cat0olicos de hoy existe una considerable confusión acerca de la comprensión de la eucaristía. Decir que el pan y el vino eucarísticos se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo no es una simple metáfora o analogía. El Catecismo de la Iglesia Católica no podía ser más claro: “En el corazón de la celebración eucarística se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierte en el cuerpo y sangre de Cristo. (…) Al convertirse misteriosamente en el cuerpo y sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también la bondad de la creación… ” (No. 1333). Esta es la antigua fe de la Iglesia, la fe de los discípulos de Cristo desde los primeros días de la comunidad cristiana. En su primera carta a los corintios, que los especialistas afirman que se escribió hacia el año 54 después de Cristo, san Pablo recuerda a sus lectores: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es una comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es una comunión del cuerpo de Cristo?” (10,16). No deberíamos ser demasiado severos con los católicos que no creen que el pan y el vino eucarísticos se convierten realmente en el “cuerpo y sangre, 5
espíritu y divinidad” de Cristo. Quizá no solo ellos, sino ninguno de nosotros está bien informado acerca de la eucaristía como debería estarlo. Quizá los católicos que o aceptan la descripción convencional de la eucaristía simplemente quieren ser honestos, y esa fórmula convencional ya no funciona mas para ellos. Y quizás aquellos de nosotros que sí la aceptamos, a veces nos preguntamos qué significan hoy esas palabras. En cuanto ministros de la eucaristía, es especialmente importante para nosotros tener una comprensión lo más exacta y completa que se pueda de la eucaristía. Es probable que, por la repetición reiterativa de las palabras “cuerpo y sangre”, por la insistencia en que el pan y el vino se “convierten”, hayamos perdido contacto con la verdad más profunda de la eucaristía. Como todo lenguaje religioso, “cuerpo y alma de Cristo”” es un intento de poner en palabras humanas un misterio que la inteligencia humana jamás llegará a comprender totalmente. Quizá pueda ayudarnos dar unos pasos hacia atrás, detenernos en lo que estamos diciendo y ver si podemos inyectar nueva vida en las palabras tan usadas. Poco a poco,, podríamos encontramos frente al Gran Misterio, jamás dicho con más propiedad. Es importante entender que “cuerpo y sangre” es una frase semítica que significa “toda la persona”. Cuando decimos que el pan y el vino se convierten en el “cuerpo y sangre” de Cristo, decimos que el pan y el vino se convierten en “toda la persona” de Cristo. El catolicismo insiste en que, a continuación de la consagración, toda la persona de Cristo está presente tanto en el pan como en el vino. Solo una visión mental estrecha puede ver el pan solo como el cuerpo de Cristo y el vino como s sangre, como si las dos cosas se encontraran separadas. Por esta razón, por generaciones, los católicos han recibido la comunión solamente en la forma de pan y sólo el sacerdote bebía del cáliz. Por esta misma razón, también hoy en día, en ciertas circunstancias, se puede recibir la comunión bebiendo sólo del cáliz, cuando una enfermedad impide deglutir la hostia, por ejemplo. También poco es extraño que los católicos reciban la comunión sólo con la hostia, también cuando tienen la posibilidad de beber el cáliz. En ambos casos, aun recibiendo solo el pan o solo el vino, se recibe verdadera y realmente “toda persona” de Cristo -”cuerpo y sangre, alma y divinidad”- en la comunión. Quizás aquellos que dicen que no creen que el pan y el vino se convierten en “el cuerpo y la sangre” de Cristo, en realidad quiere decir que ya no le encuentran sentido a la frase “cuerpo y sangre”. Quizá piensan que no les queda de otra alternativa que aceptar esta frase en su sentido literal, con un significado físico que se acerca a lo espantoso. Nuestro tiempo ha sido tan influenciado por las ciencias humanas, incluyen do la sicología, que tal vez la frase “toda la persona” tendrá más sentido, y puede ser más aceptable a mucha 6
gente. Si explicamos que “cuerpo y sangre” significa “toda la persona”, quizás ayudemos a clarificar el sentido de la presencia eucarística de Cristo. Debemos recordar también que, en la eucaristía, nosotros no recibimos al Jesús histórico, de carne y sangre. Tanto repetimos la expresión “cuerpo y sangre”, sin explicarla, que ella no solamente puede haber desviado la correcta comprensión de la gente, sino que puede haber reforzado la idea de que el Cristo que recibimos en la comunión, en el pan y el vino consagrados, es el mismo Jesús que camino por los polvorientos caminos de Palestina o el mismo Jesús que colgó de la cruz. Esto, simplemente, no es verdad. El Cristo que recibimos en la eucaristía es, verdaderamente, el mismo que vivió, enseño y murió en Palestina en el siglo primero. Pero, al mismo tiempo, es mucho más que eso. El Cristo que recibimos es el Cristo resucitado que está con nosotros, vivo y activo en la Iglesia y en el mundo. Es el “cuerpo y la sangre, alma y divinidad”, “toda la persona” de Cristo resucitado, el que recibimos en la sagrada comunión. Con esta comprensión, nos encontramos de lleno en el centro de un grande y profundo misterio, una experiencia de la santidad trascendente, un evento sacro de dimensiones únicas. Si tuviéramos una idea de lo que está sucediendo con nosotros cuando recibimos la comunión y cuando, como ministro de la eucaristía, la damos a otros, caeríamos arrodillados, con nuestros rostros en tierra, maravillados y en adoración. En la eucaristía nos encontramos en el corazón del misterio sobre el cual se funda la fe cristiana: la resurrección del Señor Jesús. “Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucito”, dice san Pablo, “pero si Cristo no fue resucitado, nuestra predicción ya no contiene nada ni queda nada de lo que cree usted” (1Cor 15, 13-14). En The resurrection of Jesus (Paulist Press, 1997), el teólogo Kenan B. Osborne, O.F.M., precisa que la resurrección de Jesús es, en definitiva, un misterio incomprensible: Quien afirme comprender o precisar (la resurrección) no puede decirse que haya comprendido o pueda enunciar lo infinito del misterio. La fe cristiana en la resurrección es un misterio de este tipo: no puede jamar ser comprendido completamente ni enunciado claramente. Los líderes de la Iglesia, sean eclesiásticos o teólogos, pueden solo señalar el misterio y describirlo de manera insuficiente. Si decimos, por lo tanto, como debemos decir, que en la eucaristía recibimos la persona total de Cristo resucitado, nos encontramos cara a cara con un misterio sobrenatural de infinita trascendencia y sacralidad. ¿Cómo podemos no temblar –no en sentido figurado, sino literal- al pensar lo que el Señor 7
resucitado hace por nosotros, dándosenos en la comunión? ¿Cómo no vamos a ver nuestro rol de ministros de la eucaristía como un privilegio asombroso? No hay espacio para una actitud ligera frente a la eucaristía, aún dentro de la misa más informal. Solo hay espacio para la gratitud, el respeto y la acción de gracias. Las generaciones pasadas tenían un profundo respeto por la presencia del Cristo en la eucaristía en los altares y en los tabernáculos de sus parroquias, un sentido de gratitud y adoración que las generaciones recientes parecen haber perdido. Cuanto más reflexionemos sobre el misterio de la resurrección y su relación intima con el santísimo sacramento, tanto más adquiriremos un espíritu de admiración y de adoración a la eucaristía. Aun hay más para vuestra reflexión acerca del misterio de la resurrección. ¿Qué podemos decir acerca del Cristo resucitado que recibimos en la santa comunión? Nosotros recibimos “el cuerpo y la sangre” o “toda la persona” del Cristo resucitado en la comunión. Pero, ¿Qué es una persona resucitada y que puede ser “el cuerpo y la sangre” de un ser en tal situación? ¿Qué es eso que recibimos como don y promesa de la vida eterna? El misterio no hace más que aumentar… El padre Osborne nos ofrece una observación que puede ayudarnos: La resurrección de Jesús debe ser vista no solo como simple vida después de la muerte. Más fundamental es el aspecto de vida en Dios, vida con Dios, vida en el amor y en él paz de Dios, después de la muerte. Es este “en Dios” y este “con Dios” lo que caracteriza la vida resucitada, más que el aspecto de vida después de la muerte. La hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naín y Lázaro tuvieron vida después de la muerte. Pero ellos no tuvieron una vida “resucitada” o una vida humana distinta “con Dios” y “en Dios”. Diciendo esto quiero indicar que la naturaleza humana de Jesús, que, a través de la unión hipostática ya estaba “unida” a Dios, se hizo carne en una forma especial y más íntimamente ”unida” a Dios a) a través de los momentos de oración en su vida terrena, b)atreves de un evento especial llamado resurrección. Y añade: La acción de dios en el evento de la resurrección no fue solo el resurgir de Jesús de la muerte, fue solo el resurgir de Jesús de la muerte, fue más profundamente un surgir de la humanidad de Jesús a una intimidad con la vida de dios que, hasta ese momento, nunca había experimentado antes. Cuando recibimos la sagrada comunión en ese momento, nosotros recibimos “toda la persona” de Cristo resucitado. Lo que consumimos es la “persona total” del hijo de dios, que llevo su humanidad y la nuestra a la más grande intimidad posible con Dios, a través de su resurrección. 8
Este es el Cristo resucitado que nosotros, los ministros de la eucaristía, damos a los demás. Si esta meditación en la profundidad de este misterio no nos lleva a una oración sin palabras, nada lo hará. En la eucaristía, recibimos la persona total de Cristo resucitado. Pero recordemos lo que dice Jesús en el evangelio de Juan, en la narración de la resurrección de Lázaro: “Yo soy la resurrección…” (Jn 11,25). Jesús resucitado es la resurrección misma, por lo tanto en la sagrada comunión recibimos el poder de la resurrección de Jesús, de manera tal que su resurrección y nuestra futura resurrección tienen un impacto en nosotros y en nuestra vida cotidiana. El divino misterio de la resurrección, esta gracia, esta vida especial “en Dios” y “por Dios”, nos alimenta aquí y ahora en la eucaristía. ¡Ya ahora nosotros experimentamos el futuro en la forma de nuestra propia resurrección en Cristo! Una de las grandes cosas de la eucaristía es que, no importa que digamos de ella, inmediatamente nos sentimos obligados a decir más. Una verdad lleva a otra, y a otra. Como católicos, creemos que, en la comunión, recibimos alimento para toda nuestra persona a toda la persona de Cristo resucitado. El termino tradicional para indicar esto es “presencia real”. Pero los católicos creemos que Cristo también está presente en otras formas… El Concilio Vaticano II, a mitad de los años ´60, declaró que Cristo está presente “no solo” en la persona del sacerdote que preside en nombre de Cristo, “pero de una manera especial en las en las especies eucarísticas”, es decir, en el pan y el vino consagrados. Cristo también está presente “en su palabra, porque es el mismo quien habla cuando las Sagradas Escrituras son leídas en la Iglesia”. Cristo está presente “cuando la Iglesia ora y canta, porque él ha prometido ´donde dos o más están reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos” (Mt 18,20). San Pablo dice: “Ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno en particular es miembro de el” (1 COR 12,27). A través del bautismo, hemos sido incorporados al cuerpo, una comunidad que existe en este mundo y en el próximo, tanto en el tiempo como en la eternidad. Porque somos el cuerpo de Cristo, Cristo está presente en la asamblea u en la reunión cuando nos juntamos para la misa. Cristo resucitado está presente en medio de nosotros, en la comunidad de fe, que él se hace presente en la eucaristía. Y al mismo tiempo, el se hace presente en medio de nosotros de una manera única a causa de su presencia real en el pan y el vino consagrados. Por esto, la eucaristía no es una acción litúrgica para espectadores. Cada uno participa en el rito, la comunidad entera celebra la eucaristía, en un sentido muy real toda la asamblea "dice misa". El sacerdote preside, sin duda alguna, y sólo él tiene la autoridad y el poder de consagrar el pan y el vino de manera tal que se convierten en "toda la 9
persona" de Cristo resucitado. Pero, teológicamente, no puede celebrar la eucaristía separado de la comunidad de fe en la cual Cristo está presente. Aún en la rara circunstancia en que el sacerdote diga misa sin ninguna persona presente, él la celebra en la unión espiritual con la Iglesia entera. ¿Qué importancia tiene esta visión para las actividades del ministro de la eucaristía? Dentro del contexto de la misa, su rol es obvio. Él o ella ayuda a distribuir la comunión, y el contexto comunitario o de asamblea es evidente para todos. En todo caso, los ministros que llevan la comunión a los presos y a los enfermos pueden aparecer como individuos que ejercen un ministerio individual. Pero por el contrario, tales ministros de la eucaristía son representantes de la entera comunidad parroquial y como tales deben pensar acerca de sí mismos. Un ministro de la eucaristía que lleva la comunión a un enfermo o a un recluso de la parroquia, lleva "toda la persona" o "el cuerpo y la sangre" de Cristo resucitado, el mismo Cristo que está en el centro de la comunidad parroquial y es su corazón. Por lo tanto, cuando llevamos la comunión a aquellos que no pueden ir a la Iglesia para la misa, nosotros les llevamos el Cristo resucitado que está presente de una manera muy especial en la hostia consagrada, pero también está presente en la comunidad de fe. También llevamos el Cristo presente en la palabra, cuando leemos los pasajes de la Biblia que son parte integrante del rito. Cuando visitamos a un enfermo en su casa o en el hospital, es muy importante no ver este ministerio solamente como un servicio de la comunión a domicilio. Mas bien, como ministro de la eucaristía, usted lleva en su persona a toda la comunidad parroquial y a Cristo resucitado que está presente allí. En un sentido muy real, en cuanto ministro de la eucaristía, usted se convierte en una especie de "sacramento", un transportador de la presencia amorosa de Dios hacia la persona a lleva la comunión. El poeta católico francés de este siglo, León Bloy, dijo una vez: "La alegría es el signo más infalible de la presencia de Dios". Cierta gente parece que piensa que el signo más infalible de la presencia de Dios es una especie de seria solemnidad. Esta gente, la última cosa que quiere ver en la iglesia es una sonrisa, especialmente cuando se recibe la comunión. Si lo que dice León Bloy es correcto, la eucaristía es el misterio más alegre, y los ministros de la eucaristía tendrían que ser signos y portadores del gozo eucarístico. ¿Qué es el gozo eucarístico? Recordemos que "eucaristía” deriva de una palabra griega que significa "dar gracias”. Como ministros de la 10
eucaristía, estamos llamados a ser personas agradecidas, personas conscientes de cuanto tenemos que estar agradecidos por ser portadores de un tangible, aunque sereno, sentido de alegría que debe llegar a todos aquellos a quienes llevamos la comunión, tanto en la iglesia como cuando los visitamos en sus casas o en el hospital. Nada de seria solemnidad: en cuanto ministros de la eucaristía, nos hemos ofrecido para ser instrumentos y portadores de una profunda alegría, que sólo la eucaristía puede dar y alimentar, también a aquellos que están enfermos o moribundos. G. K. Chesterton, un inglés convertido al catolicismo, también de este siglo, hombre de una profunda alegría, concluía su obra clásica Ortodoxia con estas palabras: "Había algo que era demasiado grande para que Dios nos mostrara cuando él caminaba sobre nuestra tierra; yo, a veces, he imaginado que era su alegría". La eucaristía es un misterio alegre. Es el alegre misterio de la resurrección presente en la persona total del Cristo resucitado. Cuando llevamos la comunión a alguien, le llevamos a Cristo a esa persona, y cantamos el antiguo himno: "Baila, baila, donde quiera que estés. Yo soy el Señor de la danza, dijo él". Nosotros llevamos la alegría de Cristo resucitado en la eucaristía y la alegría de Cristo resucitado en el corazón del universo. Thomas Merton, en su clásica obra Nuevas semillas de contemplación, escribió que Dios nos invita "a olvidarnos intencionadamente de nosotros mismos y a abandonar nuestra terrible solemnidad y participar en la danza general". Cuando recibimos la comunión y cuando, como ministros, llevamos la comunión a otras personas, por ese mismo hecho, en nuestro corazón nosotros "nos olvidamos intencionadamente de nosotros mismos, abandonamos nuestra terrible solemnidad y participamos de la danza general". Porque en la eucaristía recibimos no solo el Cristo resucitado que se nos presenta ahora, recibimos también la gracia de la vida eterna, aunque todavía nos arrastramos en este tiempo y espacio. ¿No es este motivo para alegrarse? Nos interesa qué tan ordinarias o solemnes sean las circunstancias: como ministros de la eucaristía, nosotros nos hacemos presentes a aquellos a quienes llevamos la eucaristía con una luz especial en nuestros ojos, la luz de Cristo resucitado, la luz del alegre misterio de la eucaristía.
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No me avergüenzo del Evangelio. Es una fuerza de Dios y salvación para todos los que creen….
Rom. 1,16
La fe del ministro de la eucaristía No pocas personas tienen una idea extraña de la fe. Algunos creen que significa creer en algo "del más allá" se refiere, por supuesto, a Dios. Para esta gente, la fe significa la aceptación superior "más allá, entendiendo en realidad, “allá lejos, en el más allá”, más allá de las estrellas, más allá todavía. Infinitamente lejos. El doctor Seuss, autor de The Cat in the hat, The 500 Hats of Bartikimew Cubbins y otros clásicos modernos para chicos y para jóvenes de corazón, escribió una vez 13
una oración. Esta oración claramente hace eco de un concepto de la fe como “creer en un ser supremo allá lejos”.- “La oración de un niño" del Dr. Seuss empieza así: Desde aquí en la tierra, Desde este mi pequeño lugar, Yo te busco a ti, Allá en el espacio… En cierto sentido, la oración del Dr. Seuss es apropiada porque refleja la noción infantil de Dios y de la fe. Pero la comprensión católica de la fe es muy diferente. Los católicos no se sienten a gusto con la idea de Dios como un "ser supremo", ni piensan que Dios está "allá arriba en el espacio", aunque, por supuesto, creen que está allá también. Por el contrario, la idea fundamental de Dios viene de Jesús –la revelación más completa de Dios en la historia de la humanidad–, quien nos enseña que Dios es, ante todo y sobre todas las cosas, nuestro Abba. Generalmente, los biblistas traducen esta palabra aramea como "Padre", aunque una traducción más apropiada sería "querido Papá". Pero esto, dando por descontado que, como ya afirmó el teólogo santo Tomás de Aquino, lo primero que tenemos que decir de Dios es que no podemos decir nada. Dios es el misterio final, sobrepasando en mucho la capacidad del intelecto humano para comprenderlo. Una vez que reconocemos esto, de todos modos, santo Tomás dijo que podemos y debemos hacer nuestro débil esfuerzo humano para expresar quién es Dios para nosotros. Aquí aparece la figura de Jesús, que nos enseña a llamar a Dios "nuestro querido Papá". Es como si Jesús hubiera dicho, "lo mejor que puedo hacer para explicar el divino misterio es utilizar la metáfora del querido Papá".
De todos modos, Dios es incomprensible. Así que sigamos con la mejor de las metáforas que tenemos, la de "querido Papá", una metáfora más adecuada que inadecuada. El misterio, por lo tanto, no es aplastante ni temible. Más bien, Dios es amor incondicional, completa confiable, fiel total. No solamente eso: nuestro o está "allá lejos en el espacio". Nuestro Dios está, como declaro san Agustín hace más de mil quinientos años, más cercano a nosotros mismos que nosotros mismos.
El padre Karl Rahner, probablemente el teólogo más s grande del siglo XX,-resumía toda la teología en una sola frase, “Dios vive en ti". Así es como Dios está cerca de nosotros, no “allá lejos en el espacio", sino "en ti". 14
Para el catolicismo, la fe no es creer en algo, es conocer a Alguien - Dios, nuestro querido Papá y Jesús, el hijo de Dios, el Cristo resucitado que vive en nosotros y en medio de de nosotros, que constituimos la comunidad de sus discípulos. En otras palabras, para el es fundamentalmente una relación personal, no un “viaje intelectual”; una relación personal, no un creer en algo porque "la Biblia" o "la Iglesia" dicen que hay que creer en eso. Fe es amorosa intimidad Cristo resucitado. Aquí y ahora. Ahora y aquí. Todo esto es verdad. Al mismo tiempo, algo de lo contrario es cierto. Como ministros de la eucaristía, nosotros llevamos, en nuestro ministerio, el Cristo resucitado al pueblo para que este lo consuma y alimente sus cuerpos y sus almas. La eucaristía trata de la intimidad con lo divino en medio de lo humano. Pero así como el Cristo resucitado llega realmente a nosotros en la sagrada comunión, algo mucho más grande sucede, también. Algo realmente mucho más grande. En Teoching a Stone to Talk, Annie Dillard, ganadora del premio Pulitzer, convertida al catolicismo, escribe: ¿Por qué nosotros, en las iglesias, parecemos despreocupados, como descerebrados turistas del absoluto en un tur organizado? En general, yo no encuentro cristianos, fuera de los de las catacumbas, con suficiente sensibilidad: ¿Tiene alguno la más pálida idea del tipo de poder que invocamos alegremente? ¿0, Como yo sospecho, nadie cree una palabra de lo que se dice? Las comunidades parecen formadas por niños divirtiéndose en el piso con sus juegos de química mezclando una partida de nitroglicerina para hacerla estallar el domingo por la mañana. Es una locura llevar sombreros de paja o de paño; se debería llevar cascos de seguridad. Habría que distribuir chalecos salvavidas y señales de luces, y por seguridad, nos deberían atar fuertemente o nuestros bancos. Los ministros de la eucaristía, más que el pueblo en general, haríamos bien en cultivar tanto el sentido del humor de Annie Dillard como su percepción de lo movilizadora que es la experiencia que estamos describiendo. A veces, observando una celebración del domingo por la mañana o del sábado por la tarde, realmente parece que nadie cree en nada. Todo tiene un aire ficticio, y todo el mundo parece aburrido. Cada día se repite el teatro de la celebración del Cristo resucitado, del Señor del universo que se hace presente bajo las apariencias de pan y vino, que nosotros podemos meter en la boca y tragar. Mucho aburrimiento. No pasa nada. Haríamos bien, cada tanto, en pensar y meditar lo os que hacer. La fe de un ministro de la eucaristía debería ser una fe simple y compleja al mismo tiempo. Debería mezclar la intimidad de la eucaristía con una profunda 15
percepción de la santidad y de la sacralidad eucarística que hace temblar la tierra.
En la sagrada comunión, el Cristo resucitado se da a sí mismo como
alimento. La intimidad de Cristo con su pueblo es más profunda que la de un hombre y una mujer cuando hacen el amor. Al mismo tiempo, la eucaristía es un evento que, en lo espiritual, constituye una explosión omnipotente. Las metáforas de Annie Dillard respecto de los cascos de seguridad, chalecos salvavidas, señales de luces y atarnos a nuestros bancos, se ajustan a la perfección. Cuando nos reunimos para celebrar la eucaristía, alguien abrochar los cinturones de seguridad. Aburrimiento o monotonía es lo último que deberíamos sentir, incluso –o sobre todo-, cuando se trata de una ceremonia solemne. También es verdad que una fe eucarística es algo más que la sola eucaristía. Cuando celebramos la eucaristía, celebramos la fe –la amorosa intimidad con Dios y con su pueblo- que nos esforzamos para vivir todos los días. Por eso, una fe eucarística es tan cotidiano por vivir nuestra fe lo que da el sentido profundo a la a la eucaristía. Si nosotros no nos esforzamos en vivir nuestra fe día a día, la participación en la misa dominical comenzará a perder sentido. Y por otro lado, celebramos la eucaristía para alimentar nuestra fe de cada día. La novelista inglesa P. D. James, en su novela The Black Tower, tiene un personaje llamado Padre Baddeley que hace esta pequeña y perfecta observación: "Esta es verdaderamente la vida espiritual; las cosas ordinarias que uno hace día a día". En la eucaristía, encontramos la máxima unión entre lo santo y lo ordinario. Como católicos, encontramos lo santo dentro de lo ordinario, porque esto es lo que fue y es la encarnación, la unión más perfecta de lo santo con lo ordinario, de la divinidad con la humanidad. De la misma manera, nuestra fe eucarística está constantemente condicionada por la misma unión, la perfecta transformación del pan de cada día y del vino en la persona total de Cristo resucitado. Este es el corazón de la fe eucarística en este mundo de lucha. ¿Hay algo verdaderamente excepcional en la fe de un ministro de la eucaristía, algo que haga nuestra fe de ministro diferente de la fe de los demás católicos? La respuesta es no. Absolutamente no. Y también sí. La fe de un ministro de la eucaristía es la misma que comparten todos los miembros de la Iglesia. El hecho de que sea un ministro de la eucaristía no la cambia. Al mismo tiempo, como toda relación humana es única, porque implica personas; de la misma manera la fe es única, porque cada 16
persona es única y se relaciona con Dios con su propia personalidad. Agreguemos a esa personalidad única el hecho de ser ministros de la cebemos concluir que la fe de un ministro es --e es única su relación personal con la eucaristía. Usted aporta al rol de ministro de la eucaristía su personalidad propia y única y su fe. Es tan importante ser consciente de la propia de la propia personalidad y estar en contacto con la propia fe, como el hacer todo lo que los ministros de la eucaristía deben hacer. Manténgase en contacto con Cristo resucitado, presente en su propia vida. Sea sensible a las formas muy especiales en que puede ser llamado a servir. Sea consciente de que puede llegar el momento en que será invitado a hacer algo especial, caminar un kilometro más a causa de su fe, por amor a su prójimo, para hacer aquello que, como ministro de la eucaristía único e irrepetible, solo usted puede hacer. Si el ministro de la eucaristía tiene un talento especial para dar al mundo, quizá sa el de ser, sobre todo, consciente en todo momento presencia de Cristo resucitado en su corazón y también, siempre y al mismo tiempo, en lo más profundo del corazón de la gente. Este capítulo comenzó observando cómo la gente puede tener ideas raras sobre la fe. Otra idea extraña sería la de afirmar que la fe es incompatible con los cuestionamientos y la incertidumbre. Una idea semejante de la fe hace evidente esa extraña noción de que una fe autentica es una “fe ciega”. La fe es cualquier cosa, menos ciega. La fe real no solo es compatible con los cuestionamientos y la incertidumbre, sino que es también inseparable de ellos. Una fe real se hace preguntas y conoce la falta de certezas. Esto es especialmente verdadero cuando se trata de la fe eucarística. A veces los ministros de la eucaristía tienen preguntas que, hace tiempo, eran más bien preguntas del clero que de los laicos. El estar tan cerca de los elementos de la eucaristía, del pan y del vino, que la fe nos dice convertidos en la persona total y completa de Cristo, nos puede cuestionar, porque nos hemos hecho muy familiares con ellos. El manejar tan a menudo hostias y vino consagrados nos lleva a pensar que lo que nosotros tenemos en las manos es nada más que galletitas de harina y simple vino. Nos podemos encontrar desconcertados frente al misterio. ¿Cómo puede esta galletita de pan ser la persona total de Cristo resucitado? ¿Cómo puede ser que lo que parece ser vino sea el cuerpo y la sangre, el alma y la divinidad del Señor Jesús resucitado? La fe de los católicos, y de un modo particular la fe de un ministro de la eucaristía, no tiene miedo de hacerse estas preguntas, de hacer frente a estos cuestionamientos. No deberíamos temer estas preguntas porque el enfrentarlas y buscar respuestas sólo puede 17
aumentar nuestra fe, profundizar el misterio y llevarnos a una actitud más orante hacia la eucaristía. Lo que para todo el mundo parece sólo una ordinaria galletita de pan y una simple copa de vino es, en realidad, algo completamente distinto. ¿Cómo puede ser esto? Es la misma pregunta que le hizo la gente a Jesús, cuando él insistía en decirles que les daría a comer su carne y a beber su sangre (cf. Juan 6, 52). Es una pregunta valida, pero sólo la fe —la intimidad personal con Cristo- tiene una respuesta, una respuesta que sólo el corazón puede escuchar. ¿Cómo puede este hombre tan común ser el Hijo de Dios? Sólo la fe, el encuentro personal que lleva a una relación personal con el, puede dar una respuesta a esta pregunta. Una vez que esa relación personal existe, ya no es necesaria una clara respuesta científica a la pregunta. El problema continúa flotando en el ámbito de la inteligencia, pero el corazón le susurra a esta última:”no te preocupes El amor es la única respuesta. Nada puede probarse y nada puede negarse. El amor es todo”. Andrés dijo: "Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es esto para tanta gente?". Jesús les dijo:"Hagan que se sienten los hombres". Pues había mucho pasto en este lugar. Y se sentaron los hombres en número de unos cinco mil. Entonces Jesús tomó los panes, dio gracias y los repartió a todos los que estaban allí sentados. Lo mismo
hizo con los
pescados, y todos recibieron cuanto quisieron (Juan 6. 9-1 l).
¿Cómo hizo Jesús para dividir cinco panes de cebada y dos pescados, para saciar a cinco mil hombres? Especulaciones sin fin sobre el lenguaje figurado y las metáforas para probar que no fue así. Nosotros no sabemos cómo, pero sabemos que Jesús lo hizo. ¿Cómo hace Jesús para compartir con nosotros el misterio de su personalidad resucitada, que aparece como pan y vino? Nosotros no sabemos cómo, pero sabemos que él lo hace. Los cuestionamientos no cesan, pero casi siempre ya no son importantes. De vez en cuando, cada tanto, es oportuno tomar un libro sobre la eucaristía, leer algo inteligible y teológico para aumentar nuestra comprensión del misterio que jamás llegaremos a agotar. (Ver la bibliografía al final de este libro.) Decir que la eucaristía es un "misterio" no significa cultivar el anti intelectualismo. Es una manera de despertar el corazón. 18
La fe de un ministro de la eucaristía puede crecer y profundizarse de varias formas, y una, no la última, es la lectura de poesías. En verdad, es bueno para un ministro de la eucaristía tener un corazón de poeta, porque la eucaristía tiene en sí misma afinidad con la poesía de muchas maneras. Así como la poesía comprende sentido, belleza, profundidad de pensamiento, humor y muchas otras cosas, compuestas en versos de palabras comunes, del mismo modo la eucaristía comprende la vida divina en lo ordinario del pan y del vino. Tome, por ejemplo, el delicioso poema del católico norteamericano ShermanAlexie,en su libro The Summer of Block Widows, (Hanging Loose Press, 1996), del cual un ministro de la eucaristía puede aprender algo más acerca de la eucaristía:
"Tambor como amor, miedo y oración": Entonces ella me dice que Jesús está todavía aquí porque Jesús estuvo una vez aquí y partes de Jesús todavía flotan en el aire. Ella me dice que el ADN de Jesús Es parte del ADN colectivo. Ella me dice que todos somos parte De Jesús, todos somos en parte Jesús. Ella me dice que tengo que respirar hondo Durante, las tormentas Porque a veces puedes gustar a Jesús En una buena, fuerte lluvia.
La f e d e u n m i n i s t r o d e l a e u c a r i s t í a e s , e n u n m i c r oc os mos , la fe de toda la Iglesia. É l e s u n a p e r s o na í nt i ma me nt e r e l a c i o na d a c o n C r i s t o r e s uc i t a d o c om o t o d a l a I g l e s i a e s t á r e l a c i o na d a c on e l m i s mo C r i s t o r e s uc i t a d o. Es e e s e l mi s t e r i o , e n e l c or a z ón e n e l c u a l s e m ue v e e l m i s t e r i o d e l a e uc a r i s t í a , s u s e r y s u ha c e r . G ua r d e e s t e s e c r e t o, c om o u na mo ne d a p r e c i os a , e n s u b o l s i l l o . G ua r d e e s t e s e c r e t o e n s u c o r a z ó n. En su obra póstuma, Diario de un ermitaño, Diarios 1964-1965 (Lumen, 1998), Tomás Merton escribió algunas palabras que suenan como música de 19
campanas para un ministro de la eucaristía. Merton escribió el 6 de enero de 1965: …Descendí hasta el manantial; lo encontré sin Dificultad. Maravillosa agua clara que brotaba con fuerza desde la hendidura de la roca mohosa. La bebí en el cuenco de mis manos y súbitamente advertí que hacía años, tal vez veinticinco o treinta, que no probaba agua así. Absolutamente pura, clara y dulce, con la frescura del agua intacta. Sin química. Miré hacia el cielo alto y a las copas de los arboles Sin hojas brillando al sol, y fue un momento de Lucidez angelical. Pronuncié los salmos de tercia Con gran júbilo, desbordante, como si la tierra, los Bosques y el manantial estuviesen alabando a Dios A través de mí, nuevamente el sentido de la transparencia angélica en todo: luz pura, simple y total. Tomás Merton describió estos momentos como los más eucarísticos, en una forma pura y original. Son eucarísticos porque evocan lo santo en medio de lo ordinario, lo sagrado en medio de la creación, que es lo que es la eucaristía: lo santo, lo fuerte, en el centro exacto, en lo ordinario de nuestras vidas. Idealmente, una cosa que la eucaristía debería hacer por nuestra fe es capacitarnos para reconocer más a menudo lo santo en medio de lo ordinario de la vida. Con Merton, como ministros de la eucaristía, deberíamos “especializarnos” en ver a Dios en todas partes y en permitir que todo lo creado alabe a Dios a través de nosotros. A la corta o a la larga, la fe depende de que seamos eucarísticos en todo lo que hacemos, esto es de, de que seamos personas muy agradecidas. En su canción “Botswana”, el compositor y cantante John Stewart canta “Oh, la fe es un fuego que se aviva con el aire de la gratitud”. Esto es tener una fe eucarística, avivar el fuego de la fe con el aire de la gratitud. La fe de un ministro de la eucaristía encuentra un sinfín de motivos para dar gracias. “Y todo lo que puedan decir no hacer, háganlo en el nombre del Señor Jesús, -dice la carta a los Colosenses- dando gracias a Dios Padre por medio de él.” Hay que notar que San Pablo, autor de la carta a los Colosenses, no dice que debemos dar gracias solamente cuando las cosas salen como nosotros queremos, solamente cuando la vida es una fuente de felicidad. Él dice simplemente que nosotros debemos hacer todo en el nombre del Señor del Señor Jesús y dar gracias a Dios. Estas palaras son importantes para un ministro de la eucaristía, cuya espiritualidad se basa en la eucaristía, en el dar gracias.
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Cuando el enfermo, que este enfermo en el nombre del Señor Jesús, y de gracias mientras tratas de sanarse. Cuando está bien, que este bien en el nombre del Señor Jesús, y de gracias mientras va a sus quehaceres cotidianos. Cuando esté desempleado, que esté desempleado en el nombre del Señor Jesús, y de gracias mientras busca trabajo. Cuando las cosas le salen mal, que se sienta mal en el nombre del Señor Jesús mientras trata de hacer planes nuevos. Todas las cosas sobre la tierra llevan una bendición, este es el punto. Todas las cosas llevan una bendición, si nosotros estamos abiertos a la bendición y dispuestos a recibirla. Cuando damos gracias en medio de lo que nos sucede, nosotros reconocemos la bendición y anunciamos nuestra disposición a recibirla. Es fácil quejarnos, por supuesto; nos damos cuenta de que es fácil gemir y lloriquear, también durante nuestras oraciones. Hasta puede ser que especialmente durante la oración. Sentir lástima de uno mismo es casi un pasatiempo nacional. Una fe eucarística, por el contrario, es una fe que busca bendecir en todo y en cada cosa, y da gracias aun antes de ver o saber que lo que va a suceder será una bendición. Este es, al menos, el ideal que un ministro de la eucaristía debe procurar.
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Que el Dios de toda esperanza los colme de Gozo y paz en el camino de la fe y haga crecer en ustedes la esperanza por el poder del Espíritu Santo
Romanos 15,13
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La esperanza del ministro en la Eucaristía Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve, largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado, con gozo y deleite que no puede tener fin. Teresa de Ávila, en Exclamaciones, 15.4. Escuchen no sólo con los oídos, sino también con el corazón. Escuchen no sólo con oídos sino también con el corazón. Escuchen. La esperanza, como la fe, es una de las tres virtudes llamadas “teologales”. La tercera de la caridad, o el amor, que queremos en el capítulo IV. Fe, esperanza y caridad son virtudes “teologales” porque tienen que ver directamente nuestra relación con Dios. En los tres casos, de todos modos, cada virtud tiene también profundas implicancias para nuestras relaciones con la gente. Porque, como vimos en el capítulo de la fe, no podemos separar nuestra relación con Dios de nuestra relación con el prójimo. Es particularmente apropiado hablar de la esperanza en la vida de un ministro de la eucaristía, porque la eucaristía nutre la esperanza de una manera muy especial. Cuando celebramos la eucaristía es una experiencia del futuro irrumpiendo ahora en nuestras vidas. Experimentamos los comienzos, ya ahora, de la gracia de la resurrección de Cristo, al cual estamos unidos por el bautismo. La eucaristía alimenta la esperanza dándonos la gracia de nuestra futura resurrección. ¿Qué mejor motivo para esperar que éste? Cuando una comunidad de fe se reúne para la misa, celebra la fe, la esperanza y la caridad como una forma de vida. Los fieles se reúnen no para adorarse los unos a los otros, sino para adorar sólo a Dios. Este es un punto importante en un tiempo en el cual la eclesiología y teología corrientes de la Iglesia, y consecuentemente sus liturgias y hasta la arquitectura interior de los templos, parece sugerir que la comunidad de los fieles se repliega sobre sí misma en las eucaristías. Por supuesto que las relaciones entre los fieles son importantes, pero es nuestra fe- nuestra relación compartida con Cristo resucitado- la que nos reúnes para la liturgia; entonces nuestro culto alimenta nuestra vida como parroquia y nuestra iglesia. Y ahora, les pido un poco de paciencia. Por necesidad, lo que sigue le parecerá abstracto, en algunos 23
aspectos. Recuerden que, cuando recibimos a sagrada comunión, nosotros recibimos toda la persona de Cristo resucitado. Por lo tanto, comemos y bebemos nuestro destino final. La resurrección de Cristo nos alimenta ahora y aquí, y al mismo tiempo nosotros somos alimentados por esa vida eterna la cual hemos sido destinados compartir plenamente como miembros de cuerpo de Cristo. De esta manera, en la eucaristía celebramos y alimentamos la esperanza, esperanza no sólo para esta vida sino también para la vida eterna.
¿Qué les parece esto para ampliar la mente? En cuanto ministros de la eucaristía, nosotros compartimos con otros el cuerpo y la sangre de Cristo resucitado, el alimento de la vida eterna. Por lo tanto, compartimos la esperanza y alimentamos, tanto para esta vida como para la eterna. De pronto, un texto de san Pablo adquiere un significado más profundo:”La salvación que se nos dio, la debemos esperar. Pero ver lo que se espera, ya no es esperar;¿cómo se podría esperar lo que se ve? Pues bien, esperar cosas que no vemos significa tanto constancia como esperar” (Romanos 8,24-25). “Les diré algo—el que habla es un hombre de unos sesenta años, ministro de la eucaristía en una parroquia de Ohio--: cuando llevo la comunión a un enfermo grave o un moribundo, vivo una experiencia muy profunda. Rezo unos minutos antes de salir, rezo también después de salir, en el viaje. Esta experiencia me marca profundamente. Esa gente recibe la comunión como la cosa más extraordinaria que les puede suceder. A veces se sienten tan felices que hasta lloran. Vuelven a esperar, que era justamente lo que se estaba debilitando antes de recibir la comunión. Ellos no tienen ese aspecto dormido y apático que a menudo vemos en los que reciben la comunión en las iglesias. Los enfermos y los moribundos saben lo que es la comunión. Yo he aprendido mucho de ellos.” La esperanza es admirable, hasta asombrosa, cuando es real. No es simple optimismo, una mera cuestión de estar siempre, psicológica o emocionalmente, tratando de cruzar a la verdad del sol. “En tanto y en cuanto las cosas son realmente posibles—escribió G.K Chesterton-, la esperanza son puras palabras y lugares comunes; cuando las cosas se vuelven desesperadas, la esperanza comienza a ser verdaderamente fuerte.” La esperanza puede y debe existir en todas las circunstancias. Pero se hace más reconocible y llega a su grado de máxima realidad cuando la vida parece a su grado de máxima realidad cuando la vida parece más desolada. “Tú puedes sobrevivir la noche más oscura canta John Stewart-recordando el sol.” Es en las noches más oscuras cuando la esperanza puede brillar al máximo. Por eso, es en los enfermos y en los moribundos donde se ve más claramente el poder de la eucaristía para alimentar la esperanza. Cuando estamos enfermos
o en peligro de muerte, nosotros 24
recobramos la esperanza por la eucaristía, justo en el momento en que la vida parece que ya no tiene esperanza. Recobramos la esperanza, y la nueva vida que ella da emana del rito sacramental, aunque parece ser, para los no creyentes, como un piadoso silbido en la noche. Pocas palabras, un trozo de pan, unas gotas de vino. Pero las palabras, el pan y el vino son sólo la superficie aparente de la realidad de la cual son portadoras, una realidad que sólo la fe cristiana -amorosa intimidad con Dios en Cristopuede percibir. Unas pocas palabras, un trozo de pan y unas gotas de vino: para la persona con poca o ninguna experiencia de esa amorosa intimidad con Dios, no pueden ser otra cosa. Pero las palabras, el pan y el vino ya no son meras palabras, ya no es sólo pan o vino: misteriosamente, llevan el amor que hace girar y centellear el cosmos en un admirable orden, el amor que hace pulsar la vida en nuestros corazones ahora y para siempre, en un mundo sin fin, en esta vida y en la próxima. Cuando llevamos la comunión a una persona enferma o moribunda, compartimos con ella el conocimiento que proviene de una esperanza auténtica. El poeta y místico inglés del siglo XVIII, William Blake, lo dijo mejor que nadie. Dijo que morir es sólo pasar de una habitación a la otra, y él mismo murió cantando, literalmente. Cuando llevamos la sagrada comunión, nosotros llevamos este conocimiento, algo de la luz del espíritu, que alimenta la esperanza de la manera más real posible, una esperanza que va más allá de esta vida. Esta es la dimensión más profunda de nuestro ministerio eucarístico. Pero normalmente, distribuimos la comunión a gente que no está enferma ni moribunda. Damos la comunión al común de la gente en lo cotidiano y ordinario de sus vidas. La gente a la que distribuimos la comunión es bastante respetuosa, aunque aparentemente parecen apáticos, como ese ministro de la eucaristía de Ohio hacía ver. De todos modos, no habría que sacar conclusiones demasiado rápido. Es bueno que un ministro de la eucaristía cultive la habilidad de mirar más allá de las apariencias, más allá de las perspectivas superficiales, especialmente cuando se refiere a otras personas. La gente que se pone en fila para recibir la comunión durante la misa puede parecer, debemos admitirlo, respetuosamente indiferente. Avanzan en la fila y, cuando llegan adelante, extienden la mano o ponen la lengua para recibir la comunión. Quizá se hacen un poco a un lado, se persignan y vuelven a sus bancos. Parece gente muy ordinaria. Pero no se engañe. ¿Quién es esa persona común que avanza en la fila, extiende la 25
mano o pone la lengua para recibir la comunión y después se va? Esta es una persona que, al menos alguna vez, quizás a menudo, lucha sin esperanza. Él o ella tiene más que angustia para soportar. ¿Quién es esa persona? Es una joven madre con niños pequeños que la distraen y uno más en camino. Él tiene hijos adolescentes que andan por la calle hasta muy tarde por la noche, y mantienen a su padre sin poder pegar un ojo, por la gran preocupación. Ella es una mujer desempleada, que no sabe de dónde llegará el dinero para pagar el próximo alquiler, y si llegará. Él es el marido de una alcohólica. Ella parece que tiene buen pasar, pero su esposo jamás la acompaña a la Iglesia. ¿Quién sabe qué angustia se anida en ella? Su madre tiene cáncer. Su hijo ha sido echado de la escuela por posesión de drogas. Su hija adolescente está embarazada. Su esposa tiene la enfermedad de Alzheimer. Su doctor le ha dicho, hace unos días, que el hijo que esperan nacerá con defectos genéticos. Él es un alcohólico y no lo admite. Ella fue abusada sexualmente cuando era niña. Él es un hombre cuyo hijo adolescente fuma y él se pregunta qué hizo mal como padre. La lista es infinita. Grandes o chicas, todos tenemos nuestras cruces para llevar. Todos tenemos nuestras cruces. Como ministro de la eucaristía, puede usted imaginar a todas las personas que están en la fila para comulgar, como si llevaran pesadas cruces en sus hombros, arrastrándolas por el pasillo mientras se acercan al altar. Nadie puede ver sus cruces, pero son reales, tan reales como que Dios creó el mundo. Usen su imaginación. Usen los ojos de la fe. No tendrán dificultad en creer que cada persona que se acerca a comulgar lleva una cruz y necesita esperanza, un poco de esperanza para superar el día a día, la semana que le espera. Vienen a misa, se acercan a ustedes para comulgar, para recibir "una transfusión de esperanza", si quieren llamarlo así. Guarden esto en su mente mientras colocan el gran misterio, la persona entera de Cristo resucitado, en sus manos o en su lengua. Tengan esto en su mente mientras comparten el cáliz o vaso que ya no contiene vino, sino el gran misterio, toda la persona completa de Cristo resucitado. A cada persona, díganle "el cuerpo de Cristo" o "la sangre de Cristo", pero no sólo con los labios. Digan esas palabras con su corazón. Traten de hacer contacto con ellos con los ojos. Compartan el Cristo en ustedes mismos, también. Que las palabras que pronuncian sean una oración, no sólo palabras dichas de un modo rutinario, siempre el 26
mismo bla, bla, bla. En cuanto ministros de la eucaristía, ustedes son ministros de la esperanza. Den esperanza cuando ofrezcan a cada persona el Señor Jesús resucitado, "cuerpo y sangre, alma y divinidad". Háganlo. En la liturgia latina, cuando el sacerdote daba la comunión, decía a cada persona: "Corpus Domini nostri Jesu Christi custodiar animan tuam in vitam aeternam. Amén". Que significa: "Que el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo guarden tu alma para la vida eterna. Amén". Ahora, en la misa en lengua vernácula, el sacerdote o el ministro de la eucaristía dicen simplemente:"el cuerpo de Cristo" o "la sangre de Cristo— . El significado explícito en la misa en latín y en la nueva fórmula abreviada es el mismo, son palabras de esperanza. Cuando pronuncie esas pocas palabras, ustedes ya sabrán que su mensaje es una oración, como la que se decía en la antigua fórmula en latín. Son menos palabras, pero es la misma oración. Dice un antiguo proverbio inglés: "Cuando no hay esperanza, se quiebra el corazón". Cuando decimos que los ministros de la eucaristía son ministros de la esperanza, queremos significar algo muy importante. Todos andan con el corazón roto. Los niños rompen el corazón de sus padres, los padres, los de sus hijos. Maridos y mujeres se rompen el corazón mutuamente. Tarde temprano, de una manera u otra, se vive la experiencia del corazón roto. En este sentido, la eucaristía da una esperanza que sana los corazones rotos. En verdad, a veces lo único que evita que las personas a quienes distribuimos la comunión tengan el corazón completamente roto es el sacramento que les ofrecemos, un sacramento que les da una esperanza que cura. Tristan Bernard (1866-1947) fue un gran dramaturgo y novelista francés. Durante la Segunda Guerra Mundial, Bernard y su esposa fueron llevados por la Gestapo. "Se terminó el tiempo del miedo", dijo Bernard cuando fueron arrestados. "Ahora empieza el tiempo de la esperanza." A veces nos olvidamos de que la eucaristía es una recreación de la Última Cena que Jesús compartió con sus discípulos en el umbral de su terrible sufrimiento y mue r te . N os o l v i da mos d e q ue e n l a e uc ar is tí a, como en la vida cristiana en su totalidad, no podemos separar muerte y resurrección. En la eucaristía recibimos la persona total de Cristo resucitado. Pero compartimos también su muerte en la cruz. Como Jesús compartió el sacramento de la esperanza al borde de lo que parecía ser una situación desesperada, del mismo modo, cuando celebramos la eucaristía, no debemos esperar que el resultado sea una vida en el jardín de las delicias. 27
La esperanza que compartimos como ministros de la eucaristía no es una aspirina espiritual para curar los dolores de cabeza de la vida. Por el contrario, cuando damos la comunión a nuestros hermanos, les ofrecemas la esperanza y el alimento que necesitan para "continuar aguantando", para mantener la vida en medio de cualquier dificultad que el día ponga en su umbral y hacerlo, al menos, con un poco de paz y de tranquilidad. La anécdota de Tristan Bernard es una bella imagen de lo que la eucaristía debe ser para nosotros. Nos debe ayudar a poner el miedo a las espaldas y vivir con esperanza, aun cuando las perspectivas sean las más tristes. Este cambio del miedo a la esperanza es el corazón de lo que tenemos que hacer como ministros de la eucaristía, y debería ser el centro de cómo entender nuestra personalidad de ministros. Cuando distribuimos la comunión durante la misa, o la llevamos a quienes no participan en ella, debemos tratar de ayudarlos a ser un poco menos miedosos y tener un poco más de esperanza. Esa debería ser nuestra oración antes, durante y después del rito de la comunión. Un poco menos de miedo, un poco más de esperanza. En los evangelios, Jesús exhorta a menudo a sus discípulos a vencer el miedo y confiar en el amor de su Padre. La narración de la tempestad del lago calmada es, quizás, el paradigma de todas aquellas situaciones de nuestra vida en las cuales nosotros tenemos miedo y perdemos la esperanza: "Un día subió Jesús a una barca con sus discípulos. Les dijo: `pasemos a la otra orilla del lago'. Y ellos remaron mar adentro. Mientras navegaban, Jesús se durmió. De repente, una tempestad se desencadenó sobre el lago, y la barca se fue llenando de agua, a tal punto que peligraban. Se acercaron a él y lo despertaron: 'Maestro. Maestro, estamos perdidos'. Jesús se levantó y amenazó al viento y a las olas encrespadas; éstas se tranquilizaron y todo quedó en calma. Después les dijo: '¿Dónde está la fe de ustedes?"' (Lucas 8, 22-25). "Que no haya en ustedes ni angustia ni miedo", dice Jesús en el evangelio de san Juan ( 14, 27). En cuanto ministros de la eucaristía, este ministerio de Jesús de desterrar el miedo y estimular la fe, la confianza, la esperanza y la paz, es ahora nuestro ministerio. A quienes distribuimos la comunión, les ofrecemos la fuente máxima de la esperanza, "toda la persona" de Cristo resucitado que alimenta la confianza y la esperanza.
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No desestimemos la importancia de este ministerio de la esperanza. No se trata de un pío lugar común. Cuando hablamos de la esperanza, hablamos de la vida misma, porque no existe la vida donde no hay esperanza. Recuerde que en "El infierno" de Dante, sobre la puerta de entrada está escrito: "Pierdan toda esperanza aquellos que entran aquí" (111, 1.9). Desde la perspectiva de Dante, el infierno es la falta de esperanza. En un sentido muy real, entonces, cuando nosotros compartimos con otros el sacramento de la esperanza, la eucaristía, los ayudamos a evitar el infierno de la desesperanza. Es extraño, pero es a menudo la gente joven la que tiene dificultad con la esperanza, mientras que los adulos y los ancianos la comprenden y sienten alegría. En Charles Dickens (1906), G. K. Chesterton escribió: ...la juventud es el tiempo en el cual el hombre puede ser desesperado. El fin de cada episodio es el fin del mundo. Pero la fuerza de esperar en todo, el conocimiento que el alma sobrevive a sus aventuras ¡lego en la madurez; Dios ha guardado ese buen vino hasta este momento. Es en las espaldas de los ancianos que deberían brotar las alas de mariposa. Como ministros de la eucaristía, podemos estar inclinados a tener menos simpatía, compasión y comprensión con los adolescentes y los jóvenes. Es relativamente fácil dar la comunión con una sonrisa y un s i gno de amabilidad a una persona mayor que, suponemos, necesita nuestro aliento y la gracia del sacramento de una manera especial. De hecho, con vestidos extraños y con peinados raros, son los adolescentes los que pueden encontrarse al borde de la desesperación; así que es necesario hacer un esfuerzo extra para darles la esperanza y la paz de Cristo cuando se acercan a comulgar. La esperanza del ministro de la eucaristía es la misma esperanza de la eucaristía, que viene del poder de la resurrección, que nosotros compartimos cuando damos la comunión a los demás. Nuestra fe y nuestra esperanza, de todos modos, se alimentan de la caridad, o el amor, que es la realidad fundamental y centro de la creación, la más profunda en toda persona, la realidad esencial en la cual "vivimos, nos movemos y existimos" (Hechos 17, 28).
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Después que comieron, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”. Este contesto: “Si, Señor, tu sabes que te quiero”. Jesús dijo: “Apacienta mis corderos”. 30
Y le preguntó por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Pedro volvió a contestar: “Sí, Señor, tu sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Cuida mis ovejas”. Insistió Jesús por tercera Vez: “Simón Pedro, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Pedro se puso triste al ver que Jesús le preguntaba Por tercera vez si lo quería. Le contestó: “Señor, tu sabes todo, tú sabes que te quiero” Entonces, Jesús le dijo “Apacienta mis ovejas”
Juan 21,15-17
El amor ministro de la eucaristía
del
“Amor” es una palabra ordinaria. Es difícil tener una idea cabal de su significado por todas las maneras en que la gente usa y abusa de ella. Frederick Buechner, en su obra, Wisful Thinking: A Theological ABC (Harper & Row, 1973), hace algunas observaciones substanciales sobre el “amor”: Perderte en los brazos del otro, o en la compañis del otro, o en el sufrimiento por todos los hombres que sufren, incluidos aquellos que te han hecho sufrir: perderte a ti mismo de este modo es encontraste. De eso se trata. Eso es amor… En el sentido cristiano, el amor no es primeramente una emoción, sino un acto de voluntad. Cuando Jesús dice que tenemos que amar a nuestro prójimo, no dice que tenemos que amarlo en el sentido de sentir por él algo emocional e íntimo…En las palabras de Jesús, se nos dice que podemos amar al prójimo sin necesariamente gustar de él. El hecho de que nos guste puede hacer de nuestro amor un 31
sentimentalismo sobreprotector en un lugar de una honesta amistad. La tendencia es buscar otra palabra para evitar las confusiones. Hace tiempo, “caridad” era la palabra, pero hoy ya no corre. Una primera definición actual de “caridad” en el diccionario es: “el suministro de ayuda o alivio al pobre”. Yendo a su raíz latina, caritas, caridad se mismo modo al amor de los unos a los otros. Este es el teologal, fe, esperanza y amor/caridad. Este es el amor que san Pablo tiene en mente en su famoso himno a la caridad en la primera carta a los Corintios: “Ahora tenemos la fe, la esperanza y el amor, las tres. Pero la mayor de las tres es el amor” (13.13). En cuanto ministros de la eucaristía, estamos llamados a amar como Jesús amaba. ¿Pero qué quiere indicar esto en términos prácticos y, específicamente, en el contexto de nuestro ministerio eucarístico? Una cosa cierta: no significa que nosotros hayamos sido llamados a ser “amigotes” de todo el mundo. A veces, los ministros de la eucaristía, especialmente cuando son facultados para presidir las paraliturgias y celebraciones en ausencia del sacerdote, siguen los modales de los sacerdotes, que, por ejemplo, empiezan la misma con ¡Buenos días!” y concluyen con “Tengan un feliz día” ya no tienen un significado suficiente fuerte para los fieles, de modo que se necesita suplir estas palabras tradicionales con un palabrerío secular. A veces, estos sacerdotes salpican, aquí y allá, la misa con palabras graciosas, o modifican o substituyen las oraciones rituales con oraciones rituales con oraciones espontáneas para hacer la misa más “natural” o “pertinente”. Esta forma de llevar adelante una misa o una paraliturgia de comunión no es, en verdad, mejor que otras. Puede ser muy amigable, pero no es una forma más desarrollada de adoración y no comunica el amor de Dios de una manera más efectiva. Sólo hace que la eucaristía sea más trivial. Sea que los ministros de la eucaristía ayuden a dar la comunión en la misa, sea que dirijan una liturgia de comunión en ausencia del sacerdote, no deben jamás sentir la necesidad de entretener o entusiasmar a la gente que va a comulgar. No es tarea del ministro de la eucaristía el ganarse la asamblea con discursos amenos, jocosos o graciosos, con frases ingeniosas y centelleantes. El ideal es llegar a ser "transparentes" al ritual, servir al rito y no transmitir la propia persona. Simplemente, se trata de seguir las indicaciones del ritual, permitiendo que la tradición viva y las oraciones hablen por sí mismas. Nadie debe presumir estar tan inspirado por Dios que pueda desarrollar mejores oraciones y ritos que los que manda la Iglesia.
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Para las visitas a domicilio, hospitales o asilos, se deben "demarcar" claramente los límites entre la "visita" y el rito de la comunión. Este último no es un ejercicio opcional. Es, por definición, la repetición de las mismas oraciones y de las mismas acciones básicas cada vez que se distribuye la comunión. Esta es la mejor manera de comunicar el amor de Dios a aquellos a los que servimos, sin transmitirles al mismo tiempo nuestra cambiante personalidad y nuestro peculiar modo de ser. Puesto este principio, como ministros de la eucaristía estamos llamados a ser instrumentos del amor de Dios para aquellos que se acercan a comulgar. Especialmente cuando llevamos la comunión a quienes no pueden asistir a misa, como ministros de la eucaristía somos algo más que distribuidores a domicilio de las hostias consagradas. Debemos compartirnos con aquellos que visitamos. A menudo esta g ente tiene la necesidad de alguien que los escuche. Podemos estar inclinados a llegar y partir rápidamente, pero es necesario compartir un momento con las personas a las que les llevamos la comunión. Cada visita debería tener cuatro partes: entrar en contacto con la persona visitada, la liturgia de la comunión, unos minutos para estar con la gente de la casa y el tiempo para dar una bendición informal y despedirnos. Por supuesto, cuanto más conocemos a las personas a las que llevamos la comunión, más informal y menos estructurada será la visita. Claramente, el ser ministros de la eucaristía es una manera de amar al prójimo. Este es un ejemplo sobresaliente de una situación en la cual nosotros no podemos dar lo que no tenemos. Por supuesto que podemos estar allí y distribuir la comunión a la gente en un contexto preciso. Si estamos facultados, podemos guiar la liturgia de la comunión en ausencia del sacerdote. Podemos llevar la comunión a los que no pueden asistir a misa. Pero sin una rica vida interior, una espiritualidad viva, poco más podemos hacer que ejercitar mecánicamente nuestro ministerio. Un ejercicio pleno de éste implica hacerlo con el corazón lleno del amor de Dios, cosa que requiere un tiempo de oración cotidiana. Vivimos en un tiempo en que estamos muy influenciados para identificar el amor a Dios con el amor al prójimo. De todos modos, hay que escuchar con atención las palabras de Jesús:
Entonces se adelantó un maestro de la Ley, que había escuchado la discusión. Al ver lo perfecto que era la respuesta de Jesús, le preguntó a su vez:"¿Cuál de los dos mandamientos encabeza a los demás?". Jesús contestó: "El primer mandamiento es: Escucho, Israel: El Señor nuestro Dios, es un único Señor. Al Señor tu Dios amarás con todo tu corazón, con todo tu almo, con toda tu inteligencia y con todos tus fuerzas. Y después viene éste: *Amarás a tu 33
prójimo como a ti mismo. No hay ningún importante que éstos" (Marcos 12, 28 – 31)
mandamiento
más
Jesús insiste en que el amor al prójimo es fundamental e indispensable, pero es igualmente claro en que sus discípulos tienen que amar a Dios por sí mismo. No podemos simplemente pensar que "hacer el bien- basta para declararnos seguidores de Cristo. Un ateo filántropo puede hacer otro tanto. Debemos ser personas de oración, y en cuanto ministros de la eucaristía, la oración es un aspecto fundamental en nuestro ministerio. La vida de oración, para todo católico, puede dividirse en tres tipos: oración litúrgica y paralitúrgica, oración privada y oración de grupo informal. Para un ministro de la eucaristía, es particularmente apropiado participar en la eucaristía con tanta frecuencia como sea posible. Si el horario de ocupaciones lo permite, la asistencia diaria a misa es una excelente costumbre para cultivar. Una vez que empiece a ir diariamente a misa, después de tres o cuatro semanas, el día le parecerá incompleto si por alguna razón no le fue posible participar de la eucaristía. En su primera encíclica, Redemptor hominis ( 1979), Juan Pablo II escribío: La Iglesia no cesa jamás de revivir su muerte en cruz y su resurrección, que constituyen el contenido de la vida cotidiana de la Iglesia. En efecto, por mandato del mismo Cristo, su maestro, la Iglesia celebra incesantemente la Eucaristía, encontrando en ella la "fuente de l a vida y de la santidad" (cf letanías del Sagrado Corazón), el signo eficaz de la gracia y de la reconciliación con Dios, lo prenda de lo vida eterna (7, 4). Estas palabras sintetizan bien el porqué de la costumbre de asistir diariamente a misa. Toda nuestra vida, como cristianos y como ministros de la eucaristía, es una participación en la cruz y en la resurrección de Jesús. En virtud de nuestro bautismo participamos de este misterio, que es el corazón de la vida cristiana. Asistir a misa y recibir frecuentemente la comunión es alimentarnos con el sacramento de nuestra unidad a la cruz y a la resurrección de Cristo. La misa nos alimenta con la palabra de Dios en las escrituras y con toda la persona de Cristo resucitado en la santa comunión. Simplemente, no existe una oración más beneficiosa para un católico en general y para el ministro de la eucaristía en particular, cuyo ministerio está centrado en la eucaristía. 34
M uy r e l ac i ona da s c on l a e uca r is tí a e s t án l a s d e v ociones eucarísticas. Como ministros de la eucaristía, podemos encontrar en estas devociones un especial valor para alimentar nuestra espiritualidad eucarística. Las devociones tradicionales a la eucaristía incluyen las simples "visitas al Santísimo Sacramento' en la iglesia parroquial, como también las bendiciones, exposiciones y adoración al Santísimo Sacramento. Después del Concilio Vaticano 11, desde los años sesenta, las devociones eucarísticas cayeron en desuso. La preocupación justificada por poner a la misa en el centro de la vida de la Iglesia llevó a olvidarlas. Recién al inicio de los años noventa, los católicos comenzaron a redescubrir el val or d e e st as " v i e j as c ost umb re s" d e l a s p r ác ti ca s devocionales. Cuando las palabras y las acciones de Cristo son repetidas por un sacerdote, el pan y el vino de la eucaristía, de manera misteriosa pero real, se convierten en toda la persona, en el "cuerpo y sangre, alma y divinidad" de Cristo resucitado. Era completamente lógico que esto llevara, ya en la Iglesia primitiva, a adorar las especies eucarísticas, dentro o fuera de la celebración.
El padre Benedict Groeschel, CFR y James Monti, en el libro In the Presente of Our Lord:The History, Theology, ond Psychology of Eucharistic Devotion (Our SundayVisitor Books, 1997), presentan una vision histórica. Ellos explican que, ya en el segundo siglo, el pan consagrado —la persona total del Cristo resucitado— se conservaba después de la misa para poder llevarlo a los enfermos y a los presos. Muy pronto se pasó a guardar el pan consagrado en un lugar cerrado con llave en la sacristía de la iglesia y, en la primera mitad del quinto siglo, se trasladó el sacramento al tabernáculo en el altar, al menos en algunas iglesias. En el siglo décimo, ésta llegó a ser una práctica común. La adoración al Santísimo Sacramento es una práctica devocional que debe ser recomendada a los ministros de la eucaristía. El tiempo que se pasa en oración en la presencia del Santísimo Sacramento alimenta la espiritualidad eucarística y ayuda a cultivar una devoción más profunda y un mayor respeto por la misa y la sagrada comunión. El ministro de ¡a eucaristía, que regularmente "visita" al Santísimo Sacramento o pasa un tiempo en oración ante el Sacramento expuesto —en una capilla para la adoración, por ejemplo—, llevará más vivo el espíritu de amor a la eucaristía a aquellas personas que recibirán la comunión de sus manos.
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U n a p a l a b r a a c l a r a t or i a s o b r e l a s d e v o c i o ne s eucarísticas. El valor de las devociones proviene del hecho de que son inseparables de la misa misma. Las d e v o c i o n e s e u c a r í s t i c a s d e b e r í a n p r o v e n i r d e la misa y deberían llevarnos de nuevo a la misa. Cuando a d o r a m o s a C r i s t o r e s u c i t a d o p r e s e n t e e n e l t a bernáculo o en la hostia expuesta en el ostensorio sobre el altar de la iglesia o capilla, lo hacemos en unión con las celebraciones eucarísticas que, en ese preciso momento, se dan en innumerables lugares del mundo Adoramos, pues, a Cristo eucarístico, que está presente en muchos otros lugares —en nuestras familia lugares de trabajo y en toda la grandeza de la creación. U n o d e l o s f i n e s d e l a a d o r a c i ó n e u c a r í s t i c a e sensibilizarnos para reconocer a Cristo en la gente. IL gares y situaciones que encontramos en nuestra vida cotidiana. Las devociones eucarísticas nos recuerdan que la misa es "la cumbre y la fuente" de nuestra vida comí pueblo de fe. Ayudan a alimentar en nosotros el espíritu eucarístico, de modo tal que podamos ser personas eucarísticas en todas las dimensiones de nuestra vida. Las devociones eucarísticas tienen su lugar. Estas devociones pueden y deben tener un carácter clara mente bíblica. Aquellas personas que se sirven de ellas para promocionar causas católicas, políticas o ideológicas, no las comprenden ni comprenden a la misma eucaristía. Las devociones eucarísticas necesitan mantener su conexión con la eucaristía en sí misma, con su esencia y finalidad, como una forma de adoración comunitaria. Estas devociones también deben ser eco de la espiritualidad contemplativa que ciertamente alimentan. Uno de los aspectos principales de la devoción eucarística es el de alimentar un profundo sentido de cuán cerca está Cristo de su pueblo y de la vida cotidiana del mismo. Verdaderamente, si alguien desea hacerlo, sería fácil juntar una serie de oraciones devocionales y meditaciones bíblicas que se relacionaran con aspectos importantes de la vida de nuestro tiempo: el hambre en el mundo, la pobreza, la guerra y la paz, el respeto por la vida, la justicia económica, el ecumenismo, la renovación de la Iglesia. Hay que notar, además, que el amor a la eucaristía, a Cristo resucitado misteriosamente presente en el pan y el vino consagrados, es el mismo amor sobre el cual el evangelio de Juan ofrece una larga meditación. En este punto, la escritura y el sacramento se juntan para iluminarse mutuamente de tal manera que pueden enriquecer nuestra comprensión de qué es ser ministros de la eucaristía. En los capítulos 13 y 15 del evangelio de Juan, dice Jesús: "Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros. 36
Ustedes deben amarse unos a otros como yo los he amado. En esto reconocerán todos que son mis discípulos: en que se aman unos a otros... Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos" (13, 34-35; 15, 12-13).
Claramente, amar es más que sentimientos. El cuarto evangelio de Jesús manda a sus discípulos amarse los unos a los otros —lo que significa querer y empeñarse por el bien del otro—, pero también insiste en que nuestro amor por los demás sea un espejo de su amor por nosotros. Jesús explica que nos ama dando su vida por nosotros. Este es el verdadero amor sobre el cual debemos basar nuestras vidas y nuestro ministerio eucarístico. En capítulos anteriores del evangelio de Juan, podemos aprender más acerca del amor de Jesús a nosotros como modelo de nuestro amor al prójimo. El capítulo 6 incluye el discurso de Jesús sobre el pan de vida: Los judíos discutían entre ellos. Unos decían "¿Cómo este hombre va
a darnos de comer carne?".Jesús les contestó: "En verdad les digo: si
no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben SU sangre, no viven de verdad. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive de vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es comida verdadera, y m, sangre es bebida verdadera. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mi, y yo en él. Como el Padre, que vive, me envió,
y yo vivo por él, así quien me come a mí tendrá de
mí lo vida" (6, 52-57).
Jesús muestra su amor por sus discípulos, y por nosotros, no sólo con palabras, sino dándose a sí mismo a nosotros. Este es el modelo que tenemos para practicar: darnos a los demás en el servicio, no solamente en nuestro ministerio eucarístico, sino en toda la dimensión de nuestra vida cotidiana. Dándose a sí mismo a nosotros, el Cristo resucitado nos dona la vida eterna, y cuando nosotros nos damos a los demás, sea en nuestro ministerio eucarístico, sea en cualquiera de las otras maneras en las que servimos al prójimo, nosotros condividimos con ellos el don del amor de Dios, que es también don de vida eterna. Vienen muy a propósito algunas palabras de La imitación de Cristo, de Tomás de Kempis,(San Pablo, 1997), a menudo citado como el libro 37
más leído después de la Biblia: Señor, con sencillez de corazón, con fe firme y sincera y en adhesión a tu mandato, me acerco o ti con sentimientos de esperanza y devoción y creo verdaderamente que tú estás presente aquí, en el sacramento, como Dios y como hombre. Tú quieres que yo te reciba y que me una a ti por el amor. Por lo tanto suplico a tu clemencia e imploro el don de esta gracia especial, de ser cambiado y transformado en ti y rebosar de amor en forma tal de no buscar ningún consuelo exterior. Este sacramento, tan sublime y precioso, es salud M alma y del cuerpo y remedio contra toda enfermedad del espíritu. Por medio de él se curan mis vicios, se refrenan mis pasiones, las tentaciones se vencen o disminuyen, la gracia es aumentada, es fortalecido la virtud que se había empezado o practicar, la esperanza se vigoriza y lo caridad se aviva y se dilata (Libro IV, 4.2). Estas palabras de un clásico de la espiritualidad nos recuerdan que el corazón de un ministro de la eucaristía es su amor por Cristo en la eucaristía. Fuera de este amor por Cristo, aun el término eucaristía ("dar gracias”) tiene poco sentido. Al final es el mismo Cristo a quien agradecemos, y en modo particular le agradecemos el haberse dado a sí mismo a nosotros como don "bajo las apariencias de pan y vino". Para terminar, con el riesgo de decir algo obvio, es importante para un ministro de la eucaristía aferrar con las dos manos la verdad de que nadie puede amar a los demás si no se ama a sí mismo. Esto no significa alimentar el narcisismo o mimar el propio ego. Lo importaste es apreciarse y amarse a sí mismo como don de Dios, enviado a este mundo para estar con los demás y para los demás, portador de dones de Dios que sólo usted puede dar. En su pequeño libro, Let Yourself Be Loved (Paulist Press, 1997), el psicoterapeuta y pastoralista Phillip Bennet recuerda un dicho hasídico: "Una multitud de ángeles va adelante de cada ser humano gritando: `¡Abran paso! ¡Abran paso a la imagen de Dios!´” Nos otr os de bemos a marnos a nosotros mismos porque Dios nos ama. Tenemos que amarnos correctamente para ejercer nuestro ministerio eucarístico de manera tal que éste beneficie a los demás como ellos lo necesitan. ¿Cómo tenemos que amarnos a nosotros mismos, en la práctica? No es nada difícil, especialmente en nuestro tiempo tan 38
agotador. Podemos amarnos siendo buenos con nosotros mismos, siguiendo una dieta saludable, haciendo regularmente un poco de ejercicio y tomándonos el tiempo necesario para la oración y para seguir aprendiendo cosas nuevas. Podemos tomarnos un tiempo para leer un libro, para hacer un retiro. Tomarnos un día libre y darnos un buen baño de inmersión. Cuando nos amemos a nosotros mismos, nuestro ministerio eucarístico va a desarrollarse y va a beneficiar a aquellas personas a las que estamos llamados a servir.
Ahora, Padre, dame junto a ti la misma gloria que tenia a tu lado antes que comenzara el mundo
Juan 17,5
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La presencia del ministro de la eucaristía Ahora trataremos muy descuidado de lo que descuidado de lo que implica ser ministro de la eucaristia. El misterio central de la eucaristía y de lo que nosotros, como ministros de la eucaristía, hacemos, es e l mi s t e r i o d e l a p r e s e nc i a r e a l d e C r i s t o r e s uc i t a d o. Pero ahora nos referiremos a la presencia real de Cristo en el m i n i s t r o d e l a e u c a r i s t í a y e n a q u e l l o s a l o s q u e distribuimos la comunión. Aquí se encuentra un prof und o mi s te ri o d e a mor , u n mi st er i o d e l a d i v i na p r esencia, que raramente se considera con la atención que merece. La noción de la presencia "aparece" muy a menudo en las Sagradas Escrituras, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. En el Génesis, después de la desobediencia de Adán y Eva a Dios, se lee: "Oyeron, después los pasos del Señor que se paseaba por el jardín, a la hora de la brisa por la tarde. El hombre y su mujer se escondieron de la presencia del Señor Dios entre los árboles del jardín" (3, 8). El Génesis no dice que Adán y Eva se escondieron de Dios, sino que se escondieron a sí mismos de la presencia del Señor Dios. Se dice así algo más personal e íntimo de la "presencia". La condición de pecado de la pareja los lleva a ocultarse no tanto de Dios, sino de su “presencia” En el Éxodo, esta noción de "presencia" toma un significado cada vez más fuerte. Por analogía, podemos ver aquí un prototipo del pan eucarístico que Jesús daría a su pueblo, la Iglesia. Mientras Moisés está en el monte Sinaí, Dios lo instruye, en detalle, sobre cómo el pueblo de Israel lo tiene que adorar. En las instrucciones se destacan estas palabras. "Y sobre la mesa tendrás siempre puestos ante mi presencia los panes de la ofrenda" (25, 30). Los "panes de la presencia" eran los panes que se colocaban ante Dios cada sábado, como sacrificio, y que después comían los sacerdotes. Más tarde, Dios dice a Moisés:"Mi rostro irá contigo y no tendrás por qué preocuparte" (Éxodo 33, 14). Evidentemente, la "presencia" de Dios es un concepto personal, no solamente inspira el culto sino también 40
una fuente de alivio y de consolación. En el Crónicas 1 se dice: "Piensen en el Señor y en su poder, busquen siempre su presencia- (16,11). No se dice que debemos buscar al Señor, sino su presencia. Hay algo importante en la presencia personal de Dios, algo más profundo, más rico, más significativo. Al libro de las Crónicas hace eco el canto del Salmo: — Piensen en el Señor y en su poder, busquen siempre su presencia" (105, 4). En el Nuevo Testamento, en el evangelio de Lucas, el ángel se identifica ante María de la siguiente manera: "yo soy Gabriel, el que está en la presencia de Dios" (1, 19). Nuevamente, el ángel no dice simplemente que él está cerca de Dios, o en un lugar vecino a Dios. Él dice que "está en la presencia de Dios". La presencia de Dios es personal, parece tener una realidad en sí misma, como si Dios fuera demasiado omnipotente, pero la "presencia" de Dios es algo que los ángeles y los seres humanos pueden registrar y experimentar. En el evangelio de Juan, Nicodemo visita a Jesús de noche y dice: “Maestro, nosotros sabemos que has venido de parte de Dios como maestro, porque nadie puede hacer señales milagrosas como las que haces tu, a no ser que Dios esté con él" (3, 2). El cuarto evangelio pone gran énfasis en la divinidad de Jesús, y ésta es una forma para probarla, que Nicodemo reconozca que Jesús de Nazaret está en la "presencia" de Dios ya antes de la muerte y resurrección. Esto explica por qué Jesús era capaz de hacer milagros. En los Hechos de los Apóstoles, Cornelio dice a Pedro que "se presentó delante de mí un hombre con ropas muy brillantes" y le dijo que mandara a alguien a buscarlo. Cornelio concluye: "Ahora todos nosotros estamos reunidos a la presencia de Dios, para escuchar lo que el Señor te ha mandado decirnos" (10, 33). Después de este encuentro con un mensajero de Dios, probablemente un ángel, Cornelio entiende que su encuentro con Pedro y la reunión de todos los allí presentes están "en la presencia de Dios". Lucas, el autor de los Hechos, sabe que cuando la comunidad se reúne no lo hace simplemente para hablar o para predicar algo de Dios. La comunidad se reúne en "la presencia" del Señor como algo muy personal, real, y que manifiesta cuán cerca está Dios de nosotros. La idea de la presencia de Dios se expande también a nuestro ministerio. Cuando hacemos por los demás algo en nombre de Jesús, lo hacemos en unión con la presencia personal de Dios. "No somos 41
como tantos otros, que hacen dinero de la palabra de Dios. Hablamos con sinceridad, y anunciamos a Cristo de parte de Dios y en su presencia" (2 Cor 2, 17). Desde este punto de vista, tenemos una mayor comprensión de lo que es ser ministros de la eucaristía. Nosotros ofrecemos a la gente la persona total de Cristo resucitado, misteriosa pero verdaderamente presente en la sagrada comunión. Pero llevamos con nosotros. En un nivel aún más fundamental, la divina presencia. En cuanto ministros de la eucaristía, nosotros somos "personas enviadas por Dios y que están en su presencia". Todo lo dicho en los capítulos anteriores de este libro encuentra su lugar aquí y tiene su propia realidad dentro de este concepto de la presencia divina. En cuanto ministros de la eucaristía, estamos en la presencia de Dios y llevamos esa presencia en nuestro ministerio, cuyas características son alegría, fe, esperanza y amor.
Cada ministro de la eucaristía es un individuo único, y por supuesto cada uno llevará a su manera la divina presencia. Cada ministro, a su manera, dará un sentido de alegría a su ministerio, al compartir el gran misterio de la eucaristía. También cuando el ministro lleve la comunión en lugares donde reina la enfermedad o la anticipación de la muerte, esta profunda alegría estará alimentando su deseo de llevar alivio, salud, consolación. La alegría de la eucaristía es más profunda que cualquier tristeza, mucho más profunda que cualquier gozo, y lleva la promesa de la vida eterna. Nuestra presencia, en cuanto ministros de la eucaristía, lleva alegría porque donde está presente Cristo resucitado, allí hay alegría. Cuando llevamos la eucaristía, a veces, no podemos ayudar, pero llevamos simplemente con estar allí. Porque con nuestra pr (,un cia llevamos la presencia de Cristo resucitado. E ,t.¡ alu g r í a n o e s s i m p l e o p t i m i s m o e x a g e r a d o . L a m 1 w . mana de la eucaristía y que caracteriza la presem m dl -1 ministro de la eucaristía, es una alegría profunda, j,j, permanece firme aun en las situaciones más dcse,,[)(,i.i das. Es la alegría que han experimentado los santos cuando iban a ser martirizados por la fe. Es la alegría de los cristianos comunes, que permanecen fieles a sus con-, promisos también cuando el futuro se ve negro. "Esas no son nubes en el horizonte", canta John Stewart, "son las sombras de las alas de los ángeles".
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Dicho esto, podemos considerar algunas palabras de Juan Pablo lV'¡No hay ley que te obligue a sonreír! ¡Pero puedes hacer el regalo de tu sonrisa...!". Alguien dijo una vez: "Un católico triste, es un triste católico". Aun en ocasiones solemnes y serias, no debería haber nada triste en la actuación y conducta de un ministro de la eucaristía. Fuimos llamados a ser portadores de la alegría de Cristo, también a los que están en cama, enfermos o moribundos, y hasta en los funerales. Esto no significa que debamos parecer ridículos, desconsiderados, sino que indica que debemos evitar que otros puedan pensar que somos tristes en nuestra fe. Entre toda la gente, la presencia de un ministro de la eucaristía debería comunicar una alegría profundamente enraizada. La presencia que lleva el ministro de la eucaristía, la divina presencia, es una presencia que comunica y alimenta la fe. Esta presencia da nueva vida a la relación de quien se comunica con Cristo; aauellos a quienes noso- tros llegamos con nuestro ministerio reciben fuerza espiritual y alimento de la eucaristía, por supuesto, pero también reciben fuerza para su fe por la presencia del ministro. El si mple hec ho d e se r M i nic trn r.- eucaristía y estar allí, es una fuerza y apoyo para la fe de quien recibe la comunión. Nuestro compromiso, nuestra fidelidad, nuestra disponibilidad para estar allí donde sea necesario, nuestro deseo de compartir nuestro mismo ser y nuestro tiempo con otros, todo esto alimenta y da nueva fuerza a la fe de quienes servimos como ministros de la eucaristía. Al fin de los años sesenta, Peter L. Berger, un sociólego protestante, hacía notar en su libro The Socred anopy que, en nuestra sociedad, la gente que sigue de corazón su fe cristiana se convierte, en términos sociológicos, en "personas disidentes". Esto significa que nuestro modo de pensar se desvía del pensamiento social mente predominante. En una sociedad en la cual las cosas tienen la prioridad, nosotros damos el lugar de honor a las personas. En una sociedad donde son comunes las soluciones violentas a los conflictos, nosotros preferimos usar la fuerza como último medio y con mucha reluctancia. En una sociedad en la cual se juzga a la gente por su poder económico, nosotros respetamos la dignidad de todos sin mirar su estatus socioeconómico. En una sociedad en la que los seres humanos tienen poco valor antes de nacer y cuando son cric —m,, nosotros les damos el mismo valor a todos lo-, -,ui (—. humanos desde antes de nacer hasta su muerte iiat iii .¡l Cuando alimentamos la fe de aquellos a los que -,ur vimos a 43
través de nuestro ministerio, no estamos iiii,is1i nando un castillo en el aire, sin relación con la vida b, cada día. Más bien, alimentamos la fe que nos ha( u -i nosotros y a ellos "personas disidentes - en medio d, nuestra sociedad. En algunos países, donde las Fuerzas políticas desprecian la libertad religiosa, los ministros de la eucaristía pueden llegar a poner en peligro sus vidas. En esas naciones, la presencia de los ministros de la eucaristía representa un peligro para el poder político que teme las consecuencias prácticas de la fe cristiana.
La presencia del ministro de la eucaristía es, de manera muy especial, la presencia de Cristo. Esto es verdad, no debido a una especial virtud o santidad de los ministros de la eucaristía, sino por la misión, el testimonio y el don de la eucaristía que llevan.Aquí sólo cabe la humildad. Es cierto que condividen con otros el Cristo eucarístico, pero eso sólo lo han recibido como un regalo. Llevan la presencia de Cristo, que se dona a sí mismo a todos con igualdad. Como ministros de la eucaristía, nuestra misión es ser las manos de Cristo para que él pueda llegar a alimentar la fe de aquellos a los que él quiere donarse. Cuando nos pemitimos ser instrumento de Cristo, nos convertimos en un medio por el cual Cristo sostiene y anima la intimidad con él, que es el fundamento de lo que entendemos por "fe". Condividir la Sagrada Comunión con otros, es permitir al Cristo resucitado tocar los corazones de su pueblo de la manera más íntima posible. Nuestro testimonio, como ministros, es también eucarístico. Un "testigo" es alguien que da evidencia o se hace presente como signo. En este caso, en cuanto ministro de la eucaristía, somos signo de la misma eucaristía, don de Cristo resucitado para su pueblo, don de sí mismo, "cuerpo y sangre, alma y divinidad". Porque somos un signo de la eucaristía, es también un signo todo el pueblo de Dios, la Iglesia. En cuanto ministros de la eucaristía, representamos la fe de la comunidad local, la parroquia, tanto como la de la Iglesia universal. Podría parecer que este no es el lugar adecuado para tratar sobre el modo de vestir del ministro de la eucaristía, pero por el rol como testigo está condicionado por su apariencia. Puede parecer obvio que, cuando actuamos como ministros de la eucaristía, nosotros tengamos que vestir convenientemente. Pero se da el caso que, sin pensar, los ministros de la eucaristía distribuyamos la comunión sin la vestimenta adecuada. 44
Un joven ministro de la eucaristía vestía unos jeans cortados tipo short y una remera con un agujero, en la misa del sábado por la tarde. Era un día de verano, verdaderamente cálido y húmedo, pero esa vestimenta no era la adecuada. Una señora de media edad llevaba unos pantalones manchados y una remera descolorida con la publicidad de su club favorito. No era apropiado. Un joven ministro de la eucaristía, con toda la buena intención, se presentó junto al lecho de una anciana hospitalizada. Vestía ropas de trabajo, sucias de grasa, vaqueros descoloridos y con agujeros y un gorrito manchado de sudor. Una total falta de gusto. Cuando actuamos como ministros de l a eucar i , ,t i.i, nuestra manera de vestir manifiesta a todos nue,,ti(, sentido de la dignidad y del decoro y el respeto que tenemos por la eucaristía. El traje masculino de etiqueta o el vestido largo de las damas –a menos que nos encontremos en una misa de esponsales o en la fiesta que le sigue– son ropas tan inapropiadas como aquellas que nos pondríamos para hacer la limpieza en nuestra casa. En la mayoría de los casos, hay que vestir con esmero, limpieza y modestia de manera tal que se refleje el respeto por la eucaristía. Deben evitarse los extremos de la formalidad y de la informalidad.Y por supuesto, siempre presentables, con las manos y las uñas linipias.Todo esto es parte del testimonio de la eucaristía. Como ministros de la eucaristía, el amor que podamos demostrar es fundamental para la presencia tan especial que llevamos. Nuestra presencia no se (¡el)(, caracterizar por un sentimentalismo superficial ni por sólo piadosas palabras. G. K. Chesterton dijo una gran verdad, comentando que el camino para llegar a amar algo es darse cuenta de que eso se nos puede perder. El modo de presentarse como ministros de la eucaristía debe estar inspirado por el amor del que habla Chesterton. Nuestro amor será real si estamos condicionados por la certeza de que la persona a la cual llevamos la comunión "se puede perder". Es para pensarlo. Cuando tornamos a una persona por descontado, ¿no sucede que actuamos olvidándonos que esa persona "se nos podría perder"? Si recordamos que las personas son mortales, tendremos más fuerza para quererlas. Nos será más fácil ser pacientes, aun con las personas 45
más difíciles. La persona de Cristo resucitado, que llevamos como ministros, tanto como sacramento como en el sentido de presencia personal, es una presencia caracterizada por un profundo amor espiritual, no romántico, sino concreto. La mejor descripción sigue siendo la de san Pablo a los corintios: El amor es paciente, servicial y sin envidia. No quiere aparentar ni se hace el importante. No actúa con bajeza, ni busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvido las ofensas y perdona. Nunca se alegra de algo injusto y siempre le agrada la verdad. El amor todo disculpa; todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. El amor nunca pasará (13, 4-7). La presencia que damos a nuestro rol como ministros de la eucaristía se fundamenta en este tipo de amor, un amor que tiene sentido y es práctico. Es un amor que, según el pensamiento de santo Tomás de Aquino, busca, sobre todas las cosas, el bien del otro. Este es el amor que nosotros llevamos en todas las situaciones en las que actuamos como ministros de la eucaristía, sea durante las misas, sea cuando llevamos la comunión a los enfermos en sus casas o en los hospitales. Unas palabras del salmo 105,4 son la oracion idea del ministro de la eucaristía: "Piensen en el Seno y en su poder, busquen siempre su presencia". Esto es lo que nos lleva a la eucaristía, el deseo de "pensaren el Seno y en su poder" y el deseo de "buscar siempre su prsencia". Como ministros de la eucaristía, servimos a la ' s~(, i ii que siente un hambre muy grande y que debe ser- ,' 1,1 da por toda la persona de Cristo resucitado. Ser-Vi~"1( )., a quienes sienten una sed muy profunda y que deben ser alimentados con su presencia. Este es nuestro nu nisterio. Este es nuestro privilegio.
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