January 10, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
Download La Vida Interior - Jesús Renau Manen [Sj]...
JESÚS RENAU MANÉN, SJ
La vida interior
SAL T2ERRAE
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la red: www.conlicencia.com o por teléfono: +34 91 702 1970 / +34 93 272 0447
© Editorial Sal Terrae, 2015 Grupo de Comunicación Loyola Polígono de Raos, Parcela 14-I 39600 Maliaño (Cantabria) – España Tfno.: +34 94 236 9198 / Fax: +34 94 236 9201
[email protected] / www.salterrae.es Imprimatur: † Manuel Sánchez Monge Obispo de Santander 22-06-2015 Diseño de cubierta: María José Casanova Edición Digital ISBN: 978-84-293-2513-3
3
Índice Portada Créditos Prólogo Introducción Capítulo 1: La búsqueda de la paz y la armonía interior Reflexionar sobre nuestras desazones La superación de nuestro malestar La dimensión de sentido Importancia capital de la vida interior Capítulo 2: Amar desde nuestra interioridad Las relaciones de amor Un poco de luz para nuestro ágora interior ¿Qué significa amar desde dentro de nosotros mismos? El potencial expansivo del amor El amor a Dios y de Dios Capítulo 3: Integración de las limitaciones Conocimiento propio Integrando lo que vivimos Examen sobre la vida personal Limitaciones diversas Dios presente en nuestra vida Capítulo 4: El silencio y los silencios El silencio como ausencia de sonidos Ordenar el mercado interior El silencio abierto a la dimensión trascendente Silencio y quietud Capítulo 5: Agradecimiento y compasión Un agradecimiento que nace del corazón acogido y acogedor Dar gracias a Dios Agradecimiento no directamente religioso La compasión La persona compasiva Fe y compasión Capítulo 6: Frente del misterio inexplicable La oscuridad actual Llegar a entender parcialmente en la oscuridad ¿Existe vida después de la vida? Capítulo 7: La alteridad sorprendente y nueva 4
Ascendente, descendente y sorprendente Experiencia de relación trascendente Medida corta o larga medida Cuando Dios se revela en amor En él existimos, nos movemos y somos Capítulo 8: Somos habitados por el Espíritu Un proceso guiado por el Amor Vivencia de la divinidad de Jesús El Espíritu mora en nosotros Dios en el amor es plenamente expansivo Vías purgativa, iluminativa y unitiva Capítulo 9: Felicidad presente y posible El amor es la clave de la felicidad No hay amor sin alteridad Queridos por Dios La meditación y la posible felicidad El compromiso social Sentido del humor ¿Felicidad en el dolor? Capítulo 10: Meditación, contemplacióny vida unitiva La meditación Meditación y discernimiento La contemplación Contemplando la naturaleza Contemplación de la Palabra de Dios La oración unitiva Lo que se vive en la oración unitiva Experiencia inefable Capítulo 11: Los caminos de la vida interior.El enamoramiento de Dios Los dos ritmos de la vida interior El enamoramiento ¿Enamorarse de Dios? Capítulo 12: A la mitad de la vida;la segunda conversión Cambios y nuevas oportunidades Herramientas interiores para tiempos de cambios Referentes modélicos Apertura mental a la dimensión trascendente Capítulo 13: Hacia la unión transformadora La capacidad de donación del amor Comunión estable y expresada Los signos de la verdadera unión Presencia real e intencional 5
Dios está en nosotros Unión inexplicable La dulzura espiritual ¿Felicidad? Aquella realidad que supera a la misma muerte Escrito final
6
Muchas gracias, Germán Aute, por tu colaboración
7
Prólogo «Cuando oramos, el cielo escucha. Cuando hacemos silencio, el cielo habla». Proverbio sufí
«Si hay en esta vida un avance en el amor definitivo, significa que también hay un avance de la felicidad definitiva». El libro de Jesús Renau –que considero un privilegio presentar– está lleno de expresiones como esta, que rezuman coraje y optimismo, lleno de pasión sincera expresada en un lenguaje directo. De todas esas expresiones me permito transcribir otra, porque refleja a la perfección la pretensión de ayudarnos a reflexionar sobre la vida interior sin confrontarla con la vida exterior, nuestras relaciones sociales y compromisos, que son también indispensables y nos conforman como somos. Dice así: «Toda unión amorosatransforma. No solo porque participa del otro de una forma especial, sino porque, cuando la relación da paso a launión, hay un contacto profundo que crea en las dos partes una cierta mutación que responde a la donación del otro. Este intercambio transformador, fruto de la mutua donación y del contacto abierto, transforma nuestra vida cuando se trata de la unión con Dios y nos va recreando desde el amor, que constituye su identidad más profunda». Este es uno de los mensajes que más se repiten –de una u otra forma– a lo largo de las páginas del libro y en su reflexión final: la vida interior no está desconectada de la vida exterior, sino que le da sentido y robustez, porque «sin vida interior nos vamos desmantelando de nuestras mejores energías». Al mismo tiempo, el compromiso empapado de pasión (con-pasión), vivido desde la constatación de la debilidad y la precariedad humanas, mueve lo mejor de nosotros, provocando una experiencia interior de gozo y retroalimentando al mismo tiempo la propiaacción. Y es que, como podemos leer más adelante, «nuestra vida interior está llena de gente». El itinerario que nos presenta el autor para profundizar en la vida interior comienza con la búsqueda de la paz y la armonía, que constituyen un deseo humano universal. Para ello, nos dice, hemos de superar nuestros miedos, «diluirnos en la razonabilidad del propio pensamiento» para no caer en la tentación de engañarnos al objeto de justificarnos. Continúa el itinerario hablando de estimación. Las tres grandes formulaciones del amor (éros,filíayagapḗ) son desgranadas para explicar el paso del ego al altruismo, expresión superior de lo que Jesús Renau denomina «amar desde dentro, desde nuestra vida interior».
8
La integración de nuestras propias limitaciones, a partir del ejercicio del autoconocimiento, forma parte también de nuestro camino hacia la sabiduría. Sin intentar construirnos un personaje que resulte más atractivo que la realidad y sin huir de ella, nos recuerda que «las limitaciones, el dolor, el sufrimiento y la enfermedad forman parte de nuestro yo», y las limitaciones forman parte de nuestra identidad. Desde la espiritualidad de san Ignacio, pero con la sensibilidad necesaria para dirigirse a un público amplio –creyente y no creyente–, el autor nos lleva desde la búsqueda de sentido, la estimación y la aceptación de las propias limitaciones, hacia la valoración positiva del silencio (y de los silencios) para «poner orden al mercado interior de tantas voces». El sentido de gratitud, la apertura a los demás y la aceptación del misterio (saber vivir en medio de la no-evidencia) son las metas siguientes del viaje interior, que invitan al lector a hacer una reflexión sobre la trascendencia del ser humano. Dios es, para la persona creyente, la sorprendente alteridad que se muestra en un terreno desconocido de nuestro interior; la experiencia mística –tan mal encajada en nuestra posmodernidad, de mirada corta, vuelo bajo y resultado inmediato– responde a una nueva forma de relacionarnos, distinta e impensada. Entramos en Dios a través de Jesús, «la mejor garantía sobre Dios», que nos habla de un Espíritu que no entendieron ni siquiera sus discípulos. No lo entendieron, pero le dieron vida, porque experimentaron que la luz de Jesús no solo ilumina, sino que anima y da calor al corazón humano. En los capítulos finales, Jesús Renau ofrece claves importantes para conseguir una vida interior rica. Claves de meditación, de contemplación, de oración... y también claves para aceptar, para tomar decisiones y para amar. Este es un libro que habla principalmente de amor. Lo define paso a paso, desde la sentencia de san Bernardo(verdaderamente habitamos más donde amamos que dondevivimos) hasta el definitivo «Dios es amor» y la relación de amor que puede tener cada persona con Dios, relación expansiva que, lejos de encerrarse en un enamoramiento narcisista, nos impulsa a estar con los que sufren, trabajar por las personas excluidas de la bondad de la vida, y todo ello transmitiendo serenidad, equilibrio y buen humor. Las páginas que siguen están llenas de pensamientos e ideas que requieren una lectura pausada. Incluso este prólogo utiliza muchas palabras y frases del propio autor. Le pido excusas por este préstamo; sinceramente, no he hallado mejor forma de expresar tantas ideas en pocas líneas, y no quería extenderme. Las ideas de este libro, en fin, constituyen una magnífica ayuda para el cultivo deuna vida interior que sea fuente de una existencia con sentido, equilibrada y plena para mucha gente. Estoy convencido de hablar en nombre de muchos lectores al agradecer a Jesús Renau el haberlas escrito. XA V IER MA SLLORENS (Aiguafreda, mayo de 2015) 9
10
Introducción
El desarrollo de la vida lo focalizamos desde nuestromundo interior. Todo se resuelve en nuestro interior: desdelas vivencias hasta los movimientos más externos. Cada ser humano se experimenta como una unidad de relaciones, de encuentros, de acontecimientos, capacidades, proyectos y memoria de los tiempos pasados. Todo se vive, en última instancia, en un yo que es irrepetible, único, relacional, solitario y protagonista. Tomar conciencia de la interioridad es una condición para sentirse persona. Cuando algunas veces vivimos y actuamos al margen del propio yo consciente interior, es cuando actuamos de forma automática, imprevisible y descentrados de responsabilidad moral. Nos dejamos arrastrarpor elementos descontrolados, como una hoja caída del árbol y desplazada en cualquier dirección Nuestra tradición espiritual sitúa en la vida interior el ámbito esencial de la relaciones y la fuente de donde brota la fuerza de amar y de donación hacia fuera de nosotros mismos. La vida interior es como el corazón que recibe y envía las capacidades y las energías que van y vienen. Unas energías que se purifican y tienden a la expansión para rehacerse y seguir de nuevo aquel «de dentro afuera» y «de fuera adentro» que teje la aventura del vivir. Estar atentos a la vida interior significa cuidar nuestras relaciones, responsabilidades y capacidades. También acoger, recibir, archivar y buscar respuestas a tanta vida como continuamente nos llega. Y todo ello a partir de la propia identidad y de la absoluta sinceridad con relación al tejido de vida que intentamos alimentar y criticar como cierto y verdadero. Con frecuencia hacemos nuestro camino con una luz pequeña y vacilante, con paso humilde y buscando ayuda en aquellas amistades actuales o en aquellas que han arraigado en nuestro corazón, aunque sean de tiempos antiguos. En la profundidad personal, todo lo que vivimos halla un lugar, y tiende a marcarnos para salir de nuevo con la señal de lo que somos, de los que nos han ayudado y nos ayudan a ser. La palabra «corazón» en la tradición bíblica significa aquella íntima realidad, el fondo del fondo de nosotros. Semejantemente a lo que hace el corazón con la sangre, la vida interior es el último ámbito vital de ida y retorno, fuente de animación de nuestro devenir como personas. Nuestra vida interior empezó a desarrollarse y a ganar espacios a partir de los inicios de nuestra existencia. Las primeras experiencias sensibles, la satisfacción de las necesidades elementales o su ausencia, fueron marcando aquel espacio infantil nuevo. Muchas de las dificultades y del malestar o, por el contrario, mucho del gozo y la 11
armonía que experimentamos actualmente, hunde sus raíces en la fase infantil de la vida. Generalmente, hemos olvidado aquel barro invisible que se estaba marcando como positivo o negativo cuando era tierno, y que se fue endureciendo con el paso del tiempo. Siempre llevamos dentro el niño que fuimos. Está vivo, se mueve, interroga y se expresa de mil formas diversas. Él somos nosotros. El cuerpo era tierno, pequeño, se desarrollaba, aplicaba los sentidos con su pequeña mente de forma muy diferente a la forma actual, pero el yo es el mismo. En cada persona vive el niño o la niña que fueron y siguen siendo, aunque sumergidos en la masa crítica con que los años y los afanes los ha ido cubriendo. Todos guardamos recuerdos de nuestra niñez. Algunos de ellos rápidamente nos vienen a la memoria, seguramente porque nos marcaron de forma muy especial. Generalmente, son recuerdos de nuestras relaciones con los padres, los hermanos y familiares. También de la escuela, de algunos compañeros y maestros...; del ambiente y de algunos hechos característicos que ya entonces llamaron nuestra atención de forma especial. Pero también hay recuerdos de experiencias estrictamente personales, como los miedos, las desazones, lo que estábamos pidiendo y no encontrábamos, y también algunos momentos de gran intensidad interior. No resulta infrecuente encontrarse con personas que explican situaciones de su niñez que las han marcado para siempre; incluso en un nivel que podríamos definir como «místico». Hay quienes antes de los 7 años han tenido alguna de las mejores y más sublimes experiencias de su vida y que señalaron el camino de su futuro. Con el paso de los años han constatado cómo se transformaba en realidad aquella vivencia de su infancia. Es importante aprender a guardar la memoria personal. Algunas veces, en un determinado momento de la vida, es aconsejable ponerla por escrito. Muchas veces, un escrito breve es como un despertador, una sugerencia que nos arrastra a desvelar situaciones y vivencias que están en nosotros como medio dormidas y que resultan importantes para la vida interior. Sí, éramos nosotros mismos los que corríamos hacia la puerta de casa cuando los padres o los abuelos llegaban, y nos lanzábamos a sus brazos esperando un contacto tierno y protector. ¿Quién no recuerda alguna noche de nuestra infancia en la que un mal sueño nos hacía llamar al padre o a la madre, y la paz que nos daba cuando se abría la luz y entraban para tranquilizar nuestra inquieta imaginación, o quizá dormían un rato a nuestro lado? Y tantas y tantas situaciones, relaciones, alegrías y llantos de nuestro yo en aquellos tiempos remotos, que pueden revivir ahora y que nos ayudan a ser lo que somos. También hay una parte muy importante de nuestra vida infantil que ha quedado sepultada. No está muerta, ciertamente, puesto que está en nuestro ámbito profundo. Pero vive cubierta por la losa de un olvido que puede tener muchas causas y que nunca será absolutamente neutral. ¡Qué misterio, nuestro mundo interior, que tapa y esconde todo aquello que podría abrir determinadas heridas, determinadas ausencias, dolencias o 12
monotonías inacabables! ¿No nos escondemos también de las ilusiones y de aquellos momentos sublimes que ahora nos mostrarían que en algunas dimensiones de nuestra vida no hemos sabido o no hemos podido responder a nuestros sueños y quimeras? Misteriosos somos para nosotros mismos; si bien la amistad y el amor nos pueden aún ayudar a desvelar una parte, quizá menuda, de lo mejor y lo peor de nuestra historia. Poder reír o llorar por nuestra vida infantil es un don de la vida. ¿Por qué será que,cuando encontramos un nuevo amigo o nos sentimos enamorados de una persona, rápidamente preguntamos por su pasado? Es que no la podemos entender ni aceptar al margen de aquella época inocente en la que, con la mayor simplicidad, todo se vivía directamente, aspirando a la máxima transparencia. El amor es como un bisturí que va abriendo el corazón para descubrir aquellas raíces de vida, ahora tapadas, que constituyen el magma de los contenidos y límites de un yo parecido al nuestro y que no ha parado de construirse hasta el presente. El ritmo que trae nuestra sociedad, muy acelerado, dificulta la conciencia de nuestra vida interior. Pueden pasar días, semanas quizás, en las que actuamos y vivimos como autómatas. Nos dominan los horarios, los relojes, las repeticiones, el «ahora toca» o «no toca», y añoramos con frecuencia unos momentos de silencio y paz que nos conectarían con nuestra vida interior. Necesitamos esta conexión para situarnos en orden y colocar lo que hacemos en un horizonte que responda a nuestra libertad y responsabilidad. Posiblemente, la carencia de interioridad en los primeros años de la vida infantil está planteando a no pocos pedagogos y educadores a educar la formación interior de los niños con una mayor atención. Es ya frecuente que en algunas escuelas lo primero que hacen los niños cuando empiezan la jornada es un ejercicio de relajamiento, seguido de un rato de silencio con los ojos cerrados, y así trabajar el recuerdo, la imaginación y las vivencias, para acabar en una breve comunicación o en una sencilla oración. Sin duda, estas iniciativas y otras semejantes son muy necesarias y positivas en la época actual de tecnologías y ritmos de vida excesivamente frenéticos. Todos hemos visto en la calle cómo los padres van arrastrando a los hijos pequeños hacia la escuela con una inercia muy superior al deseo del niño, que querría ir observando las pequeñas cosas que ve pasar y que para él son revelaciones, muchas veces nuevas y sorprendentes. El ritmo temporal impuesto no es el suyo. Esta iniciativa de trabajar la interioridad infantil en la escuela y en la casa significa un paso importante en la formación. Alcanzar una vida interior armónica, abierta, consciente, capaz de relaciones profundas, receptiva y que sea el motor de lo que hacemos es, sin duda, un ideal humano y una necesidad para hacernos responsables no solo de nosotros mismos, sino también de nuestra actitud en la sociedad. Hacia esta meta vamos a iniciar un camino, marcado por un proceso que, a partir de la búsqueda y reflexión sobre la paz interior, nos vaya conduciendo hasta una mayor capacidad receptiva, tanto a nivel de relaciones inmanentes
13
como de aquellas otras que ya superan la medida del ser humano y que pueden ser un regalo impensable en el devenir de nuestra vida. Con buena voluntad intentaremos en el presente ensayo entrar, aunque que sea de puntillas, en los siguientes ámbitos: 1) En busca de la paz y la armonía interior. 2) Amar desde nuestra interioridad. 3) Integración de las limitaciones 4) El silencio y los silencios 5) Sentido de agradecimiento y compasión. 6) Enfrente del misterio inexplicable. 7) La alteridad sorpresiva y nueva. 8) Somos habitados por el Espíritu. 9) Felicidad presente y posible. 10) Meditación, contemplación y vida unitiva. 11) Los caminos de la vida interior. El enamoramiento de Dios. 12) En mitad de la vida. La segunda conversión. 13) Hacia la unión transformadora. NOTA DE A GRA DECIMIENTO: En primer lugar, a Xavier Masllorens, que ha escrito el prólogo con tanta amistad e inteligencia; a la María del Mar Albajar, que con Xavier presentó el libro; también a la Mercé García Marsà, que desde Boston me ha ayudado en la redacción. Muchas gracias a Lídia Pujol por sus cantos y poesía en la tarde de la presentación del escrito.
14
CAPÍTULO 1:
La búsqueda de la paz y la armonía interior
Un profundo deseo del corazón humano nos impulsa a vivir en paz y armonía personales. Deseo legítimo, aspiración razonable y demasiadas veces ausente de nuestra experiencia cotidiana. La paz interior es aquella serenidad que nos permite afrontar la realidad de una manera equilibrada, clara y coherente. La armonía interior sería como un día vivido cerca de nuestro mar, cuando contemplamos sus movimientos repetitivos y renovados, en un horizonte definido por el azul de las olas y en el marco de las tonalidades del cielo. Muchas veces es lo que desearíamos para nuestro corazón. Pero no. Los afanes, los nervios, las tensiones, una cierta desazón constante y acelerada... provocan una sensación desagradable entre el vacío y el exceso. Hay que afrontar esta falta de paz interior que tantas veces nos acompaña. Es necesario que nos detengamos y nos preguntemos por las causas de nuestro desasosiego. Muchas veces, el hecho de encontrar la causa, cercana o lejana, de nuestro malestar ayuda a superarlo o, al menos, nos ayuda a poderlo soportar mejor.
15
Reflexionar sobre nuestras desazones Hay preocupaciones que vienen de muy lejos, que se aferran a nuestro pasado, como la hiedra que va envolviendo el tronco de un árbol frondoso y lentamente lo va deteriorando. Un buen ejemplo sería el de aquel niño que ha vivido tiempos de guerra y ha visto de cerca los destrozos de la violencia y el estallido de las bombas. Probablemente, en su vida adulta puede sorprendernos su desazón, el miedo y ciertos sentimientos absurdos que no sabe de dónde vienen. Hay quien no puede soportar las tormentas de montaña, con el continuo estallido de truenos y rayos, hasta que un día descubre que su miedo excesivo puede tener su origen en los bombardeos que vivió de pequeño. Este encuentro con la situación angustiosa de un pasado, que de alguna manera se hace presente, le ayudará a superar un exceso de miedo y de pánico; quizás entonces será capaz de aprender a integrarlo como una realidad que es consecuencia de la experiencia negativa de la propia historia. Detectar el malestar causado por la propia historia es importante. La misma persona, por sí sola, es capaz muchas veces de hacer este descubrimiento. En primer lugar, como posible hipótesis, hasta que subjetivamente la convierte en certeza. Es realmente positivo ayudarse a sí mismo a encarar el malestar y tratar de diluirlo en la racionalidad del propio pensamiento. Otras veces hará falta la ayuda de una persona entendida (un psicólogo, el médico de familia, un acompañante espiritual, un amigo, etc.) que, en comunicación y sintonía, vaya ayudando a hacer este descubrimiento y a encontrar las herramientas mentales y afectivas para superar las angustias y los miedos. Bienvenidas sean estas ayudas que nos facilitan la maduración personal. Las preocupaciones también pueden proceder de realidades presentes que estamos viviendo. Hay una lista muy larga que va desde los problemas económicos, la vida relacional y afectiva, las frustraciones, desengaños, enfermedades, mala suerte, accidentes de todo tipo, etc. Situaciones que rompen la estabilidad y nos sumen en la tensión, el mal humor, los nervios y los sentimientos negativos. No nos podemos abandonar frente a lo negativo. Sería un grave error. Es cierto que al principio la inestabilidad parece imponerse. Pronto, sin embargo, tenemos que trabajar para afrontarla. Dejemos aparte la casuística, que es infinita. Lo fundamental es la voluntad de superación e integración de la realidad para recuperar el equilibrio y la paz interior. Esta recuperación, total o parcial, es una condición importante para el bienestar interior, que no rehúye los problemas, sino que convive con ellos si es necesario, sin dejar que su mal se convierta en el «nuestro». Voluntad decidida de trabajo, de búsqueda de ayuda, de empezar tantas veces como sea necesario, de paciencia consigo mismo... Y 16
ello todo para equilibrar la vida interior. Los conflictos y las penas hay que afrontarlos con paciencia y realismo. El centrarse en lo diario, en las otras personas, sin exagerar nuestros asuntos, nos puede ayudar a afrontar los problemas con mayor garantía de éxito. El futuro puede ser una tercera causa de desazón, sobre todo en determinadas situaciones de la vida. El futuro personal, el futuro familiar, el de las personas que queremos y el futuro social. Y es que el porvenir siempre es incierto; tiene unos márgenes importantes de incertidumbre que escapan a nuestra previsión. A veces la inquietud por el futuro es como una alarma general, un presentimiento de dificultades inconcretas. Otras veces es causado por razones y situaciones que son actualmente reales y plantean incógnitas y que nos sitúan ante males posibles. Cuando todo parece atado y se rompe de improviso, es cuando nuestro espíritu se siente impotente ante un presagio de hundimientos que aparentemente están por llegar.
17
La superación de nuestro malestar Pasado, presente y futuro, separados o acumulados, pueden convertirse en raíces del malestar, auténticas causas de desestabilización personal. La vida interior queda herida, tensa, oscura, huérfana, necesitada de serenidad, de paz y de equilibrio para ir deshaciendo y encarando estas oscuras realidades. Es urgente afrontar la situación y buscar unos medios de ayuda personal. Tendremos que discernir lo que realmente puede ser objeto de preocupación real y lo que es un malestar motivado por elementos irreales, que hemos magnificado como trampas concretas que no son sino fruto de nuestros miedos e inseguridades. La decisión de encontrar el equilibrio interior debe llevarnos a revisar, como mínimo, el funcionamiento ordinario de nuestro cuerpo y de nuestra mente, los sentimientos, las relaciones y la esencial dimensión de sentido. Somos unidad; somos también variedad. El bienestar personal pide integrar la diversidad de elementos para que el conjunto sea equilibrado. Hemos de ir alcanzando la capacidad de saber, en el grado más alto posible de aproximación, qué nos está pasando. También alcanzar la capacidad de ánimo para ponernos en camino en el proceso constructivo. Cuerpo, mente, sentimientos, emociones, relaciones y dimensión de sentido. Cada uno de estos factores tiene una gran complejidad; y si consideramos su mutua implicación, llegamos a constatar que no podemos atenderlos, uno tras otro, como si fueran piezas separadas. Al contrario, se implican de tal forma que la mejora de un elemento repercute en los demás. Se dan también situaciones urgentes que demandan una especial atención más inmediata, como puede ser, por ejemplo, una determinada enfermedad, un profundo desencanto afectivo o un fracaso laboral que nos provoca un fuerte desánimo. Pero, incluso en estas situaciones, es importante atender a otros factores. Todos tenemos experiencia. No basta medicarse adecuadamente, por ejemplo, dejando entre paréntesis la vida afectiva. Hay enfermedades que tienen su raíz en la afectividad, la soledad o los desengaños; y, si bien habrá que atender la dimensión orgánica, no podemos marginar las otras, que de hecho han provocado el descenso de defensas que han facilitado una infección. Elsistema inmunológico va unido a toda la complejidad personal.Muchas veces, un cansancio desproporcionado de las fuerzas reales conduce a un malestar orgánico que no es solo un síntoma de aquel, sino que se desarrolla como enfermedad.
18
La dimensión de sentido Entre todas estas dimensiones personales, y desde el ángulo de la vida interior, la dimensión de sentido tiene una importancia capital. La dimensión de sentido es como la dirección que marca y potencia nuestra vida. Responde a la pregunta sobre qué sentido damos a nuestra vida. ¿Vivimos porque sí? ¿Cuáles son nuestras finalidades a largo, medio y corto plazo? En cuanto de nosotros depende ¿qué objetivos nos marcamos como más importantes? San Ignacio de Loyola a menudo preguntaba «a dónde voy y a qué» Vivir con sentido es completamente diferente de vivir para ir llenando el tiempo o rehuyendo la propia soledad. El sentido de la vida es fruto de elementos del pasado, culturales y religiosos, de testimonios recibidos, de la sabiduría y la reflexión que nace de la experiencia, de las valoraciones que nos han orientado y, más pronto o más tarde, de la madurez de la propia libertad. No es lo mismo el deseo de vivir con sentido que vivirlo de verdad. Todos tenemos impreso en nuestro ser el profundo deseo de vivir, de encontrarnos bien, de disfrutar de espacios de ocio, de buenas amistades, etc. Es un conjunto de inclinaciones naturales que están en el ADN de toda vida humana. Estas dimensiones no se pueden confundir con el «sentido que damos a nuestra vida», en el que entra un conjunto de valores, de capacidades y de la propia libertad que ha hecho consciente la dirección final de nuestro ir aconteciendo en el mundo, así como los medios que hemos elegido, entre los que razonablemente tenemos en las manos, para ir consiguiendo esa finalidad última. Si es importante vivir –y lo es mucho–, también lo será, y quizá más, «vivir para» algo. El sentido de la propia vida no siempre llega a un nivel suficientemente claro en la propia conciencia, especialmente cuando falta el trabajo interior. Hay personas que, de hecho, viven, por ejemplo, para el éxito, para ir adquiriendo esferas de poder y de dominio, y lo pueden revestir de ideales patrióticos, de servicio, de fines religiosos, etc. En verdad son ideologías que justifican, con frecuencia ante sí mismos, el sentido último de su vida. De forma clara, pública y abierta no lo aceptarían. Los humanos tenemos siempre la tentación, más o menos consciente, de engañarnos para justificarnos. Todos hemos conocido y conocemos a personas que tienen un auténtico sentido de la vida, que es el fruto maduro de la trayectoria de su desarrollo y del mundo concreto en que viven o han vivido. Hay quien vive para la investigación, para la medicina, el arte, la política, el deporte, la filosofía o la religión. Mujeres y hombres que muestran en sus actos, en sus prioridades y relaciones, que han elegido o han aceptado libremente una dedicación prioritaria, y en muchos casos integradora, de unos valores que para ellas y ellos representan el sentido de la vida . Si hemos mencionado unas determinadas esferas, es porque resultan más fáciles de comprender; pero hay otras esferas sencillas, llanas, incluso generales, que para las personas que las viven son tan fundamentales como las anteriores. La persona que vive para cuidar a sus padres mayores o a un hijo con 19
dificultades, o para ayudar a unos enfermos, o para estar ayudando a la gente que vive en la calle..., esa persona vive también con sentido. Si queremos llegar a una comprensión suficiente de las personas, es importante no solo atender a lo que hacen o dejan de hacer, sino también a los valores que esconden sus actuaciones y que son los motores de su acción u omisión.
20
Importancia capital de la vida interior En la vida interior es donde encontraremos el sentido real de la vida humana. Se manifestará de diversas maneras; puede que se revista con ideologías; pero en el fondo todo tiene su última instancia en la forma de sentir, de valorar y de optar que hay en el corazón profundo de la gente. Ir clarificando, a veces mediante largos procesos, cuál es el sentido global de la vida (aquel que realmente es el resultado de una libertad iluminada por la realidad y por los valores) es, sin duda, el cultivo básico para afrontar las preocupaciones, las angustias y el malestar. Evidentemente, hay muchas ayudas que hemos apuntado hasta ahora y que tienen en cuenta los elementos constitutivos de nuestro ser; con todo, el hallar el sentido de nuestra vida, tal como ha sido definido, es una ayuda fundamental para la superación del malestar personal. Dejando aparte razonamientos más propios de la teología, la aproximación a muchas relaciones humanas nos muestra que aquellas personas creyentes que han centrado su vida en la relación con Dios, siguiendo la propia conciencia y la libertad personal, pueden afrontar los desequilibrios y las frustraciones con un peso interior de liberación notablemente grande. Si realmente el sentido de su vida se centra en la relación con Dios y, desde ella, en el amor a las personas y a la naturaleza en todas sus dimensiones, encontrarán en los momentos duros fuerza y ayuda más allá de los medios normales de superación. Cabe remarcar aquí que no cualquier dios responde a la imagen de Dios que nace de la experiencia y la vivencia de Jesús. Tener presente que Dios Amor está cerca, incluso en tiempos de desierto espiritual, ayuda a caminar paso a paso, creyendo que todo puede tener un sentido, aunque en aquellas circunstancias parezca imposible. También otras opciones de fondo pueden ayudar de una manera similar a las personas a vivir el sentido de vida que estructura su ser y su actuar. La paz y el equilibrio interior son un fruto importante del vivir con sentido. Son la resonancia que deja en la persona que sabe que todo lo que hace y vive quiere ir en aquella dirección que ella misma ha escogido. Y si bien es verdad que esta dimensión es muy personal, ello no significa que se priorice un subjetivismo exclusivo, ya que el ser humano es un ser de relaciones desde el comienzo hasta el final. Cerrarse sobre sí mismo conlleva elaborar unas ficciones irreales que se convierten en insoportables. Nuestra naturaleza es relacional y, aún más, es amorosa. Hay situaciones tan extremas y tan duras en determinados momentos de la vida humana que los medios normales y las ayudas apuntadas hasta ahora son, en el mejor de los casos, como aquellos cuidados paliativos que tanto ayudan a soportar un mal que parece no tener remedio. Seguramente, solo el amor puede desbloquear estas situaciones extremas. Un amor auténtico, no un amor como medio terapéutico. Un amor que se centra en estar al lado, sencillamente acompañar, más allá de preguntas y consejos. Un amor que, quizás en el 21
pensamiento y hasta en la palabra del que sufre, se puede llegar a expresar con breves palabras, tales como: «gracias por estar aquí». Un amor que no puede dar la solución, pero que comparte la situación, la hace también suya y la participa. Por su mismo dinamismo, esta forma de amar se trasciende y muestra un más allá de lo razonable, aunque el que ama con tanta calidad generalmente ni cae en la cuenta. Es una dinámica sin fronteras. Evidentemente, acepta la limitación, pero siempre querría ir más a fondo en la comunión. Tiene algo de divino, no en la dimensión omnipotente que generalmente aplicamos a Dios y a los dioses, sino en la dimensión de la iluminada compasión en el sentido más noble y profundo de la palabra. Quien se siente ayudado por un amor como el que hemos intentado describir va sabiendo que pisa un terreno firme, que no puede tambalearse ni fallar. Por más que no pueda dar respuesta a los problemas, a las enfermedades, a las desgracias y noches oscuras, entiende que el corazón y las manos del que ama con tanta calidad están sobre su corazón y sus manos. No es solo un consuelo; es mucho más: es comunión.
22
CAPÍTULO 2:
Amar desde nuestra interioridad
Todos venimos de unas relaciones anteriores a nuestra vida. Desde el comienzo de nuestro camino existencial hasta este momento, somos lo que somos gracias a las innumerables relaciones que nos han tejido por fuera y por dentro. Querer convertirse en único, solitario e independiente es una quimera imposible. En este intento la vida cae en un abismo negativo cuando queremos cruzar la frontera de un subjetivismo radical. Nos guste o no, vivimos gracias a otros; a todos los niveles: desde la alimentación y el trabajo, pasando por la cultura y las capacidades, hasta el mismo aire que respiramos y el buen o mal humor que convive en nosotros, según climas, situaciones y eventos. Son los otros los grandes factores de nuestro yo. También son factores de nuestro yo la naturaleza, el universo, el pasado, a los que estamos ligados sin interrupción, y las dinámicas colectivas que están potenciando positiva y negativamente el porvenir.
23
Las relaciones de amor En medio de este inmenso magma de relaciones, y atendiendo a nuestra vida interior, destacamos como más fundamentales las relaciones afectivas, las relaciones de amor. Ser amado y amar es una condición fundamental para convertirse en persona humana. «El amor se muestra más en las obras que en las palabras», como dice San Ignacio en la «contemplación para alcanzar amor» de losEjercicios Espirituales. El amor impulsa la mutua comunicación de lo que uno es y tiene. Por lo tanto, tiende a la formación de una unidad referencial que es como un espacio común de novedad, de comunicación y de comunión. El amor es fuente de vida, de creatividad, de placer, seguridad, deseo y plenitud. Evidentemente, abarca los principales ámbitos de la vida humana. Es analizado por los psicólogos, cantado por los poetas, añorado por los solitarios, recordado en la ausencia, ampliado en infinitas dimensiones, como la patria, la lengua, el arte, la naturaleza, la religión, el deporte, etc.; si bien es cuando se da entre las personas en edad adulta cuando puede adoptar su carácter único, liberador, comprometido y en continua tensión de trascenderse. El amor se expresa y se manifiesta externamente con palabras, gestos, contactos, obras y todo tipo de formas dinamizadas por nuestros sentidos, pero es en el interior de la persona donde reside su estancia subjetiva; donde se alimenta, imagina, sufre, desea y siente. Es parte importante y fundamental de la vida interior. Una vida interior huérfana de amor es como un desierto tenebroso, sin dirección, en el que se va a tientas porque ha muerto la luz de la vida. Quizás nos encontremos en el transcurso de la vida con algunas personas en cuyo mundo interior no nos parezca que exista relación amorosa alguna; pero, seguramente, descubriremos que tienen un pasado, un deseo, quizás una quimera, que mantiene el anhelo de amor en medio del vacío más absoluto. Nuestra vida interior está llena de gente. Es un ágora de relaciones humanas de todo tipo, en la que la memoria selecciona, olvida, descubre; la mente reflexiona y cuestiona; y la voluntad dinamiza y sueña. Interiormente, siempre estamos acompañados por otros. La mayoría quizá represente poco para nosotros. Tal vez sentimos aversión y antipatía hacia unos cuantos. Por el contrario, nuestro sentimiento es de aprecio para con aquellos familiares, amigos, conocidos, gente cercana o lejana que en estos momentos o en determinadas épocas de nuestra vida nos han querido y a las que hemos querido. Y también ahora, en la actualidad, hay quien nos ama y a quien amamos. Unas formas de amor, por cierto, muy variadas, que pueden ir desde la pareja, los hijos, los padres, hasta los amigos y amigas, compañeros de trabajo, vecinos, colegas, gente que hemos conocido en viajes, clientes y personas con las que nos cruzamos habitualmente en los transportes públicos, en las bibliotecas, en las salidas al extranjero, en los deportes y en comunidades de todo tipo. Esta nuestra ágora interior siempre se mueve, nunca descansa; incluso durmiendo, está viva y transformada dentro del sueño en una especie 24
de libertad condicionada a causa del clima, de las incidencias del día anterior, de la digestión, o de los problemas, tanto normales como extraordinarios, que nos afectan.
25
Un poco de luz para nuestro ágora interior ¿Es posible hacer un poco de luz interior en este ágora de relaciones tan lleno de sentimientos, emociones e imaginaciones? Una luz que nos muestre en primer lugar cuáles son las relaciones afectivas que realmente nos han ayudado a ser; aquellas de las que hemos recibido apoyo, calor y bienestar interior; u otras que han significado osignifican un nivel de compromiso personal ya adquirido, así como aquellas amistades que son capaces de superar el tiempo, etc. Una luz que, en medio de tantos impulsos, memorias, lazos y sentimientos, nos vaya situando ante una mayor clarividencia de nuestro personal mundo afectivo. La pregunta más directa sería, más o menos:¿a quien quiero yo de verdad? ¿Y quién creo que me quiere?Una pregunta hecha al corazón, evidentemente, pero hecha por la mente, que intenta situarse en la propia verdad vital. Una pregunta que huye del engaño, de la media verdad, que no quiere vivir a oscuras, sino que, al contrario, sin negar en absoluto la espontaneidad y la pasión de la afectividad, sabe de las ilusiones irreales, los desengaños y las trampas. Si fuera posible una respuesta más o menos clara, podría serenar la vida interior y situarla en aquella dimensión de agradecimiento, de luz para el vacío y de los posibles caminos de crecimiento que tanto pueden ayudar a ir progresando como auténticas personas. Para acercarnos a la realidad de nuestro interior en una cuestión tan fundamental puede ayudar el partir de un cierto paradigma general donde situar la respuesta. Acerca de esto hay una propuesta inteligente en la carta encíclica de Benedicto XVI «Dios es amor», cuando analiza las tres palabras griegas que se refieren al amor. Aquellas tres expresiones que provienen del griego:éros,filíayagapḗ.Érostendría su expresión más significativa en la pareja de amantes;filía, en los amigos, y elagapḗen los amores de donación y comunión, fundamentalmente hacia los demás. Como toda síntesis estas tres palabras indican una tendencia dominante, muchos de cuyos contenidos se mezclan y se implican en la realidad y no pueden reducirse a un modelo determinado; pero es cierto que no es lo mismo el amor de un sanitario a una persona enferma crónica que el de una apasionada pareja joven; o el de un grupo de amigos que han recorrido largos caminos juntos. Tampoco es nuestro intento ahora centrarnos en un análisis de diferencias y denominadores comunes entre las tres grandes formulaciones del amor. Lo que realmente nos interesa es situar el amor en el mundo interior de la persona. ¿Qué significa amar desde dentro de nosotros mismos?
26
¿Qué significa amar desde dentro de nosotros mismos? Posiblemente, y en primer lugar, supone un grado suficiente de sabiduría serena y pacificadora que posibilite una entrada amable y positiva en nuestro interior. Tengamos una voluntad de tratarnos bien, amablemente. Rehuyamos culpabilidades inconcretas, difusas y vaporosas. Apartemos, aunque sea por un rato, la melancolía, la tristeza y todo tipo de pensamiento o sensación depresiva. Nos preguntamos a nosotros mismos, como mirándonos frente a frente, cuáles son las personas importantes de nuestra vida, aquellas a las que queremos, sabiendo que en este querer entra también una opción de nuestra libertad personal. La dimensión de la libertad aporta al amor relacional el clima adulto, responsable y capaz de arraigar en profundidad. Constataremos claramente que hay personas, actuales o pasadas, por las que experimentamos y sentimos un amor irrevocable. Este amor es mayor que los sentimientos legítimos, va más allá del agradecimiento. Hay un vínculo, una unión, una voluntad y decisión: ahora y para siempre los queremos. ¡Cuán significativo es en nuestro lenguaje que la palabra «querer» sea a la vez indicativa de opción, deseo y amor...! La intensidad y el grado de amor no son los mismos e iguales para todas las personas que queremos. Hay familiares más cercanos (la pareja, los hijos, los padres, quizás algunos compañeros...) que son fundamentales para nosotros. Sin ellos no seríamos lo que somos. Con ellos somos, y sabemos que forman parte de nuestro pequeño gran universo personal. Un universo con esferas diversas. Y en todas ellas la luz de la relación afectiva, más o menos intensa. Esta luz nos ayuda a clarificar no solo quiénes somos nosotros, sino también quiénes son ellos y ellas. En su mayoría, saben que les queremos; otros, quizá lo sospechan; y es posible que algunos no se den cuenta de la intensidad amorosa que nosotros experimentamos. Son nuestra comunidad interior, la familia, que, sin excluir los lazos de sangre, va mucho más allá del parentesco y se sitúa en una especie de corona de luces que comunica seguridad, paz, fuerza, y creatividad en nuestro interior, así como también, en ocasiones, sufrimientos,interrogantes, angustias y añoranzas. La vida humana siempre es transitoria, nunca es definitiva: se mueve, cambia, descubre y busca muchas veces a tientas, porque somos contingentes, somos seres en proceso temporal. Ir alcanzando lucidez en el conocimiento de las personas que queremos, según la diversidad de niveles y situaciones, es fundamental para vivir en un realismo constructivo. Somos también un poco ellos, y en ellos sabemos que estamos. Quizá nunca este reconocimiento sea claro del todo, ya que, a pesar de la luz interior, sabemos que cada persona es un misterio. Nosotros mismos lo somos para nosotros, y ellos lo son también en el ámbito de las relaciones que les dan vida y amor. Hasta aquí hemos intentado dibujar una imagen de nuestra realidad interior en la dimensión del amor. Hemos hecho un acercamiento sobre claridad y luz, sin negar 27
limitaciones y oscuridades. Pero necesitamos dar un paso más acerca de lo que, por decirlo así, es estático y lo que necesariamente, por la misma condición humana, es dinámico. No solo es importante ser conscientes de las personas que queremos y que son parte fundamental de nuestros sentimientos y opciones, sino que también nos conviene hacer memoria de los procesos vividos. ¿Cómo hemos ido desarrollando estos afectos? Puede ayudarnos mucho el recordar los fundamentos y la construcción de las relaciones. La memoria devuelve la presencia de situaciones pasadas, de una sociedad que no es la actual, de unas edades más jóvenes, tal vez más vitales e ingenuas. El proceso marca muchas veces la profundidad del amor. Su proceso se arraiga en lo más profundo de nuestra vida interior. Puede haber creado en nosotros la convicción de un querer que ha llegado a ser inexpugnable a los vaivenes de la temporalidad de la vida. ¿Cómo es que hemos alcanzado esta relación? ¿Qué altibajos, qué ilusiones, qué experiencias acerca de determinados valores, limitaciones, reconciliaciones y opciones han ido creando el tejido de nuestros amores? Sin caer en la melancolía de los tiempos pasados, una persona que ama sabe que en su interior hay una memoria viva de los demás, que en momentos determinados se puede desvelar y hacer presente hasta en los detalles más delicados, las pasiones más intensas y las decisiones determinantes. También desde el presente y el pasado somos proyección que mira adelante. Incluso en un ambiente de máxima libertad, entre amigos de toda la vida, es necesario cuidar a las personas. Sin llegar a ser meticulosos en los detalles, el conocimiento que vamos adquiriendo de ellas nos recuerda aquellas acciones, aparentemente insignificantes, que les pueden dar momentos de plenitud y de felicidad. Prever, cuidar de los detalles y oportunidades, facilitar el bienestar de los demás, saber acompañarlos en las situaciones duras y conflictivas... es algo obvio en una persona de buen corazón. También nosotros sabemos por experiencia cómo nos han ayudado y nos ayudan algunas llamadas oportunas, una sonrisa amable, una felicitación...: mil detalles que por un momento marcan un paréntesis de luz en nuestro interior y nos muestran que las relaciones humanas son el tesoro más preciado de la convivencia.
28
El potencial expansivo del amor Amar desde nuestra vida interior no se limita a las personas que representan aquellas relaciones afectivas y amistades importantes y que constituyen nuestra familia del corazón. El amor tiene un gran potencial expansivo. Especialmente cuando se vive con intensidad y plenitud, puede provocar una forma de estar en el mundo que aporta un dinamismo para ir más allá de la plenitud y la satisfacción de los amores conscientes y aceptados libremente. Dejando aparte algunas realidades que expresan la valoración que tenemos para determinados elementos de nuestra vida social, como pueden ser la cultura, el arte, la tierra, el propio país; queremos centrarnos ahora en dos dimensiones: el amor altruista para con las personas a las que servimos o queremos servir, y el amor a Dios, que para los creyentes representa uno de los pilares fundamentales de nuestra vida de fe. La capacidad altruista de amar va acompañada de unas determinadas convicciones, que son más fruto de la experiencia que de la pura reflexión. Ver en cualquier persona, sea del sexo que sea –prescindiendo en la primera visión de diferencias culturales, religiosas, políticas o económicas– a un hermano, a un ciudadano, a un sujeto de derechos humanos, es el resultado y la manifestación de unas convicciones fundamentales que han ido creciendo a medida que nuestro corazón ha aprendido a vaciarse de un ego absolutista y es más capaz de simpatía, apertura, relación y afecto. Estas convicciones ayudan a superar un sentimentalismo fluctuante y aportan solidez a una forma de amar en la que entra como factor importante la propia voluntad. Amar es también querer amar. Muchas veces, cuando un joven se embarca en un voluntariado y descubre que hay seres humanos que viven en unas condiciones importantes de limitación, pobreza, marginación o carencia afectiva, se da cuenta de que hay en su corazón una capacidad de relación generosa que posiblemente hasta entonces permanecía como dormida. Si tal voluntariado se va consolidando y le lleva a niveles crecientes de compromiso, irán aumentando las convicciones éticas, sociales, morales y posiblemente religiosas, que son para él un soporte que le sostiene en el sacrificio personal y la generosidad mantenida. Si su amor es donación generosa, constante y receptiva de lo que recibe de los otros, entonces va adquiriendo la capacidad adulta del amor. Nos interesa lo que vive interiormente este joven, no solo lo que hace externamente. Su vida interior está cambiando. Las imágenes de precariedad recordadas en el silencio, las preguntas, el situarse en el lugar de los otros, los interrogantes y porqués, las emociones, los propósitos, el compartir con los colegas, los silencios de oración y reflexión...: todo va provocando el descentramiento de su propio yo hacia los otros, a los que cada vez ama y se da más. Crece su capacidad y actitud altruista.
29
El amor a Dios y de Dios También el amor a Dios va acompañado de unas convicciones: la fe, de forma especial. Concretamente, nos referimos a la fe cristiana, que generalmente se alimenta y se nutre de Jesús, el Maestro, el hombre generoso y solidario para con todos los pobres, enfermos y oprimidos, con sus palabras de vida, de esperanza, de consuelo y de amistad. Aquel Jesús que cambió la historia aceptando su martirio y que removió el mundo romano, griego y judío a partir de unos discípulos que daban testimonio de su glorificación, y a quien más de mil millones de hombres y mujeres de todo el mundo consideran hoy Viviente, y que sigue fascinando como nadie en la historia humana. Un Hombre que se manifestó en su sociedad solo unos tres años y fue considerado imagen visible del Dios invisible, Palabra de Dios pronunciada para la liberación de la humanidad, Dios mismo entre nosotros. Este Jesús, enraizado en la tradición religiosa judía y que va más allá de ella y muestra a Dios de una forma nueva: Dios Padre y Madre entrañable, Amor, respetuoso con la libertad humana y la autonomía de la secularidad en su rectitud, la no violencia, el respeto y el amor. Dios Espíritu de vida y renovación constante, Dios misericordioso, que hará justicia final y decisiva. Dios íntimo y universal, de todos y de todas, Dios capaz de sufrir con los que sufren y disfrutar en la alegría de la vida, Dios de todos los pueblos, de un universo en expansión y de la promesa final eterna de un amor definitivo. Un breve compendio, limitado y esquemático como el que acabamos de explicar, quiere significar algo de lo que llamamos «amor de Dios». Amor de Dios a nosotros y amor nuestro a Él. Amor dinámico, fecundo, creativo, fuente de felicidad, de paz, de energía y de esperanza. Amor abierto a todo lo humano, a todo lo sabio, científico y poético. Amor que va configurando una nueva civilización, a pesar de limitaciones, fraudes, corrupciones y abusos. Un Amor decisivo para la historia personal del creyente y, desde la fe, para la historia definitiva de la humanidad y del cosmos. La dimensiónagapḗdel amor hacia los otros en general, o hacia Dios, siempre significa una salida de sí mismo.Este vaciarse del yo se llena con la relación del otro y forma un espacio de comunión. A medida que el amoragapḗva creciendo en nuestro corazón, en nuestra voluntad y en nuestra acción consecuente, va creciendo también la comunión. Una comunión llena de gratuidad, agradecimiento, humildad y fuerza. Nos transformamos en personas que han sido definidas como «hombres y mujeres para los demás» y que responden a uno de los más notables ideales de humanismo y de religión. Hombres y mujeres que han ido vaciando la plaza interior, limpiando los adoquines del yo absolutista y situando en su espacio vacío a los demás. Muchas veces estas personas son los auténticos anti-sistema, que renuevan en sus ámbitos la vida social y la transforman en un proceso evolutivo hacia dimensiones positivas de una vida cada vez más desarrollada. La tendencia evolutiva de la humanidad está llamada a seguir por este 30
proceso. En él irá encontrando la respuesta a tantas situaciones injustas, explotadoras y dictatoriales, que en el fondo responden a unos yo egocéntricos que intentan siempre acaparar en beneficio de sí mismos. El Reino de Dios predicado por Jesús nos marca la tendencia hacia una nueva humanidad.
31
CAPÍTULO 3:
Integración de las limitaciones
Somos limitados. Determinadas limitaciones forman parte de nuestra esencia personal; otras han sido provocadas por nuestra historia en el contexto de los acontecimientos sociales, culturales y políticos de nuestra vida. Llegar a constatar las propias limitaciones es una parteimportante de la sabiduría; así como el ignorarlas es signode demencia y de falta de sentido común. Hay limitaciones somáticas, psicológicas, morales, afectivas, mentales... que con frecuencia están en proceso de crecimiento o de disminución, en el marco razonable de unos límites que proceden de la naturaleza como consecuencia de las circunstancias de nuestro proceso vital. Otras limitaciones son consecuencia de los errores propios o de nuestros ámbitos familiares y sociales, de eventos desacertados, historias educativas, enfermedades o accidentes, etc. que, de hecho, han marcado nuestra vida, y que quizás en otras circunstancias no se habrían dado. Los hechos son tozudos y, por mucho que se olviden, de alguna manera siempre condicionan e influyen.
32
Conocimiento propio Para llegar a disfrutar de una vida interior equilibrada y en armonía personal y social hay que ir alcanzando de forma natural un conocimiento propio lo más objetivo posible. «Conócete a ti mismo» fue el ideal moral de una gran corriente de la filosofía griega. Conocimiento que abarca, desde los niveles físicos e intelectuales, hasta aquellos que definimos como espirituales, para distinguirlos de la materia. No se trata de un conocimiento puramente estático, como una especie de fotografía de la realidad, sino que implica esencialmente un conocimiento de los procesos que posibilita el desarrollo realista de las potencialidades de mejoría y mayor valor. Hablando de forma teórica, diríamos que en este conocimiento propio hay un acercamiento al pasado, un acercamiento a la imagen lo más objetiva posible de la realidad actual y una conciencia realista de las posibilidades de perfeccionamiento hacia el porvenir. Aquel «conócete a ti mismo» se desglosa en: «sé consciente de tu pasado, hazte lo más posible cercano a ti mismo para saber quién eres ahora y toma conciencia de lo que puedes desarrollar en adelante». Siempre de aproximación en aproximación, en medio de posibles engaños, pasos en falso, aprendiendo a rectificar, con humildad y paciencia, en relación amablecon personas que nos quieran sinceramente y no nos ocultensus puntos de vista. Muchas veces, también podemos ser ayudados técnicamente. Y, finalmente, manteniendo el espíritu de superación y gozando de buena esperanza. No siempre resulta fácil aceptar determinadas limitaciones. Cuando desdibujan nuestra imagen o la imagen que querríamos transmitir a los demás, nos pueden conducir a una situación de falsedad que se convierta en un verdadero auto-engaño. Resulta relativamente frecuente observar en otras personas la forma de ocultarse a sí mismas lo que realmente son y, de ese modo, aparentar unos modelos artificiales que tarde o temprano manifestarán su auténtica carencia personal. En cambio, es mucho más difícil hacer esta comprobación cuando se trata de uno mismo. Muchas veces intentamos huir de lo que realmente somos. Hay quien puede vivir años lejos de sí mismo, realizando una especie de personaje que le resulta posiblemente más atractivo y que puede acabar hundiéndolo en una notable decepción o en unos estados de ánimo absolutamente airados y llenos de pesimismo y descontento.
33
Integrando lo que vivimos Ir integrando nuestras limitaciones en la propia conciencia supone una gran sinceridad y mucha clarividencia; también buenas dosis de humildad. Lo podemos ir logrando mediante la reflexión personal y también con ayudas exteriores fundamentadas en la confianza y en buenos niveles de garantía. Desde el ámbito personal, esta toma de conciencia de lo que vamos viviendo ya la hacemos en gran parte de forma espontánea. Hay gente que por la noche repasa someramente el día vivido. Hoy en día, sin embargo, en nuestra cultura se corre el riesgo de que la excesiva acumulación de vivencias, trabajos, horarios, sentimientos e informaciones provoque una acumulación tan grande de vivencias no recicladas por nuestra memoria y conciencia que crean un malestar y desazón general, y muchas veces sin una causa demasiado conocida. Hay como unatasco y una falta de tiempo de asimilación. Por otra parte, cuando tendríamos tiempo de vacación lo llenamos con una marcha hacia adelante que en nada nos ayuda para crecer en la experiencia de vivir con plenitud interior. Necesitamos recuperar algunos medios, tradicionalmente bien conocidos y ejercitados, que nos ayuden a integrarnos con lo que estamos viviendo. Entre estos medios podemos recordar aquel que en la espiritualidad ignaciana se llama «examen general de conciencia» y que es una verdadera reflexión y oración sobre la vida. El examen general de conciencia parte de un presupuesto: la vida tiene un sentido, no es una suma de hechos inconexos y arbitrarios en medio de los cuales la persona debe ir sobreviviendo. En el caso concreto de la espiritualidad ignaciana, el sentido de la vida se fundamenta en la relación entre Dios y nosotros, hechos a su imagen y semejanza, creados para la plenitud eterna, que ya en esta vida nos llama al seguimiento de Jesús. Nuestro estilo de vida y de relación ha de tener presentes las realidades decisivas de justicia, amor y equidad.
34
Examen sobre la vida personal El examen general de conciencia es, en primer lugar, una gran acción de gracias por la vida, la fe, la comunidad, el destino y la llamada a vivir en plenitud. Estas realidades no son únicamente el resultado de nuestro esfuerzo; nos han sido dadas. El creyente tiene conciencia del don recibido en la fe. Habiendo recordado con agradecimiento este fundamento y sentido vital, en el examen se hace memoria de una unidad de tiempo (un día, por ejemplo) y una relectura en un doble nivel, externo e interno, de los hechos vividos. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo lo he vivido? ¿Cuáles han sido las intenciones, los móviles y los deseos? El criterio para discernir el «cómo ha ido» es precisamente el fundamento mencionado, el sentido de la vida. Evidentemente, recordamos un poco de todo en esta memoria: aciertos y desaciertos, bien y mal, coherencias e incoherencias, virtudes y pecados. Esta memoria va situando la vida vivida en la interioridad personal, desde la que brota una respuesta que unas veces será de conformidad, y otras de repulsa. Dicho en términos más tradicionales: paz y conversión. El creyente se dirige a Dios y reconoce, en su presencia, aquello que posiblemente ha hecho mal y, de ese modo, acepta su Bondad misericordiosa; y lo mismo hace con lo positivo, para dar gracias y así ir poniendo buenos cimientos de cara al futuro. Ha integrado una parte de su vida en el marco del sentido. Ha situado las intenciones, acciones y operaciones ordenándolas en la propia conciencia. Va aumentando el conocimiento de sí mismo y haciendo real la fe, que se arraiga en la vida concreta. El examen general, una vez que ha llegado a este punto, da un paso más. La vida continúa; después de un día viene otro. Por lo cual, siguiendo la misma dinámica, intentamos hacer una previsión de lo que se está iniciando: un tiempo nuevo. Esta previsión puede tener también una perspectiva exterior –lo que vamos a vivir y hacer– y otra interior –cómo deseamos vivirlo y hacerlo–. Prever un nuevo espacio de tiempo, por ejemplo al día siguiente, desde la dimensión interior significa cómo querríamos vivirlo, con qué intenciones y motivaciones, etc. Esta previsión no es garantía de que se convierta en real, pero aumenta la prudencia, motiva la intención, huye del vacío y, sobre todo, sitúa el espíritu personal en el marco de sus decisiones fundamentales. Finalmente, ofrecemos a Dios nuestra buena voluntad para realizar lo que sea más conforme con lo que Él quiere de nosotros, y así poder confiar y descansar en Él. Esta forma de ir integrando la vida pasada y el proyecto de cara al futuro puede ser también muy útil para cualquier persona que sea agnóstica o atea. Partimos de la búsqueda de aquella serenidad interior que nos ayude a recordar un tramo de vida, generalmente un día, tanto a nivel externo de los hechos como a nivel interno, como son las intenciones y todo el mundo de los sentimientos. La conciencia personal, según los propios criterios y valores, es la que hace una valoración e integra lo vivido en el conjunto del camino de vida que vamos haciendo. Finalmente, el examen general prevé 35
el futuro más inmediato, como puede ser un día, y busca cómo vivirlo en coherencia con los valores humanos y espirituales. En elcómose hacen las cosas radica uno de los secretos de la buena armonía personal. La persona que va integrando su vida interiormente suele ir serenándose y tomando conciencia de sí misma. Va reconociendo sus limitaciones y, una vez aceptadas, se capacita para tomar nuevas posturas de desarrollo personal positivo. Muchas veces pasará de la aceptación personal a una mayor posibilidad de mejora, al menos en algunos casos, y desde ella hacia unos niveles de superación realista. La fuerza de voluntad, la constancia, la humildad, el saber buscar recursos personales o sociales, la aceptación de ayudas externas, la capacidad de perdonarse a sí mismo, etc. irán facilitando el progreso en la autoestima, siempre deseable en cualquier ser humano.
36
Limitaciones diversas Las limitaciones pueden ser de muy diversos órdenes. Algunas habrá que ir aceptándolas, tomando conciencia de lo que pueden representar y asimilando con la mayor naturalidad posible las dificultades que conllevan. Son debidas, por ejemplo, al desgaste normal de la vida, a los cambios que conlleva la continua mutación de nuestro ser temporal, etc. Hay situaciones que, por mucho que uno quiera cambiarlas, le resulta imposible hacerlo: es como luchar contra un muro superior a uno mismo. Nadie, cuando has cumplido una serie de años, puede devolverte el vigor de la juventud. Lo más acertado es aceptar esta limitación y ver qué potencialidades puedes desarrollar tanto para el progreso personal en determinados ámbitos como para la prestación directa o indirecta al progreso social. Entonces es posible que una nueva sabiduría de la vida y el aumento de determinadas cualidades hagan de aquel tiempo una especie de nueva primavera en un orden de cosas superior, verdadero camino de plenitud y buen soporte para los demás. Tenemos, sin duda, ejemplos notables de estas posibilidades, y también lamentamos que haya personas que mirando un pasado, siempre transformado en mejor, se vayan cerrando en una especie de nostalgia estéril y formas de vida que tienden a la depresión. Las limitaciones quizá más duras son aquellas inesperadas, que se presentan en determinados momentos de la vida y que representan unos cambios repentinos para los que posiblemente no estábamos lo suficientementepreparados. El día antes de detectar una enfermedad gravevivíamos en una realidad que, por ignorancia, falseaba un mal que estaba ahí, pero que no había llegado a nuestra conciencia. Nos comunican un posible diagnóstico grave, y experimentamos un descalabro interior notable, ya que siempre habíamos pensado que a nosotros no nos pasaría. Vemos cómo la muerte accidental de una persona, de un amigo, de la pareja, de los padres o de un hijo... transforma en unos momentos nuestra vida. El descubrimiento de la infidelidad, el desengaño de unas apariencias que parecían estables, el desastre económico, cuando un día hemos sido llamados para decirnos que somos despedidos de la empresa, etc., etc. En todos estos casos, y en muchos otros parecidos, hay un daño que parece imponerse sin remedio, y en nuestro interior nos encontramos limitados por la impotencia. Nos sentimos incapaces de hacer frente a la situación, experimentamos quizá cómo todo ha cambiado y entramos en un camino de gran incertidumbre y posibles trampas, en el que estamos metidos sin previsión razonable. Sabíamos, sin embargo, a partir de nuestra propia experiencia, así como de la experiencia de otras personas cercanas a nosotros, que estos hechos eran posibles. Quizá no nos habíamos planteado en nuestro interior cómo afrontarlos en el caso de que llegaran. No se trata únicamente de un planteamiento negativo, cargado de inquietud y de sentimientos, de un miedo inconcreto, que deseamos superar. Se trata de un planteamiento realista:somos personas en tránsito, temporales; no viviremos siempreen 37
este mundo y, por lo tanto, sabemos, y no podemos esconder que estamos amenazados a causa de nuestra contingencia. Por lo tanto, necesitamos mantener en nuestro interior unos recursos de fortaleza y de confianza. Nos ayudarán las relaciones amistosas sinceras, el sentido global de la vida, los despertadores de fuerzas que están como escondidas y son capaces de darnos nuevas energías y capacidades de lucha, de búsqueda de comunicación, etc., y todo ello para afrontar la realidad. Esta sería la preparación remota, absolutamente indispensable para responder al mal con posibilidades de que no nos destruya; y posiblemente pueda llegar a ser una fuente de sabiduría, de fe y de esperanza.
38
Dios presente en nuestra vida En este proceso de integración de nuestras limitaciones hay que recordar la importancia que tiene la convicción personal sobre el sentido de la vida. La fe en los valores que corresponden a la dignidad humana puede ser un importante punto de apoyo y, sobre todo, la fuente de esa dignidad que puede comunicarnos la presencia de Dios en nuestra vida. Fundamentarla en Dios –por el don de la fe– se transforma sin duda en un elemento pacificador y de honda serenidad frente a este tipo de eventos. Con todo, hay que preguntarse quién es el Dios capaz de sostenernos en las dificultades y en los momentos duros. Se presentan actualmente variadas imágenes de Dios que en nada nos ayudan, como el de aquel todopoderoso, controlador de toda realidad, que premia a los buenos y sanciona a los malos; el Dios que provoca temor, que nos lleva al servilismo y que en su misterio tiene unos designios tales como la afirmación de que, cuando Él permite el mal, sus razones tendrá para hacerlo. Esta imagen de Dios, tan frecuente en muchos ambientes, difícilmente puede ayudar a afrontar el mal en nosotros, sencillamente porque es una imagen que básicamente pertenece a una escuela filosófica que se mueve en las esencias metafísicas y que está muy lejos de la revelación que Dios mismo ha hecho en Jesús. Aquel Dios que se revela en la persona, en la vida y en las palabras de Jesús es un Dios Padre, profundamente respetuoso de nuestra libertad y de los procesos naturales; que sabe lo que es el dolor, el engaño, la falsedad, la muerte injusta y violenta en Jesús, imagen visible del Dios invisible. Un Dios que nos acompaña discretamente en todas las circunstancias de la vida y que, en el sufrimiento y en los límites del dolor, está cerca para comunicarnos su fuerza, la esperanza y aquella capacidad de superación que nos hace falta para aceptar la realidad sin quedar desmenuzados por la misma. Tenemos muchos testimonios sobre esta ayuda, no mágica y sí profundamente humana, que comunica la posibilidad, ayudada por nuestro trabajo personal, de aceptar las realidades duras de la vida, y trascenderlas hacia un orden superior en la confianza y el amor decisivos. Necesitamos saber leer y escuchar estos testimonios, porque ellos nos pueden comunicar, más allá de ideologías y dudas, realidades trascendentes que tienen un extraordinario valor en si mismas. También tenemos testimonios de mucha gente no creyente, o perteneciente a otras tradiciones religiosas, que desde sus convicciones llegan a situaciones de aceptación activa y dinámica del mal, cuando este entra a su vida de forma no previsible o súbita. En ellos y ellas se realiza un proceso que no huye de la realidad; sino que va aprendiendo a integrarla pacientemente. Sin rendirse, descubriendo las posibilidades que ofrece la tribulación, se abre a una nueva sabiduría y a la capacidad de luchar con constancia, sufrimiento, duda y racionalidad hacia la superación total o parcial del daño. 39
Generalmente, este proceso queda facilitado con la ayuda de personas que participan del mundo afectivo del paciente, como los amigos, la familia y otras personas del ámbito sanitario o del voluntariado. El dolor, el sufrimiento y la enfermedad, forman parte de nosotros. Pueden abrirse a una mayor profundidad sobre el valor de la vida, como son el sentido de las relaciones humanas o la aceptación de nuestra limitación y temporalidad. Para que este proceso vaya por el camino acertado ayuda, sin duda, saber alimentarse de hondasconvicciones, como fundamentos de un proceso que tienemuchos elementos psicológicos, afectivos, relacionales... y también silencios y dosis importantes de paciencia y constancia. Cuando se da todo esto, generalmente la persona puede llegar a unos altos niveles de humanidad. Va abriendo la puerta a una situación positiva en la que puede incluso ayudar a otros. Las limitaciones de la vida humana forman parte de nuestra identidad temporal y espacial, sometida al crecimiento, al desarrollo, a niveles de plenitud y al decrecimiento. Somos lo que somos, humanos, transitorios, con un cuerpo maravilloso que se mantiene y crece por infinitos equilibrios y sistemas. Frutos de la imparable evolución de miles de siglos. Aceptar nuestra condición humana en lo que tiene de grandiosidad y de posibilidades, y también de limitaciones y de riesgos, es una de las principales victorias de la vida interior. Aceptar, no para quedarnos quietos y vacilantes, sino para crecer y desarrollar lo mejor de nuestro ser en todos los órdenes posibles de responsabilidad y de servicio. Situación en la que no solo buscamos el bien personal, sino la dimensión social y comunitaria. El camino de plenitud no esconde las limitaciones, las integra. Es capaz de trabajar con ellas hacia un servicio y un amor que son tan necesarios no solo para disfrutar de la vida que tenemos y para que nuestro paso por esta tierra aporte progreso y desarrollo social. Posiblemente, en el equilibrio de estas dos dimensiones, altruista y personal, está la clave de la posible felicidad.
40
CAPÍTULO 4:
El silencio y los silencios
Amedida que vamos entrando en la morada de la vida interior, va aumentando el silencio. La persona interior se encuentra muchas veces sumergida en el silencio, lo valora, lo estima, es fuente de vida, de quietud y de progreso. Cuando muchas de las desazones y frustraciones han ido encontrando un lugar de aceptación, y también su proceso liberador en el marco de la vida interior, entonces aquellas luchas, aquellos desencantos y preocupaciones, dan paso al silencio. Parece que la paz armonizada ha ido invadiendo los campos derrotistas y angustiosos. También cuando nuestros amores se viven desde dentro del corazón, los acompaña el silencio como garantía de correspondencia y fuerza de comunicación afectiva. Pero ¿de qué silencio hablamos? Y es que hay muchos silencios en la vida humana, y necesitamos clarificar cuál es el que acompaña el proceso hacia la persona interior como elemento vital positivo.
41
El silencio como ausencia de sonidos Una primera aproximación a la palabra «silencio» se refiere a la ausencia de sonidos, de ruidos y de palabras. Las personas habituadas a la ciudad fácilmente, cuando salen al campo y se encuentran, por ejemplo, en medio de un bosque, lo primero que dicen es «¡Oh, qué silencio...!». Experimentan una notable diferencia con el ruido de todo tipo que les rodea en su ámbito normal. Si son capaces de estar un largo tiempo en el bosque, comenzarán a experimentar que hay otras vibraciones, sonidos y ruidos propios del nuevo espacio que los acoge. Esta ausencia de los ruidos normales no solo hace referencia a los externos, a los que nos llegan por los oídos, sino que muchas veces hay un silencio de los ruidos, las voces y las palabras interiores. Otras veces, experimentando el silencio interior, sabemos que este también puede coexistir con un ambiente exterior muy ruidoso, por ejemplo en una calle, en un campo de fútbol o participando de un evento colectivo. Hay otro silencio distinto: el del vacío interior. Nada fuera que nos llegue, nada dentro, silencio del vacío total, punto cero Es un estado psicológico que se enajena de las realidades que lo rodean. Quizá sea agotamiento personal, depresión... o todo lo contrario, por una especie de gozo interno que va mucho más allá del equilibrio normal. También hay un silencio interior de comunión, que a veces podemos experimentar de forma mucho más esporádica Este silencio interior de comunión o comunicación representa una conexión con la esfera del todo. La vida interior aporta experiencias de toda esta gama de silencios según las situaciones, la evolución y los grados de interioridad que va alcanzando. Paso a paso, va aprendiendo que los ruidos externos no deseables afecten menos a la propia sensibilidad. No resulta fácil, ya que en nuestra sociedad hay muchos reclamos que quieren impactarnos y, de ese modo, marcar en nuestro interior un producto, una consigna, un deseo o una oferta que fructifique cuando se dé la oportunidad. Hay quienes, para huir de estos reclamos, buscan otros ruidos que los tapen, haciendo verdad aquel dicho de que un clavo saca otro clavo. El verdadero problema para la vida interior no son tanto los ruidos externos como los internos, mentales, afectivos; los miedos, las previsiones de todo tipo y el continuado diálogo interior del yo, que se pregunta cómo nos ven los demás, qué piensan, qué caminos serán los mejores para lograr nuestros objetivos; etc. En suma, un mercado interior de mil voces, en el que se airean el pasado, el presente y el infinito futuribles.
42
Ordenar el mercado interior Hay dos caminos para poner orden en este mercado interior de tantas voces. El primero es un trabajo ascético quequiere ordenar su vida hacia un grado de perfección ideal.Hay técnicas, terapias, múltiples escuelas para aprender a dialogar, a callar, a reflexionar, a controlarse, a ir ganando espacio interior hacia un clima de silencio que permita la reflexión, la conciencia y la lucidez. Legítima aspiración, esta del perfeccionamiento personal que pueda abrirse a la sabiduría y a altos niveles internos de plenitud y de compasión. El segundo camino descubre que en la realidad interna de la persona existe aquel ámbito que la Biblia llama «el corazón». Un corazón que puede llenarse de una vida nueva o renovada, que se abre a unas comunicaciones y relaciones increíbles. El corazón, en la terminología de la Sagrada Escritura, por su dinámica interna y movido por la fuerza que lo atrae desde su objetivo, va ordenando el caos interior. Alcanza un silencio no vacío, sino esperanzado; auténtica experiencia personal abierta a dimensiones trascendentes. Es una realidad común a todas las grandes tradiciones religiosas la valoración que tienen de la respiración para ir logrando ese silencio abierto que trasciende el vacío. La respiración es el ritmo que posibilita la vida y que se mueve gracias a la vida misma. Respirar de forma adecuada no solo mantiene un dinamismo positivo en el proceso biológico, sino que, unido a él, serena la mente y equilibra las vibraciones personales. La respiración se convierte en la puerta de la meditación, de la paz interior y de la armonía. Y, en consecuencia. ella misma ayuda a la experiencia del silencio. Al llegar a este punto hemos de hacernos unas preguntas sobre la realidad: ¿Existen realidades que escapen a nuestros sentidos, a nuestra mente, a nuestros afectos yexperiencias normalizadas? ¿Es cierto aquel dicho de SantoTomás, tal y como se nos explica en los evangelios, que «si no lo veo no lo creo»? La reflexión sobre estas preguntas nos señala que existe un silencio que nos conduce hacia realidades nuevas que van más allá de lo que normalmente entendemos como real. Evidentemente, no hay una demostración según nuestra lógica. El camino para llegar a saberlo consiste solo en vivirlo o haberlo vivido. Se trata del testigo que somos nosotros mismos, o de los testimonios que nos llegan de otros. Ellos son los verdaderos argumentos para aceptar que la realidad va más allá de lo que normalmente llamamos «real». Existe, con todo, una parte de este silencio trascendente que es explicable. Situamos aquí determinadas dimensiones, como respiración adecuada y rítmica, quietud, marginación de pensamientos e imaginaciones no deseadas, paz, conciencia de la armonía personal y la unidad del yo, experiencia de comunión, etc.; pero puede llegarse a un punto que no admite ya descripción según nuestro lenguaje. Algunos estudiosos de la
43
mística lo definen como «inefable». Este nombre es solo una señal, de la nueva dirección.
44
El silencio abierto a la dimensión trascendente La mayoría de testimonios que nos hablan del silencio trascendente emplean el lenguaje del arte, sobre todo de la poesía. La poesía goza de una forma expresiva que habla más allá de las palabras: por lo que insinúa, por lo que no dice y deja entender, o por la musicalidad del ritmo mismo de su discurso. Utilizando palabras, muchas de ellas simbólicas, el poeta sabe crear unos espacios que van más allá del sonido y de las imágenes. Son espacios aparentemente silenciosos que llegan al corazón del que escucha o lee, y algunas veces sin ninguna formulación entiende que ha recibido algo que pertenece a la realidad trascendente. Muchos místicos nos han dejado poesía o prosa poética libre, y en sus escritos resuenan verdades que quizá también encontramos en el fondo de determinadas vivencias. Son silencios recibidos. Así como somos receptores de sonidos, también lo somos de silencios. Si los sonidos por sí mismos quieren mostrarnosrealidades, también hay silencios recibidos que nos muestran realidades que escapan al lenguaje. Hay gente que nos dice: «el silencio me habla». Evidentemente, si se trata de silencio real, le habla de una manera diferente del habla normal. El silencio me comunica, por el silencio recibido, me relaciono, soy sujeto de comunicación. Posiblemente lo que recibe el místico es silencio cargado de realidades, y es él quien lo convierte en palabras que, siendo verdaderas, siempre son insuficientes. El mismo Dios se comunica por la Palabra, que es realmente humana en Jesucristo. Dios no necesita palabras: es la plenitud total y en comunión total con el todo; pero cuando se comunica con nosotros, lo hace en su silencio, que incluye el mensaje que se traduce para nosotros enla Palabra, Jesucristo, que según nuestra tradición dogmática es verdadero Dios y verdadero hombre; es Él mismo silencio y palabras, comunión y unión, todo en una única Palabra. Para mantener y aumentar la vida interior, el silencio es algo indispensable. En primer lugar, aquel silencio que, tal como hemos explicado, lleva a la quietud y a la paz interna; y también aquel otro silencio recibido que nos abre a la realidades trascendentes.
45
Silencio y quietud El silencio de quietud va desacelerando los ritmos y los impactos; purifica, ayuda a discernir y hace surgir en nuestra conciencia muchas realidades, impresiones, miedos y dudas que quedaban escondidos debajo del ruido ambiental o el producido por nuestra inquieta mente. Precisamente por eso, muchas veces huimos de este silencio, porque sabemos que es la puerta a la toma de conciencia de situaciones y emociones de las que queremos huir o que no nos interesa plantearnos. Tarde o temprano, sin embargo, si queremos ir adelante por el camino de la profundidad personal, sentiremos la necesidad del silencio, que previsiblemente producirá: la entrada en escena de las oscuridades que piden luz y clarificación. Abierta la puerta del silencio, se nos va presentando toda esta realidad brumosa que, de forma no precisamente ordenada, pugna por situarse en nuestro ámbito consciente. Entonces se nos pide un cierto método para ir afrontando, discerniendo y, si es preciso, optando. Este método puede ser en el marco de una tradición concreta, como en unos ejercicios espirituales, por ejemplo, o en un retiro ayudado por una persona sabia. También podemos encontrar cierto método de forma integrada en el ritmo ordinario de la vida, como mediante prácticas determinadas de meditación, conversaciones con entendidos en el campo de la psicología, del consejo personalizado o del acompañamiento espiritual. Si el silencio ha sido la puerta de la renovación, durante el proceso –a veces muy largo– de cambio interior el silencio nos acompaña como espacio de equilibrio, de descanso, de serenidad y de elemento facilitador de conocimiento. Saber hacer silencio, aprender a hacer silencio, estar en silencio, dejar que en el silencio nos invada la quietud, devolver al silencio, disfrutar del silencio y facilitar que en el silencio aflore nuestro mundo interior afectivo, histórico, cargado de dudas y amores...: todo ello forma parte de la necesaria ascética para llegar a un nivel de vida interior que nos ayude positivamente a vivir en plenitud. El silencio recibido suele ser mucho más esporádico y, en principio, escapa a nuestro control. Algunas veces llega desde el silencio de la quietud, a lo que acabamos de referirnos; otras veces es repentino e inesperado. Si el silencio de quietud normalmente va acompañado de unas metodologías y un trabajo personal, siguiendo generalmente tradiciones, el silencio recibido rompe esquemas, es nuevo, sorprendente y de difícil análisis. Muchas veces puede tener una significación religiosa; otras veces es como una especie de éxtasis sin ningún tipo de signo religioso. Unas veces será un silencio que acompaña una relación, incluso una presencia; otras veces, será como la totalidad real en la que se siente como sumergido sin ninguna relación interpersonal. Inesperado, deja en el sujeto la impresión de que hay un antes y un después. El tiempo parece que tiene otro dinamismo, de forma que, si este silencio, por ejemplo, dura segundos, puede dejar la impresión de que ha sido largo e intenso. Y al contrario: hay ocasiones en que puede durar mucho tiempo, horas enteras, y el sujeto tiene la impresión de que lo ha vivido en unos momentos. Sin querer ser exhaustivos, hay modalidades diversas de este silencio 46
recibido, tanto en aquellos que tienen una significación religiosa –ya sea que la ponga el sujeto o que forme parte del don recibido– como entre aquellas que se mueven en un ámbito no directamente religioso. Entre las primeras señalamos un silencio por la presencia de Dios, para una comunión con Él, por una comunicación o un conocimiento, como dijo Santo Tomás de Aquino, por «connaturalidad»; un silencio que acompaña una visión no sensible pero real en la mente; una certeza determinada; una relación de amor o como un avance de la situación que se espera en el más allá de la muerte. Entre las segundas, el silencio de la vida, estoy vivo; el silencio de la experiencia de la totalidad, de la proximidad de un ser querido que está lejos, el silencio que acompaña una convicción no discursiva, el silencio de determinadas experiencias de la naturaleza y del arte, aquel silencio frente a la muerte de un ser querido, el silencio impresionante de la ignorancia de las causas de la realidad, etc. Estos silencios difícilmente se olvidan. Suelen marcar un cambio, un antes y después, una referencia etc. Necesitamos saber guardarlos en nuestra memoria, ya que forman parte importante de la historia personal y pueden ir cargados de mensajes que se van descifrando durante la vida. Son de difícil comunicación, más frecuentes de lo que se podría pensar, y representan una invitación a ir más lejos, ya que sin ruido ni palabras muestran un conocimiento abierto que tiende a buscar significaciones y realidades que pueden superar las dimensiones esenciales del tiempo y del espacio.
47
CAPÍTULO 5:
Agradecimiento y compasión
Por esencia, y desde un principio, las personas somos seres receptores. Nadie se ha dado la vida a sí mismo. Esmucho lo que hemos recibido con ella. Las relaciones noshan tejido también por dentro. Por poca buena suerte que hayamos tenido, es honesto y recto reconocer que otras personas, nos han potenciado; que han despertado nuestras posibilidades; y que muchas veces nos han querido y han cuidado de nosotros desinteresadamente. La palabra «agradecimiento» guarda una profunda relación con la palabra gracia (gratiaen latín), de la que también pueden derivar palabras como gratitud, gracias, gratis,etc. Todos ellas nos hablan de donación y recepción, de transmisión y aceptación, en un clima en parte ideológico, pero fundamentalmente afectivo. El agradecimiento reside en nuestro interior. Se manifiesta de diversas formas, generalmente hacia los demás; incluso a veces acontece que el agradecimiento no encontró o no encuentra la forma de manifestarse hacia la persona o personas o entidades con las que nos sentimos en deuda afectiva, bien porque ya no existen, bien porque están fuera de nuestro alcance. Es una experiencia muy general, esta de sentir agradecimiento en nuestro interior y no haberlo manifestado por razones de ausencia, temor a ser mal interpretados, timidez u otras limitaciones. Cuando ya es irreversible siempre queda en la realidad personal un agradecimiento en el silencio de la propia intimidad. Una parte importante de la calidad de una persona está en la plenitud de su intimidad, en la que el agradecimiento ocupa un lugar notable. Para muchas personas la vida no ha sido nada fácil, quizá desde el principio. Hechos diversos, familiares, ambientales, sociales, etc. han marcado unas ausencias afectivas absolutamente primordiales. Otras situaciones pueden haber endurecido los sentimientos, en los que siempre queda la añoranza de lo que no habría podido acontecer. Si bien esta realidad puede dificultar y marcar el proceso de desarrollo personal, con frecuencia, cuando la vida los lleva a experimentar que han sido, o son, receptores de amor, su capacidad de agradecimiento despierta con fuerza dentro del marco personal subjetivo. Así reencuentran lo mejor de sí mismos. Ser agradecido es sin duda un don natural que, evidentemente, depende de muchas circunstancias, pero que en sí mismo forma parte de la condición humana. De la misma manera que muchas veces el agradecimiento es precario, debido a carencias y limitaciones, también el sentido de agradecimiento puede potenciarse no solo cuando las circunstancias son favorables, sino también por el crecimiento humanista personal.
48
Convertirse en una persona agradecida es algo que siempre hay que mejorar. Y sin dudaen este proceso entra como factor importante la vida interior.
49
Un agradecimiento que nace del corazón acogido y acogedor La reflexión personal sobre lo que vamos viviendo, el silencio abierto y lleno, esa estimación interna hacia personas concretas y la adquisición de unos valores buscados y cultivados son realidades que ayudan a ser personas con sentido de agradecimiento. Este se da primordialmente en el corazón, nace de él, a medida que somos más acogedores, más descentrados del yo invasivo y más atentos a los demás –los cercanos y los de lejos– y vamos aumentando el fundamento del sentido del agradecimiento. Desde esta perspectiva tiene mucha importancia el conjunto de valores que conforman nuestra visión de la vida, y en especial el mundo de nuestras relaciones. Lo que más valoramos es lo que más agradecemos cuando nos llega o nos es dado. Aquel que no valora, poco ha de agradecer. Un regalo que responde a una necesidad valorada provoca más acción de gracias que un regalo que no responde a ninguno de nuestros valores. Es posible que, a pesar de todo, por el mero hecho de que nos lo hayan regalado, se despierte un agradecimiento no por el don en sí, sino por el significado y el gesto del donante. Incluso en este caso, valoramos el gesto de regalar. Hay una relación entre valores y agradecimiento. En el caso mencionado, no es el regalo, sino el valor que significa el hecho de regalar y pensar en el otro, lo que causa la gratitud. Valoramos mucho, por ejemplo, el amor y la dedicación de los padres hacia los hijos cuando realmente han hecho lo que han podido por nosotros, quizá con mucho sacrificio. Poco a poco, va aumentando en nuestro corazón aquella acción de gracias que excusa los posibles errores y limitaciones que tuvieron. Otras veces el corazón vibra agradecido por la sorpresa. Lo inesperado y no solicitado nos cautiva. Nos ayuda a descubrir la bondad, y muchas veces la imaginación, que, movida por el motor del amor, ha sido capaz de fabular y articular la sorpresa. Por la parte del donante, también muchas veces provoca júbilo la preparación y el secretismo con que quieren darnos la alegría de la sorpresa.
50
Dar gracias a Dios Cuando Dios es una de los valores importantes de nuestra vida, la acción de gracias va acompañada de un factor especial, no solo por saber que Dios está en el fundamento de nuestro ser, sino también porque la mirada al universo, a la creación, al mundo y a la gente adquiere una notable dimensión de amor y de comunión. El don de la fe nos abre a importantes valores acerca del sentido de la existencia; y esto puede transformar nuestra vida en una profunda y esperanzada acción de gracias, incluso en los momentos más duros y llenos de oscuridad. El agradecimiento nos suaviza los problemas que plantea el mal, que muchas veces adopta una dimensión de duda casi insoluble para nuestra pura razón. Es hasta cierto punto natural la protesta, enfadarse con un Dios que ha dejado márgenes tan notables a la libertad humana y ha hecho un universo fantástico y también incompleto. Por inacabados, el universo y nuestro mundo se están expandiendo y mejorando, a veces mediante cataclismos. Sin negar nada de estas realidades, muy conocidas por infinitas experiencias humanas, la fe nos garantiza que la realidad es mucho más ancha que nuestra capacidad de razonar, y que en Jesucristo tenemos la promesa de una nueva humanidad, de un Reino de Dios ya ahora y también más allá... cuando todo acabará bien. Aquel agradecimiento que tiene su origen en la fe nos ilumina, y nos indica que no somos fruto de una casualidad o del azar, sino de la libertad amorosa de un Dios que es Padre universal. Él, por amor, inició de la nada ese proceso real de energía material destinada en orden a la vida; y dentro de ella hacia una vida que llegara a unos seres dotados de conciencia, con márgenes importantes de libertad, de voluntad y de amor. Aunque las causas inmediatas de nuestra vida sean aparentemente casuales y marcadas por una notable cantidad de posibilidades y variables, Él, en el mismo hecho de ser concebidos ha mostrado la grandeza de su amor. Un amor tan notable que respeta los ritmos naturales y aquellos otros culturales, positivos o negativos, que han podido condicionar nuestra existencia, si la consideramos desde una mirada a corto plazo. Y Él siempre cerca de nosotros, conocido o desconocido por nuestra mente, en amor, nos inspira directa o indirectamente esa ayuda y esa fuerza vital que se nos ofrece para hacer de nuestra vida un proceso de crecimiento espiritual y moral. Cuando, por causa denuestra libertad y por las circunstancias personales, familiares, sociales y religiosas, este proceso ascendente queda roto o malherido, Él sigue en nuestro interiormoviendo y respetando nuestra conciencia, a fin de que la renovación sea una posibilidad ofrecida a nuestra limitada libertad. Finalmente, tenemos su promesa de que, siguiendo el camino que Él ha marcado, especialmente en Jesús, más allá de la muerte nos espera un cielo nuevo y una tierra nueva, en el mundo definitivo, de relación amorosa, en Él y por Él, con toda realidad personal y cósmica.
51
Cuando consideramos todo esto de forma global o parcial, cuando experimentamos el notable significado que tiene el hecho de la vida humana, nos sentimos interiormente movidos a una gran acción de gracias. Aunque en determinados aspectos de nuestra persona experimentemos limitaciones, enfermedades o trastornos, todo ello, comparado con el don recibido y prometido, hace que nos sintamos pequeños y soportados por un amor esperanzado. La acción de gracias a Dios en nosotros ayuda a crear el sentido de agradecimiento. Nada resulta indiferente. Hay un Todo de todo como un nuevo oxígeno en el que respira el amor universal y que, de alguna forma, nos mueve a decir que nada humano es ajeno a nuestra mirada; y desde lo humano lo extiende a todo lo material, energético, cercano o lejano, conocido o todavía por conocer. Quizás una de las mejores expresiones de lo que intentamos comunicar está en la letra de aquella memorable canción que comienza con la frase «gracias a la vida, que me ha dado tanto».
52
Agradecimiento no directamente religioso Evidentemente, a las personas que no creen en Dios o han dejado el tema por insoluble, lo que acabamos de expresar, aunque lo respeten como opiniones subjetivas y culturales legítimamente humanas, les pueden sonar a «música celestial». Muchas de ellas habrán dado interpretaciones diversas en el agradecimiento que los creyentes fundamentamos en Dios. También desde nuestra fe respetamos estas interpretaciones como legítimamente humanas. Es lógico que en su pensamiento haya otras hipótesis sobre los orígenes de lo que llamamos «realidad», o quizás un enigma oscuro y no descifrable enestos momentos de la evolución del pensamiento humano. Con todo, el no creyente, ante la grandiosidad, la belleza y la inmensidad del universo, de nuestra tierra, del macro y el micro cosmos, y en particular de la gran complejidad y valoración del ser humano, siente y expresa el agradecimiento de lo que sabe y constata, de lo que imagina o investiga, porque vivimos en realidades tan extraordinarias que el mismo hecho de ser es ya algo formidable. Los caminos de las personas siempre han sido diversos, pero el agradecimiento forma parte importante de una condición humana y un humanismo racional. Desde el agradecimiento estamos llamados a ir más a fondo, hacia una dimensión absolutamente imprescindible, como es el sentido de compasión.
53
La compasión La relación es fuente del agradecimiento, y también es fuente de compasión. Porque nos relacionamos, somos capaces de compartir el sufrimiento de otros. Compasión, palabra compuesta por «com» y «pasión». «Com-» nos indica comunión, comunidad, comunicación, no aislamiento. «Pasión» –que deriva de «padecer»– puede significar muchas cosas. Generalmente, sin embargo, decimos que una persona es compasiva cuando comparte el sufrimiento de otros. Agradecimiento y compasión se relacionan, forman parte de la dimensión profunda espiritual y moral del ser humano. La persona compasiva, a simple vista se puede definir, de forma algo simplista, como una persona de buen corazón; vive unas experiencias internas y externascomplejas en las que resuena el dolor o la limitación ajenas. Sin entrar a fondo en el tema, podemos señalar unas breves consideraciones: forma de ser de la persona compasiva, las motivaciones, la superación de ciertos miedos y su capacidad de acción. Característica del compasivo/a es, en primer lugar, estar abierto a los demás, sea de forma concreta a una persona o a un grupo, o de forma general para la recepción de noticias e informaciones más globales. Quien está demasiado centrado en sí mismo, dando vueltas y vueltas a su yo y sus propios intereses, muchas veces sin querer cierra la puerta a los otros, crea un muro de distanciamiento, y las situaciones ajenas no llegan a afectarlo. Está demasiado afectado por su persona. En cambio, la persona compasiva vive suficientemente abierta a la realidad para captarla y dejarla entrar en su universo interior. Aquella información despierta en ella un movimiento afectivo en el que valora la situación desde la sensibilidad y también, muchas veces, desde la imaginación Hay una reacción de los sentimientos afectados por la información. Este potencial afectivo puede perderse si la mente impone un razonamiento de inutilidad de lo que se podría hacer. Frases como «es inútil», «siempre ha habido desgracias», «no podemos hacer nada», «yo ya hago mi trabajo», etc. pueden ser un freno decisivo para la sensibilidad. Cuando la compasión nace de lo más profundo del corazón o está arraigada en unas opciones maduras, es cuando se puede superar este tipo de pensamientos que intentan justificar la pereza inoperante.
54
La persona compasiva La persona compasiva, que persevera no solo en los sentimientos hacia los demás, sino que se implica en formas concretas de ayuda, generalmente tiene unas motivaciones profundas que la sostienen y le dan fuerza. Estas motivaciones acompañan la dimensión afectiva, y muchas veces, cuando esta puede quedar exhausta por el cansancio, los desengaños o la aparente inutilidad de su esfuerzo, dichas motivaciones pueden suplir los mismos sentimientos y actuar con decisión y coraje. Son motivaciones que forman parte de su universo personal, criterios, opciones, compromisos, vocación o, simplemente, una forma de vida en la que la persona se ha encontrado a sí misma. Somos una unidad y actuamos unitariamente, de forma que es sumando potencialidades como intentamos dar respuesta a tantas situaciones que conmueven el corazón y la mente. El resultado de la apertura personal, la vibración afectiva que despierta el sufrimiento o la injusticia, las motivaciones que acompañan al mundo interior. etc. llevan a una respuesta de acción. Así, apertura, sentimiento, motivación y acción forman un conjunto humano, una unidad de compasión, que significa una notable capacidad transformadora.
55
Fe y compasión Muchas motivaciones que acompañan y fortalecen la compasión y la ayudan a dar respuesta activa encuentran su fundamento en la fe. La tradición judaica y cristiana ha mostrado repetidamente una imagen de Dios como «compasivo y misericordioso»; un Dios afectado por el clamor de los oprimidos, liberador y que ama la justicia y la rectitud en las relaciones humanas. En Jesús, estas dimensiones anunciadas alcanzan su cenit, no solo por su propia identidad de «Dios con nosotros» (uno de nosotros, por amor y unión), sino por sus palabras, sus signos, el final de su vida mortal y la novedad inaudita de su presencia real desde la Pascua, consolando, animando, guiando, confortando y amando. Jesús, el Señor, no solo ha sido inspirador de compasión para millones de mujeres y hombres, sino que ellos han mostrado en sus vidas el signo más claro de su presencia hasta el final de los tiempos.
56
CAPÍTULO 6:
Frente del misterio inexplicable
Las eternas preguntas que se han hecho las personas siempre y en todas las culturas resuenan especialmente en nuestro interior. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy?¿Qué es la vida? ¿Hay vida después de la muerte? ¿Existe Dios? ¿Soledad y/o compañía? ¿Qué es el amor?, etc. Generalmente, ya desde niños, de una forma u otra, nos hacemos estas preguntas. Cuestiones que, según tiempos y situaciones, nos acompañan toda la vida, unas veces de un modo más agudo y urgente, y otras quedan como dormidas; pero siempre están ahí. Posiblemente nos vamos decantando por aquellas respuestas oscuras que tienen que ver con la propia experiencia, con el proceso de fe –cuando se da– y también como fruto de conversaciones, lecturas, reflexiones etc. Son preguntas que nunca terminan cerradas del todo, ya que responden a misterios poco conocidos. Forman parte de la misma oscuridad que representa el condicionamiento temporal y espacial que nos constituye. Fácilmente podemos pensar que bajo el nombre de «preguntas existenciales» se trata de una cuestión fundamentalmente intelectual, que pertenece al nivel de nuestra mente. De hecho, hay en ellas y en las respuestas que intentamos darles una dimensión racional; pero no es esta la más importante. Nos afectan demasiado para reducirlas a la racionalidad. Son cuestiones que buscan el sentido, el fundamento y la previsión de nuestra persona y de nuestra existencia. Las calificamos como preguntas, pero son mucho más que cuestionamientos: forman parte de nuestro ser más íntimo, del aliento de vida y del equilibrio constante que hace que continuemos siendo. Por eso, la frase «somos un misterio para nosotros mismos» se convierte en una conclusión vital frente a la oscuridad interior sobre nuestro origen remoto, nuestro destino y el hecho de ir consumiendo un tiempo, a veces en plenitud, otras veces en soledad, cuando no en inutilidad o también en rendimientos tangibles; pero siempre en medio de una oscuridad esencial. Por otra parte, aunque las opiniones y experiencias de los demás nos afectan, siempre vamos a parar a nuestro interior, en soledad. Aquella expresión de que «todos los caminos llevan a Roma» podría, en el tema que nos ocupa, traducirse más o menos como que todos los caminos llevan a nuestro interior, acaban en nuestro corazón. Podemos recibir impactos importantes, testigos que nos mueven a admiración o que nos plantean respuestas aceptables; podemos haber encontrado autores que nos han parecido clarividentes, etc.; pero al final es cada uno de nosotros el que vive como una unidad que, procediendo de un determinado pasado, se siente como lanzado hacia un futuro misterioso e interpretado de muy diversas formas. 57
La oscuridad actual Esta oscuridad tropieza con la manera de pensar y de vivir de mucha gente de hoy. Parecía que la ciencia llegaría a un punto en que podría darnos una explicación de casi todo, y que las aplicaciones técnicas de sus conocimientos nos abrirían la puerta a una cierta síntesis humanista. Pero la realidad nos muestra que, a medida que vamos avanzando en el descubrimiento de nuestro mundo, se van abriendo nuevos interrogantes y problemas noprevistos; que la mente humana se da cuenta de que lo que ignora es todavía mucho más de lo que ha llegado a saber. El misterio forma parte, pues, de nuestra vida; y si en algunos casos se desvela, no será para percibir de una manera clara y evidente lo que se buscaba, sino para añadir a lo descubierto nuevas cuestiones, nuevas preguntas, nuevas ofertas, como si, a medida que se ilumina un espacio, el misterio apareciera aún más inmenso y profundo. Si en realidades cercanas a nuestros sentidos y a nuestra razón el misterio nos invade, no digamos lo que ocurre cuando las cuestiones que nos planteamos vitalmente son parte del ámbito metafísico o de lo trascendente de nuestras capacidades humanas. Vivimos en una mezcla de luz y de oscuridad la realidad del camino humano en la tierra. Los conocimientos científicos y técnicos, que tanta claridad y calidad de vida han dado a la existencia, no solo no han podido apagar la oscuridad delas preguntas existenciales elementales, sino que han planteado otras nuevas, a veces urgentes y decisivas. Nuncala ciencia puede aclarar los temas de la filosofía o la religión, como tampoco estas disciplinas pueden solucionar los grandes interrogantes científicos. Todo esto nos lleva a una fuerte y razonable invitación, a algunas actitudes virtuosas como pueden ser la humildad, la relatividad, el valor de la escucha, el deseo de saber, la capacidad, si es necesario, de modificar el propio pensamiento y, sobre todo, el aprender a vivir en medio de la no evidencia de la mayor parte de lo que llamamos «realidad». Sumergidos en los misterios, vamos viviendo con bases conocidas en medio de un mar globalmente desconocido. Es lógico que nos apresuremos a situarnos y fiarnos de lo que conocemos y aprendemos, como también es explicable que cerremos nuestros ojos al mar inmenso que nos rodea y nos penetra y, de ese modo, construyamos un mundo hasta cierto punto cerrado con lo conocido y analizado, pasando de largo por tantos interrogantes y tantas hipótesis como a diario nos llegan desde la inmensidad de lo que no podemos controlar mentalmente. Puede incluso resultar cómodo, pero también puede implicar una cierta renuncia a la calidad humana del desarrollo espiritual y filosófico, que son los ámbitos profundos de nuestra identidad.
58
Llegar a entender parcialmente en la oscuridad El hombre interior va aprendiendo a compaginar estas dos realidades: entender hasta donde le es posible y vivir en medio de la oscuridad de lo que le parece que por ahora no puede llegar a entender. Este equilibrio puede resultar fácil y llevadero en muchos momentos de la vida, en los que uno goza de buena salud y se mueve en un entorno suficientemente capaz de garantizar márgenes importantes de bienestar, cultura, relaciones y seguridad. Pero hay otras situaciones en la vida que, por la fuerza de los hechos, cuestionan profundamente el corazón humano, como puede ser la muerte de un ser querido, una enfermedad grave, un accidente con consecuencias abrumadoras, etc. Entonces saltan las alarmas, no de manera académica, sino vital, existencial, como un clamor, una expresión de impotencia, de desconcierto total, de frustración, de ira y revuelta, sin ninguna respuesta coherente. Antes estos cuestionamientos ya estaban como adormecidos, latentes; pero ahora han pasado a primer plano, generalmente cargados de profundas emociones, sentimientos difíciles, contradictorios y carentes de sentido. Vivimos, pensamos, queremos y progresamos en la oscuridad parcial sobre nuestro destino y nuestro origen y sobre muchos de los interrogantes más radicales de la existencia. Oscuridad no absoluta, ya que es ayudada, en primer lugar, por el testimonio directo o indirecto de personas concretas. Por decirlo de alguna manera, todos vamos en el mismo barco, con gente mayor que nosotros; otros más jóvenes, amigos, familiares, conocidos o relacionados por sus escritos, mensajes y vidas. Una ayuda que no termina en los contemporáneos, que se alimenta de la tradición, de la cultura recibida, de gente que navegaba como ahora lo hacemos nosotros, posiblemente en condiciones más difíciles, y han dejado huellas que perduran y ayudan. Maestros, artistas, políticos, escritores, sabios, hombres y mujeres que vivieron su tiempo y lo superaron, y hoy nos ayudan a aclarar nuestro horizonte. La cordada viene de muy lejos y lleva energías de gentes que fueron. Su vivir los trascendió, y hoy están con y en nosotros, ayudándonos a vivir nuestro momento. Hay otro elemento que nos da apoyo. Seguramente, radica en una parte de nuestro cerebro y viene aún de más lejos que el testimonio y la sabiduría de los antepasados. Es una dimensión arcaica, de millones de años; una guía interna, más allá de toda lógica, que nos hace ir de cara al futuro como por un instinto de supervivencia y de progreso. Una especie de radar intuitivo que nos va guiando en la oscuridad, no solo por una supervivencia eficaz, sino también para aumentar su calidad. También aquí hay una cordada que sabemos seguirá adelante hacia el futuro, pues el desarrollo del ser humano no parece que haya llegado, ni de lejos, a su plenitud. Es posible que nunca llegue totalmente, ya que, si comparamos nuestra vida y nuestra capacidad con las de los primeros antepasados de la cordada, se hace difícil prever cuál será la potencia y la energía humana en el largo futuro.
59
¿Existe vida después de la vida? Hasta ahora nos hemos ido ciñendo a la realidad actual y futura en el marco de nuestra vida presente. Es lógico, desde hace ya muchos siglos, preguntarse si hay vida después de la muerte; como si la cordada continuara en una nueva dimensión de la realidad de la que ahora nos es casi imposible tener experiencia, tal como estamos constituidos por nuestros sentidos. Pero no es una pregunta exclusiva de la mente. Nace del fondo mismo del ser personal, como un deseo innato, como un clamor visceral, como un sueño utópico. La naturaleza muchas veces muestra la dirección de la vida en los profundos deseos no razonados. La naturaleza lleva escrita en sus cromosomas de vida el clamor por la trascendencia más allá de la necesaria muerte. El deseo puede responder a la realidad que vendrá. Muchas veces nos ocurre en nuestra experiencia. El deseo es parte ya anticipada de la realidad en camino. Normalmente, esta cuestión va unida a otra de las más fundamentales: la trascendencia. ¿Todo termina aquí para volver al silencio de la nada o hay un seguir diferente, no imaginable, pero real? Unido al interrogante sobre «el más allá» está el tema de Dios. ¿Es nuestra vida un don recibido de Él o es un azar en el juego de carambolas infinitas que nos marcaron casualmente? El misterio se amplía así hasta unos niveles casi absolutos. Preguntamos por el Otro. Hay discursos interminables, religiones históricas que murieron conjuntamente con el final de civilizaciones y culturas. También en la actualidad hay religiones importantes, y otras que, a pesar de haber sufrido toda clase de persecuciones y destrucciones, hoy siguen vivas; etc. ¿Podemos buscar en nuestra vida interior humana alguna luz sobre estos temas?
60
CAPÍTULO 7:
La alteridad sorprendente y nueva
Siempre que intentamos reflexionar sobre lo que lamamos «trascendencia», nuestra actitud puede moverse en tres niveles diferentes y, generalmente, muy relacionados. Podríamos buscar tres palabras indicativas para cada uno de los tres niveles: «ascendente», «descendente» y «sorprendente».
61
Ascendente, descendente y sorprendente Actitud ascendentees aquella que nace del deseo, del sueño ideal, de la voluntad de permanencia y de la superación de una temporalidad que se nos va escapando de las manos. Un deseo tan antiguo que se remonta a las culturas más primitivas, tanto a nivel personal como al nivel de los demás, familiares, amigos, personas importantes, etc. El ser humano lleva marcado un deseo de vivir y de sobrevivir que hace extensivo a las personas que ama o a aquellas que han representado un valor importante para la comunidad. Este deseo nace de su corazón. Se alimenta tanto del gozo vivido, que querría permanente y creciente, como del dolor, para poder abrir una salida hacia la paz serena definitiva, añorada y deseada. Actitud descendentees aquella que recibimos muchas veces de la misma naturaleza, de la observación del universo o de las tradiciones filosóficas y religiosas que nos han ayudado a formarnos como personas. También el arte, la poesía, muchas expresiones naturales y culturales que recibimos de fuera y nos impactan. Un conjunto de pensamientos, emociones, ritos, expresiones de todo tipo que descienden hacia dentro de nosotros y despiertan el deseo del trascendente como una realidad posible, próxima y misteriosa. Finalmente con la palabra «sorprendente» expresamos cantidad de experiencias, en principio no conscientemente buscadas, que pueden llegarnos y mostrarnos la realidad de un más allá. Generalmente, es una muestra subjetiva, no sensible, interior, que provoca dudas cuando ha pasado. Pero, a veces, lo que se ha vivido subjetivamente se valora como cierto. Se tiende a callarlo, y ciertamente lo interpreta uno como algo que le ha sido dado y que ha recibido casi sin mediación personal. Lo que llamamos «trascendencia» es reflexionado, esperado, soñado y experimentado de infinitas formas. Estas pueden ir, desde una sublimación de muchas de las dimensiones de nuestra existencia mortal, hasta realidades absolutamente inefables, sobre las que nunca se encuentran las palabras y el lenguaje que faciliten su inteligencia. No es lo mismo el paraíso de la cultura islámica que el silencio absoluto de determinado budismo o el cielo que muchos cristianos pueden imaginar o creer. De similar manera, en la trascendencia o las trascendencias hay una doble posibilidad fundamental. Por un lado, en ella se cree que se centra en Dios. Por otro lado, se prescinde de esta realidad, por causa de la duda o porque se piensa que no se puede saber nada de cierto sobreDios.
62
Experiencia de relación trascendente Cuando la experiencia de lo trascendente es una vivenciade relación con un Otro, hemos entrado en un terreno desconocido y nuevo para el que no tenemos lenguaje ni figuración lógica. Muchas veces, este «otro» puede ser creación propia, debido a la necesidad. Otras veces, y de forma sorprendente, nos llega como dado desde fuera de nosotros, sin causa precedente. Evidentemente, lo vivimos también en el marco de nuestra psicología, ya que nada puede escapar de ella; y, con todo, entendemos que se ha abierto una ventana interior, que estaba naturalmente cerrada, y desde una realidad desconocida se ha establecido una forma de relación en parte normal y en parte absolutamente nueva. Normal, en el sentido de que no dejamos de ser nosotros; nueva, porque rompe las fronteras de las relaciones según nuestra identidad humana. Este Otro no tiene nombre. Ningún nombre es objetivo. Todos los nombres posibles son inadecuados e insignificantes. A pesar de todo, podemos ponerle un nombre, para nosotros, que será muchas veces el correspondiente a nuestras creencias. El Otro, el sin nombre, se está relacionando de forma real. El receptor, es decir, nosotros, entendemos que de hecho es una relación verdadera y nos sentimos incapaces de que pueda demostrarse en el lenguaje normal de nuestra manera de ser. Es realidad cierta solo para el receptor. La experiencia mística responde a un dinamismo y unas formas de relacionarse muy variadas y distintas de las que hasta entonces hemos experimentado. Hemos entrado en terreno desconocido, en terreno sagrado, absolutamente desprotegidos de nuestro sistema ordinario de pensar y de sentir, Es cierto que podemos reflexionar sobre lo que nos puede estar pasando, movidos por la conciencia refleja. Podemos sentir y hasta experimentar emociones, pero somos llevados desde fuera o desde un «afuera» que está dentro, en una relación que nos trasciende. Pronto vienen las preguntas y los interrogantes. ¿Es normal lo que hemos vivido? ¿Me lo he fabricado yo mismo? ¿Qué valor y qué sentido tiene? ¿Cómo puedo saber si realmente ese Otro es Dios? ¿Son estas experiencias el resultado de una forma de vida o de unos méritos? ¿Hacia dónde nos lleva? Y tantas y tantas preguntas que muchas veces pueden confundirnos y provocar el deseo de retorno a un dinamismo espiritual más natural, normalizado y controlable.
63
Medida corta o larga medida Si nuestro intento se mueve en una medida corta, es muy posible que abandonemos la investigación sobre el trascendente y consideremos como imposible o muy difícil llegar a conocer si se trata de un Otro. El tamaño corto, se conforma con el hecho, lo disfruta, lo valora y no se pregunta si hay alguien más o si somos solo nosotros los que llegamos a esta nueva situación interior. En el tiempo de posmodernidad, este tamaño corto encaja muy bien con el discurso dominante. De hecho, sin embargo, cierra la puerta a realidades esenciales, que quizá modificarían nuestro estado actual. Es una postura subjetivamente legítima, que en el fondo, de una forma de otra, lo que busca es una buena mediación para encontrarse bien e incluso disfrutar de una frágil felicidad a nuestra medida. Sería como una especie de terapia que, evidentemente, puede potenciar no solo a la propia persona, sino también sus relaciones humanas y sociales. La otra alternativa, de larga medida, busca constatar si realmente existe Alguien real, no fabricado por la propia mente, que se relaciona con nosotros cuando entramos en estos ámbitos trascendentes. Culturalmente, este Otro es lo que llamamos «Dios». En este momento, la palabra «Dios» no la identificamos con ninguna definición concreta. Todo está abierto. Lo único que afirmamos es su alteridad, el Otro. En la tradición de Israel nos cuentan que, cuando Moisés fue a ver qué pasaba al observar cómo una zarza ardía sin consumirse, después de descalzarse –ya que estaba en tierra sagrada–, se relacionó con Alguien que le comunicó la injusta situación del pueblo. Cuando Moisés le preguntó su nombre, recibió la respuesta «Yo soy el que Soy». Desde entonces los israelitas sabían que no podían pronunciar el nombre de Dios, porque no tenía nombre, indicando que Dios no podía ser objetivado por la mente humana. Era totalmente diferente. Era el innombrable. Esta tradición nos sitúa en el buen camino de la experiencia trascendente cuando esta aspira a ir más allá de la vivencia y busca la posibilidad de un Trascendente real y capaz de relacionarse. Según nuestra fe cristiana, es Dios mismo quien hasalido a nuestro encuentro. «Después de que en otro tiempoDios había hablado a los padres a menudo y de muchas maneras por medio de los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por medio del Hijo, al que ha nombrado heredero de todas las cosas, por el que hizo también el mundo» (Heb 1,1-2). Jesús es Dios con nosotros, imagen visible del Dios invisible. Su venida, su historia mortal, su pasión y resurrección y la presencia del Espíritu que prometió para siempre, es lo más sorprendente de la Alteridad de Dios en nuestro mundo. Él mismo dijo que es «El camino, la verdad y la vida» y que sigue con nosotros hasta el fin del mundo.
64
Cuando Dios se revela en amor Nos centramos ahora en la realidad de una relación personal y comunitaria que tiene su origen, y su creciente continuidad, en un Dios que se revela como Amor y se da en Jesucristo. Ha sido Él, que ha entrado en nuestra historia, en nuestra vida. Aquellas preguntas interminables de la mente y del corazón humano parecen encontrar una respuesta que nos llega desde fuera. Las dudas, los pensamientos, las cuestiones son interrumpidas por el Otro, que pasa de ser posibilidad mental a ser realidad existencial. Lo primero que hay que recalcar es la absoluta libertad de Dios para comunicarse de la forma que lo ha hecho; y, por tanto, que no es una condición lógica para nuestra mente. Esencialmente, es un relato, una historia de amor que va más allá de la filosofía y de la ciencia, como donación gratuita, amorosa y libre de un Dios que, a medida que se da, se manifiesta a sí mismo. Lo ha hecho y lo hace precisamente en humanidad; la humanidad de Jesús, y desde Él hacia nuestra humanidad concreta como seres humanos. Centrándonos en el tema de nuestra reflexión que es la vida interior personal, la pregunta es: ¿cómo incide esta presencia de Dios en nuestra vida interior? La primera respuesta a esta pregunta nos la dio Jesús: «Lo que hicisteis a uno de estos más pequeños a Mí me lo hicisteis». Él se identifica con los pobres, con los marginados, con los que sufren hambre y sed, los encarcelados, enfermos, explotados, maltratados, etc. Se trata de la expresión del amor auténtico. No es una especie de identificación alegórica o simbólica. Esta identificación responde precisamente al Dios-Amor. Es el amor a los seres humanos lo que le ha llevado a identificarse con aquellos que representan la máxima debilidad, de forma que cualquier servicio a ellos es un servicio a Él. De alguna manera, este servicio encuentra en el agente que realiza la acción humanitaria una resonancia interior. Muchas veces no lo identifica como el resultado de un encuentro con el Señor. Él mismo lo previno cuando expresó que los que servían a los pobres y necesitados quedarían maravillados al entender que estaba Él mismo presente en los que recibían ayuda. La compasión que llevó al servicio fue de cara al pobre, al que no pretendía utilizar para encontrar a Dios. La compasión nace de la situación de precariedad que se constata en un ser humano y mueve el dinamismo de la bondad interior, del corazón, a dar respuesta; su intento termina en la persona ayudada. Dios no aceptaría que se empleara una mediación de precariedad humana para encontrarse con Él. Sería una especie de juego fuera de lugar. Lo que Él pide es que tengamos el corazón abierto hacia los hermanos, les demos respuesta compasiva y activa, aunque sea un vaso de agua. Lo que se experimenta interiormente es una moción que puede tomar dimensiones muy diversas, pero que se explica en aquella sentencia atribuida a Jesús y de la que habla san Pablo: «es mejor dar que recibir». Hay mucha gente que en el voluntariado encuentra una acción de gracias que le hace exclamar cosas como esta: «Yo fui a ayudar a los demás, y son ellos los que me ayudan a mí». Si examinamos 65
atentamente estas expresiones, encontramos en una primera visión algo afectivo, algo que no responde a un análisis racional, sino que pertenece a los sentimientos de fondo. Algo que nos acerca a valores internos queexperimentamos como positivos. ¿Solo hay esto? ¿O quizános llega de alguna forma la vibración de la promesa de Jesús cuando se identifica con los pobres, sus preferidos más queridos? Quizás un creyente puede vivir también de esta manera, no como una necesidad, sino como una experiencia abierta a lo trascendente. Otros, tal vez no creyentes, vivirán en su interior la dimensión emotiva valorativa, sin hacer ninguna otra interpretación. Será Dios mismo, en el juicio de la verdad humana, quien nos abrirá la mente para entender lo mucho que Él valora esta compasión. Dios mismo recibe lo que le ha sido dado al ser humano receptor.
66
En él existimos, nos movemos y somos Otra forma de acercamiento a la realidad de Dios en nuestra vida interior nos la indica aquella expresión que empleó San Pablo, tomándola de un poeta clásico griego: «En Él existimos, nos movemos y somos». Se trata de un modo de expresar que la presencia de Dios en nosotros no es algo accidental ni una especie de visita a tiempo parcial. Más bien se nos muestra como formando parte de nuestra esencia humana, en nuestro ser y en nuestro devenir. Realmente, los humanos no existimos personalmente por necesidad. El mundo y la sociedad existirían sin necesidad de que nosotros, personas concretas, hubiéramos existido. No hubo, antes de que iniciásemos el proceso hacia la vida personal, ninguna determinación o condicionamiento que marcara de forma absoluta nuestra existencia. Si estamos aquí, se debió a la voluntad de los padres, a la suerte, al proceso constante de la vida en millones de siglos sin interrupción y, en última instancia, a la libre voluntad de Dios, que nos conocía desde siempre. Dios está en el origen de nuestra persona, en el proceso, en el mantenimiento de la propia identidad; y creemos también que está en el término definitivo de la misteriosa realidad que nos espera después de la muerte. Evidentemente, todo ello llevaría a unas largas discusiones e interminables debates; pero desde el punto de vista de la vida interior seguramente las cosas son más sencillas. No solo no podemos escaparnos de la presencia real de Dios, sino que éste es en nosotros de forma comunicativa, amorosamente comunicativa y al margen de las contingencias del momento. También puede ocurrir que durante años, o quizá toda la vida, un ser humano no haya tomado conciencia de esta profunda y gozosa realidad. Algunas veces, sin embargo, muchas personas han vivido algunos momentos en los que parece que la base de nuestro ser entra en una especie de movimiento insostenible, que nos pregunta: ¿Cómo es que estás? ¿Cómo es que habría sido posible que no fueras? ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Hacia dónde voy o de dónde vengo? ¿Estoy solo o está Dios en mí? Otras personas, desde el don de la fe, y a veces también de determinadas experiencias de las que hablaremos más adelante, quedan como maravilladas de que Dios sea en nosotros, de que seamos configurados a su «imagen y semejanza» o, como dice san Pedro, «participemos de la naturaleza divina».
67
CAPÍTULO 8:
Somos habitados por el Espíritu
Hemos ido entrando en la realidad interior de nuestra vida personal. Desde la sospecha y el deseo hemos llegado a la recepción subjetiva de una realidad que nos sobrepasa. El Otro habita en nosotros. Él no solo nos visita, sino que está de forma estable y se manifiesta a veces, según su propia libertad, y siempre para nuestro bien. Su presencia es dinámica cuando nos damos a sus preferidos, los pobres. Su presencia es esencial cuando interiormente recibimos la luz que nos configura en el ser. Esta presencia del Otro en unas personas que no tenían ninguna necesidad de existir por sí mismas hace que en Él nos vayamos convirtiendo en imprescindibles, ya que nos va moldeando según su condición divina. Lo explica ya el libro del Génesis en los inicios del mundo: Él nos ha hecho «a su imagen y semejanza».
68
Un proceso guiado por el Amor Todo este proceso, que conocemos por la fe y que resuena en nuestro interior por la experiencia espiritual, pertenece al Amor. Por causa del Amor existe la realidad cósmica y universal. El Amor es la guía que ha movido la evolución desde la pura energía hasta la vida. El Amor ha ido orientando la vida hacia el progreso en una dirección: el ser humano, dotado de psique, cuerpo y capacidades de todo tipo. Es un largo itinerario que, saltando de prueba en prueba, llegó también a nosotros. Si es verdad que no teníamos ninguna necesidad y derecho al ser, de hecho somos, y vamos siendo como personas capaces de derechos, decisiones, libertades, conocimientos y creatividad, etc., configurándonos en El por Amor. Si es cierto que no éramos necesarios, ahora lo vamos siendo a medida que esta configuración gratuita y amorosa nos va haciendo participar de Aquel que Es. Todo por Amor, porque Dios es Amor. Entramos de lleno en ese Amor que está en el origen de la existencia, de la realidad de nuestra persona. Entramos de la mano de Jesús, que es la mejor garantía sobre Dios. Él dijo repetidas veces a sus discípulos que les enviaría el Espíritu. Posiblemente, ellos no entendían nada; pero, sin saber de qué les hablaba, le creían. Era tanta la fascinación que les provocaba el Maestro que creían lo que les decía sin entender su significado. De forma muy especial, Jesús les prometió el Espíritu durante la conversación de la cena de su despedida. Momento especial, emotivo, confidencial, en el que Jesús les abrió su corazón hasta rogar por ellos al Padre al final de aquella memorable sobremesa. También orando hablaba de la próxima venida del Espíritu. No les dejaba solos a medio plazo, pues Él era consciente de que durante un breve tiempo vivirían la ausencia más absoluta de Dios; iban avivir unas terribles y sangrantes experiencias de su Maestro, como si Dios no existiera. Después, sin embargo, ya en Luz definitiva y Vida perdurable, les enviaría el Consolador, el Espíritu de la Verdad, el Amor del Padre y del Hijo y del Hijo y del Padre, un Amor expansivo en el universo e interior en la persona humana. Las Sagradas Escrituras nos han comunicado signos importantes de Dios, no mediante una doctrina filosófica, sino por su actuación en la historia de las personas y de los pueblos. Dios no es el resultado de una reflexión metafísica, sino de unas experiencias vividas por hombres y mujeres. La gran experiencia de Dios, la definitiva y notable, es Jesús. Toda su vida es la mayor y más convincente señal de la presencia de Dios en el mundo. Cuando todos los poderes de Israel se confabularon para matar a Jesús, la razón definitiva y contundente fue que había venido en nombre de Dios, y que Él mismo se manifestaría a la derecha de Dios no solo como hombre, sino en absoluta divinidad. Los ángeles subirían y bajarían a su alrededor como glorificando su condición divina. La razón teologal de la condena de Jesús a muerte escondía, evidentemente, otros motivos sociales y políticos que representaban para la oligarquía dominante una auténtica y grave
69
preocupación. Jesús significaba un Mesías y una liberación de Israel completamente diferente de la que cultural y políticamente pensaban que tarde o temprano sería factible.
70
Vivencia de la divinidad de Jesús La vivencia que los seguidores y discípulos de Jesús tuvieron de él al tercer día de su asesinato los llevó a la adoración; una actitud religiosa ante la Divinidad. ¿Cómo entendieron, pues, esta aparente contradicción entre un Dios Padre, según Jesús, y Él mismo, a quien adoraban como participante de la naturaleza divina? No lo entendieron. Lo vivieron y lo expresaron en cantos litúrgicos como el que encontramos en la carta de Pablo a los filipenses. Tenían un conocimiento auténtico más allá de toda lógica. Los creyentes tardarían siglos en llegar a formularlo de forma más razonable y empleando terminologías filosóficas. Este nuevo conocimiento de una verdad que supera el entendimiento ordinario de la mente humana lo recibieron del Espíritu Santo, que, como se ha dicho antes, el mismo Jesús les prometió que enviaría, y les mostraría muchas más cosas de las que Él les había hablado. Verdades, estas, manifestando a través Espíritu, al dinamismo mujeres, comunidades que pasa.
consoladoras, amorosas y decisivas para su fe, que se van de los siglos en toda su profundidad, gracias a la presencia del interior de la experiencia religiosa y humana de tantos hombres y y grupos que han vivido y viven el don de Dios en este mundo
71
El Espíritu mora en nosotros El Espíritu habita en nosotros. Los escritos del Nuevo Testamento son testimonio. No es una realidad directamente demostrable si se considera desde la lógica científica, pero es el cumplimiento de una promesa de Jesús y de su realización primera en la comunidad cristiana de los primeros tiempos. Es una realidad directamente experimentada y experimentable por la cantidad de señales y consecuencias que muestran que Él es en nosotros como Amor en el que Dios se hace presente. En todas partes puede ser adorado en espíritu y en verdad el Dios que ya no necesita ningún templo especial para encontrarse con sus hijos, porque su Amor es universal y cósmico. Evidentemente, la teología ha reflexionado durante siglos sobre estas cuestiones, y hoy también sigue buscando no solo las señales de su verdad, sino también cómo se le puede hacer más comprensible a partir de la evolución de la cultura actual Sin entrar en el fondo de la cuestión, que escapa al objetivo de nuestro escrito, hay que decir una palabra consoladora y cargada de luz que muestra que Dios, siendo Uno, es también Comunidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La experiencia de muchos cristianos, hombres y mujeres, durante muchos siglos, ha mostrado que las relaciones con Dios son fundamentalmente relaciones de amor. Un amor recibido, un amor abierto, un amor siempre en proceso, un amor extensivo a toda la realidad, en especial a la humana, y particularmente, de forma preferencial, a aquellos a quienes Jesús mostró como sus preferidos; en una palabra, un amor comunitario que nace de la comunicación y crece en la comunión que lleva a la comunidad. Si Dios es Amor, en Él mismo está también la plenitud de la comunidad que llamamos Padre-Hijo-Espíritu Santo. La relación, la comunión, el amor no muestran limitación, sino plenitud. Para poder captar un poco mejor al Dios que se nos revela en Jesús puede ayudarnos recordar la imagen deDios que algunos sabios platónicos, que ciertamente creíanen la única y soberana divinidad, afirmaron sobre Él. Aceptaban una única y soberana divinidad, como Plotino, que decía: «El Uno no experimenta ningún deseo de nosotros, de hacer de nosotros su centro. De hecho, es siempre nuestro centro, aunque nosotros no siempre tengamos los ojos fijos en el centro». Muchas veces dice Plotino que El Uno no tiene ninguna necesidad de sus criaturas y que nada le habría importado no haberlas producido. Si bien, Él es amor (éros). es un amor a sí mismo. Todos los seres que Él ha creado le son indiferentes. No ama a nadie ni odia a nadie (E. R. Dodds,Paganos y cristianos en una época de angustia, Ed. Cristiandad. Madrid 1975, pp. 122-123).
72
Dios en el amor es plenamente expansivo El Dios que revela Jesús es Aquel que tanto amó al mundoque envió a su Hijo Unigénito, no para condenar al mundo, sino para salvarlo. Es el Dios Unidad en la Trinidad; Dios uno; Amor totalmente expansivo, tanto en símismo como hacia el universo y la humanidad. Este Amortan personal, tan relacional, tan expansivo, es precisamente el que nos habita y en Él hace presente en nosotros al Padre y al Hijo. No podríamos concebir las personas humanas sin la capacidad de relación. La capacidad de relación no es solamente una dimensión esencial para nuestra vida, sino que somos todos resultado de la relación. Todo ser humano querría y desearía que esa relación que lo hizo posible hubiera sido una relación de amor, de alteridad afectiva y gozosamente sexual de los padres. Parece que la estimación plena es la que da la dimensión más elevada a la capacidad de comunicar la vida. También en nuestra vida las relaciones de amor son realidades esenciales. Hechos como somos a «imagen y semejanza de Dios», podemos por analogía concebir lo que la fe nos dice sobre Él: que, siendo unitario, un solo Dios, tiene en sí mismo la fecundidad y la capacidad de una infinita relación, la que postula donación, recepción y amor. ¿Qué relación sería la que no diera, no recibiera y no amara? La donación plena, infinita y total de Dios se realiza en la Persona del Padre. La recepción, plena, infinita y total la recibe Dios en la Persona del Hijo. El divino amor, pleno, infinito ytotal de Dios vive en la Persona del Espíritu. Dios es Amorque se da en el Padre, se recibe en el Hijo y se realiza en el Espíritu Santo. Todo en Todo. Calidad del Amor es la libertad, y desde esta libertad Dios-Amor se ha querido extender en la creación, en la naturaleza evolutiva, dando, recibiendo y amando. Los humanos, ya de forma libre y responsable, estamos llamados, como imagen y semejanza de Dios, a dar y recibir, y todo ello amorosamente. Esta es nuestra identidad: amar a Dios, amarnos entre nosotros y amar la naturaleza en todos sus niveles y posibilidades. La presencia de Dios en todos y cada uno de los humanos, libre y amorosa por su parte, sin destruir nuestra libertad, es el mayor dinamismo, el mayor amor y la mayor capacidad para en todo amar y servir. Gracias al Espíritu Santo, nuestra hondura, nuestra vida interior, está habitada por Él y, en Él, por Dios. Esta cohabitación es algo fundamental para la vida interior del creyente. Iluminado sobre este hecho, su vida cambia y entra en una especie de proceso, en una aventura interior que, como relación libre y amorosamente entregada, tiende a progresar más y más en el amor definitivo. Evidentemente, nuestra respuesta libre puede condicionar este proceso, ya que Dios respeta las opciones de nuestra libertad. Es propio de Dios relacionarse con nosotros de la forma que Él quiere, según su designio de amor. No se pueden, pues, establecer leyes fijas y procesos objetivos acerca de cómo Él guía y manifiesta esta presencia. Intentar una especie de sistematización del 73
cómo, el cuándo y el porqué, es ridículo y se presta a ser reducido a unapseudo-mística. La lectura de muchas tradiciones cristianas de culturas diferentes y en épocas diversas nos puede ayudar a intuir hechos que se repiten con mucha frecuencia, aun cuando cada escrito y cada tradición auténticos tienen una subjetividad y un personalismo que muestran que el darse de Dios a personas concretas siempre es nuevo. Se puede hablar de espiritualidades y de procesos similares; pero cada persona lo ha vivido y lo vive en un ámbito o en una tradición concreta y de una forma personal, como parece que pide un amor como el de Dios. Hay una cierta unidad y una gran diversidad: todos y todas son personas humanas, y cada una es única e irrepetible. Podemos hablar de una espiritualidad, la franciscana, por ejemplo, que ha encontrado su fuente en aquel don de Dios a Francisco de Asís y a Santa Clara. Mediante ellos alcanzó a muchos hombres y mujeres de su tiempo. Después el Espíritu ha ido llamando, en el marco general del seguimiento de Jesús y de la misión de la Iglesia, a muchos y muchas que han encontrado en esa espiritualidad el ámbito de relación con Él y con los demás. Cada uno, sin embargo, ha sido y es hijo o hija del Padre, hermano o hermana de Cristo y viviente de amor en la comunión del Espíritu. Este proceso está absolutamente lejos de cualquier tipo de cadena productiva. Se trata de una donación absoluta del Amor a personas concretas en la comunidad polifacética de la Iglesia.
74
Vías purgativa, iluminativa y unitiva La tradición nos habla de tres etapas en el proceso espiritual hacia Dios, las tres en Dios y ayudadas por Él. La primera es la etapa purificante o purgativa; la segunda es la iluminativa; y la tercera es la unitiva. Estas tres fases no se dan necesariamente de forma escalonada. Hay historias personales que muestran que, por ejemplo, la luz y hasta la experiencia de una unión profunda con el Señor se dan antes del camino de la purificación, o al contrario. Por lo tanto, no son como una carrera o un camino en tres etapas; más bien diríamos que vienen a ser tres elementos fundamentales que se experimentan de forma más sensible y dominante en determinadas situaciones de la vida. Las tres pueden darse casi a la vez. Así, hay historias personales de gente que desde una constante unión con Dios reciben mentalmente en su corazón una claridad notable sobre determinados aspectos de la fe, a la vez que esta luz purifica sus pecados y defectos. Por lo tanto, más que considerarlas como formas sucesivas, es mejor verlas como tres gracias: la conversión –inicial o continuada– la iluminación mental o espiritual y la unión con el Señor. Es Él quien nos llama a una unión de amor, a una comprensión muy especial de la fe y a una continua conversión de nuestros pecados y limitaciones. La llamada de Jesús a seguirle sitúa al creyente en una especie de confrontación interior que le hace ver, en contraste con Él, la propia vida mal hecha. Como cuando Pedro, al constatar en la barca cuando el Señor le invitaba a echar las redes en su nombre, se sintió anonadado hasta tal punto que le decía: «apártate de mí, que soy un pobre pecador». Es la conciencia que cae en la cuenta de las propias faltas y pecados a medida que, por la ayuda del Espíritu, se refleja con la transparencia de un amor insospechado. Es aquel «Señor, no soy digno de que entres en mi casa». Son dos momentos espirituales que se dan en esta situación: el reconocimiento de la propia oscuridad y un deseo de cambio. Como ocurre cuando en una habitación oscura entra la luz del sol al abrir la ventana, así la Presencia hace ver el desorden, el polvo y el malestar de nuestra cámara cerrada. No es que el rayo del sol cree el desorden, que ya estaba antes de abrir la ventana, quizá desde mucho tiempo atrás, sino que muestra el desorden a los ojos que lo miran. Y la persona siente la necesidad de comenzar a ordenarse. Deberá hacer toda una tarea, a veces larga, hasta que el rayo luminoso muestre que aquel antes desordenado va cediendo el paso a una nueva situación que habrá que seguir cuidando. Mejor ordenada ya la cámara, la luz no solo muestra el polvo y las deficiencias que deberá ir corrigiendo posiblemente de por vida, sino que ilumina la mente humana y le muestra la calidad de muchas de las cosas que hay dentro y muchas otras que existen más allá de la ventana. La Luz clarifica y da a entender tanto el interior de la vida personal como la relación que tiene con lo que está fuera. Este exterior queda también iluminado y va entrando dentro de un modo nuevo. Se acortan las distancias hasta 75
acercarlas al corazón mismo de la persona, gracias a la relación. Esta Luz es portadora de conocimiento, mueve la mente a la comprensión, y en esta comprensión le hace llegar, como parte de sí misma, un aroma de amor. La mente conoce con la cabeza y con el corazón. Hay una lógica en esta forma de conocer, y es la que nace de una luz que corresponde a aquel que dijo: «Yo soy la Luz del mundo». Llegando de Él, su luz está empapada de Aquel que es Amor y, por tanto, es luz que ayuda a ver, que da entendimiento y que calienta la emoción más profunda del corazón humano. Cuando la menteiluminada capta el amor que hay en la Luz y en el conocimiento, es cuando experimenta el profundo deseo de vaciarse en aquel Amor. Vaciarse, abandonarse, encontrar en Él el refugio definitivo de la propia contingencia. Este deseo también es como una semilla sembrada por el mismo Amor. El encuentro se experimenta como un abrazo recibido y entregado que responde al deseo de Dios, que es quien desde siempre nos ha amado. Es lo que llamamos la «etapa unitiva», en la que, sin perder la propia personalidad, se entra por el camino de la fusión sin confusión, de ir transformándose en uno mismo sin llegar nunca a la confusión, ya que Él es Dios, y nosotros somos criaturas. La vida unitiva es como una imagen analógica de Él mismo, que es Uno, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La vida unitiva, por sí misma, supera la muerte temporal y entra en la realidad definitiva, que es nuestra divinización eternamente amorosa, siempre en proceso y nunca acabada. El gozo eterno que se nos promete precisamente es participar personal y comunitariamente del Todo-Amor uniéndose al todo-amor.
76
CAPÍTULO 9:
Felicidad presente y posible
En uno de sus escritos, san Bernardo tiene una sentencia que da mucha luz sobre la felicidad. «Ibi verius habitas, ubi amas, quam ubi animas» (De praecepto et dispensatione, c. 20. N.60,PL.182 892). Más o menos podríamos traducirla diciendo quehabitamos más verdaderamente donde amamos que donde vivimos.
77
El amor es la clave de la felicidad El amor es la mejor clave de lo que llamamos «felicidad». Cuando hay amor, todas las situaciones, por duras y trágicas que sean, encuentran en él un refugio, una comunicación, dosis de posible paz y, por último, algo que responde al deseo más íntimo de la existencia humana. Cuando no hay amor, por mucho que haya de todo, falta esa estabilidad de fondo que responde a la más profunda aspiración. La riqueza, el éxito, el bienestar físico, la diversión, la emoción aventurera... sin amor, son como una magnífica mansión en la que falta el calor del hogar. Bonitas paredes, bellas construcciones, pinturas de valor, estética de conjunto, etc., sin unos ojos que lo miren, unas palabras que lo comenten, unas manos que lo señalen, unos silencios que lo disfruten, porque en el fondo el que habita en esa casa sabe que está solo y que le falta la alteridad humana que hace bello, digno, hermoso, aquello que es capaz de hacer vibrar el corazón humano amorosamente acompañado. El amor es la mejor clave de la felicidad, cierto, pero que «el amor sea amor». Es decir: un amor en alteridad, de dar y recibir, una estimación vivida interiormente y una estimación fiel y permanentemente en proceso de crecimiento.
78
No hay amor sin alteridad El amor es una relación con el otro o los otros. Una relación abierta que, cuando se va cerrando sobre el mismo, se va complicando. El otro no es ni un objeto ni la reducción a objeto de una persona o de unas personas. El otro es como la mitad de uno mismo. No la mitad repetida del que cree amar o un dibujo del propio yo, al contrario, es receptivo, dialogante, oblativo y auténtico compañero en toda clase de situaciones y en intimidad. No hay amor sin alteridad. Yo y el otro, o los otros, nos damos, nos acogemos, nos comunicamos, nos soportamos, nos conocemos, actuamos de forma transparente, nos complementamos y nos mantenemos como iguales, superando todo tipo de distancia y diferencia. Dar sin recibir puede ser una realidad muy generosa, pero también puede indicar una superioridad mentalmente aceptada. El que da con amor recibe siempre, aun en los casos que parecen más complejos. Conocer esta recepción o llegar a veces a descubrirla, responde a una fina y delicada intuición del corazón. El amor también se vive y se debe vivir interiormente. De hecho, es así, ya que los tiempos de soledad personal son muy abundantes en toda vida humana. Generalmente, la presencia de los que amamos no es continua. Y en la ausencia física, el amor sigue, ya que esa persona o esas personas están afectivamente dentro de nosotros, son parte de nuestro mundo personal. Todos tenemos experiencia de esta presencia interior, incluso de personas que ya murieron. Presencia interior que no es simple memoria. Va mucho más allá. Viven dentro de nosotros como nosotros vivimos dentro de ellos. En el amor se descubre y se goza del hecho de que estamos viviendo en otro u otros, y ellos viven en nuestro interior. No son imágenes fijadas. Están vivas en nuestra vida, y experimentamos dentro de nosotros que viven. El amor es intrínsecamente fiel. Recibe la fe de los demás, que también la viven interiormente; y se sabe que es así. Evidentemente, lo sabemos por las palabras fieles, y también por los síntomas que tiene la fidelidad. La fidelidad en el amor no solo se recibe, sino que se experimenta como una convicción personal. En la madurez del amor la fidelidad no significa que el amor permanezca cerrado; al contrario, es expansivo y forma en el corazón de la persona que ama una actitud amable y entregada que crece gracias a la estima que experimenta. Por las limitaciones humanas y la complejidad de vivir la fidelidad puede estar amenazada y hasta descender a la ficción y a la destrucción de una estimación concreta. Esta posibilidad muestra por vía negativa el valor que tiene la fidelidad; y también el cuidado que el que ama debe tener de ella.
79
Queridos por Dios La fe cristiana, entendida no como una ideología, sino como una esencial relación, entraña el amor. El creyente sabe que él no es fruto de un azar, que es amado por Dios ya desde el primer momento de su camino humano. La relación de Dios con los hombres y de ellos con Dios, a niveles diversos, ha formado parte importante y trascendente de la historia. El Antiguo Testamento aporta una visión de Dios que recibe, da y se comunica con los seres humanos. Con frecuencia es el mismo Dios quien inspira a los hombres cómo deben responder. El Nuevo Testamento da un paso más a nivel de profundidad afectiva. Dios se entrega, nos llama a su intimidad y desea poder participar de la nuestra. Una realidad aportada y expresada por Jesús y que va dirigida a los que lo siguen. Es un don, es una llamada, es una misión. El Dios-Amor se muestra en Jesús, especialmente en el evangelio de san Juan, donde ofrece, espera y pide intimidad. Una intimidad sobre nuestra vida más personal y una intimidad que abre nuestra puerta a la de Dios. Una intimidad que supera la muerte. Una intimidad que nos va divinizando eternamente sin confusión con Él ni pérdida de nuestra identidad personal. Esta llamada no se centra únicamente en Él, sino que es expansiva a la humanidad, así como a la propia naturaleza, que también está esperando ser liberada por una nueva plenitud. El amor es, pues, la clave fundamental de la felicidad. Desde esta perspectiva es muy importante la interioridad; siempre en proceso de maduración. Cuando el amor es verdadero amor, despierta un interés activo para con los demás, preferentemente para con todos los que son víctimas del mal en el mundo. En primer lugar, del mal provocado por otros humanos explotadores e injustos. En segundo lugar de todo sufrimiento, dolor, malestar y limitación humanos. El amor nos hace sensibles a toda esta realidad, aunque muchas veces nos sea imposible o muy difícil remediarla.
80
La meditación y la posible felicidad Para ayudar a la interioridad, hoy tan amenazada por el todo-ruido y el todocomunicación, es básica la meditación, que nos ayuda a entrar dentro de nosotros mismos y a profundizar en nuestro corazón. Es la meditación que busca la serenidad en los ritmos vitales hasta el silencio quieto y maduro, que de forma natural nos sitúa en lo profundo de la vida. De forma, a veces más consciente y otras veces menos, la experiencia de la propia profundidad nos sitúa en el ámbito del amor; vamos descubriendo que incluso la corriente vital y la estimación esencial no tienen por qué desaparecer por causa de nuestra muerte. Cuando una persona goza de la experiencia mencionada, si va acompañada de la fe en el Dios Amor, sabe que la eternidad no es una palabra del lenguaje nacida del deseo de perdurar, sino es un don de Dios que nos quiere tener con Él para siempre. Creer –no de forma fanática– en nuestro futuro de plenitud de amor es, sin duda, un horizonte actual capaz de sostener la felicidad posible. Creer razonablemente que nuestro futuro será una plenitud de amor en el DiosAmor, que nos llama a su eterna intimidad, es ya un horizonte que nos ilumina y nos sostiene. Una fe como la que mencionamos se puede vivir de dos formas, según el núcleo central que la integra: la esperanza de felicidad o la admiración amorosa hacia Dios. No son dos actitudes antagónicas, pero sí ciertamente diferentes. Esperar en fe la felicidad total y para siempre es algo muy positivo. En muchos momentos y situaciones representa una fuerza inmensa para afrontar la dura realidad personal o la de los demás. Desear el bien, la felicidad, no solo es legítimo, sino virtuosamente positivo. Cuando la esperanza es una consecuencia del amor recibido de Dios, es Él quien resulta central, y no tanto el deseo de felicidad personal. Existe un amor desinteresado, que en algunas expresiones de la poesía mística puede llegar a decirle a Dios que, aunque el más allá eternamente feliz no existiera, lo querría igual, por Él mismo. El horizonte de una felicidad eterna no contradice a otros horizontes mentales y afectivos que son mucho más transitorios y más propios de nuestra vida mortal. Dejando aparte, por ya explicado, el amor expansivo a los demás y a la misma naturaleza, nos centramos en nuestra forma de vivir. La moderación, el control personal, las buenas amistades, el trabajo bien hecho, el descanso propio según la peculiaridad de cada uno, una situación económica suficiente para una vida moderada, el placer de las artes, la cultura, la práctica del deporte, los viajes y un larguísimo etcétera pueden ser ayudas importantes para una felicidad equilibrada y humana que quisiéramos no solo para nosotros, sino para todos. Realidades que responden a nuestra humanidad y que pueden llenar momentos temporales de plenitud y bienestar. Cuando van acompañadas por una meditación normalizada en la vida cotidiana y centrada en la esperanza en Dios, representan un importante bagaje para nuestra vida.
81
El compromiso social Ocurre, sin embargo, que no todo es tan bello y positivo. Bien lo sabemos. Vivimos en un mundo con grandes desigualdades, rupturas, guerras, explotaciones, odios, diferencias, egoísmos, etc. Buscar el propio bienestar fuera de este mundo sería un grave error: no es justo dar la espalda a toda esta dimensión dura, contradictoria y hasta criminal. Representaría dar la espalda al amor y negar, de hecho, el proyecto humanitario que tiene su origen en el mismo Dios. Por lo tanto, hay que afrontar la vida sabiendo también que el amor y el deseo de felicidad nos llevan a asumir compromisos sociales, políticos y asistenciales. La sabiduría del corazón nos ayudará a luchar sin desfallecer, a recuperarnos en los constantes fracasos y aparentes éxitos, tantas veces como sea necesario para mantener una actitud militante. Se nos pide un fuerte equilibrio personal. Posibles fuentes de equilibrio pueden ser: tener claro que el compromiso es parte de nuestro horizonte personal; saber descansar y recuperar las fuerzas; dedicar espacios a la meditación y la oración; cuidar el propio cuerpo; integrar nuestra acción en comunidades, grupos, sindicatos, partidos, etc. No pedirnos lo que no es posible, sino actuar con inteligencia, coraje y conexiones comunitarias en el marco de una persona humana, transitoria, limitada; amenazada, pero también consciente de su valer, de su libertad y de la puesta en marcha de los mejores aspectos de la personalidad. ¿Cómo podemos ligar, por una parte, toda la dimensión comprometida con las causas humanas de la justicia, la fraternidad y la paz y, por otra, el equilibrio y el deseo de amor, plenitud y bienestar? Partamos de la experiencia. De hecho, hemos conocido a personas que viven un notable compromiso social y, a la vez, transmiten serenidad, equilibrio y hasta buen humor. ¿Es que no les afectan el mal, la injusticia y la explotación? Puede que su temperamento sea menos sensible que otros, pero una verdadera implicación comprometida siempre afecta y condiciona. Decimos que una realidad es posible cuando, de hecho, se da. Cuando se da, ¿cómo se vive la tensión de la lucha social, por ejemplo, y la paz personal y el equilibrio de vida? Dejando aparte la posibilidad de ciertos temperamentos muy equilibrados, nos centramos en las personas normales. Su lucha, su trabajo, es consecuencia de unas convicciones arraigadas en la ética y/o la religión, por las que saben lo que no está bien, lo que no es aceptable y, al mismo tiempo, saben también cuáles son los caminos auténticos que han de llevar a una sociedad más fraternal y justa. Convicciones que posiblemente han necesitado mucho tiempo y experiencia, que son de conciencia y que llegan a tener unas expresiones de lenguaje muy motivadoras.Muchas veces, ha habido en su historia momentos de gran indignación, crisis de impotencia y numerosas dudas sobre la posibilidad de una implicación más o menos normalizada. Podemos pasar años en la oscuridad de la duda sobre lo que está pasando. Todo ello puede ir formando en el interior de la persona, ayudada posiblemente 82
por otros, un «saber lo que se quiere de la vida». Hasta en los momentos más negros e inciertos hay que buscar el pequeño paso posible. Es así como alcanzamos una estructura interior que consta de capacidad de discernimiento, capacidad de planificación, rápida respuesta y evaluación de lo ocurrido. Une, por lo tanto, inteligencia, fuerza interna, acción y revisión. En la fuerza interna se dan dos elementos diferenciados: aquellos que potencian un trabajo duro, constante, sacrificado, solidario y, en lo posible, en red, y aquellos otros que son de recuperación y que van desde el saber descansar, hasta la relación amorosa con Dios en el caso de un creyente, pasando por la paciencia, la verdadera humildad del liderazgo y el buen humor como equilibrador de las constantes tensiones de una vida por los demás. De hecho, hay gente así, admirable, constante, oportunay capaz de dar mucho... como si nada. ¿Es esta también una vida feliz? No puede serlo de cara al sufrimiento y el dolor contra el que lucha, pero sí puede serlo interiormente si hay conexión con Dios, con compañeros y/o familiares íntimos que aceptan, que no retraen, sino que entienden y participan. La felicidad no siempre es un bienestar equilibrado, sino que se da también cuando la vida tiene un sentido, cuando se puede compartir a nivel de conciencia, cuando hay amor, dado y recibido, y humildad realista en la propia vida interior.
83
Sentido del humor A primera vista, parecería que, de entre todos los elementos que acabamos de mencionar, lo que cuesta más de entender es el sentido del humor. Evidentemente, no nos referimos a un humor cáustico o cínico, nacido de la frustración, la depresión o la amargura. Es comprensible que se dé en situaciones límite. Pero nos referimos al buen humor directo, ocurrente y claro. No es ninguna trivialidad en medio de situaciones que pueden ser trágicas y conmovedoras. Nos referimos a un humor con gracia, que, si bien a veces arranca un aplauso, generalmente es discreto, mueve a sonreír y ayuda por unos instantes a la desconexión momentánea con aquello que se está viviendo. Sin duda, es un don oportuno que valoramos mucho, ya que nos sitúa en el ámbito de normalidad y de relación discreta y complaciente. Muchas veces ayuda a un cambio, a una distensión, antes de volver a poner los pies en el suelo.
84
¿Felicidad en el dolor? Finalmente, nos queda todavía una palabra acerca de si es posible la felicidad en el dolor. En la mayor parte de las situaciones en las que el dolor es intenso y dificulta seriamente el funcionamiento normal de la vida personal, no podemos hablar de felicidad. Es una palabra demasiado elevada y, generalmente, desproporcionada. Aquí, sin embargo, también nos puede ayudar a tener los ojos abiertos a la realidad. Hemos conocido a personas que en el sufrimiento, absurdo en sí mismo, han llegado a unos niveles interiores de plenitud y sabiduría que, si bien no podemos decir que causan felicidad, sí que pertenecen al mismo ámbito. Es más bien excepcional, pero se da en personas de gran vida interior, capaces de amar hasta en los momentos más duros; personas centradas más en los demás que en sí mismas y, muchas veces, bien ayudadas en sus profundos niveles interiores. Observando la realidad, compleja y a veces muy dura, nos podemos dar cuenta de que la vida interior de las personas es una de las principales ayudas a la hora del dolor. No la única ayuda, evidentemente, puesto que hay todo un sistema paliativo que actualmente ha alcanzado grandes logros. Existe, por otra parte, la proximidad humana, y hay muchas terapias que también aportan una ayuda importante. Destinados a la felicidad sin fin, a la fusión sin confusión en el Dios-Amor, la vida humana –en especial la dimensión interior– ya en esta vida nos ofrece goces temporales de lo que será definitivo. El amor, como relación de alteridad de Dios y con Dios, que nos llama libremente a su intimidad y que es también amor expansivo a todo lo humano y natural, es el camino más fecundo de felicidad; sobre todo cuando busca y recibe la auténtica relación que se da, se expresa y se celebra. También la meditación que llega al fondo vital propio y común, así como el vivir abiertos al mundo y comprometidos con tantas personas y causas justas, contra toda explotación y opresión, son elementos que llevan a niveles de equilibrio y plenitud propios de la felicidad. Finalmente, hay una gama de medios para pacificar nuestro interior: buscar sentido a la vida, serenar las pasiones cuando han entrado en desorden, etcétera. Queremos ser felices. Queremos que todos los humanos sean felices. Queremos que nuestro planeta sea ayudado para poder realizar su propio camino y destino de forma ecológica y sostenible. Nuestro corazón está sembrado de un deseo de felicidad que unas veces emerge como nostalgia, y otras como plenitud no muy duradera, debido a la condición temporal, pero que llegará en libertad al abrazo eterno del Dios-Amor en comunión universal y definitiva.
85
CAPÍTULO 10:
Meditación, contemplación y vida unitiva
Jesús
hizo suyo repetidas veces el mandamiento fundamental de la religión de Israel«Ama al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con toda tu mente, y ama a los demás como a ti mismo». Este es el centro de nuestra vida de creyentes, de nuestra vida interior y de nuestro estar y actuar en el mundo. La meditación, la contemplación y la oración unitiva encuentran su máximo y profundo sentido precisamente en el mandamiento del amor. Un amor de relación, un amor dado y recibido, un amor aceptado gozosamente y que lleva a una respuesta interna del corazón, que por sí misma se expansiona hacia las relaciones y la acción de vida. Un amor que es la fuente de la felicidad primordial.
86
La meditación Lo que llamamos «meditación» –y que hoy tiene muchas formas e interpretaciones– se integra plenamente, desde el punto de vista de nuestra fe, en el amor. «Ama al Señor tu Dios con todo el pensamiento». No hay pensamiento al margen del corazón, del alma, de la fuerza y del amor a los demás, ya que somos una unidad personal. La meditación, sin embargo, acentúa la reflexión, el discurso mental, la recepción de la lectura, la consideración, etc. Dos son las condiciones previas para una meditación creyente: el silencio y la intención. Se hace muy difícil, por no decir casi imposible, meditar sin llegar antes a un cierto nivel de silencio interior. El silencio ambiental, exterior, ciertamente tiene su importancia. El ruido puede llegar a ser superado si interiormente hay un nivel de concentración que oyendo no escucha y hasta integra el ruido como una realidad contra la que no hay que ir. No resistirse al ruido exterior, sino dejar que resbale; no resulta fácil, pero es posible. En cambio, el ruido interior sí que es un estorbo que imposibilita la meditación. El silencio interior consiste en un vaciamiento de pensamientos, imaginaciones, determinados afectos apasionados y otras interferencias que pueden ser las causas de la tensión, la prisa, el malestar y la inquietud. Existen técnicas muy adecuadas para ir haciendo el vaciamiento, en especial las relacionadas con la respiración y con otras formas de relajación. Cuando la meditación resulta ya una realidad normalizada, es relativamente frecuente que con cierta rapidez la mente llegue a la serenidad del silencio interior. Para mucha gente que medita este silencio se puede considerar lleno y relacional, y no como un vacío. Iniciada ya la meditación, el silencio es un ámbito profundo que ayuda a la mente y al corazón a mantener la paz y la serenidad, un trasfondo de quietud que en determinados momentos retorna con más fuerza, para situarse en un punto de recuperación cuando se dan distracciones, o como entrada a un nivel más afectivo y unitivo y menos discursivo. La segunda condición previa para la meditación es la intención. Cuando quien medita no es creyente, la intención puede revestir horizontes diversos, como la búsqueda del propio bienestar, una forma terapéutica de serenar el espíritu, buscar el fondo de sí mismo para sacar dimensiones nuevas, también a veces a modo de condición para una mayor luz inteligente de cara a determinada comprensión, etc. Cuando se trata de personas creyentes, todos estos elementos que acabamos de exponer no quedanexcluidos, ya que todos ellos son coherentes con la fe y beneficiosos para el crecimiento humano; pero la misma fe hace que la intención vaya dirigida al Huésped interior que nos habita y está presente en todas partes. Esta intención, que puede ser de saludo, de acción de gracias, de breve oración y hasta de silencioso acto de amor frente al Otro, que sabemos nos ama, nos sitúa en la profunda realidad. 87
Dios, tal como nos muestran las Escrituras, ha iniciado la entrega y, desde hace muchos siglos, el diálogo con los hombres. Esta es una de sus grandes iniciativas liberadoras y amorosas. La meditación, pues, mediante la intención inicial nos sitúa en el campo del diálogo querido por Él. Esta intención inicial puede realizarse en una gran variedad de formas, como acabamos de señalar, muchas veces en actitudes de adoración, respeto o admiración, y siempre en amor sensible o no sensible; ya que el amor no es únicamente emotivo, sino que muchas veces pertenece al ámbito de la voluntad libre. Estas dos condiciones, silencio e intención, abren la puerta de la meditación. Algunas veces, sin embargo, cuando se da una iniciativa imprevista por parte de Dios, se puede experimentar, en un tiempo mínimo o casi inexistente, que hemos entrado en la meditación. Es propio de Él y de su libertad iniciar la relación de forma directa cuando le parece. Son momentos excepcionales que pueden mostrar su voluntad de que nos convirtamos más en Él, o de que desea adentrarse en una vida más unitiva, aunque sea temporalmente. En todos estos casos, que no son infrecuentes, la actitud nuestra debe ser receptiva, abierta, humilde y activamente pasiva. El silencio interior y la recta intención nos sitúan en una actitud receptiva, necesaria para poder iniciar el diálogo con Aquel que ha hablado y que quiere hablarnos. La Biblia es la Palabra de Dios dirigida a todos y a cada uno. En la meditación, esa Palabra se vivifica ya que es escuchada y recibida en el marco de la alteridad que se ha hecho consciente en la intención previa. Como explica Karl Rahner, es precisamente en el Nuevo Testamento donde Dios nos invita a desvelar su identidad en Cristo, de forma que el Dios Amor, que ya desde el Antiguo Testamento se mostraba amando, guiando, perdonandoen su fidelidad, en el Nuevo Testamento muestra que DiosAmor quiere una relación de intimidad. En el sermón que san Juan reproduce durante la Última Cena, muchas de las expresiones y las palabras de Jesús expresan esta hasta ahora escondida identidad de Dios, todo Amor, dado hasta los límites de la participación unitiva. Normalmente, el diálogo de la meditación parte de la Palabra de Dios. Pero no únicamente. Otros escritos, vivencias, relatos, hechos de vida y movimientos interiores vividos pueden ser plenamente adecuados para el diálogo de la meditación. «Ama al Señor con todo el pensamiento» La meditación ejercita este mandato o deseo de Dios. Emplea en amor («Ama») el pensamiento, recordando, repitiendo, reflexionando, entendiendo, relacionando, concretando, proyectando etc. Hay innumerables formas y modalidades de este querer, que irían desde la «lectio divina» hasta las repeticiones mentales de determinadas palabras, pasando por la reflexión sobre el texto o su aplicación a la vida concreta de lo que se medita. La meditación, de hecho, hace realidad una relación de amor a Dios, al mundo, a la sociedad, a nosotros mismos, a la vida, etc. La relación se expresa en pensamientos interiores que pueden llegar a ser diálogos cuando se refieren a Dios. Diálogos mentales que necesariamente son elaborados por nuestra mente y que no están cerrados a que Dios se sirva de ellos para comunicarse con nosotros. 88
Meditación y discernimiento ¿Cómo podremos llegar a discernir si en una determinada meditación ha tenido lugar un auténtico diálogo con Dios o si tan solo es fruto de nuestra imaginación? Normalmente, no podemos saberlo mientras se da el proceso, sino, como el mismo Jesús indicó, por los frutos se conoce el árbol. Los frutos de la presencia de Dios dialogando con nosotros se moverán siempre en el criterio del «más amor». El auténtico diálogo con el Dios-Amor crea en nuestro espíritu un plus de amor. Como ya se ha repetido antes, no es un amor cerrado, interiorista y que margina la realidad de la vida, de los demás y del mundo. Es un amor abierto, comunicativo, implicado y expansivo. «En todo amar y servir» es una de las mejores expresiones del amor recibido de Dios y comunicado al mundo. Seguramente, es el mejor criterio que tenemos para discernir, no solo en el ámbito de la meditación, ni en el de la vida interior personal, sino en la vida toda. Es frecuente que en la meditación nos centremos en una palabra o en una frase y sintamos un deseo de quedarnos en ella. Muchas veces, este sentimiento va acompañado de una cierta emoción o de un fervor pacificador y sereno. Hay que recordar que meditamos dentro del amor al que somos llamados, que intentamos vivir y al que tratamos de responder. Por lo tanto, cuando se da esta situación, somos invitados a hacer un alto en el proceso discursivo y quedarnos quietos en la palabra o la frase. ¿Cuál es la provocación que producen estas frases o palabras que piden silencio? ¿Curiosidad? ¿Invitación a profundizar? ¿Mayor atención? ¿Comunicación más allá de las palabras? Sin estar en quietud será muy difícil desvelarlo. Muchas veces, lo más recomendable es ir repitiendo mental y lentamente la frase o la palabra e irla como degustando con aquella atención amorosa de la relación con el Otro que es absolutamente libre de comunicarse en infinitas y diversas formas. Estas palabras, frases y hasta determinados relatos pueden ser como semillas que fructifiquen no solo en la meditación, sino más allá de ella. Pueden ser verdaderas mociones del Espíritu que se van desarrollando en el tiempo. La meditación, cuando es diaria o muy frecuente, va creando en la vida interior un clima de intimidad con el Señor que ayuda a la configuración según su Espíritu y gracias a Él. Este proceso de ir configurándose con Cristo es fundamental para la vida de la persona creyente y repercute en su postura vital, tanto a nivel social como eclesial en orden al Reino de Dios. Cuando una persona entra en el ritmo normalizado de la meditación, se va transformando y va interiorizando la Palabra, que vivifica la propia vida, y va comprendiendo el sentido de los dones recibidos y de la llamada personal. Ayuda mucho mantener un diario espiritual en el que se recojan sinceramente todas las mociones, momentos importantes, consolaciones y desolaciones de las meditaciones, así como de otros caminos interiores. Tratando sobre la oración, muchos maestros espirituales han explicado lo que hay que hacer cuando la meditación resulta desolada, triste, distraída y aburrida. En general, 89
se aconseja no abandonarla y examinar atentamente las posibles causas de esta situación. También puedeayudar el hacer un mayor esfuerzo para mantener con paciencia el tiempo determinado para meditar; y, sobre todo, que en caso de desolación no se hagan cambios, ya que estos estarían influenciados por la misma desolación. La tradición espiritual nos recuerda qué hay que hacer en la situación contraria a la que acabamos de exponer, que es cuando la meditación nos da consuelo, paz, amor alegría, esperanza y fuerza. Habrá que evitar todo tipo de autocomplacencia, satisfacción orgullosa, y fomentar el deseo de perseverancia para afrontar la realidad cuando la consolación desaparezca. Tanto la consolación como la desolación pueden ser importantes situaciones espirituales para hacer un discernimiento espiritual.
90
La contemplación Como ocurre con la palabra «meditación», y quizás aún más, la palabra «contemplación» puede significar una gran variedad de vivencias, experiencias y diversas formas de orar. Iniciaremos nuestra exposición intentando explicar algunas formas más corrientes de contemplación, y al final quizá resulte una cierta síntesis. Hay meditaciones en las que, en un momento determinado, una palabra o una frase cobran una importancia notable para la persona que medita. Ya hemos explicado que lo mejor que se puede hacer cuando esto ocurre es permanecer en quietud en esa palabra o frase, como degustando la densidad de valor y de sentido que nos suscita. Esta quietud rumiante, va acompañada muchas veces de un nivel afectivo superior a lo normal, ya que es en sí misma contemplación. La mente va cediendo el paso a una nueva manera de entender; fácilmente se va creando un cierto distanciamiento de lo que nos rodea y del embrollo mental que normalmente nos acompaña. La palabra, frase, relato o lo que sea... están provocando una nueva sensación que pertenece al entendimiento y a la afectividad, pero no utilizando los lenguajes normales. Se va comprendiendo una significación un poco al margen de la comprensión de nuestra lógica deductiva y comparativa. Se siente novedad, generalmente de forma suave, y algunas veces con fuerte emoción, pero experimentando que lo que se vive es más dado que buscado, más recibido que conquistado, más de Él que nuestro. La contemplación puede durar mucho o poco tiempo, e incluso puede ser como un relámpago que dura unos instantes. La conciencia se pregunta qué está pasando: ¿qué es esto? Lo mejor, en tales momentos, es rehuir toda pregunta sobre lo que se está viviendo y centrar la conciencia en lo que transmite esta vida. Lo que está pasando es que el Espíritu nos ayuda a comprender la densidad de la Palabra o el relato. Posiblemente, muchas veces habremos leído o escuchado aquellas palabras yhemos pasado por encima de ellas como de puntillas. El Espíritu ahora nos ha ayudado a abrirnos a la Palabra y a comunicarnos mental y afectivamente que Dios está en el significado de lo que hemos leído o escuchado. Nos hemos quedado quietos, contemplando a partir del significado la dirección que recibimos hacia la Presencia. Resulta difícil y complejo poder explicarlo, aunque entendemos que allí hay una realidad hasta ahora escondida y desde ahora iniciada. Nos queda mucho, muchísimo, para ir entrando en lo que acabamos de empezar; quizá durante días seguiremos dando vueltas y experimentando que una cosa lleva a la otra, en un proceso siempre corto y abierto.
91
Contemplando la naturaleza Una segunda modalidad de contemplación parte de la belleza, la armonía, el orden y la grandiosidad de la naturaleza. No nos referimos a cualquier momento vibrante ante la naturaleza, el mar, el bosque frondoso, el amarillo de las hojas en otoño, etc. Hay gente que mira y exclama por unos instantes: «¡Qué bonito...!», y luego se da media vuelta y sigue su camino con los pensamientos que ocupaban su mente hace pocos instantes. Da la impresión de que, cuando la naturaleza de alguna manera nos sorprende, estamos llamados a hacer algo, un comentario, una fotografía, lo que sea, menos el silencio. El silencio puede ser un camino para dejarnos impactar por el espectáculo que contemplamos. Demasiado habituados a hacer, a rendir cuentas, a programar y a dominar, no sabemos cómo reaccionar. De hecho, lo que necesitamos en estas circunstancias es abrirnos, de forma que lo que veamos y escuchemos entre dentro de nosotros y deje su mensaje de armonía y de belleza. Querríamos dominar la naturaleza, y a veces también explotarla. Pero la mejor posibilidad es que ella deje su semilla dentro de nosotros; y para recibirla, lo más oportuno es el silencio y la quietud receptiva. Entonces nos alcanza el mensaje de sentido y proporción, el mensaje de la grandiosidad, los detalles, etc. Precisamente cuando la naturaleza nos envía su llamada, es cuando despierta poesía, canto, vibración, y entonces podemos empezar la contemplación. Para mejor entendernos: cuando decimos «belleza», nos referimos ahora a un conjunto de dimensiones, colores, formas, cualidades, proporciones, armonías, etc. La belleza despierta la posibilidad de contemplación. No es un estudio ni un cálculo ni una explicación ni una búsqueda. Quedamos impactados y entramos en una vibración emocional que intuitivamente nos señala una referencia sobre lo que se esconde debajo de las formas sensibles que nos han invadido. En la persona creyente, esa referencia fácilmente se dirige a Dios, grande, hermoso, inmenso, delicado, que a través de la naturaleza se hace presente como el Todo, la Fuente y la Inspiración de todo. Un no creyente experimenta que lo que siente y le hace vibrar es trascendente, lo sobrepasa y le cuestiona quietamente. Es posible que la contemplación de la naturaleza sea prolongada; el tiempo tiene una nueva velocidad, y finalmente el corazón serenado y feliz deja el lugar contemplativo, sabiendo que lleva dentro no solo imágenes, sonidos y belleza, sino la semilla vibrante que ha recibido y que en otros momentos provocará no solo el placer de la memoria, sino el deseo de seguir contemplando en otros lugares de un mismo mundo. El universo, que es uno, y casi infinito para nuestras posibilidades tan limitadas, nos convoca a la contemplación.
92
Contemplación de la Palabra de Dios En el ámbito de los retiros, de los ejercicios espirituales y hasta de los ratos que diariamente dedicamos a la oración, muchas veces se nos propone la contemplación de textos bíblicos, en especial de los evangelios. Un tiempo dedicado a la contemplación necesita el reposo de la mente, la quietud del espíritu y la recta intención. Quizás más que en otras formas de orar, en la contemplación que ahora mencionamos son importantes la postura del cuerpo –ni demasiado tensa ni demasiado relajada–, el permanecer atentos al ritmo de la respiración (cómo entra el aire cargado de oxígeno vital, cómo penetra en los pulmones y se reparte,y cómo, por la potencia del corazón, sale de nuevo habiendo purificado nuestro organismo y lanzando fuera el anhídrido carbónico). Situados ya en unas condiciones mentales, físicas y espirituales favorables, entramos en la contemplación leyendo lentamente el texto de la Palabra. Una vez leído, convocamos nuestra capacidad imaginativa y nos hacemos presentes en el relato, primero de una manera más general y ambiental, hasta centrarnos en las personas, contemplando su figura, lo que hacen, lo que escuchan, lo que miran, etc., y desde la contemplación exterior entramos en la contemplación interior, es decir, lo que sienten, los movimientos afectivos, las sensaciones, las vivencias, etc. Evidentemente, lo que imaginamos no es una copia fotográfica de la realidad que nos explica el texto. Sería una pretensión imposible, absurda y fuera de lugar. Pero sabemos que mediante la imaginación se ha traspasado la copia realista y se ha entrado en el fondo del relato, de las palabras, de los hechos y de las personas. La historia del arte está llena de imágenes, pinturas, músicas, cantos, capiteles y templos que han entrado a fondo en el misterio religioso más allá de formas y figuras determinadas, según la cultura de los diversos tiempos de los artistas. De forma parecida, nuestra imaginación creativa, entrando por la contemplación externa, como nosotros la hacemos, nos lleva a penetrar en la interna, donde está la profundidad de las personas. Ni que decir tiene que en la contemplación del Evangelio Jesucristo ha de ocupar un espacio y un tiempo primordiales. Cuando de la figura externa vamos entrando en sus sentimientos, en sus motivaciones y en sus relaciones, de forma especial con el Padre, es cuando nos acercamos a la profundidad de su Persona. Jesús, imagen visible del Dios invisible, se va mostrando cercano, presente y unido a nosotros. Él revela a Dios. La contemplación evangélica de Jesús, en especial del Jesús interior, puede ayudar mucho a nuestra fe, a potenciar nuestra misericordia, a renovar nuestra vida afectiva; en una palabra, la identificación con Cristo. Cuando recordamos que Él vive y que está en nosotros, fácilmente podemos ser atraídos a la adoración, la súplica, las palabras repetidas desde el corazón, el amor, el compromiso o el silencio que vive gozosamente su presencia. Es posible que nos lleguen por el oído espiritual sus palabras dirigidas a nosotros, o que por los ojos del corazón nos llegue su mirada. Son comunicaciones de 93
amistad. Él, Jesucristo, y en Él el Padre, por el Espíritu Santo, es un Dios-Amor que, como hemos dicho en uno de los anteriores capítulos, desea nuestra intimidad y quiere hacernos íntimos a la suya. Se trata de un deseo divino que se revela en Jesús, que nace de la libertad de Dios y que puede llegar a la mayor vibración afectiva y a la capacidad máxima de darlo todo por un tesoro tan inefable. La contemplación nos sitúa fácilmente en este ámbito del amor, al que estamos llamados. Es aconsejable que, cuando acabemos una contemplación, demos gracias a Dios, miremos cómo nuestra vida debe responder de forma adecuada a lo que hemos vivido y lo tengamos como referencia espiritual. Otras veces, por muchas razones, no sentiremos lo que acabamos de explicar. Que quede siempre el deseo de conocer más, amar más y seguir mejor a Jesucristo, a su persona, al Dios que nos revela la humanidad nueva en su Reino y el compromiso de acción y discernimiento que todo ello conlleva. Teniendo también presentes a las personas no creyentes o de otras religiones, se puede adaptar lo que acabamos de decir, poniendo entre paréntesis lo que hace referencia a Dios, si se trata de ateos, o la peculiar creencia en su Dios en el caso de otras religiones. Siempre en lo realmente posible y sin esfuerzos inútiles que cansan y dificultan la contemplación. Su coherencia con lo que creen les ayudará a sacar un fruto positivo. Para los agnósticos que buscan, en medio de no pocas dudas, la contemplación de Jesucristo como Maestro y Guía, posiblemente no solo les puede ayudar, sino que tal vez desde lo más profundo de su espíritu vaya creciendo la pequeña semilla de la fe. Jesús siempre preguntaba, y pregunta, a todos los que iban con Él sobre su fe, por pequeña que fuera. La contemplación puede también tener otras formas, al margen de las tres mencionadas, como son: saborear y contemplar las palabras cargadas de sentido, la contemplación de la naturaleza en la contemplación evangélica. Tal como hemos dicho al principio de nuestra explicación sobre el tema, puede ayudar el hacer una especie de breve síntesis de conjunto. Si la meditación parte más de amar a Dios «con toda nuestra mente», la contemplación parte más de «amar a Dios con todo el corazón y toda el alma». La contemplación se mueve en un nivel más hondo de relación afectiva, que busca un conocimiento profundo que, sin negar la dimensión racional, intenta la aproximación del corazón. La contemplación va de la figuración creativa e imaginativa hacia el fondo real de las personas, el mundo y los relatos. La meditación cristiana aporta una tarea mental importante, abierta y ayudada por el Espíritu. La contemplación cristiana es más un don del Espíritu que se revela en las personas, en sus sentimientos y opciones y en la belleza espiritual y material. En cierto sentido, y de entrada, la meditación es más activa, y la contemplación es más pasiva. Ambas piden silencio y suficiente quietud, aunque en la contemplación la quietud inicial es más esencial que en la meditación. En el camino interior, normalmente se comienza meditando para, paso a paso, desembocar en la contemplación. No es una norma
94
general, ya que depende de procesos, de temperamentos y de determinadas escuelas de espiritualidad.
95
La oración unitiva Intentamos ahora entrar en la que denominamos «oración unitiva», centrada en Dios y que, desde Él, tiende a una cierta totalidad. De entrada, hay que decir que la oración unitiva es más frecuente de lo que se piensa. Con frecuencia, muchas personas, sin saber siquiera el nombre, han experimentado en su vida esta oración unitiva, sea en unos momentos muy determinados, sea durante etapas más o menos largas, e incluso de forma relativamente permanente. Hablamos de oración, indicando una relación entre un ser humano creyente y Dios, en el marco del amor. La meditación y la contemplación pueden llevar no solo a un notable bienestar personal, sino también a estados místicos. Parece que en esto hay acuerdo. Si la meditación o la contemplación se viven desde la fe, el estado místico que a veces se da es gracia de Dios, que en la meditación ayuda a una tarea espiritual humana, y en la contemplación, partiendo de lo que contempla, el Señor inicia la novedad en la que la persona recibe gratuitamente más de lo que ella haya podido hacer o elaborar. La oración unitiva va toda ella por otro camino; sin lugar a dudas, es don recibido gratuitamente de parte de Dios. Esta gratuidad, cuando se trata de verdadera oración unitiva, está muy clara en la conciencia personal. «Yo no he hecho nada. Sé que todo me ha sido dado de forma inesperada. Incluso recuerdo como un momento de cambio. No ha sido demasiado largo, pero hace ya años, y lo sigo teniendo presente. Te diría el lugar y el día y la hora, etc.». Estas y otras expresiones similares no son nada infrecuentes cuando se intenta explicar la experiencia de la oración unitiva. Reflexionemos sobre la oración unitiva. En primer lugar, no es el resultado de una vida santa, perfecta, entregada y modélica. Evidentemente, se puede dar y se da entre personas que viven en estas condiciones. Pero incluso para ellas puede llegar a ser una gran novedad, que no tiene relación con su posible generosidad y entrega. Siempre la oración unitiva es una novedad. No tiene nada que ver con un premio a la perfección ni con determinadas formas de meditación, de contemplación y oración, como si ellas llevaran a la oración unitiva. Absolutamente gratuita, es un don de la libertad amorosa de Dios. Cabe resaltar que es una gracia, un don, muchas veces un auténtico regalo, algo que depende solo del Espíritu. Hay muchos ejemplos acerca de esta sorprendente gratuidad. Algunas conversiones repentinas, incluso de personas que estaban lejos de toda vida cristiana o religiosa, son testimonios evidentes de la gracia de Dios, que puede entrar en la vida sin siquiera llamar a la puerta. La oración unitiva generalmente tiene un comienzo y un final. Cierto que en algunas personas en las que, por el don de Dios, esta oración se ha normalizado en su vida, puede darse una especie de estado difuso y permanente de unión real con Dios que, en intensidades diversas, siempre está permanente. Esta es una situación no demasiado frecuente. En este caso, si la persona ha cambiado su vida, si ha hecho una conversión con la ayuda del Señor, la oración unitiva 96
la mueve a vivir con toda su alma en el amor a Dios, en el amor a los demás y a nuestro mundo. Incluso en situaciones de este tipo, siempre hay plena conciencia de que la unión que se experimenta con Dios es gratuita y no tiene otra causa que Dios mismo. La oración unitiva suele tener un comienzo y un final. Para explicar mejor vamos a suponer dos hipótesis. Una persona está orando, y otra persona está en su casa preparando la comida. La persona que está orando medita untexto determinado del Evangelio o lo contempla. Supongamos que ha tenido varias distracciones y que ha empleadouna parte de su tiempo intentando dejarlas aparte. De repente, empieza a notar interiormente un cambio que la pacifica de forma radical, y se siente invadida por una notable paz y quietud que nada tiene que ver con los pensamientos o imaginaciones en los que estaba inmersa. Sabe que hay una presencia del Señor inesperada. Vive un estado diferente, casi de pasividad total, aunque interiormente, en el espacio de la conciencia refleja, se cuestiona suavemente sobre lo que le está pasando y se pregunta si es una impresión subjetiva o una presencia de Dios; como si Él hubiera descorrido una cortina cerrada y le hubiera dicho: «estoy aquí contigo». Diríamos, pues, que esta persona que estaba en oración ha entrado, de la mano del Espíritu, en la oración unitiva sin causa precedente. Ahora pasamos a la persona que está en casa preparando la comida, ocupada en pelar las patatas o en limpiar la verdura. En un momento determinado, tiene una impresión rara de que hay alguien delante. Intenta sacárselo de la cabeza, pero no puede. Deja lo que estaba haciendo y se sienta en la silla de la cocina. No tiene ningún miedo, su espíritu está invadido de una vibración de amor inconcreto en ese momento. También su conciencia refleja le pregunta suavemente si lo que vive es pura imaginación o responde a una gracia del Señor. No se quiere engañar de ninguna manera. Se vuelve a levantar e intenta convencerse de que lo que vive es una quimera, de que primero es la obligación que la devoción. Pero no puede. Crece rápidamente la presencia y sabe que allí mismo Dios está presente. Se arrodilla, mejor dicho, casi se encuentra arrodillada como por un impulso del corazón, mientras dice: «Señor mío y Dios mío». Esta segunda persona puede haber entrado en la oración unitiva. De manera similar, las dos personas, la que oraba y la que preparaba el almuerzo, después de la oración unitiva entienden que se está desvaneciendo el don recibido, hasta que muy pronto vuelven a la normalización de su tarea. Lo que pasa es que ya no es como antes. Posiblemente experimentan gozo inmenso, paz, ganas de en todo amar y servir, aumento del amor a Dios y a los demás, sentido de novedad de su existencia... A menudo, puede pasar mucho tiempo, incluso años, en los que no explicarán a nadie esta vivencia, porque no quieren ser personas tenidas por visionarias o por santas. Quizá queden un tanto sobrecogidas si un día una persona experimentada en el camino espiritual les dice: «Sí, no creas; estas cosas son más normales y frecuentes de lo que la gente piensa» Cierto, es más normal de lo que la gente piensa. La verdadera respuesta a la pregunta
97
que les hizo la conciencia refleja será sobre si su vida normal se ha ido renovado en el amor.
98
Lo que se vive en la oración unitiva La pregunta salta a continuación: Pero ¿que vivieron? ¿Qué se vive en la oración unitiva? ¿Cómo se puede explicar esta vivencia? Para intentar responder a estas preguntas podemos, en primer lugar, recordar algunas indicaciones que nos hablan sobre el Señor. Dios-Amor quiere comunicarse a los hombres y mujeres, hijos e hijas suyas, hechos a su imagen y semejanza. Semejanza de Dios es la capacidad de amor de los seres humanos. Todo el Antiguo Testamento nos habla de muy diversas formas sobre la fidelidad de Dios. Se revela, guía, anima, retorna, renueva y hace alianza. El amor de Dios va dirigido a un pueblo concreto, como paradigma de su amor a las comunidades, las tribus, los clanes y los pueblos. También se dirige a personas concretas como los patriarcas, los profetas, muchos hombres y mujeres que se sienten queridos y llamados por Dios. Las expresiones de su Amor toman el lenguaje de los amantes; otras veces, usan las palabras paternales de un padre o de una madre que quiere dirigir las conductas negativas de los hijos. Dios muestra su amor y fidelidad algunas veces como un auténtico poema amoroso; sin mostrar nunca su nombre. Abre la puerta a la intimidad comunicativa y relacional. El sin-nombre muestra, como de paso, su identidad. En cambio, en el Nuevo Testamento, en Jesús, Dios se muestra a sí mismo, en especial en el evangelio de san Juan. Santo Tomás exclama cuando conoce la nueva vida del Jesús resucitado: «Señor mío y Dios mío», y lo adora. El mismo Jesús se dirige muchas veces al Padre, le ruega, y afirma que «quien me ha visto a Mí ha visto al Padre». Y para que no haya ninguna duda dice también: «Mi Padre y Yo somos uno». Jesús también les promete y les envía en su Nombre el Espíritu Santo, Espíritu de la Verdad y fuerza de un amor infinito. Esta manifestación de la identidad divina es un inefable y grandioso acto de amor a la humanidad y a las personas. El amor de Dios busca la intimidad y la relación personal con sus hijos, que, unidos por la fe en Jesús, participan por adopción de la filiación divina. En la antigüedad, ya en un salmo se decía que los hijos de los hombres son la delicia de Dios. Durante los veintiún siglos de cristianismo, una inmensa cantidad de mujeres y hombres han experimentado en sus vidas personales el Amor de Dios en variadas vocaciones, servicios, estados de vida, etc. Entregados a Dios, movidos por su amor fuera de medida, le saben presente en su interior. El Señor pasa con frecuencia a la comunicación profunda. Lo cual no tiene nada de extraño, si lo consideramos desde el punto de vista del amor. Lo que Él mismo es en sí mismo, Amor de relación y alteridad interior e íntima, realizando su unidad –un solo Dios– por infinita comunicación amorosa del Padre y el Hijo, el Hijo y el Padre, en el Amor mutuo del Espíritu Santo, pues Él mismo quiere y desea hacerlo extensivo a las hijas e hijos creados y queridos. ¿Nos resulta extraño? ¿Nos puede parecer una realidad fuera de lógica? Pensamos que, más que extraño, es admirable; y más que ilógico, es la muestra de su Amor. 99
Experiencia inefable En el apartado anterior hemos intentado reflexionar sobre el Señor, que es el protagonista esencial de la oración unitiva. Intentaremos a partir de aquí acercarnos a lo que puede estar experimentando la persona orante. Hay una palabra que de alguna manera nos sitúa en el camino de estas experiencias vividas. Es la palabra «inefable», que quiere decir mucho, pero que es muy difícil de explicar. Muchos y muchas que han vivido la oración unitiva no encuentran ni las palabras ni la forma para explicar lo que han vivido.Inefablesignifica todo y nada. Es un fuera de medida, más allá del lenguaje. La oración unitiva deja unas impresiones que escapan al habla normal humana.Unitiva. Decimos, «oración unitiva». Hay una experiencia de unión. Rápidamente se ha pasado, de la comunicación que se da en la experiencia de la presencia interior, a la comunión de corazón, de amor, hasta la unión. Este sería el marco de un proceso relativamente frecuente de la oración unitiva: comunicación, comunión y unión. Y así como las tres palabras se van simplificando, así también se va simplificando la experiencia, que pasa a ser cada vez más simple, más unitaria y más unitiva en amor. Si la promesa que tenemos de nuestro futuro por el don de Dios es una eternidad divinizando por relación de amor, muchas de las oraciones unitivas son como una sombra o una muestra de lo que será definitivo en el gozo eterno del mayor amor. Debemos señalar también que en la oración muchas personas experimentan los llamados «sentidos espirituales», sobre los que se ha hablado y escrito mucho durante muchos siglos. Se habla de «visión», pero no como la que tenemos con nuestra luz solar o artificial. Es visión interna, real, indudable. Hay escritos considerados como místicos que, cuando dicen que han visto al Señor, se refieren a la visión interna, tan cierta para ellos como la que tenemos con nuestros ojos; y quizás en algunos casos,más que la externa; ya que podemos ver sin mirar. De forma similar podemos hablar de escuchar, tocar, oler y gustar. Muchas veces en la oración unitiva, y especialmente en el proceso interno hacia la unión, los sentidos espirituales tienen una intervención importante. La misma unión puede desarrollarse en tres momentos. Para intentar explicarlo nos valdremos de símbolos. El primer momento es como un abrazo recibido en el que puede resonar el nombre propio o también el nombre del Señor. El segundo momento es como la fusión silenciosa, gozosa, en un gozo nuevo y sublime. El tercer momento puede ser como una cierta resistencia a separarse, porque todavía estamos en este mundo temporal. Es una resistencia no forzada, suave, llena de amor y de la que nace una especie de fuente interna por la que se quiere y decide hacer en todo la Voluntad de un Dios que realmente ama. La oración de unión puede revestir infinidad de variedades, seguramente tantas como personas que la han vivido. Cuando no es esporádica, sino frecuente, normalmente lleva a un cierto cambio de vida, primeramente a nivel de vida de oración personal, alimentada por la Eucaristía, verdadero Pan de Vida de Jesús. También lleva a 100
un creciente amor a la pobreza, la sencillez, la humildad y la sed de comunicar al Señor. Como el Amor crea amor, esa persona es llevada a salir de sí misma y a implicarse directa y orantemente en la vida de la comunidad, en el trabajo por la justicia y la fraternidad, en la vida de la familia y de la Iglesia, según las valoraciones y los criterios evangélicos. Simultáneamente, se potencia el compromiso con el mundo, al menos en tres dimensiones: sociopolítica, asistencial de ayuda y ecológica. De la fuente interior brota una nuevo capital de amor que se implica en la justicia que brota de la fe, en la atención a las personas, en la amistad con los pobres y menos valorados y en el sentido de comunidad de la Iglesia, ya que ella es como la esposa del Señor, que es el amor de nuestra alma.
101
CAPÍTULO 11:
Los caminos de la vida interior. El enamoramiento de Dios
La vida interior de toda persona no es estática sino que, como parte de nuestro devenir personal, es un verdadero camino que se inicia en la infancia y nos acompaña toda la vida. No es una dimensión más de nuestro ser. La vida interior constituye en gran parte nuestra personalidad y representa el elemento más sensible y central de nuestro yo. La vida interior se va desarrollando, según la edad, las circunstancias y las relaciones, como la aventura más fuerte y apasionante de nuestra existencia. Observando los procesos internos de la gente, pronto nos damos cuenta de que este itinerario es tan variado como lo son las personas. Así como todos los humanos tienen una fisonomía externa con los mismos elementos más o menos desarrollados, como los sentidos, la mente, etc., pero no hay dos imágenes humanas iguales, por muy parecidas que sean, también los caminos de la vida interior, teniendo elementos comunes, son siempre diferentes y personalizados, de tal manera que resulta complejo intentar una clasificación general.«Cada persona es un mundo», se dice en el lenguaje coloquial para indicar la diversidad de vidas y de situaciones internas y externas de todos. Esta realidad, innegable por sí misma, pide a nuestro sentido común un profundo respeto hacia los demás. Demasiado fácilmente clasificamos a las personas según unos indicios que representan una simplificación muy atrevida de la complejidad de la aventura de vivir que cada ser humano está experimentando. El respeto sin juicios fáciles, la escucha atenta, la acogida desinteresada... son algunos de los elementos que ayudan a valorar nuestra limitación para intentar llegar a captar el conjunto vivencial y temperamental de las personas. A medida que vamos entrando en años, generalmente la misma sabiduría que nos puede ofrecer la experiencia nos ayuda a ser más cautelosos y menos atrevidos en orden a clasificar a la gente. A estos elementos de puro sentido común hay que añadirle, especialmente hoy, la influencia de muchos medios de comunicación que enseguida critican, valoran o destruyen a mucha gente. Los juicios que hacemos y repetimos a favor o, más generalmente, en contra de personas que destacan por su relevancia política, artística, deportiva, etc., demasiadas veces son muy superficiales e injustos. Constatamos que el mero hecho de pronunciar un nombre más o menos popular provoca comentarios rápidos y superficiales que se van multiplicando entre la gente. Siendo, pues, tan fundamental el camino interior de nuestra vida, queda clara la dificultad de conocer el proceso que hemos seguido, dónde estamos ahora y hacia dónde vamos. Esta dificultad no se da únicamente cuando comentamos sobre las otras 102
personas, sino que se da, y a veces con mayor oscuridad, cuando intentamos averiguar nuestra propia vida. Todos sabemos que hay muchas realidades que hemos olvidado; otras que queremos ocultar como si no hubieran existido; y otras que, con solo pensar en ellas, nos provocan unas reacciones desproporcionadas. De todos modos, las dificultades no son razón para dejar correr una búsqueda que tanto nos puede ayudar, y tanto puede ayudar a otros, sobre el proceso y los caminos de la vida interior. La dificultad nos puede conducir a una humildad radical, sin que ello signifique abandonar la búsqueda; más bien, la humildad nos sitúa en el verdadero lugar para la investigación, que por encima de todo ama y desea saber la verdad.
103
Los dos ritmos de la vida interior En una mirada de conjunto se pueden señalar dos ritmos diferentes en el desarrollo de la vida interior. El primer ritmo lo podríamos definir como el de la constancia: la vida interior se va desarrollando de forma constante; es un proceso que más o menos mantiene una cierta velocidad permanente, con altibajos sostenibles que, en conjunto, no hacen variar el ritmo de forma notable. Hay épocas en que la vida interior de una persona se mueve de forma más o menos constante: años, por ejemplo, de serenidad afectiva, de trabajo agradable; o lo contrario; ritmo permanente de vacío o de búsqueda; etc. En cambio, el segundo ritmo es de rotura repentina. Hay situaciones que representan un antes y un después muy diferenciados, como es el caso de la muerte de un ser querido y fundamental para nuestra vida: una honda crisis personal, la conversión a la fe de forma casi instantánea, etc. El desarrollo de una vida tiene sus rupturas importantes. Dicen los expertos que el nacimiento es una de las más fundamentales, como experiencia de grandes cambios en todos los sentidos. También en la infancia se dan transformaciones importantes, como la adolescencia, la juventud o aquellas situaciones de la vida adulta que la tradición ha clasificado con nombres como «la crisis de los cuarenta» o «el demonio meridiano». Finalmente, la jubilación y los últimos años de la tercera edad pueden representar situaciones y vivencias de cierta ruptura y posterior entrada en tiempos diferentes. Es innegable que en todos estos cambios y transformaciones la vida interior es un elemento fundamental, tanto para el desconcierto como para la superación y adaptación a las nuevas situaciones. Desde el primer día de nuestra existencia nosmovemos continuamente. El tiempo va marcando de forma regular los procesos y acumulando un pasado que, de hecho, no existe sino en la memoria y en las señales que han marcado nuestra persona. ¿Dónde está el pasado? Ya no está. Quizá lo encontremos en las reliquias que haya dejado, o en las obras realizadas y, según y cómo, en la memoria, siempre expuesta a grandes olvidos. Hay situaciones vividas, sin embargo, que no se pueden olvidar, que se han clavado en nuestro interior y han dejado una huella imborrable. Son el conjunto de referencias que se convierten en pilares de la vida personal. Muchos de ellos hacen referencia a personas, padres, hermanos, parejas, hijos, amigos, etc. En cierto sentido, nos habitan dentro; nuestra memoria muchas veces les da una virtualidad real que nos ayuda o nos produce malestar. Entre estos pilares también podemos encontrar referencias religiosas o místicas que marcan o han mercado de forma importante nuestro mundo interior. Dentro de tan amplio panorama, nos ceñiremos a unas pocas situaciones, que, más o menos, se dan en mucha gente, sin ninguna pretensión de que sean las más importantes para todos. Intentaremos tratar del enamoramiento y de la segunda conversión. Las
104
preguntas sobre cada una de estas dos realidades son: ¿qué es lo que se vive?, ¿cómo puede ser vivido en el ámbito de la vida interior?
105
El enamoramiento Enamoramiento. La palabra misma nos indica movimiento hacia el amor. El amor sería la culminación. Se trata de un proceso muy especial y muy diverso, según edades, personas, situaciones y criterios. Hay en él una concentración afectiva hacia una persona que está cerca, o tal vez lejana, o que incluso puede pertenecer al pasado. Hay una gran polarización afectiva que desvela movimientos imaginativos, intencionales y, sobre todo, emotivos de gran potencia. Normalmente, los detalles tienenuna importancia extrema y pueden ser valorados o desvalorizados rápidamente. La persona enamorada se centra en el sujeto de su enamoramiento, y el resto de la propia vida y de las responsabilidades y tareas pasa a un segundoplano. Hay una prioridad incuestionable en la que se vive casi siempre apasionadamente. Es un estado de vida lleno de cierta iluminación, alusiones, sufrimientos, fijaciones y euforias. También puede suceder todo lo contrario, arrastrando al sujeto a un dolor afectivo y a la misma depresión. La vida interior de la persona enamorada queda muy marcada por el proceso afectivo que está viviendo. Casi en todo momento, tiene la imagen interior de la persona que ha desvelado tanta pasión. El enamorado/a dialoga consigo mismo haciéndose preguntas sobre la relación, imaginando los posibles encuentros, lo que va a decir, cómo reaccionará, etc. Vive una especie de novela rosa interna que muchas veces dista mucho de la realidadobjetiva. Toda su vida puede quedar afectada, incluso durmiendo –cuando pueda hacerlo–, por la vivencia siemprepresente. Como situación extraordinaria, será siempre una referencia personal, que muchas veces se recordará como lo mejor vivido, y se deseará regresar a ello comosi el enamoramiento fuera el punto más sublime del amor.Que, por cierto, no lo es. El enamoramiento suele tener un final. Muchas veces es un final lento, que se va diluyendo en un amor creciente que normaliza la estimación, la abre a los demás y se convierte en una mayor fuerza de donación y creatividad humanas. Otras veces, el final es la ruptura por múltiples razones, que puede suponer un cierto duelo, excepto cuando se trata de una liberación personal, que también se da. El final del enamoramiento puede ser un comienzo de determinadas rutinas y falta de comunicación que, si no se reacciona, podrá llegar a desvirtuar el mismo amor tan buscado y tan soñado. El enamoramiento es muy complejo. De hecho, muchos enamoramientos no son buscados, sino que llegan por las circunstancias de la vida. No piden permiso. La persona se encuentra implicada, y pronto llega a tener lasensación de que va perdiendo el margen de libertad afectiva que tenía antes de darse cuenta del proceso. Si el enamorado sabe interiormente que es un enamoramiento imposible, ya que su vida está comprometida en amor con su pareja estable o con otras situaciones que no suelen tener marcha atrás, como el caso de una vida religiosa, le será muy doloroso ir deshaciendo el vínculo afectivo del enamoramiento reciente. No basta con una decisión determinante de la 106
voluntad, sino que tendrá que establecer estrategias que muchas veces piden un guía sabio. Un voluntarismo sin estrategia no es suficiente y puede conducir a una ruptura interior o a una ruptura de los compromisos vitales adquiridos. En cambio, supuesta siempre la decisión de la voluntad, las estrategias prudentes, que sepan conjugar la suavidad en las formas y la determinación en el fondo, ayudarán a ir deshaciendo aquella pasión emotiva e ir potenciando las opciones y la libertad de anteriores compromisos. Proceso a veces duro, que cuando termina según la libre decisión personal, es un fuerte activo para la personalidad y la coherencia interior.
107
¿Enamorarse de Dios? Quedan muchas preguntas pendientes sobre este tema. Quisiéramos tan solo tratar una, muy relacionada con los niveles de vida interior que han ido apareciendo de formas diversas en las páginas de este libro. ¿Nos podemos enamorar de Dios? ¿En qué sentido? De hecho, hay personas, actualmente y en el pasado, que están enamoradas de Dios. Esta era, esta es su conciencia, esta es su vivencia. ¿Qué quieren o qué quisieron decir con esta expresión? Estas personas tenían o tienen unos sentimientos y emociones que calificaron como «enamoramiento de Dios». Elementos de esta experiencia pueden ser o fueron: amor, pasión, consuelo, insistencia en una paz honda, proximidad y anhelo de mayor proximidad, impulso hacia una unión profunda que invadiera toda su ser, como vaciándose en Dios, etc. Muchas veces, lo que vivían o viven es el descubrimiento de un gran Amor como la novedad sublime de su vida. Antes del descubrimiento podían seguramente tener una fe vivida, con altibajos, dudas, fugas y obstáculos; pero después del descubrimiento todo cambió, e iniciaron un proceso cada vez más intenso para con Dios. También existen conversiones repentinas. De forma insospechada, fueron captados interiormente por el amor de Dios. Otras veces, con la expresión «enamoramiento de Dios» reflejan una situación más permanente de amor y relación que ha ido creciendo hasta llegar a una pasión amorosa por Él. El enamoramiento de Dios, cuando responde realmente a una relación entre un ser humano y Él, va acompañada de unas características que son fundamentales a la hora de discernir si se trata de una verdadera relación o de un posible engaño subjetivo. Cuando es verdaderamente una auténtica relación con Dios, en primer lugar está la conciencia de que ha sido Dios quien ha iniciado el proceso y la entrega. No hay otra razón que su libertad. No depende en absoluto de los méritos de la persona humana. No hay unos méritos que exijan una donación divina, sino que siempre es la gratuita y amorosa decisión de Él. Esta conciencia de ser receptor del don del amor se da siempre en los enamoramientos verdaderos. Responde a las palabras de Jesús: «No me habéis elegido vosotros a Mí, sino que he sido yo quien os ha elegido avosotros». La convicción de que Él ha iniciado, estimulado y movido el amor mutuo lleva necesariamente a una honda humildad, que nace de lo más profundo del corazón humano. Imposible el orgullo y la soberbia o la creenciade superioridad. Si de alguna manera se dieran tales actitudes, sería una muestra clara de engaño o de fantasía. Hay aún una tercera dimensión que se da en el verdadero enamoramiento de Dios, que es una dinámica de amor hacia fuera, que mueve a extender a otros el servicio de la caridad, la justicia, la compasión, el desinterés, la ayuda en todo tipo de dolor y sufrimiento. El Amor es comunicativo. Generalmente, no será necesario explicar demasiado cuál es el motor de todas estas actitudes y sus acciones concretas, por la sencilla razón de que el interés del que ama a Dios se centra en la persona que recibe el 108
servicio o la ayuda. Y lo mismo diríamos tratándose de causas sociales, colectivas y políticas. Dios es expansivo en su Amor. Ama concretamente a la persona, suya es la iniciativa. Dios la mueve a no cerrarse sobre sí misma, sino de una forma natural que deje que el amor corra y abra nuevos caminos. El enamoramiento de Dios lleva a una especie de enamoramiento de las personas y de la naturaleza, que, al fin y al cabo, son también sujetos del Amor. Cuando el posible enamoramiento de Dios permanece cerrado en sí, recluido, subjetivo y frenado en la capacidad comunicativa del creyente podemos sospechar que se trata de un posible engaño o fantasía subjetiva, por muy emocionante que sea. El amor expansivo que procede de Dios muestra siempre una preferencia por los pobres, por los que sufren, por los oprimidos, tanto a nivel personal como a nivel estructural. No se puede disociar de la justicia y de los derechos humanos fundamentales. Generalmente, el enamoramiento de Dios no sigue un proceso rectilíneo. Más bien, se dan altibajos, momentos o tiempos de fuerte consuelo y momentos y tiempos de cruz. Pero siempre hay una dirección que marca el horizonte de la fe. Precisamente los aparentes silencios de Dios, las sensaciones de cierto abandono, como si Él no estuviera presente, muchas veces son una invitación a la fe. Para decirlo de forma poco académica: Dios nos ayuda a caminar hacia una fe sin demasiados soportes afectivos, seguramente como purificación de la misma fe. Esto puede explicar que a veces haya gente que tiene la sensación de que su nivel de relación con Dios está a la baja, porque ya no goza de las emociones y los consuelos de otros tiempos. Es posible que esta bajada tenga causas personales que provoquen un cierto abandono de la relación con Dios; pero muchas veces lo que ocurre es que la fe más vacía de afectos muestra que se está entrando en una relación más profunda y entrañable. ¿Cómo puede un ser humano tener una relación de amor con Dios, que es absolutamente trascendente? ¿No será una especie de proyección del deseo insaciable de amor, de plenitud y felicidad? Hay que insistir en que el amor es un don recibido. No es el resultado de una ascética o de una mística cerradas e inmanentes sobre el mismo sujeto. La ascética y la mística, por cierto, tienen un notable valor y ayudan a la plenitud humana siempre que muevan a una forma profunda y sabia de estar en la vida, de cara a los demás. El enamoramiento de Dios es parte del don del amor que Él comunica en la misma creación universal y terrena y en la Encarnación que tuvo lugar en Jesús, Nuestro Señor. Precisamente Jesús, verdadero hombre, igual a nosotros excepto en el pecado, fue sujeto de amor, comunicó amor y recibió amor, enamoró y fue enamorado; y desde la situación gloriosa actual, que se inició la madrugada de Pascua, está presente en la Iglesia y en el corazón humano. Es aquel Otro que ama, acompaña, perdona, vitaliza, acoge y ayuda.
109
110
CAPÍTULO 12:
A la mitad de la vida; la segunda conversión
En el proceso de la vida interior personal, hacia la mitad de la vida se puede entrar en una crisis de replanteamiento general. Es una situación bastante frecuente, si bien tiene niveles de intensidad muy diversos. Puede ser una crisis en cámara lenta que dure un tiempo relativamente largo; o puede ser como un auténtico descalabro que, en un tiempo mínimo, cambie aspectos importantes de la vida personal. Hasta la edad de los 40 años, más o menos, generalmente se han ido superando aquellos temas que se planteaban durante la adolescencia y la primera juventud: estudios, preparación laboral, primeros trabajos, desempleo, iniciativas personales, capacidades deportivas, mundo de los sentimientos, opciones de vida... y un largo etcétera. Ha habido tiempo de animarse y de desanimarse; de un amor apasionado y que quizá se ha vuelto rutinario; de cambios y descubrimientos...; y siempre con aquellos niveles de vitalidad y fuerza propios de unas edades en las que no se plantean normalmente la transitoriedad y el final de la vida. Hablamos en términos muy generales, pues también en estos años hay enfermedades, muertes, accidentes, fracasos, traiciones, dependencias, vicios, etc. que provocan las preguntas existenciales de toda vida humana. Cuando los jóvenes adultos llegan a lo que podría llamarse «la mitad de la vida», se van planteando preguntas y dudas a varios niveles. Hay, por lo general, la fuerza y la capacidad de los años jóvenes, pero acompañadas depequeños síntomas de cansancio, de debilidad, de nostalgia y de aquella expresión castellana que ha hecho fortuna: ¿«será todo más de lo mismo?». Las dudas y las preguntas no se mueven únicamente en el campo del pensamiento y de las ideas, sino que pueden ir acompañadas de grandes o sutiles angustias y de la necesidad de cambios, que no se concretan demasiado y no están a la vista. Ha comenzado la crisis del joven adulto. Son muy diversas las reacciones que estos jóvenes-adultos pueden tener: mirar hacia otro lado y quitarle importancia; cerrarse sobre sí mismos y querer solucionar y vivir en solitario; entrar en fases de depresión; mantener y hasta aumentar los hábitos y costumbres de todo tipo, como si todavía estuvieran al final de los veinte; etc. También se dan cambios rápidos, poco madurados, nuevas relaciones con personas más jóvenes, cambios repentinos, deportes con fuertes emociones y otros muchos riesgos, etc. Algunos autores antiguos que ya escribieron sobre temas relacionados con la espiritualidad hablaban frecuentemente del «demonio meridiano», aquel que tienta de forma especial durante la crisis de la mediana edad.
111
Muchas veces, estas situaciones pueden ser vividas de forma diferente, ya se trate de hombres o de mujeres. La tendencia de los primeros es más bien a cerrarse sobre sí mismos, mientras que la tendencia de muchas mujeres las lleva a una mayor comunicación con amigas, familiares y confidentes. En todos los casos, una gran parte de las vivencias se mueven en la vida interior personal. Hay una cierta ruptura con lo que se ha vivido anteriormente; nuevos planteamientos, en especial de cara al futuro e incluso cuando, por necesidad, han de estar cerca de los propios padres o de los abuelos, aumenta la reflexión sobre el envejecimiento y la pérdida de facultades; también sobre la muerte. Todo ello no es negativo. Es sencillamente real. El tiempo va pasando. Toda la vida se vive en un ahora permanente. Y casi sin darse cuenta, uno se encuentra a los 40 o 45 años, y sabe que lo que está por venir irá más rápido que lo ya vivido.
112
Cambios y nuevas oportunidades Esta crisis, este cambio de horizontes y de ritmos, también abren las puertas a nuevas oportunidades. Cuando se experimenta el paso del tiempo de forma cada vez más rápida y se piensa en el futuro, se pueden plantear de forma directa aquellos interrogantes muy vitales. Una pregunta salta con fuerza: ¿qué quiero y puedo hacer yo de mí en el resto de mi vida? Cuando se constata que personas con las que hemos convivido envejecen y se van degradando en sus capacidades, ¿quién no piensa que este proceso tarde o temprano llegará a la propia vida? ¿Cómo será nuestro futuro? Por otra parte, aparecen enfermedades, algunas veces graves: un día afecta a un conocido; al poco tiempo, a otro, como si se tratara de una lenta epidemia: cáncer, dolores intensos, patologías del corazón o la circulación...; y aunque uno se mantenga en un estado de buena salud, también sabe que es un equilibrio que puede romperse en cualquier momento. Añadamos los problemas afectivos de muchas parejas, o entre parientes y hermanos por causas hereditarias, los hijos y las hijas que no responden a nuestros ideales, el descubrimiento de rostros nuevos, de personas que buscan unos afectos que vuelvan a equilibrar los fracasos de pareja..., y cómo muchas de estas y otras situaciones van creando un vacío vital y unas angustias nuevas a las que no estamos habituados, o bien acentúan antiguas carencias que han estado adormecidas en los años de intenso trabajo. Todavía podemos ir añadiendo dimensiones de tipo económico, laborales en tiempos de crisis, la casi universal corrupción de todo tipo, las informaciones de los desastres, de las guerras y los fanatismos. De forma existencial, uno se pregunta qué sentido tiene todo esto y cómo sobrevivir con un mínimo sostenible de paz personal y de felicidad equilibrada. Más allá del ámbito personal, se pregunta cómo puede ayudar a la sociedad, crear situaciones de mayor justicia, paz y felicidad. ¿Aún es posible hacer algo? ¿Cómo y con quién? Es evidente también que hay horas buenas y dimensiones bien positivas en esta edad media de la existencia personal. Vienen provocadas por relaciones estables, madurez profesional, sentido de la vida, honradez, amistades, trabajo por el bien común, contacto periódico con la naturaleza, ejercicios físicos y prácticas de meditación o de yoga, intereses sociales, etc. Normalmente, también se ha experimentado la felicidad de los grandes momentos y de las pequeñas situaciones. Estas y otras muchas dimensiones positivas llevan sus preguntas y plantean sus interrogantes. ¿Será siempre así? ¿Hasta cuándo? ¿Se puede romper?... Anteriormente a nosotros nos ha precedido mucha gente que ha vivido feliz... ¿y dónde están ahora? Por muy ocupado que uno esté, tarde o temprano, por situaciones personales, por situaciones de los ámbitos próximos o por situaciones globales, no nos libramos de cuestionarnos e interrogarnos sobre la limitada y temporal condición humana. Es posible que haya personas que se libren de estos interrogantes y que, casi sin darse cuenta, entren en la tercera edad no precisamente preparados por el 113
empobrecimiento que generalmente esta representa. Su situación entonces puede ser muy compleja, ya que de repente, sin previsión, la vida se escapa, y no se sabe cómo reaccionar. Los más cercanos, los hijos sobre todo, comenzarán un padecimiento que se hubiera habría podido evitar o suavizar si estas personas hubieran previsto a tiempo lo que representa la madurez de la vida y la perspectiva de futuro. En general, un envejecimiento maduro se fundamenta de forma adecuada antes de que comience la decadencia. Especialmente, en todo lo referente a las aficiones, al dinamismo y cuidado del cuerpo y del espíritu, que se convertirán en el ritmo vital y que ayudarán mucho cuando llegue el tiempo del empobrecimiento personal. Hay que afrontar esta edad media de la propia vida. Si se presenta en forma de crisis –del orden que sea–, no rehuyendo, sino encarándose a ella serenamente y con lucidez. Si no se presenta la crisis, entrando en un proceso de toma de conciencia y de disposición personal para orientar el futuro inmediato y el futuro lejano de forma profunda y humana. La actitud, pues, consistente en huir, en no querer reflexionar y en evadirse de la luz inteligente, tarde o temprano se irá complicando con el paso del tiempo y rompiendo el equilibrio y la paz personales. En gran parte, este afrontamiento de las situaciones siendo jóvenes, adultos o adultos ya no tan jóvenes, se mueve y se realiza en el interior de la persona. Su vida interior es el motor de la investigación. ¿Qué hay que pedirle a nuestra interioridad para hacer un buen camino hacia el amor, el servicio, el equilibrio y la felicidad posibles? Los caminos personales son muy variados, pero tampoco tanto que no haya algunos denominadores comunes que de formas diversas pueden ayudar a mucha gente. Situados, pues, en la edad media de la vida, podemos recordar algunos medios que nos pueden ayudar, como son las herramientas interiores, los referentes modélicos y la apertura a los valores fundamentales y trascendentes.
114
Herramientas interiores para tiempos de cambios Con estos nombres entendemos cualidades y virtudes que nos ayuden a afrontar la realidad, conocerla mejor, discernir las posibilidades y potenciar los ánimos de superación. Algunas más importantes son: la capacidad de reflexión sobre los procesos de la propia persona; la paciencia con uno mismo; el ir aprendiendo a no precipitar decisiones improvisadas; el superar la desazón que provoca el sacudirse los problemas de encima con rapidez, buscando así una especie de aparente y engañosa paz; la práctica de, discernimiento; la sinceridad y fidelidad para con uno mismo; etc. Muchas de estas herramientas no han podido potenciarse como habría sido necesario durante los años de la juventud, a causa de las urgencias y tensiones propias que conlleva el situarse en el trabajo, la familia, los ámbitos sociales y políticos. En cambio, entre los 40 y los 50 años maduran naturalmente y nos pueden ofrecer unos medios para buscar, acertar y decidir adecuadamente.
115
Referentes modélicos Generalmente, son personas cercanas que han afrontado o están afrontando la vida con una entereza, una paciencia, una alegría y una humanidad que resultan ser testimonios para los demás. También pueden ser personas no tan cercanas y hasta desconocidas que han dejado testimonios y escritos sobre la existencia humana y que muestran unas capacidades y virtudes estimulantes. Un diario espiritual como el de Juan XXIII ha ayudado a mucha gente; también los escritos de Teresa, así como otros libros actuales y antiguos que en momentos determinados del camino de la vida han sido como un auténtico regalo de luz y de fuerza. También situaremos entre los referentes a los maestros espirituales, los consejeros personales, aquellos hombres y mujeres que tienen el don de acogida, que saben escuchar e interpretar las situaciones, sea en una dimensión más profesional y psicológica o en la dimensión de la amistad, la proximidad y el amor. Disfrutar de la relación directa o indirecta de referentes modélicos representa una gran suerte; vale más que muchas riquezas, y se puede ir convirtiendo en soporte seguro cuando se dan situaciones difíciles. En los tiempos de las crisis de la mediana edad pueden ser muy importantes para evitar pasos errados o para potenciar los valores que nos ayuden a ser nosotros y a mirar al futuro con serenidad y confianza. De hecho, una de las funciones que más agradeceremos a estas personas referenciales es que nos hayan ayudado a salir de nosotros mismos, del círculo cerrado sobre nuestro propio yo, y que puede ir dando vueltas y vueltas sobre temas y situaciones propias enquistadas. ¡Cuántas veces un buen consejo a tiempo, una pregunta, un silencio, un toque de amistad... son el motor de arranque de largos procesos constructivos.!
116
Apertura mental a la dimensión trascendente Puede ayudar también en estos tiempos de cambio el mantener la mente abierta a lo que está pasando. El presente nunca está parado: en él constatamos signos de evolución histórica en los que hay valores en decadencia, otros valores en proyección progresiva, y otros que nos cuestionan y crean perplejidad. Todo se mueve: la vida, la sociedad, la humanidad. Entre estas realidades hay que subrayar los valores que se pueden definir como trascendentes, aquellos que van más allá de nuestro sistema económico y que apuntan hacia la ética, la estética, la filosofía y la religión. Son estos valores los que nos ofrecen una consistencia profunda, capaz de articular un proceso de cambio. Un cambio que comunique estabilidad como buen fundamento que dé soporte a la nueva construcción que estamos haciendo en estos años de la mitad de la vida. Pasar de la superficialidad, de la tensión mantenida por encima del equilibrio razonable, en dirección a una fase más estable y serena de la vida, no se puede hacer al margen de una valoración bien cimentada interiormente. Cuanto más trascendentes son estos valores, tanto más pueden ofrecer la garantía de que el proceso personal disfrute de la paz y la serenidad que tanto ayudan a afrontar el proceso. Hay, sin embargo, unas condiciones para garantizar esta ayuda de los valores trascendentes. En primer lugar, que no sean impuestos, sino aceptados libremente. También intentamos vivirlos no de forma fanática, cerrada e intolerante. La apertura mental es la mejor vacuna en contra de las actitudes fundamentalistas. Los valores de la fe y del seguimiento serio y alegre de Jesucristo, vividos desde la fe, pueden convertirse en fundamentales en la situación personal que estamos tratando. La fe comunica unas certezas y crea una confianza de gran trascendencia sobre cuestiones básicas de nuestra existencia. No son conclusiones lógicas ni un abandono ciego, sino el resultado de la conexión interior con Aquel que dice: «soy el camino, la verdad y la vida». Esta conexión interior es una auténtica relación interpersonal que nos abre a Dios, nos sitúa en la existencia como personas queridas y nos conduce hacia una esperanza de futuro en amor. La fe se relaciona con la dinámica de la razón emocional. Es razonable, porque se fundamenta en el testimonio y la confianza con personas, de forma muy especial con Jesucristo; y es emocional, porque la fe está impregnada de amor. Demasiadas veces se piensa que la fe es tan solo una aceptación fría y absolutamente oscura de una ideología, unos principios activos de vida que piden ser aceptados irracionalmente. La fe cristiana no es eso, y mucho menos cuando, en tiempos pasados, era impuesta por la fuerza. Para mucha gente era una ideología; pero actualmente, o es vivida también como experiencia, o se pierde. La fe cristiana se centra en Jesús, su persona, su vida, muerte y glorificación; y el gran revuelo que comenzó hace dos mil años y que hoy se muestra vivo y con notables capacidades transformadoras. Es una vida, una forma real de vivir, de amar, que 117
se realiza en humildad y confianza y en comunión. La fe nos conduce a unos valores humanos y religiosos que son el fundamento del sentido de la existencia personal y global. Responde a preguntas como quiénes somos; por qué existimos, siendo así que haríamos podido no existir; qué Dios es el que Jesús revela; qué sentido tiene la vida; que nos espera más allá de la muerte; ¿qué significa ahora el proyecto del Reino de Dios y su dimensión de futuro?... Todo un notable conjunto que puede orientar y ayudar a aquella persona que está cayendo en la cuenta de que está seguramente en el ecuador de su vida.
118
CAPÍTULO 13:
Hacia la unión transformadora
Hemos ido viendo, en el transcurso de nuestro ensayo,cómo la vida interior no es un ámbito cerrado sobre sí mismo, sino una dimensión personal absolutamente abierta. Todolo que somos lo hemos recibido. Abandonados a nosotros mismos, la misma existencia habría sido imposible. Incluso la propia conciencia del yo ha sido posible merced a las relaciones que nos han llegado desde el exterior. Es cierto; sin embargo, que este «yo» puede, con el paso del tiempo, cerrarse sobre sí mismo e ir convirtiéndose engañosamente en el centro de la realidad. Siempre ha sido una posibilidad que ha acompañado a toda vida humana aferrarse al propio egoísmo y vivir únicamente para satisfacer y cuidar de los propios intereses. De forma temporal, y a veces en la mayor parte de la vida, hay personas en las que esta ha sido su forma egocéntrica de vivir: fundamentalmente mirándose a sí mismas y condicionando toda su acción exterior a su propioyo. Quien haya vivido temporadas de esta forma ha aprendido, si exceptuamos quizás algunos momentos de placer y de éxito engañoso, que su vida en el fondo, y muchas veces en la forma, se ha convertido en un gran fracaso. El egoísmo lleva en sí mismo un gran potencial de muerte y una soledad dura y enfermiza que acaba provocando la depresión y el asco de vivir. No fuimos hechos para atarnos al yo de forma que todo el resto participe de la firme atadura de un egocentrismo más o menos disfrazado. Nos hicieron para alcanzar un yo que va creciendo en la relación, que es llamado a abrirse, a darse y a ir ganando un ancho espacio interior en el que deben estar los demás, la sociedad y el mundo. Cuando un ser humano va ampliando interiormente esta capacidad de relación y de amor, va encontrando el sentido ontológico de la vida y la principal razón de ser.
119
La capacidad de donación del amor Todos admiramos a aquellas personas capaces de grandes amores. Un amor es grande no tanto por la intensidad emotiva que pueda acompañarlo, sino, sobre todo, por su capacidad de donación, La intensidad emotiva tiene su valor, especialmente en determinadas situaciones y como buena garantía de la fidelidad. La capacidad emotivapuede crear tiempos de felicidad; pero ella misma no es el amor, si le falta la voluntad libre de amar y unas motivaciones que la fundamenten. Esto puede explicar muchas de las rupturas que se dan entre personas que afirman haberse querido mucho. Su relación era tal vez apasionante, romántica, placentera y emotiva. Le faltaba seguramente solidez, comprensión, capacidad de renuncia, acogida y paciencia, que son signos de autenticidad en la relación, es decir, de amor humano maduro. Hay varias clases de donación: aquella que nace del agradecimiento, que es una respuesta a la acogida recibida, que viene motivada por unos amores más grandes y que se dice absolutamente gratuita y en sí misma ilimitada. Esta donación absoluta y que se llama «ilimitada» es sospechosa. Muchas veces puede ser una fuga del propio yo, un anhelo de perfección egoísta, una imitación externa de modelos quizá muy loables en sí mismos, o muchas otras formas de patologías posiblemente escondidas. En cambio, las otras formas de donación en sí mismas parecen mucho más coherentes con la naturaleza humana: amor a causa del agradecimiento por el bien recibido; se ama al acoger abiertamente a la persona o las personas que han sabido acogernos tal como somos; se responde amando cuando tenemos conciencia de que somos amados por un Amor más grande que nos mueve y nos motiva a darnos. En estas formas de relación amorosa, la donación es una respuesta humana relacional, no una fidelidad a una ideología o a unos principios abstractos. La relación amorosa que lleva a la donación, como es lógico, se mueve dentro de la interioridad de dos o más personas. Hay un yo y un tú... o unos muchos. Desde la vida interior nace el dinamismo que lleva a la expresión y a la donación externa. La donación es mutua, no siempre con la misma intensidad; en muchas situaciones, una de las dos partes la vive con mayor intensidad y profundidad, debido a la edad o a otros factores circunstanciales. La dinámica del amor lleva al deseo creciente de comunión para un intercambio de historias y valores que ayude a entender y acoger a las personas que se quieren. Esta comunión va madurando en la naturalidad, la transparencia y el silencio. Permanecer en silencio puede ser una señal profunda de que entre las personas se va alcanzando la comunión. Silencio cómodo, libre de la necesidad de continuar hablando de forma artificial, y en el que hay un entendimiento implícito de presencia y de comunicación. Estas situaciones, que pueden ser tanto entre dos personas como entre grupos, van haciendo camino desde la comunión hacia la unión.
120
Comunión estable y expresada Entendemos por unión una comunión estable, expresada y dinámicamente alargada, de forma que, incluso en la ausencia, o en el olvido de la memoria, cuando esta ha dejado paso a otras preocupaciones y situaciones, aun entonces sigue un vínculo amoroso que supera obstáculos y distanciamientos. El amor tiende naturalmente a la comunión, y la comunión va creando la unión. Esta no significa confusión o pérdida de la propia realidad en una nueva que sea como una mezcla; al contrario, la unión precisamente respeta la forma de ser y la propia identidad de los amantes, porque no admite el dominio de uno sobre el otro o la pérdida de identidad de ninguno de los dos.
121
Los signos de la verdadera unión Desde esta perspectiva se plantean algunas cuestiones. ¿Qué signos podemos tener de que una relación se mueve ya en el nivel de unión? ¿Cómo ayudar a la duración y al crecimiento de esta unión? ¿Podemos hablar de la unión con Dios? ¿En qué sentido? ¿Estamos orientados y destinados a vivir en unión? ¿Qué signos podemos tener de que una relación se mueve ya en el nivel de unión? Entre personas individuales e incluso entre grupos, la unión no es un todo monolítico y acabado, sino que está siempre en proceso. Se puede dar diversidad de procesos. Un proceso que se va manteniendo con altos y bajos de poca intensidad. Un proceso en decadencia hacia la desunión. Un proceso que, por el contrario, va anudando lazos de la misma unión. Señales del proceso pueden ser en alternativa, aumento o disminución de la comprensión, aumento o disminución de la acogida, de la compasión (en el sentido de compartir la pasión, sea dolorosa o dichosa), aumento o disminución del silencio pleno y natural o forzado y artificial, del interés o el desinterés no solo por la persona o las personas, sino también por su mundo; etc. Cuando, de forma global, la comunión se vive con alegría natural, con comprensión, con consuelo profundo, con deseo afectivo, respetando las identidades y modos de ser, podemos pensar que la unión es sólida y creciente. La vida, sin embargo, muchas veces resulta difícil y hasta muy dura. Entonces la unión lleva a compartir el sufrimiento, a una donación generosa y fiel, al acompañamiento personal en los momentos de soledad o en los que, por enfermedad o previsión de muerte, el corazón encuentra aquellos signos de amor que pueden mostrar la urgente necesidad del calor amistoso. Por otra parte, la honda unión se manifiesta cuando las realidades externas, en especial las relacionadas con los temas sociales y colectivos, motivan una toma de posición que lleva, según las posibilidades reales, a un compromiso en favor de los pobres, de los empobrecidos, de los explotados. Entonces tenemos un dato más de que la unión es fuerte y capaz de dar vitalidad y energía a unos trabajos en unas dedicaciones altruistas, incluso utópicas. La unión hay que trabajarla. Sin perder la naturalidad y la libertad, debemos sumar otras aportaciones que piden sacrificio, paciencia, valoración de detalles, de servicios y delicadezas que fortalecen los lazos y liman las asperezas. Vivir en unión pide presencia, proyecto común y comunicación. Es, en una palabra, la forma suprema del amor.
122
Presencia real e intencional No hay unión sin presencia. Pero ¿qué es la presencia? Esta puede ser intencional o real. La real es aquella que percibimos directamente con nuestros sentidos, ya que la otra persona o las otras personas están corporal y espiritualmente. En cambio, la presencia intencional se da cuandohacemos mentalmente presentes a los demás o a determinadas historias y realidades vividas. Muchas veces, la presencia intencional va unida a la dimensión imaginativa y/o afectiva. Los hacemos presentes en la cabeza, elcorazón y el imaginario. Están en nosotros, aunque ausentesrealmente de nuestra presencia corporal. Aunque podríamos hacer una distinción entre las personas que viven en este mundo, ausentes en nuestra presencia, de las que posiblemente podemos recibir determinadas energías y vibraciones, por más lejos que estén; y aquellas que ya no están en nuestra vida terrenal y creemos que perduran de forma diferente –la que sea– en la realidad que llamamos «el más allá». Nuestra fe nos indica una cierta relación misteriosa, pero real, que llamamos «la comunión de los santos». Para que la presencia convierta en verdadera unión las dos partes, (el yo y el tú) en amor comunicativo, participan de un mismo proyecto de vida, dentro de los ámbitos de las propias identidades. En el lenguaje ascético y místico se habla de «presencia de Dios», desde varios puntos de vista y en situaciones diferentes. No es lo mismo hacer un ejercicio previo a la meditación que se llama «entrar en la presencia de Dios» o «actuar la presencia de Dios» que determinadas experiencias espirituales que explican cómo Dios se ha hecho o se hace presente en la vida de las personas. Muchos escritos de maestros de meditación y oración señalan que, al iniciar un tiempo dedicado a estas actividades espirituales, es importante ponerse en presencia de Dios. Se trata de hacer un acto de fe en un Dios que está en todas partes y, por lo tanto, también en nuestro interior, en lo más profundo de nosotros, en esa dimensión espiritual, abierta a lo trascendente, que llamamos «alma» o «espíritu». Nada escapa a un Dios omnipresente en toda realidad, y menos cuando esta realidad es humana, ya que somos hechos a su «imagen y semejanza». Hechos como personas capaces de niveles de libertad que vamos adquiriendo en el proceso de nuestra vida y como personas capaces de amar. También esta capacidad puede ir evolucionando hacia una mayor perfección amorosa que culmina en la unión.
123
Dios está en nosotros El Dios vivo, no ese dios abstracto del pensamiento filosófico racionalista; el Dios vivo, que es esencialmente Amor Relacional, está en nosotros. En nosotros está su presencia, que, por tanto, es amorosa y activa. No es una imagen escultórica, fría y sin expresión. Más aún, su presencia es humana en plenitud, gloriosamente humana, definitivamente humana, ya que Jesús ha sido glorificado, y Él es «Dios en nosotros». Por tanto, actuar desde la fe, desde la presencia de Dios en nosotros, es tomar conciencia de su donación, de su relación, de su amor personal y de su amor universal. Esta conciencia lleva, por un lado, a un acto de reverencia y de gratitud y, por otro, a una gran confianza amorosa desde la que iniciamos la meditación o la oración. Actuar la presencia de Dios no se limita tan solo como preámbulo de la oración o de la meditación, sino que muchas veces esta actuación interior, conciencia de su presencia amorosa en nosotros, la podemos realizar en muchos momentos de nuestra vida ordinaria. Una manera muy clara de expresarlo es aquella que nos invita a «encontrar a Dios en todas las cosas». De hecho, es mucha la gente que de forma espontánea actúa esta presencia en lugares normales o extraordinarios: en la calle, en el transporte público o en mil situaciones de la vida. La fe en Él nos acompaña e incluso nos transmite calor espiritual y luz. Dios está en nosotros como Amigo, como Padre, como Inspirador de una forma de ser y de vivir nueva y llena de sentido. Reflexionando atentamente sobre esta actuación de la presencia de Él, podemos darnos cuenta de que hay dos partes dinámicas que confluyen: nuestra actividad mental y afectiva y su misma presencia, que nos mueve y se nos da. Unidas las dos dimensiones, obtenemos como resultado una unión que nos manifiesta que estamos presentes a Dios, y Él está presente en nosotros; y desde ambas partes, en amor. Nosotros aportamos la voluntad, la mente y el corazón que se abren. Él aporta su Espíritu, que llena nuestra apertura. Es un don mutuo, un apretón; nos abrimos desde la mente y el corazón, y nos llena en su Amor presente. Actuar la presencia de Dios, sea en oración o en otros momentos, es, pues, un acto de unión de Él con nosotros y de nosotros con Él.
124
Unión inexplicable Como se ha señalado antes, hay una segunda experiencia de la presencia de Dios en nosotros que es diferente de la que acabamos de mencionar. Así como esta es la suma de dos acciones, la de Él en gracia y amor, y la nuestra con ascesis espiritual, en la otra presencia toda iniciativa es de Dios. Suya es la guía de la relación hacia una unión inefable, que experimentamos no tanto directamente como en las consecuencias que produce en nosotros. Estas repercusiones de la presencia y hasta del contacto espiritual pueden ser múltiples. Por ejemplo: emoción profunda; lágrimas, generalmente dulces; silencio casi absoluto; luz interior; clarividencia más allá del razonamiento racionalista; vivencia de amor; etc. Estos efectos no son propiamente la misma experiencia, sino repercusiones o efectos. Estas experiencias se suelen llamar «inefables». No hay palabra ni sentimiento ni emoción alguna que pueda no solo explicar, sino tan siquiera entender, lo que está pasando. En el Antiguo Testamento se decía que relacionarse o ver a Dios, aunque fuera en sombra, llevaría a la muerte del receptor, por lo grande y desmesurada que sería. Expresión muy significativa, ciertamente. Desde Jesús, la medida es ya humana, pues Él es hombre y, por tanto, pertenece, aunque ya esté definitivamente glorificado, a nuestro mundo. Es Él quien nos envía o sitúa en el ámbito de la Divinidad Tripersonal. Cuando en la vida de una persona se recibe una gracia como la que hemos intentado explicar, hay plena conciencia de que es un don absolutamente gratuito. Mucha gente piensa que estas gracias son el resultado de una vida santa; y, de hecho, en muchos casos podemos considerarlo cierto. En cambio, él o ella generalmente se experimentarán absolutamente indignos y hasta pecadores. Ciertamente lo son, en la medida en que, iluminados por una mayor claridad, descubren en sus vidas muchos más desórdenes y contagios del mal que anteriormente, posiblemente porque antes no lo veían con tanta claridad por falta de luz interior. Una habitación poco iluminada nos parece ordenada y limpia; pero, a medida que aumenta la luz, vamos descubriendo mayor desorden y suciedad. Las gracias que podemos calificar como «místicas» no son el premio de una santa vida, sino la muestra gratuita del amor de Dios. Estas gracias unitivas se dan también en personas apartadas de la relación con Él por diversas razones y circunstancias de su vida. Hay conversiones que se han iniciado precisamente con una experiencia mística. Es el caso, por ejemplo, de quien entra en una iglesia para disfrutar de unos momentos de reposo y de silencio, liberándose del ruido de la ciudad, y en un determinado momento experimenta la presencia del Señor que transforma el sentido de su vida y le mueve a un cambio radical, seguramente en medio de una emoción que de ninguna manera podía prever o buscar. Posiblemente, falta aún un largo camino hasta llegar a una maduración de la fe y la vida cristianas, pero aquella vivencia es ya un hecho tan significativo que marca un antes y un después. 125
Cuando Dios se manifiesta de la manera que intentamos explicar, las actitudes de la persona que recibe el don dejan de ser activas y se transforman en pasivas. Queda abrumada por lo que le está ocurriendo, sumergida en las consecuencias emotivas y psicológicas que le provoca, y ya tiene bastante con darse cuenta de que está viviendo un hecho inefable. Sabe que está teniendo una experiencia que le supera; la conciencia refleja quizá le pregunta sobre lo que está sucediendo; se da cuenta de ello. Incluso, en un determinado momento, puede preguntarse si no se estará engañando. En general, durante el tiempo de esta unión inefable no hay ninguna otra actividad subjetiva más que la donación recibida, que ha entrado en su fondo invadiéndolo de paz, amor y transformación. Generalmente, se puede perder la misma noción del tiempo, de forma que, si este ha sido largo, le parezca que se ha tratado de un breve instante; y, al contrario, otras veces unos breves instantes pueden dejar interiormente la impresión de un tiempo excesivamente prolongado. El don de Dios no solo puede ser esporádico como una referencia muy importante en el proceso de la unión con Él; también puede convertirse en frecuente y hasta permanente. Cuando, de alguna manera, el don mutuo unitivo se va haciendo frecuente y hasta estable, la persona que recibe la gracia se va transformando interior y exteriormente. Esta transformación responde a lo que Dios quiere y espera de él, pero siempre en el marco del amor, que es extensivo a los demás, y de forma preferente a los pobres, a los débiles, a los preferidos de Jesús. Él vive en nosotros, Él transforma nuestra limitada y pecadora vida en luz, consuelo y fuerza, que son partícipes de su luz, de su consuelo y de su fuerza. Podemos así entender tantas expresiones en la historia de la espiritualidad cristiana de una vivencia de Cristo en nosotros y de nosotros en Él. Él vive en nosotros, y nosotros en Él. Más aún, muchos Padres de la Iglesia, sobre todo orientales, hablaban de nuestra deificación; de cómo, sin perder identidad personal, nos vamos deificando y haciendo realidad; que si Cristo es Dios entre nosotros, es también Dios en nosotros y nosotros en Él. La mística no es para unas cuantas personas. La llamada de Dios a participar de Él, a convertirse en hijos en el Hijo mediante el don que prometió y envió al Espíritu Santo, es ofrecida a la multitud de creyentes. No podemos seguir manteniendo que esta unión sublime con Dios sea un privilegio de determinadas minorías, alejadas de las realidades de nuestro mundo. Al contrario, el don y el bien de Dios, cuanto más universal, tanto más divino. Todo lo que ha creado y querido lleva el sello de una generosidad, una belleza y una capacidad expansiva casi infinitas. Evidentemente, en la mayoría de los casos se trata de un proceso que, partiendo de la purificación de los engaños y de las tentaciones, va hacia una unión profunda llena de gozo, de paz y de amor. Tenemos cantidad de testimonios escritos en nuestras tradiciones espirituales, y hoy en cantidad de libros que intentan hablar sobre el dinamismo de la vida espiritual. Cuando estamos
126
atentos a la realidad de personas de nuestro mundo, encontramos con frecuencia estos dones y muchos otros que el Señor da a sus hijos.
127
La dulzura espiritual Para poner un ejemplo comentaremos un breve escrito de San Buenaventura en el que habla del camino hacia la plenitud y el gozo espirituales. «Esta dulzura espiritual, en primer lugar, se huele; luego se prueba; y en tercer lugar, a veces se come y se bebe hasta la embriaguez». La alegría, el amor y la dulzura espiritual, en primer lugar, se huelen. En medio de nuestra vida agitada, a una velocidad tan rápida que apenas nos queda tiempo para la vida interior, con alguna frecuencia todos hemos olido que hay una serenidad, una paz y una luz que podrían llenar nuestro corazón y ayudar a su transformación. Este suave olor llega como consecuencia de una relación con alguna persona contemplativa o con una persona entregada del todo a los más pobres, etc. Otras veces puede ser motivada por una lectura, una película, una salida, unaconversación... y olemos que hay un gozo diferente y nuevo,básicamente espiritual, Nace en nosotros su deseo, aunque no haya tiempo, y sean tantas las experiencias que, de momento, lo dejamos escapar como si hubiera sido un hermoso sueño. En segundo lugar, estas realidades son catadas. Un día, sin embargo, en unas circunstancias determinadas, posiblemente sin ninguna preparación, hacemos una cata del gozo espiritual. Seguramente está relacionado con un texto de la Biblia, de un libro, o quizá de forma repentina. Es un tiempo muy diferente, muy difícil de explicar, que deja una marca interior importante. Todavía no sabemos demasiado qué significa. Muchas veces es de relación con un Tú conocido hasta entonces por fe o por creencia que en estos momentos se transforma en experiencia. Un Tú real, aunque sin demasiada definición. Esta cata deja en nuestro corazón una memoria imborrable que recordaremos con cierta plenitud interior, una luz, un calor, una fuerza, etc. En tercer lugar, son comidas. Cuando la cata se va repitiendo, nuestra vida va cambiando. Ya no es como antes. Nos hemos ido haciendo sensibles a la compasión, a la justicia, a la libertad humana. Tenemos más tiempo para los demás. Dejamos muchas veces de ser el centro del mundo. El gozo se va convirtiendo en alimento. Él es nuestro alimento de mil maneras diferentes. Hay paréntesis de desierto que, si los sabemos enfocar bien, purifican nuestro gusto para centrarse con mayor profundidad en Dios y su Reino. A medida que aprendemos a prescindir de la dulzura como un fin, Él y sus preferidos van creciendo en nuestro universo interior. Humildemente podemos decir que, por don suyo, Él ya es «el amor de nuestra alma». Bebidas hasta la embriaguez. Quizá es una expresiónun poco fuerte. Pero es una buena comparación. San Francisco Javier, estando en una isla de las Indias Orientales, tras una jornada entregada totalmente a los demás, a veces se pasaba la noche orando a su Señor y Amigo y diciendo: «¡Basta, basta ya, Señor!» El compañero que estaba en el cuarto de al lado en una pobre cabaña nos ha dejado este testimonio. Cuando Dios quiere 128
manifestarnos su Amor, quizá no haya expresión tan encartada para decir lo que pasa: beber hasta la embriaguez
129
¿Felicidad? El deseo de felicidad es una realidad innata en el corazón humano. Dios ha creado, nos ha creado, para la felicidad y la plenitud. Mientras vivimos en este universo actual, limitado y temporal como es, estamos sometidos al proceso de la materia y de la complejidad de tanta vida en calidad y en extensión. Los márgenes de libertad que los humanos podemos ir adquiriendo abren la posibilidad del mal. Todo sumado, contingencia y mal uso de nuestra libertad explican que la felicidad prometida muchas veces no llegue, o lo haga en medidas cortas y complejas. Pero nuestro destino es la felicidad. Juliana de Norwich lo repite continuamente en sus escritos espirituales, cuando, tras lamentarse de las calamidades y pecados de la humanidad, siempre termina diciendo: «... pero todo acabará bien». Ella fundamenta esta expresión precisamente en la atención y la mirada que dirige a Dios, concretamente en la glorificación de Cristo; y siguiendo la lógica del amor, cree que este acabará imponiéndose y llevará a la plena felicidad para todos. Esta manera de pensar pertenece a la mejor tradición del cristianismo. Decía san Agustín: «Que se avergüence la pereza humana; porque Dios quiere dar más de lo que el hombre se atreve a pedir». Muchas veces imaginamos que entre esta vida actual y aquella futura que responde a la promesa de Jesús se da una ruptura absoluta. La muerte se nos presenta como esta ruptura. Ciertamente, la muerte es una derrota de nuestro cuerpo y de las dimensiones que este posibilita en campos tan importantes como las relaciones, el pensamiento, el amor, etc. Desde esta forma de pensar, la felicidad que podemos a veces disfrutar mientras vivimos aquí, pensamos que nada tiene que ver con aquella promesa de la que creemos no tener experiencia. Con todo, seguramente esta forma de pensar tiene muy poco en cuenta la profunda significación del amor. Cuando este es no solo relacional, sino unitivo, esa unión que ya se da en esta vida mortal supera el trasiego de la derrota de la muerte, precisamente en la dimensión espiritual propia del amor, como cuando propone san Pablo «que el amor sea amor». La unión con Dios nos ha situado en Él, y precisamente en su identidad como Dios-Amor. Nuestra imagen, por así decirlo, ha sido grabada en su corazón, y no como una imagen muerta al estilo de una escultura perfecta de mármol, sino como una imagen viva y amada. «En Él vivimos, nos movemos y somos», decía Pablo hablando con los sabios de Atenas. Esta vida, este movimiento, este ser en Él supera la muerte. No tendría ninguna lógica amorosa que Dios redujera a nada a los que ama y les ha hecho participar de su unión transformadora.
130
Aquella realidad que supera a la misma muerte Cuando oramos, cuando nos unimos a Dios o cuando recibimos el don de Él, estamos situados, gracias a su Espíritu, que es Amor, en esa realidad que supera la misma muerte. Hace unos cuantos años, en una conversación con quien había sido mi maestro de novicios, hablamos de la oración. Una conversación inolvidable. Él era un hombre mayor, entrado ya en años y con una larga experiencia; yo estaba en lo que llaman la plenitud de la vida y le pregunté cuál era la forma que empleaba en su oración de cada día. La respuesta fue clara y arraigó en mi interior. «Mira, yo ya soy un viejo al que le queda poco tiempo de vida. Pronto pasaré al Padre. Pues lo que en el cielo espero vivir, ahora en la oración intento ya catarlo, como un cierto adelanto». Honda realidad: entre ahora y el futuro hay conexión en el amor. Primordialmente, el amor a Dios y de Dios en nosotros; pero no exclusivamente, ya que en Dios está también la imagen viva de todos, y nada escapa a su Corazón. Si hay, pues, en esta vida una cata del amor definitivo, significa que también hay una muestra de la felicidad definitiva. A veces somos muy felices por diversas causas, y en esos momentos, podemos entender lo que nos espera para la transformación que el amor va realizando en nuestro interior. Toda unión amorosa transforma. No solo porque participa de forma especial del otro, sino porque, cuando la relación da paso a la unión, hay un contacto profundo que crea en ambas partes una cierta mutación que responde a la donación del otro. Este intercambio transformador, fruto de la mutua donación y del contacto abierto y profundo cuando se trata de la unión con Dios, es lo que transforma nuestra vida y nos va recreando desde un amor que constituye su más honda identidad. Esta es la vida definitiva a la que estamos llamados, que ahora ya está presente como luz que nos llega entre tinieblas, y un día estallará definitivamente en el momento gozoso del abrazo con Jesucristo, cuando nuestro cuerpo dejará de ser temporal y se transformará, siguiendo el proceso de la materia hacia aquel punto definitivo de la misma. Tenemos, además, la promesa de que este cuerpo transformado en polvo, como reliquia de nuestro paso por la tierra, también experimentará una nueva transformación, esta vez desde el espíritu. Si en la vida actual cuerpo y espíritu han sido unidos en forma de una identidad transitoria, en la vida definitiva espíritu y cuerpo tendrán una nueva identidad, un yo con un cuerpo espiritual. Esta realidadno la sabemos por las deducciones de la filosofía o las demostraciones de la ciencia, sino por el hecho de la glorificación de Jesús, que, destrozado su cuerpo en una de las muertes más violentas y terroríficas de la historia humana, fue glorificado, fue resucitado, en cuerpo espiritual vitalizado por el espíritu. Esta certeza de la fe cristiana es la que nos muestra que en Él está el amor infinito, que llega también a nosotros haciéndonos participar del mismo proceso. Son grandezas del Amor. Este va más allá de toda lógica. Estructura la realidad desde nuevas coordenadas 131
para comunicar la plenitud de vida y de felicidad que desde siempre ha estado en el Misterio de Dios. La unión amorosa es la mayor fuerza transformadora en todos los ámbitos. Se muestra en grados muy diferentes. Crece cuando se da en libertad. Puede alcanzar una notable fecundidad y suavizar las limitaciones de la vida humana. Su punto más alto, el punto «omega», es la deificación eterna de los seres humanos, gracias a que Dios se abrió a nosotros en una relación humana visible y tangible, Jesús, que se movía en los parámetros de nuestra vida. Él, glorificado definitivamente, presente en la historia, nos acompaña ahora y nos transformará para siempre dentro del ámbito de un Dios todo Él relación interna y externa, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
132
Escrito final
A punto
ya de dar fin a este ensayo, convendría hacer algunos comentarios y aclaraciones que de alguna manera ya han sido expresados de forma más explícita o implícita en el transcurso de estas páginas. En primer lugar, que en modo alguno hemos intentado reflexionar y profundizar sobre la vida interior comouna realidad que margina la que podemos llamar «vida exterior». Sin esta dimensión externa no es posible la «vida interior» a la que nos hemos referido. Y no se trata puramente de la constatación de que estamos en el mundo, sino de que estamos activamente y con unas actitudes de relación y de transformación. Actitudes que nacen en gran parte de la suma de lo que recibimos y lo que vivimos por dentro. Una especie de maridaje entre el corazón y la acción recibida y devuelta, posiblemente con ese color de identidad que responde a nuestra personalidad. En segundo lugar, hay que recalcar que, sin una intensa vida interior, vamos desmantelando las mejores energías para afrontar no solo las responsabilidades propias de nuestro estado de vida y vocación personal, sino también de la creatividad, la imaginación y la fuerza constructiva que necesitamos para vivir dignamente.¡ Cuántas veces se debe entrar en el interior personal y preguntarse por las razones y mociones de nuestras luchas...! Sin vida interior, muchas contradicciones internas y externas pueden resultar demasiado duras y agotadoras. En tercer lugar, recordamos tantos y tantos testimonios de mujeres y hombres que han resultado referentes de nuestra vida y que, más allá de lo que han dicho y hecho, nos han mostrado una vida interior empapada de valores, de sentido común, de constancia, buen humor y dimensión de sentido. Esta herencia es, sin duda, la razón suprema de los resultados que han intentado y han conseguido. Personalmente, ha estado en la contemplación y la proximidad orante con Jesús de Nazaret, donde hemos encontrado de forma sublime esta relación de su mundo interior y las realizaciones liberadoras de su vida. Intentando acercarnos a sus horas de comunicación con el Padre Dios, sus silencios, la soledad de momentos fundamentales y aquel mirar y comprender las limitaciones humanas. Cristo nos ha mostrado lo que hay hacer; su actuación y su capacidad receptiva. Es precisamente en la magnitud de esta unión interna y externa donde se manifiesta su más profunda humanidad, tan honda y sublime que precisamente en la humanidad es donde muestra y significa su persona divina. Observando alrededor, y especialmente a tantas personas conocidas, podemos constatar la acción amorosa de Dios. Nada de magia y de misteriosas formas que solucionan los problemas humanos y naturales saltando por encima de los condicionamientos y las realidades que nos va mostrando la ciencia. Mal camino es este 133
que va desplazando el misterio por unos ámbitos en los que no está. En cambio, sí que está en los corazones, en las mentes, en las conversiones, en los testimonios auténticos y sinceros, frente a la desgracia o la muerte, en las fuerzas de superación, en los mil detalles que conlleva la fidelidad, etc. El Espíritu vive y actúa. Sabemos que muchas de las personas que en su vida han contribuido a la realización de importantes cambios positivos para la sociedad habían estado años en las cárceles o apartados de los ambientes normales de la vida corriente. Ellas han atestiguado que en la soledad, la monotonía y el desamparo rompieron la soledad mediante una nueva forma de diálogo interior, rompieron la monotonía mediante el descubrimiento de los detalles, de los valores de las pequeñas realidades, y rompieron el desamparo estableciendo unas diferentes relaciones internas, y a veces externas, fundamentadas en la comunión y la compasión. Hoy falta de forma notable una formación para la vida interior. Precisamente la más necesaria para vivir intensamente y para luchar sin desfallecimiento. Esta vida interior tiene niveles y diferencias. No se puede hacer una valoración superficial de las cualidades de las diversas formas espirituales y psicológicas en que se expresa. Necesitamos un profundo respeto por tantos caminos de oriente y de occidente que nutren la vida interior de tantas personas. Entre estos caminos, con humildad y sinceridad, y hablando personalmente, el mejor que he encontrado hasta ahora es el que marca Jesús de Nazaret no solo en su historia mortal, sino en lo sucedido después de su glorificación, y cómo, desde hace tantos siglos, se ha ido manifestando continuamente a tantos hombres y mujeres que hemos encontrado en Él la razón, el sentimiento y el amor que nos llena la vida de sentido. Al final, como decía Juliana de Norwich, «todo acabará bien», porque «Jesús es nuestra madre».
134
Índice Portada Créditos Índice Prólogo Introducción Capítulo 1: La búsqueda de la paz y la armonía interior Reflexionar sobre nuestras desazones La superación de nuestro malestar La dimensión de sentido Importancia capital de la vida interior
2 3 4 8 11 15 16 18 19 21
Capítulo 2: Amar desde nuestra interioridad Las relaciones de amor Un poco de luz para nuestro ágora interior ¿Qué significa amar desde dentro de nosotros mismos? El potencial expansivo del amor El amor a Dios y de Dios
Capítulo 3: Integración de las limitaciones Conocimiento propio Integrando lo que vivimos Examen sobre la vida personal Limitaciones diversas Dios presente en nuestra vida
23 24 26 27 29 30
32 33 34 35 37 39
Capítulo 4: El silencio y los silencios
41
El silencio como ausencia de sonidos Ordenar el mercado interior El silencio abierto a la dimensión trascendente Silencio y quietud
42 43 45 46
Capítulo 5: Agradecimiento y compasión
48
Un agradecimiento que nace del corazón acogido y acogedor Dar gracias a Dios Agradecimiento no directamente religioso 135
50 51 53
La compasión La persona compasiva Fe y compasión
54 55 56
Capítulo 6: Frente del misterio inexplicable La oscuridad actual Llegar a entender parcialmente en la oscuridad ¿Existe vida después de la vida?
Capítulo 7: La alteridad sorprendente y nueva Ascendente, descendente y sorprendente Experiencia de relación trascendente Medida corta o larga medida Cuando Dios se revela en amor En él existimos, nos movemos y somos
Capítulo 8: Somos habitados por el Espíritu Un proceso guiado por el Amor Vivencia de la divinidad de Jesús El Espíritu mora en nosotros Dios en el amor es plenamente expansivo Vías purgativa, iluminativa y unitiva
Capítulo 9: Felicidad presente y posible El amor es la clave de la felicidad No hay amor sin alteridad Queridos por Dios La meditación y la posible felicidad El compromiso social Sentido del humor ¿Felicidad en el dolor?
57 58 59 60
61 62 63 64 65 67
68 69 71 72 73 75
77 78 79 80 81 82 84 85
Capítulo 10: Meditación, contemplación y vida unitiva La meditación Meditación y discernimiento La contemplación Contemplando la naturaleza Contemplación de la Palabra de Dios La oración unitiva
86 87 89 91 92 93 96
136
Lo que se vive en la oración unitiva Experiencia inefable
99 100
Capítulo 11: Los caminos de la vida interior. El enamoramiento de 102 Dios Los dos ritmos de la vida interior El enamoramiento ¿Enamorarse de Dios?
104 106 108
Capítulo 12: A la mitad de la vida; la segunda conversión
111
Cambios y nuevas oportunidades Herramientas interiores para tiempos de cambios Referentes modélicos Apertura mental a la dimensión trascendente
113 115 116 117
Capítulo 13: Hacia la unión transformadora
119
La capacidad de donación del amor Comunión estable y expresada Los signos de la verdadera unión Presencia real e intencional Dios está en nosotros Unión inexplicable La dulzura espiritual ¿Felicidad? Aquella realidad que supera a la misma muerte
Escrito final
120 121 122 123 124 125 128 130 131
133
137