La Sociedad Colonial en Guatemala
March 6, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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La sociedad colonial en Guatem.ala
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Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica Serie Monográfica: 5
Editores de la serie: Christopher H. Lutz Cherri M. Pancake
Traducción de Margarita Cruz de Drake, Lucía Robelo Pereira, Inés Maldonado de van Oss, Eddy Gaytán, Regina Wagner, Ursula Hünerbein
La sociedad colonial en Guatemala: estudios regionales y locales
edición de Stephen Webre
Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica Antigua, Guatemala Plumsock Mesoamerican Studies South Woodstock, Vermont., USA
La fotografía que aparece en la portada presenta la fachada de la iglesia de Zunil {departamento de Huehuetenango) y fue realizada en 1973. Se reproduce aquí con permiso del fotógrafo, Mitchell Denburg.
©
1989, Stephen Webre
ISBN: 0-910443-07-6 ISSN: 0252-9971 Library of Congress Catalog Card Number: 89-06011
A la memoria de Adriaan Cornelis van Oss (1947-1984) y
Joseph David Castle (1949-1984)
Contenido
l.
Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
ix
La misión mercedaria y la conquista espiritual del occidente de Guatemala . . . . . . . . . . . . . . .
1
Anne C. Collins
2.
Españoles e indígenas: estructura social del valle de Guatemala en el siglo XVI . . . . . . . . . . . .
33
Pilar Sanchiz Ochoa
3.
Trabajo forzado de la población nativa en la sierra de los Cuchumatanes, 1525-1821 . . . . . . . . . .
77
W. George Lovell
4.
Apuntes históricos sobre la estructura agraria y asentamiento en la Capitanía General de Guatemala . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
109
Julio César Pinto Soria
5.
La tierra y los hombres: la sociedad rural en Baja Verapaz durante los siglos XVI al XIX . . . . . . .
141
Michel Bertrand
6.
Antecedentes económicos de los regidores de Santiago de Guatemala, siglos XVI y XVII: una élite colonial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Stephen Webre
18 9
7.
La estructura urbana y el cambio social en la ciudad de Guatemala a fines de la época colonial ( 1 773-1824) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
221
Inge Langenberg
Bibliografía . . . .
251
Indice onomástico y analítico . . . . . . . . . . . .
261
Prefacio
Al presentar esta colección de ensayos sobre la historia colonial de Guat.emala, cumplimos por fin con un compromiso que hicimos hace más de siete años. Es el producto de las inquietudes de un pequeño grupo de estudiosos (tanto guatemaltecos como extranjeros) quienes solíamos reunirnos informalmente - a veces en el local del Archivo General de Centro América, a veces en algún café de la Antigua Guatemala- para conversar acerca de las investigaciones que algunos de nosotros realizábamos, compartir datos y apreciaciones y en lo general para profundizar en nuestra iniciación en el mundo de los que se dedican de por vida al conocimiento del pasado. Eramos entonces muy jóvenes, la mayoría todavía estudiantes de postgrado. Gracias a las amistades que en aquellos días forjamos, supimos trascender las fronteras de la cultura y la nacionalidad, del idioma, de la ideología y aun de las disciplinas científicas. Nos sentíamos unidos por la convicción de que al inmiscuirnos en la reconstrucción de varios aspectos de la vida guatemalteca en la época colonial, estábamos pisando cada día tierra nueva. Los extranjeros estábamos especialmente eonscientes de que, al terminar la temporada de investigaciones, nos iríamos del país llevando en nuestro equipaje los resultados de nuestro trabajo. Sabíamos perfectamente lo difícil que era en Centroamérica adquirir los libros científicos que se publicaban en el exterior y lo raras que eran las traducciones al español, y no queríamos que nuestros trabajos quedaran muertos en los estantes de las bibliotecas europeas y norteamericanas, ocultos para siempre de los lectores guatemaltecos cuya amable hospitalidad y colaboración los habían hecho posibles. Poco a poco se fue engendrando la idea de hacer este
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libro, en el cual presentaríamos muestras representativas de nuestros hallazgos. En el entusiasmo del momento, había muchos que ofrecían participar en el proyecto. Sin embargo, en el transcurso de los años, unos se iban dedicando a otras ocupaciones, mientras que con otros se perdió el contacto. Al final no quedaron sino los siete autores cuyas contribuciones ahora se presentan. Aunque pequeño, el grupo es muy diverso. Incluye a un guatemalteco, una española, dos norteamericanos, un francés y una alemana. Entre ellos hay cuatro historiadores, dos antropólogas y un geográfo. Para nosotros, a quienes nos ha tocado el trabajo de coordinación, la orquestación de los esfuerzos de los siete individuos en seis países y cuatro idiomas ha sido una tarea larga y ardua. Pero ha sido también muy rica en recompensas intangibles. Porque si la diversidad de los autores ~a complicado la labor, también ha dado valor a la colección como representación de las investigaciones recientes sobre la Guatemala colonial. Las piezas que aquí se presentan no proceden de una sola escuela. No representan una sola tradición académica, ni un solo enfoque ideológico o metodológico. Si algo tienen en común, es el eterno deseo de saber y entender más y el reconocimiento de que, cualquiera que sea su orientación teórica, para el historiador u otro profesional d~dicado al estudio del pasado, es en el archivo donde la búsqueda debe comenzar. En efecto, es en el archivo donde empiezan. todos estos estudios. El historiador de la Guatemala colonial todavía depende en un grado extraordinario de los fondos vastos de manuscritos que contienen los archivos centroamericanos y españoles. Al contrario del caso de los grandes centros imperiales de México y del Perú, el centroamericano no puede esperar sacar mucho provecho de fuentes publicadas. No existen las colecciones monumentales de documentos impresos de que se sirven tanto los investigadores de otras partes, y son relativamente pocas las crónicas contemporáneas. La situación en cuanto a las obras secundarias no es mucho mejor. Hasta hace quince o veinte años, no existía ninguna base monográfica para el estudio de la colonia guatemalteca, aparte de los trabajos de algunos pioneros
Prefacio
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tales como José Joaquín Pardo, Héctor Humberto Samayoa Guevara y Ernesto Chinchilla Aguilar. No fue sino hasta el año 1971 que apareció el primer intento serio de síntesis, La patria del criollo de Severo Martínez Peláez. Como cualquier otro trabajo innovador, la obra de Martínez Peláez tiene sus fallas, especialmente en cuanto a la documentación. Son muchas las críticas que se le han lanzado, algunas de las cuales aparecen entre la páginas que siguen. Pero su importancia es innegable. Se han vendido miles de ejemplares en Centroamérica y en base a su reconocimiento de que al fondo de la sociedad colonial estaba la explotación de los indígenas y otras castas pobres, se ha iniciado el proceso de la desmitologización del pasado. º En la década que siguió a la publicación de La patria del ctiollo, vieron la luz otros tres libros importantes, todos por historiadores norteamericanos: Spanish Central America, de Murdo J. MacLeod; Forced Native Labor in Sixteenth-Century Central America, de -William L. Sherman y Government and Society in Central America, de Miles L. -Wortman. Todos trataban de abarcar la totalidad del territorio de la Audiencia de Guatemala y, con la posible excepción de Sherman, quien afirmaba haber limitado su materia al tema del trabajo indígena, todos trataban de formar síntesis en grande. A pesar de la calidad generalmente alta de estos estudios y de su suma importancia en un campo donde la literatura científica es tan escasa, representan en cierto modo un intento de poner la carreta adelante del caballo, de describir las grandes estructuras y tendencias antes de que tengamos a mano estudios confiables realizados al nivel local. Estimulados en parte por los ensayos de síntesis general y especialmente por los de Martínez Pélaez y MacLeod, los trabajos que a continuación s~n:tamos manifiestan precisamente un énfasis sobre la . crohisto . En su totalidad se confinan a la jurisdicción que oy en día constituye .la república de Guatemala. Individualmente, cada uno se liin.ita al examen de un tema de interés dentro de un marco geográfico claramente limitado. Los primeros dos ensayos examinan el hecho central de la formación colonial en Guatemala, el choque de culturas que
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Prefacio
vino con la conquista y su impacto ideológico tanto sobre los españoles como sobre los indígenas. Arme C. Collins describe los esfuerzos de los frailes mercedarios por cristianizar los indígenas del occidente de Guatemala y especialmente a los del área de Jacaltenango, mientras que Pilar Sanchiz Ochoa esboza el sistema de valoración social que se evolucionó dentro de la sociedad multirracial que se creó durante el siglo XVI en los alrededores de la ciudad de Santiago en el valle de Guatemala. Tres de las contribuciones tratan de la problemática importante del desarrollo de la sociedad rural. -W. George Lovell estudia el impacto de los sistemas de trabajo forzoso sobre los indígenas de la sierra de los Cuchumatanes, área marginal donde los procesos coloniales no siempre tomaron las mismas formas que adoptaron en los grandes centros de población. Los patrones de asentamiento rural y la tenencia de la tierra son los temas de los ensayos de Julio César Pinto $oria y Michel Bertrand. Pinto acopla observaciones generales con un estudio de caso de un incidente acaecido en el pueblo de Trocisco en la costa del Pacífico, mientras que Bertrand esboza la historia agraria de la región de la Baja Verapaz. Finalmente, los dos últimos capítulos examinan aspectos de la sociedad urbana. En uno de ellos, este servidor examina la base material del poder de la élite española de la ciudad de Santiago, por medio de un estudio de las actividades económicas a que se dedicaban los regidores del cabildo durante el siglo XVII. Por su parte, lnge Langenberg _informa sobre su investigación del impacto social del traslado de la población urbana después del terremoto que destruyó a la antigua capital en 1 773. En la preparación y edición de esta colección de estudios, hemos contado con la ayuda y apoyo de varios individuos a quienes quisiéramos expresar en esta oportunidad nuestro profundo agradecimiento. Entre los principales de ellos se encuentran Christopher H. Lutz, co-director del Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica (CIRMA), y -William Y. Thompson, jefe del departamento de historia de
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la Louisiana Tech University. Lutz estuvo presente en las primeras discusiones sobre este proyecto y en cada etapa del mismo nos ha brindado toda clase de colaboración. Igualmente, Thompson ha colaborado siempre para que contemos con el tiempo y los recursos necesarios para la conclusión del trabajo. Gracias a la intersección de estos dos colegas, el proyecto ha recibido la ayuda financiera tanto de CIRMA como del Fondo "Garnie "W. McGinty" de la Louisiana Tech. Quisiéramos también expresar nuestra gratitud por la gran ayuda que en el trabajo de traducción y redacción nos prestaron Regina W"agner, Inés Maldonado vda. de van Oss, Margarita Cruz de Drake y Eddy Gaitán. Ralph D. Pierce, profesor del área de geografía del departamento de ciencias sociales de la Louisiana Tech, preparó tres de los mapas. Por su ayuda ocasional con la tarea mecanográfica, pero n1ás por su inagotable paciencia, agradecemos también a Karen Malone de "Webre. Todos los autores nos unimos además en la expresión de nuestros más sinceros agradecimientos al personal del Archivo General de Centro América, de los archivos eclesiásticos, parroquiales y municipales de Guatemala y del Archico General de Indias, sin cuya amable colaboración no sería posible ni la más mínima investigación sobre la época colonial en Guatemala. Como se habrá notado en el lugar correspondiente, este volumen va dedicado a la memoria de dos historiadores que fallecieron demasiado jóvenes. ~
Stephen lVebre Ruston, Louisiana (EE.UU.)
l. La misión mercedaria y la conquista espiritual
del occidente de Guatemala -
Anne C. Collins
Tulane University (EE.UU.)
De tres órdenes religiosas principales -los dominicos, los franciscanos y los mercedarios- provenía la gran mayoría de misioneros que llegaron a Guatemala en el siglo XVI. 1 Estos primeros misioneros se establecieron en los centros fundados por los españoles (Ciudad Real en Chiapas y Santiago en Guatemala), y de allí empezaron a extenderse hacia las áreas rurales circundantes. En cierto modo, los esfuerzos de los misioneros no fueron tan constantes durante los primeros años, debido a que la población indígena era numerosa y los religiosos escasos. Así, hacia la década de 1550, los dominicos, quienes en esa época tenían la mayor fuerza numérica, habían extendido su sistema permanente de misiones apenas hasta Copanaguastla, al este de Ciudad Real, y tan sólo hasta Sacapulas, al oeste de Santiago. 2 Una preocupación importante de los primeros misioneros era la reducción de las poblaciones indígenas 4iseminadas a un sistema de vida urbano. La reducción era, desde luego, crucial para el éxito de las autoridades civiles en la administración de la población sometida. Por razones similares, ésta era una meta compartida por los primeros frailes, quienes a menudo proporcionaron la fuerza humana y las tácticas de persuasión para llevar a cabo la reducción de forma rápida y pacífica. Los primeros esfuerzos para congregar a las poblaciones indígenas fueron emprendidos en la década de 1540, cuando los fr.ailes dominicos empezaron a formar pueblos con los grupos indígenas dispersos que vivían en las áreas rurales alrededor de Sar..tiago. 3 El cronista dominico Antonio de Remesal des-
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Anne C. Collins
cribe los intentos de algunos de estos primeros religiosos para llevar a cabo la reducción. Los misioneros iniciaron sus esfuerzos tratando con los caciques y principales de las aldeas que intentaban reducir. Frailes y caciques escogieron de común acuerdo los sitios para los nuevos pueblos, y decidieron cuáles grupos se establecerían en cada uno de los lugares propuestos. A continuación, los frailes persuadieron a los indígenas a que rozaran y cultivaran campos cercanos a los lugares seleccionados para los nuevos pueblos. En tiempo de cosecha, la gente era trasladada permanentemente a los nuevos lugares con acompañamiento de música y danza --esto último, con la intención de disminuir la tristeza que les ocasionaría a las personas abandonar sus antiguos hogares y catnpos. 4 Nuevos pueblos indígenas se planificaron y construyeron según los últimos ideales europeos de organización urbana. El núcleo de cada población era una gran plaza, en cuyo contorno se agrupaban varios edificios públicos tales como la iglesia, el cabildo, la cárcel y el mesón. Las calles residenciales, de proyección reticular o en forma de damero, desembocaban en la plaza desde cualquier dirección. En Guatemala, durante los primeros años de la colonia, la Corona financió los esfuerzos misioneros en los pueblos indígenas recién formados. Basada en su facultad de protectora de la Iglesia en las Indias, 5 la Corona tenía la total responsabilidad del progreso del cristianismo en el Nuevo Mundo, e inicialmente esta responsabilidad comprendía, según como se interpretara, todo el patrocinio de fi.nancia.IIliento de las misiones. El patrocinio empezó con el pago del pasaje de los frailes a las colonias. U na vez allí, se les proporcionaba comida, ropa y casa, al igual que los ornamentos del culto (vino, aceite, velas y otros enseres) y otros fondos necesarios par~ emprender los esfuerzos de conversión entre la población indígena. 6 Al ir aumentando el número de misioneros en el Nuevo Mundo, así incrementaron los gastos, y la Corona pronto empezó a buscar otros patrocinadores a quienes pudiera transferir parte de la carga de la financiación del programa de cristianización. Conforme fue avanzando el período colonial, dos fuentes fueron solicitadas, cada vez en mayor grado, para hacerse cargo de parte de estos gastos: los conquistadores (y sus
La misión mercedaria y la conquista espiritual
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descendientes) y las reducciones de indígenas. Para los conquistadores convertidos en encomenderos, uno de los impuestos más onerosos relacionados con la Iglesia era el sínodo. Los sínodos eran asignaciones en efectivo que servían para mantener a un grupo de misioneros nombrados especialmente para ese oficio y que se conocían como doctrineros del Real Patronato. Durante la mayor parte del período colonial, estos doctrineros recibían salarios anuales de 50,000 maravedís (183 pesos) por cada 400 tributarios a su cargo. Los sínodos, al igual que otros gastos de catequización, eran originalmente sufragados por la Corona, pero hacia finales del siglo XVI, ésta empezó a presionar a los encomenderos para que se hicieran cargo de los pagos del sínodo a razón de las poblaciones que éstos tenían en encomienda. En 1660 se exigió el consentimiento general de esta disposición. 7 A los encomenderos de finales del siglo XVI se les exigió asimismo hacerse cargo de otras responsabilidades financieras · relacionadas con la Iglesia. Los primeros encomenderos habían eludido con frecuencia el pago del diezmo, cuyo producto, casi en su totalidad, era asignado para el aprovechamiento de la Iglesia. 8 Sin embargo, con el aumento del número de religiosos a partir de 1550, la necesidad de diezmos y las presiones para recaudarlos aumentaron proporcionalmente. Además, a medida que los misioneros fueron extendiendo sus operaciones en las áreas rurales, descubrieron sobre el incumplimiento de los primeros encomenderos hacia sus obligaciones religiosas, quienes se habían tomado la molestia de cumplirlas apenas muy a la ligera. 9 Posteriormente, los encomenderos fueron a menudo obligados a pagar por la negligencia de sus predecesores, haciéndoles donar hasta la cuarta parte de sus tributos, algunas veces durante varios años consecutivos, para ayudar a financiar la construcción de iglesias en los pueblos de sus encomiendas. 10 A medida que avanzaba el período colonial, la Corona también iba transfiriendo a los encomenderos parte de la responsabilidad de la "limosna" anual de "vino y aceite", utilizada para comprar estas !J.ecesidades del culto para las órdenes mendicantes. 11 Originalmente costeada en su totalidad por la Corona, esta limosna llegó a ser obligación de los encomen-
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deros con respecto a los pueblos donde tenían encomiendas. La aceptación de esta responsabilidad financiera, junto con la obligación de pagar diezmos y sínodos, se convirtió en condición para recibir encomiendas durante el siglo XVII. 12 Hacia los últimos años del período colonial, cuando ya los encomenderos habían desaparecido de la escena, los hacendados españoles y mestizos contribuyeron ocasionalmente al mantenimiento de los conventos locales. En épocas de escasez monetaria, esta ayuda se realizó a menudo en forma de dotaciones conseguidas por medio de hipotecas sobre una o más de sus haciendas. El censo obtenido de estas obligaciones perpetuas, fijado al 5 por ciento anual, era recaudado por los conventos a cuyo nombre se habían hecho las dotaciones. 13 Los conventos ta.IIlbién se beneficiaron de la piedad de los ladinos locales, por medio de legados testamentarios de propiedades rentables. Las comunidades indígenas en las que trabajaban los misioneros asimismo se fueron convirtiendo en fuentes de fondos cada vez más importantes a través del período colonial. Durante los siglos XVI y XVII, cuando las "cajas de comunidad" indíge?-as eran aún instituciones vigorosas, estos fondos locales eran a menudo desviados para asegurar una parte de los progra.rnas de los misioneros. Originalmente, las cajas estaban destinadas a funcionar como bancos de crédito para los pueblos indígenas, y su uso por parte de los frailes estaba expresamente prohibido por mandatos de la Corona. 14 No obstante, cuarenta o cincuenta años después de su introducción, la mayoría de las cajas destinaban gran parte de sus ingresos anuales a la iglesia. En México, hacia el siglo XVII, casi el 75 por ciento de las entradas de caja eran típicamente designadas al mantenimiento del culto católico local. 15 Porcentajes igualmente altos se encuentran documentados para Guatemala. 16 Otra fuente local de rentas, la cual fue adquiriendo mayor importancia después de la decadencia de las cajas de comunidad indígenas (1700), fue una categoría de rentas conocida como "obvenciones". Las obvenciones (también llamadas "limosnas") eran "donaciones" hechas a los conventos por feligreses individuales y, especialmente, por las cofradías. En un principio, la cantidad recibida ~e esta fuente dependía proba-
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blemente únicamente de la generosidad de los fieles; pero hacia el siglo XVIII, cuando la ayuda económica de la Corona y de los encomenderos a las misiones se había vuelto insignificante, las obvenciones adquirieron progresivamente un carácter obligatorio, convirtiéndose en una de las fuentes de ingresos más importante para los misioneros. 17 La mayor parte de estas obvenciones eran recaudadas en pago a las misas oficiadas par~ individuos y grupos. Debido a que después del año 1 700 dependían grandemente de fuentes locales de renta limitadas, muchos conventos tuvieron que reducir el número de misioneros. El Cuadro 1 ilustra esta tendencia con respecto a la orden de los mercedarios. Las dificultades económicas fueron responsables, por lo menos parcialmente, del virtual cese de las actividades expansionistas y de la solidificación de las fronteras eclesiásticas que caracterizaron a las misiones del siglo XVIII en Guatemala. Otro factor que hizo perder vigor a las misiones puede atribuírsele a la política oficial de la Corona, la cual, después de 1700, apuntó hacia la reducción del clero "regular" . 18 En 171 7, por ejemplo, el nuevo régimen de los Borbones en España prohibió el establecimiento de nuevos conventos en el Nuevo Mundo, sin importar a qué orden religiosa pertenecieran. 19 Años más tarde, un golpe aún más severo le fue asestado al clero regular cuando se emitieron órdenes para iniciar la secularización de todas las parroquias administradas por ellos. 20 En Guatemala, las parroquias ocupadas por los regulares empezaron a ser secularizadas ya en 1754. 21 LOS MERCEDARIOS EN EL OCCIDENTE La catequización intensiva en el occidente de Guatemala dio comienzo más tarde que en muchas otras partes del país. 22 La lejanía de la región con respecto a los primeros centros de población españoles, explica sin duda el hecho de que las misiones permanentes no parecen haberse establecido allí durante aproximadamente veinte años después de que la región pasara a estar bajo el control militar de los españoles. Estas primeras misiones permanentes estuvieron dirigidas por frailes mercedarios. 23 Los :miembros de esta orden, una vez
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CUADRO 1
Fuerza numérica de los frailes mercedarios en el occidente de Guatemal.a Convento
1696
1733
1770
Chiantla
3
3
2
Cuilco
3
3
2
H uehuetenango
4
10
2
Jacaltenango
3
3
3
Malacatán
3
3
2
Ostuncalco*
4
6
3
Sacatepéquez
3
3
3
Sol orna
3
3
2
Tejutla
3
3
2
29
37
21
totales
*
La cifra para 1733 incluye tres frailes que entonces residían en Santa Catarina Retalhuleu, pueblo normalmente visitado desde Ostuncalco. La breve tenencia de Retalhuleu como misión se debió probablemente a la presencia de un asentamiento de lacandones, establecido allí por las autoridades políticas y religiosas españolas hacia 1720. FUENTES: para 1696, José Castro Seoane, "La expansión de la Merced", pág. 46; para 1733, BAGG 10 (junio de 1945): 165 y ss.; para 1770, Cortés y Larraz, Descripción geográfico-moral, 11: passim.
establecidos en el occidente de Guatemala, continuaron atendiendo las misiones y parroquias de esa región por más de dos siglos hasta que la secularización se llevó a cabo. El obispo Francisco Marroquín asignó a los frailes mercedarios el occidente de Guatemala, conocido entonces como el área "mam" , 24 alrededor de 1540. Se mencionan por nombres como parte de esta asignación "los partidos de Uztuncalco [Ostuncalco], Zacatepeque (San Pedro Sacatepéquez], Teyuzla [Tejutla], Cuilco y Guatenango [¿Huehuetenango?]" . 25 Los mercedarios pioneros en el área probablemente se acercaron
La misión mercedaria y la conquista espiritual
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a su territorio recién asignado desde la costa de Suchitepéquez (véase el Mapa 1), región que habían estado visitando manifiestamente desde poco después de su llegada inicial a Guatemala, alrededor de 1536. 26 Desde Ostuncalco y San Pedro Sacatepéquez, los mercedarios primeramente emprendieron camino en dirección oeste, alcanzando algunas de las poblaciones hablantes de mam de la parte más occidental de Soconusco, hacia 1546. 27 Una expansión en dirección norte se encuentra documentada hacia 1549, al enviarse misioneros a visitar la ~egión de Tutuapa y Usumacintla. 28 Ya hacia el año 1555 estaban realizando actividades misioneras en el pueblo de Huehuetenango. 29 Su presencia en Jacaltenango se documenta hacia 1567. 30 Este último pueblo permanecería como su único centro dentro del área de los Cuchumatanes31 hasta la segunda mitad del siglo XVII. Los conventos regionales (cabeceras de doctrina) eran arterias vitales para la organización mercedaria, y la ubicación de estas misiones era determinada con bastante cuidado. 32 En el occidente de Guatemala, los primeros conventos mercedarios fueron establecidos en los pueblos de Ostuncalco, San Pedro Sacatepéquez, Cuilco, Hueheuetenango y J acaltenango. Todos ellos tenían misioneros residentes hacia 1581,33 y todos se mantúvieron como cabeceras de doctrina (bajo diferentes títulos) hasta finales del período colonial. Hacia 1600, Chiantla y Tejutla habían sido agregados a la lista de conventos regionales. 34 La distribución de las cabeceras y sus pueblos dependientes (visitas) en esa época se puede apreciar en el Mapa l. Esti:ts primeras jurisdicciones fueron trazadas sin tener muy en cuenta fronteras tribales o lingüísticas. Así, en 1600, Jacalten~go (pueblo hablante de jacalteca) incluía entre sus visitas a San Miguel de Acatán, pueblo hablante de acateca, y a San Martín Cuchumatán, pueblo hablante de mam. El período comprendido entre 1600 y 1 700 está marcado por cambios frecuentes en las jurisdicciones de los conventos mercedarios. No todos estos cambios pueden ser explicados por la redistribución de visitas que siguió a la creación, alrededor de 1670, de los últimos conventos mercedarios, en Malacatán y Soloma. 35 Muchos de los reajustes documentados reflejan presumiblemente los intentos de los mercedarios por igua-
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n de los padres la que determina la inclusión de los mestizos en las cofradías de españoles, 48 así como el ingreso en el colegio-seminario de la Asunción de Santiago, fundado por el obispo fray Gómez de Córdoba en 1596, en cuyas constituciones se daba preferencia de entrada a hijos de conquistadores y pobladores antiguos, pero se añade que los colegiales "sean descendientes de conquistadores y antiguos pobladores ... e hijos de meros españoles, si pudieran ser; y si no, que a lo menos no sean hijos de india y mero español, ni de mestizo y mestiza, ni de judíos y moros, ni negros, ni penitenciados por el Santo Oficio de la Inquisición, ni descendiente de ellos". 49 Sin embargo, las constituciones del colegio creado "para recogimiento de 9-oncellas pobres y pupilas ricas" (año de 1592) son mucho más estrictas, ya que en ellas se especificaba que no hubiera de dársele entrada a ninguna mestiza: no podían ser "mestizas de españoles o de indios o de otra generación"; habían de ser "hijas de cristianos viejos que no tengan raza de moro ni de judío, ni de otra mala secta y de legítimo matrimonio nacidas". 50 Finalmente, las diferencias raciales y la posición de los
Españoles e indígenas
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individuos en la sociedad guatemalteca quedan perfectamente reflejadas en las disposiciones legales aparecidas con motivo de la transgresión de una norma y las penas establecidas para cada uno de los grupos que componían dicha sociedad; nos referimos concretamente a la prohibición de desjarretar ganado y el castigo que se imponía a blancos, indígenas, negros, mulatos, mestizos y zambos. En estas disposiciones se marcaban las diferencias entre blancos y otras razas por una parte y, dentro ya de estos dos grandes grupos, entre indígenas y "otras generaciones" por un lado y españoles importantes frente a "meros" españoles, por otro. Así, ningún español recibía pena corporal, mientras que ésta se prescribía para los otros grupos raciales. Por otro lado, el "español dueño de ganado" que infringía la ley había de pagar una multa de trescientos ducados y cumplir un destierro de dos a cinco años, mientras que el "español de humilde condición" era castigado con "pena de vergüenza pública" y había de pagar una multa de cien ducados para la cámara real. Las diferencias entre indígenas y "otras generaciones" se manifiestan en el hecho de que aquéllos ·sólo serían penados con cincuenta azotes, mientras que negros, mulatos, mestizos y zambos recibirían entre cien y
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