La Reinvencion de Homero_ El Mi - Andrew Dalby

January 18, 2018 | Author: Je Vous Déteste Pour Toujours | Category: Hector, Achilles, Odysseus, Homer, Helen Of Troy
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Descripción: La Reinvencion de Homero_ El Mi - Andrew Dalby...

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LA REINVENCION DE HOMERO El misterio de los orígenes de la épica

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La Ilíada y la Odisea, imperecederos clásicos de la antigua tradición épica griega, son las primeras y más grandes obras del canon occidental. Durante generaciones, público, especialistas y escolares han explorado sus páginas, y sus relatos han acaba­ do formando parte intrínseca de nuestro conoci­ miento cultural colectivo. Y sin embargo, los orí­ genes de los poemas épicos más célebres de toda la poesía occidental están envueltos en un velo de misterio: ¿Cuál era su propósito y quiénes eran sus posibles lectores? ¿Cuándo se escribieron? Y lo que es más importante: ¿Quién fue su autor? Una cosa es segura: el legendario poeta Homero, supuesto creador de tales epopeyas, vivió mucho antes del uso de la escritura, y, como corresponde a la naturaleza propia de la tradición oral, él, al igual que los posteriores intérpretes de sus poe­ mas, crearía de nuevo sus relatos con cada reci­ tación. Inevitablemente, los poemas épicos orales pasan de una generación a la siguiente con sutiles alteraciones acumuladas. Para todos ellos, el mo­ mento de composición ha de ser el momento de su transcripción. El autor de la Ilíada y la Odisea no puede ser Homero, aunque a día de hoy to­ davía sentimos la tentación de usar su nombre.

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L A REIN VEN CIÓ N DE HOMERC , Andrew Dalby rebate este persistente error. Es una confusión de­ masiado común, sostiene el autor, y resulta enga­ ñosa porque nos induce a suponer, como es habi­ tual, que su creador fue un hombre. En realidad, no sabemos nada sobre la persona que creó esos poemas, ni siquiera su sexo. Además, las obras presentan un determinado estilo y una profunda comprensión del conflicto de género en Grecia que son claramente femeninos. ¿Y si el autor, plantea Dalby, fuera una mujer...?

A N D R E W D A I BY

listoriador y lingüista, se inte­

resa desde hace tiempo por la literatura oral. Tras licenciarse en estudios clásicos y lenguas moder­ nas y medievales por la Universidad de Cambrid­ ge, se doctoró en historia antigua en el Birlcbeck College, de la Universidad de Londres. También se licenció en biblioteconomía en el University College de Londres y fue nombrado miembro ho­ norario del Instituto de Lingüística. Su interés por el lenguaje y la tradición oral lo ha llevado a escribir recientemente Language in danger: The loss o f linguistic diversity and the threat to our future (2003 ). Sus libros han sido traducidos a diez idiomas. En la actualidad vive en Francia.

ANDREW DALBY

La reinvención de Homero misterio de los orígenes de la épica TR A D UC C IÓ N DE ANA ESCARTÍN ARILLA

f» E D I T O R I A L G R E D O S , S. A . M A D R ID

Título original inglés: Rediscovering Homer. © Andrew Dalby, 2005 © de la traducción: Ana Escartín Arilla, 2008. ©

E D I T O R I A L G R E D O S , S . A .,

2008.

López de Hoyos, 14 1 - 28002 Madrid. www.rbalibros.com V ÍC T O R IG U A L a F O T O C O M P O S IC IÓ N T O P P R I N T E R P L U S a IM P R E S IO N D E P Ó SIT O is b n

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34911-2008

978-84-249-3574-0

Impreso en España. Printed in Spain. Reservados todos los derechos. Prohibido cualquier tipo de copia.

C O N T E N ID O

Prólogo, 9 Introducción, 13 Cronología del mundo homérico, Mapas, 34

30

P R IM E R A P A R T E

L O S PO E M A S L A P O E S ÍA O R A L G R IE G A E N L A G R E C IA P R I M I T I V A , L A « IL ÍA D A » Y L A H IS T O R IA ,

JO

L A « O D IS E A » Y L A S O C IE D A D ,

I0 7

39

SEG U N D A P A R T E

E L PO ETA L A C R E A C IÓ N D E L A « I L IA D A » , D E L A « IL ÍA D A » A L A « O D IS E A » , E L RO STRO D E L P O E T A ,

13 7 15 8

17 9

TERCERA PARTE

L A RESPU ESTA D E E P O P E Y A O R A L A C L Á S IC O E S C R IT O ,

2O 9

E L R E D E S C U B R IM IE N T O D E L A O R A L ID A D ,

2 35

U N A N U E V A L E C T U R A D E L A « IL IA D A » Y L A « O D IS E A » ,

Notas, 263 Guía bibliográfica, 271 Bibliografía, 289 . Indice, 301

PRÓ LO GO *

Algunos libros se leerán siempre. Entre ellos se encuentran los dos poemas épicos de la Grecia primitiva, la Ilíada y la Odisea, que tradicionalmente han sido atribuidos a Homero y que, como ahora sabemos, fueron fruto de una larga tradición de poesía oral. Nadie pone en cuestión su lugar en el canon, y son obras que nos cautivan con facilidad, no sólo porque nos ofre­ cen algo nuevo cada vez que las volvemos a leer, sino porque queremos ob­ tener una respuesta a los enigmas de quién las creó, cómo vieron la luz y cómo acabaron siendo recogidas por escrito. Estoy convencido, y no soy el único, de que el legendario poeta Home­ ro, antepasado de la tradición oral griega, no debe confundirse con el auténtico poeta que escribió la Ilíada y la Odisea. ¿Por qué? Por dos razo­ nes: por la prueba antigua de que Homero trabajaba de forma oral, sin ac­ ceso a la escritura, y por la prueba moderna de que los poemas épicos orales se crean de nuevo cada vez y sólo quedan fijados cuando se ponen por es­ crito. Si aceptamos tanto el argumento antiguo como las investigaciones modernas, no podemos seguir creyendo que Homero fue el creador del texto escrito de la Ilíada y la Odisea. Y

hay una razón todavía mejor para mantener tal convicción. Esta teo­

ría presenta una ventaja que yo no supe ver del todo bien cuando empecé a estudiar la poesía épica, y es que nos permite reconsiderar cada detalle del poeta desconocido, incluso su género. L a Ilíada y la Odisea fueron escritas por uno de los más grandes representantes de la tradición épica oral de la Antigua Grecia, y es probable, muy probable, que se tratara de una mujer.

E n la versión española se ha elim inado la última parte del prólogo, relativa a los sistemas de transcripción de los nombres griegos en inglés. (N. de la t.)

Como hipótesis de trabajo, esta idea ayuda a explicar ciertos rasgos que ha­ cen que estos poemas sean mejores (más sutiles, más complejos, más uni­ versales) que la mayoría. Dada la gran importancia de la litada y la Odisea en nuestra cultura, todo lo que las rodea genera discusión. Cada uno de los detalles relativos a los poemas ha despertado todas las opiniones imaginables: estructura, pro­ pósito, público original y transmisión posterior. Algunas de las posturas adoptadas en este libro son controvertidas, pero en general no las he plan­ teado con el fin de rebatir otras opiniones. Lo que he pretendido ha sido más bien distinguir hechos de conjeturas y no insistir excesivamente en los puntos discutibles. En la Guía bibliográfica he enumerado algunos estudios recientes so­ bre ambos poemas y su contexto, y señalado algunas áreas cruciales en las que los autores discrepan entre sí o con las opiniones expresadas en este li­ bro. También se ofrece orientación acerca de algunas traducciones recien­ tes de los poemas e información básica sobre otros textos antiguos y otras tradiciones orales mencionadas aquí. Las traducciones de la Ilíada y la Odi­ sea son mías, excepto cuando así se indique en las notas. Quiero dar las gracias a los profesores de Bristol y Cam bridge que me hicieron leer la Ilíada y la Odisea por prim era vez. Seguro que algu­ nos de ellos no estarían de acuerdo con algunas de las cosas que digo aquí, de modo que también debo agradecerles que me hicieran pensar por mí mismo. E n cuanto a la idea de que había que reconsiderar el gé­ nero del poeta, estoy agradecido a los estudiosos de la tradición oral mencionados en el capítulo 7, que han demostrado que las mujeres han sido a menudo las principales creadoras de literatura oral en el mom en­ to decisivo de cada tradición, el momento en el que esas literaturas se es­ tán transform ando en formas escritas. Por último, por hacer que este li­ bro cobrara sentido, doy las gracias a L iz D uvall, la editora, y a M aria Guarnaschelli, de W. W . Norton. M aria y yo conversamos por prim era vez sobre Hom ero hace ocho años en el m ejor lugar imaginable para ello, la isla de Quíos.

T E R M IN O L O G ÍA

En este libro, las palabras cantor y poeta significan prácticamente lo mis­ mo. Poeta es en origen la palabra griega potetes, «hacedor» o «poeta»; sin embargo, en la época en que la Ilíada y la Odisea fueron creadas, los poetas se llamaban más a menudo a sí mismos aoidoi, «cantores», porque eran artis­ tas que trabajaban en vivo, que interpretaban su obra cantándola. Aquélla era una cultura muy rica, con muchos géneros de canción o poesía. Las formas más breves se pueden agrupar sencillamente como líri­ ca, palabra de origen griego que inicialmente significaba «cantado al son de la lira». L a litada y la Odisea, sin embargo, son largos poemas narrativos o epopeyas. Están compuestos en hexámetro, secuencia de versos regulares de seis pies, elegida habitualmente por los poetas narrativos de la Grecia primitiva. Su estructura se basa en fórmulas, grupos preestablecidos de pa­ labras que se ajustan a este ritmo poético. Este y otros rasgos ayudan a de­ mostrar la existencia en la Grecia prim itiva de una tradición épica. Los ritmos de los versos varían, pero las fórmulas son una característica común de la poesía narrativa prácticamente en todo el mundo. A l cantor experto que se especializaba en poemas épicos se le llamaba rhapsodos, «cantor de palabras entretejidas». Este tipo de artista empleaba las características antes mencionadas para construir desde cero un poema de la longitud necesaria en cada actuación. Aunque no son poemas orales, la Ilíada y la Odisea provienen de la cultura literaria oral. Seguramente fue­ ron compuestos por un experto cantor épico y escritos ante los ojos de ese cantor: composición y escritura fueron simultáneas. Según parece, las tradiciones épicas orales absorben el material históri­ co casi al azar, pero sus personajes interactúan en un marco social que re­ sulta convincente y coherente. Esto se observa muy especialmente en la Ilíada y la Odisea, cuya imaginaria sociedad homérica nos dice mucho sobre las vidas y las creencias en la Grecia arcaica. N o sabemos el nombre del cantor que compuso estos poemas épicos. El nombre del artista no está incluido en los poemas; tal vez quienes los escri­ bieron no lo consideraron importante. Los cantores suelen atribuir su obra a un predecesor, visto como el primer o más grande exponente de la tradi­ ción; tal vez el cantor de la litada y la Odisea hiciera eso. Sea como fuere,

ciento cincuenta años después de que se compusieran estos poemas épicos era ya habitual atribuir dichos relatos, y varios más, a un legendario cantor llamado Homeros, u Homero (en su forma moderna). Suponiendo que Homero existiera, hoy no podemos saber nada de él ni de sus cantos si es cierto que, como dicen las fuentes, su obra no fue recogida por escrito. Algunos especialistas, no obstante, dan el nombre de Homero al poeta que dictó o escribió los poemas. En otros libros escritos acerca de la poesía homérica, al cantor se le llama en ocasiones bardo (término que hacía referencia a un cantor de ala­ banzas o un vagabundo gaélico), aedo (palabra de origen griego para «can­ tor»), rapsoda (de la palabra griega que significaba «cantor de palabras en­ tretejidas») y, ocasionalmente, juglar (término empleado para los cantores en el Medievo). Estas palabras arrastran un bagaje muy potente, en parte porque sus sentidos anteriores se han reajustado en el uso moderno, y en parte porque cada escritor moderno las dota de sus dejes y sus presupues­ tos. Y o prefiero emplear el equivalente más habitual: cantor.1

LO S P O E M A S Y SU E S C E N A R IO

L a Ilíada centra su relato en unas cuantas semanas sumamente agitadas del asedio al que Troya se vio sometida por espacio de diez años a manos de un ejército griego que tenía como objetivo recuperar a la hermosa Helena. Si el poema tiene un héroe, ese héroe es Aquileo (tradicionalmente llama­ do Aquiles). L a Odisea narra las aventuras posteriores de uno de los guerre­ ros griegos, el ingenioso Odiseo (llamado en ocasiones Ulises). Su compo­ nente central es el dilatado viaje de regreso de Odiseo a ítaca, la isla donde está su hogar. Compuestos con toda seguridad antes del año 600 a. C., estos poemas son algunas de las primeras obras literarias en griego. E s posible incluso que fueran efectivamente las primeras. Sea como fuere, son algunos de los textos literarios más antiguos en cualquier lengua europea. Estos poe­ mas no contienen ninguna (o casi ninguna) referencia contemporánea, y sin duda ninguna información sobre el poeta. Cuando estudiamos algu­ na de las grandes obras de la literatura occidental, siempre esperamos encontrar fácilmente las respuestas a ciertas preguntas básicas: ¿Quién la escribió? ¿Cuál era su propósito? ¿Quién se suponía que iba a leerla? ¿Cuándo fue escrita? ¿Qué otras obras había a su alrededor? ¿Qué más estaba sucediendo en ese momento? E n el caso de estas dos obras, no sa­ bemos nada de antemano. Tan sólo una cuidadosa lectura y un hábil tra­ bajo de detective proporcionarán respuestas, siquiera tentativas, a tales preguntas. Según las primeras fuentes escritas de información (que datan de en­ tre el 500 y el 300 a. C., aproximadamente), Hom ero, cantor griego del

pasado lejano, compuso la Ilíada y la Odisea, y lo hizo junto con varios poemas más, la mayoría de los cuales se han perdido. Para los primeros escritores que mencionan a Hom ero, este nombre carece prácticamente de biografía. Es la personificación de la épica, un rhapsodos, un «cantor de palabras entretejidas». É l no escribió sus poemas; fueron transmitidos de boca en boca por sus descendientes y recopilados por escrito muchos años después. Gracias a la investigación moderna sobre la tradición oral sabemos que, si esto es así, los poemas que estamos leyendo no son los de Homero. Los únicos poetas de narraciones orales de cuyo trabajo podemos ser testi­ gos son los que actúan en nuestra presencia, escriben sus poemas o los dic­ tan. En las tradiciones orales modernas, a menudo los poetas o cantores aseguran reproducir palabra por palabra una composición de algún famo­ so y reverenciado predecesor, pero, como han demostrado los experimen­ tos y ha confirmado plenamente la investigación, esta afirmación no es y no puede ser nunca cierta según nuestros parámetros. No existe la posibili­ dad de la transmisión exacta. Las narraciones en la tradición oral se crean de nuevo cada vez que se interpretan. L a investigación moderna revela que la Ilíada y la Odisea proceden realmente de una tradición poética oral. En cuestión de estilo y estruc­ tura son iguales que los poemas narrativos orales de otras épocas y otros lugares, y son completamente diferentes de las obras realizadas por auto­ res integrantes de las tradiciones literarias que dependen de la escritu­ ra. En cualquier caso, la escritura era una técnica muy nueva en Grecia en ese período; la poesía era todavía algo que se escuchaba, y la idea de leer poesía en un texto escrito resultaba desconocida. Sin embargo, la Ilíada y la Odisea fueron escritas (tuvieron que serlo, en caso contrario no existirían ahora), y son tan largas que el proceso de escritura tuvo que durar semanas o meses. Esta circunstancia también genera pregun­ tas difíciles, y hemos de intentar responderlas antes de poder entender realmente los poemas. ¿Por qué decidió alguien, en estos dos casos, no crear un poema oral y ganarse el alimento y el aplauso con ello, sino es­ cribirlo? ¿Por qué son estos dos poemas mucho más largos de lo que lo sería cualquier obra creada por un poeta para un público? ¿Quién fue el mecenas que dio de comer al autor mientras realizaba su trabajo?

¿Quién le proporcionó la tinta y la gran cantidad de pieles de cabra so­ bre las que había de escribir? Casi todos los lectores han pensado que estos dos poemas son gran­ des obras de arte. Sus creadores dedicaron tiempo y esfuerzo a ellos y tuvieron que sentirse muy orgullosos del resultado. Entonces, ¿por qué no hay constancia alguna de su form a de trabajar, y por qué los poemas son completamente anónimos? Las fuentes escritas prim itivas nos pro­ porcionan algunas pistas bastante atractivas, pero no un relato comple­ to y consistente de dónde y cuándo tuvo lugar el proceso de escritura, o dicho de otro modo, dónde y cuándo fueron creadas la litada y la Odi­ sea. T am bién aquí las preguntas son difíciles, pero podemos recurrir a la inform ación procedente de la historia de la G recia prim itiva para tratar de responderlas. ¿Quién, poeta o mecenas, tuvo tanta visión de futuro como para darse cuenta de que la tarea m erecería la pena? ¿Cóm o pensaba esa persona que se utilizarían los textos escritos? ¿En qué público lector pensaba, y quiénes fueron en realidad los primeros lectores? ¿Qué reacción se esperaba de esos lectores? Y por último, ¿'có­ mo hemos de leer, disfrutar y valorar nosotros la poesía épica del pasa­ do remoto? H ay una pregunta a la que sí podemos responder con seguridad: a los lectores les gustaban estos poemas. Y así ha seguido siendo desde enton­ ces; la Ilíada y la Odisea nunca se han olvidado. L a primera gran obra de poesía romana fue una traducción al latín de la Odisea. L a literatura m e­ dieval europea — inglesa, francesa, alemana, incluso islandesa— incluye toda una sucesión de nuevas versiones de la historia de la litada y la guerra de Troya; el relato romántico de Troilo y Crésida es una de estas popula­ res recreaciones. Por su parte, los textos griegos originales siguieron es­ tando en circulación en la Grecia medieval, durante el Imperio bizantino. Cuando la imprenta se introdujo en Europa en el siglo xv, las versiones originales de la Ilíada y la Odisea, basadas en copias bizantinas manuscri­ tas, fueron algunos de los primeros textos griegos en imprimirse. En la época moderna se han realizado un sinfín de traducciones de la Ilíada. Troya es tan sólo la última de toda una serie de películas cuyo argumento se inspira en estos dos poemas. Todo el mundo coincide en que estas obras siguen siendo algunas de

las historias más grandes jamás escritas. Todos los poemas épicos y narrativos posteriores vuelven la mirada hacia ellas en busca de inspiración: la Eneida de Virgilio, que narra los orígenes legendarios de Roma; la Divina Comedia de Dante; E l paraíso perdido de Milton. Todas las novelas de aventuras se miran, de una u otra forma, en el espejo de la Odisea. Los estudios de gestión, los análisis estratégicos, la psicología, incluso la escritura de la historia habrían adoptado una forma distinta si la litada y la Odisea no es­ tuvieran allí, entre los orígenes, como ejemplo constante, como fuente de renovada inspiración. Grecia, la tierra de la que proceden estos poemas y cuyas leyendas nu­ trían sus relatos, es una región de montañas, valles e islas dispersas. Cuan­ do estas dos epopeyas fueron compuestas, los griegos cultivaban vides (para vino), olivos (para aceite) y cebada como cereal principal; criaban ovejas, cabras, cerdos y ocas; empleaban bueyes para arrastrar arados y ca­ rros. Vivían en ciudades con unos cientos o miles de habitantes. Rendían culto a los doce dioses del Olimpo y a algunos más. Todas las ciudades tenían un espacio abierto, una ágora, donde los hombres se dedicaban a los negocios y la política. N o existía una naciónEstado griega; en principio, cada ciudad era completamente indepen­ diente. Su población compartía la misma lengua — el griego prim iti­ vo— , la misma religión y la misma literatura, que incluía conocidos relatos mitológicos sobre dioses y héroes. E n estas ciudades helenas nació la democracia, una democracia prim itiva en que las decisiones dependían del voto o la aclamación de los ciudadanos adultos de sexo masculino. Las ciudades griegas no sólo se encontraban en la Grecia europea y las islas de su entorno, sino también a lo largo de la costa de lo que es hoy T u r­ quía occidental. Fue en una de esas ciudades donde, según dicen algunos, vivió Homero. Troya también se encuentra en esa costa. Era un lugar muy antiguo y famoso. En la época en la que se escribieron los poemas estaba en ruinas, pero se acababa de erigir allí un santuario de Atenea, lo que posiblemente constituye la prueba más antigua de que estaba empezando a surgir la le­ yenda de Troya. ítaca, patria de Odiseo, era una isla pequeña y montañosa, con muy pocos habitantes, situada al oeste de la Grecia continental. Los

poetas viajaban, y es muy probable que el poeta de la litada viera las ruinas de Troya; en cambio, pocos griegos iban a Itaca, y nos sorprendería que el poeta lo hubiera hecho. E L A R G U M E N T O D E L A « IL IA D A »

L a historia de Helena es la más famosa de toda la mitología griega. P a ­ ris (llamado a menudo Alejandro en la Ilíada·, es uno de los hijos de Príam o, rey de Troya) fue invitado a actuar como juez en un concurso de belleza entre tres diosas; es el célebre «juicio de Paris». Concedió el premio a A frodita, diosa del amor, y ésta lo recompensó (como le había prometido en secreto previamente) con el privilegio de casarse con la m ujer m ortal más hermosa, Helena, que era ya esposa de Menelao, rey de Esparta. A sí pues, Paris visitó Esparta y Helena se enamoró de él, conforme a la promesa de Afrodita. Juntos se fugaron a Troya. El her­ mano de Menelao, Agam enón, rey de Micenas, organizó una alianza para reparar la afrenta hecha a aquél. Los troyanos fueron instados a devolver a H elena, pero éstos rechazaron el ultim átum , de modo que el ejército griego reunido navegó hasta el otro lado del m ar Egeo y acam­ pó en torno a las m urallas de T roya bajo el mando de Agamenón. C o ­ menzaban así diez años de asedio. L a Ilíada no cuenta el inicio de la historia, sino que narra una serie de incidentes ocurridos en el décimo año de la guerra, nacidos de una dis­ puta entre Agam enón y Aquiles, el mejor de todos los guerreros griegos. E l poema describe la muerte en combate de muchos héroes de ambos bandos. T oda la escena se desarrolla en los campos de batalla situados fuera de las murallas de Troya, en la propia ciudad de T roya y en el monte Olimpo, donde viven los dioses. L o que sucedió en Grecia duran­ te esos días, o en el transcurso de los diez años, no se cuenta; no forma parte de la historia. E l cantor — el narrador— de la litada comienza la historia cuando surgió una disputa entre Agam enón y Aquiles (véase página 26 para el pasaje inicial). Crises, sacerdote local del dios Apolo, ofrece a Agamenón un rescate por su hija Criseida, que ha sido recientemente capturada en un asalto y concedida a éste. Agam enón se niega a entregarla, y Apolo lo

castiga enviando una plaga mortal para atacar al ejército griego. F in al­ mente cambia de opinión, pero no quiere quedarse sin premio, y consi­ gue salvaguardar su prestigio apoderándose de otra m ujer cautiva, B riseida, que había sido concedida a Aquiles. Este se siente indignado, no sólo por el arbitrario uso del poder por parte de Agamenón, sino también porque ama a Briseida. Su madre, Tetis, diosa del mar, acude a conso­ larlo. Entre tanto, los otros dioses, que están mirando desde el monte Olimpo, empiezan a discutir sobre lo sucedido, pero la música de Apolo y el canto de las Musas los ayudan a olvidar los asuntos humanos. Tetis, por su parte, ha convencido a Aquiles para que abandone la lucha, y aho­ ra insta a Zeus, rey de los dioses del Olimpo, a que ayude a los troyanos, porque quiere que el ejército griego sufra las consecuencias de la marcha de su hijo. A l día siguiente, Agam enón convoca una asamblea de las tropas griegas. Su intención es comprobar la moral de los guerreros, y para su consternación descubre que están dispuestos a rendirse y regresar a casa, pero Néstor y el ingenioso Odiseo les hacen recobrar el valor. En este punto del poema se enumeran uno a uno los líderes griegos y las ciuda­ des de las que provienen (esta sección se conoce como el Catálogo de los Barcos), y a continuación se ofrece una lista mucho más breve de los alia­ dos de Troya. Paris, el prim er guerrero troyano que aparece destacado en la Ilia ­ da, desafía a su rival, Menelao, a un combate singular para resolver los diez años de disputa. Se acuerda una tregua temporal, y H elena, de pie sobre la m uralla de T roya, observa el duelo entre sus dos maridos. Paris es derrotado, pero su protectora, la diosa A frodita, lo rescata del campo de batalla y obliga a Helena a acostarse con él, a pesar de que ésta ha ex­ presado claramente la repugnancia que le provoca la relación. Una vez que el duelo ha finalizado sin un vencedor claro con la desaparición de Paris del campo de batalla, el troyano Pándaro rompe la tregua hirien­ do a Menelao con una flecha, y a continuación se desata una batalla glo­ bal. E l valeroso Diom edes destaca dentro del bando griego, y se atreve incluso a apuntar con sus armas a los dioses que participan en este com­ bate entre mortales. Héctor, hermano de Paris y el m ejor de los guerre­ ros troyanos, aparece en su casa de T roya, con su esposa, Andróm aca,

y después en plena acción en el campo de batalla. A continuación se re­ lata un segundo día de lucha, que termina con los troyanos en un gran momento, gozando todavía del apoyo de Zeus, acampados junto a sus hogueras. Agamenón decide por fin intentar un acercamiento a Aquiles. Ahora le ofrece devolverle a Briseida y hacerle otros regalos para resolver la dis­ puta. Una «embajada» formada por Odiseo, Á yax y Fén ix acude a la tien­ da de Aquiles. A llí lo encuentran con su leal compañero, el guerrero P a­ troclo; Aquiles está sentado en calma, mientras «cantaba sobre la fama de los hombres». Cenan (Patroclo prepara la comida, Aquiles trincha la car­ ne) y negocian, pero, a pesar de la generosa oferta de Agamenón, Aquiles no tiene intención de olvidar su enojo. Se mantiene apartado de la lucha. Esa misma noche Diomedes y Odiseo se proponen espiar a los troyanos y finalmente asaltan el campo de los tracios, aliados de los recién llegados troyanos. Una vez reanudado el combate, Agamenón empuja a los griegos hasta las murallas de Troya, pero la marea cambia de sentido: Agamenón es he­ rido y el obstinado Á yax se ve obligado a retroceder; Néstor rescata de la batalla a Macaón, herido; Aquiles presencia la escena y envía a Patroclo a averiguar lo que está sucediendo. L a larga respuesta de Néstor incluye un recuerdo de cuando robó ganado en Grecia en su juventud. Patroclo se en­ cuentra entonces con Eurípilo, que también ha sido herido, y lo ayuda a llegar a su tienda. Guiados por el aparentemente invencible Héctor, los troyanos se abalanzan sobre el campamento griego y obligan a los griegos a retroceder hacia sus naves. Zeus, que está observando desde el monte Olimpo, es distraído ahora por su esposa, Hera, que lo incita a mantener relaciones sexuales. Después él se duerme, y su hermano Posidón, dios del mar, aprovecha la oportu­ nidad para ir a la batalla del lado de los griegos. Héctor es herido. Zeus se despierta y restablece enfurecido la fortuna de los troyanos: Héctor reco­ bra el sentido y avanza hasta las naves griegas. Patroclo ruega entonces a Aquiles que le permita tomar prestada su armadura y se pone a la cabeza del contingente griego, ya que Aquiles se niega a hacerlo. L a intervención de Patroclo inclina la balanza a su favor: los troyanos emprenden la retirada, aunque con la ayuda de Apolo, Héctor logra matar a Patroclo. Los troya-

nos quitan la armadura al cadáver (la armadura de Aquiles); los griegos, llenos de tristeza, traen de vuelta el cuerpo de Patroclo y dan a Aquiles la noticia de la muerte de su amigo. Tetis pide al dios herrero, Hefesto, que fabrique una nueva arm a­ dura para Aquiles; ésta incluye el famoso «escudo de Aquiles», cuya fa­ bulosa decoración se describe con todo detalle en el poema. Fortalecido con néctar y ambrosía, comida y bebida de los dioses, que le ha propor­ cionado la diosa Atenea, Aquiles reniega ahora de su enfado y A gam e­ nón le devuelve a Briseida, jurándole que no ha yacido con ella. Briseida y Aquiles entonan un lamento sobre el cuerpo de Patroclo. A quiles se pertrecha para la batalla. E n esta ocasión, Zeus anima a los dioses a to­ m ar partido en la guerra; algunos incluso se enfrentan entre sí en el campo de batalla, pero, a diferencia de los humanos, no arriesgan nada. Eneas y Héctor hacen frente a A quiles, pero sus dioses protectores se apresuran a sacarlos de un combate en el que no pueden vencer. Aquiles mata a muchos troyanos y envía a doce muchachos vivos a ser sacrifica­ dos en el funeral de Patroclo; los troyanos que quedan se ven empujados al otro lado de los muros de su ciudad. E l valeroso Héctor, prácticamen­ te solo, se queda fuera. Aquiles lo persigue rodeando la m uralla de la ciudad y finalmente lo mata en un combate singular mientras su padre, Príam o, m ira desde los muros de T roya. Aquiles reúne a sus guerreros para cantar un paieon, un canto de victoria, mientras arrastra el cuerpo de Héctor, atado a la parte trasera de su carro, en venganza por la m uer­ te de Patroclo. Aquiles celebra unos juegos atléticos funerarios en honor a Patroclo; los juegos y los premios se describen minuciosamente. Aquiles sigue ultra­ jando el cuerpo de Héctor, arrastrándolo a diario alrededor de la tumba de su amigo. A l final, el rey Príamo, guiado por el dios Hermes, acude por la noche en persona a la tienda de Aquiles para pedir el cuerpo de su hijo. Aquiles transige, accede a la petición de Príamo y anuncia una tregua. En un carro, Príamo lleva el maltrecho cadáver de Héctor de vuelta a Troya, su hogar. L a hija del rey, la profetisa Casandra, es la primera que los ve acercarse, y anuncia a gritos la noticia a los troyanos. L a viuda de Héctor, Andrómaca, y su madre, Hécuba, inician el llanto. E l poema finaliza con el funeral de Héctor.

Podemos completar el relato de la guerra de Troya con la ayuda de los flash-bact{s de la Odisea, a los que se suma la información procedente de escritos griegos posteriores. Aquiles fue asesinado poco después, como se anuncia repetidas veces en la Ilíada-, y también Paris, y Helena fue obligada por los troyanos a casarse con el hermano de éste, Deífobo. A l final, los griegos construyeron un caballo de madera y metieron guerreros en su interior. Después incendiaron su campamento y se marcha­ ron navegando, fingiendo abandonar el asedio cuando en realidad estaban preparándose para regresar a Troya en secreto después del anochecer. M ien­ tras tanto, los troyanos arrastraron el caballo hasta su ciudad, creyendo que se trataba de una ofrenda religiosa. Por la noche, los guerreros griegos sa­ lieron de su interior para abrir las puertas de la ciudad a sus compañeros, y los troyanos se dieron cuenta, demasiado tarde, de que habían sido enga­ ñados. L a mayoría de los hombres fueron asesinados, las mujeres y los niños esclavizados. Menelao mutiló y asesinó a Deífobo y recuperó a Helena.1 Agamenón se llevó a Casandra a su hogar como concubina. L a guerra ha­ bía terminado.

E L A R G U M E N T O D E L A « O D IS E A »

Los vencedores llevaban diez años fuera de Grecia, y su regreso a casa estu­ vo lleno de incidentes. Ninguno de ellos vagó tanto tiempo por los mares como el desafortunado Odiseo. Telémaco, su único hijo, era un bebé cuan­ do Odiseo abandonó su hogar para luchar con los demás griegos en Troya. En el momento en que comienza la Odisea, Telémaco tiene alrededor de veinte años y comparte la casa de su padre ausente en la isla de ítaca con su madre, Penélope, y un nutrido grupo de alborotadores en edad de merecer (a los que se llama siempre «los pretendientes»), cuyo único objetivo en la vida es convencer a Penélope de que acepte que la desaparición de su m ari­ do es definitiva y de que se case con uno de ellos. L a diosa Atenea (que es la protectora de Odiseo) visita a Telém aco, adoptando un disfraz temporal, para alentarlo a que trate de obtener noticias de su padre. Telém aco le ofrece comida y bebida. Podemos ver a los pretendientes cenando con gran alboroto y al cantor Fem io inter-

pretando un poema narrativo para ellos. Penélope aparece y muestra su desaprobación con respecto al tema de Fem io — el regreso desde T ro ­ ya— porque le recuerda a su m arido ausente, pero Telém aco rebate sus objeciones. A la mañana siguiente, Telém aco convoca una asamblea de ciuda­ danos y pide una nave y tripulación para la misma. T odavía acompaña­ do de Atenea, que ha tomado en esta ocasión la form a de su amigo M en­ tor, parte hacia la Grecia continental y hacia la casa de Néstor, el más venerable de los guerreros griegos en T roya, que regresó hacía tiempo a su hogar, en Pilos. Desde allí viaja ya por tierra hacia Esparta, donde encuentra a Menelao y Helena, totalmente reconciliados. Entonces se en­ tera de que han regresado a Grecia después de un largo viaje en el que han pasado por Egipto; allí, en la m ágica isla de Faros, Menelao se en­ contró con Proteo, viejo dios del m ar, que le dijo que Odiseo estaba cau­ tivo en manos de la misteriosa diosa Calipso. E n estas visitas, Telém aco averigua muchas cosas sobre lo que sucedió tras la guerra de T roya, entre ellas el destino del hermano de Menelao, Agam enón, asesinado por su esposa, Clitem nestra, y el amante de ésta, Egisto, al regresar a M icenas.2 Ahora la escena cambia. Odiseo lleva efectivamente siete años de cautiverio en la remota isla de la diosa Calipso, a la que el dios m ensaje­ ro, Herm es, convence por fin de que lo libere: ya es hora de que regrese a los brazos de Penélope. Odiseo construye una balsa. L a embarcación naufraga (el dios del mar Posidón es su enemigo), pero Odiseo llega nadando hasta la orilla de la isla de Esqueria, donde, desnudo y exhaus­ to, se queda dormido. A la mañana siguiente, despertado por las risas de unas muchachas, ve a la joven Nausicaa, que ha ido a la playa con sus criadas a lavar la ropa. Sale de su escondite y le pide ayuda. E lla lo insta a buscar la hospitalidad de su madre, Arete, y su padre, Alcínoo. Odiseo es bienvenido y bien atendido; al principio nadie pregunta su nombre. Se queda varios días con Alcínoo, participa en una competición atlética y escucha al cantor ciego Demódoco recitar dos poemas narrativos. E l prim ero es otro oscuro incidente de la guerra de T roya, la «riña entre Odiseo y A quiles»; el segundo es el divertido relato de los amoríos de dos dioses del Olimpo, Ares y Afrodita. A l final Odiseo pide a Dem ódo-

co que regrese al tema de la guerra de T roya y cuente la historia del cé­ lebre ardid del caballo de madera, una historia en la que él tuvo un pa­ pel destacado. Incapaz de ocultar su emoción al revivir el episodio, Odiseo acaba reve­ lando su identidad. Y naturalmente lo hace, como lo hacían tradicionalmen­ te los griegos, dando su nombre, el nombre de su padre y el de su ciudad de origen. Éstas son sus palabras: Soy Odiseo, hijo de Laertes: por mi astucia soy conocido para todo el género humano, y mi historia ha llegado al cielo. Vivo en Itaca, que se ve muy clara. Hay en ella una montaña, el Nérito de hojas oscilantes, que se ve desde lejos. A su alrededor islas, muchas islas, viven muy próximas unas de otras, Duliquio y Sama y la boscosa Zante; pero ítaca está muy unida a tierra, la más alta de todas en la mar salada, hacia la oscuridad, las otras mucho más lejos, hacia el amanecer y hacia [el sol; agreste, pero buena madre de sus hijos. No puedo imaginar nada más dulce que aquella tierra. (iOdisea, IX, 19-28) Entonces comienza a relatar la asombrosa historia de su regreso desde Troya. Después de saquear Ismaro, patria de los cicones, cuenta Odiseo, él y sus doce naves perdieron el rumbo por culpa de las tormentas. V isi­ taron a los perezosos lotófagos y fueron capturados por el aterrador cíclope de un solo ojo Polifemo, de cuya cueva lograron escapar deján­ dolo ciego con una estaca de madera. Después pasaron un tiempo con Eolo, señor de los vientos. Éste entregó a Odiseo un odre de cuero que contenía todos los vientos, un regalo que debería haberle asegurado un tranquilo regreso a casa, pero los marineros cometieron la torpeza de abrir el odre mientras Odiseo dormía. Todos los vientos salieron volan­ do y la tempestad que surgió de ellos obligó a la nave a regresar por donde había venido. Después de suplicar en vano a Eolo que los ayudara de nuevo, volvie­ ron a embarcar y se toparon con los caníbales lestrígones. La nave de Odi-

seo fue la única que consiguió escapar. Siguió navegando y visitó a la diosa hechicera Circe, cuyas pociones mágicas convirtieron a casi todos los m ari­ neros en cerdos. Odiseo se propuso rescatarlos y recibió del dios Hermes un antídoto contra la poción, una droga que se llama molu en el lenguaje de los dioses. Inmune a su magia, convenció a Circe de que liberase a sus hombres y después se acostó con ella. Se quedaron en la isla de Circe un año. Después, guiados por las instrucciones de ésta, cruzaron el Océano y llegaron a un puerto en el confín occidental del mundo, donde Odiseo ofreció un sacrificio por los muertos e invocó al espíritu del viejo profeta Tiresias para que le diera consejo. A llí Odiseo tuvo las primeras noticias de su casa, amenazada por la rapacidad de los pretendientes. También allí se encontró con los espíritus de mujeres y hombres célebres; muy en particu­ lar, se reunió con el espíritu de Agamenón, de cuyo asesinato oyó hablar entonces por primera vez. De regreso en la isla de Circe tras cruzar el Océano, ésta dio algunos consejos a Odiseo y sus hombres sobre las últimas etapas del viaje. D es­ pués bordearon la tierra de las sirenas de canto dulce, pasaron sanos y salvos entre Escila, la criatura de varias cabezas, y el torbellino Caribdis, y desembarcaron en la isla del Sol. A llí, los hombres de Odiseo, hacien­ do caso omiso de las advertencias de Tiresias y Circe, cazaron y sacrifi­ caron el ganado sagrado del Sol. Este sacrilegio fue castigado con un naufragio en el que todos, salvo Odiseo, m urieron ahogados. Odiseo fue arrastrado hasta la orilla de la isla de Calipso, donde ésta lo retuvo como amante contra su voluntad. Y ahora por fin acababa de escapar de aquel cautiverio. Después de escuchar embelesados su historia, los feacios, que son ex­ pertos marineros, acceden a ayudar a Odiseo a volver a casa. Por la noche lo llevan a un puerto escondido de su isla, ítaca, y lo dejan en la orilla mientras duerme profundamente. A l día siguiente consigue encontrar la cabaña de uno de sus antiguos esclavos, el porquero Eumeo. A llí Odiseo se hace pasar por vagabundo con el fin de enterarse de cómo están las co­ sas en su casa. Después de la cena, preservando su anonimato, cuenta a los labriegos un relato ficticio sobre sí mismo: nació en Creta, encabezó a un grupo de cretenses que fue a luchar junto con otros griegos en la guerra de Troya y pasó siete años en la corte del rey de Egipto; al final sufrió un

naufragio en Tesprotia, en la costa de la Grecia continental, y desde allí cruzó hasta ítaca. Mientras tanto, Telémaco, al que habíamos dejado en Esparta, nave­ ga hacia casa, tras eludir una emboscada tendida por los pretendientes. Desembarca en la costa de ítaca, y deja que su amigo Pireo se encargue de llevar la nave a casa; Telémaco se dirige a la cabaña de Eumeo. Padre e hijo se encuentran; Odiseo se identifica y ambos resuelven que los pre­ tendientes deben ser asesinados. Telémaco llega a casa primero, se reúne con Pireo y come. Acompañado por Eum eo, Odiseo regresa ahora a su hogar, todavía disfrazado de mendigo. A llí es testigo directo del ofensivo comportamiento de los pretendientes y planea su muerte. Se encuentra con Penélope y trata de comprobar sus intenciones con la historia inven­ tada de su nacimiento en Creta, donde, dice, una vez vio a Odiseo. Ante el minucioso interrogatorio al que es sometido, añade que ha estado re­ cientemente en Tesprotia y que ha sabido algo de las últimas andanzas de Odiseo. L a identidad del héroe es descubierta por la nodriza, Euriclea, cuando se desnuda para darse un baño y deja a la vista una vieja herida en el muslo. Odiseo la obliga a prometer que mantendrá el secreto. A l día siguiente, por iniciativa de Atenea, Penélope se las ingenia para que los pretendientes rivalicen entre ellos por conseguir su mano en una competición de tiro empleando el arco de Odiseo. E l propio Odiseo par­ ticipa en la competición y, comoquiera que es el único que tiene la sufi­ ciente fuerza para tensar el arco, gana. Inmediatamente vuelve sus ar­ mas contra los pretendientes y los mata a todos. Odiseo y Telémaco matan también a doce de sus siervas, que se habían acostado con los pretendien­ tes, y mutilan al cabrero Melantio, que los había ayudado. Ahora Odiseo se identifica por fin ante Penélope. Ella duda, pero lo acaba aceptando cuan­ do éste le describe correctamente el lecho que construyó para ella cuando se casaron. A l día siguiente Odiseo visita junto a Telémaco la granja de su viejo padre, Laertes, que sólo admite la identidad de Odiseo cuando éste descri­ be correctamente los árboles de la huerta que él le regaló una vez. Los ciudadanos de ítaca han seguido a Odiseo por el camino, pla­ neando vengar la muerte de los pretendientes de Penélope, sus hijos.

Su cabecilla afirm a que Odiseo ha provocado la muerte de dos gene­ raciones de hombres de Itaca: sus m arineros, ninguno de los cuales lo­ gró sobrevivir, y los pretendientes, a los que acaba de ejecutar. L a diosa A tenea interviene y convence a ambas partes de que renuncien a la venganza. En ningún momento se nos dice el tiempo que ha transcurrido desde que tuvo lugar la guerra de Troya o el regreso de Odiseo. Sólo sabemos que fue «en el tiempo de los héroes», cuando la gente era más grande y tenía más fuerza y más salud que ahora. Cabe preguntarse si la gente de la época del poeta — público potencial de los poemas— afirmaba descender directamente de los personajes de la Ilíada y la Odisea. Es más que probable que algunos lo hicieran, pero nunca podríamos averiguarlo leyendo estos poemas.

L E E R U N P O E M A É P IC O P R IM IT IV O

En los primeros versos de la Ilíada, el poeta invoca a una diosa y después expone brevemente la historia que va a relatar a continuación: Canta, diosa, la cólera de Aquiles, hijo de Peleo; destructiva cólera que trajo miles de problemas a los aqueos, y envió al Hades a muchas almas valientes de héroes cuyos cuerpos fueron pasto de los perros y las aves carroñeras: así se cumplía la voluntad de Zeus. Comienza la historia cuando una disputa surgió entre esos dos, el hijo de Atreo, soberano de hombres, y el noble Aquiles. Entonces, ¿cuál de los dioses los llevó a luchar? Fue el hijo de Zeus y Leto. (Ilíada, 1, 1-9) Tras estos versos se esconden algunas ideas claras sobre los dioses, ideas que nosotros desconocemos pero que el poeta da por sabidas: por ejem ­ plo, que hay una comunidad de dioses (conforme vamos leyendo, nos ente­ ramos de que esos dioses viven en el monte Olimpo); que cada uno de esos dioses actúa de forma bastante independiente con respecto a los demás (y des­

cubrimos que en ocasiones discuten, igual que los mortales); que estos dio­ ses tienen amoríos entre sí y con seres mortales (pronto averiguamos que Zeus, rey de los dioses, está casado, y que su esposa no es la mujer mortal Leto). Y lo más importante, descubrimos que estos dioses hacen que los mortales tomen todo tipo de decisiones, sobre amor y guerra y sobre todo lo que hay a medio camino entre ambos, con consecuencias que son a veces buenas y a veces desastrosas. A medida que avanzamos en la lectura, des­ cubrimos que el hijo de Zeus y Leto es el dios Apolo; averiguamos por qué éste tomó medidas contra el ejército griego y contra sus líderes en particu­ lar. Y nos enteramos de que la disputa nacida de la acción de Apolo resultó catastrófica. En estos versos también se sobrentiende que cierta información fáctica es conocida por todos, aunque en realidad a los lectores modernos no les resulta familiar: las identidades de tres individuos en los que se centran es­ tas líneas. Dos de ellos, el hijo de Atreo y Aquiles, son guerreros mortales; como se señala en el primer verso, Aquiles será el personaje principal del poema. E l tercero, como ya hemos explicado, es el dios Apolo. Dos de los nombres ni siquiera se mencionan en estas líneas, porque no se ajustaban al ritmo y porque seguramente todo el mundo los conocía. ¿Es seguro que todo el mundo sabía que el líder del ejército griego en Troya, el hijo de Atreo, que iba a pelearse con Aquiles, era Agamenón? ¿Es seguro que todo el mundo sabía que el único hijo varón del breve escarceo sexual entre Zeus y Leto era Apolo? Pero aún hay más elementos que hemos de dar por supuestos al leer estos versos y reservarlos para una m ayor explicación posterior. Parece ser que las almas de los seres humanos (incluidos los «héroes» que apa­ recen en este poema) van al Hades, el infram undo, cuando mueren; más adelante descubriremos que sus cuerpos debían ser incinerados en una pira funeraria, pero en estos versos queda claro que eso no siempre era así cuando los hombres morían en combate. Por lo que vemos, el poeta se dirige a una diosa en el verso i, pero no sabemos a qué diosa, y es posible que no entendamos todavía por qué se le pide que cante cuando en realidad estamos empezando a leer un poema escrito creado por un autor humano. Por último, admitimos que a los guerreros que están luchando en uno de los dos bandos en la guerra de T roya no se les

llama griegos, como cabía esperar, sino aqueos (Achaioi). Más tarde averi­ guarem os que tienen varios nombres, igual que los troyanos. L os oyen­ tes originales del poeta asumían esos nombres con naturalidad; a su debido tiempo, esos nombres nos dirán algo sobre los orígenes de la leyenda de la guerra de Troya. Por todas estas razones, ya no es cierto, como lo fue una vez, que cualquiera que se enfrente a este poema dispondrá con antelación de casi toda la información contextual. Incluso en la Atenas clásica de la época de Platón, doscientos sesenta y cinco años después de que se escri­ biera la Ilíada, los lectores se sentían desconcertados ante algunos deta­ lles. Ahora, al cabo de dos m il seiscientos cincuenta años, los lectores ne­ cesitarán un tiempo para comprender muchos aspectos, y hay algunas cuestiones que ni siquiera los eruditos y los especialistas pueden resol­ ver. Para leer un texto que fue escrito hace tanto tiempo hemos de tener la mente bien abierta. Una vez que hemos dado el primer paso, una narración épica como la Ilíada y la Odisea, aunque provenga de un tiempo lejano y de una cultura poco conocida, es mucho más accesible que casi todas las demás modalida­ des literarias. Aunque estos dos poemas fueron recogidos por escrito, en todas las demás ocasiones el poeta los interpretaba en voz alta, ante oyentes cuyo origen y cuyas reacciones eran bastante impredecibles. Las historias solían resultar familiares a la mayor parte del público, pero ningún poema se interpretaba de la misma forma en más de una ocasión, de modo que los oyentes tenían que poder seguirlo escuchándolo una sola vez; los que por alguna razón no conocían la historia previamente tenían que ser capaces de captarla. Si no les interesara o no pudieran entenderla, dejarían de escu­ char. Esta es la razón por la que los poemas son fáciles de comprender y de asimilar. Si el poeta los hubiera hecho de otra forma, no habría tenido oyentes. Este es un elemento m uy particular que hace que estos poemas re­ sulten accesibles. Los personajes nos resultan fam iliares enseguida; muy pronto tenemos la sensación de que lo sabemos todo de ellos. En los po­ cos versos reproducidos más arriba, Aquiles aparece mencionado dos veces. En ambas ocasiones, el poeta no sólo lo nombra, sino que lo carac­ teriza: una vez como hijo de Peleo y otra como noble. Estas descripcio-

nes, junto con otras, volverán a aparecer. Pronto no podremos olvidar a Aquiles; recordamos sus lazos fam iliares y lo relacionamos con una serie de atributos que van asociados a su nombre. Pronto pensaremos siempre en Agam enón como soberano de hombres. Tenem os la sensa­ ción de que podemos imaginar a «H era, de blancos brazos», al «pelirro­ jo Menelao» y al «noble y paciente Odiseo». Estas expresiones, llamadas generalmente fórm ulas, son los puntales de la épica. Están allí porque los poetas orales las necesitan para construir una narración fluida; tam ­ bién están allí para ayudar al público — a cualquier público, incluso al lector moderno— a establecer conexiones con la narración.

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«Disturbios en las islas; Estados , . , . , derrocados» (Anales de Kamses 11) c u88 Fecha de depósito del sello luvita encontrado en T r o y a c 1 1 5 0 - 1125

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T ratad o de A laksandu; Pentaur,

Soy ¡a copa de Néstor en un cuenco de Ischia c 720 «Fecha de Arctino, , Estasino, Creófilo» · (fuentes griegas posteriores) c 800-750 ‘ «Fecha de H om ero» 1 (Heródoto) c 840 Introducción de la escritura alfabética en Grecia; inicio de la pin­ tura figurativa ge o m é -1 trica tardía c 800-750 ,

«Poem a de la batalla de Qadesh» Poema de Hesíodo . ganador de un prem io:. ¿una temprana Teogonia? c. 720 ·

c 1290-1272 T ab lillas en escritura lineal B C 14 5 0 -115 0 Cnosos ocupada por los griegos c [450 Asentam iento y expansión * d e T ro y a V I c 1700-1600

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M andato del rey hitita T u d h aliya I: invasión de la tierra del río Seha y conquista de A ssuw a c 1420-1400 M andato del rey hitita M ursili II: conquista y desmembramiento de Arzavva c 1320-1290 T ro y a V I afectada por un terremoto y reconstruida c 1250

M andato del rey hitita M uw attalli II; c 1285 batalla de Qadesh con presencia de Drdny Pilos y Tebas incendiadas; c 1 180 T roya V ila incendiada y ciudad baja abandonada T roya abandonada C950

C aída del reino hitita C 11 7 5



M icenas destruida en la guerra c 1 15 0 - 1125 T roya ocupada por colonos del sureste europeo c ιιο ο Lllu m 1 1 1 1 1111 U l l 1 1 111 μ i l i l i 11 m i i ii i f 1 n i n i n 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 1 n i ii 11 η 11 ¡ 1 1 n 1 1 1 1 n 11 ii i n 1 1 n 111 ¡ 1 1 l m n m 1i.1 1 . m m 1 1

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Establecim iento de un santuario en T ro y a c 700 Ataque al cíclope en una copa laconia. Poción m ágica de C irce en una copa ática c 670 ¿Redacción de \a Ilíada} c 650

Augusto visita T roya 20 a. C.

¿Redacción de la Odisea} c 630 Cólera del hijo de la ninfa del mar (Alceo)

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Ataque al cíclope en una vasija • etrusca: prim eros testimonios claros 1 de la Ilíada y la Odisea c 600

Ilíada Odisea y tradiciones relevantes

Estudios romanos 30 a. C .-476 d. C .

«Los cantores dicen muchas mentiras» (Solón) c 590

Estudios bizantinos 476-1453

• «Hiparco trae la épica a Atenas» 528-514 U n hombre que es ciego y vive en la rocosa Quíos {Himno homérico a Apolo) 522 «Cineto interpreta los poemas épicos en Siracusa» c 504-501 Prim eras referencias al nombre de H om ero c 500 «Sobre las mentiras y subterfugios de Odiseo algo majestuoso se extiende» (Píndaro) c 470 A lejan dro M agno visita Troya c 334

Estudios alejandrinos c 305-30

Hesíodo, Los trabajos y los días c 700 Hesíodo, Teogonia c 690 Calin o, Arquíloco, Estrabón, Geografía; V irg ilio , Eneida T irteo c 650 Alem án c 630 Safo, A lceo c 600 «Solón prohíbe lamentos escritos» (Plutarco) c 590 Estesícoro c 570 Him no homérico a Apolo 522 Cineto, «uno de los H om eridai», Pausanias, Descripción H iponacte c 150 de Grecia Jenófanes, H eráclito, c 170 Sim ónides c 500 Píndaro, E sq u ilo c 470 H eródoto, Historias c 445 Eurípides, Bacantes; T ucídides, Historias; Aristófanes, Ranas 410-405 Platón, Banquete c 385 Aristóteles c 330

L e n g u a , literatu ra, fuentes

27a.C.-i4d.C.

Principado de Augusto C aída de la Tebas egipcia c 663 27 a. C .-14 d. C . Saqueo de Ism aro c 650 H iparco gobierna A tenas 528-514 Im perio bizantino D estrucción de M icenas por A rgo s 468-467 G u erra del Peloponeso Dinastía ptole4 3 I_4°5 m aica gobierna Im perio romano Reinado de A lejan d ro M agno Egipto 30 a. C.-476 d. C . c 305-30

H isto ria y acontecim ientos

476-t753

políticos

336-323

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