la reina

September 20, 2017 | Author: Daniela Linares Jolie | Category: Dream, Bard, Horses, Love, Hair
Share Embed Donate


Short Description

Download la reina...

Description

1

La guerrera tiró de las riendas de la yegua dorada, para hacer que avanzara más despacio. Xena estaba lo bastante cerca del campamento donde había dejado a Gabrielle como para relajarse un poco. Xena volvía de una aldea donde la guerrera había tenido la necesidad de convencer a unos cuantos gamberros locales de que lo que más les convenía era marcharse. No había hecho falta mucha cosa para convencerlos. Vosotros no atacáis esta aldea y yo no tendré que mataros a todos. ¿Por qué había tenido tanta prisa por volver? Una vez más, reflexionó sobre esta pregunta, mientras el ruido rítmico de los cascos de Argo hacía que su mente se volviera introspectiva. Había tenido que dejar atrás a Gabrielle para este viaje, cosa que provocó el descontento de la bardo. Por supuesto, descontento era un eufemismo. Xena tardó medio día en convencerla de que la pequeña aldea que solicitaba ayuda estaba a un día de dura cabalgata hacia el sur. Si las dos iban encima de Argo, tardarían el doble y llegarían demasiado tarde para ayudar a los aldeanos. Cuando Gabrielle se dio cuenta de que esto era cierto, se sintió decepcionada, pero lo comprendió. Gabrielle se quedó en silencio a un lado mientras Xena ensillaba a Argo, dándose la vuelta antes de que Xena la viera enjugarse las lágrimas silenciosas. Si supiera cómo me siento al dejarla atrás, pensó Xena al tiempo que agarraba las riendas de Argo. Por supuesto, como nunca expresaba sus sentimientos claramente, se puso la máscara de guerrera y pasó a dar instrucciones a la bardo.

—Recuerda, cerca del río... bastante comida, te olvides de escuchando?

si llueve procura que no te pille demasiado deberías tener suficiente leña... tienes ¿no?... no duermas tan profundamente que dónde estás... Gabrielle... ¿me estás

—Xena —dijo Gabrielle, colocando las manos en los brazos de la mujer más alta—, ya he hecho esto antes, ¿recuerdas? Xena sonrió por su excesivo afán protector cuando se trataba de Gabrielle. —Lo sé, Gabrielle... lo siento, pero ¿no preferirías quedarte en la posada de Pelios hasta que vuelva? Me sentiría mucho más a gusto si estuvieras allí en lugar de en medio de la nada a leguas de distancia de cualquier parte. Gabrielle hizo su mejor imitación de la ceja enarcada de la Princesa Guerrera. —Justo... estaría mucho mejor en la posada de un pueblo llena de soldados y borrachos... ¡no, gracias! Aquí me siento más segura. Volvió a hacerse la pregunta en silencio. ¿Por qué había tenido tanta prisa por volver? Conocía la respuesta, pero últimamente su corazón y su cabeza tiraban en direcciones opuestas. La respuesta era sencilla. Gabrielle... ¿Cuándo has cambiado, Gabrielle? ¿Cuándo se convirtió en mujer la chiquilla campesina de Potedaia? No sólo en mujer, pensó la guerrera, sino en una mujer muy deseable. No eran sólo los cambios físicos de Gabrielle los que ablandaban la mirada de la guerrera. En algún momento de los últimos años, Gabrielle había pasado de ser una chiquilla tímida y candorosa a convertirse en una mujer bella, inteligente y compasiva. ¿Cómo no me he dado cuenta? ¿Cuándo has cambiado, Gabrielle? Y lo que es más importante... ¿cuándo has cambiado tú, guerrera?

Xena era totalmente capaz de inspeccionar sus propios motivos y temores del mismo modo que era capaz de aplicar ese intenso escrutinio a otras personas. Puede que no siempre le gustara lo que veía en sí misma, pero tampoco se escondía jamás de sí misma. Una cosa que era incapaz de hacer era mentirse a sí misma. Ahora, montada en su caballo, sumida en sus pensamientos, pudo responder a su propia pregunta, pero esa respuesta no sirvió para tranquilizarla. Gabrielle era lo que la azuzaba a llegar al campamento donde había dejado a la joven hacía tres días. —¡Por Gea, no es posible que me esté pasando esto! — bufó entre dientes. ¿Cómo puedo estar enamorada de mi mejor amiga? Ya... por fin había puesto en palabras la idea que llevaba tantas lunas atormentándola día y noche. Últimamente parecía buscar cualquier tipo de excusa para tocar a Gabrielle. Una mano colocada suavemente en el codo, los dedos que rozaban los de la otra al caminar. Inocentes contactos físicos que le dejaban el estómago haciendo acrobacias. Últimamente sus días habían estado llenos de miradas furtivas a la hermosa y joven bardo... su bardo, mientras que sus noches se consumían en una pasión más fuerte. Sus sueños estaban poblados de visiones de penetrantes ojos verdes llenos de deseo. Además, en sus sueños, las pasiones de la bardo sólo podían ser saciadas por su guerrera. Cada noche que se hundía en el reino de Morfeo, sus sueños se hacían más vívidos. La escena nunca era la misma, pero la intensidad sí. Una noche hacían el amor despacio y apasionadamente, a la noche siguiente se abalanzaban la una sobre la otra con un frenesí lascivo. Siempre empezaba igual. Xena contenía sus pasiones hasta el punto de sentir agotamiento físico, pues no quería que Gabrielle descubriera que quería algo más que amistad, con un miedo desesperado de que su joven amiga se sintiera asqueada por el afecto de la guerrera y, aún peor, que la dejara si lo sabía. Luego llegaba el momento en que Xena ya no podía seguir controlando sus emociones y un beso inocente duraba más de

lo que exigía su sentido común. Siempre era Xena la que apartaba los labios horrorizada por sus propias acciones, mirando las verdes profundidades de los ojos de Gabrielle en busca de perdón. Y siempre era Gabrielle la que susurraba: —Por favor, Xena... no... no pares. Xena sacudió la cabeza como para disipar la imagen de esos ojos verdes delante de ella. Oh, Gabrielle... ¿llegará algún día en que pueda decírtelo? —No —musitó silenciosamente. Su amistad significa ya demasiado para mí... no puedo perder eso. Ella es lo que hace que la Luz siga encendida dentro de mí. Además, aunque sea reina de las amazonas, no creo que Gabrielle se dé cuenta siquiera de que las mujeres pueden amarse así. Guárdatelo, guerrera. Al menos de esta forma puedo tenerla cerca, aunque no sea todo lo que me gustaría que fuese. Vivir sumida en sus pasiones no correspondidas por su bardo tendría que bastarle. Argo dejó el camino antes de que Xena tuviera que tirar de las riendas. —Tú también sabes que está cerca, ¿verdad, chica? — Xena desmontó y pasó las riendas por encima de la cabeza del caballo, tirando de la yegua hacia el campamento. Xena caminó más despacio al acercarse al campamento. Parecía tranquilo, pero como era media mañana, supuso que Gabrielle acabaría de salir de su petate. La guerrera se permitió una sonrisa, recordando las creativas formas que había tenido que idear para despertar a la dormilona bardo. Probablemente está en el río, pensó al entrar en el campamento. Xena se detuvo y se quedó inmóvil al tiempo que los pelos de la nuca se le ponían de punta. El zurrón de Gabrielle estaba tirado y abierto, con los pergaminos esparcidos por el

campamento, y los restos carbonizados de un pescado colgaban de un asador encima de la fogata ahora apagada. —¿Ga-bri-elle...? —dijo despacio Xena al arrodillarse junto a lo que quedaba del fuego y tocar las piedras frías. Sus ojos registraron el campamento y un estremecimiento de miedo le recorrió el cuerpo—. ¡Gabrielle! —gritó al tiempo que se levantaba, alargando la mano por encima del hombro y sacando la espada, girando el cuerpo para observar el bosque. Sus ojos detectaron la vara de la bardo tirada en el suelo, con un extremo manchado de sangre seca. El miedo fue sustituido por una emoción nueva para la guerrera: terror. Volvió a recorrer el campamento y se dirigió al río, a largas zancadas que devoraban la distancia que había entre medias. Gabrielle no aparecía. Argo relinchó y pateó el suelo nerviosa desde un altozano que había justo pasado el campamento, y los movimientos de la yegua atrajeron a Xena hasta ese sitio, pero al llegar a lo alto del montículo no estaba preparada para lo que la esperaba. Con un grito desgarrador cayó de rodillas, golpeada por la incomprensión, y la furia la llenó hasta el último resquicio de su ser. Apoyó rápidamente los dedos en el cuello de la bardo inconsciente y sintió que su propio cuerpo temblaba al palpar el débil rastro de un pulso. La cara de Gabrielle era una masa de contusiones y tenía el brazo derecho torcido en un ángulo raro. Xena supo antes de tocar la extremidad que estaba rota. Le habían cortado los cordones del corpiño y tenía la corta falda de amazona subida hasta la cintura y la parte interna de los muslos manchada de sangre seca. —Oh, Gabrielle —gimió Xena. No había palabras que pudieran aliviar el dolor de este momento, ningún tierno abrazo que pudiera consolar, ninguna poción capaz de evitar los recuerdos. Las lágrimas de Xena caían desatendidas mientras examinaba a Gabrielle, comprobando sus lesiones. Le entablilló el brazo roto inmediatamente y levantó cuidadosamente a la bardo en brazos. Después de instalar a

Gabrielle en su petate en el campamento, Xena corrió al río para coger agua. Argo aguardaba paciente a un lado, pero la guerrera casi ni la vio. Cogió vendas y unas hierbas de una alforja y se puso a encender un fuego antes de oír un quejido suave. Arrodillándose junto a la figura echada, le acarició el pelo y susurró su nombre. —¿Gabrielle? No hubo respuesta por parte de la bardo y Xena se obligó a no venirse abajo ahora. Cuando hubo calentado el agua que había recogido del río, se puso a limpiar y vendar las demás heridas de la joven. Mezcló una pasta con uno de los polvos sacados de una bolsita de cuero y aplicó una cataplasma a una contusión especialmente grande que la joven tenía en las costillas. Envolvió las costillas de Gabrielle con una venda, cosa que provocó un pequeño gemido de la bardo inconsciente. Quitó con cuidado los restos de la ropa destrozada de Gabrielle, lavando la sangre y la suciedad del pequeño cuerpo. Se esforzó desesperadamente por controlar su ira al separar los muslos de la bardo, tocando con mucha delicadeza para examinar y limpiar el daño que le habían hecho esos monstruos. Vistió a Gabrielle con una camisa limpia y envolvió su cuerpo inerte en mantas, acercándola más al calor del fuego. Xena se puso en pie, estirando los músculos que se le habían quedado agarrotados de furia y agotamiento. —Conseguiré que te pongas bien, Gabrielle... aunque sea lo último que haga antes de ir a los abismos del Tártaro... conseguiré que te pongas bien. Luego Xena hizo algo que nunca había hecho hasta entonces. Cayendo de rodillas y abrazándose a sí misma con fuerza, sollozó abiertamente y dejó que le cayeran las lágrimas hasta que incluso los dioses del Olimpo sintieron la angustia de su corazón roto. Lloró por una reina amazona y el

don que le habían arrebatado a esa reina, que ya no podría dárselo a su guerrera. El hocico de Argo apretó la espalda de Xena al tiempo que la guerrera se daba cuenta de que la oscuridad había caído sobre ellas. Consiguió levantarse, sintiendo el dolor de los músculos agarrotados, y quitó en silencio la silla de Argo. La yegua se alejó, contenta de librarse de la carga por un rato, sabiendo que no iba a recibir atenciones especiales por parte de su dueña. En los ojos de Xena había un dolor vacío al volver a arrodillarse junto a Gabrielle. Acarició una mejilla encendida, notando el calor de la fiebre. Iba a tener que llevarla a una sanadora y Amazonia estaba a dos días a caballo hacia el norte. Una vez decidido lo que iba a hacer, Xena estiró su cuerpo junto a la figura dormida, rodeando a la bardo con los brazos en un gesto protector, y durmió profundamente un rato, conectada por el tacto. —Noooo —gritó Gabrielle, apartándose del abrazo dormido de Xena. Incluso con un brazo roto, la fuerza de la bardo sorprendió a la guerrera, que se sacudió los restos de sueño al tiempo que intentaba calmar a la mujer aterrorizada. —¡Gabrielle! —gritó Xena para que se la oyera por encima de los alaridos de la joven, sujetando el brazo sano de la bardo contra su costado—. Gabrielle... soy yo... —¡Quítame las manos de encima! —exclamó Gabrielle con vehemencia. Xena reaccionó como si le hubiera dado una bofetada, apartando bruscamente las manos del cuerpo de la bardo y apoyándose en los talones. Lo único que se oía era a Gabrielle aspirando grandes bocanadas de aire como si se estuviera ahogando. —¿Gabrielle? —preguntó Xena angustiada.

—¿Xena? —Los ojos de Gabrielle empezaron a perder la mirada demente y se fijaron en la guerrera que tenía delante. Guiñó los ojos y sacudió la cabeza como si luchara contra los restos de una pesadilla, mirándose el brazo entablillado. Entonces los recuerdos le estremecieron el cuerpo y, mirando a Xena a los ojos, exclamó—: Oh, Xenaaaa. Los sollozos de la joven sacudían su pequeño cuerpo y sus pulmones se esforzaban por respirar entrecortadamente. Xena acudió a su lado inmediatamente, estrechando el cuerpo de la bardo contra el suyo. Gabrielle se quedó paralizada y se le puso todo el cuerpo tenso por el contacto. —Por favor... —Gabrielle se apartó de la guerrera empujándola—. Por favor, Xena... no... no me toques. Gabrielle se arrastró al otro extremo del petate, abrazándose a sí misma en busca de consuelo. Miró a Xena a la cara, sin poder o sin querer comprender el dolor que veía en los ojos de la guerrera. —Lo siento... yo... yo... —murmuró en voz tan baja que sólo el agudo oído de la guerrera pudo captar las palabras. —Gabrielle... ¿Gabrielle? —repitió, hasta que los ojos de la bardo se encontraron con los suyos—. No pasa nada, lo comprendo... Gabrielle, dime, ¿qué puedo hacer por ti? El llanto de la bardo continuó al tiempo que hacía gestos negativos con la cabeza. —Nada —lloró—, no se puede hacer nada. Xena se quedó arrodillada junto al fuego largo rato, escuchando los sollozos torturados de Gabrielle. Su propio cuerpo temblaba de rabia y su mente descargaba su venganza una y otra vez sobre los monstruos responsables del dolor de la joven. Xena se limitó a quedarse ahí de rodillas, incapaz de reconfortar a su bardo, incapaz de ofrecerle el más mínimo consuelo. Era una guerrera, una

mujer de acción, no de palabra. Las palabras nunca le resultaban fáciles y las emociones yacían bien encerradas en el fondo de su corazón sin poder salir a la superficie. Nunca había podido decirle a Gabrielle que la amaba, que ella era lo único que la mantenía firme en este mundo implacable. El abrazo de Xena siempre había hecho eso. Nunca había podido ofrecer consuelo explicando que su pasado a veces tocaba su presente y que una bardo inocente sufría con demasiada frecuencia la culpa y la vergüenza de la guerrera. Ésas eran las ocasiones en que Xena le acariciaba el pelo a la bardo y rezaba a cualquier dios que quisiera escuchar para que no permitiera que Gabrielle la dejara. Ahora, sus caricias, la única conexión que tenía con la mujer a la que amaba tan desesperadamente, habían quedado deshechas. Gabrielle sentía repugnancia por sus caricias. Xena se volvió hacia el fuego, obligando a su cuerpo a entrar en acción, aunque se sentía como si hiciera las cosas por hacer algo. Escuchando los sollozos apagados de Gabrielle, preparó una taza de té, añadiendo un calmante para el dolor y un somnífero al líquido caliente. Temiendo que su presencia sólo consiguiera aterrorizar más a la bardo, colocó la taza humeante delante de la joven y volvió a la hoguera. —Por favor, Gabrielle... intenta beber un poco —la instó Xena. Gabrielle se bebió lo que le ofrecía y se quedó dormida llorando, con el cuerpo acurrucado sobre una de las mantas en posición fetal. Xena se obligó a moverse y levantó a la bardo dormida, devolviéndola a su petate y cubriéndola con una manta. Gabrielle se agitaba inquieta en sueños, Xena no sabía si a causa de las pesadillas o la fiebre. Quedaban unas cuantas marcas hasta el amanecer y Xena colocó su petate de forma que Gabrielle pudiera verla al otro lado del fuego si volvía a despertarse. Se quedó tumbada contemplando la noche, esperando a que Morfeo la reclamara.

—Gabrielle... tienes que beberte esto —dijo Xena, llevando un tazón de caldo caliente a los labios de la joven. Xena estaba arrodillada detrás de la bardo, sosteniendo el cuerpo más menudo con el suyo. Gabrielle apenas estaba consciente, pero se encogió al sentir el contacto cuando Xena le pasó un brazo alrededor para sujetarla, mientras el otro sostenía el tazón de madera. Sólo pudo añadir una pequeña cantidad de calmante al líquido por miedo a que Gabrielle se sumiera aún más en el sueño febril que ahora la consumía. Por mucho que lo intentara, no conseguía que la joven bardo se despertara para farfullar más que unas cuantas frases. Su sueño seguía plagado de pesadillas, su cuerpo menudo temblaba y se estremecía violentamente, de su garganta se escapaban gritos torturados. Mientras, Xena hacía todo lo que podía por cuidar de la bardo. La inconsciencia de Gabrielle permitía a la guerrera abrazar a la joven, algo que la bardo evitaba en sus momentos conscientes. Xena le volvió a vendar las heridas y a aplicarle cataplasmas, mirándola con ojos llenos de dolor y vacío. Sabía que algunas mujeres jamás conseguían superar las emociones asociadas a un ataque como éste. Pensando en Gabrielle, la joven cuyo carácter y sonrisa cariñosos podían derretirle el corazón, una mujer que encarnaba la bondad misma, al pensar que podía convertirse en una persona amargada y temerosa Xena se sentía destrozada por dentro. Hacia mediodía, el empeoramiento del estado de Gabrielle hizo necesario correr el riesgo de viajar hasta la aldea amazona. Xena ya no podía controlar la fiebre que ardía dentro de la mujer más joven. Ni siquiera al llevar su cuerpo lánguido al río y sumergirla en el agua fría y poco profunda, hasta que su propio cuerpo se quedó entumecido de frío. Temía lo que podía pasarle a su bardo sin la ayuda de una sanadora. De modo que, después de envolver cuidadosamente con mantas a Gabrielle, que seguía inconsciente, y ponerle el brazo en un cabestrillo protector bien sujeto al cuerpo, Xena montó en Argo. Con Gabrielle

cautamente sentada de lado en la silla delante de la guerrera, que rodeaba firmemente con los brazos a la mujer más menuda, Xena azuzó a Argo para que emprendiera un paso rápido. La yegua parecía comprender lo urgente de la situación y corrió por el camino gastado. El sudor relucía en el ancho pecho de la yegua dorada mientras sus cascos tronaban por el camino y su respiración rugía como un fuelle. El orgulloso caballo de guerra percibía algo que no comprendía del todo y que emanaba de la dueña que sujetaba sus riendas. Algo que se movía en la guerrera como olas en el agua. Se parecía mucho... al miedo. Apolo acababa de iniciar su ascenso por el cielo y Xena por fin redujo la velocidad al entrar en territorio de las amazonas, cuando los músculos de Argo temblaban de agotamiento. Los ollares de la yegua se abrían de par en par al soltar grandes ráfagas de aire. Xena se maldijo a sí misma por dentro por tener que forzar a Argo hasta tal extremo, pero el fuerte caballo había conseguido que un viaje de dos días durara sólo uno. —Ya hemos llegado, Gabrielle —le susurró a la bardo inconsciente. Al oír un trino agudo procedente de los árboles, Xena se detuvo. Sacando la espada de la vaina de cuero sujeta a su espalda, con un movimiento ágil tiró la hoja, clavándola en la tierra blanda a los pies de Argo. Cinco guerreras amazonas saltaron de los árboles por encima de ellas. Una de ellas se quitó la máscara, con la cara llena de preocupación. —¿Xena? —preguntó la amazona, mirando fijamente la figura inmóvil en brazos de Xena. —Eponin —saludó Xena a la guerrera morena—. Es Gabrielle... tengo que llevarla a una sanadora, ¡rápido!

—Sartori está en la aldea —contestó Eponin bruscamente. Agarró la empuñadura de la espada, que estaba en el suelo a sus pies, y se la lanzó a Xena—. ¡Ve! —gritó al tiempo que daba una palmada en la grupa de la yegua para ponerla en marcha. Xena se alejó al galope con su preciosa carga firmemente sujeta en sus brazos. Eponin dio órdenes apresuradas a las camaradas que tenía detrás y dejó a tres de las amazonas para que guardaran la zona mientras ella y la joven Tarazon se dirigían corriendo a la aldea. Al pensar en su reina, a Eponin se le rompió el corazón ante la idea de que estuviera enferma o herida. Tanto ella como la mayoría de las mujeres de la aldea habían tonteado desvergonzadamente con la joven reina durante sus visitas, pero no hacía falta ser idiota para darse cuenta de que Gabrielle sólo tenía ojos para Xena. —Ojalá pudiera ocupar tu lugar por un día, guerrera boba —masculló por lo bajo. Sartori ayudó a Xena a depositar a Gabrielle en un camastro en la cabaña de la sanadora. Al apartar las mantas, se oyó una suave exclamación procedente de Ephiny, que acababa de entrar en la pequeña habitación. La reina regente nunca había visto a su menuda amiga tan enferma y al verla así se quedó sin aliento. Sartori se apartó de la cara la capucha del manto y Xena advirtió la larga cicatriz desigual que salía de la sien de la mujer, le atravesaba la mejilla y le seguía por la mandíbula. Se puso a examinar con cuidado a la figura echada, interrumpiendo de vez en cuando el movimiento de sus manos para hacerle preguntas a Xena. —¿Cuánto tiempo hace que tiene la fiebre?... ¿Ha estado bebiendo?... ¿Responde al dolor?... ¿Le has dado medicinas?... ¿Qué hierbas?

Xena se esforzó por concentrarse en las preguntas de la mujer de más edad, aunque su cuerpo cansado empezaba a notar los días que llevaba sin dormir y la agotadora cabalgata. Ahora Eponin se había reunido con Ephiny en la habitación y una serie de amazonas esperaba ansiosamente noticias de su reina fuera de la cabaña. Un fuerte quejido se escapó de los labios de Gabrielle cuando Sartori apretó la palma de la mano contra el abdomen de la bardo, justo debajo del ombligo. Volviéndose a Xena de nuevo, la sanadora vio la expresión de dolor de la guerrera y obtuvo respuesta a su pregunta silenciosa. Cubriendo a Gabrielle con una sábana, la sanadora se levantó y se dirigió a la congregación de rostros preocupados. —¡No puedo trabajar con todas vosotras aquí! —dijo, agitando los brazos hacia la puerta—. ¡Fuera! Todas... ahora mismo. Ephiny le puso la mano en el brazo a Xena con suavidad, tratando de llevarse fuera a la guerrera. Quería oír lo que le había ocurrido a su joven amiga, pero también veía el dolor en los ojos de la guerrera. Confiaba en la habilidad de Sartori y sabía que Gabrielle estaba en buenas manos. También sabía que la alta guerrera de pelo negro daba la impresión de necesitar una amiga. Instando a Xena a que la siguiera, la detuvo la voz de Sartori. —Xena. —La voz de la sanadora, que había sido tan dura hacía un instante, ahora era suave como una caricia—. ¿Puedo hablar un momento contigo... a solas? —Añadió esto último porque Ephiny también se había vuelto. —Esperaré fuera —dijo Ephiny. Al ver el gesto silencioso de asentimiento de la sanadora, la regente cerró la puerta de la cabaña sin hacer ruido al salir. —Xena —empezó la mujer de más edad—, ¿cómo ha sufrido estas heridas Gabrielle?

Xena daba la impresión de no haber oído a la sanadora mientras luchaba con la respuesta. En silencio, fue al lado del camastro y se arrodilló en el suelo y con dedos temblorosos apartó un mechón de pelo dorado de la frente de la bardo. Una lágrima silenciosa resbaló por la mejilla de la guerrera y cayó suavemente en el hombro desnudo de la bardo. —Necesito saberlo... —La sanadora apoyó la mano en la espalda de la guerrera arrodillada—. Creo que ha sufrido daños... internos. Xena siguió acariciando amorosamente la cara de Gabrielle y en un tono tan bajo que era menos que un susurro, dijo: —La han... la han violado. Fuera de la cabaña de la sanadora, situada ligeramente aparte del resto de la aldea, se oyó a una mujer que cantaba suavemente. No era una canción alegre y tampoco una canción de duelo, pero transmitía una tristeza atormentada. Algunas mujeres más se unieron a ella y empezó a sonar un tambor... despacio, como el latido de un corazón. Xena se quedó arrodillada al lado de Gabrielle, sin oír a Sartori moviéndose por la cabaña, haciendo preparativos para tratar a su paciente. O tal vez debería decir pacientes. Sartori observó a Xena por el rabillo del ojo y no pudo evitar notar las tiernas caricias que la guerrera hacía a la joven reina, aunque la guerrera misma parecía estar a punto de desplomarse de agotamiento de un momento a otro. —Xena, échate aquí. —La sanadora llevó con dificultad a la guerrera del lecho de la reina a un camastro situado en la zona más oscura de la habitación—. Bébete esto —dijo, obligando a los dedos de Xena a sujetar una taza de líquido humeante. Xena captó el olor inconfundible que salía del té y alzó la mirada cansada hacia la sanadora.

—Necesito estar con Gabrielle... no necesito dormir. —Sí, guerrera... sí que necesitas dormir —dijo Sartori tajantemente—. Con franqueza, tienes un aspecto del Tártaro y si quieres servirle de algo a esa joven de ahí —señaló hacia Gabrielle con la cabeza—, entonces vas a tener que descansar un poco. —¿Y si se despierta? Quiero... —empezó Xena. —Xena —la interrumpió Sartori, sentándose en la cama junto a la guerrera—. Necesito examinar a Gabrielle... por dentro. Creo que puede haber sufrido una laceración profunda que se ha infectado. Eso explicaría la fiebre. Si es cierto, tendré que sajar el absceso y luego mantener a Gabrielle sedada durante uno o dos días. Su cuerpo va a necesitar el descanso después de haber luchado con esta fiebre durante tanto tiempo y así el dolor le será más fácil de soportar. Empujando de nuevo a Xena contra el camastro, Sartori continuó: —Te avisaré si hay algún cambio. Sartori ayudó a la guerrera a quitarse la armadura mientras se bebía el té caliente. Xena reclinó el cuerpo en los almohadones del camastro, volviendo la cara para poder ver a Gabrielle. Hizo algo que rara vez hacía: relajó la mente, liberándola de su vigilia constante. Para cuando Sartori había reunido todo lo que necesitaba y lo había colocado en una mesa pequeña cerca del camastro de Gabrielle, Xena ya tenía los párpados pesados. Sartori le quitó la taza vacía a la guerrera justo cuando empezaba a escurrírsele de la mano. Arropó con una manta a la guerrera ya dormida y cruzó la habitación, abriendo la puerta de la cabaña. —Ephiny —le dijo a la regente, que había estado esperando en un banco frente a la entrada de la cabaña de la sanadora.

Ephiny vio el cuerpo dormido de Xena en un camastro del rincón cuando Sartori cerró la puerta. —Le he dado algo para dormir —contestó la sanadora a la pregunta silenciosa de la regente—. Entre tú y yo, me asombra que fuera capaz de mantenerse en pie. —No conoces muy bien a Xena —sonrió Ephiny—, especialmente cuando se trata de Gabrielle. —Empiezo a percibirlo. —Sartori se permitió sonreír también ligeramente. Algo que rara vez hacía en estos tiempos. —¿Qué ha ocurrido, Sartori? —preguntó Ephiny, señalando a Gabrielle. La regente apenas consiguió controlar la rabia al inclinarse sobre su joven amiga, examinando la masa de contusiones que le cubría la cara—. ¿Quién ha podido hacer esto? —dijo con los dientes apretados. —Tal vez deberías hablar con Xena cuando se despierte —empezó a explicar Sartori. Confusa por las palabras de la sanadora, Ephiny se volvió hacia Sartori. —Como Xena haya tenido algo que ver con esto... — bufó. Sartori alzó la mano, deteniendo en seco a la regente. —Xena siente el dolor de nuestra reina como si fuese el suyo. Me refería a que la reina debe tener derecho a su intimidad. —Sartori se esforzó por no mentir a la regente, pero la joven reina ya iba a tener suficiente batalla con hacer frente a sus emociones, sin necesidad de que toda la aldea estuviera al tanto de su humillación. Ephiny apretó los puños llena de frustración y rabia. No tenía que hablar con Xena para darse cuenta de que Gabrielle había sido atacada. Había visto los moratones de los muslos y

el abdomen de la joven durante el reconocimiento de la sanadora. Volviéndose de nuevo hacia la figura inerte de Gabrielle, preguntó: —¿Se va a poner bien, Sartori? —El tiempo será el factor decisivo... creo que puede tener una lesión interna. Tengo que trabajar deprisa... así que, si no te importa, regente... —Sartori le señaló la puerta. Volviéndose para mirar a la sanadora antes de salir por la puerta abierta, Ephiny preguntó: —¿Puedo hacer algo, Sartori? La sanadora se detuvo en medio de la habitación, dando la espalda a Ephiny. —Ve al templo de Artemisa. Tal vez convenga hacer una ofrenda por la Elegida de la diosa. Xena colocó a Gabrielle encima de ella y desató los cordones del corpiño verde de la mujer más menuda. Deslizando las manos bajo la prenda suelta, gimió en la boca de Gabrielle, mientras sus manos acariciaban la piel maravillosamente suave y los pezones que ya estaban rígidos. Gabrielle le devolvió el gemido al tiempo que dirigía sus besos a lo largo de la mandíbula de la guerrera, metiéndose un lóbulo en la boca y acariciando la carne con la punta de la lengua. —¡Dioses, Gabrielle! —gimió Xena, echando la cabeza hacia atrás cuando Gabrielle apretó un pezón endurecido entre el pulgar y el dedo índice. La bardo apartó los labios del lóbulo de Xena, pero no sin antes atrapar la sensible carne entre los dientes y morderla suavemente. Xena gimió y empezó a agitarse bajo

las caricias eléctricas de la bardo. La piel le ardía como fuego en cualquier punto donde la tocara la lengua de la bardo. La lengua de Gabrielle empezó a bajar por el cuello de Xena, deteniéndose para cubrir la yugular de la guerrera con la boca, succionando con fuerza hasta que apareció una vívida marca roja en la piel bronceada de la guerrera. Continuó su descenso con la lengua, deteniéndose de vez en cuando para mordisquear la carne suave. Su lengua trazó dibujos imaginarios por los pechos de Xena, sin tocar jamás el pezón, pero permitiendo que su cálido aliento besara la protuberancia endurecida. —¡Por favor, Gabrielle! —gimoteó Xena, enredando las manos en el pelo de Gabrielle y tirando de la bardo hacia ella. Gabrielle sonrió y lamió despacio el pezón y Xena arqueó el cuerpo hacia la fuente de ese delicioso placer. Gabrielle se puso a lamer el pezón cada vez más deprisa hasta que Xena sintió una sacudida eléctrica directamente desde el pezón hinchado hasta su centro, cuando Gabrielle cubrió el pezón entero con su boca caliente y húmeda. —Ohhhh, dioses, síííí... —gimió Xena—. Gabrielle... Oh, Gabrielle... Sartori terminó de recolocar el musgo empapado en hierbas y subió la sábana para tapar a Gabrielle. La fiebre de la joven había bajado y sus mejillas ya no tenían ese color encendido. Las fuertes manos de la sanadora sujetaron sentada a la joven y Gabrielle bebió inconscientemente el agua, mezclada con un sedante, que le llevaba a los labios. Hoy sólo había tenido que cambiar el musgo una vez e incluso entonces salió cubierto del líquido claro que indicaba que se estaba curando. Se lavó las manos en un gran cuenco situado sobre la mesa y dirigió su atención a los suaves gemidos que salían del rincón de la habitación. Habían pasado

dos días y la guerrera seguía durmiendo, tanto por tensión y miedo como por agotamiento físico. Colocó una mano sobre la frente de Xena y volvió a taparla con la sábana que la guerrera parecía empeñada en quitarse a patadas en sueños. —Gabrielle... Oh, Gabrielle —gimió Xena en sueños. En la cara de Sartori se dibujó una sonrisa irónica mientras pasaba la mirada de la mujer de pelo negro a su reina. —Apuesto a que no sabe que te reúnes con ella en el reino de Morfeo, ¿verdad, guerrera? —dijo, arrebujándose en su manto y saliendo de la cabaña para estirar las piernas. —Oh, Gabrielle —gimió Xena por el contacto cuando deslizó su sexo por el muslo de Gabrielle y sus jugos dejaron un rastro húmedo. Xena sonrió malévolamente cuando el cuerpo de Gabrielle se estremeció de deseo inexpresado al sentir el fuego líquido entre las piernas de la guerrera. Se debatió en vano, con las manos bien sujetas por la mano de hierro de la guerrera. —Xena, por favor... no tiene que ser así —suplicó la bardo. ¿Cómo podía hacérselo entender a la morena guerrera? ¿Acaso no sabía que la bardo había pasado tantas lunas rezando para que Xena por fin la mirara sintiendo algo más que amistad? ¿Acaso no veía que Gabrielle anhelaba el tacto de Xena... sus caricias... sus besos? Gabrielle miró a los ojos que habían sido de un azul hipnótico, esos ojos que la habían cautivado tantas veces, y sólo vio los ojos gélidos de una desconocida que le devolvían la mirada. —Xena... por favor... no...

—No finjas, Gabrielle —ronroneó Xena—. ¿No es esto lo que querías? —La guerrera sujetaba con fuerza las manos de la bardo por encima de su cabeza con una de las suyas, mientras la otra tiraba de los cordones y le arrancaba el corpiño verde del cuerpo. Xena pellizcó el pezón de la bardo y Gabrielle intentó sofocar un grito. La boca de Xena cubrió con ansia la protuberancia endurecida y sus dientes tiraron de ella dolorosamente al apartar los labios. Gabrielle empezó a agitarse de un lado a otro, luchando por escapar de la guerrera que la sujetaba desde arriba. El cuerpo musculoso de la guerrera la tenía bien sujeta y sus intentos inútiles sólo servían para excitar más a Xena. Xena arrancó la falda de la bardo con la mano libre y obligó a la joven a separar las piernas con las rodillas. Alargó los dedos y los deslizó por la humedad de la bardo. —Tus labios dicen que no, pero tu cuerpo dice que sí — gruñó Xena. —Xena... por favor, no... ¡Noooo! —gritó Gabrielle. —¡No! —bufó Gabrielle entre dientes. Sus ojos se abrieron de par en par al despertarse de repente, intentando enfocar la vista con la poca luz de la cabaña. —Sshhh... Tranquila —Una figura oscura se acercó a la adormilada bardo. —¿Xena? —susurró Gabrielle quedamente. —No, mi reina. Me llamo Sartori —contestó la sanadora, poniéndose a la luz y echándose hacia atrás el manto. Observó los ojos de Gabrielle en busca de cualquier señal de miedo o asco, cosa a la que se había acostumbrado desde que tenía la cicatriz irregular que le bajaba por la cara. En los

ojos verdes de Gabrielle no vio nada de esto y se sintió genuinamente sorprendida. —¿Dónde estoy? —dijo Gabrielle, tratando de que sus ojos se adaptaran a la poca luz que había dentro de la cabaña. —Estás en la aldea amazona y yo soy tu sanadora, mi reina. —Sartori observó mientras los ojos de Gabrielle se despertaban poco a poco y se acostumbraban a la falta de luz dentro de la habitación. Hizo un gesto señalando el camastro que había en el rincón de la cabaña y Gabrielle vio la figura dormida de Xena. El alivio y el pavor la inundaron al mismo tiempo. Sartori vio la nube de tormento que pasaba por los ojos de la joven—. La presencia de la guerrera te produce alivio y tensión al mismo tiempo, mi reina. —No era una pregunta ni una acusación, sino una simple observación por parte de la sanadora. —¿Está bien? —Gabrielle miró fijamente el cuerpo dormido de Xena. Estaba empezando a recuperar los recuerdos. Xena sujetándola y curándole las heridas, Xena dándole de comer, Xena soportando el agua helada del río para controlar la fiebre de la bardo, Xena lanzando maldiciones a los dioses, sollozando de rabia y frustración por el ataque contra Gabrielle. Por sus ojos pasaron escenas deslavazadas, como si las hubiera visto desde fuera de sí misma—. Creo... —dijo Gabrielle con voz ronca—, creo que la he tratado muy mal. Sartori sirvió una taza de agua de manantial de una jarra que había en la mesa y se colocó ante Gabrielle. —¿Quieres agua? —preguntó. Gabrielle asintió en silencio y la sanadora la ayudó a incorporarse, colocando unas almohadas detrás de ella y elevándole el brazo entablillado. Cogió la taza que le ofrecía con la mano sana, haciendo una mueca de dolor por el esfuerzo, y dejó que el fresco líquido se deslizara por su

garganta reseca. Cuando bebió todo lo que quería, dejó la taza en las manos a la espera de Sartori. —¿Por qué crees que has tratado mal a tu amiga, alteza? —preguntó Sartori. —Por favor, Sartori... llámame Gabrielle —rogó la joven reina. Gabrielle nunca se había sentido cómoda con la formalidad con que la gente se dirigía a ella. Siguió contemplando la figura dormida de Xena. La guerrera estaba de lado, de cara a la pared—. Las cosas que ha hecho por mí... si supieras todo lo que se esfuerza por mantenerme a salvo... las cosas que está dispuesta a hacer por mí. —Los ojos de la joven reina se llenaron de lágrimas que se derramaron por sus mejillas cuando cerró los ojos y pensó en el amor que nunca podría compartir con su guerrera. Ahora, el único sitio que tenía, sus sueños, donde vivían sus fantasías de una guerrera de pelo negro que le hacía el amor, había quedado destruido. Cada vez que Gabrielle cerraba los ojos para soñar, Xena se convertía en su atacante. Qué crueldad de los dioses, pensó Gabrielle. —Su corazón está lleno de amor por ti —susurró Sartori. —¿Cómo puede amarme ahora? —dijo Gabrielle con tono desvalido—. Después... después de lo que ha pasado. Ya ni siquiera puedo darle el regalo de mí misma. —Gabrielle, ¿no estás olvidando que la víctima de este ataque has sido tú? —le preguntó Sartori a la joven a propósito. Al fin y al cabo, pensó la sanadora, ¿acaso no podía ella comprender el dolor de la reina mejor que la mayoría de la gente? Ya habría tiempo de explicarle a la joven lo de los ojos del amor, pero ahora no era el momento de racionalizar. Comprendía las sensaciones de vergüenza y falta de dignidad que ahora atormentaban a Gabrielle. Más adelante, cuando la joven estuviera más fuerte, le enseñaría la prueba de lo que decía la sanadora.

—Parece que no puedo controlar estas... estas imágenes que tengo en la mente... —Gabrielle se enjugó las lágrimas que seguían cayendo—. Cuando Xena me toca, quiero decir... no soporto que me toque —terminó, incapaz de admitir ante la sanadora lo que había en sus sueños. Sartori asintió. También esto lo entendía mejor de lo que suponía la joven. Poniéndole a la bardo una mano bajo la barbilla con suavidad hasta que sus ojos se encontraron, dijo: —Gabrielle, ¿sabes por qué se dice que la inocencia de una mujer es un don? Un pequeño sollozo escapó de los labios de Gabrielle al tiempo que negaba con la cabeza y un nuevo torrente de lágrimas le nublaba la vista. La sanadora no dejó ni un momento de mirar a la joven a los ojos y dijo: —Porque es algo que nunca se puede arrebatar... sólo dar. Estas palabras inesperadas de esperanza y compasión liberaron las últimas ataduras de la angustia de Gabrielle y se echó a llorar en brazos de la sanadora, que no era muchas estaciones mayor que ella, pero a quien la diosa Artemisa había seleccionado para ayudar a su Elegida en su momento de dolor. El ruido del llanto de Gabrielle hizo que la sanadora y la joven reina no advirtieran ningún otro ruido en la habitación y Xena lo agradeció. Se quedó mirando en silencio la pared mientras sus propias lágrimas ardientes empapaban la piel que tenía bajo la cabeza. ¿Podría haberme amado? ¿Habría aceptado que yo la amara de esa forma? Ya qué más da... no quiere que la toque... jamás. Las palabras de Gabrielle habían dejado en la guerrera un dolor vacío que nada en la vida podría aliviar.

El amanecer apenas había empezado a manchar el cielo de remolinos amarillos y rosáceos cuando Xena se despertó de nuevo. Escuchó el sonido de la respiración acompasada de Gabrielle, algo que tenía costumbre de hacer. Segura de que la joven seguía profundamente dormida, la guerrera se obligó a levantar del jergón las extremidades entumecidas. Descubrió sus alforjas y sus armas al pie del camastro y las recogió en silencio, saliendo de la cabaña. Xena se dirigió a los baños termales. El vapor flotaba arremolinado por la amplia estancia. En el centro de la gran caverna había una poza grande y profunda. Más al fondo, había pozas más pequeñas a distintos niveles formando escaleras. Al fondo del todo, el agua de un manantial caliente caía en una pequeña cascada, desaguando en la poza de la reina. El sol de la mañana todavía no había subido lo suficiente como para ser visible por los numerosos agujeros redondos excavados en el techo de la caverna. Xena encendió algunas de las gruesas velas colocadas en los repechos de la caverna y su luz inundó la estancia de sombras extrañas que oscilaban y saltaban por las paredes y la superficie del agua. Despojándose de la túnica de cuero que le cubría el cuerpo, bajó los escalones de piedra hasta el agua. Aspiró profundamente y se sumergió en el centro de la poza profunda, y su cuerpo atravesó el agua sin apenas crear una onda, emergiendo al otro lado. El calor del agua le penetró los músculos, liberando la rabia y la tensión que los agarrotaban. Xena se echó a un lado de la poza, flotando en la superficie del agua, con el corazón como un agujero vacío. Se quedó así un rato, ni despierta ni dormida. Por fin salió del agua y rebuscó en su alforja para sacar una camisa limpia que ponerse. Recogió la túnica de cuero sucia y emprendió la tarea de limpiar la prenda. Este trabajo era otra de las muchas tareas que la guerrera solía utilizar al final del día para entrar en un estado próximo a la meditación. Le dejaba la mente libre para divagar y examinar las

actividades del día. Para cuando estaba limpiando el último ojal ya había encontrado la paz que había estado buscando. Si no era paz, al menos, para su mente, era una tregua. Aquí estoy llena de pena por mí misma... hecha polvo por lo que yo no tendré nunca. Cuando la que más ha sufrido es Gabrielle. ¿Qué le dijo Sartori? "Gabrielle, ¿no estás olvidando que la víctima de este ataque has sido tú?" Mi bardo está llena de dolor y vergüenza y yo sólo pienso en mí misma... ¡en lo desgraciada que va a ser mi vida! ¿¡¿Cómo puedo decir siquiera que la amo?!? ¡Por los dioses, qué egoísta he sido! Voy a estar a tu lado, Gabrielle. Voy a ayudarte a superar esto. Aunque eso signifique que nunca tenga tu amor de esa manera... ¡voy a conseguir que lo superes! Dos resplandores de luz trémula iluminaron las paredes de la cueva cuando Xena se marchó toda resuelta a la cabaña de la sanadora. —Ha estado muy bien eso que has hecho por la nena guerrera —dijo la figura envuelta en velos diáfanos. —¿A qué te refieres, Afrodita? —dijo la diosa Artemisa con una sonrisa suficiente al tiempo que tocaba la poza de agua con el dedo índice para quitar el encantamiento que había puesto en ella. —Ya... y has venido aquí a limpiar la poza, ¿eh? —No he interferido... sólo he ayudado a la guerrera a ver las cosas desde una perspectiva diferente —dijo Artemisa sin comprometerse—. ¿Has visto a Ares? —preguntó, estrechando los ojos. —No, parece haber hecho mutis durante todo este mal rollo —contestó Afrodita con los brazos en jarras—. ¿Sabes? Estaba así de cerca con estas dos... pobre Gabrielle.

—Si descubro que el chulo ése ha tenido algo que ver con el ataque a mi Elegida... ¡le cortaré las pelotitas y dejaré que Gabrielle las cuelgue de su vara! El ruido de unas mujeres que se acercaban interrumpió las conversación entre las dos diosas y lo único que dejó testimonio de su presencia fue el estallido de pequeñas chispas multicolores que quedaron tras su desaparición. Xena abrió la puerta de la cabaña de la sanadora y vio que Gabrielle seguía descansando apaciblemente. Sartori se había ido y la guerrera depositó sus armas y alforjas en el suelo al lado de la puerta. Una vez al lado de Gabrielle, cayó sobre una rodilla, contemplando el rostro dormido de la joven. Algunas de las contusiones ya estaban empezando a desaparecer tras los pocos días que llevaban en la aldea amazona. Xena intentó controlar la sensación de culpa, que pendía sobre su cabeza a causa de su propia vergüenza. Si yo hubiera estado allí, Gabrielle... —Hola —dijo una voz soñolienta. Xena levantó la mirada, sobresaltada momentáneamente. Se encontró frente a la visión más bella del mundo conocido. —¡Hola tú, dormilona! —No pudo reprimir la enorme sonrisa de oreja a oreja que le cubrió la cara. —Espera un momento... recuerdo que ayer me desperté y cierta princesa guerrera estaba roncando. —Yo no ronco —replicó Xena, enarcando una ceja con furia fingida. Le encantaban las burlas amables de la bardo, ahora más que nunca. Parecía un comienzo. Gabrielle intentó incorporarse, estorbada por el brazo que tenía vendado y entablillado. Xena no sabía si ayudarla o no, sabiendo cómo reaccionaba la joven cuando la tocaba.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Xena tímidamente. —No, supongo que más vale que me acostumbre a volar con una sola ala —contestó Gabrielle rápidamente, levantando los ojos a tiempo de captar la expresión de dolor que se le pasó a la guerrera por la cara—. ¿Pero me podrías dar un poco de agua? A la guerrera se le animó el rostro ante la petición y se acercó a la mesa del centro de la habitación. Xena, deseosa de ayudar de alguna manera, volvió rápidamente con el agua solicitada y volvió a arrodillarse al lado de Gabrielle. —¿Puedo hacer algo más, Gabrielle... tienes hambre? Podría... —Sin pensar, Xena apoyó los dedos en el muslo de Gabrielle. Incluso a través de la manta, la guerrera notó que los músculos de la pierna de Gabrielle se agarrotaban y apartó la mano de golpe, mirándose los dedos como si se los hubiera quemado. Sé que no lo haces a propósito, Gabrielle, pero tienes todo el derecho a odiarme por no haber podido protegerte. Gabrielle no pudo evitar la reacción involuntaria provocada por el contacto con Xena. Sabía que sólo se debía a las vívidas imágenes de sus sueños. También sabía que tenía que conseguir controlarse a sí misma y sus emociones. —Me... me resulta difícil que me... que me toquen ahora —susurró Gabrielle. A la bardo se le partió el corazón al ver la expresión de Xena y se le llenaron los ojos de lágrimas—. Xena... —Gabrielle alargó la mano y la colocó sobre la de la guerrera. Xena vio que los músculos de la mano de la joven se agitaban, pero la dejó sobre los dedos de la guerrera—. Sigues siendo mi mejor amiga... ¿verdad? —dijo Gabrielle suavemente, intentando mirar a la guerrera a los ojos. —Por supuesto —dijo Xena sin dudarlo, echándole a la bardo una sonrisa de medio lado. Sé que lo estás intentando, Gabrielle.

—¿Entonces podría pedirte un favor? —Lo que sea, Gabrielle... tú lo sabes —contestó Xena con seriedad. —Quiero darme un buen baño caliente... y, bueno... yo... me da un poco de vergüenza, pero no creo que pueda hacerlo sola. Xena se quedó mirando un momento a la joven sin comprender hasta que Gabrielle levantó un poco el brazo roto. —¡Oh! —exclamó Xena, cayendo de repente en la cuenta del sentido del ruego—. ¡Claro! Xena se levantó, pero no sabía por dónde empezar. Esto ya iba a ser difícil de por sí, pero sería aún más difícil si no podía tocar a la joven. Verte desnuda, Gabrielle... ¡Dioses, lo que me va a costar esto! —Tranquila, Xena... no me voy a deshacer si me tocas. —Gabrielle intentó tranquilizar a la guerrera. Esto empezaba a parecer la cosa más difícil que había hecho la joven bardo en toda su vida, pero necesitaba demostrarle a Xena que su amistad seguía ahí. Que todavía necesitaba tenerla cerca, lo cual era muy cierto. Su mente le decía que todavía amaba a esta mujer con todo su ser. Era su cuerpo el que reaccionaba con violencia al entrar en contacto con la guerrera y el corazón de Gabrielle se sentía indigno de tal amor en estos momentos. Dejar que tú me desnudes, guerrera... ¡Dioses, lo que me va a costar esto! —¿Qué tal si empezamos por sentarte en el borde de la cama, Gabrielle? Una oleada de vértigo acometió a la bardo cuando plantó los pies en el suelo y apretó el antebrazo de Xena con la mano derecha hasta que se le pasó.

—¿Y dónde creéis que vais vosotras dos? —La voz de Sartori no sonaba muy contenta. Había entrado con tanto sigilo que ni siquiera Xena la había oído. Gabrielle miró a la sanadora directamente a los ojos y dijo: —Yo voy a darme un baño... y ella —Gabrielle señaló a Xena con el pulgar—, viene conmigo. Xena miró a Sartori con una sonrisa que quería decir "lo que Gabrielle quiere, lo consigue". La joven reina, sin embargo, no había dado mucho pie a las discusiones y la joven sanadora se amoldó de inmediato. —Al menos dejad que llame a un par de guardias para... —No —contestó Gabrielle rápidamente—. Xena me va a ayudar —terminó, sonriendo ligerísimamente a la guerrera. Los sentimientos que Xena llevaba en el corazón por esta joven bardo irradiaban literalmente de su rostro. La expresión de la guerrera estaba llena de amor y orgullo al mirar con satisfacción a Sartori. Sartori captó el intercambio entre las dos mujeres y volvió a preguntarse en silencio por qué Gabrielle nunca había visto lo evidente. Ser tan amada, pensó la sanadora. —Entonces no voy a discutir, mi reina —dijo Sartori con una ligera inclinación. Sartori sacó una sencilla túnica envolvente para que se la pusiera Gabrielle y cuando Xena hubo recogido todas las cosas necesarias para el baño, la bardo y ella se encaminaron a los baños. Gabrielle caminaba despacio. No sólo tenía el cuerpo hecho un inmenso moratón, sino que además llevaba en cama casi una semana.

—Gabrielle, ¿quieres descansar un momento? — preguntó Xena. Rodeaba la cintura de la joven con el brazo derecho para que la bardo no corriera peligro de caerse, pero Xena veía la ligera capa de sudor en el labio superior de la bardo y las grandes bocanadas de aire que aspiraba. —Sí... me parece... bien —contestó, jadeando ligeramente. A decir verdad, los músculos de Gabrielle estaban contraídos por algo más que el esfuerzo. Parte de ella estaba sin aliento, como siempre, por sentir el tacto de Xena, y la otra parte se encogía por las imágenes constantes y violentas que asaltaban su cerebro. Era como si las Furias estuvieran librando una guerra dentro de su mente y su cuerpo exhausto se debatía entre el dolor y el deseo. Ephiny las vio dirigiéndose despacio a los baños cuando cruzaba por el centro de la aldea y dio gracias en silencio a Artemisa porque Gabrielle parecía haber recuperado la salud. Había hecho lo que le había pedido Sartori y se había mantenido alejada de la cabaña de la sanadora hasta que tanto Gabrielle como Xena hubieran tenido unos días para recuperarse. La regente se dio cuenta de que las contusiones tardarían un tiempo en desaparecer, pero su corazón se sintió bastante aliviado al ver a su joven amiga levantada. —¡Gabrielle, tienes un aspecto estupendo! —dijo Ephiny sonriendo a las dos mujeres—. Ah, sí... Xena, tú tampoco estás mal —terminó, haciendo un gesto despreocupado a la guerrera morena. —¡Sí, ya! —contestó Gabrielle mientras Xena se limitaba a enarcar la ceja y sonreír satisfecha a la regente—. Eph, si mi aspecto se aproxima a cómo me siento, debo de estar horrible. —¿Cómo te sientes... de verdad? —preguntó Ephiny con preocupación. —Como si me acabara de atropellar un carro de bueyes... y luego hubiera retrocedido y me hubiera vuelto a

arrollar y luego otra vez para asegurarse —dijo Gabrielle abatida. Ephiny se echó a reír y dijo algo sobre que las reinas hacían lo que fuera con tal de conseguir vacaciones y dejó a las dos mujeres con la promesa de reunirse con ellas para comer. La regente alcanzó a Eponin y le pidió a la guerrera que se asegurara de que su reina conseguía bañarse en privado. —Y Ep... con tacto, ¿vale? O sea, que sea una sugerencia. —Oye, que soy una guerrera... sólo sé hacer las cosas de una manera —dijo Eponin, guiñando un ojo. Gabrielle y Xena siguieron caminando despacio hacia los baños y la guerrera no lograba dejar de pensar en el modo en que Gabrielle se había comportado al hablar con Ephiny. La joven bardo apenas había mirado a la regente a los ojos, bajando continuamente la mirada al suelo. Gabrielle había hablado como siempre, pero tenía la expresión fláccida y sin vida, como si no le quedara más remedio que hacer las cosas. Xena estuvo todo el tiempo tratando de ver los ojos de la bardo mientras hablaba con Ephiny y por fin vio la verdad. Simplemente no había luz en la mirada de la joven, no había chispa en esos ojos verdes normalmente risueños. Bañarse sin tocarse resultó ser una experiencia angustiosa para las dos mujeres. Intentaron varias veces quitarle la camisa a Gabrielle y una de ellas siempre se movía mal en el último momento. La gota final fue cuando el brazo entablillado de Gabrielle giró y golpeó a Xena en la mandíbula. La guerrera se frotó la mandíbula dolorida mientras la bardo miraba horrorizada a la mujer más alta. Sus ojos se encontraron y empezaron a sonreírse la una a la otra y luego sus sonrisas se convirtieron en carcajadas. Fue el primer

momento de relajación que Gabrielle había experimentado desde que entró en esta pesadilla. —Supongo que no me habrás dejado hacerlo a propósito —dijo Gabrielle, intentando disimular la sonrisa ante su vieja broma. —Sí, ya —contestó la guerrera, fracasando en su intento de mostrarse indignada—. Gabrielle... ¿estarías más cómoda... si esto lo hiciera otra persona? —dijo la guerrera con seriedad. —No sé... Quedaría mal que usara la cabeza de una de mis súbditas como ariete. Xena sonrió y agradeció el intento de Gabrielle de quitar importancia a la situación. —Gabrielle... ¿cuánto cariño le tienes a esa camisa? — dijo al tiempo que sacaba su daga de pecho de su escondrijo, con un brillo malévolo en los ojos. —Ya me daba a mí la impresión de que ésa iba a ser nuestra única opción... vale —asintió Gabrielle. Ambas mujeres sobrevivieron al trauma de cortarle la camisa a la joven bardo y meterla en la poza de agua caliente. Xena tuvo la prudencia de dejarse puesta su propia camisa al entrar en el agua para sujetar a Gabrielle. La joven bardo pasó por una ordalía de emociones mientras Xena la ayudaba frotándole la espalda, lavándole el pelo y manteniéndole el brazo derecho lo más seco posible. Cuando se hizo el silencio entre las dos mujeres, Gabrielle apoyó la cabeza en el borde de piedra de la pequeña poza y absorbió el calor del agua. Xena se sentó en el borde liso de la poza y deslizó su daga contra una pequeña piedra de afilar en pequeños círculos. La guerrera miraba continuamente a Gabrielle, tomando aire con fuerza cada vez que la belleza de la bardo casi le cortaba la respiración.

—Gabrielle —dijo Xena rompiendo el silencio. —Mmmm —respondió la bardo sin abrir los ojos. —¿Quieres hablar de... ello? —preguntó Xena. —No —contestó la bardo rápidamente, incorporándose. Las dos sabían de lo que estaban hablando sin decirlo. —Pensaba que... —empezó Xena. —No, Xena. Es que... es que me parece que me puede dar algo y todavía no estoy preparada para entrar en ello. El talante meditabundo de ambas mujeres se había perdido, y Xena se maldijo por sacar el tema. Sólo había querido ayudar a Gabrielle, hacer que se sincerara y hablara del ataque, con la esperanza de que la bardo pudiera empezar a curarse. En cambio, ahora estaban sentadas en un silencio incómodo y el momento de apacible compañerismo había desaparecido. —Creo que me estoy convirtiendo en una pasa —declaró Gabrielle, lo cual era su modo de volver a iniciar la conversación y cambiar de tema. Xena llevaba lo que le parecía una eternidad temiéndose este momento. Cortarle la camisa a Gabrielle y meterla en el agua no había sido ni por asomo tan difícil como ayudar a una bardo desnuda a salir del agua, secarla y ayudarla a vestirse. Xena rodeó con cuidado la cintura de Gabrielle con un brazo, sujetándola mientras la joven salía de la poza. El agua cayó en pequeñas cascadas por el cuerpo de la bardo, goteando de sus firmes pechos, bajando por el musculoso abdomen y adentrándose en la mata de pelo rubio rojizo que tenía entre las piernas. Xena, entretanto, intentaba desesperadamente posar las manos y los ojos en cualquier parte menos donde realmente querían estar. ¿A qué dioses he ofendido hoy para merecer esta tortura?

Gabrielle tenía sus propios problemas. Todavía estaba húmeda por el baño, pero notaba que estaba empezando a sudar. Las manos de Xena eran como seda sobre su piel. La camisa de la guerrera estaba empapada en los sitios donde Gabrielle se había apoyado en ella y la tela se pegaba a su musculoso cuerpo. En un momento dado se imaginaba a Xena acariciándole todo el cuerpo y al siguiente sus sentidos quedaban inundados por una visión más violenta de la guerrera... más dolor mezclado con deseo. Artemisa, ¿cómo te he ofendido hoy para merecer esta tortura? —¿Te encuentras mejor? —preguntó Xena al salir de los baños. —Me encuentro más limpia, en cualquier caso —dijo Gabrielle sardónicamente—. Xena, no quiero volver a la cabaña de Sartori. Quiero quedarme en mi propia cabaña. La cabaña de la reina estaba más cerca del centro de la aldea, y para entonces toda la aldea amazona se había levantado y estaba ocupada en sus tareas diarias. Gabrielle era una reina muy querida, y a Xena le dio la impresión de que todo el mundo de aquí a la aldea de los centauros las detenía a las dos para interesarse por la marcha de la joven reina. Xena se dio cuenta de que Gabrielle empezaba a estar cansada y que parecía que le flaqueaban un poco las rodillas, además, que la gente invadiera su "espacio" empezaba a irritar a la guerrera. Se inclinó, pasó el brazo libre por debajo de las rodillas de Gabrielle y la levantó en brazos. —Necesita descansar —fue lo único que dijo Xena a las pocas preguntas boquiabiertas, al tiempo que emprendía la marcha hacia la cabaña con Gabrielle en brazos. —Xena, puedo andar —dijo Gabrielle, de forma poco convincente. Xena no dejó de caminar, mirando a la bardo con una ceja enarcada.

—He visto potrillos recién nacidos que se mantenían en pie con más firmeza. A decir verdad, en el fondo a Gabrielle le había encantado el gesto. La joven reprimió los sentimientos y las imágenes que habían empezado a torturarla en todo momento y apoyó la cabeza en el hombro de la guerrera. Cerrando los ojos, Gabrielle aspiró el olor que distinguía a la guerrera: jazmín y cuero. Estaba profundamente dormida cuando la guerrera la depositó con ternura en la cama de su propio alojamiento. Pasaron varias marcas antes de que Gabrielle se viera inmersa en la misma pesadilla que parecía tener tanto si estaba despierta como dormida. Sintió que la apartaban del abrazo onírico de la señora de la guerra Xena. Una mano delicada tiraba del hombro de la bardo y ésta abrió los ojos despacio. Sintiéndose como si hubiera salido de una tortura para entrar en otra, Gabrielle apartó violentamente el cuerpo de la penetrante mirada azul. —Gabrielle, soy yo... Xena —dijo la guerrera morena, intentando evitar que la reacción de Gabrielle la afectara. —Xena... lo siento. Tenía una pesadilla y, eeeh... aún no debía de estar despierta del todo —mintió Gabrielle. —¿Estás segura de que ya estás bien? —Sí, gracias —contestó Gabrielle pasándose los dedos por el pelo. —Bueno, sólo quería asegurarme de que estabas bien. Será mejor que vaya a buscar a Eponin y le pregunte si le importa compartir su alojamiento durante un tiempo. —Xena se levantó y estiró la espalda. Gabrielle miró a Xena mientras ésta estiraba los músculos y se preguntó cuánto tiempo había estado la

guerrera arrodillada a su lado, observándola. Había escuchado las palabras de Xena, pero en realidad todavía no las había oído. Cuando lo comprendió no supo muy bien cómo reaccionar. —¿Eponin? Pero... bueno, supongo que creía... —farfulló Gabrielle. —¿Que creías... qué? —preguntó Xena. Mientras Gabrielle dormía, Xena había decidido que la joven probablemente no querría que la guerrera durmiera en la misma cabaña. Parecía como si la mera presencia de Xena fuera especialmente difícil para la bardo. La guerrera lo atribuía a su fracaso a la hora de proteger a Gabrielle, como si la bardo no pudiera evitar echarle la culpa por no haber estado allí. Lo cierto era que la guerrera no podía condenar a Gabrielle por sentir tal cosa. Gabrielle, entretanto, se esforzaba por contener las lágrimas que estaban a punto de derramarse. Por supuesto, Xena no querría estar aquí con ella, ahora ya no. Ahora estaba echada a perder, ¿no? Supongo que debe de estar muy harta de tener que salvarme todo el tiempo. La autoestima de Gabrielle iba bajando a cada segundo que pasaba. Su imaginación bárdica empezaba a transformar la frase más simple en una montaña de aborrecimiento hacia sí misma. Xena observó mientras continuaba la lucha interna de Gabrielle. La guerrera recibía señales contradictorias por parte de la joven y ya no sabía qué hacer. —Gabrielle, es que he pensado... que tal vez... querrías un poco de intimidad, eso es todo... —Xena se puso a buscar algo fascinante en el suelo, incapaz de mirar a Gabrielle a los ojos. Su corazón no podría soportarlo si la joven parecía contenta de que se marchara. Xena por fin dirigió una mirada de soslayo a su bardo. Lo que vio le sorprendió, y una Princesa Guerrera no se sorprende a menudo. Gabrielle estaba mirando al suelo, mientras de sus ojos empezaban a

caer lágrimas silenciosas—. Gabrielle, ¿qué ocurre? —Xena se acercó rápidamente y se arrodilló delante de la joven bardo, con una clara expresión de preocupación. —No es nada... no debería llorar... si te quieres ir... — empezó a decir Gabrielle a través de las lágrimas. —Pero yo creía que tú querías que me fuera —dijo Xena, pasmada ante lo que acababa de admitir con toda franqueza. —No —exclamó la bardo, con un poco más de vehemencia de lo que pretendía—. No quiero estar aquí sola... y no quiero estar aquí sin ti —terminó en un susurro. —Te daría un abrazo, pero tengo la sensación de que eso sólo empeoraría las cosas, ¿eh? —dijo Xena con ternura, al tiempo que las comisuras de su boca se curvaban en una sonrisa. Gabrielle hizo una pausa y respiró hondo varias veces, secándose las lágrimas con la palma de la mano. —Lo siento, Xena... sé que no es ningún plato de gusto estar con alguien que no puede dejar de llorar la mitad del tiempo y no quiere que nadie la toque la otra mitad. Sólo necesito controlarme... entonces estaré mejor... —Gabrielle. —Xena apoyó las manos en la cama a cada lado de la bardo, al tiempo que la guerrera seguía arrodillada delante de la mujer—. Tal vez sea justamente eso lo que ahora necesitas olvidar... parte de ese control. Escucha, yo soy una experta en enterrar el pasado, creyendo que si lo dejo encerrado dentro no me hará daño. Pero me lo sigue haciendo... cuando menos te lo esperes, te golpeará y te dejará sin sentido... a menos que te enfrentes a ello. —Es que no sé si puedo hacerlo ahora mismo. —Cuanto más esperes, más difícil va a ser. Créeme, sé de lo que hablo. Grita, llora, maldice a los dioses... pégame si

necesitas golpear a alguien, pero no te lo quedes dentro, Gabrielle. Entonces Gabrielle hizo algo en lo que Xena también era experta, pero que nunca se había imaginado a su bardo capaz de hacer. Gabrielle se colocó una máscara de guerrera. Su rostro se volvió impasible y tomó aire despacio y con calma para tranquilizarse. —No puedo, Xena... todavía no. Por favor, compréndelo —rogó Gabrielle. La guerrera miró a la joven bardo con todo el amor y la compasión de su corazón. —Sólo recuerda que estaré aquí cuando me necesites, ¿de acuerdo? Ahora, ¿qué tal si voy a la cabaña de Sartori y le pido que me preste ese camastro de sobra que tenía? Gabrielle sonrió débilmente, pero unos golpes en la puerta interrumpieron lo que iba a decir. Xena se levantó y abrió la puerta para descubrir a Ephiny luchando con una bandeja cargada de comida y una jarra en los brazos y un odre de vino colgado de un hombro. —He pensado que os lo estabais tomando con calma. — Entró en la estancia con dificultad y depositó sus ofrendas en la mesa—. Y, cuando no os he visto en el comedor, se me ha ocurrido hacer un pequeño servicio a domicilio —terminó con una sonrisa. La entrada y la sonriente satisfacción de la regente hicieron sonreír a las dos mujeres. La comida olía deliciosamente, decidió el estómago de Gabrielle, eligiendo ese momento para hacerse notar. —Saber llegar en el momento justo lo es todo, Eph —dijo Xena, sacando una silla y haciendo un gesto a Gabrielle para que se sentara en ella—. Más vale que des de comer a ese monstruo —le dijo a la bardo con una sonrisa—. Tengo un par

de cosas que hacer, vosotras disfrutad —dijo Xena al tiempo que cogía un par de aceitunas de la bandeja y se las metía en la boca. —Xena, no pretendía que te fueras... —empezó Ephiny, pasando la mirada de Gabrielle a la alta guerrera. —Tengo que ver cómo está Argo, de todas formas... seguro que está enfada por la forma en que la dejé cuando llegué aquí. Xena recogió sus armas y se puso el chakram al cinto, acercándose a Gabrielle. —¿Vas a estar bien? —preguntó la guerrera, bajando la voz de manera que Ephiny apenas pudiera oírla. Gabrielle asintió y Xena se volvió hacia la puerta. —Eh, guerrera —la llamó Gabrielle. Con la mano izquierda lanzó torpemente una manzana hacia Xena y la mujer más alta atrapó la fruta antes casi de darse la vuelta para mirar—. No dejes de decirle a Argo que es de mi parte — sonrió. Xena lanzó la fruta roja al aire y volvió a cogerla sin mirar. —Lo sabrá... ¡siempre has dicho que está dispuesta a seguir a la primera cara bonita que se le presente con una manzana! —Xena volvió a lanzar la manzana al aire y salió por la puerta. —Vaya, parece que un par de días durmiendo han hecho maravillas con el humor de la Princesa Guerrera —comentó Ephiny mientras se sentaba frente a la joven reina—. Deberías haberla visto cuando te trajo aquí. —Supongo que debemos de haber dado el espectáculo —dijo Gabrielle en voz baja—. Supongo que me vio toda la aldea...

—Gabrielle... por lo que respecta a la aldea amazona, Xena y tú os topasteis con unos tipos desagradables en el camino. Aparte de Sartori, Eponin y yo somos las únicas que sabemos... bueno, que sabemos lo que ha pasado. Gabrielle se quedó mirando la mesa y se hizo un silencio incómodo entre las dos amigas. Por supuesto, el estómago de la joven reina rugió estruendosamente, lo cual hizo sonreír a las dos mujeres. —Primero, a comer... —sonrió Ephiny, sirviendo un vaso de sidra para la reina—, ...hablaremos después. La regente mantuvo la mente de Gabrielle ocupada durante dos marcas enteras, poniéndola al día de las últimas noticias y cotilleos de la aldea mientras comían. Apartando la bandeja, Ephiny llenó dos copas de vino con el odre que había traído y se acomodó en la silla. —Bueno, ahora hablemos —dijo la regente. —¡Creía que eso era lo que has estado haciendo! —rió Gabrielle. —Así es... ahora te toca a ti —dijo Ephiny con seriedad. La cara de Gabrielle se llenó de pánico. —Xena y yo acabamos de pasar por esto, Eph... todavía no estoy preparada para entrar en ello. Por favor, no puedo... todavía no. —¿Quieres decir que tampoco has hablado de esto con Xena? Yo creía que no había nada que no pudieras hablar con tu amante... —No somos amantes —afirmó Gabrielle tajantemente. —Ah. O sea... bueno, creo que... he dado por supuesto... —Ephiny no terminó de decir lo que pretendía. ¡No me lo puedo creer! No es posible con la forma en que la mira Xena.

—Como casi todo el mundo —comentó Gabrielle. La joven reina no pudo contener las lágrimas que arrasaron sus ojos de esmeralda. —Recuérdame que alguna vez juegue a las cartas contigo —sonrió Ephiny con aire suficiente. —¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Gabrielle. —Con eso quiero decir, mi querida amiga, que o mientes fatal... o llevas el corazón en la mano —terminó la regente, cogiendo con ternura la mano de Gabrielle y alargando la otra mano para secar unas cuantas lágrimas que habían resbalado por las mejillas de la joven—. Pero estás enamorada de ella, ¿verdad? —¿Y ahora qué más da... después de lo que ha pasado? —dijo Gabrielle con aspereza al tiempo que se ponía en pie. Se acercó despacio a la ventana y aspiró una bocanada de aire fresco. —¿Qué Tártaro quieres decir con eso? Gabrielle... —La regente cruzó la habitación para colocarse delante de la reina —. Si Xena estuviera enamorada de ti, ¿de verdad crees que lo que te ha pasado afectaría a lo que siente por ti? Gabrielle se encogió de hombros, rehuyendo la mirada de Ephiny. —¿Y si fuese al revés? Si esto le hubiera ocurrido a Xena... ¿cambiaría el amor que sientes por ella? —¡Claro que no! —exclamó Gabrielle. —Y sin embargo, ¿tan poco respetas su integridad... la de la mujer que dices amar, que estarías dispuesta a renunciar a la posible felicidad de las dos, sin darle siquiera una oportunidad?

Las palabras de Ephiny golpearon el muro que Gabrielle había erigido con tanto cuidado en torno a su psique y sintió que empezaba a perder el control. —Hay algo más que no me estás contando, ¿verdad? — dijo Ephiny, colocando los dedos con delicadeza bajo la barbilla de la joven reina y obligándola a mirarla a los ojos. Gabrielle asintió mientras las lágrimas resbalaban por su cara magullada. Ephiny estrechó a su amiga entre sus brazos y la llevó a la cama donde las dos podían sentarse. Gabrielle no había planeado revelar sus pesadillas sobre la señora de la guerra Xena, la terrorífica aprensión que sentía ante el contacto físico con Xena o las imágenes que ahora la atormentaban tanto despierta como dormida, pero el reconfortante abrazo de su amiga hizo que las palabras salieran atropelladas de la boca de la bardo. Ephiny sostuvo a la joven hasta que ya no le quedaron más lágrimas que derramar. —Xena tenía razón... sí que me siento un poco mejor después de llorar —reconoció Gabrielle. —Te quiere mucho, Gabrielle... deberías darle al menos la oportunidad de amarte. —Eso es sólo un sueño, Eph. En serio, ¿qué podría ver en mí la gran Princesa Guerrera? Ephiny sonrió y se puso a enumerar con los dedos. —A ver... eres guapa, inteligente, cariñosa, guapa, compasiva, divertida, llena de talento y ¿he dicho guapa? Gabrielle sonrió con tristeza y se llevó los dedos a la cara. —Sí, ya... ¡Sé que parezco un mapache, aunque Xena no me lo diga! —dijo, refiriéndose a los moratones oscuros que tenía bajo los ojos.

—Sí, pero los mapaches son muy monos. Además, seguro que Xena te ve con los ojos del amor. —Eres la segunda persona que me dice eso. Creo que Sartori dijo algo sobre los ojos del amor el otro día. —Gabrielle había dormido tanto desde entonces que no recordaba muy bien los detalles. —Creo que deberías conocer a Sartori cuando tengas tiempo. Puede que descubras que las dos tenéis mucho en común. Gabrielle percibió un destello en los ojos de la regente de algo que supuso que se debía a que ésta conocía un secreto, pero no hizo caso. Gabrielle reprimió un bostezo y sonrió un poco cohibida. —No es la compañía, Eph, te lo juro. —Ya me he quedado demasiado tiempo y necesitas descansar. ¿Vas a estar bien? —preguntó Ephiny, levantándose para marcharse. —Parece que últimamente me lo preguntan mucho... sí, estaré bien. Las cosas no pueden ir mucho peor, ¿verdad? Quiero decir, estoy perdidamente enamorada de una mujer con la que toda la Nación Amazona se quiere acostar y ¿a dónde vamos? A Amazonia. Ephiny soltó una carcajada y se inclinó hacia su amiga con aire conspirador. —No toda la Nación Amazona, Gabrielle... sólo la mitad. ¡La otra mitad se quiere acostar contigo! —Regodeándose en el rubor que empezó a subir por el cuello de la reina, la regente le guiñó un ojo antes de cerrar la puerta tras ella. Los días se convirtieron en semanas mientras Xena y Gabrielle participaban en la vida diaria de la aldea. Xena pasaba los días cumpliendo con sus turnos de patrulla o de

caza. Cada mañana iba al campo de entrenamiento para hacer sus propios ejercicios, dedicando un tiempo a practicar con alumnas deseosas de aprender de la guerrera. Las tardes las solía pasar a solas con Gabrielle, escuchando a la bardo mientras ésta se inventaba nuevas historias. Gabrielle pasaba la mayor parte del día cumpliendo con su cargo oficial como reina. Ephiny siempre estaba a su lado y Gabrielle daba gracias a Artemisa por tener tal regente. Las mañanas estaban llenas de reuniones del consejo, negociaciones de tratados y el gobierno general de todos los detalles de la vida de las amazonas. La reina había desarrollado la costumbre de levantarse temprano todos los días para ver a Xena en el campo de entrenamiento, cosa que sorprendía a la mujer morena. La bardo nunca se cansaba de observar a la guerrera realizando sus ejercicios. Las mañanas eran el único momento en que Xena dejaba sola a Gabrielle, aunque la bardo no se daba cuenta de ello. Fuera a donde fuese la joven reina, Xena la seguía en silencio, dispuesta a no volver a dejar a Gabrielle desprotegida. Xena sabía que la guardia real jamás dejaba sola a su reina hasta que volvía a quedar a salvo bajo la mirada de Xena por las tardes. Gabrielle descubrió que podía mantener a raya las horribles imágenes de sus pesadillas manteniendo la mente ocupada. Había empezado contándole a Xena una historia para pasar el rato y pronto se dio cuenta de que ni una sola vez durante el relato se había estremecido por el contacto con Xena. De este modo, acabaron adquiriendo la costumbre de retirarse temprano a su cabaña, donde Gabrielle elaboraba una historia tras otra hasta que el sueño vencía a las dos mujeres. Sin embargo, Gabrielle seguía teniendo las pesadillas. Cada noche eran un poco distintas, pero Xena era siempre su atacante. Cuando ya había pasado una luna completa, Sartori quitó las tablillas del brazo derecho de Gabrielle. Para entonces la joven reina había conseguido adiestrar su cuerpo de forma que ya no se despertaba gritando por las pesadillas.

Cuando se despertaba en medio de la noche, empapada en sudor, salía a pasear bajo las estrellas. Una vez eliminadas las tablillas, Gabrielle aprovechaba este tiempo para realizar los ejercicios de fortalecimiento que le había enseñado Xena. Eponin le había dicho que empezara a entrenar con la vara para fortalecer el brazo y aumentar la movilidad de la muñeca. De modo que todas las noches, a veces dos y tres veces cada noche, Gabrielle se despertaba y salía para entrenar. A veces iba al establo para visitar a Argo, recibiendo un relincho cariñoso de bienvenida. Generalmente tardaba menos de una marca, pero Xena siempre sabía que se había ido. La guerrera seguía sigilosamente a la joven, para evitar que corriera peligro. Y al cabo de dos lunas de tanta actividad nocturna, la reina y la guerrera empezaron a tener ojeras por tanto sueño interrumpido. Gabrielle había seguido el consejo de Ephiny y había empezado a conocer a Sartori. La joven sanadora tenía un humor agudo que Gabrielle sabía apreciar. Gabrielle averiguó que la sanadora tenía una esposa, pero que se encontraba en los territorios del norte y todavía tardaría un tiempo en volver. También era sanadora, pero lo único que decía Sartori era que Adia, su compañera, curaba "de forma distinta" a ella. Gabrielle notaba el amor que había entre las dos en los ojos de Sartori cuando hablaba de Adia. La reina se preguntaba si su rostro había tenido el mismo aspecto cuando hablaba de Xena. La joven reina se había convertido en una mujer distinta de como había sido antes. Antes era abierta y franca y siempre dispuesta a sonreír, ahora era muy parecida a su guerrera... enterrando ciertas emociones, suprimiéndolas a base de pura fuerza de voluntad. Por supuesto, había tenido que pagar un precio. Gabrielle ya no sonreía tanto como antes, ni parloteaba sin parar sobre cualquier cosa. Ahora tenía que tener cuidado antes de hablar o pensar. Tenía que ser prudente para no revelar demasiado sobre sí misma, no fuera a perder el control que tanto le había costado conseguir.

Gabrielle había descubierto un sitio donde ir cuando parecía que todo presionaba sobre ella. Era un hermoso y pequeño estanque donde las libélulas de alas iridiscentes zumbaban por encima del agua. Había un pequeño afloramiento de rocas que colgaban por encima del borde del agua. Gabrielle se tumbaba boca abajo y veía nadar a los peces y luego se daba la vuelta e intentaba imaginarse formas en las nubes hasta que conseguía reprimir los demonios de la vergüenza y el aborrecimiento hacia sí misma lo suficiente como para controlarlos. Gabrielle seguía torturada por sentimientos que no reconocía ni siquiera ante Ephiny o Sartori, y mucho menos ante Xena. La joven sentía que de algún modo había provocado el ataque contra ella. Se echaba en cara su ropa provocativa, no haber ido a alojarse en una aldea... mil cosas que repasaba una y otra vez sobre aquel día. Si se hubiera molestado en hablar con alguien de estos sentimientos, le podrían haber dicho lo muy equivocada que estaba y tal vez incluso se lo habrían hecho entender. Pero Gabrielle se sentía demasiado avergonzada y culpable para revelar estos pensamientos a nadie, de modo que acudía a este estanque cuando los sentimientos empezaban a arrastrarla al abismo. Aunque parecía que estaba sola, era la reina, al fin y al cabo. Siempre había una o dos integrantes de la guardia real ocultas entre las ramas dispuestas a proteger a su reina de ser necesario. —Me parecía que te encontraría aquí —dijo Sartori, sentándose con las piernas cruzadas al lado de Gabrielle en las rocas. —Me has pillado haciendo novillos. —Gabrielle se puso boca arriba y cruzó las manos debajo de la cabeza. Sartori vio las sombras oscuras que pasaban por los ojos de Gabrielle, antes de que la joven los cerrara y suspirara profundamente. Pasaron tal vez dos segundos antes de que

Gabrielle volviera a abrir los ojos y la sanadora se encontró con el conocido verde chispeante. Por los dioses, cada vez lo hacer mejor, esto de apartar sus sentimientos. Sartori rogó en silencio a Artemisa que estuviera a punto de hacer lo correcto... a fin de cuentas, ella no podía curar esta parte del cuerpo como podía Adia. —A Eponin le gusta decir que estar en la cumbre es duro, mi reina. Si eso es cierto, supongo que te mereces hacer novillos de vez en cuando. Gabrielle sonrió, no por lo que decía, sino porque Sartori había usado su título. Por muchas veces que le pidiera a su nueva amiga que la llamara Gabrielle, la sanadora seguía dirigiéndose a ella con formalidad. La reina había dejado por fin de pedírselo, pero seguía haciéndole sonreír. Era una especie de juego entre ellas, cuya razón no conocía. —Hoy es el día —dijo Sartori con una sonrisa—. Adia vuelve hoy a casa... debería llegar hacia media mañana. —Oh, Sartori, qué estupendo. —Gabrielle se incorporó y dobló una pierna debajo de ella—. Sé lo mucho que la debes de haber echado de menos. —Me siento como si hubiera dejado el corazón en un estante esperando su regreso —musitó Sartori doblando las piernas hasta colocarlas debajo de la barbilla, rodeándolas con los brazos—. Incluso ahora me pregunto qué puede ver en mí... evidentemente es algo que yo no noto. —Ah, los ojos del amor —dijo Gabrielle, recordando—. Me lo dijiste una vez, ¿recuerdas? —Es un enigma que sólo se puede explicar con esa frase. —Sartori apoyó la barbilla en las rodillas y se echó hacia atrás la capucha del manto. Gabrielle observó mientras la joven sanadora se acariciaba distraída la feroz cicatriz que le cruzaba toda la cara—. Yo comprendo lo que has sufrido más de lo que crees, mi reina. Llegué a la aldea amazona cuando

tenía once estaciones. Mi propia aldea había sido incendiada y arrasada, mi familia masacrada como ovejas en el campo. Fui violada por tres soldados. Las lágrimas habían empezado a resbalar por las mejillas de Sartori, pero en sus ojos había una mirada distante, como si estuviera reviviendo la pesadilla de aquel día. Gabrielle ansiaba hacer o decir algo por alguien cuyo dolor era tan parecido al suyo, pero se quedó sentada en silencio y dejó que la sanadora continuase. —El último soldado que me tomó, me hizo esto. —Volvió a tocarse la larga cicatriz—. Recuerdo sus palabras como si fuera ayer. Me dijo que nadie me querría ahora que ya había sido usada y luego, justo antes de cortarme, dijo que esto garantizaría que nadie me amase jamás. Gabrielle bajó la cabeza y dejó que cayeran sus propias lágrimas. Pues el tormento de su nueva amiga era el suyo. Sabía cómo era ese miedo... saber que jamás conocerías el amor. Las dos mujeres se quedaron sentadas así largo rato y lo único que se oía entre ellas eran los ruidos suaves de su llanto. Sartori fue la primera en romper el silencio. —Ni siquiera recuerdo cómo llegué aquí. Ramti, la sanadora de la aldea, me acogió. Así desarrollé mis habilidades para curar. Pero hasta las niñas amazonas pueden ser crueles. Me acostumbré a llevar un manto con capucha para no destacar tanto. —¿Adia ya vivía en la aldea? —Gabrielle no pudo evitar intervenir. —No. —Sartori sonrió ahora al llegar a esta parte de la historia—. Vino un verano con una lejana tribu del norte para una fiesta intertribal. Como siempre ocurre cuando se reúnen

personas que no se conocen, las guerreras parecían juntarse con otras guerreras, la realeza con la realeza. Bueno, pues así nos conocimos Adia y yo. Ese verano yo tenía diecisiete estaciones. Había pasado seis estaciones creando muros a mi alrededor para que nadie me hiciera daño. Creo que el daño más grande fue que me había convencido de que lo que me había dicho aquel soldado era cierto. Que por el aspecto que tenía y por haber sido violada, nunca podría resultar lo suficientemente atractiva como para ser amada. Adia era la mujer más bella que había visto jamás. No conseguía entender por qué me seguía a todas partes, parecía que siempre se encontraba conmigo "por casualidad". Supongo que yo era bastante inocente. —Sonrió tímidamente a Gabrielle—. Una tarde yo estaba meditando en el bosque y, por supuesto, Adia dijo que daba la casualidad de que iba a dar un paseo. Creo que hasta ella se dio cuenta de lo pobre que sonaba esa excusa y se echó a reír, se sentó y empezó a decirme lo increíble que le parecía yo. Creo que yo tenía el corazón a punto de saltárseme del pecho. Entonces me quitó la capucha. Lo hizo con tanta dulzura y sus ojos eran tan cautivadores que apenas me di cuenta de lo que había hecho hasta que la tuve quitada. Creo que por un momento me entró el pánico y traté de apartarla, pero ella me sujetó, mirándome a los ojos. Sentí que podía ver hasta el fondo de mi alma, pero sabía que cuando viera lo que había ahí, se sentiría asqueada. Entonces, ¿sabes lo que me dijo esta mujer? —Tori, tienes los ojos grises más preciosos que he visto jamás. Sartori levantó la mano inconscientemente para tocarse la cicatriz, pero los dedos de Adia la apartaron y le acariciaron tiernamente la mandíbula, acercando la cara hasta que Sartori sintió el aliento de la otra mujer en los labios. —Tendrás que hablarme de eso alguna vez... cuando estés preparada. —Entonces sus labios se juntaron en un beso que prometía toda una vida más de besos por venir.

—Nunca me habían besado hasta entonces, mi reina, pero aunque me hubieran besado mil veces habría seguido diciendo que, hasta ese beso, nunca me habían besado hasta entonces. Me sujetó en sus brazos y nos quedamos así todo el día y ella no paró de decirme lo enamorada que estaba de mí. Luego me besó en la frente y me dijo que me durmiera. Yo no le dije que apenas dormía porque tenía miedo, todavía tenía las pesadillas de aquel día. Pero echada en sus brazos, me dormí y tuve la pesadilla como siempre. Esta vez Adia estaba allí, en mi sueño. Me salvó... jamás fui violada... jamás me hicieron esto —dijo señalándose la cicatriz de la cara—. Fue la emoción más asombrosa que había tenido en toda mi vida, despertarme de aquel sueño con tal sensación de paz. Sabía, en mi cabeza, que mi pasado no había cambiado, pero mi corazón sentía que aquella experiencia no había ocurrido nunca. Intenté decírselo a Adia y ella sonrió, me besó y dijo que lo sabía. Fue entonces cuando me habló de su don. Era una sanadora de sueños. Me dijo que generalmente sólo creaba un entorno para que alguien a quien quisieras pudiera entrar en tu sueño y ayudarte a curarte. Esta vez, ella quiso ser quien me ayudara a mí. Adia me dijo que yo era bella y yo sentí que lo creía. Me veía no como me ven los demás, sino con los ojos del amor. Cuando la miré a los ojos, vi mi propio reflejo y allí, en su mirada, volví a ser inocente y limpia... en sus ojos yo era bella. Gabrielle levantó la mirada y vio a esta joven sanadora como la veía su amante. —Sartori... eres bella. La sanadora miró a su reina por primera vez desde que había empezado a contar su historia y sonrió alegremente. —Tú miraste más allá de mis cicatrices, la primera vez que nos vimos... tal vez ése es tu don. —Los ojos del amor... —reflexionó Gabrielle en voz alta —. Me pregunto si siempre es así de fácil.

—Nada que merezca la pena tener en esta vida es fácil, mi reina. Yo tuve que dar un enorme salto de fe para creer en lo que veía reflejado en los ojos de Adia. Creer que podía amarme fue la prueba más difícil que he pasado en mi vida. —Sartori... ¿Adia podría curar mis sueños? —susurró Gabrielle, sin permitir a su corazón sentir esperanza. —Creo que estaría dispuesta a intentarlo, alteza. — Sartori soltó un suspiro de alivio. Vio lo que había tras los rasgos de Gabrielle y observó la lucha que se estaba librando desde dentro. Pidió fuerzas a Artemisa para la guerrera de su reina. Sentía que a Xena le iban a hacer falta para luchar contra los demonios que atormentaban a la reina. —¿Tori? Sartori volvió la cabeza de golpe al oír su nombre. Gabrielle supo de inmediato quién era la alta desconocida que estaba detrás de ellas por la expresión de la sanadora. El rostro de Sartori se iluminó y su sonrisa se extendió a sus ojos rápidamente. De un salto bajó de la roca y cayó en brazos de la alta desconocida. Sartori no había mentido. Adia era realmente una de las mujeres más bellas que Gabrielle había visto en su vida. Vestida con pantalones y camisa y botas de montar hasta las rodillas, parecía más una guerrera que una sanadora. Su pelo era del mismo color que el de Xena y las lisas guedejas le llegaban justo por debajo de las orejas, algo revueltas de cabalgar. Irónicamente, también era tan alta como la guerrera de Gabrielle. Sus ojos eran de un verde profundo salpicado de oro. Adia se acercó donde Gabrielle seguía sentada y cayó sobre una rodilla, llevándose la mano al corazón. —Mi reina, perdona la interrupción. Soy Adia, esposa de Sartori... —dijo, alzándose y rodeando con el brazo la cintura

de Sartori—. Llevo cinco lunas sin ver a esta hermosa criatura... y ya no podía esperar más. —Por favor, Adia... llámame Gabrielle. Cinco lunas es mucho tiempo para estar separada de la persona que amas — asintió Gabrielle. —Me parece como si hubiera sido la mitad de mi vida — contestó Adia, mirando a Sartori. Gabrielle observó a la alta sanadora y las delicadas caricias que depositaba en la cara de Sartori. Empezó a sentirse de sobra y se levantó para marcharse. —Bueno, tengo que volver para trabajar... ha sido un placer conocerte, Adia. —Mi... digo, Gabrielle... por favor, no te vayas por mi causa —se disculpó Adia. —No, ya he estado fuera demasiado tiempo, no tiene nada que ver contigo. Además, si no vuelvo a la aldea, seguro que la guardia se lo dice a Ephiny —dijo Gabrielle, señalando los árboles—. Se supone que no sé que están ahí —susurró, guiñando un ojo. Las dos mujeres prometieron no revelar el secreto de la reina cuando se marchaba. Volviéndose para mirar a la pareja, Gabrielle vio que Adia estrechaba a Sartori en sus fuertes brazos y las dos intercambiaban un ardiente beso. La reina se dio la vuelta rápidamente y siguió caminando, sintiendo que se estaba entrometiendo en algo privado. Al ver la prueba de los ojos del amor, Gabrielle pensó en Xena y regresó a la aldea con cierta aprensión en el corazón. Había renunciado al concepto de la esperanza, pero en una sola mañana, dentro de su corazón maltrecho se encendió una pequeñísima chispa. Y así cayó la primera barrera.

Gabrielle acababa de terminar uno de sus relatos más divertidos. Era una comedia de equívocos y siempre hacía reír a Xena, y esta vez no había sido una excepción. —Creo que debería escribirla para que puedas sacarla y leerla siempre que necesites unas buenas risas —dijo Gabrielle mientras servía una copa de vino para las dos. —No sería lo mismo si no lo cuentas tú. —La guerrera levantó la mirada, sonriendo. Había estado arreglando una hebilla de la armadura de la pierna y estaba sentada con las piernas cruzadas en su camastro. Gabrielle le devolvió la sonrisa y cruzó la habitación, ofreciéndole a Xena una copa de vino. —Gracias —dijo Xena, dejando a un lado la armadura y apoyándose en la pared. Gabrielle no tenía ni idea de cómo empezar esta conversación, pero decidió lanzarse de todas formas. —Xena —empezó Gabrielle—, ¿tú crees que soy bonita? Xena casi escupió el sorbo de vino que tenía en la boca. Por Gea, ¿de dónde ha salido eso? —Gabrielle... eso te lo ha dicho mucha gente, yo diría que a estas alturas ya deberías saberlo. —Xena intentó quitar importancia al tema, preguntándose a dónde quería ir a parar la bardo con esto. Gabrielle se agachó para sentarse delante del camastro donde estaba reclinada Xena. Sentándose con las dos piernas dobladas debajo, apoyó los brazos en el camastro que tenía delante. —Pero... ¿todavía soy bonita? —dijo en apenas un susurro, obligándose a mantener el contacto visual con la guerrera.

Xena sabía a qué se refería la bardo. Incluso después de haber sido violada... ¿todavía la desearía alguien? Oh, hay alguien que sí, Gabrielle. La guerrera no quería otra cosa más que estrechar a la bardo entre sus brazos, comérsela a besos y decirle exactamente lo bonita que le parecía. No tenía valor para hacerlo, no hasta que la guerrera pudiera tocar a Gabrielle sin hacer que ésta se encogiera o se apartara llena de miedo. Por mucho que Xena lo deseara. No, disfrutaría de lo que su bardo pudiera ofrecerle y se conformaría con eso. Xena frunció el ceño y se quedó mirando fijamente a Gabrielle un buen rato, intentando transmitir a la joven con sus ojos azules los que no podía con la voz. —Gabrielle... eres más que bonita... eres bella. —Supongo que sólo... —Lo sé —contestó Xena comprensivamente—. Gabrielle, no ha ocurrido nada en el pasado... ni ocurrirá nada jamás que a mis ojos pueda hacerte parecer otra cosa que no sea bella. Los ojos de Xena no se apartaron de los de la bardo. Gabrielle se encontró atrapada en las profundidades azules, que se arremolinaban a su alrededor como un torbellino. Estaba desesperada por ver su reflejo allí y conocer la verdad. ¿Son los ojos del amor, Xena? Gabrielle colocó una mano sobre la rodilla de Xena. —Gracias —fue lo único que consiguió decir la bardo. Gabrielle se sentó de golpe en la cama, temblando mientras el sudor chorreaba por su cuerpo ligero y musculoso. Echó un vistazo rápido a Xena, que estaba echada en el camastro al otro lado de la habitación. Cuando la bardo hubo calmado los latidos de su corazón, escuchó la respiración tranquila y acompasada que indicaba que la guerrera seguía

dormida. Gabrielle se levantó y se puso las botas, deteniéndose para echarse agua en la cara. Agarró su vara y se deslizó por la puerta sin hacer el menor ruido. Para Xena se había convertido en un sexto sentido ser capaz de mantenerse al tanto de su bardo. Supo el momento exacto en que comenzó la pesadilla. Las pesadillas de Gabrielle formaban ya parte de sus noches de tal forma que sabía exactamente cuándo iban a empezar. Oyó a la bardo tomar aire bruscamente, indicando el hecho de que se había liberado del sueño.Por los dioses, qué bien lo hace ya... apenas un ruido. Xena se obligó a respirar despacio, sin mover un solo músculo hasta que oyó salir a Gabrielle. Xena se deslizó por las sombras mientras Gabrielle se encaminaba al establo. Al entrar, la bardo se colocó en el centro del edificio y empezó una serie de estiramientos antes de ponerse a dar vueltas a la vara en una serie de complicados ejercicios. Sin esfuerzo, Xena subió al pajar para mirar. La joven y los dibujos que trazaba en el aire con su vara dejaron hipnotizada a la guerrera. Xena no había visto nunca algunos de esos movimientos. Los músculos de Gabrielle saltaban y se agitaban en sus extremidades mientras se movía sin pausa durante una marca casi completa. Por fin la joven se detuvo y se quedó inmóvil en medio del establo. Tenía el pecho jadeante por el esfuerzo, los músculos temblorosos y la camisa empapada de chorros de sudor. Gabrielle se quedó allí, con la cabeza echada hacia atrás, intentando recuperar el aliento. Xena simplemente miraba a la joven como si estuviera hechizada. ¡Por los dioses! La guerrera agradecía la fuerte respiración de la bardo, pues tapaba el hecho de que ella estaba jadeando literalmente. A la tensión de su entrepierna le siguió un reguero de humedad que empezó a resbalarle por el muslo. Xena se tumbó de espaldas sólo por apartar los ojos

de Gabrielle. Consiguió controlar la respiración, reprimiendo las imágenes carnales que se le pasaban por la mente. Gabrielle estaba totalmente empapada, pero saciada de una forma extraña. Se acercó al fondo del establo y entró en la cuadra de Argo, donde la yegua saludó su llegada con un relincho. —Lo siento, esta noche no hay manzana, amiga mía. — Palmeó el cuello de la yegua, alargando los brazos para abrazar al animal dorado. La bardo cogió un cepillo y peinó suavemente el pelo de la yegua. Si Xena hubiera sabido que la bardo venía a hablar con Argo todas las noches, para contarle sus secretos al animal silencioso, la guerrera habría averiguado los miedos de Gabrielle varias lunas antes. Como tenía por costumbre, la joven le contaba a Argo lo que le parecía que no podía contar a nadie más, y esta noche no fue una excepción. —Aunque fueran los ojos del amor, daría igual, ¿verdad, Argo? —Gabrielle cepillaba a la yegua y le hablaba en un susurro tan bajo que sólo gracias a su oído fuera de lo normal pudo Xena escuchar a la bardo—. ¿Qué dirían si supieran que fue culpa mía? ¿Ephiny... mi gente... Xena? ¿Podrían perdonarme... podría ella? ¡Oh, Argo, no debería haber estado allí! Si hubiera hecho lo que me dijo Xena... alojarme en una posada. ¿Por qué no lo hice? Ese corpiño, esa falda... ¿a cuántos borrachos se ha enfrentado Xena por culpa de mi aspecto? Tendría que haber empezado a luchar desde el principio... La joven había dejado de cepillar y se echó a llorar contra el cuello de la yegua dorada. Xena luchó con sus propias lágrimas al escuchar a su bardo. La punzada que sentía en el pecho se convirtió en un dolor espantoso al escuchar la confesión de Gabrielle. ¿¡Cree que se lo merece... que fue culpa suya!?

Xena había conseguido saltar por la ventana de la cabaña y meterse bajo las sábanas momentos antes de que Gabrielle entrara en la habitación. La bardo se movió sin hacer ruido por la estancia, pero Xena entreabrió un ojo, observando mientras la joven se quitaba del cuerpo la camisa empapada. La luna caía por la parte delantera del torso de la bardo y Xena sintió que la humedad volvía a manar entre sus piernas. Cerró los ojos con fuerza para evitar la visión hasta que oyó el familiar ritmo del sueño en la respiración de Gabrielle. Xena sabía que no podría dormir hasta que soltase la tensión que se le estaba acumulando entre las piernas. Mirando una vez hacia la bardo, se aseguró de que dormía, al tiempo que movía la mano bajo las sábanas. Subió por debajo de la camisa, deslizando los dedos entre los húmedos pliegues. Imágenes de Gabrielle, guiando la vara amazona con los miembros empapados en sudor, los músculos moviéndose bajo la camisa. Totalmente inmersa en esta fantasía, Xena colocó dos dedos contra su abertura, haciendo vibrar con fuerza el pulgar sobre la protuberancia hinchada. Los dedos de la mano que tenía libre subieron para pellizcar los pezones hinchados a través de la camisa de algodón, provocando un nuevo torrente de líquido entre sus piernas. Le empezaron a temblar los muslos al hundir dos dedos hasta el fondo dentro de sí misma. Tres embestidas más y sintió que su cuerpo se tensaba y contraía alrededor de sus dedos. Oh, dioses... Gabrielle. Sus caderas se arquearon con el orgasmo y el único sonido fue una exhalación entrecortada que se le escapó a la guerrera. Cuando los temblores cesaron por completo, Xena pudo pensar con claridad. Había sido capaz de aguantar mucho tiempo, pero ver a Gabrielle esta noche le había hecho perder el control totalmente. Se acomodó en el camastro, escuchando el ruido de la respiración de su bardo, repasando en su mente las palabras que Gabrielle había susurrado en el establo. Xena sabía lo que tenía que hacer ahora, pero, tal y como lo veía, sólo había un fallo en su plan...

...Gabrielle probablemente no se lo perdonaría jamás. Xena encontró a Gabrielle en el comedor esa mañana. La guerrera ya se había ido cuando Gabrielle se despertó, lo cual no era inusual. La reina desayunó y estaba disfrutando de una taza de té con Eponin y su nueva recluta, Tarazon, antes de dirigirse al campo de entrenamiento para ver practicar a Xena. —Me alegro de pillarte —dijo Xena con cierto tono travieso antes de sentarse al lado de Gabrielle—. ¿Qué te parece si hoy me ayudas a entrenar a algunas de tus reclutas con la vara? He pensado que como casi eres mejor que yo con esa cosa a lo mejor querrías ayudarme con una demostración de combate. Gabrielle no estuvo segura de que Xena le había dirigido a ella la propuesta hasta que la guerrera se levantó y dijo: —Bueno, ¿qué te parece, Gabrielle? ¿Nos encontramos en el campo dentro de, digamos, dos marcas? —Sí —dijo Gabrielle, asintiendo con la cabeza—. Sí, creo que me gustaría darte una paliza delante de mis súbditas — bromeó Gabrielle. Xena se alejó sin dejar de reír en voz alta. Perdóname, Gabrielle. Cuando se corrió la voz de que la reina se iba a enfrentar en un combate de entrenamiento con la Princesa Guerrera, ya no fueron sólo las alumnas las únicas en el campo, prácticamente la aldea entera apareció para mirar. Lo que había dicho Ephiny era cierto, la mitad de la nación babeaba por la guerrera morena, pero la otra mitad se moría por su joven reina.

Ambas mujeres habían hecho ejercicios de calentamiento y estaban la una frente a la otra dentro del círculo de combate. Xena con su habitual túnica de cuero y su armadura, mientras que Gabrielle llevaba su ropa de cuero de amazona. A Xena le resultaba un poco inquietante ver a Gabrielle con muñequeras y armadura para proteger los hombros, con unos bíceps que mostraban los resultados de sus ejercicios nocturnos. Las dos mujeres se acercaron al centro del círculo y juntaron las varas ligeramente. Las dos retrocedieron, adoptando una postura de combate y empezó el espectáculo. Xena decidió hacer de agresora, atacando como era de prever hacia el lado derecho de la reina, sabiendo que ése había sido su brazo roto. Por supuesto, la guerrera sabía lo que no sabía el resto de la aldea... que los huesos rotos de Gabrielle eran probablemente el doble de fuertes ahora de lo que lo habían sido jamás. Xena se dio cuenta rápidamente de la verdad que encerraba lo que había dicho antes: Gabrielle era casi mejor que ella. La reina siguió el ritmo de Xena a través de una compleja serie de movimientos mano sobre mano y de repente la reina pasó a ser la agresora. La guerrera se encontró retrocediendo, empezando a cansarse de verdad, pues tenía que saltar por encima de los numerosos golpes de Gabrielle a las piernas. ¡Por los dioses, qué buena es Gabrielle! Justo cuando la seguridad de Gabrielle estaba aumentando, resonó el grito de batalla de Xena cuando ésta saltó por el aire, volando por encima de la cabeza de la joven. Casi todos los enemigos se quedaban sorprendidos por esta maniobra, pero Gabrielle había luchado en cientos de batallas, grandes y pequeñas, con la guerrera. Cuando Xena estaba en el aire, Gabrielle agarró el extremo de su vara y giró en redondo. Justo cuando la guerrera estaba en el momento más vulnerable, cuando aterrizaba, la vara de Gabrielle enganchó los pies de la guerrera y la tiró al suelo. Sin embargo, la reina vio que en cuanto Xena dio en el suelo, aprovechó el impulso

para dar una voltereta y ponerse de nuevo en pie. ¡Por los dioses, qué buena es Xena! Por supuesto, esta maniobra había dejado a Gabrielle al descubierto y la guerrera aprovechó la oportunidad para decírselo. —Podría haberte tenido a mi merced ahora mismo, mi reina... ¿es eso lo que hiciste para perder en el bosque a las afueras de Pelios? Sólo por puro reflejo consiguió Gabrielle continuar sus movimientos, pues su mente se quedó paralizada. No es posible que haya dicho eso. Xena continuó sus ataques, pero disminuyó la fuerza, sabiendo que Gabrielle todavía intentaba asimilar lo que había dicho la guerrera. —¿Eso que llevas puesto es para distraerme o sólo para provocarme? Gabrielle asestó un golpe a lo loco al oír eso y perdió el equilibrio. Casi se detuvo, pero Xena aminoró la velocidad con ella, lo suficiente para hacer que siguiera luchando. —Xena, ¿qué intentas hacer? —suplicó Gabrielle. —Ganar, mi reina... ¿o es que no crees que todos obtenemos lo que nos merecemos? Xena creyó por un momento que se había pasado. Algunas de las amazonas situadas en el perímetro del círculo se miraron entre sí al oír lo que decía la guerrera, mientras que algunas de las guardias reales se movían nerviosas, sin saber si esto formaba parte del combate planeado o no. —Vamos, Gabrielle... no irás a decirme que no fue culpa tuya, ¿verdad? Te encanta provocar y lo sabes —ronroneó Xena.

Gabrielle se detuvo por completo al oír eso, aferrando la vara con tal fuerza que se le pusieron los nudillos blancos mientras luchaba con sus emociones. —Tienes que haber hecho algo... Xena oyó el sonido de las espadas de las seis guardias reales al salir de sus vainas. Ahora ya sabían que algo iba mal. Ephiny oyó el intercambio, pero no se percató inmediatamente de lo que estaba ocurriendo de verdad. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo Xena, reconoció que la guerrera estaba jugando a algo muy peligroso. Con un gesto de la mano, Ephiny contuvo a la guardia y susurrando una frase, hizo que Solari empezara a dispersar a las espectadoras. Gabrielle, sin embargo, no se dio cuenta de nada de esto. Sólo era consciente de dos cosas. La primera era la furia que en pocos segundos no iba a poder seguir controlando. La segunda era que Xena era la causa de esa furia. —Venga, Gabrielle... tú y yo sabemos que es cierto... tienes que haber hecho algo. —¡Noooo! —gritó Gabrielle. Tan deprisa que Xena apenas tuvo tiempo de bloquearla, la vara de Gabrielle se lanzó contra su estómago. Izquierda, derecha, izquierda en rápida sucesión. Previó el siguiente ataque a la derecha contra sus costillas, pero se lanzó demasiado pronto y Gabrielle entró a matar. El golpe de derecha contra sus costillas que Xena había planeado bloquear subió en cambio hacia lo alto y golpeó de lado la cara de Xena con un crujido espantoso. La cabeza de la guerrera se echó hacia atrás bruscamente y, aunque la fuerza del golpe habría roto la mandíbula a un hombre, Xena cayó sobre una rodilla y la vara se le escurrió de las manos. El suelo subió dando vueltas hacia ella y pensó que iba a echar

lo que tenía en el estómago. Al cerrar los ojos, controlando las náuseas, oyó a Gabrielle. —¡No fue culpa mía! ¡Yo no hice nada malo! —gritó la joven reina histéricamente, alzando la vara para acabar con la guerrera. Xena tragó con fuerza y subió los ojos para encontrarse con los de Gabrielle. La guerrera intentó transmitir todo el amor que sentía en el corazón por su bardo en esa sola mirada. —Así es, Gabrielle... tú no hiciste nada malo —dijo suavemente. Gabrielle tardó un momento en captar la afirmación, pero cuando lo hizo, recordó las palabras que Xena le había dicho hacía tanto tiempo. ...Cuando menos te lo esperes, te golpeará y te dejará sin sentido... a menos que te enfrentes a ello. Y así había sido. —Yo no hice nada malo... —susurró Gabrielle, más como afirmación que pregunta. Miró la vara alzada que tenía en las manos, dejándola caer al soltarla, y se desplomó de rodillas. —No, Gabrielle... te aseguro que no lo hiciste. Los gritos y los sollozos arrancados de la garganta de la joven reina sonaban inhumanos. Xena abrazó a la bardo mientras Gabrielle se aferraba a su amiga como para evitar caer a los abismos del Tártaro. Bastante tiempo después, sólo quedaban dos figuras en el campo de entrenamiento. —Gabrielle —susurró Xena, acariciando el pelo de la joven. Gabrielle miró a la guerrera con los ojos enrojecidos y llenos de lágrimas.

Xena le echó a la bardo una sonrisa de medio lado. —¿Quieres dejar empezando a dolerme.

de

darme

en

la

cabeza?

Está

Y así cayó la segunda barrera. A la mañana siguiente la piel que cubría la parte derecha de la mandíbula de Xena estaba pintada de azul y morado, desde la oreja hasta la barbilla. Gabrielle se encogía al mirar a la guerrera, sabiendo que ella era la responsable de la fea contusión. Nunca se había sentido tan total y absolutamente descontrolada como en el campo. Se le había "ido" la cabeza, pero Xena no paraba de decirle que eso era bueno. Tenía que reconocer que se sentía algo más ligera. Pero las pesadillas no han parado. Xena notó un cambio en Gabrielle inmediatamente. La joven había empezado a mirar de verdad a la gente a los ojos. Pero las pesadillas no han parado. En el fondo, Xena había tenido la esperanza de que las pesadillas y el insomnio cesaran al instante: se equivocaba. Recordó la noche anterior, cuando Xena había percibido la pesadilla de Gabrielle antes de oírla. Seguir a Gabrielle había sido más difícil, pues a cada paso Xena sufría ataques de vértigo. Sin embargo, lo consiguió, y no tardaron en sumirse las dos en el sueño de las personas realmente agotadas. —Xena, no sé si puedo hacer esto —dudó Gabrielle justo a la entrada del comedor. Ésta iba a ser la primera vez que las habitantes de la aldea la iban a ver desde el incidente del día anterior. —Eres la reina de la Nación Amazona, Gabrielle... no has hecho nada de lo debas avergonzarte. Además... —continuó la guerrera, estirándose la túnica de cuero y adoptando un aire regio—, ...si yo tengo que entrar ahí después de haber sido derrotada por una bardo rubia y bajita, ¡lo menos que puedes hacer es respaldarme!

Gabrielle se rió y miró a la guerrera con afecto producto de la admiración y el respeto. Xena le ofreció el brazo y susurró: —No tienes que tocarme si te molesta mucho. Desechando el temor de la guerrera, la joven reina colocó la mano sobre la muñequera de la guerrera. —Adelante, mi campeona —sonrió nerviosa. La cabaña estaba casi totalmente llena y, cuando las dos mujeres avanzaron por el largo edificio, las conversaciones empezaron a apagarse hasta cesar. La sala se había quedado en un silencio casi total para cuando la reina y su campeona se hicieron con unas tazas de té caliente y se sentaron a la mesa de la reina. Ephiny se levantó de un salto del asiento de la reina en cuanto vio a Gabrielle entrar en el edificio y se trasladó al otro extremo de la mesa. Cuando Gabrielle estuvo sentada, Xena se movió a la izquierda de la reina y se quedó de pie en silencio detrás de Eponin, reclamando este primer asiento a la izquierda como el correspondiente a la campeona de la reina. Eponin se trasladó sin decir nada, incapaz de mirar a la guerrera a los ojos. Parecía que la aldea estaba esperando para ver qué iba a pasar en la mesa de la reina antes de reanudar sus propias conversaciones. Ephiny, Eponin, Solari, Sartori y Adia estaban sentadas inmóviles a la pequeña mesa. Fue Adia la que puso las cosas en marcha. Nadie llegó a saber jamás si la sanadora decidió prescindir de toda cautela y jugarse la vida o si simplemente era así de inocente con respecto a la Princesa Guerrera. —Guerrera... —Adia se inclinó hacia Xena, pero su voz se oyó fácilmente en toda la cabaña. Miraba a Xena con una mezcla de compasión e inocencia total—. Tal vez deberías aprender a agacharte —dijo con mucha seriedad.

Xena se quedó ahí sentada con una expresión de pasmo y asombro. De hecho, todo el edificio contuvo el aliento mientras la Princesa Guerrera clavaba una mirada gélida en la desconocida. —¿Es que te quieres suicidar? —bufó Xena. Entonces empezó. Gabrielle intentó fingir que estaba carraspeando, pero su risa por lo bajo era inconfundible a oídos de Xena. La guerrera volvió despacio la cabeza para intentar intimidar con la mirada a su compañera, pero no tuvo el menor efecto en la joven. Los ojos de Gabrielle se encontraron con los de Xena y la reina subió la mano rápidamente para tapar su sonrisa. Eponin fue la siguiente, al soltar un resoplido mientras bebía. Solari no tardó en seguirla. Ephiny se esforzó todo lo posible, pero ni siquiera mordiéndose el labio consiguió sofocar la risa. Sartori se limitó a taparse la cara con las manos. Mientras, Adia mantenía su mirada inocente e inexpresiva clavada en Xena. Para entonces, incluso Gabrielle se estaba riendo en voz alta. —¿Quién Tártaro eres tú? —preguntó Xena entre dientes, incapaz de pensar en una forma airosa de salir de la situación. Llegadas a este punto, a Eponin le dio tal ataque de risa que se cayó de la banqueta, lo cual provocó las carcajadas incontrolables del resto de la mesa. Era risa nerviosa, sin duda, pero Xena sólo tuvo que mirar bien a Gabrielle para darse cuenta de que estaría dispuesta a dejar que el mundo entero se riera de ella con tal de ver esa luz en los ojos de su bardo. Por Gabrielle, Xena estaba dispuesta a seguir el juego. —No te rías, Ep... —dijo Xena sin mirar a la guerrera—. ¡Mañana te toca a ti luchar con ella! La risa de Eponin se detuvo en seco. Xena bebió un sorbo de su taza, se volvió y guiñó el ojo a su bardo y volvieron a estallar las carcajadas ante la expresión temerosa de la guerrera amazona.

La gente de la cabaña no sabía qué había ocurrido exactamente en la mesa de la reina, ni siquiera lo que había pasado en el campo de entrenamiento el día anterior, pero sabían, o notaban, que volvían a ser una comunidad unida. —Bueno... ¿has hablado ya con Xena? —preguntó Eponin. —Hablamos todo el tiempo —contestó Gabrielle, sin dejar de mover los pergaminos que tenía en la mesa delante de ella. —Sí, ¿pero escucháis alguna vez? guerrera estaba cargado de frustración.

—El

tono

de

la

—Ep, ¿pero qué más da? —Gabrielle tiró un pergamino con rabia—. Aunque Adia pudiera curar mis sueños, ¡Xena no piensa en mí de esa manera! —¡Dime que no eres así de densa! Xena está tan enamorada de ti que su cuerpo prácticamente lo grita cada vez que está cerca de ti. —Sí, me quiere, pero no del modo que tú crees. Ahora soy como algo que siente que debe proteger y cuidar —le contestó Gabrielle. —¡Porque así es como trata una guerrera a la mujer que ama! —Pues yo no lo veo —continuó Gabrielle—. Francamente, estoy empezando a pensar que ni siquiera le gustan las mujeres. Quiero decir, con todas las veces que hemos estado aquí, con todas estas amazonas tirándose literalmente a sus pies, ¿alguna vez has visto que Xena mire dos veces siquiera a alguna de ellas? —¡Arrrggggg! —gimió Eponin, tapándose la cara con las manos—. Vale... imagina. ¿Alguna vez te has planteado que puede ser porque está-enamorada-de-ti?

—¡Me estás volviendo loca con todo esto! ¿Por qué estáis Ephiny y tú tan obsesionadas con mi vida amorosa... o la falta de ella? —Gabrielle se puso a dar vueltas por la cabaña de la reina. —Porque tiene que ser así. Está bien... vamos a enfocarlo con lógica, entonces. Gabrielle, ¿alguna vez te ha hecho proposiciones alguna de las amazonas de la aldea? Ya sabes, ¿te han ofrecido un sitio acogedor para pasar la noche... la tarde, lo que sea? —Sí —contestó Gabrielle despacio, no muy segura de a dónde quería ir a parar su amiga con esto. —¿¿¿Y??? —Eponin la miró expectante. —Y nada... nunca he aceptado. —¿Por qué? —contraatacó la guerrera. —Porque estoy enamorada... Oh, no... ¡ya veo por dónde vas! Eponin impidió que Gabrielle se alejara de ella cayendo de rodillas ante la exasperada reina. —¿Es que tengo que ponerme de rodillas y rogarte que abras los ojos? Gabrielle no pudo evitar echarse a reír cuando la amazona le cogió la mano, llevándosela al pecho, y volvió a rogarle. —¡Gabrielle, te lo pido por favor! En ese momento se abrió la puerta y Xena entró en la cabaña. La guerrera se quedó paralizada al ver a Eponin de rodillas, con la mano de Gabrielle entre las suyas. Francamente, la única que parecía realmente inocente era Gabrielle. Eponin sabía lo que sentía Xena por la reina, por lo que se le puso cara de "ciervo atrapado en la mira del arco".

Gabrielle no supo, más tarde, cómo describir exactamente la cara que se le puso a Xena. Era una mezcla de miedo, rabia y la típica expresión que se le pone a alguien cuando está a punto de vomitarte en las botas. Por alguna razón, Gabrielle empezó a pensar que la situación no tenía muy buena pinta. Tuvo que tirar dos veces para soltarse la mano del sólido apretón de Eponin, mientras la guerrera seguía de rodillas, tragando con fuerza al ver un metro ochenta de Princesa Guerrera. Eponin juraría más tarde que Xena parece mucho más grande cuando estás de rodillas. De repente, Gabrielle sintió la acuciante necesidad de explicarle la situación a Xena. —Esto no es lo que parece —dijo, pegándole un puñetazo a Eponin en el hombro para que recuperara el sentido y se levantara. —Parece que Eponin está de rodillas en tu cabaña — comentó Xena sarcásticamente. —Bueno, entonces supongo que eso es exactamente lo que parece. —Gabrielle se rió nerviosa, sin dejar de pegar puñetazos a la guerrera amazona. Eponin lo intentó. Envió un clarísimo mensaje a su cerebro para que les dijera a sus piernas que se movieran, pero lo único que pudo hacer fue mirar a Gabrielle y decir débilmente: —Creo que no puedo moverme. —Ah, pues deja que te ayude —bufó Xena con una sonrisa fiera. Cruzó la habitación, agarrando con una mano el cuello de la túnica de la guerrera, y sacó a Eponin a rastras literalmente por la puerta. Con un brazo lanzó a la petrificada guerrera al suelo por encima de la barandilla del porche. —¡Xena! —gritó Gabrielle.

—Gabrielle, no dejes que me mate... —suplicó Eponin, atontada y tirada en el suelo. Gabrielle corrió a interponerse entre las dos guerreras, colocando las manos en los brazos de Xena. Eponin, para entonces, por fin había conseguido levantarse y estaba retrocediendo. —Gabrielle, quita de en medio. —Xena intentó rodear a la bardo, pero la joven no dejaba de colocarse entre Xena y Eponin. —Ep, en una situación como ésta sólo cabe hacer una cosa... ¡corre! —gritó Gabrielle cuando se le escurrieron las manos de los brazos de Xena. Ephiny era una de las testigos del pequeño espectáculo y no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo. —Gabrielle... ¿ésa que persigue a Eponin es Xena? —Sí —dijo la reina regresando a su cabaña, sacudiendo la cabeza—. No me preguntes... es una larga historia. 2

Gabrielle llevaba echada en la cama casi una marca cuando oyó el roce familiar de unas botas en la puerta. Se detuvieron y se quedaron ahí un rato larguísimo hasta que por fin se abrió la puerta y una guerrera de pelo negro atisbó dentro. Sonriendo, Gabrielle se apoyó en un codo y miró a una guerrera muy contrita. —No la has matado, ¿verdad? —Lo siento, Gabrielle... no tenía derecho a...

—No pasa nada... sólo ha sido un malentendido, seguro. —Gabrielle se frotó las sienes. —Supongo que ese dolor de cabeza te lo he causado yo, ¿eh? ¿Quieres que te prepare algo para eso? —No, gracias. —Sonrió a la guerrera—. Le prometí a Adia que la vería hoy... Seguro que un paseo me lo alivia. —Entonces creo que iré a darme un baño caliente —dijo Xena—. De verdad que lo siento, Gabrielle... no sé qué me ha dado. —¿Tratabas de protegerme, tal vez? —dijo la bardo dulcemente. —Sí, supongo que es eso —contestó Xena, volviéndose antes de que Gabrielle pudiera ver la verdad en sus ojos. —Tori me ha dicho que éste es uno de tus sitios preferidos. —Adia hizo un gesto a Gabrielle para que se sentara. Habían ido al estanque donde Gabrielle encontraba tanta paz—. El primer paso es ser completamente franca, Gabrielle. No sólo conmigo, sino también contigo misma. Sé que me has contado lo esencial de tu pesadilla, pero no te pido que me cuentes tus sueños... prefiero entrar en ellos y verlos por mí misma —dijo la sanadora cogiéndole la mano a Gabrielle—. Pareces un poco nerviosa. —Supongo que lo estoy. Una cosa es contarle a alguien una pesadilla y omitir las partes que te resultan demasiado embarazosas... o terribles para hablar de ellas, y otra cosa es saber que hay alguien ahí observándote. —Gabrielle se frotó en la falda con aprensión las palmas empapadas en sudor. —No será tan malo como crees. Esta vez, cuando entres en el sueño, yo estaré ahí, pero no tendrás que experimentarlo como una víctima. Quiero que te quedes fuera de ti misma y lo observes conmigo. Cuando hagas esto las

emociones que sientas serán las que experimentes al ver a otra persona... ¿crees que puedes hacerlo? La joven reina asintió con la cabeza. —Ahora quiero que te eches y concentres la mente en las nubes. Quiero que pienses en la persona de tu sueño... piensa en Xena. Era más fácil pensar en Xena sin que las violentas imágenes le inundaran la mente cuando la guerrera no estaba en la misma habitación con ella. Gabrielle se descubrió sonriendo. ¿Se ha puesto celosa Xena de verdad? ¿Por qué si no se iba a poner furiosa con Eponin? ¡Por los dioses, Xena, cuánto te quiero! Gabrielle intentó recordar cuánto tiempo había pasado. ¿Cuándo se había enamorado de la estoica guerrera? Por mucho que lo intentara, sencillamente no conseguía recordar cuándo empezó. No hubo un momento o un acontecimiento decisivo y trascendental. Era como si siempre hubiera amado a la guerrera morena. A la joven bardo le resultaba absolutamente natural y correcto. Se había convencido a sí misma de que sus sentimientos de amor y deseo, el amor no correspondido que ardía en su interior, no tendrían importancia y que podría ser feliz con que Xena la quisiera como amiga. Por eso el dolor de su corazón se hacía más fuerte cada día. Antes había dado vueltas a la idea de que tal vez... quizás, con un poco de ayuda de los dioses, podría hacer suya a Xena. Ahora, las imágenes que Morfeo le traía habían conseguido retorcer su psique de tal manera que temía aquello que anhelaba. Adia notó que Gabrielle empezaba a alejarse del reino mortal. Rápidamente, antes de que la bardo pudiera ser reclamada por completo por Morfeo, la sanadora la cogió suavemente de la mano y cerró los ojos. El sueño de Gabrielle había empezado.

Xena se reclinó en una de las pozas más pequeñas de los baños, mientras el vapor flotaba alrededor de su largo cuerpo estirado en la poza excavada. Casi no puedo creer que haya hecho eso... y luego digo que a Gabrielle se le "fue" la cabeza. ¡¿En qué estaba pensando?! Ya ni siquiera sé qué me pasa contigo, Gabrielle. Eres como una obsesión, pero una obsesión que quiero tener para siempre. La más mínima cosa que haces me resulta absolutamente cautivadora. Si consiguiera controlar mis hormonas cuando estoy a tu lado, me conformaría con sólo abrazarte y simplemente disfrutar de estar contigo durante el resto de nuestra vida. ¡Por los dioses, Gabrielle, cuánto te quiero! Durante un rato, Adia se quedó tumbada en las rocas al lado de Gabrielle, con las manos detrás de la cabeza. La sanadora miró a la reina dormida. Hacía tanto tiempo que no dormía sin las pesadillas que Adia no tuvo valor de despertarla tan pronto. Pero el problema iba a ser Xena. Si la guerrera soñaba realmente con Gabrielle, como decía Tori, era posible que no estuviera dispuesta a permitir que la reina visitara sus sueños. Gabrielle se estiró y se despertó con una sensación que no conocía desde hacía mucho tiempo... contento. Se frotó los ojos adormilada, volviéndose a la sanadora. —Ha sido una experiencia increíble —dijo, meneando la cabeza—. Ni siquiera sé cómo describirla, pero me siento tan... tan... no sé, pero mejor de lo que me he sentido desde hace mucho tiempo. Adia sonrió y tiró de Gabrielle hasta que las dos se quedaron sentadas cara a cara. —Me alegro de que no te haya resultado demasiado doloroso. Pero tengo que advertirte ahora mismo de que esta noche es posible que experimentes unas sensaciones más

intensas a causa de esto. Parece que cuando prolongamos el dolor de una pesadilla, más tarde se nos duplica. Sólo quería decirte que es temporal. Gabrielle asintió ante lo que le decía la sanadora. Ahora viene lo difícil. —Gabrielle, ¿quieres pedirle a Xena que te ayude o lo hago yo? —¿Xena? Creo que no comprendo, ¿qué me ayude a qué? —Gabrielle, cuando las personas sufren sueños inexplicables o se ven atormentadas por imágenes de desconocidos, entonces yo puedo entrar en sus sueños como su campeona. Tus sueños están llenos de una persona a la que quieres, es más, de una persona que ya es tu campeona. Xena tendrá que ser la que entre en tus sueños y te ayude. Como consecuencia, tú entrarás en sus sueños como parte del proceso curativo —terminó Adia en voz baja. Gabrielle se quedó sentada con la mirada en el regazo. —No puedo dejar que Xena vea lo que hay en mis sueños... no sería justo, no ha hecho nada para provocar esto. —La joven agachó la cabeza abatida. Casi lo consigo—. Además, Xena nunca me dejaría ver sus pesadillas. —Nuestros sueños no siempre tienen que ser esperanzada.

siempre son pesadillas. No desagradables —dijo Adia

—En el caso de la Princesa Guerrera, lo son —dijo Gabrielle suavemente. —Deja que hable con ella —intentó Adia. —No, por favor, Adia. Prométeme que no le dirás nada de esto. Yo hablaré con ella.

—No, Gabrielle... ¡es como jugar con fuego! —Xena se paseaba por la habitación que a la guerrera cada vez le parecía más pequeña a medida que pasaban los segundos—. ¡No sabes lo que me estás pidiendo! Gabrielle no había tenido intención de sacar a relucir la curación de los sueños. Prácticamente había decidido que tendría que vivir con la situación, pero algo en su interior no dejaba de recordar la sensación con que se había despertado antes. Era una paz de corazón que no había sentido desde hacía mucho tiempo. El solo recuerdo le provocaba dolor en el alma. Xena era una mujer fuerte, una amiga comprensiva. Se comportaba como si amara a la bardo. Comprendería que las imágenes de los sueños de Gabrielle no eran cosa de la bardo, sólo la consecuencia del ataque sufrido. La joven abordó el tema y Xena se puso inmediatamente a la defensiva. Xena no daba crédito a lo que estaba ocurriendo. Después de todo el dolor que ya habían soportado las dos, los múltiples rodeos, las noches sin dormir... ¡después de que casi acabara con la mandíbula rota! Ahora, los dioses lanzaban una ironía más a la cara de la Princesa Guerrera. La única forma de curar a Gabrielle sería exponiéndola a pensamientos e imágenes que la propia Xena no podía controlar. Llevaban hablando de este tema, aunque a cualquiera que pasara por allí le sonaba más como una discusión, casi toda la tarde. Gabrielle se estaba cansando y Xena estaba cada vez más nerviosa, sin dejar de dar vueltas. Si Xena permitía a Gabrielle entrar en sus sueños, la bardo se enteraría de las imágenes de deseo que asaltaban a Xena cuando cerraba los ojos. No habría modo de explicarlas de manera convincente y Xena sabía que su amistad nunca volvería a ser la misma, siempre y cuando la joven no la mandara a paseo para empezar.

Gabrielle contempló las idas y venidas de la guerrera hasta sentirse mareada. Sabía lo que le daba miedo a Xena. La Destructora de Naciones contaba con diez años de pesadillas, brutalidad y horrores, que la mente de Gabrielle no podía imaginar siquiera, enterrados en sus sueños. Sabía que Xena hacía todo lo posible por mantener ese pasado lejos de la bardo. Por eso Gabrielle sabía lo que iba a decir Xena antes de que la guerrera hablara. —Lo siento, Gabrielle... no puedo —dijo Xena sin mirarla. La guerrera se volvió y salió al cálido aire del atardecer. Ya casi amanecía cuando Xena regresó a la cabaña que compartían las dos mujeres. Gabrielle yacía lloriqueando en sueños y Xena se acercó y se dio cuenta de que la joven estaba soñando. La guerrera se encogió cuando la bardo pegó un grito. Encendiendo una vela, Xena observó el rostro de Gabrielle a la débil luz. Normalmente su bardo apenas hacía ruido, tan acostumbrada estaba ya a las pesadillas, pero esta noche la bardo se agitaba y gritaba como si el can tricéfalo del Tártaro le estuviera mordiendo los talones. Xena no sabía si despertar a la joven, pero al cabo de media marca de gritos torturados, la guerrera se sentía como si le estuvieran arrancando el corazón del pecho. —Gabrielle —la llamó Xena una y otra vez, sin tocar a la bardo por miedo a asustar a la joven. Gabrielle gimió al liberarse de las garras de la pesadilla. —Dioses... —jadeó, mirando a Xena. Apartó los ojos, pero Xena ya estaba acostumbrada a eso. El amanecer traía un frío que acentuaba la carne de gallina del cuerpo empapado en sudor de Gabrielle. Xena echó una manta por los hombros de la joven y se dispuso a encender la chimenea. La bardo se envolvió en la manta y vio que Xena estaba totalmente vestida. ¡Todavía no se ha acostado siquiera! Al poco, la guerrera tenía en la mano dos

tazas de té humeante e hizo un gesto a Gabrielle para que la siguiera. Xena se sentó en lo alto de los escalones del porche y Gabrielle se acomodó en el siguiente escalón, entre las piernas de la guerrera. El contacto con Xena era muy difícil para Gabrielle, pero el cuerpo de la joven, agotado por la pesadilla, estaba demasiado cansado para responder. Apoyó la espalda en el pecho de la guerrera y Xena la arropó bien con la manta. El carro de Apolo subió por el cielo, dejando detrás grandes estrías de rosa y azul. Los árboles del bosque parecían negros, creando un severo contraste con el vivo color del cielo matutino. —Qué preciosidad —suspiró Gabrielle suavemente. —Sí... una preciosidad —asintió Xena, que sólo veía a Gabrielle, inclinando el cuello para ver la salida del sol reflejada en los ojos de la bardo. Xena aprovechó que la bardo estaba adormilada y estrechó a la joven con fuerza entre sus brazos, besándole la cabeza. Cuando Gabrielle se quedó profundamente dormida en brazos de la guerrera, ésta devolvió a la reina a su cama y luego se fue a buscar la cabaña de Adia. Ahora que Xena estaba sentada frente a la franca sanadora, no sabía muy bien qué decir. Llamar a su puerta al amanecer no había sido muy amable, pero cuando Xena decidía emprender una acción, era imparable. Había hecho falta que viera a Gabrielle esta mañana, así como el dolor que sufría la joven en silencio, para que Xena se convenciera de que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por curar a su bardo. Aunque eso supusiera perderla. —Dime lo que tengo que hacer —pidió, clavando su clara mirada en Adia.

—En teoría en muy sencillo. Gabrielle y tú entraréis en el sueño al mismo tiempo. No sé quién pasará antes al de la otra. Visitaréis los sueños recurrentes. Cuando termine el sueño, las dos regresaréis al plano mortal. No cambiaréis el pasado... sólo vuestra percepción del mismo. La realidad seguirá siendo que Gabrielle ha sido violada. Su percepción, lo que siente al respecto, puede ser como si se lo hubiera contado alguien... o como un recuerdo muy antiguo. —En teoría —repitió Xena—. ¿Y en realidad? —Será la cosa más difícil que hayáis hecho en toda vuestra vida y ninguna de las dos será la misma después. Podéis cambiar cualquier cosa del sueño, como si estuvierais allí de verdad. Pero tenéis que querer hacerlo. Si alguna parte del sueño os atrae, a cualquier nivel, no podréis deshacer su existencia. Enfrentarse a los propios demonios es difícil, guerrera. Aún más difícil es dejar que alguien a quien quieres se enfrente a ellos en un terreno donde no tienes la capacidad de ocultar tus deseos y temores más personales. Yo no puedo ser la campeona de Gabrielle, eso te corresponde a ti. Empezaremos entrando en tus sueños, igual que hice ayer con Gabrielle. —¿Cuándo empezamos? —dijo Xena, diciéndose que lo hacía por Gabrielle. —Ahora mismo —contestó Adia. La sanadora pidió a Xena que se relajara, se echara en los almohadones y mantuviera los ojos fijos en el rayo de sol que entraba reluciente por un cristal de piedra que colgaba en la ventana. El tono relajante de Adia tranquilizó a la guerrera hasta que le empezaron a pesar los párpados y se cerraron. —Ahora, dime con qué sueñas, guerrera... —dijo Adia suavemente. —Gabrielle... —susurró Xena.

—¿Alguna vez consiguen dormir por su cuenta estas dos? —masculló Adia por lo bajo. Como con Gabrielle, había dejado que la guerrera siguiera durmiendo después de su sesión.¡Creo que hasta me he sonrojado! reflexionó la alta sanadora, repasando los sueños de Xena. Por Gea, ¿cuándo se van a enterar? Xena había dicho que quería ocuparse de esto hoy mismo, que no quería que Gabrielle sufriera una sola pesadilla más. De modo que, cuando Xena se despertó, Adia acababa de preparar la potente mezcla de hierbas necesaria para su sesión en el mundo de los sueños. Xena se incorporó, observando a la sanadora mientras ésta se movía por la gran cabaña. Evitó mirar a Adia a los ojos cuando la sanadora se acercó y se sentó frente a ella. —¿Te serviría de algo si te dijera que he visto sueños más subidos de tono que el tuyo? —Pero no muchos. Xena se limitó a negar con la cabeza. —¿De dónde te sacas las cosas que dices? —sonrió la guerrera algo cohibida—. Es tarde. —Xena parecía de repente preocupada—. No le he dicho a Gabrielle dónde iba. —No pasa nada. Ya la he avisado yo de que estabas aquí... espero que no te importe. —No, gracias. Bueno... —Xena se levantó—. ¿Cuándo tengo que volver con Gabrielle? —Comed a mediodía y después ya no comáis ni bebáis nada. Volved aquí hacia el final de la tarde. Y Xena... da igual que lleves armadura o no. En el sueño tendrás todo lo que te haga falta. Adia observó a la guerrera cuando ésta se alejaba. Gabrielle era una mujer afortunada.

—Xena, ¿estás segura de esto? —preguntó Gabrielle sin mucha confianza. —Totalmente. —Xena miró a la joven. Las dos estaban sentadas en el suelo de la cabaña de la sanadora, rodeadas de almohadones y pieles, bebiendo el té caliente que les había preparado Adia. La sanadora les había dado todas las instrucciones posibles y había revelado a cada mujer todo lo que se atrevió, antes de salir de la cabaña. Les explicó que volvería cuando estuvieran dormidas. —Esto sabe como el té que me haces cuando me duele tanto el ciclo —comentó Gabrielle. —Frambuesas... —contestó Xena—. A eso sabe —explicó respondiendo a la mirada desconcertada de la bardo. —¿Xena? —¿Mmmm? —Tengo miedo... Xena, quiero que sepas que pase lo que pase... veas lo que veas... yo todavía... tienes que saber que... —dijo la bardo a trompicones. —Sí... yo también —dijo Xena con ternura—. Eh, ¿tienes sueño? Gabrielle asintió despacio, dándose cuenta de que le costaba mantener los ojos abiertos. —Ven aquí... —dijo Xena, abriendo los brazos y sintiendo el calor familiar del cuerpo de Gabrielle acomodándose contra ella cuando la bardo se acurrucó en los brazos de la guerrera. Xena notó que la respiración de Gabrielle se hacía más profunda y que sus propios párpados pesaban como el plomo. Pasando los dedos por el pelo de la bardo ya dormida, susurró:

—Debes saber una cosa, Gabrielle. Veas lo que veas, hago esto porque te quiero. Xena estaba en una tienda que le recordaba mucho a su época de señora de la guerra. Cerca del centro de la tienda dos mujeres se retorcían en un jergón que amenazaba con desplomarse en cualquier momento. Una guerrera totalmente vestida había empezado a arrancar la ropa a la figura más menuda que tenía debajo. —...no tiene que se así —suplicó la bardo. La voz suplicante de Gabrielle resonó en los oídos de Xena. ¿Gabrielle? —No finjas, Gabrielle... ¿No es esto lo que querías? —¡No, no es lo que quiere! —bufó Xena agarrando del pelo a la mujer que estaba encima de su bardo y apartándola de la figura echada que estaba debajo. Xena agarró el cuello de la túnica de la guerrera arrodillada, echando hacia atrás el musculoso brazo para pegarle en la cara, acumulando fuerzas para lo que esperaba que fuese un puñetazo capaz de destrozarle los huesos. La guerrera postrada echó hacia atrás la cabeza, apartándose la melena salvaje de la cara con una sonrisa malvada. —¿Qué es lo que estás pensando? —dijo despacio con tono burlón. Xena se quedó paralizada. Simplemente no había estado preparada para esto. Parecía que las marcas pasaban a toda velocidad, mientras el calor de la furia desaparecía de su cuerpo. La pesadilla de Gabrielle estaba cara a cara frente a ella. Su atacante onírica... ¡era Xena!

En realidad, la señora de la guerra Xena sólo había tardado un segundo en levantarse y alargar la mano, rápida como el rayo, enganchando el cuello de su gemela onírica con los dedos. Xena agarró los dedos que la tenían aferrada con un puño de muerte, incapaz de evitar que le aplastara la laringe. —¡Xena! —gritó Gabrielle. Los ojos de las dos mujeres se volvieron hacia la bardo. —¿Esto es todo lo que se te ocurre, cachorrita mía? — gruñó la señora de la guerra Xena—. Tendrás que esforzarte más. Dioses, si ni siquiera es lo mejor de mí. Sólo es lo que ha quedado de mí... ¡una estúpida llorona, débil y enferma de amor! —terminó, echando la mano libre hacia atrás y descargando un golpe cuya fuerza le rompió la nariz a Xena. La señora de la guerra siguió pegando a Xena, sin soltar en ningún momento la mano que rodeaba el cuello de la guerrera. —Por favor... ¡No! —rogó Gabrielle. La señora de la guerra soltó a Xena, pegándole una patada en la pierna derecha y aplastándole la rodilla, justo antes de que la guerrera cayera al suelo. —¡Ya sabes que si muere aquí dentro, muere ahí fuera! Eso no te lo han dicho, ¿verdad? —Su comentario iba dirigido a Gabrielle—. ¡Ven aquí! —ordenó la señora de la guerra a Gabrielle. Gabrielle vaciló y la señora de la guerra se sacó un puñal de la bota. Colocándose detrás del cuerpo derrotado de Xena, que estaba de rodillas, le echó la cabeza hacia atrás y colocó la hoja en el cuello de la guerrera. Gabrielle se acercó a las dos figuras, sujetando una manta para cubrirse el cuerpo.

—Tú decides, cachorrita mía. Yo me quedo contigo y ella vive. Te me resistes... y esta patética imitación de guerrera muere. —Gab... rielle... —Xena intentó levantarse, pero la señora de la guerra le golpeó la sien con la empuñadura de la daga, abriéndole otra brecha y haciendo que la sangre manara sobre el ojo que no tenía ya cerrado por la hinchazón. Agarrando a Xena de la muñeca, la señora de la guerra tiró bruscamente y el ruido de huesos rotos flotó por el aire. —¡Por favor! Por favor... no le hagas más daño —rogó Gabrielle entre lágrimas—. No... no me resistiré. —La bardo agachó la cabeza, incapaz de mirar a Xena a la cara. La señora de la guerra dejó caer descuidadamente al suelo el cuerpo fláccido de Xena. Agarrando brutalmente a la bardo, arrancó la manta del cuerpo desnudo de la joven. Situándose detrás de la bardo, dio la vuelta a la joven hacia Xena tirándole del pelo. —Te voy a decir una cosa... me has entretenido tanto, guerrera... que dejaré que veas cómo me la follo. —La señora de la guerra terminó tirando de la cara de Gabrielle hacia la suya, apoderándose de su boca con un beso brutal y mordiéndole el labio inferior hasta que de la boca de la bardo brotó un hilillo de sangre. Un ruido como un gemido torturado salió de la garganta de Xena cuando la señora de la guerra tiró a la bardo en el camastro, descargando el peso de su cuerpo sobre ella. Xena se arrastró con una lentitud angustiosa hasta situarse donde podía ver la cara de Gabrielle. La bardo tenía el rostro bañado en lágrimas. Lo siento, Gabrielle. Perdóname. Te he fallado... ni siquiera he podido vencerme a mí misma. Si no puedo enfrentarme a ti con la verdad, ¿cómo puedo enfrentarme a mí misma? La verdad... ¡la verdad!

—Gabrielle —susurró Xena en medio de un dolor cegador—. Gabrielle... La bardo volvió los ojos vidriosos al oír el sonido de la voz de Xena. —Gabrielle... ésa no soy yo. Tú sabes que yo nunca te haría una cosa así... ésa no soy yo. Yo nunca te tocaría de esa forma... ésa no soy yo. —Xena siguió repitiendo las palabras una y otra vez, al tiempo que su voz se iba haciendo más fuerte al repetir el mantra que revelaba la verdad de su corazón—. Ésa no soy yo... ésa no soy yo... ésa no soy yo... ésa no soy yo... te quiero, Gabrielle. La señora de la guerra Xena aulló de frustración al notar que se le empezaba a escapar el control que tenía sobre el sueño de la bardo. Entonces la mente de Gabrielle se llenó de los ecos de una furia vociferante cuando las mentiras de su sueño quedaron dominadas por la verdad de su guerrera. De repente, Xena se encontró en el campamento donde había encontrado a Gabrielle aquel día... Argo dejó el camino antes de que Xena tuviera que tirar de las riendas. —Tú también sabes que está cerca, ¿verdad, chica? — Xena desmontó y pasó las riendas por encima de la cabeza del caballo, tirando de la yegua hacia el campamento. Xena caminó más despacio al acercarse al campamento. Parecía tranquilo, pero como era media mañana, supuso que Gabrielle acabaría de salir de su petate. La guerrera se permitió una sonrisa, recordando las creativas formas que había tenido que idear para despertar a la dormilona bardo. Probablemente está en el río, pensó al entrar en el campamento. Xena se detuvo al ver a tres bandidos que se enfrentaban a Gabrielle, justo al borde del campamento. La

bardo blandía su vara con aire amenazador. Xena soltó las riendas de Argo y se situó detrás de la bardo. La joven bardo ardía en deseos de librarse de estos brutos. Tal vez podría salir de ésta hablando. —Escuchad, sé que no queréis problemas y mi amiga estará de vuelta dentro de nada... ¿a lo mejor habéis oído hablar de ella... Xena? —Síííí —casi ronroneó Xena al oír su nombre. Gabrielle se giró en redondo para contemplar la visión más maravillosa del mundo. —¡Xena! —Echó a correr y se abrazó a la cintura de la mujer más alta—. ¡No sabes cuánto me alegro de verte! A Xena casi le estalló el corazón en el pecho por la dulce agonía del encuentro onírico. —Y tú, bardo mía, no sabes cuánto me alegro yo de verte. —Regaló a la bardo una de sus sonrisas deslumbrantes —. Bueno, chicos... ¿qué puedo hacer por vosotros? — preguntó despacio la Princesa Guerrera a los bandidos. Fue como ver una obra de teatro cómica cuando los hombres se chocaron entre sí con la prisa de alejarse todo lo posible de la guerrera. —¡Sí! —gritó Gabrielle a los pretendidos atacantes, asintiendo con la cabeza—. Parece que les hemos enseñado, ¿eh? —dijo volviéndose a su compañera. —Sí... parece que les hemos enseñado —sonrió Xena, estrechando a la bardo en un abrazo de oso—. Te he echado de menos, Gabrielle —le susurró a la bardo. Se acabó, ¿verdad? Xena me ha salvado... Sé que me ha salvado porque ya no tengo todas esas imágenes en la cabeza. Vale, ¿entonces dónde Tártaro estoy? Supongo que si

no tengo ni idea de dónde estoy, esto debe de ser el sueño de Xena. El bosque le resultaba conocido. Estaba oscuro, pero la zona se parecía a ese pequeño lago que había encontrado Xena una vez cuando intentaba buscar un atajo. Estaba a pocas leguas de Ambracia. Gabrielle se acercó despacio al mismo campamento que habían montado Xena y ella. Había una gran hoguera, pero lo que le llamó inmediatamente la atención a Gabrielle fue el ruido que hacía alguien... no, dos personas, al gemir y jadear. Gabrielle sería capaz de reconocer los sonidos de Xena en cualquier parte, especialmente los claros sonidos que emitía la guerrera cuando recibía placer. En más de una ocasión casi se había puesto en vergüenza a sí misma y también a Xena al toparse con la guerrera "ocupándose personalmente del asunto", por así decir. Gabrielle observó el campamento y, efectivamente, la guerrera yacía entrelazada con otra mujer en un petate no muy lejos de la fogata. A la bardo le costaba distinguir dónde terminaba una mujer y empezaba la otra, al estar tan estrechamente abrazadas. Xena estaba encima de la otra figura y su pelo negro oscurecía la cara y el torso de la otra. La guerrera estaba a horcajadas sobre el muslo de la mujer más menuda, meciendo las caderas hacia delante con un movimiento lento y sensual. La bardo sofocó una pequeña exclamación al tiempo que retrocedía entre las sombras, incapaz de apartar los ojos de la visión del cuerpo de Xena, húmedo de sudor y sonrojado de deseo. Gabrielle se topó de espaldas con un árbol y levantó la cara hacia las estrellas, apretando la coronilla contra la áspera corteza. Cerrando los ojos con fuerza, intentó reprimir el dolor que empezaba a sentir en la boca del estómago. Era la misma sensación que había tenido en el barco, rumbo a Ítaca, mientras yacía en su hamaca escuchando los sonidos

de Xena compartiendo su pasión con otra persona. Era como si alguien le hubiera metido la mano en el pecho y le hubiera arrancado el corazón, dejando en su lugar un vacío desgarrado. El pecho le palpitaba de angustia. ¿Por qué no podía ser yo, Xena? La mirada de Gabrielle se posó de nuevo en las mujeres que yacían en las suaves sombras de la hoguera. —Oh, síííí —gimió Xena, echando la cabeza hacia atrás. Gabrielle sintió que se traicionaba al tomar aire bruscamente. La cabeza de Xena echada hacia atrás en el placer carnal reveló la figura que se retorcía de éxtasis debajo de la guerrera. La bardo contempló su propia imagen, rodeada por los fuertes brazos de Xena. El siseo de una respiración advirtió a Xena de que las dos amantes no estaban solas. Levantó la cabeza y miró fijamente las sombras negras que las rodeaban. Sabía quién las estaba observando, invisible, desde las sombras. Era la mujer que tenía en sus brazos. No ésta realmente. Esta mujer que respondía a todos sus caprichos y deseos no era realmente su bardo. Igual que Gabrielle había creado a la señora de la guerra Xena en su sueño, la guerrera había creado a la bardo con quien compartía sus pasiones nocturnas. Ahora ya conoces todos mis secretos, ¿verdad, Gabrielle? ¿Todavía me considerarás tu campeona cuando te despiertes? Adentrándose más en la oscuridad, Gabrielle estaba segura de que Xena la miraba directamente. —¿Gabrielle? —susurró Xena a la oscuridad. —Sí, mi amor. —La bardo que yacía debajo de Xena tiró de la guerrera para besarla con fuerza. Empujando a la guerrera hacia atrás, la bardo acabó encima del cuerpo de la fornida mujer, trazando delicados círculos con los dedos alrededor de los pezones doloridos de la guerrera. Por fin, la

bardo permitió que sus dedos rozaran suavemente las protuberancias erectas. —Dioses, síííí... Gabrielle. Xena sabía que debía detener esto. Percibía a Gabrielle mirándola desde las sombras, pero aquí también estaba Gabrielle y Xena se sumergió en las sensaciones físicas. La guerrera empezaba a sentir el calor de su sangre, a ahogarse en la excitación, no sólo por la mujer que le hacía el amor, sino también por saber que la auténtica Gabrielle estaba a pocos metros de distancia, incapaz de marcharse. Gabrielle había retrocedido todo lo posible en la oscuridad del bosque, pero no podía apartar los ojos de su guerrera. Observó mientras la Gabrielle onírica llevaba el cuerpo de la guerrera hasta un frenesí de excitación y los pezones de la propia bardo se endurecieron como respuesta a lo que veía. Vio que Xena respiraba profundamente, cerrando los ojos. La bardo onírica empezó a pellizcar y tirar de los pezones de Xena y la guerrera jadeó y arqueó el cuerpo para sentir mejor las rudas caricias. ¡Por los dioses, Xena! ¿Soy yo... soy yo con quien sueñas llena de pasión? ¿Es esto lo que deseas? ¿Soy yo lo que deseas? —Te voy a tomar —dijo la gemela, mirando a la guerrera con los ojos verdes llenos de un deseo ardiente. —Sí... por favor —gimió Xena. Gabrielle notó que la ropa interior se le empapaba al ver a su gemela hundiendo tres dedos en Xena hasta el fondo. Gabrielle se quedó allí, oculta y tapada por la oscuridad de los árboles mientras la bardo onírica tomaba a la guerrera con toda la fuerza y dominio que la bardo auténtica había tenido miedo de aplicar en sus propias fantasías. Gabrielle observó atentamente la cara de Xena cuando el último

orgasmo recorrió su cuerpo saciado. La auténtica Gabrielle jamás olvidaría la expresión de éxtasis absoluto de su guerrera en ese momento y trató de memorizarlo, como si pudiera grabarlo en su alma para guardarlo para siempre. Eran los ojos del amor, ¿verdad, Xena? Oh, ¿pero por qué, amor mío, no me lo has dicho nunca? Por fin las hierbas de Adia empezaron a perder efecto y los sueños de las dos mujeres terminaron. Sus cuerpos físicos siguieron durmiendo toda la noche sin soñar nada, con la mente tranquila. La guerrera siguió sujetando a la bardo hasta que el carro de Apolo volvió a subir por el cielo. Lo que le había dicho la sanadora a Xena era cierto. Será la cosa más difícil que hayáis hecho en toda vuestra vida y ninguna de las dos será la misma después. Xena llevaba un buen rato sentada mirando a Gabrielle. La bardo parecía tan tranquila que Xena supo que su sueño debía de haberse curado. La joven, cuyas pestañas oscuras se agitaban levemente, tenía las comisuras de los labios curvadas en una ligera sonrisa. La guerrera se obligó a apartarse, preguntándose qué explicaciones podría dar, qué podría decir para dar cuenta de sus actos ante Gabrielle. Gabrielle se despertó echada de lado, envuelta en una suave piel. No tuvo que buscar mucho para encontrar a la guerrera. Xena estaba sentada cruzada de piernas al lado de la bardo, mordiéndose distraída el labio y mirándose las manos cruzadas sin fuerza en el regazo. La guerrera alzó los ojos cuando oyó a Gabrielle moverse. Gabrielle captó los débiles vestigios de dolor en la atormentada mirada azul de su amiga. Oh, Xena, tu sueño no ha sido en absoluto una expresión de amor por mí, ¿verdad? No tenías más control que yo sobre el reino de Morfeo, por

eso ahora parece como si se te estuviera rompiendo el corazón. La bardo se sintió atravesada por un dolor tan intenso que apenas pudo evitar que se le notara. Casi lo consigo. Con todo, amaba a esta mujer con todo su corazón y estaba desesperada por calmar los temores de la guerrera. Conteniendo las lágrimas que amenazaban con salir a borbotones, Gabrielle se puso de rodillas y le echó los brazos al cuello a Xena. —Gracias, Xena... Sabía que me salvarías. A Xena le dio un vuelco el estómago al sentir los brazos de Gabrielle a su alrededor. Por un momento pensó que Gabrielle estaba a punto de besarla. En los ojos de Gabrielle se veía la dulce mirada del amor y Xena podría haber jurado que veía su propio reflejo en las verdes profundidades. Cuando Gabrielle habló y le dio las gracias, la guerrera supo la verdad. ¿Y mi sueño qué, Gabrielle? Supongo que ya tengo la respuesta, ¿verdad? Supongo que piensas que si no hablamos de ello, no habrá ocurrido. Gabrielle no podía hacer otra cosa más que aferrarse a Xena y rezar para conseguir transmitir su mensaje a la guerrera. A pesar de todo, siempre podrían contar la una con la otra. Te quiero, Xena, y aceptaré lo que puedas ofrecerme. Si es sólo como amigas, que así sea. Xena notó que el abrazo de la bardo se estrechaba y dio gracias en silencio a cualquier dios que estuviera escuchando por devolverle a Gabrielle, entera y sana, de modo que la guerrera estrechó con fuerza entre sus brazos a la mujer más menuda. Te quiero, Gabrielle, y aceptaré lo que puedas ofrecerme. Si es sólo como amigas, que así sea. La bardo ya no daba muestra alguna de rechazar el contacto con Xena, de modo que la guerrera rodeó a Gabrielle con sus brazos, estrechando a la joven contra su pecho. Apoyó la barbilla en la cabeza de Gabrielle, meciéndola y

dejando que eliminase de sentimientos de su sueño.

su

mente

las

imágenes

y

Las dos mujeres disfrutaban de las caricias inocentes que se intercambiaban. Por dentro, a cada una se le estaba partiendo el corazón por el deseo de algo más. Pero el amor que sentían la una por la otra era inexplicable. Le daba a cada una la capacidad de reprimir sus propios deseos y necesidades con tal de formar parte de la vida de la otra. Y así cayó la tercera barrera. El cambio en la joven reina fue inmediato. La sonrisa de Gabrielle iluminaba la habitación al entrar, su don para la comunicación franca era una ventaja en la mesa de negociaciones, pero era Xena la que más se beneficiaba de todo ello. Las dos mujeres sonreían, reían y hablaban, sin cansarse jamás de bromear entre sí. El amor que compartían era absolutamente evidente para todos cuantos las rodeaban. Los matrimonios de amazonas de más edad meneaban la cabeza y se miraban entre sí, como diciendo, "¿Alguna vez fuimos tan jóvenes?" Gabrielle seguía observando las sesiones matutinas de ejercicios y entrenamientos de Xena, participando incluso en algunos combates con vara con las jóvenes alumnas. Una de estas mañanas Ephiny decidió que las cosas ya habían ido demasiado lejos. Pensaba que si era suficientemente sutil, conseguiría que las dos mujeres acabaran en la cama antes de que terminara la semana. Xena se acercó donde estaba Ephiny echada en la hierba y se tumbó al lado de la regente. Se había empezado a hacer cola en el campo de entrenamiento formada por las guerreras con la confianza suficiente como para poner a prueba su fuerza y habilidad en un encuentro de varas con la reina. Gabrielle había adoptado la costumbre de ponerse su ropa de cuero mientras estaba en la aldea y casi todas las amazonas estaban de acuerdo en que era algo digno de

verse. Gabrielle se puso a hacer ejercicios de calentamiento y luego a competir seriamente con la primera aspirante. —¡Es increíble! verdad ante la joven.

—comentó

Ephiny,

maravillada

de

—Sí que lo es —asintió Xena llena de orgullo. —¡Mira qué cuerpo! Eres una guerrera con suerte. —Eph, Gabrielle y yo no somos... —empezó a decir Xena, pero la regente le hizo un gesto desechando sus palabras—. Sólo somos amigas —terminó Xena. —Sí, ya... cuando no miras, ¿sabes cómo te mira ella? Pues digamos que te mira como si estuviera pensando en bastante más que una amistad, es lo único que te digo. Parecía que todos los días Ephiny encontraba la ocasión de comunicarle a Xena lo excitante que era la bardo y la mujer tan absolutamente deseable que era. Ephiny se daba cuenta de que empezaba a hacer mella en Xena y la regente disfrutaba con ello. Xena, por otro lado, se iba sintiendo cada vez más incómoda a medida que transcurría la semana. ¿Es imaginación mía o las mujeres están empezando a mirar a Gabrielle descaradamente? Xena había tenido un éxito relativo a la hora de reprimir estos deseos después de que la bardo y ella superaran la curación de los sueños. Ahora, le costaba estar al lado de Gabrielle sin estremecerse. Y en cuanto la bardo la tocaba, simplemente se convertía en un charco de metro ochenta. Las noches parecían ser lo peor. Ahora las dos compartían la misma cama, como lo habían hecho en todas partes al viajar antes del ataque de Gabrielle. La noche de su aventura en el mundo de los sueños Gabrielle le había pedido suavemente a Xena que la abrazara durante la noche y la guerrera lo hizo muy contenta. Si alguna de las dos quiso

cambiar la situación después de eso, no lo mencionó. Si Xena sentía que sus deseos estaban a punto de brotar a la superficie, empleaba algunas de sus técnicas de meditación para ocultar esos sentimientos bien hondo. Si esto era lo único que podía tener la guerrera, estaba dispuesta a disfrutar del cariño y la amistad que le ofrecía la bardo. Aunque al llegar la mañana Gabrielle estuviera usando casi todo el cuerpo de Xena como almohada. Si alguna vez la guerrera había pensado que esto no era absolutamente maravilloso, ya no lo recordaba. Por supuesto, ¡ahora era una agonía! Estaban en pleno verano y las noches eran calurosas. Esto, junto con el calor que emanaba del cuerpo de Xena, tenía a la guerrera casi sofocada. Para colmo, hacía dos noches Gabrielle se quejó de que tenía demasiado calor y se acostó desnuda, echándose encima una mera sábana para taparse. Lo único que pudo hacer Xena fue dormir encima de las sábanas con la camisa puesta, rezando para morir mientras dormía. Ésa sería la única manera de acabar de una vez por todas con su tortura. Ephiny conocía otra forma de acabar con la tortura de la guerrera y en cuanto se alejó del campo de entrenamiento aquel día, se dirigió a la sala del consejo para aguardar la llegada de Gabrielle. Cuando Gabrielle se hubo bañado y vestido de nuevo, llegó y se encontró a Ephiny esperando para iniciar el día con una expresión más que divertida. La regente no perdió tiempo en empezar a trabajarse a su reina. Aunque apelar al aspecto físico de su relación era bastante fácil para poner a Xena al límite, con Gabrielle hacía falta otra táctica. Ephiny sabía que Gabrielle era joven, inexperta y una romántica incurable. Para que a su reina le entrara la calentura por la Princesa Guerrera iba a necesitar jugar con las palabras. Mientras que Xena probablemente saldría corriendo antes que actuar de acuerdo con sus sentimientos, Ephiny tenía la sensación de que la bardo prometía más de lo que parecía y que si se la empujaba lo

suficiente, durante el tiempo suficiente, sería la que se lanzaría sobre una guerrera muy desconcertada. —Hoy has estado muy bien ahí fuera, mi reina —la halagó Ephiny. —Gracias, Eph... bueno, ¿qué tenemos para hoy? —No mucho —dijo la regente—. Sobre todo los preparativos para la Fiesta de la Cosecha, que es a finales de semana. —Ah, sí... Estoy un poco nerviosa. Ya sabes, eso de presidir mi primera fiesta como reina "oficial" —contestó Gabrielle nerviosa. —Lo harás muy bien, además es el tipo de fiesta donde no tienes que hacer gran cosa. Pero sí que tienes que ir vestida de reina. —¿No puedo llevar lo que llevo normalmente? —No... es la tradición —mintió Ephiny—. La costurera se está ocupando ya de tu atuendo... te lo traerá en algún momento de esta semana. —Como dos segundos antes de la fiesta para que no te eches atrás. Ephiny sí que había pensado largo y tendido sobre lo siguiente durante bastante tiempo. La verdad era que no veía la forma de evitarlo, de modo que decidió seguir adelante y pedirle perdón a Gabrielle después por haber mentido. Ephiny trató de poner cara de preocupación y angustia. —Eph, ¿te pasa algo? —preguntó Gabrielle. —Pues sí. Tengo un problema y me da un poco de vergüenza. Tú eres la única persona con la que creo que puedo hablar y que no se va a reír de mí.

—Eph, tú has sufrido todos mis problemas conmigo... ¿para qué están las amigas? ¿Qué es esto que no puedes decirle a nadie más? —preguntó Gabrielle muy comprensiva. —Estoy enamorada... de una guerrera. Sólo que no sé si ella siente lo mismo. —¿Por qué no se lo preguntas sin más? Nunca me has parecido tímida a ese respecto. ¿Es alguien a quien conozco? —preguntó Gabrielle. ¡Mira quién fue a hablar! —Todavía no quiero decir quién es... hasta que sepa seguro lo que siente. Podría gafarlo o algo y no quiero quedar como una idiota. Es que para mí es muy especial, Gabrielle, y me gustaría saber si siente al menos algo por mí antes de quedar en ridículo. Tú eres la bardo... ¿qué se te ocurre que puedo hacer que sea sutil y no me deje en evidencia demasiado pronto? Ephiny juró a Artemisa que iría al templo y haría dos ofrendas al día si la perdonaba por mentir a su Elegida con tal desvergüenza. Ephiny sabía que al ser bardo y una romántica, a Gabrielle se le ocurrirían miles de formas delicadas de llegar al corazón de una guerrera poco dispuesta. Gabrielle se quedó sentada frunciendo los labios, ensimismada. De repente, se animó. —Vale, Eph... esto no puede fallar. Cuando estéis hablando, en un momento dado ponle la mano en el muslo. En un punto lo bastante bajo como para que no sospeche nada, pero lo bastante alto como para que preste clara atención. Si sólo siente amistad por ti, ni parpadeará, será un simple gesto de amistad, ¿sabes? Si está interesada en ti, bastará para ponerla caliente —terminó Gabrielle, con una sonrisa satisfecha.

—Nunca habría sospechado que eras tan retorcida, mi reina. —La regente sonrió malévolamente. Xena, ¿por qué de repente siento lástima por ti? Por supuesto, cuando más pensaba Gabrielle en el consejo que le había dado a su amiga, más se preguntaba si funcionaría realmente. Lo que leía en los pergaminos a veces era tan distinto de la vida real. Por supuesto, cuando Gabrielle pensaba en poner en práctica su propio consejo con alguien, la única persona que se le ocurría era cierta Princesa Guerrera. Esto hasta podría funcionar. Al menos veré la reacción negativa y Ephiny puede decirme cómo ha funcionado con alguien que tiene interés en ella. Xena estaba sentada a la mesa de su cabaña, con una serie de pergaminos de mapas extendidos ante ella. Estaba tomando nota de algunas adquisiciones nuevas que habían hecho las amazonas recientemente. Gabrielle ocupó una silla a su lado y se puso a hacerle a la guerrera preguntas sobre las ciudades estado de Grecia. A Xena le encantaba enseñar y parecía emocionada de que la bardo por fin mostrara interés por lo que la rodeaba. Gabrielle se lanzó a contar una historia sobre el último viaje que habían hecho a Atenas y de repente Xena notó la mano de la bardo en el muslo. La guerrera casi salió disparada por los aires, volcando la silla al saltar. Gabrielle se quedó sentada con la boca abierta. —Tu... tu m-mano —farfulló Xena. ¡Santa madre de Zeus! ¡Piensa en algo, guerrera, y rápido!—. La tienes helada —dijo Xena con una sonrisa de medio lado. Gabrielle se acercó a Xena, que temblaba ligeramente, y frotó suavemente los brazos de la guerrera, lo cual hizo que Xena temblara aún más. —¿Estás segura de que no te estás pillando algo? Estás muy caliente —preguntó Gabrielle con preocupación. Charco de metro ochenta, pensó Xena.

—Estoy bien, de verdad. Eeeh, Gabrielle... se me había olvidado... será mejor que vaya a ver a Argo, hoy no parecía estar muy allá. Volveré dentro de un rato. —¿Quieres que vaya contigo? —preguntó Gabrielle, acercándose más a la guerrera. —¡No! —dijo Xena con más fuerza de la que pretendía—. Quiero decir, no tiene sentido que las dos acabemos oliendo a establo, ¿verdad? —Sonrió a la bardo antes de salir prácticamente corriendo por la puerta. Lo único que pudo hacer Gabrielle fue quedarse mirando la figura de Xena en veloz retirada, preguntándose qué había pasado. Por supuesto, la regente sabía que Gabrielle pondría a prueba su teoría con Xena. Al ser bardo, Gabrielle no podía evitar sumergirse por completo en la acción de sus historias. La regente también sabía lo que ocurriría cuando la reina probase su truquito con la guerrera... no quedó defraudada. Al día siguiente Gabrielle apenas consiguió quitarse de encima los asuntos de la aldea antes de que Ephiny y ella se pusieran a hablar. —Ha funcionado —fue lo único que dijo la regente. —¿Cómo lo sabes? —Gabrielle intentó no parecer demasiado inquisitiva. —Le puse la mano en el muslo, ya sabes... charlando, como quien no quiere la cosa. ¡Te juro que la mujer casi se tiró de un salto al lago! Parecía tener el cuerpo en llamas. Mientras Ephiny hablaba, los ojos de Gabrielle se iban poniendo cada vez más redondos. Y así empezó la semana. Cada día Gabrielle daba un consejo a Ephiny y cada noche dejaba a su guerrera al borde de un ataque. Ephiny casi perdió los papeles por completo

cuando vio a Xena dirigiéndose de mal humor al campo de entrenamiento una mañana antes del amanecer, con unas grandes ojeras. La noche antes había sido cuando Gabrielle había propuesto medir la reacción de su posible compañera ante el cuerpo desnudo de Ephiny en los baños. Como nada de lo que Gabrielle decía conseguía atraer a Xena a los baños con ella, se le ocurrió lo de dormir desnuda. Gabrielle sonrió por dentro aquella noche al dar la espalda a Xena para dormir. Empezaba a resultarle algo más que excitante lo de volver loca a Xena. La bardo, para quien aquello ya no era un juego, estaba cada día más segura de que su guerrera realmente sentía algo por ella. Lo que no conseguía entender era por qué Xena no le decía nada. La bardo se puso la sábana por encima del hombro, fingiendo dormir, y consiguió dejarse al aire el trasero ante los ojos de Xena. Sonrió ligeramente al oír el gemido de la guerrera. —Ah, se me olvidaba decirte que tu traje nuevo está en el templo de Artemisa. He pensado que como la ceremonia empieza ahí, puedes vestirte allí. —Ephiny no podía esperar a ver la cara de la Princesa Guerrera cuando Gabrielle recorriera el trecho desde el templo a la entrada de la aldea —. Esta noche voy a por todas, Gabrielle —declaró Ephiny tajantemente. —¿Estás segura de que no es demasiado pronto? — preguntó Gabrielle nerviosa. —Gabrielle, ¡creo que si espero más la voy a matar! Ephiny sonrió a su amiga. Habían terminado el trabajo del día y estaban sentadas en la sala del consejo compartiendo una copa de vino. Esta noche era la fiesta y dado cómo era el vino de las amazonas y el aspecto del traje de Gabrielle, Ephiny pensaba que si la guerrera y su bardo no conectaban esta noche, jamás lo harían.

—Ephiny... —Gabrielle miró a su regente con seriedad—. ¿Y si te dice que no siente lo mismo? Ephiny sonrió a su joven amiga, que se estaba preparando para responder a la llamada de su corazón. —Gabrielle, apostaría mi vida a que no lo va a decir, pero siempre existe esa posibilidad. —¿Podríais seguir siendo amigas? Es decir, si te rechazara —preguntó la reina muy preocupada. —Supongo que depende de lo fuerte que sea nuestra amistad para empezar —contestó la regente. —¿Y si intenta ocultarte sus verdaderos sentimientos? —Gabrielle, ¿sabías que para llegar a ser una gran dirigente tienes que poder leer entre las líneas del pergamino? —dijo la regente. —Como distinguir si alguien está mintiendo —añadió Gabrielle. —En cierto modo... pero se trata de algo más. Tú eres una gran negociadora, ¿te lo he dicho alguna vez? ¿Recuerdas esos tratados que hiciste con Terasia la estación pasada? Me refiero a que ya de partida cuentas con unas cuantas ventajas. Tu juventud y tu estatura tienden a crear en los demás una falsa sensación de seguridad. No creen que una chica tan dulce y encantadora como tú pudiera intentar jamás aprovecharse de ellos. Pero sobre todo... es porque pareces saber exactamente cómo sacarles una concesión más sin que abandonen la mesa de negociaciones. —Ephiny hizo una pausa para tomar un sorbo de su copa de vino—. Gabrielle, tienes el don de poder leer a la gente en situaciones así. Cuando se trata de personas que no conoces, pareces tener la capacidad innata de saber cuándo intentan ocultarte algo. Y ese don podría convertirte en la reina que eres por derecho

de sucesión —terminó Ephiny, bebiéndose el resto del vino de un trago. —¿Podría... hacerme reina? —preguntó Gabrielle en voz baja. —Mi querida hermana —sonrió Ephiny, usando el término cariñoso de las amazonas—, cuando seas capaz de leer los pensamientos de tus amigos con la misma facilidad que los de tus enemigos... entonces serás reina. —Supongo que la campesina inocente que hay en mí no cree que mis amigos pudieran mentirme —respondió Gabrielle con una sonrisa algo desalentada. —No todas las mentiras son malas. —Ephiny sonrió a la joven que había llegado a ser tan importante para ella—. ¿Recuerdas cuando Eponin consiguió aquellas horrendas botas rojas... y luego te preguntó qué te parecían? Gabrielle trató de controlar la risa sin conseguirlo. —Bueno... es que parecía que le gustaban mucho... y... bueno... yo, eeeh... no quería herir sus sentimientos... —Así que le mentiste. —Vale, vale... ya entiendo lo que dices. A veces los amigos no te dicen toda la verdad para no herir tus sentimientos. —Hay todo tipo de razones, Gabrielle. Deseamos proteger a las personas que queremos del dolor y el sufrimiento o tenemos un concepto erróneo del honor o simplemente lo hacemos por amor. Ephiny observó la cara de Gabrielle y se preguntó si la joven reina captaba la idea de lo que realmente intentaba decir. La regente se esforzaba por no decir las cosas a las claras, era mejor que la joven se diese cuenta de la verdad de lo que decía por sí misma. Ojalá consiguiera que Gabrielle no

sólo oyera lo que decía Xena, sino que escuchara lo que le decía la guerrera. —Sobre todo lo hacemos por amor, pero sea cual sea la razón por la que lo hacemos, tendemos a quitarles a los demás su libertad de elección. No les damos toda la información ni confiamos en que tomen sus propias decisiones. Eso es lo injusto. Gabrielle, a veces lo que no te dice la gente es tan importante como lo que sí te dice. Bueno, hasta ahí me atrevo a llegar. Eres una chica lista, Gabrielle, deduce tú el resto. La reina regente se levantó y apretó el hombro de su amiga antes de salir de la cabaña, dejando que Gabrielle reflexionara sobre la inmensidad y el doble sentido de las palabras de la regente. Xena se quedó a remojo un buen rato en el baño caliente. Por supuesto, la misma agua caliente que le había relajado los músculos doloridos era la misma humedad cálida que la llevó a pensar en Gabrielle. Pero claro, prácticamente cualquier cosa la llevaba a pensar en Gabrielle de esa forma últimamente. Si no conociera tan bien a Gabrielle, habría jurado que la bardo estaba jugando con ella. Gabrielle había ido más temprano al templo para la parte ritual de la fiesta. La joven tendría que hacer un sacrificio de agradecimiento a Artemisa y luego también a Perséfone y a Deméter para dar las gracias por una buena cosecha. Un baño ceremonial y luego a vestirse. Dioses... ¡por qué he tenido que pensar en eso! Xena dejó los baños y regresó a su cabaña. Limpió y sacó brillo a su túnica de cuero, sujetando el poco familiar manto a la armadura de los hombros. Más parecido a una capa, era del mismo azul que los ojos de Xena con el borde blanco. El color indicaba la posición de Xena como campeona de la reina.

¡Hace muchísimo calor para ir de cuero y con un manto! Se vistió con el atuendo completo por Gabrielle. Ésta era la primera ceremonia oficial de su bardo como reina y la joven se lo tomaba muy en serio. —¡Ephiny, estás loca! No puedo ponerme esto... ¡pero míralo! —Gabrielle estaba atacada y daba vueltas por la estancia envuelta en una toalla. —Gabrielle, es una tradición. Además, aquí somos todas mujeres —dijo Ephiny con una sonrisa. —¡MUJERES AMAZONAS! —gritó la reina—. ¿Qué pensará Xena cuando me vea? —Gabrielle parecía horrorizada. Yo te puedo decir exactamente lo que pensará. Ephiny apenas pudo controlarse para no soltar esto último en voz alta. De repente, a Gabrielle se le ocurrió exactamente lo mismo que a su regente. Xena iba por su tercera copa de cerveza cuando los tambores anunciaron que se acercaban la reina, su regente y la guardia real avanzando desde el templo de Artemisa hasta el centro de la aldea. Gabrielle transportaría una llama, regalo de Artemisa, prendería la hoguera y haría el primer brindis. Sería entonces cuando todo el mundo se olvidaría de la cerveza por el legendario vino de las amazonas. Ni siquiera Xena era capaz de resistir aquel vino. Dado que todavía faltaba un cuarto de marca para que llegara el grupo de la reina, Eponin y Xena decidieron disfrutar de otra cerveza. Pensando que todavía tenían tiempo de tomar una copa rápida, las dos guerreras cogieron una jarra llena y Xena se dispuso a llenar las copas.

—Dime cuándo. —Xena empezó a servir mientras los tambores se acercaban. Xena daba la espalda al desfile que se acercaba, pero la expresión de Eponin hizo que se volviera para ver la procesión. La guerrera abrió la boca como si fuera a decir algo, pero no le salió el menor sonido. —Basta... ¡Xena, basta, basta! —gritaba apartándole la mano de la copa desbordada.

Eponin,

Xena volvió en sí, pero no antes de haber derramado la mitad de la jarra en la mesa. Xena simplemente no podía dar crédito. Estaba pasmada no sólo por la evidente falta de pudor de Gabrielle, sino también y sobre todo por la belleza de la reina. Gabrielle iba al frente de la procesión con Ephiny a uno o dos pasos por detrás de ella. Seis miembros de la guardia real rodeaban a las dos mujeres y las músicas iban detrás. Todas las mujeres llevaban sus máscaras ceremoniales tradicionales, pero Xena reconocería el cuerpo de Gabrielle en cualquier parte, especialmente porque llevaba las dos últimas noches echándole buenas miradas. La joven reina llevaba el pelo trenzado y apartado de la cara y sus mejores joyas de amazona le adornaban el cuello y las muñecas, pero era la vestimenta, o más bien la falta de ella, lo que estaba provocando ataques de corazón por toda la aldea. La falda de Gabrielle consistía en nada más que dos larguísimos taparrabos, sujetos con tiras de cuero, atadas a cada cadera. Los taparrabos de delante y detrás llegaban hasta el suelo y eran de un bello cuero de color claro. La prenda interior no era más que una tira, atada a cada cadera con el taparrabos, lo cual daba totalmente la impresión de que la joven no llevaba nada debajo. La parte superior del atuendo de Gabrielle era poco más que una banda ancha del mismo tipo de cuero que el taparrabos. Apenas le tapaba los pechos y se ataba a la espalda, dejando poca cosa libre a la imaginación. ¡Ah, pero la imaginación de Xena funcionaba muy bien! Notó que le faltaba muy poco para volver a convertirse en ese

famoso charco. Entonces, por supuesto, se puso a mirar a las demás mujeres que miraban a SU bardo. —¡Deja de mirarla así! —le bufó a Eponin. —Pero es que... mírala —farfulló la guerrera amazona. Xena se dio cuenta de que le tocaba a ella, pero echó una mirada furibunda a Eponin al dirigirse al punto donde se había detenido la procesión delante de la hoguera. La guerrera cogió un arco y colocó una flecha. Inclinándose hacia Gabrielle, vio los centelleantes ojos de esmeralda de la bardo detrás de la máscara de la reina. Gabrielle prendió la flecha y Xena dejó que volara a la madera apilada ante ellas. La guerrera apenas fue consciente del brindis que hizo la reina ni de ofrecerle el brazo para llevar a Gabrielle a la plataforma donde tendría que estar sentada en su trono, aceptando saludos por lo menos durante un rato antes de mezclarse con el resto de las amazonas. Sin embargo, volvió a ser sumamente consciente de lo que la rodeaba cuando Gabrielle le puso la mano en el brazo. Al contrario que la última vez que la guerrera la había conducido al comedor de esta manera, Gabrielle puso la mano no en la muñequera de Xena, sino rodeándole la cálida piel de la parte superior del brazo. Sí, un charco de metro ochenta. Gabrielle se quitó la máscara una vez sentada y disfrutó profundamente del efecto que estaba teniendo en su guerrera. Aunque no había casi ninguna mujer en la aldea que no se hubiera visto igualmente afectada por la joven reina, Gabrielle no les prestaba la menor atención. La joven reina se quedó sentada, regia y bella, bebiendo una copa de vino. Xena se quedó de pie ligeramente detrás y a la izquierda del trono como campeona de la reina. No era una ocasión formal y no era realmente preciso que Xena ocupara esta posición tradicional, pero por las miradas que estaba recibiendo Gabrielle por parte de algunas de las guerreras, Xena no se habría movido de esa plataforma ni aunque su

vida dependiera de ello. Se quedó muy erguida e inmóvil, con los brazos cruzados por encima del pecho. A más de una mujer le habría encantado tener la compañía de su reina esa noche, pero pocas estaban dispuestas a desafiar a la Princesa Guerrera para conseguirlo. Una valiente guerrera fue la que más se acercó, pero hasta ella se rindió, al mirar detrás de la hermosa y joven reina y ver a Xena, que le estaba echando una mirada fulminante que le decía "atrás". Xena estaba que no veía el final de la velada, pero por fin llegó. La guerrera no podía haberse sentido más orgullosa ni más enamorada de Gabrielle de lo que se había sentido aquella noche, pero maldición, últimamente la bardo la traía loca. Si Xena creía que sus problemas se habían terminado por esa noche, estaba equivocada. Si en algo dependía de Gabrielle, los problemas de la guerrera estaban empezando. —Deja que te ayude con eso. —Gabrielle apartó las manos de Xena y se puso a quitarle la armadura a la guerrera. Los dedos de la bardo podrían haber realizado muy deprisa la conocida tarea, pero decidió hacerlo despacio, apoyando los dedos de vez en cuando en la túnica de cuero de Xena. Las caricias de Gabrielle eran inocentes, pero advirtió el sonrojo que iba subiendo por el cuerpo bronceado de la guerrera. Cuando la bardo alzó las manos, se apoyó en Xena para quitarle los protectores superiores de los brazos. Gabrielle creyó detectar una débil exclamación sofocada por parte de la guerrera cuando sus pechos se juntaron. Lo cierto era que a Xena le estaba costando acordarse siquiera de respirar. Para cuando Gabrielle terminó con su dulce seducción de los sentidos de la guerrera, Xena sabía que si no mantenía cierta distancia entre la bardo y ella, se tiraría sobre la joven allí mismo. Gabrielle empezó a percibir que Xena se acercaba al límite y tan deprisa como había empezado, la joven reina se

dio la vuelta y empezó a quitarse su propia ropa, la poca que llevaba. Para cuando el cerebro de Xena registró el hecho de que Gabrielle se había apartado de ella, la bardo se había quitado el taparrabos y daba la espalda a Xena. —Xena, ¿me puedes desatar esto? No alcanzo el nudo. —La bardo señaló la banda que le envolvía el busto. Xena, sin embargo, se había quedado embelesada con el exquisito espectáculo que se le estaba ofreciendo. La prenda interior de Gabrielle era efectivamente una tira. Un pequeño trozo de cuero tapaba la mata dorada de pelo entre sus piernas y la tira dejaba totalmente al aire el torneado trasero de la bardo. La guerrera recuperó el sentido, al menos todo lo que pudo dadas las circunstancias, y alzó las manos temblorosas para deshacer el nudo. Gabrielle había levantado los brazos, sujetándose el pelo para quitarlo de en medio. Los músculos esbeltos y firmes de la espalda de la bardo se movieron al subir los brazos, lo cual hizo que la mujer más alta empezara a respirar con especial dificultad. Gabrielle sintió el aliento cálido de Xena en el cuello y le dio un escalofrío, al tiempo que la sensación le producía una clara sacudida en el centro. Dioses, si esta mujer me desea, ¡por qué no me toma sin más! Los dedos algo temblorosos de Xena se movían despacio: tenía un miedo terrible de que la banda cayera al suelo, revelando los tesoros ocultos debajo, y al mismo tiempo tenía un miedo terrible de que no cayera al suelo. Cayó. Gabrielle se inclinó para recoger la banda de cuero caída, totalmente consciente de que Xena seguía a pocos centímetros detrás de ella.

A Xena casi se le salieron los ojos de las órbitas y retrocedió tan deprisa que se chocó con la mesa. Gabrielle se volvió para ver lo que había pasado, hecha la imagen misma de la inocencia... la inocencia desnuda, pensó Xena. La guerrera había seguido retrocediendo hasta que tropezó con la silla más cercana y se cayó. —Xena, ¿estás bien? —preguntó Gabrielle preocupada. —Creo que necesito aire... —Y con eso Xena salió huyendo de la cabaña. Gabrielle sonrió a la puerta cerrada, sabiendo que Xena volvería. El comportamiento de la bardo esta noche había garantizado que, como un insecto atraído por la llama, la guerrera volviera a su cabaña esta noche. Gabrielle esperaba estar preparada. Xena corrió al otro lado de la aldea, aumentando la velocidad cuando entró en el bosque. Se detuvo cuando le empezaron a arder los pulmones y se apoyó agotada en el árbol más cercano, descansando la frente en un antebrazo reluciente de sudor. Atenta a la presencia de centinelas, se metió la mano por debajo de las bragas ahora empapadas, a través de los rizos húmedos y empezó a acariciarse. Apenas había empezado a tocarse cuando tuvo un orgasmo, allí de pie contra el árbol. ¡Por todos los dioses! Apenas habían pasado unos segundos y empezó a mover la mano de nuevo. Se embistió a sí misma con la mano, moviendo las caderas en el aire, hasta que otro orgasmo le atravesó el cuerpo. El alivio físico fue exactamente eso, pero no la sació gran cosa. Mientras se le calmaba la respiración supo la verdad del tema. Darse placer a sí misma le produciría un alivio temporal, pero no

conseguiría saciar su sed, sólo había una cosa que pudiera hacerlo. La necesidad de la guerrera era Gabrielle... su alivio total sería Gabrielle, lo único que podría mitigar sus pasiones era lo único que jamás se permitiría tener. Xena se acercó en silencio a la cabaña de la reina y vio a Gabrielle todavía despierta. La joven estaba sentada a la mesa, bebiendo pensativa una copa de vino, con una mirada distante en los ojos. La guerrera continuó hacia los baños. Tal vez si se daba un baño bien largo, Gabrielle estaría profundamente dormida cuando volviera. Xena se sentó en el borde de la cama que compartían Gabrielle y ella. La bardo estaba echada boca arriba durmiendo apaciblemente y la guerrera apartó un mechón suelto de pelo del color de la miel de la cara de la joven. La guerrera estaba sentada con un pie en el suelo y el otro debajo de ella, se había cambiado la túnica de cuero por una camisa de lino y tenía el pelo todavía húmedo del reciente baño. La habitación se llenó del olor limpio y húmedo de la guerrera: jazmín, cuero y el preferido de Gabrielle... canela. La bardo nunca había sabido de dónde salía ese olor hasta que Xena le reveló que estaba en el espeso jabón líquido que la guerrera usaba para lavarse el pelo. Xena también le dijo a Gabrielle que la única razón de que a la bardo le gustara tanto era porque le recordaba a comida. Xena sonrió ligeramente al recordarlo. Oh, Gabrielle, cuánto te quiero. Sé que nunca podrás corresponderme de la forma que yo sueño, pero también sé que me quieres, bardo mía, aunque sólo sea como amiga. Después de todo lo que sufriste, cuando si te tocaba sentías tanto dolor, todavía querías tenerme cerca, todavía querías mi amistad.

Xena meneó la cabeza más por asombro que por tristeza. Jamás llegaré a comprender del todo la luz que llevas dentro, pero doy las gracias a cualquier dios que me esté escuchando por darme la oportunidad de formar parte del viaje de tu vida, por el cariño que consigues demostrarme. No puedo vivir sin ti, Gabrielle. Cueste lo que cueste, bardo mía, jamás cederé a mis deseos... jamás echaré a perder lo que tenemos con la lujuria egoísta de mi cuerpo. A la guerrera se le llenaron los ojos de lágrimas y las contuvo rápidamente. No quería sentir tristeza por su decisión. Quería ser feliz y regocijarse en el cariño y el afecto que su bardo era capaz de darle. Juró renunciar a parte de sus ásperos modales de guerrera para asegurarse de que la felicidad de Gabrielle fuese siempre lo primero. La guerrera no se daba cuenta de que, en el fondo de su corazón, ya había empezado a hacer justamente eso. La guerrera alzó la cabeza al instante, con los pelos de la nuca de punta. Ladeó la cabeza ligeramente, tratando de percibir cualquier ruido revelador por parte del intruso. ¿Ares? Últimamente estaba sospechosamente ausente. No, Xena conocía demasiado bien la sensación de hormigueo que la recorría cuando estaba cerca el dios de la guerra. Un dios sin duda, ¿pero quién? ¿Acaso importa? —Gracias —susurró la guerrera en voz baja. Xena, la Princesa Guerrera, la mujer que, como mucho, sentía desprecio por los mezquinos dioses de Grecia, sabiendo que rara vez hacían nada en el reino de los mortales que no fuese para su propia diversión o satisfacción, estaba cumpliendo su promesa. Sabía que se hincaría de rodillas y se postraría ante cualquier dios con tal de conservar en su vida a la mujer que tenía al lado. Haría lo que fuera. Dos relucientes imágenes espectrales estaban la una al lado de la otra en las sombras de la cabaña de la reina

amazona. Artemisa puso los ojos en blanco al mirar a su hermana. A la diosa Afrodita le caían ríos de lágrimas de los ojos y tenía una sonrisa cursi en la cara. Artemisa se volvió para mirar a la guerrera, que a su vez miraba amorosamente a la Elegida de la diosa, dormida en la cama. La diosa patrona de las amazonas sintió que también a ella se le llenaban los ojos de lágrimas, al ver a dos mujeres tan enamoradas, tan dispuestas a renunciar a todo por la otra. Se le derramaron las lágrimas al oír el susurro de agradecimiento de la guerrera. Afrodita alzó una mano y Artemisa notó que la energía aumentaba a su alrededor. —No debes interferir —susurró. —No interfiero... sólo estoy despertando a la Gabrielilla. ¡Esta chica tuya podría dormir en plena invasión del Monte Olimpo por las hordas del Tártaro! —exclamó la diosa del amor. Las dos diosas desaparecieron sin el menor ruido. Gabrielle sintió que la apartaban de un sueño que no conseguía recordar. No había querido quedarse dormida, pero un par de copas de vino le habían dificultado esperar despierta a su guerrera. Abrió los ojos rápidamente y se sobresaltó al ver una figura sentada a su lado. Al darse cuenta de que era Xena, le entró más preocupación que miedo. —Xena, ¿estás bien? A Xena la pilló desprevenida la rapidez con que se despertó Gabrielle. Estaba escuchando los sonidos de su bardo soñando y al segundo siguiente Gabrielle se estaba incorporando para sentarse frente a ella. La situación sólo tenía un fallo. Cuando Gabrielle se sentó, la sábana cayó de su cuerpo desnudo, mostrando a la Princesa Guerrera aquello

contra lo que había estado luchando toda la noche. Los ojos azules de Xena se abrieron mucho instintivamente al verlo. —Xena... ¿estás bien? ¿Estás enferma? —preguntó Gabrielle, con tono preocupado. A la reina le pareció ver un rubor en las mejillas de Xena a la luz de la luna que inundaba la cabaña. En cuanto Gabrielle sintió el fresco aire nocturno en el cuerpo, se dio cuenta de lo que había provocado la reacción de su hermosa guerrera. Gabrielle notó que las pequeñas llamas del deseo empezaban a arder despacio por su cuerpo. Supo que ya no podía esperar más. Si Xena la deseaba de verdad y simplemente estaba luchando contra el instinto de proteger a la bardo, Gabrielle no tenía la menor intención de prolongar la situación ni un minuto más. Había visitado el sueño de su guerrera. Sabía lo que quería Xena, aunque la guerrera no quisiera reconocerlo, ni siquiera a sí misma. Con ternura, Gabrielle alargó la mano y tocó la mejilla de Xena con dedos suaves, echando a un lado los mechones húmedos de pelo negro que la guerrera tenía pegados a la cara. —No quería asustarte... —La guerrera perdió el hilo. —No pasa nada. Sólo estoy un poco preocupada. ¿Estás segura de que estás bien? —Gabrielle no dejaba de acariciarle la cara a la guerrera. Caricias tiernas pero inocentes que no podían confundirse con ninguna otra cosa. —Sí, estoy bien —dijo Xena, con la voz quebrada. Intentó hacer como que ese fallo de la voz había sido en realidad un carraspeo. Las caricias de Gabrielle eran tan suaves, tan encantadoramente inocentes, pero la guerrera se estaba poniendo nerviosa y la decisión que había tomado hacía un momento empezaba a desvanecerse—. Gabrielle, deberías parar... —susurró la guerrera roncamente.

Gabrielle empezó a hablar y Xena sólo pudo observar el movimiento de los labios sensuales de la mujer, mientras la guerrera apretaba las manos con fuerza a los lados. Oía lo que decía la bardo, pero Xena sólo conseguía concentrarse en la sensación de los dedos de Gabrielle sobre su piel. Era placer mezclado con dolor, la caricia de la bardo. La piel de Xena hormigueaba de deleite y al mismo tiempo ardía como fuego donde la acariciaba Gabrielle. —No sé por qué protegiendo otra vez?

quieres

que

pare...

¿me

estás

Xena no podría haber contestado a la bardo ni aunque le fuese la vida en ello y Gabrielle no detuvo su ataque contra la piel acalorada de la guerrera. La bardo notó que su propio cuerpo la traicionaba cuando un cálido hilo de humedad le resbaló entre las piernas. Mantenía las caricias inocuas y ligerísimas, sabiendo que la sensación estaba provocando explosiones de deseo dentro de la guerrera. La mano de Gabrielle flotó delicadamente por la mandíbula y la barbilla de la guerrera, y los dedos subieron para rozar ligeramente los labios de Xena. Pasó la mano por las guedejas negras aún húmedas y dibujó con el dedo índice la oreja y el lóbulo de la guerrera. —Ephiny y yo tuvimos una charla muy interesante esta tarde. ¿Te la cuento? —continuó Gabrielle. Xena abrió los labios para hablar y se dio cuenta de que su voz sólo la iba a traicionar. Atrapada en el hechizo de la voz de Gabrielle y sus exquisitas caricias, la guerrera sólo pudo asentir con la cabeza. —Estuvimos hablando de por qué las personas que nos quieren nos ocultan cosas; por qué ocultan sus verdaderos sentimientos y emociones. Ephiny decía que es porque intentan protegernos, por honor mal entendido... o por amor. La mano de Gabrielle había continuado su viaje. La dejó un momento en la mandíbula de Xena, sosteniéndole la

mejilla amorosamente. Una vez más esos dedos recorrieron la mandíbula de la guerrera hasta la barbilla y empezaron a bajar por el cuello, posándose dentro del escote donde empezaba la tela de la camisa de la guerrera. El cuerpo de Xena empezó a temblar ligeramente, en guerra con sus pasiones. Gabrielle deslizó la mano entera hacia arriba y movió el dedo índice por la clavícula de la mujer más alta. Avanzando hacia el hombro de la guerrera, quitó hábilmente del hombro el tirante de la camisa de Xena, dejando que la tela cayera del cuerpo de la guerrera y dejando al aire la mayor parte de su pecho. Xena respiraba ahora con dificultad y el frescor del aire nocturno tenía poco que ver con el pezón destapado que estaba totalmente erguido solicitando las caricias ardientes de la bardo. Sus manos apretaban y soltaban la sábana mientras rogaba a su cuerpo que luchara contra los efectos de las caricias de Gabrielle. —Supongo que quiero saber cuál es tu razón, Xena — dijo Gabrielle, susurrando el nombre de la guerrera—. ¿Qué me ocultas... y por qué? —terminó Gabrielle, tocando ligeramente la parte superior del pecho expuesto de Xena, pero no más de lo que habría podido hacerlo si la camisa no hubiera caído. Xena bajó la cabeza, incapaz de seguir mirando los labios de Gabrielle al hablar ni los centelleantes ojos verdes que soltaban chispas de algo que Xena nunca había visto en ellos hasta ese momento. —Dioses, Gabrielle... no tienes ni idea de lo que me estás haciendo —murmuró Xena con un tono que sonaba a derrota total. Gabrielle vio su oportunidad y se armó de valor para lo que iba a hacer continuación. La bardo puso la mano debajo de la barbilla de Xena y la echó hacia arriba al tiempo que los ojos de la bardo se clavaban en el azul de los de Xena.

Gabrielle pretendía besar a la guerrera, pero su cuerpo volvió a traicionarla exigiendo más. La joven acercó su cuerpo al de Xena y se montó a horcajadas sobre el muslo de la guerrera, el que tenía la pierna doblada debajo. Los brazos de Gabrielle rodearon el cuello de la guerrera y se acercó más a la otra mujer, cubriendo el muslo de Xena con su deseo al deslizarse hacia la guerrera. Pegó los labios al oído de Xena y susurró. —Oh, pero claro que sé lo que te estoy haciendo, amor mío... claro que lo sé —dijo, recorriendo la oreja de Xena con la lengua, metiéndose el lóbulo en la oreja y chupándolo delicadamente. —¡Santos dioses! —gimió Xena, apartando a Gabrielle y sujetándola con los brazos estirados. Xena estuvo a punto de ahogarse en las profundidades verdes que tenía delante. Esta mujer, su mejor amiga, la mujer por la que daría la vida, por la que haría cualquier cosa. Xena vio algo nuevo en esos ojos. Vio deseo... necesidad... y por fin... amor—. Gabrielle, ¿es esto... es esto lo que quieres de verdad... soy yo lo que quieres de verdad? —susurró Xena titubeando, casi temerosa de oír la respuesta de su bardo. Gabrielle dijo las únicas palabras que sabía que harían seguir adelante a la guerrera... las palabras que la Gabrielle onírica empleaba noche tras noche en los sueños de la guerrera. —Por favor, Xena... no pares. Gabrielle estaba en lo cierto con respecto a cómo afectarían a la guerrera. Xena rodeó con sus fuertes brazos la cintura de la bardo y tiró de la joven hacia ella, juntando sus cuerpos estrechamente. Con un solo beso, la guerrera comunicó a la joven reina la profundidad de su amor. Sus labios se apretaron en un encuentro de carne suave contra carne suave, hasta que la pasión se llevó a las dos mujeres por delante en una inmensa ola. La lengua de Xena pasó a través

de unos labios abiertos apresuradamente para ella, sintiendo que el intenso calor de Gabrielle subía tan deprisa como el de la propia guerrera. Xena se perdió en el beso de la bardo igual que lo había hecho todas aquellas veces en su sueño. Gabrielle tenía los dedos hundidos en el pelo oscuro de Xena, tirando de la mujer hacia ella con una fuerza y una pasión que no sabía que poseía. Sus caderas emprendieron un lento movimiento meciéndose contra el muslo de la guerrera y gimió en la boca de Xena al notar la placentera fricción contra su centro. Las manos de Xena bajaron por la espalda de la bardo, animando a Gabrielle, agarrando las caderas de la joven, fomentando el movimiento. Gabrielle fue la primera en apartarse del beso, apoyando la frente en la barbilla de la guerrera, mientras ambas jadeaban tratando de respirar. El corazón de la bardo empezó a palpitar con fuerza y Gabrielle creyó que se le iba a salir del pecho. Nunca hasta ahora había experimentado nada así de intenso... así de fuerte. Lo único en lo que conseguía concentrarse era en las increíbles sensaciones que el cuerpo de Xena provocaba en el suyo. En eso y en el abrumador deseo de tomar a Xena como lo había hecho la Gabrielle onírica. —Tienes demasiada ropa encima —dijo Gabrielle con tono de mando. Xena se quedó ligeramente pasmada al oír el tono de la bardo y se apartó para mirarla a los ojos. Xena percibió la necesidad en ellos, del mismo modo que sus propios ojos debían de reflejar la misma mirada apasionada. Xena también vio algo más. Ahora supo con certeza que Gabrielle había estado oculta en las sombras, observando el desarrollo del sueño de la guerrera. La mayor fantasía de Xena, su deseo más celosamente guardado, y ahora la bardo también lo conocía. Gabrielle tenía la misma mirada fiera en sus ojos ardientes que la Gabrielle onírica. Xena no sabía si podría hacer frente a esto en la realidad.

—Fuera —ordenó Gabrielle, señalando la camisa de la guerrera. Xena notó que su cuerpo respondía de inmediato a la orden cuando de su sexo excitado empezó a manar un río ardiente. El cuerpo le vibraba como la cuerda de un arco excesivamente tensada al pasarse la camisa por encima de la cabeza de un solo movimiento rápido, exponiéndose por completo a la mirada hambrienta de la bardo. Tanto si estaba dispuesta a reconocerlo como si no, el dominio de Gabrielle sobre ella la excitaba sobremanera. Gabrielle empujó de nuevo a Xena a la cama y la guerrera estiró la pierna que se le había quedado dormida. Ambas mujeres gimieron al sentir el peso de Gabrielle encima del cuerpo de Xena. La mano de la bardo se puso a explorar desesperada cada centímetro de piel que tenía al alcance, posándose en el pecho de Xena y apretando la carne llena. Sus dedos tiraron del pezón de la guerrera, provocando un suave gemido por parte de Xena. Gabrielle no tardó en descubrir que cuanto más tiraba de la carne erecta, más fuertes se volvían los gemidos de la guerrera. Moviendo los labios para capturar los de Xena, la bardo metió la lengua por entre los labios de la guerrera, moviendo el músculo invasor al ritmo de los tirones de los doloridos pezones de la guerrera. Xena tuvo que apartar la boca de la bardo, pero Gabrielle no cesó su ataque sobre el pecho de la guerrera. Los ojos devoradores de la bardo observaron mientras Xena se pasaba la lengua por los labios y luego los abría, aspirando el aire que tanto necesitaban sus pulmones, jadeando. Gabrielle pasó al cuello de la guerrera, chupando y mordisqueando la suave carne. Gabrielle mordió la carne flexible de la garganta de Xena y empezó a succionar con más fuerza. Las manos de Xena se entrelazaron con el pelo de la bardo, acercándola más.

—Síííí, Gabrielle... más fuerte... —gimió Xena. El ruego de la guerrera pareció llevar a Gabrielle a un frenesí de pasión. Perdió la conciencia del mundo exterior. En ese momento concreto, sólo existían Xena, el placer físico y la necesidad de la bardo de consumir por completo a la guerrera morena. El muslo de Gabrielle se colocó entre las piernas de Xena y apretó su sexo empapado. —Oh, dioses... —gimió Gabrielle en el hombro de la guerrera, al notar la humedad de Xena contra ella. Los labios de la bardo bajaron por el cuello de la guerrera y cruzaron por su hombro, provocando exclamaciones de placer de la figura que se agitaba debajo de ella con cada mordisco y caricia de su lengua. —Por favor... —gimió Xena arqueando la espalda, tratando de atraer en silencio a Gabrielle hacia su pecho. La boca de la bardo se acercó a su premio, rodeando de repente el dolorido pezón de Xena con su húmeda calidez. La lengua de Gabrielle jugó con la carne endurecida, lamiéndola ligeramente y luego succionándola y rozándola con los dientes. Xena sintió que el tirón húmedo de su pezón le bajaba directo al centro y sus caderas empezaron a empujar contra el muslo de la bardo. La guerrera se dio cuenta rápidamente de que cada vez que comunicaba su placer con un gemido, se veía recompensada con una succión más fuerte de su pezón, ya hinchado. Los ruidos procedentes de la guerrera no tardaron en ser constantes. Una vez más, Gabrielle capturó los labios de la guerrera en un beso lleno de fuego seductor. Moviendo los labios hasta el oído de Xena, susurró:

—Dime lo que quieres, Xena... lo sé, lo vi en tus sueños... ahora quiero que me lo digas —susurró Gabrielle seductoramente. Xena apenas podía respirar y mucho menos hablar. Debería haber sabido que Gabrielle sería una amante así, pero por apasionadamente que viviera la joven su vida, sólo era una fracción de la pasión que aplicaba al hacer el amor. A la guerrera le entró el pánico inmediato al oír el susurro de Gabrielle en su oído. ¡Dioses, ésta es Gabrielle! Sé lo que quiero que haga, ¿pero puedo decirlo... a ella? Gabrielle percibió el ligero cambio que se produjo en el cuerpo de la guerrera al luchar consigo misma. La joven reina sabía que esto sería difícil para Xena. ¿Podrá hacerlo? ¿Podrá dejarse ir lo suficiente como para rendirse del todo? Gabrielle siguió lamiendo y besando la oreja de Xena, al tiempo que movía la mano despacio por el estómago de la guerrera, bajando por la parte superior de un musculoso muslo y volviendo a subir los dedos por la parte interior de la misma pierna. Dejó la mano posada ligeramente sobre los rizos húmedos, notando el calor que irradiaba del centro de Xena. La guerrera alzó las caderas hacia la mano de la bardo y Gabrielle deslizó los dedos por los pliegues húmedos, jugando, pero evitando la protuberancia de carne oculta. Xena soltó un gemido largo y fuerte llena de frustración cuando la bardo apartó bruscamente la mano, acercándose de nuevo para susurrar al oído de la guerrera. —Tú sabes lo que quiero... y sabes que tú también lo quieres. Dímelo, Xena... quiero oírte decirlo. Xena rugió de frustración por su incapacidad de poner en palabras su pasión cuando era evidente que significaba tanto para su bardo. Gabrielle percibió la creciente decepción de la guerrera consigo misma y se apresuró a buscar una solución para la inhibición de la guerrera.

—Entonces seductoramente.

enséñamelo...

—susurró

la

bardo

Xena tiró de Gabrielle hasta que pudo mirar a la joven a los ojos y capturó sus labios con un beso demoledor que casi acabó con la decisión de la joven de seducir a la guerrera. Gabrielle nunca había sabido que se pudiera transmitir tanto amor y cariño con un solo beso. —Enséñame, amor mío... —dijo Gabrielle sin aliento, apretando el sexo de Xena con la mano. La guerrera bajó la mano por su propio cuerpo, colocándola sobre la mano más pequeña de Gabrielle. Envolviendo los dedos de la bardo con los suyos, deslizó las manos de las dos por su humedad, guiando la de la bardo hacia su abertura. Movió el pulgar de Gabrielle sobre la protuberancia de carne hinchada, gritando por el placer de las caricias. Xena levantó ligeramente las caderas y Gabrielle notó que se deslizaba dentro de la guerrera. Xena miró a la bardo, esperando ver disgusto o asco en sus ojos. En cambio, los ojos de la joven ardían de necesidad contenida y un deseo todavía insatisfecho. A Xena se le cortó la respiración cuando de un solo movimiento, Gabrielle hundió tres dedos en la abertura de Xena. Ésta abrió las rodillas y con un pie todavía firmemente plantado en el suelo, empujó hacia arriba para encontrarse con las embestidas de la mano de Gabrielle. —¿Así? —susurró Gabrielle, con una sonrisa cómplice. —Sí... así... justo ahí... Oh, dioses, Gabrielle. —Xena perdió entonces la voz y renunció a hablar, pues los únicos sonidos que parecía capaz de hacer eran lánguidos gemidos de puro placer. Gabrielle continuó empujando con fuerza dentro de Xena, sintiendo que el tiempo perdía todo significado, pues su mundo se convirtió en los sonidos de la pasión de Xena y el

calor aterciopelado de la guerrera que le rodeaba los dedos en movimiento. Gabrielle seguía el ritmo marcado por las caderas de Xena, sin intentar siquiera reprimir un gemido cuando la guerrera levantó el muslo y lo apretó con firmeza contra el centro de la bardo. Gabrielle empujó sus caderas contra la pierna de la guerrera y su propia humedad resbaló chorreando por los lados del muslo de la guerrera. Atrapada por un momento en su propio placer, la bardo abrió los ojos para mirar a su amante. Las caderas de Xena seguían empujando cada vez con más fuerza contra la mano de Gabrielle y el cuerpo entero de la guerrera empezaba a temblar sin control. Se le pusieron los ojos en blanco justo antes de cerrar los párpados con fuerza. —Xena, mírame —consiguió jadear Gabrielle, cuyo propio cuerpo rogaba llegar al orgasmo. Xena abrió los ojos y levantó la cabeza ligeramente, cogiendo la cara de Gabrielle entre sus manos. La guerrera notaba los temblores que le recorrían el cuerpo, estaba a punto de caer por el precipicio, pero le resultaba imposible comunicarle a Gabrielle el terror que sentía ante el control total que le exigía la bardo. Gabrielle, sin embargo, conocía a esta guerrera demasiado bien. En la fracción de segundo que la bardo tardó en sentir el miedo de Xena, en mirar las profundidades azules oscurecidas de deseo, la bardo supo lo que tenía que hacer. Gabrielle hizo más lento el movimiento de su mano dentro de la guerrera, transformándolo en caricias regulares y profundas, sin apartar la mirada de los ojos de su amante. La bardo también respiraba con dificultad, pero se concentró en las palabras que Xena necesitaba oír. —No quiero que te rindas a mí... quiero que te rindas por mí. No a mi voluntad, amor mío... ríndete a mi

amor —dijo la bardo con la voz ronca por su propio deseo—. Te amo, Xena... El efecto fue inmediato, pues Xena atrapó los labios de la bardo con los suyos en un beso lleno de toda la libertad que sentía la guerrera al rendirse al amor de Gabrielle. El fuego que la guerrera sentía en el vientre no tardó en comunicarse a la bardo a través de ese beso. La guerrera empezó a emitir un rugido de puro placer desde lo hondo del pecho. Se sentía a punto de saltar del precipicio y el fuego líquido salía a borbotones de su sexo, cubriendo la mano imparable de la bardo. —Gab... rielle... —jadeó Xena y un pequeño gemido fue el único sonido que emitió la guerrera para comunicar a la bardo su inminente orgasmo. Gabrielle quería mucho más. La bardo había empezado a notar que su propio cuerpo se consumía en el calor intenso del cercano orgasmo de Xena, sentía que estaba ardiendo, que las llamas cubrían su cuerpo húmedo de sudor. Embistiendo con sus propias caderas contra el muslo de Xena, la bardo exclamó: —Santa madre de Zeus, mujer... ¡deja que te oiga! La cabeza de Xena golpeó la cama al oír la orden de Gabrielle. El cuerpo de la guerrera se estremeció y tembló al atravesarlo una oleada tras otra de intenso placer. El rugido que había empezado como un gruñido grave surgió de la garganta de Xena como un alarido ensordecedor que se convirtió parte en un grito de guerra y parte en un grito incoherente del nombre de su amante. El sonido fue suficiente para Gabrielle. Al oír el grito de su amante, se unió a la guerrera en el orgasmo, sintiendo que su cuerpo era pasto de las llamas, y luego la bardo empezó a derretirse.

Antes de que el último orgasmo de Xena hubiera recorrido todo su cuerpo, empezó otro al sentir la súbita liberación de Gabrielle de la exquisita tortura. Xena sonrió al oír el grito ininteligible de Gabrielle, que reproducía la potencia del de la guerrera. Ninguna de ellas hizo el menor intento de moverse. La bardo quedó tumbada encima de Xena y la guerrera rodeó con los brazos a la mujer agotada. Las dos se esforzaron en vano por calmar la respiración, demasiado inseguras de su voz para hablar. Llegados a este punto, Eponin vuelve a intervenir en nuestra historia. En realidad, nos reunimos con la guerrera amazona después de que ésta haya estado durmiendo en su cabaña unas cuantas marcas, al haber disfrutado de una considerable cantidad de vino durante los festejos de la noche. Su nueva recluta, Tarazon, había venido a despertar a la guerrera de más edad para su turno de guardia. De parte de lo que iba a suceder a continuación Eponin le echó toda la culpa a Tarazon. La guerrera de más edad juraba que la recluta se debería haber dado cuenta de que una guerrera con resaca no es la persona más indicada para hacer guardia y la joven recluta debería haberse ofrecido voluntaria para ese turno. Como no hubo tal oferta, Eponin se aguantó y se encaminó a relevar al primer turno. La noche de Eponin estaba a punto de cambiar, pero en este momento no tenía forma de saber hasta qué punto. Las cosas mejoraron bastante para la guerrera cuando apareció por allí Solari y se apiadó de su amiga. Solari se dio cuenta de que Eponin no estaba muy en forma, de modo que se ofreció amablemente a hacer un intercambio con la guerrera. Solari se ocuparía de la vigilancia en los árboles en las afueras de la aldea, mientras Eponin se

unía a los dos miembros de la guardia real en la cómoda tarea de vigilar la cabaña de la reina. Eponin dio las gracias a su amiga, dejándola con la promesa de que le debía una, y pensó para sus adentros... ¿qué dificultad puede haber? Iba a ser tarea fácil, sin duda, y Eponin ya estaba planeando cómo echar una siestecita, dejando las cosas a cargo de las jóvenes pero capaces guardias reales. Se encontró con la pareja un poco más lejos de la cabaña de la reina de lo habitual y se preguntó de qué podían haber estado hablando las dos jóvenes, al verlas tan ruborizadas. Fue entonces cuando lo oyó. Fue un grito terrorífico que le puso de punta los pelos de la nuca y los brazos. En el campo de batalla ni se habría inmutado, pero esto salía de la cabaña de la reina. Puede que Eponin fuera un poco densa en ocasiones, pero era una guerrera hasta la médula y además buena. Sin plantearse su propia seguridad, corrió hacia la puerta de la cabaña de la reina. Las dos guardias reales se habían quedado tan atónitas por los gritos que salían de la cabaña de su reina como la guerrera de más edad, pero tenían una ventaja. En lugar de salir a la carga detrás de Eponin, se pusieron aún más coloradas. Pensaron en poner al tanto de todo a la guerrera, pero a las integrantes de la guardia real les gusta mantener las distancias y estas dos reconocieron de inmediato la posibilidad de bajarle un poco los humos a una guerrera. Eponin se lanzó hacia la cabaña, subiendo los seis escalones de dos saltos. Sacó la espada al tiempo que abría la puerta de una patada, preparada para cualquier cosa. Menos para aquello. Para las dos amantes apenas habían pasado unos segundos, Gabrielle aún yacía en los brazos de una guerrera totalmente satisfecha y ambas mujeres seguían jadeando cuando la puerta de su cabaña se abrió de una patada. Xena

se maldijo por su desliz mental: sus armas seguían en la mesa. La guerrera rodó hasta colocar a Gabrielle debajo de ella para proteger a la joven de su atacante. Fue entonces cuando dio la impresión de que todas las cosas y todo el mundo empezaban a moverse a cámara lenta. Las dos mujeres que estaban dentro de la cabaña se dieron cuenta de que la intrusa era Eponin dos o tres segundos antes de que la guerrera pudiera asimilar lo que pasaba. —¡Eponin! —gritó Gabrielle indignada, tirando hacia arriba de la sábana en un intento inútil de tapar lo que la guerrera amazona ya estaba mirando fijamente. Últimamente parecía que Eponin se estaba metiendo en muchas situaciones de este tipo. Situaciones en las que su cerebro no paraba de zarandearla para hacer que su cuerpo se moviera hacia atrás, pero la guerrera no conseguía en absoluto concentrarse en nada que no fuera la visión de las dos mujeres desnudas que tenía delante. Por supuesto, sus ojos errantes no tardaron en posarse en los de Xena. Ahora bien, Eponin había jurado, durante el anterior incidente con Xena, que un metro ochenta de Princesa Guerrera que se te venía encima parecía mucho más grande si estabas de rodillas. No tardó en descubrir que iba a tener que corregir dicha afirmación. Un metro ochenta de Princesa Guerrera desnuda parecía una cosa inmensa. Efectivamente, la situación era bastante violenta y si Eponin se hubiera dado la vuelta inmediatamente, es posible que las cosas hubieran mejorado. Aunque la amazona hubiera pedido disculpas unos segundos después, la cosa habría quedado como un incidente horriblemente embarazoso y podrían haberse reído de todo ello más adelante... mucho más adelante, en opinión de Xena. El problema, según lo percibía la guerrera, era que Eponin no se marchaba. Estaba allí plantada sujetando la espada, sin dejar de mirarlas. No sólo a ellas, sino más concretamente a Gabrielle. De repente,

Xena recordó las miradas libidinosas que horas antes Eponin había dirigido a la joven reina durante la fiesta. Entonces, con lentitud deliberada, la guerrera se levantó de la cama y avanzó hacia la amazona petrificada. Gabrielle pudo por fin cubrirse con la sábana, consiguiendo que Eponin saliera de su estado de animación suspendida. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la Princesa Guerrera se acercaba a ella. —Xena —rogó Gabrielle por detrás de la guerrera—, recuerda... no la mates —terminó, sonriendo con suficiencia a la amazona. —Oh, no la voy a matar —empezó Xena—. ¡Sólo le voy a hacer mucho daño! —bufó. Eponin también daría fe más tarde de que vio unos hilillos de humo saliendo de las orejas de la guerrera. Mirando a Gabrielle, dijo débilmente: —Supongo que ahora echo a correr, ¿no? —¡Demasiado tarde! —dijo Xena, agarrando a la amazona inmóvil por el cuello de la túnica y sacándola fuera a rastras. Por segunda vez en otras tantas semanas, la guerrera amazona se encontró volando por encima de la barandilla del porche de la reina. Xena simplemente volvió a entrar en la cabaña y cerró la puerta dando un portazo. Eponin se quedó tirada boca arriba en el suelo junto a la cabaña de la reina. Soltando un gemido de dolor, miró a las dos guardias reales que se retorcían de risa. —Si alguna vez consigo levantarme... vosotras dos estáis muertas —dijo la guerrera terminantemente. La risa cesó de inmediato y las dos mujeres tragaron con fuerza, mirándose la una a la otra.

A Gabrielle le temblaba el cuerpo de risa cuando Xena entró en la cabaña, meneando la cabeza y echándole a su bardo una sonrisa tímida por las meteduras de pata de su amiga amazona. Xena nunca podía estar enfadada mucho tiempo con Eponin. —Le vas a romper la espalda como sigas tirándola así desde el porche —dijo Gabrielle, secándose las lágrimas de risa de los ojos. —Es una guerrera, es fuerte. Además, no me hacía mucha gracia cómo te miraba. Sin embargo, sí que me gusta cómo me miras tú... esa mirada que tienes en los ojos, mi reina, es muy halagadora —dijo Xena, enarcando una ceja provocativamente. En el pasado, Gabrielle sólo había podido echar miradas de reojo al cuerpo de su guerrera y ahora se estaba aprovechando de su recién estrenada relación para devorar con los ojos abiertamente las admirables cualidades de su amante. Xena disfrutó del rubor que encendió las mejillas de Gabrielle. La guerrera se apoyó con una rodilla en la cama, sosteniéndose con un fuerte brazo al tiempo que tiraba de la sábana que cubría a Gabrielle. —Permíteme que te devuelva el favor —dijo Xena arrastrando las palabras, aprovechándose tanto como la bardo. Echó su cuerpo cuan largo era al lado de su bardo y pasó una mano por el cuerpo entero de Gabrielle, deteniéndose para acariciar con dulzura la cara de la bardo. Gabrielle apoyó la cara en la mano, volviendo la cabeza para depositar un beso en la palma de la guerrera, encallecida por la espada.

—¿Por dónde íbamos...? —sonrió Xena, bajando para capturar los labios de la bardo. Gabrielle jamás había pensado que las caricias de Xena pudieran ser tan tiernas. La joven gimió en la boca de Xena por la dulzura del beso, que pareció durar para siempre. —¿Te gustan mis besos, amor mío? —preguntó la guerrera, moviendo los labios por la mandíbula de la joven, bajando por el cuello y subiendo de nuevo hasta la oreja, donde chupó el lóbulo de la bardo—. ¿Mis caricias? —Cogió la parte inferior del pecho de la bardo y acarició el pezón con el pulgar, haciendo que la carne se endureciera por la caricia. —Ohhhh... —fue lo único que pudo decir Gabrielle. —Mmmm... ¿sin habla, bardo mía? —susurró Xena, sin dejar de besar y acariciar a la joven que estaba a su lado—. Has sometido mi cuerpo a una tortura tan exquisita que he pensado que me corresponde devolverte el cumplido. Ah, y va a ser una tortura deliciosa, Gabrielle. La bardo se estremeció al oír su nombre pronunciado despacio en un susurro seductor, al tiempo que notaba el cálido aliento de la guerrera acariciándole la oreja. Xena colocó su cuerpo sobre el de Gabrielle, apoyando el peso en los brazos. Gabrielle gimió de placer al sentir el cuerpo de la guerrera. Xena bajó la cabeza hasta atrapar los labios de Gabrielle con los suyos, regodeándose en el sabor de la joven, mientras la lengua de la guerrera recorría el labio inferior de la bardo como una promesa del deleite que la lengua de la guerrera podía producirle. Cuando Xena hizo amago de apartarse, las manos de Gabrielle se entrelazaron en el pelo de la guerrera, arrastrándola a otro beso apasionado. Xena pasó a acariciar con la nariz el cuello de la bardo, empleando los labios, la lengua y los dientes para bajar por el cuello de la mujer. La guerrera sonrió ante la velocidad del

pulso acelerado que encontró allí. Gabrielle soltó una exclamación sofocada cuando Xena se metió la carne en la boca y se puso a succionar largo rato y con fuerza. —Te estoy marcando... ahora eres mía, Gabrielle — gruñó Xena. —¡Dioses, sí! —exclamó Gabrielle. Los pezones de Gabrielle se endurecieron cuando la carne de Xena se deslizó por el cuerpo de la joven. —Por favor —susurró Gabrielle, arqueando la espalda cuando los dedos de Xena rozaron sus pezones erectos. Xena se metió despacio una de las protuberancias endurecidas en la boca y la chupó con avidez. Gabrielle se quejó de la pérdida cuando la boca de Xena abandonó su pecho, pero la guerrera acabó con la queja cubriendo la boca de la bardo con la suya. Separando los labios de la bardo con la lengua, el músculo firme empezó a explorar la boca de la joven con una intensidad que no tardó en producir vértigo a la bardo. Dejando que sus dedos volvieran a los pechos de la bardo, Xena trazó círculos alrededor de los pezones de Gabrielle antes de cogerlos entre el pulgar y el índice y apretarlos rítmicamente. Xena empleó la rodilla para separar suavemente las piernas de Gabrielle y puso el muslo contra la cálida humedad. —Dioses, Gabrielle... —gimió al oído de la bardo—. Qué mojada estás. Xena descubrió que su pasión alcanzaba nuevas cotas y fue incapaz de evitar que su propia humedad empezara a empapar la pierna de la bardo. Apretó el centro de la bardo con el muslo, provocando una exclamación de placer, notando que Gabrielle empezaba a mover las caderas contra el muslo de la guerrera.

Xena no daba crédito a lo sensible que era la bardo. Tocara donde tocase a la joven, de la garganta de Gabrielle salía un sonido y cada gemido y exclamación sofocada de la bardo hacían que del sexo excitado de la guerrera manase un torrente de humedad. Xena fue bajando despacio, deslizando la boca y la lengua por los firmes músculos del estómago de la bardo, y Gabrielle abrió más las piernas cuando la guerrera colocó los hombros entre ellas. Aspirando profundamente, a Xena se le hizo la boca agua al oler la pasión de Gabrielle y luego pasó jugando la lengua por el interior de los muslos de Gabrielle. El cuerpo de Xena se estremeció con una expectación deliciosa al pensar en saborear la dulce humedad de la bardo. Haciendo un alarde de seducción pura, la guerrera deslizó los dedos entre los pliegues empapados de la bardo. —Síííí... —gimió Gabrielle, apoyándose en un codo para mirar a la guerrera. Xena clavó la mirada en Gabrielle y la joven observó con los ojos entornados mientras las guerrera apartaba los dedos de Gabrielle y se los llevaba a la boca, quitándose de la mano a lametones los jugos de la bardo. —Santa Artemisa —gimió la bardo, dejando caer el cuerpo en la cama. La joven se sentía peligrosamente cerca de una explosión de pura necesidad—. Por favor, Xena... necesito... —rogó Gabrielle. —Sé lo que necesitas, cariño... —ronroneó Xena y Gabrielle pensó que había muerto y estaba en los Campos Elíseos sólo de oír aquella voz. Xena deslizó las manos bajo las caderas de la bardo, tirando de ella hasta acercarla a la boca impaciente de la guerrera. Pasó la lengua por todo el sexo de la bardo, notando que el cuerpo de Gabrielle se estremecía como respuesta. La bardo abrió aún más las piernas, animando a la guerrera,

cuando Xena hundió la lengua en la dulzura de la bardo. Xena dejó que su lengua vagara y explorara a su amante, deleitándose en los gemidos de placer que emitía su bardo. Se regodeó en las texturas y el sabor de su joven amante, notando que las caderas de Gabrielle empezaban a empujar contra su lengua. Xena subió la lengua y se puso a acariciar suavemente la protuberancia oculta, ahora hinchada de necesidad. Deslizó un dedo por la abertura de la bardo, luego dos, deslizándolos fácilmente una y otra vez en las profundidades empapadas de Gabrielle, sin dejar ni un momento de atender el centro de la bardo con la lengua. Gabrielle apenas era capaz de formar un pensamiento racional, ya que su conciencia del mundo exterior se había reducido al centro de su ser, que estaba siendo tan amorosamente devorado por su guerrera. Enganchó con los dedos las guedejas negras de la guerrera, apretando con más fuerza la lengua de la guerrera contra ella. —Oh, dioses, Xena... por favor... por favor, no pares — exclamó Gabrielle, levantando las caderas de la cama, empujando con más fuerza contra la lengua y los dedos que le prometían el orgasmo. Xena abrazó las caderas de su amante, que no paraban de moverse, hundiendo aún más la cara, succionando con fuerza mientras movía la lengua rápidamente por la protuberancia hinchada. Gabrielle gritó el nombre de su amante una y otra vez cuando las oleadas del orgasmo la atravesaron, contrayéndose sobre los dedos de la guerrera que tenía dentro, mientras el cuerpo de la joven se convulsionaba cuando en su interior estalló un segundo orgasmo y luego un tercero. Cuando Gabrielle se quedó saciada, Xena subió despacio y la besó con ternura, estrechando a la joven entre sus

fuertes brazos. La bardo se acurrucó contra el cuello de Xena, incapaz de hablar. —Xena —empezó Gabrielle cuando hubo recuperado el aliento—. ¿Me quieres decir... que llevamos tantos años juntas... y podríamos haber estado haciendo esto? Xena se echó a reír suavemente y besó a la bardo en la cabeza. —Parece que tenemos que recuperar, ¿eh? —¿Será siempre así? —preguntó Gabrielle maravillada. —No lo sé, amor... nunca he tenido esta experiencia hasta ahora. He tenido muchos amantes, Gabrielle —dijo Xena con tono serio, respondiendo a la expresión desconcertada de su amante—. Incluso con los que creía amar... Marcus, Hércules... no creo que como señora de la guerra supiera lo que era el amor. No creo que entonces fuera capaz de amar. He tenido que volver a aprender este tipo de emociones y creo que empecé a hacerlo el día que entraste en mi vida. Xena notó las lágrimas silenciosas de Gabrielle en su cuello mientras continuaba. —Gabrielle, estoy tan enamorada de ti... tú eres mi corazón, lo que me mantiene viva. Te necesito tanto como el aire que respiro y el agua que bebo. Si dejaras de existir, creo que mi corazón simplemente dejaría de latir —susurró la guerrera, acariciando suavemente con los labios la sien de la bardo—. Gracias, bardo mía... gracias por salvarme. Gabrielle levantó la vista para mirar a su guerrera, con la cara bañada en lágrimas. —Xena, nunca te he oído hablar así. —Lo siento, Gabrielle. Siento no decir siempre las cosas que necesitas oír y no ser siempre la clase de persona que te

gustaría que fuese. Puede que no siempre lo consiga, pero te prometo que voy a hacer todo lo que pueda para no decepcionarte ni avergonzarte. Gabrielle nunca había oído a Xena hablar tan abiertamente de sus sentimientos y la joven bardo estaba algo anonadada. —Oh, Xena... tu amor jamás podría decepcionarme ni avergonzarme... ¿lo decías en serio... cuando has dicho que estabas enamorada de mí? —preguntó Gabrielle. Xena se volvió para mirar a Gabrielle, estrechándola más entre sus brazos y apretando más a la bardo contra ella. Xena besó a Gabrielle en la frente y rozó con los labios sus mejillas llenas de lágrimas. —Con todo mi corazón, amor mío... con todo mi corazón. —Xena se echó hacia atrás para mirar a Gabrielle a la cara, acariciándosela tiernamente con el dorso de los dedos—. Pero te mereces algo mejor, mi amor. Lo sé... —Xena puso un dedo sobre los labios de la bardo para acallar lo que sabía que iba a venir—. Eres una mujer adulta y eres libre de amar a quien quieras. Me has hecho tuya y mi corazón no podría ser más feliz, pero te aseguro que no consigo imaginarme qué ves en una vieja guerrera quemada como yo. —Oh, Xena... ojalá te vieras a través de mis ojos —dijo Gabrielle antes de pasar una mano por el cuello de Xena y besarla más concienzudamente de lo que la guerrera había sido besada en su vida—. Eres tan bella y te quiero tanto. Te quiero entera, Xena... la mujer, la guerrera, la luz y la oscuridad y todo lo que hay entre medias —dijo entre beso y beso. Fue el turno de las lágrimas de Xena y aunque la guerrera rara vez permitía que nadie la viera llorar, disfrutó de esta liberación agridulce y se deleitó en la sensación de ser abrazada, mientras los dedos de Gabrielle le acariciaban suavemente el pelo.

Ambas mujeres estaban a punto de quedarse dormidas, la una en los brazos de la otra, cuando Xena abrió perezosamente un ojo para mirar a la bardo. —¿Gabrielle...? —Mmm-mmm —contestó Gabrielle adormilada. —Esta semana... todas esas cosas que haciendo, o sea, cuando... Gabrielle, ¿me seduciendo? —preguntó Xena.

estabas estabas

Gabrielle abrió los ojos de par en par y se despabiló rápidamente. —Mmm... ¿sí? —¿Estás preguntándomelo o estás diciéndomelo? — Xena también estaba ahora totalmente despierta. —¿Diciéndotelo? —Dioses, eso me suena patético hasta a mí. Xena se apartó de los brazos de la bardo y colocó el cuerpo encima de la joven. —¿Me estás diciendo que me has hecho todo eso a propósito? ¿Y te ha gustado ver lo desquiciada que estaba? —Pues... yo... yo... en el momento me pareció una buena idea... y la verdad es que no lo he hecho a propósito... al principio. Pero, bueno, luego... pues me gustaba ver cómo te afectaba. —Gabrielle miró a la guerrera con su mejor expresión de inocencia. —Mi amor, eres una provocadora —dijo Xena enarcando una ceja dirigida a la mujer que tenía debajo. —Técnicamente no puedes decir que sea una provocadora —respondió la bardo con tono desafiante—. Al fin y al cabo, una persona provocadora es alguien que se

comporta de forma incitante, sin la menor intención de cumplir lo que promete... yo, por mi parte, tenía toda la intención de cumplir lo que prometía —terminó Gabrielle con una sonrisa suficiente, sintiéndose como si acabara de salir bien librada de algo. —Ga-bri-elle... —dijo Xena despacio—. ¿Sabes lo que les hacen los guerreros a las mujeres que los provocan... incluso a las que aman con todo su corazón? —Xena pronunció las palabras despacio, envolviendo a la joven entre sus brazos y olisqueando el cuello de la bardo, mordisqueándole la carne suave. —¿Buscar revancha? —dijo Gabrielle débilmente, perdiendo la sonrisa de satisfacción al tiempo que se le aceleraba el pulso. —Mmm-mmmm —murmuró Xena, mordiendo un lóbulo delicadamente. Tengo la sensación de que esto de la "revancha" puede resultar muy agradable... si no acaba primero conmigo, fue el último pensamiento coherente de Gabrielle cuando Xena cubrió la boca de la bardo con un beso ardiente.

Continuación …..

1

El comedor estaba casi desierto, pero empezaban a entrar amazonas para la comida de mediodía. Gabrielle llevaba un rato ahí sentada, contemplando el vacío, con un plato lleno de comida apenas tocado delante de ella. Su

cuerpo esbelto y musculoso descansaba en una silla de madera a la cabecera de la mesa de la reina y tenía la mente donde solía tenerla en las dos últimas semanas, en cierta Princesa Guerrera. Desde que se habían hecho amantes, sus noches transcurrían en una apasionada bruma tras la puerta cerrada de la cabaña de la reina. A decir verdad, más que sus noches, pensó la reina. De noche, de día, por la tarde, en cuanto los ojos azules como el zafiro capturaban a los ojos verdes como la esmeralda, se intercambiaban un mensaje tácito y las dos amantes empezaban a inventarse motivos para estar solas en la misma habitación. Habían bautizado casi todos los escondrijos disponibles en la aldea amazona y casi todo el territorio de alrededor. —Hola —dijo Xena con una sonrisa, besando en la cabeza a la mujer sentada y sacándola de su ensueño. Gabrielle echó los brazos hacia atrás para estrechar a la morena guerrera y se paró en seco, deteniendo de inmediato a la mujer más alta al poner la palma de la mano sobre el peto de la guerrera. —Puuuuuh, guerrera... qué mal hueles —dijo con una mueca, sin dejar de mantenerla a distancia. Xena se echó a reír suavemente y se irguió. —Como debe ser, teniendo en cuenta que llevo toda la mañana entrenando con tus mejores guerreras. Venga, me sentaré a contracorriente... ¿mejor así? —terminó, sentándose en un banco justo a la izquierda de la reina. —Apenas —sonrió Gabrielle. De repente, se inclinó sobre la mesa y capturó los labios de la guerrera con un beso suave que no tardó en volverse apasionado—. Mmmm —gimió Gabrielle—, eso sí que ha merecido la pena. —La joven reina volvió a acomodarse en su asiento, sin dejar de mirar a los ojos azules que ahora soltaban destellos de deseo tácito.

—Venga, cogeos una habitación —exclamó Eponin, al ver el apasionado intercambio—. ¿Este ejército es privado o se puede alistar cualquiera? —preguntó la guerrera amazona con una sonrisa pícara, señalando un asiento de la mesa de la reina. —Siéntate —la invitaron las dos mujeres a la vez, sin interrumpir el contacto visual entre las dos. Eponin se instaló en la mesa y se puso a comer, observando risueña el intercambio entre Xena y Gabrielle. ¡Se podrían caer las paredes a su alrededor y creo que ni se darían cuenta! —¿Hola? —preguntó Eponin, agitando la mano entre las dos mujeres. —¿Qué tal la espalda, Ep? —dijo Xena con una sonrisa burlona, apartando por fin la mirada de la reina. —¡Muy bien, aunque no gracias a ti! —exclamó Eponin, intentando poner aire fiero. No lo consiguió, teniendo en cuenta que empezó a sonrojarse, y a una guerrera amazona le cuesta parecer dura cuando se le están poniendo las orejas coloradas. —Qué bonito tono escarlata —sonrió Gabrielle con dulzura, mirando a Xena y señalando a Eponin con la cabeza. Lo cual sólo logró que Eponin se pusiera aún más colorada. Desde el último incidente en el que se vieron implicadas tanto Eponin como Xena y Gabrielle, ambas bien desnudas, a la amazona le costaba mirar a su reina directamente a los ojos. —Vaya, gracias, Gabrielle... únete a las bromas y echa más sal en la herida —terminó la guerrera con tono abatido. —Oh, Ep —rió la reina—, ¡eres una monada!

—¡Gabrielle! —exclamó Eponin, bajando el tono de voz hasta hablar en un susurro—. Soy una guerrera... por favor, no me llames monada. Sin dejar de reírse de la azorada amazona, Gabrielle se levantó de su asiento. —Lamento tener que marcharme cuando nos estamos riendo tanto a tu costa, pero tengo trabajo. —Empujando su plato intacto de comida hacia Xena, le indicó a la guerrera que se lo terminara. —Gabrielle, ni siquiera lo has tocado. —Agarró a la joven de la mano cuando pasó a su lado—. ¿Estás segura de que estás bien? —preguntó Xena preocupada. —Sí, sólo que no tengo tanta hambre como pensaba. — Gabrielle sonrió a su amante—. Será mejor que te lo acabes — dijo, inclinándose para susurrarle a Xena al oído—. Te van a hacer falta fuerzas... para más tarde —terminó, besando a la guerrera dulcemente—. Hasta luego, Ep —dijo la joven reina con una sonrisa y luego se alejó por el laberinto de mesas del comedor. Deteniéndose para hablar con una de las guardias reales, Gabrielle dirigió una sonrisa seductora a Xena antes de salir del edificio. —No te preocupes, Xena... está bien, sólo está enamorada, nada más —dijo Eponin entre bocado y bocado, señalando la comida intacta de Gabrielle—. Lo lleva escrito en la cara. Esa expresión tan patética que dice "Qué enamorada estoy". Créeme, lo noto a la legua. —Ya, bueno, ¿y yo qué expresión tengo? —dijo Xena, volviéndose para mirar a la amazona. —Absolutamente patética —contestó Eponin. Xena se echó a reír a carcajadas al oír cómo la describía la amazona. Sí, seguro que tengo una expresión absolutamente patética, pensó, incapaz de dejar de sonreír

como una boba.¡Pero qué forma de morir! Con eso, la guerrera atacó la comida olvidada de Gabrielle, interpretando literalmente la promesa de la joven reina. —¿Xena? —La guerrera se volvió y vio a Daria, la guardia real con la que había hablado Gabrielle antes de salir del comedor. Xena ya había terminado de comer y Eponin y ella estaban bebiendo un poco antes de dirigirse a los baños. La guardia se inclinó ligeramente hacia la guerrera, bajando la voz—. Su majestad ha pedido que te preparen un baño en tus aposentos y también ha dicho que se reunirá allí contigo más tarde. —Daria parecía un poco desconcertada al hacer de mensajera para lo que sin duda iba a acabar siendo un encuentro romántico entre la reina y su consorte. Sin embargo, la amazona se lo tomó con calma, se irguió y se alejó, sin ver el destello risueño, aunque lascivo, de los ojos de la Princesa Guerrera. —Quieta ahí, guerrera —ordenó la voz en el momento en que Xena entró en la cabaña que compartía con Gabrielle. La guerrera se quedó inmóvil, dando la espalda a la voz, con el pelo de la nuca erizado como reacción. Los ojos de Xena examinaron al instante el interior de la cabaña, incluso antes de pasar por la puerta. Las ventanas tenían los postigos echados y sólo estaban abiertas las rendijas de la parte alta de cada ventana, dejando pasar la cálida brisa veraniega. La habitación estaba llena de humedad: el agua caliente soltaba espirales de vapor que se disipaban en el aire. Las ventanas cerradas impedían que entrara la luz del día, pero la cabaña estaba llena de velas de distintos tamaños y la luz de sus llamas bailaba y se agitaba por las paredes. Cerró un momento los ojos, aspirando la fragancia del aceite de rosas caliente, la cera derretida y un olor que la guerrera había llegado a codiciar, un olor con el que sólo de imaginarlo se le hacía la boca agua... ...Gabrielle.

—No te vuelvas —exigió Gabrielle. Xena se sintió absolutamente cautivada por el tono exigente de la joven reina. Dioses, ¿quién se habría imaginado que recibir órdenes de Gabrielle podría ser tan excitante? ¿Quién se habría imaginado que yo iba a dejar que alguien tuviera esa clase de poder sobre mí? —Quítate la armadura. Xena se apresuró a quitarse las armas y la armadura, empezando por el peto y terminando por las rodilleras y las espinilleras. —Quieta. Xena se irguió, dejándose las protecciones de las piernas y las botas como estaban. —Más despacio... me gusta lo que veo. ¡Charco de metro ochenta! A oídos de Xena las palabras eran prácticamente un ronroneo y creyó que se iba a derretir en un charco en medio del suelo, sólo de oír la voz de su amante. No sólo las palabras de la bardo sino también el tono y el timbre provocaron una reacción inmediata en el cuerpo ardiente de Xena. Notó la familiar tensión en el vientre, seguida de un aumento de líquido entre las piernas. La guerrera continuó, soltando despacio y laboriosamente las correas de las hebillas, controlando por la fuerza sus dedos ya temblorosos. Despojada de su armadura de combate, se irguió a la espera de la siguiente orden. —Las bragas... quítatelas. Xena metió los pulgares a cada lado de la prenda interior ya empapada y se la bajó por las piernas hasta desprenderse de ella. Le asombró que la tela se deslizara por su cuerpo sin un ruido de succión, de lo húmeda que estaba.

—Ahora date la vuelta. Xena se volvió despacio respiración. Dioses, qué bella es.

y

se

le

cortó

la

Gabrielle estaba apoyada en el respaldo de una bañera estrecha pero larga, de una longitud capaz de acoger sin problemas el tamaño de la guerrera. La joven tenía los brazos acomodados en el borde externo, con los dedos metidos en el agua. La joven reina estiró lánguidamente el cuerpo en el agua humeante, con la cara enrojecida por el calor o simplemente por deseo. La bardo se había recogido el pelo, apartándoselo de la cara y el cuello y sujetándolo con una delicada peineta de marfil. Xena se concentró en los ojos verdes de la joven, oscurecidos de deseo. —Empieza con los cordones —dijo Gabrielle, sin apartar la mirada de los ojos de la guerrera y empezando a sentir una presión insistente entre las piernas que clamaba por liberarse. Xena echó las manos hacia atrás y empezó a soltarse los cordones de la espalda. Se detuvo y dejó caer los brazos a los lados, bajando la mirada al suelo. —Muy bien... al menos te tengo bien entrenada —la alabó Gabrielle. Los ojos de Xena se alzaron de golpe y se clavaron en los de la bardo con una llama en sus profundidades azules, al tiempo que se le tensaban los músculos del cuello. Gabrielle pensó que se había pasado al ver la expresión de los ojos de la guerrera, pero siguió adelante, obviando la guerra de voluntades que se desarrollaba en silencio. —Continúa —la animó la bardo. Xena estuvo a punto de detener toda la escena. A la guerrera le costaba mucho someterse a la voluntad de otra persona, aunque esa otra persona fuese tan bella como su

bardo, pero por otro lado, sabía que esto era distinto. Xena sabía que aquí había amor y confianza y ésa era la única razón por la que esta fantasía de dominación la excitaba. Su sumisión nunca había...nunca podría producirse con nadie que no fuese Gabrielle. Había otra razón por la que le gustaba y era porque su reina amazona se excitaba tanto como la guerrera. Xena se bajó por los hombros los tirantes de la túnica y dejó que el traje de cuero cayera deslizándose por su cuerpo. Esta vez fue Gabrielle la que contuvo una exclamación. Intentó controlarse, pero al ver a la Princesa Guerrera, desnuda y dispuesta a someterse a la voluntad de la bardo, tomó aliento bruscamente y el dolor que sentía en el centro aumentó. El cuerpo de Xena era magnífico incluso manchado de mugre y sudor del campo de entrenamiento. —Métete —dijo Gabrielle con voz ronca. Xena se acercó y se metió en la bañera, sin dejar de mirar a la bardo a los ojos. —Date la vuelta y siéntate —le ordenó Gabrielle, que empezaba a respirar con más dificultad ahora que su guerrera estaba tan cerca. La joven alcanzó un paño y el jabón y emprendió el lento proceso de enjabonar la piel de la guerrera. Empezó por el cuello, luego los hombros, la musculosa espalda y bajó por cada uno de los fuertes brazos. Cuando el agua cubrió las partes del cuerpo de la guerrera que Gabrielle quería alcanzar, se apoyó en la espalda de Xena y los pezones de la joven se clavaron maravillosamente en la carne de la guerrera. —Levántate —le susurró Gabrielle al oído. Xena se levantó y por su cuerpo de forma perfecta cayeron en cascada finos chorros de agua. Gabrielle siguió lavándola, con el paño en la mano, recorriendo cada larga pierna por fuera, regresando a la parte interna y deteniéndose

justo antes de llegar a la masa oscura de rizos. Dejó el paño, pasó las manos jabonosas por detrás de los muslos de Xena y siguió hacia arriba para masajear las nalgas de la guerrera, disfrutando al notar cómo se contraían los músculos de la guerrera al sentir la suavidad de las manos de la bardo en lugar del paño. —Date Gabrielle.

la

vuelta

y

arrodíllate

—volvió

a

ordenar

Xena, una vez más, hizo lo que se le mandaba y se arrodilló en el agua caliente. Cogiendo el paño lleno de jabón, Gabrielle dedicó a la parte de delante de su cuerpo el mismo tratamiento que a la de detrás, empezando por el cuello. Cuando la bardo rozó un pezón endurecido con la tela, Xena consiguió contener un gemido, pero cerró los ojos, arqueando el cuerpo para sentir el placentero contacto. —Ah, no, guerrera —le advirtió Gabrielle—. No quiero que te sumerjas todavía en las sensaciones. Abre los ojos o tendré que parar. Los párpados de Xena se abrieron de golpe al oír la advertencia de la reina. Gabrielle dejó el paño en el agua y se pasó el jabón por los dedos para formar espuma. Siguió trabajando sobre el cuerpo de la guerrera, prescindiendo una vez más del paño para usar en cambio las manos. A la bardo le estaba costando muchísimo mantener la concentración. La piel de Xena era como tocar con los dedos húmedos la seda egipcia más suave. Notaba cada músculo y tendón del fuerte pecho de la guerrera, mientras sus pulgares acariciaban indolentes los pezones hasta ponerlos como piedras. Xena se mordió el labio para evitar gritar de placer, pero el siguiente movimiento de la bardo fue demasiado para la libido ya en llamas de la guerrera. Gabrielle deslizó las manos por el abdomen liso de la guerrera, cuyos músculos se agarrotaron al pasar las manos por la carne. Pasó con cuidado los dedos jabonosos por los rizos oscuros entre las piernas de la guerrera. Despacio y con

calma, la bardo mantuvo sus caricias alejadas del punto donde más las necesitaba Xena. De repente, la joven bajó más los dedos y su mano enjabonada se mezcló con la cálida humedad de la guerrera. —Oh, dioses. —Xena echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos, y gimió. Gabrielle se apartó de golpe de la excitada guerrera, lo cual hizo que Xena se diera cuenta al instante de su indiscreción. —Es evidente que no te has tomado en serio mi advertencia, guerrera... me parece que hemos terminado — soltó Gabrielle al tiempo que empezaba a apartarse. —¡No! —Xena alargó la mano y agarró a la bardo por la muñeca. Gabrielle se limitó a mirar la mano de Xena que aferraba la suya, enarcando una ceja, y la guerrera la soltó al instante. Jadeando, Xena se obligó a dejar los brazos a los costados y bajó la mirada. —Por favor, perdóname, mi reina —rogó la guerrera. Por los dioses... ¿estoy suplicando? Por los dioses, ¿está suplicando? —Ésta es tu última oportunidad... no habrá más. No me obligues a atarte las manos —dijo Gabrielle suavemente. A Xena se le aceleró aún más el pulso al oír esto, pero guardó silencio y Gabrielle decidió reservarse esa pequeña fantasía para otro momento. La joven reina le puso a la guerrera dos dedos debajo de la barbilla y le levantó la cara hasta que se miraron a los ojos. Inclinándose, empezó a depositar una serie de besos en la boca de Xena, a los que la guerrera no respondió.

—Muy bien —sonrió Gabrielle al ver el control de la guerrera—. Bésame —ordenó, inclinándose de nuevo para capturar los labios de Xena. La guerrera respondió con fervor, debatiéndose con la idea de rodear a la bardo con los brazos y estrechar a la joven contra ella. De repente, Xena gimió mientras besaba a Gabrielle cuando, sin avisar, los dedos de la bardo reanudaron su exploración de los húmedos pliegues de Xena. Interrumpiendo el beso, susurrarle a la guerrera al oído:

Gabrielle

se

movió

para

—¿Es esto lo que quieres sentir? —¡Oh, sí! —respondió Xena apresuradamente. —¿Ves lo que pasa cuando eres obediente? —preguntó Gabrielle, sin dejar de jugar con los dedos. —Sí, mi reina. —La respiración entrecortada de Xena era prueba de su placer físico. El cuerpo bien entrenado de la guerrera no tardó en captar la idea. Haz lo que se te dice y serás recompensada. Y qué bien recompensada se sentía. Demasiado pronto la bardo apartó los dedos, provocando un gemido de protesta de la mujer morena. —Pronto, mi amor... muy pronto —dijo Gabrielle, cogiendo una esponja para aclarar el jabón del cuerpo de Xena. Gabrielle le lavó el pelo a la guerrera y luego metió las manos en el cuenco de aceite de rosas caliente y masajeó los músculos estremecidos de la guerrera con el suave líquido. De vez en cuando, la bardo pasaba la lengua por un pezón endurecido, metía un dedo esbelto entre las piernas de la guerrera y le chupaba un sensible lóbulo hasta que el cuerpo de Xena empezó a temblar de forma constante por el deseo no satisfecho. Xena no sabía cuánto tiempo había pasado

desde que había entrado en la cabaña: su cuerpo se veía constantemente recompensado y luego privado de las fogosas caricias de la bardo. —Levántate —dijo Gabrielle con tono autoritario. Xena estiró el cuerpo fuera del agua y se quedó de pie ante la reina arrodillada. La guerrera notó el aliento cálido de Gabrielle que le helaba la piel en el momento en que la bardo se inclinó para capturar con la lengua una gotita que resbalaba por el abdomen de la guerrera. Avanzando más con la lengua, metió la punta por la masa oscura de vello hasta el interior de la dulce humedad de la guerrera. Xena cerró los puños, apretándolos con fuerza para resistir la descarga de deseo al rojo vivo que le atravesó el cuerpo. Luchó contra la tentación de echar las caderas hacia delante, pues no quería ceder sólo para que la bardo se apartara como antes. —Separa las piernas —murmuró Gabrielle en la carne de Xena. Xena obedeció, separando los pies hasta las paredes de la estrecha bañera. Gabrielle metió aún más la lengua y colocó dos dedos en la abertura de Xena, jugando con la carne con pequeños movimientos circulares. Una descarga de líquido inundó la lengua de la bardo cuando Xena se dio cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir y su cuerpo respondió al estímulo de Gabrielle. —¿Es esto lo que deseas, guerrera? —dijo Gabrielle, sustituyendo la lengua por el pulgar derecho, sin dejar de acariciar ligeramente los pliegues inflamados. —Dioses, síííí —jadeó Xena. —¿La lengua... o los dedos? —Gabrielle sonrió ante la súbita cara de indecisión de la guerrera—. Te recompensaré

con las dos cosas, pero primero prométeme una cosa más, guerrera... Xena miró a la bardo, que la miraba a su vez con expresión maliciosa. —No puedes correrte hasta que yo te dé permiso. Xena gimió al oír lo que acababa de decir la bardo. Estaba empezando a pensar que estaba ya tan cerca del límite que con tan sólo unas pocas caricias de la lengua de su amante, se pondría a chillar de éxtasis. —Guerrera... ¿te gusta darme placer... disfrutas con mi sabor? A Xena se le empezó a hacer la boca agua sólo de pensar en el sabor de Gabrielle, en esa dulzura especiada que manaba con tanta facilidad de la joven y que era tan característica de su bardo. —Sí, mi reina —dijo Xena a duras penas entre jadeos entrecortados. —Si te corres sin mi permiso, me daré placer a mí misma y esta velada habrá terminado. ¿Entendido? —Sí, mi reina... entendido —contestó Xena. Al oír el asentimiento de Xena, Gabrielle metió la lengua entre las piernas abiertas, acercando los dedos un poco más a su meta. Xena gimió en voz alta cuando una ola tras otra de placer hasta entonces denegado se apoderó de su cuerpo. Gabrielle retiró la lengua y detuvo la mano, lamiendo la humedad que bañaba la parte interna de los muslos de la guerrera. —Ahora dime, guerrera mía... qué es lo que deseas. — Gabrielle levantó la mirada para hacerle esta pregunta a la mujer delirante de placer.

Xena, que hasta entonces había tenido problemas para expresar sus necesidades y deseos a su joven amante, clavó en la joven una intensa mirada que ardía de necesidad. —Fóllame, mi reina —bufó entre dientes. La guerrera sofocó un grito cuando Gabrielle introdujo dos dedos en su interior, metiéndolos y sacándolos con lenta precisión. —Más —rogó Xena hasta que tres y luego cuatro dedos penetraron su cuerpo. Apenas capaz de formar las palabras, Xena exclamó—: Más fuerte... dioses, más fuerte. —Empujó contra la mano de la bardo, apretando las caderas sobre el musculoso brazo de su amante. —Recuerda, guerrera... sin mi permiso, no. Xena gruñó de frustración, rogando a su cuerpo que fuera más despacio, y notó que estaba perdiendo la batalla bien deprisa cuando sus muslos empezaron a temblar sin control y una nueva descarga de humedad señaló su orgasmo inminente. Sus manos se aferraron al borde la bañera cuando sus rodillas amenazaron con ceder. Los ojos de Xena se encontraron con los de Gabrielle: ambas mujeres se encontraban peligrosamente cerca del límite. —Por... favor... mi... reina —suplicó Xena. —Ahora —fue todo lo que dijo la reina. Xena echó la cabeza hacia atrás y aulló de alivio, al tiempo que sus piernas cedían por fin. Al caer de rodillas, sus manos, que seguían aferradas a los bordes de la bañera, temblaban sin control alguno. Su cuerpo siguió convulsionándose, palpitando rítmicamente alrededor de los dedos de la bardo, y cuando ésta continuó moviendo la mano dentro de ella, otro orgasmo atravesó el cuerpo de la guerrera.

Gabrielle estrechó a la guerrera entre sus brazos engañosamente fuertes y Xena hundió la cabeza en el hombro de la mujer más menuda. —Yo te sostengo, amor... yo te sostengo —susurró Gabrielle. —Oh, dioses... intentas vengarte, ¿verdad? —gimió Gabrielle, que yacía completamente agotada en la cama que ambas compartían. Xena sonrió y subió por el cuerpo de la joven, besando suavemente la sensible carne, hasta que sus labios se unieron en un beso apasionado lleno de promesas de una vida entera por venir. Gabrielle gimió de nuevo, al notar su propio sabor en la lengua de la guerrera. —¿Cómo lo has adivinado? —dijo Xena con una sonrisa aviesa cuando las dos se separaron por fin para respirar. La guerrera se echó boca arriba y Gabrielle se vio envuelta en unos brazos fuertes y amorosos. La bardo olisqueó el cuello de Xena, besando ligeramente la marca que le había hecho ahí anteriormente. —Xena... ¿tú crees que me pasa algo? —preguntó Gabrielle con tono inseguro. —Claro que no, amor... Gabrielle, ¿por qué se te ocurre preguntar una cosa así? —contestó Xena, apartándose un poco para mirar a su amante. —Es que... pues, esto. —Hizo un gesto con la mano indicándolas a las dos—. Me refiero, o sea... la forma en que estamos... me refiero... —Gabrielle, no paras de decir "me refiero", pero no sé a qué te refieres —dijo Xena, confusa por la pregunta de su amante.

—Me refiero... —Gabrielle se calló al ver la sonrisa de Xena ante las mismas palabras—. ¡Xena, es que te deseo todo el tiempo! —soltó la bardo—. Al principio creía que era porque todo era muy nuevo, pero sólo va a peor, no sé si me entiendes. Es como si hacer el amor contigo fuese una especie de necesidad... es un impulso irrefrenable y sé que eso no puede ser normal —terminó la joven con lágrimas en los ojos. —Gabrielle —dijo Xena, cogiendo delicadamente la cara de la bardo entre sus fuertes manos—. Es una necesidad... llevamos tanto tiempo enamoradas que claro que nos necesitamos y no hay nada de anormal en eso. En cuanto a la parte física de nuestra relación... yo me siento exactamente igual que tú. Últimamente, si no te estoy haciendo el amor, estoy pensando en hacerte el amor. Esto es nuevo... para las dos. Yo nunca he estado enamorada de esta forma, así que vamos a tener que escribir nuestras propias normas y vivir cada día como se presente. Pero sí sé una cosa, amor mío... Xena hizo rodar a la bardo hasta colocarla boca arriba y se puso a darle suaves besos en el cuello, avanzando hacia la oreja de Gabrielle. —Eres la mujer... más bella... más increíble... y más atractiva... que he conocido en toda mi vida. —La guerrera fue marcando cada palabra con un beso—. ¿Cómo no voy a desearte todo el tiempo? —terminó, capturando los labios de Gabrielle en un beso ardiente que ahuyentó de inmediato todas las dudas y temores de la joven. —¿Xena? —Gabrielle intentaba desesperadamente no dejarse arrastrar por los besos de la guerrera. —¿Mmmm? —fue la respuesta de Xena, que seguía bajando con sus besos por el cuello de la joven. —Me gustaría contarle lo nuestro a mi familia —terminó Gabrielle, contando los segundos que pasaban, con los ojos cerrados con fuerza a la espera de la explosión.

—¿Que quieres qué? —dijo Xena, atónita—. Gabrielle, tus padres me odian... ¿estás segura de que estás preparada para la reacción que podrían tener? Los ojos de esmeralda de la joven reina adoptaron una expresión seria. —Me imagino más o menos el tipo de reacción que van a tener, pero es algo que necesito hacer... más por mí, o mejor dicho... por nosotras, que por nadie más. Xena, es que si nos ocurre algo, quiero que la gente... nuestras familias... sepan lo que sentíamos la una por la otra... lo que éramos la una para la otra. Quiero que sepan que por encima de todo, te quise hasta el día de mi muerte y que haría cualquier cosa... iría a cualquier parte... lucharía con cualquier persona con tal de estar a tu lado. Los ojos azules de la guerrera se llenaron de lágrimas y se inclinó para rozar con los labios la frente de su amante, bajando de nuevo para atrapar los labios suaves y llenos de la bardo en un beso que las dejó sin aliento. Gabrielle no paraba de asombrarse por el hecho de que la antigua Destructora de Naciones pudiera ser tan dulce, que tuviera una caricia tan delicada y llena de amor. —Oh, Gabrielle... ¿tú sabes cuánto te quiero? ¿Te das cuenta siquiera de lo que significas para mí? ¿De que mi corazón late sólo por ti... por tu causa? Mi corazón está de tal manera conectado al tuyo... para toda la eternidad, Gabrielle... tú eres mi alma gemela. Secando las propias lágrimas de amor de la bardo, Xena continuó: —Pero una cosa sólo, amor mío. Si estás decidida a hacer esto, hagámoslo como es debido. Las dos iremos a Potedaia y se lo diremos juntas a tu familia. Desde ahí podemos viajar a Anfípolis y decírselo a mi madre y a Toris. ¿Qué te parece?

—Xena, ¿estás segura de querer decírselo a tu familia también? —Nunca he estado más segura de nada, bardo mía — dijo Xena con un beso y una sonrisa que reservaba sólo para su bardo. Gabrielle le echó los brazos con fuerza a la guerrera alrededor del cuello. —Te quiero, Xe —susurró. Xena sonrió al oír a su amante usar la versión abreviada de su nombre. —Yo también te quiero, Gabrielle. La guerrera se apartó por fin del exquisito abrazo. —Gabrielle, tengo una cosa para ti —dijo, levantándose de la cama para buscar en sus alforjas—. En realidad — continuó hablando mientras hurgaba en el fondo de la alforja —, encargué que lo hicieran hace ya bastante tiempo, pero nunca pensé que de verdad llegaría a dártelo. Levantando la mirada con una sonrisa agridulce, miró a la bardo a los ojos. —Creo que encargué que lo hicieran porque era algo que me habría gustado darte si alguna vez tenía el valor suficiente para decirte lo que sentía por ti. Volviendo a la cama, se sentó al lado de la bardo y le entregó una pequeña caja de madera. Gabrielle alargó la mano con inseguridad para recibir el regalo, preguntándose qué podría haber encargado la guerrera, manteniéndolo en secreto tanto tiempo. Levantando la tapa, Gabrielle sofocó una exclamación al ver la elegancia del regalo. La caja estaba forrada de seda morada y en su interior había un colgante que no se parecía a ningún otro. Basándose en la forma y los adornos del peto de Xena se habían creado dos corazones y

cada uno sujetaba una pequeña piedra, una de ellas de color azul zafiro y la otra verde esmeralda. Los corazones estaban unidos en la punta, creando la letra X. —Oh, Xena... qué precioso —dijo Gabrielle sin aliento. —A ver cómo te queda, ¿eh? —dijo Xena, sonriendo ante la expresión de amor absoluto que se veía en el rostro de su bardo. La guerrera se movió para sentarse detrás de la joven reina y sujetó la delicada cadena alrededor de su cuello. Rodeando con los brazos a la mujer más menuda sentada delante de ella, Xena apretó su cuerpo con fuerza contra la bardo y le susurró al oído: —Esto es algo más que un colgante. Nunca hasta ahora había entregado mi corazón de esta forma. Confío en que me lo protejas. También exige una promesa por tu parte, Gabrielle. Pone una X, mi marca, sobre tu corazón... mi corazón sobre tu corazón. Es la prueba de que me perteneces a mí y a nadie más, igual que yo te pertenezco a ti. Gabrielle alzó la mano y la puso sobre el colgante, que reposaba sobre su corazón, y al mismo tiempo Xena puso su mano encima de la de la bardo. La guerrera bajó la cabeza y besó suavemente a la reina en el hombro, juntando más sus cuerpos. Sentadas en postura de yoga, cada una envuelta en la otra, con las manos sobre el colgante, era como si de verdad se hubieran hecho una sola persona. —Jamás dejaré que nadie me lo quite —prometió Gabrielle. —Ay de la persona que lo intente —dijo Xena con total seriedad. Cuando Xena dijo esto, Gabrielle notó un cosquilleo en la piel justo donde entraba en contacto con el colgante. Vino y se fue tan deprisa que la bardo no supo si la sensación había sido real o imaginaria.

—Bueno, ¿y cuándo nos vamos? —preguntó Gabrielle. —¿Pasado mañana te parece demasiado pronto? — respondió Xena. —A mí me parece bien. Xena, ¿es que a ti te habría apetecido estar ya otra vez en el camino? —preguntó Gabrielle. Xena estrechó con más fuerza a la reina amazona y le habló tan bajito al oído que apenas era un susurro: —Yo voy donde tú vayas, mi reina... mi hogar está donde estés tú. Deteniendo sus palabras con un beso y luego con una caricia, las dos mujeres volvieron a perderse una vez más en sus pasiones. Dejar la aldea amazona nunca era fácil para Gabrielle, pero tras pasar tanto tiempo con sus amigas, la despedida fue triste. Gabrielle iba con la mejilla apoyada en la espalda de Xena mientras ambas cabalgaban a lomos de Argo, y daba gracias a Artemisa una vez más por tener una regente y amiga como Ephiny. —Despierta, dormilona —le tomó el pelo Xena, poniendo una mano suavemente sobre el muslo de su amante. —Mmmm... no estoy dormida, sólo estoy pensando —fue la respuesta indolente de la bardo. —¿Pensando o preocupándote? —Me conoces demasiado bien. —La bardo sonrió y besó a Xena en el cuello—. Aunque un poco de las dos cosas, creo. No sé si no deberíamos dejar a Argo ensillada y preparada para salir huyendo.

Xena aseguró con más firmeza los brazos de Gabrielle en torno a su cintura y puso encima su brazo libre con gesto protector. —Recuerda, Brie... estamos juntas en esto. ¿Qué? — preguntó Xena, volviéndose para mirar a Gabrielle al no recibir respuesta de su bardo. —Es que no creo que me hayas llamado nunca nada más que Gabrielle desde que nos conocemos. ¿Por qué Brie? —No sé... —farfulló la guerrera, con un leve rubor que le empezaba a subir por el cuello—. Me ha salido sin más. —Me gusta. Sobre todo me gusta que sea un nombre que sólo utilizas tú. —Gabrielle sonrió sobre la piel del cuello de la guerrera. Gabrielle empezó a depositar una serie de besitos por la piel desnuda del cuello y los hombros de Xena, por cualquier punto al que llegaran sus labios que no estuviera cubierto por la armadura. Los tiernos labios de su bardo le produjeron una sensación que se clavó directa en el centro de Xena, haciendo gemir a la guerrera. —Gabrielle —dijo la guerrera casi sin aliento—. A este paso vamos a tardar una semana en llegar a Potedaia. —¿Y eso por qué, mi amor? —preguntó Gabrielle, haciéndose la inocente y echando a un lado el pelo de Xena para acariciarle la nuca con la punta de la lengua. —¡Porque vamos a acampar ahora mismo! —declaró Xena, sacando bruscamente a la yegua del camino y adentrándose en el bosque. —¿Hay alguien en casa? —preguntó Gabrielle, agitando la mano ante los ojos de su amante.

—Oh, lo siento, Brie... estaba pensando. —Xena salió de su ensimismamiento mientras contemplaba las llamas de la hoguera. —¿Pensando o preocupándote? Xena sonrió fugazmente a su joven amante al oír cómo le devolvía las palabras que ella le había dicho anteriormente. —Un poco de las dos cosas, creo —respondió con una sonrisa. —¿Te puedo ayudar? —preguntó Gabrielle. —Pues la verdad es que sí... tenemos que hablar, Brie — afirmó la guerrera con seriedad. La expresión de la bardo le dijo a Xena que la joven había malinterpretado sus intenciones. —Oh, no... no es nada malo, sólo unas cosas que he pensado que tenemos que hablar. —Ah —dijo Gabrielle, sonriendo ante su propia preocupación—. Creía... bueno, supongo que siempre hay una pequeña parte de mí que todavía está esperándose que me dejes en Potedaia —dijo, avergonzada de sus propios temores. —Jamás, bardo mía... —Xena se sentó a su amante en el regazo y estrechó a la mujer más menuda en un cálido abrazo —. Gabrielle, lo diré una y otra vez si necesitas oírlo, pero jamás te dejaré. Tengo intención de hacerte la vida imposible hasta que seamos viejas y decrépitas —terminó la guerrera con un brillo guasón en los ojos azules—. Es de eso más o menos de lo que quería hablarte... de estar juntas hasta que seamos viejas y decrépitas. No quiero que te lo tomes a mal, teniendo en cuenta, como puedes ver, que me cuesta mucho no tocarte todo el rato. Es que... bueno... en la aldea amazona teníamos mucha libertad para... pues, besarnos y... ya sabes,

siempre que queríamos, pero ahora que volvemos a estar en el camino... con gente y ciudades desconocidas... —Oh, Xe, tranquila, avergonzaría en público...

lo

comprendo.

Yo

nunca

te

—No, amor... tus caricias jamás podrían avergonzarme. Podrías besarme a fondo delante de mi propia madre y no me sentiría avergonzada. —La guerrera sonrió con ternura. —Algún día te voy a tomar la palabra, sabes —bromeó Gabrielle. —Estaba pensando más bien en la concentración. No quiero que estemos tan pendientes la una de la otra que perdamos de vista lo que ocurre a nuestro alrededor. Sabes que podríamos tener problemas si nos olvidamos demasiado de lo que nos rodea. No es bueno que una guerrera esté tan distraída. —¿Y yo soy una distracción? —preguntó Gabrielle, olisqueando el cuello de la guerrera. —Tú, mi amor, eres una distracción agradabilísima — bromeó la guerrera, besando a su amante en la punta de la nariz. Gabrielle sonrió y le devolvió el dulce beso. —Así que, ¿no podemos dedicarnos tanto a esto? — Gabrielle señaló los petates revueltos que habían estirado y colocado en el campamento dos veces desde la cena—. ¿O tal vez sólo cuando nos alojemos en una posada o en una ciudad? —Bueno, no te pases. —El cuerpo de la guerrera ya empezaba a sentir la carencia—. Sólo he pensado que tal vez deberíamos ser un poco más selectivas con respecto a cuándo y dónde... no necesariamente en cuanto a la frecuencia.

Gabrielle se echó a reír al ver la expresión abatida de su amante. —Yo nunca te rechazaría, amor mío —susurró con tono seductor. Xena gruñó cuando el tono provocativo de la bardo hizo reaccionar a su cuerpo. —Te llevaría al petate ahora mismo, pero quiero comprobar la zona antes de que nos pongamos demasiado cómodas —dijo, apartándose un poco de la bardo antes de renunciar del todo a ese plan. —Xena —la llamó Gabrielle cuando la guerrera se adentraba en la oscuridad—. Ahora que somos amantes eso de "comprobar el perímetro" tiene un significado muy distinto, ¿verdad? —Sonrió. Xena se detuvo en seco y se volvió para mirar a la joven. —¿Lo sabías? —Xe... ¿qué creías que hacía yo aquí cuando tú te ibas a darte placer? —preguntó Gabrielle, sonriendo dulcemente. La visión que se coló en la mente de la guerrera hizo que se le pusieran los ojos como platos. Se volvió rápidamente para dirigirse al límite del campamento, pero no sin que Gabrielle oyera el gemido grave de excitación que soltó la guerrera. Cabalgando hacia la pequeña aldea de Potedaia, Xena notó que el lenguaje corporal de Gabrielle cambiaba y que la joven que iba en la silla detrás de ella se iba pegando cada vez más a la guerrera. A Xena siempre le había parecido que Gabrielle se alegraba de ver a su familia, sobre todo a su hermana Lila, pero siempre había algo imperceptible que cambiaba cuando la bardo regresaba a su aldea natal.

—¿Qué tal si hacemos un descanso? —propuso Xena—. Tengo algo de sed. Además, sólo faltan un par de marcas para llegar a Potedaia. A Gabrielle le pareció buena idea hacer un pequeño descanso. En realidad, cuanto más cerca estaba de su casa, más nerviosa se iba poniendo, hasta el punto de agarrarse con tal fuerza a Xena que temía ahogar a la pobre guerrera. Sentándose debajo de un árbol, las dos se relajaron a la sombra, dándose cuenta de que las cálidas brisas del verano estaban llegando poco a poco a su fin. —¿Qué tal era vivir en Potedaia, Brie? —preguntó Xena con aire despreocupado. Gabrielle miró a su guerrera, disimulando apenas una expresión de dolor con una leve sonrisa. —No sé... supongo que comunidad agrícola de Grecia.

como

en

cualquier

otra

Xena continuó. —Es que no hablas mucho de cómo fue tu infancia aquí. Es decir, yo siempre estoy hablándote de cuando Liceus y yo nos íbamos de pesca o a nadar, de cómo aprendí a montar a caballo o a usar una espada... la verdad es que nunca sabré cómo te las arreglas para sonsacarme esas historias —dijo, sonriendo a su bardo. Gabrielle se encogió de hombros como para decir que no había gran cosa que contar. —Ven aquí —la animó Xena, colocándose a la mujer más menuda en el regazo. Besándola en la sien, la guerrera se regodeó en el calor familiar de su compañera. —Mi infancia no fue una época muy feliz para mí —dijo Gabrielle, apoyando la cabeza en el pecho de la guerrera.

—Eso me parecía... ¿no puedes hablar de ello? ¿Ni siquiera conmigo, Brie? —dijo Xena con ternura, acariciando la cara de su amante. —Es que me sentía muy... fuera de lugar —dijo Gabrielle despacio—. Claro, que cualquiera que tuviera medio ingenio y un cerebro completo se sentiría así, pero era algo más que el pueblo. Xe, me sentía así con mi familia. Lila y yo hemos tenido la mejor relación que pueden tener dos hermanas, pero mi madre era siempre tan distante y... bueno, ya sabes cómo me trata mi padre. No era mucho mejor cuando era pequeña. Siempre me sentía como... como una extraña —terminó en voz baja. —Tú y yo, amor mío, tenemos más en común de lo que crees —comentó la guerrera, abrazando a su amante con fuerza—. ¿Te puedo hacer una pregunta? —¿Mmmm? —¿Por qué es tan importante para ti venir aquí para comunicarles lo nuestro si eso es lo que crees que sienten por ti? —preguntó Xena. Irguiéndose para mirar a su amante a los ojos, Gabrielle dijo con tono tajante: —Porque quiero que sepan quién soy... quién soy de verdad. Xena se quedó ahí sentada contemplando los rasgos orgullosos y bellos de su amante y notó que otro trozo de esa vieja muralla que rodeaba su corazón caía al suelo. —Gabrielle... ¿qué he hecho yo para merecer a una mujer tan maravillosa como tú en mi vida? —Y recalcó el comentario con un beso lleno de amor. —No lo sé, pero ahora te tienes que quedar conmigo — rió la bardo.

Xena se levantó de un salto sujetando a Gabrielle en sus brazos. —Bueno, eres demasiado pequeñaja para volver a echarte al agua —bromeó la alta guerrera. —Xena... ¡bájame! —chilló Gabrielle. —Me lo vas a tener que pedir con más amabilidad —dijo la guerrera, meneando las cejas.

Gabrielle se puso a besar ligeramente el cuello de la guerrera. —Por favor, amor mío... ¿te importaría bajarme? —Luego rodeó el cuello de Xena con los brazos y la besó apasionadamente. Cuando el beso terminó por fin, las dos descubrieron que les costaba respirar un poco más que al empezar. —Gabrielle... —dijo Xena, con la voz ronca de deseo. Los ojos de la guerrera se posaron en los de la bardo y luego se desviaron hacia el bosque, y la mujer que tenía en brazos comprendió el ruego silencioso. —Mm-mm —asintió Gabrielle y la guerrera se la llevó a las sombras del bosque. Xena subió a Gabrielle a la silla detrás de ella, con la sonrisa de una guerrera auténticamente satisfecha. —Xe. —Gabrielle le dio un manotazo en el brazo—. ¡Si no te quitas esa sonrisa de boba de la cara todo el pueblo va a saber lo que hemos estado haciendo y no tendremos que decirle nada a mi familia!

—¿Qué sonrisa de boba? —Xena hizo un esfuerzo por dejar de sonreír, pero fracasó. —Esa sonrisa de boba —dijo ligeramente a la guerrera para mirarla.

Gabrielle,

volviendo

—Bueno, tú me la has causado... a lo mejor deberías hacer algo para eliminarla. —¡Xena! —exclamó Gabrielle. —Ah, está bien... lo intentaré. Pasaron unos segundos y Gabrielle se echó rápidamente hacia delante en la silla para mirar a la guerrera a la cara. —¡Xena! —¡Lo estoy intentando! —gritó a su vez la guerrera. Con un ceño falso, se volvió de nuevo hacia la bardo—. ¿Mejor? —Sí. Gracias, amor. Pasaron unos segundos más y la sonrisa volvió a apoderarse de la cara de la guerrera. —¡Aaarrggh! —gimió Gabrielle, sacudiendo la cabeza en vano sobre la espalda de su amante. Lila fue la primera en ver a la pareja cuando se acercaban cabalgando hacia la pequeña granja. —¡Gabrielle! —gritó la chica más joven, agitando la mano—. Madre, ven, corre. Para cuando las amantes se detuvieron ante la pequeña casa, Lila y Hécuba, la madre de Gabrielle, estaban esperando. Xena se quedó a un lado y dejó que las mujeres se saludaran e intercambiaran palabras amables, sin poder

apartar los ojos de su hermosa bardo. Hecho que no escapó a la atención de Hécuba. —Hola, Xena —saludó Hécuba, sorprendiendo a la guerrera con su cordialidad. —Hécuba. —Xena alargó la mano para estrechar la de la mujer de más edad. —Bueno, vamos dentro, ¿no? Xena, si te vas a quedar para visitarnos, puedes acomodar a tu yegua en el establo — dijo Hécuba, alisando bruscamente con las manos los pliegues de su delantal—. Vamos, niñas... Gabrielle, ¿es que no comes nada cuando viajas por los caminos? Estás en los huesos. Las tres mujeres se dirigieron a la casa mientras Xena llevaba a Argo al establo. Lila se volvió hacia Gabrielle y dijo: —Gabrielle, ¿por qué tiene Xena esa sonrisa tan boba? Xena casi se atragantó cuando su oído sobrenatural captó las palabras de la hermana de su amante, le empezó a subir un rubor lento por el cuello, se paró en seco y tuvo que obligarse a mirar a Gabrielle. La bardo la miró a los ojos y dijo, moviendo sólo los labios, "Te lo dije", antes de responder a Lila: —Cosas de guerreras... Gabrielle entró en la casa, sonriendo. —Ahora ya sé de dónde ha sacado Gabrielle su talento culinario. —Xena sonrió cuando Hécuba le ofreció a la guerrera otro pastel relleno. —Eso siempre fue lo único que esta chica sabía hacer bien... la comida —rió Hécuba.

Gabrielle advirtió que esforzando de verdad con el ello las palabras de su hirientes. Sí, lo único que hice

esta noche Xena se estaba encanto personal, pero no por madre le resultaron menos bien fue aprender a cocinar.

—Pues lo bueno es que ahora tiene mucho talento... para muchas cosas —intervino Xena para salvar la situación, ganándose una mirada de Gabrielle tan llena de amor que su madre no pudo por menos de advertirla. Mientras, el padre de Gabrielle, Herodoto, echaba miradas asesinas a la guerrera en silencio. —Deja, ya me ocupo yo —dijo Xena, quitándole a Hécuba los platos y cuencos de las manos y despejando el resto de la mesa. —Xena, tú eres una invitada... no tienes que hacer eso —dijo Hécuba, un poco pasmada, pues la gran guerrera parecía fuera de lugar en su cocina. —No pasa nada... Gabrielle me tiene bien entrenada — dijo, guiñándole el ojo a la bardo, que acababa de entrar en la cocina en ese momento. —Pero no le pidas que cocine... a menos que de verdad te guste la comida quemada —soltó a su vez Gabrielle. —Ooooh, qué mala —respondió la guerrera. Hécuba se quedó observando el intercambio y, en ese instante, supo que esta Gabrielle ya no era la niña que se había marchado de Potedaia en pos de la Princesa Guerrera. Era una compañera en igualdad de condiciones y para la mujer mayor era evidente que Gabrielle había encontrado una vida que la hacía feliz y de paso, posiblemente, a una guerrera cuyo corazón estaba completamente entregado a la joven bardo.

—Brie, ¿por qué no haces compañía a tu madre? Yo puedo terminar esto. —No tienes por qué hacerlo sola —respondió Gabrielle. Cuando Hécuba pasó a la otra estancia para recoger más platos, Xena le susurró a la bardo: —Por favor, Brie... prefiero con diferencia quedarme aquí que estar sentada ahí aguantando las miradas de tu padre toda la noche. Gabrielle sonrió con tristeza. —Lamento todo esto, Xe. —No lo lamentes... tú ve y pásalo bien con tu madre — susurró la guerrera, besando a su amante en la frente. Xena limpió la cocina y pasó casi toda la velada dando cuidados muy merecidos a Argo y evitando con éxito al padre de Gabrielle. Se sentó en el establo a arreglar una parte del ronzal de la yegua dorada que se estaba deshaciendo, pensando en Gabrielle y preguntándose si debería estar a su lado en estos momentos. No, ella no lo soltaría sin más. Conociendo a Gabrielle, querrá planearlo con cuidado... paso a paso. Esa idea, por supuesto, la llevó a pensar en la cuidada seducción que Gabrielle había planeado para la guerrera en la aldea amazona y se perdió en sus propias fantasías. Un grito de mujer fuera del establo devolvió a Xena al presente de forma inmediata. Espada en mano, estuvo a punto de arrollar a Lila al salir disparada por las puertas del establo. Lila tenía sus propios problemas en ese momento, pues intentaba defenderse de las intenciones de un joven enardecido. El muchacho, apenas hombre, vio a Xena que salía disparada del establo, con la luz de la luna reflejada en la espada, y estuvo a punto de desmayarse del susto.

Para cuando Gabrielle y sus padres rodearon la casa, Xena tenía al joven agarrado por la garganta, con los pies colgando en el aire sin tocar el suelo. —Cabroncete patético —gruñó la guerrera. —¿Qué ocurre? —gritó Gabrielle para hacerse oír por encima de los sollozos de Lila. —M-M-Malachus intentaba besarme... y-y yo no quería — dijo Lila entre hipidos. El joven jadeaba sin aire y daba la impresión de que Xena no tenía la menor intención de dejarlo respirar... nunca más. —¡Xena! —le gritó Gabrielle a su amante—. Xe —repitió, suavemente, alzando la mano para agarrar a la guerrera por la barbilla y volver su cara hacia ella. Los ojos de Xena se volvieron hacia los de su amante con una gélida mirada azul. Nada más ver a Gabrielle, la guerrera frunció el ceño y su gélida mirada azul empezó a derretirse con la expresión de adoración que Hécuba había visto antes. —No es más que un niño, Xe... suéltalo —prácticamente susurró Gabrielle. Los músculos del brazo de Xena se relajaron y el chico cayó al suelo, agarrándose la garganta y boqueando. Xena se agachó y bajó bruscamente la cabeza del chico para que la pusiera entre las rodillas como si se hubiera quedado sin aire por un golpe. —Despacio, respira hondo... se te pasará dentro de nada —le aconsejó la guerrera. —No pasa nada, padre... vuelve a la cama —dijo Gabrielle, intentando devolver la velada a la normalidad.

Herodoto escupió en el suelo, masculló algo sobre dar palizas a aldeanos inocentes y luego se dio la vuelta y regresó a la casa. —Levántate —le ordenó Gabrielle al joven—. Malachus, ¿tú sabes quién soy yo? —Sí... eres la hermana de Lila. Viajas con la Princesa Guerrera. —Al chico le temblaba la voz al hablar. —Así es —contestó Gabrielle—. Me quiere mucho — continuó, mirando de nuevo a su guerrera con ojos en los que sólo había amor—. Haría cualquier cosa por mí... por tanto, haría cualquier cosa por mi familia. Sé cómo les gusta a los jóvenes hablar con sus amigos... No me gustaría nada pensar que te dedicas a contar a esos amigos tuyos mentiras o cotilleos sobre Lila y lo que ha pasado esta noche. —Oh, no, señorita —tartamudeó él, pasando la mirada de Xena a Gabrielle. —No quiero tener que volver aquí para buscarte, Malachus... —intervino Xena con una sonrisa feroz. —Oh, no... nunca, jamás. —El joven parecía suficientemente aterrorizado ahora que la guerrera conocía su nombre. —Entonces a lo mejor deberías empezar por pedirle disculpas a Lila —continuó Gabrielle. Malachus se apresuró a pedir perdón, pero se trabucaba tanto con las palabras que al final resultó una disculpa de ló más patético. —Lila... n-no quería hacerte daño... o sea, yo nunca... sólo quería, o sea, nunca... —No dejaba de mirar a Xena y Gabrielle, inclinándose cada vez más hacia Lila y bajando la voz hasta que apenas se lo oía—. N-n-nunca he besado a una chica... y eres tan guapa...

Xena y Gabrielle se miraron y trataron de disimular sus sonrisas ante el joven que había estado a punto de que lo mataran por simple falta de experiencia. —Da las buenas noches, Malachus —dijo Xena, rodeando los hombros del chico con el brazo—. Tenemos que hablar —le dijo, llevándoselo en dirección al pueblo. Hécuba se había quedado allí plantada, clavada en el sitio, mientras ocurría todo esto. Habría dos cosas que siempre recordaría sobre el episodio de esta noche. La primera era la fuerza bruta que tenía la guerrera. Cuando se encontraron a Xena sujetando a Malachus por la garganta, Hécuba vio los músculos abultados del brazo de la guerrera, el antebrazo y el bíceps doblados con fuerza sobre el hueso. La segunda cosa era lo enamorada que estaba su hija de la alta guerrera. —¿Por qué no quieres quedarte en tu antigua habitación conmigo, Gab? —dijo Lila mientras ayudaba a Gabrielle a extender las mantas y un petate en el pajar. —Porque suavemente.

mi

sitio

está

con

Xena

—dijo

Gabrielle

Xena había regresado tras una larga charla con el joven Malachus, había entrado en el establo y había oído a las dos jóvenes en el pajar. No tenía intención de espiar, para la guerrera caminar sin hacer ruido era una habilidad natural, y tampoco tenía intención de ocultar el hecho de que estaba en la cuadra de Argo justo debajo de su amante y la hermana de ésta. Ahora, sin embargo, oyó las preguntas que se estaban planteando y no pudo evitar escuchar las respuestas de la bardo. —¿De verdad crees que Xena haría cualquier cosa por ti? —preguntó Lila, un poco maravillada.

—Sé que lo haría... me lo demuestra cada día —sonrió Gabrielle. —A mí también me caen bien mis amigos, pero yo no haría cualquier cosa por ellos. —Xena y yo lo haríamos porque nos amamos. —¿La amas como amabas a Pérdicas? —A Lila se le pusieron los ojos muy redondos al oír la confesión de su hermana. A Xena casi se le paró el corazón al oír las palabras de Lila y tuvo que recordarse a sí misma que tenía que respirar. En el poco tiempo que las dos llevaban de amantes, Gabrielle y ella no habían hablado de nadie con quien hubieran estado anteriormente. Pensándolo ahora, Xena sabía el daño que debía de haberle hecho a la bardo con sus devaneos fortuitos con hombres como Ulises. Aunque las dos hubieran hablado, Xena no sabía si alguna vez tendría el valor de sacar el tema del matrimonio de Gabrielle con Pérdicas. Todavía le dolía demasiado, al saber que la única mujer que había capturado el corazón de la guerrera la había dejado para ser amada por otro. ¿Sabe cómo me partió el corazón? Gabrielle dejó lo que estaba haciendo e hizo un gesto a su hermana para que se sentara a su lado. —Lila... te voy a decir algo... algo que ni siquiera le he dicho a Xena. Te lo digo a ti porque quiero que comprendas ciertas cosas sobre el amor... sobre la toma de decisiones y estar con la persona adecuada. No quiero que tú tengas que sufrir el mismo dolor que he sufrido yo. —Los ojos de Gabrielle se llenaron de lágrimas y su hermana se arrodilló a su lado y le cogió la mano—. No amo en absoluto a Xena como amaba a Pérdicas —afirmó Gabrielle con tristeza. Xena estaba convencida de que esta vez sí que se le había parado el corazón. Todo el dolor que alguna vez podría haber imaginado estaba contenido en esa sola declaración.

No haber sido la primera era una desilusión, pero ir siempre en segundo lugar en el corazón de Gabrielle era como si le hubieran dado una patada en el estómago sin avisar. —Yo no amaba a Pérdicas como se debería amar a un compañero, a la persona con la que deseas pasar el resto de tu vida. Lo quería porque era un chico con el que me había criado, porque me recordaba las cosas buenas de casa... lo quería como amigo, no como amante. —Gabrielle, ¿por qué te casaste con él si sabías que eso era lo que sentías? —preguntó Lila. Gabrielle tenía la cara bañada en lágrimas, pero sabía que tenía que contar toda la historia, experimentar la purga catártica que le pedía su corazón lleno de culpa. —Me casé con él porque me lo pidió... porque dijo que me amaba... porque nunca pensé que pudiera tener algo mejor —terminó en un susurro—. Estaba enamoradísima de Xena y nunca pensé que ella pudiera amarme de la misma manera... de modo que me conformé con algo que no era lo que deseaba mi corazón. Lila, cuando Pérdicas me hizo el amor en nuestra noche de bodas, yo sólo podía pensar en Xena... en cuánto deseaba que hubiera sido ella. Había tomado la decisión e iba a tener que vivir de acuerdo con ella, pero aunque Pérdicas y yo hubiéramos tenido una larga vida juntos, nunca lo habría amado tanto, tan profundamente como amo a Xena. —La bardo y Lila siguieron sentadas la una al lado de la otra, cogidas de la mano, sintiendo el simple bienestar de ser hermanas. Gabrielle se enjugó las lágrimas de la cara y continuó—. He tardado mucho tiempo en superar el sentimiento de culpabilidad por la muerte de Pérdicas. Me volvía loca pensando que si hubiera sido sincera con todo el mundo... con Xena, con Pérdicas, incluso conmigo misma, nada de esto habría ocurrido... ese muchacho seguiría vivo. Acabé haciendo daño a mucha gente. Sé que hice daño a Xena... nunca hemos hablado de ello, pero Lila, tengo intención de pasarme el resto de mi vida demostrándole a

Xena que quería que fuese ella... que quería que ella fuese la primera. No quiero que vuelva a dudar jamás de la profundidad de mi amor por ella. Por las mejillas de la guerrera resbalaban lágrimas ardientes al escuchar las confesiones de pena y remordimientos de su bardo. Qué carga había decidido echarse encima su joven amante. Jamás, bardo mía... jamás dudaré de tu amor. —Eh, ¿os habéis quedado dormidas ahí arriba o qué? — exclamó Xena mirando hacia el pajar. La guerrera había salido del establo hacía un rato, no sólo para calmarse, sino también para darle más tiempo a su amante para hablar con su hermana. Las dos hermanas bajaron por la escalera, sonriendo a la guerrera. Xena esperaba que sus ojos no revelaran que había estado llorando, como se veía en los de Gabrielle. —Bueno, es tarde... —dijo Lila vacilando. Se volvió y dio un beso de buenas noches a su hermana—. Buenas noches, Gab. —Dudando ante la imponente guerrera, Lila pareció tomar una decisión, se puso de puntillas y le dio un beso a la guerrera en la mejilla—. Buenas noches, Xena. —Cuando Lila llegó a la puerta, se volvió y miró a Xena de nuevo—. Gracias por lo que has hecho esta noche, Xena. Todavía un poco desconcertada por el beso, Xena no supo qué responder a la joven. —Por darle un susto del Tártaro a tu pretendiente... pues de nada —dijo con humor. Lila soltó una risita y salió corriendo por la puerta, dejando a las amantes por fin solas. —¿De qué iba todo eso? —preguntó Xena.

Riendo, Gabrielle rodeó con los brazos la cintura de la guerrera. —Creo que te acabas de convertir en la heroína de una mujer más de la familia. —Genial —dijo la guerrera con falso aire de desdén—. ¡Si apenas puedo con la primera! —Muy graciosa —sonrió la bardo, estrechando a la guerrera con más fuerza. —¿Te importaría que hiciera una cosa que esperando toda la noche para hacer? —preguntó Xena.

llevo

—¿Me va a hacer feliz? —preguntó a su vez la bardo. —Si no te hace feliz... es que no lo hago bien. Xena cogió la cara de la bardo entre las manos y la besó delicadamente, dedicando largo rato a acariciar suavemente los labios y la lengua de la bardo con los suyos. —Guau —dijo Gabrielle sin aliento. Xena se echó a reír suavemente y abrazó a su amante. —¿La mejor bardo de Grecia y lo único que se te ocurre es guau? —Bueno —dijo Gabrielle, explicándose algo azorada—, es que cuando haces eso se me ablanda el cerebro. —Ya, ¿pero te ha hecho feliz? —le sonrió la guerrera. —Oh, sí —dijo Gabrielle, que todavía intentaba recuperar el aliento. —Gabrielle... —susurró Xena.

Las dos mujeres estaban abrazadas la una a la otra en su cama improvisada sobre el heno del pajar. Ninguna de ellas tenía sueño, pero daba gusto relajarse sin que nadie las viera. Todavía hacía calor en el establo: las dos amantes, con camisas de algodón, no necesitaban mantas. —Gabrielle, sé que probablemente no quieres... bueno, ya sabes, con eso de que tus padres están tan cerca, pero me estoy volviendo loca aquí tumbada contigo sin poder sentir tu piel sobre la mía. —Hala, ya lo he dicho y ahora piensa que soy un animal insaciable. Gabrielle sonrió y besó a la guerrera en el hombro al que estaba pegada. Cogiendo el borde de su camisa de dormir, se quitó la tela del cuerpo con un rápido movimiento. Alargando las manos hacia su amante, ayudó a la guerrera a hacer lo mismo. Pegadas la una a la otra, Gabrielle tuvo que reconocer que esto estaba mucho mejor. —No puedo evitarlo, Brie... eres una gozada —dijo Xena, acariciando la piel desnuda de la espalda y los hombros de su amante. —Me gusta que te cueste tanto resistirte a mí, sabes — susurró la joven. —La mayor parte de los días, tengo que hacer uso de todo mi control, amor mío —respondió la guerrera con una sonrisa. —Xena... tengo que decirte una cosa. —Gabrielle se puso seria—. No quiero que vuelva a haber mentiras entre nosotras... ya hemos sufrido las dos bastante por eso. Cuando Lila y yo estábamos aquí preparando el petate, bueno... quiero que sepas... —Gabrielle, yo también quiero ser sincera contigo... Xena sabía a qué mentiras se refería Gabrielle... Esperanza... Ming T'ien... habían sufrido el Tártaro a causa de

las mentiras y medias verdades que se habían dicho. La guerrera sabía que tenía que empezar esta relación con buen pie, aunque eso supusiera pasar por momentos difíciles. Al menos, a esos podrían enfrentarse juntas. —...Brie, cuando estabas hablando con Lila, yo estaba... —No, Xe... yo primero, ¿vale? —Gabrielle colocó sus dedos suaves sobre los labios de la guerrera. Xena asintió en silencio y Gabrielle continuó. —Cuando estaba aquí en el pajar, contándole esas cosas a Lila... sabía que tú estabas en la cuadra debajo de nosotras. —Pero... cómo... todo el... ¿sabías que yo estaba ahí todo el tiempo? —Xena sintió que se le acaloraba la cara de vergüenza—. Eso es lo que estaba a punto de decirte... lo siento muchísimo, no quería... —Lo sé... no pasa nada, Xe. Dije todo eso en parte porque quería que Lila comprendiera las consecuencias a las que nos enfrentamos cuando tomamos decisiones. —¿En parte? —preguntó Xena. —Sí —dijo Gabrielle, razón era porque quería corazón... por qué hice haberte hecho daño. No decírtelo cara a cara.

con lágrimas en los ojos—. La otra que tú supieras lo llevaba en el lo que hice... y cuánto lamento sabía si iba a tener el valor de

—Oh, Brie... cada día te quiero más —confesó la guerrera, enjugando las lágrimas que no habían caído de los ojos de la bardo—. Por favor, por favor, mi amor... no tengamos nunca miedo de decirnos cualquier cosa. —Siento haberte hecho daño... —se disculpó Gabrielle. —Yo necesito tu perdón más que tú el mío. Si te hubiera dicho lo mucho que te quería hace mucho tiempo, nunca te

habrías marchado para casarte con Pérdicas. Yo habría sido la primera para ti... él seguiría vivo. Dahak, Esperanza... todo aquello... Gabrielle, yo soy responsable de gran parte de tu dolor. —Basta, Xe —dijo Gabrielle con más brusquedad de la que pretendía. Cogió la cara de Xena para poder mirarla a las profundidades azules—. Ya lo estás haciendo otra vez, mi amor. Echándote todo el peso del mundo sobre los hombros. No eres Atlas... no has sido condenada a eso para toda la eternidad. Ahora le tocó a Gabrielle enjugar las lágrimas de la cara de su amante. —Oh, Xe... las dos hemos cometido errores, pero forman parte de nuestro pasado. Entonces no nos teníamos la una a la otra, como nos tenemos ahora. Ya no tenemos que pasar pornada solas... siempre nos tendremos la una a la otra. —Sigo deseando haber sido la primera —dijo la guerrera un poco triste. —Yo quiero que seas algo mejor, amor mío —susurró Gabrielle, inclinándose sobre la guerrera y acariciándole la cara con ternura—. Quiero que seas la última. Xena dejó que se le escaparan las lágrimas de los ojos al tiempo que estrechaba a su joven amante entre sus brazos y la besaba como si quisiera revelarle hasta el último secreto de su alma. —Gab, voy a ayudar al tío Delos esta noche a servir cenas en la posada. ¿Qué tal si Xena y tú venís al pueblo y a lo mejor cuentas unas historias? —suplicó Lila. Las cuatro mujeres estaban tomando una taza de té matutino: el padre de Gabrielle se había ido al amanecer a trabajar en los campos, para gran alivio de Xena.

—No sé, Lila... puede que el tío Delos ya tenga un bardo, además, Xena y yo nos pasamos la vida en las tabernas, seguro que no quiere hacerlo aquí también. —Oh, apuesto a que a Xena le gusta oír tus historias, ¿a que sí, Xena? —insistió Lila. —Por supuesto —dijo la guerrera sin dudar. Gabrielle enarcó una ceja y echó a Xena la mirada que quería decir "gracias por la ayuda". —La verdad es que preferiría quedarme en casa con madre. —Pues es que, Gabrielle... yo también voy a ayudar a Delos. Va a llegar una gran caravana de paso y el pueblo entero está sobre ascuas. Tendrían que haber llegado esta mañana. —Bueno, si toda la familia va... supongo que no hay más que hablar, ¿eh? —le dijo Xena a Gabrielle, dándose una palmada en las rodillas y sonriendo alegremente. —No creas que no me voy a vengar, guerrera —le susurró Gabrielle a su amante al oído. Xena se limitó a poner los ojos en blanco y silbar, con la cara más inocente que era capaz de poner una Princesa Guerrera. —¿Qué es todo esto? —preguntó Gabrielle, reuniéndose con Xena en el establo en medio de sus alforjas. El atuendo de cuero propio de una amazona de la joven estaba desempaquetado, junto con los brazales, el cinturón de cuero y las joyas. —He pensado que a lo mejor... bueno, has dicho que querías que tu familia supiera quién eres. He pensado que no estaría mal empezar por aquí.

—No sé yo, Xe... La guerrera se puso detrás de la bardo y rodeó la figura más pequeña con sus fuertes brazos. —Has dicho que querías que supieran quién eres de verdad, Brie. ¿Y si esta noche no cuentas una historia de la Princesa Guerrera y les cuentas algo original... como una historia sobre cómo una pequeña campesina asustada se convirtió en reina de la Nación Amazona? —¿Tú crees que están preparados para oír una historia así? —Seguro que más adelante no van a estar mejor preparados, mi amor —le susurró Xena a su amante al oído. —¿Ep? —exclamó Gabrielle sin dar crédito, abrazando con fuerza a su amiga amazona. La caravana había llegado ese día, efectivamente, y la taberna estaba llena hasta los topes. Poco sospechaban Xena y Gabrielle que se trataba de una caravana de amazonas—. ¿Pero qué hacéis todas aquí? — preguntó Gabrielle, totalmente pasmada. Debía de haber entre veinte y veinticinco guerreras amazonas junto con la gente del pueblo en la posada de su tío. —Habíamos llevado la cosecha sobrante al pueblo de Olintos y hace unos dos días, cuando regresábamos a Amazonia, perdimos el eje de uno de los carros. Así que mandamos aviso y decidimos visitar Potedaia. —Cómo me alegro de ver una cara amiga —dijo Gabrielle, abrazando de nuevo a su amiga. Xena se sacudió el polvo de las manos después de meter unos cuantos barriles más de oporto para Delos, el tío de Gabrielle. Mirando a su alrededor, buscó por la sala a su bardo y la vio hablando con Eponin. Pero, ¿y eso?

Al ver a su joven amante vestida con su atuendo de cuero de amazona, Xena se quedó sin aliento: un suave corpiño de cuero marrón que le quedaba a la bardo como una segunda piel y una falda enrollada que la joven se había acostumbrado a llevar. El cinturón de cuero le colgaba de las caderas, más como adorno que con un fin práctico. Gabrielle había decidido incluso ponerse los brazales para la ocasión. La guerrera observó con orgullo que la joven reina había prescindido de los collares de cuentas a favor del colgante que le había dado Xena. La guerrera había notado que Gabrielle nunca se quitaba el colgante, ni siquiera para bañarse, y sonrió al saber que cualquiera que mirase su armadura reconocería al instante el diseño de los corazones del colgante. Dioses, espero que esta noche salga todo bien... si no, mi sorpresa no va a tener mucho éxito. Cuando Gabrielle y Eponin intercambiaban un abrazo amistoso, la guerrera amazona levantó la mirada y vio a Xena que avanzaba entre la gente para reunirse con ellas. Eponin se dio cuenta de dónde tenía las manos y las apartó rápidamente de la cintura de la joven reina como si le quemaran. —¿Quién dice que a las viejas guerreras no se les puede enseñar nada nuevo? —gruñó Xena al ver lo que hacía su vieja amiga. —Xe —la reprendió Gabrielle con una sonrisa. —En el nombre de Zeus, ¿qué te trae por aquí? —Xena agarró a su amiga por el cuello de la túnica y se inclinó hacia la mujer—. Si estás siguiendo a tu reina, ya está pedida — gruñó por lo bajo. —Muy graciosa... ¿intentas que me entre complejo o es que te gusta tirarme desde grandes alturas? Las dos guerreras se tomaron el pelo amistosamente y Eponin contó la historia de cómo habían acabado en Potedaia.

—Lila. —Gabrielle agarró a su hermana del brazo cuando pasaba a su lado de camino a la cocina para recoger más bandejas—. Eponin, quiero presentarte a mi hermana, Lila — dijo la joven reina con orgullo. Lila se quedó con los ojos como platos al ver a la guapa guerrera, que le cogió delicadamente la mano que le ofrecía y le rozó ligeramente con los labios el dorso de los dedos. —Buenas noches, princesa —dijo Eponin con encanto. —¿Yo? ¿Princesa? —dijo Lila, poniéndose coloradísima. —Bueno, tu hermana es nuestra reina. El derecho de nacimiento te otorga el título de princesa amazona —explicó Eponin. De repente, Gabrielle advirtió que Eponin seguía sujetando la mano de Lila y se volvió para echar una mirada a su guerrera como diciendo "haz algo". Xena captó de inmediato lo que en adelante sería conocido como "la mirada". En años siguientes, cada vez que Xena hiciera algo estúpido... beber demasiado o si Gabrielle pensaba que su amante estaba tonteando con otra mujer... cualquier tipo de metedura de pata social... Xena sería blanco de "la mirada". Y en este preciso momento quería decir, Haz algo, guerrera... ¡haz algo ya! Xena se puso detrás de Eponin, clavándole la armadura en la espalda. —Lila es la hermana mucho más pequeña de Gabrielle —dijo la guerrera, pronunciando cada sílaba con total claridad. Eponin soltó la mano de Lila y se apartó de la joven como si tuviera la fiebre de los pantanos. Lila se quedó algo confusa, pero se volvió hacia su hermana.

—Gabrielle... ¿de verdad soy una princesa? —Venga, princesa —dijo Delos, el tío de las chicas, sonriendo y empujando a Lila hacia la cocina—. ¡Vuelve a la cocina ahora que todavía te cabe la cabeza por la puerta! Gabrielle... —Delos tenía las manos llenas de platos y jarras y su corpachón se cernía por encima de la figura más pequeña de su sobrina—. Ya sé que eres de la familia y que no debería pedírtelo, pero te pagaré todos los dinares que quieras si consigues domar a este gentío con unas cuantas historias. —Claro —dijo la bardo con una sonrisa—. Espera que coja una copa de agua. Bueno, el deber me llama —dijo Gabrielle alegremente—. Voy a saludar a algunas de nuestras hermanas antes de ponerme a ello —terminó, señalando con la cabeza una mesa grande que había junto a un escenario improvisado. —Píllame por banda antes de empezar, ¿vale? —dijo Xena. Gabrielle se acercó a su amante y susurró: —No voy ni a picar... es demasiado fácil —dijo con una sonrisa lasciva. —Ga-bri-elle —advirtió Xena, notando que empezaba a sonrojarse. La risa de Gabrielle resonó por la taberna mientras avanzaba hacia las demás amazonas. Sólo quería saludar a algunas de las guerreras a las que conocía personalmente y se olvidó del apego que sentían las amazonas por la ceremonia y el protocolo. —Tarazon... cómo me alegro de volver a verte —empezó la joven reina.

Casi veinte amazonas se levantaron de un salto de sus asientos, reconociendo a su reina de inmediato, e hincaron la rodilla ante la pasmada Gabrielle. —Mi reina —dijo la joven Tarazon, encantada de que la hermosa reina se acordara siquiera de ella. La conversación se fue apagando y por fin se detuvo por completo en las mesas que rodeaban a las amazonas arrodilladas. Lila salía en ese momento de la cocina con una bandeja de platos llenos de comida. —Caray —dijo la joven espectáculo que tenía delante.

al

ver

el

impresionante

—Chicas... chicas, ya podéis levantaros —dijo Gabrielle, más que cortada. Xena todavía se estaba riendo cuando Gabrielle regresó con la guerrera. —¿Problemillas, mi reina? —Oh, calla —replicó Gabrielle, dándole un manotazo cariñoso a su amante en el brazo. Xena miró por la taberna como si buscara algo. Al ver la puerta del almacén donde había metido antes los barriles de oporto, agarró a Gabrielle de la mano y se llevó a la joven al interior de la estancia a oscuras. —Esto es para desearte buena suerte —susurró la voz seductora de la guerrera al oído de su amante. Xena besó a la joven bardo con todas sus ganas, hasta que a las dos les entró vértigo y justo cuando la guerrera pasaba un brazo alrededor de la cintura de la bardo, a Gabrielle se le doblaron las rodillas. —Guau... —dijo Gabrielle sin aliento.

Sonriendo a su joven amante, Xena sintió exactamente lo mismo. —Vas a tener que inventarte algo mejor, sabes. —No sé... creo que eso lo ha dicho todo —replicó Gabrielle, besando a su guerrera en el cuello. —Bueno, pues si eres muy buena esta noche, te daré una sorpresa —dijo Xena crípticamente. —¿Ah, sí? ¿Y esta sorpresa me hará feliz? —bromeó Gabrielle. —Bueno, sé hacer muchas cosas. —Lo sé... y a mí me gustan todas esas cosas — respondió Gabrielle al tiempo que se daba la vuelta para salir de la estancia. Xena agarró rápidamente a su joven amante por detrás y pegó su cuerpo al de la bardo, acariciando la oreja de Gabrielle con su cálido aliento. Con un tono colmado de un hambre repentina, la guerrera contestó: —Todavía no has probado ni la mitad de las cosas que sé hacer, amor mío. Eso fue todo, y al instante las rodillas de Gabrielle se convirtieron en un cálido líquido. Si el brazo de la guerrera no la hubiera tenido sujeta con tanta fuerza, la joven reina estaba segura de que se habría caído al suelo como un fardo. Xena disfrutó viendo el sonrojo del rostro de Gabrielle cuando ésta se dirigió hacia la silla situada en el escenario improvisado, sobre todo porque, pensó la guerrera, ella era la responsable del estado algo jadeante de la bardo. La guerrera se volvió hacia el bar para coger la jarra de oporto que Delos le puso delante y fue a poner una moneda en el mostrador como pago.

—Tu dinero aquí no vale, Xena... eres prácticamente de la familia —dijo el hombretón. —No quiero aprovecharme —dijo Xena. Enarcando la ceja, continuó—: Además, soy capaz de beber mucho oporto en una sola noche —terminó con una sonrisa. Delos se echó a reír a carcajadas. —¡Bueno, lo has traído todo tú, así que deberías tú ser quien se lo beba! En cualquier caso... creo que ella lo merece —dijo, señalando a Gabrielle con la cabeza. Ella se volvió para mirar a Gabrielle, que se estaba acomodando en la silla y bebiendo un poco de su jarra de agua. Xena descubrió que le caía bien el tío de su amante, este gigante de alma bondadosa. —Eso es cierto —dijo la guerrera por lo bajo—, eso sí que es cierto. Tras encontrar un asiento al fondo de la sala desde donde podía ver a su bardo, Xena se apoyó en la pared y estiró las largas piernas hacia delante. Gabrielle empezó despacio con unas cuantas historias cortas, pero emocionantes, para prender el interés de los clientes, y luego la bardo pasó a las historias bélicas. Cuidado con los griegos, una historia sobre la Guerra de Troya, siempre tenía éxito y Gabrielle la contaba bien. Un buen día narraba el intento de Xena y Gabrielle de engañar a las fuerzas de César y Pompeyo para que lucharan entre sí, aniquilando a casi veinte legiones de soldados romanos. Xena se sintió atravesada por la culpa de aquel día. Su odio por César había vuelto a empujarla a meter a Gabrielle en una situación en la que la bardo había tenido que elegir entre Xena y su propio código ético personal. Incluso ahora, Xena recordaba los sollozos de Gabrielle mientras la guerrera sostenía a la joven en medio de un campo de batalla lleno de muertos y agonizantes.

Como siempre, las historias de guerra de Gabrielle no sonaban idealizadas como las de otros bardos. Su enfoque era la inutilidad de la guerra. Podía haber honor en morir por aquello en lo que se creía en el campo de batalla, pero ¿y las esposas y los hijos que quedaban atrás... qué iba a ser de ellos? Esto era lo que su bardo veía en la guerra. Un desesperado campo de destrucción donde los muertos sólo sabían una cosa: que era mejor estar vivo. Como la gran bardo que era, Gabrielle siempre sabía calibrar la reacción de un público y sabía que sus historias de guerra, llenas de tristeza, podían deprimir a los oyentes. Tras una pausa de apenas unos segundos, emprendió uno de sus relatos más animados, que había titulado Estados alterados de la conciencia. Xena observó que algunos de los clientes se enjugaban las lágrimas de los ojos tras las historias de la bardo sobre las consecuencias de la guerra. Aunque la guerrera no hubiera vivido la historia, la habilidad de Gabrielle con las palabras también la habría tenido a ella presa de la poderosa red que tejía. Sonrió por dentro cuando su bardo empezó a contar la historia de cómo Xena había intervenido para evitar el sacrificio de un niño a manos de su padre engañado. La sonrisa de Xena aumentó cuando la bardo se lanzó a contar las aventuras de la compañera de la Princesa Guerra y cómo dicha compañera había acabado drogada con beleño y había decidido que las rocas "hablaban" con ella. Gabrielle nunca mencionaba durante sus historias que ella era la compañera de la gran Princesa Guerrera. A menudo contaba historias sobre el rescate de la compañera por parte de su amiga guerrera, pero jamás revelaba que la propia Gabrielle había ayudado y salvado a la guerrera innumerables veces. En cambio, la bardo hacía que la luz de su historia se reflejara en una señora de la guerra reformada, en la ex Destructora de Naciones que había dejado atrás un pasado malévolo y ahora viajaba por la tierra buscando la redención de su propia alma.

De modo que Xena cerró los ojos y se sumergió en las palabras de la bardo. Era la voz de su amante lo que embelesaba a la guerrera, lo mismo que sus historias. Xena recordó, al tiempo que la bardo decía las palabras en voz alta desde el escenario, la cueva donde la joven se apoderó por fin del corazón de la guerrera. "¡Por los dioses! ¡Eres... preciosa!" Xena se rió por lo bajo al recordarlo al tiempo que el público se reía de la pequeña compañera drogada que apenas se mantenía en pie, pero que en cuanto abrió los dos ojos, desnudó su corazón. Los oyentes no sabían que esas palabras habían estado encerradas a cal y canto en el corazón de Gabrielle durante lo que a la joven le parecía una eternidad, hasta que la droga acabó con sus inhibiciones. La joven reina se fijó en su amante, sentada al fondo de la taberna con los ojos cerrados, pero riendo al recordar el "incidente del beleño". Gabrielle supo en ese instante que su vida con Xena había cambiado. La orgullosa guerrera solía abandonar la sala en cuanto empezaban las historias de la Princesa Guerrera, o se quedaba sentada, bebiendo su oporto, con el gesto torcido por haberse convertido en el centro de atención. Los ojos de la guerrera se abrieron de golpe cuando un sexto sentido le hizo notar el calor de la mirada de su amante. Gabrielle casi se ahogó al ver el deseo azul que emanaba de los ojos de la belleza de pelo negro. Tras estar a punto de perder el hilo de la historia, Gabrielle continuó, pero su rostro se empezó a teñir de un rosa encendido. La guerrera sonrió de nuevo, cerró los ojos y gozó de la reacción que le había provocado a su amante con una sola mirada. De repente, recordó cómo se había sentido al oír la declaración de Gabrielle sobre su belleza. Ahora sabía que ya en aquel entonces estaba enamorada de su amiga. Por supuesto, siempre se había dicho a sí misma que era amistad, pero ¿acaso no conocía la verdad... incluso entonces?

Dioses, recuerdo la sensación que me produjo cuando estaba agarrada a mí en ese pozo. ¿No me dije a mí misma en ese momento que sólo era porque hacía tanto tiempo que no disfrutaba de los placeres del lecho con un amante por lo que reaccioné con tanta intensidad? Xena se permitió regodearse en las sensaciones de aquel incidente del pasado y de repente, la voz de la bardo se fue alejando y en la sala empezó a hacer algo de calor. Notó un lento goteo de humedad entre las piernas y la guerrera abrió los ojos de golpe. Oh, por Gea... ¡necesito aire!, se dijo a sí misma, y se apresuró a salir por la puerta al fresco aire nocturno. Gabrielle encontró a su guerrera en el exterior, en la oscuridad de la parte de atrás de la taberna. Estaba sentada entre las sombras sobre un gran tocón de árbol que se usaba para cortar leña. —Parece que no soy la única que está tomándose un descanso... ¿qué haces? —preguntó Gabrielle. —Pensar... —dijo la guerrera despacio. —Y por la cara que tienes, me parece que ya sé en qué has estado pensando —contestó Gabrielle con tono de guasa. Xena levantó la mirada con una sonrisa seductora. —El pozo... —Ahhh, sí, al llegar a esa parte yo también he deseado no estar en un sitio público —susurró Gabrielle, al tiempo que se sentaba a horcajadas en el regazo de la guerrera, sobre los musculosos muslos. Xena se apresuró a abrazar a la bardo, mirando nerviosa a su alrededor.

—Tranquila, amor... nadie viene por aquí detrás por la noche —susurró Gabrielle, usando la lengua para prender rápidamente una llama en la pasión ya humeante de la guerrera. Habían pasado dos días desde la última vez que habían hecho el amor y eso era un récord desde que eran amantes. En el estado en el que se encontraban, sólo con los besos cualquiera de las dos mujeres podría haber caído por el precipicio muy deprisa. Gabrielle, sin embargo, tenía ganas de jugar con su guerrera. Deslizando una mano entre las dos, la metió por debajo de la falda de combate de la guerrera y no tardó en colarla por dentro de las bragas de cuero, que ya estaban empapadas. Un gemido jadeante se escapó de la garganta de Xena, seguido de un lloriqueo de protesta cuando la bardo apartó los dedos, que se llevó a la boca. —¿Toda esta humedad es por mí? —preguntó seductora, pasándose la lengua por cada dedo, que luego se metió en la boca, regodeándose en el sabor y el dulce olor almizclado de su amante. —Oh, dioses... Gabrielle —suspiró Xena, incapaz de apartar la mirada de los ojos de la bardo. La bardo volvió a deslizar los dedos en la humedad de Xena y los metió rápidamente dentro de la guerrera. Al instante se vio recompensada con gemidos de placer y la sensación de las caderas de su amante empujando contra la palma de su mano. Xena intentó que su cuerpo aguantara un poco más, pero sus anteriores fantasías y las manipulaciones de la bardo hacían que su cuerpo estuviera demasiado dispuesto a sucumbir a un orgasmo que la dejó sin aliento. La guerrera gruñó su descarga en el oído de su amante, poniendo en práctica unas cuantas técnicas de control para acallar su

pasión, cuando lo único que quería en realidad era gritar el nombre de Gabrielle en medio de la noche. —Dioses, mujer... por favor, no empieces de nuevo — rogó la guerrera cuando Gabrielle se puso a limpiarse a lamentones la humedad de su amante que le cubría la mano —. Sabes... que me las vas a pagar... por esto más tarde... ¿verdad? —dijo Xena, tratando de recuperar el control de la respiración. —Cuento con ello, guerrera —susurró la joven bardo al oído de la guerrera. Las dos amantes se habían trasladado a la parte delantera de la taberna y estaban de pie en las sombras, cogidas de la mano. —Bueno, ¿ya has decidido qué historia vas a contar ahora? —preguntó la guerrrera. —Voy a seguir tu sugerencia... la de la reina amazona. —¿Ya sabes lo que vas a decir? —Creo que iré improvisando... aunque estoy nerviosa. Nunca pensé que me pudiera dar una sensación tan distinta contar una historia delante de gente que ha crecido conmigo, en lugar de unos completos desconocidos. Xena echó una rápida mirada a su alrededor y luego estrechó a la mujer más menuda en un amoroso abrazo. —Lo harás maravillosamente y contarás una historia maravillosa y la gente te querrá tanto como yo... bueno, puede que no tanto, pero casi. Gabrielle se echó a reír y besó tiernamente a su amante en los labios, disfrutando del cariñoso abrazo.

—Tú prepárate para salir pitando si se vuelven en mi contra —terminó con una sonrisa. Xena se echó a reír y le dio una ligera palmada a la bardo en el trasero mientras se dirigían a la taberna. —Vete entrando... Yo necesito unos minutos para... mm, calmarme después de... —La guerrera sonrió e hizo un gesto señalando la parte trasera de la taberna—. Entraré antes de que empieces. Gabrielle estrechó la mano de su amante y entró en la taberna. —Xena —dijo una voz desde la oscuridad. La guerrera se quedó paralizada al oír la voz conocida, maldiciéndose por no darse cuenta de que podía haber alguien más allí fuera. Por las tetas de Hera... ¿cuánto habrá oído? —Hécuba —dijo la guerrera, encaminándose hacia el banco donde estaba sentada la madre de Gabrielle. —Hacía tanto calor en la cocina que he tenido que salir a tomar el fresco... parece que tú también lo necesitabas —dijo la mujer de más edad. Xena se llevó la mano a la mejilla encendida y le pareció ver una sonrisa sardónica en la cara de Hécuba. Oh, dulce Afrodita... Por favor, ¡que no nos haya visto ahí detrás! —¿Quieres responderme a una pregunta, guerrera? — preguntó Hécuba suavemente. —Si puedo. —¿Tú quieres a mi hija? —La voz de la mujer era ahora apenas un susurro. —Hécuba, a lo mejor deberías esperar a hablar con Gabrielle...

—Ya sé lo que va a responder... quiero saber cuál es tu respuesta. ¿La quieres? —Con todo mi ser —dijo la guerrera sin dudar más. Hécuba sonrió. —¿Y por qué Tártaro os habéis esforzado tanto por ocultarlo? Las dos mujeres se echaron a reír y Hécuba le hizo un gesto a la guerrera para que se sentara a su lado. —Has sido buena para ella. Sé que no oirás a mucha gente decir eso, pero yo lo veo... lo vi desde el principio. Ya no es una niña. Sobre todo, es algo que jamás habría sido si se hubiera quedado en Potedaia... es feliz. Hécuba cogió la gran mano de la guerrera y se la apretó y Xena puso su otra mano sobre la de Hécuba. La mujer mayor vio algo que muy pocas personas, aparte de Gabrielle, lograban ver... el lado tierno de la Princesa Guerrera. —¿Harías cualquier cosa por ella? —preguntó Hécuba. —Moriría por ella —dijo la guerrera sin vacilar. —Morir es fácil, guerrera... ¿vivirías por ella? —¿Cómo dices? —dijo Xena, sin comprender a qué se refería la mujer. —Si tuvieras que tomar una decisión... una decisión difícil... ¿La dejarías si pensaras que era lo mejor para ella? Xena apenas distinguía la cara de Hécuba en la oscuridad, pero notaba la penetrante mirada. Buscando la verdad en su propia mente, contestó: —Creo que si no quedara más remedio... si eso pudiera salvarle la vida a Gabrielle... o si eso pudiera evitar que

sufriera algún daño... —Una brusca puñalada de dolor atenazó el corazón de Xena al decirlo—. Sí... creo que si con eso ella pudiera estar a salvo... la dejaría. —¡No! ¡No lo hagas jamás! —dijo Hécuba con vehemencia, apretando con fuerza la mano de la guerrera—. Estás pensando sólo con el amor que sientes por Gabrielle. El amor es una emoción, Xena, y te puede engañar. Lo sé por experiencia —susurró y en sus ojos asomó la expresión distante de quien revive un recuerdo—. El amor se puede usar en tu contra, para engañarte y hacerte renunciar a todo lo que más quieres. Sólo acabarás haciéndote daño a ti misma, a la persona que amas e incluso a las demás personas que te rodean —dijo suavemente—. Busca siempre la verdad dentro de tu corazón, Xena. Tu corazón jamás te mentirá... si llega el día, recuerda que no debes fiarte de tus emociones. Mira en el interior de tu alma y allí descubrirás la verdad —terminó Hécuba. —Hablas como una mujer que ya ha pasado por eso, y con creces —replicó Xena—. Hécuba... ¿lo que dices tiene algo que ver con el pasado de Gabrielle? La mujer de más edad sonrió con tristeza y murmuró para sí misma: —Tendré que decírselo algún día... pero ahora no es el momento. —Me gustaría contaros la historia de una jovencita que dejó su hogar, a su familia y todo lo que era seguro, para viajar por el mundo con un guerrero oscuro y temible... — empezó la bardo. Xena escuchaba la historia con la madre de Gabrielle sentada a su lado al fondo de la taberna. La bardo no mencionó ni una sola vez que la jovencita de la historia era ella, ni que el guerrero oscuro era Xena, la Princesa Guerrera. Ni siquiera había dicho que el guerrero oscuro era una mujer.

Las únicas descripciones físicas que ofreció eran de una persona alta y morena de ojos y sonrisa intensos, que cuando el guerrero quería utilizar, eran capaces de seducir a Medusa. Gabrielle dijo que la historia comenzaba como el relato de una sola persona. Habló primero de lo que buscaba la jovencita. Sólo quería librarse de una vida a la que nunca había estado destinada, de una gente con quien nunca había estado destinada a compartir su vida, de un marido con el que no estaba destinada a pasar la vida. La jovencita era inteligente y creativa, pero siempre se había considerado a sí misma diferente e impulsiva. Y, cuando otras chicas anunciaban sus compromisos de matrimonio, ella no se sentía a la altura y se veía fea. Cuando la muchacha empezó a seguir al guerrero, fue simplemente como un medio para escapar de la vida opresiva de su aldea. No tardó en encontrar la amistad en el incomunicativo guerrero, aunque reconoció que, al principio, la idea de amistad era probablemente más por su parte que por la del guerrero. Pronto, sin embargo, la chica empezó a sentirse parte de la vida del guerrero, hasta que el guerrero acabó considerando hermana y amiga a esta alma hermosa y sincera. Ésta era la historia de la jovencita y Gabrielle contó cómo había sido capturada como esposa para el dios Morfeo, cómo había liberado a los titanes y luego ayudó a volverlos a capturar. Cómo conoció a una tribu de amazonas y, tras estar a punto de sacrificar su propia vida para intentar sin éxito salvar a la princesa amazona Terreis, ella misma se convirtió en princesa amazona. Y aunque era la historia de la jovencita, el guerrero oscuro siempre estaba allí. En momentos de crisis, el guerrero luchaba... en momentos de necesidad, el guerrero proveía. Una y otra vez, el guerrero oscuro se sacrificaba por la jovencita y la rescataba. Y, por fin, la historia pasó a ser no la de una chica convertida en princesa amazona, sino la de una

princesa amazona y un guerrero oscuro, no un relato de una sola persona, sino de dos. Los hilos de su vida estaban tan estrechamente entrelazados que ni los dioses del Olimpo ni los mortales de la tierra tenían fuerza suficiente para separarlos. Los dos eran como una familia y aunque sus enemigos intentaron separarlos y los dos sucumbieron a la muerte para protegerse mutuamente, siempre era la fuerza de esa amistad lo que los devolvía del mundo de los espíritus al plano mortal. En algún momento a lo largo de este viaje, que había empezado con una sola persona y ahora era el de dos, la princesa amazona se convirtió en amada reina de la Nación Amazona. El guerrero oscuro, que había sido temido por sus fechorías del pasado, se convirtió en campeón del bien supremo. Los dos se hicieron inseparables, hasta que incluso los que escuchaban a la bardo lo supieron: era porque su amistad se estaba transformando en algo más. Y, cuando los tonteos y los impulsos llevaban a sus corazones por otro camino, siempre era deseo de las Parcas que los dos volvieran a unirse y así sus vidas se juntaban de nuevo. Experimentaron la vida, el amor, la muerte... y por fin la traición y el odio. Se hicieron daño mutuamente por ignorancia al estar cegados por su propio dolor. Y luego, llegó el momento de la curación. Sin embargo, en medio de toda aquella angustia, estaba la promesa... incluso en la muerte... jamás te dejaré. Xena sintió que se le saltaban las lágrimas al recordar aquella promesa. Después de todo el dolor y la tristeza que les habían causado sus metiras, después de la muerte de su hijo, después de que Gabrielle le quitara la vida a su propia hija y de que la guerrera intentara matar a Gabrielle... Xena lo revivió en su mente como si viera a otra persona arrastrando el cuerpo de su amada bardo a una muerte segura. Después

de la curación que nos dio el tiempo que pasamos en Ilusia, Brie, ¿qué más quedaba por decir? Pero yo seguía sin cobrar valor para decirte que te quería... y por eso, la promesa... "...Incluso en la muerte, Gabrielle... jamás te dejaré". Xena escuchó mientras su bardo continuaba, contando la brutal violación de la reina amazona y el sufrimiento por el que pasaron su guerrero oscuro y ella. ¡Dioses, está contándolo todo! Gabrielle se detuvo para beber un sorbo de agua y observó los rostros fascinados de su público. Había lágrimas en casi todos los ojos y cuando miró a su guerrera, vio las inusuales lágrimas que también caían de sus ojos. También advirtió que su madre estaba sentada al lado de su amante, pero la mujer mayor tenía los ojos clavados en el suelo. La bardo prosiguió con su historia, pero ésta empezó a hacerse más animada e inspiradora al relatar la forma en que su guerrero oscuro luchó valientemente, dentro del mundo de sus sueños, por la reina amazona. Habló de la amistad que, como habían adivinado los oyentes, se había transformado en amor para los dos, sólo que ninguno de ellos lo confesaba, por temor a la reacción del otro. Entonces, un día, incapaces de seguir conteniéndose, los dos se declararon su amor, entregándose no sólo su cuerpo y su corazón, sino también su alma misma para toda la eternidad. Y al hacerlo, el relato se convertía por fin no en el relato de dos personas, sino de nuevo en el de una. Gabrielle terminó su historia envuelta en aplausos ensordecedores y varias amazonas sacaron las espadas y golpearon la mesa para indicar ruidosamente su aprobación del relato. La bardo sonrió y aceptó los agradecimientos, rechazando los dinares por su trabajo de esa noche. Al dejar el escenario, las guerreras amazonas que ocupaban varias mesas se levantaron y se pusieron la mano sobre el corazón como tributo silencioso a la reina que habían llegado a querer

tanto. Esta vez la joven reina no se sonrojó ni se avergonzó. Pasó ante las amazonas tan orgullosa y regiamente como podría haberlo hecho la reina Melosa, asintiendo con la cabeza para dar las gracias a las nobles guerreras. Si alguno de los clientes que había esa noche en la taberna se preguntaba si su propia Gabrielle era la reina amazona de la historia, la actitud de las guerreras acabó con las dudas de casi todos. Y, por si quedaba alguno que dudara, sólo tuvieron que ver a la reina avanzando a través de una multitud que se apartaba a su paso sin que ella dijera nada. Cuando llegó al fondo de la taberna, una guerrera alta y oscura se levantó, con los ojos azules como el Egeo y una sonrisa, reservada esta noche para su reina amazona, que sin duda podría haber seducido a Medusa. Si Xena hubiera estado en cualquier otro lugar de la tierra, habría estrechado a su amante con el abrazo más fuerte del mundo y la habría besado hasta que ninguna de las dos pudiera respirar. Sin embargo, como estaba al lado de la madre de Gabrielle, no sabía qué hacer. ¡Por Gea, es maravillosa! Gabrielle, qué cosas me haces. Al no saber qué hacer, se quedó allí de pie y le dedicó un tipo de sonrisa que sólo estaba destinado a su bardo. Gabrielle estaba volando tan alto que esta noche no pudo someterse a las limitaciones de la decencia ni a las ideologías de una pequeña aldea. Rodeó la cintura de Xena con un brazo y su cuello con el otro. Poniéndose de puntillas, besó a una guerrera absolutamente pasmada. Xena se quedó allí plantada con los ojos abiertos de par en par, observando las sonrisas divertidas de los clientes que las rodeaban, y por el rabillo del ojo vio a Eponin, cuya mandíbula casi tocaba el suelo. Por supuesto, en cuanto su cerebro logró registrar el contacto de la boca suave de Gabrielle sobre la suya, cerró los ojos y sus labios participaron alegremente en el beso.

—Ejem... Las dos amantes interrumpieron su beso, de muy mala gana, y se encontraron a Hécuba, que las miraba con aire risueño. —Gabrielle... —dijo Hécuba. —Sí, madre —contestó Gabrielle, rodeando aún con el brazo la cintura de la guerrera. —¿Me das un abrazo al menos? Gabrielle sonrió y rodeó a su madre con los brazos. —No sabía nada —dijo Hécuba, con los ojos llenos de lágrimas. —¿No sabías nada de qué, madre? —preguntó la joven reina. —De ti —replicó Hécuba con silenciosa admiración. Gabrielle sonrió y se echó a llorar al mismo tiempo. Abrazó más estrechamente a la mujer de más edad, agradeciendo su comprensión. Xena se quedó allí un momento, mirando a la madre y la hija. La madre que poseía los secretos del pasado de su hija y la hija cuyo único deseo era contar con el amor incondicional de una madre. La guerrera decidió ausentarse a solas y se reunió con sus amigas amazonas, dejando que madre e hija empezaran a tender un puente. —¿Gabrielle? La reina se volvió al oír la voz de su hermana. Xena y ella se estaban escabullendo por las puertas de la taberna para pasar un rato a solas, cosa que necesitaban con creces.

—¿Qué ocurre, hermana? —contestó Gabrielle como hacía siempre cuando las dos chicas eran mucho más jóvenes. Era evidente que Lila había estado llorando, pero esa noche también lo había hecho casi todo el mundo. —Sólo quería decirte... que tus historias han sido... mm, tu historia... jo, guau... Gabrielle sintió que se le escapaba una carcajada auténtica y abrazó estrechamente a su hermana. —Gracias, Lila... creo. —Eso de guau debe de ser de familia —susurró Xena al oído de la bardo. Gabrielle miró a los ojos sonrientes de la guerrera y le dio un manotazo de broma en el brazo. —Lila, dile a tu madre que no se preocupe... Gabrielle y yo no vamos a volver a la casa esta noche. Volveremos por la mañana —dijo Xena y las dos mujeres la miraron extrañadas. —¿Dónde vais? —preguntó Lila. —Eso, ¿dónde vamos? —intervino Gabrielle. —A dormir bajo las estrellas —dijo Xena al tiempo que la reina cogía la mano que le ofrecía la guerrera, y salieron de la taberna. Xena se montó en la silla de Argo sin esfuerzo y le ofreció la mano a Gabrielle para subirla. —Delante, ¿vale? —La guerrera señaló el sitio delante de ella—. Me gustaría rodearte a ti con mis brazos mientras cabalgamos, por una vez —dijo la guerrera mientras acogía cómodamente a su amante entre sus brazos.

Cuando llevaban cabalgando casi una marca completa, Xena notó que la figura dormida de Gabrielle empezaba a moverse. La guerrera habría querido llegar al campamento que había preparado con antelación antes de que saliese la luna, pero Gabrielle se merecía dormir después de la noche que acababa de tener. Y de la que le voy a dar, pensó la guerrera con una sonrisa. De modo que fue poniendo a Argo al paso poco a poco y se adentraron despacio en las colinas. Xena acabó canturreando distraída, una canción de amor que no le había dicho nada cuando la oyó por primera vez, pero ahora la melodía le tocaba una fibra sensible en el corazón. —Mmmm, he oído música —dijo Gabrielle adormilada. —Sí, efectivamente —fue lo único que dijo Xena. —¿Eras tú? —preguntó Gabrielle, muy despierta de repente. —Ya me has oído cantar otras veces, Brie. —Sólo cuando estabas muy triste —dijo Gabrielle suavemente, pensando en las piras funerarias ante las que habían estado su amante y ella, mientras Xena entonaba un lamento funerario griego. —O cuando estoy muy contenta —susurró Xena. —¿Y estás muy contenta? —Amor mío, estoy feliz —dijo la guerrera y siguió canturreando. —¿Esa canción tiene letra? —preguntó Gabrielle. —No sé si la recuerdo entera... ¿te gustaría oír lo que sí recuerdo? —preguntó la guerrera, incapaz de negarle nada a su bardo.

—Sí, por favor —contestó la bardo. Gabrielle se acomodó apoyada en el pecho de la guerrera y cerró los ojos, escuchando los ricos tonos de la voz de su amante cuando se puso a cantar. No imagino mayor temor que despertar sin que tú estés. Aunque el sol seguiría brillando mi mundo entero habría desaparecido... pero no por mucho tiempo. Aunque tuviera que correr... aunque tuviera que arrastrarme, aunque tuviera que cruzar cien ríos nadando... o escalar mil muros, siempre debes saber que encontraría una forma de llegar hasta ti. No hay lugar que esté tan lejos. Da igual por qué estemos separadas, leguas solitarias o dos corazones tercos. Nada, salvo los dioses en lo alto, podría apartarme de tu amor... tanto te necesito. Aunque tuviera que correr... aunque tuviera que arrastrarme, aunque tuviera que cruzar cien ríos nadando... o escalar mil muros siempre debes saber que encontraría una forma de llegar hasta ti. No hay lugar que esté tan lejos... amor, no hay lugar que esté tan lejos. —Qué bonito, Xe —dijo Gabrielle sin aliento. —No lo he escrito yo, pero eso es lo que siento — contestó la guerrera, besando a su amante en el cuello—. Ya hemos llegado, Brie —dijo, sujetando a la bardo con más fuerza cuando Argo subió de un salto por un empinado terraplén y se adentró en un grupo de árboles—. Ésta es tu sorpresa. Bueno, al menos parte. El campamento perfecto ya estaba preparado. Había leña dispuesta a la espera del fuego y su petate estaba

extendido sobre un grueso colchón formado por dos mantas más. De una rama baja de un árbol colgaban un odre de agua y otro de vino y junto al fuego había una gran cesta, de la que salían aromas muy tentadores. —Xe, esto es maravilloso... me encanta —exclamó Gabrielle. Xena le quitó a Argo la silla y las alforjas y dejó libre a la yegua para que se paseara por la zona, sabiendo que el caballo era mejor que cualquier centinela. Gabrielle fue a la orilla del pequeño lago y se lavó la cara. —Xe —llamó por encima del hombro—. Esta agua está caliente... como el agua de una bañera. —Sí, ya lo noté esta tarde al venir aquí. Debe de ser por un manantial caliente que haya bajo tierra —contestó la guerrera, hurgando en las alforjas en busca de su pedernal—. Me vendría bien darme un buen baño caliente... ¿me acompañas? —Por supuesto. —Gabrielle sonrió al pensar en las posibilidades. —Espera que encienda el fuego. Puede que el agua esté caliente, pero el aire estará bien frío cuando salgamos — replicó la guerrera. Gabrielle ya se había empezado a quitar la ropa, pero aún no había notado que la guerrera que tenía detrás se estuviera moviendo. Se volvió justo cuando se estaba recogiendo el pelo con una tira blanda de cuero. Xena estaba mirando a su joven amante, incapaz de reanudar su anterior tarea y, en realidad, incapaz de volver a moverse en absoluto. Si pensaba que la visión del cuerpo desnudo de Gabrielle era una maravilla por detrás, no estaba

preparada para la visión de la mujer cuando se volvió, con los brazos en alto mientras se apartaba el pelo de la cara. Los labios de la bardo se movían, pero Xena no oía nada. Gabrielle le echó una mirada tan erótica y provocativa que se clavó en ella como un rayo de energía, despertando terminaciones nerviosas que la guerrera ni siquiera sabía que existían. —Digo que si quieres que encienda yo el fuego —dijo Gabrielle, apabullada por los eléctricos ojos azules de su amante que devoraban despacio su cuerpo. Xena regresó al presente cuando la voz de su bardo penetró por fin la fantasía que estaba creando en su imaginación. No tardó en darse cuenta de que tenía el pedernal y el puñal en la mano por una razón. —¿Xena? ¿Quieres que encienda el fuego? —repitió Gabrielle. Xena sonrió bastante cohibida, sabiendo que en su cara se debía de ver el sonrojo del deseo, y se volvió para prender la leña menuda. —Ya lo has hecho, amor mío... ya lo has hecho —replicó la guerrera con tono hambriento. Gabrielle se rió suavemente. —Pues date prisa o tendré que empezar sin ti —dijo con una sonrisa seductora y se metió chapoteando en el agua cálida. Los sentidos de la guerrera se vieron asaltados por la imagen visual de la bardo cumpliendo su amenaza y lo único que se oyó fue el golpeteo del pedernal al atacar con frenesí el acero, mientras la guerrera rezaba desesperada para que cayera un rayo del cielo. 2

—¿Sabes que ese monstruo ruge incluso cuando estás dormida? —le dijo Xena a la bardo. Las dos amantes yacían envueltas en las grandes y suaves toallas que la guerrera le había sacado a Hécuba. Xena se levantó de un salto para abrir la cesta de comida en cuanto oyó el rugido del estómago de Gabrielle, reprendiendo a su amante por no haber cenado. —Es que estaba demasiado nerviosa para comer... Ya sé que parece raro, pero a veces me ocurre —dijo—. Caray, ¿de dónde has sacado tanta comida? ¿Y a quién has convencido para que te haga esto? —preguntó Gabrielle, abriendo el paño donde estaban los pastelillos redondos con el relleno rojo de fruta que tanto le gustaban a su guerrera. —He ayudado a tu madre —dijo Xena, sin mirar a la bardo. —¿Que tú has ayudado a hacerlos? —preguntó la bardo con desconfianza. —Bueno, compré todos los ingredientes... eso es ayudar —dijo Xena, cogiendo uno de los pastelillos y metiéndoselo en la boca—. Y los hace casi tan bien como tú. No tanto, pero casi —terminó, ganándose un beso de su bardo. Cuando ambas mujeres hubieron comido y Xena echó unos cuantos leños más al fuego, se quitaron las toallas y se tumbaron desnudas la una en brazos de la otra, dejando que el calor del fuego mantuviera a raya el frío de la noche. —Esto es maravilloso, Xena... todo esto. Muchísimas gracias, amor —susurró Gabrielle. —No hay de qué, pero esto es sólo parte de tu sorpresa —dijo la guerrera con un tono seductor que rezumaba deseo. Xena abrazó a Gabrielle, pegando sus pechos a la carne lisa y musculosa de la espalda de la bardo. Notó que sus

pezones se deslizaban por la piel de su amante y que esos pequeños montes de carne se endurecían de excitación. Agarrando las caderas de la joven, la guerrera movió su sexo sobre el firme trasero de la bardo, haciendo gemir a su amante desde lo más profundo de la garganta. —¿No te dije que me las ibas a pagar? —susurró la guerrera, algo jadeante, en el oído de la bardo, recordando cómo la había tomado su bardo anteriormente. Xena estrechó a la joven con más fuerza y se puso a explorar el cuerpo de la bardo por delante con manos fuertes y posesivas. —¿Es esto lo que quieres, mi reina... que te tome tu guerrera? —Oh, dioses... ¡sí! —exclamó Gabrielle. —Dime, mi reina... ¿cómo te gustaría que te tomara? ¿Con fuerza y deprisa... te correrás para mí mientras mi mano se mueve dentro de ti? Xena metió la mano en los rizos del color de la miel y movió los dedos en la humedad de su amante, al tiempo que Gabrielle gemía y empujaba hacia atrás con las caderas pegándose a la guerrera. —¿O te gustaría que fuese lento y torturante, acariciándote apenas con la lengua hasta que me supliques el orgasmo? —Xena empujó a su vez a la joven con las caderas y su propia humedad causó una ligera fricción entre su centro y las nalgas de la bardo. —Ohhh —gimió Gabrielle indecisa. —¿Estás sin habla? —preguntó la guerrera—. Pues deja que te diga lo que te voy a hacer, mi reina. Te voy a tomar una y otra vez hasta que yo me quede satisfecha... como a mí me guste y como a mí me plazca. —Pegó con fuerza el

cuerpo de la bardo al suyo—. Luego te tomaré hasta que grites mi nombre sin parar. —Por los dioses. —El cuerpo entero de Gabrielle temblaba de placer mientras la guerrera continuaba pintando una imagen visual de lo que iba a traer la noche. Cuando Xena empezó a cumplir sus promesas, el último pensamiento coherente de la joven reina fue que la parte de su relación que tenía que ver con "desquitarse" estaba empezando a tener un gran éxito. —Jamás olvidaré este sitio —dijo Gabrielle, volviéndose para mirar el campamento que la guerrera y ella iban dejando atrás mientras cabalgaban a lomos de la yegua dorada. —Tendremos que venir a hacer una visita cada vez que pasemos por aquí —sonrió Xena, sintiendo el calor de los brazos de Gabrielle alrededor de su cintura. —Gracias, Xena... por todo —añadió, enarcando una ceja con aire sugestivo. —Creo que debería ser yo la que te diera a ti las gracias... además, no soy yo la que camina raro esta mañana —terminó con una ufana sonrisa de satisfacción. —¡Sí, pero toda esa irritación ha merecido la pena hasta el final! —replicó apasionadamente, besando a la guerrera en el cuello. Xena cerró los ojos un momento, reviviendo las pasiones de la noche. Ni en sus fantasías más eróticas había llegado a soñar siquiera que Gabrielle pudiera ser esta clase de amante: tan entusiasta y tan dispuesta a probar cualquier tipo nuevo de placer sensual. No había fantasía que Xena tuviera encerrada en la mente que su bardo no estuviera dispuesta a hacer realidad y no sólo por dar placer a su guerrera. Xena pensaba que tal vez lo más excitante de esta bella amante suya era el hecho de que, en el fondo, las fantasías y apetitos

sexuales de la joven reina podían competir con los de la Princesa Guerrera. Cabalgaron durante poco más de una marca y por fin llegaron a casa de los padres de Gabrielle. Lila estaba fuera del establo, con la cara bañada en lágrimas, abrazando estrechamente contra su cuerpo unas pequeñas bolsas y el estuche de pergaminos de Gabrielle. Ambas mujeres desmontaron rápidamente y corrieron hasta la aterrorizada muchacha. —He conseguido sacar todas tus cosas antes de que él pudiera cogerlas —dijo sollozando. —¿A quién te refieres... a padre? —preguntó Gabrielle. —Sí —contestó con voz trémula—. ¡Gabrielle, quería quemar tus pergaminos! —Eso es, los iba a quemar —dijo Herodoto con desprecio, saliendo del establo. —No pensé que el hecho de que nos fuéramos temprano anoche de la posada iba a causar problemas, padre —dijo Gabrielle con calma. —Ha causado más que problemas... ¡ha causado habladurías! ¡Anoche todos los borrachos de la taberna tenían algo que decir sobre ti y esa, esa... ramera de ahí! Los ojos de Gabrielle se transformaron en fuego verde y avanzó hacia su padre. Xena agarró a la joven por los hombros para impedir que se acercara más. Esa noche la guerrera vería los cardenales que sus dedos iban a dejar en los hombros de la bardo al agarrarla con tanta fuerza para evitar que se lanzara contra el hombre. —No merece la pena, Brie —le susurró Xena al oído. En cuanto oyó el tono tranquilizador de la voz de su amante, el genio de Gabrielle se empezó a calmar.

—Nos marchamos ahora mismo —le dijo a su padre, que se alejaba. Xena se puso a cargar sus pertenencias sobre Argo, descargando al mismo tiempo las cosas que le había pedido prestadas a Hécuba el día anterior. Gabrielle abrazó a Lila y le habló con tono apacible y bajo para tranquilizar a la asustada muchacha. —Lila, no quiero que tengas miedo. Como siempre, padre está enfadado conmigo, no contigo. Pero si alguna vez necesitas marcharte de aquí... si alguna vez tienes demasiado miedo de quedarte, siempre puedes acudir a las amazonas, ellas te protegerán. Sólo tienes que llegar a la frontera del territorio de las amazonas y preguntar por Eponin, ¿recuerdas que la has conocido? Ephiny es la regente, que gobierna mientras yo estoy fuera. Si alguna vez ocurre algo... — Gabrielle no quería asustar a su hermana con lo que pensaba que podía ocurrir, pero ¿y si su padre se volvía contra Lila como lo había hecho con ella? La muchacha necesitaba una forma de encontrar a su hermana—. Si alguna vez ocurre algo, busca a Ephiny o a Eponin y ellas sabrán cómo encontrarnos, ¿de acuerdo? —terminó Gabrielle. Lila asintió con la cabeza, sin saber qué circunstancias podrían darse para que ella tuviera que huir y buscar a las amazonas, pero sabía que ella no era ni por asomo tan valiente como su hermana y que se moriría de miedo si tuviera que huir de casa. Justo entonces Hécuba salió por la puerta de la cabaña, con un fardo envuelto en un paño. —Lo siento, Gabrielle... ya sabes cómo es —dijo la mujer mayor con tristeza, sin mencionar el nombre de Herodoto. —Tranquila, madre. No quería avergonzarte... —No, ni lo pienses siquiera. —La madre tocó con ternura la mejilla de su hija—. No has hecho nada de lo que tengas

que avergonzarte. Los hombres de los que hablaba tu padre eran dos borrachos a los que Delos echó anoche de la taberna. —Hécuba agarró a la joven de los hombros—. Todos los que oyeron tu historia anoche están orgullosísimos de ti... orgullosos de la persona en la que te has convertido... sobre todo yo. —¿Por qué siempre me ha odiado? —Gabrielle por fin dijo en voz alta lo que llevaba años atormentándola. —No eres tú, niña... es a quién ve cuando te mira. Perdóname, Gabrielle, pero no puedo decirte más... lo haría si pudiera. —No comprendo por qué eres tan críptica, madre. ¿Llegará alguna vez el momento en que me puedas decir de qué estás hablando? —preguntó Gabrielle. —Sí... ya buscaré la manera —dijo la mujer mayor con ternura, besando a su hija en la frente. Gabrielle acató los deseos de su madre, aunque un poco a regañadientes. —Cuida de tu guerrera, nunca encontrarás a otra como ella —dijo Hécuba cuando Xena se acercó y se puso detrás de la bardo—. Y Xena... cuida de esta pequeña. Te podrá sacar de quicio, eso seguro... Xena se echó a reír y Gabrielle se sonrojó al oír aquello. —...Pero te servirá de entrenamiento para cuando tengáis vuestros propios hijos. A Gabrielle le habría encantado tener un modo de preservar la expresión de Xena. A la guerrera se le pusieron los ojos como platos y una cara que era una mezcla de pánico y risa.

Los comentarios de Hécuba animaron el ambiente y luego se quedó mirando llorosa mientras su hija y su compañera se montaban en Argo y se alejaban cabalgando. —Aunque no hagas nada más... protégela —murmuró Hécuba en voz alta mientras regresaba a la casa. —¿Lista para hacer noche? —le preguntó Xena a la joven que caminaba a su lado. Al principio se preocupó cuando Gabrielle dijo que quería caminar. El atípico silencio de su joven amante siempre tendía a preocupar a la guerrera, pero esta vez sabía que Gabrielle estaba intentando procesar todo lo que había ocurrido esa mañana, así como el críptico mensaje de su madre. De modo que avanzó a paso lento a lomos de la yegua mientras Gabrielle caminaba a su lado a su paso natural. Gabrielle sabía que Xena se preocupaba cuando ella se quedaba callada, pero su guerrera parecía estar tomándoselo hoy con calma. La morena guerrera parecía un poco preocupada, por lo que de vez en cuando la bardo apoyaba la mano en la rodilla de la guerrera o le sonreía, para hacerle saber que agradecía el espacio que le estaba dando. Cuando Xena preguntó si estaba lista para acampar, sus pies le dijeron: "¡Por Gea, sí!" Hacía unas cuantas lunas que no viajaban así y la bardo pensaba que a su cuerpo le hacía falta un poco de tiempo para volver a ponerse en forma. Le dolía la espalda y le habría gustado estar otra vez en el manantial caliente que alimentaba el lago de Potedaia. —Más que lista. Xena advirtió que Gabrielle se estiraba y se frotaba los riñones y se dio cuenta con esa acción de cuál era el olor nuevo que percibía en Gabrielle. Sonrió porque seguramente la bardo misma todavía no lo sabía. Aparte de todo lo que había ocurrido esa mañana, probablemente el inusual silencio de la bardo también se debía a eso.

Xena desmontó y guió la marcha hacia el interior del bosque. Percibía la humedad fresca de un arroyo cercano y siguió sus instintos hasta que llegaron la cala de un ancho arroyo, cuya agua se recogía en un pequeño remanso rodeado de rocas y bosque. Gabrielle fue a orinar y descubrió sangre en la parte interna de los muslos. —¡Estupendo! Justo lo que me faltaba... supongo que eso explica los calambres y el dolor de espalda. Para cuando la bardo regresó, Xena ya había recogido leña y prácticamente había terminado de instalar el campamento. Por el rabillo del ojo, la guerrera vio que Gabrielle hurgaba en su zurrón en busca de un paño y del pequeño cinturón de cuero que se ponía la bardo debajo de la ropa interior en esta época de la luna. —Necesito un baño —dijo la bardo, sin invitar a la guerrera a unirse a ella. Xena no se ofendió y sonrió con cariño a su amante. Sentía un poco de compasión por la joven, cuyo ciclo era mucho peor de lo que había tenido que sufrir la guerrera en su vida. —Yo voy a cazar algo para cenar... tómate tu tiempo, amor —dijo Xena con ternura. Gabrielle estaba tumbada boca abajo sobre una gran roca plana, disfrutando de la sensación del sol del atardecer en la espalda. Sólo llevaba el delgado cinturón de cuero y el paño protector y su ropa y la vara estaban sobre las rocas a su lado. No paraba de dar vueltas a las palabras de su madre. No eres tú, niña... es a quién ve cuando te mira.

¿A quién podría ver salvo a mí? Justo entonces, una leve sensación se abrió paso en su cerebro. ¿Era real o sólo se había imaginado este recuerdo? —¡Te lo juro, Hécuba, un día le voy a partir el cuello! —Delos, baja la voz, que las niñas están echando la siesta. —Tiene dos hijas y ¡por los dioses, más vale que empiece a demostrarlo! Trata a la pequeña Gabrielle como yo no trataría ni a mi perro. —Ya lo sé, hermano... no sé qué más quiere... Estoy con él, ¿no? El fugaz recuerdo terminó tan bruscamente como había empezado y Gabrielle pensó que se debía de haber quedado dormida. Un sueño... sólo era eso. Se dio cuenta de que debía de estar haciéndose tarde y que Xena se preocuparía por ella, de modo que se vistió rápidamente y recorrió el corto trayecto de vuelta al campamento, mientras el extraño recuerdo le flotaba por la mente. Al entrar en el claro, Gabrielle vio a Xena echando trozos pequeños de conejo en una olla junto con algunas verduras silvestres. Ya había encendido una pequeña hoguera y había agua hirviendo en la tetera que usaban para hacer infusiones. —Me parece que me he entretenido... lo siento, Xe. —No te preocupes —sonrió la guerrera—. He ido a ver cómo estabas un par de veces y parecías dormida, así que he empezado sin ti —terminó con una sonrisa encantadora que dejó tan hechizada a la joven bardo que su mal humor se disipó. Vale, ¿por qué está siendo tan extraordinariamente amable?, se preguntó Gabrielle.

—Bueno, Brie... te toca. Lo he puesto todo en la olla como me has enseñado... ahora haz lo que tú sabes hacer y que yo nunca parezco capaz de aprender y que consigue que esto sea comestible —dijo la guerrera con humor. Gabrielle se echó a reír, se puso a espolvorear el guiso con una serie de hierbas y luego lo dejó al fuego sobre unas piedras. El aroma que salía de la olla era prueba de lo que decía la guerrera. Levantándose y volviéndose hacia su amante, Gabrielle recibió una humeante taza de infusión que olía a menta y frambuesa. —¿Cómo lo sabías? —preguntó, pues la indicación era que se trataba de la infusión que su amante le hacía siempre durante los ciclos dolorosos. —Te conozco —contestó Xena, llevando a la joven al petate que había preparado. La silla de Argo estaba colocada apoyada en un tronco caído, con un par de mantas encima como cojín. Había echado el petate por encima para que Gabrielle tuviera un almohadón en el que apoyar la espalda. Xena acomodó a la joven en el petate y dejó que la bardo se bebiera la infusión. La guerrera se levantó y fue rápidamente al fuego, donde echó agua caliente de la tetera en un odre de agua vacío. Asegurándose de que no estuviera demasiado caliente, llevó el objeto al petate y dejó que la bardo se acurrucara alrededor del calor. Se puso a frotar la espalda de la joven haciendo pequeños círculos, dejando que la bardo se apoyara en ella al mismo tiempo. —Qué gusto me da eso... y esto sabe muy bien, gracias, Xe —terminó, indicando la taza caliente de infusión. —Lleva algo para aliviarte la espalda y los dolores — contestó la guerrera. —Pero me va a dar sueño, ¿verdad? —preguntó Gabrielle.

—Efectivamente —dijo Xena mientras arropaba la figura ya soñolienta de su amante con una manta—. Échate una siestecita y para cuando el guiso esté hecho, te encontrarás mucho mejor. ¿Quieres que me tumbe un ratito contigo? Gabrielle asintió adormilada y se sintió envuelta en el reconfortante calor de su guerrera, cuya mano masajeaba ahora el dolorido abdomen de la bardo. A Xena le encantaba en secreto la sensación de tener a la bardo en sus brazos de esta manera, y no pudo evitar sonreír al ver la cara de "niña pequeña" que tenía su amante. A veces Gabrielle intentaba soportar en silencio el dolor físico y Xena nunca se animaba a confesarle a la joven que de esta forma se sentía útil y necesitada. A la guerrera le costaba describir la sensación con palabras, incluso para sí misma. Tenía tan poco que ofrecer a la mujer que amaba, en términos físicos. Sin embargo, sí que sabía hacer cosas, y si esas cosas suponían la más mínima comodidad para Gabrielle, en eso era en lo que encontraba placer el corazón de la guerrera. Cuando Xena se encontraba enferma o molesta, quería hacer un agujero y escapar de la humanidad. Gabrielle había aprendido a no acercarse demasiado en esas ocasiones, porque la guerrera le ladraba a la menor señal de consuelo. Gabrielle, sin embargo, necesitaba mimos. Xena se apoyó en la silla y se relajó con la agradable sensación de la espalda de Gabrielle pegada a su pecho. Hundió la cara en el pelo de la bardo y aspiró profundamente. Sus sentidos eran sobrenaturales comparados con los del común de los mortales. Tanto si se debían al entrenamiento, al igual que sus habilidades de guerrera, como si eran un regalo de los dioses al nacer, Xena los aprovechaba al máximo. Sintió que algo se agitaba en su corazón al aspirar el característico olor de su amante, junto con el olor dulce y metálico de la sangre que llevaría encima durante los próximos días. La bardo se quedó dormida rápidamente en los reconfortantes brazos de Xena, mientras la guerrera la mecía

suavemente y le susurraba tiernas palabras de amor y consuelo. —Hola, dormilona... ¿tienes hambre? —preguntó Xena cuando vio que Gabrielle se estiraba y bostezaba. —Pues sí —asintió la bardo—. Qué bien huele eso — continuó cuando Xena depositó un pequeño cuenco de madera delante de ella, y Gabrielle acarició con cariño el brazo de la guerrera—. Me encuentro mucho mejor, gracias. La guerrera sonrió como respuesta. —Tu madre hasta nos ha dado el postre —dijo, desenvolviendo el pequeño fardo tapado con un paño que les había preparado Hécuba. Dentro había una hogaza de pan de nueces y los pequeños pastelillos redondos que tanto le gustaban a la guerrera. La mención a su madre hizo fruncir el ceño a la bardo y recordó el sueño que había tenido antes. Cuando terminaron de comer en silencio, Xena limpió los platos, regresó para echar más leños al fuego y se sentó en el petate, al lado de Gabrielle. —¿Un guerrera.

dinar

por

tus

pensamientos?

—bromeó

la

—He estado pensando en lo que me dijo hoy mi madre. —La bardo apartó la mirada de los ojos de Xena y se puso a jugar distraída con un mechón de su pelo. —Eso me parecía a mí. —Xe, ¿qué crees que quería decir? —preguntó Gabrielle. Xena se había preparado para esta pregunta. No iba a mentir a su compañera, pero temía el desajuste emocional que podría acarrearle a la bardo si la intuición de Xena resultaba ser cierta. También sabía que Gabrielle era una

mujer inteligente y que había aprendido a leer muy bien a las personas. —¿Por qué no me dices tú primero lo que piensas sobre todo esto? —replicó la guerrera. —No creo que Herodoto sea mi padre —afirmó la bardo tajantemente. Xena se quedó atónita por un instante ante la declaración de la bardo. Había pensado que Gabrielle evitaría el tema o le daría muchas vueltas antes de llegar a esta conclusión. Era evidente que la bardo lo había estado pensando. Sin embargo, Xena tenía que reconocer que ésta era la misma conclusión a la que había llegado ella. —Creo que eso explicaría unas cuantas cosas —dijo vacilante, poniendo la mano en la rodilla de Gabrielle, simplemente para darle consuelo con el contacto. —Como por qué no me parezco nada ni a él ni a Lila... esa sensación de ser siempre distinta... por qué me odia tanto... —La bardo se quedó callada. —O... —Xena alargó la palabra, colocando un dedo delicado bajo la barbilla de la bardo para levantarle la cabeza hasta que se miraron a los ojos—. Las dos nos podríamos estar dejando llevar por nuestra imaginación y nuestras emociones. Podríamos estar sacando todo esto de quicio. Herodoto podría ser tu padre y sólo está furioso porque ha perdido a su hija mayor por lo que él cree que es una señora de la guerra asesina. Brie, las dos hemos visto padres naturales que tratan a sus hijos aún peor. Sólo quiero que estés abierta a todas las posibilidades que expliquen su conducta. —¿Y lo que dijo mi madre... que se trata de a quién ve cuando me mira? ¿A quién ve... a mi verdadero padre?

—Vale, ahora voy a hacer de defensora de Herodoto. A lo mejor se refiere a que me ve a mí... seguro que piensa que te tengo hechizada y que eres esclava mía y de mis deseos de señora de la guerra. Eso enfurecería a cualquier padre. —Pero hay un fallo en esa teoría, Xe. Mi padre me ha tratado así toda la vida. —Unas lágrimas ardientes empezaron a resbalar por las mejillas de la bardo, cayendo silenciosas en su regazo. —Oh, Brie. —La guerrera abrazó tiernamente a la llorosa bardo—. ¿Por qué nunca me has contado nada de esto? —Supongo que me sentía demasiado avergonzada... no quería reconocérmelo ni siquiera a mí misma, pero ahora todas las piezas parecen encajar demasiado bien para que no sea la verdad. —Comprendo cómo te sientes, amor. Pero no tienes motivos para sentirte avergonzada delante de mí... recuerda que mi padre intentó matarme cuando era niña. Las dos mujeres se quedaron así sentadas hasta que un leño chisporroteó al romperse en el fuego y soltó chispas que salieron volando por la oscuridad del cielo nocturno. —Esta tarde tuve un sueño rarísimo cuando estaba en el estanque, Xe —dijo Gabrielle iniciando de nuevo la conversación—. No sé si es algo que me he inventado o si era real. Yo tenía tal vez cinco o seis años y recordaba a mi madre y mi tío Delos discutiendo. Gabrielle le contó a Xena el sueño, que la bardo estaba cada vez más convencida de que era un recuerdo, y de nuevo las dos se quedaron en silencio. —No creo que sea una coincidencia, Xe... no creo que sea mi padre... y tú tampoco lo crees, ¿verdad?

—No, amor... no lo creo —dijo la guerrera suavemente, envolviendo a su amante en sus fuertes brazos y maldiciendo su incapacidad para evitarle este dolor a su bardo. Y entonces, al abrazar a Gabrielle, se sintió atravesada por una punzada de posesividad y quiso que esta mujer que tenía en sus brazos supiera que siempre estaría allí, no sólo ahora, sino para siempre. Quería que la bardo supiera que no deseaba a otra... que jamás querría, jamás podría... estar con otra; que parte del corazón y el alma de la bardo había quedado plantada en el interior de la guerrera. Fue entonces cuando la guerrera se puso a pensar en una forma. ¿Cómo se le demuestra a la mujer que se ama todo lo que se lleva en el corazón? Cásate con ella. —Ya veo que hoy te encuentras mejor —dijo la guerrera desde su caballo. —Me encuentro genial —contestó Gabrielle, manteniendo el paso rápido que la guerrera había dejado que marcara su compañera—. ¿Qué le has puesto a esa infusión? —Secreto profesional, mi amor. Podría decírtelo, pero luego tendría que matarte —comentó, bajando la voz una octava—. Pero tómatelo con calma, Brie... No quiero tener que llevarte en brazos hasta Anfípolis. —Vale, intentaré no excederme. Por supuesto, calculo que estaremos en la posada hacia, bueno, creo que hacia la hora de cenar... y tal y como cocina tu madre... —Dejó la idea en suspenso. Xena soltó una sonora carcajada y desmontó y cogió las riendas de Argo para caminar al lado de la bardo. —Si alguna vez vuelves a acusarme de pensar únicamente con cierta parte de mi anatomía —enarcó las cejas con aire sugestivo—, te recordaré lo que acabas de

decir —terminó la guerrera, clavando el dedo ligeramente en el estómago desnudo de su amante. Ambas mujeres se echaron a reír y la guerrera observó el rostro de Gabrielle por si veía alguna señal de depresión. Con gran alegría por su parte, la bardo parecía haber asimilado las revelaciones de la noche anterior. La joven había reconocido por fin, antes de que el sueño se apoderara de ambas la noche antes, que casi se sentía mejor al saber que no era nada que ella hubiera hecho lo que hacía que Herodoto la tratara como lo había hecho durante tantos años. —¿Gabrielle? —La mujer mayor sonrió a la joven bardo y se apresuró a darle un afectuoso abrazo—. ¿Dónde está Xena? —Hola, Cirene. Tu hija está acomodando a Argo en la cuadra... no tardará en venir. —Gabrielle sonrió a su vez a la madre de su amante. Cirene era uno de los pocos parientes, entre los que tenía ella y los que tenía Xena, que la bardo se esperaba que recibiera bien su noticia. Además, Gabrielle quería de verdad a esta mujer que le recordaba tanto a su guerrera. Era fácil ver de dónde habían salido la ética del trabajo duro, el honor y la integridad de Xena. Cirene dio un beso a la joven en la mejilla y un abrazo que normalmente reservaba para su hija, pero Gabrielle había llegado a ser una hija para ella y quería a esta joven que le había robado por completo el corazón a su hija. Ojalá Xena viera lo que ven otros y así sabría cuánto la quiere esta joven. Había algo distinto en los ojos de la bardo, o tal vez era su porte, pero Cirene supo que algo había cambiado. Era como si Gabrielle pareciera mayor, sin haber envejecido de verdad. Más madura. Fue entonces cuando la posadera advirtió el colgante que rodeaba el cuello de la bardo. La forma de cada corazón era idéntica a la armadura del peto de Xena y al mirarlo más atentamente, los dos corazones se unían formando una X.

—Por fin te lo ha dicho —exclamó Cirene, sujetando el colgante entre los dedos. La sonrisa de Gabrielle, unida a la luz que chispeaba en sus ojos, fue todo lo que necesitó la posadera. Unos segundos después, cuando Xena entró por fin por la puerta, su madre estuvo a punto de tirarla al suelo con un fuerte abrazo. La guerrera, que en el pasado siempre se había sentido un poco incómoda con las muestras de afecto en público, sorprendió a su madre por completo al devolverle el abrazo. Xena miró a su bardo por encima del hombro de su madre con ojos interrogantes. Gabrielle le devolvió la mirada, encogiéndose de hombros y levantando las manos como para decir,¡Yo no he dicho nada y no tengo ni idea de por qué se comporta así! —Bueno... yo también me alegro de verte, mamá —dijo la guerrera un poco titubeante, con media sonrisa. —Por fin lo has hecho... ¡por fin le has dicho que la quieres! —dijo Cirene, sin dejar de abrazarla. Los clientes que estaban en la taberna empezaron a volverse para ver por qué estaba tan contenta la posadera. Fue entonces cuando Xena advirtió que había gente mirando a la gran guerrera con los ojos desorbitados y echándole luego el ojo a la joven bardo. Cuanto más se entusiasmaba su madre, más coloradas se le ponían las mejillas a la guerrera. —¿Tengo razón... se lo has dicho? —continuó Cirene de modo que todo el mundo la oyó. —Sí, mamá... se lo he dicho —dijo Xena, bajando la voz y soltándose de la mujer mayor—. ¿Podemos no comunicárselo a toda la taberna?

—¿Entonces por qué te pones toda colorada? No me digas que te ha rechazado —preguntó Cirene con aire inocente. Gabrielle estaba disfrutando de lo lindo del espectáculo. Nunca había visto a la Princesa Guerrera tan azorada o cohibida como lo estaba en esos precisos instantes. La bardo estuvo a punto de estallar en carcajadas al ver el apuro de su amante. Nadie es capaz de humillar a un hijo mejor que una madre, y aunque era una temible guerrera, Xena seguía siendo una niña para Cirene. —No, no me ha rechazado —contestó Xena. —¡Por los dioses, Xena, no me digas que todavía no habéis consumado la relación! —exclamó su madre, atónita. —¡Madre! Gabrielle estuvo a punto de tener un ataque de risa con ese comentario y porque ahora Xena tenía la cara como un tomate. A la joven le faltaba un segundo para echarse a reír a carcajadas por el apuro de su amante y en ese momento la morena guerrera se fijó en su bardo. Xena se sentía muy incómoda en esos momentos. Ya lo estaba pasando bastante mal por el hecho de que su madre estuviera informando a toda la taberna de su recién estrenada relación y la verdad era que no tenía la menor gana de ponerse a hablar de su vida sexual con su propia madre, pero cuando Xena miró y vio a su bardo sonriendo de oreja a oreja ante su situación, supo que había llegado el momento de contraatacar. —Ga-bri-elle... —dijo la guerrera alargando el nombre. La bardo conocía esa expresión que había en los ojos de su amante y se tapó la boca con la mano para evitar estallar en carcajadas.

—Gabrielle, por la diosa te lo digo, como te rías... como estés aunque sólo sea sonriendo debajo de esa mano, ¡te cojo y te tiro al abrevadero de los caballos! La bardo estaba librando una batalla perdida y lo sabía, aunque iba aguantando con valor, pero en ese momento un hombre gritó desde el mostrador: —¿Qué se ha consumado? Gabrielle estuvo a punto de caerse al suelo del ataque de risa que le dio. —Vale, se acabó —dijo Xena, y agarró rápidamente a la joven, se la echó al hombro y se dirigió a la puerta. —¡Xena! —gritó Gabrielle. Un hombre muy grande entró en la posada justo cuando Xena llegaba a la puerta. Su pelo oscuro y sus ojos azules eran inconfundibles, y sonrió ampliamente a su hermana y al pequeño fardo que se debatía en sus garras. —Xena... si has estado pescando, te has olvidado de echar a ésta otra vez al río... ¡es tan pequeña que no merece la pena quedársela! —¡Toris! —vociferó Gabrielle. El hermano de Xena siguió riéndose a carcajadas por el apuro de la joven bardo. —Xena —suplicó Gabrielle—. Por favor, bájame. —¿Ya has pasado suficiente vergüenza? —¡Sí! La guerrera se pasó a la mujer por encima del hombro y la atrapó en un abrazo antes de que sus pies tocaran el suelo.

—Bien... estamos en paz —terminó, besando a su amante en la punta de la nariz y sonriéndole. Gabrielle le dio un manotazo en broma a la guerrera en el brazo y le hizo lo mismo a Toris, que seguía mirando a la pareja con un poco de envidia. —A ver, niños... —dijo Cirene y los tres le sonrieron con aire culpable. Pero la mujer mayor no pudo seguir fingiendo severidad y les sonrió a su vez—. Sé que vosotras dos debéis de tener hambre... ahora mismo os traigo algo de comer — dijo, y su voz se perdió en la cocina. Xena y Gabrielle habían llegado a la posada más tarde de lo que esperaban y sus sueños de disfrutar de una comida caliente murieron al ver a los pocos clientes que quedaban bebiendo en la taberna. Sin embargo, las dos mujeres sonrieron encantadas cuando Cirene les trajo unos platos llenos de comida humeante y jarras de cerveza. —Ya he mandado a Mellie a que prepare tu habitación, Xena... Toris, ocúpate de las alforjas de las chicas, querido — dijo Cirene mientras las mujeres atacaban la comida. —Lo podemos hacer nosotras, Toris... no te molestes — le dijo Xena a su hermano. —No es molestia, yo ya me iba a la cama, así que aprovecho para subirlas. —Dio un abrazo a las tres mujeres y subió con las alforjas por las escaleras que llevaban a la parte trasera de la posada. Xena estaba despatarrada en el banco con las piernas en alto y una jarra de oporto en la mano. Miraba con los ojos medio cerrados mientras su amante y su madre se dedicaban a esa clase de charla intrascendente que a la guerrera se le daba tan mal. Sentía un calor delicioso que le invadía el cuerpo y sabía que en parte se debía a que éste era su hogar. Le resultaba bastante reconfortante estar en la posada donde

Liceus, Toris y ella habían crecido y jugado. Notó que sus reflejos empezaban a relajarse un poco. —Bueno, ¿y cuándo puedo asistir a una boda? — preguntó Cirene sin andarse por las ramas. Los ojos de Xena se abrieron de golpe y miró inmediatamente a Gabrielle para calibrar la reacción de su bardo ante la pregunta. La joven se sonrojó ligeramente, pero no dijo ni una palabra. Gabrielle bostezó profundamente y se levantó de la mesa con una dulce sonrisa. —Me... mm, me voy a la cama. Espero que no os importe, pero estoy cansadísima —dijo, y la verdad de lo que decía era evidente por el cansancio que se advertía en su rostro. La joven abrazó a Cirene y le deseó buenas noches y luego apretó el hombro de su guerrera al pasar. Xena alargó la mano para coger la de la joven y rozó ligeramente con los labios el dorso de los dedos de la bardo. —Subo dentro de nada, amor —dijo Xena cuando su bardo sonrió y se agachó para besar a la guerrera en la sien. La guerrera cerró los ojos y en su cara apareció una expresión de deleite por la tierna caricia de la bardo. Cirene se quedó atónita al ver la reacción de su hija ante el gesto cariñoso de Gabrielle. Le sorprendió que Xena permitiera a la joven tocarla delante de ella y se quedó aún más pasmada al ver la expresión de deleite absoluto de la guerrera. Cuando Gabrielle se marchó, Cirene miró preocupada a su hija. —He metido la pata, ¿verdad? —Todavía no le he pedido a Gabrielle que se case conmigo, madre —dijo Xena sin levantar la mirada.

—Dulce Artemisa, jovencita, ¿pero a qué estás esperando? Las mujeres como esa muchacha de ahí arriba sólo aparecen una vez en la vida, Xena. Yo que tú... Xena alzó una mano para interrumpir la arenga de su madre. —He dicho todavía, mamá —sonrió—. En realidad, anoche decidí que se lo iba a pedir, pero es un poco más complicado de lo que te pueda parecer. Gabrielle es reina de la Nación Amazona. No puedo echármela al hombro sin más y llevármela. Tengo que pedir permiso a la tribu para casarme con su reina y luego tengo que hacerle a Gabrielle una petición formal. Todo ello tiene que ser presenciado por una ronda de amazonas. Y luego está el tema de que puede que Gabrielle ni siquiera desee casarse conmigo. —Esto último lo dijo sin querer plantearse la mera posibilidad, pero era algo a tener en cuenta. Gabrielle podía quererla, ¿pero realmente querría comprometerse de por vida con una guerrera? —Y luego últimamente han ocurrido muchas cosas en la vida de Gabrielle y no sé si en estos momentos va a querer tomar una decisión como ésta. —Xena pasó a explicar con voz apagada todo lo que les había pasado en Potedaia, incluidas las sospechas sobre Herodoto. —Qué chica tan increíble —dijo Cirene—. Me siento orgullosa de que forme parte de nuestra familia. —La mujer mayor puso una mano cariñosa sobre la mano grande y callosa de su única hija—. Bueno, ¿cuántas amazonas constituyen una ronda? —le preguntó Cirene a su hija con una sonrisa. —Cuarenta —contestó la guerrera—. Pero tengo un plan. Voy a necesitar tu ayuda. Mañana le escribiré un mensaje a Ephiny explicándoselo todo. Deberían tardar una semana como mucho en llegar aquí. Si puedes enviar a alguien del pueblo para que entregue la carta por mí, todo arreglado — dijo con una sonrisa radiante.

—No sé quién tiene más suerte... tú o Gabrielle — contestó Cirene. —Bienvenida a mi mundo. —Gabrielle sonrió sarcástica a Cirene cuando Xena cruzó bruscamente la cocina, pasando ante las dos mujeres, y salió por la puerta. La guerrera apenas le había gruñido unas palabras a Gabrielle antes de marcharse—. A veces se pone así —dijo la bardo, tratando de tranquilizar a la mujer de más edad, aunque ella misma estaba un poco extrañada por el humor de su amante, que en los últimos días había ido empeorando cada vez más. La mujer mayor echó un puñado de harina en la tabla de madera donde estaba a punto de poner la masa. Gabrielle estaba a su lado, haciendo lo mismo. La bardo disfrutaba de los días que estaba pasando en la posada con la familia de Xena. Aceptaban y querían a la amante de su hija, y Gabrielle deseaba poder sentirse tan cómoda con su propia madre como con la mujer que ahora estaba a su lado. Llevaban diez días en Anfípolis, y tanto Xena como Gabrielle estaban encantadas de ayudar a Cirene en la posada. Xena le había pedido prestados a su hermano una camisa y unos pantalones y se dedicaba a ayudar a su hermano a terminar de añadir más habitaciones para la posada. Gabrielle se sentía en su elemento y ayudaba a Cirene en la cocina durante el día, trasladándose a la taberna para contar historias por la noche. El negocio de Cirene siempre se animaba cuando Gabrielle estaba en el pueblo. Era una bardo excepcional, y hasta la gente que normalmente no frecuentaba la taberna se pasaba por allí para oír sus historias. Cada noche los clientes le daban dinares como muestra de aprecio y cada noche ella intentaba dárselos a Cirene. Como la posadera se negaba a aceptarlos, la bardo sabía perfectamente en qué se iba a gastar el dinero extra. Buscó por el pueblo hasta que encontró a un platero y usó el dinero para un comprar su regalo.

—¿Cómo es posible que le aguantes eso, Gabrielle? — preguntó Cirene, trayendo a la bardo de vuelta al presente. Gabrielle le dedicó una de sus habituales sonrisas de "con calma" y respondió: —Algunos días son mejores que otros. Y ya casi nunca se comporta así: tendrías que haberla visto cuando empezamos a viajar juntas. En aquel entonces, si lograba que dijese una frase completa en un día, me sentía feliz. Gabrielle se levantó soplando un mechón de pelo de la frente y se lo apartó con el brazo. Se dejó una pequeña mancha de harina en la mejilla y estiró los músculos que habían empezado a dolerle por las horas que llevaba amasando el pan. Examinó su propia alma y sonrió por el viaje que había emprendido su corazón hasta alcanzar el amor incondicional que ahora sentía por su guerrera. Un golpe en la puerta de la cocina interrumpió la conversación por el momento. Cirene se limpió las manos y abrió la puerta de madera, esperándose encontrar a algún repartidor. En cambio vio a un chico del taller del platero con un pequeño paquete. —Buenos días, señora. Calas me ha pedido que le traiga esto a la joven señora —dijo, indicando a Gabrielle y ofreciéndole el paquete. —Oh, maravilloso —exclamó Gabrielle, sonriendo—. Cirene, ¿lo coges por mí? Tengo las manos pringosas. La mujer mayor cogió el paquetito y le dio al chiquillo un pastel, despidiendo al encantado muchacho. —¿Qué es? —preguntó Cirene. —Un regalo para Xe... ¿lo abres, para que pueda verlo? —dijo la bardo, limpiándose los dedos de la masa pegajosa en un cubo de agua limpia.

Gabrielle se puso al lado de Cirene secándose las manos mientras la mujer mayor abría el envoltorio de cuero. —Oh, Gabrielle... ¡es precioso! —reconoció Cirene. El colgante tenía un diseño que se había inventado la bardo al intentar crear algo tan único y especial como lo que le había regalado Xena. Tenía que indicar que era literalmente parte de Gabrielle, pero también tenía que ser un símbolo de sus vidas compartidas. Por fin había dado con un artesano dispuesto a trabajar con ella y el producto final era más de lo que podría haber esperado. El colgante era de plata y pendía de una cadena más gruesa que la que llevaba Gabrielle. La inicial de la bardo iba en el centro y dicha letra G estaba hecha imitando los adornos de la armadura de Xena. Encima de la inicial había una pluma, pero no la típica pluma de escribir que usaba Gabrielle todos los días. Esta pluma era casi igual: acababa en punta, pero en lugar de ser una punta para recoger tinta, era la empuñadura de una espada. Era una pluma que era una espada. Para la bardo, aquello indicaba que la guerrera y la bardo eran una sola persona. —Cirene, ¿lo podrías guardar por mí? Si Xena intuye siquiera que le estoy ocultando algo, se va a poner como una niña en la víspera del Solsticio. La paciencia no es precisamente una de sus numerosas habilidades, ¿sabes? La madre de la guerrera se echó a reír, comprendiendo que, en algunos sentidos, la edad adulta había cambiado muy poco a su hija. Se metió el paquete cuidadosamente envuelto en la faltriquera que llevaba en la cintura y le dio una palmadita. —Aquí estará a salvo de ojos curiosos —dijo. El mal humor de Xena se estaba manifestando de la peor manera posible. Había enviado un mensaje a Ephiny al

día siguiente de llegar a Anfípolis, comunicándole su deseo de unirse a Gabrielle y solicitando la ayuda de la regente. Tres días después, llegó un jinete a la posada con un mensaje para Xena de parte de la Nación Amazona. Xena reconoció el sello de Ephiny y abrió el pergamino para encontrarse un mensaje corto, pero esperanzador. ¿Así que el viejo árbol que se alza solitario en el bosque ha caído por fin? ¡Llevo años esperando a que griten "leña va" por ti! Puede que tarde un poco más de una semana en prepararlo todo aquí. Voy a ir yo también... ¡no me perdería la cara de Gabrielle por nada del mundo! Ephiny Hacía ya casi siete días que había recibido el mensaje de Ephiny y todavía no había señales de las amazonas. Cuanto más tiempo pasaba, más nerviosa se ponía Xena, hasta que empezó a pagarlo con todo el que la rodeaba, incluida Gabrielle. Esto es genial. Para cuando lleguen y le pueda pedir que se case conmigo, ¡tendré suerte si aún me dirige la palabra! Justo entonces sus oídos captaron un ruido como el roce de una bota en la tierra. La guerrera sonrió de oreja a oreja y se cruzó de brazos. —¡Ya era hora de que llegarais! —¿Sabes cuánto detesto que seas capaz de hacer eso? —bufó la voz de Ephiny. Las dos mujeres se estrecharon el antebrazo como gesto de amistad.

—He entrado yo sola en el pueblo —susurró la regente —. He traído a cuarenta y cinco de las mejores guerreras de la Nación Amazona... unas cuantas de más para que nadie se ponga a chillar por el protocolo. Están acampadas en el siguiente valle... Bueno, ¿cuál es el plan, Princesa Guerrera? —¿El plan? —preguntó Xena—. La verdad es que mi plan era sólo conseguir que vinierais... Pensaba que tú podrías... ya sabes, darme alguna idea cuando llegaras —terminó con una sonrisa algo tímida. —Pues da la casualidad de que sí. —La regente sonrió y pasó a compartir su idea con la guerrera. Cirene estaba enseñándole a Gabrielle cómo glasear los pasteles que había hecho justo cuando Xena entró en la cocina. —Hola —dijo la guerrera nerviosa, empezando a perder un poco de valor. —Hola —dijeron las dos mujeres a la vez, sin poder apartar la vista de su trabajo. Xena fue hasta su madre, se detuvo al lado de Gabrielle y rápidamente le dio un beso a la mujer mayor en la cabeza. Cirene miró a su hija y luego a Gabrielle, que había terminado el glaseado y estaba mirando a la guerrera. —Eso quiere decir: "Lo siento, madre, ya no voy a estar tan gruñona". —Gabrielle le explicó el beso de Xena a Cirene. Los ojos de Xena se movieron nerviosos por la estancia buscando una vía de escape, al tiempo que se le empezaban a poner las orejas coloradas bajo la mirada de su madre. —Sí... eso mismo —reconoció la guerrera algo cortada—. Mm, mamá... me pregunto si podrías... quiero... —Xena miró a

su madre, intentando comunicarle con los ojos su necesidad de estar a solas con Gabrielle. —Oh... —dijo Cirene—. Acabo de recordar que tengo una cosa urgente que hacer —terminó con una sonrisa e inmediatamente salió por la puerta de la cocina. —Oye, ¿estás haciendo pan o bañándote en harina? — bromeó la guerrera al ver la harina que manchaba la mejilla de la bardo. Gabrielle sonrió y se puso de puntillas para rozar suavemente los labios de la alta guerrera con los suyos. Xena cogió tiernamente la cara de la bella mujer entre las manos, limpiándole la mancha de harina. —Brie, siento haber estado tan insoportable estos últimos días. Me gustaría compensarte si me dejas. Gabrielle enarcó una ceja con aire sugestivo, pensando rápidamente en todas las formas en que le gustaría que la compensara su guerrera. —Bueno, eso también —dijo la guerrera con voz seductora—, pero estaba pensando más bien en una merienda... ¿las dos solas? Me gustaría llevarte al lago... el que tiene esa cascada de la que te he hablado. Los ojos de Gabrielle se iluminaron. —Vaya, guerrera... ¿me estás pidiendo que salga contigo? —bromeó Gabrielle. Xena cogió la mano de Gabrielle y se llevó los dedos a los labios, notando restos del dulce glaseado de miel en los dedos de la bardo. La guerrera se llevó el dedo índice de la bardo a los labios y sacó la punta de la lengua para lamer ligeramente el pegajoso dedo. Su boca cálida envolvió la punta del dedo y, moviendo la lengua delicadamente, se puso a chupar despacio, acto que la bardo sintió al instante entre

las piernas. Xena cerró los ojos, respirando profundamente, con la boca llena de repente del sabor de su bardo y la dulce miel. —Sí —susurró la guerrera al responder, aflojando de mala gana la lengua con que sujetaba el dedo de la bardo. —¿Eh? —preguntó Gabrielle, confusa por un momento, con la cara acalorada de repentino deseo. —La respuesta a tu pregunta... es que sí —repitió Xena. —Oh, dioses —dijo Gabrielle sin aliento—. ¿Cuál era la pregunta? —Es precioso, Xe... ¿de verdad que Liceus y tú os tirabais al agua desde ahí? —La bardo señaló, indicando la alta cascada que caía sobre las rocas y las plantas para derramarse en el lago de debajo. —Sí. Pero entonces yo estaba mucho más en forma. —¿Ah, sí? ¿Quieres decir...? —dijo Gabrielle con tono de guasa mientras Xena la bajaba con cuidado de Argo y el cuerpo de la bardo se pegaba al de la guerrera—. ¿Que este cuerpo realmente estaba mejor en otra época? Las comisuras de los labios de la guerrera se curvaron hacia arriba y sus ojos se estrecharon ligeramente. —Con la edad llega la experiencia y con la experiencia... una sabe hacer más cosas —dijo, pasando la lengua por la oreja de la bardo. Gabrielle se estremeció al sentir la cálida humedad. —Si aprendes a hacer más cosas, vas a acabar conmigo. Ambas mujeres se rieron por lo bajo mientras se separaban de mala gana.

—Está empezando a hacer un poco de fresco, ¿qué te parece si tú vas a buscar leña y yo preparo la cena... y cualquier otra cosa que podamos necesitar? —terminó con una sonrisa incitadora. Gabrielle se alejó entre los árboles y Xena se volvió hacia la yegua y se puso a descargar los paquetes que habían metido en las alforjas. La guerrera sabía que su bardo tenía hambre y que seguramente querría comer enseguida, pero Xena todavía estaba intentando que su estómago dejara de dar saltos. La merienda, que era una forma de estar a solas con su bardo, era auténtica, pero también era un truco para sacarla del pueblo. Las amazonas entrarían en Anfípolis y se instalarían en el extremo norte del pueblo. Cuando Xena estuviera preparada para empezar la ceremonia, se solicitaría la presencia de Gabrielle, diciendo que alguien que acudía con una petición rogaba una audiencia con la reina de las amazonas. Ése era el momento en que la guerrera calculaba que seguramente le vomitaría a alguien en las botas. No era que no quisiera unirse a Gabrielle. Sabía que amaba profundamente a la bardo y que nunca encontraría a otra persona que pudiera ocupar el puesto de la joven en su corazón. Era simplemente que en todo esto estaban todos los elementos que le revolvían el estómago a Xena: un gentío, hablar delante de un gentío y, sobre todo, desnudar su alma ante un gentío. La guerrera se quitó de encima las preocupaciones y se puso de nuevo a vaciar las alforjas de sus tesoros. Oyó unos roces detrás de ella. —Qué rapidez —sonrió, sin volverse todavía hacia su bardo. La bardo no dijo ni una palabra. —¿Brie? —dijo Xena, volviéndose hacia su amante.

A Xena se le congeló la sangre al ver lo que tenía delante. Una guerrera alta, de rasgos angulosos enmarcados por el corto pelo rubio, le tapaba la boca a Gabrielle con la mano y los ojos de la bardo estaban desorbitados de miedo. Con la otra mano la guerrera tenía metida la punta de una daga tipo estilete justo dentro de la oreja de la bardo. Tanto la desconocida como Xena sabían que la bardo podría sobrevivir a un corte en la garganta, si su guerrera lograba alcanzarla a tiempo, pero la joven reina jamás sobreviviría si la daga se clavaba en su oído, destrozándole el cerebro. El dedo de Xena se agitó ligeramente sobre el metal de su chakram y sus ojos recorrieron los alrededores y vieron hombres armados entre los árboles. Irguiéndose cuan alta era, con los ojos de un pálido azul, su voz sonó cortante y fría como el hielo al hablar. —¡Suéltala o te arranco ese asco de corazón que tienes, zorra patética! Gabrielle notó que la mujer que tenía detrás se encogía ligeramente al oír el tono de la guerrera y la propia bardo sintió un escalofrío por el cuerpo por el timbre de la voz de su guerrera. —Vaya, Xena... ¿ni siquiera me vas a presentar a tu amiguita? ¿O es tu amante... esposa... esclava? —Escupió esta última palabra, sacudiendo a la mujer menuda que tenía entre los brazos y aferrando la daga con más fuerza—. Quítate las armas y la armadura, Xena —ordenó la rubia. Xena siguió mirando fijamente a la mujer, sin hacer ademán de quitarse las armas. —¡Hazlo! —gritó la rubia—. ¿Te crees que voy de coña? —La rubia pasó rápidamente la mano de la boca de Gabrielle a su garganta, rodeándole el cuello con la manaza, y se puso a apretar despacio para arrebatarle la vida a la joven.

Xena se soltó el chakram y luego las correas que le sujetaban la vaina de la espada a la espalda, tirando ambas armas al suelo a los pies de la rubia. —Xena, no —susurró Gabrielle roncamente y la mujer que tenía detrás apretó más la garganta de la bardo para obligarla a callar. —Suelta a Gabrielle, Kirren... esto es entre tú y yo —dijo Xena, fríamente, intentando hablar con voz firme y carente de emoción. Sabía que no podía dejar que Kirren se marchara de este claro con Gabrielle, pues había grandes posibilidades de que la bardo no viviera para volver a ver a su amante—. Suéltala... no te conviene luchar conmigo... es una lucha que no puedes ganar —afirmó Xena. La rubia se echó a reír, con una carcajada grave y malévola, y entonces Gabrielle gritó: —¡Xena, detrás de ti! La guerrera estaba tan concentrada en observar a Gabrielle que se había olvidado de los hombres que había detrás de ella. Justo cuando Gabrielle gritó, Xena volvió la cabeza y sólo sintió el fuerte golpe de un mazo en la sien. La guerrera cayó de rodillas al suelo y volvió la cabeza de nuevo hacia su amante. —Ga-bri-elle —gimió Xena cayendo hacia delante y su cuerpo se desplomó en la tierra con un sonoro golpe. Gabrielle gritó el nombre de su amante y se debatió para soltarse de la que la tenía presa, sin importarle su propia seguridad. La mujer alta a quien Xena había llamado Kirren tiró de repente a Gabrielle del pelo, rodeándola para encararse con la bardo. Sus largos dedos echaron hacia atrás la cabeza de la joven, dejándole el cuello al descubierto, y apretó la punta de la daga justo debajo de la barbilla de la bardo, hasta que

Gabrielle notó una gota cálida de líquido que resbalaba por la piel de su cuello. Al darse cuenta de que era su propia sangre, la bardo dejó de luchar y escuchó a la mujer más alta. —Me gustaría tenerte a mi lado un poco más, Gabrielle, para torturar a tu preciosa guerrera, pero no me agotes la paciencia. Te mataré si tengo que hacerlo y créeme, pequeña... a las mujeres no las mato deprisa. Lo hago muy, pero que muy despacio... de una forma muy, pero que muy dolorosa. Así que a menos que quieras que te abra en canal desde estos pelitos —agarró la entrepierna de la bardo—, hasta ese cuello flacucho que tienes, ¡yo que tú dejaría de intentar sacarme de quicio! Átale las manos y véndale los ojos. —Kirren empujó a la bardo a los brazos de un soldado a la espera que se puso a cumplir la orden de la guerrera rubia. Acercándose a la figura inmóvil de la Princesa Guerrera, Kirren dio la vuelta a la guerrera con la punta de la bota y se puso en cuclillas sonriendo. —Ah, cómo caen los poderosos, ¿eh, Xena? —susurró la guerrera—. Me parece que después de todo vamos a poder tener ese enfrentamiento. Ya ves, tengo lo único que me puede garantizar que aparecerás, ¿verdad? —Kirren se volvió para mirar a la bardo, a quien estaban subiendo a la silla de un caballo que esperaba, y se echó a reír—. Vámonos... atadla de pies y manos. —La guerrera señaló la figura inconsciente de Xena y se montó detrás de la bardo, que tenía los ojos vendados—. No vamos a ponérselo muy fácil. La oscuridad empezaba a caer sobre Anfípolis y Ephiny se paseaba nerviosa alrededor de la posada. —Aquí pasa algo. Xena me dijo que volvería antes del anochecer —le dijo la regente a Eponin—. Ep, sal a caballo con unas cuantas y ve hacia el lago... asegúrate de que todo va bien.

—¿Y si están ocupadas en otros asuntos? —contestó la guerrera. —Pues intenta que Xena no te tire por la cascada —dijo la regente con una sonrisa sardónica. Eponin se detuvo y cogió las riendas de la yegua dorada. Argo seguía con la silla puesta y las alforjas colgaban desordenadas de la grupa de la yegua. —Tranquila, chica —dijo la guerrera con tono relajante al tiempo que miraba a su alrededor para orientarse. Azuzando a su propia montura, se dirigió rápidamente a la zona del bosque que rodeaba la cascada. En cuanto las amazonas cruzaron los árboles y salieron al claro, vieron el cuerpo inconsciente de Xena. Palpando en busca del pulso, Eponin se sintió aliviada al notar los latidos regulares en el cuello de la guerrera. La sangre reseca que tenía la guerrera por un lado de la cara hacía que su herida pareciera peor de lo que era. —Vosotras dos registrad la zona en busca de cualquier rastro de la reina. —Eponin señaló a dos de sus compañeras, pero ya sabía que era inútil. Si Xena estaba atada e inconsciente, había muy pocas probabilidades de que Gabrielle siguiera en la zona—. Tarazon. —Eponin indicó a la cuarta integrante de su grupo—. Vuelve con la regente y dile que venga aquí a toda velocidad... hay problemas. Eponin dedicó la siguiente marca a limpiar la herida de Xena y tratar de revivir delicadamente a la morena guerrera. Los párpados de Xena empezaron a aletear despacio hasta abrirse y los ojos azules se estrecharon por el intento de controlar el dolor de cabeza y concentrarse. —¡Gabrielle! —exclamó Xena, recordando de repente los acontecimientos que habían llevado a esta situación.

La guerrera y Eponin se levantaron a toda prisa al oír el trueno de unos cascos que se acercaban. Ephiny saltó de su caballo antes de que el animal se hubiera detenido siquiera. —Xena, ¿estás bien? —preguntó al advertir la sangre que seguía manando de una raja de mal aspecto que tenía la guerrera en la sien, cuya piel empezaba a amoratarse—. ¿Qué le ha pasado a Gabrielle? Antes de que Xena pudiera contestar, regresaron las dos amazonas a quienes Eponin había enviado a buscar el rastro de su reina. —¿Regente? —Una de las guerreras le ofreció la vara de Gabrielle—. Hemos encontrado las huellas de unos jinetes... tal vez veinte. Se dirigen a las colinas del norte. Xena le quitó la vara de las manos a la guerrera como para conectar con la bardo misma a través del contacto con la madera. Enrollada alrededor de la parte superior de la vara había una delgada tira de cuero atada alrededor de una gran pluma blanca. La pluma estaba manchada de sangre. Todas las amazonas del grupo reconocieron este gesto simbólico de venganza. Xena estaba empezando a perder la capacidad de controlar sus procesos mentales. No lograba concentrar la mente en nada que no fuese la expresión aterrorizada de los ojos de Gabrielle antes de que la guerrera quedara inconsciente. Y en ese momento, ahora que la única mujer a la que amaba... a la que amaría jamás... le había sido arrebatada, una rabia profunda empezó a invadir su cuerpo. La oscuridad de su interior suplicaba ser liberada y la ira apenas contenida corría por sus venas junto con su sangre. La guerrera dio la espalda a los ojos de las amazonas, con las extremidades temblorosas mientras luchaba por conservar su leve contacto con la realidad. De repente, sin importarle quién la estuviera mirando, se dejó caer de rodillas y soltó un aullido torturado.

—¡GA-BRI-EEEELLEEEE! El grito de la guerrera salió de lo más profundo de su pecho y reverberó por las colinas. El solitario grito de angustia provocó un escalofrío en las guerreras que la rodeaban y los animales del bosque corrieron asustados a guarecerse en sus madrigueras. Los ecos se propagaron por el bosque y rebotaron en las montañas hasta que de nuevo sólo hubo silencio. Gabrielle notó que el caballo en el que iba montada se paraba en seco justo cuando los últimos ecos del grito angustiado de su amante se desvanecían en el aire. —Vaya... parece que Xena se ha despertado —dijo Kirren riendo—. Debe de haber encontrado el regalito que le hemos dejado —dijo sin dirigirse a nadie en concreto, sabiendo que a Xena no se le escaparía el significado de la pluma manchada de sangre. —Necesito orinar —le pidió Gabrielle a la guerrera que tenía detrás. —¡Aguántate! —dijo Kirren con desprecio. —Por favor... —rogó Gabrielle. Con un suspiro de exasperación, la guerrera se bajó de su montura y tiró bruscamente de la bardo para bajarla al suelo. —Vamos a dejar claras unas cuantas normas ahora mismo, ¿te parece, majestad? No tengo la menor intención de matarte, Gabrielle, pero lo haré si no me queda más remedio... ¿me crees? —Sí —contestó la bardo. —Vas a seguir con los ojos vendados pase lo que pase. Si te quitas la venda, me obligarás a matarte. Si intentas

escapar... te mataré, si me molestas en lo más mínimo... te mataré. Bueno, ¿hay algo de lo que he dicho que no entiendas? —No —replicó Gabrielle. Intentas decirme que estás como una cabra... ya me he enterado. Kirren se puso a arrastrar a la bardo fuera del camino y prácticamente la tiró al suelo. La mujer alta le desató una mano a la bardo y se echó hacia atrás. —¿Te vas a quedar ahí mirándome? —preguntó Gabrielle, cuyo sentido del pudor se impuso a su buen juicio, llevándola a enfrentarse a la mujer. Aunque no veía, notaba que la mujer alta la estaba mirando. —¡Si tantas ganas tienes, lo harás! —bufó. La bardo hizo lo que tenía que hacer y se levantó. Antes de darse cuenta, ya estaba otra vez subida en la silla delante de la que la había capturado. Gabrielle no estaba dispuesta a ceder ante esta mujer. Kirren podía tener todos los ases en la mano, pero la bardo sabía que Xena no pararía hasta encontrarla. La joven bardo tenía una vena muy terca y un genio muy fuerte cuando se la provocaba, pero controló todas estas emociones y las reprimió. Tenía que jugar sus cartas con inteligencia. No había necesidad de darle motivos a Kirren para que le hiciera daño en modo alguno. Gabrielle reflexionó y se dio cuenta de que lo que había dicho la mujer alta era probablemente cierto. Si se había molestado en vendarle los ojos a la bardo, debía de tener la intención de liberarla en algún momento. Gabrielle también se tomó en serio las amenazas contra su vida. Esta Kirren, sea quien sea... oh, a ver si lo adivino... otra vieja camarada de armas de Xena... está claro que no está en su sano juicio. Dice que no me va a matar, pero esa expresión que tiene en los ojos... Creo que si le diera la más mínima excusa, lo haría.

La bardo notaba el paso al que se veían obligados a avanzar los caballos y sabía que ya debían de estar a leguas de distancia de Anfípolis. Notó los tirones y esfuerzos del caballo cuando el animal empezó a avanzar por terreno montañoso y le empezó a entrar la preocupación de que Xena no pudiera seguir el rastro al grupo que tanto corría. La joven reina no paraba de tocar la pulsera de cuentas que llevaba en la muñeca. Cuando se marcharon de la aldea de las amazonas, Ephiny dijo que era una pulsera de amistad y ató las tiras de cuero alrededor de la muñeca de la joven. Gabrielle hurgó despacio en los extremos de la pulsera hasta que la desató. Tirando de las cuentas que formaban el adorno, arrancó con cuidado una de las cuentas de madera de la tira de cuero y la dejó caer, sin saber dónde aterrizaba. La bardo se puso a contar y cuando calculó que había pasado un cuarto de marca, quitó otra cuenta de la sarta. Lo único que podía esperar era que con eso bastara para que Xena la siguiera. Kirren sonrió muy ufana. Xena no le había supuesto ni mucho menos el desafío que pensaba que iba a ser. Pero tengo que vigilar a ésta. Es más lista de lo que cree Ares, esta pequeña. ¿Por qué iba a viajar una reina amazona con la Princesa Guerrera? La alta guerrera sintió que el cuerpo de la amazona se vencía contra el suyo cuando el caballo emprendió el ascenso de una empinada pendiente. Notaba el calor de la mujer más menuda entre las piernas y en el pecho y sonrió con sorna al darse cuenta de por qué la ex Destructora de Naciones mantenía a su lado a la joven. La guerrera rubia se rió por dentro cuando la joven reina intentó apartar su cuerpo del suyo agarrándose al arzón de la silla. Ya sé que prometí no tocarla ahora, pero a lo mejor cuando derrote a Xena y me convierta en elegida de Ares, me quedo con esta pequeña para mí. Kirren se echó a reír en voz alta al pensarlo. Una risa que le produjo escalofríos a Gabrielle por toda la piel.

El grito de agonía y pena inundó a las amazonas que estaban allí, escuchando los últimos ecos del aullido torturado de Xena. Eponin hizo ademán de ir a consolar a su amiga, pero Ephiny la detuvo agarrándola. La regente hizo un gesto negativo con la cabeza, esperando a ver qué iba a hacer la Princesa Guerrera con la ira que era evidente que se estaba acumulando en su interior. La respiración de Xena se hizo fatigosa mientras luchaba por controlar su propia voluntad. Se aferró con fuerza e intentó hacer retroceder la oscuridad que amenazaba con apoderarse de su alma. Una increíble sensación de vacío llenaba a la guerrera. Su mundo acababa de deshacerse y el dolor que inundaba su alma era algo que nunca hasta entonces había sentido. Los nudillos de Xena se pusieron blancos al seguir apretando con todas sus fuerzas la madera de la vara de su amante... la vara de Gabrielle. De repente, Xena se puso a acariciar la vara con ternura y, en lugar de aferrar frenética la adorada madera, acarició su suavidad con el pulgar, casi distraída, mientras la sensación de su bardo volvía a colmarle los sentidos y la esperanza empezaba a llenar el vacío. Como si su oscuridad y su rabia fuesen entes visibles, Xena tomó aire profundamente y aspiró las emociones, que quedaron profundamente enterradas con su pasado una vez más. Levantándose de un salto, la guerrera volvió sus ojos de zafiro, ahora repletos de claridad, hacia la regente. —Tiene a Gabrielle, pero eso significa que sigue viva — dijo la guerrera, arrancando la pluma ensangrentada de la vara de Gabrielle—. ¡Pero tenemos que encontrar a Gabrielle antes de que esa bruja cambie de idea! —terminó Xena, echando a andar hacia Argo.

—Xena, espera un momento —dijo Ephiny, agarrando a la guerrera oscura del brazo—. Necesitamos un plan. ¿Quién se ha llevado a Gabrielle y por qué? Xena se zafó de la mano de la regente, comprobó las riendas de Argo y se montó de un salto en la silla. —No tenemos tiempo... te lo contaré por el camino. — Xena miró a Ephiny con aire suplicante. La regente era una guerrera más que competente, pero el miedo que vio en los ojos de Xena bastó para convencerla de que era necesario pasar de inmediato a la acción si querían salvar a la reina. Una vez tomada la decisión, lanzó una serie de órdenes breves. —Kesta y Tanti... vosotras dos id delante con Xena y conmigo y llevadnos donde empiezan los rastros. ¡Amazonas, a caballo! Cuarenta guerreras amazonas a caballo eran un espectáculo imponente y se lanzaron al galope, contagiadas rápidamente de la sensación de urgencia de Xena. La Princesa Guerrera elevó una rápida oración a Artemisa para que con todas ellas fuese suficiente. —Parece que se han dividido en tres grupos —informó Kesta a la regente. La joven era de constitución menuda para ser amazona, pero sabía usar la espada que llevaba al cinto y su habilidad en el rastreo sólo era igualada por la Princesa Guerrera—. No hay forma de saber qué grupo tiene a la reina y ni siquiera si se dirigen todos al mismo destino. —¿Qué creéis que es esto? —Eponin mostró un pequeño objeto redondo que sostenía entre el índice y el pulgar. Ephiny agarró con fuerza la muñeca de la guerrera y tiró de la mano de Eponin para ponerla bajo la luz de la antorcha.

Xena se arrodilló al lado de las dos mujeres cuando la regente se apoderó de la pequeña cuenta y la sostuvo cerca de la luz. —Es una cuenta. ¿Tal vez de un collar? —dijo Eponin mientras examinaban la pequeña cuenta tallada teñida de azul—. ¿Gabrielle llevaba...? La guerrera amazona se calló de golpe cuando Xena negó con la cabeza. —Sólo llevaba el colgante —dijo Xena, con la voz quebrada. La morena guerrera miraba fijamente el objeto redondo, tratando de recordar lo que llevaba Gabrielle cuando salieron ese día de la posada. Sacudiendo la cabeza con gesto derrotado, bajó los ojos al suelo y se quedó mirando el baile de la luz de la llama sobre el tobillo de Ephiny. Ephiny siguió la mirada de Xena y se detuvo al llegar al brazalete que llevaba en el tobillo. Arrancándose la pulsera, la regente la alzó para que Xena la comparara con esa única cuenta. —Yo le di una a Gabrielle como pulsera de amistad... — Ephiny se calló, maldiciendo su propia estupidez por no haber caído antes en la cuenta. —Eso quiere decir que Gabrielle ha pasado por aquí — dijo Eponin con animación. —Quiere decir más que eso —dijo Xena—. Quiere decir que está viva... ¡ésa es mi chica! —Por primera vez desde la captura de Gabrielle, en los ojos de la guerrera había un auténtico brillo de esperanza. Ephiny hizo circular rápidamente la cuenta para que todo el mundo viera lo que estaban buscando y encendieran más antorchas. Faltaba más o menos una semana para la luna nueva y la oscuridad que caía al ponerse el sol hacía casi imposible seguir un rastro. Tenían que ir caminando, con sus monturas a cierta distancia por temor a que pisotearan

alguna prueba. Estuvieron buscando una marca más, pero fue en vano. Iban a tener que retroceder y seguir otro de los rastros para buscar más señales de Gabrielle. —Xena. —La regente se llevó discretamente a Xena a un lado—. Tenemos que parar por esta noche. —¡No! Seguimos adelante. —Xena quiso apartarse, pero Ephiny la sujetó del brazo. —Xena, comprendo cómo te sientes, pero esto no nos lleva a ningún lado. Me da miedo que con la oscuridad nos perdamos alguna señal que intente dejar Gabrielle. Además, estas colinas cada vez son más empinadas y no quiero que nadie se caiga por el borde de un precipicio en la oscuridad. Xena se debatió consigo misma mientras escuchaba a la regente. —Xena, nosotras somos amazonas y nos cuesta abrirnos paso a través de estas colinas. Si nosotras tenemos que dejarlo para hacer noche, seguro que ellos también. Xena no pudo contradecir la lógica de Ephiny y aceptó acampar de mal grado. Montaron un campamento sin hogueras para no delatar su posición a los que habían capturado a Gabrielle. El grupo estaba en silencio, pues todas pensaban en el alegre motivo por el que habían ido a Anfípolis y en cómo se había echado todo a perder de una forma tan horrible. Las amazonas estaban sentadas en pequeños grupos, hablando en voz baja o limpiando sus armas. Ephiny advirtió que Xena se mantenía un poco aparte de las demás. La guerrera estaba sentada en el suelo a cierta distancia, a la sombra de un árbol, afilando su espada. Cuando Ephiny se acercó, oyó el ruido de la piedra de afilar de Xena al deslizarse por el metal de su hoja.

—Deberías comer algo —dijo la regente, ofreciéndole a la guerrera un trozo de carne seca. Xena hizo un gesto negativo con la cabeza, sin perder el ritmo impuesto por sus manos al afilar la espada. Ephiny no quería que Xena cayera en una depresión y había visto el estado terrible en que se quedó la morena guerrera cuando encontraron la vara de la reina, por lo que la regente se la jugó. —Gabrielle no querría verte actuar de esta manera — dijo. Xena detuvo el movimiento de sus manos sin levantar la mirada. Por fin alzó la cabeza y se apartó los mechones oscuros de los ojos. En su rostro apareció una sonrisa agridulce. —Tienes razón... no querría —replicó la guerrera, alargando la mano para aceptar el trozo de carne seca. Ephiny soltó un suspiro de alivio y se sentó al lado de su amiga. —Me has dicho que Kirren estuvo en tu ejército... ¿era soldado? —preguntó Ephiny. —Era una asesina —replicó Xena mientras masticaba—. La usaba para lo que la necesitaba... hacía bien su trabajo. Ya entonces a mí no me gustaba la expresión de sus ojos. No mataba a la gente por dinero, ni siquiera porque sí... mataba simplemente por el placer que le daba. Las cosas que hacía... —Xena se quedó callada y en sus ojos apareció la expresión lejana de quien revive un recuerdo—. Eph, en aquellos días yo era un monstruo despiadado y sádico y esta chica me daba miedo. La aguantaba porque la necesitaba, pero pronto supe que tenía que echarla de mi campamento. Pensé en matarla sin más... no tienes que guardarte tanto las espaldas cuando acabas así con un acuerdo. Debió de enterarse de lo que

estaba pensando, porque un día fue y me retó delante de mis hombres... No me quedó más remedio que eliminarla. —Deduzco que sobrevivió al combate —dijo Ephiny, en referencia a su actual problema. —No fue para nada un gran combate —contestó Xena—. Era una chica a la que se le pagaba por asesinar. Conocía mil maneras de acercarse a ti por detrás y matarte sin hacer el menor ruido, pero era penosa como guerrera. La desarmé media docena de veces, pero seguía viniendo por más. Acabé haciéndole unos buenos cortes en las manos para que no pudiera seguir cogiendo la espada. Cuando por fin se rindió, me dijo que algún día volvería... un día en el que fuese mejor guerrera que yo, y me dijo que me vencería y se quedaría con todo lo que yo tenía. Parece que lo ha hecho —terminó Xena con una mueca cargada de amarga ironía. —¿Por qué no la mataste? —preguntó Ephiny. —No pude. —La guerrera miró directamente a la regente —. Sólo tenía catorce años, Eph —dijo Xena. —Dulce Artemisa —respondió la regente, meneando entristecida la cabeza. —De modo que mi pasado vuelve para morder de nuevo a Gabrielle. Cuando mato, alguien como Calisto da con ella. Cuando no mato... ya te haces una idea. ¿Cuándo dejaré de hacerle esto? —dijo Xena y se le empezaron a nublar los ojos. —Todos querríamos tener un pasado nuevo si pudiéramos, Xena... tú no eras la mejor persona del mundo conocido, pero bien saben los dioses que tampoco eras la peor. Creo que las dos sabemos que Gabrielle siempre ha sido consciente de las posibles consecuencias de amar a un ex señora de la guerra. —Tengo miedo, Eph —confesó por fin la guerrera en voz baja—. Tengo miedo de lo que puedo llegar a ser si le ocurre

algo a Gabrielle. Ya noto cómo está empezando. No me dejes... no me permitas faltar a la promesa que le hice a Gabrielle. Ephiny miró interrogante a la guerrera. Xena bajó los ojos y habló en un leve susurro. —Le prometí que si alguna vez le ocurría algo, no me convertiría en un monstruo. ¿Y si no puedo controlarlo... qué hago entonces? —preguntó Xena al tiempo que, una vez más, volvía sus ojos azules, rebosantes de lágrimas, hacia la regente—. Prométeme que no me dejarás faltar a mi promesa. Antes prefiero sentir tu espada en mi corazón que hacerle daño a Gabrielle. Prométemelo, Eph. —Te lo prometo —dijo la regente en voz baja. Pasó un largo rato en silencio hasta que Ephiny oyó el ruido de la piedra de afilar de la guerrera al rozar el metal de su espada. Ninguna de las dos volvió a hablar, pero Xena se sentía curiosamente reconfortada al tener a la amazona sentada a su lado. Si no miraba, casi lograba imaginar que era Gabrielle. —¡No me lo puedo creer! ¡Esa molesta mocosa la ha convertido en un desastre patético! Ahora tendría que estar arrasando el país y en cambio está ahí sentada lloriqueando por su pasado... qué rayado está ese disco. El dios de la guerra se dejó caer en una silla y se acarició la mandíbula pensativo. Su plan era sencillo, o eso había pensado. Secuestrar a la bardo y ver cómo a Xena le daba un patatús. Asqueado, Ares había visto cómo las dos mujeres se hacían amantes, y sabía que tenía que actuar antes de que Xena se alejara de él más de lo que ya estaba. Pensaba que si Xena sabía que la maníaca que tenía a Gabrielle seguramente iba a torturar y matar a la mocosa, se volvería loca, y Ares estaría allí para recoger los pedazos y

ofrecerle a su elegida un ejército con el que llevar a cabo su venganza. —¡Está ahí sentada sin hacer nada! —vociferó—. ¿Qué es lo que tiene esa rubia molesta? —murmuró—. Todavía tengo tiempo. —Se sonrió—. Hay un largo camino hasta el castillo. Serás mía, Xena. Gabrielle estaba toda dolorida por el duro trayecto que había soportado a caballo, por no hablar de cómo la habían empujado y arrastrado cada vez que la llevaban a algún sitio. Notó que le sujetaban una soga a las cuerdas que le ataban las muñecas y luego la empujaron al suelo sobre una manta. Kirren ató una soga entre las muñecas de la amazona y se ató el otro extremo al cinturón. Empleó el menor número de palabras posible para explicarle a la joven que más le valía quedarse tumbada y no atreverse a tocarla. —Pero... mm... ¿y si...? —balbuceó Gabrielle. —¿Qué? —bufó Kirren. —Es que... tiendo a moverme mucho y suelo acabar usando de almohada a la persona con la que esté durmiendo... —Pues más te vale quedarte despierta, porque como note que me tocas, ¡te corto la mano! —le espetó Kirren. —Escucha, no pretendo fastidiarte. Sólo intento ser sincera para que no me mates —dijo Gabrielle con voz temblorosa. Estaba cansada y sabía que no iba a poder mantenerse despierta durante el resto de la noche. Kirren apartó el petate, bajó la mano y con un gruñido puso de pie a la bardo y luego empujó a la joven al suelo hasta que su espalda quedó pegada a un árbol. Gabrielle notó que la soga rodeaba el árbol y volvía a quedar atada a sus muñecas.

—Ahora cállate —dijo la mujer, echándose de nuevo en su petate. —¿Ni siquiera me vas a dar una man...? —La pregunta de Gabrielle quedó interrumpida por la manta que le dio de lleno en la cara. Moviéndose con cuidado por las ataduras, consiguió taparse con la raída manta. Pasó un rato y Gabrielle seguía sin poder quedarse dormida. Sabía que iba a necesitar las fuerzas, pero en lo único que lograba pensar era en lo mucho que su corazón anhelaba a su guerrera. Por primera vez desde que empezó esta tortura, Gabrielle se permitió ceder al llanto que llevaba toda la noche avecinándose. Rezó a cualquier dios que quisiera escucharla para que velara por su guerrera y la protegiera. La joven reina se sentó con las piernas cruzadas y se metió los pies por debajo del cuerpo, emprendiendo una sencilla meditación, que en el pasado siempre la había ayudado a relajarse. Xena le había enseñado que el objetivo era liberar la mente de todo pensamiento, pero a medida que la bardo se iba acercando a ese estado esquivo y apacible, todos sus pensamientos... todo su ser, se volcaron hacia la mujer que poseía su corazón... —Xena... El susurro le llegó tan ligero como la más tierna de las caricias. —¿Gabrielle? —preguntó la mente de la guerrera. —Xena... no creo que pueda lograr esto mucho tiempo, para empezar ni siquiera sé cómo lo estoy haciendo. —La débil voz de la bardo le llegaba como en un sueño y Xena cerró los ojos con fuerza. Las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba al verse recompensada con la visión que esperaba.

Gabrielle estaba ante ella, una brisa invisible agitaba algunos mechones de su pelo de miel y el sol reflejaba su resplandor en sus ojos de esmeralda. Ésta era la imagen que siempre llenaba la mente de la guerrera cuando pensaba en su bardo. La parte de la visión que más le gustaba a Xena era el modo en que su propia imagen se reflejaba dentro de las profundidades verdes esmeralda. —Gabrielle... —Xena avanzó. —¡No, Xena! Si me tocas, sé que no podré sostener esto. —Gabrielle, ¿dónde estás? ¿Te ha hecho daño? —La guerrera apretó los músculos de la mandíbula al imaginarse a su bardo sometida a la crueldad de Kirren. Una brutalidad cuyo objetivo era la guerrera. —Xena... parece que llevamos una vida viajando... está obligando a los caballos a ir muy deprisa. No veo nada... me ha vendado los ojos, pero sé que estamos subiendo por unos montes muy empinados. —A la bardo le temblaban los labios mientras luchaba por controlar sus emociones. —Gabrielle... —La voz fuerte de Xena la trajo de vuelta al momento—. Te encontraré... no hay lugar donde Kirren te pueda ocultar de mí —bufó, doblando los largos dedos hasta formar puños a los costados. —Pero... me está llevando tan lejos, Xena... —Por fin perdió el control que se había estado esforzando por mantener y bajó la cabeza, con las mejillas acariciadas por lágrimas silenciosas. Levantó despacio la mirada y el verde esmeralda lleno de lágrimas se encontró con el azul zafiro. Las mismas lágrimas brillaban en los ojos de Xena. —Gabrielle... La visión de Gabrielle empezó a hacerse desvaída y Xena cerró los ojos con más fuerza, dejando escapar lágrimas

ardientes de los párpados cerrados, mientras intentaba que la bardo volviera a ella a base de fuerza de voluntad. —No te rindas, Gabrielle, yo nunca lo haré... ¡te encontraré! Gabrielle sofocó un sollozo. —Xena... es como si nunca vayamos a poder estar juntas de nuevo... Xena cruzó rápidamente la distancia que había entre ellas y cogió a la bardo entre sus brazos. La abrazó fieramente mientras los sollozos de la joven estremecían su pequeño cuerpo. Xena posó los labios sobre los cabellos dorados y aspiró el olor de Gabrielle, el aroma a sándalo y lluvia de verano. La guerrera puso una mano bajo la barbilla de Gabrielle y le levantó la cara hasta que se miraron a los ojos. Xena colocó la palma de la mano sobre el colgante. —Brie, yo siempre estoy contigo... justo aquí. Posando delicadamente los labios sobre los de su amante, suaves y llenos, Xena apoyó a continuación la mejilla en la frente de la bardo, acariciando con los dedos el suave pelo de su amante. —No te hundas en la desesperación, amor, eso es lo que ella quiere. El abrazo se interrumpió demasiado pronto cuando Gabrielle levantó los ojos para mirar a Xena a la cara. Como siempre, la belleza de la mujer más alta la dejó atónita y sintió que el estado onírico en el que había entrado se iba desvaneciendo. Retrocedió un paso para mirar bien a la bella guerrera y alargó despacio la mano hacia ella. Su voz sonaba llena de derrota: —Te quiero, Xe, pero me temo que no vas a poder encontrarme... me ha llevado tan lejos...

—Gabrielle —dijo Xena con ternura al tiempo que alargaba la mano hacia la mujer más joven. Las puntas de sus dedos se tocaron y unas chispas multicolores flotaron por el aire, mientras la imagen de Gabrielle se desvanecía ante sus ojos—. Yo también te quiero, Brie... recuerda, no hay lugar que esté tan lejos, amor mío... Gabrielle inició la mañana con renovadas esperanzas. Su encuentro en el mundo de los sueños con su amante la había vuelto a colmar de una sensación de paz. Cabalgaron al mismo ritmo que el día anterior hasta que la bardo supuso que llegó el atardecer. Los caballos se detuvieron y la joven fue tirada al suelo sin el menor miramiento. A Gabrielle cada vez se le daba mejor hacerse un ovillo y rodar en cuanto daba con el suelo. En cuanto el caballo que tenía debajo se detenía y notaba que la alta jinete que llevaba detrás desmontaba, se preparaba para una caída. Mientras masticaba despacio el pan rancio que le pusieron en las manos, notó mucha actividad a su alrededor, pues parecía que unos jinetes acababan de llegar al campamento. —Ya era hora de que llegaras —vociferó Kirren—. ¡Ahora te puedes ocupar tú de la mocosa! Gabrielle se sobresaltó al verse puesta en pie de un tirón y lanzada contra un cuerpo muy sólido. Sus manos, que se habían preparado para un impacto, palparon el duro cuero y el metal de una armadura. Una mano enguantada le levantó la barbilla casi con delicadeza. Aunque Gabrielle seguía con los ojos vendados, el guerrero que llevaba la armadura debía de ser más alto que Xena, pues la bardo notó que su cuello se doblaba hacia arriba. —¿Cómo te llamas? —preguntó la figura armada.

—G-Gabrielle —contestó ella. La joven reina se sorprendió al oír la voz delicada de una mujer procedente de la figura que se cernía sobre ella. —Yo me llamo Devlin. Lamento que nos tengamos que conocer en estas circunstancias. —Ni la mitad de lo que lo lamento yo —soltó Gabrielle sin pensar. Devlin se rió suavemente al oír la afirmación de la pequeña rubia. Tan joven e inocente, pero sus rasgos revelaban un orgullo y una nobleza que Devlin ya había visto en las mujeres amazonas. —Siéntate aquí. —La guerrera ayudó con cuidado a la bardo a sentarse en el suelo—. ¿Has comido? —Tenía un trozo de pan en la mano, pero lo he perdido en el curso de nuestra presentación —dijo la bardo. La guerrera se volvió a reír y colocó un fardo envuelto en un paño en el regazo de la mujer más menuda. Abriendo el paño con cuidado, Devlin cogió la mano más pequeña de Gabrielle y la puso sobre la comida que había dentro. —Queso... carne... aceitunas —dijo, dejando que los dedos de Gabrielle tocaran los alimentos que tenía en el regazo—. ¿Tienes sed? —preguntó la guerrera. Cuando Gabrielle asintió, notó que le ponían un odre de agua a los pies. —Come y descansa un poco, a partir de ahora viajaremos toda la noche. Si necesitas cualquier cosa o si alguien te molesta, llámame. —Devlin —dijo Gabrielle. —¿Sí? —preguntó la guerrera.

—Sólo comprobaba —dijo la bardo, sintiendo que recuperaba el hambre con creces con el primer bocado de comida. —No quería que me oyera nadie más porque, francamente, ¡tenía miedo de que pensaran que estoy chalada! —le dijo Xena a la regente en voz baja mientras subían con los caballos por el terreno empinado y abrupto. Se habían levantado antes del amanecer y la Princesa Guerrera habría podido jurar que el carro de Apolo emprendía su viaje diario por el cielo bastante más temprano que cualquier otra mañana, pero podría ser sólo una impresión causada por sus deseos. Cuando los primeros rayos de luz alcanzaron el suelo del bosque, las guerreras amazonas se pusieron a registrar el terreno en busca de las escurridizas cuentas de Gabrielle. —¿Quieres decir que Gabrielle te habló de verdad... te contestó? —preguntó Ephiny asombrada. —No te puedo ofrecer pruebas, Eph, sólo que no era un sueño, era tan real como ahora lo eres tú para mí. Dijo que seguían adentrándose en los montes y que todavía no le habían hecho daño. La mejor noticia es que Kirren le había vendado los ojos. La regente captó la idea rápidamente. —¿Por qué le vas a vendar los ojos a alguien a quien vas a matar más tarde? —¡Justo! —replicó Xena, muy animada—. Vendarle los ojos a alguien sólo tiene sentido si lo vas a dejar libre, para que no pueda regresar a tu escondrijo. Ahora mismo nuestro mayor problema es que nos llevan mucha ventaja y que ellos saben dónde van, nosotras no. Es posible que consigamos algo si Gabrielle nos deja algunas pistas más —terminó la guerrera.

Como si ésa fuese su señal, Kesta bajó corriendo por la cuesta situada más a su derecha. Al acercarse a Xena y a la regente, levantó la mano, mostrando su premio. —Nos hemos equivocado de camino... ¡he encontrado una de las cuentas! —gritó la amazona. Las guerreras se detuvieron y maldijeron el retraso, pero dieron gracias a Artemisa por su buena fortuna. Tras dar por fin con el camino por el que evidentemente se habían llevado a Gabrielle, empezaron a encontrar cuentas más o menos a cada cuarto de legua. Llegaron a una zona abierta y llana recogida entre los montes. El terreno pisoteado les dijo a las guerreras que era aquí donde los que habían capturado a Gabrielle habían pasado la noche. Siguieron subiendo por la ladera de la montaña y el grupo encontró dos cuentas más de la bardo. El ritmo que llevaban Xena y las amazonas era despiadado. A medida que se acercaban a los secuestradores, Xena empezaba a estar cada vez más preocupada por Gabrielle. La guerrera sabía que si se lanzaban sobre ellos desde la maleza a caballo, lo primero que haría Kirren sería cortarle el cuello a Gabrielle... no tendría nada que perder por no hacerlo. Por favor, Artemisa... es tu elegida. Protege a Gabrielle. —¿Necesitas algo más? —preguntó la cálida voz de Devlin a la joven reina. —Mm... una visita a los arbustos me vendría bien —dijo Gabrielle, sin saber por qué de repente y a estas alturas se sentía avergonzada. Devlin llevó a la mujer cogida del codo, guiándola con cuidado alrededor de cualquier tronco caído. Cuando estuvieron a suficiente distancia del campamento, la guerrera le desató ambas muñecas.

Gabrielle se recreó en la libertad y se frotó las articulaciones para hacer circular la sangre de nuevo. La guerrera no hizo ademán alguno de quitarle la venda de los ojos y Gabrielle supuso que esa norma todavía estaba en vigor. Sin embargo, se sorprendió cuando la guerrera la llevó al interior del bosque, en lugar de tirarla a la cuneta como había hecho Kirren. —Me voy a dar la vuelta para que puedas estar en privado, Gabrielle. Sé que no es gran cosa y te pido disculpas, pero quiero que sepas dos cosas. Si te dejo escapar, Kirren me quitará la vida... —¿Y la otra cosa? —preguntó Gabrielle, sorprendida por la aparente franqueza de la guerrera. Notó que la alta guerrera se inclinaba hacia ella. Agarrando con su fuerte mano las de la bardo, Devlin tiró de ella hasta pegarla a su cuerpo y la joven sintió el aliento de la guerrera en la oreja. —Tengo un oído buenísimo... no hagas ninguna tontería —contestó Devlin. A Gabrielle se le puso la carne de gallina al oír el tono de la guerrera. Era casi un susurro, pero fuerte y exigente. Ésta no es una chiflada como Kirren, pero seguro que sería capaz de matarme en el sitio. Gabrielle asintió indicando que lo comprendía y notó que la guerrera se daba la vuelta y luego oyó que los pasos de Devlin se detenían a corta distancia. No iba a desaprovechar la oportunidad que se le daba, pero sentía curiosidad por la mujer que era tan delicada con ella como su propia guerrera, pero que evidentemente trabajaba para una mujer sádica y cruel. Cuando Gabrielle fue llevada de vuelta al campamento, oyó los ronquidos de los hombres dormidos. Habían

cabalgado mucho y ahora se estaban echando una breve siesta antes de seguir viajando por la noche. Gabrielle misma estaba agotada y no tardó en quedarse dormida encima de la manta que le proporcionó Devlin. Sintiéndose como si acabara de cerrar los ojos, la bardo se despertó al oír un ruido atronador y chirriante. Era como si el suelo estuviera temblando debajo de ella y se preguntó si estarían en medio de un terremoto. —¿Devlin? —llamó. —Estoy aquí, Gabrielle. No debes tener miedo, no te preocupes —contestó la guerrera. —¿Qué es ese ruido? —preguntó la bardo. —Gabrielle, lo mejor sería que a partir de ahora no hicieras preguntas. Vamos —dijo la guerrera, ayudando a levantarse a la bardo, y luego la ayudó a montar en un caballo que parecía mucho más alejado del suelo que la montura de Kirren. El grupo se puso en marcha y Gabrielle notó un frío húmedo en la piel. El terreno por el que avanzaban parecía más llano que los empinados montes que habían estado recorriendo. La bardo se había empezado a acostumbrar a no ver. Ahora parecía oír mucho más. El ruido de los cascos de los caballos resonaba con ecos a su alrededor y un goteo lejano de agua le indicó a la bardo que estaban en una especie de cueva. Gabrielle oía incluso el crujido del cuero procedente de la armadura que llevaba la guerrera detrás de ella. Había dormido tan poco en los dos últimos días que se le empezó a nublar la mente. Se empezó a preocupar porque ya no tenía medios para dejar un rastro para Xena, puesto que había usado todas las cuentas de la pulsera. Mientras sus pensamientos la llevaban a la reconfortante sensación de los

fuertes brazos de su guerrera a su alrededor, se quedó dormida. —No lo comprendo —dijo Ephiny por tal vez tercera vez. La regente indicó el espacio pisoteado donde era evidente que habían acampado los secuestradores, junto con las numerosas huellas de caballos que llenaban la zona. Se estaban quedando rápidamente sin luz diurna, pero era como si todas las señales del grupo hubieran desaparecido sin más. Las exploradoras habían recorrido la zona una y otra vez, pero no conseguían encontrar nuevas huellas. Era como si el grupo hubiera desaparecido volando. —Pues tiene que ser intervención de un dios —dijo Eponin—. Pero Gabrielle es la elegida de Artemisa... ¿qué dios sería tan necio de atentar contra ella? A Xena le entró una sensación de grima en la piel, porque lo sabía. —Sólo conozco a un dios que pudiera ser así de arrogante. Ares... —dijo la guerrera despacio. Una chispa de luz llamó la atención de las amazonas y al instante se quedaron mirando al dios de la guerra en persona. —Ah, Xena... ya sabía yo que tarde o temprano me llamarías —dijo Ares, mirando a la guerrera con admiración. —No te estaba llamando en absoluto, Ares. ¿Qué has hecho con Gabrielle? —preguntó Xena. —¿Yo? —preguntó el dios con aire inocente—. Yo no la he tocado —terminó muy ufano. —Pues ha sido una de tus pequeñas seguidoras. Tú le has dado la idea a Kirren, ¿verdad? ¿Por qué?

—Xena... ¿es que no te acuerdas, querida? Kirren es una de tus pequeñas seguidoras, no mía. En el rostro de Xena se advirtió un destello de dolor al pensar en lo que implicaban esas palabras. —¿Dónde van, Ares? —preguntó Xena con voz firme y tranquila. —Mmmm, veamos... la verdad es que no lo sé, pero supongo que podría hacer algunas indagaciones por esa rubita molesta. Pero te va a costar, Xena —le susurró por encima del hombro. Ephiny vio que el dios de la guerra se colocaba detrás de Xena y le acariciaba el brazo con ternura. La regente también vio que los músculos de la guerrera se estremecían al contacto con el dios. Ares bajó la voz hasta convertirla en un susurro grave y seductor. —Ya sabes lo que quiero a cambio, Xena. Quiero que vuelvas a estar a mi lado. Te daré tu propio ejército y puedes exigir la venganza que desees contra Kirren. Sabes que lo deseas. A fin de cuentas, tiene a tu amada Gabrielle, ¿no? Una vez más, los rasgos de la guerrera se llenaron de visible dolor. —Déjalo, Ares... eso no va a ocurrir jamás —dijo Xena con firmeza. —¿Ah, no? ¿Aunque pudiera dejar a la pequeña Gabrielle entre tus brazos en este mismo instante... eso no merecería la pena? ¿No te unirías a mí por la mujer a la que dices amar? — ronroneó Ares al oído de Xena. La guerrera frunció el ceño, librando una batalla en su cerebro. ¿No haría cualquier cosa por salvarle la vida a Gabrielle, incluso morir por ella? "Morir es fácil, guerrera... ¿vivirías por ella?"

Recordó la advertencia de Hécuba. "Creo que si no quedara más remedio... si eso pudiera salvarle la vida a Gabrielle... o si eso pudiera evitar que sufriese algún daño..." Una brusca puñalada de dolor atenazó el corazón de Xena al decirlo. "Sí... creo que si con eso ella pudiera estar a salvo... la dejaría." Las palabras cruzaron por la mente de la guerrera y volvió a sentir el dolor que le atenazaba el corazón. ¿Amaba a Gabrielle lo suficiente para hacer esto por ella... ceder ante Ares? "El amor es una emoción, Xena, y te puede engañar... El amor se puede usar en tu contra, para engañarte y hacerte renunciar a todo lo que más quieres. Sólo acabarás haciéndote daño a ti misma, a la persona que amas e incluso a las demás personas que te rodean." Xena miró a Ephiny a los ojos. La regente estaba ahí plantada esperando a oír la respuesta de Xena al dios de la guerra y su mano se posó involuntariamente en la empuñadura de la espada que llevaba al cinto. Ephiny aguantó la respiración, rezando en silencio para no tener que cumplir la promesa que le había hecho a la guerrera la noche anterior. Xena esbozó la misma sonrisa agridulce que había visto Ephiny en su cara la noche antes. No costaba darse cuenta de que la morena guerrera sólo pensaba en una cosa. —No hay trato, Ares —dijo Xena, mirando a la regente a los ojos. —¡¿Qué?! rechazando?

—gritó

Ares—.

¿Sabes

lo

que

estás

—Sí, Ares, lo sé. Si te digo que no, es muy probable que Gabrielle muera, pero si me uno a ti, eso la matará igual que

cualquier espada, tal vez no de golpe, pero sí un poquito cada día, hasta que ocurra lo inevitable. El rostro de Ares empezó a enrojecer de rabia y se acercó a la Princesa Guerrera, pero habló en un tono suficientemente alto para que lo oyeran las demás amazonas. —Recuerda esto, Xena... si me rechazas, ella morirá poco a poco de todas formas, eso te lo garantizo. Dejaré que esa zorra demente torture a tu preciosa Gabrielle, gotita a gotita de sangre, ¡hasta que ni siquiera reconozcas el cuerpo que quede! Las lágrimas bañaban el rostro de Xena cuando Ares se marchó, dejando atrás un estallido de humo y llamas al desaparecer. Cayendo despacio sobre una rodilla, Xena sacudió la cabeza. —Eph... ¿qué he hecho? —Algo de lo que Gabrielle estaría orgullosa —contestó la regente. Gabrielle sintió que su cuerpo se vencía hacia delante y la mano protectora de Devlin se apresuró a sujetarla. De repente, el suelo que había bajo los cascos del caballo cambió de sonido y pasó del ruido sólido de la tierra al golpeteo de las herraduras sobre ladrillo. Al poco, ayudaron a la bardo a desmontar del enorme caballo y la guiaron por una serie de escaleras y pasillos. Los ruidos que la rodeaban le recordaban a los castillos en los que había estado, pero no conocía ninguna fortaleza en los montes del norte. —Ella es problema tuyo mientras esté aquí —oyó decir a Kirren—. Asegúrate de que no se mete en líos... o ya sabes quién va a pagar el precio, ¿verdad, Devlin? —Sí, ama —contestó la voz tensa de Devlin. Kirren se volvió hacia la guerrera.

—Devlin, ¿cómo es posible que seas la única persona que hay por aquí capaz de hacer que "sí, ama" suene como "vete a la mierda"? —preguntó Kirren. —No lo sé, ama —contestó la guerrera, con un amago de risa en la voz. —Tendrás que volver a salir inmediatamente... esa maldita guerrera nos ha seguido el rastro más deprisa de lo que pensaba —continuó la voz de Kirren, sin hacer caso del comentario de la guerrera. Siempre se las arregla para parecer cabreada con alguien, pensó Gabrielle. Devlin guió en silencio a Gabrielle por otra serie de pasillos y la hizo cruzar con cuidado una puerta que la guerrera cerró al pasar. Devlin desató las muñecas de la bardo y tiró la cuerda a un lado. —Cierra los ojos y ábrelos muy despacio hasta que te acostumbres a la luz —le indicó Devlin. Gabrielle notó que le quitaba la venda de los ojos e hizo lo que se le había indicado. —Caray, mucho mejor, gracias —dijo, hablando con la espalda de la guerrera. Devlin se volvió hacia la bardo y Gabrielle no pudo evitar quedarse mirándola. La guerrera era un poco más alta que Xena, de hombros anchos y brazos musculosos. Llevaba una espada sujeta a la espalda y el pecho, el abdomen, la espalda y los hombros cubiertos de cuero y bronce. Llevaba una capa de cota de malla sujeta a las hombreras, ambos antebrazos cubiertos con gruesos brazales y un guante de cuero, posiblemente en la mano con la que manejaba la espada. Llevaba una camisa blanca debajo de la armadura y pantalones marrones de cuero bruñido, metidos por dentro de unas botas que le llegaban hasta la rodilla.

La guerrera se pasó los dedos por el pelo blanqueado por el sol, un poco cohibida bajo la franca mirada de Gabrielle. No era el cortísimo pelo de la guerrera lo que Gabrielle miraba fijamente, sino sus ojos. El color azul de los acianos, el color de los ojos de su propia amante, miraba a su vez a la bardo. Unos golpes en la puerta interrumpieron a las dos mujeres. —Adelante —dijo la guerrera con cautela. Una jovencita de unos quince veranos entró en la habitación. —Bien, Lara... ésta es Gabrielle. La chica sonrió vacilante a Gabrielle. —Necesita un baño caliente y una buena cena. ¿Puedes hacer eso por mí? La chica asintió con la cabeza. Devlin estaba ocupada metiendo unas cosas en un pequeño zurrón de cuero mientras hablaba. —Y dile a Attius que lo traiga todo él. No quiero que tú vengas a esta parte del castillo si yo no estoy aquí, ¿de acuerdo? La chica volvió a asentir con la cabeza y salió apresuradamente por la puerta. —¿Ésta es tu habitación? contemplando el cómodo espacio.

—preguntó

Gabrielle,

—Sí, pero será adecuada para tu estancia. Llamaron de nuevo a la puerta y un soldado al que Gabrielle reconoció como miembro del grupo que la había secuestrado entró en la habitación.

—El ama quiere que lleves a la amazona a la sala de mapas —dijo, comunicando la orden de Kirren. —Te seguimos —contestó Devlin. Devlin y Gabrielle caminaron detrás del soldado y la guerrera se inclinó para susurrar al oído de la bardo: —Recuerda, Gabrielle... Kirren no es una mujer con la que convenga jugar. Si quieres tener una vida larga, haz lo que diga inmediatamente y sin hacer preguntas. ¿Podrás hacerlo? Gabrielle miró a los ojos azules que intensamente a los suyos y asintió en silencio.

miraban

—Cuánto tiempo sin vernos... siéntate —ordenó Kirren en cuanto Gabrielle entró en la sala. Kirren señaló una silla junto a una mesa donde estaban preparados un pergamino, tinta y una pluma. Gabrielle hizo lo que se le ordenaba y pasó la mirada de Kirren a Devlin, advirtiendo la forma en que la guerrera de ojos azules apretaba la mandíbula con rabia cuando pensaba que Kirren no la miraba. —Vas a escribirle una notita a tu Princesa Guerrera. Como ves, ya he incluido los detalles sobre cómo nos vamos a encontrar en el campo de batalla, dentro de quince días a partir de hoy. Lo que va a hacer que acuda es el hecho de saber que estás viva y te encuentras bien. Así que aplica esas dotes de bardo y escribe un mensaje corto diciéndole que estás a salvo. Gabrielle fue a coger la pluma y Kirren le aferró la muñeca con mano de hierro. —¡Ni se te ocurra enviarle una especie de mensaje oculto, majestad, porque lo sabré! —susurró Kirren.

A Gabrielle le dieron ganas de escribir Querida madre, Atenas es bonito, ojalá estuvieras aquí, pero la bardo recordó la advertencia de Devlin y pensó que Kirren no captaría el chiste.Probablemente me clavaría la pluma en el corazón. Pero seguro que Devlin sí lo pillaba. Al pensar eso, la bardo levantó la mirada y vio que Devlin la estaba observando con el rostro tan impasible como siempre, pero sus ojos azules sonreían como si pudiera leer los pensamientos de la bardo. La voz de Kirren sobresaltó a la bardo. —¡No tiene que ser como el puto Sócrates, sólo dile que estás bien! Gabrielle intentó ser lo más sucinta posible. Creía lo que le había dicho Kirren sobre un mensaje oculto, pero era bardo, al fin y al cabo, capaz de hacer que una lista de la compra sonara como un gran drama. La bardo sólo podía rezar a Artemisa para que Xena tuviera buena memoria. Le entregó el pergamino a Kirren y la mujer alta lo leyó una y otra vez. —Parece bastante inocuo. ¿Llevas encima un anillo o un sello... algo con lo que poner tu marca? —preguntó Kirren. Gabrielle se lo pensó un segundo y luego le mostró su colgante. Tras enrollar el pergamino, Kirren ladeó una vela hasta que la cera se derramó sobre el rollo. Ofreciéndoselo a la bardo, Gabrielle aplicó los corazones sobre la blanda cera. —Firmado y sellado —dijo Kirren, entregándoselo a Devlin, quien cogió la nota y se la metió con cuidado dentro del cuero que le cubría el pecho. —Vamos, Gabrielle... te llevo de vuelta abajo —dijo Devlin, haciéndole un gesto a la bardo para que se levantara. —¡Guardia! —gritó Kirren—. Llévatela —le indicó al soldado, que miraba a Gabrielle con franca lascivia, y luego le dijo a Devlin—: Tengo que repasar unas cosas contigo.

La guerrera de ojos azules frunció el ceño al ver cómo se llevaban a Gabrielle. Devlin avanzó rápidamente por los pasadizos secretos del castillo y llegó a la puerta abierta de su habitación justo a tiempo de ver a un soldado sujetando los brazos de Gabrielle por detrás mientras el otro se disponía a arrancarle el corpiño del cuerpo. Se fijó en el gran colgante y quiso hacerse con el premio. Un dolor abrasador emanó de la joya y se le clavó en la mano. —Me ha quemado —aulló lleno de dolor. El otro soldado dio la vuelta bruscamente a Gabrielle para ponérsela de cara e intentó agarrar la joya. Se echó hacia atrás con la misma reacción en cuanto tocó el colgante y en sus dedos se formaron ampollas. —Creo que es bruja —dijo Devlin con indiferencia al entrar en la habitación. Los tres se volvieron para mirar a la guerrera, Gabrielle todavía algo desconcertada por la reacción de los soldados con su colgante, y los soldados se colocaron detrás de Devlin como para que los protegiera. La guerrera se volvió hacia el primer soldado y le miró los dedos con aire preocupado. —He visto cómo se consumen y se caen por este tipo de magia —dijo Devlin—. De hecho... no me extrañaría que hubiera otra cosa que puede acabar consumiéndose y cayéndose —terminó, mirando la entrepierna del soldado. El terror asomó al rostro de los dos hombres, que corrieron a la puerta. Devlin se rió entre dientes al verlos y le preguntó a Gabrielle si estaba bien. —No eres bruja... ¿verdad? —dijo con una ligera sonrisa.

—¡No! No comprendo... o sea, no tengo ni idea de qué es lo que ha pasado. Este collar me lo dio Xena. —¿A lo mejor lo ha hechizado? —dijo la guerrera pensativa. Gabrielle sonrió ante la idea. —¿Me dices cuál es la gracia? —dijo Devlin, agachándose un poco para mirar a la bardo a los ojos. —A mí ya lo creo que me ha hechizado, pero no como podrías pensar —confesó Gabrielle algo ruborizada. Devlin observó a la joven y sintió un ataque de envidia. Envidiaba a esta tal Xena, una guerrera a la que nunca había conocido, y su capacidad para obtener el corazón de una mujer como Gabrielle. —Bueno, voy a conocer a esta guerrera tuya. —Devlin bajó la voz para hablar en un susurro—: ¿Tienes un mensaje para ella? Por la mente de la bardo se cruzaron mil palabras, pero al tiempo que colocaba la palma de la mano sobre el colgante que llevaba en el pecho, eligió sólo cuatro: —Ella posee mi corazón. Por favor, dile que ella posee mi corazón. La guerrera sintió otra punzada de envidia, pero asintió y se sacó una llave de la faltriquera que llevaba a la cintura. —Mantén esta puerta cerrada con llave, aunque no creo que te vayan a molestar más soldados —dijo con una sonrisa —. Por cierto, ¿qué aspecto tiene esta guerrera que posee tu corazón? —Es alta, guapa, con penetrantes ojos azules —dijo Gabrielle, sonrojándose levemente al encontrarse con la mirada azul de los ojos de Devlin.

Abriendo la puerta al oír que llamaban, Devlin dejó pasar a la habitación a un hombre que cargaba con dos cubos de agua humeante. La guerrera fue al fondo de la estancia y abrió las cortinas que separaban una zona de baño del resto de la habitación. El anciano parecía poseer una fuerza invisible, pues echó sin dificultad el contenido de cada cubo en la gran bañera de madera. —Gabrielle, éste es Attius... si necesitas cualquier cosa, pídeselo. Bajará varias veces al día para traerte comida y ver cómo estás. Attius, amigo mío... esto queda entre nosotros, ¿eh? No querríamos que el ama se enterara, ¿verdad? La guerrera sonrió con encanto y Gabrielle se preguntó cuántos trabajadores del castillo desafiaban los deseos de Kirren por la oportunidad de ver la sonrisa de la guerrera de ojos azules. —Estaré fuera prácticamente dos días, Gabrielle. Por favor, majestad —añadió Devlin con una leve sonrisa—, intenta no meterte en líos. Gabrielle pensó en su propia guerrera de ojos azules y en la frecuencia con que Xena le había dicho esas mismas palabras y el corazón de la bardo se llenó del anhelo de verla en el momento en que Devlin cerró la puerta sin hacer ruido. Las exploradoras amazonas habían pasado el último día y medio recorriendo leguas en todas direcciones. Xena incluso empezó a retroceder por donde habían venido, dudando de que las cuentas fuesen una pista de la joven reina como habían creído. Era mediodía y la Princesa Guerrera entró cabalgando en el campamento de las amazonas situado al pie del enorme acantilado. La base de la sólida pared de piedra era el último punto donde habían visto las huellas de los secuestradores de Gabrielle. El resto del grupo argumentaba que como era evidente que Ares había participado en el secuestro de Gabrielle, podía

haber transportado al grupo entero a un destino desconocido para ellas. Xena tuvo que explicar que el dios de la guerra no hacía así las cosas. Ni siquiera para recuperarla a ella. Transportar a individuos, sí, pero nunca había oído que transportara grupos enteros de personas de una sola vez. Dos amazonas llegaron a caballo justo cuando Xena estaba desmontando, con un cansancio que se notaba en la forma de moverse de la guerrera. Le quitó la silla a Argo y dejó que la yegua pastara por la zona, pues se merecía un descanso. —Vienen unos jinetes, guerrera —le exploradoras a Xena—. Llevan bandera de paz.

gritaron

las

Xena se levantó de un salto justo cuando una guerrera rubia, flanqueada por dos de los soldados de Kirren, entró cabalgando en su campamento. Ephiny vio la expresión de los ojos de Xena y corrió al lado de la guerrera. —Xena, al menos oigamos lo que tienen que decir —dijo la regente. Devlin habría reconocido a la Princesa Guerrera sin la descripción de Gabrielle. Xena era una cabeza más alta que cualquiera de las amazonas que la rodeaban y, efectivamente, era guapa. Sin embargo, si las historias que se contaban sobre ella eran ciertas, Devlin no pudo evitar preguntarse qué era lo que tenía esta mujer que la hacía capaz de poseer un corazón tan puro como el de Gabrielle. —¿Tú eres la Princesa Guerrera? —preguntó Devlin. Ni se molestó en escuchar la respuesta y continuó, lo cual vino bien, teniendo en cuenta que Xena no contestó—. He aquí mi muestra de buena fe —terminó Devlin, lanzándole a la guerrera el pergamino sellado de Gabrielle. Xena atrapó el pergamino, sin dejar de mirar a la mujer montada. La guerrera se preciaba de ser capaz de juzgar el corazón de cualquiera sólo con mirarlo a los ojos. Lo que Xena

vio, la desconcertó. No vio la menor malicia ni maldad en esos ojos que eran del mismo color que los suyos. Mirando por fin el pergamino que tenía en la mano, Xena acarició tiernamente el sello de cera con un dedo. Se había usado el colgante de Gabrielle y la marca miraba a su vez a la guerrera. Tras abrir el sello, Xena leyó las palabras de Kirren y una pequeña nota al final del puño y letra de Gabrielle. Devlin se relajó ligeramente mientras Xena leía la nota. La guerrera rubia apenas volvió la cabeza cuando Xena le pasó el pergamino a una amazona que estaba a su lado. Demasiado veloz para que Devlin pudiera detenerla, Xena pegó un salto y clavó dos dedos en el cuello de la guerrera. Devlin sintió que se le aflojaban los músculos y se cayó del caballo, luchando por meter aire en sus pulmones. —Acabo de cortar el flujo de sangre a tu cerebro... dentro de treinta segundos estarás muerta. Dime, ¿por qué no debería matarte aquí mismo? Devlin cerró los ojos con fuerza e intentó concentrarse. Kirren le había hablado de esta habilidad concreta de la guerrera, pero nada podría haberla preparado para una sensación de muerte inminente como ésta. —Si... no... vuelvo... Ga... bri... elle... morirá —jadeó Devlin. Xena parecía indecisa, pero volvió a golpear a la guerrera en el cuello y Devlin aspiró una inmensa bocanada de aire. Limpiándose la sangre de la nariz, la guerrera cayó por fin de rodillas, intentando recuperarse. —¿Por qué dentro de quince días? —le preguntó Ephiny a Devlin. —Es lo que tardaréis en llegar al punto de encuentro acordado —dijo Devlin con voz ronca.

—¿Y cómo es que Kirren matará a Gabrielle si tú no regresas? —preguntó Xena sin mirar a la guerrera arrodillada. —No he dicho que tengamos allí a Gabrielle... sólo que Kirren quiere luchar allí contigo. —¿Y por qué allí? —preguntó Ephiny de nuevo. Esta vez contestó Xena. —Porque allí es donde la derroté la primera vez. Devlin asintió con una sonrisa triste. Subiéndose de nuevo a su caballo, Devlin miró de nuevo a la guerrera. —No me sigáis... si no obedecéis las instrucciones a rajatabla, vuestra reina acabará muriendo y creo que las dos sabemos, guerrera, que no será una muerte rápida. Devlin dio la vuelta al caballo y ordenó a los soldados que avanzaran por delante de ella. Los dos hombres emprendieron la marcha y Devlin se inclinó muy deprisa en la silla y habló a Xena. —Tengo un mensaje personal de Gabrielle... dice que tú posees su corazón, Xena. ¿Alguna respuesta? Los ojos de Devlin se posaron en los dos soldados que cabalgaban delante de ella. Xena seguía sin ver señal alguna de traición en los brillantes ojos de la guerrera rubia. Por la mente de Xena pasó algo parecido a los celos al pensar que esta guerrera, de ojos tan azules como los suyos, iba a entregar su mensaje. —Dile que si yo poseo su corazón, ella me pertenece... ¡y que no permitiré que nadie me arrebate lo que es mío! — Xena gruñó al enunciar la última parte del mensaje. —Me da la impresión de que ella ya lo sabe, guerrera, pero no dejaré de decírselo. —Devlin sonrió y se alejó a caballo, segura de que nadie la iba a seguir.

3 Se estaban quedando rápidamente sin opciones. El grupo podía emprender la marcha hacia el interior, siguiendo las instrucciones de Kirren y Xena podía enfrentarse a Kirren en combate. Ephiny le recordó a Xena que la ex asesina no retaría a la Princesa Guerrera a menos que estuviera bastante segura de que podía derrotarla. Y todavía tenían que vérselas con Ares, por lo que estaban convencidas de que la lucha no sería justa. Dado cómo había dejado Xena las cosas con Ares, era seguro que éste no iba a dejar que la guerrera se marchara sin más con Gabrielle una vez derrotara a Kirren. Lo único que podían hacer era rezar para encontrar a Gabrielle antes del combate y rescatarla de donde estuviera la fortaleza de Kirren. Xena estaba convencida de que Gabrielle habría ocultado una especie de mensaje sobre su paradero en el pergamino. Por supuesto, Kirren lo habría leído, por lo que tenía que formar parte del mensaje de la bardo. —A Gabrielle se le dan bien estas cosas... habrá encontrado el medio —dijo Xena. Eponin, Ephiny y Xena se pasaron casi dos marcas intentando descifrar lo que podía haber querido decir la bardo en su nota para Xena. —Bueno, dice que está bien y que Kirren no le ha hecho daño... no hay mucho que sacar de ahí. Pero ¿y esta última línea... "No estaba tan nerviosa desde el día en que ingresé en la Academia de Atenas"? —preguntó Eponin. —Debe de ser eso... es la única línea que significa algo para ti, pero para nadie más —añadió Ephiny. Xena se quedó mirando el pergamino como si pudiera hacer acopio de los recuerdos a través de la caligrafía de la bardo.

—Debe de querer decir algo, porque no recuerdo que estuviera nerviosa. Es decir, estaba emocionada y las dos estábamos un poco tristes por tener que separarnos. ¿Sólo un poco tristes, guerrera? ¿Recuerdas la sensación que se te puso en la boca del estómago cuando dijo que estaría fuera cuatro o cinco años? —Gabrielle me contó lo del concurso de la Academia. — Ephiny sonrió, recordando la ocasión en que Gabrielle le confesó que había tenido que mentir para poder matricularse —. Si no recuerdo mal, dijo que tú te fuiste a luchar contra un cíclope en un pueblo cercano y que ella se fue a la Academia. Xena miró a las dos amazonas. La guerrera no estaba en absoluto acostumbrada a revelar sus sentimientos a nadie salvo a Gabrielle, sobre todo sus sentimientos sobre Gabrielle. Pero necesitaba sus ideas, si quería desentrañar el acertijo que le había dejado su bardo. —Bueno, la verdad es que... supongo que me estaba costando un poco dejar que Gabrielle saliera de mi vida. No paraba de decirme a mí misma que tenía que dejar que persiguiera sus sueños, pero... En aquel entonces no le dije a Gabrielle que estaba enamorada de ella. No estaba segura de que lo que sentía fuese real. —Xena no se atrevía a mirar a ninguna de las dos mujeres a los ojos. En cuanto a Ephiny y Eponin, ninguna de las dos amazonas había oído nunca a Xena decir tantas palabras seguidas de una sola vez en su presencia. Se sentían maravilladas y honradas al mismo tiempo. —Xena —dijo Eponin, poniendo la mano en el hombro de la guerrera—. No estamos aquí para juzgar tu pasado. ¿Por qué no nos cuentas la historia para ver si recuerdas algo nuevo? Xena se esforzó todo lo posible por sonreír, dadas las circunstancias, y pasó a relatar lo que recordaba.

—Ahora miro atrás y recuerdo que me comporté como una idiota. Quería decirle a Gabrielle cuánto la quería, pero lo único que conseguí decirle fue que la consideraba una hermana. Eponin puso los ojos en blanco. —Creía que no me ibas a juzgar —dijo Xena. —Perdón —replicó Eponin. —En fin, pensé que tenía que dejarle hacer lo que más le convenía, de modo que me ofrecí a acompañarla hasta Atenas. Lo estuvimos discutiendo un tiempo, creo, pero por fin la convencí para que me dejara viajar hasta la ciudad con ella. Creo que tardamos unos tres días en llegar y eso es todo. —¿Ya está? Pero en el pergamino pone el día en que ingresó en la Academia. ¿Qué pasó el día en que llegasteis a Atenas? —intervino Ephiny. —La verdad es que no entramos juntas en Atenas. Gabrielle, cuando te lleve a casa, me case contigo y por fin te tenga en mis brazos sana y salva, me vas a deber una muy grande por esta humillación. —¿Cómo, es que entrasteis en la ciudad por puntos distintos? —preguntó Eponin, que no seguía la lógica de Xena. —Pues sí. —Xena empezó a moverse incómoda—. Gabrielle no sabe que entré en Atenas con ella —soltó por fin —. La dejé en la puerta, pero no... no pude hacerlo. Así que la seguí por toda Atenas hasta que ganó el concurso y decidió reunirse conmigo a las afueras de Karamos. Menos mal que yo tenía a Argo, porque si no habría llegado antes que yo. Casi lo echo todo a perder cuando un chalado atacó a uno de los instructores... al final resultó que era todo parte de la clase.

Olvidándose por completo de por qué estaban escuchando esta historia, Ephiny se echó a reír suavemente al oír el apuro por el que había pasado la guerrera. —Xena, ¿qué ibas a hacer si se hubiera quedado en la Academia? ¿Seguirla a hurtadillas durante cinco años? Xena también se había olvidado por un instante del motivo y se echó a reír con la otra mujer. —A decir verdad, no tenía las cosas planeadas hasta ese punto. —Vale, pues vamos a empezar por el día en que seguiste a Gabrielle hasta el interior de Atenas... empieza desde el principio de ese día, a ver si se nos ocurre qué es lo que nos puede estar indicando Gabrielle —dijo Ephiny. —Está bien. —Xena empezó de nuevo, con cansancio. Cerró los ojos e intentó visualizar el último día que habían pasado juntas antes de que Gabrielle se marchara—. Yo pensaba que ésta iba a ser la última vez que la iba a ver durante un tiempo, así que le dediqué todo el día. Acampamos a las afueras de Atenas. Me desperté temprano y fui a pescar para el desayuno y, como de costumbre, Gabrielle, seguía dormida cuando regresé, de modo que clavé el pescado en un palo y me puse a hacer ejercicios con la espada. Gabrielle se despertó y desayunamos. Estuvimos toda la mañana sin hacer nada de especial y descubrimos un riachuelo donde había esos cangrejos de agua dulce que le encantan a Gabrielle. Hicimos una hoguera, cocinamos los cangrejos y comimos. Creo que después de comer nos fuimos a nadar... sí, porque nos echamos en unas rocas muy grandes y Gabrielle se quedó dormida. Yo fui y pesqué unas de esas anguilas asquerosas que le gustan y cenamos temprano. Esa noche ella entró en Atenas. Había pasado casi medio día y las tres mujeres seguían intentando descifrar el mensaje.

—Una vez más, Xena —dijo Eponin. —No recuerdo nada más. ¡Si sigo repitiéndolo, me temo que voy a empezar a imaginarme detalles que no ocurrieron! —Xena se frotó las sienes con los dedos, intentando controlar el dolor de cabeza que flotaba al borde de su percepción—. Es que no me acuerdo. A lo mejor la nota no quiere decir nada... a lo mejor estoy forzándolo porque quiero que haya algo que no hay —dijo, con un tono cargado de derrota. Las dos amazonas vieron entonces una faceta de Xena que pocas personas habían visto jamás. Tenía la cabeza gacha y se le empezaron a llenar los ojos de lágrimas de frustración. —Sabéis lo que estamos haciendo, ¿verdad? —dijo Eponin de repente, sacudiendo la cabeza—. Estamos intentando averiguar esto enfocando algo que nos ha dado Gabrielle desde nuestro propio punto de vista. Lo que deberíamos hacer es ponernos en el lugar de Gabrielle... pensar como piensa ella. —Buena idea, Ep. ¿Sobre qué escribiría Gabrielle una pista? —preguntó Ephiny. —Escribiría sobre lo que conoce —dijo Xena, animándose con este nuevo punto de vista—. ¿Con qué compara Gabrielle todo en la vida? —preguntó la guerrera en voz alta. —¡Con comida! —contestaron las tres a la vez con humor. Se echaron a reír, pero Xena estrechó los ojos al pensar en este nuevo enfoque. Dio la impresión de que las otras dos mujeres tuvieron la misma idea al mismo tiempo. —Pescado para desayunar —dijo Xena primero. —Cangrejos para comer —añadió Ephiny.

—Anguilas para cenar —terminó rodeada de pescado? —preguntó.

Eponin—.

¿Está

—No, huele pescado —contestó Ephiny. Xena sonrió cuando todo encajó... ¡cómo podía haber estado tan ciega! —Huele algo más que pescado... ¡huele el mar! —La guerrera dio una palmada—. ¡Así se hace! Eph, ¿qué hay al otro lado de esta montaña? —El Egeo, ¿pero cómo han conseguido llegar allí tan rápido? Se tardaría diez días como poco en rodear esta montaña. —Sería más rápido si se fuera a través de la montaña — dijo Xena, levantándose de un salto—. Ya sabía yo que esas huellas tenían algo que me escamaba. No es que hayan desaparecido. Estaban todas de cara al acantilado. ¡Había una abertura y pasaron por ella! Xena y las amazonas se pasaron el resto de la tarde y el anochecer a cuatro patas, buscando cualquier ramita o piedra que fuese la palanca que abría la entrada del túnel. —¿Cómo sabemos que se trata de una especie de puerta y no que Ares les haya abierto un agujero para que pasen? —preguntó Eponin. —Porque Devlin dijo tajantemente que no la siguiéramos y que si no volvía al cabo de lo que parecía uno o dos días, Kirren mataría a Gabrielle. Creo que usó otra entrada de este túnel que atraviesa la montaña y baja hasta el mar. La verdad es que no me imagino a Ares esperando a que todo el mundo lo llame cuando le viene bien. —¿Y esta tal Devlin? No parecía el tipo de persona que trabajaría para alguien como esta Kirren —continuó Ephiny.

Los ojos de Xena soltaron un destello de celos al oír el nombre de Devlin. —No sé cuál es su historia en lo que se refiere a Kirren, pero sí que parecía que intentaba proteger a Gabrielle —dijo Xena a regañadientes. Xena se cayó de repente de la roca por la que había gateado al agarrarse a una rama de árbol que parecía vieja y podrida. La rama era la palanca y el aire se llenó de un ruido atronador. Las amazonas se apartaron corriendo de la pared de roca y se quedaron mirando el enorme túnel que apareció ante ellas. —¡Por todos los dioses! —exclamó Eponin. Xena esbozó una sonrisa malévola y se volvió a la regente. —Tenemos que hacer planes —dijo Xena, sin dejar de sonreír. —Bueno, tengo que reconocer que aquí dais bien de comer a vuestros cautivos —le dijo Gabrielle a Devlin, con los ojos verdes chispeantes de risa. La guerrera había regresado al castillo y descubrió que la bardo había seguido su consejo y no había llamado la atención. Acababan de terminar una comida inmensa y la alta guerrera estaba asombrada de la cantidad de alimentos que la joven era capaz de consumir. Devlin miró debajo de la mesa, con un brillo de desconfianza en los ojos. —¿Qué pasa? —dijo Gabrielle, recostándose por fin en su silla para relajarse. —Me preguntaba si tenías un perro ahí debajo —soltó Devlin muy seria.

La rápida carcajada de Gabrielle atacó los sentidos de Devlin y fue algo que la guerrera nunca había experimentado hasta entonces. Una vez más, pensó en la guerrera morena y se preguntó qué magia podía practicar para conseguir que un corazón como el de Gabrielle se uniera al corazón de una guerrera con un pasado tan oscuro. Gabrielle notó el peso de la mirada de Devlin y bebió otro trago de vino, al tiempo que se le sonrojaban las mejillas despacio. Sabía lo que era una mirada lasciva, pero la mirada azul que ahora se clavaba en ella se parecía muchísimo a la de su propia guerrera. Pensó en Xena y cerró los ojos, con las comisuras de los labios curvadas hacia arriba por una leve sonrisa. —Un dinar por tus pensamientos —interrumpió la guerrera. Gabrielle abrió los ojos de golpe y la guerrera vio que su rubor aumentaba. —Ah, a ver si lo adivino —dijo Devlin, sirviendo otra copa de vino—. Tu Princesa Guerrera. Cuando Gabrielle asintió, los ojos de la guerrera se pusieron serios. Apoyando los codos en la mesa para acercarse más a la joven sentada frente a ella, Devlin hizo por fin la pregunta en voz alta. —¿Cómo es posible, Gabrielle? ¿Qué es lo que hace que una mujer como tú sea capaz de amar a una guerrera cuyo pasado es más negro que la pez? Gabrielle no supo al principio si sentirse halagada u ofendida por la pregunta de la guerrera. Siempre se sentía halagada cuando alguien pensaba que era ella la persona especial en su relación con Xena. Sin embargo, sus defensas naturales se alzaban cuando alguien sacaba a relucir el pasado del que Xena intentaba redirmirse con tanto esfuerzo.

La joven reina miró a los ojos azules de Devlin y de repente cayó en el doble sentido de la pregunta. Había sentido una breve curiosidad por el propio pasado de la guerrera rubia, por la clase de recuerdos que atormentaban a la bondadosa guerrera. Ahora supo que la guerrera no preguntaba sólo por su relación con Xena, sino también qué clase de esperanza había para su propio corazón. —Dos cuerpos, un alma —dijo Gabrielle, y se lanzó a contar la historia de Almas gemelas para su público de una sola persona. —Tendremos que seguir a pie —explicó Xena—. No me gusta el tiempo que vamos a perder, pero será demasiado fácil que nos oigan si pasamos por ahí a caballo. —La guerrera, junto con las dirigentes amazonas, estaba mirando un mapa del territorio que había entre Anfípolis y el Egeo—. Si la fortaleza de Kirren está junto al agua, calculo que habrá de dos a tres días en línea recta desde este punto y el Egeo — terminó Xena, señalando desde donde estaban hasta el mar, atravesando la montaña—. Me preocupa más el estado físico de todo el mundo. Vamos a tener que avanzar a paso ligero ahí dentro. Eph, ¿crees que este grupo está suficientemente en forma? Llevamos varios días haciendo mucho esfuerzo — preguntó Xena, advirtiendo las oscuras ojeras que tenía la regente. Ephiny levantó la mirada del mapa, con cara cansada, pero decidida. De repente, la regente sonrió. —Bueno, si nosotras no lo estamos... ¡ellas seguro que sí! Nada menos que treinta guerreras amazonas entraron en el claro, al mando de Solari. Ephiny advirtió la cara de pasmo de Xena.

—Envié a buscarlas cuando salimos de Anfípolis. No sabía cuándo iban a llegar, pero ya tenemos guerreras de refresco —terminó con una sonrisa. —Pues entraremos en dos grupos —dijo Xena, sintiendo que su propio corazón se aligeraba al ver a las mujeres—. Primero las guerreras más descansadas, así avanzaremos más. Eph, quiero que tú dirijas al segundo grupo. Ephiny vio la lógica de lo que decía la guerrera y asintió. —Siempre y cuando te lleves a Eponin y a Solari en el primer grupo. Así me sentiré mejor. Xena asintió y empezaron a formar los dos grupos. El primero emprendería la marcha a la carrera, y el grupo de Ephiny, formado por las guerreras de la partida original, seguiría a paso más lento, para tener tiempo de descansar. Xena advirtió a las amazonas de que no hicieran ruido y les enseñó cómo quería que se sujetaran las armas para no hacer ruidos metálicos al correr. Encendieron antorchas y el primer grupo se situó ante la enorme entrada del túnel. —Bueno, Ep... ¿te has puesto las botas de correr? —dijo Xena con una sonrisa de determinación. —¡Cinco dinares a que llego la primera! —contestó la guerrera mientras entraban en cabeza y a paso ligero en el oscuro pasadizo. Devlin estaba embelesada por la capacidad de la joven reina para contar una historia. Había oído a bardos por todo el mundo conocido, pero ninguno se podía comparar con la mujer sentada frente a ella. De repente, la puerta de la habitación de la guerrera se abrió de golpe y Kirren entró apresuradamente por ella. Sus ojos soltaban destellos de rabia y Devlin se levantó para interceptar a la mujer. Kirren se detuvo ante la guerrera más

alta y echó el brazo hacia atrás. Le pegó un bofetón a Devlin en la cara que habría enviado volando a Gabrielle al otro lado de la estancia. Devlin, según advirtió la joven reina, apretó los puños, con los brazos temblorosos al intentar controlarse. Volvió la cabeza de nuevo hacia Kirren, pero no antes de que Gabrielle viese el eléctrico fuego azul que ardía en sus ojos. Con todo, la guerrera no le levantó la mano a la mujer enfurecida que tenía delante. —Te han seguido —soltó Kirren. —Eso es imposible —dijo la guerrera entre dientes. —¡Pues los centinelas del túnel han sido atacados por una panda de amazonas! El único que ha conseguido volver con vida ha dicho que estaban en el túnel principal, a un día de distancia. —No han llegado allí porque me hayan seguido —repitió la guerrera. Impaciente, Kirren miró por la habitación y dio la impresión de ver a Gabrielle por primera vez. La joven reina pensó en mirarla a su vez con altivez, pero se lo pensó mejor, al tener en cuenta el humor de Kirren. Gabrielle bajó los ojos, pero siguió notando el peso del escrutinio de la mujer. Volviéndose ásperamente:

de

nuevo

hacia

Devlin,

Kirren

dijo

—¡Ven conmigo! Una vez fuera de la habitación de Devlin, Kirren cerró la puerta de golpe y se volvió hacia la guerrera. —Esto acelera las cosas. Prepara al ejército para el amanecer: saldremos hacia el lugar de encuentro antes de que lleguen aquí. Quiero que todos los soldados disponibles vengan con nosotros. ¡No sólo voy a matar a Xena, sino también a sus queridas amigas amazonas!

—¿Entonces todavía piensas combatir en solitario contra Xena? —preguntó Devlin. —Sí —contestó Kirren con aire ensimismado—. Salvo que me parece que le voy a dar un poco más de incentivo para que luche al máximo de sus posibilidades. Vamos a hacer que Xena entre en ese campo de batalla sola para intercambiarla por su pequeña bardo. Quiero que tú te sitúes en lo alto de la colina con la mocosa amazona, lo bastante lejos para que nadie pueda llegar a ti, pero lo bastante cerca para que Xena pueda veros a ti y a Gabrielle. Cuando te dé la señal... quiero que le cortes el cuello. Al principio Devlin pensó que no había oído bien a Kirren, pero luego miró a la mujer a la cara. La sonrisa malévola de Kirren y la sed de sangre que había en sus ojos le dejaron el corazón helado a la guerrera. Gabrielle no... por favor, esto no. —Pero... creía que habías dicho que sólo querías a la Princesa Guerrera... dijiste... —¡He cambiado de idea! —soltó Kirren—. No necesito recordarte quién pagará el precio si me desobedeces, ¿verdad, Devlin? —No, ama —contestó la guerrera con un suspiro derrotado. Gabrielle se quedó mirando a la guerrera cuando ésta entró de nuevo en la habitación. Devlin fue directa a la mesa donde habían estado las dos sentadas anteriormente y se bebió la copa de vino de dos tragos. Se sentó con aire agotado y se pasó una mano cansada por el pelo corto. Gabrielle sintió su futuro en las acciones de la guerrera. No tenía pensado comentar lo que acababa de pasar, pero la joven reina sentía que no tenía nada más que perder.

—Por lo que conozco de los guerreros, no se someten fácilmente a la voluntad de otras personas —comentó Gabrielle. —No, en general no —dijo Devlin apesadumbrada. Gabrielle decidió lanzarse. —¿Entonces qué utiliza Kirren para controlarte? Devlin estaba de repente demasiado cansada para andarse con juegos e insinuaciones. Su mente regresó al tranquilo pueblecito de pescadores donde había crecido. —Tiene una guarnición de soldados fuera de Tarynth, mi aldea natal. A cambio de diez años de mi vida, deja que vivan. Si me niego o la desobedezco, matará al pueblo entero. A mi madre, a mis hermanas, a mis amigos... a la gente con la que crecí... —Devlin se quedó callada. —Planea matarme, temiéndose la respuesta.

¿verdad?

—preguntó

Gabrielle,

Devlin miró a las profundidades verdes de los ojos de Gabrielle y se dio cuenta de que ahora ya no habría redención posible para ella: después de esto, no. —Sí —contestó la guerrera. —Y... ¿lo vas a hacer tú? —La joven reina parecía sorprendida. —¿Qué quieres que haga, Gabrielle? Tú, una mujer cuyo corazón está colmado de una luz con la que los soldados como yo sólo podemos soñar, ¿qué quieres que haga? Tú hablas del bien supremo. ¿Te dejo libre a cambio de las cincuenta vidas de mi pueblo? ¿Acaso tu vida vale más que la de ellos? —preguntó la guerrera con un matiz de desesperación en el tono.

Gabrielle miró a la guerrera cuyas elecciones en la vida parecían superar a cualquier cosa con la que debería cargar un mortal. Una vez más, Devlin le recordó a la joven a su propia guerrera. ¿No hubo un tiempo en que Xena se cuestionó lo que había llegado a ser? ¿En que intentó liberarse del círculo de violencia y odio en el que se sentía atrapada? ¿Qué habría sido de Xena si la joven bardo no hubiera entrado en su vida? ¿Era justo condenar a Devlin cuando no tenía a nadie que confiara y creyera en ella... que la amara como Gabrielle lo había hecho con su morena guerrera? —No, Devlin. —Gabrielle miró a la guerrera, con los ojos llenos de lágrimas ardientes—. No consentiré que gente inocente pierda la vida en mi lugar. La guerrera siguió mirando a la joven largo rato después de eso, hasta que se levantó de la silla y salió de la habitación, sabiendo que lo que iba a hacer supondría una vida inocente más por la que tendría que pagar. —Arrrgghhhh —jadeó el soldado mientras la vida empezaba a abandonar su cuerpo—. Se han ido... Xena observó el delgado hilo de sangre que caía de la nariz del soldado. Otros veinte segundos. —¿Cuándo y dónde? —preguntó Xena, sin creer que el castillo estuviera prácticamente vacío. Diez segundos. —A-a-ayer por la mañana... amanecer... al viejo... campo de batalla... por favor, y-yo... Xena golpeó el cuello del hombre, soltando el punto de presión. A falta de dos segundos. Xena y las demás amazonas se dejaron caer agotadas al suelo. Habían estado corriendo durante dos días seguidos para llegar a la fortaleza escondida de Kirren y al final habían

descubierto que los secuestradores de Gabrielle les llevaban de nuevo un día de ventaja. —Esperaremos a que Ephiny nos alcance —fue lo único que dijo Xena en voz alta, apoyándose en el frescor de la pared de ladrillo y cerrando los ojos antes de que se le escaparan las lágrimas de rabia y frustración. Al cruzar por el campo la bardo sintió escalofríos por la espalda, incluso a caballo. Las llanuras cubiertas de hierba seguían salpicadas de huesos de soldados muertos, cuyas armas y armaduras, en su mayoría, permanecían sin tocar por ningún mercenario. Cuando Xena empezó como señora de la guerra, su intención era proteger su tierra natal, y al cabo de casi diez años el campo de batalla se mantenía como un recordatorio de que la gente de Anfípolis no se dejaba conquistar fácilmente. Gabrielle se había resignado a su destino y, con la elegancia y dignidad de una reina, simplemente solicitó algo para escribir a la guerrera rubia que seguía actuando como su protectora. La tienda de Devlin estaba situada ligeramente aparte del resto del campamento, otra señal de que jamás sería de verdad uno de ellos. En sus ojos ya no había esa chispa risueña al mirar a la bardo, sino más bien la triste determinación de una guerrera que avanzaba por un lento camino hacia el Tártaro. Gabrielle se quedó sola en la gran tienda cuando la guerrera se marchó, y pasó las horas llenando pergaminos que Devlin le había prometido encargarse de entregar tras la muerte de la reina. Ahora se trataba de esperar, y el campamento entero vibraba de tensión nerviosa mientras aguardaban la llegada de la Princesa Guerrera y su ejército de amazonas. Xena condujo a las amazonas a lo largo de la cresta de la colina que daba al antiguo campo de batalla. Lo único que perseguía este campo eran los recuerdos de la guerrera. Xena

no deseaba caminar entre los huesos de los romanos a los que había matado, prefería mantener la vista al frente y concentrarse en Gabrielle. Sin embargo, esa tarea le resultó difícil cuando vio el ajado estandarte de combate que se agitaba con la brisa. Costaba no ver esa enseña, la enseña negra y morada de la Destructora de Naciones. —Xena, esto es una locura... no puedes ir sola. —Ephiny daba vueltas por el interior de la tienda de mando. —Si no lo hago todo exactamente como quiere Kirren, matará a Gabrielle. Creo que ahora mismo nos tenemos que concentrar en eso —dijo Xena, ajustándose la armadura al ponerse de pie. —¿Y si Ares cumple su amenaza de dejar que mate a Gabrielle? —preguntó Ephiny. Xena frunció el ceño y el azul de sus ojos se puso frío y pálido. —Entonces no habrá lugar lo bastante seguro para que pueda esconderse de mí. ¡Le daré caza hasta que las salas del Monte Olimpo se tiñan del rojo de su sangre! —bufó la guerrera entre dientes. No había otra forma de llegar hasta donde estaba Kirren montada a caballo, rodeada de soldados a cada lado. Xena avanzó a través de los huesos esparcidos de los hombres que había matado aquel día. La guerrera enarcó una ceja ante la táctica infantil de Kirren. Si Kirren creía que podía librar una guerra de nervios con la Princesa Guerrera, estaba equivocada. —Vaya, Xena... me alegro de ver que has llegado. Pensaba que a lo mejor no querías mucho a tu pequeña amazona. ¿A que te llevaste una sorpresa cuando llegaste al castillo y no había nadie en casa? —dijo con una sonrisa sardónica.

Xena se limitó a mirar fijamente a la mujer hasta que ésta se movió incómoda en la silla. Kirren hizo un gesto con la mano izquierda y señaló hacia la colina que había a unos sesenta metros a la izquierda de Xena. Devlin y Gabrielle subieron por la colina a caballo. En cuanto Gabrielle miró hacia abajo y vio a Xena mirando, a la joven se le paró el corazón. Si ésta iba a ser la última vez que iba a ver a su guerrera, era muy apropiado. Así era como recordaría siempre a su amante. Xena estaba montada en Argo, con la cabeza y la espalda erguidas mientras lanzaba miradas amenazadoras a todos los que la rodeaban, una figura poderosa vestida de cuero y armadura. Levantando la vista hacia la colina, la Princesa Guerrera echó una gélida mirada azul a la cumbre. Fue como si el poder que había entre las dos mujeres fuese un ente físico, cuando la mirada fría y amenazadora de la guerrera se clavó en su bardo. Entonces, durante un instante, el hielo de los ojos de la guerrera se empezó a derretir. Era como si un fuego de proporciones inmensas ardiera sin control y el pálido hielo azul se derritió en dos charcas de un azul profundo. Gabrielle estaba inmersa en las sensaciones y ni notó el leve pinchazo en la parte de detrás del cuello. —Ahí tienes a tu pequeña amazona, Xena —dijo Kirren, volviendo a llamar la atención de Xena. —Lucharé contigo... suéltala —ordenó Xena. —Bueno, es que hay un problema... Quiero luchar contigo mañana al amanecer y no creo que pueda fiarme de ti hasta entonces. Así que éste es el trato. Gabrielle baja caminando por esa colina hasta sus preciosas amazonas siempre y cuando tú entregues tus armas y te quedes aquí toda la noche.

—Eso no era parte del trato —soltó Xena. —¡El trato es lo que yo diga! —contestó Kirren—. Bueno, ¿quieres recuperar a tu bardo o tengo que despellejarla viva ahora mismo? Xena miró a su alrededor y sopesó sus posibilidades contra los soldados de alrededor, calculando la distancia entre ella misma y Gabrielle. —Escucha, Xena... yo sólo quiero luchar contigo... sin trucos, un combate a muerte. Estoy segura de que voy a ganar, pero te doy mi palabra... yo no le voy a poner la mano encima a Gabrielle —dijo Kirren con sinceridad. Xena se bajó de la silla de Argo y dio una fuerte palmada a la yegua en la grupa. La montura salió al galope rápidamente en la dirección por la que había venido. Sin apartar los ojos de Kirren, la guerrera entregó sus armas y dejó que los hombres la ataran firmemente a una columna de piedra que había en medio del campo. Gabrielle había querido gritarle a Xena que todo aquello era una trampa. Devlin la mataría de todas formas, pero al menos Xena tendría una posibilidad de escapar. La bardo abrió la boca para intervenir, pero no sabía si se le había abierto la boca siquiera. Notaba la lengua hinchada y torpe. Se le empezaron a dormir los músculos, las piernas se le pusieron blandas y débiles y, de no haber sido por el brazo de Devlin alrededor de su cintura, se habría caído al suelo. —Bueno, tampoco ha sido para tanto, ¿verdad? —Kirren empezó a dar la vuelta a su caballo para alejarse de la guerrera inmóvil. —¿Y Gabrielle? —le recordó Xena. —Ah, sí, tu juguetito. Casi nos olvidamos de ella, ¿verdad? —Kirren se inclinó desde la silla hacia la guerrera atada—. Aquí tienes mi forma de asegurarme de que

realmente haces todo lo posible por matarme mañana y no remoloneas como la última vez. Kirren terminó y la expresión de sus ojos hizo que a la guerrera le resbalara una gota de sudor por la espalda, dándole a Xena una sensación incomodísima de premonición. Kirren se llevó la mano al cuello, haciendo un gesto de corte imaginario. Xena apartó los ojos de Kirren y miró a Gabrielle en lo alto de la colina. Devlin estaba detrás de Gabrielle, con el cuerpo de la mujer más menuda pegado al suyo. La guerrera rubia ya tenía el puñal en la mano y con la mano libre levantó la barbilla de la bardo para exponer su delicado cuello. Fue rápido, pero la guerrera atada a la columna lo vio muy despacio y hasta el último detalle, detalles que se repetirían una y otra vez en sus pesadillas durante muchos años. La mano de Devlin pasó el puñal por el cuello de Gabrielle y la sangre salió despedida de la hoja cuando la guerrera apartó la mano. El pecho de Gabrielle quedó rápidamente cubierto del líquido rojo y la bardo se desplomó en el suelo a los pies de Devlin. Los gritos torturados que desgarraron el aire asustaron a los caballos, que se agitaron nerviosos. Xena deseó detener esos sonidos desoladores, hasta que se dio cuenta de que eran suyos. La guerrera flexionó los músculos y tiró de las cuerdas que la sujetaban con la fuerza de una docena de hombres. Algunas de las ataduras empezaron a deshacerse y los soldados corrieron alrededor de la loca para atarla con más cuerdas. —Creo que eso garantizará que estés bien furiosa —dijo Kirren, retrocediendo en la silla cuando la guerrera intentó lanzarse contra ella, aunque las cuerdas sujetaban con firmeza el cuerpo de la mujer, que no paraba de retorcerse—. Sólo te prometí que yo no le pondría la mano encima —dijo Kirren al azuzar a su caballo.

Había caído la noche. La guerrera morena estaba derrumbada sobre las cuerdas que la sujetaban a la solitaria columna de piedra. No estaba inconsciente ni despierta: su mente se agitaba en una bruma de dolor que antes había pensado que jamás podría alcanzar tales cotas. Ni la luz ni la oscuridad eran capaces de llenar su alma... sólo había vacío. Una fuerte bofetada lanzó la cabeza de la guerrera a un lado. —Xena. Los ojos ausentes se abrieron y enfocaron la vista, al tiempo que un gruñido de animal salía de lo más hondo del pecho de la guerrera. Otra sonora bofetada, esta vez tan fuerte que la cabeza de la guerrera rebotó en la columna de piedra. Xena luchó con sus ataduras para alcanzar a quien la atormentaba, la causa de todo su dolor. —Bien, al menos me reconoces —le dijo Devlin a la guerrera—. Xena, escúchame. —La guerrera echó una rápida mirada a su alrededor y pasó por encima de los cuerpos muertos de los hombres responsables de vigilar a la Princesa Guerrera durante la noche—. Gabrielle no está muerta —dijo Devlin despacio, tratando de ver si la guerrera comprendía sus palabras—. Te voy a desatar como muestra de buena fe, Xena... preferiría que no me mataras inmediatamente. Lo que viste en la colina era un truco... Gabrielle está bien viva. Devlin levantó la espada y cortó sin dificultad las cuerdas que ataban a la mujer. Retrocediendo para prepararse para un ataque de la guerrera medio enloquecida, se quedó mirando cuando Xena cayó sobre una rodilla, al parecer llena de dolor. Devlin fue a levantar a la guerrera caída y sintió que los dedos de Xena salían disparados y se cerraban alrededor de su garganta. La guerrera no tenía

ninguna prisa: fue apretando despacio hasta que Devlin cayó de rodillas, agarrando a la guerrera con la mano libre. —N-no... está... muerta —repitió Devlin—. Xe-Xena... todavía... tengo... la espada... Xena miró hacia abajo y vio que la guerrera rubia tenía la espada en la mano, peligrosamente cerca del vientre de Xena, pero Devlin no había hecho ademán de usarla. Xena se levantó, lanzando hacia atrás la melena de pelo negro, que cayó como una cascada sobre sus hombros, y soltó a la guerrera que tenía debajo. —Le... le di... emetia —tosió Devlin, levantándose despacio. En los ojos de Xena había dolor y desconfianza, pero Devlin siguió—. Yo misma sellé su cuerpo en una cesta y los soldados de Kirren deberían estar entregándola ya en el campamento de las amazonas. Xena no necesitaba que la guerrera le explicara los efectos de la emetia, una especie de sustancia paralizadora que reducía el ritmo del corazón hasta el punto de sostener apenas la vida. Si alguien comprobaba el pulso de la bardo, parecería muerta. Pocos segundos antes Xena había sentido que su vida estaba acabada, pero ahora esta guerrera le estaba diciendo que se trataba de un engaño. No quería creerlo, pero en el corazón de la guerrera prendió una pequeña chispa llena de esperanza. Devlin se montó en el caballo negro y le ofreció una mano a la Princesa Guerrera. Xena dejó que la pequeña chispa se convirtiera en una llama al alargar la mano y subirse al lomo del caballo. El cálculo había sido perfecto. Devlin y Xena entraron en el campamento de las amazonas justo después de que los dos soldados de Kirren hubieran depositado la cesta delante de la

atónita regente. Los cuerpos de los soldados estaban acribillados de flechas amazonas, disparadas después de que le dijeran a la regente lo que contenía la cesta. Las dos guerreras cabalgaron hasta Ephiny y Xena saltó del lomo del caballo antes de detenerse y se puso a arrancar frenética el sello de la cesta. —Traed a una sanadora —gritó Xena a quien quisiera escucharla—, decidle que traiga raíz de valeriana. Gabrielle — gimió Xena, levantando con cuidado el cuerpo inerte de la cesta y acunando a su amante en los brazos. Ephiny sofocó una exclamación que hizo intervenir a Devlin. —Tranquila... no es su sangre —dijo, pasándole a la guerrera arrodillada un paño mojado. Xena se puso a limpiar la sangre seca del cuello y el pecho de Gabrielle, acariciando amorosamente la garganta de la bardo, que en realidad no tenía ni un rasguño. Una joven amazona a la que Xena no conocía se arrodilló en el suelo al lado de la guerrera, siguió las instrucciones de Xena y por fin le entregó una rodaja de la olorosa raíz. La guerrera se metió la rodaja de raíz en la boca, la masticó hasta hacerla una pasta fibrosa y escupió con cuidado la saliva que le llenaba la boca. Colocando la cabeza de la bardo en su regazo, le abrió la boca a Gabrielle y metió la raíz entre la mejilla y la encía de la joven y luego masajeó la garganta de Gabrielle para animarla a tragar. Pasaron los segundos, pero a Xena le parecieron días. La emetia no era una sustancia a la que se le debiera restar importancia. Cada momento de más bajo su influencia suponía una posibilidad menos de recuperarse de esos efectos que alteraban el organismo.

—Vamos, Brie... traga por mí... vamos, cariño. —Xena notó que le caían lágrimas por la cara mientras sujetaba y acunaba a la joven reina entre sus brazos, sentada en el suelo en medio del campamento de las amazonas. Una súbita inhalación convulsiva sacudió el cuerpo de la joven y sus ojos se abrieron de golpe, sin enfocar la vista aún en lo que la rodeaba. La guerrera se apresuró a sacar la raíz de valeriana de la boca de la bardo. —Gabrielle... ¿Gabrielle? —Xena cogió la cara de la joven reina entre las manos, tratando de que la mirara a los ojos para asegurarse de que su amante había vuelto. —¿Xena... Xe? —empezó Gabrielle y luego sofocó sin éxito un sollozo al reconocer a la mujer que la sostenía. Gabrielle se echó a llorar mientras Xena la envolvía en sus fuertes brazos y la mecía suavemente, pegando su cuerpo con fuerza al de la joven, rezando para que esto no fuese un sueño. Xena miró hacia la luz del fuego y captó los ojos llorosos de Devlin. —Gracias —le dijo Xena a la guerrera, con la voz ronca de emoción—, gracias... Había sido un día cargado de emociones para la guerrera y la bardo y se tumbaron en un camastro dentro de la tienda de Xena, donde pasaron el resto de la noche intercambiando suaves caricias y promesas de amor hasta que Morfeo se apoderó de las dos. Ambas mujeres estaban agotadas físicamente y durmieron sin despertarse, echadas tan cerca del deseo de sus corazones. Incluso dormida, Xena seguía rodeando protectoramente con los brazos a su joven amante. El carro de Apolo estaba comenzando su viaje y unos brillantes rayos de sol golpeaban la armadura de la mujer morena y volvían a reflejarse hacia el cielo. Xena estaba

cruzada de brazos contemplando la escena que se desarrollaba en el valle de debajo. Kirren tenía más de doscientos soldados que se preparaban para la batalla en el campo donde la Destructora de Naciones había rechazado a los romanos tanto tiempo atrás. Esta vez, como entonces, el pueblo de Anfípolis iba a ser el premio. A Kirren no le había hecho gracia descubrir que Devlin y Xena se habían ido. Al amanecer se oyeron sus gritos desde la colina donde ahora estaba la guerrera. Xena se había puesto en su "modalidad señora de la guerra", como lo llamaba Gabrielle, y calculaba las posibilidades y desarrollaba estrategias para una batalla donde tenía una seria desventaja numérica. Tenían unas setenta y cinco amazonas, sin contarse a sí misma y a Gabrielle. Estaba decidida a mantener a Gabrielle lejos del combate: esta vez había faltado muy poco. Suponía, por la forma en que Kirren estaba disponiendo a sus tropas, que intentaría atacar el campamento de las amazonas a oleadas, en lugar de con una batalla prolongada. Los ataques cortos eran una ventaja para el ejército más numeroso. Les daba tiempo de reagruparse mientras otros seguían luchando. El ejército más pequeño no se podía permitir ese lujo. O todo el mundo luchaba o todo el mundo descansaba, no había suficientes guerreros para hacer las dos cosas a la vez. Xena ladeó la cabeza ligeramente al oír desmontar a la alta guerrera. —Buenas noticias por una vez. —Devlin sonrió con ironía —. Acaba de llegar un hombre al campamento, dice que es tu hermano Toris. Se ha traído a unos cuarenta hombres de las aldeas de alrededor de Anfípolis, todos medio decentes con una espada, por lo que parece. —Ésa sí que es una buena noticia —dijo Xena bruscamente, pasando al lado de la guerrera para regresar al campamento. No sabía qué decirle a la mujer que les había

salvado la vida, pero no había pedido nada a cambio. Le debía la vida a esta mujer, pero también notaba cómo miraba Devlin a Gabrielle y volvía a sentir los celos en su interior—. Será mejor que terminemos de prepararnos —dijo Xena secamente, volviéndose hacia Devlin—. Va a ser un día muy largo. —Xena, estoy bien esperaba la guerrera.

—protestó

Gabrielle,

como

se

—Gabrielle, no es seguro y... —La guerrera puso los dedos sobre los labios de la bardo para evitar que contestara —. No me refiero sólo a ti, estoy pensando también en las guerreras que lucharán a tu lado. Necesitas un poco más de tiempo para asegurarte de que tu cuerpo ha superado los efectos de la emetia. Pones en peligro a todo el que te rodea si no estás al cien por cien. Xena hizo uso del único argumento que sabía que podía detener a la bardo: la idea de poner a otros en peligro. Gabrielle parecía enfadada, luego pensativa y por fin miró a su guerrera con los ojos llenos de amor. —Eso no es juego limpio —dijo con media sonrisa. Xena se relajó un poco y se permitió sonreír. Abrazando a la bardo, besó a la joven en la coronilla. —Tengo que jugar sucio contigo, amor... eres demasiado rápida para mí... si no, perdería todas las discusiones — explicó la guerrera estrechando a la mujer con más fuerza—. Además, con todas estas jovencitas —dijo Xena, refiriéndose a las amazonas que las rodeaban—, de verdad que te necesito aquí detrás. Esa joven sanadora no es todavía más que la aprendiza de Sartori. Dudo de que alguna vez haya tratado nada más grave que un pellejo roto. Necesito que la ayudes, Brie.

—Detesto cuando lo que dices tiene tanto sentido, sabes. Me cuesta pensar en un buen argumento —dijo Gabrielle, besando los labios sonrientes de la guerrera. La primera oleada de ataque duró unas tres marcas, pues era sobre todo una prueba de defensa y estrategias por parte de los líderes. No hubo bajas en el campamento de las amazonas, pero sí una serie de heridas leves, otra razón por la que los ataques breves y continuos daban la ventaja a un ejército grande. Recorriendo de nuevo el campamento, Xena se dio cuenta de que tenía que proteger este campamento base por el bien de los heridos que iban a acabar llenando las tiendas que Ephiny había ordenado montar. Demostrando a una serie de guerreras lo que tenía en mente, Xena se echó a un lado y observó mientras iban entrelazando grandes picas para formar una especie de valla alrededor del campamento. Xena entró en la enfermería improvisada y se detuvo en seco al ver a Devlin sentada con el brazo lleno de sangre y a Gabrielle intentando que la poco cooperativa guerrera se estuviera quieta. —Gabrielle... no es tan grave —suplicó la guerrera. —Puede que no, pero necesitas puntos y más te vale dejarme hacerlo ahora que todavía tengo tiempo —le ordenó Gabrielle. Devlin se resignó a quedarse en la silla y miró a la bardo mientras ésta le limpiaba el largo corte que tenía en el antebrazo, justo encima del brazal. La joven la tocaba con delicadeza, pero al mismo tiempo con firmeza y la sensación de vértigo que le entró a la guerrera tenía, sospechaba ella, poco que ver con la pequeña pérdida de sangre. —Nada mal —comentó Devlin, examinando los puntos pequeños y regulares.

—Practico mucho —dijo Gabrielle riendo y sujetando el brazo de la guerrera con ternura mientras vendaba la herida. Xena las observó y volvió a tener esa sensación. Los ojos de Gabrielle chispeaban al reír con la guerrera y la mujer morena se preguntó qué había ocurrido de verdad entre las dos durante tantos días. ¡Esto es ridículo! Gabrielle nunca traicionaría nuestro amor. Sin embargo, la guerrera no conseguía quitarse la idea de la cabeza. La familiaridad con que la bardo tocaba a la guerrera herida hacía que el cerebro de Xena corriera más que su sentido común. ¿Se dejaría seducir Gabrielle por una guerrera de palabras suaves y ojos del mismo color que los de Xena? ¿Podría Gabrielle haber dejado que otra mujer convirtiera una pequeña chispa de deseo en una llama ardiente? ¿Lo haría... podría hacerlo... lo había hecho? Gabrielle empezó a notar el peso de una mirada y sintió un calor familiar que le inundaba el rostro. Levantó despacio la vista y se topó de lleno con el ceño pensativo de su amante, que miraba fijamente a la bardo, pero al parecer estaba sumida en sus propios pensamientos. La joven reina sabía perfectamente lo que indicaba ese ceño en su guerrera. A fin de cuentas, ¿acaso no se le había puesto a ella la misma expresión cada vez que una camarera bonita dedicaba demasiado tiempo a servirle una bebida a la Princesa Guerrera? Gabrielle volvió a mirar rápidamente a Devlin, que la estaba mirando, y estuvo segura de que lo que aquejaba a su guerrera eran simples celos. La mirada de Xena seguía clavada en la de la bardo y la joven le transmitió todo lo que sentía con sus ojos verdes. Xena lo vio todo entonces. No, Gabrielle nunca haría... nunca podría... nunca lo había hecho. Éste era el ingrediente que había faltado en todas las relaciones que había tenido la guerrera, antes de Gabrielle, la confianza. La confianza en su amor y de la una en la otra. Cuando Xena miró a la joven reina a los ojos vio todo esto... confianza, amor, anhelo, necesidad y deseo. Todo esto que era sólo para ella y para

nadie más. Sonrió. Con esa sonrisa deslumbrante que reservaba sólo para esta hermosa joven. La sonrisa se clavó directa en el corazón de la bardo. La sonrisa de Xena pilló desprevenida a Gabrielle y sintió un escalofrío por todo el cuerpo por la cantidad de emociones que le podía hacer sentir esta mujer con tan sólo una mirada y una sonrisa. Por los dioses, qué cosas me hace. Xena se acercó a las dos mujeres y Gabrielle pasó con naturalidad un brazo alrededor de la cintura de la guerrera, mientras Xena colocaba el suyo alrededor de los hombros de su amante. —Ya sé que es un poco tarde, pero vosotras dos todavía no habéis sido presentadas como es debido —dijo Gabrielle, estrechando ligeramente la cintura de Xena—. Xena de Anfípolis, te presento a Devlin de Tarynth —dijo con formalidad. Las dos cordialidad.

guerreras

se

estrecharon

el

brazo

con

—Tengo una deuda contigo —dijo Xena—. Si alguna vez necesitas algo y está en mis manos poder dártelo, sólo tienes que pedirlo. Devlin solto una carcajada alegre y relajada. —Puede que algún día te tome la palabra, guerrera. —Sabes, ahora que todo ha terminado, ¿qué tal si me cuentas cómo hiciste creer a todo el mundo que me habías cortado el cuello? —preguntó Gabrielle de repente. —Pues fue muy fácil, la verdad. Te administré la emetia un poco antes, para que cayeras al suelo en el momento justo. La sangre no era más que una pequeña vejiga que había llenado de sangre de cerdo. La tenía entre el pulgar y la

hoja de mi puñal y pluuuf —dijo Devlin, haciendo un movimiento de corte sobre su propio cuello. —Sangre de cerdo... qué bonito —dijo Gabrielle con cara de pocos amigos—. ¡No me voy a poner ese corpiño nunca más! Devlin y Xena habían terminado las últimas defensas para proteger el pequeño campamento y se estaban preparando para enfrentarse una vez más a las fuerzas de Kirren. —¿Qué es? —preguntó Devlin. —¿Qué es qué? —replicó Xena, siguiendo la mirada que Devlin dirigía detrás de ellas, donde estaba Gabrielle dando instrucciones y hablando con las guerreras. —¿Qué es lo que hace que mujeres como ésa sean capaces de amar a guerreras como nosotras? —preguntó Devlin de nuevo. Xena comprendía la pregunta que había hecho la alta guerrera. ¿Acaso ella misma no se había preguntado lo mismo? ¿Qué podía ver una mujer con el corazón tan puro como la bondad misma en una guerrera cuyo pasado era oscuro como la noche? Xena también comprendía que Devlin hiciera la pregunta, pensando si tal vez a ella podría ocurrirle lo mismo. Xena se quedó mirando a Gabrielle, ayudando a enrollar vendas, contestando intentando tranquilizar a la gente antes de acometida de la batalla. Iba de una persona tocaba ligeramente o les sonreía, y Xena supo millón de años sería capaz de contestar a la Devlin.

que seguía preguntas e la siguiente a otra y las que ni en un pregunta de

—Es un regalo de los dioses, amiga mía —dijo Xena, contemplando a la joven que poseía su alma misma—, es un regalo de los dioses. —Gabrielle —dijo Xena con tono bajo y de advertencia. —Xena —replicó Gabrielle. La joven reina llevaba brazales y hombreras y sujetaba su vara con una mano, con el extremo apoyado en el suelo—. Xe, no puedo quedarme aquí atrás cuando estoy sana y necesitamos a todas las personas que puedan luchar ahí fuera —dijo Gabrielle, sabiendo lo que iba a decir Xena—. Estas mujeres morirían por mí... tengo que demostrarles que yo haría lo mismo por ellas. La guerrera frunció el ceño intentando pensar en algo que decir para contrarrestar la lógica de la bardo, pero no se le ocurría nada. Estas mujeres eran el pueblo de Gabrielle, súbditas que habían cruzado muchas leguas de buen grado, que se estaban preparando para enfrentarse a la muerte en el campo de batalla por amor a su reina. ¿Podía Xena pedirle a su bardo que fuese menos de lo que era? ¿Se lo pediría Gabrielle a ella? Cogiendo la cara de su amante entre las manos, acarició las mejillas de la joven con los pulgares y la acercó para darle un beso que le mostrara a esta joven todo lo que la guerrera llevaba en el corazón. —Es que temo por ti... no sé qué haría si te perdiera, Brie —susurró Xena al oído de la bardo. —Lo sé, amor... yo siento lo mismo cada vez que acabas luchando. Esto es algo que tenemos que hacer, y recemos para que Artemisa nos proteja. Te prometo que no correré riesgos estúpidos y que no lucharé en primera línea — contestó Gabrielle.

Besando tiernamente a la joven reina en la frente, la guerrera susurró de nuevo: —Te quiero, bardo mía. —Y yo a ti, guerrera mía... cuídate —dijo Gabrielle y besó a la guerrera en la palma de la mano. —¡Ya vienen! —gritaron las guerreras que estaban en cabeza cuando las primeras líneas cargaron corriendo en el campo de batalla. —¡Ayah! —gruñó Xena cuando otro de los soldados de Kirren cayó delante de ella, con el vientre rajado a pesar de la armadura de cuero. La guerrera estaba inmersa en la refriega y no podía dedicar ni un instante a mirar por el campo en busca de su bardo. —Ayiyiyiyiyiyiyi —Xena soltó su grito de combate, saltó por el aire y se volvió para aterrizar detrás de tres soldados que miraban a su alrededor como si hubiera salido volando y hubiera desaparecido. Fue entonces cuando Xena divisó a Gabrielle, en el momento en que su vara se agitaba en el aire al golpear a dos soldados a la vez en la cara. La guerrera soltó un suspiro de alivio, si tal cosa era posible en medio de una batalla, cuando vio a Devlin a la espalda de Gabrielle, con una espada larga y otra corta en las manos, cortando las extremidades de los soldados vociferantes en un frenesí sin pausa. Xena acabó con dos soldados más de una sola estocada, lanzó su chakram y oyó cómo cortaba el mango de un hacha que estaba a punto de caer sobre la espalda de una guerrera amazona. La amazona hundió su espada en el vientre del soldado que tenía detrás sin mirar siquiera, echándole una sonrisa de agradecimiento a Xena. Ephiny y dos miembros de la guardia real rodeaban a su reina, pero en el momento en que Xena miró, una de las

guardias cayó muerta, con una flecha clavada en el corazón. Xena intentó avanzar hacia su bardo, pero por cada soldado que eliminaba, dos más ocupaban su lugar. Por fin el ritmo fue decayendo y Xena vio que los soldados que había en el valle de debajo empezaban a batirse en retirada arrastrando a sus heridos. —¡Gabrielle! —gritó Ephiny, intentando apartar a la reina de la trayectoria de una flecha que parecía volar directa a la joven. Ephiny tiró con fuerza del brazo de Gabrielle y se resbaló en la hierba cubierta de sangre. La amazona cayó al suelo, derribando a Gabrielle encima de ella. La flecha pasó justo por donde había estado la bardo en el momento en que Devlin volvía la cabeza para ayudar a la reina. La punta de la flecha se incrustó en el cuello de la guerrera, que cayó de rodillas. Cuando Xena pudo volverse, lo único que vio fue a la alta guerrera aferrándose la garganta mientras su cuerpo se desplomaba en el suelo. —¡NOOOOO! —gritó Gabrielle, arrastrándose hasta donde estaba la guerrera rubia, que tenía los ojos cerrados por el dolor. Xena se dejó caer al suelo al lado de la guerrera caída y sus manos examinaron rápidamente la flecha clavada en el cuello de Devlin. —Xe... ayúdala —sollozó Gabrielle. Los ojos de Xena se encontraron con los de Devlin. Entre las dos hubo un entendimiento y Xena vio que la guerrera rubia asentía ligeramente. Tenía que asegurarse de que esto era lo que quería Devlin... tenía que hacérselo saber a Gabrielle. —Dev, ¿comprendes lo que digo? —preguntó Xena.

—Sí —asintió la guerrera, con una mueca de dolor al tener que hablar. Devlin alzó una mano débil como para arrancarse la flecha del cuello. Agarró la mano de Xena y llevó la mano de la guerrera morena hasta la flecha. —Dev, sabes dónde tienes la flecha... está en la yugular. —Xena respiró hondo y miró a Gabrielle, que tenía la cabeza de la guerrera en el regazo, antes de continuar—. Si te dejo la flecha, te desangrarás poco a poco... será lento... esto no puedo arreglarlo. —A Xena se le quebró la voz mientras se lo explicaba—. Si te la saco... serán unos pocos minutos como mucho —terminó Xena. Devlin cerró los ojos y agarró con fuerza la mano de la guerrera, tirando de Xena hasta que su cara quedó a pocos centímetros de la de la guerrera herida. Con dolor, la guerrera rubia le susurró algo a Xena y la mujer morena miró a Gabrielle. Xena tenía los ojos llenos de lágrimas al mirar a su bardo. —Quiere que le pague la deuda que tengo con ella. — Xena le repitió a Gabrielle las palabras de Devlin—. Quiere que la sostengas mientras muere. Los sollozos de Gabrielle se hicieron más intensos y miró a su propia guerrera con ojos interrogantes. Xena asintió y ayudó a colocar a la mujer caída entre los brazos de la bardo. Apoyando una mano en el hombro de Devlin, Xena se limpió con un paño que le pasó Ephiny. Colocando los dedos alrededor del astil de la flecha, Xena miró a los ojos a la mujer que tanto había dado por ella. Devlin sonrió de medio lado y en ese momento Xena tiró con todas sus fuerzas y de un solo movimiento rápido, la flecha se soltó. La sangre brotó a chorros de la herida irregular, empapando a las personas y el suelo alrededor de la guerrera caída.

Xena dejó que las lágrimas cayeran por su propia cara al tiempo que sujetaba la mano de la guerrera. ¿Cómo podía rechazar esta última petición agonizante de una guerrera que lo había dado todo para devolverle a Xena la vida entera? Morir en brazos de Gabrielle, la joven reina amazona de quien Devlin estaba tan enamorada. ¿No habría sido ése el deseo de la propia Xena? —Nooo —lloró Gabrielle, poniendo la mano sobre la herida y apretando con fuerza el cuello de la guerrera. La sangre siguió manando entre los dedos de la bardo. Devlin alzó una mano débil y apartó la mano de Gabrielle de su cuello, haciéndole un gesto negativo a la bardo. La guerrera sonrió por última vez y cerró los ojos. —¿Gabrielle? —Xena estaba justo en la entrada de la tienda que compartían Gabrielle y ella y la joven acababa de ponerse un corpiño de cuero. Xena entró en la tienda, pasando ante el montón de ropa ensangrentada que la bardo se acababa de quitar. —¿Brie? —Xena le había dado a Gabrielle el espacio que pensaba que necesitaba, pero ahora se estaba empezando a preocupar un poco por la joven. —Lo sé... tengo que ir a la enfermería... —Gabrielle pasó al lado de la guerrera—. Y luego tengo que comprobar las provisiones y... —Brie, para —ordenó Xena, cogiendo a la joven por la cintura con un brazo y estrechándola con fuerza contra su cuerpo—. Está bien desahogarse —dijo Xena suavemente. Gabrielle se volvió entre los brazos de la guerrera, se aferró a su amante y se echó a llorar sin control. Xena no podía hacer nada salvo sostener a la joven y susurrarle al oído palabras tiernas de amor y consuelo. La guerrera no paraba

de repetirse que el campo de batalla no era lugar para Gabrielle, que no contaba con las defensas de la guerrera para soportar la pérdida de amigos y familiares. Su bardo sentía cada pérdida sucesiva con tanta fuerza como la primera. Xena se sentó en una silla y se puso a la joven en el regazo, dejándola llorar hasta que se quedó sin lágrimas. —Gracias, Xe —susurró Gabrielle. Eponin entró corriendo en la tienda. —Perdóname, majestad... se han puesto otra vez en marcha y parece que Kirren va con ellos. Gabrielle se levantó y miró a Xena mientras ésta se levantaba de la silla. A la guerrera se le ocurrió un millón de argumentos que utilizar para mantener a Gabrielle apartada de esta batalla, que seguramente sería la última. Sin embargo, al mirar a la mujer que estaba a su lado, vestida con el cuero y la armadura de una amazona, no vio a la chiquilla de Potedaia que necesitaba que la Princesa Guerrera la rescatara. Xena vio a una mujer fuerte, a una dirigente competente, a una persona dispuesta a vivir y morir para proteger a su pueblo, a sus amigos y su integridad. A una reina amazona. La guerrera vio la vara de la joven reina apoyada en la pared de la tienda, cerca de la entrada. Cogió la vara y se la lanzó a su compañera. —Cuídate —dijo Xena. —Lo mismo te digo —contestó Gabrielle con decisión. Habían cambiado las tornas y los soldados de Kirren que no estaban muertos o agonizando empezaron a huir. Quedaban unos cincuenta hombres que se negaban a

rendirse y todos parecían concentrados en la Princesa Guerrera a la vez. —¡Ayah... ayah! —Xena gruñía y gritaba con cada estocada y corte que hacía su espada al hundirse en la carne humana que la rodeaba. El campo estaba cubierto de la sangre de los hombres y las amazonas por igual. La guerrera se estaba cansando por el esfuerzo de agarrar la empuñadura de su espada empapada de sangre. Al poco, dejó de ver... dejó de sentir... dejó de pensar... dejó de oír los ruidos de la batalla a su alrededor: sólo oía el ruido de su propia sangre palpitando en sus oídos. Sólo veía el movimiento rápido como el rayo de su espada al enviar un alma tras otra al juicio de Hades. Estaba más allá del sentimiento o del interés, vacía de todo salvo de la habilidad que la impulsaba a conquistar. Sus ojos perdían parte de su color azul con cada golpe que daba, hasta que la bruma oscura de la sed de sangre le arrebató por completo el color de los iris. Cualquier hombre que aquel día luchó con ella y sobrevivió, juraba que ese día había mirado a la muerte a los ojos. —¿Me recuerdas? —gritó Gabrielle por encima de los ruidos del combate. Kirren se volvió al oírla y la joven reina torció el cuerpo con fuerza, lanzando todo su peso con el golpe de derecha que le asestó con la vara. Kirren aguantó bien el golpe, teniendo en cuenta que así había roto la mandíbula a más de un soldado durante el día. Se le escapó la espada por el aire y cayó de rodillas, pero rodó en cuanto dio en el suelo y se sacó un puñal de la bota, lanzándose contra la bardo con expresión atónita. Gabrielle estaba demasiado agotada para parar todo el peso del cuerpo de la mujer: cayó debajo de Kirren y las dos forcejearon para controlar el puñal que tenía la guerrera en la mano.

—¡Lo habrás conseguido una vez, pero no se puede burlar a Hades una segunda! —gritó Kirren enloquecida, levantando el puñal por encima de la cabeza. Gabrielle sabía que no tenía fuerzas suficientes para evitar que el puñal de la guerrera se clavara en su corazón y miró a los ojos vacíos y dementes de la mujer que tenía encima. La bardo aguantó la respiración y esperó lo inevitable. De la garganta de Kirren brotó un gorgoteo al tiempo que en los labios se le formaban pompas rosáceas de sangre. Se le cayó el puñal de la mano y la guerrera miró primero a Gabrielle y luego su propio pecho, donde la punta de una hoja de metal asomaba por el esternón. Una gran mancha roja se fue extendiendo despacio por el pecho de Kirren, luego se oyó el roce del metal contra el hueso y la punta de la espada desapareció. Ephiny le quitó de encima a Gabrielle el cuerpo de Kirren antes incluso de que la malvada guerrera supiera que estaba muerta. Se agarró débilmente a la muñeca de Gabrielle al caer de costado, luchando por respirar. —Que te den —bufó Gabrielle, empujando a la mujer moribunda para echarla del todo en el suelo. Para cuando el cuerpo de Kirren cayó sobre la hierba manchada de sangre, Hades ya la estaba esperando. El sudor se metía en los ojos de la guerrera y la sangre y la mugre cubrían su cuerpo mientras giraba para enfrentarse al siguiente atacante. Parpadeó con fuerza, moviendo los ojos de un lado a otro, con los pulmones en llamas al intentar hacer acopio del aire que tanto necesitaban. Xena se dio cuenta de que no había nadie más. Había vencido al enemigo y ahora cayó sobre una rodilla, intentando vencer al enemigo interior.

La guerrera apoyó la frente en el antebrazo, que descansaba sobre la empuñadura de su espada, cuya punta estaba clavada en la tierra teñida de rojo. —¿Xena? —Eponin alargó una mano con cautela hacia su amiga. —¡No me toques! —bufó Xena, apretando la mandíbula espasmódicamente. —Xena, ¿estás herida? —preguntó la amazona. —No es sangre mía —dijo Xena en voz baja—. ¿Gabrielle? —Xena miró a la guerrera, con los ojos llenos de pánico repentino. —Está bien, está en el campamento atendiendo a los heridos en la enfermería. Kirren está muerta —añadió Eponin. —No quiero que Gabrielle me vea así —dijo Xena, poniéndose en pie. La guerrera todavía tenía los ojos un poco desorbitados y el pelo pegado de sangre y el cuerpo cubierto de despojos—. Tengo que llegar a mi tienda... no dejes entrar a Gabrielle. Eponin ayudó a la guerrera a entrar en el campamento y en su tienda y luego montó guardia con decisión ante la entrada de la tienda. Gabrielle parecía más tranquila que unos momentos antes. Se enteró de que Xena había regresado ilesa al campamento y la joven reina dio gracias en silencio a Artemisa, dirigiéndose a su tienda. —Dioses, ¿por qué yo? —murmuró Eponin por lo bajo al ver a Gabrielle caminando hacia ella. Gabrielle intentó pasar al lado de la amazona, pero la guerrera colocó el cuerpo delante de la joven.

—Mi reina —dijo Eponin nerviosa—, sería mejor que no entraras. —¿Xena está herida? —preguntó Gabrielle, temiéndose que no le habían dicho la verdad. —En realidad, es orden de Xena... Gabrielle, no está precisamente... en su ser todavía —añadió Eponin en voz baja. Gabrielle parecía herida por lo que había dicho la amazona. La joven reina intentó imaginar una razón, un motivo que explicara la actitud de Xena. No está precisamente en su ser. Hacía mucho tiempo que la guerrera y ella no participaban en una batalla como ésta: era la primera desde que se habían hecho amantes. Gabrielle había ido desconfiando cada vez menos del tiempo que la guerrera pasaba a solas después de una gran batalla, suponiendo que buscaba algún tipo de descarga física o sexual. Pero ahora eran amantes y Gabrielle sabía que si no empezaban ahora, la próxima vez sería aún más difícil. —Aparta, Eponin —ordenó Gabrielle. —Gabrielle... —dudó Eponin. —Eponin, tal vez deberías refrescarme la memoria... ¿es Xena la reina de la Nación Amazona? —preguntó Gabrielle, sorprendiendo a su amiga. —No, mi reina. —¿Necesito entonces recordarte a quién sirves? —No, mi reina —contestó Eponin, echándose a un lado. —¿Ep? —Gabrielle le puso una mano en el hombro a la guerrera—. Si parece que mi vida corre peligro... entonces puedes protegerme. Algunas cosas... incluso aquellas a las

que no nos gusta enfrentarnos, son cosas que Xena y yo tenemos que solucionar por nuestra cuenta. Eponin apartó el faldón de la tienda para que pasara Gabrielle, pensando que su amiga nunca se había parecido más a una reina como en este momento. Gabrielle entró en la tienda y se vio rodeada de inmediato de una energía enigmática que manaba de la guerrera y hacía crepitar el aire del refugio de lona. Xena estaba al fondo de la tienda, con la armadura de combate todavía puesta, de pie en una pequeña bañera. A su lado había una bañera grande llena de agua humeante. La guerrera sostenía con los brazos un cubo de madera por encima de su cabeza y el agua caliente caía sobre su cara, su pelo y su cuerpo. Daba la espalda a Gabrielle y no pareció advertir que la joven reina había entrado en la tienda. Xena se agachó para llenar otro cubo de agua y repitió el proceso. La bardo vio trocitos de hueso, sangre y otros despojos que se soltaban del cuerpo y la armadura de la guerrera y caían a la bañera en la que estaba. Cuando se hubo quitado del cuerpo la mayor parte de la batalla, Xena se irguió, sosteniendo el cubo vacío con brazos temblorosos. Levantó la cabeza y la ladeó ligeramente al tiempo que olfateaba el aire. Sus sentidos eran extraordinarios en circunstancias normales, pero atrapada como aún estaba en la pasión de su lujuria de combate, eran sobrenaturales. —Ga-bri-elle —dijo con tono de advertencia—, sal de aquí. La reina no se movió y Xena tiró el cubo al suelo y salió de la bañera, volviéndose para mirarla. El agua chorreaba por el cuerpo de la guerrera y seguía sangrando por una serie de cortes y rajas sin importancia y demasiado pequeños para cerrarlos con puntos. Gabrielle apenas los vio, pues estaba

centrada en los ojos de la guerrera, que avanzaba despacio por la tienda hacia la reina. Alargando la mano, Xena agarró bruscamente a la bardo del brazo y se la acercó, soltando un grave gruñido desde lo más hondo del pecho. Sus ojos se encontraron y Gabrielle vio que en los de la guerrera todavía había la bruma apasionada del campo de batalla. Esa lucha entre la vida y la muerte que, cuando vencía, le daba a la guerrera unos poderosos sentimientos y sensaciones de que podía, de que realmente necesitaba conquistar a todo el mundo y celebrar todos los aspectos físicos de estar viva. Esto era la lujuria de combate, y Gabrielle nunca hasta ahora había visto los ojos de su amante dirigiéndola hacia ella. Tal vez en una ocasión... con las Hordas, pero en aquel entonces no sabía en realidad qué era la lujuria de combate. Todos los guerreros usaban distintos métodos para dominar la lujuria de combate. Para la Princesa Guerrera siempre había sido el sexo. En los días en que el sexo para ella era un arma para conseguir poder, ambos acabaron unidos de modo inextricable. Si alguna vez alguien le hubiera preguntado a la joven reina si pensaba que Xena le podría hacer daño de forma consciente, la respuesta habría sido siempre un no tajante. Ahora, la bardo tenía ante sí a una mujer que no era del todo consciente de quién era ella, ni siquiera de dónde estaba. La reina amazona tuvo que hacer acopio de hasta el último vestigio de valor que tenía para mirar a esos ojos, vidriosos de lujuria, y no comunicarle ese miedo a su amante. El cuerpo entero de Xena se puso a temblar y a estremecerse al intentar reprimir las sensaciones que inundaban su cuerpo y su cerebro. Su esfuerzo por controlar sus deseos se fue imponiendo hasta que Gabrielle puso una mano tierna sobre el brazo de la guerrera. Los relucientes ojos azules se aclararon por un instante, examinando las profundidades verdes de los de su amante. —Por favor... Gabrielle... vete —dijo entre dientes.

Los ojos de Gabrielle brillaban con su propio fuego. —Soy tu amante, Xena... No voy a dejarte para que te des alivio con tu propia mano. —Se quitó del brazo la mano férrea de la guerrera y colocó con ternura la palma de la mano de su amante sobre el colgante que llevaba alrededor del cuello—. Te pertenezco... yo soy la mujer, y ninguna otra, a cuya cama vas a acudir en busca de placer o alivio —dijo Gabrielle suavemente. Xena apretó con la palma el colgante que reposaba sobre el corazón de su bardo, como para absorber cierto grado de calma a través de la joya. Al estar tan cerca del objeto de su deseo, Xena se apoyó en la bardo y aspiró el olor poderosamente excitante de Gabrielle. Nada habría satisfecho más a su libido nublada por el combate que asaltar sexualmente a su amante ahí mismo, pero se contuvo. —Tengo miedo, Brie... —susurró al oído de la bardo—. Miedo... de hacerte daño. No sé si podré controlarme una vez empiece. La respuesta de Gabrielle fue enredar los dedos en el pelo negro y húmedo de Xena y pegar con firmeza la boca de la guerrera a la suya, y cuando la lengua de Xena se deslizó vacilante en la boca abierta de la bardo, la guerrera estuvo segura. Cuando Xena metió la lengua entre los labios suaves de Gabrielle, la bardo gimió al sentir el familiar sabor de su amante que le llenaba la boca. Apartándose para respirar, la bardo susurró las palabras que acabaron con el poco control que le quedaba a la guerrera. —Necesito conocerte entera, Xena... ¡a la mujer y a la guerrera! —suplicó la reina amazona. La actitud de Xena cambió ante los ojos de Gabrielle, pues el demonio de la guerrera llamó a la lujuria de combate

que se alzaba y movía bajo la superficie. Con un profundo suspiro, la guerrera dio vida a la bestia y la dejó libre. Xena se pegó a la mujer más joven, magullándole el cuerpo más menudo con su armadura mojada. Sus dedos se metieron por el pelo de Gabrielle y, agarrando agresivamente los mechones dorados con una mano, llevó bruscamente los labios de la bardo a los suyos. El beso fue frenético y lleno de necesidad, poderoso y urgente. La boca de la bardo atrapó el gruñido fiero que soltó la guerrera. Gabrielle se puso a soltar las hebillas que sujetaban el peto y las hombreras de la guerrera. Xena tenía sus propias prioridades. La guerrera empujó a la joven contra la mesa, moviendo febrilmente las caderas sobre su amante y arrancando gemidos de placer a la bardo. Tras levantar a la mujer más menuda de forma que sus nalgas quedaran sentadas en el borde de la mesa, Xena se echó hacia atrás para quitarse el peto aflojado y prácticamente tiró la pesada armadura al otro extremo de la tienda. Se quitó sin miramientos sus propias bragas y agarró el cinturón de la bardo y le quitó de un tirón la falda de un solo movimiento. Tiró una vez y luego dos de la ropa interior de Gabrielle y le arrancó las bragas. La guerrera incrustó la rodilla en el caliente centro de la joven y se movió sobre la abundante humedad que había allí. Una vez más, la guerrera agarró del pelo a Gabrielle y le echó la cabeza hacia atrás para dejarle el cuello expuesto. Besó y mordió todo el cuello de la bardo, succionando la carne hasta que sintió sabor a sangre. A horcajadas sobre el muslo de su amante, Xena no era consciente de nada salvo de su sexo húmedo que se frotaba en la pierna de la bardo. Subiendo las dos manos por la espalda de la bardo, Xena agarró con firmeza el corpiño de cuero y lo rompió, tras lo cual le quitó la prenda de los hombros casi con reverencia, comparado con la forma en que había desgarrado el cuero tostado.

Xena soltó los hombros de la bardo, se quitó las manos de su amante de alrededor del cuello y se las puso a la mujer más menuda a la espalda con firmeza. Mientras, las caderas de Xena no dejaban de moverse sobre el muslo de su amante. La guerrera notó que las caderas de la bardo se movían hacia arriba y contra ella, se pasó las muñecas de la bardo a la mano izquierda y susurró, dejando que sus labios acariciaran la oreja derecha de la bardo: —¿Es esto lo que quieres? —Y metió los dedos en la humedad caliente que tenía Gabrielle entre las piernas. Gabrielle soltó una exclamación con la voz ronca de pasión e intentó levantar las caderas de la mesa para meterse dentro la mano de la guerrera. —Xena, por favor... —rogó la reina—, necesito sentirte... necesito conocerte entera. Xena metió la mano dentro de la bardo, clavándose en ella con una fuerza que nunca hasta entonces había empleado. La respuesta de Gabrielle sorprendió a la guerrera, pues la joven se puso a empujar con frenesí contra la mano entera de la guerrera, que estaba empapada de la humedad de la bardo. Los gruñidos de placer de Gabrielle atravesaron la niebla libidinosa de la guerrera y unas descargas abrasadoras de deseo empezaron a girar alrededor de su centro. Siguió moviendo la mano derecha dentro de su amante, soltó las muñecas de la joven y alzando la mano izquierda, cubrió con la palma el colgante que llevaba Gabrielle sobre el corazón. —Mía —dijo la guerrera con un gruñido ronco—. Me perteneces, Gabrielle... sólo a mí... —Sólo a ti, amor mío —gimió Gabrielle, al tiempo que su propio deseo la empujaba hacia el borde de un poderoso orgasmo.

Las palabras de su bardo se apoderaron de las pasiones de la guerrera y se clavaron en su alma. Se dejó caer en el torbellino que giraba enérgicamente a su alrededor y perdió la conciencia de todo salvo del fuego que tenía en el centro y del movimiento de su brazo que transportaba a Gabrielle con ella. Ambas mujeres gritaron el nombre de la otra cuando cayeron al centro del vórtice juntas, sintiendo que el aire cobraba vida lleno de poder y luz. Mientras se aferraban la una a la otra y jadeaban sin aliento, la guerrera volvió el cuerpo para apoyarse en la mesa, acunando a la bardo en sus fuertes brazos. Pasó un largo rato hasta que las dos consiguieron controlar la respiración y entonces Xena se puso a mover las manos ligeramente por la carne expuesta del pequeño cuerpo de la bardo, sin parar de darle besos cariñosos en la boca. Gabrielle se dio cuenta de que los ojos de la guerrera todavía ardían con un fuego tácito. —¿Qué ocurrre, amor? —preguntó la reina entre beso y beso. —Gabrielle... necesito... —susurró Xena con la voz aún ronca de emoción. —Lo que quieras, Xe... lo que quieras —replicó la bardo con ternura. —Necesito sentirte... dentro de mí... Gabrielle llevó despacio a la guerrera hacia la bañera y, colocándose detrás de ella, aflojó los cordones de la túnica de cuero de la guerrera. La joven reina le quitó las botas a la guerrera y luego bajó la túnica de cuero y se la quitó a Xena del cuerpo, la cogió de la mano y la llevó al agua todavía caliente. Pasó el jabón por sus cuerpos, eliminando los últimos vestigios de la batalla, y masajeó los músculos llenos de

tensión hasta que la guerrera se sintió tan blánda como el agua que rodeaba a las dos amantes. Xena se recostó en la pared de la bañera y Gabrielle se sentó a horcajadas sobre las caderas de la guerrera. Echándose hacia delante para atrapar los labios de la bardo, la guerrera gimió con el beso al notar el tronco de la joven pegado con firmeza al suyo, las fuertes piernas alrededor de su cintura y el cálido centro de la bardo pegado a su vientre, justo encima de sus propios rizos. Deslizando una mano entre las dos, Gabrielle bajó por los rizos oscuros que tenía la guerrera entre las piernas. Xena echó la cabeza hacia atrás y gruñó apasionadamente cuando la bardo la penetró con dos dedos. Xena se deleitó en la tranquila penetración de la bardo, ahora sin prisas y tierna. Pegando su propia mano con firmeza al sexo de la bardo, acarició con ternura la carne hinchada. Con delicadeza, la acarició entera, sin tocar la protuberancia endurecida que no tardó en solicitar su atención. Abrazadas estrechamente, la reina y su guerrera se llevaron mutuamente a un orgasmo simultáneo y apacible que las dejó a las dos no sólo saciadas, sino además contentas. Mientras yacían satisfechas la una en brazos de la otra, la guerrera levantó con cuidado la barbilla de su bardo y depositó un beso bien merecido en los labios de Gabrielle. Hubo muchas lágrimas cuando Cirene recibió a sus hijas, dando gracias a los dioses que habían escuchado sus plegarias. Al principio, la posada fue un lugar sombrío, mientras las amazonas heridas iban recuperando la salud y todos los que se habían visto implicados en la batalla se enfrentaban a sus demonios personales. Sin embargo, la alegría no tardó en volver a los ojos de todos. Era como si todo el mundo se dejara influir por la guerrera y su bardo. Al principio, las dos estuvieron calladas y

se mantuvieron aparte, cenando en su habitación y manteniendo largas conversaciones por la noche. Como todo en la vida, por fin consiguieron encajarlo todo en su sitio y ver las cosas desde una nueva perspectiva. Estaban todas reunidas alrededor de una gran mesa de la taberna, después de haber escuchado una de las historias de Gabrielle. —Sabes, Eph —empezó Gabrielle—, al final no he sabido cómo es que todas vosotras conseguisteis llegar aquí tan deprisa... ¿qué pasa? Xena levantó la cabeza de golpe y echó una mirada fulminante por la mesa. Ephiny se puso a soltar ruidos incoherentes. Las miradas que le echaba la Princesa Guerrera estaban empezando a ponerla nerviosa. Entretanto, Gabrielle se echó hacia delante, esperando con inocencia a que la regente contestara, mientras el resto de la mesa descubría cosas interesantísimas en el fondo de sus jarras. —Pues, mm... pues... aah... —Ephiny clavó la mirada en Xena, gritándole a la guerrera mentalmente, Haz algo, Xena... lo que sea... ¡pero ya, ya, ya! Fue entonces cuando Xena hizo lo único que se le ocurrió en ese momento. Derramó el contenido entero de su jarra sobre el pecho y el regazo de Gabrielle. —Por los dioses —exclamó Gabrielle, levantándose de un salto cuando el oporto le empapó el corpiño y la falda. —Cuánto lo siento, Brie. Será mejor que pongas eso a remojo ahora mismo... vamos, deja que te ayude —dijo Xena, tirando de la mano de la bardo para llevarla a su habitación.

—Xena, ¿estás segura de que te encuentras bien? — preguntó Gabrielle mientras se lavaba el oporto del cuerpo con un paño húmedo. —Claro... es sólo que he estado un poco manazas, creo —contestó Xena mientras metía la ropa de la bardo en un cubo de agua para dejarla a remojo durante la noche. La guerrera se volvió hacia la bardo, una bardo muy desnuda, y sintió un fuerte ataque de calor por todo el cuerpo. Colocándose detrás de la joven, Xena se puso a susurrar al oído de la bardo todas las razones que se le ocurrían para no volver abajo. Cuando la bardo le estaba quitando a la guerrera la túnica de cuero, Xena tuvo la impresión de que había un motivo por el que no quería que Gabrielle volviera abajo, pero aparte de lo evidente, en ese momento no lograba acordarse. Tal y como había previsto, Xena vomitó. No tenía el estómago tan atacado de nervios desde que era pequeña. La guerrera se enjuagó la boca y masticó un puñado de hojas de menta para calmarse el estómago. ¡Creo que no vomitaba desde que tenía cinco años! Xena se habría sentido mucho menos enferma si pudiera estar segura de que esto era lo que quería Gabrielle. ¿Y si me rechaza... delante de todo el mundo? —Estás estupenda —mintió Eponin. —Ya —contestó Xena—. Me sentiría mucho mejor si supiera cuál va a ser su respuesta —dijo Xena con voz temblorosa—. Ella habla contigo, Ep... ¿qué va a decir? —Xena, no te puedo decir lo que Gabrielle y yo hablamos en privado... ¡aaah! ¡Shena... shuéldame la cada!

La guerrera había agarrado la cara de la amazona y se puso a apretar las mejillas de Eponin hasta que se le empezó a poner la cara azul. —A ver si me entiendes, Ep... ¡o me lo dices o... te... mato! —bufó Xena. —Shí... ¡la deshbueshda shedá shí! —Eponin se soltó y se estiró y masajeó los músculos faciales para aliviarse el dolor. Xena miró a la amazona con ojos aterrorizados. —Me quiere de verdad, ¿no, Ep? —preguntó Xena, aunque ya conocía la respuesta. Eponin sonrió, meneando la cabeza al mirar a la guerrera normalmente estoica y reservada. —Sí, Xena... te quiere de verdad. Xena sonrió al oírlo y su lenguaje corporal indicó el cambio de sus emociones. —Mm, por cierto, Ep... eso de "matarte"... bueno, era una broma. ¿Me perdonas? —Ya —contestó la guerrera, frotándose la mandíbula dolorida. —Majestad —le dijo Ephiny a Gabrielle con formalidad. —¿Eph? —preguntó Gabrielle. Era mediodía y la bardo acababa de contarles unas historias a unos niños. Estaba sentada a una mesa pequeña, bebiendo una taza de té con Cirene y preguntándose por qué todavía no había empezado a llegar la gente para comer.

—Ha venido una persona con una petición para la Nación Amazona y una solicitud formal para la reina —declaró Ephiny crípticamente. —Vale. —Gabrielle se levantó para seguir a la regente. —Tendrás que ponerte ropa oficial —dijo Ephiny. —Bueno, tardaré un momento en ponerme el cuero... — empezó a decir Gabrielle. —En realidad, tienes unos dos marcas hasta que llegue. —Ephiny cogió a Gabrielle del brazo y tiró de la reina para llevársela arriba—. Yo te ayudo. —Y yo —dijo Cirene, levantándose de la mesa—. Un buen baño caliente te vendría muy bien para relajarte —dijo, tirando del otro brazo de Gabrielle. —Pero si ya estoy relajada —protestó Gabrielle mientras las dos mujeres se la llevaban arriba prácticamente a rastras. Gabrielle tuvo que reconocer que se sentía mejor después del baño. Cirene la había ayudado a recogerse el pelo para apartárselo de los hombros y la regente estaba detrás de la joven reina ajustándole las hombreras. —Eph, ¿quién trae esta petición? —preguntó Gabrielle. —Mm... una princesa —contestó Ephiny con cautela. —¿Y qué quiere? —Aah... formar una alianza —sonrió Ephiny. Gabrielle se ajustó las botas una última vez. —¿Tú qué opinas... esta alianza te parece buena idea? —Bueno, creo que eso realmente lo deberías decidir tú. Es decir, escucha la petición y piensa a ver si te convence.

—¿Pero no tienes una opinión? —preguntó Gabrielle. —La verdad es que mi opinión personal es que podría ser una alianza muy beneficiosa para ambas partes. ¿Estás lista? —preguntó Ephiny, intentando eludir cualquier otra pregunta de su reina. Ephiny llevó a Gabrielle al porche de entrada de la posada. Había cuatro escalones hasta lo alto del porche y habían acordado que sería un estrado perfecto. Cuando Gabrielle salió por la puerta de la posada vio que el camino estaba flanqueado de amazonas a cada lado y todas cayeron sobre una rodilla al ver a su reina. Gabrielle puso los ojos en blanco. ¡Dioses, cómo odio que hagan eso! Empezaron a sonar unos tambores y las amazonas arrodilladas se levantaron y se cuadraron cuando una procesión empezó a subir por el camino. Eponin iba al frente de diez amazonas a caballo. Todas llevaban una pequeña tira de seda morada atada alrededor del brazo. La procesión llegó despacio y la guerrera desmontó. Eponin desenrolló un pergamino y se puso a leer. —Pueblo de la Nación Amazona. Hoy se presenta una petición ante nuestra Nación. Por primera vez desde que Gabrielle se convirtió en nuestra reina, alguien de fuera de nuestra aldea se presenta con una propuesta de matrimonio. ¿Qué decís, amazonas? ¿Permitimos que la persona que lo solicita presente sus argumentos ante nuestra reina? — terminó Eponin. —Sí —dijeron a la vez casi setenta amazonas. Si Gabrielle se hubiera quedado más boquiabierta, se le habría caído la mandíbula al suelo. ¡¿Matrimonio?! ¿Pero están locas? Eponin se situó delante de Gabrielle y cayó sobre una rodilla, dejando el pergamino a sus pies.

—Mi reina, la Nación Amazona ha dado su permiso para que una persona de fuera te pida que te unas a ella en una ceremonia de unión. ¿Permites que esta persona defienda sus argumentos? Gabrielle observó los rostros de sus amigas y súbditas, preguntándose de repente dónde estaba Xena. Al principio ni se le había ocurrido pensar que su amante no estaba allí. ¡No puede ser! Ella no haría... no podría... Xena se tiraría sobre su propia espada antes que presentarse ante toda esta gente... ¡incluso por mí! Con todo, la reina tenía que saberlo y cuando asintió automáticamente con la cabeza, una nueva procesión subió por el camino. Gabrielle se quedó sin aliento y tuvo que recordarse que debía respirar. Puedes hacerlo... respira, dentro... fuera. Las veinte amazonas que rodeaban a la solicitante rompieron la formación al llegar cerca de la posada para dejar que Xena se situara a la cabeza del grupo. La morena guerrera llevaba el pelo suelto, que le enmarcaba suavemente la cara y se derramaba por su espalda y sus anchos hombros. En lugar de su armadura de siempre, llevaba ajustados pantalones negros, metidos por dentro de unas botas negras de cuero hasta las rodillas, con adornos de plata. En lugar de su habitual túnica de cuero, la guerrera llevaba una ondeante camisa de seda de manga larga, cuyo color morado quedaba algo oculto bajo el chaleco negro de cuero cerrado por delante con hebillas. La procesión se detuvo por fin y Xena desmontó. Gabrielle tenía los sentidos absolutamente sobrecargados. Cuando Xena se quedó allí plantada, con la mirada azul clavada en la reina, sus pantalones ajustados y la forma en que le sentaba el chaleco de cuero no dejaban lugar a dudas de que se trataba de una mujer. De ser posible, en realidad parecía más femenina con este atuendo que con su

reveladora túnica de cuero, pero exactamente igual de poderosa. —Majestad. —Xena hizo una profunda reverencia. Al darse cuenta de que la guerrera estaba esperando a que ella hiciera algún gesto antes de continuar, Gabrielle asintió. Xena se volvió hacia las amazonas y, respirando hondo, habló con voz alta y clara. —Pueblo de la Nación Amazona, os doy las gracias por permitirme hacer esta petición. —Y la guerrera volvió a inclinarse. Xena caminó hacia la reina, despacio, cada paso pleno de elegancia y poder. Dejándose caer sobre una rodilla, la guerrera se quitó el chakram del cinto y desenvainó la espada que llevaba enfundada a la espalda. —Reina Gabrielle, soy Xena de Anfípolis. Sólo soy una guerrera. No tengo riquezas con las que tentarte ni reinos con los que aliarte. En realidad, tengo muy poco que ofrecerte. Xena dejó sus armas a los pies de la reina. —Lo poco que tengo te lo entrego de buen grado. Te ofrezco mi espada, para protegeros a ti y a tu pueblo hasta que no me quede aliento. Te ofrezco mi cuerpo, para darte consuelo, seguridad y placer hasta que dejemos de pertenecer a este plano mortal. Sin embargo, en este momento no puedo entregarte mi corazón. Un murmullo grave corrió por la multitud y Gabrielle levantó una mano para acallarlo, sin dejar de mirar a la guerrera. Cuando volvió a hacerse el silencio, la guerrera continuó. —Como he dicho, en este momento no puedo entregarte mi corazón, pues, a fin de cuentas, si te fijas bien, te darás

cuenta de que ya lo posees. Has sido dueña de mi corazón desde el primer momento en que te vi. Xena se alzó y subió los escalones de la posada. Arrodillándose ante la joven reina, cogió la mano de la joven con la suya. —Gabrielle, eres la única mujer a la que he hecho y haré esta pregunta... ¿quieres casarte conmigo? Gabrielle nunca en toda su vida se había sentido tan especial, tan querida. Había renunciado a la esperanza de que Xena quisiera alguna vez comprometerse de una forma tan completa y, ni en sus fantasías más calenturientas, había llegado a soñar que la guerrera pudiera montar tal espectáculo. Se sentía emocionada y asustada al mismo tiempo. Estaba sin habla. Sin embargo, Gabrielle era bardo, y la espectacular presentación y el amor que sentía por esta mujer la impulsaron a lucir su propia capacidad verbal. —Dices que tienes muy poco que ofrecerme. Yo creo que subestimas tu propia valía —dijo Gabrielle, empezando a animarse con el tema—. Pero acepto lo que me ofreces, guerrera. Acepto tus armas y espero de ti que seas la campeona de mi trono y la defensora de mi honor. Acepto también tu cuerpo —continuó, enarcando una ceja con aire sugestivo—, y espero de ti que sirvas únicamente a mis necesidades y a las de nadie más. Y tu corazón... me quedo con tu corazón y te doy otro a cambio. Ahora te entrego mi corazón, que tú robaste hace ya tanto tiempo. Gabrielle se volvió hacia la madre de Xena. —Cirene, ¿todavía lo tienes? Cirene sonrió y sacó el paquete de cuero de su faltriquera. —Sí, Xena de Anfípolis, me quiero casar contigo —dijo, con los ojos tan llenos de lágrimas como los de la guerrera.

Gabrielle alzó el collar que había hecho para su guerrera, de modo que todos lo vieran. —Xena, por favor, acepta este collar como prueba de mi buena fe, como voto de mi sinceridad y como símbolo de mi amor por ti. Gabrielle se inclinó y depositó un cálido beso en los labios de la guerrera, tras lo cual pasó el collar por la cabeza de Xena. El aire estalló de inmediato con aplausos y gritos mientras la reina amazona ponía de pie a la guerrera y hacía lo que la guerrera había pensado en hacer algún día: besarla a fondo, delante mismo de su madre. —Guau —dijo Xena cuando las dos se separaron por fin. —¿La mejor guerrera de Grecia y lo único que se te ocurre decir es guau? —le tomó el pelo Gabrielle. —No sé... me parece que eso lo dice todo —dijo Xena con una sonrisa.

FIN

View more...

Comments

Copyright ©2017 KUPDF Inc.
SUPPORT KUPDF