La Palabra Inspirada - Luis Alonso Schökel

January 19, 2018 | Author: Miguel Montero Rìos | Category: Bible, Faith, Soul, Jesus, Holy Spirit
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Descripción: la palabra Inspirada...

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Es éste un libro que nació con fortuna: se pu­ blicó simultáneamente en inglés y en castella­ no; luego se tradujo al alemán, al italiano, al francés y, pocos meses hace, al polaco, indicio evidente de su importancia y de la influencia que a través de los años ha ejercido. Puede asegurarse que es el libro por el que se han iniciado en la Escritura las generaciones pos­ teriores al Concilio, cuyo espíritu e inquietu­ des reproduce, ensanchándolas en los terre­ nos del lenguaje, Su autor acababa de heredar en el Instituto Bíblico la cátedra de Inspira­ ción y Hermenéutica dei cardenal Bea, y a esos dos gruesos temas dedica el libro, en una línea innovadora, osada y hasta revolucionaria para aquel momento. Nadie podrá negar hoy que este reducido volumen introdujo en la hermenéutica bíblica vertientes lingüísticas, que significan una trayectoria radicalmente nueva para la lectura y estudio de la Escri­ tura. La Biblia es palabra de Dios, espiritualidad, teología; pero también es literatura —poesía, historia, narrativa— , que es preciso analizar con los criterios de un texto literario, por pa­ labras, estructuras y amplias unidades, para determinar el sentido de un texto. El grito inicial fue La Palabra Inspirada y su primera consecuencia la versión de «Nueva Biblia Es­ pañola», única realizada a un idioma moderno por «correspondencias dinámicas» entre las lenguas. Luego siguieron los dos tomos de Profetas, el de Job y el de Proverbios, prime­ ros volúmenes de un «Comentario teológico y literario del AT». Nada hubiese ocurrido sin La Palabra Inspirada, que hoy publicamos en tercera edición, sometida a amplias revisio­ nes sobre todo en su aspecto bibliográfico, aunque conservando la estructura y el tenor originales, incluidos los textos de los Padres en griego y latín, como instrumento de for­ mación humanística.

Últimos títulos de ACADEMIA CHRISTIANA 14. 15. 16. 17. 18. 19. . 21. 22. 23. 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. 31. 32. 33. 34. 20

35.

X. Léon-Dufour: Estudios de Evangelio. Análisis exegético de relatos y parábolas. 366 págs. Ch. Perrot: Jesús y la historia. 268 págs. X. Léon-Dufour: Jesús y Pablo ante la muerte. 302 págs. X. Léon-Dufour: La fracción del pan. Culto y existencia en el Nuevo Testamento. 318 págs. M. Gesteira: La Eucaristía, misterio de comunión. 670 págs. J. Gómez Caffarena: Metafísica fundamental. 2 .a ed. 510 págs. M. Delcor/F. García: Introducción a la literatura esenia de Qumrán. 314 págs. E. Schillebeeckx: En torno al problema de Jesús. Claves de una cristología, 175 págs. E. Schillebeeckx: El ministerio eclesial. Responsables en la comunidad cristiana. 240 págs. C. Geffré: El cristianismo ante el riesgo de la interpreta­ ción. Ensayos de hermenéutica teológica. 332 págs. J. M. Bernal: Iniciación al año litúrgico. 318 págs. D. Alien: Mircea Eliade y el fenómeno religioso. 308 págs. A. Müller: Reflexiones teológicas sobre María, Madre de Jesús. 138 págs. L. Alonso Schókel: La palabra inspirada. La Biblia a la luz de la ciencia del lenguaje. 395 págs. Juan A. Estrada: La Iglesia: identidad y cambio. El con­ cepto de Iglesia del Vaticano I a nuestros días. 302 págs. M. Eliade: De Zalmoxis a Gengis-Khan. Religiones y fol­ klore de Dada y de la Europa Oriental. 265 págs. H. Guevara: Ambiente político del pueblo judío en tiempos de Jesús. 285 págs. Ch. Duquoc: Mesianismo de Jesús y discreción de Dios. En­ sayo sobre los límites de la cristo logia. 231 págs. M. Fraijó: El sentido de la historia. Introducción al pensa­ miento de W. Pannenberg. 326 págs. X. Léon-Dufour: Los muagros de Jesús. 2 .a ed. 372 págs. E. Lohse: Introducción al Nuevo Testamento. 2 .a ed. 261 págs. J. L. Sicre; Los profetas de Israel y su mensaje. 254 págs.

L. ALONSO SCHÓKEL

LA PALABRA INSPIRADA La Biblia a la luz de la ciencia del lenguaje TERCERA EDICION

EDICIONES CRISTIANDAD Huesca, 30-32 MADRID

Imprimí potest R. A. F. MacKenzie, SI, rector del Instituto Bíblico Pontificio Roma 18 de octubre de 1964

C O N T E N ID O

Prólogo a la primera edición.................................................... Prólogo a la tercera edición......................................................

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PRIMERA PARTE

© Copyright by EDICIONES CRISTIANDAD, S. L. Madrid 1986 Depósito legal: M. 29.649.—1986 ISBN: '84-7057-393-4 Printed in Spain Fotocomposición en Grafilia, Pajaritos, 19 - Madrid Impresión: Artes Gráficas Benzal, S.A. Virtudes, 7. Madrid

LA PALABRA D IVINO -H U M AN A 1. El artículo de fe y su contexto........................................ Artículo de fe...................................................................... En el contexto del Espíritu............................................. En el contexto del logos................................................... Tres vías de revelación..................................................... Revelación por la creación............................................. Revelación por la historia................................................ Revelación por la palabra................................................ Palabra humana.................................................................. Palabras de hom bres......................................................... 2 . La palabra divino-humana............................................ La acción del Espíritu...................................................... Inspiración y encarnación............................................... Precisiones negativas........................................................ Cuatro analogías................................................. ............. Instrum ento........................................................................ Dictado......... ...................................................................... Mensajero........................................... ................................ El autor y sus personajes................................................ Dios, autor de la Escritura.............................................. Conclusión.......................................................................... 3. Testimonios bíblicos.......................................................... Profetas............................................................................... Fórmulas proféticas........................................................... Análisis literario................................................................. Sapienciales......................................................................... Los historiógrafos............................................................. Conclusión: la inspiración en el Nuevo Testamento.... Apóstoles y p r o f e t a s .................................................... Unidad y distinciones......................................................

19 19 20 23 27 28 35 40 44 46 49 49 49 54 56 58 66 71 72 76 82 85 85 88

89 91 95 98 99 101

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Contenido Los evangelios.................................................................... ......103 Conclusión.......................................................................... ......108 SEGUNDA PARTE

EL C O N TEXTO DEL LENGUAJE 4. La Escritura como palabra.................................................... 111 El contexto del lenguaje......................................................... 111 La analogía.......................................................................... ...... 112 La encarnación.........................................................................114 Nuevo enfoque................................................................. ......115 La Escritura como palabra....................................................118 Cuatro sentidos del término «lenguaje».............................120 Teología.....................................................................................126 Conclusión.......................................................................... ......127 5. Tres funciones del lenguaje....................................................129 Exposición.......................................................................... ......129 El lenguaje inspirado...............................................................132 Algunos ejemplos.............................................................. ......134 Funciones monológicas..........................................................140 Otras funciones del lenguaje.......................................... ......143 Consecuencias.................................................................... ......145 6 . Tres niveles del lenguaje .......................................................149 Lengua común, lengua técnica, lengua literaria................149 Lengua com ún.........................................................................149 Lengua técnica................................................................... ......152 Lengua literaria........................................................................158 Comparación de niveles.........................................................162 1 . Lengua común y técnica, 162.—2. Lengua co­ mún y literaria, 163.—3. Lengua literaria y téc­ nica, 164.—Conclusión, 171. TERCERA PARTE

LOS AU TO RES INSPIRAD OS 7. Psicología de la inspiración....................................................175 El modelo leonino............................................................. ......175 El modelo de los manuales teológicos................................176 El modelo de Benoit..............................................................178 El modelo de la creación literaria........................................180 El artista del lenguaje....................................................... ......181 Un gran poeta.................................................................... ......185

Contenido Un simple artesano........................................................... Un árbol.............................................. ............................... Un detalle de estilo y un salmo de imitación............. Una narración.................................................................... Inspiración sucesiva........................................................... La entonación..................................................................... Nuevo Testamento............................................................ Síntesis.................................................................................. 8 . Sociología de la inspiración.............................................. Crítica................................................................................... Lengua.................................................................................. Literatura........ .................................................................... 9. Hablar y escribir................................................................ El problem a........................................................................ Soluciones............................................................................ Hablar y escribir............................................................... Técnicas de composición......................................... ........ Composición literaria en la Biblia................................ La palabra............................................................................

9

189 195 200 201 202 203 206 211 217 218 221 225 226 228 231 233 234 237

CUARTA PARTE

LA OBRA INSPIRADA 10. La obra inspirada............................................................... Los libros sagrados........................................................... ¿Obra literaria?.................................................................. Estructura múltiple........................................................... Pluralidad estructurada..................................................... Consistencia........................................................................ Repetibilidad..................... ................................................. Fidelidad.............................................................................. En la Iglesia........................................................................ 11. La obra y su traducción................................................... Principios teológicos......................................................... Repaso histórico................................................................. La traducción griega de los LXX.................................. La Vulgata............................................................................ Traducciones modernas.................................................... 12. Recepción de la obra......................................................... La obra mediadora............................................................

243 243 245 250 255 258 260 261 263 267 267 269 271 274 277 281 284

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Contenido En la obra, los hechos...................................................... ......285 En la obra, el autor.................................................................287 QUINTA PARTE

CONSECUENCIAS DE LA IN SPIRAC IO N 13. En el contexto del Logos: la verdad....................................297 La verdad literaria............................................................. ......302 La verdad finita, humana, es muchas veces bús­ queda ....................................................................................309 La verdad lógica.......................................................................311 Verdad sin error.......................................................................313 Conclusión.......................................................................... ......316 14. La doctrina y su uso................................................................319 ¿Toda la doctrina?...................................................................319 Escritura y tradición...............................................................319 Uso de la doctrina...................................................................325 Predicación y catequesis.........................................................325 Uso en la teología.................... ........................................ ......328 15. En el contexto del Espíritu: la fuerza................................. 335 El lenguaje humano........................... ............................... ......335 Formas enérgicas del lenguaje..............................................337 Antiguo Testamento................................................................ 339 Evangelios........................................................................... ......344 Nuevo Testamento............................................................ ...... 347 Santos Padres............................................................................ 353 Magisterio................................................... ............................. 355 Liturgia................................................................................ ......361 Homilía...................................................................................... 365 Liturgias bíblicas............................................................... ...... 366 Lectura................................................................................. ...... 268 Palabra y Espíritu: Reflexiones a modo de conclusión.............371 Constitución «Dei Verbum» sobre la divina revelación...........381 índice onomástico............................................................................. 397 índice analítico............................................................................ ......405

ABREVIATU RAS DE LOS LIBROS BIBLICOS Jon ....... Jonás Abd ....Abdías Jos ........ Josué Ag ....Ageo Jr ........... Jeremías Am ....Amos Jue ........ Jueces Ap ........ ...Apocalipsis Lamentaciones Bar ...Baruc Lucas Le ......... Cant ........Cantar de los Can­ Lv ........ Levítico tares 1 Mac ... 1.° Macabeos Col ..........Colosenses 2 Mac ... 2 .° Macabeos 1 Cor ... 1.a Corintios Mal ....... , Malaquías 2 Cor ... 2.a Corintios Me ........ Marcos 1 Cr ..... 1.° Crónicas Miqueas 2 Cr ........2.° Crónicas . Mateo Mt ...... D n ...........Daniel Nah ..... Nahún Dt ........ ...Deuteronomio Neh ..... Nehemías E c l........ ...Eclesiastés Nm ... Números Eclo ........Eclesiástico Oseas Ef ............Efesios 1 Pe ..... 1.a Pedro Esd .........Esdras 2 Pe ..... 2.a Pedro Est ........ Ester Prov .... . Proverbios Éx ........ ..Éxodo 1 Re .... 1.° Reyes Ez ........ ..Ezequiel 2 Re .... 2 .° Reyes Flm ........Filemón Romanos Flp .........Filipenses Rut Gal .........Gálatas Sabiduría G n ........ ..Génesis Salmos Sal ....... Hab ........Habacuc Santiago Heb .......Hebreos 1,° Samuel H c h .......Hechos 2 .° Samuel Is ............Isaías Sofonías Jds .Judas 1 Tes .. .. 1.a Tesalonicenses Jdt .Judit 2 Tes .. .. 2 .a Tesalonicenses J1 ........... Joel 1 Tim . 1.a Timoteo Jn ...Juan 2 Tim ... 2.a Timoteo 1 Jn ...1.a Juan Tito Tit 2 Jn ..2.a Juan Tobías 3Jn ..3.a Juan Zacarías Job ..Job

PROLO GO A LA PRIMERA ED IC IO N Este libro no pretende ser un tratado sobre la inspiración: ni por el tema, ni por las categorías con que se desarrolla, ni por el modo de exposición. El tema es la palabra, más bien que la inspiración; es decir, el artículo de fe «habló por los profetas». Y tratándose de un mis­ terio ancho e inagotable, he querido abordarlo en una zona limi­ tada. Christian Pesch me introdujo en el pensamiento milenario de la Iglesia, y yo he pensado aportar categorías de la filosofía del lenguaje y de la realidad literaria. Representan un campo li­ mitado, pero que abarca muchos aspectos particulares en una vi­ sión unitaria. He aquí la línea de este ensayo: la capacidad humana radical de hablar — se actualiza en diversas lenguas — cada lengua se actualiza en el uso individual — el uso individual se actualiza a veces en una obra — la obra se actualiza en la representación y repetición — la repetición y representación concluyen en la re­ cepción. Dios, para hablarnos, desciende a la capacidad humana de hablar (logos, condescendencia) — esta bajada se actualiza en dos lenguas (elección histórica, social) — esta elección la actua­ liza moviendo a hombres escogidos (inspiración, psicología) — esta moción se actualiza en muchas obras que se hacen una obra (obra inspirada, Escritura) — esta obra se actualiza en la procla­ mación y lectura en la Iglesia — esta proclamación y lectura concluyen en la recepción. Dios habla al hombre, el hombre es­ cucha y responde. El libro no es un estudio estrictamente científico: ni por la masa de erudición organizada, ni por la indagación profunda de un problema único. Es más bien el resultado de reflexiones gi­ rando en torno a esa realidad misteriosa que es la palabra de Dios en la Iglesia. Mis reflexiones han buscado por ahora la an­ chura, más bien que la profundidad. En cierto sentido, este libro no es más que una parada en la reflexión, para ordenar y decan­ tar, antes de seguir reflexionando. Y también para llamar en mi ayuda a la crítica y al diálogo, porque el monólogo es menos fe­ cundo.

Prólogo a la primera edición He preferido el tono expositivo del ensayo, por ser más libre y accesible, y he recluido en notas la información más técnica. El ensayo me permite una reflexión en términos imaginativos y simbólicos, sin llegar muchas veces a la fórmula conceptual dife­ renciada. Al componer este libro, he tenido mentalmente presente un público cristiano culto, que ya se ha incorporado al movimiento bíblico. Por eso el libro desearía encontrar otra vez a ese público que ya ha estado presente y activo en la elaboración. 14

Jerusalén, Pascua de 1964. Roma, fiesta de Todos los Santos de 1964.

PROLOGO A LA TERCERA ED IC IO N La primera redacción de esta obra la hice en Jerusalén en 1964, como decantación de cinco años de enseñanza sobre la materia. En el Instituto Bíblico de Roma había heredado del cardenal Agustín Bea la cátedra de Inspiración y Hermenéutica. En el de­ curso de la enseñanza me habían salido al encuentro problemas y puntos de vista nuevos. Estaba condicionado en parte por la práctica de la exégesis del Antiguo Testamento, en parte por la experiencia literaria y un interés creciente por el análisis del lenguaje. Todavía no había tomado cuerpo el avance arrollador del estructuralismo con sus consecuencias y continuaciones. Pienso que la novedad de la obra consistió en trasladar el tratado de inspiración del campo del conocimiento al campo del lenguaje. La inspiración se solía estudiar y proponer como ca­ risma de conocimiento, de juicio; la verdad bíblica se conside­ raba como cualidad de sus proposiciones, la consecuencia princi­ pal, si no única, de la inspiración era la inerrancia. Los datos bíblicos me ofrecían una imagen diversa: la inspi­ ración como carisma de lenguaje, la verdad bíblica frecuente­ mente en forma de representación literaria, entre las consecuen­ cias de la inspiración hacía falta incluir comunicación e influen­ cia. Ante el contraste entre enseñanza escolar y múltiples datos bíblicos, se me ocurrió que se podía repensar el artículo de fe sobre la inspiración bíblica con categorías del lenguaje: fun­ ciones, niveles, obra literaria. Me parecía que este enfoque res­ pondía mejor a la realidad de la Biblia y preparaba mejor el te­ rreno para una hermenéutica renovada (el libro de Gadamer, Wahrheit und Metbode, de 1960, comenzaba apenas a influir). A caballo de los años 1965/66 se publicó la obra simultánea­ mente en inglés y en español; se sucedieron pronto ediciones en italiano, francés y alemán, una segunda edición española y hace poco una polaca. A los veinte años de la publicación de la obra y de la consti­ tución conciliar «Dei Verbum» hemos reflexionado sobre el tra­ bajo. Por lo que a mí toca, he podido constatar que «La Palabra

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Prólogo a la. tercera edición

Inspirada» ha sido para mí germinal, programática. Mucho de lo que he escrito después arranca de ahí. Por eso he querido dejar constancia de ello citando oportunamente artículos o libros. En cuanto a público y tema, han crecido parejos el interés por la Biblia y por el lenguaje. Esto parece justificar una nueva edición de la obra. Ha sido sometida a revisiones y adiciones bibliográ­ ficas, pero conserva la estructura y el tenor original. Roma, Pentecostés de 1986.

PRIMERA PARTE

LA PALABRA D IV I^ O -H U M A N A

Locutus est per prophetas 1.

El artículo de fe y su contexto

2.

La palabra divino-humana

3.

Testimonios bíblicos

EL ARTIC U LO DE FE Y SU C O N TEXTO ARTICULO DE FE

En la misa dominical el pueblo, dirigido por el sacerdote, se pone en pie para profesar su fe. Es un acto litúrgico solemne: la comunidad alzada, no en pie de guerra, sino en pie de profesión; en posición firme, porque está expresando una firmeza del espí­ ritu; en posición uniforme, porque expresan ánimos unánimes. Pero al mismo tiempo humildes, porque el acto de fe es un acto de humildad, y es un don de la gracia. En este momento litúr­ gico una avenida de gracia nivela, levantándolos, a todos los pre­ sentes; y los nivela al nivel del sacerdote, al nivel de la vida so­ brenatural. Un crecimiento sobrehumano pone en pie a la comu­ nidad, porque fluye una profunda crecida de gracias. ¿Entienden todos lo que profesan? Sí, al menos de modo ele­ mental: porque creer es ya comprender, es abrirse y entregarse en una comprensión. ¿Entienden todos lo mismo, es decir, con la misma claridad, profundidad, precisión, riqueza? No, porque estas perfecciones variables pueden acrecentarse con la medita­ ción, el estudio. La actividad intelectual, operando sobre el ob­ jeto de la fe, nos hace ganar conocimiento. Aquí tenemos des­ crita sumariamente la teología como actividad: una fe que busca comprender. Ya en la liturgia podía suceder un crecimiento de entender sobre la fe profesada: la composición del oficio litúrgico de una fiesta intenta iluminar el misterio celebrado, presentando y revi­ viendo una armoniosa e intuitiva composición de elementos va­ rios, como lecturas del Antiguo Testamento y del Nuevo, ora­ ciones, himnos, gestos, etc. Además, durante la ceremonia litúr­ gica, puede un sacerdote explicar el sentido de la fiesta y del misterio, lo cual acrecienta el entendimiento del objeto de la fe. Este crecimiento del entender, por medio de la celebración litúr­ gica, es más vital y orgánico, menos consciente y sistemático.

s - v n o t /L É V A L O W A J£R A El artículo de fe y su contexto Por eso, el cristiano sigue buscando inteligencia de su fe fuera de la liturgia y, empujado por ella, en una ciencia que se llama teo­ logía. Nuestra profesión de fe está articulada, o dividida en artícu­ los. En la tercera sección, dedicada al Espíritu Santo, profesamos: Qui locutus est per prophetas. Y en estas palabras está contenida sustancialmente nuestra fe en la realidad misteriosa de la Sagrada Escritura, de los libros inspirados. ¿Entienden todos este artículo de la fe que profesan? Sí, pues es fácil comprender lo que es ha­ blar, y no es difícil tener algunas ideas sobre los profetas, y genéri­ camente podemos comprender lo que es hablar por medio de otros. Ahora bien, esta elemental comprensión sobre la actividad del Espíritu Santo y sobre la palabra de Dios también puede enri­ quecerse en un estudio teológico: la actividad inspiradora del Espí­ ritu, el hecho histórico de unos autores inspirados, la presencia en la Iglesia de unos libros inspirados, las consecuencias de esta reali­ dad para nuestra vida cristiana. He aquí direcciones por donde se puede ensanchar nuestra inteligencia del artículo de fe Qui locutus est per prophetas. 20

EN EL CONTEXTO DEL ESPIRITU

Sobre los carismas, aparte los comentarios a las cartas a los Romanos y primera a los Corintios; además de obras generales, como la Teología del Nuevo Testamento de Meinertz y el Diccionario teológico del Nuevo Tes­ tamento (G. Kittel), puede verse: K. Rahner, Lo dinámico en la Iglesia, «Quaestiones disputatae» (Barcelona 1963). En este volumen estudia el au­ tor los carismas como constitutivos de la Iglesia, y en sus relaciones con los oficios. Puede verse el artículo de síntesis de Hans Küng, Estructura carismática de la Iglesia: «Concilium» 4 (1965) 44-65; con referencias bi­ bliográficas, especialmente en nota 7. También la importante obra de H. Mühlen, Una persona Mystica (21967) y D. Grasso, Los carismas en la Iglesia (Ed. Cristiandad, Madrid 1983).

Antes de bajar a precisiones, consideremos el contexto donde nos vamos a mover 1: es el contexto del Espíritu. El Espíritu es un «viento divino» (Gn 1), es una fuerza elemental: el Espíritu se cer1 Sobre el contexto trinitario véase también 49ss y 284ss.

En el contexto del Espíritu 21 nía sobre el abismo ai comienzo de la creación, el Espíritu invadía tumultuoso al héroe Sansón y lo empujaba a las hazañas salvadoras de su pueblo, el Espíritu convergía de los cuatro puntos cardinales y vivificaba los huesos áridos que Ezequiel, el profeta, contem­ plaba; el Espíritu también era un aliento de Dios que vivificaba a Adán, y una brisa suave que enjugaba la angustia de Elias, y un cuádruple viento dócil que se posa sobre el retoño de Jesé; el Espí­ ritu es viento huracanado y lenguas de fuego el día de pentecostés, y es apuntador en voz baja de la invocación «Padre», y es derro­ chador de dones y carismas policromos en la primitiva Iglesia y en todos los tiempos de su historia. Así tenemos que pensar el Espíritu: fuerte y libérrimo, activo y múltiple, presente e invisible. Y en este contexto dinámico y abierto tenemos que pensar la inspiración de los libros sagrados. Buscaremos precisiones, y el Espíritu se nos escapará del encasi­ llado mental, estrecharemos los conceptos, y el viento los desbor­ dará, aplicaremos distinciones, y el Espíritu las hará permeables. Porque el Espíritu sopla adonde quiere, oyes su voz y no sabes de dónde viene ni adonde va. En un contexto de múltiples carismas, de Israel y de la Iglesia, se sitúa el carisma de la inspiración de la Escritura: permeable a otros carismas y conviviendo con ellos. Con esta flexibilidad intelectual, y alertas a las realidades diná­ micas, y dispuestos a la humildad de sentirnos burlados, podemos abordar el estudio de los autores y libros inspirados que, al fin y al cabo, son un misterio de nuestra fe. Y para entender un poco la acción del Espíritu, que el mismo Espíritu nos conceda el don de inteligencia. Cuando decimos que la inspiración es un carisma, profesamos una de las características de la Iglesia. Los libros sagrados pertene­ cen a la institución de la Iglesia, a su constitución: son algo institu­ cional y constitutivo. Pero lo institucional en la Iglesia está siempre abierto al carisma, porque sin carismas la Iglesia no puede subsis­ tir. Sus instituciones, papado, episcopado, sacerdocio, definiciones dogmáticas, etc., están transidas de carisma, es decir, de la presen­ cia activa del Espíritu, que garantiza cosas sobrehumanas en la Iglesia, como la infalibilidad o la santidad; además de todas las ins­ tituciones conocidas y registradas, queda siempre lugar para el ca-

El artículo de fe y su contexto risma imprevisto e irresistible, porque el Espíritu activo en la Igle­ sia no está encasillado. Por eso, el llamar a la inspiración un «carisma» trae consecuen­ cias importantes: la presencia de la Escritura en la Iglesia es una presencia del Espíritu y, por tanto, una actividad; es uno de los ca­ minos institucionales de la acción del Espíritu; y, al mismo tiempo, queda abierta y disponible para nuevas acciones inesperadas del Es­ píritu. Además, la lectura y la interpretación de la Sagrada Escri­ tura entran en la esfera de los carismas: hay una interpretación in­ falible y autoritativa, hay una interpretación inspirada y espiritual; y al servicio de ellas se pone el humilde trabajo humano de investi­ gar, que también puede ser tocado por el Espíritu 2. Todo ello es elemento constitutivo de la tradición, que el Espíritu anima, tam­ bién a través de la Escritura inspirada. El llamar a la inspiración un «carisma» nos invita a no pensar este misterio desligado de los otros carismas que animan la vida de la Iglesia: como hilos de un único y maravilloso tapiz, se en­ trecruzan dando figura el carisma de la santidad y el de la inspi­ ración, el de milagros y curaciones, el de sabiduría y consejo, y el de predicación, etc. Recientemente el padre Benoit ha intentado extender el ám­ bito de la «inspiración» dividiendo y organizando el concepto por «analogías» 3. Así habla de la inspiración cognoscitiva para conocer, de la inspiración oratoria para hablar, que se subdivide en profética y apostólica, de la inspiración para escribir o hagiográfica; y también habla de una inspiración dramática, para obrar, activa en la vida de Israel como pueblo, y en personajes elegidos; y se refiere a la inspiración eclesiástica o asistencia en el magisterio. 22

En el contexto del logos 23 Esta organización de Benoit devuelve la inspiración de la Sa­ grada Escritura a un contexto amplio, vario, «analógico», seña­ lando conexiones, y el común parentesco en el Espíritu. Puede citar a su favor la etimología de la palabra «in-spiración», y el uso fluctuante de escritores antiguos, que también llaman «inspi­ rados» a los concilios y a algunos escritores eclesiásticos. Con todo, no creo recomendable la terminología de Benoit. Modernamente, el uso ha consagrado y especificado el término «inspiración»: usarlo anulando la diferenciación. admitida, fácil­ mente nos hará deslizar de la analogía a la ambigüedad. Mucho más tradicional y menos peligroso es recurrir al término «ca­ risma», como contexto de unificación y de conexiones, reser­ vando la «inspiración» como término técnico. Lo cual no nos impedirá distinguir dentro del proceso total de la inspiración di­ versos estadios o aspectos. En esta línea, los estudios de Benoit son un progreso en la diferenciación especulativa del misterio. Santo Tomás nos había enseñado a colocar la «profecía» (no estrictamente la «inspiración») en el contexto de los carismas o gratiae gratis datae (Summa Th. q. 171-178). Por su amor al sa­ bio orden de las divisiones, repartió los carismas en tres grupos: gracias de conocer, la profecía y el rapto; gracias de hablar, la glosolalia y el discurso; gracias de obrar, los milagros. Así cae la profecía en el primer grupo, un poco contra la abundante evi­ dencia bíblica. La prosecución rígida de esta división ha traído problemas innecesarios al tratado neoscolástico De Inspiratione Sacrae Scripturae. Más tarde tendremos ocasión de volver sobre este tema. Por ahora, baste afirmar, sin entrar en «cuestiones disputadas», que la inspiración es un carisma de lenguaje: locutus est. EN EL CONTEXTO DEL LOGOS

2 En la tercera sesión del Vaticano II, octubre de 1964, presentó este tema del Espíritu, con particular vigor, monseñor Edelby. La constitución 12 dice: «La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita». Véase mi comentario en el volumen publicado por la BAC, (Madrid 1969).

Dei Ver­

bum

mentarios a la constitución *Dei Verbum» sobre la divina revelación J P. Benoit, 1959) 86-99; id.,

Les analogies de 1‘inspiration, en «Sacra Pagina» Inspiración y revelación: Con 10 (1965) 13-22.

Co­

I (Gembloux

La teoría de la revelación se encuentra de nuevo en movimiento y en un centro de interés. Como síntesis histórica y exposición sistemática puede consultarse: R. Latourelle, Teología, de la revelación (Salamanca 1966). En su parte histórica ofrece resúmenes claros de las teorías y controversias más importantes. La parte sistemática comienza con tres capítulos titulados: «La revelación como palabra, testimonio y encuen­ tro», «Revelación y creación», «Historia y revelación». Se trata de una descripción breve, sin entrar en las relaciones mutuas. Véase la amplia

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El artículo de fe y su contexto

recensión de A. Dulles en «Theological Studies», 1964. El libro ofrece también una bibliografía general, más la bibliografía especial de cada ca­ pítulo. Un punto de vista más fenomenológico, y una exposición menos es­ colar, en la obra de R. Guardini, Religión und Offenbarung (Wurzburgo 1958; trad. española Ed. Cristiandad; Religión y revelación, Ma­ drid 1960). La primera parte describe el hecho o fenómeno de la expe­ riencia religiosa. Segunda parte, algunas configuraciones concretas de dicha experiencia. Tercera parte, su formulación en conceptos e imá­ genes. Expone con gran claridad: H. Fríes, Glauben-Wissen. Wege zttr einer Lósung des Problems (Berlín 1960; trad. española en Ed. Cristian­ dad: Creer y saber, Madrid 1963). Aparte la exposición histórica, aquí interesa sobre todo la descripción de la fe en la persona y la fe en sus proposiciones. La fe en la persona es auténtica forma, y superior, de sa­ ber. Puede consultarse C. Geffré / I. de la Pottérie (eds), Révélation de Dieu et langage des hommes (París 1964) y «Concilium» 21 (1967), Re­ velación y fe. Cf. N. Schiepers / K. Rahner / H. Fries, Revelación, en «Sacramentum Mundi» VI, cois. 78-113 y P. Ricoeur / E. Levinas (eds), La révélation (Bruselas, Universidad de Saint-Louis 1971).

En el carisma de la inspiración, la actividad del Espíritu se especializa en lenguaje: exposición, comunicación, conocimiento. Todo ello pertenece a la esfera del logos que es conocimiento mental y su comunicación en palabras: pensar y decir. Comuni­ cación y conocimiento son elementos de revelación. Tomemos la palabra «revelación» en un sentido amplio, y podremos partir de experiencias estrictamente humanas. Por ejemplo, llamamos «revelar» a la operación química por la cual la emulsión fotográfica impresionada por la luz, manifiesta y li­ bera la imagen grabada y escondida. Podemos decir que el átomo, los genes, están revelando sus secretos a una inquisición matemática y experimental. En un grado más alto o más pro­ fundo, puedo decir que un paisaje, una tormenta, un cielo noc­ turno tropical han sido una revelación para mí, porque me han descubierto algo que está por encima o detrás de ellos. Se trata de objetos que se revelan; ¿o un algo, que no es mero objeto, se descubre en ellos? Sin llegar tan lejos o tan dentro, el más humilde objeto del mundo está patente, manifestándose al hombre; su ser es presen­

25 En el contexto del logos cia, es manifestación; su ser es cognoscible, y por ello, diremos que quita un velo o se revela. Cuando el hombre se apodera de dicha manifestación, y contempla dicho ser manifestado a su in­ teligencia, en un acto del espíritu lo nombra, lo vuelve a mani­ festar, le da una nueva calidad de presencia y patencia; en cierto sentido, se lo revela a sí mismo, lo revela a otros. Ya estamos viendo la conexión radical entre «revelación» y lenguaje. Si queremos operar con escrúpulo terminológico, re­ servaremos la palabra «revelación» para una esfera superior. Pero, como el lenguaje común no siente tales escrúpulos, he querido comenzar por este estadio tan sugestivo, anterior al ri­ gor de la diferenciación terminológica. El niño es el gran descu­ bridor de un «nuevo mundo», porque todo el mundo es nuevo para él; todo es para él revelación o manifestación, y el dar o usar nombres es también un gozo para el niño. El término «revelación» está mejor usado para sujetos, per­ sonas. Dos características sirven para describir la persona: la autoposesión intelectual o conciencia, y la autoposesión volitiva o libertad. También el perro conoce sensorialmente, pero no co­ noce que conoce; y posee tendencias que no posee libremente. Por el contrario, en el acto de conocer un objeto, yo me co­ nozco como conocedor en acción, puedo atesorar el conoci­ miento, y actualizarlo en nuevas ocasiones, como mío y como pasado: poseo mi conocimiento y a mí mismo en él. De modo más radical aún poseo mi voluntad, pues tomo decisiones, las suspendo, las revoco, dirijo la actividad a un fin previsto, re­ flexiono y pondero antes de decidir, y después de la acción, me siento dueño y por ello responsable: en la decisión, poseo mi voluntad y a mí mismo, poseo mi decisión y a mí mismo en ella. Esta posesión es algo interior a mí, está cerrada en sí misma; por lo cual puedo conservar para mi posesión exclusiva dicha activi­ dad, puedo velarla a miradas externas, y también puedo reve­ larla. Porque me poseo, me puedo esconder y encerrar, por encima de presiones y violencias; porque me poseo, me puedo abrir en comunicación con otra persona, revelándome en donación libre. Aquí, en actos de plenitud personal, está justificado el uso del término «revelación».

El artículo de fe y su contexto Es verdad que, sin querer, nos descubrimos en gestos, en reacciones espontáneas, en acciones: hay ciencias o técnicas que descifran tales síntomas. En plena revelación libre, querida y producida, no se descifra por síntomas, sino que se conoce y se penetra. Esta revelación personal, consciente y libre, puede reali­ zarse en ocasiones intencionales, como un ramos de flores («dí­ galo con flores»); en gestos intencionados, como un apretón de manos; en palabras. Por la revelación personal, hacemos a otra persona partícipe de nuestra propia posesión, y recíprocamente compartimos su posesión. Otra vez desembocamos en el lenguaje, como vehículo ideal de revelación personal; más aún, ha sonado el tema de la revela­ ción mutua, consumada en la palabra dialogada. El tema volverá a sonar; por ahora, quede aquí, enunciado. Y Dios, ¿es persona?, ¿puede velarse y revelarse? Aquí la fe nos ayuda, pues nos dice que Dios subsiste en tres personas; sólo que la fe ya implica una revelación. La especulación agustiniana sobre la Trinidad, apoyada en algunos datos bíblicos, nos guiará. Nadie como Dios se posee, en su conocimiento y libertad: la plenitud de Dios sólo puede ser poseída por Dios. El Padre po­ see la plenitud de Dios, que es poseerse a sí mismo; pero no se reserva en exclusiva esta posesión, sino que en una Palabra, mis­ teriosa y total, comunica su plenitud divina a la persona del Hijo, de manera que el Hijo posee entera la divinidad, la misma del Padre: es el Hijo, la imagen, la Palabra del Padre. La pleni­ tud de divinidad, que poseen compartida el Padre con el Hijo, los dos la comunican por amor al Espíritu Santo, de manera que la tercera persona posee también la plenitud de la divinidad. Es­ tirando mucho el término «revelación», podríamos decir que dentro de Dios hay una especie de revelación, o mejor, que la vida divina es revelación interna, del Padre al Hijo, del Padre en el Hijo. Esto es especulación sobre un hecho que es misterio 4. Con esto no hemos salido de la divinidad; al contrario, 26

Gottes Wort. Eine Theologie der Predigt nach Bonaventura Theologie des Wortes. Das Verhaltnis von Schópfung und lnkamation bei Bonaventura (Düsseldorf 1963). Vease E. Eilers, (Friburgo 1941); A. Gerken,

Tres vías de revelación

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hemos entrado en la divinidad con audacia especulativa agustiniana. Si usamos el término «revelación» en sentido más estre­ cho, entonces la vida interna de Dios no nos basta; necesitamos un movimiento de apertura de Dios, que se exteriorice en ac­ ciones o palabras. ¿Será posible este tipo de revelación por parte de Dios? Otra vez, siguiendo la especulación de san Agustín, apoyado a su vez en datos bíblicos, podemos decir: porque den­ tro de Dios hay una palabra que es expresión total de la divini­ dad, por eso es posible una acción externa que sea reflejo parcial y multiplicado de la divinidad. Por eso dicen san Juan y san Pa­ blo que todo ha sido hecho por él y en él, porque toda manifes­ tación externa de Dios radica en la interna manifestación que es el Hijo, la Imagen, el Logos. Toda revelación de Dios hacia fuera es reflejo de la misteriosa manifestación interna de Dios. Si sabemos algo y podemos decir algo de la vida interna de Dios, es porque se ha realizado una revelación externa de Dios, que nos permite de algún modo entrar hasta ,su propia vida. TRES VIAS DE REVELACION

La carta a los Hebreos se abre con un comienzo solemne y ma­ cizo: «En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por un Hijo, al que nombró here­ dero de todo, lo mismo que por él había creado los mundos y las edades. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser; él sos­ tiene el universo con la palabra potente de Dios; y después de realizar la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de su majestad en las alturas, haciéndose tanto más poderoso vale­ dor que los ángeles, cuanto más extraordinario es el título que ha heredado». En esta síntesis teológica sólo nos falta una enunciación ex­ plícita de la revelación por la historia —que encontramos en el capítulo 11 y que está implícita en las formas verbales del pró­ logo—. Encontramos una referencia a Cristo como resplandor de su gloria e impronta de su ser. Estas palabras se refieren es­ trictamente a Cristo encarnado, pero en la encarnación entra esa participación de la divinidad como imagen sustancial, que es propia de la vida trinitaria. Escuchamos además que por él fue

El artículo de fe y su contexto creado el universo, primera revelación de Dios hacia fuera. Antes de su venida histórica, preparando los días de la etapa fi­ nal, hubo una revelación en muchas palabras, dichas por hom­ bres profetas. En Cristo encarnado tenemos la revelación final y plenaria, que se realiza en su persona, como «resplandor e ima­ gen», y en sus acciones «de purificar los pecados», y en sus pa­ labras, puesto que en él habla el Padre. Creación, escritura santa, redención en Cristo, todo está estrechamente unido, y todo es para nosotros manifestación divina. 28

REVELACION POR LA CREACION

Además del capítulo que le dedica R. Latourelle, con la bibliografía co­ rrespondiente, conviene destacar aquí el tema del mito. Es un tema de interés central en el pensamiento actual, y por ello, la bibliografía es in­ mensa. Una exposición abundante, suficientemente clara, con buena bi­ bliografía, en Dictionnaire de la Bible, Supplément (DBS) VI, pp. 225258. Entre los autores más reconocidos y leídos actualmente hay que ci­ tar a Mircea Eliade, cuyas obras están traducidas a las principales len­ guas; véase, por ejemplo, su Historia de las creencias y de las ideas reli­ giosas, 4 vols. (Ed. Cristiandad, Madrid 1978-86). El tema del mito lo desarrolla a lo largo de toda su producción, de modo especial en el Tra­ tado de Historia de las Religiones. Morfología y dialéctica de lo sagrado, analizando las «hierofanías» numinosas, que descubre el hombre en el Neolítico en contacto con la agricultura, y que luego entreteje con mitos, ritos y símbolos, que mantienen en contacto lo humano con lo divino (Ed. Cristiandad, Madrid 21981). Mencionaremos algunos otros libros suyos; El mito del eterno retorno (1949), Imágenes y símbolos (1952), Mito y realidad (1968), La nostalgia de los orígenes (1971), Imá­ genes y símbolos (1974). Por su importancia, deben consultarse los'dos estudios de P. RÍcoeur, Symbolisme du mal, tomo II de Finitu.de et culpabilité (París 1960) y Poética y Simbólica, en Iniciación a la práctica de la Teología I (Madrid 1983) 43-69. En otra dirección se mueve la complicada controversia sobre el arte de desmitologizar el Nuevo Testamento, tanto que el padre Nober tiene que dedicarle un título especial en su «Elenco Bibliográfico Bíblico anual». El libro de H. Noack, Spracbe und Offenbarung (Gütersloh 1960), se mueve en este horizonte de problemas, con el típico y difícil lenguaje. Sobre el cambio en la valoración del mito, puede consultarse J. Pé-

Revelación por la creación

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pin, Mythe et Allégorie (París 1958); solamente el capítulo primero. Su explicación de la alegoría cristiana es equi'vocada, como demuestra H. de Lubac en su Exégése Médiévale. Véase también P. Barthel, Interprétation du langage mytbique et tbéologie biblique (Leiden 1963). Cf. J.W. Rogerson, Mith in oíd Testament Interpretaron (Nueva York 1976). Cf. una buena iniciación al símbolo en J. Mateos, Símbolo, en Conceptos fundamentales de Pastoral (Ed. Cristiandad, Madrid 1983) 960-971, con bibliografía.

Las palabras naturaleza, universo, cosmos, son pobres susti­ tutos de la palabra creación. Porque la verdadera sustancia dé toda la naturaleza es ser criatura, y como tal, revelación de Dios; o, si queremos evitar un vocablo demasiado preciso, mani­ festación de Dios. Todo lo que Dios obra fuera de sí mismo lo manifiesta, es en sentido amplio una especie de lengua: «los cielos proclaman la gloria de Dios» con sólo existir y actuar. Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje (Sal 19, 3-4). Cuando los ojos mortales no se cierran, comprenden el len­ guaje de la naturaleza como criatura que habla del Creador. Y es una imagen frecuente, tópica, hablar del libro de la creación: Omnis mundi creatura quasi liber et pictura nobis est et speculum escribe Alano de Insulis (PL 210, 579); y san Buenaventura en su Breviloquio, afirma: creatura mundi est quasi quídam liber in quo relucet... Trinitas fabricatrix (II, 2 ) 5. San Pablo, nos dice: «Lo cognoscible de Dios está a su al­ cance, pues Dios se lo ha manifestado. Ya que, desde la creaEuropasche Literatur und lateinisches Mittelalter,

5 E. R. Curtius, Berna 21954, capítulo 16: «El libro como símbolo». Repasando desde Grecia hasta Sha­ kespeare, muestra la constancia y variaciones del símbolo. De particular interés la idea de los dos libros, naturaleza y Escritura, frecuente en autores medievales

El artículo de fe y su contexto ción, su naturaleza invisible, su poder eterno y su divinidad, son conocidos por una reflexión sobre las cosas creadas» (Rom 1,20 ). Es decir, los seres visibles de la creación revelan a Dios a una mente que sepa reflexionar. San Pablo no detalla cómo se realiza esta reflexión, sino que emplea el término filosófico nooúmena, que prodríamos traducir rigurosamente «pensadas». Y el libro de la Sabiduría lo formula así: «Por la magnitud y be­ lleza de las criaturas se descubre por analogía el que les dio el ser» (Sab 13,5). Una forma de reflexión intelectual será por el puente de silogismos, que apoyados sobre el principio de causa­ lidad, llevarán rigurosamente hasta Dios, sus atributos y perfec­ ciones. Más o menos, las diferentes, pruebas de la existencia de Dios, o «vías», son aplicación del gran principio de razón sufi­ ciente. Para los griegos del tiempo de Pablo, para los hombres de una era científica, las vías del silogismo siempre están transi­ tables, y todas terminan en Dios. Y radicalmente para todos los hombres, puesto que la racio­ nalidad es esencial al hombre, y la capacidad de razonar, en ac­ ción, puede conducir al hombre hasta Dios. Aquí hablo de posi­ bilidad, en el sentido del concilio Vaticano I 6. Para pueblos primitivos, para culturas prefilosóficas, parece existir además otra vía, que suelen llamar simbólica. No me re­ fiero a vía de «demostración», porque demostrar es una opera­ ción filosófica rigurosa, mientras que la vía simbólica conduce a Dios sin aplicar el rigor de los silogismos. Una percepción de presencia superior en una tormenta: la tormenta se trasciende a sí misma, en ella se descubre algo superior e imponente, algo sa­ cro y divino; no por medio de raciocinios, sino en forma de ex­ periencia profunda y emocional. Lo mismo un profundo cielo estrellado, o un volcán en erupción, la inmensidad quieta del mar, el silencio sobrecogedor de una selva.... Que este camino está más expuesto a deformaciones lo demuestra la historia com­ parada de las religiones; pero la misma ciencia demuestra que

Revelación por la creación

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Literatura europea y Exégése Médiévale. Les quatre sens de l’Écri-

(trad. cast. Fondo de Cultura Económica, con el título: México 41984) 423-489. Véase también H. de Lubac, , I (París 1959) 121-125. 6 Véase R. Latourelle, p. 356.

Edad Media latina,

ture

Theologie de la Révélation,

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éste es el camino religioso, sinceramente religioso, de muchos pueblos. El que sea un camino emotivo, cargado de intensa emoción, no excluye su naturaleza intelectual, puesto que toda percepción simbólica es intelectual, aunque pueda radicar en es­ quemas subconscientes del alma. Esta percepción simbólica se traducirá después en mitos y en grandes imágenes poéticas, con valor cognoscitivo y expresivo 7. Si entre los salmos encontramos uno tomado y adaptado del culto cananeo, quiere decir que el autor sagrado encontró en él una auténtica experiencia religiosa, formulada con suficiente co­ rrección para ser transportada al contexto yahvista. Se trata del salmo 29, que canta a Dios presente en la tormenta. Es poesía auténtica, sin rastro de raciocinio: un hecho de la naturaleza, di­ námico e impresionante, está contemplado y hecho pasar por una reflexión simbólica —nooúmena—, en la cual el trueno se profundiza en voz de Dios. De modo semejante los poetas reli­ giosos hebreos toman prestados grandes símbolos de la religión cananea, para formular alguna cualidad de Dios: por ejemplo, el tumulto oceánico, visto como una rebelión o desorden, sobre el que Dios impone victoriosamente el orden: Levantan los ríos, Señor, levantan los ríos su voz, levantan los ríos su fragor; pero más potente que la voz de aguas caudalosas, más potente que el oleaje del mar, más potente en el cielo es el Señor (Sal 93,3-4). No hay que pensar que las imágenes, símbolos, mitos de estas religiones orientales sean puro embuste y falsedad, y que al entrar en el uso israelítico se conviertan de repente en auténticos y santos: no es de este orden la trasmutación bíblica. Y más ri­ dículo sería pensar que los autores bíblicos proceden por racio­ cinios y silogismos, que después visten y disimulan con imá­ genes, a causa de la ignorancia o incultura de los lectores. La poesía no es el arte de vestir silogismos. 7

Religión y revelación, capítulo primero, «El carácter simbólico Los signos sagrados.

R. Guardini, de las cosas» y su precioso libro

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El artículo de fe y su contexto

En estos y otros numerosos ejemplos bíblicos, que se po­ drían citar, aparece un evidente punto de contacto con las reli­ giones del Oriente antiguo: ello significa que, al menos en estos puntos de contacto, y aun aristas de contacto, las religiones extrabíblicas atestiguan una auténtica experiencia de Dios, aunque esté contaminada y deformada en otros muchos puntos de no contacto. Puede verse: Treinta Salmos, pp. 296s. Por lo demás, se trata de una explicación comúnmente admi­ tida hoy día, a la que siguen sin rendirse los que todavía piensan sobre los mitos con categorías iluministas o racionalistas. Los autores discutirán sobre las ventajas de estos modos de acceso a Dios; aquí nos interesa sencillamente el hecho, que la creación manifiesta a Dios. ¿Es esta manifestación de Dios un lenguaje divino? ¿O se cumple por una adición de lenguaje humano al puro dato de la naturaleza? Ese nooúmena de la carta a los Romanos, ¿no es ya una especie de lenguaje interior?, ¿no se da en él una síntesis simbólica, o un proceso racional de proposiciones encadenadas? De hecho, no faltará en tales casos al menos un acompañamiento rudimentario de lenguaje interior; pero ahora, prefiero no consi­ derar esa acción de la inteligencia como acto formal de lenguaje. Habrá que precisar y manejar diversos sentidos del término «lenguaje». En el Logos, el Padre se dice a sí mismo, comunicando en­ tera su divinidad al Hijo. Por lo que tiene este acto de vital y de expresión, lo llamamos analógicamente palabra, logos. Pero es único y total, ño dividido ni articulado: es imagen subsistente y natural, no convencional ni transeúnte. Cuando Dios comienza á obrar hacia fuera, por el Hijo, es diferente. Dios no puede ago­ tar su imagen en una criatura, sino que divide y articula su ima­ gen en muchas imágenes ordenadas y compuestas; y esto es una especie de lenguaje, sistema ordenado de formas representativas. Dios no puede comunicar su subsistencia fuera de sí, sólo comu­ nica una existencia contingente; y esta necesaria pérdida de sus­ tancia también se parece a un lenguaje. Cada ser representa una perfección interna de Dios, a escala disminuida y sin propia con­ sistencia: como un inmenso vocabulario de palabras significa­ tivas. Los seres se relacionan en un orden parcial, representando

33 Revelación por la creación algo de la unidad y de las relaciones divinas: como sentencias bien compuestas. Y todos los seres componen un sistema orde­ nado: como una obra perfecta de un lenguaje. N o es muy origi­ nal hablar del gran libro de la naturaleza. Fray Luis de Granada habla de letras «que serán luego todas las criaturas deste mundo, tan hermosas y tan acabadas, sino unas como letras quebradas e iluminadas que declaran bien el primor y la sabiduría del autor». Mientras que Dante escoge la imagen de las hojas sueltas en la naturaleza y encuadernadas en Dios.

Nel suo profondo vidi che s3interna, legato con amore in un volume, ció che per l’universo si squadema (Par 33,83) 8. El Antiguo Testamento emplea la representación del lenguaje en el mismo momento de la acción creativa. El autor de Gn 1 hace una fina distinción en las primeras obras: en rigor, precede el mandato, sigue la existencia, sigue el nombre. La cosa queda muy clara cuando el vocablo es distinto en la llamada creativa y en la imposición del nombre: «Que exista la luz, y la luz exis­ tió... y llamó Dios a la luz día». Podemos hablar de una «voca­ ción» a la existencia, y después de un «nombramiento» en su ser. La llamada a la existencia es un «decir» de Dios: «y dijo Dios...», aparece como acto de lenguaje, con un fortísimo e in­ vencible impulso en la forma verbal «exista», y con una diferen­ ciación sucesiva en los sustantivos «luz, agua, continente». En el sucesivo nombramiento, gritado por Dios, queda establecida la realidad distinta de cada ser, su presencia cognoscible. Desde el principio son nombradas, y para siempre siguen siendo nombrables. En los siguientes actos creativos el autor mantiene la sublime economía de su descripción, por eso renuncia a la mul­ tiplicidad explícita. El cuarto día Dios llama a la existencia a las «lumbreras», y distingue entre todas las dos lumbreras mayores, una diurna y otra nocturna: estas dos reciben su función propia, «sol, luna». Sería contra el estilo simple y hierático de este capí­ tulo comenzar a nombrar por separado las estrellas innumera­ bles; el autor se contenta con decir «y las estrellas». Pero en el 8 E. R. Curtius, 3

Literatura europea y Edad Media latina, 457ss.

El artículo de fe y su contexto

Revelación por la historia

salmo 147 leemos que Dios llama a las estrellas por su nombre, lo cual implica que les ha impuesto un nombre a cada una, lo mismo que al sol y a la luna. Algo semejante sucede en los si­ guientes actos creativos: el autor insiste en que son creados «se­ gún su especie», dotados de virtudes «según su especie», sin ir repitiendo el nombre impuesto por Dios a cada uno. En la Biblia actual, donde el capítulo 2 prolonga el 1, parece que Dios cede a Adán el derecho a nombrar diferenciadamente a los animales. Como el hombre actúa a imagen y semejanza de Dios, su correcto nombramiento no excluye el previo, fundacio­ nal, de Dios. El redactor que unió ambas narraciones no se plantea todos los problemas teológicos: nosotros podemos afirmar que el «de­ cir» de Dios es el principio de Ja existencia de los seres, y el «nombrar» divino es el principio de su nombrabilidad. Esto sucede de forma eficaz, diferenciada, ordenada. Recordemos que el comienzo de la ciencia, entre sumerios y babilonios, consiste en confeccionar listas de nombres por grupos ordenados: plantas, animales, fenómenos atmosféricos, etc.; una práctica que continúa viva en toda la ciencia occidental, las clasificaciones de Linné, la serie de Mendeleyef, la anatomía descriptiva, los dic­ cionarios por campos de lenguaje 9. Dios crea con su palabra, que es sabiduría y acción hacia fuera: su acción está correctamente representada como manifes­ tación en lenguaje articulado y que articula; y el resultado de esta acción es el sistema ordenado de seres, que se puede compa­ rar con un lenguaje por lo que tiene de nombrabilidad diferen­ ciada y ordenada, y que se convertirá en lenguaje formal a la lle­ gada del hombre. Alguno pensará que estamos circulando viciosamente: hemos partido de nuestra común experiencia de lenguaje, para explicar por analogía la actividad creativa de Dios; después encontramos una semejanza de lenguaje en dicha actividad, sea en la Biblia, sea en la especulación teológica. Sin embargo, el uso bíblico consecuente, que explica la acción creadora en forma de len­ guaje, y las fórmulas teológicas de san Juan, prolongadas por el

uso secular de los santos padres, nos garantizan la validez de nuestra explicación. Si podemos partir de nuestra experiencia de lenguaje, para explicar analógicamente la actividad divina, es que realmente nuestro lenguaje imita la actividad divina. Más ade­ lante veremos cómo. En conclusión, tenemos la primera manifestación de Dios, que genéricamente llamamos revelación, por las obras de su creación, por las criaturas. En éstas hemos encontrado ya una prefiguración y una analogía del lenguaje formal, que será la re­ velación en sentido estricto.

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9

Listenwissenschaft:

véase G. von Rad, (Salamanca 1969) 441 ss., con bibliografía.

Teología del Antiguo Testamento

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REVELACION POR LA HISTORIA

I

El tema de la revelación por la historia es de actualidad, sobre todo en la teología protestante. Entre las obras recientes pueden consultarse: W. Pannenberg (éd), Revelación como historia (Salamanca 1977) y Teo­ logía del Antiguo Testamento, de G. von Rad. A. Vógtle, Revelación e historia en el Nuevo Testamento: «Concilium» 21 (1967) 43-55. Existen en estos momentos dos obras teológicas que, al intentar la renovación de la teología según el espíritu del Vaticano II, parten de la base de la realidad histórica de la revelación. Mysterium Salutis, que es la primera de ellas, lleva por subtítulo: «Manual de Teología como his­ toria de la salvación». Consta de cinco gruesos volúmenes, cuyos títulos expresan bien su orientación: I. Fundamentos de la Teología como his­ toria de la salvación (1102 págs.). II. La historia de la salvación antes de Cristo (933 págs.). III. El acontecimiento Cristo (1105 págs.). IV. La Iglesia (1700 págs. en 2 vols.). V. El cristiano en el tiempo y la consu­ mación escatológica (891 págs.). Publicado por Ediciones Cristiandad, Madrid 1980-85. La segunda de las obras, Iniciación a la práctica de la Teología, tra­ ducida igualmente por Ediciones Cristiandad (1984-86), consta también de 5 vols. I. Introducción. II. Dogmática 1. III. Dogmática 2. IV. Etica. V. La práctica. Acciones pastorales. Preparada por los Dominicos de París, es la respuesta francesa a la visión alemana a la teología. Con me­ nor intención crítica y científica, resulta más sencilla y asequible para quienes se inician en esta materia. , En el comentario de la BAC a la constitución Dei Verbum puede leerse el artículo Carácter histórico de la revelación, cuyo índice es: La historia como escenario de la revelación; como objeto; como prueba; la historia reveladora. El progreso de los esquemas. Los hechos revela­ dores: la razón bíblica. El hecho y la serie: teoría de Pannenberg. Pala­

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Revelación por la historia

bras y hechos: relación orgánica; el hecho humano, su ambigüedad, densidad y unicidad. La palabra con el hecho. Consecuencias teológica y pastoral. Sobre este tema existe una nutrida bibliografía reciente. Citaremos los libros que juzgamos más importantes: E. Cassirer, Filosofía de la Ilustración (México 1943, sobre la revelación en la Modernidad); R. Bultmann, L'historicité de l’homme et la révélation, voll I de Foi et comprébension (París 1970); E. Lévinas / P. Ricoeur (eds.), Le révéla­ tion (Bruselas 1977); Ch. Duquoc, Alianza y discurso sobre Dios, en Iniciación a la práctica de la Teología, II (Ed. Cristiandad, Madrid 1984)19-86.

Un historiador que quisiera escribir la verdadera historia de un pueblo llamado Lourdes, tendría que contar con un perso­ naje, muchas veces protagonista, que es Dios. Naturalmente, para explicar correctamente algunos hechos históricos, necesita­ ría una luz penetrante, la fe. Un agnóstico tendría que registrar en la historia de Lourdes una cadena de hechos enigmáticos que están determinando la historia de la ciudad. El agnóstico llegaría a una narración de hechos y a una reflexión negativa: «inexplica­ ble por ahora»; el creyente recogería el fenómeno perceptible, y explicaría su verdadero sentido. Es verdad que, para explicar el sentido profundo, a la vez revelado y oculto en el hecho, usaría unos medios narrativos que no están previstos en el método de la historiografía moderna, según Bernheim; más aún, solamente lectores creyentes entenderían realmente la historia de esta ciudad. Lo que decimos de Lourdes podría extenderse a otras re­ giones y tiempos, donde la presencia y acción de la Iglesia exige una explicación superior del acontecer histórico. Y más allá de este ámbito, tenemos que contar con una realidad histórica, un pueblo cuyo nombre y hechos registran las crónicas profanas, y cuya historia sólo se explica introduciendo a Dios como prota­ gonista. Que esta historia, contada por los que la vivieron, no emplee los métodos de la historiografía crítica moderna, no sólo se debe a la lejanía temporal y cultural, sino también a su género peculiar: ellos querían contar la verdadera historia, la profunda, la que se entiende a la luz de la fe. Y esta historia tiene un pro­ tagonista: Dios. Ahora bien, cuando Dios baja un poco su trascendencia, para intervenir en la historia, manifiesta su presencia y su acción. Si repite las intervenciones, hasta crear una continuidad de acción, entonces las revelaciones particulares, que eran como puntos, se unen en una línea, y la línea dibuja una figura. La figura de una continuidad y de una constancia: Dios se revela en sus cons­ tantes de obrar, y el hombre lo puede conocer como una per­ sona amiga y exigente, clarividente y protectora. Dios se revela en la historia. Lo que la historia es a un pueblo, la biografía es a un indivi­ duo: también el individuo, reflexionando sobre su propia vida,

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La naturaleza no es más que el escenario de la historia. Ha­ blando rigurosamente, sólo el hombre tiene historia, como pro­ ceso continuo de hechos irreversibles. Un pensamiento evolucio­ nista, también en su versión aceptable, traspone esta dimensión de historia al gran proceso de la naturaleza. La historia de los hombres revela al hombre, ¿Puede también revelar a Dios? Una primera respuesta nos dirá que sí, que la historia humana revela la providencia divina, Sin embargo, para muchos, la historia de la humanidad es más un escándalo que una manifestación de Dios; y no es tan fácil ver continuamente la providencia de Dios en todos los acontecimientos de nuestra vida, adversos, humi­ llantes, estúpidos, anodinos. El salmo 136, genial síntesis de creación y de historia, escoge entre las criaturas un escenario en tres planos: el cielo (morada de Dios), la tierra (morada de los hombres), las aguas inferiores (morada de las fuerzas adversas); y las dos lumbreras que seña­ lan los tiempos. Si esta referencia velada a la historia no es del todo consciente, no deja de ser un hallazgo genial. La naturaleza vinculada a la historia, y ya parte de dicha historia 10. Dejando por ahora una providencia que llamaríamos distante y genérica, nos interesa algo más concreto: ¿puede Dios ser un personaje activo en la historia humana y revelarse en esta acti­ vidad? 10 L. Alonso Schókel, Psalmus 136 (135), VD 45 (1967) 129-138, revisado en Treinta Salmos: Poesía y oración (Ed. Cristiandad, Madrid 21986) 389-402. Este tema lo traté con cierta extensión al principio del comentario a Profetas I (Ed. Cristiandad, Madrid 1980) 17-28: «La palabra profética».

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Revelación por la historia 39 ble, revelando los personajes y la historia en acción. Recordemos algunas cumbres del cine mudo, «El acorazado Potemkin», de Eisenstein. «La madre», de Pudovkin, «Juana de Arco», de Dreyer, y tendremos bastante para asignar a la acción un carác­ ter de lenguaje,* naturalmente, por la selección y composición de las imágenes, que realizan artísticamente dicha acción. De modo semejante podríamos decir que la acción de Dios en la historia es una especie de lenguaje analógico, puesto que también Dios escoge y realiza y compone sabiamente sus ac­ ciones, de modo que hagan sentido. Además, Dios emplea el lenguaje como medio de acción en la historia: el profeta no sola­ mente prevé y predice un hecho futuro, sino que actúa con el oráculo en la historia 12. El pueblo de Dios comienza a existir convocado por Dios, convocado a existir como «pueblo de Dios», de modo que este nombre «pueblo mío», «pueblo del Se­ ñor», es un nombre que define y sujeta su consistencia. Este pueblo recibe un orden activo, religioso y ético, en una serie de mandatos, que se llaman «palabras». Como la historia de un amor no transcurre sin elementos de lenguaje dialogado, como el niño va realizando su existencia bajo la acción y en diálogo con su padre, así el pueblo de Dios tiene a Dios realmente como protagonista y como interlocutor. No podemos separar, si no es mentalmente, la revelación de Dios por la historia de la revela­ ción en palabras. Recordemos de paso que Dios actúa en la historia usando la naturaleza como instrumento: éste es el signo de las teofanías, de la acción cósmica en los trascendentes «días del Señor», de la presencia cósmica como testigo del juicio del Señor. Y ahora volvamos a nuestro ejemplo del cine para sacar las conclusiones: la historia requiere normalmente el concurso de la palabra, para manifestar su sentido, para llegar a plena manifes-

El artículo de fe y su contexto puede descubrir una serie de puntos de intervención divina espe­ cial, y puede trazar sobre ellos una línea, y componer con la lí­ nea una figura, que revela a Dios. También esta revelación entra en la presente categoría, aunque tiene un carácter más bien pri­ vado. No olvidemos que esta revelación privada puede ser co­ municada a otros, compartida con ellos, y puede convertirse en punto de irradiación divina, ya que todo pueblo se compone de personas individuales. Teóricamente la acción de Dios puede imponerse por su fuerza o unicidad: a la tercera plaga los magos confiesan: «el dedo de Dios está aquí». De ordinario necesitamos una palabra añadida a la acción, para que ésta revele su sentido. En la película «Vivir un gran amor» (adaptada de la novela de Graham Green), el director Dm itrik nos hace contemplar una escena sin palabras; la casa de Mauricio, el escritor, bombar­ deada, el terror de Sara. Gestos, acción, ruido, estrépito: nin­ guna palabra. Continúa el film, y la protagonista comienza a ac­ tuar de una manera extraña, incoherente: ni el protagonista ni el espectador lo comprenden. Hasta que el protagonista se hace con el diario de ella, se sienta, y comienza a leerlo en voz alta (para sí mismo y para el espectador). Al conjuro de la voz vuelve a girar exactamente la escena del comienzo, con las mismas imágenes, con la voz del protagonista que va leyendo las palabras de ella. Y la escena se hace inteligible por la palabra. El ejemplo prestado por el cine nos sugiere una, pregunta: ¿no es la acción de Dios en la historia una especie de lenguaje? Por lo que tiene de salida hacia fuera, por lo que tiene de dife­ renciación y orden. Está aceptado hablar del «lenguaje cinemato­ gráfico», en un sentido analógico legítimo: Eisenstein, entre los creadores, Renato May, entre los analíticos, exponen algunas cualidades de este lenguaje: elementos formales, significativos, expresivos, sintaxis y estilística n . Aquí la analogía no es capri­ chosa, sino instructiva, nos hace conocer realmente. El cine, aun el sonoro, consta sustancialmente de imágenes: imágenes que se suceden, se componen, se articulan; imágenes que cuentan una historia. Es decir, serie de acciones que trazan un diseño inteligi­ 38

11 S. Eisenstein, Film Form. Film Sense (Nueva York linguaggio del cinema. L ’avventura del cinema.

1957); Renato May,

12

Sobre la palabra profética como elemento activo en la historia: G. von

Teología del Antiguo Testamento I, pp. 381ss. Cf. igualmente id., Sabiduría en Israel (Ed. Cristiandad, Madrid 1985), en especial pp. 183-220: «Epifanía de Rad,

la creación». Se leerá con provecho el libro, lleno de agudezas y sugerencias, de P. Beauchamp, (Ed. Cristiandad, Madrid 1977), de modo es­ pecial el cap. II: «Los Profetas», pp. 71-101. Véase también del mismo Beau­ champ, (1982), especialmente los caps. IV y V (en breve aparecerá en Cristiandad).

Ley-Profetas-Sabios

ll

Le récit, la lettre et le corps

El artículo de fe y su contexto tación. En el cine los hechos, reales o ficticios, se transforman y subsisten en forma de imágenes organizadas, y en este estado ya reciben y transmiten su interpretación; muy mediano es el direc­ tor que tiene que ir explicando el sentido de sus imágenes, sea en voz narrativa, o haciendo discursear a sus personajes. Dios actúa en la historia, crea y dirige dicha historia; y envía su pala­ bra para explicar el sentido de su obra. Esta es la gran tarea del profeta, del inspirado, interpretar el sentido de la historia, con­ tándola. No es que primero cuente los hechos —como una voz en off—, sino que, contando, interpreta. La selección y compo­ sición de los hechos es significativa, interpreta el verdadero sen­ tido de los hechos, revela a Dios como protagonista. Además el autor sagrado se reserva el derecho de utilizar otros medios de lenguaje para interpretar hechos: discursos en boca de perso­ najes, introducciones, reflexiones, etc. Por medio de la palabra de Moisés y de los profetas, va comprendiendo el pueblo de Dios la historia que está viviendo, y esta inteligencia nos la lega en unos escritos que podríamos llamar «las memorias de Dios». Dice san Pablo (1 Cor 10,11): «A ellos les sucedían estas cósas para que aprendieran, y se escribieron para que escarmen­ temos nosotros». Los hechos convertidos en palabra narrativa, recibiendo así la interpretación auténtica por la palabra, eleván­ dose a revelación formal. De nuevo concluimos sobre esta segunda forma de revela­ ción, por la historia: ella nos ha mostrado su carácter específico, y a la par su unión íntima con la palabra activa e interpretativa.

Revelación por la palabra

40

REVELACION POR LA PALABRA

Daré una bibliografía escogida encabezando el capítulo 4. Por ahora puede tenerse en cuenta el artículo de J. R. Geiselmann Revelación, en Conceptos fundamentales de la Teología II (Ed. Cristiandad, Madrid 21979) 569-578, con amplia bibliografía. Para un horizonte bíblico y patrístico, puede verse R. Gógler, Zur Theologie des Biblischen Wortes bei Orígenes (Dusseldorf 1963). J. Levie, La Biblia palabra humana y mensaje de Dios (Bilbao 1961). P. Grelot, La Biblia, palabra de Dios (Herder, Barcelona 1968).

La palabra es la forma plenaria de comunicación humana, y

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Dios ha escogido también y sobre todo esta forma de comuni­ carse, de revelarse. Pensemos en una experiencia humana intensa: amor, dolor, belleza, descubrimiento... La vivencia es algo total, envolvente: nos parece como que el yo navega arrastrado por la intensidad de la experiencia, que somos testigos arrollados por las aguas, mudos de estupor y sin apenas comprender. Entonces saltamos fuera de ese torrente, interponemos una distancia contemplativa, nos enfrentamos con nuestra experiencia. Primero dividimos la totalidad continua en piezas discretas, después componemos esas piezas en una unidad significativa, en una estructura ordenada 13. La experiencia se ha convertido en una pieza de lenguaje: ¡Ay mis entrañas, mis entrañas! Me tiemblan las paredes del pecho, tengo el corazón turbado y no puedo callar; porque yo mismo escucho el toque de trompeta, el alarido de guerra, un golpe llama a otro golpe, el país está deshecho; de repente quedan destrozadas las tiendas y en un momento los pabellones. ¿Hasta cuándo tendré que ver la bandera y escuchar la trompeta a rebato? Mi pueblo es insensato, no me reconoce, son hijos necios que no recapacitan: son diestros para el mal, ignorantes para el bien. Miro a la tierra: ¡caos informe!; al cielo: está sin luz; miro a los montes: tiemblan; a las colinas: danzan; miro: no hay hombres, las aves del cielo han volado; miro: el vergel es un páramo, los poblados están arrasados: por el Señor, por el incendio de su ira (Jr 4,19-26). Una vez que he dado forma a mi vivencia, la domino y la poseo, la puedo actualizar más tarde con claridad, .la puedo co­ municar. Materia y forma en

l> Estos aspectos en el lenguaje poético: Amado Alonso, 1955), sobre todo el primer artículo, «Sentimiento c intuición en la lírica», 11- 20.

poesía (Madrid

El artículo de fe y su contexto

Revelación por la palabra

He descrito el movimiento articulatorio: del continuo de la experiencia pasamos al discreto de elementos que recomponemos en unidad de lenguaje; porque la unidad natural de lenguaje es la sentencia. Pero podemos añadir otros movimientos: uno com­ plementario, otro de dirección opuesta. El movimiento comple­ mentario tiene lugar cuando, en vez de la vivencia intensa, te­ nemos una observación multiplicada, o una serie de impresiones que amenazan confundirme con su variedad; esta multiplicidad tiende a fundirse y confundirse en un continuo, y otra vez el lenguaje me ayuda a dividir y ordenar, agrupando, compo­ niendo. Más importante que el movimiento complementario es el movimiento contrario: el punto de partida es aquí el simple nombrar. El ser concreto, que se manifiesta en su presencia, y es aprehendido por el espíritu, que nombra dicha presencia en cuanto tal. Acto elemental y espiritual, que en el nombrar posee el objeto y a sí mismo; que designa al ser concreta y global­ mente, todavía sin precisiones o distinciones (la distinción sería una parte del movimiento articulatorio). El nombre es idéntico a su significación, porque todo él es significación, pero global y concreta. Del nombrar se pasa a la sentencia, que compone en un acto dos nombres o designaciones o significaciones, porque los ha aprehendido en su relación y reflejo mutuo; esta relación y reflejo aprehendidos se poseen en la sentencia, que, por un lado, precisa en la composición las significaciones globales de cada nombre y, por otro lado, eleva las dos significaciones a un sentido. Otra vez, ese sentido es idéntico a la sentencia, es glo­ bal y concreto, y puede diferenciarse ulteriormente por el con­ texto de acción, de vida, de pensamiento, en que sucede la sen­ tencia. También en la sentencia, y con mayor plenitud, el hom­ bre posee los objetos en unidad, y a sí mismo, en un acto espiri­ tual. Este tercer movimiento es de tipo ascendente, y comparte con el anterior su carácter estructural; diferenciación y orden, posibilidad de división y composición, posesión y comunicabili­ dad. O, más bien, la necesidad de comunicarme con otra persona me fuerza a articular mi vivencia. ¿Nombro y enuncio sólo para

mí, para mi propia posesión del mundo y de mí mismo?, ¿o nombro y enuncio para poder comunicar mi posesión a otro, en un afán de revelación personal y mutua? El hombre ha sido creado como ser social: «los creó hombre y mujer», que no sig­ nifica exclusivamente la inicial y elemental sociedad de dos, sino que esos dos son origen necesario de sociedad, por la voluntad de Dios: «creced y multiplicaos». Socialmente subsiste el hombre, socialmente se perfecciona, socialmente domina la tierra: y el medio natural de convivencia social es el lenguaje, o si se prefiere, el diálogo. Por eso es muy difícil, quizá estéril, decidir si el lenguaje es primero acto perso­ nal o acto social. Supuesta la situación social en que he crecido, es posible que yo conforme mi vivencia o que nombre para mi uso privado, lo cual es un ejercicio posterior a la situación social primaria H. En una sociedad amplia existirán los diversos tipos: el comunicativo, el reservado. Ello no mengua el carácter social del lenguaje, y su forma natural de diálogo. El mundo se humaniza al entrar en nuestra vida, y nosotros lo transformamos en un nuevo mundo ordenado, en el que nos revelamos. El lenguaje es una creación que el hombre hace a su imagen y semejanza: es múltiple y es articulada, revela una ri­ queza y un orden. En el Génesis se dice que Adán engendró un hijo a su imagen y semejanza y lo llamó Set. También en el len­ guaje ejerce el hombre una paternidad. El Hijo es la expresión plena del Padre: es su Palabra; el hombre, en la palabra autén­ tica, siente como que engendra un hijo a su imagen. Dice san Agustín: «Escribe de modo que, sintiéndote padre, te sientas vi­ vificado por el hijo que has engendrado». Pero el lenguaje, aun en las más altas creaciones literarias, no posee la consistencia de la persona humana. El hombre se revela dividiendo y diluyendo consistencia. En la actividad de hablar, el hombre también es imagen y semejanza de Dios: creando un orden se revela. En el lenguaje se cumple la suprema revelación humana. Y Dios escoge también este modo de comunicación para reve­ larse al hombre, superando así la naturaleza y la historia. Y ésta es revelación formal, en sentido estricto.

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14 Las funciones monológicas del lenguaje se suelen considerar como poste­ riores. Véase Fr. Kainz, volumen III, A 1.2.

Psychologie der Sprache,

El artículo de fe y su contexto Así lo atestigua Ch. Pesch: «Toda revelación sobrenatural, en cuanto se opone a la revelación natural de Dios, es inmediata. En la revelación natural, Dios crea y gobierna las criaturas, que el hombre puede usar como medios, para llegar al conocimiento analógico de Dios: es decir, Dios se manifiesta como objeto cog­ noscible mediatamente. Por el contrario, en la revelación sobre­ natural, Dios manifiesta su mente, como una persona comunica sus pensamientos a otra persona: en lenguaje propiamente dicho. Esta manifestación personal, como sujeto, es por naturaleza más inmediata que la manifestación como objeto, de la causa por el efecto. Y Dios nos habla inmediatamente en la Escritura, porque la Escritura es palabra de Dios formal en sentido estricto» 15. Tenemos delimitado el contexto de nuestra profesión de fe: el que Dios hable, pertenece al contexto del Logos, de la revela­ ción; concretamente, formalmente, por ej medio de la palabra. Dios se abre, se revela a nosotros como persona a persona, en un medio personal, o interpersonal. Es interesante notar que, en el comienzo de la carta a los Hebreos, el verbo «hablar» no lleva complemento directo, sólo enuncia las personas: «Dios habló antiguamente a nuestros padres... ahora... nos ha hablado a nos­ otros». En este contexto tenemos que seguir precisando, como lo hace muestro artículo de fe locutus est per prophetas. Dios nos habla en un lenguaje humano, por medio de hombres. Aquí el artículo de fe comienza a adensar su misterio.

Palabra humana

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PALABRA HUMANA

¿Pero es que Dios puede hablarnos en palabras humanas? Si ha de hablarnos a los hombres, no puede hacerlo de otro modo. La palabra es medio de comunicación interpersonal cuando la len­ gua es comúnmente compartida por ambas personas: un medio común hace a los dos vasos comunicantes. ¿Puede Dios tener un lenguaje en común con los hombres? Supongamos un misionero que intenta traducir nuestra elabo­ rada teología, o una parte de ella, a una lengua primitiva: entre la lengua culta occidental y la hipotética lengua primitiva hay un 15

De Inspiratione Sacrae Scripturae, (Friburgo

1905) n.° 411.

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desnivel de recursos, sobre todo en el sector de conceptos y re­ laciones intelectuales. Para salvar el desnivel, el misionero extrae algunos elementos de su enseñanza, para ponerlos al alcance de la lengua menos desarrollada; si realiza sistemáticamente su em­ peño, a fuerza de adaptar y traducir, irá elevando el nivel de la lengua primitiva. Tales contactos de traducción y adaptación han nivelado, en el mejor sentido, muchas lenguas de nuestra cultura occidental. Pero en estos casos partimos de una radical seme­ janza, erji cuanto que todas las lenguas parten de la común facul­ tad humana de comunicación articulada: en todas las lenguas hu­ manas se realiza una esencia común. No así el lenguaje de Dios; el desnivel es de un orden incal­ culable. La trascendencia de Dios hay que tomarla en serio. So­ lamente en un esfuerzo de bajar, de condescender, puede Dios dirigirse a nosotros en palabras humanas. Es un acto de libertad y de gracia; que Dios se nos abra, que se nos abra en nuestro propio lenguaje humano. Puede ser que de esta bajada divina nuestro lenguaje quede tocado de divinidad, y elevado a una nueva zona significativa. Pero siempre sigue siendo un lenguaje humano. Cuando hablamos de la palabra de Dios, empleamos una fórmula analógica. A esta bajada de Dios la llamaron los padres griegos synkatabasisy y los latinos tradujeron por condescendentia. San Juan Crisóstomo apela a este principio cuando ertcuentra alguna fór­ mula bíblica que no se puede tomar a la letra: por ejemplo, co­ mentando Gn 3 , 8 : «Dios se paseaba al aire del atardecer», dice: «No pasemos de largo lo dicho por la Sagrada Escritura, ni nos detengamos en la letra; sino consideremos que por nuestra debi­ lidad usa este lenguaje humilde, para obrar nuestra salvación de un modo digno de Dios; pues si quisiéramos tomar todas las pa­ labras a la letra, y no en sentido digno de Dios, ¿no se seguirían absurdos?» 16. 16 Mf| áJtXüs jiaeaóeá(icotAev, áya^irtoi, xa eterméva j c a Qb. r r j s Q zíac, rga(herméneutique dans la tradition juive et dans la tradition cbrétienne, en «Vetus

Véase F. Drey fus,

Testamentum». Supplementum. Volumen del Congreso de Salamanca (Leíden 1984). 17 Kal ó q q l t t | v auvxaiápaotv x f jg tíeíag rQatprjs óaoig Q r ^ a a i x é x £ > r |T a i Ó i á tf|V ^jiexé^av áoBéveiav. Mr) áv0pü)juvijjg t á Xeyófieva, áXXa tí|v jraxtiTtyca turv X,é^E(ov tfj áaOeveú? Xoyí^ou rji ávBgtojtívfl. Et ht| toútolc; toís ¿rjixaotv éxQ1íCTCtT0> av (laQeív é6 uvr)0imsv rau ta t á ánó^peta ^iuoTiÍQta; |ir) loíg ¿Tjjiaoiv oív [ióvig évanojiEÍvtujiev, 0eoKpatü>g cmavta vow^íev (íig ¿JtlGeoü homilía 12; PG 53,121). . 18 F. Fabbi, «Biblica» 14 (1933)330-347. 19 «In Scripturis divina traduntur nobis per modum quo homines soient uti» (Com, ., cap. 1. lect. 4).

óé%ov

Crisostomo:

ad Heb

yág

áXká (In. Gen. 2, La condiscendenza divina nell’ispirazione biblica seconda S. Giovanni

47 Palabras de hombres actuar directamente en la fantasía. Todo ello sería lenguaje hu­ mano, pero no hablado por hombres. Y algunos pensarán que ésta es la forma ideal de comunicación divina: por ángeles, por audición interna. Poco sentido encarnacionista tiene tal modo de apreciar. Dios ha querido hablarnos en palabras rigurosamente hu­ manas, dichas por hombres: per prophetas. Por tanto, en un len­ guaje concreto: hebreo y griego; por hombres concretos: Jere­ mías y Pablo. En las palabras hebreas o griegas de estos autores me está hablando Dios. ¿Cómo es esto posible? Habla Jeremías, con toda su alma, y está hablando Dios; habla san Pablo, con toda su pasión, y está hablando Dios. Algo misterioso tiene que acaecer en Pablo y en Jeremías para que, hablando ellos, hable por ellos Dios. Efecti­ vamente, se realiza una acción misteriosa, que encontramos for­ mulada en la segunda carta de Pedro: «Ante todo tened presente que ninguna predicción de la Escritura está a merced de inter­ pretaciones personales; porque ninguna predicción antigua acon­ teció por designio humano; hombres como eran, hablaron de parte de Dios movidos por el Espíritu Santo» (2 Pe 1,20 -21 )20. Como una barca que empuja el viento, y traza la estela de su viaje, así los autores bíblicos iban hablando, en nombre de Dios, por la acción del Espíritu. A esta acción del Espíritu la llamamos «inspiración», y es acción del Espíritu en orden a la palabra. El resultado de dicha acción nos lo dice la segunda- carta a Timoteo 3,16: «Todo escrito inspirado por Dios sirve para ense­ ñar, reprender y educar en la rectitud». La Escritura proviene de un soplo divino, de una acción del Espíritu. Estos son los dos pasajes clásicos donde se formula el hecho de la inspiración bíblica. Con ellos cerramos un círculo, y em­ palmamos el contexto del Logos con el contexto del Espíritu o Pneuma. Dios se revela, Dios se revela en palabras, Dios se re­ vela en palabras humanas y de hombres; para ello el Espíritu mueve y dirige el hablar de dichos hombres. Locutus est per prophetas. 20 No cito el Nuevo Testamento en el original griego, por ser este libro fácil- . mente accesible, sino sólo en la traducción de

Nueva Biblia Española.

El artículo de fe y contexto Cerramos un círculo de intelección, y se nos abre otro más alto, quizá más difícil: ¿cómo es esta acción del Espíritu? Que­ remos penetrar de alguna manera en el modo de la inspiración, para enriquecer nuestra inteligencia del misterio, aun sabiendo que nuestra pregunta nos enfrenta con problemas en definitiva ínsolubles. 48

sh

2 LA PALABRA D IV IN O -H U M A N A LA ACCION DEL ESPIRITU

Jesucristo le explicaba a un intelectual de su tiempo el enigma del viento: «Sopla donde quiere, oyes el ruido, pero no sabes de dónde viene ni adonde va» (Jn 3,8). Así es el Espíritu: ¿no será audacia preguntar por sus ca­ minos?, ¿no podrá encararse con nuestra especulación humana, como lo hizo Dios con Job? Más aún, cuando a veces su voz es un suspirar de brisa, y a veces ni siquiera el inspirado escucha el ruido del viento que se mueve dentro de él, que le mueve desde dentro. Otra vez, creamos en la flexibilidad y eficacia del Espíritu, capaz de obrar de muchas manera, y de moverse libremente por cielos y tierra. Capaz de mover a los hombres sin forzar la liber­ tad, la personalidad, el estilo. ¿Dónde y cómo se sitúa esta acción del Espíritu, tan suave que a veces el hombre no la percibe, tan eficaz que puede atri­ buirse todo el resultado? Esta acción del Espíritu, que consagra la palabra humana en palabra de Dios, es un misterio: profe­ semos ante él nuestra fe, confesemos nuestra ignorancia e inca­ pacidad. Y sigamos buscando con humildad. INSPIRACION Y ENCARNACION

Para la comparación «palabra encarnada-palabra inspirada» es funda­ mental el capítulo II, § 5 «Verbum abbreviatum» de H. de Lubac, Exégése Médiévale II (París 1961) 181-197. De gran influjo ha sido el pensamiento de Orígenes. Véase el libro citado: R. Gogler, Z«r Theologie des Biblischen W’ortes bei Orígenes, (Dusseldorf 1963). H. Schelkle, Heilige Scbrift und Wort Gottes, en Exegese und Dogmatik, editado por H. Vorgrimler (Maguncia 1962). 4

50

La palabra divino-humana

Un buen resumén, con citas selectas: L. Charlier, Le Cbrist, Parole de Dieu, en La Parole de Diett en Jésus-Cbrist (Tournai 1961). J. Willemse, Jesús, primera y última palabra de Dios: «Concilium» 10 (1965) 81-98.

Tratemos de entender algo del misterio. Ahora bien, la pri­ mera cosa que debemos hacer con un misterio de nuestra salva­ ción es referirlo al misterio central de la salvación, que es la en­ carnación. Ello no significa intentar explicar lo oscuro por lo oscuro: sino que, dada la unidad de la obra de salvación, y dada la uni­ dad de la revelación, el referir a un centro ya es iluminar y ex­ plicar. Particularmente, en el caso de la inspiración no tenemos que inventar nada, pues Escritura y tradición repiten este movi­ miento cognoscitivo. El gran texto teológico de la carta a Jos Hebreos 1,1 lo formula con gran claridad: «En múltiples oca­ siones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha ha­ blado por un Hijo...». Las múltiples palabras de los profetas se orientan a la palabra definitiva «en un Hijo». Entre los santos padres se encuentra con frecuencia la idea de que Cristo ya hablaba en el Antiguo Testamento, preparando su venida, preanunciándose a sí mismo. No me refiero a la teoría que atribuye al Verbo o Logos, como segunda persona de la Trinidad, las palabras todas de la Escritura; me refiero al Verbo encarnado, a Cristo. Con todo, no es fácil separar con rigor los textos, ya que en el lenguaje de algunos padres el Verbo es prác­ ticamente el Verbo encarnado. Veamos algún texto selecto. Hipólito escribe un opúsculo contra el hereje Noeto, que identificaba al Hijo con el Padre. Hablando de los profetas, dice: «En ellos habitaba el Verbo, hablando de sí mismo; ya en­ tonces era heraldo de sí mismo, mostrando que el Verbo habría de aparecer entre los hombres». «Sólo la Palabra de Dios es visible, la palabra humana es au­ dible... la Palabra o el Verbo de Dios es visible por la encarna­

Inspiración y encamación 51 ción» 21. «Ésta [la palabra creadora] se manifiesta, y contem­ plamos al Verbo encarnado, y por él conocemos al Padre» 22. Ambrosio implica la comparación, incluso en una alusión eu­ carística, en estas palabras: «Bebe a Cristo y beberás sus pala­ bras: palabra suya es el Antiguo Testamento, palabra suya es el Nuevo Testamento. Se bebe la Sagrada Escritura, se devora la Sagrada Escritura, cuando el jugo del Verbo eterno desciende hasta las venas y facultades del alma» 23. Cirilo de Jerusalén, insistiendo en la unidad de los dos Testa­ mentos, obra de un único Espíritu, concluye con esta fórmula trinitaria: «Uno es Dios Padre, señor del Antiguo y del Nuevo Testamento; uno es el Señor Jesucristo, que fue profetizado en el Antiguo Testamento y vino en el Nuevo; uno es el Espíritu Santo, que por medio de los profetas predicó acerca de Cristo, y llegado Cristo, bajó y lo manifestó» 24. Más explícita aparece-la comparación «palabra encarnada-palabra inspirada» en los teólogos y exegetas medievales. El Ver­ bum Dei abbreviatum pasa incluso a la lírica religiosa. Ruperto de Deutz escribe, en su tratado sobre el Espíritu Santo: «¿Qué creemos que es la Sagrada Escritura, sino la Pala­ bra de Dios?... La totalidad de las Escrituras es la Palabra única de Dios... Cuando leemos la Sagrada Escritura, manejamos la Palabra de Dios, tenemos ante los ojos en un espejo y en enigma al Hijo de Dios» 25. negi

21 ’ E v T0 1 J T 0 L5 t o í v u v j t o X i x e u ó n e v o g ó A ó y o g éíü toaoú ia), x a l ót’ éxeívcov tfl oíxoujiéví] Jtáafl PG 51, 187).

(In R 16, 3;

75 «Si novi et veteris Testamenti, id est, legis et prophetarum et apostolorum unum eundemque credat auctorem». «Sorden t ei Testam enti V eteris et eius auctoris m uñera, fam aeque suae custos diligentissim a, nisi sponsi sui non accipit litteras» (PL 42, 157).

81 Dios, autor de la Escritura sólo a la economía— parece clara: en las actas de Arquelao se refiere la doctrina de Mani: «Lo que está escrito en la ley y los profetas hay que atribuirlo a Satanás... que quiso escribir algunas verdades, para que, movidos por ellas, aceptaran los restantes errores»; y Serapión Thmuiense polemiza con los maniqueos: «Si el maligno, que no tiene esplendor, y es pura tiniebla, escri­ bió la ley, ¿cómo pudo conocer la venida del Hijo?» Bea con­ cluye su exposición histórica interpretando la palabra «autor» en sentido estricto, autor literario. Éstas son las dos sentencias en la cuestión disputada. Ahora bien, la fórmula canónina locutus y numerosas afirmaciones de los padres en este sentido parecen favorecer el sentido de autor literario: Justino: «No las decían los inspirados, sino el Verbo divino que los movía» 77. Eusebio: «O no creen que la Sagrada Escntuta ha sido dicha por el Espíritu Santo, y entonces son herejes...» 78. Ireneo: «La Sagrada Escritura es perfecta, porque ha sido di­ cha por el Verbo de Dios y por su Espíritu» 79. Clemente Alejandrino: «El Señor en persona habla por Isaías, por Elias, por la boca de los profetas» K0. Orígenes: «El Espíritu Santo narra esto» 81.

77 Mr'i dn’aínuv twv ejutejivewonévwv Xt'Ycoüoa vo|xún]te, «XX ano xoü xivoüvtog aíiToiig Otíou Xcr/ou ( , l, 36; PG 6 , 3S5). "H y o í i jiLotetiouoLv ciylío jíveuuciti Xí.;X¿x^ai x«g Gtuxg YQa(pág, xcxi eloiv ajcujrOL 5, 28; PG 20, 516; GCS [(, 506). «Scripturae quidem perfcctae sunt, quippe a Verbo Dei et Spiritu eius dictac» 2, 28; PG 7, 805). 80 Aiixoq év 'Hacna ó xÚQLog XuXáv, áiitóg tv 'HXúi, ¿v otó^ut Jiyoq^tíov m'jtóg 1; PG 8, 64; GCS l, 9). S1 «Qui haec gesta narrat quac legimus, ñeque puer est qualem supra descripsimus, ñeque vir talis... sed sicut traditio maiorum tcnet Spintus Sanctus liaec narrat... Consiat ea per Spiritum Sanctum dicta, et ideo conveniens videtur haec secundum dignitatcm immo potius sccundum maiestatcm loquentis intelhgi» (/« hom. 26, 3; PG 12, 774; CGS vil, 247).

Apología (Historia eclesiástica,

v> (Adversas haereses,

(Exhortación a los paganos,

Nm,

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La palabra divino-humana Cirilo Alejandrino: «Toda la Escritura es un solo libro, di­ cho por el único Espíritu Santo» 82. Cirilo Jerosolimitano: «¿Quién otro conoce la hondura de Dios sino el Espíritu Santo, que habló las divinas Escrituras...? ¿Por qué andas revolviendo lo que ni el Espíritu Santo escribió en la Escritura?... El Espíritu en persona pronunció las Escri­ turas... Digamos lo que él dijo; lo que él no dijo yo no me atrevo a decirlo» f!J. Todas estas expresiones, que se podrían multiplicar sin es­ fuerzo, parecen favorecer una concepción de Dios como autor literario, no sólo como origen. Concluyamos con una sentencia de Isidoro de Sevilla que sintetiza los dos elementos: «Éstos son los escritores de los libros sagrados... Pero el autor de las mismas Escrituras profesamos que es el Espíritu Santo. Pues él mismo escribió cuando dictó para que escribieran sus pro­ fetas» 84. Aplicando al Espíritu Santo la palabra autor en su sentido li­ terario, nos movemos en el terreno de las analogías: lo cual in­ cluye el límite. Es un autor especial, que escribe por medio de otros, que son verdaderos autores. Como analogía pudo entrar en la sección precedente; pero la controversia en torno al sen­ tido ha impuesto la separación. 82

CONCLUSION

Hemos recorrido algunas imágenes para iluminar de algún modo el misterio de la inspiración. La imagen latente en el término in­ spiración , soplo o aliento penetrante, está tomada del mundo cósmico, elemental; muestra un aspecto vital y dinámico; es en­ teramente bíblica, y por ello privilegiada. Su elaboración concep­ tual en la teología se ha alejado del contenido imaginativo. s2 F,v y a Q T| Jiáou ¿ n° no por umon de sexos, no por distinción temporal, etc. En cambio la fi­ liación humana de Cristo tiene como límites la maternidad virgi­ nal. Si tomo, la concepción mental de la palabra, como m eló analogico para pensar y entender algo de la Trinidad, también

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La Escritura como palabra

Nuevo enfoque

común de «manifestación». En el presente capítulo quiero re­ flexionar sobre el enigma de esa unión de lo divino y lo hu­ mano. Después hablaré del concepto que llamo «la palabra ins­ pirada», dando preferencia a sus aspectos de palabra y literatura humana. Es importante tener en cuenta estas distinciones, para evitar equívocos. Todo lo que tiene de revelación y de gracia la palabra inspirada, le viene de haber sido asumida por la palabra divina; todo ello está encarnado en una palabra realmente humana. Si me detengo a describir la riqueza de sentido y de fuerza que tiene la palabra humana, es para mostrar bien el cuerpo verbal en que se encarna la revelación y la gracia divina. Por eso llamo a este libro «la palabra inspirada», conside­ rando la realidad bíblica como realidad divino-humana.

turaleza humana concreta. No vale decir que asumió sólo el alma, encubierta en un cuerpo fantástico y aparencial (docetismo); no vale objetar que el cuerpo material y mortal es in­ digno de Dios. No glorificamos a Dios renegando de sus planes de salvación. De manera semejante en el lenguaje; no vale decir que Dios asume del lenguaje solamente las ideas puras —que no son len­ guaje, y que apenas existen en el hombre sin alguna forma de lenguaje— ; no vale restringir la inspiración a las aserciones for­ males, purificadas de la ganga de imágenes, emociones, etc. Esta restricción no responde al modo de hablar de los santos padres ni a las enseñanzas pontificias; y difícilmente puede disimular un cierto sabor a docetismo o monofisismo. Dios asume para ha­ blarnos el lenguaje humano, total y concreto: «Dios habla por medio del hombre, al modo humano, porque hablando así nos busca» 2. Esta admirable síntesis dice la condescendencia de Dios por amor. El bajar de Dios a la palabra humana es una especie de kenosis o vaciamiento, como el de la encarnación. Y no con­ siste en que Dios adopte un estilo mediocre —como falsamente dijeron algunos padres—, sino en el hecho básico de asumir el lenguaje humano 3. Por tanto, para comprender algo de la inspiración, no co­ mencemos por expurgar, espiritualizar el lenguaje humano, como intentando hacerlo angélico; no comencemos alargando la distancia y acumulando negaciones. Si queremos entender lo que significa que Dios nos habla, comencemos con sencilla humil­ dad, tomando nuestro humano lenguaje como es; y extendamos el estudio a la plural realidad de este lenguaje humano, sin ex­ clusiones prejuzgadas. Sólo queda fuera el error, como sólo que­ daba fuera el pecado.

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LA ENCARNACION

En nuestra profesión de fe afirmamos que Dios ha hablado por los profetas, y los santos padres repiten sin cesar que en la Sa­ grada Escritura Dios nos habla o nos escribe. La Biblia se de­ signa con el término «palabra de Dios». ¿Hace falta repetir que la inspiración es carisma de lenguaje? ¿No entenderemos mejor lo que es este carisma si entendemos lo que es el lenguaje? La Sagrada Escritura es palabra de Dios: ¿qué es palabra? En la Sa­ grada Escritura nos habla Dios: ¿qué es hablar? No pongamos el acento con tanta fuerza en el genitivo «de Dios», que neguemos la analogía del sustantivo «palabra». Ni pensemos que Dios no puede contaminarse con la palabra hu­ mana, tan material y limitada, y que sólo puede seleccionar un elemento mínimo, menos indigno de su trascendencia. Afirmar la trascendencia y la analogía es importante, el minimismo es inaceptable. Leamos las palabras de Pío XII: «Como la Palabra subsistente se asemeja a los hombres en todo, excepto el pecado, así las palabras de Dios, expresadas en lenguas humanas, se ase­ mejan al lenguaje humano en todo, excepto el error» *. La referencia a la encarnación es en extremo importante: Dios no seleccionó algunos elementos más dignos, más espiri­ tuales del hombre para encarnarse, sino que asumió la entera na' EB 559.

NUEVO ENFOQUE

Éste será el sentido de las páginas que aquí comenzamos. Son tradicionales en cuanto que pretenden conocer positivamente 2 «Deus per hominem more humano loquitur, quia sic loquendo nos, quaerit» (san Agustín, D e civita te Dei, 17, 6; PL 41, 537; CC 48, 567). 3 R. Gógler, Zur T h eologie des biblischen Wortes b ei O rígen es (Düsseldorf 1963), 2.a parte, cap. VI, «Adaptación y kenosis de la Palabra», 307ss>

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La Escritura como palabra

por analogía; en más de un punto pueden reclamar una ascen­ dencia origeniana. Son nuevas por el enfoque formal y reflejo. En efecto, nuestro tratado moderno «De inspiratione Sacrae Scripturae» es heredero de un tratado medieval sobre la profecía. En la versión clásica de santo Tomás, el carisma profético es un carisma de conocimiento: «de cognitione prophetica». Esto sig­ nifica colocar h. Escritura en un contexto de carismas: para co­ nocer, la profecía; para hablar, la predicación; para obrar, los milagros. Si el contexto ensancha el horizonte del carisma, re­ sultó peligroso estrechar el tema a la profecía como caso ejem­ plar o «princeps analogatum». Y resultó fatal colocarlo en el plano del conocimiento 4 y no en el plano del lenguaje, contra todos los testimonios bíblicos. El insistir unilateralmente en la profecía llevó a algunos a desterrar de la inspiración toda la literatura sapiencial y otros li­ bros no proféticos; en otros autores la ejemplaridad de los pro­ fetas condicionó el resto del tratado. El estrechamiento violento a la «cognitio», encanaló las discusiones hacia el juicio lógico so­ bre los enunciados. Los profetas podían obtener nuevos conoci­ mientos por revelación inmediata de Dios o por medios hu­ manos.'En el segundo caso añadían un juicio sobre la verdad de lo conocido; y ese juicio se realizaba «iluminados por la luz de la verdad divina» o «en el espejo de la verdad divina». La Escri­ tura se convertía en catálogo de juicios y de cada uno se pro­ nunciaba la inerrancia. En la pista del juicio se perseguía el análisis ensanchando y distinguiendo: juicio teórico y juicio práctico, etc. Se daban pasos útiles... sin salir de la pista trazada. Otro desarrollo fue la distinción, que hizo fortuna, entre ideas y palabras. Se concebían las ideas en un estrato superior, anteriores e independientes de las palabras. En un segundo mo­ mento esas ideas se vestían con palabras, como cubierta acciden­ tal y prescindible. Dios inspiraba a los escritores sagrados las ideas y el autor ponía las palabras, asistido por Dios para no errar. El lenguaje queda así limpiamente excluido de la inspira­ ción, aunque acogido a la «asistencia» del Espíritu. 4 En el repaso histórico de R. Latourelle destaca realmente Lugo en este pro­ ceso (T b éologie d e la R évélation, pp. 195-197).

Nuevo enfoque

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Ni por la pista del juicio ni por la dicotomía ideas-palabras se podía progresar sustancialmente. Ni se podía elaborar una doctrina de la inspiración que desembocara coherentemente en una teoría hermenéutica satisfactoria. Había que volver al len­ guaje o enfrentarse en serio con él. De la profesión de fe «habló por los profetas», de la fórmula «palabra de Dios» era necesario subrayar y estudiar los términos «habló» y «palabra». ¿Por qué no se hizo antes este estudio? En parte por la iner­ cia de una tradición que se vuelve rutina. En parte porque o no habían madurado o no habían penetrado en la teología los estu­ dios modernos sobre el lenguaje. La reflexión filosófica sobre el lenguaje es relativamente mo­ derna. No ignoramos el diálogo platónico Cratilo 5, los trabajos gramaticales de estoicos y alejandrinos; tampoco debemos olvi­ dar algunos momentos culminantes, como el movimiento de los «modistas» a finales del siglo XIII, o la gramática universal de Port-Royal 6. La filosofía del lenguaje cobra forma prácticamente con Humboldt, y en nuestros días ha adquirido importancia decisiva en las ciencias del espíritu. Como nuestros tratados de inspira­ ción pertenecen al movimiento neoescolástico, no es extraño que no incorporen este elemento de la filosofía o antropología mo­ derna; si alguna vez tocan cuestiones de lenguaje, operan con presupuestos de realismo ingenuo, o desconocen el sentido pro­ fundo del lenguaje 7. Recientemente, un poderoso movimiento de revisión, de em5 K. Büchner, Platons K ratylos u n d d ie m o d e m e S prachphilosopbie (Berlín 1936). 6 V. Warnach, Erkennen u n d S prechen b ei Thomas v. Aquin: «Divus Thomas» 15 (1937) 189-218; 263-290; 16 (1938) 161-196; 393-419 (el último ar­ tículo cambia el título, pero continúa el tema). Especialmente la segunda parte ofrece datos históricos. Fr. Manthey, D ie S prachphilosopbie des hl. Thomas v. Aquin (Paderborn 1937). J. Pinborg, Logik u nd Semantik in M ittelalter (Stuttgart 1972). R. Donzé, La gra m m a ire g én éra le et raisoné d e P ort-R oyal (Berna 1967). 7 Indicación bibliográfica selecta en mi artículo H em en eu tics in th e L igbt o f L anguage a n d L iterature: CBQ 25 (1963) 371 ss. Publicado con adiciones en L 'H erm éneutique a la lu m iére du la n ga ge et d e la litera tu re: «Bible et Vie Chrétienne» 10 (1964) 21-37. Y reducido en «Bible Translator» 18 (1967) 40-48.

La Escritura como palabra

La Escritura como palabra

palme con la tradición milenaria de la teología católica, ha de­ vuelto su interés al puesto y función de la palabra en la econo­ mía de salvación. Y nos invita a repensar la inspiración en su ca­ rácter de lenguaje 8. La sensible laguna de la neoescolástica y la reaparición teoló­ gica de la palabra explican la novedad y la conveniencia de este nuevo enfoque, que no intenta suplantar sino completar los an­ teriores. L. Scheffczyk expone en su obra citada algunas razones que exigen hoy una teología de la palabra, entre las cuales subrayo: la vuelta a la Escritura, el movimiento litúrgico, el diálogo con la teología protestante, corrientes antropológicas modernas (pp. 1126). Véase igualmente' el estudio, antes citado, de P. Ricoeur,

contingente las hace pretéritas, pero en estado de lenguaje llegan hasta nosotros. Lo dicho no se puede extender a Dios, que tras­ ciende el tiempo. «A ellos les sucedían estas cosas para que aprendieran, y se escribieron para que escarmentemos nosotros» (1 Cor 10,11). Lo mismo en el Nuevo Testamento: tenemos muchos perso­ najes humanos, y la persona de Cristo; las acciones y palabras de los hombres y de Cristo. Aquellos seres mortales, que sobre la tierra vivieron una sola vez, llegan a nosotros en estado de lenguaje: en la narración de los hechos, en la relación de las pa­ labras, en la presentación de las personas. Tampoco se puede ex­ tender lo dicho, sin más, a Cristo, que, como Señor glorificado, trasciende el tiempo. Este lenguaje que nos conserva personas, hechos y palabras, confesamos que es palabra de Dios. Dice Tertuliano': «Para que pudiéramos llegar cop más plenitud e intensidad a Dios mismo, a sus disposiciones y voluntad, añadió el instrumento de la lite­ ratura: para quien desee buscar a Dios, y buscándolo encon­ trarlo, y encontrado creer en él, y creyendo servirle... La predi­ cación [de los profetas] y los milagros que hacían para probar la divinidad permanecen en los tesoros literarios, que ya no están ocultos» 9. El texto literario nos conserva las palabras y acciones de los antiguos, y esta realidad literaria es para nosotros un instru­ mento para llegar a Dios, y es una realidad patente para cada ge­ neración 10. En consecuencia, si queremos comprender la naturaleza y la función de ese instrumento que nos acerca a Dios, parece razo­ nable estudiar la naturaleza de esa realidad del lenguaje. Palabra inspirada, autores inspirados, libros inspirados: he aquí los temas de la próxima investigación.

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Hacia una teología de la palabra.

Sobre la evolución del concepto de inspiración hasta el Con­ cilio Vaticano 1, puede consultarse la obra ya citada de A. Artola, De la revelación a la inspiración (Valencia 1983), especial­ mente la introducción. LA ESCRITURA COMO PALABRA

Podemos partir de los libros inspirados, y llegamos al mismo re­ sultado. En el Antiguo Testamento encontramos personas, acciones, palabras, de Dios y de los hombres: verdaderos personajes hu­ manos, y a Dios como persona; verdaderas acciones humanas, y la acción de Dios protagonista; verdaderas palabras humanas, y la palabra de Dios resonando en la historia. Todo ello lo encon­ tramos en estado de lenguaje: en el rigor ontológico, los hechos no vuelven a suceder, ni las personas vuelven a vivir, ni vuelven a pronunciar sus palabras en la situación original. Su condición 8 Un testimonio reciente de este Ínteres es la colección de artículos publicada en la serie «Readings in Theology of the Word» (Nueva York 1964). Contribu­ ciones tomadas de libros y revistas: «Theologisches Jahrbuch», «La Vie Spirituelle», «Gregorianum», «Lumiere et Vie»; autores: R. Latourelle, H. Rahner, L. Claussen, A. Léonard, A. Deissler, J. Giblet, L. Bopp. Y.-B. Trémel, J. Ratzinger, D. Grasso, E. Schillebeeckx, O. Semmelroth, L. M. Dewailly. Puede con­ sultarse en el Elenchus B ibliographicus B iblicus de P. Nober el apartado II, 5, i «Theologia verbi et analysis linguae».

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9 «Quo plenius et impressius tam ipsum, dispositiones eius et voluntates adiremus, instrumenta adiecit lítteraturae, si quis velit de Deo inquirere, et inquisitum invcnire, et invento credere, et crédito deservire. Voces eorum itcmquc virtutes, quae ad fidem divinitatis edebant, in thesauris litterarum manent, nec istae nunc latent» (A pologeticum , 18, 19; PL 1, 377: CSEL 69, 46). 10 Algunos escritores eclesiásticos llaman a la Escritura simplemente instru­ m entum , quizás derivando el sentido del uso legal y jurídico; cf. Forccllini, O nomasticon totius latinitatis, s.v. instrumentum.

Cuatro sentidos del término «lenguaje» CUATRO SENTIDOS DEL TERMINO «LENGUAJE» Durante la gestación y elaboración de estas páginas (1959-1964) los es­ tudios de teoría del lenguaje habían dado pasos importantes, pero no había sucedido o apuntaba apenas la explosión y avalancha de estudios de lingüística general, en la línea saussuriana o en formas nuevas. Re­ tengo aquí la bibliografía de las ediciones anteriores y añado alguna re­ ferencia a manera de orientación.

a) Sobre filosofía del lenguaje: O. Jespersen, The Philosophy of Grammar (Londres 1924). W . M. Urban, Language and Reality (Lon­ dres 1939; traducción española en Fondo de Cultura Económica, México). En la línea de Humboldt: L. Weisgerber, Das Gesetz der Sprache (Heidelberga 1951, con bibliografía selecta). Exposición compe­ tente y asequible: W . Porzig, Das Wunder der Sprache (Berna 1950).

b) Psicología: Fr. Kainz, Psychologie der Sprache (Stuttgart 1954ss) cinco vols. Véase especialmente I, A , 5: «Diversos aspectos del len­ guaje». c) Nuevas tendencias. El padre reconocido de todos es F. de Saussure, cuyos apuntes se publican en 1916 con el título Cours de linguistique générale (versión española, Madrid 1982). Ed. Sapir, Language: An Introduction to the Study of Speech (Nueva York 1921). L. Hjelmslev, Principes de grammaire générale (Copenhague 1928). B. L. W horf, Language, Tkought and Reality (Londres 1956).

d) Orientación general: B. Malmberg, Les nouvelles tendances de la linguistique (París 1968). A. Martinet, Elementos de lingüística gene­ ral (Madrid 1980). G. Mounin, Historia de la lingüística. Desde los orí­ genes al siglo XX (Madrid 31982).

1. En primer lugar significa la capacidad humana radical de expresarse: con su doble movimiento de nombrar y componer, de articular y diferenciar. La capacidad humana de comunicación social, interpersonal. La capacidad humana de humanizar el mundo, de crear un nuevo mundo, a imagen del hombre, revela­ dor del hombre. De este tema he hablado en el capítulo pri­ mero, al contemplar la inspiración en el contexto del Logos. De él se ocupa la filosofía del lenguaje. 2. El segundo sentido son las lenguas particulares. La capa­ cidad humana de expresarse se realiza en muchas lenguas di-

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versas. Lengua sólo existe en plural. No que esta situación sea primigenia, sino que es un hecho del cual partimos n . La pluralidad de las lenguas dice dos cosas: primero, el sim­ ple hecho de la variedad en que se realiza una capacidad idén­ tica; segundo, cada lengua es una realidad social. Lo primero es una cosa obvia, que debería engendrar extrañeza. Sobre el origen de la multiplicidad se han preguntado mu­ chos, entre otros el capítulo 11 del Génesis. Cada una de las lenguas subsiste como realidad social, es compartida por una comunidad que llamamos «lingüística». Como tal realidad, la lengua es producto de una sociedad en su vida histórica: generaciones de hombres, en intercambio espiri­ tual, han contribuido a la formación de esta riqueza social; de manera peculiar los literatos, sean orales o escritores. Esta reali­ dad social, constituida, es anterior al individuo: se le ofrece como una necesidad, como una riqueza, como una condición. Por ella se inicia el individuo en la vida interpersonal, en la vida social de la comunidad, y así desarrolla su personalidad. F. de Saussure distinguía entre «langue» y «parole». Langue es una realidad social usada en una época definida —sincrónica­ mente— por una comunidad. Lo característico de esa realidad disponible es el ser «estructura». Parole es el uso individual del lenguaje. Como realidad social, la lengua no consiste solamente en la gramática completa —con excepciones— y en el vocabulario ex­ haustivo. Otros muchos elementos, como idiotismos, modismos, fórmulas literarias, expresiones culturales, etc., quedan de hecho incorporados a la lengua en cuanto realidad social. Siendo formas ya hechas, se convierten en posibilidades: por el carácter dinámico del lenguaje y por la libertad del que lo maneja 12. 11 De él partía Humboldt para su análisis filosófico del lenguaje: Ü ber die V erschiedenheit des m ensck licben Sprachbaues u n d ihren Einfluss a u f d ie g eistig e E ntwicklung des M en schen gesch lech ts, 1830-35. 12 Sobre la libertad desplegada en el uso del lenguaje, véase: Ph. Lersch, S prache ais F reiheit u n d V erhangnis (Munich 1947). Y en un horizonte más filo­ sófico: H. G. Gadamer, W ahrheit u n d M ethode (Tubinga 1960), sobre todo pp. 419-420; trad. española, V erdad y m étod o (Salamanca 1977). Es el segundo carácter que descubre en el lenguaje H. Urs von Balthasar, D ieu a p a rlé un lan g a g e d ’h om m e, en P arole d e D ieu et litu rgie (París 1958) 87ss.

La Escritura como palabra

Cuatro sentidos del término «lenguaje»

Como realidad so.cial, que el individuo aprende e incorpora, la lengua tiene un cierto influjo en la formación intelectual de cada uno. Si bien la verdadera formación intelectual la da, no tanto la lengua como tal, cuanto las obras que existen y se asi­ milan en dicha lengua; con todo, el sistema de una lengua puede condicionar en parte el modo de pensar, de distinguir, de articu­ lar. Sobre todo en el individuo medio, que asimila y no crea en su lengua. El individuo medio normalmente acepta los sentidos de las palabras, con sus cargas de connotación, con su precisión o vaguedad, con su lucidez o sugestión; juntamente acepta sis­ temas de categorías y articulaciones como instrumental para dar forma a sus pensamientos, acepta un sistema de relaciones ló­ gicas ofrecidas por la sintaxis. En este sentido, la lengua cola­ bora a educar la sensibilidad y mentalidad del individuo, cola­ bora con el factor decisivo, que son las aserciones, las teorías, las doctrinas.

Para el griego la situación es diferente: un lenguaje ya exis­ tente, con una admirable tradición literaria y filosófica, se ofrece a los autores inspirados. La asunción del Espíritu especializa este lenguaje en el sector religioso, induce movimientos semánticos, convierte palabras en términos. Además sucede el influjo del he­ breo, al incidir, por la traducción, en la lengua griega. Compá­ rese el griego del libro de la Sabiduría con algunas traducciones de los LXX. La multiplicidad de las lenguas impone a la expansión de la palabra de Dios la necesidad de la traducción, con todos sus problemas teóricos y prácticos. De ello trataré expresamente más adelante (cap. 11). El pueblo de Dios, cuando funciona como tal, y el pueblo de Dios presente, que es la Iglesia, en su vida cristiana, también po­ seen una lengua como realidad social. Esta ha sido preparada bajo la acción del Espíritu, y queda disponible como sistema or­ denado, para el desarrollo religioso del individuo y de la comu­ nidad. El niño hebreo, el niño cristiano son introducidos a la vida religiosa también por la lengua particular del pueblo de Dios, que es lengua inspirada; al aprender esta lengua, adquieren acceso a sus tesoros literarios; y recíprocamente, al ir cono­ ciendo tales tesoros, van dominando dicha lengua. No es indife­ rente la lengua religiosa que va a aprender y usar el cristiano en sus relaciones con Dios: la lengua de los libros que escucha, la lengua en que reza. La lengua religiosa es un factor más en el desarrollo de su sensibilidad y mentalidad religiosa. Muchas deformaciones religiosas penetran en el individuo por deformaciones de la lengua religiosa que aprende: por ejem­ plo, sentimentalismo, vaguedad, pérdida del sentido del miste­ rio... De aquí la importancia de una buena formación en la len­ gua religiosa, lo cual se logrará básicamente por una vuelta a la lengua bíblica; y el instrumento más eficaz será la liturgia. «De­ volver al pueblo de Dios la palabra de Dios» es u.na consigna grave. Naturalmente, por el camino de la traducción, como ve­ remos más tarde: Cristo se ha encarnado en una raza y en un pueblo, pero su señorío rompe los límites en lo que pueden te­ ner de trabas, para abrirse a todos los pueblos y razas; la palabra de Dios se encarna en una lengua nacional, y al encarnarse,

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Apliquemos estas nociones a la palabra inspirada. La palabra de Dios, al encarnarse en palabra humana, necesariamente tiene que asumir una lengua concreta; porque sólo en lenguas con­ cretas se realiza la radical capacidad humana de lenguaje. La len­ gua concreta es el punto de inserción de la trascendencia en el tiempo, del mensaje divino en el lenguaje humano. Y depende de una elección positiva de Dios. Históricamente sabemos que las lenguas elegidas son el hebreo, el griego, y en pequeña escala el arameo. En el caso del hebreo, la revelación divina, sucesivamente formulada por muchos autores inspirados, influye intensamente en la conformación de la lengua: el hebreo queda, como la tierra de Palestina, marcado por las huellas de Dios. Al comienzo es una lengua ya existente: una variedad del cananeo. Esta lengua se va desarrollando históricamente bajo el influjo de la predica­ ción profética, del rezo de los salmos, de las narraciones reli­ giosas. Todo ello enriquece, afina, depura, actualiza y ensancha las posibilidades de esta lengua, sin quebrar su estructura. Hay que notar que el hebreo que nosotros conocemos es el hebreo bíblico: no poseemos muestras de lenguaje común o rigurosa­ mente profano. Por eso nuestro juicio es algo parcial: casi todo el hebreo que conocemos está levantado al nivel de revelación.

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La Escritura como palabra

rompe las limitaciones de dicha lengua, e inunda por la traduc­ ción todas las restantes. Las lenguas diversas, en su aspecto social, pueden ser objeto de la sociología. En su aspecto de lengua, son objeto de la lin­ güística: estructural, comparada, histórica; con las ramas de la fonética, sintaxis, semántica, etc. Esto explica por qué la irrup­ ción de la palabra divina en la historia ha movilizado todas las armas de la ciencia del lenguaje l3. Y no es legítimo protestar contra estos estudios áridos y positivos en torno a la Biblia. No son lo principal ni lo último: pero están exigidos por la natura­ leza de la inspiración, que asume una lengua humana 14. 3. Un tercer sentido del término «lenguaje» es el uso indivi­ dual que uno hace de la realidad social precedente. El lenguaje, como sistema de formas significativas y de posibilidades expre­ sivas, se actualiza en el uso individual. La acción de hablar es un proceso complejo, que analiza y describe la psicología del len­ guaje. Paralelamente, la acción de entender lo hablado; y la al­ ternancia de ambas acciones en el diálogo, que es la forma nor­ mal de actualizar el lenguaje. Como medio de comunicación, el lenguaje tiene varias fun­ ciones fundamentales y otras secundarias. El lenguaje hablado puede ser registrado en un sistema de signos gráficos inteligibles: escribir, leer. También estas actividades son objeto de la psicolo­ gía del lenguaje. El uso individual puede acusar características personales, constantes, de uso o de preferencia, que pueden llegar a consti­ tuir un estilo. Esto es objeto de la estilística descriptiva. Pero la estilística puede analizar y clasificar también todo el sistema de procedimientos de estilo realizados por obras e individuos con­ cretos 1S. 13 Fr. Kainz, P sycb ologie d er Spracbe, volumen primero. I, A 6. Y el libro de W. Porzig, Das W under d er Sprache. 14 E nchiridion B iblicum , 561; cf. infra, «Sociología de la inspiración». 15 Sobre la estilística dará una idea de tendencias, apartados y métodos, el gran repertorio bibliográfico de H. Hatzfeld, B ibliografía crítica d e la N ueva Es­ tilística (Madrid 1955). Y varios capítulos de la obra informativa de M. Wehrli, AUgemeine L iteratu nvissen schaft (Zurich 1951). Aplicado al Antiguo Testamento en mis Estudios d e p o ética h eb rea (Barcelona 1963) con amplia bibliografía; véase

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El individuo, en el uso de su lengua, puede ocupar varios puestos: el tipo ordinario está condicionado por el lenguaje co­ mún y se somete a él; un segundo tipo domina la lengua, y la utiliza con acierto y empeño; el tipo extremo es creador en el terreno de su lengua 16. Varios de estos temas nos ocuparán en los capítulos próximos. Por ahora notemos que la inspiración mueve un pro­ ceso de actualización individual del lenguaje: será posible estu­ diar un proceso típico, para especular dónde actúa la moción del Espíritu, y convendrá tener en cuenta variedades individuales que diferencian dicha moción. La hermenéutica, por su parte, no puede contentarse con el sistema gramatical, sino que necesita del análisis estilístico, para interpretar a los autores inspirados. 4. En un cuarto sentido, el término «lenguaje» puede desig­ nar las obras concretas en que se realiza el uso individual de una lengua: textos literarios en sentido estricto, y toda clase de textos de lenguaje. Éstos son sistemas concretos y significativos de palabras, fijados en una tradición oral, y muchas veces por medio de la escritura. De estas realidades de lenguaje que son «textos» y obras lite­ rarias se ocupa la filología, como ciencia o arte de determinar exactamente el sentido de un texto dado. Como la cultura hu­ mana subsiste en buena parte en obras acumuladas de lenguaje —además de la dimensión presente y activa de dicha cultura—, se ha dicho con justicia que la filología es a las ciencias del espí­ ritu lo que la matemática es a las ciencias de la naturaleza 17. También se ocupa de las obras literarias, como de objeto propio, la ciencia de la literatura; aunque algunos han querido tomar como objeto de dicha ciencia las personas y vida privada de los autores 18. igualmente: A. M. Artola, D e *D ios a u tor d e los libros sa gra d os» a *la Escritura com o obra literaria»: EstEcl 56 (1981) 651-669. 16 Tratado expresamente por J. L Weisgerber, Das G esetz d e r Sprache (Heidelberga 1951) 137-147. 17 E. R. Curtius, Literatura europea y Edad M edia latina (México 41984) 12 .

18 Exposición fundamental en R. Wellek/A. Warren, T heory o f L iterature, reeditada varias veces y traducida a las principales lenguas, entre ellas al español,

La Escritura como palabra

Teología

«Biblia», nombre plural (= libros), delata su naturaleza como colección de obras de lenguaje, sistemas verbales fijados por es­ crito. Para la inspiración, las distinciones precedentes tendrán importancia cuando planteemos la cuestión autor-obra. Para la hermenéutica es indispensable el instrumento exacto de la filolo­ gía, y el menos exacto, pero muchas veces más adecuado, de la ciencia literaria. También es posible describir la obra literaria con el método fenomenológico, para explicar lo que significan esos sistemas de lenguaje en el seno de una socifedad; concretamente en el seno de la Iglesia. Finalmente, las obras de lenguaje plantean más agudamente el problema de la traducción, como medio normal de expansión y acceso; pues el aprendizaje de la lengua original es para el pueblo de Dios medio extraordinario de acceso.

Primer principio: No se puede separar la misión del Espíritu Santo de la de la Palabra hecha carne... Segundo principio: La Escritura es una realidad litúrgica y profética... Las Iglesias orientales ven en ella la consagración de la historia de salvación bajo especies de palabra humana, insepa­ rable de la consagración eucarística, que recapitula toda la histo­ ria en el cuerpo de Cristo...

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TEOLOGIA

Llegamos así a nuestra teoría: la inspiración es un carisma del Espíritu, que mueve al autor humano en el proceso de transfor­ mar experiencia humana en palabra. El autor inspirado comparte con su pueblo'una experiencia religiosa o tiene una experiencia personal; por su talento personal y su misión específica ha de convertir las experiencias humanas en palabra, para que sean co­ municables y permanezcan. Para ello emplea individualmente, personalmente, la realidad social del lenguaje compartido —he­ breo, griego, arameo—, realizando una obra de lenguaje. En esa actividad se inserta la acción del Espíritu, de tal modo que el re­ sultado sea obra de lenguaje del escritor o autor y quede consa­ grado como palabra de Dios. Aquí encaja la definición y descripción que ofreció en el Concilio Vaticano II mons. Neóphytos Edelby, en nombre de la tradición oriental: «Querríamos proponer el testimonio de las Iglesias de Oriente... Nuestros hermanos ortodoxos reconocerán en este testimonio nuestra fe común más pura.

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Tercer principio: La tradición es la epíclesis de la historia de salvación, la teofanía del Espíritu Santo, sin la cual la historia es incomprensible y la Escritura es letra muerta...» La experiencia todavía no es palabra; las ideas no son palabra —suponiendo que preexistan descarnadas de toda palabra—. Cuando la historia, la experiencia humana, renace transformada en palabra, nace consagrada por la acción del Espíritu. Es pala­ bra sagrada, que será Sagrada Escritura. Recurramos a la analogía de la encarnación. «El ángel le con­ testó: “El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso al que va a nacer lo llamarán el Consagrado, Hijo de Dios» (Le 1,35). En la encarnación, la criatura humana que surge en el seno de María es, desde el pri­ mer momento, sagrada, es Hijo de Dios. Analógicamente, la criatura verbal —a imagen del hombre— que cuaja por acción del autor está consagrada, es Palabra de Dios. Como la criatura que nace de María está destinada a crecer y permanecer, así la palabra inspirada cristaliza en obra literaria con destino de crecer y durar. Más adelante se presentará ocasión de observar y comentar algunos límites de la analogía propuesta. La consagración ardiente de los labios de Isaías, el poner las palabras en boca de Jeremías, el rollo escrito que devora y asi­ mila Ezequiel, el fuego incontenible en los huesos de Jeremías, la mano que sujeta, el viento que arrebata son imágenes de la ac­ ción del Espíritu ordenada a la palabra. CONCLUSION

por editorial Gredos con el título Teoría literaria, con prólogo de D. Alonso (Madrid S1985). Cf. la reciente traducción del libro de W. Welte, L ingüística m oderna. T erm inología y bibliografía (Madrid 1985).

Estos cuatros sentidos de la palabra «lenguaje» son progresivos: la capacidad radical humana de hablar, lenguaje, se realiza en

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La Escritura como palabra

muchas lenguas diversas, como realidades sociales; cada lengua se actualiza en el uso individual o habla; el uso individual fragua a veces en la realización de un sistema fijo, que es la obra litera­ ria. Los cuatro nos trazan un amplio programa para estudiar e iluminar lo que es la palabra inspirada. Si muchos aspectos par­ ticulares han sido considerados y explicados por autores prece­ dentes, el estudio sistemático está por hacer; y las páginas que siguen sólo pueden aspirar a ser un primer intento.

5 TRES FUNCIONES DEL LENGUAJE

EXPOSICION Además de la obra de Bühler, puede consultarse: R. Ceñal, La teoría dellenguaje de Carlos Bühler (Madrid 1941); con marco histórico, crí­ tica y bibliografía abundante, Fr. Kainz acepta sustancialmente la posi­ ción de Bühler, ensanchándola; mientras que Sóhngen parece ignorarla. Según esa obra ya clásica de Karl Bühler, Teoría del lenguaje, trad, española de J. Marías (Rev. de Occidente, Madrid 1950, 61967; ed. orig. alemana: Sprachtheorie, Jena 1934), el lenguaje se puede considerar como un instrumento, organon, que se describe según sus funciones fundamentales: informe, expresión, llamada. Esta básica obra es muy asequible por su publicación en Alianza Editorial, Madrid 1985. Aña­ diré algunos otros libros recientes importantes: E. Cassirer, Philosophie der symbolischen Formen, 2 tomos, trad. al español con el título de Mito y lenguaje (México 1959); K. Vossler, Filosofía del lenguaje (Ma­ drid 1943). Cf. sobre todos los problemas del lenguaje J. Ferrater Mora, Lenguaje, en Diccionario de Filosofía, 4 tomos (Alianza Editorial, Ma­ drid 1979) 1937-1944, con amplia bibliografía. Sobre el lenguaje religioso: I. T. Ramsey, Religious Language: An Empirical Pladng o f Theological Phrases (Nueva York 1957); cf. F. K. Mayr, Lenguaje, en SM, IV (Herder, Barcelona 1973) 214-231, con bi­ bliografía; D. Antiseri, El problema del lenguaje religioso. Dios en la f i ­ losofía religiosa (Ed. Cristiandad, Madrid 1976).

Informamos sobre hechos, cosas, sucesos; con cierta prefe­ rencia por la tercera persona, por el modo indicativo; es una función objetiva, que mira al mundo; propia de la historiografía, de la didáctica. Expresamos nuestra interioridad, nuestras emociones y senti­ mientos, nuestra participación en cosas y sucesos; Con cierta preferencia por la primera persona; es una función subjetiva, que mira al individuo; propia de las memorias y confesiones, de la lírica. Apelamos al interlocutor, provocando su respuesta en acción, 9

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Exposición

Tres funciones del lenguaje

influyendo sobre él, impresionándolo; con cierta preferencia por la segunda persona, por el modo imperativo; es una función in­ tersubjetiva, que mira a la sociedad, propia de la oratoria. Este esquema, tan limpio e inteligible, es en rigor una distin­ ción de laboratorio; no porque no existan las tres funciones dis­ tintas en la realidad, sino porque su funcionamiento es gestáltico o estructural, y porque el informe —en cuanto representación— domina y polariza las otras. Es muy difícil encontrar en la reali­ dad del lenguaje formas puras de cada función: un informe clí­ nico, una interjección expresiva, un imperativo elemental. En la realidad las tres funciones funcionan entrelazadas, mutuamente condicionadas: lo que podemos hacer ante una unidad de len­ guaje es distinguir su carácter de símbolo (informe, representa­ ción), de síntoma (expresión de la interioridad), de señal (lla­ mada a otro). El informe es mío porque yo hablo, y es tuyo porque escu­ chas: ya está en juego el elemento subjetivo, intersubjetivo. En el informe, o en el modo de informar, yo me expreso y te im­ presionó. Y te impresiono precisamente porque me expreso; y te impresiono también por los contenidos y por el tono de infor­ mar. Y como mi informe expresivo provoca una reacción en ti, me respondes, iniciando una alternancia en el proceso, que va elevando la potencia y tensión del lenguaje. Es el diálogo. En el diálogo funciona el informe mutuo, la mutua expresión, el mu­ tuo influjo: en un acto de comunicación interpersonal plenaria. Si bien la representación del informe polariza y domina, ella sola no bastaría para la plenitud de comunicación. El funcionamiento gestáltico 19 de las tres funciones del len­ guaje le da su complejidad y riqueza; y puede devolverle su elementalidad. Antes de complicar las cosas, volvamos al tema central. Román Jakobson, que procede de la gramática estructural y del formalismo ruso, dotado de formidable rigor para el análisis lingüístico y de sensibilidad para el análisis estilístico, propone el siguiente diagrama: 19 Es decir, como unidad orgánica, que no se reduce adecuadamente a la suma de las partes, o a una asociación de simultaneidad, según los principios de la llamada ley gestáltica.

Locutor

Contexto (tema) dicho contacto (relación) lenguaje

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destinatario

se podría comentar así: alguien habla a otro sobre algo en una lengua y así se relaciona. Si el lenguaje se concentra en el locutor (o remitente o escritor) ejerce la función expresiva; si se concen­ tra en el destinatario, ejerce la función impresiva (conative, en el inglés de Jakobson); si se concentra en el tema (que Jakobson llama context), ejerce la función informativa (referential la llama el autor). Estas tres coinciden con las de Bühler; pero el autor añade otras tres. El hablar pretende a veces establecer, mantener o interrumpir el contacto personal, sin informar ni expresar ni inducir a nada; son las llamadas iniciales de atención, la palabra final, las preguntas para asegurarse que el diálogo procede: son sobre todo las frases tópicas, generales o triviales en las que ha­ blamos sin decir nada, para unirnos o sentirnos unidos. Malinowski señaló esta función y la bautizó con el nombre de fática (Jakobson la llama de contacto). Si el hablar se vuelve sobre el medio de comunicación, es decir sobre el lenguaje, aclarando el sentido de palabras, interrogando sobre una construcción, etc., entonces tenemos la función metalingual o metalingüística (pero este segundo adjetivo lo suelen reservar para una rama del aná­ lisis que no entra en la lingüística, como física y metafísica). Fi­ nalmente la función poética se fija en lo dicho como tal, que ad­ quiere una realidad y valor de objeto, no sólo de medio. Ahora bien, si la subdivisión saca a la luz determinados as­ pectos la simplificación conserva su valor. La función metalin­ gual es simple función informativa sobre un tema determinado y peculiar, y el mismo Jakobson lo supone cuando dice: «Todas estas proposiciones ecuacionales contienen información única­ mente sobre el código lexical inglés»; facilitar información es ejercer la función informativa. La función fática es síntesis o mezcla de expresión y llamada sin apenas contenido informativo, en movimiento dialógico, y es a la vez resultado y envolvente de toda la conversación. La función poética sería un modo peculiar de tratar el medio de comunicación. En nuestra reflexión sobre el lenguaje inspirado el concepto

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Tres funciones del lenguaje

El lenguaje inspirado

de función fática serviría para subrayar la idea y experiencia de comunicación, de contacto «inmediato», que Dios quiere realizar hablando. El tema ya ha aparecido en el primer capítulo, cuando hablaba de la revelación personal por la palabra; aparecerá en la próximo acerca de la conversación, y reaparecerá en la última página de este libro. Pero en su forma típica, textos sin apenas contenido o con contenido convencional, no se encuentran en la Escritura, aunque puedan existir en la oración privada.

nos ha revelado». Pero la definición del Vaticano I tiene un va­ lor asertivo, no exclusivo, pues antes afirmaba que «por la fe ofrecemos a Dios el don pleno de nuestro entendimiento y vo­ luntad» 21. La fe incluye un elemento intelectual, pero no se re­ duce a él, puesto que es libre, y es principio de salvación, y compromete a toda la persona. La revelación, en sentido es­ tricto, se puede definir como locutio Dei attestans. Esto es aser­ tivo, no exclusivo, en cuanto que lo supremo de la revelación es la manifestación de Dios como persona, para la comunicación. Leemos en el evangelio de san Juan: «Y ésta es la vida eterna: reconocerte a ti como único Dios verdadero, y a tu enviado Je­ sucristo» (17,3). Notemos la enorme concentración personal de la fórmula: no habla de conocimiento de objetos, sino de per­ sonas, «a ti, Jesucristo», y por ello pertenece a este tipo superior de conocimiento interpersonal. (Recordemos que los Ejercicios de san Ignacio concentran la actividad en conocer y amar a Jesu­ cristo.) Ciertamente la persona desdobla su unidad en series de pro­ posiciones: a través de enunciados parciales llegamos a recons­ truir la persona que se nos ha manifestado, claro está, no por mera suma o por puros silogismos. Pero la persona no sólo uti­ liza proposiciones formales como medio de comunicación, sino que utiliza el lenguaje como medio total22. Resumiendo: si Dios quería revelar su persona a los hom­ bres, para el trato personal, tenía que asumir como medio de co­ municación el lenguaje humano en todas sus funciones. O, dicho al revés: si Dios asumió el lenguaje humano como medio de co­ municación, es porque buscaba una revelación personal. «Su pa­ labra se asemeja enteramente al lenguaje humano, excepto el error».

EL LENGUAJE INSPIRADO

¿Cuál de las tres funciones asume Dios? Lós que distinguen en­ tre ideas y palabras, están inclinados a decir que Dios sólo asume la función informativa del lenguaje humano. En una concepción puramente objetiva de la revelación, re­ caeríamos en la misma distinción: Dios quiere proponernos ver­ dades reveladas. En la proposición de verdad las funciones ex­ presivas e impresivas son accesorias y separables; serían aporta­ ción exclusiva del autor humano 20. En una concepción puramente objetiva de la fe, es decir, una fe que tiene como objeto exclusivo «verdades reveladas», tam­ bién tenemos que prescindir de las funciones expresiva e impresiva, para quedarnos con el puro informé, que es el objeto de nuestra fe. A no ser que lo expresivo o lo impresivo sean ele­ vados a forma de proposición, sacrificando la inmediatez de la función originaria. Ahora bien, la fe incluye ciertamente un elemento intelectual, un contenido formulable en proposiciones: la fe no es un vago sentimiento, sin contenido intelectual. Tampoco es un puro acontecimiento, sin contenido cognoscitivo formulable, que co­ loca al hombre en una nueva situación como persona. Nueva si­ tuación por la decisión personal como respuesta a la llamada pura. Véase J. Ashton, Cristo mediador y plenitud de la revela­ ción, en Comentarios a la Constitución «Dei Verbum» sobre la divina revelación (Madrid 1969) 166-193. La fe es una virtud so­ brenatural por la cual «creemos que es verdadero lo que Dios 20 R. Latourelle, T h éologic d e la R évéla tion , apunta sin apenas desarrollarla esta distinción: pp. 336-337.

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21 Denzinger-Schónmetzer, 3008. La constitución D ei Verbum del Vati­ cano II insiste en la totalidad de la fe, por la que el «hombre se entrega, entera y libremente a Dios». Véase la obra clásica de P. Mouroux, Yo creo en ti: estru c­ tura p erson a l d e l a cto d e f e (Madrid 1958). 22 Véase la lúcida exposición de esto s aspectos en la obra de H. Fríes, C reer y saber (Madrid 1963). La constitución D ei Verbum formula: «En esta revela­ ción, Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como a amigos y trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía».

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Tres funciones del lenguaje

Algunos ejemplos

Las consecuencias de este principio para la lectura e inteli­ gencia de la Sagrada Escritura son graves. Ya no es legítimo des­ montar la Biblia en varios miles de proposiciones, cada una con­ teniendo una verdad objetiva de fe. No es legítimo extirpar todos los elementos emocionales, expresivos, y todo lo que apela a nuestra respuesta. La Sagrada Escritura hay que leerla como obra de lenguaje total, funcionando plenamente, en la que Dios me habla.' Lo dice muy bien el Crisóstomo: «Considere cada uno que por la lengua de los profetas escuchamos a Dios al habla con nosotros» 23. Lo mismo piensan Hilario y Jerónimo: «Por medio de tus siervos, Moisés y los profetas, me has instruido con los libros sagrados, para que te conociera» 24. «Este tesoro en el que están escondidos todos los tesoros de sabiduría y ciencia, es la Palabra de Dios o la Sagrada Escritura, en la cual se encuentra el conocimiento del Salvador» 25. «Desconocer la Escritura es desconocer a Cristo» 26.

cuencias para la vida espiritual. En el manual de teología que yo estudié había tesis sobre la omnipresencia de Dios, sobre su ciencia —incluida la de los posibles y futuribles— no había una tesis sobre el amor de Dios. Comparemos esa tesis imaginaria, construida con proposi­ ciones compuestas de conceptos, con una página de Oseas donde Dios habla en primera persona. Ruego al lector que inte­ rrumpa un momento y cambie de actitud, para escuchar la pala­ bra de Dios 27. «Cuando Israel era niño, lo amé, y desde Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: ofrecían sacrificios a los baales y quemaban ofrendas a los ídolos. Yo enseñé a andar a Efraín y lo llevé en mis brazos, y ellos sin darse cuenta de que yo los cuidaba. Con correas de amor los atraía, con cuerdas de cariño. Fui para ellos como quien alza una criatura a las mejillas; me inclinaba y les daba de comer. Pues volverá a Egipto, asirio será su rey, porque no quisieron convertirse. Irá girando la espada por sus ciudades y destruirá sus cerrojos; por sus maquinaciones devorará a mi pueblo, propenso a la apostasía. Aunque invoquen a su Dios, tampoco los levantará. ¿Cómo podré dejarte, Efraín; entregarte a ti, Israel? ¿Cómo dejarte como a Admá; tratarte como a Seboín? Me da un vuelco el corazón, se me conmueven las entrañas.

ALGUNOS EJEMPLOS

Imaginemos una tesis de un manual de teología: Deus amat populum suum: definiciones, qué es amar, qué es pueblo, qué es pueblo suyo; divisiones, amor carnal, emocional, espiritual, pue­ blo de Israel, Iglesia... Argumento de Escritura; aquel verso «así amó Dios al mundo...», «Dios es amor», etc. No sé si tendría un argumento de concilios: en el índice de materias de DenzingerSchónmetzer amor y caritas se refieren a la virtud con que amamos a Dios. Concluiría con algún escolio ofreciendo conse­ 23 Oiü yb.q éVjuatá éariv áXXá t o í jiv e ú flatos to ü á y í o v ¿ t i r a t a , wat Siét t o ü t o jioXúv ¿oriv tóv Qrioaupóv eúqeív x a l év jiíqt cruXXapñ ... óxi ó iá rf|5 Ttúv 7tQO(pr|Tü)v yXcottt]s toü 0eoü JtQÓg f||xóts ÓiaXeYOU|xévou áxoúonev (Crisóstomo, In Gn 2, homilía 15, 1; PG 53, 119). 24 «Ad cognitionem me tui, sacris ut arbitrar, per servos tuos Moysen et prophetas, voluminibus erudisti» (Hilario Pict.; PL 10, 171). 25 «Thesaurus iste in quo sunt omnes thesauri sapientiae et scientiae absconditi, aut Verbum est, aut sanctae Scripturae, in quibus reposita est notitia Salvatoris» (Jerónimo, In Mt 2, 13; PL 26, 97). 26 «Ignorado Scripturarum, ignoratio Christi est» (Jerónimo, In Is; PL 24, 17; CC 73, 1).

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27 Entre los comentarios, véase el reciente de W. H. Wolff, en la serie «Biblischer Kommentar» (Neukirchen). Cf. estudio y comentario en P rofetas II, pp. 859-921, con la más reciente bibliografía.

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Tres funciones del lenguaje

No ejecutaré mi condena, no volveré a destruir a Efraín; que soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti y no enemigo devastador» (Os 11,1-9). Leído el texto, hagamos una reflexión: ¿equivale el enun­ ciado de la tesis a esta página apasionada?, ¿qué es más revela­ dor? Los versos de Oseas, que incluyen una serie de enunciados con dominante función informativa, ponen en acción las otras funciones elementales: Dios se expresa, y rae impresiona. Leído el enunciado de la tesis, puedo quedar frío e indiferente; si la página de Oseas me deja frío e indiferente, es que no he sabido leerla. Naturalmente, el lenguaje de Oseas es simbólico y antropo­ mórfico, pero es una analogía la que me hace comprender. Dice san Gregorio Magno: «Conoce el corazón de Dios en las pala­ bras de Dios» 28. A propósito he escogido un ejemplo extremo, para mostrar con mayor claridad. Ello puede dar lugar a varias objeciones, reductibles casi todas a un «no toda la Escritura es así». Primera respuesta: bastaría un caso para demostrar que no todo el lenguaje inspirado se reduce a proposición con función informativa. Veamos un ejemplo en que habla el hombre: Pablo. En la carta a los Romanos, cap. 7, describe patéticamente la lucha in­ terna del hombre. Es un crescendo vigoroso, con repeticiones, que culmina en una frase conclusiva29. Esta frase conclusiva tiene diversa forma sintáctica en el original griego y en la tra­ ducción latina. Para que la experiencia resulte, nos hace falta una doble lectura, con toda intensidad: presentaré una traducción del texto latino, y tras una interrupción, la traducción del griego: 28 «Disce cor Dei in verbis Dei» (PL 77, 706). 29 Véase algún comentario de los más recientes: S. Lyonnet, H istoria d e lasalvación en la carta a los R om anos (San Sebastián 1967); O. Kuss, Carta a los R om anos (Herder, Barcelona 1974); P. Dornier/M. Carrez, Carta a los R o­ m anos, en Cartas de Pablo y Cartas C atólicas (Ed. Cristiandad, Madrid 1985) 135-172.

Algunos ejemplos

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«Sabemos que la ley es espiritual; mientras que yo soy carnal, vendido al pecado. Lo que yo hago no lo comprendo: pues no hago el bien que quiero, sino el mal que odio es lo que hago. Pero si hago lo que no quiero, concedo que la ley es buena. Entonces no soy yo quien obra eso, sino el pecado que habita en mí. Sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita el bien: pues el querer está a mi alcance, poner por obra el bien, no lo consigo. Pues no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero es lo que hago. Pero si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí. Encuentro esta ley que rige mi voluntad de hacer el bien: que a mi alcance está el mal. Según el hombre interior me deleito en la ley; pero veo en mis miembros otra ley que se opone a la ley de mi alma, y que me hace prisionero de la ley que habita en mis miembros. Soy un hombre desdichado: ¿Quién me librará de este cuerpo mortal? La gracia de Dios, por Jesucristo Señor nuestro» (Rom 7,14-25).

El lector habrá apreciado una quiebra en los versos finales: el crescendo insistente culmina en una pregunta, y a la pregunta responde una exacta proposición. No es lo que esperábamos, hay aquí una quiebra estilística. Leamos el texto según el origi­ nal griego (sin saltarnos nada): «La ley es espiritual, de acuerdo, * pero yo soy un hombre de carne y hueso, vendido como esclavo al pecado. Lo que realizo no lo entiendo, pues lo que yo quiero, eso no lo ejecuto y, en cambio, lo que detesto, eso lo hago. Ahora, si lo que hago es contra mi voluntad, estoy de acuerdo con la ley en que ella es excelente, pero entonces ya no soy yo el que realiza eso, es el pecado que habita en mí. Veo claro que en mí, es decir, en mis bajos instintos,

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Tres funciones del lenguaje no anida nada bueno, porque el querer lo excelente lo tengo a mano, pero el realizarlo no; no hago el bien que quiero; el mal que no quiero, eso es lo que ejecuto. Ahora, si lo que yo hago es contra mi voluntad, ya no soy yo el que lo realiza, es el pecado que habita en mí. Así, cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro fatalmente con lo malo en las manos. En lo íntimo, cierto, me gusta la ley de Dios, pero en mi cuerpo percibo unos criterios diferentes que guerrean contra los criterios de mi razón y me hacen prisionero de esa ley del pecado que está en mi cuerpo. ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío, instrumento de muerte? Pero, ¡cuántas gracias le doy a Dios por Jesús, Mesías, Señor nuestro!» (Trad. de Nueva, Biblia, Española)

Según el griego, a la pregunta patética, casi desesperada, res­ ponde un grito de liberación. Pablo se debate, registrando en opuestos movimientos la batalla de la que es espectador, actor y paciente; él es el campo de batalla, la tierra disputada, y los dos contendientes a la vez. Exclama, pregunta, grita. En su lenguaje funcionan las tres funciones: enuncia, se expresa, nos impre­ siona. Y ¿dónde está la revelación de Dios en esta página? Es de notar que la Sagrada Escritura no sólo nos revela a Dios en su acción sobre el hombre, sino que nos revela también al hombre en su reacción frente a D ios30. En la página de Pablo nos cono­ cemos a nosotros mismos delante y frente a Dios; nuestra reac­ ción nos revela mediante la acción divina en nosotros. Y por ser palabra de Dios, nos revela a Dios hablándonos e iluminán­ donos. Como dice san Basilio, «así como nuestros ojos ven el mundo externo y no se ven a sí mismos, a no ser que alcancen 30 La constitución D ei Verbum dice: «La verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre que transmite dicha revelación...», 2. «... Contienen ense­ ñanzas sublimes sobre Dios y una sabiduría salvadora acerca del hombre», 15.

Algunos ejemplos

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algo sólido y bruñido, donde se refleje la visión... así nuestra alma, que todo lo ve, para verse a sí misma tiene que reflejarse en la Sagrada Escritura. La luz que de ella sale se refleja y nos hace contemplarnos a nosotros» 31. Aquí la analogía del autor y sus personajes nos sirve. He querido traer este ejemplo de Pablo porque muestra muy bien las funciones del lenguaje inspirado, y porque en él no habla Dios en primera persona. La función «impresiva» del lenguaje bíblico, o sea, su capaci­ dad de interpelar es patente en los oráculos proféticos y en la re­ tórica del Deuteronomio. Más difícil es apreciarla en textos na­ rrativos: a veces porque nos fijamos en lo exótico o arcaico de los relatos, a veces por la enorme discreción de Dios, que apenas asoma en la acción, a veces porque la interpelación es contextual, reside en el contexto global más que en momentos particu­ lares. Con todo, hemos de leer la Escritura como palabra que Dios nos dirige. Recordemos que muchas veces el relato descar­ nado impresiona más que el comentario. Desconfiamos con fre­ cuencia de una intención didáctica demasiado manifiesta, rece­ lamos ser manipulados, y nos rendimos ante la fuerza de los he­ chos narrados. La distinción es más bien gradual: interpelación inmediata o mediata. Y la mediación puede ser próxima o dis­ tante. Puede verse la obra reciente de M. Sternberg, The Poetics o f Biblical Narrative. Ideological Literature and the Drama o f Reading (Indiana 1984).

Podríamos recorrer otras muchas formas de hablar de Dios, y de comunicarse como persona. Por ahora nos basta con haber apreciado este dato fundamental: las tres funciones del lenguaje inspirado. Estas tres funciones se pueden referir a tres aspectos también básicos de la revelación divina: el aspecto objetivo, el aspecto personal, el aspecto dinámico. Desde ahora tenemos que contar 31 &OJt£Q ya.Q oí óü>vt:i Esta constitución fue promulgada el 18 de noviembre de 1965 por el Vati­ cano II. La incluimos aquí como apéndice para facilitar su consulta a nuestros lectores.

Sobre la divina revelación

Constitución «D ei Verbum»

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revelación en Cristo, que es el mediador, a la vez que la plenitud de toda la revelación. 3. Dios, que crea y conserva todo por el Verbo (cf Jn 1,3), ofrece a los hombres, en la creación, perenne testimonio de sí (cf. Rom 1,19-20), y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres, ya desde el principio. Y, después de su caída, les elevó a la esperanza de salvarse (cf. Gn 3,15) con la promesa de la redención, y tuvo constante cuidado del género humano, para dar vida eterna a todos los que buscan la salvación me­ diante su fidelidad en las buenas obras (cf. Rom 2,6-7). A su tiempo llamó a Abrahán para hacer de él un gran pueblo (cf. Gn 12,2-3), al que, después de los Patriarcas, por Moisés y los Profetas le enseñó a reconocerle como único Dios, vivo y verda­ dero, Padre providente y justo juez, y a esperar al Salvador pro­ metido; y así, en el correr de los siglos, preparó el camino para el evangelio. 4. Después que Dios habló muchas veces y de muchas ma­ neras por medio de los Profetas, últim am ente , en estos días, nos habló por su H ijo (Heb 1,1-2). Envió, ciertamente, a su Hijo, es decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que habitara entre ellos y les manifestara los secretos de Dios (cf. Jn 1,1-18). Jesucristo, pues, el Verbo encarnado, hom bre en­ viado a los hombres, habla palabras de Dios (Jn 3,34) y acaba la obra de salvación que el Padre le dio para hacer (cf. Jn 5,36; 17,4). Y así él —ver al cual es ver también al Padre (cf. Jn 14,9)—, con toda su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, prodigios y milagros, pero ante todo con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos y, finalmente, en­ viando el Espíritu de verdad, cumple perfectamente la revela­ ción, y la confirma con el divino testimonio de que Dios está con nosotros para liberarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos para la vida eterna. La economía cristiana, por lo tanto, como alianza nueva y definitiva nunca ya pasará; y no se ha de esperar ya ninguna re­ velación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Tim 6,14; Tit 2,13). 5.

A Dios que revela se le debe la obediencia de la fe

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(cf. Rom 16,26; con Rom 1,5; 2 Cor 10,5-6), por la que el hom­ bre se entrega libre y totalmente a Dios ofreciendo a D ios , que revela , el pleno homenaje del entendim iento y de la volu n tad , y asintiendo de buen grado a la revelación que él ha hecho. Para esta fe necesitamos la gracia preveniente y auxiliadora de Dios, así como los socorros interiores del Espíritu Santo, que mueva el corazón y lo convierta a Dios, abra los ojos de la mente y dé a todos la dulzura para aceptar y creer en la verdad. Y para que la revelación sea comprendida cada vez más profundamente, el Espíritu Santo no cesa de perfeccionar la fe por medio de sus dones. 6. Con la revelación divina quiso Dios manifestarse a sí mismo y comunicar los eternos decretos de su voluntad sobre la salvación de los hombres, para hacerles participar los bienes d i­ vinos , que superan totalm ente la comprensión de la inteligencia humana. Proclama el sacrosanto Concilio que Dios, principio y fin de todas las cosas, pu ede ser conocido con seguridad p o r la luz natural de la razón humana , partiendo de las criaturas (cf. Rom 1,20); pero enseña que se ha de atribuir a su revelación el que todo lo divino que por su naturaleza no sea inaccesible a la ra­ zón humana lo pueden conocer todos fácilm ente , con certeza y sin error alguno, incluso en la condición presente del género hu­ mano.

Capítulo II II.

TRANSM ISION DE LA D IV IN A REVELACION

7. Las verdades reveladas por Dios para salvación de todos los pueblos, gracias a la bondad divina, se conservaron siempre ínte­ gras y fueron transmitidas a todas las generaciones. Por ello, Cristo Señor, en el que se consuma toda la revelación de Dios (cf. 2 Cor 1,20; 3, 16-4, 6), habiendo cumplido él mismo y pro­ clamado con su propia boca el evangelio antes prometido por los profetas, ordenó a sus apóstoles que lo predicaran a todos como fuente de toda verdad salvadora y de toda regla moral, co­ municándoles los dones divinos. Lo cual fue cumplido fielmente, ya por los apóstoles, que en la predicación oral, ejemplos y doc­ trinas comunicaron lo que habían recibido de los labios, conver­

Constitución «Dei Verbum»

Sobre la divina revelación

sación y acciones de Cristo, y lo que habían aprendido por ins­ piración del Espíritu Santo, ya por medio de aquellos apóstoles y varones apostólicos que, inspirados por el mismo Espíritu Santo, consignaron por escrito el mensaje de salvación. Mas, para que el evangelio se conservara siempre íntegro y vivo en la Iglesia, los apóstoles dejaron como sucesores suyos a los obispos, entregándoles su propio cargo del magisterio. Esta tradición y la Sagrada Escritura de ambos Testamentos son, por tanto, como un espejo en el que la Iglesia, peregrina en la tierra, contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta que le sea con­ cedido el verle cara a cara, tal como es (cf. 1 Jn 3,2).

siempre es más eficaz; y de esta forma Dios, que habló en otro tiempo, no cesa de hablar con la Esposa de su amado Hijo; y el Espíritu Santo, por quien en la Iglesia y en el mundo, y en éste por medio de ella, resuena la voz del evangelio, introduce a los fieles en la verdad íntegra, y hace que habite en ellos intensa­ mente la palabra de Cristo (cf. Col 3,16).

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9. Así pues, la tradición y la Sagrada Escritura íntimamente se unen y se comunican. Porque ambas surgen de la misma fuente, forman en cierto modo una unidad, y tienden al mismo fin. De hecho, la Sagrada Escritura es la palabra de Dios escrita por la inspiración del Espíritu Santo. La sagrada tradición trans­ mite íntegramente a los sucesores de los apóstoles la palabra de Dios, a éstos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo para que, con luz del Espíritu de la verdad, la guarden, la ex­ pongan y la difundan fielmente en su predicación; así es cómo la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza so­ bre todas las verdades reveladas. Por eso una y otra se han de recibir y venerar con un mismo espíritu de piedad y de respeto.

8. Y así, la predicación apostólica, expuesta de un modo es­ pecial en los libros inspirados, debía conservarse hasta la consu­ mación de los tiempos por una continuada sucesión. Los após­ toles, al comunicar lo que ellos mismos habían recibido, amo­ nestan a los fieles para que conserven las tradiciones que han aprendido, o de palabra o por escrito (cf. 2 Tes 2,15), y que si­ gan combatiendo por la fe que se les ha dado de una vez para siempre (cf. Jds 3). La tradición recibida de los apóstoles com­ 10. La tradición y la Sagrada Escritura constituyen el único prende, por tanto, todo lo necesario para que el pueblo de Dios ^depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia; fiel viva en santidad y aumente su fe; y así es como la Iglesia, en su ,|iL este depósito, todo el pueblo santo, unido con sus pastores, doctrina, vida y culto perpetúa y transmite a todas las genera­ persevera siempre en la doctrina de los apóstoles y en la comu­ ciones todo lo que ella es, todo lo que cree. n ió n , en la fracción del pan y en la oración (cf. Hch 2,42), de Esta tradición, de origen apostólico, progresa en la Iglesia «rte que entre prelados y fieles existe una singular unidad de con la asistencia del Espíritu Santo; pues crece en la compren­ Spíritu en la conservación, práctica y profesión de la fe transmisión tanto de las cosas como de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los mismos creyentes que las 1 | ( Pero el oficio de interpretar auténticamente la palabra de meditan en su corazón (cf. Le 2,19 y 51), ya por la percepción «os, escrita o transmitida, ha sido confiado tan sólo al magisteíntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por la ense­ vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de ñanza de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron Ssucristo. Magisterio, que evidentemente no está por encima un carisma seguro de la verdad. Y así la Iglesia, en el decurso de la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando tan sólo lo los siglos, tiende constantemente hacia la plenitud de la verdad 1C ha sido transmitido, puesto que, por mandato divino y con divina, hasta que en ella se cumpla la palabra de Dios. E asistencia del Espíritu Santo, lo oye con piedad, lo guarda La doctrina de ios Santos Padres comprueba la vivificante Hitamente y lo expone con fidelidad; y de este único depósito presencia de esta tradición, cuyos tesoros se transfunden a la la fe saca todo lo que propone como verdad que, revelada práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora. Por esta tradi­ H Dios, ha de ser creída. ción conoce la Iglesia el Canon íntegro de los libros sagrados, y K Es evidente, pues, que la tradición, la Sagrada Escritura y el la misma Sagrada Escritura, en ella, es conocida más a fondo y

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magisterio de la Iglesia, según designio sapientísimo de Dios, tan mutuamente están entrelazados y unidos que no existe uno sin los otros, y que juntos, cada uno a su manera, bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas.

los textos, dada su varia modalidad: históricos, proféticos, poé­ ticos o de otros géneros. Luego el intérprete ha de investigar el sentido que intentó expresar y expresó el hagiógrafo en determi­ nadas circunstancias, según la condición de su tiempo y de su cultura, mediante los géneros literarios usados en su época. Y así, para entender rectamente lo que al autor sagrado quiso afirmar en sus escritos, se ha de atender con sumo cuidado ya a las formas auténticas propias de pensar, hablar o narrar vulgares en tiempo del hagiógrafo, ya a las que, en aquella época, solían usarse en el mutuo trato de los hombres.

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Capítulo III INSPIRACIO N E INTERPRETACION DE LA SAGRADA ESCRITURA

11. Las verdades divinamente reveladas, que los libros de la Sa­ grada Escritura contienen y presentan, fueron consignadas por inspiración del Espíritu Santo. La santa Madre Iglesia, según fe apostólica, tiene como santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y del Nuevo Testamento con todas sus partes, porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo (cf. Jn 20,31; 2 Tim 3,16; 2 Pe 1,19-21; 3,15-16), tienen a Dios por autor; y como tales han sido entregados a la misma Iglesia. Mas, para componer los libros sagrados, Dios eligió a hombres, de cuyas facultades y medios se sirvió, de forma que, actuando él en ellos y por ellos, escribieran, como verdaderos autores, todo aque­ llo y sólo aquello que él quería. Y así todas las afirmaciones de los autores inspirados o ha­ giógrafos han de tenerse como afirmadas por el Espíritu Santo, y es necesario reconocer que los libros de la Escritura enseñan fir­ memente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación* Por ello to d a la Escritura es d iv in a m en te inspirada y ú til pa ra enseñar, pa ra argüir, para corregir, p ara edu car en la ju sticia, a fin de que el h o m b re de D ios sea perfecto y preparado p a ra to d a obra buena (2 Tim 3,16-17).

12. Dios, pues, habló en la Sagrada Escritura por medio de hombres y a la manera humana: luego, para que el intérprete de la Sagrada Escritura comprenda lo que él quiso comuni­ carnos, ha de investigar con atención lo que en realidad preten­ dieron significar los hagiógrafos y Dios quiso manifestar por medio de sus palabras. Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas, ha de atenderse a los «géneros literarios». Porque es muy distinta la manera con que la verdad se propone y se expresa en

Y como la Sagrada Escritura debe ser leída e interpretada con la luz del mismo Espíritu que la escribió, para captar el sentido exacto de los textos sagrados, se debe atender con no menor di­ ligencia al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura bajo la guía de la tradición viva de toda la Iglesia y de la analo­ gía de la fe. Deber, pues, de los exegetas es trabajar según estas reglas para entender y exponer más profundamente el sentido de la Sagrada Escritura, para que, con un estudio previo, madure el juicio de la Iglesia. Porque todo cuanto se refiere a la interpreta­ ción de la Sagrada Escritura está sometido al definitivo juicio de la Iglesia, que cumple el divino mandato y ministerio de conser­ var e interpretar la palabra de Dios. 13. Luego en la Sagrada Escritura se manifiesta, quedando siempre a salvo la verdad y la santidad de Dios, aquella admira­ ble «condescendencia» de la eterna Sabiduría p a ra q u e apren ­ dam os la in efable ben evolencia de D io s y hasta q u é p u n to , en su p ro v id e n te preocupación p o r la n a tu ra leza h um ana, ha a d a p ta d o él su lenguaje. En efecto; las palabras de t)ios, al pasar por las

lenguas humanas, han tomado la semejanza del lenguaje de los hombres, así como, en otro tiempo, el Verbo del Padre Eterno, al revestirse con la carne de la humana debilidad, se hizo seme­ jante a los hombres. Capítulo IV A N T IG U O TESTAMENTO

14. Dios amantísimo, al buscar y preparar solícitamente la sal­ vación de todo el género humano, con singular favor eligió un

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Sobre la divina revelación

pueblo para confiarle sus promesas. Hecho, pues, el pacto con Abrahán (cf. Gn 15,18) y con el pueblo de Israel por medio de Moisés (cf. Éx 24,8), de tal forma se reveló con palabras y con hechos al pueblo que se había adquirido, como único Dios ver­ dadero y vivo, que Israel conoció por experiencia los caminos de Dios hacia los hombres y, al hablarle el mismo Dios por los profetas, los entendió más hondamente y con mayor claridad de día en día, y los difundió más ampliamente entre los pueblos (cf. Sal 21,28-29; 95,1-3; Is 2,1-4; Jr 3,17). La economía, pues, de la salvación, preanunciada, narrada y explicada por los au­ tores sagrados, se conserva como verdadera palabra de Dios en los libros del Antiguo Testamento; así que estos libros, inspi­ rados por Dios, conservan un valor perenne: P orqu e to d o cuanto

(cf. Le 22,20; Cor 2,25), no obstante, los libros del Antiguo Testamento, recibidos íntegramente en el mensaje evangélico, adquieren y manifiestan su plena realidad en el Nuevo Testa­ mento (cf. Mt 5,17; Le 24,27; Rom 16,25-26; 2 Cor 3,14-16), que ilustran, a la par que lo explican.

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está escrito, para nuestra en señan za fu e escrito, a fin de que p o r la paciencia y p o r la consolación d e las Escrituras estem os firm e s en la esperan za (Rom 15,4).

15. La economía del Antiguo Testamento estaba ordenada, sobre todo, para preparar, anunciar proféticamente (cf. Le 24,44; Jn 5,39; 1 Pe 1,10) y significar con diversas figuras (cf. Cor 10,11) la venida de Cristo redentor de todos y la de su reino mesiánico. Mas los libros del Antiguo Testamento mani­ fiestan, según la condición del género humano en los tiempos anteriores a la salvación instaurada por Cristo, el conocimiento de Dios y del hombre, y las formas de obrar de Dios justo y misericordioso con los hombres. Estos libros, aunque también contengan cosas imperfectas y valederas temporalmente, de­ muestran, sin embargo, una verdadera pedagogía divina. Por tanto, los cristianos deben recibir con devota sumisión estos li­ bros, que expresan el vivo sentido de Dios, y en los que se en­ cierra una sublime doctrina acerca de Dios y una sabiduría de salvación para la vida del hombre, y tesoros admirables de ora­ ción; y en ellos, por fin, se esconde el misterio de nuestra salva­ ción. 16. Dios, pues, inspirador y autor de los libros de ambos Testamentos, dispuso sabiamente que el Nuevo estuviera escon­ dido en el Antiguo, y el Antiguo resultara aclarado en el Nuevo. Porque, aunque Cristo fundó el Nuevo Testamento en su sangre

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Capítulo V N U E V O TESTAMENTO

17. La palabra de Dios, que es una fuerza divina para la salva­ ción de todo creyente (cf Rom 1,16), se presenta en forma sin­ gular en los escritos del Nuevo Testamento, y en ellos mani­ fiesta su poder. Porque cuando llegó la plenitud de los tiempos (cf. Gál 4,4), el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad (cf. Jn 1,14). Cristo instauró el reino de Dios en la tierra, manifestó a su Padre y a sí mismo con he­ chos y con palabras; y consumó su obra mediante su muerte, re­ surrección y gloriosa ascensión, y con la misión del Espíritu Santo. Alzado sobre la tierra, a todos los atrae a sí mismo (cf. Jn 12,32), él, único que tiene las palabras de la vida eterna (cf. Jn 6,68). Pero este misterio no fue manifestado a otras genera­ ciones, como ha sido revelado ahora en el Espíritu Santo a sus apóstoles y profetas (cf. Ef 3,4-6), para que predicaran el evan­ gelio, suscitaran la fe en Jesús, Cristo y Señor, y congregaran la Iglesia. De todo lo cual son testimonio perenne y divino los es­ critos del Nuevo Testamento. 18. Nadie ignora que entre todas las Escrituras, incluso las del Nuevo Testamento, sobresalen con razón los evangelios, porque son el testimonio principal sobre la vida y enseñanza del Verbo Encarnado, nuestro Salvador. La Iglesia, siempre y en todas partes, ha defendido y de­ fiende el origen apostólico de los cuatro evangelios. Porque cuanto los apóstoles predicaron por mandato de Cristo, luego, bajo lá inspiración del Espíritu Santo, ellos mismos y los va­ rones apostólicos nos lo tansmitieron en escritos que son el fun­ damento mismo de la fe; es decir, el evangelio tetramorfo, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan. 19. La santa Madre Iglesia firme y constantemente ha defen­

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dido y defiende que estos cuatro evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, durante su vida entre los hombres, hizo y enseñó real­ mente hasta el día en que ascendió al cielo (cf. Hch 1,1-2). Los apóstoles, en efecto, después de la ascensión del Señor predica­ ron a sus oyentes lo que él había dicho y realizado, con aquella plena inteligencia de que ellos disfrutaban instruidos por los acontecimientos gloriosos de Cristo e iluminados por la luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados, pues, escribieron los cuatro evangelios escogiendo algunas de las muchas cosas que se transmitían, ya de palabra, ya por escrito, resumiendo otras, o aclarándolas, según la situación de las iglesias, conservando por fin la forma de predicación para comunicamos siempre sobre Jesús cosas verdaderas. Sacándolo, en efecto, ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes desde el principio fu e ­ ron testigos oculares y ministros de la palabra , ellos escribieron con la intención de que conozcamos la «verdad» de las ense­ ñanzas que hemos recibido (cf. Le 1,2-4).

fieles. Siempre las ha considerado y considera [a la Escritura] juntamente con la Tradición, como regla suprema de su fe, puesto que, inspirada por Dios y escrita de una vez para siem­ pre, comunican inmutablemente la Palabra del mismo Dios y, en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles, hace resonar la voz del Espíritu Santo. Así pues, toda la predicación eclesiástica, como la religión cristiana misma, debe nutrirse de la Sagrada Es­ critura, y ser regida por ella. Porque, en los sagrados libros, el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y en­ tabla conversación con ellos; y son tan grandes la fuerza y el poder encerrados en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor para la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento de su alma, fuente pura y permanente de su vida espiri­ tual. Por ello se aplican bien a la Sagrada Escritura estas pala­ bras: Pues la palabra de D ios es v iv a y eficaz (Heb 4,12), que

20. El canon del Nuevo Testamento, además de los cuatro evangelios, comprende también las cartas de san Pablo y otros escritos apostólicos, compuestos bajo la inspiración del Espíritu Santo, con los cuales, según el sabio designio de Dios, se con­ firma lo que se refiere a Cristo Señor, se declara cada vez más su auténtica doctrina, se manifiesta el poder salvador de la obra di­ vina de Cristo, se narran los comienzos y la admirable difusión de la Iglesia y, de antemano, se anuncia su gloriosa consuma­ ción. El Señor Jesús estuvo, en efecto, con sus apóstoles, como ha­ bía prometido (cf. Mt 28,20), y les envió el Espíritu Paráclito, que los introdujera en la plenitud de la verdad (cf. Jn 16,13). Capítulo VI LA SAGRADA ESCRITURA E N LA VIDA DE LA IGLESIA

21. La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues nunca deja, sobre todo en la Sagrada Liturgia, de tomar, en la única mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo, el pan que distribuye a los

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puede edificar y dar la herencia a todos los que han sido santifi­ cados (Hch 20,32; cf. 1 Tes 2,13).

22. Conviene que los cristianos tengan un amplio acceso a la Sagrada Escritura. Por ello la Iglesia, ya desde sus principios, recibió como suya la antiquísima versión griega del Antiguo Testamento, llamada «de los Setenta», y conserva siempre con honor otras traducciones, orientales y latinas, sobre todo la de­ nominada «Vulgata». Como la palabra de Dios ha de estar a dis­ posición de todos los tiempos, con solicitud materna la Iglesia procura que se redacten aptas y exactas traducciones en diversas lenguas, realizadas principalmente de los textos originales de los sagrados libros. Si éstas, según la oportunidad y con el consenti­ miento de la autoridad de la Iglesia, se llevan a cabo con la cola­ boración de los hermanos separados, podrán ser usadas por todos los cristianos. 23. La Iglesia, esposa de la Palabra hecha carne, instruida por el Espíritu Santo, procura comprender cada vez más profun­ damente la Sagrada Escritura, a fin de alimentar continuamente a sus hijos con las diversas enseñanzas; por ello fomenta también convenientemente el estudio de los Santos Padres, tanto orien­ tales como occidentales, al igual que las sagradas liturgias. Los exegetas católicos y también los teólogos se dedicarán, aunando

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sus fuerzas, a la investigación y exposición de las letras divinas, bajo la vigilancia del magisterio, empleando los medios opor­ tunos, de forma que el mayor número posible de servidores de la palabra divina puedan repartir fructuosamente al pueblo de Dios el alimento de la Escritura, que ilumine las mentes, ro­ bustezca las voluntades y encienda los corazones de los hombres en el amor de Dios. El sacrosanto Concilio anima a los hijos de la Iglesia dedicados a estudios bíblicos a que continúen con siempre renovada consagración su labor felizmente emprendida, con plena aplicación, según el sentir de la Iglesia.

espiritual, ya por enseñanzas convenientes para ello y por otros medios que, con aprobación y celo de los pastores de la Iglesia, se multiplican ahora por todas partes, dignos de todo elogio. Pero no se olviden de que la oración debe acompañar a la lec­ tura de la Sagrada Escritura, para que se entable el diálogo entre Dios y el hombre; porque a él h ablam os cuando oram os, y a él

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24. La sagrada teología se apoya, como en su permanente fundamento, en la palabra escrita de Dios junto con la sagrada tradición; así se robustece con firmeza y se rejuvenece de conti­ nuo, cuando investiga a la luz de la fe toda la verdad oculta en el misterio de Cristo. La Sagrada Escritura contiene la palabra de Dios y, al estar inspirada, es en verdad la palabra de Dios; por consiguiente, el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como el alma de la teología. También el ministerio de la palabra —esto es, la predicación pastoral, la catequesis y toda instruc­ ción cristiana—, en el que debe ocupar un lugar importante la homilía litúrgica, se alimenta saludablemente y se vigoriza santa­ mente con la palabra misma de la Escritura. 25. Es necesario, pues, que todos los clérigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo y los demás que, como diáconos o como catequistas, se dedican legítimamente al ministerio de la palabra, se dediquen a la Escritura mediante su asidua lectura y un estudio diligente, para que ninguno de ellos se convierta en p red ica d o r vacío y superfluo de la p a la b ra de D ios, q u e no la es­ cucha en su in terior , puesto que han de comunicar a los fieles

confiados a ellos, sobre todo en la sagrada liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina. De igual forma el sacrosanto Con­ cilio exhorta con insistencia a todos los cristianos, y especial­ mente a los religiosos, a que aprendan el su blim e conocim iento de Jesucristo (Flp 3*8) con la lectura frecuente de la Escritura. P orque su desconocim iento es desconocim iento d e Cristo. Deben, pues, acercarse gustosos al mismo sagrado texto, ya por la sa­ grada liturgia, impregnada de palabras de Dios, ya por la lectura

oím os cuando leem os las pa la b ra s divinas. Incumbe a los obispos, en quienes está la doctrina apostólica,

instruir oportunamente a los fieles que se les ha confiado, para que usen rectamente los libros sagrados, sobre todo los del Nuevo Testamento, y especialmente los evangelios, por medio de traducciones de los sagrados textos, que estén provistas de las explicaciones necesarias y suficientes para que los hijos de la Iglesia se familiaricen sin peligro y provechosamente con la Sa­ grada Escritura, imbuyéndose plenamente de su espíritu. Preparen también ediciones de la Escritura, con las conve­ nientes notas, para uso aun de los no cristianos, y adaptadas a su condición: los pastores de almas y los cristianos todos, de cual­ quier estado, con prudente celo cuiden de difundirlas por todos los medios. 26. Así pues, con la lectura y el estudio de los libros sa­ grados, la p a la b ra de D io s se d ifu n d a y resplan dezca (2 Tes 3,1) y el tesoro de la revelación, confiado a la Iglesia, llene más y más los corazones de los hombres. Así como la vida de la Iglesia recibe su incremento con la asidua comunión del misterio eucarístico, así también se ha de esperar que un nuevo impulso para la vida espiritual seguirá a la siempre creciente veneración de la palabra de Dios, que p erm an ece p a ra siem pre (Is 40,8; cf. 1 Pe 1,23-25).

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