La Otra Cara de La Tragedia - Paulo Daniel Acero
January 10, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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La ruta de los salmones
A poco de nacer, los salmones abandonan sus ríos y se marchan a la mar. En aguas lejanas pasan la vida, hasta que emprenden el largo viaje de regreso. Desde la mar, remontan los ríos. Guiados por alguna brújula secreta, nadan a contracorriente, sin detenerse nunca, saltando a través de las cascadas y de los pedregales. Al cabo de muchas leguas, llegan al lugar donde nacieron. Vuelven para parir y morir. En las aguas saladas han crecido mucho y han cambiado de color. Llegan convertidos en peces enormes, que del rosa pálido han pasado al naranja rojizo, o al azul de plata, o al verdinegro. El tiempo ha transcurrido, y los salmones ya no son los que eran. Tampoco su lugar es el que era. Las aguas transparentes de su reino de origen y destino están cada vez menos transparentes, y cada vez se ve menos el fondo de grava y rocas. Los salmones han cambiado y su lugar también ha cambiado. Pero ellos llevan millones de años creyendo que el regreso existe, y que no mienten los pasajes de ida y vuelta. Eduardo Galeano
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Dedicatoria
Con todo mi afecto, a mi compañera de camino, Sonia Patricia, y a mis hijas Johanna Patricia y Daniela Lizeth, quienes continuamente alimentan mi alma y mi espíritu para que siempre tenga algo útil que brindar a quienes me dan el honor de compartir sus dolores y esperanzas. A todos y cada uno de mis consultantes, quienes me proveen de enseñanzas permanentes sobre lo esencial y lo accesorio en la vida.
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Agradecimientos
A Constanza Moya, quien realizó un trabajo enorme para facilitar que este escrito sea amable para quienes lo aborden y aportó una experticia y paciencia enormes, por lo cual no puedo dejar de reconocer su aporte invaluable. A Rubén Ardila, maestro y ahora amigo, quien me honró con la escritura del prólogo.
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Prólogo
E ste libro de Paulo Daniel Acero La otra cara de la tragedia. Resiliencia y crecimiento postraumático, se refiere a problemas de gran relevancia para la vida humana, para la psicología y para la sociedad. Demuestra que, en medio de los inevitables problemas y golpes de la vida, existe la posibilidad de recuperación, de sobrevivir psicológicamente y de crecer como seres humanos. El término “resiliencia”, de gran utilización en la psicología en los últimos años, procede originalmente de la metalurgia, una disciplina muy lejana a nuestro quehacer psicológico, y se refiere a la capacidad de algunos metales de recobrar su forma original después de ser sometidos a una presión deformadora. En psicología, se asocia con la capacidad de recuperación, de sobrevivir a eventos dolorosos, de seguir la vida a pesar de los traumatismos y obstáculos. La vulnerabilidad es el inverso de la resiliencia. Como señala el autor, la resiliencia es la capacidad de un individuo, grupo o comunidad de poder, de manera rápida y eficaz, lograr una buena recuperación de las perturbaciones psicológicas asociadas con incidentes críticos. Las personas que son capaces de mirar de frente al dolor, de sobrevivir psicológicamente a catástrofes que parecerían imposibles de superar, se han considerado como individuos excepcionales, como héroes. De hecho, el impacto de las situaciones traumáticas en la vida psicológica de las personas es algo cotidiano. Algunos son más capaces de resistir, de adaptarse, de rehacer su vida después de los eventos adversos. Algunos logran, incluso, aprovechar esas dolorosas experiencias para su crecimiento personal. Ser resistente no quiere decir no sufrir o no experimentar estrés. Significa, en cambio, recuperarse rápidamente de la situación con pocos efectos sobre la capacidad de funcionar. La resistencia es la capacidad de sobreponerse a las manifestaciones clínicas de la angustia o alteración o la disfunción relacionadas con incidentes críticos. Es protegernos contra los estresores. La psicología positiva de nuestros días, especialmente, de comienzos del siglo XXI, posee una conceptualización de la naturaleza humana mucho más optimista que las conceptualizaciones previas, que pensaban que “el dolor es la esencia de la vida”, que somos “malos y destructivos por naturaleza”, y que nunca se podrá organizar una sociedad humana armónica y solidaria porque los seres humanos están centrados en la destructividad y los conflictos egoístas. Estas concepciones tradicionales han dado paso a una psicología más positiva, de desarrollo humano basado en la ciencia y en las 5
potencialidades de los individuos y los grupos. Hoy sabemos que un niño con una infancia dolorosa no se convierte, necesariamente, en un adulto frustrado, sino que puede superar las dificultades y déficits de la infancia y lograr un nivel óptimo de funcionamiento. Igualmente, sabemos que las personas que han padecido el Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT) pueden superarlo con ayuda profesional y con un contexto apropiado para la recuperación y para sanar las heridas y seguir adelante. Esto es especialmente importante en países que han sufrido guerras, conflictos raciales y étnicos, catástrofes naturales, desequilibrios sociales. También, es importante reconocer que las personas tienen recursos internos que, junto con un acompañamiento terapéutico experimentado y un fuerte respaldo del factor humano, les permiten no sólo superar las adversidades, sino crecer a partir de ellas. No es fácil superar esta situación pero cada vez lo vemos más posible. Como señala acertadamente el autor, la resistencia no posee un carácter absoluto, no se adquiere de una vez para siempre, varía según las circunstancias, la naturaleza del trauma, el contexto y la etapa de la vida. Pero la psicología posee métodos y procedimientos válidos y confiables para contribuir a la superación de conflictos, para aprender a aumentar la resiliencia y para hacer que las personas continúen su camino vital en forma positiva. El autor integra las investigaciones más recientes sobre los temas de la resiliencia, la resistencia, la recuperación y el novedoso concepto del crecimiento postraumático. El modelo de la Universidad Johns Hopkins, entre otros, es especialmente importante. La utilización de herramientas como la terapia cognitivo-conductual, la inoculación del estrés y la terapia de exposición prolongada, tienen gran relevancia y utilidad. Damos la bienvenida a La otra cara de la tragedia. Resiliencia y crecimiento postraumático, cuyo autor, Paulo Daniel Acero, ha escrito un libro basado en la ciencia y en la solidaridad humana, que será muy útil para muchas personas y muchas comunidades, en esta turbulenta época de comienzos del siglo XXI. Rubén Ardila, Ph.D. Universidad Nacional de Colombia
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Introducción
L os términos resiliencia y crecimiento postraumático siguen siendo generadores de inquietud para quienes los escuchan por primera vez, pero no hablan de un fenómeno reciente. Asi como la historia de la humanidad ha estado signada por las guerras y las tragedias, la historia también registra la existencia de personas consideradas excepcionales que reciben en esa documentación de la historia el apelativo de “héroes”. Desde pequeños nos encanta escuchar historias de héroes, quizá porque ellos nos permiten sublimar nuestras frustraciones, ya que a la mayoría de nosotros nos educaron con mentalidad de incapaces, dependientes y bajo el esquema de que los que sobresalían eran superdotados o poseían coeficientes de inteligencia excepcionales que nos colocaban lejos de alcanzar los resultados que ellos habían obtenido. Héroes solo podían ser algunos. Este libro tiene la intención de desbaratar el mito de que los superdotados están “al otro lado del charco” o no hablan español. Con este escrito se quiere destacar que, a diario, en cualquier lugar de nuestras ciudades, emergen héroes, que son personas como cualquiera de nosotros, a quienes, en algun momento de la vida, les correspondió mirar de frente al dolor y determinaron no quedarse mirando hacia el pasado, sino hacer de esa experiencia un peldaño hacia el crecimiento como seres humanos y con ello vieron la otra cara de la tragedia, la cara de las posibilidades, la cara de los recursos personales, la cara de la construcción del sentido. Estas páginas son producto de la convicción del autor de que la adversidad es forjadora de héroes. Tras más de 12.000 horas de acompañamiento psicoterapéutico a personas enfrentadas a la muerte de seres queridos, a las secuelas de la explosión de minas antipersonas, a experiencias de separación, secuestro y suicidio, entre otras, se ha podido concluir que la adversidad templa el espíritu, forma el carácter, transforma la manera de ver la vida y de vernos a nosotros mismos y convierte a personas aparentemente endebles en firmes y fuertes, pero también flexibles.
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Capítulo I
Aprendiendo a reaccionar diferente Más importante que lo que nos sucede, es la manera como reaccionamos ante lo que nos sucede.
U no de los cuestionamientos que surge, luego de examinar el impacto en la vida psicológica de los seres humanos, ocasionado por situaciones traumáticas, es: ¿qué es lo que incide en el hecho de que, frente a determinadas situaciones adversas, algunas personas respondan de manera patológica, disociativa o constructiva y resiliente? Al realizar un análisis sobre lo que resulta fundamental en la manera como los seres humanos responden a hechos traumáticos, es inevitable orientar la mirada hacia tres conceptos que, desde diversas áreas de la psicología, se han planteado intentando proporcionar una explicación del fenómeno del afrontamiento de hechos dolorosos que rompen la estabilidad emocional de quienes los vivencian. Estos conceptos son los de resistencia, resiliencia y crecimiento postraumático. Las miradas psicológicas al trauma Cuando se efectúa una revisión de las investigaciones sobre el trauma y la manera como las personas reaccionan a éste, lo que se deduce es que las personas suelen ser más fuertes de lo que algunas posturas en psicología habían venido considerando. En otras palabras, podría decirse que algunas teorías psicológicas han tendido a subestimar la capacidad natural de quienes se enfrentan a experiencias traumáticas no sólo para resistir, adaptarse, sino para rehacerse luego de eventos adversos. En la misma línea del nacimiento de la psicología, especialmente la de orientación psicoanalítica, el acercamiento a la psicología del trauma se ha focalizado de manera abrumadora sobre los efectos negativos del suceso en la persona que lo experimenta. Las respuestas de tipo patológico fueron consideradas, durante mucho tiempo, como la forma normal que tenían las personas para responder ante sucesos traumáticos y, como lo plantea García Averasturi (2005), citando a Bonanno (2004): “(...) incluso, se ha estigmatizado a aquellas personas que no mostraban estas reacciones, asumiendo que dichos individuos sufrían de raras y disfuncionales patologías. Sin embargo, la realidad 8
demuestra que, si bien algunas personas que experimentan situaciones traumáticas llegan a desarrollar trastornos, en la mayoría de los casos esto no es así y algunas, incluso, son capaces de aprender y beneficiarse de tales experiencias”. El resultado de haber centrado la mirada en los potenciales efectos patológicos de la vivencia traumática, llevó a que, progresivamente, no sólo se presentara una concepción incorrecta de la psicología (el objetivo de su intervención se centraba en individuos con perturbaciones mentales), sino a que se desarrollara una especie de cultura de la victimología que sesgó la investigación y la teoría psicológica, y que influyó de manera profunda para que, con un respaldo psicológico, se creara una visión pesimista de la naturaleza humana (Gillham y Seligman, 1999; Seligman y Csikszentmihalyi, 2000, citados por García, 2005). Como lo señala García (2005), este sesgo en la mirada hacia los individuos enfrentados a situaciones dolorosas y traumáticas, trajo como consecuencia que se considerara como una verdad indiscutible que el trauma siempre conlleva grave daño y que, en consecuencia, se pensara que todo evento adverso traía como resultado natural un trauma (Gillham y Seligman, 1999). Riesgo y resiliencia Aunque los asaltos, tiroteos y ataques de tipo terrorista son, relativamente, poco frecuentes en las escuelas, universidades y lugares de trabajo, especialmente en Latinoamérica, una investigación realizada en los Estados Unidos revela que casi dos tercios de la población pueden experimentar un suceso traumático durante su vida (Norris, 1992; Galea, 2005). Las consecuencias psicológicas de este tipo de eventos son, a menudo, más devastadoras que las secuelas físicas que se pueden derivar de este tipo de eventos. El trastorno de estrés postraumático (TEPT) es el trastorno psicológico estudiado que aparece con mayor frecuencia después de un evento traumático (Norris y otros, 2002; North, 1999). La prevalencia del trauma de por vida, en los hombres alcanza al 60,2%, y el 8,1% de ellos desarrollan trastorno de estrés postraumático. En las mujeres hay un 51,2% de afectación por la exposición a un trauma de por vida, con una tasa de TEPT que llega al 20,4% (Kessler y otros, 1995). Con base en los estudios, cada vez más frecuentes y rigurosos sobre la resiliencia y el crecimiento postraumático, actualmente hay conciencia de que a pesar de la exposición a un desastre, la mayoría de las personas se recuperan rápidamente o no experimentan ninguna interrupción en su funcionamiento y demuestran una gran capacidad de adaptación a los efectos negativos de un evento traumático. La resiliencia se refiere a la capacidad de un individuo, grupo, organización o, incluso, de toda una población, de poder, de una manera rápida y eficaz, lograr una buena recuperación de las perturbaciones psicológicas asociadas con los incidentes críticos, el terrorismo, o de los desastres masivos como avalanchas, terremotos o inundaciones. No pocos estudios iniciales sobre la resiliencia se centraron en las reacciones a la 9
muerte prematura de un cónyuge en la mitad de la vida de la pareja (Bonnano y otros, 1995). La mayoría de las personas a quienes se les hizo seguimiento experimentaron síntomas moderados y la dificultad en el funcionamiento, por un período de 1 a 2 años, y, poco a poco, desarrollaron estrategias de afrontamiento adecuadas que les permitieron volver a su nivel de funcionamiento básico; sin embargo, lo que es de resaltar es que estas personas no hacían parte de un grupo de personas que pudiera distinguirse claramente de algún otro grupo, por tener un patrón de respuesta bajo y estable hacia la angustia. Ellos fueron capaces de seguir con su vida con una mínima interrupción; en otras palabras, eran resilientes (Bonanno y otros 1995). Bonanno y su equipo mostraron que los individuos resilientes fueron calificados por sus amigos como mejor adaptados antes de la pérdida y con menos síntomas individuales de duelo traumático. También pudieron encontrar patrones de resiliencia en las personas expuestas a los ataques del 11 de septiembre de 2001 en el World Trade Center (Bonnano y otros, 2005). Según lo aportado por Bonnano, también parece que las personas resilientes son más capaces de hablar o pensar, sin incomodarse, sobre su cónyuge fallecido, tienen menos remordimientos por las cosas que “debían haber hecho y no hicieron”, mientras su pareja estaba viva, y eran menos propensos a enredarse y sufrir tratando de entender el sentido de por qué el cónyuge había muerto. Como ya se ha señalado ampliamente en la literatura, ser resiliente no significa que una persona no experimente la angustia o el estrés frente a un evento traumático, sino que él o ella son más capaces de, recurriendo a sus recursos internos y externos, recuperarse rápidamente de la situación, con pocos efectos sobre la capacidad de funcionamiento. Así mismo, hay datos relacionados que sugieren que las personas propensas a los trastornos de ansiedad, suelen puntuar más alto en los criterios de neurosis (o inestabilidad) en las pruebas de personalidad válidas que evalúan estas categorías. El neuroticismo se define como una tendencia a experimentar estados emocionales negativos, o a ser emocionalmente inestables. Las personas que caben en esta categoría son a menudo las personas propensas a trastornos psicológicos, presentan ideas poco realistas, ansias excesivas o impulsos y respuestas de afrontamiento ineficaces. Un estudio demostró que la alta puntuación en la categoría de neurosis a los 19 años, fue predoctora de la aparición de la ansiedad a la edad de 36 años (Angst, 1991). Otro estudio realizado en Nueva Zelanda mostró, a través de entrevistas de diagnóstico, que las personas que a los 18 años de edad mostraban una emotividad negativa alta, o se ubicaban en la categoría de neuroticismo, tenían más probabilidades de padecer trastornos de ansiedad a la edad de 21 años (Krueger, 1999). En un estudio realizado con víctimas de quemaduras graves a quienes se les administró el NEO-Personality Inven, tory Structured Clinical Interview para el DSM-III-R (SCID) en el hospital y a quienes luego se les evaluó, mediante el uso de la prueba SCID, a los 4 y 12 meses del suceso, se encontró que la puntuación de quienes puntuaron alto en la línea de base del neuroticismo, sirvió como predictor de la aparición del TEPT en los siguiente años (Fauerbach y otros, 2000). Estos estudios revisados y otros que van siendo reportados por los investigadores 10
sugieren que los individuos que muestran una alta tasa de neuroticismo pueden ser más vulnerables a las consecuencias del trauma y, por lo tanto, menos capaces de alcanzar una buena recuperación. Varios otros factores de riesgo de TEPT se han identificado mediante estudios que señalan que personas que han tenido exposición previa a eventos traumáticos, suelen estar en mayor riesgo de desarrollar posteriormente TEPT. De igual manera, se ha encontrado que personas con trastornos psiquiátricos, en particular, los trastornos de ansiedad, y personas con pobres redes de apoyo social, también han mostrado tener mayores tasas de TEPT (La Greca y otros, 1996). El concepto de resistencia o personalidad resistente El término resiliencia se refiere a la capacidad de “rebotar” de las experiencias traumáticas; pero, frente a éstas, también es útil tener en cuenta, a largo plazo, el término resistencia. La resistencia se refiere a la capacidad de un individuo, grupo, organización o, incluso, a toda la población para resistir a las manifestaciones clínicas de la angustia, la alteración o disfunción relacionadas con los incidentes críticos, como por ejemplo: el terrorismo e, incluso, los desastres masivos. La resistencia puede ser pensada como una especie de inmunidad psicológica a la angustia y la disfunción, análoga a la vacunación. Este concepto fue reportado por primera vez en la literatura científica a finales de los años 70 por Kobasa y Maddi, quienes lo utilizaron al examinar la idea de protección frente a los estresores, al observar el hecho de que algunas personas sometidas, a altos niveles de estrés, no desarrollaban ningún tipo de trastorno y parecían tener unas características de personalidad que las protegían de enfermarse. En este sentido, los autores llamaron la atención para que se dejara de ver al ser humano como sujeto pasivo frente a las cosas que le acontecen en su medio (Kobasa, 1979a). De manera concreta, Kobasa (1979b) señaló que las personas resistentes tienen un gran sentido del compromiso, una fuerte sensación de control sobre los acontecimientos y están más abiertos a los cambios en la vida, a la vez que tienden a interpretar las experiencias estresantes y dolorosas como una parte más de la existencia; en cuanto a las personas no resistentes, éstas mostrarían carencias en el sentido del compromiso, un locus de control externo y una tendencia a considerar el cambio como negativo y no deseado. El soporte conceptual de este enfoque sobre la personalidad resistente se puede encontrar en las investigaciones relacionadas con la teoría del “locus de control” planteada por Mischel en 1968 y, como lo propone Pérez-Sales (2006), la Hardiness vendría definida por tres conceptos existenciales a saber: compromiso (concebido como una tendencia de los individuos a implicarse en todas las actividades de la vida, sintiendo que lo que se hace es parte de lo que se es), control (que implicaría una convicción de que lo que se hace influye directamente en los acontecimientos) y reto (ver las circunstancias de la vida, especialmente las adversas, no como amenazantes sino como incentivadoras del crecimiento personal). Antonovsky (1987) desarrolló un concepto emparentado con el de hardiness, que se conoce como “sentido de coherencia” que hace alusión a la sensación de estar vinculado con lo que se hace, es decir, los resultados de lo 11
que se hace serían una extensión de lo que uno es, lo que daría al ser humano un sentido de continuidad y relación vital con el mundo. La idea de crear resistencia representa un paso activo en el campo de la salud mental de emergencia y es una intervención de tipo preventivo. Un estudio observó a 35 agentes de policía que fueron seguidos hasta por un período de 3 años después de que se evaluaron tras su participación en la recuperación e identificación de restos humanos después de un desastre mayor. La mayoría de estos oficiales estaban libres de signos de morbilidad psiquiátrica. Las prácticas de organización y de gestión parecen ser los antídotos poderosos para controlar las reacciones adversas postraumáticas (Alexander, 1993). Los agentes fueron capaces de resistir a las manifestaciones del trauma. La resistencia también puede lograrse estableciendo y delineando políticas que determinen los pasos y métodos para hacer frente a situaciones críticas antes de que ocurran. Es importante que se tomen las medidas preventivas para prepararnos a nosotros mismos y a nuestras comunidades frente a la posibilidad de que ocurran acontecimientos desafortunados. El aumento de la resistencia y la promoción de la resiliencia en las poblaciones afectadas pueden lograr este objetivo. Históricamente, este elemento de respuesta de la salud mental a desastres ha brillado por su ausencia. Más concretamente, los servicios de salud mental en desastres suelen actuar de manera reactiva más que preventiva. Recuperación El concepto de recuperación debe ser considerado independiente del concepto de resiliencia (Bonnano, 2004). Cuando hablamos de recuperación nos estamos refiriendo a la capacidad de un individuo, grupo, organización o, incluso, a toda una población para recuperar, literalmente, su capacidad de adaptación y funcionamiento, tanto a nivel psicológico como comportamental, a partir de haber experimentado un sufrimiento clínico significativo, alteración o disfunción, derivados del afrontamiento o la exposición a incidentes críticos, actos de violencia e, incluso, desastres masivos. De manera similar a la construcción de la resistencia y la resiliencia, el elemento esencial para la recuperación es la capacidad de un individuo para “retomar el control sobre sus respuestas emocionales y ubicar al trauma en una perspectiva amplia de experiencia de vida, como algo que sucedió, pero que se puede esperar que no vuelva a repetirse si el individuo es capaz de volver a tomar el control de su vida” (Van der Kolk, 2005). En este sentido estamos diciendo que sólo se puede lograr la recuperación si la vivencia traumática se ha integrado a la experiencia vital del individuo. Para mejorar el proceso de recuperación, varias técnicas han demostrado ser beneficiosas. La terapia cognitivo-conductual, una técnica que utiliza técnicas verbales y comportamentales para identificar y corregir problemas de patrones de pensamiento que se encuentran en la raíz del comportamiento disfuncional, ha demostrado que ayuda eficazmente a las víctimas de traumas. La terapia de exposición prolongada consiste en un conjunto de técnicas que ayudan al paciente a hacerle frente a sus temores, bien se 12
trate de situaciones, recuerdos o imágenes (valiéndose de estrategias como la desensibilización, o la inundación); y la terapia de inoculación de estrés es una técnica que mejora las habilidades de afrontamiento. Las dos terapias han demostrado producir grandes beneficios. Resiliencia: visiones recientes Como se verá en detalle más adelante, el concepto de resiliencia empezó a surgir, casi de manera paralela en el mundo anglosajón, a partir de los trabajos de Michael Rutter en Inglaterra y Emmy Werner en los Estados Unidos, desde donde se fue extendiendo a Europa y luego a América Latina, espacio en el que empezó a desarrollarse, preferencialmente, en el ámbito comunitario. El trabajo histórico de referencia que propició el establecimiento de la resiliencia como tema de investigación fue un estudio longitudinal realizado por Werner a lo largo de 30 años con una cohorte de 698 niños nacidos en Hawai en condiciones muy desfavorables, con base en el cual, se encontró que, transcurridos los 30 años, el 80% de estos niños, a quienes se les había hecho seguimiento, había evolucionado positivamente, convirtiéndose en adultos competentes y bien integrados (Werner y Smith, 1982; 1992). Manciaux (2001), ha señalado que este estudio, aunque fue realizado en un marco ajeno a la resiliencia, ha jugado un papel relevante en el surgimiento del concepto. A nivel académico, se puede hablar de tres corrientes en resiliencia (Manciaux, 2001): una, con influencia norteamericana, fundamentalmente conductista y enfocada en lo individual; una segunda corriente, de influencia europea, con perspectiva ética y fundamentada en el paradigma psicoanalítico; y la tercera, de influencia latinoamericana, con orientación comunitaria y enfoque social. Adicionalmente, se puede señalar que la resiliencia ha migrado del énfasis inicial en la infancia, haciendo parte de la psicología del desarrollo, hacia no sólo otras etapas del ciclo vital, sino también hacia su inclusión en problemas específicos que concentran actualmente el interés como son la violencia, el campo psicosocial y las discapacidades. Algunos autores como Tomkiewicz (2004), han planteado que el concepto de resiliencia nació dominado por el concepto inverso, el de la vulnerabilidad. De igual forma, ha señalado que en la historia del concepto hay otros dos términos que empezaron a hacer su aparición para explicar la manera como los seres humanos le hacen frente a las situaciones adversas: uno, de origen norteamericano conocido como to cope with o coping que ha sido traducido como “afrontamiento” y alude a asumir, encajar el golpe y no derrumbarse frente a un hecho traumático. El otro término, de origen francés, es Invulnérabilité, acuñado por Koupernik y Anthony (al interior de la psiquiatría), hace más de 40 años, y que se refiere a no sufrir daño alguno luego de ser golpeado por un evento traumático. Sin embargo, en palabras de Tomkiewicz (2004, p. 35), “... la invulnerabilidad, al igual que el coping with, sólo significa resistencia y, por tanto, una respuesta inmediata. La resiliencia, por el contrario, implica un efecto duradero, un proyecto de vida; es dinámica, mientras que la invulnerabilidad permanece estática”. Por 13
su parte, el propio Michael Rutter (1993) precisa que la resiliencia puede variar tanto en función del evento violento o traumático, como en función del ciclo evolutivo de la persona, es decir, desde este punto de vista, pudiera darse que, por ejemplo, un niño que reaccionó de manera resiliente al afrontar la pérdida de sus padres, podría quizá derrumbarse si fuera objeto de un abuso sexual o, en ilustración de Rutter, un niño resiliente podrá ir al colegio y soportar la conmoción del curso preparatorio, pero se vendrá abajo cuando vaya al servicio militar; otro, por el contrario, que detestó el colegio, puede encontrar su salvación en el ejército. Adicionalmente, algo enormemente valioso que ha emanado de los estudios sobre resiliencia es que, frente a la creencia tradicional, fuertemente establecida, de que una infancia infeliz determina nece sariamente el desarrollo posterior del niño hacia formas patológicas del comportamiento y la personalidad, los estudios con niños resilientes han demostrado que son suposiciones sin fundamento científico y que un niño herido no está, necesariamente, condenado a ser un adulto fracasado (García Averasturi, 2005). De otra parte, otro elemento clave que se desprende de los estudios es que la resiliencia no tiene carácter absoluto ni se adquiere de una vez para siempre, sino que es una capacidad que emerge producto de un proceso dinámico y evolutivo que varía según las circunstancias, la naturaleza del trauma, el contexto y la etapa de la vida de las personas y que puede manifestarse de muy diferentes maneras y de acuerdo con la cultura propia de los individuos. Desde el punto de vista de las ciencias sociales, la resiliencia corresponde a “la capacidad universal, que permite a una persona, grupo o comunidad, minimizar o sobreponerse a los efectos nocivos de la adversidad. La resiliencia puede transformar o fortalecer la vida de las personas” (Kotliarenco, 1997). Básicamente sería una capacidad esencialmente humana y universal que involucra al ser humano por completo; es decir, su espiritualidad, sus sentimientos, sus experiencias y cogniciones, siendo determinante en el desarrollo de las personas y pudiendo ser promovida desde etapas tempranas. Por su parte, Feldman la asume retomándola desde la metalúrgica e ingeniería civil y la concibe como la capacidad de algunos materiales para recobrar su forma original después de ser sometidos a una presión deformadora. Esta psicóloga considera que la resiliencia es un atributo que permite a quien la posee, obtener mayores potencialidades y experiencias enriquecedoras en el proceso de afrontar las condiciones que le impone una situación estresante. Boris Cyrulnik, uno de los principales expertos en resiliencia del mundo, apodado “el psiquiatra de la esperanza” entre los franceses, durante una entrevista concedida a la revista Artes y Letras de Chile, y publicada por Morel y Morel (junio 22 de 2003), se refirió a la resiliencia, definiéndola como la capacidad que desarrollan algunos seres humanos de sobreponerse a los traumatismos psicológicos y las heridas emocionales más graves, como el duelo, violación, tortura, deportación, o la guerra, tanto como a las violencias psíquicas y morales a las cuales están expuestos millones de seres humanos en 14
el mundo de hoy. Cyrulnik es claro y enfático al concluir que: […] no hay herida que no sea recuperable. Al final de la vida, uno de cada dos adultos habrá vivido un traumatismo, una violencia que lo habrá empujado al borde de la muerte. Pero aunque haya sido abandonado, martirizado, inválido o víctima del genocidio, el ser humano es capaz de tejer, desde los primeros días de su vida, su resiliencia, que lo ayudará a superar los shocks inhumanos. La resiliencia es el hecho de arrancar placer, a pesar de todo, de volverse incluso hermoso. Al describir la resiliencia en un grupo de chicos creciendo en entornos altamente violentos, Maryse Vaillant (2004) manifiesta: […] los que sobreviven, son los que pueden dar sentido a su tragedia, los que pueden organizar con ella un relato y encontrar a quien contárselo, los que pueden participar en una aventura social, los que pueden proyectarse en un espacio de creatividad. La resiliencia, la capacidad de sobrevivir a lo peor, se apuntala en interacciones complejas entre quienes tratan de sobrevivir a su entorno; nace de la posibilidad de establecer un vínculo, aunque sea imaginario, con los demás, con uno mismo. La psicología acuñó términos como “desesperanza aprendida” para explicar la condición de las personas que podrían acostumbrarse al fracaso y a la pérdida. Durante mucho tiempo, se vio al ser humano como un sujeto pasivo frente a los avatares de sus impulsos internos incontrolables y presa de los condicionamientos externos. Los sucesos que éste había vivido, especialmente en su infancia, se tomaban como elementos sobre los cuales no se tenía ningún control. Esta visión pasiva del ser humano ha tardado mucho tiempo en rebatirse, y ahora hemos podido pasar de considerar la psicología como el estudio de la enfermedad y el trauma para reconocer que es también la consideración de las fortalezas y potencialidades. García Averasturi (2003), lo aborda de la siguiente manera: Las principales teorías psicológicas han cambiado para promocionar una nueva ciencia de fortaleza y resiliencia. Los individuos, aún los niños, son como tomadores de decisión con elecciones, preferencias y la posibilidad de hacerse con dominio y control, eficaces o, en circunstancias malignas, impotentes y desesperanzados. Esta ciencia y práctica prevendrá muchos de los trastornos fundamentales. También tendrá dos efectos secundarios: lo que estamos aprendiendo sobre los efectos de la conducta y el bienestar psicológico sobre el cuerpo, hará que nuestros pacientes sean más sanos físicamente. También reorientará a la psicología en sus dos vertientes relegadas: hacer más fuertes y productivas a las personas normales y hacer real el elevado potencial humano. Adicionalmente, la misma autora hace referencia a la importancia de las emociones positivas en la salud manifestando que “la doctora Frederickson desarrolla en sus investigaciones la hipótesis de que las estrategias de intervención que cultivan las emociones positivas son particularmente adecuadas para prevenir y tratar los problemas enraizados en las emociones negativas tales como la ansiedad, la depresión, la agresión y 15
los problemas de salud relacionados con el estrés. Ella considera que las emociones negativas estrechan el repertorio momentáneo del individuo de pensamiento-acción, mientras las emociones positivas las amplían”. Todo lo anterior permite pensar en la importancia de enfocar los esfuerzos terapéuticos en la fortaleza y potencialidad de reconstrucción del ser humano, elementos que todas las personas que sufren deben tener en cuenta, puesto que significan un cambio en la propia manera de concebirse y de ver la vida y sus dificultades desde la posibilidad y no desde la carencia. Vemos, entonces, que los diversos estudios psicológicos tienden a mostrar, con no poco acierto, que las personas que han estado sometidas a grandes cantidades de estrés por una adversidad son mucho más fuertes de lo que se ha venido considerando, y que lo que ha sucedido es que se ha subestimado la capacidad natural de los supervivientes de experiencias traumáticas de resistir y rehacerse. Lo anterior nos lleva a pensar que ser resiliente tiene que ver, entre otras cosas, con que la persona exhiba madurez en el más amplio sentido de la palabra; es recuperar lo que se conoce como la leyenda de la mitología griega que narra la aventura del ave Fénix, que resurgió de sus propias cenizas. Algunos de los avances teóricos sobre el concepto de resiliencia se pueden relacionar con el concepto de crecimiento postraumático, al entender la resiliencia como la capacidad no sólo de salir indemne de una experiencia adversa sino de aprender de ella y mejorar. El concepto de crecimiento postraumático, de acuerdo con lo propuesto por Calhoun y Tedeschi (1999), hace referencia al cambio positivo que un individuo experimenta como resultado del proceso de lucha que emprende a partir de la vivencia de un suceso traumático. Vera Poseck, Carbelo y Vecina (2006) han precisado que: ...para la corriente americana, este concepto, aunque está estrechamente relacionado con otros como hardiness o resiliencia no es sinónimo de ellos, ya que, al hablar de crecimiento postraumático no sólo se hace referencia a que el individuo enfrentado a una situación traumática consigue sobrevivir y resistir sin sufrir trastorno alguno, sino que, además, la experiencia opera en él un cambio positivo que le lleva a una situación mejor respecto a aquella en la que se encontraba antes de ocurrir el suceso (Calhoun y Tedeschi, 2001). Desde la perspectiva francesa, sin embargo, sí serían equiparables crecimiento postraumático y resiliencia. En un análisis más profundo sobre los términos relacionados, puede decirse que las teorías que defienden la posibilidad de un crecimiento o aprendizaje postraumático permiten considerar que, de alguna manera, la adversidad puede, en no pocas ocasiones, no sólo traer efectos traumáticos a las personas, sino que ella misma puede provocar que en las personas emerjan procesos cognitivos de adaptación trayendo como resultado no sólo que se modifiquen las visiones de uno mismo, de los demás y del mundo, sino que, incluso, se produzca la convicción de que uno es mejor de lo que era antes del suceso. En ese sentido, Calhoun y Tedeschi precisan que el crecimiento postraumático tiene un lugar más prominente desde la 16
cognición que desde la emoción (Calhoun y Tedeschi, 2001). Además han propuesto que el crecimiento postraumático que pueden experimentar las personas luego de afrontar un evento adverso, puede dividirse en tres categorías a saber: cambios en uno mismo, cambios en las relaciones interpersonales y cambios en la espiritualidad y en la filosofía de vida. Sobre los cambios en uno mismo, los autores citados anotan que, después de afrontar un evento adverso, muchas personas manifiestan experimentar un notable aumento de confianza en las propias capacidades para sobrellevar cualquier adversidad que pueda presentarse en el futuro. Vera Poseck y colaboradores (2006) manifiestan al respecto que “...este tipo de cambio puede encontrarse en aquellas personas que, por sus circunstancias, se han visto sometidas a roles muy estrictos u opresivos en el pasado y que a raíz de la lucha que han emprendido contra la experiencia traumática han conseguido oportunidades únicas de redireccionar su vida”. Con base en lo anterior, son evidentes los elementos de afinidad entre los conceptos de resiliencia y crecimiento postraumático, pero quizá, en este momento, una de las cosas más importantes de resaltar y que esperamos se afiancen en los lectores al terminar la lectura de este libro, es que mientras la resiliencia hace referencia al hecho de que, frente a eventos adversos, el ser humano despliega recursos de los que el mismo no es consciente, pero que emergen en razón de la necesidad de supervivencia, el crecimiento postraumático ocurre una vez que la persona integra a su vida la experiencia traumática de una manera positiva y, producto de su lucha con la adversidad, desarrolla nuevas estrategias de afrontamiento, elabora un nuevo concepto de sí mismo y establece una nueva visión de su mundo circundante. Algunas definiciones de resiliencia, propuestas por diversos autores Tras realizar una minuciosa revision de la literatura, puede decirse que no parece existir ninguna definición universalmente aceptada de “resiliencia”, pero casi todas las que figuran en la bibliografía son muy similares. Para realizar un abordaje completo del concepto, uno de los primeros elementos que es necesario recordar es que el término resiliencia es una traducción al español de la palabra inglesa resilience o resiliency. De igual manera, hay que tener en mente que la palabra resiliencia se ha extraido de la metalurgia en donde designa la capacidad de los metales de resistir a los golpes y recuperar su estructura interna. En francés y en catalán se utiliza solamente en ingeniería para describir la capacidad de un material para recobrar su forma original después de haber sido deformado por una presión. En inglés, además, se utiliza para describir las cualidades humanas en analogía con el sentido que se le da en ingeniería. En este sentido, la resiliencia se define como “la habilidad de recobrarse rápidamente de una enfermedad, un cambio o un infortunio” (Werner y Smith, 1992, citados por Green y Conrad, 2002). En osteología, el término se ha usado para expresar la capacidad que tienen los huesos 17
para crecer en el sentido correcto, después de una fractura. Con esto queda claro que éste no es un término exclusivo de la psicología, pero que en todo caso refiere a “la capacidad de un cuerpo para recuperar su tamaño y forma original después de ser comprimido, doblado o estirado”, o bien a “una capacidad para recuperarse de o ajustarse fácilmente al cambio o la mala fortuna” (Mish, 1989, citado por Kalawski y Haz, 2003). Resiliencia también describe a una persona que tiene un buen historial de éxito adaptativo a pesar de tener que hacer frente a cambios estresantes o disruptivos (Werner y Smith, 1992, citado por Green y Conrad, 2002). En el campo del desarrollo psicosocial del ser humano se le ha asignado un sentido similar, concibiéndola como esa capacidad para recuperarse despues de haber afrontado la adversidad. Esta definición implica en sí misma una combinacion de factores que permiten al ser humano no sólo afrontar sanamente sino superar los problemas y adversidades que le ocurren en la vida. De acuerdo con lo referido por Kalawski y Haz (2003) en el campo de la psicología y la psiquiatría, el primer artículo publicado donde se utilizó este concepto fue el que escribió Scoville en 1942. En éste la autora utilizó el término para referirse al hecho de que situaciones peligrosas para la vida no afectaban a los niños y niñas, mientras que sí lo hacía el desarraigo de la familia. Sin embargo, (continuan Kalawski y Haz): […] no fue sino hasta la década del 70 que el término adquirió mayor uso (Masten, 2001). El interés inicial estuvo básicamente orientado a las características de los niños y niñas que salían adelante desde condiciones adversas. Sin embargo, la mayoría de los primeros investigadores e investigadoras no utilizaron el término resiliencia, sino que se refirieron a esta cualidad describiendo a dichos niños y niñas como invulnerables o invencibles, en el sentido de que eran resistentes al estrés (Lösel, Bliesener y Koferl, 1989, citados por Kalawski y Haz, 2003). Por otro lado, Richardson y colaboradores (1990) definieron la resiliencia como “el proceso de lidiar con acontecimientos vitales disociadores, estresantes o amenazadores de un modo que proporciona al individuo destrezas protectoras y defensivas adicionales previas a la disociación resultante del acontecimiento”. Se ha señalado que Higgins (1994) retomó de manera posterior este planteamiento, al definir la resiliencia como “el proceso de autoencauzarse y crecer”. La resiliencia ha resultado un concepto en el que convergen la pediatría, el psicoanálisis y la salud pública, y propone trabajar ya no sobre los factores de riesgo a los que está expuesta la niñez, sino sobre la capacidad de los pequeños para afrontarlas, poniendo en juego sus capacidades individuales. Las investigaciones en resiliencia han cambiado la forma en que se percibe al ser humano: de un modelo de riesgo basado en las necesidades y en la enfermedad se ha pasado a un modelo de prevención y promoción fundado en las potencialidades y los recursos que el ser humano tiene en sí mismo y a su alrededor. La resiliencia es un atributo que varía de un individuo a otro y que puede crecer o declinar con el tiempo; los factores protectores son características de la persona o del 18
ambiente que mitigan el impacto negativo de las situaciones y condiciones estresantes. En general, la literatura se refiere a la resiliencia de la siguiente manera: - La resiliencia se ha caracterizado como un conjunto de procesos sociales e intrapsíquicos que posibilitan tener una vida sana en un entorno patológico. Estos procesos se realizan a través del tiempo, dando afortunadas combinaciones entre los atributos del niño y su ambiente familiar, social y cultural (Rutter, 1992). - Algunos autores la definen como una capacidad exclusivamente innata para hacer las cosas correctamente (Werner y Smith, 1992), mientras que otros consideran que se debe a la influencia de factores externos (la motivación intrínseca y extrínseca hace que un individuo pueda ser resiliente, facilita la fijación de metas a largo o mediano plazo y despierta a la persona para que reconozca sus debilidades y fortalezas). Al respecto, hay quienes sostienen que su origen y desarrollo implica la interrelación de los dos factores. - Wolin y Wolin (1993) la describen como “la capacidad de sobreponerse, de soportar las penas y de enmendarse a uno mismo”. Estos autores explican que el término resiliente se ha adoptado en lugar de otros anteriores que empleaban los investigadores para describir el fenómeno, como invulnerable, invencible y resistente, porque la acepción de “resiliente” reconoce el dolor, la lucha y el sufrimiento implícitos en el proceso. - Resiliencia es la habilidad para resurgir de la adversidad, adaptarse, recuperarse y acceder a una vida significativa y productiva (ICCB, Institute on Child Resilience and Family, 1994). - La resiliencia distingue dos componentes: la resistencia frente a la destrucción, es decir, la capacidad de proteger la propia integridad, bajo presión y, por otra parte, más allá de la resistencia, la capacidad de forjar un comportamiento vital positivo pese a las circunstancias difíciles (Vanistendael, 1994). - La resiliencia debe entenderse como aquella capacidad del ser humano para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas e, incluso, ser transformados por ellas (Grotberg, 1995). - La resiliencia significa una combinación de factores que permiten a un niño, a un ser humano, afrontar y superar los problemas y adversidades de la vida, y construir sobre ellos (Suárez Ojeda, 1995). - El concepto de resiliencia puede considerarse como un concepto genérico que se refiere a una amplia gama de factores de riesgo y su relación con los resultados de la competencia. Puede ser producto de una conjunción entre los factores ambientales y el temperamento, y un tipo de habilidad cognitiva que tienen algunos niños aun cuando sean muy pequeños (Osborn, 1996). - La resiliencia es una respuesta global en la que se ponen en juego los mecanismos de protección, entendiendo por estos no la valencia contraria a los factores de riesgo, sino aquella dinámica que permite al individuo salir fortalecido de la adversidad, en cada situación específica y respetando las características personales (Infante, 1997). - La resiliencia es un proceso dinámico que tiene por resultado la adaptación positiva en contextos de gran adversidad (Luthar y otros, 2000). 19
La conclusión a la que se ha llegado es que no nacemos con ella, ni tampoco la adquirimos de manera natural, sino que su desarrollo depende de la interacción entre la persona y su entorno (Prada, 2005). En esta línea apuntan autores como Mikulinar y Florian (1998), que afirman que ciertos modos de interacción entre el niño y su cuidador principal durante la infancia temprana contribuyen notablemente al desarrollo de la resiliencia. En concreto, los autores se refieren al apego seguro. A propósito de este concepto, el término apego fue formulado por primera vez por el psiquiatra John Bowlby, y hace referencia a un tipo de vínculo especial que se desarrolla entre el niño y su cuidador principal (la madre, generalmente) a partir del tercer mes de vida del niño. Consiste en un patrón de llamada y acercamiento del niño a la mamá, y tiene como objetivo que el cuidador provea al niño de protección y seguridad. Según Bowlby, esta búsqueda de protección se da en todos los mamíferos, y constituye una garantía de supervivencia para los miembros más pequeños y desvalidos de la especie. En función de la respuesta del cuidador, el niño puede desarrollar varios tipos de apego: - Apego seguro: el adulto cuidador proporciona la seguridad y protección que necesita el pequeño, de modo que éste puede explorar tranquilamente el entorno, pues sabe que tiene a alguien disponible para protegerle si se presenta algún peligro. - Inseguro: el adulto no responde a las demandas de protección del niño, o lo hace de manera inconsistente, produciendo inseguridad. Dentro de esta categoría encontramos dos subtipos: apego evitativo y apego ansioso. Cada uno de ellos conlleva unas conductas y emociones que el niño asume ante la imposibilidad de contar con la figura protectora: o bien se aísla (evita el contacto), o se preocupa mucho y vive ansioso por contar con el cuidador, pues no confía en que vaya a estar disponible cuando lo necesite. Así, según Mikulinar y Florian(1998), el apego seguro es un recurso propio que puede ayudar a la persona a afrontar positiva y constructivamente las experiencias estresantes, mejorando así su bienestar y ajuste psicoemocional. En definitiva, es la base de la resiliencia. ¿Y cómo se logra un apego seguro? De acuerdo con las investigaciones, para favorecer su desarrollo deben darse dos condiciones: - Que el cuidador o cuidadores principales sean sensibles a las llamadas de consuelo y protección del niño. Para esto es necesario observar al niño y prestarle atención innegable. - Que el cuidador o cuidadores principales respondan a la solicitud de amparo del niño, es decir, que le ofrezcan lo que pide. Aunque poner en acción lo anteriormente señalado parece muy sencillo, los padres se debaten entre el impulso a satisfacer las demandas del niño y seguir las normas y consejos sociales sobre crianza, que recomiendan no dar al pequeño lo que pide “para que no se acostumbre” o “no nos manipule”. La investigación sobre el apego ha demostrado ampliamente que favorecer la construcción del apego seguro cuando son pequeños no genera niños malcriados, sino niños que confían en que los problemas se solucionarán, que siempre podrán encontrar 20
ayuda y que las adversidades pasarán. A lo largo de la historia aparecen ejemplos de individuos destacados que hicieron aportes significativos para la humanidad, quienes debieron enfrentar duras circunstancias: desde Demóstenes hasta Rigoberta Menchú, pasando por Franklin Roosvelt, Ana Frank, Viktor Frankl y personajes de la actualidad como Nick Vujicic, Tony Melendez, el atleta surafricano Óscar Pistorius y el multiple campeón del Tour de Francia Lance Armstrong. De la misma manera, la historia nos permite ver cómo pueblos enteros y grupos étnicos han hecho gala de capacidades sorprendentes para sobreponerse a la persecución, a la pobreza y al aislamiento, así como a las catástrofes naturales o a las generadas por el hombre, sin aferrarse al resentimiento o convertirse en eternas víctimas, demostrando, como ya lo hemos planteado, que el ser humano es superior a lo que le sucede. Conclusiones similares y complementarias han sido aportadas por otros autores, particularmente por el psiquiatra Viktor Frankl (1999), que en su obra El hombre en busca de sentido, muestra la manera como el “significado” influye en el comportamiento. Recordemos que durante su experiencia en un campo de concentración, Frankl estuvo sometido a experiencias extremas y logró salir de allí, sin desórdenes psicológicos. Su estrategia de supervivencia, explica él mismo, fue la actitud personal ante las circunstancias a las que estuvo sometido, actitudes que estuvieron marcadas por la determinación de darle un sentido al sufrimiento. Frankl concluye que la verdadera razón de la muerte en el campo era la pérdida de esperanza por ausencia de todo significado. El significado de la adversidad y su grado de daño está en nuestra mente, y la atribución del significado nos abre una capacidad casi ilimitada de utilizar el impacto que las situaciones tienen sobre nosotros. La película La vida es bella de Roberto Benigni, realizada en 1998, muestra, de manera magistral, cómo un drama puede ser transformado para poder vivir; y cómo, lo que calma o perturba a un niño es la forma en que las figuras significativas, emocionalmente, asumen la actitud ante los eventos de la vida. La resiliencia juega su papel en el aquí y el ahora, teniendo en cuenta que hasta el “aquí” nos ha conducido un largo itinerario, poblado no únicamente por acontecimientos traumáticos sino también por relaciones afectivas y sucesos gratificantes. El aquí y el ahora es el terreno donde se fraguan las soluciones, la atalaya desde donde podemos mirar al futuro con expectativas de cambio. Específicamente, en el plano de las intervenciones psicosociales, este modelo ha cambiado la naturaleza de los marcos conceptuales, las metas, las estrategias y las evaluaciones. En el área de las metas de intervención, éstas incluyen la promoción de apropiación positiva al mismo tiempo que previenen problemas específicos o síntomas. Las estrategias buscan promover ventajas y aspectos positivos del marco ecológico del individuo (ambiente, tareas específicas correspondientes a cada etapa del desarrollo y la cultura), además de reducir el riesgo o las fuentes de estrés, así como procesos de desarrollo humano adicionales al tratamiento de la enfermedad. De acuerdo con lo planteado por Suárez Ojeda (1996), la introducción del concepto 21
de resiliencia ha posibilitado redirigir la mirada y, “...en vez de poner énfasis en aquellos factores negativos que permitirían predecir quién iba a sufrir un daño, trata de ver aquellos factores positivos que, a veces, sorprendentemente y contra lo esperado, protegen a una persona”. Según lo manifiesta Rutter (1993): Todos los estudios sobre factores de riesgo han revelado una considerable variabilidad en la manera en que las personas responden a la adversidad. Aún, frente a experiencias horribles, suele encontrarse que una proporción considerable de individuos no sufren secuelas graves. Desde que se empezó a trabajar el concepto de resiliencia, los investigadores en ciencias humanas y sociales dieron un giro conceptual y empezaron a prestar más atención a ese tipo de respuestas sanas y adaptativas que entrañan la esperanza de una prevención satisfactoria. En esa línea, la hipótesis que ha estado implícita en los ejercicios investigativos ha sido que, si tan sólo supiéramos qué es lo que permite a las personas afrontar y salir avantes del daño de graves experiencias adversas, tendríamos a nuestra disposición el medio de incrementar la resistencia al estrés y la adversidad. Es por esto que buena parte de este libro abordará el tema de la construccion de resiliencia. Parece importante y oportuno, entonces, traer a colación la consideración de Rutter, para quien la resiliencia no debe ser entendida como la animada negación de las difíciles experiencias de la vida, dolores y cicatrices, sino, más bien, la habilidad para seguir adelante a pesar de ello (Rutter, 1985; Wolin y Wolin, 1993). Para esto, en ningún momento se desconoce que la herida o el daño es un hecho real, pero se destaca que, a pesar de las heridas recibidas, para muchos, los eventos traumáticos también se han constituido en una escuela y en la oportunidad de aprender y adoptar visiones más esperanzadoras de sí mismos y del mundo. El ambiente, continuamente, presenta demandas, estresores, retos y oportunidades. En algunos casos, esos eventos podrían convertirse en obstáculos (dada una compleja interrelación entre factores genéticos, neurobiológicos, familiares y sociales) para el desarrollo de la fuerza, de la resiliencia o bien pueden producir una disminución en la capacidad para enfrentar la adversidad. La investigación en el desarrollo de la resiliencia ha introducido ideas que han puesto en discusión tres conceptos que se habían constituido como dominantes en los estudios iniciales sobre el desarrollo: Hay etapas fijas, inevitables, críticas y universales del desarrollo. Los traumas ocurridos durante la niñez, inevitablemente, llevan a una psicopatología adulta (Bernard, 1994; Garmez, 1994). Hay condiciones sociales, relacionales, interpersonales y ambientes institucionales que son tan tóxicos que inevitablemente llevan a alteraciones y problemas en el funcionamiento diario de los niños, adultos, familias y comunidades (Rutter, 1994).
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Posibles intervenciones con base en estos conceptos La resistencia y capacidad de recuperación puede ser facilitada si se ponen en acción las siguientes cuatro estrategias probadas experimentalmente. La primera consiste en garantizar una preparación realista, estableciendo expectativas apropiadas, desarrollando habilidades para manejo del estrés y estrategias de afrontamiento, así como proporcionando una capacitación preventiva realista que puede servir para fomentar la resistencia al estrés (Seligman, 1999). La segunda estrategia es fomentar la cohesión de grupo y el apoyo social. Se ha demostrado que este último es un amortiguador eficaz contra el estrés. La creación de la cohesión del grupo, con una infraestructura básica para el apoyo social, siempre será útil. Los investigadores consideran que un elemento esencial de fomento de la cohesión y el apoyo será el establecimiento de una eficaz comunicación de riesgos. La estrategia de comunicación de riesgos debe ser diseñada para proporcionar estos elementos esenciales: la información veraz (control del fenómeno del rumor), tranquilidad, dirección, motivación y un sentido de conexión. La tercera estrategia es el fomento de lo que se conoce como el pensamiento positivo o, a partir de la propuesta de Seligman, la psicología positiva. Las evaluaciones cognitivas parecen ser factores determinantes claves para el afrontamiento del estrés y los eventos traumáticos. Los pensamientos positivos parecen disminuir la tensión excesiva y multiplicar el efecto resiliente (Seligman, 1999). Las cogniciones positivas pueden incluir recuerdos positivos de situaciones ocurridas en otras situaciones adversas o la identificación con un valor o un principio noble como la solidaridad, la amistad o la paz. La cuarta estrategia está dirigida a aumentar la autoeficacia y la fortaleza. La autoeficacia es la creencia en la capacidad para organizar y ejecutar los cursos de acción necesarios para lograr objetivos necesarios deseados (Bandura, 2009). La fortaleza se caracteriza por la creencia en la propia capacidad de resistir y poner en acción la autoeficacia (es decir, la capacidad de ejercer control pertinente sobre los acontecimientos de la vida); del mismo modo, se caracteriza por la tendencia a ver los eventos estresantes como “desafíos” que hay que superar y como una oportunidad de crecimiento; adicionalmente, la fortaleza incluye un fuerte compromiso y sentido de de propósito. Nucifora y Langlieb (2007) consideran que un ejemplo efectivo de acciones para facilitar la capacidad de recuperación de las personas enfrentadas a un evento traumático es el llevado a cabo en Virginia Tech (Estados Unidos), luego de los múltiples asesinatos ocasionados por uno de los estudiantes. Estos autores comentan que la institución celebró una convocatoria el 17 de abril de 2007 en el estadio de la universidad y, simultáneamente, en un estadio cercano conectado mediante pantallas de video. Los miembros de la facultad, la comunidad religiosa, el gobernador de Virginia y el presidente George W. Bush hablaron a la audiencia. Los mismos investigadores comentan que esa estrategia fue similar a lo que realizó el Departamento de Policía de Nueva York a raíz de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001. La Policía de la Autoridad Portuaria 23
de Nueva York y Nueva Jersey utilizó una estrategia mucho más grande y de mayor duración (2 días) después de los sucesos. Ellos convocaron una serie de reuniones en las que varias autoridades y personas con reconocimiento en la comunidad, hablaron a los asistentes y les dirigieron palabras para reconocer las virtudes de los fallecidos y la creencia en la capacidad de afrontamiento de los familiares y amigos; estos espacios se organizaron con la esperanza de ayudar a la comunidad a ser más resistente para enfrentar la tragedia. Según Nucifora y Langlieb, la técnica descrita anteriormente es, esencialmente, la cuarta fase de la estrategia de intervención denominada fase de manejo y gestión de la crisis, que se utiliza para construir resiliencia en una comunidad. Esta estrategia hace parte de una serie de propuestas de acción planteadas por la American Academy of Experts in Traumatic Stress (ahora fusionada con el National Center For Crisis Management, de la cual es miembro el autor de este escrito desde 2007). La estrategia de manejo y gestión de la crisis está diseñada para ser utilizada con los “grupos” de los sobrevivientes que pueden haber sido directa o indirectamente afectados por un incidente crítico. Estos grupos pueden variar en tamaño desde 10 a más de 300 per sonas a la vez. La estrategia puede ser llevada a cabo a través de una reunión de la comunidad cercana al evento ocurrido y se ha diseñado para que la intervención sea altamente eficiente, con una duración de entre 45 y 75 minutos para poner en práctica lo planeado. El modelo de manejo y gestión de la crisis puede ser implementado en escuelas, empresas y centros comunales (Lerner y Shelton, 2005). La primera fase de la estrategia de manejo y gestión de la crisis consiste en reunir a un grupo de individuos que han experimentado una crisis común. En respuesta a una crisis en un recinto escolar, por ejemplo, uno de los grados puede ser llevado a una asamblea en el auditorio. En respuesta a una crisis en el lugar de trabajo, puede utilizarse una sala de reunión de la compañía, un auditorio de un hotel o un espacio adecuado en un centro comercial. Este acto de reunión es el primer paso en el restablecimiento del sentido de comunidad que es tan imprescindible para el proceso de recuperación y reconstrucción emocional de los afectados. Una vez que el grupo se ha reunido, la siguiente fase de la estrategia consiste en intervención de las autoridades más adecuadas y creíbles para explicar los hechos que generaron la crisis. En muchos casos, una persona de gran prestigio que sea capaz de transmitir un buen mensaje otorga credibilidad a lo comunicado y genera la creencia de que las acciones y el apoyo brindado están siendo eficaces. La información objetiva y creíble debe servir para el control de rumores destructivos, reducir la ansiedad anticipatoria y devolver un sentido de control a las víctimas. El siguiente paso de la estrategia consiste en que profesionales de la salud experimentados y creíbles para la comunidad, señalen las reacciones más comunes que pueden presentarse para el caso de esa crisis en particular. Los signos y síntomas que se deben abordar son el dolor, la ira, el estrés, la culpa del sobreviviente e, incluso, la culpa o responsabilidad hacia los involucrados en el evento traumático o hacia familiares, amigos u otras personas. 24
El componente final del modelo de gestión y manejo de la crisis está dirigido al personal encargado de hacerle frente a la misma, buscando que adopten estrategias de autocuidado que pueden ser de valor en la mitigación de las reacciones de estrés ocasionado por el evento crítico. Debe hacerse uso de todos los recursos disponibles en las organizaciones o en la comunidad para facilitar la recuperación de las personas expuestas a lo ocurrido. Las preguntas deben ser resueltas de manera seria y responsable pero siempre con un tono positivo, según sea el caso. Cada participante del grupo debe salir de la reunión con una hoja de referencia que describa brevemente los signos y síntomas comunes, las técnicas comunes de gestión del estrés, y los recursos locales de profesionales u organizaciones que están disponibles (con nombres y teléfonos de contacto). Después de un evento traumático masivo, hay una tendencia casi inevitable a que la gente se involucre en procesos de grupos grandes, como la convocatoria en Virginia Tech señalada más arriba. Cabe señalar, sin embargo, que técnicas como la anteriormente expuesta, ni la mayoría de las intervenciones después del desastre, no han sido validadas, pues este tipo de intervenciones no se prestan fácilmente para la evaluación.
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Capítulo II
La resiliencia y la salud mental No podremos obtener resultados diferentes, si seguimos haciendo lo mismo. Albert Einstein
L os problemas de salud mental, primordialmente en la franja de población joven, son un problema creciente en América Latina y todo el mundo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que para el año 2020, la depresión será la segunda causa de incapacidad del mundo, lo que pone a este trastorno anímico y mental en un lugar bastante preocupante, más si se considera que las consecuencias de sufrirla se hacen palpables no sólo en la vida personal y profesional, sino que también, en algunos casos, puede terminar en tragedias mayores si se le permite prosperar. En ese sentido, también se ha pronosticado un millón y medio de suicidios para esa época. Todo lo anterior implica enormes gastos sociales, pérdidas económicas y disminución de la productividad de los países afectados, durante años. La investigación sobre la resiliencia y el crecimiento postraumático nos ayuda a entender los factores que ayudan a los niños a desarrollarse en adultos mentalmente sanos, a pesar de crecer en circunstancias adversas. La comprensión de estos factores es muy importante si esto significa que podemos aprender a ayudar a las personas que viven en circunstancias adversas a vencer las dificultades y convertirse en ciudadanos sanos y productivos. Aunque el interés en la investigación de resiliencia al principio se originó en la investigación de poblaciones en riesgo, lo que ha surgido de estos estudios es el interés por profundizar en la manera como se puede construir resiliencia como un recurso para la salud mental de los individuos. Quienes nos desempeñamos en las áreas de la salud, las ciencias humanas y sociales o en la educación, con gran frecuencia nos encontramos con personas o grupos que afrontan o han afrontado eventos traumáticos o la pérdida de seres queridos, en circunstancias tan impactantes, que parecen difíciles o imposibles de superar. Sin embargo, la realidad nos ha permitido observar que, en no pocas ocasiones, muchas de estas personas no sólo las superan, sino que experimentan un cambio en la perspectiva de su fortaleza personal, un cambio en sus relaciones con otros y una transformación en su 26
manera de ver el mundo que les permite definirse como mejores seres humanos. Ésta es la que consideramos la otra cara de la tragedia. Este tipo de experiencias han sido vividas por distintos grupos a través de la historia, y han sido documentadas de distintas maneras, haciendo que se consideraran a quienes las vivían como seres excepcionales; pero desde hace unas cuatro décadas, los investigadores han planteado que lo que antes fue considerado producto de condiciones humanas excepcionales, puede ser desplegado por todas las personas si se facilitan determinadas condiciones. En la actualidad, a ese conjunto de reacciones que implica afrontar adecuadamente una adversidad, se le conoce como resiliencia, y al resultado posterior, que evidencia un cambio positivo en la perspectiva de la vida y una reconstrucción del sentido de vida, se le ha denominado crecimiento postraumático. A partir de los hallazgos de Werner y Rutter, y con el surgimiento de la psicología positiva y el avance de la investigación sobre crecimiento postraumático, ha surgido un interés creciente por tener información acerca de aquellas personas que no responden de manera patológica a pesar de haber sido criadas en condiciones que aumentan las posibilidades de presentar patologías mentales o sociales. El concepto de resiliencia propició un viraje fundamental en la orientación de las investigaciones sobre este aspecto, ya que ayudó a determinar que la intervención de la psicología no consiste solamente en orientarse a subsanar los efectos de vivencias negativas de la vida del individuo, sino en evidenciar aquellos recursos que permitirán, de manera positiva, sobreponerse a las adversidades, salir adelante y desarrollar la capacidad de enfrentar nuevas situaciones adversas de manera creativa e inteligente. El término, como se explica en profundidad más adelante, es adoptado por las ciencias sociales con el propósito de describir a esa buena cantidad de individuos que, a pesar de haber nacido y vivir en condiciones de alto riesgo o afrontar eventos altamente estresantes o traumáticos, los integran adecuadamente a su experiencia vital y se desarrollan psicológicamente sanos y socialmente exitosos. En la coyuntura social y económica que, actualmente, atraviesan la mayoría de los países latinoamericanos (aumento de la población que vive en la indigencia y por debajo de la línea de pobreza, imposibilidad de acceso al empleo y, en consecuencia, a los servicios básicos, de vastos sectores de la población, incremento del consumo de sustancias psicoactivas, deterioro de la condición personal, disfuncionalidad familiar y social), se hace imprescindible la necesidad de utilizar este concepto como base para las intervenciones sociales, educativas y de salud que abarquen a las personas de todas las edades, desde la primera infancia hasta la tercera edad, a familias e, incluso, a las comunidades, a través de programas que promuevan y refuercen sus características resilientes. Resiliencia: recurso para el afrontamiento y superación de la adversidad Pareciera como que no se puede hablar de resiliencia si no se está frente a la ocurrencia 27
de grandes catástrofes que ocupen la primera plana de los diarios de nuestras ciudades. Nada más lejos de la realidad. Mínimamente cubiertas las necesidades básicas físicas y sin más camino que el propio ciclo vital, el ser humano se va exponiendo a una serie de situaciones (pérdidas afectivas, conflictos relacionales, enfermedades, muerte de seres queridos, etc.), a las que Pangrazzi (1987) denominó “abanico de pérdidas” y a las cuales nosotros definimos como Penas de la vida (Acero, 2004b), con las que tendrá que lidiar de manera inevitable, y sanamente, si quiere seguir adelante. Sabemos, gracias a los cada vez más numeroso estudios sobre las enfermedades de origen psicosomático, que la manera en la que nos enfrentamos a los acontecimientos adversos cotidianos, tiene una gran repercusión sobre nuestra salud (Pelechano, 1997). Estas circunstancias dependen dramáticamente de nuestra forma de ser. Nuestra personalidad juega un papel vital a la hora de interpretar lo destructivo de una adversidad y el estilo con el que debemos hacerle frente. Cuando, en el ámbito psicológico, hablamos de adaptación positiva, nos enfrentamos a uno de los conceptos que más debate ha suscitado entre los expertos en resiliencia. “La adaptación puede ser considerada positiva cuando el individuo ha alcanzado expectativas sociales asociadas a una etapa de desarrollo o cuando no ha habido signos de desajuste” (Infante, 2001). Si nos atenemos a las definiciones que los autores norteamericanos nos ofrecen acerca de la resiliencia, es suficiente la aparición de esta adaptación positiva para poder hablar de un proceso resiliente. Estos autores hacen especial énfasis en diferenciar resiliencia de recuperación. Para poder hablar de resiliencia es necesario mantener una línea base, durante todo el proceso de afrontamiento, sin grandes repercusiones en lo cognitivo, conductual y emocional. Hablar de recuperación, bajo estos criterios, es simplemente el retorno a esa línea base. Los autores franceses y nuestros propios hallazgos clínicos e investigativos en Colombia, nos han llevado a precisar que, además del retorno a lo que se podría llamar la normalidad o el equilibrio homeostático, es necesaria la aparición de un crecimiento postraumático una vez superada la adversidad (Calhoun y Tedeschi, 1997; Acero, 2008c). Como se nos planteara inicialmente desde la propuesta de la logoterapia y, actualmente, desde la resiliencia y el crecimiento postraumático, en no pocas ocasiones, la adversidad se nos presenta como una ventana abierta a la oportunidad de crecer y es, en este punto de aprovechamiento, donde a nuestro juicio, se completa el proceso de construcción de resiliencia. Gracias a los estudios de B. Cyrulnik se ha aceptado que el pasado nos moldea pero no nos determina, “sabemos que un niño maltratado puede sobrevivir sin traumas si no se le culpabiliza y se le presta apoyo”. La historia explica el presente pero nunca determina irremediablemente el futuro. A menudo, las historias de superación de los supervivientes se construyen a partir o con un no pequeño ingrediente de dolor. Es el caso de Tim Guenard, cuyo testimonio en 28
Más fuerte que el odio, nos revela la historia de un muchacho abandonado y maltratado que, hoy transformado, explica: “El hombre es libre de alterar por completo su destino para lo mejor o para lo peor. Yo, hijo de alcohólico, niño abandonado, he hecho errar el golpe a la fatalidad. He hecho mentir a la genética. Ése es mi orgullo”. A lo largo de la vida, el ser humano tiene que afrontar toda suerte de vientos favorables, pero también de inevitables adversidades que le hacen retroceder. En palabras de Rubio Rabal: “Unos navegaremos en aguas más favorables, otros lo haremos bajo la experiencia de grandes olas que asolaron nuestra cubierta, pero en nuestras manos está no perder el rumbo”. De acuerdo con lo anterior, profundizar en el tema sobre la construccion de resiliencia es de extremo interés para comprender cómo se puede hacer frente de manera sana y exitosa a las adversidades de la vida y a desgracias de todo tipo, sin rompernos, ya que, en palabras del colega español Bernabé Tierno (citado por Pou Sabaté): […] Aunque nos doblemos al principio, después somos capaces de asumir los traumas padecidos y desarrollar recursos internos latentes de los que ni siquiera éramos conscientes (…) el mismo hecho desolador (una pérdida traumática y repentina de un ser querido, el diagnóstico de una enfermedad grave, un terrible revés económico) a unos les afecta de tal manera que no logran reponerse en meses y en años y les sume en una profunda depresión, llevándoles al abandono de sí mismos y al deterioro físico y psíquico, mientras que otros, pasados los primeros días, todo lo superan y no quedan afectados. Es más, algunos se sienten fortalecidos tras la superación del trauma y afirman que les ha servido como lección y experiencia práctica de cara al futuro. La resiliencia vista como proceso La elasticidad no es un atributo del individuo, ya que esto implicaría una invulnerabilidad fija y significaría que unas personas la poseen y otras no. Más bien, la resiliencia se asume como un proceso complejo, que implica factores personales tanto cognoscitivos como de personalidad, y el funcionamiento de factores protectores externos como la presencia de personas significativas emocionalmente. Por lo tanto, más que etiquetar a cualquier persona como “resiliente” o “no resiliente”, es mejor pensar en términos de personas que manifiestan comportamientos resilientes y los que no los evidencian. También, hay que reconocer que el hecho de que una persona muestre resiliencia frente a una circunstancia en la actualidad, no significa que él o ella sigan mostrándolo mañana o el próximo año. De manera similar, las habilidades que ayudan a una persona a ser resiliente a la edad de nueve años no son las mismas que le permitirán hacerle frente adecuadamente a las demandas de la adolescencia. La resiliencia, entonces, es un proceso que se revela dentro del contexto de desarrollo y en el que inciden muchos otros factores temporales y contextuales. La resiliencia también puede ser comprendida como un proceso normal, comprensible, que implica sistemas adaptativos como la capacidad de solucionar racionalmente problemas, la capacidad para regular la emoción y la habilidad de hacer lazos afectivos de 29
apoyo con otros. Es sólo cuando estos sistemas han sido dañados o sobrecargados cuando la resiliencia humana natural falla. En las dos últimas décadas, numerosos estudios se han gestado en Europa y Estados Unidos, a partir de la discusión del tema de la resiliencia. No es sino hasta la década de los ochenta, que surgieron en Iberoamérica las primeras publicaciones de artículos en español. Dichas investigaciones incluyeron en sus definiciones la conjugación de factores personales y ambientales que han sido observados de acuerdo con el objeto del estudio, como se muestra en seguida. Resiliencia: un concepto que implica acción La resiliencia es, ante todo, un concepto de acción en el que se puede profundizar gracias a los aportes de las ciencias, de las experiencias concretas sociales e, incluso, de las artes. Es una interacción creativa entre los recursos personales y los recursos sociales (Gardiner, 1994). La resiliencia es un fenómeno multifacético que abarca factores ambientales y personales (Rutter, 1985). Es la aptitud para resistir a la destrucción, es decir, preservar la integridad en circunstancias difíciles; la actitud de reaccionar positivamente a pesar de las dificultades (Vaniestendael, 1994). La resiliencia es la habilidad de crecer, madurar e incrementar la competencia de superar circunstancias adversas y obstáculos, recurriendo a todos los recursos, tanto personales como ambientales (Gordon, K., 1996). La resiliencia no es una característica o una dimensión estática. Es la articulación continua de capacidades y conocimientos a través de la interacción de riesgos y formas de protección en el mundo (Saleebey, 1996). En la práctica del trabajo social es una forma diferente de ver a los individuos, familias y comunidades. Todos deben ser vistos a la luz de sus capacidades, talentos, competencias, posibilidades, visiones, valores y deseos que, aunque hayan sido frustrados, distorsionados, operan en las circunstancias adversas, opresiones y traumas. El enfoque de las fuerzas requiere una especie de contabilidad o inventario de lo que las personas saben y de lo que pueden hacer. Implica la composición de un check list de recursos existentes, dentro y alrededor del individuo, la familia y la comunidad (Saleebey, 1996). Ser humano “en resiliencia”, y “esfera de resiliencia” se conciben como conceptos que aluden a procesos dinámicos de interacción entre factores o recursos personales y sociales que conforman una serie de posibilidades tanto de respuesta al conflicto como de potenciación de otras fuerzas personales y sociales con que las personas y comunidades de éxito enfrentan su realidad. Para una mejor comprensión de este concepto en el 30
siguiente apartado nos detendremos en el análisis. Como se puede notar aquí, el concepto de resiliencia ha dejado atrás su connotación característica individual para empezar a ser descrita como un proceso dinámico de aprendizaje e interacción de la persona con su entorno. Es así como, de manera particular y específicamente en su aplicación a la reflexión del quehacer del trabajo social, es de suma importancia comprender la complejidad del proceso de resiliencia dejando claro que no se trata de una sumatoria de categorías (nivel cualitativo) o variables (cuantitativo) que posee un ser humano individual. Este concepto es mucho más complejo y es lo que se ha designado como esfera de resiliencia. Se refiere a un proceso que trataremos de presentar a continuación. La esfera de resiliencia La investigación ha permitido esclarecer el hecho de que no es la sumatoria de aspectos personales, biológicos y de origen social lo que determina el que una persona se denomine resiliente o no. Se trata más bien de ver al ser humano en resiliencia, como la persona que entra en una dinámica en la que recursos personales y sociales se manifiestan interactuando de tal manera que constituyen una amalgama de posibilidades que producen respuestas asertivas y satisfactorias que permiten no sólo la solución de conflictos, sino también el desarrollo y potenciación de otras posibilidades en las que se incluyen como aspectos fundamentales, la comunicación interpersonal, la interacción e intercambio de recursos (capacidades, habilidades, valores, convicciones, significados), que constituyen, a su vez, el bagaje de conocimientos prácticos con que las personas y comunidades de éxito enfrentan su realidad. La huida de la realidad es una solución pasajera, que tiene diversas formas: una es no pensar en el trauma, y esto lo aletarga en el tiempo, otras huidas son químicas como las pastillas, el alcohol o las drogas; también puede ser el sexo o el sentimentalismo de las telenovelas. Para llegar a la solución, la forma de intervención no ha de ser la huida sino enfrentar al sufriente con su dolor, en cuanto le sea posible, es decir, en cuanto tenga los medios para poder superar aquello. Si bien es cierto que los traumas considerables nos hacen más vulnerables a infecciones, enfermedades cardiovasculares, estrés y depresiones, también lo es que una actitud adecuada para manejar estos golpes hará que, así como las abejas extraen miel del tomillo, las personas sensibles puedan sacar ventajas y provecho de las circunstancias más adversas. Su optimismo vital les hace crecer ante el desafío mientras otros se empequeñecen y pierden el equilibrio interior. Por ello, se puede afirmar que no son tanto los hechos objetivos, sino la interpretación que sobre ellos se hace, lo que influye en volverse víctima o transformarse en vencedor. En el estudio llevado a cabo por Fredrickson y colaboradores a partir de los atentados de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, se encontró que la relación entre resiliencia y ajuste tras los atentados estaba mediada por la experimentación de emociones positivas. 31
Así, se afirma que las emociones positivas protegerían a las personas contra la depresión e impulsarían su ajuste funcional. Se está hablando mucho de lo bien que va a la salud del alma y del cuerpo la experimentación recurrente de emociones positivas, y que provocan a su vez emociones positivas en los demás, de forma que las redes de apoyo social se ven fortalecidas.
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Capítulo III
Factores de resiliencia Si alguien tiene una discapacidad física o mental, no puede darse el lujo de estar discapacitado emocional o espiritualmente. Stephen Hawking
S e puede pensar que el énfasis actual en las implicaciones del enfoque de resiliencia, como lo sugiere Rutter (1995), responde a un deseo de “inyectar alguna esperanza y optimismo dentro de la desalentadora historia de estrés y adversidad”. Sin embargo, debemos dejar claro que el concepto de resiliencia surgió de un cambio en la perspectiva cuando fuimos capaces de ver tanto hacia adelante como hacia atrás en el transcurso de la vida. Muchos estudios han revolucionado e introducen lo que Werner y Smith llaman el “lente correctivo”, una visión más promisoria del destino de los niños atrapados en la adversidad. Esto se fortaleció por la repetida observación de que, aun entre los niños expuestos a las desventajas más graves, en más de la mitad de ellos, es inusual el fracaso. Esto lleva a concluir que hay una gran variedad de respuestas individuales frente a los eventos y circunstancias adversas. El enfoque puede ser útil para la investigación y la práctica terapéutica en tres sentidos: Primero, las nociones de resiliencia y vulnerabilidad, de riesgo y factores protectores, destacan la complejidad de los desórdenes psiquiátricos y sus causas: la necesidad de ir más allá de las asociaciones entre los antecedentes y consecuencias, y siempre observar las excepciones a la regla. Segundo, el descubrimiento del por qué a algunos niños les va bien, no obstante que se encuentran atrapados en la adversidad, ayuda a identificar posibilidades no detectadas anteriormente para tomar acciones preventivas. Tercero, la idea de resiliencia mantiene la esperanza viva en la práctica clínica: aunque la balanza esté inclinada hacia un resultado negativo, sabemos que muchos niños escapan a su destino poco alentador y que es posible promoverlos. La investigación y abordaje de los factores de riesgo asume un nuevo rostro cuando se analiza bajo el prisma de la resiliencia. Por ejemplo, los resultados de las investigaciones estimuladas por los escritos de John Bowlby hicieron públicos los efectos 33
de inadecuadas ataduras tempranas y tuvieron un profundo y beneficioso impacto en la atención de los niños en hospitales. De igual manera, el creciente rompimiento de la familia, la violencia familiar y el abuso infantil, aunado a la reducción y el deterioro de los servicios de atención, ha obligado a asumir una postura diferente en las instituciones públicas y privadas para encarar las situaciones de riesgo. Esta corriente complementaria de abordaje del factor de riesgo toma fuerza en las más recientes investigaciones producidas principalmente en Europa y Estados Unidos, como veremos más adelante. Como ya se ha dicho, la concepción de resiliencia como una combinación de factores que permiten a un ser humano, afrontar y superar los problemas y adversidades de la vida, empezó a desarrollarse con un marco teórico moderno gracias al psiquiatra inglés Michael Rutter y a sus colaboradores. Dichos estudios se realizaron en Gran Bretaña y constituyeron un paso importante en el desarrollo de esta concepción. Otro momento importante en el estudio de la resiliencia lo constituyó el aporte de Emy Werner, psicóloga norteamericana, quien siguió el desarrollo de los niños nacidos en familias con problemas en la Isla de Kauai (Hawai), observando que, contra toda esperanza, algunos niños terminan por ser adultos felices y constructivos. También se encuentran otras investigaciones sobre resiliencia citadas por el Dr. Friederich Lösel, quien elabora un inventario de las mismas, según su objeto de estudio y el tipo de problema que se aborda. Se tienen así, por ejemplo: el estudio con madres esquizofrénicas o deprimidas en los Estados Unidos, de Garmezy y otros; con familias que han sufrido severos problemas económicos, de Elder y otros; en estudios longitudinales en Nueva York, de Thomas y Chess y en Inglaterra por Osborn, Rutter y otros; en familias con alto riesgo de delincuencia, de Felsman y Vaillant; en niños de la calle en América del Sur: Felsman, y en instituciones de bienestar social en Europa: Lödel y otros. Estas son sólo algunas de las fuentes citadas por Lösel, sin embargo, el auge de la investigación en resiliencia reúne una extensa variedad de publicaciones, sobre todo, en esta última década. La riqueza de investigaciones amerita un mayor empeño y entusiasmo de nuestra parte por conocer y profundizar en las implicaciones del enfoque, en la práctica profesional del trabajo social. A nivel metodológico y teórico es una oportunidad de utilizar nuestra capacidad creadora para visibilizar las fuentes de nuestro quehacer profesional que han quedado muchas veces “dentro” o bien escondidas en nuestro entorno. Dos enfoques complementarios Es conveniente diferenciar entre el enfoque de riesgo y el enfoque de resiliencia. Ambos son consecuencia de la aplicación de método epidemiológico a los fenómenos sociales. Sin embargo, se refieren a aspectos diferentes pero complementarios. Considerarlos en forma conjunta proporciona una máxima flexibilidad, genera un enfoque global y fortalece su aplicación en la promoción de un desarrollo sano. 34
El enfoque de riesgo se centra en la enfermedad, en el síntoma y en aquellas características que se asocian con una elevada probabilidad de daño biológico, psicológico o social. El enfoque de resiliencia describe la existencia de verdaderos escudos protectores contra fuerzas negativas, expresadas en términos de daños o riesgos, atenuando así sus efectos y, a veces, transformándolas en factor de superación de las situaciones difíciles. Ambos enfoques se complementan y se enriquecen, posibilitando analizar la realidad y diseñar intervenciones eficaces. El concepto de riesgo y de factor de riesgo Fullana (1998) en su investigación sobre niños en riesgo, indica que la palabra “riesgo” se utiliza para denominar un concepto estadístico que surgió en el campo de la epidemiología. Los riesgos son cualquier influencia que aumenta la probabilidad de desarrollar una condición problemática, empeorar dicha condición o mantenerla (Kirby y Fraser, 1997, citado por Green, 2002). Además, la autora recoge las definiciones de autores como Kochanek, Kabacoff y Lipsitt (1990), Pianta (1990) y Scott y Carran (1989), quienes no describen un resultado en sí sino una probabilidad o un potencial de que un resultado no deseado se produzca. Esta probabilidad viene dada por la presencia de diversos factores referidos no únicamente a características individuales sino también a características sociales y a factores derivados de la interacción constante entre la persona y su entorno. Factor de riesgo es un término utilizado de manera frecuente por los investigadores, para describir algo en la vida de un niño o adolescente, que ha demostrado estar asociado con el desarrollo de problemas de ajuste emocional en la vida adulta. Por ejemplo, el abuso de sustancias en adolescentes es un factor de riesgo para una serie de problemas durante la edad adulta. Aunque los factores de riesgo no son el principal foco de los programas orientados a la resiliencia es importante tener una comprensión clara de los mismos. En cuanto a los factores de protección, estos han demostrado disminuir la probabilidad de un resultado negativo. La resiliencia no tiene sentido en ausencia de la adversidad y, por lo tanto, nuestra comprensión de la misma no puede ser completa hasta que entendamos lo que significa el riesgo. Además, la comprensión de los riesgos puede proporcionar enlaces a posibles factores de protección. Muchos de los factores de protección son simplemente el reverso de un factor de riesgo. Por ejemplo, se ha determinado que las relaciones positivas y de apoyo son un factor protector contra la depresión, mientras que el aislamiento social es un factor de riesgo. Otra razón para profundizar sobre el tema de los factores de riesgo se refiere a la focalización de los programas. Aunque todos los niños pueden beneficiarse de las capacidades que sustentan la resiliencia, es evidente que los programas dirigidos hacia aquellos que están en riesgo es la forma más efectiva de utilizar los recursos limitados. Los factores de riesgo son acumulativos en la naturaleza. Por ejemplo, una vida en la marginación o en la pobreza los aumenta. De hecho, una conclusión interesante de esta 35
investigación es que la naturaleza específica de cualquier factor de riesgo particular experimentado por un niño, es menos importante que el número de factores de riesgo presentes. Los factores de protección también tienen un efecto acumulativo. La probabilidad de resultados positivos o negativos para la vida de un niño, están, por tanto, en función del peso que estos factores de riesgo y factores protectores, tengan en la balanza. En palabras de Fullana (1998), un factor de riesgo de fracaso es una variable referida a las personas o al contexto familiar, social y escolar que forma parte de un conjunto de factores que se asocian al desarrollo del fracaso. En términos generales, desde la aproximación psicosocial, podría decirse que los factores de riesgo son todas aquellas características, hechos o situaciones propias de la persona o de su entorno que aumenten la posibilidad de desarrollar un desajuste psicosocial. Los factores de riesgo genéricos Por supuesto, los factores de riesgo para diversos problemas pueden ser similares, aunque tienden a variar en cierta medida. Por ejemplo, los factores de riesgo para la depresión pueden ser diferentes de aquellos que determinan la violencia. Sin embargo, se han podido identificar algunos factores de riesgo genéricos que son comunes a muchos tipos de problemas de adaptación y a algunos trastornos mentales. Estos incluyen: 1. La exposición a la desventaja social y económica Innumerables estudios han demostrado los efectos perjudiciales de la marginación económica y del nivel socioeconómico bajo. Se ha señalado que la desventaja social y económica no es en realidad un único factor de riesgo, sino un complejo conjunto en el que están interrelacionados factores que incluyen problemas de salud física, oportunidades educativas, aspectos problemáticos del entorno físico y social (por ejemplo, hacinamiento familiar, bandas del barrio), y otros factores complejos. 2. La exposición a un medio ambiente disfuncional en la niñez Los riesgos de sufrir una amplia gama de dificultades emocionales y mentales son más altos entre los niños expuestos a una crianza deteriorada o a un ambiente disfuncional. Esto incluye la exposición a la negligencia y a un cuidado inconsistente, abuso físico, sexual o emocional, la disciplina basada en el castigo físico, un ambiente sin disciplina y una pobre relación con los cuidadores. El ingreso en hogares de acogida también ha sido identificado como un factor de riesgo. 3. La exposición a los conflictos conyugales y familias disfuncionales Esto incluye el tener que afrontar o ser testigos de la separación o divorcio de los 36
padres, los altos niveles de discordia familiar y la violencia doméstica. 4. La exposición a los problemas de ajuste de la salud mental de los padres Los hijos de padres con problemas importantes que afectan su salud mental, incluidos los trastornos originados en el consumo de sustancias psicoactivas, la delincuencia y los trastornos psiquiátricos, están en mayor riesgo de desarrollar más problemas que los demás niños. 5. Factores orgánicos o genéticos Una serie de factores de tipo biológico y genético han sido frecuentemente asociados con un mayor riesgo de sufrir diversos problemas. Estos factores incluyen: 1. Factores de género. Los estudios indican que los varones tienden a tener más riesgo que las mujeres. 2. La mala salud física. 3. La inteligencia por debajo de la media. 4. Temperamento “difícil”. Los estudios muestran que aproximadamente el 10% de los niños nacen con un “temperamento difícil”. Estos niños tienden a mostrar patrones irregulares respecto a la alimentación y el sueño, emociones negativas y, con frecuencia, dificultades para adaptarse a nuevas situaciones. 5. La herencia. Está demostrado que existe una predisposición genética a muchos trastornos mentales. 6. Bajo peso al nacer, efectos del alcohol o de sustancias psicoactivas en el feto y otras alteraciones neurológicas. 6. Factores entre los pares Los compañeros pueden tener una influencia significativa en el desarrollo de una persona, en especial, durante la adolescencia, cuando las relaciones entre pares asumen una gran importancia. Pares que se inclinen a la prosocialidad tienden a funcionar como un fuerte factor de protección, mientras que los pares antisociales o compañeros que abusan de sustancias pueden influir en las opciones de vida en una dirección negativa. 7. Eventos de vida traumáticos (en la infancia) Nuestra experiencia nos ha permitido observar que el afrontar eventos de vida traumáticos puede interrumpir el proceso normal de desarrollo y, en ocasiones, dar lugar a dificultades de adaptación a largo plazo, especialmente, si el impacto en el niño no ha sido reconocido o tratado de manera oportuna. El trauma puede surgir de una amplia gama de fuentes, incluyendo guerra, terrorismo, accidentes graves, delitos violentos, 37
desastres naturales, persecución política o racial, la muerte de un padre, entre otros. Sin lugar a dudas se puede afirmar que los traumas múltiples aumentan los riesgos. Con el proposito de disminuir o mitigar los factores de riesgo, Hawkin y Catalano (1990), proponen tres estrategias importantes: Enriquecer los vínculos: las investigaciones demuestran que los niños con fuertes vínculos positivos incurren menos en conductas de riesgo, y que fortalecer las conexiones entre los individuos provoca un cambio que se debe aprovechar en el ámbito escolar, haciendo hincapié en un rendimiento escolar individualizado dentro de un aprendizaje cooperativo. Fijar límites claros y firmes: al elaborar e implementar políticas y procedimientos escolares, se deben hacer evidentes las expectativas de comportamiento, incluyendo los comportamientos de riesgo de manera coherente. De ser viable, es útil que estas expectativas sean expresadas de manera escrita indicando los objetivos que se espera sean alcanzados. Enseñar habilidades para la vida: cooperación, resolución de conflictos, estrategias de resiliencia y asertividad, destrezas comunicacionales, habilidad para resolver problemas y adoptar decisiones y un manejo sano del estrés son estrategias, cuya enseñanza y reforzamiento constituye una ayuda para los alumnos en la manera de afrontar los peligros de la adolescencia como el alcohol, el tabaco y otras drogas, el sexo no seguro y los embarazos precoces; igualmente, implementar estas estrategias sirve para ayudar a los adultos a participar de interacciones eficaces en la institución educativa, dentro de un clima que favorezca el aprendizaje significativo de los alumnos. El concepto de resiliencia y el concepto de factor protector Vamos a revisar aquí las ideas más sobresalientes que debemos tener presente en la conceptualización de estos términos a partir de los estudios de Green y Conrad (2002), Miller (1995) y Grotberg (1995). El término resiliencia alcanza su máxima significación cuando se hace referencia a las respuestas de los individuos ante situaciones de riesgo. Estas respuestas, usualmente, incluyen aspectos conductuales, afectivos y cognitivos. Así, la resiliencia puede ser vista como una interrelación compleja entre ciertas características de las personas y sus contextos, y alude a un equilibrio entre el estrés y la habilidad para hacerle frente. La capacidad de ser resiliente no está limitada a las personas. De acuerdo con Grotberg (1995), la resiliencia es: Una capacidad universal que permite a una persona, un grupo, o una comunidad prevenir, minimizar o superar los efectos dañinos de la adversidad (o de anticipar las adversidades inevitables). Adicionalmente, se considera que la conducta resiliente puede 38
ser una respuesta a la adversidad en forma de mantenimiento de un desarrollo normal a pesar de la adversidad, o de promotor del crecimiento bajo el nivel actual de funcionamiento (cit. en Green y Conrad, 2002). Hasta aquí, puede decirse con autoridad que la noción de resiliencia emerge al enfocar los aspectos positivos de la vida de los individuos, más que los aspectos negativos, como ocurre cuando se trabaja desde la perspectiva de los factores de riesgo. El estudio de este fenómeno conduce a la búsqueda de los mecanismos o factores que han contribuido a que determinadas personas en situación de riesgo por razón de sus condiciones familiares y sociales adversas hayan podido hacerles frente y llegar a alcanzar un cierto éxito en las distintas esferas de su vida. Estos factores se denominan factores protectores, los cuales serían opuestos a los factores de riesgo. Durante varias décadas y quizás influidos por la perspectiva médica y psiquiátrica que tenía un cierto afán de diagnosticar, los investigadores se dieron a la tarea de identificar esos factores que originaban desórdenes, carencias, problemas en el desarrollo integral del individuo y de la sociedad. Afortunadamente, con el progresivo cambio de perspectiva influido por las corrientes humanistas, desde hace unas tres décadas, existe la tendencia a abordar estos problemas desde otro ángulo, ya no desde la naturaleza negativa del problema (patogénesis) sino desde su superación a partir de las potencialidades de la persona en relación con su entorno (salutogénesis). El mejoramiento en las condiciones de vida de las personas según las recientes investigaciones, puede ser consecuencia de las diversas formas en que el ser humano es capaz de aprender y desarrollar mecanismos protectores o de resiliencia. Se definen como factores protectores aquellas características, hechos o situaciones propias del individuo o de su entorno, que incrementan su capacidad para hacerle frente a la adversidad o que disminuyen la posibilidad de desarrollar desajuste psicosocial aun con la presencia de factores de riesgo. En ese sentido, mientras que los factores de riesgo contribuyen a aumentar la probabilidad de que un determinado problema se desarrolle, los factores protectores tienden a disminuir dicha probabilidad. Sin embargo, la diferencia entre uno y otro tipo de factores radica en que los factores protectores operan solamente cuando el riesgo está presente, es decir, siempre deben vincularse a la presencia de riesgos. Factores sociales y contextuales La resiliencia es un fenómeno complejo, interactivo, en el cual el ambiente social e interpersonal juega un papel importante. Atributos resilientes como el optimismo, la perseverancia y el amor propio son aprendidos en gran parte mediante las interacciones con los otros significativos que modelan estos rasgos y los promueven a través de las interacciones en curso. Tres ambientes son críticos para el fomento de la resiliencia, particularmente en los niños, estos son: la familia, la escuela, y un entorno social amplio, y cada uno tienen un papel para desempeñar en la promoción de la resiliencia Familia 39
Lazos parentales y vínculos Uno de los factores protectores más fuertes en la vida de un niño es la existencia de una relación afectiva fuerte, cálida y positiva con un padre o cuidador. Esta relación de apoyo humano ha sido definida como una de las que más fortaleza aporta y mejor protege contra eventos críticos o severos (Benard, 1991). Tal relación paternal puede servir como base para el desarrollo del amor propio, la autonomía, la empatía y la confianza. Un aspecto importante de esta relación positiva es la intervención paterna. El interés de un padre y la participación en las actividades diarias de los niños, enseñan a estos que son importantes y que alguien se preocupa por ellos. Altas y claras expectativas y vínculos consistentes La comunicación de metas altas, claras y consistentes en los niños promueve la resiliencia incrementando el sentido de la autoconfianza y altas expectativas interiorizadas. Los padres que comunican a sus niños el mensaje de que ellos tienen todo lo necesario para ser exitosos, y quienes ven el potencial en sus niños para el bienestar, la responsabilidad y el sentido común, tienden a crear niños resilientes. El señalamiento de límites constantes, razonables y el uso de técnicas disciplinarias positivas, ayudan a los niños a desarrollar el sentido de la responsabilidad, el respeto por las normas sociales y el amor propio. Participación de los niños en decisiones y responsabilidades familiares Los niños que son estimulados dentro de su entorno a participar en la toma de decisiones familiares y a asumir las responsabilidades del hogar, de acuerdo con su edad, aprenden a desarrollar un sentido de responsabilidad y la conciencia de que son una parte importante y útil de la familia, lo cual a su vez incrementa la autoestima. Escuela Apoyo y cuidado de los profesores La investigación ha demostrado que los profesores pueden ejercer un papel de vital importancia como modelos y mentores para los niños (Benard, 1991). Sin embargo, muchos profesores subestiman su capacidad para promover la resiliencia en sus alumnos (Oswald y Howard Johnson). Los estudios señalan también que los maestros varones, en particular, no tienden a adoptar un rol de ayuda o apoyo y, en su lugar, tienden a subrayar que la solución de problemas concretos se logra trabajando duro. La investigación muestra, sin embargo, que el apoyo que los profesores pueden proporcionar no requiere habilidades especiales diferentes a las de simplemente escuchar, mostrar empatía y estimular. Altos estándares académicos y expectativas Se ha demostrado repetidamente que las escuelas que tienen altas expectativas académicas suelen obtener mejores resultados académicos. A su vez, se ha encontrado 40
que el éxito en la escuela parerce ser un importante elemento protector en contra de una serie de resultados negativos en la vida. El enfoque de la reducción de las expectativas para dar cabida a los estudiantes de bajo rendimiento resulta ser contraproducente. Más bien, mediante la promoción de logros para todos los estudiantes, las escuelas pueden ayudar a fomentar un sentido de competencia personal y el orgullo que es un aspecto vital de la resiliencia. Políticas de promoción de la salud y bienestar La resiliencia se nutre de las escuelas que tienen un espíritu general que anima a los docentes a tomar un interés sincero en el bienestar de sus estudiantes, que alienta y acoge con satisfacción la participación de los padres y las familias, que hace reconocimientos a los logros deportivos, académicos y culturales, y que adoptan la filosofía de “escuelas promotoras de salud”. Escuelas promotoras de salud son las escuelas que integran el reconocimiento de los aspectos físicos, mentales, sociales y ambientales de la salud en todos los niveles de su funcionamiento. Oportunidades de participación Las escuelas que ofrecen a los estudiantes muchas oportunidades para involucrarse y participar, contribuyen a crear un sentido de pertenencia y la convicción de que son importantes como personas lo cual ayuda a contrarrestar el sentimiento de alienación y a construir la resiliencia. Esto incluye la participación de los estudiantes en las decisiónes de la escuela y la planificación curricular, a través de estrategias de evaluación participativa, igualmente, ofrecer muchas actividades extracurriculares, utilizar enfoques colaborativos de aprendizaje y fomentar el pensamiento crítico. Relaciones estables y positivas con los compañeros Las relaciones cercanas y positivas con los compañeros son un factor de protección importante para los niños. Esto es particularmente cierto durante la adolescencia. La investigación ha demostrado que los efectos beneficiosos de una buena crianza en el logro y la conducta prosocial pueden ser reducidos si los adolescentes se asocian con pares antisociales. Adicionalmente, una red de pares prosocial puede proporcionar una importante fuente de apoyo y resiliencia, incluso, en ausencia física de los padres. Comunidad Una comunidad de apoyo y de seguridad Las comunidades que son física y emocionalmente seguras para los niños, que tienen servicios de salud y otros servicios de apoyo, y que tienen una cultura de respeto y preocupación por la crianza de los jóvenes, aportan enormemente a la construccion de resiliencia. Las oportunidades de participación significativa de la comunidad 41
Los niños pueden desarrollar significativamente su capacidad de resiliencia mediante la promoción de las relaciones con mentores o a través de la participación en clubes, equipos y otros grupos en la comunidad. Oportunidades de recreación en la comunidad ofrecen el potencial para desarrollar las relaciones sociales, las competencias y un sentido de cooperación con propósito. La participación en actividades altruistas, como voluntariados para programas de bienestar social también puede ayudar a los jóvenes a desarrollar la responsabilidad, la empatía y un sentido de ser valiosos para la comunidad. En los Estados Unidos, el Centro Regional del Medio Oeste para Escuelas y Comunidades Libres de Drogas (1995) ha enumerado los siguientes factores que pueden tener una influencia protectora y positiva en la vida de los niños: Los pares o compañeros puede ser una influencia positiva si: Están involucrados en actividades libre de drogas. Respetan a la autoridad. Están vinculados en grupos de pares semejantes. Aprecian la contribución única y los talentos individuales. La escuela puede influir positivamente en la juventud, si: Los profesores expresan altas expectativas. El personal alienta el establecimiento de metas y de dominio propio. Los miembros del personal se consideran a sí mismos cuidadores de la crianza. Los profesores fomentan las conductas prosociales. El personal estimula el liderazgo y ofrece oportunidades para la toma de decisiones. El personal asiste a programas de desarrollo en las áreas de desarrollo social y aprendizaje en equipo. Los padres participan en las actividades y programas escolares. Se dispone de actividades alternativas libres de alcohol, tabaco y otras sustancias psicoactivas. La comunidad puede ser una buena influencia en la juventud, si: Apoya las normas y las políticas públicas en lo relacionado con el no abuso infantil. Apoya el acceso a los recursos (vivienda, salud, cuidado infantil, capacitación laboral, empleo, recreación, etc). Proporciona redes de apoyo y oportunidades de vinculación social. Los jóvenes participan en programas de servicio comunitario. La familia puede tener una influencia positiva en el niño si: 42
Los padres buscan atención prenatal. Los padres desarrollan un vínculo estrecho con los hijos. La educación es valorada y estimulada. El estrés es manejado adecuadamente. Los padres pasan tiempo con sus hijos. Los padres utilizan un estilo de crianza basado en la alta afectividad y baja crítica. Los padres expresan sus expectativas claramente. Los padres favorecen las relaciones de apoyo. Las responsabilidades familiares son compartidas. Factores protectores internos y ambientales Se denominan factores protectores internos al conjunto de características individuales que facilitan la resiliencia. Entre las caracteristicas que se constituyen como factores protectores internos pueden señalarse las siguientes: Prestar servicios a otros y/o a una causa. Utilizar estrategias de convivencia, como la adopción de buenas decisiones, asertividad, control de los impulsos y resolución de problemas. Mostrar sociabilidad, es decir, capacidad de ser amigo y capacidad de entablar relaciones positivas. Sentido del humor. Control interno. Autonomía, independencia. Visión positiva del futuro personal. Flexibilidad. Capacidad para el aprendizaje y conexión con éste. Automotivación. Competencia personal. Sentimientos de autoestima y confianza en sí mismo. En cuanto a los factores protectores ambientales, estos agrupan las características de las familias, escuelas, comunidades y grupos de pares que fomentan la resiliencia. Los investigadores suelen señalar los siguientes: Promover vínculos estrechos. Valorar y alentar la educación. Emplear un estilo de interacción cálido y no crítico. Fijar y mantener límites claros (reglas, normas y leyes). Fomentar relaciones de apoyo con muchas otras personas afines. Alentar la actitud de compartir responsabilidades, prestar servicio a otros y brindar “la ayuda requerida”. 43
Brindar acceso a recursos para satisfacer necesidades básicas de vivienda, trabajo, salud, atención y recreación. Expresar expectativas de éxito elevadas y realistas. Promover el establecimiento y el logro de metas. Fomentar el desarrollo de valores prosociales (como el altruismo) y estrategias de convivencia (como la cooperación). Proporcionar liderazgo, adopción de decisiones y otras oportunidades de participación significativa. Apreciar los talentos específicos de cada individuo. A estas alturas, demás está decir que la crianza de los hijos es fundamental para el desarrollo de la resiliencia. Considerando que los padres disfuncionales o negligentes pueden ser uno de los principales factores de riesgo para los niños, una estrecha relación con un padre que ofrece el amor incondicional y apoyo general se considera como una de las protecciones más importantes que un niño pueda tener en contra de la psicopatología y otros problemas en el futuro. Los padres proporcionan a los niños para su vida una especie de “hoja de ruta crítica” para navegar por la vida, y, reiteramos, la capacidad de los niños para hacer frente y superar las adversidades, está directamente relacionada con las habilidades y actitudes con que ellos hayan visto a sus padres o adultos significativos afrontar las adversidades. La paternidad es un tema amplio que va más allá del alcance que nos hemos propuesto en este libro.
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Capítulo IV
Habilidades emocionales Las personas fuertes crean sus acontecimientos; las débiles sufren lo que les impone el destino. Alfred Víctor de Vigny
C uando se habla de habilidades emocionales, se hace referencia a la capacidad de las personas para tratar, manejar, expresar y controlar sus estados emocionales como la ira, la tristeza, el nerviosismo, la ansiedad y la alegría. La autorregulación emocional es un aspecto importante de la resiliencia. Quienes tienen estrategias eficaces para hacerle frente a las decepciones, pérdidas y otros eventos adversos son mucho más propensos a ser capaces de recuperarse de la adversidad que los que no lo hacen. La gestión de las emociones positivas también es importante. El éxito tanto en lo social y en la escuela depende de la capacidad para controlar la sobrecarga emocional, cuando así se requiera. La incapacidad para regular tanto las emociones positivas como las negativas se ha asociado con trastornos como el TDAH y otros trastornos de la conducta.
Hablando de los sentimientos: el vocabulario de las emociones Imaginemos cómo sería la vida si no pudiéramos nombrar ninguno de los estados emocionales. Pensemos cuán difícil sería poder resolver problemas en la vida si no supiéramos que nos sentimos tristes, asustados o enojados. No sólo sería difícil decidir sobre el mejor curso de acción, sino que, además, sería muy difícil buscar ayuda y apoyo de otras personas. La habilidad de nombrar un sentimiento es el primer paso para ser capaces de manejarlo. Si sé que estoy enfadado, puedo aplicar las estrategias que conozco para manejar la ira: tomar un tiempo fuera, respirar profundamente o afirmarme a mí mismo. Sin un nombre para el sentimiento es mucho más difícil decidir sobre un curso de acción, y esto hace que sea mucho más probable que acabe convirtiendo las emociones en acciones en forma dañina. No son pocas las personas que, a veces, necesitan ayuda para identificar lo que sienten. No debe sorprender, entonces, que a los niños se les deba enseñar un vocabulario afectivo con el fin de empezar a aprender las destrezas complejas de la regulación y la 45
comunicación sobre la emoción. Tristeza, rabia, culpa y felicidad: las cuatro emociones básicas El vocabulario emocional de todos se compone sencillamente de cuatro palabras para las cuatro emociones humanas fundamentales: tristeza (pesadumbre, melancolía, nostalgia), rabia (enojo, irritabilidad, furia), culpa (intranquilidad, ansiedad, miedo) y felicidad (contento, alegría, dicha). Aunque no está claro que estas cuatro palabras incluyan todas las emociones humanas (sorpresa y disgusto, por ejemplo, parecen ser las emociones básicas que no están cubiertas), no obstante, son las más sencillas y más fáciles de explicar para que los niños aprendan a etiquetar sus emociones. Una cosa importante que los niños deben aprender es comprender que las emociones se pueden mezclar. Así, por ejemplo, es muy posible que una persona se sienta triste y feliz al mismo tiempo, por sentimiento de furia?”. Esto puede ayudar a reducir la complejidad del estado emocional del niño. La identificación de las emociones como tristeza, rabia, alegría y culpa también puede convertirse en la base para enseñar a los niños conocimientos básicos de la regulación emocional. Uso de “emoticones” para enseñar el reconocimiento de emociones Se ha encontrado que las expresiones faciales humanas parecen ser universales independientemente de las culturas. Una persona expresando felicidad, tristeza, susto, sorpresa, enojo o disgusto tendrá las mismas características básicas y será reconocida con precisión, independientemente de la cultura en la que se encuentre. Una manera fácil de enseñar un vocabulario emocional a los niños es a través de los denominados “emoticones” (las caritas de expresión que a menudo adornan las comunicaciones de Internet). Incluso, sin un vocabulario emocional, los niños pequeños pueden identificar la emoción que manifiesta un rostro por su expresión. Ellos pueden aprender a asociar esto con la palabra adecuada. Debe tenerse claro que no hay sentimientos buenos ni malos, pues lo que podría denominarse bueno o malo es la manera como se expresan y hacer este tipo de distinciones es clave en la enseñanza y aprendizaje de la autoaceptación emocional. Debido a la inconveniencia social de las expresiones inapropiadas de ira y otras emociones negativas, es fácil para los niños formarse la impresión de que ciertas emociones son intrínsecamente “malas”. Parte de enseñar a los niños un vocabulario afectivo debe incluir la enseñanza de que todas las emociones que ellos sienten son buenas. Sin embargo, lo que debe recalcarse es la manera como se expresan esas emociones socialmente. A veces, esto puede ser una distinción difícil de comprender para los niños, especialmente en relación con la ira, que es la emoción cuya expresión es menos aceptable socialmente, por lo cual es probable que, al expresarla, los niños se encuentren con reacciones negativas por parte de los adultos. Para los niños, resulta especialmente difícil aprender a aceptar toda la gama de sus 46
respuestas emocionales si los adultos alrededor de ellos no están en condiciones de aceptar esas emociones, o reconocer sus propios estados emocionales, como, de manera frecuente, sucede en nuestra consulta al realizar acompañamiento a personas en duelo, quienes, incluso, piden perdón cuando lloran o sienten rabia. La autoaceptación emocional y, en consecuencia, el adecuado manejo y expresión de las emociones comienza con adultos que son capaces de expresar libremente lo que sienten con lo cual se ponen en disponibilidad de aceptar el derecho de cada niño a su propia tristeza, miedo, rabia y alegría, con paciencia y de El primer paso en el manejo de la ira es el reconocimiento de sus signos y saber cuándo hay un peligro de que las emociones exploten. Una forma de ayudar a los niños a que aprendan a reconocer las señales de advertencia de un estallido de ira es elaborar un termómetro de la ira, marcado con los grados de la ira de 1-10, con etiquetas que van de “calmado” a “furioso”, pasando por irritable o enfadado, etc. Se le puede pedir al niño que imagine situaciones en las que podría sentirse enojado, y lo que sentiría en su cuerpo en el momento. Esto podría incluir: Sensación de calor en la cara o cuello. Mandíbula apretada. Temblor. Visión de luces (“ver chispas”). A continuación, se le puede pedir al pequeño que ubique en qué lugar, en el termómetro de la ira, existiría el peligro de que pierda los estribos y ataque fisicamente a otra persona. Hay que tener en cuenta que algunos niños son volátiles y pueden llegar al punto de explosión muy rápidamente. Estos niños pueden encontrar difícil controlar su ira. El enfoque más eficaz para estos niños es, simplemente, reforzar el valor del respeto y de la inadmisibilidad de comportamientos violentos, con modelamientos apropiados y coherentes. Las técnicas para reducir la ira Una vez que los niños pueden reconocer las señales de advertencia de que están enojados, pueden aprender diversas formas de reducir la ira y la prevención de una explosión. Tiempo fuera La técnica de tiempo fuera o tiempo de espera significa, simplemente, tomar un descanso y alejarse de la situación hasta que ésta se haya enfriado. Alternativamente, se puede contar lentamente de 1 a 10 para permitir la disminución de la carga emotiva y permitir que la ira pase. La respiración profunda
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Respirar lenta y profundamente tiene un efecto calmante en las emociones. Para implementar esta técnica de manera eficaz, las personas necesitan practicar y acostumbrarse de antemano. Tenga en cuenta que la respiración profunda y rápida en realidad crea ansiedad, así que asegúrese de que la respiración sea cómoda y relajada. Buscar apoyo de otros Los niños pequeños que tienen dificultades para resolver conflictos con sus compañeros sólo deben ser alentados a buscar apoyo de los adultos para ayudarles a resolver el conflicto. Pero, de la misma manera, los adultos deben identificar personas de temperamento apacible que les ayuden a tomar el control de sus emociones. Relajación Las técnicas de relajación pueden ayudar a los individuos para realizar la descarga de la ira y la tensión acumuladas. En la actualidad existe una gran variedad de técnicas desde las basadas en relajación muscular hasta las que implican el uso de visualizaciones, todas las cuales pueden ser efectivas si son supervisadas por profesionales. Cambio de canales Una técnica que se ha empleado con los niños es conseguir que estos construyan aparatos de televisión de cartón y papel, con diferentes hojas de papel de color para representar diferentes sentimientos o “canales”. Los niños son inducidos a identificar que si están en el “canal del enojo”, ellos pueden cambiar al canal de la “calma”. Técnica de la tortuga La técnica de la tortuga es una técnica de terapia cognitivo-conductual, que combina varias estrategias de control de miedo y control de los impulsos en una técnica sencilla que puede ser utilizada fácilmente incluso con niños pequeños de hasta tres o cuatro años (Robins, Schneider y Dolnick, 1977). Hay cuatro pasos de la técnica: 1. Reconocer que se está enojado (ayudar a las personas a hacer esto para que aprendan a identificar los signos físicos de la ira descritos arriba). 2. Detención del pensamiento. 3. Ir hacia dentro de la propia piel y luego de hacer tres respiraciones profundas, centrarse en un pensamiento de calma, pensamiento que posibilite un apasible afrontamiento. 4. Salir de la propia piel, cuando la calma y pensamientos para solucionar el problema se hagan presentes. La enseñanza de la técnica de la tortuga se puede mejorar, en el caso de los niños, a traves del uso de un títere de tortuga para demostrar la técnica y mantener el interés de los niños. Otras actividades pueden incluir a los niños que hacen las tortugas de cartón 48
con las cabezas que se pueda recoger en su caparazón, y el uso de “fichas de tortuga” para premiar a los niños que se han adaptado bien a una situación frustrante o decepcionante. Es importante tener en cuenta y recompensar a los niños tanto en sus avances como en los momentos en que requieren ayuda porque las cosas van mal. El uso eficaz de la técnica de la tortuga (y el control de los impulsos y otras técnicas de manejo de la ira para los niños) requiere un refuerzo constante en el tiempo. Si el niño reacciona con enojo a una decepción o contratiempo, por ejemplo, en el patio de recreo, hay que utilizar la situación como una oportunidad para recordarle la técnica de la tortuga y buscar que el niño ensaye “entrar en su caparazón”, y luego colaborarle para generar algunas soluciones. Tristeza y depresión Es importante distinguir claramente entre la tristeza y la depresión. La tristeza es una saludable respuesta de adaptación a la pérdida, la desilusión o a otras experiencias negativas. El término depresión, aunque se usa frecuentemente para referirse a un estado de ánimo bajo, es un trastorno emocional caracterizado por intensos sentimientos de desesperanza, desesperación y culpa, pérdida de placer e interés en la vida, y otros síntomas que deterioran la capacidad de una persona para desenvolverse en el mundo. Para calificar un episodio como “depresivo mayor”, conforme a los criterios del DSM IV TR, al menos cinco de los siguientes síntomas deben persistir por un período mayor a dos semanas y representar un cambio respecto del desempeño previo; por lo menos uno de los síntomas es (1) estado de ánimo depresivo o (2) pérdida de interés o placer: (1) Estado de ánimo depresivo la mayor parte del día, casi todos los días, indicado por el relato subjetivo o por observación de otros. (2) Marcada disminución del interés o del placer en todas, o casi todas, las actividades durante la mayor parte del día, casi todos los días. (3) Pérdida significativa de peso sin estar a dieta o aumento significativo, o disminución o aumento del apetito casi todos los días. (4) Insomnio o hipersomnia casi todos los días. (5) Agitación o retraso psicomotores casi todos los días. (6) Fatiga o pérdida de energía casi todos los días. (7) Sentimientos de desvalorización o de culpa excesiva o inapropiada (que pueden ser delirantes) casi todos los días (no simplemente autorreproches o culpa por estar enfermo). (8) Menor capacidad de pensar o concentrarse, o indecisión casi todos los días (indicada por el relato subjetivo o por observación de otros). (9) Pensamientos recurrentes de muerte (no sólo temor de morir), ideación suicida recurrente sin plan específico o un intento de suicidio o un plan de suicidio específico. Debido a cambios significativos en la química del cerebro, las personas deprimidas no pueden simplemente “recobrar el ánimo” o “salir de la depresión”. La depresión también puede ocurrir en la infancia, y requiere un tratamiento profesional, incluida la 49
farmacoterapia. Es probable que las siguientes estrategias para hacer frente a la tristeza no sean eficaces por sí solas para tratar la depresión. Sin embargo, pueden ser eficaces como parte de una estrategia para ayudar a prevenir la depresión y, ciertamente, no hacen daño. Una forma de presentar estas ideas en el salón de clases es a través de una discusión general sobre la tristeza, momento en el que se les pide a los niños que aporten ideas sobre lo que hacen cuando se sienten tristes y que den ideas de lo que les ayuda a sentirse mejor. Hablar de ello Uno de los medios más simples y eficaces de hacerle frente a la tristeza es hablar de los sentimientos con una persona que sirva de apoyo emocional, que no prejuzgue y que tenga la disposición de escucha activa. Con mis consultantes le llamo “volver el dolor palabras”. Se trata de animar a las personas a pensar en alguien a quien le tengan la suficiente confianza para hablar acerca de cómo se sienten cuando experimentan tristeza. Esto es, permitir que salgan de sí mismas y se den cuenta de que siempre hay alguien con quien se puede contar. Una persona que siente que no hay nadie con quien pudiera hablar está en riesgo. Tratar de conectar a esas personas a un adecuado apoyo de otros, como un maestro, un psicólogo, un consejero, o un mentor, posibilita la apertura de vision y el establecimiento de lazos con la vida y con los seres vivos. Dibujar, escribir, bailar Uno de los mayores recursos psicológicos de las personas, a pesar del abandono de la infancia, es el juego. Los seres humanos tienen reservas naturales de creatividad que pueden ser aprovechadas para ayudar a procesar las emociones dolorosas. Ofrecer oportunidades a los individuos para dibujar, escribir, pintar, bailar y jugar es hacer un trabajo fundamental en la construccion de resiliencia y un camino para el crecimiento postraumático. Aceptarlo Es trascendental recordar a las personas que, en ocasiones, está bien sentirse mal y que todos se sienten melancólicos de vez en cuando. Es importante, entonces, recordar ocasiones en que se ha sentido tristeza en el pasado, y cómo, de alguna manera, eso fue superado. No olvidar seguir haciendo las cosas que le gustan Cuando uno se siente desanimado, es fácil descuidar las cosas divertidas que se harían en un mejor estado de ánimo. El contacto social es particularmente importante. Ejercicio físico
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El ejercicio es un antidepresivo natural. Con la práctica del ejercicio se producen endorfinas, no en vano llamadas por algunos las “hormonas de la felicidad”, las cuales son una respuesta del organismo para ayudar a que las personas se sientan mejor. La actividad física promueve el bienestar físico y mental en general. Cambiar el pesimismo y el catastrofismo Uno puede aceptar que se siente triste, sin aceptar necesariamente que el mundo es sombrío y sin dejarse invadir por pensamientos pesimistas que pueden acompañar el estado de desánimo. De una manera suave se pueden contrarrestar generalizaciones negativas como: “¡Nada funciona para mí!” diciendo algo como: “Es evidente que no se siente bien ahora mismo, pero no puede olvidar los momentos gratificantes que la vida le ha dado...”. Animar a una persona a reconocer que se siente triste o decepcionada en el momento y expresarle empatía y compañía representa un gran ingrediente para combatir la tristeza y las generalizaciones pesimistas, las cuales están asociadas con la depresión, según han demostrado diversas investigaciones. Tratar con el miedo y la ansiedad El miedo y la ansiedad abarcan un amplio espectro, incluyendo: Temores cotidianos normales tales como el temor de ser rechazado, parecer tonto, meterse en problemas, o recibir daño físico. Miedos exagerados o fobias. Las fobias de la infancia más comunes son: a la oscuridad, a ciertos animales, a las alturas, a las tormentas, al agua y a determinados procedimientos médicos. La timidez o ansiedad social, que puede o no puede ser clínicamente significativa. La ansiedad derivada de traumas, incluidos los acontecimientos traumáticos del mundo, tales como ataques terroristas, como el del 11 de septiembre o el 3 de marzo, eventos naturales como el Tsunami de Asia, inundaciones o violencia organizada. Los temores cotidianos Parte de la resiliencia es la capacidad para superar los temores que han surgido como resultado de malas experiencias. Por ejemplo, un niño que ha tenido una mala experiencia actuando en público puede sentir temor y evitar hacer una presentación en el futuro. Sin embargo, un niño que puede recuperarse de esa experiencia por sí mismo, es decir, que deje la mala experiencia en el pasado, aun cuando sea consciente de que puede repetirse, está demostrando resiliencia. Esto es, a pesar de sentir miedo, se decide a realizar la acción nuevamente. Hay varias estrategias que pueden utilizarse para ayudar a 51
los niños a superar los miedos normales y desarrollar el valor. A continuación compartimos algunas: Explicar el significado del coraje Es preciso explicar a los niños lo que significa ser valiente: Hacer algo que uno necesita o quiere hacer a pesar de sentirse ansioso o incómodo al respecto. Afrontar las dificultades o el dolor sin renunciar o dejarse paralizar. Pero esto no significa: Hacer algo estúpido o peligroso, porque alguien se atrevió a hacerlo. Ser “duro” o presumir de serlo. Elogiar a los niños por ser valientes Tenemos que aprender a elogiar en positivo, de manera que cuando se observe que los niños enfrentan un temor con éxito hay que reconocerles por ello y no simplemente señalarles (en negativo) que sólo estaban comportándose como cobardes. Si se hace en varias ocasiones, se está ayudando a los niños a establecer una visión de sí mismos como personas capaces de enfrentar sus miedos con éxito. También puede ayudar, cuando vuelvan a experimentar miedo y ansiedad, recordarles las ocasiones en que sintieron miedo y fueron valientes, sin consecuencias negativas. Usar las autoestimulaciones verbales Es determinante enseñar a los niños cómo se puede reforzar el propio coraje mediante la técnica de darse un autocumplido, una autoinstruccion y autorretarse verbalmente. Volver a montar en el caballo que nos derribó Animar a las personas que han tenido una mala experiencia a enfrentar el temor antes de que ésta ocurra de nuevo, volviendo a una situación similar poco después, a fin de ratificar que la anterior sólo fue una mala experiencia y que es poco probable que se repita. Fobias La presencia de fobias en la infancia, suele ser bastante común. A veces, pero no siempre, las fobias pueden comenzar con una experiencia aterradora. En ocasiones, parecen desarrollarse de forma espontánea sin ninguna razón aparente. A diferencia de los adultos, quienes pueden hacer la evaluación sobre si su reacción fóbica es razonable o fuera de proporción en relación con la amenaza, los niños no lo hacen. Además, recordemos que, usualmente, los niños no pueden expresar su miedo directamente, sino 52
que lo muestran en su comportamiento, al evitar las situaciones temidas, aferrándose a los adultos, recurriendo al llanto, etc. Las fobias –tanto en adultos como en niños– son típicamente tratadas mediante técnicas conocidas como procesos de desensibilización progresiva, en las que la persona fóbica, con el apoyo de un profesional, aprende a enfrentar su miedo en dosis manejables. Por ejemplo, para tratar el miedo a las arañas, una persona puede, en un primer momento, simplemente estar expuestas a la descripción de las arañas. Luego, cuando se puede hacer frente a este nivel de exposición, se puede avanzar mostrando fotografías de arañas, y así sucesivamente, hasta que las personas son realmente capaces de tocar una araña sin una respuesta fóbica. No está demás recalcar que este proceso debe ser realizado por un profesional entrenado. La timidez y la ansiedad social Las personas varían en su grado natural de sociabilidad o extraversión. Algunos niños –y adultos– son tímidos por naturaleza. Si bien es importante reconocer y aceptar esta variación, los niños tímidos se enfrentan a desventajas sociales como resultado de su introversión. Las personas tímidas tienden a tener más autopercepciones negativas que los extrovertidos. Tienden a tener peor salud (como resultado de la más limitada disponibilidad de redes de apoyo social), ser más solitarios, y ganan menos dinero que aquellos que exhiben más facilidades de relacionarse con sus compañeros. Por lo tanto, tiene sentido ayudar a los niños tímidos para que se sientan más cómodos en situaciones sociales. Las siguientes son algunas estrategias que pueden ayudar: No ser padres sobreprotectores Es tentador para los padres intentar proteger a los niños tímidos de las situaciones que provocan ansiedad para ellos. Sin embargo, éste es un error, ya que lo que se hace es reforzar aún más la timidez y limitar el desarrollo social. En consulta solemos verificar la incoherencia que, generalmente, reflejan los padres de familia, quienes dicen estar preparando a sus hijos para la vida, pero tratan de ocultarles que la vida es dolorosa. Los padres deben entrenarse para mantener las expectativas razonables, y alentar a sus hijos a hacer frente a situaciones que les generan ansiedad. Establecer metas Establecer objetivos y ofrecer recompensas (no sólo materiales) puede ayudar a un niño, poco a poco, a superar la timidez. Al entrar en una nueva situación, los padres pueden establecer metas pequeñas y alcanzables para sus hijos y luego ofrecer una recompensa para su consecución. Evitar el etiquetado Etiquetar a un niño como “tímido” puede dar como resultado que el niño, de manera automática, aprenda a definirse a sí mismo de esta manera; por lo tanto, la etiqueta 53
refuerza la timidez y la sensación de estar de alguna manera “mal”. Es mejor que los adultos aprendan a usar palabras como “reservados”, si en algun momento quieren describir la manera de comportarse de estos niños. Evitar juzgar Los niños tímidos suelen desarrollar el miedo a ser juzgados, por lo que emitir juicios negativos sobre el comportamiento de un niño tímido puede ser muy contraproducente. En lugar de atacar a los niños por su comportamiento tímido, se debe aprender a reforzarles gradualmente sus esfuerzos por salir de su caparazón. No presionar demasiado fuerte Si bien es importante desafiar suavemente a un niño tímido para que se atreva a salir de su zona de confort con el fin de desarrollar la confianza y las habilidades sociales, llevar a un niño muy rápidamente a enfrentar situaciones que le atemorizan, puede dar lugar a que se inunde de ansiedad y presente cada vez más mayor miedo a afrontar las situaciones sociales. También, el uso de la presión, puede resultar en una lucha de poder entre el niño y sus padres. Cuando un niño se comporta de manera extravertida, por ejemplo, los padres pueden tener dificultad para entender el temperamento de su hijo y caer en la trampa de fomentarle la agresividad. En vez de obligar a un niño a salir de sí mismo, por lo general, un enfoque más productivo puede ser tratar de promover una atmósfera de aceptación y calor dentro de la cual el niño se sienta lo suficientemente seguro y construya la confianza necesaria como para comenzar actuando por sí mismo de forma espontánea. Enseñar habilidades sociales Los niños tímidos tienen especial necesidad de la enseñanza explícita de las habilidades sociales. La timidez, al extremo, puede constituir un trastorno de ansiedad (trastorno de ansiedad social). Éste es uno de los trastornos de ansiedad más comunes entre los adultos. El trastorno de ansiedad social requiere un tratamiento profesional y, afortunadamente, muchas de nuestras universidades suelen implementar periódicamente cursos para el entrenamiento en habilidades sociales. Otros trastornos de ansiedad Otros trastornos de ansiedad que se pueden presentar, incluso desde la niñez, son: Trastorno obsesivo-compulsivo (TOC): se puede describir como un trastorno psicológico en el que una persona desarrolla una necesidad patológica para realizar ciertas acciones rituales, como lavarse las manos, contar, o hacer las cosas en un orden determinado, muy específico. Este trastorno también es a menudo acompañado por pensamientos repetitivos no deseados, que están destinados a aliviar estos rituales. El TOC puede ser una condición muy incapacitante y requiere tratamiento profesional. 54
Trastorno de ansiedad de separación: éste es uno de los trastornos de ansiedad más comunes de la infancia. Se caracteriza por el desarrollo inadecuado de un miedo extremo, producto del abandono o la separación de los padres o cuidadores. Trastorno de ansiedad generalizada: éste es un trastorno caracterizado por una tendencia general a preocuparse excesivamente por muchas cosas. Debido a la manifestación general de la ansiedad, las personas con trastorno de ansiedad pueden tener problemas para comer y dormir, y pueden sentirse continuamente estresadas, irritables y agitadas. Con bastante frecuencia, este trastorno se asocia con un perfeccionismo exagerado, lo que comúnmente se conoce como psicorrigidez. Los trastornos de ansiedad pueden ser efectivamente tratados y, para estos casos, la terapia cognitivo-conductual ha demostrado una alta efectividad; en algunos casos críticos, la terapia es más efectiva si se realiza combinada con medicación. Manejar el miedo en una época de terror El clima de miedo creado por la llamada guerra contra el terror, que se vive no sólo en Colombia sino en el mundo entero, crea nuevos problemas de salud mental, especialmente cuando los niños están expuestos a imágenes como las que se repiten sin cesar en la televisión después de los ataques del 11 de septiembre en el Centro de Comercio Mundial en Nueva York. Los siguientes son algunos consejos para ayudar a las personas a manejar su ansiedad ante los acontecimientos que nos hacen sentir que vivimos en un mundo aterrador, extremadamente inseguro o traumático: Limitar la exposición a las imágenes de horror. Es muy difícil proteger a los niños por completo de las imágenes gráficas del trauma y del sufrimiento que suelen presentar los medios masivos de comunicación, después de un ataque terrorista o catástrofe natural, especialmente en el entorno cercano en el que los niños crecen. Los niños, como adultos, pueden sentir una compulsión o sencillamente curiosidad por ver esas imágenes, a pesar de saber que se van a sentir incómodos o perturbados por ellas. Sin embargo, la exposición a tales imágenes puede crear reacciones de ansiedad graves en las personas que las presencian, particularmente en los niños, especialmente si dicha exposición se repite o es prolongada. Tomarse un tiempo para explicar los hechos racionalmente a los niños. Para ello, es importante tener en cuenta la edad y el nivel de comprensión del niño. Es necesario permitir que los niños se tomen su tiempo para hacer preguntas y expresar sus reacciones emocionales. Recordemos que no se construye resiliencia ocultando que vivimos en un mundo en el que el dolor está presente, sino cuando enseñamos, no sólo con palabras, que el dolor es parte de la vida, pero que puede ser afrontado sanamente e, incluso, ser tomado como una oportunidad de acercarse emocionalmente y fortalecerse personalmente. 55
Asegúrarse de que todas las personas cercanas, conozcan algunas formas de reducir la ansiedad, como las técnicas de relajación que se describen más adelante. Ayudar a los niños a sentirse seguros mediante la continuación de sus rutinas normales, proporcionando tranquilidad y explicando, como se mencionó antes, la probabilidad muy baja de que tales eventos traumáticos se repitan inmediatamente. Debido a la naturaleza espectacular de tragedias como la del 11 de septiembre, es fácil olvidar los millones de vuelos seguros, las personas que salieron a las calles y regresaron sanas a sus casas y el gran número de personas ilesas que cotidianamente no son noticia. Observar los niveles de ansiedad en los niños, incluidos los signos, tales como pesadillas, insomnio, síntomas físicos como dolores de estómago, llanto y fobias. La depresión y la ira también pueden manifestarse como reacciones al trauma. Si los síntomas de ansiedad son graves o no desaparecen con bastante rapidez después de los hechos, se hace preciso buscar apoyo profesional. Hay que tener presente que, en muchos casos, algunos signos de reacción traumática pueden no aparecer hasta varios meses después del evento inicial. Algunas técnicas de relajación Las técnicas de relajación son una herramienta importante para controlar el estrés, la ansiedad y la ira, y constituyen una estrategia que fácilmente se puede aprender y que, además, se le puede enseñar a los niños. Hay varias técnicas que pueden usarse, aunque pueden ser necesarias algunas adaptaciones para ser implementadas cuando se busca que sean utilizadas por los niños más pequeños. Conciencia de la respiración La tensión y la ansiedad suelen ocasionar que la respiración tienda a ser más rápida y más superficial. La relajación puede ser promovida con el solo hecho de hacerse consciente de la respiración, y permitir que ésta sea cada vez más pausada y profunda. Esto puede lograrse con la simple estrategia de contar hasta cinco con cada exhalación. Este ejercicio puede ser enseñado a los niños como un simple medio para reducir la ansiedad. Otra técnica que es un poco más difícil y puede requerir un poco de práctica al principio es “la respiración abdominal”. Esta consiste en respirar usando los músculos abdominales en lugar de la parte superior del pecho. Se puede practicar colocando una mano sobre el vientre y empujar la mano suavemente con cada inhalación. Esto no debe realizarse de manera forzada, sino que cada uno de los movimientos debe realizarse de manera suave y relajada. Para las personas que se han acostumbrado a respirar sólo con sus músculos del pecho superior, esto puede parecer incómodo y poco natural, para empezar. Sin embargo, si usted mira la respiración de un niño, mientras duerme, usted 56
notará que esta respiración suele ser abdominal, ya que ésta es nuestra primera y más natural forma de respirar. La relajación muscular progresiva La relajación muscular progresiva consiste en la relajación sistemática de los grupos de músculos individuales en el cuerpo. Si se va a realizar con un niño, es mejor hacerlo con el pequeño acostado cómodamente en el suelo con los ojos cerrados. Se puede hacer utilizando música de fondo, de meditación, o en silencio, mientras que se le pide al niño que se centre en cada grupo de músculos en el cuerpo, tensando y luego relajando los músculos completamente. Esto puede comenzar con los dedos de los pies, luego se busca ir hacia arriba en el cuerpo, haciéndolo progresivamente a través de los talones, las pantorrillas, los glúteos, el estómago y así sucesivamente hasta llegar a la cabeza y el cuero cabelludo. Como en el caso anterior, puede ser que los niños más pequeños, encuentren dificultades para permanecer quietos y concentrarse por mucho tiempo; en esos casos, puede resultar útil hacer uso de la técnica del muñeco de trapo (Moser, 1988), que consiste en tensar el cuerpo entero de pie, y, luego, lentamente, ir inclinándose hacia delante, aflojando todos los músculos y permitiendo que los brazos queden colgando como si quien lo hace fuera un muñeco de trapo. Imágenes calmantes o placenteras Otra técnica de relajación común es la visualización de imágenes agradables, como un lugar hermoso en la naturaleza combinado con la tranquilidad que transmite una música relajante.
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Capítulo V
Utilización de un marco de resiliencia para apoyar los logros escolares Nosotros somos lo que hacemos repetitivamente. La excelencia, por lo tanto, no es un acto sino un hábito. Aristóteles
C omo las escuelas están buscando mejorar el rendimiento estudiantil y ayudar a todos los estudiantes a tener éxito, el tema de la resiliencia se está convirtiendo en un marco que muchas escuelas están implementando con éxito. La premisa de un programa de resiliencia es que cuando se establece un entorno de protección, los estudiantes mejoran académicamente y están menos inclinados a participar en comportamientos riesgosos y peligrosos. Al aumentar los factores de protección en las escuelas, los estudiantes tendrán más oportunidades de alcanzar logros académicos y ser menos vulnerables a involucrarse con aspectos tales como alcohol, tabaco, otras drogas, pandillas, violencia y actividad sexual precoz. El clima escolar y la asistencia suelen mejorar, las suspensiones y expulsiones disminuyen y los logros académicos se incrementan.
¿Por qué las escuelas deben estructurar programas para construir resiliencia? Algunos razones por las que las instituciones educativas deberían implementar un programa para construir resiliencia son: Las tasas de deserción escolar después de eventos adversos. Aunque los estudiantes abandonan sus estudios por una amplia variedad de motivos vinculados a historias personales, la mayoría de los estudiantes que abandonan los centros educativos, lo hacen debido a experiencias adversas que tienen en común factores de riesgo relacionados con la pobreza, provenir de un hogar monoparental, pertenecer a una minoría, poseer alguna discapacidad, presentar problemas de aprendizaje o emocionales, no afrontar adecuadamente las presiones de grupo, entre otras. La pregunta es: ¿cómo podemos ayudar a estos estudiantes para que se enfrenten con más éxito a la adversidad? Las personas de éxito que se enfrentan a la adversidad o a las dificultades, han desarrollado recursos personales y características específicas de protección 58
relacionadas con la resiliencia. Diversos estudios, desde una amplia variedad de disciplinas, han encontrado que algunas personas alcanzan el éxito, incluso, cuando experimentan circunstancias muy difíciles o adversas (Masten, 1990). La investigación ha demostrado que estas personas exitosas han desarrollado características de autoprotección que limitan los comportamientos negativos asociados con el estrés (Waxman, 2003). Estas características de autoprotección han sido identificadas como los activos personales y sociales de un individuo y se asocian con la resiliencia. Ésta aumenta el éxito de todo el mundo y sirve como protección para aquellos individuos que se enfrentan a grandes desafíos. Al hacer la comparación de los estudiantes en riesgo que tienen éxito con respecto a los estudiantes en riesgo que están fallando, los investigadores han determinado que la resiliencia es muy importante. Los recursos personales y sociales de un estudiante ayudan a determinar su éxito en la escuela por encima de las capacidades innatas. Los recursos personales tienen el poder positivo de aumentar la resiliencia en los jóvenes, independientemente de su sexo, condición económica, la familia o la raza. Los recursos internos son mejores predictores de progreso y prosperidad que la pobreza o provenir de una familia monoparental. Un estudio encontró que los estudiantes resilientes mostraban cuatro recursos personales: la competencia social, habilidades para resolver problemas, la autonomía, y un sentido de propósito. La pregunta es: ¿podemos aumentar la resistencia de un estudiante? Con base en lo revisado, la respuesta es sí. La resiliencia puede ser enseñada. Afortunadamente, los estudios muestran que las capacidades innatas no parecen estar relacionadas con la resiliencia (Waxman, 2003). La buena noticia es que las habilidades de resiliencia y las estrategias de afrontamiento personales se pueden enseñar a los estudiantes en riesgo. Los educadores tienen poco control sobre cuestiones tales como las características de la familia o la demografía de la comunidad, en consecuencia, el impacto educativo es más profundo cuando los educadores se centran en los recursos modificables en el entorno escolar (Jerald, 2007). En resumen, la investigación muestra que el fortalecimiento de los recursos personales y sociales de los estudiantes es de gran importancia para el éxito educativo cuando el estudiante se enfrenta a dificultades o circunstancias vitales adversas como la pobreza, los retos de la familia y las discapacidades. Cabe señalar, sin embargo, que para evitar la deserción escolar, los estudiantes de más alto riesgo en general, necesitan apoyo escolar adicional al que proporciona regularmente el departamento de bienestar estudiantil o la oficina de orientación escolar. Kris Bosworth, quien lidera la cátedra para la prevención y la educación en la Universidad de Arizona, desarrolló el concepto de la “escuela protectora”. Escuela 59
protectora es un diseño innovador de prevención aclamado en los Estados Unidos, que aporta para el desarrollo de las diez características que inciden en un ambiente escolar de protección. Estas características son: 1. La escuela tiene una visión de éxito junto con el apoyo de la comunidad. 2. Una cultura escolar saludable promueve la vinculación de los estudiantes a la escuela. 3. Los líderes de la escuela están comprometidos con la prevención. 4. Un programa académico sólido promueve el éxito de los estudiantes de todos los niveles. 5. Un plan de estudios eficaces de prevención, programa que es aplicado fielmente con todos los estudiantes. 6. Un continuo integrado de estrategias sirve a los estudiantes y sus familias con necesidades múltiples. 7. Un continuo desarrollo profesional para apoyar a personal efectivo y empoderado. 8. Se ofrecen financiación y recursos para apoyar la prevención y la reforma educativa. 9. La escuela tiene relaciones de apoyo mutuo con familiares, vecinos y la comunidad. 10. Permanente recolección y análisis de datos para guiar la toma de las decisiónes (Bosworth, 2000). El modelo de “escuela protectora” comprende cinco factores muy poderosos que impiden el fracaso escolar, abuso de sustancias, violencia y embarazo adolescente. En esencia, la investigación de la “escuela protectora” indica que no hay programa académico, estructura curricular, consejería o programa de orientación que puede tener éxito en la ausencia de estos cinco factores. En el modelo de “escuelas protectoras”, hay un proceso de aplicación paso-a-paso. Estos factores son: 1. Un entorno físico y psicológico positivo en la escuela. 2. La presencia de fuertes modelos adultos de rol en la vida de un estudiante. 3. Respetuosas y fuertes interacciones entre adultos y estudiantes en la escuela. 4. Un alto sentido de pertenencia de los estudiantes a la escuela. 5. Fuerte énfasis académico. Luego de haber sido implementado este programa en seis escuelas primarias en el 60
distrito Escolar Unificado de Tucson, en Tucson, Arizona, para un período de tres años, a los dos años de desarrollo, mediante la aplicación de una encuesta de satisfacción del cliente, se señalaron los siguientes avances: Los profesores reportaron un aumento de la seguridad de los estudiantes en las escuelas del proyecto. En los años 1999 y 2000, el 91,1% dijo que los estudiantes estaban a salvo en sus escuelas, cifra que ascendió al 94% para los años 2001 y 2002 luego de implementarse el proyecto. Los estudiantes respondieron que los estudiantes de diferentes razas y orígenes étnicos se llevaban mejor en la escuela. En los años 1999 y 2000, el 79,1% de los estudiantes respondieron positivamente a esta declaración, mientras que en los años 2001 y 2002, el 81,1% de los estudiantes respondieron positivamente a esta declaración (TUSD Encuesta de Calidad). Algunas otras conclusiones notables son: Al menos 2.000 estudiantes han tenido contactos semanales con un asesor como resultado de la reducción del porcentaje de consejero por estudiante. El modelo de “escuelas protectoras” se aplicó en todos los seis sitios. Los estudiantes del proyecto se han incorporado a las estrategias académicas y de persona en su enfoque para el trabajo escolar. En general, el rendimiento académico en las escuelas del proyecto ha mejorado. El proyecto ha recopilado datos suficientes para ayudar a las escuelas no incluidas en el proyecto en el establecimiento de programas que requieran. Con base en la experiencia referida y en la revisión de la literatura sobre los factores que pueden aportar a la construcción de resiliencia en ambientes escolares, se ha encontrado que los siguientes criterios son fundamentales: Proporcionar cuidados y apoyo Dentro de esta categoría se ha encontrado indispensable implementar las siguientes acciones: Crear un entorno de acogida a los estudiantes, personal y visitantes. Crear programas de tutoría para el personal, así como para los estudiantes. Experimentar con períodos más largos de instrucción. Tener flexibilidad en las rutinas diarias. Hacer hincapié en el crecimiento y la motivación para el cumplimiento de normas mínimamente aceptables de comportamiento. Enfatizar en la cooperación, el cuidado y en las celebraciones y ritos de paso. Alentar a aprender a pedir y dar ayuda cuando sea necesario. 61
Cuando los docentes hablan con los padres, decirles lo que les gusta acerca de sus hijos. Los líderes deben hacer un esfuerzo para ser presencia positiva en la escuela. Realizar esfuerzos para garantizar el uso creativo de los recursos y distribución de los mismos de manera justa y equitativa. Fijar y comunicar altas expectativas Animar a los estudiantes a aspirar a mayores logros. Mantener unas altas (pero realistas) expectativas de logro académico. Fomentar una actitud positiva en la escuela. Establecer procedimientos de revisión periódica. Brindar oportunidades para la retroalimentación correctiva y de apoyo. Facilitar oportunidades de aprendizaje cooperativo. Celebrar los avances y logros. Contar historias que hagan hincapié en el esfuerzo y en el éxito. Proporcionar oportunidades de desarrollo profesional que se centren en la resiliencia, tanto a nivel académico como personal. Brindar oportunidades para una participación significativa Incluir a los estudiantes en la estrategia basada en los equipos de gestión. Experimentar con estrategias de aula basadas en toma de decisiones. Ayudar a las personas para que se convenzan de que sus acciones realmente importan. Implementar un sistema de reconocimientos para destacar la cooperación en vez de los esfuerzos individuales. Cambiar la percepción de los estudiantes de clientes a socios, y la de maestros a entrenadores. Agregar una columna de construcción de resiliencia para el periódico escolar, escrita por los estudiantes. Involucrar a los estudiantes en la planificación y en la celebración de los eventos escolares. Incrementar los vínculos prosociales Modelar las conductas preferidas. Fomentar un clima positivo caracterizado por el respeto, la confianza, el crecimiento, la cohesión, el cuidado, el apoyo y el desafío. Promover los valores compartidos. Hacer hincapié en los aspectos de la historia escolar que apoyan la visión o la 62
misión. Desarrollar los rituales y las ceremonias que exaltan los comportamientos deseados. Establecer límites claros y coherentes Definir los límites que promueven la cooperación, el apoyo y un sentido de pertenencia a algo más grande que uno mismo. Proporcionar claridad, comunicarse periódicamente y aclarar ampliamente las expectativas de conducta académica y social. Iniciar la labor escolar estudiando y aclarando la visión, misión y objetivos escolares. Seleccionar el personal en coherencia con la misión y los objetivos. Incluir el objetivo de la capacidad de resiliencia en la misión de la escuela. Enseñar habilidades para la vida Hacer un esfuerzo efectivo para mejorar la escuela. Vigilar el medio ambiente y responder a los retos de manera positiva y creativamente. Fomentar conductas de cooperación. Apoyar el desarrollo de habilidades de grupo que favorezcan la toma de decisiones individuales. Ofrecer oportunidades para el pensamiento crítico y eficaz de resolución de problemas. Fomentar conductas de cooperación. Compartir ideas de construccion de resiliencia con los padres. Otras ideas útiles incluyen Tomar fotografías en eventos estudiantiles, hacer copias multiples y darle una a cada uno de los estudiantes. Contratar a los grupos comunitarios e individuos que ofrezcan voluntariamente su tiempo para apoyar el desarrollo de relaciones de apoyo con los estudiantes. Compartir con los medios de comunicación de los estudiantes y el personal las cosas buenas que se están haciendo. Dedicar unos minutos en cada reunión de personal para compartir historias, información, estrategias e ideas de resiliencia. Al hablar acerca de estudiantes específicos con otros funcionarios, centrarse tanto en las fortalezas como en los retos. Añadir una lista de los constructores de resiliencia personal a los formatos de 63
evaluación de estudiantes. Dejar un mensaje sobre la construcción de la resiliencia en el correo de voz. Utilice la resiliencia como parte de la planificación y evaluación del desempeño. Imprimir consejos sobre la construcción de resiliencia en los recibos de pago y en las circulares a los docentes.
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Capítulo VI
El modelo de la resiliencia Resiliencia es la “capacidad de sobreponerse, de soportar penas y de enmendarse a uno mismo”. Wolin y Wolin (1994)
C omo se ha anotado antes, el interés en el ámbito de la resiliencia se desarrolló inicialmente alrededor de los años 70 del siglo pasado, favorecido por la investigación que tenía como objetivo identificar los factores que ponen a las personas jóvenes en riesgo de desarrollar diversos problemas, tales como el abuso de drogas, ingresar en la delincuencia o padecer trastornos mentales. En los primeros estudios, los investigadores notaron que muchos jóvenes que habían estado expuestos a numerosos “factores de riesgo” lograron, a pesar de estos, convertirse en adultos sanos y competentes. Estos investigadores se interesaron en el estudio de la resiliencia de estos jóvenes, y su atención se centró en la identificación de los factores de protección –tanto internos como externos– que ayudan a una persona a recuperarse, reconstruirse o superarse a pesar del afrontamiento de circunstancias adversas. Estos factores de protección ya se han identificado con algún detalle, proporcionando una imagen clara de lo que hace que algunas personas puedan ser más resilientes que otras y avancen al crecimiento postraumático. Richardson, Neiger, Jonson y Kumpfer (1990), elaboraron el modelo de la resiliencia, en donde se explica cómo es que una persona de cualquier edad, que sufre una adversidad (para el caso, las implicancias de la discapacidad, personales y sociales), en un principio, se pone en contacto con ciertos rasgos propios y ambientales, que amortiguan esa adversidad. Si la persona cuenta con suficiente protección, podrá adaptarse a la dificultad sin experimentar una ruptura significativa en su vida, lo que le permite permanecer en una zona de bienestar o en homeostasis, así como avanzar a un nivel de mayor resiliencia debido a la fortaleza emocional y los saludables mecanismos de defensa desarrollados en el proceso de superar la adversidad. Sin la necesaria protección, la persona atravesará un proceso de ruptura psicológica y después, con el tiempo se reintegrará de esa ruptura. Es la disponibilidad de esos factores protectores personales y ambientales lo que determinará 65
el tipo de reintegración. Esta reintegración podrá ser: reintegración con resiliencia; reintegración a la zona de bienestar; reintegración con pérdida; reintegración disfuncional. De acuerdo con el modelo de la resiliencia, cuando un individuo de cualquier edad sufre una adversidad, en principio se pone en contacto con ciertos rasgos propios y ambientales que amortiguan esa adversidad. Si cuenta con suficiente “protección”, el individuo se adapta a la dificultad sin experimentar una ruptura significativa en su vida, lo que le permite permanecer en una zona de bienestar, o en “homeostasis”, o avanzar a un nivel de mayor resiliencia debido a la fortaleza emocional y los saludables mecanismos de defensa desarrollados en el proceso de superar la adversidad. Sin la necesaria protección, el individuo atraviesa un proceso de ruptura psicológica y luego, con el tiempo, se reintegra de esa ruptura. Una vez más, la disponibilidad de factores protectores personales y ambientales determinará el tipo de reintegración. Como muestra la Figura 2, esta reintegración podría tomar las características de una disfunción, como el abuso de alcohol u otras drogas, o un intento de suicidio, o bien presentar rasgos de inadaptación, como la pérdida de la autoestima o de la capacidad de enfrentar sanamente los problemas. La reintegración también puede dar por resultado el regreso del individuo a la zona de bienestar o el incremento de la resiliencia. El modelo de la resiliencia ofrece dos mensajes importantes: que la adversidad no conduce automáticamente a la disfunción, sino que puede tener diversos resultados para el individuo que la sufre, y que, incluso, una reacción inicial disfuncional a la adversidad puede mejorar con el tiempo. Richardson y sus colaboradores (1990) sugieren que el proceso diagramado en el modelo de la resiliencia es aplicable a toda persona, porque es, de hecho, el proceso de la vida. El ambiente es crucial para la resiliencia del individuo, por dos motivos. En primer lugar, los factores protectores internos que ayudan a un individuo a ser resiliente frente a una tensión o a una amenaza suelen ser resultado de determinadas condiciones ambientales que promueven el desarrollo de estas características. En segundo lugar, las condiciones ambientales inmediatas existentes, en adición a la tensión o la amenaza, contribuyen a contrapesar las respuestas del individuo, pasando de las de inadaptación o disfunción a las de homeostasis o resiliencia. Las familias son sistemas que utilizan y recrean potencialmente sus recursos y habilidades para su continuo crecimiento, construyen determinados estilos de comunicación los cuales pueden constituirse en uno de sus recursos más importantes y significativos, es decir, en factores protectores entendidos estos como las características que permiten al sistema afrontar y construir nuevas alternativas de vida a través de su historia. Es decir, tendrá mayor capacidad de resiliencia la familia que pueda suplir las necesidades de sus miembros, actuando además como sistema de apoyo (García, 2002). García encuentra algunos factores indicadores de resiliencia en el funcionamiento familiar:
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1. El cumplimiento cabal de sus funciones, que nos permite inferir que el sistema posee recursos y habilidades que le han permitido sobrellevar situaciones de riesgo y crisis. 2. El sistema permite el desarrollo de la individualidad de sus miembros, su autonomía e identidad personal. 3. En el sistema existe flexibilidad en las reglas, lo cual supone mayor opción de estrategias para resolver conflictos. Según Henderson Grotberg (2004), el elemento básico de todo apoyo y necesidad humana, y de toda resiliencia humana, es la confianza. En lo que se refiere a la familia, la mejor definición de tal elemento básico la constituyen las relaciones de confianza y amor. En una familia, estas relaciones constituyen la base para que sus miembros aprendan a enfrentar las adversidades que inevitablemente se les presentarán en la vida. La discapacidad es algo que puede ser definido como adversidad. El rol de la resiliencia es ayudar a las personas a enfrentar y superar tales experiencias de adversidad. El enfoque de riesgo versus el enfoque de resiliencia El enfoque de la resiliencia, que se centra en las fortalezas de las personas y en los recursos (tanto internos como externos), a menudo contrasta con los enfoques basados en el riesgo a partir de los cuales, esta teoría se desarrolló originalmente (Garmezy, 1991). Si bien es cierto que el énfasis de cada uno es diferente, de hecho, ambos enfoques son complementarios y necesarios. La identificación de los riesgos es benéfica sólo en la medida en que somos capaces de reducirlos o de ayudar a las personas a hacer frente a las adversidades a pesar de ellos. Adicionalmente, los programas que tienen por objeto promover la capacidad de recuperación serán más eficaces si se enfocan en apoyar a los individuos “en riesgo”, por la obvia razón de que aquellos que tienen que hacer frente a la adversidad tienen mayor necesidad de la resistencia que aquellos cuyas vidas son relativamente fáciles. Una de las críticas que se han hecho en contra de los enfoques basados en el riesgo es que se centran en el déficit en lugar de focalizarse en los puntos fuertes o recursos de las personas. Al hacerlo, crean la posibilidad de estereotipos negativos y favorecen la estigmatización. También pueden crear un efecto de “profecía autocumplida” por el cual las personas jóvenes que se identifican como “en riesgo” son tratadas de manera diferente y se consideran menos capaces que sus compañeros. Es bien sabido que tener bajas expectativas, en realidad, puede causar un mal desempeño, porque tal actitud las refuerza y se entra en un círculo vicioso. Por otro lado, la investigación sobre la resiliencia ha demostrado claramente que las altas expectativas tienden a tener el efecto contrario, creando un ciclo de refuerzo positivo que puede ser muy beneficioso (Benard, 1997). Mientras que la apreciación del enfoque del riesgo sigue siendo importante, el movimiento de la resiliencia ha hecho énfasis en la importancia de centrarse en el 67
desarrollo de las fortalezas y capacidades naturales de cada persona para conseguir la adaptación. Un enfoque ecológico Como se ilustra en el diagrama anterior, la resiliencia es una función de una red de influencias bidireccionales que abarcan el mundo interior del individuo, es decir, los pensamientos y sentimientos, su familia, la escuela y la vecindad inmediata y, finalmente, el resto del mundo, el clima económico mundial, el terrorismo y los medios de comunicación entran en juego. ¿Qué define un programa de “buenas prácticas” de resiliencia? Las siguientes son una serie de recomendaciones para los programas de adaptación al cambio, que surgen constantemente a partir de la investigación: Un enfoque centrado en la identificación y el desarrollo de factores de protección. Focalización de los niños “en riesgo”. Focalización de los tiempos de transición y del estrés. Una investigación fuerte basada en la evidencia. Un enfoque centrado en el fomento de entornos de apoyo. Preferencia por las intervenciones sistémicas. Evaluación integrada en el programa. Un marco para los programas de la resiliencia Los investigadores de la resiliencia Ann Masten y Jennifer Powell, han desarrollado un marco para la investigación de la resiliencia, la política y la práctica, que refleja el cambio de mentalidad que se ha producido a partir de que los investigadores comenzaron a concentrarse en la resiliencia en lugar del riesgo. Su propuesta hace énfasis en la importancia de centrarse en los recursos positivos, la salud y las competencias cuando se diseñan y desarrollan programas para niños y jóvenes. Además, sugiere que las misiones de los programas, los modelos, medidas y métodos, deben reflejar un enfoque positivo sobre la adaptación y la capacidad natural del ser humano para la adaptación saludable. Misión: objetivos enmarcados en términos positivos En lugar de centrarse en corregir los aspectos deficitarios, los programas deberían tratar de promover las competencias y el desarrollo de cambio en una dirección más positiva. Modelos: incluir factores predictivos positivos 68
y los resultados en los modelos de cambio Los modelos utilizados para desarrollar programas de construcción de resiliencia, deben incorporar los conceptos de salud y competencia, así como los conceptos de patología o disfunción. También debería centrarse en las tareas normales de desarrollo, y reconocer los factores de protección, así como los factores de riesgo. Medidas: evaluar los efectos positivos, así como los negativos Las medidas utilizadas para evaluar el éxito de los programas no deberían centrarse sólo en la disfunción o la psicopatología sino que deben evaluar las fortalezas de los niños. El éxito debe enmarcarse en términos de resultados positivos en lugar de la simple ausencia de problemas. Métodos: considerar la posibilidad de múltiples estrategias basadas en las necesidades de la resistencia Masten y Powell sugieren tres estrategias principales que pueden emplear los programas de resiliencia: los enfoques basados en el riesgo, cuyo objetivo es reducir la adversidad, las actividades centradas en estrategias, que tratan de mejorar o agregar a las actividades en la vida de los niños, y el diseños de procesos orientados, que tratan de movilizar las capacidades de adaptación de los niños (por ejemplo, mediante la mejora de las relaciones de apego con los padres, o proporcionar entrenamiento en habilidades sociales) (Masten y Powell, 2003).
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Capítulo VII
Construcción de la resiliencia “Todo el mundo necesita un poco de amor, especialmente aquellos que no lo merecen”. Autor desconocido
A pesar del incremento de las investigaciones sobre el tema, y la difusión de la resiliencia desde diversas áreas del conocimiento, puede decirse que la importancia de fortalecer la resiliencia no se ha enfatizado suficientemente. La estrategia para el desarrollo de resistencia emocional es muy similar a la manera como se desarrolla la fuerza muscular. El modelo básico de desarrollo de la fuerza muscular es que se deben ejercitar los músculos para que sean fuertes y, una vez que se obtiene la fuerza, hay que utilizarla para no perderla. Lamentablemente, vemos con frecuencia que se da poca importancia al desarrollo proactivo de la fuerza emocional o capacidad de recuperación, en comparación al interés que suele acompañar el desarrollo de la fuerza muscular. Una estrategia para el desarrollo de la fuerza emocional es extender y ampliar las alianzas de la comunidad. Esto también se conoce como construcción de redes externas o sociales. Aunque es difícil llevar a cabo experimentos que permitan evaluar, con los tradicionales criterios científicos, cómo deben aplicarse las intervenciones comunitarias, los esfuerzos están produciendo resultados prometedores en relación con indicadores de salud diferentes. Otra característica esencial de la resiliencia emocional es la salud física. Se sabe que proporcionar el acceso a la atención de la salud es una estrategia importante para la edificación de la casa de la resiliencia. Lo mismo es aplicable en lo que tiene que ver con estrategias de prevención para la depresión o el estrés postraumático. El fortalecimiento de los vínculos afectivos, el apego y la dinámica de la comunicación, son otros componentes claves para el fortalecimiento de la resiliencia. Los bajos niveles de calor afectivo de los padres, una escasa o nula aceptación, poco cariño y los bajos niveles de cohesión, así como los altos niveles de conflicto y la hostilidad han sido asociados con la falta de apoyo dentro de las familias. El desarrollo de la cercanía, el aumento de las declaraciones positivas al interior de la familia, facilitar la claridad de la comunicación y fomentar la cohesión emocional ayudan a desarrollar los procesos de relación de apoyo de la familia. Al prestar atención a los atributos de la familia (es decir, 70
las creencias, valores, calidez emocional, apoyo, organización y comunicación) se pueden desarrollar estrategias dentro de la familia para fortalecerla. Resnick y colaboradores, se centran en la importancia de la comunicación entre la familia y la escuela; ésta es una variable asociada con la salud y la prevención de conductas de riesgo en los adolescentes. Mejorar la autoestima, facilitar una sensación de conexión, dar un sentido a la singularidad (reconocer y respetar las cualidades y características de sí mismos que son especiales y diferentes), y un sentido de poder (una sensación de competencia para hacer bien lo que tienen que hacer) contribuye a fortalecer la resiliencia. La resiliencia puede ser reforzada al proporcionar a los jóvenes la oportunidad de aumentar las capacidades individuales sociales, por ejemplo, de comunicación, las habilidades de liderazgo, resolución de problemas, la gestión de recursos, la capacidad de eliminar los obstáculos para el éxito, y la capacidad de planificar. Además, como se expone más adelante con base en los aportes de Froma Walsh, las intervenciones familiares que promueven la resiliencia se combinan con las técnicas de formación del comportamiento de los padres, junto a otros componentes de intervención basados en la teoría de los sistemas familiares que están diseñados para mejorar las relaciones familiares. Además, las prácticas de crianza, es decir, los métodos y estilos de crianza de los padres, los comportamientos dirigidos a un objetivo a través del cual los padres cumplen sus obligaciones parentales y un ambiente diseñado para controlar y socializar al niño, tienen una gran influencia en la resiliencia de los niños. Mejorar las habilidades sociales de los padres para aplicar con mayor eficacia la disciplina en la educación de sus hijos, evitando el castigo y la crítica, y más bien propiciando en su mundo el uso de destrezas de crianza positiva, ha demostrado tener gran impacto en la reducción de la violencia. Además, a los padres se les puede enseñar habilidades sociales para realizar una adecuada supervisión y seguimiento del niño. Ampliar la participación en las actividades de los hijos, ha demostrado que disminuye la posibilidad de que estos se involucren en conductas de riesgo. La práctica y desarrollo de todas estas habilidades, sirve como soporte al despliegue y fortalecimiento de las características de resiliencia, además de otras tantas como la capacidad para pedir y prestar ayuda, conductas altruistas, experimentar compasión (no sólo con los humanos), aprender el desapego y potenciar un amplio repertorio afectivo. El cambio de actitud que se vislumbra actualmente, como se ha señalado por varios autores, se debe al modelo del bienestar que ha ido ganando terreno en la psicología, el cual se centra en la adquisición de competencias, facultades y eficacia propias. El estudio de la resiliencia está promoviendo una revolución filosófica e involucrando al ámbito educativo, puesto que todo individuo tiene una capacidad para la resiliencia que debe ser reconocida (Bernard, 1991). Una actitud constructora de resiliencia en la escuela implica buscar “todo indicio” de ésta en los momentos en que tanto los docentes como los educandos “sortearon, superaron, sobrellevaron o vencieron la adversidad que enfrentaban” (Wolin y Wolin, 1993: 7). Es evidente que los profesionales de la educación necesitamos “un lente rectificador que nos permita ver las tendencias autocorrectivas que 71
mueven a los niños hacia un desarrollo adulto normal en todas las circunstancias, incluso en las más adversas” (Werner y Smith, 1992: 202). En esencia, la construcción de la resiliencia es una estrategia para apoyar la transformación de las experiencias potencialmente traumáticas, en recursos para crecer y hacer uso eficiente y constructivo de lo aprendido. Si los niños pueden ser abordados inmediatamente después de sufrir un estrés postraumático y se les ayuda a lidiar con ese factor de estrés, serán menos propensos a involucrarse en comportamientos autodestructivos como el abuso de drogas, el fracaso escolar, el sexo inseguro y la violencia. Si un niño ha estado expuesto a un incidente traumático y no tiene la oportunidad de contar con un tutor de resiliencia, será un elemento social de desestabilización de su entorno, pero si cuenta con al menos una persona que le sirva como elemento de identificación y apoyo emocional significativo, la experiencia aportará al mejoramiento de su entorno social pues será un modelo de superación. Construir resiliencia en un mundo amenazante En el 2007, la OMS informó que hacia 2020, la depresión se convertirá en un importante problema de salud pública, afectando aproximadamente a un millón y medio de personas, en virtud tanto de su prevalencia como de sus efectos a largo plazo. Adicionalmente, la OMS indica que la investigación reciente arroja resultados en el sentido de que se puede establecer que el TEPT se presenta con más frecuencia y tiene consecuencias mucho más graves de lo que se creía anteriormente. Estos estudios se suman a la percepción generalizada de que el estrés y la ansiedad, relacionados con la depresión, se han disparado en las últimas décadas. Para complicar las cosas, los ataques terroristas afectan cada vez más a las naciones occidentales, se presentan con más frecuencia y letalidad huracanes, tsunamis, desastres invernales que se expresan en inundaciones y avalanchas y pareciera que los terremotos también han ganado en capacidad destructiva como lo atestiguan los recientes sucesos de Haití, Chile y Japón. Debido a estas consideraciones, a los dirigentes de las comunidades les gustaría saber cómo preparar a las personas para eventos psicológicamente estresantes y para aumentar el potencial de recuperación. Los investigadores, a su vez, están muy ocupados trabajando en averiguar qué rasgos son compartidos por las personas que demuestran una mayor capacidad para hacer frente a las adversidades, con la esperanza de ayudar a otros a ser más resistentes al estrés, y a fenómenos como el trauma y la depresión. Pero, ¿es realmente posible fortalecer los recursos de la resistencia humana? ¿No son, naturalmente, sólo algunas personalidades más optimistas que otras? ¿Se puede hacer algo en el nivel individual para promover la salud emocional sólida en un mundo cada vez más turbulento? Es cierto que algunas personas nacen con una perspectiva que tiende a lo positivo, y que el optimismo es visto como un factor clave en la resiliencia. Pero los investigadores saben ahora que las nuevas experiencias y relaciones de apoyo, literalmente, pueden cambiar la estructura del cerebro. Esto ha llevado a los psicólogos a entender que el 72
optimismo y la resiliencia pueden ser construidos, y que tanto los adultos como los niños pueden, en efecto, ser “vacunados” contra la depresión, por lo menos hasta cierto punto. A pesar de esta buena noticia, aumentar la resiliencia no es un logro heroico tan personal como la cultura individualista occidental y los nuevos descubrimientos nos pueden llevar a creer. Uno no se convierte en el tipo de persona que puede resistir la adversidad, simplemente mediante la adopción de una resolución feroz pero independiente, basada en la creencia de que por sí solo se puede afrontar exitosamente la adversidad sin el aporte de los demás. De hecho, dicen los investigadores, la capacidad de resistencia es casi imposible fuera de la influencia protectora de las relaciones interpersonales positivas. Además de los ideales individualistas occidentales o, quizás, debido a ellos, hay otros factores que contribuyen al aumento percibido en la prevalencia de la depresión y en el trastorno de estrés postraumático. Muchos aspectos de los planteamientos teóricos de John Bowlby sobre el apego infantil y sus efectos sobre el desarrollo cerebral, según lo publicado en 1969, están siendo confirmados por los hallazgos de los neurocientíficos. Así como los seres humanos necesitan alimentos nutritivos en la infancia para desarrollar adultos sanos, también necesitamos nutrir las relaciones en la infancia para desarrollar una actitud mental saludable. Teniendo en cuenta estos factores, es fácil ver por qué las primeras relaciones positivas ayudarán a determinar qué tanto vamos a ser resilientes como adultos. Sin embargo, hay que reconocer que los vínculos tempranos no son los únicos que afectan la capacidad de recuperación psicológica. Entre otras relaciones adultas, los sociólogos dicen que vínculos como el matrimonio pueden tener un efecto similar al de los vínculos construidos en la infancia. De hecho, la investigación muestra que si alguien con un apego inseguro se casa con una persona con patrón de apego seguro, a continuación, aproximadamente después de un lapso de cinco años, se producirá un cambio en su patrón de inserción a un perfil más seguro. Mientras que los sociólogos reconocen que, incluso, vínculos con colegas, amigos y con la comunidad en general, pueden beneficiar la salud mental de las personas que sufren de estrés, en la situación ideal, la cuna de la resiliencia sería la unidad familiar, que es la primera fuente de vinculación de una persona, apoyo afectivo y claro modelo de estilos de afrontamiento. Pero si los padres no están disponibles o no aportan afectivamente por cualquier razón, otras relaciones íntimas como las de abuelos, tías, tíos, hermanos mayores o profesores, pueden suplir esta necesidad y contribuir a establecer un patrón de resiliencia. Froma Walsh, en su libro Fortalecimiento de la resiliencia familiar (2006), ha señalado que “hemos llegado a entender la resiliencia como una interacción permanente entre la naturaleza y la educación, alentados por las relaciones de apoyo”. Walsh dice que hay varias maneras en que las relaciones familiares dan forma particular a las bases de la resiliencia en tiempos de estrés o trauma: Los sistemas de creencias compartidas que se transmiten a través de las 73
interacciones de la familia, son una poderosa influencia en la resiliencia. La adaptación de los niños a los eventos críticos es influenciada por el sentido de la experiencia, que está mediada por la comprensión de los padres y la comunicación. Walsh considera que el factor clave para la resiliencia de la familia abarca tres áreas muy estudiadas: la construcción del sentido de la adversidad, el mantenimiento de una actitud positiva, y la búsqueda del sentido más allá de sí mismo, la familia y los problemas, mediante la adopción de convicciones espirituales. Tan simple como pueda parecer, cada uno de estos temas es digno de una exploración más profunda. La construcción de sentido de la adversidad Un sujeto traumatizado puede estar tan abrumado y sumergido por la multitud de nuevos sucesos, que él o ella no puede responder a un mundo confuso, dice el psicólogo francés Boris Cyrulnik. La violencia sin sentido significa que la muerte nunca está lejos. Los granos de arena parecen montañas y el mundo pierde su claridad. En tanto que el trauma no tiene sentido, estamos destrozados, estupefactos y confundidos por un torbellino de informaciones contradictorias. Pero, dado que estamos obligados a darle un sentido a los fenómenos y objetos que ‘nos hablan’, tenemos una manera de despejar la niebla que nos viene rodeando cuando experimentamos un trauma psíquico, y de esta manera son las narrativas. Las narrativas, o la historia mental que construimos para explicarnos las adversidades han sido reconocidas por los psicólogos como un paso importante en la superación de las mismas. Ésta es la razón por la cual las personas se animan a hablar de las cosas que les suceden, no simplemente para conseguir que les den una palmadita en la espalda, o para demostrar algún tipo de dependencia emocional, sino debido a la necesidad de volver palabras los traumas, pues nuestra esencia humana nos hace sentirnos obligados a situarlos en su contexto y darles sentido. Ahora bien, no todas las narraciones se pueden compartir con otras personas, Cyrulnik admite: “A veces, el testigo sólo existe en la imaginación del sujeto lesionado, que está hablando con un oyente virtual a quien le cuenta su propia historia”. Sin embargo, y dependiendo de a quién se realice la narración y cómo se haga, hay algunos ingredientes que deben incluirse en la historia para que este ejercicio facilite la recuperación. Según los investigadores del Hospital Universitario de Hadassah, en Jerusalén, estos ingredientes son la continuidad y la coherencia y la creación de sentido y de autoevaluación. Durante mi estadía en Jerusalén en el verano de 2008, profundizando en las áreas del trauma y la resiliencia, tuve la oportunidad de conocer su estudio, presentado inicialmente en 2004 sobre al valor de la utilización de las narrativas para hacer frente a los eventos traumáticos. En ese estudio, los investigadores encontraron que “cuando el relato estaba bien construido, con una historia coherente, significativa y una autoimagen positiva, los niveles de los síntomas de Trastorno de Estrés Postraumático eran más bajos”. Por “autoimagen positiva”, los investigadores no se referían a un simplista o infundado 74
fortalecimiento del ego, que es lo que caracteriza a una gran parte del movimiento popular que busca subir el entusiasmo o que la gente desarrolle una actitud positiva, especialmente, desde la última mitad del siglo XX, como se plantea en el capítulo de este libro en el cual abordamos el tema del optimismo. La definición académica de la autoimagen positiva es más concreta y consiste en la evaluación del propio rol en la adversidad en términos del grado de control, sentirse culpable o responsable, y de ser activo o pasivo. Esto nos lleva a una importante distinción que debe hacerse entre la versión popular de la autoestima y el tipo de autoevaluación positiva que da sentido a nuestras adversidades. En palabras del psicólogo Martin Seligman, es una cuestión de “sentirse bien frente a estar bien”. En su libro El niño optimista (1999): un programa para proteger a los niños contra la depresión y construir resiliencia permanente, del cual retomamos varios aspectos en el capítulo dedicado al optimismo, Seligman observa que “no existe una tecnología eficaz para la enseñanza de buenos sentimientos que no se enseñan primero haciendo bien. Los sentimientos de autoestima, en particular, y la felicidad en general, se desarrollan como efectos secundarios de dominar los desafíos, trabajando con éxito la superación de la frustración y el aburrimiento, y ganar. El sentimiento de autoestima es un subproducto de hacer las cosas bien”. Walsh (2006) reconoce el lugar valioso de la autoevaluación en el contexto de la resistencia de la familia, cuando señala que el mejor tipo de significado se basa en una comprensión de las limitaciones humanas. “Nadie es completamente indefenso o ‘todopoderoso’ en cualquier situación”, dice ella. “La autoestima procede de lograr la competencia relativa, en lugar de un control absoluto, para hacer frente a una situación difícil”. De hecho, cuando los miembros de la familia pueden ser realistas acerca de sus propias fortalezas y limitaciones, así como las de los demás integrantes en la familia, la historia compartida que surge de la adversidad es probable que sea más significativa. Mantenimiento de una perspectiva positiva Una visión realista de las fortalezas y debilidades no puede parecer en principio compatible con la segunda clave para la resistencia de la familia: el mantenimiento de una perspectiva positiva. Según Seligman, el tipo correcto de optimismo no es exclusivamente realista ni se puede aplicar ciegamente. El optimismo que es útil para sobreponerse a las adversidades es lo que él denomina “el optimismo flexible”, que se practica con una saludable dosis de la realidad y del sentido común, y cuando el costo del fracaso es bajo. Cuando el optimismo está firmemente enraizado en la realidad, de hecho, nos permite reconocer los contratiempos y aprender a verlos como oportunidades de crecimiento. Por ejemplo, alguien con optimismo flexible podría decirse a sí mismo: “A mi esposa no le gustó algo que dije, y ahora he aprendido a evitar ese tipo de comentarios en el futuro”, en lugar de: “Mi esposa es injusta y es imposible estar de acuerdo con ella”. Otro componente de la teoría de la realidad optimista, se basa en el tipo de pensamiento que considera las causas de la adversidad como temporales y no como 75
permanentes y generalizadas. Si no aprendemos a ver que las adversidades son temporales (desesperanza aprendida), no tenemos ninguna motivación para cambiar nuestras acciones, porque no creemos que el cambio de nuestras acciones hará una diferencia. Por lo tanto, no experimentaremos la sensación de dominio que nos ayude a recuperarnos de las dificultades, y llegaremos a ser más susceptibles a la depresión. Como ha planteado Seligman, cuando creemos que las causas de los acontecimientos negativos son temporales, tenemos una base sobre la cual construir la esperanza de que el futuro será mejor, no importa lo que podría estar pasando en este momento. También tenemos la motivación para hacer los cambios necesarios para garantizar que el futuro sea mejor. El dominio de sí mismo que resulta cuando hacemos estos cambios se alimenta del tipo adecuado de autoestima, y crece en espiral, en lugar de disminuir. Otra dimensión de optimismo en relación con la resistencia de la familia consiste en cómo (y de parte de quién) se acepta la culpa. La aceptación de un grado de culpa en los contratiempos o incluso en las experiencias traumáticas, puede ser un útil mecanismo de supervivencia, pero la aceptación de la culpa sólo es terapéutica cuando la víctima tiene realmente algún control. Autoculparse inmerecidamente es algo terriblemente destructivo, especialmente, cuando se hace acudiendo a generalizaciones de alcance universal, tales como: “Esto sucedió porque soy tonta, yo no valgo nada”. Las familias limitan su capacidad de resiliencia colectiva, cuando se definen a sí mismas con base en generalizaciones, como por ejemplo: “X o Y, nunca pueden lograr lo que se proponen”. Froma Walsh señala, que: Las familias resilientes muestran, sorprendentemente, una baja tendencia a culpar, a recurrir a ataques personales, o a buscar chivos expiatorios. Los miembros de las familias resilientes asumen la responsabilidad de sus propios sentimientos y acciones y reconocen su contribución a las dificultades, pero también reconocen las fortalezas y las contribuciones positivas de los demás, construyendo así la creencia compartida de la familia que no está indefensa ante los eventos adversos. Como resultado de ello, la motivación para perseverar a través de la adversidad es mayor, debido a la creencia de que el cambio es posible, con base en lo cual se anima a la gente a intentar varias veces para conseguir lo que desea. Cuando estos intentos logran producir crecimiento postraumático, se hace más fácil para los miembros de la familia ver la adversidad como el resultado de muchas variables temporales que confluyen y no como el resultado de una sola causa sencilla. Encontrar el sentido más allá de uno mismo El último de los tres sistemas de creencias compartidas que Walsh considera como principales contribuyentes a la resiliencia de la familia es la capacidad de encontrar el sentido fuera de uno mismo a través de las creencias que trascienden los límites del conocimiento personal: “Un sistema de valores trascendente, nos permite definir nuestras vidas y nuestras relaciones con otros como muy significativas e importantes. Así como los individuos pueden ser exitosos en relaciones significativas, las familias son exitosas 76
cuando se conectan a comunidades y sistemas de valores más universales”. ¿Por qué? Walsh dice que manejamos de mejor manera los riesgos de nuestras relaciones, cuando tenemos la esperanza de que éstas hacen parte de un continuo y que tienen un propósito fuera de nuestra propia experiencia. Sin esta visión más grande, dice Walsh, “somos más vulnerables a la desesperanza y la desesperación”. Los sistemas de creencias trascendentes son muy poderosos para inspirar el cambio personal creativo y el crecimiento en lugar de quedarse en la culpa. Después de todo, el sufrimiento es a veces el resultado de la injusticia y la violencia sin sentido. La religión y la espiritualidad ofrecen una visión de un futuro prometedor más allá de un presente difícil, que puede proporcionar un valioso impulso hacia la curación y la construcción de la resiliencia. La culpa, la amargura, la impotencia, la venganza y el miedo, se caracterizan por un enfoque anclado en el pasado. En contraste, los rasgos de la capacidad de adaptación creativa, la construcción de relaciones, el cambio, el crecimiento, el dominio, el optimismo, el altruismo, la narrativa, en su conjunto, producen otro rasgo de peso: la esperanza. A raíz de las devastadoras pérdidas originadas en el trauma, dice Walsh, “tenemos que recuperar la esperanza de ayudar a las familias a invertir en la reconstrucción de sus vidas y realizar una revisión de sus esperanzas y sueños”. La esperanza es una creencia orientada hacia el futuro, gracias a la cual, no obstante, lo sombrío del presente, podemos vislumbrar un futuro mejor. Elementos para cultivar características resilientes Como es evidente por lo hasta aquí expuesto, la resiliencia es un rasgo que tiene una gran influencia en la adaptación exitosa, en las conductas de afrontamiento y constituye la base para muchas otras habilidades de carácter positivo, como la paciencia, la tolerancia, la responsabilidad, la compasión, la determinación, el compromiso, la confianza en sí mismo, y la esperanza. La esencia de la resiliencia es la capacidad de recuperarse de la adversidad, la frustración y la desgracia. A continuación examinaremos algunos de los comportamientos y características que, de acuerdo con la literatura disponible, se pueden cultivar dentro de una familia o establecimiento educativo, para construir resiliencia: Práctica de la aceptación incondicional positiva La resiliencia se desarrolla cuando los factores situacionales estan conectados con las características personales del individuo. La construcción de la resiliencia en un niño debe empezar lo más temprano posible. Tratar a un niño con aceptación incondicional positiva, aumentará la probabilidad de que los rasgos de carácter deseables se desarrollen, ya que se sientan las bases para futuras decisiones y se establecen marcos de acción que apoyan el desarrollo positivo. El establecimiento de estrechas relaciones de apoyo 77
Nada reemplaza la seguridad que proviene de un niño que tiene una relación cercana y personal con un adulto significativo. Además, es importante contar con cuidadores alternativos que también ayuden al niño a desarrollar confianza en una variedad de personas. Una red de apoyo relacional provee al niño la oportunidad de entender las funciones, las expectativas y la dinámica de diferentes relaciones. Comunicar normas realistas De suma importancia para la construcción de un marco para fomentar la resiliencia, es la necesidad de establecer altas, pero realistas, metas e ideales. Establecer y comunicar las altas expectativas, expresando la convicción de que el niño no sólo será capaz de lograrlas, sino que hará el esfuerzo necesario para alcanzar los objetivos. Establecer límites claros y compatibles Sin límites, el niño desarrolla una falta de seguridad al no contar con un punto de referencia conocido. Los límites a la conducta y el establecimiento de las reglas claras, son necesarios para que cuando los hechos no salgan según lo planeado, el niño tenga un lugar al que regresar para empezar de nuevo. Dependiendo del nivel de desarrollo del niño, es deseable que él o ella también puedan participar en el establecimiento de algunas de estas normas o límites de comportamiento, pues está demostrado que tenemos mejor disposición a obedecer y cumplir aquello que no sentimos como impuesto. Usar un estilo de interacción de poca crítica La mayoría de los niños responden al calor afectivo y a la instrucción positiva. Al evitar la crítica, la atención se centra en los comportamientos deseados, y los niños son más propensos a tomar riesgos y cumplir las expectativas. Enfocarse en elogios frecuentes de las fortalezas exhibidas Reconocer las conductas apropiadas a través de frecuentes comentarios positivos, aumenta la probabilidad de que esos comportamientos se repitan. Señalar expectativas claras y mantener una continua retroalimentación sobre ellas, minimiza la confusión y genera sensación de seguridad, porque los mensajes positivos hacen ver más alcanzables las expectativas y dan sentido de destino. Adoptar un método para alcanzar objetivos con el niño El fracaso y la falta de éxito son oportunidades para aprender la persistencia y desarrollar nuevas estrategias de afrontamiento de problemas. Recordemos que Einstein señaló que no es exitoso enfrentar problemas nuevos con las mismas estrategias de siempre. Un proceso sencillo de cuatro pasos que se puede establecer es el siguiente: (a) precisar claramente el objetivo, (b) decidir la mejor estrategia para llegar a ese objetivo, (c) clarificar la línea de actuación adecuada y generar acciones, y (d) tomar medidas correctivas continuas con base en lo avanzado. Celebrar los esfuerzos, no importando su tamaño Reconocer los esfuerzos y los éxitos de sus miembros, hace parte de la incorporación 78
de rituales y celebraciones necesarias en los contextos familiar y escolar. Adoptar estrategias individuales de reconocimiento y celebraciones en grupo son elementos que pueden reforzar el aprendizaje. También es importante ayudar a los niños en el desarrollo de la confianza en sus propios esfuerzos y comportamientos, ya que, poco a poco, aprenden a colocarse metas por sí mismos. Proporcionar oportunidades para posponer la gratificación Ayudar al niño a aprender a posponer la gratificación crea un sentimiento de control y confianza. La flexibilidad es mayor y la impulsividad es menor, cuando los niños aprenden a posponer la gratificación. Enseñar habilidades para la supervivencia y la vida Una parte de la competencia global es el dominio de las habilidades sociales para la vida, incluyendo la asertividad, la resolución de conflictos, habilidades de rechazo, manejo del estrés, técnicas de afrontamiento, toma de decisiones y establecimiento de metas. Estas habilidades pueden ser enseñadas a través de una combinación de instrucción directa y el modelado. Desarrollar las competencias basadas en los intereses Estructurar el medio ambiente para que los niños tengan muchas oportunidades de probar nuevas conductas y habilidades que sean apropiadas para la edad y les permitan direccionar sus intereses y habilidades. Es útil implementar un continuo aumento de la complejidad de las actividades, para que los niños añadan a su repertorio nuevas y eficaces habilidades y capacidades, lo que a su vez incidirá directamente en el incremento de su autoestima. Ser sensible a las cuestiones de género relacionadas con las influencias Si bien es crucial no introducir en los niños discriminaciones por su género, hay que tener en cuenta las preferencias individuales de los niños y las niñas. Por ejemplo, la investigación ha indicado que los niños suelen responder a la estructura, la organización y las normas a un mayor grado que las niñas. Por otra parte, las niñas suelen necesitar más apoyo al momento de aprender a tomar riesgos y crecer más independientes. Ofrecer oportunidades de servicio Incluso los niños pequeños pueden participar en las decisiones de gobierno, la asistencia mutua y la prestación de servicios. Las destrezas y habilidades se pueden desarrollar mientras que los niños aprenden a ser útiles. Cuando los niños aprenden a dar de sí mismos para ayudar a otros, incluso, a traves de contribuir en el aseo o el cuidado de animales y mascotas, pueden desarrollar la confianza, la autoestima y sentimientos de logro. Como es evidente, el desarrollo de atributos resilientes en los niños y los jóvenes les ayuda a evitar, minimizar o superar los factores de riesgo. La investigación realizada por 79
Benard (1991), así como otros investigadores, identifica cinco categorías principales en los rasgos de las personas que las hacen resilientes: Las competencias sociales o la exhibición de conductas prosociales: éstas aumentan la capacidad de los niños para encontrar y mantener relaciones sanas con los demás e incluyen: 1. La capacidad de respuesta personal y la capacidad para generar respuestas positivas en los demás. Flexibilidad. La empatía y bondad. Buenas habilidades de comunicación. Sentido del humor. 1. Capacidad bien desarrollada para resolver un problema: esta categoría no debe ser confundida con un alto rendimiento escolar, pues más bien se refiere a la capacidad de reconocer las influencias sociales en el medio ambiente y tomar decisiones acerca de estas influencias. Esta capacidad implica: Planificación. Desarrollo de conciencia crítica. Imaginación. Inventiva e iniciativa. 1. Autonomía: habilidad que hace relación a: Un fuerte sentido de identidad y dignidad; la autoestima y la autoeficacia. Autodisciplina. La capacidad de actuar de forma independiente. La capacidad de separarse o establecer un “distanciamiento creativo” de los ambientes y situaciones disfuncionales. Resistencia. 1. Compromiso religioso / espiritual: que involucra poder asumir: Un sistema de creencias estable. Sentido de la utilidad / pertenencia a una comunidad. 1. Sentido de propósito y futuro, que implica construcción de sentido de vida mediante: Desarrollo de intereses específicos. 80
Establecimiento y clarificación de objetivos. Motivación al logro. Aspiraciones educativas. Determinación de expectativas saludables. Persistencia. Esperanza. La creencia en un futuro atractivo y asequible. Además de todo lo anterior, pero de ninguna manera menos importante, es trascendental recordar que se ha encontrado que para que un niño pueda superar un trauma, necesita a su lado a un adulto o persona significativa emocionalmente, esto es, una persona que le acoja, le anime, crea en ella y le acepte. Por supuesto, hay que reconocer que tenemos que esforzarnos para que esta aceptación sea del tipo incondicional, en los términos de Rogers. En ese sentido, se trata de aprender a aceptar a la persona tal cual es, separando lo que las personas son de lo que hacen y, de manera especial, en el caso de los niños, pues “la maldad” se puede atribuir cuando se ha alcanzado algún grado de madurez y responsabilidad por los actos.
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Capítulo VIII
Crecimiento postraumático: superando la adversidad No se equivoca el ave que ensayando el primer vuelo cae al suelo. Se equivoca aquella que por temor a caerse, renuncia a volar. Autor desconocido
C on base en sus investigaciones, Tedeschi y Calhoun sugieren que ciertas características de personalidad predisponen a algunas personas a crecer como resultado de su lucha con el trauma. Hacen énfasis en el denominado optimismo disposicional, la complejidad cognitiva, locus de control interno, y en la extraversión. Ellos plantean que la relación entre la personalidad y el crecimiento a través de la adversidad puede ser curvilínea, es decir, que no son las personas con niveles muy altos o muy bajos de las características de personalidad pertinentes las que tienen más probabilidades de presentar crecimiento postraumático. En su mayor parte, Tedeschi y Calhoun hacen hincapié en los mismos procesos cruciales de afrontamiento al igual que Janoff-Bulman. El resultado final es determinado por la reparación de los esquemas cognitivos (ilusiones de adaptación) y por la reelaboración de un relato de vida en la que el trauma y la respuesta al mismo ocupan un lugar central. Tedeschi y Calhoun escriben: No hay nada nuevo o notable en la afirmación de que el crecimiento psicológico puede ser precipitado por el dolor de los acontecimientos adversos. Lo que hemos descubierto, de manera novedosa y notable, es la frecuencia con que esto sucede y cómo al parecer, la gente común alcanza la sabiduría a través de su extraordinaria lucha con las circunstancias que inicialmente eran desagradables en extremo. Uno de los problemas para los clínicos es cómo interpretar estos puntos de vista diferentes. Hay estudios sistemáticos que apoyan ambas posiciones. Tennen y Affleck presentan una visión reflexiva y equilibrada. Ellos creen que hay demasiadas preguntas sin respuesta sobre el concepto de crecimiento postraumático para llegar a una respuesta definitiva. Los estudios longitudinales (con la posibilidad de evaluaciones pretrauma) son muy necesarios. Queda mucho por aprender acerca de la predisposición de la personalidad, cambios repentinos en comparación con cambios graduales, diferencias de 82
respuesta según el género (las mujeres parecen ser más propensas a reportar beneficios y crecimiento), y los aspectos de la personalidad que pueden cambiar a partir de la lucha con el trauma. El propósito de este ensayo es llamar la atención de las personas del común y de los académicos, sobre la vigorosa y continua participación del sufrimiento y de sus consecuencias en el crecimiento y fortaleza emocional de las personas. El viejo adagio, con asiento en las reflexiones de Nietzsche: “Lo que no te mata te hace más fuerte”, continúa atrayendo la atención de quienes se acercan al estudio serio del trauma y sus consecuencias. El contexto para el crecimiento postraumático Las crisis más comunes en la vida como la enfermedad física, el duelo, la separación y las que se originan en desastres naturales y conflictos armados, afectan y transforman la vida de las personas de manera única y duradera. La mayor parte de la creciente investigación sobre los acontecimientos traumáticos y sobre la manera en que las personas les hacen frente, se ha enfocado en las emociones dolorosas y en los síntomas físicos y psicológicos que suelen producir típicamente, al menos en el corto plazo (Bromet y Rocío, 1995; Rubonis y Bickman, 1991). Pero, al enfrentar la adversidad, la gente no siempre sale afectada, sino que exhibe tenacidad, resiliencia e, incluso, experiencias de crecimiento personal. En muchas personas, las crisis de la vida hacen el papel de catalizador para que se produzca una mejora personal y social, para que emerjan recursos personales y sociales, y se desarrollen nuevas estrategias de afrontamiento. ¿Por qué las crisis conducen a que algunas personas desarrollen una mayor autosuficiencia y madurez, mejoren las relaciones con familiares y amigos, y desarrollen nuevas habilidades para la resolución de problemas y a otras personas les destrozan la vida? ¿En qué medida las características propias de la crisis, como por ejemplo, su gravedad, determinan si las personas se transformarán en mejores o peores seres humanos? ¿Qué papel juegan los recursos sociales y de la comunidad en el logro de transformaciones personales? ¿Cómo los recursos personales y las habilidades de afrontamiento contribuyen a la adaptación exitosa y al crecimiento personal? Intentamos abordar estos aspectos a continuación. Con el fin de entender la adaptación positiva de los individuos a las crisis de la vida, los investigadores han hecho énfasis en los aspectos que permiten a las personas hacer frente exitosamente a los factores de estrés y mantener el funcionamiento saludable. Los estudios han permitido identificar factores específicos que posibilitan a las personas enfrentar los estresores y mantener un funcionamiento saludable. A través de la historia, el sufrimiento y el crecimiento por medio del mismo se han considerado relacionados de alguna manera. Adicionalmente, las diferentes religiones orientales y occidentales han conferido un papel central al sufrimiento y lo han considerado como un catalizador del crecimiento personal, que podría ayudar a las 83
personas a alcanzar la sabiduría, pues les permite acercarse a la verdad y a la divinidad. Los eventos traumáticos han empezado a ser vistos como lecciones de la vida de los que es posible aprender. En un principio, la filosofía existencial y, más contemporáneamente, la psicología, han reconocido la posibilidad de crecimiento emocional y espiritual a través de las crisis y el sufrimiento, viéndolo a éste como generador de oportunidades para crear nuevos y más altos significados acerca de sí mismo, de los demás y de la propia vida. Los informes y descripciones de episodios o procesos de crecimiento postraumático se pueden encontrar dentro de la psicología humanista y existencial. Dentro de estas aproximaciones, abundan las descripciones de transformaciones espirituales y de identidad, los cambios en las relaciones interpersonales y los cambios en la estructuración de los sistemas de sentido. El primer intento, de acuerdo con lo existente en la literatura, de la primera experiencia empírica para medir los efectos de un evento traumático en la mirada existencial, fue efectuado por Ebersole en 1970. Los primeros estudios que deliberadamente mencionan la posibilidad de experimentar el crecimiento a partir de la resignificación de las consecuencias de un hecho negativo fueron los de Taylor al examinar los efectos de calamidades naturales, y los de Hamera y Shontz’s al observar el impacto de una enfermedad potencialmente mortal. Desde entonces, el número de estudios ha crecido rápidamente, cubriendo una amplia gama de eventos de tipo traumático con un incremento similar del rigor metodológico. Crecimiento postraumático: terminología A lo largo de los años, no ha habido un único término para describir el fenómeno de lo que ahora conocemos como crecimiento postraumático (CPT). Las reacciones positivas después de un evento adverso y/o traumático en la vida, han sido denominadas como: cambios psicológicos positivos; beneficios percibidos o interpretación benéfica; iluminación, estrés relacionado con crecimiento, ilusiones positivas y reinterpretación positiva, y otros tantos de los cuales hacemos mención más adelante. El término crecimiento postraumático en la literatura psicológica impresa, fue utilizado por primera vez por Tedeschi y Calhoun en 1996, en un artículo donde los autores presentaron los avances de lo que denominaron inventario de crecimiento postraumático (PTGI), que intenta medir este concepto y del cual, en la actualidad (2011), estamos haciendo la validación en español, en Colombia. Los mencionados autores han justificado la elección y persistencia en el uso de este término de una manera amplia. Para empezar, señalan que la expresión de crecimiento postraumático incorpora los más diversos enfoques sobre los acontecimientos estresantes que ocurren no sólo al azar, sino que son exclusivamente traumáticos. La razón de esto es que se ha observado que la mayoría de los eventos de magnitud extrema son capaces de promover ese crecimiento, mientras que los estresores menores no conllevan esa propiedad. Se reconoce la relación entre las dificultades y los procesos de la maduración natural y cómo estas circunstancias adversas ayudan a la adquisición de nuevas y más refinadas habilidades para desenvolverse, pero el CPT se considera que es, tanto cualitativa como cuantitativamente, diferente de este 84
tipo de desarrollo. En el mismo sentido, términos como florecimiento o superación no implican la necesidad de que la persona sostenga una lucha frente a algo extremadamente amenazador, el esquema fundamental para que se produzca el CPT es que el individuo afronte una experiencia demoledora, que desborde las estrategias normales que utiliza normalmente para salir de los problemas. En segundo lugar, a partir de las exposiciones de los señalados autores, en el proceso de maduración normal de los individuos, se excluye la posibilidad de una connotación positiva de las dificultades. En tercer lugar, el término crecimiento tiene, a la vez, la connotación de proceso en curso y de resultado, pero algo distintivo es que, en comparación con otra terminología, el CPT es considerado como un resultado estable y, de manera más reciente, se ha asumido no sólo como un mecanismo de supervivencia sino como una estrategia de afrontamiento. Este término, CPT, ha sido considerado como uno de los términos propuestos recientemente, de mayor alcance, aunque, según algunos, no determina, de una manera perfectamente adecuada, el fenómeno objetivo. Llama la atención el hecho de que las personas que han experimentando un evento estresante importante, desarrollen fortalezas más allá de sus niveles previos de funcionamiento y que la adaptación se produzca a partir de un acontecimiento inesperado, indeseable, muy estresante y negativo. Al concebir el término CPT, los autores también han tenido en cuenta los cambios positivos significativos en el funcionamiento cognitivo y emocional, y las posteriores implicaciones en el comportamiento posterior. A pesar de todas sus ventajas sobre otras terminologías, se ha considerado que el término crecimiento postraumático tiene algunas deficiencias importantes, siendo, de acuerdo con quienes así lo consideran, la más evidente, que de una manera incorrecta, el término lleve a considerar que el CPT es un resultado directo del afrontamiento de una situación traumática y, en consecuencia, que se considere que aquellos que experimentan el crecimiento postraumático, podrían estar libres de cualquier tipo de peligro. Por supuesto que estas dos consideraciones no son sino malos entendidos, pues algo que se ha venido señalando a partir de los avances investigativos es que CPT no equivale a invulnerabilidad y que no implica que las personas no sientan estrés o que no puedan ser afectadas en otras áreas de sus vidas. De las observaciones que hemos realizado a personas que han experimentado crecimiento postraumático podemos afirmar que el crecimiento y el malestar pueden coexistir y no se excluyen mutuamente. Un evento traumático en sí mismo no produce CPT, sino que éste es el resultado de una múltiple interacción de factores a partir de la lucha de un individuo no sólo con el evento adverso sino con sus secuelas. En otro escrito lo hemos mencionado cuando decimos que el sufrimiento es inevitable, pero el sentirse desgraciado y miserable es opcional. Parece importante reiterar que estas afirmaciones no tienen base únicamente en nuestras observaciones, ni en las percepciones subjetivas de quienes han vivido un evento traumático y lo han superado, sino que se han generado a partir de las evaluaciones objetivas con base en la aplicación del inventario de crecimiento postraumático. Prueba que ha sido adecuadamente validada y estandarizada. 85
Conceptualizaciones teóricas sobre crecimiento postraumático Durante su desarrollo, el concepto de crecimiento postraumático se ha concebido de manera diferente por diferentes autores. De acuerdo con la literatura existente, hasta ahora se han planteado dos enfoques principales: el CPT como resultado estable del afrontamiento y lucha con los eventos traumáticos o como una estrategia continua que se manifiesta como mejor autopercepción para seguir funcionando después del evento adverso. En el primer enfoque (CPT como el resultado del proceso de afrontamiento), el crecimiento denota un cambio beneficioso y significativo en la vida, tanto en el área de lo cognitivo como en el ámbito emocional de las personas, lo cual ha sido considerado por algunos como la “antítesis” del trastorno de estrés postraumático. Como ya hemos mencionado, y lo que es causa de debates más elaborados, las reacciones positivas y negativas a eventos traumáticos, no pueden ser vistas como los dos extremos opuestos de un mismo continuo, sino que están interrelacionadas como las dos puntas de un mismo cordel. Al hablar de debates sobre el concepto, por ejemplo, Zoellner y Maercker, consideran que hay diferencias conceptuales entre los distintos ámbitos de crecimiento y ajuste emocional en general. El CPT no significa un aumento instantáneo en el bienestar y la reducción de la afectividad negativa. Aún más, algunos autores consideran que los individuos que refieran muy altos niveles de la percepción subjetiva de crecimiento postraumático sin el acompañamiento de emociones o afectos negativos, están haciendo reportes, probablemente falsos o, sencillamente, están en una fase de negación. Ahora bien, en el caso de los reportes, como los que señala ya en algunos informes la OMS, respecto de personas que, aunque afirman una sensación de crecimiento, pero a la vez algún tipo de mal funcionamiento (por lo general, la afectividad negativa), la probabilidad de que experimenten un auténtico crecimiento postraumático en algunas dimensiones vitales es mayor. Por lo tanto, es muy importante hacer hincapié en que el crecimiento postraumático y la angustia pueden coexistir. No debemos olvidar que unos de los primeros señalamientos de los investigadores, coinciden en afirmar que parece que un determinado grado de dificultad es un elemento necesario en el impulso y el mantenimiento del crecimiento postraumático. Tipos de resultados de crecimiento En pocas palabras, a través de la literatura, el CPT se considera la experiencia de un cambio positivo que se produce como resultado de la lucha de los individuos con fuertes y desafiantes crisis de la vida. Como ya se mencionó, no se trata sólo del resultado de las reacciones después de un evento negativo, sino de un proceso en curso. Así, hemos observado que el crecimiento postraumático se va consolidando a medida que las personas dejan de estar estancadas en lo que les sucedió y, al integrar la experiencia adversa a su vida, se proyectan al futuro construyendo un significado no sólo a lo 86
sucedido sino a la nueva experiencia de vida, sin aquello que perdieron producto de la adversidad, pero con proyectos enfocados en su nueva realidad. Así, dentro de la literatura sobre las formas de vivir y afrontar grandes crisis, se encuentran documentadas las reacciones positivas que pueden conducir y acompañar al crecimiento postraumático, así como el establecimiento de una actitud de lucha y respuesta a los desafíos. Ambos fenómenos pueden ocurrir como consecuencia de un evento extremo y a los dos se les ha asignado lo que se podría denominar una “valencia positiva” (son decisivos ya que determinan niveles superiores de funcionamiento en algunas de las dimensiones del individuo, luego de vivir la experiencia adversa), pero tienen varias características distintivas. Las investigaciones remiten a una especie de salto cuántico en la manera de conceptualizar el trauma y sus consecuencias, pues estamos hablando de inesperadas transformaciones (a veces los cambios son literalmente de 180°) en la vida de las personas, cambios que no sólo son considerados positivos, sino que implican un efecto permanente y duradero. En los avances teóricos planteados por los autores, el salto cuántico se traduce en nuevos y más fuertes niveles de funcionamiento normativo que, en comparación con los niveles originales de funcionamiento pretrauma de la persona, pueden ser más altos o estables. En no pocos casos, el crecimiento postraumático ha conllevado un cambio que ha sido registrado con bastante frecuencia (especialmente en el caso de las conversiones religiosas). Sin embargo, aún tenemos poco desarrollo conceptual al respecto, debido a que la medición de este fenómeno hasta ahora está en desarrollo. Por otra parte, el CPT puede presentarse en un momento determinado como un resultado, pero esto no implica la garantía de que en todas las personas que se enfrenten a eventos adversos, se va a activar el crecimiento postraumático, pues también debe reconocerse que se han registrado casos menos afortunados, cuando después de momentáneos sentimientos de crecimiento, los individuos han evidenciado algo así como un retroceso en el tiempo, por lo que hay que decir que el crecimiento personal ha sido considerado como ilusorio, ya que no dio lugar a informes estables de crecimiento. ¿Cómo pueden crecer las personas a partir de su experiencia de trauma o pérdida? El afrontamiento de eventos traumáticos y la pérdida de un ser querido por muerte, suelen ser los eventos más temidos por las personas, sin embargo, su presencia en nuestra vida personal es prácticamente inevitable. Para muchas personas, el trauma y la pérdida amenazan el orden, la estabilidad y la previsibilidad de la propia vida, y el proceso de reorganización o reconstrucción de la vida, que tales acontecimientos exigen, es difícil e inquietante (Janoff-Bulman, 1992; Neimeyer, 1998). Sin embargo, muchas personas que se enfrentan a este reto de la reconstrucción del proyecto de vida indican que, aunque es un proceso doloroso, es un proceso valioso que vale la pena afrontar. Las personas informan, por ejemplo, que, como resultado de su experiencia, la vida cobró 87
más valor; se convirtieron en personas más cercanas a la familia y amigos, y aprendieron importantes lecciones sobre la vida, el afrontamiento y la capacidad de resistencia del ser humano (por ejemplo, Affleck, Tennen y Rowe, 1991; Davis y Nolen-Hoeksema, 2001; Lehman y colaboradores, 1993; Schaefer y Moos, 1998; Tedeschi y Calhoun, 1995). Numerosos estudios de campo realizados con personas que han experimentado una serie de factores adversos permiten confirmar que los informes sobre la percepción de importantes beneficios o ganancias, posteriores a la vivencia trágica (por ejemplo, crecimiento personal) son sorprendentemente comunes (Collins, Taylor y Skokan, 1990; Edmonds y Hooker, 1992; Frazier, Conlon y Glaser, 2001; McMillen, Smith, y Fisher, 1997 Park; Cohen, y Murch, 1996; Tedeschi y Calhoun, 1995; Park, Tedeschi y Calhoun, 1998). Es importante señalar que los informes sobre crecimiento personal o ganancia percibidas, no implican necesariamente la aceptación de la pérdida, la resolución del duelo, o el éxito del ajuste emocional, pero permiten evidenciar que las personas pueden conservar la visión de que el mundo no es de por sí un lugar inseguro y mantener la idea de que él o ella siguen teniendo un relativo control sobre lo que les sucede. Dimensiones del crecimiento postraumático Como ya se mencionó, el concepto de CPT es un constructo multidimensional. Se han encontrado diferencias en la manera como las personas refieren distintos tipos de crecimiento que experimentan al afrontar similares eventos adversos en la vida. Estas manifestaciones de crecimiento se expresan en diferentes dimensiones y pueden o no presentarse juntas dentro de las experiencias de los mismos individuos. En el comienzo de la investigación del CPT, se han documentado tres dominios principales en los cuales las personas suelen reportar crecimiento postraumático: los cambios en la percepción de sí mismo, los cambios en las relaciones interpersonales y los cambios en la filosofía de la vida. Las investigaciones más recientes, de alguna manera, se han visto influenciadas por los resultados que se desprenden de la psicología positiva, que ha refinado la mirada investigativa en estos dominios. Hoy en día, con base en las investigaciones y los hallazgos que posibilitan la aplicación del inventario de crecimiento postraumático, se considera que, en su mayoría, el CPT puede manifestarse dentro de cinco principales ámbitos de la experiencia de las personas: Una mayor apreciación por la vida en general. Percepción de relaciones interpersonales más significativas. Una mayor sensación de fortaleza personal. Cambio en el orden de las prioridades vitales. Una mayor riqueza existencial y en la vida espiritual. De momento, una revisión profunda de la literatura ha permitido identificar informes que coinciden sobre la transformación de las personas en estas dimensiones dentro de las 88
poblaciones de América y de Europa occidental. Aunque hay que reconocer que la investigación sobre CPT, en poblaciones distintas a los Estados Unidos y Europa Occidental es escasa, no se puede desconocer que los datos de estudios recientes sobre refugiados en Bosnia y los avances que hemos obtenido en Colombia, permiten aseverar que la estructura de los mismos 5 factores o dimensiones de crecimiento se mantienen independientes de las diferencias culturales. A continuación hacemos un pequeño recorrido sobre lo que comprende cada una de las áreas o dimensiones de crecimiento enunciadas. 1. Aumento de la satisfacción o mayor aprecio por la vida en general Las personas que han experimentado muy graves y adversos acontecimientos, se refieren muchas veces a que, después de padecerlos, y una vez han integrado la experiencia a su vida, sienten mayor aprecio por la vida en general y valoran mucho más los pequeños detalles, que antes consideraban intrascendentes o superfluos. Dentro de esta dimensión, una de las experiencias que ha sido mayormente reportada es que, a diferencia de las personas que se dedican a meditar sobre los aspectos negativos de la experiencia adversa (que, usualmente, se ilustra con el intento de encontrar respuesta a la pregunta: “¿Por qué esto me pasa a mí?”), aquellos que tratan de encontrar algún tipo de beneficio a partir de lo sucedido (sustentado, por ejemplo, en la frase : “Me siento muy afortunado por sobrevivir” o, como se propone desde el ámbito logoterapéutico, trascienden del ¿por que? al ¿para qué?), refieren un cambio en su aprecio por la vida, lo que les lleva, consecuentemente, a hacer también un cambio en las prioridades. Con base en la experiencia de acompañamiento terapéutico a personas que han experimentado algún tipo de pérdida, se ha observado que, si antes las personas vivían con la mirada puesta en el futuro lejano, donde se situaba el logro de la felicidad, lo que ha sucedido es que las personas tienden a concentrarse más en el disfrute del aquí y del ahora. 2. Relaciones interpersonales más significativas Los hallazgos en las investigaciones sobre CPT muestran que las personas que han atravesado eventos adversos y los han integrado adecuadamente a su vida emocional, reportan que la dimensión de las relaciones interpersonales ha sufrido un cambio. En ese sentido, usualmente, se refieren a que las conexiones con los otros son más íntimas y con mayores demostraciones de afecto. Dentro de esta dimensión, las personas también suelen reportar mayor compasión y una mayor disposición a la empatía con otros que sufren. El cambio en esta dimensión resulta muy importante, ya que podría promover el desarrollo y/o mantenimiento del apoyo social y emocional, que es considerado como uno de los más importantes factores de protección identificados tanto en el estudio de los resultados negativos y positivos de los eventos traumáticos, como en el estudio de la resiliencia, según ha quedado evidenciado en la primera parte de este libro. Sin embargo, como lo hemos manifestado en otros escritos, tiene que ser reconocido que no todas las clases de apoyo social son benéficas y, aún más, que existen fuentes de apoyo social que son nocivas y tienden a favorecer que las personas se mantengan dentro de una especie 89
de posición victimista, tal como ocurre con muchos programas gubernamentales que favorecen intervenciones asistencialistas que obstaculizan la generación de estrategias de afrontamiento sanas en las poblaciones. Recientemente, los investigadores están coincidiendo en que se debe prestar más atención a las diferencias entre los aspectos de apoyo social positivo y negativo. Otro aspecto importante que, generalmente, se discute dentro de esta dimensión, es que las personas describen un aumento de la capacidad de autodescubrimiento (autoconocimiento) y de expresión emocional. Ahora bien, dado que no se han dirigido investigaciones explícitamente a este respecto, todavía no es claro si la capacidad de expresar sentimientos pretrauma promueve una mejor adaptación y crecimiento, o si en aquellas personas que informan el crecimiento postraumático en esta dimensión, el propio evento inició el desarrollo de esta capacidad. Sin embargo, la literatura ha abordado, en repetidas ocasiones, los efectos benéficos de la puesta en palabras adecuada de lo experimentado y la expresividad emocional, tanto en el habla como en lo escrito. No se puede dejar de señalar que el autodescubrimiento y la expresividad emocional no han resultado ser benéficos en todos los tipos de eventos traumáticos, y aún no se han planteado grandes controversias al respecto. Así, los investigadores han observado que, por ejemplo en el caso de la violación y el incesto, las relaciones más estrechas se han logrado a través de la consolidación de un mayor sentido de la precaución en la expresión. La mayoría de estas opiniones se derivan de la suposición de que la mayoría de las personas a las que el paciente revela la experiencia vivida, resienten este tipo de confesión como algo que es nocivo e intentan, a toda costa, evitar que las personas hablen de lo que vivieron y sintieron en el momento de afrontar el evento adverso, con lo cual se niegan los espacios para la discusión de los eventos negativos de la vida. No está por demás añadir que muchas de las personas que restringen la expresión verbal y emocional de los dolientes, lo hacen porque no soportan la incomodidad de las lágrimas y las palabras y, al no saber como acompañar esos momentos (que quizá confrontan con las propias sensaciones de vulnerabilidad), prefieren acallarlos con frases de cajón (“no llores”, “mejor no hables de ello para que no te hagas más daño...”, etc.) Pennebaker y Smyth tienen interesantes aportes frente a esta controversia y recalcan que, en general, parece que la divulgación de emociones relacionadas con un evento negativo, ayuda al individuo a organizar la experiencia y dar sentido (encontrar significado, a veces crear significado) al evento, a las secuelas posibles y a determinar futuras posibilidades, incluso, si el mecanismo subyacente al suceso adverso sigue siendo desconocido. 3. Aumento de la sensación de fortaleza personal Un muy frecuente reporte en el tema de los informes de CPT es el de una mayor sensación de fortaleza personal. La gente señala haber logrado más confianza y haber desarrollado sentimientos de seguridad y fuerza. Esto se manifiesta en expresiones como: 90
“Si yo he sido capaz de sobrevivir a esta circunstancia, seré capaz de manejar y sobrevivir a cualquier cosa”. En muchas ocasiones, esta percepción de aumento de la fuerza personal, puede derivarse de aprender a hacer comparaciones hacia abajo (regla de la resiliencia), lo que implica un desarrollo de estrategias adecuadas de afrontamiento. 4. Cambio en el orden de las prioridades vitales (nuevas posibilidades o caminos para la vida). Darse la oportunidad de realizar un cambio en las prioridades vitales y hacer la identificación de nuevas posibilidades o caminos para la vida propia, es lo que podría estar relacionado con el CPT en esta dimensión. El aspecto más importante dentro de esta dimensión parece ser el reconocimiento de que vale la pena perseguir algunos nobles objetivos, mientras que otros, por el contrario, deben ser abandonados, estableciendo así un nuevo camino en la vida. La investigación sistemática, en la rama de reciente creación de la psicología positiva, ha identificado a la fortaleza emocional como muy necesaria para la superación de las dificultades. Una de las características de esa fortaleza emocional es que no siempre significa que la perseverancia sostenida garantice la obtención de algo, el logro de una meta inalcanzable que se busca por todos los medios. La fortaleza emocional, inherente al proceso de crecimiento psicológico, es el aprendizaje de estrategias adaptativas que no sólo posibilitan la supervivencia, sino que, además, implican el logro de un nivel emocional más alto que el que se tenía antes de enfrentar el evento adverso. La importancia del proceso de crecimiento postraumático es la de dar, a quienes lo experimentan, la sensación de ser capaces de obtener metas que antes parecían inalcanzables, y, simultáneamente, encontrar nuevos y asequibles modos de afrontar las tragedias; todo esto es lo que, en otras áreas de la psicología, se ha incorporado en el modelo de la selección, optimización y compensación (SOC). Según esta dirección de la investigación, el CPT y la sabiduría parecen estar muy relacionados, y las personas que muestran CPT son aquellas que aprenden, de manera más flexible, a reemplazar lo que no se puede lograr con algo más realista y adecuado a la situación. Con ello se está planteando que quienes evidencian mejores grados de adaptación y, en consecuencia, mejor disposición de supervivencia, son aquellos que se rehúsan a darse por vencidos, no en una negación de lo ocurrido sino con una visión de que los eventos trágicos no son la última palabra que nos deja la vida. Así, además de luchar con interés, las personas que pasan de la situación dolorosa al crecimiento postraumático, son aquellas que hacen gala de perseverancia y tratan por todos los medios de adaptarse y lograr sus objetivos aprendiendo a renunciar a determinadas metas, justo en el momento adecuado, y, más importante, las sustituyen por otras más adecuadas, en otras palabras, más adaptativas. 5. Una mayor riqueza existencial y espiritual Aquellos que superan los eventos traumáticos y trascienden al crecimiento postraumático evidencian un profundo cambio en la dimensión de la filosofía de la vida, 91
lo cual incluye una transformación en varias subdimensiones del abordaje de la existencia. Estas subdimensiones no se excluyen mutuamente y son las siguientes: espiritual, existencial y religiosa. 1. Los cambios en temas existenciales y el sentido de la vida en general son determinados por la ruptura de las personas con esquemas de pensamientos nocivos a los que antes de la ocurrencia del trauma, estaban atados. Para que se avance al crecimiento postraumático es fundamental que los supuestos acerca de la existencia y el significado global de la vida, bajo los cuales se regía la vida de las personas, se pongan en discusión y se transformen con ayuda de las nuevas visiones que nos aporta la experiencia de sufrimiento. Es decir, se trata de que la persona se dé la oportunidad de aceptar que es verdad que hay cosas que sólo se pueden ver con ojos que han sido limpiados por las lágrimas. Por lo general, la literatura se queda considerando los cambios como el que representa un crecimiento en la persona, sin evidenciar cómo se produjo o de dónde provino. En este aspecto hay que anotar que estos procesos son resultado de eventos vitales que, con frecuencia, están acompañados de incómodas experiencias angustiosas en la vida afectiva. No exageramos, y aquellos que lo han vivido pueden corroborarlo cuando afirmamos que los más altos niveles de crecimiento personal se han registrado en los casos en que el trauma hiciera añicos las creencias sobre el significado de la vida. Esto determinó que los individuos vieran de frente la inevitabilidad de la muerte. La formación de un nuevo esquema de pensamientos frente a la existencia y la vida, y su integración en el sistema de sentido global de la persona es, generalmente, un proceso a largo plazo (con excepción de los casos descritos en lo que se conoce el fenómeno de Cambio Quantum, en el que se asiste a cambios abruptos). No hacemos una apología al dolor diciendo que sin su presencia no hay crecimiento, pero tampoco negamos que los grandes y trascendentales cambios de las personas son aquellos que siguen a experiencias límite. Las personas sí pueden cambiar, los procesos terapéuticos ayudan en ese propósito, pero la presencia del dolor es un insumo clave que, integrado a la experiencia vital, garantiza la reacción psicoafectiva que, incluso, altera la bioquímica del ser humano. 2. Cambios en la vida espiritual y religiosa. Como la investigación sobre los temas espirituales y su impacto sobre el funcionamiento y desarrollo psicológico aumenta, cada vez se vuelve más y más evidente que la espiritualidad y la religión tienen una importancia enorme en el proceso de adaptación y bienestar del ser humano. Así, se ha manifestado que la espiritualidad y la religión intervienen, en gran medida, en el proceso de la adaptación a los acontecimientos vitales negativos e, incluso, pueden determinar la experiencia de crecimiento. Dentro de la dimensión de los cambios espirituales y religiosos se discuten, principalmente, los casos en los que creencias previas, de tipo metafísico o espiritual, ayudan o guían las reacciones postraumáticas. A veces, las creencias espirituales o religiosas fundamentales de las personas otorgan o permiten una lectura singular de los eventos traumáticos y ejercen una fuerza implícita en la interpretación de las tragedias, 92
que ayudan a hacer frente a los eventos negativos, permitiendo que quienes las viven puedan descubrir o construir un sentido que posibilite el crecimiento y que, de manera posterior, ayude a fortalecer las creencias anteriores y determine el crecimiento espiritual mayor. En estos casos, las personas sienten una mayor conexión con algo trascendente, una mayor presencia de Dios y una mejor comprensión de las creencias religiosas. En otros casos, los antiguos sistemas de creencias pueden ser sustituidos por nuevos, más adaptativos y que ofrecen más consuelo. Vale la pena recalcar que la observación realizada en nuestros ya 19 años de acompañamiento a personas que enfrentan tragedias vitales, indican que estos cambios en la percepción de la vida espiritual y lo trascendente, se suceden luego de un período en el que la fe se puso en discusión y las personas se dieron la posibilidad de “pelear” con ésta sin que ellas o presencias ajenas asumieran una postura de juzgamiento ante ese evento. Otra posibilidad es la que permite describir lo que sucede a las personas que, antes del evento traumático, se consideraban como no religiosos. Incluso los ateos declarados pueden someterse a experiencias de conversión y se transforman en devotos creyentes gracias a que, en la búsqueda de alivio, ese punto de vista les proporcionó elementos para la construcción de un mayor significado a su sufrimiento, pues no puede olvidarse que el ser humano es un buscador de significados y que es diferente enfrentar un sufrimiento cuando hay una experiencia a la cual ligarlo, que un sufrimiento al que no se le puede encontrar u otorgar atribución alguna. Curiosamente, hemos podido constatar que algunas personas pueden realizar su crecimiento espiritual, dentro de un sistema de creencias religiosas específicas, mientras que otros pueden informar de crecimiento espiritual fuera de cualquier sistema religioso o doctrina religiosa tradicional. Vale la pena mencionar que el evento traumático también puede desencadenar un proceso parecido a la búsqueda de aclaraciones o de conceptualizaciones sobre las cuestiones existenciales, sobre todo, a través del proceso de creación de sentido. Muchos de los individuos que experimentan un evento devastador pueden sostener una experiencia paralela de lucha con el trauma, mientras que el crecimiento se sucede. En el mismo sentido, hay casos en que los individuos relatan que el evento traumático es la mejor cosa que les ha sucedido. La mayoría de los individuos que experimentan un crecimiento en una o más de las dimensiones descritas anteriormente, se refieren a que nunca les había sucedido algo parecido. Por lo tanto, nos gustaría reiterar que la vivencia de un evento traumático no es una condición necesaria o exclusiva para el crecimiento. El crecimiento puede ser alcanzado en situaciones normales y contribuyen a éste la adquisición de nuevas habilidades y conocimientos, la perfección o adaptación de los conocimientos ya existentes –lo que denominamos proceso de madurez– y, en menor grado, las experiencias vicarias. Sin embargo, el crecimiento a través del sufrimiento podría desencadenar procesos por los cuales el individuo puede experimentar, de manera cualitativamente diferente, un sentido estable de crecimiento que hace que sus estrategias 93
de afrontamiento sean más eficaces y permitan trasladar el aprendizaje a otras experiencias de la vida que ayudan al individuo a luchar y encontrar la fortaleza interna para no sucumbir. 3. Religiosidad intrínseca. Como ya hemos mencionado en otras ocasiones, en general, se acepta que algún grado de orientación, compromiso y práctica religiosa están relacionados con el bienestar psicológico. Sin embargo, teniendo en cuenta los tres principales tipos de orientación religiosa (extrínseca, intrínseca y orientada hacia la búsqueda), se ha encontrado que sólo la religiosidad intrínseca está relacionada con una percepción relativamente estable de crecimiento. Al mismo tiempo, la religiosidad orientada hacia la búsqueda ha sido considerada como un apuntador de un mecanismo que puede conducir en ambas direcciones, es decir, tanto hacia la devastación como hacia el crecimiento, mientras que la orientación extrínseca ha producido datos contradictorios, un poco inclinados hacia las reacciones desadaptativas. En este sentido, la literatura abunda en datos que expresan la existencia de una correlación significativa entre religiosidad extrínseca social y personal, y los síntomas depresivos, los rasgos ansiosos y una autoestima deteriorada. Adicionalmente, la investigación acerca de las relaciones entre el bienestar psicológico y la religiosidad orientada hacia la búsqueda siempre ha encontrado correlaciones significativas y, por lo tanto, no pueden ser certeramente generalizados, ha permitido encontrar los siguientes factores principales pretrauma, que pueden caracterizarse como posibles predictores o factores desencadenantes del crecimiento postraumático: la religiosidad intrínseca, el apoyo social satisfactorio, el grado de estrés al iniciar el suceso, adoptar estrategias de afrontamiento como reinterpretación y aceptación, el número de los últimos acontecimientos positivos de la vida, etc. A continuación profundizamos un poco en cada uno de ellos. Apoyo social satisfactorio La percepción de apoyo social también se ha encontrado como un elemento que posibilita el crecimiento, luego de afrontar un evento negativo. Algunos investigadores consideran que el apoyo social puede provenir de dos fuentes fundamentales: el medio ambiente y el personal. Este constructo puede estar relacionado en un alto grado, con las capacidades del individuo para el establecimiento o mantenimiento de sus redes sociales, la apertura emocional hacia los demás, la voluntad para encontrar confidentes, etc. Al mismo tiempo, el individuo puede ser consciente de la disponibilidad de apoyo de otros, el cual puede ayudar al crecimiento postraumático ofreciendo al individuo la posibilidad de crear una narrativa acerca del evento y sobre el cambio que éste ha causado en su vida. La formación de las narrativas del trauma y la posterior supervivencia son extremadamente importantes porque obligan al individuo a hacer frente a cuestiones de significado y generar las posibilidades de reconstrucción. No es raro encontrar, incluso, grandes cambios dentro de la historia del evento y una nueva descripción de la historia de vida, observándose que, cada vez más, una nueva historia, más adaptativa, se va formando. La creación de un nuevo relato en sí mismo no significa que se haya producido el fenómeno del crecimiento, pero sí es posible afirmar 94
que está asociado con una disminución proporcional de los niveles de experiencia de la angustia y el progresivo aumento de la afectividad positiva. Para que se dé paso a la experiencia de crecimiento, posterior a un evento de características traumáticas, es necesario que la construcción de la narración que el individuo realice, permita atribuir significados especiales a su vida, sobre todo, en el sentido de encontrar algún tipo de beneficio en sí mismo. Como se ha evidenciado a partir de la investigación, la angustia es, hasta cierto punto, mucho más fácil de tratar si se puede atribuir un sentido aceptable para los eventos que la generan. Al mismo tiempo, es más difícil vivir con las consecuencias negativas de un trauma, si no se puede encontrar una justificación de la inevitabilidad del evento. Una parte que no se puede dejar de lado como elemento que incide en el crecimiento postraumático es el papel que juega el apoyo social, percibido de manera especial, en los espacios de grupos de apoyo mutuo. En el caso de aquellos que han experimentado y, momentáneamente, controlado con éxito el sufrimiento, se ha encontrado que tanto la oferta como la recepción del apoyo de compañeros de sufrimiento son especialmente importantes. Por lo general, la credibilidad y la incidencia de aquellos que ya se han “enfrentado a una situación similar” son mucho mayores que las que provienen de aquellas personas que, se supone, entienden la situación, pero que no la han experimentado. Estos espacios de grupo de mutua ayuda, y las interacciones que se dan a su interior (sesiones de narración oral) no sólo promueven el proceso de asignar o construir significado, sino que también posibilitan un más adecuado direccionamiento de las implicaciones emocionales, al mismo tiempo que determinan la reducción de la valencia negativa de la afectividad. En ese mismo orden de ideas, las redes sociales y las narraciones en grupos de iguales otorgan al individuo la oportunidad de efectuar comparaciones interpersonales (sociales) e intrapersonales (individuales). Estas comparaciones, principalmente las comparaciones hacia abajo, pueden ser aspectos importantes en los procesos implicados en la iniciación del crecimiento postraumático ya que pueden ayudar a aumentar la percepción del individuo de los atributos propios, y también podrían promover la motivación para el desarrollo de estrategias de afrontamiento adecuadas. Estrés inicial del evento Como ya se mencionó, un evento traumático, con frecuencia, determina que las personas experimenten una amplia gama de síntomas molestos: intrusiones, evasión, excitación, entre otros, en un continuo, con una frecuencia e intensidad variables que, en muchos casos, cumplen los criterios de trastorno de estrés postraumático TEPT o del TEA (trastorno de estrés agudo). Pero, como también quedó dicho antes, existe un número considerable de individuos que, aunque tengan una experiencia de la que se deriven estos síntomas muy angustiantes, posteriormente se pueden recuperar por su cuenta, transitando hacia el crecimiento postraumático. Así, vuelve a ser necesario recalcar que el grado de estrés inicial del evento está a la vez relacionado con la posible 95
reacción patológica y con el crecimiento. En otras palabras, la investigación conduce a determinar que, entre más penosa sea la intensidad del evento, también son más las oportunidades para que el individuo experimente o bien el síndrome de estrés postraumático o, en el rango positivo, crecimiento postraumático. A propósito de lo anterior, Linley y Joseph’s, en una revisión sistemática de la literatura, han evidenciado que los acontecimientos traumáticos que conducen a una percepción inicial de amenaza a la vida y los altos niveles de incontrolabilidad e indefensión, pueden hacer más probable que se precipite el crecimiento. Esto podría deberse al hecho de que los estresores menores (menos intensos) no alteran los esquemas del individuo, las creencias ni los sistemas de significado, de manera que no hacen necesaria una reconstrucción completa del sentido de la vida. Los mismos investigadores también encontraron que pequeñas amenazas y desafíos producen pequeños cambios, mientras que los grandes desafíos en los que la vida está en riesgo, pueden promover enormes modificaciones que, dados varios factores, pueden concluir en una afectación vital positiva o negativa. Estrategias de afrontamiento (reinterpretación y aceptación) Se ha encontrado que el despliegue de adecuadas estrategias de supervivencia (especialmente la reinterpretación y aceptación) es importante para promover el crecimiento e impedir que la vivencia de extrema y de larga duración derive en una sintomatología negativa. Especialmente, la reinterpretación positiva ha mostrado altas correlaciones con el crecimiento, posiblemente porque éste es un proceso que podría considerarse más consciente y porque el uso de esta estrategia implica un esfuerzo que representa en sí mismo un intento de lograr el crecimiento deseado. El deseo de “aprender de la experiencia” o de “encontrar lo positivo en ella”, mejora automáticamente la probabilidad de que el individuo supere la experiencia y transite hacia el crecimiento postraumático. En varios casos, la literatura ha reportado que la aceptación del evento trágico también se relaciona con cambios positivos y con la reducción de las consecuencias negativas del evento. Tanto la reinterpretación y la aceptación del evento son fundamentales para el proceso de crecimiento. Número de eventos recientes Investigaciones reseñadas en la literatura también han evidenciado que el número de acontecimientos vitales positivos recientes o concomitantes, también pueden representar factores que contribuyen al crecimiento. La investigación reciente sugiere que aquellos eventos positivos que ocurren en paralelo o simultaneidad con el evento negativo, posibilitan que los individuos puedan reinterpretar los acontecimientos de menor importancia y resignificarlos como algo positivo, informando que estos incidieron de manera determinante para que se produjera crecimiento postraumático. Estos eventos positivos anteriores o concomitantes al evento trágico son capaces de amortiguar la vivencia de angustia y las reacciones negativas 96
perjudiciales. En resumen, la investigación dentro del crecimiento postraumático se centra en averiguar por qué y cómo algunas personas, aunque sean profundamente afectadas y marcadas por el evento trágico, no sólo son capaces de recuperar la capacidad de funcionamiento previo, sino que se aprovechan del evento y lo utilizan como una especie de catapulta para el crecimiento individual adicional. Los enfoques iniciales acerca del crecimiento postraumático pueden dejar la impresión de que el trauma debe, casi invariablemente, conducir a algún tipo de crecimiento, lo cual no es correcto, como tampoco lo es que, de manera inevitable, los eventos trágicos dejen un trauma en la experiencia de quienes los experimentan. Pero lo que sí es evidente y queremos reafirmar en este escrito es que aquellas personas que son capaces de ver el trauma como un evento limitado y temporal y que no tiene, obligatoriamente, consecuencias negativas para el futuro, tienen mayores posibilidades de recuperarse más rápidamente. En este momento, la investigación sobre el fenómeno del crecimiento postraumático permite inferir que el sufrimiento producido por el evento negativo representa una oportunidad para construir una nueva estructura de vida y desarrollar nuevas estrategias sanas de afrontamiento, mostrando que es posible alcanzar un nivel de vida superior “a punta de arañazos”. Los individuos que asumen esta postura se pueden percibir a sí mismos como más fuertes, mejor preparados para salir adelante en la vida, más empáticos y menos indiferentes, pero, al mismo tiempo, estas personas también pueden ser sensibles a grados variables de angustia a lo largo del proceso postraumático. A pesar de los avances, dentro de este enfoque, de las respuestas a eventos traumáticos, y a partir de lo anteriormente señalado, se puede notar que existen considerables problemas por superar en la investigación. Uno de estos, y el más evidente, es el solapamiento que se produce entre las principales dimensiones del crecimiento postraumático y las que tienen que ver con los factores de protección. Una de las razones de esta deficiencia puede ser la metodología no siempre rigurosa, dado que la mayoría de los estudios son retrospectivos y/o transversales, lo que dificulta la predicción de la evolución de la respuesta en un determinado momento del tiempo y según las circunstancias dentro del mismo grupo. Otra cuestión sin resolver en el estudio de CPT es el de los plazos de evaluación, en otras palabras, ¿cuándo debe ser evaluada la persona para considerar que se ha producido CPT (días, semanas, meses o años después del evento traumático)? Calhoun y Tedeschi (1996) sugieren que hay casos en que el CPT se puede presentar inmediatamente después de experimentado el evento pero, para efectos de informes de investigación y para obtener más rigor y cierta garantía de la estabilidad del CPT (y para excluir la posibilidad de experiencias ilusorias de crecimiento), la literatura indica que el momento más oportuno para la evaluación del CPT es, generalmente, algunos meses y años después de ocurrido el evento. Un único informe de CPT no significa de manera absoluta que la persona ha tenido una experiencia de auténtico crecimiento, por una parte, y no es una garantía de que este 97
crecimiento será estable en el tiempo. Los enfoques más recientes de CPT han evidenciado que éste puede presentar trayectorias diferentes en el tiempo: hay casos en que es estable, mientras que en otros, las personas o grupos informan de su disminución, y otros son capaces de aumentarla en el tiempo. La estabilidad del crecimiento se presume que está parcialmente determinada por los efectos de los acontecimientos posteriores, las interacciones y la forma en que los esquemas de afrontamiento permiten una nueva construcción personal a partir de la experiencia y puede ser exhibida en nuevos eventos. Al mismo tiempo, se supone que la capacidad de utilizar con éxito los nuevos esquemas de afrontamiento en el largo plazo, de forma permanente y de mantener o reforzar la experiencia de crecimiento, depende de los factores de personalidad (extraversión, especialmente), la capacidad de experimentar emociones positivas y la influencia de los factores socioculturales. El desarrollo de un proceso estable de crecimiento postraumático puede tener grandes implicaciones en muchos ámbitos de la vida, pero en la mayoría de los casos se percibe su influencia en la mejora del comportamiento relacionado con la salud no sólo mental, sino, incluso, física. Teorías y modelos de crecimiento postraumático El trabajo teórico y empírico en el marco del crecimiento postraumático ha recibido atención concentrada y seria sólo recientemente. No obstante, varias teorías de crecimiento a través de la adversidad, han sido propuestas. Sin embargo, la mayoría tienden a ser descriptivas y especulativas, al no poder explicar los procesos subyacentes al crecimiento y no determinar, de manera específica, la relación de causalidad entre los factores y el resultado del crecimiento. A continuación, presentaremos las principales teorías del crecimiento, agrupadas en dos grupos principales: (1) las teorías que se ocupan del crecimiento como resultado, y (2) las teorías que consideran el crecimiento como estrategia de afrontamiento. Modelos de crecimiento postraumático como resultado Estos modelos, generalmente, ponen el acento en el crecimiento ya evaluable, y tratan de describirlo de la manera más detallada posible. Por lo general, ofrecen una radiografía del fenómeno en sí, de los factores que están posiblemente implícitos y, por lo general, presentan menos información sobre los procesos subyacentes que conducen al crecimiento. Un muy buen ejemplo de este tipo de modelo es el de O’Leary e Ickovics, donde los principales resultados después de una reacción postraumática (sucumbir, sobrevivir con insuficiencia, recuperación y florescencia) se presentan y describen en detalle. Otros modelos muestran al CPT como resultado del cambio y tratan, de forma simultánea, de acentuar los mecanismos que llevan (y podrían mantener) al crecimiento. Sin embargo, la mayoría de estos modelos son descriptivos, el crecimiento se conceptualiza como un estado final, producto de la interacción de diferentes actores y procesos que aún no están claramente establecidos. 98
Modelos de CPT como producto de crisis vitales En este enfoque, el acento principal recae en el despliegue e interacción de recursos individuales (sociodemográficos y personales: autoeficacia, resistencia, optimismo, motivación, entre otros) y los recursos ambientales (relaciones personales, el apoyo familiar, financiero, etc.), agentes que pueden jugar un papel central en el desarrollo de reacciones positivas. Estos factores personales y ambientales desempeñan un papel importante en la influencia de los procesos de la evaluación cognitiva y el despliegue de estrategias de afrontamiento y, debido a que están conectados por bucles de retroalimentación, de manera permanente, se influyen entre sí. Dentro de la capacidad de desarrollo de las diferentes estrategias de afrontamiento, este modelo hace hincapié en la importancia del enfoque de afrontamiento en el desarrollo del crecimiento, y enfatiza en la disminución de los efectos negativos de la resolución. Modelo revisado de crecimiento postraumático El modelo explicativo más completo del crecimiento postraumático como resultado se ha desarrollado con el apoyo de la evidencia empírica y ha sido mejorado en los últimos años por los autores del concepto, Tedeschi y Calhoun. El modelo está basado en la idea de que el crecimiento se produce a través de la lucha que inicia la persona con el propio evento y sus múltiples consecuencias (emociones, cambio en el entorno, la pérdida de las habilidades y/o posibilidades, etc.). Tedeschi y Calhoun han propuesto, como elemento ilustrativo y explicativo, el uso de la metáfora del “evento sísmico” en lugar del evento traumático, ya que se empieza a evidenciar, a través de las observaciones y de los resultados parciales obtenidos mediante la aplicación del inventario de crecimiento postraumático, que el CPT es posible sólo si el evento ha tenido un tremendo impacto o, al menos, ha sido asumido como un reto suficiente para poner en marcha los mecanismos específicos de procesamiento cognitivo indispensables para el desarrollo del crecimiento. Modelos de crecimiento postraumático como teoría de la valoración organísmica Una de las propuestas más recientes es la teoría de la valoración organísmica, que plantea que el crecimiento a través de la adversidad parte de la premisa de que los seres humanos son activos y, en consecuencia, todos los organismos están orientados o inclinados a integrar sus experiencias psicológicas “en un sentido que les permita mantener la unidad de sí mismos, e integrarse en grandes grupos sociales y es tructuras”. En este enfoque, los seres humanos están caracterizados y determinados por sus necesidades, valores y aspiraciones, que les incitarán a que se esfuercen en la búsqueda de bienestar y plenitud. Uno de los principios centrales de la teoría de valoración organísmica es la idea de que cada persona tiene la tendencia innata a “saber” por sí misma, las direcciones específicas 99
en las que debe orientar su vida para lograr el bienestar y la satisfacción. La interacción permanente entre los parámetros del entorno social y las necesidades del individuo, los valores, metas, creencias, etc., determinan la forma en que los actos individuales entran, en consonancia o no, con su propio proceso de valoración organísmica. Los que tienen éxito para gestionar esta interacción de manera permanente y actúan más de acuerdo con este proceso, se caracterizan por una mayor autenticidad, conocimiento de sí mismo, una mayor realización personal, etc. Según los autores, la teoría de valoración organísmica se ilustra muy bien dentro del proceso de crecimiento a través de la adversidad. Así, el crecimiento surge de la lucha en el establecimiento de nuevos modelos para interpretar el mundo, ya que los antiguos resultaron inadecuados durante la experiencia traumática, de esta manera, el evento traumático se considera una circunstancia que exige la ruptura con los anteriores esquemas de identidad personal. Los dos primeros modelos de crecimiento como resultado son complejos y exigen tener en consideración tanto los factores distales como proximales que podrían intervenir en el crecimiento. Algunos resultados desconcertantes del CPT muestran que éste puede ser incrementado aún en condiciones negativas como pueden ser la alienación (Hobfoll, Tracy y Galea, 2006) y la desilusión con la autoridad (Jackson, 2003). Las mismas experiencias que evocan el crecimiento personal, pueden, al parecer, provocar respuestas negativas en los niveles comportamental y organizacional. Los estudios realizados por Hart y Wearing (1995) pueden, de alguna manera, proporcionar una explicación sobre por qué la angustia y los resultados positivos pueden coexistir. Ellos proponen que el clima de una organización se compone tanto de elementos positivos como negativos y que estos componentes son constructos independientes. Los componentes negativos (como los bajos salarios, la mala gestión, las cargas altas de trabajo) conllevan estrés negativo, mientras que los componentes positivos (como la responsabilidad, el aprendizaje colaborativo, la afirmación, el apoyo, la unidad de pensamiento, la comunicación) se expresan en resultados positivos como la moral y CPT. Varios investigadores han identificado importantes factores organizacionales implicados en la recuperación del trauma (Jackson, 2003; Paton, Violanti, Dunning y Smith, 2004). La investigación ha sugerido que los factores personales y sistémicos pueden ser mejores predictores de los efectos de un evento traumático, que los eventos mismos o, incluso, que los factores individuales. Paton (2005) sugiere que estos hallazgos señalan la importancia de las decisiones que toman las organizaciones para provocar resultados positivos, por ejemplo, al observar la personalidad y la disposición personal (al momento de la selección) y la evaluación de las características cognitivas y los factores organizacionales (que implica la cultura de selección, procedimientos y prácticas que caracterizan a la organización). El crecimiento postraumático 100
y los efectos negativos del trauma Los estudios de las relaciones entre crecimiento postraumático (CPT) y trastorno de estrés postraumático (TEPT) revelan resultados mixtos, aunque en general, cuando se utilizan evaluaciones estandarizadas, se han identificado correlaciones positivas significativas entre los dos. Calhoun y Tedeschi (1998, 2002) han encontrado, por ejemplo, que para que se produzca el crecimiento postraumático se requiere la presencia de una alteración vital moderada o alta, mientras que los niveles muy extremos de perturbación pueden tener menos probabilidades de provocar el crecimiento. Lo que ahora está muy claro es que la angustia y el CPT pueden coexistir. Los estudios que relacionan el crecimiento postraumático y la depresión han mostrado consistentemente una asociación negativa entre los dos. Se han encontrado resultados mixtos (Maercker y Zoellner, 2006) sobre el papel del crecimiento postraumático en la predicción de la reducción de reacciones de angustia en el futuro, o proporcionando un efecto amortiguador sobre los efectos traumáticos. En particular, todos los estudios longitudinales hasta la fecha muestran una relación positiva entre el crecimiento percibido y el ajuste, lo que sugiere un efecto moderador del crecimiento postraumático sobre el ajuste (Maercker y Zoellner, 2006). La intervención terapéutica y de recuperación del trauma Otro escenario que está claramente relacionado con la recuperación de los traumas y la producción de crecimiento postraumático, es la intervención terapéutica. Si, como un importante número de investigaciones parece revelar, el crecimiento postraumático es una estrategia de afrontamiento constructiva y adaptativa, y un resultado del afrontamiento positivo de la experiencia traumática, puede decirse que el CPT es potencialmente un ingrediente potente en el proceso terapéutico. Sin embargo, no dejamos de reconocer que aún esperamos investigaciones que arrojen resultados más fuertes e incontrovertibles al respecto, a pesar de que a la fecha contamos con evidencia clínica en ese sentido. Crecimiento postraumático y factores personales y del entorno Las relaciones entre CPT, la personalidad y otros factores de predisposición se han establecido mediante el avance en las investigaciones. Las relaciones entre crecimiento postraumático y factores de personalidad, se han encontrado con las 5 grandes dimensiones de la apertura y extroversión, afabilidad y responsabilidad (Evers, Kraaimaart, van Langveld, Jongen, Jacobs y Bijlsma, 2001; Jackson, 2003; Linley y Joseph, 2004), mientras que el neuroticismo parece estar negativamente relacionado con el crecimiento (Evers et.al., 2001; Jackson, 2003). También se han encontrado relaciones positivas del CPT con la resistencia, el optimismo, la autoeficacia, la esperanza, el humor y el locus de control interno para nombrar unos pocos. El sentido de coherencia, propuesto por Antonovsky, es otro rasgo que se cree, influye en el crecimiento postraumático, ya que se ha encontrado que es un factor que incide en el éxito producto 101
de hacer frente a la adversidad (Aldwin, 1994; Schaeffer y Moos, 1998; O’Leary y Ickovics, 1995; Tedeschi y Calhoun, 1995). Si bien estos hallazgos no son concluyentes, sin duda justifican investigaciones adicionales. En cuanto a las diferencias de género, algunas investigaciones han evidenciado que las mujeres pueden experimentar un mayor crecimiento postraumático que los hombres (Tedeschi y Calhoun, 1996), sin embargo, otros estudios sugieren que esta relación es débil, ya que algunos estudios se han limitado a un solo género o los tamaños de la muestra son demasiado pequeños para ser concluyentes (Calhoun y Tedeschi, 2002; Tennen y Affleck, 1998). La relación entre la edad y el crecimiento postraumático no se ha resuelto. Cuando se examinan los resultados de las evaluaciones sobre bienestar, se encuentra que las relaciones con el CPT son positivas, de acuerdo con lo que hasta ahora se ha revelado. Por ejemplo, existe una fuerte relación positiva entre el CPT y las medidas de bienestar psicológico (Ryff y Keyes, 1995; Ryff, Singer y Selzer, 2002), especialmente en las dimensiones de autoaceptación, autonomía, dominio del medio ambiente y propósito en la vida (Jackson, 2003). Similares asociaciones positivas han surgido en relación con la autoestima, el sentido de la vida, la creación de sentido, la salud percibida y el estado de ánimo positivo cuando se emplea para encontrar beneficios de los eventos adversos y del afrontamiento. La investigación sugiere que el crecimiento postraumático es predictor y sirve como variable incidente en los rangos de pretrauma, trauma y recuperación. Cada uno de estos conjuntos de variables es probable que sea influenciado por la personalidad y los factores disposicionales, factores de afrontamiento y factores organizacionales o colectivos. El crecimiento postraumático como una forma de ilusión positiva Dentro de su teoría de la adaptación cognitiva a los eventos amenazantes, Taylor considera al CPT como una forma de “ilusión positiva”, de un valor altamente necesario para la adaptación. Aunque en este enfoque, la percepción de crecimiento puede ser vista como una ilusión, esta percepción puede cambiar tanto la manera de autodefinirse, como la manera de realizar evaluaciones modificadas del evento en sí, lo cual tiene una incidencia directa en las consecuencias como en las posibilidades de acción frente a lo ocurrido, permitiendo así una respuesta más exitosa para enfrentar el evento. El CPT como marco de un proceso de construcción de significados Este modelo de CPT se basa en la teoría cognitivo-motivacional relacional del estrés de Arnold Lazarus, y está inmerso en el marco de la construcción del conocimiento en el contexto del estrés y el afrontamiento. En este marco, los autores distinguen entre el sistema global y situacional de significados. El sistema global u holístico implica asumir que los individuos poseen unas creencias fundamentales soportadas en sus sistema de 102
valores, objetivos, motivación, etc., mientras que el sistema de significados situacionales, se forma en el momento en que un evento externo o interno amenaza los elementos del sistema de significado global. En pocas palabras, cuando el individuo percibe una discrepancia entre los parámetros de un evento particular y los componentes de su sistema global de significados, el individuo tiene que realizar una especie de transacción/interacción entre estos elementos para que todo pueda tener un sentido. Puesto que el acontecimiento traumático puede evaluarse como amenaza, el sistema global de significados lleva a que la persona realice un proceso de elaboración del significado tratando de restaurar los antiguos significados, modificarlos o crear otros nuevos. El valor adaptativo de la construcción de significados a partir de las secuelas de un evento traumático, ha sido expuesto por teóricos diferentes en reiteradas ocasiones. Así, Davis, Nolen-Hoeksema y Larson’s, han considerado al CPT como una de las dos posibles formas de creación de sentido: algunas personas fundamentan la construcción del sentido de las adversidades basados en la pregunta ¿por qué ocurrió?, mientras que otros tratan de construir el significado tomando como pregunta ¿para qué? Ya hemos planteado en otros momentos como, mientras que el preguntarse ¿por qué? deja a las personas paradas en el momento en que ocurrió la tragedia y mirando hacia el pasado, la pregunta del ¿para qué? permite que las personas avancen y miren hacia el futuro. De cual sea la pregunta que ocupe el centro de la atención de la persona que se ha enfrentado a una tragedia, puede depender que la persona se quede en el trauma o transite al crecimiento postraumático. Como resumen de las breves descripciones de los modelos explicativos del CPT que hemos hecho, tenemos que mencionar que ninguno de ellos, por sí solo, es capaz, hasta el momento, de describir a fondo la dinámica subyacente de los procesos de crecimiento, pero también reconocemos que toda la intervención e investigación, hasta ahora, está tomando los matices de investigación rigurosa, de manera que podríamos augurar que, en corto tiempo, daremos respuestas más concretas sobre el particular. Utilidad del crecimiento postraumático La investigación acerca del crecimiento postraumático, ha puesto de relieve la posibilidad de que “algo positivo puede ser extraído a partir de vivencias límite, lo cual implicaría una especie de excedente emocional y de fortaleza personal respecto del que la persona percibía para sí misma antes de la crisis”. La evaluación tanto de las deficiencias evidenciadas como de los posibles beneficios que puede aportar la vivencia traumática en el mejoramiento de la vida de las personas, se convierte en un importante aspecto que vale la pena considerar tanto en la prevención como en la psicoterapia. Calhoun y Tedeschi (2006) han enfatizado que, aunque la mayoría de las personas que sufren un trauma no afirman que éste fue una buena cosa o un evento deseable, muchos han encontrado que su sufrimiento conduce a cambios de valoración. Los mismos autores plantean que, usualmente, no sólo las personas del común, sino los mismos 103
profesionales relacionados con la salud mental, durante mucho tiempo han centrado su preocupación fundamentalmente en los efectos negativos de los eventos adversos. Pero lo que ha ido quedando en evidencia en los últimos años, es que, a partir del sufrimiento y la pérdida no queda sólo, necesariamente, la presencia del trauma o de las heridas emocionales, sino que, más allá de eso, puede estar la transformación positiva y el crecimiento. Se ha descubierto que los sobrevivientes de desastres y de una variedad de crisis, incluyendo enfermedades que amenazan la vida, accidentes, delincuencia, conflictos armados y desastres naturales, pueden experimentar, junto con el dolor y la angustia, una combinación de cinco tipos de transformaciones positivas: un mayor sentido de la fortaleza personal, relaciones más estrechas con los demás, una mayor apreciación de la vida, una nueva filosofía de vida, incluyendo una vida espiritual más significativa, y el descubrimiento de nuevas oportunidades y formas de vivir. En la lucha por dar sentido a lo que han pasado, las personas pueden desarrollar nuevas formas de ver la vida que les permitan tener una existencia más plena, más sabia y con un más concreto sentido de vida. Quienes abordan procesos terapéuticos con personas enfrentadas a eventos fuertemente adversos, empiezan a reconocer, a la hora de hacer intervención, la posibilidad de que los consultantes puedan exhibir un proceso de crecimiento personal, basado en las fortalezas latentes, las cuales, si son adecuadamente desarrolladas, llevarán a que los individuos se perciban “cada vez mejor”, y que identifiquen estrategias personales sanas de afrontamiento. La intervención terapéutica con este enfoque, podría tener efectos que, incluso, lleven a reducir el riesgo de recaída en situaciones similares posteriores. El desarrollo de la conciencia de la posibilidad de crecimiento, tanto por parte del terapeuta, del paciente, como de las personas significativas que hacen parte del mundo de la persona que ha enfrentado la adversidad, favorecen la sensibilización respecto de las nuevas posibilidades de reacciones luego de eventos traumáticos. El afán por reducir las respuestas de las personas, casi que exclusivamente a las reacciones patológicas, hasta ahora, sólo ha desviado la atención hacia los defectos de los seres humanos y no ha permitido dar la dimensión real a los recursos, ocultando, no sólo la posibilidad de recuperación, sino también la posibilidad de crecimiento y de un fuerte desarrollo de los puntos fuertes inherentes a esa persona. En suma, es importante resaltar que el potencial de crecimiento a través de la adversidad no es un nuevo tipo de tratamiento o un nuevo tipo de intervención, sino una nueva manera de enfocar el acercamiento al ser humano que sufre. El crecimiento postraumático como estrategia de afrontamiento La investigación sobre las estrategias de afrontamiento ha estado conceptualmente dirigida tanto por una serie de estereotipos culturales respecto a cómo creemos que la 104
gente normalmente se comporta o “debe comportarse” ante un suceso aversivo determinado, como por teorías apoyadas en escasos datos o en medidas poco fiables y válidas. Ante una enfermedad crónica o la muerte de un hijo, por ejemplo, se espera que haya una reacción de profunda desesperación y, en consecuencia, el enfoque de estudio se ha centrado en estas reacciones negativas de duelo, desesperanza y depresión. Sin embargo, investigaciones recientes sobre el afrontamiento de sucesos negativos irreparables demuestran que estas características visiones pueden responder más a un estereotipo que a lo que realmente ocurre (véase una detallada descripción en Avia y Vázquez, 1998). Existen, en realidad, muchas estrategias posibles de afrontamiento que puede manejar un individuo. El uso de unas u otras, en buena medida, suele estar determinado por la naturaleza del estresor y las circunstancias en las que se produce. Por ejemplo, las situaciones en las que se puede hacer algo constructivo favorecen estrategias focalizadas en la solución del problema, mientras que las situaciones en las que lo único que cabe es la aceptación favorecen el uso de estrategias focalizadas en las emociones (Forsythe y Compas, 1987). Aun asumiendo la validez de esta dicotomía general, investigaciones más recientes han puesto de manifiesto la existencia de una mayor variedad de modos de afrontamiento. Por ejemplo, la escala de modos de afrontamiento (Ways of Coping, WOC) de Folkman y Lazarus (1985), un instrumento que evalúa una completa serie de pensamientos y acciones que se efectúan para manejar una situación estresante, cubre al menos ocho estrategias diferentes (las dos primeras más centradas en la solución del problema, las cinco siguientes en la regulación emocional, mientras que la última se focaliza en ambas áreas): 1. Confrontación: intentos de solucionar directamente la situación mediante acciones directas, agresivas o potencialmente arriesgadas. 2. Planificación: pensar y desarrollar estrategias para solucionar el problema. 3. Distanciamiento: intentos de apartarse del problema, no pensar en él, o evitar que le afecte a uno. 4. Autocontrol: esfuerzos para controlar los propios sentimientos y respuestas emocionales. 5. Aceptación de responsabilidad: reconocer el papel que uno haya tenido en el origen o mantenimiento del problema. 6. Escape-evitación: empleo de un pensamiento irreal improductivo (por ejemplo: “Ojalá hubiese desaparecido esta situación”) o de estrategias como comer, beber, usar drogas o tomar medicamentos. 7. Reevaluación positiva: percibir los posibles aspectos positivos que tenga o haya tenido la situación estresante. 8. Búsqueda de apoyo social: acudir a otras personas (amigos, familiares, etc.) para buscar ayuda, información o también comprensión y apoyo emocional. Estas estrategias halladas con el WOC coinciden en buena medida con las encontradas en otros estudios que han empleado ésta u otras escalas semejantes para evaluar los 105
recursos genéricos de afrontamiento de las personas. No obstante, no existe una coincidencia absoluta en todos los instrumentos. En algunos aparecen ítems que no se encuentran en otros (por ejemplo, conductas religiosas como rezar, el empleo del humor, la restricción de llevar a cabo ciertas acciones, etc.). Crecimiento postraumático y afrontamiento positivo de la adversidad Recientemente se propuso que el crecimiento postraumático fuera visto como un estilo de afrontamiento positivo (Affleck y Tennen, 1996). Por su parte, Zoellner y Maercker (2006), en una aproximación crítica y comprensiva del concepto de crecimiento postraumático, identificaron 4 modelos que son usados para su consideración: 1. Muchos autores señalan el rol significativo de construir significado en el afrontamiento de la experiencia traumática. En este sentido, la atención se focaliza en construir una respuesta que le dé sentido a la pregunta: ¿por qué pasó esto? 2. Park y Folkman (1997), citados por Jackson (2007), distinguen entre construcción de significado situacional y global, esto es, que una experiencia traumática específica puede llevar a la persona a reevaluar su apreciación global de las creencias que soportan su vida. 3. El tercer punto de vista considera al crecimiento postraumático como un proceso interpretativo, en el que la persona procesa la información de lo que le ha sucedido, reinterpretando la experiencia como un suceso que hace emerger las capacidades de afrontamiento. 4. El último modelo asume al crecimiento postraumático como un elemento de visualización positiva, en el cual, los sucesos adversos se asimilan como factores que ayudan para que la persona desarrolle estrategias nuevas y más sanas de afrontamiento en ocasiones posteriores. Hay que destacar que el crecimiento postraumático no es simplemente un retorno a los valores basales, es una experiencia de mejora que para algunas personas es muy profunda. Al revisar la evidencia empírica sobre el crecimiento postraumático, se citan una serie de estudios centrados en personas que han experimentado una gran variedad de eventos negativos como la pérdida de seres queridos, la artritis reumatoidea, asaltos sexuales, abusos sexuales, cáncer, ataques al corazón y ser tomados como rehenes, entre otros. Esos estudios permiten observar que existe una evidencia abrumadora de que los individuos, frente a una amplia variedad de circunstancias muy difíciles, suelen experimentar cambios significativos en sus vidas que, actualmente, ellos consideran altamente positivos. Tedeschi y Calhoun (2006) reconocen, además, que las personas que se enfrentan a crisis importantes de la vida, suelen experimentar también emociones perturbadoras y patrones disfuncionales de pensamiento, y que la presencia de crecimiento no es señal de que no se presente la angustia. Sin embargo, hacen un fuerte énfasis en que, aunque el crecimiento y los cambios psicológicos positivos predominan, ello no implica que las 106
emociones negativas no se hagan presentes. Los supervivientes también pueden llegar a sentir que el peligro acecha en todas partes y que, no importa lo que hagan, no pueden mantenerse a sí mismos o a sus seres queridos a salvo, pero se visualizan con más posibilidades de reacción frente a cualquier evento adverso e intempestivo. Tedeschi y Calhoun sugieren que una función de las redes de apoyo es ofrecer perspectivas sobre lo que ha sucedido, y facilitar así el procesamiento cognitivo del superviviente sobre el evento y el crecimiento posterior. Aunque esto parece fácil, en teoría, la experiencia nos muestra que el apoyo, en la mayoría de los casos, suele ser negativo, pues muchas de las personas que se acercan a “apoyar” no facilitan una nueva perspectiva sobre lo que ha sucedido, lo que se concreta en comentarios como: “Era su hora de irse” o “Dios lo necesitaba más que tú”, los cuales suelen ser recibidos con hostilidad por el superviviente. La mayoría de la gente tiene las habilidades sociales necesarias para ayudar a los sobrevivientes a desarrollar un nuevo esquema o una nueva perspectiva de lo sucedido. Tal vez la mejor forma de ayudar sea, simplemente, escuchar a los sobrevivientes, una tarea que es muy difícil para la mayoría de la gente. Se podría esperar que los comentarios poco útiles, como los que acabamos de ilustrar, fueran más frecuentes de parte de extraños o conocidos casuales, que de parte de los familiares de los sobrevivientes o de amigos cercanos. Sin embargo, éste no parece ser el caso. En nuestra investigación sobre personas que perdieron a un ser querido en un accidente de tráfico, encontramos que, un poco más de la mitad de todos los comentarios inútiles fueron hechos por familiares o amigos (Lehman et. al., 1986). Del mismo modo, Marwit y Carusa (1998) encontraron que los miembros de la familia fueron calificados sistemáticamente por los deudos como menos útiles que los amigos. Además de desalentar los intentos de expresar los naturales sentimientos negativos, los familiares de los sobrevivientes luchan con sus propios sentimientos de impotencia y vulnerabilidad, lo cual también les puede llevar a responder a los sobrevivientes con otros tipos de respuestas de autoprotección, en particular de ausencia, confrontación o culpa. Por ejemplo, una mujer, cuyo hijo fue asesinado, al salir a la calle observó que la gente la evitaba, presumiblemente porque no se sentían cómodos en su presencia y no sabían qué decir. En otro caso, un niño falleció al salir despedido de su asiento del auto, cuando éste choco y se volcó. Su madre informó que varias personas dijeron: “Si él se hubiera asegurado su cinturón, probablemente hubiera vivido”. Su madre luego nos comentaba con dolor aumentado: “Tal vez sea cierto, pero me rompió el corazón oír decir esto de parte de los que venían a a acompañarme” (Wortman et. al., 1997, p. 116). Adicionalmente, la experiencia nos ha permitido observar que aquellos que han pasado por los traumas más impactantes y que, en consecuencia son los más angustiados, pueden tener los mayores problemas a la hora de buscar personas que estén dispuestos a escucharlos. Esto significa que la mayoría de las personas que necesitan más ayuda probablemente tengan menos probabilidades de conseguirla. La gente no necesariamente puede contar, de la manera que lo requiere, con los de su familia inmediata, pues ellos tienen la misma probabilidad o, incluso, más, de reaccionar de manera insensible que los amigos o conocidos. De hecho, muchos de los consultantes afirman que la familia ha sido 107
la primera en retirarse del círculo de apoyo y que los familiares son los primeros en empezar a exigir que se retorne a la normalidad, lo cual refuerza más la convicción de que se requiere sensibilizar a toda la población sobre la necesidad de aprender a acompañar en el dolor, pues esa es una herramienta que abre el camino del crecimiento postraumático.
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Capítulo IX
Trabajando el optimismo Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad. Winston Churchill
E l optimismo es definido con frecuencia como una disposición para esperar lo mejor y ver eventos y situaciones desde una óptica positiva. En el contexto de la resiliencia y del crecimiento postraumático, el optimismo se refiere a una sensación de un futuro positivo, con una tendencia a encontrar un significado positivo en las experiencias y una creencia en la capacidad de influir positivamente en el entorno y las situaciones. El optimismo tiene muchos beneficios para la salud mental, empezando porque se considera un elemento de protección contra la depresión y la ansiedad. También, gracias al optimismo, un individuo puede incrementar la probabilidad de resolución eficaz de los problemas.
Beneficios del optimismo La investigación ha demostrado que los individuos optimistas tienden a tener mejor salud física, presentan un mayor grado de éxito en la escuela, el trabajo y el deporte, y sostienen relaciones más satisfactorias a todo nivel. Las personas optimistas también suelen tener una mejor salud mental, registran menos depresión y ansiedad, y viven más que las pesimistas. Frente a esto suele surgir un dilema configurado en la siguiente pregunta: ¿el optimismo ayuda a mejorar la vida de las personas, o las personas que tienen mejor calidad de vida son optimistas? ¿Las personas llegan a ser optimistas o pesimistas en función de lo que han experimentado en su vida? De hecho, hay pruebas de que el optimismo puede desempeñar un papel causal en la mejora –o al menos protección– de la salud. Por ejemplo, una serie de estudios longitudinales ha demostrado que los adultos con perspectivas pesimistas son más propensos a desarrollar depresión y ansiedad que sus homólogos optimistas. El optimismo puede ser beneficioso en varios aspectos. En primer lugar, el optimismo, naturalmente, promueve un estado de ánimo más positivo que ayuda a prevenir la depresión y la ansiedad, como ya se ha reiterado. En segundo lugar, el optimismo también fomenta una mayor persistencia de cara al afrontamiento de los obstáculos, por lo que es más probable que una persona que los afronta con esta perspectiva de vida, obtenga resultados más éxitosos. Por último, hay pruebas de que los optimistas realmente tienden a cuidar su salud mejor que los pesimistas. Son más propensos a buscar información sobre los riesgos potenciales para la salud y cambiar su comportamiento para 109
evitar esos riesgos. El optimismo ¿siempre es bueno? Como se ha mencionado antes, parece que el optimismo no tiene efectos adversos y que, en la mayoría de los casos, produce efectos beneficiosos. Sin embargo, para que el optimismo sea saludable y sirva como fundamento de una vida exitosa, tiene que estar anclado en la realidad. Las personas que son excesivamente optimistas o cuyo optimismo está basado en la simple convicción de lo que se conoce como actitud mental positiva, apoyada en visiones sobredimensionadas y fantasiosas de lo que está en su control, no pueden tener expectativas realistas acerca de la posibilidad de que las cosas malas pueden ocurrirle a ellas, por lo cual son tomadas por sorpresa cuando les suceden adversidades. Adicionalmente, quien hace un manejo inadecuado del optimismo puede dejar de asumir la responsabilidad por el impacto de su propio comportamiento, dando lugar a dificultades en sus relaciones.También hay algunas situaciones en las que el optimismo no puede ser el mejor enfoque, por ejemplo, cuando se requiere la planificación de la defensiva en situaciones de riesgo potencialmente elevado, caso en el cual, el pesimismo puede ser más adaptativo. Es por esa razón que, en el espacio terapéutico, solemos sugerir a nuestros consultantes que la mejor actitud es esperar lo mejor, pero estar preparados para lo peor. Aspectos del optimismo La esperanza y la convicción de que el futuro será positivo y digno de mirar con interés, son aspectos claves del optimismo, tal como lo señalamos en otro escrito (Acero, 2008). La esperanza es el motor que no nos deja enterrarnos con nuestro sufrimiento. Los jóvenes que no pueden prever un futuro brillante para ellos mismos, o que creen que el mundo es hostil o indiferente hacia ellos, son vulnerables a la depresión, la ansiedad y la desesperación. Orientación hacia el futuro Las personas optimistas están orientadas hacia un futuro en el que tienen objetivos claros que esperan cumplir. Los niños resilientes han demostrado plantearse planes para el futuro que son realistas, positivos y viables. Ellos tienden a orientarse hacia el logro, y tienen aspiraciones educativas. Factores cognitivos El optimismo puede ser visto como una forma de procesamiento de la información sobre el mundo, que pone énfasis en los elementos positivos de la experiencia. Hay varios aspectos del estilo de procesamiento optimista:
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Mantener la perspectiva Los optimistas son capaces de dar un paso atrás de sus problemas y evaluar en un contexto más amplio. No tienen la tendencia a “catastrofizar” lo que les sucede, ni a mantenerse por siempre imaginando el peor resultado posible. Pueden ver que todo cambia y ante los malos tiempos se dicen a sí mismos: “Esto también pasará”. Capacidad y creencia en la capacidad para resolver problemas Los optimistas no se sienten impotentes ante las dificultades de la vida, sino que exhiben la capacidad para resolver problemas de manera racional, pensando en alternativas, evaluándolas y actuando adecuadamente. Sin la capacidad cognitiva para resolver problemas es fácil para los niños y jóvenes sentirse abrumados por los acontecimientos que parecen estar fuera de su control. Estilo explicativo Los optimistas y los pesimistas tienen diferentes maneras de explicarse a sí mismos, esto es, de concebir los continuos altibajos que presenta la vida en su cotidianidad. Estas diferencias se explican a continuación: Fe La investigación muestra que las personas que tienen creencias espirituales o religiosas que les ofrecen una sensación de significado son más resilientes que aquellas que no las tienen; además, tienden a experimentar crecimiento postraumático. Esto no se aplica necesariamente a la afiliación con una institución religiosa formal (aunque estas instituciones ofrecen importantes apoyos sociales, que también fomentan la resiliencia). Muchas personas tienen la visión optimista de que los acontecimientos en la vida “pasan por alguna razón”. Esta fe en un ser sobrenatural de tipo espiritual aporta orden o significado a sus vidas, lo que ayuda a mejorar significativamente su capacidad para hacer frente a la adversidad. Sentido de coherencia y previsibilidad en la vida Los niños que han sufrido numerosas conmociones y cambios en sus vidas, en particular, aquellos que han tenido grandes trastornos en sus relaciones con los cuidadores, pueden llegar a ver la vida como impredecible, aleatoria y poco confiable. Esta falta de un sentido de coherencia amenaza su capacidad para desarrollar sano optimismo. Si en la vida nada es estable, ¿cómo es posible mantener un sentido de confianza en los procesos de la vida o llegar a creer que se puede lograr un cambio positivo a través de nuestros propios esfuerzos? Aunque a los niños se les pueden enseñar las habilidades cognitivas que sustentan el optimismo y el sentido de la coherencia, la previsibilidad generada por relaciones estables con adultos que los cuidan, la presencia de la rutina diaria y los límites coherentes son 111
esenciales para el desarrollo de la resiliencia. El optimismo como estilo explicativo Martin Seligman (1999), el psicólogo líder en el campo del optimismo, ha estudiado los hábitos de pensamiento en los que se basa el optimismo y encontró que los optimistas se diferencian de los pesimistas, fundamentalmente, en la manera de explicarse los hechos a sí mismos. Este estilo explicativo optimista puede resumirse en los tres siguientes conceptos: Particularidad. Los optimistas tienden a ver las causas de los acontecimientos positivos como globales o dominantes, en vez de específicas o particulares. Seligman lo ejemplifica señalando el caso de que si una persona optimista recibe un aumento en su remuneración, tenderá a explicárselo diciéndose: “Lo he conseguido porque soy un buen trabajador”, más que por atribuirlo a una razón más específica, tal como: “He trabajado duro este año”. Seligman puntualiza que para los eventos negativos se invierte esta tendencia. Así que si un optimista no aprueba un examen, tenderá a pensar en las razones específicas (“No he estudiado lo suficiente”, “nunca me he interesado lo suficiente en las matemáticas”), en vez de asumir razones globales (“Soy un tonto”). Permanencia. Un optimista tiende a creer que las causas de un evento positivo son estables e invariables en lugar de temporales. Así que si en una cita romántica le va bien, se pondrá a pensar: “Él (ella), se siente atraído hacia mí”, en vez de “él (ella), estaba de buen humor esa noche”. Si el evento fue negativo, por ejemplo, si la cita amorosa fue un fracaso, los optimistas son más propensos a elegir una explicación que involucra a una causa variable, por ejemplo: “Yo elegí la película equivocada”, en lugar de: “No somos compatibles”. Personal. Los optimistas buscan causas personales o internas para explicarse los sucesos positivos. Si lo hacen bien en una competición, se lo atribuyen a sus propias capacidades. Sin embargo, un pesimista tenderá a atribuir el éxito a factores externos (“la competencia no fue muy fuerte”). Si el evento es negativo, el optimista privilegiará las causas externas, en lugar de las personales. Por ejemplo, perder un empleo puede atribuirse a la irracionalidad del empleador o de los cambios en la fuerza de trabajo, en vez de tomarse como un fracaso personal. En algunas situaciones, sin embargo, puede ser más optimista para asumir la responsabilidad de un fracaso, ya que esto implica la capacidad de cambiar la situación o mejorar en el futuro. Enseñanza de optimismo a los niños Algunos niños tienden a ser optimistas por naturaleza y persistentes de cara al afrontamiento de los obstáculos. Otros son más sensibles a los contratiempos y propensos a tomar las cosas mal. Sin embargo, el optimismo es una habilidad que puede aprenderse. Incluso, los adultos, con las formas habituales de pensar muy pesimista, pueden aprender a pensar con más optimismo. Los niños pueden aprender optimismo inconscientemente observando a la gente alrededor de ellos, como por ejemplo a sus 112
padres. El optimismo también se puede enseñar de forma explícita, como cualquier otra habilidad. El “Programa de Resiliencia de la Universidad de Pensilvania”, dirigido por Seligman y su equipo, ha demos trado que es eficaz para reducir la incidencia de la depresión y la ansiedad en los niños. Este programa enseña el optimismo para ayudar a los pequeños a examinar y cambiar su forma de pensar sobre las cosas que les suceden. Hay varios pasos en este proceso: 1. Ayudar a los niños a darse cuenta de que sus sentimientos y reacciones a los eventos no son causados sólo por los acontecimientos en sí, sino también por su manera de pensar acerca de estos eventos (su “diálogo interno”). 2. Ayudar a los niños en la práctica e identificación de su diálogo interno en las diferentes situaciones de sus propias vidas. 3. Ayudar a los niños a identificar sus estilos explicativos y desafiarlos luego a cuestionar la exactitud de sus creencias. 4. Ayudar a los niños a generar explicaciones alternativas más optimistas para los mismos acontecimientos. El programa también ayuda a los niños a mantener los acontecimientos negativos en perspectiva, a través de un proceso de examen de sus “creencias en lo que vendrá”. Esto implica: 1. Ayudar a los niños a buscar los mejores y los peores resultados posibles de un acontecimiento, y estimar la probabilidad de cada uno. Este proceso se utiliza para ayudarles a llegar a un “muy probable” resultado. 2. Ayudar a los niños a desarrollar las habilidades para resolver problemas. El programa también enseña a la asertividad, la fijación de metas y las estrategias de negociación. Aparte de programas oficiales, como el Programa de Resiliencia de la Universidad de Pensilvania, el optimismo también se puede enseñar de manera menos formal, de parte de los profesores, padres, y otras figuras significativas que tienen contacto con los niños. Desafiando el pensamiento pesimista Esta estrategia empieza al observar cuándo los niños hacen declaraciones pesimistas y desafían los argumentos que sustentan esas declaraciones. Por ejemplo, si un niño que ha obtenido un mal resultado en una asignatura en la escuela, declara que “simplemente no es bueno” en ese tema, el adulto puede ofrecer formas alternativas de explicación a la situación: tal vez señalando que no ha prestado la suficiente atención en clase, o que no dedica suficiente tiempo para realizar sus tareas escolares. Proporcionar un impulso Implica ayudar a los niños a desarrollar la perseverancia y el optimismo frente a los reveses, mediante el fomento y apoyo a lo largo del camino. Los niños no siempre tienen la persistencia que necesitan para tener un éxito construido o generado por ellos. Sin 113
embargo, si cuentan constantemente con el aliento y el apoyo de los adultos, a la larga internalizarán este apoyo y desarrollarán la capacidad de perseverar por su cuenta. Modelar un pensamiento optimista Los niños aprenden observando a otros. Si las personas significativas para ellos manifiestan optimismo, perseverancia y resiliencia frente a los obstáculos del día, los niños aprenderán con el ejemplo. Así, si el adulto observa que los pequeños tienden hacia el pesimismo, es necesario que empiece a trabajar en su propio pensamiento. Utilizar historias que promueven la persistencia y el optimismo Los niños aprenden eficazmente a través de historias. Cuando los pequeños se enfrentan a una situación difícil, los adultos pueden contarles historias de su propia vida que pongan de relieve cómo alcanzaron el éxito luego de atravesar un duro momento. Libros y películas que tienen un mensaje de optimismo también pueden ser útiles para este propósito. Hacer énfasis en las fortalezas y reconocer los éxitos Es necesario que, de manera constante, se haga reconocimiento del esfuerzo de los niños y de sus triunfos. Cuando ellos no alcanzan éxitos contundentes es importante que se resalten los aspectos positivos de su situación, por ejemplo, que se está muy orgulloso del empeño que han puesto. No obstante, hay que recompensar gradualmente los mínimos esfuerzos mediante el elogio. Enseñar a resolver problemas Cuando los niños se sienten abrumados o ansiosos acerca de una situación, los adultos les enseñan habilidades para resolver problemas, pidiéndoles que piensen en una serie de alternativas para hacer frente al problema. Los adultos del entorno no deben intervenir para resolver el problema por ellos. Establecer normas exigentes pero realistas Es importante que las normas establecidas para los niños sean altas, pero alcanzables. Al trazarles normas exigentes a los niños, se les da la posibilidad de alcanzar su potencial y de ir más allá de sí mismos. Por supuesto, las normas deben ajustarse para evitar desanimar a los pequeños, por lo cual las expectativas siempre deben ser realistas. Una esperanza realista Según un especialista alemán que ha trabajado en el tema, el profesor Friedrich Loesel, lo que la resiliencia realmente nos da a todos es el sentido de que existe una esperanza realista en la vida. Y esto creo que es crucial para los menores migrantes y para todos nosotros. “Esperanza realista”, dos palabras aparentemente contradictorias, pero que la 114
resiliencia nos enseña que deben ir de la mano porque realismo sin esperanza es cinismo; esperanza sin realismo es un fardo de ilusiones del cual tenemos que deshacernos.
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Capítulo X
Programa para el desarrollo de afrontamiento en resiliencia La adversidad tiene el don de despertar talentos que en la prosperidad hubiesen permanecido dormidos. Horacio
L as personas suelen tener tres tipos de reacciones básicas a la hora de hacerle frente a un evento doloroso: evadir, negar y afrontar. Cada una de estas formas de reaccionar implica una actitud hacia la vida que se traduce en: A) buscar distractores (Dive: echarse en picada o disminuir en su funcionamiento); B) seguir como si nada (Survive: seguir el camino por haber quedado vivo o continuar con el mismo nivel de funcionamiento) y C) crecer o florecer (Thrive: experimentar un incremento en el funcionamiento). Con base en lo anterior, podríamos decir, al estilo de Fazio y Fazio (2005) que las personas se acercan al duelo de manera proactiva, reactiva o activa (Figura 3). El énfasis que ha guiado nuestro trabajo por 18 años, y que se condensa en este escrito, ha sido llevar a las personas que han vivido eventos negativos o traumáticos en su vida para que realicen un proceso de crecimiento a través de las pérdidas o las tragedias, es decir, buscar que las personas se preparen para las adversidades antes de que éstas ocurran, aprendan a convivir con ellas mientras les están ocurriendo y crezcan a través de ellas una vez que han sucedido. Ahora bien, al realizar una mirada sobre la manera como la psicología se ha aproximado a los que afrontan eventos adversos, es necesario recordar lo planteado en otro espacio (Acero, 2008) donde se reconocía que la misma psicología ha ido superando los que podrían llamarse “modelos patogénicos”, que no son otra cosa que la manera de ver al ser humano y explicárselo a partir del déficit y la enfermedad. Es lamentable que aún persista en nuestro medio la posición de muchos sectores de profesionales de la salud que centran su atención en las debilidades del ser humano y lo explican y ven como un agente pasivo ante la enfermedad y la adversidad, en lugar de concebirlo como un ser activo y fuerte, dotado de una capacidad natural para reconstruirse a partir, no a pesar, de la experiencia adversa. Lo que se quiere resaltar en este escrito es que al focalizar la mirada en lo patológico, se puede estar haciendo, de manera indirecta que se fomente una cultura del victimismo que, conforme a lo planteado por autores como Seligman (1999) ha producido sesgos en la teoría psicológica y ha provocado, o por lo menos propiciado, que se asuma una visión pesimista de la naturaleza humana. Precisamente Seligman (2003), desde su postura que se ha denominado “psicología 116
positiva” hace énfasis en que el ser humano tiene una impresionante capacidad de adaptación y potentes recursos para encontrarle sentido a las experiencias traumáticas más terribles. Esta capacidad no sólo no ha sido explicada sino que ha permanecido por mucho tiempo dejada de lado por la psicología durante mucho tiempo. Fue, quizá, el hecho de que la psicología haya surgido en un contexto clínico y que sus deducciones iniciales las haya elaborado con base en la mirada al individuo con patología, sin mirar, por lo menos en contraposición, al sujeto sano, lo que llevó a que se considerara que el objeto de estudio de esa ciencia era el ser humano afectado mental y emocionalmente. Esto generó un enfoque viciado en esa disciplina, pues se dejó de examinar al ser humano resiliente, exitoso y que hacía gala de recursos que le permitían salir airoso de los eventos adversos. Es necesario reconocer que, durante mucho tiempo, la psicología fue, casi que exclusivamente la psicología del trauma y no la de los recursos, la de la construcción del sentido de vida (como lo empezó a recalcar Frankl), la de la resiliencia y el crecimiento postraumático, que ahora empiezan a ocupar lugar preponderante no sólo en el contexto clínico de la psicología, sino en todas las áreas aplicadas. Fundamentos teóricos del programa El Programa para el Desarrollo de estrategias de Afrontamiento en Resiliencia (PDAR) ha recogido los avances de la psicología que privilegian la mirada al ser humano desde los recursos y no desde sus déficit, los cuales, de manera breve, se han mencionado al inicio de este escrito, organizándolos de forma armónica y creativa. Este programa, con base en la experiencia terapéutica de su creador, se propone como un conjunto de técnicas y herramientas terapéuticas fundamentadas en los enfoques humanista y constructivista de la psicología (Rogers, 1979; Worden, 1997 y Neimeyer, 2004), cuyo objetivo es hacer que los consultantes se sientan acogidos, seguros y acompañados en el proceso de afrontamiento del evento que ocasionó la experiencia traumática, y que reactiven o desarrollen sus recursos internos y se orienten hacia el crecimiento postraumático. El programa PDAR busca que las personas hagan conciencia de sus emociones, que integren la experiencia traumática (enfermedad, muerte, pérdidas relacionales, materiales o funcionales, entre otras) a su vida emocional y cognitiva, que resuelvan sanamente sus pérdidas y se enfoquen en el crecimiento postraumático como una manera de dar significado a su experiencia adversa. Consiste en una serie progresiva de tareas que tienen su inicio en cada una de las 12 sesiones terapéuticas y son realizadas durante las actividades cotidianas de los consultantes. Las pérdidas en general, pero particularmente la pérdida de un ser querido, se concibe como la pérdida de un conjunto de interacciones, de una manera de ser y comportarse, de unos roles, experiencias y significados que la persona o lo querido representaba para nosotros. El reconocimiento de la pérdida y la capacidad de afrontar sanamente el proceso de duelo sobreviniente, implica emprender una serie de cambios para dejar aquellos aspectos de la relación con el ser querido, que ya no son viables o adaptativos 117
(Parkes, 1975). Lo anterior significa hacer conciencia de que, si no se realizan cambios internos, no se pueden enfrentar los cambios externos que la realidad nos impone. A continuación se exponen brevemente los elementos teóricos que se retoman de los autores sobre los cuales se fundamenta el modelo: Desde Rogers (1979) se retoma, básicamente, el concepto de tendencia a la autoactualización, entendida por el autor como el impulso –existente en todas las formas de vida–, a expandirse, extenderse, adquirir autonomía, desarrollarse y madurar. En esta orientación, Rogers asume que en todos los seres humanos hay una tendencia inherente a explotar las capacidades y competencias. Los otros desarrollos conceptuales que se retoman de Rogers son los que el autor planteó como condiciones necesarias y suficientes para lograr un cambio terapéutico positivo. En esa orientación Rogers señaló como indispensable que toda intervención terapéutica implique, por parte del terapeuta, aceptación incondicional (manifestación de consideración positiva e incondicional hacia el cliente), autenticidad (el terapeuta debe mostrarse congruente en la relación terapéutica) y, en tercer lugar, empatía (el terapeuta entiende de manera empática el marco de referencia del cliente). Desde el aporte de Worden (2004) se retoman los conceptos de tareas, mediadores y principios directrices. Las tareas se sugieren, pues se asume que la persona ha de ser activa y puede hacer algo. El enfoque de tareas “da a la persona cierta sensación de fuerza y la esperanza de que puede hacer algo de forma activa”. La realización de las tareas es básica para poder acabar el proceso de duelo. En cuanto a los mediadores, estos se conciben como factores que inciden, tanto interna como externamente, en la manera como las personas afrontan las tareas del duelo. Finalmente, los principios se entienden como directrices generales para que el terapeuta pueda ayudar a las personas a elaborar las tareas del duelo y llegar así a una resolución del mismo. Adicionalmente, desde la propuesta de Neimeyer (2002) los modelos convencionales de comprensión del duelo son limitados para entender las muchas formas que adoptan las pérdidas y el impacto que éstas tienen sobre los supervivientes. Por ello, se retoma la epistemología constructivista que ve a los seres humanos como “constructores empedernidos de significados” que se esfuerzan por puntuar, organizar y anticipar su relación con el mundo, construyéndolo en función de una serie de temas basados en sus características de personalidad, familiares y sociales. Con base en lo anterior, se asume que el concepto de “trastorno psicológico” es relativo ya que individuos y comunidades diferentes pueden adoptar criterios diferentes para juzgar si una determinada construcción sobre un acontecimiento es válida o no, funcional o no. Neimeyer plantea seis proposiciones “sencillas”, en sus propias palabras, compatibles con la postura constructivista sobre la mortalidad y el duelo. Las seis proposiciones son: 1. La muerte como acontecimiento puede validar o invalidar las construcciones que orientan nuestras vidas o puede constituir una nueva experiencia a la que 118
no podamos aplicar ninguna de nuestras construcciones. 2. El duelo es un proceso personal caracterizado por la idiosincrasia, intimidad e inextricabilidad de nuestra identidad. 3. El duelo es algo que nosotros mismos hacemos, no algo que se nos ha hecho, es decir, que aunque en una primera instancia ocurrió algo inevitable, que no pudimos elegir, toda la experiencia en sí misma, está llena de elecciones. Sobre este punto, el papel del terapeuta es el de facilitador para que la persona asuma las elecciones que la vida le exige. 4. El duelo nos da la oportunidad de reafirmar o construir un mundo personal de significados que ha sido cuestionado por la pérdida. En consecuencia, el modelo narrativo es muy útil para comprender el proceso de construcción de significados, que es la dinámica más importante del duelo. 5. Cada sentimiento cumple una función y debe entenderse como un indicador de los resultados de los esfuerzos que hacemos para elaborar nuestro mundo de significados tras el cuestionamiento de nuestras construcciones. 6. Construimos y reconstruimos nuestras identidades como supervivientes a la pérdida, negociando con los demás. La elaboración del duelo, en ese sentido, es un proceso que tiene lugar dentro de tres sistemas independientes e interrelacionados: el sí mismo, la familia y la sociedad. El proceso terapéutico está contenido y descrito en cada una de las letras de la palabra REACOPLAR, como se presenta a continuación: Reconocerse: “Aquí estoy yo con mis circunstancias” (Sesión 1). Experimentar: “Este soy yo realmente” (Sesión 2). “Estas son mis emociones” (Sesión 3). Acomodarse: “Yo tengo un nuevo mundo sin...”. (Sesión 4). Conectarse: “Yo no estoy solo” (Sesión 5). Organizar: “Necesito poner las cosas en orden” (Sesión 6). Revisar y trabajar las 11 estrategias de afrontamiento. Proyectarse: “¿Que le gustaría a el/ella que yo hiciera?” (Sesión 7). Liberarse de culpas: “Todo lo que he hecho lo hice por amor” (Sesión 8). Aprender: “Me han matriculado en un curso” (Sesión 9). “En búsqueda de lo positivo” (Sesión 10). Resolver, Recuperarse, Resignificar: “Veo la luz al final del túnel” (Sesión 11); qué dificultades he tenido y qué he sido capaz de hacer (Sesión 12); con lo ocurrido descubrí que... Recuperarse, acogiéndonos al sentido que propone Weiss (1987), en este último paso del programa implicaría: Capacidad para experimentar paz emocional sin ser sobrecargado por los sentimientos dolorosos. Capacidad para invertir la energía emocional en actividades cotidianas. 119
Capacidad para experimentar en el presente satisfacción o placer. Capacidad para experimentar emociones positivas enfocándose en el futuro. El abordaje primario de las pérdidas y los eventos traumáticos Ante la ocurrencia de desastres naturales, atentados terroristas e incidentes críticos que impliquen riesgo vital, es factible encontrarse preparado para atender rápidamente el “trauma físico”. Usualmente no hay demora para buscar o prestar ayuda especializada y el personal de servicios provenientes de Cruz Roja o policía, que atienden emergencias, no esperan para trasladar a alguien al hospital, después de que los primeros auxilios fueron prestados en el lugar del incidente. Lamentablemente, en la mayoría de ocasiones se ignora el “trauma invisible” que tiende a producir profundas heridas psíquicas y emocionales, y que afecta e, incluso, cambia a algunas personas para siempre. Ese trauma psicológico es denominado estrés traumático y exige que se implemente una atención que involucre un esquema de manejo comprensivo del estrés traumático o, acudiendo a lo propuestos en otros espacios, un proceso de “reanimación psicológica”. El estrés traumático, conforme a lo planteado por Lerner y Shelton (citados por Kuper, 2006) es experimentado por personas sobrevivientes de desastres y catástrofes, pero además, es experimentado por todos los que enfrentan en su vida cotidiana “tragedias personales” como el diagnóstico de una enfermedad crónica o terminal, o la muerte de un ser querido. Aunque la severidad del suceso puede tomarse como uno de los predictores más importantes de la posibilidad de que una persona pueda experimentar estrés traumático, es clave reconocer que cualquier evento (repentino o no) que se experimente como potencial generador de daño, puede ocasionar estrés traumático. A este elemento hay que sumarle, además, otros factores como la historia previa de pérdidas, la manera como fueron vivenciadas, las exposiciones a eventos traumáticos en otros momentos, las características de personalidad, la salud mental al momento del suceso, la percepción de apoyo y el locus de control, entre otros. Los protocolos tradicionales de respuesta a situaciones críticas suelen determinar las acciones que deben realizarse para cambiar las condiciones inmediatas en que quedan inmersas las personas en el momento del evento. Sin embargo, en el abordaje de las necesidades psicológicas de los individuos que se han visto expuestos a eventos traumáticos, el asunto, conforme a la experiencia, no consiste en intentar cambiar las condiciones presentes, sino en ayudar a que la persona pueda afrontar el suceso haciendo uso de las habilidades propias para resolver problemas. En ese sentido, el objetivo es que las personas afronten de la manera más normal un suceso anormal, partiendo de la premisa de que, en un primer momento, está bien sentirse mal, pero que la persona puede aprender a desarrollar estrategias de afrontamiento sanas con base en la utilización 120
de sus propios recursos. Es bien conocido que las personas que han estado expuestas a eventos considerados traumáticos, suelen experimentar lo que se ha denominado “la huella del horror”, que consiste en que la persona reexperimenta sensaciones como visiones, sonidos, olores, gustos y sensaciones táctiles que quedaron registradas en su mente durante el suceso traumático, las cuales son las que, generalmente, precipitan reacciones agudas de estrés traumático o trastornos crónicos por estrés que pueden configurar también las reacciones de duelo complicado. La reanimación psicológica Como se mencionó antes, en otros escritos (Acero, 2004, 2008), el concepto de reanimación psicológica, propuesto por el autor, no está aludiendo al simple hecho de tratar de “dar ánimos” a las personas afligidas por la pérdida de un ser querido o por una situación adversa que les representa pérdidas físicas, sensoriales, emocionales o materiales. Lo que se buscaba al proponer el término es que se comprenda que el trabajo que hay que hacer con las personas afectadas por un evento en el que se siente en riesgo la vida, no es distraerlas de su situación y menos con la utilización de frases de cajón que, usualmente, sólo generan más dolor (“Solo cámbiate de casa y verás…”, “tienes ahora un ángel en el cielo...”, “la vida continúa”, “él esta mejor allá...”, “afortunadamente, eres joven y...”, entre otras). En otras palabras, cuando proponemos utilizar el término de reanimación psicológica, no estamos pensando en buscar la manera de “subir el ánimo” a los que sufren, sino que tenemos en mente la visión de que, conforme al significado de la palabra ánima (del latín alma), una persona que afronta un evento traumático o de pérdida está “desanimada”, es decir, sin alma, sin aliento vital y requiere lo que podríamos considerar, primeros auxilios emocionales y maniobras de soporte que permitan asegurar el mantenimiento de los signos vitales psicológicos, en otras palabras, la recuperación del sentido de vida. Cuando nos referimos a la reanimación psicológica estamos acudiendo al concepto médico según el cual la reanimación se concibe como un conjunto de maniobras que se realizan para asegurar el aporte de sangre oxigenada al cerebro cuando los mecanismos llamados naturales no están funcionando adecuadamente. Esas maniobras se realizan, o son de obligatoria ejecución, cuando se está ante personas en situación de riesgo vital inminente, generalmente por politraumatismos que involucran pérdida de pulso y respiración. Desde el punto de vista psicológico es posible aseverar que una persona enfrentada a la pérdida de alguien que le representa algo significativo emocionalmente, desde el momento de recibir la noticia (y en muchas ocasiones producto de una comunicación inadecuada de las malas noticias), sufre un shock, un impacto que involucra todas sus áreas, es decir, sus emociones, su intelecto, su espiritualidad (desde la logoterapia éste es el ámbito noético, que va más allá de lo religioso e involucra el sentido trascendente) y, por supuesto, el área física. 121
A raíz del impacto producido, primero por la noticia y luego por la confrontación con la realidad del hecho, la experiencia nos muestra que las personas quedan en un estado emocional que, si persiste por algún tiempo, hace que pierdan lo que podríamos llamar los signos vitales psicológicos, pérdida que se hace evidente en la manifestación de no querer seguir viviendo y en el abandono de los elementos de soporte vital como son la ruptura con el autocuidado, con la alimentación y, en fin, con todo aquello que les ligue con el significado intrínseco de la vida. Recordemos que no es poco frecuente saber de personas que, tras el conocimiento de una noticia adversa inesperada, obran irracionalmente involucrándose en situaciones de riesgo vital, como buscando su propia muerte (por ejemplo, atraviesan sin el menor cuidado avenidas con tráfico de alta velocidad o conducen sus automóviles a velocidades excesivas e, incluso, en contravía, buscando consciente o inconscientemente la muerte). Estas personas necesitan recibir reanimación psicológica que debe dirigirse a asegurar la recuperación de los signos vitales psicológicos (sensación de estar a salvo, sentido de vida, capacidad de acción, sentimiento de que se es importante para otros, apertura emocional, autocuidado) y a ayudar en la búsqueda de significado de la circunstancia que están atravesando, para que las defensas psicológicas se fortalezcan y las heridas emocionales cicatricen adecuadamente (recordar sin dolor, que no equivale a otra cosa que tener la cicatriz, pero que tocarla no cause dolor). La reanimación psicológica inicia con la intervención en crisis que va dirigida a romper el aislamiento en el que tiende a sumirse quien afronta una pérdida y se engancha con la convicción de que la vida merece ser vivida a pesar de… Para ello, es preciso posibilitar que la persona llore y exprese su dolor y tristeza en un ambiente de contención psicológica segura. Esto equivale a dar un espacio amplio en el que la persona pueda respirar física y emocionalmente con tranquilidad, lo cual puede implicar, en no pocas ocasiones, retirar a los curiosos y mantenerlos a distancia prudente, es decir, hacer un trabajo con las personas cercanas para que aprendan a ser apoyo efectivo y genuino, optimizar las redes de apoyo y abrir las perspectivas sobre las razones y sentidos que aún tiene la persona para amarrarse a la vida. A renglón seguido, quien está brindando los primeros auxilios, debe ir trabajando para lograr que la persona elabore sus propios significados de la tragedia y no se haga dependiente del equipo de reanimación (en nuestra metáfora, del psicólogo, de quienes facilitan grupos de ayuda o de quien haga sus veces entre los amigos o familiares). Lo anterior equivale a ir haciendo un trabajo conjunto de desprendimiento emocional de lo perdido en el evento traumático, por el cual, quienes quedan como sobrevivientes no terminan haciéndose dependientes de otros (en el aspecto físico, muchas personas se hacen dependientes del respirador o del oxígeno y desarrollan un profundo temor a no tenerlos disponibles –no es casual que se utilice el termino “destete”), sino que van encontrando suficientes razones propias para optar por la vida y por los vivos y, a la manera de William Worden (2004), trabajan en reinvertir sus energías emocionales en 122
acciones y proyectos que sirvan como celebración de la vida de aquellos que ya no están con nosotros. En este sentido, el trabajo de reanimación psicológica tendría su punto de culminación cuando la persona en crisis recupere su punto de equilibrio emocional independiente y retorne progresivamente a sus actividades cotidianas habiendo desarrollado estrategias de afrontamiento que le permitan, no sólo enfrentar positivamente nuevas adversidades (que seguramente vendrán a modo de recaídas) sino, aun apoyar a otros que estén pasando por situaciones similares. Como puede apreciarse, nuestra propuesta de reanimación psicológica implica una intervención enfocada a asegurar la recuperación de lo que hemos denominado signos vitales psicológicos, los cuales, a nuestro entender, quedan abarcados en el término “construcción de sentido de vida”. Antecedentes teóricos sobre crecimiento a través de las pérdidas (7 conceptos asociados a la visión positiva del ser humano en crisis) Diversos estudios psicológicos tienden a mostrar, con no poco acierto, que las personas que han estado sometidas a grandes cantidades de estrés por una adversidad son mucho más fuertes de lo que se ha venido considerando y que lo que ha sucedido es que se ha subestimado la capacidad natural de los supervivientes de experiencias traumáticas de resistir y rehacerse. Durante muchos años se ha considerado que el comportamiento patológico e, incluso, el antisocial, es predeterminado y que, dadas ciertas condiciones personales, familiares, ambientales o sociales, es inevitable que algunos individuos se conduzcan como criminales. Incluso, esta supuesta predeterminación tiene una carga cultural que se sustenta en dichos como: “De tal palo, tal astilla”, “hijo de tigre sale pintado”, “dime con quien andas y te diré quien eres”, y otras cuantas máximas que privilegian la influencia de los factores sociales sobre los individuales que tienden a hacernos ver que el ser humano es esclavo de su historia y sus experiencias. La misma disciplina de la psicología en sus inicios, fue presa de la visión determinista y negativa del ser humano, pues describió al ser humano a partir del trabajo con individuos insanos y con patologías, basándose en una visión pesimista que desconocía las propias capacidades de los individuos para resistir y rehacerse a partir de experiencias profundamente lesivas y traumáticas. Secuelas positivas y negativas, recuperación y trauma crónico son como dos caras de la misma moneda. ¿Qué es lo que determina, en los individuos y en su entorno social, cuál cara de la moneda saldrá cuando se enfrentan a adversidades? Al realizar una búsqueda de los antecedentes de los conceptos de resiliencia y crecimiento postraumático, Almedon (2005) encontró siete conceptos que pueden tomarse como constructos precursores asociados al cambio positivo de las personas como consecuencia de una crisis. La tabla 1, que se presenta a continuación, muestra de manera sintética los elementos 123
característicos de los 7 constructos revisados por Almedon: Tabla 1. Resumen de los siete constructos asociados a cambios positivos después de una crisis Autor, fecha, localización
Disciplina/subdisciplina
Antonovsky (1971-93), USAy Israel
Sociología médica
Bandura (1977), USA
Psicología cognitiva
Teoría y conceptos
Métodos/Instrumentos
Tesis planteada
La movilización de recursos generalizados de resistencia (RGR) a nivel individual/grupal produce y Multimétodo Salutogénesis, mantiene un (Observación, entrevista, sentido de estado dinámico cuestionarios) escala sentido coherencia saludable. RGR de coherencia incluye sentido de coherencia (SOC). Un fuerte sentido de coherencia esta generalmente asociado con un estado saludable. Expectativas de autoeficacia pers onal derivada de a) funcionamiento ejecutivo, b) experiencias varias, c) persuasión verbal, y d) estados Revisión de estudios fisiológicos que Autoeficacia, experimentales; determinan la locus de control observaciones empíricas manera como se primarias inició el comportamiento de afrontamiento, cuánto esfuerzo se requiere y cuánto se sostendrá en el afrontamiento de obstáculos y las experiencias adversas.
124
Harvey (1996), USA
Psiquiatría
Kobasa (1979), USA
Conductismo
La recuperación del trauma varía de acuerdo al contexto ambiental de los individuos. Las intervenciones clínica y Multidimensional, comunitaria entrevista y Q-sort sobre pueden Recuperación trauma, recuperación y promover o resiliencia (manual inédito) inhibir la recuperación, dependiendo de su capacidad para adquirir “aptitud ecológica” en el contexto de recuperación individual. Las personas con personalidades fuertes experimentan Holmes y Rahe. Lista de menos acontecimientos vitales enfermedades Resistencia recientes y cuestionario de graves al ser enfermedades graves de expuestos a Wyler, Madusa y Holmes similares niveles de estrés que individuos con personalidades débiles.
La “calidad” de la resiliencia está influenciada por las experiencias y circunstancias de vida durante la niñez, Werner Revisión de adolescencia y adultez. Esto no (1982), USA Psiquiatría Resiliencia evidencia necesariamente determina los resultados de Rutter (1985), y psicología empírica y teórica la vida adulta, pero, sin embargo, en Inglaterra combinación, sirven para crear una cadena de vínculos que permiten escapar de la adversidad. “Medición proyectiva” La resiliencia es un patrón de actividad (ejercicios de psicológica que consiste en un motivo para resiliencia y fortalecerse en el afrontamiento de Strümpfer Psicología Fortigénesis, gradación del demandas, las cuales energizan el objetivo (1995), social Resiliencia esquema de comportamental de afrontar y resistir con Sudáfrica
125
resiliencia). un acompañamiento tanto cognitivo como Escala de emocional. satisfacción vital Investigación El crecimiento ocurre cuando los empírica primaria esquemas son cambiados por los eventos Tedeschi Crecimiento Psicología utilizando el traumáticos, se realiza una evaluación y Calhoun Postraumático social Inventario de positiva de lo ocurrido y las capacidades (1995), USA y transformación Crecimiento para afrontar el trauma toman un lugar Postraumático central en la historia de vida. Fuente: el autor
Con el surgimiento de la corriente humanista, a partir de los años 60 del siglo pasado, la psicología empezó a aproximarse de manera diferente a la concepción del ser humano mirándolo no a partir de sus límites e incapacidades, sino a partir de sus virtudes y potencialidades. Tres conceptos han sido claves desde esta mirada positiva del ser humano: resistencia, resiliencia y crecimiento postraumático, los cuales se apoyaron en observaciones sistemáticas que mostraban que, de muchos niños que fueron expuestos a experiencias negativas, no todos reaccionaron de la misma manera. Cuando se efectúa una revisión de las investigaciones sobre el trauma y la manera como las personas reaccionan a éste, lo que se deduce es que las personas suelen ser más fuertes de lo que algunas posturas en psicología habían venido considerando. En otras palabras, podría decirse que algunas teorías psicológicas han tendido a subestimar la capacidad natural de quienes se enfrentan a experiencias traumáticas no sólo para resistir y adaptarse, sino para rehacerse luego de eventos adversos. En la misma línea del nacimiento de la psicología, especialmente la de orientación psicoanalítica, el acercamiento a la psicología del trauma se focalizó de manera abrumadora sobre los efectos negativos del suceso en la persona que lo experimentaba. Las respuestas de tipo patológico fueron consideradas, durante mucho tiempo, como la forma normal que tenían las personas para responder ante sucesos traumáticos y, como lo plantea García Averasturi (2005), citando a Bonanno (2004): (...) incluso, se ha estigmatizado a aquellas personas que no mostraban estas reacciones, asumiendo que dichos individuos sufrían de raras y disfuncionales patologías. Sin embargo, la realidad demuestra que, si bien algunas personas que experimentan situaciones traumáticas llegan a desarrollar trastornos, en la mayoría de los casos esto no es así, y algunas, incluso, son capaces de aprender y beneficiarse de tales experiencias. El resultado de haber centrado la mirada en los potenciales efectos patológicos de la vivencia traumática, llevó a que, progresivamente, no sólo se presentara una concepción incorrecta de la psicología (el objetivo de su intervención se centraba en individuos con perturbaciones mentales), sino a que se desarrollara una especie de cultura de la victimología que sesgó la investigación y la teoría psicológica y que influyó de manera profunda para que, con un respaldo psicológico, se creara una visión pesimista de la naturaleza humana (Gillham y Seligman, 1999; Seligman y Csikszentmihalyi, 2000, citados por García, 2005). 126
Como lo señala García (2005), este sesgo en la mirada hacia los individuos enfrentados a situaciones dolorosas y traumáticas, trajo como consecuencia que se considerara como una verdad indiscutible que el trauma siempre conllevaba grave daño y que, en consecuencia, se pensara que todo evento adverso traía como resultado natural un trauma (Gillham y Seligman, 1999). La misma García Averasturi (2005) resalta los hallazgos de Wortman y Silver (1989), los cuales, en un estudio que recopila datos empíricos, encontraron que “...la mayoría de la gente que sufre una pérdida irreparable no se deprime” y que “...las reacciones intensas de duelo y sufrimiento no son inevitables y su ausencia no significa necesariamente que exista o vaya a existir un trastorno”. La concepción del ser humano como capaz de transformar las experiencias adversas en aprendizaje, ha sido un tema central en siglos, empezando con la propia Biblia y el relato del sufrimiento de Job, y siguiendo con innumerables relatos en la literatura y, más recientemente, en la filosofía, aunque, por muchos años fue ignorada por la psicología clínica. En la actualidad, existe una cada vez más sólida base empírica que demuestra que esto es posible. En la psicología, esta concepción aparece en los postulados de la psicología existencial trabajada por autores como Maslow, Rogers y Frankl. Resiliencia y superación de la adversidad Los diversos estudios psicológicos tienden a mostrar, con no poco acierto, que las personas que han estado sometidas a grandes cantidades de estrés por una adversidad son mucho más fuertes de lo que se ha venido considerando. Se había subestimado la capacidad natural de los supervivientes de experiencias traumáticas de resistir y rehacerse. Lo anterior nos lleva a pensar que ser resiliente tiene que ver, entre otras cosas, con que la persona exhiba madurez en el más amplio sentido de la palabra. Se trata de recuperarse, lo que se conoce como la leyenda del Ave Fénix –extraída de la mitología griega– que resurgió de sus propias cenizas. Esperamos que los lectores tengan presente, como algo primordial, que la resiliencia no es meramente la posibilidad de recuperarse del golpe emocional que dejan las adversidades, sino que también constituye la posibilidad de desarrollar nuevas y más eficientes estrategias de afrontamiento para enfrentar positivamente las pérdidas y eventos traumáticos que aparezcan en el futuro. Para cerrar este punto, es importante, con la ayuda de Bonanno (2004), diferenciar el concepto de resiliencia del concepto de recuperación ya que los dos implican elementos de reacción particularmente distintos; la recuperación implica que, una vez ocurrido el evento traumático, la persona presenta un retorno gradual hacia lo que podría denominarse una normalidad funcional, mientras que, en sentido complejo, la resiliencia implica, muy en la concepción desprendida de la física, la habilidad de mantener un equilibrio estable durante todo el proceso posterior al evento traumático. El crecimiento postraumático 127
y la construcción de sentido en la adversidad Es necesario insistir en que el crecimiento postraumático incluye el sentido que el individuo, en su proceso de crecimiento después de experimentar la adversidad, le asigne a lo sucedido en su vida. En otras palabras, se trata de que la persona comprenda que somos más que los rótulos que nos pueden ser asignados a partir de lo que nos ocurrió: somos más que desplazados, violados, abusados o víctimas, pues si sólo somos lo que nos sucedió, será muy difícil tener esperanza de sobreponernos al pasado y avistar un futuro promisorio. Cambios psicológicos positivos y crecimiento personal más allá de los niveles previos de funcionamiento, son algunas de las características que describen el fenómeno que se ha denominado crecimiento postraumático. Tedeschi, Park y Calhoun (1998) han identificado 5 resultados de crecimiento postraumático a saber: Incremento en la apreciación del valor de la vida. Sentido de que la vida brinda nuevas posibilidades. Incremento de la fortaleza personal. Fortalecimiento de las relaciones personales, especialmente, con los más cercanos. Cambios espirituales positivos. De manera más reciente, se ha propuesto que el crecimiento postraumático puede ser visto como un estilo de afrontamiento así como un resultado del afrontamiento positivo (Affleck y Tennen, 1996). Por su parte, Zoellner y Maercker (2006), en una aproximación crítica y comprensiva al concepto de crecimiento postraumático, identificaron 4 modelos que son usados para su consideración: 1. Muchos autores señalan el rol significativo de construir significado en el afrontamiento de la experiencia traumática. En este sentido, la atención se focaliza en construir una respuesta que le de sentido a la pregunta: ¿por qué paso esto? 2. Park y Folkman (1997), citados por Jackson (2007), distinguen entre construcción de significado situacional y global, esto es que una experiencia traumática específica puede llevar a la persona a reevaluar su apreciación global de las creencias que soportan su vida. 3. El tercer punto de vista considera al crecimiento postraumático como un proceso interpretativo, en el que la persona procesa la información de lo que le ha sucedido, reinterpretando la experiencia como un suceso que hace emerger las capacidades de afrontamiento. 4. El último modelo asume al crecimiento postraumático como un elemento de visualización positiva, en el cual, los sucesos adversos se asimilan como factores que ayudan para que la persona desarrolle estrategias nuevas y más sanas de afrontamiento en ocasiones posteriores. En lo que tiene que ver con los cambios en las relaciones interpersonales, Calhoun y 128
Tedeschi (citados en Acero, 2008) reportan, con base en sus investigaciones, que muchas personas han encontrado un marcado fortalecimiento de sus redes sociales a partir de la vivencia de una experiencia traumática y, de manera particular, en el caso de algunas familias y parejas que han vivido situaciones adversas, resaltan que ellas concluyen sentirse más unidas ahora que antes del suceso. Nuevamente, al respecto, Vera Poseck y colaboradores (2006) refieren que “...en un estudio realizado con un grupo de madres cuyos hijos recién nacidos sufrían serios trastornos médicos, se mostró que un 20% de estas mujeres decía sentirse más cerca de sus familiares que antes y que su relación se había fortalecido” (Affleck, Tennen y Gershman, 1985). Por otro lado, “el haber hecho frente a una experiencia traumática despierta en las personas sentimientos de compasión y empatía hacia el sufrimiento de otras personas y promueve conductas de ayuda”. A continuación, sobre la categoría propuesta por Calhoun y Tedeschi (1999), relacionada con los cambios en la espiritualidad y en la filosofía de vida, los autores manifiestan que las experiencias traumáticas tienden a producir una transformación radical en lo que tiene que ver con las ideas y concepciones relacionadas con la parte moral, la espiritualidad y los valores. De manera particular, la experiencia propia, en el trabajo con padres cuyos hijos han muerto o con personas que han vivido el secuestro o han sufrido amputaciones por la explosión de minas antipersonales en Colombia, nos ha permitido ver que, a pesar de que el área espiritual es una de las áreas en las cuales las personas se ven más confrontadas, y en la que más se reportan cambios con el tiempo, pues los individuos suelen reconsiderar su escala inicial de valores y aprenden a ver la vida en un sentido más trascendente. Vera Poseck y cols (2006) afirman algo que parece trascendental sobre el crecimiento postraumático y es que, independiente de lo que se ha mencionado: Las personas que experimentan crecimiento postraumático también suelen experimentar emociones negativas y estrés (Park, 1998). Se ha encontrado que, en muchos casos, sin la presencia de las emociones negativas el crecimiento postraumático no se produce (Calhoun y Tedeschi, 1999). La experiencia de crecimiento no elimina el dolor ni el sufrimiento, de hecho suelen coexistir (Park, 1998; Calhoun y Tedeschi, 2000). En este orden de ideas, es importante resaltar que el crecimiento postraumático debe ser entendido siempre como un constructo multidimensional, es decir, el individuo puede experimentar cambios positivos en determinados dominios de su vida y no experimentarlos o experimentar cambios negativos en otros dominios (Calhoun, Cann, Tedeschi y McMillan, 1998, citados por Vera Poseck y cols, 2006). Criterios comparativos entre resiliencia y crecimiento postraumático Con el propósito de brindar una mejor comprensión de lo hasta aquí expuesto, a continuación presentamos una comparación de los conceptos de resiliencia y crecimiento postraumático: En primer lugar, la resiliencia se concibe como una característica preexistente al evento 129
traumático o a la situación altamente estresante. Dado lo anterior, puede concebirse como la habilidad para recuperarse o regresar al nivel de funcionamiento que tenía el individuo antes de que la adversidad se presentara o que, pasado el evento adverso, la persona presente mínimas reacciones psicológicas que puedan considerarse insanas. En pocas palabras, los individuos resilientes tienen altos niveles de fortaleza emocional después del suceso adverso. Rice y Groves (2005) han descrito algunos factores que se asocian a la resiliencia: Amplias herramientas comunicativas, habilidades cognitivas y habilidades para resolver problemas. Creencias positivas acerca de sí mismo y del futuro. Habilidad para autorregular los comportamientos. Capacidad para pedir ayuda a otros. Círculo familiar estable. Experiencias escolares positivas. Consistente ambiente familiar donde existen rutinas y se da lugar a los rituales y tradiciones que generan identidad. Fuerte identidad cultural. Adicionalmente, en lo que tiene que ver con el crecimiento postraumático, éste puede entenderse como una característica que se desarrolla como resultado del aprendizaje que hace el individuo a partir de la exposición al trauma o crisis. El crecimiento postraumático se hace evidente a través de muchos comportamientos claramente definidos y patrones de pensamiento que no estaban presentes de manera previa a la ocurrencia del evento adverso (Turner y Cox, 2004, en Tedeschi y Calhoun, 2004). Los comportamientos y características personales que podrían asociarse a la experiencia de crecimiento postraumático son, entre otros (Tedeschi y Calhoun, 2004; Acero, 2008): Experimentar mayor compasión y empatía por otros, después del trauma o la pérdida personal. Incremento en la capacidad de ajuste y flexibilidad ante situaciones adversas. Mayor madurez psicológica y emocional en relación con otras personas en el mismo rango de edad. Más profunda comprensión y valoración de la vida, en comparación con sus pares. Más profunda comprensión y apreciación de los valores personales, proyecto vital sólido y sentido de vida. Mayor valoración de las relaciones interpersonales. Sentido de vida trascendente. Reestructuración del orden de prioridades vitales (prima más el ser que el tener). En este punto, es primordial recalcar que, al igual que se mencionaba en torno 130
a la resiliencia, sobre la experiencia del crecimiento postraumático también se debe comprender que ésta no es una experiencia que pueda llamarse universal y que no todas las personas que pasan por una experiencia traumática señalan haber obtenido beneficios y crecimiento personal a partir de su vivencia. El trabajo que pueden hacer las personas al interior de un proceso terapéutico implica por lo tanto un reconocimiento de sus emociones, una integración de las mismas a la estructura personal y la puesta en acción de adecuadas estrategias de afrontamiento que les permita proyectarse al futuro y crecer como seres humanos al no tomar la adversidad como un enemigo sino como un maestro de la vida. Esta perspectiva llevará al crecimiento postraumático y, en consecuencia, a vivir la vida en un más armónico equilibrio emocional teniendo en cuenta que más importante que lo que nos sucede, es la manera como afrontamos aquello que nos sucede.
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Anexo
L as investigaciones realizadas hasta el momento proporcionan una serie de hallazgos que se configuran como categorías de análisis en el tema de la resiliencia. Se presenta a continuación un extracto del cuadro resultante de la investigación presentada por Helena Padilla y Adela Sancho en la Tesis: “Las experiencias de resiliencia como eje para un trabajo social alternativo, 1997”. Autor y Categorías y hallazgos fecha** Rutter**, 1985, Las características individuales y ambientales contribuyen al fenómeno de la 1987 resiliencia. Nuechterlein**, Adolescentes resilientes son amigables y sensitivos. 1970 Murphy y Moririty**, En adolescentes: son conscientes y responsables. 1976 Werner, 1989; Entre jóvenes resilientes exhiben una superioridad cognitiva y éxito académico; por Werner y Smith**, ejemplo, son más colaboradores con sus maestros e intervienen más tiempo en sus tareas. 1986, 1992 Lee, Winfield y Ingredientes de la resiliencia y adaptación: competencia y funcionamiento sobre Wilson**, 1991 tiempo, enfrentamiento con la naturaleza. Ingredientes de la resiliencia y adaptación: competencia y funcionamiento sobre tiempo, enfrentamiento con la naturaleza de las adversidades, valores individuales y Masten, 1994 sociales, protecciones ambientales y desafíos, el contexto en el cual el estrés se experimenta. Bernard, Redes informales de individuos, familias y grupos; redes sociales de iguales; y relaciones 1994; Kretzmann mentoras intergeneracionales proveen auxilio, institución como apoyo y estímulo para la y McKnight, resiliencia. 1993 Bernard, 1994, En comunidades que proveen protección y minimizan riesgo. Oportunidad para participar, Maclaughlin; hacer contribuciones significativas a la moral y la vida física de la comunidad y tomar el rol de Irby un ciudadano hecho y derecho. y Langman, 1994 En estas comunidades, las altas expectativas de los miembros (jóvenes, ancianos y todos) son una regla. Montuori y Les son brindadas oportunidades para que lo logren y son construidos en el uso de las Conti, 1993 herramientas para llenar tales expectativas. Estas expectativas están relacionadas con la vida y las necesidades de la comunidad así como también al desarrollo de las competencias del individuo. En el estudio realizado con niños desplazados por la guerra en Zimbawe se encontró que las personas con algún tipo de espiritualidad tienen mayor fortaleza ante la adversidad, Felsman, establecieron que las personas requieren de lazos estables y permanentes con las personas que 1993
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se ocupan de ellos para superar las dificultades. Wolin; Menciona los pilares -“Mandala”- de la resiliencia: introspección, independencia, Steven, 1993 capacidad de relacionarse, iniciativa, humor, creatividad, moralidad. Gardinier, Destaca la importancia que tiene detectar en las personas su actitud para relacionarse con 1994 otros y la importancia de al menos una relación estable y permanente del niño con el adulto. Establece dos actitudes características de la acción resiliente. También propone y resume los ámbitos identificadores de claves generadoras de resiliencia: 1. Redes formales de apoyo Vanistendael, base para la construcción. 2. Capacidad para encontrar algún significado: fe religiosa, vida 1994 espiritual. 3. Actitudes resolutivas de problemas, sentido de tener control sobre la propia vida. 4. Autoestima. 5. Sentido del humor. Hay 5 factores personales de resiliencia que son estables a través dela fase de desarrollo y Gordon, los grupos étnicos: inteligencia, androginia, independencia (autonomía), destrezas sociales y 1996 mecanismos internos de control. Factores protectores ambientales aplicados a sistemas de tiempo libre: un ambiente de estima y de apoyo; elecciones positivas de adultos; comunicación, destrezas en las relaciones en el Mundy, núcleo social; atención positiva; involucramiento de líder, altas expectativas, oportunidades de 1996 liderazgo, participación en el planeamiento y toma de decisiones. Servicio comunitario; desarrollo de destrezas para el éxito; amigos prosociales, programas continuos. Se preguntaron ¿qué distingue esa minoría de niños de alto riesgo quienes tuvieron un buen resultado adulto, a pesar de un difícil temperamento en su infancia o padres en conflicto, ambos Chess y siendo predictores de un pobre ajuste posterior? Encontraron que el éxito en el trabajo durante la Thomas, adolescencia, con el desarrollo de un don especial o un compromiso de carrera fue protector, así 1995 como el distanciamiento de la persona joven de demandas inapropiadas de sus padres, y una cercana relación positiva con alguien fuera de su familia. Alva, 1989; Clark, 1983; Gandara, 1982; Garmezy y Rutter, El ambiente escolar tiene un impacto definitivo en el concepto de sí mismo y la resiliencia, 1987; Pines, así como también influye en las vidas de los niños que experimentan estrés crónico y severo. 1984; Rutter, 1984; Werner, 1984; Werner y Smith, 1982; Winfield, 1991** Rutter, Maugham, El ambiente escolar influencia el concepto de sí mismo, motivación y resiliencia al fomentar Mortimore, la unidad y el apoyo social, colocando estándares académicos razonablemente altos en los Ouston estudiantes en una manera inclusiva durante las enseñanzas en el aula, aplicando normas y Smith**, disciplinarias a todos y manteniendo las estructuras físicas limpias y ordenadas. 1979 Taylor**, Los educadores en estas escuelas trabajan para comprender y aceptar la cultura de sus 1991 estudiantes y sus estilos de comunicación. Werner, 1984, Los maestros dan retroalimentación afectiva y elogio amplio. Actúan como confidentes 1990 y modelos a seguir.
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Los maestros son sensibles a las preocupaciones de los estudiantes tales como asuntos del lenguaje. Fuente: Badilla, Helena; Sancho, A. Las experiencias de resiliencia como eje para un trabajo social alternativo. Universidad de Costa Rica, 1997. Los autores representados con doble asterisco son citados por Kimberly Gordon en su artículo Resilient Hispanic Youths Self-concept and Motivational Patterns. Hispanic Journal of Behavioral Sciences, vol. 18, n. 1, 1996, pp. 63-73. Alva**, 1989
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