La Mujer de Los Labios Rojos
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La Mujer de los Labios Rojos Manuel Peña Muñoz Ilustraciones Geraldine Gilmore
1 El Viaje al Desierto Todos los años, cuando se aproximaba el verano ' A.tvaro Fuenzalida sentía un pequeño cosquilleo en el estól\lago porque pronto iba a reunirse otra vez con sus ªtnigos en' el pueblo. Aunque fuese por un solo día al año 'sabia , que era hermoso volverlos a ver y que seguramente ellos, en Arica, en Mejillones o en Quillagua, estaban ta1'1b1en ., pensando en que iban a juntarse todos otra vez, ese . último sábado de noviembre, en la Oficina Sa0 tiago Humberstone. Alvaro con su familia eran de los primeros en lle~ar al poblado salitrero, porque vivían más cerca, en unél casa tic madera de pino Oregón, en la calle Zegers de Iq"· 4 tque. Era una casa grande, de dos pisos, corredores, un patio .
de luz, una azotea para mirar los barcos del
, 0 ~eano
Pacífico y una buhardilla para guardar las cosas viejas . . de la pampa. A Alvaro le encantaba subir allí e imagmar .
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i - - -__,I LA MUJ[íl De Los LABIOS ROJOS
MANUEL PEl'IA MUl'JOZ
hi storias del tiempo de los piratas o de cuando llegaron
Santiago Humberstone. En realidad no era una "oficina",
las farnilias inglesas a construir palacios encantados en el puerto.
como todos le decían, sino una ciudad, o mejor dicho un pueblo fantasma. Así llamabaI). algunos a ese territorio encantado donde era posible ser completamente feliz,
Muchas tardes, cuando iba con sus amigos a jugar a
aunque sólo fuera un día al año ...
alguna calle, observaba las casas pintadas de blanco en donde, a veces, una anciana de pelo canoso se sentaba a
/\Alvaro le fascinaba ir ese día mágico a la ciudad de su
bordar ~n una mecedora. Alvaro se imaginaba entonces
padre y de su abuelo. Hacía mucho tiempo, ellos habían
que eU~ era una condesa o que en otros tiempos había
vivido allí y guardaban unos recuerdos muy profundos
sido un.a concertista de piano del Teatro Municipal.
d 1• l'Sa
A Alva:r0 le gustaba mucho su ciudad y especialmente su teatr-o. Su abuelo le decía que cuando estuvo a punto de ince:tidiarse, los bomberos no habían apagado el fuego con agl..la, sino con las lágrimas de los iquiqueños que no que:t-ían que se les quemara el teatro. Esa tar lt Alv 11 11 e 1ahn intranquilo y ansioso de viajar al pueb 1 una ho
11
l 111l'di11 del desierto. Por lo menos
1,
1
v• qc dt i..rle lquique hasta
ciudad desierta. Tan emotivos y sinceros eran esos
11 1
111.! rdos que todos los años llevaban a cabo una
1
nnoni a nostálgica entre todos los vecinos, para que
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l1111tasmas nunca se apoderaran totalmente del pueblo.
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MANUEL PElilA MUl'.IOZ LA MUJER DE LOS LABIOS ROJOS
Al menos ese día la ciudad recobraba su alma. Volvían a
Algunas tardes subían al altillo y ponían en el gramófono,
poblarse sus casas y las calles de madera se llenaban
con mucha delicadeza, un disco de tango o un bolero.
otra vez de vida. Los niños volvían a correr por las
El abuelo sonreía y, sentado en un sillón desvencijado,
plazoletas y el quiosco lucía otra vez impecable con Ja
cantaba una canción sentimental del tiempo de cuando
música alegre de la banda municipal.
trabajaba en las minas del salitre y se reunían a tocar en las "filarmónicas" , como llamaban en ese tiempo a los
-Alvaro, no te olvides de la vitrola -le dijo su padre
salones de baile.
desde el desván polvoriento, donde estaba sacando álbumes de fotografías y el acordeón del abuelo, que
- Esa sí que era música -exclamaba el abuelo moviendo
permanecía oculto el resto del año.
la cabeza, mientras hojeaba unos inmensos álbumes con sobres de color barquillo, donde se guardaban los discos.
Pero Alvaro ya había guardado en el auto la vi trola y los discos anti guos que eran del abuelo.
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LA MUJER DE LOS LABIOS ROJOS
El abuelo leía: "En el bosque de la China", "Damisela Encantadora", "Los Pintores de Victoria", "Antofagasta
Al niño le gustaba saber de la vida en el desierto y sobr
Dormida" ...
todo compartir esa música con el abuelo, especialmente cuando le daban cuerda a la vieja vitrola y escuchaban
A su lado, Alvaro le preguntaba por la vida en la pampa del Tamarugal, de cuando llegaban los ingleses en el tren del desierto o de las "llaretas", que crecían a gran altura y que eran unas piedras verdes que se echaban al fuego y no se consumían nunca. -Eran piedras mágicas -decía el abuelo-. Pero no eran piedras en realidad, sino arbustos. Había que sacarlas con chuzos.
discos en el viejo desván.
_-1.!!J
MANUEL PEIÍIA MUNOZ LA MUJER DE LOS LABIOS ROJOS
11 U na Mujer en la Línea del Tren
Entonces tuvieron que irse de allí y cerrar la casa. Por suerte el abuelo encontró trabajo como administrador en la aduana y el padre de Alvaro en la bahía. Sin embargo,
Ya estaban casi todos en el auto. La señora Celia, incluso, había echado unas flores de papel, porque deseaba que la casa que iban a ver se viera alegre con la visita de los antiguos dueños.
cuando están en las faenas portuarias, miran de vez en cuando hacia los montes, allá donde está el desierto, como si quisieran volver al tiempo que vi vieron en la pampa. - Son años que no se olvidan -le dice a menudo el padre
¡Tanto que les había costado a la familia Fuenzalida! Era triste pensar que las minas del salitre cerraron un día y ellos se tuvieron que ir, poniéndole un candado a la casa.
al pequeño Alvaro, con aire melancólico. Y al niño le parece extraño, porque muchas veces, en lugar de hablarle de las labores diarias del mar o de sus viajes en barco, la 111cnte de su padre, como la de su abuelo, se remonta allá
Ya nadie necesitaba ese polvillo blanco, semejante a una " harina de luna llena" que, al ser mezclado con la tierra, conseguía que las flores se abrieran con colores más
li·jos, al otro lado de las dunas, a la fantasmagórica Oficina
d1111de nadie, absolutamente nadie, vive durante el año. N1 siqu iera los perros.
ht illnntcs. Las plantas y árboles se daban más frondosos, l •l:
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1¡111 11 m:ís altura y otorgaban mejores frutos. Pero un u 111u11 y11 no fu e necesario obtenerlo del desierto 1 111 , ll'ill .. 11.., propiedades en un laboratorio-,
tutt
'llll'
·1111g rar al puerto o a otras
h .11 n piensa que si existieran de verdad los fantasmas 1111 (1111
' l"cl ices este día del año, porque tendrían, por fin,
1 lt1P.. u quien asustar. Agitarían sus vestidos de sábanas
1 111 , .1hri rían sus ojos enormes y mostrarían sus dientes l1l 1d11ii l'll medio de terribles carcajadas.
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MANUEL PEÑ A MUÑOZ
1 LA MUJERDE LOS LABIOS ROJOS
Pero también está seguro que con sus amigos los
En su interior se imagina cómo debería ser una ciudad
combatirían. Y entonces serían los propios fantasmas los
rodeada de jardines, con plantas, fuentes , flores para
que se asustarían. Sí. Podría jurado. Entrarían a las
admirar y pájaros exóticos de plumaje multicolor. Pero
antiguas casas provistos de linternas, dispuestos a atrapar
en !quique deben contentarse con las palmeras de la plaza
al primer fantasma que se les apareciera. Quizás ellos
y con los jotes que por las tardes planean sobre el reloj de
estarían bailando o durmiendo agazapados en una
la torre y vienen a dormir sobre las ramas cenicientas.
telaraña ... "De todas formas , tiene belleza mi puerto", piensa Alvaro, En todas estas aventuras imaginarias piensa Alvaro cuando
recordando las casas de la calle Baquedano, sus porches
avanza con la familia en el viejo auto rumbo al desierto.
de madera y los paseos con el abuelo junto al mar.
El papá va manejando. La mamá va adelante y detrás va
El camino va avanzando en medio de los tamarugos, con
e l niño con el abuelo. Ahora suben por la pendiente,
sus ramajes achaparrados por el viento. Ya se divisa a lo
horcleu ndo la línea del ferrocarril que bajaba el salitre
lejos, recortada en el horizonte, como una triste silueta, la
d1 !oidl• d des ierto al mar.
torre de la Oficina Santa Laura donde se procesaba el salitre.
1 l1 l
11111.11whnca se ha disipado en hebras de bruma,
Queda justo enfrente de Santiago Humberstone y
11111 11hnjo la ciudad achatada y seca, con el
tampoco nadie vive allí. Dicen que da miedo pasearse
l t n lo l lu unos cuantos barcos diseminados
por sus calles desiertas y que por las noches se escuchan
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1
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111 ' I"' ' 1111
l'X istan árboles en !quique!",
quejarse las puertas y escaleras ... Dicen que es el viento que hace suspirar las veletas o que es el espíritu de los
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MANUEL PEÑA MUÑOZ
1 LA MUJER DE LOS LABIOS ROJOS
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duendes o de los enamorados que tuvieron que dejar un
Pomerame, que los antiguos indígenas construyeron para
día la Oficina Santa Laura.
esconder en el cráter el tesoro del inca Atahualpa.
-Aquí en el norte pasan cosas muy raras -dice el abuelo-.
- Ya vamos a llegar -dice la señora Celia, reconociendo
Con decirles que allá en la iglesia de Parinacota tienen
la querida chimenea oxidada de la Oficina Santiago
amarrada con una cadena la pata de una mesa al altar,
Humberstone, donde vivían tiempo atrás.
para que no se arranque por la noche. La gente se esconde detrás de los visillos cuando la ven avanzar a saltos por
El automóvil enfila ahora hacia la línea del tren, que
los callejones desiertos, porque cuando se detiene en una
debe cruzarse y que separa la vida de los recuerdos.
puerta es seguro que alguien muere. Eso yo lo vi cuando anduve por esos lugares, trabajando en la Central
Una mujer de cejas pintadas y de labios muy rojos es la
Hidroeléctrica de Chapiquiña.
encargada de levantar la barrera. Allí está, muy pálida, con un vestido blanco que agita el viento. A Alvaro le
-¿Es cierto, abuelo?
llama mucho la atención, especialmente su sonrisa un poco triste.
-Sí. La gente del norte
sien~pre
cuenta hi storias
misteriosas, especialmente los habitantes del lago Cota
Cuando pasan la línea del tren, ve un letrero que dice "Pare,
Cotani, donde están los flamencos rosados compartiendo
mi re y escuche".
en amena charla con las vicuñas. Allá hay dos volcanes nevados: el Parinacota y el Pomerame. Cuando no hay
-Hace mucho tiempo que no suena la campanilla, porque
niebla, se divisan unas escaleras largas en los lados del
ya no pasa el tren del desierto -dice el abuelo.
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LA MUJER DE LOS LABIOS ROJOS
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MANUEL PEl'íA MUNO
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-Bienvenidos -les dice la mujer sonriente, mirando al niño intensamente a los ojos, mientras entran a ese universo encantado.
Alvaro se asoma por la ventanilla y ve que la mujer le hace un guiño cómplice. Luego la ve alejarse hacia atrás, como
ario salta en su jaula. Más allá los perros En una casa, un can . tanto que los gatos vuelven a recorrer sus barnos, en am inos . . s tejados de siempre. Porque los p p reconocen sus vieJo d áxima sensación han traído hasta sus animales para ar 1a m de vida a la ciudad.
desvanecida en el tiempo. Allá queda la mujer sonriente, con una mano en alto. Luego cuando mira hacia adelante, divisa la ciudad engalanada, con banderines de papel recortado y guirnaldas que cruzan la calle de pared a pared.
Allí hay un vagón de tren pintado de azul y dorado con sus asientos de madera. Unos niños suben y hacen señas desde la ventanilla. Más allá, un nortino azuza los caballos que tiran por las calles un carro de los que se usaban en el desierto para transportar el salitre.
los niños . 1 Pareciera En las veredas, las mujeres barren la calle, mientras salen con baldes a regar los tamarugos de .la p aza.ue nunca . . ran decirle a la cmdad q que todos qms1e la han olvidado ...
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__ 18_,1LA MUJER DE LOS LABIOS ROJOS
MANUEL PEÑA MUÑOZ
111 Un Fantasma en el Teatro
Alvaro ayuda a cargar la vitrola y lleva hacia adentro/
Ya llegan a la calle Tamarugal. Es estrecha, con casas
los álbumes de
bajas de fachada corrida, todas encaladas, con los marcos
discos y las guirnaldas de papel, mientras
pintados de verde y un pequeño farol a la entrada.
la madre baja las cajas con las provisiones del día.
La mayoría tiene las paredes agrietadas o descascaradas.
El papá ayuda a descargar también, y cuando ve que
Los visitantes de la ciudad dormida han escrito leyendas,
bajaron todas las cosas, va a buscar al auto la guitarra que
frases recordatorias y corazones atravesados por flechas.
ha traído guardada cuidadosamente en su estuche.
Alvaro lee la frase que unos viajeros han escrito con
A los pocos minutos abre los broches metálicos, saca el
carbón en la fachada: "El pájaro de la melancolía ha bajado
instrumento y ya está afinándolo en el corredor para tocar
sobre Santiago Humberstone. Pero no podemos permitir
su repertorio de valses peruanos.
que anide para siempre en nuestro corazón". A la señora Celia -que es limeña, precisamente- le El niño se queda un momento reflexionando, mientras
encantan, porque la hacen recordar los tiempos de cuando
el abuelo abre el grueso candado que cierra la puerta de la casa.
era niña y vivía en el barrio de Barranco, frente al Puente de los Suspiros. Muchas veces habla de su barrio y de las tierras que su familia tuvo un día cerca del río Rímac.
- Ayúdame - le dice. -Eran muy buenas las cosechas -dice.
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LA MUJER DE LOS LABIOS ROJOS
MANUEL PEÑA MUÑOZ
La señora Celia cierra los ojos al compás de la música y
Ahí está precisamente ensayando una canción, mientras
se deja transportar a una calle limeña, entrando a una casa
la señora Celia y el abuelo abren las ventanas y terminan
con postigos abiertos frente al mar, donde vuelve a ver a
de ordenar un poco el interior polvoriento, limpiando las telarañas.
su madre y a sus hermanas, bordando al sol tras una reja ... Como buen nortino, el papá de Alvaro es inmensamente musical, además de tener buena voz como su padre.
Voy a buscar a mis amigos -dice Al varo-. Tal vez y a han llegado.
- Yo heredé el gusto por la música. Por mis antepasados
l•I año pasado llegó primero su amigo Osear que vive efl
que deben haber sido quechuas -le dice a su esposa con
1'1110
unos ojos en los que brillan dos estrellitas.
lit f'ocopilla. "Los chinos" como los llama la señora Celia.
Almonte. Después fueron Pablo y Verónica Wong,
' l11s Sanguinetti, hijos de unos italianos instalados con
Le gusta el repertorio popular, la música del carnaval
111111l111m:én en !quique.
nortino y los instrumentos del altiplano, especialmente la ocarina, que a veces toca los días de fiesta.
11 1Vl' pronto
- dice la señora Celia.
Pero su instrumento favorito es la guitarra, con la que se acompaña cantando a dúo con su vecino, don Julio Zagal Trincado, que también es músico y que también lleva cada año su guitarra.
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vec inos. Osear
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LA MUJER DE LOS LABIOS ROJOS
MANUEL PEf:IA MUf:IOZ
Hay tiempo todavía para recorrer la ciudad y asombrarse
¿Dónde ha visto antes ese rostro? El niño no lo sabe, pero
ante las familias que con escobas y plumeros sacuden
intuye que ya conoce a aquella mujer, que ahora sí le hace
espíritus y duendes ...
una seña con una mano en alto.
Mientras llegan sus amigos a las otras casas, Alvaro
-Adiós - le dice Alvaro, saliendo de la tienda.
recorre las calles desiertas hasta llegar a la plaza. Allí está, precisamente, a la sombra de unos tamarugos secos, la paquetería de doña Victoria, con su letrero de latón pintado y su largo mostrador de cristal, bajo el que se ordenan hilos, agujas y alfileres. De las altas estanterías de madera lustrosa cuelgan sedas y telas muy livianas para el calor de la pampa. Doña Victoria ha vuelto también y está allí, deseosa de
Un poco más allá está el viejo mercado, donde las mujeres
vender sus telas estampadas. Por eso limpia, saca brillo a
de la pampa iban a comprar los víveres con fichas, ya que
su caja registradora y se mira en el espejo, aguardando
a sus maridos les pagaban el sueldo con unas monedas de
con una sonrisa la llegada de las vecinas.
baquelita. Los mismos niños debían comprarse con ellas sus golosinas y juguetes. El abuelo tenía coleccionadas
Alvaro la saluda, pero la mujer no le responde. Solamente le
estas monedas mágicas y muchas veces las sacaba y se
sonríe con sus labios intensamente rojos y sus cejas depiladas.
las mostraba a Alvaro, con amarga nostalgia.
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MANUEL PEÑA MUÑOZ
__2_4_,J LA MUJER DE LOS LABIOS ROJOS
-No tenían ningún valor fuera de la salitrera -decía.
25 L-------
gran platea, con butacas de fierro y felpa roja ya arruinada por el paso del tiempo.
En un álbum de tapas de cuero las iba clasificando por colores y valores, recordando el tiempo cuando él también
Hay carteles desteñidos y fotografías añosas de antiguas
cambiaba esas fichas por azúcar, té o pescaditos de dulce
compañías de teatro. Desde lo alto, cuelga el esqueleto de
en el negocio de don Juan Chang, a quien llamaban
una lámpara de lágrimas. Por unas ventanas superiores, se
también "el Chino Chalupa".
filtran unos rayos de luz que le dan un toque misterioso al lugar. Pareciera, incluso, que se escuchara un vals a lo lejos ...
-Este chino tenía la particularidad de que vendía "al peso" -le cuenta a su nieto-. Es decir, usando sus manos como
No hay nadie en aquel teatro. Sólo los espectros. Alvaro
pesas. ¡Y no se equivocaba nunca! Un cuarto de queso
parece sentirlos en la piel... Tiene Ja sensación de que
de cabra era un cuarto de kilo de queso de cabra. Eso
alguien mueve la gruesa cortina de terciopelo rojo, un
costaba tres fichas verdes.
tanto raída, que cubre el escenario.
Hacía mucho calor esa mañana en la oficina salitrera. Un
Es el vientecillo del desierto que se ha colado por las
sol implacable caía sobre la plaza en la que los primeros
rendijas y viene a juguetear con los fantasmas ...
niños se columpiaban. Tan oxidados estaban aquellos fierros que las cadenas gemían ...
Allí, en ese mismo escenario, actuaron las compañías de teatro que venían de Europa. El abuelo le hablaba de Sarah
Alvaro decide entrar al teatro de madera de noble pino
Bernhardt, una actriz francesa muy famosa que había
Oregón ... Empuja la puerta desvencijada y entra a una
actuado en el puerto.
• ___2_6_,¡
LA MUJER DE LOS LABIOS ROJOS
MANUEL PEÑA MUÑOZ
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-Los iquiqueños la adoraban y fueron a buscarla a los
la frente. Allí está precisamente la diva, iluminada apenas
camarines, al término de la función, con una carroza de
por un reflector que baja de un vitral.
toldo blanco -le cuenta siempre-. Cuando la diva subió, desengancharon los caballos y entre todos los admiradores
-Soy el espíritu de una vieja actriz que actuó hace años
la llevaron al hotel, arrastrando el carruaje por las calles
en este teatro -le dice con su ancha sonrisa, mostrándole
de la ciudad. Tenía el pelo completamente rojo.
sus largas uñas-. Pero no temas. Soy un fantasma protector que te cuidará ... Alvaro está petrificado, sentado en la butaca polvorienta. No puede creer lo que ve ... La mujer de Jos labios rojos baja los escalones. Avanza hacia él muy lentamente... Se parece mucho a la mujer que subió la pasarela del tren en la mañana y a la que ordenaba las sedas detrás del mostrador de la tienda ... No. No es la primera vez que ve un fantasma. ¿Será acaso
Quizás aquella actriz actuó también en este teatro ... Allá
la misma mujer que ha visto ya tres veces durante la
adelante, al niño le parece que se mueven las cortinas ...
mañana? Esta tiene el pelo suelto sobre los hombros ... es una cabellera cobriza, las cejas muy delgadas ... los labios
Alvaro cree reconocer a la antigua actriz de la que le habla el abuelo, con una túnica larga y una corona de laurel en
muy roJOS ...
M ANUEL PEÑA M UÑ OZ
Ahora viene hacia él, al compás de una hermosa
-¡Tienes cara como que hubieras visto un fantasma! -dijo Osear, abrazando a su amigo
Cuando está a punto de tocarlo con sus dedos
-¡Lo vi! -contestó Alvaro.
largos, siente una mano
fría sobre el hombro.
-Ven, vamos afuera. Ya llegaron todos -y los dos niños avanzan por el pasillo del teatro, pero antes de salir a la
Alvaro se levanta dando
plaza donde la banda está tocando una marcha, Alvaro
un grito y ve detrás suyo
mira al teatro para ver si estaba otra vez el espectro de la
a su amigo Osear.
misteriosa mujer.
-¡Me asustaste!
-Osear, vi a una mujer que bajó a verme desde el escenario
-exclamó Alvaro.
y me venía sonriendo con sus labios rojos. Era una mujer
fantasma. Pero Osear no lo escucha. Ya está corriendo para darles la bienvenida a sus amigos. Alvaro se queda un momento pensativo y corre también detrás de Osear para saludar a sus amigos Pablo y Verónica, que vienen recién llegando de Tocopilla.
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30j
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MANUEL PEÑA MUliiOZ
1
IV
- Vamos a la piscina - invita Osear.
La Nadadora Invisible Los cuatro niños van corriendo a ver la inmensa piscina Pablo y Verónica Wong son hermanos y, como Alvaro y
de fierro oxidado, completamente vacía, que está en un
Osear, son hijos y nietos de gente de la pampa. Aunque
costado del pueblo.
Pablo y Verónica son distintos, ya que tienen rasgos
'1
ligeramente asiáticos, porque sus bisabuelos y tatarabuelos
I_
Numerosos visitantes del día mágico es tá n allá, recordando cuando se realizaban las grandes competencias
fueron de los primeros chinos que llegaron a Tocopilla.
deportivas de natación, en medio del calor del desierto. Los jóvenes ingleses daban saltos mortales en esos
-¡Qué alegría verlos de nuevo !
g Vecinos de los Fuenzalida en el pueblo salitrero, los Wong han sido siempre buenos amigos, desde el tiempo en
altísimos trampolines, para caer en el agua de aquella piscina donde hoy revolotean las hojas secas de los
1
tamarugos.
que vivían una familia al lado de la otra, ayudándose y compartiendo las mismas inquietudes de los hijos del salitre.
Alvaro levanta la vista y ve, allí en lo alto del trampolín, a Ja mujer de los labios rojos con un traje de baño ceñido a punto de lanzarse a la piscina llena de agua.
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.___ LA MUJER DE LOS LABIOS ROJOS
Por eso , ya están saludándose en la vereda e intercambiando impresiones, contándose qué les ha
Alza los brazos al cielo, le sonríe desde lo alto y dando
sucedido en el último tiempo, desde que dejaron de verse,
un increíble salto se lanza a la piscina.
hace hoy justamente un año.
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LA MUJER DE LOS LABIOS ROJOS
El niño cierra los ojos temiendo lo peor. Sabe con certeza
que sólo hay remolinos de pétalos secos girando al fondo de Ja piscina. Siente, sin embargo, Jos aplausos en las graderías repletas de gente, la música de un vals por los parlantes y la alegría desbordante de los niños que contemplan a las bañistas nadando en estiJo mariposa.
con su sonrisa idéntica a las estrellas de cine que ha admirado con su abuelo en el teatro del puerto. Pero al
Ya va a caer la mujer de los labios rojos. Ya siente Alvaro
abrir los ojos, nuevamente contempla la piscina vacía.
el impacto de los brazos de la mujer al introducirse en e]
A su lado, los amigos están trepando por las graderías
agua, para verla después aparecer radiante en la superficie - Ven, Alvaro. Sube. Desde aquí arriba se divisa la casa del administrador.
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LA MUJER DE LOS LABIOS ROJOS MANUEL PEÑA MUÑOZ
Alvaro sube los altos escalones donde se sentaban los espectadores de las competencias de natación. Al llegar al último peldaño, se reúne con sus amigos, pero prefiere no decirles nada sobre la nadadora invisible.
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sin siquiera conocer el mar... Los cuatro niños van ahora caminando en medio del viento por el pueblo olvidado, divisando a ambos lados los restos
No van a creerle si les cuenta que vio lanzándose por el trampolín a la misma mujer que levantó la barrera del tren esa mañana, la misma que ordenaba las sedas en la tienda y la misma que actuó para él en el teatro con su cabellera cobriza...
de zapaterías, jugueterías y fuentes de soda, que vendían helados de canela para combatir el intenso calor de la pampa. A los niños les gusta pasearse por el viejo mercado, por la puerta de la iglesia y por la plaza donde, como antaño,
-¡Mira Ia casa! ¡Parece un palacio! -exclama Verónica,
los parlantes transmiten música suave.
admirando desde la altura la casa del administrador. -¡Subamos a la torre! -sugiere Alvaro. -Vamos a las canchas de tenis -propone Osear. Los arrugos lo siguen y suben a la Torre de la Recova,
...
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siempre ha vivido en la pampa, entre el viento y la arena,
Osear es el más decidido. Su padre es almacenero en Pozo Almonte y
para divisar desde lo alto la inmensidad del desierto Ylas tortas de ripio que circundan el pueblo. Una vez arriba, después de subir por la estrecha escalera de caracol carcomida por el tiempo, contemplan la
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LA MUJER DE LOS LABIOS ROJOS
extensión de la pampa y los remolinos de arena que levanta el viento.
-Esas de allá son las casas de los obreros casados -apunta Alvaro.
- Y esa es Ja casona de los Campbell -señala Osear-. Tenían casa de veraneo en Pica. La abuela se sentaba siempre en ese corredor, en una siJla mecedora musical a contarles cuentos a los niños.
Cuando bajan, van a ver el rancho de los empleados, completamente fantasmal y con los vidrios rotos. Pareciera que por las noches deambularan extrañas presencias y hablaran en sueños con las figuras de] pasado. Lo mismo experimentan cuando van a ver el "buque de los solteros", como llamaban a las dependencias de los trabajadores que estaban sin sus familias.
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A ambos lados, en las veredas o bajo los secos árboles de la plaza, las familias se
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LA MUJER DE LOS LABIOS ROJOS MANUEL PEl'IA
MU~OZ
-Este era mi abuelo, comadre. Mire cómo está vestido
_y sus maridos, en pleno verano, achicharrándonos de
con chaleco y reloj de oro. Ganó mucha plata en la oficina.
calor, andaban de traje y corbata, porque decían que en
Pero la perdió toda en Calama. Fue muy derrochador...
Londres era invierno. Increíble. En el desierto del sur del mundo, seguían rigiéndose por las estaciones de Europa ...
- Y ésta es mi abuela, disfrazada para un Baile de la Primavera. Mire las lentejuelas. Parecen de plata. En esos tiempos, el casino se llenaba de gente. Viera usted cómo se divertían los jóvenes. Después llegaban a la casa con sus disfraces salpicados de papelitos de colores. Daba risa. ¡Si hasta harina se tiraban! -Figúrese usted que en la pérgola donde se hacían las fiestas, las mujeres tenían una libreta de baile para anotar la lista de los novios que las sacaban a bailar el charleston. Tenían que inscribirse con anticipación. ...
Dentro, en las cocinas, las señoras preparan el ceviche de albacora o el asado a la olla con chuño, como si nunca se hubiesen movido de allí y todos los días cocinaran para sus familias en el pueblo. Parecen fantasmas reales que ese día hubieran tomado cuerpo ... En una casa, un charango solitario interpreta "Pájaro Chohuí" . -Es el "Pájaro Campana" -dice la señora Celia, que adora esa
-Con decirle, señora, que las inglesas, aquí mismo, en
pieza musical.
medio del desierto, bebían el té a las cinco en punto de Ja tarde, con sombrero y guantes blancos.
. ... •••
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MANUEL PEl'lA MUf'IOZ
LA MUJER DE LOS LABIOS ROJOS
Suenan los valses en las radios, pasan las comparsas por
V
las calles tocando sus bronces, se escuchan hermosas
El Mágico Desfile
canciones y sólo en la casa de Alvaro Fuenzalida, el abuelo pone discos en la vitrola que ha instalado en plena calle
Ya es pasado el mediodía cuando los lliños llegan a las
para que baile la gente.
canchas de tenis. Les parece acaso sentit el rebote de las pelotas. "Tac-tac, tac-tac", un sonido monótono hace eco
Ahora que ya no trabaja, el abuelo disfruta oyendo los
en el vasto desierto.
gastados discos. A veces, solitario o con su nieto, sale al muelle a ver los barcos. Sentado en un escaño, junto a la
Es curioso. Ya el pueblo está lleno de gente y por un
vieja aduana, le gusta escuchar el sonido de las sirenas de
fenómeno acústico, tal vez producido PGrel viento, sólo
los buques, llamando a los marineros perdidos.
se escucha el silencio en este sector de la oficina. Hay un quiosco de música destartalado y unas dependencias
Una vez, vino también un viento juguetón y le voló el
elegantes, probablemente las que servía~ como casino o
sombrero. Alvaro fue a buscárselo mientras el vientecillo
salón de refrescos para los ingleses deportistas.
frío que venía del mar se reía, haciéndoselo rodar por la vereda ... : 1
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MANUEL PEÑA MUÑOZ
LA MUJER DE LOS LABIOS ROJOS
Mientras los niños inspeccionan instalaciones abandonadas, Alvaro mira hacia la cancha y vuelve a ver
¿Estará soñando? Quizás el sol del desierto le haya
a la enigmática mujer de antiguas vestimentas y labios
visiones producidas por el calor. Pero esta vez, el rostro
muy rojos que le sonríe con una raqueta en la mano y Jo llama para que vaya a jugar con ella.
de la mujer es más intenso, los ojos más pronunciados, la
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producido ese efecto. Es la quinta vez en el día que tiene
sonrisa más esbozada, los labios más rojos ... -Ven, Alvaro. Mira lo que encontramos. -Alvaro entra al casino de los deportistas y contempla en la pared, el mismo rostro femenino que ha visto durante toda la mañana. Es un cartel publicitario ajado por el tiempo, pero que aún conserva la nitidez de los colores porque ha estado protegido del sol. -Desde donde estemos parece que nos está mirando -dicen los niños cambiando de posición y advirtiendo que desde cualquier lugar, la dama del retrato con un refresco en la mano, los observa...
-Ven. Vamos a jugar.
-Es extraña la sonrisa -dice Osear.
MANUEL PEÑA MUÑOZ
-Es hora de irnos -dice Alvaro-. Tenemos que regresar a almorzar. Los amigos vuelven al pueblo bajo un sol que no proyecta sombras. Al llegar, la música de las casas se confunde en una loca algarabía de sonidos. Por las calles pasan automóviles antiguos con parejas vestidas a la usanza de la época del salitre, haciendo sonar las bocinas. Las inmensas chimeneas vuelven a humear, difuminando los contornos y otorgando al ambiente una sensación de ensueño. Es como si, mágicamente, la ciudad se hubiera transportado al pasado. También por las veredas de madera pasean elegantes -Parece que nos estuviera mirando -exclama Pablo Wong, sonriéndose con sus ojos rasgados.
damas de trajes largos, muy vaporosos, vestidas con sedas italianas y portando frágiles sombrillas de encaje. Sus enamorados, tomados del brazo, sonríen y llevan trajes
-Como si estuviera viva -dice su hermana, desde la penumbra del salón.
cruzados de lino blanco, con corbata pajarita y sombreros del tiempo del charleston. La gente los aplaude y les hace señas que las parejas responden con alegres reverencias.
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MANUEL PEÑA MUÑOZ
¿Es la realidad? ¿O es un sueño? Alvaro no lo sabe aún.
Les agrada estar en aquellas veredas protegidas por la
Tiene en su interior una confusión de sentimientos.
caña fiel de Guayaquil. Por las rendijas se filtra el sol de
Especial mente cuando advierte que una de las damas
oro que va dibujando estrías amarillas en el piso.
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vestida al estilo de los años veinte, con largo collar de perlas, le sonríe, lo mira intensamente a los ojos en forma
Alvaro está ahora allí, guardando los discos del abuelo en
cómplice y le alza una mano enguantada.
sus sobres, en tanto que sus amigos están en las respectivas casas, descansando, deseando que pase un poco el calor
- Adiós.
para volver a salir otra vez a recorrer el pueblo, quizás a visitar la iglesia, el hotel o la antigua estación del tren ...
¿Es quizás la misma dama que ha visto varias veces durante la mañana? Alvaro, le responde tímidamente el saludo en medio de la multitud. -¿A quién saludas? -le pregunta Osear. -A nadie -responde el niño. Algunas parejas bailan protegidas del calor, mientras una niña come guayabas sentada en el umbral de su casa. En los anchos corredores, las familias pelan mangos o duermen la siesta en hamacas que cuelgan de los pilares.
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LA MUJER DE LO S LABIOS ROJOS
VI En un Estudio Fotográfico ¡La estación de tren! Alvaro sabe que allí vive la mujer de los labios rojos que le sonrió esa mañana apenas llegaron al pueblo fantasma. La misma que vio pintarse en el espejo de la vieja tienda de telas, actuar para él en el teatro, tirarse desde el trampolín a la piscina, jugar en la cancha de tenis, sonreírle desde un cartel y saludarlo en el desfi1e de ·los disfraces antiguos. triste, petrificada en el Pero está tan lejos la mujer de los labios rojos ...
escaparate, con un gran sombrero de plumas de avestruz de
¿Tendrá valor para llegar hasta allá por la calle de la Recova
color amarillo azufre.
bajo ese sol de media tarde? Alvaro se acerca y la contempla a través del cristal. Pero la Alvaro camina por el pueblo silencioso. Pasa delante del
mujer está impávida, con su rostro de cera y sus ojos vidriosos
viejo taller de modas, donde hay un maniquí vestido en la
que parecen llorar... Alvaro golpea el cristal con los nudillos
vitrina. Parece que le sonriera o le guiñara un ojo ... Sí, es la
y se acerca para hablarle, pero la mujer contempla el mundo
mujer que ha visto repetidamente esa mañana y que ahora
desde la lejanía y simplemente lo mira a los ojos con su
está allí, sonriéndole otra vez con sus labios rojos y su mirada
sonrisa glacial.
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LA MUJER DE LOS LABIOS ROJOS
Alvaro prosigue el paseo, divisando más allá la
caballeros ceremoniosos de impecable chaleco, niños de
sombrerería y la peluquería, con su letrero de madera que se mece con el viento.
otro tiempo o distinguidas señoras de mirar inquisitivo. Alvaro empuja la puerta giratoria y penetra a un recinto
Ahora se pone las manos a ambos lados de los ojos y
mágico, al tiempo que suenan los cascabeles de la entrada.
trata de atisbar el interior de aquella tienda vacía. Pero no ve nada. Solamente mostradores abandonados y una vieja
-¿Hay alguien? -pregunta.
silla de peluquero delante de un gran espejo quebrado. Pero la tienda está vacía y a través de un cortinaje Más adelante, en una calle solitaria, se encuentra con el
contempla un inmenso salón fotográfico lleno de telones
estudio de fotografía. Está intacto y pareciera que el
pintados que representan glorietas y jardines llenos de
tiempo se hubiera detenido. ¿Tan prolijos son sus antiguos
palmas.
dueños que han limpiado la tienda de modo que no parezca un taller abandonado?
En un trono, vestida de reina y empuñando un cetro, una mujer le sonríe.
El letrero de bronce reluce. Los cristales de las vitrinas brillan. Hay una música de carrusel que proviene desde
-No se mueva -le dice un fotógrafo, oculto bajo un paño
el interior. Antes de entrar, atraído por la curiosidad,
negro.
Alvaro se detiene en el escaparate atiborrado de fotografías de color barquillo, desde donde lo observan
La mujer queda estática, congelando su sonrisa, como en un antiguo retrato. Alvaro ha comprendido todo de
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MANUEL PEÑA MUÑOZ
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LA MUJER DE LOS LABIOS ROJOS
VII Un baile de Carnaval
inmediato. Es la mujer de los labios rojos cuyo rostro imperturbable lo ha perseguido aquel día del salitre, la misma que también le sonríe melancólica desde las inmensas fotografías coloreadas que decoran el estudio
-¡Alvaro! -le gritan sus amigos Chayapa, que ha visto otros
fotográfico.
años y que tienen la piel morena y los ojos oblicuos de rasgos indígenas, como muchos niños del altiplano-. ¿Qué te pasa?
Aquello le parece una pesadilla. El rostro se multiplica
Pareces asustado.
como en un inmenso caleidoscopio. Alvaro experimenta un sentimiento en el que se mezcla el estupor, el miedo y
-No es nada-les dice, tratando de esquivar aquella presencia
la atracción.
huidiza que se le aparece y se le desvanece en la ciudad perdida.
Una fuerza extraña e irresistible lo mantiene hechizado
' inmóvil en ese salón, en tanto que otra fuerza
¿Será cierto que algunas casas y ciudades tienen la voz y la
completamente contraria lo obliga a salir de aquel estudio
figura de sus predecesores?
antes de que el fotógrafo advierta su presencia. -Tengo que irme -exclama Alvaro. Una vez afuera, respira aliviado y corre en contra del viento.
Al doblar una calle, antes de salir del pueblo, divisa a sus otros amigos que lo están llamando. -¡Alvaro! ¡Dónde te metiste! ¡Te estábamos buscando!
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MANUEL PEÑA MUÑOZ LA MUJER DE LOS LABIOS ROJOS
Alvaro se une al grupo, sin poder desprenderse de la obsesión
Ahora hacen un ruedo, porque ya llega la Tuna de la Oficina
que lo ha perseguido todo el día y sin querer explicarles que
María Elena, que viene de visita del interior del desierto a
ha estado en una tienda fotográfica donde se ha corporeizado
tocarles viejas canciones de amor a los pampinos.
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otra vez la invisible dama de los labios rojos. En su mayoría son jóvenes y niños de Tocopilla adentro, que En su mente y en su corazón lleva a fuego la imagen de
vienen vestidos a la usanza española, con anchos sombreros
aquella extraña mujer que lo miraba en la vitrina del taller
y capas de terciopelo negro cuajadas de cintas multicolores
de costura y que después le sonreía empuñando su bastáh
bordadas.
ante una vieja cámara fotográfica ... Los pampinos aplauden, disfrutando las melodías de aquellas Ahora los niños se encaminan al salón de baile al son de una
bandurrias y guitarras que transportan a los pampinos a otra
estudiantina salitrera. Antiguos caballeros de la pampa, vestidos
época, más lejana, acaso más bella...
con chaquetillas listadas, con pequeños sombreros blancos, van cantando viejas melodías por las calles de la Oficina, al
Ahora se incorporan unos jóvenes iquiqueños vestidos de
compás del banjo y la pandereta llena de cintas verdes.
blanco y con sombrero "hallulla" , haciendo cantar al público al compás de las guitarras rítmicas:
Los vecinos siguen la comparsa musical. Y también los niños que se dirigen al club social donde ocurrirá el baile general.
"En un delicioso lago de verde y frondosa orilla
La pista está engalanada y en el centro, las parejas bailan
en una frágil barquilla
corridos mexicanos y charleston al compás de la música.
una tarde te encontré..."
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EJ sonido del banjo lejano, del acordéon y la armónica tienen el misterioso sonido de la nostalgia... ¡Cómo disfruta del recital el señor Fuenzalida! ¡Y también la señora Celia, a la que se le ca
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