La Muerte de La Acacia
July 15, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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muerte de l
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Cuando la gran acacia de doña Genoveva fue fulminada por un rayo hubo una cierta conmoción en la ciudad. No la ciudad que se extendía como un inmenso desierto de miseria más allá de los cuatro barrios residenciales residenciales ni tampoco en todos esos barrio s sino en el viejo Prado donde la gente gente que se reconocía por su apego a remotas tradiciones se había venido agrupando después de abandonar a la voracidad de los buldozeres sus dignos caserones construidos
alrededor de la iglesia de San Nicolás último vestigio de
u n pasado que sabían ya perd ido pero cuya nostalgia gu ardaban
vagamente en el fond o del coraz ón. Para aquellas personas la acacia de doña Genoveva era un símb o l o y una interr ogación. Había sido plantada por ella hacía t r e i n t a a ñ o s el día que su esposo don Federico Federico Caicedo un homb re de
exasperados ojos azules venido del i n t e r i o r desapareció con su
perro de la ciudad. Nadie supo por qué se fue cuando parecía haberse instalado definitivamente entre nosotros. Controlaba ya la
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d i r e c c i ó n d e l o s M o l i n o s I n s iigg n a r e s o r i g e n d e llaa i n m e n s a f o r t u n a
A la larga aquel perr o se volv ió la pesadilla del b arr io. Los p r o
d e d o ñ a Genoveva y había dejado al fin de hablar de las posesio
las A ycard i blemas comenz aron el día que destrozó al sirvientico de las
nes de su familia en el Quindío elevadas e n o t r o t i e m p o p o r e l r e y
c u a n d o r o b a b a guayabas en el traspatio de do ña Genoveva y h u b o
de España a la dign idad de marquesado
s e g ú n c o n ttaa b a e c h a n d o
q u e l l e v a r l o a l h o s p i t a l c o n v e r t i d o e n u n a masa i n f o r m e d e sangre
u n a m i r a d a d i s p l i c e n t e a l grueso a n i l l o d e o r o d e s u m e ñ i q u e d o n d e d o s leones erguidos sostenían un a divisa en llatín atín que ni un
y g r i t o s . L u e g o s i n hacer caso a la amenazante b arrera de vid rio s saltar el mu ro del patio atacando a cuan verdes el perro aprendió a saltar
b r u j o podía entender. Pero sobre Pero sobre t o d o h ab ía dej ado de h ab lar por
to ser viviente tuviera la desdich a de encontrarse en su camino.
completo de la forma como en su opinión deb ían ser tratadas las
Encerrados en sus casas los aterrados vecinos tenían que esperar
muj eres para que se comportaran correctamente. La gente recor
a que llegara don Federico a hacer entrar su su perro en razón arma do
daba que el tema pareció extraviarse en su memoria desde la co
d e u n p a l o y de de u n l á t i g o c o m o c u a l q u i e r d o m a d o r d e c i r c o . H u b o
mentada noch e del ladrón. Un cinco de diciemb re a eso de la una
protestas y hasta ssee h ab ló de presentar una quej a a la alcaldía pero
d e l a m a ñ a n a l o s vecinos d e d o ñ a Genoveva f u e r o n despertados
el proyecto no fue llevado a la práctica en consideración a doña
p o r varias detonaciones seguidas d e g r i t o s v i n i e n d o d e l a casa y
Genoveva. Qu izás por eso cuand o don Federico y su perro desa
alguien vio la silueta de un h omb re sallar e l m u r o d e l p a t i o y p e r derse c o r r i e n d o e n t r e l a o s c u r i d a d . S e i l u m i n a r o n lo s salones y en
p a r e c i e r o n d e l a c i u d a d l a g e n ttee s i n t i ó p r i m e r o a l i v i o antes que ganas d e interesarse en los chismes q ue sobre s u ausencia c o r r í a n .
la terraza terraza pu do distinguir se a don Federico un revolv eren la m ano d el a n i l l o tro nan do contr a los rateros costeñ os y la ineficacia de la policía local. La gente gente se se alzó de h omb ros y n o falt faltóó qu ien recor d a r a q u e h a c í a u n a semana h a b í a regresado a l a c i u d a d e l a n t i g u o n o v i o d e d o ñ a Genoveva. Pero s ó l o f u e r o n r u m o r e s . N a d i e p u d o reconocer en el f u g i t i v o l a c o r p u l e n t a e s t r u c t u r a d e D a n i e l G o n zález sin contar con que resultab a ab surdo imaginarlo i n t r o d u ciéndose de semejante m o d o e n l a casa de una muj er que dos años antes se había negado a desposar. Que estuviera o no al tanto de
a q u e l l o s r u m o r e s d o n F e d e rrii c o h i z o v e n i r a l d í a s i g u iiee n t e a u n h omb re que b lindó todas las puertas con candados y c o m p l i c a d a s cerraduras y después de h ab er h ech o poner trozos de b otella ver d e e n el el b o r d e s u p e r i o r d e l m u r o q u e cercaba el pa tio se la lass ing e nió para conseguir un salvaje p e r r o l o b o a l q u e d e c i d i ó a l i m e n t a r s o l a m e n t e c o n huesos d e sopa y agua de panela b uscando así exa cerb ar su iracunda agresividad.
La verdad es que nadie lamentó realmente la partida de don Federico. Era un hombre largo y huesudo movido por el inquie tante deseo d e s o m e t e rl rl o t o d o a s u v o l u n t a d d e c i d i d o a c o n v e r t i r el m u n d o e n t e r o a su su s ideas con un fanatismo que recordab a el de
los viej os predicadores que antaño venían de España a sermonear e n f á t i c a m e n t e desde el p u l p i t o de San Nicolás. Las ideas de don Federico pocas y desarmantes p o r su su s i m p l i c i d a d g i r a b a n t o d aass a l r e d e d o r d e u n m i s m o t e m a l a decadencia mo ral de la la nueva ge n e r a c i ó n y estaban impregnadas del b íb lico terr or h acia la mu j er. Conservador en política y católico convencido don Federico h a
b í a e m p r e n d i d o desde su llegada una campaña contra el laicismo de la ciudad. Con la ayuda d el Padre S i x t i n o u n v e n eerr a b le le Savonarola que para entonces h ab ía pe rdido el uso de la palab ra for m ó l a A s o c i a c i ó n d e e x - a l u m n o s d e S a n J o s é cuyos m i e m b r o s deb ían reunirse cada semana y tenían po r misión d escub rir la co r r u p c i ó n d o n d e q u i e r a q u e s e h a l l a rraa . U n a c o m i s i ó n c o m p u e s t a
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las más ilustres famili familias as era nombr ada después p o r los patriarcas de las
transigente dis cipli na que comenzaba con la m misa isa oída a las las seis de
para i r a denunc iar a la alcaldía a lo loss dueñ os de bares salas de juego
la mañana en la iglesia del Carmen y terminaba a las siete en p u n -
y casas de perdición. El alcalde, un l i b e r a l p r i m o hermano de Da
t o de la noche frente a la mesa del comedor, comedor, donde tomaba como
loss escuchaba atentamente y les brindaba café t i b i o n i e l Gonzá lez, lo
única comida dos huevos fritos y cuatro rodajas de tomate. Que
mientras dibujaba conejitos en una hoja de papel. Au n ignor ando l o que el alcalde dibujaba detrás de su escritorio, de espaldas a un
se alimentara de huevos y tomates desdeñando el sancocho de ga l l i n a que doña Genoveva se hacía servir cada noche era algo que
inmen so retra to del desalmado Santander, los patriarcas t e r m i n a -
nadie podía entender. Confusa mente se establ ecía una relación
r o n por sentirse en ridículo y sólo los más decrépitos quedaron
entre el abandono del lecho conyugal y la frugalidad de su c o m i -
para asistir a las reuniones de la asociación. Pero cuando los ex
da, y ante dos hechos tan singulares las opiniones no tardaron en
alumnos de San José comenzaron a inmiscuirse en la vida privada
d i v i d i r s e . Los conservadores hablaron de una vocación religiosa
de la gente gente cr itic and o en voz alta a quienes se alejaban un poco de
frustrada quizás por un padre impío. Los liberales lo t i l d a b a n n s i m -
las normas establecidas y fueron llegando al escritorio del Padre
plemente de huevón. I ero quien puso p u n t o final a la discusión
S i x t i n o o anónimos de mujeres que denunciaban con nombre p r o -
fue un pariente suyo llegado ocasionalmente de Cali al contar en
p i o a las queridas de sus maridos y de hombres que delataban los viejos secretos de sus competidores, cada quien encontró más p r u -
una borrachera que llaa madre de don Federico había abandonad o su hogar cuando éste tenía apenas siete años para fugarse con un
dente guardar a sus ancianos en la casa descubriendo en un san
gentee estuvo i n c i e r t o cantante de bambuco s. La mayor parte de la gent
tiamén a qué explosivo desenlace podía conducir la i n i c i a t i v a de
entonces de acuerdo en apiadarse de un hombre golpeado por la
d o n Federico.
vida de tan mala manera, y de allí en adelante, cada vez que alguien
Ya entonces su prestigio había decaído pues circulaban serias dudas sobre su v i r i l i d a d . No porq ue hubiera hecho de la fidelidad
aludía a sus sus costumbres extravagantes, lo hacía con una toleran cia no exenta de sobrentendidos.
su divisa ni se expresara de las mujeres como si fueran las hijas
Quedaban sin embargo las irreductibles amigas de doña Geno
mismas de Satanás , de un conservador podí a esperarse sino por
veva las únicas en toda la ciuda d que trataban de cerca a don Fede-
que al cabo de dos años de m a t r i m o n i o seguía sin descendencia y, insólita, ta, las amigas de doña Genoveva habían cosa particularmente insóli
r i c o para seguir afirmando que era tan sólo un maniático movido p o r una extraña obsesión. Contaban que se portaba como un car-
descubierto que no dormía en su misma habitación. Abandonan
cel celero ero im pidi end o a su esposa asomarse tan siquiera a la ventana
do la inmensa cama de caoba protegida por un mosquit ero de gasa
y rechazando sistemáticamente cuanta invitación recibían. Doña
a z u l el juego de tocador de plata comprado en el viaje de bodas y
Genoveva sólo podía salir si iba en su compañía a misa de seis
los gobelinos donde inocentes jovencitas escuchaban arrobadas a
vestirse sin el menor asomo de coquetería y leer obras edificantes
unos tocadores de flauta de mirada equívoca, don Federico se ha
elegidas por el Padre S i x t i n o . Tanta d o c i l i d a d resultaba incompren
bía instalado en un cuarto que tenía la sobriedad de una celda de
sible de parte de una mujer educada en la más pura rebelión enci
p e n i t e n t e . . Como si fuera poco, su vida estaba regida por una in-
clopédica y además, sobrina carnal de la ya legendaria Genoveva
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Insignares que a los diez y si siete ete años se había vestido un día con el
a b r i r r y cerrar de ojos sus admiradons se esfumaron para no v o l -
traj e y e y las las bo botas tas de su hermano y saltando a un caballo había apun -
ver nunca má s. Fu Fuee así como la ciudac descubrió que u n mal viento
tado con dos revólveres a su consternada f amilia declaran do que
había comenzado a soplar en la casade don Federico.
estaba harta de ser mujer dispuesta a v i v i r de allí en adelante c omo
había ía deci dido frecuentar las Tres años antes Daniel Gonzá lez hab
h o m b r e y e y acribillar a tiros a quien se atreviera a seguirla antes de picar espuelas y meterse meterse mo nte adentro desapare desapareciendo ciendo para siem-
veladas musical musicales es organizadas por llas as familias que vivían cerca de
pre de la ciudad. De allí que a nadie le sorprendió saber que doña
ta l de atravesado que su primera aparición había provocado un
la la plaza de San San Nicolá s. S Su u ma l cará carácter cter le habría dado un a fama
Genoveva n i siquiera se tomaba la molestia de abrir los libros pres-
revuelo de seda y gasas hacia el rincón más alejado de la puerta.
tados por el padre Sixtino y las viejas matronas las que habían visto
La única mujer que permaneció sentida sin dejar de agitar su aba-
crecer más de dos generaciones recor dand o que apenas tenía veinte
donaa Genoveva la única en atren i c o o de fragancias de sánd alo fue don
a ñ o s profetizaban que tarde o temprano un mal viento soplaría
verse a sostener la resabiada mirada ce sus ojos grises y formar con
en la casa de don Federico.
él pareja para la la c u a d r i l l a . A de entonces se lles es vio conversar . A p a r t i r de
Pasó el tie mpo sin que ningun a predicció n se se realizara. Por su suss
en voz baja en las reuniones y encontrarse más o menos al azar por
amigas se sabía que doña Genoveva se se había conve rtido en la muje r
más bella de la ciudad. Tanto hablaban de su pelo color m i e l y de
el camellón a la caída de la tarde si n que la gente cesara de repetir hacen cen necesaco n escepticismo que cua tro golero; en eell cielo no ha
su p i e l transparente pero sobre t o d o de l t e r r i b l e ostracismo al que
r i a m e n t e e un mu ert o. Sin embargo ¡e sabía que varias costureras
repente ente los hombres come nzar on a enestaba condenada que de rep
bordaban ya el ajuar de doña Genoveva y sus medidas habían sido
contrarse en el camino que cada mañana recorría para asistir con
enviadas a Espa ña donde se confeccionó un vestido de novia que
d o n Federico a la primera misa de la iglesia del Carmen. Envuel-
le serviría para casars casarse e seis meses después con don Federico por -
tos en la bruma de las seis cuando el sereno humedecía todavía la
que Daniel Gonzá lez romp ió el noviazgo si es que noviazgo h ubo
grama de los jardines esperaban fingiendo ignorarse unos a otros
la misma tarde que la j u n t a directivadel
el paso de aquella mujer cubierta por un velo que a duras penas
da de adm isió n presentada po r sus p sus p r i m o s sin que el padre de doña
dejabaa a divinar su per fil de camafeo dejab camafeo altiva y sin embargo ins inua nte por la ironía que todos creían adve rtir en el fondo de sus ojos.
Genoveva entonces presidente de club moviera un dedo para
Cosa curiosa al menos en apariencia do n Federico no sse e mos-
de la súbita partida de Daniel González y de su no menos repenti-
traba mole sto por el discreto homenaje así rendid o a la belleza belleza de
na decisión de dedicarse al contrabando de tabaco. Doña Genoveva
su mujer. Algún malhablado tuvo incluso el poco gusto de decla-
n o juzgó necesario hacer aclaraciones hacer aclaraciones y conociendo la soberbia
rar que a lo mejor le gustaba gustaba compa rándo lo al perro del hortela -
reserva con que protegía su i n t i m i d a d nadie tuvo la ocurrencia de
n o que exhibía su hueso sin comerlo ni dejarlo comer. Pero u n
pedírselas.
B C votó
contra la deman-
eso se diríaen la ciudad como explica ción i m p e d i r l o . Por lo menos eso
b u e n n día los catorce primos hermanos de Daniel González reco-
Tampoc o Dan iel Gonzále z era hombre que ssee dejara arrastrar
r r i e r o n las tres cuadras transitadas por doña Genoveva y en un
a ninguna suerte de confidencias. Aquella vez hizo lo mismo que
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haría más tarde, cuand o sus pr im os herman os pu sieron en ffuga uga a l o s a d mi r a d o r e s d e d o ñ a Genoveva guardar sus propósitos para é l so so l o e n u n u l t r a j a n t e h e r m e t i s mo . T a n t o s e rríí a e l t e m o r qu e i n s p i r a b a l a mi r a d a cada vez más resabiada y quieta de sus ojos g r i se ses, s, que si com o con trabandista tenía acceso a los sigilosos caminos que los guajiros abrían en la selva y a su pano plia de filtros y bebedizos capaces d e hacer o deshacer cualquier hechizo, no se encontr ó persona a l g u n a p a ra ra me n c i o n a r s u n o mb r e c u a n d o d e r e p e n t e al perro de don Federico se le dio por cambiar de comportamiento.
A s í c o mo h a b í a pasado un año entero ladr and o
desaforadamente
desde l a puesta del sol hasta su salida, así una buena noche aquel
a n i m a l e n d i a b l a d o r e s o l v i ó d o r m i r s e d e j a n d o a l v e c i n d a r i o l a i n q u i e t u d de su silencio. Temiendo que la súbita paz fuera presagio
de desdicha, los vecinos ssee qu e d a r o n desvelados en sus camas a la espera de lo que pudiera o c u r r i r . Pero n ad ad a o c u r r i ó . A l o t r o día, la
s i r v i e n t a d e d o ñ a Genoveva a qu i e n mu c h o s c r e í a n su su h e r ma n a n a t u r a l , salió a comp rar el pan del desayuno y con su habitu al laco-
nismo se limitó a comentar en la tienda que la noche se hizo para d o r m i r . Y siete noches seguidas e l p e r r o d e d o n F e d e r ic ic o d u r mi ó
e n u n p r o f u n d o s u e ñ o . Se Se l e v o l v e r í a a o ír ír v o c ifif e r a r c o mo u n p o seído la tarde misma que doña Genoveva y s u m a r i d o t o m a r o n e l barco en el que deb ían inici ar su viaje a Cali, por qu e sin hacer caso de la opinión de los vejados mé d i c o s d e l a c i u d a d , d o n F e d e r i c o había decid ido que allí, y sólo allí, su esposa p o d í a hacerse o p e r a r de las amígdalas. D e l a o p e r a c i ó n d e d o ñ a Genoveva v e n d r í a a hablarse m u c h o s años después de que don Federico hubiera desaparecido de la c i u d a d y D a n i e l G o n z á l e z , a b a n d o n a n d o l o s negocios ilícitos, ilícitos, dirigiera c o n ma n o d e h i e r r o l o s M o l i n o s I n s ig ig n a r e s . P o r e n t on on c e s d o ñ a Genoveva había llegado a la cincuentena y era una mujer redonda
de mejillas sonrosadas. La s raras personas raras personas que tenían el privilegio
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de verla se mostraban sorprendidas de que habierdo sido tan esbelta en su j u v e n t u d , h u b i e r a t o m a d o c o n e l t i e mf o e l abotagado aspecto de un eunuco entrad o en años. Ya en los das das en que sem-
b r ó l a acacia d o ñ a Genoveva había come nzado
sorpresivamente sorpresivamente
a envejecer: s u p i e l se resecaba y sus manos, cubie tas de manchas mar rones , parecían agrietarse. agrietarse. A nadie se llee o c u r r i asociar su prequizás porq ue se sam a t u r o ocaso a la ausencia de don Federico, quizás b í a qu e d u r a n t e u n a ñ o , desde s u regreso de Cali,no había vuelto a d i r i g i r l e la palabra. Según el decir de much os, lo nás significativo era que doña Genoveva se negara a salir a la cali* y o l v i d a n d o l aass má s elementale elementaless prácticas religiosas religiosas no se tomar a ú siquiera el t r a bajo de ir a misa. Nunc a se había creído mayorm ente en su fe, pero sí en su sentido de las conveniencias, y un desafío tan abierto a la c o mu n i d a d s ó l o p o d í a explicarse si intentaba l i m i a r todo contacto con el m un do exterior . En re alida d, la gente no se equivoc aba. Aparte de sus tres amigas íntimas y del Padre Justo que con sus ideas liberales había tomado de otra manera el rílevo del d i f u n t o
p a d r e Si x t i n o , m u y pocas personas eran admitidas en su presencia. Los representantes de todas las asociaciones piadosas y caritativas de la la ciudad tenían que hacer frente a la impenetrable y oscura h e r m a n a n a t u r a l , ascendida ya al rango de ama Je llaves, que distribuía parsimo niosam ente el dine ro destinado 1 la benevolencia. Se sabía incluso que cuando Daniel González iba cada tres meses a rend ir cuenta de llos os Mol ino s Insignares, doña Genoveva lo atendía cubierta de un velo negro que le llegaba hasia el suelo, las las ma nos forradas en mitones de encaje. A pesar d e s u a i s l a mi e n t o , d o ñ a Genoveva llevaba la voz can-
tante en la ciudad. No sólo sus opiniones, difundidas por las tres amigas que jugaban todas las tardes canasta con ella, servían de
instancia sobre l o h a b i d o p u n t o de referencia y decidían en ú ltima instancia y lo por haber, sino que gracias a la buena gerencia de Daniel
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