La Misa Sencillamente

April 4, 2017 | Author: Victor Manuel | Category: N/A
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Manual del Centre de Pastoral Liturgica acerca de la Celebracion eucaristica catolica - normas, fundamentos, sugerencias...

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La misa, sencillamente

[email protected] septiembre 2012

2. ADVIENTO* 3. EL ARTE DE LA HOMILÍA 4. LA CINCUENTENA PASCUAL* 5. NAVIDAD Y EPIFANÍA*' 9. ANTIGUO TESTAMENTO. Guía para su lectura.* 12. CLAVES PARA LA ORACIÓN 15. PENITENCIA-RECONCILIACIÓN 16. LA MISA DOMINICAL, PASO A PASO* 17. CLAVES PARA LA EUCARISTÍA 18. LA PLEGARIA EUCARÍSTICA. I.- Catequesis 19. LA PLEGARIA EUCARÍSTICA. II.- Pastoral 20. CELEBRAR LA EUCARISTÍA CON NIÑOS* 21. LA MISA DIARIA. Sugerencias y material.* 22. 22 SALMOS PARA VIVIR* 23. EL BAUTISMO DE LOS NIÑOS* 26. EL SABOR DE LAS FIESTAS 27. CANTO Y MÚSICA 28. CELEBRAR LAS FIESTAS DE MARÍA* 30. NUEVAS HOMILÍAS PARA EL MATRIMONIO* 31. NUEVAS HOMILÍAS PARA LAS EXEQUIAS* 32. NUEVAS HOMILÍAS PARA EL BAUTISMO* 33. VIA CRUCIS* 34. EL DOMINGO CRISTIANO 35. MINISTERIOS DE LAICOS 36. LITURGIA DE LAS HORAS. 20 siglos de historia. 37. LA MESA DE LA PALABRA 38. LA MÚSICA EN LA LITURGIA. Documentos. 39. LA COMUNIDAD CELEBRANTE 40. GESTOS Y SÍMBOLOS 41. COMO NO DECIR LA MISA 42. PRINCIPIOS Y NORMAS DE LA LITURGIA DE LAS HORAS* 43. ORAR LOS SALMOS EN CRISTIANO 44. CELEBRAR LA VENIDA DEL SEÑOR: Adviento-Navjdad-Epifanía 46. LA ALABANZA DE LAS HORAS. Espiritualidad y_pastoral. 47. ORACIÓN MARIANA A LO LARGO DEL ANO* 48. LECTURA DE LA BIBLIA EN EL AÑO LITÚRGICO 49. PASTORAL DE LA EUCARISTÍA 50. ELLECCIONARIO DE LUCAS. Guía homilética * 51.CATEQUESIS Y CELEBRACIÓN DE LA PRIMERA COMUNIÓN* 52. PASCUA / PENTECOSTÉS 53.0RAR CON LA IGLESIA: LAUDES/VÍSPERAS DE UNA SEMANA* 54. LA ORACIÓN EN LA ESCUELA DE JESÚS 55. LA CELEBRACIÓN DE LA PENITENCIA* 56. ORACIÓN ANTE LOS ICONOS. Los misterios de Cristo en el año litúrgico 57. CELEBRAR LA CUARESMA* 58. MODELOS BÍBLICOS DE ORACIÓN 59. LA CELEBRACIÓN DE LAS EXEQUIAS 60. PASTORAL DE LA SALUD. Acompañamiento humano y sacramental 61. LA CELEBRACIÓN DE LA SEMANASANTA 62. LAS FIESTAS DE LOS SANTOS. Material para su celebración* 63. LA MISA, SENCILLAMENTE' 64. RELIGIOSIDAD POPULAR Y SANTUARIOS* 65. LAS ACLAMACIONES DE LA COMUNIDAD 66. MATRIMONIO: PREPARACIÓN Y CELEBRACIÓN 67. ENSÉÑAME TUS CAMINOS. Adviento y Navidad día tras día. (*) Editados también en catalán











son siempre importantes para pasar de la dispersión en el mundo a la reunión, tanto si son pronunciadas por el presidente como si incluyen, en ocasiones en las que es posible, un intercambio de testimonios... Expresar el hoy de la Palabra de Dios: esta es la función de la homilía, que en determinados casos podrá incluir otras intervenciones, y que debe presentar siempre a la Eucaristía como fermento de una vida concreta. Conectar con la forma familiar de expresarse de los reunidos (niños, jóvenes, grupos más o menos homogéneos...). En las asambleas amplias y heterogéneas, ayudar fraternalmente a cada uno de los participantes a acoger como un signo de Iglesia lo que resulta conveniente y significativo a otros participantes, y eso recíprocamente. Subrayar todos los tiempos fuertes de la celebración: reunión, Palabra de Dios, oración universal, presentación del pan y el vino, plegaria eucarística de acción de gracias y de ofrenda, comunión. No centrar la atención en resaltar los elementos más fáciles o los aspectos marginales. Hay muchas posibilidades, si uno sabe someterse al ritmo de la acción litúrgica. Estar atentos a las funciones respectivas del sacerdote y de los demás actores que están al servicio de la oración de toda la asamblea. A veces se presentarán dificultades, pero los obstáculos se superarán si se sabe entrar en la dinámica de la celebración. No deben negligirse los aspectos técnicos y que exigen un aprendizaje: no es lo mismo animar un canto de asamblea que dirigir una coral, hay que aprender a tocar un instrumento musical, a leer en público, a hablar por el micro y a controlar el sonido, a dosificar la iluminación, a expresarse mediante las actitudes, los gestos, la mirada... * * *

Y después déla celebración… Nos preguntaremos cómo hemos aplicado los distintos puntos que acabamos de mencionar... Pero sobre t«do nos haremos la pregunta esencial: ¿Qué rostro de Iglesia se ha manifestado en nuestra celebración?

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ROBERT CABIÉ

LA MISA, SENCILLAMENTE

dossiers CPL 63 CENTRE DE PASTORAL LITÜRGICA Rivadeneyra, 6. 7. 08002 BARCELONA





Título original: La messe



Publicado en francés por Editions Ouvrieres en su colección Tout simplement (1993)



Traducción: Josep Lligadas

No está permitida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier procedimiento, sin autorización escrita de la editorial.

Con licencia eclesiástica

Primera edición: septiembre de 1994 Segunda edición: marzo de 1995 © Les Éditions De L’atelier, París 1993 © Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 1994 Rivadeneyea 6,7. 08002 Barcelona ISBN: 84-7467- 311-9 D.L: B. 44.479-95 Imp.: Multitext, S.L.

celebración no todo tiene que ponerse en el mismo nivel: hay un ritmo que implica momentos fuertes y momentos débiles. Hay que conocer el significado de los momentos fuertes de la celebración. Los distintos elementos no son intercambiables y no se debe tergiversar su sentido, puesto que nos han sido transmitidos por la vida de la Iglesia desde el tiempo de los apóstoles... Las páginas precedentes han pretendido ayudarnos a descubrirlo. Hay que darle su lugar propio a la proclamación de la Sagrada Escritura. Es una expresión privilegiada de la Palabra de Dios. Y no podemos tratarla como cualquier otro texto que podamos leer en la celebración. Los distintos actores de la celebración deben actuar armónicamente. El sacerdote ni es el que lo hace todo, ni es un mago que sólo sale de su antro en el momento preciso en que es imprescindible su presencia. El es el que, desde el principio, «preside» en nombre de Cristo: él manifiesta la iniciativa del Señor que nos convoca y nos hace participar de su vida. Es importante cuidar los elementos simbólicos de la celebración. El lenguaje no consiste sólo en palabras, sino que está también en los gestos, los cantos y la música, la decoración, las vestiduras, los objetos que se utilizan... No debe olvidarse que la simplicidad puede armonizarse muy bien con la belleza.

... EN NUESTRA VIDA DE HOY Puesto que se trata de una actualización, tomará formas distintas según las asambleas y las circunstancias. Lo que funcionará bien para determinados grupos puede no funcionar en otros. •



No debe prepararse nunca un acto litúrgico pensando sólo en lo que ocurre en el altar o sus alrededores. No se trata de un espectáculo que se desarrolla en un escenario. Todo el pueblo presente es actor de la celebración. Algunas preguntas que conviene hacerse: ¿Quiénes son los que han respondido a la invitación del Señor? ¿De dónde vienen? ¿Qué cosas marcan su vida? Las palabras de acogida

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SUMARIO

3. PREPARAR UNA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA Introducción;

Cuando se prepara una celebración, ¿qué cosas son las que nunca se pueden dejar de lado? ¿Se puede ser creativo o hay que aplicar siempre las normas?

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1 Unos gestos de Jesús repetidos hasta nuestros días Una celebración que no funciona La última Cena de Jesús La liturgia de la nueva alianza Repetir los gestos de la Cena Nos alimentamos de la palabra de Dios La misa de generación en generación

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... Dos cosas que puede parecer difícil realizar a la vez, porque a menudo se experimentará la tentación de quedarse con sólo una o de darle por lo menos una importancia tal que oscurecerá prácticamente a la otra. Conocemos suficientemente esas «ceremonias» intemporales que prácticamente no tocan ni comprometen a los hombres vivos y reales, y también, al revés, esa especie de «manifestaciones» que nos machacan a base de testimonios de vida y en las que Jesucristo casi parece que no tenga ningún papel...

2. Una reunión que hace visible a la Iglesia Un pueblo disperso Un pueblo que se reúne En el corazón de las tensiones, de las desigualdades Una melodía a muchas voces Un lugar para celebrar Reunirse regularmente

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No se trata de dos cosas que hay que hacer coexistir sea como sea, sino de dos polos que mantienen entre sí una tensión, difícil de vivir como toda tensión. Actualizamos el misterio de Cristo en un pueblo concreto. Si no se reflejara nada de la vida de ese pueblo, no habría actualización... y tampoco la habría si no se pudiera descubrir ahí la Pascua de Jesús.

3. Una acción de gracias La oración bíblica La Eucaristía o la acción de gracias ¡Demos gracias al Señor, nuestro Dios! Nuestra participación El pan y el vino La palabra Eucaristía, ¿tiene distintos significados?

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4. Un sacrificio Un relato El sacrificio de Cristo El memorial Te ofrecemos El "ofertorio" y el sacrificio eucarístico "Nuestra pascua"

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Lo que hacemos siempre es * celebrar el misterio pascual de Jesucristo * en nuestra vida de hoy.

Intentemos precisar ahora, concretamente, algunos puntos que merecen atención.

CELEBRAR EL MISTERIO PASCUAL •

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No debemos considerar los ritos como formas rígidas que precisan hasta los más mínimos detalles, sino como una dinámica que nos introduce en la oración de la Iglesia. En la

* Celebrando el memorial te ofrecemos... (plegaria de anamnesis) * Que el Espíritu Santo descienda sobre los que van a comulgar (epíclesis de comunión) * Acuérdate... (intercesiones) * Por Cristo, con él y en él... * Nosotros nos adherimos a la plegaria eucarística Amén «Jesús partió el pan y se lo dio...»

5. Una presencia Una presencia misteriosa Una presencia dinámica Una presencia que permanece después de la misa Una llamada al Espíritu Santo Una presencia en la ausencia y en la espera Los distintos modos de presencia de Cristo

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6. Compartir en comunión La Eucaristía llega a su cumplimiento en la comunión Los ritos de la comunión Es Jesús quien nos reparte el pan Los frutos de la comunión

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7. Una oración sin límites La misa es toda ella una oración La oración universal Las intercesiones de la plegaria eucarística La misa se ofrece por los vivos y por los difuntos

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Conclusión: Hacia el futuro «¡Podéis ir en paz!» De Eucaristía en Eucaristía ..¡Hasta que vuelva!

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Apéndices 1. Mirada panorámica sobre la historia de la misa 2. La estructura de la liturgia de la misa 3. Preparar una celebración eucarística

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COMUNIÓN * Nos preparamos para la comunión uniéndonos en oración Padre nuestro Oramos juntos * Nos preparamos para la comunión con el perdón y el amor fraterno Gesto de paz Vamos hacia nuestros hermanos y hermanas * Acogemos el signo del pan compartido Fracción del pan Y cantamos Cordero de Dios... * Nos acercamos cantando... Comúlganos con el cuerpo (y la sangre) del Señor afirmando nuestra fe Amén * Nos recogemos en silencio * El presidente ora en nuestro nombre Poscomunión * Y nosotros nos unimos a la oración Amén

CONCLUSIÓN: DE LA REUNIÓN A LA DISPERSIÓN * El diácono u otro ministro da indicaciones sobre la vida de la comunidad y anuncia próximas citas Avisos * El presidente invoca la benevolencia del Seflor para los que han participado de la celebración y ahora van a dispersarse Bendición Nosotros respondemos Amén * El diácono o el sacerdote disuelven la Asamblea Podéis ir en paz Nosotros respondemos Demos gracias a Dios

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Nosotros escuchamos * El presidente explica de qué manera esta Palabra se cumple hoy Homilía Nosotros nos sentamos j escuchamos * Todos proclamamos la fe de la Iglesia Profesión de fe Nuestra oración, como la de Jesús, es para todos los hombres ORACIÓN UNIVERSAL * Un diácono o un laico nos propone las intenciones de oración Oremos por... * Nosotros respondemos Escúchanos, Señor * Y cuando el presidente concluye la oración: Amén

LITURGIA EUCARÍSTICA «Jesús tomó el pan... el vino...» PREPARACIÓN DE LAS OFRENDAS * Se llevan al altar el pan y el vino * «Frutos de la tierra... de la vid... y del trabajo del hombre» * Nos sentamos y nos preparamos para la acción que se va a realizar * El presidente ora en nuestro nombre Oración sobre las ofrendas * Y nosotros nos unimos a la oración Amén «Jesús dando gracias te bendijo» PLEGARIA EUCARÍSTICA * El sacerdote recuerda las maravillas de Dios: En verdad es justo y necesario darte gracias... Nosotros, de pie, escuchamos * Cantamos: Santo, santo, santo... * Que esta ofrenda sea para nosotros cuerpo y sangre de Cristo (epíclesis de consagración) Nosotros miramos y escuchamos * Narración de la Cena (Consagración) * Nosotros cantamos: Aclamación de anamnesis

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INTRODUCCIÓN Una aventura... Me pidieron un día que escribiera un libro sobre la misa... Que lo hiciera de manera sencilla... pero sin dejar de lado ninguna de las riquezas que los cristianos, a lo largo de los siglos, han descubierto en este sacramento, primero celebrándolo y luego reflexionando sobre él... En cuanto acepté la propuesta, tuve la impresión de embarcarme, como capitán, en un barco que tenía que conducir a los lectores a alta mar... Necesitaba, por tanto, reclutar una tripulación, puesto que un profesor de Facultad de Teología no está nunca seguro de poder escribir, si nadie le ayuda, de manera sencilla... Afortunadamente, cuando dicho profesor es al mismo tiempo consiliario de grupos de Acción Católica en el Mundo Obrero, está rodeado de adultos y de jóvenes que saben hacerle bajar de las nubes, cuando se pone a mirar por encima de las velas del navío, y le devuelven a la cubierta sacudida por las olas, allí donde los marineros deben enfrentarse a las zozobras de la navegación. Por ello, me impuse en primer lugar estar más atento a lo que experimentaban mis compañeros de viaje, luego les di a leer las páginas que iba escribiendo, me fijaba en sus reacciones, e iba poniendo al día la hoja de ruta. Y así he ido teniendo la sensación de que el itinerario se dibujaba con perfiles más nítidos, y se acercaba más a la sencillez deseada.

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Para mí, ha sido una aventura. Y hoy, junto con la tripulación, invito al lector a subir a bordo, a embarcarse en un crucero de largo recorrido.

...marcada por nuestra experiencia, nuestra formación, nuestra historia personal No todos partimos con el mismo equipaje... Llevamos con nosotros todo lo que ha acumulado nuestra experiencia, nuestra formación, nuestra historia personal. Debemos tomar conciencia de ello y, en consecuencia, preguntarnos lo que la palabra misa nos evoca. He aquí algunas respuestas a esta pregunta, recogidas y presentadas sin pretender ordenarlas:

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¿La misa? En principio, me hace pensar en un viejo altar en una iglesia fría. Quizá eso provenga de lo que aprendí en el catecismo.

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Es la Cena de Jesucristo con sus discípulos antes de su muerte... el signo de Jesucristo muerto y resucitado.

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Es compartir el cuerpo y la sangre de Cristo que se ha entregado a cada uno de los hombres para que todos puedan acceder a la vida eterna.

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Es la renovación del sacrificio de Cristo para rescatarnos de nuestros pecados.

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Es un diálogo en lo más profundo de uno mismo con Dios nuestro Padre.

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Es un encuentro con Dios para dar gracias y pedir.

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Es hacer memoria de Jesús para vivir de alguna manera con él.

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Celebrar una eucaristía es para mí hacer Iglesia, esa Iglesia en la que cada uno es discípulo, miembro de Jesús.

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Evoca para mí el hecho de compartir, comunión, y sobre todo encuentro... Pero no sé cómo se relacionan o encajan eucaristía y misa (quizá sean lo mismo...). De hecho, la imagen que me inspira sería la de dos manos partiendo un pan.

2. LA ESTRUCTURA DE LA LITURGIA DE LA MISA INTRODUCCIÓN: DE LA DISPERSIÓN A LA REUNIÓN * Nos acogemos mutuamente. Nuestras voces se unen Canto de entrada * Es el Señor quien nos ha convocado y quien nos acoge Saludo del presidente * Preparamos nuestros corazones para entrar en la oración de Jesús Acto penitencial * En los días de fiesta, cantamos la gloria de Dios Gloria a Dios en el cielo * El sacerdote nos invita a orar Oremos * Nosotros oramos Silencio * El sacerdote presenta nuestra oración a Dios, unida a la de Jesús Oración colecta * Nos unimos a esta oración Amén

LITURGIA DE LA PALABRA «Cristo está presente en su Palabra. Es él quien nos habla cuando se leen en la iglesia las Sagradas Escrituras» LECTURAS Y HOMILÍA * Nos sentamos * Un lector se presenta a la vista de todos Lectura del Antiguo Testamento * Nosotros escuchamos * Un lector o un cantor se presenta a la vista de todos Salmo con su respuesta * Nosotros escuchamos y respondemos * Un lector se presenta a la vista de todos Lectura del Nuevo Testamento * Nosotros escuchamos * Un diácono o un sacerdote se preparan para leer Aleluya Nosotros nos levantamos cantando * Proclamación del evangelio

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Se desea sobre todo «ver» la hostia. La «elevación» después de la consagración toma una gran importancia. El pueblo se convierte en «espectador». Se dice que «asiste» a la misa, o que «oye» misa. Se ha perdido el sentido de Asamblea.

¡Cuánta diversidad en estas respuestas! Pero no resulta sorprendente: la Eucaristía es algo tan rico que permite llegar a ella a partir de cualquiera de estos aspectos...

5. La reforma de san Pío V (del siglo XVI al XX)

Aparecen aquí un conjunto de puntos que deberemos abordar en el camino que vamos a recorrer: la Cena de Jesús, la Iglesia que se construye, la acción de gracias, la memoria y el sacrificio, la presencia del Señor, el partir y compartir, el encuentro, la petición.

Después del concilio de Trento, el papa Pío V promulga un nuevo misal, en el año 1570. Su objetivo es purificar y unificar la forma de celebrar la Eucaristía mediante un retorno a las fuentes. Pero dichas fuentes son aun poco conocidas y la reforma, que se había emprendido animosamente, queda limitada y dificultada por las discusiones con los protestantes. En los siglos posteriores, los pastores se esfuerzan en formar a los fieles para que comprendan el sentido de la Eucaristía. La Misa parroquial se convierte en un momento importante de la vida de los cristianos. Los libros de devoción ofrecen consejos para «asistir» a ella con el mejor espíritu. El culto al Santísimo Sacramento fuera de la misa constituye una ocasión para una catequesis que, lamentablemente, no siempre es bien entendida. Pero sobre todo las reglamentaciones litúrgicas, cada vez más minuciosas y detallistas, no permiten que estos esfuerzos puedan dar todo su fruto.

6. El «movimiento litúrgico» y el concilio Vaticano II Se redescubre el sentido de la Asamblea: El pueblo de Dios es invitado a participar de la misa de forma consciente y activa. Las palabras y los cantos se dicen en la lengua de los participantes. El nuevo misal promulgado por el papa Pablo VI permite un retorno a las fuentes adaptado a las exigencias del tiempo actual. Se busca la verdad de los ritos. Se entiende mejor la vida cristiana como la alternancia vital entre la reunión para la celebración y la dispersión en el mundo.

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Algo que se hace... Está además otra dificultad... y de peso: la Eucaristía no es algo de lo que se habla, ni sobre lo que se reflexiona. Es algo que se hace. «Haced esto en conmemoración mía», dijo Jesús a sus discípulos. Y en la misa hacemos esta experiencia. Por tanto, habrá que preguntarse qué vemos en la misa, qué hacemos, con quién, cómo... No resulta siempre fácil entrar en ese «hacer». Así lo muestran estos dos testimonios notablemente distintos que recogemos aquí para empezar: «¿La misa? Yo no voy. ¿Por qué? No siento ni necesidad ni ganas. La misa en muy pocas ocasiones permite un diálogo entre los asistentes. Uno puede dirigirse a Dios, pero individualmente, con el pensamiento. Y eso yo puedo hacerlo en mi casa, o en cualquier otro lugar (aunque debo reconocer que no lo hago muy a menudo...). Cuando uno se dirige a Dios de modo colectivo, es a través de los cantos, los gestos y las palabras rituales, que sólo pueden alcanzar su profundo significado después de haber compartido nuestros pensamientos, después de una búsqueda colectiva». (Inés, enfermera). «Me gusta encontrarme en el ambiente de la iglesia y de la misa, para reflexionar cada semana sobre lo que vivo; también me gusta encontrar personas conocidas, con las que comparto mis preocupaciones, y con las que canto, rezo, me río, hago de todo. Resulta guay darse cuenta a veces de la proximidad de las lecturas a nuestra vida de cada día. Ahí puedo ver lo que puedo hacer para vivir un poco más de acuerdo con Dios, para mí y también respecto a los

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demás (aprender a ser abierto, acabar con mi egoísmo)... Y espero también llegar a comprender mejor algunos puntos de la celebración que todavía no entiendo». (Pablo, estudiante de Ciencias). Después de todo esto, ya sólo nos queda ponernos en camino. Si en algún momento tenemos la impresión de perdernos en pleno mar, podremos acudir a las últimas páginas, que nos pueden servir de brújula para situarnos. Allí encontraremos: -

Una mirada panorámica sobre la historia de la misa.

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Una presentación de la estructura de su desarrollo.

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Algunos puntos a tener especialmente en cuenta en el momento de preparar una celebración eucarística.

3. En el ambiente de las basílicas (del siglo IV al VIII) Las distintas partes de la misa toman mayor amplitud: Los ritos de entrada, la presentación del pan y el vino, la comunión, dan lugar a procesiones acompañadas de cantos. Los elementos heredados de la época precedente se resaltan en función de una asamblea más numerosa. Los formularios se ponen por escrito y se crean las primeras colecciones de oraciones. Son los primeros «libros litúrgicos». Todo este desarrollo de la celebración toma formas distintas según los distintos lugares y culturas. Así se forman las grandes familias litúrgicas, en torno a las ciudades que recibieron el Evangelio en primer lugar: Jerusalén, Antioquía (en Siria), Edesa (en Mesopotamia), Alejandría (en Egipto), Roma, etc. El pueblo participa intensamente, en su lengua, en torno al obispo y los sacerdotes, bajo la dirección de los diáconos. La evangelización del campo obligará a una cierta multiplicación de las asambleas, pero se intenta lo más posible evitar la dispersión y mantener grandes reuniones significativas.

4. Descenso de la participación del pueblo (del siglo VIII al XV) Las costumbres de la ciudad de Roma se difunden en todo el Occidente. El sacerdote va tomando cada vez mayor importancia, junto con los ministros que le rodean. Ya no recibe el nombre de «Presidente», sino de «Celebrante». Se añaden un gran número de «oraciones privadas» que sólo le afectan a él. Se inicia la costumbre de celebrar misas sin presencia del pueblo. El pueblo participa cada vez menos. El pueblo ya no entiende la lengua que se habla en las iglesias. Ya no puede unirse a los cantos, que son ejecutados por especialistas. Ya no se utiliza el pan ordinario, que los fieles traían de sus casas. Por respeto, ya no se recibe la comunión en la mano.

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1. MIRADA PANORÁMICA SOBRE LA HISTORIA DE LA MISA

Capítulo 1

1. En tiempo de los apóstoles La misa se celebraba en el contexto de una comida, como hiciera Jesús en la Cena: tomó el pan... el vino... dio gracias o pronunció las bendiciones sobre el pan... sobre el cáliz, partió el pan, lo dio a sus discípulos diciendo: «Esto es mi cuerpo... Este es el cáliz de mi sangre». Antes de empezar, se lee la Biblia. El Nuevo Testamento aun no estaba escrito, de manera que se hacía como había hecho Jesús el día de su resurrección con los dos discípulos que iban camino de Emaús: «Comenzando por Moisés y siguiendo por los Profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura».

UNOS GESTOS DE JESÚS REPETIDOS HASTA NUESTROS DÍAS En nuestros días, en todos los lugares en los que hay cristianos, las iglesias acogen, todos los domingos, a hombres y mujeres que van a la misa. ¿De dónde viene esta costumbre, que desde luego no es algo banal y sin importancia? ¿Cuándo empezó? ¿A través de qué dificultades y de qué evoluciones ha llegado hasta nosotros? Y, sobre todo, ¿a qué se va a misa?

¿Y los primeros cristianos? ¿Iban a misa?

2. Los primeros desarrollos de la celebración (hasta el siglo

III) La Eucaristía deja de celebrarse en el contexto de una comida. Las distintas «Bendiciones» se convierten en una únicaPlegaria Eucarística. La narración de la Cena se integra en dicha Plegaria, y se añaden unas palabras que expresan que se hace memoria de Jesús y que se ofrece su cuerpo y su sangre. Esta pregaría se transmite por «tradición oral»: El único «libro litúrgico» es la Biblia. La Liturgia de la Palabra se organiza según el modelo de lo que hacen los judíos en sus reuniones del sábado, pero no se lee sólo el Antiguo sino también el Nuevo Testamento.

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UNA CELEBRACIÓN QUE NO FUNCIONA Nos hallamos en el año 55, en Corinto, una gran ciudad de Grecia. El año anterior, el apóstol Pablo ha anunciado allí el Evangelio y los que se han adherido a su mensaje han formado una comunidad. Luego el apóstol se ha ido para fundar Iglesias en otros lugares. Pero un día le llegan noticias de aquellos cristianos que ha dejado en Corinto. Como todos los fieles de Cristo, los corintios se reúnen regularmente en la casa de uno de ellos para celebrar la Eucaristía, que tiene lugar en una cena en la que cada uno aporta algo para comer. Pero en lugar de compartirlo, de ponerlo todo en común, cada uno come

egoístamente lo que ha traído. El resultado es que los más pobres se quedan con hambre, ¡mientras que los más ricos acaban emborrachándose! Esta situación suscita la cólera de Pablo, en una carta que les dirige: aquello no es la «Cena del Señor»; aquello no es lo que él les ha enseñado. Y, para hacer que entiendan bien lo que es la Eucaristía, recuerda la narración de lo que ocurrió cuando Jesús, antes de su pasión, compartió con sus discípulos aquella última comida, la última cena. No pretende explicar todos los detalles con precisión, como haría un periodista; sólo recoge lo que considera esencial para la finalidad que se propone: Esto es, dice, lo que yo he recibido del Señor y os he transmitido.

Los reproches de un apóstol Cuando tenéis una reunión os resulta imposible comer la cena del Señor, pues cada uno se adelanta a comerse su propia cena, y mientras uno pasa hambre, el otro está borracho. ¿Será que no tenéis casas para comer y beber?, o ¿es que tenéis en poco la asamblea de Dios y queréis abochornar a los que no tienen? ¿Qué queréis que os diga?, ¿que os felicite? Por eso no os felicito. Porque lo mismo que yo recibí y que venía del Señor os lo transmití a vosotros: que el Señor Jesús, la noche en que iban a entregarlo... (1 Corintios 11,20-23).

LA ÚLTIMA CENA DE JESÚS La carta a los Corintios es el más antiguo testimonio escrito de la última cena de Jesús antes de su muerte. Pero tenemos también el de los evangelistas Marcos, Mateo y Lucas. Como Pablo, ellos tampoco quieren hacer de historiadores; su intención es expresar el significado de lo que hacen las comunidades a las que pertenecen, cuando celebran la Eucaristía. En las páginas siguientes se pueden ver, en cuatro columnas, las cuatro narraciones. A lo que parece, es Lucas quien nos ofrece la información más próxima a la realidad. Nos presenta la Cena como una de las comidas festivas que realizaban habitualmente los judíos, como la del último día de cada semana o sabbat (sábado), día consagrado al Señor, o como la de la Pascua, en el que una vez al año se hace memoria de la

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APÉNDICES

1. Mirada panorámica sobre la historia de la misa 2. La estructura de la liturgia de la misa 3. Preparar una celebración eucarística

liberación de la esclavitud de Egipto comiendo un cordero inmolado en el Templo. Estas comidas de los judíos son verdaderas celebraciones que se desarrollan según una ordenación muy precisa: Primero tiene lugar la preparación del vino, que se va pasando y cada uno bebe. A este gesto va unida una oración: «Bendito seas, Señor Dios nuestro, Rey del universo, que nos das el fruto de la viña». ¿No resulta significativo que estas últimas palabras se encuentren en el evangelio de Lucas en boca de Jesús, cuando se nos dice que empieza la cena tomando una copa? Luego el padre de familia parte el pan que será distribuido a los comensales: «Bendito seas, Señor... que haces que la tierra produzca el pan». Y cuando la comida termina, dice sobre una copa que se ha vuelto a llenar una fórmula más larga, la «gran bendición»: en ella se bendice al Señor por el alimento y por la «tierra» que ha dado a su pueblo; y la alabanza se transforma en súplica para que las maravillas de Dios se cumplan hoy de nuevo. Esto nos permite entender la narración de Lucas. Jesús actúa según lo acostumbrado, pero dándole un sentido nuevo. Porque, en efecto, cuando presenta el pan y la copa, pronuncia las palabras que designan aquellos alimentos como su cuerpo y su sangre.

Así pues, la misa de los primeros cristianos era una comida. Pero esa comida, ¿qué tenía de original? ¿Implicaba algunas actitudes o palabras particulares?

LA LITURGIA DE LA NUEVA ALIANZA La cena festiva de los judíos es un acto ritual:.implica realizar unos gestos y pronunciar unas fórmulas por parte del padre de familia que preside la mesa. No se trata de palabras inventadas pero tampoco de fórmulas dichas de memoria: su sentido es muy preciso y las palabras esenciales están siempre, pero pueden presentarse de maneras distintas, desarrolladas más o menos extensamente según las capacidades y gustos del que las tiene que decir. Es lo que se llama la «tradición oral», el estilo de los narradores de historias.

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LAS NARRACIONES DE LA CENA EN EL NUEVO TESTAMENTO 1 Corintios 11,23-26

Lucas 22,14-20 14. Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos. 15. Y les dijo: "He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer; 16. porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios". 17. Y, tomando una copa, dio gracias y y dijo: "Tomad esto, repartidlo entre vosotros; 18. porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios".

23. El Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo tomó pan y, 24. pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía" 25. Lo mismo hizo con la copa, después de cenar, diciendo: "Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre. Haced esto, cada vez que lo bebáis, en memoria mía. 26. Por eso, cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva".

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19. Y, tomando pan, dio gracias lo partió y se lo dio diciendo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía" 20. Después de cenar, hizo lo mismo con la copa diciendo: "Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre, que se den-ama por vosotros".

Llegados al término de nuestro recorrido, la mejor manera de resumir sus líneas esenciales será recordar las enseñanzas más solemnes de la Iglesia, que ya hemos evocado parcialmente. Esto dice la Constitución de Liturgia del Concilio Vaticano II, en su número 48:

La Iglesia, con el mayor interés, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos.

(18. "Porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios")

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... Y no funcionaba, sobre todo, porque la reunión de los cristianos de esta ciudad de Grecia ya no tenía nada de «contestataria»; con su manera de actuar, ya su reunión no manifestaba la distancia que se da entre el rito y el Reino que el rito anuncia, ni expresaba la tensión que encierra toda celebración auténtica. «¿Es que tenéis en poco ala Iglesia de Dios?», exclamaba Pablo en su indignación. Y así denunciaba aquella manera falaz de ejercer el sacerdocio del Pueblo de los bautizados, aquella manera que olvidaba que la presencia del Resucitado en el pan compartido es testimonio de una fraternidad que la Comunidad cristiana debe prefigurar y que va más allá de la precariedad de sus realizaciones parciales en nuestra condición mortal.

LAS NARRACIONES DE LA CENA EN EL NUEVO TESTAMENTO Marcos 14,22-25

Mateo 26,26-29

22. Mientras comían, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: "Tomad, • esto es mi cuerpo"

26. Mientras comían, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: "Tomad, comed: esto es mi cuerpo".

23. Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. 24. Y les dijo: "Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos.

27. Y cogiendo una copa pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo: "Bebed todos; 28. porque esta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos para el perdón de los pecados.

25. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios".

29. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el Reino de mi Padre".

* * *

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Un rito Es un acto simbólico, programado y repetitivo... (por ejemplo, el darse la mano para saludarse). En cuanto simbólico, el rito remite a algo distinto de lo que él es en sí mismo y compromete más concretamente y más personalmente que las ideas abstractas (más allá de ser un movimiento coordinado de los músculos, estrecharse la mano expresa el encuentro de dos personas, y este hecho puede alcanzar una gran intensidad cuando, por ejemplo, no sabiendo como manifestar mi amistad a un compañero que ha perdido a alguien querido, le doy la mano). Y en cuanto programado y repetitivo, el rito se convierte en algo familiar para un grupo humano, que puede reconocerse en él y encontrar en él un medio de identificación (si yo quisiera inventar cada mañana una manera nueva de saludar a los que me encuentre, ellos no entenderían el sentido de mi gesto; además, al tender la mano, yo muestro mi pertenencia a un grupo social, puesto que en otras civilizaciones puede haber otras formas de saludarse).

Jesús cumple el rito, utilizando toda la libertad que le permite el ceremonial. Pero ¿qué pretende hacer actuando así? Jesús está a punto de ser arrestado, condenado, crucificado, y sabe que Dios lo resucitará. Su cuerpo revivirá... el mismo cuerpo que hoy tiene pero que sin embargo será totalmente distinto. Resulta difícil de explicar, pero san Pablo nos ayuda a comprenderlo cuando dice que hay la misma diferencia entre el cuerpo de antes de la muerte y el de después de la resurrección que la que hay entre el grano que se siembra y la cosecha que se recoge (1 Corintios 15,35-49). Jesucristo quiere que nosotros vivamos eso mismo que él va a vivir: al término de nuestra vida, estamos llamados a morir y resucitar como él; pero entretanto, a lo largo de toda nuestra existencia terrena, tenemos que poder hacer presente, para revivirla, su pasión victoriosa, porque es ella la que puede dar un sentido a toda nuestra experiencia humana. Pero su muerte y su resurrección no podemos renovarlos materialmente; son acontecimientos que sólo ocurrieron una vez, «en tiempo de Poncio Pilato», como decimos en el Credo... Y por eso, Jesús pone este acontecimiento en forma de rito, y dice a sus amigos: «Haced esto en conmemoración mía».

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... ¡HASTA QUE VUELVA! Estas reflexiones nos devuelven a lo que ya hemos precisado, en el capítulo 5 (páginas 70-11) a propósito de la presencia sacramental de Cristo: presencia en la ausencia y en la espera. La celebración de la misa no nos da una especie de seguridad y poder sobre lo divino, como algunos parecerían esperar. Jesús viene a nuestro encuentro, pero eso no significa que ponga su cuerpo y su sangre a nuestra disposición para que podamos disponer de él a nuestro antojo. El sacramento de la Eucaristía no es una cosa de la que podamos apropiarnos a la manera como los judíos criticados por Jeremías se gloriaban de tener con ellos la morada del Señor: «No os hagáis ilusiones con razones falsas, repitiendo: el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor» (Jeremías 7,4). La Eucaristía, por el contrario, ahonda en nosotros un deseo, provoca una insatisfacción, abre a una esperanza, y dirige nuestras energías, en la fe, hacia Aquél que está siempre por delante de nosotros y más allá de los signos que nos da. Lo que recibimos son los primeros frutos de una cosecha que aún no está recolectada ni almacenada en el granero. «Cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva» (1 Corintios 11,26), precisa san Pablo. Esto nos sitúa en la historia de los hombres, cuyo desarrollo es un un parto doloroso (Romanos 8,22). A lo largo de este libro nos hemos detenido ampliamente en el pasado, en las evoluciones de los ritos a lo largo de los siglos, pero lo hemos hecho para comprender mejor cómo los gestos de la Cena han llegado hasta nosotros, y para descubrir también así su profunda riqueza en promesas de futuro. «¡Hasta que vuelva!». Estas palabras del apóstol fueron escritas a propósito de aquella «celebración que no funcionaba» que hemos evocado al principio del primer capítulo. ... No funcionaba, porque en la comunidad de Corinto, cada uno, sin esperar a los demás, comía lo que se había traído de casa, de manera que mientras uno quedaba con hambre otro se hartaba. El signo de la comida, al perder su consistencia humana como encuentro para compartir en la fraternidad, había perdido su significación de símbolo. Es decir, que las realidades del mundo, las relaciones entre las personas, y más ampliamente la historia humana entera, habían dejado de tener el sentido que tiene la verdad profunda del sacramento.

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También le responderéis mediante la alabanza y la intercesión por toda la humanidad, que os unirán a las de todo el pueblo de Dios.

Las ADAP Son las «Asambleas dominicales en ausencia del presbítero». Algunos quisieran llamarlas más bien «Asambleas dominicales en espera de presbítero», pero eso no tiene mucho sentido, porque significaría que no hay presbítero o sacerdote: se espera que venga alguno, pero no se sabe quién ni cuándo...; tampoco se sabe si esa esperanza se va a realizar... y de momento la reunión parece tener una vinculación muy tenue, muy débil, con la Iglesia local en torno al obispo. Y no es así. Porque en realidad hay un sacerdote, y se sabe quién es; hoy no está, pero estaba el domingo pasado, o vendrá el domingo próximo, y su responsabilidad alcanza aloque nosotros hacemos. El es para nosotros un signo visible de lo que es la Eucaristía en el pueblo de Dios.

En vuestro encuentro quizá también podáis comulgar, si os traen el pan eucarístico de otra iglesia en la que se haya celebrado la misa o si lo conserváis ahí de una celebración anterior. Si no, experimentaréis el deseo de ser alimentados del cuerpo de Cristo y esa será otra manera de recibir los dones de su amor.

Cuando celebramos la misa, no celebramos la última cena, sino que celebramos lo que se denomina el «misterio pascual», es decir, la muerte y la resurrección del Señor. Pero la única manera que tenemos para revivirlas, es repetir los gestos de la última cena, los gestos que Jesús nos dejó entonces. Y de este modo nosotros no nos contentamos con pensar y recordar la muerte y la resurrección, sino que realizamos un acto, cumplimos un rito, la liturgia de la Nueva Alianza, que nos hace llegar hasta su realidad misma.

Una liturgia Etimológicamente, esta palabra evoca un acto, una acción, es una «urgía» (como la cirugía) y no un discurso o una ciencia, una «logia» (como la bacteriología). Para los cristianos, la liturgia designa la acción de Cristo que salva al mundo y se ofrece a su Padre, en la que nosotros participamos a través de los ritos. Es, como dice el Concilio Vaticano II, «el ejercicio de la función sacerdotal de Cristo, ejercicio en el que la santificación del hombre se significa mediante signos sensibles., y en el que el culto público íntegro es ejercido por el cuerpo místico de Jesucristo, es decir, por la Cabeza y por sus miembros» (Concilio Vaticano II, «Constitución sobre la Liturgia», n° 7).

En esa situación de ausencia del sacerdote os sentiréis probablemente más responsables de la celebración, y así os prepararéis para mejor participar en próximas eucaristías, ocupando en ellas el lugar que os corresponde. Porque ahora nos encontramos en el tiempo de la Iglesia. Lo que da sentido a nuestra vida no está plenamente desvelado, y sólo podemos percibirlo parcialmente con los ojos de la fe. Y mientras dure nuestra peregrinación en este mundo, necesitamos signos sacramentales para sostener nuestra fidelidad. De domingo en domingo, desde la Primera Comunión que completa nuestro bautismo y nuestra entrada en el Pueblo de Dios, caminamos hacia una asimilación a la pasión y a la resurrección de Jesús que alcanzará su término con nuestro paso por la muerte carnal, un paso que será también acompañado por la Eucaristía en el Viático.

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sentimos bien juntos, alabamos a Dios juntos... Pero todo eso se desvanece cuando la celebración termina...

Hoy la misa ya no se celebra durante una comida. ¿Es lo mismo o se trata de cosas distintas? ¿Y por qué, además, antes de poner sobre la mesa el pan y el vino, pasamos tanto rato escuchando lecturas de la Biblia?

Ahora, la Iglesia me ha dado otros medios para vivir su vida: la ACI (Acción Católica de sectores Independientes) y sus instrumentos: meditación, encuesta, revisión de vida, intercambios en el grupo y en la vida. Todo eso me ayuda a entrar en la vida de la Iglesia y a participar más de esa vida. (Publicado en «La Maison Dieu», 1963).

REPETIR LOS GESTOS DE LA CENA

DE EUCARISTÍA EN EUCARISTÍA...

Lo que pretendemos no es imitar al pie de la letra lo que hizo Cristo

La Eucaristía está ahí para jalonar la existencia de los cristianos. La renovamos cada semana, cuando llega el día del Señor, o más a menudo incluso. Y así modela nuestra vida según el Evangelio.

Cada vez que participamos en la misa, repetimos los gestos de la Cena, como Jesús mandó a sus discípulos. Pero sin embargo, no reproducimos todos los detalles. Así actuaron también los primeros discípulos de Cristo. Muchos de ellos provenían del mundo pagano y nunca habían practicado las ceremonias judías. Pronto se abandonó la costumbre de celebrar la Eucaristía durante una comida... aunque, durante un cierto tiempo, se mantuvo la costumbre de comer antes o después, como hemos visto que se hacía en Corinto. Por eso los evangelios de Marcos y Mateo no consideran útil ya mencionar determinados detalles concretos: no hablan de la primera copa (como tampoco lo hace Pablo) y reúnen en la única copa restante las palabras que Jesús dijo sobre la primera. Y sobre todo no precisan que lo que se refiere al pan tuvo lugar al principio de la cena y lo que se refiere al vino al final. Estas precisiones resultan inútiles para comprender una celebración que ya no se desarrolla entonces durante una comida. Asimismo, las oraciones que se decían en los distintos momentos de la liturgia de la mesa se reúnen en una sola, inspirada en la «gran bendición» sobre la última copa.

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Tú y yo estamos invitados a este encuentro que marca el ritmo de la existencia de la Iglesia de Dios. A ti te corresponde decidir cómo puedes responder a esta convocatoria: tú sabes qué ecos despierta en ti y también qué opciones, a veces difíciles, te pide en tu vida de familia, de trabajo, de compromisos en el mundo. El próximo domingo, quizá no habrá misa en tu parroquia y tú participarás eventualmente en una «Asamblea dominical en ausencia del presbítero (es decir, del sacerdote)» (ADAP). Los que os reunáis, no podréis realizar plenamente lo que el Señor desea para sus discípulos; seréis conscientes de ello y os producirá sufrimiento, pero sentiréis también la felicidad de vivir juntos aspectos importantes: Vuestro encuentro hará visible a la Iglesia de Cristo en el lugar donde vivís, puesto que vuestra reunión no será debida a vuestra propia iniciativa, sino que seréis convocados para uniros así a todos nuestros hermanos que en este día, en toda la superficie de la tierra, escucharán la misma llamada. Y uno de entre vosotros, un laico como tú, presidirá vuestra oración, de acuerdo con el sacerdote que es responsable de vuestro sector pastoral. En vuestro encuentro podréis oir la proclamación de las Escrituras, la Palabra por la que Jesús viene realmente a nuestro encuentro, y podréis deciros cómo la acogéis en vuestras vidas.

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homilía no me había dado la sensación de ser demasiado larga, pero todo parecía muy alejado de lo que vivían los que estaban allí reunidos... cada uno parecía aislado, y la impresión que daba el conjunto era que nada hubiera cambiado demasiado si hubiera resultado que los asistentes no creían en lo que allí se hacía. Era una ceremonia, no una celebración... Pero, en cualquiera de los casos, yo sé que cuando salgo de la celebración no he cambiado mucho respecto a cuando entré. Desde luego que estoy convencido de que todo lo que se ha podido decir sobre los frutos del sacrificio eucarístico no era falso, pero será en la prueba de la vida donde se manifestarán las transformaciones esperadas. Mis relaciones con Jesús tienen que prolongarse de manera personal, ya que «el cristiano, llamado a orar en común, debe, no obstante, entrar también en su cuarto para orar al Padre en secreto; más aún, debe orar sin tregua, según enseña el apóstol» (Concilio Vaticano II, «Constitución sobre la Liturgia», 12; Mateo 6,6; 1 Tesalonicenses 5,17). Y deben traducirse asimismo en los combates de la vida, en las pruebas de la existencia, en el encuentro con los demás vivido con espíritu de servicio, participando en la construcción de una sociedad fundada sobre la dignidad del hombre, con la preocupación de dar testimonio de mi esperanza en diálogo con todos aquellos que el Señor ponga en mi camino... Así la Eucaristía se convertirá en un «compromiso de caridad».

Lo que dicen algunos creyentes Yo tenía siempre la sensación de que la vida litúrgica -por ejemplo, la participación en la misa de un día de fiesta como la Pascua, la Navidad, etc., me dejaba insatisfecha, decepcionada y triste. Siempre me producía pesar, irme de la iglesia. Ahora comprendo el porqué. No había descubierto el sentido de vivir: encontrar a Dios en los demás, descubrir los acontecimientos de amor en las personas con las que me encontraba; es decir, entender el valor de la vida profana y la inserción de la Encarnación y la Redención en esa vida. A mime ¿listaba la vida litúrgica, pero era como una especie de coartada. Me sentía mal cuando me encontraba con personas cuyas preocupaciones estaban, ten alejadas de lo que se decía o vivía en los oficios. La vida litúrgica, en efecto, es como una anticipación de la venida del Señor en el fin de los tiempos: nos encontrarnos juntos, nos

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En la misa encontramos la estructura fundamental de la Cena Así pues, ¿qué ha permanecido como esencial en la práctica litúrgica de los cristianos? En primer lugar, desde luego, el pan y el vino, tan a menudo evocados en el Antiguo Testamento para ilustrar algún aspecto de la Alianza de Dios con su pueblo. Para nosotros, se convierten en el signo del cuerpo y la sangre del Señor que hacen presente su muerte y resurrección. Y luego está la sucesión de los ritos expresada por la sucesión de los cuatro verbos que constituyen la estructura fundamental de toda liturgia eucarística: 1. Jesús tomó el pan... el vino. Es la «Preparación de las ofrendas»: ponemos sobre la mesa las ofrendas que serán consagradas, es decir, el pan y la copa o cáliz. 2. Jesús dio gracias o pronunció la bendición. Es la «Plegaria eucarística»: escuchamos al presidente de la asamblea, como los apóstoles escucharon a Jesús. El presidente de la asamblea se dirige a Dios para evocar todas las maravillas que él ha realizado y llevar a cabo la consagración que nos introduce en el dinamismo de la acción de Cristo que se ofrece al Padre por su muerte y resurrección. 3. Jesús partió el pan: es la «Fracción del pan»: el pan es partido, y cada uno de nosotros recibirá una parte... Los primeros cristianos se servían a menudo de esta expresión («fracción del pan») para designar a la Eucaristía. 4. Jesús lo dio a sus discípulos. Es la «Comunión», que es la culminación de nuestra participación en la acción eucarística. Cada vez que vamos a la misa, se nos invita a recorrer este itinerario. Pero la misa, sin embargo, comienza mucho antes de poner sobre la mesa el pan y el vino. ¿De dónde viene todo lo que le precede?

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Lo que dicen algunos creyentes Como si me encontrase en la misma Cena... «Para mí, en la misa es importante ver bien y oir bien, para participar. A menudo me digo que si yo hubiera estado en la Cena, con los apóstoles, eso es lo que habría hecho... Entrar así en el corazón de Cristo que se prepara para dar su vida por nosotros... Desde luego es algo difícil de percibir, pero es eso lo que nosotros revivimos...» (Juan Francisco).

Conclusión

HACIA EL FUTURO

Impregnarse del Evangelio... «Las lecturas, en la misa, nos impregnan del Evangelio, de la Escritura, como una tradición que se perpetúa, un conocimiento que se recibe sin darse cuenta... Pero es necesario conocer el contexto de lo que leemos para relacionarlo con nuestra vida de hoy» (Julia).

NOS ALIMENTAMOS DE LA PALABRA DE DIOS Los cuatro verbos (tomó, dio gracias, partió, dio) nos los encontramos en varios sitios del Nuevo Testamento. Aparecen siempre que nos quieren ofrecer alguna enseñanza sobre la Eucaristía. Así, dos discípulos, al atardecer del día de la resurrección, reconocen al Señor cuando toma el pan, pronuncia la bendición, lo parte y se lo da; pero el evangelista, inmediatamente después, pone estas palabras en sus labios: «¿No estábamos en ascuas mientras nos hablaba por el camino explicándonos las Escrituras?» Porque eso es lo que había hecho Jesús mientras caminaba con ellos, sin que ellos supieran que era él.

Los discípulos de Emaús Aquel mismo día (el de la Resurrección), hubo dos discípulos que iban camino de una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén, y comentaban lo sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero estaban cegados y no podían reconocerlo. Jesús les dijo: «¿ Qué conversación es ésa que os traéis por el camino?» Se detuvieron cariacontecidos, y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único de paso en Jerusalén que no se ha enterado de lo

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«¡PODÉIS IR EN PAZ!» Al acabar la celebración, el presidente confía al Señor a los que van a dispersarse; este es el sentido de la bendición final. Y luego se escucha una última invitación: «Podéis ir en paz». La misa ha terminado y la iglesia empieza a vaciarse, mientras resuena todavía, a veces, un último canto. Algunos se quedan un rato hablando en la entrada de la iglesia: es normal que los que han compartido el pan eucarístico no se vayan a sus casas sin más, sino que tengan ganas de seguir compartiendo los pequeños o grandes acontecimientos de su vida cotidiana. El domingo es también un día de descanso y de reencuentro. Luego cada uno vuelve a los lugares de su existencia cotidiana. La asamblea se ha disuelto; su función no es durar... Todavía no estamos en el Reino definitivo. Es el momento de reemprender el camino de Buscadores de Dios, en el corazón del mundo. La gente que vamos a encontrar en nuestros lugares habituales saben sin duda que nosotros somos de los que «van a misa» y algunos, de forma más o menos consciente, esperarán de nosotros y nos exigirán cosas que no esperarían ni exigirían de otros. Hay días en los que me siento reconfortado por lo que acabo de vivir: se veía que los participantes estaban contentos de rezar juntos, había ambiente de comunicación entre el pueblo y el sacerdote, entre los niños, los jóvenes y los adultos... Todo era auténtico... Había vida... Otras veces me siento incómodo: los ritos se habían preparado y ejecutado adecuadamente, los cantos no eran desagradables y la

redituarla constantemente en el cuadro de una verdadera comprensión del sacrificio eucarístico, sobrepasando el horizonte limitado de nuestras preocupaciones para aprender ante todo a hacer nuestras las intenciones del Señor y de la Iglesia. Señalemos finalmente que esta aportación de dinero es distinta de la colecta, que tiene otro origen y otra función. La reunión dominical ha sido siempre una ocasión para compartir a favor de los más pobres y de las necesidades de la comunidad. Y esta costumbre la encontramos atestiguada desde el siglo II.

La ofrenda para los pobres en el siglo II Los que son ricos y los que quieren hacerlo dan, cada uno según lo que ha decidido. Lo que se recoge se lleva al que preside, y con ello él asiste a los huérfanos y a las viudas, a los que por la enfermedad o cualquier otra causa están sin recursos, a los presos, a los inmigrados. En una palabra, socorre a todos los que están en la necesidad. (San Justino, «Primera Apología», 67).

ocurrido estos días en la ciudad?»... Él les dijo: «¡Qué torpes sois y qué lentos para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No tenía el Mesías que padecer todo eso para entrar en su gloria ?» Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó todo lo que se refería a él en toda la Escritura... Recostado en la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo ofreció. Se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció. Entonces comentaron: «¿No estábamos en ascuas mientras nos hablaba por el camino explicándonos las Escrituras ?» (Lucas 24,13-32).

En este texto encontramos, sin duda, la reflexión de una comunidad inspirada por la manera como ella celebraba la Eucaristía: la Eucaristía empezaba siempre con el anuncio, partiendo de los libros sagrados, de la realización hoy de las promesas hechas al pueblo de Israel. Al principio se hacía en forma de testimonio de viva voz, como el de Jesús en el camino de Emaús (y como hicieron también los apóstoles; se lee, por ejemplo, en los Hechos de los Apóstoles 20,711: «El domingo nos reunimos para partir el pan. Pablo les estuvo hablando y, como iba a marcharse al día siguiente, prolongó el discurso hasta medianoche... Luego partió el pan y comió»). Luego las cosas irán evolucionando progresivamente, cuando los testigos hayan escrito sus Memorias, que serán recibidas con la misma consideración que los textos del Antiguo Testamento. Los apóstoles pueden desaparecer. Y aunque la mayor parte de los cristianos no van ya a los lugares de reunión de los judíos, llamados «sinagogas», van a encontrar en sus propias asambleas la misma manera de leer la Palabra de Dios. Eso mismo se realiza y renueva cada vez que nosotros celebramos la Eucaristía. Vemos a un lector que sube a un lugar elevado para que todos le vean y oigan bien, y abre para nosotros el Libro de las Escrituras. Puede que de vez en cuando nosotros mismos seamos invitados a realizar este servicio. Luego un diácono o un sacerdote lee de la misma manera un fragmento de los evangelios. Lo que ahí se proclama no lo recibimos como un viejo texto que puede quizá contener algunas lecciones útiles de moral, sino como la Palabra de un Dios que se dirige a nosotros para asegurarnos una vez más su amor y llamarnos a responderle con toda nuestra existencia. No se trata de una simple preparación intelectual y espiritual para lo que va a seguir; es Cristo resucitado -y por tanto vivo hoy- que viene a nuestro encuentro y que se nos da a conocer, para que nosotros podamos

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reconocerle en los gestos de la Eucaristía. Y se nos invita a dialogar con esta Palabra pronunciado una respuesta que hace de eco a su mensaje y recitando el Credo {«Creo en un solo Dios») que proclama la fe de la Iglesia.



Cuando se aportaba el pan y el vino muchos fieles podían ofrecer al mismo tiempo, en la misma celebración. Ahora, como que para evitar los abusos derivados de la codicia de algunos sacerdotes no se puede .recibir más que un estipendio por misa, algunos pueden imaginar que compran la Eucaristía y adquieren sobre ella derechos exclusivos.



Entre nosotros se ha añadido además, lamentablemente, otra dificultad: los problemas derivados de la remuneración de los sacerdotes han llevado a fijar, por lo menos a título indicativo, la cantidad que conviene ofrecer. Y ello puede potenciar la imagen de que se trata de un producto que uno puede adquirir si paga el precio correspondiente.

La homilía Después de las lecturas, el presidente de la asamblea toma la palabra para decir cómo lo que acabamos de escuchar se realiza hoy, en la celebración y en nuestra vida. Es lo que a veces llamamos «el sermón», pero cuyo nombre preciso es «la homilía», que no se trata de una predicación sobre cualquier tema, sino que parte de un pasaje de la Biblia que se acaba de leer, para anunciar, como Jesús en la sinagoga de Nazaret: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oir» (Lucas 4,21).

«Encargar misas»

Así pues, realmente, nuestra misa procede de la Cena de Jesús. Pero, ¿qué ha ocurrido durante todo este tiempo que nos separa de los orígenes? ¿Siempre se ha celebrado la misa como la celebramos hoy?

LA MISA DE GENERACIÓN EN GENERACIÓN

Esta es una expresión conocida y utilizada, pero que resulta por lo menos chocante. Como también la pregunta: «¿Cuánto le debo?». La Eucaristía no es un servicio que el sacerdote tenga la obligación de prestar a quien le formula adecuadamente el pedido. Por eso mi primera reacción es una reacción de reserva. ¿Qué sentido positivo se puede dar a esta petición que habitualmente hacen tanto creyentes de fe profunda como creyentes menos comprometidos?

Una estructura básica, enriquecida a lo largo de los siglos Cuando participamos de la misa, podemos reconocer en ella esos elementos esenciales que nos han sido transmitidos por las primeras comunidades cristianas, como podemos ver especialmente en Roma, donde se encuentran ya bien organizadlas en el siglo II: la comunidad se reúne, escucha las lecturas del Antiguo Testamento (Escritos de los profetas) y del Nuevo (Memorias de los apóstoles), así como la homilía del obispo (el que preside), luego tiene lugar la oración universal, luego se presentan el pan y el vino mezclado con agua, sobre los que se pronuncia la acción de gracias, y luego se comulga.

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Pedir que una misa sea celebrada por un difunto o por una determinada intención es simplemente un acto de fe en la «comunión de los santos» o en la solidaridad que nos une en un mismo bautismo. No se trata de obtener por medio de una misa lo que sin ella Dios se negaría a darnos; se trata de ponernos o de ser puestos en situación de acoger los dones de Dios... (Francois Favreau, obispo de Nanterre).

Habría por tanto que precisar bien el significado de esta práctica. Los fieles de todas las religiones se sienten espontáneamente inclinados a dar algo de lo que les pertenece para significar su participación en el culto; y esta inclinación no sólo no tiene nada de reprensible, sino que está inscrita en la naturaleza humana y se inspira en los sentimientos más legítimos. Si se intentara hacerla desaparecer, resurgiría sin duda bajo otras formas. Lo que tenemos que hacer es esforzarnos por

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como si pretendiera acercar a Dios hasta nosotros sometiéndole de alguna manera a nuestros deseos, nos lleva indefectiblemente hacia él y nos adhiere a su voluntad. Pero esto no es más que una imagen. Recordemos ahora lo que hemos descubierto más arriba, en el capítulo 3, págs. 41-42: la Biblia nos enseña ante todo a dar gracias al Señor por todas sus maravillas, y la súplica deriva de algún modo de esta mirada contemplativa y se articula con ella; de manera que no puede buscar otra cosa que la continuación y renovación hoy en nosotros de esas maravillas del Creador. En esta misma atmósfera y con estas mismas exigencias se presenta el sacrificio de Cristo hecho sacramentalmente presente en la vida de la Iglesia, con su inagotable fecundidad.

Ruido de dinero en torno al altar A lo largo de la historia, se han producido modificaciones importantes en la manera de expresar su ofrenda los participantes de la Eucaristía. Al principio, como ya hemos dicho, se expresaba trayendo cada uno de su casa el pan y el vino. Pero a comienzos de la Edad Media se reemplazó el pan ordinario por pan ácimo, es decir, sin levadura. Se quería imitar así el mismo pan que Jesús utilizó en la Cena, según los ritos judíos de la Pascua. Los cristianos ya no podían entonces aportar para la Eucaristía el pan que tenían en sus casas. Y cogieron la costumbre de presentar en su lugar un donativo de dinero, que se convirtió en lo que conocemos con el nombre de estipendio de la misa. El significado del gesto, por lo menos al principio, no quedó afectado por este cambio, porque en el fondo se trataba de expresar la misma intención. Pero, en realidad, se derivaron de ahí varios inconvenientes: •

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La aportación de pan y vino se hacía en el curso de la celebración; el dinero, en cambio, se puede dar al sacerdote en cualquier momento. Algunos pueden tener de este modo la impresión de contratar, mediante retribución, a alguien para que ore en su lugar y creerse dispensados de participar de la Eucaristía.

La misa en Roma a mediados del siglo II El día llamado día del sol, tiene lugar la reunión en un mismo lugar de todos los que viven en la ciudad o en el campo. Se leen las memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas, todo el tiempo que resulta posible. Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y exhortar a la imitación de estos bellos ejemplos. Seguidamente, nos levantamos todos y hacemos nuestras preces. Una vez acabadas, se presenta pan y vino y agua. Y el que preside, según sus fuerzas, eleva al cielo plegarias y acciones de gracias. Y todo el pueblo aclama diciendo: Amén. Luego tiene lugar la distribución a cada uno de los alimentos «eucaristizados», y también se envía a los ausentes por medio de los diáconos (San Justino, «Primera Apología», 66,3). Justino, un filósofo pagano convertido, expone en sus «Apologías» la doctrina y las costumbres de los cristianos al emperador Antonino y al Senado romano, con el objetivo de refutar las calumnias que circulan sobre ellos. En este texto, cuando se habla de los «alimentos eucaristizados» se refiere al pan y el vino sobre los que el obispo ha pronunciado la acción de gracias, puesto que «acción de gracias» se dice en griego Eucaristía.

Este esquema básico de celebración se ha ido enriqueciendo con el tiempo; las plegarias y los ritos se han desarrollado y aumentado, con el fin de subrayar y resaltar mejor lo que nos viene del tiempo de los apóstoles. Las comunidades cristianas extendidas en todo el entorno mediterráneo pertenecían a pueblos distintos de sensibilidades distintas, que han marcado la evolución de los ritos. Así se han constituido áreas litúrgicas que se han perpetuado hasta los tiempos actuales. Junto a nuestra tradición, que es la romana, está la de los caldeos, de los sirios y de los maronitas, de los egipcios (o coptos) y de los etíopes, de los griegos y de los eslavos. Si entramos en una iglesia de cristianos orientales, nos sentimos algo desconcertados, porque los gestos de Jesús se han desarrollado en una cultura que nos resulta extraña y tenemos que hacer un esfuerzo para percibir ahí lo que nos resulta familiar; pero sin embargo, en todas partes, el desarrollo de la Eucaristía está marcado por una misma estructura.

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Estas diversidades no aparecen sólo según las regiones; se encuentran también según las épocas. Nuestra propia liturgia nos ha llegado marcada por el discurrir de los siglos. Y aquí hay que señalar una dificultad: lo que se ha ido añadiendo se ha desarrollado a veces con tal amplitud que ha llegado a oscurecer aquello que tenía que iluminar y hacer más visible y comprensible. El motivo es que la devoción popular tiende siempre a multiplicar los detalles que hacen las cosas más fáciles y a los que puede agarrarse cuando no es capaz de sostenerse en el terreno de la fidelidad al Evangelio. Por ejemplo, una determinada manera de comprender el «misterio» llevó a decir en voz baja las plegarias más importantes, de manera que sólo tuviera acceso a ellas el sacerdote; los demás seguían la acción desde muy lejos, guiados por el sonido de una campanilla y por una multitud de gestos que se habían ido introduciendo: signos de la cruz, inclinaciones de cabeza, elevaciones... Su participación se expresaba sólo mediante devociones y cantos cuyo contenido les mantenía distanciados de lo que ocurría en el altar. Por ello, a lo largo de la historia, han sido necesarias periódicamente reformas destinadas a devolver el primer lugar a las grandes líneas de una liturgia heredada de los orígenes. Eso es lo que ha hecho recientemente el Concilio Vaticano II, buscando responder a las exigencias del tiempo presente.

La Tradición litúrgica Esto nos lleva a reflexionar sobre lo que es realmente la Tradición de la Iglesia. La Tradición no consiste en reproducir materialmente lo que se ha recibido de generaciones precedentes. De lo que se trata es de hacer de nuevo lo que hizo Cristo, y no otra cosa; es el sentido de lo que Pablo recordaba a los Corintios: «... lo que he recibido del Señor y os he transmitido»... Pero las asambleas cristianas de cada época tienen que «vivir» eso que hacen, introduciendo ahí todo lo que son, su cultura, su lenguaje... La misa, por ello, ha ido tomando formas distintas, según los tiempos y los lugares, y esta evolución sigue produciéndose. Por ejemplo, en el Zaire han sido recientemente adoptadas costumbres particulares, que implican modos de expresión (cantos, danzas, instrumentos de música, vestiduras, etc.) adaptados a este pueblo africano.

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reconocidas, de las que algunas se han perpetuado hasta épocas recientes. Así, se rehusaba celebrar la Eucaristía en los funerales de los niños bautizados, con el pretexto de que, puesto que estaban sin pecado, no la necesitaban... como sí el sacramento del altar no fuera también una acción de gracias y un sacrificio de alabanza. Los cristianos de los primeros siglos lo celebraban sobre la tumba de los mártires, que sin embargo ya habían alcanzado, por el testimonio supremo de su sangre, el perdón de todas sus faltas. Estas prácticas en sí mismo legítimas se habían convertido en abusivas por su exclusividad. No podemos imaginar la misa corno un medio de ejercer presión sobre Dios para someterle a nuestra voluntad y a nuestros propios intereses, materiales o espirituales. Lo que senos ha prometido es que la Eucaristía, celebrada con fe, sería siempre fuente de gracias; y si es cierto que el Señor quiere que le expresemos nuestros deseos con la simplicidad y la confianza de los niños que se dirigen a su Padre, el primero de los beneficios que nos concede es el de enseñarnos a decir: «Hágase tu voluntad». Lo que dicen algunos creyentes Algunos días siento dentro de mí una multitud de intenciones de oración. Necesito rezar por mi mujer enferma, por ese amigo que se encuentra sin trabajo con cuatro hijos a su cargo, por ese vecino que acaba de encontrar la muerte en un accidente estúpido. Me siento solo, superado por los acontecimientos. Necesito encontrarme con otros para orar; necesito de su oración para que la mía sea más fuerte y encontrar así un poco de esperanza, de consuelo. La misa es para mí esa ocasión reconfortante, ese encuentro de fraternidad. (Publicado en «Fétes et Saisons»).

Este es el significado de toda oración de petición. Para comprender mejor el modo de actuar de aquél hacia quien se dirigen nuestras súplicas, me permito recurrir a una imagen que me sugirió un amigo que era marino. Fijémonos en lo que ocurre cuando un barco llega a puerto. Los marineros echan una cuerda que se sujeta a un punto fijo sobre la tierra firme; sus gestos, a partir de ese momento, son exactamente los mismos que realizarían si quisieran atraer hacia sí el muelle en el que quieren abordar y sin embargo son ellos los que, de este modo, se ponen en movimiento con su barco para aproximarse al embarcadero. De un modo semejante, la oración de petición, haciendo

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LA MISA SE OFRECE POR LOS VIVOS Y POR LOS DIFUNTOS Como testifica todo cuanto llevamos dicho, la Iglesia ha considerado siempre la misa como una fuente de gracias para todos los fieles y en particular para los que participan en ella. Es legítimo, por tanto, celebrarla presentando a Dios nuestras peticiones y orando por nuestros allegados. Lamentablemente, la comprensión y vivencia de esta dimensión de la Eucaristía ha conocido muchas vicisitudes, que provocaron, en el siglo XVI, fuertes reacciones por parte de los protestantes. El concilio de Trento tuvo, al mismo tiempo, que denunciar los abusos y que recordar solemnemente que lo que expresan las plegarias y los ritos es «conforme a la tradición de los apóstoles» (concilio de Trento, sesión 22).

Una perspectiva exclusiva e interesada Hubo la tendencia, a partir de la Edad Media, a insistir de tal manera en este aspecto, que se corría el riesgo de dejar en la sombra otras dimensiones esenciales de este sacramento. Aparecieron costumbres que de por sí no tenían nada de reprensibles, pero que eran interpretadas en el sentido de una cierta «aritmética» abusiva: aumentar el número de misas para aumentar la abundancia de los dones de Dios respondiendo a las distintas necesidades de los cristianos. Se multiplicaban las misas privadas, sin la presencia del pueblo; eran ordenados sacerdotes un gran número de monjes, cuando antes eran todos laicos; crecía el número de misas «votivas», es decir, orientadas hacia intenciones precisas o devociones particulares. Además, la oración por los difuntos, que se consideraba más eficaz cuando tomaba la forma de las intercesiones eucarísticas, ocupaba un importante lugar para aquellas poblaciones a las que las epidemias, las guerras y una higiene precaria hacían vivir en familiaridad con la muerte. Así, los testamentos incluían a menudo ofrendas para celebrar misas. ¿No era esta una magnífica forma de obtener garantías sobre la propia suerte más allá de la vida en este mundo? A pesar de las enseñanzas de los pastores y de los teólogos, en la conciencia popular casi no se veía más que este aspecto de la Eucaristía. Estos sentimientos llegaron incluso a traducirse en prácticas oficialmente

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Se trata de distintas maneras de realizar la misma liturgia, cuyas líneas esenciales se remontan a las más antiguas manifestaciones del cristianismo. La Iglesia quiere asegurarse de que sea realmente así; por ello, los libros que contienen los ritos y las fórmulas tienen que ser aprobados por aquellos que han recibido la misión de velar por la transmisión de la fe. Pero un misal es siempre un libro utilizado por una comunidad concreta y viva. Si, un domingo, entramos en las distintas iglesias de una ciudad, veremos el misal editado tras el último Concilio prácticamente en todos los altares y, si viajamos por distintos países, lo encontraremos traducido en multitud de lenguas: y sin embargo, nos podremos sentir al mismo tiempo impresionados ante la variedad de estilos de las celebraciones; los ritos de la misa son los mismos en todas partes y sin embargo pueden adoptar en cada sitio coloraciones múltiples. Este hecho resulta aun más sensible cuando consideramos las misas de niños, las de grupos de jóvenes de todo tipo, las de las jornadas de estudio y de formación o las de los grandes encuentros de los distintos movimientos y las de los momentos fuertes de la vida de la Iglesia. Este es sin duda el mejor testimonio de la fecundidad de la renovación litúrgica. Precisamente, esa renovación pretendía ante todo promover «la participación activa de los fieles, interna y externa, conforme a su edad, condición, género de vida y grado de cultura religiosa» (Constitución sobre la Liturgia, n° 19). Lamentablemente, siempre ha habido, entre los cristianos, quienes confunden la Tradición con el tradicionalismo. Los integristas actuales, que se agarran al «misal de san Pío V», es decir, al que se elaboró al fin de la Edad Media, no son ni los primeros ni los últimos en quejarse de que «les cambian la religión».

Respuesta de san Agustín a un «integrista» de su tiempo Cuando mi madre vino conmigo a Milán, al constatar que las costumbres de esta Iglesia no eran las mismas que en Roma, empezó a inquietarse y a dudar de lo que tenía que hacer. Como yo no entendía entonces de estos temas, consulté sobre ellos a Ambrosio (el obispo)... y él me dijo: «Cuando vayas a una Iglesia, observa sus modos de actuar, si no quieres escandalizar a nadie ni escandalizarte tú». Cuando le dije esto a mi madre, ella lo aceptó de buen grado. Por lo que a mí respecta, reflexionando a menudo sobre esta cuestión, he visto que había sido para mí como una respuesta del cielo. A menudo

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me he dado cuenta con pena y dolor que muchas angustias entre las personas débiles provienen de las obstinaciones tercas o de las dudas escrupulosas de algunos hermanos respecto a cuestiones que no pueden resolver ni la autoridad de la Sagrada Escritura, ni la tradición de la Iglesia universal, ni una necesidad moral; se trata de vanas discusiones de espíritus quisquillosos que, porque ellos tienen determinada costumbre en su país, o porque en sus viajes ven otras maneras de hacer, se creen tan sabios que se apartan de lo que hacen los demás, y lo convierten todo en tema de debate, convencidos de que lo único válido es lo que hacen ellos. (Carta 54. A Januario). Agustín había abandonado en su juventud la fe cristiana en la que le había educado su madre. Después de una larga búsqueda, gracias a distintas lecturas y encuentros personales, redescubrió el Evangelio y se hizo bautizar. Fue obispo en África del Norte, donde había nacido, y ejerció una gran influencia en la Iglesia como teólogo y como pastor.

La liturgia evoluciona como un organismo vivo. El anciano puede decir «yo» refiriéndose al recién nacido o al adolescente que ha sido, aunque su apariencia externa resulte tan distinta. Del mismo modo, la Eucaristía que la Iglesia hoy celebra es realmente la misma que el Señor instituyó el día antes de su pasión.

participantes puedan unirse a ellos. La petición contenida en la epíclesis de comunión (ver capítulo 5, pág. 68 y capítulo 6, pág. 76) se prolonga en intercesiones, en las que se unen las peticiones por los vivos y los difuntos, puesto que en torno al altar, en la comunión de los hijos de Dios, ninguna barrera los separa.

El «Memento» Esta palabra latina significa «Acuérdate». Con ella empiezan normalmente las intercesiones de la plegaria eucarística; por eso se utiliza esta palabra para designarlas. Y así se habla del Memento de vivos, el Memento de difuntos…

Esta plegaria por los bautizados es una expresión de los lazos que los unen. En ella también se nombran aquellos cuya misión es significar la unidad de la Iglesia: el papa, y el obispo del lugar. También se hace mención de los miembros de esa Iglesia cuya presencia es invisible, pero cuya oración se une a la nuestra en la celebración: la Virgen María y los santos. Y, para recordar que el Reino de Dios se extiende más allá de las comunidades cristianas, se añaden en algunas plegarias eucarísticas frases como estas: «Señor, acuérdate... de aquellos que te buscan con sincero corazón;... cuya fe sólo tú conociste...». Una de las plegarias eucarísticas expresa todo esto dibujando como una serie de círculos concéntricos en torno al altar.

... Como círculos concéntricos en torno al altar Y ahora, Señor, acuérdate de todos aquellos por quienes te ofrecemos este sacrificio: de tu servidor el papa (y se dice su nombre), de nuestro obispo (y se dice su nombre), del orden episcopal y de los presbíteros y diáconos; de los oferentes y de los aquí reunidos, de todo tu pueblo santo y de aquellos que te buscan con sincero corazón (Plegaria eucarística IV)

Es curioso que se dé dinero para celebrar una misa. ¿Se pueden comprar los frutos de la Eucaristía? 26

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la fábrica, creen en el progreso de las Cosas y buscarán hoy apasionadamente la luz. Esta multitud agitada, confusa o concreta, cuya inmensidad nos asusta, este Océano humano cuyas lentas y monótonas oscilaciones provocan el desconcierto incluso en los corazones más creyentes, quiero que en este momento llene mi ser con la resonancia de su murmullo profundo... Puesto que, a falta del celo espiritual y de la sublime pureza de tus Santos, tú me has dado, Dios mío, una simpatía irresistible por todo lo que se mueve en la oscura naturaleza, y puesto que, irremediablemente, yo reconozco en mí, más que un hijo del Cielo, un hijo de la Tierra, subiré esta mañana, en el pensamiento, a los lugares más altos, cargado con las esperanzas y las miserias de mi madre; y allí-con la fuerza de un sacerdocio que sólo tú, estoy convencido, me has dado-, sobre todo lo que, en la Carne humana, se apresta a nacer o a morir bajo el sol que se levanta, invocaré al Fuego... (Pierre Teilhard de Chardin).

LAS INTERCESIONES DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA Consciente de su misión, el pueblo de los bautizados, después de haber presentado ante Dios las necesidades de toda la humanidad, se recomienda así mismo ante Dios presentándole sus propias intenciones. Una nueva intercesión se eleva durante la plegaria eucarística. La enumeración se limita entonces a los hermanos y hermanas en la fe, y particularmente a aquellos que se confían explícitamente a la oración de la comunidad. En otro tiempo, cuando los fieles aportaban de sus casas el pan y el vino que tenían que utilizarse en la Eucaristía, manifestaban así su voluntad de tener parte activa en la celebración, como miembros de un pueblo de sacerdotes. Pero al mismo tiempo querían también presentar así las preocupaciones e inquietudes propias y de los suyos, en la esperanza de que el sacrificio de Cristo les ayudaría a sobrellevar y superar las pruebas con las que se encontraban. Era como una forma de tender la mano para aprovechar las gracias sacramentales. Todo esto lleva a que se proclamen en la asamblea los nombres de los que han manifestado estos deseos de oración, para que todos los

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Capítulo 2

UNA REUNIÓN QUE HACE VISIBLE A LA IGLESIA Lo primero que uno ve en la misa es un conjunto de hombres y mujeres que se reúnen. Esto es algo que ya sorprendía a un pagano del siglo II: «Los cristianos -decíase reúnen un día fijo, para cantar himnos a Cristo como a un dios». Para celebrar, lo primero que hay que hacer es encontrarse juntos... pero eso supone que los reunidos antes estaban dispersos. ¿Esta alternancia de dispersión y reunión nos dice algo sobre lo que es la Iglesia de Jesucristo, sobre lo que la Iglesia hace en la misa? ¿Cómo se ha vivido esto en el pasado? ¿Cómo lo vivimos hoy?

¿Sería correcto definir a los cristianos como unas personas que van a misa? Pues, la verdad, no parece que eso sea lo esencial...

UN PUEBLO DISPERSO En la mentalidad religiosa de los primeros siglos, la reunión de los cristianos cada domingo se veía como algo sorprendente, casi como un escándalo. En efecto, cuando los judíos se establecían en una ciudad como por ejemplo Roma, Corinto o Alejandría, se agrupaban en un mismo barrio, en el que vivían relacionándose entre sí; consideraban que comer con paganos o ir a sus casas les volvía «impuros», como decían ellos, porque eso significaba exponerse a renegar de las costumbres que habían recibido de sus padres. Su

jornada, por otra parte, estaba llena de gestos religiosos que había que cumplir, o de fórmulas de oración que había que recitar, todo lo cual no resultaba fácil de llevar a cabo si uno no vivía en un ambiente en el que estas prácticas resultaran familiares. Pero ocurrió que, en cuanto empezaron a entrar a formar parte de las comunidades cristianas hombres y mujeres que no eran judíos, esos hombres y mujeres se quedaron en su familia, en sus lugares de trabajo, en la sociedad en la que vivían antes de su conversión, en medio de familiares, amigos y compañeros que no compartían su fe. Los judíos no podían comprender este comportamiento, y los paganos mismos también se sorprendían.

Los reproches de un judío recogidos por un cristiano Lo que nos resulta más difícil de aceptar es que vosotros os decís piadosos y pretendéis ser distintos de los demás, pero sin separaros de ellos; vosotros no vivís de manera distinta a los paganos, puesto que no observáis ni las fiestas ni los sábados y además tampoco estáis circuncidados... (San Justino, «Diálogo con Trifón», 10,3).

Y sin embargo -los cristianos de aquel tiempo lo sabían bien, como los de hoy- la Iglesia tiene como vocación estar dispersa en medio del mundo, en su existencia cotidiana.

Los cristianos viven en medio del mundo Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por la nación, ni por la lengua, ni por el vestido. No viven en ciudades propias, no utilizan ningún dialecto especial, su manera de vivir no tienen nada de singular… Están en las ciudades griegas y en las bárbaras según el azar ha querido para cada uno; y actúan según las costumbres de su lugar en el vestir, en el comer y en el modo de vivir, manifestando ahí las leyes extraordinarias y paradójicas de su república espiritual… (Carta a Diogneto 5, 1.2.4). Esta carta de un autor anónimo de finales del siglo II fue escrita con toda probabilidad en Egipto.

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Se trata, pues, de una oración sacerdotal, que hace compartir a los fieles la preocupación del Señor por la salvación del mundo entero. Los testimonios antiguos hablan de la alegría d e aquellos que acababan de ser bautizados y que, hechos miembros de Cristo sacerdote, participaban por primera vez de la oración universal. Participando de esa oración empezaba su inserción en la asamblea de los hermanos. Y es también una oración cósmica, comunión con la del Hijo de Dios «por quien todo fue hecho» (Juan 1,3) y que trabaja, por su Espíritu, en el corazón de toda criatura, para edificar «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Apocalipsis 21,1) en el que todo estará reunido en él (Efesios 1,10). Los muertos y los vivos se unen en una misma súplica, como pertenecientes a este inmenso cortejo de los invitados al festín del Reino.

«La misa sobre el mundo» Puesto que, una vez más, Señor... no tengo pan, ni vino, ni altar, me elevaré por encima de los símbolos hasta la pura majestad de lo real, y te ofreceré, yo tu sacerdote, sobre el altar de la Tierra entera, el trabajo y el dolor del Mundo. El sol ilumina, allí abajo, la franja extrema del primer Oriente. Una vez más, bajo el mantel inquieto de su resplandor, la superficie viva de la Tierra se despierta, se estremece, y recomienza su impresionante labor. Yo pondría sobre mi patena, Dios mío, la cosecha esperada de este nuevo esfuerzo. Yo derramaría en mi cáliz la savia de todos los frutos que hoy llegarán a su sazón. Mi cáliz y mi patena son las profundidades de un alma completamente abierta a todas las fuerzas que, en un instante, se elevarán desde todos los puntos del Globo y convergerán en el Espíritu. Que vengan a mí, ahora, el recuerdo y la mística presencia de todos los que en este momento la luz despierta para una nueva jornada. Uno a uno, Señor, yo los veo y los amo, a todos los que tú me has dado como sostén y como sentido natural de mi existencia... Yo los evoco, a todos los que forman la tropa anónima de la masa innumerable de los vivos: los que me rodean y me sostienen sin que yo los conozca; los que vienen y los que se van; y sobre todo los que, en la verdad o a través del error, en su despacho, en su laboratorio o en

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enemigos, los miembros de la asamblea y sus preocupaciones. Nada humano está excluido: es una «oración universal». Estas intervenciones tienen como objetivo incitarnos a lomar sobre nuestras espaldas con Jesús las cruces que en ellas se recuerdan, de manera que lo esencial es la súplica que luego sale de nuestros corazones. Esta súplica la expresamos generalmente mediante unas breves palabras de imploración que repetimos cada vez: «¡Escúchanos, Señor!... Señor, escucha y ten piedad», u otras fórmulas semejantes, que nos abren siempre a vastos horizontes. Y también puede hacerse mediante un tiempo de silencio lleno de la miseria del mundo y de la presencia de Dios.

Las recomendaciones de san Pablo Lo primero que recomiendo es que se tengan súplicas y oraciones, peticiones y acciones de gracias por la humanidad entera, por los reyes y todos los que ocupan altos cargos, para que llevemos una vida tranquila y sosegada, con un máximo de piedad y honestidad. Esto es cosa buena y agrada a Dios nuestro salvador, pues él quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad. (1 Timoteo 2,1-4)

No se trata, desde luego, de quedar satisfechos mediante una oración que se quedará en simple acto de piedad. Esta intercesión, si es auténtica, marcará con su huella nuestra existencia cotidiana, haciendo de nosotros, según la expresión del P. de Foucault, un «hermano universal».

La oración de un pueblo de sacerdotes Esta intercesión que abraza a toda la humanidad es ya, podríamos decir, una acción eucarística. Porque reúne todo el dinamismo de la ofrenda de Jesús: «Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Juan 13,1). Y, lavando los pies de sus discípulos los introdujo en su misterio pascual, que celebra toda misa.

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UN PUEBLO QUE SE REÚNE Pero, ¿de qué manera podían aquellos hombres y mujeres dispersos entre los paganos mantener la conciencia de pertenecer a ese «nuevo pueblo» en el que el bautismo les había introducido, y no dejarse arrastrar o absorber por el ambiente en el que vivían? Gracias a la asamblea de los domingos. Allí podían «ver» la Iglesia y reencontrar la fuente de su fe en la escucha de la Palabra de Dios y la celebración de los sacramentos. Esta reunión es una de las más antiguas manifestaciones de la existencia cristiana. Desde el octavo día después de la resurrección del Señor, sus discípulos empezaron a reunirse y, desde entonces hasta ahora, cada ocho días, la Iglesia no ha dejado de invitar a sus fieles a reencontrarse para hacer visibles los lazos que les unen. Como para nosotros hoy, en aquellos inicios esta reunión era importante, pero no era fácil.

El domingo, nos reunimos para la fracción del pan... (Hechos de los Apóstoles 20,7; en la comunidad de Tróade). El día llamado día del sol, tiene lugar la reunión en un mismo lugar de todos los que viven en la ciudad o en el campo... (San Justino, «Primera Apología», 67; en la comunidad de Roma).

¿Podemos celebrar juntos, cuando en la vida estamos tan lejos unos de otros... y cuando los combates de la existencia nos llevan a enfrentarnos?

EN EL CORAZÓN DE LAS TENSIONES, DE LAS DESIGUALDADES Las novelas y las películas que pretenden ser históricas presentan esa reunión de los primeros cristianos como algo que se desarrolla en un ambiente de intenso calor humano en el que se experimenta la felicidad de estar codo a codo frente u un malvado mundo pagano, en

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el universo cerrado y aislado de las catacumbas. Es verdad que, periódicamente, esas comunidades sufrían crueles persecuciones... Pero también es verdad que en este tema hay mucha leyenda y todo lleva a creer que la realidad era muy distinta.

Si toda la misa es una oración, hay momentos en los que lo que domina es la súplica y la petición. ¿Cómo y por quién somos invitados a orar en la celebración eucarística?

¿Se celebraba la Eucaristía en las catacumbas? Las catacumbas eran cementerios públicos... y por tanto un pésimo lugar para esconderse. Nunca fueron lugar habitual de culto durante las persecuciones. ¿De dónde viene entonces la leyenda? De que algunos cristianos fueron detenidos allí mientras estaban reunidos en asamblea... Pero esos cristianos no estaban allí para esconderse; estaban allí celebrando el aniversario de la muerte de determinados mártires, v lo hacían ofreciendo sobre su tumba el sacrificio del Señor.

Para ir a la asamblea, los discípulos de Cristo se separaban y dejaban a algunas de sus personas más queridas: familiares, compañeros de cada día, hombres y mujeres con los que se sentían solidarios en los combates de la vida... y que no se habían adherido a su misma fe. Su lugar aún vacío, dolorosamente sentido, fue sin duda el fermento más fecundo de su impulso misionero: esa ausencia hacía más hondo en ellos el deseo de hacerles compartir su esperanza. ¿Y a quién encontraban junto al altar de la Eucaristía? A personas que, por su fe, aprendían a reconocer como hermanos y hermanas en Cristo... Pero que eran quizá esclavos, mientras ellos eran hombres libres, u hombres libres mientras ellos eran esclavos... No era fácil dar el paso de sentirse hermanos en esas condiciones. Pero ese paso contenía dentro de sí la promesa de un mundo nuevo, era una especie de contestación frente a la sociedad con sus divisiones y sus desigualdades. Había entonces una gran sensibilidad respecto a esa faceta de la reunión. El pobre y el rico en la asamblea Supongamos que en vuestra reunión entra un personaje con sortijas de oro y traje flamante y entra también un pobretón con traje mugriento. Si atendéis al del traje flamante y le decís: «Tú siéntate aquí cómodo», y decís al pobretón: « Tú, quédate de pie o siéntate aquí en el suelo junto a mi estrado», ¿no habéis hecho

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LA ORACIÓN UNIVERSAL Una intercesión Interceder significa actuar como intermediario entre una persona que presenta una petición y aquél a quien dicha petición se dirige. Si, por ejemplo, después de haberme peleado con alguien, deseo recuperar la buena relación con él pero temo no ser escuchado, puedo recurrir a uno de sus amigos para que le hable en mi nombre, confiando que su gestión será mejor aceptada. En este sentido nos dirigimos a los santos cuando decimos: «Ruega por nosotros». Contamos con ellos para presentar al Señor nuestra súplica. Jesús, al dar su vida por los hombres, se ha revestido de la misión de interceder por ellos, de hacer subir al cielo todas sus llamadas de ayuda en las pruebas de la vida. Se ha convertido en el amigo cuya voz puede ser escuchada por el Padre, que ha puesto en él todo su amor. Y al unirnos a él por la gracia del bautismo, nos hace participar también de esta misión de intercesión. Por eso, cuando estamos reunidos en su nombre para celebrar la Eucaristía, nuestra oración debe ensancharse hasta alcanzar las dimensiones de la suya y mirar a todas las necesidades del mundo. Es en cierto sentido el reverso de otra tarea que nos ha sido confiada, la de anunciar la Buena Noticia a toda criatura. Hemos recibido el encargo de hablar de los hombres a Dios en la oración, de la misma manera que hemos recibido el de hablar de Dios a los hombres mediante la evangelización. Y eso es lo que hacemos, cada domingo, antes de poner en el altar el pan y el vino y después de habernos alimentado con la Palabra del Señor. Un diácono o un laico enumera las grandes intenciones del momento, es decir, todo lo que nos lleva a implorar la ayuda de Dios: le recomendamos las comunidades cristianas, los responsables de la sociedad, las aspiraciones de justicia y de paz, la humanidad que sufre abrumada por toda clase de pruebas, nuestros amigos y nuestros

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asamblea, con su Amén repetido, se adhiere a las alabanzas y las súplicas del presidente; mediante los cantos ejecutados al unísono o alternados con un solista o una coral, dice al Señor su esperanza y su fe; mediante sus actitudes y sus gestos, sus desplazamientos para presentar las ofrendas o para recibir la comunión, une su cuerpo a lo que sienten y viven el alma y el corazón. En determinadas circunstancias o en las misas de niños y jóvenes, se añaden otros modos de expresión no previstos en los libros litúrgicos, pero que se insertan bien en el ritmo de la celebración. Y también está el silencio que, surgiendo en los momentos adecuados, favorece el recogimiento e interioriza la participación. Como si penetrase en un santuario, cada uno entra así, con su fe y sus dificultades, su fervor y su sequedad interior, en la oración de Jesús. Y si un día no es capaz de hacer nada más, podrá contentarse, como decía una persona duramente probada por la vida, con «prestar su cuerpo a la Iglesia». Y es que además, cada uno de nosotros tiene necesidad de contar con sus hermanos y sus hermanas en Cristo para compensar su propia debilidad.

La oración de la Iglesia y nuestra oración Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es «sacramento de la unidad», es decir, pueblo santo congregado y organizado... Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan; pero cada uno de los miembros de este cuerpo recibe un influjo diverso, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual... Para promover la participación activa se fomentarán las aclamaciones del pueblo, las respuestas, la salmodia, las antífonas, los cantos y también las acciones o gestos y posturas corporales. Guárdese, además, a su debido tiempo, un silencio sagrado. (Concilio Vaticano II, «Constitución sobre la Liturgia», 26 y 30).

discriminaciones entre vosotros? y ¿no os convertís en jueces de raciocinios inicuos? Escuchad, queridos hermanos, ¿no fue Dios quien escogió a los que son pobres a los ojos del mundo para que fueran ricos de fe y herederos del Reino que él prometió a los que le aman? Vosotros, en cambio, habéis afrentado al pobre. (Carta de Santiago 2.2-6).

A esta contestación frente a la sociedad se añade la acogida del extranjero: un cristiano está siempre en casa, en cualquier lugar en el que la Iglesia se manifieste. Lo cual no fue siempre fácil. De modo que no resulta nada inadecuado hablar de tensiones.

Consejos a un obispo Si, cuando tú presides, obispo, llega un hombre o una mujer de un rango elevado según el mundo, sea del propio lugar o venga de fuera, cuando tú proclamas la Palabra de Dios o la escuchas o la lees, no abandones el ministerio de la Palabra, haciendo diferencias entre las personas, para ofrecerle asiento. Quédate tranquilo y no interrumpas la Palabra. Los hermanos ya le recibirán... Pero si llega un hombre o una mujer pobre, sea del propio lugar o extranjero, sobre todo si es de edad avanzada y no queda sitio, déjale tu sitio, obispo, de todo corazón, incluso si entonces tú tienes que sentarte en el suelo, y así no harás diferencias entre las personas y tu ministerio será agradable ante Dios. (Didascalia de los Apóstoles, II, 58). Esta obra es una especie de «Manual del obispo», y es originaria de Siria, en el siglo III.

Para nosotros tampoco resulta fácil: aceptar estar junto a hombres y mujeres con los que no estamos siempre de acuerdo, orar con quienes no parecen vivir el Evangelio como nosotros quisiéramos vivirlo, cuesta esfuerzo... sobre todo cuando tenemos la impresión de que así nos alejamos de aquellos de quienes nos sentimos más cercanos y solidarios en el mundo. Porque hubo épocas en las que, cuando sonaba la campana, todo el pueblo o todo el barrio se transportaba al interior de la iglesia, pero con todas sus divisiones: los poderosos tenían asientos reservados y los pobres se quedaban «junto a la pila del agua bendita», como dice

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A. Daudet en Le Secret de Maitre Cornille. Las tensiones se dan por inexistentes, y resulta muy difícil encontrar ahí algo de espíritu misionero... Esta imagen de cristiandad está ya algo superada actualmente, pero ¿no se sigue hablando de unidad o de fraternidad olvidando o poniendo entre paréntesis los problemas y los conflictos de la existencia... como si fuera posible despojarse de la vida al pasar bajo el pórtico de la iglesia?

Capítulo 7

UNA ORACIÓN SIN LÍMITES Lo que dicen algunos creyentes En la iglesia de mi parroquia, yo no me siento a gusto... por la gente que no es de mi ambiente proletario y por el cura que no quiere saber nada de todo lo que tenga que ver con la clase obrera... (Francisco). En el comité de huelga, el patrón ha rechazado ostensiblemente estrecharme la mano al terminar una reunión, al tiempo que la estrechaba a los demás representantes del personal. Era para darme a entender que me consideraba el principal instigador. Él sabía que eso me iba a afectar... En la misa, en la que quizá podríamos volver a encontrarnos, he pensado en él a menudo, y eso me ha permitido seguir amándolo, al mismo tiempo que proseguía la lucha para que se establezcan entre él y nosotros relaciones de justicia. (Un militante obrero).

En la asamblea, todos somos hijos de Dios. Entonces, ¿por qué se da una diferencia entre los sacerdotes y los demás? Y si es el sacerdote el que «dice» la misa, ¿qué hacemos los demás?

UNA MELODÍA A MUCHAS VOCES Los cristianos que se reúnen son conscientes de que responden a una invitación; no es por su propia iniciativa por lo que dejan a sus compañeros de cada día para encontrar a aquellos que comparten su fe... Lo hacen porque han atendido una llamada del Señor.

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Dar gracias a Dios, evocar las maravillas que él ha realizado, incluye necesariamente pedirle que las continúe y renueve hoy... Es presentarle nuestras peticiones y las de toda la humanidad. Además, está la costumbre de celebrar la misa por un enfermo, por un difunto... ¡Sin duda, ese tipo de oración debe ser particularmente eficaz! ¿Cómo rezamos, cuando celebramos la Eucaristía?

A menudo tenemos la impresión de no saber rezar. ¿Podemos a pesar de eso participar de la misa?

LA MISA ES TODA ELLA UNA ORACIÓN Todo en la misa se desarrolla en un diálogo con el Padre. La celebración, en su punto culminante, es acción de gracias, alabanza, súplica para recibir el Espíritu Santo; y es a Dios a quien se dirige el relato de la Cena mediante el cual se realiza la consagración. Y fuera de la plegaria eucarística están también las «oraciones» que concluyen los ritos de entrada, de preparación de las ofrendas y de comunión. Estas palabras de oración las dicen el obispo o el sacerdote; pero basta entrar en una iglesia en el momento en que los fieles están reunidos para constatar la armonía de las distintas funciones al servicio de la participación de todos. Los lectores, los cantores, los animadores, los distintos ministros, clérigos y laicos, intervienen cada uno en su momento para que el pueblo entero se una a la plegaria de Cristo. La

La Eucaristía tiene la dimensión del mundo Los signos del pan y del vino que Jesús ha escogido para decirnos su presencia de Resucitado y su amor, y que son fruto de la tierra y del trabajo de los hombres, nos dicen también que toda realidad creada, humana, debe ser transfigurada, transformada, divinizada por el amor de Cristo. Por la Eucaristía Jesús hace de nosotros los signos de su amor a través de la cotidianidad de nuestras vidas y a través de todas las dimensiones de la realidad humana. No existe, pues, ningún lugar ni momento en el que nosotros no debamos, como miembros del pueblo de Dios, cada uno por nuestra parte, ser testigos del sentido nuevo y definitivo que el amor de Dios derramado en nuestros corazones da a todas nuestras opciones humanas . ...La dimensión del mundo es la dimensión de toda Eucaristía. La Eucaristía hace de cada uno de nosotros un miembro del cuerpo de Cristo y en consecuencia un artesano de una humanidad más fraterna. (MariusMaziers, arzobispo de Burdeos).

Una asamblea convocada: la función del presidente Este hecho tiene que hacerse visible para que no lo olvidemos. Por eso la asamblea tiene un presidente, que está allí en nombre de Cristo. Normalmente es el obispo, que ha sido investido para esta misión por la imposición de las manos de los que eran obispos antes que él. Así se hace desde el tiempo de los apóstoles. Pero el obispo no puede estar en todas partes; por ello, ordena sacerdotes imponiéndoles las manos, y estos, a su vez, significan que cada misa es un acto de Jesús. Así entendemos por qué se dice siempre el nombre del obispo, junto con el del papa, durante la plegaria eucarística.

La principal manifestación de la Iglesia La principal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, particularmente en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto al único altar donde preside el obispo, rodeado de su presbiterio y sus ministros.(Concilio Vaticano II, «Constitución sobre la Liturgia», n° 41). El «presbiterio» es el colectivo formado por todos los sacerdotes de una misma Iglesia o diócesis.

A veces, se habla del «celebrante». Esta costumbre data de la Edad Media, en la que se tendió a dar al sacerdote una importancia casi exclusiva. Hoy volvemos al vocabulario que se utilizaba en los tiempos antiguos: el sacerdote no es el único que celebra, sino que él celebra como presidente. Es un bautizado como los demás, pero ha recibido la misión de manifestar la presencia de Cristo como cabeza de su cuerpo. Esta función es importante, puesto que nos muestra claramente que todo lo que vivimos en esta asamblea es un don de Dios, algo que recibimos y que no podemos obtener por nosotros mismos, especialmente por lo que respecta a la Eucaristía: es Jesús quien se da y nos arrastra tras de sí.

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Una asamblea activa y consciente Pero este don que recibimos pide una respuesta, y antes de la respuesta, un terreno favorable para acogerlo. Y del mismo modo que la tierra que recibe la simiente no está pasiva durante la germinación (la tierra aporta su contribución, contribuye con su riqueza a la eclosión del fruto), también todos los miembros de la asamblea son actores de la celebración; algunos pueden ejercer algunas tareas peculiares (lectores, solistas, monitores, corales, servicio de acogida, ministros del altar, etc.), pero lodos son verdaderos participantes y, desde su lugar respectivo, celebrantes: cada uno viene marcado y moldeado por toda su vida, con sus alegrías, sus penas y sus compromisos, para ponerlo todo bajo la mirada de Dios y dejarse transformar por su gracia

Lo que dicen algunos creyentes Yo voy a misa llevando conmigo la vida de mis compañeros: sus luchas, sufrimientos, esperanzas de una vida en mejor armonía consigo mismo, con los demás, con el entorno. Funciona mejor cuando uno puede reflexionar sobre todo esto antes de ir a la iglesia. Y ahí recibe uno también la fuerza para seguir... (Juan).

Las distintas funciones que se dan en la asamblea ayudan también a que ésta sea una imagen y una manifestación de la Iglesia. Esas funciones no vienen determinadas por el éxito humano o las conveniencias sociales, sino únicamente por la misión que confieren los sacramentos recibidos para el servicio efectivo de un pueblo en oración. Todos los bautizados participan del sacerdocio de Cristo como miembros de su cuerpo, en la complementariedad de sus distintas funciones; el presidente, por su ministerio, significa que este organismo tiene una cabeza, al mismo tiempo que recibe, él también junto con todos, las gracias que de ella fluyen.

El cuerpo de Cristo en nuestro cuerpo ¿En qué consiste esta medicina? Consiste precisamente en ese cuerpo glorioso que se ha manifestado más fuerte que la muerte y que se ha convertido para nosotros en la fuente de la vida. Como una poca levadura, según la palabra del Apóstol, transforma toda la masa, así el cuerpo de Cristo elevado por Dios a la inmortalidad, cuando se introduce en nuestro propio cuerpo, lo cambia y lo transforma todo entero en su propia sustancia. (San Gregorio de Nisa, «Discurso catequético», 37, 3). Gregorio era obispo de Capadocia (en la actual Turquía) hacia fines del siglo IV.

El mismo Cristo me hace entrar entonces en su dinamismo y me une a él para hacer de toda mi existencia una «ofrenda espiritual», mediante una semejanza cada vez más grande con él. Así me compromete a permanecer bajo su mirada en mi comportamiento de cada día, y a ponerme al servicio de los hermanos. La comunión, al estrechar mis lazos con Jesús, no queda reducida a una relación privada entre él y yo, puesto que me hace semejante a aquél que ha dado su vida por las multitudes. Las oraciones que el sacerdote dirige a Dios en nombre de la asamblea después de la comunión enumeran todas las riquezas que se derivan de nuestra asimilación al Señor: nuevas fuerzas para los combates de la vida y la lucha contra el pecado, gracias de perdón, de paz., de justicia y de libertad, valor para ser testigos del Evangelio anunciando a los pobres la Buena Noticia, no sólo de palabra sino por la acción, unidad de todos los miembros del cuerpo de Cristo y crecimiento de la Iglesia, amor sincero a todos los hombres, capacidad de compartir nuestros bienes materiales y recursos humanos, vigilancia para esperar el retorno de Cristo y semilla de resurrección... y tenemos la audacia de evocar como frutos de la Eucaristía hasta el don del pan de cada día y de la salud tanto del cuerpo como del alma.

Una participación activa y consciente La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las

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Celebrar es vivir más que lo que más intensamente nos pueda hacer vivir nuestra existencia de cada día. Celebrar el misterio pascual es, a través de los gestos y las palabras de la liturgia, hacer la experiencia de una aventura que nos sobrepasa por todas partes: la aventura de Cristo, una aventura de muerte y de victoria sobre la muerte. Es eso lo que el Señor nos hace compartir... y es eso lo que da su perfecta significación a todo lo que nosotros compartimos con los demás.

celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma, y que es, en virtud del bautismo, un derecho y un deber del pueblo cristiano, «linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido» (1 Pe 2,9). (Concilio Vaticano II, «Constitución sobre la Liturgia», n° 14). La Iglesia se preocupa de que los fieles no asistan a este misterio de fe (la misa) como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente. (Constitución sobre la Liturgia, n° 48).

LOS FRUTOS DE LA COMUNIÓN La Eucaristía no puede tener resultados automáticos. Si yo dijera: «Yo comulgo a menudo y no soy mejor, por tanto esto no sirve de nada», significaría que no he entendido en absoluto el sentido de la Eucaristía. Es cierto que la acción del Señor en los sacramentos no depende sólo de las disposiciones personales de los que los reciben. En los sacramentos actúa la Iglesia; a través de lo que hace en la celebración, la iglesia dice lo que ella es y en quién cree; y esa fe hace existir para nosotros los actos de Cristo. De esta manera se puede realizar en nuestras vidas una novedad que supera todo lo que cada uno de nosotros puede aportar o merecer. Pero Dios quiere tener necesidad de los hombres; sabemos que su deseo más profundo es no hacer nada sin nosotros y no forzar nuestra libertad. Si bien el sacrificio pascual del Señor puede ser sacramentalmente renovado sin mi participación, yo sólo puedo recoger sus frutos si me adhiero a la fe de la Iglesia, según mis capacidades. Esta última precisión es importante: basta que yo crea en la medida de lo que permitan mis cualidades de inteligencia y de corazón, mi edad, mis disposiciones del momento, para recibir mucho más que lo que yo puedo dar. Eso supone sobre todo una disponibilidad interior, un deseo sincero de dejarme transformar por su gracia.

La Iglesia es el pueblo de Dios y se hace visible en la asamblea. ¿Para qué, entonces, reunirse en las iglesias?

UN LUGAR PARA CELEBRAR Al principio, los fieles se reunían para la Eucaristía en casas particulares; los más acomodados de entre ellos ponían a disposición de la comunidad una habitación de su casa y, si era posible, la reservaban para este único uso. No fue hasta fines del siglo III cuando empezaron a construirse edificios con la finalidad expresa de albergar la reunión litúrgica, multiplicándose tales construcciones gracias a la paz establecida por Constantino entre el Imperio y la Iglesia. Los arquitectos encargados de construirlas no podían inspirarse en los templos que se elevaban en todas las ciudades; esos templos eran pequeños santuarios en los que se guardaba la estatua o las insignias de la divinidad, aunque a veces estuvieran rodeados de columnatas y atrios. No se trataba de levantar «casas de Dios», sino «casas del pueblo», puesto que éste era la verdadera morada del Señor, hecha de piedras vivas. El modelo que se escogió para esta finalidad no pertenecía al mundo religioso: fue la basílica, edificio público destinado a acoger las reuniones y los negocios de la vida social. Resultó fácil adaptarlas al uso de los cristianos y se las llamó «iglesias», palabra que en griego significa asamblea. Se puede, evidentemente, celebrar la misa en cualquier lugar, puesto que el templo vivo de Dios es la reunión del pueblo. Pero el hecho de escoger un espacio reservado para ella, que además pueda adornarse y

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disponerse adecuadamente para este uso, constituye una manera de subrayar la importancia y expresar el respeto por la acción que allí se realiza. En ese edificio se puede edificar un altar, sobre el que se renovará sacramentalmente el sacrificio de Cristo; una sede para el presidente que se pueda ver bien; un ambón desde el que el lector proclamará la Palabra de Dios; un lugar para la coral; y se dispone de una vasta nave en laque se reunirá el pueblo. Así los distintos lugares y espacios facilitan el funcionamiento de una celebración con actores diversificados uniendo sus actitudes y sus voces en la armonía de una misma acción. Más adelante se buscará también disponer de un rincón más íntimo en el que sea posible recogerse después de la misa junto al sagrario en el que se conserva el pan eucarístico sobre todo para la comunión de los enfermos y los moribundos. No resulta sorprendente, por tanto, que los cristianos, a lo largo de los siglos, según las técnicas y los procedimientos arquitectónicos de cada época, hayan querido construir iglesias, adornarlas con frescos y esculturas, organizar la luz y las sombras, preocuparse por la acústica. Y no es tampoco sorprendente que esos edificios, al ser construidos, se inauguren con una fiesta solemne llamada «Dedicación», cuyo aniversario muchas comunidades celebran cada año.

Oración en la Dedicación de una iglesia En verdad es justo y necesario darte gracias, Padre santo... porque en esta casa visible que hemos construido, donde reúnes y proteges sin cesar a esta familia que hacia ti peregrina, manifiestas y realizas de manera admirable el misterio de tu comunión con nosotros. En este lugar, Señor, tú vas edificando aquel templo que somos nosotros, y asila Iglesia, extendida por toda la tierra, crece unida, como Cuerpo de Cristo, hasta llegar a ser la nueva Jerusalén, verdadera visión de paz. (Prefacio de la misa de la Dedicación de una iglesia). De este modo, el lugar en el que nos reunimos está llamado por sí mismo a ilustrar el simbolismo de la asamblea, imagen de la Iglesia.

Pero todo eso, ¿no puede vivirse también en otro tipo de encuentros? ¿Realmente es tan importante ir a misa? 36

quieren construir para sí y para los que les rodean. ¿Cómo podríamos pensar que esto no tenga nada que ver con la comunión eucarística? ¿Podríamos sentirnos satisfechos de celebraciones que no incitasen a ninguna transformación en el comportamiento de quienes las viven?

Lo que dicen algunos creyentes Un domingo por la tarde teníamos una reunión. Discutimos mucho. Cada uno intentaba ser sincero. Lo que se debatía era nuestra fe y la forma de vivirla. No estábamos de acuerdo en todo, pero buscábamos entre todos la verdad. Con nosotros había un sacerdote; al acabar la tarde, nos propuso celebrar la Eucaristía. Algunos rechazaron la propuesta diciendo: «¿Qué añadiría la Eucaristía a lo que hemos estado haciendo? Desde que hemos empezado la reunión, buscamos el camino de la verdad a la luz del Evangelio. ¿No es eso ya la Eucaristía?» Yo no estaba de acuerdo. Hemos compartido entre nosotros, ciertamente, y el Señor no estaba desde luego ausente de nuestra reunión... Pero la Eucaristía es una plegaria al Padre, con Cristo que nos da a compartir su vida y nos lleva más allá de lo que nosotros somos capaces de pensar. Y eso significa que ahí no sólo compartimos nuestra fe, sino que es la celebración, hoy, del memorial del Señor. (Publicado en «Fétes et Saisons»).

Para llevar adelante esas aspiraciones, Cristo, nuestro hermano mayor, nos abre a su propia vida introduciéndonos en el universo simbólico de los ritos que nos ha dejado con la invitación de repetirlos en conmemoración suya. El pan partido es el pan que el Padre nos da para hoy, como le hemos pedido, y es Jesús quien nos lo reparte dando a cada uno su parte. La paz que nos transmitimos es la paz que él nos ha alcanzado por medio de su Pascua y que es algo distinto de esta paz que tanto le cuesta al mundo construir. La comunión en la que participamos es el cuerpo del Hijo de Dios hecho hombre, que transfigura nuestra humanidad por su resurrección y que es mucho más que la gozosa toma de conciencia de lo que compartimos humanamente. Lo que compartimos humanamente, en cuanto nos hace profundizar el sentido de la existencia, nos dispone a acoger el don del Señor; pero no es ese compartir humano lo que sacralizamos y celebramos. Por eso este compartir no puede constituir una condición necesaria e indispensable de la Eucaristía. Más bien debe ser su fruto.

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El pan partido para que cada uno tenga su parte es una bella expresión de lo que significa compartir. ¿Pero qué añade la comunión a todo lo que los hombres pueden compartir en su vida?

ES JESÚS QUIEN NOS REPARTE EL PAN No es necesario insistir en el aspecto comunitario de todo lo que precede y rodea a la comunión. El plural del adjetivo posesivo en la expresión Padre nuestro, la concordia que manifiesta el gesto de paz, la fracción que permite recibir un trozo de pan compartido con otros, los cantos que expresan una armonía común, todo concurre a subrayar que lo que estamos haciendo es sentarnos juntos en una misma mesa. Hay determinadas circunstancias que parecen favorecer este acercamiento al sacramento. Es cuando llegamos a la misa después de haber vivido momentos fuertes con los demás participantes: luchas o acciones comunes, intercambios o discusiones, e incluso enfrentamientos remontados por una voluntad de diálogo; o también en el caso en que, viniendo de distintos lugares, hemos dedicado tiempo a comunicar algo de lo que constituye nuestra existencia cotidiana, en un encuentro de real consistencia humana. Todo esto tiene, para algunos cristianos, tales resonancias que lo llegan a convertir en una condición indispensable de toda celebración de la misa. Según este planteamiento, sería imposible ir a la Eucaristía si no se hubiera compartido nada antes. Sería demasiado fácil rechazar sin más estas aspiraciones. Es verdad que la asamblea eucarística -ya lo hemos dicho en el segundo capítulo-, por ser una imagen auténtica de la Iglesia de Cristo, sobrepasa y critica las divisiones de la sociedad, y recibe en su seno a fieles de todas las edades, de todas las clases, razas, lenguas o naciones, situados cada uno de ellos de manera distinta en la vida social. Pero también es verdad que todo intercambio profundo entre los hombres los eleva por encima de la banalidad de la vida y los compromete a decirse lo que es más importante en su existencia, lo que significan sus combates, sus éxitos o sus fracasos, y qué futuro

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REUNIRSE REGULARMENTE ¿Puede haber un domingo sin Asamblea? Impresiona ver con qué insistencia la Iglesia, a lo largo de los siglos, ha acentuado la importancia de la reunión eucarística de los domingos. «Sin ella, no podríamos vivir», decía un cristiano el 12 de febrero del año 304 ante el procónsul de Cartago, que le sometía a interrogatorio por haber acogido una asamblea en su casa contraviniendo un decreto imperial. Aquellas palabras significaban que la reunión dominical era para los fieles tan necesaria como la respiración para cualquier ser vivo. Eso no quiere decir que todos lo tuvieran tan claro. Aquella especie de manual para obispos del que ya hemos hablado, les pide que recuerden al pueblo la necesaria fidelidad a la asamblea; lo cual indica que esa fidelidad fallaba. Que nadie disminuya la Iglesia Cuando enseñes, obispo, exhorta al pueblo, y persuádele de reunirse en la iglesia. Que no falte, que sea fiel a reunirse y que nadie disminuya la Iglesia no yendo y privando al cuerpo de Cristo de uno de sus miembros... No os menospreciéis a vosotros mismos y no privéis a nuestro Señor de sus miembros; no desgarréis ni disperséis a su cuerpo; no pongáis vuestros asuntos temporales por encima de la Palabra de Dios, sino por el contrario, en el día del Señor abandonadlo todo y corred aprisa a vuestras iglesias. ¿Qué excusa tendrá ante el Señor el que en ese día no participa de la asamblea para escuchar la palabra de salvación y nutrirse del alimento divino que permanece eternamente? (Didascalia de los Apóstoles, 11,59).

Fijémonos en qué términos se hace esta exhortación: no ir a la asamblea es privar al cuerpo de Cristo de uno de sus miembros. Este lenguaje quizá no nos resulta familiar, porque de este tema acostumbra a hablarse en términos de obligación personal; demasiado a menudo se ha creído que el deber de cada uno era ir a misa sin importarle si allí iba o no a encontrarse con otros cristianos...

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No se puede entender el alcance exacto de lo que los cristianos de los primeros tiempos consideraban como algo vital para ellos si no se descubre la intuición que había en el fondo: en cualquier lugar en que haya fieles, esos tienen que realizar esta reunión, que hace visible a la Iglesia para los que se reúnen y también para los que los ven reunirse... y así se nutren permanentemente de la Sagrada Escritura y de la Eucaristía. Por eso, cuando la falta de sacerdote hace imposible la celebración de la misa, los discípulos de Cristo desean también realizar en lo posible lo que ese encuentro semanal significa. En los países evangelizados recientemente, donde los misioneros son poco numerosos, e incluso entre nosotros, en las regiones rurales, se dan verdaderas asambleas dominicales consagradas a la escucha de la Palabra de Dios y a la oración.

El domingo La Iglesia, por una tradición que trae su origen del mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón «día del Señor» o domingo. En este día los fieles deben reunirse afín de que, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la Pasión, la Resurrección y la gloria del Señor Jesús, y den gracias a Dios que los «hizo renacer a la viva esperanza por la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos» (1 Pe 1,3). Por esto el domingo es la fiesta primordial, que debe inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo. (Concilio Vaticano II, «Constitución sobre la Liturgia», n° 106).

Se trata por tanto de una responsabilidad que incumbe ante todo a la comunidad cristiana. Eso supone, desde luego, que todos sus miembros se sienten concernidos y no quieren comprometer por su negligencia esta manifestación esencial de la vida eclesial; si no, empequeñecerían y deteriorarían el signo, dispersarían el cuerpo de Cristo. En la época en la que aun no se habían multiplicado las misas el mismo día en el mismo lugar, sino que sólo se celebraba una misa, es probable que todos no pudieran estar siempre presentes, pero eso no dispensaba a nadie de preocuparse de tomar parte en ella según sus posibilidades, para que ese momento fuerte marcara con su ritmo semanal toda su vida de fe.

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después de haber comulgado con el cuerpo de Cristo, acércate a su sangre... (Cirilo de Jerusalén, «Catequesis mistagógicas», 5, 21). Se trata de una enseñanza dada por el obispo a los que acababan de bautizarse. Nos encontramos en Jerusalén, en el año 400.

Entre el que da y el que recibe tiene lugar un diálogo: «El cuerpo de Cristo - Amén». En un contexto de fuertes resonancias comunitarias, éste es un acto de fe eminentemente personal.

El cuerpo... la sangre de Cristo - Amén No es sin motivo que tú dices «Amén», reconociendo en tu espíritu que recibes el cuerpo de Cristo. Cuando tú te presentas, el sacerdote te dice: «El cuerpo de Cristo», y tú dices: «Amén», es decir: es verdad. Lo que tu lengua confiesa, que lo afirme también tu convicción. (San Ambrosio, «Los sacramentos», 4, 25). Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros, y lo que se deposita sobre la mesa del Señor es el sacramento de lo que vosotros sois; es el sacramento de lo que vosotros sois, lo que vosotros recibís. Y a eso que vosotros sois respondéis «Amén», y esta respuesta es vuestra firma. Debéis ser un miembro del cuerpo de Cristo, para que este Amén sea verdadero. (San Agustín, «Sermón 272»). Ambrosio es obispo de Milán, Agustín obispo de Hipona, en África. Los dos se dirigen a los nuevos bautizados, hacia finales del siglo IV.

A menudo comulgamos también de la sangre de Cristo, sea bebiendo del cáliz, sea mojando el pan en él. Incluso cuando no lo hacemos, participamos realmente de todas las gracias de la Eucaristía. Pero la riqueza del sacramento se manifiesta mejor si comulgamos del cuerpo y de la sangre. Según el simbolismo bíblico, el pan evoca sobre todo la asimilación vital, el alimento para el camino y la convivencia en torno a la misma mesa; la copa recuerda el sacrificio, hace pensar en la fiesta, anuncia el banquete del Reino.

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Cristo? Como hay un solo pan, aun siendo muchos formamos un solo cuerpo, pues todos y cada uno participamos de ese único pan» (1 Corintios 10,16-17). Es lástima que este rito pase demasiado a menudo desapercibido o incluso que a veces se suprima. 4. La Invitación a la Comunión. El sacerdote nos presenta el cuerpo de Cristo: «Dichosos los invitados a la cena del Señor». Así nos llama a acercarnos al altar. ¿Pero por qué no nos dice: «Dichosos nosotros por haber sido invitados...»? Porque se hace eco de una palabra de la Escritura: «Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero» (Apocalipsis 19,9). Se trata del festín del Reino que el Señor prepara generosamente, más allá de la mesa eucarística. Puede haber en la asamblea personas que no pueden comulgar: pero esas personas no están excluidas de ese banquete del Señor del que el sacramento es como una anticipación. Por otra parte, para recibir este sacramento nadie está verdaderamente preparado, y por eso confesamos humildemente, inspirándonos en las palabras del centurión del evangelio (Mateo 8,8): «Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme». 5. Mientras se canta un canto que une las voces y los corazones en una misma oración, cada uno recibe un trozo del pan consagrado en sus manos puestas una encima de la otra, a menos que prefiera, como también es posible, que el ministro se lo deposite en la lengua.

Un debate de actualidad Se podría objetar que si, en los primeros siglos, la asamblea eucarística era la única manera que tenía la Iglesia para hacerse visible a los ojos de los hombres, hoy existen muchas otras formas de hacerse visible: nuestro mundo oye hablar de la Iglesia en los medios de comunicación, se ven los campanarios, se pueden visitar los monumentos religiosos, entrar en contacto con sus distintas instituciones, y los propios cristianos pueden reunirse para reflexionar sobre su fe, leer la Biblia, confrontar a la luz del Evangelio su vida en los movimientos y grupos de distintas clases. Es cierto. Pero eso no quita que la reunión eucarística siga siendo un punto de referencia esencial. Y eso se ve por ejemplo en el hecho de que hay cosas que se perdonan más difícilmente cuando se sabe que el que las ha hecho es un practicante habitual. Muchas veces hemos oído reflexiones como ésta: «Desde luego no vale la pena ir a misa, si después el que ha ido se pasa el rato diciendo mal de los demás, o mantiene en su profesión situaciones de injusticia, o es culpable de malversaciones de todo tipo...» Este hecho muestra muy claramente que el signo sigue siendo muy vivo. Es verdad que demasiadas asambleas, pese a considerarse abiertas, son en realidad mundos bastante cerrados, profundamente marcados por la mentalidad, la cultura, la edad, la manera de expresarse de los que constituyen la mayoría de sus participantes. Y los que en esas asambleas son minoría, por ejemplo los jóvenes o los que proceden de otras clases sociales, pueden no sentirse acogidos en su propia manera de ser.

En el hueco de tu mano, recibe el cuerpo de Cristo Cuando te acerques, no vengas con las palmas de tus manos extendidas, sino haz de tu mano izquierda un trono para la mano derecha, puesto que esta debe recibir al Rey, y en el hueco de tu mano recibe el cuerpo de Cristo diciendo: «Amén»... Tómalo y procura que no se pierda nada. Porque lo que perderías, sería como si perdieses uno de tus propios miembros. Porque, dime: si te dieran unas pepitas de oro, ¿no las conservarías con el mayor cuidado, procurando no perderlas y evitando que sufrieran ningún daño? ¿No procurarás con mucho mayor cuidado por algo que es mucho más precioso que el oro y las piedras preciosas, para que no se pierda ni una migaja? Y luego,

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En esta situación, algunos se desaniman y no vuelven. Y cada vez son más numerosos los que así actúan. Otros siguen yendo, pero les resulta difícil perseverar con regularidad. Sufren pensando que dejan a los suyos para meterse en un mundo extraño. A menudo bastaría que este sufrimiento fuera tenido en cuenta para suscitar en otros corazones sufrimientos semejantes y hacer aflorar esta tensión que se corresponde con la verdad de la Eucaristía.

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Otros, finalmente, movidos por su fe, se sienten pese a todo profundamente implicados en la celebración; piensan que es importan te participar en estas asambleas, para dar a la Iglesia un rostro más atractivo. Se sienten responsables del signo que ahí se da, y no pueden renunciar a hacer lo posible para que el cuerpo de Cristo no sea dislocado.

Lo que dicen algunos creyentes En la celebración, la fe se hace visible. Para ello, no escondo la vida. Pero, por el sacramento, siento la proximidad de Cristo. Muchos no se reconocen ya en la misa de la parroquia: «Soy incapaz de estar en misa al lado de un patrón». Pero a mí no me corresponde sospechar de la fe de los demás. La cuestión no es saber si yo tengo razón o estoy equivocado, sino preguntarme «¿qué sufrimientos asumo para que los alienados puedan liberarse? ¿dónde está mi lucha?». Eso es lo que yo aporto a la misa. Puede que en esa misa me encuentre al lado de un patrón. Si está allí, será sin duda porque tiene algo que aportar. Yo no tengo la misión de juzgar a los demás. (De «Eugene ou la rage de vivre», Editions Ouvieres. 1980, pág. 115).

De todos modos, es muy difícil que una reunión de pecadores -y eso es nuestra misa- no tenga siempre aspectos decepcionantes. Pero la Cena que presidía el propio Jesús no fue precisamente un gran éxito, desde este punto de vista: las discusiones sobre quién era el más grande (Lucas 22,24), los juramentos que al cabo de pocas horas se olvidarán (Marcos 14,29-31), el afán de dinero que provoca la traición de un amigo (Juan 13,21-30)... aquel día hubo todo lo necesario para recordarnos que la Eucaristía empezó rodeada de la cobardía, el miedo, la debilidad de los discípulos. La situación es siempre la misma. La Iglesia pura y sin mancha es aquella hacia la que caminamos y que no se realizará hasta el Reino definitivo. Y entretanto, se trata de construirla y purificarla constantemente. Y además, ¿le resulta posible a un cristiano vivir sin Eucaristía? Aunque intente vivir según el Evangelio, aunque se preocupe de profundizar su fe, ¿no corre el riesgo de no ver en Jesús más que al hombre excepcional cuyas huellas tiene que seguir y cuyas enseñanzas tiene que practicar? ¿Cómo se encontrará con el Resucitado, ése que le ama hoy, a él y a todos los que con él caminan,

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Lo que dicen algunos creyentes Estaba trabajando en un centro de vacaciones. Era Navidad. Le pedí al director que me dejara ir a la misa de medianoche con los niños que quisieran. El me contestó: «¿Para qué queréis ir? La podéis mirar por la tele». Yo le contesté: «Mire, cuando le inviten a un banquete, yo también le diré que lo mire por la tele». Y nos dejó ir. (María Teresa).

Se puede también recibir la comunión fuera de la misa, pero para ello hace falta un motivo razonable, dada la estrecha relación que hay entre los distintos aspectos de la participación en el sacramento. El concilio Vaticano II insistió en que «los fieles, después de la comunión del sacerdote, reciban el cuerpo de Cristo, con el pan consagrado en ese mismo sacrificio» (Constitución sobre la Liturgia, n° 55).

LOS RITOS DE LA COMUNIÓN Así pues, cuando hemos contestado Amén a la plegaria eucarística, la misa aun no ha terminado. Entonces empieza la preparación de la comunión: 1. El Padre nuestro. En primer lugar decimos o cantamos juntos la oración que Jesús mismo dejó a sus discípulos. Cuando decimos: «Danos hoy nuestro pan de cada día», pedimos para todas las criaturas de Dios el alimento necesario para la vida, y pensando en el día de hoy, sin querer acumular provisiones para mañana. Y con esa misma hambre nos acercamos a la mesa eucarística. 2. La Paz. El hombre no vive sólo de pan, y el amor fraterno no es desde luego una riqueza desdeñable. Por eso se nos invita ahora a intercambiar un apretón de manos o un beso, un signo de buena relación mutua, de afecto, de perdón y de reconciliación. 3. La Fracción. Como hizo Jesús en la Cena, según la costumbre de los judíos, el sacerdote parte el pan, para que cada uno reciba una parte. El apóstol Pablo nos ha dejado su meditación sobre este aspecto: «El pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de

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significativa: el sacrificio que celebramos es comparado a un movimiento ascendente que conduce nuestra ofrenda desde el altar de la tierra, en torno al cual estamos reunidos, hasta el «altar del cielo» que evoca el sacerdocio5' siempre activo de Jesús y la alabanza eterna que rodea constantemente a Dios. Pero al mismo tiempo se indica que de ahí nace un movimiento descendente que derrama las gracias y las bendiciones celestiales sobre los que toman parte, aquí abajo, en la mesa eucarística.

El altar de la tierra y el altar del cielo Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu presencia, hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel, para que cuantos recibimos el cuerpo y la sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia y bendición. (Plegaria eucarística I).

Esas imágenes, evidentemente, no son más que una expresión simbólica de lo que la celebración nos hace vivir, pero nos hacen entender bien el dinamismo que hemos subrayado y que tiene su punto de llegada cuando compartimos esos dones que hemos presentado y que recibimos ahora llenos de las energías de la resurrección de Cristo. La acción de gracias, el memorial y la ofrenda llegan a su cumplimiento en la comunión. No es porque sí, que Jesucristo escogió para este sacramento los productos del trigo y de la vid, que son un alimento.

ése que le transforma interiormente por los combates de su Pasión para conducirle al Padre, ése que será su esperanza hasta la hora de la muerte, para que su existencia se abra entonces infinitamente en el cara a cara con Dios?

¿Sólo hay misa los domingos? Hasta ahora, sólo hemos hablado de la asamblea dominical. Pero hay también la Eucaristía de los demás días de la semana, porque hay laicos que participan de ella más a menudo, muchas veces incluso cada día. También están las de los funerales, de las bodas o de otras circunstancias; para mucha gente, estas son las únicas que conocen. Y esa gente luego llama «misa» a cualquier reunión en la iglesia, sea la que sea. Es verdad que las liturgias cristianas pueden tomar formas variadas y no se limitan sólo a la Eucaristía. Y ésta, por otra parte, es siempre la misma, sea cual sea el día que se celebre, y las gracias que de ella se derivan son también siempre las mismas. Pero la Iglesia siempre ha dado un significado particular a la Eucaristía del día del Señor, y sólo a ella convoca a todos sus fieles. Y esa Eucaristía del día del Señor es como el modelo de todas las demás: en las demás, se realiza siempre un poco de lo que expresa la reunión dominical.

En la Eucaristía es necesario que por lo menos el sacerdote comulgue, y que lo haga comiendo el pan y bebiendo de la copa. Pero eso es lo mínimo imprescindible para que la Eucaristía se celebre integralmente: lo que la Iglesia urge a los cristianos es que todos tomen parte en esta comida que es una anticipación del banquete del Reino al que todos están invitados.

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Para los cristianos, Cristo es el único sacerdote de la Nueva Alianza. Pero Cristo hace participar de su sacerdocio a todos los fieles por la gracia del bautismo y, de una manera distinta, al servicio de ese sacerdocio común, a los obispos, sacerdotes y diáconos.

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Capítulo 6

COMPARTIR EN COMUNIÓN Decimos a menudo, y nos gusta decirlo, que en la misa lo que hacemos es compartir... y que esa acción de compartir es el modelo de todas las demás, porque todo compartir conduce y apunta a una «comunión». Si hablamos de modelo, quiere decir que eso se realiza en la Eucaristía de una forma única. ¿En qué consiste? ¿Quién participa en ese compartir? ¿Qué es lo que se comparte? ¿Cuál es el significado de ese momento en el que compartimos en comunión el cuerpo y la sangre de Jesús?

¿No es la comunión un encuentro personal con Dios? ¿Para qué, entonces, todos esos ritos que la acompañan? ¿No bastaría la consagración para hacerla posible?

LA EUCARISTÍA LLEGA A SU CUMPLIMIENTO EN LA COMUNIÓN En la plegaria eucarística hemos oído que el sacerdote pedía que la misa diera sus frutos en la vida de los que iban a recibir el cuerpo y la sangre de Cristo. Para ello ha invocado al Espíritu Santo, después de la consagración. Si el celebrante ha escogido la primera plegaria eucarística, la vieja fórmula romana, habrá utilizado en ese momento una imagen

Esas realidades nos hacen vivir, cada una a su manera, algún aspecto del Misterio pascual, al cual en la misa nos unimos con mayor intensidad que en ningún otro lugar. Se puede decir que la Eucaristía es la fuente y la cima de todas las demás manifestaciones de Jesús, porque en ella no sólo se hacen presentes para nosotros sus actos y sus dones, sino que ella realiza la presencia de su misma persona, la presencia del Señor muerto y resucitado para que el mundo tenga vida.

Capítulo 3

UNA ACCIÓN DE GRACIAS Nos reunimos. ¿Pero para qué? Fijémonos en lo que constituye el centro de la acción que se desarrolla en la misa. Ese centro es una gran oración que se llama «Plegaria Eucarística». Pero ese centro no es lo que percibimos más fácilmente. Sin duda espontáneamente nos vienen al pensamiento otras partes de la celebración que nos resultan accesibles deforma más inmediata. Vale la pena hacer un esfuerzo para ir más allá de esas primeras impresiones. El sacerdote nos invita a entrar en esta plegaria diciendo: «Demos gracias al Señor, nuestro Dios». Y todos respondemos: «Es justo y necesario». ¿Qué significa ese «dar gracias»? ¿Por qué es justo y necesario?

¿Por qué las narraciones de la Cena nos dicen que Jesús «pronunció la bendición» y «dio gracias»?

LA ORACIÓN BÍBLICA De la última cena de Jesús con sus discípulos antes de su muerte, lo que todo el mundo recuerda son las palabras «Esto es mi cuerpo... Este es el cáliz de mi sanare», pronunciadas sobre el pan y el vino. Pero resumir así la última cena es engañoso, porque se presta a pensar en una especie de rito mágico. Las narraciones evalécas precisan que esas palabras se dijeron en un contexto de oración, y más arriba, en el primer capítulo, ya hemos hablado de las fórmulas de alabanza y de

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petición que hacían de las comidas festivas de los judíos verdaderas celebraciones. La Biblia contiene numerosas y extensas plegarias dirigidas a Dios en determinadas ocasiones, como por ejemplo la de Salomón en la inauguración del templo de Jerusalén (1 Reyes 8,15-53), o la pronunciada en nombre de todo el pueblo en una celebración de la Alianza, cuando los judíos deportados a Babilonia pudieron volver a su patria (Nehemías 9,5-37). Estas plegarias empiezan muy a menudo con las palabras «Bendito seas, Señor, por...», y enumeran, a veces extensamente, lo que se denomina «las maravillas del Dios», es decir, lo que él es en sí mismo, su grandeza, su gloria, y lo que él ha hecho por los hombres a lo largo de la historia de Israel. Luego, en una segunda parte, a menudo introducida por la expresión «Y ahora...» (ver 1 Reyes 8,28 y Nehemías 9,32), se pide al Padre que renueve hoy sus «maravillas» para el pueblo que le suplica. Esta manera de orar no es sólo una forma exterior, una exigencia literaria; además, las expresiones que hemos citado («Bendito seas... Y ahora...») pueden ser reemplazadas por otras de significado semejante. Esta manera de orar expresa la idea que se tiene de las relaciones que hay que mantener con el Señor, y lo hace a través de la forma de dirigirse a él. Así, la petición se articula a partir de la evocación de lo que él es y de lo que él ha hecho ya; y hace desear que su proyecto de amor para con los hombres se prolongue y se actualice hoy. Jesús oró así, en la Cena. En su época, los judíos acostumbraban a hablar de «Bendiciones» (en hebreo, «Berakah») para designar este tipo de fórmulas, debido a las palabras con que empezaban. Junto a esas grandes plegarias, como la que concluía la comida, había otras más breves que sólo tenían la primera parte (sin la petición). Pero hay que señalar que, en todos los casos, a quien se bendice es a Dios, por sus «maravillas». Por eso las narraciones de la Eucaristía dicen que el Señor «pronunció la bendición».

de modo que cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la sagrada Escritura, es él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Concilio Vaticano II, «Constitución sobre la Liturgia», n° 7).

Más allá del momento de la reunión, cuando los cristianos están dispersos en el mundo, Jesús se les muestra también en la persona de los pobres, de los enfermos, de los presos... todos aquellos a quienes él ha sido el primero en servir: «Cada vez que lo hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, lo hicisteis conmigo» (Mateo 25,31-46). Todas esas formas de manifestarse la presencia del Señor están vinculadas a la Iglesia: es ella la que celebra los sacramentos, la que proclama las Escrituras, la que convoca a la oración y la que envía en misión. Porque ella toda entera es el sacramento de Jesucristo; ella es el signo de su presencia en medio de los hombres, para invitarlos a compartir su experiencia del Evangelio.

Ese templo no tiene más valor que el otro ¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies cuando está desnudo. No lo honrarás aquí en la iglesia con tejidos de seda mientras lo dejas ahí fuera sufriendo por el frío y la falta de vestido. Porque aquél que ha dicho: «Esto es mi cuerpo», y lo ha realizado al decirlo, es el mismo que ha dicho: «Tuve hambre y no me disteis de comer» y también «Cada vez que dejasteis de hacerlo con uno de esos más humildes, dejasteis de hacerlo conmigo». Aquí el cuerpo de Cristo no necesita vestidos, sino almas puras; allí, necesita mucha solicitud... ¿Qué ganaríamos con que la mesa de Cristo estuviera llena de vasos de oro, mientras él muere de hambre? Empieza por atender al hambriento, y con lo que sobre ya adornarás el altar... (San Juan Crisóstomo, «Homilía sobre el evangelio de Mateo»).

Pero todas esas realidades no se sitúan en el mismo nivel, puesto que están más o menos marcadas por las imperfecciones que introduce en ellas la debilidad humana.

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LOS DISTINTOS MODOS DE PRESENCIA DE CRISTO

La «Berakah» del final de la comida

La iglesia constituye un gran espacio para acoger a los cristianos que se reúnen; recordamos que Jesús ha prometido estar en medio de aquellos que se reúnen en su nombre (Mateo 18,20). El está presente en la asamblea de los fieles.

Bendito seas, Señor Dios nuestro, Rey del universo, que alimentas al mundo entere con bondad, benevolencia y misericordia. Bendito seas, Señor, que alimentas a todo ser. Te manifestamos nuestro reconocimiento, Señor Dios nuestro, porque nos has dado en herencia un país agradable, bueno y espacioso, y nos has dado también la Alianza, la Ley, la vida y el alimento. Por todo esto, te manifestamos nuestro reconocimiento y bendecimos tu nombre para siempre. Bendito seas, Señor, por el país y por el alimento.

La pila bautismal nos recuerda que él actúa en todos los sacramentos, mediante los cuales viene realmente a nuestro encuentro para hacernos participar de su vida y de su misión.

Ten piedad, Señor Dios nuestro, de Israel tu pueblo, de Jerusalén tu ciudad, de Sión, el lugar donde habita tu gloria, de tu altar y de tu santuario. Bendito seas, Señor, que reconstruyes Jerusalén. (Birkat ha-mazon).

En el centro, vemos la mesa sobre la que se deposita el pan y el vino, el altar del sacrificio sacramental. Jesús está presente por la Eucaristía, en la acción de gracias y la oración de la Iglesia.

En tiempos de Jesús, esta oración no estaba escrita; se transmitía por tradición oral. Nosotros la conocemos por testimonios más recientes.

No lejos de allí, en un lugar elevado para que se vea bien, se levanta el ambón desde el que se proclama la Palabra de Dios. Cuando se lee la sagrada Escritura, Jesús está ahí y nos habla hoy por la voz del lector; nos invita a la conversión, nos incita a seguirle y renueva nuestra esperanza.

¿Pero por qué se encuentra también, en las narraciones de la Cena, la expresión «dio gracias»? Porque el Nuevo Testamento se escribió en griego y se buscó un término que pudiera traducir en esa lengua la expresión hebrea. Se dudó entre distintas maneras de expresar una bendición, pero finalmente se adoptó la palabra «eukharistía», que significa acción de gracias.

Si la Eucaristía es el lugar privilegiado de la presencia de Cristo, no es el único. Basta con que entremos en una iglesia para darnos cuenta:

Está también la sede del obispo o del sacerdote, que es signo de la presencia de Cristo en cuanto que preside en su nombre la celebración. Y luego está el sagrario, que aunque no juega ningún papel durante la misa, conserva el pan consagrado en un lugar del edificio que invita al recogimiento y la adoración.

la presencia de Cristo en la liturgia Cristo está presente en el sacrificio de la misa, sea en la persona del ministro, «ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz», sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los sacramentos,

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LA EUCARISTÍA O LA ACCIÓN DE GRACIAS «Eucaristía». Era una palabra de la vida cotidiana, la palabra que se utilizaba para dar las gracias. Aún hoy, en Grecia, cuando le damos una propina al camarero nos dice: «Evkharisto». Pero para los cristianos, esta palabra se enriqueció con todo el contenido de la bendición judía y su significado se hizo mucho más hondo que el simple agradecimiento. Se trata de una mirada hacia Dios que no se queda tan sólo en la consideración de sus dones, sino que llega hasta decir, como hacemos en el «Gloria» de la misa: «Por tu inmensa gloria te damos gracias»... y que engloba todo lo que él ha hecho por el hombre alo largo de toda la historia de la salvación. Es una

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contemplación que expresa la admiración de la criatura ante la grandeza y las hazañas de su creador. Esta contemplación hunde sus raíces en una visión optimista del mundo, puesto que si nos conduce a sentirnos pequeños ante el Altísimo, no por eso nos sentimos humillados, porque sabemos qué hemos sido «creados a imagen de Dios»; si nos empuja a sentirnos pecadores, por nuestra ingratitud ante todo lo que hemos recibido, nos introduce al mismo tiempo en el proyecto de amor de aquél que está siempre dispuesto a perdonar y a renovar sin cesar la alianza que estableció con su pueblo. Y la súplica que de ahí se deriva supone por parte del cristiano un compromiso para hacer realidad lo que pide, al tiempo que le recuerda que sus energías más profundamente humanas son también un don del Señor. Las primeras comunidades procedentes del judaísmo se limitaron a «cristianizar» las bendiciones que se decían en los distintos momentos de la liturgia de la mesa. Tenemos un buen testimonio de ello en un pequeño manual muy antiguo que se conoce con el nombre de Doctrina de los Apóstoles o Didakhé.

La plegaria eucarística de la «Didakhé» Para la eucaristía, dad gracias así: Primero sobre la copa: Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa viña de David, tu servidor. Gloria a ti por los siglos. Luego por el pan partido: Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el conocimiento que nos has revelado en Jesús, tu siervo. Gloria a ti por los siglos. Como este pan partido estaba antes diseminado por los montes y ha sido recogido para formar una unidad, que así sea también reunida tu Iglesia desde los confines de la tierra en tu Reino. Porque tuya es la gloria y el poder por Jesucristo, por los siglos de los siglos. Que nadie coma ni beba de vuestra Eucaristía si no está bautizado en el nombre del Señor, porque también se refería a ella el Señor cuando dijo: «No deis a los perros las cosas santas».

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que el sacerdote dice después de la comunión hablan a menudo de un gustar ya ahora la vida futura en la que veremos a Dios cara a cara, y comparan el don que hemos recibido a una prenda o unas arras que anuncian y hacen experimentar ya por adelantado lo que será el festín del Reino eterno. Es lo que muestra de un modo especial el signo del cáliz, del vino de la fiesta, como Cristo mismo expresaba en la Cena: «No beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios» (Lucas 22,18). San Pablo, cuando dice que en la Eucaristía celebramos la muerte del Señor, precisa a continuación: «Hasta que vuelva» (1 Corintios 11,26), y —como hemos notado ya— en las plegarias de anámnesis se recuerda también lo que aun no se ha realizado: «mientras esperamos su venida gloriosa...» (plegarias eucarísticas III y IV). Es un alimento de caminantes, como el pan cocido sobre piedras y el jarro de agua que reconfortaron al profeta Elías en el desierto: «¡Levántate, come! Que el camino es superior a tus fuerzas» (1 Reyes 19,4-8). Así afirmamos también que el momento de la reunión de los cristianos en la misa implica y compromete el tiempo de su dispersión en el mundo y de su vida cotidiana, porque ahí es donde se construye día tras día el Reino de Dios, hasta su último instante. Y no es porque sí que la Eucaristía es también el sacramento de los moribundos con el nombre de Viático, palabra que evoca las provisiones de ruta, el alimento para el viaje. Es la última etapa de una larga marcha en la que el Señor ha estado presente en todo momento caminando junto a nosotros. Cómo desearía que fuera mi muerte Cuando me encuentre cerca de la muerte, pido a los que estén junto a mí que hagan lo posible para que pueda recibir la Eucaristía por última vez. Si no puedo tragar el pan, que me den a beber la sangre de Cristo. Creo con toda mi fe que será una semilla de resurrección para mi cuerpo, antes de que desaparezca en la tierra. Lo que ha sido mi alimento para el camino que se abría después de cada misa, quisiera tenerlo también como provisión para la última etapa de la ruta. ¡Y cómo desearía no comulgar solo! Muchos me han acompañado, con muchos he compartido mi vida, a muchos tengo que darles las gracias... No puedo sentirme solo en el camino que conduce hacia aquellos que ya han partido y viven en la gloria del Resucitado... Es un sueño... Quizá no podrá realizarse. Señor, perdóname por haber dicho lo que yo quiero, y que se haga tu voluntad. (Las «penúltimas voluntades» de un cristiano anónimo).

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ha servido de este término, no para explicar lo que sigue siendo «el misterio de la fe», ni para excluir cualquier otra forma de expresarse, sino para afirmar que Cristo está realmente presente y se da como alimento. Sin embargo, otros prefieren —como hacen las Iglesias de Oriente— utilizar simplemente las expresiones de las plegarias litúrgicas.

La presencia real de Cristo a través de la Eucaristía, ¿no es demasiado abrumadora? ¿No resulta demasiado fuerte y avasalladora, de manera que reduce nuestro espacio de libertad para ir hacia él? ¿Y qué lugar deja a otras formas que él tiene de manifestarse?

UNA PRESENCIA EN LA AUSENCIA Y EN LA ESPERA Jesús instituyó la Eucaristía porque su presencia entre los suyos no iba ser ya como la que era durante su estancia en la tierra. Su presencia sacramental no es la misma que tenía durante su vida en Palestina. Ahora es la del Señor que ha pasado por la muerte y ha resucitado. Esa presencia se realiza por tanto, en un cierto sentido, en el seno de una ausencia, porque si bien Jesucristo permanece vivo en la gloria del Padre, resulta en cambio invisible a nuestros ojos. Siempre habrá una distancia entre el pan y el vino que nosotros podemos manipular y el Cristo sobre el que no podemos poner la mano, que no podemos de ninguna manera poseer o someter a nuestros deseos. Algunos cristianos querrían que el Santísimo Sacramento estuviera siempre a su alcance en una cercanía que les diera una total seguridad, o que la comunión colmase todas sus aspiraciones como un alimento que se toma con glotonería..., cuando el deseo de Jesucristo es precisamente ensanchar nuestra espera y abrir a la esperanza. Jesús comparte nuestro camino dejando todo su espacio a la fe con sus claridades y sus noches y permitiendo la lenta maduración del Evangelio en nuestras vidas. Es una presencia para los que estamos en el camino hacia la plena participación en la resurrección de Jesús y en su gloria. Las oraciones sustancia de la sangre de Cristo. Este cambio, la Iglesia católica lo ha llamado, justa y exactamente, transustanciación».

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Cuando hayáis comido, dad gracias así: Te damos gracias, Padre santo, por tu santo nombre que haces habitar en nuestros corazones y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has revelado por Jesús, tu siervo. Gloría a ti por los siglos. Tú, Señor todopoderoso, has creado el universo por el poder de tu nombre, y has dado a los hombres gozar de la comida y la bebida para que te den gracias. Pero a nosotros, nos has concedido un alimento y una bebida espirituales, y la vida eterna, por Jesús tu servidor. Por encima de todo, te damos gracias porque tú eres poderoso. Gloria a ti por los siglos. Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal y conducirla a la plenitud en tu amor. Reúne desde los cuatro vientos a esa Iglesia que tú has santificado, en el Reino que le has preparado. Porque tuya es la gloria y el poder por los siglos de los siglos.

¡Pero hoy es todo muy distinto! Lo que hacemos nosotros no es lo mismo que hacían Jesús y los primeros cristianos...

¡DEMOS GRACIAS AL SEÑOR, NUESTRO DIOS! Muy pronto, según hemos visto ya, la misa dejó de celebrarse durante una comida, para no imponer costumbres judías a quienes nunca las habían practicado. Las distintas bendiciones que acompañaban el desarrollo de la comida, se unieron formando la «plegaria eucarística». De ahí proviene lo que nosotros hacemos en nuestras misas. Veamos lo que ocurre en este momento de la celebración. El pan y el vino están ya sobre la mesa. Todo el pueblo se levanta; es ésta la actitud más significativa de la oración cristiana, porque Cristo, con su resurrección, nos ha levantado a todos, nos ha puesto en pie. El sacerdote está en el altar y se dirige a la asamblea: «El Señor esté con

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vosotros». Y todo el mundo responde: «Y con tu espíritu». Notemos que no decimos simplemente «Y contigo también», sino que evocamos el espíritu que él ha recibido por la imposición de manos del obispo, para una misión que alcanza su momento culminante en la presidencia de la Eucaristía. Y prosigue: «Levantemos el corazón». No nos pide que dejemos de lado todo lo que constituye nuestra vida. Sino que por el contrario se nos invita a verter en el gran tesoro de las maravillas de Dios todo lo que hoy nos habla de él. Se trata de que movilicemos nuestra atención para este acto en el que vamos a participar. El presidente de la asamblea no puede continuar hasta que nosotros respondemos que realmente hemos movilizado nuestra atención: «Lo tenemos levantado hacia el Señor». Demasiado a menudo, sin embargo, estas palabras sólo las decimos con los labios, no salen de dentro; y en cambio, su significado es claro: es afirmar que estamos ahí, muy dispuestos. El presidente puede entonces invitarnos a dar gracias: nosotros respondemos diciendo que «Es justo y necesario», y escuchamos, como hicieron los apóstoles cuando Jesús, en nombre de todos, pronunciaba la bendición.

1. Dios quiere tener necesidad de nosotros; la consagración se realiza por las manos de un hombre, el sacerdote, en una Iglesia compuesta de criaturas humanas. Esa comunidad de carne y sangre es quien suplica al Señor que haga de ella, según su promesa, el instrumento de su acción divina. 2. Una tan gran maravilla de Dios debe tener lugar en la oración. También otros sacramentos, especialmente la ordenación de obispos, sacerdotes y diáconos, se celebran así, invocando la venida del Espíritu. Hemos constatado ya más arriba, en el capítulo cuarto, que la narración de la institución de la Eucaristía, que contiene las palabras mismas del Señor en la Cena, no interrumpe la plegaria, y la epíclesis se sitúa en esta misma atmósfera. Nos encontramos en las antípodas de cualquier acto mágico o cosa semejante. Todo se realiza en este ambiente de diálogo con el Padre.

Hay varias plegarias eucarísticas para escoger. Algunas empiezan mencionando específicamente alguna de las maravillas de Dios, variando según el tiempo o la fiesta, en un texto que se llama «prefacio»1. Otras empiezan con una presentación resumida de toda la historia de la salvación.

La epíclesis de una anáfora oriental Que venga, por tu bondad, tu Espíritu sobre nosotros y sobre estos dones que aquí ofrecemos, que los bendiga, los santifique y manifieste este pan como el venerable y auténtico cuerpo de nuestro Señor, Dios y Salvador, Jesucristo, repartido para la vida del mundo. Y haz que todos los que participamos del mismo pan y el mismo cáliz permanezcamos unidos en la comunión del único Espíritu. Haz que ninguno de nosotros participe del cuerpo sagrado o de la sangre de tu Cristo para su juicio o su condenación, sino para encontrar gracia y misericordia con todos los santos en quienes te has complacido desde el principio de los siglos. (Anáfora griega de san Basilio).

Prefacio de Navidad En verdad es justo y necesario darte gracias... Porque, gracias al misterio de la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor, para que, conociendo a Dios visiblemente, él nos lleve al amor de lo invisible. Por eso, con los ángeles y arcángeles y con todos los coros celestiales, cantamos sin cesar el himno de tu gloria: Santo, Santo, Santo...

Durante esta gran plegaria, el sacerdote tiene las manos levantadas, en un gesto que quizá nos podría recordar el de quien es agredido al grito

Los teólogos de la Edad Media se preguntaron a menudo cómo explicar esta acción del Espíritu. Su reflexión les condujo, a partir de nociones tomadas de la filosofía de su tiempo, a crear una palabra nueva, transustanciación. El concilio de Trento, en el siglo XVI,4' se 4

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El nombre de «prefacio» induce a confusión: el prefacio de la misa, en efecto, no es un prólogo, sino el principio de la eucaristía. El nombre proviene de que en los misales estas partes variables están antes de la parte invariable que empieza a continuación.

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Concilio de Trento, sesión 13, año 1551: «Puesto que Cristo... dijo que lo que é1 ofrecía bajo la especie del pan era su cuerpo, en la Iglesia de Dios ha habido siempre esta convicción que declara de nuevo el santo concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de Cristo y de toda la sustancia del vino en la

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¿Por qué el sacerdote pide, en la misa, que se realice la presencia de Cristo? ¿No está seguro de que se vaya a realizar?

UNA LLAMADA AL ESPÍRITU SANTO Hemos dicho, en el capítulo tercero, que las bendiciones judías, después de la evocación de las maravillas de Dios, se transformaban en súplicas. Las plegarias eucarísticas, que tienen su origen en esas mismas bendiciones, se desarrollan bajo el mismo modelo. La expresión de la acción de gracias, que toma en la narración de la Cena y la anámnesis una dimensión sacramental, desemboca en una petición que tiene el mismo carácter. Se trata ante todo de pedir las gracias del Señor para aquellos que van a comulgar, una petición que invoca la intervención del Espíritu Santo. Según la Escritura, ese Espíritu «cubrió con su sombra» a María de Nazaret, para que fuera la madre del Salvador; ¿no será entonces ese mismo Espíritu quien cambiará el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo? Así, los formularios litúrgicos imploran su intervención para la transformación de las ofrendas. Los cristianos de Oriente son particularmente sensibles a este aspecto, de modo que conceden a este momento de la celebración una gran importancia para la consagración.

La epíclesis Se trata de una palabra griega que significa «llamada sobre...» (invocación). Se llama al Espíritu Santo sobre el pan y el vino, para que sean el cuerpo y la sangre de Cristo y para que los que comulguen reciban los frutos de la Eucaristía. En nuestra liturgia, se distingue una epíclesis de consagración, inmediatamente antes de la narración de la Cena, y una epíclesis de comunión, después de la plegaria de anámnesis. Los cristianos de Oriente unen en una única oración, en este segundo momento, los dos aspectos de la epíclesis.

Si el Espíritu Santo actúa, nosotros no podemos dudar de su eficacia; pero a pesar de eso nosotros oramos para que se realice la presencia de Cristo, para subrayar dos aspectos esenciales del sacramento:

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de «¡Manos arriba!». Nosotros desde luego no estamos en peligro delante de Dios, pero es como si le dijéramos: «Mira, Señor, no tengo ni armas ni herramientas de trabajo, no puedo confiar ni en mis manos ni en mis puños para tener la verdadera vida, sino sólo en tu amor. Estoy totalmente en tus manos. Puedes hacer de mí lo que quieras. No tengo nada, pero sé que tú colmas de bienes a los hambrientos y a los ricos los despides vacíos». (Cf. el cántico de María: Lucas 1,53).

Las distintas plegarias eucarísticas Se puede expresar de muchas maneras lo que debe contener la gran Plegaria que está en el corazón de la misa. Los cristianos de Oriente disponen de numerosos formularios. En nuestros países, hasta el concilio Vaticano II había un solo formulario, con algunas variantes según los días del año, sobre todo en los prefacios: es lo que ahora conocemos como la plegaria eucarística primera. Actualmente nuestro misal ofrece tres más, que han sido compuestas inspirándose más o menos en modelos antiguos. Pero también se pueden utilizar otras: para las misas de niños, o cuando se quiere destacar el tema de la reconciliación, o en algunas otras ocasiones especiales... En total hay diez plegarias para escoger, y alguna ofrece además distintas variaciones dentro de la misma plegaria.

NUESTRA PARTICIPACIÓN Si a veces nos cuesta descubrir la importancia de este gran momento de la celebración, quizá sea debido a que nuestra participación exterior nos parece demasiado limitada. Este es un momento en el que de lo que se trata sobre todo es de escuchar. Las bendiciones judías de la liturgia de la mesa las dice el padre de familia y, en la Cena, los apóstoles se unieron a la acción de gracias que pronunciaba Jesús solo, como hace hoy el presidente de la asamblea. El pueblo sólo interviene con algunas aclamaciones como el Santo («¡Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo!»). Este es un himno que el profeta Isaías pone en labios de los habitantes del cielo (Isaías 6,3), al que se une un versículo de un salmo que en los evangelios aparece en labios de la multitud el domingo de Ramos: «Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo» (Mateo 21,7; cf. salmo 117,26). Los discípulos de hoy y los de épocas pasadas se unen y tienen una sola voz para aclamar con los ángeles al Dios del universo.

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La muerte no nos separa, cuando entramos en la acción de gracias de Jesús. Y tiene sobre todo un especial sentido el Amén con el que concluimos la plegaria eucarística, justo antes de decir el padrenuestro. En su brevedad, tiene un gran significado, puesto que es una de las expresiones privilegiadas de la dignidad de los cristianos: por el bautismo, pertenecemos a un «pueblo de sacerdotes».

Había contestado Amén... Entre los hermanos reunidos, había un hombre que todo el mundo consideraba como miembro de la comunidad desde hacía mucho tiempo... Se había situado cerca de los que iban a ser bautizados, y escuchaba las preguntas y las respuestas. Se me acercó llorando..., declarando y jurando que el bautismo que él había recibido en un grupo de herejes no era aquél, que no tenía nada que ver...; me pedía recibir él también aquella purificación, aquella acogida, aquella gracia verdaderamente pura. Yo no me atreví a hacerlo, y le dije que la comunión que él había mantenido (con la Iglesia) durante tan largo tiempo ya bastaba. Porque en efecto, llevaba ya mucho tiempo escuchando la Eucaristía, durante mucho tiempo había contestado Amén... (Dionisio, obispo de Alejandría en el siglo III, en «Carta a Sixto», recogida por Eusebio de Cesárea en «Historia Eclesiástica», VIII, 9).

El pueblo no permanece pasivo durante la plegaria eucarística. Uniéndose a la acción de gracias, aprende a maravillarse de todo lo que, en su vida y en el corazón de los hombres, constituye un motivo para alabar al Señor, para darle gracias, para alegrarse con él. Porque, según las palabras de la cuarta plegaria eucarística, él «santifica todas las cosas» y «lleva a plenitud su obra en el mundo». ¿Por qué no podría ser ésta una buena ocasión para compartir los motivos que tenemos hoy para dar gracias, preparándonos así para este gran momento de la celebración?

El verdadero momento de la acción de gracias A veces se utiliza la expresión «acción de gracias» para designar la oración privada que sigue a la misa, en la que se agradecen a Dios

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ofrecer la posibilidad de comulgar a los que no pueden participar en la misa. Desde la Edad Media, aparece también la costumbre de ir a rezar a cualquier hora del día ante el sagrario. Si la oración litúrgica se dirige al Padre, los fieles desean también hablar a Jesús, en una intimidad más profunda con él. Esta legítima aspiración, que en Oriente se ha traducido desde muy antiguo en la veneración del icono o imagen del Salvador, ha dado lugar, entre nosotros, a esta adoración del Santísimo Sacramento. Esta adoración, en determinados días, puede hacerse incluso de manera pública, al «exponerse» el pan consagrado para la adoración de los fieles. Hay que procurar, de todos modos, situar estas devociones en prolongación de lo que se ha vivido en la misa.

El culto del Santísimo Sacramento El fin primero y primordial de la reserva de las sagradas especies (*) fuera de la misa es la administración del viático; los fines secundarios son la distribución de la comunión y la adoración de nuestro Señor Jesucristo presente en el sacramento. Pues la reserva de las especies sagradas para los enfermos ha introducido la laudable costumbre de adorar este manjar del cielo conservado en las iglesias. Hay que procurar que en las exposiciones el culto del santísimo sacramento manifieste, aun en los signos externos, su relación con la misa. En el ornato y en el modo de la exposición evítese cuidadosamente todo lo que pueda oscurecer el deseo de Cristo, que instituyó la Eucaristía ante todo para que fuera nuestro alimento, nuestro consuelo y nuestro remedio. (Ritual de la sagrada comunión y del culto eucarístico, nn. 5 y 82). (*) La expresión «sagradas especies» designa el pan y el vino como signos visibles de la presencia de Cristo.

No sería imaginable conservar la Eucaristía en una iglesia cerrada en la que nunca entrara nadie, sólo para poder decir que el Señor estaba presente en una ciudad o en un barrio. Eso podría tener sentido si se refiriera a los templos paganos que guardaban la estatua o los símbolos de un dios. El sacramento es algo muy distinto; el sacramento está para el encuentro con los hombres que lo reciben como alimento y lo adoran.

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culminación del culto eucarístico en la contemplación de una hostia puesta ante nuestros ojos. Por legítima que sea esta práctica, no debe oscurecer el dinamismo que nos enrola en la ofrenda de Cristo.

La hostia «Hostia» es una palabra latina que significa «victima». Esta palabra se utiliza, desde la Edad Media, para designar el pan eucarístico, con el fin de subrayar el carácter sacrificial de la misa. Antes se decía más bien pan, ofrenda, oblación (los orientales le llaman a menudo «cordero»). En una época en la que se comulgaba poco, se buscaba sobre todo ver la hostia para adorarla, y se pensaba que cumplía mejor su función cuanto menos se pareciera a un trozo de pan normal: era blanca, redonda, sin espesor, como algo inmaterial destinado sobre todo a la contemplación de una presencia sin comparación posible con las realidades banales de la vida cotidiana. Resulta deseable y posible recuperar hoy el aspecto del pan, incluso tratándose de un pan sin levadura.

La presencia de Jesús se realiza por tanto mediante una acción, en el dinamismo de la celebración. ¿Qué ocurre entonces cuando termina la misa? ¿Se puede decir que el Señor sigue ahí, bajo el signo del pan que queda después de la comunión?

UNA PRESENCIA QUE PERMANECE DESPUÉS DE LA MISA «Tomad y comed..., tomad y bebed», dijo el Señor. Es importante por tanto recordar que la Eucaristía es ante todo un alimento, que debe ser consumido por los cristianos. Pero no obstante, la presencia de Cristo no se reduce al momento preciso en el que su cuerpo y su sangre son dados a comer y a beber. Esa presencia viene de la oración consecratoria y permanece después de la celebración. Desde siempre, en efecto, se ha conservado el pan eucarístico, sobre todo para poder llevarlo a los moribundos (es lo que se llama el «viático») o para

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las gracias recibidas en la comunión. Pero éste es un uso relativamente reciente y no muy afortunado, porque nos puede hacer olvidar el verdadero significado de la palabra Eucaristía.

La Eucaristía, por tanto, es una plegaria, una acción de gracias. ¿Por qué se dice entonces que es un alimento?

EL PAN Y EL VINO Nuestra acción de gracias se hace, como Jesús, sobre el pan y el vino. Esto no es sólo porque estas materias caracterizan la alimentación de los países mediterráneos; es también porque, en todo el Antiguo Testamento, habían servido para expresar aspectos y momentos de la Alianza de Dios con los hombres. Recordemos a Melquisedec, en tiempos de Abrahán, que ofreció como sacrificio al Altísimo pan y vino (Génesis 14,8). Recordemos también el pan cocido sobre piedras que un ángel presentó al profeta Elías, cuando éste estaba tentado de abandonar su misión, diciéndole: «¡Levántate, come! Que el camino es superior a tus fuerzas» (1 Reyes 19,5-8). No olvidemos tampoco los panes de la ofrenda que se depositaban sobre el altar del templo de Jerusalén (Éxodo 25,30; cf. Lucas 6,4), ni el maná en el desierto, considerado como un pan venido del cielo (Éxodo 16,1-5; cf. Juan 6,30-35). En cuanto al vino, que «alegra el corazón del hombre» (salmo 103,15), es el signo de la fiesta y anuncia la alegría del Reino que ya ha empezado y que nunca terminará (Proverbios 9,2.5; Lucas 22,17). Es también la copa dolorosa (el «mal trago») que anuncia la pasión del Salvador (Marcos 10,38-39) y el día del juicio, evocado por aquel pasaje de Isaías sobre el que pisa en el lagar, en el que, como en un sueño, el fruto de la viña se confunde con la sangre (Isaías 63,1-6). Notemos también que el vino se bebe mezclado con agua, porque los antiguos lo hacían así; resultaba demasiado fuerte para ser bebido solo, a no ser que uno tuviera la intención de emborracharse. Por todo eso empleamos en la misa pan de trigo y vino de uva. Esto puede sin duda crear problemas en los lugares que tienen otras costumbres alimentarias. ¿Podríamos imaginarnos que algún día, por ejemplo, se utilice en África una torta de mandioca y una calabaza de vino de palma? Una decisión de este tipo correspondería a las Iglesias afectadas, realizada en comunión con toda la catolicidad, pero ello

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debería implicar antes que, a través de una larga familiaridad con la Biblia, pudieran traspasar a estos elementos toda la riqueza evocadora que han adquirido el pan y el vino en la historia del pueblo de Dios. Sólo el Espíritu del Señor, que asiste a las comunidades cristianas en su gestión de los sacramentos, les puede ayudar a realizar los discernimientos necesarios. Hoy, se utiliza en todas partes el alimento que Jesús escogió y sobre el que pronunció la bendición.

Algunas reflexiones de un obispo africano En la humanidad de las sabanas y de los saheles, el misionero, anunciando el Evangelio por primera vez, lo había previsto todo para la misa... Pero como en otro tiempo los hijos de Israel, a nosotros nos surgía la pregunta: «¿Man hu... Qué es esto?» (Éxodo 16,15). ¿Qué estaba haciendo aquel hombre? ¿Qué es esta pasta blanca?... Los elementos materiales de la comunión, vistos al margen de lo que hizo el Maestro, están ligados a un contexto cultural muy concreto... ¿Todos los demás panes, todas las demás comidas del mundo, son indignas del pan eucarístico?... Hasta ahora se ha dado la comunión a las Iglesias jóvenes, pero esto no es todavía la comida eucarística... (Anselmo Sanon, obispo de Bobo Dioulasso, en el Simposio internacional del Congreso Eucarístico, Toulouse 1981).

Cuando se ha dispuesto ya sobre el altar el pan y el vino, el sacerdote dice (en voz alta o en voz baja) unas fórmulas inspiradas en las antiguas bendiciones: «Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan (este vino), fruto de la tierra (de la vid) y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos. El será para nosotros pan de vida (bebida de salvación)». Es como una pequeña anticipación de la plegaria eucarística.

LA PALABRA EUCARISTÍA, ¿TIENE DISTINTOS SIGNIFICADOS? La Eucaristía es ante todo una proclamación de acción de gracias. La gran plegaria que constituye el corazón de la misa manifiesta esta acción de gracias sobre todo en sus primeras palabras, pero esta actitud interior la impregna de principio a fin.

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Es una realidad de un orden aparte, una presencia real sacramental. Así pues, debemos evitar, en el lenguaje y sobre todo en la imaginación, todo lo que podría hacer olvidar este carácter tan particular, este «misterio». No hay que decir, por tanto, como se decía antes en algunas fórmulas de piedad, que Jesús está «prisionero en el sagrario», por el hecho de que se cierre con llave el pequeño armario en el que se guarda la Eucaristía. Y cuando partimos el pan, tampoco hay que imaginar que Cristo quede dividido. Cuando el Señor habla de comer su carne, de beber su sangre, no hay ahí nada que se pueda comparar a una especie de antropofagia. Las mismas profanaciones o las faltas de respeto al sacramento —que, desde luego, hay que evitar con todo cuidado— no afectan a Cristo directamente y sólo le ofenden por las malas intenciones de sus autores.

UNA PRESENCIA DINÁMICA Lo que se hace presente es Cristo llevando a cabo su sacrificio, dándonos su vida y enrolándonos en su aventura pascual. Por eso toda plegaria eucarística se dirige al Padre; Jesús está, por así decirlo, junto a nosotros, y es «por él, con él y en él» que nosotros presentamos a Dios nuestra acción de gracias y nuestra ofrenda. No se trata de una presencia estática, como si se tratara de una cosa, por venerable que fuese. Desde la Edad Media, en Occidente, este movimiento, en cierto sentido, se interrumpe un momento por esos gestos de adoración que son las genuflexiones del sacerdote o las miradas de los fieles hacia el pan y el cáliz cuando se muestran en la elevación. Así se pone de relieve la narración de la institución de la Eucaristía. Se repiten ahí las palabras mismas de Jesús designando su cuerpo y su sangre; es el momento decisivo de la consagración. Puesto que Cristo está presente, el Hijo del Dios vivo, justo es que lo adoremos. Pero el dinamismo de la acción y de la oración dirigida al Padre retoma inmediatamente su impulso, enlazando la narración de la Cena con la oración de anámnesis apoyada también por una aclamación del pueblo. Es por tanto un abuso de lenguaje querer expresar lo esencial de lo que ocurre en la misa diciendo que «Jesús desciende sobre el altar» para estar en medio de nosotros. Y sería también criticable ver la

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La fe de los cristianos del siglo II Este alimento no lo tomamos como un pan o una bebida ordinarios. De la misma manera que Jesucristo, nuestro salvador, se ha encarnado por la acción de la palabra de Dios y ha tomado carne y sangre por nuestra salvación, así el alimento eucaristizado por la oración y por las palabras que vienen de él, que alimenta por asimilación nuestra carne y nuestra sangre, es carne y sangre de Jesús encarnado. Esa es nuestra doctrina. (San Justino, "Primera Apología", 66).

La fe de la Iglesia nos lleva a afirmar que Cristo se hace verdaderamente presente por la plegaria consecratoria. Los formularios litúrgicos lo expresan en términos de cambio: «Que (esta ofrenda) sea para nosotros cuerpo y sangre de tu Hijo amado» (plegaria eucarística I, en la oración que precede inmediatamente a la narración de la Cena); que el Espíritu Santo, «por su venida, haga de este pan el cuerpo de Cristo... y de esta copa la sangre de Cristo» (anáfora siríaca de Santiago, en la oración que sigue a la plegaria de anámnesis); «que él consagre este pan al precioso cuerpo... y este cáliz a la preciosa sangre de nuestro Señor» (anáfora griega de san Basilio, en el mismo lugar). Por eso podemos hablar de una presencia real. Y sin embargo no se trata de una presencia físicamente perceptible, puesto que no tenemos ante nuestros ojos el rostro de Jesús, y su voz no es audible para nuestros oídos. Nuestros sentidos se encuentran ante el gusto, el color, la textura del pan y del vino que permanecen como signos de Cristo que está ahí. No se trata tampoco de una presencia en el interior de estos alimentos como en un recipiente, ni detrás de ellos, corno si estuvieran escondidos por un velo. No se trata de un milagro, porque el milagro hace ver determinadas cosas para ayudarnos a creer, mientras que lo que aquí ocurre no se ve y sólo puede ser alcanzado por la fe.

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La Eucaristía es también una acción. Ahí ocurre algo, puesto que, según las palabras mismas de Jesús, aquello que no era más que pan y vino se convierte, en la fe de la Iglesia, en el cuerpo y la sangre de Cristo. La invitación que el sacerdote dirige a la asamblea al empezar, en su primera formulación original, en griego, comenzaba así: «Eukharistidsomen...». Lo cual puede traducirse como decimos nosotros: «Demos gracias...». Pero también puede traducirse así: «Hagamos la Eucaristía...», lo cual indica que esta plegaria es también una acción. Y, como éste es el punto culminante de toda la celebración, la palabra Eucaristía se utiliza, por extensión, para designar el conjunto de la misa.

El «canon» o «anáfora» Un viejo libro litúrgico que se utilizaba en Roma indica, al empezar la plegaria eucarística: «Aquí comienza el Canon de la acción». Canon es una palabra que en griego significa regla, ordenación. El formulario así introducido podríamos decir que era lo que regulaba, lo que ordenaba la acción. Aun se utiliza a veces la expresión 'el Canon romano' para referirse a la primera plegaria eucarística. Los cristianos orientales utilizan otra palabra, la Anáfora, que significa la ofrenda.

La Eucaristía es, en último término, el pan y el vino mismos. Cuando se ha pronunciado sobre ellos la acción de gracias, podemos decir que han quedado «eucaristizados», según una expresión que hemos visto utilizada por Justino (ver página 22), el cual dice también, más sencillamente: «a este alimento, nosotros le llamamos Eucaristía». Es lo que había sugerido ya la Didakhé: «Que nadie coma ni beba de vuestra Eucaristía si no está bautizado en el nombre del Señor» (ver página 44). Desde aquellos primeros tiempos, este lenguaje ha sido utilizado siempre en la Iglesia. Y sólo lo podemos entender si recordamos y tenemos en cuenta que la plegaria es también una acción. Aun nos quedan muchas cosas para descubrir en la actuación de este pueblo que celebra. Los capítulos siguientes nos van a ayudar a ello.

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Capítulo 5

UNA PRESENCIA El pan y el vino, una vez consagrados, siguen teniendo la misma composición física y química. Pero para nosotros, desde la fe, son ahora la presencia de Cristo. ¡No resulta fácil creer esto! Lo único que podemos hacer es confiar en la palabra de Jesús y apoyarnos en los creyentes que nos han transmitido lo que ellos habían recibido de otros creyentes... ¿Qué nos dicen esos creyentes?

¿Jesús está presente en el pan y el vino de la Eucaristía? ¿Podemos tocarlo, o incluso dañarlo con nuestras manos en la hostia o en el cáliz? ¿Cómo podemos comerlo o beberlo?

UNA PRESENCIA MISTERIOSA «Esto es mi cuerpo... esta es mi sangre». Estas palabras de Jesús los cristianos se las han tomado siempre muy en serio y, por así decirlo, al pie de la letra. Detrás de ellas está el recuerdo de las palabras sorprendentes que recoge el evangelio de Juan y que provocaron murmullos de desaprobación e incluso abandonos entre los discípulos: El pan que voy a dar es mi carne, para que el mundo viva... Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él» (Juan 6,51-56).

Capítulo 4

UN SACRIFICIO Jesús murió en una cruz y resucitó la mañana de Pascua. El Nuevo Testamento habla de esta muerte y resurrección como de un sacrificio destinado a sustituir los de los corderos y los toros que los sacerdotes judíos ofrecían en el Templo. Eso supone que este sacrificio se convierte en un elemento del culto cristiano. Pero un acontecimiento que ha tenido lugar en la historia no se puede reproducir. ¿En qué sentido podemos decir que la misa nos lo hace revivir?

¿Qué relación puede haber entre la muerte de Cristo en la cruz y lo que nosotros hacemos en la misa? UN RELATO Después de cantar el Santo, escuchamos cómo el sacerdote narra lo que Jesús hizo en la Cena: tomo el pan, dio gracias, lo partió y lo dio: «Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros»... tomó el cáliz, dio gracias y lo pasó diciendo: «Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna...». Según los tiempos, los lugares y los formularios empleados, estas palabras no son siempre las mismas; a veces es una narración bastante larga y detallada, otras una narración breve, concisa y reducida a lo esencial. Es como cuando se narra un acontecimiento: lo importante no son las palabras que se utilizan, sino la fidelidad de la narración. ¿Pero por qué no repetimos simplemente los pasajes del Nuevo Testamento que relatan la última cena de Jesús? El motivo es simple.

Y es que la Eucaristía la celebraban ya los cristianos antes de que Pablo escribiera su carta a los Corintios y antes de que se pusieran por escrito los evangelios; se había ido constituyendo, desarrollando y perpetuando una tradición. Los propios autores bíblicos se han inspirado en esa tradición, con sus divergencias en función de la práctica de las distintas comunidades y, más adelante, sus redacciones han podido influenciar los usos litúrgicos, sin que de todos modos nunca estas corrientes procedentes de los orígenes se hayan confundido totalmente.

he pensado mejor y no he ido. Señor, también podría ofrecerte todos los líos en que está metida la gente de mi colé... Pero muchos de esos líos no los conozco; ¿cómo podría hacer para traértelos todos? Jesús sí lo sabe todo sobre nuestras vidas, lo que le alegra y lo que le entristece... O sea que si te ofrezco lo que hay dentro del espíritu y del corazón de Jesús, entonces sí que te lo ofrezco todo... y mucho más. Recuerdo ahora una frase que escuché en la misa: «Jesucristo se ofrece con su cuerpo y con su sangre y así nos abre el camino hacia ti». Ir por ese camino hacia ti, con Sandra, Valeria, Fátima, José, Natalia y todos los demás, sí, eso es lo que yo querría... ¡Sí, es formidable! (Ana, estudiante de segundo de BUP)

El relato de la Cena en una anáfora oriental En el momento en el que él iba a su muerte voluntaria y vivificante, en la noche en que se entregó para la vida del mundo, tomó el pan en sus manos santas e inmaculadas, te lo ofreció a ti, Padre, te dio gracias, lo bendijo, lo santificó, lo parió, y lo dio a sus santos discípulos y apóstoles diciendo: «Tomad, comed; esto es mi cuerpo partido por vosotros para el perdón de los pecados» (el pueblo canta: Amén). Tomó asimismo la copa del fruto de la vid, lo mezcló, dio gracias, la bendijo, la santificó, y la dio a sus santos discípulos y apóstoles diciendo: «Bebed todos; esto es mi sangre derramada por vosotros y por la multitud para el perdón de los pecados (el pueblo canta: Amén). Haced esto en conmemoración mía. Cada vez que comáis de este pan y bebáis de esta copa, anunciáis mi muerte, confesáis mi resurrección». (Anáfora bizantina de san Basilio)

EL SACRIFICIO DE CRISTO Estos gestos y estas palabras de Jesucristo evocan la pasión que él está a punto de sufrir: cuerpo partido, sangre derramada, la noche en que fue entregado, etc. El mismo hecho de que el cuerpo y la sangre se presenten separadamente es un signo de muerte. Además, el Señor mismo habla de esta cena como de una renovación de la Pascua: «He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer» (Lucas 22,15)2. La fiesta de la Pascua conmemora la liberación de la esclavitud de Egipto; comienza con un sacrificio: cada familia degüella un cordero; y termina con una comida (Éxodo 12,12

Está en discusión si la Cena fue o no la celebración de la Pascua judía por Jesús y sus discípulos. Sea como sea, lo que sí es cierto es que los evangelios le dan un carácter pascual, y eso nos basta.

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«el justo» (Génesis 4,2-5; Mateo 23,35; Hebreos 11,4; I Juan 3,12), Abrahán, «nuestro padre en la fe» (Génesis 22,1-19; Hebreos 11,1719), Melquisedec, «tu sumo sacerdote» (Génesis 14,17-20; Salmo 109,4; Hebreos 5,5-10; 7,1-10.20-28). Todo sacrificio evoca una inmolación. Nosotros no podemos unirnos a la ofrenda de Cristo sin encontrarnos de frente con la cruz. La Eucaristía nos compromete en las renuncias que exige el amor de Dios, el apoyo mutuo, la paciencia en las pruebas, la perseverancia en la lucha contra el mal y sus esclavitudes. Y nos conduce también a mirar las miserias de la humanidad a la luz de un Dios que se nos presenta en el cuerpo de un crucificado. Pero sin embargo, a pesar de esto, el memorial de la pasión de Cristo no es un rilo impregnado de tristeza, sino que por el contrario es una celebración gozosa, una fiesta, porque ahí encontramos a aquél que, después de haber padecido bajo el poder de Poncio Pilato, ha resucitado y vive hoy, y nos hace compartir su victoria sobre la muerte, a fin de que la vida, que triunfó en el alba de Pascua, anime nuestras existencias y alimente nuestra esperanza. Lo que nosotros revivimos con nuestro Señor, es el coraje de poder referirnos sin temor a su «pasión salvadora» y a su «admirable resurrección».

Oración de una estudiante Señor, mañana es domingo. Iré a misa. Y me pregunto qué voy a ofrecerte… Repaso cómo ha ido la semana: Mira, el miércoles, en el instituto, Sandra nos ha dicho que estaba harta: la elegimos delegada y luego la hemos dejado sola; no le decimos nunca nada que pueda aportar al consejo y luego tampoco le preguntamos siquiera cómo ha ido. Estaba muy desanimada. Entonces, con Valeria, Fátima, José y Natalia hemos decidido reunimos con todos los compañeros que quisieran para preparar con Sandra el próximo consejo. Era magnífico, ver la cantidad de ideas que salían... y la alegría de Sandra. Puedo ofrecerte esto, Señor. Y estoy segura que te gustará.

14: leemos este texto en la misa del Jueves Santo). Por su parte, el Nuevo Testamento aplica a Jesucristo que entra en el mundo las palabras de un salmo: «Tú no quieres ofrendas ni sacrificios... Entonces yo he dicho: Aquí estoy» (Salmo 39,7-8). Y su muerte realiza la profecía de Isaías sobre el Siervo doliente, cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Isaías 53,7-8; Hechos de los Apóstoles 8,31-35). El apóstol Pablo puede decir: «Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado» (1 Corintios 5,7). Ofreciéndose a sí mismo y haciéndose uno de nosotros, el Hijo de Dios ha llegado hasta dar la vida en la cruz. Se habla de su «pasión», y quizá no sea casual que esta palabra nos evoque el sufrimiento, el amor, e incluso un poco de locura... El sacrificio que él realizó por su muerte y su resurrección abolió todos los de la Ley antigua; el suyo es único, ofrecido una vez por todas; no puede haber otro, y suponer que se pueda renovar significaría dudar de su perfección y de su eficacia.

El sacrificio de la nueva alianza Jesucristo primero dice: Sacrificios y ofrendas, holocaustos y víctimas expiatorias, que son los que manda ofrecer la Ley, ni los quieres ni te agradan. Y después añade: Aquí estoy yo para realizar tu voluntad. Deroga lo primero para establecer lo segundo. Por esa voluntad hemos quedado consagrados, mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, única y definitiva. (Carta a los Hebreos 10,8-10)

Y el lunes, un chico que no conocía me ha propuesto ir a fumar un canuto con otra gente y me ha citado nombres de chicos y chicas que me caen bien. Y yo me he preguntado que porqué no. Pero lo he hablado con Tony y me ha dicho que si había perdido la cabeza. Y lo

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Por tanto, se puede hablar del sacrificio de Cristo y de su evocación en la Cena y en la misa. Pero, ¿se puede hablar de «sacrificio de la misa»?

EL MEMORIAL El sacerdote, ya lo hemos indicado, narra lo que Jesús hizo en la Cena. Se dice a veces que ahí la plegaria se interrumpe para dejar paso al relato, a la narración. Esto no es exacto. El presidente de la asamblea sigue dirigiéndose al Padre: elevando los ojos al cielo, hacia ti... dando gracias te bendijo... Y si bien éste es un momento particularmente importante, el momento esencial de la consagración, nos equivocaríamos si lo separáramos de su contexto y no viéramos su estrecha relación con el conjunto del que forma parte. Este momento termina con el recuerdo del mandato del Señor: «Haced esto en conmemoración mía», e introduce un desarrollo de la plegaria que expresa cómo este pasado se convierte para nosotros en un «hoy»: «Al celebrar ahora el memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo...»

La «Anámnesis» Esta oración del sacerdote que sigue al relato de la institución de la Eucaristía se llana «plegaria de anámnesis», porque Memorial o Memoria, en griego, se dice Anámnesis. No hay que confundirla con la «aclamación de la anámnesis», que el pueblo dirige a Cristo en este momento: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!»

«Memorial», como «conmemoración», es un derivado de «memoria», y esa es una palabra que podríamos entender inadecuadamente. La memoria, para nosotros, significa un pasado que revivirnos tan sólo en el pensamiento o en los sentimientos. En el lenguaje de la Biblia, tiene un significado mucho más rico, porque el primero, que recuerda las cosas es Dios, a quien podemos decir: «Para ti mil años son un ayer que pasó, una vela nocturna» (Salmo 89,4). Para él, todo está presente. Y los ritos nos hacen entrar en su memoria, borrando, por así

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exigen una fabricación, eso nos manifiesta que su misterio pascual tiene sus raíces en el corazón de la humanidad laboriosa; y nos muestra también que Dios quiere tener necesidad de los hombres y solicita su colaboración para realizar sus maravillas. Pero la actitud del que se acerca al altar tiene que evitar parecerse a la del fariseo que hace el recuento de sus méritos (Lucas 18,9-14) y se presenta con las manos llenas... sino que al contrario lo que hay que tener es un corazón preparado para recibir y acoger, y así llegar a ser capaz de dar y de darse. En una plegaria eucarística decimos, a propósito del pan y el vino, que forman parte «de los mismos bienes que nos has dado» y en otra, de la liturgia bizantina, se dice que ofrecemos «las cosas que son para ti, tomadas de entre las cosas que provienen de ti».

La vida de los hombres se une a la ofrenda de Cristo Los laicos... reciben la vocación admirable y los medios que permitirán al Espíritu producir en ellos frutos cada vez más abundantes. En efecto, todas sus actividades, sus oraciones y sus empresas apostólicas, su vida conyugal y familiar, su trabajo cotidiano, sus momentos de descanso espiritual y corporal, si son vividos en el Espíritu de Dios, y lo mismo las pruebas de la vida, si son pacientemente soportadas, se convierten en «ofrendas espirituales agradables a Dios por Jesucristo» (1 Pe 2,5) y, en la celebración eucarística, se unen a la oblación del cuerpo del Señor para ser ofrecido piadosamente al Padre.» (Concilio Vaticano II, «Constitución sobre la Iglesia», n° 34).

«NUESTRA PASCUA» Desde el momento en que nuestra ofrenda está unida a la del Señor, ahí está toda nuestra vida: la ofrenda del Señor asume todas nuestras luchas con sus victorias y sus fracasos, todas nuestras actividades y también todas nuestras debilidades. Ahí hacemos nuestro el sacrificio de Jesús; y el Padre quiere recibirlo de nuestras manos con todo lo que viene de nosotros. Esto es tan verdadero que, aunque sabemos perfectamente que la entrega de su Hijo no puede menos que llenarle de alegría, tenemos la audacia de pedirle que lo quiera aceptar. Hasta este punto ha llegado a ser nuestra esa entrega. Y en la plegaria eucarística primera acompañamos esta petición con el recuerdo de las ofrendas de aquellos que, según la Biblia, le han sido agradables: Abel

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EL «OFEETORIO» Y EL SACRIFICIO EUCARÍSTICO Cuando, hacia los años 20, y especialmente a raíz de la aparición de los movimientos de Acción Católica, se quiso insistir en la relación entre la misa y la vida, apareció la tendencia a resaltar el valor del momento de la preparación que precede a la plegaria eucarística. En este momento de preparación, lo que se hace es disponer la mesa de la comida sacramental y poner en ella la materia del sacrificio. En los tiempos antiguos, los fieles traían cada uno de su casa, de lo que tenían para comer, un panecillo y un pequeño frasco de vino. Era una forma de manifestar concretamente su participación en la acción litúrgica; era su ofrenda, y de ahí el nombre de Ofertorio que se daba a esta parte de la celebración. Pero este vocabulario resulta ambiguo. La legítima preocupación para lograr una participación verdadera se tradujo en una manera equivocada de entender las cosas: a veces se actuaba como si en este momento tuviera lugar un sacrificio de los hombres que se hace antes del sacrificio de Cristo, o como una ofrenda de nuestra vida considerada como una condición indispensable para poder realizar la del cuerpo y la sangre del Señor. Y se llevaban al altar toda clase de símbolos de la existencia cotidiana: herramientas de trabajo, objetos manufacturados, papeles en los que se habían escrito los esfuerzos y los sacrificios realizados, sobre todo cuando se trataba de niños o adolescentes. Estas costumbres han desaparecido ya, pero no resulta inútil recordarlas, porque todavía permanecen secuelas en nuestra mentalidad.3 En realidad, ya lo hemos dicho, en la misa se realiza verdaderamente la ofrenda de nuestra vida, pero no como algo que se añade a la de Cristo; no es una condición de esa ofrenda, sino que, por el contrario, deriva de ella. Para evitar toda confusión, los misales actuales utilizan el término Preparación de las ofrendas, y no el de Ofertorio, para designar estos ritos preliminares. Todo lo que ocurre en este momento se orienta hacia lo que sucederá a continuación. Sin duda, resulta agradable subrayar que el pan y el vino son «fruto del trabajo de los hombres», como se dice en las «bendiciones» que el sacerdote pronuncia al depositarlos sobre la mesa; si Jesús escogió como signos de su sacrificio cosas que no se dan tal cual en la naturaleza sino que 3

Esta práctica, que el autor considera desaparecida, sigue vigente entre nosotros. (N. del T.).

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decirlo, el tiempo, de manera que sus maravillas de otras épocas se hacen actuales, se convierten en un hoy. Cuando los judíos celebran la Pascua, no se contentan con recordar lo que el Señor hizo por ellos cuando los liberó de la esclavitud de Egipto, sino que tienen conciencia de revivir cada año esta liberación. Eso quiere decir Jesús cuando pronuncia las palabras «en conmemoración mía». Él permanece siempre vivo hoy en su humanidad de Resucitado y podemos encontrarlo en verdad, a través de los gestos y las palabras que nos ha dejado para perpetuar su misterio pascual. Así pues, ¿de qué hacemos memoria? ¿qué es ese «memorial», esa «conmemoración»? Escuchemos lo que dice el sacerdote. En las plegarias eucarísticas más breves, va derecho a lo esencial: «... de la muerte y resurrección de tu Hijo». En los formularios más desarrollados, evoca también otros acontecimientos concernientes a Jesucristo: su ascensión, su glorificación a la derecha del Padre..., y también su retorno al fin de los tiempos. De modo que no hacemos memoria sólo del pasado, sino también del futuro. Lo cual nos muestra claramente que se trata de algo más que un simple recuerdo. Se trata de que mediante un rito, mediante un sacramento, actualizamos la ofrenda de Jesús. No hay que imaginarse el sacrificio de la misa como un nuevo sacrificio que Cristo ofrecería hoy en el cielo o sobre la tierra y que sería distinto de aquél del que nos hablan los evangelios. Celebramos el mismo sacrificio de la cruz; no lo renovamos materialmente, sino como «memorial», es decir, a través de los signos fecundos del sacramento. Se puede decir que la Eucaristía es un sacrificio sacramental.

TE OFRECEMOS... La oración del sacerdote prosigue: «Al celebrar ahora el memorial...te ofrecemos...». Jesús, hace ya siglos, dio su vida por amor a los hombres: «No hay amor más grande que dar la vida por los amigos» (Juan 15,13). Y nosotros, al hacer de nuevo los gestos de la Cena, podemos ofrecer también su sacrificio. A través del acto simbólico de la celebración, participamos realmente de su ofrenda y la presentamos al Padre (el verbo está en presente). Pero, ¿qué hacemos exactamente? ¿Quién es el que ofrece? ¿Qué es lo que se ofrece?

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Una plegaria de Anamnesis

en el signo que ahí se realiza falta una dimensión importante y se da una anomalía, puesto que una función presidencial presupone la existencia de una asamblea que es presidida.

... «Haced esto en conmemoración mía». Por eso, Padre, nosotros, tus siervos, y todo tu pueblo santo, al celebrar este memorial de la muerte gloriosa de Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor; de su santa resurrección del lugar de los muertos y de su admirable ascensión a los cielos, te ofrecemos, Dios de gloria y majestad, de los mismos bienes que nos has dado, el sacrificio puro, inmaculado y santo: pan de vida eterna y cáliz de eterna salvación. Mira con ojos de bondad esta ofrenda y acéptala, como aceptaste los dones del justo Abel, el sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe, y la oblación pura de tu sumo sacerdote Melquisedec. (Plegaria eucarística I).

¿Quién es el que ofrece? «Nosotros», como miembros de la Iglesia, porque ella es el cuerpo de Cristo unido a su cabeza. Y la primera plegaria eucarística precisa: «Nosotros, tus siervos, y todo tu pueblo santo». Con la palabra «siervos» se designa a aquellos que han recibido la misión de presidir la asamblea litúrgica, es decir, el obispo y los sacerdotes. No puede haber Eucaristía sin sacerdote, porque se trata del más importante de los actos de Cristo, que nos es dado, y es función de aquellos que han recibido el sacramento de la ordenación significar la iniciativa del Señor y la gratuidad de los beneficios que él otorga a sus discípulos. Jesús confió este encargo a los apóstoles y ellos lo transmitieron por la imposición de las manos a sus sucesores, y así se ha perpetuado de generación en generación hasta nuestros días. Pero, como recuerda el concilio Vaticano II, «todos los sacerdotes, en unión con los obispos, participan del único sacerdocio y el único ministerio de Cristo» (Decreto sobre la vida y el ministerio de los presbíteros, n° 7). También, cuando presiden en común una Eucaristía, actúan como una unidad, puesto que representan conjuntamente la persona misma de Jesús. Es lo que se llama la concelebración. Si ahí se añade «y todo tu pueblo santo», significa que los fieles toman parte en este sacrificio sacramental y esta parte es activa. Pueden darse situaciones, casos límite, en las que la misa se celebre sin presencia del pueblo; desde luego que en esas misas la Iglesia que actúa unida a su Señor se halla presente a través de sus ministros, pero

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La participación de los fieles La Iglesia procura que los cristianos (...) aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, y se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos». (Concilio Vaticano II, «Constitución sobre la Liturgia», n° 48).

¿Qué es lo que se ofrece? Decimos: el cuerpo y la sangre de Jesús. Pero si nosotros tomamos parte activa en este sacrificio, no es sólo para ofrecerlo, sino también para vivirlo. Se puede decir en verdad que nos ofrecemos a nosotros mismos con Jesucristo, que ofrecemos nuestra vida. Ese será especialmente el fruto de la comunión, que debe realizar nuestra participación en el misterio pascual. Más adelante volveremos a hablar de este tema. Todo esto nos permite entender mejor en qué sentido se puede decir que la misa es un sacrificio. Sería inútil intentar ver cómo se aplica en ella una definición teórica de sacrificio. El único sacrificio es la muerte de Jesús en la cruz. Pero el Señor mismo, en la Cena, la representó por anticipación bajo la forma de un rito que nosotros podemos renovar. Así la misa es el «Memorial», el sacramento de la Cruz; es un sacrificio sacramental. Esto se pone en evidencia en el relato que ocupa el corazón de la celebración, inseparable de la plegaria de anámnesis que explícita su significación como acto actual de una Iglesia que al mismo tiempo ofrece y es ofrecida en Jesucristo.

Pero incluso si el sacrificio de Cristo se hace presente en la celebración, todo en conjunto parece aun muy alejado de nuestra vida con sus alegrías y sus penas, sus problemas y sus luchas, sus éxitos y sus fracasos... ¿Cómo puede superarse esta dificultad? 61

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