La Lucha Sexual de Los Jóvenes

September 10, 2017 | Author: Pancho Rojo | Category: Pregnancy, Uterus, Childbirth, Vagina, Semen
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Wilhelm Reich

LA LUCHA SEXUAL DE LOS JOVENES

Mexico, D. F., 1974

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Wilhlem Reich LA LUCHA SEXUAL DE LOS JOVENES Versión al español de Amado Ruiz San Vicente

I> lt o recetas morales siempre nuevas, predica In m ri|xmaabilidad, condena, emprisiona en masa a ( i W o i h v i por crímenes sexuales, pero no ve la realiiU.I inA:; elemental: que los crímenes sexuales, que Im ih'i e ildad y la miseria reinarán obligatoriamente un I nul o se prolongue este régimen social que re|MInn' Im vida sexual. Aún discutiremos a fondo la •mii mIIhu de la significación de la represión sexual, i|hi< piovoea tantas miserias en la sociedad capitalliln, p o ro nosotros debemos ya darnos cuenta de lili« i'vlili'iicia: lo mismo que el hambre hace capaz ti linmbic de crímenes y de muertes, si éste no se omrü* en la lucha de las masas oprimidas, que hitimen conscientemente abatir al capitalismo, tamM¿n H deseo sexual transforma a los hombres him i idn no zozobran en la soledad o en el suicitlln i'n l>< .;t¡as feroces. (Ejemplos de los Haarmann v Ifi Kiirtcn.) El que se sacia, no roba. En los

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pueblos naturales que viven en un comunismo pri­ mitivo, no existe palabra para calificar el robo, simplemente porque el robo no existe. El robo y el crimen crapuloso no aparecen en la historia de la sociedad humana sino con la miseria y la opresión material. Lo mismo ocurre con el crimen sexual. En los pueblos naturales, que llevan una vida sexual satisfactoria y no entorpecida, no existen el crimen sexual, las aberraciones sexuales o las brutalidades sexuales entre el hombre y la mujer. La violación les es inconcebible, pues no les es necesaria. Su actividad sexual tiene lugar de forma ordenada; esta actividad llena de indignación y espanto a to­ dos los curas porque allí no se encuentran, como en la sociedad burguesa, adolescentes pálidos y ascé­ ticos. Les gusta ir desnudos y su sexualidad les hace sentirse felices; tienen una economía ordenada, aun­ que ésta sea de un nivel primitivo, y proceden a una justa distribución de los productos del trabajo. Tampoco comprenden por qué los muchachos y las muchachas no habrían de gozar de su sexualidad. Solamente con la invasión de los bandidos capitalis­ tas y de la Iglesia, que les llevan la “ cultura” , pero también la explotación, el alcohol y la sífilis, co­ mienza en ellos la misma miseria que existe entre nosotros. Estos pueblos naturales comienzan a vivir “mo­ ralmente”, es decir, comienzan a reprimir su Vida sexual y se hunden cada día más en la miseria sexual, que es la consecuencia de la represión sexual; al mismo tiempo, se hacen peligrosos: las muertes conyugales, las enfermedadec y los críme­ nes sexuales comienzan a aparecer. En tanto que antes no cometían crímenes, porque no había nece­ sidad de ellos, ahora los cometen, impulsados por el espanto de la concupiscencia sexual. Sólo un individuo obstaculizado en su vida sexual y golpeado por las inhibiciones morales deviene

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k(Alimente peligroso. Un individuo sexualmente huí ni y satisfecho, por el contrario, incluso si tiene numerosas relaciones sexuales, no representa en sí hullero para la vida comunitaria social (lo que no luí\ que confundir con “inofensivo para el Estado luí mués”). Esto lo podemos fácilmente comprobar mil re nosotros. ¿Existen hombres sanos, en plena muilurez sexual, adultos, satisfechos e instruidos, que hiliim niños o los matan para violar sus cadáveres? ¿I'lx ilten hombres o jóvenes sanos que violan mu|i H . o que, fuera de periodos de frustración sexual Inlrilíos, van con prostitutas? ¿Existen mujeres o Jóvenes en plena sexualidad, que sabiendo lo que n presenta para su salud y para su actividad la salinflicción sexual se entregan al primero que se les pu Minta? Nada de esto existe. La satisfacción «t'Kiial, la descarga regular de las tensiones sexuales ululan la vida sexual. ¿Pueden darse en el capil m11uto las condiciones fundamentales de una auliu mgulación de la vida sexual? No, pues la educarlmi sexual capitalista destruye sistemáticamente Id i .iparidad de satisfacción sexual, y los procesos de li iImjo capitalista, la explotación desenfrenada y luí cadencias y ritmos infernales de este trabajo ni!'il¡m las fuerzas corporales l,.i educación moral hostil a la sexualidad se nnmiza profundamente en la masa de los niños y i h I u I i : centes hasta hacerlos incapaces de gozar de mi sexualidad y no poder ya liberarse de sus tensionnti Kntonces surge la histeria, la vida sexual se mui vierte en algo sin valor alguno, comparable a la •leleí ación, y aparecen la concupiscencia y la lasclvl.i, los crímenes, las violaciones de niños. No es mi le el lugar de demostrar estos hechos, lo haremos •i fundo en otra parte presentando un expediente ni 11 ..i li io de este orden social podrido. Sus predíi mil ni:; y defensores, por altos que estén situados •mi consideración y rango social, no nos podrán res­

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ponder como no sea acusándonos de “ bolchevismo cultural” . Pero esta acusación sólo se puede hacer con ayuda de la juventud revolucionaria. Nosotros conocemos cientos de casos, la masa de los jóve­ nes conoce y vive millares de ellos. Si ordenamos correctamente este dossier acusatorio y lo explota­ mos a fondo desde un punto de vista médico y po­ lítico, arrancaremos la careta a la Iglesia, a la Es­ cuela y a la Universidad reaccionarias; quitaremos la careta a los hombres de ciencia reaccionarios y a cuantos pronuncian discursos sobre la moral y su­ men a la juventud en la desgracia. Y quedaremos convencidos (tal como en el ámbito de la explota­ ción económica) de que detrás de todo el ascetismo y el moralismo se oculta una espantosa y grotesca figura: la del capitalismo. VII.

C o n t in e n c ia y r e n d im ie n to eñ e l t r a b a j o

Uno de los argumentos más importantes que es­ grimen los sexólogos y los especialistas de la juven­ tud para oponerse a las relaciones sexuales entre adolescentes, y que los lleva a exigir a éstos la continencia, es que las relaciones sexuales entre adolescentes serían perjudiciales para su rendimien­ to “ cultural” , tal como ellos dicen. Aproximadamente se puede resumir de este modo el punto de vista de los adversarios de las relaciones sexuales entre adolescentes: “Tú dispones de una cantidad de energía sexual; la energía sexual puede ser transferida a fines no sexuales y utilizada en éstos. Si tú transfieres el 10 por ciento de esta ener­ gía al trabajo, eres poco productivo; si transfieres el 30 por ciento, eres algo más productivo; si trans­ fieres el 60 por ciento, ya está algo mejor; pero lo óptimo es que transfieras la totalidad de tu energía sexual al trabajo y la utilices completamente en él. Entonces no solamente darás tu máximo rendimien-

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lo, porque no «derrochas» nada, sino porque tamIiic 11 te ahorras todas las dificultades que la vida «oKual reserva a los jóvenes; te ahorras el «despilfurro» de tus fuerzas” . El “punto de vista del cien |u»r ciento”, que afirma la conveniencia de la deri­ vación total de las necesidades sexuales y su utili­ zación en otros fines es objetivamente falso y, en iiegundo lugar, es un punto de vista de monje bur­ gués, incluso si socialistas o comunistas lo defien­ den, pues quienes lo defienden no hacen sino eludir mía única respuesta objetivamente verdadera. La verdad es que la prohibición dictada a las relaciones sexuales por la educación y por el conjunto del orden sexual capitalista crea precisamente en los Jóvenes las mayores dificultades. Además, no se resuelve nada preconizando formas de continencia irrealizables. Pero no nos dejemos embaucar: este punto de vista jamás ha sido comprobado, ni lo será nunca. No existen otras justificaciones para este punto de vista que justificaciones burguesas. Es objetivamente falso, pues si incluso es cierto que las necesidades sexuales pueden ser pasajeramente derivadas (completamente en un lapso breve, sólo parcialmente en periodos más largos), su derivación total y prolongada es nociva. Si la derivación es demasiado acentuada, los intereses no sexuales, po­ líticos y científicos de los jóvenes, así como su ca­ pacidad de trabajo que se quiere incrementar, se cambian en sus contrarios: la pulsión sexual repri­ mida comienza a perturbar el trabajo. En consecuen­ cia, sostenemos en esto un punto de vista más justo: la energía y la tensión sexuales pueden ser trans­ formadas hasta un cierto punto en interés por el trabajo, la política y la ciencia; más allá de un de­ terminado grado, la inhibición de la satisfacción sexual perturba el trabajo. Y ello por las siguientes razones: después de un cierto tiempo de vida con­ tinente, durante el cual se ha conseguido que el

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individuo quede absorbido por un trabajo impor­ tante sofocando la pulsión sexual, el proceso de rechazo comienza a debilitarse, y en la mayoría de los jóvenes proliferan cada día más los fantas­ mas sexuales, sean o no conscientes de ello. La experiencia demuestra que los trastornos en la capa­ cidad de trabajo se desarrollan tanto más cuanto los fantasmas sexuales sean menos conscientes, pues grandes cantidades de energía psíquica son gastadas entonces para el rechazo. Los primeros síntomas de la disminución de la capacidad de trabajo se pre­ sentan bajo la forma de perturbaciones de la aten­ ción ( “ dispersión del pensamiento” ), falta de con­ centración, “falta de memoria” — como dicen los jóvenes—, mal humor, nerviosismo e inquietud. Las necesidades sexuales no rechazables, que impulsan a la satisfacción inmediata, perturban el trabajo. Cuanto más intenta el adolescente centrarse en el trabajo a fin de compensar sus dificultades, más le dominan éstas, más se reprocha él mismo y menos lo logra; sus delirios y sus fantasmas lo desesperan, pero no puede dominarlos, y sólo lo logra por mo­ mentos a costa de grandes esfuerzos. La experiencia práctica de los centros de consulta sexual demuestra de una manera irrefutable que si un adolescente renuncia a tiempo a la continencia, bien empezando a masturbarse, bien teniendo relaciones sexuales, las dificultades en el trabajo desaparecen inmediata­ mente. Más adelante veremos que esta última so­ lución es para la mayor parte de los jóvenes muy difícil de adoptar, si no imposible dadas las condi­ ciones actuales bajo el capitalismo. Algunos jóvenes logran a veces superar las dificultades de la vida sexual durante años entregándose a un determinado trabajo. Y los apóstoles de la continencia se refieren incesantemente a estos escasos individuos. Pero en interés de la salud de los jóvenes, debemos condenar aquí tal punto de vista, pues nosotros debemos te­

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ner en cuenta no algunos casos aislados, sino la masa de los jóvenes a quienes la continencia prolon­ gada no les conviene. Muchos recomiendan el deporte como posibilidad de derivación de las necesidades sexuales. Es cierto, en efecto, que el deporte, hasta un determinado grado y por un cierto tiempo, remedia las dificul­ tades, porque el aumento del trabajo muscular absorbe energía sexual. Pero los que —como los con­ sejeros médicos de los centros de consulta sexual— han visto el largo desfile de deportistas sanos llegar a lamentarse a los veinticinco, veintiocho, treinta años de sus trastornos sexuales o de otras clases de enfermedades nerviosas, comprenden inmediata­ mente que todos los que soportan en su juventud la continencia aparentemente sin dificultad, se exponen ulteriormente a más graves peligros. Por eso, la campaña de prédica a favor de la continencia debe ser combatida severamente, aunque sólo fuera desde el punto de vista médico. Los moralistas no ven más que lo que les confirma sus teorías, pero no ven, no quieren ver, que su sistema no puede ser apli­ cado a las masas, en particular a los jóvenes prole­ tarios, y rehuyen sus responsabilidades por el peli­ gro que acecha a los que siguen sus consejos. Se produce en el aparato sexual lo mismo que le ocurre a cada órgano al que se le impide su actividad natural durante un largo periodo: se deteriora. In­ movilizad un brazo durante un mes, y veréis si podéis moverlo al cabo de ese tiempo y cómo. Parecerá a muchos que nosotros queremos abrir puertas abiertas. Jóvenes proletarios que tienen con­ ciencia de clase nos dirán: “ ¿Por qué nos contáis todo esto? Desde hace mucho tiempo ya lo sabemos y, sin embargo, no seguimos los consejos de los predicadores de moral. Lo que queremos saber es cómo actuar ante el orden social capitalista si que­ remos organizar nuestra vida sexual. Existen cien­

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tos de otros problemas que nos acucian mucho más”. Estos jóvenes tienen razón. Hace mucho tiempo que deberíamos haber resuelto este problema. Sin em­ bargo, si hemos aceptado abordarlo, es porque apar­ te de esta juventud políticamente educada y sexualmente avanzada aún existe hoy una masa de jóvents que han caído bajo la férula de padres moralmente severos, de la Iglesia y de maestros reaccionarios y que, por ello, no pueden resolver este problema. Una parte de la juventud, la juventud nacionalso­ cialista, por ejemplo, ha inscrito en su bandera la cuestión de la castidad sexual, incluso si ella no está de acuerdo y se enfrenta a dificultades mayores que las de la juventud revolucionaria. En el pro­ blema de la continencia sexual, vemos una clara demarcación de clase. La juventud comunista y la juventud deportiva rechazan la continencia y toman partido por una vida sexual sana y satisfactoria. In­ cluso si de tanto en tanto reina la confusión y en ocasiones se deslizan en nuestras filas predicadores de moral, esto carece de importancia y es limitado. Lo que importa ante todo es luchar por el derro­ camiento del capitalismo. La juventud socialdemócrata, en su gran mayoría, está tan confundida sexual como políticamente y se halla aún bajo la influencia de los jefes pequeño-burgueses, que son aún más peligrosos, porque son, bajo apariencias socialistas, enemigos de la revolución socialista. Para desviar a la juventud socialista de la lucha de cla­ ses, utilizan esencialmente la represión autoritaria de la vida sexual; sostienen el punto de vista pequeño-burgués de la familia y de la continencia hasta que llegue la posibilidad del “ acoplamiento y la procreación totalmente conscientes”. Esto es, naturalmente, una ilusión, pues esta posibilidad no existe en ningún caso en el capitalismo, y no exis­ tirá jamás bajo él. Pero por ello los jefes de grupo entran con frecuencia en conflicto abierto con lo»

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miembros más jóvenes, que no quieren plegarse a i ita presión, lo que determina que los grupos se disloquen y se formen clanes. Cuanto más penetra­ mos hacia la derecha en el campo de la reacción, más ásperamente vemos defender la ideología de la cas­ tidad. La juventud cristiana, nacional-alemana, na­ cionalsocialista levanta esta cuestión al nivel del combate de la “nación alemana” , en tanto que la luventud “ democrática liberal” , que dispone con fre­ cuencia de los rmedios financieros necesarios para hacer frente a su miseria sexual, respeta la moral de palabra, pero también se siente confundida y no propone mejor solución al problema que las otras Juventudes. En consecuencia, vemos que el proble­ ma de la continencia de la juventud no es pura­ mente médico, sino que está estrechamente ligado n la posición tomada en relación con el orden social v a la lucha de clases revolucionaria. Aquí hemos afirmado abiertamente, y como po­ tación de principio, que no existe solución a la mi­ nería sexual de los jóvenes sin el pleno y entero i econocimiento de su vida sexual, sin relaciones sexuales satisfactorias. Demostraremos en el penúl­ timo capítulo que el capitalismo no puede aportar la solución en ningún caso. ¿Pero podemos hoy, un las condiciones actuales del capitalismo, decir a los jóvenes de una manera general: “ Podéis tener tranquilamente relaciones sexuales” ? No, no pode­ mos decirlo, pues faltan todas las condiciones. Los Jóvenes, comprendidos los proletarios, están la ma­ yor parte de ellos mal formados y son medrosos debido a la educación recibida; son tímidos y están mal informados; no existen alojamientos para las i « laciones sexuales ni medios anticonceptivos para los jóvenes. La familia amenaza severamente al ado­ lescente, si éste quiere preocuparse seriamente de mi vida sexual; la escuela lo destruye socialmente «I tiene relaciones sexuales; párrafos de la Ley cas­

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tigan la información a los jóvenes. No se trata so­ lamente de una presión exterior, puesto que las estructuras de la sociedad burguesa están ancladas ideológicamente en la vida psíquica de los jóvenes. Una masa de jóvenes, particularmente de los medios pequeño-burgueses y nacionalistas, reproducen ellos mismos, a pesar de las miserias sexuales bajo las cuales caen con frecuencia, la represión sexual. Debemos hablarles pronto, pues es muy importante para nuestro trabajo entre los jóvenes políticamente no formados decirles que, al obrar así, actúan cons­ cientemente o no como reaccionarios. Entre la necesidad de nutrición y la necesidad sexual existe, en efecto, al lado de ciertas semejan­ zas, una diferencia fundamental. Cuando un joven tiene hambre, sabe que tiene hambre. No existe rechazo a la necesidad de alimentarse. La cosa es mucho más complicada para la necesidad sexual. Cuando el joven está sexualmente frustrado, es de­ cir, cuando sufre de insatisfacción sexual, supera cuando está sano los obstáculos que le bloquean, o bien (lo que es más frecuente debido a la represión sexual infantil anterior) rechaza su sexualidad. Para protegerse de no ser devorado por su sexualidad, acepta inconscientemente la exigencia de la sociedad capitalista de vivir de una manera ascética, y erige en sí mismo una muralla contra sus propios deseos sexuales. Es el caso particular de los jóvenes reli­ giosos. La Iglesia encuentra sus más fuertes apoyos ideológicos en el rechazo sexual de los jóvenes; es­ tos mismos rechazan la sexualidad y sostienen la moral antisexual capitalista, de la que sufren du­ ramente. En los movimientos de la juventud de los partidos políticos del Centro alemán, existe un mi­ llón y cuarto de jóvenes, muchachos y muchachas, de este tipo. Si al entrar en contacto con los adolescentes no procedemos con mucha habilidad en la explicación

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d(‘ las causas de su aislamiento, de sus estados de nngustia, de sus sentimientos de culpabilidad mas­ turbatoria, etc., puede fácilmente ocurrir que en lugar de favorecer su rebelión sexual, y de hacer de ellos aliados de clase y enemigos del capitalismo, los reforcemos en su actitud moral y no solamente no los ganemos, sino que hagamos de ellos peligró­ nos adversarios. Quisiera solamente indicar esta di­ ficultad en el trabajo de política sexual, a fin de no liacer creer que podemos desde ahora, de cualquier forma, hacer la propaganda generalizada del acto Hexual..

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3. A PROPOSITO DE LA HOMOSEXUALIDAD*

Con frecuencia se oye preguntar si la homosexua­ lidad es natural o no, por qué se le castiga y si es verdaderamente perjudicial para la salud tener re­ laciones homosexuales. Sería muy importante, para responder a estas preguntas, exponer aquí toda la polémica que ha enfrentado rabiosamente a sexó­ logos y juristas. Pero esto nos llevaría demasiado lejos y debemos limitarnos a algunos puntos prin­ cipales; ante todo, a nuestra posición ante esta cues­ tión, o bien a la que, por buenas razones, deberíamos adoptar. Cada hombre, tal como lo ha demostrado la más reciente investigación científica, tiene a priori una disposición bisexual, tanto físicamente como, por de­ pendencia, psíquicamente. Hasta el tercer mes del embarazo, cada embrión puede evolucionar hacia el sexo femenino o el masculino, pues se desarrolla tanto el órgano sexual femenino con el masculino, y todo lo que forma parte de ellos. Por regla gene­ ral, a partir del tercer mes se desarrolla más fuer­ temente ya la constitución femenina, ya la mascu­ * En los cuarenta años transcurridos desde la publi­ cación de este libro, la biología, la fisiología, la psicolo­ gía y otras ciencias que se interesan en el estudio de este fenómeno desde diferentes ángulos, han profundi­ zado notablemente en el conocimiento científico del mis­ mo. Sin embargo, la médula del estudio de Reich tiene plena vigencia. Para un conocimiento general de este tema, a nivel de divulgación pero estrictamente cientí­ fico, remitimos al lector a nuestra Enciclopedia de sexología, Colección Sexo y Sociedad, número 1, Edicio­ nes Roca, México, 1973. (N. del Ed.)

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lina, en tanto que la otra constitución reduce su crecimiento. La estructura embrionaria del otro sexo queda constantemente presente, aunque sea incapaz de cumplir cualquiera función. El hombre tiene en un lugar determinado de su órgano sexual trazas de una vagina, y el clítoris de la mujer no es otra cosa que un órgano sexual masculino no des­ arrollado. Los pezones del hombre son senos no evolucionados. Hay, pues, hombres en los que los atributos del otro sexo, que corrientemente son informes, han continuado desarrollándose en gran parte al mismo tiempo que los del suyo propio, de modo que se encuentran en presencia de dos órganos sexuales uno junto al otro, o combinados. Se les denomina hermafroditas. Existen hombres cuyo tronco es de tipo femenino y tienen senos femeninos, así como mujeres que tienen un miembro viril enteramente desarrollado. También existen hombres cuyas glán­ dulas contienen tejidos del otro sexo. En los her­ mafroditas, personas que poseen órganos del sexo opuesto, por lo general predominan en mayor o me­ nor grado los mismos sentimientos de este sexo; dicho de otro modo: se sienten sexualmente atraídos hacia su propio sexo. Pero también hay entre ellos individuos que reaccionan de muy diferente mane­ ra. Este enigma todavía no está resuelto y aún es muy complicado. Mientras que la homosexualidad de los individuos que acabamos de describir tiene causas corporales, y representa una minoría de casos, la mayor parte de los homosexuales son, en cuanto a su constitución física, totalmente normales. Esto significa que la mayor parte de los homosexuales no presentan nin­ gún signo corporal del otro sexo, por lo menos según las observaciones efectuadas hasta ahora. Si tales características se presentan en la expresión, en el caminar, en el lenguaje, se puede establecer median­

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te un minucioso examen de su desarrollo físico que no siempre ha sido así, pero que han adoptado estas actitudes siguiendo los destinos particulares de sus pulsiones sexuales. Además, hay muchos hombres cuyas constituciones física y psíquica corresponden por completo a sus órganos sexuales y que desean a jóvenes de aspecto afeminado, ante los cuales se comportan como un hombre ante una mujer; tam­ bién hay mujeres que son completamente femeninas y que se comportan ante mujeres más asténicas y de aspecto más viril como una mujer ante un hom­ bre. Estas personas no son homosexuales por razones corporales, sino como resultado de un desarrollo sexual defectuoso en su primera infancia que ha producido muy pronto una experiencia decepcio­ nante ante el otro sexo. Es así como algunos muchachos se convierten fá­ cilmente en homosexuales después de haber experi­ mentado numerosas decepciones de una madre severa y dura. Del mismo modo, algunas muchachas caen fácilmente en la homosexualidad si han sufrido decepciones de parte de su padre. Estos jovencitos se alejan del otro sexo para volverse hacia el suyo. Estas decepciones precoces son corrientements re. chazadas. Los individuos afectados, una vez adultos, lo olvidan, y sólo lo recuerdan cuando reviven esta época precoz de su desarrollo mediante una variedad particular de tratamiento psíquico: el psicoanálisis. Estas dos formas de homosexualidad son, pues, formas anormales del desarrollo sexual; se convier­ ten en una enfermedad cuando los individuos su­ fren, como casi siempre es el caso. Es falsa la creen­ cia de que estos sufrimientos tienen únicamente causas sociales y que se deben a la persecución jurídica de los homosexuales. Muchos de ellos (es difícil dar un porcentaje) están también perturba­ dos psíquica y sexualmente y presentan una neu­ rosis. Muchos homosexuales que se acomodan a su La lucha.—«

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desviación y se sienten contentos con esta clase de vida, protestan contra el hecho de que se considere a la homosexualidad como una afección o como el resultado de una desviación del desarrollo sexual. Creen ver en ello una depreciación de su tendencia sexual; muchos de ellos, en efecto, se consideran como pertenecientes al llamado “ tercer sexo” , una especie sexual particular. Hay que oponerse a esto por razones puramente científicas. Ante todo se debe preservar a los jóvenes que se orienten definitiva­ mente hacia la homosexualidad, no por razones mo­ rales, sino por razones de pura economía sexual. Se puede observar, en efecto, que la satisfacción se­ xual media en el individuo heterosexual sano es más intensa que la satisfacción en el homosexual sano. Y esto tiene una gran significación para la regulación de la economía psíquica. A los nume­ rosos homosexuales que afirman representar una especie sexual particular y no un desarrollo sexual defectuoso, debemos oponer el argumento decisivo siguiente: todo homosexual puede dejar de serlo siguiendo un tratamiento psíquico particularmente adecuado, pero jamás puede ocurrir que un individuo normalmente desarrollado se convierta en homo­ sexual como resultado del mismo tratamiento. Si la homosexualidad es reciente y si no se ha rechazado completamente las relaciones heterosexuales; si ade­ más, el individuo en cuestión no soporta gustosa­ mente la homosexualidad y quiere alejarla de sí, esta homosexualidad puede ser curada, en principio, mediante un tratamiento psicoanalítico que haga re­ gresar esta desviación infantil del desarrollo sexual. Lo que hemos dicho hasta ahora está científica­ mente comprobado y se puede ser todavía más ta­ jante citando el hecho siguiente: en los pueblos pri­ mitivos, que llevan una vida sexual satisfactoria y apacible, y que no impiden el desarrollo sexual de los niños, la homosexualidad, excepto en su for-

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nía espiritual —la amistad— no existe. Según las investigaciones más recientes de Malinowski, el et­ nólogo inglés, la homosexualidad en los pueblos pri­ mitivos no apareció hasta que los misioneros, estos expoliadores del capital, comenzaron a introducir la moral cristiana en la vida sexual natural y a separar los sexos. Esto confirma también la obser­ vación siguiente, a saber: que la homosexualidad no se desarrolla más que en la medida en que la relación normal entre el Hombre y la mujer se hace imposible o difícil (internados, ejército, marina, et­ cétera). La homosexualidad es, pues —y esto es una conclusión provisional de los hechos, a excep­ ción de los casos que tienen una causa corporal—, un fenómeno puramente social, una cuestión de edu­ cación y de desarrollo sexuales. El mejor medio de impedirla es la coeducación de los sexos y la prác­ tica de las relaciones sexuales en el momento ade­ cuado. Pero sería totalmente erróneo sacar de estos he­ chos la conclusión de que se debe menospreciar o combatir a los homosexuales. Y también sería del todo injusto condenar la homosexualidad como un “comportamiento no-proletario” porque se tienen prejuicios inconscientes de moralidad burguesa. Por tanto tiempo como predomine la educación sexual burguesa, ésta producirá homosexuales. La comprobación de que la homosexualidad es una desviación del desarrollo sexual, y no tiene, por consiguiente, causas naturales, no autoriza a nadie a condenarla o castigarla. Se debe intentar curar a los homosexuales que quieran liberarse de su par­ ticularidad, porque sufren y porque la homosexua­ lidad no les ofrece suficiente satisfacción, pero no se les debe forzar en cuanto a lo que ellos quieran. En primer lugar, porque no se tiene derecho, pero también porque un tratamiento impuesto no tiene ninguna eficacia. En la sociedad dividida en clases,

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la homosexualidad presenta peligros porque existen “maestros-cantores” que amenazan con denunciar a los homosexuales, y los extorsionan obligándoles a darles dinero. La miseria económica favorece estas prácticas. Numerosos jóvenes proletarios, debido a su miseria, son así inducidos a entregarse a homo­ sexuales de los medios ricos. La homosexualidad juega también en los medios políticamente reaccio­ narios, así como entre los estudiantes nacionalistas o entre los oficiales, un papel no despreciable y que está estrechamente ligado a la gran inhibición moral y sexual en estos medios. Aparte de esto, la activi­ dad homosexual que produce masivamente el capi­ talismo a través de sus estructuras (la Iglesia, la separación de los sexos, la educación sexual repre­ siva) es ciertamente menos perjudicial que el em­ brutecimiento público mediante los dogmas religio­ sos. Aquí vemos la diferencia existente entre el capitalismo y el socialismo en el hecho de que toda la maquinaria de embrutecimiento denominada “ re­ ligión” es altamente honrada y le permite ganar mucho dinero, en tanto que la homosexualidad es castigada. En la Unión Soviética, por el contrario, la actividad homosexual es libre, pero se castiga el em ­ brutecimiento religioso de los jóvenes de menos de dieciocho años.

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4. LAS DIFICULTADES EN LAS RELACIONES DE CAMARERIA ENTRE LOS JOVENES

Hemos examinado hasta ahora los procesos corpo­ rales del acto sexual; en adelante deberemos discutir las llamadas relaciones de camaradería entre mu­ chachos y muchachas. “Camaradería” es un slogan, y veremos inmediatamente si hablamos o no un len­ guaje común. En alemán, algunas palabras tienen, sin embargo, una significación totalmente diferente según que sean empleadas por un burgués o por un proletario. ¿Qué entiende el burgués por camara­ dería? El burgués no puede conocer la camaradería entre los sexos, porque defiende el orden sexual burgués. Tomemos el caso del joven burgués estu­ diante de secundaria o estudiante burgués y de la estudiante burguesa del liceo o “hija de papá”. El adolescente burgués ha dividido su sexualidad en afecto y en sensualidad, pues la moral de doble faz le prohíbe el acto sexual con muchachas de su medio. En consecuencia, para él existen dos clases de muchachas: una para el cuerpo y otra para el “alma” . “Adora” a una muchacha de su propia clase, a la que no le impondrá jamás la humillación de una relación sexual. Y satisface su cuerpo con hijas del proletariado, ya con prostitutas, ya con mucha­ chas de servicio, ya con empleadas de oficinas. Cuan­ do ama, no debe tener relaciones sexuales, y cuando tiene relaciones sexuales, no puede amar. Dejaría de amar a su “adorada” en cuanto ésta se entregara a él por amor. Esta dualidad de la sexualidad es con frecuencia tan importante, que muchos jóvenes bur­

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gueses son impotentes cuando desean tener relacio­ nes sexuales con una joven “decente”. En tanto que la mujer satisface antes del matrimonio el lado cor­ poral o sensual de la sexualidad, es un objeto sexual de explotación, sobre todo debido a que la mayor parte de las veces esta satisfacción es comprada. En el matrimonio, la mujer es nuevamente un instru­ mento del marido. Si la muchacha “ adorada” se casa finalmente, pronto pierde la consideración de que gozaba, pues independientemente de los conflictos conyugales, el marido típicamente burgués no llega a desprenderse de la idea de que el acto sexual es para la mujer un acto degradante. Y así la sexua­ lidad queda igualmente dividida en el matrimonio; el marido burgués continúa la mayor parte de las veces saciando su sexualidad con cocottes o prosti­ tutas: en todo caso, con mujeres a las que paga. La joven burguesa debe, presionada por todo el sistema, continuar reprimiendo su sexualidad geni­ tal o rechazándola. En lugar de una sexualidad sana y natural se desarrolla en ella el estado de la “mujercita”, típicamente veprimida; se hace coque­ ta, sexualmente sobreexcitada, dócil con el hombre al que ama, sometida; o utiliza su sexualidad para dominar a los hombres. El freno a la satisfacción sexual provoca en ella la aparición de la lascivia; entonces comienza a desbordarse la sexualidad. Cuando tal joven se libera de la moral y del modo de la vida burguesa y practica una vida sexual, el punto básico es entonces el problema de la excita­ ción. Aparece entonces la semi-virgen, que lo acepta todo sin excepción menos la penetración del miem­ bro en la vagina. En ningún caso puede haber ca­ maradería entre muchacho y muchacha, tanto en el caso del estudiante y su “elegida” o la joven prole­ taria, como en el del marido y la mujer. El marido es siempre quien se beneficia de la sexualidad fe­ menina; siempre es la mujer la que se “entrega” y el

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hombre quien la “toma”. Por esto la vida sexual burguesa siempre se encuentra entre contradiccio­ nes; exaltación de la mujer y del amor, por un lado; humillación y envilecimiento de la mujer y del amor, por otro. La división de la sexualidad en sensualidad de­ gradada y en amor sublime (que da nacimiento en el régimen burgués a sistemas filosóficos acabados sobre el problema de la “sexualidad” y del “ero­ tismo” ) no es, en realidad, sino una simple expre­ sión de la primacía del marido, necesaria a la eco­ nomía privada (derecho de herencia en línea paterna), y además la consecuencia de los esfuerzos de la clase burguesa para distinguirse de la clase dominada, mediante una moral particular. Las mu­ jeres no deben ser accesibles más que en el matri­ monio y a los hombres burgueses. La relación se­ xual les está proscrita fuera del matrimonio, así co­ mo con hombres de la clase obrera. Pero la primacía del hombre ha suprimido las restricciones para el sexo masculino. El acto sexual se ha convertido real­ mente en una humillación para la mujer, en algo brutal; por eso las mujeres se defienden afectiva­ mente contra el envilecimiento que para ellas re­ presenta, en estas condiciones, el acto sexual. La indignación ante las consecuencias de estos principios morales se manifiesta progresivamente en el seno de la burguesía. Esta no ha estado jamás, ni lo estará nunca, dispuesta a abandonar sus prin­ cipios, pero, sin embargo, sí quiere ocultar su igno­ minia. En la burguesía liberal y en los movimientos femeninos burgueses, escandaliza el slogan de la camaradería entre el hombre y la mujer. La mujer no debe ser una esclava, se dice, pero la “camarada del hombre” no es, ua. objeta sexual, sinovia., “com­ pañera de la_vida” -ÍLa podrida institución del ma­ trimonio debería ser reconstruida de nuevo sobre esta base.| Al dualismo burgués: “espíritu y cuer­

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po”, “afecto y sensualidad”, “erotismo y sexualidad” ; al verdadero envilecimiento burgués ha sucedido el rechazo de las relaciones “únicamente sexuales” . Debido a la desaparición de las relaciones afectuo­ sas, a causa de la destrucción económica de las re­ laciones de camaradería entre el hombre y la mujer, la sexualidad física se ha convertido en un asunto comparable a la defecación, opuesto a toda sensibili­ dad humana. Amplias masas de la pequeña burguesía reaccio­ naria viven aún actualmente como hace veinticinco o cuarenta años, con una sexualidad dividida y, en lo que respecta al hombre, con una sexualidad re­ ducida a no ser otra cosa que una simple evacua­ ción. Una minoría (particularmente en los medios de la intelectualidad burguesa) se ha liberado en el curso del tiempo de las cadenas de la moral bur­ guesa. Pero éstos no son para nosotros sino casos particulares, carentes de interés. Estos casos no ejer­ cen ninguna influencia sobre la vida sexual a escala de la sociedad, incluso si establecen ocasionalmente relaciones de camaradería sexual. En tanto que la educación en la familia y en la escuela continúe siendo la misma (y continuará tanto tiempo como subsista el. capitalismo), no podrá haber una verda­ dera camaradería entre los sexos, salvo en las ca­ pas del proletariado que tenga conciencia de clase y en la juventud. ¿Qué queremos decir cuando afirmamos que el burgués no conoce ninguna relación de camaradería entre el hombre y la mujer, o no utiliza esta palabra “camaradería” más que en oposición a una sexuali­ dad estrictamente sensual? Por supuesto que recha­ zamos la sexualidad física burguesa, el acto sexual desprovisto de toda relación de camaradería y de afecto que no sea más que descarga sexual, sin te­ ner en cuenta a la persona y el lugar. Esto no es más, en efecto, que moral burguesa invertida. La

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rechazamos no solamente porque humilla a la mujer y es malsana, no solamente porque es la sexualidad de la reacción política, sino también porque quere­ mos retornar a una sexualidad completa y sana. No debemos olvidar jamás, cuando tomamos partido respecto a la sexualidad física, que bajo el capi­ talismo no se trata de actos sexuales naturales, sino formas artificiales, enanas, envilecidas, de actividad social, producto del patriarcado. Las características de tal sexualidad son las siguientes (dada la au­ sencia de afecto o la disolución del mismo): avidez y lascivia antes del acto sexual; horror, disgusto e incluso náuseas, después del mismo. Esta vida sexual no produce ninguna satisfacción. En consecuencia, es falso considerar a esta especie de “ sexualidad sensual” como un elemento natural. Una sexualidad sana va siempre acompañada de sentimientos de afecto y de amistad. Quien goza de un desarrollo sexual normal sería incapaz de relaciones sexuales sin lazos personales tiernos y de camaradería. No es cierto que la sexualidad natural, el amor total a la vez sensual y afectuoso, conduzca a donde lleva la “teoría del vaso de agua” . Poco importa tampoco que la atracción sensual conduzca a la camaradería o, a la inversa, que la camaradería lleve a la satis­ facción física. Estamos convencidos de que la mujer no es infe­ rior por naturaleza al hombre, sino que aquélla ha sido situada en un real estado de inferioridad como resultado de una represión económica y sexual mi­ lenaria. Como la revolución social suprime la escla­ vitud política y sexual de la mujer, es a la vez el fundamento de la camaradería intelectual entre los sexos. Por camaradería se entiende, bien una rela­ ción basada en una comunidad de intereses intelec­ tuales, bien una buena amistad establecida sobre la armonía sexual, incluso sin esta comunidad de intereses intelectuales. Puede existir también una

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buena camaradería entre muchachos y muchachas sin relaciones sexuales, pero cuando éstas existen, la camaradería intelectual acrecienta particularmente la satisfacción sexual. Sería un error exigir para tener relaciones sexuales que hubiese igualmente camaradería en el sentido de comunidad de intereses intelectuales. Durante la adolescencia, con frecuen­ cia es la amistad sexual la que conduce a la cama­ radería intelectual. El movimiento de la juventud proletaria estaría hoy mucho más desarrollado si los jóvenes de ambos sexos hubiesen sabido completar su amistad sexual con una camaradería política consecuente. Cuando vemos a jóvenes que mantie­ nen entre sí una camaradería política, pero no acep­ tan a las muchachas más que por razones sexuales; cuando vemos a grupos enteros que no aceptan a las muchachas o las excluyen, es necesario reconocer que la separación burguesa de los intereses intelec­ tuales y de los intereses sexuales debilita y reduce nuestras filas. ‘Con mucho las muchachas son más dependientes sexualmente de los muchachos que és­ tos de ellas, debido a la educación que éstas' reciben incluso en las familias proletarias., Y una relación amorosa tiene, en general, para la'joven proletaria una significación mucho más importante que para el joven, no solamente física, sino también psíquicamentejyEn consecuencia, el muchacho tiene una parte de responsabilidad cuando contrae relacionas con una muchacha. No se puede hoy, en las condi­ ciones capitalistas de la vida sexual, desprenderse de esta parte de responsabilidad (lo que no tiene nada que ver con los sermones sentimentales de los moralistas y de los que hablan de la cultura), dada la dependencia material y moral de la joven, los peligros de embarazo y los suicidios provocados por amores desgraciados, etc. Por mucho que dure el periodo en que los muchachos y las muchachas es­ tén srxualmente perturbados (como es el caso en la

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actualidad), es necesario exigir que ningún mucha­ cho fuerce a una muchacha a tener relaciones sexua­ les con él. Es necesario exigirle, cuando establece relaciones amorosas con una muchacha y después de haber hablado con ella, que él sepa que la com­ pañera es capaz de soportar una separación sin sen­ tirse deprimida. Naturalmente que no aceptamos el punto de vista de que el muchacho debe casarse con la muchacha después de haber tenido relaciones con ella, sino que sostenemos, por el contrario, que no se tiene el derecho de precipitarlos en la desgracia. Una relación sexual conseguida mediante la pre­ sión o la mentira desleal no ofrece, por lo general, la satisfacción sexual que desean ambos compañe­ ros. Por consiguiente, no hay que juzgar el problema desde el punto de vista de la moral abstracta, sino desde el punto de vista de economía sexual. En una perspectiva política, lo que importa ante todo en el capitalismo es una juventud decidida­ mente resuelta y apta para luchar. Desde este punto de vista es necesario, pues, combatir la brutalidad entre los sexos, pues esta brutalidad anula el trabajo revolucionario al convertir a los jóvenes en adver­ sarios. Podemos afirmar, observando las relaciones sexuales en la Unión Soviética, que tales adverten­ cias son allí superfluas, después de la revolución social, en la medida en que aparecen vías naturales y razonables en la vida sexual de los jóvenes. Las posibilidades de la satisfacción sexual, al aumentar constantemente (elevación- de la vida cultural de las masas, reducción del tiempo de trabajo, aumento de los salarios, supresión del exceso de trabajo y del paro, mejoría creciente de las condiciones de aloja­ miento, medidas de prevención sexual, etc.), su­ primen la concupiscencia y la brutalidad sexuales, y con ello también la necesidad de exhortaciones a la responsabilidad. La responsabilidad sexual existe

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automáticamente en una vida sexual sana y satis­ factoria. La represión, las predicaciones morales y los ocultamientos no engendran sino dificultades, sin im­ pedir realmente las relaciones sexuales. Existen enormes dificultades en las relaciones de camaradería entre los jóvenes. Estas son debidas en parte a los efectos devastadores de las condicio­ nes exteriores de vida de la juventud proletaria y pequeñoburguesa; en parte también a la estructura sexual interna de la juventud. Las dificultades in­ ternas, que son producto, en último análisis, de la educación sexual capitalista, no concierne exclusi­ vamente a la juventud proletaria. Por el contrario, las dificultades externas pesan casi exclusivamtente sobre los jóvenes de los medios obreros. Yo preguntaba un día a los jóvenes del grupo “Fichte” sobre la situación relativa a las relaciones sexuales. Los jóvenes respondieron que carecían de ocasiones y de la falta de medios anticonceptivos: añadieron que lo que les producía mayores dificul­ tades era que las muchachas “contaban muchas his­ torias” y se hacían rogar excesivamente, cosa que los jóvenes no tenían ni ganas de hacer ni tiempo disponible, y que ellos sufrían. Entonces rogué a las muchachas que defendieran su punto de vista. Una muchacha afirmó que ellas admitirían gustosamente las relaciones sexuales si no tuvieran generalmente miedo a que los muchachos se comportasen habi­ tualmente como bestias salvajes, a que simplemente se avalanzasen sobre ellas, y que después no se preocupasen más, o bien que hablasen entre ellos mal de las muchachas. Este ejemplo aclara luminosamente la situación que existe frecuentemente en la juventud. La res­ ponsabilidad no es de ni de los muchachos ni de las muchachas, sino simplemente el resultado de las

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contradicciones entre la sexualidad juvenil exhuberante y la educación represiva e hipócrita. Tales cosas no se producirían si no existiese una moral sexual de doble faz y una muy fuerte represión sexual de la mujer en la sociedad capitalista; si los jóvenes hubiesen aprendido a tiempo que la satis­ facción sexual no es solamente la satisfacción de una necesidad, como el hambre o la defecación, sino que su desarrollo espiritual, su alegría de vivir, su capa­ cidad para el trabajo y su entusiasmo en la lucha están esencialmente condicionados por el modo de vida tanto sexual como material; si hubiesen com­ prendido que la sexualidad de un hombre y su sa­ tisfacción, a su edad, no es un juego de niños. ¿De que se trata en este ejemplo? Los muchachos des­ precian abiertamente o en secreto a las muchachas, aunque se sienten atraídos hacia ellas. En la bur­ guesía, el principio de la separación de los sexos ha producido que los jóvenes se entiendan mejor entre ellos que con las muchachas. Estas se sienten rechazadas de nuevo y experimentan más angustia y más miedo sexuales que los muchachos, lo que no disminuye en lo absoluto su deseo sexual, pero agra­ va los conflictos con sus deseos. Los jóvenes humi­ llan abiertamente o en secreto a las muchachas cuando éstas manifiestan su angustia antes de la relación sexual, cuando se jactan entre ellos de sus experiencias y hablan mal de las muchachas. Cuan­ do existe tan fuerte atracción entre los sexos, de tales contradicciones sólo se puede derivar una cosa: los muchachos se lanzan sobre las muchachas como bestias y ellas se asustan. Sería un gran error creer que éstos son asuntos privados sin interés, pues las contradicciones están enraizadas en el orden sexual y en la educación capitalista; éstos corrompen a la juventud y la ha­ cen cada vez con mayor frecuencia incapaz de luchar. Este problema nos preocupa extraordinariamente.

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Debemos crear en nuestras organizaciones una at­ mósfera más libre; los muchachos y las muchachas deben poder expresarse abiertamente y decir qué actitud quieren adoptar los unos hacia los otros, lo que no les gusta de unos y otros; ésta será la mejor base de una camaradería no verbal, sino verdadera, entre muchachos y muchachas, para la lucha común que la juventud, sin cesar más consciente de sus responsabilidades, tendrá que entablar contra el sis­ tema de explotación capitalista. El problema de la desproporción numérica entre muchachos y muchachas en los grupos, en los que casi siempre las muchachas se encuentran en mino­ ría, es particularmente candente. Volveremos sobre los aspectos organizativos de este importante pro­ blema en el último capítulo, pero por el momento queremos aclarar las dificultades y sus causas. Un joven, jefe de un grupo, informa: “En nuestro grupo, la relación numérica entre muchachos y muchachas es de tres a uno. Para la vida del grupo y de sus componentes, esto es insos­ tenible. La mitad de las muchachas salen con algu­ nos muchachos del grupo o del movimiento. Estos muchachos, por lo general no son inhibidos. Por ello, estas parejas llevan una vida sexual normal. En algunos casos, los jóvenes, ligados por una gran amistad, sienten tan gran inhibición que no pueden formar una pareja (es decir, no tienen jamás rela­ ciones sexuales). Esto es debido a que el muchacho experimenta sentimientos de angustia y no se “ atre­ ve” o a que la muchacha aún tiene ideas conyugales burguesas y tiene miedo al acto sexual. Los mucha­ chos o las muchachas que no tienen compañero buscan entonces a una muchacha o a un muchacho que no pertenece al movimiento. En numerosas mu­ chachas, esto degenera hasta el punto en que ellas perciben el deseo del muchacho, se hacen vanidosas, salen hoy con uno, mañana con otro. Los muchachos,

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que casi siempre están sobreexitados, son también compañeros agradecidos. Yo puedo describir exac­ tamente los sentimientos de los jóvenes, porque he seguido la misma evolución. El hecho de estar cons­ tantemente “sin muchacha” despierta en el mucha­ cho sentimientos de inferioridad. Comienza a com­ pararse con los que sí tienen compañera y se imagina entonces tener tal o cual defecto. Los que encuen­ tran de tanto en tanto a una muchacha están insa­ tisfechos. Como únicamente tienen satisfecho el cuerpo, se aíslan psíquicamente, empiezan a pensar en sus experiencias sexuales y quieren encontrar pronto a una muchacha; van a los dancings y a otros lugares de diversión y encuentran a una muchacha burguesa y se pierden entonces para el movimiento^ Algunos logran a veces superar sus sentimientos de inferioridad sexual gracias a su valor en el gru­ po. ¿Para qué nos sirve la mejor enseñanza si no tenemos compañera y si nuestras convicciones ideo­ lógicas son tales que nos llevan a no querer salir sino con muchachas del grupo «Fichter»?” Esta exposición refleja claramente una situación que reina casi en todos los grupos juveniles. Resu­ mamos: A. Cuando los jóvenes encuentran compañero, su vida sexual es normal y no se presentan dificultades. B. Los muchachos “sin muchacha” están sobreex­ citados, es decir, nerviosos; las muchachas perciben este estado, se desligan de sus relaciones estables y se entregan a estos muchachos. Vemos aquí con claridad una de las causas de las relaciones sexuales anormales, que no satisfacen ni al cuerpo ni al es­ píritu. Sin embargo, queremos insistir aquí una vez más en que “normal” no significa para nosotros “fiel” , sino satisfactorio. Aún hay que añadir al in­ forme de este responsable que los jóvenes corren mucho peligro si no encuentran muy pronto com­

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pañero. La insatisfacción produce en ellos, en efecto, no solamente sentimientos de inferioridad sexual, sino también la manía de la presunción. Esta presunción los lleva fuera de la organización y provoca, cuando existe la mínima predisposición a ello, una enfermedad psíquica adquirida la mayor parte de las veces durante la infancia y que con­ siste en una actividad desbordante de la actividad sexual tanto consciente como inconsciente. Sobre esta base se forman, en ligazón con sentimientos de culpabilidad masturbatoria, graves trastornos sexuales. Por ello es importante para estos jóvenes venir lo antes posible al centro de consulta sexual, que puede tomar, junto con la dirección de la orga­ nización, las medidas necesarias para aclararles y resolverles el problema del compañero en la orga­ nización. Cuanto antes se le explica al adolescente, antes interviene la organización y más se reduce el peligro. Cuanto más se prolonga el aislamiento, más complicado se hace el tratamiento necesario, que no es fácil hoy bajo el capitalismo para la masa de los jóvenes. C. Cuando los jóvenes se orientan hacia las mu­ chachas burguesas en los dancings, esta solución no les puede satisfacer realmente. Es falso creer en lo que se refiere a los fenómenos sexuales, que lo que brilla en los dancings sea oro. La experiencia de­ muestra que cuando los fenómenos sexuales invaden a un grupo social, la vida sexual de éste está real­ mente perturbada, desgarrada y es insatisfactoria para cada individuo. Dejamos de lado el hecho de que el joven proletario que tiene conciencia de clase debe, además, sentirse muy a disgusto si quiere adaptarse a los círculos de conversación pequeñoburgueses y a sus convencionalismos. Un jefe de grupo de Neukólln con el que yo ha­ blaba de este problema pensaba que algunos jóvenes proletarios no tenían del todo necesidad de violen­

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tarse para adaptarse a estos círculos pequeñobusgueses y a sus convencionalismos, pues se sienten a gusto en esta atmósfera; también creía que los jóvenes proletarios sienten necesidad de imitar en todo a la burguesía: vestidos, baile, comportamiento social, etc. Por ello es muy difícil ganar para los movimientos de la juventud proletaria a estos jó ­ venes. Yo creo que este camarada simplifica las cosas. Muchos jóvenes proletarios que no están del todo, o simplemente no lo están, influidos políticamente por el movimiento revolucionario, llevan dentro de sí una contradicción. De una parte, su manera de ser proletaria los hace diferentes de los jóvenes bur­ gueses, crea en ellos un vínculo revolucionario que se expresa en sus pensamientos y en sus activida­ des. Pero al mismo tiempo están expuestos al am­ biente burgués de los dancings, etc., e intentan entonces imitar el modo de vida burgués; esta con­ tradicción no existe en el joven burgués y, sin em­ bargo, es propia al joven proletario. Y ocurre tam­ bién lo que expresaba el mismo camarada: “Allí, en los dancings, los muchachos y las muchachas prole­ tarias se sientan como muñecas: por un lado están pendientes de no arrugar sus vestidos; por otra parte quieren demostrar sus buenas formas de com­ portamiento social. Todo esto parece extraordina­ riamente ridículo. Pero es la moda, también al joven burgués le pasa lo mismo”. Nuestro deber es comprender estas contradiccio­ nes, descubrir los métodos para resolverlas, llevar a estos jóvenes la claridad y atraerlos a nuestras filas. Examinaremos esto en detalle en el último capítulo. D. El primer camarada tenía toda la razón al decir que la mejor explicación no sirve para nada cuando no se puede encontrar a un compañero. También tenía razón al afirmar que la división de L o lucha.— 7

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la sociedad en diferentes grupos hace más difícil la elección de un compañero. Pero estas dificultades son manifestaciones fundamentales del sistema so­ cial capitalista y no pueden ser eliminadas en este sistema. La juventud sufre enormemente porque su sexualidad en maduración entra en extrema con­ tradicción con las condiciones sociales dominantes, tanto con la educación recibida antes de la pubertad como con la situación social actual. Otra dificultad de la organización de la juventud proletaria es la existencia de clanes. Un responsable de la juventud relata: “Cuando tomé la dirección de un grujo de jóvenes «Fichte» en Neükólln, había un clan de muchachas y muchachas. Todos eran cuadros competentes de la juventud, de dieciséis a dieciocho años. Pero habían establecido relaciones malsanas. Las muchachas no eran tomadas en serio por los muchachos, bromas pesadas y burlas recí­ procas provocaban la ruptura entre ellos. Las mu­ chachas se aislaron, actuaban por su propia cuenta y fue imposible persuadirlas de que prosiguieran su trabajo en la juventud. Los muchachos no se explicaban por qué las muchachas no querían ir con ellos. En todas las fiestas del grupo, las muchachas bailaban con jóvenes que no pertenecían a la or­ ganización. En el trabajo consagrado a la juventud, las camaradas se abandonaban cada vez más y no se podía contar con ellas. Desde hace algunos meses estas muchachas ya no pertenecen a las filas rojas. Las relaciones malsanas entre muchachas y mucha­ chos provocaron la ruptura. Los camaradas no pu­ dieron consolidar sus relaciones con las muchachas, que querían vivir en comunidad dentro de la colectividad”. Debemos preocuparnos por estos fenómenos, pues son signos ciertos de la desintegración inminente del grupo. Y tienen, en la medida en que podemos abarcar el conjunto de la situación, dos causas:

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—El menosprecio general de la mujer en la socie­ dad burguesa, que está ligado a la primacía del hombre, indispensable para la propiedad privada. Los muchachos asimilan desde la primera infancia su desprecio a la mujer. La sociedad de clases realza a los niños desde su primera infancia para los ob­ jetivos de la familia patriarcal, que trataremos en el capítulo 5. —La separación sistemática de los sexos. La re­ presión de las relaciones sexuales entre muchachos y muchachas, que se orienta en el sentido del des­ arrollo de fuertes vínculos homosexuales entre los jóvenes, con frecuencia tiene efectos muy intensos, con la consiguiente formación de grupos de mucha­ chos y muchachas separadamente. Por lo tanto, la explicación sistemática, política y sexual, de los fi­ nes de la sociedad de clases es de una importancia decisiva. Volveremos en el último capítulo sobre los pro­ blemas de la organización que están ligados a todo esto. Añadamos aquí otro informe del mismo cuadro de la juventud, porque aclara las dificultades exte­ riores que acentúan esta situación de la formación de grupos separados: “Otra vez, se decidió un viaje a X. Habíamos acor­ dado pasar la noche en un albergue de la juventud. Una semana más tarde se levantó una gran protesta: ¿por qué no dormíamos en una granja? Como ha­ bíamos reservado el albergue, ya no podíamos rec­ tificar. El resultado fue que dos grupos actuaron por su cuenta y durmieron en una granja. Exigieron que en el futuro se durmiera siempre en una granja, porque resultaba muy complicado dormir en un albergue: hay que irse a dormir a las diez de la noche; hay que respetar a otros grupos, etc. Com­ prendimos que la pulsión sexual era más fuerte que la disciplina. Hay que hacer notar, que en la ma-

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yoría de los casos fueron las muchachas las que exigieron dormir en una granja”. Se formó aquí un grupo particular porque las jó ­ venes no podían tener relaciones sexuales en el albergue y se sentían tranquilas en la granja. Cuan­ do pensamos en las detestables condiciones en que se desenvuelve la vida de los jóvenes en la ciudad, en los perniciosos resultados que estas condiciones determinan, se comprende que los jóvenes intenten resolver de esta forma el problema de los dormito­ rios. Por eso nosotros estaremos siempre en contra de los que ahora se indignan de tales hechos y los prohíben. El hecho de que los jóvenes sientan lo poco que se les comprende por parte de los adultos en rela­ ción con sus necesidades juega un papel esencial en el problema. Las jóvenes tampoco quieren que les quiten sus compañeros las muchachas de más edad. Un joven responsable de la juventud, inte­ ligente pero aislado, poco puede luchar contra todo esto. Nosotros no propugnamos por esta división entre jóvenes y no jóvenes, pero existe en nuestras filas. No hay otro camino, si no se quiere hablar en el vacío, que reconocer la realidad de la maduración sexual y tenerla en cuenta médica y políticamente. Cuando los jóvenes proletarios están ya traumati­ zados por la educación recibida y exteriormente por la explotación, el hambre y las brutalidades en las casas de asistencia, no debemos preconizar la “moralina” ; esto no sirve para nada y convierte a los jóvenes en elementos hostiles a nosotros, en lugar de hacerlos enemigos del capital. Debemos tener en cuenta todos los factores, e igualmente nuestras pro­ pias inhibiciones sexuales, si queremos terminar con el antagonismo tan desagradable entre jóvenes y adultos, entre muchachos y muchachas, entre miem­ bros y dirigentes del grupo, y transformar a éste en un frente unido contra el único enemigo: el ca­

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pital y sus lacayos. Quien no quiere no puede ver las cosas tal como son; quien depende de la moral y de los sermones burgueses, se convierte en ene­ migo de la juventud como defensor inconsciente del capital. Se le debe combatir, pues obstaculiza la unión de la juventud obrera en su lucha contra el enemigo de clase. Un capítulo particularmente terrible del orden capitalista es el régimen de la asistencia pública. Los procesos contra ésta (caso Scheuen, etc.), han demostrado, en efecto, el papel predominante que juega la confusión en el problema sexual de los jóvenes y de los educadores. Un ejemplo puede explicar a la juventud proletaria cómo el problema sexual es un problema que se refleja en su posición política en la sociedad capitalista. En el mes de julio de 1931, en las proximidades de Berlín, seis muchachas se escaparon de un esta­ blecimiento de asistencia pública que alojaba a mu­ chachas de catorce a diecinueve años (y nueve “educadoras” ) . Constantemente había disputas y pendencias entre las alumnas y las educadoras. ¿Quién tenía verdaderamente la razón? Todas las muchachas tenían relaciones sexuales con jóvenes de los alrededores. La mayor parte de las veces salían por la noche y regresaban muy tarde, en­ trando generalmente por las ventanas. Muchas de ellas frecuentaban cada noche a muchachos distintos. Las relaciones de algunas parejas eran estables. Ni los muchachos ni las muchachas tenían infor­ mación sobre los medios anticonceptivos y sobre las posibilidades de prevenir las enfermedades venéreas. Once muchachas estaban contagiadas y algunas en cinta. Las educadoras practicaban entre ellas relaciones homosexuales, que las muchachas (favo­ recidas por el emplazamiento de las camas) podían observar directamente sin que las educadoras se diesen cuenta. Existían igualmente relaciones entre

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educadoras y alumnas. La observación excitaba mu­ cho a las muchachas, que no se calmaban sino des­ pués de haber estado con los muchachos. Pero mu­ chas de ellas sufrían trastornos sexuales, y no se calmaban. Dos muchachas eran homosexuales. Otras, que iban con muchachos, también se sentían cons­ tantemente sobreexcitadas homosexualmente ante lo que observaban. La relación entre su estado de excitación y sus tendencias homosexuales (provo­ cadas, pero inconscientes) les era desconocida, pero sí estaba claro para ellas que sus enfrentamientos con las educadoras dependían del estado de su ten­ sión interna. Las muchachas pidieron una vez a la dirección información sobre las enfermedades venéreas. Se habló mucho de ellos, pero no les fue proporcionada la información. Entonces estalló una revuelta en la que fueron rotas todas las ventanas y golpeadas las educadoras. La dirección no se preocupó del proble­ ma central de estas muchachas: su sexualidad, aun­ que conocía el papel que jugaban las necesidades sexuales en los conflictos con las educadoras. Cuan­ do se pillaba a una muchacha en falta, era exami­ nada médicamente al día siguiente. ¡Era la más sabia expresión de la prudencia! Las muchachas no estaban mal atendidas, pero los bastonazos las incitaban a la rebeldía y la eva­ sión. Se daban también escenas salvajes cuando se impedía salir a una muchacha. Es importante saber, según lo que nos dijeron las muchachas, que las disputas siempre se producían cuando se sentían obstaculizadas en su vida sexual por la maquinaria del establecimiento. ¿A quién corresponde la responsabilidad? ¿A las muchachas? De ningún modo. Ellas defendían con tenacidad el derecho a la sexualidad natural. (En los establecimientos de asistencia pública, los pro­ blemas comienzan siempre que se inicia la madurez

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Bexual; es decir, cuando las muchachas comienzan u tener sus reglas). ¿Correspondía la responsabili­ dad a las educadoras? No, puesto que éstas tenían derecho a llevar abiertamente una vida sexual nor­ mal, y al no llevarla se tenían que valer de los uctos homosexuales. La responsabilidad incumbía únicamente al orden infame que convierte en ani­ males salvajes (bajo la forma de habladurías sobre la “cultura” y el “bienestar de nuestro pueblo” ) a muchachas de buena sálud y transforma a las edu­ cadoras en domadoras de fieras. Son también cul­ pables todos esos “ grandes sabios” que escriben gruesos volúmenes sobre “la objetivación de los prin­ cipios inmanentes del querer perceptivo transcen­ dental”, esos predicadores de la “pubertad cultural”, los parlanchines de la “gracia espiritual”, el conjunto de esos lacayos del capital, vanidosos e incultos, que abusan de la ciencia para desviar a los jóvenes de la realidad y, por ello, reciben rangos y honores. La responsabilidad incumbe a las autoridades supe­ riores de la socialdemocracia, con su liberalismo des­ bordante y sus desvarios sentimentales, que quisie­ ran coronar con la aureola del socialismo toda ignominia de la tración refinada al pueblo. Las palabras siguientes, de una muchacha de este establecimiento: “Me da pena de quien entra allí” , condena a este flagelo que pesa sobre la población que trabaja y sufre duramente. Las condiciones sexuales en estos establecimientos no se diferencian de las que existen en los correc­ cionales. Y la solución es tan sencilla como la que se ha encontrado en la Unión Soviética: destruir el aparato del Estado capitalista y convertir en inofen­ sivos a todos los individuos que se oponen a la su­ presión de estos * /todos. Entonces se podrán poner n práctica todas las medidas que impedirán la edu­ cación a través de la asistencia pública.

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5. SIGNIFICACION DE LA REPRESION DE LA VIDA SEXUAL DE LOS JOVENES EN EL CAPITALISMO

¿Qué relación existe entre el orden social capitalis­ ta, su orden sexual, y la forma en que es tratada la sexualidad de los jóvenes? ¿Cuál es la significación de la represión sexual de la juventud? La mayor parte de los jóvenes (a excepción de los que tienen una clara conciencia de clase) aceptan el hecho de la represión de su vida sexual como una cosa natural, normal e inconmovible. Compa­ remos el pequeño número de jóvenes que llevan una vida sexual satisfactoria con los que no han podido liberarse de la influencia de la familia bur­ guesa, de la escuela y de la Iglesia, que viven de forma continente, se masturban o se enredan acci­ dentalmente en el llamado amor platónico que los hunde en devaneos y quimeras. Observamos que los jóvenes que tienen ideas claras sobre los proble­ mas sexuales, cuya mayoría procede del proletaria­ do, se rebelan abiertamente contra el hogar, la es­ cuela y la Iglesia, mientras que los jóvenes sexualmente inhibidos, que proceden esencialmente de la pequeña burguesía, son generalmente “muy prudentes”, tanto muchachos como muchachas. Esto no ocurre por azar, tiene una verdadera significa­ ción. En efecto, en nuestro tiempo la familia y la escuela, desde un punto de vista político, no son otra cosa que talleres del orden social "burgués des­ tinados a la fabricación de sujetos discretos y obe­ dientes. El padre, según la imagen tradicional, es el representante de las autoridades burguesas y del po-

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der del Estado en la familia. La autoridad del Estado

exige de los adultos la misma actitud obediente y sumisa que impone el padre a sus hijos cuando éstos son niños o adolescentes. La falta de espíritu crítico, la prohibición de la protesta, la ausencia de opinión personal caracterizan las relaciones de los hijos fie­ les a la familia con los padres, así como la de los empleados y funcionarios consagrados a las autori­ dades con el Estado, o la de los obreros incultos y sin conciencia de clase con el director o el pro­ pietario de la fábrica. En la medida en que la con­ ciencia de clase se desarrolla en la familia proleta­ ria, la actitud de los padres hacia los hijos cambia igualmente, incluso si de todas las actitudes burgue­ sas, ésta es la que cambia más difícil y tardíamente. El vínculo con la represión sexual es el siguiente: la represión de las tensiones y de los deseos sexuales requieren de una gran dosis de energía psíquica en todo individuo. Esto inhibe y lesiona el desarrollo de la actividad, de la razón, de la crítica. Por el contrario, cuanto más se desenvuelve la sexualidad sana y vigorosamente, el individuo se siente más libre, activo y crítico en su comportamiento general. Pero precisamente eso es lo que no tolera el capi­ talismo, que defiende rigurosamente la autoridad y la tradición. La limitación de la libertad de la acti­ vidad psíquica y de la crítica mediante la represión sexual es uno de los pilares más importantes del orden sexual burgués.

Por eso el hecho de que la burguesía tome par­ tido, mediante todos los medios de que dispone, para mantener y reforzar la moral familiar, tiene una significación bien clara. En efecto, como ya hemos dicho, la familia burguesa es, sobre todo, una fábrica de seres sumisos. La moral de la abstinencia es exigida de forma particularmente severa durante la pubertad, porque en general la juventud comienza a esa edad a re-

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helarse contra la familia; las necesidades sexuales de cada individuo se enfrentan a los opresores. La época de la pubertad es precisamente aquélla en donde surgen en todas las familias, casi sin excep­ ción, los más agudos conflictos entre los adolescentes y sus padres. Cuando el adolescente no ha sido com­ pletamente reprimido, como es el caso, por ejemplo, en los medios de los pequeños comerciantes y em­ pleados, aquél comienza a rebelarse progresivamente con mayor fuerza contra la obligación de pasar las tardes de los domingos con los adultos en un alber­ gue y escuchar conversaciones que le molestan; todo adolescente, hombre o mujer, comienza a entrever, pronto o tarde, con mayor o menor claridad, que su lugar no es aquél, sino entre otros adolescentes; que no se siente bien entre los adultos; que aspira a la vida libre al aire y al sol, al ejercicio físico y a las relaciones sexuales. Si nuestro trabajo de esclarecimiento revolucio­ nario no llega a estos jóvenes, al fin caen, después de un corto y estéril periodo de lucha contra la fa­ milia, en la atmósfera desoladora de ésta, que les impide toda vida política y que les impregna de tal modo de la ideología burguesa hasta llevarlos a los movimientos de la juventud burguesa o a los movimientos reaccionarios nazis. La visión de con­ junto no se nos debe escapar: el movimiento na­ cionalsocialista recluta su mayoría en la juventud pequeñoburguesa y toma partido, al mismo tiempo que la Iglesia y el capital, por la preservación de la familia burguesa y el mantenimiento de la conti­ nencia entre la juventud. El movimiento nacio­ nalsocialista, junto a sus frases revolucionarias, defiende consignas que implican la completa servi­ dumbre de las mujeres (agravación de las penas de prisión por los abortos, “ el lugar de la mujer es el hogar”, negación de la igualdad de la mujer en las asociaciones políticas); la ideología nacionalsocia­

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lista se inspira en la ideología capitalista burguesa de la familia. La juventud revolucionaria debe llevar la claridad a las filas de la juventud en general. En la lucha por la liberación de todos los jóvenes de las cadenas de la familia, que los predispone a la reacción política, nosotros deberemos esperar gran­ des dificultades. La familia burguesa tiene como fin hacer a los jóvenes más sumisos y aptos para el matrimonio. Sin embargo, como la vida sexual y la existencia eco­ nómica de la mujer y del hijo son aún muy difíciles fuera de la familia legal, e incluso con frecuencia llenas de peligros para los que no gozan de esta protección, la familia juega en el capitalismo un papel muy importante como institución protectora de las mujeres y de los hijos oprimidos. Por eso las mujeres proletarias defiende con tanto apasiona­ miento el matrimonio. Sin embargo, la institución del matrimonio significa, la mayor parte de las ve­ ces, no sólo en los medios burgueses y pequeñoburgueses, sino en el seno del proletariado, miseria moral y tortura. Existe una contradicción en la institución de la familia que la refuerza y la arruina a la vez. Por un lado, la familia es una de las es­ tructuras más importantes de la economía privada, pero por otro lado, la economía capitalista, el paro masivo, la miseria provocada por la reducción de los salarios destruyen la familia de la población obrera: las mujeres y los niños deben trabajar, a veces no encuentran trabajo, y las tensiones que ordinariamente existen en el seno de las familias se acrecientan de tal suerte, que a veces se originan sentimientos de odio insoportables. Es así como se destruyen muchas familias proletarias, tanto a causa de problemas internos como debido a la presión económica externa. La situación no es muy diferente en la pequeña burguesía, dejando a un lado la des­

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integración pequeñoburguesa del matrimonio, e in­ cluso si la vida familiar en esta clase es velada con frecuencia por un sentimentalismo hipócrita y por la fraseología de “la intimidad del hogar”, etc. Cuan­ to más afecta directamente la miseria económica de las masas en el capitalismo a la familia pequeño­ burguesa, más rápidamente aparecen las frases hi­ pócritas y con más claridad se presenta la realidad tal cual es. Desmoralizados por las violencias y las querellas entre los padres, una masa de jóvenes se hunde moralmente, si no se acercan a las filas del movimiento de la juventud proletaria. Si no lo ha­ cen, consumen lo mejor de sus fuerzas en los con­ flictos con la familia. Pero esta lucha de los jóvenes contra la familia retrógrada no debe ocultarnos el otro lado del pro­ blema, a saber: que los jóvenes están profundamente ligados a sus padres y dependen de ellos, tanto moral como materialmente. Ocurre con frecuencia que la juventud proletaria, debido a su autonomía material, es menos depen­ diente. La Iglesia, armada de toda una maquina­ ria de embrutecimiento y de frases acerca de Dios, sobre su voluntad eterna y sus sabias previsiones, se lanzan a la batalla para reforzar la dependencia de los hijos de la tutela familiar y atarlos a la au­ toridad de ésta, elevando hasta las regiones divinas el matrimonio y la familia, despreciando la crítica humana. Pues el padre, con su actual representación —nunca lo podremos repetir con suficiente y viva claridad—, es para los hijos y la mujer el represen­ tante del orden y de la moral establecidos. Y como el Papa sostiene el orden establecido, es fiel a su punto de vista cuando exhorta a los fieles a obede­ cer la ley de Dios, quien ordena a la mujer y a los hijos ser obedientes y sumisos al marido y al padre, como éstos lo son al Dios eterno. Cuando vemos expuestos en el Museo Antirreli­

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gioso de Moscú las santas imágenes de la época za­ rista, que presentan, ya a Jesús vestido de zar, ya al zar con una cabeza de Jesús, se comprende fácil­ mente la relación: Dios y Jesús son representacio­ nes, proyecciones celestes en lo supraterrestre del emperador y de las autoridades, para los adultos, y del padre para el niño y los adolescentes. El empe­ rador y las autoridades juegan posteriormente en la vida afectiva de los adultos el mismo papel, y des­ piertan en ellos las mismas actitudes de sumisión y de ausencia de crítica que el padre para los hijos. El papel político de la familia no se agota con esto, pero, sin embargo, es su función política prin­ cipal. La esclavización autoritaria de la juventud se manifiesta en la familia más que en cualquiera otra institución de forma tan precoz sobre el aparato psíquico infantil como en la familia. Por eso se observa constantemente que la sumisión familiar concuerda generalmente con la sujeción al orden establecido, y que la rebeldía contra la familia sig­ nifica frecuentemente el primer paso de los jóvenes hacia la lucha consciente contra el orden social ca­ pitalista. No es casual que la juventud proletaria se aleje pronto de la familia, como consecuencia de su precoz participación en el proceso de producción, en tanto que la juventud reaccionaria está general­ mente muy sujeta a la familia. El hecho de que el Estado socialista de la Unión Soviética conceda tan­ ta importancia a la autonomía de los jóvenes, a su independencia en relación con la familia, a la crítica a los padres y a la supresión del poder de los padres sobre los hijos tiene también su significado. La familia representa frecuentemente el bastión del ca­ pital y de la reacción en el interior de la clase opri­ mida. En el interior de las tristes paredes de su casa, el padre, que por lo general tiene una real conciencia de clase, con frecuencia olvida sus ideas revolucionarias. Se convierte en el patriarca brutal

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y déspota de su mujer y de sus hijos, y sirve incons­ cientemente a la reacción política. Semejante medio familiar paraliza y destruye, en efecto, el entusiasmo y la fuerza de la juventud, de la que, sin embargo, tanto necesita y con urgencia para luchar contra el orden social dominante. Examinemos de cerca el ámbito donde se expresa más intensamente la autoridad de los padres: el de la vida sexual de los hijos. La intimidación y la atrofia sexuales, así como el despertar en los hijos el miedo a la autoridad por sus deseos, pensamientos y actos sexuales, constituyen el nudo del aparato psíquico con ayuda del cual la familia esclaviza a la juventud al capital. Importa poco que el éxito de esta represión y de esta sumisión se produzca mediante la brutalidad o el convencimiento. Los dos métodos están estre­ chamente unidos y corrientemente van aparejados, o bien, uno de los padres es brutal y el otro es bondadoso. El resultado es siempre la falta de inde­ pendencia de los jóvenes. Cuando los educadores burgueses nos dicen que la libertatd sexual hace a la juventud incapaz de ser educada, nosotros res­ pondemos: efectivamente, pero incapaces de ser educados para los fines capitalistas. La miseria psíquica y sexual de los hijos es la primera consecuencia de la represión sexual por parte de los padres, a la cual se añade la represión intelectual por la escuela, el embrutecimiento espi­ ritual por la Iglesia y, finalmente, la opresión y la explotación material por los empresarios y los pa­ tronos. La juventud proletaria, debido a su miseria eupi ritual y a su situación social, se encuentra «mi las primeras filas de la lucha de clases. Amplias capas (cuya importancia política es grande), sin embar­ c o , no pueden desarrollar plenamente sus posibili­ dades de lucha política a causa de su dependencia

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de los padres, generalmente conservadores. Este fac­ tor juega un papel incomparablemente mayor aún en la juventud proletaria. No existe aún, desgra­ ciadamente, más que un pequeño número de padres comunistas capaces de poner en práctica igualmen­ te, ante sus hijos, las convicciones de su conciencia de clase. Este pequeño número representa el modelo que todo el mundo debe imitar. Para conducir a los jóvenes a la vanguardia de la lucha de clases, es necesario tener particularmente en cuenta sus lazos familiares. Los caminos que llevan a la vanguardia de la lucha de clases pasan por la lucha contra la familia y la explicación a sus padres proletarios del papel reaccionario de la fa­ milia burguesa, y esto mediante medios que aún no se pueden prever completamente. Pero como el burgués utiliza un instrumento eficaz para obtener la sumisión inculcando el miedo por los problemas sexuales, no es posible hacer tomar conciencia a la juventud pequeñoburguesa del papel de la autoridad paterna y, en consecuencia, de la autoridad del Es­ tado de clase en general, si no se convence a estos jóvenes de que la sexualidad es una cosa simple y natural, por la cual deben tomar partido y luchar defendiendo sus derechos contra cuantos los opri­ men. —— Antes de pasar al problema de saber si existe una posibilidad en el capitalismo de suprimir la miseria sexual de los jóvenes o solamente de atenuarla, es necesario discutir todavía un punto que ha sido demasiado olvidado hasta ahora en la lucha del proletariado contra la religión, y cuyo esclareci­ miento facilitará la victoria sobre la servidumbre de la juventud. Mientras, a su vez, la escuela impone respecto de los padres la sumisión intelectual de la juventud, la Iglesia persigue ante todo la represión sexual que representa —no se repetirá esto la suficiente— el

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fundamento individual más importante del oscure­ cimiento clerical del espíritu de crítica por el aparato capitalista. No es casual —esto tiene una significación clara— que la “ confirmación” coincida en los jóvenes cató­ licos casi con el comienzo de la maduración sexual. Mientras que desde sus primeros años los niños están ya bajo la influencia de la Iglesia, al llegar a la pubescencia caen completamente bajo su acción por los medios de la confirmación y del poderosí­ simo instrumento de la confesión. No es un secreto para nadie que, durante la confesión, el problema de saber si se ha robado o no carece de importancia, sino la cuestión de saber si se han realizado o no actividades “impuras” , es decir, si el joven se ha masturbado o no, y si se han tenido relaciones sexuales extraconyugales o no. La confesión signi­ fica la reactivación permanente de los sentimientos de culpabilidad sexual que los padres han inculcado en la primera infancia a los hijos, a fin de reprimir su curiosidad y sus inquietudes sexuales. Durante la confesión, los jóvenes oyen siempre repetir que la sexualidad es un grave pecado y que la más alta autoridad, Dios, ve todo y castiga todo lo malo que hacen los muchachos y las muchachas. No quere­ mos hablar del inmenso mal que se causa así hoy a millones de jóvenes púberes en el mundo. De aquí nace su miedo a la masturbación, que los agota y los pone verdaderamente enfermos; es a partir de aquí cuando se desarrollan los estados de angustia y los graves síntomas hipocondríacos, y finalmente se consolidan los futuros trastornos sexuales. Si la sociedad humana no estuviese hoy dirigida por los banqueros y los curas, que saben utilizar tan brillante y efectivamente la religión; si la sexologia no estuviese al servicio del capital y si ésta utilizase su experiencia correcta y consecuentemente para criticar a la sociedad burguesa, se llegaría La lucha.—*

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a la conclusión natural de que la Iglesia es, por su influencia sobre la sexualidad de la juventud y su influencia reaccionaria directa sobre los que son materialmente explotados, una de las institucio­ nes más nefastas de la sociedad de clases; por ello ningún castigo es suficientemente severo para los que, plenamente conscientes del mal que causan, cometen indescriptibles fechorías sin ser molesta­ dos, sino, por el contrario, recompensados La relación entre la reacción clerical y la repre­ sión sexual no es una cuestión sin importancia. Se trata de sustraer a la juventud cristiana y la que le está ideológicamente próxima, a la influencia de la Iglesia e integrarla a nuestra lucha contra la Iglesia, la familia burguesa, la escuela reaccionaria, la sociedad capitalista, en fin; pues esta juventud son hijos de obreros explotados, de funcionarios y de campesinos. Nosotros debemos ser capaces de demostrar a estos jóvenes, con cifras y hechos, que la Iglesia está al servicio del capital. Cuando el Papa toma igualmente partido en su encíclica “ Sobre el matrimonio cristiano” (diciembre de 1930) a fin de salvar al capitalismo, a favor de la preservación de la “moralidad” cristiana y del ma­ trimonio, escribe en primer lugar: “El amor implica la primacía del hombre sobre la mujer y los hijos, y la sumisión voluntaria, la obe­ diencia solícita de la mujer (y de los hijos) como escribía el apóstol: «Las mujeres (y los hijos) de­ ben estar sometidos a sus maridos (y padres) como al Señor, pues el hombre es la cabeza de la mujer y el padre es el dueño de los hijos, como Cristo es la cabeza de la Iglesia»” . Después recomienda “prácticas religiosas” para combatir la miseria material de las masas y exhor­ ta, por otra parte, a los ricos: “Los que viven en el lujo no tienen derecho a emplear su dinero y sus bienes en gastos inútiles,

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o simplemente derrocharlos; deben emplearlos en la conservación y el bien de los desposeídos”. Si nosotros decimos a los jóvenes de los movi­ mientos de la juventud cristiana que se encuentran en contradicción con la Iglesia, porque realizan ac­ tividades sexuales como los jóvenes ateos, aunque de forma menos consciente y más confundidos, nos contestarían que ellos quieren, con la ayuda de la Iglesia y del Espíritu Santo, procurarse fuerzas para no masturbarse y vencer su sexualidad. Es preciso, pues, hablarles no solamente de los peligros que entraña para su salud el aniquilamiento de su sexua­ lidad, sino explicarles también el juego de que son objeto demostrándoles la verdad sobre la Iglesia. Por ejemplo, el hecho siguiente: mientras que en 1930, más dé 1,693 millones de marcos destinados a los inválidos, a los parados y a la alimentación de los niños, etc. fueron suprimidos del presupues­ to del Estado, cuando escuelas y hospitales estaban cerrados y los hombres morían en las calles y au­ mentaba espantosamente el suicidio de los jóvenes, la Iglesia aumentaba sus ingresos con subsidios del Estado por cuarenta millones el año de 1923, por setenta y un millones en el año de 1928 y por ochen­ ta y seis millones en el año de 1929. Estos jóvenes deberían intentar comprender por sí mismos por qué la Iglesia, en los periodos en que reina la ma­ yor miseria, no sigue sus propias exhortaciones, por qué no renuncia a nada en favor de los pobres, sino que se asegura, por el contrario, mayores in­ gresos. Estos ingresos están asegurados, efectiva­ mente, por los impuestos crecientes sobre la pobla­ ción pobre; dicho de otra forma: los oprimidos dan a la Iglesia, sin la menor duda, los medios finan­ cieros para continuar siendo esclavizados. Como lo demuestra este ejemplo (desgraciada­ mente no podemos dar, como sería conveniente ha­ cer, en el marco de este libro, los documentos

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demostrativos), es necesario desarrollar, en una dis­ cusión sobre la miseria sexual de la juventud, el objetivo último de los planes de la Iglesia y capi­ talistas, pues si no se hace así no se penetra en la médula del problema; se corre entonces el peligro de no dar respuestas correctas cuando los jóvenes preguntan cómo encontrar una solución a su miseria sexual. El problema fundamental es el siguiente: ¿Puede resolver la burguesía en su propio marco el pro­ blema sexual de la juventud? Nosotros responde­ mos: no, en el capitalismo, en tanto reinen la eco­ nomía y la educación burguesas, no habrá solución a este problema para la masa de los jóvenes, tan candente para ellos. En los medios burgueses-libe­ rales, se habla, y es cierto, mucho de la miseria de la juventud, pero es necesario ver de cerca cómo piensan, o hacen como piensan, y cómo actúan en realidad. ¿Están verdaderamente dispuestos a con­ ceder a los jóvenes plena autonomía y un modo de vida sexual que corresponda a su edad? ¿Están verdaderamente dispuestos a admitir las relaciones sexuales entre los jóvenes, cuando éstas son nece­ sarias y la abstinencia es perjudicial para su salud? ¿Están dispuestos a dejar de aterrorizar a los jóvenes acerca de las enfermedades venéreas con filmes de información que constituyen un peligro público has­ ta tal punto que algunos jóvenes se sienten enfermos durante su exhibición? (En el 98 por ciento de estos filmes, se pone el acento sobre el horror a la sexua­ lidad y en la ideología de la continencia; solamente en el 2 por ciento de los casos, en las posibilidades actuales de curación, y en cero por ciento, en la prevención de las enfermedades venéreas.) ¿Están dispuestos, y pueden hacerlo, a suprimir oficialmen­ te la moral sexual de doble faz, de tal modo que los jóvenes de la' pequeña burguesía puedan tener relaciones sexuales con muchachas de su propio me­

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dio y no con prostitutas? ¿Están dispuestos, y su sistema se lo autoriza, a poner a disposición de la juventud, en centros de consulta sexual que habría que establecer, medios anticonceptivos libres y gra­ tuitos? ¿Eliminará la burguesía el párrafo sobre el aborto y permitirá la interrupción del embarazo de las jóvenes, gratuitamente y en clínicas oficiales, en caso de fracaso de los medios anticonceptivos? ¿Pue­ de resolver la burguesía.el problema del alojamien­ to de la juventud, a fin de que no sufra más una caricatura de vida sexual en las puertas-cocheras, y detrás de las bardas, donde cada joven pueda sen­ tirse solo con su compañero. ¿Están, finalmente, dispuestos a educar sexualmente a sus hijos, de modo que los hagan capaces de practicar posterior­ mente una vida sexual y continuarla cabalmente? Una estadística de un centro de consulta sexual de Berlín establece que el 44 por ciento de cuantos fueron a pedir consejo viven en una habitación con cocina. Y esto: 327 con una habitación 354 ......................:....... 187 ............................... 81 ............................... 47 ...............................

para 3 personas; para 4 personas; para 5 personas; para 6 personas; para 7 personas.

El 20 por ciento no tienen más que una habitación con posibilidad de utilización parcial de la cocina; por ciento de los que acuden a consulta ocupan una pie­ za cocina en la que viven de tres a cinco personas. Un tercio carece de cama personal, ocupando fre­ cuentemente la cama varias personas. No, la burguesía no puede, debido a su sistema económico basado en la explotación de la mayoría ile la población por una minoría privilegiada, re­

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solver el problema sexual de la juventud. Incluso no es capaz de aplacar el hambre de los jóvenes proletarios. Y ésta es, sin embargo, la primera con­ dición de la solución del problema sexual. Según los datos del Anuario Estadístico del Im­ perio Alemán (1930), 11,293 hombres y 4,797 muje­ res se suicidaron en 1928; entre ellos, 4,797 mujeres y 1,440 hombres tenían una edad comprendida entre quince y treinta años. Sabemos que estas personas fueron víctimas de la miseria material y sexual; todos los días, se suicidan ¡47 individuos por tér­ mino medio! Posteriormente ha aumentado el nú­ mero de suicidios de manera inaudita. Tal es el panorama del “pacifismo” de los demócratas de co­ razón tierno, que no quieren ver correr la sangre. No queremos entablar aquí una larga discusión teórica acerca de las razones por las que la burgue­ sía no puede cambiar en ningún caso su orden sexual, ya hemos hablado repetidamente de ello. Cuando la sexualidad se libera de sus viejas cadenas burgue­ sas, no es la burguesía quien la estimula o quien lo desea: se produce contra su voluntad, y no sola­ mente es una expresión de la decadencia de la mo­ ral burguesa, sino también del sistema burgués en general. Jóvenes que no tienen una conciencia de clase clara, por ejemplo, los socialdemócratas, afirman frecuentemente —presentando las libertades sexua­ les logradas por ellos y de las cuales gozan los jóvenes de hoy— que la liberación sexual de la ju ­ ventud es posible en el seno del capitalismo, sin re­ volución social; las “ libertades”, afirman, son la mejor prueba. Nosotros debemos demostrar cla­ ramente a estos jóvenes que están equivocados. Pues no se trata de una liberación sexual. Es cierto que la juventud vive sexúalmente hoy de manera distinta que hace treinta años; es cierto también que la fa­ milia y la Iglesia han perdido mucha influencia

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sobre una parte de la juventud, pero esto sólo ha sido posible después de un trabajo de esclarecimien­ to revolucionario. Sin embargo, no se puede calificar de “liberación sexual” la carnavalada sexual de hoy. ¿A qué se parece en realidad esta carnavalada? ¿En qué estado psíquico y físico abordan los jóvenes esta vida sexual llamada liberada? ¿Acaso no han au­ mentado los problemas de los jóvenes porque su sexualidad ha sido perturbada por la familia duran­ te su primera infancia y después en la escuela, hasta el punto de que son incapaces interiormente de lle­ var una vida sexual, y llevarla satisfactoriamente? Por otra parte, la creciente concentración de los jóvenes en las asociaciones de la juventud ¿no les ha ofrecido un alivio gracias a la actitud conve­ niente de los camaradas que militan en ellas, pero también les ha agravado sus problemas a causa del medio, desconocido hasta entonces por los jóvenes? ¿No ha aumentado la previsión social bajo la forma de información científica, de asistencia social, etc., a medida que se descomponía la moral burguesa y los jóvenes comenzaban a afluir a las asociaciones juveniles al darse cuenta instintivamente de que el conflicto entre la familia actual y la juventud era irreductible? ¿No han aumentado los suicidios por motivaciones sexuales y los trastornos sexuales en los últimos años? Es necesario que la juventud socialdemócrata se dé cuenta por sí misma de que la actitud adoptada por su partido ante ella misma es autoritaria y sexualmente moralizadora. Los bur­ gueses y los curas de toda clase dirán: “ Sí, la mise­ ria sexual de la juventud se debe a que la moral de la juventud se ha relajado, y los bolcheviques son los responsables”. Nosotros les contestamos (y podemos demostrarlo en detalle) que es la opresión sexual y material de la juventud la que ha minado esta moral; que se trata, como lo ha hecho observar en Norteamérica correctamente el juez burgués

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Lindsey, de una rebelión sexual inevitable de la juventud, pero que no conduce siempre en la ac­ tualidad a una clara conciencia revolucionaria, por­ que nos hemos transformado esta rebelión sexual estéril en una lucha revolucionaria fecunda que hu­ biera dado significación a todo. La evolución econó­ mica de la sociedad burguesa, la incapacidad del capitalismo para regular satisfactoriamente las rela­ ciones económicas de los hombres, su descomposición progresiva garantizan ya, sin que tengamos que in­ tervenir, que esta moral proseguirá su descomposi­ ción definitiva. No es que nosotros hayamos minado esta moral y que hayamos provocado las crisis económicas. Tampoco hemos destruido la familia. El sistema ca­ pitalista mismo lo produce. No cumpliremos con nuestro deber en tanto movimiento de la juventud y partido revolucionarios, si no aceleramos este do­ loroso proceso que hunde a las masas en la miseria; si no terminamos con lo que está en trance de pe­ recer, para edificar un orden social humano nuevo, que ponga definitivamente fin a la dominación de clase, a la explotación económica, a la servidumbre intelectual y sexual; que satisfaga el deseo de so­ cialismo de los hombres, que asegure la satisfacción de sus necesidades fundamentales como el hambre, el amor, las aspiraciones culturales. . .

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6. LA REVOLUCION SOCIAL COMO CONDICION PREVIA PARA LA LIBERACION SEXUAL

Si el problema sexual de los jóvenes no tiene solu­ ción en el capitalismo, debemos poder demostrar a la masa de los jóvenes que el socialismo puede resolver el problema. No es difícil hoy hacer la prueba. ¿Qué país de la Tierra ha hecho tantas cosas por la juventud como la Unión Soviética? ¿En qué país es la juventud realmente libre? ¿Qué país ha comenzado a tomar en serio la liberación sexual de la juventud y cuáles son los países o par­ tidos que se han limitado a verborrear o incluso han reforzado la represión capitalista de la vida sexual? La Unión Soviética ha liberado a la juven­ tud; Italia ha acentuado la represión. Tales son los hechos. ¿Por qué la Unión Soviética ha podido hasta aho­ ra tomar tan gran número de medidas para la libe­ ración sexual? Ha podido hacerlo porque no tiene ningún interés en la represión sexual, porque ha suprimido el orden económico capitalista al hacer realmente la revolución socialista. Nosotros no sere­ mos comprendidos por jóvenes que carecen de orien­ tación o que están mal educados políticamente, si no podemos explicarles con mucha claridad la natu­ raleza de la revolución socialista. La profunda edu­ cación política de la juventud revolucionaria es, desde este punto de vista, la primera condición. Pero esto no lo hacemos completamente en el contexto de la situación política actual. Si queremos orga­ nizar la lucha sexual de la juventud, si queremos

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aclararle a las masas cuanto existe por debajo de su miseria sexual y ganarlas para nosotros, debemos pedir en primer lugar a las organizaciones que es­ tablezcan cursos de formación política, a los que nosotros mismos debemos contribuir. Si no, queda­ remos desarmados ante un joven nacionalsocialista que está bien impregnado de la teoría de la dife­ rencia entre el capital-rapiña y el capital-productivo, así como de la falaz ideología del “honor del hombre alemán” . En efecto, debemos poder demos­ trar a este joven que no hay ninguna diferencia entre el capital judío y el capital no judío, que Thyssen explota lo mismo que Rothschild y que los ju­ díos están igualmente divididos en clases. Igualmen­ te debemos poderle demostrar que el capital, con la ayuda de la ideología de la castidad, hace de él un partidario de lo que cree combatir. El fundamento de toda la vida social, en conse­ cuencia, de la vida sexual, es la economía, la pro­ ducción de los bienes necesarios para vivir. La for­ ma de la vida social y sexual está determinada por el modo de producción y de distribución de los bie­ nes. En los orígenes de la sociedad humana, cuando los medios de producción estaban insuficientemente desarrollados, el trabajo se hacía en común y los productos se distribuían según el rendimiento del trabajo de cada uno (comunismo primitivo). Con la formación de útiles, apareció la división del tra­ bajo; entonces comenzó el cambio de productos y con él la economía mercantil. Cuanto más se des­ arrolló el progreso técnico de los útiles, más se di­ versificó el proceso del trabajo. Surgieron las ramas de los más variados oficios. Pero cuando fueron inventadas las grandes máquinas, ya existían, de un lado, grupos que poseían suficientes medios para procurarse máquinas, mientras que, de otro lado, los artesanos se arruinaban porque sus productos eran mucho más caros que los fabricados por las máqui-

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REVOLUCION SOCIAL Y LIBERACION SEXUAL

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ñas. Los propietarios de las máquinas estuvieron entonces en condiciones de hacer trabajar en las máquinas, como obreros, a los artesanos arruinados. Es así como la sociedad se dividió en una clase, los capitalistas, propietarios de los medios de produc­ ción, y otra clase, los obreros asalariados, los pro­ letarios, que no poseían otra cosa que su fuerza de trabajo. Entonces comenzó el capitalismo, estadio superior de la economía mercantil. Además, los se­ ñores de la nobleza feudal se apropiaron la tierra de los campesinos, y éstos, reducidos a la miseria, emigraron en masa a las ciudades donde las nuevas industrias florecían: se convirtieron en obreros de las fábricas, en proletarios. En sus comienzos, el capitalismo explotó sin vergüenza alguna. Una jor­ nada de trabajo de dieciséis a dieciocho horas, la falta de seguridad social, el trabajo de los niños, el hambre y la miseria caracterizaron al capitalismo en su nacimiento. Entonces comenzó la organización del proletariado, que arrancó, a través de levanta­ mientos y revoluciones (revolución de 1848 en Ale­ mania y Austria, Comuna de París en 1871, levan­ tamiento ruso del año 1905, etc.), protección en el trabajo, aumento de los salarios y disminución de la jornada de trabajo. La revolución de 1918 conquistó la jornada de ocho horas que, sin embargo, se ha perdido en gran parte después. La burguesía no ha hecho jamás nada por el proletariado; los obreros y los empleados han tenido siempre que luchar para mejorar su situación. En el capitalismo, el progreso técnico, que ahorra fuerza de trabajo humana, no beneficia nunca a la masa de los obreros. Por el contrario, el perfeccio­ namiento de las máquinas aumenta el paro obrero. Los salarios no han sido elevados; por el contrario, disminuyen considerablemente en relación con la productividad del trabajo. La jornada de trabajo no ha sido reducida. (Cuando entre nosotros se ha­

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LA LUCHA SEXUAL DE LOS JOVENES

bla de introducir la jornada de cinco horas, ello no significa nada, porque no se produciría un reajuste de los salarios y los obreros ganarían menos que antes.) Esto es la racionalización capitalista del tra­ bajo. El capitalismo oscila entre crisis y crisis, que cada vez son más agudas. La actual crisis de la economía capitalista es una crisis mundial sin salida. Por un lado, la productividad del trabajo crece constante­ mente; por otro, los trabajadores están privados del goce de los bienes porque son obreros asalariados, y no reciben sino lo justo para no morir de hambre. Lo que ellos producen pertenece, según la ley del capital, a los propietarios de los medios de produc­ ción, los capitalistas. Como resultado de la raciona­ lización capitalista y del hecho de que casi todos los países subdesarrollados construyen sus propias in­ dustrias, el capitalismo pierde constantemente mer­ cados. Se presenta entonces una sobreproducción de mercancías; pero las masas no pueden comprar nada porque están en paro o porque sus salarios dismi­ nuyen constantemente. Un solo ejemplo de la anar­ quía económica capitalista: en Argentina son lan­ zados al mar vagones enteros de cereales porque, de otro modo, los precios de los cereales descenderían; en China, por el contrario, millones de personas mueren de hambre. La revolución rusa de 1917, bajo la dirección del Partido Comunista, ha puesto fin a este estado de cosas en el territorio de la Unión Soviética. Los propietarios de las fábricas y los grandes terrate­ nientes han sido expropiados; las fábricas pertene­ cen hoy a los obreros, y las tierras, a los campesinos. Ha sido suprimida la explotación. Un consejo eco­ nómico central orienta la economía y la producción según las necesidades sin cesar crecientes de las masas. El perfeccionamiento de las máquinas y la edifica­

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REVOLUCION SOCIAL Y LIBERACION SEXUAL

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ción socialista del país han aportado a los obreros, en el curso de los últimos catorce años, una jornada de trabajo de cuatro días y un día de descanso con crecientes salarios, un aumento considerable de la asistencia social y la desaparición del paro obrero. La Rusia soviética es el único país que no conoce cri­ sis económicas porque ha destruido al capitalismo. Por el contrario, las fuerzas de trabajo y las mercan­ cías son insuficientes (a pesar del ritmo considerable del incremento de la producción), porque las exigen­ cias de 160 millones de obreros y de campesinos, que están ampliamente retribuidos, crecen rápidamente.*

Habrá, sin duda, muchos jóvenes que nos dirán: Sí, estamos verdaderamente por la liberación sexual, pero no estamos por el socialismo. Entonces es ne­ cesario demostrar a estos jóvenes muy claramente que lo que quieren es un milagro, y que no existe otro camino para la liberación sexual de la juventud que el de la revolución.

* Hemos creído conveniente suprimir los siguientes tres párrafos de este capítulo para ahorrar al lector lo que estimamos sería enojosa pérdida de tiempo. En efec­ to, se trata de cifras que no constituyen un estudio sis­ temáticos de carácter económico, que en caso afirmativo sería interesante, sino más bien cifras aisladas útiles en la época en que fue escrito el trabajo, pero extraordi­ nariamente envejecidas hoy y sin mayor relación con las ideas centrales del libro para el lector actual. (N. del Ed.)

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7 . L A P O L IT IZ A C IO N D E L P R O B L E M A S E X U A L D E LO S JO VEN ES

¿Por qué no hay otro camino que la revolución?, se preguntan muchos jóvenes cristianos, liberales o apolíticos. A ello sólo hay una respuesta: ¿renun­ ciarán los capitalistas a la propiedad de las máqui­ nas, de las fábricas, de los inmuebles y de la tierra? ¿Cederán los medios de producción y la tierra a los que crean con su trabajo la riqueza de la sociedad? No, no lo harán; por el contrario, serán tanto más feroces y brutales con la clase oprimida cuanto se sientan menos capaces de mantener su economía. Esto es lo que demuestra la realidad de 1931. Si la masa de los jóvenes no quiere hundirse totalmente, psíquica y moralmente, si quiere una economía que tenga en cuenta no solamente sus necesidades físi­ cas, sino también sus necesidades intelectuales y sexuales, debe tomar conciencia de que la lucha revolucionaria contra la clase dirigente es inevi­ table Nosotros mismos debemos comprender con toda claridad (y hacerlo comprender a la masa de indi­ ferentes, así como a los jóvenes que son aún polí­ ticamente reaccionarios) que una verdadera solu­ ción del problema sexual de los jóvenes no será posible hasta que la masa de éstos disponga de su­ ficientes alojamientos, vestidos y alimentos, y tenga ln posibilidad de asimilar el saber y 3a cultura de la sociedad humana, que no son accesibles hoy más i ITIZACION DEL PROBLEMA SEXUAL

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liilu", como se dice. No podemos demostrarlo, pero ln < MMir que el elemento esencial en esta búsqueda di >
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