La Leyenda Dorada DANIEL ROPS

August 25, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Daniel Rops

LA LEYENDA DORADA

 

DANIEL-ROPS

LAD OR LEYENDA ADA 

&  AYMÁ, S. A. EDITORA BARCELONA   

DKPÓ81TO LSQA.L В . Ш

,-

  о т lag débtdas lice cenc ncia iass

 



Titulo *rigiiul:

LEGENDE DORÉE de mes filleuU

Treducción del (nacés por ISABEL ESTEBAN

IioJtraciones originales de PABLO MACIÁ 

Primera edición: Diciembre de 1958

 

ÍNDICE

 

 I n t r o d u c c i ó n ..........................................................

I. Y J es esúú s le b e s ó .... ........ ........ ........ ........ ........ ........ ........ ........ ........ ...... 12 II. Un niño h u ye en la noch e . . . . 22 III.. Un dia de vera III verano no po porr la carretera de D a m a s c o ............................................................... ....................... 32 IV. Santa In Inés és era tan b on onita ita.... ........ ........ ........ ........ ........ .... 42 V. Blandina, la escla v a h eroica . . . 51 VI. D os e s c la v o s en Etiopía . . . . 60 VII.. G enov VII enoveva, eva, la pastora de N a n te terr rre. e. . 70 VIII VI II.. El grumete grum ete de lo loss mares de dell Norte . 80  IX. El príncipe m ártir esp añ ol. . . . 91 X. ¡ Cru Cruza zado do y lep lepro roso so ! ...... ......... ...... ...... .......... ...... .......... ..... 101 XI. La ju juve vent ntud ud d el rey re y San Lu Luis is . . . 112 XII.. El bretó XII bretónn Ivo, patrón de los ab abog ogad ados. os. 122 XIII. La co com m unió un iónn de Ima Imalda lda . . . . 13 1322 XIV. XI V. É rase ra se una niña de L orena ore na.. . . . 142 XV.. Luis de G o n z a g a ........................................................................ 153 XV XVI.. La patrona de la Am XVI América érica espa españo ñola la . 163 XVII. XVII XV XVII III. I.. XIX.. XIX XX.. XX XXI. XXIII. XX  

Laquélla gr gran anate ate.......... .................... ................ A qucaja élla de a quien ha habló bló la.................... Señora . ......1 .173 L os pa pajes jes m ártires de Ug Ugand anda. a. . . Dejad que lo loss niños niño s se acerquen a m í . O Ottilia, la p rin cesa ciega . . . . La vio violeta leta de P i b r a c .........................................................22 .2222

183  194 204 213

INTRODUCCIÓN

 

era en realidad lo que se designaba en   la Edad Media por medio de esas hermosas pala bras «La Leyenda Dorada»? Un enorme y grueso   volumen en el que un sabio prelado había reunido todo   ¿

S a b é i s

  qué

lo que pudo» hallar de interesante, de curioso, divertido  algunas veces e instructivo siempre, sobre los santos y   los mártires de la Iglesia. Tanto en los castillos y en   los monasterios como en las casas de los burgueses en   todos sitios se leía «La Leyenda Dorada», sin cansar  nunca. nun ca. ¡Qué ¡Qué hermos hermosoo era escuchar escuchar el e l relato de los lo s mila gros hechos por el Todopoderoso para ayudar a los   santos obra s! ¡Cómo ¡Csu ómo entusiasmaba el e l conocer las  proezasendesuslosobras! santos, intrepidez ante los peores su plicios! ¡Q ¡Qué ué divertido dive rtido resultaba resultaba compr comprobar obar las m il  vueltas que el demonio da a los hombres y saber que,  el Buen Dios alcanza siempre la victoria y que Satán   se ve finalmente ridiculizado y vencido! Estas narraciones, narraciones, ¿de dónde proceden? proceden? Pues, Pu es, en rea lidad, un poco de todas partes desde lo más lejano de   los siglos. Imaginaos a los fieles de los primeros años del 

Cristianismo; ¿de qué Cristianismo; qué hablaban hablaban ellos ello s sino de lo que les le s  apasionaba más, de Jesús y su Madre María, de sus  Apóstoles? Sobre ellos quieren saberlo todo, aprenderlo  todo, y, como existen muchos puntos sobre los que los 9  

Evangelios no dicen nada, recurren a los recuerdos de   los testimonios, o a los ancianos que vivieron los acontecí-   miento mie ntoss o los oyeron oyeron contar: así se transm tran smitiero itieronn de d e  boca en boca narraciones maravillosas. O bien pensad  en los cristianos de la época de las persecuciones, cuando  hacía falta mucho valor para proclamarse bautizado;  cada vez que los emperadores romanos trataban de des truir la religión cristiana, se vieron hombres, mujeres  y niños que se dejaron torturar, quemar vivos, arrojar  a las fieras, fieras, antes que traicionar a Cristo. Cristo. ¿Es, pues, pues, ex traño las hazañasendegeneración? esos héroes hayan sido conser vadas que de generación Claro está que yo no os garantizo que todo sea abso lutame lut amente nte cierto cierto en estas estas preciosas narr na rrac acion iones; es; no son  lo que se dice «palabra del Evangelio». Las piadosas gen tes que las iban contando pudieron añadir ciertos deta lles, creer demasiado fácilmente en pretendidos milagros  yLaenhistoria hechos yextraordinarios no fueron la leyenda se que mezclan, pues,comprobados. con frecuen   cia, sin que se puedan discernir fácilmente una de la  otra. Pero siempre hallaréis altísimas lecciones cristia nas, de fe, de esperanza y de caridad, un amor a Dios y   a Cristo admirable, el ejemplo de las más excelsas virtu des. Por otra parte, es exactamente lo que pretende el 

títul título: o: leyenda leyenda dora dorada da,, leyenda leyend a resplandecien resplandeciente, te, lum lu m i nosa, llena de figuras que nos alumbran, tan radiantes,   con la Gloria del Paraíso. Esta magnífica galería cristiana no se acabó en la   Edad Media. Desde entonces ha habido un gran nú mero de santos, de héroes cristianos, incluso de mártires,  que vinieron a prolongar la lista. Existió ayer y existe,   ciertamente, hoy. La Leyenda Dorada continúa hasta 10  

nuestros días, y se pueden relatar vidas de santos muer tos hace poco, tan admirables como las de los primeros  cristianos. Los hallaréis en las páginas que siguen, y   no serán los menos apasionantes. He aquí, por tanto, una selección, hecha para voso tros, de una veintena de los más bellos episodios de esa   Leyenda dorada y eterna. ¿Que por qué hemos escogido  unos en lugar de otros? Abrid el libro y lo comprende réis en seguida. Entre tantas figuras de santos y santas,  se hallan «El muchos adolescentes, incluso niños   pequeños. valorjóvenes, no espera cierto número de años», ha dicho un poeta que conocéis bien. Para ser santo, es  decir, para vivir en el amor de Dios, en la obediencia   absoluta de sus mandamientos, para manifestar las más  altas virtudes cristianas e incluso para ofrecer la vida en   sacrificio, no es necesario ser una persona mayor; es   más más, , como comolosrevela revque ela dieron el e l casoadeveces la pequeña Bland Blaandina ina: : fueron   los niños el ejemplo los mayores. Es por tanto una galería de jóvenes y admirables figuras 

lo que os present presentaa este libro: libro: santos muertos en su in fancia, muchachos y jovencitas que manifestaron desde  su infancia excepcionales virtudes, otros más, que par ticiparon en los grandes episodios de la historia cristia na; ésos son los modelos mod elos que aquí hallaréis ha llaréis evocados. evocados. Sin duda duda os acordáis acordáis de ese pasaje del Evangelio Evang elio en el   que Jesús exclama: exclam a: «¡Dejad que los niños se acerquen acerquen  a Mí!» Ved aquí, pues, a niños que respondieron a  su llamada, que fueron hacia Él, que supieron hallarle y   que vivieron felices en su amor.  

*C a p ít u l o   P r im e r o

Y JESÚS LE BESÓ...

O

en Tiberíades, la encantadora ciudad cuyos  palacios, casas, palmeras, se miraban en el agua  purísima del más hermoso de los lagos. Entre las  pandillas de niños que se veían cada día jugando por la   ribera, como han hecho siempre los niños de todos los  países en todo tiempo, a lanzar frágiles esquifes sobre  las rizadas aguas, levantando castillos de arena, uno de  ellos, desde hacía unos meses, se hacía notar por su aire  currió

extraño, grave y meditativo, sorprendente en un niño  de seis años. Se llamaba Marcial, que era un nombre latino, a pesar  de ser sus padres de notable raza judía, de la célebre tri bu de Benjamín. Pero, habiendo su padre servido en las   tropas auxiliares en Roma, había decidido que al nacer  su hijo le impondría el nombre de uno de sus compañe ros de fatigas. Marcial fue criado como todos los niños de   su tiempo, es decir, muy libremente. Muchas veces, a  pesar de su corta edad, partía hacia el campo con la 12  

única compañía de su cabrita doméstica, que le seguía  siempre, yéndose con ella a cualquier bello prado de lo»  de más hrriba del lago, pasando largas horas recogiendo   flores, contemplando el vuelo chirriante de una bandada  de pájaros al cruzar el cielo azul o quizá todavía, can tando para sí bellas canciones que no repetía a nadie,  porque nadie podría comprenderle... Pues bien, cierto día que había ido en busca de  anémonas (de aquellas magníficas anémonas rojo obs curo con el corazón violeta como las que se escondían   en los huecos de las rocas que él conocía bien), Marcial  encontró a alguien. Acababa de remontar un montículo,  andando a gatas, con su cabrita blanca, triscando más  ligera que él, a su lado, cuando a diez pasos delante de   sí vio a un hombre solo, extático, que tenía los brazos  alzados, como en oración, y la cara vuelta hacia el   cielo. Poratentamente un instante alel desconocido. niño permaneció inmóvil exa minando

Lueg o el hombre bajó Luego bajó la cab ca b eza ez a ; sus brazos brazos cayeron  suavemente, y en este instante, posando la vista sobre  él, le miró fijamente fijam ente en silencio. ¡Qué ¡Qué mirad mirada! a! Nunca Nunca  el niño habló a nadie de este encuentro, ni siquiera a su  padre o a su madre. Nunca contó lo que había sucedido   cuando el desconocido le hizo unarepitió seña para que se apro ximara y él se le acercó. Jamás las palabras que   había oído. Pero desde el día de este encuentro Marcial tenía   siempre el semblante misteriosamente grave, como si  llevara en su joven corazón un inmenso secreto, una  imagen en la que no dejaba de pensar. La primavera había llegado, la maravillosa primavera 13  

a l e s t i n aL , llena de Ppájaros. aireflor ligero, de solsunuevo, de cantos de exhalaba perfume, y se a viñadeen oú r e s o n a r entre los sicomoros el arrullo de las tórtolas

y las palomas* Entre la pandilla de niños que jugaban a orillas del lago, chapoteando felices, descalzos en el agua, los ma yores hablaban de una historia que habían oído referir a  qig padr padres es,, que les excita excitaba ba much mucho. o. ¿N ¿Noo decían decían,, pues,  que había aparecido un profeta? Sí, un profeta, uno de  esos hombres extraños, extraordinarios, que Dios había  enviado tantas veces a su pueblo (tal como aprendían en  la escuela de la sinagoga), para advertirle, consolarle o  aconsejarle. Habían, sin embargo, transcurrido muchos 

años, cientos cientos de años años,, sin que qu e se hablase ha blase de ellos. ello s. ¿L ¿Lle le vabba vestidos hechos va hechos con piele pi eless de animales? animales? ¿Le había había  el Señor purificado los labios con un carbón ardiente o,  como el gran Elias, paseaba por los cielos en un carro de   fuego? Porque estos niños, que aprendían a leer en la   Biblia, conocían a maravilla todos los episodios del Libro  Sagrado. En todo caso, había realizado milagros, eso era cierto.   Había curado a la madre de uno de los pescadores del   lago, Simón, el que la    gran conocido barca de por dieztodos, remos.el Ybuen en Cafamaún, muytenía cerca de allá, contaban que un oficial romano había ido en su  busca para que sanara a un servidor suyo, y que él, de  lejos, sin ver al enfermo, le había curado con una sola   palabra. Asi, en estas almas jóvenes, la historia del nuevo   profeta despertaba una ardiente curiosidad... Por eso, una (las mañana pequeña Rebeca, que  siempre lo cuando sabía todo niñaslason aún más curiosas quee los chicos) qu chicos),, corrió corrió a la playa gritando: gritando: «¡Está «¡E stá allí, allí, 14  

y o lo sé! ¡Yo lo sé! está en el campo, campo, a llí arri arriba, ba, sen tado con sus amigos, en los asfodelos. Y habla...», ni un  solo niño tardó en comprender ni un segundo de qué se  trataba. A todo correr, como una bandada de alondras,  se lanzaron por el camino pedregoso que les iba mos trando Rebeca. Una gran multitud rodeaba al profeta, de tal manera  que los pequeños, al principio, ni siquiera le veían, 

Únicamente un gran ruedo de hombres y mujeres sen tados en el suelo. Pero en el profundo silencio oyeron  la voz del profeta que hablaba. Jirones de frases les  llegaban:: «Bienaventurados los pobres en la tierra por llegaban por que ellos poseerán el Reino de los Cielos... Bienaventura dos los que lloran, porque Dios les consolará...» ¡Aquella  voz! Marcia Marciall la había reconocido reconocido y le parecí parecíaa que su  corazón había cesado de latir. El desconocido, el desco nocido del rincón de las anémonas... Fue superior a sus fuerzas. Nada le detuvo. Deslizán dose, chiquito como era, entre la multitud sentada, lo   que no era fácil, fue derecho hacia éL Entre los que le   estorbaban, los irnos no le decían nada, tan abstraídos se   hallaban y los otros lo rechazaban de un mano tazo. De oyendo, todos modos él llegó hasta hallarse cerca del   profeta, y le vio. ¡Era él! De repente, arqueando sus   menudos bracitos, apartó a dos fornidos campesinos que  le tapaban la vista y quiso lanzarse hasta él, pero dos  de los que rodeaban al profeta le detuvieron, lo sujeta ron como al perrillo que se cuela en el salón. este instante preciso, los ojos de quela tan bien mara cono cía En se volvieron hacia él. El profeta mirada villosa le sonrió y con gesto firme hizo seña a sus ami gos para que soltaran al niño y dijo: 15  

«Dejad al pequeño que se acerque». Un segundo después, Marcial estaba a su lado, mejor   que cerca de él estaba recostado en Él, en sus rodillas. 

Los brazos del Profeta le envolvían y escuchaba junto  g gu oído la voz profunda, en tanto iba diciendo frases   que, aunque no las entendía, confortaban su corazón. «Dejad que los niños vengan a mí, ya que de ellos es   el Reino de los Cielos. Yo os digo, en verdad, que si no   os hacéis semejantes a los niños, inocentes como ellos,   no entraréis en el Paraíso. Aquél que acoja con amor a  un niño como éste que veis es como si me acogiera a mí   mismo, y a Dios, que me ha enviado...»

Esos minutos extraordinarios durante los cuales ha bía sido abrazado por el gran Profeta, durante los cuales   había permanecido sobre sus rodillas, Marcial no debía   olvidarlos en su vida. De vuelta a casa, en donde encon tró una buena decena de comadres que le habían acom pañado para contar a sus padres la historia, no encontró  punto de reposo en los días siguientes, hasta que vio de  nuevo al Profeta. Cada vez que oía decir que se hallaba  en tal o cual sitio corría para verle. Las gentes que se- ·  guían al Maestro se habían acostumbrado a ver entre  ellos a este pequeño de seis años, grave como una per sona mayor, que escuchaba apasionadamente interesado  el largo de; los discursos. Y yla emadre de Marcial sea   puso usmás o a seguirle le acompa aco mpañab ñaba, a, llllaa tam también, bién, sentad sentada en la hierba, le escuchaba. Fue así como Marcial se halló al borde del agua el día  en que Jesús (ahora ya sabía su nombre), para escapar 16

 

a la muchedumbre demasiado numerosa que le rodeaba,  saltó a la barca de Simón, la hizo avanzar hasta un  pequeño saliente del río y desde allí se puso a enseñar.  Estuvo también la noche en que, por haber habido una  gran tempestad, todo el pueblo se había congregado en  la orilla para esperar la llegada de los pescadores que  aún estaban fuera, y vio llegar a los amigos del Profeta,  pálidos, emocionados, contando una sorprendente his toria tor ia : «Cua «Cuand ndoo la barca barca estaba haciendo aguas y amena zaba con hundirse, Jesús se había levantado, había pro nunciado algunas palabras dirigiéndose a la tempestad,  y ésta se calmó, tornándose las furiosas olas en mansas  aguas». Y Marci Marcial al estaba también e l día en que... qu e... Pero ésta és ta es  una historia todavía más hermosa. Cuando corrió la  noticia de que el Profeta iba a pronunciar un largo dis curso, sobre la montaña, al otro lado del lago, millares  y millares de personas se habían precipitado para oirle.   Hizo) falta que los del Profeta un aquí  ver   dadero servicio de orde oamigos rden, n, diciendo a uno unrealizaran o s: «Sentaos vosotros» o bien «vosotros sentaos allá». Después Jesús  habló. Marcial no comprendió todo bien. Pero le era  igual. Lo único importante era oir la voz del Maestro  para sentirse alegre. En cierto momento, como pasaran  las horas, horas, uno de sus discípulo discíp uloss le dijo: dijo: «Sería necesario necesario  alimentar a estas gentes, que mañana». han venido de lejos, y  no han comido nada desdeyaesta Después otro

pregu ntó: «¿Nadie preguntó: «¿Nadie ha traído que comer? comer?»» Pero no hubo  respuesta. Sí, él, Marcial, tenía justamente en la bolsa de   tela en la que metía su comida para la escuela unos  trozos de pan y algunos pequeños pescaditos fritos. Se   los llevó al discípulo. Y bruscamente, ¿qué ocurría en la 17  

muchedumbre? ¿Por qué se extrañaban tanto? A él esto   no le parecía sorprendente. ¿No sabía él que Jesús, el   granincreíble Profeta,enlo elsabía todo, ¿Qué había   de hecho de lo quepodía estostodo? pobres costrones de pan y estos míseros peces fritos se convirtieran en   cientos y cientos de panes, en cientos y cientos de peces  con los que alimentar a toda la multitud? A él, a Mar cial, eso no le extrañaba en absoluto.

Un año habí habíaa pasado pas ado;; después despué s se supo en la lass villa v illass y   pueblos de la orilla del lago que el profeta había par tido. Se decía que había dejado Galilea, la dulce, la   riente Galilea, tan fresca y verde, para ir a enseñar a  los hombres de la Judea, a lo lejos, hacia el mediodía.   Una profunda tristeza inundó el corazón del niño por  no ver más a su amigo, por no oir de nuevo su cálida voz. Pero he aquí que, al volver la primavera, sus padres  le anunciaron que pensaban marchar a Jerusalén para  celebrar la gran fiesta de la Pascua. Ensillaron el asno  con la silla más bonita y cargaron dos alforjas llenas de  

provisiones, entre las que se sentaron Marcial y su ma dre, en tanto que el padre iba caminando a su lado. For   maban un grupo, camino suselamigos, marchaban cantando bellasadelante, cancionescon sobre Dios Toy dopoderoso, el pueblo con el cual tenía su Alianza y   Jerusalén , la ciudad santa entre todas. Llegaron a la Puerta dorada la mañana del domingo   que precede a la Pascua y comenzaron por ir a dar  unas vueltas por las calles, en busca de albergue, lo cual 

no era nada fácil con tal afluencia de forasteros. Cuando

18

 

iban a desembocar en una pequeña plaza, un gran estré pito de voces les hizo correr. «Es profeta del de  Galilea.» Marcial no escuchó nadaJesús, más. elSaltando asno, se lanzó en medio de la multitud, abriéndose paso  con los brazos y los codos, escurriéndose. Llegó así a   situarse en primera fila. ¡Era ¡Era Jesús, desde luego luego!! Iba Iba  sentado también sobre un asno, como cualquier campe sino. sin o. Pero, ¡qué aire tan majestuoso ma jestuoso e l suyo! suyo ! ¡Parecía ¡Parecía  un principe, un rey! Y al paso de su cabalgadura cabalgadura las gentes gen tes echaban ra mos verdes, hojas de palma, incluso sus túnicas y capas.  Entonces, con todas las fuerzas de su tierna voz, Marcial  gritó: «¡Vivaa e l hijo de David! «¡Viv Dav id! ¡Viva e l Mesías! Mesías! ¡Hosan ¡Hosan na ! ¡Gloria Gloria a D Dio ioss!» La mirada del Buen Maestro se posó sobre él, y el   niño comprendió que le había reconocido. Pero no pudo 

acercarsee más; acercars m ás; ciertos hombres barb barbudo udos, s, que llllevab evaban an  largas trenzas que les caían sobre sus túnicas obscuras,  se precipitaron sobre Jesús con aire colérico... No im porta: port a: Él había había encontrado encontrado a su amigo; am igo; ya era feliz. Toda la semana le estuvo buscando, y le hallaba a  menudo. Una noche, hallándose en un extremo apartado,  ocupado con comodossiempre enque buscar a su como gran amigo, se    encontró hombres reconoció discípulos de Jesús. Marcial no era tímido, así es que les paró di ciendo: «Yo «Yo os conozco bien, sois los amigos am igos del de l Profe Pro fe ta, ¿no es cierto? Yo también soy un amigo y quiero  seguirle...» Uno de los hombres lo examinó atentamente. —¿No es éste el niño que Jesús besó? — ¡Sí —gritó Marcial— Marcial—,, soy soy yo, soy yo! ¿Dónde  está? ¡Quiero verle! 19  

—Bien, pues ven con ayudó nosotros y le verás de ynuevo. De este modo ei niño a Simón-Pedro a Juan  a preparar la sala donde Jesús había de celebrar la  Pascua. Y así fue como obtuvo el favor de hallarse entre   los servidores que sirvieron la mesa durante el banque te. Desde el rincón de la sala desde donde todo lo ob servaba, vio al Maestro elevar el pan al cielo, después   una copa deYvino, y oyó pronunciar extrañas y hermosas palabras... cuando Jesús pidió «que me traigan agua  y un paño», fue él, más rápido que los otros, el que, pre cipitándose, le acercó lo que pedía. Le vio entonces  agacharse, casi arrodillarse, uno a uno delante de todos 

sus amigos, y con sus propias manos lavarles los pies   según la tradición que Marcial conocía tan bien, del  mismo modo que había visto hacer a su padre ante un   huésped de calidad, pero que le parecía un poco ex traño, realizado por un gran profeta, por aquél que él   había oído decir que era el Hijo de Dios.

¿Queréis saber qué fue de este niño privilegiado, en  el que el ariior de Cristo había sido tan fuerte desde su   más tierna infancia? Los buenos poetas de nuestra Edad  Media gustaron de contar que, después de la muerte de  Cristo y de su gloriosa Resurrección, Marcial había pe dido al sabio Simón-Pedro, convertido en jefe de los  discípulos, que le diera el bautismo, que había seguido   al gran Apóstol en todas sus excursiones evangélicas  durante por «Existe, lo menosmuy y quelejo después, un día, Pedr Pe droo le doce habí habíaaaños dicho: lejos s de aquí, un un   país que se llama Galia, donde no han oído todavía 20  

hablar de Jesús. ¡Tú iirás rás a ese país! ¡Tú irás a enseña enseñarr  a los hombres que viven allí la Buena Nueva! Te daré  dos compañeros par paraa que te asis as ista tann ; pero además yo pe diré al Todopoderoso que te haga ayudar por doce án geles». Y Marcial partió, desembarcó en la Galia y llegó   a una gran ciudad, que más tarde ha sido llamada Limo ges, y de la cual es todavía el santo patrón, porque fue

él quien enseñó allí el evangelio. ¿Quién sabe? ¿Quizá  lo que contaron los buenos poetas puede ser verdad?

 

C a p ít u l o  

II

UN NIÑO HUYE EN LA NOCHE ruido, turbando la paz de la noche, le despertó  con un sobresalto. No era el fragor familiar del  Cedrón, cuyas sucias aguas en esta estación prima veral bullían sobre el pedregal, a un tiro de flecha de  la casa. No era tampoco el grito reglamentario de los  n

U

centinelas romanos, que por arriba, en las murallas de  Jerusalén, de de cuarto en dia. cuarto de hora, se transmitían el    santo san to y seña la guar guardia. ¿Qué ocurría ocurría entonces? entonces? En ese rincón de las afueras alejado de la ciudad, había  siempre tanta tranquilidad... El niño saltó de su lecho   —una simple estera echada sobre un jergón de paja— y   corrió a la ventana. Se llamaba Marcos y tenía quince años apenas. Desde  la muerte su madreunMaría le ohabía educado sola; parade po pode derrpadre, vivir, vivir, su ejercía pequeño pequeñ ne nego gocio cio;; en  la propiedad que ella poseía a corta distancia de la ciu dad, plantada toda de olivares, había instalado un mo lino de aceite en el que las gentes de la vecindad lleva22  

ban a moler sus sus co cosec secha has; s; esto les le s asegurab asegurabaa unos mo   destos ingresos. Por eso la finca era conocida por todos bajo el nombre de Getsemaní, lo que quiere decir   «molino de aceite». Pero a esa hora de la noche no podía   tratarse de un cliente. Marcos se asomó, escrutando la clara noche. La luna  llena navegaba pausadamente por un cielo nacarado, y su  claridad iluminaba las poderosas fortificaciones en lo 

alto las que seprocedía entreveíadel el Templo, El   ruidodesospechoso caminito majestuoso. que descendía hasta el vado del torrente, un ruido de voces, de entre chocar de armas, de pesados borceguíes resonando sobre  el pedregal. Escrutando las sombras, Marcos vio luces  de antorchas. Su corazón latió con fuerza. Súbitamente había comprendido. Esta tropa que des

cendía aprisa por la pendiente... comprendió qué triste   misión iba ^  cumplir. Se acordó de su gran amigo y de  sus compañeros, que dormirían confiadamente al pie de   los olivos del jardín, tal como habían pedido permiso  a su madre. madre. ¡Preve ¡Prevenirles nirles!! En su apresuramiento, apresuramiento, ni  siquiera se vistió. Recogió el lienzo caído en el suelo y,  envolviéndose tal como hacían los romanos con su toga,  saltó al jardín. ¡Demasiado tarde! tarde! En e l momen momento to en que alcanzaba  a los tres galileos, los soldados y los policías habían ya   rodeado el rincón del olivar en donde ellos se hallaban.   Marcos se escondió detrás del tronco de un árbol y apa sionadamente, con un nudo en la garganta, observó. Ha bía oído decir, desde hacía algún tiempo, que los jefes de  los sacerdotes querían hacer detener al maravilloso pro feta fe ta... ... ¿Por qué? qué ? Élhabía se había ndignado, pero permalo, o no podía comprender. ¿Qué hecho,iindignado, pues? pues? Nada siemsiem -  23  

pie generoso y caritativo. Él, Marcos, que desde hacía   seis meses le seguía por los caminos de la Judea, y le   había abía escuchado escuchado tan a menudo, podía jurar jurarlo: lo: no, Jesú Jesúss  ¡no había había hecho nada rep repre rens nsib ible le!! Había curado curado a los lo s  enfermos, vuelto la vista a los ciegos, multiplicado las   lilimo mosn snas as,, consolad consoladoo a los que sufrían. Y esto, ¿se lo  reprochaban como crímenes? Su corazón de niño estaba   indignado. Él esos hubiera querido poder lanzarse, en   mano, contra brutos, alcanzarles, dispersarespada su tropa abyecta.

Desde su escondite, a la luz rojiza de las antorchas,  seguía la escena. Oyó la voz de su gran amigo resonar,   extrañamente, calma, en la noche. «¿A quién buscáis?»  «¡A Jesús de Nazaret!», respondió violentamente uno   desoy los yo policías Templo. soy. Detenedme a mí,  si el que del queréis, pero«Yo dejad partir a mis compa ñeros.» En este instante un resplandor le iluminó, y   Marcos se quedó estupefacto al ver la extraña máscara  que parecía recubrir su rostro, una máscara de sufri miento mien to y angu angustia: stia: se hubiera podido decir decir que la sang sangre re  perlaba sobre su piel. De repente, un violento Uno de los   compañeros de estalló Jesús había sacadotumulto. una espada y con ella había dado a uno de los guardias, que empezó a chi llar llevándose la mano a la oreja. Entonces, de nuevo,  la voz voz tan bella y tranquila tranquila habló: «Enfunda tu espada espada,,  Pedro, porque es necesario que todo lo que está escrito   llegue. ¿Crees tú que yo no podría invocar a mi Padre  celestial, que me enviaría inmediatamente más de doce   legiones de ángeles? Pero, ¿no está anunciado en la   Sagrada Escritura que yo debo morir para la salvación   de los hombres?» Y, tocando con su mano al soldado 24

 

a la muchedumbre demasiado numerosa que le rodeaba,  saltó a la barca de Simón, la hizo avanzar hasta un  pequeño saliente del río y desde allí se puso a enseñar. 

Estuvo también la noche en que, por haber habido una  gran tempestad, todo el pueblo se había congregado en  la orilla para esperar la llegada de los pescadores que  aún estaban fuera, y vio llegar a los amigos del Profeta,   pálidos, emocionados, contando una sorprendente his toria tor ia : «C «Cua uand ndoo la bar barca ca estaba haciendo aguas y amena zaba con hundirse, Jesús se había levantado, había pro nunciado algunas palabras dirigiéndose a la tempestad,  y ésta se calmó, tornándose las furiosas olas en mansas  aguas». Y Mar Marci cial al estaba también e l día en qu que... e... Pero és ésta ta es  una historia todavía más hermosa. Cuando corrió la  noticia de que el Profeta iba a pronunciar un largo dis curso, sobre la montaña, al otro lado del lago, millares  y millares de personas se habían precipitado para oirle.   Hizo) falta que los amigos del Profeta realizaran un ver dadero servicio de orde orden, n, diciendo a u n o s: «Sentaos aquí   vosotros» o bien «vosotros sentaos allá». Después Jesús  habló. Marcial no comprendió todo bien. Pero le era  igual. Lo único importante era oir la voz del Maestro   para sentirse alegre. En cierto momento, como pasaran  las hora horas, s, uuno no de sus discípulos le dijo: d ijo: «Serí «Seríaa nece necesario sario  alimentar a estas gentes, ya que han venido de lejos, y  no han comido nada desde esta mañana». Después otro   preg preguntó: untó: Sí, «¿Na «¿Nadie ha traído com comer? er?»» en Pero no hubo respuesta. él, die Marcial, teníaque justamente la bolsa de    tela en la que metía su comida para la escuela unos  trozos de pan y algunos pequeños pescaditos fritos. Se  los llevó al discípulo. Y bruscamente, ¿qué ocurría en la 17  

muchedumbre? ¿Por qué se extrañaban tanto? A él esto  no le parecía sorprendente. ¿No sabía él que Jesús, el   gran Profeta, lo sabía todo, lo podía todo? ¿Qué había  de increíble en el hecho de que estos pobres costrones  de pan yy cientos estos míseros peces fritos se convirtieran en  cientos de panes, en cientos y cientos de peces con los que alimentar a toda la multitud? A él, a Mar cial, eso no le extrañaba en absoluto.

Un año habí habíaa pas pasado ado;; después se supo en la lass vvilla illass y   pueblos de la orilla del lago que el profeta había par tido. Se decía que había dejado Galilea, la dulce, la   riente Galilea, tan fresca y verde, para ir a enseñar a   los hombres de la Judea, a lo lejos, hacia el mediodía.   Una profunda tristeza inundó el corazón del niño por  no ver más a su amigo, por no oir de nuevo su cálida voz. Pero he aquí que, al volver la primavera, sus padres   le anunciaron que pensaban marchar a Jerusalén para  celebrar la gran fiesta de la Pascua. Ensillaron el asno   con la silla más bonita y cargaron dos alforjas llenas de   provisiones, entre las que se sentaron Marcial y su ma dre, en tanto que el padre iba caminando a su lado. For maban un grupo, camino adelante, con sus amigos, y   marchaban cantando bellas canciones sobre el Dios To   dopoderoso, el pueblo con el cual tenía su Alianza y Jerusalén , la ciudad santa entre todas. Llegaron a la Puerta dorada la mañana del domingo   que precede a la Pascua y comenzaron por ir a dar  unas vueltas por las calles, en busca de albergue, lo cual 

no era nada fácil con tal afluencia de forasteros. Cuando 18  

iban a desembocar en una pequeña plaza, un gran estré pito de voces les hizo correr. «Es Jesús, el profeta de  Galilea.» Marcial no escuchó nada más. Saltando del  asno, se lanzó en medio de la multitud, abriéndose paso  con los brazos y los codos, escurriéndose. Llegó así a   situarse en primera fila fila.. ¡E ¡Era ra Jesús, desde luego luego!! Ib Ibaa  sentado también sobre un asno, como cualquier campe sino. sin o. Pero, ¡qué aire tan ma majestuoso jestuoso e l suyo! suyo ! ¡Parecí ¡Parecíaa  un principe, un rey! Y al paso de su cabal cabalgadura gadura las gen gentes tes echaban ra mos verdes, hojas de palma, incluso sus túnicas y capas.  Entonces, con todas las fuerzas de su tierna voz, Marcial  gritó: «¡Vivaa el hijo de Dav «¡Viv David! id! ¡Viva el Mesí Mesías! as! ¡Ho ¡Hosan san na ! ¡Glo Gloria ria a D Dio ioss!» La mirada del Buen Maestro se posó sobre él, y el   niño comprendió que le había reconocido. Pero no pudo  acercarse más; cierto ciertoss hombres bar barbudos budos,, que lleva llevaban ban   largas trenzas que les caían sobre sus túnicas obscuras,  se precipitaron sobre Jesús con aire colérico... No im porta: port a: Él hab había ía encontrado a su amigo; ya era feliz. Toda la semana le estuvo buscando, y le hallaba a  menudo. Una noche, hallándose en un extremo apartado,  ocupado como siempre en buscar a su gran amigo, se  encontró con dos hombres que reconoció como discípulos  de Jesús.«Y Marcial no erabien, tímido, que lesd elparó di ciendo: «Yo o os conozco soisasí losesamigos Profe

ciendo: Yo os conozco bien, sois los amigos d el Profe ta, ¿no es cierto? Yo también soy un amigo y quiero   seguirle...» Uno de los hombres lo examinó atentamente. —¿No es éste el niño que Jesús besó? — ¡Sí —gritó Marcial— Marcial—,, so soyy yo, soy yo! ¿Dónde  está? ¡Quiero verle! 19  

—Bien, pues ven con nosotros y le verás de nuevo. De este modo ei niño ayudó a Simón-Pedro y a Juan   a preparar donde Jesús habíadedehallarse celebrar la  Pascua. Y asílafuesala como obtuvo el favor entre los servidores que sirvieron la mesa durante el banque te. Desde el rincón de la sala desde donde todo lo ob servaba, vio al Maestro elevar el pan al cielo, después   una copa de vino, y oyó pronunciar extrañas y hermosas   palabras... Y cuando Jesús pidió «que me traigan agua  y un paño», fue él, más rápido que los otros, el que, pre cipitándose, le acercó lo que pedía. Le vio entonces   agacharse, casi arrodillarse, uno a uno delante de todos  sus amigos, y con sus propias manos lavarles los pies   según la tradición que Marcial conocía tan bien, del  mismo modo que había visto hacer a su padre ante un   huésped de calidad, pero que le parecía un poco ex traño, realizado por un gran profeta, por aquél que él   había oído decir que era el Hijo de Dios.

¿Queréis saber qué fue de este niño privilegiado, en 

el que el ariior de Cristo había sido tan fuerte desde su   más tierna infancia? Los buenos poetas de nuestra Edad  Media de contar que, despuésMarcial de la muerte de   Cristo ygustaron de su gloriosa Resurrección, había pe dido al sabio Simón-Pedro, convertido en jefe de los  discípulos, que le diera el bautismo, que había seguido   al gran Apóstol en todas sus excursiones evangélicas   durante doce años por lo menos y que después, un día,  Pedr Pe droo le ha habí bíaa dicho: «Existe, muy lejos lej os de aquí, un  país que se llama Galia, donde no han oído todavía 20  

hablar de Jesús. ¡Tú iirás rás a ese país! ¡Tú irás a enseña enseñarr  a los hombres que viven allí la Buena Nueva! Te daré  dos compañeros compañeros para que te aasi sist staa n ; pero además yo pe diré al Todopoderoso que te haga ayudar por doce án geles». Y Marcial partió, desembarcó en la Galia y llegó   a una gran ciudad, que más tarde ha sido llamada Limo ges, y de la cual es todavía el santo patrón, porque fue  él quien enseñó allí el evangelio. ¿Quién sabe? ¿Quizá  lo que contaron los buenos poetas puede ser verdad?

 

C a p ít u l o  

II

UN NIÑO HUYE EN LA NOCHE ruido, turbando la paz de la noche, le despertó  con un sobresalto. No era el fragor familiar del   Cedrón, cuyas sucias aguas en esta estación prima veral bullían sobre el pedregal, a un tiro de flecha de   la casa. No era tampoco el grito reglamentario de los  centinelas romanos, que por arriba, en las murallas de  Jerusalén, de cuarto en cuarto de hora, se transmitían el  santo san to y seña de la gguard uardia. ia. ¿Qué ocu ocurría rría entonces? enton ces? En  ese rincón de las afueras alejado de la ciudad, había  siempre tanta tranquilidad... El niño saltó de su lecho   —una simple estera echada sobre un jergón de paja— y   corrió a la ventana. Se llamaba Marcos y tenía quince años apenas. Desde   la muerte de su padre, su madre María le había educado   n

U

sola; para pode poder r vivir, viv ir,poseía ejercíaa un pequeño ne nego goci en   la propiedad que ella corta distancia decio; lao; ciu dad, plantada toda de olivares, había instalado un mo lino de aceite en el que las gentes de la vecindad lleva22  

ban a moler sus cos cosec echa has; s; esto le less ase asegura guraba ba unos mo destos ingresos. Por eso la finca era conocida por todos   bajo el nombre de Getsemaní, lo que quiere decir     «molino de aceite». Pero a esa hora de la noche no podía tratarse de un cliente. Marcos se asomó, escrutando la clara noche. La luna  llena navegaba pausadamente por un cielo nacarado, y su  claridad iluminaba las poderosas fortificaciones en lo  alto de las que se entreveía el Templo, majestuoso. El  ruido sospechoso procedía del caminito que descendía 

hasta eldevado del de torrente, ruido de resonando voces, de entre chocar armas, pesadosunborceguíes sobre  el pedregal. Escrutando las sombras, Marcos vio luces  de antorchas. Su corazón latió con fuerza. Súbitamente había comprendido. Esta tropa que des cendía aprisa por la pendiente... comprendió qué triste  misión iba ^  cumplir. Se acordó de su gran amigo y de  sus compañeros, que dormirían confiadamente al pie de   los olivos del jardín, tal como habían pedido permiso  a su madre. madre. ¡Pr ¡Preve evenirles nirles!! En su apresuramient apresuramiento, o, ni  siquiera se vistió. Recogió el lienzo caído en el suelo y,  envolviéndose tal como hacían los romanos con su toga,  saltó al jardín. ¡Demasiado tarde! tarde! En e l mom momento ento en que alcanza alcanzaba ba 

a los tres galileos, los soldados y los policías habían ya   rodeado el rincón del olivar en donde ellos se hallaban.   Marcos se escondió detrás del tronco de un árbol y apa sionadamente, con un nudo en la garganta, observó. Ha bía oído decir, desde hacía algún tiempo, que los jefes de  los sacerdotes querían hacer detener al maravilloso pro feta fe ta... ... ¿Por qué qué?? Él se había indignado, indignado, pero pero no podía  comprender. ¿Qué había hecho, pues? Nada malo malo,, siem 23  

 pre  generoso

y caritativo. Él, Marcos, que desde hacía  seis meses le seguía por los caminos de la Judea, y le   habí ha bíaa escuchado escuchado tan a menudo, podía jur jurarl arlo: o: no, Jesú Jesúss  ¡no hab había ía hecho nada rrep epre rens nsib ible le!! Había cura curado do a lloos  enfermos, vuelto la vista a los ciegos, multiplicado las   limosn lim osnas, as, consolado a los que sufrían sufrían.. Y est esto, o, ¿s ¿see lloo  reprochaban como crímenes? Su corazón de niño estaba  indignado. Él hubiera querido poder lanzarse, espada en   mano, contra esos brutos, alcanzarles, dispersar su tropa  

abyecta. Desde su escondite, a la luz rojiza de las antorchas,  seguía la escena. Oyó la voz de su gran amigo resonar,   extrañamente, calma, en la noche. «¿A quién buscáis?»  «¡A Jesús de Nazaret!», respondió violentamente uno   de los policías del Templo. «Yo soy. Detenedme a mí,  si soy yo el que queréis, pero dejad partir a mis compa ñeros.» Enquedó este instante un alresplandor le iluminó, Marcos se estupefacto ver la extraña máscaray    que parecía recubrir su rostro, una máscara de sufri miento mien to y angu angustia: stia: ssee hubiera podido dec decir ir que la sang sangre re 

perlaba sobre su piel. De repente, estalló un violento tumulto. Uno de los   compañeros de Jesús había sacado una espada y con  ella había dado a uno de los guardias, que empezó a chi llar llevándose la mano a la oreja. Entonces, de nuevo,  la voz tan bella y tranquila tranquila habló: «Enfunda tu eespada spada,,  Pedro, porque es necesario que todo lo que está escrito   llegue. ¿Crees tú que yo no podría invocar a mi Padre  celestial, que me enviaría inmediatamente más de doce   legiones de ángeles? Pero, ¿no está anunciado en la   Sagrada Escritura que yo debo morir para la salvación  de los hombres?» Y, tocando con su mano al soldado 24

 

Herido, le sanó. Después, tendiendo sus muñecas, se dejó  prender. ¡Todo ¡To do esto es demasiado ttremendo remendo!! Ma Marco rcos, s, conm conmovi ovi do hasta lo más profundo de su alma, para ver y oir   mejor había salido, sin darse cuenta, de su escondite y   se hallaba a plena luz. Los dos compañeros de Jesús,  aprovechando el tumulto que se había originado, huye ron. «¡Ah!, ¡a éste le tenemos!», exclamó un guardia  echándose sobre el niño. Sin tomar tiempo para refle xionar, Marcos se debatió, se soltó. Se escurrió en el   trapo arrollado a su cuerpo y se dejó caer a tierra;   luego, alzándose de un salto, se escapó. Al hombre le   quedó tan sólo el trozo de lienzo en las manos, del que  

no sabía qué hacer. De olivar en olivar, rápido como un  cervatillo, Marcos desapareció en la noche. Corrió un rato. ¿No le seguirían? No. Ningún rumor   de armas ni de pasos. Rápido, como se es a su edad, sin   duda había dejado atrás a sus perseguidores. Mejor era   no volve vol verr en seguida a casa; per peroo la noche resultaba  bastante fría y él iba casi desnudo. Por unos momentos   se escondió en el atrio de una de las tumbas excavadas  en la ladera de la colina, escuchando, todo oídos, mirando    con los ojos bien abiertos. Vio claramente las luces de las antorchas que ascendían por el sendero hacia la ciudad,  que desaparecían luego por la puerta de Jerusalén. Pru dentemente, manteniéndose todavía al acecho, volvió a  Getsemaní. Su madre estaba levantada y muchas de sus   amigas se le habían reu re u ni nido do;; co como mo ella estas ssantas antas mu  jeres er eran, an, desde hacía meses, discípulas de Cr Cris isto to.. Le 

habían por aterrorizadas todas partes, por se habían puesto a del su    servicio.seguido Y ahora, la brutalidad suceso que acababa de producirse, ellas lloraban. Jesús, 25  

su amig amigo, o, su maes maestro, tro, su Dios viv vivo, o, ¡en manos manos de su suss  enemigos! perdido sin duda, condenado a no se sabía qué afrentoso fin... Marcos se al alzó zó delante de ella ellas: s: contó lo qu quee había visto, lo que le había pasado. «Pero ahora», exclamó,  «¡no «¡ no le dejaré dejaré solo! Los hhombres ombres se han salvad salvado, o, y yo  no soy más que un niño. Pero iré arriba y le encontraré;  ¿quién sabe?, quizá yo pueda ayudarle a escapar de sus   garras». Se vistió rápidamente con una túnica gris muy  

sencilla, tal como la llevaban millares de niños de su  edad, y echó a correr por el caminito que conducía a  las murallas. No necesitó mucho tiempo para averiguar dónde se  enco en cont ntra raba ba Jesús: en el palacio de dell Sum Sumoo Sacerdo Sacerdote. te.  ¿No era él, Caifás, el que quería su muerte? Marcos se   metió dentro del patio. Los criados y los soldados ha bían encendido un fuego y se calentaban alrededor del  brasero, de pie o sentados, relatando los hechos. En el   instante en que el muchacho se mezcló al círculo, sin que  nadie se fijase en él, estalló una disputa. Una mujer de  vozz muy agu vo aguda da gritaba: «¡Y «¡Yoo os lo as aseguro, eguro, éése se es estab tabaa    choom n Jesú Jesús s de N az azar are e t ! » , y ella señalaba con e l dedo a un ombbre entrado entrado en años y barbu barbudo; do; Marcos recono reconoció ció  a Simón-Pedro, aquél que Jesús había nombrado jefe  de su suss segu seguidor idores. es. ¡Desgraciado Pedro! Él iba a pro clam cl amar ar que lo era, efe efectiv ctivam amen ente te ; los los gua guardias rdias iban a  prenderlo... Pero no. Con una voz temblorosa (era có lera le ra o mie miedo do), ), Ped Pedro ro respondió: «¡E «¡Eso so no es ccier ierto! to! ¡Yo 

nmujer!» o he visto unca a ese JJesú esúss un de momento N Nazar azaret! et! de¡Mien ¡Mientes, tes,  Éstennunc fue apara Marcos estupor. Así, pues, hasta el mejor de los amigos del Maestro le  abandonaba... Después la indignación dio paso en él a 26  

la estupefacción, y a partir de ese momento tomó su   determ de termina inación ción:: ya que los hombre hombress adultos no eran ca paces de proclamar su fe, él, el muchacho de quince  años, se juraba a sí mismo servir esta causa sagrada. 

Sería un testigo de Cristo, aunque tuviera que llegar a... En este preciso instante, Jesús salía de la sala de au diencias de Caifás y apareció en el dintel. Pedro decía   todavía: «¡Juro que nnoo sé de qué me habláis!» La mi rada del Maestro se posó sobre él llena de pena y mudo  reproche, y el apóstol calló de repente, bajando la cabeza.  Luego la escolta empujó brutalmente al condenado. Y   Marcos, mezclado a todo un grupo de curiosos, guardias,  empleados del Templo, fue tras él.

Lo vio todo. Se mantuvo entre la muchedumbre que   permaneció largas horas ante el palacio fortificado de  Pilatos, en tanto el gobernador romano interrogaba a  Jesús. Estaba en primera fila cuando lo mostraron a los  asistentes, extenuado, teniéndose apenas en en pie,unelestado rostro miserable, descompuesto, el cuerpo ensan   grentado por los golpes de la flagelación. Cuando lle varon a su Señor al lugar en que había de ser crucifi cado, se las arregló para verle muchas veces, corriendo  por las callejas para situarse en una esquina, para aso marse a un lindero y poder verle de nuevo. Repetidas   veces la mirada del Maestro se posó sobre él, una ex traordinaria mirada, que parecía traspasarle, haciéndole  considerar consi derar no sa sabía bía qué de terrible y misterioso; y é l  tenía la certidumbre de que esta mirada le llamaba,  que él debía también en su día dar testimonio, que su 27  

verdadero deber era, ya para siempre, servir al Maestro, más allá de su muerte. Cuando descendió, por la noche, a la casa del Molino   estaba tan cansado que las piernas no le sostenían. Guar daba todavía en sus ojos el horror de lo que había visto.   Las dos manos clavadas al madero de la cruz, la sangre  cayendo en hilillos interminables, Jesús, encogido, cris pado, la mirada convulsa, la boca abierta como para  un último grito. Y en lo alto esta oscuridad sorpren dente, espantosa, como una nube mortal que se hubiera   abatido en el instante en que el Maestro entraba en la  agonía. En Getsemaní halló a su madre deshecha en   llanto; también ella lo sabía. También ella tenía el cora zón oprimido por la angustia. Marcos la abrazó larga mente. Pero, bruscamente, se yergue. ¿Qué voz interior   le dictó estas palabras? «Madre, no llores. No te acuerdas  de qu quee el mism mismoo Jesús había anunciado eesta stass cosa cosas? s? ¿Y  no sabes que él prometió que resucitaría de entre los  muertos?» Y, ya entrada la noche, hablaba para animar  ato madre. Le recordaba Cristo toddsu o, habí ha bíaa previsto tod to d o: y, como yyaa que no sseehabía habíapredicho equ equiv ivoo   cado, ¿no se hacía más necesario creerle? Él resucitaría  al tercer día. Le verían de nuevo, vivo, hablando a aqué llos que le habían amado. «El domingo a primera hora   de la mañana es preciso ir al sepulcro. Jesús no puede  ni equivocar ni equivocarse. Yo lo sé, yo te lo digo, él  estará vivo...» Cincuenta días habían pasado desde la angustiosa  noche... Jesús había, efectivamente, resucitado. En la

28  

mañana de la Pascua, Marcos vio venir a su madre co rriendo, conmovida. ««¡E ¡Ell sepulcro está vacío! ¡É ¡Éll no  está! He visto un Á ngel... ng el... era como un unaa luz viva qque ue  me hablaba. Nos ha dicho que Jesús había resucitado.  ¡Ahh !, hijo mío, ¡qué grandes son las ccosas ¡A osas de las que  somos indignos testigo tes tigos! s! Es pr precis ecisoo que las recuerd recuerdes es  durante toda tu vida. Tú también tienes tu misión que  cumplir para con el Divino Maestro. Marcos le vio. Le vio con sus propios ojos. El mismo  día en que Tomás decía que él no creía en semejante   aventura, y en el que Jesús se le apareció diciendo:  «Mete tu manomuy en cerca, mis llagas, costado...» él es   taba presente, pobretoca niño,mitan fiel. Y cuando, en la colina, arriba, exactamente por encima de su casa,   Jesús ascendió a los cielos, misteriosamente, alzándose  derechamente hasta su Padre Celestial, fue también tes tigo de este supremo milagro. Su fe fue para siempre  tan sólida que ya no le abandonó nunca, siendo siempre  un obediente obedie servido rvidor r de su Maest Maestro. ¿No o dijo Jesús los suyoss nte suyo antesse de desaparecer: «Id «Idro. , y ¿N enseñad a tod todos osa   los hombres la Buena Nueva... Enseñadles el mensaje  que yo os he dado, el mensaje del amor y de la bondad  universal...»? Pues él, Marcos, también sería portador  de la Buena Nueva. Y cada día se unía a los seguidores  de Cristo, que se reunían para recordar sus palabras,  para vivir fraternalmente imidos. Así fue como, en el día cincuenta, que era el de una  gran fiesta, la de Pentecostés, en la que se conmemoraba 

la promulgación hecha por Moisés de los Diez Manda mientos en el Monte Sinaí, los amigos de Cristo estaban  reunidos cuando se oyó un estruendo semejante al que  hace un impetuoso viento que se aproxima y que parecía 29  

penetrar en la casa misma en la que se celebraba la   reunión. Luego una especie de bola de fuego estalló,  para venir a posarse sobre la cabeza de cada uno de   los presentes. Ellos comprendieron entonces que se tra taba del Espíritu Santo que venía a manifestarse y que  para siempre les ungiría con su fuerza. En ese instante  ocur oc urri rióó uunn hecho hecho ttodavía odavía más extrañ extraño: o: todo todoss lo loss pre sentes sent es com comen enzar zaron on a hablar en todas las le leng ngua uas; s; las la s  sabían todas sin haberlas aprendido, evidentemente por que el Señor quería que fuesen comprendidos por todos  los pueblos a los que llevarían la Buena Nueva. Y él   también, el muchacho, sentía en su alma una fuerza ex traordi trao rdinar naria: ia: él ssabía abía que ya siemp siempre re ten tendría dría eell su sufi fi ciente valor y energía para consagrar su vida a Cristo. La muchedumbre se había congregado delante de la   casa en la que se había obrado tal prodigio. Y, oyendo  hablar a todos los amigos de Cristo en esas extrañas len   gu guas as, , se decían unos a otro otros: s: «¡E «¡Está stán n borracho borrachos! s! ¡Han bebido demasiado mosto!» Pero entonces Pedro, alzán dose do se,, se subió subió a un banco y em empezó pezó a hablar. ¡A ¡Ahh !, ¡en tonc to nces es ya no sentía ni ningún ngún tem temor! or! ¡Ya nunca más negó neg ó  que él pertenecía a su Señor! —Escuchadme todos, habitantes de Jerusalén. Nor

no estamos borrachos, sino que el Espíritu de Dios ha  venido a nosotros y nos asiste acon este misterioso poder. Ahora nos hallamos resueltos proclamar la verdad. Y    la ve verd rdad ad es ésta: Jesús de Nazaret, Aq Aqué uéll que en vu vues es tra perversidad clavasteis en una cruz era el Mesías, el  Salvador de los hombres. Era él, Aquél cuya venida ha bían anunciado los profetas desde siglos. Es Él, el que  estaba predicho que nacería y moriría para traernos a  nosotros la salvación eterna y la paz. Y os digo todavía: 30  

ha resucitado de entre los muertos. Nosotros hemos sido  testigos y nos procl proclamamos amamos sus fieles. Como Como Él lo prome tió, su doctrina conq conquistará uistará la tierra. ;Se esparcirá por por  todas las Naciones!» ¡Valor adm admirable! irable! ¡En esos momentos, momentos, e l entusiasmo  llenaba lle naba eell pecho de Mar Marcos cos!! ¡Qué m agnífico agn ífico serv servir ir a esos  hombres que iban a lanzarse a tan magnífica empresa!  ¡Consagrarse a Cristo y a su Doctrina!... Cuando Pedro  hubo concluido, el muchacho se le acercó. «Yo también»,  exclamó con voz ferviente, «yo también quiero ser uno  de vosotros». Yo también quiero trabajar por la Causa  del Maestro... Pedro le miró y posando afectuosamente  la mano sobre su hombro: «Yo «Yo te lo digo en e l nombre nombre  del Señor, tú también, aunque niño, estarás a su servicio.  Tendrás tu parte que cumplir en la gran tarea que a  todos nos aguarda. Y si un día el Maestro te pide el   supremo ¿estás dispuesto a morir?» «¡Estoysacrificio, dispuesto!», repuso Marcos con firme voz. Y  así fue como el niño del jardín de los olivos fue uno de 

los primeros fieles de la comunidad cristiana. Él fue   quien más tarde, cuando tenía aproximadamente cuaren ta años, escribió el evangelio que lleva su nombre. Y, más  tarde aún, en Alejandría de Egipto, a donde había ido a  predicar la Buena Nueva, murió mártir, por Cristo.

 

C a p í t u l o   II IIII

UN DÍA DE VERANO POR LA CARRETERA DE DAMASCO Gamaliel hizo un signo y se calló. El curso había concluido. Los diez o doce adolescentes que le rodeaban se levantaron rebullendo y comenza ron a hablar animadamente. Después de tres horas de  estar sentados allí en tijereta sobre sus alfombrillas, con  las piernas cruzadas debajo de sí, escuchando de todo  corazón las palabras de su maestro, se merecían el poder  moverse. Se trataba de jóvenes de dieciséis a dieciocho   años; año s; tod todos os llevaban vestid vestidura urass obscuras obscuras,, sin nning ingún ún   l

  rabino

adorno, por lo que se reconocía en ellos a los judíos más   piadosos, los fariseos, con unas cajitas sujetas a sus ves tiduras, que contenían, copiados en un pequeño rollo de  pergamino, algunos versículos de la Ley de Dios. i La Ley de Dios! He aquí lo que el ello loss estu estudia diaban ban,, a  lo largo de toda la jornada, con una atención infatigable.  En esa época, se utilizaban pocos libros para la ense ñanza, pero en cambio se recurría a la memoria. «Un 32

 

buen alumno, enseñaba un refrán, es como una cisterna  sin fisur fisuras: deja escap escapar que e su maest maestro ro  vierte enas: él.»noPor tanto, aarlo nada largodedelolasqu jomadas, du rante años, los futuros rabinos o doctores de la Ley es cuchaban a un maestro la recitación de los pasajes del  Libro Sagrado, y luego los comentaban citando todo lo  que los ancianos habían podido decir a ese respecto. Una  tras otra aprendían la historia de los patriarcas y la de  los re reye yes; s; cantaban a coro los admi admirabl rables es salmos; se  entusiasmaban buscando, entre los escritos prodigiosos  de lost profetas, los textos que anunciaban la venida del  Salvador del mundo, del Rey glorioso que sacaría a Is rael de su miseria, del Mesías. Y, cuando el rabino Ga maliel hubo acabado de hablar —¡qué bien hablaba!  ¡qué sabio era!—, cada uno de sus alumnos debía repe tirse interiormente las frases oídas para ser capaz de de cirlas por su cuenta.

Se alejaron en grupos, saliendo de la explanada del  Templo, bajo cuyo pórtico habían asistido a clase, disper sándose a través de Jerusalén por las callejas empinadas  cortadas con escalones. Uno de ellos, sin embargo, se que dó solo. Durante unos instantes pareció meditar profun damente. Luego, a su vez, salió de la explanada, pero en   lugar de descender a la ciudad se dirigió hacia la puerta  fortificada, fortifica da, hacia e l ca campo mpo.. ¿Qu ¿Quéé eedad dad tend tendría ría?? No se  puede pu ede decir. ¡Su rostro tenía una expre expresión sión tan gra grave ve y   profundaa pa profund para ra un adoles adolescente cente!! ¡No era guap guapo: o: de es tatura media, chaparro, las piernas torcidas, el aire en clenqu clen quee ; en su cabeza iban escaseando lo loss cabellos, ro  jizos ; sin embargo pa para ra quien con contem templ plara ara su rost rostro ro de  cejas espesas y juntas, de nariz era combada y mirada de  una vivacidad extraordinaria, evidente que este 33  

 jo  jove n pose poseía ía de unarabino inteligencia extraordinar extraordinaria. Par Paraaciudad hacer   susven estudios había llegado de laia. lejana en donde había visto la luz del día, Tarso de Cilicia, y   ninguno, desde hacía dos años, entre los alumnos del  maestro Gamaliel, era tan asiduo ni tan atento ni mas  ávido de aprender y comprender. Este joven siempre so litario se llamaba Saulo.

Cuando salía de la ciudad en dirección a un olivar en   el que tenía deseos de tenderse para reflexionar y repe

tirse la lección del día, unos gritos le hicieron volverse.   Una muchedumbre aullante salía por la puerta gesti culando frenéticamente. Rodeaba a un hombre, un joven   alto y delgado, de mirada orgullosa, que parecía extra ñamente en calma en medio de tal alboroto. Saulo le vio,   y un violento movimiento se produjo en su corazón de  cólera y odio. ¡Otr ¡O troo de aquéllos! No había sido, pues pues,, su sufic ficie iennte qque ue  se hubiera dado muerte a su famoso profeta. —¡Y qué  muerte infamante!— Desde hacía seis años en que todo   Jerusalén pudo verle pendiente de la cruz, como un   ladrón o un asesino, no cesaban de contar sus historias.   Oyénd Oyé ndol oles es se creer creería ía qque ue el Mesías era él, ¡ese m miser iseraa blee gal bl galileo, ileo, hijo de obrer obreros! os! ¡Un rey gglor lorioso ioso en verd verdad! ad! ; Con toda seguridad no les faltarían narraciones maravi llosas llo sas!! ¿No con contab taban an ello elloss que ese imp imposto ostorr había sa lido de la tumba, donde le habían enterrado, que había   resucitado, que llegado le vieron vivo durante cuarenta días?   Saulo no había a Jerusalén cuando esos sucesos se habían producido, pero los sabios rabinos le habían 34  

contado por qué no era posible que ese Jesús fuera ver daderamente el Mesías y por qué los príncipes de los  sacerdotes y los jefes del pueblo habían tenido razón al  deshacersee de él: «¿Adonde llegaría la Santa Religión   deshacers si se dejase hablar a todos los locos del mundo?» Saulo se acercó. Reconoció al joven que estaba ro deado dea do po porr la multitud: multitu d: Esteb Esteban, an, llegado sin dduda uda de  Egipto, a juzgar por sus ropas. Pero ¡esto era dema

siado! ¿Por qué le dejaban habl hablar? ar? Parecía extr extraña aña mente seguro de sí mismo, mismo, est estee muc muchach hacho... o... ¿Qué decí decía? a?  Un largo disc discurs urso... o... ¿Las misma mismass locuras de siempre?  No, hablaba de Abraham, de Moisés, de los profetas...   ¡El embustero! embustero! Para aca acabar bar diciendo que su JJesús esús era  sin duda duda el Mesías esperado, esperado, eell Salv Salvado adorr de Israel. ¡Im postor! posto r! ¡Impostor! «¿Cuál «¿Cuál,, en entre tre los profetas, no ha sido  perseguido por vue vuestro stross ppadr adres? es? ¡Todo ¡Todoss los qu quee han  anunciado el advenimiento de Cristo fueron muertos por  vuestros padres, y vosotros habéis traicionado a ese Justo,  le habéis ha béis dado dado muerte! ¡Y vosotros, pueb pueblo lo a quien los  Ángeles de Dios dieron la Ley, vosotros no habéis sa bido guardarla!» «¡Nos insulta, nos provoca!», gritó Saulo  con todas«¡Que sus fuerzas. «¡Que muera!», gritó turba enar decida. muera!», y de repente, sinla juzgarle si quiera, empujaron a Esteban a un rincón de las mura llas, lo echaron al suelo y se aprestaron a su sacrificio. —Toma —dijo uno de los hombres, echándole su tú nica a Saulo—, guarda nuestras vestiduras en tanto va mos a darle su merecido. Y mientras volaban las pied piedras, ras, abatiéndose sobre e l  desgraciado, Saulo, tenso por la pasión, los dientes  apretados con una rabia extraña, miraba. Esteban con tinuaba tranquilo.

 

_iAn Anda da,, que aho ahora ra puedes ver a tu Mesías!

le gritó gritó uno de sus verdugos apuntándole con una enorme piedra. —Veo los cielos abiertos —respondió el mártir—, y al 

Hijo del Hombre de pie, a la diestra de Dios... En este momento la pedrada le alcanzó en la sien;   se encogió. Se le oyó aún murmurar algunas palabras: «Señor, perdónales este pecado...» Después se inmovili   zó, muerto.

Saulo no pudo olvidar nunca esta escena. Días y días  estuvo presente en su espíritu. Era más fuerte que él:   La cal calma ma del del jov joven en le impresionaba. ;Era prec preciso iso que que  estuviese loco para aceptar el morir así como un misera ble imp impost ostor, or, vencido, ridíc ridículo ulo!! Si Sinn emba embargo, rgo, cuando se  acordaba de su hermoso rostro vuelto hacia los cielos   en oración, cuando se acordaba de la mirada que Es teban, un breve instante, posó sobre él, y que le había   parecido tan extrañamente penetrante, lamentaba sentir   como co mo un remordi remordimien miento. to. ¿Y si eenn todo caso esa esass ggen entes tes  tuvieran razón? Pero no, no era posible. Toda la Sagrada  Escritura estaba en contra de esa idea absurda. Y los  rabinos lo habían probado suficientemente. Sin embargo,  ¿no había en ciertos profetas, sobre todo en el que quizá  es más grande entre todos, Isaías, frases incomprensibles  que dicen que el Mesías sufriría y moriría para salvar  a los hombres? Todo esto bullía en la cabeza de Saulo hasta ponerle  enfermo. A decir verdad, desde que había visto morir a  Esteban había perdido el reposo. Una especie de cólera   le exaltaba sin cesar contra sí mismo, contra los otros

 

y sobre todo contra los que eran loe amigos, los partida rios del crucificado. Se informaba por todas partes, en la  ciudad, para descubrir a los fieles del Galileo, y, cuando  lograba hacerse con algunos, se apresuraba a dirigirse a  los jefes del pueblo, al Sanedrín, a fin de hacerlos   prender. Hombres, mujeres, niños, todo era bueno para  satisfacer sus ansias. Pero no era más feliz ni estaba más   tranquilo; al contrario; conforme iban pasando los  días se sentía más confundido. Un día, uno de los miembros del Consejo le dijo:   «Parece que esas gentes no se hallan únicamente en Je-  rusalén, que se las comienza a encontrar por todas par tes. Es como una peste, eso se extiende. Saulo, tú que  sabes descubrirlos descubrirlos tan bien, ¿por qué no va vass a otr otras as  ciudades para advertir a los jefes de nuestro pueblo y   hacer detener a los fanáticos de Jesús? Comienza, pues,  por Damasco, en Siria. Se dice que allí hay muchos.  ¡Buena caza tengas, hijo!

Por la ruta arenosa que va de Jerusalén a Damasco,  Saulo caminaba desde hacía ocho días. Había dejado el  valle del Alto Jordán, todavía verde, por la estepa donde  las gramíneas secas crujían a impulsos del viento. A su   izquierda, el Hermón alzaba bajo el cielo, de un azul  fuerte, su cima siempre nevada. Era un bello día de ve rano, pesado como lo es en Asia, cercano al mediodía. Saulo tenía prisa en llegar, prisa por dedicarse a la  labor policial que le habían encomendado, ansias de  tener entre sus manos a esas gentes odiadas. Su furor no  había hecho sino acrecentarse en la soledad del camino.

37  

Para demostrarse a sí mismo que tenía razón era preciso  que esos locos estúpidos fuesen detenidos, apresados,  muertos, quizás. Y gozaba con anterioridad del mal que ibaDe a hacer. repente, una luz salió del cielo envolviéndole. No,  no eran rayos de sol... una luz extraña, más blanca que   el rayo, más terrible, más penetrante. Antes de darse  cuenta de lo que pasaba se halló en el suelo, incapaz de   hacer el menor movimiento. En este preciso momento,  una voz resonó en la inmensa soledad de la estepa: —Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Y, sin haberlo querido, se oyó a sí mismo responder  con una voz extraña: —¿Quién eres, pues, Señor? Y la voz respondió: —Soy Jesús, aquél a quien persigues... Éste fue para Saulo un instante extraordinario, inde cible. Sintiéndose vencido, caído por tierra, aún hu biera querido poder hacer frente a tal misteriosa fuerza.  Pero la voz retumbaba en sus oídos, una voz a la vez   dulce y firme, cargada de misericordia y consolación. —S í ; te es dur duroo resistir e l aguijón, S a u lo... lo ... ¿El invisible lo sabía todo, entonces? ¿Leía lo más  secreto de las almas? Aterrado y tembloroso, Saulo mur muró: —Señor, quieres que haga? Y llegó la¿qué respuesta:

Levántate. Ve hasta la ciudad. Allí se te dirá lo que  debes hacer. El jovenj obedeció. No había nada más que discutir.  Se levantó titubeando, y, repentinamente, lanzó un grito  de desesperación. Al pleno sol había sucedido una obs» 38  

curidadd com curida completa: pleta: no veía nada ccan an los ojos abiert abiertos. os. Por entonces se acercaban unos caballeros por la ca rretera. Se pararon preguntándole por qué había gritado,  estando solo, al pie del camino, cubierto de polvo y los   braz br azos os abiertos abiertos.. ¿Eran ¿Eran los ladron ladrones es los que le habían  puesto en ese estado? Les había parecido oír un ruido  confuso de voces, pero sin distinguir las palabras y sin   ver a nadie. No comprendían nada. Pero él, Saulo, había comprendido.

Ciego, se puso lentamente en marcha y llegó a la  ciudad. Más allá de la torre que guardaba la puerta, una  ancha avenida que se llamaba la Calle Derecha, se  dirigía diri gía hhaci aciaa eell tem templo plo pag pagan ano; o; Saulo siguió los pór pórtic ticos os  que la bordeaban. Le habían dado la dirección de un   judío Jude, , un amigo comerciante masco,llamado el cual,Jude siendo de losestablecido rabinos y en de Da los   fariseos, le alojaría y le ayudaría en su tarea de descu brirr a los galileos. bri galile os. ¡Pero ahor ahoraa se trataba de dar caza caza a  los fieles de Cristo! Cristo! ¡Pobre ciego! En un rincón de la 

sala común, se pasaba días enteros, perdido, silencioso,  los ojos abiertos a una noche perpetua, la noche de su   castigo. Rechazaba todo sobre alimento. No respondía aven a las  preguntas que le hacían su extraordinaria tura. Convulso, el joven parecía tener sesenta años. Él había comprendido. Jesús, Aquél cuya voz había  retumbado en sus oídos, en el polvoriento camino, le  castigaba y era justo. Era él el que le había vuelto ciego.  ¿De qué le iba a servir protestar? Todas las violencias   que había cometido, toda la acritud de su alma, se sepa 39  

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de él y caían sobr sobree las tin tinieb ieblas las... ... ¡Jus ¡Justicia ticia!! ¡E ¡Era ra

 justicia! Lo sabía ace acepta ptaba ba e l casti castigo. go.que Pero al smism mismo ti tiemp empoo ha habí bíaasab eníaély una certidumbre: JJesú esús nnoo leo  castigaría eternamente, que tendría piedad de él, que le   darí ríaa su ggra raci cia. a. ¡Cuá ¡Cuántas ntas ve veces ces en lo loss sueño sueñoss que pobla ban su noche le parecía ver a un hombre de rostro bonda doso acercándose a él, aplicar las palmas de sus manos  sobre sus párpados y entonces... Un día se presentó un hombre a la puerta de Jude  preguntando si no estaba allí un viajero ciego, llegado po co antes de Jerusalén. El amo de la casa le recibió bas tant ta ntee m al: cono conocía cía la reputación de Ananías, Anan ías, eell visi visita tann te,   y sabía que era uno de los fanáticos de Jesús el Galileo.   Pero finalmente no pudo eludir la respuesta. Y le llevó   ante su huésped. —Saulo —dijo el visitante—, levántate. A esta voz el joven ciego se levantó.

Escúchame, Saulo, he visto en sueños a mi Señor y   Maestro, Cristo Jesús. He oído su voz. Me ha ordenado  ir a casa de Jude, en la Calle Derecha, para hallar a un   jove  jo venn qu quee me neces necesita. ita. Me dijo además que te impu siera las manos a fin de que veas de nuevo la luz. Saulo,  hermano mío, he venido... Y, sin embargo, yo sé quién   eress ; he osad ere osadoo responde responderr al Señ Señor or que ttúú pasas ppor or se serr  uno de los peores enemigos de los nuestros, que has diez mado la comunidad de los santos de Jerusalén. Pero no  se resiste a la voz del Maestro, y heme aquí... Saulo murmuró: No, Ananías, no se resiste a la voz del Maestro... Entonces Ananías le puso la palma de sus manos sobie vio. los párpados, pronunció una corta oración y Saulo   40  

Este joven, a quien sucedieron cosas tan extraordina rias, este Saulo, vosotros sabéis quién fue. Bajo el nuevo  nombre de Pablo, que tomó por entonces, es uno de los   más grandes santos de la Iglesia. Fue él quien organizó  las primeras grandes misiones cristianas en los países pa ganos, fue él quien en Asia Menor, en Grecia, en Italia,  durante años heroicos, llevó la Buena Nueva. Es él el   escritor magnífico cuyas cartas, las Epístolas, han con tribuido tanto a difundir la doctrina de Cristo. Y él, por  fin, quien más tarde, cuando Nerón se abatió ferozmente  sobre los cristianos de Roma, llevó su cabeza al verdugo.  ¡ Dichoso Pablo, cuya violencia y furor no fueron sino las  marcas de ssuu más honda espe espera ranz nza! a! ¡Fe ¡Feliz liz Pablo, a quien 

amó tanto Jesús que le tocó el corazón!

 

C a p i t u l o   IV

SANTA INÉS ERA TAN BONITA...

L

os pesados borceguíes de los legionarios resonaban  sobre las losas de la calle. Golpes violentos a la  puerta de casa. Apenas está amaneciendo en la  ciudad de Roma. «¡Abrid!» Los soldados entran amena zadores, espada en mano, dispuestos a atacar a quien se   les resista. Pero aquéllos a quienes iban a detener no   resistían en absoluto. Aceptaron la suerte que les aguar ddas abaa, antici anticipadamente anticip adamente ente dieron sus vvii Cristo.padamente;; anticipadam No le renegaron. Conducidos a presencia de un Ma

gistrado del Imperio se mantendrán firmes sin temblar.  Se puede oir un diálogo parecido a éste: —¿Eres cristiano? —Sí, lo soy. de Roma? ¿Estás dispuesto a ofrecer un sacrificio a los dioses   —No puedo. —Si te niegas, morirás. 42  

—Me niego. Este diálogo tiene lugar decenas, centenas de veces. Innumerables fueron los hombres, las mujeres y los niños que en presencia de las autoridades imperiales proclamaronn orgullosamente su fe en Cris clamaro Cristo to Jesús y que prefirieron morir antes que traicionarle. Sin duda, el capítulo más admirable de toda la historia de la Iglesia es el que componen las «Pasiones», estos relatos sublimes del sacrificio aceptado, deseado, por generaciones de cristianos, antepasados la Edad Media, lasi pá  págin ginas asydenuestros la Le Leye yend ndaa Dorada, Dorad a,detu tuvi vier eron on espec especial ial en pr pred edilección por aquéllas en que el heroísmo era glorificado. ¡Los Mártires!, ¿no son, pues, los testigos de Cristo? En griego, mártir quiere decir testigo. ¿No constituyen la prueba viva de que para los cristianos la fidelidad a las promesas del bautismo es más importante que la existencia misma? De siglo en siglo se citarán sus nom bres, se rep re p e ti tirá rá su histo his toria ria,, se será ránn invocados como in inte terrcesores cerca de Dios. Entre esta falange gloriosa, no es lo menos admirable

el ver figurar a numerosos niños. Tan valientes como los mayores, dieron, como sus padres, pruebas de un heroísmo sin fis fisura urass fr fren ente te a los peores supl suplici icios. os. ¡Y qué suplici sup licios! os! Porq Porque ue a lo loss má mártir rtires es cristianos llos os romanos  paganos  pagan os le less rres eser erva varo ronn tort to rtuu ra rass increíb in creíbles. les. ¿Os ima imagináis gináis lo que sentiría un muchacho o una niña de trece o catorce años atado a un poste impregnado de pez y resina cuando el verdugo se acercaba con la antorcha para quemarlo vivo? ¿O cuando, en la arena de un anfiteatro, el  joven  jov en m á r tir ti r ve veía ía sa sali lirr de las jau jaulas las,, br brus usca cam m en ente te a b ie ierrtas, un tropel de leones, de leopardos o de osos que se dirigían a él terriblemente hambrientos? Que estos niños 43  

cristianos, a despecho del espanto de la situación, tuvieran la energía suficiente para resistir fieles es sencillamente asombroso. Y sin ninguna duda se puede creer que el mismo Cristo, en el momento de su suplicio, les diera fuerzas, que estuviera invisiblemente presente para darles ayuda, asistirles...

Santa Inés es una de las pequeñas mártires infantiles cuya historia gusta oir. Tenia trece años, y era maravillosamente bonita, más aún que bonita; porque la llama dulce de sus ojos, la perfección de su rostro, la elegancia natural de su cuerpo, se complementaban con un encanto angélico, de una transparencia de alma que la hacían

única susy compañeras. Su nombre significaba: tía muyentre pura», lo merecía perfectamente. Sus padres pertenecían a la nobleza y eran muy ricos, de modo que le dieron una educación digna de su rango, y ella se hizo notar, desde su más tierna edad, por la facilidad con que todo lo comprendía y aprendía. Pero, mas que todos los conocimientos que proporcionaban los libros, que elladedeseaba adquirir era el conocimiento de las lo virtudes los santos. Frecuentemente, se absorbía durante horas enteras en la oración, en una profunda contemplación —lo que se llama éxtasis—, en el que no existía nada para ella fuera de su amor por Cristo. Y, muy a menudo, durante esos instantes extraordinarios, en los que su joven alma parecía dejar la tierra para volar derecha al cielo, había tenido la certeza de que el mismo Jesús había llegado hasta ella, le había hablado, le había hecho la promesa de aceptarla entre 44  

aquéllos y aquéllas que £1 había escogido, que su amor respondía al amor que ella, Inés, le había dado completamente. Pues bien, por el camino que diariamente recorría al volver de la escuela, se encontraba siempre con cierto  joven. Él e ra pagano, pag ano, hijo de dell go gobe bern rnad ador or de Roma, un mocetón de dieciocho o veinte años lleno de fuerza y ardor. parecía tener más edad que de laelque aparentaba, y era Inés tan orgullosa y hermosa, muchacho se enamoró de ella. Un día se presentó en casa de sus pa-

dres y pidió a Inés que le aceptara por esposo. ¡Mome ¡M omento nto difícil! Respond Responder er que no a un hijo de tan elevado personaje hubiera sido peligroso. Decir que no quería desposarse con un pagano hubiera sido denunciarse sí mismajunto comocon cristiana, es decir,Muy entregarse a las fieras asalvajes sus padres. hábilmente respondió al muchacho que llegaba tarde, que ella ama ba a otro ot ro y qu quee había ha bía jura ju radd o no casars casarsee con na nadie die más. Muy decepcionado, el pretendiente se fue. Pero pronto volvió a la carga, poniendo ante los ojos de Inés todas las riquezas que pondría a su ^posición si accedí acc edíaa a convertirse en su m u je jer: r: muchos pala palacios cios,, inmensas tierras, millares de esclavos, joyas, tesoros. Pero ella ella sonriendo respondió: «Aq «Aquél uél a quien yo amo es todavía más ri rico co.. ¡P ¡Pos osee ee la tier tierra ra eenn te tera ra;; com comoo servidores tiene a todos los hombres que desee; sus palacios se alzarán pronto en todas las ciudades del mundo; y los tesoros y joyas son tan extraordinarios que nadie me los puede robar». Y el muchacho quedó aún más sorprendido. Pero se obstinaba en poseer a Inés por esposa. Y su decepción dece pción se conv convirtió irtió ¿pn fur furor or y un día en qu quee llaa en45  

contró en un jardín desierto se lanzó sobre la niña como una bestia. Pero el ángel que velaba muy especialmente  por ella intervino intervin o de uunn modo iinvisib nvisible, le, y re repp e n tin ti n am amen ente te el joven cayó al suelo muerto. Viéndole asi, Inés tuvo  piedad  pie dad de é l ; co com mo buena bue na cristi cri stian anaa no le g ua uard rdab abaa r e n cor por su conducta. Dirigió entonces una plegaria a

Cristo, y al instante el muchacho se levantó,.. Pero su gesto de caridad, de piedad, no se tuvo presente para agradecérselo a la dulce niña cristiana. La voz corrió rápidamente de que Inés había resucitado a su agresor en el nombre de Cristo. Y el gobernador la hizo apresar.

Cuando se presentaron en la casa paterna para su detención, Inés, según hacía frecuentemente, estaba en oración, y en el instante miaño en que los guardias llamaban en el dintel creyó oir abrirse las puertas del Paraíso, completamente, para recibirla. Y su valor se decu plalicó  pli có. . Sigu Siguiíf iíf sinante la men menor or resiste res istenc ncia, ia, a los lict lictore ores, s, qu quee condujeron el magistrado encargado de juzgar a los cristianos.  —¿Por  — ¿Por qué no está encaden enca denada, ada, según seg ún m ar arca ca la ley?  —gritó  — gritó éste co conn cóle cólera. ra.  Noo ha sid  N sidoo necesario —resp respond ondió ió el ce cent ntur urió iónn qu quee mandaba la guardia—. Ha venido sin oponer ninguna resistencia, y, además, ¡es tan joven! La ley es la ley —replicó eell m mag agist istrad rado—. o—. ¡Po ¡Ponedl ne dlee la lass esp spos osas as!! Porq Porque ue veo que es tan ob obstin stinada ada y t e r ca como todos los cristianos. Entonces un soldado puso tfcs esposas de acero en 46  

las muñecas de la niña. Pero ella sonrió, sacudió las

manos, y los hierros cayeron al suelo. ¿Era necesario un interrogato interro gatorio? rio? ¿No pro probab baban an est estos os hhecho echoss que se se trataba de una maga, de una de esas peligrosas cristianas de las que se contaba que mediante sus sortilegios podían lo mismo a los vivos que pura»? resucitar¡Ahora a los se muertos? Bien. ¿Nomatar la llamaban «la muy vería! Y el mag magistrado istrado ordenó que Inés fuera enviada a una especie de cervecería de mala nota, frecuentada por los esclavos, los gladiadores, los soldados, en donde los hombres borrachos no hab hablaba labann más que de ob obsce scenida nidades, des, en la que la mala conducta era general. Pero, en el momento en a aquel ¿qué es lo que vvio io??que ¡U ¡Unnella lleón! eón!llegó Un terrib terr ible le león letriste ón quelugar, la ac acompañaompaña ba com comoo si fu fuer eraa un per perro ro,, la cabeza e n tre tr e las manos de la niña, pero sacando las uñas y enseñando los dientes en cuanto un hombre mostraba intención de acercarse... De tal manera que un vasto círculo se hizo en tomo a Inés, y ella pudo proseguir, con toda tranquilidad, sus oraciones y cantar la gloria de Dios. La cólera del magistrado creció de punto. ¿No acabarían, pues, con la bruja? Hizo preparar una hoguera enorme en una de las plazas de Roma y convocó a la multitud para p ara presenciar un be bell lloo espect espectáculo: áculo: la ppequeña equeña cristiana quemándose viva. Gran número de bobos acudieron e incluso hubo que habilitar las ventanas de las casas vecinas. Los verdugos prendieron fuego a la hoguera.. Pero... ¡nu guera ¡nuevo evo milagro milagro!, !, en lug lugar ar de devorar a la mártir, las llamas se abrieron hacia los lados como si un fuerte viento las empujara, alcanzando a los que estaban en primera fila, que huyeron aterrados. Tranquila, en medio del alboroto, Inés recitaba sus avemarias. 47

 

 j Ara preciso a c a b a r! Y el m ag agist istra rado do or orde deno no qu quee le fuera cortada la cabeza. Evidentemente, le hubiera sido fácil a la pequeña santa pedir a Dios un nuevo milagro, y la espada del verdugo hubiera caído de sus manos o  bie  bien el mismo verd verdugo ugoeo: hu hubi bier eralar a rmen uert ue rto del l pasmo. Pe Pero roa ella el lan tenía un so solo lo des deseo: h al alla elo de cielo a Aq Aquél uél quien amab amaba: a: a Jesús, su único esp esposo oso.. Sin la menor turbación se dirigió hacia el lugar escogido para su suplicio. Se arrodilló, alzó los ojos hacia el cielo, hizo en voz alta una última plegaria, luego inclinó la cabeza y alzando con sus propias manos su cabelcuello lera, que caía por«¡Cumple delante hasta el suelo, su al le verdugo. con tu deber, ofreció verdugo! ¡Tardas demasiado!», exclamó el magistrado, furioso de su parsimonia, y entonces se oyó la voz de Inés que dijo: dij o: «¡ «¡S Sí, ver verdugo, dugo, tar tarda dass demasiado, cum cumple ple con tu deber!» Unos segundos más tarde, su blanco vestido de niña se teñía de rojo, y la Iglesia contaba con una mártir más. Magnífica historia llena de fe y de poesía... pero que fue además completada con otros detalles, extremadamente hermosos también, Inés tenía una compañera llamada Emerenciana, a la que amaba tiernamente, pero a la que no había logrado conducir al bautismo. Ya era catecúmena, es decir, que estudiaba la religión cristiana,  pero todavía no se hab había ía decidido a p ed edir ir las ag agua uass ba bauu -

tismales. Cuando supo la muerte de su amiga, Emeren ciana se precipitó al cementerio un día en el que había mucha gente, declarándose cristiana ella también, re 48

 

 pr ochan  proc hando do a los paga pa gano noss el co come meter ter crím crímene eness ta tann af afre renntosos como torturar a una niña tan pura. Entonces, la turba, irritada, la hizo caer bajo una lluvia de piedras, lapidándola. mártirdel había nacido Un en elescritor cielo. ¡AdmiradUna aquínueva la fuerza ejemplo! cristianoo de esa éépoca cristian poca dijo di jo:: «La «La sangre de lo loss m ártires árti res fue la semilla de los cristianos...» Muriendo con ese heroísmo tranquilo, los mártires exaltaron la fe, el valor, el ansia de sacrificio de sus hermanos. Demostraron a los paganos que ninguna fuerza del mundo acabaría cono su firmeza. sangre fue como eldiez grano que,may arro jad  jado a la ti tier erra ra,, Su pro produ duce ce un una a cosecha veces mayor. or. En la misma medida que el Imperio Romano multiplicaba las persecuciones, aumentaba el número de cristianos y pronto serían tantos que no sería posible matarlos a todos... Sobre la tumba de los mártires, los fieles acuden a rezar implorando para que intercedan en su favor, cerca del Dios Todopoderoso. Un día en que los padres de Inés estaban de rodillas en oración ante la tumba de su hija, les pareció que los los ci cielo eloss se a b r ía íann ; un unaa pro procesión cesión mag magnífica de niñas se dirigía hacia ellos, vestidas con ropajes tan bellos, que no los habían visto iguales en la tierra, y, entre ellas, aparecía Inés, sonriente, teniendo a su lado a un corderito de una blancura maravillosa, sin

duda en recuerdo de la célebre frase del Evangelio: «Yo soy el cordero de Dios». Y es en memoria de esta aparición que el día de la fiesta de Santa Inés, todavía en nuestros días, el Papa bendice dos corderitos completamente blancos, que seguidamente son conducidos a un convento, donde los religiosos hilan y tejen la prenda que llevan los arzobispos, llamada  pal  pallium lium . 4S>

 

En otra ocasión, una joven princesa, Constancia, que sufría terriblemente del espantoso mal de la lepra, fue a suplicar a la tumba de Inés que le hiciera recobrar la salu sa lud. d. La pequeña már m árti tirr se le apareció dici di cien endo do:: «Esta enfermedad es el castigo por tus pecados. Cuando no cometas más pecados, cuando seas pura como yo lo era, sanarás...» sanarás ...» Cons Constancia tancia comprendió la lección: obe obedec deció ió y reformó sus actos. Convertida en cristiana excelente, ordenó la construción de una iglesia que fue consagrada a santa en el muy mismo lugar que hoy ocupa, y en donde se veInés, todavía, vieja y hermosa, otra iglesia que lleva su nombre. En el siglo siguiente, en Milán, un gran arzobispo, san Ambrosio, uno de los más sabios pensadores de la Iglesia en su tiempo, queriendo enseñar a sus fieles lo hermosa que es la pureza, escribió la historia de Inés, la  pequeña árti ár tirr crist cr istia iana na;; de ese re rela lato to h e ex extr traí aídd o lo que os hemcontado.

 

Capítulo

V

BLANDINA, LA ESCLAVA HEROICA os hallamos en Lyón, en el año 177. La gran ciudad del Ródano era entonces la capital de la Galia, la más populosa de todas sus ciudades, un centro comercial a donde acuden todos los traficantes del Imperio, un conjunto magnífico de palacios, templos, teatros, cuyas ruinas han sido sacadas a la luz al pie de la colina de Fourviére. Es así mismo una especie de capital religiosa donde, todos los años, los paganos de toda la Galia enviaban delegados para celebrar en común las gran-

 N

des fiestas en honor de sus divinidades, constituyendo estas ceremonias dedicadas, en la Roma de Augusto, una concurridísima feria, con representaciones teatrales, es pectác  pec táculo uloss en el an anfi fite teat atro ro,, ch char arla lass si sinn fin. ¿Qué se cuenta, pues, entre estas muchedumbres reunidas? Se habla de los cristianos. Lyón cuenta con un gran número de ellos. Eso se

fácilmente. comerciantes que llegan sin»  pcomprende  pa a r a r de dell Asia Meno Menor, r, Los de Egipto o de Grecia oy oyere ere» 51  

explicar el Evangelio; much explicar muchos os de ellos ya eestá stánn b au autitizados; repiten la Buena Nueva y enseñan a su alrededor la doctrina de Jesús. Por lo tanto, desde el Oriente llegó el cristianismo a tierra francesa. con ¿Nosus se hermanas cuenta en MarPro venza que Lázaro, el resucitado, ta y María, llevó él mismo el Evangelio a la región de Marsella? ¿No aseguran en París —llamado entonces Lutecia— que el primer obispo de la ciudad, san Dionisio, el mártir, era un griego educado por el gran apóstol san Pablo, como por otra parte Trofemo, primer obispo de Arles, y san Crescencio, primer obispo* de Viena del Delfinado? En todo caso la buena semilla arrojada por los orientales arraigó magníficamente en tierra gala, dand da ndoo lugar a que en eest stos os finales de dell si siglo glo n no exista apenas una ciudad sin su comunidad de fieles. Y esto irrita a los paganos...

 —¡Los cristia  —¡L cristianos nos a los leones! ¡M ¡Mue uerte rte a los cri crissti tian anos os!! ¡T ¡Toodos al anf anfitea iteatro tro!! ¡Deten ¡Detenedles! edles! ¡Acabad con ellos! Entre la turba congregada para la fiesta la divisa ha corr co rrid idoo rápid rápidamente. amente. ¡Qu ¡Quéé div divertid ertidoo se será rá v er a estos cristianos quemándose vivos o asistir al festín de las fieras destrozando a seres humanos!

¡Los cristianos a los leones! ¡Los cr ¡Los crist istian ianos os a las fieras! El gobernador romano que administra la provincia en nombre del emperador ha oído los gritos de la multitud enfurecida. Él mismo, aun siendo libre, acaso no hubiera hecho nada contra los cristianos, ya que él sabe bieri. 52  

que no comete cometenn nin ningú gúnn crimen. crimen. ¡Pero no es bueno reírse de las l as pasiones popu populares! lares! Corre el pe peligro ligro de ser ddee» nunciado al emperador como un magistrado débil, como un cómplice de la secta cristiana. Entre la muchedumbre corren las habladurías más estúpidas. Se dice que los cristianos se reúnen de noche  par  p araa ce cele lebr brar ar ceremon cere monias ias abom ab omin inab able les; s; qu quee to tom m an u n tierno infante, lo envuelven en harina y, partiéndolo todos a la vez con sus cuchillos, lo devoran tal cual. Estas absurdas fábulas hallaron eco, y gracias a ellas los sacerdotes paganos llegaron a fanatizar a los que les escuchaban, provocando terribles furores contra los cristianos.  —¡L  — ¡Los os cri cristian stianos os a las fie fieras ras!! ¡Los cr crist istian ianos os a los leones! En su palacio, el gobernador se da cuenta de que no tendrá más remedio que actuar; si no da satisfacción al  popu  populacho lacho más posible es estal talle le u naseveramente. re revu vuel elta ta,, y en ese caso,eselloemperador se que lo reprochará ¿No es mejor sacrificar algunas docenas de cristianos? ¡Tan poco poco int intere eresan santes tes co como mo son los cristianos! Y da la orden para su detención.

Se les detiene, en efecto, al azar. Ricos y pobres, no bles y plebeyos, viej viejos os y jóvenes, m ujer uj eres es y niñ niños os mezclados con los hombres. En la Iglesia de Cristo sólo hay hermanos; no existe el esclavo ni el hombre libre, todos igualados en el amor al Divino Maestro, todos lo mismo frente a la muerte. Y fue así como la figura más pura de esta persecución lionesa es una joven esclava, de apenas quince años: años: Blandina, cuyo heroísmo heroísmo hiz hizoo llo llora rarr incluso a los paganos. 53  

La detención de los cristianos se hizo en pleno día, «i medio gran alboroto del se populacho. Los soldados en del Ья casas de los que sabía estaban bautiza* entran dos; salen con sus prisioneros a los que la turba ataca, escu es cupe pe,, pega pega,, cubre de insultos in sultos y go golp lpes es;; ape apenas nas salen, sus bienes sufren el pillaje de las gentes. Se les conduce al foro, la plaza pública donde están constituidos los magistr gis trad ados os encargados de in inst stru ruir ir su proce proceso. so. ¡Qué proceso! ¡Qué ¡Qué derisión! ¿Ac ¿Acaso aso pu pued eden en conside cons iderar rarse se u n in interrogatorio esa serie de amenazas y golpes? Ellos, firmemente, confiesan su fe reivindicando bien alto su apelativo de cristianos. Allí están los verdugos con sus instrumentos de tortura... Todo esto es tan vergonzoso, tan ilegal, que un espectador tad or de la es esce cena na se levanta levanta.. Se tra tr a ta de un unaa perso persona na ddee alto rango, muy conocido en Lyón como personalidad venerable; se llama Vito. En el colmo de la indignación

toma la palabra:  —La  — La ley perm pe rmite ite a todo ciu ciuda dada dano no h ac acee r la de defe fenn sa de cualquier acusado. Yo defenderé a estos hombres, estas mujeres y estos niños. Y yo, Vito, os digo, como ciudadano de Lyón que soy, que ellos no han cometido ninguno de los crímenes que se les imputan, que el proceso que seguís contra ellos es una infamia...  Noo pudo añ  N añad adir ir m ás ás;; el m ag agist istra rado do le inte in terr rruu m p ió ió::  —¿Tú  — ¿Tú tam tambié biénn er eres es cristia cristiano? no? Con voz clara contestó Vito:  —S  — Sí, lo so soy. y. Inmediatamente le detienen y le agregan al tropel de los acusados. comi comien enza zann lasentortur torverse turas. as.enganchado Suplicios aind indescr iptibles. les. El Y más suave consiste unescriptib potrillo, 54  

 pela ra  pa que los ver goss os de destr ocen en los brazos,soportar el pecho, vientre converdu susdugo ganchos destroc acero. O quizá la terrible quemadura de las hojas de hierro al rojo vivo que os hincan en la carne. Un joven sacerdote, llamado Sanctus, padeció, durante horas, tales torturas, pero milagrosamente Dios le dio fuerzas para conservar sus miembros indemnes, su piel intacta, su valor inquebrantable. El anciano obispo de Lyón, Potin, de ochenta años,  pasó a su vez po porr tale ta less pru prueba ebas. s. «¿C «¿Cuá uáll es es,, pues, e l Dio Dioss a quien sirven los cristianos?», le preguntó con ironía el magistrado. Y el santo le respondió: «¡Tú le co cono noce cerás, cuando seas digno de ello!» Acto seguido la solda-

desca, arrojándose sobre él, le derribó a puñetazos y patadas, lanzándole todo cuanto tenían a mano. Finalmente le podía llevaron, y sangrante, débil que dos no se tenerdesfigurado en pie, hasta la prisión, tan donde murió días después. Las escenas de horror se suceden durante días y días, teniendo lugar en presencia de otros cristianos que aguardan su tumo y que así ven la suerte que les aguarda. ¿Es de extrañar que algunos tuvieran miedo y flaquearan, pequeño ofrecer sacrificios aque los un dioses para número escapar aceptara a tales torturas? Lo que es realmente extraordinario es que la cifra de esos apóstatas sea tan baja: una decena, posiblemente; bien  pocoss al lado de tanto  poco tan toss héroes. Cuando este «proceso» estaba a punto de concluir, conducen a una de las últimas cristianas, una chiquilla llamada Blandina. Es una esclava, y en Roma no hay nada tan bajo como una esclava. Así se dice corrientem en ente te : «U «Unn esclavo esclavo no es un ser s er humano humano,, es un objeto, 55  

es una cosa; se le puede destruir a voluntad». Pero la  pequeñaa Blandina va a dem  pequeñ de m os ostr trar ar que qu e u n a es escla clava va de quince años vale tanto como todos esos magistrados, esos soldados, esos verdugos, que la atormentan. La amenazann, le pegan: za pega n: el ella la resiste. resiste .  —¡Explic  —¡E xplicaa lo que qu e has vis visto to en casa de tu tuss amo amos! s! ¡Cue ¡C uent ntaa su suss ceremon ceremonias ias noc nocturna turnas! s! ¿No es cierto qu quee estrangulan a los niños pequeños y que devoran su carne?

Y Blandina, la pequeña esclava heroica, responde:  —N  — No, no hacemos ni ning ngún ún mal, no ha hacem cemos os n a d a m á s que amarnos los unos a los otros, vivir fraternalmente, ser justos, puros, caritativos. ¿Es éste nuestro crimen? Durante horas, torturada, ella repite las mismas frases. Y tan valientemente, que una de las presentes, deshecha en llanto, se destaca de la multitud y corre hasta el asiento del magistrado. Es una de las cristianas que han flaqueado, que han aceptado renegar de Cristo; la firmeza sublime de Blandina la ha conmovido hasta el fondo del alma. Exclamó:  —Blandina  — Blandina tien tienee razón. ¡No es ci cier erto to qu quee los cr cris isti tiaanoss come no cometan tan los los crímenes críme nes de los cual cuales es les acusáis! ¡De voradores vorad ores de carn carnee hu huma mana na,, ellos! ¡Vosotros sois los verdaderos devoradores de carne humana, que os refociláis en el espectáculo afrentoso de sus sufrimientos, que les quemáis vivos, que descuartizáis a las mujeres y a los niños! Y de nuevo se ve detenida y unida al grupo de los que van a morir.

Ya han comenzado las ejecuciones. El inmenso anfi 56

 

te atroo está teatr es tá lleno de es espectadore pectadores. s. E Ess increíble: ¡s ¡see encuentran allí millares de personas, que quizá no son

malas, que van por distracción a contemplar el espec  táculo  tácu lo del sufrimiento y de la muerte de unos inocentes! ¡Todo lo que se pueda imaginar de más espantoso se les hace padecer a los cristianos Lyón.ardiente Uno dey ellos, Attale, es atado a una silla dedehierro lo dejan asar allí como un pedazo de carne. Y él gritaba a la turb tu rbaa : «¡Podé «¡Podéis is ver co como mo soi soiss vosot vosotros ros los devora dores de carne humana!». Otro, Alejandro, que no fue detenido con sus hermanos, se presenta en la arena para darles valor, y les habla tan bien, les dice cosas tan nobles, magistrado comprende queinmediatament él es cristiano tam ta m b ié iénnque ; leeldetien detiene e y le hace dego degollar llar inmediatamente. e. Acto seguido, sueltan las fieras. Hay allí toda suerte de fieras, terribles todas, que no han sido alimentadas hace una semana, ya expresamente. Los leones brincan rugiendo; los leopardos mayan como gatos furiosos; los osos, gruñendo, se acercan con pasos cautelosos a los cristianos encadenados de tres en tres o de cuatro en cuatro, y los devoran poco a poco. Blandina ha sido condenada a las fieras. En medio de la arena, es atada a un poste, y, a los ojos de sus com pañe  pa ñero ross que suf sufren ren,, pa parec recee la viv vivaa imagen imag en de Je Jesú súss cr cruucificado, de Aquél que, desde lo alto de los cielos, los guía y asiste. Sus amos, sus amigos, viéndola tan poca cosa co sa,, ta tann menuda menuda,, se decían, los unos a los otro otros: s: «¿Tendrá valor para resistir hasta el fin? ¿No apostatará?» No conocían bien a aquella joven alma de acero, a la que nada asustaba. El primer día, ella asiste a todos los suplicios de sus hermanos, sin temblar. Desde lo alto de su poste, ella ora, 57

 

entona cánticos; de cuando en cuando interpela a uno de los mártires para darle valor para morir por Cristo.  Ninguna  Ning una de las fier fieras as la toca, y es neces ne cesario ario v ol olvv er erla la a la pr pris isió ión. n. Repetidas veces sucede el hech hecho: o: ¿Acaso la lass fieras están hartas? Esta sigue pobre viva. niña, Cuando flaca, ¿les parece escaso bocado? Blandina la semana de ejecuciones concluye, la vuelven a conducir a la prisión. ¡Es preciso concluir! Y ella, la pequeña heroína, siempre calmada, siempre tan llena de fe y de esperanza. La única cosa que la inquieta es su camarada Ponticus, que tiene su misma edad, y de quien ella piensellos a si tendrá tod todaa la ffuerza uerzaDos de m mori orirr m már ártir. tir.dieron Que Quedan dan vvivos ivos dos únicamente... niños. Les latigazos hasta la muerte, pero ellos han sobrevivido... Les han  puesto  pues to sobre la p ar arri rilla lla ar ardi dien ente te,, p er eroo no h a n ab abju jura rado do.. De nuevo, han sido arrojados a las fieras, pero estando hartas, las fieras les han dejado incólumes, dando vueltas a su alrededor, pero sin tocarles. Los verdugos se cebaron entonces el pequeño al alm ma, y Bla Blandin ndinaa en puede alaba alabarr Ponticus, al S Señor: eñor: que su entregó amigo hsua muerto santo. Ahora sólo resta ella en la inmensa arena. La turba, a quie quienn ssuu heroísmo ha conmovido al fin, le g r i t a : « ¡Ab jura!! ¡Of  jura ¡Ofrec recee sacrificios a nues nu estro tross dioses! ¡S ¡Sal alva vará ráss la vida!» Y muchos se dicen irno irnoss a otros: otro s: «N «Noo se hhaa vvis isto to nunca a una mujer sufrir tan valientemente como esta niña esclava». Pero ella ni siquiera responde. Tiene los ojos alzados al cielo, en donde ve al Maestro que la aguarda, que le hace un signo. Es por Él por quien quiere

morir. Por fin, inventan para ella un suplicio inusitado. La meten en una red, de las que usan los pescador*! del Saona, y lanzan sobre ella a un toro bravo. La fiera la 56  

levanta con sus cuernos, y la arroja varias veces por los aires; el cuerpo de la mártir hace un ruido espantoso al caer a tierra y podría creerse que estaba hecha pedazos. Respiraa que Respir to todd av avía ; to todavía davía m urmura uracon sus su ora oraci cion ones es.. Es necesario unía; guardia la murm degüelle espada.

Así murió Blandina, la esclava heroica, patrona de todas las sirvientas, ejemplo de todos los niños. ¿No ha bíaa mostr  bí mo strad adoo a la faz de dell m un undo do qu quee se pu pued edee no se serr nada a los ojos de los hombres, sólo una despreciada criatura, y ser algo muy grande a los ojos de Dios? Cuando todos todos llos os cristi cristianos anos fuero fueronn muertos, reuniero reunieronn sus pobres restos y los expusieron, durante ocho días,  paa ra qu  p quee el po popu pulac lacho ho los in insu sult ltar ara. a. «¡Es «¡E s nece necesario sario qu queemarlos!», dijeron los paganos, «porque estos obstinados  pre  p rete tenn d e n que qu e pu pued eden en re resu suci cita tar! r! ¡Es pre preciso ciso qu quee su suss cenizas sean dispersadas al v ie ienn to to!... !...»» Los quemaron, pu pues es,,  bar  b arri riee ro ronn sus ceniza cenizass y las ar arro roja jaro ronn al Ródano. Co Como mo si Dios, que todo lo puede, no fuera capaz de devolver la vida a esos testigos, a esos héroes sublimes, que por Él soportaron la muerte y los suplicios. Ellos resucitarán el día del Juicio Final, los mártires de Lyón, junto con los demás. Se hallarán en la primera fila del alegre tropel

de que acanten el eterno Aleluya. Y entre elloslosseelegidos reconocerá una niña de pobre aspecto, cuyo rostro resplandecerá respland ecerá de gloria: Blandina, Blandina, la es escla clava va heroica, triunfará entonces definitivamente sobre sus verdugos.  

Capítulo

VI

DOS CAUTIVOS EN ETIOPÍA

f u r r io

  en

Tiro, hacia el año 335 de n u es Tiro, estr traa era. El

gran puerto fenicio, célebre desde hacía miles de años por las expediciones comerciales que enviaba en todas direcciones, por el norte hasta las islas que llamamos Británicas, por el sur hasta lo más misterioso de África, no era únicamente un enorme almacén en el que se acumulaban las más preciosas mercancías del mundo entero ent ero:: era ttambién ambién un ce centro ntro intelectual, dond dondee ens enseeñaban losymejores bibliotecas millares millaresmaestros, de libros,cuyas a donde acudíanguardaban estudiantes y alumnos de todos los sitios. Bien. Pues aquella noche, en una terraza que dominaba el mar, viendo ocultarse el sol rojizo entre las olas verde obscuras del Mediterráneo, un hombre hablaba a

dos niños. El hombre era Metrodoro, uno de los profe sores más conocidos de la ciudad, eminente, ex perto también en geografía y muy mu yfilósofo bu buen en cr cris istia tiano no ad adeemás. El mayor de los niños, Frumencio, tenía unos quin 60  

ce años, pero su porte, el aire grave de su rostro, su atención al escuchar, le hacían parecer mayor; el más  joven, Edesio, no tení te níaa ni siqu si quie iera ra doce años, pero pe ro y a e ra  pr  pron onto to y v ivo iv o p a ra e l tra traba bajo jo.. ¿De qué les ha habl blab abaa su maestro?  —¿Os aco acord rdáis áis de lo qu quee pasó hace ha ce algo más ddee ve veint intee años? Nuestro gran emperador Constantino, que hoy reina gloriosamente en esta nueva Roma, fundada por él y que lleva el nombre de Constantinopla, villa de Cons^ tantino, se hallaba a la sazón en guerra con su rival Ma  jencio. Enbautizar. lo m ás prof prY,ofun undo do ocurrió de su ser, es estab tabaen a yalasdecidido a hacerse ¿qué cuando, riberas del Tíber, iba a librar la batalla decisiva?  —Yo  — Yo lo sé —ex excla clamó mó Fr Frum umen encio cio— —. Vio ap apar arece ecerr en el cielo una cruz luminosa, y una voz resonando en sus oído oí doss le dijo: dijo : «¡Con esta es ta signo venc vencerás!» erás!»  —¡Bien  — ¡Bien dicho, mu mucha chacho cho!! Y fu fuee así, así, en efecto, co como mo Constantino, su victoria, se proclamó tor de la Santadespués Iglesia.deDesde entonces, el aluviónprotecde las  persecuci  perse cuciones ones h a ter term m in inad ado. o. Ya no es peligro peligroso so pro proclaclamarse seguidor de Cristo. Pero ¿creéis que nuestra tarea como cristianos ha concluido? ¡Responded! Les hizo entrar en la sala en la que habitualmente trabajaban.. En el m trabajaban muro uro 'se veía dibujado un map mapaa del

Imperio Romano y de los países vecinos.  —El  — El color col or ro rojo jo indica ind ica los lug lugare aress en que qu e ha sido dado a conocer el Evangelio de Nuestro Señor.  —No  — No es much mucho, o, co comp mpara arado do con el res resto to —mu murm rmuró uró Edesio.  —No, no es mucho. Y vosotros, ¿recordái ¿reco rdáiss lo que Cristo ordenó a sus discípulos, los Santos Apóstoles, antes de subir al cielo con su Padre? 61  

 _ y evangelizad a todas las naciones» —dijo Fru mencio. Sí, Frumencio. Id y evangelizad a todas las nacio _ Tal es la gran ley... tal es la orden del Maestro. nes.  Noo es suficiente  N suficien te d a r lecciones a dó dócile ciless al alum umno noss n i e s cribir libros. Otra tarea nos aguarda, a nosotros, que somos te test stim imoni onios os de Je Jesús sús el cru crucifica cificado do:: p a rtir rt ir hacia los países en donde su nombre todavía es desconocido* donde su mensaje no ha sido enviado... nue nuevo vo la terraza terraza, , en tan tanto toelqu que e la en lun lunauna a azulabaY las de aguas delenmar y transformaba cielo inmensa concha de nácar, Metrodoro continuó hablando a los dos niños. Les contaba maravillosas historias de los Apóstoles, que partieron en todas direcciones, hacia los países más peligrosos, para ser fieles al mandato de Cristo. ¿Era cierto que, en tanto san Pedro y san Pablo morían mártires en Roma,Escitia san Andrés se lanzaba a la conquista de la inmensa (la Rusia de nuestros días), san Marcos desembarcaba en Egipto, santo Tomás llegaba hasta la lejana India y san Mateo penetraba en

el corazón de África, en la misteriosa Etiopía? Así, en un gran número de regiones, el buen grano del Evangelio había sido sembrado. Pero un inmenso trabajo quedaba por hacer. Era preciso volver allá, interrogar, enseñar, ayudar a los grupos de bautizados que allí se encontrara cont raran, n, ganar a la fe nuevas almas. almas. ¡Ave ¡A ventu ntura ra ma maggnífi ní fica ca!! Lanz Lanzarse arse por Cristo y su San Santa ta R Religión eligión a tie ti e rr rraa s desconocidas, descubrir países, nuevos pueblos... Era muy tarde y la luna estaba alta en el cielo, cuando Metrodoro expuso a los jóvenes su gran proyecto.

62  

Y

ved co com mo, alguno algunoss meses más tard tarde, e, de un navio

fenicio, vieron desembarcar, en el puerto de Adulis en la costa oriental de África, a todo un grupo de viajeros, entre los cuales se contaban dos niños. Metrodoro tenía un hermano establecido como comerciante en ese lugar; él facilitaría la realización de sus proyectos. ¿Qué proyectos? Nada menos que partir al asalto del país de Abi sinia —llamado entonces Etiopía—, en donde, se decía, había estado san Mateo, que murió allí mártir, pero enantiguamente donde no quedaban cristianos. Todo¡ lo que se sabía de aquel país no era muy tranquilizador. Volcanes formidables, que escupían llamas y lava; desfiladeros terroríficos en parajes abruptos, que cortaban las montañas en mesetas aisladas; valles tan estrechos y tan pantanosos que resultaban impractica-

 bles ; y lluv lluvias, ias, ¡qu quéé llu ll u v ia iass ! To Torre rrent ntes es,, tro trom m ba bass de va rios meses de duración que, penetrando en la tierra calentada por el sol de los trópicos, hacen surgir una selva virgen de árboles monstruosos, fieras, leones, panteras, elefantes, serpientes... En cuanto a los hombres, ¿cómo eran? No se sabía tampoco muy bien. ¿Negros? De piel sí, pero su rostro no tenía ni los labios gruesos ni la córnea azulada de los negros. Añadid a esto todo lo que la imaginación puede inventar de horrible, de terrorífico... Hacía falta valor para lanzarse a una expedición parecida. Sin embargo, después de algunas semanas de preparación, rac ión, la caravana carava na se puso en m march archa: a: una hilera de camellos, guías, mulos, albardas, una cuarentena de hombres y nuestros dos niños completamente maravillados jnentusiasmados. lasenextrañas montañas, de mesetas Comenzó cortadas, la se escalada; destacaban el ho 63  

rizonte. No se avanzaba aprisa, con continuas paradas de*  bidas a lo loss árb árbole oless de derr rrib ibad ados os en el camino, o p or u n río desb de sbor orda dado do.. Po Porr fin alcanzaron la ci cim m a ; el aire era ligero; llovía menos; el paisaje se había convertido en una inmens inmensaa est estepa, epa, salpicada de grup g rupos os de árbo árboles. les. Y entonces... ¡Gritos! ¡Gri tos! ¡Lluvia de flechas! flecha s! ¡Caballos al galope! ¡See diríadel ¡S quepillaje, salen que de vagaban llos os roqued roquedales! Los nómadas, amantes porales! la estepa en busca de víctimas que despojar, habían visto de lejos la caravana de los cristianos. Sin duda habían creído que se

vana de los cristianos. Sin duda habían creído que se trataba de una de esas expediciones comerciales cuyos camellos iban cargados de ricas mercancías. ¡Error! Pero, antes de que se dieran cuenta, los compañeros de Metrodoro caían bajo ely ataque de los asustados, asaltantes. arroLos mulos se encabritaban, los camellos,  jabann la cab  jaba cabalg algadu adura ra y se al alej ejaa b an a tro tr o te largo. E n me menos de diez minutos la afrentosa carnicería había concluido. De los cuarenta hombres valientes que querían llevar al reino de Etiopía la Buena Nueva de Cristo no quedaban más que cadáveres o heridos, que los bandidosPero, remataron con sus era puñales. sin embargo, la voluntad divina que Etio pía fue fuera ra entonces cr crist istian ianiz izad ada.. a.... No se serí ríaa el b u en Metrodoro el que realizaría esa labor, sino aquellos mismos que había instruido para la gran aventura, sus discípulos Frumencio y Edesio.

Cuando las primeras flechas habían comenzado a silbar, y los gritos de los salvajes a resonar, Frumencio, 64

 

siempre rápido en comprender, había cogido del brazo a su ccomp ompañe añero ro : «Saltemos» «Saltemos»,, exclamó. Se dejaro dejaron, n, pues,

caer desde lo alto de la silla del camello, y rodaron por el suelo su elo;; un bosquecil bosquecillo lo de árboles estaba próximo y se guarecieron en él él.. Desde allí asisti asistieron eron a toda la ho horrible rrible escena, aterrorizados, lejos dea ellos, agonizar, con la garganta abiertaviendo, de un no navajazo, su buen maestro, sin poder acercarse siquiera para abrazarle por últimaa vez. tim vez. ¡A ¡Ay! y! ¡C ¡Cóm ómoo creye creyeron ron ellos ellos llegada su últim últimaa hora! Y Frumencio, mu muyy bajito, cogien cogiendo do la mano de Edes Ed esio io,, le dijo: « ¡Roguem ¡Roguemos os al Señ Señor or para que nos salve! No nos qued quedaa más recurso que Él...» Cuando uno de los bandidos les vio y fue hasta ellos con la lanza ensangrentada, sintieron paralizar su corazón. Pero una voz resonó, gritando con violentas palabras en una lengua que ellos no comprendían. El hom bree se de  br detuv tuvoo y el qu quee pa parec recía ía su jef jefee se ac acerc ercó; ó; sacán sacándolos de su escondite, los examinó atentamente. Visiblemente, la presencia de ambos niños le extrañaba. Aca baba  ba ba de compr com prob obar ar qu quee la ca cara rava vana na n o lle lleva vaba ba ni ning ngun unaa rica mercancía, nada que tuviera el menor valor. ¿Qué es lo que quería decir todo esto? Su voz resonó de nuevo dando una orden. Un instante después, Frumencio y Edesio fueron estrechamente atados, incapaces de hacer el menor gesto, a cada lado de una albarda, y el camello que les conducía se alzó y emprendió el trote. Se vieron de nuevo, tullidos, baldados, medio muertos, tenerse derechos, atrio de un extrañoincapaces palacio, de completamente rojo, en conel macizas torres, con muros erizados de vigas salientes, que se alzaban hacia el cielo. Una mujer no tardó en acercárseles, acom pañada  pañ ada de dos niño niñoss qu quee te tení nían an apro aproxim ximada adamen mente te su »  

mismaa e d a d ; to mism todo do un cortejo co rtejo de pers personajes onajes vestidos re buscadamente  busca damente,, gua guardias, rdias, criado criadoss po port rtan andd o gr gran andd es aba aba·· nicos de plumas, los acompañaban deferentemente. Pru* mencio y Edesio pensaron en seguida que se hallaban en  presencia rein re inaa de aque aqaluelsuplicio, l país. Y laor orgu gullos llosam ament ente, e, esperando deserlaconducidos miraban acercarse sin bajar la cabeza. Pero, Pe ro, ¡o ¡ohh, qué sor sorpre presa! sa!,, la dam da m a se acerc acercaa a el ellos los gentilmente y les habla en su lengua. Hablaba el griego con un fuerte acento extranjero. Su piel era de un tono obscuro, pero sus facciones eran agradables. Los dos niños que miraban con quererles curiosidadhacer a Frumencio y Edesio, no parecían tampoco ningún daño.« Muy extrañados, pero profundamente satisfechos* nuestros dos niños comprendieron que estaban salvados.

Fue así como Frumencio y Edesio se convirtieron en  pajes de la corte de dell re reyy de Etio Etiopía, pía, qu quee se llam ll amab abaa el  Neg  N egus us.. Era Erann prisioneros, pero pe ro na nadi diee esta es tabb a encarg enc argado ado de su vigilancia. Por otra parte, ¿cómo hubieran podido huir, estando tan lejos de su país, sin ningún medio de atravesar la selva hostil? La reina les protegía. Cuando ella era una niña, sus padres la habían enviado a Ale jandría, la gran ciudad de Egipto, p a ra a p re renn d er la lengua griega y la civilización del país. Por eso interrogaba largamente a los niños, para que le hablaran de los estudios que habían cursado, de lo que supieran, y su inteligencia le gustó mucho. Frumencio, sobre todo, ya lo

hemos dicho, estaba muy adelantado en materia de historia, de geografía, de cálculo, de astronomía, de música, 66  

luciéndose mucho. A la reina le placía distraerse con él, ya que en el rojo palacio no había ni una sala persona que pudiera hablarle de tales cosas. quedos Frumencio Edesio vivieranSe conconvino Dajan yentonces Bako, los hijos del yrey y la reina. Les enseñarían su lengua y todo lo que ellos mismos ha bían aprendid aprendido. o. Se al aloj ojar aría íann cerca de ellos, com comerían erían y  juga  ju garí rían an con ellos. ellos. Com Comoo se ve, u na su suer erte te in inesp espera erada da  para  pa ra los jóv jóvene eness cautivos. Pero ellos, aun estando tan contentos de su suerte, no olvidaban la razón por la que su buen maestro les había conducido hasta allí, la intención por la que él había muerto. Era por servir a Cristo que ellos habían partido conn Metrod co Me trodoro oro;; y, puest puestoo que él ya no esta estaba ba en entre tre ell ellos, os, ya que eran los únicos supervivientes entre los misioneros del Evangelio, era a ellos a quienes correspondía la tarea de enseñar el camino de la salvación eterna. Lo cual hicieron sin vacilar. Por esa época en Abi sinia se adoraban todavía los ídolos, animales que se  prete  pr etend ndía ía er eran an divinos, una un a especie d e bec becerro erross de oro o de bueyes Apis, como en el antiguo Egipto. Frumencio y Edesio empezaron a mostrar a sus compañeros lo ridículo que era eso, que los becerros o los bueyes no  pueden  pue den se serr dioses dioses,, que el verd ve rdad ader eroo Dio Dioss es invisible, todopoderoso, único. Después les contaron todo lo que sa-

 bía  bían Jesús,endella me mensa nsaje je sub sublim limee aque trhombres, a jo al mundo, de nsude muerte cruz para salvar los tra de su Resurrección y de su gloria. Algunas veces la misma reina venía a escuchar, y, como con anterioridad conoció a algunos cristianos en Alejandría, estaba desasosegada  pensando en; todo aquello. Pro Pronto nto,, al alred reded edor or de los dos muchachos se halló un núcleo, ya formado, de jóvenes 67  

que conocían el Evangelio y amaban a Cristo. Bien enten dido, los sacerdotes de los ídolos se hallaban muy encolerizados, pero ¿qué podían hacer? protección de la reina les impedía apoderarse de losLapequeños cautivos y darles muerte, como hubiera sido su deseo. De tal forma pasaron los meses. El rey, que estaba enfermo desde hacía mucho tiempo, murió. Su hijo mayor, Dajan, le sucedió. En la noche de su coronación llamó a su amigo Frumencio, que tenía entonces, como él, alrededor dey diecisiete años,  —So  — Soyy re rey y lo pu pued edo o todo.y le Tú,dijo: am amigo igo mío, me has ha s enseñado a conocer a Cristo, a conocer la más bella de las doctrinas, y yo deseo que el pueblo entero la aprenda. Mira, una caravana te aguarda con guardias y armas. Tu partirás con Edesio, volverás con los cristianos y ex plicarás a sus jef jefes es lo que deseo. ¡Que m e sean sea n en envv ia iados sacerdotes sabios, monjes muy santos, para que el Evangelio sea predicado en todos mis Estados!

Algunos meses más tarde, el gran Patriarca de Ale jandría, san Atanasio, u n diía en q ue se h al alla labb a tra tr a b a  jando en su despacho —¡y — ¡y Di Dios os sa sabe be cu cuán ánto to tra tr a b a jo te tenn ía entonces, siempre en lucha con los herejes, escribiendo siempre magníficas obras sobre los salmos de la Biblia o sobre la vida de san Antonio, el primero de los monjes, el que se refugió en el desierto para mejor rogar a Dios!—, un día, pues, en que san Atanasio estaba traba jando  jan do,, le vini vinieron eron a de decir cir que dos mucha muchachos, chos, e x tra tr a ñ a mente vestidos, querían hablarle. Él iba quizá a rehusar,  porque es esoo le iba a dist di stra raer er mucho, pero la voz in inte teri rioo r  68  

del Señor, aquélla que habla al corazón de los santos, le hizo comprender debía recibirles. Frumencio contó que su aventura al sabio arzobispo. Le dijo que allá, en el país de Etiopía, había un rey que quería el bautismo para él y para su pueblo. Largo tiem po le escuchó Atanasio, inter in terro rogá gánd ndol olee tam tambié bién. n. No ha ha bía que d u d a r más. i Aqu Aquel el muchach muc hachoo es estab tabaa inspirad insp iradoo  porr Di  po Dios os!! Le feli felicitó citó y le di dijo jo::  —¡Sí,, en  —¡Sí envi viar aréé sace sacerdo rdotes tes a tu tuss amigos! ¡Sí! Se Será ránn  para  pa ra Cristo Cristo.. Pe Pero ro deseo que qu e el jef jefee de est estaa expedición exped ición que irá a bautizar a Etiopía seas tú mismo, hijo, pues el mismo Cristo te ha protegido y marcado para su servicio. Estudiarás con todas tus fuerzas, y, cuando seas lo suficientemente sabio, yo te consagraré obispo, que vayas a gobernar, para el Señor y bajo mi autoridad, esta nueva Iglesia que has hecho nacer.

Y ved aquí cómo cómo fue escog escogido ido san Frume Frumencio, ncio, evan gelizador de Etiopía y primer obispo de ese país.

 

Capítulo

VII

GENOVEVA, LA PASTORA DE NANTERRE

 J #  1/ " X I

uiénes so sonn clara esos esos dos do s hombres, hombr es, laseri serios, os,rom qu queeana cami cami nan, nan, una mañana por vía romana de París a Ruán? Por sus abrigos de lino azul y sus túnicas del mismo color sabréis que son obispos, porque este color estaba entonces reservado a los jefes de la Iglesia cristiana. El uno es alto y flaco, nudoso como un árbol viejo: es Lobo Lobo,, obis obispo po de Troyes, en C h a m p añ añaa ; el

otro, másGermán, menudo,aquél ligeroa quien y despierto, es el obispo de Auxerre, los parisienses conocen  por san Germán Germá n el Auxer Auxerrés. rés. Ambos hhan an salid salidoo de la ciu ciudad antes de amanecer, deseosos de alcanzar al mediodía

el burgo de Argenteuil, donde se venera una preciosa re liquia de san Dionisio, primer obispo de París y mártir glorioso. A la salida del sol, los dos han rezado sus oraciones al pie de las tres grandes cruces que se alzan sobre ia áspera loma que se llama Monte Valerien. Des pués han continuado su camino a trav tr avés és de las he herm rmos osas as  praderas en donde pace numeroso num eroso ganado. Es la pri· 70  

mavera, una de esas preciosas primaveras de la región  parisiense, pl pletó etóric ricaa d e ai aire re vivo, d e sonrisas, de cantos de Sin pájaros. embargo, la dulzura exquisita de esta mañana no parece hacer mella en los dos prelados. ¿De qué ha blan, que ta tann to les inq inquie uieta? ta? Hay qu quee recon reconocer ocer qu quee en este año de 432 los motivos de preocupación no faltan para cualquiera que sepa observar y reflexionar un  poc  p oco. o. Desde hacía vein veinticin ticinco co años, años, tod todaa la Eu Europ ropaa Oc Occidental había sufrido una terr terrib ible le p ru ruee b a ; las grand grandes es invasiones habían comenzado. Los germanos, cuyas tri buss las legiones rom  bu roman anas as ha había bíann conseguido deten de tener, er, por espacio de siglos, más allá del Rin y del Danubio, consiguieron por fin cruzar las fortificaciones, abriendo brechas en los frentes de los ejércitos, y sucediéndose, como enormes oleadas, se desplegaron por las más bellas provincias del Imperio. Visigodos, ostrogodos, vándalos, bur gondos;; lo gondos loss nombres difieren e incl incluso uso tamb también ién el as pecto, per p eroo siem siempre pre se tra tr a ta de conq conquistad uistadores, ores, de invasores, más o menos dados al pillaje, más o menos violentos, que se instalan en las mejores ciudades y requisan

todo lo que desean. Justamente por el camino puede verse tropa. Alanos sin duda, altos, rubios, de ojos azules, hablando un rudo rud o lenguaje. ¡Q ¡Qué ué desgracia desgracia!! El Im Imperi perio, o, el ros.glorioso Imperio Romano, en manos de estos bárba ¿Pero existe todavía el Imperio? Roma, que ha sido el orgullo o rgullo del mundo, es cas casii uuna na ciudad m mue uerta rta ; en lugar de un millón de almas apenas cuenta con cincuenta mil. En Ravena, la nueva capital, los indignos descendientes de los grandes emperadores pierden todo su tiempo en la intriga, los excesos, las luchas palatinas. 71  

¡Son jefes germánicos los que mandan las legiones ro manas! los todo dos oobisp bispos, os, evoc evocand andoo de ta tannladolo doloroso rososs hechos hechos, se dicenYque ha sido voluntad Providencia. El, orgulloso Imperio de los Hijos de la Loba, que creyó  poder d et eten ener er la m ar arch chaa d e l Ev Evan angel gelio io d e Cris Cristo, to, q u t torturó, martirizó a los santos de Dios, se halla en trance de exp expiar iar sus crímenes: la jus justicia ticia de Dio Dioss lo quiere así. ¿Está, todo fuerz perdido? No.anece En eeste mundo desplo desp lom ma, pues, uunna; gran fuerza a permanec perm in ta tac c ta ta:: laque de se la Iglesia. Bajo la dirección de sus obispos, en primer lugar la del primero de ellos, el Papa, los cristianos, muy numerosos ahora, han luchado contra los bárbaros, aplicándose en su conversión, civilizándolos. Gracias a ellos un mundo nuevo está a punto de nacer, en el que ro-

manosmo. y Este germanos reconciliados, unidos porente el  bautis  bautismo. siglo vserán , lo pod podéis éis ve ver, r, es ex extr trem emad adam amen te importante y se comprende que san Lobo y san Germán discutieran gravemente todas estas cosas...

Cuando de una pequeña loma como de la una carretera —a descendían corta distancia el Sena se desliza cinta azul entre las praderas—, una niñita que apacentaba sus corderos en un pasto les reconoció por sus vestiduras y arrodillándose rápidamente se santiguó. Los dos obispos correspondieron haciendo en su dirección el signo de la bendición. Después se detienen... ¿Qué ocurre, pues? No es la primera vez que una  pastorcilla se pr prost ostern ernaa de delan lante te de ello elloss y que qu e ello elloss la  bendic  ben dicen. en. ¿Qué tien tienee ella de extr ex trao aord rdin inar ario io q u e no 72

 

tengan las otras? Por el momento quizá ni Lobo ni Germán podrían decirlo. Pero uno y otro son santos. En ellos habla el Espíritu del Señor haciéndoles comprender cosas que los simples mortales no sabrían entender. En el instante en que la niñita se arrodilló, sintieron un im pulso  pu lso mist misterioso erioso,, como u na llamad llamada. a. P o r encima de

esta niña, ¿es el cielo más puro, más luminoso? Germán de Auxerre, el más ágil de los dos prelados, ha saltado el foso que bordea el camino y se acerca hacia la pequeña pastora. Es una niña de unos doce años, alta para su edad,  pero  pe ro pá pálid lidaa y delg delgada ada,, ¡ta ¡tann delg delgada ada en su tún túnica ica gris! Viendo aproximarse al obispo se ha quedado de rodillas, ha bajadoojos la cabeza, la ha alzado sus grandes azules después hacia monseñor san volviendo Germán. Durante un instante el futuro santo y la futura santa se m ira iraro ron. n. ¡Qué gran grande de es Di Dios! os! ¡Qu ¡Quéé poderoso poderoso es el Es pír  p írit ituu Sa Santo nto!! Hace b ri rill llaa r en esta es ta hu humil milde de pa pasto stora ra un unaa gracia tan maravillosa que no puede ser otra que la del mismo Jesús.  —¿C  —¿Cuá uáll es tu nom nombre bre??  —Genoveva.  — Genoveva.  —¿Y el de tu padre? pad re?  —Severo.  — Severo.  —¿Es roma romano? no?  —Sí  — Sí,, per peroo mi m ad adre re es griega.
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