La leyenda de Cantuña

August 19, 2017 | Author: shelly_25 | Category: Francisco Pizarro, Religion And Belief
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La leyenda de Cantuña Se dice que hace muchos años atrás cuando se construía el atrio de la Iglesia de San Francisco trabajaba un indígena llamado Cantuña, que era el responsable de terminar la obra. El tiempo pasaba y la obra no se concluía, Cantuña era amenazado con ir a prisión si no terminaba la obra a tiempo y esto lo ponía muy nervioso. Pero un día, cuando regresaba a su casa salió de entre las piedras un pequeño hombrecillo vestido de rojo, con nariz y barba muy puntiagudas que con voz sonora le dijo: Soy Satanás, quiero ayudarte. Yo puedo terminar el atrio de la iglesia antes de que salga el sol. A manera de pago, me entregarías tu alma. ¿Aceptas? Cantuña, que veía imposible terminar la obra a tiempo le dijo: Acepto, pero no debe faltar ni una sola piedra antes del toque del Ave María o el trato se anula. De acuerdo - respondió Satanás. Decenas de diablos se pusieron manos a la obra y trabajaron sin descanso. Cantuña, que miraba con miedo cómo se iba terminando la obra se sentó en un lugar y se dio cuenta de que faltaba una piedra. Fue entonces cuando sonó el Ave María y al faltar esa piedra para terminar la obra logró salvar su alma. El diablo, muy enojado, desapareció y Cantuña además de salvar su alma pudo ver terminada la obra que se conserva hasta hoy.

LA OTRA HISTORIA DE LA LEYENDA DE CANTUÑA Descubriendo la verdadera historia de Cantuña En días pasados, tuve la oportunidad de relatar una leyenda que forma parte de la herencia cultural de Quito, capital de Ecuador. Si les parece interesante y cautivador el tema, mas aun puede ser el de encontrar la verdad que envuelve a estas famosas leyendas. A continuación les adjunto un escrito, el que se basa en investigaciones históricas de los hechos que realmente ocurrieron, y que por supuesto envuelven otros mitos y relatos que pertenecen a las páginas de los libros de historia de Ecuador. La Verdadera Historia de Cantuña Famosa es la leyenda que cuenta cómo el convento de San Francisco de Quito fue construida por Cantuña mediante pacto con el diablo. Cantuña era solamente un guagua de noble linaje, cuando Rumiñahui quemó la ciudad. Olvidado por sus mayores en la historia colectiva ante el inminente arribo de las huestes españolas, Cantuña quedó atrapado en las llamas que consumían al Quito incaico. La suerte quiso que, pese a estar horriblemente quemado y grotescamente deformado, el muchacho sobreviva. De él se apiadó uno de los conquistadores llamado Hernán Suárez, que lo hizo parte de su servicio, lo cristalizó, y, según dicen, lo trató casi como a propio hijo. Pasaron los años y don Hernán, buen conquistador pero mal administrador, cayó en la desgracia. Aquejado por las deudas, no atinaba cómo resolver sus problemas cada vez más acuciantes. Estando a punto de tener que vender casa y solar. Cantuña se le acercó ofreciéndole solucionar sus problemas, poniendo una sola condición: que haga ciertas modificaciones en el subsuelo de la casa. La suerte del hombre cambió de la noche a la mañana, sus finanzas se pusieron a tal punto que llegaron a estar más allá que en sus mejores días. Pero no hay riqueza que pueda evitar lo inevitable: con los años a cuestas, al ya viejo guerrero le sobrevino la muerte. Cantuña fue declarado su único heredero y como tal siguió gozando de gran fortuna.

Eran enormes las contribuciones que el indígena realizaba a los franciscanos para la construcción de su convento e iglesia. Los religiosos y autoridades, al no comprender el origen de tan grandes y piadosas ofrendas, resolvieron interrogarlo. Tantas veces acudieron a Cantuña con sus inoportunas preguntas que éste resolvió zafarse de ellos de una vez por todas. El indígena confesó ante los estupefactos curas que había hecho un pacto con el demonio y que éste, a cambio de su alma, le procuraba todo el dinero que le pidiese. Algunos religiosos compasivos intentaron el exorcismo contra el demonio y la persuasión con Cantuña para que devuelva lo recibido y rompa el trato. Ante las continuas negativas, los extranjeros empezaron a verlo con una mezcla de miedo y misericordia. A la muerte de Cantuña se descubrió en el subsuelo de la casa, bajo un piso falso, una fragua para fundir oro. A un costado había varios lingotes de oro y una cantidad de piezas incas listas para ser fundidas.

Cantuña y el tesoro de Atahualpa Cuando Atahualpa fue capturado por los españoles, cuenta la historia que, con el afán de recobrar su libertad, les ofreció un cuarto lleno de oro y dos de plata. Objetos de estos preciosos metales comenzaron a llegar a Cajamarca (donde se encontraba Atahualpa cautivo) en caravanas de indios que venían de diferentes partes; sin embargo, debido a la grandeza del imperio Inca, la entrega del codiciado rescate demoraba. Corría el rumor entre los captores de que el ejército del General Rumiñahui se acercaba para matar a Francisco Pizarro y los demás conquistadores, a quemar todo y liberar a Atahualpa. A tanto llegó el temor que, ocho meses después de la captura, el Inca fue asesinado. Se conoce que Pizarro se llevó la mayor parte del botín recaudado, pero no se sabe a ciencia cierta qué sucedió con el resto del rescate prometido, con las caravanas de oro y plata que iban en camino hacia Cajamarca. Al parecer, Rumiñahui pudo ocultar el rescate. Tras la muerte de Atahualpa, Pizarro se dirigió hacia el Cuzco y Sebastián de Benalcázar y se encontró con una ciudad saqueada e incendiada. Después de ocuparla, siguió el rastro de Rumiñahui que, según cuentan las crónicas, se encontraba en las peñas de los altos de Píllaro, cerca de los Llanganati. Finalmente lo capturaron y lo quemaron en la plaza principal de Quito, pero no lograron conocer en dónde se encontraba escondido el tesoro. Hasta ahora no se sabe qué ocurrió con el tesoro de Rumiñahui, pese a las continuas expediciones que se han realizado. Pero. ¿qué tiene que ver todo esto con Cantuña?. Hay quien dice que su padre, Hualca, acompañó a Rumiñahui en las quemas de Quito y a esconder el tan codiciado cargamento. Fuente: Revista Terra Incógnita, No. 21, I-2003, Quito-Ecuador Por Jorge J. Anhalzer Ilustración tomada del libro Llanganati

EL PADRE ALMEIDA Quien no conoce la leyenda de aquel fraile, en quien la tradición ha querido sintetizar una de las malas épocas de la religión Franciscana en el Ecuador. Manuel de Almeida era un joven de 17 años cuando entró novicio al Convento Franciscano. Hijo único renunció a todos sus bienes y los placeres propios de la juventud, los cambió con la disciplina monástica de su convento. Para su mala suerte cuando entró al convento, la indisciplina imperaba de manera escandalosa por todo el monasterio; los frailes jugaban naipes, bebían, salían y entraban a cualquier hora, sea por la puerta, sea por el tejado. El Padre Almeida cedió a las tentaciones de Satanás y sus salidas eran más frecuentes que sus compañeros lo recluyeron para ver si se moderaba. Todo fue en vano. Había estudiado el mejor sitio para sus escapados y este era una pared donde estaba la imagen de un enorme cristo que le servía de escalera para saltar e ir a lugares de diversiones nocturnas.

Muchas debieron ser sus salidas cuando el mismo Cristo se cansó de aguantar las irreverencias del fraile y abrió sus labios y le dijo hasta cuando Padre Almeida? Y el Padre Almeida contestó: “hasta la vuelta Señor”. En efecto aquella fue la última noche. Cuando regresó al amanecer, ya no fue a la celda, se postró delante del Cristo, que no le volvió a hablar y le prometió no continuar con sus desvaríos. Dice la leyenda que el Padre Almeida no se inmutó ante el reclamo de Cristo. Solo llegó al arrepentimiento cuando un amanecer, al regresar de una parranda, presenció sus propios funerales.

EL GALLO DE LA CATEDRAL Esta leyenda tuvo su origen en el centro de la ciudad de Quito y se dice que cierto hombre adinerado, vivía como un príncipe y oloroso a perfume bajaba por la plaza grande y frente al gallo de la iglesia de la catedral se burlaba diciéndole...

¡Que gallito, que tontería de gallito! Y continuaba su camino hasta una tienda donde bebía hasta embriagarse entrada la noche tomaba el rumbo a su casa. No sin antes burlarse del gallo de la cátedra, esto lo hacía siempre hasta que cierta noche sintió un escalofrío y las piernas desgarrándosele, para su sorpresa oyó una voz que le decía: -Prométeme que no volverás a beber -Lo prometo, no tomaré ni agua. -Prométeme que no volverás a insultarme -Lo prometo, no te nombraré. Levántate y ahy de ti si no cumples tu promesa La iglesia de la Catedral está situada en la ciudad de Quito, justamente en la Plaza de la Independencia , Plaza Grande y efecto en lo mas alto de su cúspide se encuentra el gallo de la catedral, es un gallo metálico que se tambalea al compás del viento.

LA DAMA TAPADA

No se ganaba en Guayaquil el rumboso título de TUNANTE, por los años 1700, quien no había seguido siquiera una vez a la TAPADA, en altas horas de la noche por los callejones y vericuetos por los cuales llevaba ella a sus rijosos galanes. Nunca se le veía antes de las doce ni jamás nadie oyó, en la aventura de seguirla, las campanadas del alba, a las cuatro de la madrugada. ¿De donde salía la tapada? Nunca se supo; pero el trasnochador de doce y pico que se entretuviese por alguno de los callejones, de seguro que al rato menos pensado tenía delante de sí, a casi dos metros, siempre como al alcance de las manos pero nunca alcanzable, a una mujer de gentilísimo andar, cuerpo esbeltísimo y aunque siempre cubierta la cabeza con mantilla, manta o velo, revelaba su juventud y su belleza y a cuyo paso quedaba un ambiente de suavísimo perfume a nardos o violetas, reseda o galán de noche. Todo galanteador, fuese viejo verde o joven sarmiento, sentíase irresistiblemente atraído y como medianímicamente inspirado para dirigirle piropos. Y ella delante y el detrás, camina y camina, sin que ella alterara su ritmo; pero sin dejarse nunca alcanzar ni disminuir la distancia de un metro a lo sumo; pues bajo no se sabía que influencia, el acosador no podía avanzar a acortar esa distancia. Y camina camina, la damita cruzaba rápido con la pericia de una buena conocedora de los vericuetos, siempre por callejones y encrucijadas, sin acercarse a calles anchas. Zas…zas…las almidonadas arandelas de su pollera unas veces. Suas…suas…suas…los restregos de sus sayas de tafetán, otras, pues nunca se repetían sus trajes, salvo la manta o el velo. Sólo pequeños esguinces de su gallarda cabeza, como animando a seguirla; sólo algo así como el eco imperceptible de una ahogada sonrisa juvenil, eran los acicates del galán que se empecinare en seguir a caza tan difícil. Y cosa curiosa: a su paso los rondines dormían si alguno estaba en la calle, y nadie que viniere de frente parecía verla; la visión era sólo para el persecutor, que ya perdida la cabeza y el rumbo, seguía inconsciente, hipnotizado, cruzando callejas y callejas sin saber por donde ni hacia donde le llevaban su curiosidad o malicia y el irresistible imán que lo precedía. …Cuando de pronto…la tapada se detenía a raya…Daba media vuelta de precisión militar y levantándose el velo que cubría su cara, no decía sino estas frases: -Ya me ve usted como soy…Ahora, si quiere seguirme, siga… Y el rostro tan lindamente supuesto, se mostraba en verdad bellísimo, fino, aristocrático, blanco, sonrosado, fresco, griego, magnifico…pero todo era una visión de un segundo. Inmediatamente, como hoy podemos ver en las combinaciones de las películas, esas transformaciones entre sombras y disfumaciones…todas las facciones iban desapareciendo como en instantánea descomposición cadavérica: a los bellísimos ojos sucedían grandes huecos que a poco fosforecían como en azufre; a los lindos labios las descarnadas encías, a las mejillas los huesos; hasta que totalizada la calavera, un chocar macábrito de crótalos

eran las mandíbulas de salteados dientes…Y un creciente olor de cadaverina apestosa reemplazaba los ricos aromas anteriores…. Otra media vuelta de la dama...y el que alcanzara a verla la hubiera visto como evaporarse al llegar a la vieja casa abandonada de don Javier Matute…el que no alcanzaba a ver esto, allí quedaba, paralizado y tembleque, pelipuntiparado, sudorifrìo y baboso, o loco o muerto…solo el que había visto a la TAPADA podía adquirir el rumboso título de TUNANTE… Y agrega la leyenda que el alma en pena era de una bella que en vida había abusado del comercio de la carne, sin ser carnicera.

EL DIA DE LOS DIFUNTOS Allá por la década de los treinta, hasta mediados de los cuarenta, existió una costumbre en la Península , en relación a la recordación del día de los fieles difuntos.

Una de las tradiciones consistía en preparar “La mesa de los difuntos”, en víspera del 2 de noviembre de cada año: se preocupan de realizar alimentos con harina de trigo, frutas de la sierra y costa, manjares, legumbre, jugos, pescados, diversidad de mariscos, etc, y ponerlos en grandes mesas cubiertas con manteles para la ocasión, bajo toldos, con velas encendidas alrededor de la mesa que también contenía panes que representaban figuras humanas y de animales. A los platos preferidos se les añadía una botella de licor, cigarrillos y caramelos, que al difunto le habían gustado en vida. Después de un tiempo prudencial para que coman los difuntos, los familiares se dirigían a las casas de los vecinos y los niños iban diciendo “Ángeles somos del cielo venimos pan pedimos”, y la puerta se abría, para que todos reciban una donación de pan o comida del difunto. Luego se retiraban a sus casas con el producto de las donaciones. Esta tradición se ha ido extinguiendo, pocas familias las siguen realizando y es seguro que esta costumbre se estableció antes de la llegada de los españoles a nuestra América.

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