La La Autobiografía Como Una Historia de La Memoria Individual

February 22, 2023 | Author: Anonymous | Category: N/A
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UNIVERSIDAD ANDINA SIMÓN BOLÍVAR MAESTRÍA EN ESTUDIOS DE LA CULTURA HISTORIA, MEMORIA E IDENTIDAD

La autobiografía como una historia de la memoria individual “No es por azar que nacemos en un sitio y no en otro, sino para dar testimonio”, dice Eliseo Alberto, recordando palabras que su padre, Eliseo Diego, había escrito en el  prólogo de un libro suyo dedicado a sus hijos. Eliseo Alberto decide construir construir el sentido de estas palabras que le vienen del pasado y de la voz del padre muerto, y contar su historia. Así pues, en Informe contra mí mismo el autor hace una lectura l ectura de su infancia y  juventud en Cuba desde desde “un exilio de de terciopelo”, cómo ééll lo llama, en México. El título hace referencia a un hecho concreto de su vida cuyo recuerdo motiva la escritura de todo estas memorias: el momento en que, mientras cumplía el servicio militar en una trinchera de La Habana, en el año 1978, le solicitaron un informe sobre/contra su familia. Un informe sobre los suyos implicaba necesariamente un informe contra sí mismo. “Lo que realmente importaba”, nos dice, “era contar con un archivo comprometedor, no una reseña sobre el posible acusado, si no un arma contra el seguro confidente. Un texto donde cada uno de nosotros firmaba, a veces sin darnos cuenta del  peligro, el compromiso de nuestro propio silencio, pues tarde o temprano esa página escondida en los naufragios de la historia podría salir a flote” (Alberto, 1997: 19). Por tanto, este informe contra sí mismo, escrito veinte años después, viene a ser un intento de derribar ese muro de silencio que en determinado momento había decido construir. Así pues, rompe con el compromiso del olvido, y se dispone a contar aquello que en su momento no había podido contar: su historia a partir de la historia de los suyos. Se trata, entonces, de un relato autobiográfico cuya fuente principal es la memoria de esa vida. Al escoger  Informe contra mí mismo  como objeto de estudio, el propósito de este trabajo es caracterizar el tipo de memoria que se construye a través de la autobiografía. En consecuencia y, al tomar como punto de punto de partida la noción de la autobiografía como una historia de la memoria individual, debemos, por un lado,  preguntarnos si esa memoria puede ser válida como memoria social o histórica, y por otro, delimitar sus condiciones de credibilidad. De este parámetro inicial, podemos extraer tres aspectos fundamentales: la autobiografía como género referencial o ficticio,

 

la relación entre escritura y memoria, y aspectos concretos de la elaboración de una autobiografía. I. La autobiografía como imagen de lo real  

En primer lugar, conviene cuestionar la fisonomía de la autobiografía en cuanto género, puesto que su dimensión fronteriza está delimitada por la construcción de una identidad que tiene mucho de invención y por la narración de unos hechos que se consideran reales. La especificidad del género autobiográfico tiene que ver con el hecho de que se identifica al yo textual con el yo del autor. De esta simultaneidad deriva la complejidad a la ahora de reflexionar acerca de la autobiografía, puesto que no estamos ante un texto que es el resultado de un sujeto, sino que es ese sujeto el que va haciéndose, desfigurándose, en el propio texto. Este yo que se enuncia, “narra su vida  pasada, el que fue y ha sido durante años, como la verdad  y   y constituye un discurso autentificador, el autobiográfico, que pretende ser leído como la verdadera imagen que de sí mismo testimonia t estimonia el sujeto, su autor” (Pozuelo Yvancos, 2006: 24). Pero, ¿hasta qué punto podemos identificar al yo-autor con el yo-personaje? ¿De qué manera se construye la identidad de quien enuncia? La autobiografía tiene  pretensiones de realidad y de referencialidad que son avaladas, lo mismo que en el testimonio, por un yo que es real, documentable e histórico, y que nos narra hechos concretos de la historia. “Puede que contenga muchos sueños y fantasmas, pero estas desviaciones de la realidad siguen estando enraizadas en un sujeto único cuya identidad se define por la legibilidad incontestada de su nombre propio (…)” (De Man 2005: 462). La firma del autor, por tanto, no es un simple elemento extra-textual, como lo sería en la ficción, sino que da origen al sentido del propio texto al hacerlo susceptible de una verificación. Por esta razón, toda narración autobiográfica da cuenta de datos históricos y situaciones cotidianas del pasado que deben tomarse como verdaderas. Eliseo Alberto, en el capítulo final, dice: “Yo estuve en el lugar que me tocó, a talón  pegado. Soy testigo” (Alberto 1997:276). Al igual que en el testimonio, en esta frase,  probablemente lo que quiere decir es es:: deben creer, yo lo vi, fue así. Sin embargo, la autobiografía es un relato referencial particular en cuanto el autor y su memoria no son representados tal y como son, sino que se trata de, en  palabras de Gusdorf Gusdorf (ctdo en Pozuelo Yvancos, Yvancos, 2006 2006:: 32), “una creación imaginativa imaginativa de la imagen de identidad”. Así pues, en el momento de materialización de esa historia del a través de la escritura, se lleva acabo un proceso de ficcionalización y

 yo 

 

metaforización mediante el paso del autor al personaje textual. Es decir, el proyecto autobiográfico está determinado por algunas exigencias técnicas del autorretrato, de modo que, en última instancia, la presunta referencialidad es más una ilusión i lusión construida retóricamente (De Man 2005). Bajo este parámetro, la relación entre yo-autor y yo personaje no sería tanto de identificación como de proyección especular. El autor se refleja en otro que no es él, sino el reflejo que quisiera conservar de sí. Estamos, entonces, ante una construcción retórica de la identidad, puesto que, parafraseando  palabras de Paul De Man, si es imposible mostrar quienes somos, sólo nos quedan las metáforas que nos componen (Derrida 1998). Aunque se desprenda de un sujeto real, la  búsqueda de esa imagen es siempre tropológica. Este aspecto es el que conforma la dimensión ficticia del género.

II. La autobiografía como escritura de la memoria

Una vez delimitada la hibridez característica del género, es necesario cuestionar cuestionar el papel que la memoria desempeña tanto en el campo de la referencialidad como en el de la ficción. En primer lugar, es importante señalar que es la memoria la que configura la voz del sujeto que enuncia. Ahora bien, el problema de esta afirmación está en que la memoria no es un hecho dado, claramente definido, sino que se trata más bien de un  proceso que elabora una determinada representación sobre el pasado. En este sentido, hay una relación profunda en la adquisición de una voz para contar ese relato y aquello que se cuenta en el relato mismo, esto es, el recuerdo. La memoria permite que surja el yo autobiográfico, mezcla de referencialidad y de ficción, pero es esa voz la que define la elaboración de la memoria como tal. Eliseo Alberto, por ejemplo, confiesa, al recordar el primero de enero de 1959: “…si no lo digo ahora, y en voz alta, nunca más podré pensar en aquel niño de siete años que era yo hace treinta años y seis eneros, y que una mañana vio pasar por la Calzada de Jesús de dell Monte a los barbudos (…)”(Alberto, 1997: 60). Memoria y enunciación están íntimamente ligadas, de modo que, a la hora de reflexionar acerca del  papel de la memoria en la autobiografía, debemos dirigir nuestra pregunta hacia la escritura, puesto que es ella la que modela un tipo particular de memoria. La particularidad de la escritura tiene que ver con el hecho de que, al no ser un acto comunicativo presencial, implica cierta distancia enunciativa que sustituye la inmediatez de la presencia y el encuentro intersubujetivo de dos realidades, la del

 

emisor y la del receptor, por la soledad de un autor que escribe. Marcada por esta ausencia del otro, construye un tiempo presente que al igual que el del pasado es también abstracto. Esta abstracción, solamente formal puesto que la escritura también depende de un lugar de enunciación determinado socio-culturalmente, socio-culturalmente, es la que permite una mayor posibilidad de fabulación a la hora de formular el recuerdo, puesto que lo libera de la revisión y la verificación inmediata del otro. Esta ausencia del otro hace que la memoria que presenta la autobiografía esté incompleta, en cuanto el sentido final del recuerdo solamente adviene adviene en el momento en que es leída. Porque a la hora de hablar hablar de la memoria, como sostiene Jelin, “estamos hablando de procesos de significación y resignificación subjetivos (…) sentidos [que] se construyen y cambian en relación y en diálogo con otros, que pueden compartir y confrontar las experiencias y expectativas de cada uno, individual y grupalmente” (Jelin 2002: 13). Halbwachs, de otro lado, mantiene que la memoria como elaboración es  producto de la conjunción de dos planos: la memoria individual y la memoria socialcolectiva. Es esta última la que “comprende todo eso que también es necesario para explicar la producción o la reproducción de los estados de conciencia individuales y, en  particular, de los recuerdos” (Halbwachs 2004, 326). La memoria, por más que se  presente como individual, individual, como sería en el caso de la autobiografía, autobiografía, siempre está inserta en un marco social puesto que, por una parte, hay ciertos acontecimientos comunes que nos dicen qué debemos recordar y cómo; por otra, el lenguaje que transmite la memoria es el producto de una convención social y apela a sentidos compartidos por una comunidad, de modo que estos sentidos van acompañado acompañadoss de todas las l as experiencias que han transitado por ellos. Así pues, se reconstruye el pasado de un sujeto desde los marcos de sociales de su grupo ya que los individuos evocan sus recuerdos apoyándose en ellos. Estos procesos de recuerdo “no ocurren en individuos aislados sino insertos en redes de relaciones sociales, en grupos, instituciones y culturas” (Jelin 2002: 19) El hecho de que la elaboración de la memoria dependa de un marco social definido presupone la verdad de que en la lectura también impera el pensamiento social de ese momento. La memoria, como sostiene Jelin, va a poner en evidencia la tensión de distintas temporalidades, ya que el pasado que se rememora o se olvida es activado en un presente y en función de expectativas futuras. En el caso de la autobiografía como memoria escrita, estas temporalidades adquieren mayor relevancia en cuanto “escribir es producir una marca cuyo rasgo característico es la iterabilidad i terabilidad (ser repetible o legible en su términos, al margen de la actuación de su emisor) que constituiría una especie de

 

máquina productora que la desaparición del escritor no impedirá que siga funcionándose, dándose a leer, a reescribir, a ser repetida, en sentido estricto legible” (Pozuelo Yvancos, 2006: 79). Esta iterabilidad, ausente en el relato oral, permite que la memoria esté abierta a múltiples interpretaciones, activada en distintos presentes, siempre futuros desde el  punto de vista de la enunciación. Es Esto to hace, por otra pa parte, rte, que la memoria cons construida truida se enriquezca con diferentes interpretaciones de distintos momentos de la historia. “El recuerdo del pasado está incorporado, pero de manera dinámica, ya que las experiencias incorporadas en un momento dado pueden modificarse en períodos posteriores” (Jelin 2002: 13). Por otra parte, esto es así porque la memoria, como se ya se ha señalado, no apela únicamente a un relato del pasado, como se tiende a creer, sino que transforma t ransforma los materiales del pasado en materiales de presente, puesto que está más determinada por este último que por la imagen concreta de lo ya fue (Halbwachs 2004). Ahora bien, toda escritura conlleva un proceso más profundo ya no sólo de elaboración y selección de los recuerdos, sino también de revisión. En este sentido, la memoria escrita es producto de un acto consciente de elaboración del pasado, no sujeto de modo concreto a las emocionalidades del presente en cuanto intercambio comunicativo. El hecho de que la escritura pueda dar a los recuerdos un mayor grado de coherencia implica también un mayor grado de deformación, o como hemos denominado antes, fabulación: “…cuando la reflexión está en juego, cuando en lugar de dejar que el pasado reaparezca, se le reconstruye por un esfuerzo de razonamientos,  puede que se le deforme (…) Es la razón o la inteligencia la que escogería entre los recuerdos, apartaría algunos de ellos y dispondría de otros siguiendo un orden conforme a nuestras ideas del momento” (Halbwachs 2004, 337). Por último, es la escritura la que distingue a la autobiografía del testimonio que, si bien puede tener un sustrato escrito, es esencialmente oral ya que presenta un narrador excluido de los l os circuitos institucionales de producción, usualmente analfabeto, que tiene la urgencia de contar una experiencia traumática. La autobiografía depende de un marco social de elaboración, pero implica necesariamente la construcción de una identidad personal, a diferencia del testimonio que no sólo no tiene un autor, pues la autoría es definida en la entrevista, sino que también, según Beverly, evoca una  polifonía de otras voces posibles, otras vidas. Por otra parte, “el testimonio no puede afirmar una identidad propia que sea distinta de la clase, grupo, tribu, etnia, etc. a que  pertenece el narrador” (Beverly 161), mientras que la autobiografía tiene que ver

 

 justamente con la construcción de una voz propia. Desde el punto de vista formal, el testimonio está marcado por marcas conversacionales del lenguaje, mientras que la autobiografía presenta un lenguaje estilizado que construiría, a su vez, a la dimensión ficcional de este relato.

III. La autobiografía como un acto comunicativo: aspectos concretos de la elaboración de I nforme nforme co contr ntra a mí mi sm smo o

Antes hemos dicho que la escritura autobiográfica se caracterizaba por estar escindida de un intercambio comunicativo directo. Esto es cierto, sin embargo, es un error interpretativo entenderla fuera del marco de un dialogismo; en otras palabras, debemos leerla como un acto comunicativo insertado en un contexto socio-cultural determinado. La autobiografía como género tiene un carácter de autoexhibición de la individualidad y de autojustificación, en el sentido en que no se construye una identidad sólo en términos referenciales, sino que es la construcción de una identidad como retórica de una imagen que desea ser pública, que es  por los otros. Esta dimensión retórica, no obstante, es la que anula la dimensión referencial, eleva el relato en  principio con pretensiones de historia verdadera al estauto de la ficción, y hace del yo una metáfora de sí mismo. Ahora bien, si el eje de análisis se sitúa no sólo en el texto como tal, en su retoricidad, sino también en la producción de esa imagen, podemos llegar a una definición pragmática del género que nos permite considerarlo como un discurso de verdad. “La convencionalidad de ese estatuto de verdad será tanto más visible cuanto más analicemos los contextos socioculturales y el fenómeno de la producción autobiográfica no sólo como experiencia individual de búsqueda de identidad  problemática, sino como texto público (…)” (Pozuelo Yvancos, 2006: 48). Por otra  parte, sólo a partir de este tipo de análisis se puede defender la credibilidad de la memoria presentada en la autobiografía. En el caso de  Informe contra mí mismo, voy a analizar específicamente dos aspectos que considero permiten relacionar el relato de unas memorias personales con los marcos sociales que las han producido: el lugar de enunciación y el tú autobiográfico. En primer lugar, debemos preguntarnos la razón por la cuál Eliseo Alberto decide contar, justamente en este momento, su memoria de Cuba. “Esta cultura de la

 

memoria es una respuesta o reacción al cambio rápido y a una vida sin anclajes o raíces. La memoria tiene, entonces, un papel altamente significativo, como mecanismo cultural  para fortalecer el sentido de pertenencia a grupos o comunidades comunidades”” (Jelin 2002: 9). Desde este punto de vista, se puede entender que Eliseo Alberto decide contar su historia porque intenta definir su identidad a partir de su reciente inserción en una comunidad determinada: los cubanos del exilio. Según los datos que él presenta en su autobiografía, apenas son cincos años desde que salió de Cuba. Su identidad como exiliado, por tanto, está en proceso de elaboración. El lugar de enunciación enunciación está marcado por la distanc distancia ia ya no sólo temporal sino también espacial de aquello que narra. Este exilio, un exilio de terciopelo que no ha sido fruto de una experiencia traumática de represión explícita, sino más bien un exilio de “baja intensidad que comenzó a aplicarlo al fenómeno insólito que comenzó a observarse desde finales de la década de los ochenta en el estrecho puente de  posibilidades migratorias cubanas, y que, resumiéndolo mal y rápido, permitió a decenas de artistas (…) la salida temporal de la isla” (Alberto 1997: 184), define la selección de las memorias. Él no va a contar esp específicamente ecíficamente aquello aquello que sea importante para él en su totalidad, sino aquello que es relevante para él en cuanto sujeto exiliado. De esta manera, intenta definir la identidad de lo que podríamos considerar un gusañero, “aquellos que viven en Mexico y van de paseo a Cuba (…) que no llega ni a gusano ni a compañero” (Alberto 1997: 184). Por esta razón, la autobiografía es un informe contra sí mismo: pone en tela de duda quién él ha sido durante toda su vida. Eliseo Alberto sabe que ya no puede definirse desde los parámetros de la isla y, entonces, debe fundamentar una nueva identidad. Ahora bien, esta identidad sólo puede construirse a partir de su diferencia respecto a los cubanos que ahí residen, y su aproximación con aquellos que se encuentran en su misma situación. Por ende, el verdadero tú autobiográfico al que va dirigido el Informe no es tanto a los cubanos en general, como a aquellos “compañeros del exilio”. El hecho de que incluya una serie de cartas que se ha escrito con algunos de sus amigos cubanos que ahora viven en Miami, España, Mexico o Colombia, o un apartado titulado “Sólo para cubanos”, señala cómo ésa es la colectividad que lo define. Por otro lado, nos muestra no sólo el hecho de que “las memorias individuales estén siempre enmarcadas socialmente, (…) aun en los momentos más individuales (…), [o que uno] no recuerda solo sino con la ayuda de los recuerdos de los otros y con los códigos culturales

 

compartidos” (Jelin 2002: 20), sino que el propio Eliseo Alberto desea situar sus recuerdos como parte de una colectividad que también está definida generacionalmente, como señala continuamente el autor. Esto no quiere decir que las memorias presentadas no sean únicas y ssingulares, ingulares, sin sinoo que inclus inclusoo la individua individualización lización de las memorias depende de una colectividad. Por otra parte, el marco colectivo de los exiliados, es muy distinto del de los insiliados, como los llama Eliseo Alberto. La sola denominación de los elementos de la realidad es distinta, por ejemplo, “…el gobierno norteamericano se enfrentó a la  pesadilla de un hombre lllamado lamado Fidel (para los de la isla), Castro (para los del exilio)” (Alberto 1997: 106). Esta afirmación nos muestra que los unos y los otros están influenciados por contextos e ideologías diferentes, de modo que las subjetividades que se construyen en ellos también es distinta. En este caso, habría una disputa social por la memoria. El recuerdo de unos no corresponde con el de otros. La Cuba idealizada por los del exilio es muy distinta a cómo la recuerdan los cubanos que han permanecido en ella..

La Calzada de Jesús del Monte, por ejemplo, que el yo autobiográfico evoca

constantemente a lo largo del texto en realidad se presenta como un espacio imaginario,  bañado por la melancolía y la nostalgia. En este caso, Cuba es entendida como un  paraíso perdido que no corresponde con la realidad. Como lo increpa, uno de sus amigos del insilio, en una carta transcrita en  Informe, “la demasiada demasiada luz de la Calzada más bien enorme de Jesús del Monte, forma nuevas paredes con el polvo en los versos conmovedores de tu queridísimo padre, porque si caminas la Calzada descubrirás que ni siquiera se llama así desde hace cincuenta años y que es una avenida horrible, llena de  porquería, invadida de perros vagab vagabundos undos (…) (Alberto 199 1997: 7: 89). Conclusiones

La credibilidad de la memoria autobiográfica no depende de que los hechos referidos sean verdaderos o falsos, sino, más bien, de su construcción discursiva, esto es, del modo en qué se interpreta ese pasado desde las estructuras del presente. En este sentido, la memoria individual no  puede  ser válida como memoria social o histórica, sino que ella es, en sí misma, social e histórica. Esto se debe a que surge de un lugar de enunciación que, si bien es personal, es definido colectivamente, y apela constante apelación a los lectores.

 

 

Toda autobiografía busca algo de sus receptores1, ya sea comprensión,

 justificación, reconciliación, conversión (Las Confesiones  de San Agustín, por ejemplo); y esa es la única razón por la cual lo íntimo se vuelve público. Este fin que se  persigue tiene su último sentido el momento momento en que es realizado tanto por el autor como  por los lectores. Por esto, “la autobiografía es en última instancia una acto performativo y no una operación cognoscitiva” (Pozuelo Yvancos 2006: 59); en otra palabras, para que la autobiografía no pierda su dimensión referencial, el yo autobiográfico debe ‘hacer (o ser) lo que dice’ para así garantizar la autenticidad de su discurso. La firma y el nombre del autor muestran la práctica social de la escritura autobiográfica y nos llevan ya no a una individualidad abstracta sino a la situación espacio-temporal de un sujeto histórico constituido por una norma o marco social determinado. Por ende, la historia de una individualidad es la historia de un sujeto histórico. La credibilidad de la memoria presentada en la autobiografía es válida en cuanto es enfrentada como la memoria de un sujeto histórico en situación con su tiempo. La imagen y la metáfora de sí mismo, no es de sí mismo, sino de su situación como sujeto insertado en la historia

Ana María Pozo

1

 Eliseo Alberto llama a una paz necesaria entre aquellos de la isla y los del exilio

 

Bibliografía Alberto, Eliseo. Informe contra mí mismo. México: Editorial Alfaguara, 1997. Beverly, John. Del Lazarillo al Sandinismo. Minnesota: Ideologías y Literaturas. Derrida, Jacques. Memorias para Paul De Man. Barcelona: Editorial Gedisa, 1998. Halbwachs, Maurice.  Los marcos sociales de la memoria. Venezuela: Antrhopos  

Editorial, 2004.

Jelin, Elizabeth.  Los trabajos de la memoria.  Madrid: siglo veintiuno de españa  

editores, 2002.

Pozuelo Yvancos, José María. De la autobiografía. Barcelona: Crítica, 2006.

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