La Jaula de Las Locas Guion
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Descripción: Guion de obra teatral...
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La jaula de las locas Jean Poiret PERSONAJES Antoine Ferdinand Marcel Vladimir Carnicero Sra. Deulofeu Sr. Deulofeu Michelle Violet Nina Marie Lakua Primer acto Cuadro primero Escena 1: ¡Venga, a escena! Decorado único. (La sala de estar del apartamento donde vive el director de un nightclub especializado en espectáculos de transformistas. La estancia se prolonga en una terraza. El cabaret es al lado del apartamento, pero esto sólo se aprecia por las intervenciones esporádicas de algunos empleados que vienen a consultar cosas con el dueño. La sala es lujosa y bastante cargada. El estilo del salón es de un gusto exquisito, y tan equívoco que no deja lugar a dudas. Está decorado con grabados y bustos masculinos. Sobre la barandilla hay unos trapos: toallas, pañuelos. En la mesa, una caja de bombones. Es verano, al atardecer. Una mujer de espaldas, en el tocador, está terminando de maquillarse. Su parsimonia pone visiblemente nervioso a un hombre: Ferdinand, que entra por la puerta que comunica con el cabaret, con un vaso de gintonic en la mano.) Ferdinand. ¡¡Venga, o el público se cansará de nosotros! ¡Nunca estás a punto! ¡Nunca! (Deja el vaso en la estantería y enciende la luz general.) Tú y tus revistas del corazón acabarán
conmigo. No, no se moleste en contestarme. La cama te destrozará. Con los brazos tan preciosos que tenías y mira en que han quedado: parecen dos morcillas. (El otro personaje sigue maquillándose sin decir nada.) Un día explotaré... y ¡deja estos abanicos que te pones para pestañas! (Se abre una puerta falsa y Michel, un señor mayor, de aspecto respetable, entra en la estancia. A través de la puerta, que queda abierta, se escucha el eco de una canción que suena en el cabaret.) Michel. (Dirigiéndose al personaje que está de espaldas.) ¡Zaza mueve el culo!... ¡Venga! Zaza. ¡Oh! Ferdinand. (A Michel.) Michel, le ruego que abandone este tono cuando hable con la estrella. Michel. De acuerdo: Zaza, reina, mueve el culo... “sil vu ple”. Ferdinand. Eso está mejor. Las formas son las formas. (La tal Zaza se gira, quitándose el pañuelo que le cubre la cabeza, es un hombre: Antoine.) Michel. Baja pronto o Violet la liará. Antoine. La Violet es la novia del dueño, ¿no? Pues que la lie y a callar. Otro reproche y servidora no baja. (Se levanta.) Ferdinand. ¡Otra vez el numerito! Antoine. Por qué hago en la revista... Ferdinand. ¡Pero si el show es todo tuyo! (Va hacia el tocador, a retocarse.) Antoine. ¡Ya! ¿Cuándo me darás personajes como los de antes, eh cuando? No, no me contestes. Sé que no me quieres: ¡es normal! ¡Demasiados años en pareja! La reina de la Blanca Subur se murió, me miras como un mueble... ¡eso cuando me miras! Ferdinand. ¡Otra vez la bronca! (Levantándose.) Antoine. ¡Mira, mira los personajes que me das! Chaillot, la loca. ¿Te parece bien que la Reina de Sitges tenga que hacer de trastornada? ¿Has olvidado ya mi maravilloso “C’est si bon” y mi MataHari bailando la danza del vientre? Ferdinand. (Incómodo.) El público no paga por ver bailar el ombligo de la MataHari. Antoine. ¡Silencio! ¡Todo el país entero adoraba aquella espía! ¡Hice una interpretación gloriosa! ¡Cuánta ternura en su muerte! ¡Qué fusilamiento! ¡Con aquellas braguitas de flores y los sujetadores de corazones! Ferdinand. Las espías en braguitas, fusiladas por un escuadrón de mariquitas ya no venden. Antoine. Esto es porque ya no hay fusileros como los de antes. (Coge un bombón de la caja que hay en la mesa y se lo come.) Tus mariquitas de piernas consumidas no tienen clase para fusilarme. Y menos la Violet, por muy embajadora que ella se bautice... Ni siquiera la Lakua: ¡La Lakua nunca podrá ser un fusilero! Por cierto, que suba la Lakua que tengo que puntualizarle cuatro cositas.
Ferdinand. ¿Por qué no se las puntualizan cuando bajes? Antoine. ¡Ah, no! ¡Tienes que enterarte de lo que me hace tú Lakua mientras interpreto mi canción! ¡A llamarla! Ferdinand. ¡No! Antoine. (Se sienta en el tocador.) ¡Sí! Ferdinand. ¡Ah...! (Abriendo la puerta del club.) ¡Michel, que suba la Lakua! (A Antoine.) Tus retrasos acabarán hundiéndome el negocio. (Va hacia la terraza.) Antoine. ¡Qué poco me conoces! Soy un profesional adorado por el público. Si quieres contratar principiantes, allá tú, pero que no molesten a los artistas de verdad. Ferdinand. (Entrando de la terraza.) ¡Artistas de verdad! ¡Esto es cantar muy alto! Antoine. ¡Dame una pastilla! Ferdinand. (Va a buscar un cofre pequeño.) ¿De qué color? Antoine. Las verdes, ya lo sabes. Ferdinand. Aquí tienes el arco iris cerrado. (Acercándose le da el cofre.) ¿Quieres un bocata de pastillas? Antoine. (Coge el cofre y lo deja a su tocador.) ¡¡Qué cruel, que cruel! (Ferdinand hace un gesto de desaprobación.) Escena 2: Lakua (Entra Lakua, que viene del cabaret. Es una persona bastante guapa de sexo indefinido.) Antoine. ¡Ah! Ven aquí, chata, que el señor Ferdinand vea como te cargas la coreografía de “Leydy Broadway”, bonita. Lakua. En la Leydy voy vestido de hombre. Antoine. ¡Pero si tú no eres hombre ni en el carné de identidad! Ferdinand. ¡Silencio y a ensayar! A ver, ¿Qué falla hoy? Antoine. Ser joven y tener las piernas largas está muy bien chata, pero eso en Sitges ya no es talento, guapa. (A Ferdinand.) ¡Dentro playback! Al principio de “Strangers in the night”. (Ferdinand va hacia el tocador, a poner en marcha un minicaset. Suena la música.) Ferdinand. ¡Justo, la entrada! (Antoine ejecuta algunos pasos de una coreografía simplista, montada evidentemente a la medida de sus posibilidades, al estilo “mujer fatal”. Antoine intenta engatusar al joven, que para la ocasión ha adoptado un aire misterioso. En este punto, Antoine para en seco.) Antoine. “¡Estop de miusic!” (Ferdinand para el casete.) ¿Has visto? ¿Has visto lo que me hace? Ferdinand. ¿Qué te hace? Antoine. ¿No te has fijado? ¡Lo hace expresamente! ¡Globos! ¡Mientras canto, hace globos con el chicle!
Ferdinand. ¿Globos, bien y qué? Antoine. ¿”Y qué”? Le pegaré una bofetada. ¿A quién se le ocurre chupar plano mientras servidora está cantando “estrangers in the nait”? Con lo difícil que es el inglés y más cantado... Ferdinand. ¿Difícil? ¡En playback! Antoine. Y el sentimiento y la intención y los gestos... ¿Te parece fácil? Ferdinand. (A Lakua.) Bueno, se acabaron los globos y los chicles y ¡seriedad, por el amor de Dios! Antoine. ¡Mira qué “garbo”, mira qué desgana! ¡Mi número le importa un rábano! Ferdinand. (Yendo hacia Lakua y escenificando lo que dice.) Por favor, en el escenario te tienes que concentrar. Oiga, su personaje se ha perdido en plena noche, y de repente, entre la niebla, ¿qué ve? A esta belleza de mujer, es como una aparición, es..., es como... (Busca las palabras con las que describir la gracia y la belleza del personaje, pero parece que Antoine no se las inspira, así que se limita a decir:) ...como, ...una aparición. Y allí está ella, imponente... Y entonces le envías un llamamiento sexual en forma de gesto contenido, así. (Hace un gesto de pelvis que Lakua repite mal.) Antoine. ¡Que no, estás malgastando el tiempo! Odia las mujeres y eso el público lo nota. Ferdinand. (Conciliador.) No creo que nosotros podamos criticar a los que no les gustan las mujeres. Antoine. ¡Pero todo tiene un límite! Si su indiferencia fuera ante una hembra cualquiera lo entendería. ¡Pero ante este glamour! (Lakua hace otro globo con el chicle.) (A Lakua.) ¡Y fuera de mi vista! (Lakua sale con gesto de menosprecio.) Ferdinand. (Acercándose a Antoine.) Ahora lo hará bien. Antoine. Si no ha entendido nada, ¡es una “aficionada”! Pero como me haga un globo la abofeteo en medio de la escena. (Llega Michel, que viene de abajo.) Michel. Deprisa, que Violet ha repetido cuatro bises. Ferdinand. ¿Lo ves, te das cuenta? Michel. El público se lleva un cachondeo que es para morirse y cuando más repite, peor. Ferdinand. Enseguida bajamos. Michel. ¡Ahora va a cantar “mamá”, versión Charles Aznavour! (Sale.) (Ante el simple enunciado de este título, Ferdinand se altera.) Ferdinand. Eso sí que no. (A Antoine.) Reina, te pido de rodillas: vas deprisa. ¡Que no cante “mamá”! Antoine. De acuerdo. ¡Mis plumas! ¡A por ellos! Hundió el teatro con los aplausos. Soy la «dernier» gran profesional. Después de mí, el vacío.
Ferdinand. Que haya suerte. Antoine. (Histérico.) ¡Mi abanico! ¡«Mon die», el abanico! ¡Me falta el abanico! Ferdinand. ¡Ah el abanico...! Antoine. No puedo actuar sin abanico. Ferdinand. Le diré a Vladimir que te baje. Escena 3: ¿Cuándo me dejarás bailar? (Antoine sale, haciendo vocalizaciones. Ferdinand vuelve a cerrar la puerta de comunicación.) Ferdinand. (Llama hacia la cocina.) ¡Vladimir, baja el Abanico del señor! (Coge un jarro de la estantería y el coloca en la mesa. Allí encuentra la caja de bombones y la recoge. Voz el cofre de pastillas sobre el tocador de Antoine y la coge. Las dos cosas las pone en la estantería de la izquierda. Pon en marcha el altavoz de control que retransmite el espectáculo. Se escuchan aplausos del público y una voz ronca de mujer que da las gracias y anuncia “mamá” e inmediatamente otra voz presenta a Zaza, la reina de la noche. Aplausos cuando entra en escena. Discurso de ZazaAntoine, que casi no se distingue. Mientras Ferdinand está escuchando, un chico espectacular entra en la habitación. Lleva sólo un taparrabo que queda casi escondido detrás de un gran abanico de plumas. Se sitúa detrás Ferdinand y revolotea a su alrededor.) Ferdinand. ¡Vladimir, deja ya de pasear tus desnudeces! (Coge un candelabro de la estantería y lo lleva a la mesa.) Vladimir. ¿Acaso no te gusta, guapetona? Ferdinand. En horas de trabajo, no. Vladimir. ¿Cuando me dejarás bailar? ¿Qué tienen los otros que no pretenda yo? (Siguiéndolo.) Ferdinand. Que sabes cocinar. Estaría loco si cambiará un cocinero por una bailarina. Vladimir. Para ti, cocinaré, llevaré la casa y por la noche el numerito musical. Ferdinand. (Llevándolo hacia la puerta de la Jaula.) ¡No, no, que os conozco! Os dan los focos en la cara, os creéis una vedette ya la semana os largáis con un vendedor de lavabos. Vladimir. ¡Jamás me iré como un vendedor de lavabos! Ferdinand. He encumbrado a cien coristas y ¿cómo me lo han agradecido...? Así que de numeritos, nada. ¡Tú camerino es la cocina! Vladimir. ¡Explotador! ¡Cacique! ¡Detesto la cocina y tus patés de canard! Ferdinand. (Dobla los trapos que hay sobre la barandilla.) ¡Serán mejores los frijoles eses! Vladimir. ¡Cuidado con tocar el plato preferido de mamá! Ferdinand. ¡Pórtate bien, o te devuelvo a Recoger caña de azúcar! Vladimir. Abusas de mí porque sabes que se me destrozan las manos... Ferdinand. ¡Si no te gusta te vas a hacer la calle en el malecón!
Vladimir. ¡Qué malo eres, Ferdinand! Ferdinand. ¡Venga, baja ya! Escena 3A: Tengo que tener un niño (Vladimir sale por la puerta de la Jaula. Abre la puerta de comunicación y choca con una opulenta pelirroja que entra hecha una furia en la habitación.) Ferdinand. ¡Ahora tú! ¿Dónde vas ahora? Violet. ¿Que dónde voy? ¡Harta estoy de tu fulana! ¡La tía se piensa que somos sus criadas! Ferdinand. ¡Violet! Baja la voz que tu compañera está actuando. Violet. (Cerrando la puerta de comunicación.) ¿Actuando? ¡Me interrumpido cuando el público era mío! ¡Y después de cinco bises! Ferdinand. (Llevando los paños plegados al armario de la derecha.) ¿No te quejas que cantas poco? ¡Cinco bises! Deberías estarle agradecida. Violet. De agradecida nada, detesto ir de comparsa. Un día la diva me obliga a ocho canciones y al siguiente me deja sólo cuatro. Ferdinand. Violet, ¿olvidas con quién estás hablando? (Va a la terraza a tomar una flor.) Violet. Ferdinand, te empeñas que Zaza sea la vedette y ya no está para este viaje. Ya no es la Reina de la Blanca Subur. Le falta sexy, glamour, ya no es femenina. ¡”La nueva Reina”! ¡Ya ves tú! Ferdinand. (Sale de la terraza y va a poner la flor en florero de la mesa.) ¡Eres una amargada, Violet, una amargada! Violet. (Se pone a llorar.) ¡Eres un cruel, Ferdinand, un cruel! ¡Qué duro eres! Zaza lo tiene todo: joyas, vestidos... Le has dado el mejor vestuario. Y a mí, ¿qué? Mira: ¡un árbol de Navidad, parezco! (Se sienta en la barandilla.) Ferdinand. Estás espléndida. (Arregla y cierra el armario derecho.) Violet. Zaza canta y come. Canta poco y come mucho, mira sino sus michelines. Todo el día tumbada en la “cheslong”. Yo nunca me voy a dormir antes de las tres de la madrugada y a las seis, ¡venga, arriba, a conducir la cuba de regar las playas! Ferdinand. Tienes que dejar eso del riego o acabarás enferma, es de locos. Violet. ¡Locura es la miseria que me pagas! Ferdinand. Si aflojaras el tren de vida que llevas vivirías sin problemas. (Las lágrimas de Violet se multiplican y Ferdinand se sienta en la barandilla.) ¿Y ahora qué te pasa? ¿Qué tienes? Di. (Violet asiente, sin dejar de llorar.) ¿Qué locura has hecho? Violet. Ferdinand, espero un niño. Ferdinand. ¡Otro?! Violet. Es mi cruz.
Ferdinand. ¿Otra vez has vuelto a embarazar la Jaquelin? ¡La matarás esta mujer! El quinto ya, ¿no? Violet. (Sin dejar de llorar.) Los bebés son mi delirio. Ferdinand. ¿Y a ella? ¿Le gustan los niños como a ti? Violet. Creo que no tanto. Ferdinand. Violet, si sigues procreando con esta intensidad no llegarás a nada en el mundo del “show bisnes”. Tanto engendrar hijos te dejará sin fuerzas. (Le acerca un espejo de mano.) Mírate: marchito, consumido, viejo... Violet. No me denigre más. Ferdinand. (Se levanta.) ¡Señor, señor, no tenéis sentido! (Toma la Violet y la levanta.) ¿Te imaginas tú a la “Catherine Deneuve” con cinco hijos, te la imaginas? ¿Crees que la Mia Farrow estaría donde está si hubiera tenido cinco hijos? Ellas son listas y, ¿qué hacen? ¡Pues los compran! ¡Que tenerlos estropea! (Llaman a la puerta de comunicación. Violet se mueve a la izquierda y trata de recomponer a, hacia delante la terraza.) Pase, pase, señor Michel. (Entra Michel, ahora lleva una carpeta bajo el brazo y un cofre en la mano. Se dirige a la izquierda a recoger la pequeña caja de caudales.) (En la Jaula.) ¡Vladimir, he dicho que no te quiero entre los bastidores! ¡Sube! ¡No digas groserías, Vladimir! (Vladimir reaparece con las plumas de Zaza y pasa por delante de Ferdinand como un niño pillado in fraganti y se las da.) Venga: el caribeño en la cocina. Vladimir. No soy caribeño, soy cubano. Ferdinand. ¡Muy bien! Pues, el Cubanito a poner la mesa ya traer champán. (Vladimir sale hacia la cocina.) Violet. (A Michel.) Hola, guapa. Ferdinand. Ya ve señor Michel: Violet ha vuelto a embarazar a su mujer. Michel. ¿Otra vez, niña? Ferdinand. ¿Es serio esto? Michel. (A Ferdinand, yendo a la tabla de la derecha a mirar sus papeles.) ¿Serio? ¡No, no lo es de serio! Ferdinand. ¿Lo ves? No podrás seguir en esta casa. Violet. ¿No irás a despacharme? Ferdinand. Así no puedes alternar con los clientes. Violet. ¿Por qué no? Ferdinand. Entiende esto: Si un cliente de los de Moet Chandon se entera que tienes cinco hijos, ¿qué?
Violet. ¿Y por qué se han de enterar? Ferdinand. Mi niña... eso es Sitges, no París y aquí se sabe todo, la mentalidad es provinciana. Entiéndelo muchacha, el alternar es un negocio serio. ¿No es cierto, señor Michel? Michel. ¿Cierto? ¡Esto va a misa! Violet. ¡Cuidado conmigo que no me conoce bastante bien! Según el estatuto del trabajador no puede despacharme estando mi mujer embarazada. Ferdinand. ¿Es una amenaza? Violet. Yo no digo nada, pero me conozco y cuando me provocan me creen las pestañas y arrasa todo lo que se me pone por delante. Ferdinand. (Se dirige a sentarse junto a Michel.) Arrasa lo que quieras, pero a partir de hoy si quieres trabajar tendrás que hacer de boy. Violet. ¡No, eso no! ¿Por qué quiere humillarme? ¿Y mis pelucas? ¿Y mis joyas? ¿Las echo? Ferdinand. Haberlo pensado antes de revolcarse tiene por vicio engendrando descendencia. Violet. No pisaré el escenario con traje. ¡Nunca! No podría. ¡Qué vergüenza! Ferdinand. Pues entonces vete Pier, tenemos que cerrar la caja. Violet. ¡Pier! ¡Me has dicho Pier! ¡Qué horror! (Empieza a llorar otra vez. PierViolet se dirige hacia la puerta.) ¡Nunca seré un boy! Antes prefiero trabajar para los jubilados de los hoteles... ¡pero vestido de mujer! Y mucho cuidado que cuando yo me maquillo de mala soy muy mala. (Sale.) Escena 4: ¡Lleva la cena, Vladimir! Michel. ¡Cómo disfruta fastidiandola! Ferdinand. Me encanta, y en ella más. Ya tiene lágrimas para un par de semanas. Michel. ¡Es más tonta que un buzón! Ferdinand. Nada de nada, mucha palabrería y nada. ¡Llevamos las notas de la caja que vamos mal de tiempo! (Michel abre la cartera, deposita las facturas ante Ferdinand y deja el cofre sobre la mesa. Ferdinand la abre y cuenta la recaudación.) Parece que subimos, ¿no? ¿Cuánto público tenemos hoy? Michel. Pasamos los doscientos, señor. Ferdinand. Esto es un pleno. ¡Ya lo ve, señor Michel! No hay noche sin problemas. Primero Antoine, después Lakua, ahora la Violet... ¿Tengo razón o no? Michel. ¿Razón? Más que un santo. (Michel entra en la habitación de Antoine y Ferdinand a dejar la recaudación. Ferdinand enciende un cigarrillo, nervioso. Llama, dirigiéndose a la cocina.) Ferdinand. ¡Vladimir! Trae el champán y el caviar. Te doy la noche libre. (Suena unja musiquita, Vladimir entra con lo que ha pedido Ferdinand. Se comporta y baila como si estuviera en un escenario. Sigue yendo casi desnudo, pero en lugar de un taparrabo
ahora lleva un delantalito blanco; se ha puesto una peluca rubia rizada y sobre una cofia. Ferdinand va al aparato de sonido y lo para.) Hijo, tienes el alma verbenero. (Vladimir deja las cosas en la mesa.) ¡Pero las pelucas de Zaza ni tocarlas! (Va hacia Vladimir, que se aparta.) Vladimir. ¡Agárrame, si puedes! (Lo desafía.) ¡Ven, cógeme! (Hace gestos lascivos.) Ferdinand. Acabarás en la cocina de un psiquiátrico. Vladimir. ¡Una cenit con la diva! (Ferdinand arregla la mesa.) ¿Preparando la mesa de la Estrella? Me quedaré y os serviré desnudo y con la boa de plumitas bailando el bolero de Ravel, ¿quieres? Ferdinand. Quiero que te vistas como Dios manda y que te vaya a hacer chapas a la playa. Vladimir. Un día te deja tirado. (Vladimir le saca la lengua y sale. Michel sale de la habitación y se va por la puerta del local.) Escena 5: El Hijo (Ferdinand apaga la luz que ilumina la zona de comunicación con la Jaula cuando siente que por fin entra la persona que estaba esperando. Entra un chico lleno de encanto de unos veinte años. Lleva una bolsa de viaje. Se quedan un momento abrazados mejilla con mejilla. Ferdinand lo mira.) Ferdinand. ¡Por fin! ¿Cómo te va? Marcel. Muy bien Ferdinand. Ponte cómodo. (Le acompaña hacia la chaiselongue.) ¿Qué quieres tomar? ¿Champán? Marcel. ¡Champán! Ferdinand. Con el caviar es el que liga. Marcel. (Se sienta.) Pues no diré que no. (Se miran tiernamente.) Ferdinand. (Aun de pie.) ¡Por Dios, qué guapo estás! ¡Qué look niño! ¡Y qué moreno estás! Marcel. (Se levanta sonriendo.) ¿De verdad me encuentras guapo? Ferdinand. ¡Siempre te he encontrado guapo! Marcel. Pues tú también estás en forma. (Le da el pañuelo de regalo que le ha llevado.) Ferdinand. (Se pasea y se exhibe, coquetamente.) Creo que me estoy engordando. Es el trabajo. ¿De verdad me encuentras bien? Marcel. (Asiente con la cabeza.) ¿Está en escena? Ferdinand. Sí, le quedan un par de horas todavía. Marcel. ¿Y Vladimir? Ferdinand. Le he dado la noche libre. Siéntate, estamos solos. (Acerca dos copas de champán de la vitrina de la mesa. Se sientan en la chaiselongue: Marcel a la izquierda del público y
Ferdinand a la derecha. Marcel deja su equipaje junto a la mesita.) ¡Te he echado tanto de menos! ¡Tanto! Marcel. ¡Exageras! Ferdinand. Nunca habíamos estado tanto tiempo separados. (Marcel sonríe, un poco cohibido.) ¿Te ha gustado Londres? Marcel. ¡Es fantástico! Ferdinand. (Insidioso.) Y qué... ¿te lo has pasado bien con ella? Marcel. Mucho. (Empieza a prepararse una tostadita.) Ferdinand. ¿Tienes hambre? Marcel. Un poco. (Deja la tostada.) De verdad, tienes buen aspecto. Ferdinand. ¡Esto siempre que estoy contigo! (Marcel empieza a untar una tostada con mantequilla. Ferdinand se la saca de las manos.) No. Te la preparo yo. ¿Te acuerdas? (Le sirve. La expresión de Marcel se vuelve seria.) Marcel. ¿Sabes...? Creo que no podré quedarme mucho tiempo. Ferdinand. ¡Nunca te quedas mucho tiempo! Marcel. Esta vez es diferente. Ferdinand. ¿Diferente? Marcel. Me caso. (Silencio.) Ferdinand. (Se levanta.) ¿Casarte? ¡Muy bien! ¡Qué noticia! Marcel. ¿Estás enfadado? Ferdinand. ¿Debería estar contento? ¡Casarte! ¿Y con Nina, no? ¿La niña de los Deulofeu? Marcel. Sí. Ferdinand. ¡Os conocéis, vais dos meses fuera, y ya habláis de boda! Marcel. (Amable, pero rotundo.) ¡Esta vez lo tengo claro! Ferdinand. ¡Como el agua! No debería haberte pagado el viaje. Londres es una ciudad fría y en la cama se está bien incluso con una mujer. Marcel. (No puede evitar reírse.) Estaba decidido antes de que fuéramos. (Marcel empieza a comer con fuerza hambre.) Bueno ya lo he dicho. Ahora podré cenar tranquilo. No quería herirte. Ferdinand. Pues ya ves: ¡estoy eufórico! Marcel. (Deja de comer.) Si continúas con tus ironías me rebajarás la alegría. Ferdinand. ¡”Rebajar la alegría”! ¿Este es el lenguaje que usas con la puta de tu novia? ¡Eres más cursi que tu madre! ¡Harto me tenéis! Marcel. (Se levanta, alejándose de Ferdinand.) Pues yo estoy harto de que me tomen por tu chulo.
Ferdinand. Nadie te toma por mi chulo. Marcel. ¡Todos, papá! (Se acerca a Ferdinand. Pausa, mirada Ferdinand.) Ferdinand. ¡Papá, como me gusta esta palabra! Pero si siempre te he presentado como mi hijo. Marcel. Todos los chulos jóvenes son presentados como hijos o sobrinos. Ferdinand. Viendo hacerte con chicas sólo un ciego te tomaría por un chulo. ¡Qué ligón nos ha salido el jovencito! Marcel. ¡Pero si eres tú quien me llevaba a las chicas en la cama! Ferdinand. Por ser un mujeriego debe empezar pronto, pero eres demasiado joven para el matrimonio. Y la puta de la Deulofeu esta, ¿cuántos años tiene? Tú no has hecho vigésimo cuatro. Marcel. Tampoco les ha hecho ella. Ferdinand. ¡Lo sabía! A esta edad, una zorra lleva al huerto a un pardillo como tú. Deberías esperar a madurar, no lo sé, cuatro o cinco años. Marcel. Y ella tendría veintesiete. ¡Que no maduraría solo, papá! (Pausa.) Ferdinand. Bien. Dejémoslo. Siempre he deseado que, al menos tú, te enamoraras de una mujer, es la vida. (Vuelve a sentarse donde estaba antes.) Bueno... ¿y qué? ¿Pensáis instalaros por aquí? Marcel. ¡Papá esto es imposible! Ferdinand. ¿Imposible? Marcel. (Levantándose.) ¿En este local? Ferdinand. ¿No me digas que la zorra es una monja? Marcel. No es por ella, es por sus padres. Ferdinand. ¡Ah! ¿Los monjes son los padres de la prostituta? Marcel. (Sentándose de nuevo.) Su padre es del PP. Ferdinand. ¿Del PP? Marcel. Bueno, era de Unión, pero se pasó al PP. Va de número dos en las próximas elecciones. Ferdinand. ¿Bueno y qué? Marcel. Se presentan con el lema de “familia, progreso y moral” y eso no encaja con la Jaula de las Locas. Ferdinand. ¡No veo porque no! ¡Familia, ya tenemos! ¿Progreso? ¡Más progreso que nosotros...! ¡Y moral! ¡Tenemos más moral que el pobre Michel que a sus años todavía sueña que le monten un piso en Montecarlo! Marcel. ¡Déjate de bromas! ¡Su partido está en contra de esta especie de locales!
Ferdinand. (Se levanta.) Ahora el niño frecuenta la alta sociedad. ¡Perfecto! Es tu vida. Si tanto te avergüenzas, no nos los presentes. Marcel. Que más quisiera yo. Ferdinand. ¿Qué? Marcel. (Se levanta.) Los tendrás que conocer. Ferdinand. Hijo, decídete: ¿me tapas o me exhibes? Marcel. Te exhibiré, pero tapado. Ferdinand. Tapado, no sea que haga alguna tontería. ¿Y es inevitable? Marcel. Es normal que quieran conocer mi familia. Ferdinand. ¡Pues nada hombre! Iré a humillarme donde digas. Marcel. Con un poco de suerte no hará falta. (Durante un rato los dos se miran. Ferdinand no acaba de entenderlo.) Ferdinand. Oye guapo, ¿por qué no me lo explicara y así me entero? Marcel. Está todo previsto. La próxima semana el padre de Nina hace campaña por la costa y aprovechará para conocer mi familia. (Pausa.) ¿Qué querías? ¡Tienen que dormir en algún lugar! Ferdinand. (Cada vez más asustado.) ¿Se quedarán a dormir? (Señalando la puerta del local.) ¿Y eso qué es? Marcel. (No entiende dónde quiere ir a parar su padre.) Una puerta. Ferdinand. ¿Y a dónde conduce? Marcel. A “La Jaula”. Ferdinand. Y qué quieres hacer, ¿tapiarla? Marcel. Con bloquearla tendremos suficiente. Ferdinand. ¿Bloquearla? Marcel. La tapiaremos con un mueble. Ferdinand. ¿Y cómo bajaremos el local? Marcel. Nadie bajará el local, lo cerraremos. (Pausa.) Tres días solamente. Ferdinand. ¡Ahora son tres días! Marcel. Bueno, dos o tres. Ferdinand. ¡Hijo, estás más loco que tu madre! Marcel. Serán sólo tres días. Las paredes están bien, se les da un tono serio... Bloqueas la puerta y nadie relacionará la casa con un cabaret de transformismo. Aparte de eso... Ferdinand. Aparte de eso... ¿qué? Marcel. Haremos algunos arreglillos. Ferdinand. ¡Vaya, hombre! (Va a sentarse en la chaiselongue.) ¡Hay cosas que al señor no acaban de gustarle!
Marcel. ¡Son cuatro tonterías! (Se señalando algunos objetos, de carácter especialmente equívoco.) Esto... el discóbolo. Esto otro, el Priapo... Ferdinand. Tranquilo, haz la lista y te la firmo. Marcel. Gracias, papá. (Le da un beso.) Ferdinand. Y yo, ¿qué pinto en esta historia? Marcel. ¿Tú? Nada. Paseas por ahí y haces los honores. Ferdinand. Supongo que como propietario de “La Jaula de las Locas”. Marcel. Tú estás loco. Ferdinand. ¿Loco? (Pausa.) ¿Quién les has dicho que es tu padre? Marcel. Les he dicho... (Vacila.) Ferdinand. Sigue, sigue... que yo soy muy sufrido. Marcel. Les he dicho que trabajas en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Ferdinand. ¡Esto es tener ambición con los padres! ¿Y qué hago yo en el Ministerio de Asuntos Exteriores, si se puede saber? Marcel. No he dado detalles. Si te preguntan dices que estás en uno de esos negociados. Ferdinand. ¿Negociados? ¡Pero si no sé ni cuál es la capital de Rumania! Marcel. Nadie te preguntará cuál es la capital de Rumanía. Ferdinand. (Se levanta.) Sólo faltaría que uno del PP viniera a preguntarle al propietario de la “Jaula de las Locas” por la capital de Rumanía. Marcel. (Se levanta y va hacia su padre.) Di... no sé... que has estado en Roma, en Egipto... ¡Necesitabas una profesión que estuviera a la altura de las circunstancias! Ferdinand. ¡Claro! ¡Encima tengo que estar a la altura de las circunstancias! Marcel. ¡Al fin y al cabo, son multimillonarios! Créeme, lo mejor es un ministerio de asuntos exteriores. Ferdinand. ¿Y cuando llegan los multimillonarios? Marcel. El viernes. Ferdinand. ¡Perfecto! Tenemos cuatro días. Nos sobran dos semanas. Marcel. Tendremos suficiente. Sólo quería pedirte... Ferdinand. ¡No! ¿Vas a pedirme más cosas? Marcel. Perdona, papá... pero si pudieras controlar esta cosa especial que hay en ti... no es nada..., tus gestos... tu forma de andar... tu manera de hablar... y tu vocabulario. Ferdinand. ¿Quieres que me gire al igual que un calcetín? Marcel. Sólo deberías cambiar en los detalles: ¡fíjate en los hombres que no son del ambiente! Ferdinand. ¡Esto es muy fácil! ¿Algo más? Marcel. (Muy incómodo.) Antoine. Ferdinand. ¿Qué?
Marcel. Deberá irse. Tú, solo, aunque das el pego, pero con la Antoine, imposible. Ferdinand. ¡Ah, no! ¡No romperás la pareja de tu padre! Si los invitas a mi casa, los peperos tendrán que aceptarme como soy. Marcel. ¡A ti te aceptan! ¡Es tu hijo el que no querrán a la familia! Ferdinand. Pero, ¿qué clase de gente son estos multimillonarios? Marcel. Son unos señores. Ferdinand. (Se enfurece.) ¡Supongo que la niña no será tan tonta como el padre! Marcel. Por favor, papá. Ferdinand. ¡Qué barbaridad! ¡Lárgate a vivir con ella como hace la gente de tu edad, embarázala bien embarazada y tendrás a tus pies a los fachas estos implorando ser tus suegros! Marcel. Ella no vendría a vivir conmigo. Ferdinand. ¿No dices que te ama? Marcel. Sí, pero no puede hacer esto a sus papás. Ferdinand. ¡Al menos la niña sí debe saber quiénes somos! Marcel. Se lo he dicho... a medias. Ferdinand. ¡Mi hijo es tonto! ¡En lugar de estar orgulloso de tener un padre sexualmente liberado, lo esconde al igual que en una vergüenza! ¡No, no y mil veces no! ¡Me importan un bledo tus multimillonarios! ¡No! (Hace un gesto afeminado que irrita Marcel, que se aparta hacia la izquierda.) Marcel. Perdona por haberte molestado. Está bien, lo siento, renunciaré a la Nina. (Se va hacia su habitación.) Será mejor así. Que duermas bien papá. Ferdinand. (Lo retiene por el brazo.) ¡Marcel! ¡Oye, Marcel! Está bien: cerraremos el local, cerrando las puertas con un mueble y haremos viril esta decoración afeminada. Repudiaremos Antoine, masculinizaremos Vladimir y nos apuntaremos a una academia de gestos para machos. Y todo ello, de aquí a viernes. Suficiente, tengo cuatro días por delante. (Se apagan las luces.) Segundo cuadro Escena 6: «Ma chouflair» (La mañana del día siguiente.
Ferdinand, vestido con un batín extremado, pero de buen gusto, intenta hacer cambios en la decoración, a la derecha de la estancia: descuelga algunos cuadros un poco especiales, disimula ciertas esculturas demasiado atrevidas y cambia los muebles de lugar. Antoine sale de la habitación. Si la ropa que lleva Ferdinand es equívoca, la de Antoine es realmente atrevida en la forma y los colores.) Antoine. ¿Se puede saber qué haces? (Camina hacia Ferdinand.) Ferdinand. (Un poco incómodo.) Intento poner al día la decoración. Es bueno renovarse. ¡Parece que hoy madrugas! (Escurriéndose de Antoine se va al otro extremo de la habitación.) Antoine. (Un poco picado y siguiéndolo.) Apenas he dormido. ¿No me das los buenos días? Ferdinand. Buenos días. Antoine. (Esperando un beso.) «Bon jour, ma chouflair». Ferdinand. No me digas «ma chouflair» Antoine. ¡Por las mañanas siempre has sido «ma chouflair!» Ferdinand. A cierta edad, no queda bien el «ma chouflair». Antoine. ¿Prefieres abuelo? Ferdinand. Entre “ma chouflair” y “abuelo” hay un medio, ¿no? (Va hacia la mesita.) Antoine. ¿No te encontrabas bien anoche? Ferdinand. Estaba nervioso y preferí quedarme en el despacho. Antoine. (Malvado.) “Bocú” de champán. El champán te pone de los nervios. Ferdinand. Tampoco bebí tanto. Antoine. Y gracias por esperarme y dejarme sin caviar. (Se sienta en la chaiselongue.) Ferdinand. En la nevera siempre hay. (Va hacia el tocador.) Antoine. Comer caviar solo es pecado. (Voz del equipaje de Marcel, junto a la mesita. La toma.) ¿Y esta visita inesperada de nuestro Marcel? Ferdinand. Creía que lo sabías. Antoine. Mentiroso. El hijo es tuyo, ya lo sé, pero hacerme desaparecer... (Deja el equipaje donde estaba.) Ferdinand. Yo no te hago desaparecer, Antoine. No es tan fácil. Antoine. Marcel hubiera podido esperar a que acabara para hacerme un beso. Además la reina del Caribe tampoco estaba. Ferdinand. Le di la noche libre. Antoine. ¡Claro, y yo a recalentarme las sobras de la cena! ¡Perfecto! (Entra Vladimir, cargado con una bandeja del desayuno, los periódicos y el correo. Entra bailando y cantando. La deja en la mesa.) Vladimir. ¿A quién he visto, a quién he visto, quién ha legado? ¿A quién le serviré el desayuno en la cama?
Antoine. ¡Vaya! ¿Y cómo lo pasó el Reinón anoche? Vladimir. ¡Ah! ¡De maravilla, jefa! Ferdinand. (Se indigna.) Al señor no se le llama «jefa». En algún lugar deberá colocarse la barrera, ¿no? (Vladimir le da un beso a Antoine cuando Ferdinand no los ve y entonces se dirige hacia él.) ¡Sois como críos! ¡Ese “jefa” denota una inmadura homosexualidad! Antoine. ¡Qué riqueza de vocabulario, Ferdinand! (Vladimir le da un beso a Ferdinand.) Ferdinand. (Vuelve a indignarse.) ¡No! ¡No! A partir de hoy abandonaremos los femeninos y el besuqueo. Antoine. ¿”Purquà”? Vladimir ama a sus “jefes” con locura. (Valdimir le da un beso.) Ferdinand. La estimación no necesita tantos besos. Antoine. (Acompaña Vladimir, que se va hacia la cocina.) No le hagáis caso no ha dormido bien. Ferdinand. Y no tutee el servicio. Desde hoy el personal se vestirá y se comportará como servicio. Antoine. ¡Vladimir “nes pa le personal”! Ferdinand. ¡Vladimir también! El “culebrón verbenero” que hubo entre vosotros no le autoriza a tantas libertades. Antoine. ¡Mon die! ¡Qué viril! ¡Cuando te enfadas estás hecho un “ma chouflair”! Ferdinand. Deja de hacerte la niña que ya no tienes edad. Antoine. “Cher” estás muy nervioso hoy. Ferdinand. Estoy nervioso, sí. ¿Por qué? Porque se acercan épocas de cambio, el mundo se renueva y no lo queremos ver, Antoine. Pensar en las transformaciones cansa...; cansa y acaba poniendo de los nervios. Mírate, tú también estás cansado: no te das cuenta, pero estás muy fatigado. Antoine. ¿”Moi”? “Je sui perfectament”. Ferdinand. Mira, contémplate la cara, pero a la luz del sol. Tu piel está cogiendo un tono verde. Antoine. (Corre a mirarse en el espejo del tocador.) Esto es bronceado. Ferdinand. Verde bronce, lo que yo te diga, nada grave. Demasiado trabajo. Estamos al final de la temporada y todavía sin hacer vacaciones. Antoine. Nunca tengo vacaciones en verano. Ferdinand. (Le acompaña a sentarse en la chaiselongue.) Te acabarás matando. Esta pasión por hacerlo todo tú te acabará llevándote al infarto. Antoine. Pero si estoy en plena forma, ¿no lo ves?
Ferdinand. ¡Señor, señor! ¿Por qué os cuesta tanto afrontar las evidencias? ¡Tienes que cuidarte, hazlo por mí! Antoine. (Se levanta.) ¿Tú preocupante de mí? ¿Qué está pasando aquí? Ferdinand. (Lo hace sentar.) Pasa que no quiero ir a verte al hospital. Antoine. Me das miedo. ¿Qué te han dicho algo? Ferdinand. Sí, me lo han dicho. Antoine. ¿Quién? Ferdinand. ¡Los que te quieren de verdad! ¡Todo el mundo dice que necesitas unos días de descanso! No sé..., vete el fin de semana en un balneario. Antoine. ¿Qué la estrella del show desaparezca en fin de semana? Ferdinand. Pero vida, la salud es lo primero. Antoine. (Súbitamente inquieto, se levanta.) ¡Ferdinand, que te han dicho! ¡El doctor! ¿Qué tengo? Ferdinand. (Haciéndolo sentarse otra vez.) Nada. Pero un par de días de descanso te irían de maravilla. Antoine. De acuerdo. Está bien, iremos a un balneario y que nos arreglen a los dos. Ferdinand. Imposible. No podemos abandonar nuestro negocio. Antoine. Pues me quedo y descanso en la terraza. Ferdinand. Necesitas cambiar de aires. Ir al campo, a casa tu madre. Antoine. ¿Y dejarte solo? Ferdinand. ¡Sólo tres o cuatro días! Antoine. ¿Ahora ya son cuatro? Gracias, resistiremos hasta final de temporada. Ferdinand. (Se enfada y va a sentarse a la derecha de Antoine.) ¡Hazlo como quieras! ¡Eres caprichoso, inmaduro y con un carácter imposible! Antoine. Ferdinand, yo no soy muy listo, pero tanta preocupación... ¿No pretenderás quedarte solo? Ferdinand. ¿Por qué lo dices? Antoine. Solo, para tener el campo libre. ¿Quién es él? ¿Estás enamorado y quieres el fin de semana para estar con él? ¡Claro, por eso quieres que me vaya y me lleve el Vladimir! ¡Para no tener testigos! ¡Pues no, no te daré carta blanca! ¡No actuaré, pero no te perder de vista! (Se pone a llorar y va hacia su tocador.) ¡Ay! ¡Veinte años de vida en pareja tirados por la borda! (Va hacia Ferdinand.) ¿Qué edad tiene? ¿Hombrecito, verdad? ¡Ah, las tentaciones de Sitges! ¡Pero averiguaré quién es tu nuevo amiguito! ¡Por supuesto! ¡A partir de ahora no estarás solo con este adolescente ni un minuto más! ¡Si sales, yo salgo! ¡Si llamas por teléfono, yo al otro auricular! ¡A mí jovencitos, a mí! Escena 6A: Tienes que desaparecer
Ferdinand. (Ha ido intentando hacerle entrar en razón, pero al no conseguirlo explota. Va hacia él, que está al lado del teléfono.) ¡¡Antoine! Escucha, Antoine. Tú amas Marcel, ¿verdad? Antoine. ¿Ahora cambias de tema? Ferdinand. Es todo por Marcel, por su felicidad. Para él es necesario que desaparezca unos días. Antoine. (A la defensiva.) ¿Por qué lo dices eso? Ferdinand. Marcel nos casa. (Pausa larga. Antoine se “derrumba” en la chaiselongue.) Antoine. ¿Cómo? ¿Qué Marcel se nos casa? Ferdinand. (Desde detrás de la chaiselongue, le coge la mano, emocionado.) Sí, nuestro Marcel se nos casa. Antoine. ¿Y me lo dices así? Ferdinand. ¿Cómo quieres que lo haga, con una participación? Antoine. (Lloriqueando.) ¡Qué locura! ¡Pero si todavía es un niño! ¡Arruinará su vida! Ferdinand. Se nos casa con una chica... una mujer... y muy mona. Me la presentó a principios de verano. Antoine. Te lo dije: le das demasiada libertad. Ferdinand. No... Bueno... Quizás sí... No lo sé. Sea como sea, el caso es que sus futuros suegros nos vienen a conocer y parece que no son muy... abiertos. Antoine. (Ya contento.) “Pa de problem”. Haremos lo que haga falta. Ferdinand. Pues lo que hace falta es que te vayas este fin de semana. Antoine. (Estupefacto, se levanta y se aleja de Ferdinand.) Ferdinand, ¿sabes lo que me pides? “Hace falta que te vayas este fin de semana”. ¡Me destierran como un leproso cuando va a casarse nuestro hijo! Ferdinand. ¡”Nuestro hijo”! ¡Te pasas un poco, no! Antoine. Me repudian, a mí, que pasé noches sin dormir cuando el angelito tenía la viruela... Ferdinand. Era varicela. Antoine. También es contagiosa. (Llora.) Ferdinand. ¡Ahora me haces una escena! ¡Sólo faltaba eso! Antoine. (Llorando.) Ahora hay que esconder el monstruo. Ferdinand. (Yendo hacia él.) No es eso, pero ya que sacas el tema... Antoine. ¿El qué? Ferdinand. Los tics, los gestos... Antoine. ¿Qué gestos? Ferdinand. Tus gestos son encantadores, pero fuera de nuestro ambiente pues... ¡Ay, no sé! (Hace un gesto amanerado.)
Antoine. ¡Mira quién habla! ¿Qué has visto? (El imita, afectando la voz.) “¡Ay, no sé!” Ferdinand. En mi caso es distinción. En tu, en cambio... Antoine. ¿Yo? ¡A mí me ganarás a dar el pego! ¡Yo soy ancho de hombros, en cambio tú...! Ya sabes que cuando quiero doy la talla. Mira. (Hace una pequeña demostración muy poco convincente, contorneando el hombro.) Ferdinand. Parece que pises huevos. Antoine. ¡Y tú qué! ¡Estás más fofo que un merengue! Ferdinand. ¡Se acabó, el padre soy yo! Con uno de nosotros por ahí, aunque puede colar; juntos ni un ciego se lo traga. Antoine. Ferdinand, si me haces fuera en estas circunstancias no volveré a poner los pies en esta casa. Te lo digo muy tranquilo. Tranquilo y decidido. (Se pone a llorar, se levanta y sale, se encierra en su habitación, sentimos sus llantos. Ferdinand se acerca hasta su puerta y le habla.) Escena 6B: Antoine, te quedas con nosotros. Ferdinand. ¡Muy bien, gracias por hacerlo todo fácil! ¡Vuelve, Antoine, vuelve! Antoine. No. Ferdinand. No hagas el tonto y vuelve... (Prepara el cofre de pastillas.) Está bien, tú ganas. Te quedarás con nosotros. (Antoine vuelve ya calmado, muy puesto, coge el cofre, toma una pastilla y se sienta en la chaiselongue.) Antoine. El corazón, es el corazón y no estoy para disgustos ni peleas. Ferdinand. Bueno te quedas. ¿Y qué hacemos contigo? Antoine. ¿Qué quieres decir? Ferdinand. ¿En calidad de qué quieres que te presente? Antoine. Podría ser... no sé... un tío del Marcel. Ferdinand. ¿Con esa pinta? Antoine. ¡Anda que tu como padre! Ferdinand. Te presentaremos como un antiguo mayordomo. Antoine. ¿Antiguo? ¿Por qué antiguo? Ferdinand. Así serás como de la familia. Antoine. ¡Si quieres puedo ser la mujer de la limpieza! (Empieza a prepararse una tostada, ignorándolo.) Ferdinand. Bastará con que seas mayordomo. Los mayordomos son un poco marujones. Antoine. ¡Cómo no hagas tú de mayordomo “marujón”! (Ferdinand mira a Antoine, que está comiéndose las tostadas al igual que una señora en un salón de té.)
Ferdinand. ¡Qué horror! ¡Qué gestos! Antoine. ¡Silencio y a callar! Seré el tío, y si no les gusta, que busquen otro marido para la niña. ¡Marcel no sería feliz en una familia de estas! Ferdinand. ¡Cómo se nota que a ti tus hijos no te dan problemas! Antoine. ¡Ya ha salido el padre llorón! Ferdinand. ¡Sólo te preocupas por ti! Antoine. ¡Calla, que se me inunda el lagrimal! Ferdinand. De acuerdo señorona repelente... Nos pondremos de cabeza al asunto y que salga el sol por donde quiera. Antoine. (Horrorizado.) ¿En qué asunto? ¿De qué me estás hablando? Ferdinand. Pero si por tu culpa Marcel no se nos casa, nunca te lo perdonaré. Antoine. ¡Deja de mirarme así! ¡Me das miedo! Ferdinand. ¡Perfecto! Serás el tío de mi hijo, pero varonil. Tienes tres días para aprender a coger las tostadas en plan macho, untar la mantequilla al igual que un albañil y beber el té como los camioneros. Antoine. Los albañiles no comen tostadas, ¿y desde cuándo los camioneros beben té? Ferdinand. ¡Desde hoy! Tienes tres días para convertirte en un macho camionero. ¡En un tío! Además, ¡los tíos se sientan derechos para dar ejemplo a sus sobrinos! (Aparta los cojines sobre los que está acostado Antoine.) Antoine. (Lloriquea.) ¡Dios mío! ¿Qué he hecho? Ferdinand. Y además, un tío no llora cuando su pareja levanta la voz. (Antoine se ha hundido otra vez en su asiento.) ¡Y ponte derecho! Y la tostada se toma con toda la mano. ¡Así! (Coge una tostada. Durante el diálogo que sigue, Ferdinand se esforzará para indicar a Antoine como debe moverse, qué gestos tiene que hacer y qué tono de voz debe usar, pero él mismo no logra quedar demasiado masculino. Antoine quiere coger la tostada un poco más virilmente y termina rompiéndola.) ¡Coge otra! ¡Aguántala! ¡Firme, pero sin romperla! ¡He aquí un hombre y su tostada! Y ahora, la mantequilla. La cucharilla: ¡no cojas así la cucharilla! ¡Olvida los dedos bailarines y cógela con ganas! (Los dos lo intentan, cada uno enseñando al otro cómo debe actuar. Antoine intenta untar la mermelada como le indica Ferdinand, tiembla, se pone nervioso y rompe otra tostada.) Antoine. (A punto de llorar.) ¡Nunca podré ser un camionero! Ferdinand. (Seco.) ¡Los camioneros no lloran comiendo una tostada! Antoine. ¡Mi tostada! Ferdinand. Ahora, bebe el té. (Antoine bebe su té con gran elegancia, pero se quema.) ¡No, no! ¡Eres más amanerado que el “Yves SaintLaurent”! ¡Copia a Clint Eastwood! Imagínatelo
haciendo “Harry el sucio» aporreando a los malos y a los violadores. (Antoine intenta imprimir más fuerza a su cuerpo ya su forma de moverse, pero sigue haciendo gestos femeninos.) ¡Me desesperas! Antoine. ¿Te desespero? ¡Pues haz tú de “sucio”, ya que sabes tanto! (Ferdinand se pone: se acerca más al modelo, pero no del todo, Antoine se pone a reír.) Pareces un colchonero picando lana. Ferdinand. (Se enfurece.) Muy mala leche tienes tú. Antoine. ¡No convencerás a nadie! (Vladimir entra en la sala muy nervioso.) Vladimir. ¡El carnicero! ¡El carnicero! ¡Ha venideras el carnicero! Ferdinand. ¡Una señal divina! Rápido, voy a preparar unos vinitos. (Lo hace.) Vladimir. ¡Qué guapo es el carnicero! Antoine. Y dígale a Violet que me sustituirá el fin de semana. Ferdinand. (Sorprendido.) ¿Ah sí? Vladimir. ¿No actuará? Antoine. No, necesito descansar un par de días. (Mira directamente a Ferdinand.) ¡En casa! Vladimir. ¿Podría actuar yo? Ferdinand. Lo tuyo es la cocina. Hazle pasar, pero sin rozarlo. Por favor. ¡Este es el modelo de hombre que necesitamos! ¡El carnicero! Escena 7: El carnicero (Llega el carnicero. Es un carnicero típico: fuerte y macizo. Lleva un cesto de mimbre con los pedidos.) ¡Buenos días, señor Emilio! Pase, pase... y deje eso por ahí. Emili. ¡Muy buenas, señores! (Ferdinand hace un gesto a Antoine para que esté bien atento.) Ferdinand. Y fíjate. Siéntese, siéntese, señor Emili. Emili. ¡Gracias, pero no puedo! En Sitges, en plena temporada, no hay tiempo ni para rascarse. Ferdinand. (Intentando copiar su forma de hablar.) ¡Es sólo un minuto, hombre! Antoine. (Imitándolo.) ¡Es sólo un minuto, hombre! Ferdinand. ¡Fíjate en él, no en mí! Emili. Les digo lo que llevo y marcho. Ferdinand. (Indicando una silla.) Siéntese, que por sentarse no tardará más. Antoine. ¡Déjalo! Para ver los gestos, mejor que esté derecho. Emili. ¿Los gestos? ¿Qué gestos? Ferdinand. No le haga caso, son cosas nuestras. Usted dirá.
Antoine. ¿Quiere tomar algo? Emili. No, gracias. Les he llevado el pollo y el cordero que encargaron, las “pechugas” van a parte. (Va señalando lo que ha llevado. Los otros dos, por mimetismo, imitan sus gestos.) ¿Les gusta la “pechuga”? Ferdinand. No somos muy “aficionados”. Antoine. En esta casa las “pechugas”... Emili. Rellenas seguro que les gustan. Yo las relleno con jamón, las pongo en una fuente con ajo, perejil y vino blanco, y al horno. ¡Está chupado! Ferdinand. Seguro que un hombre como usted pone algo más. Diga, diga. ¿Le apetece un vinito? (Antoine acerca tres copas.) Emili. (Lo rechaza.) ¡No, que me esperan en la tienda! Ferdinand. Venga, haga un trago antes de partir. Emili. De acuerdo. ¡A su salud! (Emili se lo acaba de un trago. Los otros dos, admirados, intentan hacer lo mismo, pero tienen algunos problemas.) Ferdinand. Se nota que le gusta su trabajo. Emili. No crea, estoy en esto por casualidad, antes la carne no me interesaba para nada. Antoine. ¡Ah! Emili. Fue Rembrandt quien me enseñó a amarla. Ferdinand. ¿Rembrandt? Emili. Rembrandt, en la pinacoteca de Múnich. Antoine. Del pinacoteca de Múnich, un buen equipo. Emili. ¡La pinacoteca, el museo de pintura! Ferdinand. ¡Ah, Rembrandt, el pintor! Antoine. ¡Claro! Emili. ¡Qué bromista! ¡Decir que era un futbolista! ¿Conocen su cuadro “El toro descuartizado”? ¡Qué carnes las de Rembrandt! Sus piezas descuartizadas y colgadas son fantásticas. Fue una revelación. Hasta entonces sólo conocía las carnes que pintaba Rubens. En Rembrandt hay un primitivismo nuevo a la pintura. (Ferdinand y Antoine se miran estupefactos, porque a medida que Emili va hablando su voz y sus gestos se vuelven más delicados.) Sí amigos, flipo con los artistas primitivos: son auténticos, la rudeza de su pincelada, la fuerza del color, aquellos negros, las tablas, sus carnes, carnes, carnes... ¡Cuánta violencia en el color! Casi son irreales. Rembrandt es el primer y último salvaje, ¿no creen? (Como no encuentra más palabras, Emili ha intentado expresar el concepto con gestos, y sus dedos de carnicero se han vuelto ligeros, graciosos, femeninos.) Antoine. (Sin disimular la risa.) ¡Bravo, bravo! ¡Nuestro carnicero es un artista!
Ferdinand. (Comprendiendo que no han encontrado el modelo ideal.) ¡Bien, bien! ¡No queremos entretenerlo! ¡Le esperan en la tienda! Antoine. Es un placer oírle hablar de arte señor Emili. Ferdinand. Gracias por venir. (Le empuja hacia la puerta.) Emili. Rembrandt sólo pide corazones que sepan apreciarlo. Ferdinand. Encargaremos una copia. (Emilio sale. Antoine se pone a reír.) Escena 8: ¿Así que te casas? Antoine. ¡Todas, todas las mariquitas! ¡Vendrán todas! Seguro que incluso el padre de la niña entiende. Ferdinand. Tenemos cuatro días por delante: te ruego que te dediques a recuperar los gestos originales de tu sexo. Antoine. (Se sienta en la chaiselongue.) Siglos y siglos evolucionando y huyendo del mono, y ahora me pides que vuelva a Cromagnon. Sois unos primitivos,... como Rembrandt. (Entra Marcel, vestido con un albornoz.) ¡Ha llegado el niño! ¡Vuelve de vacaciones y no puede esperar que su tía termine de actuar para darle un beso! Marcel. Estaba cansado y de mal humor. Pero tranquilos que ya ha pasado. Perdóname lo de anoche, papá. Ferdinand. Olvidemos ello. (Se besan. Antoine sienta a Marcel en su regazo, como si fuera un niño.) Antoine. Nos lo roban, nos lo roban... Ferdinand. ¡Pero hombre, que ya pasa de los veinte! Antoine. ¿Pero no ves que nos marcha? Así que te casas, ¿eh, pendón? Marcel. (A Ferdinand.) ¡Veo que las noticias vuelan! (Se sienta en la chaiselongue.) Antoine. ¿No querías que la tía lo supiera? Marcel. Es todo tan reciente... Antoine. Pues tus casorios nos están creando algún problema. Marcel. (Suponiendo que su padre no le ha pedido o no ha logrado que Antoine se vaya.) ¿Problemas, por qué? Antoine. Estamos discutiendo cómo recibir las visitas. Marcel. ¿No estarás pensando en quedarte? (Mira a su padre.) Antoine. (Repentinamente herido, agresivo.) ¡Pues sí! Ya sé que nadie quiere mi presencia, pero me quedaré. Esta es mi casa y si os avergonzáis de mí, el momento de decirlo era hace veinte años. (Sale llorando.) Escena 9: La mamá vendrá
Marcel. ¿No has conseguido hacerlo fuera? Ferdinand. Quiero que se quede. Marcel. (Se levanta.) No podéis estar todos aquí: tú, Vladimir, Antoine. Sería demasiado. Ferdinand. La vida es dura para todos. Marcel. (Vuelve a sentarse.) Menos mal que la presencia de mamá equilibrará las cosas. Ferdinand. ¿No pensarás traer aquí a tu madre? Marcel. Con una mujer entre vosotros colará. Ferdinand. ¡Tu madre no pinta nada aquí! Vamos a salir de esta sin mujeres. Marcel. No estoy tan seguro. Ferdinand. Nos ha ido bien sin ella, ¿no? Marcel. Me caso y es normal que sea mi madre. Ferdinand. ¡En tu madre nada es normal! Marcel. ¿Quieres cargarte mi boda? Ferdinand. ¿Te arrodillarás ante la mujer que te abandonó? Marcel. ¡A saber lo que le hiciste a la pobre! Ferdinand. ¡La “pobre” madre, ya ha salido! Desde que naciste te ha visto cuatro veces. La última tenías quince años y la “pobre” te regaló una pistola de agua. ¡No me hagas reír! Era ella la que no quería tener niños. Marcel. (Irónico.) ¿Ah, sí? ¿Y se puede saber por qué? Ferdinand. Por culpa del embajador de Chile. Marcel. (No lo entiende.) ¿Qué pinta aquí el embajador de Chile? Ferdinand. ¿De verdad quieres saberlo? Pues toma nota. En aquel tiempo tu “pobre” madre y el embajador de Chile dormían en la misma cama. Marcel. Nunca me lo habías dicho. Ferdinand. Eres muy joven para hablarte de política. Yo sólo era un boy y ella la vedette rodeada de un montón de pretendientes. Nos hicimos amigos y en un viaje me dije: “Ferdinand, tendrías que probarlo todo”. Aquella noche se creó nuestra familia. Marcel. ¿Estuvisteis mucho tiempo juntos? Ferdinand. Más que juntos, nos cruzamos. Unos días después de aquella noche empezaste a dar problemas en forma de mareos. Marcel. ¿Ah sí? Ferdinand. Sí, y ella se fue a una casa que el embajador tenía en la Cerdanya. Quería hacer turismo. Marcel. ¿Y el embajador? Ferdinand. A los dos meses, cuando tu madre se empezó a engordar, la dejó. Marcel. ¿Y por qué mamá no se quedó conmigo?
Ferdinand. Le llovían las propuestas y quería aprovechar su juventud. Además con el lío del embajador de Chile, la situación era delicada. Marcel. ¿Pero no has dicho que a los dos meses la dejó? Ferdinand. El embajador la dejó, sí. Para liarse conmigo. Marcel. ¡Pobre mamá! ¡Le robaste el embajador! Ferdinand. ¡”Pobre”! ¡Una santa! Todavía no te había destetado y ya la consolaba un marqués “viejo verde”. Marcel. ¿Ah sí? Ferdinand. ¡Sí sí! No te preocupes por tu madre. Mientras otros toman antidepresivos, tu pobre mamá vive pegada a la nobleza. ¡La “crema de la crema” europea está toda en su agenda! Y ahora como que Europa se le ha quedado pequeña corre por Oriente. Marcel. Sea cual sea su pasado, es una señora. Necesitamos modales de una dama distinguida. Ferdinand. ¿Modales? ¿La has visto caminar? Nunca ha dejado de bajar la escalinata con plumas en el culo. Marcel. No vale la pena discutir. Esta mañana le he enviado un telegrama. Ferdinand. ¡No! Marcel. Antes de desayunar. Escena 10: ¡¿Tu madre aquí?! (Vladimir entra y se tira a los pies de Marcel.) Vladimir. ¡Oh, por fin llegó el amito! Ferdinand. ¡Dios mío! (Vladimir se arrodilla junto a Marcel y le llena de besos, según su costumbre.) Vladimir. Mi nene, mi bollicao. Ferdinand. (Furioso.) ¿Quieres que te curre, Vladimir? Vladimir. (Revolcándose por el suelo.) ¡Sí, sí, pégame! ¡Dame, que me pongo a cien! Ferdinand. Lárgate. Y recoge la bandeja. (Vladimir sale con la bandeja del desayuno.) Marcel. Se me olvidaba decirte que mañana vendrá el decorador. Ferdinand. ¿El decorador? Marcel. Quiero cambiar el look a todo esto. (Hace un gesto con la mano.) Ferdinand. ¿No destrozará la casa? Marcel. Serán un par de días, los albañiles y los pintores trabajan en equipo, comenzarán a las seis de la mañana. Ferdinand. ¡Estás más loco que una loca! ¡Cómo se pondrá Antoine! Le destrozarán su bombonera. Y además, eso de tu madre... Le perderé, el pobre no superará la prueba.
Marcel. También está el tema de la ropa. ¿Qué pensáis poneros? Ferdinand. ¿Cómo que “qué pensamos ponernos”? Marcel. ¿Cómo pensáis vestiros? Ferdinand. ¡La Antoine y yo tenemos fama de ser los hombres más elegantes de todo Sitges! ¿No nos querrás cambiar? (En ese momento, Antoine sale de la habitación, muy digno, y hacia la salida. Va a la playa, porque lleva un conjunto que no deberían despreciado los carnavales de Brasil. Marcel dirige a su padre una mirada muy significativa.) Marcel. (A Antoine, que sale sin mirarlos.) Antoine... Antoine. ¿Habla conmigo? Marcel. ¿Qué te pondrás para recibir nuestros invitados? Antoine. (Contento porque ve que han aceptado que se quede.) Tú tranquilo, muchacho. Podría cambiarme seis veces al día y no repetir modelito. Ferdinand. Será por vestuario. Marcel. Necesitaremos otro look. Ropa... seria. Antoine. (Enfadado.) ¿Seria? ¡Yo no quiero serio ni mi “entierro”! Ferdinand. (A su hijo.) ¡Qué fantasmada! ¡Pero si al cabo de dos meses le divorciaron! Marcel. (Fuera de sí.) ¡Qué sabrás tú de matrimonios! Cuando llegue mamá, les presento y me voy con ella, ¿me entendéis? Antoine. (Hecho polvo.) Ferdinand, “ma chouflair”... ¿Qué es eso que les presentará su madre? ¿No me digas que vendrá Marie? Ferdinand. (Molesto.) No, no le hagas caso. Marcel. Estoy esperando su respuesta. Le he enviado un telegrama. Antoine. ¿No pensarás dejarla entrar aquí? ¿Tu amante en nuestro país? Primero un jovencito por fin de semana y ahora tu amante por la casa. ¡Dios mío! ¡Me dará un infarto! (Se marea y se sienta.) Ferdinand. ¡Pero si en veinte años sólo lo he visto un par de veces! Antoine. ¡No la conoces bastante bien! ¡Ya te veo con otro hijo! ¡Y conmigo no cuentes esta vez! Lo tendrás sol, que a mi edad es muy peligrosa la maternidad. Tú y el niño: seréis padre y el abuelo. ¡Yo no aguantaría una segunda maternidad! Ferdinand. ¿Pero qué he hecho yo, Señor? Antoine. Te gustaría verme muerto, ¿verdad? ¡Así tú y tu mujer podríais estar solos! ¡Madre de Dios! ¡Veinte años! ¡Veinte años de amor, de fidelidad, y al final vuelves a tus pequeños vicios! (Suena el teléfono. Ferdinand el descuelga. Llega Marcel corriendo a ver quién llama.) Ferdinand. ¿Diga? ¿El Emirato de Qatar? (Sorprendido.) Llaman del Emirato de Qatar, en Arabia... del palacio del Emir... ¿Qué querrán?
Antoine. Alguna gala con DragQueens. ¡Qué unos mismos del emiratos! Ferdinand. Sí, la escucho... Sí, tomo nota... ¡Ah!... ¡Ah!... ¡Muy bien!... (Cuelga el teléfono.) ¡Sólo nos faltaba eso! Antoine. ¿Qué pasa? Ferdinand. Nada. Antoine. ¡Dime, Ferdinand! Ferdinand. Te digo que nada. Antoine. ¡Ferdinand! ¡Dígamelo! Ferdinand. (Dirigiéndose al Marcel.) La sultana de Qatar, Marie Naouba Maoumbé, tu madre, llegará el viernes por la mañana en esta casa para conocer los futuros suegros de su hijo. Antoine. En lugar de flores que lleve una corona. ¡Asistirá a mi funeral colgada de tu brazo! TELON Media parte Segunda Parte Tercer cuadro Escena 11: Vestidos para la ocasión (El mismo decorado, si puede decirse así, porque la decoración original recargada ha dejado paso a una sobriedad casi monacal, con paredes blancas y muebles de estilo medieval. Es de noche. La mesa está parada: es negra y austera. Ferdinand va vestido con un “traje” de color gris oscuro, muy serio, con camisa blanca y corbata negra. Marcel lleva un “traje” de verano, cruzado, una elegancia que ya no se lleva. Está colgando un crucifijo antiguo en la pared y acaba de dar los últimos retoques. Un crucifijo ante el que Antoine hará genuflexiones cuando pase.) Ferdinand. (Saliendo de su habitación.) ¿A esto le llamas retocar un poco la decoración? Marcel. Sólo unos detalles. Ferdinand. (Mirando a.) ¿Y este “traje”, en pleno agosto? Marcel. Tranquilo que hace efecto. Ferdinand. Esto seguro. Me recuerda mi abuelo. Era muy alegre, se suicidó a los treinta años... Marcel. Vestir así en agosto y en la costa, impresiona. Ferdinand. A mí me asustaría. Marcel. ¿Qué hora es? Ferdinand. Casi las once. Tus señores suegros no parecen demasiado puntuales. Marcel. Dijeron a la hora de cenar.
Ferdinand. ¿Y tu “madre”? ¿Tu “madre” no tenía que llegar esta mañana? Marcel. (Incómodo.) No tardará. Ferdinand. ¡Qué poco la conoces! ¡Ni se acercará! Marcel. Seguro que vendrá. Ferdinand. Eres un optimista peligroso. (Entra Antoine. Va vestido de negro. Parece muy triste. Ferdinand y Marcel lo miran. Pausa. Antoine se sienta. Pausa y miradas.) Antoine. (Sentado, nervioso.) Bueno, ¿y qué? (Pausa.) Me he vestido con la corrección que demanda la ocasión, ¿no? Nada en las manos, nada en los ojos, nada en los labios. Ferdinand. ¡Enséñame las piernas! Antoine. ¿Crees que es el momento? Ferdinand. (Lo mira, amenazador.) ¡Enséñame las piernas! (Tímidamente levanta los pantalones y descubre unos calcetines rosa fucsia.) Ferdinand. ¿Y esos calcetines? Antoine. Pura terapia. Estoy muy deprimido. Ha sido verme en el espejo y ponerme a llorar. Dejadme esta notita de color, nadie la verá. Ferdinand. ¡Ni hablar, una notita y se te ve la pluma! ¡A cambiar de calcetines! (Marcel sale nervioso a la terraza.) Antoine. He pensado que una pincelada oculta de color me ayudaría. Tiene razón, vestido así me siento ridículo y perdido. (Se levanta.) Y como parece que piensa igual que yo, os entregaré de mi presencia. (Inicia salida, mira a Marcel que ha vuelto.) Lo siento Marcel, mi intención era ayudarte. (Se va hacia su habitación llorando.) La primera idea es la que vale. Debería haberme suicidado. (Se para en el umbral de la puerta, abre, señala el interior y con un tono afectado.) ¡Miren esto! ¡Una celda! ¡Tengo que dormir en una celda! ¡Santa Juana se va a su penitencia! (Sale.) Ferdinand. No le hagas caso, ya le pasará. ¡Dos y media y tu madre sin venir! ¿Qué les diremos? Marcel. Que ha tenido que salir. Un compromiso. Ferdinand. ¡Sí, a la Arabia! (Marcel vuelve a la terraza. Ferdinand va al crucifijo, lo mira y le habla.) Mira, tú estás aquí de prestado, pero tiene prometo que si todo sale bien, tendrás un lugar para siempre entre nosotros. ¡Ah, y abandonaré mis amuletos! (Entra Vladimir, con una botella de vino. Va vestido de mayordomo. Lleva unos amuletos colgados del cuello y descalzo.) Vladimir. ¿Se este vino? Ferdinand. (Dándoselas de gran señor, preparando lo que viene.) Mayordomo: Preste atención a las tres extravagancias que habrá que corregir: una, los mayordomos no exhibir amuletos,
dos, acostumbran a quitar Calcetines y zapatos; y tres, los mayordomos no sujetan las botellas por el cuello. Vladimir. (Habla en un tono exageradamente grave, como en las películas americanas mal dobladas, exagerando aún más el deje cubano.) Yo no saber moverme con zapatos planos. Nunca llevar. Yo caerme. (Marcel vuelve de la terraza y queda perplejo de Vladimir.) Ferdinand. ¿Y esa voz? Vladimir. Ser voz de macho cubano. Ser lo que los dueños ordenan. Ferdinand. Te estás pasando, ¿no? Vladimir. Yo ser fiel criada que acero de niñera del muchacho. (Marcel vuelve a la terraza.) Ferdinand. ¿Tú la niñera? ¡A ponerte los zapatos! Vladimir. (Sale cantando y caminando con movimientos patosos.) Guantanamera... Ferdinand. ¡Y eso que aún no hemos empezado! Marcel. (Llama desde la terraza.) ¡Ya están aquí! Ferdinand. (Gritando.) ¡Vladimir, ven a abrir! ¡Y ponte los zapatos! ¡Antoine! (Entra Vladimir, con los zapatos aplastados por atrás.) Vladimir disimule las costumbres de su pueblo. (Vladimir corre a abrir la puerta, pero se revuelve el tobillo y sale dando saltos.) ¡Dios mío, guíale! Marcel. ¿Tengo que bajar a recibirlos? Ferdinand. No. Mejor aquí. Es más señor. Escena 12: Los Deulofeu (Se abre la puerta y Vladimir entra y anuncia en posición marcial.) Vladimir. El señor, la señora y la señorita Deulofeu. (Los Deulofeu observan primero el mayordomo y luego la habitación. Se les nota impresionados.) Ferdinand. (Con tono afectado.) Vladimir, acerque las valijas en las habitaciones de invitados. (Vladimir sale al recibidor.) Nina. (Iniciando las presentaciones.) Mamá, papá, Marcel. Marcel. (Hace un beso en la mano de la señora.) Señora. (Le da la mano al señor.) Encantado, señor Deulofeu. Permítanme que les presente a mi padre. (Ferdinand va hacia la señora Deulofeu. Camina con pasos rígidos para evitar sensación de ligereza. La señora le da la mano. Ferdinand, recordando los consejos de su hijo, saca lentamente la mano derecha del bolsillo y con un gesto pretendidamente amplio besa la mano de la señora mirándola fijamente a los ojos. Resulta muy forzado. La señora Deulofeu retira la mano, incómoda. Continúan las presentaciones.) Sra. Deulofeu. (Presentando su hija.) Mi hija Nina.
Nina. Buenas noches. (Ella y Ferdinand se besan.) Sra. Deulofeu. (Presentando su marido.) Mi marido. (Ferdinand le aprieta tanto la mano que el señor Deulofeu la retira dolorido y disimulando.) Marcel. Mi madre..., la mujer de mi padre, les ruega que la perdonen. Ha tenido que ir a visitar una tía enferma en su castillo. Ferdinand. Pero pasen, no se queden aquí. (Pasa Vladimir con una maleta al hombro y otros dos “bultos”. Camina rápido y dolorido por los zapatos. Ferdinand casi susurrando.) El pobre hace poco que la han operado de los pies... (Pausa tensa.) Sr. Deulofeu. Me gusta la austeridad de esta vivienda. Ferdinand. Como ven es más un lugar de trabajo y reflexión que una residencia de veraneo. Sr. Deulofeu. Le confieso que no me esperaba este ambiente de recogimiento. Ferdinand. Sí. Suele sorprender. Sr. Deulofeu. Sobre todo con el antro que hay abajo. ¿Es un cabaret verdad? Ferdinand. Debe serlo. No lo sé. No vamos nunca. Sra. Deulofeu. ¿Y no les molesta el ruido por las noches? Ferdinand. No, el escenario es el “sótano”. Marcel. (Corrigiéndolo.) Suponemos que debe ser el “sótano”. Ferdinand. (Intenta arreglarlo.) ¡Lo suponemos, claro! Por el silencio que nos llega. Sra. Deulofeu. En la fachada pone “La Jaula de las Locas”. Pensábamos que nos habíamos equivocado. ¡”La Jaula de las Locas”! ¡Qué sinvergüenzas! Sr. Deulofeu. Por poco tiempo. Si ganamos las elecciones, la limpieza será de las que hacen historia. Ferdinand y Marcel. — (Como un solo hombre.) ¡Pueden contar con nuestro voto! (Vladimir entra con el carrito de las bebidas, parece una madre paseando a su bebé. Hace un giro más que dudoso acompañado el final de la melodía que tararear. Miradas de estupor. Deja el carrito delante de la mesa de la cena.) Ferdinand. ¿Les apetece tomar algo? Deja Vladimir yo serviré a los señores. (Vladimir sale muy dignamente. La Sra. Lo mira.) Ferdinand. ¿Un aperitivo? Sr. Deulofeu. No, gracias. En campaña electoral no tomo aperitivos. Sra. Deulofeu. Los aperitivos son bebidas de cabareteras. Sr. Deulofeu. Prefiero los vinitos de la zona, es más democrático y más sencillo. Como ve, a pesar de mi innegable éxito, vive en mí un trabajador humilde. Ferdinand. Entonces, ¿una copita de malvasía de aquí Sitges? Sr. Deulofeu. ¡Venga, que no sea dicho!
Sra. Deulofeu. ¡Cuidado con el vino José María...! En el último mitin no te sentó demasiado bien. (Señalando el crucifijo y yendo hacia él.) ¡Qué crucifijo tan bonito! Ferdinand. Lo heredé de mi abuelo. Sra. Deulofeu. Un poco viejo, ¿no? Ferdinand. ¡Antiguo, señora! Los matices son muy importantes. ¡Un siglo antes de cristo! Sra. Deulofeu. ¡Perdone, es que yo no entiendo! Ferdinand. Es cuestión de tiempo, señora. Marcel. (Apurado.) Papá, ¿te parece que pasamos a la cena? Mamá ya se nos añadirá cuando llegue del castillo. Sra. Deulofeu. Si es por nosotros, podemos esperarla. Marcel. Ella agradecerá que hayamos comenzado. Por favor... (Distribuyendo los asientos.) Señora... Señor... Nina... (Ferdinand hace esfuerzos por contener un nerviosismo que va en aumento.) Escena 13: Soy la señora de la casa (En ese momento se abre la puerta de la habitación y aparece una señora. Tiene unos cuarenta años bien llevados y vestida de verano, pero formal y muy elegante. Es Antoine.) Antoine. Les ruego me perdonen. Soy la señora de la casa. No he podido venir antes porque mi tío está muy enfermo el pobre. (Ferdinand y Marcel están estupefactos.) Sra. Deulofeu. Creíamos que la enferma era su tía. Antoine. Es un tío que me ha hecho de tía desde que se murió la mía. (Besa a la Sra. Deulofeu.) Buenas noches, querida señora. Buenas noches, señor. (El señor Deulofeu le besa la mano y Antoine lanza un grito.) ¡Oh, me he dejado sorprender! (Marcel y Ferdinand son la viva imagen del dolor.) (A Nina.) ¡Ah, la garza que me roba mi chico! ¿Puedo hacerte un beso? Nina. Claro que sí. Antoine. Podrías ser mi hija. (Nina se deja besar.) Marcel. (Haciendo un gesto para presentar su pseudomadre.) Les presento... Antoine. (A Marcel.) ¿Ya te has lavado las manos? Marcel. Por favor... Antoine. Para su madre siempre será un niño. ¿Cómo estás? No haces buena cara. (Le besa. Marcel se deja hacer, aunque no recuperado de la impresión. A Ferdinand.) Y a ti, buenas noches también. (Le da un beso tierno en Ferdinand, que ha adoptado definitivamente una expresión de mártir.) Sra. Deulofeu. Su marido estaba muy preocupado.
Antoine. (Cerca de Ferdinand.) ¿Preocupado? ¿Por qué, querido? Ferdinand, mírame..., mírame bien, estoy aquí, ¡ya estoy aquí! (Antoine toma la cara de Ferdinand y le hace carantoñas.) ¡Ya estoy aquí, ya estoy aquí! ¡Nos amamos tanto! Mi hijo y mi marido son mi vida. Me moría por conocerlos, me moría... Ya le decía a Ferdinand: encantada estoy... (Recalca todos los adjetivos femeninos.) ...de conocer por fin a la estimada señora Deulofeu. Sra. Deulofeu. (Algo molesta.) Yo también estoy encantada. Antoine. Y a su guapo marido. Sr. Deulofeu. Señora, por favor. Antoine. Ay, yo... Hablo, hablo y ustedes sin cenar. (Pica con las manos. Aparece Vladimir, que ve a Antoine y le entra una risa incontenible, mientras la señala con el dedo.) Antoine. ¿Se puede saber de qué te rías tú? Vladimir. De nada mi señora, de nada. Antoine. ¡Oh, hoy en día el servicio está imposible! Sra. Deulofeu. Dígamelo a mí. Antoine. La lista de nuestros camareros es interminable, la Infantita, la Marquesona, la Xantecler,... Marcel. Mamá, ¿no sería mejor que empezáramos a cenar? Antoine. ¡Oh, sí! Las mujeres cuando hablamos... ya se sabe, ¿verdad, señora Deulofeu? Yo soy incorregible. Claro, como que tengo el don de la palabra, pues... Ferdinand. (Picándole el culo.) Por favor, querida... Antoine. (Va hacia la mesa para repartir los asientos.) Bueno, a ver... la señora Deulofeu a mi derecha... (La Sra. Va hacia su asiento.) ...el señor, a la derecha de la señora... (Contándose a sí mismo como hombre.) Chico, chica, chico... ¡chica! Nina, a mi lado... (Ferdinand le llama la atención disimuladamente.) ¡Ay! Chico, chica, chica, chica... ¡Tres chicas juntas! (Ríe.) Marcel, junto a Nina... y Ferdinand, el jefe de mesa. Sra. Deulofeu. (Observando los cuencos de la mesa.) ¡Qué vajilla tan graciosa! Mira los dibujos. Unos jóvenes jugando... Antoine. ¡Tenía tantas vajillas en mi dote, que vete a saber qué habrá puesto el servicio! Sr. Deulofeu. ¿Son griegos? Ferdinand. (Dándose cuenta que Vladimir ha puesto “aquella” vajilla decorada con unos motivos un tanto especiales.) ¿Griegos? No lo creo. Me extrañaría que hubiera griegos los cuencos. Sr. Deulofeu. ¡Sí, sí! ¡Son chicos griegos! Sra. Deulofeu. Y todo chicos. Ferdinand. ¡Alguna chica habrá!
Sra. Deulofeu. Se vería, van todos desnudos. Ferdinand. Esta de aquí, al fondo a la derecha, ¿no es una chica? Sra. Deulofeu. ¿Chica? ¿Cuando hace usted que no ve una chica? Ferdinand. ¡Señora, sepa usted que en Grecia los cuerpos de los chicos y las chicas eran tan similares que a todos los llamaban efebo! Sra. Deulofeu. Ya le he dicho antes que yo no entiendo... Ferdinand. Ya le he dicho, también, que es cuestión de tiempo. Sra. Deulofeu. ¿Y a qué juegan? Ferdinand. Están... saltando. Un juego muy extendido en la antigua Grecia... Escena 13A: El gazpacho (Entra Vladimir con una sopera, la deja en la mesa. Se ve que es un recipiente en forma de culo, imitando las esculturas griegas. Honda sorpresa de los Deulofeu. Vladimir sale.) Sra. Deulofeu. (No sabe si reír o llorar.) ¡Qué vajilla tan divertida! Antoine. Otra pieza de mi dote. Ferdinand. Es un regalo del embajador de Chile. Sra. Deulofeu. ¿El embajador de Chile? Ferdinand. Sí. Un hombre muy viajero, un gran coleccionista. Es una pieza única. Tenga en cuenta señora, que eso que tiene usted entre manos, pocas mujeres lo han tenido en esta casa... (Marcel lanza una mirada desesperada a su padre.) Antoine. ¡Por fin ha llegado el gazpacho! (Empieza a servirlo.) Ferdinand. (Ambiguo.) ¡Ah! El gazpacho, qué maravilla del sur, una delicia del verano. Sra. Deulofeu. A nosotros nos encanta, hemos viajado tanto por Andalucía... Sr. Deulofeu. Pues sí, con el calor que hace, me apetecía un gazpachito. Ferdinand. ¡Bingo! ¡Hemos acertado! Estábamos indecisos entre la “vichyssoise” y el gazpacho y finalmente hemos elegido el gazpacho, una de las especialidades de Vladimir. Sra. Deulofeu. En verano es el mejor. Sr. Deulofeu. ¿Hay verduritas cortadas y picatostes de pan frito? Ferdinand. (Muy serio.) ¡Ya están dentro! Así llegan fresquitos. Antoine. Vladimir prepara el gazpacho a la manera de su tierra. Sra. Deulofeu. ¿Y de dónde es el chico? Ferdinand. De Cuba. Sr. Deulofeu. ¿Y en Cuba comen gazpacho? Ferdinand. En La Habana sí. Comen de todo. ¡Vaya qué unos los de La Habana a la hora de comer! (La Sra. Deulofeu se sirve con cierta dificultad.)
Sra. Deulofeu. (Con gran estupefacción, saca unos espaguetis del recipiente y pone cara de extrañada.) Mira en Cuba añaden espaguetis al gazpacho. Ferdinand. (Aguantando estoicamente.) Es típico de Cuba: añaden espaguetis a todo. Piense que allí el gazpacho se prepara de una infinidad de maneras. Hoy le habrá preparado al estilo... “Guantanamera”. Antoine. ¿Al estilo “Guantanamera”? Sra. Deulofeu. ¿Cómo dice? Ferdinand. He dicho “Guantanamera”: gazpacho “Guantanamera”. Antoine. (Improvisando.) Es el gazpacho completo de la zona de Guantánamo. Sra. Deulofeu. Completo sí lo es, ¡no falta de nada! Antoine. ¡Oh, es que es casero! En nuestra cocina no entran las conservas. Sr. Deulofeu. Este gazpacho es una sorpresa interesante. Acabo de encontrar un caramelo. Sra. Deulofeu. ¿A qué crees que sabe este gazpacho? Nina. (Mordiendo un trozo de piña.) ¡A piña, mamá! Sra. Deulofeu. (Con cara de asco.) ¡Piña! ¡¡Era eso! Ferdinand. (Con amargura.) Por ustedes, hoy nuestro Vladimir ha superado en exotismo. Antoine. (Sacando un huevo duro.) ¡Incluso ha puesto los huevos! Ferdinand. ¿Los huevos? Antoine. (Enseñandolo.) ¡Mira! Ferdinand. (Justificándole.) Huevos de colibrí caribeño... Sra. Deulofeu. Es espectacular. Me habrán de dar la receta. Antoine. Los huevos me gustan... incluso el gazpacho. (Ríe. Ferdinand abandona y controla menos sus gestos. Marcel, con la mirada, lo llama al orden, pero el resultado es que su padre comienza a comportarse con una rigidez aún más sospechosa. Antoine se ha servido un buen plato y come con mucha hambre, bajo las miradas inquietas de Ferdinand y Marcel.) Si no hubiera tenido que ir a ver a mi tío, mi tía, mi tíotía, como yo le digo... les habría preparado mi especialidad: (Imitando la voz del carnicero.) “pechugas” rellenas. ¿Les gustan las “pechugas”? (Repite la demostración, tal como ha hecho el carnicero en el segundo acto.) Se apartan las “pechugas” y se rellenan de jamón. Después se colocan en una fuente, con ajo, perejil y vino blanco, ¡y al horno! ¡Está chupado! (Ferdinand le llama al orden golpeando la copa con el cuchillo y Antoine vuelve a ser la “madre”.) La carne la compramos en Rembrandt: su carne es especial, sobre todo la colgada. Ferdinand. ¡Qué pena que no les haya podido preparar las “pechugas”! ¡Es una bonísima cocinera! Antoine. Eso sí. Mi madre me decía: “serás una exquisita cocinera, Eleonor”
Ferdinand. ¿Eleonor? ¿Tu madre te decía Eleonor? Antoine. ¡Claro! ¿Cómo querías que me dijera? Ferdinand. Claro, claro. (A la Sra. Deulofeu.) Eleonor es un nombre muy bonito. Antoine. (Cambiando de conversación.) La niña está muy callada. Es un poco tímida, ¿no? Nina. Escucho y aprendo. Sra. Deulofeu. Nina nunca ha sido muy abierta. Antoine. ¡Me recuerda a mí a su edad! Y miren como me ha cambiado el matrimonio, me ha hecho más abierta. Tú también cambiarás preciosa. Tú también te abrirás. Ya se encargará Marcel de ello. ¡Qué uno Marcel! (Ríe estrepitosamente.) Sra. Deulofeu. Señora, nos está poniendo en una situación delicada. Marcel. (A su padre, a parte.) ¿Cuándo callará? (Cambiando de tema.) ¿Sabían que mi padre es agregado diplomático? Sra. Deulofeu. Entonces habrá viajado al extranjero. Ferdinand. En el extranjero y fuera del extranjero, no paraba. Escena 13B: ¡El mundo era mi patria! Antoine. Piensen que incluso fue Cónsul en Francia. Ferdinand. ¡El mundo era mi patria! Me enviaron a Roma, la capital de Italia; en El Cairo, la capital de Egipto, en La Paz, la capital con más altitud del mundo, a 3.600 metros sobre el nivel del mar. ¡Ya sabe, siempre cumpliendo órdenes! Con decir que incluso estuve a Folies Verger (Pausa, miradas.) Sin olvidar Belgrado, claro... la capital de otro país muy importante... Marcel. Rumanía. (Suena el teléfono. Ferdinand se precipita a contestar.) Ferdinand. (Al teléfono.) Sí... sí... sí... Estamos en casa, sí. ¡Pero no pueden entrar!... Porque no estoy solo... Como, ¿que la bronca es monumental? Arréglenlo y dejen ya de molestar... Entienda nuestra situación... El teléfono puede estar intervenido... No quería cantar, pues que aproveche ahora que puede... que cante lo que quiera. ¡Esto que cante sin parar! (Cuelga.) ¡Qué canalla! Sr. Deulofeu. ¿Algún problema? Ferdinand. Nada. El Ministerio. Sr. Deulofeu. ¿A estas horas? Ferdinand. La embajadora esta... Antoine. ¿Qué, no quiere cantar verdad? Sra. Deulofeu. ¿Las embajadoras también cantan? Ferdinand. Esta sí. Todas las noches. Bueno, un pequeño incidente diplomático. Nada grave. (A Antoine.) ¡Qué mala suerte! Ya ves, si hubieras ido tú... Sr. Deulofeu. (Sorprendido.) ¿Su señora colabora con el Ministerio de Asuntos Exteriores?
Ferdinand. Si la misión es delicada, la envío en mi lugar. (Pausa.) Bueno queridos, por qué no dejamos la política internacional y hablamos del matrimonio de nuestros hijos. Marcel, ¿por qué no enseñas a Nina como se ve la Blanca Subur desde la terraza? (Marcel, sorprendido, obedece a su padre y lleva la Nina a la terraza. Los adultos se quedan solos. En ese momento entra Vladimir. Va descalzo y Ferdinand lo ve y lo pisa. Vladimir casi no puede disimular el dolor, pero se dispone a recoger los cuencos de gazpacho.) Antoine. Sí, ha llegado el momento que hablamos los papás y las mamás. Sr. Deulofeu. Les tengo que confesar que al principio era reacio a la unión de la pareja. Antoine. ¿Reacio? Sr. Deulofeu. Bueno, son muy jóvenes todavía, pero Nina me convenció. Me habló tan bien de ustedes, de la respetabilidad de su familia, de su seriedad... Antoine. ¿Todo eso dijo la niña de nosotros? (En ese momento Vladimir pasa por detrás de Antoine, le toca la peluca sin querer y le queda un poco de lado, fuera de lugar. Antoine no se da cuenta, pero le ha quedado visiblemente mal puesta.) Sr. Deulofeu. Sí. (Mira a Antoine y se sorprende de su nueva apariencia. Intenta disimular.) Insistió mucho. Y en vista del amor que se profesan y de la dificultad de disuadirla para que esperara una temporada... (La Sra. Deulofeu mira intrigada a Antoine y su peluca. Ferdinand intenta hacerle entender con señales el problema, pero Antoine parece no entenderlo.) Ferdinand. (Disimulando.) ¿Podrán disculparnos un momento? Parece que el servicio tiene algún problema. (A Antoine.) Acompáñame amada. (Ferdinand lleva Antoine en la cocina. Este protesta porque no entiende qué pasa. Los Deulofeu se quedan solos, se miran. Pausa.) Sr. Deulofeu. No entiendo nada. (La señora le indica que baje la voz.) ¿Qué clase de modales tienen los embajadores? ¡Dejarnos solos en medio de la cena! Sra. Deulofeu. Pues al hijo, en medio de la cena, lo envían a la terraza con Nina para ver el mar. Sr. Deulofeu. Y la mamá, no sé si es original o rara. A veces me da miedo, cuando saca ese vozarrón... “¡al horno! ¡Está chupado! No sé, me da una sensación... Sra. Deulofeu. Debe de estar constipada. En verano los resfriados son muy malos. (Llaman a la puerta de entrada. Los señores Deulofeu quedan quietos, se miran.) Sra. Deulofeu. Y ahora ¿qué? ¿Por qué no abre el servicio? (Se escuchan dos tonos más. Los Deulofeu están muy extrañados de que nadie se mueva. Finalmente la señora decide ir a avisar a la cocina, pero cuando se lo Ferdinand sale corriendo de la cocina.)
Escena 14: ¡La Virgen! ¡Marie! Ferdinand. (A Deulofeu, con sonrisa forzada.) ¿Han llamado, verdad? Ya abro yo Vladimir, sigue con tus cosas. (Sale y enseguida vuelve a entrar. Estupefacto.) ¡La virgen! ¡Marie! Sra. Deulofeu. ¿Una virgen? Ferdinand. ¡Una santa! Marie. ¿Llego tarde? (Abre la puerta y aparece una mujer muy guapa vestida de viaje, con una maleta pequeña en la mano. Ferdinand le obliga a quedarse en el recibidor, cerrando la puerta en las narices.) Ferdinand. (Como si estuviera drogado, repite.) ¡Marie! ¡Es Marie! Antoine. (Ha entrado desde la cocina, con la peluca bien puesta.) ¡No quiero esa mujer en casa! (Aparece Marcel acompañado de Nina que vienen de la terraza.) Ferdinand. (Buscando la forma de presentar Marie ante los Deulofeu.) ¡Es la Marie!... Ha sido tan grosera con mi señora esta mañana, que mejor sería dejarla fuera. Marcel. ¿Estáis locos? ¿Como debe quedarse fuera? (Abre la puerta del recibidor y entra con la maleta de Marie en la mano. Marie le sigue.) Ferdinand. (A Marie, que ha entrado.) La dejaré pasar, aunque después de lo que ha dicho a la señora, no sé si... Antoine. ¡Insolente! Marie. ¡Qué recibimiento! Buenas noches, señora. Buenas noches, señor... Ferdinand. Les presento Marie... Antoine. ... ¡Nuestra mujer de la limpieza! Ferdinand. Escúcheme bien, Marie. Esté atenta, que no haya confusiones. Usted es la señora de la limpieza. Lo digo sin ganas de ofender, porque yo las mujeres de la limpieza las respeto. Antoine. Pero una señora de la limpieza... es una señora de la limpieza y debe mantenerse en su lugar, ¿me entiende? Marie. Lo intento. Ferdinand. Debe saber que lleva ya tiempo con nosotros, tiene un buen lugar y el chico siente por usted una adoración muy especial Marie. (Yendo hacia el Marcel.) ¡Cómo ha crecido! Ferdinand. (Lo coge.) Mucho, y no cambie de conversación. Está en la edad de crecer. Pues bien, que le aproveche. Usted limítese a ser una mujer de la limpieza. Nada más. ¿Lo ha entendido? Marie. ¡Perfectamente! Antoine. ¡No la quiero ni ver! ¡Que se vaya! Ferdinand. ¡Escucha, déjanos en paz!
Antoine. ¡Oh! Sra. Deulofeu. ¡Oh! Ferdinand. ¡Entiéndame, señora! Aunque un trabaje en Exteriores, a veces cansa tanta diplomacia. Marie. ¡Ferdinand! Ferdinand. ¡No me diga Ferdinand, por favor! ¡Que yo le diga Marie, no le autoriza a decirme Ferdinand! Antoine. Ferdinand, marido mío. Ferdinand. Silencio. Antoine. ¡Qué forma de tratarme ante los señores Deulofeu y de la señora de la limpieza! Ferdinand. La vida es dura. ¡Marie, en la cocina, que hay trabajo! (Intenta empujarla.) Marie. ¡Un momento! Ferdinand. ¡Señor! ¿Han visto cómo está el servicio? Marcel. Marie, ya se lo contaré y gracias por venir. (Le da un beso.) Antoine. ¿Le das un beso después de lo que te ha hecho? Marcel, tendrás que elegir: ¡o tu madre o la mujer de la limpieza! Marcel. ¡Qué tontería! Antoine. ¿Tontería? ¿El amor de madre es una tontería? Sra. Deulofeu. (Levantándose de la mesa. El padre y la Nina la siguen.) Perdonen, pero deberán disculparnos. Vamos a dormir. Probablemente saldremos mañana muy pronto. Marcel. Pero, ¿que no se quedaban? Sra. Deulofeu. Por desgracia, tenemos que ir a ver una tía de mi marido que está enferma. Sr. Deulofeu. ¡Sí! Sra. Deulofeu. Además nos gusta ver salir el sol en alta mar. Sr. Deulofeu. ¡Sí! Sra. Deulofeu. Conocerlos ha sido un placer. Sr. Deulofeu. ¡Sí, sí! Marcel. (A Deulofeu.) Les enseñaré sus habitaciones. (La familia Deulofeu sale por una puerta a la derecha. A su padre.) ¡La hemos cagado! (Sale siguiendo los señores Deulofeu.) Escena 15: Gracias por llegar tan puntual Ferdinand. Gracias, Marie. Gracias por haber llegado tan puntual. Marie. Escucha... “cariño”... Antoine. ¡Ah no! Nada de “cariño”. ¡Eso sí que no! Marie. ¡Pero si es Antoine! Antoine. Sí, Marie. Es Antoine. Marie. No te había reconocido.
Antoine. Pues sí. Sigue siendo Antoine. Y cada vez más Antoine. Ferdinand. ¡No grites! Antoine. ¡A estas alturas, me pides que no grite! Ferdinand. ¿Y quién nos ha llevado a estas alturas? Antoine. ¡La culpa es mía, claro! Ferdinand. La culpa es tuya, claro. ¿Te parece creíble esta madre que nos has interpretado? Una mujer de diplomático vestida de portera. Antoine. ¿Y tú? ¿Qué diplomático? ¿Te piensas que no te han visto remover el culo en estos pantalones de vendedor de enciclopedias? Ferdinand. Mi diplomático tenía sentido del pudor. Antoine. Una esfuerza por que estén todos contentos y ya ves cómo lo agradecen. Muy bien, ¡tú lo has querido, Ferdinand! (Se sienta en una silla para quitarse los zapatos. Michel viene de la Jaula, asustado y vestido de andaluza.) Michel. ¡”Jefe” tiene que hacer algo, rápido! ¡Hay un follón indescriptible! Ya no sabemos qué hacer. La Violet ha repetido “mamá” siete veces. Ferdinand. No sé. Inventad algo. Michel. Quieren la Zaza. Ferdinand. Que salgan las Drag Queens, ahora bajaremos. Michel. ¡Que sea pronto! (Sale corriendo.) Ferdinand. Antoine, te lo suplico. ¡Maquíllate y actúa, antes de que nos quedemos sin local! Antoine. ¡Ni hablar, Ferdinand! No te dejaré solo con esta mujerzuela. Ferdinand. No ves que el público te llama. Piensa en lo que es para nosotros este teatrillo. Recuerda el comienzo: no éramos nada. Antoine. Tú no eres nada. Ferdinand. No teníamos ni para vestidos. Tu primer número lo hiciste con una red de pescar como sujetador. Y bien guapa que estabas. Antoine. No, Ferdinand. No me convencerás con flores. Ferdinand. El teatro es todo nuestro capital y la dote de Marcel: Marie, ¡díselo tú! Marie. ¿Yo? Es hora de que una mujer coja el toro por los cuernos. (Cruza la escena en dirección a la puerta por donde han salido los Deulofeu.) Aunque Marcel es igual que tú de tarambana, yo soy su madre verdadera y madre sólo hay una. Ferdinand. ¿Qué vas a hacer? Marie. ¡Explicar todo a Deulofeu! Antoine. ¡Ah, no! ¿Abandonas tu hijo en la escalinata del Moulin Rouge y veinte años después vienes a hacerte la heroína? Marie. Porque vosotros sois unos inútiles.
Antoine. ¿Inútiles? Al fin y al cabo soy yo quien lo ha criado, ¡foca! Marie. ¿Foca? ¿Quieres pelea? ¡Pues a pelear! (Va hacia Antoine que huye.) Antoine. ¡No se te ocurra acercarte! (Aparece otra vez Michel seguida de Violet.) Michel. ¡«Jefe»! ¡Están quemando los programas! Violet. A mí no me digas nada, no es culpa mía, se me ha acabado el repertorio. Michel. ¡A rebaños, están llegando los periodistas! Violet. ¡Nunca hemos tenido tanta prensa! ¡Y hacen fotos como locos! ¡Fotos, Zaza, fotos! Ferdinand. ¿Los de la prensa?, ¿Fotos? Antoine. ¿Fotos? ¡Por fin! (Yendo hacia los armarios para cambiarse.) ¡Esto lo levanto yo y además le doy la vuelta! ¡Fotos! ¡Será mi consagración! (Antoine empieza a cambiarse. Todos están en el armario de la ropa, de espaldas.) Escena 16: ¡Travestis! Violet. ¿Puedo recuperar mi vestuario? Ferdinand. Venga, las locas a por ellos. Antoine. Salvaremos la “Jaula de las Locas” y la dote de mi hijo. Michel. ¡Así se habla Zaza! ¡Canta, “jefe”, enséñales a ella qué es arte y glamour y sálvanos la vida! (La señora Deulofeu sale del distribuidor que lleva a las habitaciones y se queda mirándolos. A ella no la ven.) Vladimir. (Sale de la cocina con una peluca azul y unos zapatos de tacón.) ¿Puedo actuar yo también? Ferdinand. ¡Claro, tú también, Vladimir! Sra. Deulofeu. ¡”La Jaula de las Locas”! ¡Son los de “La Jaula de las Locas”! ¡Travestis! Ferdinand. (Se gira y con él todos los demás, paralizados.) ¿Nosotros? ¡Qué imaginación la suya, señora! ¡No ve que nos hemos disfrazado para recibirlos con una fiesta! ¡Saludad, niñas, a la señora Deulofeu! (Violet, Michel y Vladimir hacen una reverencia.) Sra. Deulofeu. ¡Es el hijo de “La Jaula de las Locas”! ¡Mi hija, seducida por el hijo de “La Jaula de las Locas”! Ferdinand. Tranquilícese, señora. (La señora Deulofeu sale a buscar a su marido. Entra Marcel que no entiende nada.) Marcel. ¡Papá! Ferdinand. (Hace salir las locas hacia la Jaula.) Vosotros hacia abajo. Haga lo que puede. Sra. Deulofeu. (En off.) ¡José María! ¡Sus padres son los dueños de “La Jaula de las Locas”! Marcel. (Nervioso.) Papá, ¿qué pasa?
Ferdinand. Ya lo ves, Marcel, ¡no hay noche sin problemas! (La señora Deulofeu vuelve de las habitaciones seguida de Nina. Marcel se dirige hacia la madre.) Marcel. ¡Señora, por favor! Sra. Deulofeu. (Sin control.) ¡Pocavergüenza! ¡Nina, vamos! Nina. (Nerviosa.) ¡Mamá! Ferdinand. (A la señora Deulofeu.) Señora, ¿por qué no olvidamos el pasado? Sra. Deulofeu. (Gritando hacia las habitaciones.) ¡José María, coge las maletas y no las dejes! ¡Que no te enteras! Marcel. (Detrás de la señora Deulofeu.) ¡Por favor, señora! ¿Ni siquiera me escuchará? Sra. Deulofeu. ¡No me toques, sinvergüenza! Marie. ¿Pocavergüenza? Vuelve a decirle sinvergüenza a mi hijo y... Marcel. (A Marie, yendo hacia ella.) ¡Mamá, no hagas locuras! Sra. Deulofeu. ¿Su hijo? ¿Qué hijo? Marie. ¿Locuras? Si aquí queda alguien centrado, que levante la mano. Marcel. ¡Pero mamá...! Sra. Deulofeu. ¿Mamá? ¡Lo que faltaba! (Marcel se acerca a la señora Deulofeu.) ¡No me toques, que eres el hijo de la mujer de la limpieza! (Sale el señor Deulofeu, cargado de maletas.) Marcel. (Gritando.) ¡Mamá! Antoine. ¡Marcel, no le digas más mamá! ¡Tu mamá sólo soy yo! Sr. Deulofeu. (A Ferdinand. Cuando habla, todos se paralizan.) Una pregunta señor, y le ruego conteste. Su hijo, ¿cuántas madres tiene? Ferdinand. Le importaría repetirme la pregunta, por favor. Sr. Deulofeu. Con mucho gusto. Su hijo, ¿cuántas madres tiene? Ferdinand. (Mira a Marie y Antoine, como si estuviera decidiendo, pero finalmente se dirige a Antoine y le quita la peluca.) Una, sólo una. ¡Esta! ¡Esta es su madre! Sr. Deulofeu. ¡No! Ferdinand. Sí. Veintidós años de esposa y madre ejemplar. Sra. Deulofeu. ¡Son dos padres! Sr. Deulofeu. (Incómodo y señalando a Marie.) Y una madre. ¡Esta! Marie. (Sin poder aguantar el lío, intenta poner orden. A Nina.) ¡A ver, la callada! Tú amas Marcel, ¿verdad? Nina. (Avanza tímida, va hacia el Marcel.) Nosotros, señora... Sr. Deulofeu. ¡No contestes, Nina! Nina. ¡Mamá...!
Sra. Deulofeu. ¡Cállate! Nina. ¡No! ¡Llevo veintidós años callando y se acabó! ¡Voy a desahogarme y me sentirás! Ferdinand. Desahógate hija, desahógate. Nina. Sí, yo amo Marcel. Es un “tío” fabuloso, además de tierno y bueno haciendo el amor. Sr. Deulofeu. ¡Nina! Nina. Quería deciros la verdad, papá, pero tuve miedo. Siempre he tenido miedo. Pero ahora se acabó. Soy mayor de edad y quiero Marcel. Y no conseguiréis separarnos. Sra. Deulofeu. ¡Se quieren! ¿Y qué? ¡Todo el mundo se quiere! ¿Qué tendrá que ver amarse con el matrimonio? Sr. Deulofeu. Esto, ¿qué tendrá que ver el amor con el matrimonio? Sra. Deulofeu. ¡Tú calla! (A Nina.) Y tú, valiente, dale las gracias a tu amor. Nina. ¡Claro que le estoy agradecida! Sólo por amor se puede liar esta comedia y estar una semana comiendo “marrones” para salvar nuestro “rollo”. Antoine. ¿”Marrones”? ¡Qué lenguaje! Nina. Gracias Marcel. (El besa apasionadamente.) Sra. Deulofeu. Mira, ¡se besan! Tu hija también se ha vuelto loca. Nina. Y nos casaremos. Sra. Deulofeu. ¡A ver como les explicarás a tu partido que tu hija se ha vuelto loca! Sr. Deulofeu. ¡Dios mío, el partido! ¡Ay el Piqué! Sra. Deulofeu. José María, ¡vamos! (El Sr. Deulofeu coge las maletas y sale hacia el recibidor.) Sra. Deulofeu. Muy bien, si la niña está loca que se quede en este manicomio. Nosotros hacia el “yate” y de prisa. (Ferdinand intenta pararla.) ¡No me toque! ¡No quiero estar ni un minuto más en esta casa! (Sale hacia el recibidor.) Ferdinand. ¡Qué carácter! Definitivo, Marcel, la zorra es la madre. (Se vislumbran unos flashes, se escucha un portazo. El Sr. Deulofeu vuelve, pone cara de asustado, y detrás de él su mujer.) Escena 17: ¡Fotógrafos! Sr. Deulofeu. ¡Fotógrafos! ¡Periodistas! ¡La calle está llena de fotógrafos! Es el fin de mi carrera. (Se tapa la cara con las manos.) Sra. Deulofeu. Ya veo los titulares: el diputado Deulofeu en una reunión de travestis. ¡¡Oh! (Empieza a llorar.) Michel. (Entra corriendo.) ¡”Jefe” en el local hay toda la prensa en pleno! ¡Un exitazo! ¡Hay tres cadenas de televisión y lo están grabando todo! ¡E incluso se dice que vendrá un diputado de derechas! (Todos miran el señor Deulofeu.)
Sr. Deulofeu. ¡Son una plaga! ¡Están en todas partes! Sra. Deulofeu. ¡Ya ves donde nos ha llevado tu libertinaje! Sr. Deulofeu. (Dando vueltas, abatido.) ¿Y qué haremos ahora? ¿Qué haremos ahora? ¿Qué haremos ahora? Sra. Deulofeu. (Llorando.) ¡Deja de llorar! Sr. Deulofeu. Debemos escondernos. Estoy perdido, hundido. Sin hija, sin partido. Antoine. Marcel, ¿no era a mí a quien tenía que esconder? Míralos Ferdinand: el señor está hundido, la señora angustiada. ¿No te dan pena? Ferdinand. (Refiriéndose al Sr. Deulofeu y yendo hacia él.) ¿Te has fijado? Su piel está cogiendo un tono verdoso. (Antoine también se acerca.) Sr. Deulofeu. ¿Verde? Ferdinand. ¿Sabe que me recuerda a mi abuelo? Venga, venga, que esta no es imagen para ganar unas elecciones. Antoine. Tranquilo, José María, que le resolveré la situación. (Mirando a Ferdinand.) ¡Como siempre! ¡Señor, señor, si yo no existiera tendrían que inventarme! La solución está a escapar sin que los reconozcan. Se trata de desaparecer, ¿verdad? Sr. Deulofeu. ¡Verdad! Sra. Deulofeu. (Trata de ser amable y toca el brazo de Ferdinand.) Esto sería una salida. Ferdinand. ¡No me toque! Antoine. Entonces, la solución es mi vestuario. Si le entra, le dejaré un vestido mío. Sr. Deulofeu. ¡Ah, no! ¡Nunca! ¡Nunca me pondré un vestido de mujer! Sra. Deulofeu. (Dulce, como quitando importancia al asunto.) José María, será como cambiarte de chaqueta... Y no será la primera vez que lo haces... Ferdinand. No hay otra solución. Acompáñenos buen hombre. (Lo llevan en el rincón del maquillaje que ahora queda parcialmente tapado al público por una reja.) Antoine. No lo conocerá ni su madre. ¡Qué artista estoy hecha! Ferdinand. (Revolviendo el armario.) A ver qué hay por aquí... Marie. ¿Tendrá algo para mí? Sra. Deulofeu. ¿La criada también debe esconderse? Ferdinand. Marie, explícale a la señora quién es la criada. Marie. Sale en la prensa la criada, señora, y tenemos un conflicto internacional. Ferdinand. A ver si en el almacén del vestuario encuentras nada. Y llévate la dama y cámbiale el look..., que nadie la pueda confundir con la mujer de un diputado. Marie. “Pa de problem Cheri”. Verás qué metamorfosis. (Salen juntas por la puerta del recibidor.)
Antoine. Y no le digas “Cheri”. ¡Fuera, fuera de aquí! Marcel. ¿Y nosotros, papá? Ferdinand. Los enamorados en la terraza, a controlar al enemigo. Escena 18: Disfrazando al señor Deulofeu (Quedan en escena Ferdinand, Antoine y el señor Deulofeu.) Ferdinand. (En el armario, con Antoine.) ¡A ver, a ver qué hay por aquí! Antoine. ¡Ah, mira! ¡El vestidito de MataHari...! Ferdinand. ¿Con el ombligo al aire un Diputado?... ¡Qué cartel electoral! Antoine. Bien moderno que sería. Sr. Deulofeu. ¡No, no, con el ombligo al aire no! ¿No hay nada más sencillo? Antoine. ¡Este, el de la Pompadour! ¿Recuerdas, Ferdinand? (Coge el traje y van a ponerle al Sr. Deulofeu. Todo el diálogo que sigue es el trasiego de transformarlo.) Ferdinand. Este sí. Venga, póngaselo antes de que suban a buscarnos. Antoine, mientras yo busco una peluca para la señora, tú la maquillas. Sr. Deulofeu. ¿Maquillarme? Ferdinand. Tranquila, el maquillaje hará milagros en este “careto”. Antoine. Definitivo, el maquillaje es definitivo. (Va hacia él con el pomo de “polvos” y la ensucia de blanco de arriba a abajo.) Sr. Deulofeu. ¡Madre de Dios, esta mujer es una caja de sorpresas! Ferdinand. El look de la Pompadour le quedará monísimo. Sr. Deulofeu. ¿Pero la Pompadour no era una señora de vida alegre? Ferdinand. Alegrísima, ya verá como reiremos. Nadie relacionará un diputado de su partido con una “cocota” de la época imperial. Antoine. Tiene el tallaje alto y le quedará muy bien. Se lo pone y luego por debajo se quita los pantalones. ¿No ha visto como lo hacen ellas? Ferdinand. Píntale las cejas. Sr. Deulofeu. ¿Es necesario? Antoine. Imprescindible. Ferdinand. Y no olvides el lunar. Sr. Deulofeu. ¿Un lunar? Antoine. El de la Pompadour. ¿No la conoce? Es un lunar famoso. (Los dos parecen haber terminado el trabajo, se apartan, miran el Sr. Deulofeu satisfechos.) Antoine. Perfecta. Ya puede salir y mostrarse con toda su grandeza. (El Sr. Deulofeu aparece ante el público, enorme, bonito, tímido y femenino.) Sr. Deulofeu. ¿No me envejece?
Antoine. No. Le da un aire interesante. Sr. Deulofeu. ¿Bueno, y ahora qué? ¿Cuál es el siguiente paso? Ferdinand. (En el interfono.) Michel, haga subir las coristas, necesitamos un acompañamiento coloreado. Y ahora esté atento a las tres cosas que tendrá que recordar: una, las Pompadour son unas mujerzuelas, gesto amplio, paso corto, dos, suelen ir con la cabeza bien alta, y tres, como que son unas reinas de la noche miran las demás mujeres con absoluta indiferencia. Así, muy bien. Escena 19: Fuga por el local (Aparece Marie del brazo de la señora Deulofeu de viuda negra, con un velo que le cubre la cara. Marie es ahora una “cocota” espectacular, de final de revista.) Ferdinand. (Riendo.) Lástima que la compañía esté completa. Marie. ¿Por casualidad en su show no necesitará una vedette? Ferdinand. La plaza está cubierta. Antoine es la titular. Sr. Deulofeu. (Se muestra tímidamente.) Y a mí, ¿nadie me dice nada? Marie. ¡Osti, que potente! Sr. Deulofeu. (A Antoine.) ¿Verdad que me hace viejo? Antoine. Ya le he dicho que no, que le da un aire interesante... y la mano en la cintura, guapa. Sra. Deulofeu. No le haga caso, él siempre ha sido un viejo. Ferdinand. ¡Qué mala que es señora, que mala! Usted se muerde la lengua y se envenena. Sr. Deulofeu. (Se pone la mano en la cintura. A Marie.) ¿Cuál es su opinión señora? ¿Me hace viejo? Ferdinand. ¡Nunca pida opinión a otra mujer! (Llegan las locas, entran como pueden, a ver los nuevos transformistas aplauden excitados. Llega también la pareja de la terraza.) Violet. ¡Ferdinand, este es el vestido que me habías prometido! Sr. Deulofeu. ¡Olvídese, es mío! Sra. Deulofeu. (A Ferdinand.) ¿Y ahora qué? Nuestro destino está en tus manos. Ferdinand. Bajarán por el teatro. Después saldrán a la calle en medio de las locas y aprovecharán para escapar. Sr. Deulofeu. Nos reconocerán. Antoine. ¿Entre las locas? Michel. ¡Qué poco nos conoces, principiante! Violet. ¡Vaya unas nosotros para dejar que se fijen en vosotros! Sr. Deulofeu. No creo que pueda. Ferdinand. Podrá. Es como ir a hacer un mitin, pero más divertido. Sr. Deulofeu. Yo no me divierto nunca.
Ferdinand. Pues mal hecho. Venga, que pondré música. Esto siempre ayuda. (Pone música.) Sr. Deulofeu. Espero que el electorado me sepa agradecer. Antoine. (Al Sr. Deulofeu.) ¡Estas manos lo delatarán! (Antoine le indica posturas más femeninas.) ¡Estos brazos los tiene rígidos y quedan masculinos! Sr. Deulofeu. Perdone, es de nacimiento. (A su mujer.) Y tú ensaya o quedaremos fatal. Ferdinand. ¡Muy bien, chicos! Ahora hay que ponerse en el personaje. ¿A ver? (Se ponen todos en fila, sobre la tarima.) Antoine. ¡Ah, no está mal! Creo que les podríamos hacer un lugar en la Jaula. Ferdinand. Y vosotros, ¡a escena, a cerrar el espectáculo! (Abre la puerta que comunica con el local.) Pasen señoras, pasen. (Van saliendo.) Nina. (A Ferdinand.) Te quiero. Ferdinand. (Señalando Marcel.) Señorita, se equivoca. Su pareja es el de al lado. Nina. (Insistiendo.) ¡Te quiero! (Se dirige a la puerta de la Jaula y espera Marcel.) Marcel. ¡Yo también te quiero! Gracias papá. (Va junto con Nina.) Antoine. . Y a mí, ¿nadie me besa? Marcel. (Vuelve donde está Antoine.) Gracias, mamá, eres maravillosa. Antoine. ¡Marcha, marcha! (Han salido todos. Ferdinand los mira irse, se gira y cierra la puerta.) Escena 20: TicoTico Ferdinand. Y ya que por fin estamos solos, aprovecharé para hacerte una confesión: me dan envidia. Vestido de mujer era como más me realizaba. Con decirte que estoy pensando en volver a llevar al escenario mi Carmen Miranda. Antoine. ¡Estás completamente loca! ¿Cómo deben vivir juntas dos mujeres? ¿Qué dirían los vecinos? Ferdinand. Tranquilo que no cambiará nada. Ya ves, llevo la marca encima, estoy viejo y vivo como un hombre, y como un hombre he encontrado el equilibrio. Veinte años me ha costado, y no será un diputado millonario y de derechas que acabe con este mundo que tanto me ha costado construir. Antoine. Nos ha costado construir. Y eso que vives como un hombre, no lo tengo yo muy claro. (Ferdinand ha cogido un casete de una mesita y al aparato de música a ponerlo.) Ferdinand. Con decirte que sueño volver a llevar al escenario nuestro dúo “C’est si bon”. (Suenan los compases de introducción del “TicoTico”.) Antoine. La época de las “petardas” del “C’est si bon” ya pasó. Hoy, ni los mismos brasileños conocerían sus canciones. Qué repertorio aquél, deja, deja.
Ferdinand. (Va hacia el armario en busca de un vestido.) La brasileña fue nuestra mejor etapa. Y no me vuelvas a decir “petarda”. Ya sabes que no me gusta. (Con el traje en las manos.) Mira mi vestido de Carmen Miranda. Tienes razón ya no estamos para tanto de ritmo. Antoine. ¡Tú no estarás para tanto de ritmo! Y este vestido “TicoTico” es el mío, o sea que ni tocarlo. El tuyo es este otro..., seguro que te pequeño. (Le da el suyo.) Ferdinand. ¿Pequeño? ¡Aquí la única “gorda” eres tú! ¡Mira! (Empieza a ponerse el traje.) Todo el mundo nos adoraba. Antoine. (También vistiéndose.) Incluso colgamos cartel en París. Ferdinand. Y dos noches. Antoine. ¿Y en Copacabana qué? Me hicieron la reina de los carnavales. Ferdinand. La Reinona de la Samba te hicieron, que el matiz es muy importante. Antoine. Pues a ti te decían la “caipirinha”. Por algo sería. Ferdinand. Incluso los ministros nos invitaban a cenar. Antoine. Me sentía tan traidora con los brasileños tan guapos. Ya no hay “petardas” como las de antes. Ferdinand. En aquel tiempo el mundo era una fiesta. Antoine. Llevas el casquete del turbante mal puesto. ¡Siempre igual, eres una dejada! Ferdinand. ¿Y tu gorro, qué? Pareces un florero. Antoine. Pues tú pareces una maceta. Ferdinand. ¿Otra vez la guerra Antoine? Antoine. ¿Qué quieres que haga? Son los nervios de antes de salir al escenario. Ferdinand. ¿No me digas que les cantarás el “TicoTico”? Antoine. En honor de nuestro hijo esta noche haremos el viejo “TicoTico”. Los dos. Ferdinand. ¿En nuestra Jaula? Antoine. Estará orgulloso de nosotros. (Comienzan a marcar los pasos del numerito “TicoTico”. Ensayan el playback.) Antoine. ¡A saber por qué soy tan diva y espectacular! Tico, Tico... Ferdinand. Enviaré la música al local y para ellos con el “TicoTico”. ¡Que sea lo que Dios quiera! Antoine. (Lo coge de la mano y van hacia el crucifijo.) ¿Recuerdas nuestro lema de antes de salir? (Van bailando cogidos pequeños pasos de TicoTico.) Ferdinand. Antoine, estás preciosa. Antoine. ... tú también... tonto. Ferdinand. ... el niño nos deja, ahora quedamos sólo tú y yo,... a tu lado soy feliz... ¿Te quieres casar conmigo?
Antoine. ...No ...¡Si! (Llora.) ...me lo dices de verdad? ...Es la cosa más maravillosa que me han dicho nunca... Ferdinand. Y si quieres adoptaremos un niño. Antoine. ¡Esto sí que no! A mi edad no aguantaría un segundo embarazo. Ferdinand. (Ríe. Le quita el gorro y la peluca, se lo mira cara a cara y muy tierno le dice:) Toni te quiero... Antoine. (Hace lo mismo.) ...Fernando te quiero.... (Abrazo y largo beso apasionado, mientras se oscurece y va subiendo el sonido del TicoTico.) TELÓN
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