LA IMAGINACIÓN ACTIVA EN LA

July 12, 2020 | Author: Anonymous | Category: Carl Jung, Mente inconsciente, Psique (psicología), Sueño, zen
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"LA IMAGINACIÓN ACTIVA EN LA PSICOLOGÍA DE C.G. JUNG"

Marie-Louise von Franz

M-L von Franz nació en Zurich en 1915, fue alumna y discípula de Jung, se especializó en el estudio del simbolismo, la interpretación de sueños, mitos y leyendas. Fue presidenta honoraria del Instituto Jung de Zurich. Dotada de una especial habilidad para traducir los materiales junguianos simbólicos a la realidad psicológica cotidiana, murió en 1998. Este documento es la sexta parte del Capítulo 2 del libro Psicoterapia, 1a edición. New York, EE. UU., Editor: C. G. Jung Foundation Books, 28 East 39th Street, New York, NY 10016, Shambhala Publications, Inc. Horticultural Hall, 300 Massachusetts Avenue. Boston, Massachusetts 02115, ©Marie-Louise von Franz 1993. Fue traducido del inglés por ©Orlando Gallego Bedoya 2009. Email: [email protected]

Es mi tarea aquí dar cuenta de la “imaginación activa” en la psicología de C. G. Jung. Como es bien sabido, esta es una forma dialéctica particular de convenir con el inconsciente. Jung comenzó a descubrirla alrededor de 1916 en su trabajo sobre sí mismo.(1) Él la describió por primera vez en detalle en 1929 en su introducción al Secreto de la Flor de Oro de Richard Wilhelm, y en 1933 en La Relación entre el Ego y el Inconsciente (2) Él descubrió que un efecto beneficioso surge al intentar objetivar los contenidos del inconsciente en el estado despierto y relacionándose con ellos conscientemente. Esto se puede hacer por medio de la pintura o la escultura –o, más raramente, a través de la danza- pero principalmente a través de anotar los fenómenos observados internamente. Las conversaciones con las figuras internas juegan un rol especialmente prominente aquí. Si se compara estos relatos escritos de los eventos interiores y las conversaciones con las figuras de los sueños, se ve que la participación del inconsciente con frecuencia presta un carácter significativamente más coherente, más concentrado y con frecuencia también más dramático a los mismos contenidos. En contraste con los sueños, los cuales representan un producto puro del inconsciente, la imaginación activa otorga expresión al factor psíquico que Jung llamó la función trascendente. (Esta es la función que da lugar a una síntesis entre la personalidad consciente e inconsciente). Por eso, la imaginación activa efectúa algo parecido a una intensificada y (comparada con el solitario análisis del sueño) acelerada maduración de la personalidad. Antes de entrar en mayor detalle sobre los aspectos generales de este tema, me gustaría ofrecer algunas clarificaciones prácticas. Las personas que no están practicando la imaginación activa, o que no la están practicando bajo la supervisión de un profesor que la comprenda, pueden fácilmente confundirla con la así llamada

imaginación pasiva, es decir, con aquel “cinema interno”, que casi cualquier persona con algún talento para la fantasía puede hacer que desfile ante su ojo interno cuando está en un estado relajado, tal como antes de dormirse. Pero tampoco el diálogo interno con un complejo o un afecto, o la clase de diálogo interior dentro de una situación imaginada que uno tan frecuentemente practica en forma involuntaria consigo mismo, deberían de ningún modo confundirse con la imaginación activa. En las formas mencionadas de imaginación, la parte comprometida “sabe” todo el tiempo, como desde algún otro rincón de su mente, que todo el asunto es “solo” fantasía. Si él no supiera esto tendríamos que considerar que se encuentra en un estado muy dudoso. Pero la imaginación activa que, además con reservas, Jung denominó “psicosis anticipada”, (3) se distingue de estas formas de fantasear en que la totalidad de la persona entra conscientemente en el evento. Permítanme ilustrar eso con un ejemplo. Una analizando relató a Jung una imaginación que ella había comenzado en los siguientes términos: “Yo estaba en una playa en el mar, y un león se aproximaba a mí. Él se convirtió en una embarcación y estaba en el mar”. Jung la interrumpió: “Tonterías. Cuando un león viene hacia usted, usted tiene una reacción. ¡Usted no solo espera y observa hasta que el león se convierte en una embarcación!” Debemos decir que el hecho de que la analizando no tuviera reacción –por ejemplo, temor, autodefensa, asombro- demuestra que ella no tomó la imagen del león en forma completamente seria, sino más bien que en algún rincón de su mente ella estaba pensando, “Después de todo, es sólo un león de fantasía”. Muchos principiantes también piensan que cuando algo va mal en medio de los eventos de la fantasía, uno puede simplemente, por decirlo así, devolver la película y correrla de nuevo de forma diferente. En una imaginación, por razones “higiénicas” una analizando había evacuado y quemado la casa de su infancia, donde ella había encontrado un niño enfermo (su propia infantilidad). Pero entonces ella se dio cuenta de que esto había sido un error, porque de esta forma el niño enfermo había sido desarraigado abruptamente. Entonces sin más rodeos, ella comenzó imaginando que la casa estaba otra vez allí y “recreó” la fantasía además con el niño en la casa. Aquí de nuevo vemos un ejemplo de una imaginación que no es auténtica imaginación activa. El curso de los eventos no es real, no ha sido tomado seriamente –porque, como bien lo sabemos, lo que realmente sucede es irreversible. Otra clase de error que se comete con frecuencia ocurre cuando el meditador aparece en los eventos internos no realmente como él mismo sino como alguna personalidad ficticia. (4) A través de este enfoque, por supuesto, el suceso interno es despojado de cualquier carácter de una auténtica acción recíproca y síntesis de lo consciente y lo inconsciente. Este error es a menudo tan sutil que puede con frecuencia ser detectado solo de manera indirecta por medio de las reacciones en los sueños y por medio de la ausencia de un efecto cualquiera. Cuando la imaginación se desprende de manera muy fácil, esto es muchas veces sospechoso, ya que la imaginación activa verdadera es un considerable esfuerzo que al comienzo raramente puede mantenerse más allá de diez o quince minutos. Además, hay frecuentes dificultades al comienzo, de las cuales las siguientes son las más comunes. Una dificultad es una clase de calambre de la consciencia que hace que nada llegue a la mente de uno. Otra dificultad típica se expresa en letárgica resistencia e insuperable asco o en un humor interior negativo que está siempre diciendo, “Todo este asunto no es real, está simplemente siendo fingido”. Jung dice: “El arte de dejar que las cosas sucedan, la acción a través de la no-acción, dejarse ir uno mismo, como pensaba Meister Eckhart, se volvió para mí la llave de la puerta al camino. Debemos ser

capaces de dejar que las cosas pasen en la psique. Para nosotros, esto realmente es un arte del cual poca gente sabe algo. La consciencia está eternamente interfiriendo, ayudando, corrigiendo y negando, y nunca deja el desarrollo simple de los procesos psíquicos en paz”(5). Mientras que las dos primeras dificultades mencionadas pueden ser superadas solo con paciencia o con la valentía de ser objetivo, en mi experiencia la mejor forma de tratar con la voz del que duda es simplemente dejarlo hablar y luego contestarle: “Es posible que esto no sea real, pero mientras tanto, yo voy a seguir adelante”. Usualmente después de que algo pasa eso lo convence a uno de la misteriosamente viva realidad independiente de la conversación. Uno se da cuenta, “Yo mismo nunca podría haber inventado conscientemente eso”. Si una imaginación activa es auténtica o no, ello puede expresarse mejor gracias al efecto que tiene, pues éste es enorme e inmediatamente perceptible, sea en un sentido positivo o negativo. Es por eso que la imaginación activa es un instrumento peligroso y por lo general no debería intentarse sin la supervisión de una persona experimentada. Puede, como Jung enfatizó, traer psicosis latentes al punto del estallido. (6) En tal punto, los pacientes pueden introducirse en un intervalo psicótico justo en medio de la imaginación. Un peligro adicional es la aparición de síntomas somáticos. Yo recuerdo el siguiente ejemplo. El caso era el de un artista quien había emprendido análisis a causa de una tendencia hacia el alcoholismo y un sentido general de desorientación. En sus sueños aparecía en forma repetida una figura sombría particular; llamémoslo Albert. Esta figura era un hombre esquizoide, altamente inteligente, completamente cínico y amoral quien en realidad hacía tiempo había cometido suicidio. Puesto que fuimos incapaces de convenir con esta “sombra”, yo le aconsejé al artista que tratara de poner fin al asunto con este Albert interior en una conversación franca. El acometió esto con gran coraje y franqueza. Pero Albert muy inteligentemente torció el sentido negativamente de todo lo que el artista dijo: que él estaba simplemente atravesando por un tratamiento porque estaba temeroso de las consecuencias del alcoholismo; que era un bueno para nada, un cobarde quien como último recurso estaba tratando de salvarse a sí mismo por medio de la psicología, etcétera. Sus argumentos fueron tan astutos e incisivos que en cierto punto de la conversación, el artista se sintió derrotado. Él tristemente admitió que Albert tenía razón y suspendió la conversación. Poco después tuvo lugar un ataque al corazón psicógeno. El doctor, quien acudió de prisa a la escena, concluyó que no había ningún problema orgánico pero que el estado del artista era, no obstante, inquietante. Es significativo que el corazón, el lugar simbólico de los sentimientos, se revelara. Yo señalé al artista que aunque él había sido intelectualmente derrotado por Albert, existían cosas tales como los argumentos del corazón que él, el artista, no había usado en su contra. Él entonces retornó a su conversación interior. Albert inmediatamente comenzó a mofarse de él: “De manera que ahora su institutriz psicológica le ha dado un trozo de buen consejo; ¡pero no vino de usted!” y así sucesivamente. No obstante, esta vez, el artista no se permitió ser echado, sino que mantuvo sus pies sobre el terreno y tomó la delantera con Albert. La noche siguiente él soñó que Albert murió, y desde entonces, esta figura interior, con quien él había soñado hasta ese punto por lo menos dos veces por semana, apareció solo una vez más en sus sueños en los años siguientes, y después ya no fue más absolutamente el mismo viejo Albert sino que había pasado por un cambio positivo. Al mismo tiempo, una nueva fase, y desde mi punto de vista, una más significativa fase de adquisición artística, comenzó para el artista. Con esto llegamos al que es quizás el más importante aspecto de la imaginación activa: es una forma de influenciar al inconsciente. Es cierto que la comprensión correcta de un sueño, si es más que intelectual, produce un cambio en la personalidad consciente, lo cual a su vez afecta al

inconsciente; pero el efecto de la imaginación activa es más fuerte más allá de toda proporción. Sin embargo, un sueño y la habilidad de comprenderlo dependen, por decirlo así, de la gracia del Espíritu Sagrado. En contraste, la imaginación activa dispone una llave en nuestra mano; por lo menos dentro de un cuadro modesto, nos capacita para formarnos a nosotros mismos. Por tal razón, es un recurso invaluable para el analizando desarrollarse hacia el ser menos dependiente infantilmente de su analista. Más allá de eso, es una experiencia liberadora para todos aquellos a quienes el destino –un matrimonio, un cambio de profesión, un retorno a la patria de uno, la muerte del analista- espacialmente separa de su analista. No obstante, más allá de eso y mucho más importante es que la imaginación activa hace completamente posible la autonomía del analizando. Ciertamente Jung se refirió a la aceptación y práctica de esta forma de meditación como el criterio de si un analizando estaba dispuesto a tomar responsabilidad de sí mismo o buscaría continuar por siempre viviendo como un parásito de su analista. En el mismo sentido de este efecto liberador está el hecho de que la imaginación activa posibilita extraordinariamente el trabajo directo con los afectos que pueden proveer una salida del atolladero de la represión o la catarsis, del cual la primera es enfermiza y la segunda, con frecuencia, externamente imposible. Me estoy acordando del ejemplo de una jovencita quien estaba sufriendo de un pronunciado complejo materno negativo con leves ideas paranoides. Tan irónicamente como puede ser el destino, ella rentó su habitación en la casa de una anciana de muy mal temperamento, totalmente paranoide quien era notoria en todo el vecindario. Esta anciana comenzó inmediatamente a hostigarla de manera inmisericorde, lo cual por supuesto coincidió de modo muy desafortunado con las tendencias subjetivas de la chica. Era parte del contrato que a la chica le fuera permitido nadar en el Rin, el cual fluía justo por el frente de la casa. Pero un día, la anciana, sin ninguna razón urgente, le prohibió en forma permanente este placer. La chica se había controlado suficiente para aceptar esta situación externamente, pero estaba tan irritada por su propia rabia que durante dos horas enteras solo pudo maldecirse a sí misma con ahínco y abreaccionar internamente, incapaz de volver a su trabajo intelectual. Como sabemos, tales afectos son muy infructuosos y exhaustivos, y el hecho de que uno esté “en lo correcto” no previene a la ira de descargar los estragos sobre uno mismo. La chica entonces llevó a cabo la siguiente imaginación activa. Ella vio el río con un letrero en él rodeado por olas altas que decían: “Prohibido nadar”. La voz “del que duda” dijo: “Eso no es más que una imagen de sus propias emociones”. No obstante ella continuó resueltamente con la fantasía. Las olas se separaron, y desde ellas emergió un negro gnomo con aspecto de rana como de dos y medio pies de alto. Ella pensó, “Oh, ese es precisamente mi afecto personalizado”, pero continuó mirando objetivamente para ver lo próximo que sucedería. El gnomo caminó penosamente sobre sus pies de rana hacia la casa, y ella pensó, llena de horror, “Oh, Dios, seguramente él va a asesinar a la anciana, o quizás él explotará todo de repente ¡como un bulto de dinamita!” Un conflicto moral comenzó en ella: “¿Debería yo dejarlo entrar a la casa? ¿Pero si yo me rehúso y él se encoleriza conmigo?” Ella decidió dejar entrar al gnomo, quien estaba tocando el timbre de la puerta, y le preguntó qué quería. Él inmediatamente indicó con gestos que quería subir a donde estaba la vieja dama. Una vez más, el conflicto despierta a cuenta del problema del asesinato. La chica decidió en esta coyuntura ir adelante y tocar el timbre del apartamento de la anciana para quedarse con el gnomo allí e impedirle cualquier fechoría. La anciana se aproximó para abrir la puerta. En este punto la chica estaba poseída por la reflexión de que una impresión infinitamente divertida y asombrosa le produciría a la anciana verla a ella parada allí con el negro enano patas de rana, y ella tendría que reír. De hecho la anciana en su asombro hizo una cara

ridícula, pero la chica dijo, “A este caballero le gustaría hablar con usted, señora X”. Apenada, la anciana invitó a los dos a entrar a su mejor estancia, en la cual, a propósito, la chica en realidad nunca había estado antes. (Cuando más tarde ella tuvo ocasión de entrar allí, descubrió para su asombro que en la imaginación activa ella la había imaginado como realmente era). Ahora bien, cuando los dos se habían sentado en el sofá de felpa frente a la anciana, el enano comenzó a contarle a la mujer chistes eróticos con doble sentido, lo cual la hizo tan feliz que echó a la chica de manera que pudiera así estar a solas con el bello “caballero”. Cuando la chica emergió de esta fantasía en la consciencia, estaba de un humor contento, suelto, y fue capaz de dedicarse a su trabajo intelectual sin ningún tipo de problema. Cuando hacia la noche ella se encontró con la vieja propietaria en las escaleras, pensando en la imaginada historia, ella tuvo que sonreír. Y ahora como resultado adicional inesperado: la anciana estaba objetivamente como transformada. Hasta su muerte, ella nunca conflictuó con la chica de nuevo. El efecto liberador de esta imaginación está relacionado con un motivo arquetípico. Que la “Gran Madre”, cuando absorta en furia y dolor puede ser devuelta a la humanidad a través de burdos chistes es algo que nosotros sabemos desde el mito de Deméter. Los guías aún señalan hoy la buena flecha en las ruinas de Eleusis cerca de las cuales la agraviada y enlutada Deméter se sentó cuando la doncella Baubo, con una ordinaria broma, se desnudó delante de Deméter haciendo sonreír así a la diosa además por primera vez. Sin embargo, de acuerdo a ciertas inscripciones de culto, ¡Baubo, Deméter y su hija Koré son una y la misma diosa! Que la Gran Madre estaba acompañada desde las más antiguas épocas por gnomos fálicos (Cabiros) quienes eran sus compañeros, es seguramente sabido por muchos. Aunque este antecedente arquetípico fuera familiar para la chica de nuestro ejemplo, no era muy real para su mente. También podemos ver en este ejemplo cómo la consciencia escépticamente enjuiciadora hace falsas conexiones; pues los enanos, al contrario de los gigantes, no son personificaciones de los afectos sino de los impulsos creativos. Así, las apariciones en la imaginación habían ya tomado una fuerza constructiva, por cuanto la consciencia con sus “razonables” preconcepciones estáticas sospechaba la presencia de un afecto destructivo. Se podría pensar que esta imaginación no era muy activa, y es cierto que se desplegó relativamente en forma pasiva y cinematográfica. Pero fue auténtica a tal grado que en ciertos momentos la chica participó en ella de lleno y tomó decisiones éticas: ya sea, por una parte, permitir al gnomo a pesar de ser peligroso, o por otra parte, impedirle intentar asesinar a la anciana. Naturalmente ella podía haberse comportado de manera completamente diferente. Por ejemplo, ella podía haber dicho al Cabiro que no le permitiría entrar si él antes no confesaba lo que quería. Cuando yo escucho las imaginaciones activas de los analizandos, con frecuencia pienso en puntos particulares, “¡yo no me habría comportado de ese modo!” Pero esta reacción muestra hasta qué grado la imaginación que acaece es una serie única de eventos condicionada de manera personal (el Inglés diría, una “historia ni más ni menos”), como la realidad de la vida individual misma. Que la anciana paranoide también sufriera un cambio es un poco sorpresivo pero no inusual. Y esto nos lleva a otro peligro inherente en la imaginación activa, el peligro de desperdiciarla como una clase de magia negra para lograr fines egoístas o para influenciar a otros. Una joven mujer sometida a análisis una vez vino a mí con un sueño que le decía que ella había caído bajo el poder de una bruja. Como yo había estado explorando sus actividades interiores y exteriores en días recientes, ella reportó que había hecho una imaginación activa –por lo menos

así es como ella la denominó- contra (¡!) una persona conocida. Esta persona la había irritado, y ella se había recreado en una fantasía en la que la había decapitado, le había volteado la percha, la abofeteaba, y así sucesivamente. De este modo, como ella lo expresó, ella quiso “abrear su ira”. No yo sino su inconsciente encontró el nombre correcto para lo que ella había hecho –no imaginación activa, sino brujería. Dicho mal uso de la imaginación es muy peligroso. Especialmente para personas con tendencias esquizoides, puede ser muy atractivo. Sin embargo, de ninguna manera las saca de su embrollo, sino que por el contrario las hace vulnerables a la psicosis. Imaginar como una forma de “hechicería de amor” o en servicio de las ilusiones de grandiosidad propias de uno (fantasías heroicas) pertenece a la misma categoría. Las fantasías del cumplimiento de deseos tienen menos que nada que ver con la imaginación activa real. La chica cuyo caso se describió no tenía intención de influenciar a la anciana. Ella solo quiso deshacerse de la influencia destructiva de su propio afecto. Esta puridad ética de intención es uno de los más importantes prerrequisitos básicos para cualquier imaginación activa. El uso de la imaginación activa por analizandos no es siempre aconsejable. Está ya limitada por el hecho de que bastantes personas simplemente no pueden superar sus resistencias a ella y no deberían por tanto ser forzadas a hacerlo. Además, como mencioné, en casos de psicosis latentes es extremadamente peligroso. También en casos límite de esquizofrenia, la debilidad del ego es con frecuencia tan grande que esta forma meditativa es difícilmente aconsejable. (Pero aquí también existen excepciones: una vez precisamente en un caso excepcional de esos, la vi tener este efecto liberador y favorecer grandemente el proceso sanador). En general el uso de la imaginación activa es indicado, o cuando hay presión exaltada desde el inconsciente –es decir, cuando demasiados sueños y fantasías llegan en forma continua- o a la inversa, cuando la vida onírica está bloqueada y no “fluye”. En todos los casos donde se busca la independencia interior, la imaginación activa ofrece una oportunidad única de realizarla. El elemento de auto-liberación rápida y eficaz de afectos e ideas obsesivas hace de la imaginación activa un instrumento especialmente importante para el terapeuta mismo. C. G. Jung considera incluso como indispensable para el analista manejar esta forma meditativa. Como sabemos, las emociones fuertes son muy contagiosas, y es difícil para el analista y a menudo no indicado además, apartarse de su contagio, porque después de todo uno necesita sim-patía y com-pasión para ser capaz de ayudar. Lo mismo favorece tener que escuchar y ver el despliegue de fantasías o imágenes perversas y mórbidas que, se quiera o no, destruyen nuestro equilibrio; pues como Jung dijo, la impresión de algo feo deja algo feo detrás en la propia psique de uno. Y con relación a estas “impresiones”, uno no siempre puede esperar por un sueño curativo o hasta que ellas se desvanezcan como resultado de nuestros propios instintos saludables. Especialmente cuando en el mismo día, otros analizandos están entrando; después de todo uno no puede recibirlos en tal estado perturbado, esparciendo aún más de este modo el contagio. Sin embargo, siempre se puede encajar en una corta imaginación activa –en dichos casos, rara vez se necesita más de diez minutos- y liberarse uno mismo por este medio. Cuando uno no tiene tiempo para eso, algunas veces la sola decisión sincera para tratar con la perturbación por medio de la imaginación activa más tarde, ayuda. Después de todo, en esencia un psicoterapeuta es una persona que puede sanarse a sí misma. De acuerdo con Aelian, el perro es el animal asociado con el dios de la sanación, Asclepios, porque él posee el conocimiento de comer pasto para hacerse a sí mismo vomitar la comida dañina y porque ¡él lame sus propias heridas con su saliva desinfectante! Las personas de las regiones polares distinguen a los enfermos mentales de los médicos y los chamanes como sigue: la persona mentalmente enferma está poseída por espíritus y demonios; el médico o chamán, sin embargo, es quien, aunque también poseído, es capaz de liberarse a sí

mismo además por sí mismo. (7) Los afectos feos y mórbidos, las ideas perversas, realmente actúan como demonios. Éstas nos penetran y nos obsesionan. La imaginación activa correcta, sin embargo, es un acto creativo de liberación aplicado a través de los símbolos. Podría ser incomprendida como una tendencia peligrosa hacia la “auto-salvación”, pero de hecho este peligro está excluido porque el uso adecuado de la imaginación activa solo puede tener lugar en un contexto religioso, es decir, en presencia de un henchido temor reverencial, de una concienzuda observación de lo numinoso. Además de su cualidad protectora referida en los ejemplos, la imaginación activa es incluso en un grado superior, el vehículo de lo que Jung llamó el proceso de individuación, la auto-realización completa y consciente de la totalidad individual. A través de este proceso se experimenta la imago-dei (imagen de Dios) en el individuo y comienza a realizarse su influencia más allá del nivel del ego. El ego se vuelve un sirviente de sus tendencias hacia la realización, un servidor sin el cual el Sí Mismo es incapaz de encarnarse en nuestra dimensión de espacio y tiempo. Los pequeños ejemplos prácticos que he proporcionado como una ilustración de la naturaleza de la imaginación activa representan solo un mínimo segmento dentro de dicho proceso de desarrollo del individuo, y el arquetipo del Sí Mismo, la totalidad, ni siquiera aparece en ellos. Sin embargo, cuando dicho procedimiento meditativo es acometido durante un largo periodo de tiempo y en relación con los problemas esenciales de la vida, casi siempre empíricamente, este contenido central, es decir, el Sí Mismo, se ubica claramente en la delantera, y en esos contextos más esenciales se puede ver claramente cierto paralelismo con las diversas sendas religiosas de la meditación. Por esta razón, Jung elaboró además, en una serie de conferencias en la Escuela de Tecnología de Zúrich, una detallada comparación entre el inconsciente como él lo imaginó, y las formas orientales del yoga, los ejercicios de San Ignacio de Loyola, y las prácticas de meditación de los alquimistas. De esto se desprende que esta última está mucho más estrechamente relacionada con la imaginación activa de Jung que las otras dos (8) por la siguiente razón. En las formas de yoga de Oriente (quizás con excepción de la meditación budista zen, a la cual volveré más tarde), el “gurú” en gran medida se hace cargo de la iniciativa, y además en los textos se dan también ciertas instrucciones que pueden guiar al estudiante a la experiencia de aquello que llamamos el Sí Mismo. En los ejercicios cristianos, la imagen del Sí Mismo se hace visible en Cristo, y también en este caso el estudiante es conducido a que se enfoque hacia el interior en una determinada manera. En ambos casos, el estudiante es advertido acerca de los obstáculos y se le dice cómo debe “descartarlos o espantarlos como tentaciones.” (9) En comparación con todos esos procesos, la imaginación activa Junguiana es mucho menos programática. No existe meta que deba alcanzarse (ninguna “formación en la individuación”), ningún modelo, imagen o texto como guía de la senda, ninguna postura física o control de la respiración prescrita (y tampoco divanes, ni participación del analista en las fantasías). Uno simplemente comienza con lo que se presenta desde adentro, o con una relativa situación onírica en apariencia inconclusa, o un estado de ánimo momentáneo. Si surge un obstáculo, el meditador es libre de verlo como un obstáculo o no; depende de él como debe reaccionar a éste. Así, cada paso se vuelve una elección individual responsable, única, y por esa razón también una síntesis única, “ni más ni menos”, de las tendencias conscientes e inconscientes. Digamos que un imaginador está luchando en una fantasía para alcanzar la cúspide de una alta montaña, y las bellas mujeres que lo acompañan tratan de atraerlo a las profundidades. No le decimos en ese punto: “Eso es una fantasía erótica, una tentación que está tratando de impedirle alcanzar su elevada meta”. Tampoco decimos, “¡Eso es una parte de la vida que usted debe integrar antes de que usted continúe su ascenso!” No decimos nada. El imaginador debe explorar por su cuenta qué

es lo que se está encontrando y lo que debe hacer al respecto –de la misma manera que en la vida individual exterior. Es esta libertad absoluta lo que diferencia la forma Junguiana de imaginación activa de casi todas las demás formas conocidas de meditación, y lo que más la hace parecerse a la imaginatio vera de los alquimistas. Los alquimistas estaban experimentando con la naturaleza (para ellos) completamente desconocida de la realidad material y su aspecto psíquico. Ellos además no tenían ningún programa, pero estaban buscando en la oscuridad nada más que para tener su propia experiencia auténtica de la misma. Ellos no tenían puntos de vista, o éstos solo eran vagos e intuitivos, respecto a todo, y no adoptaron preceptos de comportamiento éticos externamente – más que su propia voz interior. Estaban buscando la “realidad divina” en el aquí y el ahora de la existencia material; ellos mismos, en su mayoría, no sabían nada más que eso. Es por eso que su estilo y su experiencia de los símbolos se asemejan de una manera tan estrecha a la de muchos hombres y mujeres modernos. En esta libertad totalmente sin programa, es quizás el budismo zen con sus pasos hacia la experiencia satori lo que más se acerca al enfoque Junguiano. También en este caso se da el hecho de que sólo varios maestros poseen una experiencia real del Sí Mismo y viven desde él – todo lo demás es in-imaginado e in-imaginable. La única cosa que distingue el zen de la imaginación activa Junguiana, hasta donde puedo ver, es lo siguiente. En el budismo zen –o así al menos me fue asegurado una vez en una conversación con el profesor D. T. Suzuki- las imágenes de la fantasía y los sueños que surgen no son considerados como esenciales, sino precisamente lo opuesto, como elementos relativamente no esenciales que aún encubren la “verdadera naturaleza”. El maestro intenta sacudir al estudiante para que se suelte de ellos como de sus otras falsas ataduras del ego. Por el contrario, en la imaginación activa de Jung, sin juicio, nos inclinamos a recoger cada fragmento de símbolo que nuestra psique nos ofrece y a trabajar con él, ya que a nosotros nos podría parecer que es una adumbración o una parte del Sí Mismo –quizás una parte no-reconocida. En cualquier caso, no hay un comportamiento prescrito. Esta libertad mayor es por cierto lo más difícil, pero en mi opinión es también el más valioso aspecto del camino interior Junguiano. Eso nos lleva a cierto problema que posiblemente podría ser un tema de controversia. Jung fue parte del grupo de psicoterapeutas del ala izquierda más extrema de los que propugnaron de manera incondicional por la libertad del individuo. En la meditación, como se representó por ejemplo por el entrenamiento autógeno de J. H. Schultz, encontramos todavía ejercicios de relajación física prescritos. En la guía para la meditación de Carl Happich, se sugieren temas como “la pradera de la infancia” o “la montaña”, y el psicoterapeuta “guía” al analizando dentro de la fantasía hacia ellos. Por lo que respecta al réve éveillé (sueño de vigilia) de René Desoille, un método que le debe mucho a Jung, una distinción fundamental es que el psicoterapeuta ofrece su propia reacción a los eventos simbólicos internos; por ejemplo, él sugiere al paciente lo que éste podría o debería hacer en la situación simbólica. Así mismo, Desoille demanda una experiencia del inconsciente colectivo y sus arquetipos y, al mismo tiempo, que éstos últimos sean dominados. De este modo, desgraciadamente para nuestro gusto, se instala un gran énfasis en la dirección del psicoterapeuta y sus reacciones; esto de ninguna manera fomenta la independencia moral y espiritual del analizando. Como vemos desde esto y los ejemplos que he proporcionado, en la imaginación activa de Jung, el psicoterapeuta sólo asume una posición sobre la cuestión de si una fantasía es auténtica o no auténtica. Su única intervención adicional es, cuando los síntomas o los sueños sobrevienen por medio de la reacción, interpretar el significado de estos sueños y síntomas en forma contraria a la

habitual en el análisis. Como podemos recordar, fue un sueño y no yo quien acusó a la analizando antes mencionada de magia negra, y fue un ataque al corazón psicógeno lo que advirtió al artista de no olvidar el “corazón”. Estas reacciones espontáneas del inconsciente a la imaginación activa ocurren con frecuencia. Ellas nos permiten dar a los analizandos carta blanca como se describió. Para ellos es una experiencia valiosa que el “maestro” en esencia viva en su propia psique –un medicus intimus, como el profesor Schmaltz tan aptamente lo llamó. Las formas meditativas de Oriente y las cristianas están construidas sobre la tradición histórica secular y de este modo tienen la ventaja de ofrecer pautas que han sido ya probadas y adaptadas por mucha gente; pero por esta razón, ellas pueden convertirse en una camisa de fuerza en el promontorio ni-más-ni-menos del individuo. Como Jung señaló repetidamente, los seres humanos modernos ya están tan fuertemente sobrecargados, tanto interna como externamente con preceptos, demandas, consejos, lemas, sugestiones colectivas, idealismos y otras (también buenas) pautas, que es quizás valioso el esfuerzo de proporcionarles una oportunidad para darse cuenta de su propia naturaleza de una manera no forzada y totalmente auto-responsable. Este es el modo, quizás, en que la divina influencia hace su aparición en la psique en su forma más pura –por sí misma. Y es probable también que el individuo resista mejor las influencias colectivas destructivas de su tiempo cuando, sólo y por su propia experiencia interior, él se arraigue en su relación con Dios. NOTAS (1) Ver C. G. Jung, “La Función Trascendente” en CW 8 (1960), pp. 67ss. (2) Es asombroso que el Dr. Wolfgang Kretschmer en su ensayo “Die Meditativen Verfahren in der Psychotherapie” (Procedimientos Meditativos en la Psicoterapia), Zeitschrift für Psychotherapie und Medizinische Psychotherapie I, no. 3 (Mayo 1951), en una detallada discusión de las diversas técnicas de Schultz-henke, Carl Happich, René Desoille y Friedrich Mauz, entre otros, no dice una sola palabra acerca de la imaginación activa de Jung, la cual fue desarrollada y dada a conocer al público considerablemente mucho antes que el trabajo de los susodichos psicólogos y tuvo una influencia indiscutible sobre ellos. (3) C. G. Jung, Mysterium Coniunctionis, CW 14, para. 184, pp. 156-57. (4) Ibíd., para. 184. (5) “Comentario sobre El Secreto de la Flor de Oro, 1929/1965, en Richard Wilhelm, El Secreto de la Flor de Oro (New York: Harcourt, Brace & World, 1962), 93. (6) Mysterium Coniunctionis, CW 14, p. 156. (7) Ver Mircea Eliade, Schamanismus und archaische ekstasetechnik (Zurich, 1957), 38ss. Traducción al Inglés: Chamanismo: Técnicas Arcaicas Del Éxtasis (Princeton: Imprenta de la Universidad de Princeton, 1964). (8) Ver especialmente CW 14, paras. 406 ss. (9) Por lo que a mí concierne, la excepción a esto es un texto medieval denominado “La Conversación de Hugo von St. Viktor con Su Alma” (Soliloquim de arrha animae). En este texto el meditador parece estar tan convencido de que Cristo es la meta real de su propia alma que él la trae sin forzar ese objetivo sólo a través de su amorosa convicción, incluso a pesar de que esté atado al mundo y resiste vigorosamente la conversión.

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