La Historia Como Memoria Colectiva Peter Burke

March 28, 2023 | Author: Anonymous | Category: N/A
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CAPÍTULO 3

LA HIST HISTORIA ORIA C O M O MEM ORIA COLECTI COLECTIVA VA

La visión tradicional de la relación entre la historia y la memoria es relativamente simple. La función del historiador sería custo diar el recuerdo de los acontecimientos públicos documentados, en beneficio de los actores —para darles fama— y en beneficio de la posteridad —para que aprenda de su ejemplo. Como escri bió Cicerón en un pasaje citado frecuentemente   {De oratore,  ii. 36), la historia es «l «laa vida d e la mem oria»  vit vitaa mem oriae). oriae).  Histo ri riado adore ress tan distintos com o H er od ot o, Froi Froissa ssart rt y lord C laren do n afirmaban que escribían para mantener vivo el recuerdo de los grandes acontecim ientos y hazañas. Dos historiadores bizantinos expusieron la cuestión con espe cial cial detalle en sendo s prólogos m ed ian te llas as tradicionales m etáfo ras del tiempo como un rio y los actos como textos que pueden ser borrados. La princesa Anna Comnena describía la historia como un «bastión» contra la «corriente del tiempo» que arrastra todo a «las profundidades del olvido», mientras que Procopio declaró q ue escribí escribíaa su his toria d e la lass guerras persas persas,, godas y otras «para que el largo curso del tiempo no sumerja hechos de singu lar importancia por la falta de registros, relegándolos así al olvido y borránd olos com pletam ente» . La idea de los los aactos ctos com o text textos os 65

 

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también está presente en la noción del «libro de la memoria», empleada por Dante y Shakespeare, que escribió: «Borrar vues tros nombre de los libros de la memoria»   {Henry VI, parte 2, acto 1 ,  escena 1). La visión tradicional de la relación entre memoria e historia escrita, en larefleja que lalamemoria lo que ocurrió la historia memoria,refleja actualmente resulta realmente demasiadoy simple. Tanto la historia como la memoria parecen cada vez más problemáticas. Recordar el pasado y escribir sobre él ya no se consideran actividades inocentes. Ni los recuerdos ni las his torias parecen ya objetivos. En ambos casos los historiadores están aprendiendo a tener en cuenta la selección consciente o inconsciente, la interpretación y la deformación. En ambos casos están empezando a ver la selección, la interpretación y la deformación como un proceso condicionado por los grupos sociales o, al menos, influido por ellos. No es obra de indivi duos únicamente. El primer explorador serio del «marco social de la memoria», como él lo denominó, fue el sociólogo o antropólogo francés Maurice Halbwachs, en los años veinte'. Halbwachs argumenta ba que los grupos sociales construyen los recuerdos. Son los indi viduos los que recuerdan en sentido literal, físico, pero son los grupos sociales los que determinan lo que es «memorable» y cómo será recordado. Los individuos se identifican con los acon tecimientos públicos importantes para su grupo. «Recuerdan» muchas cosas que no han experimentado directamente. Una noticia, por ejemplo,, puede convertirse en parte de la vida de alguien. De ahí que la memoria pueda describirse como la reconstrucción del pasado por parte de un grupo. Fiel discípulo de Emile Durkheim, Halbwachs expresaba sus argumentos sobre la sociología de la memoria en una forma enérgica, si no extremada. Nunca afirmó (como en una ocasión Halbwachs  (1925);

cfr.  Halbwachs   (1941, 1950);  Lowenthal   (1985), pp. 192  y  ss.; Hutton  (1993), pp. 73-90.

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 HISTORIA COMO MEMORIA COLECTIVA LA HISTORIA LA

le acusó de hacerlo el psicólogo de Cambridge Frederick Bartlett) que los grupos sociales recordaran en el mismo sentido literal que los individuos   2. Como veremos más adelante (p. 2 1 6 ) ,  ,  los historiadores británicos que afirmaron que las «men talidades colectivas» estudiadas por sus colegas franceses se hallaban fuera de una los individuos, en vez de serdecompartidas ellos, mostraron incomprensión similar la postura por de D u r k h e im . En cualquier caso, Halbwachs era más vulnerable a las críti cas más precisas del gran historiador francés Marc Bloch. Fue Bloch quien señaló los peligros de tomar términos de la psico logíaa indiv idua l y sim ple m en te añ adirles el adjet logí adjetivo ivo «cole «colect ctiv ivo» o» (como en los casos de   représentations collectives, mentalités collec3 tives, conscience collective conscience  collective  y mém oire collectivé) collectivé) . Pese a esta críti ca, Bloch adoptó la expresión   mém oire collecti collective ve y  analizó las costumbres campesinas en estos términos interdisciplinares, observando, por ejemplo, la importancia de los abuelos en la transmisión de las tradiciones (un historiador posterior de la escuela de los   Anuales  criticó esta «ley del abuelo», por lo que respecta al siglo XVII al menos, argumentando que los abuelos rara vez vivían lo suficiente como para enseñar a sus nietos, pero no cuestionó la importancia de la transmisión social de la tradición) 4 . Halbwachs estableció una diferencia neta entre la memoria colect col ectiva iva — u n con structo social— y llaa historia es escri crita ta — q u e, a llaa manera tradicional, consideraba objetiva. No obstante, numero soss estudios so estudios recientes de la historia d e llaa escritura histórica la c on  sideran de manera muy semejante a como Halbwachs trataba la memoria: producto de grupos sociales como los senadores roma nos,  los mandarines chinos, los monjes benedictinos, los profesores universitarios, etc. Ya es un lugar común señalar que en diferen:

  Barden (1932), pp. 296 y ss.; Douglas (1980), p. 268.   Bloch (1925); cfr. Connerton (1989), p. 38.

5

Gou bert(19 82), p. 77.

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tes lugares   y  épocas los historiadores han considerado memo rables distintos aspectos del pasado (batallas, política, religión, economía, etc.) y lo han presentado de maneras muy distintas, centrándose en los acontecimientos o en las estructuras, en los grandes hombres o en la gente corriente, según el punto de vista de su grupo. He titulado este capítulo «La historia como memoria colecti va» porque comparto esta visión de la historia de la historia. La expresión «memoria colectiva», que se ha impuesto en la última década, resulta una útil abreviatura para resumir el complejo pro ceso de selección e interpretación en una fórmula simple y pone de relieve el paralelismo entre las formas en que el pasado se registra regis tra y ssee recu erd a 5 . Por otra parte, plantea problemas que hay que abordar desde el principio. Las analogías entre el pensamien to individual y el del grupo son tan elusivas como fascinantes. Si empleamos expresiones como «memoria colectiva» nos arriesga mos a reificar conceptos. Por otra parte, si las rechazamos, corre mos el peligro de no tomar en cuenta las diferentes formas en que las ideas de los individuos sufren la influencia de los grupos a los que pertenecen. El relativismo histórico implícito en esta empresa plantea otro serio problema. No es que cualquier relato del pasado sea tan bueno (fiable, posible, perceptivo, etc.) como cualquier otro. Puede dem ostrarse qu e algunos iinvesti nvestigadores gadores están mejor infor infor mados o son más sensatos que otros. La cuestión es que todos tenemos acceso al pasado (y al presente) únicamente a través de las categorí categorías as y esquemas — o , co m o diría D ur kh eim , la lass «r «repr epre e sentaciones colectivas»— de nuestra propia cultura (trataremos esta cuestión en el cap. 11). A los historiadores les atañe, o debería atañerles, la memoria desde dos perspectivas diferentes. En primer lugar, tienen que estudiarla como fuente histórica para llegar a una crítica de la fiabilidad del recuerdo en la línea de la crítica tradicional de los 5

Connerton (1989); Fentress y Wickham (1992). 68

 

LA HISTORIA COMO MEMORIA COLECTIVA

documentos históricos. Esta empresa se inició en los años sesen ta, cua nd o lo loss historiadores del sig siglo lo XX se die ron cu en ta de la importancia de la «historia oral»  6. Pero incluso los historiadores que estudian periodos anteriores tienen algo que aprender del movimiento de la historia oral, pues deben tener en cuenta los testimonios  7 escritos . y tradiciones orales presentes en muchos registros En segundo lugar, la memoria atañe a los historiadores como fenómeno histórico —lo que podría denominarse la historia social del recuerdo. Dado que la memoria colectiva, como la individual, es selectiva, es necesario identificar los principios de selección y observar cómo varían en cada sitio o en cada grupo, y cómo cambian en el tiempo. La memoria es maleable y debemos enten der có m o se m odela y por qu ién, así así co m o los límites límites de ssuu maleabilidad. Por alguna razón, estos temas no han atraído la atención de los historiadores hasta finales de los años setenta. Desde enton cess se ha n m ultip lica do los ce los libros, libros, artí artículos culos y confer conferencias encias sobre ellas ellas,, co m o la ob ra d e varios vo lúm ene s sobre los «ámbitos d e la memoria» editada por Pierre Nora, que desarrolla las ideas de Halbwachs en la relación entre la memoria y su marco espacial, y presenta una visión de la historia francesa desde esta perspec tiva  8. La historia social de la memoria intenta responder a tres grandes preguntas: ¿cuáles son las formas de transmisión de los recuerdos públicos y cómo han cambiado en el tiempo? ¿Cuá les son los usos de eso esoss recu erdo s, del pa sad o, y có m o ha n ca m  biado? Y, a la inversa, ¿cuáles son los usos de l olvido? A qu í sólo examinaremos estas cuestiones amplias desde el punto de vista relativamente limitado de un historiador de la Europa mo derna. 'Thompson (1978). Davis(1987). •Nora (19 84-1 992); véa véase se Le Gof Gofff (1 988); Hu tton (199 3), especi especial almente mente pp. 1-2 1-26; 6; Samuel (1994).

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La transmisión transmisión de la mem oria colectiva colectiva

Los recuerdos se ven afectados por la organización social de la transm isión y po r llos os me dios empleados para llaa m ism a. C ons ide remos por un momento cinco de esos medios entre la enorme variedad 1) Lasexistente: tradicion es o rales rales,, analizadas desde u na perspectiva his tórica en un famoso estudio de Jan Vansina. Las transformacio nes de este estudio entre su publicación original en francés en 1961 y la versión inglesa, muy revisada, de 1985 constituyen úti les indicadores de los cambios que se han producido en la disci plina de la historia durante la última generación, especialmente, cómo ha disminuido la esperanza de llegar a establecer «hechos» objetivos y el creciente interés por los aspectos simbólicos de la narración 9 . 2) El ámbito tradicional del historiador, los recuerdos y otros «registros» escritos. Por supuesto, debemos recordarnos que di chos registros no son concreciones inocentes de recuerdos, sino más bien intentos de persuadir, de moldear la memoria de los demás. También debemos tener presente algo que los historiado res a veces han olvidado, la advertencia de un perceptivo crítico literario: «Cuando leemos escritos dictados por la memoria, es fácil olvidar que no estamos ante la propia memoria, sino ante su transformación mediante la escritura»   1 0. No obstante, podría decirse lo mismo de la tradición oral, que tiene sus propias for mas de estilización. De ahí que sea difícilmente justificable un nítido contraste como el que establece Pierre Nora entre la «mem oria oria»» esp on táne a d e las las sociedades tradicionales y llaa «repre «repre sentació sent ación» n» consciente d e las las m ode rnas   u . 3) Las imágenes, tanto pinturas como fotografías, de escenas estáti est áticas cas o en m ov im ien to. Los practicantes practicantes del llamad o «arte «arte de llaa Vansina 

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(1961). Owen  (1986), p. 114; véase Fussell   (1975).

 Nora (1984-1992),

 xvii-xiii.

 vol. 1, pp .

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memoria» desde la Antigüedad clásica hasta el Renacimiento pusieron de relieve el valor de asociar lo que uno quería recordar con imágenes llamativas 1 2 . Éstas Éstas eran im ágen es irr irreales, eales, «imagina rias».   Sin embargo, desde hace tiempo se crean imágenes materia rias». les para fac facililititar ar la rretenció etenció n y la transm isión de recuerdos — « m o  nu m en«recuerdos» to s conm emde orativos» m o lápidas, lápi estat uas yaños, med allas, así así como diversoscotipos. Endas, losestatuas últimos los his toriadores de los siglos  X  XIIX y XX  en particular muestran un interés cada vez mayor por los monumentos públicos, precisamente por que éstos éstos expr expresan esan y configuran a la vez la m em oria na cio na l 1 3 . 4) Las acciones transmiten recuerdos lo mismo que transmiten habilidades, del maestro al aprendiz, por ejemplo. Muchas no dejan dej an huellas que pu ed an estudi estudiar ar lo loss hist historiadores oriadores posteriore m ente, te ,  pero al menos los rituales suelen registrarse, como los «conme morativo morat ivos»: s»: Re m em b rane raneee Sunday en Gra n Bretaña, M em orial Day en Estados Unidos, el 14 de julio en Francia, el1 4 12 de julio en Irlanda del N or te, el 7 de septiem bre en Bras Brasilil,, etc. . Esto Estoss rituales rememoran el pasado, constituyen recuerdos, pero también tratan de imponer determinadas interpretaciones del pasado, moldear la memoria y, por tanto, construir la identidad social. Se trata de re presentaciones col colect ectiva ivass en todo s los sentido s. 5) Una de las observaciones más interesantes del estudio de Ha lbwach s del mar co soci social al de llaa m em oria est estáá rel relacionada acionada co n la importancia de un quinto medio en la transmisión de recuerdos: el espacio 1 5 . Halbwachs explícito algo que había estado implícito en el arte del recuerdo clásico y renacentista: el valor de «ubicar» las imágenes q ue se des desea ea recordar recordar en imp resionan tes m arcos ima  ginarios, como palacios o teatros del recuerdo. Un grupo de misioneros católicos en Brasil, los salesianos, al parecer, era cons ciente del vínculo entre lugares y recuerdos. Una de sus estrategias ;

Yates (19 66); cf cfr. B arden (193 2), cap. 1 1 .   Nipperdey (1981); Ozouf (1984). 'W arn er (1959 ); Amalvi (1984); Larse Larsenn (1982). 5  Hutton (1993), pp. 75-84. s

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para la conversión de los indios bororo, como nos recuerda Claude Lévi-Strauss, fue trasladar a los indios de sus aldeas tradiciona les,  en las qu e las cas casas as estaba n dispue stas en círcu lo, a otras en las que estaban o rganizadas en hil hileras. eras. D e est estaa forma partían de ta bu  la ras rasaa y pre par ab an a los ind ios para recibir eell men saje cristiano 1 6 . Pod ríamo s preg un tarn os si el cercam iento d e llas as tierr tierras as co m unales en Europa no tuvo efectos semejantes (aunque imprevistos), alla nando el terreno a la industrialización, especialmente en Suecia, donde el decreto de 1803 fue seguido de la destrucción de aldeas tradicionales tradici onales y la dispersión de sus ha bita nte s 1 7 . No obstante, en determinadas circunstancias, un grupo social y algunos de sus recuerdos pueden resistir la destrucción de su sede.   Un ejemplo extremado de desarraigo y transplante es el de sede. los esclavos negros llevados al Nuevo Mundo. Pese a este desa rraigo los esclavos se aferraron a parte de su cultura, a algunos de sus recuerdos, y los reconstruyeron suelo americano. Segúndel el sociólogo francés Roger Bastide, losenrituales afro-americanos candomblé,  todavía ampliamente practicados en Brasil, implican una reconstrucción simbólica del espacio africano, una suerte de compensación psicológica por la pérdida de su patria. Bastide emplea testimonios de las prácticas religiosas afro-americanas para criticar y depurar las ideas de Halbwachs. La pérdida de raí ces locales fue compensada, al menos en cierta medida, por una conciencia africana más general 1 8 . Desd e el pu n to de vi vist staa de llaa transm isión de recuerdos, cada m ed io tiene sus ventajas y sus lados débiles. Me gustaría dar el máximo re relliev evee a u n elem ento co m ún a vari varios os med ios que h a sido analizado po r investigadores investigadores ta n diferente diferentess co m o el psicólogo soci social al Frederick Bartlett, el histo riado r cultural Aby Wa rburg , eell histo riado r del arte Ernst Gombrich y el eslavista Albert Lord, que estudió la poesía 16

 Lévi-St Lévi-Strau rauss ss (1 955 ), pp . 220-221.   220-221. Pred(1968). 18 Bastide(1970). 17

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oral en Bo snia 1 9 . Este rasgo rasgo co m ú n es el «esquema». El esqu em a va asociado con la tendencia a representar —y, a veces, a recordar— un acon tecimiento o persona determinado en términos de otro. Los esquemas de este tipo no son exclusivos de las tradiciones orales, como pueden sugerir los siguientes ejemplos. En su inte The Great War and Modern Mem ory,  el crítico resante estudio   Paul norteamericano Fussell observó lo que denomina «el domi nio de la la Segu nda G uerra M un dia l p or llaa Pr Primera», imera», no sól sóloo en lo que se refiere a los generales, que siempre se supone que han luchado en la guerra anterior, sino a los soldados corrientes 2 0 . La Primera Guerra Mundial, a su vez, se percibía en términos de esquemas y Fussell observa la recurrencia de la imaginería del Pilgrim s Progress de Bunyan — especialmente el Pantan o del Aba tim ien to y eell Vall Valle de la Som bra d e llaa M ue rt e— en descri descripciones pciones de la vida en las trincheras, tanto en los recuerdos como en la 21

prensa . Retrocediendo un poco más, Bunyan también utilizó esquemas en su propia obra —incluida su autobiografía,   Grace (véase se la p. 6 1 , ante riorm ente ). Por ejemplo, el rrelat elatoo Abounding   (véa de su conversión está claramente modelado, es difícil decir si consciente o inconscientemente, en la conversión de san Pablo, tall y com o se descri ta describe be en los los He cho s de los Ap óstoles 2 2 . En la Europa de principios de la era moderna, muchas perso nas hab ían leído la la Bi Bibli bliaa tanta s vvece ecess qu e se hab ía co nve rtido en parte de ellas mismas y sus historias organizaban sus percepcio nes,  recuerdos e incluso sueños (véase el cap. 2). No sería difícil citar decenas de ejemplos de este proceso. Por ejemplo, la comu nidad protestante francesa veía las guerras de religión del siglo XVI con anteoj anteojeras eras bíbl bíblica icass com o la M atanz a de los Inocen tes. E n los siglos  X  XIIX y XX  «recordaban» que los católicos habían marcado Bárdete (1932), pp. 204 y ss., 299; Warburg (1932); Gombrich (1960b); Lord (1960). 3   Fu Fuss ssel elll (1 975 ), pp. 31 7 y ss. ::  Fussell (1975), pp. 137 y ss. -Tindall (1934), pp. 22yss.

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las casas de los protestantes para la matanza de san Bartolomé en 1 5 7 2   2 3. Retrocediendo más aún, Johann Kessler, un pastor protestante suizo de la primera generación, relata en sus memo rias cómo «Martin Luther me encontró en el camino a Wittenberg». Cuando era estudiante, él y un compañero pasaron la noche en la posada del O so N egro, en Jena, dond e com partieron la mesa con un hombre que iba vestido como un caballero, pero que leía un libro —que resultó ser un salterio hebreo— y estaba deseoso de hablar de teología. «Preguntamos: Señor, ¿sabría decirnos si el Dr. Martin Luther está en Wittenberg ahora o dónde puede estar? El respondió: Sé con toda seguridad que no está en Wittenberg en este momento [...] Muchachos —pregun t ó —   ¿qué pensáis sobre ese Luther en Suiza?». Los estudiantes siguieron sin darse cuenta de con quién estaban hasta que el posadero les les lanzó un a indire cta 2 4 . Lo que quiero mo strar aquí es es que, o incons ente, Kess Kessl er estruc histo ria ria deconsciente acue rdo con el pr otcientem ot ip o bíblico, en leste ccaso, aso,turó el desulos dis cípulos cíp ulos que enco ntraron a Cristo en Em aús. Sería po sible llevar llevar más all alláá llaa cad en a de ejem plos, p ues la pro  pia Biblia está llena de esquemas y algunos de los hechos que narra están presentados como reescenificaciones de otros anterio re ress   2 5. No obstante, los ejemplos expuestos quizá basten para sugerir algunos rasgos del proceso en virtud del cual el pasado recordado se convierte en mito. Hay que destacar que el resbala dizo término «mito» no se emplea aquí en el sentido positivista de «historia inexacta», sino en el más positivo y rico de historia con un significado simbólico que implica a personajes «de pro porciones heroicas», tanto si son héroes como malvados 2 6 . Tales historias generalmente se componen de una secuencia de aconte cimientos estereotipados, a veces denominados «temas» 2 7 . 23

Joutard (1976).  Kess Kessller (1540), pp. 2 3 y s s . 25 Trompf(1976). 26 Burke(1996). 27  Lord (1 960). 24

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En est estee pu n to se le plantea al historiador un a preg unta obvia: ¿por qué los mitos se vinculan a algunos individuos (vivos o muertos) y a otros no? Pocos gobernantes europeos se han con vertido en héroes en la la m em oria p opu lar, o ha n tenid o es esee carác ter durante largo tiempo: Enrique IV de Francia, por ejemplo, Federico el Grande de Prusia, Sebastián de Portugal, Guillermo II IIII en G ran Bretaña (especi (especialmente almente en Irlanda del N orte ) y M atías Co rvinu s en H un gría , del que se decí decía: a: «Matías «Matías m ur ió, la justi justicia cia pereció». De nuevo vemos que no todo hombre o mujer sagrado se co nv ierte e n sa nto , oofi fici cial al o n o oficial oficial.. ¿C uál eess el factor de ter minante cuando así ocurre? La existencia de esquemas no explica por qué se vinculan a determinados individuos, por qué algunas personas son, por así decirlo, más «mitogénicas» que otras. Tampoco es una respuesta adecuada describir —como generalmente hacen los historiadores con tendencia a la literalidad— los pues logrosel demito los con gobernantes santos, por considerables que sean, frecuenciao les atribuye cualidades que nunca poseyeron 2 8 . La transforma ción del frío y anodino Guillermo III en el popular ídolo protes tante «King Billy» difícilmente puede explicarse atendiendo sólo a su persona lidad. En m i op inió n, es esta ta mitogénesis se expl explic icaa fun dam enta lm ente por la percepción (consciente o inconsciente) de una coinciden cia en algunos aspectos entre un individuo determinado y un estereotipo actual de un héroe o villano —gobernante, santo, bandido, bruja, etc. Esta coincidencia cautiva la imaginación de la gente y empiezan a circular historias sobre el individuo, al principio oralmente. En la difusión oral entran en juego los mecanismos de distorsión estudiados por los psicólogos sociales, tales como la «nivelación» y la «intensificación»   2 9. En una vena más especulativa cabría sugerir que en esos sueños o cuasisueños colectivos también se dan los procesos de condensación y despla^Burke(1982, 1984). ^Allport y Postman (1945).

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zamiento descritos por Freud en   La interpretación de los sueños. Estos procesos contribuyen a la asimilación de la vida del indivi duo concreto a un estereotipo determinado del repertorio presen te en la memoria colectiva de una cultura dada 3 0 . Tiene lugar entonces lo que podría denominarse un proceso «cristalización» en que ciertas historias tradicionales así así el decirlo, se atribu yen al nu evo hé roe . que están en el aire, por Así, hay bandidos (como Jesse James, por ejemplo) que se convierten en Robin Hoods que roban a los ricos para dárselo a los pobres. Hay gobernantes (Harún al-Rashid, Enrique IV de Francia, E nr iqu e V de Inglaterra, etc. etc.)) que ha bría n vi viajado ajado dis disfr fra a zados por su reino para conocer la condición de sus subditos. La vida de un santo moderno puede recordarse como la repetición de la vida de otro anterior: a san Carlos Borromeo se le conside raba un segundo Ambrosio y a santa Rosa de Lima, una segunda Ca de Siena. D e m ane ra análoga,(en se se veía ve ía alayudaba em pera dor Ca r lostalina V como un segundo Carlomagno esto su nom bre),  mientras que Guillermo III de Inglaterra aparecía como un segundo Guillermo el Conquistador y Federico el Grande como un nuevo «emperador Federico». Por supuesto, explicar el proceso de creación de héroes aten diendo únicamente a los medios de comunicación es insuficien t e .  Presentarlos de esta manera sería una ingenuidad política. También es necesario considerar las funciones o usos de la memoria colectiva. Funciones de la mem oria colectiva colectiva

¿Cuáles son las las funcio nes de la m em or ia colect colectiva? iva? Es dif difíci ícill ab or dar una pregunta tan amplia. Un jurista podría hablar de la importancia de la costumbre y el precedente, la justificación o legitimación de los actos presentes con referencia al pasado, el 30

Freu d (18 99); véas véasee Allport  y  Postman (1945). 76

 

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lugar de los recuerdos de los ttesti estigos gos en los juicios, el co nce pto de «tiempo inmemorial»; en otras palabras, el tiempo «desde el que la m em or ia del ho m br e [...] no d iscurre aall contra rio», y el cam bio de actitudes hacia la memoria como consecuencia de la difusión de la alfabetización y los registros escritos. Bloch trató la costum bre en su yartículo la   mémoirehancollective riormente algunossobre medievalistas seguido  mencionado investigando ante esta cuestión 3 1 . Los caso casoss de gobe rnantes convertidos en héroes populares qu e hemos examinado también ilustran las funciones sociales de la memoria colectiva. En las historias, la desaparición o la muerte del héroe va seguida de desastres. Sin embargo, se podría dar la vuelta a la secuenci secuenciaa y argu m enta r q ue un gob erna nte cuyo reina do va seguido de desastres, desde una invasión extranjera a una fuerte subida de impuestos, tiene muchas posibilidades de conviertirse en héroe, pues la gente recordará con nostalgia los días de su m and ato. Por ejemplo, la invasión otomana de Hungría en 1526, una generación generaci ón después de la m ue rte de M atías, y eell do m inio español de Portugal, poco después de la muerte de Sebastián, favorecie ron la fama postuma de esos dos reyes. De la misma manera, Enrique IV de Francia muy bien pudo haber parecido un héroe a los franceses no sólo porque su reinado siguió a las guerras de religión, sino también porque el de su hijo y sucesor, Luis XIII, estuvo marcado por una importante tributación. Uno de los principales recursos de los rebeldes, al menos en las sociedades tradicionales, es apelar a esta clase de recuerdos. Así, los rebeldes españoles del decenio de 1520, los comuneros, evocaban la m emo ria del difunt difuntoo Ferna ndo , mientras que los nor m and os que se sublevaron contra Luis XIII en 1639 expresaron el deseo de volver volv er a la ««época época dorada» de Luis XII, d e q uie n se decía qu e llo raba cuando tenía que imponer tributos 3 2 .

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Guénée (1976-1977); Clanch)' (1979); Wickham (1985).  Foisí Foisíll (19 70) , pp. 18 8-1 94; véase véase Fe Fenwe nwess ss y W ickh am (1 922 ), p. 1 09.

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Otra forma de aproximarse a las funciones de la memoria colectiva es preguntarse por qué algunas culturas parecen más prope nsas a recordar eell pasado q ue otras. Es un lugar com ún con  trastar el el interés chin o por su pasa do con la tradic iona l indiferen cia india hacia suyo. En Europa también se aprecian contrastes similares. a suherencia reverencia por la tradición y acolectiva la importancia que otorganPese a «la nacional», la memoria de los ingleses es relativamente corta. Lo mismo se ha dicho de los nor teamericanos —especialmente, por un penetrante observador francés, Alexis de Tocqueville 3 3 . Los irlandeses y los polacos, de otra parte, tienen memorias colectivas relativamente largas. En Irlanda del Norte aún se pue den ver en las paredes dibujos de Guillermo III a caballo con la inscripción «Recuerda 1690» 3 4 . En el sur de Irlanda la gente aún se siente tan agraviada por lo que hicieron los ingleses en su país en época de Cromwell como si hubiera sido ayer 3 5 . En palabras del obispo norteamericano Fulton Sheen: «Los británicos nunca lo recuerdan; los irlandeses nunca lo olvidan» 3 6 . En Polonia, la película   Cenizas  (1965) de Andrej Wajda, una adaptación de una novela clásica de 1904 sobre la Legión Polaca en el ejército de Napoleón, provocó una controversia nacional sobre lo que Wajda presentaba como el fútil heroísmo de la Legión   3 7. Por el contra rio,  en Inglaterra, en la misma época,  La carga de la caballería caballería ligera  (19 68) de Ton y Richard son s e consideraba p oco m ás qu e una película costumbrista. Los ingleses prefieren olvidar. Adole cen — o quizá disfrutan— de lo que ssee ha den om ina do «amnes «amnesia ia 38 estructural» . Como éste es el opuesto complementario del con cepto «memoria colectiva», en adelante la denominaré «amnesia colectiva». 33

Schudson(1992), p. 60.  Véase Véase Larsen Larsen (1 982 ), p. 280 . 35 Macdonagh (1983), cap. 1. 36 Citado en Levinson (1972), p. 129; véase Buckley (1989). 37 M ichalek(1973), ca cap. p. 11 .

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38

 Barne Barness (1 947), p. 52; W att y Goody (19 62-1 963).

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¿Por qué hay un contraste tan marcado en la actitud hacia el pasado en las diferentes culturas? Con frecuencia se dice que la historia la escriben los vencedores. También podría decirse que la olvidan los vencedores. Ellos pueden permitirse olvidar, mientras que los derrotados no pueden olvidar lo que ocurrió y están con denados a cavilar ello, a revivirlo y a mpensar en ría lo expli diferente que habría po did osobre ser ser. As imism o, es este te fenó eno pod explicar car se en términos de sus raíces culturales. Cuando éstas se poseen, uno puede permitirse darlas por supuestas, pero cuando se pier de n, se siente la necesidad de b uscarlas. Los iirlandeses rlandeses y los los po la cos han sido desarraigados; sus países, divididos. No es extraño que les les obsesion e ssuu pasad o. Co n ello, he m os vue lto al tem a favo rito de Halbwachs, la relación entre lugar y memoria. Los irlandeses y los polacos ofrecen ejemplos particularmente claros cla ros del uso del pas ado , de la m em or ia colecti colectiva va y del mit o para definir la identidad. El fin de recordar 1690 (desde una perspec tiva determinada) o de rememorar el 12 de julio, o de volar la columna a Nelson en Dublín —como hizo el IRA en 1966— o reconstruir el viejo centro de Varsovia, después de que los alema ness lo volaran ne volar an — co m o han h echo lo loss pol polacos acos después de 1 94 5— seguramente es decir quiénes somos y distinguirnos de «ellos». Podrían m encion arse m uc ho s ej ejemplos emplos de est estee tipo. En el ca caso so de Europa, son particularmente abundantes en el siglo XIX. Las últim as d écadas del sigl sigloo  X  XIIX han sido denom inadas p rovocadora me nte p or E ric H ob sba w m la era era de ««lla invención de llaa tra dición»   39. En efecto, fue una época de búsqueda de tradiciones nacionale naci onaless en la que se construyero n m on um en tos naciona nacionales les y se crearon rituales nacionales (como el Día de la Bastilla), y la histo ria nacional ocupó en las escuelas europeas un lugar más impor tante que el que habían tenido hasta entonces o que el que han tenido después. El objetivo era esencialmente justificar o «legiti mar» la existencia de la nación-Estado, lo mismo en el caso de nuevas naciones co m o Italia Italia o Alem ania qu e en el de más antiguas 39

 Hobsbaw m y Ranger (198 3).

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como Francia, donde aún era necesario crear una lealtad nacional y los campesinos debían ser convertidos en franceses   4 0. La propia sociología de Emile Durkheim, con su énfasis en la comunidad, el consenso y la cohesión, lleva la impronta de este periodo. No sería prudente seguir demasiado de cerca a Durkheim ysoci a su discípulo achs en com est estaa ocuestión y considelerar la función social al de la m emHoralbw ia colectiva si n o existieran conflicto y la disensión. Ya Ya hem os m enc ion ado varia variass vvec eces es a Irlanda del N or te, que ofrece un ejemplo clásico, aunque dista mucho de ser el único, tanto de memorias de conflictos como de conflictos de memorias. El sitio de Londonderry (Derry) en el siglo XVII y la batalla del Boyne son rememorados cada año por los protestantes, que se identifican identif ican con los vencedores y aplican consignas del pasado («No nos rendiremos», por ejemplo) a acontecimientos actuales 4 1 . En el sur de Irlanda, el recuerdo del levantamiento de 1798 contra los británicos sigue sig ue en estando m uyoccidental, presente. Enespecialmente Francia Francia pod ríaenbuscarse un equivalente la zona Anjou, donde el recuerdo de la Vandée, la sublevación campesina de la década de 1790, sigue viva y es objeto de controversia, hasta el punto de que un historiador ha descrito recientemente la situación com o «gue «guerr rraa de la mem oria»  42. Dada la multiplicidad de identidades sociales y la coexistencia de memorias opuestas y alternativas (familiares, locales, de clase, nacionales, etc.), conviene pensar en términos plurales sobre los usos de la memoria por distintos grupos sociales, que muy bien pu ed en tene r distintas visiones visiones de lo qu e es signi signific ficati ativo vo o «digno  43 de recordarse» . El crítico norteamericano Stanley Fish ha acu ñado la expresión «comunidades interpretativas» para analizar los conflictos sobre la interpretación de los textos. De forma similar, pod ría ser ser útil distinguir distintas «com unidades d e mem oria» en 40

 W eber (1 976 ), especia especialmente lmente pp . 336 y ss. ss. 'Larsen (1982); Bell (1986); Buckley (1989). 42 Martin (1987), cap. 9. 43  W ickham (1985 ); vé véas asee Fentr Fentres esss y W ickham (1992), pp . 87-1 43.

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el seno de una sociedad dada. Es importante preguntarse: ¿quién quiere que alguien recuerde qué y por qué? ¿A quién pertenece la versión del pasado que se registra y preserva? Las disputas entre historiadores que presentan relatos opues tos del pasado a veces reflejan conflictos sociales más amplios y profun n ejemplodesde obvioabajo, es el actual sobremínimo la im pose r tancia dos. de laU historia debate debate que como remonta a Aleksander Pushkin, historiador además de poeta, que en una ocasión dijo al zar que quería escribir sobre el líder cam pesino Pugachov. La respuesta del zar fue brutalmente simple: «Ese hombre no tiene historia». La m em oria ofic oficia iall y llaa n o ofi ofici cial al del pasado pu ed en dif diferi erirr m ar cadam ente y la segunda, qu e ha sid sidoo relat relativamente ivamente p oco estudiada, en ocasiones representa una fuerza histórica por derecho propio: la «Antiguaa lleey» de llaa Gue rra de los Ca m pesin os alem ana de 1 52 5, el «Antigu «Yu Yuggo norm and o» de llaa Revolución ingle inglesa, sa, etc. Sin iinvocar nvocar m em o  ri rias as colectivas colectivas de este titipo po sería difí difícil cil explicar exp licar llaa geograf geografía ía de la con c on  testación y la protesta, el hecho de que algunas aldeas de Calabria, por ejemplo, toman parte en determinados movimientos de protes ta siglo siglo tras si siglo, glo, m ien ientras tras qu e sus vecinas nno. o. La destrucción sistemática de documentos, que es un rasgo co m ún de llas as revuelt revueltas as — reco rdem os la de los camp esinos ingle ses en 1381, los campesinos alemanes en 1525, los campesinos franceses en 1789, etc.—, puede interpretarse como expresión del convencimiento de que los registros habían falsificado la situación , de que favor favorecí ecían an a la clas clasee do m in an te , mie ntra s qu e el el pueblo recordaba lo que había ocurrido realmente. Los actos de destrucción introducen el último tema de este capítulo, las fun ciones del olvido o amnesia colectiva. Funciones d e la amnesia colectiva colectiva

Con frecuencia es revelador aproximarse a los problemas desde atrás,   darles la vuelta, por así decirlo. Para comprender el funcioatrás, 81

 

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namiento de la memoria colectiva quizá convenga investigar la organ ización soci social al del olvido , las no rm as de exclusión, supresión o represión, y la cuestión de quién quiere que alguien olvide qué y po r qu é. En su m a, llaa am nesia colecti colectiva. va. Am nesia est estáá relaciona da con «amnistía», con lo que solía denominarse «actos de olvi do», do»,  supresión oficial de recuerdos de conflictos en beneficio de la  la cohesión social. La censura ofic oficia iall del pasado es de sob ra con ocid a y apenas es necesario mencionar las sucesivas revisiones de la Enciclopedia Soviética, con y sin la entrada de Trotsky. Muchos regímenes revolucionarios y contrarrevolucionarios simbolizan su ruptura con el pasado cambiando los nombres de las calles, especialmen te cuando se refieren a fechas de acontecimientos significativos. Cuando visité Bulgaria a mediados de los sesenta, la única guía qu e llevaba llevaba era era un a   Guide Bleu de 1 93 8. A pesar de lo loss úti útiles les pla nos que co ntenía, a vvec eces es m e perdí, por lo qu e tenía que preg un tar cómo ir a la calle del 12 de Noviembre, o la que fuera. Nadie parecía sorprendido, nadie sonreía, simplemente me indicaban cómo ir, pero, al llegar, la calle del 12 de Noviembre resultaba ser la calle del 1 de Mayo, etc. En otras palabras, había estado.preguntando por nombres asociados con el régimen fascista sin saberlo. Este incidente puede considerarse un recordatorio de la fuerza de los recuerdos no oficiales y la dificultad de borrarlos, incluso bajo los llamados regímenes «totalitarios» de nuestros días. En cualquier caso, lo que podría denominarse «el síndrome de la Enciclopedia Soviética» no fue una invención del Partid© Comunista de la Unión Soviética. En la Europa de comienzos de la era moderna los acontecimientos también podían convertirse en no-acontecimientos, oficialmente al menos. Luis XIV y sus consejeros estaban muy preocupados por lo que podría denomi narse su «imagen pública». Para conmemorar los principales acontecimientos de su reinado se grabaron medallas, entre las que se contaba una sobre la destrucción de Heidelberg en 1693, con la inscripción HEIDELBERGA  DELETA. N o ob stante, cuan do se 8

 

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reunieron las medallas para formar una «historia metálica» del reino, ésta desapareció del catálogo. Al parecer, Luis había llega do a la conclusión de que la destrucción de Heidelberg no mejo raba su reputación ni aumentaba su gloria, por lo que el aconte cimiento fue suprimido oficialmente, borrado del libro de la 44

mem i a . oficial de recuerdos molestos —el «olvido organi Lao rcensura zado za do», », com o se ha den om ina do — e s bie bienn cono cida 4 5 . Lo que sí es necesario investigar es la supresión o represión no oficial en la Alemania postnazi, la Francia posterior a Vichy, la España de Franco, etc. 4 6 . Esto plan tea u na vez más la prob lem ática cuestión de la analogía entre la memoria colectiva y la individual. Por supuesto, la famosa metáfora de Freud del «censor» que lleva dentro cada individuo procede de la censura oficial del Imperio austro-húngaro. De forma similar, un psicólogo social, Peter Berger, ha sugerido que todos reescribimos constantemente nuestra 47 biografía a la manera de la Enciclopedia Soviética . Pero entre estos dos censores, el público y el privado, hay espacio para un tercero, colectivo colectivo y no ofi oficia cial.l. ¿Pueden los gru po s, com o los indi viduos, suprimir lo que no conviene recordar? Y, si es así, ¿cómo l o hacen ? 4 8 . Consideremos la siguiente historia, registrada por el antropó logo Jack Goody. Se decía que las divisiones territoriales de Gonja, en el norte de Ghana, obedecían a la decisión del funda dor, Jakpa, que había dividido el reino entre sus hijos. Cuando los detalles de esta historia se registraron por primera vez a principios del siglo XX, en la época en que los británicos estaban extendiendo su control en esa zona, se decía que Jakpa había tenido Bu rke (1992), pp.   110-111. 'Connerton (1989), p. 14. *Rousso(1987). 4   Véase Véase Erikson (1 968), especialmente especialmente pp . 710 y ss. ss. w

R e i k (19 2 0 ) .

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siete hijos, de acuerdo ccon siete on el núm número ero de divi divisione sioness [...] Per Peroo con la llegada llegada britá británica nica desaparecieron dos ddee llas as siete divis divisiones iones [...] sesen ta años después, cuando los mitos del Estado se registraron de nuevo, Jakpa sólo sólo había tenido cinco cinco hijos 49 . Este es un elcaso clásic clásicoo del de lamito formcomo a en q«carta» ue el pade sadlas o seinstituciones utiliza utiliza pa ra legitimar presente, que describió el antropólogo Bronislaw Malinowski (tomando el término de los medievalistas). Yo no afirmaría que esta adaptación del pasado al presente sólo se encuentra en las sociedades ágrafas. De hecho, con fre cuencia hay imp ortan tes disc discrepanci repancias as entre llaa iima ma gen del pasado compartida por los miembros de un grupo social concreto y los registros que sobreviven del pasado. Un mito recurrente (que encontramos de muchas formas en nuestra propia sociedad) es el de los «padres los «padrprotestante, es fundadores»; la historia de Lutero co m oWeber) fund adocomo r de la Iglesia de Émile Durkheim (o Max fund ado r de llaa sociol sociología, ogía, etc. En té rm ino s generales, lo qu e o cu rre en el caso de esos m itos es qu e se eliden las las di diferencias ferencias en tre el pasado y el presente, y las consecuencias no intencionales se con vierten en objetivos conscientes, como si el principal propósito de estos estos hér héroes oes del pas pasado ado hu biera sido prod ucir el presente — nu es  tro presente. La escritura escritura y la im pre nta no son lo suficientemente poderosas com o para detener la difusi difusión ón de ttal ales es m itos. N o o bstan te, lo qu e sí pueden hacer es preservar los registros del pasado que sean incongruentes con los mitos, que los debiliten —registros de un pasado que se ha vuelto molesto y embarazoso, un pasado que, por alguna razón, quizá no se desee recordar, aunque podría ser mejor hacerlo. Por ejemplo, podría liberar a las personas de la peligrosa ilusión de que el pasado puede verse como una simple lucha entre héroes y malvados, el bien y el mal, lo correcto y lo erróneo. No hay que despreciar los mitos, pero tampoco es reco49

W att attyy G Goody oody (1962-1963), pp. 310 310.. 84

 

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mendable leerlos literalmente. La escritura y la imprenta favore cen así la resistencia de la memoria a la manipulación 5 0 . Los historiadores también tienen una función en este proceso de resistencia. Herodoto los consideraba guardianes de la memo ria, la memoria de los hechos heroicos. Yo prefiero verlos como guardianes de los —las esqueletos conservados armario eldehis la memoria colectiva «anomalías», como en las eldenomina toriador de la ciencia Thomas Kuhn, que revelan la debilidad de las grandes teorías y de las no tan grandes 5 1 . Antaño había un funcionario denominado «recordador». En realidad, este título era un eufemismo de cob rado r de deudas. SSuu misión consistía consistía en recordar a la gente lo que le hubiera gustado olvidar. Una de las funciones más importantes del historiador es la de recordador.

*:Sch Schuds udson on (1992), p. 206 206.. Kuhn (1962), pp. 52-53. 85

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