LA GNOSIS EGIPCIA ORIGINAL 4 (Nueva Traduccion Mejorada)

April 23, 2017 | Author: ElKabballero Dela Gruta | Category: N/A
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Descripción: LA GNOSIS EGIPCIA ORIGINAL Y Su Llamada en el Presente Eterno DIFUNDIDA Y EXPLICADA DE NUEVO A PARTI...

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LA GNOSIS EGIPCIA ORIGINAL Y Su Llamada en el Presente Eterno DIFUNDIDA Y EXPLICADA DE NUEVO A PARTIR DE LA TABLA ESMERALDA Y EL CORPUS HERMETICUM DE HERMES TRISMEGISTOS Por JAN VAN RIJCKENBORGH

CUARTO TOMO 2005

Prólogo Con profunda alegría y verdadera gratitud sacamos a la luz el cuarto y último tomo de La Gnosis Egipcia Original y su llamada en el presente eterno. Con esta edición, conforme a la misión y vocación de la Joven Fraternidad Gnóstica de la Rosacruz Áurea, pretendemos volver a anunciar y a explicar a la humanidad buscadora el mensaje de liberación de todos los tiempos, expresado en su forma universal, para hacer nuevamente visible y público el único camino concreto que conduce a la realización de la verdadera meta de vida del hombre. En estos tiempos del final, en el que todas las antiguas certidumbres se tambalean y desaparecen, son innumerables los que anhelantes buscan la única luz que siempre resplandece en las tinieblas, pero que las tinieblas no pueden dominar. Para todos estos buscadores resuena de nuevo, desde el «país de Egipto», la llamada de la sabiduríaamor de Él, que no abandona las obras de sus manos. Quienes Le buscan en verdad, comprenderán la llamada que viene a su encuentro desde la sabiduría hermética y sabrán lo que tienen que hacer. ¡Que todavía respondan a tiempo a esta llamada! Los cosechadores de estos tiempos están preparados: ¡que todavía muchos se puedan sumar, con prontitud, a la cosecha! JAN VAN RIJCKENBORGH

La Mujer del Apocalipsis

La Mujer del Apocalipsis Sobre la tierra incuba el dragón con siete cabezas y diez cuernos. Con su cola barre una tercera parte de las estrellas del cielo. Sus alas de murciélago están llenas de ojos: él domina la tierra. La Mujer del Apocalipsis, vestida con el Sol, está de pie sobre la Luna y la serpiente, con un círculo de doce estrellas sobre su cabeza. Es la Fraternidad, que huye al desierto con el niño, la joven Gnosis, el nuevo eslabón en la cadena áurea de la Fraternidad, para salvarle del dragón, y después entrega el niño en las manos del Padre, la corona, el ojo que todo lo ve, quien le acoge detrás de los velos del universo. A la derecha de la Mujer: el Padre Primordial, el impulso creativo divino, el derramador de la fuerza, que sostiene en la mano el zodiaco bajo la forma de un anillo, alrededor del cual una serpiente, con la cola dentro de la boca, se enrosca doce veces. El Padre Primordial señala hacia la Madre Primordial: derrama su fuerza en ella. Ella es la receptora; de ahí las manos en forma de recipiente. Es la que opone resistencia, Saturno, el tiempo, la limitación: por eso tiene un reloj de arena sobre la cabeza. Los vestidos de ambos forman una cortina que se descorre para el Sol, el principio central Crístico: «Nadie viene al Padre sino por mí». De ahí que también el niño sea elevado desde la esfera solar. En el Padre Universal reencontramos el símbolo del yang y del yin, la unidad perfecta, el círculo: el Sol emite sus rayos por todo el universo. El buen camino para el alumno gnóstico es el camino de la columna central, el campo de vida humano, que a través del alma va hacia Cristo. Entonces también estará presente el contacto con el Padre Universal: «Aquel que me ha visto, ha visto al Padre». Fundirse en el Padre Universal significa el fin de toda materialidad.

I Libro Decimotercero: Hermes Trismegistos a Tat: Sobre el Ánimo común 1 Hermes: El Ánimo, oh Tat, procede del propio ser de Dios, si se puede hablar de ser de Dios: sea como sea, únicamente el Ánimo se conoce plenamente a sí mismo. 2 Por eso el Animo no se diferencia del ser de Dios; emana de esa fuente, al igual que la luz emana del Sol. 3 En los hombres, este Ánimo es bueno; por eso algunos hombres son dioses: su estado humano se aproxima mucho al divino. Por esa razón, el buen demonio ha llamado a los dioses hombres inmortales y a los hombres dioses mortales. En los seres desprovistos de razón el Ánimo es la naturaleza. Pero donde hay un alma, también existe un Animo, al igual que en todo lo que hay vida también existe un alma. No obstante, en los seres desprovistos de razón el alma sólo es vida, vacía de Ánimo. Ya que el Ánimo es un benefactor de las almas humanas: las trabaja y las moldea para el bien. 4 En los seres irracionales actúa de acuerdo con el carácter natural de cada uno; en las almas de los hombres, sin embargo, se opone a éste. 5 Toda alma que ha entrado en un cuerpo es inmediatamente atormentada por el dolor y el deseo, ya que el dolor y el deseo se extienden como un fuego en el cuerpo densificado en el que el alma es sumergida y se ahoga. 6 Cuando el Ánimo puede tomar la dirección de tales almas, emite su luz sobre ellas y se opone así a sus inclinaciones naturales. Al igual que un buen médico cauteriza o extirpa lo que está enfermo en el cuerpo, así el Animo hace sufrir al alma al sacarla del deseo que es la causa de todo su estado mórbido. 7 La gran enfermedad del alma es, sin embargo, su negación de Dios y el pensamiento totalmente erróneo que de ello resulta, el cual da origen a todas las maldades sin suscitar nada bueno. Por eso el Ánimo, al combatir esta enfermedad, proporciona nuevamente el bien al alma, tal como el médico devuelve la salud al cuerpo. 8 Sin embargo, las almas humanas que no se dejan guiar por el Ánimo se encuentran en la misma condición que las almas de los animales irracionales. El Ánimo actúa de acuerdo con ellas y da libre curso a sus deseos, hacia donde son arrastradas por la virulencia del ansia de placer que persiguen en su estado irracional. Así, como seres desprovistos de razón, no cesan de abandonarse a sus pasiones y apetitos desbocados y nunca están saciadas de sus pecados, ya que los efectos irracionales de las pasiones y los deseos constituyen un mal inconmensurable. 9 Sobre estas almas, Dios ha establecido la ley como correctora para que se vuelvan conscientes de su maldad. 10 Tat: Por todo esto me parece, oh Padre, que lo que anteriormente me dijiste sobre el destino queda totalmente rebatido. Si un hombre está absolutamente predestinado a cometer adulterio, sacrilegio o cualquier otra transgresión, ¿será entonces castigado, aunque haya actuado bajo la garra coaccionadora de la fatalidad? 11 Hermes: Todo, hijo mío, es obra del destino, sin el cual y en lo que respecta a las cosas corporales no puede acontecer nada, ni para bien, ni para mal. También, por causa del destino, cualquiera que ha realizado lo bello y bueno experimenta sus consecuencias; por eso, cada uno actúa para adquirir experiencia según la naturaleza de sus actos.

12 Pero dejemos de hablar ya del pecado y del destino que, de hecho, ya hemos tratado en otra parte. Hablemos ahora del Ánimo y de sus poderes, y de cómo éstos actúan de forma diferente en los hombres y en los seres irracionales, en quienes no pueden manifestarse sus efectos beneficiosos, mientras que apaga las pasiones y los deseos de los hombres. En estos últimos hay que distinguir entre quienes poseen el Ánimo y los que no tienen unión con el Ánimo. Todos los hombres están sometidos al destino, al nacimiento y al cambio; porque éstos son el comienzo y el final del destino. 13 Todos los hombres sufren, pues, los decretos de su destino, pero quienes siguen a la razón, aquellos que, tal como decíamos, son guiados por el Ánimo, no los sufren como los otros. Puesto que se han desligado de la malignidad, no los experimentan como un mal. 14 Tat: Qué quieres decir entonces, Padre: ¿El adúltero no es malo? ¿El asesino no es malo? ¿Ni todos los demás? 15 Hermes: Hijo mío, un hombre que tiene a la razón como guía conocerá, lo mismo que un adúltero y un asesino, el sufrimiento vinculado al adulterio y al asesinato, aunque no cometa adulterio ni asesinato. No es posible escapar a la variabilidad ni al nacimiento; pero quien posee el Ánimo se puede liberar del mal. 16 Por eso, hijo mío, siempre he escuchado la palabra del buen demonio1, Si él la hubiera publicado por escrito, habría prestado un gran servicio al género humano. Sólo él, hijo mío, ha pronunciado palabras verdaderamente divinas, ya que él, como unigénito de Dios, penetra todas las cosas. Así, una vez oí que decía que todo lo creado es uno y en especial los seres encarnados dotados de inteligencia; que vivimos de fuerza potencial, por la fuerza activa y por el ser de la eternidad. Por eso el Ánimo, al igual que su alma, es bueno. 17 En consecuencia, las cosas del espíritu no están separadas y el Ánimo, que domina sobre todas las cosas y es el alma de Dios, es capaz de hacer lo que quiera. Reflexiona sobre esto y relaciona lo que acabo de decir con la pregunta que antes me has planteado sobre el destino y el Ánimo. Si ahora renuncias a la vana polémica, encontrarás, hijo mío, que el Ánimo, el alma de Dios, reina, en verdad, sobre todo: sobre el destino, sobre la ley y sobre todo lo demás, y que no hay nada que le resulte imposible. El es capaz de elevar al alma humana por encima del destino, pero, igualmente, de someterla al destino si ella ha sido negligente. He ahí las cosas excelentes que el buen demonio ha hablado. 18 Tat: Éstas son palabras divinas, verdaderas y esclarece-doras, Padre. Pero accede aún a aclararme lo siguiente: Has dicho que el Ánimo opera en los seres irracionales en concordancia con su naturaleza e instintos. Pienso ahora que el impulso de los seres irracionales es pasión (pathos). Si el Ánimo colabora con los impulsos, y estos últimos son pasiones, ¿es entonces el Ánimo también una pasión, dado que es afectado por pathos? 19 Hermes: muy bien, hijo mío. Tu pregunta es perspicaz. Y es justo que la responda. Todo lo incorpóreo dentro de un cuerpo está sometido a pathos (pasión, sufrimiento) y, en sentido estricto, ello mismo es pasión (pathos). Todo lo que genera movimiento es incorpóreo. Todo lo que es movido es cuerpo. E incluso lo incorpóreo también es movido, y lo es por el Ánimo. Y también este movimiento es pasión (pathos). Ambos están, por lo tanto, sujetos al sufrimiento (pathos), tanto lo que genera movimiento como lo que es movido. Uno porque impone el movimiento, otro porque está sometido al impulso motriz. Cuando el Ánimo, no obstante, se desprende del cuerpo, también se desprende del sufrimiento (pathos). Quizá sea mejor decir, hijo mío, que no hay nada 1

Ver glosario

impasible, nada que carezca de pathos (sufrimiento), sino que todo está sometido a él. Pathos (la pasión) difiere de lo afectado por pathos. Uno es activo, el otro pasivo. Los cuerpos son también activos de por sí. O están inmóviles o son movidos. En ambos casos hay pathos. 20 Lo incorpóreo siempre es impulsado a la actividad y, en consecuencia, está sometido al sufrimiento. No te dejes, pues, engañar por las palabras: fuerza activa y pathos (pasión) son una misma cosa. Pero no hay nada en contra de utilizar el nombre más puro y favorable. 21 Tat: Tu explicación ha sido muy clara, Padre. 22 Hermes: Además, considera aún, hijo mío, que Dios ha otorgado al hombre, como único entre todos los seres mortales, dos dones: el Ánimo y la palabra, que equivalen a la inmortalidad. Si el hombre hace el correcto uso de estos dones, nada le diferenciará de los inmortales. Más aún: se liberará del cuerpo y será guiado por estos dos hasta el coro de los dioses y los bienaventurados. 23 Tat: ¿No utilizan otros seres vivos la palabra, Padre? 24 Hermes: Ellos sólo disponen de un sonido, una voz. La palabra, el habla, difiere mucho de la voz. Todos los hombres tienen la palabra en común, pero todos los demás seres vivos tienen una voz o sonido totalmente propio. 25 Tat: Pero, la lengua de los hombres difiere también según los pueblos, ¿no? 26 Hermes: En efecto, las lenguas difieren hijo mío pero, aún así, la humanidad forma una unidad. Y también la palabra es una. Si se traslada de una lengua a la otra, demuestra ser la misma tanto en Egipto como en Persia y Grecia. Me parece, hijo mío, que aún no comprendes el maravilloso y poderoso significado de la palabra. El bienaventurado Dios, el buen demonio, ha dicho que el alma está en el cuerpo, el Animo en el alma, la palabra en el Ánimo, y que Dios es, pues, el Padre de todos ellos. La palabra es, pues, la imagen y el Ánimo de Dios, el cuerpo es la imagen de la idea, la idea es la imagen del alma. 27 Así, lo más sutil de la materia es el aire (éter), lo más sutil del aire es el alma, lo más sutil del alma es el Ánimo, y lo más sutil del Ánimo es Dios. 28 Dios envuelve y penetra todo, el Ánimo envuelve el alma, el alma envuelve el aire (éter), el aire envuelve la materia. 29 El destino, la providencia y la naturaleza son instrumentos del orden cósmico y del ordenamiento de la materia. Todo lo que está dotado de espíritu es esencial, y su esencia es idéntica. En cambio, cada uno de los cuerpos de que está compuesto el universo es de naturaleza múltiple: la identidad de los cuerpos compuestos, consiste en que éstos cambian de una forma a otra, así conservan su identidad indestructible. 30 Además, todos los cuerpos compuestos tienen un número totalmente propio, ya que sin número no podría surgir ninguna combinación, ninguna unión y ninguna disolución. Son las unidades las que generan el número, las que los hace múltiplos; y las que, cuando el número se disuelve, reciben en sí mismas los elementos constituyentes, mientras que la materia permanece una (simple). 31 Pues bien, todo este mundo, esta gran divinidad, imagen de Aquel que todavía es más grande, con Quien es uno y con Quien conserva el orden y la voluntad del Padre, es la plenitud de la vida. No hay nada en él, ya sea en su generalidad, ya sea en alguna parte del mismo que, a lo largo del eterno retorno cíclico dispuesto por el Padre, carezca de vida. Nunca ha habido, ni hay, ni habrá en el mundo, algo que esté muerto. 32 El Padre ha querido que el mundo esté vivo tanto tiempo como mantenga su cohesión; por eso el mundo es, necesariamente, Dios. 33 ¿Cómo si no sería posible, hijo mío, que en Dios, en El que es la imagen del universo, en El que es la plenitud de la vida, hubiera algo así como la muerte? Ya que

la muerte es corrupción y la corrupción es destrucción. ¿Cómo se puede creer que una parte de lo que es incorruptible pueda llegar a la corrupción, o que algo de Dios pueda ser destruido? 34 Tat: Entonces, Padre, ¿los seres vivos no mueren, aunque están en el mundo y forman parte de él? 35 Hermes: No lo digas de esa manera, hijo mío, pues de ese modo eres engañado por la terminología de lo que pasa. Los seres vivos no mueren, sino que sus cuerpos, que están compuestos, se disuelven. Esta disolución no es una muerte, sino la disolución de una composición. Esta disolución no es concebida como destrucción, sino como nuevo devenir, como renovación. Ya que, ¿cuál es la fuerza activa de la vida? ¿No lo es, ciertamente, el movimiento? ¿Y qué hay, en el mundo, que sea inmóvil? ¡Nada, hijo mío! 36 Tat: pero, entonces, ¿no consideras la Tierra inmóvil, Padre? 37 Hermes: No, hijo mío, sólo ella es múltiple en el movimiento y, a la vez, estable. ¿No sería absurdo suponer que la nodriza del universo, que da nacimiento a todo y lo hace crecer, esté inmóvil? Puesto que sin movimiento no podría nacer nada. Es muy necio preguntar, como haces tú, si la cuarta parte del mundo está inactiva; ya que un cuerpo inmóvil no significa otra cosa que inactividad. 38 Has de saber entonces, hijo mío, que todo lo que hay en el mundo, sin excepción es movido, ya sea para menguar, ya sea para crecer. Y lo que está en movimiento vive, y la ley sagrada es que nada vivo permanezca igual a sí mismo, por consiguiente, inmutable. Visto en su generalidad el mundo es inmutable, pues aunque todas sus creaciones cambian, no perecen ni son destruidas. Son sólo las palabras, los nombres, los que confunden e inquietan a los hombres. 39 La vida no se encuentra en el nacimiento, sino en la conciencia; y el cambio no es muerte, sino olvido. 40 Considerado así, todo es inmortal: la materia, la vida, la respiración, el alma, el espíritu, el entendimiento, el instinto, todo aquello de lo que se compone cada ser vivo. 41 En este sentido, todo ser vivo es inmortal. Pero, el mayor de todos es el hombre, capaz de recibir a Dios y ser uno con El. Únicamente con este ser vivo se relaciona la divinidad. Por la noche mediante los sueños y por el día mediante presagios, le predice de diversas formas el futuro: por las aves, por las entrañas, por el aire, por el roble; por ello, al hombre le es dado conocer el pasado, el presente y el futuro. 42 Observa también esto, hijo mío, que cada uno de los demás seres vivos sólo permanece en una única parte del mundo: los acuáticos en el agua, los terrestres en tierra firme, los alados en el aire. El hombre en cambio se relaciona con todos los elementos: con la tierra, con el agua, con el aire y con el fuego, e incluso con el cielo; él entra en contacto con el cielo y lo percibe con creciente conocimiento y discernimiento. 43 Dios mantiene todo abarcado y penetra todo: ya que El es tanto la fuerza activa como la fuerza pasiva del universo. De hecho, no es difícil, en absoluto, comprender a Dios. 44 Si reflexionando quieres aproximarte a Dios, contempla entonces el orden del mundo y la belleza de este orden. Contempla la necesidad de todo lo que así percibes y la providencia, que rige el pasado y el presente. Ve cómo la materia está completamente llena de vida y cómo el movimiento de esta divinidad inmensa obra con todos los seres buenos y hermosos: con dioses, demonios y hombres. 45 Tat: Pero, ¡eso son energías, Padre! 46 Hermes: Si esto sólo son energías, hijo mío, ¿por quién son provocadas? ¿Por otra divinidad? ¿No comprendes que tal como el cielo y el agua y la tierra y el aire son

partes del mundo, la vida y la inmortalidad, la sangre, el destino, la providencia, la naturaleza, el alma y el espíritu son aspectos de Dios, y que la permanencia de todo esto es llamado el bien? No hay por lo tanto nada, ni en el presente, ni en el pasado, en donde Dios no esté presente. 47 Tat: ¿Está entonces Dios en la materia, Padre? 48 Hermes: Si la materia existiese fuera de Dios, hijo mío, ¿qué lugar elegirías para ella? ¿Y qué sería ella, mientras no fuese llevada a la actividad, sino una masa confusa? ¿Y, si debe ser puesta en actividad, por quién entonces? Hemos dicho que las fuerzas activas son creaciones de Dios. Por lo tanto, ¿de quién reciben todos los seres vivos la vida? ¿A quién deben los inmortales su inmortalidad? ¿Quién lleva a cabo el cambio en todo lo que es mutable? 49 Ya hables ahora de la materia, o del cuerpo, o de lo esencial de las cosas, has de saber que también estas energías son de Dios: la energía en la materia forma la materialidad; la energía en los cuerpos forma la corporeidad, y la energía en lo esencial determina el carácter esencial. Todo esto es Dios, el universo. 50 En el universo no hay nada que no sea Dios. Por eso no se puede describir a Dios en términos de tamaño, lugar, propiedad, forma o tiempo: ya que Dios es el universo, y como tal, El está en todo y envuelve todo. Adora esta palabra, hijo mío, y venérala: sólo hay una religión, una manera de servir a Dios y venerarle, a saber, no ser malvado.

II El corazón y el estado de ánimo El libro decimotercero de Hermes Trismegistos está dedicado, tal como ya ha podido ver, al misterio del Ánimo. Y profundiza mucho sobre ello. En los diálogos anteriores de la enseñanza hermética ya hemos hablado varias veces de este misterio, pero ahora tenemos que someternos a una exposición más pormenorizada. Cuando pensamos o hablamos sobre el estado emocional de una persona y sobre sus emociones, entonces nos fijamos involuntariamente en el corazón de dicha persona, en la estructura del corazón. El corazón humano es un órgano maravilloso. Es de carácter séptuple como la cabeza y el plexo solar. Al igual que las siete cavidades cerebrales pueden ser denominadas el candelabro de siete brazos, lo mismo puede hacerse con el corazón y el plexo solar. El candelabro séptuple del corazón tiene, así pues, una función central en el sistema vital y a lo largo de la vida del candidato se dirige invariablemente a toda su conciencia. Por un lado, todos los fluidos de la conciencia se desplazan, a través de la médula, desde el santuario de la cabeza hasta el corazón, en el que son recibidos. Por otro lado, el candelabro del plexo solar, situado debajo del estómago, entre el hígado y el bazo, emite también infinidad de fuerzas hacia el corazón. Las condiciones astrales y etéricas del hombre son transmitidas al santuario del corazón pasando por el hígado y el bazo. Considere pues la situación con claridad: los tres candelabros, es decir, el de la cabeza, el del corazón y el del plexo solar, trabajan juntos, por lo que el lugar central es ocupado por el candelabro del corazón. Éste es alimentado desde el santuario de la cabeza y desde el santuario de la pelvis; desde el santuario de la cabeza, con los fluidos directos de la conciencia y, desde el santuario de la pelvis, con todas las influencias astrales y etéricas que están presentes en el microcosmos y que han desempeñado un papel importante en el pasado del hombre. Además el corazón recibe, al menos en muchos casos, radiaciones directas del corazón central del microcosmos, el ámbito de la rosa. El corazón ocupa, sin ninguna duda, un lugar central en el sistema del hombre. Muchas influencias, impulsos y radiaciones confluyen en el corazón. En él se mezclan y se transmutan hasta formar un único estado de ánimo fundamental. Asimismo, éste posee a su vez la capacidad de irradiar. El estado de ánimo se mezcla así con la sangre, el fluido nervioso y el fuego de la serpiente, y asciende hasta el santuario de la cabeza donde toma posesión de todos los órganos. La calidad, el carácter, la índole de un estado de ánimo es, pues, el resultado del reactor nuclear humano, el corazón, y determina el estado de vida, el camino de la vida. El hombre tendrá entonces que seguir incondicionalmente el estado de ánimo del corazón. Cuando, en un momento dado, se vuelve una realidad el estado de ánimo y, por lo tanto, su correspondiente radiación del santuario del corazón, entonces el hombre está obligado a seguir sus influencias y orientaciones. Todas sus posibilidades, todos sus logros intelectuales o de otro tipo, dependen sin excepción de su estado de ánimo, están supeditados a él, a su calidad y a su radio de acción. Supongamos que usted, como se suele decir, ha recibido una educación excelente, ha asistido a los mejores colegios. Es algo de lo que puede estar agradecido, porque esto le podrá ser útil, por ejemplo, en la sociedad. Pero si su estado de ánimo se ha quedado demasiado relegado debido a esta formación, es decir, si su estado de ánimo desde su infancia no ha recibido ninguna verdadera cultura, ninguna cultura psíquica liberadora, entonces su excelente formación se vuelve o es, de hecho, un peligro mortal para sus

semejantes, como se puede demostrar fácilmente. Para que se pueda hablar también de un cambio vital en el hombre, en un sentido verdaderamente liberador, este cambio debe empezar por el corazón, en el corazón y con el corazón. Por esta razón, el santuario del corazón es el primero en ser sometido a la transfiguración. La importancia del estado del corazón es indicada infinidad de veces en las sagradas escrituras de todas las épocas. El estado de ánimo puede convertir a un hombre en un asesino, en un poseso o en un farsante; le conduce a un dolor infinito o le hace precipitarse en el abismo. Pero: «Bienaventurados son los puros de corazón, pues ellos verán a Dios», dice con júbilo el Sermón de la Montaña. Y sobre los puros de corazón también habla ahora el prólogo del libro decimotercero de Hermes: El Ánimo, oh Tat, procede del propio ser de Dios, si se puede hablar de ser de Dios: sea como sea, únicamente el Ánimo se conoce plenamente a sí mismo. Por eso el Animo no se diferencia del ser de Dios; emana de esa fuente, al igual que la luz emana del Sol. En los hombres, este Ánimo es bueno; por eso algunos hombres son dioses: su estado humano se aproxima mucho al divino. Por esa razón, el buen demonio ha llamado a los dioses hombres inmortales y a los hombres dioses mortales. En los seres desprovistos de razón el Ánimo es la naturaleza. Pero donde hay un alma, también existe un Animo, al igual que en todo lo que hay vida también existe un alma. No obstante, en los seres desprovistos de razón el alma sólo es vida, vacía de Ánimo. Ya que el Ánimo es un benefactor de las almas humanas: las trabaja y las moldea para el bien. Si se considera superficialmente esta aseveración hermética resulta algo desconcertante, pero cuando la contrastamos con los hechos, entonces siempre se confirma. Si nos colocamos ante los tres candelabros que hay dentro de nosotros: el candelabro de siete brazos en el santuario de la cabeza, el del plexo solar y el del corazón, y con ello llegamos a experimentar que las tres veces siete llamas se funden en el santuario del corazón hasta establecer un único estado de ánimo; comprenderá usted que no se trata de un proceso totalmente automático, del que resulta el estado de ánimo como algo inevitable. Esto no es así. En el corazón no sólo actúa el subconsciente del hombre, la voz del pasado remoto, sino que también opera su conciencia de vigilia directa, la luz séptuple presente en el santuario de la cabeza; el fluido de la conciencia con el que se colman las siete cavidades cerebrales. Las siete cavidades cerebrales pueden ser comparadas con espejos a través de los cuales se reflejan en el corazón todas las fuerzas que confluyen en la conciencia de vigilia. Por lo tanto, cuando hablamos de un estado de ánimo que se forma en el santuario del corazón, tenemos que afirmar simultáneamente que su conciencia directa desempeña en él un papel sumamente importante; con otras palabras, usted mismo participa en él. Encuentra en su corazón todas las influencias, todas las radiaciones, todos los impulsos que están activos en un ser de una u otra forma. Son, por así decirlo, infinidad de voces que le hablan. Además, en su corazón, siempre que sea un alumno serio de la Joven Gnosis, está también presente el toque fundamental, la voz del corazón central, la voz de la rosa. Así se encuentra, en cada segundo, con su conciencia de vigilia ordinaria dentro de su corazón, con todas las influencias que de esta forma llegan de todas partes hacia usted. Y, junto a ellas, también le habla la rosa del corazón, y esta voz puede ser la que determine los valores, la que dé forma. Puede eventual-mente juzgar todo lo que le llega siguiendo la influencia de la rosa, como una influencia que determina las normas dentro de su propio ser. Esto es lo que también se llama a veces la voz de la conciencia. Así pues, debe considerar al corazón como un taller, un lugar de trabajo, en el que puede ejercer, como ser consciente, una influencia extremadamente importante, donde puede llevar a cabo un trabajo sumamente importante. Y tiene que realizar este trabajo

antes de que todas las influencias, fuerzas y luces activas en usted confluyan formando un único e irremediable estado de ánimo. Pues una vez que se ha formado el estado de ánimo, está obligado a seguirlo. ¿Ha oído hablar alguna vez de la lucha en el corazón, del combate en el corazón? ¿De la tristeza y de la alegría del corazón? ¿También de la dureza del corazón? ¿Sabía usted que la lucha principal, la lucha para alcanzar el verdadero alumnado, tiene que librarse en el corazón? ¿Que el producto verdaderamente salvador, alquímico, el producto con el que se pueden realizar las bodas alquímicas de Cristian Rosacruz, tiene que ser preparado en el corazón? A lo largo de toda la historia mundial no ha habido todavía ninguna escuela gnóstica que se haya dejado engañar por la ordinaria desenvoltura burguesa. La verdadera nobleza es siempre la nobleza del corazón. Por eso también se dice en la Biblia que Dios, el Espíritu, ve en el corazón. A nadie le servirá de nada hablar con hermosas palabras o aparentar con su actitud como si él mismo fuera nuestro amado Señor, pues el espíritu ve en el corazón. Esto significa que el estado de ánimo que surge del corazón es decisivo y envuelve a todo el ser. Se lo decimos así con énfasis, porque hay muchos que, de hecho, todavía no conocen el combate en el corazón. Sólo conocen el corazón como un órgano de sentimientos. Usted dice: «Siento esto así o de esta otra, forma». Pero entonces ya es demasiado tarde, pues lo que experimenta, lo que percibe, es el estado de ánimo. Sólo conoce el corazón como un órgano totalmente automático y acepta el estado de ánimo que surge de él. ¿Puede acaso hacer otra cosa? Y cuando sufre las consecuencias de su estado de ánimo, y emprende la lucha contra ellas, se lanza al combate que tan frecuentemente ya ha librado; entonces está luchando contra su estado de ánimo, que quizá le ha producido tanta desgracia, tristeza y enfrentamiento. Pero esa lucha está absolutamente perdida. Nunca logrará salir vencedor de ella. Reflexiona (en el santuario de la cabeza, no en el del corazón): «pero, ¿qué tengo que hacer? ¿Y qué tengo que dejar? ¿De qué forma tengo que actuar para vencer?» Usted libra el combate en la cabeza hasta caer muerto de cansancio. Pero, a pesar de ello, ya es demasiado tarde. Tiene que desplazar la lucha al taller del corazón, donde a cada momento el estado de ánimo se está formando de segundo a segundo. Si hace esto y vence, entonces va por delante de los hechos y acontecimientos. Entonces usted mismo puede determinar el desarrollo de su destino. Pues todo lo que sucede en su vida está dirigido e impulsado por su estado de ánimo. Por lo tanto, si consigue modificar su estado de ánimo, ha asido las riendas de su destino y puede determinar el curso de los acontecimientos en su vida. Puede realmente cambiar el rumbo de su destino. Éste es el nacimiento del alma. El nacimiento del alma, la verdadera regeneración del alma, no es una actividad difusa de los sentimientos: «Siento esto así y aquello asá». Esa vaguedad, que muchos perciben de vez en cuando, es únicamente el estado de ánimo que el propio ser ha formado. Por eso repetimos: tiene que librar la batalla en el santuario del corazón, tiene que expulsar todas las fuerzas y tensiones que eventualmente pueden estorbarle en el camino, y dejar entrar a las fuerzas auxiliadoras, constructoras. Así podrá formar su estado de ánimo y llevar a cabo el renacimiento del alma. El estado de ánimo que le anima cada segundo es su estado de alma. Su estado de alma no es, por consiguiente, un valor estático que tiene que aceptar sin más. No, usted puede modificar su estado de alma, cambiarlo fundamentalmente. Cuando oímos decir a alguien: «Sí, soy así, es mi tipo, mi carácter», entonces también sabemos en qué momento se encuentra. Puesto que si todo va bien y es un alumno serio de la Gnosis, usted cambia día a día. Cambia de tipo, de carácter.

A partir de su nacimiento, en un momento dado se da a conocer un determinado proceso del alma, un determinado tipo de alma. Con el paso de los años llega a descubrirlo. Pero no tiene por qué contentarse con esta situación. Puede transformarla profundamente por la ofrenda de sí mismo. Es decir, tiene que descender con su conciencia, con las fuerzas del candelabro del santuario de la cabeza, al santuario del corazón. Su estado de alma está sujeto a múltiples cambios. Su estado de ánimo, es decir, su estado de alma, puede empeorar de forma cada vez más funesta, más malvada. También puede considerar su estado de ánimo como algo automático. Y, además, puede preparar de forma muy consciente su estado de ánimo: prepararlo de forma que esté capacitado para recibir al propio espíritu. La mayoría de las personas aceptan su estado de alma sin más. Basándose en dicho estado, al envejecer, pronto se modela toda la forma de ser, todo el carácter, todo el tipo: la totalidad de los procesos metabólicos se adaptan a ello. Así se alcanza un estado de cristalización y el hombre está totalmente perdido para el cambio. Sí, a veces se quiere tener la Gnosis junto a uno, como una especie de consuelo para la vida. Algunas personas adoptan esta postura. La Gnosis les ayuda a lo largo de sus vidas. Pero éste no es el objetivo de la Gnosis. ¡Ella quiere salvarle de este estado de miseria! Para ello, tiene que descender al santuario del corazón y asumir la lucha contra su estado de ánimo. También hay un grupo de hombres, cuyos representantes no aceptan el estado de vida de la masa. Estos hombres buscan poder, honores y celebridad: el ensalzamiento de ellos mismos. En la naturaleza de la muerte estas cosas sólo se pueden alcanzar cuando uno consigue mantenerse por todos los medios, incluso si para ello fuese necesario pisotear a los demás o pasar por encima de sus cadáveres, o utilizar todo tipo de mezquindades y astucias. Esto siempre tiene como consecuencia un estado de ánimo que cada vez desciende más por debajo de la norma media. Cuando se oye hablar a los representantes de este grupo, se escucha a menudo: «Sí, antaño tuve alguna vez en cuenta la ética. Pero entonces tuve que pagar las consecuencias, y cerré mi corazón». Sin lugar a dudas, usted conoce a este tipo de personas. Así que tiene que tener claro que quienes no aceptan sin más su estado de ánimo y no quieren cerrar y endurecer su corazón, sino asumir la lucha del corazón, pueden modificar su estado de ánimo y, por lo tanto, toda su vida, pueden renovarla según el Ánimo. Reciben otro estado de alma, otro estado de ánimo, en el que la vida de la rosa podrá desplegarse en su totalidad y, como consecuencia, también la del espíritu. El propio Dios podrá entrar en el santuario. De forma que, con Hermes, se podrá decir de ellos: El Ánimo, oh Tat, proviene del ser del propio Dios.

III El cambio del estado de ánimo Cuando el hombre entra en el taller del corazón, anhelando deliberadamente elevar su estado de ánimo a un plano superior y con dicho fin acepta la lucha del alma, debe saber que, en efecto, tal cambio del alma, o renacimiento del alma, es posible estructural y fundamentalmente. Y también debe comprender en qué dirección y con qué fuerza deberá llevarse a cabo ese desarrollo. La meta es, como sabe, la regeneración de toda la naturaleza microcósmica; hacer que ésta responda de nuevo a su esencia y a su destinación original, es decir, la unificación con Dios, con el espíritu. Examinemos en primer lugar qué fuerzas están, o son puestas, a disposición del candidato al comienzo de su trabajo. Así, la primera de todas deberá ser la razón, la doctrina racional, el mensaje racional de salvación. Si la razón quiere hablarle, entonces resulta evidente que la posibilidad de admisión deberá estar disponible. Si éste aún no es el caso, entonces se le pueden aplicar las palabras «Y, oyendo, no oyen ni entienden». La posibilidad de entender una doctrina racional, una doctrina de la Gnosis, sólo se da cuando existe suficiente experiencia de lo irracional, una experiencia que el hombre obtiene de la necesidad y de la muerte, por el camino de lágrimas, por un trago de la copa de las amarguras. Sólo entonces, la razón puede hablarle al hombre y sólo entonces el concernido podrá averiguar si posee suficiente anhelo de liberación para poder aceptar y seguir a la razón. Debe tener en cuenta que la razón positiva siempre demanda cierta actividad, exige un acto, necesita un comportamiento de vida. Son muchos los que no comprenden esto y sólo acogen intelectualmente un mensaje de la razón, creyendo que por la asimilación intelectual ya la han abarcado plenamente. ¡Qué equivocación! La asimilación racional significa, al mismo tiempo, vivir un comportamiento de vida concordante, un comportamiento de vida que eventualmente reacciona absolutamente contra un estado de ánimo existente. Por lo tanto, el alumno que acoge racionalmente lo recibido, también tiene que aceptar la lucha contra un estado de ánimo que eventualmente se opone a la razón. El resultado demostrará entonces si lo que postulaba la razón se revela, en efecto, como algo demostrable y liberador. Si éste no es el caso, entonces es que la razón empleó una argucia o el concernido todavía no ha descendido al taller del corazón. Por eso hablamos de una aceptación racional y moral de la salvación de la Gnosis. En este caso, lo racional es el aspecto intelectual y la aceptación moral guarda relación con el comportamiento de vida que debe corresponderle. Así verá que, en la práctica, tiene que descender al taller del corazón para poner a prueba la razón. Quienes no observan nada para la realización de una doctrina gnóstica, sólo han acogido a la razón teóricamente. Entonces, de nuevo, deberán encontrarse con el agua hasta el cuello antes de emprender un esfuerzo verdaderamente serio, porque recibir un mensaje de la razón no es lo mismo que entenderlo, es decir, que aplicarlo. Para aprender tal lección, la mayoría de las veces es necesario beber unos cuantos tragos del amargo cáliz del sufrimiento. Sabe que, con frecuencia, se protesta contra el sufrimiento y que el mundo hace de todo para neutralizar y anular el sufrimiento. Sin embargo, para la mayoría, el sufrimiento es el único método para que la conciencia nacida de la naturaleza, coloreada y dominada por un estado de ánimo inmaduro o maligno, discierna que algo no cuadra. Puesto que, como vimos, el estado de ánimo ensombrece y domina a toda la personalidad, al conjunto de la entidad.

Una persona que viva experiencias —y eso lo hacen todas las personas en la naturaleza de la muerte— llega, antes o después, a la búsqueda. Tan pronto comience la vida como buscador, debe aceptar el combate en el corazón contra el estado de ánimo. Cuando comienza esa lucha, innumerables voces le hablan. Son reacciones a todas las radiaciones e influencias que hasta entonces han desempeñado un papel en el santuario del corazón y, por lo tanto, son del mismo nivel que el estado de ánimo. Al principio, todas estas voces conducen al candidato a innumerables experimentos sociales, políticos, civiles, éticos o religioso-naturales de los que está tan lleno el mundo y que quieren hacerle ver el definitivo sinsentido de todos los intentos y esfuerzos dialécticos. Así sucederá que, sea al cabo de diez o de mil años, o quizá al cabo de todo un año estelar, el hombre adquirirá cierta madurez para una orientación de vida distinta. Entonces llegará el momento en el que la razón gnóstica empiece, en cierta medida, a hablarle. Le indicará la única dirección que puede conducirle a una solución de toda la problemática, a saber, hacia el estado de ánimo, el estado de alma del corazón. Y ahí debe descender, por decirlo así, la conciencia nacida de la naturaleza. Por lo tanto, no se puede dejar que el estado de ánimo y su desarrollo sigan siendo un proceso automático, sino que se tiene que atacar el estado de ánimo con la conciencia del yo. ¿Acaso, en tanto que ser nacido de la naturaleza, no tiene usted un yo muy poderoso? ¿No es usted, después de todo, muy egocéntrico? ¡Y de qué forma tan precisa sabe lo que quiere! Es muy consciente de sí mismo y, precisamente en la Escuela, una personalidad generalmente muy fuerte. Pues bien, utilice por una vez el yo para atacar su estado de ánimo. ¿No realiza tanto, con su yo, en las cosas corrientes? Pues hágalo ahora también en su alumnado y ataque, con su conciencia del yo, su propio estado de ánimo. Empiece hoy mismo esta peculiar lucha: de inmediato experimentará los resultados de ello y su vida entera se volverá distinta. No decimos que se volverá más tranquila, más equilibrada, sino absolutamente distinta. ¿En qué aspectos? La índole del sufrimiento, la naturaleza de sus males, será diferente y también cambiará la naturaleza de sus problemas en la vida. Un cáliz completamente distinto será puesto en sus labios y entonces ya no vivirá el inútil y estúpido sufrir en la monótona marcha de las cosas, sino el dolor surgido del ataque al corazón que lo auto-consciente se ocasiona a sí mismo. Por lo tanto, no se trata del ataque a los demás, en el que a veces se muestra tan experimentado, sino del ataque al propio yo. Y esto conlleva muchísimas amarguras, que no obstante son sumamente instructivas y purificadoras. Posiblemente este sufrimiento sea más intenso, más doloroso que antes, pero ya dijimos que es purificador. Y la purificación pone al alumno en el camino de la liberación, le introduce en el proceso de liberación. El dolor del fuego purificador puede ser a veces tan intenso que muchas veces el alumno principiante retrocede al antiguo estado de ser para eludir las crecientes resistencias. Cuando él, con su candelabro de la conciencia, empieza a irrumpir en el candelabro del corazón, esto tiene como consecuencia innumerables encuentros, puesto que en el corazón confluyen todo tipo de fuerzas, todas las radiaciones y todas las influencias que, en conjunto, conforman el estado de ánimo. Quien ataca el estado de ánimo con el yo, que a tantas desgracias condujo, es confrontado en el santuario del corazón con las fuerzas desencadenadas por él mismo y con las influencias que habitan en el campo de respiración. En el transcurso de sus años de vida, ¡ha amontonado mucha impiedad en su campo de respiración! Un sinfín de imágenes mentales y sombras de deseos se encuentran en él completamente cómodos. Y ahora, cuando se decide a atacar su propio corazón, se encuentra con todas esas fuerzas, todas esas influencias y fuerzas del karma y del subconsciente, además de con las fuerzas regidas por las leyes naturales de los eones.

Por lo tanto, quien de esta forma entra en el corazón, desencadena, literalmente, una tempestad. Piense aquí simplemente en los relatos evangélicos que aluden a esto, por ejemplo Mateo 8:24-27 y Marcos 6:48-51. La tempestad arrecia y continúa hasta que Jesús sube a bordo, o despierta de su sueño y calma el temporal. Es decir, hasta que, en la perseverante lucha, el «átomo-semilla Jesús», el corazón central del microcosmos, se abre y la fuerza de la rosa, la luz de la rosa, empieza a irradiar y aporta algo de calma al ánimo. Desde ese instante se produce un incipiente cambio en el estado de ánimo, así pues, algún cambio en la naturaleza de alma. Un cambio que, tal como se ha explicado, ataca la totalidad del ser que hasta entonces ha vivido en la vieja marcha de las cosas y, de esta manera, se extiende por todo el viejo yo. Resumiendo, le reiteramos que ataque su estado de ánimo con el yo nacido de la naturaleza que usted posee. La consecuencia será al principio toda una serie de dificultades y fastidios, quizá incluso de tensiones tremendas. Pero el resultado será el despliegue de la rosa, el que se vuelvan activos la luz y el perfume de la rosa. En esa fuerza de radiación, podrá cambiar absolutamente. Cuando este procedimiento ha comenzado, hablamos del renacimiento del alma o del cambio del estado de ánimo. Entonces, «el candelabro que está en el medio», el candelabro séptuple del corazón, cambia totalmente la naturaleza de su luz. Surge un estado de ánimo totalmente nuevo y, en consecuencia, el candelabro de la conciencia, que se encuentra en el santuario de la cabeza, cambia también totalmente de carácter y esencia. Cuando el estado de ánimo cambia, éste propulsa a todo el ser en la nueva dirección, en la dirección indicada. Si consigue cambiar el estado de ánimo de su corazón con su yo, por la auto-ofrenda de su yo, entonces el santuario de la cabeza, la conciencia ordinaria, mostrará consiguientemente un comportamiento de vida cambiante. Piense simplemente en lo que ya hemos analizado con anterioridad2: cómo, cuando cambia la sangre en el santuario del corazón, la circulación cefálica impulsa la sangre transformada a través del santuario de la cabeza, y cómo ésta conduce a todos los órganos del santuario de la cabeza a un estado transformado. El cambio de estado de ánimo ocasiona, por consiguiente, el cambio de todo su estado de vida. Por lo tanto, podemos afirmar con gran seguridad que cuando no se manifiesta el nuevo estado es porque tampoco lleva a cabo la lucha de la auto-ofrenda del yo. Entonces sólo ha aceptado intelectualmente la razón, que le llegó como doctrina, como una indicación práctica para su alumnado, pero no hace nada más. Por lo tanto, el anhelo de la vida liberadora tampoco está todavía presente y, mientras tanto, aún debe ser golpeado y herido por la ruda vida hasta que finalmente tome la inevitable decisión de la autoofrenda, la auto-ofrenda a un proceso interior que debe conducir a la total transformación de su ser. ¿Por qué hay alumnos que ya llevan años en la Escuela y todavía son exactamente las mismas personas que a su llegada? Ellos no han llevado a cabo la lucha, no han aceptado la lucha. Y ¡cuántos problemas se han desarrollado en su vida en todos esos años! Pues bien, amigos, ¡deberían haber empleado mejor esos años! Entonces, por el sufrimiento, se habrían purificado suficientemente y habrían entrado en el nuevo estado de vida. Sabemos que muchos alumnos han recorrido o están recorriendo el camino tratado, a pesar de las dificultades encontradas. Y que, por consiguiente, el cambio de su estado de ánimo está volviéndose un hecho a un ritmo individual. Ellos desarrollan, adquieren, Ver El hombre nuevo, Ediciones Lectorium Rosicrucianum (actual Fundación Rosacruz), 1989 Madrid, páginas 141 y 142.

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como decíamos, una nueva calidad de alma que, en muchos aspectos, se demuestra a través del acto de vida. El nuevo acto de vida brinda al candidato, entre otras cosas, diferentes perspectivas de vida completamente nuevas y, por ello, más calma y confianza en el propio yo, una elevada medida de bondad. Pero a menudo, también por ello, y debe prestar atención al respecto, cierto sentimiento de supremacía. Éste es uno de los fenómenos que acompañan a la bondad. El hombre bueno tiene y conoce una especie de sentimiento de supremacía, aunque esto vaya acompañado de cierta medida de humildad. Por esa razón se desarrolla la impresión de haber llegado. Este fenómeno acompañante constituye un nuevo peligro para quienes han llegado a la frontera, un gran peligro. Porque, ¿cuál es el fin del nuevo estado de ánimo, de la nueva calidad de alma? ¿Cuál es el fin del proceso del renacimiento del alma? ¿Acaso no es conducirle a un estado en el que la totalidad de su estado esencial pueda encontrarse con Dios mismo, con el propio espíritu, pueda recibirlo y, por esa razón y no antes, volverse verdaderamente hombre? Vea bien la situación: Juan, el Precursor, lucha por el cambio de estado de ánimo y al final debe perecer completamente en esa endura. La victoria del incipiente cambio es la manifestación de Jesús, el alma nueva, en él. El candelabro que está en el medio cambia su luz. Y, finalmente, el espíritu desciende como una paloma sobre él. El Hijo de Dios, el verdadero hombre, ha devenido entonces. «Éste es mi Hijo amado, en él tengo complacencia». Por eso, el trabajo sólo es concluido cuando el espíritu puede entrar y celebrar el encuentro con el alma en el santuario del corazón, y así espíritu, alma y personalidad se vuelven uno. Sólo entonces se pueden comprender las palabras de Hermes, pronunciadas al inicio del libro decimotercero: El Ánimo, oh Tat, procede del propio ser de Dios. Únicamente el Ánimo se conoce plenamente a sí mismo.

IV La conciencia nacida de la naturaleza El Ánimo procede del propio ser de Dios. El significado de estas palabras lo hemos analizado ya ampliamente. Guarda relación con el regreso del hombre al punto de partida del verdadero estado humano, la recuperada unión entre el espíritu, el alma y el cuerpo, para que el hombre se pueda manifestar como creación divina, esto es, plenamente como hijo de Dios, y pueda hacer realidad el plan de Dios, que sirve de base al mundo y la humanidad. Hermes prosigue: Únicamente el Ánimo se conoce plenamente a sí mismo. Examinemos lo que significan estas palabras. Conocerse a sí mismo indica obviamente, en primer lugar, un estado de conciencia. Si se quiere conocer algo, se debe poseer la conciencia para ello. Todas las personas poseen una conciencia, son seres conscientes. Pero esta conciencia es a lo sumo una conciencia natural, una conciencia nacida de la naturaleza. ¿Y sabía que esta conciencia nacida de la naturaleza es una de las formas más bajas de conciencia que un ser vivo puede poseer? Es una conciencia que poseen todos los animales. Hace que el hombre reaccione a determinadas impresiones sensoriales, mientras que, como usted sabe, es regido por su estado de ánimo, así pues, por el corazón y desde el corazón. Por eso la Enseñanza Universal dice que la sede de la naturaleza humana, el núcleo de la conciencia, se sitúa en el corazón. ¿Por qué el hombre es tan consciente de sí mismo en el santuario de la cabeza? ¿Por qué se puede decir que la conciencia está situada en el santuario de la cabeza? Porque la sede de todos sus sentidos se halla en la cabeza, y también su sistema cerebral se encuentra en ella. Algunas especies animales aún no poseen un sistema cerebral, otras poseen un sistema cerebral incipiente; mientras que el hombre natural tiene un sistema cerebral en formación que le capacita para un trabajo intelectual. El hombre natural también es una especie animal sin más, tal como Hermes constata con énfasis en algunos pasajes. La conciencia natural no es otra cosa que el resultado de un proceso elemental atómico. Por eso, también se puede decir, en lo que respecta al hombre nacido de la naturaleza, que todos los animales se generan y se conservan unos a otros. Esto quiere decir que un determinado tipo de vida animal trae consigo la autoconservación de forma automática, por medio de diferentes expresiones vitales animales. La lucha por la existencia, por ejemplo, consiste en discurrir y aplicar los medios o las acciones para procurarse a sí mismo un sitio mejor y más seguro en la naturaleza de la muerte, y protegerse de los peligros mortales. Estas expresiones vitales, que le son tan conocidas, traen consigo determinados desarrollos de radiaciones; radiaciones de los órganos vitales, radiaciones de naturaleza etérica y astral. Por estas radiaciones y su formación de elementos surgen de nuevo otras especies animales, tal como los microorganismos, los bacilos y los diferentes tipos de virus, así como también el ejército de insectos de numerosas especies, como resultado de lo cual se desarrollan nuevamente otras especies animales. Por eso decimos que los animales se generan y se conservan mutuamente, al margen del proceso de conservación ordinario. Traemos esto a colación, para hacerle observar la conciencia de la que parten los hombres por naturaleza, el tipo de conciencia a la que pertenecen. Es la conciencia que, de forma legitimo-natural, resulta del hecho de su venida corporal al mundo en un momento dado. Por consiguiente, en la conciencia humana, lo repetimos, sólo habla la naturaleza y nada más, incluyendo algunos factores hereditarios, tal como sucede en cada especie animal. Si los hombres se han convertido en lo que ahora son, por selección, por cultura, a lo

largo de eones y atravesando formas inferiores de desarrollo animal, o si, por degeneración y caída, se han hundido hasta lo que ahora son, a saber, animales con una conciencia natural más el poder del pensamiento y se han quedado ahí, entonces no les sirve de nada saber la forma en que se ha producido todo esto. En tal caso, lo único que cuenta es que son como son. Por eso, la ciencia conocida con el nombre de biología, con las eternas y controvertidas cuestiones que plantea, jamás llegará a una solución si, en su investigación, permanece centrada en la conciencia natural y sus puntos de partida. El hombre natural-consciente, en el transcurso de los siglos y en su profunda ilusión de superioridad, también ha traído a la existencia la ciencia oculta, de manera que muchas personas empezaron a formarse oculto-científicamente. ¿Y cuál es su único resultado? En el mejor de los casos una ampliación sensorial de la conciencia natural, lo cual no quita ni añade nada al carácter natural, por lo tanto animal, de la misma. Si la expresión «conciencia animal», como Hermes la emplea a veces, le molestase, utilicemos entonces una palabra foránea para ello; la filosofía de la India, por ejemplo, habla de conciencia káma-manásica. La señora Blavatsky dice esto al respecto: «La conciencia káma-manásica guarda relación con los grados más bajos de la conciencia instintiva de los animales y de algunas personas. Por lo tanto, esta conciencia pertenece al campo de la percepción, queda encerrada en él. En los hombres, este campo de la percepción se ha vuelto más o menos racional». Y después da algunos ejemplos. Dice entre otros: «Un perro encerrado en una habitación tiene el impulso instintivo de querer salir de ella, pero no puede porque su instinto no es suficientemente racional para poder emplear los medios necesarios, mientras que el hombre comprende esa situación y se libera conscientemente de la habitación». Finalmente dice: «El hombre, como humanidad, ocupa el escalón más alto de la conciencia káma-manásica, el séptimo». Con otras palabras: el hombre con la conciencia natural es, y sigue siendo, un animal. A esto nos gustaría añadir que conocemos perros que, cuando quieren salir de la habitación, también son capaces de abrir la puerta. Con esto simplemente queremos decir que, hasta un determinado límite, existen todo tipo de gradaciones en la conciencia animal en desarrollo. Otro ejemplo. Si usted ejercitase su vista para absorber vibraciones más altas o más bajas, por cuya causa llegase a ver más que otras personas, eso no alteraría la condición o la calidad de su conciencia. Y lo mismo sucede con todos los sentidos. Además, se puede demostrar fácilmente que muchas especies animales conocen semejantes ampliaciones sensoriales. Un ocultista entrenado se golpea el pecho y dice: «Soy clarividente, soy clariaudiente. Domino el método del desdoblamiento del cuerpo, de modo que, simultáneamente, puedo también moverme con plena conciencia en la esfera reflectora». Pero muchas especies animales conocen ese desdoblamiento del cuerpo y asimismo la división de la personalidad. Al respecto, pensamos, por ejemplo, en las arañas. Ese tipo de animal se expresa plenamente en la esfera material, pero al mismo tiempo también lo hace en la esfera etérica. Al respecto, para éstos no hay diferencia alguna. Por consiguiente, cuando un ocultista recurre a esto, podría contestarle: «Sí, eso también lo hacen las arañas». Las aves también ven con mucha facilidad en el mundo etérico y son guiadas por fuerzas etéricas. Los espíritus grupales de las aves son formas etéricas, expresiones vitales etéricas. Quizá, cuando haya visto una bandada de pájaros cruzando el cielo, se haya preguntado en alguna ocasión: « ¿Cómo permanece junta una bandada así?» Son mantenidos juntos por un espíritu grupal, una fuerza etérica, una determinada vibración, una determinada fuerza de luz que pueden percibir excelentemente, y por la que son conducidos a las regiones donde pueden manifestarse vitalmente; en el verano a una región, en el invierno de nuevo a otro sitio. La mayoría de los gatos poseen visión astral.

Y todos los perros, y la mayoría de los animales salvajes, tienen un olfato muy fino, como sin duda sabe. Así pues, constatamos que la ampliación sensorial, del tipo que sea, no eleva al hombre por encima del estado de vida natural, animal. Por lo tanto, si usted, por ejemplo, por una vida austera u otras formas de abstinencia, o, con el paso de los años, por el proceso de mortificación natural del cuerpo, se vuelve más sensitivo y, de esta manera, puede observar con facilidad las vibraciones etéricas o la actividad astral y pasa a tenerlas en cuenta, esto aún no dice nada en absoluto en relación con un cambio liberador en su estado de conciencia natural. Todo lo que se asevere a este respecto es fraude, engaño, auto-engaño. No tiene aún nada que ver con la formación de un segundo estado de conciencia, de otro estado de conciencia nuevo. Cuando en la Gnosis se habla de un cambio sensorial (en el desarrollo gnóstico, efectivamente, se llevan a cabo modificaciones sensoriales muy notables), entonces esa modificación tiene un propósito totalmente distinto, un significado completamente diferente, y conduce a un resultado completamente distinto al de «amueblar» la conciencia natural. ¡Por el contrario, cuando el desarrollo gnóstico se vuelve un hecho, la conciencia natural disminuye en muchos aspectos! Comienza a colocarse en un segundo plano. Ahora que hemos establecido todo esto, preguntémonos si quizá el hombre posee, junto a su conciencia nacida de la naturaleza, otra conciencia distinta que pudiera elevarle fuera del estado de ser animal. Pensamos, por ejemplo, en el subconsciente. Es conocido que el subconsciente, bajo cuya influencia arde el candelabro en el plexo solar, une al hombre con todo el pasado de todas las existencias precedentes en el microcosmos. Este pasado está registrado en el ser aural y, como tal, tiene una poderosa influencia sobre el estado natural del hombre. Sin embargo, si el subconsciente se le abriera completamente y pudiese retroceder en ese pasado hasta la primera causa (en principio lo consideramos posible), esto, ciertamente, no cambiaría en nada el estado naturalconsciente. Piense, en este contexto, en I Corintios 13. Allí se dice, entre otras cosas: «Si yo supiera todo, si conociera todo, si poseyera todo, pero no tuviera lo único esencial, el amor, entonces nada tengo ni nada soy». Excavando en su naturaleza y experimentando con las diversas fuerzas naturales, usted no cambia esa naturaleza, o lo haría en sentido degenerativo. Y ello ocurre porque perturbando las leyes naturales se puede hacer degenerar todo un estado de vida. El hecho de que su conciencia nacida de la naturaleza aún no se haya podido elevar por encima del nivel animal normal, demuestra que tampoco nunca se ha podido hacer que emanase una influencia ennoblecedora del pasado. De hecho, en la naturaleza, lo consciente es ensombrecido constantemente por lo inconsciente. Así, sólo queda examinar el estado del corazón. ¿Cuál es la situación en su santuario del corazón? ¿Posee conciencia en él? No. Únicamente una vida de sentimientos. Ciertamente, no posee ninguna conciencia en el pleno sentido de la palabra. Volvamos, por tanto, a nuestro punto de partida. Debemos establecer, por consiguiente, que el hombre sólo posee una conciencia del yo natural, relacionada con el santuario de la cabeza. Y es imposible decir que esa conciencia, en el sentido del libro decimotercero de Hermes, «se conoce a sí misma plenamente». Afirmar eso sería una absoluta locura. Y su santuario del corazón es gobernado totalmente por su estado de ánimo, el reactor nuclear central de su ser, donde se mezclan todas las radiaciones, influencias y fuerzas que desempeñan un papel en su ser. Así, después del análisis que hemos realizado, establecemos que, en efecto, el hombre, como ser nacido de la naturaleza, está con las manos vacías. Y que una conciencia divina, como la que se refiere Hermes Trismegistos cuando habla del Ánimo, debe

asociarse completamente con el Ánimo, con el estado de ánimo transformado, así pues, con el corazón purificado. Y así debemos constatar, una vez más, que en el santuario del corazón, plenamente relacionado con el alma, debe nacer un estado de conciencia totalmente nuevo. Una conciencia tan lúcidamente consciente, tan absolutamente positiva, que conocerá cabalmente tanto a Dios como a sí misma, tanto al alma como al pasado original.

V Vete y no peques más Hemos analizado y establecido con claridad, según esperamos, que la conciencia que eleva al hombre por encima de un animal y que podría convertirle en un verdadero hijo de Dios no hay que buscarla, ciertamente, en la ampliación de la conciencia natural. La conciencia natural no es otra cosa que una conciencia perceptiva, una conciencia sensitiva, la unión del conjunto del estado sensorial en un órgano de percepción compuesto. Todo ser vivo, cada animal, incluso el más rudimentario, posee un órgano de percepción tal, bajo una u otra forma. Y el hecho de que el hombre posea dicho órgano de percepción, aunque en este caso esté provisto de un equipamiento racional, todavía no le eleva por encima del animal. Quienes han estudiado, en alguna medida, la ciencia esotérica saben que el núcleo del organismo perceptivo se encuentra en la pinealis, la glándula pineal. La pineal es un órgano sumamente curioso, extremadamente sorprendente, que se encuentra justo debajo de la coronilla de la cabeza. Tiene un campo de radiación llamado el aura de la pineal. Este campo de radiación sobresale, si se nos permite expresarlo así, unos veinte centímetros por encima de la cabeza, por término medio. Este potentísimo campo de radiación se encuentra alrededor de la cabeza y, especialmente, encima de la coronilla. Hablamos de campo de radiación porque es luminoso, pero en realidad es sorprendentemente magnético, atrayente. Es también de naturaleza séptuple. En él se pueden observar claramente siete colores, siete matices luminosos. Cuando es perturbado, y esto sucede ininterrumpidamente, a cada segundo, se puede percibir claramente, en esta radiación de la pineal, un baile de cambios de color y radiación, porque la sección de la pineal del cerebro es el instrumento de percepción por excelencia, la antena más importante del animal humano; acto seguido, reacciona la totalidad del santuario de la cabeza con sus diversos órganos. Además, tan pronto como el órgano de la pineal es perturbado, la fuerza que nos ha tocado, la luz, cruza inmediatamente hacia el corazón. En una fracción de segundo, aquello que toca el campo de radiación de la pineal, está presente también en el santuario del corazón. El corazón también dispone de un campo de radiación. Piense sencillamente en el esternón. Además, el corazón tiene asimismo siete aspectos, siete cámaras. Cuando el campo de radiación de la pineal es perturbado, generalmente, las siete cavidades cerebrales reaccionan de forma inmediata. Puede comparar estas cavidades cerebrales con espejos. Estos captan la impresión y, de forma inmediata, la reflejan séptuple-mente en las siete cámaras del corazón. Por consiguiente, el candelabro del corazón irradia, inmediatamente, en concordancia con la impresión que perturba la pineal. Y para ser completos: todo lo que se irradia en la conciencia perceptiva afecta asimismo al fuego de la serpiente y a todo el sistema nervioso. Lo que en un momento dado entra en el santuario de la cabeza está también, por así decir, al mismo tiempo, en las puntas de sus dedos. El sistema corporal está organizado de tal forma que, en el mismo segundo en que una impresión afecta a la sección de la pineal del cerebro, esa misma radiación irradia hasta las partes más alejadas del sistema nervioso. De este modo, entenderá que cuando la persona sólo tiene una conciencia perceptiva positiva, cuando en el santuario de la cabeza tan sólo está activa la conciencia natural, y la conciencia central del corazón sólo funciona de forma totalmente automática, como de hecho hemos visto anteriormente —por lo que el estado de ánimo con su esfera de

acción permanece intacto—, se ocasione lo que se llama decaimiento, enfermedad y muerte. Usted no puede controlar lo que quizá, en ese momento, penetra en el santuario de la cabeza. Por lo tanto, no tiene ningún control sobre lo que, en el mismo momento, corre por todo el sistema nervioso. Eso le conduce, de vez en cuando, a las tensiones más fuertes. ¿Adonde se supone que va con esas tensiones? ¿Qué sucede con ellas? Si no tiene lugar una reacción positiva, si no conoce ningún medio para volver a irradiar fuera de su sistema aquello que le perturba, que le pone en tensión, entonces podrá imaginarse lo rápido que el cuerpo entra en decadencia, con qué rapidez se encontrará, de esta forma, con todo tipo de problemas físicos. Continuamente, a cada segundo, son transmitidas innumerables impresiones al corazón y al sistema nervioso a través del campo de la pineal. Si esto no es seguido de una reacción positiva, de un acto creador del sistema nervioso central y de la conciencia central, entonces es inevitable que todo el sistema, sometido a tal cantidad de tensiones, se desgaste pronto. Por eso envejece el hombre, por eso, en un momento dado, ya no resiste más, y usted sabe cuál es el final en la naturaleza de la muerte. Sobre la base de este saber, existe una terapia muy antigua que ya se aplicaba en China en los días de Lao-Tsé. Se basa en la consabida utilización del método de curación magnético, que es rechazado por la Escuela Espiritual de la Rosacruz Áurea. Estimamos este método curativo más funesto para los alumnos que el tratamiento médico occidental, porque influye más directamente sobre el sistema y, además, a veces se acompaña de hipnosis. En nuestra época, este antiguo método chino también ha sido importado al mundo occidental y, en este momento, en la desesperada búsqueda del eslabón perdido en las terapias conocidas en Occidente, es aplicado por muchos médicos. La medicina convencional, la homeopatía y también la medicina natural se han mostrado muy insuficientes para contener, en alguna medida, la corriente de miseria física humana. Por las revistas y la literatura que se van publicando, no le será desconocido cuan desesperadamente buscan muchas personas, a las que les gustaría mucho ayudar a la humanidad enferma. Es obvio y comprensible, humano y benevolente, que se busque para ayudar. La Escuela de la Rosacruz, no obstante, debe velar para que con la búsqueda y la experimentación, se mantengan abiertas las posibilidades para la vivencia práctica del alumnado. Puesto que para eso se ha hecho alumno de la Joven Gnosis. Por lo tanto, si en su camino aparecen factores que pueden detenerle en su proceso, en tanto que dirección de la Escuela, tenemos que decir: «Hermano o hermana, eso no puede ser. No debe hacer eso». Si a pesar de nuestra advertencia se coloca en la posición de «deseo conservar mi plena libertad, sigo adelante con eso», está en su derecho, pues eso es asunto suyo, pero en tal caso la responsabilidad será suya y tendremos que romper el contacto con usted como alumno de la Escuela. Eso es lógico. La Escuela tiene un plan, un método, un camino; ella le informa con precisión acerca del camino y de la propia vida nueva y del método que conduce a ello. Si no le gusta ese método, es libre de no seguirlo, pero entonces su alumnado no tiene ningún sentido. A través de los años, desde 1924 en que inició su andadura la Joven Escuela Espiritual Gnóstica, hemos tomado esta posición y, en consecuencia, hemos tenido que rechazar a innumerables personas que tenían muchas posibilidades. Pero si permitiésemos tranquilamente que los alumnos se dejasen tratar por magnetizadores, quirománticos, curanderos, etc., todo tipo de fuerzas negativas tendrían libertad de acción en la Escuela y, por lo tanto, también dañarían nuestro trabajo o incluso lo harían absolutamente imposible.

Es hermoso y magnífico que se intente servir a la humanidad, pero los caminos y los medios tienen que ser aceptables. En Suecia se ha aplicado, a miles de animales, un nuevo método encontrado. De esos miles de animales no queda ni uno con vida: han sido asesinados, porque se quería servir al hombre con la ayuda de rayos de protones, un subproducto del átomo. Estos rayos de protones son irradiados con gran violencia a través del cuerpo y de esta forma, así se cree, desaparecen sus males, sus problemas. Lo que aparece en su lugar, no se cuenta. Normalmente eso no llega hasta más tarde. En la Escuela Espiritual debemos velar para que, entre medios artificiales y experimentos, se mantenga abierta la posibilidad para la vivencia práctica del alumnado. El grupo nuclear de la Escuela se esfuerza para conducir al alumnado a un buen fin con todos los que se adhieran a ella. Por eso debemos ayudarnos mutuamente y trabajar plenamente unidos. Estimamos que la acupuntura es un gran y amenazador peligro que consiste en punzar con una aguja de oro en diversos ganglios nerviosos, especialmente en esas partes del sistema nervioso donde se sienten dolores y otras molestias. Ya dijimos que las neuralgias están estrechamente relacionadas con el campo de la pineal, ya que todas las impresiones recibidas en la pineal son transmitidas, a través del sistema nervioso, a cada partícula del cuerpo. Imagine que, en consecuencia, uno de sus órganos sintiese dolor, se sensibilizara o enfermara, porque las tensiones provocadas por las radiaciones no pueden ser eliminadas inmediatamente de forma positiva. Se queja así de dolor de cabeza, o de brazos o piernas, etc. Entonces se coge una larga aguja de oro; se sujeta esa aguja con los dedos y se punza en la parte dolorida del cuerpo. De esta forma, el médico que realiza la punción transmite inmediata y positivamente su fluido magnético al cuerpo. Normalmente se reaccionará como si se hubiera recibido una descarga eléctrica. El fluido magnético, con semejante aguja como guía, es transmitido al cuerpo de forma más enérgica y directa que al modo occidental por medio de pases magnéticos. Con una aguja magnetizada así, el médico introduce su fluido, su magnetismo personal, que irradia continuamente desde las puntas de sus dedos, a su cuerpo y, por lo tanto, a su vida. Entonces su proceso vital ya no es el suyo, sino que el médico lo bloquea por su propio estado de ser. Además, quizá su sufrimiento físico sea o llegue a ser sumamente útil para usted en el gran proceso hacia el devenir consciente superior. Por eso, en una Escuela Espiritual de buena fe, el elemento personal es dejado fuera, en la medida de lo posible. Por otra parte, el fluido magnético de uno transferido directamente al sistema nervioso de otro puede ser, y sin duda lo será generalmente en muchos aspectos, extremadamente peligroso para los concernidos, tanto para el dador como para el receptor. Después de amargas experiencias, también fueron conscientes de esto en las antiguas terapias chinas. Por eso, en general, el médico no procedía actuando él mismo. Él tenía consigo una lámina del cuerpo humano en la que estaban indicados todos los ganglios nerviosos. Entonces se proveía de la ayuda de una doncella que, dijéramos, actuaba de enfermera. A esta enfermera, le mostraba sobre la lámina donde debía punzar y la joven llevaba a cabo este encargo. Ella transfería, de hecho, la orientación mental del médico al sujeto. A la vez, muchas veces surgía, como es comprensible, una especie de contacto hipnótico. Con todo esto, solamente queremos decir que el tratamiento con acupuntura, del que muchos hacen propaganda, no es compatible con el alumnado de nuestra Escuela Espiritual, como tampoco lo es el tratamiento por magnetizadores. Nos oponemos a cualquier método como consecuencia del cual nuestros alumnos pudieran sufrir daños en el proceso del despertar de la nueva conciencia. Esta breve exposición quizá haya sido útil para aclararle cuan sumamente actual es el

tema de nuestro análisis y cuan presente deberá tenerlo. Asumamos que ya lleva bastante tiempo ocupado en transmutar completamente su estado de ánimo con su conciencia natural, en transformarlo en sentido liberador. En tal caso, con su organismo sensitivo y, por lo tanto, en especial con su pineal, ha tendido el contacto magnético entre la pineal y el santuario del corazón. Supongamos que, por esa lucha muy personal e íntima, ha conseguido realmente elevar su estado de alma, de modo que la liberadora vida del alma empieza a manifestarse en su santuario del corazón. Entonces se desarrolla en el santuario del corazón una calidad de alma totalmente nueva; un estado de ánimo completamente distinto comienza a manifestarse en y junto a usted. Sin duda, resulta evidente que en el instante en que se manifiestan estos hechos reveladores, a través de su imán sensitivo, de la pineal, será atraída una nueva fuerza de radiación en concordancia con su nuevo estado. Por lo tanto, sobre el santuario de la cabeza, se podrá percibir otro fuego, otro baile de llamas. Y una nueva fuerza será unida al santuario del corazón. Esta fuerza de radiación, que se corresponde con el nuevo estado de ser, será siempre una fuerza de esencia espiritual, de calidad espiritual, a saber, la fuerza real del Espíritu Séptuple. ¿Puede imaginárselo? La conciencia del yo comienza la lucha en el santuario del corazón, tal como ya analizamos. Usted persevera, atravesándolo todo. El santuario del corazón cambia, su estado de ánimo se modifica; simultáneamente la sección cerebral de la pineal se abre al Espíritu Séptuple. En nuestro análisis sobre Las bodas alquímicas de Cristian Rosacruz3 hemos explicado cómo los candidatos a la vida superior suben por la escalera de caracol hacia el santuario de la cabeza y, allí, pueden contemplar al Rey y la Reina, acompañados por sesenta vírgenes: la sección cerebral de la pineal tiene sesenta aspectos; el loto tiene sesenta sépalos. Y tras haber celebrado allí la salutación, el cortejo desciende al santuario del corazón. Este breve relato del Cuarto Día de Las bodas alquímicas describe exactamente lo que ahora intentamos exponerle. Si ha asumido la lucha con su estado de ánimo y tiene éxito, de inmediato cambia la esfera de acción de la pineal y el espíritu desciende en ella: los siete rayos del espíritu. Tan pronto como la fuerza del Espíritu Séptuple es unida con el candelabro purificado del corazón, se desarrolla en el santuario del corazón un nuevo estado de conciencia. Al instante, el corazón cambia de órgano sensorial a órgano de conciencia. Por eso se dice en el Sermón de la Montaña: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios». Ellos se encontrarán con el espíritu, se volverán conscientes del espíritu. En seguida, sin la menor dilación, se puede decir: El Ánimo, oh Tat, procede del propio ser de Dios. Y ¿en qué se caracteriza? En que se conoce plenamente a sí mismo. A partir de ese momento el Ánimo ya no se puede diferenciar del ser de Dios. Al contrario, está unido a Él, lo mismo que la luz al Sol. Sí, este Ánimo ha devenido para el hombre como un Dios: Por eso algunos hombres son dioses; su estado humano se aproxima mucho al divino. Así habla Hermes en los primeros versículos del libro decimotercero. Sobre la base de este hecho, existe y opera la sección de curación de De Rozenhof, cuyo consuelo está abierto para todo alumno verdaderamente confesional. Es decir, para ese alumno que ataca verdaderamente su estado de ánimo en el sentido tratado. La nueva conciencia sólo surge verdaderamente cuando el espíritu entra en una persona. Es un estado que no se puede describir ni expresar. No se asemeja con ningún otro estado de conciencia, tal y como se conoce en la vida de la naturaleza de la muerte, y es Ver Las bodas alquímicas de Cristian Rosacruz, segunda parte. Fundación Rosacruz, Zaragoza. 2001. 3

comparable a la pequeña llama de una vela en relación con la poderosa luz del Sol. El Espíritu ha penetrado en el Cuerpo Vivo de la Escuela de la Rosacruz Áurea. Este Cuerpo Vivo, la clásica barca celeste, forma parte de la Cadena Gnóstica Universal, y todo lo que la Cadena Universal es, todo lo que la Cadena Universal posee, está y es puesto a disposición de la Joven Gnosis. La Cadena Universal es el gran y poderoso grupo de entidades humanas divinizadas que, a través de la Joven Gnosis, toca a la Tierra y a la humanidad que todavía existe en la naturaleza de la muerte. El gran misterio de salvación toca a la humanidad en la naturaleza de la muerte y a través de la Joven Gnosis. Por eso, las personas que se acercan a la Joven Escuela Espiritual están literal y físicamente muy próximas a la Divinidad. Un poderoso campo de radiación, una poderosa plenitud de radiación del Ánimo de la Gnosis Universal, nos toca, es puesto a nuestra disposición. ¿Puede comparar alguna fuerza con esto? ¿Puede comparar alguna ayuda con esto? Cuando el grupo se vuelva más consciente de ello, por la aceptación del proceso, toda enfermedad que no concierna al fin del viaje vital terrestre podrá ser curada de forma cada vez más inmediata, cada vez más absoluta. La práctica de De Rozenhof conoce ya muchas pruebas de ello. Pero todavía podría ser infinitamente mejor si el grupo colaborase con nosotros de la única forma correcta. ¿No le parece trágico que, en ocasiones, se busque ayuda a través de métodos negativos de todo tipo mientras, de hecho, la ayuda es ignorada de forma, a veces, muy decepcionante? No crea que con ello queramos neutralizar a nuestros hermanos médicos que en la Escuela se sienten estupendamente en su sitio. Por el contrario, además de desempeñar sus deberes médicos generales, éstos ocuparán un lugar sumamente importante en el grandioso y magnífico trabajo del futuro. Pero, en este momento, se trata de declarar que es posible la verdadera curación para la humanidad abatida y arruinada, por medio del espíritu. Sabe, y casi a diario puede leer, lo que se ha experimentado después de la última guerra mundial en el terreno de la trascendencia del Espíritu Santo y en qué medida influye la esfera reflectora al respecto. Ahora que este temporal ha amainado un poco y la humanidad está muy próxima a la desesperación; ahora que en muchas partes del mundo se está a la caza de narcóticos, sólo para librarse de las tensiones, del miedo y de la angustia, y de la influencia del fuertemente cargado campo radioactivo que pende sobre el mundo, nosotros, en este caos, en este triste estado de miseria, debemos declarar que la verdadera curación por medio del espíritu es posible para la humanidad abatida y arruinada. No obstante, con una condición, contenida en las conocidas palabras: «Vete y no peques más».

VI El espíritu santificante En el tercer versículo del imponente libro decimotercero de Hermes Trismegistos se dice: El buen demonio ha llamado a los dioses hombres inmortales y a los hombres dioses mortales. En nuestras consideraciones precedentes hemos explicado detalladamente que la conciencia central del hombre está situada en el santuario del corazón y que esta conciencia central del corazón está continuamente en estrecho contacto con el santuario de la pelvis o, dicho de otro modo, con el subconsciente y con la conciencia natural, es decir, la conciencia del yo que tiene su sede en el santuario de la cabeza. Estas tres conciencias que cooperan en unidad, por lo general, no se encuentran en un estado estático. Al contrario, en la mayoría de las personas se da continuamente una intensa agitación de la conciencia, que se manifiesta principalmente en el corazón, en la sede de la conciencia central. Usted conoce el juego de la agitación del corazón, la desazón y el desgarro, la angustia, la preocupación y el miedo, que pueden surgir en él, que mantienen ocupada constantemente su atención y que llevan a todo su sistema nervioso a una gran tensión. Si esta continua lucha fuera, en verdad, un estado de ánimo estático, inmutable, el concernido se encontraría en un estado de ser que en la Biblia es designado como la dureza o el endurecimiento del corazón. Un estado que, en tal caso, generalmente indica que es incurable y está totalmente desamparado. Debe comprender que las evoluciones de las fluctuaciones de la conciencia, a veces tan intensas y a veces causantes de tanto dolor, y los continuos cambios en su estado de ánimo siempre apuntan a una meta aún no alcanzada. Mientras esa meta no se haya alcanzado, el estado de ánimo de la persona permanece constantemente en ese estado de intensa agitación. Por eso dice Hermes en el tercer versículo: El Ánimo es un benefactor de las almas humanas: las trabaja y las moldea para el bien. Incluso en el estado tan cristalizado del actual cuerpo racial, el hombre tiene una destinación. Mientras ésta no se haya cumplido, el hombre es mantenido en continua agitación. ¿Y cuál sería esta destinación? Pues bien, el hombre de la actual raza es un dios mortal. Esto significa que el hombre está llamado a la realeza del espíritu, que está predestinado y constituido para ello. Mientras no se haya alcanzado esta realeza, el estado de ánimo en el foco del corazón no se encontrará en equilibrio. El reposo del pueblo de Dios sólo le llegará al hijo de Dios cuando Dios mismo, el propio espíritu, se pueda manifestar en el hijo. Dios significa: el espíritu infinito y perfecto. Mientras este espíritu no pueda manifestarse en el hombre y more en él, el hombre no será todavía verdaderamente un hombre. Será perseguido a lo largo del camino de vida y, así, le podrá ocurrir de todo: errar sin rumbo y extraviarse, cristalizarse y petrificarse completamente, con todos los fenómenos relacionados de enfermedad y muerte. Enfermedad y muerte, así lo declaramos con énfasis, son exclusivamente la consecuencia de que no se haya realizado aún el objetivo de la vida y de los incidentes que, consiguientemente, pueden producirse en la vida. Antes le hemos explicado que el estado de ánimo y sus efectos son encendidos y avivados por el fluido nervioso, el éter nervioso y los otros fluidos del alma correspondientes. El éter nervioso no es otra cosa que el fuego astral que irradia en el sistema corporal y que es recibido e inhalado a través del poderoso órgano de la pineal. A través de este órgano, y en concordancia con su calidad, lo inhalado es irradiado en

toda la personalidad. El órgano de la pineal, la glándula pinealis y todo lo relacionado con ella, es la parte más importante del organismo humano. Ya en el nacimiento se encuentra en un determinado estado que se corresponde con el estado de la raza, la familia y el propio pasado microcósmico. La pineal también tiene un campo de radiación. Hablamos a este respecto del aura de la pineal. Ésta tiene un diámetro de unos cincuenta centímetros. Por este campo de radiación y su calidad (una calidad, pues, que es co-determinada por el núcleo del aura) el éter nervioso es conducido a un determinado estado. Todo lo que no está en concordancia con el carácter y la calidad del aura de la pineal, sencillamente no entra en el sistema, no puede ser inhalado por la pineal. La calidad momentánea del éter nervioso, llamado el archeus por Paracelso, determina entre otras cosas su estado de salud, su eventual fortaleza o debilidad, sus posibles estados enfermizos o propensiones, y también el carácter y la calidad de su estado de ánimo y de todas las agitaciones del mismo. Por consiguiente, desde el punto de vista de la liberación del hombre, es magnífico y estupendo que el Ánimo sea, según testimonia Hermes, el benefactor del alma. Ya que de esta forma, mientras el archeus esté situado por debajo de una determinada norma de calidad, todos sus problemas, sean de la clase que sean, seguirán existiendo. Así pues, mientras no haya resuelto el gran rompecabezas de su vida, sus dificultades perdurarán. Por eso, su estado de ánimo será azuzado hasta que comprenda todas las causas de su sufrimiento y empiece a acometerlas desde el principio. El centro de la pineal ha de ser el punto de contacto, el punto de descenso y la morada del espíritu. De hecho, ha sido creado para eso. En este centro se sintetizan las completas bodas alquímicas de Cristian Rosacruz. Y ahora, movido por su estado de ánimo y capacitado por él, tiene que realizar la ofrenda de toda su personalidad, en una completa e incondicional auto-entrega. De ese camino de ofrenda se elevará un nuevo estado de ánimo, como consecuencia del cual el espíritu mismo, el propio Dios, le tocará e irrumpirá en el archeus. Cuando el Espíritu, en el primer toque, se encuentra con su individualidad, es el espíritu santificante, es decir: el espíritu curativo, el propio médico divino. En efecto, al grito del nuevo estado de alma, el espíritu le toca y encuentra la pineal y el aura de la pineal y el archeus, en un determinado estado de ser. E, inmediatamente, experimentará un agudo dolor, una intensa aflicción, una enorme crispación. Como un lacerante fuego, el espíritu santificante arderá así por sus miembros como un fuego purificador. Pero quien acepta este fuego y sabe emplear sus efectos, encontrará, después del espíritu santificante, al Consolador, ése es el toque del Espíritu en un aspecto más elevado. Pero antes de que el Consolador pueda intervenir en usted, primero debe ser purificado el sistema. Por eso, a la gran gracia del Consolador le precede el espíritu santificante. De esta forma comprenderá quizá que, por ejemplo, los calmantes o las diversas terapias especiales para los nervios no pueden aportar, en realidad, ninguna solución a sus problemas físicos. Para un aspirante gnóstico es rematadamente tonto suponer eso. En efecto, es posible calmar su sistema nervioso con diversos medios, como narcóticos u otros elementos y, en consecuencia y contra su naturaleza, influir su archeus en el sistema nervioso. Pero dese cuenta que, cuando hace esto, está desplazando sus problemas. Entonces desplaza la esencia de sus tensiones, por ejemplo, a uno de los otros aspectos de su manto de luz, como la sangre o la secreción interna o el fuego de la serpiente; o, lo que es más funesto todavía, a los siete espejos en el santuario de la cabeza, a las siete «pesas», o al interior de las siete cavidades cerebrales. Cuando el sistema nervioso es calmado de esta manera, puede ocurrir que también el corazón se calme. Y usted respira aliviado. ¡Ah! ¿Quién le reprocharía tal respiro? Pero,

se trata de una falsa calma, que a veces evidencia que los siete espejos, los siete candelabros, «han sido retirados de su sitio» por un corto tiempo, tal como lo expresa el libro del Apocalipsis. Ya que todas las fuerzas que entran en el centro de la pineal son proyectadas en su sistema a través de las siete cavidades cerebrales, a través de los siete espejos. Y ahora puede suceder que estos siete espejos, durante un breve espacio de tiempo, suspendan su trabajo, cesen sus actividades; que se hayan empañado y que, por lo tanto, no puedan proyectar. En esos momentos experimenta, o al menos puede experimentar, una falsa calma. Los candelabros han sido temporalmente retirados de sus lugares. Supongamos ahora que ése no sea el caso. Que el Espíritu Santificante no se retira del sistema, sino que puede permanecer activo en él. Entonces, continuará el trabajo de purificación de su sistema de otro modo. Sus dificultades seguirán existiendo o, lo que a menudo sucede, se intensificarán precisamente aún más. Pero cuando, con alegría y lleno de comprensión, sobre la base del nuevo estado de alma, se acepta el propio sufrimiento tan necesario, el fuego de la purificación se eleva por encima del sufrimiento, de la forma más rápida y positiva. Si además un médico, que realiza el proceso, puede dar un buen consejo como, por ejemplo, en lo que respecta a la alimentación u otros hábitos vitales físicos, y si hay médicos que pueden prestarle ayuda en cuanto a los órganos con disfunción, y por lo tanto pueden ser de muchísima importancia, esto únicamente puede alegrarnos. Por ello, como es lógico, estamos agradecidos de que haya médicos que se hayan acercado a la Escuela, porque el proceso que sigue la Escuela también les ha atraído a ellos. Pero ahora tenemos el deber de indicarle el camino en el que, como alumno, puede liberar la ayuda del Espíritu Santo. De esa ayuda dependen todos los hombres; sin esa ayuda no son nada y no pueden hacer nada, y el sufrimiento se mantiene. ¿No sería, por lo tanto, sumamente lamentable que, cuando el Espíritu Santificante comenzara a actuar en usted y la espada del espíritu se clavase en usted y se hiciese patente —lo que, gracias a Dios, es el caso de muchos o muy pronto lo será—opusiese resistencia a este proceso, llevado por la angustia, la preocupación y el temor? La calma en su archeus y, por consiguiente, un estado de ánimo más equilibrado, sólo puede manifestarse en usted cuando el Espíritu Santificante realmente le haya santificado o esté realizando esta labor misericordiosa. Por ello, experimente su estado de ánimo, a pesar de las dificultades y los sufrimientos, como el gran benefactor del alma humana. Puesto que el buen demonio, es decir, toda la naturaleza creadora original, tal como se manifiesta en la verdadera alma humana, está orientado a convertir a todos los hombres en transfigurados e inmortales, es decir, en hacerlos hombresdioses.

VII La curación por el Espíritu Santificante Séptuple Como introducción a nuestros siguientes análisis del libro decimotercero del Corpus Hermeticum, repasemos los versículos cuarto a octavo. En los seres irracionales [el Animo] actúa de acuerdo con el carácter natural de cada uno; en las almas de los hombres, sin embargo, se opone a éste. Toda alma que ha entrado en un cuerpo es inmediatamente atormentada por el dolor y el deseo, ya que el dolor y el deseo se extienden como un fuego en el cuerpo densificado en el que el alma es sumergida y se ahoga. Cuando el Ánimo puede tomar la dirección de tales almas, emite su luz sobre ellas y se opone así a sus inclinaciones naturales. Al igual que un buen médico cauteriza o extirpa lo que está enfermo en el cuerpo, así el Animo hace sufrir al alma al sacarla del deseo que es la causa de todo su estado mórbido. La gran enfermedad del alma es, sin embargo, su negación de Dios y el pensamiento totalmente erróneo que de ello resulta, el cual da origen a todas las maldades sin suscitar nada bueno. Por eso el Ánimo, al combatir esta enfermedad, proporciona nuevamente el bien al alma, tal como el médico devuelve la salud al cuerpo. Sin embargo, las almas humanas que no se dejan guiar por el Ánimo se encuentran en la misma condición que las almas de los animales irracionales. A esto, nosotros agregamos que el tercer versículo dice con énfasis: En los seres desprovistos de razón el Ánimo es la naturaleza. Así pues, la criatura irracional tiene un estado de ánimo que se puede explicar completamente a partir de la naturaleza. En consecuencia, esta criatura animal no puede hacer otra cosa que ser totalmente una con la naturaleza, estar en total armonía con ella. Y de hecho se conforma completamente con ella, pues es su destinación vital. La naturaleza y su forma de ser están totalmente en equilibrio. Hay muchas personas así. Personas que encajan perfectamente en la naturaleza, que se adaptan totalmente a ella, incluso se enorgullecen de ello y que han elegido semejante comportamiento de vida como una especie de religiosidad. Piense simplemente en los múltiples adoradores de la naturaleza. Piense también en los innumerables tipos burdos, multitudes que se atiborran de comida, únicamente orientados a la materia y a la satisfacción de los sentidos. La naturaleza, tal como se explica en la Enseñanza Universal, es continuamente fugaz. No es ninguna realidad. A cada intento de sujetarla, le sigue el juego de la contraposición. Así pues, la naturaleza tal como la conocemos es irreal, dialéctica. Y todo lo que está unido a la naturaleza y se aferra a ella es, pues, igualmente, en gran medida irreal. La naturaleza es, o al menos debe ser, un limpio espejo de la imaginación y nos ofrece las representaciones de toda bondad, belleza y amor. Pero la imagen pasa y escapa en sus contrarios según las leyes de la naturaleza. Incontables veces hemos llamado su atención sobre este hecho. No para sacar de su orientación al hombre que es totalmente uno con la naturaleza. Esto sería un esfuerzo sin esperanza, puesto que en los seres irracionales el Ánimo está totalmente en consonancia con la naturaleza. Pero en la esencia verdadera, original y, por tanto, fundamental de las personas, al menos en la de muchas personas, está presente un vigoroso elemento que se aparta absolutamente de la naturaleza. Y para despertar completamente ese elemento y fortalecerlo, la Filosofía Universal habla reiteradamente de lo totalmente efímero, de la dialéctica, y señala lo poco inteligente que es aferrarse a ello. Cuando, por consiguiente, los hombres persiguen la ilusión y descubren que no la pueden asir, entonces la Escuela les habla de

la dialéctica. Es absolutamente imposible ignorar la naturaleza y su ilusión. Ya que el hombre físico, su personalidad natural, es una parte de la naturaleza de los opuestos. Su personalidad nace de ella, se alimenta de ella y por ella y, a su debido tiempo, es matada por ella. Pero el hombre, o al menos una parte de la humanidad, tiene un alma que no se puede explicar por la naturaleza. El microcosmos de tales entidades tiene un núcleo. Hablamos del corazón central del microcosmos. Este núcleo, este núcleo de la rosa, está unido, en alguna medida, al corazón nacido de la naturaleza y habla en él. Cuando este corazón central del microcosmos habla en usted y le habla a usted, el estado de ánimo se opone a lo totalmente efímero. Es un estado del corazón en el que, eventualmente, la persona se rebela desesperadamente contra la irrealidad, lo cual le incita a todo tipo de cosas y asuntos extraños. Muchas personas, en el transcurso de los siglos, se han maravillado que, por un lado, pueda existir un alma libre respecto a la naturaleza, el alma que conocemos como el núcleo de la rosa o el átomo primordial, mientras que, por otro lado, esa misma persona pueda mostrarse, no obstante, tan fuertemente ligada a la naturaleza. La causa de esto nos es explicada por Hermes: Toda alma que ha entrado en un cuerpo [y que, por lo tanto, es encerrada dentro de la personalidad nacida de la naturaleza] es inmediatamente atormentada por el dolor y el deseo, ya que el dolor y el deseo se extienden como un fuego en el cuerpo densificado en el que el alma es sumergida y se ahoga. Con todo esto, van anexos algunos misterios. A la forma física del hombre le corresponde, desde el punto de vista ideal, ser el instrumento absoluto del alma viva que lo habita. Pero la figura física en su forma cristalizada, tal y como la conocemos, no es apta para ello. Considerado desde el punto de vista del alma, el hombre recibió esta forma de la naturaleza, de su padre y de su madre. Por eso, esta forma física tiene fuertes propiedades destructoras para el alma. Al menos, el alma es tomada prisionera por ellas. Estas propiedades destructoras para el alma las descubrimos sobre todo en los flujos vitales que van anexos con la forma física, el éter nervioso, el archeus, o, tal como lo llama Jakob Boehme, el salniter corrompido. En esta esencia vital, en estos flujos vitales, el alma es ahogada. Las influencias de este archeus no se pueden neutralizar con la ayuda de medicinas. ¡Ojalá fuese cierto! Estos humores vitales tampoco se pueden retirar por medio de una operación o de otro modo. No, el archeus o salniter corrompido tiene que ser neutralizado desde dentro. A tal efecto, tiene usted que asumir una lucha vital. Naturalmente, para llevar a cabo este proceso, primero es necesario poseer un alma, un alma que se rebele contra sus tormentos, contra sus experiencias. Pero no debe rebelarse de forma negativa contra el mundo, la humanidad y la sociedad, o contra el prójimo, sino que debe hacerlo contra la malignidad en su propio sistema, es decir, contra el dolor y el deseo que son existencialmente uno con el salniter en usted. Conoce las aflicciones. Todo el mundo las experimenta en sus variados aspectos. En cuanto al deseo se refiere, debe tener en cuenta que esta palabra antiguamente no era utilizada en un sentido tan peyorativo como ahora. Según el hermetismo, puede ser descrito como un estado en el que la actividad de todos los sentidos está orientada a la naturaleza y a todas sus consecuencias. Cuando el alma se rebela contra todo esto, porque la medida de la vivencia experimental se ha colmado, entonces el átomo primordial, el corazón central del microcosmos, comienza a ejercer una influencia muy fuerte sobre la conciencia central situada en el santuario del corazón. Esto ocurre especialmente cuando se sufre una experiencia muy amarga. Entonces, el estado de ánimo reaccionará con virulencia a la situación. Por tal

ardor del alma surge, dice Hermes, un resplandor, una luz, una radiación. Esta radiación del alma es, por supuesto, completamente antinatural: desde luego no se puede explicar por el estado natural ordinario. De hecho, viene del corazón central del microcosmos. Pues bien, este resplandor, esta radiación, esta influencia, como dice Hermes, se coloca frente a la malignidad que hay en usted. Nosotros decimos que de esta forma el alma avanza, al menos puede avanzar, hacia un nuevo estado de ser, un estado que puede conducir a un cambio total, a un renacimiento total del alma. El resplandor del alma ataca de inmediato, sin rodeos, al salniter corrompido, al éter nervioso. Actúa como un cirujano muy enérgico que cauteriza o extirpa del cuerpo lo que está enfermo. ¿Por qué? Por la salud del alma y a la vez del cuerpo. No la salud dialéctica, sino la verdadera salud, en el sentido de la Gnosis universal. La salud que es un avanzar en el camino de la realización del objetivo de la vida. ¿Por qué tiene usted una forma física? ¿Para ir por aquí unos años, de un lado a otro, con toda clase de miserias y ejercer una u otra profesión burguesa que le mantenga a flote y, finalmente, morir? ¿Y para, a lo largo de todos esos años, ahogarse en el éter nervioso, en la malignidad, luchando y peleando sin cesar? ¿Es ése el objetivo de su vida? ¿Por qué tiene usted una forma física? La forma física, dice Hermes, es un instrumento, una propiedad del alma, para poder actuar como servidora del alma. Existe, pues, un estado de ánimo que se encuentra totalmente cautivo de la naturaleza y que funciona en completa interrelación con el éter nervioso. Pero también existe un estado de ánimo en el que, y por medio del cual, el alma humana pura, original, se rebela contra la dictadura y el dominio que ejerce el cuerpo sobre el alma. Imagine que nace un niño, un niño equipado con un alma original. Cuando esta alma es unida al cuerpo, encuentra la malignidad anexa a la naturaleza dialéctica. Ahora de lo que se trata es de saber si, cuando este niño se desarrolle, se haga mayor, y tenga que asumir la vida, luchará contra la malignidad del interior o aceptará, sin más, esta malignidad y se dejará llevar por las líneas de menor resistencia. Usted, como entidad-alma, padece la dictadura del hombre físico y, por ello, el alma corre peligro de ser matada, de ahogarse. Ya que, así lo dice la Biblia, «El alma que peca, morirá». Hermes llama a este estado de ánimo especial, que se atreve a entablar la lucha contra la naturaleza, el Ánimo. Hablamos de un nuevo estado del alma, del que sale la luz, el resplandor, la radiación que actúa en el fluido nervioso como una medicina y que, a causa de su fuego purifícador, provoca un grandísimo dolor. El hombre ha recibido este Ánimo, este estado del Ánimo, para su ayuda. Y si usted, lector, conoce ese estado de ánimo, es mantenido en constante conmoción por el dolor de esta medicina. Cada día hay, de nuevo, algo distinto en la gran lucha del alma. No se le deja tranquilo ni un segundo. A cada momento, vuelve a haber un motivo para experimentar el purificador cortar y quemar, hasta que el alma descubre que su gran enfermedad es la negación de Dios. En esa lucha, el hombre suele moverse a un nivel mucho más bajo y entabla la lucha contra el dolor y la aflicción que experimenta en su forma física. Hasta que, como se ha dicho, el alma descubre que el gran pecado, la gran enfermedad del alma, es la negación de Dios y el pensamiento absolutamente erróneo que resulta de ello. Si el alma, en su lucha diaria contra el salniter corrompido, permanece exclusivamente orientada a esto, en un momento dado acabará exhausta. No, usted tiene que estar a la espera del espíritu en anhelo de salvación, como tan frecuentemente se dice en la Biblia. Piense, por ejemplo, en el poeta de los Salmos: «Como el ciervo ansia las corrientes de las aguas, así suspira por ti, Dios, el alma mía». Pero mientras no descienda el propio espíritu, la forma física elegida como instrumento,

herramienta o propiedad del alma-espíritu, tal como Hermes llama al cuerpo, permanecerá prisionera de la naturaleza, por muy enérgicamente que apele el alma. En nuestras anteriores exposiciones, le hemos preparado para este importante tema al mencionar, una y otra vez, el centro de la pineal. El hombre físico, el hombre atado a la naturaleza, permanece en su estado prisionero de la naturaleza si el espíritu no desciende en ese centro. Ahora podría usted preguntar: « ¿Qué utilidad tiene entonces el resplandor del alma? Si la fuerza del alma, la luz del alma, apela intensamente debido a su cautividad, ¿de qué sirve eso entonces, sin el espíritu?» El resplandor del alma, tiene un beneficio doble. En primer lugar, por el resplandor del alma, que actúa en el salniter corrompido (aunque, sin la unión con el espíritu, el alma moriría, al igual que el cuerpo), el conjunto del sistema no podrá seguir hundiéndose, ni ahogarse en la noche del desarrollo descendente. Ciertamente, no existe algo así como el reposo, sólo existe una elevación o un hundimiento cada vez mayor. Aún así, el resplandor del alma es capaz de detener durante cierto tiempo, a veces durante mucho tiempo, un hundimiento aún mayor del hombre físico. En este sentido, el resplandor del alma es como un corcho sobre el que el hombre puede mantenerse a flote, durante algún tiempo, en el mar de la vida. De esta manera, por el renacimiento del alma se impide una mayor caída. Éste es un punto extremadamente importante que, de hecho, tenemos muy en cuenta en el Cuerpo Séptuple de la Escuela Espiritual. En muchos casos, tras su fallecimiento, es posible retener en el campo de respiración que llamamos la Cabeza de Oro a quienes están «detenidos» en el resplandor del alma y, desde allí, intentar conducirles a la vida liberadora. Pero la interrupción de la caída por la fuerza del alma aún es, de hecho, algo distinto a ser rescatado, al verdadero elevarse; a ser liberado realmente y a fundirse en la verdadera destinación. El renacimiento del alma aún no es la transfiguración. Y la transfiguración es el objetivo de la Escuela Espiritual moderna. La Escuela Espiritual de la Triple Alianza de la Luz se orienta hacia la transfiguración, hacia el devenir humano absolutamente nuevo. Así, ahora, quizá le resulte claro que usted, como alumno de esta Escuela, no debe detenerse en el primer beneficio, en el nuevo estado del alma, en el corcho sobre el que puede mantenerse a flote durante algún tiempo. El alma nueva aún posee un segundo poder. Cuando ha entrado en la fase del renacimiento, del nuevo estado de ánimo, es capaz de invocar el descenso del espíritu en el centro de la pineal y de hacerlo realidad: «Como el ciervo suspira por las corrientes de las aguas, así clama por ti, Dios, por el Dios vivo, el alma mía». Si el alma se eleva de esta forma, el espíritu desciende en la sección cerebral de la pineal preparada. Entonces el propio Espíritu Séptuple, totalmente liberador, atacará al éter nervioso con su fuerza santificadora. A este espíritu aguardamos en nuestra Escuela. ¡Qué este espíritu le toque a usted en perfección!

VIII La doble panacea Así pues, se le ha mostrado que a toda persona que ha adquirido el Ánimo, el Logos le ha regalado dos remedios, con cuya ayuda pueden ser curados todos los males del cuerpo. Estos dos remedios son, como recordará, el resplandor del alma y el Espíritu Santificante. No obstante, esta doble panacea sólo opera plenamente, de forma absoluta, cuando el hombre la libera en sí mismo y por sí mismo. Con otras palabras: se trata de un proceso de autocuración. Todos los demás métodos curativos que el mundo conoce y aplica, sean cuales sean, son siempre parciales; incluso las sanaciones y curaciones realizadas por Jesús el Señor u otros grandes de espíritu. Esto se evidencia de inmediato, por ejemplo, en las palabras que Jesús el Señor pronunció, tras haber realizado una curación: «Vete y no peques más». Tan pronto como el concernido incurriese de nuevo en el antiguo comportamiento de vida, en el antiguo estado de vida, los problemas volverían de inmediato. La curación sólo será completa si los tres: espíritu, alma y cuerpo están unidos en sentido absoluto. Por consiguiente, el candidato a los misterios gnósticos deberá estar orientado hacia ello. Por la esencia y el estado actual del hombre físico, reina en este punto la mayor confusión y se desarrollan las mayores paradojas. El hombre físico está muy cristalizado. La cólera y los placeres irracionales le dominan, y una total orientación hacia la naturaleza actúa en él. Las radiaciones de los eones de la naturaleza dialéctica determinan todo su estado de ser. En relación con esto, le pedimos que dirija un momento su atención hacia los Chakras. Quizá sepa que el hombre posee siete grandes Chakras y otros muchos pequeños. No se puede decir que los siete Chakras sean específicamente materiales, ya que actúan en el conjunto de la personalidad. Desde el punto de vista material se hallan en un estado gaseoso; además, son inequívocamente etéricos; finalmente, también actúan en el cuerpo astral. La pineal constituye una excepción. Es un órgano sorprendente. La pineal es, a la vez, una glándula de secreción interna. La glándula pinealis puede ser mostrada en su forma físico-densa; ya que es un órgano del santuario de la cabeza; sin embargo, al mismo tiempo, está asociada al Chakra de la coronilla. De ahí le viene su poderosa radiación. Cada uno de los Chakras, que también son llamados ruedas, tiene su propio cometido y está en continuo movimiento. Los Chakras, vistos desde dentro, giran en el mismo sentido de las agujas del reloj, de izquierda a derecha, y, en consonancia con el estado innato del hombre, atraen diversas fuerzas astrales que son transformadas en éteres por el movimiento rotatorio y, en ese estado, son transmitidas a través del cuerpo etérico a todo el sistema físico-denso. Aparte de los siete grandes Chakras, al menos hay cuarenta y dos pequeños más; que forman juntos una red de siete veces siete centros de energía. De lo que antecede comprenderá que el cuerpo astral, el cuerpo etérico y el cuerpo físico-denso están estrechísimamente unidos entre sí y que, por esta estrecha unión, el estado astral es, en una décima de segundo, también el estado etérico, y el estado etérico, en el mismo lapso de tiempo, también el estado físico-denso. ¿Cómo se lleva esto a cabo? Principalmente por el mundo y el campo de vida al exterior del hombre. Ya le hemos

explicado anteriormente que el centro de la pineal, el Chakra de la coronilla, en realidad actúa como un centro respiratorio. Diversas poderosas fuerzas entran primero de manera positiva y negativa en el centro de la pineal y allí son distribuidas hacia todos los Chakras, grandes y pequeños. Con otras palabras: todas esas fuerzas son atraídas y distribuidas constantemente a todo el sistema. Radiaciones, fuerzas, prâna, eones de la naturaleza dialéctica, cualesquiera que sean, determinan todo el estado de vida del hombre físico. Estas corrientes de fuerza provocan determinados estados en el cuerpo astral; las fuerzas astrales, ya lo dijimos, son transformadas en éteres por todas esas ruedas en movimiento, que, de acuerdo con su cometido, giran a distinta velocidad y, a continuación, son introducidas en el sistema físico ordinario. De este modo es mantenida la regularidad de la dialéctica en el hombre físico. Así pues, si este hombre domina en el sistema (y en el noventa y nueve por ciento de los hombres éste es el caso), conduce a su microcosmos a una constante caída, a la rueda del subir, brillar y descender, a una continua muerte. Y el alma, que en el momento del nacimiento es introducida en este peculiar sistema, es ahogada en todos estos fluidos vitales del hombre físico. La mejor prueba de esto es que el hombre físico tiene dos aspectos. Tiene una conciencia de vigilia y una conciencia del sueño. La diferencia es que durante la conciencia del sueño, el cuerpo material denso está descansando y el doble etérico y el cuerpo astral, aunque siguen unidos al cuerpo denso material, se separan y vagabundean un poco por la esfera reflectora. Cuando, en el estado del sueño, la parte más sutil de la personalidad se separa, esto se produce generalmente a través del Chakra que aproximadamente se corresponde con el bazo. El estado del sueño es completo si el doble etérico es realmente expulsado del bazo. Normalmente, cuando se ve el doble etérico del hombre es para asustarse. Al cuerpo material se le puede vestir y trabajar, y hacerle adoptar una pose de civilización y cultura. Pero, ¿ha oído hablar alguna vez de cultivo del doble etérico? ¡Para eso el hombre aún no está capacitado! Aunque hay sistemas para trabajar el doble etérico de determinada forma, el hombre ordinario no conoce esos métodos, y está bien que sea así. De hecho, normalmente el doble etérico refleja la imagen real del hombre físico. Decíamos que quien ve esta imagen se asusta, ya que en la imagen del hombre etérico aparecen con claridad el desmoronamiento, el desgarro y lo caótico del hombre natural. Tras la primera imagen de terror, a uno le invade una inconmensurable compasión. Pues ¡habría podido ser totalmente distinto! Pero, para ello, primero tiene que nacer en el hombre físico el hombre-alma. El nuevo estado de ánimo debe despertar. De ahí parte, como se dijo, un resplandor, una luz, una radiación. Este resplandor del alma ataca todos los Chakras, los siete grandes y los cuarenta y dos pequeños. El resplandor del hombre-alma ataca, de esta manera, al hombre físico: entabla la lucha contra la cólera y los apetitos de la corporalidad, contra todas las inclinaciones del hombre físico. También entabla la lucha contra los humores y fluidos vitales que circulan por el hombre físico y lo dominan. Entonces comienza a actuar el primer remedio. Una vez más, vea con claridad cómo giran en el hombre físico todos esos Chakras, grandes y pequeños, en un determinado proceso; cómo, una y otra vez, son introducidas y liberadas en la personalidad todo tipo de fuerzas y corrientes; cómo el hombre es empujado en su camino de vida. Y ahora, aparece el alma y el resplandor del alma. Por esa radiación, por la luz del alma, son atacados todos los procesos que mantienen atado al hombre y lo enferman. El remedio empieza a actuar. Y Hermes nos dice, como una voz que nos llega desde hace ya decenas de miles años, que cuando el resplandor del

alma comienza a irradiar en el hombre físico, esto causa un agudo dolor. ¿Podría ser de otro modo? Cuando se atreva a vivir según el alma, provocará en todo su sistema un dolor intenso. Y vimos cómo, en principio y fundamentalmente, por este remedio, la caída del hombre físico se detiene de inmediato. El trabajo de todos esos Chakras, el empuje de todas esas fuerzas naturales en usted, por medio de todo este sistema, le conduce a la muerte. Y ahora aparece el resplandor del alma y ocasiona estancamientos en todos esos procesos. Vea cómo el hombre no para de deslizarse como una flecha, de escurrirse en el barro, en la nada. Y cómo, por el toque del alma, este proceso no sólo puede ser retardado, sino que incluso se puede lograr lo imposible, un detenimiento en el negativo camino de la muerte. Esto guarda relación con un notable cambio y movimiento que se produce en los Chakras. Éstos giran, según decíamos, en el mismo sentido que las agujas de un reloj, de izquierda a derecha. Pues bien, por el fulgor del alma es posible ralentizar estas rotaciones, después detenerlas y, a continuación, ponerlas nuevamente en movimiento en sentido opuesto. Comprenderá que, cuando esto ocurre, la imagen del mundo y la imagen esencial del hombre cambian por completo. Por los cambios en el funcionamiento de los Chakras, éste entra entonces en un mundo nuevo y se convierte en un hombre totalmente distinto. Cuando comienzan a manifestarse paralizaciones en los diferentes procesos de los Chakras y, por consiguiente, el resplandor del alma tiene éxito en un alumno, la atención del hombre físico, asido por el hombre-alma, es dirigida hacia el hecho de que el mayor pecado, esto es, la mayor carencia, es la vida que niega a Dios, y que por eso ambos, el alma y el cuerpo, deben orientarse hacia la irrupción del espíritu; tienen que hacerle sitio, de manera que en lo sucesivo los dos sean tres. ¿Por qué los dos deben convertirse en tres? ¿Por qué, en este proceso, también el cuerpo humano tiene que realizar una función importante? Esto es debido a la pineal. La pineal, tal como decíamos, no sólo es un órgano astral y un órgano etérico, sino también un órgano físico-denso. La pineal se puede mostrar en su forma física densa, puede ser señalada anatómicamente. Cuando el proceso del alma avanza, cuando el perfume del alma, el resplandor del alma, es percibido en el sistema y, por lo tanto, el sistema es atacado con el primer remedio, la pineal debe abrirse de un modo nuevo. Ya que es necesario que el candidato comience a inhalar un prâna totalmente diferente. Sin eso no puede avanzar. Tiene que desarrollarse una respiración completamente distinta; la pineal debe abrirse a la radiación del Espíritu Séptuple. Los siete rayos tienen que irrumpir juntos y apoyar el proceso del alma. Cuando, de esta manera, en principio y básicamente, los tres se han vuelto uno, el espíritu deberá sanar, en primer lugar, todo el sistema. Ésta es, tal como analizamos, la segunda panacea que es necesaria a toda transfiguración. La transfiguración es la gran restauración. A eso se reduce la Gnosis. Ése es el objetivo total de la Escuela Espiritual Gnóstica. Ésas son las bodas alquímicas de Cristian Rosacruz. Ésta es la Gnosis Original de Hermes Trismegistos: el hombre físico es atacado esencialmente por el resplandor del alma; se produce la apertura del centro de la pineal para una nueva respiración, para el descenso de nuevas fuerzas vitales, de nuevos fluidos vitales, que al instante comienzan su acción curativa. En la Escuela Espiritual moderna, continuamente y de diversas maneras, se llama la atención del grupo hacia este poderoso proceso; y cada vez con mayor énfasis, lo cual provoca cierta conmoción. Muchos alumnos están, hasta cierto punto, agobiados por esto. Pero ¿por qué tiene lugar este poderoso ataque? Para orientarle hacia la absoluta

necesidad de la trinidad en su estado de vida; y porque, en la mayor parte del grupo, el resplandor del alma está activo, en mayor o menor medida. Los dos, cuerpo y alma, están unidos. Pero no podemos quedarnos estancados ahí. Ahora la Escuela debe seguir avanzando, porque sólo ahora puede iniciar su verdadero trabajo. Puesto que, ¡nosotros no formamos una escuela del alma, sino que estamos llamados a la formación de una escuela del espíritu! Escuelas del alma y de formación del alma hay más que suficientes en nuestro mundo. Hay una enorme multitud de hombres que, en su inminente caída, son retenidos por el resplandor del alma. En consecuencia, tienen seriamente en cuenta, por ejemplo, los postulados de la ética; quieren superar lo animal y anhelan reunir a la humanidad en una grande y magnífica comunidad de almas. ¡Con cuántos excelentes e íntegros hombresalma no cuenta nuestro grupo! Sin embargo, comprenda que usted debe proseguir. Que es llamado al Reino de Dios, al Reino del Espíritu. Y ese Reino no es de este mundo: «La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de Dios». El hecho de que actualmente la humanidad física manifieste una criminalidad y un desenfreno tan grandes, tiene que hacerle ver claro la necesidad de que, de nuevo, se forme una Escuela Espiritual en la Tierra. ¡No haga de su estado de alma un estado patético! De nuevo declaramos que el alma que ha devenido un Ánimo es una base para seguir construyendo. ¿Se encuentra ya sobre el cuadrado de la construcción? ¿Tiene en cuenta, en su vida, los requerimientos, los valores y las fuerzas del alma? Pues bien, entonces, ¡siga construyendo! Conságrese a la construcción de la Escuela Espiritual, a la edificación del espíritu dentro de usted. Por eso tiene que plantearse en adelante, como exigencia absoluta para el alumnado del Lectorium Rosicrucianum, la presencia del resplandor del alma, del Ánimo. Porque el fulgor del alma le confiere al hombre la capacidad de discernir. Fíjese cuan hermoso y maravilloso es esto: cuando el resplandor del alma actúa en usted, sabe en cada momento lo que es erróneo. Ha recibido entonces la capacidad para discernir el bien del mal. Algunas personas no la tienen, pero tampoco poseen ningún alma. En el momento en que usted dispone de alma, tiene la capacidad para discernir el bien del mal. Debe obedecer a ese discernimiento, debe tenerlo continuamente en cuenta, y extraer las consecuencias. Y, en consonancia con el resplandor del alma, debe desarrollar una moral propia, una ética propia. El resplandor del alma confiere al hombre la capacidad para discernir la verdadera esencia de la naturaleza de la muerte. Sin esta capacidad el hombre es completamente igual al animal irracional y le sobreviene, como dice Hermes en el octavo versículo, lo mismo que al animal irracional. Además, en los versículos octavo y noveno, sobre los que llamamos especialmente su atención, se dice que los efectos irracionales de las pasiones y los deseos constituyen un mal inconmensurable: Sobre estas almas, Dios ha establecido la ley como correctora para que se vuelvan conscientes de su maldad. El resplandor del alma no es sólo una panacea, sino que, como efecto de la ley santa, actúa al mismo tiempo como acusador y como juez. Esto quiere decir, entre otras cosas, que el hombre que ha entrado en el nacimiento del alma ya no tiene calma interior. Cuando ha experimentado el resplandor del alma, todo lo que es tenebroso y debe desaparecer es empujado hacia fuera, y él ya no tiene ni un segundo de tranquilidad. El resplandor del alma no sólo causa entonces el dolor de la purificación sino que, a la vez, actúa como un tormento, porque el concernido es llevado, casi a diario, a un conflicto de conciencia. La conciencia es el acusador y el conflicto de conciencia es el que disciplina. ¡Cuántas veces ha experimentado, prácticamente a diario, las consecuencias de ello! ¡Y cómo las sigue experimentado aún, cada día, de nuevo! Por esta razón, se encuentra en una

constante desazón, en una continua agitación. ¿Por qué? Porque el alma es totalmente diferente al hombre físico. Ambos siguen combatiéndose mutuamente. Desasosiego, autoinculpación, ansia, abatimiento y esperanza, se alternan sin cesar. Y estas tensiones alternantes dan lugar, nuevamente, a todo tipo de dificultades de carácter físico. La verdadera alegría, la verdadera realización vital y la serenidad interior que podrían ser el resultado de ello quedan, de esta forma, todavía lejos. El hombre-alma no puede estar equilibrado. Esto está excluido. Ya que, su unión con el hombre físico forma contrastes demasiado tajantes. Por ello, en el transcurso de los siglos se formaron sistemas místicos de carácter oculto, que tenían como objetivo que el hombre-alma se perdiera en todo tipo de especulaciones de carácter místico por la penitencia forzada y el sometimiento del hombre físico. Para ello se le proporcionaron gruesos libros de oraciones, como regalitos para el alma, que debía utilizar por la mañana, al mediodía, por la tarde; lectura de oraciones, lectura, lectura; y así elevarse en las meditaciones. Y el hombre físico, tirado como un harapo en un rincón, atormentado y torturado por todo tipo de penitencias y no utilizado: el avasallamiento forzado del cuerpo físico. Aunque semejante esfuerzo se pueda comprender, éste no deja de ser completamente erróneo. Aunque en la práctica y en el abismo de la naturaleza de la muerte el hombre físico pueda ser una intensa molestia para el alma, un estorbo, a pesar de todo, el hombre físico también es llamado a una tarea grandiosa y elevada, a saber, levantarse de su caída por la transfiguración y convertirse en el sumo servidor, el instrumento, del alma-espíritu. En el libro decimotercero, en los versículos 10 al 15, se desarrolla entre Hermes y Tat una conversación acerca del destino y la fatalidad. Esta parte es muy notable, ya que vierte una luz confirmadora sobre mucho de lo que se explica en la filosofía gnóstica. Sabe que la manifestación universal tiene lugar por medio de leyes naturales, que regulan el curso y las revoluciones de galaxias, soles y planetas y que, por lo tanto, también están plenamente relacionadas con nuestro planeta Tierra y con las olas de vida que en él se desarrollan. Estas leyes se manifiestan por radiaciones. Toda la red de Chakras en el ser humano no es otra cosa que un sistema para captar y transformar radiaciones. Por eso, en este sentido, la personalidad humana se puede comparar a un reactor atómico. Hay tres grupos, tres órdenes de radiaciones, de corrientes de vitalidad: un orden que guarda relación con el hombre físico, uno con el hombre-alma y uno con el hombreespiritual. El hombre-corpóreo se encuentra, pues, en un determinado estado de vida, en el que se cumple su destinación física, su destino. Por esa razón, determinadas radiaciones influyen en él y, de esta forma, sigue el destino determinado legítimamente. No el destino que se inicia en su nacimiento, sino el destino que de antemano estaba anclado en su microcosmos. Ya que la pineal, sobre la que le hemos hablado, tiene una poderosa influencia en el cuerpo material y una vinculación especial con el cuerpo etérico y el cuerpo astral, y también con el ser aural. Todo lo que en un anterior estado de existencia fue inhalado y asimilado por la personalidad que entonces vivía en el microcosmos, fue restituido en su momento al ser aural, al final del trayecto vital. Sobre la base de esta situación del pasado, se desarrolló en el momento del nacimiento la respiración del sistema de la pineal: en una línea continua, por lo tanto, una destinación continuada, la destinación del hombre nacido de la naturaleza. Si éste infringe las leyes naturales elementales que como hombre físico le son aplicadas, entonces es corregido por dichas leyes y, para él, el destino se convierte en fatalidad. Entonces, se ejecuta sobre él una fuerza inevitable que le introduce en un contexto o estado de ser no deseado por él.

Cuando un alumno, cuando usted entra en el orden del alma y, por lo tanto, une su ser con un orden de radiaciones totalmente distinto, y estas radiaciones del mundo del alma comienzan a ejercer influencia sobre usted, tales radiaciones perturbarán y debilitarán las radiaciones regidas por las leyes naturales del orden físico. Si persevera, si persiste hasta el final, entonces se despide de su destino del presente y su fatal destino es destruido. Mas, si permanece en el estado en el que, por un lado, vive totalmente la vida del hombre físico y, por otro lado, deja que su organismo sea perturbado por todo tipo de radiaciones del alma, entonces llama a la existencia a esa intensa agitación de la que le hemos hablado, con lo que refuerza su fatalidad. Entonces se desarrolla un estado forzado al que el propio alumno se ha conducido. Por esa razón, a través del comportamiento de vida, a través de una actuación consecuente y por medio de una elevada moral, alma y cuerpo tienen que desaparecer por completo en la esfera de la radiación del alma. En cuanto se atreva a actuar plenamente con el alma, el dominio de la fatalidad disminuirá y, finalmente, dejará de existir. A continuación, todo el sistema tendrá que ser confiado al tercer orden de radiaciones, esto es, al propio Espíritu Séptuple. En el gran proceso de desarrollo, ninguna entidad escapa al dolor que es causado por la acción purificadora y desgarradora de la doble panacea analizada. Por eso dice Hermes Trismegistos en el decimoquinto versículo: No es posible escapar a la variabilidad ni al nacimiento; pero quien posee el Ánimo se puede liberar del mal. Éste es el camino que debe seguir. Si persevera con fuerza, firmemente decidido, llegará realmente a casa.

IX El Hijo unigénito de Dios Después de lo que hemos podido analizar acerca del libro decimotercero de Hermes, le colocamos ahora ante los versículos dieciséis y diecisiete: Por eso, hijo mío, siempre he escuchado la palabra del buen demonio. Si él la hubiera publicado por escrito, habría prestado un gran servicio al género humano. Sólo él, hijo mío, ha pronunciado palabras verdaderamente divinas, ya que él, como unigénito de Dios, penetra todas las cosas. Así, una vez oí que decía que todo lo creado es uno y en especial los seres encarnados dotados de inteligencia; que vivimos de fuerza potencial, por la fuerza activa y por el ser de la eternidad. Por eso el Ánimo, al igual que su alma, es bueno. En consecuencia, las cosas del espíritu no están separadas y el Ánimo, que domina sobre todas las cosas y es el alma de Dios, es capaz de hacer lo que quiera. Queremos intentar aclararle lo que Hermes quiere decir con estas palabras. Si lo conseguimos, tal vez pueda dilucidar todo el compendio de la filosofía gnóstica. La voz del buen demonio no es otra cosa que la voz del alma original. En Occidente, la palabra demonio suena más o menos mal, porque los conceptos demonio y demonismo se asocian con todo tipo de fuerzas e influencias naturales malas. Pero en la antigüedad, con la palabra demonio sólo se aludía a una fuerza natural, a una entidad natural. Por consiguiente, la voz del buen demonio, en nuestro contexto, no es otra cosa que la voz del alma original, congénita en cada microcosmos, que Hermes dice haber escuchado siempre. Quien está equipado con el Ánimo, que funciona en puridad, puede evadirse de todo mal; puede abrirse paso a través de cualquier oposición del maligno. Si, por consiguiente, liberamos en nuestro corazón la voz del bien, siempre tendremos en nuestro poder la herramienta que nos puede hacer alcanzar la libertad. Por esa razón, sería de gran ayuda para el género humano saber esto desde el interior, pero el corazón del hombre, que se deja guiar completamente por el hombre físico, se cierra, se petrifica o, como lo designa la Biblia, se endurece, se insensibiliza. No porque el hombre físico fuese a ser tan censurable y debiese ser totalmente ignorado, como algunos sistemas de yoga quisieran, sino porque el hombre físico tiene que ser guiado y conducido por el Ánimo y su alma. Porque el buen demonio, el alma original, es el primogénito o unigénito de Dios, el Hijo unigénito de Dios. Quizá estas palabras le resulten muy conocidas, sobre todo si ha tenido una educación religiosa cristiana. «Jesucristo es el Hijo unigénito de Dios», así se le enseñó, ¿no es cierto? Y reiteradamente se le planteó esto como un dogma: «Jesucristo es el único y absoluto Hijo del Padre». Nosotros que confesamos la Gnosis Original, aceptamos esto totalmente. Creemos completamente en ese único y absoluto hombre perfecto: Jesucristo, y Jesucristo crucificado. Pero despojamos esta imponente verdad divina de todas las cadenas teológicas y dogmáticas, la despojamos de esas funestas cadenas eclesiales. Porque, entiéndalo bien: el buen demonio o el alma pura original es, originalmente, el Hijo unigénito de Dios. Cuando despuntó la aurora del devenir universal y la ola de vida humana se diferenció en miríadas de microcosmos, en cada microcosmos había una luz ardiente que estaba capacitada para auto-realizarse: el Hijo unigénito de Dios manifestado en la naturaleza, el buen demonio o el alma original. Únicamente a través de él, de ese unigénito, puede adquirir la bienaventuranza, la

perfección. No existe ninguna otra posibilidad. Si busca a ese único lejos, fuera de usted, retirado en alguna parte de un mundo celeste, entonces su visión se distorsiona. Entonces, se vuelve de lo interior a lo exterior. Y si entonces, con las manos cruzadas, implora ayuda a ese unigénito que, según esa imagen distorsionada, se encuentra por alguna lejana región, esa ayuda no puede serle concedida. Entonces, toda la manifestación cristiana de la salvación se vuelve absolutamente negativa. Por eso, sabiendo todo esto, los rosacruces confiesan de corazón con respecto a la Biblia: «Bienaventurado quien la posee, más bienaventurado aún quien la lee y el más bienaventurado de todos es quien ha profundizado en su contenido; mas quien es capaz de comprenderla y obedecerla, ése se asemeja a Dios». Por eso, todos los que confiesan la Triple Alianza de la Luz son, categóricamente, cristocéntricos. Sí, ya lo eran hace decenas de miles de años antes de nuestra era, antes de que existiera Jesús de Nazaret. Cuando el Espíritu Santo, en forma de paloma, desciende sobre la cabeza de Jesús el Señor, y se oye la voz: «Éste es mi Hijo amado en quien tomo complacencia», no se llama con ello la atención sobre el hombre físico Jesús, nacido de la naturaleza, como toda la cristiandad eclesial cree, llevada a la ilusión por la teología, sino que se alude al alma original que, en ese momento, como hijo divino, como hijo unigénito de Dios, es unida de nuevo al Espíritu Santo Séptuple. En ese Hijo unigénito de Dios, en ese hombre elevado por encima del alma, de nuevo se vuelve vivo y real lo que fue desde el principio. Y así, el concernido es conducido a su suprema y verdadera destinación. Todavía podría preguntarse, ¿por qué se llama al alma original el unigénito de Dios? Porque, si se nos permite decirlo otra vez, en el microcosmos original únicamente era congénito este principio vivo llameante, este corazón central; como el único y superior principio de vida engendrado por Dios: el unigénito. En el microcosmos original existe la llama, a la que también designamos como el capullo de rosa o el átomo original. Por consiguiente, el Hijo unigénito está en usted, en potencia. Este principio divino, anclado por el Logos en cada microcosmos, lo examina todo y puede manifestarse: a partir de fuerza potencial, por la fuerza activa y por el ser de la eternidad, dice Hermes. Todo lo que sea emprendido por el alma original, el hombre-alma, puede conseguirse y se conseguirá en perfección. «Todo lo puedo», dice Pablo, el hombre-alma, «en y por Cristo que me da fuerza», la fuerza del espíritu. Por eso, el Hijo está unido al Padre: La fuerza, que colabora con el principio y forma así una unidad viva; La actividad, que es consecuencia de ello, y que siempre conducirá a su objetivo sin titubeo alguno y absolutamente perfecta; y que, por estar completamente libre de cualquier fenómeno dialéctico, guiará al resultado de la actividad, al Eterno, al ser de la eternidad, hasta la verdadera destinación en lo atemporal. Por eso, Jesucristo pudo decir, y todo verdadero hombre-alma puede, sí, debe repetir con Él: «El Padre y yo somos uno». «Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre». Y así, es también lógico, por tanto, que Jesús el Señor, como hombre-alma, diga: «Separados de mí, el alma original, nada podéis hacer». Cualquier cosa que intente con la inteligencia de su corporeidad, sólo le conducirá a la muerte. Si asocia el anuncio de la salvación con el hombre físico (lo cual es el error nuclear de la llamada cristiandad) y aún encima con el hombre dialéctico en su forma actual, y continúa partiendo siempre de la errónea suposición de que es el hombre físico el que, una y otra vez, es situado de nuevo en el centro de la manifestación de la salvación, entonces todo se vuelve una ilusión. Si, como alumno de una Escuela como la nuestra, continúa expresando todos los intentos de auto-conservación del hombre físico, aunque sea de forma ligeramente modificada y camuflada, algo va mal; entonces su alumnado es una

ficción. Permítanos decírselo con todo el amor fraternal: ¡Déjese de palabrerías! Lo que tiene que hacer no es hablar, sino actuar con un nuevo comportamiento de vida, desde y a través del principio central del alma. La manifestación de la salvación cristiana nunca estuvo dirigida al hombre físico, sino únicamente al hombre-alma. Él es el Hijo unigénito, que está caído y debe ser conducido de nuevo a la vida. Y en esto, como hombre físico, lo único que puede hacer, a lo sumo, es tenderle la mano. Cuando hayamos llegado al análisis del libro decimocuarto de Hermes seremos conducidos a una montaña; entonces escucharemos un sermón de la montaña. Y el primer consejo que Hermes transmite allí a los jóvenes es que practiquen el silencio. Las características del alma son el silencio y la actividad a través de la fuerza: fuerza, actividad y eternidad. Si no prestamos atención a esto, si no tenemos esto en cuenta, entonces el concepto cristiano, o rosacruz, se vuelve una caricatura, como tantas veces ha ocurrido en la historia universal. ¿Se debe censurar al hombre físico como lo hacen algunos sistemas de yoga? No, desde luego que no: hay que transfigurar al hombre físico. En el libro decimocuarto de Hermes también se arremete enérgicamente contra la intelectualidad. El hombre físico cree saberlo todo. Pero Hermes afirma allí que el hombre físico no sabe nada y que no puede saber nada esencial. Por eso, su palabreo debe acallarse y tiene que aprender a guardar silencio. ¿Nos permite recomendárselo con empeño una vez más? Pues, en la palabrería yace un inconmensurable peligro para el alumno. Se debe transfigurar al hombre físico. Empero, no entienda equivocadamente estas palabras: el hombre físico no se transfigura a sí mismo; es el alma, el Hijo unigénito de la divinidad, quien efectúa este milagro. Porque el Hijo es uno con el Padre. Como hombre físico nadie es bueno, ni uno sólo, dice Jesús el Señor. Sólo el Hijo de Dios es absoluto, sólo el Ánimo y el resplandor del alma que emana de Él, son buenos. Hay una multiplicidad de formas y una multiplicidad de manifestaciones en la naturaleza física. Y cuando esta multiplicidad se haya vuelto perfecta o pueda someterse a la ley del espíritu y de la vida, el Ánimo, que procede de Dios, podrá hacer completamente realidad lo que quiera: siempre que se someta por completo al unigénito en usted. Si libera la fuerza que yace sumergida en el átomo original sometiéndose completamente al silencio, en un callarse interior, si de esta manera el «perfume de la rosa» puede manifestarse totalmente, la fuerza de la rosa, el Ánimo que procede de Dios, podrá hacer y llevar a cabo todo lo que quiera. Cuando el hombre físico, sea cual sea el estado de ser en el que se encuentre, se coloca completamente bajo las alas del hombre-alma-espíritu, emerge de la fuerza, la actividad y la eternidad, la única manifestación de la forma verdaderamente humana. Por eso, hay que poner estas cosas en conocimiento del hombre. Por eso también se habla con usted sobre ello. Pues la Biblia se lamenta: «Mi pueblo, mis hermanos y hermanas según el alma, se pierden por falta de conocimiento». Y, por eso, la Fraternidad de la Rosacruz revela la ciencia de la liberación, el conocimiento de la salvación. Pero si acoge este conocimiento y lo retiene intelectualmente, partiendo del hombre físico, entonces algo va mal; entonces jamás alcanzará su objetivo. Por eso, hay que darle al hombre físico el conocimiento que le capacite para colaborar en el proceso, conscientemente y de la forma correcta. Ahora podrá decir: «Ya sé todo eso; es así y asá; tengo que hacer esto y tengo que hacer aquello»... pero, ¡usted no tiene que hacer nada! Únicamente someterse, en el silencio, al Dios en usted. Pues, compréndalo: en su microcosmos arde la luz, el corazón central; y hacia allí, hacia ese punto, debe volverse. El corazón central tiene que crecer, pero usted debe perecer. Y para que pueda perecer,

debe comprender el proceso. Por esa razón, se le da el conocimiento. No para llenarle la cabeza con él, de forma que pueda decir: «Ahora sé todo eso». Sino para capacitarle a recorrer el camino de liberación. La cristiandad eclesial no sabe nada de la verdad liberadora y por eso puede ser llevada por caminos erróneos por las diferentes autoridades. El versículo diecisiete de nuestro texto le dice, por lo tanto, a Tat: Si ahora renuncias a la vana polémica, encontrarás, hijo mío, que el Ánimo, el alma de Dios, reina, en verdad, sobre todo: sobre el destino, sobre la ley y sobre todo lo demás, y que no hay nada que le resulte imposible. El es capaz de elevar al alma humana por encima del destino, pero, igualmente, de someterla al destino si ella ha sido negligente. Hermes no puede expresarse de una forma más positiva. Aquí se dice y se refiere a que, si el hombre físico —aunque pueda haber pecado tan gravemente y haber violado e infringido las leyes vitales elementales— se entrega y se confía al Hijo unigénito en él, al alma inmortal, será capaz de quebrantar incluso la más funesta fatalidad desencadenada por él mismo: el único perdón de los pecados. Por eso leemos además en la Biblia, en relación con la pecadora arrepentida que se había vuelto hacia el alma verdadera: «El que de vosotros esté sin pecado que sea el primero en arrojarle la piedra». Por eso, no ponemos objeción alguna, sea quien sea el alumno o la alumna, al mal que él o ella haya podido hacer en el pasado, siempre que el concernido se confíe verdaderamente de forma positiva al alma y dé prueba de ello a través de su comportamiento. Entonces, también se dirá en la Escuela Espiritual moderna: «El que de vosotros esté sin pecado que sea el primero en arrojar la piedra». Se debe dar prueba concreta del alumnado, el alumnado debe ser predicado de forma demostrable. La doctrina de la culpa y el perdón de los pecados y de la gracia es una enseñanza hermética clásica. Nos da mucha alegría poderle decir esto y poder demostrarlo sobre la base del evangelio, de hace tantos miles de años, de la Gnosis Original. Este grandioso y maravilloso consuelo nos llega, en esta parte del libro decimotercero, con la seguridad de que el alma verdadera es superior y más poderosa que toda fatalidad. De la misma forma también nos es ofrecido en esas conocidas palabras de la Biblia: «Aunque vuestros pecados sean como la grana, serán blanqueados como la nieve; aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana». Quien pronuncia estas palabras es el alma viva, el hombre-alma que vive en usted. Allí donde hay culpa tiene que haber también penitencia. Y donde, de la única manera posible, hay penitencia, allí está el alma para salvar y guardar. Y es asimismo el hombre-alma quien está dispuesto a abrazar con amor y alegría a sus hermanos y hermanas que una vez cayeron y, no obstante, fueron salvados. Por eso se dice; «Hay gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente». Que, en la luz hermética, pueda recibir estas antiquísimas palabras como completamente nuevas y pueda extraer el estímulo que yace encerrado en ellas.

X Pasión En los versículos 17 al 20, del libro decimotercero de Hermes, se dice: En consecuencia, las cosas del espíritu no están separadas y el Ánimo, que domina sobre todas las cosas y es el alma de Dios, es capaz de hacer lo que quiera. Reflexiona sobre esto y relaciona lo que acabo de decir con la pregunta que antes me has planteado sobre el destino y el Ánimo. Si ahora renuncias a la vana polémica, encontrarás, hijo mío, que el Ánimo, el alma de Dios, reina, en verdad, sobre todo: sobre el destino, sobre la ley y sobre todo lo demás, y que no hay nada que le resulte imposible. El es capaz de elevar al alma humana por encima del destino, pero, igualmente, de someterla al destino si ella ha sido negligente. He ahí las cosas excelentes que el buen demonio ha hablado. Tat: Estas son palabras divinas, verdaderas y esclarecedoras, Padre. Pero accede aún a aclararme lo siguiente: Has dicho que el Ánimo opera en los seres irracionales en concordancia con su naturaleza e instintos. Pienso ahora que el impulso de los seres irracionales es pasión (pathos). Si el Ánimo colabora con los impulsos, y estos últimos son pasiones, ¿es entonces el Ánimo también una pasión, dado que es afectado por pathos? Hermes: muy bien, hijo mío. Tu pregunta es perspicaz. Y es justo que la responda. Todo lo incorpóreo dentro de un cuerpo está sometido a pathos (pasión, sufrimiento) y, en sentido estricto, ello mismo es pasión (pathos). Todo lo que genera movimiento es incorpóreo. Todo lo que es movido es cuerpo. E incluso lo incorpóreo también es movido, y lo es por el Ánimo. Y también este movimiento es pasión (pathos). Ambos están, por lo tanto, sujetos al sufrimiento (pathos), tanto lo que genera movimiento como lo que es movido. Uno porque impone el movimiento, otro porque está sometido al impulso motriz. Cuando el Ánimo, no obstante, se desprende del cuerpo, también se desprende del sufrimiento (pathos). Quizá sea mejor decir, hijo mío, que no hay nada impasible, nada que carezca de pathos (sufrimiento), sino que todo está sometido a él. Pathos (la pasión) difiere de lo afectado por pathos. Uno es activo, el otro pasivo. Los cuerpos son también activos de por sí. O están inmóviles o son movidos. En ambos casos hay pathos. Lo incorpóreo siempre es impulsado a la actividad y, en consecuencia, está sometido al sufrimiento. No te dejes, pues, engañar por las palabras: fuerza activa y pathos (pasión) son una misma cosa. Pero no hay nada en contra de utilizar el nombre más puro y favorable. Como ve, en estos textos se llama la atención sobre la pasión. La palabra pathos, que aparece en el texto griego en su lugar, alude tanto al sufrimiento en general como al sufrimiento del alma en particular, y al sufrimiento originado por el deseo, el instinto, la pasión. Tat pide a su maestro Hermes informaciones acerca de estas actividades a raíz de la declaración de éste de que el Ánimo obra, en los seres irracionales, según su naturaleza y en concordancia con sus instintos. Y añade a esto: «Pienso ahora que el impulso de los seres irracionales es pasión (pathos). Si el Ánimo colabora con los impulsos, y estos últimos son pasiones, ¿es entonces el Ánimo también una pasión, dado que es afectado por pathos?» En respuesta a esta pregunta, Hermes señala que todas las actividades del cuerpo y, por lo tanto, también la del estado del Ánimo, son pasión. Desde luego es muy provechoso

que se tome buena nota de esto. Todos los cuerpos humanos son movidos por un «Ánimo». Todos los cuerpos humanos ocupan el centro de algún microcosmos. En algunos casos, éste está ya muy desarrollado y es de una condición superior. En otros casos, como en el caso de las chispas de vida, no existe un microcosmos sino únicamente un principio astral elemental. Pero, sea como fuere: en cada microcosmos y en cada principio astral, ya sea de chispas de vida, ya sea de animales, se halla un núcleo. De ese núcleo parte una radiación que se dirige al corazón de la criatura en cuestión y provoca en éste una agitación, un determinado estado. Primero está, pues, el núcleo con su radiación, que aquí es designada como «el Ánimo». La radiación del núcleo anima en un momento dado el corazón de la criatura, el cual está obligado a reaccionar a esta animación. Existe, pues, un movimiento inmaterial, una radiación que parte del núcleo del microcosmos; y algo es movido, a saber, el cuerpo, la personalidad. En el animal, la radiación nuclear no encuentra ningún obstáculo en el corazón, y la radiación que parte del corazón no encuentra ningún obstáculo en el cuerpo. Por eso, cada animal se comportará según su especie. En el hombre, no obstante, es totalmente distinto. En el hombre, la radiación nuclear, cuando entra en el corazón, siempre encuentra obstáculos y, generalmente, muy grandes. En muchos casos, incluso no puede entrar ninguna radiación nuclear en el corazón. En este caso, el corazón se ha petrificado, volviéndose árido, vacuo, torpe. Y si, al cabo de muchísimo tiempo, puede entrar algo de la radiación nuclear en el corazón, y más tarde, a través del corazón, en la personalidad, entonces surge un gran conflicto, un gran sufrimiento: el gran conflicto y el gran sufrimiento del alumnado. Para comprender bien todo esto, quizá sea necesaria una explicación más detallada. El cuerpo, la personalidad, tiene una vida totalmente propia. La conciencia vital, que hay en cada personalidad, es una conciencia puramente atómica, que en el hombre dialéctico siempre está en total conflicto con la radiación nuclear de su microcosmos. La personalidad dialéctica ya no es ninguna personalidad ideal; está cristalizada y, por su cristalización, se ha degenerado. Diversos órganos quedaron latentes, y otros fueron añadidos para que se pudiese manifestar en el estado material denso. Como consecuencia de esta densificación también se ha degenerado el corazón del hombre. Sus siete centros se han cerrado, e incluso en la mayoría de los hombres se puede decir que nunca han estado abiertos. Así pues, estos hombres ya no son movidos por su radiación nuclear, sino exclusivamente por la conciencia dialéctica, la conciencia natural, que es alimentada a través de la pineal. Por consiguiente, cuando Hermes llama animales a los hombres en ese estado, en realidad es demasiado optimista: los muchos millones de hombres con un corazón así de cerrado son en realidad sub-animales, al menos, ya no humanos. Son criaturas de Authades. La Gnosis enlaza, precisamente, con esta realidad tan espantosa porque cada personalidad, que por el nacimiento natural entra en un microcosmos, es una posibilidad para el restablecimiento de lo original. En teoría, esta posibilidad existe absolutamente. Para saber qué será de ella en la práctica, habrá que darle tiempo al tiempo. Ahora debemos colocarle ante una verdad que quizá algunos encontrarán repugnante. En nuestra era existen un sinfín de grandes fuerzas de la Cadena Universal que están impeliendo la radiación nuclear de cada microcosmos humano a una intensa actividad y podrá imaginarse que la mayor parte de la humanidad viva, experimente las consecuencias de esta radiación nuclear en el corazón físico. Por así decirlo, el corazón humano es asaltado. En la medida de lo posible, se fuerza la entrada. Y su resultado incidental son muchas enfermedades.

¿Por qué esa actividad? ¿Por qué estos intensos esfuerzos? Porque si un forzamiento semejante no tiene éxito, ya no existe ninguna posibilidad de salvación, y la vida, de hecho totalmente al margen de cualquier impulso regenerador, se sucede entonces sin ningún sentido, sin razón alguna, hasta que a continuación viene la muerte. Se puede preguntar ahora: « ¿Se supone entonces que el forzamiento del corazón, que llevan a cabo estas grandes fuerzas de la Cadena Universal de las que habla, pueda tener una utilidad liberadora para la radiación nuclear del microcosmos?» Nuestra respuesta es: «Fíjese en el resultado de semejante forzamiento y en los correspondientes hechos y fenómenos en nuestra sociedad». Hermes dice en el versículo 19: Todo lo que genera movimiento es incorpóreo. Todo lo que es movido es cuerpo. E incluso lo incorpóreo también es movido, y lo es por el Ánimo. Y también este movimiento es pasión (pathos). Ambos están, por lo tanto, sujetos al sufrimiento. Se quiere decir lo siguiente: Cuando un corazón humano es forzado por la radiación nuclear del corazón central del microcosmos, la rosa del corazón, y la luz, como un estado de ánimo, se manifiesta en la personalidad en tanto que resplandor del alma, entonces se origina un agudo conflicto entre la desolada personalidad, con sus fuentes alimentadoras, y el Ánimo. El resultado es que, por este conflicto, ambos experimentan un intenso dolor: el dolor del alma por no poder despertar en la personalidad armonía alguna, ya que sólo encuentra y causa desarmonía; y el dolor de la personalidad, porque esta influencia tan contraria a su naturaleza la desequilibra completamente, pudiéndole provocar de todo; como, por ejemplo —y esto es lo menos malo— afecciones físicas; pero también todo tipo de defectos morales, intensas pasiones, anormalidades sexuales y diversas formas de criminalidad. Naturalmente, podrá imaginar fácilmente las causas de esta situación conflictiva; a saber, el choque entre la personalidad terrestre y la radiación de la rosa. Cómo puede llevar esto a la criminalidad y a anormalidades morales, quizá sea difícil de entender. Intentaremos explicárselo. Imagínese una personalidad que, por ejemplo, tenga por naturaleza un carácter benévolo, humanitario, pero que junto a ello también posea una poderosa conciencia egocéntrica (los astrólogos hablarían de una ascendencia de Júpiter) manifestándose en un fuerte delirio de bondad. Suponga ahora que alguien así, sin ninguna preparación, experimente la radiación nuclear en el corazón. Entonces, la ilusión será reforzada y con frecuencia conducirá a grandes excesos. Si se trata de tipos muy cerebrales, la radiación nuclear que experimentan puede dar lugar, como reacción negativa, a una gran deshonestidad. Cuando es el ser emocional, con una poderosa ascendencia negativa de Marte, el que domina el cuerpo, a menudo la radiación nuclear tiene como consecuencia defectos morales. Así, se pueden desarrollar todo tipo de arrebatos. También esto puede explicar, la mayoría de las veces, los intentos de los alumnos para conciliar la Escuela con la naturaleza. Tal vez, preguntará de nuevo: « ¿Cómo puede, algo así, producir algún provecho? Qué necedad, empujar a alguien de esta manera hacia un conflicto en el que, de hecho, no puede reaccionar positivamente.» Pues bien, si contempla las olas de criminalidad y degeneración que azotan al mundo, si observa a la humanidad desenfrenada en todos sus comportamientos tan extraños, entonces no tendrá más remedio que llegar a la conclusión de que, actualmente, el hombre y la humanidad están desarrollando un karma muy pesado. Y a esto, precisamente, se le puede llamar, en cierto sentido y por muy paradójico que pueda parecer, una gran bendición; la única bendición a la que, aparentemente, aún es receptiva la mayoría de la humanidad. El único efecto suele ser el conflicto de sufrir y

penar en un dolor sin nombre. Esas experiencias, llenas de amargura, se graban tan profundamente en el ser aural que los microcosmos concernidos, a partir de ese momento, quedan «marcados». Y eso trae consigo la gran posibilidad de que, en una siguiente revivificación del microcosmos, el pesado karma en la esfera aural prepare a la nueva personalidad de una forma totalmente nueva. El sufrimiento pasado tiene entonces una fuerte influencia sobre el archeus, sobre la secreción interna y sobre la sangre, y abre, más o menos, el corazón. El resultado es que, en esos casos, el conflicto esbozado anteriormente es menos probable que se presente o que, si se presenta, lo haga con efectos menos graves. En muchísimos casos, sufrir en el pasado ha hecho suficientemente fuerte al concernido para que éste se aventure a reaccionar muy seriamente a las radiaciones del alma original. En esos casos, la posibilidad de que un eventual alumnado pueda ser llevado a un buen fin es, pues, muy grande. A veces la Fraternidad Universal trabaja con el hombre a muy largo plazo: «Para Dios mil años son como un día». Todo esto no se le dice para aplaudir la criminalidad y la inmoralidad, sino para hacerle comprender claramente que hay una pasión por la vida y una pasión por la muerte. En el primer caso es una victoria de la luz; en el segundo caso, un día, se convertirá en una victoria de la luz, aunque sea a lo largo de un camino de inmenso sufrimiento. Y a nosotros que queremos estar al servicio de Dios y de la humanidad sólo deberá movernos una pasión: una intensa compasión por todos los que son conducidos de esta forma a través de los abismos, para que un día puedan vivir su aurora.

XI El Ánimo y la palabra Después de haber aclarado la esencia más profunda de la pasión, el sufrimiento; después de haber demostrado que detrás de la radiación del corazón impele el Ánimo, debido a lo cual cada persona es conducida a una resurrección o a una caída; y cómo por ello, también la caída se convertirá finalmente en una bendición, Hermes continúa, en el versículo 22, estableciendo que el hombre, como único ser entre todos los seres mortales, ha recibido dos dones: el Ánimo y la palabra. Dos propiedades que, en importancia, son absolutamente iguales a la inmortalidad. Si el hombre utilizase estas dos propiedades de la manera correcta, no se distinguiría de los inmortales. Más aún, abandonaría el cuerpo mortal y sería guiado por los mencionados dones hasta el coro de los dioses y los bienaventurados. Hermes continúa diciendo de estos dos poderes superiores (versículo 26): El bienaventurado Dios, el buen demonio, ha dicho que el alma está en el cuerpo, el Animo en el alma, la palabra en el Ánimo, y que Dios es, pues, el Padre de todos ellos. Queremos ahora examinar qué quiere decir Hermes con todo esto. Empecemos, pues, estableciendo una vez más la verdadera naturaleza del Ánimo. Se encuentra en el núcleo del microcosmos. Este núcleo es el gran principio de vida, él mismo ha sido inflamado por el Logos y, por lo tanto, está en Dios y es de Dios y, como tal, es inmortal. Por consiguiente, este principio inmortal se confía a su microcosmos, y este hecho debería ser para usted un estímulo más para empezar a utilizarlo. Cuando hablamos del principio inmortal del hombre, ha de entender el concepto hombre de la forma correcta. La personalidad, a la que se acostumbra llamar hombre, es sólo una pequeña visión parcial del hombre total. La radiación del núcleo microcósmico, llamada por Hermes el Ánimo y conocida en nuestra filosofía como el corazón de rosa o el corazón central, no sólo se dirige al corazón físico para asaltarlo, como ya dijimos, sino que ésta se mueve en todo el campo de respiración alrededor del microcosmos. Por lo tanto, la radiación del Ánimo no está únicamente en el corazón, sino que también está alrededor del hombre, en la totalidad del microcosmos. Estas radiaciones, que parten del corazón central, son de carácter astral y son comparables a la fuerza sideral pura de la sustancia primordial sobre la que Paracelso escribió una vez. Cuando esta radiación nuclear entra en el corazón físico, irrumpe en él, entonces la personalidad es animada por el Ánimo. En ese momento, el alma está en el cuerpo, el Ánimo en el alma, y el Ánimo en Dios. Hermes dice además que la palabra, o el habla, está asimismo en el Ánimo. Intenta aclarar que tan pronto como la personalidad es animada, tan pronto como puede ser animada por la radiación nuclear, a continuación, ésta también obtiene acceso a uno de los otros centros de la personalidad humana, a saber, al sistema de los Chakras. De éstos, al comienzo, es conmovido en especial el Chakra de la laringe. Este Chakra se encuentra aproximadamente a la altura del bulbo raquídeo. Si coloca su mano en la nuca, toca este Chakra, que domina toda la zona del cuello y de la nuca y todas las estructuras orgánicas que en ella se encuentran. Entre otros puntos, actúa muy intensamente sobre la faringe. En la faringe se encuentra un centro sensorial muy potente que está en conexión con todos los órganos craneales, con la nariz, la cavidad frontal, el lugar de la rosa áurea, la garganta y la laringe. La faringe domina, por consiguiente, todos estos órganos tan prodigiosos. En relación con esto, debe reparar en que, aparentemente, ninguna persona se libra de

las afecciones de faringe que periódicamente se repiten, como resfriados y enfermedades de garganta. Tales enfermedades están a la orden del día; es, por decirlo así, una enfermedad habitual. Y lo que, quizás, aún resulta más notable: estas afecciones aparecen cada vez más de forma epidémica. El hecho de que casi todo el mundo sufra, una y otra vez, afecciones de la faringe, uno de los órganos más importantes del sistema de la personalidad, demuestra en qué medida el hombre ha transgredido las grandes leyes sagradas de la vida. Por la radiación nuclear que entra en el corazón, y que se extiende por todo el cuerpo, se desarrollan determinados pensamientos. Todo tipo de sensaciones afloran en el cuerpo. Todo el éter nervioso se pone en movimiento y todos los meridianos de los Chakras se vuelven extremadamente sensibles. Asimismo, de esta manera se desarrolla en la faringe una poderosa concentración de fluido astral y de éteres. La faringe es, en consecuencia, un centro vibratorio en el que, en cada segundo, se refleja y desarrolla la situación actual. Sobre esta base, surge una vibración correspondiente: hacia arriba, hacia todos los órganos tan especiales que hay debajo del hueso coronal; y hacia abajo, a través de la sangre, a través del éter nervioso, a través de todos los órganos y fluidos. Y, además, desde la faringe hacia la laringe, hacia los órganos del habla. Lo que es, es en un momento dado un campo vibratorio en el santuario de la cabeza; lo que es, es pensado. Y lo que es, en el noventa y nueve por ciento de los casos, es dicho, pronunciado; esto significa: lo que es, por el habla, se vuelve un hecho ineluctable. Lo que es, por el habla, se vuelve presente en su sistema y fuera del mismo, completamente activo en diversos ámbitos. Ya hemos señalado frecuentemente, que los pensamientos son asimismo muy activos. Los pensamientos suscitan y forman imágenes astrales que, si son vivificadas permanentemente, existen en el campo de respiración y contienen diversas posibilidades. Por el habla, los pensamientos se convierten en obras vivas activadoras, dentro y fuera del cuerpo, dado que el habla es un órgano creador. El habla es mágica. El habla es además muy magnética. Atrae y rechaza, y da lugar a una serie de acontecimientos y procesos. Así, descubrimos qué enorme poder es el habla humana. En su poder es extremadamente curativa o extremadamente dañina, extraordinariamente venenosa. Una bendición o una maldición. Auto-glorificante o auto-lacerante. ¿Ha pensado alguna vez que, por la palabrería innecesaria o nociva, se daña a sí mismo extraordinariamente? En la Enseñanza Universal se dice con relación a la vida de los pensamientos: «Cinco minutos de pensamiento irreflexivo pueden deshacer el trabajo de cinco años». Tal vez conozca estas proverbiales palabras. Permítasenos añadir a esto que un minuto de palabrería sin ton ni son, puede deshacer el trabajo de cincuenta años. En el mismo instante que la radiación nuclear del Ánimo entra en el corazón, ésta entra también, a través del Chakra de la laringe, en la faringe. La palabra, la fuerza, que está en el corazón vivo del microcosmos, entra por lo tanto en usted y toma forma en usted. La palabra es, de esta manera, pronunciada en usted en esa fase inicial de la sinceridad: en el principio siempre es, por tanto, la palabra, y esa palabra es de Dios. ¿Entiende ahora el prólogo del Evangelio de Juan? ¿Utiliza de manera positiva, esta palabra que es de Dios y que, por el habla, se vuelve presente, eficazmente activa, en usted? ¿O, por su oscuridad, por su contranaturaleza, la utiliza de manera destructiva? Ése es el problema ante el cual le colocamos aquí. La palabra es una fuerza creadora, y cuando el alma empieza a vivir, y el espíritu, por lo tanto, empieza a fluir dentro, a través del centro de la pineal, entonces se está obligado a vivir según esa palabra o morir. Si el Ánimo interviene en usted, si en un campo de fuerza la palabra es pronunciada en usted, entonces está obligado a vivir a partir de ello. Si no lo hace, puede echarse a temblar por las consecuencias.

Si la palabra, que es de Dios, es pronunciada en usted, puede hacer efectiva esta fuerza creadora para una liberación superior pronunciando esa palabra, viviendo de esa palabra, de esa fuerza. ¿Comprende por qué Hermes dice que el habla es un poder inmortal? ¿Y comprende, ahora también, por qué reiteradamente le fue dicho: «Ponga un guardián en sus labios»? ¿Se da cuenta, quizá, de cómo ha estado dañándose a sí mismo durante años y cómo impide su liberación? Porque, cuando abusa de un poder de inmortalidad en usted, entonces se daña muy gravemente. Sin duda alguna, a la mayoría de las personas se les puede decir: No tiene su habla bajo control. No puede hablar la lengua viva debido a su inherente caos. Piense en las muchas palabras que causan dolor. Cuan a menudo, sin pensarlo, actúa de forma hiriente, porque resulta que es incisivo en su hablar. Piense en las palabras que son ofensivas o denigrantes para terceros. Piense en sus manifestaciones de ira y en su gran egocentrismo. Y piense también en el tan pernicioso lenguaje de mentiras, en la hipocresía, en la crítica y en las disputas. ¡Cuánto ha errado ya quizá, en este punto, desde el despertar! ¡Ah! Si pensamos en todo el desarrollo de hábitos de la humanidad, todo esto es muy comprensible. Pero, entonces, ya no deberá sorprenderse de que las afecciones de garganta y todo lo relacionado con ello, estén a la orden del día. Ya ni siquiera piensa acerca de ello. ¿Pero comprende cómo, reiteradamente, envenena el comentado campo vibratorio en su faringe? Ya casi no se puede hablar de una enfermedad; es un estado de ser, al cual ya ningún ser humano puede sustraerse. Debido a ello, corre hacia el médico, hacia su botiquín. Se traga todo tipo de productos, por litros o por kilos. Pero todo esto no tiene ningún sentido, si no pasa a vivir de la palabra. De hecho, por medio de la palabra, actualiza, hace presentes, todas las fuerzas que están activas en usted. El hombre de la masa lo hace, y el alumno de la Escuela Espiritual lo hace. Ahora, sabe de qué forma y ahora comprende algo de los resultados. También el ocultista actualiza fuerzas de esta forma, por medio del poder mágico del hombre: el habla. Pero el ocultista conoce, como ser egocéntrico, sus aplicaciones y hace, en efecto, amplio uso de ello. Y usted sabe que existen infinidad de formas de ocultismo, infinidad de formas de abuso de los poderes inmortales que se le han concedido al hombre. Nosotros hemos comprobado que, por el empleo de todas estas formas, todos los concernidos se atan más fuertemente que nunca a la rueda del nacimiento y de la muerte. ¿No le parece entonces incomprensiblemente absurdo que también alumnos de la Joven Gnosis se excedan en esos defectos? Por un lado, quieren la vida liberadora, por otro lado, hablan a tontas y a locas. Es imposible imaginar algo más necio. Piense, también, en el hombre que se encorseta en determinados hábitos culturales, hábitos que a menudo guardan relación, sobre todo, con el habla. Por ejemplo, se cultiva la voz. Se hace que la voz suene cultivada: muy suave o apasionada, según surja y sea necesario. Se ha hecho toda una ciencia de esto, especialmente en la actualidad. Qué ilusión, qué formidable locura se desarrolla de esta manera. Qué fraude se comete aquí. Y qué fraude tan necio. Porque, ¡cómo se vengará todo esto! Piense, también, en los sacerdotes que se han ejercitado en pronunciar y cantar mantras para poder materializar objetivos dialécticos. Todas estas personas no utilizan el habla, no utilizan la palabra a la que Hermes se refiere, sino sólo la voz, la voz entrenada para un determinado objetivo. Y Hermes señala a este respecto, con razón, que todos los demás seres vivos, los animales, tienen sólo voz. El animal puede cantar como el ruiseñor o graznar como un cuervo. La voz humana puede interpretar al ángel o al liberado, pero detrás de esa voz, ¿vive un ángel o un liberado? Ésa es la pregunta. Por eso concluye Hermes, en el versículo 24, con el

comentario: La palabra, el habla, difiere mucho de la voz. Y nosotros añadimos que el seudo-ángel y el seudo-liberado, cuando dejen de interpretar su papel, dejarán oír un idioma totalmente distinto al de su personaje. Usted está equipado con dos poderes mágicos, dos atributos mágicos: el alma y el habla, el alma y la palabra. Viva a partir del alma. Entre así en la inmortalidad y aplique, por medio del habla, la verdadera magia gnóstica.

XII La liberación del corazón Así pues, cada entidad humana tiene dos poderes inmortales: el alma, que nace del Ánimo, y el habla que, asimismo, se ha desarrollado a partir del Ánimo. Podrá imaginarse con suma facilidad la enorme tensión que soporta un alumno que se orienta hacia la Gnosis con todo su interés y, por esa razón, abre el corazón a la radiación nuclear del microcosmos, tan opuesta en todos los aspectos al estado esencial de la personalidad. Invocada por el propio yo, la fuerza que hace su entrada es totalmente destructora para el yo y todo lo que pudiese abrigar. Por eso, resulta evidente que el gran combate que el hombre tiene que librar debe comenzar en el corazón. Todos los anhelos del yo que se auto-conserva, que se coloca en el centro, son irradiados por el corazón y lo anhelado es atraído por el corazón. Por estas funciones del santuario del corazón, que se dan en cada persona, el corazón está en una continua agitación, incluso durante el sueño. Por eso, el corazón del hombre está muy cristalizado y extremadamente cansado, no tiene ni un solo momento de calma, de silencio. El mayor combate del alumno siempre se libra en el corazón, por el corazón y con el corazón. El corazón es el gran escenario de batalla, como nos aclara por completo el Bhagavad-Gita. El corazón está siempre acosando, empujado por el deseo del yo humano. Pero, dado que en nuestro mundo actúa la ley de los antagonismos, es obvio que cuando los anhelos surgen del corazón también invocan todo tipo de factores y fuerzas neutralizantes. Tales fuerzas toman forma, entre otras, en personas que están como enfrentadas a usted. Sin que los concernidos lo sepan, ni tan siquiera sospechen lo más mínimo, son vistos, desde el estado egocéntrico de la persona, como adversarios. Sus radiaciones del corazón intentan entonces neutralizar a esas personas que cree sus adversarios, puesto que están entre usted y sus propósitos. Y se pide auxilio a la totalidad de las funciones de la personalidad, sobre todo al poder del habla. Con el habla, con la palabra, los hombres se despedazan mutuamente, se hacen trizas mutuamente, se matan mutuamente. Así, actualmente, el corazón del hombre es muy impuro. Esto se evidencia, sobre todo, cuando entra en el Cuerpo Vivo de la Joven Gnosis. En la luz de la Gnosis, ninguna persona tiene un corazón limpio, un corazón puro. Porque el corazón ha sido ya, durante mucho tiempo, un campo de batalla. Por lo tanto, si alguien quiere recorrer el camino, su corazón deberá ser purificado, deberá acallarse. Estar silencioso ante Dios, tal como menciona la Biblia. El constante acoso, combate y agitación del yo se debe acabar. Si la persona no suspende la habitual lucha y polarización del corazón, nunca podrá recibir en armonía la radiación nuclear del microcosmos. Entonces ocurrirá, tal como comentamos anteriormente, que esa radiación nuclear que irrumpe en usted le destruirá. Sólo cuando el corazón se ha acallado realmente, cuando ha sido purificado, puede consagrarse a la verdadera misión a la que es llamada y para la que es elegida cada persona en virtud de sus dos poderes divinos, esto es, la victoria sobre la muerte. De esta manera, puede penetrar en el verdadero estado de vida nuevo. ¿Cómo debe comenzarse esto? ¿Cómo debe silenciarse el corazón, como llevar a cabo su purificación? Sustrayendo totalmente al corazón del proceso vital dialéctico y consagrándolo totalmente al nuevo y luminoso proceso del alma, a la radiación nuclear que parte del centro del microcosmos. ¿Se puede hacer eso? ¿Es eso posible? Sí, esto es totalmente realizable. Si pasa a esta realización, descubrirá que puede llevar a cabo y mantener un comportamiento de vida

totalmente nuevo sin necesidad de forzarse a sí mismo lo más mínimo; que su vida entra en otra corriente vital, en la que su barco de la vida es propulsado. Suponga que se decide por un nuevo comportamiento de vida tal. En este caso, aunque mantiene ciertamente el yo, el yo natural, ha tomado la decisión, muy conscientemente, de no volver a utilizar el corazón en el juego diario de la vida: el yo ha decidido enderezar los senderos para su Dios. Suena extraño decir que el yo ya no utilizará el corazón en el proceso de vida dialéctico, ya que como es natural continúa cumpliendo con sus funciones biológicas. Sin embargo, es sustraído de todo lo que es de aquí, de toda agitación y lucha dialéctica. El corazón entra en una profunda paz, en la paz de Belén. Ya no desea las cosas dialécticas. Ya no lucha contra las personas, las cosas y las circunstancias. Pero tampoco es indiferente a personas y cuestiones. Con el corazón, tiene, respecto a la dialéctica, tres posibilidades: puede atraer las cosas o rechazarlas, pero también puede estar absolutamente indiferente ante ellas. Y esta indiferencia con relación a las personas, las cosas y el mundo es quizá lo más terrible. Si, por consiguiente, como alumno, decide sustraer de su corazón las cosas dialécticas, ciertamente no tiene que caer en la indiferencia. El corazón sólo anhela no participar más en el escenario de la batalla de la vida. Ya no lucha contra las personas y cosas dialécticas, y mantiene esta posición hasta sus últimas consecuencias. Todas las funciones que deben realizarse aquí para poder vivir, para poder cumplir con sus deberes cívicos, son desempeñadas exclusivamente con la ayuda de los órganos de la inteligencia, por lo tanto, sin implicar en ello al corazón. Si hace eso, descubrirá que podrá llevar a cabo sus actividades sociales mucho mejor que nunca hasta entonces. Piense, por ejemplo, en la tan frecuente apatía en el trabajo. Tener apatía es una actividad del corazón. Por consiguiente, por su corazón puede agravar mucho su trabajo cotidiano. Además, descubrirá que cuando el yo ya no tenga a su disposición el corazón y sus funciones, la naturaleza auto-conservadora será completamente encadenada desde dentro. Si extirpa del corazón la agitación dialéctica y lo orienta hacia la radiación nuclear del microcosmos, se deshace de todos los instintos auto-conservadores. Y cuando se entregue a esta nueva actitud del corazón, experimentará que su éter nervioso entrará en una gran e intensa calma. Usted está en la vida, cumple con su obligación, pero ya no quiere retener nada de todo eso. Naturalmente, no debe pensar ahora que, por todo esto, el corazón se ha quedado inactivo. Porque cuando, visto dialécticamente, no se deja hacer nada al corazón, éste alcanza su verdadera y elevada misión escogida por Dios. Debido a que todo el corazón se entrega a la radiación nuclear del microcosmos, al instante se abre la rosa. Sin resistencia alguna, ésta es ahora fijada a la cruz de la naturaleza. Sólo entonces, la persona se vuelve realmente un rosacruz. Es evidente que cuando esta cruz está erigida, emana de ella una actividad purificadora y transformadora sobre y en toda la personalidad. En una palabra, toda la vida, todo el comportamiento de vida, cambia. La persona empieza a demostrar que se ha vuelto un rosacruz, que ha entrado en la Fraternidad de la Rosacruz Roja. Alguien así, a causa del corazón silencioso, sólo puede ser un rosacruz. Por eso, primero debe acallarse realmente su corazón y ser confiado a su verdadera destinación: recibir y asimilar la radiación nuclear del microcosmos. Cuando, así, el corazón ha sido acallado y purificado, la rosa se abre a la Gnosis universal, y la palabra puede ser vivificada en usted. Entonces le sobreviene una gran alegría, una alegría que nunca desaparecerá. Una gran y maravillosa felicidad colma todo el corazón y percibe una intensa vinculación con todos y con todo. El primer formidable e inmortal poder del hombre ha entrado en su sistema de forma liberadora. En ese momento, el Ánimo que

procede de Dios está vivificado en usted y ya no encuentra resistencia alguna en el corazón, el lugar de la animación. El Ánimo puede ahora purificar totalmente el corazón. Puede adaptarse, con gran armonía, a toda la personalidad y encandecer todo el sistema de la personalidad y, al mismo tiempo, actuar de forma sanadora repeliendo las enfermedades. Éste es el secreto para estar sano, según los criterios de la dialéctica. Éste es el secreto para realizar su trabajo de forma duradera hasta edad avanzada, aunque sea con un cuerpo débil desde el nacimiento. Cuando haya entrado en la rosaleda de esta forma, comenzará para usted el clásico primer día de la nueva semana: el primer día en el jardín de José de Arimatea. Este jardín está situado en una montaña. La palabra Arimatea significa de hecho «un lugar elevado». En este lugar elevado, en esta montaña, resucita en usted el segundo poder de inmortalidad del Hombre nuevo: la Palabra Viva. La Palabra Viva y la voz se vuelven entonces una unidad en usted, una realidad viva y vibrante. La gran fiesta de la resurrección es celebrada en usted. Nacido en el silencio del corazón, el lugar elevado, que era en el principio, es consagrado de nuevo a la vida. Puede ser aplicado el enorme poder del Santo Grial, la magia gnóstica. La voz, movida por la palabra, habla -y ello es. Ella ordena -y ello aparece. Porque, por el nacimiento, por la resurrección de la palabra, se celebra la entrada del espíritu en usted. En ese momento, se une el Espíritu Séptuple con el alma y comienzan las bodas alquímicas de Cristian Rosacruz, esto es, la transfiguración. Y entonces, usted lo sabe, podrá traspasar la Puerta Dorada. Sueños maravillosos de la señal interna empezarán ahora a revelarse. Y Hermes añade: El alma está en el cuerpo, el Ánimo en el alma, la palabra en el Ánimo, y Dios es, pues, el Padre de todos ellos. La palabra es, pues, la imagen y el Ánimo de Dios, el cuerpo es la imagen de la idea, la idea es la imagen del alma.

XIII Los dos poderes inmortales La palabra es, pues, la imagen y el Ánimo de Dios, el cuerpo es la imagen de la idea, la idea es la imagen del alma. En estas palabras de Hermes, y en todo lo que sigue a continuación en el libro decimotercero, yace oculta la clave para la transfiguración, que el propio candidato a los misterios gnósticos tiene que llevar a cabo con ayuda de sus dos poderes inmortales, el Ánimo y la palabra. Hemos comentado, en mayor o menor medida, estos dos poderes divinos y también le hemos indicado el camino en cuyo recorrido se les puede despertar y liberar. Sin ambos poderes ninguna entidad puede recorrer el sendero de la verdadera liberación. Para poder comprender bien qué es lo que se pretende con estos dos poderes, debe comenzar su investigación en el microcosmos. La poderosa fuerza de ideación del Logos, del omnipresente, del que todo lo cumple, se proyecta a sí misma en lo que llamamos el espacio. El espacio, tal como dicen con énfasis los rosacruces, no está vacío: «No hay espacio vacío». El espacio está lleno de sustancia primordial. Cuando la idea divina —con respecto a su plan para el hombre, su criatura— irradia en el espacio, surge el microcosmos. Podría imaginárselo como una concentración de sustancia primordial, de átomos. El microcosmos, al comienzo, es la mónada todavía no corporeizada, una concentración de sustancia primordial formada por un principio magnético. En el pasado, cuando los rosacruces se referían a tal principio luminoso también hablaban de una chispa, la Chispa Divina. La verdadera chispa es el núcleo directo de la mónada, del que parte una radiación. Esta radiación nuclear produce un vórtice séptuple, un campo magnético séptuple. Con la radiación nuclear, como evidente punto central, el campo magnético de alrededor forma, y es, un campo de creación microcósmico, un campo de manifestación. En este campo, precisamente, debe tener lugar la gran auto-realización. En el campo de creación del microcosmos se desarrolla en un momento dado una manifestación, una forma, un cuerpo. Esta manifestación es, por usar el lenguaje hermético, «la imagen», la escultura, la expresión de la radiación nuclear animadora del microcosmos. Naturalmente, esta radiación nuclear concuerda con la idea del Logos. De ahí las palabras del versículo 26: El cuerpo es la imagen de la idea. La idea se manifiesta a través del alma, el alma a través del Ánimo o principio nuclear, mientras que, por otra parte, el núcleo es una imagen de la divinidad. Y, en el versículo 27, dice Hermes: Así lo más sutil de la materia es el aire, o sustancia primordial, lo más sutil del aire es el alma, lo más sutil del alma es el Ánimo, y lo más sutil del Ánimo es Dios. En efecto, en el pasado primigenio, el hombre era, en sentido pleno, la entidad que se manifestaba a sí misma. Por la radiación nuclear de la mónada, en el campo de creación de la mónada, se manifestaba como una pura representación, como una idea pura de la divinidad, una personalidad llena de magnificencia, una personalidad equipada con formidables poderes, a causa de los cuales podía actuar y cumplir una tarea en todo el universo. Pero sabe que una parte de estas entidades entró en el proceso al que se ha llamado «la Caída», un proceso sobre el que todavía hablaremos detalladamente. Una de las consecuencias de este proceso fue, entre otras, que los cuerpos, las imágenes de la idea divina, cristalizaron. Los cuerpos se densificaron y, por consiguiente, en un momento dado, se produjo un incidente entre la radiación nuclear de la mónada, por un lado, y los

cuerpos cristalizados, por el otro. Como consecuencia de lo cual, esa radiación nuclear no pudo alimentar finalmente a dichos cuerpos con suficiente energía. Entonces se manifestó, por primera vez, otro proceso que conocemos como el proceso de la muerte. Las cristalizaciones desechadas fueron reemplazadas por nuevas manifestaciones. En efecto, la radiación nuclear prosiguió realizando constantemente su misión. Una y otra vez surgía una nueva forma en el microcosmos. Por eso se dice en los mitos que el hombre, al principio, era un ser bisexual, un ser masculino-femenino, un hermafrodita. Comprenderá, sin embargo, que esa situación no podía continuar. Una proyección humana que funciona en constante antagonismo con su esencia, causa finalmente un intenso conflicto que, en este caso, no pudo ser resistido por la radiación nuclear de la mónada. Como consecuencia de ello, ésta ya no se pudo expresar más en la personalidad. La personalidad, que en aquellos tiempos vivía mucho más tiempo que en la actualidad, era casi exclusivamente de naturaleza astral-etérica. Cuando se intensificó este incidente entre la radiación nuclear de la mónada y la personalidad cada vez más densificada, se desarrolló lo que se denomina la separación de los sexos, la conservación de la personalidad por medio de la unión sexual. Entonces surgió el proceso del nacimiento y se invirtieron las relaciones: a los microcosmos descorporeizados y vaciados se les brindó, por el nacimiento de nuevas personalidades, la ocasión de envolver a éstas durante el nacimiento natural, con el fin de restablecer, a poco que fuera posible, el ancestral proceso y, de ese modo, anular la muerte. Así, podrá comprender que el nacimiento de una personalidad significa, al mismo tiempo, ser puesta en contacto con un microcosmos. El objetivo de esta unión entre personalidad y microcosmos es restablecer el estado original, volver a manifestar el hombre original, inmortal, conforme a la idea de la radiación nuclear microcósmica o monádica. Para colaborar con esté objetivo, para ayudar a restablecer la Gnosis original en su mundo microcósmico, se ha establecido el alumnado de la Escuela de la Rosacruz Áurea. La Escuela Espiritual moderna se consagra al servicio de este único trabajo. No se trata, en ningún caso, de que la Escuela esté orientada al ennoblecimiento de su actual personalidad natural, a una mayor mejora o divinización de su realidad nacida de la naturaleza. Sabe que existen muchos métodos primitivos y absurdos que tienen como fin este esfuerzo inútil. Usted es alumno de la Escuela exclusivamente para, en colaboración con su mónada, someter su personalidad actual, que a la vez es su conciencia, a la gran recreación, al formidable proceso de transfiguración. Si no quisiese eso, su alumnado no tendría ningún sentido y únicamente sería mera fatiga. En caso contrario, si quiere realizar este proceso de recreación, si lo respalda con todo su ser, con todo su corazón, entonces, tal como se vio, tiene dos formidables poderes a su disposición: el Ánimo y la palabra que, si así lo desea, puede liberar y emplear. Con frecuencia, resulta para nosotros un misterio el porqué algunas personas se han unido a nuestra Escuela, vista su orientación, mentalidad y conducta en general. En los siglos en los que la Fraternidad de la Rosacruz tenía que trabajar más en secreto, la admisión de un neófito siempre tenía lugar sobre la base de un verdadero anhelo y la firme decisión de entrar en el glorioso proceso de la transfiguración. El neófito se consagraba totalmente, en perfección, poniendo en ello todo su ser. Pero ¿qué debemos pensar, en nuestra época moderna, de los alumnos que dicen, prometen y deciden entrar en el proceso, pero no lo realizan? Pues, ¿no es esto, como mínimo, sumamente insensato, irracional? Y, visto desde la posición del Cuerpo Vivo, en el que ha penetrado de esta manera como un intruso, ¿no es también sumamente inmoral? ¿No son, tales casos, la prueba de lo hundido, lo cristalizado, que ya está el cuerpo racial actual? ¿Y cuan anormales se han vuelto ya los concernidos? ¿No demuestra esto el lamentable hecho de que a tales personas prácticamente ya no se les

puede ayudar? La Escuela Espiritual moderna, de acuerdo con el mandato de la Cadena Universal, ha abierto sus puertas de par en par. Todo el que quiera puede entrar, bajo determinadas condiciones. Así pues, cuando entonces se han aceptado formalmente las condiciones, de forma totalmente voluntaria, se puede esperar de personas honestas, normales y honradas que cumplan sus decisiones, sus promesas. Si ahora se evidencia que no lo hacen, entonces, debemos deducir que se trata de un hundimiento muy profundo. A usted se le dice: existen dos poderes formidables que pueden hacer de su alumnado una candidatura. Y que pueden conducir su candidatura a la victoria. No necesita que éstos le sean otorgados, ni introducidos en su sistema, pues pertenecen ya al sistema de su mónada. Pero es usted mismo quien debe liberarlos. Entonces le conducirán irresistiblemente al objetivo final. Estos dos poderes inmortales se encuentran en el núcleo de la mónada, en el núcleo del microcosmos. Esto es, en primer lugar, lo que el prólogo del Evangelio de Juan designa como la Palabra. Es la idea divina, irradiada eternamente por el Logos. Y, en segundo lugar, la correspondiente radiación nuclear. Apaciguando el corazón, haciendo que suspenda toda lucha y entre en la paz profunda, abre el santuario del corazón al Ánimo, la armoniosa radiación de la luz nuclear de la mónada. Cuando, de esta forma, es animado por esta radiación nuclear, esto tiene innumerables y magníficas consecuencias. En cuanto éstas se manifiestan, puede hablarse de nuevo de verdadero alumnado. Entonces existe, verdadera y físicamente, una íntima vinculación entre el Ánimo y la personalidad. Se ha colocado la base para el restablecimiento, la base para la transfiguración. Entonces, a ello, se une el segundo poder: la palabra, el habla. Entonces, el Chakra de la laringe funciona de un modo nuevo en su sistema y cada vez con mayor fuerza, y el centro sensorial en la faringe concentra la nueva fuerza de luz que debe ser aplicada por medio de la voz. Comprenda este gran prodigio: Quien realmente libera completamente, en sí mismo, el poder básico, el nuevo estado del alma, y de esta manera transfiere todo el corazón a la Gnosis y pasa a vivir de este estado, obtiene un nuevo y grandioso poder: el habla o la palabra, con ayuda del cual se pueden emplear todas las fuerzas que controlan el sistema y, en la medida que éstas sean dañinas, pueden ser neutralizadas y expulsadas. Todo alumno ha recibido estos dos poderes. Con tal de que quiera desembarazarse de la lucha del corazón, con tal de que quiera entrar en la profunda paz de Belén y suprimir la anarquía de la voz, con tal de que quiera utilizar su voz de la forma correcta y superar el gruñido del animal, se abrirá para usted el nuevo cielo-tierra, el verdadero alumnado aplicado.

XIV La ley interior Al seguir adentrándonos en el libro decimotercero del Corpus Hermeticum se hace necesario hablarle de la muerte, un tema en el que cada uno está estrechísimamente concernido y del que muchos tienen mucho miedo. La esencia de la muerte es una imagen terrorífica de una realidad elevada que a muchos les induce a plantearse la siempre recurrente pregunta: « ¿Cómo puede haber muerto el hombre original, viviendo en una magnificencia tan grande? ¿No suscita esto dudas sobre la perfección divina?» La respuesta a esta pregunta es que la muerte es, precisamente, la prueba de la perfección. Y que, en lo más profundo, no existe en absoluto algo similar a la muerte. Si contrasta esta respuesta con la realidad y la verdad, la encontrará invariablemente confirmada. Sabe que el Espíritu, o Dios, se manifiesta en la materia, en el océano de la sustancia primordial, por medio de sus fuerzas de radiación. Como consecuencia de lo cual, en la sustancia primordial surge un principio centelleante, un microcosmos, una mónada. La sustancia primordial es el inmenso y omnipresente océano de átomos. Por eso, los antiguos rosacruces ya testimoniaron: «No hay espacio vacío». Los átomos son partículas infinitamente pequeñas, vivas y en movimiento, universos y galaxias en pequeño. Así, existe un espacio ilimitado, una vida poderosa y palpitante. Busque donde busque, no hay nada en todo el universo que esté sin vida. Lo esencial de todo el universo es inextinguible, está fundamentalmente vivo. Por eso cantamos en nuestros templos, en uno de nuestros cantos: «La cosa más minúscula sobre la tierra es digna de veneración, en ella palpita la vida divina». No hay muerte. Piense una vez más en la mónada. ¿Qué es la mónada sino un conglomerado de átomos vivos realizado por el espíritu, por el propio Dios? El átomo es vida; la mónada es una concentración de vida, inflamada por el espíritu de Dios. Esta vida así inflamada, acumulada y cooperante, tiene un propósito, parte de una idea, un plan, que es realizado por medio de la radiación de una abundante fuerza de luz que parte de la mónada, la radiación que hemos designado como el Ánimo, crea una imagen de la idea en el campo magnético de la mónada, punto focal apropiado. Esta imagen, por otra parte, no puede ser otra cosa que una acumulación, una combinación de átomos vivos que, en su integración, deben propagar el propósito de la idea. Así forman una personificación de la idea. La ideación que afluye en la personificación es la animación. La animación, entre la ideación y la personificación, es mantenida por la luz. De esto se desprende que la personificación, o la imagen de la idea viva, debe ser el gran instrumento que difunda y confirme la idea. Así pues, el cuerpo del nacimiento natural, sea como fuere, siempre es Dios manifestado en la carne. Y el Espíritu, Dios, está en el trasfondo de esta inmensa actividad en el microcosmos. Todo este desarrollo se realiza sobre la base de diversas leyes naturales, que en la antigüedad fueron llamadas cosmocrátores, es decir, gobernadores del mundo. Así, existe una ley natural de la cohesión. Siguiendo esta ley, por la radiación monádica, se reúnen átomos vivos en una imagen de la idea, en un cuerpo. La ley de cohesión de los átomos regula el proceso. No obstante, esta ley tiene limitaciones impuestas. Pues, en el caso de que la reunión de átomos vivos en un cuerpo tuviera lugar ilimitadamente, este cuerpo cristalizaría, se petrificaría totalmente, devendría completamente inmóvil y, por lo tanto, ya no podría responder a su objetivo. Por eso, cada cuerpo formado bajo la ley

de cohesión, es controlado y mantenido en armonía con el todo divino por la actividad de una segunda ley, la de disolución. Así, vemos, que las dos leyes naturales de cohesión y disolución controlan cada cuerpo. De esta manera surge el metabolismo; así, por todas partes, se aplica la ley de crecimiento y decrecimiento. En un ciclo de miles de millones de años, el desarrollo de la humanidad pasa por siete períodos. Figuras como Helena Petrovna Blavatsky, Rudolf Steiner, Max Heindel y otros, han escrito detalladamente sobre esto en sus obras. Heindel habla, por ejemplo, de siete revoluciones, en torno de los siete globos, a través de los siete períodos. Siete veces siete ciclos astronómicos. Con todo esto pretendemos poner en claro que el propio universo, el inmenso océano de átomos, forma un gran sistema en el que, en fases sucesivas, se manifiestan diversos desarrollos regidos por leyes naturales. Por consiguiente, el universo no es estático. En él se producen cambios sin cesar. Sin profundizar ahora más en ello, queremos decir simplemente que la ley de cohesión, aludida hace un momento, actúa cada vez de modo distinto en los diferentes ciclos astronómicos. En determinados períodos macro-cósmicos permite una aglomeración más intensa de átomos, una mayor medida de cristalización que en los períodos precedentes o siguientes. Nuestra humanidad se encuentra actualmente en un período — que casi ha terminado— en el que se da la mayor densificación posible de los cuerpos. Pero, obviamente, en un período así, la ley de disolución actúa también de forma extraordinariamente enérgica. Por consiguiente, a medida que la ley de cohesión está dinámicamente activa, también actúa la ley de disolución de los átomos, de disolución de los cuerpos. El hombre está habituado a designar como muerte a la resuelta intervención de la disolución. Pero, en esencia, la muerte no es otra cosa que la estimulación del metabolismo vivo. Un cuerpo se descompone en átomos vivos. Sin embargo, el propio átomo, la unidad en el universo, nunca se pierde: los átomos se reúnen para formar un cuerpo y los átomos se desprenden unos de otros. La vida continúa siendo la vida absoluta. La muerte es una quimera. Quizá ahora, sobre todo si ha tenido una educación religiosa, nos comente: «Pensaba que la muerte era el pago del pecado. ¿Y qué hago ahora, a este propósito, con la realidad del bien y el mal?» Pues bien, en el transcurso de los ciclos astronómicos, de los que hace un momento le hablamos, llega el tiempo en que la humanidad alcanza el nadir de la aglomeración atómica. La imagen de la idea, el cuerpo, llega a una densificación cada vez más grande y, en un momento dado, ya no puede ser controlado por la radiación nuclear de la mónada que, en sentido ideal, colabora con el cuerpo. Véalo claramente ante usted, permita que su imaginación trabaje por un instante. Vea el globo microcósmico. En él hay un núcleo, del que parte una radiación. Por el efecto animador de esta radiación nuclear se manifiesta una concentración de átomos: el cuerpo, mantenido constantemente por la radiación nuclear. La radiación nuclear, el Ánimo, por un lado, y el cuerpo, la concentración de átomos, por otro, permanecen juntos, están unidos por la esencia animadora. Así es la unidad de espíritu, alma y cuerpo. Ahora, en un momento dado del ciclo astronómico, todo este sistema entra en un estado de densificación. La materia corpórea se concentra cada vez más intensamente. De manera que, en este desarrollo, llega un momento en el que, por decirlo de alguna forma, la radiación nuclear ya no puede controlar bien el conjunto. Si la personalidad, el portador de imagen, no coopera desde el interior con la radiación nuclear, surge para ésta una situación de descanso obligado. La radiación nuclear se estanca. El Ánimo se repliega en el ser, y la imagen de la idea, el cuerpo, que ya no es alimentado por más tiempo desde el centro microcósmico, al final, es engendrado constantemente por el

nacimiento natural a través de los conocidos procesos de preservación de la especie. Por consiguiente, tan pronto como la radiación nuclear ya no puede controlar más a la personalidad, esta última se desvanece, es reinsertada en el microcosmos por el proceso de conservación sexual, conducida a la madurez por la ley de cohesión y nuevamente disuelta por la ley de disolución. En este contexto hablamos del cuerpo del orden de emergencia. De esta forma, se garantiza que la mónada tiene una personalidad, un portador de imagen, constantemente a su disposición para hacerla consciente de su estado de ser y de su vocación. Su vocación, nuestra vocación, es colaborar nuevamente con la radiación nuclear de la mónada, con la idea original del Logos y recuperar el procedimiento ancestral. Ahora, cuando la personalidad sigue todo el proceso comentado hasta el nadir, en el que dicha personalidad, el portador de imagen, ha olvidado totalmente que existe algo así como una radiación nuclear, un alma original, y permanece totalmente orientada hacia la línea horizontal de la vida, y cree depender de este mundo, de este nadir, entonces, en esa situación, se ha desarrollado una dificultad. Precisamente la dificultad de capacitar cada vez, por medio del cuerpo del orden de emergencia, a cada portador de imagen para que emprenda el camino de regreso. Pero a esto se añade aún otra dificultad. Cada cuerpo, decíamos, es vida. De hecho, un cuerpo es una acumulación de átomos y cada átomo es vida. En el universo no existe nada que pueda considerarse materia muerta. Hermes dice en los versículos 31, 32 y 33: Nunca ha habido, ni hay, ni habrá en el mundo, algo que esté muerto. El Padre ha querido que el mundo esté vivo tanto tiempo como mantenga su cohesión; por eso el mundo es, necesariamente, Dios. ¿Cómo si no sería posible, hijo mío, que en Dios, en El que es la imagen del universo, en El que es la plenitud de la vida, hubiera algo así como la muerte? Ya que la muerte es corrupción y la corrupción es destrucción. ¿Cómo se puede creer que una parte de lo que es incorruptible pueda llegar a la corrupción, o que algo de Dios pueda ser destruido? «No seas tan necio de suponer», dice Hermes con énfasis a Tat, «que hubiera algo así como la muerte.» Todo es vida, un océano vivo de átomos. Cada cuerpo es, por consiguiente, vida. Cada vida posee, por lo tanto, también conciencia. Y cada conciencia posee una fuerza inmensa y, por supuesto, divina. Porque el átomo es vida. Y la vida únicamente se puede explicar a partir de la fuente primordial. Dado que su estado físico, su estado de la personalidad, es una acumulación de átomos, lo fundamental de su ser es, por lo tanto, Dios. Dios manifestado en la carne. Pero, en esta marcha hacia el nadir, cuando el estado de la personalidad ya no se puede explicar directamente a partir de la mónada, cuando ya no está directamente en unión con la mónada, cuando ya no es engendrado directamente por la mónada, como anteriormente, entonces el cuerpo ya no posee ninguna ley interior, es decir, ya no posee la animación original, el Ánimo. Sólo cuando ha renacido de nuevo, en sentido evangélico, vuelve a manifestarse en usted la ley interior, vuelve a hablar la ley interior en su corazón. Si esta ley aún no se manifiesta, si la unión entre usted y su mónada aún está interrumpida, únicamente puede hablarle una ley exterior. Por eso, generalmente, la vida le resulta tan difícil. Pues, lo que oye del exterior, lo que le llega de fuera, puede olvidarlo fácilmente. Y lo olvidará, porque tiene demasiado interés por la línea horizontal. En el camino del nadir, el cuerpo ya no posee ninguna ley interior, sino que debe ser guiado por una ley exterior. Por eso, la antigua doctrina esotérica narra que en el curso del desarrollo humano, en un momento determinado, el ojo interior del hombre, de la forma corpórea, a saber, la pineal, el primitivo tercer ojo del hombre, quedó en estado latente, se resecó. En esencia, no hay nada latente: en usted, la pineal se encuentra aún en su estado

original. Pero no puede utilizar este ojo interior, porque todavía mantiene cerrado el corazón. Considerándolo en conjunto, su corazón está lleno a rebosar de todo tipo de cosas, excepto de lo esencial. Mientras mantenga el corazón cerrado a la radiación nuclear, el hombre físico estará como ciego para el toque e intervención directos de ésta. Por eso, en el Nuevo Testamento, se habla tan a menudo acerca de los ciegos de nacimiento. ¿No ha venido el hombre al mundo, en términos generales, en un estado similar a la ceguera? ¿No es usted, por lo tanto, un ciego de nacimiento? ¿Cómo se puede anular este estado fundamental de su nacimiento natural? Usted debe ser curado en el consuelo de Cristo, es decir, por la difusión animadora de la radiación nuclear. ¿Entiende esto? Un ciego fundamental es, tal como la Biblia lo llama, quien viendo no ve, quien, oyendo, no oye ni entiende. ¿No es cierto que, en semejante estado, no sabría actuar correctamente y que haría las cosas más absurdas? ¿No es cierto que alguien que yerra en la oscuridad, con total seguridad, chocará y se herirá, causará incidentes, hará cosas incorrectas y creará dificultades? Cuando todo esto se manifestó por primera vez, en el camino del nadir, vino el mal al mundo, apareció lo maligno en el campo del nadir, a consecuencia de la pérdida del poder interior de percepción. En este estado, la persona es inmolada por la tan mágica vida exterior. Por lo tanto, lo maligno, el mal, en lo más mínimo está fundamentalmente presente en el ser. Se manifiesta como oscuridad, en la que el ciego, ignorante, recorre su camino a tientas y, de vez en cuando, tropieza. La ignorancia es, por consiguiente, el pecado más grande. Piense en el lamento bíblico: «Mi pueblo fue destruido por falta de conocimiento». ¿Piensa que aquí se hace referencia al conocimiento de un libro o al conocimiento académico? ¿O al conocimiento que le ha inculcado un trabajador de la Escuela Espiritual? No. ¡El conocimiento es interior! Todo lo que es, todo lo que Dios ha manifestado, está inmerso en su mónada. Abra su ser a la radiación nuclear y sus males desaparecerán y sanará de nuevo, como sana estaba su mónada del comienzo. Si sigue errando y tanteando en la oscuridad y, por lo tanto, de vez en cuando tropieza, la ley de disolución deberá corregirle cada vez más dinámicamente. A partir del momento en que el hombre físico se volvió un ciego total, la ley de disolución dejó de actuar de forma indolora. Por consiguiente, las consecuencias de los errores causan, casi siempre, gran aflicción en su vida. Así, también la muerte se volvió un dolor, ya que la muerte se convirtió en el pago de los pecados. Este proceso metabólico, tan dificultoso, va acompañado de los mayores pesares. La ley exterior, que actúa en el camino del nadir, se nos esboza, como sabe, en el Antiguo Testamento. Cuando el rebaño es empujado hacia adelante, el rebaño que es ignorante, que viendo no ve y, oyendo, no oye ni entiende, debe ser protegido por la ley exterior, tanto como sea posible. Por eso, una y otra vez, resuena una voz amenazante: «Deberás...» «Si no haces esto, te pasará lo otro. El día que hagas esto, que desarrolles esto, éste será el resultado». Así habla la ley externa, la ley de los diez mandamientos. Una vez estábamos con un pastor protestante que nos preguntó: « ¿Ustedes también mantienen en su Escuela la ley de los diez mandamientos?» Entonces respondimos: «Sí, tenemos que hacerlo. Si no, no llegaríamos a ninguna parte». ¿Comprende esto? Cuando la ley interior no opera en usted, cuando no ha renacido en la luz del Nuevo Testamento, entonces opera el Antiguo Testamento: guerras y rumores de guerras y todo tipo de problemas en diversos lugares. Así es como ocurre. La ley exterior no es una ley de odio, sino la ley que protege y guía a los ciegos; una ley que, a pesar de todo, retiene lo máximo posible al portador de imagen, que está asociado a la mónada pero que ya no sabe nada de eso y que, por lo tanto, no se comporta en consecuencia, para así mantener abierta la posibilidad de recuperación mientras sea posible. Los portadores de imagen

son conducidos a ello por la ley exterior y, eventualmente, castigados por ella. Por eso, en relación con esto, le indicamos el último versículo del libro decimotercero. Adora esta palabra, hijo mío, y venérala: sólo hay una religión, una manera de servir a Dios y de venerarle, a saber, no ser malvado. Esto quiere decir que si deja de lado el mal, tanto como le sea posible y escapa de él todo lo que pueda, mantiene abierta en usted la posibilidad de encontrarse alguna vez con la luz verdadera. Ahora quizá surja de nuevo una pregunta en usted. « ¿Por qué tuvo que producirse, en el transcurso de los ciclos astronómicos, un camino del nadir así? ¿Por qué tuvo que perderse una magnificencia tan grande? ¿Acaso no es ésta la trayectoria que nos marcaba el destino? ¿No podía haber sido de otro modo?» Abordemos estas preguntas con mayor detalle.

XV La espada del espíritu La palabra nadir significa, como usted sabe, el punto más bajo. Así pues, el paso por un nadir en el transcurso de los ciclos astronómicos, en esencia, jamás debe ser entendido como una especie de caída, en el sentido de un ensombrecimiento. Ya que, en el nadir, en el criterio de los ciclos astronómicos, es donde debe conseguirse la calidad, donde debe alcanzarse la gran meta que se ha fijado el Logos; donde debe hacerse realidad el plan de Dios para el mundo y la humanidad. ¿Qué es, pues, lo esencial de un paso por el nadir? ¿Cuál es la finalidad de la experiencia en las tinieblas? La finalidad es encontrar la luz durante semejante viaje errático, vencer al mal con ayuda de esta luz auto-adquirida y restablecer el estado original. Todos los misterios se reducen a eso; tan pronto como el hombre los ha sondeado, la línea de su evolución cambia de nuevo hacia arriba, regresa a sus orígenes. Mas, ¡con qué inconmensurable diferencia! El hombre partió como un ignorante, vuelve como uno que sabe. Salió como un hijo pródigo; ahora es el hijo reencontrado que regresa a la Casa del Padre. Por eso se desarrolla en todo el universo, a lo largo de todos los ciclos astronómicos, una manifestación de salvación monádica que otorga conciencia, purificación y plenitud de experiencias a la humanidad, a través del punto más bajo de un camino descendente; y ello a través de un período que va desde el Antiguo Testamento, lleno de amenazas, calamidades y pesar, hasta un cambio de rumbo en Cristo, un ascenso en el Nuevo Testamento. Si entendiese esto, entonces comprendería asimismo la idea de los rosacruces clásicos que, como sabe, formulaban: «Inflamados por el espíritu de Dios, perecemos en Jesús el Señor, renacemos por el fuego del Espíritu Santo». Entienda este proceso así: la mónada, aportada por Dios; el Ánimo o la radiación nuclear desarrollada; la personalidad cuádruple hecha realidad como imagen de la idea y, a continuación, animada por la mónada. Éste es el hombre total séptuple inflamado por el espíritu de Dios. Ése es el comienzo de la poderosa manifestación de Dios en y a través de su criatura. Y cuando la criatura ha devenido completa, 'la forma esculpida' debe obtener valores, adquirir experiencias, volverse completamente auto-realizadora, a partir de la plenitud de experiencias, en la gran escuela de prácticas de Dios. De ahí el proceso, a lo largo de ciclos astronómicos, por las siete revoluciones, por los siete globos, a través de los siete períodos. Los rosacruces designaron a esta totalidad «perecer en Jesús el Señor». Éste es el camino de cruz de las rosas, desde el principio hasta el final, que nos ha sido presentado en multitud de mitos y leyendas como una historia que se desarrolla en algunos años. A esta fase le sigue, luego, la resurrección, el gran restablecimiento, colmado con el tesoro de la plenitud: el renacimiento inmortal de, por y en el Espíritu Santo. En todo este viaje evolutivo, la muerte es una ficción; el mal, un incidente. Y sólo queda la única y absoluta vida. Por consiguiente, lo que en el camino del nadir llamamos el nacimiento natural, el nacimiento del cuerpo del orden de emergencia, es la posibilidad, que se repite constantemente, para el total restablecimiento, para la adquisición de una experiencia plena. El único peligro que amenaza a este proceso es el mal, la malignidad, la ilusión. La ilusión de la que cada entidad, tarde o temprano, deberá deshacerse cuando descubra que toda malignidad es una ficción originada por el juego de las contraposiciones, por

tanto, por la dialéctica. Así, comprendemos a Hermes cuando demuestra que no existe la muerte. Que jamás ha existido una sola cosa muerta, porque cada átomo es un principio vivo y sigue siendo un principio vivo. Sí, la fuerza de un átomo puede disminuir, pero éste es siempre vivificado de nuevo, cargado con la energía fundamental de la divinidad. La muerte es corrupción, y la corrupción es perecimiento. Pero tal proceso de corrupción está excluido en la manifestación universal, dice Hermes con énfasis. El proceso que interviene constantemente y que le engaña muchas veces, el proceso al que llama muerte, es la disolución de los cuerpos compuestos. Éstos son disueltos para que puedan vivir de nuevo, para devenir nuevos otra vez. Pues existe un incesante movimiento en todo el universo, un eterno avanzar de todas las cosas. El movimiento es, asimismo, la acción fundamental del universo. Todo es movido, exulta Hermes. Del incesante movimiento, del incesante cambio de todas las cosas y de los contrastes que a ello van unidos, surge el mal, que debe ser neutralizado por cada entidad. Por ello, debe examinar bien la esencia del mal. Ya le hablamos antes de la naturaleza y complejidad de la mónada, el estado inicial y original del hombre, y sobre el largo proceso en el que debe ser completado ese estado, a través del nacimiento natural y el camino del nadir. El camino del nadir es el viaje hacia el punto más bajo, el viaje hacia la base. Es el estado de ser de la certeza interior, de la absolutidad interior. Si está equipado con grandes posibilidades, si esta llamado a realizar un gran trabajo, entonces, previamente, deberá ser aleccionado para que adquiera una sólida experiencia a fin de que sepa cómo no se debe hacer, cómo no se puede hacer. Así pues, de ninguna manera el camino del nadir tiene como objetivo zarandear al hombre a través de las tinieblas, a través de profundidades y miserias para, así, conducirle a la experiencia. No, el camino del nadir es, finalmente, la confirmación de la inconmovible certeza de la manifestación de la salvación. Los pasos dados por la humanidad en los diferentes ciclos astronómicos forman, en conjunto, la manifestación divina de la salvación para la criatura. Todo el sistema monádico debe fundirse, hasta en cada fibra, en esa única e inamovible certeza, para que, a partir de ahí, se manifieste realmente Dios-en-Dios, y no algo así como una entidad totalmente automática, que opera con la exactitud de un mecanismo de relojería y que poblaría el universo miríadas de veces. Comprenda que el Logos se manifiesta por medio de su criatura, para manifestarse a Sí mismo. Por eso, cada mónada es conducida hasta su nadir, para que, lo mismo que un árbol, pueda encontrar verdaderamente 'la suficiente profundidad en la tierra' para sus raíces. Si ahora tiene clara esta meta ante sus ojos, todo se vuelve totalmente distinto. ¿Cómo llega a la certeza interior de la vida? No sólo por la experiencia, sino también por el conflicto. ¿Por qué llega el conflicto a su vida? Debido a que está hundido en la dialéctica; porque es confrontado con la realidad de las contraposiciones: luz y tinieblas, bien y mal. Todo se transforma en su contrario. Por la realidad de las contraposiciones, a través de la gran situación conflictiva de la dialéctica, entra en la vida autodescubridora: por la experiencia y el conflicto. Intenta asir algo que se le escurre de las manos. Intenta realizar algo que, a continuación, llegado a un momento culminante, lo pierde. Construye algo que, a continuación, se desploma. Piense en la conocida historia de Perceval, en búsqueda del Santo Grial. El candidato ve en la lejanía la Ciudad Dorada. Corre hacia allí; pero cuando llega al lugar donde estaba la ciudad, ésta ha desaparecido. Ve una figura de una hermosura maravillosa. Corre hacia ella, la imagen se desmorona convertida en polvo. Ésa es la dialéctica. Todo, absolutamente todo, se le desmorona en las manos.

Cuando es joven espera muchísimo de la vida. Conforme se hace mayor, constata que, de lo que había esperado tan ardientemente, poco o nada llega. ¿Qué es lo que le queda? Experiencia. ¿Qué es lo que subsiste? La realidad del conflicto. Muchas personas están totalmente enredadas en el conflicto. Eso es el mal. Por eso le dice Hermes a su hijo Tat: libérate del conflicto. Así pues, distánciate de la dialéctica. De una vez por todas, libérate de ella. Siempre tiene dos caminos. Sobre esto ya ha experimentado infinitamente. Y todavía sigue haciéndolo con su yo, con su yo nacido de la naturaleza. Porque su yo debe aprender la lección. La radiación nuclear, el Ánimo, y el alma original, esperan hasta que empiece a descubrir y comprender su estado, y, reconociendo su destinación, abra la puerta de su corazón de par en par. Su yo debe penetrar hasta el saber y la comprensión. Su yo debe derribar los muros de metros de grosor de la auto-conservación que le rodean. De vez en cuando, algunos alumnos vienen como blindados al templo, como si quisieran decir: «No se piense que va a poder penetrar hasta mí». ¿Por qué hacen eso? Por auto-protección. En la vida, han sido durante tanto tiempo apaleados, humillados y hostigados, que viven constantemente en una actitud emocional defensiva. En todo el mundo ven un enemigo. Esos muros deben caer. Todo ese auto-armamento debe desaparecer. Su yo debe penetrar hasta el saber y la comprensión. Con otras palabras, el descubrimiento del único bien yace encerrado en la esencia del nadir de la naturaleza. En esa naturaleza primordial debe encontrar «suficiente profundidad de tierra». Entonces, ¿quiénes recorren su camino del nadir, deben vaciar, hasta la última gota, el cáliz lleno de amarguras? No, de ningún modo. Eso depende totalmente de usted: experimentará la amargura, la desdicha y el pesar hasta que posea el discernimiento y la certeza interior adquiridos por la experiencia, por la necesidad y la muerte, en el juego de los opuestos. Nunca se termina con el juego de las contraposiciones. No tiene ni principio ni fin. La dialéctica es, de hecho, la frontera legitimo-natural de las profundidades. Y en ese país fronterizo se encuentra usted. Pero no debe atravesar ese país, sino que debe elevarse fuera de él. Quizá, ahí radica su equivocación: quiere atravesar la frontera de las profundidades, cuando debe elevarse por encima de ésta. En todo momento, el hombre puede abandonar esa frontera y elevarse hacia arriba. De hecho, a cada instante, se elevan muchos desde las profundidades, para, sin embargo, volver de nuevo a hundirse en ellas de un batacazo. Hasta que, finalmente, exista la suficiente comprensión, nacida de la experiencia y a través del conflicto. Y si existe comprensión, verdadera comprensión, entonces también está presente la suficiente fuerza para la elevación. Por eso, primero debe nacer el profundo discernimiento. Por eso, también se dice en la Biblia: «Mi pueblo se pierde por falta de conocimiento». Aquí no se refiere a ningún conocimiento intelectual. No, se trata del conocimiento de la experiencia, purificado por el conflicto. Tan pronto una persona ha alcanzado este punto, tras su marcha a lo largo del sendero de la amargura, empieza a entender las palabras de Hermes: Adora esta palabra, hijo mío, y venérala: sólo hay una religión, una manera de servir a Dios y de venerarle, a saber, no ser malvado. Esto significa que debe despedirse de la dialéctica. Que rompe, dentro de sí mismo, con este mundo y abandona el país fronterizo. Que se eleva a sí mismo y se libera del conflicto con el mal, en sentido absoluto. Éste es también el sentido de la tentación en el desierto. Las fuerzas del país fronterizo le ofrecen todo al candidato. Si él no puede resistir al tentador, entonces es enredado en la tela de araña. Quien de verdad ha despertado al discernimiento, se distancia de ello. Puede hacerlo si posee suficiente comprensión desde el interior, si sabe hacia dónde

debe ir y se libera del movimiento de los opuestos. Cuando sepa todo esto, no debe detenerse ni un instante, sino que debe actuar inmediatamente y soltarse con decisión, de forma científico-gnóstica, directa y absolutamente: «Si oye hoy su voz, la voz del saber interior, no endurezca su corazón, sino déjese introducir en el Nuevo País». Así pues, entonces, no sólo tendrá que rogar: «Señor, perdónanos nuestras deudas», como un grito del hombre afligido, sino al mismo tiempo: «así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Ya que cuando recorre el camino del alma está unido a todos los demás. (¡Individualistas, entiendan esto!). Está totalmente excluido que, en tanto que yo, pueda recorrer el camino completamente solo. El yo no existe en la vida del alma: sólo existe el alma; y ella se sabe unida con todos. Así pues, si libera la fuerza para la vida, dicha fuerza deberá ser aplicada a la cohesión del grupo. Por ello se soltará decididamente de todo, comprendido según la naturaleza, y ya no se volverá a adentrar en el mal, ya no querrá formar parte de él, ya no se dejará arrastrar hacia él. ¿Puede ser suficiente con eso? Sí, porque el saber, nacido de la experiencia, de la purificación, pone a su disposición dos poderes inmortales: el Ánimo y la palabra. Cuando el hombre físico, la imagen de la idea, celebra este gran descubrimiento, cuando entra en la única religión, a saber, «no ser malvado», entonces dispone de los poderes monádicos del principio que el propio Dios ha manifestado en la mónada, ya que Él se refleja en perfección en ella. Si sigue estando pendiente de la amargura diaria, nunca podrá percibir la voz de la mónada. No podrá entrar en el gran reposo de la elevación del que, por ejemplo, se habla en los capítulos 3 y 4 de la Epístola a los Hebreos. Si puede oír hoy «la voz» interior, no endurezca entonces su corazón, como ya ha hecho tantas veces. Si oye la voz de la palabra y el Ánimo, abra entonces su corazón en perfección. Y cuando haya abierto su corazón, al comienzo no vaya a pensar que va a entrar de inmediato en el mágico país celeste. No, entonces es alcanzado por la espada del Santo Grial. Pablo dice de ello: «La palabra del espíritu es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos: penetra hasta partir alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; y es entonces, en usted, un juez de los pensamientos y las intenciones del corazón». Quien es alcanzado por la espada del espíritu, entra en el proceso de santificación, esto es, de curación, entra en el proceso de transmutación y transfiguración.

XVI En el principio era el Verbo Establecíamos que el saber, nacido de la experiencia y la purificación, capacita al hombre para obtener la plena disposición de dos poderes inmortales: el Ánimo y la palabra. Al respecto, en el versículo 41 del libro decimotercero, Hermes afirma: En este sentido, todo ser vivo es inmortal. Pero, el mayor de todos es el hombre, capaz de recibir a Dios y ser uno con El. Únicamente con este ser vivo se relaciona la divinidad. Por la noche mediante los sueños y por el día mediante presagios, le predice de diversas formas el futuro: por las aves, por las entrañas, por el aire, por el roble; por ello, al hombre le es dado conocer el pasado, el presente y el futuro. Dios es omnipresente. Él es la acción y la fuerza. Es muy fácil entenderle. Quizá le resulten muy extrañas estas palabras de la enseñanza hermética que aquí citamos; intentemos entenderlas. Primero repetiremos brevemente lo que hemos analizado ya. El proceso de la mónada, nacido de Dios, tiene tres aspectos principales. En primer lugar, el descenso del espíritu, o intervención divina. En segundo lugar, el Ánimo, esto es, el núcleo monádico que, unido al espíritu, singulariza una radiación que, en tercer lugar, anima el santuario del corazón de la personalidad cuádruple. Cuando esta animación se ha vuelto un hecho en el hombre natural, el hombre que se ha abierto completamente al proceso del nuevo alumbramiento, de nuevo se pone a su disposición una fuerza absolutamente inmortal y divina. El hombre físico, en su forma nacida de la naturaleza, básicamente no es más que un portador de imagen de Dios, una imagen de la idea de Dios. Porque el errar en la dialéctica, las consecuencias de los muchos conflictos y la larga búsqueda del Santo Grial, le han ocasionado mucho daño a la forma nacida de la naturaleza. Pero, con la entrada del Ánimo en el alma, el hombre ha recibido la fuerza para volverse otra vez, en sentido absoluto, un hijo de Dios, de volverse otra vez, plenamente, la imagen de la idea. En ese momento, el proceso monádico está fundamentalmente recuperado. Entonces, a continuación, se desarrolla la gran transfiguración. Se debe hacer todo, absolutamente todo, para que, sobre la base de la forma del orden de emergencia, se vuelva a vivificar la forma original, siendo guiado en ello por el espíritu y por el alma; por el rey y la reina de Las bodas alquímicas de Cristian Rosacruz. Sin embargo, comprenderá que de ninguna manera este formidable proceso podrá llevarse a cabo automáticamente. Cada concernido debe colaborar en él con muchísimo interés, de forma sumamente inteligente y muy personalmente. Paso a paso, él mismo debe explorar el camino. Si por la entrada del Ánimo en el alma se presenta, en un momento dado, la posibilidad básica, entonces se desarrolla un segundo poder, tambien de naturaleza inmortal, llamado por Hermes, como usted sabe, la palabra o el habla. Con ayuda de este segundo poder se desarrolla lo que la Biblia llama «la íntima comunión con Dios». Pues la radiación nuclear con la que está unido el espíritu se manifiesta de formas muy diversas en el ser físico. Por ello, en absoluto resulta difícil comprender a Dios en un momento dado. Quizá haya supuesto que «la íntima comunión con Dios» es una especie de alusión mística a la vida devota. Eso sería, en tal caso, una equivocación. Todo conocimiento superior, todo discernimiento profundo, todas las orientaciones que conducen al candidato fuera de la casa de servidumbre del engaño de la dialéctica, se efectúan con ayuda de este segundo poder. Todo lo que en el pasado, en sentido positivo y de buena fe, fue llamado iniciación, se

manifiesta por medio de este segundo poder inmortal, la palabra creadora viva. En efecto, el inicio del verdadero camino liberador se encuentra en «el Verbo que era en el principio». Con este prólogo, con la determinación de este hecho, el Evangelio de Juan se evidencia como el evangelio más importante. De hecho, siempre fue muy querido por las Fraternidades gnósticas de todas las épocas. Su prólogo demuestra que es el evangelio hermético por excelencia. Si el ser corpóreo está afinado, en cierta medida, con arreglo a esta poderosa vibración y el hombre físico comienza a prestar algo de atención a la afluencia de la Gnosis en el corazón, entonces cuando la radiación nuclear haya irrumpido en el santuario del corazón y colmado todo el ser, también entrará en el santuario de la cabeza en un momento dado. Para lo cual, el sistema de los Chakras como conjunto y los tres Chakras de la cabeza, en particular, se constituyen como intermediarios. El Chakra de la pineal es el Chakra de entrada de la kundalini monádica, que efectúa el descenso del Espíritu Séptuple. El Chakra de la frente está centralizado en el espacio abierto que se encuentra detrás del hueso frontal, de donde tiene que ser expulsado el yo nacido de la naturaleza, y donde nuevamente tiene que ser colocada en su trono, como factor dominante, el alma nueva. El tercer Chakra es el Chakra de la laringe, con ayuda del cual es liberado el poder creador superior y liberador que capacita al candidato para que también llegue a hacer, del segundo elemento de la inmortalidad, un factor completamente activo en la vida. Se puede comprobar si posee un yo muy pronunciado por el resplandor de su frente. Un resplandor muy particular, un fuego muy especial parte de ahí y también se transmite a ambos ojos. Este yo debe apartarse, desaparecer en el proceso aquí referido. En realidad, en el proceso de la nueva concienciación gnóstica, se desliza simplemente por el sistema de los Chakras hacia abajo, hasta que finalmente desaparece totalmente por el plexo sacro. Tan pronto como el yo nacido de la naturaleza ha desaparecido, el alma renacida ocupa la sede que le corresponde desde el principio. A partir de entonces, el factor de conciencia director de la vida ya no será el yo nacido de la naturaleza, sino el alma. El primer poder inmortal, el del corazón, puede ser designado como el escudo del caballero del Grial; el segundo poder inmortal, la palabra, como la espada del Santo Grial. La entrada del espíritu —El Novio o Rey, tal como se le llama en Las bodas alquímicas de Cristian Rosacruz— en el centro de la pineal, puede ser señalada como una corriente positiva de fuerza. La entrada del alma —la Novia o Reina— en el centro de la frente, se relaciona con un polo negativo de fuerza. Estas dos corrientes forman en la parte superior de la faringe un foco, un centelleo, un resplandor y, por ello, un poder creador activo, capaz de liberar del nadir al candidato y elevarle fuera del país fronterizo de la dialéctica. Probablemente ya haya experimentado, o estará experimentando, que la dialéctica es, en términos absolutos, un país fronterizo. Usted no puede atravesar esa materia, esa frontera, ya que todas las cosas en la dialéctica cambian a su opuesto. Mientras está ocupado con lo uno, se encuentra lo otro frente a sí. Lo intenta de otro modo y de nuevo aparece ante usted, en un momento dado, el adversario, la contranaturaleza. Por eso no puede atravesar la dialéctica. Nunca acaba con la dialéctica, pues es un país fronterizo. Pues bien, el segundo nuevo poder es capaz de liberarle de este país fronterizo, de elevarle a la vida liberadora. Es la prodigiosa espada del Santo Grial. Despojada de sus envolturas legendarias, despojada de su simbolismo, se ha vuelto un factor activo en la vida. Todo el que restaure el vínculo entre la mónada y el hombre físico recibe esta espada para penetrar en la transfiguración. Para indicar de alguna forma la actividad y el

poder de esta arma, Hermes dice: Únicamente con este ser vivo se relaciona la divinidad. Por la noche mediante los sueños y por el día mediante presagios, le predice de diversas formas el futuro: por las aves, por las entrañas, por el aire, por el roble; por ello, al hombre le es dado conocer el pasado, el presente y el futuro. Naturalmente, tenemos que profundizar más en estas revelaciones, ya que sin alguna aclaración tal vez se equivoque. Estas palabras de Hermes, y eso se ha evidenciado en el pasado, no se han comprendido lo más mínimo. Suenan muy mediúmnicas, muy negativo-ocultas y, por consiguiente, han puesto más de una pluma en movimiento, y han llevado a que muchos vean el hermetismo como maldito paganismo, remitiendo con ello a infinidad de advertencias en las Sagradas Escrituras que conocemos como, por ejemplo, no ser agoreros ni adivinos y similares. Pero no se trata en absoluto de que Hermes fuese a querer llamar la atención sobre algo semejante. Sino que se trata de una indicación velada para alumnos serios, por lo tanto, no para profanos. En consecuencia, queremos aclararle sucesivamente a qué se refiere Hermes con sueños, presagios, predicciones, aves, entrañas y robles. Ya se le explicó que todos los procesos que guardan relación con las transformaciones en el santuario de la cabeza y en el santuario del corazón, están estrechísimamente unidos a nuevas corrientes, radiaciones y desarrollos en la atmósfera astral. Cuando recorre el camino y busca el vínculo con la mónada, la atmósfera astral pura viene a su encuentro para entrar en relación con usted. En un momento dado, todo su cuerpo astral es influido por ello. La sustancia pura de naturaleza astral y los éteres puros, los llamados alimentos santos, se unen a usted. Si piensa ahora en el triple proceso, expuesto hace un momento en relación con el centro de la pineal, el centro de la frente y el de la laringe, en el último de los cuales lo positivo y lo negativo del nuevo toque se encuentran y originan una chispa, un nuevo poder, entonces podrá imaginarse que la nueva sustancia atmosférica, que le toca a través del nuevo principio centelleante en el santuario de la cabeza, también entra en relación con el éter nervioso. El éter nervioso, el fluido nervioso, experimentará todos los reflejos, todas las influencias del nuevo desarrollo. En un momento dado, estos nuevos impulsos en el éter nervioso, empiezan a dirigirse a determinados órganos vitales, ya que su proceso mental y todos sus órganos sensoriales operan, viven, arden y funcionan con ayuda del éter nervioso. La calidad de su éter nervioso determina también su mentalidad, sus diversos comportamientos sensoriales, etcétera. Por eso, podrá imaginarse que cuando la nueva fuerza es derramada sobre usted y, tras todos los preparativos esbozados, penetra en usted, ésta se le dará a conocer totalmente, con sus efectos y estímulos, a través del éter nervioso. Cuando los nuevos impulsos empiecen a actuar y a expresarse en el éter nervioso, el candidato empezará a entenderlos con ayuda del nuevo poder creador. En ese momento, el candidato entra, tal como intenta decirnos Hermes, en la verdadera, positiva y viva relación con el Logos. La nueva luz astral, la pura sustancia astral y todos sus efectos, se reflejarán en el éter nervioso. En relación con esto, piense, por ejemplo, en la Cabeza de Oro en la que se concentran muchos valores astrales puros, en tanto que cúspide del Cuerpo Vivo. De esta forma, el candidato ennoblecido para este estado de ser, que ha penetrado hasta este punto, entrará en una relación viva, verdadera e interior, con la Cabeza de Oro. Pues, como se ha dicho, tales impulsos pueden ser absorbidos y comprendidos por medio del segundo nuevo poder que controla todos los órganos del santuario de la cabeza. Hermes Trismegistos se refiere a estos sueños. No son otra cosa que impulsos visionarios, visiones, impresiones, que se corresponden plenamente, por ejemplo, con

aquello a lo que Pedro se refería en su discurso de Pentecostés cuando, citando las palabras del profeta, dijo: «En los postreros días —dice Dios— [...] vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños». Con ello se apunta a una intuición visionaria, un nuevo estado sensorial. Los sueños a los que Hermes se refiere son, pues, algo completamente distinto a lo que, en general, se entiende con esta palabra y se experimenta como «yo», egocéntricamente. Se trata de que entienda ahora que de esta manera se transmiten, a cada candidato ennoblecido para ello, sugestiones e impulsos de naturaleza gnóstico-filosófica que se desarrollan en toda la Cadena Universal, a través de las siete Escuelas. Así se desarrolla la relación viva entre todos los hijos de Dios, sin que se produzca ningún error, ni exista ningún obstáculo causado por el tiempo o la distancia. Por medio del nuevo poder está usted conectado con todos. Las indicaciones para recorrer el camino únicamente pueden ser transmitidas a su conciencia por medio de esta proyección nerviosa. Se trata aquí, por tanto, de una relación íntima con lo Invisible. Así comienza. Y comprenderá que este comienzo no es espectacular en lo más mínimo, ya que es el comienzo de «la íntima comunión con Dios» de las almas que han entrado en la paz de Belén. Quienes han entrado en esta íntima relación con el Logos no hablan sobre ello, sino que recorren silenciosos su camino y realizan su tarea. Y ahora comprenderá que esto guarda relación con el derramamiento del Espíritu Santo, el gran milagro de Pentecostés. La nueva lengua que fue hablada por los Apóstoles, implicaba el uso de este nuevo poder creador, de este segundo poder inmortal, en el fuego llameante de la renovación astral. En verdad, esto es lo que dijo Hermes y también, imitándole, el profeta Joel: «Después de esto derramaré mi espíritu sobre todo ser humano, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños y vuestros jóvenes verán visiones». Si usted, verdaderamente, es un hijo, una hija, de la Joven Fraternidad Gnóstica, en el sentido serio y pleno de la palabra, entonces éste es su futuro, siempre que quiera recorrer el auténtico camino. Vuelva a leer, de nuevo, en los Hechos de los Apóstoles cómo el Espíritu Santificante, es decir, la segunda actividad del poder creador, fue derramado, en aquel entonces, al mismo tiempo sobre miles. Consideramos un privilegio poder hablarle sobre todas estas cosas y esperamos firmemente que no hará mal uso de estas revelaciones. ¡Consérvelas en su corazón!

XVII Presagios,predicciones, aves, entrañas, robles Aún no hemos acabado con nuestras explicaciones sobre lo que Hermes quiere decir con sueños, presagios, predicciones, aves, entrañas y robles. Sobre los sueños ya le hablamos y del resto de la enumeración que acabamos de hacer, más adelante comentaremos arbitrariamente algunos de ellos, pues un tratamiento detallado nos conduciría, indudablemente, demasiado lejos. En esto, por diversas razones, queremos remitirle especialmente al lenguaje de la Biblia, porque este lenguaje se conoce mejor que el de Hermes. Con ayuda del mismo, podrá comprobar al mismo tiempo hasta qué punto se basan los libros bíblicos en los antiguos escritos de Hermes. Quizá le sea conocido que, en la remota antigüedad, los sacerdotes y los reyes, invariablemente, eran iniciados; al menos, dotados de los dos poderes inmortales. Los ancestrales sacerdocios eran enseñados en las grandes escuelas del pasado y los trabajadores para el mundo y la humanidad sólo eran puestos en contacto con el público después de una completa preparación y maduración en estas escuelas. Hacer resurgir en nuestra era ese estado sacerdotal, era, entre otros, el elevado y noble objetivo de la Fraternidad Catara; una aspiración que por desgracia fue sofocada por Roma con sangre y hogueras. Desde entonces se manifestó, sin estorbos, el supuesto sacerdocio que ahora conocemos. Y, desde luego, posean las cualidades que posean sus representantes, no son las de los dos poderes inmortales. Pues si los poderes inmortales se despertasen en los sacerdotes de las iglesias, entonces éstos se retirarían inmediatamente de los cuerpos eclesiásticos concernidos. Un hermano o hermana de la Comunidad de la Luz nunca tendrá tratos con comunidades que están manchadas con la sangre de los cataros y los santos. La clásica realeza, que narran los misterios, desapareció ya mucho antes de nuestra era y, por consiguiente, no tiene ningún sentido explayarse sobre el tema. Queremos señalar al respecto que, en el lenguaje de los misterios, a los verdaderos sacerdotes e iniciados del pasado se les llamaba con nombres de árboles y eran comparados con árboles. Sabiendo esto, podemos regresar de inmediato a nuestro punto de partida y entender a Hermes cuando dice que, en esencia, Dios es uno con el candidato que en Él se despierta y, entre otras cosas, habla con él por medio de robles: la velada indicación para los iniciados de la Cadena Universal. Con esto, entramos de inmediato en terreno bíblico. Piense en los cedros del Líbano con los que, según el mito, fue construido el templo de Salomón. ¡Ese templo jamás fue devastado! Jamás estuvo en la Jerusalén geográficamente conocida, porque el templo de Salomón es uno de los templos verdaderamente vivos del campo de vida divino, edificado y mantenido por árboles vivos, por hombres-alma que viven en Dios. En el lenguaje de los misterios, un árbol es, por tanto, el propio hombre. Por eso también, en el lenguaje de los misterios, Jesús, fue llamado el Árbol de la Vida. Para acercarle aún más a todo esto, señalamos que en la Biblia los verdaderos hijos de Dios son llamados literalmente «robles del Señor», aludiendo en tal caso, entre otras cosas, a la inusual resistencia, fuerza y perdurabilidad del roble. Además, también se habla de los «Árboles de justicia». Y de los encinares de Mamre y de Moré, en los que tuvieron lugar manifestaciones sorprendentes; Moré es la designación para el maestro iniciado, y

Mamre significa riqueza abundante. Ya le hemos dejado claro que, cuando el nuevo poder creador está a disposición del candidato, ya sólo por ello éste puede entrar y entrará en una relación viva con toda la Cadena Universal. Y, ciertamente, hasta el punto de que la Cadena Universal se comunique con la Cabeza de Oro del Cuerpo Vivo de la Joven Gnosis. Así pues, la relación con los iniciados de la Fraternidad Universal, por lo tanto con «los robles del Señor», no tiene lugar bajo la forma, por ejemplo, de encuentros con respetables señores o damas. ¡En absoluto se trata de eso! El contacto vivo consiste en una vivencia interior, en un encuentro interior, sobre la base de los dos poderes inmortales tan extensamente analizados. En esto, el yo —y recuerde bien esto— está totalmente excluido. Tenga la certeza de que, con poderes desarrollados ocultamente, tales como visión etérica, clarividencia, clariaudencia y similares, no se podrán percibir «los robles del Señor», los iniciados de la Fraternidad Gnóstica. Con esos poderes, de los que algunos están tan orgullosos, únicamente existe la posibilidad de relacionarse con y en la esfera reflectora. Ahora nos queda aún por abordar la cuestión de por qué, en relación con este simbolismo, se utilizó precisamente el árbol como indicación, y en particular el roble. La respuesta a esta pregunta la tenemos muy a mano. Sabe que el sistema del fuego de la serpiente es llamado el árbol de la vida. Y que, por consiguiente, toda persona posee el árbol que debe crecer hasta convertirse en «el roble del Señor». Por eso, es de gran importancia analizar todas estas cosas con usted. El árbol de la vida, con sus tres canales y, estrechísimamente ligado a él, el extendido duodécuplo sistema nervioso como las ramas y las hojas, el sistema séptuple de los Chakras como los frutos del árbol y el éter nervioso o el archeus como la savia vital de este árbol sagrado, no puede decirse que sea una designación muy rebuscada. En los grandes iniciados, el nuevo poder analizado en detalle con usted recientemente, se ha desarrollado hasta un estado muy elevado, hasta una muy elevada calidad, debido a lo cual todo su sistema del fuego de la serpiente, completamente transfigurado, está al servicio de su condición humana transformada y verdaderamente despertada en Dios. En tales iniciados, la clásica serpiente Manas, el pensador, que se corresponde con el poder intelectual, es el elevado nuevo poder del pensamiento. Por lo tanto, esta serpiente ya no los tentará más, sino que seguirá morando en las regiones del país fronterizo de la dialéctica. Quien ha restablecido el árbol de la vida en la ancestral imagen de la idea, posee al mismo tiempo las alas y el poder para liberarse de la naturaleza de la muerte y entrar en el nuevo estado de vida. Con esto llegamos automáticamente al simbolismo de las aves: el Espíritu Santo descendió como una paloma sobre la cabeza de Jesús el Señor. La inmortalidad y su esencia, las fuerzas monádicas del espíritu, Ánimo y animación, siempre fueron comparadas con aves. Piense en el águila como símbolo bíblico, piense en Hansa, el pájaro de la inmortalidad. Así, el espíritu del Señor puede hablar y hablará al hombre despertado, y la milicia de las aves, el toque divino, descenderá día y noche sobre el hombre-alma. Así, finalmente, el hombre-alma redimido elevará sus propias alas de Mercurio en la luz de la nueva mañana, como el Fénix, el célebre pájaro de fuego. Y para ser aún más completos: los antiguos hablaban de las entrañas de la Tierra, y de una conmoción interior «hasta las entrañas», como puede leer en la Biblia (con lo que, no se refiere, pues, al sistema intestinal): «El espíritu del Señor escudriña y prueba al hombre», así está escrito, «hasta en el corazón y los ríñones». Y: «Mi alma fue conmovida hasta las entrañas». Por eso esperamos y rogamos que estas explicaciones, en verdad, le hayan conmovido

hasta el interior más profundo, hasta las entrañas. Y que, en usted, la decisión de recorrer el único camino pueda ser firme, más positivamente que nunca.

XVIII Libro Decimocuarto: El discurso secreto en la montaña, referente al renacimiento y a la promesa de guardar silencio 1 Tat: En tu discurso general, Padre, te expresaste de manera enigmática y oscura cuando hablaste de la naturaleza divina. Tú no me la has revelado, diciendo que nadie puede ser salvado si no renace de nuevo. 2 Pero cuando, durante el descenso de la montaña, después de tu conversación conmigo, te supliqué e interrogué sobre la enseñanza del renacimiento, a fin de poder conocerla —dado que ésta es la única parte de toda la enseñanza que me es desconocida— me prometiste transmitirme la misma tan pronto como me hubiera desatado del mundo. 3 He hecho eso, y me he hecho fuerte interiormente contra la ilusión del mundo. Accede pues ahora a completar lo que me falta, tal como me prometiste y a instruirme acerca del renacimiento, ya sea oralmente, o como misterio. Ya que no sé, oh Trismegistos, de qué matriz nace el hombre verdadero ni de qué semilla. 4 Hermes: De la sabiduría que piensa en silencio, hijo mío, y de la semilla que es el único bien. 5 Tat: ¿Y quién la siembra, Padre? Todo esto me resulta totalmente incompresible. 6 Hermes: La voluntad de Dios, hijo mío. 7 Tat: Y ¿de qué especie es el que nace, Padre? Ya que no participará ni de mi ser terrenal ni de mi pensamiento racional. 8 Hermes: El renacido será también distinto: será un dios, un Hijo de Dios, todo en todo, y equipado con todos los poderes. 9 Tat: Me hablas con enigmas, Padre, y no como le habla un padre a su hijo. 10 Hermes: Este tipo de cosas no se dejan enseñar, hijo mío. Pero, si Dios quiere, El mismo te restituirá su recuerdo. 11 Tat: Padre, tú me dices cosas que superan mi comprensión y que me violentan. Por eso, al respecto, únicamente tengo esto como justa respuesta: soy un hijo extraño al linaje de su padre. No sigas negándome tu sabiduría, Padre, pues soy tu hijo legítimo: exponme con todo detalle de qué manera tiene lugar el renacimiento. 12 Hermes: ¿Qué puedo decir, hijo mío? Sólo esto: Cuando percibí una visión confusa dentro de mí mismo, que había sido producida por la misericordia de Dios, salí de mí mismo en un cuerpo inmortal. Así, ahora ya no soy aquel que fui una vez, sino que ahora he sido engendrado en el alma espíritu. Algo así no se deja enseñar, y no se puede percibir con el elemento material con el que aquí se ve. Por eso, tampoco tengo ya ninguna preocupación por la forma compuesta que un día fue la mía. Ya no tengo color, ni sentido sensorial, ni medida: todo esto me resulta extraño. 13 En este momento me ves con tus ojos, hijo mío, pero lo que yo soy no lo puedes comprender contemplándome y mirándome con los ojos del cuerpo. En realidad, ahora no me estás viendo con esos ojos, hijo mío. 14 Tat: Me has turbado y desconcertado seriamente, Padre. Pues ahora ni siquiera me veo a mí mismo. 15 Hermes: Don de Dios, hijo mío, que tú también hubieses salido de ti mismo,

como quienes sueñan mientras duermen; pero en tu caso sin dormir. 16 Tat: Dime aún esto: ¿Quién es el que lleva a cabo el renacimiento? 17 Hermes: El Hijo de Dios, el único hombre, según la voluntad de Dios. 18 Tat: Ahora si que me has dejado realmente mudo de asombro, Padre, pues ahora ya no comprendo nada: te sigo viendo con la misma forma física, con el mismo aspecto exterior. 19 Hermes: En eso te equivocas, ya que la forma mortal cambia de día en día. Irreal como es, la misma cambia en el transcurso del tiempo, aumentando o disminuyendo. 20 Tat: ¿Qué es entonces verdadero y real, Trismegistos? 21 Hermes: Aquello que no está mancillado, hijo mío; lo que es ilimitado, incoloro, inmutable, sin vestido, sin forma, radiante, sólo por sí mismo escrutable, el bien inmutable, lo incorpóreo. 22 Tat: Esto está por encima de mi entendimiento, Padre, pensaba que me había vuelto sabio por ti. Pero todo mi discernimiento se ve dificultado por estas nociones. 23 Hermes: Eso es lo que sucede, hijo mío, con lo que va hacia arriba como fuego, o hacia abajo como tierra, o que es líquido como el agua, o que sopla por todo el universo como aire. Pero ¿cómo podrías percibir con los sentidos aquello que no es sólido ni líquido, que no se puede reunir ni captar, y que sólo puede ser comprendido por su poder y fuerza activa, algo que únicamente le resulta posible a alguien que puede sondear el nacimiento en Dios? 24 Tat: ¿Entonces, soy incapaz de eso, Padre? 25 Hermes: No quiero decir eso, hijo mío. Recógete en ti mismo, y vendrá. Anhélalo, y sucederá. Acalla las funciones sensoriales del cuerpo, y el nacimiento de lo divino será un hecho. Purifícate de los castigos irracionales de la materia. 26 Tat: ¿Es que tengo disciplinadores en mí, Padre? 27 Hermes: No pocos, hijo mío, y terroríficos y numerosos. 28 Tat: Yo no los conozco, Padre. 29 Hermes: Esta misma ignorancia es el primer castigo, hijo mío; el segundo es la tristeza y el dolor; el tercero, la intemperancia; el cuarto, el deseo; el quinto, la injusticia; el sexto, la avaricia; el séptimo, el engaño; el octavo, la envidia; el noveno, la astucia; el décimo, la cólera, el undécimo, la irreflexión; el duodécimo, la maldad. Estos castigos son doce en número, pero existen muchos otros que, por medio de la prisión del cuerpo, fuerzan al hombre, por naturaleza, a sufrir las actividades de los sentidos. No obstante, estos castigos cesan, si bien no de una vez, cuando Dios se ha apiadado de un hombre. Y esto último explica la esencia y el sentido del renacimiento. 30 Calla ahora, hijo mío, y escucha con respetuoso agradecimiento. La misericordia de Dios ya no se apartará de nosotros. Alégrate, hijo mío, ahora que las fuerzas de Dios te purifican afondo con el fin de reunir a los miembros de la Palabra. 4 La Gnosis de Dios ha venido a nosotros: por su llegada la ignorancia ha sido expulsada. La Gnosis de la alegría ha venido a nosotros. Por su llegada, el dolor huirá hacia quienes tienen sitio para él. La fuerza que invoco tras la alegría es la modestia. ¡Oh fuerza dulcísima! Acojámosla en nosotros con la mayor alegría, hijo mío; observa que con su llegada ha expulsado a la desmesura. En cuarto lugar, nombro el autodominio, una fuerza que se opone al deseo. El siguiente escalón, hijo mío, es el pedestal de la rectitud; pues mira cómo, sin 4

Aquí se alude al devenir del hombre nuevo, que es «la Palabra de Dios» en nosotros

alboroto, ha expulsado la injusticia. Así nos hemos vuelto rectos, ahora que la injusticia ha desaparecido. La sexta fuerza que llamo a nosotros, es aquella que combate contra la avaricia; es la fuerza de la bondad que se comunica a otros. Y cuando la avaricia ha desaparecido, llamo a la verdad: tan pronto la falsedad huye, viene la verdad hacia nosotros. Mira, hijo mío, como, ahora que la verdad ha llegado, el bien ha devenido perfecto, pues la envidia se ha apartado de nosotros. A la verdad le ha sucedido el bien, acompañado de vida y luz; y ningún castigo de las tinieblas nos puede ya atacar, porque, vencidos, huyeron en zumbante vuelo. 31 Ahora conoces, hijo mío, la forma en que tiene lugar el renacimiento: por la llegada de los diez aspectos se consuma el nacimiento espiritual y son expulsados los doce aspectos; y así pues, somos divinizados por este proceso de nacimiento. 32 Quien, por la misericordia de Dios, ha obtenido el divino nacimiento y ha abandonado la sensibilidad física, es consciente de estar formado a partir de fuerzas divinas y está colmado de íntima alegría. 33 Tat: Ahora, que he llegado a ver según los designios de Dios, las cosas ya no se me hacen visibles por medio de la vista ordinaria, sino gracias al poder espiritual de las fuerzas recibidas. Estoy en el cielo, sobre la tierra, en el agua, en el aire; estoy en los animales y en las plantas; estoy antes, en y después del nacimiento, sí, en todas partes. Pero dime aún, ¿cómo los castigos de las tinieblas, que son doce en número, son expulsados por diez fuerzas? ¿De qué manera acontece esto, Trismegistos? 34 Hermes: La tienda-morada que hemos abandonado, se ha constituido a partir del círculo del zodiaco, que a su vez se compone de doce elementos, una única naturaleza, pero multiforme en su proyección, conforme al erróneo pensamiento del hombre. 35 Entre estos castigos, hijo mío, los hay que actúan como unidad. Así, precipitación e irreflexión son inseparables de la cólera. Ni siquiera se las puede distinguir. Es, pues, comprensible y lógico que desaparezcan juntas cuando son ahuyentadas por las diez fuerzas. Son estas diez fuerzas, hijo mío, las que dan nacimiento al alma. Vida y luz están unidas. De este modo nace, del espíritu, el número de la unidad. Asimismo, según la razón, la unidad contiene a la década y la década a la unidad. 36 Tat: Padre, veo en el alma-espíritu a todo el universo y a mí mismo. 37 Hermes: Eso es el renacimiento, hijo mío, del que uno no puede hacerse representaciones tridimensionales. Tú lo conoces y lo experimentas ahora gracias a este discurso referente al renacimiento que yo, sólo para provecho tuyo, he puesto por escrito, a fin de que no fuésemos a regalar todo esto al gentío, sino exclusivamente a quienes Dios elige para ello. 38 Tat: Dime, Padre, ¿se disolverá alguna vez este nuevo cuerpo, que está constituido con las diez fuerzas? 39 Hermes. ¡Cállate! No digas cosa imposibles: al hacerlo pecarías y enturbiarías el ojo del alma-espíritu. El cuerpo natural de los sentidos está muy lejos del nacimiento divino esencial. El primero es disoluble, el segundo indisoluble; el primero es mortal, el segundo inmortal. ¿No sabes que has devenido un dios, un hijo del Único, lo mismo que yo? 40 Tat: Padre, me gustaría oír el canto de alabanza que, según me has contado, oíste cantar a las fuerzas, cuando hubiste alcanzado la Ogdóada 5. 41 Hermes: en concordancia con lo que Poimandres reveló en la Ogdoada, apruebo tu Ogdoas significa octavo: es la fase de la entrada en Dios, el ser completamente espíritu. Véase también el Libro I, versículo 64. 5

prisa por desmontar esta tienda, ya que ahora estás puro. Poimandres, el espíritu, no me ha manifestado más de lo que ha sido escrito por mí, sabiendo bien que por mí mismo sería capaz de comprender y oír todo y de ver todo lo que quisiera; y él me ordenó hacer todo lo que fuese bueno. Por eso, en todas las cosas, cantan las fuerzas que están en mí. 42 Tat: Padre, también yo quiero oír y conocer todo esto. 43 Hermes: Calla entonces, hijo mío y escucha el canto de alabanza que a esto se refiere, el himno al renacimiento. No era mi intención darlo a conocer sin más, excepto a ti que has llegado al final de esta iniciación. Razón por la que este canto de alabanza no se enseña, sino que permanece oculto en el silencio. Así pues, sitúate en un lugar al aire libre, el rostro vuelto hacia el viento del mediodía, después de que el Sol se haya puesto, arrodíllate así y ora; y haz lo mismo a la salida del Sol, pero vuélvete entonces hacia el levante. Y así, ahora calla, hijo mío: 44 CANTO DE ALABANZA SECRETO Que toda la naturaleza del cosmos pueda escuchar este canto de alabanza. ¡Ábrete, oh tierra! Que las aguas de los cielos abran sus esclusas al oír mi voz. ¡Quedaos inmóviles árboles! Porque quiero cantar un himno al Señor de la Creación, el Todo y el Uno. ¡Abrios, cielos! Vosotros vientos, aquietaos, para que el ciclo inmortal de Dios pueda recibir mi palabra. Porque voy a cantar la alabanza del que creó todo el universo, que le indicó su lugar a la Tierra y que fijó el firmamento; que ordenó al agua dulce abandonar el océano y esparcirse por la tierra habitada y la inhabitada, al servicio de la existencia y de la pervivencia de todos los hombres; que ordenó al fuego brillar, para todo uso que los dioses y los hombres quisieran hacer de él. Alabemos, todos juntos, a Quien se halla por encima de todos los cielos, el Creador de toda la naturaleza. El es el ojo del espíritu: a Él alaben todas las fuerzas. 45 Oh, vosotras, fuerzas que estáis en mí: cantad la alabanza del Uno y del Todo; cantad en armonía con mi voluntad, oh, vosotras, fuerzas que estáis en mí. Gnosis, oh santo conocimiento de Dios, iluminado por ti me es dado alabar la luz del saber y regocijarme en la alegría del alma-espíritu. Oh, vosotras fuerzas, cantad todas conmigo este canto de alabanza. Y oh tú, modestia, y tú, justicia en mí, cantad a través de mí lo recto. Oh, amor por el universo en mí, canta en mí al todo; canta, oh verdad, la verdad; canta, oh bondad, el bien. 46 De ti, oh vida y luz, proviene el canto de alabanza, a ti regresa de nuevo. Te doy gracias a ti, Padre, que manifiestas las fuerzas. Te doy gracias a ti, Padre, que empujas lo potencial a la actividad. Tu palabra canta, a través de mí, tu alabanza. Recibe, a través de mí, el todo, como palabra, como ofrenda de la palabra. 47 Oye lo que claman en mí las fuerzas: alaban el Todo, cumplen tu voluntad. Tu voluntad parte de Ti y todo regresa de nuevo a Ti. Recibe de todos la ofrenda de la palabra. 48 Salva al todo que está en nosotros. Ilumínanos, oh vida, luz, aliento, Dios. Pues el alma-espíritu es el guardián de tu palabra. 49 Oh, portador del espíritu, oh Demiurgo, tú eres Dios. Esto clama el hombre que te pertenece, a través del fuego, a través de la luz, a través de la tierra, a través del agua, a través del espíritu, a través de tus criaturas. He recibido de Ti este canto de alabanza de la eternidad y también he encontrado, por

tu voluntad, el reposo que buscaba. 50 Tat: He visto como, según tu voluntad, debe ser expresado este canto de alabanza, Padre. Yo también lo he pronunciado en mi mundo. 51 Hermes: Hijo mío, di: en lo esencial, esto es, el mundo divino. 52 Tat: Sí, en el mundo esencial, Padre, tengo ese poder. Por tu canto de alabanza y tu acción de gracias se ha vuelto perfecta la iluminación de mi alma-espíritu. Ahora también yo quiero dar gracias a Dios desde mi ser más profundo. 53 Hermes: En eso no seas ligero, hijo mío. 54 Tat: Oye, Padre, lo que digo en el alma-espíritu: A Ti, mi Dios, primer artífice del renacimiento, yo Tat, Te brindo la ofrenda de la palabra. Oh Dios, tú, Padre; tú, Señor; tú, Espíritu: acepta de mí la ofrenda que deseas de mí. Pues todo esto se realiza en concordancia con tu voluntad. 55 Hermes: Hijo mío, ofreces así a Dios, el Padre de todas las cosas, una ofrenda agradable a Él. Pero añade aún: por la palabra. 56 Tat: Te doy las gracias, Padre, por los consejos que me has dado. 57 Hermes: Me alegro, hijo mío, de que hayas extraído buenos frutos de la verdad, una cosecha verdaderamente inmortal. Prométeme, ahora que has aprendido esto de mí, guardar silencio con respecto a este fabuloso poder, y no transmitir a nadie el modo de realizar el renacimiento, para que no se nos cuente entre los que profanan la enseñanza. Baste que ambos hayamos hecho lo nuestro: yo hablando y tú escuchando. En la luz del espíritu te conoces ahora a ti mismo; a ti mismo y a nuestro Padre común.

XIX La matriz del renacimiento Ahora pedimos su atención para el libro decimocuarto de Hermes. Este libro contiene El discurso secreto en la montaña y trata sobre el renacimiento, el problema nuclear de toda Gnosis. Por eso, el contenido de este libro es de la mayor importancia y nuestro plan es someterlo a un minucioso estudio, ya que tenemos como tarea sondear este tema lo más profundamente posible. Ahora, que vamos a poner en práctica este plan, tiene que profundizar bien en todo lo que durante años le ha sido dado a conocer en la Escuela Espiritual moderna acerca de la Gnosis y sus designios. Si entonces, así preparado, se acerca al libro decimocuarto de Hermes, no le asombrará en absoluto que ya en el primer versículo se diga que nadie, sin renacimiento, puede ser salvado; que, por lo tanto, ningún hombre físico podrá entrar en la vida liberadora sin este poderoso proceso, que teóricamente conocemos como el renacimiento. El renacimiento, la base de y para todo crecimiento transfigurista, es la condición para el nuevo estado de vida. En consecuencia, Tat, como es comprensible, pide a Trismegistos ser informado acerca del camino y el método para el renacimiento. Y añade: En tu discurso general, Padre, te expresaste de manera enigmática y oscura cuando hablaste de la naturaleza divina. Tú no me la has revelado, diciendo que nadie puede ser salvado si no renace de nuevo. Pero cuando, durante el descenso de la montaña, después de tu conversación conmigo, te supliqué e interrogué sobre la enseñanza del renacimiento, a fin de poder conocerla —dado que ésta es la única parte de toda la enseñanza que me es desconocida— me prometiste transmitirme la misma tan pronto como me hubiera desatado del mundo. Esta respuesta nos parece muy clara. Quien quiera comprender los fundamentos del renacimiento, debe haberle dado la espalda a la naturaleza dialéctica. ¿Qué provecho podría sacar un mortal de comprender intelectualmente el cómo y el porqué del renacimiento si no hubiese nacido en lo profundo de su corazón un anhelo para solucionar una existencia sin perspectiva, si no sintiese aversión por el mundo y por su consiguiente estado de vida? Debe dedicar algún momento a reflexionar profundamente sobre ello. La Escuela Espiritual moderna se coloca, con razón, bajo el punto de vista de que de la persona que se une a ella parte de un deseo de liberación nacido en el corazón. Si no es así, entonces el alumnado sólo es una continua fuente de desdicha, tanto para el alumno como para la Escuela. Después de todo, la razón, el sentido, la luz, el núcleo del renacimiento, está como una antítesis en este mundo. Por eso, el candidato a los misterios gnósticos debe anular esta antítesis en sí mismo, dándole la espalda a este mundo. Quien no quiere eso, o todavía no puede, psicológicamente, no es apto, por el momento, para el alumnado de una Escuela Espiritual gnóstica. Así, se vuelve claro por qué en relación al libro decimocuarto se habla de El discurso secreto en la montaña del renacimiento. A quien se lanza con el yo nacido de la naturaleza y con la dialécticamente explicable habitual hambre de vida sobre la filosofía gnóstica, no se le desvelará lo más mínimo el secreto del renacimiento, cualquiera que fuese el empeño que se pusiese en ello. No hay nadie que, en ese estado de ser, pudiese comprender este secreto ni reaccionar al respectivo discurso secreto. Todo quien así lo intenta, acaba realizando una imitación de este proceso y pronto es desenmascarado. De esta manera, el discurso sobre el renacimiento, sigue siendo un absoluto misterio para los profanos, aunque se aprenda de

memoria todo lo que, a lo largo de los siglos, se ha publicado sobre el tema. En efecto, pensamos aquí en Mateo 11-25: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las revelaste a los hijos de Dios». Los sabios de este mundo se llaman ya a sí mismos hijos de Dios cuando están orientados religiosamente. Su razón, su conocimiento, es un regalo divino, piensan ellos. En consecuencia, hablan de grandes poderes espirituales, y toda la masa se inclina antes estas autoridades. Así se cierra el paso al misterio, porque quien, de la manera que sea, aún sigue en la ilusión del yo, quien aún mantiene a la serpiente del nacimiento natural en su lugar y en esencia no ha cambiado lo más mínimo, no conocerá el anhelo fundamental, no lo poseerá y, a alguien así, la Escuela Espiritual moderna no tiene nada que decirle. El discurso secreto seguirá siendo un misterio para él. Tat dice en el tercer versículo de nuestro texto: Me he desatado del mundo y me he hecho fuerte interiormente contra la ilusión del mundo. Accede pues ahora a completar lo que me falta, tal como me prometiste y a instruirme acerca del renacimiento, ya sea oralmente, o como misterio. Así pues, finalmente, el grito del corazón tiene que demostrar el verdadero alumnado. El anhelo de renacimiento se vuelve realidad por una preparación y un desligamiento interior completos del mundo de la dialéctica. Quizá piense aquí en el otro Sermón de la Montaña, el evangélico, que le resulta más familiar. Al comienzo del mismo se dice, en efecto: «Bienaventurados los que anhelan el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos». De ese anhelo se eleva la plegaria: «Me he preparado, he liberado mi Ánimo de la ilusión del mundo. Hazme entender ahora el renacimiento». A quien de esta manera, desde su ser más profundo, ha abierto la puerta a los misterios de Dios, empezará a hablarle, desde el secreto, el discurso referente al renacimiento, porque el secreto no es otra cosa que el propio reino de los cielos. El oído interior se abrirá entonces para poder entender este discurso secreto. Si uno se orienta a partir de ese estado de ser, primero deberán solucionarse algunos problemas aparentes que queremos examinar sucesivamente en nuestro texto. En primer lugar: ¿De qué matriz nace el hombre verdadero y de qué semilla? La respuesta de Hermes dice: De la sabiduría que piensa en silencio, hijo mío, y de la semilla que es el único bien. Tat: ¿Y quién la siembra, Padre? Todo esto me resulta totalmente incomprensible. Hermes: La voluntad de Dios, hijo mío. Tat: Y ¿de qué especie es el que nace, Padre? Ya que no participará ni de mi ser terrenal, ni de mi pensamiento racional. Hermes: El renacido será también distinto: será un dios, un Hijo de Dios, todo en todo, y equipado con todos los poderes. Tat: Me hablas con enigmas, Padre, y no como le habla un padre a su hijo. Hermes: Este tipo de cosas no se dejan enseñar, hijo mío. Pero, si Dios quiere, Él mismo te restituirá su recuerdo. Permítasenos abordar, en alguna medida, estos cuatro problemas. A partir del conocimiento acumulado del alumnado elemental podremos solucionarlos con mayor o menor facilidad. ¿De qué semilla, de qué matriz, renace el hombre? De la Sophia, esto es: de la sabiduría. Muchos suponen que la sabiduría es una especie de conocimiento superior muy amplio. Se habla, por ejemplo del conocimiento de la sabiduría. Así, usted podría partir de la suposición de que la sabiduría debe ser experimentada intelectualmente, que puede ser conocida intelectual-mente y que, por lo tanto, puede ser asimilada intelectualmente. No cometa ese error tan común. En el mundo de la dialéctica, el filósofo es el seudo-

poseedor de la Sophia, el hombre que explora intelectualmente en todas direcciones. Cuando ha agotado todas las fuentes a las que está orientado, empieza a construir, sobre la base de su conocimiento acumulado, una concepción propia, una visión propia. Una visión que, a veces, puede ser formulada muy bellamente, una visión que en muchos aspectos puede ser llamada pura y buena, pero que como obra intelectual siempre será una especulación, una especulación que, durante un tiempo, es amada e imitada, que es elegida como idea conductora en la vida. Pero algunos años después, un segundo filósofo viene a contradecir la primera concepción, el primer producto de la sabiduría dialéctica, la primera fantasía, la primera especulación; de esta manera, se desarrolla una nueva moda filosófica. No es en absoluto a esta conocida y a menudo tan completamente estéril deambulación del entendimiento a lo que se refiere Hermes cuando habla de la matriz de la Sophia. Aquí, él está orientado a la esfera de acción de los cuatro cuerpos, las cuatro formas de la personalidad, en particular: el cuerpo material, su doble etérico, el cuerpo astral y el poder del pensamiento. Sabe que el organismo material es mantenido por los éteres del cuerpo etérico. Cuando los éteres entran débil o lentamente, siempre se produce una perturbación del cuerpo material o un debilitamiento del mismo. El cuerpo etérico es movido por las radiaciones astrales del cuerpo astral. Debería suceder de tal manera que el cuerpo astral viviese enteramente de y por el poder del pensamiento, en sentido pleno. El propio poder del pensamiento debería entonces respirar completamente en la Sophia. Ésa es una materia aún más sutil y noble que la materia del pensamiento. Sin embargo, el poder del pensamiento del hombre físico no es todavía, bajo ningún aspecto, adulto. Sí, con respecto al hombre nacido de la naturaleza, incluso aún no puede hablarse de un cuerpo mental. Sólo está presente de forma elemental. Y éste tampoco puede auto-propulsarse al desarrollo, en el actual estado de ser del hombre físico. El poder del pensamiento del hombre actual no puede hacerse adulto. Los órganos intelectuales y sus funciones sólo forman la base para el auténtico, noble y verdadero cuerpo mental. En el actual estado de ser del hombre, el pensamiento inferior es movido totalmente por los tres vehículos inferiores de su personalidad. Por eso, el hombre físico jamás podrá superar el estado de su nacimiento natural. En él, el pensamiento sigue siendo terrenal, y en absoluto existe siquiera algo de Sophia. Ya que el hombre físico es alimentado por la materia astral de la naturaleza de la muerte. Represénteselo bien. Usted está aquí en su personalidad dialéctica: cuerpo material, doble etérico y vehículo astral. Su poder del pensamiento se percibe, a lo sumo, como un centro más o menos luminoso, a la altura del santuario de la cabeza. Con ayuda de ese poder del pensamiento no puede absorber la Sophia. No obstante, su personalidad debe mantenerse. Así que, por necesidad natural, su personalidad es alimentada de la materia astral de la naturaleza de la muerte. Usted no vive por sí mismo, sino que es vivido. Todo ello provoca que se encuentre atrapado en el movimiento de retorno mencionado anteriormente. Ésta es la realidad. Así, para usted, el problema se vuelve muy concreto: ¿De qué matriz, de qué materia, debe renacer el hombre? Hermes responde: De la Sophia que piensa en silencio. Esta matriz, esta materia de la Sophia, esta sustancia primordial existe lejos del bullicio y de la profanación de la naturaleza de la muerte. La Sophia está en el silencio, esto es, en el espacio libre original y todas las partículas de esta materia están cargadas con las grandes fuerzas divinas, con las ideas del Logos. Ésta es la semilla del único bien. Tan pronto como esta semilla llena de magnificencia, la materia de la Sophia, obtuviese acceso al vehículo mental ya presente pero todavía vacío y, de esta forma, el poder del pensamiento pudiese actuar de nuevo como un verdadero cuerpo, inmediatamente, la

vida cuádruple originalmente prevista, se volvería un hecho: la forma llena de magnificencia volvería entonces a respirar de y en la Sophia a través del santuario de la cabeza. De ese pensamiento empezará a vivir, en ese momento, el cuerpo astral; del astral, el etérico; y del etérico, el material. Así comienza entonces la transfiguración.

XX La semilla del silencio Esperamos que haya comprendido, por lo que precede, que la Sophia, que se ha unido con el cuerpo mental, hace que el renacimiento se vuelva una realidad. El hombre de la naturaleza ordinaria vive de la sustancia astral de la naturaleza de la muerte y está formado por ella. No puede liberarse de ella, porque su vehículo superior no tiene acceso a la Sophia del silencio. Por eso, el camino de la salvación, la senda de la liberación, estriba únicamente en una preparación de abajo hacia arriba, una preparación que debe empezar con un apartarse del engañoso orden mundial dialéctico y con la purificación del corazón séptuple de todos los deseos terrenales. Quien lo hace, es tocado, animado, por la radiación nuclear de la mónada. Esta animación prepara al poder del pensamiento para el descenso del espíritu, para el descenso de la Sophia, para el ser del silencio, para el Espíritu Santificante. Puede preguntarse quién siembra la semilla del silencio en el candidato. No crea que un supuesto maestro, adepto o iniciado podría concedérsela. En realidad, lo hace usted mismo por la preparación mediante su auto-ofrenda. Entonces abre a la sabiduría divina, al descenso del espíritu, su aún tan elemental pensamiento. Y, al instante, se realiza la correspondiente ley divina: la sabiduría divina desciende en todos los que se abren a ella. Tat sigue preguntando: Y ¿de qué especie es el que nace, Padre? Ya que no participará ni de mi ser terrenal ni de mi pensamiento racional. Hermes responde: El renacido será también distinto: será un dios, un Hijo de Dios, todo en todo, y equipado con todos los poderes. Él está formado por todas las fuerzas que se manifiestan en y a través del plan de Dios. Tat cree que vuelve a hablársele en lenguaje velado. Pero el Arte Real no se enseña, no se instruye, no puede estudiarse previamente ni tampoco, por lo tanto, comprenderse de antemano. Sólo cuando el candidato entra en el proceso de santificación de la única manera posible, comienza a lucir la verdad para él y la Sophia, tan pronto se ha logrado la apertura, desciende en el santuario y se manifiesta en el centro de la memoria. Al instante, el Arte Real es comprendido desde dentro. Sólo entonces posee el candidato el conocimiento de la sabiduría. Por eso, dice el décimo versículo: Este tipo de cosas no se dejan enseñar, hijo mío. Pero, si Dios quiere, El mismo te restituirá su recuerdo. A pesar de esto, Tat insta a Hermes para que le dé más información. Y como respuesta oye: ¿Qué puedo decir, hijo mío? Sólo esto: Cuando percibí una visión confusa dentro de mí, que había sido producida por la misericordia de Dios, salí de mí mismo en un cuerpo inmortal. Así, ahora ya no soy aquel que fui una vez, sino que ahora he sido engendrado en el alma espíritu. Algo así no se deja enseñar, y no se puede percibir con el elemento material con el que aquí se ve. Por eso, tampoco tengo ya ninguna preocupación por la forma compuesta que un día fue la mía. Ya no tengo color, ni sentido sensorial, ni medida: todo esto me resulta extraño. En este momento me ves con tus ojos, hijo mío, pero lo que yo soy no lo puedes comprender contemplándome y mirándome con los ojos del cuerpo. En realidad, ahora no me estás viendo con esos ojos, hijo mío. En respuesta a la queja de Tat, Hermes intenta aclarar, en cierta medida, lo que en realidad no se puede decir con palabras. Su conciencia, iluminada por el alma y

renovada por la Sophia, ve desarrollarse en él y a su alrededor un nuevo estado vehicular, aún indeterminado, difuso, aunque ya está presente la imagen del mismo. El nuevo vehículo aún no existe, pero sí su imagen formadora. Es una vestidura provisional, a la que llamamos «el vestido nupcial áureo». Éste es inmortal, lo cual quiere decir que, sobre esa base, la imagen, el vestido nupcial, se perfeccionará hasta convertirse en un nuevo vehículo. Este vestido nupcial ha devenido por la misericordia de Dios. En el áureo resplandor del alma, la semilla del único bien, la sabiduría que piensa en el silencio, ha realizado la imagen de lo no formado. Éste es el secreto: Tan pronto como el alma renacida y el espíritu descendente se encuentran mutuamente, surge, como un destello, un estado de ser al que llamamos el vestido nupcial áureo, el cuerpo del alma, el soma psychikon. El propósito de la radiación nuclear de la mónada, cuando entra en el santuario del corazón y prosigue su influencia en el sistema, es que esta nueva esencia animadora, esta nueva fuerza animadora, ocupe su sede detrás del hueso frontal, entre los dos arcos de las cejas. Lo primero que el candidato debe entablar es esta lucha por el nacimiento del alma. El alma debe poder irradiar detrás de la ventana de la frente. Tan pronto como esta calidad de alma encuentra al espíritu en el santuario de la cabeza, el manto real, el vestido nupcial áureo es y está ahí. Y ahora, dice Hermes, salí de mí mismo en un cuerpo inmortal. Así, ahora ya no soy aquel que fui una vez, sino que ahora he sido engendrado en el alma espíritu. Esto es obvio, ya que en el hombre dialéctico el yo nacido de la naturaleza ocupa también el centro en la cámara del rey, en el espacio abierto detrás del hueso frontal. Éste es el estado normal del nacido de la naturaleza. La nueva alma en formación debe expulsar al ser del yo de la cámara del rey, hacerlo desaparecer a través del sistema de los Chakras. Tan pronto como el alma ha ocupado la sede que Dios ha previsto para ella y, por lo tanto, el yo de la naturaleza ha desaparecido, dice Hermes, refiriéndose a ese estado: salí de mí mismo en un cuerpo inmortal. Así, ahora ya no soy aquel que fui una vez, sino que ahora he sido engendrado en el alma espíritu. Esto significa: renacido de la idea original de la mónada. Todo esto, como es obvio, no se deja enseñar, sino que debe vivirse, debe conquistarse. Señalamos, ahora, con énfasis que con el cuerpo nacido de la naturaleza, compuesto de elementos, no se puede llegar a la contemplación. Con ello, en relación con los misterios gnósticos, se niega absolutamente la posibilidad de cualquier forma de vivencia sensorial profunda o contemplación espiritual por parte del hombre natural. El hombre dialéctico quiere penetrar con su estado vehicular hasta el saber absoluto, hasta abarcar, sondear y vivir la realidad espiritual. Esto es, igualmente, absolutamente imposible. Todo lo que usted intente a este respecto sólo es derroche de energía. Todo lo que a este respecto se manifiesta, y sobre lo que a veces se alardea tanto, es absolutamente terrenal, atado a la naturaleza, no-liberador y, desde un punto de vista gnóstico, falso. Por eso, nuestra postura es muy firme con respecto a la vida oculta, tanto la negativa como la positiva. Por eso es necesario que la Escuela extirpe todo lo que se presenta como tal, como siempre ha hecho a lo largo de los años. Con el cuerpo compuesto de elementos no se puede llegar a la contemplación ni tampoco al devenir consciente gnóstico. ¿Qué es entonces un cuerpo compuesto de elementos? Pues bien, el cuerpo nacido de la naturaleza. ¿Existen entonces otros cuerpos? ¡Sí! Hermes da testimonio de ello: el cuerpo que ha nacido del Ánimo, del alma-espíritu; de la Sophia, la unificación del alma y del espíritu. ¿Nos permite decirlo de nuevo? Tan pronto como el alma ha nacido en el santuario del corazón; tan pronto como el alma, la nueva animación, puede abrirse paso hasta el santuario de la cabeza y ocupar allí su sede detrás del hueso frontal —lo que significa

que el yo ha sido expulsado y el candidato concernido deja que el alma rija su vida—, cuando se ha alcanzado el estado en el que el alma es encontrada como una rosa áurea entre los dos arcos de las cejas, entonces el espíritu se unifica con el alma. Entonces se produce un fuego poderoso, un relámpago, en el que el candidato es ataviado con el regio manto áureo, el vestido nupcial áureo, la base para y de la nueva personalidad, la nueva corporeidad. Hermes responde, pues, a la pregunta de si existe otro cuerpo: el cuerpo que ha devenido del Ánimo y de la Sophia, del alma y del espíritu; de la materia original, a través de la radiación nuclear de la mónada; una corporeidad que, por lo tanto, comienza con y en el vestido nupcial. Ahora queremos intentar hacerle ver la enorme diferencia entre un cuerpo compuesto de elementos y el cuerpo de la Sophia. Un elemento es una sustancia que no se puede descomponer y que, por lo tanto, aparece en la naturaleza como una magnitud constante. De tales elementos se puede componer un cuerpo, crear un cuerpo que viva realmente, porque cada elemento, y cada átomo en el elemento, poseen fuerza vital. Su conciencia, la conciencia egocéntrica nacida de la naturaleza no es otra cosa que una unión de las fuerzas vitales que están presentes en cada átomo compuesto. El colectivo de fuerzas vitales de los átomos determina, y es, su conciencia. Tal conciencia jamás podrá franquear la naturaleza de la que está constituida. Por lo tanto, un cuerpo elemental, compuesto de elementos de la Tierra, jamás se liberará de la Tierra, no importa lo que uno pudiese o quisiese intentar. Naturalmente, dentro del marco de esa prisión, uno tiene diversas posibilidades. Indudablemente, se puede modificar el estado del cuerpo elemental, tal como se intenta y se practica intensamente en muchas aplicaciones de las ciencias ocultas; por ejemplo, debilitando un elemento y fortaleciendo otro, o llevando a cabo otra composición mineral de la personalidad, por ejemplo, por medio de sustancias astrales y del éter reflector. Las ciencias ocultas realizaron eso a lo largo de todas las épocas, con grandes y a menudo formidables resultados; pero estos resultados siempre estarán prisioneros dentro de la naturaleza. Posiblemente, ahora lo verá con claridad. Repetimos entonces: con una personalidad compuesta de elementos no se puede alcanzar la liberación, no se puede llegar a la contemplación de la Sophia, porque tal cuerpo está y permanece encerrado dentro de la naturaleza de la muerte. Hay elementos materiales, etéricos y astrales. Pero el hombre no dispone del elemento mental puro, el elemento de la liberación, la materia del silencio y la materia de la Sophia, ya que su cuerpo mental, el organismo mental está incompleto. No está acabado. Lo que se llama el pensamiento intelectual es sólo un minúsculo fragmento del verdadero poder del pensamiento. Por consiguiente, el pensamiento intelectual no puede aportarle nada liberador. Únicamente el verdadero poder del pensamiento es la puerta, la salida, hacia el ser del silencio. Piense, aquí, en la torre-calabozo de Cristian Rosacruz. Dentro de ese pozo todo bulle y se agita en desorden, y todos intentan liberarse, pero en vano. La posibilidad sólo se encuentra en la cuerda que se arroja dentro del pozo. Con la ayuda de las siete cuerdas, sobre las que leemos en Las bodas alquímicas de Cristian Rosacruz, uno puede elevarse. Dentro del marco de su prisión, dentro del pozo, el hombre encuentra elementos materiales, etéricos y astrales, pero falta la materia del silencio. Con otras palabras, el hombre y su microcosmos permanecen prisioneros en lo material, en lo etérico o en lo astral. En lo material se consume el cuerpo denso. En lo etérico se extingue el doble etérico, en la naturaleza astral de nuestro orden mundial se volatiliza la capa astral de la personalidad. Queda el microcosmos que, una vez más, debe buscar la vivificación en el pozo de la muerte.

Ahora podría hacerse la observación de que la física nuclear, en su aplicación, abre brecha en los muros de esta prisión. Después de todo, sabe escindir los elementos y, en consecuencia, modificarlos. Empero, no se equivoque en esta ilusión de las ciencias naturales, pues tampoco por la física nuclear cambiará nada en su prisión. Las ciencias ocultas profundizaron, a lo largo de los siglos, en el arte de la fisión nuclear, sólo que a un ritmo más lento. Las transformaciones del vehículo, provocadas por métodos ocultos, también se llevan a cabo por medio de modificaciones de la composición elemental de la personalidad. Como sabe, la física nuclear lleva a cabo la fisión nuclear de forma forzada. Lo que sucede por la aplicación de esta ciencia es únicamente un cambio de decorado, como ya pudimos explicárselo con anterioridad. A través de la aplicación de un calor enorme, se sabe escindir algunos elementos. En tal caso, son transformados elementos materiales en elementos etéricos y astrales. Las radiaciones térmicas y electromagnéticas que de esta manera son desencadenadas, alteran progresivamente el orden elemental material, natural. Por esta alteración empieza a modificarse todo el metabolismo vital: todo lo que es personalidad, todo lo que ha nacido de la naturaleza en el reino humano, en el reino animal y en el reino vegetal. De esta manera, la vida materialmente manifestada es reducida, forzadamente, a una manifestación vital etérica y astral. Así pues, un camino de vuelta forzado, un regreso a anteriores períodos de vida prehistóricos, en los que el foco de atención no lo constituía la vida material sino la etérica y, anteriormente, la astral. Y eso sería todo. Por lo tanto, el iniciado oculto, en su vestidura astral, ha vuelto ya a la época hiperbórea. Así pues, desde el nadir no se experimenta, por lo tanto, ninguna resurrección liberadora, sino un proceso de desmaterialización muy inútil que exige una inmensidad de tiempo, una disgregación del mundo por el fuego. En esto ya están ocupados los científicos de la fisión nuclear, por encargo de sus respectivos gobiernos, y sobre ello se habló y se habla muchas veces. Se está considerando si se debe continuar con ello o no, porque al final todos los problemas que aquí son tratados acaban en violencia o no-violencia. Sabemos que continuarán con ello. Si no para fines bélicos, entonces seguramente para fines pacíficos. Y esto también es el final, porque también esto significa: desmaterialización. Así, posiblemente comprenderá muy bien ahora que el devenir consciente gnóstico no tiene nada que ver con eso y no guarda relación ni con los elementos materiales, ni con los etéricos, ni con los astrales. El nuevo devenir consciente gnóstico no puede desarrollarse a partir de un cuerpo compuesto de elementos. Se distancia explícita, esencial y sustancialmente de todas las regiones concordantes con ello. La entidad que se ha vuelto consciente gnósticamente no se encuentra en la Tierra. Tampoco en Marte, o en Venus; usted no se convierte en un hombrecillo o mujercita de Venus. Si puede fundirse en el devenir consciente gnóstico, se eleva incluso por encima de todo el sistema zodiacal. Este devenir consciente debe provenir de la animación ejercida por la radiación nuclear, causada por el microcosmos, que aferra y colma el vehículo compuesto y, por ello, hace posible el descenso de la Sophia, la materia del silencio. Por el descenso de la materia del silencio, se desarrolla, tal como fue expuesto, el vestido nupcial áureo, la base para las bodas alquímicas de Cristian Rosacruz. La materia del silencio, unida a la radiación del alma, envuelve entonces al candidato con una nueva vestidura, un nuevo vehículo, el vehículo del alma. El alma forma este vestido de la materia del silencio, como en un destello, tan pronto la Sophia entra en el sistema. Este cuerpo del alma es muy tenue. Es la base inmortal para el glorioso cuerpo de la resurrección. Por lo tanto, también esto es una desmaterialización, empero, la desmaterialización de la liberación. ¿Ve, ahora, ante sí la ilusión de los tiempos? ¿Y ve la ilusión y la gran desgracia de la

radiación nuclear en el presente actual? La desmaterialización de la liberación es totalmente distinta; y así comprenderá ahora las palabras de Hermes: Por eso, tampoco tengo ya ninguna preocupación por la forma compuesta que un día fue la mía. Tan pronto como el alma nueva vive detrás de la ventana de la frente, pasa a ser el centro de toda la entidad y constituye la conciencia. No de su prisión nacida de la naturaleza, sino de la nueva vestidura del alma, del completamente diferente, que está junto a usted y con usted y, en parte, también en usted. Pues el hombre, que está en posesión del nuevo cuerpo del alma, ya no vive centralmente en el cuerpo nacido de la naturaleza, pero tampoco está separado de él. El cuerpo compuesto se puede sentir y medir, dice Hermes. Sin embargo, el alma nueva está intensamente unida a él. El Bhagavad Gita dice que lo esencial del alma, lo esencial de lo original —en la medida que haya tomado forma en el hombre— debe ser saludado y abordado como un amigo por lo nacido de la naturaleza. Hermes le da la vuelta y dice: ese amigo, el alma nueva, ya se ha vuelto dominante en el sistema tan pronto como el soma psichikon, el vestido nupcial áureo, ha aparecido. Entonces, el alma, desde su lugar central en el vestido nupcial áureo, gobierna a la personalidad nacida de la naturaleza como instrumento en la naturaleza de la muerte, tanto tiempo como sea necesario, para salir hacia la noche como una misionera, como una enviada de Dios, para rescatar lo rescatable. Hermes, el hombre-rey, en el momento en que pronuncia estas palabras, aún posee la entidad nacida de la naturaleza, la forma nacida de la naturaleza; aún no se ha separado de ella, pues aún se le puede abordar y experimentar en ese cuerpo. Pero él ya no está en el centro de ese cuerpo, sino en la forma del alma. Él ya no es de la Tierra. A lo sumo, está unido a lo terrenal, como amigo. Así pues, se manifiesta en dos formas, de las cuales, una perecerá y la otra vivirá hasta la eternidad.

XXI El devenir consciente gnóstico A un hombre podrá embargarle el mayor desconcierto cuando se aproxima, por primera vez en su vida, a los misterios gnósticos y descubre que el devenir consciente gnóstico no guarda ninguna relación con elementos materiales, etéricos o astrales; que con un cuerpo nacido de la naturaleza compuesto de elementos, jamás se podrá llegar a la contemplación; y que para ello, sobre todo al principio, se precisa otro estado vehicular completamente distinto al de la materia de la muerte, a saber, un vehículo que esté formado con la materia de la Sophia. Tat da plena muestra de ello y, tal como nos ha enseñado la experiencia, en muchos casos, a esto sigue la negación y el alejamiento de la Gnosis. Tat exclama: Me has turbado y desconcertado seriamente, Padre. Pues ahora ni siquiera me veo a mí mismo. Un poco después dice: Ahora si que me has dejado realmente mudo de asombro, Padre, pues ahora ya no comprendo nada: te sigo viendo con la misma forma fisica, con el mismo aspecto exterior. De este modo, se destrona totalmente al ser del yo del hombre nacido de la naturaleza que se acerca a la Gnosis. No obstante, en ese estado de ser puede hacerse el verdadero descubrimiento de que, pese a ello, la personalidad compuesta de elementos es la base sobre la que, y con cuya ayuda, debe llevarse a cabo la resurrección. Si hay una resurrección, debe haber también una tumba; en tal caso, uno debe haber pasado antes por la tumba. Ahora podemos comprender que la Fama Fraternitatis R.C., en relación con Cristian Rosacruz y su tumba, diga: «Todo esto lo he convertido, en vida, para mí, en una tumba». Junto a esto, la personalidad dialéctica nacida de la naturaleza no tiene porque ser abandonada y tirada como un vehículo inútil, sin valor y nocivo, como un infame harapo. Al contrario, el alma viva hace uso de ella, debe usarla como una herramienta. Este instrumento, no obstante, primero debe ser preparado de la manera correcta. Con todo, el candidato tampoco debe esperar, ni ver en esto, más de lo que en realidad hay. Por eso dice Hermes en el versículo 12: Por eso, tampoco tengo ya ninguna preocupación por la forma compuesta que un día fue la mía. Ya no tengo color, ni sentido sensorial, ni medida: todo esto me resulta extraño. Esto ya lo hemos tratado. Cuando Jesús el Señor resucita de la tumba, entonces, consecuentemente, desde un punto de vista hermético, la tumba es encontrada vacía. La personalidad nacida de la naturaleza y el cuerpo de la Sophia permanecen juntos hasta el final. Por eso, en el evangelio gnóstico de la Pistis Sophia, esto es presentado de forma que Jesús el Señor se aparece a sus discípulos como el Maestro no-muerto, aún vivo; pero, junto a esto, también está el formidable vestido de luz triple que Le envuelve. Si, además, piensa en lo que antes señalamos a raíz del libro decimotercero de Hermes, recordará que en un momento dado la mónada o microcosmos, en su viaje hasta el nadir de la materialidad y por necesidad natural, pierde el vestido de luz de la personalidad original, por lo que éste es sustituido por la personalidad del orden de emergencia, una personalidad que se ajusta totalmente a las leyes naturales del nadir. A continuación, la personalidad del orden de emergencia y la vida que en ella existe tienen que experimentar el nadir como una frontera que no pueden franquear, a causa de las leyes de la dialéctica. Como consecuencia de ello, por necesidad natural y tras un período de tiempo más o menos largo, se desarrollará de nuevo el anhelo de despertar, de

salvación. Ya que, el impulso monádico empuja al hombre cada vez más lejos, cada vez más alto, hasta la eternidad. Pero la ley y el orden del nadir imponen un alto a este progreso y en la creciente tensión dinámica se desarrolla entonces una nueva idea, a saber, la idea del elevarse por encima, la idea de la resurrección en el nadir. Se considera: «Si no es posible escaparse atravesando la frontera, entonces, quizá sí sea posible elevarse en el espacio, por encima de la frontera». Esto se efectúa con el yo. La moderna navegación espacial proviene, pues, del anhelo del ser del yo de elevarse por encima de la naturaleza de la muerte con el yo, para extender la esencia de la muerte por todo el espacio. Pero se descubrirá que tampoco es posible elevarse por encima de la frontera del nadir con el yo. La corporeidad del orden de emergencia no es adecuada para ello; después de todo, es un cuerpo compuesto de elementos, formado en el nadir de la materialización. Por eso, la personalidad nacida de la naturaleza tiene también que experimentar y sufrir esta imposibilidad. Cuando así, finalmente, este descubrimiento haya adquirido suficiente fondo y el concernido haya muerto en vida, en y por la endura, al recorrer el camino aplicando el correcto comportamiento de vida, podrá descender sobre él, y en él, el vestido de luz monádico original, el vestido de luz de la Sophia, y de esta manera, en el presente o más adelante, hará realidad la resurrección. Así pues, se preguntará qué es entonces verdadero y real, según la filosofía hermética. La respuesta dice: Aquello que no está mancillado, hijo mío; lo que es ilimitado, incoloro, inmutable, sin vestido, sin forma, radiante, sólo por sí mismo escrutable, el bien inmutable, lo incorpóreo. En pocas palabras, la nónupla característica del chispeante y original vestido de luz de la mónada que volverá a manifestarse en todos los que han resucitado con Jesús el Señor. Quien, en su impulso de elevación se ajusta al único comportamiento de vida correcto para, en ese comportamiento de vida, hacer de la elevación una realidad, debe saber que, además, se requiere neutralizar la vieja disposición nacida de la naturaleza de la percepción y de la actividad sensorial y purificarse de todos los vicios del estado nacido de la naturaleza, con objeto de hacer del vehículo abandonado un vehículo apto. Suponga que, por la fuerza de alma, se haya elevado por encima de su naturaleza de la muerte. Imagínese que el chispeante vestido de luz empieza a amoldarse a sus miembros —muchos hermanos y hermanas en la Joven Gnosis ya manifiestan los primeros inicios de ello y aumentan en fuerza y vitalidad—, entonces, por medio del alma viva, debe usted purificar la personalidad nacida de la naturaleza y hacerla apta para que pueda actuar como instrumento al servicio del mundo y la humanidad. Tat pregunta, sorprendido, a Hermes: ¿Es que tengo disciplinadores en mí, Padre? Con ello quiere decir: «¿Es que tengo vicios?» Tal como tantos alumnos se sorprenderían, con actitud embarazosa, si se les echara en cara sus vicios. Hermes responde que toda entidad nacida de la naturaleza, aparte del mal comportamiento del animal dialéctico nacido de la naturaleza, tiene doce terribles vicios fundamentales: ignorancia, tristeza y dolor, intemperancia, deseo, injusticia, avaricia, engaño, envidia, astucia, cólera, irreflexión y maldad. Estos vicios fundamentales se encuentran en todos los hombres nacidos de la materia, sin exceptuar ni a uno sólo. Al trabajador en la viña del Señor, que es enviado a trabajar en la naturaleza de la muerte, se le indica diariamente: «Mucho cuidado en tu contacto con los moradores de la naturaleza de la muerte. Ten en cuenta los doce vicios fundamentales. Cuando uno de los vicios, por la razón que sea, desaparece en un segundo plano, los demás suelen aparecer con fuerza redoblada». De esa forma es mantenido prisionero el hombre interior, si el hermano o la hermana, que se ha elevado según el alma, no neutraliza con la fuerza de alma sus propios vicios.

Tal ser no puede elevarse más. Los vicios se combaten frecuentemente, como sabe. Los vicios que uno descubre en sí mismo o sobre los que otros fijan la atención, con buenas intenciones, a menudo se intentan neutralizar con el ser del yo. Esto, sin embargo, no tiene ningún valor liberador. El hombre debe extirpar sus vicios, sus vicios fundamentales, con la fuerza de alma viva. Debe percatarse que el nacimiento del hombre interior, de la materia de la Sophia, es un producto que se desarrolla tras la animación; por esa razón, muchos alumnos que poseen ya algo del nuevo hombre interior, de vez en cuando, son extraordinariamente obstaculizados en su avance por el ser de los doce vicios fundamentales. Debe tenerlo seriamente en cuenta. Empero, si ahora comprende este verdadero renacimiento, este desarrollo del vestido de luz de la Sophia —lo cual únicamente es posible por una total aceptación— si, de esta manera, ha llegado a identificar a la Gnosis, a la Sophia, expulsará por ello la ignorancia, el primer vicio. Hermes dice que el hombre que, desde el interior, llega verdaderamente a la identificación, a la comprensión, es purificado. Si no acepta la verdad de la Gnosis por autoridad, sino que la experimenta absolutamente desde el interior, entonces la ignorancia se apartará de usted. Por la purificación es arrojada fuera la ignorancia e inmediatamente después, cuando llegue al saber auto-descubridor, le atravesará y estremecerá una alegría vibrante. Esta alegría expulsa toda tristeza: el segundo vicio. La alegría a la que aquí se hace referencia no debe compararla con el júbilo o la alegría que, por una u otra razón, puede acaecerle en la naturaleza de la muerte, en el juego de los cambios. No, aquí se alude a la chispeante fuerza de la esfera vital del estado de alma vivo; esta alegría interior le otorga un estado de ser que jamás desaparecerá. Suponga que se hace desaparecer de usted la ignorancia en algún aspecto fundamental y, en el estado nacido de la naturaleza, experimentase como si se hiciesen desaparecer velos. Por consiguiente, que la ignorancia se aparta. En ese instante, desde el manto de luz de la Sophia, en el caso de que lo posea, descenderá en usted una maravillosa radiación, como una alegría interior que todo lo colma y que sobrepasa todo entendimiento. Y vea, de la misma manera, también es expulsada la intemperancia. Pues la corriente de la alegría interior, que se derrama entonces sobre usted, fluye con un ritmo alimenticio sostenido, como consecuencia de lo cual desaparece todo desequilibrio que es la intemperancia a la que Hermes se refiere. Quien vive en tal corriente de plenitud se abstendrá de renovar sus lazos con la naturaleza de la muerte. Este distanciamiento de toda dialéctica, esta abstención, expulsará el vicio del deseo. Con esto, Hermes se refiere a la persecución de fines terrenales, a la constante persecución, en la línea horizontal, de cosas que son puramente terrenales. El vicio del deseo es expulsado tan pronto como se encuentra en la constante corriente descendente de fuerza del ser de luz a su alrededor. Si se adopta una postura objetiva con respecto a la vida y al movimiento en la naturaleza de la muerte, porque uno posee el hombre interior, porque uno experimenta al hombre interior, esto será entonces, dice Hermes, un fundamento para la justicia. Entonces, se expulsará sin esfuerzo toda injusticia. Vea ahora, además, como el hombre-alma iluminado hace irradiar su luz por todas partes, sobre buenos y malos, sobre todo y todos. Hermes denomina a esta virtud generosidad, la cual expulsa el vicio de la avaricia. Hermes no se refiere aquí a ninguna avaricia con respecto al dinero o a los bienes o a algo semejante, sino a la avaricia, a la tacañería, en relación a las exteriorizaciones de sus simpatías y el centelleo de sus radiaciones de amor. Hay muchas personas, también entre los alumnos de la Escuela Espiritual gnóstica, que se ignoran mutuamente por completo. Estamos convencidos de que entre ellas las hay

que a veces ni siquiera se han visto, que nunca se han mirado a los ojos y que, de hecho, no significan nada las unas para las otras. Aún se vuelve más objetable cuando esto sucede conscientemente, deliberadamente, como suele ser habitual en la naturaleza de la muerte. Imagínese que usted, nacido según el alma y poseyendo el vestido de luz, permitiese que su cuerpo nacido de la naturaleza, como instrumento al servicio del alma viva, tuviese simpatías y antipatías. ¿Comprende que en tal caso este instrumento es inadecuado, que ya está, de antemano, totalmente echado a perder? El alma es de todos, está en todos. El alma no hace distinciones. El alma irradia, como el Sol, sobre buenos y malos. A la preferencia y al rechazo, a las simpatías y antipatías que tienen las personas y a la necia y deplorable arbitrariedad que desde ellas se manifiesta, a este vicio, lo llama Hermes el deseo más grande, más vergonzoso. Quien supera este vicio, por una radiación del alma totalmente impersonal, se halla en la fuerza de la verdad. Entonces la verdad se da a conocer, la verdad que hace desaparecer todo engaño, toda mentira. Engaño y mentira son aquí el amor y la simpatía que el hombre nacido de la naturaleza finge, por hábito cultural o por razones diplomáticas. Piense en las reuniones diplomáticas en Ginebra. Se encuentra claramente en sus periódicos. Léalo, estudíelo, hasta que le den náuseas; en ese momento habrá aprendido la lección. Quizá debe aprender esa lección cien veces, pero comience ya con ello. Durante las sesiones públicas celebradas en los Organismos Internacionales de Ginebra, los diplomáticos allí reunidos se denostaban unos a otros, se comportaban de forma muy descortés entre ellos, y oficialmente, de cara a la opinión pública, no querían mantener ninguna relación. El Este echaba pestes del Oeste, el Oeste del Este, manteniéndose inflexibles. Cinco minutos después, tal como pudimos leer, se juntaban en un almuerzo, en su habitación privada, deliberando placenteramente sobre cómo arreglarían esto o aquello. Engaño y mentira no sentidos, insinceros y, a pesar de ello, mostrados teatralmente. Comprenderá que esta falsedad tiene consecuencias funestas, porque mantiene a las masas divididas. Mantiene a los hombres como colectividades, separados unos de otros. Están como gallos de pelea enfrentados entre sí, mutuamente consumidos por el odio y el miedo. El mundo suplica y suspira por la verdad. Sólo cuando la verdad, en sentido absoluto, haya entrado en el candidato, habrá devenido perfecto y completo el único bien en él. Con la verdad, han hecho su aparición el bien, la vida y la luz. Toda envidia y todos los demás vicios deben entonces retirarse. Y en un momento dado, en el cuerpo oscuro, dialéctico y nacido de la naturaleza, ya no aparece en absoluto ningún vicio. Todos los vicios han sido expulsados, vencidos por la tormenta del soma psichikon. Cuando entraron las diez virtudes, los doce vicios fueron vencidos. Sólo así se vuelve perfecto el renacimiento de la Sophia. Muchos poseen una muy bella y magnífica calidad de alma. Con ella, debe extirpar los vicios de su personalidad, con gran determinación, como a través de una tormenta. Entonces su corporeidad, su personalidad se vuelve apta, como instrumento adecuado, para ser útil a Dios y la humanidad. Entonces ya no hay más obstáculos para elevarse por encima del nadir de la materialidad. Entonces la verdadera resurrección se vuelve un hecho. Esperamos y rogamos que pronto lleve a cabo el trabajo de esta purificación.

XXII En el mundo, pero no del mundo Ahora que hemos examinado y comentado la esencia del renacimiento hermético, hemos descubierto que, como dice Hermes Trismegistos, quien ha alcanzado el nacimiento divino por la misericordia de Dios abandona la orientación hacia lo material y vive con alegría interior, que Dios ha hecho perdurable. Cuando así se ha vuelto un hecho el «estar en el mundo, pero sin ser del mundo», Tat le plantea una pregunta a Hermes: Pero dime aún ¿cómo los castigos de las tinieblas, que son doce en número, son expulsados por diez fuerzas? ¿De qué manera acontece esto, Trismegistos? La respuesta dice: La tienda-morada que hemos abandonado, se ha constituido a partir del círculo del zodiaco, que a su vez se compone de doce elementos, una única naturaleza, pero multiforme en su proyección, conforme al erróneo pensamiento del hombre. Entre estos castigos, hijo mío, los hay que actúan como unidad. Así, precipitación e irreflexión son inseparables de la cólera. Ni siquiera se las puede distinguir. Es pues comprensible y lógico que desaparezcan juntas cuando son ahuyentadas por las diez fuerzas. Son estas diez fuerzas, hijo mío, las que dan nacimiento al alma. Vida y luz están unidas. De este modo nace, del espíritu, el número de la unidad. Asimismo, según la razón, la unidad contiene a la década y la década a la unidad. Tras esta explicación contesta Tat: Padre, veo en el alma-espíritu todo el universo y a mí mismo. Y Hermes concluye: Eso es el renacimiento, hijo mío: de ello no pueden hacerse uno representaciones tridimensionales. Tú lo conoces y lo experimentas ahora gracias a este discurso referente al renacimiento que yo, sólo para provecho tuyo, he puesto por escrito, afín de que no fuésemos a regalar todo esto al gentío, sino exclusivamente a quienes Dios elige al efecto. Nuestra reflexión sobre este discurso secreto debe emprender miras más altas que hasta ahora, ya que desde el cosmos entramos en el macrocosmos. Esto se vuelve necesario por la pregunta de Tat: ¿Cómo son expulsados los castigos, que son doce en número, por las diez fuerzas? y la respuesta que Hermes da sobre ello. De esta respuesta se desprende precisamente que la personalidad que habita, la personalidad que es usted mismo, no sólo es terrestre, sino también del cinturón zodiacal. Si en su vida ha realizado alguna vez estudios astrológicos, entonces sabe que nuestro sistema solar, con todos sus planetas y sus lunas, se mueve dentro de los doce signos del cinturón zodiacal y está rodeado por ellos, de manera que el sistema zodiacal, con todo lo que está encerrado en él, forma un sistema. Este sistema mueve completamente su vida, y su personalidad está totalmente determinada por ello. La tienda, esto es, la personalidad que habita, existe por la gracia de las doce influencias del cinturón zodiacal. Cuando empiece a reflexionar sobre ello, cuando haya investigado la verdad de ello, por ejemplo, mediante un estudio astrológico y sus aplicaciones, sabrá y comprenderá claramente que todo el sistema zodiacal forma un sistema astral, del que tienen que vivir todos los seres que lo habitan, independientemente del planeta que se trate. Por consiguiente, este sistema con todo lo que hay en él es la naturaleza de la muerte, lo no estático, en donde las fuerzas de los opuestos actúan y constantemente se anulan mutuamente. Sin necesidad de usar la astrología, sino sobre la base de la astronomía, puede encontrar fácilmente la demostración de esto si observa el continuo subir, brillar

y descender en el universo de la muerte. El zodiaco, el espacio cerrado en el que, como dice Jakob Boehme, «Dios encerró a la humanidad para que el mal, que tomaba forma en ella, no traspasase todo el universo» es claramente comprobable para cualquiera. Hermes dice literalmente que los doce vicios se pueden explicar directamente por las influencias zodiacales. Dice: El zodiaco se compone de doce elementos, una naturaleza, pero multiforme en su proyección. Esto quiere decir que usted nace bajo un signo del zodiaco, una influencia del zodiaco. Hay, pues, un aspecto que es fundamental en su vida y las otras once corrientes se adhieren a él. Éstas trabajan juntas para seducir a los seres humanos. Forman una unidad absoluta y son ilimitadas. En consecuencia, los doce vicios están anclados fundamentalmente en el hombre. Usted no ha aprendido estos vicios, no los ha cultivado. No constituyen, pues, el resultado de la maldad ni tampoco son el resultado de un amontonamiento de pecados. No, son doce imperfecciones que, en su vida, aparecen como vicios. Piense en el grafismo «de-fecto» e «im-perfec-ción»: que aún no está completado; aún no puede volverse virtud, ni perfección. Hay pues una influencia que, en consecuencia, actúa de forma más o menos caótica. Con otras palabras, nuestra naturaleza es una naturaleza en formación, es un aspecto de aquello que debe llegar a ser. Por eso, se habla de nacimiento natural y nacimiento espiritual; y también de nacimiento del alma y de nacimiento espiritual, y, por ello, también del nacer dos veces. Los doce vicios están presentes en el hombre en su aspecto positivo y negativo, en sus aspectos buenos y malos, y, sobre esa base, pueden ir formando un pesado karma, por lo que se puede ir cargado con el fardo de pecados de la propia naturaleza. En consecuencia, algo que aún no es perfecto puede ser retenido en lo imperfecto. La existencia de estas influencias y sus resultados, siempre ha formado parte del saber de la humanidad. No importa lo que retroceda en la historia universal, las influencias y la naturaleza del cinturón zodiacal, siempre fueron conocidas. Piense, en este contexto, en el poderoso símbolo de la tierra de Egipto, la Gran Pirámide, cuya construcción está enteramente basada en los datos del sistema zodiacal y del sistema solar. Las influencias del sistema zodiacal siempre han producido un gran desconcierto a los buscadores de Dios. Hasta que el alumno en el camino descubre que la absoluta unidad de los doce, y lo ilimitado de esa unidad, puede ser atacado por las diez fuerzas y que sólo éstas podrán proporcionar una solución, a saber, que por su intervención, los doce se retiran automáticamente. Una vez más: el nacimiento en el que existe el hombre, la forma natural con la que se relaciona con los demás, no es perfecta ni está acabada. Debe tener lugar aún un segundo nacimiento. Ahora tendrá una clara idea de la absoluta necesidad de este renacimiento. Si se queda en la existencia del primer nacimiento, se detiene en lo imperfecto. Usted, nacido según el alma, debe ser unido al espíritu. El alma, que habita en el cuerpo del alma, debe purificar a la personalidad de sus doce vicios y, cuando éstos hayan sido expulsados, la personalidad constituirá, en primer lugar, un digno instrumento liberado de la tierra, al servicio de la Gnosis. Además, es evidente que la personalidad, que entonces comienza a vivir exclusivamente bajo la influencia de las diez fuerzas, cambiará rápidamente, se transfigurará rápidamente. Sólo entonces la naturaleza puede hacer valer sus derechos. Comprende, desde luego, que en el vasto universo de Dios no puede existir algo imperfecto. A su alrededor no sólo ve la manifestación de la maldad; maldad originada por el hombre que se encuentra en lo imperfecto. Pero el universo divino está basado en un plan. Y ahora debe comprender que, en su actual forma natural, se encuentra en el primer nacimiento, y que, por medio de las diez fuerzas, puede expulsar todas las imperfecciones. Es esta década la que, así lo dice Hermes, da a luz al alma. Vida y luz están unificadas en ella.

Por eso el número de la unidad nace del espíritu. Así pues, bien entendido, la unidad contiene a la década y la década a la unidad. ¿Lo ha entendido bien realmente? La década hermética no es otra cosa que el espíritu original de la vida, que puede ser animado, que será animado, si el hombre que está en el primer nacimiento se abre a ello. El uno es el símbolo universal del espíritu; el cero o el círculo es el alma, la sustancia primordial pura, la materia de la Sophia, el círculo de nuestra alfombra. El diez, por lo tanto, puede convertirse en el vestido nupcial áureo que envuelve al hombre, el cuerpo del alma que lo envuelve unificado con el espíritu: la década. Este estado de ser, la corriente de fuerza que emana del mismo, expulsará los vicios fundamentales. Después de haber oído todo esto, Tat exulta: Padre, veo en el alma-espíritu todo el universo y a mí mismo. En este estado de ser, la forma natural no es desechada como algo inútil, sino que sólo entonces se convierte en el verdadero instrumento al servicio de la divinidad, al servicio de la humanidad. Entonces, la forma natural, en cohesión con la forma del alma, el Hijo del Padre, se ha convertido en el hijo de Dios. Esto es precisamente el renacimiento. En lo sucesivo, si lo entiende, ya no se hará una representación tridimensional de ello. De esta forma, Dios puede atacar el universo de la naturaleza de la muerte en usted, para el renacimiento y, así, lo espacio-temporal es engullido por la eternidad. La forma natural proviene del tiempo, está sometida al tiempo; la forma del alma está unida a las fuerzas celestes y, en consecuencia, está en la eternidad. Así, el tiempo es anulado por la eternidad. Así, la muerte es vencida por la manifestación del cuerpo del alma. Y al alma renacida se le puede decir: ¿No sabes que te has vuelto un dios, un hijo del Único? Sólo entonces puede llamársele, con derecho, el Hombre verdadero. El cuerpo exterior de la naturaleza, perceptible por el hombre, está muy alejado del nacimiento esencial divino. El nacimiento esencial es el nacimiento de lo inmortal. ¿Qué puede retenerle aún aquí, a usted que tiene el gran privilegio de poder acercarse a todo esto, de poder tratar todo esto? ¿No se sorprende de que, con mucha frecuencia, valore más las cosas de la naturaleza que las cosas del espíritu? ¿Cómo es posible que aún se deje retener en el aquí? ¿Qué puede ofrecerle la muerte, cuando le está esperando la Vida? Probablemente lo haya comprendido: el universo de la naturaleza de la muerte no es otra cosa que la frontera del camino del nadir monádico, la parada sistemática de la caída. En este nadir tiene que aprender la gran lección, la lección de la resurrección, la lección de la elevación en la eternidad absoluta: la realización. En una palabra, la naturaleza de la muerte es el seno materno de la eternidad, tal como lo expresaba el difunto catedrático De Hartog. Si ve la naturaleza zodiacal de esta forma, entonces ya no hay ningún universo diabólico que intenta inmolarlo, ya que los demonios los crea usted mismo cuando no comprende el camino. Los doce vicios son los enmarañamientos, las complicaciones que surgen cuando mantiene su pasión por la naturaleza inferior y ve su meta en ella. Quien se queda en el primer nacimiento, jamás entenderá algo del segundo nacimiento. En su Discurso Secreto, Hermes ha definido muy nítidamente la situación del doble nacimiento. Y Tat lo ha comprendido, sufrido y experimentado esencialmente. Por eso el decimocuarto libro termina con el Canto de Alabanza secreto. Para terminar, queremos citarle un pequeño fragmento del mismo: Que toda la naturaleza del cosmos pueda escuchar este canto de alabanza. ¡Ábrete, oh tierra! Que las aguas de los cielos abran sus esclusas al oír mi voz. ¡Quedaos inmóviles árboles! Porque quiero cantar un himno al Señor de la Creación, el Todo y el Uno. ¡Abrios, cielos! Vosotros vientos, aquietaos, para que el ciclo inmortal de Dios pueda

recibir mi palabra. Porque voy a cantar la alabanza del que creó todo el universo, que le indicó su lugar a la Tierra y que fijó el firmamento; que ordenó al agua dulce abandonar el océano y esparcirse por la tierra habitada y la inhabitada, al servicio de la existencia y de la pervivencia de todos los hombres; que ordenó al fuego brillar, para todo uso que los dioses y los hombres quisieran hacer de él. Alabemos, todos juntos, al que se halla por encima de todos los cielos, el Creador de toda la naturaleza. El es el ojo del espíritu: a El alaben todas las fuerzas. Oh, vosotras, fuerzas que estáis en mí: cantad la alabanza del Uno y del Todo; cantad en armonía con mi voluntad, oh, vosotras, fuerzas que estáis en mí. Gnosis, oh santo conocimiento de Dios, iluminado por ti me es dado alabar la luz del saber y regocijarme en la alegría del alma-espíritu. Comprenderá que éste no es un superficial canto de alabanza a la naturaleza, tal como podría cantarlo una persona que ve a la naturaleza de la muerte como la meta más elevada, sino que este canto de alabanza, que se eleva del corazón de Hermes, se ha elevado por encima de las fuerzas de la naturaleza y ahora, por la fuerza de los cielos, le es permitido echar un vistazo a los auténticos designios de Dios. Todas las vidas y manifestaciones que no provienen del renacimiento son absolutamente finitas. Toda vida que proviene del renacimiento es eterna e intangible. Cuando la Escuela Espiritual con su cuerpo séptuple consigue elevar su Cabeza de Oro a la intangibilidad del estado de alma viva, a ésta ya no puede alcanzarle mal alguno. Por ello, el esfuerzo de quienes forman la Comunidad de la Cabeza de Oro y la Comunidad de la Ecclesia debe ser considerado decisivo en nuestro trabajo. Si el Cuerpo Vivo no pudiese llegar a una elevación plena, los doce vicios arraigarían, de hecho, en él. Y entonces los doce vicios se volverían la característica del Cuerpo Vivo de nuestra Escuela. Considere dicho todo esto y resuelva esforzarse al máximo para elevarse desde el nacimiento natural al nacimiento del alma, de manera que también con relación a usted se pueda hablar de un nacido dos veces.

XXIII Libro Decimoquinto Hermes Trismegistos a Asclepios: Sobre el correcto pensar 1 Hermes: Dado que en tu ausencia, hijo mío, Tat quería obtener información acerca de la naturaleza del universo y no quería permitirme aplazar esta clase —puesto que es mi hijo y joven alumno, que hace poco ha llegado al conocimiento de las cosas— me he visto obligado a detenerme con más detalle, para facilitarle el acceso a la enseñanza. 2 Pero para ti he escogido, de lo tratado, los capítulos más importantes y los he resumido de un modo más místico, considerando tu edad más madura y el conocimiento que has adquirido acerca de la naturaleza de las cosas. 3 Si todas las cosas que se manifiestan, llegan a ser o han llegado a ser, y si no vienen a ser por sí mismas, sino por otro, y si todas las cosas que han venido a ser son diferentes y dispares y deben su nacimiento a otro, entonces existe alguien que es su Creador. En tal caso, Este no ha nacido y podría decirse que existió antes de todo lo que está creado. Como ya dije, lo que es creado deviene por otro. No puede, por consiguiente, existir nada que ya fuera antes de que todo ello viniese a ser, con excepción de aquello que, El mismo, nunca ha comenzado: el Creador. 4 Este es también más poderoso y único. Sólo El es verdaderamente sabio en todo, puesto que no hay nada que fuese antes que El. Porque El es el primero, tanto en jerarquía como en magnitud, y también por la diferencia que existe entre El y todas las criaturas, y por la continuidad de su creación. Además, todas las criaturas son visibles, pero El es invisible. Precisamente por eso crea: para hacerse visible. Así, El crea sin parar y, de esta manera, se hace visible. 5 De este modo hay que pensar y, por este modo de pensar, admirarse y considerarse bienaventurado por haber conocido al Padre. Puesto que, ¿qué hay más agradable que un verdadero Padre? ¿Quién, entonces, es El, y cómo le conoceremos? ¿Es correcto que Le llamemos con el nombre de 'Dios'? ¿O debe ser el de 'Creador'? ¿O 'Padre'? ¿O quizá los tres? ¿Dios, a causa de su poder? ¿Creador, por su actividad? ¿Padre, por su bondad? Ya que El es poderoso, vista la diversidad de las cosas que han devenido; y está activo, ya que, ciertamente, todo llega a ser por El. 6 Así pues, desligándonos de la vana palabrería, tenemos que distinguir estos dos: lo creado y el Creador. Entre ambos no hay mediador alguno, ningún tercero. 7 Discierne en todo lo que comprendas y advierte así, siempre, estos dos, y estáte convencido de que ambos lo abarcan e incluyen todo en sí. No dejes que al respecto te invada duda alguna: ni con respecto a las cosas que están arriba, ni a las que están abajo, ni en lo que se refiere a las cosas divinas, ni a lo cambiante, o a lo que pertenece a los misterios. Todo lo existente se resume en estos dos: lo creado y el Creador, y no pueden separarse en modo alguno. El Creador no puede existir sin creación. Cada uno es exactamente lo que la palabra indica y ninguna otra cosa. Por eso el uno no puede ser separado del otro ni de sí mismo. 8 Dado que el Creador sólo es la única función simple, no compuesta, necesariamente debe ser igual a Sí mismo, porque el crear del Creador es el devenir de un estado de ser. Ya que lo que ha sido engendrado no puede existir como si se hubiese engendrado

a sí mismo. Una creación debe ser pues, necesariamente, producida por otro: por consiguiente, sin el Creador nada llega a ser y nada existe. Si Creador y criatura son separados, cada uno de ellos pierde su propio ser, porque, en tal caso, han sido privados de su complemento. Si, por lo tanto, se reconoce que la realidad se puede resumir en estos dos —Creador y criatura— se reconoce que éstos forman una unidad en virtud de su necesidad recíproca: primero está la divinidad creadora, después viene lo creado, sea lo que sea. 9 No temas que la distinción que hice fuese a quitar algo del respeto a Dios o a su gloria. Para El, sólo existe una gloria: traer a la existencia a todos los seres. Esto, el crear, el dar forma y vida, es como si dijéramos el cuerpo de Dios. No pienses que el Creador haya dispuesto algo malo o vergonzoso. Estos aspectos —lo malo y lo vergonzoso— están inseparablemente unidos a la generación, lo mismo que la pátina al bronce, y la suciedad al cuerpo. Mas no es el broncista el que ha hecho la pátina y no son los padres los que causan el ensuciamiento al cuerpo, ni es Dios el que ha creado el mal. Es el consumo, la consumición de las cosas creadas, lo que provoca este efecto secundario del mal. Precisamente, por eso, Dios ha establecido la mutabilidad para la purificación de lo creado. 10 Si un pintor puede representar tanto el cielo y los dioses como la tierra y el mar y el hombre y todos los animales y cosas inanimadas, ¿no sería, Dios, capaz de crear todo esto? ¡Qué insensatez e ignorancia, si se piensa eso de Dios! Los que piensan de esta manera experimentan las cosas más extrañas. Mientras aseguran que alaban a Dios y Le expresan su veneración, rehusan reconocerle como el Creador de todas las cosas. Con ello, no sólo demuestran no conocer a Dios, sino que, además, cometen la más atroz impiedad, atribuyéndole arrogancia e impotencia. Si Dios no fuera el Creador de todos los seres, entonces sería como si no se dignase traerlos a la existencia, o no fuese capaz de ello. Por tanto, es impío pensar así. 11 Dios sólo tiene una cualidad: el bien. Y este bien absoluto no es arrogante ni impotente. Sí, eso es Dios: el bien, el todopoderoso, que crea todo. Todo lo creado ha devenido por Dios; por El, que es absolutamente bueno y que tiene el poder de traer todo a la existencia. 12 Si quieres saber ahora cómo crea Dios, y cómo lo creado llega a ser, he aquí entonces una bella y adecuada comparación. Piensa en un campesino que esparce la semilla en el campo: aquí trigo, allí cebada, a continuación en otra parte, otro tipo de grano. Ve cómo planta aquí una vid, allí un manzano, a continuación, en otra parte, otras clases de árboles. Así siembra Dios la inmortalidad en el cielo, la mutabilidad en la Tierra, y la vida y el movimiento en el universo. Estos aspectos de la actividad no son, pues, numerosos. Son pocos en número y fáciles de contar: a saber, cuatro en total, además, del propio Dios y lo creado. Estos seis, juntos, forman todo lo que existe.

XXIV La tercera naturaleza El libro decimoquinto de Hermes es una carta sobre Tat que Hermes escribe a Asclepios. Tat es el alumno que lucha en el camino, que todavía se encuentra en el nacimiento natural y, por lo tanto, en la naturaleza de la muerte. Por eso, una y otra vez, amenaza con ser inmolado de nuevo y engañado por el extraño, maligno y muy irregular movimiento de los opuestos. Por eso, está aún lleno de problemas y preguntas, sobre los que, casi a cada momento, solicita una solución y una respuesta. Este Tat que conoce tan bien, este hombre que en medio de los grandes peligros es protegido por la luz de la Gnosis, este verdadero buscador orientado hacia el camino con todo su comportamiento de vida, siempre es cubierto por la sombra de la Gnosis como una consecuencia natural de las influencias astrales. Tat va acompañado de Asclepios. Reconocerá aquí la palabra 'esculapio', esto es: asistente, sanador, que es representada por el caduceo, el gran y poderoso símbolo de Mercurio. El alumno serio que persevera en el nuevo comportamiento de vida y no abandona el sendero, es acompañado por el alma viva, de forma cada vez más clara, positiva, prolongada, para finalmente unirse firmemente, lo que manifiesta una enérgica influencia en la columna del fuego de la serpiente. Sabe que únicamente el alma viva, esto es, el alma unificada con el espíritu, es el verdadero asistente y sanador, el gran liberador del hombre total, un liberador que se muestra plenamente en la totalidad del ser humano. Quien posee este báculo de Mercurio es fuerte, es un triunfador. Quien aún no lo posee es débil, es un mortal que anda a trompicones, errando en la oscuridad. El primer versículo del libro decimoquinto dice: Dado que en tu ausencia, hijo mío, Tat quería obtener información acerca de la naturaleza del universo y no quería permitirme aplazar esta clase —puesto que es mi hijo y joven alumno, que hace poco ha llegado al conocimiento de las cosas— me he visto obligado a detenerme con más detalle, para facilitarle el acceso a la enseñanza. Aquí se nos presenta, por lo tanto, al alumno en quien todavía no se ha manifestado el alma viva, como también era el caso, por ejemplo, de la Pistis Sophia, que incluso después de reiterados cantos de arrepentimiento no recibió ninguna respuesta de su liberador. Sin embargo, el verdadero alumno nunca es dejado solo en esa soledad, ya que Hermes, el tres veces grande, vela por él. Hermes es el prototipo, el excelso representante de la humanidad absolutamente liberada, que está en el otro reino. Él es uno con la Gnosis, él es la Gnosis, absolutamente uno con Dios. El libro decimoquinto de Hermes nos quiere decir que, cuando el alma aún no puede expresarse o aún no está suficientemente despierta, el alumno realmente serio, que persevera en el camino, siempre es ayudado por la Gnosis Universal, tanto en lo tocante a la personalidad como al alma: a Tat como a Asclepios. El decimoquinto libro de Hermes es de una gran importancia, porque en él se explica la verdadera naturaleza de las cosas. Pues siempre debe tener en cuenta que el alma y la personalidad son de naturaleza diferente. El alma debe dirigirse a la personalidad que es de la naturaleza de la muerte y está en ella, y la personalidad debe dirigirse al alma, que proviene de la naturaleza de la vida. El gran problema de la alquimia gnóstica, el gran problema de los grados interiores, es que primero debe producirse una orientación del alma hacia la personalidad y viceversa; a continuación, un encontrarse; luego, un fusionarse; seguidamente, la transformación (transfiguración) y, finalmente, la liberación misma.

Por lo tanto, este quíntuple proceso implica que, sobre todo al comienzo, se debe encontrar y construir una nueva base de trabajo, en y con dos naturalezas que no van la una con la otra, que en absoluto pueden ni deben ir juntas, porque la personalidad tiene que fundirse completamente en la naturaleza del alma. Por lo tanto, la nueva base de trabajo forma de hecho, sobre todo al principio, una tercera naturaleza. Es la naturaleza con cuya ayuda, y por medio de la cual, puede ser alcanzada la vida liberadora y puede y debe realizarse el gran encargo. Naturalmente, todo alumno debe ser informado sobre la tercera naturaleza, si podemos designarla así. Así pues, por un lado está la naturaleza de la vida, por otro, la naturaleza de la muerte. En la fuerza de la naturaleza de la vida, el candidato inicia su camino y se despide de la naturaleza de la muerte. Entre ellas está la tercera naturaleza transitoria que no es ni una ni la otra. La sabiduría con respecto a la tercera naturaleza (a la que de forma práctica se puede llamar «el camino»), cuyo estado psíquico es totalmente distinto, está contenida en el libro decimoquinto. Suponga que ahora, o hace algún tiempo, o mucho tiempo, toma o tomó la decisión de recorrer el camino que no une de forma obvia, aunque pueda hacerlo, los dos extremos, a saber, la naturaleza de la muerte y la naturaleza de la vida, entonces forma para sí mismo, desde el primer segundo, una tercera naturaleza. El camino no existe, lo tiene que hacer usted mismo. No existe algo así como una tercera naturaleza oficial, explorada; cada uno, para sí mismo, debe despertar esta naturaleza a la vida, abrir este camino. Si alguien le dice: «Indíqueme el camino y así podré, eventualmente, decidir recorrerlo», usted no puede dar ninguna respuesta, al menos no puede 'traspasarla', ya que su camino es su propio camino, y en él, en su propia tercera naturaleza, no puede llevar a nadie consigo. La tercera naturaleza comienza cuando usted empieza, y se manifiesta cuando usted demuestra ser un verdadero alumno. Lo que sí es posible y deseable, incluso necesario, es hacer realidad, como grupo, colaborando con absoluta entrega, amor al prójimo y ausencia de lucha, una tercera naturaleza colectiva, llamada el arca o la barca celeste o el Cuerpo Vivo. Cuanto mejor construida esté esa arca y cumpla lo requerido, tanto mejor responderá la tercera naturaleza a la Naturaleza Viva, tanto más rápidamente y mejor se realizará su camino. Por consiguiente, teóricamente cada alumno debe andar su camino autónomamente, recorrer y llamar a la vida a su tercera naturaleza, pero en la práctica es de la mayor importancia recorrerlo acompañado, siguiendo las indicaciones de la ley divina. La tercera naturaleza es en muchísimos aspectos «el sendero solitario» y «la senda peligrosa». Ya que si en ella el yo aún habla demasiado, se desarrolla la anormalidad. Sabe que la ley dice: «Ama a Dios sobre todas las cosas». Por eso, su orientación hacia la meta divina le abre el camino. Pero la ley dice además: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Si es verdaderamente un alumno y su tercera naturaleza se manifiesta, entonces en usted no sólo habrá amor a Dios, sino también a su criatura. Si va hacia adelante y hacia arriba, el amor que hay en usted, y que está con usted, le obligará a servir a su prójimo con su amor más perfecto. Por eso, la unidad de grupo se vuelve una cosa natural. El comportamiento de vida del amor universal es la clave para el alumnado gnóstico. Este amor debe comenzar con la carencia de lucha y es la carencia de lucha. Si quiere penetrar en este punto, se le abre la tercera naturaleza y entra por primera vez realmente en el grupo, es decir, en la barca celeste, esto es: la tercera naturaleza del grupo. La tercera naturaleza es para el alumno, y para el grupo, un hecho científico. Le decíamos que está presente en todas partes, en cuanto usted se orienta a Dios, esto es a la Gnosis, o a Shambala. Si ahora comprende esto, podemos avanzar un paso más en la senda de sabiduría que va unida a ello y preguntarle: ¿Qué es una naturaleza? Por naturaleza entendemos un

campo de manifestación con valores, fuerzas y cosas que se pueden ver, conocer y experimentar. Hermes dice: Como ya dije, lo que es creado deviene por otro. No puede, por consiguiente, existir nada que ya fuera antes de que todo ello viniese a ser, con excepción de aquello que, Él mismo, nunca ha comenzado: el Creador. ¿Es correcto que Le llamemos con el nombre de 'Dios'? ¿O debe ser el de 'Creador'? ¿O 'Padre'? ¿O quizá los tres? ¿Dios, a causa de su poder? ¿Creador, por su actividad? ¿Padre, por su bondad? Hermes dice a continuación: Desligándonos de la vana palabrería, tenemos que distinguir estos dos: lo creado y el Creador. Entre ambos no hay mediador alguno, ningún tercero. Hermes se dirige aquí al alumno en el camino que, con plena intencionalidad, está en su tercera naturaleza, orientado hacia la única meta, esto es, hacia Dios. Sólo ahí puede manifestarse el poder de Dios, la actividad de Dios y la bondad de Dios. Así pues, por esto, no se debe entender aquí lo creado de la malignidad, el mal y lo inmundo, ya que todo eso no es causado por Dios sino por las pasiones. Hermes lo demuestra más adelante en el libro decimoquinto. Volveremos sobre ello. Véalo por tanto ante sí: En tanto que nacido de la naturaleza de la muerte, decide orientarse al campo de vida original, al Shambala de lo absoluto. Toma esta decisión no sólo mentalmente y en un impulso sentimental, sino que le da cumplimiento con un nuevo comportamiento de vida. Si lo hace, llama a la fuerza de Dios, que es omnipresente. En esa fuerza, y por ella, se origina una actividad en su campo astral particular: del astral en el etérico y del etérico en el material. En usted y alrededor de usted surge una manifestación, una creación, que está por completo en la bondad, el amor y la sabiduría que es Dios. Así, la tri-unidad de Dios se manifiesta real y directamente. Lo invisible se vuelve visible en su creación y, a través de ella, en su criatura, y totalmente en concordancia con el estado de ser de su criatura. En consecuencia, también la tercera manifestación natural está en constante disolución, ya que cuando el alumno progresa y Asclepios y Tat se vuelven otra vez uno, bajo la sombra de las alas herméticas, la manifestación de la tercera manifestación natural cambia nuevamente. Pues el Creador prosigue con su criatura hasta el buen fin.

XXV La unificación de Tat, Asclepios y Hermes En el capítulo anterior ha conocido, en alguna medida y de forma puramente filosófica, las tres naturalezas. Conoce, por experiencia, la naturaleza de la muerte. A partir de nuestra literatura, por la Escuela Espiritual y, según esperamos, por la luz de la Gnosis que le ha tocado, tan sólo conoce escasamente la naturaleza de la vida. En medio está la tercera naturaleza, completamente separada de las otras dos, a saber, la naturaleza que el candidato, recorriendo el camino, se construye a sí mismo a través del nuevo comportamiento de vida. Esta es la naturaleza que, cual barca celeste, cual arca, también es realizada por el grupo al servicio de todos: y la gran meta de esto es la unificación perfecta, de Tat, Asclepios y Hermes. Puede saber, por su experiencia y observación, que todo lo manifestado hasta en los más pequeños detalles, que todo lo creado, ha nacido, se ha hecho y ha llegado a ser a partir de un Creador y por un Creador: «Por consiguiente, sin el Creador nada llega a ser y nada existe. Si Creador y criatura son separados, cada uno de ellos pierde su propio ser, porque, en tal caso, han sido privados de su complemento». Hermes intenta dejar bien claro que de ningún modo se trata de una ejecución automática del destino. A partir del momento en que la criatura ha nacido del Creador, es libre, tiene la libertad de alcanzar la meta; por consiguiente, una libertad de actuación que ha brotado de la fuerza más grande de la manifestación universal, el propio Dios. Libertad también para apartarse de su Creador, para escindirse. Por eso dice la Rosacruz clásica: «Ex Deo nascimur -Nacemos de Dios». Su microcosmos ha nacido de Dios como mónada. El principio nuclear del microcosmos ha nacido de Dios como alma. También su personalidad, aunque engendrada terrenal y cargada con mucho mal, por las posibilidades recibidas de Dios, ha venido no obstante a la existencia como cuerpo del orden de emergencia. Así pues, hasta en lo más profundo de la caída se mantiene esa única ley, la ley del devenir. Ha nacido de Dios y permanece en esa condición, conforme a la razón primordial de su existencia. Sean cuales fueren las degeneraciones que, cual muro de prisión, pudiesen rodear su existencia, el «nacido de Dios» sigue siendo un hecho. Vea la intensa gloria de esto, ya que todo alumno que comienza su camino, tiene la absoluta certeza: «A todos los que Le aceptan, Él les da el poder de ser, de nuevo, hijos de Dios». Este «de nuevo» del prólogo del Evangelio de Juan se refiere a la liberación de los muros de la prisión que, de hecho, mantienen al hombre separado de Dios. Si, con un comportamiento de vida absolutamente nuevo, se orienta hacia su origen puro, la unión con Dios se llevará a cabo en una fracción de segundo: Dios a causa de su poder, Creador por su actividad, Padre por su bondad. Una fuerza viene a usted, colmándolo todo; esa fuerza tiene un efecto, origina un proceso y alumbra el único bien. La fuerza del adversario, la influencia de la naturaleza de la muerte y el mal que ésta ha creado en su sistema nacido de Dios, no guardan proporción con el triple Poder divino. No obstante, es lógico y necesario que se despida totalmente del triple mal en usted a través del in Jesu morimur, el «morimos en Jesús el Señor», la endura, para, a través de ello, liberarse de la sangre, del karma y de la naturaleza de la muerte. Casi sin esfuerzo, puede convertirse en vencedor de sí mismo y en sí mismo, ya que es inconmensurablemente fuerte. No pienses que el Creador haya

dispuesto algo malo o vergonzoso. « ¿Pero cómo ha surgido el mal que tantas malas pasadas nos juega y nos ha llevado totalmente al extravío?», preguntan muchos. Hermes responde: Estos aspectos —lo malo y lo vergonzoso— están inseparablemente unidos a la generación, lo mismo que la pátina al bronce, y la suciedad al cuerpo. (...)Es el consumo, la consumición de las cosas creadas, lo que provoca este efecto secundario del mal. Precisamente, por eso, Dios ha establecido la mutabilidad para la purificación de lo creado. ¿Qué debemos pensar de esta respuesta? Como resulta evidente, la impureza o las pasiones son alteraciones del ánimo que están directamente relacionadas con el corazón y, especialmente, con el timo. Sabe que el timo, el corazón y el esternón forman una trinidad. El timo es un órgano de secreción interna de una importancia capital. Produce hormonas, en particular una hormona sexual. El hombre posee dos órganos sexuales, uno en la cabeza y otro en el santuario de la pelvis. En la cabeza, principalmente, la glándula tiroides, la hipófisis y la laringe; en el vientre, las glándulas sexuales y los conocidos órganos sexuales. Ambos sistemas, en la cabeza y el vientre, actúan juntos y, en consecuencia, cada uno de ellos posee órganos de secreción interna. La actividad de la secreción interna en la cabeza y en el vientre está regida y es controlada, dirigida, por la hormona del timo. El poderoso sistema anímico del corazón es el gran centro de las emociones. Por medio del esternón, un excelente órgano de detección, capta impresiones, y todas esas impresiones de pensamientos que le alcanzan, o de actos y sentimientos de terceros, todo lo que sale de las personas y las cosas, son acogidas en el corazón y procesadas en él. El resultado induce al timo a la producción hormonal y los dos órganos creadores de la cabeza y la pelvis reaccionan a esa hormona, según su calidad y su tipo. Entonces, de estos dos órganos parte un impulso, un ímpetu creador, un afán de manifestarse que incita a uno u otro acto: ya surja de la cabeza, del órgano creador inferior, o de ambos. De ello siempre resulta una tensión en el éter nervioso, un despilfarro de fuerza vital, ya que es comprensible que el residuo de toda esta actividad hormonal y sus efectos pongan a la sangre y al éter nervioso al mismo nivel que la naturaleza de la actividad. Cuando su sangre y su éter nervioso han llegado a ese estado, los demás órganos son ajustados a ello, por consiguiente, también el triple sistema del corazón. Así se cierra la cadena. Por lo tanto, cuando su esternón es sintonizado con una determinada impresión, con una determinada influencia, con una determinada emoción, acto seguido vienen la acogida, la asimilación, el ajuste hormonal, la vivificación de la cabeza y el corazón y las reacciones necesarias por naturaleza. Así, como hombre nacido de la naturaleza, está encerrado en un sinfín de tales ciclos. Está sintonizado con series enteras de influencias y cuando alguien dice algo, hace algo, no dice o hace algo, se halla en un determinado estado, o cuando los ángulos de incidencia de los rayos de luz toman determinadas posiciones o los estados atmosféricos dan ocasión para ello, de inmediato, reacciona hormonalmente con uno u otro impulso, mental y astralmente, con una hiriente palabra corrosiva o con un acto de carácter lamentable, o con una tensión que, de una u otra manera, se venga. De este modo arremete igualmente contra terceros, con lo que se irá envenenando cada vez más a sí mismo, así como a todo su campo de vida. Toda la naturaleza de la malignidad y de la muerte fue creada así. El impulso creador y los actos creadores, las reacciones creadoras del santuario de la cabeza, en tanto que reacciones hormonales de sus pasiones en la cabeza, son innumerables veces más inmorales, funestas, mortales y diabólicas que la más grave depravación de la pasión

hormonal que se desfoga a través del santuario de la pelvis. Así que, de momento, no se atreva a designar al órgano creador de la cabeza como el órgano creador superior. ¡Es lo más bajo, lo más pérfido que pueda imaginarse! Una vez pedimos, suplicamos, a todos los alumnos que entraran durante un mes, con nosotros, en la carencia de lucha, para de esta forma poner fin, con el grupo y sus integrantes, a la más repugnante e impía depravación que la naturaleza de la muerte ha creado y mantiene: la impudicia del santuario de la cabeza, originada y mantenida por las pasiones. Si vive como un animal, no paraliza el curso del mundo; en tal caso, tan sólo es un animal, una bestia. Pero si rebaja el templo real, la estancia más elevada de la torre de Olimpo donde deben celebrarse las bodas alquímicas de Cristian Rosacruz, el santuario de la cabeza, al estado de un antro diabólico desde el que saltan como rayos, en todas direcciones, sus blasfemias, sus pensamientos y actos críticos, su hostilidad, sus antipatías y tensiones y de esta manera está asesinando a su prójimo, con consecuencias más graves que un asesinato por impulso sexual, entonces está cargando sobre usted una culpa inconmensurable. Por eso, no atribuya ninguna pasión al Señor de toda Vida. Libérese de la camisa de fuerza de las pasiones y sus consecuencias, y ataque a su auto-creado adversario con el arma de la carencia de lucha, de forma tan absoluta y perfecta que, como por vez primera, todo su triple sistema del corazón sintonice con la cualidad de Dios. Esperamos aclararle en el siguiente capítulo qué quiere decir Hermes con esto.

XXVI Los seis aspectos de la actividad de Dios Dios sólo tiene una cualidad: el bien. Y este bien absoluto no es arrogante ni impotente. Sí, eso es Dios: el bien, el todopoderoso, que crea todo. Todo lo creado ha devenido por Dios; por El, que es absolutamente bueno y que tiene el poder de traer todo a la existencia. Si quieres saber ahora cómo crea Dios, y cómo lo creado llega a ser, he aquí entonces una bella y adecuada comparación. Piensa en un campesino que esparce la semilla en el campo: aquí trigo, allí cebada, a continuación en otra parte, otro tipo de grano. Ve cómo planta aquí una vid, allí un manzano, a continuación, en otra parte, otras clases de árboles. Así siembra Dios la inmortalidad en el cielo, la mutabilidad en la Tierra, y la vida y el movimiento en el universo. Estos aspectos de la actividad no son, pues, numerosos. Son pocos en número y fáciles de contar: a saber, cuatro en total, además, del propio Dios y lo creado. Estos seis, juntos, forman todo lo que existe. La cualidad divina, el placer divino, que proviene totalmente del bien, se relaciona con la plenitud de la radiación divina, por medio de la cual Él se da a conocer en la manifestación universal, en el inmenso océano de la sustancia original astral. Intente pensar un momento en esta grandiosa actividad: la fuerza de Dios manifestándose en el campo astral intercósmico. En ese campo astral están presentes todas las condiciones para cada manifestación. Este campo es mantenido totalmente puro de forma intercósmica por medio de una poderosa radiación nueva, que activa una vibración sumamente elevada. Ni la más mínima consecuencia, sea del tipo pasional que sea, puede entrar en este campo y provocar reacciones en él. Pues bien, en este campo actúa la fuerza, el poder y la idea de Dios. Él, el Señor de toda Vida, manifiesta en una parte de la sustancia primordial astral su idea en lo que concierne al mundo y la humanidad. Esa idea sólo puede ser buena, es el bien. Por consiguiente, tanto en el espacio intercósmico como en el espacio planetario astral, el espíritu divino impulsa una determinada manifestación del único bien. Si tenemos en cuenta que, en nuestro campo planetario, el espíritu divino está dirigido hacia la humanidad nacida de la naturaleza, hacia su misión en la manifestación planetaria, y que el espíritu divino es la fuerza más poderosa, sea cual sea la situación de su existencia, es obvio que, en comparación con las innumerables dificultades de la vida, se puede entrar muy fácilmente en contacto con Dios. El único bien, pues, está muy cerca de usted. Sólo se trata de realizar, desde el interior, la ley correspondiente, por medio del comportamiento de vida y la culminación de la vida. El resultado de tal cumplimiento de la ley se muestra, en cada vida, de forma directa y completa. No obstante, no piense que cuando el único bien empiece a trabajar en usted sólo vaya a tener alegría, paz y felicidad. Es totalmente seguro que el nacido de la naturaleza que sólo experimenta alegría, paz y felicidad, no ha sido tocado por el único bien. Seguro que conoce el refrán: «Quien bien te quiere te hará llorar» ¿Acaso no hay en usted mucho que tiene que ser consumido, quemado? Por eso el alumno debe estar dispuesto a someterse al ardor del amor divino y ser purificado por él. Y vea ahora cómo Dios crea y cómo lo creado nace: Así siembra Dios la inmortalidad en el cielo, la mutabilidad en la Tierra, y la vida y el movimiento en el universo. Comprenda estas palabras, ya que la totalidad de la Gnosis se manifiesta en ellas. En lo que respecta a la tierra real, la tierra santa, el orden divino es de tal forma que hay dos aspectos: el nacimiento y la inmortalidad. En el nacimiento verdadero y real, en el que el alma tiene que ocupar el lugar central, existe un constante cambio: la dialéctica pura y

original. Este cambio significa que desde el nacimiento, por el crecimiento, por la evolución real, se avanza de fuerza en fuerza y de magnificencia en magnificencia, en una inmortalidad eterna. Este nacimiento es contrarrestado en el nacimiento natural, es retenido por la pasión y sus consecuencias. Por eso, el nacido de la naturaleza es acompañado constantemente por la enfermedad y la muerte, la destrucción y el aniquilamiento. Por ello el decimoquinto libro de Hermes contiene la gran misión, que todos deben aprender y cumplir, de pasar del nacimiento natural al nacimiento divino, por medio de la entrega de sí mismo, en el nuevo comportamiento de vida. Estos aspectos de la actividad no son, pues, numerosos. Son pocos en número y fáciles de contar: Dios y el nacimiento por El. Entonces en la Tierra existe el cambio, pero la muerte ya no produce angustia. Su carácter aniquilador le ha sido arrebatado, ya que cada cambio se realiza basándose en la inmortalidad. Permítanos, por eso, volver a concluir con las palabras de la Rosacruz clásica: Nacer de Dios: esto es, despertar directamente a la vida nueva inmediata. Morir en Jesús: anular toda la antigua vida nacida de la naturaleza y, naciendo de nuevo, poner el pie en la tercera naturaleza, el camino, para de esta forma renacer por el Espíritu Santo en la absoluta inmortalidad.

XXVII Libro Decimosexto Hermes a Amón: Sobre el alma 1 Hermes: El alma es un ser incorpóreo y, aún cuando está en el cuerpo, no se desprende de nada de su propia esencialidad. Conforme a su esencia, está en constante movimiento. Se mueve a sí misma por efectos del pensamiento. No se mueve en algo, ni con relación a algo ni para algo, dado que ella existe antes de que actúen las fuerzas y aquello que antecede no precisa de lo que viene más tarde. 2 «En algo» es lugar, tiempo, movimiento aumentativo natural; «con relación a algo» es armonía, la propia forma, figura; «para algo» es el cuerpo. 3 Lugar, tiempo y crecimiento natural existen para beneficio del cuerpo. Estos conceptos están relacionados a causa de un primitivo parentesco, al menos es cierto que un cuerpo necesita un lugar (no puede realizarse un cuerpo sin un lugar, sin espacio); que está sujeto a la mutación natural (no es posible cambio alguno sin tiempo ni movimiento natural); y, finalmente, no se puede formar ningún cuerpo sin armonía. 4 Por lo tanto, el espacio, el lugar, existe para beneficio del cuerpo. Dado que los cambios del cuerpo tienen lugar en el espacio, éste previene que el cambiante ser sea destruido. Por el cambio, pasa el cuerpo de un estado a otro. Aunque en tal caso es privado de su estado de existencia precedente, a pesar de ello, sigue siendo un cuerpo compuesto. Y una vez que se ha transformado en otra cosa, entonces posee el estado de existencia de la misma. Así el cuerpo sigue siendo un cuerpo; sólo que el estado en el que se encuentra no conoce perdurabilidad alguna. Por consiguiente, el cuerpo sólo cambia con respecto al estado. 5 Así, el lugar, el espacio, es incorpóreo; y, de la misma forma, el tiempo y el movimiento natural. 6 Cada uno de éstos tiene su propia característica. La característica del lugar es la capacidad de acoger en sí; la característica del tiempo es interrumpir y atribuir; la característica de la naturaleza es movimiento; la característica de la armonía es amistad; la característica del cuerpo es cambio; la característica del alma es reflexionar sobre su verdadera esencia. 7 Lo que es movido, lo es por la fuerza motriz del universo. La naturaleza del universo le proporciona dos movimientos al universo: el uno en virtud de su propia potencia, el otro de su poder efectivo. El primero penetra el mundo entero y lo mantiene internamente ensamblado, el segundo lo hace expansionarse y lo envuelve por fuera. Estos dos movimientos siempre actúan juntos. 8 La naturaleza del universo hace que todo llegue a ser y le da la capacidad de crecer; por un lado, haciéndole sembrar su propia semilla, por otro lado, otorgándole una materia que está en movimiento. Por este movimiento se calienta la materia, y ésta deviene fuego y agua; el fuego lleno de poder y fuerza, el agua pasiva. El fuego, que es hostil al agua, secó una parte del agua. Así se formó la tierra que flota sobre el agua. Por el continuo secado del agua alrededor de la tierra, ésta liberó vapor de los tres: agua, tierra y fuego; así, nació el aire. 9 Estos elementos se mezclaron según la ley de la armonía: calor con frío, sequedad con humedad. De esta confluencia de todos los elementos nació un aliento de vida, y una semilla, que concordaba con el aliento de vida envolvente. Una vez que este aliento de vida quedó depositado en la matriz, no se detuvo en la semilla. La semilla cambió y,

por este cambio, creció y adquirió amplitud. En la amplitud, la semilla atrajo hacia sí algo como una forma exterior y se formó según ésta. Esta forma sirvió a su vez de vehículo para la forma inmanente. De esta manera, cada cosa recibió su propia apariencia. 10 Puesto que el aliento vital en la matriz no había recibido ningún movimiento hacia la vida, únicamente movimiento hacia el crecimiento lleno de fuerza vital, este último hizo surgir armoniosamente el movimiento hacia la vida, para que, en él, pudiera ser recibida la vida pensante, que es indivisible e inmutable y nunca abandona su inmutabilidad. 11 Conforme a los números, conduce lo que está en la matriz al nacimiento, lo ayuda en el proceso de nacimiento, e impulsa hacia fuera lo que viene a nacer. El alma más próxima se adapta a ello; no conforme a sus características innatas, sino en virtud de la ley de la fatalidad. Ya que, por naturaleza, el alma no desea de ninguna manera estar con el cuerpo. 12 Sólo por obediencia al destino, el alma otorga al ser que viene a nacer el movimiento del pensamiento y la materia del pensamiento de la verdadera vida. Porque el alma penetra en el aliento de vida y se revuelve en él despertando la vida. 13 El alma es un ser incorpóreo; si tuviese un cuerpo, no se podría conservar a sí misma. Ya que cada cuerpo necesita una existencia, necesita la vida que tiene su base en el orden. 14 También todo lo que nace está sujeto al cambio, ya que todo lo que nace, nace con un determinado tamaño. Y al nacer comienza a crecer. A continuación, todo crecimiento acaba por menguar, por disminuir; después viene la disolución, la desintegración. 15 Lo nacido vive y es unido con la existencia del alma, para participar de la forma de vida. Pero lo que por otras razones es causa de la existencia, eso mismo, existe ya desde antes. 16 Por existencia entiendo estar dotado de razón y participar de la vida pensante; es el alma la que proporciona la vida mental. 17 Lo que nace es llamado un ser vivo, a causa de la vida; racional, debido a la capacidad de pensar; mortal, por motivo del cuerpo. El alma es, pues, incorpórea, porque conserva su fuerza intacta. ¿Cómo podría hablarse de ser vivo, si no existiese algo esencial que le otorgase la vida? Pero tampoco se puede hablar de ser racional, sin la existencia de una naturaleza mental que procure vida a lo pensante. 18 A causa de la composición del cuerpo, el pensamiento no alcanza la armonía en todos los hombres. Si en la composición hay un exceso de calor, el hombre se vuelve frivolo y exaltado; si hay exceso de frío, entonces se vuelve pesado y lento. La naturaleza ordena la composición del cuerpo en aras de la armonía. 19 Hay tres tipos de armonía: según el calor, según el frío y según el término medio. La naturaleza ordena en concordancia con el astro que era el dominante en la combinación de los astros. Y el alma, que según lo fijado por el destino tiene un cuerpo, lo acepta y otorga la vida a esta obra de la naturaleza. 20 Así pues, la naturaleza ajusta la armonía del cuerpo a la posición de los astros; hace que los distintos elementos se unifiquen, conforme a la armonía de los astros, para que haya concordancia entre todos. Ya que el fin de la armonía de los astros es ajustar todo a los decretos del destino. 21 De manera que el alma es un ser perfecto en sí mismo, y en el principio se ha elegido una vida con arreglo al destino, y ha atraído hacia sí una forma, compuesta de fuerza vital efervescente y deseo. 22 La fuerza vital está al servicio del alma, como materia. Cuando esta fuerza vital ha

creado un estado de ser conforme a la idea del alma, se convierte en valor y no se deja vencer por la cobardía. También el deseo se presenta como materia. Cuando ha creado un estado de ser en concordancia con las consideraciones del alma, se convierte en templanza y no se deja mover por el ansia de placer, ya que la capacidad racional del alma suple lo que le falta al deseo. 23 Si, no obstante, fuerza vital y deseo concuerdan, si han creado un estado de ser equilibrado y ambos siguen orientándose hacia la capacidad racional del alma, entonces devienen una acertada orientación, ya que el compensado estado de ser que han creado recorta el exceso de fuerza vital y, por otro lado, suple la carencia del deseo. 24 Lo que entonces les guía es el poder del pensamiento, que, dado que se pertenece a sí mismo por su propia racionalidad circunspecta, tiene autoridad sobre su propia razón. 25 El ser del alma reina y guía como poder supremo, como director; la razón, que está en ella, guía como consejera. 26 La racionalidad circunspecta del ser del alma es, pues, ese conocimiento de los pensamientos que le da a lo irracional, a lo carente de entendimiento, una conjetura de la capacidad racional; una conjetura que comparada con ella es débil e imprecisa, pero que, a pesar de ello, es racional en comparación con lo irracional; así como lo es el eco en relación con la voz y el resplandor de la Luna en relación con el del Sol. 27 Así pues, fuerza vital y deseo son armonizados a través de una reflexión racional; se mantienen mutuamente en equilibrio y atraen al razonamiento discursivo, como un constante movimiento circular. 28 Toda alma es inmortal y está siempre en movimiento. Efectivamente, en el Discurso General dijimos que se originan movimientos, ya sea por fuerzas, ya sea a través de cuerpos. 29 Decimos, además, que el alma ha surgido a partir de una esencialidad distinta a la materia, dado que el alma es incorpórea y también aquello de lo que ha salido; todo lo que llega a ser, nace necesariamente de algo distinto. 30 Todos los seres que nacen y a continuación están sometidos a la destrucción, poseen necesariamente dos movimientos, a saber, el movimiento del alma, por el que son movidos, y el movimiento del cuerpo, por el que aumentan y disminuyen, disolviéndose finalmente por descomposición. De esta manera, describo el movimiento de los cuerpos perecederos. 31 El alma está siempre en movimiento, ya que ella misma es continuamente movida y transmite el movimiento a otras cosas. Considerado así, toda alma es inmortal y siempre está en movimiento, ya que es movida en virtud de la actividad de su naturaleza innata. 32 Hay almas divinas, humanas y no-racionales. El alma divina es la fuerza activa de su cuerpo divino, ya que se mueve en ese cuerpo y por eso lo pone en movimiento. 33 Cuando se libera de los mortales, liberada de lo que en ella no respondía a la razón, entra en el cuerpo divino, dentro del cual es llevada, por el universo, en movimiento perpetuo. 34 También el alma humana posee algo de lo divino, pero junto a esto están unidos los aspectos no racionales, el deseo y la fuerza vital. Estos aspectos son, sin duda, inmortales, en la medida en que ellos mismos son fuerzas activas; pero son fuerzas de cuerpos mortales. Por ello, están muy alejados de las partes divinas del alma que moran en el cuerpo divino.

35 El alma de los seres no racionales consiste en fuerza vital y deseo. Estos seres son llamados no-racionales dado que carecen del aspecto racional del alma. 36 Piensa finalmente, en cuarto lugar, en el alma de las cosas inanimadas que aunque se encuentra fuera del cuerpo, lo mueve con su influencia. Ella misma sólo podría ser movida en un cuerpo divino y, en tal caso, mover estas cosas, por así decirlo, «de segunda mano». 37 De modo que el alma es un ser eterno dotado de entendimiento que tiene su propia razón como pensamiento y que, cuando está unida a un cuerpo, atrae hacia sí el modo de pensar de la armonía, pero que, una vez liberada del cuerpo físico, pertenece, independiente y libre, al mundo divino. El alma gobierna sobre su propia razón y otorga, a aquello que viene a la vida, un movimiento concordante con sus pensamientos, al cual se le llama vida. Ya que es propio del alma ofrecer a otros algo de su propio ser. 38 Existen, por lo tanto, dos tipos de vida y dos tipos de movimiento. Uno es el movimiento del ser del alma, otro es el del cuerpo natural: el último es general, el primero está restringido a la propia alma. El del alma es autónomo, el otro es imperativo. Ya que todo lo movido queda sometido a la coacción de aquello que produce el movimiento. Pero el movimiento que mueve al alma está inseparablemente unido al amor, el cual la conduce hacia la realidad divina. 39 En efecto, el alma es incorpórea, ya que no forma parte del cuerpo físico. Si el alma tuviera un cuerpo, entonces no tendría razón ni pensamientos, ya que el cuerpo físico carece de pensamientos. En cambio, un ser vivo debe su aliento vital al hecho de que participa del ser del alma. 40 El aliento vital, o espíritu, pertenece al cuerpo; la razón pertenece al ser del alma. La razón tiene a lo bello como objeto de contemplación; el espíritu que percibe con los sentidos discierne los fenómenos. El se dispersa por los sentidos, que, como partes del espíritu, consisten en un espíritu de la visión, un espíritu del oído, un espíritu del olfato, un espíritu del gusto y un espíritu del tacto. Cuando este espíritu o aliento vital del cuerpo se ha vuelto una especie de entendimiento, percibe sensorialmente. Si no hace esto, entonces únicamente se imagina las cosas. 41 El pertenece al cuerpo y es receptivo a todo. La razón en cambio pertenece a lo más esencial del alma, y juzga con discernimiento y comprensión. Con la razón también está relacionado el conocimiento de las cosas divinas; con el espíritu vital, el hacerse representaciones. El espíritu vital extrae su fuerza del mundo que le rodea; el alma extrae la suya de sí misma. 42 Así pues están el ser del alma, la razón, los pensamientos y el discernimiento o capacidad de comprensión. La capacidad imaginativa y la percepción sensorial contribuyen al discernimiento, la razón pertenece al ser del alma, los pensamientos se forman a través de la razón y confluyen con el discernimiento. Estos cuatro, que se interpenetran, se han vuelto una forma, la forma del alma. 43 Al discernimiento del alma contribuyen la capacidad imaginativa y la percepción sensorial. En ello, no obstante, éstas no son constantes, sino que ora dan demasiado, ora demasiado poco o varían entre sí. Las mismas empeoran a medida que están separadas del discernimiento. Si, no obstante, siguen esta capacidad y la obedecen, concuerdan con la razón superior, a través de las ciencias. 44 Somos capaces de elegir; en nuestra capacidad está elegir lo mejor y también, a pesar de nosotros mismos, lo peor. La elección que parte hacia el mal se aproxima a la naturaleza física. Por eso gobierna la fatalidad sobre quien toma tal elección. Dado que el ser pensante en nosotros, la razón superior, es autónoma y permanece siempre igual a sí misma, la fatalidad no puede tener dominio sobre ella.

45 Empero, cuando el ser pensante se aparta de la razón absoluta del Logos, que es el primero después del primer Dios, también es unido con todo el plan que la naturaleza ha establecido para lo creado. Así pues, cuando el alma se ha unido una vez con lo creado, también está unida al destino de éste, aunque no forme parte de la naturaleza de las cosas creadas.

XXVIII El alma es Queremos pasar ahora a comentar el libro decimosexto de Hermes. Después sigue el libro decimoséptimo, el Libro de la Verdad, con el que habremos cumplido, en alguna medida, nuestra misión de ofrecer a la Joven Gnosis un comentario moderno de la Gnosis Original de Hermes Trismegistos, con una nueva traducción del texto original. Posiblemente ya sabía que los escritos conocidos como el Corpus Hermeticum, fueron hallados hacia el siglo XI. Nos colocamos mutuamente ahora ante el contenido del libro decimosexto del Corpus Hermeticum, libro dedicado a Amón. «Amón» significa algo así como «niño de Dios, hijo de Dios, criatura de Dios». Con esto no debe pensar en Jesús el Señor, sino en el hombre en su aspecto común. El hombre es una criatura, una creación de Dios. Somos hijos de Dios, criaturas, devenidos del plan de Dios. En la antigua Enseñanza Universal egipcia conocemos dos representaciones, que también aparecen como una dualidad, a saber, Khnum y Amón. Ambas fueron representadas con cabezas de carnero y por ello, a menudo, confundidas entre sí. En la dualidad Khnum-Amón, Khnum es llamado el moldeador de hombres y Amón el engendrador. Encontrará esta línea de pensamiento, entre otros autores, en la señora Blavatsky. No obstante, es bueno intentar profundizar más al respecto. Así, sin duda sabrá que existen multitud de representaciones antiguas del huevo del mundo y de los nacidos del huevo, y, en consecuencia, de todas las especulaciones que fueron ofrecidas al mundo, con toda su confusión. A nuestro entender, con el huevo y la forma del huevo siempre se pensó en el microcosmos, en el ser aural que, como sabe, posee la forma de un huevo. Todo lo que vive como hombre verdadero, todo lo que debe manifestarse según el plan de Dios, debe despertar a la vida a partir del microcosmos. Por eso, somos «nacidos del huevo» y siempre seguiremos siéndolo, es decir, salidos del microcosmos. Por ello, la antigua forma de representación egipcia no es tan disparatada ni ha perdido nada de su verdad y fuerza. Así pues, la aparición del hombre como microcosmos se puede designar como una primera creación. Toda posibilidad humana, todo lo que el hombre será capaz de hacer alguna vez, debe surgir del microcosmos. El creador de esta primera creación fue llamado Khnum, es decir: 'el más viejo'. De ese 'más viejo', del microcosmos, de este huevo, debe surgir el verdadero hombre oculto, Amón, que no obstante era y es uno con Khnum y por eso es llamado Khnum-Amón: 'el más viejo' que envuelve lo oculto, lo oculto que es revelado por el Muy Anciano. Hablando de representaciones «paganas», ¡cuan universal y verdadera se revela esta idea! De hecho, todo el Corpus Hermeticum es una enseñanza, una filosofía, una manifestación de salvación, un método para, de la única manera correcta, liberar lo oculto en el microcosmos, por tanto a «Amón», y advertir seriamente contra todo lo que separa de la verdadera manifestación. El propio Hermes es el liberado, el tres veces grande. Ya que él es el microcosmos, el hombre oculto, el oculto inextinguible y también es el manifestado, el tres veces grande. En el libro decimosexto, se dirige a Amón, a lo que está encerrado en el microcosmos y emplea esfuerzos en manifestarse; sí, a lo que está obligado a manifestarse. Y le habla sobre el alma a lo que todavía está sólo muy parcialmente despierto, por lo tanto a usted. Sabe que en el microcosmos está encerrado un principio animador. Tan pronto como el hombre-alma se eleve del microcosmos, el otro aspecto, el hombre de la personalidad

—verdaderamente uno con el alma y el microcosmos— podrá ser asimismo, en esa unidad, un tres veces grande. El gran problema de este desarrollo es que el principio animador del hombre oculto es absolutamente inmaterial, mientras que el hombre de la personalidad debe ser una expresión material de lo inmaterial. Además, junto a esto, aparece con fuerza el problema originado por la situación conflictiva que se produce entre el principio animador y el hombre de la personalidad, dado que el hombre de la personalidad no es un reactor que funcione automáticamente, que sólo pueda manifestar lo que el principio del alma indique. Para que el hombre de la personalidad pueda ser un hombre verdadero debe tener, en su parte de la manifestación de la trinidad, una vida propia, una fuerza vital propia, un estímulo de manifestación propio, de igual forma que cada átomo tiene una vida propia. El gran misterio del hombre oculto, Amón, debe ser que todos sus aspectos cooperen entre sí de forma voluntaria, con amor y total comprensión. En lo que respecta a usted y a sus semejantes nacidos de la naturaleza, sus predecesores en el microcosmos ya han creado el conflicto. Por esa razón, su principio de alma y su personalidad han sido dispersados. En consecuencia, en tanto que ser material, usted está muy cristalizado. Por ello, tras comprender el error, primero debe regresar al punto de partida. Debe llevar a cabo el restablecimiento de la unión entre usted y el principio del alma. Si esa unión es restablecida, entonces, aquello que ha dimanado del error puede ser cambiado. A este cambio lo llamamos la transfiguración. Y entonces puede comenzar por llevar a la manifestación al nuevamente despertado hombre oculto: Amón. Si se quiere realizar todo eso de la forma correcta, si no quiere incurrir en errores pasados, entonces, en primer lugar, debe llegar al discernimiento claro y al saber; en segundo lugar, a una fe pura en consonancia con ello; y, en tercer lugar, a un nuevo y, en tal caso, perseverante comportamiento de vida. Supongamos ahora que usted, que se denomina alumno de la Joven Gnosis, se encuentra en medio de este proceso de restablecimiento y manifestación; en tal caso, el contenido del libro decimosexto del Corpus Hermeticum le será de la mayor importancia, ya que le brinda información concreta de máximo valor. Pasemos a profundizar en ello. Hermes comienza constatando que el alma es un ser incorpóreo, incluso cuando actúa en la personalidad, en el cuerpo. El alma conserva en toda circunstancia su propia esencia. En lo que a esto respecta, es inmutable; sin embargo, posee un poder radiante muy potente. Así pues, el alma no deviene, ella es, dado que existe desde antes que actúen las fuerzas. Cuando, por ejemplo, se mueve en el cuerpo, no es que ella fuese a devenir o crecer ahí, no, ella es. Ella es, dice Hermes, antes de cualquier otra creación. Si vemos al conjunto del alma y de la personalidad, el cuerpo, como el hombre oculto, entonces, en su interrelación, el alma ya es un poder totalmente divino. El alma ya ha llegado a la perfección absoluta. Por eso decimos que ella es. El alma, pues, no necesita en lo más mínimo a la personalidad; ella vive, en cierto sentido, su propia vida. Pero sí ocurre lo contrario: el hombre de la personalidad necesita al alma, es decir, al auxiliador, animador y dinámico poder radiante del alma, para devenir realmente lo que está guardado oculto en el hombre. ¿Por qué se dice entonces, tan frecuentemente, que el alma está afligida? Pues bien, porque experimenta la aflicción del amor que se quiere consagrar al gran plan. Aunque el alma vive una vida propia, sin embargo en ella yace encerrada la gran meta de que el microcosmos, el alma y la personalidad nazcan en un tres veces grande, al igual que Hermes. A continuación se puede preguntar: ¿qué utilidad, qué objetivo, qué misión tendría el hombre de la personalidad en esta trinidad? Pues bien, el hombre de la personalidad es

un instrumento que actúa en el gran campo de creación de la manifestación universal. El hombre de la personalidad sirve de base a una misión concreta, directamente demostrable; y a una misión aún oculta, que está en desarrollo, que avanza de fuerza en fuerza, de manifestación en manifestación, de magnificencia en magnificencia. Si se quiere llevar a cabo esa misión conforme al objetivo de la misma, entonces la personalidad debe permanecer en lo totalmente transitorio, en el movimiento armónico de los opuestos. Debe seguir de cerca todo lo mutable, adaptarse a ello, para poder manifestar, siempre de nuevo y siempre distintamente, las grandes obras de Dios. Seguro que el hombre de la personalidad alcanzará el éxito, porque tiene una afinidad innata con el alma.

XXIX Fuerza y movimiento Profundizamos ahora un poco más en el desarrollo del hombre oculto, Amón. Hermes demuestra en el libro decimosexto que en primer lugar, antes de que el hombre oculto pueda surgir del microcosmos en absoluta belleza, según el alma y el cuerpo, debe acaecer una creación que pueda dar nacimiento a la criatura. Dicho de otra forma: debe haber un cosmos en el que pueda manifestarse el microcosmos, un macrocosmos en el que pueda sostenerse el cosmos, y detrás del macrocosmos impele eso que Hermes llama la naturaleza. La naturaleza se diferencia a su vez en dos aspectos, a saber, fuerza y movimiento. Un aspecto, la fuerza, la propia potencia, penetra el mundo entero y lo mantiene internamente ensamblado. El segundo aspecto, el movimiento, por su poder activo, hace expansionarse al mundo y lo envuelve por fuera. Estos dos movimientos actúan siempre juntos en todo y realizan así el gran plan. Pues, por la fuerza inmanente y el efecto expansivo del movimiento se realiza un proceso alquímico. La colaboración de la fuerza y del movimiento origina el calor y, por el calor, surge el fuego. Sabe que al inmenso océano de sustancia primordial se le llama agua, el agua viva. Cuando el fuego es encendido por la fuerza y el movimiento, y ataca al agua, surge la materialización, la calcificación del agua. Así, en un momento dado, la tierra se encontró flotando sobre el agua. Así pues, de la fuerza y el movimiento, se forman el agua, el fuego y la tierra. En el proceso posterior del naciente equilibrio del fuego, el agua y la tierra, se liberó vapor y se originó el aire, una atmósfera. Y en esa atmósfera se manifiesta el soplo de la vida. ¿Por qué habla Hermes, aquí, del proceso de creación que parcialmente conocemos? Pues bien, porque este proceso se repite incesantemente. El hombre, como ser nacido de la naturaleza, es mantenido continuamente en movimiento. Todo lo que hay a su alrededor está en movimiento. Al mismo tiempo, una fuerza le toca desde el interior. Suponga ahora que la fuerza interior, la fuerza del alma, fuese la fuerza de luz de la Gnosis, y que la agitación de su camino de vida esté adaptada al nuevo comportamiento de vida, en tal caso, su comportamiento de vida, reaccionando a la fuerza interior y colaborando con ella, producirá calor, encenderá una llama ígnea y, de esta manera, por la transfiguración formará otro sistema vehicular, otro estado de ser. Como consecuencia, se extenderá un nuevo poder radiante, una nueva atmósfera vital, donde el espíritu desciende, se anuncia. Entonces se habrá realizado un nuevo estado de vida, como resultado de un proceso de creación alquímico. Y este proceso, de nacimiento y regeneración, de comienzo y continuo perfeccionamiento, tiene lugar millones de veces en el universo. Así, por la fuerza y el movimiento, todo llega a ser en el tiempo y el espacio. Y por la fuerza y el movimiento se transformará constantemente, y así proseguirá en un camino de perfeccionamiento, hasta una meta establecida. Por lo tanto, cuando Amón, el hombre oculto, ha sido despertado a la vida y ha recibido al espíritu, en alguna medida él vive y revela su ser por medio de su alma, que origina la fuerza y el movimiento. Pero, sin el alma, él no habría nacido. Por eso dice el versículo 15, con razón, que el origen de la existencia, a saber, el alma, ya existe desde antes. Así podría realizarse toda creación, invariablemente y de forma completamente lógica y

perfecta. Pero existe una dificultad, que consiste en que el alma del primer comienzo de la creación es imposible que pueda y vaya a estar en concordancia con lo creado; ya que el alma, tal como vimos, es perfecta e inmutable, mientras que el cuerpo de la personalidad tiene que estar constantemente sometido al cambio. Una segunda dificultad es que la personalidad debe formarse según la fuerza y el movimiento que son propios del cosmos en el que el microcosmos está acogido. La naturaleza humana actúa constantemente en concordancia con el estado de la Tierra y con las posiciones de los astros. En consecuencia, habrá un gran conflicto entre el alma y la personalidad. Porque existen la fuerza y el movimiento producidos por el alma, y existen la fuerza y el movimiento producidos por el cosmos. Este conflicto sólo podrá terminarse cuando, de acuerdo con los astros, con el cosmos, haya llegado el final de su nacimiento natural. Sólo entonces habrá amistad entre el alma y la personalidad, y el hombre oculto, Amón, podrá levantarse de la tumba. De esta manera, el camino de ofrenda del alma verdadera aparece en la luz adecuada. El alma se une al principio con una vida, que se encuentra totalmente a merced de la fatalidad de su naturaleza, y, al mismo tiempo, atrae hacia sí la ira y el deseo que existen en esta naturaleza. Surge un duelo, en el que siempre vencerá el alma, no importa cuanto pueda durar. Por otra parte, las dos funestas características de su estado nacido de la naturaleza son fuerza vital, o impulso de vivir, y deseo. Son la consecuencia del estado de ánimo del que le hablamos en un capítulo previo y de la hormona del timo adaptada al estado de ánimo, que provoca una actividad en la cabeza y en la pelvis. No obstante, si el alumno se ha entregado al alma, entonces deberá siempre plegarse a su consejo o razón, como dice Hermes. De ello siempre surgirá armonía; por consiguiente, un justo proceder. La profusión de fuerza vital y aquello que les falta a los deseos es entonces atenuado y suplido por la capacidad racional del alma. Fuerza vital o impulso de vivir y desear o anhelar son, como sabe por experiencia, capacidades de reacción del sistema. El impulso es un acto de la voluntad, al igual que el deseo. No obstante, las reacciones o facultades de la voluntad nunca tendrían por qué elevarse fuera de la conciencia, o superar el control de la misma. El que usted esté fuera de sí es causado por el envenenamiento de la sangre y del éter nervioso. La sangre y el éter nervioso reaccionan de inmediato a la hormona del timo, que es incitada por su estado de ánimo. Por lo tanto, tan pronto como su estado de ánimo esté en concordancia con su alma, vendrá la paz a su ser. Por eso, así dice Hermes, fuerza vital y deseo [...] devienen finalmente una justa orientación, ya que el compensado estado de ser que han creado recorta el exceso de fuerza vital y, por otro lado, suple la carencia del deseo. Que todo esto pueda aclararle y mostrarle, una vez más, lo mucho que necesita la colaboración y guía del alma. Amón, el hombre oculto, no puede venir a la vida sin el alma. Y puesto que el alma está asimismo acogida junto a usted en el microcosmos, ello tiene que ser en el fondo un estímulo para que haga todo lo que sea necesario, y deje todo lo que sea incorrecto, de forma que, cuanto antes, pueda unirse armónicamente con el estado de alma. El alma es de Dios. Sin embargo, no puede decirse lo mismo de su personalidad. De la personalidad, a lo sumo, se puede decir que posee algo de lo divino. Esto es evidente, ya que la materia viva, finalmente, pertenece a la creación divina. Pero no obstante, junto a ello, los aspectos irracionales, el deseo y la fuerza vital están unidos al alma humana. Mientras siga existiendo la naturaleza de la muerte, seguirán existiendo el impulso vital y el deseo inferior, ya que son los productos y las propiedades de los cuerpos mortales. El impulso y el deseo constituyen las fuerzas contrarias al alma porque, digámoslo una vez más, impulso y deseo son el impulso de la voluntad y el impulso de los

sentimientos. Pero, ¿cuál era la voluntad primigenia de Amón, el hombre oculto? Manifestar la fuerza divina; traer a la existencia el gran plan que sirve de base al hombre oculto. Y ¿cuál es el anhelo primigenio del hombre oculto? Aproximarse a la realización del gran plan, completarlo cuanto antes y abarcar esa realidad. Así, se evidencia que impulso y deseo son desfiguraciones, degeneraciones de las fuerzas naturales primordiales, es decir, de la fuerza y del movimiento comentados. Fuerza y movimiento vuelven a funcionar correctamente cuando usted se ha unido en armonía con el alma. De lo contrario, las fuerzas contrarias a la fuerza y al movimiento que son el impulso y el deseo seguirán poseyéndole permanentemente. Así, el furor de los excesos del impulso y del deseo, y sus consecuencias en la vida del hombre, demuestran que el hombre es un dios oculto, un dios enredado, atrapado por la necedad y la ignorancia, y por ello separado del propio ser divino.

XXX La clave para solucionar todos los problemas Si hay un escrito hermético que coloque a un investigador ante la gran realidad de la vida emergente, éste es el contenido del libro decimosexto. ¡Qué claramente nos muestra que en todos esos cuerpos, que se manifiestan en la naturaleza de la muerte, hay muchas fuerzas activas! Pero, por desgracia, son actividades de cuerpos mortales y, precisamente por eso, están y permanecen separadas del verdadero devenir divino. La mayoría de las veces, las consecuencias de la vida no-divina son experimentadas por la humanidad con profundo dolor. De hecho, se puede decir que sus esfuerzos para escapar a este destino son serios, innumerables y extremadamente dramáticos. La humanidad, tal como ahora aparece, no conoce la única clave para la solución de sus problemas, a pesar de que la posee. Efectivamente, tan pronto como el hombre se vuelve hacia el alma, tan pronto como se confía al alma, se produce de inmediato un cambio en su curso vital, ya que, tan pronto como el alma entra en un cuerpo mortal, sus fuerzas activas harán avanzar nuevamente al hombre en el camino del devenir. El hombre sin verdadera fuerza de alma es igual a un animal irracional. No posee otra cosa que fuerza vital y deseo; fuerza que no puede controlar, y deseos que le acucian en su camino de la vida. Sin embargo, cuando el alma toma la dirección de la vida, el impulso y el deseo se transforman de inmediato en fuerza y movimiento que impelerán al nacimiento del hombre oculto Amón. Debe aprender, tal como dice Hermes en el versículo 37, que el alma es un ser eterno dotado de entendimiento. En el microcosmos, ella siempre está unida invariablemente al espíritu, a Dios. Cuando está disociada del cuerpo natural, pertenece de forma autónoma y libre al mundo divino. Aún así, mantiene siempre un vínculo con el cuerpo nacido de la naturaleza, con el fin de que, cuando el nacido de la naturaleza se vuelva en su camino y llegue al discernimiento, haya siempre y de inmediato un camino para poder llevar a cabo la verdadera unidad vital de alma y cuerpo. En lenguaje hermético, a esta posibilidad se la llama alma-espíritu. Nosotros hablamos del átomo original o de la rosa del corazón. Si usted, como nacido de la naturaleza, recorre el camino del nuevo comportamiento de vida, el camino en el cual y por el cual el capullo de rosa puede abrirse, entonces las propiedades del alma se manifestarán completamente, ya que es propio del alma ofrecer a otros algo de su propio ser, dice Hermes. Así pues, hay dos vidas en el microcosmos: la vida del alma y la vida natural. Y lo curioso es, constata Hermes, que en todos los microcosmos existe la noble, elevada y propia vida del alma, mientras que junto a esto, en ese mismo microcosmos, se muestra y vive una vida natural que, en lo más mínimo, está en concordancia con aquella. ¿Acaso no es éste el caso de muchísimas personas? ¿No es ésta una situación monstruosa? ¿Lo divino y lo más indigno, encerrados en un microcosmos? Hermes acaba también con la fábula de todos esos llamados defectos psíquicos; con la idea de que un alma pudiera estar enferma y, en tal caso, pudiera ser causa de las muy graves y tan diferentes conductas erróneas del hombre. Hermes declara (versículo 39): En efecto, el alma es incorpórea, ya que no forma parte del cuerpo físico. Si el alma tuviera un cuerpo, entonces no tendría razón ni pensamientos. Posiblemente, oyendo esto, se sorprenderá mucho y se preguntará: «¿Acaso no tiene el alma una razón superior?» Cierto, en efecto, el alma tiene una razón superior y divina, y por ello posee un poder del pensamiento. Pero el hombre físico carece totalmente de

razón y de poder del pensamiento, dice Hermes. En nuestro mundo actual habrá incontables personas que seguramente no concuerden con Hermes en esto. Pero sabe que, en la filosofía hermética, la capacidad cerebral física y la actividad cerebral no pueden ser designadas, ciertamente, con el término «razón». Hermes llama «irracional» al hombre físico que no está cubierto por la sombra del alma. Tal como demuestra la práctica de la vida, ése es en efecto el caso. Los resultados de la vida en el hombre y en la sociedad nos lo aclaran de forma inquietante. La moderna filosofía de la Rosacruz nos dice, como sabe, que el hombre físico sólo penetra hasta la razón y la inteligencia cuando el alma entra en el santuario de la cabeza. Sólo entonces nace el verdadero poder del pensamiento. Adquiramos, por consiguiente, como conclusión y como resumen de lo que precede, la profunda noción de la verdad del versículo 44 del libro decimosexto de Hermes: Somos capaces de elegir; en nuestra capacidad está elegir lo mejor y también, a pesar de nosotros mismos, lo peor. La elección que parte hacia el mal se aproxima a la naturaleza física. Por eso gobierna la fatalidad sobre quien toma tal elección. En su microcosmos, muy cerca, está el alma. Cada uno puede unirse, en obediencia y auto-ofrenda, con este verdadero ser superior. En caso contrario, la fatalidad de la naturaleza de la muerte domina sobre su vida. Nos parece que la elección no será difícil.

XXXI Libro Decimoséptimo Hermes a Tat: Sobre la verdad 1 Hermes: No es posible, oh, Tat, que un hombre, una criatura imperfecta, formada por miembros imperfectos y que, en lo que respecta a su envoltura, está compuesta de un sinfín de cuerpos extraños, pueda atreverse a hablar sobre la verdad. Pero lo que sí es posible y correcto decir, lo digo: a saber, que únicamente hay verdad en los cuerpos eternos, de los que también todos los elementos son verdaderos: fuego, que es fuego de una vez para siempre y no otra cosa; tierra, que es tierra de una vez para siempre y no otra cosa; aire, que es aire de una vez para siempre y no otra cosa; agua, que es agua de una vez para siempre y no otra cosa. 2 Nuestros cuerpos, por el contrario, están compuestos de todos estos elementos juntos; los mismos contienen fuego y también tierra, y además agua y aire, pero sin embargo no son ni fuego, ni tierra, ni agua, ni aire, ni nada que sea verdadero. 3 Si, por consiguiente, nuestra constitución física no ha tenido desde el comienzo la verdad dentro de sí, ¿cómo podría entonces contemplar o expresar la verdad? De hecho, sólo podrá comprenderla si Dios lo quiere 4 Todas las cosas que son de la Tierra, oh Tat, no son pues ninguna verdad, sino imitaciones de la verdad; y ni siquiera todas, sino sólo una pequeña parte de ellas. El resto es mentira, error, oh Tat; extravío, que sólo consiste en apariencia, en imágenes virtuales. Cuando, sin embargo, la apariencia recibe una influencia de arriba se convierte en una seguidora de la verdad. No obstante, sin la fuerza de arriba sigue siendo una mentira, una falsedad. Así sucede también con un cuadro que representa un cuerpo: no es un cuerpo que concuerde con lo que se ha visto. En él se ven ojos, pero no tienen mirada alguna; se ven orejas, pero no oyen nada. El cuadro también muestra las partes restantes, pero todo es apariencia que engaña la vista de los observadores. Piensan que ven la verdad, mientras que en realidad es sólo mentira. 5 Sin embargo, cuando se ve algo que no es una mentira, se ve la verdad. Por consiguiente, si vemos o comprendemos todas esas cosas como realmente son, vemos y comprendemos cosas verdaderas. Si éstas son diferentes a lo que son, entonces no comprenderemos ni sabremos nada verdadero. 6 Tat: ¿Así que también hay verdad en la Tierra, Padre? 7 Hermes: Te equivocas, hijo mío. Ciertamente, no hay verdad alguna en la Tierra, y tampoco puede llegar a existir. Sin embargo, puede suceder que algunas personas se formen una noción acerca de la verdad. Son los que Dios ha agraciado con la capacidad de verla. 8 Tat: ¿No hay, por tanto, nada verdadero en la Tierra? 9 Hermes: Pienso y digo: Todo es apariencia y engaño. Estas son las cosas verdaderas que pienso y digo. 10 Tat: Pero, ¿no se debe llamar verdad el pensar y el decir cosas que son verdad? 11 Hermes: ¿Cómo podría ser eso? Se debe pensar y hablar tal como es: No hay nada verdadero en la Tierra. Esto es verdad, aquí abajo nada es verdadero. Pero ¿cómo podría ser, hijo mío? La verdad es la gloria perfecta, el bien absoluto; lo que no está mancillado por la materia, ni revestido por un cuerpo. La verdad es el no-velado, radiante, inatacable, sublime e inmutable bien.

12 Pero ve, hijo, cuan impotentes son las cosas de aquí abajo para recibir este bien. Después de todo, son perecederas, están sometidas al sufrimiento, son disolubles, movedizas, siempre cambiantes, y pasan de una forma a otra. ¿Cómo podrían estas cosas, que en sí mismas no son verdaderas, ser verdad? Todo lo que cambia es mentira, porque no permanece en su esencialidad, sino que pasa de una forma a otra y, por consiguiente, nos hace ver continuamente nuevas formas. 13 Tat: Padre, ¿el propio hombre no es verdadero? 14 Hermes: Como hombre no lo es, hijo mío. Verdadero es lo que tiene su composición de sí mismo y, por sí mismo, permanece como es. Empero, el hombre está compuesto de una multitud de elementos y no se queda en lo que es. Al contrario, mientras todavía está en su envoltura, cambia y se transforma de una edad a otra, y de una forma a otra. Muchos padres, después de un breve tiempo, ya no reconocen a sus hijos ni los hijos a sus padres. 15 ¿Acaso, Tat, puede ser verdadero un ser que cambia tanto que ya no se le reconoce? ¿No es, por el contrario, falso, porque en sus cambios pasa a través de tantas y diferentes formas? Comprende por eso que únicamente es verdadero lo que es permanente y eterno. El hombre no es eterno. Consecuentemente, tampoco es verdadero. El hombre es una forma aparente y, como tal, sumamente falsa. 16 Tat: Pero, Padre, ¿entonces, los cuerpos eternos que cambian, tampoco son verdaderos? 17 Hermes: Nada de lo que es engendrado y está sujeto al cambio es verdadero. Pero, dado que esos cuerpos han sido creados por el primer Padre, es posible que la materia de la que están formados sea verdadera. Aún así, también estos cuerpos llevan falsedad en sí a causa de sus cambios, ya que nada de lo que no permanece igual a sí mismo es verdadero. 18 Tat: Pero, Padre, ¿a qué se le puede llamar entonces verdadero? 19 Hermes: Únicamente al Sol se le puede llamar verdadero. Mientras que todo lo demás cambia, el Sol no cambia, sino que permanece igual a sí mismo. Por eso, sólo él está encargado de dar forma a todo en el mundo, de reinar sobre todo y de engendrar todo: a él venero y me inclino ante la verdad de su ser; después del Único y Primero lo reconozco como el Demiurgo, el constructor del mundo. 20 Tat: Pero, Padre, ¿cuál es entonces la primera verdad? 21 Hermes: El Uno y Único, oh Tat, Aquel que no está hecho de materia ni está en un cuerpo, que no tiene color ni forma, que no cambia ni es cambiado, que siempre es. Por el contrario, todo lo falso es corruptible. La propiedad de lo verdadero retiene en la corruptibilidad a todo lo que hay en la Tierra, lo mantiene ahí encerrado y siempre lo mantendrá, ya que sin corruptibilidad tampoco puede haber engendramiento alguno. A cada engendramiento le sigue la corruptibilidad, para que de nuevo nazcan criaturas. Todo lo que nace tiene que nacer necesariamente de lo corruptible; y lo que nace tiene necesariamente que corromperse, para que el engendramiento de seres no se detenga. He aquí la primera causa activa del engendramiento de los seres. Quienes nacen de la corruptibilidad sólo pueden ser falsos, puesto que unas veces nacen así, otras de otra forma. Es imposible que renazcan idénticos. ¿Cómo, por tanto, podría ser verdadero lo que no renace inmutable? Si se quiere designar a estos seres aparentes deforma correcta, se les debe llamar: al hombre, un hombre aparente; al niño, un niño aparente; al joven, un joven aparente; al adulto, un adulto aparente; al anciano, un anciano aparente. Porque el hombre no es verdaderamente hombre, el niño no es verdaderamente niño, el joven no es verdaderamente joven, el adulto no es verdaderamente adulto, el anciano no es verdaderamente anciano. Tan pronto las cosas cambian, mienten, tanto las que han

pasado como las que existen en este momento. Pero aún así, hijo mío, comprende bien que incluso las falsas acciones de aquí abajo dependen de arriba, de la propia verdad. Y dado que esto es así, declaro que la apariencia es obra de la verdad.

XXXII La verdad vence siempre Para nuestra conciencia, no es casualidad que los libros de Hermes que nos han sido legados finalicen con El Libro de la Verdad, porque en toda filosofía hermética se trata, en primer y último término, de la verdad, de la única y absoluta verdad. Para entender bien a qué se refiere Hermes con la verdad es importante constatar que, en ello, no ha dirigido su atención hacia una tendencia religiosa, ni hacia un sistema filosófico, ni hacia ninguna otra forma que se manifieste, porque Hermes aún no llama a tal forma la verdad, tal como descubriremos. Para la noción hermética, la verdad, la verdad omnímoda, es el propio Dios, el Inmutable. Aquel que abarca el cosmos de los fenómenos y que con su Espíritu Séptuple dirige, como Inmutable, el universo de la creación. Por esa razón la Enseñanza Universal habla de las siete verdades. Son los siete rayos que parten de Dios, del Espíritu. Así se puede declarar, sobre buenos fundamentos, que en el espacio sin límite de la manifestación universal no puede existir verdad absoluta alguna. La verdad se refleja en la manifestación universal y en cada cosa, sin que por ello sea aún verdad. La verdad es la gloria perfecta, el bien absoluto; lo que no está mancillado por la materia, ni revestido por un cuerpo. La verdad es el no-velado, radiante, inatacable, sublime e inmutable bien. En el espacio de la manifestación universal todo está eternamente ocupado en cambiar; lo uno va, lo otro viene; y cuando viene, el cambio se halla encerrado en su interior. Consecuentemente, lo siempre-cambiante es absolutamente falso con respecto a lo inmutable. Por eso declara Hermes que la verdad sólo puede morar en cuerpos eternos que representan, de forma absoluta, a la verdad. Por lo tanto, existe una separación completa entre la verdad absoluta y la falsedad. Por falsedad no se debe entender mentira, tergiversación deliberada de la razón divina, sino todo y todos los que están en lo mutable, en la agitación de los opuestos y en la agitación de los desarrollos. La verdad es absoluta. Falso es lo que está en desarrollo; aquello que aún no pertenece a la verdad. Si llamamos verdad a lo que está en desarrollo, entonces detenemos el desarrollo, lo ralentizamos y obstaculizamos, entonces comienza la cristalización y la falsedad fundamental se vuelve falsa, en el sentido de mentirosa y no-divina. De ir bien, la verdad conduce la falsedad al elevado rango de verdad. Por ello la verdad se manifestará siempre, para que lo fundamentalmente aún falso, se eleve progresivamente hacia ella. En ello se esconde un gran consuelo, porque la verdad jamás podrá ser destruida. La verdad es una radiación séptuple que parte de lo absoluto y que se debe revelar y se revelará para impulsar hacia la única gran meta de la creación y llevarla a un buen fin. La radiación de la verdad, lo repetimos, jamás podrá ser destruida. Quien se resiste a esta ley omnímoda, cava sin cesar su propia tumba. Para poder ver esto, sólo tiene que fijarse en la historia y en los métodos de los procesos vitales. Pregúntese: ¿qué métodos aplica la verdad para hallar acceso y suscitar una reacción positiva? En primer lugar, lo consigue manteniendo lo fundamentalmente falso continuamente en movimiento y, por lo tanto, en cambio. Por eso vienen y se van los fenómenos y las cosas. Por eso existen muerte y nacimiento, subir, brillar y descender. No obstante, este

toque de la verdad no es suficiente. Esto únicamente previene que, en algún momento, lo fundamentalmente falso se atasque en una forma de cristalización que llegue a ser irreversible y que, en consecuencia, devenga una sumamente indeseable «verdad». Visto así, hasta la naturaleza de la muerte puede ser una intensa bendición. En segundo lugar, para alcanzar su objetivo, la verdad debe darse a conocer. Ello es posible porque lo fundamentalmente «falso» vive y, por ello, está equipado con una capacidad de reacción. Por el acto correcto, derivado de las sugerencias de la verdad, debe surgir una realización continua y lógica. Así pues, existen dos métodos que son aplicados por la verdad en relación con lo fundamentalmente falso: 1. mantener en movimiento lo que aún es fundamentalmente falso; 2. dar a conocer la verdad. Así, por la consolidación de estos dos métodos en manifestación, todo lo que yace sumergido en el plan de Dios debe tener éxito sin vacilación. Pero ahora debe prestar atención a otros dos fenómenos más: En primer lugar, la auto-conservación, la auto-realización, es congénita a toda criatura. Si todo el ordenamiento de iglesia, estado y sociedad estuviese ajustado a la afluyente verdad, la verdad que se da a conocer, no habría la más mínima objeción a ese impulso de autorrealización. ¡Al contrario! Porque la verdad que se da a conocer les indicaría a todos, plenamente, el camino para alcanzar el único objetivo, con ayuda del congénito y motriz impulso de autorrealización. Mas, en segundo lugar, se habla de «combate en el cielo». En la manifestación universal y en el campo planetario hay fuerzas activas que una y otra vez intentan detener el movimiento de los contrarios, y también las hay que impiden que la verdad se dé a conocer. Con gran asombro podemos preguntarnos cómo se puede resistir tan absolutamente a la verdad, ya que en primer lugar esto es inútil y, en segundo lugar, significa un agravamiento del sufrimiento de la humanidad. Si se pregunta esto, desde un punto de vista filosófico objetivo, se repondrá de su asombro al saber que toda criatura, con suma facilidad, puede ser y será sacrificada muy rápidamente por lo que nosotros llamamos la ilusión, y esto, repetidas veces. La ilusión surge por la conciencia animal del yo. Cuando ha percibido la verdad, cuando ésta le ha producido una sugestión, entonces se desarrolla una «re»-presentación. Si ésta es pura, completa y genuina, y permanece unida a la única verdad, entonces todo va bien. Sin embargo, muchas veces su representación, por una percepción incorrecta o una muy incompleta captación, ya no es pura. En tal caso, su representación está disociada de las fuerzas de la verdad y se convierte en una ilusión, en un desarreglo de la conciencia que debe resolverse para llegar al descubrimiento de sus consecuencias. Cuando tiene un determinado criterio que está astral y electromagnéticamente anclado en usted, nada ni nadie puede quitarle ese criterio, y sólo la experiencia podrá enseñarle. Además, la ilusión es sumamente contagiosa, la ilusión actúa como una epidemia porque es una influencia astral. Y puesto que el campo astral es su campo de vida, su campo de respiración, su campo celeste, el término «combate en el cielo» podemos verlo como un proceso que obedece a leyes naturales. Por eso dice Hermes en el versículo 4: Cuando, sin embargo, la apariencia recibe una influencia de arriba, se convierte en una seguidora de la verdad. No obstante, sin la fuerza de arriba sigue siendo una mentira, una falsedad. Por lo tanto, partiendo de una ilusión inflamada astralmente, uno puede intoxicar todo su entorno, perder a otros con este veneno; hacer acuerdos y leyes, establecer decretos y

obligar a otros a seguirlos. Desde luego, el resultado tendrá que ser una intensificación de los contrarios, un desarrollo más dramático de los procesos vitales. Pues, ¡cómo podría ser de otro modo, con el desarrollo de tan formidable locura! Muchas veces, esta vida ilusoria puede adquirir un carácter completamente diferente y degenerar en una desesperada lucha por mantener aquello que es falso, traspasando todo, o abandonar, súbitamente, lo que durante siglos fue mimado como la verdad más elevada. Se puede esperar esto de todo lo que fundamentalmente es mentira. Así, vemos dos posibilidades: un proceso hacia la verdad absoluta de lo que aún es fundamentalmente falso; o un proceso de lo fundamentalmente ilusorio hacia una absoluta caída, a través de la amarga experiencia, para de nuevo salir, de esta manera, en lo fundamentalmente falso. Es obvio que en este «proceso de la locura» se abriga una fuerte enemistad contra todos y cada uno de los que recorren el otro proceso. La reacción negativa al sexto rayo da lugar a eso. La ilusión es inconmovible en cuanto a la consagración a su ilusión; siempre es la posesión astral la que hace inconmovible. Pero, preste atención, la verdad nunca puede ser destruida porque es libre e independiente de la creación y de la criatura. Así, en toda la historia, vemos que la ilusión y su culto ha entablado una lucha contra la verdad, y que una y otra vez ha perdido y perderá. El mundo y la humanidad, de vez en cuando, fueron y son atormentados por las consecuencias de la ilusión. Pero todo esto no es nada comparado con la magnificencia que le espera si neutraliza la ilusión, que también le mantiene prisionero, a través de una absoluta carencia de lucha.

XXXIII Hermes, el tres veces grande Desde los tiempos más remotos de la existencia humana en la época aria, existen leyendas y relatos más o menos claros sobre Hermes que nos llegan de muy distintos puntos y de muy diversas fuentes. Visto superficialmente, esto debe resultarle extraño al investigador; en efecto, produce la impresión de que hubiese habido muchos Hermes. «Eso está descartado», se piensa. «Si Hermes Trismegistos ha existido, entonces tiene que haber sido sólo uno». Además, es desconcertante que en esos relatos Hermes aparezca unas veces como sacerdote, otras como rey y otras sólo como un sabio. Frecuentemente, su nombre es identificado con el dios egipcio Toth. En Egipto, también se le relaciona con cierta realeza, mientras que en lugares muy alejados de Egipto, también se le considera rey de determinadas comarcas. Toda esta confusión generada se puede eliminar de inmediato, si se comprende que Hermes, el Hermes de la antigüedad, pertenecía a una clase de seres sublimes que, en el sentido más absoluto del término, pueden ser llamados hijos de Dios. Los hijos de Dios forman parte de la única raza universal, del estado de alma absolutamente vivo. Ya se le ha dicho, a menudo, que el hombre-alma desarrollado se funde en la unidad con todos. Alguien así ha alcanzado la unidad con Dios, la unidad con todos sus hermanos y hermanas. Esos hijos de Dios sólo pueden pertenecer a una raza. Tal como se dice en la Enseñanza Universal, las entidades que pertenecen a nuestra ola de vida deben realizar su peregrinaje a lo largo de un camino de dieciséis razas. La primera de estas razas se manifestó al final de la época lemuriana. En esa primera raza, después del período lunar, el hombre se volvió, por primera vez, consciente de su existencia. En la época atlante existieron siete razas. En la época aria habrá siete razas en total. La decimosexta raza será una raza de seres humanos con conciencia del alma. Y lo que viene después, naturalmente, ya no podrá ser designado como una raza. Entonces, todos se fundirán en la única Cadena Universal de los hijos de Dios. Esas razas también fueron designadas con razón los dieciséis caminos de destrucción, pues sabe lo que la ilusión del ser humano puede destruir en su camino hacia el nadir. Hermes pertenece a esa clase de seres que, llegados al final de su camino, entraron en la sublime hueste de los hijos de Dios, la hueste de los tres veces grandes, según el espíritu, según el alma y según la manifestación. Por consiguiente, ahora le quedará claro por qué pueden existir muchos Hermes, ya que, a partir de cierto momento de la historia universal, muchos hijos de Dios se han ocupado del desarrollo de humanidad. Para entenderlo bien debe comprender que, en la época en que la ola de vida humana aún no era consciente de su existencia, los hijos de Dios, es decir, la Jerarquía de Hermes, trabajaban para la humanidad. Más tarde vino un tiempo, cuando el desarrollo humano lo permitió, en el que la jerarquía trabajaba con la humanidad. Los hijos de Dios vinieron a la humanidad para anunciarle, precederle, darle ejemplo, explicarle el camino. Y ahora estamos en un período en el que la jerarquía trabaja a través de la humanidad. Usted lo sabe, el gran encargo es la autorrealización: la no-verdad fundamental debe elevarse hasta la verdad. De hecho, la manifestación de los hijos de Dios en la Tierra, tal como la historia nos la muestra, no volverá a repetirse, a menos que las razas existentes se destruyesen a sí

mismas hasta tal punto que ya no fuese posible abrirse paso, en alguna medida, a través de ellas; es decir, hasta el punto de que, como en Sodoma y Gomorra, ya no se pudiese encontrar ningún justo. Si vemos todas estas recién aludidas leyendas y relatos sobre Hermes bajo esta luz, bajo la luz de la, por excelencia, sublime naturaleza de tales enviados —que a menudo fundaron una elevada y noble cultura real y sacerdotal en los países donde se manifestaron— podremos entender la confusión y también la incredulidad de quienes se aproximan a los restos de la historia exclusivamente desde el punto de vista intelectual. En la falsedad fundamental de tales personas, la verdad aún no puede irradiar. Por el contrario, son presa de la ilusión y están hundidos en la mentira fundamental. No obstante, la verdad debe ser dada a conocer; el camino hacia ella debe mantenerse abierto. Y usted lo sabe: la verdad nunca podrá ser destruida, porque la verdad no es de este mundo. Pero a nadie se le ocultará que, en la coyuntura actual de la existencia, se han desarrollado grandes dificultades en este punto. Supongamos (lo que naturalmente no es así) que la verdad sólo pudiese ser reconstruida a partir de antiguos hallazgos en Egipto, puesto que en la antigüedad, Egipto fue un poderoso foco de verdadera cultura espiritual. En tal caso, una fila casi inconmensurable de egiptólogos, magníficamente provistos de doctorados y profesorados, nos sepultaría bajo una avalancha de escritos y muy dispares conclusiones e interpretaciones, de los que finalmente nadie entendería nada de nada. Por eso, si se tuviera que descubrir la verdad a través de ese camino, sería para desesperarse. ¿Sabe qué ha sucedido? Analicémoslo. Le hemos expuesto que el impulso de autorrealización innato en el hombre, por una imaginación errónea, por distorsión de la conciencia plástica, por profanación del organismo cerebral, puede pasar muy fácilmente a la auto-afirmación, como consecuencia de lo cual surgen la encapsulación astral, la contaminación y la destrucción, y finalmente la demencia que, principalmente, se expresa en hostilidad e ira contra la verdad. La verdad no puede hacer otra cosa que impulsar al ser humano en el camino hacia la absoluta consecución de objetivo. Sin embargo, el ser humano egocéntrico se opone a ello. ¿Acaso él no lo ha alcanzado? ¿Es que no ha llegado? ¿No es él una criatura de Dios? ¿No tiene una iglesia de Cristo? ¿No posee un sacerdocio y un sinnúmero de autoridades que saben todo y luego sabrán aún más? Aún quedan, efectivamente, unas pequeñas imperfecciones cosméticas, pero éstas ya serán alisadas luego. ¿Y no hay una región de los bienaventurados? Conoce las marcas distintivas de la concepción de la iglesia y la ciencia. Hubo un tiempo en el que el desarrollo de la humanidad, en comparación con las actuales características raciales, aún podía ser considerado muy joven, en que la verdad se daba a conocer de una manera completamente distinta a como ahora es posible. Entonces, el ser humano aún no conocía ninguna formación académica, no existía ningún sistema educativo tal como lo conocemos ahora. Se hablaba un lenguaje popular, pero en absoluto existía la anotación de signos lingüísticos que se pudiesen aprender y entender de memoria. Por la manifestación y la influencia de los hijos de Dios surgió, muy lentamente, un lenguaje escrito como medio para el contacto recíproco entre las personas y, sobre todo, para dar a conocer la verdad. Por eso Hermes es llamado el inventor del lenguaje. De esta forma, en los antiguos centros de cultura fueron utilizados muchos medios para unir la gran verdad a las personas que se habían vuelto maduras para ello. Se construyeron templos, cuya estructura debía ser una expresión de la sublimidad de Dios. Se levantaron columnas y pilares, llenos de símbolos e inscripciones, sobre los que se

explicaba el lenguaje de los hijos de Dios a todos los que dominasen los signos. Además, se confeccionaron innumerables manuscritos, se habla de millones, con cuya ayuda poder llegar a muchos. Se debe de tener en cuenta que en aquellos días no existía la imprenta ni ninguna civilización ampliamente extendida. La masa era aún analfabeta y únicamente existía una pequeña hueste de inteligentes. Ésta estaba constituida por dos grupos: el grupo de la verdad fundamental, y el grupo de la mentira fundamental, los intoxicados por la ilusión. En efecto, tan pronto como empezó a funcionar el entendimiento, también vino la ilusión. El primer grupo recorrió su camino de liberación; siendo perseguido a muerte por el segundo grupo; no obstante, el primer grupo no reaccionó a ello con lucha o con otros métodos que originasen lazos astrales. Éste sabía que para quienes se acercan a la verdad, la sirven y siguen, todas las cosas cooperan para bien. El segundo grupo, por su ilusión-demencia, consiguió que el trabajo del primer grupo no se pudiera extender de manera poderosa. Este segundo grupo tuvo libertad de acción puesto que la gran masa aún no estaba cultivada y en el fondo no entendía el origen de la lucha, dado que el organismo intelectual aún estaba ocupado en formarse concretamente. Por eso, ese grupo pasó a destruir, lo máximo posible, todos los templos, todos los monumentos, todas las edificaciones que habían sido fundadas bajo la dirección de los hijos de Dios. Símbolos e inscripciones fueron destrozados o totalmente desfigurados y se abrió una intensa caza de los manuscritos. Hasta nuestra era, cada país donde había morado la única verdad, donde había echado raíces o estaba echándolas, cada lugar que se consideraba podía haber servido para ello, fue registrado por grupos especialmente adiestrados para hacerse con el material que era peligroso para el segundo grupo, con el objetivo de borrarlo de la superficie de la Tierra. Cantidades innumerables de escritos que contenían la sabiduría directa de los hijos de Dios fueron destruidos. Y se puede considerar un gran milagro que aquí y allá aún haya quedado un solo fragmento. En nuestro tiempo, ahora que el nivel intelectual se ha elevado y generalizado, y los pueblos se han vuelto más conscientes, ya no se puede aplicar este método de destrucción. Por eso, ahora se hace uso de otro método. Cuando ahora se encuentra un antiguo y valioso escrito, una comisión científica exclusiva hace una traducción a la que une una serie de consideraciones asimismo muy notables, en las que el hallazgo es empujado al rincón arqueológico. Se encuentra bonito el contenido, o incluso, dando testimonio de discernimiento teológico (naturalmente, no tan bien como la teología actual, pero aún así, bastante bien), todavía se anuncia una nueva investigación. De esta forma, el conjunto es llevado a una vía muerta o, al menos, eso se cree. Veamos, por esa razón, cómo la verdad, a pesar del milenario camino de calumnia, traición, persecución y destrucción, puede y podrá cumplir su tarea.

XXXIV La verdad vive Comprenderá completamente que digamos que, cuando la Fraternidad Universal de los hijos de Dios comienza un trabajo en beneficio de alguna ola de vida, tal trabajo nunca es experimental ni está sometido a ningún factor de especulación. Semejante trabajo se basa siempre en un plan que es puesto en marcha en el momento preciso y que siempre se logrará completamente. Cuando, por consiguiente, la Fraternidad de Hermes, la Fraternidad de los hijos de Dios, comenzó su trabajo en la era aria, para dar a conocer la única verdad y permitirle encontrar un acceso, su éxito ya estaba asegurado de antemano. Antes se le dijo que este trabajo, visto a largo plazo, es triple, conoce tres fases: en la primera fase la Cadena Universal trabajaba para la humanidad, en la segunda con la humanidad y en la tercera fase a través de la humanidad. En los primeros tiempos de la época aria, cuando el cuerpo racial de la humanidad apenas era apto para expresar en la esfera material alguna conciencia en vías de despertar e incluso no podía hablarse de una marcha consciente por la vida, fueron los hijos de Dios los que regularon para la joven humanidad el curso vital y los procesos vitales relacionados con ello y los dirigieron. Así pues, en aquel tiempo, los sublimes de Hermes trabajaban literalmente para la humanidad. Ese trabajo puede compararlo un poco con la ayuda que parte de los llamados espíritus grupales para las diferentes razas de animales. Y si pregunta: «¿Quiénes eran los hijos de Dios?», entonces debe darse como respuesta que no eran de origen terrestre, sino que pertenecían a olas de vida que están muy adelantadas a la nuestra y, sin embargo, pertenecen a la única de raza de los universales, a la que también usted pertenece en el nombre de Dios. En la segunda fase, la conciencia de la joven humanidad había crecido y evolucionado suficiente. El ser humano empezó su camino del nadir por los campos terrestres. Su desarrollo intelectual había aumentado hasta tal punto que a éste se le pudo dar a conocer la verdad que sirve de base a toda existencia. Y a partir de ese momento, los hijos de Dios vinieron de inmediato a la humanidad. Entienda lo necesario que era eso. Pues, ¿cómo, el ser humano, hubiese podido llegar a conocer la verdad por sí mismo? Se le tuvo que dar a conocer por quienes vivían de la única verdad. Así empezó el formidable y glorioso período humano que nos relatan los mitos y leyendas. La portentosa venida de los dioses que aparecieron en la Tierra y trataron con la humanidad como verdaderos reyes y sacerdotes, cuya comunidad también se conoce como Orden de Melquisedec. Así vino a morar la verdad entre los hombres. Así vino la verdad a llamarles a su verdadera Patria. Y entonces nació el tercer período: el ser humano había oído hablar de la verdad. Había visto como la verdad viva tomaba forma en muchos. El gran avance había tenido lugar. Ahora el hombre debía demostrar que podía llevar a cabo la liberación en y por su propia fuerza. En adelante, la verdad tendría que conocerse en la propia humanidad y a través de la misma. Nació el sacerdocio-real humano. Los hijos de Dios se retiraron a sus propias regiones vitales para proporcionar desde allí toda la ayuda y guía que, eventualmente, fuesen necesarias. Nadie de nuestro tiempo tiene porque esperar que los hijos de Dios aparezcan nuevamente en la Tierra, como anteriormente, aunque entidades de la esfera reflectora, en la Gran Farsa, imitarán con mucho gusto este retorno. Usted lo sabe. Así, debe ver claramente ante usted que, desde tiempos inmemoriales, existe también

una jerarquía real-sacerdotal humana inconmovible e indestructible, totalmente sintonizada y unida a la Cadena Universal de los hijos de Dios. Sólo cuando la segunda jerarquía estuvo activa, se retiró la primera jerarquía del campo material. Y emprendiese lo que pudiese o quisiese emprender la jerarquía de la ilusión y de la mentira, la victoria ya se ha alcanzado. La cosecha solamente necesita ser recogida de los campos en sucesivos períodos. Por eso la verdad también puede alcanzarle y le alcanzará, a través de cabezas, corazones y actos humanos. ¡Si se prepara para ello! De igual manera que parte una radiación y se trabaja para mantener el engaño desde la jerarquía de la mentira, así también parte de la Jerarquía de la Verdad una radiación y un trabajo. Todos los que se abran a esta plenitud astral la recibirán. La verdad no viene a usted exclusivamente por medio de palabras y escritos. No, la verdad ya es desde hace tiempo un valor astral, concentrado por seres humanos y puesto a disposición de seres humanos, por seres humanos. Los siglos están ahí para atestiguarlo. La historia relata que muchos seres humanos, en su condición de sacerdotes-reyes, nos trajeron la verdad por medio de la palabra, el acto y la fuerza. ¿Quiere un simple ejemplo de ello? Piense entonces en Moisés. Él fue uno de los más antiguos mensajeros humanos de la verdad que la historia nos da a conocer. Vino, fíjese en ello, de Egipto. Piense también en la subsiguiente serie de profetas y piense sobre todo en Jesús el Señor, un Hijo de Dios, nacido de seres humanos. Los siglos han difuminado sus mensajes a la humanidad. El enemigo ha menoscabado su contenido en muchos aspectos. ¡Trágico y criminal! ¡Así es! Pero... ¡completamente inútil! Porque la verdad vive. Ella es por todos los siglos. Una y otra vez se alzarán sus anunciadores y recogerán nuevas cosechas y las almacenarán en los graneros. ¿Entiende ahora por qué la epopeya de Hermes finaliza con El Libro de la Verdad?

Glosario Alfombra: «Estar sobre la alfombra» es la designación masónica para la actitud interior del alumno que, con toda seriedad, dedicación y perseverancia, trata de realizar en sí mismo la quíntuple Gnosis universal. Alma-espíritu: El camino de la endura, el camino del alumnado de una Escuela Espiritual gnóstica, tiene como objetivo fundamental despertar al alma inmortal de su estado latente. Tan pronto como esta alma se despierta de su sueño de muerte, se produce el restablecimiento de la unión con el espíritu universal, con Dios. Esta recuperada unión de espíritu y alma, de Dios y hombre, se demuestra en la resurrección del Otro, el regreso del hijo pródigo, el hombre verdadero en usted, a la Casa del Padre. El alma que materializa esta unión con lo que el Corpus Hermeticum llama «Poimandres», es el alma-espíritu. Es la unidad de Osiris-Isis (espíritu-alma), de CristoJesús, de Padre-Hijo, Las bodas alquímicas de Cristian Rosacruz, las nupcias del novio celeste con su novia celeste. Andreae, Johann Valentín: Autor, entre otras obras, de Las bodas alquímicas de Cristian Rosacruz, que de forma velada describe el proceso completo del candidato en el camino de la transfiguración. Ánimo: El santuario del corazón del hombre dialéctico que ha sido vaciado y purificado de toda influencia y actividad nacida de la naturaleza y vibra armónicamente en consonancia con el átomo chispa de espíritu. Es la confluencia del alma pura renacida con las radiaciones del espíritu; la unión de la rosa, el centro del microcosmos, con las radiaciones del Espíritu Séptuple. En y por el Ánimo habla y se manifiesta Poimandres, el espíritu. Aposento superior: A. Microcósmicamente, el santuario de la cabeza. B. La Cabeza de Oro del Cuerpo Vivo gnóstico. Archeus: Éter nervioso, fluido nervioso, fuerza astral que es atraída en el sistema vital del ser humano a través de la pineal, en concordancia con la cualidad de su ser. Arcontes: Gobernantes de los eones (véase). Arte Real: Véase Ciencia Universal. Átomo chispa de espíritu: Véase Rosa del corazón. Átomo original: Véase Rosa del corazón. Átomo Crístico: Véase Rosa del corazón Aural, Ser: El firmamento aural, la totalidad de centros sensitivos, centros de energía y focos en los que está anclado todo el karma del ser humano. La entidad mortal terrestre del ser humano es una proyección de ese firmamento y está totalmente determinada por éste, según sus posibilidades, limitaciones y calidad. El ser aural es la personificación de toda la carga de pecado del microcosmos caído. Es el viejo cielo (microcósmico) que, por un giro vital total basado en la Gnosis, debe de pasar y ser reemplazado por un nuevo cielo y, como consecuencia, por una nueva tierra. Es decir, la resurrección del ser humano verdadero en quién espíritu, alma y cuerpo formen de nuevo una unidad armónica e imperecedera en concordancia con el Plan divino. Authades: Nombre tomado del evangelio gnóstico de la Pistis Sophia, de Valentín. Simboliza la fuerza con cabeza de león, la impía voluntad del hombre nacido de la materia. En un sentido general, también significa el furor impío del hombre egocéntrico. Barca celeste: Nombre con el que se designa un Cuerpo Vivo gnóstico. Es el arca de la que habla el Génesis, el cuerpo de fuerzas liberadoras erigido en colaboración con la

Cadena Universal Gnóstica, al servicio de la cosecha que, al final de un día cósmico, debe ser entrojada en los graneros de la vida nueva. Es «el redil del buen pastor» del que habla el Nuevo Testamento. C.R.C.: Abreviatura clásica del nombre Cristian Rosacruz; denominación del prototipo de ser humano que ha llevado a cabo el retorno al verdadero estado humano inmortal, a través del camino de la transfiguración. Las siete fases de este camino son descritas con detalle en Las bodas alquímicas de Cristian Rosacruz, una exposición velada de la mano de Johann Valentín Andreae, un Hermano de los Rosacruces del siglo XVII que vivió en Calw, Selva Negra, Alemania. Cabeza de león: Véase Authades Cabeza de Oro: Aspecto del Cuerpo Vivo de la Joven Gnosis; también, denominación para el campo de resurrección, el nuevo campo de vida. Cadena gnóstica universal: Véase Fraternidad Universal. Campo astral, Nuevo: Véase Reino gnóstico, nuevo. Campo de respiración: El campo de fuerza inmediato en cuyo interior se vuelve posible la vida de la personalidad. Es el campo de unión entre el ser aural y la personalidad. En su actividad de atracción y repulsión de materiales y fuerzas para la vida y el mantenimiento de la personalidad, es completamente uno con ésta. Canto de arrepentimiento para la liberación: Expresión tomada del evangelio gnóstico de Valentín, Pistis Sophia. Quien cumple las exigencias del camino de liberación, canta los cantos de arrepentimiento de la Pistis Sophia. Ciencia universal: La ciencia universal, la religión fundamental y el arte real son sucesivamente las esferas de influencia de: La Fraternidad de la Rosacruz, La Fraternidad de los Cataros y la Fraternidad del Santo Grial. Juntas forman La Triple Alianza de la Luz que en la actualidad ha tomado cuerpo en la joven Fraternidad Gnóstica y se manifiesta hacia el exterior como Lectorium Rosicrucianum. Contranaturaleza: El campo de existencia dialéctico donde la humanidad caída, es decir, la humanidad separada de Dios, del espíritu, se desahoga con obstinación. Esta vida, separada del orden cósmico establecido por Dios, ha hecho que se desarrolle la malignidad que caracteriza al campo de existencia dialéctico en todos los aspectos y que el ser humano intenta combatir con la misma obstinación. Debido a su origen, este desarrollo no-divino y, por lo tanto, contranatural, sólo puede ser anulado por «la reconciliación con Dios» y su consecuente ministerio fiel. Dicho de otro modo: por el restablecimiento de la unión con el espíritu a través del camino de transmutación y transfiguración y el retorno a la voluntaria obediencia al orden cósmico universal. Cosmocrátores: Siete poderosos seres naturales estrechamente ligados al origen de la creación, que mantienen las leyes cósmicas fundamentales y sus esferas de influencia. Juntos forman el Espíritu Séptuple de la Manifestación Universal. Véase también el Tomo I, Libro Primero, Poimandres. Cristo Interior: Véase Otro, el. Cuerpo Vivo: Véase Barca celeste. Demiurgo: Ser espiritual que parte de Dios Padre. El Demiurgo es el creador del mundo a partir de la sustancia primordial; no obstante, la propia sustancia primordial no ha sido creada por él sino por Dios Padre. Él es uno con la Palabra, con el alma del mundo, el Hijo del Padre y también es designado como el Arquitecto universal. Demonio [daimon]: Literalmente: «fuerza natural». Si el hombre se armoniza con estas fuerzas realizando la voluntad del Padre, en obediencia voluntaria, éstas se revelan como poderosas auxiliadoras en el camino de la deificación del ser humano. En el caso contrario, el hombre las experimenta como influencias hostiles —el demonio vengativo— como las fuerzas del hado: éstas se juntan entonces con los efectos

kármicos que determinan el destino humano en el doloroso camino de la experiencia. También los eones de la naturaleza, llamados a la existencia por la ciega vida natural de la humanidad caída, son designados demonios; obviamente, en tal caso, en sentido peyorativo. En estrecha relación con ello están los demonios, los principios energéticos astrales, que son creados por la conciencia cerebral intelectual de las personas. El buen demonio es el alma creadora original, el Hijo unigénito de Dios, tal como éste se manifiesta en la verdadera alma humana. Por eso, para la voz del alma original, también se suele emplear la denominación «buen demonio». Dialéctica: El actual campo de existencia humano, donde todo se manifiesta en pares de opuestos. Día y noche, luz y oscuridad, alegría y pena, juventud y vejez, bien y mal, vida y muerte, etcétera, están inseparablemente unidos uno a otro, se suceden inevitablemente y se engendran mutuamente. Por esta ley fundamental, en el campo de existencia humano todo está sometido a un continuo cambio y destrucción, a un subir, brillar y descender. Por esta ley, es una región de finitud, dolor, pena, quebranto, enfermedad y muerte. Por otro lado, considerado desde un punto de vista más elevado, la ley de la dialéctica es la ley de la gracia divina que, por su constante quebrantamiento y renovación, previene la cristalización definitiva del ser humano. De esta forma, evita su caída definitiva y le brinda cada vez una nueva posibilidad de manifestación. Así le permite reconocer la meta de su existencia y recorrer el camino de regreso a través de la transfiguración, por el renacimiento de agua y espíritu. Endura: El camino de aniquilación del yo; el camino de la última muerte, por la entrega del yo al Otro, el hombre inmortal, el Cristo en usted. Es el camino del hombre Juan, que «endereza los caminos para su Señor». Es la práctica de «Él —el Otro celeste— debe crecer y yo debo menguar». «Yo debo perecer para que el Otro celeste en mí pueda vivir». El camino de la endura es el camino clásico de todos los tiempos, a lo largo del cual el hombre caído —por el fuego purificador de un cambio de vida fundamental— se funde con su ser verdadero e inmortal y regresa al Padre. El paso del hombre por el mundo de la dialéctica es un vivir para morir; la endura es un voluntario morir para vivir verdaderamente. Es el camino de vida del verdadero hombre buscador de Dios en el que voluntariamente muere según su ser del yo para vivir imperecederamente en el Otro: «Todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará». Enseñanza Universal: No es una «enseñanza» en el sentido habitual del término; tampoco se puede encontrar en libros. En su más profunda esencia, es la viva realidad de Dios, de la que la conciencia ennoblecida, la conciencia hermética o poimándrica, aprende a leer y entender la omnisciencia del Creador. Entidades chispa de vida: Entidades nacidas de la naturaleza en las que no está presente la rosa del corazón, el átomo chispa de espíritu. Tales personas están completamente orientadas hacia la existencia en la esfera físico-material, se encuentran en ella totalmente como en su casa y carecen de toda vida interior. En realidad, no son seres humanos completos, sino puros fenómenos naturales, absolutamente inasequibles a cualquier toque espiritual. La vida alejada de Dios, perpetuada durante generaciones, conduce inevitablemente a su formación. Las entidades chispa de vida vienen y van, sin dejar atrás ningún resultado vital positivo. La humanidad de nuestros días cuenta con muchos cientos de millones de semejantes apariciones humanas. Eones: A. Formaciones monstruosas de fuerzas naturales impías, creadas en el transcurso del tiempo, por la vida (pensar, querer, sentir, actuar y desear) separada de Dios, de la humanidad caída. Se diferencian en doce grupos principales. Como creaciones de la humanidad, que escapan completamente a su control, mantienen a la humanidad prisionera en sus garras y forman las fuerzas auto-conservadoras que

obligan a la humanidad a continuar por los caminos de impiedad que ella misma se ha trazado y perpetuar así su sujeción a la rueda de la dialéctica. B. También se incluye bajo el nombre de «eones» al grupo de dominadores jerárquicos de lo espacio-temporal, designados también como «jerarquía dialéctica» o «príncipe de este mundo». Consiste en la suprema conjunción metafísica de fuerzas, dimanada de la humanidad caída, que se ha unido substancialmente con los eones mencionados en el punto A, y desde este poder supremo luciferino del mundo dialéctico caído, abusa de todas las fuerzas de la naturaleza y la humanidad y las impulsa continuamente a una impía actividad, en beneficio de sus oscuros fines. A costa de un terrible sufrimiento humano, estas entidades han logrado la libertad de la rueda de la dialéctica, una libertad que ellas, en apuros por auto-mantenerse, únicamente pueden conservar aumentando y manteniendo ilimitadamente el sufrimiento del mundo. Por último, debe mencionarse que los llamados eones buenos son creados asimismo por las actividades de la mente, los sentidos, la voluntad y los deseos del hombre caído. También dominan al hombre y le mantienen prisionero en la naturaleza de la muerte. Escuela Espiritual: La Escuela de Misterios de los Hierofantes de Cristo. Véase Fraternidad Universal. Esfera material - esfera reflectora: Las dos mitades de existencia del orden natural dialéctico. La esfera material es el plano donde vive el hombre en su manifestación material. La esfera reflectora es el plano donde, entre otras cosas, se desarrolla el proceso entre la muerte de la vieja personalidad y la vivificación de una nueva personalidad. La esfera reflectora, aparte de las esferas infernales y el purgatorio (la esfera de la purificación), está formada por lo que en la religión natural y en el ocultismo es designado inadecuadamente como «el cielo» y «la vida eterna». Estas supuestas esferas celestes y la existencia en ellas están tan sometidas a la finitud y la temporalidad como la existencia en la esfera material. La esfera reflectora es la estancia temporal de los muertos, lo cual no significa que la personalidad fallecida fuese a volver a la vida, porque no hay una supervivencia de la personalidad cuádruple. Únicamente el núcleo más profundo de la conciencia, el destello de espíritu o chispa dialéctica, es recogido temporalmente en el ser aural y forma la base de conciencia de la nueva personalidad que es erigida por el ser aural en colaboración con las fuerzas activas en la madre. Esfera reflectora: Véase Esfera material-esfera reflectora. Espíritu Santo Septuple: El tercer aspecto de la deidad que se manifiesta triplemente. Es el amor omnímodo del Padre que el Hijo manifiesta como un campo de radiación septuple, el cual parte hacia la humanidad para salvar lo que está perdido. Bajo la dirección y con la ayuda de la septuple fuerza universal que se manifiesta en la Fraternidad Universal, se puede llevar a cabo el proceso de transfiguración. En este proceso, el Espíritu Santo septuple hace nuevamente morada en el candidato. Farsa, la gran: Actividad refinada de la esfera reflectora, organizada a gran escala. Con el empleo de todo el ocultismo del más allá y el empleo de enormes fenómenos de índole científico-natural, pretende imitar el regreso del Señor. Acerca de este fenómeno de decadencia que acompañará el final del actual Día Cósmico y amenazará con hacer prisionera a toda la humanidad y arrastrarla en el hechizo de una irresistible ilusión. Véase Desenmascaramiento, de Jan van Rijckenborgh, Fundación Rosacruz. Fijar la Rosa a la cruz: Fase en el camino del alumno en la que éste, guiado por un puro discernimiento y un verdadero deseo de salvación, hace perecer diariamente al hombre-yo, su ser nacido de la naturaleza, para que el verdadero hombre-Dios, Poimandres, resucite en él.

Flor de oro maravillosa: El nacimiento de la luz de Dios en el santuario de la cabeza, en el espacio abierto detrás del hueso frontal. Esta luz de la Gnosis, este prâna de vida que, como una rosa de siete pétalos colma las siete cavidades cerebrales, permite que él candidato adquiera una nueva toma de conciencia y pueda contemplar el nuevo campo de vida. Focos: La Escuela Espiritual de la Rosacruz Áurea, que se manifiesta en el exterior como Lectorium Rosicrucianum, tiene diversos talleres de trabajo espirituales. En ellos, las fuerzas de luz de la Gnosis se manifiestan de forma concentrada. Estos focos se encuentran, entre otros lugares, en Holanda, Alemania, Suiza, Francia, España, Italia, Hungría y en otros países, fuera de Europa. Fraternidad Universal: Cuerpo Universal formado por la jerarquía divina del Reino Inmutable. También es designada con muchos otros nombres como: La Iglesia Invisible del Cristo, la Cadena Universal Gnóstica, la Jerarquía de Cristo. En su actividad en beneficio de la humanidad caída actúa, entre otras formas, como la Triple Alianza de la Luz, la Fraternidad de Shambala, la Escuela de Misterios de los Hierofantes de Cristo o Escuela Espiritual Hierofántica y toma forma en la Joven Fraternidad Gnóstica. Gnosis: A. El aliento de Dios; el Logos, la fuente de todas las cosas que se manifiesta en y como espíritu, amor, luz, fuerza y sabiduría. B. La Fraternidad Universal, como portadora y manifestación del campo de radiación Crístico. C. El conocimiento vivo que es de y está en Dios y se vuelve parte de aquellos que, por el renacimiento del alma, el nacimiento de la luz de Dios, han entrado en el estado de conciencia poimándrico. Gnosis original de Hermes: Designación que apunta al hecho de que toda verdadera actividad gnóstica en el actual período humano ha partido de la fuente primordial de la Gnosis Egipcia; que todo trabajo de salvación gnóstico enraiza en el saber original de que la liberación del ser humano sólo es posible por la resurrección del hombre hermético u hombre mercurial, el verdadero hombre divino que vive a partir de la conciencia iluminada en Dios. Hombre natural: El hombre nacido de la materia, sometido a la ley del orden natural dialéctico. Lípika: Véase Aural, ser. Microcosmos: El hombre como minutus mundus, pequeño mundo, un sistema vital compuesto, de forma esférica, en donde se pueden diferenciar de dentro hacia afuera: la personalidad, el campo de manifestación, el ser aural y el séptuple campo magnético del espíritu. El hombre verdadero es un microcosmos. Lo que se entiende por «hombre» en este campo de existencia no es más que la personalidad mutilada de un microcosmos degenerado. La actual conciencia es sólo una conciencia de la personalidad, una conciencia física que, consecuentemente, sólo es consciente del campo de existencia al que pertenece. Morada Sancti Spiritus: El campo de resurrección, el nuevo campo de vida (véase también Cabeza de Oro). Naturaleza de la muerte: «Vivir» verdaderamente es un eterno ser. En cambio, en la actual existencia del ser humano, impera la ley del continuo cambio y destrucción. Todo lo que viene a la existencia está, desde el momento de su nacimiento, camino de su perecimiento. Por esa razón, eso que llama «su vida», sólo es una existencia aparente, un existir en la gran ilusión. Es, por tanto, absurdo y sin sentido aferrarse a ello tal como hace prácticamente toda la humanidad. El dolor del quebranto que constantemente experimenta aquí, de manera tan profunda, y al que tan inútilmente se opone, quiere

despertarle cuanto antes a la conciencia de que el campo de vida destinado al hombre no es el mundo ni la naturaleza de la muerte, sino la naturaleza de la vida, el campo de vida adámico original, designado en la Biblia como el Reino de los Cielos. El inextirpable y pujante impulso que hay en todo ser hacia una felicidad duradera, una paz permanente y un amor imperecedero, y su ansia de vida de eternidad, proviene del núcleo original de vida que yace en él, el principio primordial del hombre verdadero e inmortal. De este átomo original o átomo Crístico (véase), de este Reino escondido, «el Reino de Dios que está en usted», resucitará por un cambio vital en la Gnosis el inmortal y verdadero hombre, y regresará a la naturaleza de la vida, la Casa del Padre. Otro, el: Designación para el hombre verdadero e inmortal que procede de Dios y es «perfecto, como el Padre es perfecto». Despertar nuevamente a la vida a este Hijo unigénito, el ser Crístico en el hombre, es el único objetivo de la presencia del hombre en el campo de existencia dialéctico. Por ello también es el objetivo de toda Rosacruz verdadera y gnóstica. Véase también Rosa del Corazón. Personalidad del orden de emergencia: Como consecuencia del inmenso drama cósmico que se conoce como «la Caída», una parte de la ola de vida humana que, por la pérdida de la unión con el espíritu, no pudo mantenerse en el campo de vida humano original, acabó atrapada en las garras de la naturaleza irracional y fue identificándose con ésta. Para ofrecer a esta humanidad caída la posibilidad de liberarse de este cautiverio de la ilusión, fue separada en una parte aislada del Septenario Cósmico, sometida a la ley de la dialéctica, la ley del continuo nacimiento y destrucción para que, en la permanente y dolorosa experiencia de la finitud de todas las cosas, se volviese consciente de su noble ascendencia e imperecedera esencialidad. De esta manera, por esta toma de conciencia de ser un hijo pródigo, el ser humano puede romper los grilletes de la naturaleza, las cadenas de «carne y sangre» y, por el restablecimiento del lazo con el Padre, regresar al campo de vida original de la humanidad. Por eso, en la filosofía de la Rosacruz, este campo de existencia dialéctico es llamado, en este contexto, el orden de emergencia establecido por Dios, y el cuerpo en donde el hombre se manifiesta aquí, el cuerpo del orden de emergencia. Al recorrer el camino de regreso hacia la Casa del Padre, el alumno, aprende a reemplazar, con la imprescindible ayuda de la luz de la Gnosis, la luz de amor crística, este cuerpo del orden de emergencia por un sistema vehicular glorificado e inmortal. Este proceso de transfiguración es el «renacimiento de agua y espíritu» evangélico; es la transformación total de lo impío y mortal en lo santo e inmortal, de las aguas primordiales, la pura sustancia original del comienzo, en la fuerza de la unión restablecida con el espíritu. Pistis Sophia: A. Nombre de un evangelio gnóstico del siglo II, atribuido a Valentín, que se ha conservado intacto. Anuncia, con impresionante claridad y hasta el último detalle, el camino de liberación en Cristo, el sendero de transmutación y transfiguración. B. También designa al verdadero alumno que persevera hasta la consecución. Poderes superiores: La conciencia mercurial, la conciencia del alma-espíritu. Poimandres: El espíritu vivificante, manifestándose al hombre-alma renacido y en él. Esta manifestación tiene lugar de dos modos. Primero, por la adopción de una forma cuando la radiación nuclear séptuple del microcosmos entra en el santuario de la cabeza. Y segundo, por la resurrección del hombre celeste, el ser Crístico interior, de la tumba de la naturaleza, del átomo original, el centro de la tierra microcósmica, cuando el trabajo de santificación ha finalizado por la auto-ofrenda del alma mortal. Este desarrollo es, por consiguiente, totalmente cristocéntrico: Tras su crucifixión, Cristo desciende (el descenso de la luz divina en la personalidad mortal) al centro de la Tierra para, después de haber llevado a cabo su trabajo de salvación, resucitar de su tumba. Quíntuple Gnosis universal:

Designación resumida de las cinco fases de desarrollo en las que y por las que el camino a la vida se manifiesta en el alumno: discernimiento liberador, anhelo de salvación, auto-ofrenda, nuevo comportamiento de vida, resurrección en el nuevo campo de vida. Reino Gnóstico, Nuevo: El campo astral gnóstico, formado a partir de la sustancia astral pura del comienzo, edificado por la Joven Fraternidad Gnóstica en colaboración con la Cadena Universal gnóstica, de la que forma el más joven eslabón. Por su actividad en dos mundos (tanto en el campo de resurrección del sexto plano cósmico como en el campo de existencia humano en el séptimo plano cósmico) y mientras dure el tiempo de cosecha, capacita al verdadero buscador de liberación para entrar en el campo de resurrección, a través del Cuerpo Vivo de la Joven Gnosis. El Cuerpo Vivo forma, por lo tanto, el muy provisional puente entre ambos planos cósmicos. El nuevo reino gnóstico da forma a todas las fuerzas que el alumno necesita para franquear este puente a la vida. Ha tomado cuerpo en Europa y de allí se ha extendido por todo el mundo. Rosa del corazón: Designación mística para el átomo chispa de espíritu (llamado también átomo original o átomo cristico) que coincide aproximadamente con el ápice del ventrículo derecho del corazón, el centro matemático del microcosmos. Es un rudimentario vestigio de la vida divina original. La rosa del corazón (también: el áureo grano-semilla Jesús, o la joya maravillosa en el loto) es el germen de un nuevo microcosmos, la semilla divina que, como una promesa de la gracia, está guardada en el hombre caído a fin de que un día recuerde su ascendencia y sea colmado de anhelo hacia la Casa del Padre. En ese momento, se ha creado la posibilidad de que la luz del sol espiritual, la luz de la Gnosis, despierte al capullo de rosa dormido y, en caso de reacción positiva y orientación plena de discernimiento del alumno, se inicie el proceso hacia la regeneración del ser humano según el plan de salvación divino. Rueda del nacimiento y de la muerte: El proceso de nacimiento, vida y muerte de una personalidad que, conforme a la ley de la dialéctica, continuamente se repite, seguido por una revivificación del microcosmos con una nueva personalidad. Santuario de la cabeza y del corazón: La cabeza y el corazón del ser humano deben ser talleres consagrados para las actividades de Dios, en y con el hombre que ha restablecido el vínculo espiritual, el vínculo con su Poimandres. En concordancia con este sublime objetivo, la cabeza y el corazón devienen, tras una purificación fundamental y estructural en el camino de la endura, nuevamente una unidad plena de gloria, un santuario al servicio de Dios. Volverse consciente de este objetivo será, para el alumno serio, un continuo estímulo y exhortación para purificar toda su vida mental, volitiva, sensitiva y de actos, de todo lo que pudiera resistirse a esta elevada vocación. Santuario del corazón: Véase Santuario de la cabeza y del corazón. Sistema del fuego de la serpiente: Sistema cerebro-espinal, la sede del fuego del alma o conciencia, localizado en la columna vertebral. Unidad de grupo: La verdadera unidad de quienes han sido acogidos en el Cuerpo Vivo de la Joven Fraternidad Gnóstica y que la esencia de la Escuela Espiritual requiere explícitamente. No es una manifestación exterior de solidaridad, sino la unidad intrínseca de la nueva vida anímica que va creciendo en la Gnosis y que se demuestra en un positivo y nuevo comportamiento de vida según el espíritu del Sermón de la Montaña.

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