La Fuerza de Las Ideas - Gilbert Highet

March 6, 2017 | Author: Daniel Duarte | Category: N/A
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C o lecció n

G A LI LE O

Grandes temas, técnicas y problemas de nuestros tiempos SERIE A. — TE M A S Y PROBLEMAS PO LÍTICO - SOCIALES

Gilbert Highet

LA F U E R Z A DE L A S I D E A S

EDITORIAL H ISPANO -EUR OPEA BARCELONA (ESPAÑA)

BIBLIOTECA PATROCINADA POR EL INSTITUTO DE ESTUDIOS NORTEAMERICANOS DE BARCELONA

TÍTULO DE LA EDICIÓN ORIGINAL

THE M IG R A T IO N OF IDEAS VERSIÓN ESPAÑOLA DE

J. F. Y Á Ñ E Z

ES PROPIEDAD . 1 956 COPYRIGHT BY - GILBERT HIGHET

Tipografía La Académica, Enrique Granados, 112 - Barcelona

PREFACIO

En este libro trataremos cierto aspecto de la His­ toria, desde un ángulo relativamente nuevo. La histo­ ria de pueblos y civilizaciones se ha venido escri­ biendo, por regla general, en términos políticos o económicos. Pero desde hace unos años, antropólo­ gos, sociólogos e historiadores se van sintiendo cada vez más profundamente interesados por la influen­ cia de las ideas sobre los actos humanos, y han interpretado muchos acontecimientos de importancia como resultado del movimiento de traslación de pen­ samientos fértiles desde un grupo, nación o civiliza­ ción a otro. El propósito de esta obra es principal­ mente el de precisar dicho concepto, y aportar algu­ nos ejemplos significativos que lo justifiquen. El libro tuvo como origen mi lectura de “ La de­ cadencia de Occidente” de Oswald Spengler, y del “ Estudio sobre la Historia” de Arnold Toynbee. Pero ninguno de estos dos vigorosos y absorbentes estudios parece dar noticia satisfactoria acerca de las peculia­ res relaciones entre Grecia y Roma en la Antigüedad, ni del nexo espiritual existente entre el mundo grecoromano y el nuestro. Reflexionando sobre ello, em­ pecé a buscar otros ejemplos de fertilización de cul­ tura por otra, y pronto descubrí que muchos eruditos habían considerado el fenómeno de diferentes m o­

dos, explicándolo con la ayuda de diversas discipli­ nas. Sólo quedaba efectuar comparaciones entre sus respectivos trabajos y el mío, y agruparlas en un re­ sumen, que confío sea lo suficiente claro y sencillo como para animar a otros a completarlo y profun­ dizarlo. Varios centros docentes fueron tan amables como para ofrecerme sus instalaciones y servicios, mien­ tras este trabajo se hallaba en gestación. Tanto a ellos como a las diversas fundaciones que me prestaron ayuda, les doy las más sinceras gracias, en especial a la Universidad de Kansas, la Academia Militar de Wlest Point, la Universidad Emory y sus Conferen­ cias W alter Turner Candler, al Hamilton College y a sus Conferencias Winslow. Agradezco asimismo a los autores y editores de los libros a que hago refe­ rencia en el texto y cito en la bibliografía, la utili­ zación de los mismos. Sólo me \resta expresar mi sin­ cera gratitud a la North Foundation, bajo cuyos aus­ picios esta obra ha podido adoptar su forma actual, así como a los directores, Facultad, alumnos, estu­ diantes y amigos de los Institutos Franklin y Marshall, que escucharon algunas de mis conferencias en mar­ zo de 1954. G. H. Universidad de Columbia, Nueva York marzo 1954.

INTRODUCCION Cuando pensamos, nuestras ideas se pueden con­ centrar tan sólo en tres objetos de reflexión: los seres humanos, el universo material y la Divinidad. Todo cuanto enseñamos en Institutos y Universida­ des, todo cuanto alcanzamos en el aspecto de la reflexión continuada y constructiva, se encamina a comprender uno de los anteriores objetos o la rela­ ción existente entre ellos. Los científicos tienen diversas maneras de consi­ derar el universo físico; teólogos, místicos y poetas, llevan meditando siglos acerca de la Divinidad; to­ das las demás artes y disciplinas, desde la Música a la Sociología, constituyen métodos para establecer definiciones acerca de los seres humanos. Pero resulta difícil, aun en el campo de la ciencia, establecer líneas de separación precisas entre cada una de las mencionadas disciplinas. Y dicha dificul­ tad se incrementa aún más, cuando se trata de los seres humanos. Todos sabemos que el análisis de una gran obra literaria, como por ejemplo La Divina Comedia de Dante o el Hamlet de Shakespeare, nos lleva a profundizar en Psicología e Historia — o me­ jor dicho, en diversos sectores de la Historia — así

como en Estética y en otras zonas donde pueda tro­ pezar con alguna verdad. En una Universidad, las distintas facultades pueden instalarse en edificios se­ parados, y asimismo podemos centrar varios depar­ tamentos en distintas oficinas; pero en el reino del pensamiento, no existen muros ni particiones a prue­ ba de sonido. El pensamiento creador no puede que­ dar apresado dentro de las cubiertas de un libro. Esta es la razón, o al menos una de ellas, por la que los estudios humanos se encuentran siempre en movimiento, expansionándose y comprimiéndose, in­ vadiendo territorios ajenos, expresando nuevos pro­ pósitos y métodos, y definiendo temas. La propia Hu­ manidad sufre un constante cambio, y debido a ello, sólo un sistema de investigación flexible tiene posi­ bilidades de descubrir verdades importantes. No de­ bemos deplorar ni oponernos a dicha flexibilidad, sino adaptarnos a ella, porque el hombre difiere de casi todos los demás habitantes del planeta, en el hecho de ser sumamente adaptable. Nuestra vida, tanto individual como comunal, es un perpétuo cam­ bio. Vamos a discutir uno de los estudios acerca de la humanidad, que considero como de los más difíciles e importantes. Consideraremos primero su zona de interés, y nos preguntaremos luego si es conveniente extenderla y volverla a definir, con el fin de conse­ guir1 inform ación más apropiada e importante, y cubrir nuevos métodos que permitan solucionar pro­ blemas, que desde hace mucho tiempo mantienen perplejos a los investigadores. Nos referimos a la Historia. La Historia, en su más amplio sentido, es el estu­ dio del pasado, y en su significado más usual repre­

senta el estudio de las actividades de los seres huma­ nos. En años recientes, nos hemos ido dando cuenta de la importancia de la Historia y de su enorme trascendencia; y hemos observado de manera casi involuntaria hasta qué punto comprende nuestras propias vidas e influye de manera vital en nuestro destino. Nuestras decisiones políticas, nuestras artes y oficios, nuestro desarrollo agricultural e industrial, nuestra existencia privada y nuestras religión están condicionadas por la Historia, y no podemos com­ prenderlos si antes no comprendemos a ésta. Nos damos cuenta de su-importancia. Pero ¿cóm o definirla? La Historia, afirmamos, es el estudio de los hechos pasados. Bien, x^ero ¿de qué hechos x^asados? En los segundos que empleamos en leer dicha pregunta, millones de hechos suceden en el mundo; en un abrir y cerrar de ojos, otro millón de aconte­ cimientos se han producido, y otro millón, y otro, y otro. Ahora bien, ¿constituyen estos hechos la mate­ ria iH'ima esencial para los estudios históricos? No. La mayoría de ellos ni siquiera quedan registrados en la prensa. Algunos parecerán triviales en este m o­ mento, y sin embargo, dentro de diez o de cincuenta años, cobrarán tal importancia para la existencia de millares de seres humanos, que habrán adquirido categoría histórica. ¿Cómo ha de escogerse, pues, el material? Por lo común siempre existe un exceso del mismo. Los hechos son más numerosos que las are­ nas del mar. A veces, cuando veo a mis colegas his­ toriadores deambulando por entre las variables e ingentes montañas de hechos registrados, me parece oírlos llorar ante la enormidad de la extensión que sus ojos contemplan:

Si siete doncellas provistas de estropajos se pasaran medio año restregando, ¿suponéis, acaso — preguntó la roca — que lograrían lim­ piarlo f —Lo dudo — contestó el carpintero, y sus ojos vertieron una lágrima amarga. He aquí, pues, la pregunta que debemos conside­ rar en primer término: ¿Qué es realmente la Histo­ ria? ¿Cuáles son los hechos importantes del pasado, y de un presente, que convierte en pasado a cada instante? ¡Cuáles son los fenómenos históricos dignos de registrar y analizar? La tarea del historiador con­ siste en comprender la Humanidad a través de su pasado. Ahora bien, ¿cuáles son los aspectos del pa­ sado que mejor le ayudarán a comprender a la Hu­ manidad, de manera lo más completa posible? Para empezar, la mayor parte de la Historia no se refiere a individuos sino a grupos, ya sean nacio­ nales (romanos, chinos, españoles), sociales y reli­ giosos (plantadores de Virginia, Cuáqueros) o de otros tipos (sectarios, exploradores) y no discute al indi­ viduo, a menos que las actividades de éste estén comprendidas en algún grupo. Si, por ejemplo, em­ prendemos el estudio de la Historia de América, nos tropezaremos con grandes personalidades aisladas, pero la mayor parte de dicho estudio, se concentrará en los americanos como grupo, y en sus relaciones con otros grupos. Del mismo modo que estudiamos la Historia de la conquista física del Continente, o la descripción de las variadas organizaciones sociales o políticas de los ciudadanos de los Estados Unidos, así también deberemos estudiar todo lo concerniente a la emancipación de los colonos ingleses, a las re­

laciones americanas con los pieles rojas y los negros de Africa; a la influencia en el grupo americano de otros, como el irlandés, el sueco, el chino, el italia­ no, etc.; a las relaciones entre Estados Unidos, como conjunto, y otros grupos del Continente: Canadá, Cu­ ba, Colombia, Argentina; a la fluctuante asociación entre los Estados Unidos y los grupos políticos más poderosos del m undo: ingleses, alemanes, rusos, pue­ blos del Lejano Oriente, etc. Todo ello quedará reconocido como tema central de cualquier estudio histórico. Es decir: los historia­ dores investigan las relaciones entre grupos de seres humanos. Llevemos el asunto un poco más lejos, y preguntémonos qué clase de relaciones entre grupos humanos concierne al historiador. La respuesta más corriente es la de que el histo­ riador estudia las relaciones políticas, o políticosociales, en términos de preponderancia. La revolu­ ción americana constituyó la triunfante aserción de la voluntad de los colonizadores, ansiosos de romper todo lazo de unión entre ellos y la Gran Bretaña y de asumir el poder para gobernarse a sí mismos. Nues­ tras relaciones con pieles rojas y negros han venido siendo, por regla general, las propias de conquistador y conquistado; las de amo y servidor. Dentro de nues­ tro propio grupo, mucha historia se ha escrito en términos de lucha por afán de poder entre partidos políticos rivales, capital y trabajo, negocios y gobier­ no, industria y agricultura. Existen historias de países europeos cuyo tema único lo constituyen los conflictos dinásticos, las guerras y las revoluciones, es decir, las fluctuaciones de poder, de un grupo a otro. Ahora bien, ¿constituye lo antedicho toda la His­ toria, o sólo una parte de ella? Si analizamos sólo los

hechos que ilustran la lucha por el poder entre grupos humanos, ¿ estaremos en posesión de una imagen ade­ cuada del pasado? ¿Podemos comprender nuestras condiciones actuales, considerándolas como conse­ cuencia de una ininterrumpida pugna por el poder? ¿Es la historia un mero relato de conflictos y gue­ rras? ¿Ha llegado la raza humana tan lejos, se ha vuelto tan compleja y poderosa, a causa esencialmen­ te de la constante competencia y del odio mútuos? Apenas formulada la pregunta, nos damos cuenta de que no puede ser contestada con un “ sí” . En el curso del medio siglo pasado, hemos vivido dos aventuras llamadas “ Guerras Mundiales” , aun­ que tal denominación se considera exagerada por gran parte de muchos. Se han librado crueles con­ tiendas acompañadas de muertes y destrucciones sin cuento, pero aun así, la tierra cuenta en la actuali­ dad con más habitantes que nunca, y . su número crece a cada minuto, a cada segundo que transcurre. La población no ha disminuido a causa de las guerras, sino que aumenta de continuo. Las plagas y epide­ mias han perdido intensidad; la mortalidad infantil es cada vez menor; crecen las zonas de cultivo; las carreteras y otras rutas de transporte se multiplican; los recursos de energía con que cuenta el mundo, son cada vez mayores; se abren más escuelas que las que son cerradas; el índice de ilustración crece en casi todos los países y los libros se publican cada día en mayor núm ero; constantemente se llevan a cabo nue­ vas invenciones, y su uso se expande por doquier. Tales hechos no pueden ser considerados consecuen­ cia de las guerras o de la competencia entre grupos nacionales. Existen, pues, ciertos aspectos del pasado imposibles de atribuir a la lucha por el poderío

político o social. Ha de existir alguna otra relación entre los grupos que haya contribuido a m ejorar la humanidad. Algunos historiadores nos dirán que el hecho tie­ ne un cariz más económico que político. Según ellos, la historia es la narración de cómo una clase extrajo riqueza de otra, de cómo la alteración en los elemen­ tos productivos y distribuidores cambiaron la estruc­ tura social de grandes grupos, y finalmente, del mun­ do, y de cóm o diferentes naciones intercambiaron mercancías y servicios, enriqueciéndose y explotán­ dose unas a otras. Desde luego, esto es cierto, pero sólo hasta cierto punto. Grandes cadenas de aconte­ cimientos, tales como los que produjeron la caída del Imperio Romano o el actual declinar de la Euro­ pa Occidental, se hacen de muy difícil comprensión, a menos que se analicen sus aspectos económicos. Pero aun así sabemos bien que una explicación pu­ ramente económica de la Historia resulta también inadecuada. Al aplicar inapropiados métodos cientí­ ficos a actividades humanas que comprenden emo­ ciones y voluntades, los economistas nos han ofre­ cido un cuadro parcialmente falso de las relaciones entre grupos humanos. Y sólo incurriendo en una grave distorsión de los hechos, podemos explicar acontecimientos tan transcendentales como el des­ arrollo del Cristianismo, las Cruzadas o la carrera e influencia de Napoleón, a través de cargos pura­ mente económicos. No. Por fuerza ha de existir otro modo de consi­ derar la Historia. Ha de ofrecérsenos otra explica­ ción, pero no que reemplace a la política y la socio­ lógica, ni sustituya a la económica, sino que las com­ plemente, les confiera plenitud y las convierta en

reales. Debe existir una explicación que trate a los hombres no a la manera científica, como objetos o fuerzas inanimadas, sino de manera imaginativa, describiéndolos dentro de su comportamiento huma­ no, participante de la materia y del espíritu. Sugiero que quizás obraríamos m ejor consideran­ do a naciones, tribus, grupos sociales e incluso razas, no sólo como rivales sociales o políticos, competido­ res o colaboradores económicos, sino también como discípulos y maestros. A mi entender, una de las principales relaciones establecidas entre grupos humanos es, en su más amplio sentido, la puramente educativa. Creo que la historia del mundo podría ser escrita también como historia de la traslación de ideas de un grupo humano a otro. De hacerlo así, iluminaría amplios sectores del pasado, erróneamente compren­ didos, y al propio tiem po— aunque ello no sea mi estricto deber de historiador — prestaría a muchos una mayor y muy necesaria confianza en la razón y en el futuro de la humanidad. Contemplemos la historia bajo esta nueva luz y observemos si nos ayuda o no a comprender m ejor los destinos humanos.

POLITICA Y SOCIEDAD En tiempos relativamente modernos, se han pro­ ducido una serie de acontecimientos notables, que se comprenden m ejor si se les considera bajo un punto de vista educativo, antes que político o económico. Una nación de 30 millones de habitantes, se situó deliberadamente en plan educativo, y en cuestión de pocos años aprendió a utilizar innumerables técni­ cas y a manejar considerable número de ideas con las que nunca había tenido contacto. Este país es el Japón. En 1868, el emperador japonés prestó pública­ mente un juramento según el cual se comprometía a reformar y cambiar el Imperio. Tratábase eviden­ temente de anunciar la nueva política, adoptada por cierto sector de sus ministros. La cláusula final del juramento, decía así: Es preciso recorrer el mundo entero en bus­ ca de nuevos conocimientos. A partir de entonces, ha sido política de los japo­ neses aprender todo cuanto les es posible de otras naciones. Ello resulta todavía más notable si se tiene en cuenta que el pueblo japonés es orgulloso y des­ deña situarse en un nivel de dependencia respecto a

otros, como la de discípulo a maestro y que, durante generaciones, ha aborrecido a los extranjeros y des­ confiado de ellos. Pero posee una voluntad muy fir­ me, y una vez trazada la política en cuestión, la si­ guió con todo rigor. Quienes adoptaron semejante determinación eran pocos, pero, desde luego, pesan mucho en la Historia. Uno de ellos, Hirobumi Ito, siendo todavía muy joven, persuadió a su señor feudal, Ghoshu, para que abandonara los arcos y las flechas tradicionales y los cambiase por fusiles y artillería. Poco después, y con el apoyo de dicho noble, él y otros cuatro co­ metieron un crimen castigado hasta entonces con la muerte: partieron al extranjero, pasando un año en Londres, dedicados al estudio. A sil regreso al Japón, se convirtieron en jefes del Partido Progresista (1) y, en 1882, se encargó a Ito redactar una Constitu­ ción para su patria, que hasta entonces había vivido en una especie de anarquía medieval, sufriendo con­ tinuas guerras civiles, mitigadas por la dictadura. Acompañado de un numeroso séquito, Ito recorrió los países de Europa, entrevistándose con personajes distinguidos y estudiando el funcionamiento de di­ versos sistemas de gobierno constitucional. Siete años (i) En los archivos de mi propia Facultad, en la Universidad de Oxford, encontré los datos referentes a un personaje parecido, cierto noble que vivió en sesenta años un período equivalente a seis siglos. E l registro del “ Belliol College” (1833-19 33) describe al primer alumno japonés, matriculado en 1874, del modo siguiente: I-I a c h i s u k a , primer marqués de, Mochi A ki. Nacido el i.° de agosto de 1846; hijo del Príncipe Nari H iro Iíach isu ka; último señor fendal del Clan T o­ kushima y - 16 .0 Daimio del Jap ón ; señor de A w aji en i860; señor de A w a en 1868; Gobernador de la prefectura de Tokushima entre 1869 y 18 7 1, cuando los daimios devolvieron su préstamo al Emperador; estudió en Inglaterra entrq 1872 y 1879, permaneciendo en Balliol entre los 28 y los 30 años; director de Aduanas en 1880; Ministro de su país en Francia en 1882-7; hecho mar­ qués en 1884; Embajador en España en 1885; miembro de la Comisión de Leyes en 1887; Gobernador en Tokio en 1890-1; Presidente de la Cámara de los Pares en 18 9 1; M inistro de Educación en 1896; Gran Cordón de la Orden del Sol Naciente en 19 0 3; fallecido en 1918.

después, en 1889, tras numerosas discusiones y buen número de actas legislativas preliminares, la nueva Constitución japonesa quedó promulgada, habiéndo­ le servido de modelo la de Baviera. El discurso del Emperador fué escuchado por una multitud de no­ bles y funcionarios, vestidos todos a la europea, ex­ ceptuando al príncipe Sliimadzu de Satsuma, que apareció con el pelo anudado a la antigua usanza y luciendo el bello atavío medieval que todos los japo­ neses de rancia cuna habían llevado durante siglos. La Historia avanza más deprisa impelida por la ,edu­ cación que por las acciones bélicas. Dentro de idéntica generación, otros cambios igualmente revolucionarios se introdujeron en el Ja­ pón, todos aprendidos de diversos países. Se abolió el viejo sistema feudal y se olvidaron los antiguos rangos; una poderosa y nueva jerarquía de príncipes, marqueses, condes, vizcondes y barones fué creada bajo modelo europeo. En 1871, el calendario chino, tan farragoso e inadecuado, quedó abolido, al tiempo que se adoptaba oficialmente el occidental. Hasta en­ tonces, la moneda japonesa se había parecido a la de la Europa medieval. En 1868 existían cuatro clasese de monedas de oro, dos de plata, barras y esferas de este metal, seis tipos* de moneda fraccionaria, y 1.600 tipos de billetes. Ello reflejaba la antigua di­ visión del país en territorios casi independientes, so­ metidos a clanes distintos. Tal estado de cosas había permitido a los primeros negociantes europeos que llegaron al país, llevarse casi todo el oro del mismo. Pero en 1872 fundóse el Banco del Japón y, a los pocos años, la moneda quedó estabilizada. El Banco del Japón tomó como modelo el de Bélgica. Mediante idéntico sistema, organizaron los nipo­

nes su Ejército y Marina. Primero enviaron una mi­ sión a Europa para que estudiase la preparación y adiestramiento de las unidades defensivas. A su re­ greso, establecieron las bases necesarias para el fu­ turo desarrollo de la tarea: astilleros, arsenales, aca­ demias, una ley de reclutamiento general, etc. Luego contrataron a instructores extranjeros: una misión naval inglesa para la flota y otra prusiana, encabe­ zada por el general Meckel, para el ejército. Apenas transcurridos unos años, la Marina poseia suficiente poder como para destruir a la flota china, mientras un ejército compuesto de campesinos y obreros hacía abortar un levantamiento de los clanes, que tomaba el cariz de peligrosa guerra civil. La posterior histo­ ria de la Marina y el Ejército japoneses es de sobra conocida. Pero los nipones 110 partieron a otros países tan sólo para aprender. Bajo el Juramento de Privilegios trajeron no menos de 5.000 maestros de ambos sexos, incluyendo 1.200 americanos. Al principio los llama­ ron yatoi o “ extranjeros alquilados” y, más tarde, cuando demostraron su capacidad, o yatoi, es decir, “ honorables extranjeros alquilados” . W . E. Griffis, que fué uno de ellos, recordaba lo extraño que le resultó enseñar a jóvenes que recibían gustosos toda clase de enseñanzas, y luego volvían a sus casas, por calles pertenecientes aún a la Edad Media, pasando quizás ante el cadáver de un mendigo, en el que un samurai había probado una nueva finta con su sa­ ble. En un panegírico de sus colegas, Griffis exclama: “ Grandes son los resultados obtenidos por Pumpelly en minería, por Brunton en la construcción de faros..., por Kanipping en meteorología..., por Milne en la ciencia de los seísmos, por Lyman en la reve­

lación de la verdadera geología y por Baeltz y Scriba en anatomía, fisiología y etnología.” Desde luego, sería erróneo afirmar que todos estos conocimientos fueron asimilados por el Japón con rapidez vertiginosa y sin preparación previa. Ya en 1741, el Shogun Yoshimune había mandado a dos estudiantes a aprender el holandés, ya que los ho­ landeses eran los únicos extranjeros a quienes se permitía la entrada en el Japón, y en 1771, un médico, Sugita, consiguió obtener un manual germano-holan­ dés de anatomía, verificó la verdad de su contenido, observando la disección de un cadáver y, poco des­ pués, lo hacía traducir y publicar. La pintura occi­ dental, la geografía y la astronomía empezaron tam­ bién a ser estudiadas por aquel entonces. Pero todo ello significaba tan sólo los preliminares de la gran revolución educativa de 1860 y décadas sucesivas. La historia de este proceso resulta asombrosa. Pero aún sorprende más el observar que ha tenido lugar no una, sino dos veces, en la historia japonesa. En siglos pretéritos los japoneses fueron, al parecer, una tribu mongola que, al igual que los indios de América, se desplazó hacia el Este, en busca de hogar, encontrándolo en las islas, que conquistaron y culti­ varon. Conforme iban haciéndose más numerosos y adquirían mayor seguridad, determinaron civilizarse. Se hallaban en las fronteras del muy civilizado Im­ perio ¡chino, y en el año 645 adoptaron gran parte de su cultura y costumbres, aunque sin convertirse en vasallos. Aprendieron de China e instauraron en su propio país la organización de una burocracia cen­ tralizada, el budismo como religión más elevada, la escritura, basada en los ideogramas chinos, los prin­ cipios de su hermoso arte, que no es sino el chino

simplificado, y muchos otros aspectos de su civiliza­ ción. En nuestros días, el fenómeno se está reprodu­ ciendo por tercera vez. Tras haber derrotado al Ja­ pón militarmente y truncado su poderío económico, ios Estados Unidos han ocupado el país durante cierto tiempo. Ahora bien, ¿cuál es el factor más importante y qué mayores efectos ejercerá en el fu­ turo del Japón? ¿La conquista y el dominio econó­ mico, o el proceso educativo que se ha llevado a cabo durante todos estos años? He aquí un ejemplo claro de] movimiento traslatorio de las ideas de un grupo a otro y de los im­ portantísimos efectos históricos que dicho movimien­ to puede ejercer. Desde luego, este modo de enfocar la Historia plantea ciertos problemas particulares. Por ejem plo: nos gustaría saber cómo se efectuó la transferencia de ideas a las mentes japonesas; por qué motivo se inició; qué impulsó a la acción a hom­ bres como Ito y Sugita; quiénes fueron los jefes de dicho movimiento y cuál su relación con el resto del país. También nos gustaría conocer los factores divergentes. Por ejem plo: por qué el proceso de aprendizaje se efectuó de manera tan distinta en el Japón y en China. Conforme prosigamos, deberemos reflexionar sobre dichas cuestiones. ★★★ Existen otros muchos ejemplos de tal movimiento migratorio de ideas, como importante fuerza histó­ rica. Tomemos el de Turquía. Cuando en la Edad Media los turcos penetraron en la historia moderna, eran un pequeño grupo de

nómadas que se desplazaban hacia Occidente, proce­ dentes del Asia central. Llenos de vigor y de energía, penetraron en la parte oriental del Imperio romano, lo atacaron incansablemente durante varias genera­ ciones y, por fin, lo conquistaron. Al igual que los japoneses, continuaron siendo una nación medieval hasta épocas recientes, y aún en la actualidad con­ servan algunos rasgos de dicho período. Pero cuando el Imperio otomano desapareció en 1918, los turcos, o m ejor dicho, el grupo gobernante de ellos, deter­ minaron aprender de las naciones europeas y con­ vertirse en nación moderna y occidentalizada. En el corto período de diez años, es decir, entre 1925 y 1984, se introdujo en el país el alfabeto latino — a partir de 1928 no se imprimió ningún libro en carac­ teres árabes— ; se reorganizaron y ampliaron uni­ versidades y escuelas; se implantó el sistema métrico decimal; quedó abolida la poligamia y se concedió el voto a la mujer; adoptóse un nuevo código legal, tomando como modelo el suizo; se instituyó como idioma auxiliar el inglés, en vez del árabe, persa o francés; se abandonaron los viejos títulos, tales como el de pachá; se prohibió el uso del fez, típico en Oriente Medio, y se implantó el sombrero. De modo parecido, en el Japón se usa el traje europeo en casi todas las ceremonias importantes. Los enormes resultados obtenidos con tales me­ didas, tanto en el Japón como en Turquía, puede “ ser m edido” al comparar el estado actual de dichas naciones con el de otros poderosos grupos del Lejano y Medio Oriente. Supongamos que la densamente po­ blada isla de Java, o el rico país birmano hubieran sido educados de modo parecido al de los japoneses; o que los inquietos millones de egipcios hubieran

decidido aprender de Occidente, del mismo modo que los turcos. ¿Quién puede dudar de que la historia del mundo hubiera sido distinta durante los últimos treinta años y lo sería en los próximos setenta? ★★★ En período aún más antiguo, se aprecia un caso similar, aunque todavía más importante, de influen­ cia de la educación en el desarrollo de la historia. Nos referimos al proceso que se inició en la antigua Roma, hacia el año 250 a. de .T. Al igual que los turcos y los japoneses, los roma­ nos aparecen en la Historia como pueblo sencillo, valeroso, conservador, poco educado, periférico y poco amigo de compromisos. Estaba compuesto esen­ cialmente de labradores concentrados en unas cuan­ tas ciudades, distribuidas por una llanura fértil, mez­ clados (si son ciertas las leyendas) a individuos fuera de la ley y hombres carentes de jefe, y dominados durante cierto tiempo por los brillantes y siniestros etruscos, raza de civilización muy superior. Cualquier hubiese creído que permanecerían siglos y siglos afe­ rrados al suelo que los vió nacer, mientras la Historia proseguía su marcha inmutable, como el curso de las estaciones. Pero algún oscuro y aun no bien anali­ zado movimiento, los impulsó a salir de sus fronte­ ras. Se fueron haciendo cada día más numerosos, y aprendieron y se adaptaron hasta convertirse en con­ quistadores y defensores del mundo civilizado. Pero es que los romanos poseían ciertos méritos que los capacitaron para la tarea de gobernantes. Creían en la ley, no en la voluntad arbitraria. Preferían la auto­ disciplina a las formas de expresión particulares. No

establecieron ninguna línea de separación racial. Eran hábiles técnicos, constructores de carreteras e ingenieros y planificadores de ciudades. Fueron real­ mente ellos, con sus enormes sistemas de irrigación, quienes transformaron las tierras del Mediterráneo occidental, de selvas y desiertos, en ricos cultivos, huertos y viñedos, manteniéndolas así durante cinco siglos. Aun cuando no hubieran hecho otra cosa que dar fin al salvajismo, organizar la producción y el comercio, y establecer una legislación de alcance mundial, habrían sido merecidamente recordados como forjadores de una civilización materialista. Pero los romanos sabían muy bien que la civili­ zación consiste en algo más que en riqueza material. Decidieron introducir significado a su cultura, dis­ poner de algo superior a la comida, la bebida y el juego. En el siglo segundo conquistaron Grecia, y casi en seguida, como dice un poeta romano, se convir­ tieron en prisioneros suyos. Expresándolo en términos propios, diremos que los romanos se convirtieron en discípulos de Grecia, por propio convencimiento. Como los japoneses en el siglo xix,'se proporcionaron maestros de fuera, ex­ pertos griegos que los aleccionaran, científicos que incrementaran su conocimiento y práctica de las ciencias, filósofos que habitaran entre ellos. Muchos de los más ilustres romanos tuvieron permanente­ mente en sus hogares a pensadores griegos, a fin de mantener continuamente elevado su nivel intelectual, gracias a la constante discusión de temas elevados y difíciles. Por ejemplo, el joven Catón, oponente republicano de César, el hombre al que consideramos romano fríamente tradicional era, en realidad, un pensador form ado por el filósofo estoico Atenodo-

ro Cordilio, que habitaba en su casa. Las moradas romanas estaban decoradas por artistas griegos. Su literatura se basaba en modelos helénicos, con excep­ ción de unos cuantos tipos humanos, la mayoría per­ tenecientes a la sátira. Y el mayor timbre de orgullo para todo artista romano consistía en haber igua­ lado, en su propio idioma, a cualquiera de los maes­ tros griegos. Pero el resultado de todo ello no fué, como p o­ dríamos esperar, la creación de una cultura copiada íntegramente de la griega. Por tradición, estructura social y educación, los romanos diferían profunda­ mente de sus maestros. Reconocían hallarse qu un estado de incultura y se afanaron en aprender de Grecia; sabían que eran insensibles al arte, y se pro­ curaron artistas griegos que les hicieran la vida más bella. Pero, por otra parte, no se avergonzaban de sus propias cualidades, tales como sentido moral, patriotismo, responsabilidad y consciencia de su épo­ ca, que los griegos jamás poseyeron. Estaban con­ vencidos de que su lenguaje era menos flexible v más limitado que el helénico, pero no abominaban de su fuerza, su energía y su tono sombrío, y escribieron poemas, obras teatrales, discursos, diálogos filosófi­ cos e historias que ningún griego habría podido com­ poner, y que, sin embargo, estaban claramente cal­ cadas de modelos griegos. En realidad, los romanos contribuyeron a crear una civilización dotada de dos fases, dos aspectos complementarios, que armonizaban como las notas bajas y las altas en un gran instrumento. Los griegos produjeron; filósofos; los romanos, estadistas que, además, habían aprendido de los primeros a ser tam­ bién filósofos y, en consecuencia, fueron mayores

estadistas aún. Los griegos desarrollaron la oratoria; los romanos añadieron a ella un contenido ético y social. Los griegos escribieron exquisitas poesías, lle­ nas de delicados sentimientos; los romanos adopta­ ron la forma, ahondaron en dichos sentimientos y añadieron profundidad de ideas. Antes del encum­ bramiento de Roma, se hace posible hablar de cul­ tura griega; pero desde el año 250 antes de Jesucristo, aproximadamente, es m ejor referirse a una civiliza­ ción greco-romana, a la que ambos pertenecían, y en la que unos fueron maestros y los otros discípu­ los, y en la que, finalmente, ambos se convirtieron en amistosos rivales o en colaboradores antagónicos. “ El Imperio Rom ano” . He aquí un nombre que sugiere la historia escrita sólo bajo el signo de lo militar y lo político, con' una breve explicación de tipo económico. Pero tal concepto resulta inadecua­ do. Es mucho más claro considerar todo el completo como un proceso educativo. Desde luego, se le puede presentar como una serie de cruentas conquistas y vanas rebeliones, con las águilas de la legión conver­ tidas en buitres sobre los ensangrentados cuerpos de millares de infelices tribeños. Y también como un tremendo engaño, en la que la explotación econó­ mica y el despilfarro adquirieron caracteres catastró­ ficos, arruinando a toda una sociedad. Pero es que había algo más en todo ello, algo que adopta un aspecto de más permanente valor: su fuerza v vo­ luntad para educar a otros. Es por su valor educativo por lo que aun estudiamos los clásicos de Grecia y Roma, y es por su poder para educar por lo que aún seguimos admirando a los romanos. En realidad, somos discípulos suyos. Porque fué Roma quien civilizó y enseñó a los bárbaros, antece­

sores de la mayoría de nosotros: españoles, france­ ses, británicos, balcánicos, rumanos y norteafricanos. A la llegada de Roma, estos pueblos consistían tan sólo en tribus desperdigadas que vivían en plena Edad de Hierro, iletrados y míseros. En el transcurso de unas cuantas generaciones, les enseñó agricultura, comercio, arquitectura e industria. Y a continuación, los impuso también en leyes, filosofía, literatura y religión. Quizás dichos pueblos hubieran asimilado muy difícilmente la civilización griega, si hubiese llegado a ellos de manera directa, por resultar de­ masiado intensa, difícil y elevada. Pero tras haber pasado por el tamiz de la dura mentalidad romana, se hizo comprensible y aceptable para aquellos sal­ vajes recién civilizados. Por otra parte, Roma añadió mucho de su propio carácter, especialmente en el sentido de las leyes y, a mi entender, también cierta gravedad griega en lo tocante a religión. No cabe duda de que la mayor lección enseñada a nuestros antepasados, a través de Roma, fué el Cris­ tianismo. Al igual que otras muchas facetas de dicha civilización romana, también ésta se inició en el Oriente Medio, y en sus primeros tiempos, se valió del idioma griego. Utilizó más tarde el latín y acabó transformándose en algo puramente romano. En el cristianismo pueden encontrarse elementos griegos y romanos, así como, naturalmente, sus fundamentos hebreos. Pero debo confesar que gran parte de nues­ tro cristianismo me recuerda más a Roma que a otra cosa. Cuando veo a un monje español en una pintura de Zurbarán, o estudio el semblante de un puritano de New England o de un “ covenanter” escocés, me parece hallarme en presencia de uno de esos romanos retratados en las estatuas o en los relieves de un altar,

procediendo a un sacrificio ritual, con expresión gra­ ve, profundas líneas marcadas en el rostro y la ca­ beza cubierta por un manto, en señal de reverencia. Si. Estos son nuestros antepasados. ★★★ Hemos examinado tres casos en los que la Histo­ ria se forjó gracias a la educación: Japón, Turquía y la civilización de Grecia y Roma, que floreció en las mentes de nuestros antepasados y que aún sigue educándonos. Desde luego, se hace casi imposible comprender a una nación o a un grupo, a través solamente de su propia historia. Por regla general, debemos preguntarnos: “ ¿Quienes fueron sus más influyentes maestros y qué aprendieron de ellos?” Tenemos otro ejemplo; el de los celosos y orgullosamente nacionalistas españoles. ¿Cómo vamos a com­ prender su carácter sin acordarnos de quienes con­ tribuyeron a formarlos? Al visitar una ciudad espa­ ñola, veréis y escucharéis dos cosas que apenas exis­ ten en ningún otro país de Europa. Una de ellas es la plaza de toros, único descendiente del anfiteatro romano. La otra es el cante flamenco, que debe ser quizás de origen árabe. Si estudiamos ciertos aspectos de una historia relativamente moderna, aprenderemos mucho más de los españoles cuando sepamos consi­ derarlos en relación con otros pueblos que influye­ ron en su formación. En el año 711, los árabes atravesaron el Estrecho de Gibraltar. Siete años más tarde, habían conquis­ tado casi toda la Península y procedían a cruzar los Pirineos. Exceptuando unos débiles focos de resis­ tencia en el Noroeste, toda España quedaba sojuzga­

da. Los españoles habían sido romanos y compar­ tido la cultura de éstos; pero desde la caída del Im­ perio de Occidente y la conquista del país por los bárbaros, su cultura fué en declive. En la época de la conquista, los árabes eran más civilizados y des­ de luego estaban dotados de un sistema más co­ herente. Amaban la música y la poesía, los hermosos atavíos y la fina arquitectura, los jardines y los her­ mosos muebles, la filosofía y una serie de refina­ mientos delicados. Al cabo de pocas generaciones, España se había hecho musulmana, e incluso los que continuaron profesando el Cristianismo adop­ taron muchas veces el atavío oriental, admiraban la estética y el modo de vivir de los árabes y se afana­ ban en escribir con los complicados caracteres ará­ bigos. Las consecuencias derivadas de todo ello son de­ masiado complejas para analizarlas aquí. Pero una de las más extrañas es la de que los árabes contri­ buyeron a crear la poesía lírica europea actual. Bajo el dominio árabe, se hablaban en España 110 menos de cinco idiomas, y sin duda alguna muchísimos más dialectos. Lo que ahora conocemos como idio­ ma español, tenía una forma tan imprecisa y nueva que 110 se le consideraba apto para crear literatura. Sin embargo, era — tal como lo es ahora — un idio­ ma sumamente vigoroso. La gente entonaba cancio­ nes compuestas en él y las adaptaba para baile. A veces, dichos poemas y canciones no quedaban con­ signados en caracteres escritos, por no considerárse­ les dignos de ello. Al parecer era preciso estilizarlos antes; es decir, constituían una especie de materia prima literaria. Hacia el año 900, un poeta árabe llamado Mueca

dam inventó una nueva lírica denominada muwashsliaha, que “ rompió las formas del clásico metro árabe y violó su pureza y su estilo” al introducir ver­ sos en árabe vulgar y en español. Lo que se estaba efectuando era una estilización de las tonadas popu­ lares. Se han encontrado algunos poemas hebreos de índole similar, escritos en el año 1100 aproxima­ damente, conteniendo primitivos versos en español, y cuartetas con el segundo y cuarto versos asonan­ tes, form a que antiguamente se creyó no conocida antes del siglo dieciséis. Se ha sugerido que la primera poesía lírica de la Europa meridional, iniciada de manera tan brusca hacia el año 1100 en Provenza con una breve colec­ ción de poemas por el conde de Poitiers Guiller­ mo IX, estaba basada realmente en poemas árabes, tanto por el estilo como por el asunto tratado, to­ mando de ellos la rima AAAB, las estrofas de cinco y siete versos, al refrán, los nombres imaginarios fe­ meninos (como Bel Esper) la atmósfera primaveral, los tópicos acerca de tormentos amorosos (llanto, in­ somnio, crueldad del ser amado, fuego interior, etc.) y la idea de que el amante es el esclavo del amado. Se ha señalado también que la conexión entre amor y filosofía y amor e idealismo no religioso, pero casi místico, penetró en el mundo occidental a tra­ vés de los árabes. Una obra muy famosa sobre dicho tema es el Twaq de Ibn Hazm, escrita en 1022, que menciona a Platón y hace hincapié en los aspectos más espirituales y elevados del amor. *





Cualquier estudio detallado de la conexión entre culturas y migración de ideas, deberá, sin duda, to-

mar en consideración cierto ángulo de convergencia. Será preciso preguntarse si las dos culturas en con­ tacto tienen mucho o poco en común, y en este últi­ mo caso, se señalarán las discordancias y contrarie­ dades ocasionadas por tal circunstancia. Es sin duda la gran abertura de dicho ángulo de convergencia la que ocasiona la situación desgraciada en que se en­ cuentran los negros, dentro de toda sociedad predo­ minante blanca. Pero el asunto en cuestión puede ser estudiado bajo un punto de vista quizás menos delicado remitiéndonos por ejemplo a la asociación entre españoles e indios. En Norteamérica, indios y blancos no se han absorbido. En ciertas ocasiones los indios fueron asimilados, otras, se les aisló en reservas; muy raras veces se han mezclado a la p o­ blación blanca, para producir algo nuevo y armo­ nioso. En cambio, dicha mezcla se produjo en la América española, aunque no de manera completa. Reflexionemos. Los españoles tienen en su cul­ tura muchos rasgos que, por pura coincidencia, p o­ seían también los indios, y también otros que alte­ raron la cultura india, aunque sin destruirla por completo. Tales son los siguientes: valor, desprecio a la muerte, fascinación por ella, reticencia, que­ brantada a veces por desenfrenada retórica o exce­ siva jactancia, profundo sentido religioso, cierto to­ que de crueldad en su carácter, dulcificado, con fre­ cuencia, por el Cristianismo (recordemos los peni­ tentes), crudo realismo, equilibrio por un misticismo de gran elevación. En otras cosas, ambas poblaciones diferian pro­ fundamente, pero existía entre ambas una base de coincidencias espirituales. Y el resultado fué que, así como Roma penetró en España convirtiéndola en

algo distinto a lo que era, del mismo modo España penetró en la América india, cambiándola por com ­ pleto. Quizás la transformación no sea todavía total, pero de todos modos, se halla en curso. Y no es erró­ neo reconocer que dos de los mejores poemas escri­ tos acerca de los indios, lo fueron en idioma espa­ ñol. Nos referimos a la “ Araucana” , de Ercilla, y al “ Martín Fierro” de Hernández. En cuanto a la mú­ sica del mejicano Carlos Chavez, muestra una pro­ funda participación de ambas culturas. *





Echemos una ojeada retrospectiva, a fin de com ­ probar hasta donde hemos llegado. Empezamos diciendo que la Historia es el estudio de los seres humanos a través de un análisis de su pasado. Preguntamos luego qué aspectos del pasado eran dignos de estudiarse, y convinimos en que la Historia se escribía especialmente a base de las re­ laciones entre grupos humanos. Proseguimos preguntándonos cómo deben ser descritas semejantes relaciones. La mayoría de los libros de Historia tratan de ellas en términos de po­ derío. Pero la competición no explica todos o la mayoría de los destinos del hombre. Otros las con­ sideran desde el punto de vista de los intereses eco­ nómicos; pero ello constituye asimismo una visión inadecuada del pasado. Sugerimos entonces que una de las relaciones más importantes entre grupos era la de tipo educa­ tivo, y que gran parte de la Historia puede ser con­ siderada en términos de movimiento de ideas de un grupo a otro.

Buscando ejemplos al anterior aserto, vimos que el Japón fué progresando gracias al estudio y la asi­ m ilación de ideas extranjeras. Y observamos tam­ bién que dicho país dió tan importante paso tres ve­ ces: una en la oscura época del siglo séptimo, otra en el siglo diecinueve, y una tercera en el veinte, bajo tutela americana. Otro ejemplo lo aportó Turquía. Y el tercero lo fue la antigua Roma, convertida en discípula de Grecia. Luego vimos también como Roma transmi­ tió sus conocimientos a los bárbaros. Finalmente echamos una ojeada a la asociación educativa entre los árabes y España. Y entre los es­ pañoles y los indios americanos. No cabe duda de que, dentro de la esfera de lo político y lo social, podrían hallarse otros muchos ejemplos de movimiento de ideas entre grupos na­ cionales o raciales. Pero por el momento, bastará con los ya mencionados. Entretanto resultará esti­ mulante examinar la historia humana desde dicho punto de vista. Existen muchas clases de mapas. Algunos mues­ tran simplemente los países y razas que forman el mundo, inmóviles y teñidos de diversos colores, co­ locados de tal forma, que parece no existir comuni­ cación alguna entre ellos, separados por rígidas fron­ teras. Otros muestran la dirección de las corrientes marinas y de los vientos, o las fluctuaciones constan­ tes de temperatura que afectan a los diversos países. Con más claridad que los mapas políticos, nos de­ muestran estos últimos que vivimos en una unidad planetaria. Considerar el movimiento de las ideas a través del mundo viene a ser, hasta cierto punto, confec-

cionar un nuevo mapa, en el que distinguiríamos distintos países conectados por invisibles senderos, corrientes intelectuales que se moverían por extra­ ños senderos alrededor del globo, uniendo las men­ tes humanas, tan diferentes entre sí, para form ar con ellas algo parecido a una única, poderosa y so­ brehumana Razón, como si la tierra pensara por sí misma.

B IB L IO G R A F IA W. E . G riffis: The Japanese Nation in Evolution. New Y ork , 1907. J . H. Gubbins: The Making of M odern Japan. London, 1920. D. Keene: The Japanese Discovery of Europe. London, 1952. R . Menéndcz Pidal: “ Los Orígenes de la Literatura Romance vistos bajo la luz de un reciente descubrimiento” , M easure 2. (19.51), 428-41. A . R. N y k l: Hispano-Arabic Poetry and its Relations with the Old French Troubadours. Baltimore, 1936.

Ill RELIGION Y ARTE

La religión es una de las fuentes primitivas de la creación y el sentimiento artísticos. En todos los países del mundo, desde las pagodas de China a las estatuas de Méjico, la mayoría de los trabajos reali­ zados con sensibilidad y fuerza emotiva, lo fueron en homenaje y servicio de la Divinidad. No es posi­ ble examinar ninguna religión; con todo su empuje o su debilidad, sin apreciar el arte que ha originado entre sus seguidores. Los robustos y sencillos him­ nos de la Iglesia protestante, los grandiosos altares barrocos de los católicos romanos, las vastas y som­ brías imágenes de la Iglesia ortodoxa griega, expre­ san tres diferentes, y me atrevería a decir, tres igual­ mente valiosos factores de la Cristiandad. Sin embargo, existen religiones que no han en­ contrado una expresión artística adecuada, ya sea porque los artistas no lograron desarrollar suficien­ te habilidad técnica, o a causa de alguna deficiencia espiritual, alguna inhibición o contradicción en las mentes de los fieles. Otras veces una religión ha fra­ casado en el empeño de encontrar expresión artísti­ ca durante largo tiempo, para hallarla más adelante,

bajo el impulso de alguna idea o estímulo exterior. Uno de los más asombrosos ejemplos de lo que aca­ bamos de indicar, y que al propio tiempo ilustra de modo adecuado el tema de la migración de las ideas, lo aporta el arte del Budismo. Existe actualmente un gran arte budista: esta­ tuas, frisos, pinturas, templos y decorados, en los que se representan diversas etapas de la historia de Buda, y que abundan en el Lejano Oriente. Todo visitante de cualquier museo occidental, habrá visto también, al menos, una imagen de Buda con su aire tranquilo, sus ropajes cuidadosamente recogidos, y un rostro y compostura que expresan la más com­ pleta paz. Pero durante los primeros cinco siglos de budismo, no existió semejante arte, y su aparición constituyó una novedad, ocasionada por la impor­ tación de ideas griegas. El budismo, a semejanza del islamismo, es una religión muy elevada, que se creó dentro de un cli­ ma de politeísmo. También enseña la paz, la cari­ dad, la certeza de ciertas verdades y la justicia eterna. Buda fué un príncipe de la India septentrional, que vivió entre los años 563 y 483 antes de Jesucristo. Se llamaba en realidad Siddattha Gautana, y era primogénito del jefe de la tribu de los Sakyas, que habitaba al noroeste de Oudh. Buda es un título que significa “ sabio” . Cuando todavía era joven, partió de su hogar, abandonando a su mujer y a su hijo, y renunció a su deber de sucesión con el único fin de encontrar un medio de elevarse sobre el cons­ tante fluir de los deseos y los destinos humanos. Du­ rante muchos años, practicó las terribles austerida­ des de los místicos indúes, pero más tarde las aban donó, considerándolas inútiles. Atravesó un proion-

gado período de soledad, tentaciones y dudas, pero luego, tras tremendos esfuerzos mentales y anímicos, logró alcanzar la Sabiduría. Ideó un nuevo evange­ lio, un sistema de vida que abarcaba ética y reli­ gión, y cuyo objeto era lograr la perfecta tranquili­ dad del alma, y lo estuvo enseñando durante mu­ chos años, recorriendo el Norte de la India en com­ pañía de un grupo de discípulos. Falleció, ya viejo, en'una atmósfera de calma, similar a aquella en que había vivido. Después de su muerte, las tradiciones de su exis­ tencia y obras empezaron a convertirse en un am­ plio evangelio, elaborado de acuerdo con la fértil imaginación oriental. Se atesoraron reliquias de su existencia terrena, se levantaron capillas, ermitas y monasterios, decorados con recuerdos del “ Sabio” . Pero durante varios siglos ningún artista se atrevió a retratar al propio Buda. ¿Por qué? Resulta difícil saberlo. Foucher, que conocía el arte y el pensamien­ to orientales m ejor que ningún otro crítico, sugirió que quizás fuera debido a “ no haberse adoptado tal costumbre” . Pero quizás ello no resulte del todo co­ rrecto. Acaso la única razón resida en el hecho de que fuese casi imposible retratar a Buda. Porque aunque algo más que un hombre, no llegaba a ser dios. Enseñó a practicar la meditación, la abstinen­ cia y la paz. Mas tales preceptos son difíciles de re­ presentar por medio de la pintura o la escultura. De todos modos, es cierto que, al menos durante qui­ nientos años después de su muerte, ni su cara ni su rostro aparecieron representados en el arte budista. Y ello resulta extraño. Pero aún lo es más que los artistas hindúes, representaran con, frecuencia es­ cenas de su vida y enseñanzas, llenas de figuras, en

las que deliberadamente falta Buda, aun cuando de­ biera ocupar el lugar predominante. Por ejemplo, existe en Saclii un friso que repre­ senta la dramática escena en la que el joven prín­ cipe abandona su casa para siempre. Se ve a su ca­ ballo y a las deidades que le ayudaron a escapar, pero él no está. La silla aparece vacía. Tanto en esta como en otras escenas de la primitiva existencia de Buda como tal, no figura la imagen de éste. Todo lo más, vemos las huellas de sus pies — “ transcripción ideográfica directa de la fórmula usada en la India para designar a una persona respetable” — o la som­ brilla, emblema de su rango principesco, o un trono vacío, al que presta homenaje algún devoto, o la Rueda de la Ley, símbolo de sus enseñanzas. Pero nada más. De pronto, en un rincón del mundo budista, sur­ ge, inesperadamente, una numerosa e impresionan­ te colección de esculturas agrupadas alrededor de veraces y en ocasiones hermosos retratos de Buda. En vez de un trono vacío, vemos una figura humana, noble y reflexiva. En vez de una silla sin jinete, apa­ rece un joven príncipe cabalgando en su corcel. Ora sólo, ora rodeado de sus discípulos, la imagen de Buda queda por fin perpetuada. Cabe preguntarse ¿dónde se inició tan súbito cambio, y quién fué el autor del mismo? Todas esas esculturas proceden de un país que en otros tiempos practicaba el budismo, pero que ahora es mahometano; un país que durante siglos parece haberse vuelto menos fértil y populoso y que, desde luego, ha cambiado su idioma y probablemente tam­ bién su carácter racial. Se le llamaba Gandhára y se encuentra situado en el extremo noroeste del Pa­

kistán, bordeando el Afganistán y Cachemira. Es tierra de suaves y polvorientas colinas y de valles rocosos, entre Peshawar y Lahore. Su nombre pu­ diera perpetuarse bajo la denominación de Kan­ dahar. Más de cien años después de la muerte de Buda, llegó a esta tierra Alejandro el Grande. Y hacia el siglo segundo antes de Jesucristo, fué invadida y conquistada por príncipes griegos que avanzaban desde el Oriente Medio, y que establecieron un rei­ no, especie de encrujicaja en la que la civilización helénica tropezó y se mezcló luego con la cultura de las inmensas llanuras asiáticas, e incluso con las ci­ vilizaciones de la India. A lo que parece, incluso después de que los príncipes helenos originales hu­ bieron desaparecido, el reino de Gandhára continuó en contacto con el mundo griego de la imaginación y el pensamiento, a través de los territorios del Oriente Medio. Fué en este lugar y bajo el impulso de conceptos helénicos sobre arte y religión, donde se realizaron las primeras esculturas de Buda, y desde alli se es­ parcieron por el resto de Oriente. La fecha en que se produjo el fenómeno sigue siendo dudosa, pero las opiniones m ejor informadas señalan el siglo segun­ do de la Era Cristiana, período en el que los ideales estéticos de los griegos se extendían por el Imperio Romano, llegando hasta Bretaña, Rumania y el norte de Alemania, y recorrían el Oriente Medio; un siglo próspero y feliz. Los nombres de los artistas que iniciaron dicho revolucionario cambio nos son desconocidos, pero sabemos más o menos de quién se trata. Debieron ser griegos, o gente educada en Grecia o simpatizante con dicho país, iniciados en

el budismo (1). Les había sido encargada la tarea de representar al “ Sabio” como ser humano y sobre­ humano, y si pudieron llevarla a buen término, fué por pensar como griegos. La religión griega se dife­ renciaba de la mayoría de las demás de la antigüe­ dad en que era casi completamente antropomorfa. Los egipcios adoraban dioses con cabeza de animal; otros pueblos adoraban al sol o los planetas, o, como los romanos, personificaciones incapaces de ser re­ presentadas de manera plástica; pero los dioses de losg riegos eran humanos en forma y sobrehumanos en poder y belleza. En consecuencia, las primeras estatuas de Buda lo representan de manera clarísima, no como sabio oriental, sino como un dios Apolo. No lleva la ca­ beza rapada, sino cubierta de abundante y ondulado pelo, anudado en un moño, exactamente igual que el Apolo de Belvedere. La túnica le cae en airosos pliegues, como en las estatuas griegas, y en cuanto a su expresión... ¡ah! este es el detalle más revela­ dor de todos, porque en estas primitivas estatuas apa­ rece con los ojos abiertos y los labios curvados, co­ m o si fuera a sonreír, con la graciosa y serena ex­ presión de Apolo, el dios de la belleza masculina, de la salud, de la luz y de la sabiduría. La única traza de carácter oriental en semejantes estatuas se encuentra en los lóbulos de las orejas, perforados, alargados como demostrando haberse despojado de los pendientes que formaban parte de sus adornos principescos. A veces aparece con la cabeza rodeada de un halo o nimbo, detalle que no se encuentra en las estatuas puramente hindúes y budistas, y desde (i) Soper sugiere que Antonino Pío mandó un maestro escultor a Peshawar, tras haber recibido a una misión de “ indios" (ver Aurelio Víctor, 15).

luego, mucho más en consonancia con una deidad de la luz, com o Apolo. Pero existen Otras representaciones de Buda no calcadas sobre modelo de los dioses helenos» En ellos aparece como un joven erecto, en actitud me­ ditativa. Lleva una larga túnica hábilmente plegada, de m odo a dejar al descubierto el brazo y el hom­ bro derechos. El brazo aparece doblado como si de un momento a otro fuera a accionar en ademán per­ suasivo. Vemos en seguida que ha sido modelado de acuerdo con otro tipo griego: el del intelectual — maestro, orador o filósofo — semejante al Sófo­ cles del Museo Laterano o al famoso retrato de Demóstenes. Además de estos retratos individuales, existen muchas esculturas \de Gandhára que muestran a Buda acompañado de seres humanos y deidades. Una de ellas muestra una comitiva similar a aquellas en que los artistas primitivos mostraban el caballo con la silla vacía. Pero aquí, Buda aparece a caballo, rodeado de deidades, en armonioso grupo, mostran­ do todas ellas la suave sonrisa de los dioses griegos. Al contemplar dicha escena, nos damos cuenta de que está inspirada por otro tipo de arte occidental, esta vez greco-romano. Tanto en composición como en actitudes y estilo, aparece modelada según esos relieves que nos muestran la llegada triunfal o la partida de un emperador romano. Y lo extraño es que existe también un sarcófago cristiano del siglo cuarto, que muestra en sus dados una procesión si­ milar. Pero iaquí el tema es el de Jesucristo entrando en Jerusalén el Domingo de Ramos. En otros episo­ dios de la historia de Buda, vemos cómo los esculto­ res se inspiraron en la vida de los emperadores ro-

manos, ejecutando su trabajo con gusto y técnica helénicos. Cierta vez, Buda convirtió a un asesino, Angulimalya, que se puso de rodillas ante el maes­ tro, inclinando la cabeza hasta el suelo. Al contem­ plar la escena, recordamos inmediatamente al bár­ baro postrado ante el conquistador romano, en un relieve del Arco de Constantino (1). Algunas de estas semejanzas pueden ser mera coincidencia, pero, en conjunto, se trata de algo ab­ solutamente convincente. Los críticos señalan otras muchas muestras de la influencia helénica en sus co­ legas hindúes. Fué también de los griegos de quienes los hindúes aprendieron a introducir simetría en sus relieves, y a dejar espacios vacíos, que prestaran cierta sensación de atmósfera y de distancia a las es­ cenas. De ellos aprendieron cómo trabajar la pie­ dra, ya que sus primitivos relieves apenas son más que pinturas transferidas a la materia sólida; en cambio, luego adquirieron esos conceptos de solidez y de volumen, de aire y de luz que constituyen la esencia de la escultura griega. Muchas figuras y elementos escultóricos hallados en el distrito de Gandhára parecen casi griegos de manera total, sin casi elementos orientales. Hay co­ lumnas con capiteles corintos; a veces aparecen fi­ guritas entre las hojas de acanto, como en los capi­ teles de los baños de Caracalla, en Roma. En algu­ nos frisos, niños y deidades juveniles transportan una larga y ondulante guirnalda, que subraya una de las escenas de la vida de Buda, y otros de dichos (x U n experto ha medido algunos de los B u d a s más notables, encon­ trando que la m ayqría de ellos están tallados en la peculiar proporción de cinco cabezas como altu ra total, es decir, la m isma que la de las estatuas ro­ manas del período de Constantino. S u propósito no es otro que el de concen­ tra r la atención en la cabeza del personaje representado, y no en su cuerpo.

niños lucen un halo alrededor de la cabeza. Quizás en la India tengan algún nombre divino; pero se les identifica en seguida como cupidos. Existe un re­ lieve que muestra a dos hombres armados, una mu­ jer aterrorizada y un caballo sobre ruedas que se mueve en dirección a una ciudad amurallada. No se hace difícil reconocer a Troya y al célebre caba­ llo de madera, y a Sinón y a Lacoonte, aunque la voluptuosa figura femenina de esbelta cintura y am­ plias caderas, se parece más a una princesa india que a Cassandra. Hay comitivas con bacantes que danzan al com­ pás de címbalos y el beodo dios Sileno cabalgando entre ellas. Tal detalle nos recuerda que, según la leyenda, el propio dios Dionisos, pasó a la India pa­ ra enseñar a sus habitantes el uso del vino. Resulta extraño hallar en un pais tan alejado del mar, un friso con dioses marinos, remos y delfines. Y aún más, distinguir monstruos marinos, de cariz humano y animal, tales como caballos alados con cola de dragón, que representan el poder de las olas, y trito­ nes o ictiocentauros, barbudos, hirsutos y con cola de dragón, que en el Mediterráneo tocarían sus ca­ racolas cubiertas de algas, pero que transportados a la tierra del misticismo religioso, se arrodillan ante. Buda uniendo sus manos en el gesto típico hindú de reverencia. Una vez aceptada — como no puede menos de ocurrir con cualquier observador desapasionado — la influencia griega en las esculturas de Gandhára, podemos apreciarla de manera continua. Un asesi­ no apoyado en su maza, nos recuerda a Hércules; un espíritu del aire, con el fuerte torso desnudo y la barba encrespada, nos hace evocar a Hércules y a

Atlas; un Bodhisattva, o encarnación primitiva de Buda, queda plasmado en un joven de cabeza incli­ nada, adornado con guirnaldas, en el que reconoce­ mos a Antinoo. Fué desde este centro que se difundió ampliamente al mundo budista la imagen esculpida de Buda, que, como es natural, cambió el aspecto conforme se in­ trodujo en distintos países: Ceilán, Japón, el sur de la India, China y el Tibet. Resulta instructivo obser­ var los cambios que le afectaron en el arte hindú tardío. Los escultores nunca se atrevieron a supri­ mir el pelo de que le dotaron los primitivos artistas griegos; pero lo estilizaron, reduciéndolo a unos ri­ zos, a la vez que reducían los pliegues de su túnica, como si en vez de la lana helénica estuviera confec­ cionada con algodón oriental, y la ciñeron a su cuer­ po, con lo que perdió parte del bello efecto primitivo, conseguido por los griegos al tratar de distinta ma­ nera la tela y la carne que se esconde bajo ella. Lo representaron más corpulento, y lo colocaron senta­ do sobre una flor de loto, convirtiéndolo en algo muy similar a un gigantesco ídolo. Y, detalle más signifi­ cativo aún, variaron los ojos, que antes contempla­ ban tranquilos el mundo desde un rostro apolíneo, y quedaban ahora convertidos en dos rendijas medi­ tativas, ausentes y desapasionadas Mas a pesar de tales cambios, las fórmulas ico­ nográficas puestas en práctica por los primitivos es­ cultores de Gandhára, se conservan hasta centenares de años después, en lugares situados a miles de ki­ lómetros de distancia. E incluso en la cara de un Buda chino se pueden distinguir trazos de la antigua deidad griega o entrever cierta gracia helénica en los pliegues de la túnica, o — y esto es aún más ex­

traño — observar en la “ colina de la sabiduría” que surge en la parte superior de su cabeza, una remi­ niscencia del abundante cabello anudado del joven Apolo. Ello aporta, pues, un dato convincente acerca de la transmisión de las ideas, tanto en la religión como en el arte. Fueron los griegos quienes hicieron posi­ ble a los hindúes contemplar la forma terrena de su Salvador, y como consecuencia, ayudaron al desarro­ llo del budismo, que de filosofía (“ hinayana”) con­ virtióse eii religión (“ mahayana”), proporcionando un poderoso vehículo para propagar esta última por todo el mundo del Lejano Oriente. *



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Pero alejémonos ahora de aquellas regiones orien­ tales y pasemos a Occidente. Hallaremos que fueron también los griegos quienes hicieron posible la re­ presentación artística de nuestro Salvador, así co­ mo los incidentes de su vida y leyenda. No hace mu­ cho tiempo, una expedición alemana en el Asia Cen­ tral descubrió en la zona de Gandhára, un pequeño grupo escultórico representando a un vigoroso varón con las piernas desnudas hasta medio muslo, trans­ portando la figura de un niño sobre los hombros. Basándose en la literatura del país, se le identificó rápidamente como al dios de la riqueza, Pancíka, tal como lo adoraban sus fieles de la India. Pero si lo contemplamos con ojos cristianos lo identifica­ mos en seguida como otro grupo de figuras sagra­ das: el que componen San Cristóbal y el Niño Jesús, al que transporta sobre sus hombros en el momento de atravesar un río, y que con tanta frecuencia ha

sido grabada en medallas. Si realizamos un ulterior esfuerzo de imaginación y contemplamos la escena con ojos de pagano o de historiador de Arte, cosas ambas que suelen caminar unidas, distinguiremos lo que el grupo representó en sus orígenes: a Hermes o Hércules transportando al niño Dionisos. El mis­ mo tema, la misma disposición, idéntica idea, pro­ pagada tanto hacia Oriente como hacia Occidente, y adoptada por diferentes religiones a causa de su belleza y su fuerza emotiva. Aunque lo que sigue quizás no entre por com­ pleto en nuestros planes, resulta tan asombroso e in­ teresante, que bien merece un poco de atención. Los primitivos cristianos no tenían idea de la apariencia de Jesús, y aparte de la tradición inherente a la mi­ lagrosa imagen de la Verónica, no poseían ningún grabado ni dibujo suyo. Sin embargo, no cesaban de preguntarse cómo habría sido en realidad. Algunos dudaban sobre si sería correcto trazar una imagen de Jesús. Por cierto que dicha duda, basada hasta cierto punto en el segundo mandamiento, contra la confección de imágenes, condujo a la terrible dispu­ ta, en la que los iconoclastas casi acabaron con el Imperio Bizantino. No sabemos qué les impulsó a representar de for­ ma plástica la figura de Jesús y los episodios de la Historia Sagrada, pero bien pudo ser la decadencia del judaismo y el cada vez más fuerte influjo de los ideales griegos sobre la Iglesia primitiva. (Este mis­ mo movimiento puede ser observado en el desarro­ llo de la himnología, la oratoria y la filosofía tam­ bién cristianas. Se encuentra asimismo en la trans­ formación del ritual cristiano, en el que la mesa de la comunión quedó convertida en altar, uno de los

fieles en sacerdote, y la propia comunicación en un “ misterio” en el que no todos participaban de idén­ tica manera y que en ciertas iglesias tiene lugar tras un velo, puerta o cortina, reemplazando así la idea de una cómunión fraternal por un ceremonial anti­ guo.) Por eso las primeras esculturas y pinturas cris­ tianas que han llegado hasta nosotros, procedentes de los primitivos tiempos, son paganas, tanto en su planeamiento como en su ejecución. El ejemplo más obvio es el del ángel cristiano. Ya sabemos que se trata de un ser de luengos cabe­ llos, flotantes ropajes y amplías alas, cuyo aspecto general tiene más de femenino que de masculino. Los ángeles no aparecen descritos en el Evangelio; su nombre significa allí tan sólo “ mensajero” y su sexo es masculino. ¿Por qué pues este cambio? Pro­ cede de la poesía y la escultura paganas griegas, por­ que el ángel actual no es ni más ni menos que la Victoria alada. Los santos y personajes divinos del arte cristiano llevan casi todos un halo luminoso alrededor de la cabeza. En la Biblia no se habla de ellos. En momen­ tos de glorificación, la figura entera aparece rodea­ da o impregnada de luz. Es ese nimbo que no falta en la escultura pagana y que, como ya hemos visto, trasladóse a Oriente para situarse también sobre la cabeza de Buda. La misma figura de Jesús apenas podía ser con­ cebida por un artista cristiano greco-romano, como la de un rabí. Los artistas rebuscaron entre los tipos clásicos, encontrando uno adecuado. Existen imá­ genes de Jesús en las que aparece con un cordero sobre los hombros, en su personificación del Buen Pastor. Son adaptaciones de primitivos retratos del

dios Hermes protector de los rebaños y de los pas­ tores, con un cordero sobre los hombros. Pero Je­ sús era también el Logos, la voz de la Razón, el Maestro inimitable, y por ello fué representado con los ropajes y la actitud de un maestro griego. Sin embargo, ninguna de dichas actitudes mostraba cla­ ramente su poder para operar milagros. Y en conse­ cuencia aparece, en las catacumbas, sentado, rodea­ do de animales encantados, a la manera de Orfeo, músico, poeta, autor de maravillosos sucesos y fun­ dador de una religión mística. De este modo empezó el largo proceso de inter­ penetración del arte pagano y el cristiano. Y así continuó durante siglos, hasta mil años después, cuando fué descubierto Lacoonte. El Ticiano adop­ taría entonces la pose de uno de los moribundos jóvenes troyanos para su pintura de San Sebastián, y el Greco usaría, aunque distorsionadas a su mane­ ra característica, las de las tres figuras para un me­ morable cuadro de la Resurrección de Nuestro Se­ ñor. Un arte sin tradición viene a ser a la manera de una planta desprovista de tierra fértil y abun­ dante. *

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Este mundo ha presenciado el paso de muchos y maravillosos maestros, pero entre los más asombro­ sos de todos, debemos contar a los misioneros de distintas religiones. Y los más sorprendentes proce­ sos educativos son aquellos que se pusieron en prác­ tica tras de la introducción de extrañas y distantes religiones en un grupo nacional, completamente aje­ no a ellas, pero que, sin embargo, supo utilizarlas y

asimilarlas. Podría escribirse un hermoso volumen sobre las misiones, no sólo cristianas sino también de otras religiones elevadas, y aun de filosofías co­ mo el estoicismo. Sus miembros pueden considerar­ se como hombres inspiradores, santos y héroes. No todos los misioneros del mundo se han mos­ trado igualmente eficaces en la transmisión de las ideas religiosas. Un cuidadoso estudio de las activi­ dades misionales, revelaría ciertos principios gene­ rales, pero, por el momento, sólo indicaremos que todo misionero es portador de algo más que de los dogmas de su religión. No está sólo, sino que forma parte de un grupo o colectividad; agradece la asimi­ lación de sus ideas a la sociedad receptora de las mismas, pero mantiene sobre ella cierto dominio, intelectual o social. Extrae continua inspiración de la sociedad madre; se beneficia de la competencia, pero fracasa cuando ésta es demasiado fuerte. Por ejemplo, los misioneros católicos de origen irlandésamericano en los pueblos indios no consiguen efec­ tos apreciables. Sin embargo, existen datos acerca de iroqueses cristianos convirtiendo a grupos ente­ ros de indios de tribus distintas, tan sólo por contac­ to, a causa de que éste ejercía efectos mucho más completos. Podríamos describir la tarea de los misioneros nestorianos (sirios) que realizaron tan asombrosos viajes por todo el Lejano Oriente, desde su tierra en Siria, durante el período que se extiende entre la caída del Imperio romano y el Renacimiento (hubo un tiempo en que fueron la única Iglesia cristiana oriental empeñada por dos veces consecutivas en ci­ vilizar a los chinos) pero que fracasaron, quizás de­ bido a los ataques constantes contra su Iglesia y las

dificultades de comunicación. Pero como ejemplo de eficacia en la transmisión de ideas, hay que citar en primer término a los misioneros jesuítas y budis­ tas. Cada uno de estos dos pequeños grupos trans­ formó el mundo; cada uno de sus miembros, ha lo­ grado efectos muy superiores a los del hombre co­ rriente. El budismo empezó como un pequeño credo filo­ sófico limitado al norte de la India, sin doctrina es­ crita ni iglesia organizada, e impregnado de un quie­ tismo que le hubiera impedido toda difusión como ocurrió con otros muchos. Al parecer, fué la conver­ sión del rey Asoka (250 a.d.J. ?) lo que originó su expansión hasta convertirlo en religión de alcance mundial, posición que aún conserva, aunque en su país de origen haya quedado postergada. Se dice que la isla de Ceilán fué convertida por el hijo de Asoka, Mahinda. Aún se conserva allí un importante templo budista. China no se convirtió nunca. Pero el budismo pe­ netró en ella y aún sigue allí. En el año 62, según cuenta la tradición, el emperador Ming-Ti soñó en un Hombre de Oro y mandó una embajada hacia Occidente para que averiguase quién era. La emba­ jada regresó con dos monjes que predicaron no sólo budismo sino también Astronomía y, al parecer, die­ ron a conocer el sistema de numeración decimal. A partir de entonces, los peregrinos chinos continua­ ron yendo a la India, de donde se trajeron libros para su traducción. Entre aquellos se cuenta HsüanGh’uang que transportó a la patria toda una biblio­ teca en sánscrito, cuyos volúmenes se ocupó en tra­ ducir al chino, durante los últimos diecinueve años de su vida.

El budismo llegó al Japón a través de Corea, en el siglo sexto de la era cristiana. Se dice que el pri­ mer misionero fué un monje chino llamado Shiba Tachito, que desembarcó en el país, erigió un tem­ plo y prosiguió adorando a Buda, él sólo, durante muchos años, hasta que otras misiones aportaron un mayor conocimiento del budismo, y ayudaron a que dichas creencias fueran aceptadas. En cuanto a los efectos de tal religión en otros países, resultan a la vez fáciles y difíciles de definir. Evidentemente, el budismo ha producido un tremen­ do despliegue de arquitectura, tanto buena como mala, así como una evidente alteración de la socie­ dad, al apartar a millares de hombres y mujeres de su existencia secular, para internarlos en monaste­ rios para ambos sexos. Además, los historiadores señalan múltiples cam­ bios en el arte y la poesía de China y Japón, que deben achacarse al budismo. Por ejemplo, aseguran que la pintura en serie se inventó para multiplicar los textos sagrados. Y afirman también de manera terminante, que el budismo produjo un nuevo y (des­ de el punto de vista mundano) extremadamente va­ lioso estilo en pintura: ese estilo místico, deliberada­ mente inadecuado, imaginativo, que se conoce tanto en la China como en el Japón. En este último país se llama Sumiye: es en blanco y negro, a tinta, ejecu­ tado sobre el papel más fino posible, e intencionada­ mente rápido, espontáneo e incompleto, como la propia vida. Se nos ha dicho también que fué el Budismo Zen el que inspiró la invención, o mejor, la revitalización, de la forma poética japonesa de 17 sílabas, o hciiku, llevada a cabo por Basho. Antes que él existió

un sólo método de jugar con las palabras, especie de epigrama, pero él lo convirtió'en una especie de ventanita abierta al Universo' (1). Los expertos atribu­ yen al Budismo Zen tanto la energía y el atrevimien­ to que imperan en la esgrima japonesa, como la pe­ culiar humildad y la quietud de los ceremoniosos tés, y explican que ambas cosas fueron enseñadas por los maestros Zen. Me pregunto si la calma y el pacifismo orientales, no deben atribuirse, al menos en parte, a las bene­ volentes enseñanzas del budismo. ¿Existe algún otro credo oriental, exceptuando el Islam, que haya ense­ ñado como él la supresión de deseos y pasiones, y la afabilidad universal, tanto hacia hombres como ha­ cia animales? ★



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La empresa misionera más amplia y eficaz pues­ ta en práctica por una orden cristiana fué, sin duda alguna, la de la Compañía de Jesús. Quedó abolida oficialmente al finalizar el siglo dieciocho, pero des­ de su rehabilitación se ha mostrado más emprende­ dora que nunca. En los dos primeros siglos de su exis­ tencia cambió la historia del planeta. Fué la prime­ ra sociedad misionera de alcance úniversal, porque sus emisarios llegaron hasta el Japón, por Oriente, y la costa americana del Pacífico, hacia Occidente. ( i ) H e aquí algunos ejem plos: “ É l grito del saltamontes no indica que éste liaya de m orir pronto” (Basho). “ Bendito sea el pordiosero que lleva el cielo y la tierra como atavíos esti­ v a le s ” (K ik a k u ). “ D isfru té del fresco de la tarde con quien no expresa todo cuanto p ien sa” (H yak u ch i). “ L a s piedras que form an el fondo de esta fuen te cristalin a parecen m overse” (Soseki). “ i Oh! E s el calor del estío, el que ocasiona mi delgadez” , respondí rom­ piendo a llo ra r” (K ig in ). “ Los pájaros que cantan entre flores se ríen de los hombres que no son dueños de su tiem po” (Sho-u).

Formó una de las organizaciones educativas más poderosas que se dieron en el mundo, ya que Jo mis­ mo ha educado a un noble francés, que a un jefe indio, que al hijo de un mandarín chino o de un terra­ teniente polaco, utilizando idéntico tacto y afabili­ dad, y tendiendo aproximadamente hacia los mis­ mos fines. He aquí dos pruebas de la eficacia de los maes­ tros jesuítas: estuvieron a punto de convertir a una de las comunidades más civilizadas del mundo—los chinos— y a una de las menos civilizadas: los in­ dios de Sudamérica. La historia de dicha casi conversión de China es bien conocida: los misioneros empezaron por apren­ der el idioma del país, y luego las artes, la poesía y la filosofía vernáculas. Más tarde fueron penetrando en aquél poco a poco, con infinitos tacto y precau­ ción, explicando siempre que se encontraban allí tan sólo para ampliar sus conocimientos de la cul­ tura china. Se definieron como sabios, en primer lu­ gar, como astrónomos, porque los chinos estaban muy preocupados con su calendario, y establecieron un observatorio en la capital. Se mezclaron a la civi­ lización nativa para irla transformando poco a poco. Uno de ellos se convirtió en pintor famoso; otro con­ siguió el cargo, de tutor imperial. También en el Ja­ pón obtuvieron gran éxito. Y si a la larga fracasa­ ron, fué más por las intrigas de otras órdenes que por deficiencias en su técnica educativa, que rara vez ha sido igualada. Los buenos maestros no son siempre buenos diplomáticos. De modo similar, en las tierras sudamericanas, que forman actualmente la Argentina, Uruguay y Paraguay, los jesuítas se presentaron junto con los

primeros colonizadore. Educaron a los salvajes in­ dios, aprendieron su lengua y ayudándoles a esta­ blecer una existencia más cómoda, ordenada y vir­ tuosa. Luego iniciaron la tarea de erigir una nueva civilización. Fundaron pueblos, exploraron territo­ rios desconocidos y trazaron mapas de los mismos; introdujeron eficaces métodos de agricultura y ga­ nadería; escribieron gramáticas de las lenguas na­ tivas y los correspondientes diccionarios; botaniza­ ron, descubriendo las propiedades ocultas de las plantas; estudiaron el tiempo y establecieron obser­ vatorios; enseñaron a construir casas e iglesias, a ta­ llar la madera, a pintar y a hacer música (un siglo más tarde, cierto viajero por el Perú, escuchó cómo los indios seguían entonando las canciones y bailan­ do las danzas que les habían enseñado los jesuítas); organizaron a los nativos de modo que supieran re­ sistir los ataques de los tratantes de esclavos del Bra­ sil, formando incluso un ejército regular y fundien­ do cañones. Las ruinas de las obras erigidas por los jesuítas, siguen levantándose en territorios que, des­ de su partida, han vuelto a retroceder de manera ostensible, y al parecer han renunciado a la educa­ ción en favor de la independencia social y política o el aislacionismo. El complejo asunto de la mezcla de culturas, apa­ rece a veces complicado por el sentimentalismo. Re­ cuerdo que, en cierta ocasión, un estudiante me dijo que la tarea misional era “ equivocada” porque “ se interfería” en el normal desarrollo de un pueblo, o porque asumía que quienes mandan a los misione­ ros son “ mejores“ que aquellos a quienes son man­ dados. No es de la incumbencia del historiador efec­ tuar juicios morales de tal clase. Nos limitamos sim­

plemente a discutir lo que ocurrió y tratar de des­ cubrir cómo ocurrió. Pero, como individuos particu­ lares y como cristianos, podemos afirmar que el tra­ bajo misional ha resultado beneficioso cuando se ha ejercido desde una cultura superior sobre otra infe­ rior, y que es posible y aun necesario, dejar bien sentada la superioridad de algunas ideas sobre otras. Por ejemplo, uno de los cambios más drásticos efec­ tuados en una sociedad por la irrupción de nuevas ideas fué la conversión de los indios centro y sud­ americanos al Cristianismo, por españoles y portu­ gueses. Se nos dirá que dicha conversión no fué com­ pleta; que el Cristianismo indio aún retiene muchas facetas paganas; que fué “ impuesto” a los nativos; que alteró la “ auténtica naturaleza” de estos, etc., etc. Pero si recordamos la horrible religión de los mejica­ nos, con el sacrificio humano en gran escala, con sacerdotes que jamás se lavaban la sangre de las víctimas y que abrían el pecho de los jóvenes con una piedra afilada, para extrarle el palpitante co­ razón, y con el sacrificio de víctimas que eran des­ olladas vivas a un dios también desollado, no pode­ mos lamentar en modo alguno el cambio a una reli­ gión todo paz y caridad en la que la crueldad es un pecado y no una virtud positiva. ★

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Echemos una ojeada retrospectiva al tema que venimos debatiendo. En la parte ya tratada hemos examinado el movimiento de las ideas de un grupo a otro, en religión y arte. El primer gran ejemplo elegido, fué el de la tras­ lación de ideas y técnicas griegas a los mundos hin­

dú y oriental. Vimos como, al adoptar dichas ideas, los budistas pudieron obtener un nuevo concepto de su propia religión, y como ésta se extendió después por el Lejano Oriente. Otro ejemplo lo ha aportado la adopción de sím­ bolos paganos por el arte cristiano, aunque esta vez se trate de un movimiento efectuado dentro de una cultura,/más que de traslación de una cultura a otra. Un tercero lo constituye la tarea de los misione­ ros, y para ilustrarlo seleccionamos, por considerar­ la específicamente efectiva y dramática, la acción de los misioneros budistas y jesuítas. Existen otros campos de exploración en los que podríamos habernos internado. Citaremos, por ejem­ plo, el uso de las traducciones para la expansión de ideas, especialmente religiosas y filosóficas; los pro­ fundos efectos de la Biblia inglesa sobre el pensa­ miento británico y americano; la enorme influencia de la Biblia luterana en el pensamiento y la poesía alemanes; la constante actividad de los budistas chi­ nos, al traducir bibliotecas enteras de obras en sáns­ crito, con lo que enriquecieron su propio lenguaje; el paso de las obras de Platón del griego al árabe y de éste al latín de la Europa Occidental. Todo po­ dría ser discutido, y cabe señalar también que a ve­ ces, una nueva traducción, aun cuando sea mejor que la anterior, sigue actuando de estímulo para ini­ ciar nuevas reflexiones acerca del tema... tal como ocurre con las modernas traducciones de la Biblia. Podríamos haber dedicado provechosamente al­ gunas páginas a tocar un tema que rozamos sólo brevemente: la resurrección del arte griego y romano en las formas actuales, empezando por el Renaci­ miento, tras un olvido que se prolongó casi mil años.

Hubiéramos podido señalar el enorme ímpetu que prestó a la pintura, la escultura, la arquitectura y la decoración de interiores, el descubrimiento y la apre­ ciación cada vez mayor de todo lo relacionado con Grecia y Roma, desde los hermosos edificios griegos erigidos en el sur de los Estados Unidos, a las gra­ ciosas iglesias, particularmente griegas, levantadas en el Norte; desde el Arco de Triunfo de París a la Madeleine; de la cúpula de San Pablo al Capitolio; desde las esculturas de Bernini a las pinturas de Poussin; de David a Miguel Angel. Y quizás hubiera podido decirse también algo de los artistas viajeros, como los albañiles constructo­ res de las catedrales del medioevo, o de hombres como Durero o Stuart el “ ateniense” cuya visita a Atenas en 1762 inició el Renacimiento griego. Pero nos hemos limitado a indicar lo más esen­ cial de tema tan fascinante. Muchos artistas son ego­ ístas, algunos misioneros expresan ideas equivoca­ das, y muchos seres religiosos son de una mentali­ dad dolorosamente limitada. Y sin embargo, para nosotros, vulgares mortales, resulta una bendición el observar los movimientos del espíritu humano, pa­ sando de un grupo a otro a fin de lograr una apre­ ciación más fácil y completa de la belleza del mun­ do, y una comprensión más rica en matices, de lo divino que hay en nosotros y está por encima de nos­ otros. B IB L IO G R A F IA J. R . A lia n : “ A Tabula Ilia ca from G an d ára” , Journal o f H elletiic Studies, 66 (1946), 21-3. L . B achhofer: Early Indian Sculpture, P a rís, 1929. L . B in yon : “ Chinese A r t and B udh ism ” , Procedings o f the British Academ y, 22 (1936), 157 -75 ^ . H. Buch th al: “ T h e Common Classical Sources of Budhism and C hristian N a rra­ tiv e A r t ” , Journal o f the Royal A siatic Society (1943), 137-48; “ T h e W e s­

A. C. H. A. G. P.

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TECNICAS E IDEALES En los anteriores capítulos hemos tratado princi­ palmente de temas no materiales; de como se formó una nueva constitución nacional, de los métodos uti­ lizados para retratar a una gran figura religiosa, de temas poéticos y de tipos de actividad religiosa. El movimiento de las ideas puede quedar también de­ mostrado mencionando el modo singular en que re­ corre el mundo todo invento y toda nueva técnica en el uso de cosas materiales. También estos elemen­ tos contribuyen a cambiar el curso de la historia. Uno de tales inventos es!el papel. Descubierto por el chino Ts’ ai Lun, en el año 105 de nuestra era, in­ mediatamente proporcionó tremendo impulso a la literatura y a la cultura de China. Durante algún tiempo, sólo se le usó en el Lejano Oriente. Griegos y romanos utilizaban un material menos práctico, pero también más barato y manejable: el papiro, que se confecciona con la pulpa de una planta acuá­ tica semejante al bambú. En las postrimerías del Imperio Romano, abandonaron dicho procedimiento y empezaron a escribir sobre pieles preparadas al efecto, que llamaban vitela o pergamino. Probable­ mente dicho cambio se debiera a que al ser Egipto

invadido por los árabes, se interrumpió el comercio de papiro. Uno de los motivos por los que la litera­ tura medieval es tan escasa, reside en que todo se escribia sobre vitela, material raro y de muy alto coste. Pero gradualmente, y merced a otro de esos extraños y casi inconcebibles procesos que venimos mencionando, el papel empezó a llegar al mundo oc­ cidental desde el Lejano Oriente. Hacia el año 700, una guarnición árabe estacio­ nada en la ciudad comercial de Samarkanda, se vió atacada por una fuerza expedicionaria china. Los árabes rechazaron el ataque, e hicieron prisioneros. Entre ellos se encontraban algunos chinos conoce­ dores del arte de fabricar el papel, los cuales ense­ ñaron el procedimiento a los árabes. A partir de en­ tonces, casi toda la literatura árabe se escribió sobre papel, ofreciéndosenos muy rica en variedad y en cantidad. El papel tardó casi tres siglos más en lle­ gar a la Europa cristiana. Se le conocía en Sicilia hacia 1100, en España hacia 1150 y luego pasó a Alemania, Francia e Inglaterra. Desde entonces, sus efectos sobre la educación y sobre las diversas civi­ lizaciones ha sido enormes, y aun no ha finalizado. A veces nos olvidamos del mayor de los inventos conseguidos por el hombre. Nos referimos a los cul­ tivos en general. Apenas comemos nada en estado silvestre. Casi todas las hortalizas, cereales, frutas y tubérculos utilizados hoy son cultivados. En algún lugar y época remotos y todavía ignorados, un in­ ventor o grupo de inventores tomó una planta sil­ vestre, la comió, la halló apetitosa y luego descubrió la manera de cultivarla con regularidad. Fué mejo­ rando el producto por medio de una cuidadosa se­ lección, y le dió cierto número de usos distintos. No

hay duda de que el arte de cocinar se ideó también hacia la misma época, ya que muchas plantas no han sido nunca comestibles en su estado primitivo y se hace preciso molerlas, cocerlas, hervirlas, se­ carlas y guisarlas. Ahora bien, ¿dónde se realizaron dichos inven­ tos? ¿De dónde proceden las plantas cultivadas? Existen sólo una docena de lugares en los que di­ chas plantas crecieron originariamente en estado sil­ vestre. Pero desde allí, se han extendido por el resto del mundo, cambiando la existencia de las gentes. El más importante y al parecer el más antiguo de tales centros se encuentra en las montañas y tie­ rras bajas de la China central y occidental. No me­ nos de 136 plantas comestibles tienen su origen allí, incluyendo el té, así como 14 diferentes cereales, (variedades de mijo, y alforfón); el ruibardo, las ce­ rezas, los melocotones y los albaricoques; numero­ sos tipos de rábanos y nabos (algunos rábanos chi­ nos, alcanzan las 36 libras, peso realmente extraor­ dinario), la cebolla “ española” y la lechuga de tallo. El país que le sigue en importancia es la India, lugar de origen de 117 plantas, incluyendo el arroz, que más tarde se importó a China; la caña de azú­ car; naranjas, limones y mangos; cohombros y be­ renjenas; y el yute. El tercero, aunque aun no explorado del todo, lo forman las Indias orientales, incluyendo Java y las Filipinas, que produjeron y aclimataron 55 plantas, incluyendo el cocotero, el bananero y el árbol del pan; así como gran número de especies. Les sigue el Asia Central, cuya alta meseta (India del Noroeste, Cachemira, Tian-Shan y Afganistán) es el punto de origen de 42 plantas, incluyendo el trigo,

muchas de cuyas variedades aún crecen silvestres; la uva, el algodón, las zanahorias, el nabo y el ajo; los guisantes, lentejas, habichuelas, mostaza y cá­ ñamo. Las primeras cosechas de forraje y los primeros huertos fueron inventados en Oriente medio, donde crecen 38 plantas, incluyendo de nuevo la uva, el centeno, la avena y varios tipos de trigo; lino, la al­ falfa, la calabaza y el melón y el opio; los higos, las granadas ,y las peras. El mundo Mediterráneo es lugar de origen de la aceituna, así como de muchas verduras y algunos fo ­ rrajes. Aquí encontramos el lúpulo; los puerros, acel­ gas, alcachofas y variedades de cereales, como la espelta y el trigo “ polaco” . Tenemos también a Abisinia, que careció de frutas y de verduras hasta que los europeos las importa­ ron, pero en cambio, estuvo siempre dotada de ce­ reales en número de hasta 38 distintos. Quizás sea el país de origen de la cebada y de muchas variedades de trigo. En el continente americano, el núcleo principal se encuentra en Centroamérica, tierra del maíz; al­ godón de terrenos altos, del que procede todo cuan­ to se cultiva en el mundo; de patatas dulces, de la calabaza, el cacao, el sisal y el henequen. Vienen luego las tierras altas del Perú, Bolivia y Ecuador, llenas de especies endémicas, aun no bien desarrolladas, que producían tabaco, variedades de calabaza y variedades de patata. El “ spud” o patata “ irlandesa” procede de la isla de Chiloe, frente a la costa chilena, y fructifica en los largos días veranie­ gos, mientras los tubérculos de los Andes permane­ cen no comestibles.

Quedan por último Brasil y Paraguay, que nos ofrecen cacahuetes, piñas y caucho. De 640 plantas principales, más de 500 pertenecen al Viejo Mundo, y de ellas, 400 al Asia meridional. Muy pocas proceden de Africa, y casi ninguna de Australia. Desde luego, en cualquier sitio se pueden obtener variedades de enorme valor. Por ejemplo, los agrios proceden del sur de Asia, pero la impor­ tante variedad de naranja llamada “ navel” apareció por vez primera y por un capricho de los cultivado­ res, en el Brasil. No todas las frutas, hortalizas y cereales tienen la misma importancia. Podemos vivir sin cebollas, y nuestra existencia no padecería menoscabo alguno porque se suprimieran los albaricoques (1). En cambio, gran parte de nuestra civilización se asienta sobre el trigo, el arroz, el algodón, el cáñamo y los cocoteros. Un importante capítulo de la historia social se ha escrito gracias a la humilde patata. Podríamos opi­ nar que tales novedades alimenticias han contribuido tan sólo a mejorar la salud del cuerpo, sin afectar para nada a la del alma; pero ello no es así. Con­ sideremos, por ejemplo, los poderosos efectos del hambre originada en Irlanda por la carestía de pa­ tatas y sus repercusiones en la historia de las Islas Británicas y de los Estados Unidos. ★



*

( i ) H orace W alpole se sintió cierta vez sorprendido por las “ numerosas idea acerca del comercio y de la civilización, que pueden, su rg ir en el tran s­ curso de una com ida” y explicó: “ L a cereza y la avellan a proceden del Ponto; el lim ón, de la M ed ia; la castaña de Castaña, en el A sia M enor; el melocotón y- la nuez,, de P e rsia ; la ciruela de S iria; la granada, de Chipre; el membrillo, de C yd in ; la aceituna y el higo, de Grecia, así como tam bién las m ejores m an­ zanas y peras, que tam bién se encuentran, aunque más silvestres, en F rancia c incluso aquí. E l albaricoque procede de A rm en ia .” (D e “ Table T a l k ” , ed. J. Tliornton, N ueva Y o rk , 1934, p. 125.)

Existen dos importantes inventos de la época mo­ derna, que actúan de manera directa sobre la mente humana, y que han dado la vuelta al mundo en el transcurso de nuestra generación. Me refiero al cine y a la radio. Es de sobra conocida la historia de su desarrollo y expansión. ¿Cuáles serán sus efectos? Hemos oido como algunos optimistas explicaban que cualquiera de ambas innovaciones contribuirá a apo­ yar la democracia y aumentar la cultura, por consti­ tuir elementos que facilitan la comunicación entre las gentes. Pero ¿estamos seguros de que ocurrirá así? La radio es un invento tan importante como la pintura. La humanidad lleva charlando y escuchando mucho más tiempo que leyendo y escribiendo por la senzilla razón de que a la gente suele gustarle más lo primero que lo segundo. Hay muchos analfabetos en el mundo, pero a todos les encanta oír narrar his­ torias y escuchar música. El leer y escribir son asun­ tos individuales; alguien escribe algo, y con ello transmite su pensamiento a otros, que leen el libro separadamente y lo asimilan de manera individual. Pero el escuchar, es una actividad común. Las gran­ des comunidades del mundo inculto han gustado siempre de escuchar narraciones de juglares, poemas recitados por bardos o sermones de religiosos. Ahora, gracias a la radio, semejantes comunidades disfrutan con la voz autorizada de personas que les hablan con acento persuasivo, en su propio idioma. Pero a causa de la facilidad con que se puede obtener la atención de la masa, se ha hecho muy posible que la radio fomente no la libertad, sino la tiranía. Si se inunda de aparatos a una población que viva en con­ diciones de existencia muy sencilla y no sepa leer,

y si dicha población queda expuesta a una constan­ te propaganda a través de la radio, su mentalidad se verá bien pronto condicionada para la aceptación indiferente de cualquier autoridad. Nosotros creemos que el voto es una prerrogativa de los inteligentes, es decir de los que, a nuestro jui­ cio, poseen cierta cultura. Pues bien, en grandes sec­ tores del mundo, cualquiera con capacidad suficien­ te para contemplar unos símbolos y hacer una señal en un papel, disfruta del derecho a votar. ¿Qué efec­ tos puede producir el cine en tales gentes? Desde lue­ go, aumentará su excitación emocional y disminuirá la reflexión racional sobre temas de verdadera ur­ gencia, tanto politicos como sociales. Los chinos ase­ guran que una imagen vale por mil palabras. Y no cabe duda de que también emociona más. Ahora bien, si dichas imágenes se mueven y hablan, resultan bas­ tante más estimulantes todavía. Poderosas actitudes (no quiero llamarlas ideas, pero sí afirmo que for­ man la raíz de ellas), prejuicios y frases estereotipa­ das pueden quedar impresas en la mente de enormes masas, utilizando con habilidad el cine. En resumen: conforme el uso de la radio y del cine se va exten­ diendo más y más, y conforme la técnica propagan­ dística derivada de ellos se perfecciona, cabe esperar que el mundo se vuelva no más razonable, sino más excitable, belicoso y pesimista, soñando locamente y odiando sin tasa; valeroso y asustado a la vez, y dan­ do escasas muestras de inteligencia. * * * Existen innumerables ejemplos, además de los ci­ tados, de la influencia de invenciones y técnicas, al­

gunas sencillas y otras increíblemente complicadas. Citaremos tan sólo la técnica del baño, practicada actualmente en clubs, hoteles y gimnasios, con sus recintos para producir vapor, sus cuartos de masaje, sus duchas y sus zambullidas en frío. En realidad, se trata de una de las viejas instituciones del mundo occidental, pero dicho mundo la tuvo olvidada du­ rante mil años, Aparece ya en Homero, y al igual que otras muchas costumbres, fué copiado por los roma­ nos a los últimos griegos, y desarrollada hasta un grado de perfección y de complejidad extraordina­ rios. Los grandes baños públicos de Roma eran co­ losales y complicados como Radio City. La estación de Pennsylvania en Nueva York está planeada según el recinto único de los baños de Caracalla. Pero cuan­ do llegaron los bárbaros, y se cortaron los acueduc­ tos, tales refinamientos quedaron olvidados en. Oc­ cidente. La ascética cristiana se rodeó de olor de santidad, y los profanos se bañaron modestamente en minúsculos barreños o tomaron el vapor en primi­ tivas casetas. Sin embargo, en el Imperio de Oriente, la técnica de limpiarse gracias a complicados esta­ blecimientos de baños, sobrevivió. Y cuando los turcos conquistaron Bizancio, capital del Imperio Oriental, en 1453, la adoptaron en seguida. Cosa de trescientos años después, algún viajero occidental vi­ sitó Turquía y probó los baños, le gustaron y a su regreso a Inglaterra, los implantó allí. Pronto que­ daron establecidos en diversas ciudades con su co­ rrespondiente equipo de masajistas e instalaciones de vapor, luciendo en la mayoría de los casos, el nombre árabe Hamman, y siendo también llamados con frecuencia “ baños turcos” , aunque, en realidad, no son tales, sino greco-romanos. Los concurrentes

a los baños “ turcos” de Londres poco saben, mien­ tras permanecen tendidos dejando que el vapor les quite el frío de los huesos, que se encuentran a sólo escasa distancia de los restos de un baño romano levantado por los colonizadores en Bretaña, y que viene a ser el antepasado con dos milenios de anti­ güedad, del establecimiento en que ellos se encuen­ tran, revivido ahora después de tan largo tiempo de olvido e incomodidad.

y CONCLUSION En los anteriores capítulos hemos ido bosquejando un sistema poco corriente para el estudio de la his­ toria, y sugerimos que, gracias a él, se explican mu­ chos problemas que la historia corriente presenta de manera poco adecuada. Ciertamente el hombre ama el poder y teme la opresión; por eso, buena parte de su historia tiene un cariz político. Además es un ser industrioso y egoísta, y por ello mucho de su historia es asimismo de tipo económico. Pero el hombre di­ fiere de cualquier otro habitante de la tierra en que tiene un cerebro desarrollado, y en que disfruta uti­ lizándolo. A nuestra especie se la llama “ homo sa­ piens” . Poseemos inteligencia, y nuestra historia ha de ser escrita también a base de ideas. Aun cuando parezca poco corriente, este sistema no es completamente nuevo. Si lo fuese, deberíamos desconfiar un poco de él. Diversos grupos de eruditos han estado estudiándolo durante cierto tiempo, y se han ido dando cuenta, cada vez con mayor claridad, de que la historia'no se basa sólo en la política, y de que es imposible separar a ésta de la religión, la reli­ gión de la vida social, la vida social de la literatura y las artes.

No se pueden cortar Jos hilos que se entremez­ clan para formar el denso tejido de toda una cultu­ ra. Algunos' historiadores han escrito importantes obras acerca de culturas individuales, pero come­ tieron el error de tratarlas de un modo aislado, como si cada una de ellas estuviera compuesta por gentes que se relacionaran sólo entre sí y con el medio fí­ sico circundante, olvidando que las ideas exteriores y los pueblos vecinos forman una parte muy activa de las influencias sobre cualquier civilización. Tal fué uno de los errores de Oswald Spengler. Pero dicho error no fué repetido por Mr. Arnold Toynbee. Las partes novena y décima de su excelente “ Estudio de la Historia” están dedicadas al “ contacto entre civi­ lizaciones” , en espacio y en tiempo, y aunque trata principalmente de contactos procedentes de violen­ cia o disgregación — hasta el punto en que a veces considera a las civilizaciones en contacto como “ agre­ sor y víctima” — también pone de relieve la impor­ tancia de las relaciones educativas y pacíficas entre diferentes culturas, y señala ciertas “ leyes de radia­ ción cultural” que explican dichas relaciones en tér­ minos de la teoría de la historia expuesta por el autor. Sociólogos y psicólogos se han sentido interesa­ dos por dicha idea, no tanto en su calidad de fenó­ meno histórico como de factor de influencia periódi­ ca en la vida contemporánea. Por ello, señalan que 110 resulta útil estudiar una sola cultura de la Amé­ rica india, como si hubiera existido por sí sola, den­ tro de un vacío. La mayoría de los amerindios se hallaban en continua colisión entre sí, conquistando, huyendo o compitiendo, pero siempre adaptando sus vidas unos a otros. Es imposible comprender a los hopi sin saber que eran continuamente atacados por

los navajos. Los modernos impactos son todavía más importantes. Cuando se entra en una aldea de indios pueblos, con su aspecto idéntico al que tenía en el siglo xvi, cuando fueron construidas, se oye hablar la vieja lengua y se contempla la fabricación de alfa­ rería; pero se ve también en un rincón una botella vacía de whisky, y se oye la música de una danza hispanoamericana, procedente de un cercano alta­ voz. El whisky fué inventado por los celtas, el cris­ tal tal vez por antiguos egipcios, la radio por euro­ peos occidentales y científicos americanos, y la música de baile por cualquier descendiente de los conquistadores españoles. Sin embargo, todo ello for­ ma parte de la cultura actual de los indios pueblos. Quienes abordaron de modo más decidido este problema fueron los antropólogos. Lo que nosotros hemos venido denominando “ migración de ideas” es para ellos “ culturación” en América y “ contacto cultural ” en Inglaterra. Acerca de este tema, han rea­ lizado importantes tareas A. L. Kroeber, de la Uni­ versidad de California; Melville Herskovits, de la Northwestern; Ralph Linton, de la de Columbia y Yale; Robert Redfield, de la de Chicago, y otros. El investigador que no se incline por la antropología considerará dichos trabajos como brillantemente sis­ temáticos, pero quizá limitados a problemas peque­ ños y de fácil control, tales como el de las relaciones entre los primitivos isleños de los mares del Sur y el hombre blanco; pero no existe duda de que cons­ tituyen importantes filones para la investigación. Los primeros pasos para el estudio de tales temas consisten en la explicación del concepto, en la de­ mostración de su importancia, en la selección de algunos hechos sobresalientes que estimulen la ima­

ginación, y en el planeamiento de métodos para ulte­ riores estudios. Desde el punto de vista antropológi­ co, ello ha sido admirablemente llevado a la práctica por Redfield, Linton y Herskovits, en una publicación denominada “ Esbozo de un sistema para el estudio de la Culturación” , que salió a la luz en 1936, y que se añadió, como apéndice, a la “ Culturación” de Herskovits. En primer término, se hace necesario. definir el asunto a tratar de manera amplia y directa. Del tipo de estudios históricos, analiza los cambios producidos en una cultura por factores procedentes de otra e introducidos en aquélla. No examinará, pues, el des­ arrollo de la filosofía griega ni la evolución del sis­ tema presidencial americano, porque se trata de asuntos de índole casi por completo interna. Pero sí se interesará por los efectos de la filosofía griega en la civilización árabe, o en la posibilidad de que el “ equilibrio de poder” sobre el que se basa la organi­ zación del gobierno americano, sea, en realidad, un ideal romano, formulado por el filósofo-historiador griego Polibio, e importado a las colonias america­ nas a través de la Francia del siglo dieciocho. Los antropólogos nos dicen que hemos de distin­ guir entre ideas y objetos, entre aspectos materiales y 110 materiales de la cultura; historiadores y filósofos opinan que debemos establecer la debida diferencia entre técnicas e ideales. Se ha dicho que las cosas materiales pueden ser tratadas fácilmente, mientras que lo no material ofrece grandes dificultades. Y se ilustra tal aserto afirmando que para un indio piel roja, fué sencillo utilizar los caballos, en vez de los perros, como animal de tiro; pero, en cambio, le re­ sultó difícil abandonar su organización tribal. En la

actualidad, uno de los problemas principales a que se enfrentan los sectores interesados en el Lejano Oriente, consiste en asegurarse de que los ideales de Occidente — o al menos, lo mejor de ellos — sean transmitidos a los orientales, junto con la tecnología occidental. Sin embargo, los chinos se han mostrado con frecuencia más inclinados a aceptar innovacio­ nes espirituales, que a adoptar nuevos inventos tales, como nuevos métodos de cocinar o de cultivar el suelo. En tercer lugar debemos discutir los métodos que se utilizaron para introducir nuevas ideas: fuerza, persuasión, o mera atracción, unas veces a través de grandes distancias en tiempo o espacio, y otras por contacto íntimo, como entre árabes y españoles. Mr. Kroeber ha señalado un tipo peculiar de varia­ ción cultural que denomina “ difusión por el estímulo ”, y que se produce cuando alguien perteneciente a un grupo, trata de rivalizar en la actividad prac­ ticada por otro, y realiza un esfuerzo casi indepen­ diente de su propia sociedad. Gracias a ello, la por­ celana se implantó, tras laboriosas investigaciones, en la Europa del siglo dieciocho, tan sólo con el fin de igualarse a los chinos y competir con la porcelana fabricada con ellos, que venía importándose desde hacía dos siglos. De no haber existido dicho estímulo, jamás se hubiera implantado tal fabricación en Euro­ pa. Lo mismo puede afirmarse de la invención de la escritura cheroke, por Sequoya. Sus letras se parecen a las nuestras, pero en el idioma cheroke representan sílabas. Su autor adoptó de nosotros la idea de la escritura e hizo uso de las letras romanas; pero luego les dió un uso distinto, uso que los hombres de su sociedad hubieran tardado siglos en idear.

Al adentrarnos en esta zona, vemos emerger pron­ to unos cuantos principios generales. Uno de ellos consiste en que las ideas pueden ser borradas hacien­ do uso de la fuerza, pero no impuestas de manera1fá­ cil, ni tampoco perdurable, por la fuerza. Otro es el de que la manera más eficaz para destruir una idea o conjunto de ellas, consiste en dislocar la estructura social en la que fructifican, y reconstruir dicha so­ ciedad sobre un modelo distinto, excluyendo la idea indeseable. De modo similar, el mejor modo de im­ plantar una idea es el de asimilarla todo lo posible a la sociedad receptora, convirtiéndola en parte de su estructura, logrando que la aprendan los niños, y la adopten sin discusión los adultos. Asimismo, debe ser enseñada no por extraños, sino por nativos, o por misioneros establecidos en el país de manera per­ manente. Gracias a ello, el efecto de las ideas britá­ nicas en la India lleva trazas de ser más transitorio que el de las romanas en la Galia, porque los roma­ nos se mezclaron con sus conquistados, mientras los ingleses apenas se han mezclado con los hindúes. Quien investigue los movimientos de ideas, debe­ rá también juzgar a las personas, preguntándose quiénes fueron los agentes principales que lograron introducir una idea del exterior, y quién contribuyó a su aceptación por el país receptor de la misma. Re­ sulta sorprendente comprobar qué pocas personas se hacen necesarias para influir en una numerosa socie­ dad, siempre y cuando practiquen métodos eficaces, y posean una voluntad inflexible. Los misioneros je­ suítas que alteraron la historia del mundo, eran sólo unas pocas docenas; los jefes del moderno movimien­ to en el Japón, ascendían sólo a dos o trescientos; pero a pesar de su escaso número, movieron monta­

ñas. Por esta razón y teniendo en cuenta el desarrollo de las técnicas propagandísticas modernas y el hecho de que los movimientos sociales e intelectuales se vean manejadas por un número relativamente escaso de hombres, las grandes sociedades modernas suelen mostrarse suspicaces respecto a los propagandistas, tanto si trabajan abiertamente como en la oscuridad. El filósofo chino Hu Shih se ha preguntado por qué el Japón consiguió modernizarse con tanto éxito, mientras China no ha podido lograrlo. Y pregúntase también por qué a pesar de su evidente occidentalización, el espíritu japonés sigue siendo el mismo de siempre, como lo demuestran la barbarie del ejér­ cito y las primitivas supersticiones del pueblo. Y se contesta a sí mismo que ello ocurre porque el Japón ha sido siempre un estado autoritario, en el que los cambios pueden ser impuestos desde arriba, y acep­ tados formalmente por la masa, mientras que a China se la cambia sólo por difusión, desde que dejó de existir el sistema imperial manchú. Sin embargo, ta­ les preguntas y respuestas del filósofo se formularon antes de la revolución comunista. Nos queda todavía por ver si la autoridad ejercida desde arriba y ma­ nejada por los jefes nativos, adiestrados en la técnica extranjera de la propaganda, conseguirá hacer variar también a los chinos. El historiador que estudie semejantes temas, ten­ drá también que estimar la importancia y el efecto de las innovaciones que describe. Y al hacerlo, de­ berá salvar la enorme desproporción existente entre la importancia aparente y los efectos definitivos de la novedad. Por ejemplo, observará que la droga me­ jicana llamada peyotl, constituyó a la larga la base de un importante culto religioso entre las tribus in-

dias del suroeste de los Estados Unidos; que el café árabe representó un valioso estímulo para la acti­ vidad política inglesa, y que el tabaco importado de América convirtióse en factor vital en la psicología británica y en la hacienda de dicho país. Una vez preparado para semejantes proporciones (que le con­ vencerán de que durante mucho tiempo no le será posible establecer “ leyes”), el historiador proseguirá su tarea, examinando hasta qué punto llega la efi­ cacia de las ideas importadas. Distinguirá entre aquellas que penetraron en determinada sociedad por una sola puerta, sin desarrollarse posteriormente, y las que se infiltraron a distintos niveles, quedando ampliamente aceptadas; señalará innovaciones que provocaron oposición, breve o larga, pasiva o vio­ lenta, y otras que fueron asimiladas sin dificultad alguna. Luego intentará descubrir por qué a algunas se las arrinconó con el tiempo, mientras otras se adaptaban perfectamente a la sociedad que habían invadido. Una vez más, el historiador que trabaja sobre ta­ les ideas, debe “ utilizar el tiempo como dimensión” , según palabras de un antropólogo. Tratará de esta­ blecer el momento preciso en que la influencia ex­ terior penetró en la cultura que está estudiando, y el ritmo de su actividad, cuánto duró y hasta cuándo persistieron sus efectos, después de haber quedado abandonada. Con frecuencia deberá comparar el pre­ sente al pasado. Y muchas veces, tal comparación 110 resultará en exceso halagadora para el presente. Respecto a esto último, saquemos a colación una faceta evidente, aunque con frecuencia relegada al olvido, centro de nuestra propia cultura. La mayoría de los grandes escritores ingleses—-y lo mismo ocu­

rre con los franceses, españoles, italianos y alema­ nes — estudiaron el latín, y algunos el griego. Milton fué un erudito más ilustre que muchos profesores ac­ tuales de temas clásicos. Shakespeare aprendió más latín en su escuela, que muchos jóvenes modernos en la universidad. Y a través de toda su existencia creadora, continuó leyendo los clásicos en traduccio­ nes o en su idioma original. Kets no fué un genio, sino un poeta adiestrado a la manera clásica, y en sus tiempos de escolar, escribió su propia traducción en prosa de la “ Eneida” de Virgilio. Víctor Hugo se formó literariamente tomando como modelo también a Virgilio y al poeta satírico Juvenal. La idea de Walt Whitman acerca del placer, consistía en tran­ sitar en un autobús descubierto, leyendo a Homero en voz alta. T. S. Eliot conoce varias lenguas y ha sido presidente de la “ British Classical Association” . Tennyson podía recitar de memoria los poemas líri­ cos de Horacio, antes de cumplir los diez años de edad. Actualmente algunos desorientados educadores creen que todo cambio significa necesariamente pro­ greso, v que la abolición de lo perdurable es el mejor medio para mejorar la sociedad. En consecuencia han hecho cuanto estaba de su mano para abolir el estudio del latín y del griego en institutos y univer­ sidades, quizás llevados por una mal entendida resistencia hacia el sistema antiguo — también equi­ vocado — que obligaba al estudio de las lenguas clá­ sicas. ¿Cuál era el resultado? Podemos ya observar los efectos de semejante ac­ tividad en el deplorable descenso de nuestro nivel cultural durante los pasados treinta-años, a pesar de la cantidad cada vez mayor de escuelas; en el aumen-

to del charlatanismo en literatura, así como en al­ gunos campos de la erudición y de la técnica educa­ tiva; en el incremento de esa idea ridicula según la cual basta la energía mental, sin adiestramiento al­ guno, para componer una obra de teatro, pronunciar un discurso o escribir una novela. Según ella, los jóvenes profesores pueden enseñar acerca de Milton o escribir libros sobre Chaucer, sin necesidad de leer los libros de los que uno y otro se nutrieron durante toda su vida. Algunos se proclaman filósofos, y dis­ cuten a Platón y Aristóteles, sin poder leer sus obras ni las de sus contemporáneos y sucesores. Individuos jactanciosos, como Ezra Pound, adquieren reputación de instruidos. Y peor aun: las normas verdaderas para la apreciación y comprensión de las grandes obras de la literatura van gradualmente borrándose de nuestras mentes, hasta el punto de hacernos con­ siderar que se las había instituido tan sólo para que nos divirtiéramos con ellas. O entregaban sus secre­ tos en la primera lectura, o se las abandonaba por “ anticuadas” . Observaréis que todo ello va acompa­ ñado por un catastrófico aumento en desórdenes so­ ciales y transtornos mentales, porque cuanto más vacio está el cerebro de las gentes, más fácilmente se sumergen éstas en el caos. Habréis notado también que la literatura se vuelve cada vez más áspera y violenta, y que no produce libros con trazas de su­ pervivencia; que mucha gente, al ser preguntada acerca de sus lecturas, no sabe referirse a nada, apar­ te de la novela, el relato corto, el resumen de una película, el drama televisado y quizás también algún libro de divulgación histórica y, por fin, que las pu­ blicaciones de índole intelectual, que en la América de 1890, mucho más pobre y pequeña que la actual,

se vendían a millares, pierden terreno ante revistas de contenido vulgar y simplón, llenas de ilustraciones intencionadamente indecorosas. El historiador de la cultura occidental deberá te­ ner en cuenta todos estos factores. Si es un huma­ nista, se sentirá deprimido, y puede que pronostique una nueva Edad de las Tinieblas, o quizás una Edad del Neon, llena de comodidades, de gasolina, de pro­ paganda y de fragilidad, no muy distinta al Imperio Romano. Pero acaso se anime pensando que tales co­ sas han sucedido ya antes, sin destruir la civilización, sino tan sólo abandonándola en un páramo, hasta que una marea de tradiciones y pensamientos crea­ dores la ha puesto de nuevo a flote, incorporándola a la corriente principal. Verá que su área se asemeja a la magnífica de un Casiodoro, que mantuvo el estu­ dio y difusión de valiosos libros en su propio ShangriLa, mientras fuera de él el mundo se volvía cada vez más bárbaro. Y recordará las palabras de uno de los más nobles pensadores y escritores americanos, Ralph Waldo Emerson, quien dijo: “ Los autores populares pueden durar un día, pero Moisés y Homero vivirán eternamente. En todo el mundo no se han dado nunca más arriba de doce personas a un tiempo, capaces de leer y entender a Platón, ni adquirir una edición de sus obras. Sin em­ bargo (estas obras), sirven en cada generación para beneficio de esas pocas personas, a las que Dios pa­ rece tomar de la mano. La permanencia de los libros no queda fijada por esfuerzo alguno, amistoso u hos­ til, sino por su propia gravedad específica, o la im­ portancia intrínseca de su contenido para la mente constante del hombre. Algunos quizás opinen que son pensamientos de­

masiado tristes. Y, en efecto, lo son. Ahora bien; no es que crea que los clásicos y la buena literatura es­ tén en trance de desaparición; de lo que sí estoy seguro es que han venido padeciendo una serie de ataques, por parte de gentes que se titulan profeso­ res, y que estos ataques, tan implacables como mal juzgados, continúan en nuestros días Si la ciencia se ve atacada con la misma violencia carente de escrú­ pulos, es posible que en una generación o dos tenga­ mos menos sabios, y como consecuencia, menos co­ modidades y agentes curativos del dolor y una menor visión del universo, cosas ambas que no confiere la ciencia actual. Si la música y el arte se ven canalles­ camente perjudicados, pronto no tendremos otra cosa que bandas encargadas de armar ruido, historietas cómicas y anuncios de tabaco con la clásica chica bo­ nita, como sustitutivos de Bach y de Rembrandt. Bajo la constante denigración de la buena literatura, y no sólo me refiero al griego y al latín, sino a los maes­ tros que escriben en nuestro propio idioma, cabe es­ perar que cada vez sean menos los buenos poetas, dramaturgos, filósofos, narradores, críticos y maes­ tros, que habiten entre nosotros. Uno de mis colegas más admirados, primero profesor y luego amigo mío, me dijo en cierta ocasión que estaba convencido de que el objetivo de los revolucionarios de la educa­ ción era ‘ hacer a todo el mundo tan ignorante como ellos” . ¿Puede ser cierta tal afirmación? Y si lo es, ¿creéis que puede triunfar tan despreciable intento? * * * Al estudiar el movimiento de las ideas, aparece to­ davía otro interrogante, tal vez el más difícil de to-

dos. Debemos preguntar qué motivos indujeron a la gente a aceptar una idea con la que no estaban fami­ liarizados. Psicólogos y sociólogos han estudiado ya el asunto. No cabe duda de que uno de los principa­ les motivos es el temor. El miedo de que su país fuese invadido ocasionó que algunos eruditos japoneses se interesaran por la organización y el modo de vivir del mundo externo. Fué el miedo el que recientemen­ te nos impulsó a desarrollar las aplicaciones de la fisión atómica. La guerra, según dijo Tucídedes, es un maestro muy violento, pero el miedo es otro, do­ tado de rapidez y eficacia. La inteligencia humana se ha ido desarrollando debido en gran parte al miedo. Un segundo motivo es el orgullo, el deseo de pres­ tigio. Parece ser que el exponer ideas originadas fue­ ra de nuestro círculo, sirve para demostrar la pose­ sión de una mente más amplia y sensible que la del prójimo, como ocurre con la adquisición de muebles extranjeros o el lucir un atuendo importado. Dicho motivo puede resultar beneficioso, ya que algunas, si no todas las sociedades, resultan en extremo limita­ das, pero aun cuando sus resultados sean buenos, pue­ de adoptar un cariz egoísta y mezquino. Un tercer motivo son los apetitos; el deseo de pla­ ceres y comodidades. Observamos el modo en que el tabaco y la goma de mascar se han extendido por todo el mundo, y recordamos el drástico cambio efec­ tuado en las costumbres de los caballeros cruzados, cuando hubieron visto los lujosos atavíos y el mobi­ liario de los adalides sarracenos. Existen otros motivos que los psicólogos conside­ ran menos importantes, pero que también son efecti­ vos. Uno de ellos es el interés por el juego, tanto en

los pasatiempos activos como en los rasgos ingenio­ sos, desprovistos de trascendencia, pero que eviden­ cian la vivacidad de la mente. Pensemos en cómo el ajedrez, el golf y las cartas se han vuelto populares en todas partes, y también en la difusión de los cuen­ tos de hadas y de los motivos decorativos, tanto en el vestir como en el arte. Aun más importante y permanente que el miedo, el orgullo o los apetitos, es el deseo de aprender, sim­ plemente por lo que ello significa; no para hacerse rico, para conservar la propia seguridad o para dis­ frutar mejor de la vida física, sino tan sólo para aprender. Aristóteles empieza su Metafísica con es­ tas palabras: “ Todos los hombres sienten el natural deseo de saber” . Y a pesar de nuestro disgusto por el declinar de la cultura y los perniciosos efectos de las falsas teorías educativas, siempre nos queda el recurso de consolarnos con esta verdad. ★★* Echemos una ojeada retrospectiva a cuanto veni­ mos exponiendo. Empezamos por sugerir que la his­ toria puede ser escrita tanto en términos de movi­ miento ideológico, como de política y economía. Pu­ simos como ejemplo en el aspecto político y social, la historia de los grandes cambios sufridos por el Japón, Turquía, Roma, España y los indios-españoles de América; en el de religión y arte, los triunfos de los artistas griegos al interpretar el pensamiento bu* dista, los artistas cristianos al usar símbolos paganos, y la tarea de los misioneros, tanto budistas como je­ suítas. Nos referimos luego a profundo efecto ocasio­ nado por el movimiento de invenciones, de un país a otro, como ocurrió con el papel, los cultivos, el cine y la radio.

Para concluir, afirmamos que este modo de con­ siderar la historia era tarea de historiadores, antro­ pólogos, sociólogos y psicólogos. Hemos descrito al­ gunos de los modos de tratar este asunto. No son “ científicos” , sino simplemente lógicos, y dicha lógica debe ir acompañada de facultades de imaginación y apreciación estética, porque los hombres aman el po­ der y sienten apetitos, pero también poseen gusto por la belleza y por lo maravilloso, y han llenado el mundo de cosas admirables, gracias especialmente a haber compartido los esfuerzos de su imaginación. Si aceptamos la tesis de que la historia ha sido parcialmente desarrollada gracias al movimiento de las ideas, comprenderemos claramente que un perío­ do de elevada civilización es aquel en que los pen­ samientos vuelan libremente de una mente a otra y de uno a otro país, y también del pasado al presente. Una época bárbara, un país bárbaro, son aquellos que intentan paralizar la comunicación, mantener inmo­ vilizadas las ideas, tratar los pensamientos como cosa de magia, manteniéndolos a distancia de la masa y haciendo que ésta los rechace. Síntoma de barbarie es la mentalidad cerrada, que rehúsa aceptar ideas de “ extranjeros” o pensamientos derivados de tiem­ pos pasados. Los salvajes tienen un horizonte muy estrecho. Los hombres civilizados ven todo cuanto ocurre en el planeta, y profundizan en los más leja­ nos tiempos, e incluso quizá también un poco en el futuro. *

*

*

Lo mejor de este concepto de la historia es que nos enseña a esperar; nos muestra que es difícil ma­ tar una buena idea. Un pensamiento vital se abre

camino por los desiertos, atraviesa las selvas y cruza los océanos, arrollando las barreras del lenguaje; con frecuencia sobrevive a las más espantosas guerras y devastaciones; a veces permanece dormido, aunque no muerto, durante siglos, hasta que vuelve a vivir; atraviesa los telones de acero, se extiende y multipli­ ca, produciendo resultados superiores a él mismo en calidad y poder. Jesucristo comparó tales ideas a “ un grano de mostaza... el más pequeño de todos, pero que cuando crece se convierte en la más alta de las hierbas, y se transforma en árbol, de modo que los pájaros del aire vienen a alojarse en sus ramas” . Eso ocurre con todas las buenas ideas. Sobreviven al in­ dividuo, incluso a los hombres y mujeres que las han producido, a sociedades y credos, y poseen el mara­ villoso e imprevisto poder de sufrir cambios, y seguir reteniendo su vitalidad; y cuando seguimos la his­ toria de una de ellas, resulta fácil comprender por qué la Razón ha sido llamada atributo que el hombre posee a semejanza de Dios, chispa divina e inextin­ guible. B IB L IO G R A F IA R. B eals: “ A ccu ltu ra tion ” en Anthropology Today, de A . L . K roeder, Chicago, 1953, 621-41. I. H allow ell: “ Sociopsychological A spects o f A ccu ltu ra tio n ” , en The Science of M an., ed.R. Linton. N ueva Y o rk , 1945, 171-200. M . J. H erskovits: Acculturation, N ueva Y o r k , 19-18, “ T h e Processes o f C u ltu ­ ral C h an ge” , en The Science o f M an, ed. R. Linton, N ueva Y ojtk, 1945» 1946-170. H u Shih: “ T h e M odernization of China and Japan ” , en The Cultural Approath to H istory, ed. C. F . W a re, N ueva Y o rk , 1940, 243-51. A . K roeber: “ Stim ulus D iffu s io n ” , en su Nature o f Culture, Chicago, 1952, 344 -57 M . M ead: (Ed.) Cultural Patterns and Technical Change, N ueva Y o r k , 1953. N . R. Salam an: The H istory and Social Influen ce o f the Potato, Cam brid­ ge, 1949. N . I. V a v ilo v : “ T h e origin, variation, im m unity and breeding of cu ltivated p lan ts” , tr. K . S. Chester y en Chronica Botánica, 13 (1949-50): sin embar­ go, esta últim a ha de ser m odificada por las observaciones de C. E. Forde en su Habitat Economy and Society, séptim-a edición, N ueva Y o rk , 1952, 423,

A.

P r e f a c i o ............................. ..

I.—Introducción........ II.—Política y Sociedad III.—Religión y Arte ... IV.—Técnicas e Ideales V.—Conclusión.............

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