February 5, 2017 | Author: Anonymous EnVlg7jWk | Category: N/A
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n el momento en que nuestra sociedad vive a un ritmo de un erotismo y de una sexualidad exacerbado, muchos son los que se declaran insatisfechos y desean vivir la castidad que, hay que recodar, no significa abstinencia sexual. Bebiendo de las fuentes de la Biblia, de la historia de la Iglesia, de los escritos de los santos y de la psicología, el autor aborda el amor casto en su integridad. El eros, la amistad, la ternura, el amor espiritual, los combates y las alegrías correspondientes a esta virtud están entre los temas que él desarrolla con claridad y profundidad. Una castidad plena y una sexualidad bien ordenada son fuente de felicidad y de paz. Esta obra no puede sino ayudar a toda persona que busca amar con un amor sincero y fiel, tanto en el matrimonio como en el celibato o en la soltería. El autor es un monje contemporáneo que ha ejercido varias funciones en la orden de los cartujos, principalmente la de padre maestro de novicios desde hace más de treinta años. Para respetar su deseo de vivir retirado, este libro es publicado sin nombre de autor.
Sabiduría de la Cartuja
ISBN: 978-84-8353-067-2 .......... -¿>
Monte Carmelo
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COLECCIÓN "SABIDURÍA DE LOS CARTUJOS"
La colección "Sabiduría de los Cartujos" pone a disposición del gran público palabras salidas del silencio, de la oración y de la experiencia personal de los monjes cartujos. El hombre que busca el sentido a su vida, el que busca a Dios encontrará aquí el alimento para continuar su camino.
Por un Cartujo Prólogo del Cardenal Franc Rodé
TRADUCCIÓN:
Cartujas Je Santa María Je Benifaga y Pilar SeJano Sánchez
MONTE CARMELO
TITULO ORIGINAL: Le bonheur d'etre chaste par un Chartreux Collection "Sagesse des chartreux" Éditions Presses de la Renaissance, Paris 2004, pp. 213
PRÓLOGO
Nihil Obstat: Fr. Marcelino Prior de Cartuja
© 2007 by Editorial Monte Carmelo P. Sllverio, 2; Apdo. 19 - 09080 - Burgos Tfno.: 947 25 60 61; Fax: 947 25 60 62 http://www.montecarmelo.com
[email protected] Impreso en España. Printed In Spain I.S.B.N.: 978 - 84 - 8353 - 067 - 2 Depósito Legal: BU - 188 - 2007 Impresión y Encuademación: "Monte Carmelo" - Burgos
En la Navidad del 2005, el Papa Benedicto XVI sorprendió a propios y extraños dedicando la primera encíclica de su pontificado, "Deus caritas est", al amor. Una hermosa encíclica, muy comentada y leída. En ella el Santo Padre habla muy positivamente del amor, que comienza como atracción hacia la belleza y el bien sensible, el "eros", como le llamaban los filósofos griegos. Aunque el "eros" sea algo bueno y positivo, tiene que ir purificándose, sobre todo en su forma más intensa que es el sexo, del narcisismo, impurezas y excesos, que con frecuencia le acompañan, hasta transformarse en el grado más alto y perfecto del amor que es el "ágape", es decir, el amor maduro y desinteresado, el amor no centrado en uno mismo, sino abierto a los demás y sobre todo a Dios. "Resulta así evidente que el eros necesita disciplina y purificación para dar al hombre, no el placer de un instante, sino un modo de hacerle pregustar en cierta manera lo más alto de su existencia, esa felicidad a la que tiende todo nuestro ser" (Deus caritas est, 4). 5
LA htLIUUAL) DE SER CASTO
PRÓLOGO
Aquí es donde tiene todo su sentido la castidad, que no es menosprecio ni rechazo de la sexualidad o del placer sexual, sino fuerza interior y espiritual que libera a la sexualidad de sus elementos negativos como son el egoísmo del placer buscado por sí mismo, el reducir a las personas a objetos y a meros instrumentos para satisfacer sus instintos primarios. La castidad promueve la plenitud del amor auténtico.
esta aventura espiritual y también su fin. Todo el valor de una vida cristiana, y con más razón, de una vida consagrada, se mide por el amor. Por ello, el autor no duda incluso en afirmar que "la castidad sin amor es un vicio". Por su parte, san Bernardo afirma: "Sin la caridad, la castidad no tiene ni valor ni mérito. La castidad sin caridad es una lámpara sin aceite".
En otras palabras, la castidad es la humanización o valorización de la sexualidad como afectividad leal, comprometida y respetuosa del otro. La castidad es autoeducación en el amor y la madurez del amor. Mejor aún, como el autor de esta obra no se cansa de repetir, la castidad es "una cualidad del amor". Por tanto, lejos de ser algo negativo o contrario al amor, "la castidad, para ser convincente, tiene que ser capaz de mostrar que realiza el deseo profundo de toda sexualidad, que es abrirse al amor de caridad [ágape] dándose y acogiendo a Dios y al prójimo". Como la encíclica Deus caritas est, las conferencias recogidas en este libro insisten en que "la castidad es el fruto de un amor que florece en un don de sí lo más total posible, de la forma más oblativa posible, a Dios y al prójimo. Esto presupone que la capacidad de amar ha evolucionado de manera más o menos normal y que las etapas de maduración psicológica han sido franqueadas sin daños importantes". Este amor, y no otra cosa, es lo que ha impulsado, durante dos mil años de vida cristiana, a una infinidad de almas consagradas a la extraordinaria aventura mística de la unión con Dios. El amor es el principio de 6
Sin embargo, nunca ha sido fácil comprender la castidad. El Maestro, cuando propuso sus exigencias, viendo sin duda la cara de extrañeza de sus oyentes, tuvo que añadir: "El que pueda con eso que lo haga" (Mt 19, 12). Pero la castidad resulta especialmente difícil para nuestro tiempo, tan condicionado por la escuela de Freud, la cual afirma, que tratar de vencerse a sí mismo sólo produce complejos negativos y frustrantes. En esta misma dirección, los poderosos medios de comunicación animan a un permisivismo moral que, en vez de buscar la superación y purificación del amor, empujan a las personas a hundirse en los niveles más primarios de sus instintos. Quien ha experimentado a Dios como el bien y la belleza suprema, ya no puede contentarse con los bienes y bellezas intermedios, sino que tenderá insaciable hacia Él. Sólo en este contexto de búsqueda de Dios como bien supremo puede entenderse la castidad consagrada. Paul Claudel lo expresaba muy bien en una carta a un amigo: "Nosotros vivimos aún en el viejo prejuicio romántico de que la felicidad suprema, el gran interés, el único fin de la existencia consiste en nuestras relaciones con la mujer y en la satisfacción de
LA FELICIDAD DE SER CASTO
PRÓLOGO
nuestros sentidos que obtenemos con ello. Se olvida sólo una cosa: que el alma y el espíritu son realidades tan fuertes, tan exigentes como la carne -lo son todavía más-, y que si concedemos a esta última todo lo que ella pide, es en detrimento de otras alegrías, de otras regiones maravillosas que nos quedarán cerradas para siempre. Consumimos un vaso de vino malo en cualquier taberna o salón y nos olvidamos de este mar virginal que otros contemplan cuando se eleva el sol".
fascinando y, casi sin notarlo, nos iremos adentrando en ese amor purificado y encendido a Dios y al prójimo que es la castidad por el Reino de los cielos. CARDENAL FRANC RODÉ, C . M .
Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica
Este libro, escrito en un lenguaje acorde con la psicología moderna, funda sus conclusiones, sobre todo, en la Sagrada Escritura y en la tradición de la Iglesia, cuya doctrina actualiza presentándola de un modo claro y asequible al hombre de hoy. Su lectura resultará refrescante y provechosa no sólo a los religiosos, sino también a tantas personas como en medio del mundo tratan de amar a Dios sobre todas las cosas. El tema de la castidad siempre será difícil e incompleto. Por mucho que se estudie, por muy claras que tengamos las nociones, siempre queda "un espacio vacío" ante quien consagra su vida a Dios. En este camino los peligros son también muy reales. Peligro, sobre todo, de quedarse a medio camino: no decidirse a ser enteramente del Señor y tampoco decidirse a dejar el estado de vida elegido. Todo esto puede llevar a desarreglos psíquicos importantes. Por eso hay que recurrir constantemente a la oración. Hay que solicitar con insistencia la ayuda del cielo y sin duda notaremos sus efectos: Dios nos irá 8
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1 EL AMOR EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
La castidad es una cualidad del amor. Concierne a la afectividad del hombre, la capacidad de amar, que es la nuestra como seres encarnados. La castidad, por lo tanto, no puede ser reducida a la prohibición de tal o cual acto; es una realidad eminentemente positiva; es la incandescencia del amor. Para poder captar algo de ella, tenemos que considerar la sexualidad y la afectividad humana en su totalidad. El corazón del hombre está hecho para conocer y amar al otro y al Totalmente Otro. Lo que cuenta en la vida de un hombre es lo que ama y cómo ama. Nuestra existencia no es más que un largo aprendizaje del amor. Cristo es nuestro Maestro y nuestro Camino. Por el don de su Espíritu restaura nuestra humanidad en toda su integridad; nos da la posibilidad de amar como Él amó y como ama actualmente. Este don corona un proceso histórico, cuyo desarrollo
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LA FELICIDAD DE SER CASTO
1. EL AMOR EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
nos revela la Biblia. Pongámonos a su escucha, con una atención especial A lo que nos dice sobre la sexualidad humana.
de Dios: "He conseguido un hombre para el Señor" exclama Eva después de haber dado a luz a Caín (Gn 4, 1). El deseo dirigido a la joven Rebeca manifiesta la misma ¡dea: "¡Oh hermana nuestra, que llegues a con-
La sexualidad en la Biblia
vertirte en millares de miríadas, y conquiste tu La sexualidad es presentada en los textos más antiguos de la Biblia bajo dos aspectos principales: el de la fecundidad y el del amor.
descendencia la puerta de sus enemigos!" (Gn 24,60). La fecundidad inesperada de las mujeres estériles
Fecundidad
que trajeron al mundo a los héroes de la historia de la "Y creó Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios lo creó; macho y hembra los creó. Y los bendijo y les dijo: 'Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla; dominad en los peces del mar, en las aves del cielo y en todo animal que serpea sobre la tierra'" (Gn 1, 27-28).
salvación (Jacob, Sansón, Samuel, Juan el Bautista,
El relato sacerdotal de la creación afirma que el hombre y la mujer, los dos, están hechos a imagen de Dios. Como Dios, "el hombre" posee la soberanía del universo; como Él, tiene el poder de dar la vida a seres que serán a su imagen (pero no por creación).
ción de la armonía de los orígenes, tal como nos lo
La bendición de Dios y el poder concedido al hombre tienen por objeto la fecundidad carnal que garantiza la existencia del Pueblo de Dios y su continuidad en el tiempo. De este modo la sexualidad se presenta como algo bueno y ordenado a la fecundidad. Es la significación biológica de los sexos. Pero esta fecundidad está directamente unida a la acción
bato
etc.), nos revela que todo nacimiento está entre las manos de Dios y que él es la fuente última de la vida. La institución del levirato (cf Dt 25, 5) y de la poligamia están al servicio del valor de la fecundidad: una familia numerosa es la bendición de Dios. Sin embargo, la poligamia representa una altera-
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describe el segundo relato de la creación. De hecho, este relato es probablemente más antiguo que el primero. Está, ciertamente, más atento a la relación psicológica ente el hombre y la mujer. El sentido del celino
está
descubierto
aún
en
el
Antiguo
Testamento. Jeremías es el único célibe que conocemos del Antiguo Testamento: pero era célibe como señal, para hacer comprender a los despreocupados el peligro de su época: cuando todo va mal no se funda una familia (cf Jr 16, 2-4). En general, la consigna es: "Sed fecundos" para asegurar el desarrollo del Pueblo I3
LA FELICIDAD DE SER CASTO
de Dios con vistas al cumplimiento de los designios divinos. Amor
I. EL AMOR EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Entre las criaturas de Dios, únicamente la mujer es la interlocutora, tanto física como psíquica, del hombre; un ser que es para él una ayuda y una compañera. Ella es hueso de sus huesos y carne de su carne , es decir, que entre el hombre y la mujer hay un parentesco supremo, una conveniencia perfecta. Pero para que le sea dada esta mujer, Adán ha de sucumbir a un sueño profundo, una especie de muerte: necesita renunciar a sí mismo para encontrarse en la mujer. Luego abandona a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hace una sola carne, es decir, un solo ser. El ideal paradisíaco de la pareja lleva consigo la igualdad de las personas en una unión íntima y duradera. Este ideal será invocado y profundizado a lo largo de la historia sagrada, incluso si en lo concreto no es siempre respetado. El instinto despótico del hombre hacia la mujer, el deseo que ella tiene del hombre, los dolores del parto, todo es falta de armonía y fruto del pecado. 1
En el relato yahvista (Gn 2-3), tan vivo y tan profundo, el Señor coloca al hombre que ha formado en un jardín, el Edén, para que lo cultive y lo guarde. El Señor hace germinar toda clase de árboles de aspecto atractivo y de frutos buenos para comer. El hombre tiene todo lo que necesita para la vida material y tiene una tarea que cumplir. Pero está solo. Y el Señor Dios dice: "No es bueno que el hombre esté solo. Quiero hacerle una ayuda que le corresponda. El Señor Dios modeló del barro todas las fieras de los campos y todos los pájaros del cielo, y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponía. Todo lo que el hombre nombró significaba "ser vivo". El hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las fieras salvajes, pero para él, para el hombre, no encontró la ayuda que le correspondía ". El dominio sobre el mundo animal no le bastaba. El Señor Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, que se durmió; tomó una de sus costillas y rellenó el vacío con carne. De la costilla que Yahvé Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: "Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne: ésta será llamada varona [ishsha] porque del varón [ish] ha sido tomada. Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne".
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La sexualidad es presentada así como el modo fundamental y elemental de la respuesta a la necesidad social del hombre. La dualidad sexual es una función de desarrollo personal y social en el diálogo y la comunión. La atracción de los sexos es un medio, para la persona humana, de salir de su soledad por el don y la acogida recíproca. El hombre encuentra en la mujer como una parte alienada de sí mismo, la mujer encuentra en el hombre su complemento. El hombre y la mujer son los aspectos complementarios de un 1
Es una forma de superlativo, en la Biblia. Otro ejemplo, e!
Cantar de los cantares.
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LA FELICIDAD DE SER CASTO
I. EL AMOR EN EL ANTICUO TESTAMENTO
mismo todo. Su unión reconstituirá la unión primitiva disociada.
"Que me bese con el beso de su boca, mejores son que el vino tus amores" (Ct 1, 2).
En resumen, los relatos del Génesis nos colocan ante dos perspectivas fundamentales: la de la fecundidad y la del amor. Dos expresiones de un orden de cosas querido por Dios, que tiene un valor permanente y universal. El pecado podrá alterar y desajustar esta realidad humana; en sí misma ella sigue siendo un don de Dios, un bien que será presupuesto a la obra de la Redención.
"Mi amado es para mí, y yo soy para mi Amado: él pastorea entre los lirios" (Ct 2, 16). " Y o soy para mi Amado, y hacia mí tiende su deseo" (Ct 7, 11). "Ponme cual sello sobre tu corazón, como un sello en tu brazo. Porque es fuerte el amor como la muerte; obstinado como el abismo, el celo. Saetas de fuego, sus saetas, una llama de Yahvé" (Ct 8, 6-7).
El Cantar de los cantares En este poema la sexualidad no es solamente El Antiguo Testamento nos presenta numerosas historias de amor, con un sentido humano muy profundo de la vida de la pareja: Isaac y Rebeca, Jacob y Raquel , Ruth y Booz, David y Bethsabé, etc. 2
También está el Cantar de los cantares, poema en el que el amor es exaltado a la vez, en su forma más noble y más realista: describe en él a dos enamorados viviendo su amor en todas sus dimensiones, desde la más carnal y sensual a la más personal, sin falsos pudores, con la inocencia de la llama divina que los anima. La belleza de la relación humana entre dos personas que se aman se celebra con todo el arte de la poesía, valorando así la libre expresión de sus sentimientos y la búsqueda apasionada y recíproca de la unión sexual: 2 "Jacob sirvió por Raquel siete años, y estaba tan enamorado que los años se le hicieron pocos días" (Gn 29, 20).
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aceptada sino cantada de la manera más positiva y más encarnada. Como toda realidad humana, el amor humano, para llegar a su perfección, debe pasar por un periodo de maduración evidenciado por la búsqueda constante de una unión cada vez más profunda y por el sufrimiento debido a la alternancia de presencia y de ausencia, de unión y de separación que forman la tensión fecunda presente en todo amor creado: " E n mi lecho, por las noches, he buscado al Amado de mi alma. Busquele y no le hallé. Me levantaré, pues, y recorreré la ciudad. Por las calles y plazas buscaré al Amado de mi alma. Busquele y no le hallé. Los centinelas me encontraron, los que hacen la ronda en la ciudad: '¿Habéis visto al Amado de mi alma?' Apenas los había pasado, cuando encontré al Amado de mi alma. Le aprehendí y no le soltaré hasta que le 17
1. EL AMOR EN EL ANTICUO TESTAMENTO
LA FELICIDAD DE SER CASTO
haya introducido en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me concibió" (Ct 3, 1-4). Hay dos maneras de interpretar el Cantar. Según la interpretación alegórica, el poema simboliza, para la tradición judía, la relación entre Israel y Yahvé . Para la tradición cristiana la relación entre Cristo y su Iglesia, o más tarde, entre el Verbo y el alma individual (Clemente de Alejandría, Orígenes, Bernardo de Claraval, etc.). 3
Pero existe también una interpretación literal, desde Teodoro de Mopsuestia, en el siglo V y la escuela de Antioquia hasta nuestros días con la mayoría de los exegetas modernos. Según esta interpretación se trata sencillamente de una colección de poemas de amor humanos. Con nuestra óptica actual, esta divergencia de opiniones no tiene importancia. Según la ¡nterpreta3 André Chouraqui, por ejemplo, distingue tres grandes temas: el de la génesis del amor, el de la separación y la búsqueda recíproca de los enamorados, y el de los reencuentros y la unión. Ve en ello un resumen de la Biblia entera: " L o s tres grandes momentos del Génesis, del Exilio y del Retorno celebran todo el drama de la pareja humana como el de Israel y de la creación entera... El universo es el lugar de un drama de amor. Siempre el Amante y la amada se desean y se llaman, se pierden y se buscan, se encuentran y se abrazan. Así, en un mundo vacío de sus ídolos, purgado de sus mitos, liberado de la hechicería, liberado de los poderes de la magia, el hombre está solo frente al amor. La relación del hombre frente a Dios es relación de amor: uno y otro se desean y se llaman, se pierden y se buscan, se encuentran y se abrazan, pues se aman con un amor que no se pasará: ' C o n amor eterno te he a m a d o ' (Jr 31,3). El Cantar de los cantares nos invita de este modo a la alegría de las bodas anunciada por la voz inspirada [del Profeta]" (La Bible, traduite et présentée par André Chouraqui, Les cinq volumes, liminaire pour le Poeme des poémes, Desclée de Brouwer, 1975, p. 24).
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ción literal el amor humano es celebrado como algo sagrado en sí mismo, una llama de Yahvé, su descripción cabe también en la Palabra inspirada de Dios. Según la interpretación alegórica, la relación sexual entre dos personas es escogida como el símbolo más rico de la unión mística, por lo tanto, con un valor y una belleza intrínsecos.
Los profetas Oseas es el primero que ha comprendido que Dios quiere entrar en una comunión tan íntima con nosotros que la única expresión apropiada es la unión conyugal. Más aún, él ha comprendido que el corazón de Dios es un corazón que, ante todo, ama. Este hombre de hace dos mil setecientos años, nos es muy simpático: apasionado, generoso, sensible, poeta. La revelación del corazón de Dios no la tiene por medio de una visión, sino por medio de una experiencia vivida por la que Dios lo ha introducido, por así decir, en su propia afectividad Oseas vive durante un periodo sombrío. En el plano moral y social no hay más que corrupción; en el plano religioso, infidelidad, idolatría hacia los dioses de la fertilidad de Canaán; en el plano político la situación es desesperada: a Israel no le queda otra solución que ser aplastada por sus enemigos. Entonces el Señor dice a Oseas: "Ve, tómate una mujer dada a la prostitución, y engendra hijos de prostitución, porque la
LA FELICIDAD DE SER CASTO
tierra se está prostituyendo enteramente, apartándose de Yahvé" (Os 1, 2). Fue él y tomó a Gómer... Gómer le dio hijos. Oseas envuelve a Gómer con todo su amor, pero ella le es infiel, lo abandona para prostituirse según los ritos cananeos de los cultos de fertilidad. A continuación, el Señor dice de nuevo a Oseas: "Ve, ama a una mujer amada por otro hombre y entregada al adulterio, como ama Yahvé a los hijos de Israel, mientras ellos se vuelven a otros dioses" (Os 3, 1). No sólo "volver a tomar consigo" a Gómer, sino "amarla" [...] Tratamos de comprender un poco la densidad de esta prueba para un corazón humano. Pongámonos en el lugar de Oseas. La misma ley mosaica prohibe el volver a tomar a la mujer repudiada (cf Dt 24, 1-4). Es insensato, imposible, pero así es el amor de Dios. El Señor no conoce el orgullo; su misericordia no tiene límites. Como Oseas debe amar a Gómer tal como es, sin ilusiones, con su infidelidad, igual ama el Señor a su pueblo tal como es, hasta en su pecado, a pesar de su pecado del que no puede salir: en efecto, únicamente el amor que su Dios le aporta podrá liberarlo . Pero no es un amor ingenuo, 4
4 En la plenitud de los tiempos, esto será expresado en la fe cristiana por el apóstol Pablo: " E n efecto, cuando todavía estábamos enfermos, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos - e n verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir-; pero la prueba de que Dios nos a m a es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 6-8).
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1. EL AMOR EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
es un amor curtido por el sufrimiento, exigente. El Señor quiere el amor en compensación y va a purificar a esta mujer que es, al mismo tiempo, una tierra; va a transformarla en un desierto. En primer lugar, desierto de despojamiento; luego, lugar de intimidad, de una alianza restaurada, con toda la frescura de un primer amor, que vuelve a brotar sobre la armonía de un universo trasformado. "Por eso yo la voy a seducir: la llevaré al desierto y hablaré a su corazón. Le daré luego sus viñas, convertiré el valle de Akor en puerta de esperanza. Y ella me responderá allí como en los días de su juventud, como en el día en que subió del país de Egipto. Y sucederá aquel día -oráculo del Señor- que ella me llamará: "Marido mío", y no me llamará más "baal mío, amo mío". Yo quitaré de su boca los nombres de los Baales, y no me mentarán más sus nombres. Haré en su favor un pacto el día aquel con la bestia salvaje, con el ave de los cielos, con el reptil del suelo. Arco, espada y guerra los quebraré fuera de esta tierra, y haré que ellos reposen en seguro. Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y equidad, en amor y compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás al Señor" (Os 2, 16-22). "Porque yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos" (Os 6,6). Oseas nos ofrece algo del amor de Dios en otro pasaje en el que este amor se describe, no a partir de
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LA FELICIDAD DE SER CASTO
1. EL AMOR EN EL ANTICUO TESTAMENTO
la unión conyugal, sino a partir de la ternura paterna y materna. Este pasaje ha sido llamado el punto culminante de la revelación del amor divino en el Antiguo Testamento. Escuchemos al Señor:
"Efraín [...] ¿qué tengo aún que ver con los ídolos? Yo le atiendo y le miro. Yo soy un ciprés siempre verde y de mí proceden tus frutos" (Os 14, 9).
"Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: sacrificaban a los baales, e incensaban a los ídolos. Y con todo yo enseñé a Efraín a caminar, tomándole en mis brazos, mas no supieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como quien alza a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él para darle de comer" (Os 11,1-4).
Jeremías, Ezequiel e Isaías volverán tomar a su vez el simbolismo del amor conyugal para caracterizar las relaciones entre Dios y su pueblo:
Los hijos de Israel no responden a los anticipos del Señor. " S e apegan a su apostasía, les llamo desde lo alto, pero ninguno se levanta" (Os 11, 7). De ahí se deriva un combate extraordinario entre el amor y la cólera en el corazón afligido de Dios. Triunfa el amor: " ¿ C ó m o voy a dejarte, Efraím, cómo entregarte, Israel? [...] Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas. No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraím; que yo soy Dios y no hombre, santo en medio de ti, y no me arrastrará el furor. En pos del Señor marcharán, como un león rugirá; y cuando ruja vendrán temblando sus hijos desde occidente [...] y les haré habitar en sus casas -oráculo del Señor" (Os 11, 8-11). 22
"Así dice Dios a Jerusalén: 'De ti recuerdo el amor juvenil, el amor de tu noviazgo; me seguías por el desierto, por la tierra no sembrada". "Pues bien, te has prostituido con muchos amantes [...] y profanaste el país con tus prostituciones y malicia" (Jr 2, 2; 3, 1-2). Y este texto conmovedor de Ezequiel: "Cuando naciste, el día en que viniste al mundo, no se te cortó el cordón, no se te lavó con agua para limpiarte, no se te frotó con sal, ni se te envolvió en pañales. Ningún ojo se apiadó de ti para brindarte alguno de estos menesteres, por compasión a ti. Quedaste expuesta en pleno campo, porque dabas repugnancia, el día en que viniste al mundo. Yo pasé junto a ti y te vi, agitándote en tu sangre. Y te dije, cuando estabas en tu sangre: 'Vive y crece como la hierba de los campos'. Y tú creciste, te desarrollaste, y llegaste a la edad nubil. Se formaron tus senos, tu cabello creció. Pero estabas completamente desnuda. Entonces pasé yo junto a ti y te vi. Era tu tiempo, el tiem23
LA FELICIDAD DE SER CASTO
po de los amores. Extendí sobre ti el borde de mi manto y cubrí tu desnudez; me comprometí con juramento, hice alianza contigo -oráculo del Señor Yahvé- y tú fuiste mía" (Ez 16, 4-8).
Luego Isaías, escribiendo durante el exilio: "Porque tu esposo, Jerusalén, es tu Hacedor, Yahvé Sebaot es su nombre. Porque como a mujer abandonada y de contristado espíritu, te llamó el Señor; y la mujer de la juventud ¿es repudiada?, dice tu Dios" (Is 54, 5°.6). Este tema del matrimonio es muy importante. Proporciona al amor humano sus credenciales, su nobleza, y de este hecho resulta una afirmación progresiva en el plano de las costumbres, un progreso hacia el ideal de la fidelidad y de la monogamia, pues el Señor no tiene más que una sola esposa. "Encuentra la alegría en la mujer de tu juventud: cierva admirable, graciosa gacela. ¡Estáte siempre prendado de su amor! ¿Por qué, hijo mío, dejarte con una extranjera y abrazar el seno de una desconocida?" (Pr 5, 18-20)5. A su vez esto permite comprender y expresar con más finura y profundidad la relación entre Dios y su pueblo, principalmente en la nueva alianza.
2 EL AMOR CASTO DE JESÚS
Deberíamos poder hablar castamente de la castidad de Jesús. Al menos, podemos humildemente, mirarle vivir para aprender lo que es la castidad y verle amar con su propia manera que es casta. Con frecuencia su libertad nos sorprende. Tenemos unos a príori más o menos estrechos. Tratemos de rechazarlos para recibir en nosotros la imagen pura de Cristo. Jesús habla poco de la castidad; esta palabra no se encuentra en los Evangelios. Permaneciendo célibe, no obedece a ninguna ley exterior, más bien iba en contra del precepto mosaico "sed fecundos" que los judíos consideraban como un imperativo. Los rabinos judíos, particularmente, debían estar casados. Únicamente la comunidad de Qumrán practicaba la abstención del matrimonio o de su uso, pero esta comunidad era marginal. Juan Bautista y María entran ya en
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Ver también. Pr 31, 10-31; Si 2 6 , 1-4; 13, 27.
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la irradiación de la Encarnación. r
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2. EL AMOR CASTO DE JESÚS
LA FELICIDAD DE SER CASTO
No da la impresión de que la elección que hace Jesús de no casarse sea para él difícil de tomar y de mantener. Se trata más bien de la consecuencia de algo más profundo, de una dimensión de su ser y de su amor, de su manera espontánea de situarse frente a los hombres. Su castidad no es una realidad negativa, es la pureza de su amor. "Hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos" (Mt 19, 12). Jesús es uno de estos eunucos. Si permaneció célibe, fue a causa del Reino de los cielos. Jesús nos advierte que en esto hay algo misterioso: "Entienda quien pueda entender". Es muy significativo que esta afirmación sobre el celibato esté a continuación de la rehabilitación del matrimonio. Jesús toma el antiguo texto del Génesis para restablecer el matrimonio en toda su dignidad y exigencia. "¿No habéis leído que el Creador, al principio, los hizo varón y hembra, y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne? Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre" (Mt 19, 4-6). "Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así. Ahora bien, os digo que quien repudie a su mujer -salvo en 26
caso de fornicación- y se case con otra, comete adulterio" (Mt 19, 8-9). Esto pareció tan duro a los apóstoles que dijeron: "Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse". Jesús les respondió: "No todos entienden este lenguaje, sino solamente aquellos a quienes se les ha concedido. Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los cielos. ¡Quien pueda entender que entienda!" (Mt 19, 10-12). El lenguaje de Jesús es directo, casi brutal. En esa época el estado de eunuco era reconocido como tal en la sociedad, pero el eunuco estaba excluido del Templo y del sacerdocio. Era mirado generalmente como un ser disminuido que no podía contribuir a la esperanza, es decir, a la posteridad de Israel. Jesús rompe con esta tradición, ya que, en su persona, el Reino de Dios está entre nosotros. Los últimos tiempos han llegado. Se impone una elección radical. La situación de las dos primeras categorías de eunucos es involuntaria. No es, pues, debida a una elección libre, no expresa un don, no tiene, en principio, un sentido religioso. Los eunucos por el Reino lo son voluntaria y libremente; su compromiso exige un 1
1 La psicología de las profundidades nos sugiere que "eunucos hechos tales por los hombres", incluye no solamente a los que han sido físicamente mutilados sino también a los que se han hecho impotentes por traumatismos psíquicos (ver el complejo de castración, etc.).
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2. EL AMOR CASTO DE JESÚS
don de lo alto, una gracia especial, y posee un sentido religioso. Si llevásemos el término eunuco hasta lo más profundo de su significación literal, se trataría de una renuncia definitiva irreversiblemente inscrita en la carne. Sería caer en el error de Orígenes y de algunos más que se mutilaron físicamente. Hacerse eunuco, según la interpretación de la Iglesia, debe tomarse en el sentido espiritual, sin quitarle, sin embargo, su carácter de compromiso definitivo en el camino abierto por Jesús, alternativa legítima del matrimonio.
¿Los asuntos de su Padre no son tan exigentes, tan apasionados que nada en el mundo, en comparación, tiene importancia? Jesús sólo puede pertenecer al Padre de una manera total.
De este modo, Jesús propone a sus discípulos la novedad radical de ese ideal de castidad que Él mismo realizaba (y que Juan Bautista, María y José realizaron igualmente), como la expresión de una entrega total al Reino de Dios y a su misión para inaugurarla en la tierra. El amor de Jesús debía abarcar a todos los hombres sin excepción y debía comprometer todo su ser hasta el don de su vida. Esa era su castidad. Veamos su forma concreta, como la describen los Evangelios. ¿Cuál era el fundamento?: "Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?" (Le 2, 49).
Su intimidad con su Padre - " e l Padre y yo somos uno" (Jn 10, 3 0 ) - funda su identidad y su libertad. Este rasgo fundamental de su personalidad determina su manera de ocupar su lugar entre los hombres. Es, a la vez, la raíz de su libertad para con ellos y de su atención inagotable. Da testimonio ante los hombres de que el amor y la alegría que recibe del Padre les están destinados también a ellos. Jesús trasparenta perfectamente al Padre. "Quien me ve, ve al Padre" (Jn 14, 9), ese amor y esa bondad irradian sobre los hombres de manera perfectamente gratuita, y casta, o pobre, si se quiere, pues no retiene nada para sí mismo. " S e celebraba una boda en Cana de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús" (Jn 2, 1-2).
Es la primera palabra de Jesús que los Evangelios nos han conservado. Jesús tiene doce años, edad de madurez religiosa en el judaismo. Muestra un sentido muy claro de su identidad profunda: es el Hijo de su Padre. Se pone ante sus padres sin ninguna rebeldía, pero con toda libertad y autonomía personal. La ruptura, unida al paso al estado de adulto, se hace de la manera más sana.
Era un hombre hecho para amar, para la alegría profunda de amar y ser amado. Ocupa de manera natural su lugar en la fiesta, un lugar discreto pero indispensable. Todas las bodas a través de los tiempos están iluminadas por su presencia. La alegría en el amor y la fecundidad es buena, proviene de la fuente de toda alegría, es sacramento de una alegría y de una vida que no terminarán. El agua, hermana agua, tan humilde y tan humana (es decir, el amor), por su palabra, será cambiada en vino, en buen vino
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del Reino. Llenad, pues, de agua las jarras perecederas. Amemos en la alegría, con nuestro corazón de hombre. Notemos la discreción de Jesús ante la intimidad de los esposos, y su comprensión ante el apuro. El ha escogido el camino de la soledad para sí mismo, pero no manifiesta ni envidia ni miedo ante el amor conyugal. "Dejad que los niños vengan a mí". Los niños que le presentaban para que les impusiese las manos (cf Me 10, 13-16) eran apartados por sus discípulos "vivamente" -dice el texto-... ¡las personas mayores y su seriedad! ¡Que Dios nos guarde! Viendo esto Jesús se enfadó y les dijo: "Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en é l " . "Los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos". Jesús ama mucho a los niños, eso está claro. Él se les parece, Él, que es el primero que ha acogido el Reino. En su corazón, dulce y humilde, ha conservado una frescura, una vitalidad nueva. Todo en él es límpido y sencillo, como la mirada de un niño. "Un fariseo le rogó que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de él, 30
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comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume. Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: 'Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora'. Jesús le respondió: 'Simón, tengo algo que decirte'. Él dijo: 'Di, maestro'. 'Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?' Respondió Simón: 'Supongo que aquel a quien perdonó más'. El le dijo: 'Has juzgado bien', y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: '¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra'. Y le dijo a ella: 'Tus pecados quedan perdonados'. Los comensales empezaron a decirse para sí: '¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?' Pero él dijo a la mujer: 'Tu fe te ha salvado. Vete en p a z ' " (Le 7, 36-50). "¿Ves a esta mujer?" La mirada revela el corazón: tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso" 31
LA FELICIDAD DE SER CASTO
¿. EL AMUK L A S I U DE JEbUi
(Le 11, 34). La mirada sobre la pecadora revela el deseo o la indignación hipócrita; la miramos para desearla furtivamente o para condenarla. La mirada de Jesús penetra hasta el fondo de su corazón para descubrir y despertar en él un secreto de pureza; esta mujer ha sabido ir hasta el final del amor. Sus pecados han sido consumidos por su ardor.
Aunque haya escogido vivir célibe con otros hombres durante sus últimos años, Jesús se muestra completamente natural con las mujeres. Todas las mujeres que encuentra en su camino, son acogidas sin reticencias y sin equívocos. Su libertad de actitud extraña hasta a sus discípulos: "Entonces llegaron sus discípulos, que se sorprendieron de que hablara con una mujer [la Samaritana]. Sin embargo, ninguno dijo: '¿Qué pides? o ¿de qué hablas con ella?'" (Jn 4, 27). No huye de las mujeres pecadoras; ¡incluso pone a las prostitutas como ejemplo para los "bien pensantes"! No se encuentra en él huella de los reflejos, a veces un poco misóginos, de Pablo. Tenía amistad con algunas mujeres (María de Betania, etc.) y las visitaba. Estaba también, en su vida, la presencia profundamente femenina de su Madre. Cuando todos lo abandonan, las mujeres están todavía al pie de la cruz. La mujer es más fiel. Resucitado, continúa llamando a una mujer por su nombre de una manera muy personal: "María" (Jn 20, 16).
Profundicemos en la densidad humana de este encuentro. "Tomó un frasco de alabastro con perfume, y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y se los ungía con el perfume". Jesús deja que se acerque a Él, se deja tocar, besar por la pecadora. Lejos de escandalizarse, se muestra profundamente sensible a este gesto tan femenino, acoge sencillamente el amor que ella le muestra. Hace notar que "la gente bien" no ha sabido ofrecerle esas muestras de atención... En Juan, la mujer pillada en flagrante delito de adulterio ha sido llevada a Jesús como ante un juez, para ser condenada. Jesús con una sola frase, revela la impureza de corazón de los que le habían traído: "Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra" (Jn 8, 7). La mujer encuentra un defensor y el perdón. Jesús sólo le dirige palabras de gran dulzura: "Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más" (Jn 8, 11). 32
Jesús se sitúa sin ambigüedad como un hombre delante de la mujer. Se encuentra cómodo, muestra equilibrio, atención libre de toda segunda intención, de todo deseo. Siente un gran respeto por todas estas mujeres; las trata con humanidad: sabe llegar hasta su corazón y abrirles el suyo con comprensión, sensibilidad, simpatía, amistad. Esta libertad le permite, sin mutilar su ser de hombre, renunciar a la unión conyugal para consagrarse al Reino de Dios; ese Reino en el que "en la resurrección no se tomará ni mujer, ni marido, sino que seremos como ángeles en el cielo" (Mt 22, 30). La unión sexual 33
2. EL AMOR CASTO DE JESÚS
pertenece al área de las realidades provisionales. En la fe, podemos escoger el ignorarla.
sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios" (Jn 1, 12-13).
"El que tiene a la esposa es el esposo" (Jn 3, 29).
De este modo se superó el deber veterotestarmentario del matrimonio y de la procreación en orden a asegurar la continuidad del Pueblo de Dios. Desde entonces los hijos de Dios nacen de toda raza y de toda nación. Son espiritualmente engendrados por la Palabra en el Espíritu Santo. El Padre es la fuente última de esta familia, de este pueblo. Él es quien atrae a los hombres a Cristo para que, por su unión personal con Él en la fe y el amor, sean todos hermanos y hermanas (cf Jn 6, 37; 17, 6.9-10).
Y sin embargo, Jesús es esposo. Hemos visto que el Esposo para Israel es el Dios ardientemente deseoso de unirse a los hombres en la ternura y la fidelidad. En el Nuevo Testamento, el Esposo es Jesús en persona. Asume toda la densidad espiritual de este nombre revistiéndole de toda la ternura y toda la pasión de su corazón de hombre, de su amor por su Pueblo, hasta el sacrificio de su vida. Esa es la razón profunda de su castidad: un amor más grande; ése es el fundamento de la expresión en términos nupciales de la relación entre Cristo y la Iglesia, y entre Jesús y el alma que viene a dar amor por amor: "Todo el que cumple la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12, 50). "A su madre y a sus hermanos" van dirigidas estas palabras tan duras. Para un oriental, los lazos familiares son esenciales, el individuo aislado no puede subsistir. Pero si Jesús se declara libre de los lazos de sangre, es para hacer nacer una familia de otro tipo, nacida de la relación con el Padre celestial. "Pero a todos los que la recibieron les dio poder de llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de
Para ser el corazón de esta familia, para ser el hermano de cada miembro, y recibir a cada uno como hermano y hermana, es preciso que haya en Jesús una fuerza de amor inagotable, una libertad perfecta y un respeto absoluto por cada persona. Aquí se puede comprender, quizá, una razón de su castidad. Tenía que estar disponible para todos. Ser todo entero de cada uno. Su amor fraterno, vivido bajo la mirada del Padre, es casto en su raíz. Es comunicación libremente ofrecida de un amor que viene del Padre y vuelve a Él. Todo le es dado por el Padre, todo lo que es del Padre es suyo y, sin embargo, frente a su hermano, es pobre del todo, con la pobreza del amor, en el que todo es don, acogida, apertura de sí mismo; nunca reivindicación, conquista, retorno posesivo, búsqueda de sí mismo. La verdadera castidad de Jesús para con los hombres y las mujeres, en el fondo, es su manera de abor-
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dar a cualquier ser humano, de entregarse a él todo entero, sin miedo; de prestarle toda su atención, todo lo que él es, y después, llamar a este ser a una respuesta de la misma calidad y hacerlo capaz de ella. Incapaz de ejercer ninguna presión, ningún chantaje afectivo, él concede a cada ser el ser exactamente él mismo. Veamos a Jesús con sus discípulos particulares. Los ama con una amistad profunda, viril, tierna. Cuenta con su amistad, siente dolorosamente sus flaquezas y aprecia su fidelidad. Sufre cruelmente el separarse de ellos, y les pide que abandonen todo para seguirle. Ha vivido toda su existencia delante de ellos y con ellos. Incluso ha tenido sus privilegios, y no ha hecho ningún misterio de tal intimidad. Sin embargo, jamás aparece en Él exclusivismo, susceptibilidad, preocupación personal. Ha amado a los suyos hasta el extremo, el extremo de la Cruz. El amor de Dios se revela en el amor apasionado que conduce al Hijo a la muerte, y el secreto de esta pasión es también el secreto de su castidad. El mismo Jesús nos deja penetrar en este secreto durante su conversación en la sagrada Cena: "Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me
2. EL AMOR CASTO DE JESUS
habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros" (Jn 15, 12-17). ¡Él da su vida "por sus amigos" I ¡Y sus verdugos, los pecadores de todos los tiempos, tú y yo! Sí, por nosotros también, que nos comportamos, con frecuencia, más bien como enemigos de Cristo. Por todos los hombres cuyo rostro está tan a menudo marcado por el pecado, la mentira, la crueldad, el orgullo, el odio, la cobardía. Muchas veces, lo que podemos tener de más vil en nuestra humanidad, es lo que Jesús recoge. Sin embargo, da su vida por nosotros, a quienes estima como sus amigos, al menos en potencia. Porque nos ama con un amor puramente gratuito y noble; porque es capaz de llegar, más allá de todas nuestras suciedades y todos nuestros rechazos, a encontrar una fuente escondida, aún intacta, virginal, y hacer manar de ella una respuesta pura, porque Él es casto. " C o n ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros [...] Éste es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros" (Le 22, 15-19). Todo su amor, su vida, su muerte y su futuro en Dios es nuestro. Se entrega bajo la forma más humilde que hay: el pan, el vino, el alimento más simple y más sustancial. Así se ha entregado toda su vida; así da su vida. El que come su carne y bebe su sangre en 37
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la pureza de la fe entra en este misterio de don y de despojo: el Señor lo toma y se une a él más profunda, más íntimamente que el esposo a su esposa, igual que se une Él mismo a su Padre. La carne de Cristo hace casta nuestra carne; sin embargo, no es accesible a nuestros sentidos, sino a nuestra fe: "No me retengas. Déjame" (cf Jn 20, 17). Jesús, que durante su vida mortal, nunca pareció molesto porque le tocaran de manera familiar y tierna, rechaza el contacto de María Magdalena ahora que ha resucitado. No es que quiera imponer distancias. Nunca ha estado Jesús más cerca de los suyos como después de la resurrección. Y precisamente para hacerse conocer de María Magdalena adopta un tono de intimidad en el que ella lo vuelve a encontrar por entero. Pero esta intimidad se expresa ahora por la palabra, no por el contacto sensible. El lazo que une al Señor con María Magdalena, y con todos nosotros, ha cambiado, en el sentido de una mayor profundización, de una nueva dimensión que es la del mundo de la resurrección. Este lazo no se limita a lo sensible. El Señor ha atravesado la muerte para estar con nosotros de tal manera que nada, ni la muerte, ni la vida, ni el presente, ni el futuro, podrán separarnos de Él. Pero esta presencia, en su ausencia visible, la alcanzamos ahora por medio de la fe en los sacramentos, y en nuestros hermanos. El casto amor de Jesús da acceso al casto don del Espíritu Santo que derrama en nuestros corazones el Amor y nos permite dar testimonio de la castidad de Jesús, en la medida de nuestro amor. 38
3 LA CASTIDAD EN LOS ESCRITOS APOSTÓLICOS
Hemos visto a Jesús vivir como un hombre, totalmente abierto a todas las dimensiones de nuestra condición humana y, al mismo tiempo, yendo más allá e invitándonos a sobrepasarlas para penetrar en el mundo nuevo del Reino que él instaura. La verdadera vida trasciende el nivel biológico y sensible, y es legítimo, si Dios nos llama a ello, renunciar a sí mismo en ese nivel para vivir más directamente en un nivel espiritual. No habría que dudar ni siquiera en cortarse una mano o quitarse un ojo, si éstos fuesen ocasión de caída. El amor puede llegar hasta el sacrificio de la vida del cuerpo. Pablo, como Jesús, se sitúa en esta óptica religiosa de la tradición judía que opone el hombre "carnal" al hombre "espiritual", y no en la perspectiva filosófica, extraña a la mentalidad semítica, que considera el cuerpo como la prisión del alma. La carne denunciada 39
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vigorosamente por Pablo, es el razonamiento, el entendimiento, el querer, el corazón, las pasiones, en una palabra, todo el hombre en cuanto que está cerrado a Dios por una actitud de autosuficiencia, que se afirma como la medida de todo y desdeña a Dios y a los hombres. Ese es el hombre pecador, "carnal". El hombre espiritual es el hombre enteramente animado, trasformado por el Espíritu Santo hasta en su ser corporal y sexual; es la criatura nueva nacida de Cristo. Pablo tiene en muy alta estima el cuerpo del hombre, que se ha convertido en Jesús en templo del Espíritu Santo y miembro del Cuerpo de Cristo. A causa de esto no se puede entregar ese cuerpo a la injusticia, al desenfreno, a esa ley de la concupiscencia que arrastra al mal. Recordemos que se dirige a los gentiles recién convertidos y que vivían en un mundo pagano disoluto. Esto es cierto, sobre todo, para el gran puerto de Corinto (pero nuestras ciudades modernas, nuestra civilización descristianizada, ¿es mejor que ellas en este aspecto?). También Pablo reconoce que tiene en su propio cuerpo una fuerte inclinación que se rebela contra la ley de Dios y hace de él el esclavo de la ley del pecado. No por desprecio a su cuerpo, sino precisamente por reconocer su dignidad espiritual, lo trata duramente y lo somete, para hacerlo transparente a la ley del amor. Pero escuchémosle. "Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación, que cada uno de vosotros sepa utilizar su cuerpo
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con santidad y honor, y no dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios" (ITs 4, 3-5). "¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni las gentes de costumbres infames, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios" (1Co 6, 9-10). Y este texto extraordinario: "El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? Y ¿había yo de tomar los miembros de Cristo para hacerlos miembros de prostituta? ¡De ningún modo! ¿O no sabéis que quien se une a la prostituta se hace un solo cuerpo con ella? Pues está dicho: Los dos se harán una sola carne. Mas el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él [...] ¿O no sabéis, que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! ¡Glorificad, por tanto, a Dios con vuestro cuerpo!" (1Co 6, 1317.19-20). Es bueno considerar la asombrosa frase "el cuerpo es [...] para el Señor y el Señor para el cuerpo" en
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LA FELICIDAD DE SER CASTO
un sentido eucarístico (es uno de los sentidos del texto). "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10, 16-17). Por medio de la comunión del cuerpo de Cristo nos convertimos en un solo cuerpo; nuestros cuerpos se hacen castos al contacto con el cuerpo casto de Cristo. Saquemos de aquí nuestra pureza. Pablo no rechaza el cuerpo en beneficio del espíritu. Insiste, al contrario, en hacer participar a este cuerpo carnal de la vida nueva. Pero, esta vida es vida de la resurrección, vida dada por el Espíritu; la carne por sí sola no basta, ni siquiera en lo que concierne al conocimiento de Cristo: "Así que, en adelante, ya no conocemos a nadie según la carne. Y si conocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así. Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva criatura. ¡Pasó lo viejo, todo es nuevo!" (2 Co 5, 1617). La naturaleza humana debe ser trasformada radicalmente para entrar en el Reino: "El primer Adán fue un ser animal dotado de vida; el último Adán, espíritu que da vida [...] 42
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Y del mismo modo que hemos revestido la imagen del hombre terreno, revestiremos también la imagen del celeste. Os digo hermanos: La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos" (1 Co 15, 45.49-50). "Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto contemplamos y reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, con una gloria cada vez más grande, por el Señor que es Espíritu" (2 Co 3, 18). El final de esta transformación es una unión mística con Cristo, tan profunda, que, "no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20). Cualquier realidad de orden inferior es olvidada sencillamente por Pablo -sin embargo, él sufrió en su carne y trabajó con sus manos-, en el ardor de su entusiasmo. "Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 26-28). Conociendo parcialmente esta disposición fundamental de Pablo, no pueden sorprendernos sus tomas de posición tan radicales respecto al matrimonio y a la sexualidad. San Pablo no tiene buena acogida entre las feministas, y hay que admitir que se muestra bastante pru43
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3. LA CASTIDAD EN LOS ESCRITOS A'POSTÓLICOS
dente con relación a la mujer. ¡Alguien ha sugerido, ingenuamente, que era porque habría estado casado! Pablo no hace más que reproducir la actitud corriente en su época. Pero cuando habla de la significación religiosa y de la virginidad, nos da, al contrario, una doctrina muy bíblica, de una gran profundidad.
la cultura social de aquel tiempo. Retengamos, sobre todo, la significación religiosa de la sexualidad que Pablo nos revela en este gran texto. Él establece un paralelismo entre la unión del hombre con la mujer y ¡a unión de Cristo con la Iglesia, de modo que las dos uniones se iluminan mutuamente. Esto es legítimo porque hay en la institución misma del matrimonio, en el momento de la creación, un misterio de gran alcance. La unión de los esposos por Dios y en Dios simboliza, anuncia concretamente una realidad que la sobrepasa: la unión de Cristo y de la Iglesia. No solamente el matrimonio cristiano anuncia esta unión, sino que la contiene como una fuerza que puede conducir a los esposos cristianos al amor y al sacrificio mutuos, con tal de que se amen verdaderamente en y como Cristo. Por eso el matrimonio no es solamente un símbolo sino un sacramento, que consagra la unión sexual y trasforma el amor humano a imagen del amor de Cristo, del que es una participación fiel y permanente. Como el amor de Cristo, el amor de los esposos es don.
"Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo. Las mujeres a sus maridos, como al Señor. Porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia, el salvador del Cuerpo. Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste. Lo digo respecto a Cristo y la Iglesia" (Ef 5, 21-32). Dejemos de lado el aspecto jerárquico de la relación entre el hombre y la mujer; esto revela más bien
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La sexualidad es así asumida plenamente en su realidad humana como sacramento del amor; debe situarse en el marco del amor. ¿Qué amor? " L a caridad es paciente, es servicial, no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe, es decorosa, no busca su interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra de la injustita, se alegra con la verdad. Todo lo excusa.
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Todo lo cree. Todo la espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca" (1 Co 13, 4-8). Esto no excluye la integración de la dimensión carnal de la unión sexual. Pablo insiste en que los esposos se den el uno al otro: "No os neguéis el uno al otro sino de mutuo acuerdo y por cierto tiempo, para daros a la oración; luego volved a estar juntos, para que Satanás no os tiente por vuestra incontinencia" (1 C o 7 , 5 ) . Sin embargo, Pablo no oculta que prefiere otro estado de vida, el suyo, el del célibe. "Mi deseo sería que todos los hombres fueran como yo; mas cada cual tiene de Dios su gracia particular: unos de una manera, otros de otra. No obstante, digo a los no casados y a las viudas: bien les está quedarse como yo. Pero si no pueden contenerse, que se casen. Mejor es casarse que abrasarse" (1 Co 7, 7-9). Permanecer célibe es, pues, un don, un carisma, que no es concedido a todo el mundo. Pablo lo estima, porque el "tiempo se ha acortado" (cf 1 Co 7, 29) -Pablo vivía en la espera de la próxima vuelta de Cristo-, y porque el célibe está más libre para consagrarse a los asuntos del Señor. Son más bien, esta libertad y esta urgencia escatológicas las que constituyen el interés principal en el argumento de Pablo sobre esta materia: casarse o no casarse, poseer bie46
3. LA CASTIDAD EN LOS ESCRITOS APOSTÓLICOS
n e
s materiales o no, cambiar su condición social o no,
todas estas cuestiones están relativizadas a la luz de la eternidad: " L a figura de este mundo pasa" (1 Co 7,31). "Que cada uno viva en la condición que le ha asignado el Señor, en la cual se encontraba cuando Dios le llamó [circunciso o incircunciso, esclavo o libre]" (1 Co 7, 17). "Acerca de la virginidad no tengo precepto del Señor. Doy, no obstante, un consejo, como quien por la misericordia de Dios, es digno de crédito. Entiendo que, a causa de la inminente necesidad, lo que conviene es quedarse como uno está. ¿Estás unido a una mujer? No busques cortar con ella. ¿No estás unido a una mujer? No la busques. Mas, si te casas, no pecas. Y, si una virgen se casa, no peca. Pero todos ellos tendrán su tribulación en la carne [no las pruebas que proceden de la concupiscencia, precisa la Biblia de Jerusalén, sino las preocupaciones de la vida conyugal], que yo quisiera evitaros. Os digo, pues, hermanos. El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no tuviesen. Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa. Yo os quisiera libres de preocupaciones. El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de 47
LA FELICIDAD DE SER CASTO
las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está por tanto dividido. La mujer no casada, lo mismo que la doncella, se preocupa de las cosas del Señor, de ser santa en el cuerpo y en el espíritu. Mas la casada se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido. Os digo esto para vuestro provecho, no para tenderos un lazo, sino para moveros a lo más digno y al trato asiduo con el Señor, sin división" (1 Co 7, 17.25-35). En una palabra: el Reino de Dios está ya presente. Cristo va a volver pronto. No dejarnos absorber por los pequeños asuntos de este mundo, sino rechazar toda preocupación terrena para unirnos exclusivamente al Señor. En otro pasaje, Pablo exclama apasionadamente: "Celoso estoy de vosotros con celos de Dios. Pues os tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo" (2 Co 11,2). Este texto va dirigido a todos los cristianos, y no implica la elección del estado de virginidad, sino la pureza y el carácter absoluto de la relación con Cristo, en el plano espiritual, abierto a todos. Pedro, sintiendo ya el retraso de la vuelta de Cristo, predica una espera vigilante: "El día del Señor llegará como un ladrón. En aquel día, los cielos, se desharán [...] y la tierra y cuanto hay en ella serán juzgados. Puesto que
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3. LA CASTIDAD EN LOS ESCRITOS APOSTÓLICOS
todas estas cosas han de disolverse así, ¡cómo conviene que seáis en vuestra santa conducta y en la piedad! Vosotros que esperáis y aceleráis la venida del día de Dios, en el que los cielos, en llamas, se disolverán [...]. Nosotros esperamos, según su promesa, cielos nuevos y una tierra nueva, en los que habite la justicia. Por lo tanto, queridos, en espera de estos acontecimientos, esforzaos por ser hallados en paz ante él, sin mancilla y sin tacha. La paciencia del Señor es vuestra salvación" (2 P 3, 10-15). El Apocalipsis presenta el desenlace final con ayuda del símbolo de las bodas, las de Cordero, volviendo a expresarse en el lenguaje de los profetas. La ciudad santa de los últimos tiempos está descrita como "la novia, la esposa del Cordero" (Ap 21, 9). "Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya. Y la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo. Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondré su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será su Dios" (Ap 21, 1-3). "Y me dijo: Mira, pronto vendré y traeré mi recompensa conmigo para pagar a cada uno según su trabajo. Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin. Dichosos
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LA FELICIDAD DE SER CASTO
los que laven sus vestiduras, así podrán disponer del árbol de la Vida y entrarán por las puertas de la Ciudad" (Ap 22, 12-14). "El Espíritu y la Novia dicen: ¡Ven! El que lo oiga, diga: ¡Ven! Y el que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratuitamente agua de vida [...] ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 17-20). Estos textos van dirigidos a todos los cristianos como tales, casados o solteros. Sin embargo la castidad consagrada es una expresión privilegiada de este deseo y de esta esperanza. La vida monástica tiende, toda ella, a ese encuentro que se esfuerza por preparar y realizar ya ahora, en la medida de lo posible, en esta tierra. Según la expresión de Pedro, su amor la empuja a "acelerar la venida" del reino; su oración la lleva a ella, y a la Iglesia, y a la humanidad, y al universo hacia el Señor que viene. Existe otro pasaje que habla de "las vírgenes que siguen al Cordero a donde quiera que vaya". Está aplicado a las vírgenes en su sentido estricto en la liturgia, pero hay que admitir que, en su contexto, este término debe ser tomado en un sentido amplio. Leemos en primer lugar el texto: "Miré entonces y había un Cordero, que estaba en pie sobre el monte Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que llevaban escrito en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre. Y oí un ruido que venía del cielo, como un ruido de grandes aguas o el fragor de un 50
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LA CASTIDAD EN LOS ESCRITOS ATOSTÓLICOS
gran trueno. Y el ruido que oía era como de citaristas que tocaran sus cítaras. Cantan un cántico nuevo delante del trono y delante de los cuatro Seres y de los Ancianos. Y nadie podía aprender el cántico, sino los ciento cuarenta y cuatro mil rescatados de la tierra. Éstos son los que no se mancharon con mujeres, pues son vírgenes. Éstos siguen al Cordero a dondequiera que vaya, y han sido rescatados de los hombres como primicias para Dios y para el Cordero, y en su boca no se encontró mentira: no tienen tacha" (Ap 14, 1-5). Según el contexto, a los sectarios de la Bestia, marcados con la cifra de su nombre (cf Ap 13, 16-17), Juan opone los fieles del Cordero marcados con su nombre y con el nombre de su Padre, los ciento cuarenta y cuatro mil, número simbólico perfecto, representan, no una élite, sino todo el pueblo de Dios, el resto que ha permanecido fiel a través de las persecuciones y al que se le concederá el Reino. La afirmación, "que no se mancharon con mujeres, pues son vírgenes", concierne a todo el pueblo cristiano que ha sabido mantener su integridad y su fidelidad guardándose de toda contaminación con la idolatría del mundo. Quizá quiera también ponernos en guardia más concretamente, contra las prácticas de prostitución sagrada ("no se han manchado con mujeres"), pero no es un reconocimiento de que la unión sexual, como tal, sea impura ("manchado"). La frase: "Siguen al Cordero adondequiera que vaya" expresa la perfecta solidaridad de los rescatados
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LA FELICIDAD DE SER CASTO
con Cristo. Está claro, por tanto, que la virginidad en este texto debe ser interpretada en un sentido amplio y metafórico. Sin embargo, puede que, como consecuencia, este texto ilumine el tema de la virginidad en un sentido estricto ya que indica cual es la finalidad: la fidelidad indefectible a Cristo en la fe y en el amor.
4 LA CASTIDAD EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA
Desde los tiempos apostólicos ha florecido la virginidad voluntaria (1 Co 7, etc.). Es considerada como una síntesis de la santidad, que es el punto de mira fundamental de la vida ascética. Aquellos que escogen el permanecer vírgenes -sean hombres o mujeres- constituyen una clase reconocida. Al principio viven sin ninguna señal distintiva, en el seno mismo de la comunidad cristiana. Pero la necesidad de proteger y organizar este género de vida, así como el evitar los abusos y la inconstancia, agrupa poco a poco a estos cristianos "vírgenes" en comunidades, bajo una Regla, practicando la pobreza y la obediencia. Desde entonces se impone también a los monjes la práctica del celibato. La virginidad tiene por panegiristas a todos los escritores cristianos antiguos. Se abren camino entre los Padres, dos corrientes: una, más mística y tributá-
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LA FELICIDAD DE SER CASTO
4. LA CASTIDAD EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA
ria de san Pablo, que exalta la eficacia de la virginidad para obtener la caridad (san Juan Crisóstomo, san Agustín, etc.); la otra, más realista, insiste, no sin exceso de lenguaje y hasta de doctrina, sobre las incomodidades, desengaños y molestias del matrimonio (Tertuliano y san Gregorio de Nisa, etc.) o bien sobre los peligros de la sensualidad. En la Edad Media latina, se desarrolla este carácter defensivo de la continencia, con reminiscencias de san Agustín sobre la concupiscencia de la carne.
sexualidad, la mujer y el matrimonio. Es el resultado
En cambio, como reacción, los Tiempos Modernos dan testimonio de una afirmación masiva sobre los derechos de la sexualidad humana y la bondad intrínseca del matrimonio, hasta tal punto que la práctica del celibato les parece a muchos como una mutilación del hombre. Es cierto que hoy día el celibato está llamado a ser considerado positivamente como un valor en sí mismo, y no negativamente rebajando la sexualidad y el matrimonio. La castidad, para ser convincente, tiene que ser capaz de mostrar que realiza el deseo profundo de toda sexualidad, que es abrirse al amor de caridad dándose y acogiendo a Dios y al prójimo. Por esto, es esencial volver a la inspiración religiosa profunda de los primeros tiempos, cuyo acceso se nos ha hecho difícil a causa del lenguaje filosófico, extraño para nosotros y algo discutible.
- una visión filosófica, con frecuencia dualista y platónica, visión que constituía la "atmósfera intelectual" de esta época, y que ha provocado en los Padres un lenguaje que influía necesariamente en su pensamiento.
de varias influencias: - la condición entre los primeros cristianos de la inminencia de los últimos tiempos: por lo tanto, es ¡nútil preocuparse con el matrimonio, etc.; - las costumbres relajadas del mundo griego y romano, que reclaman una reacción vigorosa; - un concepto bastante estrecho del lugar de la mujer en la sociedad;
Esta visión es la fuente de las múltiples herejías gnósticas de esta época, pero también los Padres más ortodoxos han sido tributarios de ella. Éstos afirman la honestidad del matrimonio (¡pero apenas nada más!), y la dignidad del cuerpo humano creado por Dios, y en el cual el Hijo ha tomado carne; pero existe un desfase entre sus afirmaciones teológicas (dictadas por la visión bíblica del hombre) y su pensa1
No se puede negar el hecho de que los cristianos de los primeros siglos han observado una actitud generalmente negativa para con la sensualidad, la
1 Para iluminar un poco el difícil problema del mal, las más antiguas reflexiones humanas han recurrido a las explicaciones dualistas. Habría, por tanto, un dios en el origen del bien y creador del espíritu, y un dios en el origen del mal y creador de la materia. Estas dos potencias antagónicas libran una batalla a escala cósmica, mientras que el hombre mismo, microcosmos, sería también un terreno en el que se afrentarían dos sustancias rivales, el cuerpo (malo) y el alma (buena). El alma está exiliada en el cuerpo. Se trata para ella de ir hacia el espíritu liberándose de los lazos de las pasiones del cuerpo, y por tanto de la sexualidad. Llegando al extremo, los gnósticos perfectos condenan el matrimonio.
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La tradición sobre el matrimonio
LA FELICIDAD DE SER CASTO
4. LA CASTIDAD EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA
miento y su sensibilidad filosófica. La sexualidad, la mujer y el matrimonio son generalmente rechazados en un mismo movimiento. Así, Tertuliano trata a la mujer de "puerta del diablo": ella tocó el árbol de Satanás, ella perdió al género humano. Tan exagerado, y sobrepasando incluso los límites de la ortodoxia, Jerónimo cree demostrar la malicia del matrimonio ayudándose de un razonamiento que le parece límpido: san Pablo dice que es bueno para el hombre no tocar a la mujer; por lo tanto está mal el tocarla, pues ¡el mal es contrario al bien! Gregorio de Nisa se contenta con lamentarse: si no hubiera habido pecado original, no hubiera habido matrimonio y todos tendríamos una condición angelical.
observancia era considerada como pecado grave (de los siglos VI al X). No se podía: el jueves en honor del prendimiento de Nuestro Señor; el viernes, en recuerdo de su muerte; el sábado, en honor de la Santísima Virgen; el domingo, día de la Resurrección; ni el lunes, día consagrado a los difuntos; ¡e incluso algunos días de fiesta! Podemos creer que la práctica no seguía siempre la ley (¡pero esto no es siempre el caso!). La literatura cortés, que celebra el amor caballeresco, con todas sus ambigüedades, intentó dar una expresión más personal al amor, sobre todo al femenino.
Agustín defiende la bondad del matrimonio, pero con muchas reservas. Para él, el hombre, desde la caída, es un ser totalmente esclavo de la concupiscencia, incapaz de dominarse, que desea ante todo el placer. La sensualidad y la espiritualidad se oponen entre sí: el placer sexual es malo en sí, inaceptable en el hombre espiritual. Sólo la procreación- justifica la unión carnal. El matrimonio es un remedio para la concupiscencia. Únicamente los que no son capaces de dominarse deberían casarse. La castidad del célibe es más perfecta que la castidad conyugal, puesto que es una victoria más completa sobre la concupiscencia. Se sabe la influencia indiscutible del pensamiento de Agustín sobre la Edad Media latina. En esta época, los que se habían embarcado "en la vía amplia" del matrimonio, no eran, sin embargo, libres de llevar la vida conyugal a su manera: existían numerosos "tiempos cerrados" para las relaciones sexuales, cuya no56
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Para los jansenistas, el estado matrimonial es el más peligroso y la más baja condición de vida del cristianismo. La sensibilidad religiosa cristiana, incluso la más ortodoxa, era muy reservada en cuanto al cuerpo y a la sexualidad. Las religiosas no debían mirar jamás su cuerpo, lo menos posible sus manos . 3
En la Iglesia no se conoce casi ningún discurso favorable en materia sexual y matrimonial antes del siglo X X . Los moralistas se contentaban con redactar una lista detallada de pecados, que no dejaban nada a la imaginación. La óptica es biológica, la sexualidad se reduce prácticamente a la genitalidad reproductora. El amor recíproco de las personas se ve marginado por los teóricos del matrimonio. El que no ejercía la vida genital socialmente reconocida -el joven, el soltero, el viudo, el monje- era 2
Cf Dictionnairede théologie catholique,
artículo
"Mariage",
columna 2177. 3 Constituciones de las Religiosas de la Orden del Santísimo Sacramento y de Nuestra Señora, siglo XVII.
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LA FELICIDAD DE SER CASTO
4. LA CASTIDAD EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA
considerado como si estuviera viviendo fuera de la sexualidad, "en la pureza" como les gustaba decir en los últimos siglos. La elección del celibato consagrado pasaba por la entrada definitiva en esta categoría.
tuales están para nosotros encarnadas de manera presente o, como diría Péguy, son carnales.
En una palabra: la carne corrompe necesariamente al espíritu; hay que reducirla, ya que no se puede suprimir. Esto es poco cristiano. El hombre todo entero es el pecador, cuerpo y alma; el hombre entero está llamado a la salvación. El alma es la "forma" del cuerpo, dice santo Tomás siguiendo a Aristóteles. El ser humano no es la unión ocasional de dos sustancias, sino una unidad sustancial, siendo el cuerpo y el alma dos visiones del hombre bajo ángulos diferentes. Nuestra dimensión sensible no es una decadencia, el alma no es una prisionera en un cuerpo extraño, ni un huésped de paso. En los tiempos modernos, igual que antiguamente, la disociación habitual entre el cuerpo y el alma conducen tanto a un falso esplritualismo como a un materialismo grosero. En estos dos casos, no hay más que desprecio para el "hermano asno" que es rechazado hacia el exterior, a esa zona no esencial para su persona. Por lo tanto, el acto sexual no compromete a la persona. Distinguir, sí; disociar, no. Por el hecho de escoger una vida de celibato, no se convierte uno en asexual. Mi cuerpo sexuado penetra mis pensamientos más intelectuales y mis impulsos más espirituales, y mi vida psíquica influye hasta lo más hondo en las reacciones de mi cuerpo. El hombre no existe como hombre mas que en su realidad carnal. Las realidades más espiri58
He subrayado en esta presentación las lagunas de cierta tradición. Pero existe también una tradición más positiva, más profunda, constituida por aquellos y aquellas que se han comprometido, cuerpo y alma, en la aventura mística de la unión con Dios. Tratemos de seguirla y descubrir el secreto de este fenómeno extraordinario que es el cortejo de las vírgenes consagradas y de los castos ascetas, cuya cualidad más impresionante es su duración y su continuidad indiscutible durante dos mil años de vida cristiana.
La tradición del celibato en la Iglesia
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Martirio y Virginidad En el Nuevo Testamento la palabra "vírgenes" designa indiferentemente hombres y mujeres, continentes y vírgenes. Pero durante las persecuciones religiosas de los primeros siglos, la virginidad femenina se nimba con una aureola especial según los relatos populares llamados "Actas de los Mártires". Las jóvenes arrastradas ante los jueces por haber confesado su fe, eran, con frecuencia, objeto de proposiciones seductoras, de abusos y de violación, por parte de los denunciantes y de los jueces. Ellas les respondían diciendo que estaban unidas por la promesa de su virginidad y eran prometidas de Cristo. No te4
Ver Dom Olivier Rousseau, Monachisme et vie religieuse d'a-
près l'ancienne tradition de l'Eglise, "Irénikon", 1957, cap. 2.
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Éditions de Chevetogne, coll.
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4. LA CASTIDAD EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA
nían más que un deseo: permanecer fieles a su Esposo divino.
Orígenes habla, no ya del cuerpo virginal y de Cristo, sino más bien de la unión del Verbo y del alma. Las imágenes de la escritura se tiñen de matices filosóficos que reflejan el alejandrismo. Dominado por la trascendencia platónica del plano de las ideas del que la materia es un reflejo, Orígenes hablará preferentemente de la parte espiritual del hombre y la relacionará con el Verbo. Tendrá una gran influencia sobre los Padres y la tradición de la Edad Media.
Para una mujer, el hecho de conservar la virginidad hasta la muerte, a pesar de todas las tentativas de hacérsela perder, y, como consecuencia, la exaltación de la virginidad, es uno de los principales frutos del martirio cristiano. Revestida con el traje nupcial de su donación generosa, la virgen entra en la gloria habiendo pasado por el mismo camino que Cristo.
La virginidad en Orígenes Cuando ya no sea coronada por el suplicio, la virginidad conservada celosamente en el cuerpo y en el corazón por medio de una vigilancia y una ascesis ininterrumpidas, será, también, considerada como un martirio. Antes del fin de las persecuciones, y ya a partir de Orígenes, encontramos la virginidad femenina exaltada por una literatura que se complace en ella con elogios inagotables:
Los comentarios y las homilías de Orígenes sobre el Cantar de los cantares, fuente de toda la teología mística posterior, no son, en el fondo, mas que un tratado de la perfección virginal en el sentido amplio, y un tratado de la castidad perfecta. Orígenes ofrece siempre una doble interpretación del Libro, viendo, por una parte, los desposorios de Cristo y la Iglesia y, por otra, los del Verbo y el alma. Esa es para él la restauración, bajo una forma transfigurada, de la pureza paradisíaca (los Padres del desierto la llamarán pureza del corazón y la convertirán en meta de su ascesis).
Con Orígenes la doctrina de la virginidad se elabora de una manera más amplia, e independientemente del martirio. La virgen-mártir está prometida al Verbo encarnado. Su alma virgen en un cuerpo virgen se une al Esposo en el momento del martirio, encuentro decisivo de las bodas con Cristo glorioso que la espera.
Orígenes, en su homilía sobre el Cantar de los cantares, se aplica en mostrar las etapas progresivas de esta purificación por la ascesis. Es un camino difícil, sembrado de obstáculos y en el que se encuentran muchos enemigos. El alma no se unirá al Verbo, según la unión nupcial que canta el Cantar, "hasta que el invierno de las pasiones y la tempestad de los vicios se hayan disipado, y que ya no se vea agitada y traída de acá para allá [...] Cuando todas estas cosas se hayan retirado del alma, y la tempestad de los deseos se haya alejado, entonces las flores de las virtudes
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"Un cuerpo inmaculado, decía Orígenes, eso es lo que es sobre todo la hostia viva y agradable a Dios" (In Rom., 9, 1).
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comenzarán a florecer en ella, y la voz de la paloma se dejará oír". El santo doctor se extiende sobre el amor espiritual y sobre los sentidos espirituales, realidades trascendentes del eros y de los sentidos. El Cantar debe comprenderse bajo esta dimensión espiritual, lo que exige unas inteligencias muy avanzadas, y unos corazones probados en la castidad. La vida virginal es, según el texto de Mateo ("en la resurrección, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en el cielo" Mt 22, 30), una vida angelical vivida aquí en la tierra. Las vírgenes y los continentes están, en consecuencia, dedicados a la alabanza igual que los ángeles del cielo y tendrán que cantar entre los hombres el himno angelical.
La visión de los Padres griegos Las nuevas ideas introducidas por Orígenes volverán a ser estudiadas, ampliamente y sintetizadas por los Padres griegos (Metodio, Olimpo, san Gregorio de Nicea, san Juan Crisóstomo, etc.) en el siguiente marco doctrinal: " L a virginidad, por su renuencia a las cosas de la carne manchada por el pecado, es en cierto modo la restauración del primer estado del hombre antes de su caída, estado en el que la unión del hombre y la mujer estaba orientado esencialmente hacia una significación trascendente: Cristo y la Iglesia. Esta tipología es lo más elevado que existe en esta unión. Al romper la
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4.
L A L A S I I U A U tl\ L A I K A U I L I L I I N U t L A IULCL3IA
línea de su elevación, manchándose con el pecado, el hombre se hizo incapaz de continuar la prolongación de esta figura, que únicamente volverá a adquirir una cierta relevancia por medio del sacramento. Pero la pureza primitiva, la ha conservado Dios para otras bodas, para aquellos a los que se les sea concedido apartar de sus vidas la imagen primitiva herida por el pecado, y que celebran directamente las bodas eternas, sin pasar por la figura empañada desde entonces. Esta concepción grandiosa formará la trama de todos los desarrollos doctrinales de la virginidad entre los Padres antiguos" . 5
Para Gregorio de Nisa, el designio primitivo de Dios era que, si el hombre no hubiera pecado, nosotros no naceríamos de la unión carnal, sino de un modo misterioso de propagación, parecido al de la propagación de los Ángeles, que él admite existir (y que santo Tomás y los escolásticos no lo admitirán: el ángel es un espíritu puro, no puede multiplicarse). La virginidad es, pues, fijándonos en nuestro estado carnal, "la primera etapa en el camino de retorno al Paraíso, así como el matrimonio ha sido la última que nos ha alejado de la vida paradisíaca". Tenemos que vernos aquí, con una antropología de inspiración claramente platónica, centrada en esa otra humanidad que era la del hombre antes de su caída. Santo Tomás de Aquino y la teología occidental la rechazarán sin paliativos. Santo Tomás admite sin 5
Dom Olivier Rousseau, op. cit, p. 55.
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dudar la generación por la unión de los sexos en el Paraíso terrenal, si es que hubiese tenido lugar, con mucha más razón, nos dice, ya que la pureza de la naturaleza hubiera sido absoluta. En una palabra, santo Tomás admite al hombre tal cual es, en su realidad encarnada concreta. No nos detengamos en lo que nos parece discutible en la formulación teórica del pensamiento de los Padres; intentemos unirnos a ellos en la vivencia espiritual de su aspiración hacia Dios. "Es monje el que imita, en un cuerpo terreno y miserable, el estado y la vida de los que no tienen cuerpo (los ángeles)" (san Juan Clímaco, La escala santa, primer grado, 10). "Aunque los monjes sigan siendo hombres, amasados de carne y sangre, sujetos a las necesidades de una naturaleza mortal, su pureza los hará aptos para actuar "como si no tuviesen cuerpo" ... "son poco más o menos, como seres incorpóreos" (san Juan Crisóstomo). "La virginidad muestra en un cuerpo mortal las primicias de la resurrección" (san Gregorio Nacianceno). '"Parecido a los querubines y serafines, el monje
debe ser todo
ojos',
dice
el
abad
Besarión. Por medio de una oración y una contemplación lo más continua posible, el monje
L A L A S I I U A U LINI L A I K A U I l _ I U I \ U L L r t l U L C O i n
"El monje es llamado monje, porque habla con Dios día y noche, y sólo piensa en las cosas de Dios, ya que no posee nada en la tierra" (Macario el Viejo). "Si ambicionas la oración, renuncia a todo para obtener todo" (Evagrio, Oración, 36). Los occidentales utilizan un lenguaje parecido: "Vuela en espíritu al Paraíso: comienza a ser ahora lo que serás más tarde" (san Jerónimo). "El monje debe 'vivir en la carne como si él no viviera'" ("vivere angelice, in carne sine carne") (san Jerónimo). "Los ángeles no serían nada si no Te viesen" ("Nihil sunt angelí, nisi videndo te") (san Agustín, sobre el salmo 34, 13). "Para los demás servir a Dios, para vosotros adheriros a El. Para los demás la fe en Dios, la ciencia, el amor y la reverencia. Para vosotros el gusto, la inteligencia, el conocimiento, el g o z o " (Guillermo de Saint-Thierry, Carta a los hermanos de Mont-Dieu, II, 5). La idea de una "vida angelical" en la tierra -sobre todo después de la frase de Pascal: "quien quiere hacer de ángel, termina haciendo de b e s t i a " - puede no gustar al espíritu moderno, y nos parece ambigua. Podría ser mal comprendida, ciertamente, en el sentido de un angelismo desencarnado que quisiera negar 6
'circula por las alturas', el único mundo real, el de Dios y los ángeles" (san Gregorio de Nisa). 64
6
Blaise Pascal, Pensées, n° 358 (édition Brunschvicg).
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la dimensión carnal y sexual del hombre. Para comprender correctamente la intención de Orígenes y demás Padres apostólicos, tendríamos que tener su fe ardiente siempre dirigida hacia Cristo que viene. No querían negar la naturaleza encarnada del hombre, sino afirmar su capacidad y su vocación teologales: conocer, amar y alabar a Dios, y de este modo participar de su beatitud. El mundo moderno tiende e invita, con exceso y con una óptica limitada a esta vida, a considerar la realidad según su dimensión puramente humana y natural. No cabe duda que la religión cristiana es la religión de la Encarnación. Cristo ha asumido nuestra carne y ha consagrado nuestra realidad carnal, pero no para permanecer siempre aquí abajo y fundar un reino terreno (el sueño ilusorio del milenarismo), sino para llevarnos con Él a su reino celestial. "Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros" (Jn 14, 2-3), dice Jesús. La Ascensión corona la Encarnación. Cristo resucitado nos abre la puerta del reino de Dios y nos introduce cerca del Padre. Tenemos "una morada eterna que no está hecha por la mano del hombre y que está en los cielos". La vida cristiana está atravesando por un movimiento de ascensión: "Sursum corda" ("arriba los corazones"). No es que salga de este mundo, sino que lleva toda la realidad creada, por la fuerza de su deseo, hacia una consumación más allá de sí misma, en Dios. Nuestro corazón está hecho para Dios y no halla verdadero descanso fuera de él.
4. LA CASTIDAD EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA
A los Padres griegos les gustaba expresar esto, con un acento nostálgico, como un retorno al Paraíso terrestre perdido, en el cual veían una imagen del Paraíso definitivo del cielo. Nosotros miramos mejor hacia el porvenir (ya lo hacía san Agustín), hacia un final que se construye poco a poco en el tiempo, pero el término sigue siendo el mismo: el Reino de Dios definitivamente establecido en la Parusía, el retorno de Cristo. Este deseo atraviesa toda la historia cristiana. San Ignacio de Antioquía expresa esta impaciencia por unirse al Señor, aunque sea al precio del martirio: "Busco a Aquel que murió por nosotros. Quiero a Aquel que resucitó por nosotros. El momento en que voy a ser dado a luz es inminente. Por favor, hermanos, dispensadme. No me impidáis nacer a la vida, no busquéis que muera. No entreguéis al mundo ni a las seducciones materiales al que quiere ser de Dios. Dejadme alcanzar la luz pura; entonces seré verdaderamente hombre" (San Ignacio, Ad. Rom., 6, 1-2).
"Seré verdaderamente hombre" Ése es el verdadero humanismo: llegado a la luz pura seré verdaderamente hombre. La medida del hombre es Cristo; la verdadera vida es la vida eterna, vida que está más allá de nuestras fuerzas naturales, pero que es la única que puede satisfacer nuestras aspiraciones íntimas. Esta vida está en nosotros por la 67
LA htLIUDAD DE SER CASTO
gracia del bautismo y se desarrolla con todo su vigor para que nos adaptemos a ella y nos conduzca a su plenitud. El cristiano es esencialmente un viajero, un peregrino en la tierra. Va hacia su patria. No desprecia las realidades y las obras de este mundo, pero las vive y se sirve de ellas en la medida en que le ayudan a tender a su fin. Su ascesis no se comprende mas que a nivel místico, como un amor preferencial por Dios, una prisa por unirse a Él. Quizá, más que cualquier otro, es sensible a la belleza creada, ya que en ella entrevé la Belleza increada. Todo en él tiende hacia el Amor, no desprecia el amor humano, ni el matrimonio -al contrario- pero quiere captarlos en su fuente eterna. Según distintos puntos de vista, su actitud es grandeza o locura. ¡Seamos, al menos, grandes locos! Incluso, aunque Dios no existiese, me parece que valdría la pena esa locura. Esto es lo que nos enseña el viejo tema de la vida angélica. El ángel vive continuamente de cara al Señor, lo ama, lo alaba, lo sirve. El hombre, en Cristo, debe hacer lo mismo. No es la naturaleza sino la vocación de los ángeles lo que se propone a los cristianos: una vocación de pureza, de santidad, para estar unidos a Dios, verle, contemplarle, servirle, alabarle.
4. LA CASTIDAD EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA
vida solitaria, que separa del mundo; la sobriedad que usa con parsimonia y no hace ningún caso de las riquezas y honores de este mundo; la castidad, que libera el corazón; los ayunos, las vigilias, el trabajo, que tienden a liberar el cuerpo; la humildad, la obediencia, la oración, la contemplación de las cosas de Dios, el culto divino, la práctica constante de la caridad. En la medida en que todo en él está en armonía con el Espíritu de Dios, en que el orden de la caridad reina en su corazón, el monje, que entonces es verdaderamente " u n o " , da testimonio de la existencia de la vida futura, no con palabras, sino mostrándola e inaugurándola por la transformación de su propio espíritu, de su propio corazón, y hasta de su cuerpo. Vive ya la vida del Paraíso; la vida futura está muy cerca, detrás de un velo. El paso de este mundo al otro no será más que la revelación plena de lo que ya es. "Levántate, amada mía, hermosa mía y vente. Porque, mira, ha pasado ya el invierno, han cesado las lluvias. Aparecen las flores en la tierra, el tiempo de las canciones ha llegado" (Ct 2, 10-12).
Eso no se hace por sí solo. El hombre está herido por el pecado, necesita ser curado. El monje utiliza todo un conjunto de medios bastante radicales para restablecer en él esa pureza de corazón, de la cual la castidad es únicamente una expresión (que no debe aislarse), a fin de poder amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todo su espíritu, y a su prójimo como a sí mismo. Estos medios incluyen: la 68
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El matrimonio El Concilio ecuménico Vaticano II ha propuesto una teología eminentemente positiva del matrimonio, recopilando todo lo mejor de la reflexión cristiana a través de los siglos y evitando al mismo tiempo todo lo que había en ella de parcial o menos acertado. Después, el papa Juan Pablo II desarrollará toda una enseñanza sobre la naturaleza de la sexualidad humana, sobre todo, durante las audiencias de los miércoles en los primeros años de su pontificado y en su exhortación apostólica Familiaris Consortio (1981). A partir de la Biblia tratará de defender la dignidad de la persona humana y de recordar la cuasi-sacramentalidad del cuerpo humano. Sacará su inspiración de los dos relatos de la creación del libro del Génesis, volviendo a situar la sexualidad humana saliendo de las manos de Dios, por así decir. "Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer
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lo creó" (Gn 1, 27). A imagen de Dios, a semejanza de las personas divinas en la Santísima Trinidad, están hechos el uno para el otro, para ser uno en la diferencia y en la complementariedad. Esta dimensión teológica funda la identidad sexual y los papeles del hombre y de la mujer. El pecado rompe esta relación ideal entre el hombre y la mujer. Dios no les abandona por ello. Cuando el Padre envía a su Hijo para rescatar a la humanidad cautiva del pecado y de la muerte, la unión del hombre y de la mujer en el matrimonio se convierte en el sacramento del amor entre Cristo y su Iglesia, su Cuerpo. Es suficiente para nuestro propósito citar el texto central sobre esta materia del decreto del Vaticano II sobre " L a Iglesia en el mundo actual". Lo esencial para nosotros es ver la dignidad y el valor cristiano del matrimonio como vocación fundamental que atañe a la mayoría de los hombres. "El Concilio, con la exposición más clara de algunos puntos capitales de la doctrina de la Iglesia, pretende iluminar y fortalecer a los cristianos y a todos los hombres que se esfuerzan por garantizar y promover la intrínseca dignidad del estado matrimonial y su valor eximio" (Gaudium et spes, 47c). Santidad del matrimonio y de la familia "Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento
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5. EL CONCILIO VATICANO II
personal e irrevocable. Así, del acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, nace, también ante la sociedad, una institución confirmada por la ley divina [...] De esta manera, el marido y la mujer, que por el pacto conyugal 'ya no son dos sino una sola carne' (Mt 19, 6), con la unión íntima de sus personas y actividades se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y la logran cada vez más plenamente. Esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urgen su indisoluble unidad. Cristo nuestro Señor bendijo abundantemente este amor multiforme, nacido de la fuente divina de la caridad y que está formado a semejanza de su unión con la Iglesia. Porque así como Dios antiguamente se adelantó a unirse a su pueblo por una alianza de amor y de fidelidad, así ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio. Además, permanece con ellos para que los esposos, con su mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad, como Él mismo amó a la Iglesia y se entregó por ella. El genuino amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia para conducir eficazmente a los cónyuges a Dios y ayudarlos y fortalecerlos en la sublime misión de la paternidad y la maternidad. Por ello los esposos cristianos,
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para cumplir dignamente sus deberes de estado, son fortalecidos y como consagrados por un sacramento especial, con cuya virtud, al cumplir su misión conyugal y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, que impregna toda su vida de fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más a su propia perfección y a su mutua santificación, y, por tanto, a la glorificación de Dios en común" (Gaudium et spes, 48a-b). El matrimonio, pues, como unión íntima entre dos personas, es fuente de fecundidad física y espiritual, y camino de santidad. Este amor es plenamente humano. Su dignidad le viene de que compromete a toda la persona según todas las dimensiones de su ser, espiritual, sexual y carnal. La Iglesia reconoce sin ambigüedad el lugar normal y sano de las relaciones sexuales en la expresión del amor conyugal.
El amor conyugal "Muchas veces a los novios y a los casados les invita la palabra divina a que alimenten y fomenten el noviazgo con un casto afecto y el matrimonio con un amor único. Muchos contemporáneos nuestros exaltan también el amor auténtico entre marido y mujer, manifestado de varias maneras según las costumbres honestas de los pueblos y las épocas. Este amor, por ser eminentemente humano, ya que va de persona a persona con el afecto de la voluntad, abarca el bien de toda la persona, y, por tanto, es capaz
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de enriquecer con una dignidad especial las expresiones del cuerpo y del espíritu y de ennoblecerlas como elementos y señales específicas de la amistad conyugal. El Señor se ha dignado sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo con el don especial de la gracia y la caridad. Un tal amor, asociando a la vez lo humano y lo divino, lleva a los esposos a un don libre y mutuo de sí mismos, comprobado por sentimientos y actos de ternura, e impregna toda su vida; más aún, por su misma generosa actividad crece y se perfecciona. Supera, por tanto, con mucho la inclinación puramente erótica, que, por ser cultivo del egoísmo, se desvanece rápida y lamentablemente. Este amor se expresa y perfecciona singularmente con la acción propia del matrimonio. Por ello los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos, y, ejecutados de manera verdaderamente humana, significan y favorecen el don recíproco, con el que se enriquecen mutuamente en un clima de gozosa gratitud. Este amor, ratificado por la mutua fidelidad y, sobre todo, por el sacramento de Cristo, es indisolublemente fiel, en cuerpo y mente, en la prosperidad y en la adversidad, y, por tanto, queda excluido de él todo adulterio y divorcio. El reconocimiento obligatorio de la igual dignidad personal del hombre y de la mujer en el mutuo y pleno amor evidencia también claramente la unidad del matrimonio confirmada por el Señor. Para hacer frente 75
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con constancia a las obligaciones de esta vocación cristiana se requiere una insigne virtud; por eso los esposos, vigorizados por la gracia para la vida de santidad, cultivarán la firmeza en el amor, la magnanimidad de corazón y el espíritu de sacrificio, pidiéndolos asiduamente en la oración" (Gaudium et spes, 49a-b). El matrimonio cristiano es un ideal muy exigente en un mundo en el que todo es relativizado, en el que tantos matrimonios acaban en el divorcio, en el que el amor personal por el otro, como persona, se ve ahogado en la búsqueda egocéntrica de uno mismo. Únicamente la gracia de Cristo, una participación en su amor, "un amor fuerte, magnánimo, pronto al sacrificio", y la oración, lo hacen posible. A veces los religiosos tienen la ingenua ¡dea de que el sacrificio es exclusivo de su estado, y que el matrimonio, idealizado, es un lecho de rosas, en el que todos los problemas personales se resuelven, sin esfuerzo, como por magia. Al contrario, hay que estar tan maduro, tener una fe tan profunda, para llevar a buen término un matrimonio cristiano como para la vida religiosa. Un amor conyugal así, se desarrolla naturalmente en el don de la vida a los hijos.
Fecundidad del matrimonio "El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y 76
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contribuyen sobremanera al bien de los propios padres. El mismo Dios, que dijo: 'No es bueno que el hombre esté solo' (Gn 2,18), y que 'desde el principio [...] hizo al hombre varón y mujer' (Mt 19,4), queriendo comunicarle una participación especial en su propia obra creadora, bendijo al varón y a la mujer diciendo: 'Creced y multiplicaos' (Gn 1,28). De aquí que el cultivo auténtico del amor conyugal y toda la estructura de la vida familiar que de él deriva, sin dejar de lado los demás fines del matrimonio, tienden a capacitar a los esposos para cooperar con fortaleza de espíritu con el amor del Creador y del Salvador, quien por medio de ellos aumenta y enriquece diariamente a su propia familia [...] El matrimonio no ha sido instituido solamente para la procreación, sino que la propia naturaleza del vínculo indisoluble entre las personas y el bien de la prole requieren que también el amor mutuo de los esposos mismos se manifieste, progrese y vaya madurando ordenadamente. Por eso, aunque la descendencia, tan deseada muchas veces, falte, sigue en pie el matrimonio como intimidad y comunión total de la vida y conserva su valor e indisolubilidad" (Gaudium et spes, 50a.c). Ésta es la dignidad y la belleza cristianas del estado conyugal. Pero el Señor llama a algunos a seguir otra vía, la de la castidad consagrada, de la cual habla brevemente el decreto sobre la vida religiosa.
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La castidad consagrada "La castidad 'por el Reino de los cielos' (Mt 19,12), que profesan los religiosos, debe ser estimada como un singular don de la gracia. Ella libera de modo especial el corazón del hombre (cf 1 Co 7, 32-35) para que se inflame más en el amor a Dios y a todos los hombres, y, por ello, es signo peculiar de los bienes celestiales y medio aptísimo para que los religiosos se dediquen con alegría al servicio divino y a las obras de apostolado. Evocan así ellos ante todos los cristianos aquel maravilloso connubio, instituido por Dios y que habrá de tener en el siglo futuro su plena manifestación, por el que la Iglesia tiene a Cristo como único Esposo" (Perfectae caritatis, 12a).
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hombres. Somos libres en el Espíritu según la medida de nuestro amor, somos castos también según esta misma medida. No hacemos un voto de castidad para amar menos, sino para amar más; no para sustraernos al riesgo y al sufrimiento eventual del amor, sino para abrir de par en par nuestro corazón, primero al corazón de Dios mismo, y, en Él y por Él, al amor de todos los hombres, hasta el sacrificio de uno mismo, a imagen de Cristo. Estas perspectivas son grandiosas y nuestro amor no puede evitar el tender a ellas, humildemente, poco a poco, sin conseguirlo nunca por completo; pero éstas son las verdaderas perspectivas de nuestra castidad en el seguimiento de Cristo: "Por ello, la castidad es signo peculiar de los
Algunas personas abrazan la vida de celibato para consagrarse mejor al arte, a la educación, a la medicina, a la ciencia, etc. El motivo de la castidad consagrada es esencialmente religioso: "por el reino de los cielos" (Mt 19, 12). Ante todo, " u n e " a Dios y nos hace disponibles para tal o cual servicio. Es una invitación por parte del Señor para entrar en unión íntima y personal con Él. Como ofrenda de comunión, sólo puede ser un don de la gracia - u n gran don del Señor, que hay que recibir con gratitud y alegría- y no como una imposición jurídica y exterior más o menos bien soportada. La castidad pertenece en primer lugar al orden del amor, y por lo tanto de la gratuidad, y no de la ley. Este don libera el corazón del hombre, no prioritariamente arrancándolo de tal o cual atadura, sino haciéndole arder por el amor de Dios y de todos los
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bienes celestiales". "Por ello". Notemos el lazo que hay con la primera parte de la frase. Nuestra castidad es un signo del Reino de Dios, una realidad exterior que revela algo de ese reino y que lo realiza eficazmente en la medida en que nuestro amor consigue encarnarse en la alabanza de Dios, en la oración y en una vida fraterna animada por una verdadera caridad, que expresa esta caridad. Ninguna realidad exterior puede evitarnos el compromiso profundo del corazón; sin él todo está muerto, sepulcro vacío. Pero si hay amor, hay fecundidad, vida nueva. Esta fecundidad puede ser visible, irradiación inmediata de una presencia de amor y de alegría, o invisible, sangre de amor que se vierte en el Cuerpo de Cristo por la comunión de los santos. La Iglesia 7'-)
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siempre ha sabido reconocer en este amor escondido la verdadera fuente de su fecundidad apostólica. "La santidad de la Iglesia se fomenta también de una manera especial en los múltiples consejos que el Señor propone en el Evangelio para que los observen sus discípulos, entre los que destaca el precioso don de la gracia divina que el Padre da a algunos (cf. Mt 19, 11; 1 Co 7, 7) de entregarse con más facilidad únicamente a Dios con corazón indiviso en la virginidad o en el celibato (cf. 1 Co 7, 32-34). Esta perfecta continencia por el reino de los cielos ha sido tenida siempre por la Iglesia en grandísima estima, como señal y estímulo de la caridad y como fuente extraordinaria de fecundidad espiritual en el mundo" (Lumen gentium, 42). El valor fundamental de la castidad, en cuanto que ella libera para el servicio de Dios y de los hombres, está bien claro en un texto del Concilio destinado a los futuros sacerdotes: "Los seminaristas que, según las leyes santas y firmes de su propio rito, siguen la venerable tradición del celibato sacerdotal, han de ser educados cuidadosamente para este estado, en que, renunciando a la sociedad conyugal por el reino de los cielos (cf Mt 19, 12), se unen al Señor con amor indiviso y, muy de acuerdo con el Nuevo Testamento, dan testimonio de la resurrección en el siglo futuro (cf Le 20, 36), y consiguen de este modo una ayuda aptísima para ejercitar
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5. EL CONCILIO VATICANO II
constantemente la perfecta caridad, con la que pueden hacerse todo para todos en el ministerio sacerdotal. Han de ser muy conscientes de que deben abrazar ese estado con un corazón muy agradecido, no sólo como precepto de la ley eclesiástica, sino como un don precioso de Dios, que pedirán humildemente y al que se esforzarán en corresponder libre y generosamente con el estímulo y la ayuda de la gracia del Espíritu Santo. Los seminaristas han de conocer debidamente las obligaciones y la dignidad del matrimonio cristiano que simboliza el amor entre Cristo y la Iglesia (cf Ef 5,32); han de estar convencidos, sin embargo, de la mayor excelencia de la virginidad consagrada a Cristo, de forma que se entreguen generosamente al Señor con entrega total de cuerpo y alma, después de una elección madura y seriamente meditada. Hay que avisarles de los peligros que acechan su castidad, sobre todo en la sociedad de estos tiempos. Ayudados con oportunos auxilios divinos y humanos, aprendan a 'integrar' su renuncia al matrimonio de tal forma que su celibato no sólo no sea fuente de perjuicio para su vida y su trabajo sino que, por el contrario, les permita adquirir un mayor dominio del alma y del cuerpo y una madurez más completa, y captar mejor la felicidad del Evangelio" (Optatam totius, 10).
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La castidad religiosa no tiene exactamente la misma óptica que el celibato sacerdotal, pero se le parece mucho en múltiples aspectos, sobre todo en sus condiciones prácticas de ejercicio:
entregarse más fácilmente a la vida espiritual, ser más transparente al Amor que lo habita, ser más casto. El trabajo, tanto intelectual como manual, un sueño suficiente, un régimen alimenticio equilibrado, la gimnasia, el método Vittoz, el yoga, todas estas cosas pueden ayudarnos, modestamente, a poner una humanidad completa y armoniosa a la disposición del Espíritu de Cristo. Es una ley natural que los desarrollos unilaterales (cerebrales, físicos o espirituales) se compensan, tarde o temprano, con frecuencia, de una manera patológica. "El hombre no es ángel ni bestia, y quien quiere hacer de ángel, termina haciendo de bestia", Pascal .
" E s , pues, necesario que los religiosos, celosos por guardar fielmente su profesión, se fíen de la palabra del Señor y sin presumir de sus propias fuerzas pongan su confianza en el auxilio divino y practiquen la mortificación y la guarda de los sentidos. No omitan tampoco los medios naturales, que favorecen la salud del alma y del cuerpo. Así, los religiosos no se dejarán impresionar por las falsas doctrinas, que presentan la continencia perfecta como imposible o como algo perjudicial al perfeccionamiento del hombre, y rechazarán, como por instinto espiritual, cuanto pone en peligro la castidad. Tengan presente todos, sobre todo los superiores, que habrá mayor seguridad en la guarda de la castidad cuando reine en la vida de comunidad un verdadero amor fraterno" (Perfectae caritatis, 12b).
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El texto señala especialmente la gran ventaja de una verdadera caridad fraterna para guardar la castidad con toda su frescura. Tenemos un solo corazón. El amor dado a los hermanos no se ha robado a Dios, es más bien su manifestación, su apoyo y la piedra de toque. Vuelvo a repetir: somos castos en la medida de nuestra capacidad concreta de amar, en acto y en verdad. Esta castidad es exigente. Supone unas personas capaces de amar, suficientemente maduras desde el
El religioso debe querer efectivamente la fidelidad a la castidad, apoyándose ante todo en el Señor con confianza y fe; pero también, con una sana conciencia de su fragilidad, no debe exponerse a los peligros por presunción, y practicar la vigilancia, la oración y la ascesis de una vida sobria y sabia. Esta sabiduría debe incluir una higiene sana del alma y del cuerpo. Un hombre que tiene todos los elementos de su ser armoniosamente desarrollados e integrados, puede
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punto de vista humano. "Puesto que la observancia de la continencia perfecta afecta íntimamente a las más profundas inclinaciones de la naturaleza humana, los candidatos no harán profesión de la castidad ni serán admitidos sino después de haber sido suficiente1
Blaise Pascal, Pensées, n° 358, op. cit.
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mente probados y de haber logrado la debida madurez psicológica y afectiva. Y no sólo han de ser advertidos de los peligros que acechan contra la castidad, sino que se les formará de tal manera que abracen el celibato consagrado a Dios integrándolo como un bien de toda la persona" (Perfectae caritatis, 12c). Hoy día nadie puede ignorar el lugar central de la sexualidad en la génesis y estructuración de la personalidad. Constituye una de las grandes fuerzas vitales del hombre y no puede ser sencillamente reprimida de manera negativa, de modo que la castidad fuese la ausencia de vida sexual. La castidad, es más bien, una forma posible de la vida sexual, una manera de amar que debe integrar y unificar todas las fuerzas vitales de amor en el hombre. La castidad es el fruto de un amor que florece en un don de sí lo más total posible, de la forma más oblativa posible, a Dios y al prójimo. Esto presupone que la capacidad de amar ha evolucionado de manera más o menos normal y que las etapas de maduración psicológica han sido franqueadas sin daños importantes. Os daréis cuenta de la circunspección de mis declaraciones. El plenamente "normal" no existe más que en los libros. Cada uno de nosotros lleva algunas heridas; el caso es que la estructura de base de la personalidad sea lo suficientemente sólida para asumir las lagunas inevitables, con la ayuda de la gracia. Hoy día lo que falla con más 2
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frecuencia es la madurez afectiva que suele estar incompleta. Esta afecta al corazón de una vocación contemplativa, pues la oración es una relación afectiva con Dios. Y es bien conocido que la prueba decisiva de la soledad cae en el ámbito de la afectividad, a nivel de corazón y de su capacidad en realizarse en el amor de Dios. La vitalidad y la fuerza de esta relación hacen posible asumir algunas pesadas desventajas en algunos casos. Es esencial el juzgar la línea de desarrollo afectivo (positivo o regresivo), para evaluar las probabilidades de éxito de una vocación. Sin olvidar jamás el poder de curación incalculable del Espíritu Santo en una vida de fe y de oración en serio. Me parece imposible establecer criterios absolutos en esta materia. Cada caso debe ser considerado en sí mismo en función de la gracia personal, de la estructura y de la potencia de la personalidad, de su historial. La gracia de la vida solitaria debe incluir un atractivo y una capacidad para una relación de intimidad con Dios, vivida en la atmósfera de la fe, pero capaz de comprometer todo el corazón y su sensibilidad. La vida comunitaria exige la capacidad de entrar en relaciones fraternas, verdaderas y profundas, sin que por ello tengan necesidad de una expresión demasiado sensible o demasiado frecuente.
2 Ver en Vers la maturité spirituelle, par un chartreux, Presses de la Renaissance, Paris 2002, el capitulo 3: "Maturité psycholoqique".
El Concilio insiste en que los novicios sean formados para "que asuman el celibato consagrado a Dios integrándolo en el desarrollo de su personalidad". Como este desarrollo no se hace principalmente por la lectura de los libros -aunque sea esencial una formación suficiente-, sino por relaciones afectivas con otras personas, el candidato a la vida solitaria debe
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haber adquirido, en principio, un cierto nivel de desarrollo afectivo y una cierta autonomía de personalidad. Se pueden recuperar algunas lagunas, pero los medios de que disponemos están limitados por nuestro género de vida. Sin embargo, algunos factores muy precisos de madurez humana y espiritual, son las relaciones con el Padre espiritual y con los hermanos, si se viven en profundidad, comprometiéndose en ellas. El amor de Dios no puede ser una coartada para huir del riesgo y de la exigencia del encuentro con el prójimo. Para asumir su propia soledad en Dios, hay que saber encontrar y asumir la soledad del prójimo en el amor y el respeto. Escuela de humildad y de humanidad que dura toda la vida. Cristo en nosotros.
enseñar y comunicar el amor.
A fin de cuentas, después de haber hecho lo que se ha podido, con la comprensión y los medios tan limitados puestos a nuestra disposición, hay que confiar en la vida y en el Señor para realizar un proyecto que está tan por encima de nuestras fuerzas -como los padres ante el crecimiento de un ser nuevo y único. Nuestra fe en la sabiduría del Creador y en la acción del Espíritu de Cristo en cada corazón, nos impedirá querer fundir el crecimiento de este ser en nuestros moldes prefabricados, más hechos para nuestra seguridad que para ayudarle a él. Tenemos la obligación de decirle la palabra de nuestra tradición y de nuestra experiencia personal, que también son obras del Espíritu Santo; luego tenemos que dejar que esta Palabra germine en Él, en verdad, en el encuentro con su alteridad irreductible, con su libertad y su gracia, para que pueda dirigirnos una palabra nueva, que es él. Nosotros, los formadores, debemos ser bas-
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6 EL AMOR, FIN DE NUESTRA VIDA, EN LOS "ESTATUTOS CARTUJANOS"
El amor es el sentido de nuestra vida. Venimos al desierto para responder a una invitación de la Santísima Trinidad, inspirada por el Espíritu Santo en nuestro corazón, para vivir un amor íntimo con Dios. Esta unión es una realización individual de la unión nupcial de Cristo y la Iglesia. Todas nuestras observancias tienen como fin esta realización, ya que nos ayudan a acceder a esa pureza de corazón, a esa mirada límpida, que tiene como promesa la visión de Dios. La soledad es el lugar del encuentro prodigioso con el Verbo que habla en el silencio. La celda y la clausura protegen la llama preciosa de un amor que se eleva hacia el Señor en una oración lo más continua y profunda posibles. El corazón que vive del Amor no puede dejar de abrirse de par en par a sus hermanos que son sus 89
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compañeros de camino, a toda la Iglesia y a la humanidad, a la medida del corazón de Cristo. Únicamente bajo este punto de vista de conjunto puede situarse correctamente nuestra castidad consagrada: una de las fuentes y una de las expresiones de esa pureza de corazón que nos une a Cristo y a nuestros hermanos. Nuestra castidad es una cualidad de nuestro amor, su transparencia, su verdad, su fidelidad. No hemos entrado en la Cartuja por miedo a las mujeres o por aversión al matrimonio, sino por amor de Dios: para tener como ocupación principal, de nuestro espíritu y nuestro corazón, el buscarle, conocerle y amarle; de nuestra voz, el cantar su alabanza; de todas nuestras fuerzas, el servirle. Vamos a repasar todos los Estatutos cartujanos renovados^ con la óptica del amor. En él, el amor está presente en todas partes. Todo está juzgado por el amor.
La unión íntima con Dios "Para alabanza de la gloria de Dios, Cristo, Palabra del Padre por mediación del Espíritu Santo, eligió desde el principio a algunos hombres, a quienes llevó a la soledad para unirlos a sí en íntimo amor" (Est. 0.1.1) . 2
1 2 Estatutos comercio
Los Estatutos son la Regla seguida por los cartujos (N.d.E.). Las citas seguidas de la sigla Est. están extraídas de los renovados de la Orden de los cartujos, edición fuera de (N.d.T).
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6. EL AMOR, FIN DE NUESTRA VIDA, EN LOS ESTATUTOS
"Nuestro hombre exterior, recta y debidamente instruido y perfeccionado por esta observancia, permita al hombre interior buscar al mismo Dios con mayor fervor, hallarlo con más prontitud y poseerlo más perfectamente. Y así, con la ayuda del Señor, podamos llegar a la perfección de la caridad, fin de nuestra profesión y de toda vida monástica, y alcanzar después la bienaventuranza eterna" (Est. 0.1.4). "Porque el único fin de estos Estatutos es conducirnos, a la luz del Evangelio, por el camino que lleva a Dios y hacernos descubrir la inmensidad del amor" (Est. 4.35.1). Alegrémonos con nuestro Padre san Bruno de haber alcanzado el reposo tranquilo del más resguardado puerto, en el que somos invitados a sentir en parte la incomparable belleza del sumo Bien" (Est. 4.35.9). La profesión resume todo el proyecto del monje: "Muerto al pecado y consagrado a Dios por el bautismo, el monje por la Profesión se consagra más plenamente al Padre y se desembaraza del mundo, para poder tender más rectamente hacia la perfecta caridad. Unido al Señor mediante un compromiso firme y estable, participa del misterio de la Iglesia unida a Cristo con vínculo indisoluble, y da testimonio ante el mundo de la nueva vida adquirida por la Redención de Cristo" (Est. 2.10.1 y 2.18.1).
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LA FELICIDAD DE SER CASTO
La soledad, lugar de unión con Dios
6. EL AMOR, FIN DE NUESTRA VIDA, EN LOS ESTATUTOS
"Quien persevera firme en la celda y por ella es formado, tiende a que todo el conjunto de su
"Los monjes que alabaron la soledad quisieron dar testimonio del misterio cuyas riquezas experimentaban, y que sólo los bienaventurados conocen plenamente. Allí se lleva a cabo un gran misterio, esto es, de Cristo y de la Iglesia, cuyo eminente ejemplar lo encontramos en María Santísima; el cual está también enteramente oculto en toda alma fiel, y la soledad tiene la virtud de revelarlo más profundamente" (Est. 0.2.1).
vida se unifique y convierta en una constante oración. [...] Así, purificado por la paciencia, consolado y robustecido por la asidua meditación de las Escrituras, e introducido en lo profundo de su corazón por la gracia del Espíritu, podrá ya no sólo servir a Dios, sino también unirse íntimamente a É l " (Est. 1.3.2). "Para alabanza de Dios, [...] entregados a la quietud de la celda y al trabajo, ofrezcámosle un
El empeño y propósito nuestros son principalmente vacar al silencio y soledad de la celda. Ésta es, pues, la tierra santa y el lugar donde el Señor y su siervo conversan a menudo como entre amigos; donde el alma fiel se une frecuentemente a la Palabra de Dios y la esposa vive en compañía del Esposo; donde se unen lo terreno y lo celestial, lo humano y lo divino" (Est. 1.4.1 y 2.12.1).
culto incesante para que, santificados en la ver-
"Feliz quien anhela permanecer solitario en el silencio" (Est. 1.4.5).
espíritu de oración y plegaria. Faltando el vivir
dad, seamos los verdaderos adoradores que busca el Padre" (Est. 4.34.5). "Es muy provechoso, ciertamente, que el novicio se dedique al estudio y al trabajo manual; pero no basta que el solitario esté ocupado en su celda y persevere laudablemente así hasta la muerte; necesita, además, otra cosa: el con Cristo y la íntima unión del alma con Dios, de poco servirá la fidelidad en las ceremonias y la misma observancia regular, y nuestra vida se
La oración
podría justamente comparar a un cuerpo sin En la oración Dios habla a nuestro corazón. "Dios nos ha traído a la soledad para hablarnos al corazón. Sea, pues, nuestro corazón como un altar vivo, del que suba continuamente ante el Señor una oración pura, por la cual deben ser impregnados todos nuestros actos" (Est. 1.4.11).
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alma. Por consiguiente, nada tenga más en el corazón el Maestro que inculcar este espíritu y acrecentarlo con discreción, para que los novicios después de su Profesión se acerquen cada día más a Dios y consigan el fin de su vocación" (Est. 1.9.5).
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LA FELICIDAD DE SER CASTO
" C o m o nuestro Instituto está ordenado enteramente a la contemplación, hemos de guardar fidelísimamente nuestra separación del mundo [...] a fin de cumplir nuestra propia misión dentro del Cuerpo Místico. Mantenga Marta su ministerio, laudable ciertamente, [...] pero permita a su hermana que, sentada junto a los pies del Señor, se dedique a contemplar que Él es Dios, a purificar su espíritu, a adentrarse en la oración del corazón, a escuchar lo que el Señor le diga en su interior; y así pueda gustar y ver un poquito, como en un espejo y confusamente, cuan bueno es el Señor, mientras ruega por su hermana y por todos los que se afanan como ella" (Est. 1.3.9).
La clausura La clausura guarda la llama de nuestra oración. Es el pudor de nuestra elección y su protección. "Desde los principios de nuestra Orden se pensó que, mediante el estricto rigor de la clausura, se expresaría y afirmaría nuestra total consagración a Dios" (Est. 1.6.1). "No se puede admitir dentro de la clausura a mujeres. [...] La confesión y dirección espiritual de las mujeres está también prohibida" (Est. 1.6.1.3 y 14).
6. EL AMOR, FIN DE NUESTRA VIDA, EN LOS ESTATUTOS
se promete la visión de Dios. [...] Nuestra parte es permanecer ocultos en el secreto del rostro de Dios" (Est. 1.6.4; cf 2.13.1).
La castidad La pureza de corazón, bajo el aspecto de castidad, está descrita en los Estatutos con los mismos términos empleados en los documentos del Concilio Vaticano II. Ya hemos comentado las ideas principales sobre ello. "Recuerden los monjes que la castidad por el Reino de los Cielos que profesan, ha de estimarse como don eximio de la gracia, pues libera de modo singular su corazón para que más fácilmente puedan unirse a Dios con amor indiviso. De este modo, evocan aquel maravilloso connubio, fundado por Dios y que ha de revelarse plenamente en el siglo futuro, por el que la Iglesia tiene por Esposo único a Cristo. Es, pues, menester que, empeñados en guardar fielmente su vocación, crean en las palabras del Señor y, confiados en el auxilio de Dios, no presuman de sus propias fuerzas y practiquen la mortificación y la guarda de los sentidos. Confíen también en María, quien por su humildad y virginidad mereció ser la Madre de Dios" (Est 1.6.15). El fruto de esta pureza de corazón en su relación con la contemplación, está bellamente descrito en el párrafo siguiente : 3
"El rigor de la clausura se convertiría en una observancia farisaica, si no fuera un signo de aquella pureza de corazón a la que únicamente
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3
Cf San Bruno, Carta a Raúl le Verd, 6.
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"Aquí [en la soledad y el silencio del desierto] se adquiere aquel ojo limpio, cuya serena mirada hiere de amor al Esposo y cuya limpieza y puridad permite ver a Dios. [...] Aquí concede Dios a sus atletas, por el esfuerzo del combate, la ansiada recompensa: la paz que el mundo ignora y el gozo en el Espíritu Santo" (Est. 1.6.16).
Los monjes laicos Los monjes laicos tienen la misma vocación a la unión con Dios, y en la parte de los Estatutos que está dedicada a ellos, se repiten los mismos temas, con frecuencia con las mismas palabras. Sin embargo, existen algunas diferencias, puesto que están más entregados al servicio del trabajo y menos a la soledad de la celda que los monjes de claustro. No obstante, lo esencial de la vocación al amor sobresale clarísimamente: sólo varía su expresión. "La vida del hermano se ordena a que unido a Cristo permanezca en su amor. Así, mediante la gracia de la vocación apliqúese de todo corazón a tener a Dios siempre presente, ya en la soledad de la celda, ya también en sus trabajos" (Est. 3.15.18). "Si el postulante fuese hallado humilde, obediente, casto, fiel, piadoso, equilibrado, apto para la soledad y diligente en el trabajo, puede ser presentado a la Comunidad" (Est. 2.17.9). 96
6. IX AMOR, FIN DE NUESTRA VIDA, EN LOS ESTATUTOS
"Practicáis con todo el cuidado y celo posibles la verdadera obediencia, que es el cumplimiento de la voluntad de Dios y la clave y el sello de toda vida espiritual. Obediencia que no existe nunca sin mucha humildad y gran paciencia, y que siempre va acompañada del casto amor del Señor y de la verdadera caridad" (Est. 2.11.9). 4
"Hemos dejado el mundo para siempre a fin de asistir incesantemente ante la Divina Majestad [...] Pero de nada serviría un rigor tan grande en la clausura, si no tendiésemos por ella a la pureza de corazón a la cual solamente se promete la visión de Dios. Para conseguirla, se requiere una gran abnegación [...] Nuestra parte es permanecer ocultos en el secreto del rostro del Señor" (Est. 2.13.1). "El precioso carisma del celibato es un don divino que libera nuestro corazón de manera excepcional y nos impulsa a cada uno, cautivado por Cristo, a entregarse totalmente por Él. Esta gracia no deja lugar ni a la estrechez de corazón ni al egoísmo, sino que, en respuesta al amor inefable que Cristo nos ha manifestado, debe dilatar nuestro amor de tal manera que una invitación irresistible inflame el alma a sacrificarse siempre más plenamente" (Est. 1.13.14). La libertad que procura el celibato se presenta ]uí, en párrafo paralelo al de los monjes de claustro e celda]; se trata de una libertad "para unirse a Dios 4
Cf San Bruno, Carta a sus hijos cartujos, II, 3.
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LA FELICIDAD DE SER CASTO
6. EL AMOR, FIN DE N LIES I RA VIDA, EN LUb L b l A i U l U b
con un amor exclusivo" (Est. 1.6.15), como una libertad de corazón para "gastarse por Cristo" y como una invitación a "sacrificarse más y más", en respuesta al amor de Cristo. La nota es más activa y encarnada, Cristo está colocado más claramente en el centro; el fruto es maravillosamente contemplativo.
Cada uno, olvidado de sí mismo y del camino
"Sea el alma del monje, en la soledad, como un lago tranquilo cuyas aguas, brotando de la fuente purísima del espíritu, y no turbadas por rumor alguno introducido desde el exterior, como un nítido espejo reproduzcan la sola imagen de Cristo" (Est. 1.13.15).
Ciertamente nos compete en grado máximo a
"Los hermanos aprenderán la sublime ciencia de Jesucristo, si se disponen a recibirla con una vida de oración silenciosa, oculta con Cristo en Dios. Ésta es la vida eterna, que conozcamos al Padre y a su enviado, Jesucristo" (Est. 2.20.12).
dejado atrás, corra hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios lo llama desde lo alto en Cristo Jesús" (Est. 4.33.3). '"Mas quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve'. [...] nosotros, que moramos en la Casa de Dios, dar testimonio de la caridad que de Dios procede, cuando recibimos amablemente a los hermanos que conviven con nosotros, y nos preocupamos por abrazar con mente y corazón el carácter y los modales de ellos, por más distintos que sean de los nuestros" (Est. 4.33.4). " L a soledad en la celda con Dios ocupa el primer lugar en nuestra vida, pero equilibrada y completada por una justa proporción de vida común. En efecto, el amor divino, que la frecuentación de la celda abraza y alimenta, forma también un vínculo entre nosotros; nuestras reu-
Amor a los hermanos
niones conventuales regulares son para cada El amor de Dios nos hace semejantes a Dios. Y Dios es amor. Nuestro corazón pacificado, purificado, disponible, se vuelve hacia nuestros hermanos con caridad y compasión. Un corazón casto es un corazón amante. Hijos del mismo Padre, somos hermanos en Cristo Jesús.
uno la ocasión de probar, con palabras y obras, su afecto por sus hermanos y su abnegación" (Est. 3.22.1). " L a sagrada Liturgia es la parte más digna de la vida común, como quiera que fundamenta la máxima unión entre nosotros, cuando, diaria-
"Esforcémonos con toda energía en estabilizar en Dios nuestros pensamientos y afectos, con sencillez de corazón y castidad de mente. 98
mente unidos, de tal manera participamos en ella que podamos estar concordes en presencia de Dios" (Est. 3.22.2). 99
LA 1 - t L I U U A U DE SER CASTO
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"Nuestros espaciamientos sean tales que favorezcan la unión de los espíritus y su saludable aprovechamiento" (Est. 3.22.12). "Estas recreaciones fueron establecidas para fomentar el amor mutuo y ayudar a vivir la soledad [...] a fin de que todo sirva para estrechar más el vínculo de la caridad" (Est. 3.22.13). "En fuerza de la Profesión, el monje se inserta en la comunidad como en la familia que Dios le ha dado, en la que tiene que estabilizarse en cuerpo y alma" (Est. 3.30.1) Los priores deben realizar con sus monjes "una verdadera comunión de amor" (Est. 4.33.6). "El amor al Señor, la oración y el anhelo de soledad crean entre los padres [y una misma vocación de servicio crea entre los hermanos: cf. Est.2.11.4] un vínculo íntimo. Muéstrense como verdaderos discípulos de Cristo, no tanto de palabra cuanto de obra; ámense mutuamente, teniendo los mismos sentimientos, soportándose y perdonándose si alguno tiene queja contra otro, a fin de que con una misma voz honren a Dios" (Est. 1.3.4). "Teniéndose mutua deferencia, padres y hermanos vivan en la caridad, que es vínculo de perfección y fundamento y cumbre de toda vida consagrada a Dios" (Est. 1.3.5). 5 Nombre dado por los cartujos a su paseo semanal en el campo, los bosques, las colinas o las montañas que rodean el monasterio. Viene del latín spatiamentum [N.d.E.].
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6. EL AMOR, FIN DE NUESTRA VIDA, EN LOS ESTATUTOS
La caridad debe reinar incluso a nivel de la Orden. "El lazo de caridad [...] une las Casas y a todos los miembros de la Orden, resueltos a avanzar gozosamente por la senda del Señor" (Est. 4.31.1).
En el corazón de la Iglesia El amor de Cristo que hay en nosotros, no puede dejar de dilatar nuestro corazón a la medida de su amor por todos los hombres. Más allá de nuestros hermanos está la inmensa muchedumbre de la humanidad sedienta de justicia y de caridad. "Al abrazar la vida oculta, no abandonamos a la familia humana, sino que, consagrándonos exclusivamente a Dios, cumplimos una misión en la Iglesia, donde lo visible está ordenado a lo invisible, la acción a la contemplación" (Est. 4.34.1). " L a familiaridad con Dios no estrecha el corazón sino que lo dilata y lo capacita para abarcar en Él los afanes y problemas del mundo, junto con los grandes intereses de la Iglesia [...] La verdadera solicitud por los hombres debe nacer [...] de la íntima comunión con Cristo" (Est. 1.6.6). "Si realmente estamos unidos a Dios, no nos encerramos en nosotros mismos, sino que, por el contrario, nuestra mente se abre y nuestro corazón se dilata, de tal forma que pueda abarcar al 101
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universo entero y el misterio salvador de Cristo. Separados de todos, nos unimos a todos para, en nombre de todos, permanecer en la presencia del Dios vivo. Esta forma de vida que, en cuanto lo permite la condición humana, se orienta a Dios de forma directa y continua, nos pone en un contacto peculiar con la bienaventurada Virgen María, a la que solemos llamar Madre singular de los Cartujos" (Est. 4.34.2).
7 COMO ORO EN EL CRISOL
"El monje no podrá entrar en este reposo [de una vida unificada que llega a ser una oración continua] sin haberse ejercitado en el esfuerzo de un duro combate, ya por las austeridades en las que se mantiene por familiaridad con la cruz, ya por las visitas del Señor mediante las cuales lo prueba como oro en el crisol. Así, purificado por la paciencia [...] podrá ya [...] unirse íntimamente a É l " (Est. 1.3.2). La visión de Dios ha sido prometida a los puros de corazón. La pureza es representada constantemente como una calidad hacia la que tendemos y, por tanto, que no poseemos. Hay que purificar, hacer puro el corazón. Según el diccionario, purificar es "la acción por la cual se separa una sustancia de sus impurezas"; se la lava, se la limpia, se la seca, se la hace pasar por el fuego, para quitar toda mancha y todo cuerpo extra102 103
LA FELICIDAD DE SER CASTO
7. COMO ORO EN EL CRISOL
ño. Observemos que, incluso en esta acepción material, no se trata de añadir algo a la sustancia que se purifica, sino de retirar de ella los cuerpos extraños, y de liberar su naturaleza propia. La pureza está ahí, pero compuesta, comprometida. Es puro lo que es, plenamente y sin mezcla, lo que es. Referido a las personas, "puro" querría decir sencillo, sincero, sin aleación ni mancha.
do, son las abluciones de agua (Lv 6, 20-21; 16, 2328; ver también las ceremonias propias al nazireato, Nm 6).
Cuando Jesús habla de la pureza del corazón, utiliza la palabra en su acepción bíblica. Las nociones correlativas de pureza y de santidad son complejas y han conocido un desarrollo en el Antiguo Testamento.
Sed santos como Yo soy santo Para el hombre de los tiempos bíblicos, la divinidad está dotada de una vitalidad, de un poder trascendente que llamamos santidad. La santidad para los antiguos es lo propio de lo divino en cuanto Totalmente Otro. Es por esto mismo temible e incluso aterrador, y el hombre se acerca a ella al precio de su vida (cf Lv 16, 2; Nm 4, 20; 2 Sam 6, 6-7; Is 6, 5; Le 1, 12-13; 1, 28-29). La santidad se comunica, cosa que el hombre teme y aprecia al mismo tiempo. Teme ese poder que deja la huella de su contacto en los objetos, lugares y personas que toca, pues les "santifica" (Ex 29, 37; Lv 6, 20; 1 Cro 23, 13), les coloca fuera del campo profano, es decir, de lo que, por naturaleza, es extraño a lo que es santo. Ciertos ritos serán necesarios para que lo que había sido "santificado" sea "desacralizad o " , devuelto al campo de la vida ordinaria. A menu104
El hombre desea también que este poder venga a él: lo divino, que puede manifestarse de un modo tan destructor para él, le atrae misteriosamente pues lo presiente como la fuente de toda vida. Esta irradiación se opera en particular en el tamiz del culto con sus diferentes "zonas de acercamiento"; el pueblo entero es santo (cf Ex 19, 6), pero, entre ellos, los levitas y los sacerdotes participan de esta santidad en grados distintos (Lv 21-22; Nm 4, 1-20). La impureza ritual es también una fuerza misteriosa; sobre todo, es una fuerza temible, puesto que hace incapaz de participar en la acción del culto, puesto que impide beneficiarse de la irradiación vitalizante de la santidad divina. Como la santidad, la impureza ritual se comunica por simple contacto; de la misma manera que tocar la víctima santa de un sacrificio hace santo (cf Lv 6, 20), tocar un cadáver, por ejemplo, hace impuro (cf Nm 19, 11), incapacita para participar en la liturgia. Santidad y pureza ritual no son, pues, calificaciones morales: son estados que afectan al hombre en su relación con la divinidad. Es santo lo que está puesto en relación con el Dios santo, sea esta relación dichosa o condenable. Es puro lo que puede entrar en relación con ese Dios, impuro lo que está excluido. El pueblo escogido por el Dios trascendente debe participar en esa trascendencia, en esa separación de lo profano: 105
LA FELICIDAD DE SER CASTO
"Sed santos, pues Yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo." (Lv 19, 2; cf 20, 7) De aquí viene una legislación particular que distingue a Israel de las demás naciones: "Guardaréis todas mis leyes, todas mis costumbres, y las pondréis en práctica [...]. No seguiréis las leyes de las naciones que alejo de vosotros, pues ellas han practicado todas estas cosas y me han asqueado. [...] Consagraos a mí, puesto que yo, el Señor, soy santo y os sacaré de entre los pueblos para que seáis míos" (Lv 20, 22a.23.26). Es lo que explica la preocupación de asegurar la pureza de la raza por una reglamentación muy estricta y detallada relativa al matrimonio (cf Lv 20, 10-21 y 18, 1 -30) y, en el mismo sentido, la condenación severa de los sacrificios de los niños: "Él [el que ha cometido tal acto] ha manchado mi santuario y profanado mi santo nombre" (Lv 20, 3) De esta manera, a pesar de tener un origen enraizado en el patrimonio común a los antiguos semitas, las múltiples restricciones impuestas a la libertad de los individuos, inspiradas no ya en un temor servil (como en las supersticiones del paganismo) sino en el respeto de un poder superior bienhechor, se convierten en una disciplina moral, cuyo valor no depende completamente de su justificación en sana razón. 106
7 COMO ORO EN EL CRISOL
Es incontestable que estas prohibiciones han contribuido a mantener el monoteísmo y a elevar el nivel moral del pueblo israelita levantando una barrera entre él y las naciones paganas que le rodeaban (cf Lv 20, 26; Dn 1, 8) e intensificando en él, por su multiplicidad, la preocupación de observar la voluntad divina. Algunos judíos llegaron hasta el heroísmo en su fidelidad a las leyes de pureza impuestas por Dios y por la tradición ancestral (cf 2 M 6, 18-31; 7, 1-41). Por otro lado, es también en el Levítico donde Jesús encontrará la fórmula que sintetiza en la ley judía las relaciones con el prójimo: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Lv 19, 18; Mt 19, 19; 22, 39; Me 12, 31; Le 10, 27). Será una de las numerosas "piedras de espera" del Antiguo Testamento a las cuales Jesús dará su pleno cumplimiento.
Coherencia del interior y del exterior Ya bajo el impulso de los profetas, se accede a una noción más interior de la pureza, se reconoce cada vez más la necesidad de las disposiciones interiores para ser aceptado por Dios. Jesús ha llevado esta tendencia al límite. "No hay nada en el exterior del hombre que, al penetrar en él, pueda hacerle impuro, pero lo que sale del hombre [solamente] es lo que le hace impuro. [...] En efecto, es del interior, del corazón de los hombres, de donde salen las malas intenciones, la mala conducta, robos, ase107
LA FELICIDAD DE SER CASTO
7. COMO ORO EN EL CRISOL
sinatos, adulterios, codicias, perversidades, artimañas, libertinajes, envidias, injurias, vanidad, desatinos. Todo ese mal sale del interior y hace ai hombre impuro."(Me 7, 15.21-23)
zan la acción (el acto de la fe y de la conversión), por otro lado a aquellos, los publícanos y las prostitutas, que dicen no (por sus pecados), pero que se arrepienten y se convierten.
Jesús exige la intención como elemento decisivo del actuar moral. Hace del corazón el centro de la personalidad moral. Toma la palabra del profeta Isaías: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí" (Me 7, 6; cf Is 29, 13). Proclama dichosos a aquellos que tienen el corazón puro (cf Mt 5, 8). Que nuestro corazón no se apegue a los tesoros terrestres, sino que esté todo entero cerca de Dios, en el cielo (cf Mt 6, 21). El hombre bueno saca lo bueno del buen tesoro de su corazón; el que es malo saca lo malo del mal fondo de su corazón (cf Le 6, 45; cf Mt 12, 33-35). Lanzando una mirada de deseo sobre una mujer que le es extraña, el hombre ha cometido ya el adulterio con ella, "en su corazón" (cf Mt 5, 28)
De lo que se trata es de la totalidad de la persona, la coherencia del pensamiento, de la palabra y del acto. Por eso Jesús tiene un cierto horror de la ostentación de la vida religiosa cuando la verdadera piedad falta. Para él, la moralidad de un acto depende de la medida en que ese acto expresa la integridad de la persona que actúa. Las críticas más severas de Jesús son dirigidas contra los hipócritas; su devoción (aparente solamente) y su deseo de apariencia a los ojos de los hombres (hecho de una disociación entre el interior y el exterior) ciertamente le exasperan. "Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos por ellos", dice abordando la cuestión de la limosna, de la oración y del ayuno (cf 6, 2-18).
A pesar de esta insistencia sobre la intención, Jesús no desvaloriza la acción exterior; exige más bien el acto como un fruto de la intención (cf Le 6, 43-49). La bella parábola de la construcción de la casa sobre la roca, situada al final del sermón de la montaña (Mt 7, 24-27) es una llamada, no solamente a escuchar las palabras de Jesús, sino también a ponerlas en práctica. Sobre todo, no hay piedad sin la confirmación moral por los actos. "No es el que me dice Señor, Señor, quien entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial" (Mt 7, 21). En la parábola de los dos hijos (cf Mt 21, 28-32), Jesús apunta por un lado a los que dicen sí, pero que recha108
Amar de forma pura El enfoque profundo de la vida y de la enseñanza de Jesús es que la santa voluntad de Dios sea hecha y que sea hecha por amor a Él, con una intención pura y un corazón sincero. Y la santa voluntad de Dios es que le amemos con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todo nuestro pensamiento, y que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. "De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los profetas" (Mt 22, 40). 109
LA FELICIDAD DE SER CASTO
Esta es la ley de Cristo, ley de la que Él ha sido el primero en mostrar el camino. De ahora en adelante, tenemos que amar como Cristo ha amado. La pureza' de corazón es la capacidad de amar; es el amor. Pero esto no nos es impuesto como una ley exterior. El Espíritu Santo, que inscribe la ley de amor en nuestros corazones y los hace capaces de amar "en espíritu y en verdad", nos es dado como una fuerza interior. Por el don del Espíritu Santo, la imagen de Dios según la cual hemos sido creados es, en principio, restaurada en su pureza primitiva por su conformidad con Cristo. Volvemos a ser nosotros mismos en nuestra verdad primera. La pureza será, pues, la docilidad al Espíritu de amor en nosotros; la purificación consistirá esencialmente en quitar los obstáculos a su acción, en dejarle abrirse en nosotros sus dones en el espíritu de las bienaventuranzas. ¿Cuáles son los obstáculos? El olvido de Dios, la mentira, el miedo, la pusilanimidad, la sensualidad culpable, la falta de fe, la codicia, la voluntad de poder, la superficialidad, el egoísmo, la desesperanza, la cólera, la dureza de corazón, el juicio de los demás, la tristeza, el odio, la vanidad, el orgullo. En resumen, todo lo que nos impide amar en la verdad. Todo lo que lleva la marca del pecado en nosotros, del pecado original (la fuerza de la concupiscencia, la ceguera de la inteligencia, la debilidad de una voluntad dividida) y del pecado personal que refuerza sus efectos. Nuestra libertad es tanto más débil en función de ellos.
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7 COMO ORO EN EL CRISOL
Purificación activa Como ya está indicado en el libro de los Estatutos (Est. 1.3.2.), el trabajo de purificación necesario tiene dos aspectos, uno activo y otro pasivo. La purificación activa es la que emprendemos por nuestra iniciativa "como familiarizados con la C r u z " , siguiendo a Cristo. Es una manera de conformarnos a Cristo pobre, casto y obediente y de compartir sus sufrimientos por el amor de nuestros hermanos, la oración de la sangre. Veamos esto un poco más de cerca. La vida sensitiva es buena, los sentidos son las ventanas de nuestra alma, el placer es necesario para la vida. La sensibilidad es una gran fuerza, pero en cuanto que está inscrita en la vida total del hombre y sometida a la inteligencia y a la voluntad. De otra manera, es una fuerza ciega y es destructora del hombre como hombre. Buen servidor, mal señor. Concretamente, una ascesis se impone para ordenar nuestra vida sensible a la vida del espíritu y a la vida espiritual, para transformar nuestras apetencias carnales en deseos espirituales. Esto no puede hacerse sin una cierta experiencia de falta. Es el valor espiritual del ayuno y de la sobriedad, es el precio de una primera libertad humana. La afirmación de uno mismo es una buena cosa, su ausencia total una enfermedad. Pero tenemos tendencia a ponernos en el centro del universo, percibimos todo como gravitando alrededor de nosotros, como sin valor más que en la medida en que nos aporta algo. En resumen, de manera congénita somos 111
LA FELICIDAD DE SER CASTO
7. COMO ORO EN EL CRISOL
egocéntricos y superficiales. Para poner a Cristo en el centro del universo, para ver todo, incluso a nosotros mismos, con relación a Él, para amar y actuar en función de esa mirada, es necesario una muerte a uno mismo y una transformación profunda de nuestro corazón. Hay que llegar a ser humilde... Tarea ardua entre todas las demás.
preferir la luz difusa y oscura de la mirada vuelta hacia las realidades de la fe frente a las cosas inmediatamente accesibles. Mirada de espera, pero sin categorías preconcebidas. Mirada de acogida de lo que es y permanece siempre más allá, misterio, en infinitamente cercano. Mirada de amor, que escoge, que quiere amar. Mil pequeños actos que ahondan el lecho de nuestro deseo, y purifican el corazón.
La obediencia nos ayuda combatiendo el orgullo y nuestro espíritu de independencia; aprendemos la humildad por la conformación de nuestra voluntad a la de Dios, recibida en la Iglesia por boca de un hombre. La pobreza nos ayuda igualmente atacando nuestro instinto de aumento del yo por la posesión, y a nuestra codicia. La disciplina de la fe nos ayuda sirviendo a nuestra inteligencia su objeto y su naturaleza connaturales. Se trata siempre de pasar del amor desordenado de uno mismo al amor de Dios. La castidad trata directamente de la purificación de nuestra afectividad favoreciendo el paso de un amor narcisista y egocéntrico a un amor de don de uno mismo al otro y a Dios. Todo esto concierne al hombre espiritual en general. En lo que se refiere a la vida de oración, la soledad, el silencio, la lectio divina, la constancia a volver nuestra mirada hacia el Señor, el esfuerzo de recogimiento sanean, poco a poco, el corazón. Nosotros hemos elegido vivir del maná en el desierto, tenemos que contentarnos con esto a pesar del poco gusto que nuestras facultades humanas encuentran en ello a veces. Una y mil veces hay que "volver", 112
Purificación supone paso, pascua. Siempre pasar más allá. Más allá de las consolaciones y de las luces, naturales o sobrenaturales, más allá de las arideces y de las tinieblas. Abandono de toda posesión, en un movimiento hacia Aquel que está ahí, detrás de la cortina. Fe en su amor, deseo de amar a cambio. Comercio de amistad, y ¡qué amistad! Comunión íntima con la Santísima Trinidad. Quien es únicamente mi bien. Elección que responde a la elección, de persona a persona, corazón a corazón. Esfuerzo infatigable, renovado constantemente, para arrancarme de lo superficial y lanzarme... ¿en qué? ¿El ser, yo mismo, Dios? Al menos en lo real. Así pues, disciplina de la imaginación: íntimamente tributaria de lo sensible, ella también puede hacer un buen servicio si se utiliza con discreción y bajo un control estricto. Como dueña, nos desviará indefectiblemente en el campo de la moral ,y sobre todo, en la vida interior. Dura ascesis del momento presente, de la aceptación de su finitud, de su muerte. Capacidad de recibir, apertura al Amor.
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8 EL AMOR DE DESEO: EL EROS
Un día, yo pregunté a mis novicios cuál era su deseo profundo. Éstas son, en resumen, sus respuestas: - Ser aquello en lo que creo. - Comunión. - Ser. - Jesús. - Vivir libremente -con verdadera libertad- el amor. - Dar gracias a Dios por haberme salvado. - La cruz de Cristo. - Vivir bajo la óptica de Cristo las cosas más simples de la vida, lo real, lo verdadero, enteramente, sin perder nada. - Amar. - Buscar, encontrar a Dios. Encontrar que uno existe y vive en Dios. 115
LA FELICIDAD DE SER CASTO
- "Como la cierva sedienta [...] mi alma tiene sed de Dios". Al menos, intentar hacer la voluntad de Dios, adherirse a Él. - No ser. - Cristo, hombre y Dios. El amor es la fuerza fundamental que pone en movimiento todas las otras fuerzas del hombre, las dirige hacia lo que es bueno y constructivo o hacia lo malo y destructivo. El amor hace que el hombre sea hombre superándose y yendo hacia lo que le llama desde lo más profundo de sí mismo. El amor es, pues, el destino del hombre, por el que crece o perece, según lo que ama y llega a ser. Tenemos el deber de llegar a ser grandes amantes. Ése es el fin esencial de nuestra vida. Eso es verdad especialmente para nosotros, monjes cristianos: el sentido de nuestra vida es buscar, conocer, amar y alabar a Dios.
8. EL AMOR DE DESEO: EL EROS
misterio escondido que nos sobrepasa y que jamás somos capaces de agotar. En el caso más sencillo, el amor es una inclinación hacia una persona o una cosa, por la cual intentamos unirnos a la persona o al objeto amado. En seguida aparece una dualidad en virtud de la cual el amor puede orientarse en dos direcciones. Una va del amado al amante, en la medida en que éste se esfuerza por apropiarse tal o cual objeto y poseerlo, con vistas a completarse y a tender a su propia perfección. La otra dirección va del amante al amado, en la medida en que el primero tiende al bien del segundo, o toma como meta el contribuir a su perfección. En una palabra, hay que distinguir el amor que se busca a sí mismo y el que busca a otro. Las dos formas de amor, aunque exigen sacrificios muy duros, aportan la beatitud, pero de una manera diferente.
¿Qué es el amor? Aunque sea una experiencia humana universal, el amor no puede estar circunscrito a una definición conceptual. Es un dato original, un
El corazón es el órgano y la sede del amor. El corazón carnal, en primer lugar, hasta en su funcionamiento orgánico que se conmueve ante la repercusión de las emociones pasionales, se dilata, late violentamente, etc. Pero, más profundamente, el corazón en sentido bíblico, considerado como lo más íntimo del hombre, el núcleo de su identidad, de su libertad y de su conocimiento. De ese centro personal emana el impulso del amor. El amor vive pues, no en las zonas marginales, sino en el mismo núcleo del hombre, penetrando e informando todo su ser, incluso su ser carnal.
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El amor es una gracia, el don más precioso, que tenemos que pedir en la oración, alcanzar con paciencia, acoger con alegría. Es también un arte, que tenemos que perfeccionar, con la práctica asidua, perseverante y sagaz. El hombre se mide por lo que ama. Su vida será juzgada según la medida de su amor o de su rechazo de amar.
8.
LA FELICIDAD DE SER CASTO
EL AMOR DE DESEO: EL EROS
toda nuestra humanidad a la gracia trasformante de
Tres grados de amor
Cristo. Existen varias maneras de amar por orden creciente de interioridad o de profundidad. La antigua sabiduría de los griegos había distinguido ya eros (deseo) y philía, (amistad). El Evangelio añade ágape (caridad). Brevemente: el eros designa el amor sensible e instintivo; la philía, el amor espiritual y personal; el ágape, el amor, la gracia divina, que Dios concede al hombre, y que es una participación en su propio amor. Al encuentro del deseo y de la amistad que suben del hombre a Dios, viene el amor que desciende de Dios al hombre y se introduce en el hombre. El pecado original había encerrado en el estado de noredención el amor sensible y el amor de amistad. Únicamente el amor de caridad puede rescatarlos. El hombre sólo ama completamente cuando el amor de amistad purifica el amor de deseo, y el de amistad es a su vez asumido en el amor de caridad. Pero los tres grados son indispensables. Únicamente por su compenetración entre sí, cada uno de ellos, a su manera propia, conduce a la totalidad del amor. El amor de deseo sin el amor de amistad, y los dos sin el amor de caridad, tienden a degenerar. Inversamente, el amor de caridad no puede desarrollarse sin el amor de deseo y el de amistad. Éstos le preparan el terreno, ofrecen una materia a su soplo de vida; el ágape que se separa de ellos corre el riesgo de secarse, de volverse anémico y frío. El grado supremo en el ámbito del amor incluye esencialmente lo que le precede. Tratemos de descender hasta las raíces profundas de nuestro amor a fin de poder ofrecer toda la verdad de 118
El eros Platón, en la antigüedad, fue el que estudió el eros con detalle, sobre todo en "El banquete", en el discurso de Diotima. Ve en él al amor sensible e instintivo, que en el hombre estalla bajo forma de pasión y le sorprende, con frecuencia, como un destino ineludible. El eros es atraído por la belleza: es una inclinación poderosa hacia la unión con lo que nos atrae, y de este modo nos revela a nosotros mismos, ya que algo en nosotros responde a la llamada. Se trata en primer lugar de la belleza sensible, pero, por una poderosa dialéctica de ascensión, el deseo se ve arrastrado más allá del ámbito de los sentidos y del instinto. A partir de la belleza sensible, sobre todo la del cuerpo humano, se eleva a la belleza del saber y de la virtud, de la misma manera que del alma humana que se exterioriza, hasta que al término de su ascensión, estalla el resplandor de lo Bello en sí mismo, de la Belleza original y eterna que contiene toda la belleza y que es la causa primera de todo lo que es bello. La Belleza original coincide con la Bondad original. El punto de partida del amor de deseo está en la percepción sensible de la belleza, pertenece en primer lugar al dominio corporal y visible: al brillo de la irradiación de las formas y de los colores, las figuras armoniosas desarrolladas. Todo esto contiene el eros y 119
LA FELICIDAD DE SER CASTO
8. EL AMOR DE DESEO: EL EROS
procura al hombre una profunda felicidad. Pero como es el bien lo que brilla en lo bello, es hacia él, a fin de cuentas, hacia donde tiende el eros.
El eros es algo mucho más dominante en la vida humana, de la que impregna la mayor parte de las actividades. Cuando los hombres se encuentran de manera profunda, el eros presente, vibrante, les libera del aislamiento yerto y les lleva el uno hacia el otro por una corriente viva y vivificadora. Entonces nace el verdadero diálogo, que está más allá de la charla vacía, para convertirse en un rico intercambio mutuo.
El animal también es atraído por un amor sensible e instintivo, por ejemplo en el apareamiento con vistas a la generación. Él ve el bien, siente el atractivo, pero no tiene ninguna percepción de la belleza. Simplemente, está programado por el instinto. En el hombre, la misma atracción instintiva es el acto de una persona espiritual, informada por una percepción que va más allá de las formas sensibles como tales. Por el eros, somos atraídos y nos admiramos de la majestad de las altas montañas, la inmensidad del mar, el resplandor del cielo estrellado, la gracia de los animales, los colores de las flores, la flexible dignidad de un gran árbol, el canto ligero de un pájaro... Nuestra vida sería infinitamente más pobre sin la sensibilidad del eros a la belleza. Pero el eros se completa especialmente en el encuentro con el hombre; ahí es donde la belleza sensible alcanza la culminación. De la forma corporal del hombre irradia una belleza tal que los mejores artistas de todos los tiempos nunca han podido agotar. La razón de esto es que este cuerpo no se reduce a lo que es animal, lleva dentro de sí la huella de la vida espiritual que lo informa. La riqueza y la profundidad del espíritu irradian del cuerpo del hombre. Por eso, el hombre, más que cualquier otro ser, atrae al eros. La diversidad de los sexos no entra aún en juego. El amor sensible e instintivo de los hombres entre sí no coincide con el amor sexual o el amor de los dos sexos entre sí. 120
Un encuentro particularmente profundo caracteriza la amistad cuyo calor envolvente proviene del eros. En otro orden, pero de manera parecida, la relación entre el maestro y el discípulo está dirigida por el eros, sin el que no podría estallar la chispa, a pesar de toda la buena voluntad del educador. Gracias al eros se aprende una enseñanza, un discurso capta a los auditores, un espectáculo conmueve a los espectadores, un concierto hace estallar el entusiasmo. El eros se encuentra también en el impulso creador del artista: Eros cosmogónico, poder misterioso, voz de la naturaleza que se sitúa a menudo a gran distancia del sexo en la sumisión del artista a la severa ascesis de las formas. Vibra, incluso, en la religión, hasta en sus elevaciones más sublimes, sobre todo místicas. En la entrega religiosa de sí mismo, ocurre que el eros se desliza hasta el amor sexual; eso explica la prostitución sagrada, o los acentos turbadores de algunos textos místicos.
Eros y sexo El eros y el sexo no son lo mismo; sin embargo, están unidos el uno al otro por especie de proximidad 121
LA FELICIDAD DE SER CASTO
interior. Así, en el lenguaje actual, la palabra "erótico" que proviene de la palabra " e r a s " , pero que no abarca en modo alguno toda la extensión de esta última, se ve limitada al ámbito sexual. El sexo, es la realización del eros en el amor entre los sexos. Los griegos intentaban explicar el atractivo entre el hombre y la mujer por medio de un mito según el cual, el hombre, originariamente único, andrógino, fue dividido en dos mitades, una femenina y otra masculina, de tal modo que estas dos mitades buscan, con una fuerza primitiva, reconstruir la unidad original. En el relato del Génesis, en la Biblia, la mujer está hecha a partir de una costilla sacada del hombre, y Dios la entrega a este último como compañera y ayuda. Es verdad que el hombre y la mujer son, por su constitución psicológica y fisiológica, abiertos y complementarios el uno del otro. La unión entre los sexos engloba al hombre entero y conlleva una profunda beatitud. Por ello la mayoría de los hombres son conducidos a realizar el eros bajo la forma del amor sexual. Las dos personas, que desean vencer la soledad -soledad que todos llevamos en nosotros mismos en cuanto que somos individuos libres-, pueden participar en una relación en la que, sobre todo en el momento de la unión sexual, el individuo experimenta un compartir profundo a nivel de ser -antes de volverse a encontrar solo, quizá más solo que nunca. La unión sexual contiene una promesa que, por sí sola, no puede llenar. Su deseo sobrepasa al hombre. 122
8. EL AMOR DE DESEO: EL EROS
Masculino y femenino Pero el antiguo concepto del hombre andrógino toca otra verdad. Cada persona, hombre y mujer, tiene características masculinas y femeninas, aunque en proporciones variables. Aquí hay que distinguir entre el hecho biológico de ser hombre o ser mujer que está determinado por una diferenciación a nivel biológico y fisiológico, y nuestra masculinidad-feminidad, que son estereotipos culturales: unas cualidades que la cultura-ambiente atribuye preferentemente al hombre o a la mujer. Así, se atribuye al hombre, fuerza, agresividad, iniciativa, afirmación de sí mismo, pensamiento objetivo, etc.; y a la mujer, ternura, calor, intuición, paciencia, simpatía, pensamiento subjetivo, sensibilidad, dones artísticos, etc.. Estas atribuciones están influenciadas por datos históricos, sociológicos y culturales, y son cada vez menos aceptables, sobre todo, por las mujeres. Pero más allá de esto, se toma conciencia cada vez con más claridad, que la persona humana, hombre o mujer, plenamente desarrollados, deben poseer todas las cualidades masculinas y femeninas, en cierta medida; Cari Gustav Jung describe este proceso como la integración del animus (el principio masculino) y del anima (principio femenino), en la totalidad de la personalidad. Un hombre incapaz de ternura o de sensibilidad corre el riesgo de ser un bruto. Una mujer que no sepa tener iniciativas corre el riesgo de ser apática. Nosotros, los hombres, no debemos tener miedo de las cualidades femeninas que llevamos dentro de nosotros. Al contrario, forman parte de nuestra 123
LA FELICIDAD DE SER CASTO
humanidad integral y más bien debemos cultivarlas Eso es sobre todo verdad para el monje contemplativo. La vida de oración, el encuentro personal con Dios, la mirada contemplativa sobre los seres y las personas, piden toda la intuición, la sensibilidad, la ternura y la capacidad de una cierta pasividad activa que contiene nuestra naturaleza de hombre. Por otra parte, no aceptemos una imagen del hombre prefabricado por una cultura occidental despojada de muchas de sus raíces profundas. Yo no sé por adelantado lo que es ser hombre. Descubro mi "ser hombre" poco a poco, frente a la vida y a la muerte, frente a las demás personas, frente a la mujer (una etapa esencial) y, a fin de cuentas, frente a mi Dios.
La cara oscura del eros
8.
EL A\MOR DE D E S E O : EL E R O S
El eros graba en el ritmo del cuerpo la sed metafísica del otro: dilección encarnada. Proviene desde la oscuridad de los tiempos y del mismo origen de la vida, con una carga pesada de historia multisecular de la humanidad. Informa nuestra imaginación, nuestros sueños, con sus formas, sus arquetipos, sus mitos. El deseo más elevado del espíritu se encarna, como si dijéramos, en la carne, directamente, sin pasar por la mediación de la inteligencia clara. El cuerpo es su sitio, su signo. Todo eso se condensa en el encuentro con el ser amado. La sorda voz de la naturaleza incoercible se deja oír en la pasión de los amantes. El acto carnal es un abandono, un éxtasis, una especie de muerte. En algunos animales inferiores, el macho muere en el acto de copulación. La vida nace de la muerte, de la pérdida de sí mismo. La muerte y el amor se llaman entre sí misteriosamente.
Pues el eros, el deseo, hunde sus raíces en las profundidades oscuras de lo creado y, lo mismo que la vida, no se reduce solamente a nuestras ideas y a nuestra comprensión. Al contrario, es capaz de desencadenarse sobre el hombre y destruir todas sus resistencias, burlándose de lo razonable y sensato.
La alegría más intensa está acompañada con la misma intensidad por la conciencia de la inminencia de la muerte. Parece que la una no es posible sin la otra. En este fuego, el hombre, fuera de sí, no posee ya ninguna garantía de seguridad en sí mismo. Esta ley del amor se verifica también en la experiencia mística. De hecho, ¿nos sería posible amar, en el sentido más profundo de la palabra, si no fuésemos mortales? ¿Sin lo trágico de la muerte ineludible del amado y de nuestra propia muerte? ¿No es por esto por lo que Dios no podía revelarnos su amor mas que en la carne mortal de Cristo? ¿Podemos concebir un amor sin sufrimiento, sin, a veces, sed de sufrimiento, de sacrificio?
124
125
Para los griegos, el hombre era un demonio: no en el sentido actual de espíritu maléfico, sino como demiurgo, situado a la mitad del camino entre lo humano y lo divino, pudiendo ser bueno o malo para el hombre, fuente de inmensas riquezas, pero al mismo tiempo corre el riesgo de destruir al hombre por su poder misterioso.
LA LELIUUAU Uh SLR CASTO
8. EL AMOR DE DESEO: EL EROS
Más misteriosamente aún, ¿existe un amor sin odio en algún rincón secreto del corazón?. La pasión, al menos el eros en su expresión más "demoníaca" (en el sentido griego de la palabra) conduce a veces a la destrucción de aquel que es objeto de ella.
posible es preciso que la fuerza instintiva esté modelada y ordenada, en la medida de lo posible, por nuestra libertad perceptiva. Así liberado, el eros puede llegar paradójicamente hasta la renuncia por amor, por un amor más grande. El deseo puede ser virgen aun ardiendo con su llama más pura y verdadera.
La pasión loca de algunos amantes ha sido celebrada por los poetas de todos los tiempos (Romeo y Julieta de Shakespeare, Rodrigo y Jimena en Le Soulier de satin de Claudel, etc.). El amor pasional empuja al hombre y a la mujer, el uno hacia el otro, con una fuerza primitiva y ciega. Únicamente gracias a una dura lucha por incorporar la pasión al conjunto del amor, para darle forma por el amor de amistad, basado en la percepción del valor espiritual de la persona amada, el eros se convierte en amor humano y libre. Es preciso que el hombre sea suficientemente capaz de dominar su deseo para que no se vea sometido a él. A causa de esto, el eros no se verá ni disminuido ni aplastado; al contrario, se verá liberado para ser conducido a su culminación. El eros ejerce su influencia sobre nosotros de dos maneras. Es una fuerza instintiva de deseo, ciega, no libre, prepersonal, a veces destructora, que nos empuja con violencia. Es también el atractivo soberano de los valores que nos trascienden: lo bello, el bien, la amistad, el sacrificio, la verdad, que nos atraen y que nos hacen trascender hacia lo que es superior a nosotros, y finalmente hacia el mismo Dios. Este atractivo despierta lo que hay de más profundo en nosotros; nuestra respuesta es obra de una percepción espiritual y es función de nuestra libertad. Para que esto sea 126
Los peligros del eros Volvamos a un nivel más común y veamos los peligros que acechan al amor de deseo. En primer lugar está el riesgo del exceso. El amor sensible del animal está sujeto al instinto de manera claramente determinada; el del hombre depende de su propio gobierno. Tiende, con frecuencia, a tomar unas proporciones desmesuradas. Esto es sobre todo verdad en la forma más intensa del eros, el sexo, que desemboca fácilmente en un goce desenfrenado. Igualmente el hombre está, con frecuencia, tan ebrio por la belleza sensible y visible, que pierde completamente el sentido de lo bello y del bien no visibles, que sólo el espíritu puede captar. El encuentro sexual se reduce entonces a la sola búsqueda del placer, al alivio de la tensión fisiológica: cuestión de higiene, de técnica, una comodidad de consumo, al alcance de la mano, igual que tantos otros objetos (ésa es la palabra) en nuestra civilización. Esta banalización del acto protege, por un tiempo, de la interpelación profunda del eros, pero éste se vuelve rápidamente molesto. El problema más frecuente con que se encuentran actualmente los médicos entre las 127
LA FELICIDAD DE SER CASTO
personas más "evolucionadas" de nuestras ciudades modernas es la frigidez y la impotencia sexuales. Hemos visto la proximidad del eros y del sexo. Otro peligro, en consecuencia, es que todas las formas no-sexuales del eros se deslizan insensiblemente hacia lo sexual. Tomo aquí la palabra "sexual" en el sentido restringido en el que casi se identifica con "genital". Así, entre los griegos, la relación entre maestro y joven discípulo se deslizaba, con frecuencia, hacia una expresión homo-genital. Igual ocurre fácilmente en la amistad entre hombres y mujeres, o entre hombres, o entre mujeres. La relación engendrada esencialmente por el amor, puede trasformarse en amor sexual, expresado físicamente. Esto lleva fácilmente a deducir la idea falsa de que el eros no puede realizarse fuera del sexo, y a adoptar una actitud de desconfianza y de rechazo hacia toda manifestación del eros en la vida humana. La solución sigue estando en una maduración del deseo en un sentido libre y personal. Eso no es fácil. Muchos no lo consiguen nunca. Es muy significativo que el Eros sea frecuentemente descrito en la mitología como un niño, un querubín gordinflón, que no crece nunca para convertirse en hombre. En fin, otra fuente de desviación proviene de que lo bello se separa del bien. Entonces se deja uno llevar por una bonita forma exterior, por un tornasol de colores, o la armonía de las siluetas, sin prestar bastante atención al bien que debe resultar de ellas. Un eros a flor de piel lleva en sí mismo una tendencia a sacrificar lo bueno a lo bello; se convierte en la caza 128
8.
EL AMOR DE DESEO: EL EROS
del placer, por muy refinado que sea, y todo medio es bueno para conseguirlo. En el amor entre personas, esta actitud del amante envilece al amado, que se convierte en "objeto". Mata al verdadero eros y lleva, con frecuencia, a que el amor se cambie en odio. La búsqueda del placer lleva fácilmente al hombre al narcisismo, a ese placer para uno mismo a que reduce todo lo demás y a todos los demás. Se repliega entonces sobre sí mismo, en un egocentrismo que le hace buscar al prójimo, no porque lo ame, sino para él mismo y para su propio beneficio. Llevado hasta el extremo, el eros se sirve de lo bello y de lo bueno en los demás como medio para realizar su propia satisfacción. Aquí es donde se ve mejor hasta qué punto el eros y el sexo necesitan absolutamente estar integrados en el amor de amistad para no caer fuera del verdadero sentido del amor, que consiste en apreciar al otro por su propio valor y a contribuir a su realización. Profundizaremos en el capítulo siguiente en la realidad de la amistad. Antes de dejar el eros, volvamos a echar una mirada sobre la amplitud de su campo, desde el fondo oscuro prepersonal del hombre, a través de la atracción y la creación de la belleza, el encuentro entre personas, el amor sexual, y hasta el amor místico de Dios. El impulso del amor de deseo no muere jamás, pues busca, en verdad, no su satisfacción sino su propia intensificación: "Los que me beben sienten todavía sed" (Si 24, 29). Únicamente
una
fuente
puede calmar su sed ilimitada: 129
inagotable,
infinita,
LA FELICIDAD DE SER CASTO
"Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí" (Jn 7, 38b-39a). "El que quiera, reciba gratuitamente agua de la vida" (Ap 22, 17).
Acerca de la homosexualidad
¡5.
EL AMUK Ut Litstu: LL tKUÍ
No dejemos que un miedo poco informado sobre la homosexualidad inhiba la espontaneidad cordial de nuestra caridad fraterna. Y sepamos, por otra parte, que todas nuestras relaciones interpersonales tienen una dimensión sexual, puesto que somos seres sexuados -aunque esta dimensión puede ser más o menos periférica.
Igual que para la sexualidad en general, podemos distinguir entre homosexualidad afectiva y homosexualidad genital. La primera concierne a la relación afectiva con alguien del mismo sexo, la segunda, tiene su expresión en la unión carnal. Únicamente la homosexualidad genital está excluida en la enseñanza de la Iglesia. La mayoría de las personas se sitúan en alguna parte de una línea entre dos polos que casi no existen en lo concreto: el heterosexual exclusivo y el homosexual exclusivo. El homosexual en el sentido más estricto, hace una elección exclusiva del objeto sexual y es incapaz de relaciones heterosexuales. Más exactamente, no escoge el ser homosexual, reconoce que lo es, por razones (psicológicas unidas a la infancia, etc.) que se escapan a su control. Tiene una pesada cruz que llevar (reprobación personal y social, ser "diferente", miedo, etc.), pero puede llevarla en Cristo, y amar a su hermano con un amor casto en Cristo, exactamente igual que su hermano heterosexual - u n amor de amistad profundo, en el cual la dimensión propiamente erótica y genital está purificada y superada; un trabajo difícil pero posible. 130
131
9 EL DESEO DE AMISTAD
"El justo debe ser amigo de los hombres" (Sb 12, 19). La amistad es uno de los mayores bienes del hombre. "Amigo/a", es una de las palabras más dulces del lenguaje humano. "Feliz el que ha encontrado un amigo verdadero" (Si 25, 8 vulgata). "[...] será como otro tú" (Si 6, 11). Todos deseamos la amistad de alguien que nos ame con reciprocidad. A veces no nos atrevemos a confesar nuestro deseo por miedo a una decepción, o por un sentimiento de ser indigno de ser amado: "es algo hermoso, pero no para mí", me ha dicho uno de mis novicios. Sí, esta hermosura es para él, para ti, para cada uno de nosotros. 133
LA t-tLIUUAU DE SER
"El amigo fiel es un seguro refugio, el que lo encuentra, ha encontrado un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio, no hay peso que mida su valor. El amigo fiel es remedio de vida, los que temen al Señor lo encontrarán. El que teme al Señor consolida su amistad, pues tal como él es así será su compañero" (Si 6, 14-17). Dios quiere ser el amigo de los hombres. Cristo nos ha llamado a ser sus amigos (cf Jn 15, 15). Sus discípulos deben ser amigos, los unos de los otros, y eso con toda la densidad humana, encarnada, de la amistad. Tenemos que atrevernos a desear, aprender a abrirnos a la amistad. Nuestro deseo, a fin de cuentas, ha nacido de una " f e " , no tanto de nuestra "amabilid a d " , sino de la fuerza del Amor que brota en todo ser, en toda persona. Dios es. Para que este deseo se explicite, he pedido a mis novicios que reflexionen sobre tres cuestiones y cada uno ha tenido a bien decir lo que pensaba sobre ellas.
9. EL DESEO DE AMISTAD
JOSEPH:
1.
Nunca he experimentado una amistad profunda... ¿Mi deseo? Una comunión de corazón, un compartir, gratuidad (el amigo del pobre), en la libertad (uno escoge a su amigo), y en la fidelidad.
2. 3.
Mi orgullo Una amistad sencilla con Cristo.
BERNARDO MARÍA:
1.
Amor recíproco, transparencia, sin velos, libro abierto el uno para el otro, unión profunda en Cristo, caminar juntos el uno al lado del otro, con la mirada fija en el Señor.
2.
Amor propio, falta de apertura, dificultad de comunicación.
3.
En la Cartuja los medios son pobres: poco contacto, gestos raros. Pero eso nos obliga a
Las preguntas eran:
hacer más auténtica la amistad, profundizar-
1.
¿Qué es lo que deseas en materia de amistad?
2.
¿Cuál es, en ti, el mayor obstáculo para su realización?
3.
¿Qué medios prácticos habría que tomar para realizar tu deseo?
Éstas son las respuestas:
la, "sobrenaturalizarla"...
ESTEBAN:
1.
En una película de Chestow, unos chicos que intentan vivir juntos, en medio de la naturaleza, " E s beber (juntos) en el mismo vaso": fraternidad, convivencia... Nosotros aquí, la Eucaristía que nos reúne, el Cuerpo de Cristo, un lazo carnal...
134
135
9.
LA FELICIDAD DE SER CASTO
2.
3.
Lo que está torcido en mí: dos patologías que se encuentran no forman amistad. Hay que ser sano.
2. 3.
EL DESEO DE AMISTAD
Quiero ser conocido antes de conocer al otro... No quiero deshacerme de mí mismo. Modo de fe más puro, más oscuro.
Ser transparente, flexible, desprendido. ROMUALDO:
FELIPE:
1.
2.
3.
La amistad tiene algo de irracional: funciona o no funciona, no se sabe muy bien por qué. Y, sin embargo, es libre, se construye... Un amigo es otro yo mismo. Alguien con quien pueda hablar o callarme, compartir, comprensión mutua en la misma onda, una experiencia compartida de alguna manera. Mi incapacidad para recibir e interpretar lo que dice mi amigo según mis categorías de pensamiento, mi experiencia... Mi voluntad de cambiarlo según mi modelo. Acoger al otro en su ser diferente.
FRANCISCO:
1. La amistad, conocida y desconocida: misteriosa, mirar una colina juntos, ver lo mismo; ¿camaradería?... A falta de amistad, tendencia a buscar la inamistad: una relación al menos, ser reconocido, mejor que la indiferencia... La amistad, sobre todo una comunión de inteligencia. En el fondo, imposible. Únicamente el don de sí mismo puede realizarla. No tengo bastante fe. La comunión de los santos se construye sobre la esperanza pura. 136
1.
Conocerse mutuamente, abordar la vida juntos, comprenderse, ayudarse, amarse. Gratuidad. La amistad es un diamante espiritual. Vivir mejor, la mirada en el otro, exigencia, ser uno mismo, pero desaparecer ante el don.
2.
Negar la diferencia, reducir el amigo a mí mismo. Miedo de ser conocido y sin embargo deseo de ello, ambivalencia. No respetar el misterio del otro, querer poseerlo. Demasiada efectividad. Esperar demasiado de la amistad, o demasiado poco: espiritualizar demasiado, lo concreto es preciso, el gesto. En la Cartuja el campo es restringido para la amistad.
3.
No nos hemos escogido. Pero el Señor nos ha escogido para vivir juntos, para ser amigos. Construir la amistad en el tiempo. Explotar los medios que tenemos a nuestra disposición (espaciamientos, recreos). Perdón y reciprocidad, todos pecadores. Hacer los gestos humildes de compartir. La amistad llega si no se la espera, si no se la exige. No banalizarla. Un amor es siempre único. La amistad puede curar, liberar al otro (porque se cree en él, porque se le ama). 137
LA FELICIDAD DE SER CASTO
Respetar las distancias. Incluso en amistad, una cierta soledad, sigue siendo irreducible. Para amar, hay que haber alcanzado una cierta autonomía. La unión diferencia. Ver en cada uno un amigo posible, puesta en común con el prójimo. Amistades femeninas, cierta clase de intimidad, de ternura, nos faltan.
9. EL DESEO DE AMISTAD
j
ábreme tu puerta por amor de Dios".
DOMINGO:
1.
BRUNO:
1.
Jamás he tenido un amigo (¿esto es para mí?). ¿Mi deseo? Una unión sólida entre dos. Dinámica, cosa sencilla que se realiza cada día, andar juntos en la línea recta hacia la meta, soportar las contradicciones...
2.
Falta de confianza en sí mismo, tendencia a encerrarme en mi yo pequeño.
3.
Estar disponible, ser tolerante, comprensivo hacia el otro, intentar construir, progresar.
¿Mi deseo? Vivir una amistad de estilo cartujano en el que toda relación debe ser abierta. No cabe duda que no tiene sentido más que bajo la mirada de Cristo, bajo el signo de la cruz -hay que encontrarla aún. ¡Poner su alegría en el amigo incluso cuando me golpea! Dar lo que el otro exige, ampliar el espacio de admiración (dejar libre el germen de la amistad, pues una vez que nace, crece sola).
MATEO:
He escogido cantar este canto: "Al claro de luna, amigo Pedrito, préstame tu pluma para escribir una palabra. Mi candela se ha apagado, ya no tengo fuego... 138
La amistad, es el espacio del otro; es el espacio que se ofrece en uno mismo al otro para toda la "vida". He tenido muchos amigos en mi vida, sin buscarlos, sin esfuerzo, gratuitamente, en la gracia. Me encontraba con gente que admiraba y que me estimaban. Era yo mismo con ellos. Esto no se hace tan naturalmente en la Cartuja. Las relaciones son difíciles, se atascan con algunos, la "gracia" no es dada fácilmente.
2.
3.
La amistad es una contemplación. Nunca había buscado la amistad. Aquí, quererla, trabajar en su construcción. Camino de encarnación. Estar más atento al deseo del otro. En amistad, no he encontrado todavía mi pobreza -tengo que descubrirla. 139
LA FELICIDAD DE SER CASTO
BENITO:
1.
Comprensión, comunión, todas las palabras empiezan por " c o m " = con. La amistad, es la capacidad de unirse al otro en su fuente, atravesar las capas sucesivas que la esconden, descubrírselo a él mismo. Reciprocidad. Compenetrarse.
2.
Falta de transparencia. Estructura personal rígida. Dificultad de penetrar en el mundo del prójimo. Pecado.
3.
Desear esta capacidad, buscar su adquisición.
10 LA AMISTAD: AQUEL QUE DA RECIBE
"Nunca se ha terminado de aprender a amar". Hay un peso que lleva hacia lo inhumano en las relaciones humanas. Se comprueba que es necesario un aprendizaje, un esfuerzo constante para pasar por las formas de amor inacabadas, en las que no entran en juego más que algunos elementos del amor personal cuando se ha realizado de una forma completa. Hemos visto el lugar, en nuestra vida, del eros, el amor sensible e instintivo. Proviene de la necesidad natural del instinto. Su orientación es egocéntrica. Va hacia la belleza visible y sensible para apropiársela y gozar de ella. El objeto de este amor es un objeto de consumo: su objeto es mi bien; pregunta para qué me sirve; se interesa por el prójimo en la medida en que éste le puede aportar algo. Tiende a reducir al otro al "status" de objeto, a volatilizar el tú en " e s o " , a no ver esa dimensión de su ser que mira hacia mí. Me es indiferente, en el fondo, el saber quién es el otro y lo que le hace vivir. " Y o " es la medida de todo, todo gira 140
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LA FELICIDAD DE SER CASTO
alrededor de mí. En el límite es un narcisismo que puede llegar hasta nuestra idolatría. Y con relación al otro engendrar dos soledades. La amistad, la philía, es un amor espiritual y personal. Proviene, no de la necesidad, sino de una inclinación libre que es respuesta a las cualidades percibidas, por el espíritu, en el amado, que va más allá de la belleza sensible para llegar hasta el fondo más íntimo de la persona, a la fuente de su ser, allí donde, a imagen de Dios, se enraiza con él. Ciertamente el eros, el atractivo sensible, se encuentran aquí, compenetran la amistad. Pueden servir de punto de partida: el amor adolescente está lleno de él (en materia religiosa también), los grandes amores de los adolescentes, tan idealistas y, sin embargo, tan egocéntricos. No cabe duda que es una etapa necesaria, que se convierte en tragedia cuando permanece uno en ella toda la vida. No se descubre jamás al prójimo en su verdad propia. Se impone una purificación. Poco a poco el amor debe transformarse en amistad, manteniendo, al mismo tiempo, intacto el calor y el impulso del eros. Por una percepción más profunda del otro, el amor se llena de admiración, de estima por el bien que percibe y que quiere conservar y hacer crecer. Se convierte en amor desinteresado, su orientación se dirige hacia el bien del amado, no hacia el suyo; por su amigo está dispuesto a sacrificar su propio bien, y en el límite, su vida. No piensa más que en lo que se puede dar al otro, en lo que puede ayudarle a desarrollarse, a ser feliz. Quiere compartir todo con él, tener todo en común, hasta los bienes más íntimos de su ser. Con un respeto total, llega hasta el 142
10.
LA AMISTAD: AQUEL QUE DA RECIBE
tú profundo del otro, el amor se convierte en comunión entre dos personas, libres y conscientes. El amor de amistad no excluye, sin embargo, la realización del yo, por lo tanto, un cierto amor de sí mismo. El " y o " es un valor absoluto. No puede verse reducido a un puro medio para realizar el bien del prójimo. Es una desviación del amor el deseo de una fusión en la que yo desaparezca en el otro, en la que hago del otro mi Dios, en la que yo esté dispuesto a sacrificarle todo principio de bien y de mal. Aquí, es el eros quien domina, ciegamente. En la amistad, el que da recibe siempre. El que "pierde" su yo, lo vuelve a encontrar, mayor, sin que por eso se vea retraído cualquier aspecto del yo del otro. La mayor comunión se realiza entre dos sujetos que cada vez son más ellos mismos, y asumen más plenamente su soledad irreducible de personas libres, en el don mutuo que se hacen. Eres tú quien me da a mí. Soy yo quien te da a ti. Tú no eres para mí una cosa, un " e s o " , ni una persona intercambiable (un " é l " : lo que ocurre a veces cuando, en nuestra relación con alguien, es su función o el papel que representa el que tiene prioridad y no la persona en su singularidad; siempre hay, y quizá necesariamente, algo de esto en las relaciones con un padre maestro o un prior). Tú eres tú, en tu individualidad irreductible, única, irremplazable. Como yo no soy verdaderamente yo más que frente a ti, y viceversa, se deduce que la amistad no alcanza su plenitud más que cuando es recíproca. Sin embargo, a veces, nosotros empezamos a amar los 143
LA FELICIDAD DE SER CASTO
primeros; es nuestro mismo amor, en primer lugar sin reciprocidad, el que hace nacer la respuesta, poco a poco, en el otro. Quien siembra amor, cosechará amor. No exijamos de golpe una respuesta plena. Hay que saber creer y esperar, en una espera humilde. La amistad admite realizaciones diversas. Tengo una o varias amistades fuertes, las otras se sitúan a distintas distancias en círculos concéntricos. Es el tributo de nuestras posibilidades humanas limitadas, y de la ausencia de las condiciones materiales necesarias para desarrollar todas las amistades posibles, etc. Hay que ser realistas, no dejando de tener por ello un corazón abierto a todos los hermanos, en un grupo pequeño como es el nuestro. Existe el peligro de un egoísmo sutil en una amistad que tiende a formar un círculo exclusivo, ya sea entre dos personas, o a nivel de grupo, cerrándose al exterior y descansando en sí, gozando de sí mismo. Contra este vicio, conocido con el nombre de "amistades particulares", tan peligroso para la vida comunitaria, los autores espirituales de antaño se sublevaban airadamente. Toda amistad es necesariamente particular, individualizada. Pero su perversión está señalada por notas captadoras, sensuales, obsesivas y finalmente, egocéntricas. La amistad verdadera dilata nuestro corazón, lo hace capaz y dispuesto a amar con una extensión cada vez mayor. La relación entre el yo y el tú, se abre sobre el nosotros, con una fecundidad que supera nuestras personas.
10.
LA AMISTAD: AQUEL QUE DA RECIBE
sivo en la plenitud del don mutuo, sobre todo, en su realización física. Normalmente, con los años, el amor de amistad termina por predominar sobre el amor sexual. En nuestro caso, lo componentes físicos y sexuales están en un segundo término desde el principio. La amistad, como tal, no tiende a la unión corporal. La intimidad afectiva no conduce a la intimidad genital. Aunque esencialmente animada por el eros, la primacía pertenece al amor espiritual y personal.
Rasgos de la amistad Veamos algunos rasgos esenciales de la amistad. Estima: La apreciación del otro, de sus dones (físicos, intelectuales, morales, espirituales), del bien que hay en él mismo (incluso aunque pierda sus dones).
En el matrimonio el amor es pasión, eros y amistad, en una intimidad máxima, incluso física. Es exclu-
Mirada: La percepción de este bien depende en parte de la calidad de la mirada que dirijo al otro. Una mirada amistosa tiene predisposición a ver las cualidades y no los defectos del otro, a interpretar todo a su favor, a no insistir obsesivamente sobre lo que irrita y divide, sino en detenerse, consciente y deliberadamente, sobre lo que alegra y une. Los sentimientos espontáneos que siento hacia un hermano no están inmediatamente bajo el control de mi voluntad, pero lo que yo pienso de él, sí que lo está, y, poco a poco, estos sentimientos llegarán. Debo mirar a cada uno de mis hermanos como a un amigo posible, y el que lo llegue a ser de hecho, depende, en parte, de mi esfuerzo.
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LA FELICIDAD DE SER CASTO
Libertad: La amistad es libre. Yo escojo a amigo, soy escogido por él. La atracción sensible, instintiva, si existe, es asumida de manera consciente y libre, ratificada en función de un bien superior. Esto es muy importante para nosotros en la cartuja. El Señor es quien nos ha dado a nuestros hermanos, y no siempre son de nuestro gusto. Sin embargo, no por eso está excluida la amistad. Yo puedo escoger el que sean mis amigos, mirarlos como amigos, pensar en ellos, orar por ellos. La vida compartida teje lazos. Se puede dar, incluso, el lazo sensible, "por añadidura". Poco a poco por ejemplo, la Eucaristía crea un lazo carnal entre nosotros que somos, y cada vez más, un cuerpo en el Cuerpo de Cristo. "Y ningún hombre ha odiado jamás su propio cuerpo; al contrario, se le alimenta y se cuida de él. Es precisamente lo que Cristo hace por la Iglesia" (Ef 5, 29). Comprensión: Únicamente el que ama conoce al otro. El amor sensible no puede conocer al otro en su alteridad, lo ve únicamente a través de sus propias medidas y sus deseos; no puede salir de su yo. El amor desinteresado es el único que puede aprehender el misterio del otro, abrirle un espacio en el que pueda ser él mismo Respeto exigente: De ahí un inmenso respeto frente a la alteridad del otro, incluso cuando ésta me cuestione. Algunas personas, fundamentalmente poco seguras de ellas mismas, que se conocen mal a sí mismas, que dependen de apoyos exteriores, se sienten amenazadas por la libertad del otro de ser 146
10.
LA AMISTAD: AQUEL QUE DA RECIBE
diferente, reaccionan agresivamente y piden la uniformidad. Pero el respeto puede ser exigente: éste no dice: "sé lo que eres, aunque te destruyas", sino: "sé lo que en verdad eres". Puede confrontar al amado, interpelarlo en nombre de lo mejor que hay en él mismo, y que quizá esté traicionando. Pero, cuidado, distingamos entre un respeto exigente que da la vida, y una forma de agresividad escondida que querría destruirla en nombre del "bien" del otro. Benevolencia: Querer que el otro sea, querer que todo lo que contribuye a ello se haga, querer su bien más profundo y más real. Compartir, don de sí: El amor no calcula. Da con amplitud sus bienes, se entrega abriendo libremente el núcleo íntimo y personal de su corazón, comparte sus sentimientos, sus deseos, sus miedos, sus pensamientos. Querría realizar la comunión más profunda posible, compartir todo lo que es y todo lo que tiene con el amado. Para algunas personas, por educación o temperamento, muy reservadas en la expresión de sus sentimientos, esto puede plantear un problema. Existe todo un vocabulario que aprender, un mundo interior que descifrar. Algunos, a menudo los mismos, no tienen estima de ellos mismos. Piensan que no son interesantes para el prójimo, temen ser mal comprendidos o rechazados. Entonces, sólo comunican las cosas más exteriores de su vida, permanecen desconocidos para los hermanos, aislados. Sufren mucho por ello. Es preciso que compren147
LA FELICIDAD DE SER CASTO
dan que para ser amados, tienen que compartir su mundo interior, y dejar entrar en él a sus amigos. Que no tengan miedo. En la base de toda relación, existe una " f e " en el otro, en su benevolencia innata. Para nosotros, esta " f e " se apoya sobre nuestra fe en la presencia del amor de Dios que actúa en el corazón del hermano, por la visión del rostro de Cristo en su rostro. Corramos el riesgo de la apertura. Nos hacemos vulnerables, dejamos caer nuestras defensas. Habrá heridas, naturalmente, pero habrá frutos de manera más natural aún. Sepamos perdonar, ver la llamada, detrás de un exterior cerrado o hiriente. Cristo se esconde detrás de este rostro. Nuestra fe es la que le permite nacer. E inversamente, sólo este hermano me puede revelar este rostro de Cristo. Tú eres interesante, queremos conocerte, ver el mundo con tus ojos, oír las vibraciones de tu corazón. No esperamos de ti cosas originales o geniales, sino esa nota única que es la tuya en la armonía del universo. Y nosotros, interesémonos por el otro, por sus sentimientos y sus pensamientos. Busquemos el tú tímido, no de manera agresiva, captadora o dominadora, sino con amor, respeto, con la alegría del que encuentra una perla. Nuestra atención será nuestro primer don: saber escuchar, acoger.
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LA AMISTAD: AQUEL QUE DA RECIBE
Espera: Cuando voy hacia el otro, llevo conmigo, consciente o inconscientemente, una cierta espera. Si su respuesta no satisface mi espera, seré decepcionado. Quizá espero demasiado de él, por ejemplo una presencia continua contraria a nuestra forma de vida, o a una exclusividad que perjudica la vida comunitaria. Puede ser muy importante, cuando uno se da cuenta de esta decepción, el poder discutir el problema con el amigo. Forma parte de la amistad el descubrir y hacer explícitos, poco a poco, sus propios horizontes. Estos no son conocidos de antemano, pero se revelan a medida que la relación se profundiza. Cada amistad es una aventura en un país desconocido y lleno de promesas. Interdependencia: Cada persona necesita una cierta autonomía: ser ella misma, asumir su soledad y su libertad, situarse frente a los demás con tranquilidad y confianza. Es la condición de una relación con el prójimo. Igual que en el amor, la acogida sana de sí mismo es la condición del amor, de la acogida del otro.
Miremos ahora los escollos posibles, algunas tensiones que hacen difícil la verdadera amistad.
Una hiperdependencia, la incapacidad de mantenerse de pie por sus propios medios, no es propio del hombre maduro. Hay amigos que nos hacen peticiones desorbitadas que no podemos atender. Sin embargo nadie es totalmente independiente. Desde el seno de nuestra madre hasta nuestra muerte, dependemos más o menos de otro. El signo de una personalidad verdaderamente madura es más bien una cierta interdependencia, libremente asumida; la capacidad de depender de los demás de una manera realista.
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Escollos posibles a la amistad
LA FELICIDAD DE SER CASTO
En la amistad hay dependencia recíproca, libremente consentida. Un amigo es alguien de quien puedo permitirme depender. Es alguien de quien no tengo miedo. Puedo mostrarme vulnerable y limitado, porque me fío de su acogida y comprensión. A su vez, mi amigo es alguien que puede permitirse depender de mí, y del que escojo asumir las necesidades de dependencia. No es fácil encontrar el equilibrio en esta materia. Existen dos formas malsanas de reaccionar: negar que necesito de alguien, es el hecho de alardear de una independencia absoluta, pero ficticia; es incapaz de aceptar y expresar su propia debilidad, tiene que dominar siempre en una relación. La persona demasiado independiente no es lo bastante fuerte para aceptar su imperfección y confiarse a otro. Tendrá tendencia a unirse con alguien que manifieste una necesidad excesiva de dependencia. El extremo opuesto es la persona que tiene una sed insaciable de dependencia. Formula peticiones excesivas y constantes, se convierte fácilmente en posesiva y atosigante para el amigo. Esa no es una relación madura en la cual cada uno da y recibe. La tendencia de esta clase de personas es unirse con una persona hiperindependiente, pero la relación no tiene más remedio que ser frustrante para uno y otro..
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LA AMISTAD: AQUEL QUE DA RECIBE
te abrazada por el voto de obediencia es una cosa distinta y no contraria, en absoluto, a la madurez personal. En lo que concierne a la amistad con un superior, la autoridad exige una cierta distancia pero no una independencia total. El superior tiene las mismas necesidades afectivas que cualquier hombre. Ambivalencia: Cada persona lleva consigo una cierta cantidad de cólera que hay que saber aceptar y expresar de una forma aceptable. Algunos religiosos tienden a negar su existencia, ya que contradice la imagen ideal que tienen de ellos mismos. Existe, creo, más cólera inhibida que sexualidad inhibida entre los monjes. Espontáneamente sentimos miedo y desconfianza hacia el desconocido que encontramos. La ambivalencia es el hecho de casi todas nuestras relaciones: amamos y odiamos a la vez a la misma persona. La intimidad con ella produce la hostilidad. En una relación profunda, íntima, nos vemos amenazados por la pérdida de nuestra autonomía, y reaccionamos con hostilidad contra aquel que amamos. Existe una tensión entre intimidad y autonomía, y debemos poder aceptar la cólera que se deriva de ello. Mientras más íntima sea la relación, más fuertes serán la hostilidad y los altercados. Habrá un doble mensaje: "quiero estar cerca de ti" y, al mismo tiempo: "Quiero más distancia entre tú y yo".
En cada persona, igual que en cada grupo de personas, es necesariamente laborioso el encontrar un equilibrio sano entre dependencia e independencia en las relaciones afectivas. Para un religioso o un monje es importante observar que la dependencia libremen-
mente nuestra cólera. Y, sin embargo, la expresamos
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De ordinario tenemos miedo de expresar verbala través de nuestro comportamiento, nuestros olvidos, nuestro silencio.
LA FELICIDAD DE SER CASTO
Con frecuencia, la depresión es la cólera que 1 ha interiorizado. La angustia es el miedo de una emo ción (agresiva, sexual, etc.) que corre el riesgo de des bordarnos y hacernos perder el control. A veces un¿ actitud demasiado dulce y conciliadora oculta lo contrario: una hostilidad contenida. Para que una relación pueda avanzar es preciso que esta ambivalencia sea reconocida y expresada en una comunicación más profunda que conduzca a una relación más verdadera. Celos: Los celos son un fenómeno muy corriente. Provienen sobre todo de la costumbre de hacer comparaciones. "¿Soy mejor que éste? ¿Soy más fuerte que aquél?" Tales comparaciones conducen, a veces, a sentimientos de inferioridad e inseguridad. Esto persiste hasta el momento en que la personalidad está lo suficientemente afirmada para que la persona no tenga ya necesidad de hacer comparaciones para tener confianza en ella misma. La rivalidad se aprende pronto en la vida. Cada niño querría ser hijo único. El niño que se siente postergado aprende a estimar su valor comparándose con los demás. Todo lo ve bajo la óptica de relaciones de fuerza. Más tarde, el envidioso es el que querría ser la única persona en la vida de otro, o en una comunidad. Necesita ser el centro de la atención de todos. Tiene que ganar siempre. Es supersensible, posesivo, defensivo, dispuesto a ver ofensas en todas partes, reales o imaginarias, a denunciarlas, a no dejar pasar nada, a estallar con violencia. 152
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LA AMISTAD: AQUEL QUE DA RECIBE
Cuando un elemento de celos, envidia, entra en n a relación, y es moneda corriente, debe ser reconocido y llamado por su nombre. Las personas a quienes concierne deben poder hablar de ello. El que es objeto de un amor celoso no debe ceder, dejarse poseer. Es preciso que su amigo aprenda, poco a poco, a aceptar al otro y a tener confianza. U
Rivalidad: Las costumbres de nuestra sociedad nos inculcan una afirmación agresiva de nosotros mismos. Los bienes de la vida son un pastel del que esperamos sacar la mayor tajada posible. Cuanto más tengas tú, menos tendré yo. Esta agresividad competitiva se expresa en eso que podemos llamar la ley del balancín. Para que yo pueda subir, es preciso que tu bajes; en lugar de alegrarme de los dones de mi hermano, me entristezco y me siento como inferior, trato de reducirlo. Actuamos como si fuéramos personas en peligro de ahogarse. Para mantenerse por encima del agua, se apoya uno en la cabeza del vecino y le hunde en el agua. Esta actitud no es el espíritu del Evangelio ni el de la comunión de los santos. Pero miremos lúcidamente lo que ocurre entre nosotros. ¿No será que aún no somos santos? Intimidad-soledad: La intimidad es la experiencia de unión con otra persona en una proximidad profunda. Es la más alta experiencia interpersonal, necesaria en cierto grado para el desarrollo normal de la personalidad, para conseguir la estima de sí mismo y la alegría de vivir. Es una necesidad humana fundamental que se satisface de ordinario en la amistad. 153
LA FELICIDAD DE SER CASTO
Las personas tienen diferentes necesidades de intimidad y de distancia. Hay que respetar estas diferencias. Con frecuencia, se trata de la elección de un estilo de vida: por ejemplo, el cartujo renuncia a desarrollar muchas relaciones de amistad posibles. Un hombre cuya vida interior es muy rica tiene menos necesidad de relaciones exteriores. El Señor habita como amigo en lo profundo de nuestro corazón, donde nos unimos a Él en la oración, con un amor íntimo. Esto no debe degenerar en el aislamiento de unas personas que viven juntas pero sin contacto profundo. A los que se aman les gusta estar juntos en una proximidad humana. Entre nosotros, es verdad, las ocasiones son muy restringidas. Sin embargo, compartimos una misma vocación, una misma sensibilidad religiosa (en general); creamos una cultura diferente de la del mundo. Aprovechemos las ocasiones que nos proporciona nuestra vida para compartirla, pero sepamos también contentarnos con pocos hechos y expresiones exteriores; así serán más ricos. Y la prueba última de la amistad es que sepa permanecer viva en la separación. La separación física puede obligarnos a profundizar nuestro amor, a saber extraer su esencia más allá de los condicionamientos exteriores y efímeros. La fe, la confianza, la libertad alcanzan su madurez en el amor que el otro lleva en su corazón, incluso cuando está lejos de nosotros. El dolor de la ausencia purifica, mantiene intacta la frescura de un amor siempre joven. 154
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Toda persona necesita una vida privada, un espacio de soledad en el que pueda hundirse en sí misma. Nuestra vida no puede ser solamente vivida a nivel de las relaciones, con el riesgo de no tener nada verdaderamente personal que compartir. Entre nosotros este peligro casi no existe, hay que decirlo ¡felizmente! Pero puede ser el caso de sacerdotes comprometidos, en cuerpo y alma, en el ministerio, y para ciertos superiores. Si hablo mucho sobre la amistad es porque la soledad afectiva puede ser un peso demasiado pesado para el monje. Es importante hacer frente a nuestra necesidad de intimidad y aprender a cómo convertirse en amigos unos de otros, y así caminar juntos, apoyándose mutuamente, por el camino que todos hemos elegido, el de Cristo en el desierto yendo al Padre por el Espíritu de amor. Fidelidad: La fidelidad es la amistad en el tiempo, cuando sabe mantener el lazo de amor a través de las vicisitudes de las historias personales. Puede contar contigo hasta a muerte. Eso presupone que cada compañero no degenere y sea siempre el que amo. Vamos a abordar ahora lo que el Espíritu nos aporta por el don del ágape que, es el único que, nos permitirá realizar las exigencias del amor de amistad.
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11 EL ÁGAPE
El amor de deseo y el amor de amistad brotan de nuestro corazón de carne. Hablan, a veces, un lenguaje oscuro y exigente, pero familiar para nosotros, rico de todo un humus humano. El amor de caridad viene de Dios, habla con palabras humanas, pero para enunciar un mensaje divino, incomprensible,
demasiado
infinito
para
nuestros
corazones pequeños. Más que un mensaje, nos aporta la realidad del amor divino, haciendo irrupción en nuestro mundo. De repente todo cambia. La vida y la muerte, la verdadera vida y la verdadera muerte, son ya posibles. Ante Cristo, el ateísmo es posible, y el infierno. El eros buscaba la belleza en la forma sensible. La Belleza se revela "sin apariencia ni presencia para atraer nuestras miradas, y no tenía aspecto que pudiéramos estimar" (Is 53, 2). 157
LA FELICIDAD DE SER CASTO
La amistad buscaba la comunión recíproca e íntima; el Amor se revela solo, abandonado de los hombres y de Dios, en el grito mismo de la soledad: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (cf Mt 27, 46; Me 15, 34; Sal 22 [21], 2). Soledad que, sin embargo, es "para nosotros": expresión de una solidaridad y una comunión totales. El Amor absoluto se adelanta hacia el hombre, va a buscarlo allá donde está, para invitarle, despertarle para una intimidad incomprensible. Por primera vez, el hombre sabe el nombre de su deseo, y sabiéndolo, sabe que no lo conoce, no puede conocerlo, pues es Todo Otro. Precisamente como Amor, Dios se revela como Todo Otro, el que difiere esencialmente del mundo; cada vez mayor, más allá... El amor de caridad es el único gratuito, el fruto de una libertad perfecta. Dios ama porque ama. Su amor es sin condiciones. Plenitud de ser, Él se da en pura gratuidad. Ése es el objeto de nuestra fe deslumbrada, de nuestra esperanza. Dios nos ama, me ama a mí en mi singularidad frágil, más allá de toda cuestión de mérito, de amabilidad por mi parte, sino sencillamente porque es Dios, porque es Amor. Pero, ¿por qué es preciso que tu rostro esté cubierto de sangre? Ante este Amor nos vemos desconcertados: a la vez atraídos a las cavernas de nuestro corazón, a los lugares oscuros del deseo, y rechazados, sublevados, temerosos, amenazados...
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EL ÁGAPE
ta que verdaderamente no sabe amar. Su amor es efímero, limitado, mortal, siempre interesado, más o menos egoísta. Su amor participa de la contradicción interna de la existencia humana, a la vez mortal y espiritual, por tanto aspirando a lo eterno. Además, delante del Crucificado queda de manifiesto el egoísmo profundo de aquello que estamos acostumbrados a designar con el nombre de "amor", que querríamos que fuese amor puro. En el corazón de la humanidad existe conciencia de un fracaso, de una parálisis, de una decadencia, de un desecamiento. Todos somos capaces de sentirnos indiferentes ante el sufrimiento de nuestro hermano, con tal de que nosotros estemos a cubierto. Nos las arreglamos para no ver demasiado, para no ser molestados. Ciertamente que hay amor entre los hombres, incluso si es con frecuencia interesado. Pero este amor tiende a situarse entre las islas de simpatía mutua: las del eros, de la amistad, de la familia, del monasterio, etc. Cuando, por el contrario, se amplía, en el amor al otro en razón de una misma naturaleza humana -a esto tienden las religiones filosófico-místicas, y esto es ya precioso-, tiende a elevarse y alejarse de la realidad concreta del amor finito. No es a Miguel en su individualidad a quien yo amo, con el que me comprometo en la fragilidad de una relación concreta, sino la naturaleza humana, concebida de una forma abstracta, igual para todos los hombres.
Allí el hombre se sabe hombre, no-Dios, ser relativo, finito, pecador. Al encontrar el Amor, experimen-
El Amor que se revela no tiene nada de general, de abstracto, de reducible a principios generales. En primer lugar, es un actuar, absolutamente único, que se manifiesta en el desarrollo del drama de Dios con
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LA FELICIDAD DE SER CASTO
la humanidad. Es el hecho de una libertad sin fondo que se dirige a otro diferente de sí mismo, ofreciéndole su amor. Con la medida humana, según los criterios de nuestra sabiduría, la acción divina sólo puede parecer locura y delirio. Si los cumple, es rompiendo nuestras verdades para revelarnos la verdad desnuda, completamente diferente. Esta verdad no aparece en los límites más finos de nuestras esperanzas, en la prolongación de nuestras más altas previsiones. Cae como una piedra de tropiezo, un hecho acaecido en el centro de lo más real, lo más inmediato y lo más irreductiblemente concreto: Cristo hombre. Estamos ciegos, cegados. Sólo podemos ver este Amor si Dios instala su propia luz en nuestros corazones por un acto creador. "Pues el mismo Dios que dijo: 'Del seno de las tinieblas brille la luz', ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en el rostro de Cristo" (2 Co 4, 6).
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EL ÁGAPE
No tengas miedo, acércate, sáciate. Este hombre vencido, clavado, agotado, desfigurado, abandonado, pobre entre todos, te enseñará a amar, te saciará del Amor. Escúchale: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen"... "¿Por qué, Padre, por qué?"... "Ahí tienes a tu madre"... "Tengo sed"... "Padre, en tus manos pongo mi espíritu". ¿Cómo ama Jesús? Va a buscar al que está perdido, tú y yo. Comparte nuestra suerte, nuestra condición, toma sobre sí nuestro pecado, lo expía con su sufrimiento y su muerte, a fin de hacernos entrar en el ámbito de su vida, de su beatitud, de concedernos el participar en su vida eterna. En él, Dios nos ama, no porque seamos buenos, bellos, sino cuando somos pecadores, sus enemigos (cf Rm 5, 10). Si nos ama es únicamente porque es Dios, es bueno, es Amor.
Ponte delante del crucificado. Eso es el amor. Ese es el hombre. Ese es Dios. Ese es el Hijo. Ese es el Padre.
Lleno de compasión, Jesús va hacia los pecadores, las pecadoras, los pobres, los enfermos, para perdonarlos, curarlos, hacerlos entrar en su amistad. Al contrario del antiguo individualismo de Caín, Jesús reconoce ser el guardián de su hermano, responsable de su rosa como el principito de Saint-Exupéry, de todos los hombres sin excepción. Su amistad es en primer lugar unilateral, no como la nuestra. No depende de las cualidades del otro, su amistad las suscita. Su Amor es creador: crea su respuesta, da, despierta la capacidad de amar; sonrisa de Dios en la noche del mundo...
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Igual que el niño se despierta al amor al ser amado, así el corazón del hombre se despertó al Amor de Dios por la libre ofrenda de la gracia de Este último en Cristo.
El rostro del Amor ¿Cómo es el rostro del Amor?
LA FELICIDAD DE SER CASTO
Verdaderamente humilde de corazón, Jesús puede dar, curar, sufrir en su carne, pagar con su persona hasta el extremo, por nosotros sin que nos sintamos humillados. Jesús busca la compañía de sus amigos, comparte el pan, camina con ellos, les abre los secretos íntimos de su corazón. Da su vida por nosotros, en la soledad de su amor total. Acepta la separación brutal de la muerte, y esa otra separación, misteriosa, del Cristo resucitado que sustrae su presencia para que podamos recibir el don del Espíritu Santo. Aceptar una distancia para que el otro sea, de manera más plena, es el signo de un gran Amor. El Cantar de los cantares se termina con la conminación: "Vete, amado mío" (Ct 8, 14).
La respuesta al Amor Únicamente el amor puede responder al Amor. El amor de caridad, que viene de Dios, en primer lugar, hay que acogerlo por la fe, que Él mismo suscita, sin violar por ello nuestra libertad. Nuestro sí hace eco al fíat virginal de María, y tendría, él también, que tender a modelar todo nuestro ser y toda nuestra vida. Nos abandonamos al Amor que nos abraza, en los dos sentidos del término, y nos concede amar, con la potencia del Espíritu que es amor, como Cristo ama.
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amar, en Dios y por Dios, a los que amamos con un amor de eros o de amistad, que él hará transparente, más desinteresado. Más aún, el ágape nos llevará a amar a los que no nos son naturalmente simpáticos o benévolos, hasta llegar a la plenitud del Amor de Cristo en nosotros que es el amor a los enemigos (cf Mt 5, 43-48). Amar a nuestros enemigos, no sólo soportarlos, no vengarse de ellos, sino amarlos con un amor de corazón. ¡Qué difícil es! Únicamente el Espíritu de Cristo, la vitalidad esencial del corazón de Dios en nosotros, puede hacer esto posible. Es preciso orar para que el amor de caridad transforme en profundidad nuestros corazones egoístas y estrechos. ¡Ven, Señor Jesús! Hay que tener fe en que esto es posible para Dios, que Él quiere comunicarnos el amor de caridad, que tan sólo es necesario el espacio disponible de un corazón pobre. Siempre hay que convertirse más, esperar con paciencia y fe, esperar. La medida de nuestra castidad es el amor a los enemigos, a los que no nos aman. Pero su fuente está en el amor de Dios. Un amor despertado por el Amor total y gratuito con el que Dios nos ama, y que tiene, o quiere tener, algo del mismo carácter de libertad, gratuidad, totalidad. "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas" (Me 12, 30).
El Verbo ha asumido en Cristo la naturaleza íntegra del hombre. Por eso en nosotros el amor de caridad asume toda la sustancia humana (afectividad, deseo, amistades) para superarla, elevarla, trasformarla en imagen de lo divino. Este amor nos empuja a
Si el amor es el principio de toda obra agradable a Dios, es más profundamente el fin. En el fondo lo que Dios quiere es nuestro corazón libre. Todo lo
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demás es medio o consecuencia. Una vida cristiana vale su peso en amor. Una vida contemplativa no tiene otro sentido. La castidad sin amor es un vicio. "Sólo la dilección discierne entre los hijos de Dios y los hijos del diablo. Todos pueden santiguarse con la señal de la cruz de Cristo; todos responder 'Amén'; todos cantar 'Aleluya'; todos estar bautizados, entrar en las iglesias, construir los muros de las basílicas, pero sólo la caridad distingue a los hijos de Dios de los del diablo. Los que tienen caridad han nacido de Dios, los que no la tienen no han nacido de Dios. Ésta es la señal, el gran principio de discernimiento!...] La caridad es la perla preciosa, la caridad, sin la cual todo lo que puedas tener no te sirve de nada y que es la única que te basta" (San Agustín, Comentario a la primera epístola de san Juan, V, 7). Adoración maravillada, alabanza, alegría, amor del corazón, pueden inspirara un hombre, aspirar una vida, en una plenitud que es su propia verdad. Como una nota de canto afinado y bello de un instante de eternidad un valle soleado. El silencio queda sobrecogido, impregnado. Una flor se inmoviliza. ¡Dios es! Dios es Amor, muy cercano, nos toca por todas partes, presente en lo más íntimo, con una presencia de amante lleno de ternura, de interés (¡es sorprendente!), de misericordia. Nosotros intentamos estar presentes a su presencia, viviendo conscientemente cada momento precioso, en todo lo que hacemos y pensamos. La vigilancia, el recogimiento, la oración, 164
II.
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en el silencio, la soledad y el trabajo guardan y nutren nuestra respuesta de amor. La pureza de un corazón del que intentamos echar todo lo que es contrario al amor (concupiscencia, odio, rencor, orgullo, etc.), vuelve límpida nuestra mirada, nos hace capaces de recibir la huella del único Verbo de Dios "espirando" su amor por el Padre. Eso es, a fin de cuentas, nuestra castidad, y es obra de la Santísima Trinidad. Por ella somos introducidos en el amor íntimo de Dios, hemos nacido del Padre, hijos con el Verbo, por y en el Espíritu Santo. Participando del amor divino, nuestro amor une el Hijo al Padre, "espira" el Espíritu de su comunión eterna y beatificante. El Nuevo Testamento, la reflexión de los grandes teólogos, y las experiencias de los místicos autorizan tal afirmación. Confieso que mi mirada es demasiado débil para fijar esa luz, apenas me atrevo a emplear estas palabras. ¡Poco importa! Estas cosas ocurren ocultas en el misterio de la fe, en las profundidades del alma. Somos ricos, quizá del universo entero, de Dios mismo -o de nada. ¿Quién puede saberlo? Igual que la mujer que lleva la maravilla de un nuevo ser que se construye en su seno no tiene necesidad de conocer el cómo del misterio de la vida que se forma en ella, así nosotros. Únicamente, Señor, que tu vida me engendre en tu Hijo, tu Hijo en mí; que tu Espíritu Santo ame en mí con tu amor de caridad. Entonces yo seré casto como tú eres casto. "Y por ellos me consagro [...] Yo te ruego [...] que todos sean uno, como tú, Padre, en mí 165
LA FELICIDAD DE SER CASTO
y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfecta-
11. EL ÁGAPE
Nuestra comunión es con el Padre por medio de su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo. 1) Dios es Luz ( 1 , 5 - 2 , 28) - Caminar en la luz y no en las tinieblas.
mente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que yo les he amado a ellos como tú
-
Guardar los mandamientos.
-
Fe, frente al mundo, frente al poder del Maligno.
me has amado a mí [...] Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer,
2)
Dios es Justo (2, 29 - 4, 6) - Practicar la justicia amando. - Como Cristo, hemos nacido de Dios. - La fe discernimiento de espíritus.
3)
Dios es Amor (4, 7 - 5 , 12)
para que el amor con que tú me has amado esté en ellos, y yo en ellos" (Jn 17, 19.20.21-23.26).
El ágape en la primera carta de san Juan
-
Cristo.
Os invito a leer la primera carta de san Juan, que es para mí la mayor obra maestra musical que existe. No es muy larga, pero para ayudarnos a seguirle, voy a despejar brevemente su estructura. El movimiento de este escrito no es una progresión lógica,
El amor viene de Dios, se manifiesta en
-
El Espíritu nos concede amar como él, per-
manecer en Dios. - La fe en el Hijo de Dios, raíz del amor. Epílogo (5, 13 - 2 1 )
sino un movimiento en espiral en el que el tema,
No puedo resistirme a citar aquí un pasaje central
nuestra comunión en la vida divina, anunciado en el
de la última parte: el desarrollo más profundo y más
prólogo, se desarrolla en tres partes, centradas en
teológico de la mística del amor (porque es una místi-
Dios, considerado respectivamente como Luz, como
ca) de san Juan:
Justo, como Amor. En cada parte, los tres mismos temas principales son desarrollados y son otros tantos criterios de discernimiento sobre la verdad de nuestra comunión con Dios. Hay una profundización progresiva que hace volver nuestro amor humano a su fuente, Dios mismo. Prólogo ( 1 , 1 - 1 , 5 ) 166
"Queridos, amémonos unos a otros, pues el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifiesta el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto 167
11. EL ÁGAPE LA FELICIDAD DE SER CASTO
consiste el Amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros: en que nos ha dado su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo, para ser salvador del mundo.
Si alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano. Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a Aquel que da el ser, ama también al que ha nacido de Él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos". ( U n 4, 7-21; 5, 1-2)
Quien confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios. Y nosotros hemos conocido y hemos creído el amor que Dios nos tiene. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. En esto ha llegado a su plenitud el amor en nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio, pues como es Él, Jesús, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira al castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud del amor. Nosotros amemos, porque Él nos amó primero. 168
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12 AQUELLA QUE ES LA SANTÍSIMA VIRGEN
Para la mayoría de nosotros, desde nuestra más tierna infancia, la Santísima Virgen se nos ha propuesto como modelo de pureza y como socorro indispensable en el difícil aprendizaje de la castidad. En ella, la pureza irradia con un brillo deslumbrante, la feminidad se vuelve límpida con todo lo que ésta tiene de ternura y de belleza originales. Todo en María es puro. Está modelada con una arcilla inmaculada, Dios rehace a la mujer en su pureza primitiva. Nueva Eva, tiene todo el frescor, toda la inocencia de un mundo naciente. Ha sido preservada de toda mancha de pecado original. Desde el primer instante de su existencia, la vida divina se le ha dado sin mérito alguno de su parte por la gracia previsora de Dios, para que la plenitud de gracia de este principio le permita ser madre del Redentor. Así está envuelta desde el principio con el amor misericordioso y santificante de Dios. 171
LA FELICIDAD DE SER CASTO
12. AQUELLA QUE ES LA SANTÍSIMA VIRGEN
Separada del pecado y de toda complicidad del pecado, lo ha seguido estando durante toda su vida. Esto se expresa de forma positiva en su consagración total al Señor y a su voluntad sobre ella.
cosas son posibles para Dios, es su poesía. Lo que es interesante es comprender su significado.
Quizá nos veamos tentados a hacer de María una figura mítica, un arquetipo, diría Jung, la expresión de un ideal humano, muy profundo ciertamente, pero no exento de cierto dualismo. María puede fácilmente convertirse en la expresión de una concepción angélica de la castidad, cerniéndose lejos, por encima de la vida carnal y sexual. Es una lástima, pues ella tiene una significación profunda, pero en otro sentido. Una significación que viene de Dios y no de nosotros. Cuando miramos la Escritura vemos, y es sorprendente, que la virginidad de María está estrechamente unida a su maternidad. La Sagrada Escritura no conoce a María más que como virgen y madre de Dios. Las dos cosas juntas. Cristo ha nacido de la Virgen María. La Iglesia confiesa que ella fue virgen antes, durante y después del nacimiento de Cristo. No perdamos nuestro tiempo intentando imaginar de forma demasiado precisa lo que esto significa concretamente. La maternidad de María, libre de todo pecado y de los desórdenes de la concupiscencia, ha tenido que ser en muchos aspectos diferente del común de las personas y exenta de muchas dificultades que intervienen de ordinario como consecuencia del pecado original. Pero, más profundamente, se trata de un acto de Dios, de un signo hecho por su omnipotencia. Cristo resucitado se reunió con sus apóstoles, aunque las puertas estaban cerradas. Estas 172
¿Por qué el Señor ha querido nacer de María de tal manera que ella permaneciese virgen? Eso no es normal. Hemos visto la alta dignidad del casto amor conyugal. No es lógico que ese amor no convenga a la madre de Cristo. No es suficiente considerar en primer lugar la virginidad (incluso consagrada a Dios) en sí misma, y en general como un ideal por sí mismo, y después considerar a la Virgen María como un caso ideal de esta virginidad. El amor conyugal y la fecundidad conyugal están consagrados por un sacramento de Cristo. No, para comprender la virginidad cristiana es preciso, al contrario, partir de la Virgen María, hecha virgen por y en el nacimiento del Verbo Encarnado. María se ha convertido en madre en su carne por su " S í " , en el abandono incondicional de todo su ser obediente y creyente, a la voluntad de Dios. Ahí está la raíz de su virginidad, reflejo interior, consecuencia de su vocación a la maternidad divina, fuerza íntima unida a esta misión. Su voluntad de virginidad está por completo contenida en su disponibilidad a abrirse sin reservas, en todas partes y siempre, a las disposiciones de la santa voluntad de Dios. Está incluida en su libertad y en su amor, cuando dice: aquí estoy, yo soy la sierva del Señor. Pero si éste es el sentido profundo de la virginidad de María, se nos plantea entonces una cuestión. ¿Por qué el Hijo de Dios quiso hacerse hombre sin tener un padre terreno? No se puede responder simplemente: 173
LA FELICIDAD DE SER CASTO
porque tenía un Padre en el cielo. Pues si el ser nacido de María es efectivamente el Hijo del Padre eterno, no es porque Jesús, como hombre, no tenga padre terreno, sino porque el Verbo eterno que está en relación de Hijo respecto a Dios Padre, asume una naturaleza humana. Y es por este título, en razón de su calidad de Persona divina de Hijo por lo que tiene un Padre en el cielo -independientemente de lo que fue o podía ser el comienzo de su naturaleza humana, por ejemplo, si hubiese nacido de la unión de José y María. Existe, por tanto, otra razón. La Encarnación del Hijo de Dios es el misterio libre de la gracia de Dios. No hay una exigencia desde abajo para que el Verbo se haga carne. Su origen viene únicamente de lo alto. Es el primero que no ha nacido: "de sangre, ni deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios" (Jn 1, 13). Y, para que esto se vea claramente, ha querido hacerse hombre de esta manera, sin padre terreno: " Y o no soy de abajo, de la fuerza interior de este mundo, ni siquiera del amor humano más noble y más santo, soy exclusivamente de lo alto". No es que las realidades de este mundo sean malas, ni que la generación normal esté mancillada. ¡No! Únicamente que aquí se ha superado todo eso. De arriba cae verticalmente la imprevisible misericordia de Dios: el nacimiento del Hijo, que aunque asume nuestra carne y quiere ser de nuestra raza, no deja de ser en su humanidad el puro efecto del acto libre del Dios eterno. 174
12. AQUELLA QUE ES LA SANTÍSIMA VIRGEN
María se pone a la disposición de este acto de Dios. Lo hace con tal entrega que en ella, saliendo realmente de nosotros y, sin embargo, viniendo totalmente de lo alto, puede hacer su aparición el don absoluto de Dios: el Señor en nuestra carne. Porque Cristo no es de este mundo, sino de lo alto, María es la Virgen. Ella hace tangiblemente presente y manifiesto el hecho de que más allá de toda posibilidad humana creada, existe algo completamente diferente. Algo que es pura gracia. La virginidad de María y la ausencia del Padre en el nacimiento del Señor significan, en la realidad de la vida humana, una sola y misma cosa: Dios es el Dios de la gracia libre, el Dios que no podemos forzar, el Dios que podemos recibir solamente como la gracia que se ofrece a sí misma de una manera totalmente libre. En María, tal realidad no debía solamente animar las disposiciones de su corazón, sino imprimirse en todo su ser y hasta en su corporeidad, debía ser manifestada y representada en su existencia corporal. He aquí por qué ella es virgen de espíritu y de cuerpo, excepcional en todo en el plan de Dios. Porque toda su existencia, todo lo que ella es, durante toda su vida, está encadenado, asumido en esa llamada de ser la madre del Señor. Porque, fuera de eso, ella no es nada. El lugar escondido y discreto de María, incluso en la Iglesia apostólica, es asombroso. Porque en todo su ser, con todas sus fuerzas y en todas las situaciones de su existencia, ella está consagrada a este único destino. Su maternidad divina como acogida total de la gracia es la fuente de donde emana el hecho de que ella haya permanecido virgen 175
LA FELICIDAD DE SER CASTO
12. AQUELLA QUE ES LA SANTÍSIMA VIRGEN
siempre. No sólo antes de que concibiese a su divino Hijo, sino también después. Pues, aun entonces, ella es y sigue siendo todavía la misma cosa: la pura receptividad a la libre gracia de lo alto. María es aquella que no tiene que hacer en este mundo más que esto: recibir, no solamente en sus disposiciones de espíritu (aunque esto sea lo más importante) sino hasta en la tangibilidad de su existencia corporal, recibir no las fuerzas humanas creadoras de un porvenir terreno, sino la sola gracia de Dios. Sola gratia. Deus solus.
Nuestra castidad de monjes solitarios es renunciar a todo un orden (natural y sobrenatural) de amor y de eficacia para dejarnos cubrir con la sombra del Espíritu Santo y concebir en nuestro corazón al Verbo eterno.
Pero, ¿todo esto nos concierne en algo? ¿Es únicamente un privilegio de la maternidad divina, algo excepcional que no va con nosotros? Pues bien, no. María se ha convertido en modelo para toda la virginidad cristiana, y la virginidad cristiana nació en el nacimiento de Cristo. María es modelo y confirmación para los que con vistas al Reino celestial y conforme con el consejo del Señor, por amor a Dios y en servicio de la Iglesia, renuncian al bien eminente del matrimonio. La virginidad de María expresa algo importante a todos los cristianos y, en particular, para nosotros. "Una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas" (Ap 12, 1). "Pero se le dieron a la Mujer las dos alas de águila grande para volar al desierto, a su lugar, lejos de la serpiente, donde tiene que ser alimentada un tiempo y tiempos y medio tiempo" (Ap 12, 14). 176
A los Padres les gustaba ver un reflejo de la pureza perfecta de la generación eterna del Hijo en el seno del Padre, en la generación temporal de Cristo en el seno de María, y también en la generación espiritual de Cristo en el seno de la Iglesia en nuestra alma. Como María, la Iglesia es virgen, consagrada a Cristo. Es también la madre que trae al mundo a los miembros de Cristo. Y cada uno de nosotros, en la medida de nuestra fe y de nuestro amor, participa en esta dignidad, y en esta fecundidad. Como María se ha convertido en madre por su fe virginal, madre no sólo de Jesús sino de todo el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, así podemos nosotros esperar una fecundidad espiritual, nacida de nuestra pobre castidad. Pero en esta misma fecundidad, durante y después, permanecemos "vírgenes" siempre, sin ver, sin poseer ningún fruto, escondidos, desconocidos en el corazón de la Iglesia, no teniendo que decir más que la palabra de Cristo que nos habla en la soledad de nuestro corazón y en el silencio de nuestra fe. Teniendo todo, no poseemos nada; vírgenes: transmitimos una vida que no es la nuestra. "Grita de júbilo, estéril que no das a luz, rompe en gritos de júbilo y alegría, la que no ha tenido los dolores; que son más los hijos de la abandonada, que los hijos de la casada, dice Yahvé" (Is 54, 1). 177
13 CASTIDAD CONTEMPLATIVA
La actitud de María ante Dios, la espera, la disponibilidad y receptividad a la gracia de Dios, la conciencia de que la meta suprema es la gracia y sólo la gracia, es algo que debe vivir en cada cristiano como una disposición permanente. El cristiano no se salva por sus propias fuerzas. No construye una torre de Babel por la que, desarrollando progresivamente sus posibilidades y acumulando sus recursos, intenta alcanzar el cielo. Después de haber utilizado todas las fuerzas que le ofrece la tierra y después de haber hecho todo lo posible, tiene que confesar que no es más que un pobre mendigo, un servidor inútil. Lo que cuenta verdadera y definitivamente, el cristiano lo debe recibir de Dios y sólo de Dios, por pura gracia. Pues lo que Dios da, es Él mismo, por amor. Y nadie puede merecer eso. A este nivel, pobreza y virginidad dicen lo mismo. Únicamente la mujer estéril, 179
LA FELICIDAD DE SER CASTO
la que ha renunciado a la fecundidad, puede dar a luz a Cristo. Todo cristiano debe poseer una aptitud a la renuncia de los bienes del mundo, no solamente allí donde este mundo es pecado, trivialidad y tiniebla, sino también donde es belleza, esplendor y felicidad. Una aptitud para renunciar porque cree, de una forma verdaderamente concreta, que Dios sobrepasa toda realidad creada y que toda realidad creada no tiene valor más que en relación con Él. Es el carisma de algunos en la Iglesia el concretizar esto en un estado tangible de vida, en la renuncia a lo que es más bello, lo que está más cerca del corazón del hombre. Pasan más allá y, como María, significan que no reciben lo inesperado, que es la salvación, sino de la gracia de lo alto únicamente. La única gratuidad posible a los pobres, a los esencialmente pobres frente a Dios, como somos nosotros, es la gratuidad de una pura receptividad a su amor, una disponibilidad de todo nuestro ser, cuerpo y alma, para recibir en la alabanza y alegría, el don increíble del mismo Dios. Abandono y alegría en la pura receptividad de un Amor absolutamente gratuito y recreador de nuestro ser profundo, de nuestro corazón de carne crística, de un corazón que por fin podrá amar, esto es lo que debe modelar nuestra oración. Una oración casta es una oración pobre. Unas manos abiertas para recibirlo todo, unas manos vacías que no se cierran sobre el don. "Porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso" (Le 1, 49). Es el Señor quien hace grandes 180
13.
CASTIDAD CONTEMPLATIVA
cosas en el fondo de nuestra humildad. Dejémosle hacer. ¿Por qué interponer tanto nuestro charloteo en la obra del Espíritu Santo? Sólo el Espíritu es casto porque el Espíritu es Amor. 1
Es desolador ver a hombres (y mujeres) retenidos en el umbral de una oración más profunda por la riqueza misma de la oración que ellos han construido y adquirido con tanta buena voluntad. Ellos poseen la oración y son poseídos por ella. No saben soltar la presa de lo que creen tener, lo temen profundamente, en su carne, temen abandonarse sin más a esta fuente de agua viva que su fe les dice que está en ellos, pero que está escondida a los ojos de su introspección humana. El andamiaje era necesario para construir el edificio espiritual, pero ahora hay que deshacerse de él. Hay que despejar la abertura del pozo de la tierra que la cubría, ahora dejemos manar el agua de su fuente escondida, enterrada. Somos llamados a ser perfectos como el Padre, a amar como Cristo hasta llegar al amor a los enemigos, hasta el don de nuestra vida. Eso solamente puede realizarse en la medida en que digamos sí, "fiat", al Amor que brota en nosotros, en la medida en que lo dejamos brotar en nuestros corazones. No podemos ser castos más que de la castidad de Dios. Dios es casto en la totalidad del don de sí. En la Santísima Trinidad, en el Padre, el Amor es un don total, receptividad total en el Hijo, comunión total y 1 Es a veces quizá la señal de una feminidad que no ha alcanzado aún su propia madurez, o una sexualidad, en sentido amplio, no enteramente asumida.
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LA FELICIDAD DE SER CASTO
fecunda en el Espíritu. Por la gracia, en Cristo, estamos inmersos en este río de Amor. Hijos adoptivos, el amor del Espíritu Santo nos arrastra hacia el Padre. El encuentro que quiere el Amor, entre Dios y yo, compromete a todo mi ser. Su lugar será la verdad, comunión entre mi verdadero yo y el verdadero Dios. Pero, ¿quién soy yo? Entro en las cavernas profundas de mi espíritu para descubrirme, con el fin de poder darme. Encuentro mis demonios, las fuerzas oscuras que habitan en mí. Nombro algunas de ellas, pero son legiones. Trato de fijar mi rostro interior, pero se disuelve en mil máscaras cambiantes. Quiero ofrecer mi corazón, pero mi libertad se revela como el lugar de innumerables determinismos, de los que la mayoría se me escapan. ¿Soy, pues, únicamente el punto de confluencia pasajero de las fuerzas impersonales y oscuras? No. Incluso si toda la "materia" de mi ser lo fuese, mi espíritu podría mirarla desde fuera. Él puede decir: sí o no. Y, constatando mi poca luz, puedo confiar en la luz que viene de Dios, recibir de su Palabra el conocimiento último de mí mismo. De este modo, yo me conozco, en la fe, hecho a imagen de Dios, sujeto dotado de libertad, llamado por Dios a una comunión de amor, hijo del Padre en el Hijo, por el don del Espíritu. Sólo el Espíritu puede decirme mi nombre en el silencio de mi corazón. Que me calle, pues, en la oración para oír quién soy. Mi castidad es escucha humilde ante el misterio que me habita, que me supera. 182
13. CASTIDAD CONTEMPLATIVA
Y Tú, ¡el Dios verdadero! Únicamente Tú puedes decir Tu nombre. Yo, debo dejar que tu Palabra rompa todos los ídolos que construyo incansablemente a mi propia imagen: el tirano que da miedo, el abuelo bondadoso, la madre primordial en la que estoy disuelto, la ley sin piedad, el patrono justo que recompensa mis méritos, etc. El Hijo, entregado hasta la muerte, es el único que Te revela como Padre, como Aquel cuya esencia es dar la vida por puro amor. Pero este amor es tan cegador para mis pobres ojos, que sólo los del espíritu pueden contemplarlo, reconocerlo. Me abandono a ellos para ver sin ver, más allá de toda imagen, de toda palabra, la gloria incomprensible de tu Amor en el silencio de la adoración y de la alabanza. Entonces, estoy inmerso en Tu soledad, allí donde Tú estás en Tu verdad, Tú mismo, eternamente único. Pero, puesto que todos subsisten en Ti, y que Tú eres todo en todos, Tu soledad es el lugar de la comunión de todos los seres creados entre ellos. En Ti, los encuentro a todos y los amo en su verdad, los engendro en Tu Amor. Ésas son las dimensiones de nuestra oración que la fe nos revela. La humilde humanidad de nuestra oración distraída y, con frecuencia, superficial, nuestros sentimientos lábiles y nuestras palabras pobres, nuestro deseo vacilante, nuestro silencio imperfecto, no deben volvernos sordos al murmullo del Espíritu Santo que ora en nosotros con una oración inexplicable que alcanza infaliblemente el corazón de Dios. No la ahoguemos, dejemos a la Oración orarnos. El Espíritu Santo respira en nosotros, y las estrellas brillan y cantan su alegría. 183
LA FELICIDAD DE SER CASTO
Imágenes de castidad contemplativa
13.
CASTIDAD CONTEMPLATIVA
Suelo usado, ofrecido a los pies de todo el que llegue, invisible.
Frescura.
Piedra tallada, una, sin defensa.
Nieve virgen. Rayo de la mañana atravesando la sombra del santuario. Esperanza humilde.
Unas manos abiertas, que saben recibir, sin cerrarse sobre el don, y dar gratuitamente. Sé tú. La paz de la hierba.
Una oración acompañada de una melodía muy sencilla. El canto de las estrellas. Espacio infinito.
El humo de madera quemada en otoño. Una llama. Ser llama. Extraño, único en su especie.
Luz.
Soledad.
Las lágrimas de Magdalena. Agua cristalina.
Silencio de espera. Tú.
Una madre amamantando a su hijo. Pan del prójimo.
Herida mortal. Gólgota.
Una monja alegre.
Padre, perdónales.
Una cascada cantarína.
Corazón atravesado, abierto.
La mirada de un niño.
Agua y sangre.
El azul del cielo.
Cuerpo de Cristo.
Adoración muda de una flor.
Sacerdote del sacrificio.
Profundidad de los ojos que aman.
Esplendor de la aurora.
Una sonrisa confiada. La lluvia sobre los rostros. Misericordia. Sencillez de corazón. Una estufa vieja en reposo en verano. 184
185
ÍNDICE
Prólogo
5
1.
El amor en el Antiguo Testamento
11
2.
El amor casto de Jesús
25
3.
La castidad en los escritos apostólicos ...
39
4.
La castidad en la tradición de la Iglesia ..
53
5.
El Concilio Vaticano II
71
6.
El amor, fin de nuestra vida, en los Estatutos Cartujanos
89
7.
Como oro en el crisol
103
8.
El amor de deseo: el eros
115
9.
El deseo de amistad
133
10.
La amistad: aquel que da recibe
141
11.
El ágape
157
12.
Aquella que es la Santísima Virgen
171
13.
Castidad contemplativa
179
187