La Experiencia de Ser Niño-Esteban Levin

August 15, 2017 | Author: pankyaloe | Category: Perception, Image, Subjectivity, Autism, Memory
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Descripción: pscología infantil...

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Colección Psicología del niño y del adolescente

Esteban Levin

LA EXPERIENCIA DE SERNINO

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PLASTICIDAD SIMBÓLICA

Ediciones Nueva Visión Buenos Aires

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Levin, Esteban La experiencia de ser niño. Plasticidad simbólica - 1 ~ e d. - Buenos Aires: Nueva Visión, 201 O. 208 p.; 20x13 cm. (Psicoloogía del niño y del adolescente) I.S.B.N. 978-950-602-604-2 1. Psicología infantil. l. . Título CDD 155.4

!S. B.N.

~J78-9ñ0-602-604-2

Ilustración de tapa:© Guadalupe Buján

Toda reproducción total o parcial de esta obra por cualquier sistema -incluyendo el fotocopiado- que no haya sido expresamente autorizada por el editor constituye una infracción a los derechos del autor y será reprimida con penas de hasta seis años de prisión (artículo 62 de la ley 11.723 y artículo 172 del Código Penal).

:2010 por Ediciones Nueva Visión SAIC. Tucumán 3748, (1189) Btwnos Air('s, República Argentina. Queda hecho el depósito que m mea la ley 11.72:3. Impreso en la Argentina 1 Printed in Argentina

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A Rosa Levin, mi madre, una de las primeras oncólogas de la Argentina. l'~lla intenta apasionadamente transformar lo imposible en posibilidad de vida para otros.

La escritura es una experiencia compartida. Con Ali, con quien sin darnos cuenta volamos al país de Nunca Jamás. En esa secreta e intensa geografía se elaboró gran parte de este libro. Con mis hijos. Sin el profundo amor que nos une no hubiera podido recuperar lo infantil de la infancia venidera. Con los niños y sus padres, que confiaron y confían en la experiencia infantil que cada día inventamos y creamos juntos. Con mis alumnos, colegas y amigos, con los que compartimos la pasión por un saber que no sabemos, lo cual nos lleva, muchas veces, a imaginar lo impensable. Sin todos ellos, este libro no sería posible.

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Sebi, de cuatro mios, pensativo, afirma: "Cuando sea grande, quiero ser ... payaso, astronauta y doctor. Papo, ¿me enseñás a ser astronauta? Juguemos mucho, mucho a ser astronauta, así aprendo a serlo".

r INTRODUCCIÓN SonHJH contemporáneos del nirío que fuimos. GiLLEH DEu::uzr;

¿Qué implicaciones tiene para un sujeto la experiencia de ser niño? En este escrito procuraremos pensar la infancia desde y a partir de la experiencia y el acontecimiento, que al realizarse, deja una huella imperecedera, creadora del universo infantil en el cual la plasticidad simbólica juega un papel preponderan te. La historia del niño está atravesada por sucesos impredecibles e incalculables que irrumpen y provocan una discontinuidad, un salto a partir del cual la experiencia cambia, deviene otra, se complejiza en nuevas redes de sentido, de apertura y relación. Durante la infancia, la subjetividad tiene que realizarse como acontecimiento único, intransferible, intraducible y no anticipable. El espacio y tiempo de la niñez oscila entre experiencias y aconte-cimientos. En ese singular pasaje no exento de riesgos y peligros configura su quehacer infantil. La experiencia infantil supone un movimiento sensible hacia el afuera y que retorna como producción de subjetividad, si el niño constituye su imagen corporal, a partir de la cual se unifica aquello que vive y siente como propio. El Otro le presenta el cuerpo y el mundo en un encuentro descante que lo afecta y fuerza a ubicarse en otra posición con respecto a lo corporal, a los otros y a las cosas. Así, el niño, a través del acontecimiento, vive y aprende la experiencia 11 li.._,

de la diferencia, del lenguaje y del mundo que le toca vivir. La niñez es el momento de la vida en el cual el pensamiento de lo nuevo se encarna en el cuerpo y deja una huella psíquica generadora de plasticidad simbólica y neuronal que lo transforma. Trabajar con niños nos interroga, inquieta y preocupa. El cuerpo, el lenguaje, los gestos, el espacio, el tiempo y los otros le permitirán a ellos la creación de imágenes, ideas y pensamientos, abrir la mirada, tocar las palabras y las cosas, palpar el olor de la sorpresa, degustar el sentir de lo nuevo y crear sus espejos móviles en los cuales experimentar el placer del descubrimiento y del aprendizaje. Desde los niños que nos conmueven, demandan e interpelan a través de la experiencia, los malestares, los síntomas, la angustia, el sufrimiento y el placer nos preguntamos: ¿cómo se configuran la experiencia y los acontecimientos en el tiempo de la niñez? ¿Qué significa la plasticidad simbólica? Los sentidos en los niños, ¿escuchan, juegan y hablan? ¿Cuál es el espacio en el que se articulan el lenguaje, el pensamiento y la imagen corporal en los más pequeños? ¿Se pueden tocar y representar las cosas antes de nombrarlas? ¿Cuál es la génesis de la escritura? ¿Los garabatos generan espejos donde reflejarse? ¿Las letras y la lectura resignifican los dibujos? ¿Es posible diagnosticar y pronosticar la experiencia de un niño que no puede parar de moverse? Cuando un niño reproduce sin pausa la misma experiencia fija, inmóvil, ¿está sufriendo? ¿Por qué jugar es un acontecimiento? La experiencia de ser niño, ¿se hereda, se dona o se transmite? El mundo de los niños implica una dimensión escénica que se realiza y ejecuta en el espacio compartido del nosotros. Sin esta realización, el acontecimiento infantil no sucede. En esta puesta en escena afectiva, activa, dramáti-J ca, el niño produce subjetividad. Nuestra propuesta implica dar lugar y ofrecer los medios para que el niii.o pueda producirse en ella. La experiencia lo lleva a pensar, a forzar el pensamiento hacia rumbos desconocidos e inesperados. No es una acción

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común o una aventura por la que t:l niño simplemente pasa. Es lo que lo hace ser niño. No se ptH:•de reemplazar ni sustituir. En este sentido es singular, sensible, simbólica. Es el único modo de representar y habitar aquello que siente a través del cuerpo en movimiento. Ella se estructura entre el placer y el displacer, entre la pasión y el padecimiento, entre la satisfacción y la insa tisfaedón. Sólo es pensable cada experiencia en el marco de la relación con los otros, aquellos con los cuales la comparte y crea el nos-otros. Cada vez que un sujeto piensa su infancia, ella ya aconteció y cobra existencia en el recuerdo infantil. Esa historicidad perdida vive en cada uno. Posteriormente, sin ser consciente de ello, hará uso de la misma y de este modo se resignificará en otros sentidos, en otros gestos. Pueden recortarse las experiencias del niño con los otros, los amigos, esos semejantes a él con los cuales se anima a recorrer lo desconocido. También inventa la experiencia de lo otro. Lo que no comprende, lo que lo cuestiona y al hacerlo, lo ubica. Aquello que no se explica y lo intimida. Lo que le da vergüenza, le duele y lo angustia. Lo que lo hace sufrir y hostiga. El escenario infantil de la primera infancia es inaugural y creador. Adviene como acontecimiento original de una primera vez, posición en la cual ser hijo se constituye en una experiencia del nos-otros. La fuerza de la invención no reside en una cosa, en el objeto, sino en el deseo de inventar junto al otro, en ese espacio, entre la experiencia de uno y la del otro, se mantiene vivo lo infantil de la infancia y se crea la experiencia compartida. En el origen del lenguaje y en la configuración del cuerpo está la experiencia infantil. Sin ella, la infancia no tendría sentido, el cuerpo no podría devenir imagen y el lenguaje reproduciría una soledad desolada. No hay infancia posible sin la estructura del lenguaje, sin la plasticidad y sin el cuerpo al que la experiencia infantil pone en eseena hasta realizarse como acontecimiento subjetivo. Las próximas páginas no invitan a conocer e informarse acerca de la infancia y sus problemas, sino a introducirse en 13

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ellos sostenidos por la gramática sensible de una experiencia que rompe la causalidad lineal y el saber hegemónico acerca de los niños y convoca a reinventar la textura de la infancia en el devenir de cada acontecimiento.

Capítulo I _ LA SENSIBILIDAD EN EL NINO Debido a que fui jugado, soy una posibilidad que no era. G~:ORG8S BA'l'AJLLE

La sensibilidad en la experiencia infantil Para un recién nacido, ..el mundo es básicamente corpóreq_. Esta condición se prolonga durante toda la primera infancia, en la cual poco a poco, gracias a la experiencia del lenguaje, va tomando distancia del cuerpo como órgano para transformarlo en imagen y esquema de representaciones del cuerpo, de la cultura, de sí y de los otros. n la ex erie e· · · ntil rolifera lo sensible. El ininterrumpí o ujo perceptivo sensorial que mun a al niño desde el nacimiento se ve trastocado y atravesado por la relación que se establece con el Otro que lo configura y lo transforma en lenguaje. Al hacerlo, coloca todo su afecto en cada sensación corporal. De algún modo, inventa junto a él un estilo de llevar su cuerpo. La sensibilidad de la experiencia infantil no es la simple percepción táctil, de un ojo, una oreja, una boca, un olor, un sabor, sino un vaivén representacional del toque, la mirada, la escucha, el acto de oler o saborear una cosa, un sonido o un simple gesto. Cada niño dibuja su organización sensorial como prisma y espejo donde los otros y él se reflejan, refractan, juegan y seleccionan la infinidad de estímulos y percepciones que recibe como cuerpo receptáculo de un entramado social y 14

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,....cultural donde prima la experiencia a partir de la cual comienza a pensar. Las cosas en el universo infantil no existen en sí o para sí, sino que son investidas por un toque afectivo, una mirada, un olor, un sabor, una palabra, un sonido. Si por alguna causa el niño no puede constituirse en la imagen corporal ofrecida en el deseo y el amor del Otro, no podrá interponer, mediar entre el estímulo (lo que siente) y la respuesta Oo motor). El universo simbólico e imaginario delinea y orienta la densidad e intensidad de los sentidos. Frente al mundo de la sensibilidad corporal, el niño no sólo es movimiento, mano, piel, nariz, ojo, boca, sino también un deseo de comer, un gesto de relacionarse, un toque transformado en caricia, una mirada que demanda palabra, un olor hecho imagen. No puede percibir lo real sin las imágenes y los símbolos que lo cobijan y ubican inmersos en red donde no deja de proyectarse y encontrarse. Durante la primera infancia, cada percepción se recibe como una ex erienc1a a descifrar a discernir a pensar en l devenir mismo de las sensaciones. as cosas sens1 es " sólo se vuelven rea es en e registro del lenguaje, por eso los niños tienen diferentes registros sensitivos -no hay uno igual a otro-, no experimentan las mismas sensaciones, ni siquiera los mismos gustos, olores, sonidos, colores, movimientos. La propia historicidad genera la diferencia que se plasma en el desarrollo neuromotor en el que la singularidad del niño cobra existencia en la experiencia. - No deberíamos olvidar que, si bien el sistema perceptivo se ewcnpntra atrayesado desde el ongen por el universo (@]~' ~ngt.Iª-Íe, siempre queda algo, un exceso o un resto irreductible a la lengua, algo no representable ni articulable que causa seo de continuar creando, buscando y experimentando. El recién nacido recibe sensaciones vividas por él como un verdader.o caos sensitivo-motor, donde cualquier estímulo está mezclado con otro, entrelazado con cualidades, datos e intensidades perceptivas. El bebé está inmerso en un mundo sensitivo indiferenciado. Sensaciones internas, externas, propias y ajenas, aparecen todas juntas. Hambre,

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sed, ruic.los .. luces, frío, calor, movimiento, gritos, configu-\ ran el ongt•n de lo que experimunt.a. 1 Para el Otro (que encarna figuradamente la función materno-paterna), la experiencia sensorial del bebé se transforma en fd modo de relacionarse con él, conocerlo y aprender a crear e inventar saberes acerca de lo que le pasa, lo que quiere, aquello que le inquieta, lo que le gusta o incomoda. Justamente, la experiencia sensible se constituye en los primeros espejos donde el niño y el Otro se reconocen y desconocen mutuamente. ',& Los sentidos corporales en la primera infancia funcionan como verdaderas cajas de resonancia. No sólo dan a ver, a oír, a oler, a degustar, a tocar, sino que tras el ver se oculta la mirada, frente al oír está en juego el decir, en el oler se huele lo desconocido, en el gusto se degusta un nuevo sabor y en el toque surge la caricia, no discernible en el tacto. 1 Estamos pensando en una noción de origen entrelazada al cuerpo. Al respecto, Michel F'oucault, enMicrof'ísica del poder(Madrid, de la Piqueta, 1992), caracteriza origen del siguiente modo: "Lo que se encuentra al comienzo histórico de las cosas no es la identidad aún preservada de ese origen, es la dis oportunidades, les sugirieron medicado. n la adolescencia, a Tomás se le ocurrió inventar palabras con su !-,'Tupo de amigos para crear un código cifrado entre ellos. El mismo consistía en juntar dos palabras: por ejemplo, en vez de decir, "tomar agua", decían "tog1w"; en vez de "vamos a caminar'', "vanar". ,Jugar con las palabras, como en otro momento fue jugar con su nombre, le permitía a Tomás crear una experiencia audaz y única en la cual, por un momento, la imag-inación producía en ado un pensamiento original. El niño, al aprender a leer, vuelve a dictar las letras con su cuerpo y puede escribir desde esa experiencia. En ese acto se Ice, se describe, se escucha e inscribe la relación de las palabras con las cosas, que es la relación de él con el mundo que lo rodea. Lentamente su escribir comienza a adquirir un significado. Para lograrlo se enreda entre las letras, las confunde, altera, dibuja, deletrea cada una en búsqueda de un sentido. El niño toca la letra y ella desaparece en la desmesura de los sentidos, ignora dónde va. Sin embargo, esa ignorancia causa el pensamiento y la letra toma cuerpo ele imagen, transfonnúndose en imaginación. Paradójicamente, en las circunstancias de la infancia, la letra no deja de ser corporal. Lo gestual, tónico, sustenta lo que aun la palabra no puede pronunciar. Para poder ser, un nii'lo no sólo tic1w que ver y aprender el código que la letra designa. Eso es condición necesaria pero no suficiente, porque leer excede el mero hecho de ver y conocer el alfabeto. Se trata del placl)l' sensible de la experiencia compartida y transmitida en el acto ele la escritura y la lectura. Sin esta pasión, los refh•jos continúan siendo automúticos y no se transforman en gestos. Los gestos son simples movimientos y no se metamorfosean en garabatos. Los garabatos quedan como líneas, puntos y manchas sin decir cosa alguna ni poder comp1·endersc. Los dibujos se

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i11:-;talan como imágenes Jijas y reiteradas de lo mismo sin devenir letras. Las letras, sin la experiencia compartida, mueren como signo~,; de la reproducción de un automatismo sin matices, brillo oh uclla. Sin el placer del acto de lt•er con el otro, la lectura se torna opaca. 1;8 En los niños, los síntomas de aprendizaje enuncian una experiencia fija de la cual no pueden desprenderse y por la cual no pueden aprehender otro saber. De este modo se neutraliza la pulsión de saber y el acto de pensar. Esta posición no remite a un problema cognitivo o intelectual, sino a la imposibilidad de reprimir y resignifiear una experiencia ligada al conocimiento y al saber. El nacimiento de la escritura en la infancia signa un movimiento en espiral, pues gira sobre sí mismo a la vez que se abre a nuevas articulaciones. Para un niño, pasar del reflejo al gesto, de éste al garabato y allí al dibujo, a la letra y a la lectura es una experiencia de escritura que remite directamente a la transmisión de lo que se dona más all::í de lo que se da. Sin lugar a dudas, es el pensamiento del don. Son esos trazos, compartidos con el otro, los que se inscriben como huellas simbólicas de una experiencia infantil en la que la existencia del sujeto se coloca en escena. "''Maree! Proust, alescrihirsuhre el placer de la lectura, afirma: "La lectura es para nosotror:; una iniciadora cuyas llaves mágica¡; nos abren, en el fondo ele nosotros mismos, las pucrt as de lugares a los cuales no h;ll1I'íamos sabido entrar" ( Proust, Maree!, Sobre la lectura. Buenos Aires, del Zorzal, 2006, p. 44 J. Tendríamor:; t¡ue replanteamos la función del placer en los niiios en relación con la experiencia de la escritura; si se relaciona en la producción de un texto con el placero se articula al planteo de Freud en Más allá del princi¡Jio del placer al goce y la "economía libidinal''. Roland Barthes, a partir del anrílisis de la obra de Proust, se plantea el funcionamiento del placer en el texto y deja abiertos los interrogantes: "¿En qué medida un texto produce placer? ¿Cuál es el 'plusvalorde goce' de un texto? ¿Dónde reside? ¿Ese! mi,; m o para todo el mundo? Si ahon1 pl'Oducimos textos no narrativos, ¿en qué economíasustitutiYa se encuentra el placer?". Finalmente, concluye: "Quizás no haya placer, quizás sólo haya deseo, que es el placer de la fantasía" (en Deleuze, Gilles, Dos rcg(menes de lums. Valencia, Pre-Textos, 2007, pp. 65 y 70l.

Capítulo VII EL JUGAR COMO ACONTECIMIENTO En términos de la infancia humana, la experiencia es la simple diferencia entre lo humano y lo lingüístico. El individuo en su carácter de ya no hablante, en su carácter de haber sido y seguir siendo todavía un niño: esto es la experiencia. Grorwin Ac;Al\IREN

El juego del pensamiento El jugar como acontecimiento instituye lo infantil de la niñez. Desde que el niño nace, la postura, el movimiento, la actitud corporal y la gestualidad se estructuran en relación con la mirada, el toque y el cuerpo del Otro.'11 Recién nacido, puede imitar y reproducir movimientos, actitudes o gestos de adulto. Desde la más temprana infancia, la desproporción y disimetría entre los dos cuerpos es enorme; sin embargo, conviven en la mutua alienación. Estas primeras imitaciones tónico-posturales no alcanzan el estatuto de representación, pero configuran los primeros juegos de presencias y ausencias entre miradas, posturas, sonrisas y gestos. La piel del bebé está envuelta entre toques,' 1 caricias 7 "

La figura del Otro, tal como la considera Laran, remite al lenguaje

y a la imposibilidad de la fusión entre el niño y la madre. El infante, si

bien está sujeto a ella, al mismo tiempo se resiste a la sujeción y puede realizar su experiencia de separación, sin la cual no podría jugar a la escondida ni colocarse una máscara, para escenificar, por ejemplo, el engaño y los miedos. 71 Ya Aristóteles afirmó que el sentido del tacto es el único cuya privación implica la muerte. En este sentido, la piel es superficie yespesordel contacto; se configura como material real, imaginario y simbólico de sentido y significancia. Sobre esta temática, véase Le Breton, David, El sabor del mundo. Una antropología de los sentidos. Buenos Aires, Nueya Visión, 2006.

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intermitentes de apertura (relajación) y cierre (tensión). Este trasfondo tónico muscular rPiacional f!S una experiencia que se estructura por secuencias sucesivas de presencias y ausencias, en la que el toque y lo intocable, lo visible y lo invisible, lo posible y lo imposible comienzan a confórmar el límite corporal. La experiencia inf[mtil es un pensamiento en escena que no sabe que piensa. Pensar es un acertijo con el que el niño produce lo desconocido e inventa un saber. Implica un pensamiento deductivo e inductivo, pero, fundamentalmente, de abducción, para captar lo que no snbe y transfi:nmar la experiencia. La lót:,rica ele la abducción permite al niüo pensar lo impensado.'~ Al jugar, puede ser lo que no es y no ser lo que es. Es esa esencia, m:1s creativa, la que se pone en acto en el pensar infantil, en el cual produce historicidad entre la presencia y la ausencia. Al jugar, el niüo arroja los dados. Los lanza, y en ese acto afirma el azar como modo de pensar. Constituye un saber incierto, que lo sorprende y lo impulsa a jugar una y otra vez. Al arrojar los dados, cualquiér combinación es posible, por lo tanto se juega lo imposible, el caos y lo múltiple de la experiencia, lo indeterminado y, a la vez, lo posible. Al caer en una superficie, los dados delimitan el número o el destino que acompaüa la tirada. La probabilidad ele combinación provoca el deseo de repetir el lanzamiento ele los dados. La experiencia de aJTojarlos abre el horizonte del azar. Pensar, en este sentido, es producir un lanzamiento ele dados donde se descubre lo que no se podía anticipar. El acontecimiento en la infancia no sólo sucede, sino que sorprende al pensamiento, lo coloca en falta, eren una discontinuidad e, indudablemente, provoca la imaginación. "La abducción como hipótesis explicativa es una operac:iún lógica que tiene la característica de ser una conjetura espontünen de la razón con el concurso de la imaginación. Pei re e habla en e,;c sentido deln1usenu•n t, un momento más instintivo que racional en el que hay un flujo de ideas hasta que, de pronto, se ilumina la sugerencia. Sobre esta temáticél, véase también Peirce, Charles, La ciencia de la semiót im. Buenos Aires, Nueva Visión, 1974 y Eco, Umbcrto y Seheok, Thomas (ccls. l, El Signo rll' los Tres. Barrelona, Lumen, 19R9.

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Apenas puede, un niüo pequeño comienza a jugar a desaparecer. Se trata de un juego compartido en el cuul, junto al otro, empieza a jugar a que no está. El niño recubre su rostro, cnuneia miradas, gestos, presencias y ausencias en un juego en el cual él se siente objeto de deseo del otro, a tal punto que, si el otro tarda en buscarlo --o, directamente, no lo busca-, se pierde el interés. Desde la más tierna edad, al pequeño le interesa jugar a no estar presente, pero tampoco ausente del todo. Instala ese espacio entre lo que ve y quienes lo miran, entre estar y no estar. Le sorprende y lo interroga saber qué ocurre cuando él desaparece en la escena. Se mantiene expectante en el escenario, en el que la experiencia de la imaginación y la ficción descubre y recubre un espacio donde el cuerpo puede permanecer ausente para ser mirado en la presencia del otro. Mucho tiempo después de estos primeros juegos ele presencias y ausencias, esa misma sábana que lo recubre podrá transformarse en cualquier otra cosa, en bandera, techo, escudo, cueva, etc. Para tranRformar una imagen, el niño necesita liberarse de la misma, perderla, dejarla libre y, entonces, producir la imaginación entendida como transformación de dicha imagen. Si la sábana se convierte en vestido, casa, fantasma o guarida, realiza el desplazamiento del sentido, abre la figurabilidad y el volumen, deconstruye el tiempo, crea un espesor, una profundidad; en definitiva, un habitáculo fantástico por lo irreal ele esa realidad que es la ficción. En la experiencia infantil, cuando un niüo suspende la incredulidad comienza a creer, y entonces cualquier objeto es susceptible de ser cualquier cosa. Puede liberar una imagen, producir el pliegue y despliegue de la imaginación ele un modo inesperado e incalculable. Cuando el objeto está en las manos del niño, a su alcance, se puede transformar rápidamente en un elemento para arrojar, mezclar, armar, desm·clenar y. no obstante, construir. Tal vez sea este un pensamiento infantil actuado. Para imaginar, el niño neeesita la imagen corporal, el 183

propio espejo, pero también el reloj. La lógica del reloj, como corte simbólico, marca un tiempo, así como el marco del espejo limita un espacio. El reloj como metáfora enuncia una ley arbitraria y contingente. Los pequeños necesitan, para el armado de su experiencia, tanto el espejo, el marco y el reflejo, como el reloj, los números y el movimiento de las agujas. Sin estos límites en el espacio y el tiempo, la imagen corporal no podría hacerse esquema y devenir representación. El niño necesita usar el objeto, desmenuzado, analizarlo en su hacer. Puede tirarlo, dejarlo caer, observarlo, escudriñar qué ocurre con la caída, desarmarlo y rearmarlo, produciendo en cada movimiento una imagen diferente. Este hacer delinea el impulso infantil por lo inaudito del no saber qué va a pasar, qué sucederá si lo rompe, si lo mueve, qué hay dentro de él, cómo es su materialidad, qué ocurre si lo aprieta, qué pasa si lo muerde, cuál será el sabor y el olor que esos fragmentos tienen, por qué se usa de esa manera y no de otra. Ese desmontaje y montaje escénico descubre la increíble capacidad de metamorfosear las cosas en objetos, los objetos en imágenes, las imágenes en figuras y las figuras en representaciones e ideas que, lejos de llenar un vacío, lo vuelven a recrear en una repetición diferente cada vez. Las cosas para la infancia convocan nuevas experiencias, espejos sin figuras definibles que inundan el universo infantil hasta hacerlo existir en la imaginación en acto que allí se configura. Las cosas pueden devenir juguetes, relatos y artificios por venir; irrumpen como parábolas del sinsentido, irreverentes a un sentido predeterminado donde el pequeño se afirma en la potencia de la ficción. En ese espacio emerge el sujeto niüo en la experiencia de vaciar lugares y crear la ausencia, a partir de lo cual se crea la presencia y la imaginación.

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La dimensión de lo escondido Nos preocupa mucho cuando un niño pierde la posibilidad y la capacidad de vaciar las cosas, de producir el volumen de la ausencia fundadora de lo diferente. Es en la dimensión de lo escondido donde la infimcia engendra el lugar del secreto y del misterio. La experiencia infantil es inventada y, a la vez, inventa una posición en la cual, al jugar, el niño inventa un lugar para la pérdida y la ausencia y, al mismo tiempo, es efecto de ellas. El deseo motoriza la experiencia reinventándola en cada instante; soporta el misterio que causa tanta curiosidad pues, en definitiva, no se sabe qué pasará ni qué será. Un niño es sensible a la ausencia, ya que ella puede transformarse en un abismo sin fondo. Esta posibilidad da miedo y angustia. La inquietante presencia de ese abismo coloca otra vez el borde de lo posible y lo imposible en una escena en la cual el pequeño es llamado por las cosas que ve, oye, toca y siente. El niüo se ve transportado hacia aquellas cosas que le interesan y le resultan desconocidas. En este sentido, cualquier cosa puede despertar el deseo de un niño, invocándolo de un modo original. Walter Benjamin denominó "aura" a ese poder de hacer alzar los ojos del otro que tienen algunas cosas. Sentir la huella de una cosa es representarla como lo que no es; sentir la cosa como otra y hacer, de este modo, un objeto de deseo, una verdadera historia viviente de la imaginación, un espejo de representaciones a representar. Por eso, jugar con las cosas es crear otras e historizarlas.~:l 71

Según relata Maurice Merleau-Ponty, "Cézanne decía que se debe poder pintar el olor de los árboles. N ucstra relación con las cosas no es una relación distante: cada una de ellas habla a nuestro cuerpo y nuestra vida, está revestida de características humanas (dóciles, suaves, hostiles, resistentes) e inversamente vive en nosotros como otros emblemas de las c:onductas que queremos o desec:hamos. El hombre está investido en las cosas y éstas están investidas en él" !Merlcau-Ponty, Maurice, El mundo de ln percepción. Buenos AireR, Fondo de Cultura Económica, 2002, pp. 30-31),

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Cuando un ni no de dos n tres años comienza a jugar a la escondida, lo hace jugando con otro. Corre, busca, pero todavía no se esconde ni cuenta en voz alta para dar tiempo de esconderse al otro. Se para detrás de una silla, de una puerta o de una mesa y, casi instantáneamente, vuelve a buscar al otro. Llega a taparse los ojos, a salir corriendo e ir a buscar al otro dentro del escenario del juego. En esta dramática escénica no llega todavía a esconderse. No puede esperar escondido, no sabe llegar primero a la meta para volver a esconderse, no comprende lo que significa ganar el JUego. En realidad, el niii.o posee otra libertad. Juega el placer del encuentro y del desencuentro porque está sostenido en el escenario móvil del afecto que circula en la intimidad de ese juego. No gana ni pierde; se mantiene jugando en ese umbral, en esa experiencia donde la escondida se estructura como encuentro con el otro. El pequeño todavía no logra permanecer escondido, no puede hacer de cuenta que no está; necesita estar corriendo, en contacto con el otro, abriendo las puertas y las claves ele la representación, de lo que al representarse existe aunque no esté a la vista. Los primeros juegos de escondida son con el otro. Los pequeños necesitan esa presencia, pues todavía no pueden estar solos. La conquista de la experiencia de jugar sin adultos remite directamente a las posibilidades de representación, la cual se sostiene en la imagen corporal. Si ella se encuentra cuestionada, la angustia ante la posibilidad de la pérdida provoca la imposibilidad de jugar. El acontecimiento de jugar pone en juego la imagen corporal, el cuerpo pulsional y la plasticidad simbólica, la cual abre el camino de las representaciones infantiles. Éstas no pueden ser pensadas sin la alternancia de lo posible y lo imposible, la presencia y la ausencia, lo nuevo y lo antiguo. Uno de los primeros objetos elegidos por el nii'lo pequeño está entre los que Winnicott denomina objetos y fenómenos transicionales Oa mantita, el osito, un pedacito de tela, un peluche), verdaderas metáforas y metonimias llenas de vida, tiernas, que necesariamente tiene que usar.

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