La Espera El Olvido - Maurice Blanchot(1)

February 1, 2017 | Author: Ramiro1MEsterBravo | Category: N/A
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LA ESPERA EL OLVIDO Maurice Blanchot I Aquí, y en esta frase que quizás también le estaba destinada, él fue conminado a detenerse. Casi mientras la escuchaba hablar es como había redactado estas notas. Aún oía su voz al escribir. Se las enseñó. Ella no quería leer. Sólo leyó algunos pasajes y porque él se lo pidió suavemente. "¿Quién habla?" decía ella. "Pero ¿quién habla?" Ella tenía la sensación de un errar que no alcanzaba a situar. "Borre lo que no le parezca justo". Pero ella no podía borrar nada en absoluto. Tiró todos los papeles con tristeza. Tenía la impresión de que, aunque él le hubiere asegurado que la creería en todo, no la creía lo suficiente, con la fuerza que hubiera hecho presente la verdad. "Y ahora usted me ha quitado algo que yo no tenía y que ni siquiera usted tiene". ¿No tenía él palabras que ella aceptaba de buen grado y que se apartaban poco de lo que ella pensaba? Pero todo giraba ante sus ojos: ella había perdido el centro de donde irradiaban los acontecimientos y que ella tan firmemente sostenía hasta ahora. Ella dice, quizás para salvar algo, quizás porque las primeras palabras lo dicen todo, que el primer parágrafo le parecía el más fiel y también un poco el segundo, sobre todo al final. Él resolvió volver a empezar desde ahí. No la conocía mucho. Pero él no tenía necesidad de familiaridad para acercarse a los seres. ¿Era el azar, que a él le había dado como habitación precisamente esta habitación, lo que les había puesto tan íntimamente en relación? Otros la habían habitado durante temporadas, y ella decía que, por el contrario, les había evitado. La habitación de ella estaba al final del mismo pasillo, un poco más lejos, en el sitio en que la casa empezaba a doblar. Él podía vislumbrarla cuando estaba estirada en el amplio balcón, y él le había hecho señas poco después de su llegada. Se preguntaba si ella tenía razón cuando le reprochaba su falta de fe. La creía, no dudaba de sus palabras. Verla, escucharla, le ataba mediante un presentimiento al que deseaba no sustraerse. Pero ¿de dónde venía su fracaso? ¿Por qué ella rechazaba tan tristemente lo que ella misma había dicho? ¿Se rechazaba a sí misma? Él pensó que, en algún momento, había cometido una falta. La había interrogado demasiado brutalmente. No se acordaba de haberle preguntado, pero eso no le justificaba, él le había preguntado de una manera más apremiante con su silencio, su espera, con las señas que le había hecho. Le había inducido a decir demasiado abiertamente la verdad, era una verdad directa, inerme, sin nada a cambio. Pero ¿por qué ella le había hablado? Si empezaba a interrogarse sobre eso, él no podía proseguir. Sin embargo, eso era también esencial. Mientras no hubiera encontrado la razón justa, no estaría nunca seguro de que ella le hubiera dicho verdaderamente lo que ahora no dudaba haber escuchado - esta convicción se la debía a su presencia, al murmullo de las plabras: el aire continuaba hablando aquí. ¿Y después? Él no debía preocuparse de después, no buscaría garantías para un tiempo distinto. La dejaría libre. ¿Acaso él no desearía empujarla a otras confidencias y no era, por el contrario, su secreto deseo tenerla en esta inclinación? Eso le atraía, pero le causaba también un gran malestar. Descubría por tanto tener segundas intenciones. ¿No habían estas segundas intenciones alterado sin saberlo lo que él había escrito con tanta seguridad? Él se decía que no. Experimentaba una confusa desesperación al pensar en aquella desaprobación con que ella se le había opuesto con tanta desesperación. Ser fiel, eso era lo que se le

había pedido: sostener esta mano un poco fría que le conduciría por singulares meandros hasta un sitio en que ella desaparecería y le dejaría sólo. Pero le era difícil no buscar a quién pertenecía esta mano. Él había sido siempre así. Pensaba en esta mano, en la que se la había tendido, y no en el itinerario. Ahí, sin duda, estaba la falta. Mientras reunía las hojas -y ahora ella le vigilaba con una mirada curiosa-, no pudo dejar de sentirse ligado a ella por este fracaso. No comprendía bien por qué. La había algo así como tocado a través del vacío, la había visto durante un instante. ¿Cuándo? Hace poco. Él había visto quién era ella. Esto no le encorajinaba, más bien le ponía punto final a todo. "Sea, se dijo, si no quieres, renuncio". Él renunciaba, pero con unas palabras de intimidad que, es verdad, no se dirigían directamente a ella, ni mucho menos a su secreto. Había apuntado a otra cosa que le era más familiar, que conocía y con la que parecía que había vivido en una libertad gozosa. Le sorprendió descubrir que era quizás su voz. Esta voz le había sido confiada. ¡Qué pensamiento sorprendente! Recogió las hojas y escribió: "Te ha sido confiada la voz, no lo que ella dice. Lo que ella dice, los secretos que recibes y que transcribes para darles valor, debes devolverlos suavemente, a pesar de su tentativa de seducción, al silencio que en primer lugar has bebido en ellos". Ella le pidió lo que acababa de escribir. Pero eso era algo que ella no debía escuchar, que no debían escuchar juntos. · La miraba a hurtadillas. Ella quizás hablaba, pero en su rostro no había ninguna condescendencia con respecto a lo que ella decía, ningún consentimiento en hablar, una afirmación apenas viva, un sufrimiento apenas hablante. Él habría querido tener el derecho de decirle: "Deja de hablar, si quieres que te oiga". Pero en este momento ella no podía callarse, incluso no diciendo nada. Él se daba perfecta cuenta de que quizás ella lo había olvidado todo. Eso no le molestaba. Se preguntaba si no deseaba adueñarse de lo que ella sabía, más por el olvido que por el recuerdo. Pero el olvido... Tenía que entrar, él también, en el olvido. · "¿Por qué me escucha usted así? ¿Por qué, incluso cuando habla, todavía me escucha? ¿Por qué atrae usted en mí esta habla que a continuación tengo que decir? Y usted nunca responde, nunca me deja escuchar algo suyo. Pero no diré nada, sépalo. Lo que digo no es nada". Ella quería sin duda que él repitiera lo que ella había dicho. Pero ella nunca reconocía en mis palabras las suyas. ¿Acaso yo sin saberlo cambiaba algo? ¿Cambiaba algo de ella a mí? En voz baja para sí mismo, en voz más baja para él. Habla que hay que repetir antes de haberla escuchado, rumor sin huella que él sigue, en ninguna parte errante, en todas partes residente, necesidad de dejarla ir. Siempre la vieja habla que quiere estar ahí de nuevo sin hablar. · No es una ficción, aunque él no sea capaz de pronunciar a propósito de todo esto la sentencia verdadera. Algo le ha ocurrido y no puede decir que eso sea verdad, ni lo contrario. Más tarde pensó que el acontecimiento consistía en esta manera de no ser ni verdadero ni falso. · Mísera habitación ¿has estado alguna vez habitada? Cuánto frío hace aquí, qué poco te habito. ¿Acaso no moro en ella solamente para borrar las huellas de mi estancia? De nuevo, de nuevo, caminando y siempre sin moverse del sitio, otro país, otras ciudades, otras rutas, el mismo país.

· A menudo había tenido la impresión de que ella hablaba, pero que todavía no hablaba. Por tanto él esperaba. Estaba, encerrado con ella, dentro del gran círculo movedizo de la espera. · "Haga de tal manera que yo pueda hablarle". - "Sí, pero ¿tiene usted idea de lo que yo debería hacer para eso?" - "Convénzame de que me escucha". - "Pues bien, comience, hábleme". - "¿Cómo podría comenzar a hablar, si usted no me escucha?" -"No sé. Me parece que te escucho". - "¿Por qué este tuteo? Usted nunca tutea a nadie". - "Es efectivamente la prueba de que me dirijo a ti". - "No le pido que hable: que escuche, solo que escuche". - "¿Escucharte o escuchar en general?" - "No a mí, usted lo ha comprendido bien. Escuchar, solamente escuchar". - "Entonces que no seas tú quien hable, cuando hables". Y por tanto en un solo lenguaje hacer escuchar la doble habla. Era una especie de lucha la que ella proseguía con él, una explicación silenciosa mediante la cual ella le pedía satisfacción y él se la daba. · ¿Y no la había puesto él, sin embargo, en guardia desde el primer día, ese día que aún no era del todo el primero y donde a ella le había parecido tan molesto estar, sorprendida y casi irritada, esperando que él se justificara mientras la justificaba? Con sus fuerzas recientes él no había vacilado en responder. Era una época brillante donde todo aún parecía posible y donde él no tomaba ninguna precaución, anotando al azar con soberana rectitud siempre el detalle esencial y fiándose para lo demás de su memoria que no le fallaba nunca. · Es como si ella hubiese esperado que le hiciera una descripción minuciosa de aquella habitación donde no obstante se quedaba con él. Quizás para asegurar la certidumbre de que ella verdaderamente se encontraba ahí. Quizás porque ella presentía que esta descripción haría que surgiera esa misma habitación, habitada por alguien distinto. En ese punto extremo de la espera donde después de mucho tiempo lo que hay que esperar sólo sirve para mantener la espera, en el momento quizás último, quizás infinito: hombre aún entre nosotros. Intenta ignorar lo que se sabe, solamente eso. · ¿Qué llevaría él sobre sus hombros? ¿Cuál ausencia de sí pesaba sobre él? · Él intentó entonces mirar la habitación más por holganza que por interés: era una habitación de hotel. Estrecha y larga; anormalmente larga tal vez. · Cuando comprendió que ella intentaba decirle cómo habían pasado las cosas -quizás lo decía ella por añadidura-, pero que ella luchaba con frío sufrimiento contra algunas palabras que habían sido algo así como depositadas en ella y que ella se esforzaba por mantener en relación con el porvenir o con algo que todavía no había pasado, a pesar de todo ya presente, a pesar de todo ya pasado, él sintió miedo por primera vez. Ante todo, él no sabría nada (y vio cuánto había deseado saber), y más tarde nunca percibiría en qué momento estaría a punto de acabar. Cuál existencia resultaría de ello, seria, frívola, sin solución, sin perspectiva; en cuanto a sus relaciones con ella, una perpetua mentira.

· La característica de la habitación es su vacío. Cuando él entra, no lo nota: es una habitación de hotel, como las que siempre ha ocupado, como le gustan, un hotel de mediana categoría. Pero desde el momento en que quiere describirla está vacía y las palabras de las que se sirve sólo recubren el vacío. Con qué interés, no obstante, ella le observa: aquí la cama, allí una mesa, allí donde está usted un sillón. Ella se imaginaba, o por lo menos él tenía esa impresión, que él tenía un gran poder, del cual habría podido servirse para llegar al corazón de la verdad que ella parecía tener constantemente ante sí sin lograr hacerla real; pero, con ese poder, por una incomprensible negligencia, él rechazaba hacer nada. "¿Por qué no hace todo lo que podría hacer?". - "¿Pero qué podría hacer yo?" - "Más de lo que hace" - "Sí, sin duda, un poco más, añadió alegremente. Tengo a menudo esta impresión desde que la conozco." "Sea sincero: ¿por qué no ejerce el poder que sabe que tiene?" - "¿Qué clase de poder? ¿Por qué me dice eso?" - Pero ella volvía con su tranquila obstinación: "Reconozca ese poder que le pertenece." - "No lo conozco, y no me pertenece." - "Ésta es de hecho la prueba de que ese poder forma parte de usted mismo." Las voces resuenan en el inmenso vacío, el vacío de las voces y el vacío de ese lugar vacío. · Las palabras se sirven en ella del recuerdo que ellas le ayudan a expresar. En su memoria nada más que sufrimientos que no pueden ser rememorados. · El deseo que desde hace tiempo él tenía de escucharla había dejado lugar a una necesidad de silencio, y todo lo que ella había dicho habría formado el fondo indiferente de éste. Pero sólo la escucha podía alimentar ese silencio. Buscaban ambos la pobreza en el lenguaje. En ese punto estaban de acuerdo. Siempre, para ella, había demasiadas palabras y una palabra de más, más aún palabras demasiado ricas y que hablaban con exceso. Aunque ella aparentemente fuese poco experta, siempre parecía preferir las palabras abstractas, que no evocaban nada. ¿No intentaba ella, y él con ella, hacerse en el interior de esta historia un abrigo para protegerse de algo que también la historia contribuía a atraer? Había momentos en que él lo creía y frases que hacían que lo creyese. Quizás en él ella quería solamente destruir, proponiéndole esta historia, la voluntad de expresarse a la cual ella buscaba al mismo tiempo reducirle. · No hay que volver atrás. · Esperar, estar atento a lo que convierte la espera en un acto neutro, enrollado sobre sí, ceñido en círculos de los cuales coinciden el más interior y el más exterior, atención distraída en espera y girada hacia lo inesperado. Espera, espera que es el rechazo de esperar nada, calma extendida desenrollada por los pasos. Él experimenta la impresión de estar al servicio de una distracción que sólo se dejaría alcanzar disimulada y desperdigada en actos de extrema atención. Esperando, pero bajo la dependencia de lo que no podría dejarse esperar. Esperar parece significar para ella su reposición a una historia obligada por ella a seguir adelante y que debe tener como consecuencia su marcha progresiva hacia un objetivo. La atención debería ser como ejercida por el relato con objeto de arrancarlo lentamente de la distracción inicial sin la cual él, no obstante, siente que la atención se convertiría en un acto estéril.

Esperar, ¿qué había que esperar? Ella se mostraba sorprendida, si él se lo preguntaba, porque para ella ésa era una palabra suficiente. Desde que se esperaba algo, se esperaba un poco menos. · La extraordinaria presión que la discreción y la espera silenciosa ejercían sobre él. Desde hace mucho tiempo ellos no esperaban alcanzar el fin que se habían propuesto. Él ni siquiera sabía ya si ella continuaba hablándole de esto. La miraba a hurtadillas. Quizás ella hablaba, pero en su rostro no había ninguna benevolencia con respecto a lo que ella decía... · Él no lo haría. "Si usted no lo hace, lo hará no obstante." - "Pero ¿lo desea?" - "¡Ah! Usted no se librará así. Si lo hace, lo desearé." Él reflexionó: "¿Habría yo quizás podido hacerlo antes?" - "¿Pero cuándo?" - "Pues bien... cuando no la conocía." Lo cual hizo que se riera: "Pero usted no me conoce." · "Sí." ¿Dice ella verdaderamente esta palabra? Es tan transparente que deja pasar lo que ella dice y hasta esa misma palabra. · "¿Eso entonces ha pasado aquí y usted estaba conmigo?" - "Quizás con usted: con alguien que ahora no me puede faltar reconocer en usted." Desde fuera él habría querido que se viera mejor lo que era: en lugar del comienzo, una especie de vacío inicial, un enérgico rechazo a dejar que la historia comience. Historia, ¿qué entiende ella por esto? Él se acuerda de las palabras que un día habían estallado en su vida. "Nadie aquí desea ligarse a una historia." Recuerdo casi extinguido y que sin embargo todavía le estremece. · "Yo haré lo que usted quiera." Pero eso ahora ya no le bastaba. "No le pido que me ayude, le pido que esté ahí y que usted también espere." - "¿Qué debo esperar?" Pero ella no comprendía esta pregunta. Desde que se esperaba algo, se esperaba un poco menos. · "Cuando le hablo, es como si todo lo de mí que me cubre y me protege me abandonara y me dejara expuesta y muy débil. ¿Adónde va esa parte de mí? ¿Se vuelve ella contra mí en usted?" Lo que él presiente es que ella espera que la lleve lo suficientemente lejos como para que el recuerdo recuerde en ella y pueda expresarse. Eso es lo que no dejan de evocar en todo momento. En secreto a la vista de todos. Como si el dolor tuviera el pensamiento como espacio. · "Sea, se dice él cerrando los ojos, si no quieres, renuncio." Él se daba cuenta de que ella quizás lo había olvidado todo. Este olvido formaba parte de lo que ella hubiese querido decirle. Al comienzo, con la plenitud de sus fuerzas y su brillante certidumbre, él se había alegrado de este olvido que le parecía entonces muy próximo a lo que ella sabía, más próximo quizás que el recuerdo, y a través del olvido es como él había intentado apoderarse de éste. Pero el olvido... Se habría necesitado que él, él también, hubiese entrado en el olvido.

· Haz de tal manera que yo pueda hablarte. "¿Qué debo decir?" - "¿Qué quiere usted decir?" - "Eso que, si lo dijese, destruiría esta voluntad de decir." Ella daba la impresión, cuando hablaba, de no saber enlazar las palabras con la riqueza de un lenguaje anterior. Ellas no tenían historia, ni vínculo con el pasado de todos, ni siquiera relación con la vida de ella, o con la vida de nadie. Sin embargo, decían lo que decían con una exactitud que únicamente su falta de equívoco producía sospechas: como si hubiera tenido una significación única fuera de la cual ellas volvían a tornarse silenciosas. El sentido de toda esta historia era el de una larga frase que no podía ser troceada, que sólo al final encontraría sentido y que, al final, sólo lo encontraría como un soplo de vida, el movimiento inmóvil de todo el conjunto. Él comenzó a escuchar al lado de lo que ella decía, y como yendo hacia atrás, pero en una extensión sin profundidad, sin alto ni bajo, y no obstante materialmente situable, otra habla que no tenía casi nada en común con la suya. · Haz de tal manera que yo pueda hablarte. · El rechazo que ella le oponía estaba en su misma docilidad. Todo era oscuro, él lo sabía, turbio tal vez, y su presencia estaba ligada a una duda: como si ella sólo hubiese estado presente para abstenerse de hablar. Y después venían los momentos en que, habiéndose roto el hilo de sus relaciones, ella recobraba su tranquila realidad. Él entonces veía mejor en qué extraordinario estado de debilidad se encontraba ella y de dónde sacaba aquella autoridad que a veces le hacía hablar. ¿Y él? ¿No era él demasiado fuerte para escucharla, no estaba demasiado convencido del extenso sentido de su existencia, demasiado arrastrado por su movimiento? ¿Qué le faltaba a lo que ella decía, a sus frases más sencillas? · Haz de tal manera que yo pueda hablarte. ¿Lo desearía ella verdaderamente? ¿Estaba segura de que no lo lamentaría? "Sí, lo lamentaré, Lo lamento ya." Pero, no sin tristeza, añadió: "Usted, usted también lo lamentará." Sin embargo, ella al punto había observado: "No le diré todo. No le diré casi nada." - "Pero entonces más valdría no empezar." Ella se rió: "Sí, pero es que ahora ya he empezado." Él desde siempre sabe que nada hay ahí que no lo puedan expresar las palabras más comunes, pero a condición de que ello mismo pertenezca a ese mismo secreto, en lugar de conocerlo, y renuncie a su parte de luz en este mundo. Él nunca sabría lo que él sabía. Eso era la soledad. · "Dame eso." Este apremio él lo escucha como si procediera de él, dirigiéndose a sí mismo. "Dame eso." Palabras que no parecen un ruego, ni verdaderamente una orden, habla neutra y blanca que siente, no sin esperanza, que no siempre resistirá. "Dame eso." · En ese momento él está empeñado en un error del que no quiere excluirse, que no es sino la reactivación de sus más antiguos errores. Ni siquiera lo reconoce, y cuando le dicen: "¡Pero este pensamiento siempre es el mismo pensamiento!", se contenta con reflexionar y finalmente responde: "No del todo; y quisiera pensarlo todavía un poco." Sólo puedo escuchar lo que ya he escuchado.

· Él se pregunta si ella no se mantiene con vida para prolongar el placer de terminarla. · A que él pudiera marcharse, a esta seguridad sabía él que le debía el poder quedarse. Pero presentía que esa marcha, que era lo que más fácilmente podía hacerse en el plano personal, en un plano distinto tenía todo el carácter de una decisión irrealizable. Se marcharía, pero se quedaría. Ésa era la verdad a cuyo alrededor ella se ponía a punto, ella también. Y a veces, con una indiferencia que ya era como una prueba, él se preguntaba si no estaba es esta segunda forma de su estancia: él estaba ahí porque en cierto momento se había marchado. La forzaba a hablar, él se daba cuenta de ello. Apenas ella había entrado, cerraba la habitación. La sustituía por otra habitación, la misma y tal como la había descrito, sí, igual, no la engañaría así, sólo que un poco más pobre a causa de las muy pobres palabras, reducida al espacio de algunos nombres fuera del cual él sabía que ella no saldría. De qué modo se ahogaban juntos en este lugar cerrado donde las palabras que ella decía sólo podían significar esta clausura. ¿No decía ella esto, únicamente esto: "Estamos encerrados, no saldremos de aquí"? De ello él tomó lenta y súbitamente conciencia: de ahí en adelante buscaría una salida. Él la encontraría. · No obstante, todo permanecía sin cambios. · La habitación está iluminada por dos ventanas que, a unos pasos de distancia, abren oblicuamente la pared. La luz penetra casi por igual hasta una mesa de color negro, negro macizo y sólido. Cerca de la mesa, ahí donde comienza la parte que el sol no alcanza, pero muy iluminada, derecha en un sillón sin apoyar los brazos, ella respira lentamente. "¿Tanto desea salir de esta habitación?" - "Tengo que hacerlo." - "Ahora no puede salir." - "Tengo que hacerlo, tengo que hacerlo." - "Sólo cuando me haya dicho todo." - "Le diré todo, Todo lo que desea que diga." - "Todo lo que es necesario que diga." - "Sí, todo lo que es necesario que usted escuche. Permaneceremos juntos, le diré todo. Pero no en este momento." - "Yo no le impido salir." - "Tiene que ayudarme, bien lo sabe." · No es verdad que estés encerrada conmigo y que todo lo que no me has dicho aún te separe del afuera. Ni uno ni otro estamos aquí. Unas pocas palabras tuyas han penetrado y desde lejos las escuchamos. · ¿Quiere usted separarse de mí? ¿Pero cómo lo logrará? ¿A dónde irá? ¿Cuál es el lugar en que no esté separada de mí? · Si algo te ha ocurrido, ¿cómo puedo soportar esperar a saberlo para no soportarlo? Si algo te ha ocurrido -incluso si eso te ocurre más tarde y mucho tiempo después de mi desaparición-, ¿cómo es que no es insoportable desde ahora? Y, es verdad, no lo soporto en absoluto. ·Esperar, solamente esperar. La espera ajena, igual en todos sus momentos, como el espacio en todos sus puntos, similar al espacio, ejerciendo la misma presión continua, sin ejercerla. La espera solitaria, que estaba en nosotros, pasada ahora al

afuera, espera de nosotros sin nosotros, forzándonos a esperar fuera de nuestra propia espera, no dejándonos ya nada que esperar. En primer lugar la intimidad, en primer lugar la ignorancia de la intimidad, en primer lugar el lado a lado de instantes que se ignoran, en contacto y sin relación. Él procuraba, a veces dolorosamente, no tomarla en cuenta. Ella ocupaba poco sitio. Permanecía sentada, derecha, con las manos extendidas sobre la mesa, de modo que, al alzar la vista, él podía ver sus manos desocupadas. A veces creía que ella se había levantado y que había atravesado la habitación. Pero ella estaba ahí. "Usted ya lo sabe todo." - "Sí, lo sé todo." - "¿Por qué me obliga a decírselo?" "Quisiera saberlo de usted y con usted. Es algo que sólo podemos saber juntos." - Ella reflexionó: "¿Pero no corre el riesgo de saberlo un poco menos?" Él a su vez reflexionó: "No importa. Es preciso que usted lo diga: una vez, una sola vez; que yo lo escuche decir." - "Si lo digo una vez, lo diré siempre." - "Sí, eso es, siempre." "No deseo saberlo. Deseo que me lo diga para no tener que saberlo." - "No, no, eso no." · Él sabía, y le parecía que ella sabía, que en alguna parte aquí había como un vacío. Si se interrogaba, con la paciencia que conseguía apartar sin violencia las nociones extrañas, él no vacilaba en concluir que el vacío se encontraba en un sitio que no habría podido situar, aunque hubiera sido capaz de emplear su mente en ello con la mayor seriedad. Pero no tenía que hacer un esfuerzo demasiado grande para pensar en ello e incluso para recordarlo. Era como si hubiera introducido en el interior de su pensamiento un sufrimiento que, desde el momento en que éste se despertaba, le forzaba a no pensar en él. Sin embargo, ese día, fue más lejos. Imaginó que, si pudiera describir exactamente, minuciosa y no fugitivamente, esta habitación, sin tener en cuenta su presencia, la de él, pero intentando distribuirla en torno a la presencia de ella, descubriría casi necesariamente eso que faltaba, eso cuya falta les ponía a ambos bajo la dependencia de algo que a él le parecía unas veces amenazante y otras veces jovial, o de una jovialidad amenazante. Naturalmente él sabía que no le gustaba mucho mirar esta habitación, pero solamente desde que ella no dejaba de pedirle, con una insistencia silenciosa, que se la describiera una y otra vez. Anteriormente, y después de haber entrado, él la había encontrado casi agradable. Había en él un punto de debilidad y de distracción que se tenía que poner en relación con todo lo que pensaba y decía, so pena de cometer lo que le parecía que era la infidelidad esencial. En torno a este punto, por una necesidad mal percibida, se había dispuesto y orientado todo lo que había escrito y todo lo que había tenido que vivir, como un campo movedizo de fuerzas caprichosas. ¿Cuál era este punto? A veces se había acercado a él. De este acercamiento había traducido con obstinación sorprendentes descubrimientos. Y cada vez estaba listo para volver a empezar ese movimiento: a su pesar y sin embargo gustosamente; gustosamente no: a su pesar solamente. · Él creía haber perdido la paciencia, pero solamente había perdido la impaciencia. No tenía ya ni una ni otra, no tenía más que su falta, de donde imaginaba que podía sacar una última fuerza. Sin paciencia, sin impaciencia, sin consentir ni rechazar, abandonado sin abandono, moviéndose en la inmovilidad. Con qué melancolía, pero qué tranquila certidumbre, él sentía que nunca más podría decir: "Yo".

· Debemos siempre, frente a cada instante, conducirnos como si fuera eterno y como si esperara de nosotros volver a tornarse pasajero. Siempre conversaban del instante en que ya no estarían ahí, e incluso sabiendo que siempre estarían ahí al conversar sobre tal instante, pensaban que no había nada más digno de su eternidad que pasarla evocando su término. · ¿Hay una puerta que él no ha observado? ¿Hay una pared lisa, allí donde dos ventanas se abren? ¿Hay siempre la misma luz, aunque sea de noche? · Expresar solamente eso que no puede serlo. Dejarlo inexpresado. · Algo negativo le ayudaba a hablar. Él tenía la impresión de que, en cada una de sus frases, ella dejaba siempre un sitio a la posibilidad de acabar. Todo lo que ella decía se aplicaba visiblemente a sostenerlo con su propia existencia. Si es posible no mantenerse detrás de lo que se dice, no prestarle a las palabras ni vida ni calor, hablar lejos de sí y no obstante con la mayor pasión, una pasión sin calor y sin vida, ella efectivamente es entonces quien hablaba ahora. · Lo que él nunca le había preguntado: si ella decía la verdad. Ahí está lo que explicaba sus difíciles relaciones; ella decía la verdad, pero no en lo que decía. Y hubo ese día en que ella le había declarado: "Ahora sé por qué no le respondo. Usted no me interroga." - "Es verdad, no la interrogo como se precisa." - "Sin embargo, me interroga constantemente." - "Sí, constantemente." - "Eso me obliga a responder." "No obstante, yo pido muy poco, reconózcalo." - "Demasiado poco para que mi vida sea suficiente." - Ella estaba de pie casi a su lado, mirando hacia delante: "Naturalmente, si yo muriera usted no cesaría de devolverme a la vida para hacer que todavía respondiera." - "A no ser, dijo él sonriendo, que yo muriera primero." - "Espero que no, eso sería peor." - Ella se detuvo, y volvió como a otra idea: "Debo ser capaz de saber sólo una sola cosa." - "Como yo de escuchar sólo una. Pero tememos que no sea la misma. Tomamos nuestras precauciones." Sólo puedo escuchar lo que ya he escuchado. · "¿Duda de mí?" Ella quería decir de su veracidad, de sus palabras, de su conducta. Pero yo escuchaba una duda mayor. ¡Ah! Si hubiera podido persuadirme de que ella me ocultaba algo. "¿Tienes un secreto?" - "Es usted quien ahora lo tiene, bien lo sabe." Sí, desgraciadamente, yo sabía que yo lo tenía, sin saberlo él. Y, para acabar, con empuje: "¿Habría yo hablado sin parar?" · Debes ser prudente: ¡semejante figura! Sin ley, aparentemente, pero ella está como unida a un punto particular de ese lugar, un punto que ella haría visible si tu deseo de verla no rechazara todo lo demás. Los pensamientos de la noche, siempre más brillantes, más impersonales, más dolorosos. Constantemente dolor y gozo infinitos, y al mismo tiempo la calma. · "Yo quisiera que me amara por lo que es impasible e insensible en usted." · ¿No le había ella sugerido a veces que la descripción, por más que no estuviera acabada, estaba siempre completa y que a ella sólo le faltaba su propia ausencia, de la que no se sabía si se alegraba o se alarmaba? "Cuando nos hayamos marchado." O

solamente: "Cuando usted ya no esté ahí." - "Entonces, usted tampoco, tampoco estará ahí." - "Yo tampoco, tampoco estaré ahí." · Dos hablas estrechamente apretadas una contra otra, como dos cuerpos vivos, pero de límites indecisos. · Ella tenía una extraordinaria buena voluntad. Él la interrogaba, ella respondía. Esta respuesta, es verdad, no decía nada más que la pregunta y solamente la cerraba. Era la misma habla de regreso a sí misma, sin embargo, no del todo la misma, él se daba cuenta de ello; había una diferencia que quizás estaba en ese retorno y le habría enseñado mucho de haber sido capaz de reconocerla. Es tal vez una diferencia de tiempo; es quizás la misma habla un poco borrada, un poco más rica con un sentido singular a causa de esta borradura, como si hubiera siempre un poco menos en la respuesta que en la pregunta. "Todas sus palabras me interrogan, incluso cuando usted dice cosas que no se relacionan conmigo." - "¡Pero si todo se relaciona con usted!" - "Conmigo, no. Yo estoy ahí y eso debería bastarle." - "Sí, eso debería bastarme, pero con la condición de que esté seguro de usted." - "¿No está seguro de mí?" - "De usted, si se tratara de usted." Él estuvo cerca de comunicarle lo que ya había sentido: ahí donde ella estaba había un conjunto indistinto extendiéndose hasta el infinito y perdiéndose en la luz del día, una multitud que no era una verdadera multitud de gente, sino algo innumerable e indefinido, una especie de debilidad abstracta, incapaz de presentarse de otro modo que en la forma vacía de un número muy grande. Y, sin embargo, ella misma, fueren cuales fueren sus relaciones con la multitud, nunca se perdía en ella realmente, imponiéndose por el contrario con una autoridad suave que la convertía en más presente y más persuasiva. "Todo lo que usted ha dicho, lo veo a su alrededor, como una multitud en la que estuviese invitada a dejarse absorver, una especie de cosa débil, con una debilidad casi horrorosa." - "Yo también siento eso. Eso se agita sin cesar." - "¿Es realmente también piadoso lo que decimos?" - "Piadoso, me temo, pero es culpa mía." - "Es culpa nuestra." - "Sí, sí, dijo ella jubilosamente, es culpa nuestra." · A través de las palabras aún pasaba un poco de luz. · "¿Cuándo le ha dicho a usted eso?" - "¿Me lo ha dicho?" - "¿Le ha dicho él que estaba a gusto junto a usted?" - "¡Qué palabras tan graciosas!" Eso le puso de buen humor. "No, él nunca ha hablado así." Y con una rara energía: "Él no está a gusto junto a mí, él no está a gusto junto a nadie." - "Ah, eso es decir mucho. ¿Vivía él aparte? ¿No le gustaba mucho ver a la gente?" - Y antes de que ella tuviera la libertad de responder, él encontró atrevidamente la pregunta: "Entonces, ¿por qué permanecía él casi todo el tiempo con usted?" Ella escuchó estas palabras que pareció dejar que se establecieran junto a ella. Estaba inmóvil, y él se preguntaba si soportaría durante mucho tiempo ser de ese modo el centro de una presión semejante, pero ella hizo algo mejor que resistir y, para su sorpresa, ella le dijo más de lo que tal vez nunca le había dicho y de una manera que despertó en él una lejana conciencia dolorosa. "Sí, él permanecía casi todo el tiempo conmigo." Él permanecía casi todo el tiempo con ella. · La presión de la ciudad: por todas partes. Las casas no están allí para morar en ellas, sino para que haya calles y, en las calles, el movimiento incesante de la ciudad.

· "No estamo solos aquí." - "No, no estamos verdaderamente solos. ¿Aceptaríamos estarlo?" - "Solos, pero no cada uno por su cuenta, solos para estar juntos." - "¿Estamos juntos? No del todo, ¿no es eso? Solamente, si pudiéramos estar separados." · "¿Estamos juntos? No del todo, ¿no es eso? Solamente si pudiéramos estar separados." - "Estamos separados, tengo miedo de ello, por todo lo que usted no quiere decir de usted." - "Pero a causa de eso también reunidos." - "Reunidos: separados" Ella se perdió en una especie de recuerdo del que salió para afirmar sonriendo: "No podemos estar separados, hable yo o no." Amando acaso en él -aunque ella se quejó de ello- esa inclinación demasiado fuerte a borrarse ante lo que ella no podía decirle. · "No hemos comenzado aún a esperar, ¿no es eso?" - "¿Qué quiere usted decir?" - "Que si pudiéramos hacer algo para que ella comience, también podríamos acabar con la espera." - "Pero ¿deseamos hasta tal punto acabar?" - "Sí, lo deseamosm sólo deseamos eso." "Todo cambiaría si esperásemos juntos." - "¿Y si la espera nos fuera común? ¿Si le perteneciéramos en común? Pero lo que esperamos, ¿No es eso estar juntos?" - "Sí, juntos." - "Pero en la espera." - "Juntos, esperando y sin esperar." · Él se pregunta si la soledad no está ligada a su presencia, no directamente, sino porque ella le obligaría sin que él nunca pueda alcanzarla del todo, a vivir de una manera impersonal. Cuando él la tocaba y la atraía con un movimiento que ella consentía de inmediato, sabía no obstante que sus dos imágenes permanecían a cierta distancia una de otra, una débil distancia que él no perdía la esperanza de reducir todavía un poco. · La cama es paralela a la mesa, paralela al muro abierto por dos ventanas. Es un diván bastante amplio para que, extendidos, puedan permanecer uno contra otro. Ella se aprieta contra el tabique, girada hacia él que la retiene firmemente. · Él sabe que hay cierta coincidencia entre el lugar y la atención. Es un lugar de atención. La atención nunca será dirigida hacia él, ahí residirá él eternamente. Pero él tampoco desea ser el objeto de esta atención. Hay cierta fría felicidad en permanecer, ignorado, al lado de una extrema atención personal. La atención lo ignora todo de él, él sólo la siente por la infinita negligencia en la que ella le mantiene, pero, con una extrema delicadeza y mediante constantes contactos insensibles, ella ya siempre le ha separado de sí mismo y le deja libre para la atención en que por un instante él se convierte. · El misterio no es nada, incluso en tanto que nada misterioso. No puede ser objeto de atención. El misterio es el centro de la atención, cuando la atención, siendo igual y la igualdad perfecta de suyo, es la ausencia de todo centro. En la atención desaparece el centro de atención, el punto central alrededor del cual se distribuyen la perspectiva, la vista y el orden de lo que está por versr interior y exteriormente. La atención está holgante y deshabitada. Vacía, ella es la claridad del vacío.

Misterio: su esencia es estar siempre más acá de la atención. Y la esencia de la atención es poder preservar, en ella y por ella, lo que está siempre más acá de la atención y es la fuente de toda espera: el misterio. La atención, acogida de lo que escapa de la atención, apertura a lo inesperado, espera que es lo inesperado de toda espera. · Ella comenzó poco después: "Quisiera hablarle." Ella no había cesado de conversar con él, pero nada le había chocado tanto como las primeras palabras. Ella se mostraba, frente a sí misma, tan asombrosamente indiscreta que no tenía otra meta -él no lo dudaba- que conminarle a una discreción casi inconciliable con la vida. "Usted escucha la historia como si se tratase de algo emocionante, notable, interesante." Así es como él escucha. Una historia que sólo pide un poco de atención. Pero también la espera que da la atención. · Alguien en mí conversa conmigo mismo. Alguien en mí conversa con alguien. No los escucho. Sin embargo, sin mí que los separo y sin esta separación que mantengo entre ellos, no se escucharían. · Él se dio cuenta de que a ella la atraía la luz, pero cierta luz cuya fuente parecía algún punto de la descripción que él tácitamente había aceptado no cesar nunca de mantener. No describas eso como si lo recordaras. · Cuando se pregunta: "¿Qué espera ella de mí?", él presiente que ella no espera, sino que está en el límite de la espera. · Ella no esperaba, él no esperaba. Entre ellos, sin embargo, la espera. · La atención espera. Él no sabe si esta espera es la suya, separada de él y esperando fuera de él. Mora solamente con ella. La atención que la espera concentra en él no está destinada a obtener la realización de lo que él espera, sino a dejar que se aparten, únicamente por la espera, todas las cosas realizables, cercanía de lo irrealizable. Sólo la espera concede la atención. El tiempo vacío, sin proyecto, es la espera que concede la atención. Por la atención él no estaba atento a sí mismo, ni a nada que se relacionara con lo que esto fuera, sino llevado, por el infinito de la espera, al límite extremo que escapa de la espera. La espera concede la atención al retirar todo lo que es esperado. Él dispone, por la atención, del infinito de la espera, que le abre a lo inesperado, llevándole al límite extremo que no se deja alcanzar. · No había otro peligro que el de las palabras sin atención. La atención no le dejaba nunca; en ella, cruelmente abandonado. · Él no pensaba que un habla tuviera más importancia que otra, cada una era más importante que todas las demás, cada frase era la frase fundamental, y sin embargo sólo buscaban reunirse todas juntas en una de ellas que se habría podido callar.

· "Nunca darás respuesta a semejante habla." Al punto, él se alzó y preguntó: "¿Quién ha dicho eso?" Y como por todas partes reinase un gran silencio, de nuevo preguntó: "¿Quién guarda silencio?" Él bien se da cuenta de ello, ella habla, y no hay nadie para devolverle el silencio, nadie para recibirlo de ella. · Le parecía, tanto la espiaba, que ella retrocedía insensiblemente y le atraía con su movimiento de retirada. Se retiraban uno de otro, inmóviles, dejando sitio a su inmovilidad. Extendidos uno contra otro, apretados uno por otro, y cuando ella se aparta, vuelta a atrapar; apartada, cerrándose sobre él; a distancia sin distancia, tocándola sin tocarla. · El espacio no despejado del espanto. · Cuando, al despertarse, él reconoció la habitación en que había pasado la noche, se alegró por su elección. Era una habitación que pertenecía a un hotel de mediana categoría, como le gustaban, bastante estrecha, pero larga, anormalmente larga. A su lado el cuerpo desviado de la muchacha. Recordó que ella le había hablado durante gran parte de la noche. · Él le dijo, y ella pareció impresionada por esas palabras: "No lo conozco desde antes de que usted lo conozca." Más tarde, ella intentó refutar estas palabras: "Pero, decía, que usted no lo conozca sucede sólo desde el momento en que le conozco a usted." "¿Qué ocurriría si de repente mis palabras se me hicieran escuchar?" "Para escucharme, no sería preciso escucharme, sino darme a escuchar." · ¿Desde cúando esperaba? La espera es siempre la espera de la espera, recobrando en sí misma el comienzo, suspendiendo el final y, en este intervalo, abriendo el intervalo de una espera distinra. La noche en la que nada es esperado representa ese movimiento de la espera. La imposibilidad de esperar pertenece esencialmente a la espera. Él se da cuenta de que sólo había escrito para responder a la imposibilidad de escribir. Lo dicho tenía por tanto relación con la espera. Esta luz le atravesó, pero no hizo sino atravesarle. · ¿Desde cuándo había comenzado a esperar? Desde que se había liberado para la espera perdiendo el deseo de las cosas particulares y hasta el deseo del fin de las cosas. La espera comienza cuando ya no hay nada que esperar, ni siquiera el fin de la espera. La espera ignora y destruye lo que espera. La espera no espera nada. Sea cual fuere la importancia del objeto de la espera, está siempre infinitamente superado por el movimiento de la espera. La espera vuelve igualmente vanas todas las cosas igualmente importantes. Para esperar la menor cosa, disponemos de una potencia infinita de esperar que parece que no puede ser agotada. "La espera no consuela." - "Los que esperan de nada han de ser consolados." · Incluso si la espera está vinculada a la ansiedad que él experimenta, la espera, con su tranquila ansiedad propia, desde hace mucho tiempo ha disuelto la suya. Él se siente liberado por la espera para la espera.

· Ya son palabras tan antiguas y, cuando las formula, pensadas desde hace tanto tiempo, que representan una verdad afuera brillante, extinguida adentro. Todo lo que ella dice representa pensamientos antiguos y palabras anteriores. En un sitio distinto de éste él las comprendería; aquí las escucha demasiado tarde. · Envuelta consigo misma, girada desviada, ¿cómo podría él verla? Tenía que luchar contra una cosa pensada que, desde que él la mira, le mira. · "No hable de eso. No piense más en eso. Olvídelo todo." - "Lo he olvidado todo. A usted también le he olvidado." - "Sí, usted me ha olvidado." No hay entre ellos verdadero diálogo. Sólo la espera mantiene cierta relación entre lo que dicen, palabras dichas para esperar, espera de palabras." · En la espera, toda habla tornada lenta y solitaria. · Él debía precederla e ir siempre por delante, sin nunca estar seguro de si era seguido por ella. De lo que ella tenía que decirle él estaba obligado a descubrir en primer lugar las palabras con las que a continuación ella podría hacérselo escuchar. Caminaban así, inmóviles en el interior del movimiento. · Siempre la misma luz de la mañana. · Cuando él la ha mirado durante mucho tiempo, en su lugar y superponiéndose a ella ve como una ausencia de persona que no se espanta de tener que seguir mirando. · La espera estéril, siempre más pobre y más vacía. La espera plena, siempre más posesora de espera. Una es otra. · La cosa pensada que ella es ahí, aunque mediante sus palabras ella en cierto modo niegue siempre su presencia al afirmar de ella la relación secreta con ella misma. · La innumerable población del vacío. · El mismo día pasaba. · Él la había visto una vez, dos veces, un número infinito de veces. Había pasado junto a ella y él no había borrado su presencia. Que ella no supiera nada de él, nunca lo había dudado. Ella le ignoraba, él aceptaba su ignorancia. Estaba en primer lugar aquel impulso, aquella vida profunda a causa de esta soledad redoblada; al final, aquel peso de engañifa y de error. Quien ha aceptado eso una vez debe perseverar sin fin. Ella le ignora, mientras está más atenta que nadie a lo que él hace y dice. A él le parece que ella, más que dudar de su presencia, no le da crédito. Quizás porque ella no duda, no cree. · Ella había depositado toda su fe en aquello en lo que ella no creía. · Ella no está atenta a lo que él hace: él no hace nada, y no más de lo que dice: él habla menos que escucha; acaso a él mismo, a ese él que la espera desgaja de él y que es la indiferencia atenta del lugar.

Eran los latidos del corazón, la agitación de la esperanza, la ansiedad de la ilusión. · Él había soportado la espera. La espera le ha hecho eterno, y ahora ya sólo tiene que esperar eternamente. La espera espera. A través de la espera, quien espera muere esperando. Lleva la espera a la muerte y parece que hace de la muerte la espera de lo aún esperado cuando uno muere. La muerte, considerada como un acontecimiento esperado, no es capaz de poner fin a la espera. La espera transforma el hecho de morir en algo que no es suficiente alcanzar para dejar de esperar. La espera es lo que nos permite saber que la muerte no puede ser esperada. Quien vive en la espera ve venir hacia él la vida como el vacío de la espera y la espera como el vacío del más allá de la vida. La inestable indistinción entre esos dos movimientos es en adelante el espacio de la espera. A cada paso uno está aquí, y sin embargo más allá. Pero como uno alcanza este más allá sin alcanzarlo por la muerte, lo espera y no lo alcanza; sin saber que su carácter esencial es no poder ser alcanzado más que en la espera. Cuando hay espera, no hay espera en nada. En el movimiento de la espera, la muerte deja de poder ser esperada. La espera, en la íntima tranquilidad en cuyo interior todo lo que ocurre está desviado por la espera, no deja que ocurra la muerte como lo que pudiera bastarle a la espera, sino que la mantiene en suspenso, en disolución y en todo momento superada por la igualdad vacía de la espera. Extraña oposición de la espera y de la muerte. Él espera la muerte, dentro de una espera indiferente a la muerte. E, igualmente, la muerte no se deja esperar. · Los muertos resucitaban moribundos. · "Usted responde a través de mis preguntas." - "De sus preguntas yo hago respuesta." · Cuando ella comenzó a buscar expresiones para decirle: "Usted no lo sabrá nunca. Usted nunca me hará hablar. Nunca llegará a saber por qué estoy aquí con usted", entonces, en el vehemente movimiento que le permitía ser una voz apasionada, mientras seguía siendo un cuerpo inmóvil e impasible, de pronto la escucha pedirle, sin cambiar siquiera el registro de su voz e incluso tal vez sin cambiar sus palabras: "Haz de tal manera que yo pueda hablarte." Él nunca podría olvidar este ruego. Durante días, había luchado contra ella, con palabras, con silencios: "No, no soy quien usted quisiera que fuese." Acerca de lo cual, mucho tiempo después, ella intervenía: "¿Y quién sería usted, si lo fuese?" Como él, a causa de una especie de reserva y quizás de una dificultad más grave, no quería precisarlo, ella concluía triunfalmente: "Vea, no puede decirlo, menos aún negarlo." · "Usted no me habla a mí, le habla a alguien que está ahí para escucharle." "Pero ¿está usted ahí?" - "Estoy ahí." · Él nunca soñaba con ella. Ella nunca soñaba con él. Ambos solamente eran soñados por aquel que hubieran querido ser uno para otro.

· Extendida, semidesviada. La mesa contra la cama, él escribe con un ruido continuo que hace casi transparente el silencio. De pronto ella le dirige esta pregunta: "¿Quién eres en realidad? No puedes ser tú, pero eres alguien. ¿Quién?" Él ha interrumpido su trabajo, baja la cabeza. "Yo te interrogo." Él también se interroga. "No dudes, dice suavemente él. Yo escogí ser lo que me suceda. Soy efectivamente lo que acabas de decir." - "¿Quién?" Casi gritó ella. "Sí, lo que acabas de decir." · Entre los dos lo sabemos. · El pudrimiento de la espera, el hastío. La espera estancada, la espera que en primer lugar está tomada como objeto, que está afectada de complacencia consigo misma, finalmente de odio hacia sí misma. La espera, la calmada angustia de la espera. La espera convertida en la calma extensa donde el pensamiento está presente en la espera. · Ella estaba sentada, inmóvil, a la mesa; estirada contra él sobre la cama; de pie a veces cerca de la puerta y viniendo entonces de muy lejos. Así es como él la había visto en primer lugar. De pie, habiendo entrado ella sin decir nada y sin mirar siquiera a su alrededor, como si hubiera reunido en sí toda la presencia del lugar; y, seguramente, si no hubiera habido entre él y cualquier figura femenina una larga familiaridad que le acercaba a cada una de ellas, él habría debido sentirse inmediatamente un intruso en aquella habitación, pero con la firme seguridad de la juventud él no veía nada extraordinario en su venida, tampoco había vacilado en hacerle señas hacía poco: ella estaba ahí, no la dejaría volver a irse. Él estaba ahí, ella no le dejaría volver a irse. · "Cuando recuerdas que te he abandonado, eso es verdad. Cuando dices entristecido que ni siquiera te he abandonado, eso es verdad. Pero cuando piensas que yo misma me he abandonado, ¿quién se mantiene entonces presente junto a ti?" · "Venga." Ella se acercó lentamente, no a su pesar, sino con una especie de profunda distracción que le hacía, a él, estar maravillosamente atento. Ella había hablado, pero él no la escuchaba. Él sólo la escuchaba para atraérsela mediante su atención. · Estrecha la presencia, vasto el lugar. · "Ah, por fin lo dice francamente." - "¿Por qué? ¿No he sido siempre franco?" "Muy franco, demasiado franco quizás para la verdad sin franqueza que busca expresarse a través de usted." Él sabía que ni en ella ni en él había otra cosa que el esfuerzo para llegar a este pensamiento que, fuera de ellos, los esperaba para conducirlos o para extraviarlos. Aunque la había forzado a hablar, nunca la había presionado para entrar en su pensamiento. Él no le prestaba pensamientos. La palabra pensamiento no contenía suficiente transparencia, suficiente oscuridad. Ella solamente hablaba, solamente se callaba. · Él la atraía, ¿cómo la había atraído? Él la atraía constantemente, con una inmóvil, insensible fuerza. Ella era el lugar mismo de este atractivo que él ejercía sobre

ella y que, por el retorno del atractivo, ella ejercía sobre él: detenida aquí y no fijada, inmóvil, con una inmovilidad errante. Vagabunda fuera de sí hasta él fuera de él. · ¿Qué había olvidado ella? ¿Era muy importante? Oh no, era insignificante. Ella lo decía con una especie de paz furiosa, una tranquilidad bañada en lágrimas, atravesada de luz, cargada de oscuridad. · "¿Por qué piensa eso usted?" - "Lo pienso, lo pensaré siempre. Es un pensamiento al que no se le puede poner fin." Él se estremeció al escuchar esta especie de condena. · "Cree usted que recuerdan?" - "No, ellos olvidan." - "¿Cree usted que el olvido sea la manera en que recuerdan?" - "No, ellos olvidan y no conservan nada en el olvido." - "¿Cree usted que lo perdido en el olvido esté preservado en el olvido del olvido?" - "No, el olvido es indiferente al olvido." - "Entonces, ¿estaremos maravillosamente, profundamente, eternamente olvidados?" - "Olvidados sin maravilla, sin profundidad, sin eternidad." · Iban juntos a la habitación, lentamente, ligeramente, pasando con destreza en torno a cada obstáculo, mirando un instante por la ventana: juntos, sin saberlo, se hablan, se respondes en vano; pese a todo, continúan hablando uno en lugar de otro con calma y con suavidad. · (Dos seres de aquí, dos antiguos dioses. Estaban en mi habitación, yo vivía con ellos. Por un instante, me mezclé en su diálogo. No se sorprendieron. "¿Quién es usted? ¿Uno de los nuevos dioses?" - "No, no; un hombre solamente." Pero mi protesta no los detuvo. "¡Ah, los nuevos dioses! Por fin han venido." Su curiosidad era ligera, inestable, maravillosa. "¿Qué hace usted aquí?" Les respondí. No me escuchaban. Todo lo sabían con un saber ligero que no podía hacerse pesado con una verdad parcial, tal como yo se la daba. Eran bellos, pero la atención que yo le prestaba, a ella, hizo que para mí se encontrase casi constantemente sola, y su belleza se volvió más chocante. Observé que yo también le atraía, a pesar de la ignorancia en que parecía estar con respecto a mí, a mí en particular. Ella se me mostraba realmente, se trataba de una chica mayor que me maravillaba poder mirar, aunque no fuese capaz de describirla, y cuando le dije: "Venga", ella se acercó de inmediato con una profunda distracción que me hacía estar extremadamente atento. "Le" desapareció entonces definitivamente. Al menos, lo pensé para mayor comodidad. ¿Desaparece un dios? Después vivimos juntos. Y casi no me resisto ya a la idea de que acaso un día seré el nuevo dios.) El sueño de una noche sin sueño. · Ella deseaba extraordinariamente el olvido: "¿No estamos aquí en el olvido?" "Todavía no." - "¿Por qué?" - "Esperamos." - "Sí, esperamos." El olvido, la espera. La espera que reúne dispersa; el olvido que dispersa reúne. La espera, el olvido. "¿Me olvidará usted?" - "Sí, la olvidaré." - "¿Cómo estará seguro de haberme olvidado?" - "Cuando recuerde a otra." - "Pero aún es de mí de quien se acordará; me es preciso más." - "Tendrá más: cuando no me acuerde de mí." Ella

reflexionó acerca de esta idea que parecía complacerle. "Olvidados juntos. ¿Y quién entonces nos olvidará? ¿Quién estará seguro de nosotros en el olvido?" - "Los demás, ¡todos los demás!" - "Pero ellos no cuentan. Me río de ser olvidada por los demás. Por usted es por quien quiero ser olvidada, únicamente por usted." - "Pues bien, en el momento en que me habrás olvidado." - "Pero, decía ella tristemente, siento efectivamente que ya te he olvidado." Ella lo olvidaba, lo recordaba todo, pero lo olvidaba en todo su conjunto: lenta, apasionadamente. Cuando ella entró -¿le había hecho él alguna seña? ¿se había servido él de esta facilidad del atractivo?- ya estaba en ese movimiento del olvido que buscaba decirlo todo con el fin de que todo fuera olvidado, confiado al individuo pasajero lo imperecedero. Ella olvidaba, ella casi era el olvido y la belleza visible de lo que fue olvidado. · Únicamente los dioses alcanzan el olvido: los antiguos para alejarse, los nuevos para regresar. · Ella no le olvidaba, ella olvidaba. Él, para ella, en el olvido en que él había desaparecido en ella, era todo lo que era. Y él la olvidaba también. No es posible recordar a quien no recuerda. Sin embargo, todo seguía sin cambios. · Él bien se daba cuenta de ello: la empujaba suavemente hacia el olvido. Al atraerla hacia él, la atraía hacia alguien que ella siempre olvidaba más profundamente, más superficialmente. Las palabras habían sido dichas, las palabras quemadas; el silencio pasado por el fuego. Se apiñaban uno contra otro, uno y otro privados de sí. "¿Por qué debo olvidarle a usted?" ¿Era el olvido la última meta? La espera, el olvido. "Sólo la he conocido para no saber nada de usted y para perder todo de mí en usted." · ¿No es así como viven los dioses? Solitarios, únicos, ajenos a la luz con que brillan. Me molestaban poco, la verdad. Me había habituado a su presencia. Me regocijaba ser ignorado por ellos, sin poder estar seguro de si esta ignorancia no venía de su extrema discreción o de una indiferencia divina. Los antiguos dioses, los antiguos dioses, qué cerca están de nosotros. · El olvido, el asentimiento al olvido dentro del recuerdo que no olvida nada. · "Usted es quien me ha empujado al olvido." - "Suavemente, reconózcalo." "Sí, suavemente, tiernamente, nada era más suave." - "Era la suavidad del olvido en su atractivo." - "¿Y por qué entonces haberme hecho recordar?" - "Para hacer que olvide." - "Pero necesariamente yo lo había olvidado todo." - "No según la necesidad del olvido." Él espera, ella olvida, con un mismo movimiento que podría relacionarlos entre sí. Pero la espera, él lo sabe, le prohíbe ese encuentro que sólo podría cumplirse en el instante. La espera es la instancia siempre sin instante. "Usted me ha hecho hablar, ¿por qué? ¿Por qué todas estas palabras que usted me ha concedido?" - "Han sido recibidas antes que concedidas." - "Me han llegado de su espera, bien lo sabe usted, y en ellas creo haberlo olvidado todo." - "El olvido también es algo bueno." - "Sí, usted quiere, con esas palabras de olvido, hacerme

todavía más ausente." - " Es que el olvido es aún su presencia, la de usted, en cada palabra." · No encontrarás los límites del olvido, por lejos que puedas olvidar. · "Pero si me acordase de todo y se lo dijera todo, no habría ya para nosotros sino una sola memoria." - "¿Una memoria común? No, dijo solemnemente él, nunca perteneceremos en común a la memoria." - "Pues bien, entonces al olvido." - "Quizás al olvido." - "Sí, cuando olvido me encuentro más cerca de usted." - "Con una proximidad no obstante sin cercanía." - "Eso es, prosiguió ella con ardor, sin cercanía." - "Sin verdad tampoco, sin secreto." - "Sin verdad, sin secreto." - "Como si el borrado fuera el lugar último de todo encuentro. El olvido nos apartará lenta, pacientemente, con un movimiento asimismo ajeno, de lo común que todavía hay en nosotros." Ella reflexionó al escucharle, después prosiguió con voz más baja: "A condición de que el olvido permanezca en un habla." - "Habla de olvido." - "En un instante, ¿será olvidado todo?." - "Cada cosa en todas las cosas." - "Y el instante en que todo se olvida, ¿cómo se olvidará?" - "El olvido desciende al olvido." · Esperar era esperar la ocasión. Y la ocasión sólo llegaba en el instante sustraído a la espera, el instante en que ya no es cuestión de esperar. · El ser es todavía un nombre para el olvido. · "¿No le he dicho siempre todo?" - "Sí, es verdad, ha sido usted maravillosa." Él se detuvo. "Pero eso fue tal vez nuestra mala suerte." Y como ella no decía nada: "Eso fue nuestra mala suerte. Desde el primer instante, usted me ha hablado íntimamente, maravillosamente. Nunca olvidaré aquellos primeros instantes en que todo ya estaba dicho entre nosotros. Pero me ha faltado no saber. Nunca he podido aprender sino lo que sabía." - "Tenía confianza en usted, le hablaba como a mí misma." - "Sí, pero sepa, yo no sabía." - "¿Por qué no haberme advertido? Habría habido que interrumpirme." "El efecto era demasiado fuerte, yo no deseaba nada más, no podía tener nada más." Ella reflexionó y de repente, como decidida, se volvió hacia él con una extraña gravedad: "¿Verdaderamente le he hablado desde el primer instante como a alguien a quien le hubiese dicho ya todo, todo lo que yo quería decir?" - "Sí, lo creo; eso es." "Pues bien, ése era el secreto: que ya se lo había dicho todo." Y como él no respondía: "Está decepcionado. Esperaba otra cosa." - "No, no, dijo él sacudiendo la cabeza, era maravilloso." · Él sabía cuál había sido su primera palabra suya, estaba seguro de que al decirle: "Venga" - y ella de inmediato se había acercado - había hecho que entrara en el círculo del atractivo donde sólo se comienza a hablar porque ya todo ha sido dicho. ¿Estaba él demasiado cerca de ella? ¿No había ya suficiente distancia entre ellos? ¿Y ella no era demasiado familiar en su extrañeza? Él la había atraído, ahí estaba su magia, su falta. "Usted no me ha atraído, todavía no me ha atraído." · Cuanto más olvidaba ella, más se sentía por la espera atraída hacia el lugar donde ella se encontraba con él. "¿Por qué le interesa tanto esta habitación?" - "¿Me interesa?" - "Pongamos que le atrae." - "Usted me ha atraído a ella."

Él la había llamado, ella había venido. Viniendo en virtud de la llamada, llamando en su venida. "Lo que usted dice tiene quizás demasiado sentido, un sentido exclusivo. Como si eso no pudiese expresarse en ninguna parte sino aquí." - "¿No es eso lo que tiene que ser?" - "No quiero decir solamente que en otro sitio todo tendría otro sentido, sino que hay en sus palabras algo que habla constantemente del lugar en que estamos. ¿Por qué? ¿Es eso por tanto lo que aquí pasa? Hay que decirlo." - "A usted le toca saberlo, pues eso ya está dicho en mis palabras que usted es el único en escuchar." El único en escucharlo. Eso le obliga a una severidad de atención que no se satisface con la perseverancia. "¿Lo que pasa aquí? Por ahora hablamos." - "Sí, hablamos." - "Pero no hemos venido aquí para hablar." - "Da igual, hemos venido hablando." · Ella esba ahí, es verdad. Toda ella estaba ante su mirada, concentrada en ella, distraída de sí en sí misma. Y él la veía constantemente, sin parar y como por azar. Ella no tenía otro rostro sino aquella maravillosa, aquella turbadora certidumbre. Visible, y sin embargo no vista a causa de esta visibilidad. No visible y no invisible, afirmando su derecho a ser vista por él mediante una luz que siempre precedía a la luz, y tal vez no era una verdadera luz, sino solamente una claridad que ellos compartían, venida del secreto de sí mismos y restituida a la ignorancia de sí mismos. Una claridad sin claridad, una lejana afirmación del atractivo, un saber melancólico y feliz que venía de que él aún no la miraba. Rostro, la más alta afirmación de su derecho a ser vista por él, incluso aunque ella no hubiera sido visible. · "¿Me ve usted?" - "Claro que la veo, sólo la veo a usted - pero aún no." · Lo que has escrito retiene el secreto. Ella, ella ya no lo posee, te lo ha dado, y tú, solamente porque se te ha escapado, has podido transcribirlo. · El lenguaje del atractivo, lenguaje pesado, oscuro, que lo dice todo ahí donde todo ha sido dicho, lenguaje del escalofrío y del espacio sin espaciamiento. Ella se lo había dicho todo, porque él la había atraído y ella se había unido a él. Pero el atractivo es el atractivo hacia el lugar donde, desde que se entra en él, todo está dicho. · "¿Me ve usted?" - "Naturalmente, la veo." - "Eso es muy poco, todo el mundo puede verme." - "Pero no tal vez como yo la veo." - "Yo querría otra cosa, quiero otra cosa. Es muy importante. ¿Me podría ver, incluso si no pudiera verme?" - "¿Si fuera usted invisible?" Él reflexionó: "Sin duda: en el interior de mí mismo." - "No quiero decir que verdaderamente invisible, no pido tanto. Pero no querría que me viera por la sencilla razón de que yo fuera visible." - "¡Que nadie más que yo la viera!" - "No, no, visible para todos, eso me da igual, sino vista únicamente por usted por una razón más grave, comprende, y... " - "¿Más segura?" - "Más segura, pero no verdaderamente segura, sin esa garantía que hace visibles las cosas visibles." - "¿Entonces, siempre?" "Siempre, siempre, pero no aún." A él le parecía que este diálogo le afectaba en la vista misma que él tenía de ella, como una advertencia que sólo comprendería más tarde. Si somos visibles merced a un poder que nos precede a nosotros mismos, en tal caso él la veía fuera de ese poder, merced a un derecho sin luz, que evocaba la idea de una falta, de una falta maravillosa.

· El rostro, esa extrema y cruel frontera donde lo que la va a hacer extremadamente visible se disipa en la calmada claridad que viene de ella. · Ella le habla, él no la escucha. Sin embargo, en él es donde ella me escucha. No sé nada de él, no le dejo ningún sitio, ni en mí ni fuera de mí. Pero si ella le habla, yo la escucho en él que no la escucha. · Él permanecía para que ella fuera olvidada, él velaba el olvido al que ella le arrastraba, por un calmado movimiento venido del olvido. Olvidando, olvidados. "Si le olvido, ¿no se acordaría usted de usted mismo?" - "De mí, en su olvido de mí." - "Pero, ¿es de mí de quien se olvidaría usted y de usted de quien se acordaría?" - "No de usted, no de mí: el olvido me olvidará en usted, y el impersonal recuerdo me borrará de eso que se acuerda." - "Si le olvido, ¿le atraerá eternamente el olvido fuera de usted mismo?" - "Eternamente fuera de mí en el atractivo del olvido." - "¿Eso quiere decir que estamos ahora juntos?" - "Lo estamos desde ahora, pero aún no." - "¿Juntos?" - "Juntos, pero aún no." · Ella le habla, él no la escucha, yo la escucho en él. · Aquel que al olvidar se borra de nosotros en este olvido borra también el poder personal de recordarnos; entonces se despierta el recuerdo impersonal, el recuerdo sin nadie que nos hace las veces de olvido. · Él se acuerda en ella del día, de la noche, de lo que había durado, de lo que había terminado de durar, pero no en ella de ella misma. Él olvidaría, si recordase. Él no sabía si ahora olvidaba las palabras o si las palabras olvidaban dulce y oscuramente. El claro olvido, el dulce recuerdo de las palabras, ir en ellas del recuerdo al olvido. Él reconocía en su transparencia o, a falta, en su pobreza abstracta el dócil relumbrar del olvido. Dócil aparición del olvido en ellos, docilidad que pide la mayor docilidad. Olvidaríamos si pudiéramos ser dóciles al olvido que nos dispensan en todo instante, y al menos una vez, las palabras heches para el olvido. · Un paso precipitado, eterno. Ellos se quejan de la eternidad; es como si la eternidad se quejara en ellos. "¿Qué más quiere usted?" Llevan consigo siempre el extraño deseo de morir que no han podido satisfacer muriendo. El olvido, nada más que el olvido, imagen del olvido, imagen devuelta, por la espera, al olvido. "¿Y ahora estamos olvidados?" - "Si puedes decir nosotros, estamos olvidados." - "Aún no, te lo ruego, aún no." La marcha silenciosa, el espacio mudo, cerrado, donde yerra sin fin el deseo. Él caminaba delante, abriéndole un camino hacia sí, y ella apretada contra él con un movimiento que los confundía, caminando a su paso con el mismo paso, solamente que precipitado, eterno. "Usted tendrá aún otros compañeros." - "Quizás, pero otra distinta de mí los acompañará." - "Otra, y sin embargo nadie más." - "Otro y ningún otro."

Él vive en la inminencia de un pensamiento que es sólo el pensamiento de la eterna inminencia. · Cuando ella le había pedido, a él, un extraño, lo que alguien próximo aún no habría estado lo suficientemente próximo para darle, él comprendió que al pedírselo ella le había convertido en más próximo que cualquier otro. ¿Por qué había él aceptado desde el principio tal proximidad? "¿Quiere usted todavía que yo lo haga?" - "Y a usted al pedirle que lo haga le he confiado también ese querer." Él había rehusado, pero lo que había rechazado estaba siempre delante de él, ajeno a su consentimiento, con el fin de ser ajeno a su rechazo. "¿Cuándo tuvo usted esa idea?" - "Cuando supe que la tenía, me resultaba familiar desde hacía mucho tiempo." - "En realidad, usted nunca debió pensarlo; cuando pensaba en ello, era sólo para rechazar pensarlo." - "Pero el rechazo formaba parte del pensamiento." Él había comprendido que lo que se le pedía no se detenía en el simple acto que habría podido parecer bastar para su petición, sobre todo cuando ella le había sugerido, con provocadora suavidad: "¿No es fácil, no obstante?" - "Fácil quizás, pero no factible." A lo que ella había encontrado un poco más tarde esta respuesta: "Es que eso sólo se puede hacer una vez." · "Lo que usted me pide... " - "Yo no le pido." - "Eso no cambia nada, usted querría habérmelo pedido." - "No creo que pueda quererlo, quizás no lo he querido nunca." - "¿Es eso por tanto más vasto que cualquier querer? ¿No lo quería usted de alguna manera?" - "Yo sólo tenía miedo de ello, tenía miedo de quererlo." · ¿Qué pide ella? ¿Por qué esta petición no le llega más que a él? "Es como si usted pidiera lo que le impediría pedirlo. Luego usted no lo pide." "No lo pido, lo pongo en su mano." Qué impresión de repente: que su mano se cierre sobre la verdad, esta mano que, lejos de él, le abre los ojos. · Ella no pedía nada, solamente decía algo que él no podía sino mantener en relación con esta petición. Ella no pedía nada, solamente pedía. Una petición que ella habría debido presentarle desde los primeros instantes y que después, al menos él se persuadía de ello, se abría caprichosamente camino hacia él a través de todo lo que ella decía. · Lo que él pensaba se desviaba de su pensamiento para dejarle pensar puramente este desvío. · Lo que se le pedía y no podía ser pedido, lo que, una vez realizado, quedaría no obstante por realizar: él vivía y pensaba en el punto de encuentro de aquellos dos movimientos que no se oponían, sino que se interrogaban ambos por ambos. "Dame eso." Como si al pedírselo ella hubiera esperado la plenitud de la única donación que él no pudiera hacerle. · El calmado rodeo del pensamiento, retorno de él a él mismo en la espera. Por la espera, lo que se desvía del pensamiento retorna al pensamiento convertido en su rodeo.

La espera, el espacio del rodeo sin digresión, del yerro sin error. · "¿Por qué me pide usted eso, a mí?" - "Usted es la persona que me hace falta: siempre lo he sabido." - "¿Y de dónde le viene esa idea?" Ella no reflexionó mucho tiempo: "De usted. Bien lo sabe. Usted me ha atraído por esa idea." - "¿Quiere reconocer que, lejos de saber algo de ello, yo no podría expresarlo?" - "Es la prueba de que eso ya está en usted más profundamente que en mí." - "No, créame, no lo sé." "Entre los dos lo sabemos." Él sentía que, en efecto, este pensamiento no lo tenían en común, aunque ellos no estuvieran en común sino dentro de este pensamiento. · Lo que se sustrae sin ocultar nada. · "Me lo ha pedido porque es imposible." - "Imposible, pero posible, si he podido pedírselo." - "¿Todo depende entonces de eso, de si usted me lo ha pedido realmente?" "Todo depende de eso." · "Suponga que lo que me pide me lo pidiera porque yo ya lo hubiera hecho." "Pues usted lo sabría." - "No más que usted. Las cosas han podido pasar así: usted me lo ha pedido, yo lo he hecho, pero ni uno ni otro sabemos la relación entre estas dos decisiones; quiero decir que de ellas sólo conocemos la relación familiar que nos las oculta a ambos y siempre nos las vuelven irrealizables e inaccesibles. ¿Cómo habría podido yo hacer lo que, sin su petición, ni siquiera habría podido presentir? Pero ¿cómo podría pedirme una cosa así, si usted no lo hubiera ya sabido y penetrado gracias a su realización en usted misma?" · Cada vez que rechazas, rechazas lo inevitable." - "Lo imposible." - "Tu haces lo imposible inevitable." · Lo que se sustrae sin que nada esté oculto, lo que se afirma, pero queda inexpresado, lo que ahí y olvidado. Que ella fuera siempre y cada vez una presencia, en esta sorpresa la cosa pensada se realizaba insospechadamente. · Presente, ya su propia imagen, y su imagen, no el recuerdo, el olvido de ella misma. Al verla, él la veía tal como ella sería, olvidada. Él a veces la olvidaba, a veces recordaba, a veces recordando el olvido y olvidándolo todo en ese recuerdo. "Quizás sólo estemos separados por nuestra presencia. En el olvido, ¿qué nos separará?" - "Sí, ¿qué podría separarnos?" - "Nada, excepto el olvido que nos reunirá." "Pero ¿y si es verdaderamente el olvido?" ¿Era posible que ella hubiera reconocido en él, y él en ella, un poder de ser olvidado a la medida de la espera? · "No nos hemos encontrado." - "Pongamos que nos hayamos cruzado, eso es todavía mejor." - " Cuán doloroso este encuentro del cruce." · Desde hace mucho tiempo él buscaba no decir nada que recargara el espacio, hablando del espacio, agotando el espacio finito y sin límites.

· "Usted verdaderamente no quería saber, lo he notado siempre." Él no quería. No se sabe nada cuando se quiere saber. · A nadie le gusta quedarse cara a cara con lo que está oculto. "Cara a cara, eso sería fácil, pero no en una relación indirecta." · "Todas esas miradas suyas que no me han mirado." - "Todas esas palabras que me ha dicho y que no me han hablada." - "Y su presencia que se retrasa y resiste." - "Y usted ya ausente." ¿Dónde era eso? ¿Dónde no era? Sabiendo que ella estaba ahí, y habiéndola olvidado tan perfectamente, sabiendo que ella sólo olvidada podía estar ahí, y sabiéndolo él mismo, olvidándolo. "¿Tiene él todavía un instante" - "El instante que está entre el recuerdo y el olvido." - "Breve instante." - "Que no cesa." - "Ni recordados ni olvidados." "Acordándonos en virtud del olvido." "¿Por qué esa felicidad de olvidar?" - "Felicidad ella misma olvidada." Es la muerte, decía ella, el olvido de morir que es la muerte. El porvenir finalmente presente. "Haz de tal manera que yo pueda hablarte." - "Sí, ahora háblame." "No puedo." - "Habla sin poder." - "Tú me pides tan tranquilamente lo imposible." ¿Cuál es este dolor, este temor, cuál es esta luz? El olvido de la luz en la luz.

II El olvido, el don latente. Recibir el olvido como el acuerdo con lo que se oculta, el don latente. Nos vamos hacia el olvido, tampoco el olvido viene hacia nosotros, pero súbitamente el olvido ya ha estado siempre ahí, y cuando olvidamos, ya siempre lo hemos olvidado todo: estamos, en el movimiento hacia el olvido, en relación con la presencia de la inmovilidad del olvido. El olvido es relación con lo que se olvida, relación que, volviendo secreto eso con lo que hay relación, detenta el poder y el sentido del secreto. Hay, en el olvido, lo que se desvía y hay el rodeo que viene del olvido, que es el olvido. · Más tarde, se despertó con calma, con precaución, frente a la posibilidad de haberlo ya olvidado todo. Olvidando una palabra, olvidando en esa palabra todas las palabras. · "Ven, devuélvenos la conveniencia de lo que desaparece, el movimiento de un corazón." · Era extraño que así el olvido pudiera remitirse al habla, y el habla acoger el olvido, como si hubiera una relación entre el rodeo del habla y el rodeo del olvido. Escribiendo en el sentido del olvido. Que el olvido hable por adelantado en cada habla que habla no solamente significa que cada palabra está encomendada a ser olvidada, sino que el olvido encuentra su reposo en el habla y la mantiene de acuerdo con lo que se oculta.

El olvido, en el reposo que le concede toda verdadera habla, la deja hablar hasta en el olvido. Que el olvido repose en toda habla. · "No entrarás dos veces en ese lugar." - "Entraré en él, pero ni siquiera una vez." Velando lo no vigilado. · Gracias a sus palabras, él aprendía de qué calmada manera el olvido se remite al habla. La memoria en que respiraba el olvido. El aliento que él recibe de ella, que atraviesa toda la historia, respiración del olvido. · En el olvido, lo que se desvía no puede ocultar completamente el rodeo que viene del olvido. "Olvidar la muerte, ¿sería eso verdaderamente recordar la muerte? ¿Sería el olvido el único recuerdo que fuera a medida de la muerte?" - "El imposible olvido. Cada vez que olvidas, al olvidar, te acuerdas de la muerte." Olvidando la muerte, encontrando el punto en que la muerte sustenta el olvido y el olvido da la muerte, desviándose no sólo de la muerte por el olvido sino del olvido por la muerte, entrar así, desviándose dos veces, en la verdad del rodeo. Yendo del olvido a la espera inmóvil. · Velando la presencia no vigilada. Mírala durante un instante, por encima del hombro; mira con una semimirada hacia ella; no la mires, mira; con una semimirada, mira únicamente. Ella era casi demasiado presente; no presente: expuesta a su presencia; ni ausente: apartada de las cosas presentes gracias a la fuerza de su presencia en ella. · "¿Y por qué continuaría yo entonces?" - "Lo sé: para confirmarse en la certidumbre de que usted no hablará." - "En tal caso sea un poco amistoso hacia lo que no puedo decirle." Lo que ella decía -él no dejaba de advertirlo- no cesaba de luchar valientemente, oscuramente. "¿Contra qué?" - "Que podamos descubrirlo es, no cabe duda, también el premio de esta lucha." - "Pero ¿contra qué?" - "Es preciso que usted todavía luche para saberlo." - "Pues bien, lo sé: es contra esta presencia." - "¿Cuál presencia?" - "La mía, la que ha respondido a su llamada." Y como él se callaba: "Y usted, ¿lucha conmigo?" Ella habría querido -y él se daba cuenta de ello- hacerle dudar de su presencia, si al menos la palabra duda hubiera tenido tanta fuerza y dignidad como ella parecía atribuirle. "No dudo de usted, no dudaré nunca de usted." - "Lo sé, pero ¿y de mi presencia?" - "De ella aún menos." - "Ya lo ve, usted la prefiere." Ella estaba casi demasiado presente, con una presencia que excedía dolorosamente su poder de dejarla estar demasiado presente, ahí, inmóvil delante de él, incluso cuando ella le seguía, incluso cuando él la apretaba contra sí, y cuando ella hablaba, hablando como al lado de su presencia, cuando ella se acercaba, acercándose a causa de su presencia. Viviendo en su presencia. Cuando ella se acercaba, sin hacer más próxima su presencia, acercándose solamente dentro del espacio de su presencia.

Su presencia carecía de relación con lo presente que había en ella. Lo que él debía efectivamente considerar como una parcela de luz extraña es la sospecha que ella no cesaba de dirigir contra lo que ella llamaba su presencia, afirmando que él no podía dejar de mantener con ésta relaciones de las que ella estaba excluida. Ella hablaba, la presencia no decía nada; ella se iba, la presencia estaba ahí, sin esperar, ajena a la espera y nunca esperada. Él había intentado convencerla de que no hacía diferencias entre ellas, y ella sacudía la cabeza: "Yo tengo mis privilegios, ella tiene los suyos. ¿Qué hay en ella que le retenga hasta este punto?" - "Ella la hace a usted presente." - "Ella no me hace presente. Está entre nosotros dos, ¿no lo nota?" Él reflexionó, casi dolorosamente: "¿Es eso lo que usted desearía decirme?" - "Pero ella me impide decírselo." - "Ahora lo dice." - "No lo he dicho aún." · Queriendo y no pudiendo hablar; no queriendo y no pudiendo sustraerse al habla; entondces, hablando-no hablando, dentro de un mismo movimiento que su interlocutor tenía el deber de sostener. Hablando, sin quererlo; queriéndolo, sin poderlo. · "En ese caso, es lo mismo para mí." - "No, usted lo sabe bien." - "¿Por qué, si yo los tengo con la suya, no tendría usted con mi presencia contactos que usted me niega?" - "Yo no le niego nada." - "¿Pero quizás usted le habla a él?" Ella reflexionó y, con repentino ardor: "Ellos deben estar juntos, están juntos, nos mantienen aparte." Él observó por su lado: "Pues bien, prescindiremos de ellos, tenemos nuestras compensaciones." - "Sí, prescindiremos de ellos; pero, añadió ella de inmediato, ¿será usted leal?" - "Lo seré", y como él reflexionase sobre sus consecuencias: "¿Qué debo hacer para eso?" Pero ella repitió con firme seguridad: "Usted lo será, se conducirá con rectitud." Él en parte sabía lo que ella podía temer. Sin embargo, cuando ella le espetó en voz baja, pero con un movimiento tan rápido que él se vio como atraído hacia lo que ella quería decirle: "No me deje, no me deje, eso sería peor que la muerte", él tuvo la impresión de tropezar por primera vez con la verdad de su tormento. · "No puedo ya soportar mi presencia junto a usted." · Ellos esperaban, ellos se buscaban, desviados de su presencia para ser presentes uno a otro. Ella no venía hacia él solamente desde el fondo de la espera; cuán grosero hubiera sido pensarlo. Ella estaba ahí, por la decisión abrupta de su presencia, fuera de toda espera, y porque ella no podía hacerse esperar, porque sin cesar, secreta, manifiestamente y con el arrebato del más sencillo deseo, ella decía: "No puedo ya esperar", es por lo que él se encontraba expuesto al infinito de la espera. Reunidos, esperando por estarlo. · En la espera, el tiempo perdido. Esperar da tiempo, toma tiempo, pero el dado no es el mismo que el tomado. Como si, al esperar, no le faltara sino el tiempo de esperar. Esta sobreabundancia del tiempo que falta, esa falta sobreabundante del tiempo. "¿Va eso a durar mucho tiempo todavía?" - "Siempre si lo siente usted como duración." Esperar no le deja el tiempo de esperar.

· Habían algo así como perdido la idea de que podían morir. De ahí la tranquilidad desesperada, la insoportable luz diurna. · Cuando afirmas, todavía interrogas. Es que le hace falta hablar en la espera. · La espera insensiblemente transformaba las palabras en pregunta. Buscando en la espera la pregunta que la espera lleva consigo. No es una pregunta que él pueda encontrar y apropiarse de ella, ni siquiera una manera propia de interrogar. Él dice que busca, él no busca y, si interroga, es quizás ya infiel a la espera que ni afirma ni interroga, sino que espera. La pregunta que la espera lleva consigo: la lleva, sin confundirse con ella. Es como una pregunta que podría estar presente al final de la espera, si lo propio de la espera no fuera, incluso finalizando, carecer de final. La pregunta de la espera: la espera lleva una pregunta que no se plantea. Entre una y otra hay en común el infinito, presente tanto en la menor pregunta como en la más débil espera. Desdes el momento en que se pregunta no hay respuesta que agote la pregunta. Procurando juntar a través de la espera, sin separar nada que interrogue y menos aún que pregunte, la medida que le es propia a la esencia de la respuesta: no la medida que limita, sino la medida que mide reservando lo ilimitado. · Él se absentía de interrogarle, esperando una respuesta que no responda a ninguna pregunta. "¿Es a mí a quien querría hablar?" - "Sí, creo que es a usted." - "Pero ¿será todavía a mí, cuando no quiera usted ya hablarme?" - "Eso depende de usted, hay que aguantar." Él no podía interrogarla; ¿lo comprendía ella? Sí, ella lo sabía. Era como una interdicción: entre ellos algo había sido dicho ya de antemano, que debían tener en cuenta: "Siempre en mí, y como si estuviera delante de mí, algo está ahí, que arroja su sombra sobre lo que yo querría decirle y en el momento en que se lo diga." La verdad hubiera estado de más en sus palabras, siempre la habían admitido mediante un acuerdo tácito. Él sentía que la fuerza de sus preguntas -aquellas que él no expresaba, que solamente reservaba- no debía sacarse directamente de su vida, que él debía en primer lugar, por el movimiento de la espera, algo así como agotar su vida, y, con esta presencia sin presente, volver claro y apacible para ella lo que ella misma evitaba decir. Pero ¿lo decía? Sí, así es como ella se prohibía decirlo. Como si la misma palabra hubiera expresado y sin embargo puesto obstáculos a la expresión. Luego, a él le correspondía aparter sin violencia, dentro de lo que ella decía de justo, lo que ella decía de más. "Si estuviéramos vivos... " - "¡Pero si estamos vivos!" - "Usted lo está, pero me interroga con algo que no está vivo en usted y que busca en mí algo que ya no puede vivir. Es un sufrimiento, eso; es la angustia." · El movimiento de la espera: él la veía como desviada de él por la espera, a menos que, dando media vuelta para verla, tuviera que desviarse de sí mismo, sin no verla más que en ese desvío. · Es la espera, cuando el tiempo está siempre de más y cuando, no obstante, le falta tiempo al tiempo. Esa falta sobreabundante del tiempo es la duración de la espera.

En la espera, el tiempo que le permite esperar se pierde para mejor responder a la espera. La espera que ha lugar en el tiempo abre el tiempo a la ausencia de tiempo donde no ha lugar esperar. Es la ausencia de tiempo quien lo deja esperar. Es el tiempo quien le da algo que esperar. En la espera reina la ausencia de tiempo, donde esperar es la imposibilidad de esperar. El tiempo hace posible la imposible espera, donde se afirma la presión de la ausencia de tiempo. En el tiempo, la espera llega a su fin, sin que se ponga fin a la espera. Él sabe que, cuando el tiempo llega a su fin, también se disipa o se sustrae la ausencia de tiempo. Pero, en la espera, si el tiempo le da siempre algo que esperar, aunque fuere su propio fin o el fin de las cosas, él ya está destinado a la ausencia de tiempo, que siempre ha desgajado la espera de este fin y de todo fin. · La espera colmada por la espera, colmada-decepcionada por la espera. · "Esta presencia." - "¿Su presencia? ¿La mía?" - "No es posible distinguirlas con tanta sencillez, bien lo sabe. Mi presencia es muy fuerte para usted, a usted no le interesa y ella sólo es algo que la retiene demasiado. Pero a mí, que no siento ya casi su presencia, por eso me parece ésta tan potente y casi invencible en su borradura." Él siempre lo había presentido: si esperaba, es que no estaba solo, sustraído a su soledad para dispersarse en la soledad de la espera. Siempre solo para esperar y siempre separado de sí por la espera que no le dejaba solo. La infinita dispersión de la espera siempre de nuevo reagrupada por la inminencia del final de la espera. · Si cada pensamiento es una alusión a la imposibilidad de pensar, si ella cada vez aplaza el pensamiento para poder pensar... En la espera, él no podía preguntar acerca de la espera. ¿Qué esperaba? ¿Por qué esperaba? ¿Qué es lo esperado en la espera? Lo propio de la espera es escapar de todas las formas de pregunta que ella hace posibles y de las que se excluye. Por la espera, cada afirmación se abría a un vacío y toda pregunta se desdoblaba en otra, más silenciosa, que él habría podido sorprender. El pensamiento de la espera: el pensamiento que es la espera de lo que no se deja pensar, pensamiento que carga con la espera y es aplazado por esta espera. · "No puedo soportar mi presencia junto a usted." - "Ella no está junto a mí, ella no acepataría esta manera de estar junto a alguien." - "Y, sin embargo, ella está ahí." Ella estaba ahí. Él intentó decirle que no debía dejarse detener por esta cosa pensada. Lo mejor era desviarse de ella sin concederle importancia. Era fácil. Ella no pedía atención. "Tampoco usted debe pensar en ella." - "Pero usted la ve, la ve todo el tiempo." - "No la veo, solamente cuando usted está ahí." - "Yo estoy ahí todo el tiempo." - "Si no la ve, hay que verla." - "¿Lo desea?" - "Sólo deseo eso. Quiero que la mire de una vez por todas." - "¿Y por qué?" - "Para que usted vea todo lo diferente que ella es de mí." "Pero sólo la veré a usted en ella." "¿Llegaría usted a rechazar incluso su propia presencia?" Y como ella no respondía: "Y si yo también la rechazase, ¿no se sentiría usted afectada? Usted no puede

hacer diferencias entre usted y ella." - "Excepto las que usted mismo hace." - "Yo no las hago. Las que yo hago no tienden a distinguir entre usted y ella." - "No somos diferentes. Lo noto. Esta indiferencia es lo que ella hace visible de una manera que no soporto." La indiferencia precisando la presencia. "Ella la atrae a usted por esta indiferencia" - "Pero ¿ella me atrae?" - "Usted la atrae, ambas, usted y ella, están en la región del atractivo." Esta presencia de indiferencia en ella, su atractivo. · La espera y el olvido, la ignorancia y el pensamiento afirmaban lo que no se dejaba esperar, lo que no se dejaba olvidar en el olvido, lo que la ignorancia no ignoraba, lo que era no pensado en el pensamiento. El presente que les haría el olvido: la presencia libre de todo presente, sin relación con el ser, desviada de todo posible y de todo imposible. · Ella olvidaba más lentamente que cualquier lentitud, más repentinamente que cualquier sorpresa. "Tengo a veces la impresión de que usted sólo recuerda para olvidar: para conservar sensible la potencia del olvido. Del olvido es más bien de lo que usted querría acordarse." - "Quizás. Recuerdo a dos pasos del olvido. Es una extraña impresión." "Peligrosa también; dos pasos se franquean rápido." - "Sí, pero siempre habrá de nuevo dos pasos, y siento que cada vez usted me sigue, usted que, sin embargo, está delante de mí." - "Lo estoy, yo querría seguirle." · El recuerdo era ese movimiento del atractivo que hacía que ella misma viniera, sin otro recuerdo que esta diferencia indiferente. Él tenía la certidumbre de que ella no recordaba, sino que ella solamente venía en ese recuerdo, su inmóvil presencia. ¿Cómo habría podido ser compartido ese recuerdo? El recuerdo hacía que viniera el olvido como la medida de la verdad de donde él salía. · Ella hablaba, yendo de habla en habla para gastar su presencia. · "No querría que usted estuviera atado a mi recuerdo. Por eso no me he acordado de mí." · "No me acordaba de mí; quien recordaba no venía de mí." - "Pero, bien lo sabe, para mí usted no era un recuerdo. Ésa era incluso una de nuestras dificultades. Usted se acuerda de usted, frente a mí, para quedarse sin recuerdo." - "Sin embargo, yo recordaba, porque usted me había llamado." - "Quería ayudarla." - "¿Queriéndome conducir hasta mí?" - "No quería nada más que ayudarla." - "Sí, un poco de ayuda está bien." - "Yo sólo tenía un papel modesto, lo sabe. Yo era la pared de esta habitación destinada a devolverle lo que hubiese gustado decir." - "Un papel modesto. No obstante, usted esperaba, esperaba todo el tiempo." - "Esperaba, dijo él sonriendo, esperaba a la perfección. Saber esperar es lo propio de una buena pared." - "Usted esperaba, continuó ella. Sólo eso, usted no ha podido contentarse con esperar." Él casi asintió, después de haber examinado la cosa: "Quizás; he hecho lo que he podido. Pero no deseaba encontrar mi satisfacción en la espera. ¿Era tan grave esperar?" - "Era terrible." - "¿Y cuando nos sustraíamos a la espera?" - "Era lo más terrible." - "¿Hasta ese punto? -

"Hasta ese punto. Tal como usted me ve." Tal como él la veía, con el rostro oculto entre sus manos como para hacer más invisible su invisible pena. Si, tal como él debía verla. Vuelto el rostro más invisible por su invisible dolor. · Él le preguntó: "¿Pero no tiene sensación de que he venido aquí a buscarla y de que la he encontrado? Entonces, ¿a cuenta de qué todo lo demás?" - "Reencontrado, quizás, pero sin haberme encontrado." - "¿Qué quiere decir?" - "Que usted no sabe a quién ha encontrado." Él la agarró ligeramente: "Naturalmente, pero eso se añade a la belleza de la cosa. Reconozco que usted me resulta más desconocida que familiar. Es una impresión maravillosa." - "Ella le resulta desconocida, yo sólo soy familiar, usted lo nota." - "Yo siento las cosas de modo diferente. Estoy con usted en familiaridad con lo que nos resulta desconocido a ambos." - "Temo que no nos resulte desconocido de la misma manera." - "¿Por qué dice eso tan tristemente?" · Durante mucho tiempo él había creído que el secreto contaba menos que su cercanía. Pero aquí la cercanía carecía de cercanía. Él nunca estaba ni más cerca ni más lejos de él. Luego, no tenía que acercarse a él, sino solamente orientarse por la atención. · "Nunca se dirige usted a mí, solamente a ese secreto en mí del que estoy separada y que es como mi propia separación." · "Tiene usted la sensación de estar aquí secretamente. Sin embargo, está usted conmigo." - "Si yo no estuviera con usted, aquél sería menos secreto. El secreto es estar con usted. ¿Y por qué hablar de un secreto, de un misterio? Esas palabras me horrorizan" - "Es justo. Pero estamos aquí para descubrir lo que ellas querrían ocultarnos." - "No hay nada misterioso, de nada hacemos un misterio." Cuando la miraba, él sabía que el misterio -palabra que, decía ella, le producía horror- era, también él, manifiesto por completo, en esta presencia visible, que lo era tanto que impedía, por la claridad de lo que solamente es visible, la oscuridad de una verdadera noche. Sin embargo, la presencia no volvía presente el misterio, tampoco lo aclaraba, él no hubiera podido decir que esta presencia fuera misteriosa, ella estaba, por el contrario, desprovista hasta tal punto de misterio que lo ponía al descubierto, sin no obstante descubrirlo. · Misterioso, lo que se pone al descubierto sin descubrirse. · ¿Y cuándo hablaba ella de él? ¿No era misterioso porque hablaba de él? · El secreto le pesa, no porque pidiese ser dicho -eso no es posible-, sino por el peso que le proporciona a todas las demás palabras, comprendidas las más fáciles y las más ligeras, exigiendo que, excepto él, todo lo que se pudiera decir fuera dicho. Esta inmensa necesidad de palabras vanas las reduce a una misma importancia, a una misma indiferencia. No hay unas que cuenten más que otras. Lo que cuenta es que todas sean dichas por igual, con una igualdad en donde se agoten, sin que se agote la posibilidad de decirlas. · ¿Está oculto por eso quien lo manifiesta y lo hace manifiesto? · "Todo lo que no le he dicho está en alguna parte ya olvidado en usted." "Olvidado, pero no en mí." - "En usted también." Él reflexionó: "Imagino que si fuera

posible que usted me lo dijese todo, todo lo que es posible decir, excepto aquella única cosa, la conocería de una manera más determinada que si usted me hubiese informado de ella directamente: toda ella me sería entregada permaneciendo libre." - "Pero lo que usted quiere es mi vida. Sería preciso que yo no tuviese nada que vivir para no tener ya nada que decir." - "No exactamente su vida; al contrario, es su vida lo que yo reservo." "Entonces, quiere algo más que mi vida." · "Haz de tal manera... " - "Incluso cuando usted haya hablado, no es seguro que se haya dado cuenta de ello. Quizás nunca me hable más que sin saberlo. Usted se delatará por un habla que no sabrá que me ha dicho." - "Pero que usted sabrá que he dicho. Usted estará ahí para advertirme." - "Estaré ahí. Sin embargo, ¿quién me advertirá a mí entonces? ¿Cómo me enteraré de que eso es lo que debo escuchar y de si lo escucho bien?" - "Usted me lo hará escuchar a su vez." - "Pero es posible que yo escuche silenciosamente, como es debido, lo que no seré capaz de volver a decir. E incluso si hablo fielmente, usted me escuchará y no se escuchará." Ella pareció sorprenderse: "Lo que digo bien sabe usted que no debe verdadermente escucharlo." Después, de repente: "Tan pronto como me haya escuchado, lo sabré: quizás incluso antes de que usted lo sepa." - "¿Quiere decir que se dará cuenta de ello por mi expresión, que estaré como cambiado?" Pero ella repitió gozosamente: "Lo sabré, lo sabré." · Hablando, difiriendo de hablar. ¿Por qué, cuando ella hablaba, difería ella de hablar? El secreto -que grosera palabra- no era más que el hecho de que ella hablaba y difería de hablar. Si ella difería de hablar, esta diferencia mantenía abierto el sitio al que, por influjo del atractivo, venia la presencia indiferente que, sin dejarse ver, él tenía que hacer visible cada vez. Dejando que venga a la presencia esta diferencia indiferente. · "Haz eso, yo te lo pido." - "No, no me lo pides." Silenciosa, ajena al silencio y no silenciosa, sin hablar, aquella presencia. "Persuádeme, incluso si no me persuades." - "Pero ¿de qué debo persuadirle?" "Persuádeme." · "Dame eso." - "No le puedo dar lo que no tengo." - "Dame eso." - "No le puedo dar lo que no está en mi poder. Como máximo mi vida, pero esa cosa... " - "Dame eso." "No es un don distinto." - "¿Cómo lo alcanzaría yo?" - "No lo sé. Solamente sé que se lo pido, que yo se lo pediré hasta el final." · Silenciosa, ajena al silencio y no silenciosa, no hablando, aquella presencia. Qué audaz había sido ella al mostrársela de alguna manera con el dedo. Qué lento había sido él para comprender ese gesto. Ahora, él lo comprendía todo, era lo menos que él se sentía obligado a hacer, comprendía incluso que ella estuviera como frustrada por su presencia, frustrada y no obstante aliviada de sí misma, sin tener entonces que acordarse de lo que ella era, sino solamente viniendo a causa del atractivo de aquella diferencia indiferente, su presencia. En el camino abierto por semejante pensamiento, él estaba preparado para ir por delante, presintiendo que, si respondía a la presencia de ella, él tendría que responder a la misma revelación de la presencia de él. Pero és estaba aun lejos de una justicia así.

· "¿Está ella ahí?" - "Naturalmente, si usted está ahí." - "Pero ¿está ella ahí?" · "Esta presencia." - "La suya." - "La suya también." - "Ni una ni otra, no obstante." · El secreto, esta reserva que, si hablaba, la hacía diferir de hablar, dándole habla en esta diferencia. "¿Nunca le he prometido hablar?" - "No, pero usted misma, sin decir nada, rechazando decir nada y permaneciendo ligada a lo que no se dice, era promesa de habla." Ellos no hablaban, ellos eran los fiadores de toda habla todavía por decir entre ellos. · Él tiene la sensación de esperar menos de lo que esperaba. Es, piensa él, el signo del aumento de la espera, signo perverso. En la espera siempre hay más por esperar que cosas esperadas. La espera le retira las cosas sin que él las pierda y sin que pueda conservarlas gracias a la sensación de haberlas perdido. Él no tiene ya la fuerza de esperar. Si la tuviera, no esperaría. Tiene menos de la que tenía. Sucede que la espera gasta la fuerza de esperar. La espera no se gasta. La espera es el desgaste que no se gasta. · "Constantemente me lo escucho decir." - "Ahí está quizás por qué no lo dice. La escucha lo retiene y lo reanuda todo en ella." · ¿Sabe él esperar? ¿Querría, para saber esperar, despejar el saber que pertenece a la espera? Entonces él no sabe esperar. Saber esperar, como un saber que sólo la espera podría proporcionar, con la condición de que se sepa esperar. · La espera, camino de día, camino de noche. · "Hay todavía un largo camino." - "Pero no para llevarnos lejos." - "Para conducirnos a lo más cercano." - "Cuando todo lo que está cercano está más lejos que cualquier lejanía." Es como si ella llevara en sí la fuerza de la proximidad. Lejos -cuando ella está de pie contra la puerta-, necesariamente cercana y siempre por aproximación, pero cerca de él, estando aún sólo cercana y, más cerca, alejada por completo por la proximidad que ella hace manifiesta. Cuando él la tiene, toca esta fuerza de aproximación que reúne la proximidad, pero también, en esta proximidad, toda la lejanía y todo el afuera. "Usted está cerca, ella está solamente presente." - "Pero yo sólo estoy cerca, mientras que ella es la presencia." - "Es verdad: solamente cerca; no negaré ese solamente. Ahí le debo tener a usted." - "¿Porque me tiene?" - "Pero si usted también me tiene." - "Yo la tengo. Pero ¿cerca de quién?" - "Cerca: cerca de todo lo que es cercano." - "Cerca, ¿pero no necesariamente de usted ni de mí?" - "Ni de uno ni de otro. Pero eso es lo que hace falta. La belleza del atractivo es eso: usted nunca estará lo bastante cerca y nunca demasiado cerca; y sin embargo siempre tenidos uno a otro y a la vera uno del otro."

Tenidos y atraídos en su estar a la vera. Lo que atrae es la fuerza de la proximidad que se mantiene en la atracción, sin nunca agotarse en presencia y nunca disiparse en ausencia. En la proximidad, no tocante a la presencia, sino a la diferencia. "Cerca, ¿incluso si no hablo?" - "Dejando entonces que hable la proximidad." Lo que en ella hablaba era el acercamiento, acercamiento del habla, habla del acercamiento, acercándose siempre, en el habla, al habla. "Pero si yo estoy cerca, es que también lo está usted." - "Seguramente. Sin embargo, verdaderamente no es posible decirlo." - "¿Qué se puede decir?" - " Que estoy ahí." - "¿Mientras que verdaderamente no estoy ahí?" - "Usted está ahí, en la proximidad. Es su privilegio, es la verdad del atractivo." - "El atractivo, la manera en que el acercamiento responde a todo al acercar." "¿Nunca, por tanto, atravesaremos la proximidad?" - "Pero siempre encontrándonos muy próximos." · Ella está de pie contra la puerta; inmóvil; manifiestamente ella le mira. Es quizás el único momento en que él esté seguro de que ella debería descubrirle, ignorando no obstante lo que para ella significa el hecho de estar ahí y cómo le ve: un hombre que de pronto ella confusamente ha visto desde su balcón y al que acaba de preguntar, con un movimiento de irritación poco reflexionada, el sentido de un gesto sobre el que él evidentemente no tiene nada que decir. Ella sin duda se da cuenta de ello en el momento mismo de entrar - aparentemente sin tropezar, es un punto sobre el que él deberá interrogarla más tarde, pero esta especie de cortesía casaría muy mal con el carácter vehemente de su paso. Se supone que la irritación es su único motivo. Es difícil de creer. Por el momento, ella parece, además, molesta; tal vez por el pensamiento del malentendido al que puede dar lugar semejante iniciativa, difícil de justificar y en todo caso sorprendente; de ahí la sorpresa que es el rasgo más evidente de su presencia, aquel que a él mismo le desconcertaría si, con la tranquila seguridad de la juventud, no estuviese preparado para no ver nada extraordinario en esta venida. La sorpresa es visible: ella se ha dejado llevar tan bien por la cólera que ésta parece confundirse con el lado abrupto y cerrado de la sorpresa, ya sea que ella la sienta, ya sea que la manifieste, dentro de su presencia sorprendente, sorprendente también porque ella convierte en fuera de lugar cualquier otra presencia, hasta el punto de ser él quien se debería sentir un intruso en esta habitación que momentáneamente comparte con ella. Esta sensación de intrusión no hace más que rozarle. Lejos de pensar en cederle el sitio, él experimenta el júbilo frío del cazador cuando la trampa ha funcionado y entrega, dentro de una proximidad ahora segura, la presa esperada. La idea de que ella está ahí y de que no la dejará volver a irse es por tanto, poco más o menos, la única que debe ocuparle en este instante. Es una habitación bastante larga, anormalmente estrecha, él ya se ha dado cuenta de ello; pero ese estrechamiento de una pieza ligeramente amansardada le da el aspecto de un pasillo, a consecuencia de aquella presencia en uno de sus extremos, presencia que acentúa el desequilibrio de las dimensiones. Lo que hace pensar que ella conoce de un modo familiar la habitación es que cuando entra -probablemente sin tropezar, y de una manera tan abrupta que a él mismo le da la impresión de que ha entrado en la de ella y de que la sorprende en esa actitud de inmovilidad, atónita, molesta, indignada-, ella no mira, ni siquiera fugitivamente, a su alrededor (como no puede dejar de hacerlo quien llega a un sitio desconocido), sino que se fija exactamente en la única dirección hacia donde importa que ella esté girada. Hacia él. Es natural. Con la condición de que ella venga efectivamente a verle, y no por otras razones que todavía se le escapan y que justificarían de una manera más satisfactoria su

paso: si, por ejemplo, ella ha usado ese pretexto para introducirse en la habitación a la que estaría atada por el recuerdo de algún episodio anterior, de ahí la impresión de familiaridad, de intimidad, pero también de desencuentro que él cree haber percibido entre ella y el lugar. Pudiera ser que su presencia, la seña que él ha dirigido, los primeros pasos que él ha dado, hayan despertado bruscamente un pasado cuya atracción ella ha sufrido antes de controlarla o, más sencillamente, que haya habido una equivocación y que, desde lejos, ella le haya tomado por alguien a quien ya conocía, pero que descubre ahora que no es aquél a quien ha identificado, aunque guarde con ese personaje los rasgos de una semejanza tan pertubadora que impida el error de revelarse por completo. Naturalmente él es libre de creer que al responder algo así como maquinal y obligatoriamente a su envite, ella no hace sino someterse a la práctica del lugar, si es verdad, como él cree que sabe, que una parte del hotel está reservada a esos vaivenes. Esta idea no le disgusta. · Cuando él le había dicho: "Venga" -y ella se acerca de inmediato lentamente, no a su pesar, sino con una sencillez que no hace que su presencia sea más próxima-, en lugar de formular esta invitación imperiosa, ¿no habría tenido que dirigirse a su encuentro? Pero tal vez él ha tenido miedo de espantarla con su gesto; él quiere dejarla libre y, si no lo está por propia iniciativa, libre incluso de su movimiento. (Ella escoge un movimiento muy lento, el más ajeno a la vacilación a causa precisamente de su lentitud, movimiento donde se retiene la inmovilidad que le es propia y que contrasta con la brevedad de la inmitación autoritaria.) ¿Se trata entonces de una palabra de autoridad? - Pero también de intimidad. - Una palabra violenta. - Pero que sólo lleva la violencia de una palabra. - Llevándola lejos. - Alcanzando la lejanía sin darle alcance. Por esa palabra, ¿no la arranca de la lejanía? - Él la ha dejado en ella. - ¿Está ella por tanto en la mayor lejanía? - Pero lo lejano es lo que está cerca. La palabra es sólo la prolongación de la seña que él le ha hecho. La seña, al durar, se convierte en una palabra de llamada pronunciada necesariamente en voz baja con un tono de impersonalidad en el cual se afirma el atractivo de lo extenso. Pero ¿no decía nada la seña? Ésta hacía señas al designar. Pero ¿la llamada es más exigente? Va hacia lo que aquélla llama. Pero ¿hace que venga? Solamente eso que pide venir en la llamada. Pero ¿interpela? Responde llamando. · ¿Cómo podría él haber dado alcance a la sencillez de la presencia? · En la espera, si lo que se le escapa está ya siempre presente en la espera, todo está dado, excepto la sencillez de la presencia. La espera es la espera de la presencia que no está dada en la espera, presencia no obstante conducida al sencillo juego de la presencia por la espera que le retira todo lo que de presente hay en ella. · Es como si siempre tuvieran que buscar el camino para llegar adonde ya están. · Ella dejó que su observación pasara e insistió: "Ya se lo he dicho: pero sin duda era demasiado sencillo." - "Era maravillosamente sencillo." - "Demasiado sencillo para que pudiera ser dicho." - "Pero dicho a causa de la sencillez." · Tengo menos la impresión de verla que la de verla acercarse, captando en ella gracias a una sensación de extraña extensión el poder de acercamiento que le es propio.

· "Cuando usted se acercaba... " - "¿Por qué habla en pasado?" - "Por mayor comodidad; el habla quiere hablar en pasado." - "Usted no quiere comprometer esta presencia, lo sé, lo he sabido siempre, ¿y dónde está ella ahora?" - "Pues bien, ahí donde está usted. Pero puedo decirlo: sentada en el diván, el cuerpo ligeramente desviado, la cabeza un poco ladeada, como inclinada." - "¿No está ella entonces girada hacia usted?" - "No, no exactamente." - "¿Por qué tantas imprecisiones?" Y de repente: "Pero usted, ¿dónde está usted?" - "Creo que he venido a sentarme junto a ella, pero un poco detrás, porque ella está al final del diván, y lo bastante cerca como para poder tocar sus hombros que la nuca curvada deja al descubierto." - "Ya veo. ¿Va a hacerla resbalar y así atraerla poco a poco contra usted?" - "Quizás, es un movimiento natural." - "¿No es cobarde? Ella así no puede resistir." - "¿Por qué iba a resistir? Todo está decidido desde hace mucho tiempo. ¿Tiene usted alguna razón para defender ese punto de vista?" "¿Cuál punto de vista?" - "¿Que ella quisiera que las cosas quedasen ahí?" - "Ella no lo quiere, de acuerdo. Sin embargo, ¿por qué está ella girada así, casi dada la vuelta? No es una actitud de simple consentimiento, hay que tenerlo en cuenta." - "Es verdad, hay que tenerlo en cuenta. Pero es su manera de responder al atractivo, ni rehusando ni aceptando, mediante una sencillez que ya siempre ha hecho vana la diferencia entre esas maneras de actuar." - "Sin embargo, no todo esta dicho." - "Nada está dicho." "¿En qué momento ha decidido ir usted allá? - "¿Allá, sobre el diván?" - "Sí." "Cuando la he visto sentada en él." - "¿Esperándole?" - "Esperándome, sin esperarme." "¿Y no ha temido darle miedo?" - "No me lo he preguntado en ese momento, he actuado muy deprisa." - "Sí, ha sido usted rápido. ¿Y cuándo ha reparado ella en su presencia?" Como él no respondía: "Cuando la ha cogido por los hombros, ¿no se ha puesto rígida?" - "Bueno, sabe, era un contacto muy ligero; simplemente una manera de sugerirle que yo estaba ahí y que desde entonces teníamos todo el tiempo." - "Sí, es agradable, esta impresión de que las distancias de repente han desaparecido y que la historia no puede sino seguir su curso. ¿Pero no cree que ha dado usted muestras de demasiada seguridad? ¿No estaba usted demasiado seguro de sí?" - "Es posible pensarlo. Esas cosas se hacen necesariamente a causa de una excesiva seguridad." - "Usted no la conocía. No sabía por qué ella había venido." - "No lo sabía, pero yo no hacía nada más que pedírselo." "¿De aquella manera?" - "Ah, ella es más sencilla que usted." "Y no olvide que durante todo este tiempo me era concedido el notable sentimiento de una maravillosa fuerza de acercamiento: todo dependía de eso." "Alguien ajeno pudo también acercarse." - "Seguramente, e incluso solamente quien es ajeno; eso es lo que convierte la cosa en una maravilla. Yo tenía la impresión de ser más desconocido que ninguna persona que hubiera encontrado hasta aquí." - "¿Por eso es por lo que piensa que podía avanzar resueltamente sin trabas?" - "Alguien que usted de ninguna manera conoce y que no se conoce de ninguna manera: es la gracia de esos encuentros. Pero había otra cosa." - "¿Y bien?" - "Pues bien, es difícil decirlo. Ella se dejaba mirar con mucha soltura." - "¡Hasta ese punto! ¿Quiere usted decir que ella se exhibía con complacencia?" - "No diré eso. Si es verdad que reina cierta impresión de espectáculo - pero muy diluida, rarificada, espectáculo que sucedería en una zona que yo estaría dispensado de vigilar-, ella no participa en él; quizás, por el contrario, ella lo ha frustrado." - "¿No es que verdaderamente usted la miraba más bien descuidadamente? " - "Quizás, pero por el descuido que venía de ella: sí, sin cuidarme de tener el derecho de mirarla." Como si mirar no estuviese solamente ligado al ejercicio del poder de mirar, sino arraigado en la afirmación de su presencia ya tan al descubierto, pero aún oculta. "¿Por qué ella se deja ver así?" - "Por placer, imagino, el placer de ser visible." "Sin embargo, nunca lo suficiente." - "Naturalmente, nunca lo suficiente."

· De pie contra la puerta, inmóvil y siempre acercándose, al tiempo que sentada en el extremo del diván, el cuerpo un poco desviado, extendido, recostado contra él, resbalando, y él, al dejarla resbalar hacia atrás, obligándola a atravesar, por la extensión en que ella se recuesta, la parte de espacio, infranqueable y ya franqueada, que la separa, pasando el rostro ante él, mientras ella voltea los ojos tranquilamente abiertos, como si estuviesen destinados a verse, incluso aunque no ha lugar que se miren. Como él la agarra, rodeándola insensiblemente tal como ella estará y atrayéndola con un movimiento aún no consumado de atracción, ella resbala, imagen en ese deslizamiento, deslizándose en su imagen. · "Sí, lo sé, ésa era ya su manera de luchar contra su presencia." - "Oh, ella no lucha." - "Es verdad, ella comprendió eso maravillosamente, que no hay ni que resistir ni que consentir, sino deslizarse en suspenso entre ambos, inmóvil en la prisa y en la lentitud." - "Ella no hace nada más que responderle." - "Pero a mí no más que a cualquier otro." - "A usted como a nadie: lo extremadamente atrayente es eso." - "Así atraída como fuera de su presencia." - "Atraída, pero no obstante aún no, por la atracción de lo que siempre atrae pero aún no." - "Por el atractivo que fuerza, rechaza y ocupa toda distancia." - " Atraída en ella, en ese lugar del atractivo en que ella siente que se convierte." - "Por todas partes presente." - "Presente sin presencia." - "Presente por esa sobrecarga de peso y de ligereza que es el don que ella le hace al espacio y que la hace igual a toda la extensión en que ella se recuesta." - "Volcada contra él." "Deslizándose en ella." - "Dada al afuera." - "Volcándose y mostrándose por una pasión de aparecer que la desvía de todo visible y de todo invisible." · Cuando ella se incorporó ligeramente, sin poner distancia entre ellos, pero apoyándose al sesgo como para repeler, por una apacible necesidad, sus dos cuerpos extendidos, ella dijo: "¿Es un poco después cuando ella dice eso?" - "Un poco después, si usted quiere." - "¿Está ella siempre cerca de usted?" - "Ella se incorpora ligeramente." - "¿Para poder mirarle mejor?" - "Quizás para respirar con más comodidad." - "¿Y ella no le mira a usted?" - "Ella más bien mira lo que ella dice." · Lo realizado pide su realización. · "¿Cómo han acabado por hablarse?" - Eso la hizo reír: "¿No es natural?" "También lo pienso yo; sin embargo, creo que había otra razón y que a causa de esta razón lo que hacía naturales las palabras las hacía también muy difíciles. Si fuera de otro modo, ¿por qué a él le habría sorprendido escuchárselas de repente? ¿Y por qué tuvo la certidumbre de que ella le exigía, al confiarle lo que aún no era sino su voz, una voz un poco débil, pero nítida y fría, una confianza a la que, pese a su atención, él sólo difícilmente lograba responder?" - "Eso debe ocurrir a veces en los primeros momentos." - "Eso ha ocurrido al menos esta vez." · "¿Qué le sorprende de esas palabras? Son sencillas." - "Creo que me había hecho a la idea de que usted no hablaría. Todavía no me había dicho nada hasta ahora, y tampoco había nada que decir." - "¿Y pensaba que las cosas, al punto en que habían llegado, se retirarían y no se expresarían? ¿Qué es lo tan inesperado que hay, en esta voz, más que todo lo que ha ocurrido y de lo que usted con tanta soltura ha sacado partido?" - "De más, nada. Solamente un poco menos. Hay -ésa es la parte de esta vozde pronto menos de lo que había: en eso es en lo que consiste la sorpresa." - "¿Y eso

sucede a causa de la voz? ¿Qué le reprocha usted?" - "No hay nada que reprocharle. Es una voz un poco débil, ligeramente velada: quizás más nítida y más fría de lo que yo hubiera esperado." - "Usted es reticente, sería necesaria más franqueza. ¿Tiene ella algo de extraño?" - "Ella es tan familiar como puede serlo una voz. ¿Acaso lo que me sorprende es su tranquila realidad, que bruscamente se la retira a las demás cosas?" "¿A las demás cosas? ¿A lo que ha pasado?" - "Ellas también tienen su realidad, naturalmente, pero puede ser que todo lo que hasta ahora me parecía tan sencillo choque de repente con una sencillez distinta que está como afirmada en la voz. Algo cambia." La sorpresa que es el retroceso de las cosas e incluso de las cosas sorprendentes. Que la voz esté de repente situada ahí, cosa entre otras, no añadiendo más que el elemento de divulgación de la cual ni siquiera un encuentro tan sencillo parece poder prescindir, esta brusca aprición le sorprende, y mientras ella habla de una manera casi directa, poniéndose por entero en cada plabra y no guardando ninguna reserva para decir algo más, aquélla ha ganado otros niveles donde está lista para hacerse escuchar o bien se ha ya necesariamente expresado, llenando desde antiguo, adelante, atrás, todo el vacío, tal como en la habitación todo el silencio, a pesar de su débil capacidad, a veces hacia dentro, a veces hacia afuera, siempre alejada y siempre próxima, buscando y precisando, como si el ser precisa fuese la principal salvaguarda de esta voz que dice, con un poco de frialdad: "Quisiera hablarle." · Él busca, girando y volviendo a girar con, en el centro, esta habla y sabiendo que encontrar es solamente todavía buscar gracias a la relación con el centro, que es lo inencontrable. El centro permite encontrar y girar, pero él no se encuentra. El centro en cuanto centro está siempre a salvo. Girando en torno a su presencia que él sólo podía encontrar en ese rodeo. El cara a cara de su presencia (desviada). · "¿En qué piensa usted?" - "En este pensamiento que no hay que pensar." El pensamiento más próximo, aquel que no hay que pensar. Hay un pensamiento que no hay que pensar, que bastaría con no pensar para que se cumpla la negación bajo la cual él se mantiene. ¿Imposible de pensar? ¿Prohibido al pensamiento? Familiar, es un pensamiento entre otros que espera no ser pensado. Ni si quiera pensarlo como aquel que no hay que pensar. Vivir bajo la presión que ejerce lo que ahí se mantiene no pensado. "Hay un pensamiento que no puedo pensar." - "¿Y querría usted decírmelo? ¿Para que yo intente pensar en él?" - "Para que usted no pudiese pensarlo." "¿Por qué estaríamos tan próximos en este pensamiento?" - "Es que él aparta toda proximidad." · Cuando ella le había dicho eso, y como él no parecía sorprendido, apenas atento, ella había querido repetírselo, pero fue en vano; a continuación, y a pesar de todos sus esfuerzos para hacérselo volver a decir, ella no pudo nunca recuperar la expresión de la que se había servido en el curso de esta frase o de esas dos frases. Eso formaba parte, decía, de un conjunto y el conjunto se había dislocado literalmente, y sólo permanecía el vacío de la petición en su presencia. No es el rechazo, o el embarazo de hablar de ello; al contrario, ella habla de ello muy gustosamente: con ligereza, con ignorancia; con pasión. "Volver a decirlo es fácil, pero ¿y decirlo de nuevo por primera vez?" - "Eso sería fácil si usted hubiera comenzado por volver a decirlo."

Él comprende que ella sólo pueda pedir usando giros y rodeos del tiempo. Pero se trata de una petición -eso también lo comprende- que no puede sino presentarse y de una manera tan directa que no hay tiempo para emitirla. La petición se oculta y oculta lo inmediato de la petición en los rodeos de la espera. Rodeos que no valen como intermediarios. No hay nada más que la petición que pide inmediatamente y la espera que la satisface al esperar. El habla va de una a otra sin servir de mediadora. · "Esperemos, usted acabará efectivamente por hablar." - "La espera no da la palabra." - "Pero el habla responde a la espera." Las palabras que lleva el habla que lleva la voz que retiene la espera. En cada palabra, no las palabras, sino el espacio que al aparecer, al desaparecer, ellas designan como el espacio movedizo de su aparición y de su desaparición. En cada palabra, respuesta de lo inexpresado, rechazo y atractivo de lo inexpresado. "No esperamos ya, no esperaremos ya nunca." - "Es que nunca hemos esperado verdaderamente." - "¿Luego todo ha sido inútil? Tantos esfuerzos disipados, tantos momentos detenidos." - "Fuimos pacientes e inmóviles." - "¿Y no debo aún decírselo todo?" - "No es necesario, ahora que hablábamos. Quedémonos tranquilamente a escucharnos." · En la espera donde no hay ya nada que pueda diferir. La espera es la diferencia que ya ha recuperado todo lo diferente. Indiferente, ella lleva la diferencia. El perpetuo vaivén de la espera: su detención. La inmovilidad de la espera, más movediza que todo lo que se mueve. La espera está siempre oculta en la espera. El que espera entra en el trazo oculto de la espera. Lo que está oculto se abre a la espera, no para descubrirse, sino para permanecer oculto en ella. La espera no abre, la espera no cierra. Entrada en una relación que no es de acogida, ni de exclusión. La espera es ajena al movimiento ocultarse-mostrarse de las cosas. A quien espera no se le oculta nada. Él no está cerca de las cosas que se muestran. En la espera todas las cosas son devueltas al estado latente. · Él no está preservado por lo oculto de las cosas. · La espera: atraído por la espera en este intervalo entre ver y decir que él sólo soporta con la ayuda de la historia y donde ésta se ventila desplegando su juego, pero de inmediato -y quizás desde el principio- arrojado por la verdad del juego de la historia hacia la espera que los retiene a ambos, como apartados de la presencia. "Nosotros estamos efectivamente alejados." - "Juntos." - "Pero también uno de otro." - "Y también de nosotros mismos." - "El alejamiento no hace de parte." - "El alejamiento aleja alejando." - "Y así nos acerca." - "Pero lejos de nosotros." Pero si ella espera misteriosamente que le venga el fin como el don de la muerte de él, ella lo espera de la historia de la que ella no puede dar parte y, en la historia, tampoco puede evocar ese don que ella espera, esperando siempre obtenerlo en virtud de esta historia que él debería aceptar recuperar en el ámbito de palabras que hayan venido de él y encontrando entonces su sentido en el uso de su muerte venidera.

"Lo que los mantiene separados, apartándolos a ambos de la presencia... " - "Es la historia a la que ella le atrae y donde él no puede tener presencia más que expresada." - "Presencia siempre a salvo, solamente presente por el desvío de la historia." - "Pero lo que permite que la historia se despliegue como juego calmado de la historia... " - "Es ese aparte donde ya ambos esperan, apartados de la presencia... " - "Y en este aparte, en el vacío entre ver y decir, llevados ilegítimamente uno a otro por la espera." - "Por el olvido." La espera es, camino de día, camino de noche, la senda que conduce desde el acontecimiento que ella espera a la historia donde lo espera, uno y otra mantenidos juntos por el olvido: desvío por donde él pasa, y permanece, expuesto a las cosas, cuando éstas, ni ocultas ni manifiestas, se giran hacia el estado latente, e igualmente es para ella, lo quiera él o no, en la relación que él mantiene con ella, e igualmente para él en la relación que ella mantiene con él. "Pero nosotros estamos ahí para guardar el secreto." - "A falta de que el secreto nos guarde." - "Y nosotros estamos ahí, ése es todo el secreto." - "Sí, pero ¿estamos nosotros ahí?" - "Ése es todo el secreto." - "Y que nosotros estemos ahí secretamente." "Secreta y manifiestamente." - "Secretamente en esta manifestación." - "Ésa es nuestra superioridad sobre ellos: como si nosotros fuéramos su secreto." - "Pero ellos no tienen secreto." - "No lo saben, creen que hay uno." - "Pero nosotros, nosotros sabemos a qué atenernos." - "Ah sí, lo sabemos." Y sin embargo, un instante después, parándose y mirando: "Pero esta preserncia." Yendo hacia la presencia, hacia la cual no pueden ir. Restituidos no obstante por ella a todo lo que viene y así girados hacia ella. Cada vez más desviados en ese rodeo. "¿Por qué quieres despertarte de esta presencia de la que me hablas?" - "Quizás para adormecerme en ese despertar. No sé, por lo demás, si lo quiero, y usted tampoco, usted quizás no lo quiera." - "¿Cómo lo querría? Ahí donde estoy, no hay nada que yo pueda querer. Yo espero, es mi papel en el interior de la espera, yendo hacia la espera." - "La espera, la espera, qué extraña palabra." "¿Dónde esperan? ¿Aquí o fuera de aquí?" - "Aquí que los retiene fuera de aquí" - ¿En el sitio en que hablan o en el sitio del que hablan?" - "Es la fuerza de la espera, mantenida en su verdad, que consiste en conducir, espérese donde se espere, al lugar de la espera." - "¿En secreto, sin secreto?" - "En secreto a la vista de todos." "¿Y la muerte ha venido rápidamente?" - "Muy rápidamente, pero morir es largo." Hablando en lugar de morir. Inmortales en el instante de morir, pues más cerca de la muerte que los mortales: presentes a la muerte. "No pueden morir, les falta el porvenir." - "Concedido, pero de ahí en adelante tampoco estar presentes." - "No están presentes, de ellos no hay sino la presencia en que desaparecen lentamente, eternamente." - "Una presencia quizás sin nadie." - "Presencia donde ellos se borran, presencia de la borradura." - "Olvidando, olvidados." - "El olvido no tiene medio de actuar sobre la presencia." - "La cual no pertenece al recuerdo." · ¿Qué le hacía creer que él había algo así como perdido la idea de morir? Sí, ¿qué se lo hacía creer? ¿La sensación de que la busca? ¡Él la busca! En ese caso, incluso aunque la encuentre, todavía no habrá encontrado más que una idea. Sin embargo, una idea de una índole particular.

Es como si de pronto él ignorase más cosas de las que es capaz de ignorar. Tiene que encontrar el centro de gravedad de esta ignorancia, no en palabras mal ajustadas, muerte y vida, sino allí donde él mora: a la espera entre ver y decir. Ver, olvidar hablar; hablar, agotar en el fondo del habla el olvido que es lo inagotable. Ese vacío entre ver y decir, donde ilegítimamente son llevados uno hacia otro. Cuando él se pregunta de dónde le viene ese don de ignorancia que no le aporta, excepto cuando se sustrae a él, ni vértigo ni desconcierto ni sensación de poder o de impotencia, sino la espera en su calma, debería responder: de haber captado, a partir de la sencillez misteriosamente desplegada, el juego entre la presencia que se ve, incluso si no se ve, y ésta tal como da lugar al habla. Es una separación que no es tal, ni siquiera una ruptura, sino que no se deja percibir ni aún verdaderamente revelada, ya que se supone que introduce un intervalo entre lo visible-invisible y lo decible-indecible. Allí donde, según la ley general, una sutura perfecta oculta el secreto del enlace, el secreto aquí, a la manera de un desgarro, se muestra en su rasgo oculto. Ambos, según sus vías, son testigos de ese vacío. Se trata, cree él, del lugar de la ignorancia y de la atención. Se trata, pero ella no lo dice, del corazón de la presencia, ese corazón al que ella, quizás, quisiera que él diese alcance por un don violento. Como si, de pronto, ignorando más de lo que él puede ignorar... Él presiente que, en esta ignorancia, la idea de morir ha sido arrebatada, y cuando ella, a través de cierto deslizamiento de palabras, le sugiere, enfrentada dolorosamente a lo que ella ignora, que está como privada de final y que si ella tuviera que morir, no podría ser más que de su muerte, la de él, este pensamiento le parece que pertenece al juego de la ignorancia que se juega entre el habla y la presencia. Él habla de ello, el habla no traiciona la ignorancia. · Durante un instante, él le había dicho muy alegremente: "Oh, usted es misteriosa." A lo que ella había respondido sin aspereza: "¿Por qué iba a ser misteriosa, cuando estoy, por el contrario, ligeramente alejada de todo misterio?" · Si la cosa estuviera separada entre la cosa que se ve y la cosa que se dice, el habla trabajaría para borrar esta separación, para hacerla más profunda, para dejarla intacta haciendo que hable, para desaparecer con ella. Pero esta separación sobre la que trabaja el habla no es sino una separación en habla. A no ser que sólo haya habla a causa de esta separación, hablando en un habla ya siempre separada. A causa también de la sencillez de la presencia, sencillez que en ella es la sencillez de lo que se ve y de lo que se dice. La presencia no está solamente separada, es lo que todavía viene en el seno de la desaparición. Poco a poco la pregunta que él siempre había retenido: "¿Cómo habría podido ella apartarse de su presencia?" se perdía en esta respuesta: "No hay nada misterioso en ello; el secreto sería más bien el punto en que el apartamiento acabe por cesar. Ese punto -en el vacío delimitado entre ver y decir- escapa de quien lo ve y de quien lo dice." El misterio -qué grosera palabra- sería el punto en que se encuentran en la sencillez de la presencia la cosa que se ve y la cosa que se dice. Misterio que sólo sería aprehensible cuando él se aparte, por una ligera oscilación, del punto misterioso.

· "¿Cuál es esa idea que usted quiere que conserve?" - " Usted está ahí y la conserva, es lo que hace falta." - "¿Como un tesoro?" - "Como el fuego de los viejos tiempos." · "Es verdad que ignoro mucho de usted." - "Hasta el punto de ignorarme." "Oh, la ignoracia es nuestra senda, y, sin embargo, luchamos valientemente por reducirla." - "Sí, luchamos." Él reflexionó: "No la ignoro a usted, sería un error pensarlo. No la ignoro en particular." - "¿Quiere decir que la ignorancia no perjudica nuestras relaciones?" - "Ni siquiera eso es lo que quiero decir. La ignorancia nos pone a uno y a otro en relación, como si tuviera que verla y hablarla por el rodeo de una ignorancia excesiva." - "¿De algo que usted ignore?" - "¿Es algo?" - "¿Que no se deja decir?" - "Ni ver, pero en la intersección de ambos. Es ante todo lo que ocurre, sin que parezca que pueda ocurrir." - "¿Y está igualmente ahí?" - "¿Cómo decirlo?" · La ve, si la ve, por ignorancia. La mirada dirigida por la espera. Mirada inclinada hacia lo que se desvía de todo lo visible y de todo invisible. La espera da a la mirada el tiempo de atravesar la ignorancia. · "Yo nunca la he interrogado a usted." - "Y, sin embargo, me ha atrapado, me ha inmovilizado a preguntas y como privado de fin." - "No, yo no le he preguntado." - "Me ha atraído al centro de las cosas por decir." · Que ella cese de ser misteriosa es quizás un enigma, un misterio todavía, pero pasajero, el momento en que, sin abandonar sus antiguos recursos, ellos persisten en hablar, como si hablar fuera todavía ser. Pero él no puede acoger de otro modo que como un secreto que les concierne a ambos la manera en que se les acerca el acontecimiento por el que, en un presente de futuro o de pasado, ella se libera fortuita y ligeramente de todo misterio, acontecimiento alzado como un monumento de olvido, de ignorancia y de espera, como su propia presencia (olvidada, ignorada, esperada), en el centro de este espacio de habla. Mientras ella se libera de todo misterio, él cree verla en virtud de ese misterio que se borra de ella, pero también se ve a sí mismo hundirse en él, en el momento en que él querría hacer el gesto de distinguirse de él. · "La veré mejor en el momento en que habremos olvidado hablar." - "Pero si yo no olvidase, no hablaría." - "Es verdad, usted habla como por olvido; hablando, olvidando hablar." - "El habla está dada al olvido." "No importa que usted recuerde o que usted olvide, sino que, al recordar, sea fiel al olvido en el espacio desde el que recuerda y, al olvidar, fiel a la venida que usted convierte en recuerdo." · El acontecimiento que olvidan: acontecimiento del olvido. Y así, tanto más presente cuanto que olvidado. Concediendo el olvido y concediéndose olvidado, pero no siendo olvidado. Presencia de olvido y en el olvido. Poder de olvidar sin fin en el acontecimiento que se olvida. Olvido sin posibilidad de olvidar. Olvidante-olvidado sin olvido. La presencia olvidada es siempre vasta y profunda. Profundidad de olvido en la presencia. "Usted también, usted me ha olvidado." - "Quizás, pero, al olvidarla, he alcanzado un poder de olvidarla que me sobrepasa con mucho y que me vincula, mucho

más allá de mí, a lo que olvido. Es casi demasiado para uno solo." - "Usted no está solo." - "Sí, no soy solamente yo quien olvida, si olvido." Palabras como olvidadas antes de ser dichas, siempre caminando hacia el olvido, inolvidables. "Si usted ha olvidado lo que he dicho, bien está. Eso era dicho para el olvido." · En la habitación: cuando él vuelve de regreso al tiempo en que le hizo una seña, siente efectivamente que le hace la seña al volver de regreso. Y si ella viene y si él la toma, en un instante de libertad del que no hay nada que decir y que desde hace mucho tiempo maravillosamente él ha olvidado, se debe al poder del olvido (y a la necesidad de habla) que le concede en ese instante la iniciativa a la cual responde su presencia. "No me acuerdo." - "Pero viene." - "Alejándome." - "Usted se acerca en este alejamiento." - "Permaneciendo inmóvil." - "Usted está en reposo merced al gran atractivo del movimiento." - "En reposo sin reposo." · No hay nunca sueño entre ellos, incluso si duermen. Eso lo aceptó él desde hace mucho tiempo. · Ella se alzó ligeramente, apoyándose de costado sobre la mano. Estaba en ese momento cerca del tabique y parecía elevarse por encima de sus dos cuerpos extendidos, mirándolos y diciendo con una voz que le sorprendió por su fría nitidez: "Quisiera hablarle. ¿Cuándo podría hacerlo?" - "Puede pasar la noche aquí?" - "Sí." "¿Puede quedarse desde ahora?" - "Sí." Mientras él escucha ese "sí", preguntándose si ella verdaderamente lo ha pronunciado (es tan transparente que deja que pase lo que ella dice e incluso esa misma palabra), ella se recuesta como ya liberada y esforzándose en no poner distancia entre ellos. Él la atrae, atraído por el atractivo en su movimiento aún no consumado. Pero mientras ella se solivianta en aquella que él toca, y aunque él sepa que resbala, que cae, figura inmóvil, no cesa de abrirle un camino y de conducirla, avanzando sin reparar en obstáculos y apretada ella contra él con un movimiento que los confunde. Ella habla, hablada antes que hablante, como si, viva, la atravesara su propia habla y la transformara dolorosamente en el espacio de otra habla, siempre interrumpida, sin vida. Y con seguridad, cuando a la luz de la mañana -acaban sin duda de despertarse juntos-, él la escuche preguntar con arrebato: "¿Habría hablado yo sin parar?", no duda de ser invitado a tomar posesión, en esta única frase, de todo lo que ella le había dicho durante la noche. · Esta habla igual, él la escucha en el límite de todo lo que ella dice, pero distinguirla es ya hacerla diferente, forzarla en su indiferencia. Esta habla igual que él escucha: ni cerca ni lejos, sin dar espacio y sin dejar que las cosas se sitúen en el espacio, igual sin igualdad, siempre diferente en su indiferencia, nunca venida, que impide cualquier venida, que impide cualquier presencia, no obstante siempre dicha, aunque oculta en la sencillez de lo que ella dice. ¿Cómo podría él restituírsela? Escuchando esta habla igual cuya verdad, por la atención, en el límite de la espera, se le pide sostener respondiendo a ella.

· "¿Llega eso?" - "No, eso no llega." · El dolor como una palabra usada, olvidada, ocupando cada día, cada noche. Lo que ella dice, él se da cuenta efectivamente de ello, se dirige hacia esta habla igual que ella no cesa de decir en el límite de la espera. Hablando así, entredicha. Pero, con la paciencia que le es propia, él piensa que, si pudiese, al responder, atraer fuera de ella y dominar la igualdad sin medida del rumor, él se establecería entre sus palabras como una medida de igualdad, capaz de hacer más hablante y más silenciosa, hasta aplacarla, la afirmación incesante. Algo en ella afirma suavemente, uniformemente, sin límite, sin parar: eso es dulce y atrayente, eso atrae sin cesar. Cuando ella habla, las palabras se dejan resbalar suavemente hacia la afirmación, y ella también parece deslizarse ahí, atrayente, atraída, callándose, sin callarse. Es como si ella se retirara furtivamente, mientras se deja atrapar. · "¿Llega eso?" - "No, eso no llega." · Él escucha a distancia lo que ellos se dicen, alejamiento que le concedes, para escucharlas, sus mismas palabras. Ningún acuerdo entre esas palabras, ningún desacuerdo, sino (y eso le afecta dolorosamente) la sosegada búsqueda de una medida igual. Siempre distintas y sin embargo en igualdad, hablando junto a esta igualdad, hablando con miras a lo que debe hacerlas iguales. Sus palabras no se igualan todavía, incluso aunque digan lo que las relaciona a una con otra. Como si buscaran el nivel en que, palabras iguales, dejaran que se estableciese entre ellas la igualdad silenciosa, aquella que se abre paso al final. Palabra de arena, rumor de viento. · "¿Llega eso?" - "No, eso no llega." - "Algo, no obstante, viene." · La alegría, ese puro movimiento de ir que los lleva a ambos, dentro de un habla solícita, hacia lo que se desvía. · Al lugar en que estaban, buscando todavía vincularse mediante alguna relación. Incluso sin palabras, incluso sin movimiento, siempre hablando, siempre moviéndose, e insensiblemente deseándose sin deseo. "¿Dónde está la historia?" - "No debe de quedar ya en el momento presente gran cosa de la historia." · Él recuerda que ahí ella permanece inmóvil, y pendiente de que le ayude a retirar algunos vestidos sin romper con la inmovilidad, sin esperar que ella deje de hablarle y diciéndole él mismo: ¿de qué se acuerda en el momento presente? Él la atrae, la agarra, le recorre el rostro, mientras ella se deja resbalar, tranquilamente abiertos los ojos, presencia inmóvil desviada de la presencia. Únicamente su mano, una mano que ella le ha dejado dócilmente, se contiene todavía, cálida e inquieta, como un pequeño ser liso que se agitara para buscar el alimento. La habitación ante él, estrecha y larga, quizás anormalmente larga, de modo que se extiende lejos hacia fuera, en un espacio estrictamente delimitado, aunque precisado insuficientemente, con puntos de referencia fijos, dos ventanas que abren oblicuamente la pared, la extensión negra de una mesa sobre la cual él piensa que escribe, el sillón

donde ella permanece sentada, derecha, desocupadas las manos o bien, allá lejos, de pie contra la puerta. Junto a él, sobre el diván, con el cuerpo un poco desviado de la muchacha, mientras recuerda que ella le ha hablado durante gran parte de la noche. · "Sí, usted me ha hablado mucho, usted ha tenido una generosidad infinita." "¿Es verdad? ¿Podría afirmarlo?" - "Lo afirmo, lo afirmaré tanto como usted quiera." "Eso no puede ser. Reflexione. Eso sería lo peor de todo. Haga de tal manera que yo no pueda hablarle." - "Pues bien, tenga por seguro que ha hablado más de lo que he escuchado." - "Luego, he hablado, y hablando en vano. Eso es lo peor." · Esta habla igual que él escucha: la igualdad que, si fuera luz en el día, atención en la espera, sería justicia en la muerte. "De entre todos a los que he hablado, sólo le he hablado a él, y si he hablado con otros, sólo es a causa de él o en relación con él o en el olvido de él." - "Si es así, es efectivamente conmigo con quien ahora hablas." Esta habla igual, espaciada sin espacio, afirmando por debajo de toda afirmación, imposible de negar, demasiado débil para ser callada, demasiado dócil para ser contenida, no diciendo algo, solamente hablando, hablando sin vida, sin voz, en voz más baja que cualquier voz,: viva entre los muertos, muerta entre los vivos, llamando a morir, a resucitar para morir, llamando sin llamada. Esta habla igual, él intenta conducirla, dejándose conducir por ella, hacia aquella medida de igualdad, luz en el día, atención en la espera, justicia en la muerte. Que la espera intervenga en una medida así, él lo sabe: en la espera que entra en la igualdad de la espera, incluso si la espera excede siempre la espera en su igualdad consigo misma. · "Cuando las palabras de usted estén al mismo nivel que las mías, cuando unas y otras sean iguales, ya no hablarán." - "Sin duda, pero entre ellas estará contenida la igualdad silenciosa." · En voz baja para sí misma, en voz más baja para él. Habla sin séquito que él sigue, en ninguna parte errante, en todas partes residente. Necesidad de dejarla ir. Habla fugitiva que ellos siguen. Fugitiva y llevada por su fuga hacia aquél de quien ella huye, mientras, ignorándola, sosteniéndola, él sigue a zancadas junto a ella, ya casi habiendo dado media vuelta como un traidor, pero fielmente. · "Él me atraía, me atraía sin cesar." - "¿A dónde la atraía?" - "Pues bien, a este pensamiento que he olvidado." - "¿Y puede acordarse mejor de él?" - "No puedo. Cómo le he olvidado. Cómo me atrae, aquel que he olvidado." · Cuando ella habla, arrastradas suavemente sus palabras, deslizándose su rostro a la vez, hundiéndose en el curso del habla igual, ella le atrae también a él, a ese mismo movimiento de atracción donde ella no sabe que sigue, que la precede. Como si él se hubiera deslizado, por el atractivo de la afirmación sin medida, hacia este espacio vacío donde, conduciéndola, siguiéndola, él permanece a la espera entre ver y decir. · La noche como una palabra única, la palabra fin repetida sin fin.

· Esta habla igual que él escucha, única sin unidad, murmullo tanto de uno solo como de una multitud, cargando con el olvido, ocultando el olvido. Afirmación que atrae, desviándolas, todas las palabras. "¿Llega eso?" - "No, eso no llega." - "Algo, no obstante, viene." - "En la espera que detiene y deja toda venida." - "Algo viene, viniendo fuera de la espera." - "La espera es la calma dejada que deja en su porvenir todo lo que viene." · Que ella espere el acontecimiento de la historia misma donde ella hubiera querido, por la verdad de las palabras elegidas por él, acceder a un final del que él fuera tan responsable que ella hubiera representado el don de la muerte de él, eso es lo que él aprendía gracias a la espera, intentando desviarla de ella por el olvido, por la espera. · Él le preguntó: "¿Sufre?" - "No, no sufro, detrás de mí sólo hay este sufrimiento de que no sufro." Él le preguntó en voz más baja: "Pero ¿sufre?" - "Cuando me lo pregunta así, siento que, más tarde, mucho más tarde, podría sufrir." · Iban, dejando venir, inmóviles, la presencia. - Que sin embargo no viene. - Que sin embargo nunca ya ha venido. - De donde sin embargo viene todo porvenir. - Donde sin embargo se borra todo presente. "¿Por dónde pasa el camino?" - "Por el cuerpo confiado de usted, recorrido en este último recorrido." El enfrente de la presencia. Enfrentados de espacio y de presencia. Es un lento movimiento, donde, absorbida en lo que dice, deslizándose, cayendo en lo que dice, ella se deja llevar por la dispersión del habla en ella, apretada contra él, marchando con su paso al mismo paso, llevándola él mismo, tomándola, recorriéndola con avidez, sin esperar a que ella cese de hablar para convertirla en silenciosa. "Tengo miedo, me acuerdo del miedo." - "Eso no es nada, tenga confianza en su miedo." Y ellos continuaron avanzando. Cuán inmóvil está él, aquél a quien ella sigue. Cuán poco habla usted, usted que hace una seña en último lugar. "Cuando me mantengo ante ti y quisiera mirarte, hablarte... " - "Él la agarra y la atrae, atrayéndola fuera de su presencia." - "Cuando me acerco, unido mi paso a tu paso, calmado, precipitado... " - "Ella se recuesta contra él, aguantándose dejándose ir." - "Cuando vas hacia delante, despejándome un camino hacia ti... " - "Ella se desliza, soliviantándose en aquella que él toca." - "Cuando vamos y venimos por la habitación y nos miramos por un momento... " - "Ella se retiene, retirada fuera de sí, esperando que lo que ha ocurrido ocurra." - "Cuando nos alejamos uno de otro, y también de nosotros mismos, y así nos acercamos, pero lejos de nosotros... " - "Es el vaivén de la espera: su detención." - "Cuando nos acordamos y nos olvidamos, reunidos: separados... " - "Es la inmovilidad de la espera, más movediza que todo lo movedizo." - "Pero cuando dices "Ven" y vengo a este lugar del atractivo... " - "Ella cae, dada al afuera, tranquilamente abiertos los ojos." - "Cuando te das la vuelta y me haces una seña... " - "Ella se desvía de todo visible y de todo invisible." "Recostándose y mostrándose." - "Cara a cara en ese sosegado desvío." - "No aquí donde ella está ni aquí donde él está, sino entre ellos." - "Entre ellos, como ese lugar con su aire elevado y fijo, la retención de las cosas en su estado latente."

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