La Entrada de Gerald Durrell

February 27, 2023 | Author: Anonymous | Category: N/A
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GERALD DURRELL 

L a ent  r  a  r ad  Ttulo original: The Entrance

Mis amigos Paul y Marjorie Glenham son ambos artistas fracasados, o quiz #, para decirlo de un modo m#s caritativo, ninguno de los dos tiene %xito. Pero disfrutan de su fracaso m#s de lo que la mayor a de los artistas de %xito disfrutan del mismo. Eso es lo que les hace tan buenos compa'eros, y una de las razones por las que siempre voy a verles y me quedo con ellos cuando estoy en Francia. Su laber ntica granja de Provenza se hallaba siempre en un estado de caos, con sacos de patatas, montones de hierbas secas, platos de ajos y bosques de ma z seco code#ndose con pilas de los m#s horribles * leos y acuarelas a medio terminar, perpetrados por Marjorie, y extra'as esculturas del Neanderthal, obra de Paul. Por este revoltijo de mercado se paseaban gatos de todas las tonalidades y manchas y un r o de canes, desde un perro lobo irland %s del tama 'o de un pony hasta un viejo bulldog ingl%s que hac a ruidos como la Rocket la Rocket de Stephenson. Alrededor de las paredes, alojada en vistosas jaulas, estaba la colecci * n de canarios Roller de Marjorie, que cantaban con incansable vigor a cualquier hora del d a, haciendo as  dif cil la conversaci* n. Era una atm*sfera c#lida, amistosa y cacof *nica, y a m me encantaba.  encantaba.  Cuando llegu%, a la ca da de la noche, llevaba largo rato conduciendo y estaba cansado, situaci*n que Paul se dispuso a remediar por medio de un co 'ac caliente con lim* n de  proporciones herc,leas. Me alegr %  de haber llegado~  pues durante la ,ltima media hora una tormenta estival haba avanzado pesadamente por el paisaje como un gran manto negro ,  y los truenos retumbaban entre los pe 'ascos como un mill* n de rocas precipit #ndose por una escalera de madera. Acababa de alcanzar la seguridad de la c #lida y ruidosa cocina perfumada con los apetitosos olores de los guisos de Marjorie, cuando empez*  a llover a c#ntaros. El ruido de la lluvia sobre el tejado de tejas mezclado con el de los imponentes truenos que hac an temblar hasta la s* lida casa de piedra, despert* el espritu competitivo de los canarios, y todos rompieron a cantar si-mult#neamente. Era la tormenta m#s ruidosa que haba visto en mi vida. -.Otro vasito, muchacho? -pregunt -pr egunt* Paul con aire optimista. -/ No,  No, no! -grit * Marjorie por encima de los gorjeantes cantos de los p# jaros y el rugido de la lluvia-o La comida est#  lista y se estropear #  si os hac%is esperar. Tomad vino. Ven y si%ntate, querido Gerry. -Vino, vino, eso es. Tengo algo especial para ti, muchacho -dijo Paul, y se dirigi*  a la  bodega para reaparecer un momento despu%s con los brazos llenos de botellas, que deposit *  reverentemente sobre la mesa cerca de m -o He descubierto un Gigondas especial. Te aseguro que es sangre de brontosaurio, querido amigo, puro jugo de mons-truo prehist *rico. Ir # bien con las trufas y la gallina de Guinea Gu inea que ha preparado Marjorie. Descorch* una botella y escanci* el vino rojo vivo en una copa co pa generosamente grande. Tena raz*n. El vino se deslizaba en tu boca como terciopelo rojo y luego, cuando alcanzaba la parte trasera de la lengua, estallaba como fuego de artificio en las c%lulas del cerebro. .Bueno, eh? -dijo Paul, observando mi expresi*n-o Lo encontr % en una peque 'a cave cerca de Carpentras. Era un d a de calor abrasador, y la cave estaba tan fresca y agradable que antes de darme cuenta de lo que hac a me beb  dos botellas. Desde luego es un vino seductor.

 

 Naturalmente, cuando volv  a salir al sol el muy maldito me gol-pe *  como un martillo pil* n. Tuvo que conducir Marjorie. -Me dio tanta verg0enza -dijo Marjorie, poniendo ante m una trufa negra del tama 'o de un melocot*n recubierta de una capa fr #gil, ligera como una pluma, de crujiente pasta parda-o Pag *  el vino y luego se inclin* hacia el patr  el  patr n y cay* de bruces. El  patr n y sus hijos tuvieron que llevarle en volandas al coche. Fue repulsivo. - Tonter as -dijo Paul-, el  patr n qued*  encantado. Dio a su vino el espaldarazo que  precisaba. -Eso es lo que t , te crees -dijo Marjorie-. Marjor ie-. Empieza ya, Gerry, antes de que se ttee enfr e. Cort% la esfera de pasta dorada que ten a delante y liber % el perfume de la trufa, semejante al delicioso aroma de un bosque h,medo en oto'o, un mill* n de olores frondosos y terrosos agrupados en uno. Con el Gigondas como acompa 'amiento, pro-met a ser una comida para dioses. Guardamos silencio mientras atac# bamos nuestras respectivas trufas y escuch e scuch# bamos el ruido de la lluvia contra el tejado, el rugido de los truenos y el canto casi apopl %tico de los canarios. El bulldog, que sin raz*n aparente se haba enamorado s, bita y profundamente de m, estaba sentado junto a mi silla y me observaba fijamente con sus ojos saltones y casta 'os,  jadeando y resollando de modo apacible. apacible. -Magnfico, Marjorie -dije mientras el ,ltimo fragmento de pasta se disolv a como un copo de nieve en mi lengua-o No s %  por qu%  no abr s un restaurante t, y Paul: con tu mano para la cocina y el gusto de Paul en la elecci * n de vinos no tardar ais nada en tener tres estrellas en la gua Micheln. -Gracias, querido -dijo Marjorie sorbiendo su vino-, pero prefiero cocinar para un peque 'o  p, blico de gourmets de gourmets a hacerla para un gran p , blico de gourmands. de gourmands. -Tienes raz*n, no se puede negar -convino Paul, sirviendo vino en nuestros vasos con alegre abandono. El s, bito y prolongado estampido de un trueno, justo encima de nuestras cabezas, impidi* la conversaci* n durante un largo minuto, y fue tan violento y prolongado que hasta los canarios guardaron silencio, intimidados por el ruido. Cuando termin*, Marjorie se 'al* con el tenedor a su marido. -No te olvides de dar a Gerry Gerr y tu chisme -dijo. -.Chisme? -pregunt* Paul sin comprender-. .Qu% chisme? -Ya  sabes -dijo Marjorie de modo impaciente-, tu chisme ... tu manuscrito ... Es  precisamente el tipo de noche id*neo para que lo lea. -Oh, el manuscrito ...  s#   -dijo Paul con entusiasmo-. La noche  perfecta  para que lo lea. -Me niego -protest%-o Vuestros cuadros y esculturas son ya suficientemente malos. Que me ahorquen si encima leo vuestros esfuerzos literarios. -Mal bicho -dijo Marjorie con buen humor- De todas formas no lo ha escrito Paul, sino otra persona. -No creo que merezca leerlo despu%s de esos comentarios despreciativos sobre mi arte -dijo Paul-. Es demasiado bueno para %l. - . Qu% es? -pregunt %. -Es un manuscrito muy curioso que encontr % ... -empez* Paul, pero Marjorie le interrumpi*. -No le hables de ello, d % jale leerlo -dijo-. Podr a decir que a m#  me produjo pesadillas.

Mientras Marjorie serva porciones de gallina de Guinea envuelta en un aroma casi tangible de hierbas y ajo, Paul se dirigi*  a un rinc*n de la cocina en el que se alzaba un tambaleante mont culo de libros, como una especie de castillo en ruinas, entre dos sacos de patatas y un gran tonel de vino. Anduvo revolviendo durante un rato y luego apareci* triunfalmente con un grueso cuaderno rojo, muy deteriorado por el uso, y lo puso sobre la mesa.

 

-/Aqu  est #! -dijo con satisfacci* n-o Nada m#s leerlo pens%  en ti. Lo encontr %  entre un mont*n de libros que compr %  cuando vendieron la biblioteca del viejo Doctor Lepitre, en tiempos m%dico de la c#rcel de Marsella. No s% si ser # una broma o qu %. Abr  el cuaderno y en el interior de la cubierta encontr % un ex libris en negro, tres cipreses y un reloj de arena bajo el cual estaba escrito en letras g *ticas «Ex Libras Lepitre». Hoje%  sus  p#ginas y descubr  que el manuscrito estaba redactado con una letra regular, de las m#s hermosas y elegantes que he visto, y la tinta se haba deste'ido hasta adquirir un color pardo mohoso. -Desear a haber esperado a que se hiciera de d a para leerlo -dijo Marjorie con un estremecimiento. -.Qu% es? .Una historia de fantasmas? -pregunt% con curiosidad. -No -dijo Paul con aire de duda-, al menos no exactamente. Por desgracia el viejo Lep tre est#  muerto, de modo que no podr a averiguar nada al respecto. Es una historia muy curiosa.  Nada m#s leerla me acord% de ti, pues conozco tu inter %s por lo oculto y las cosas que suceden de noche. L%elo y dime qu % te parece. Si quieres puedes quedarte con el manuscrito. En cualquier caso puede que te divierta. - yo no lo llamar a divertido -dijo -dijo Marjorie. Cualquier cosa menos menos divertido. Creo Creo que es horrendo. Horas despu%s, lleno de buena comida y vino, cog   la enorme l#mpara dorada de aceite, limpiada con esmero, y a su dulce luz de un amarillo narciso me encamin% escaleras arriba hacia la habitaci* n de los hu%spedes, donde me aguardaba un lecho de plumas del tama 'o de una  puerta de granero. Me haba seguido el bulldog, que me observ*  entre jadeos mientras me desnudaba y me acostaba. Ahora, tumbado junto a la cama, me miraba de modo conmovedor. Segua arreciando la tormenta, y el retumbo de los truenos era casi continuo, mientras que el deslumbrante fogonazo de los rel#mpagos iluminaba a intervalos la habitaci* n. Regul% la mecha de la l#mpara, me la acerqu%, cog  el cuaderno rojo y me acomod %  contra las almohadas para leer. El manuscrito comenzaba sin pre #mbulo. «16 de marzo de 1901. Marsella. »Tengo toda la noche por delante, y como s% que no podr % dormir -a pesar de mi resoluci* n-, he pensado en escribir con detalle lo que acaba de sucederme. Me temo que no por ello resultar #  m#s cre ble,  ble, pero har # pasar el tiempo hasta que llegue la aurora, y con ella mi liberaci* n. »En primer lugar, debo explicar algo sobre m mismo y mi relaci* n con Gideon de Teildras Villeray, para que el lector (si es que llega a haber alguno) entienda c * mo llegu% a verme en el coraz*n de Francia en mitad del invierno. Soy librero anticuario, y puedo decir con toda modestia que estoy en la cumbre de mi profesi* n. O quiz# ser a m#s exacto decir que estaba en la cumbre de mi profesi* n. Uno de mis colegas libreros lleg *  a describirme -espero que con #nimo m#s ligero que celoso como un «sabueso literario», descripci* n que supongo me cuadra a su divertida manera. »Cien bibliotecas o m#s han pasado por mis manos, y he sido responsable de algunos hallazgos importantes; por ejemplo, el del manuscrito original de Gottenstein; el de la rara Biblia ilustrada "Conrad", tan hermosa seg,n algunos como el  Libro de Kells; el de cinco poemas in%ditos de Blake, que rescat % de un saldo provinciano nada prometedor en los Midlands; y de muchos descubrimientos menores pero no menos satisfactorios, como el de la primera edici* n firmada de Alicia de Alicia en el Pa #  s de las Maravillas, que encontr % en un ba,l lleno de libros y juguetes rotos en el cuarto de los ni'os de la casa de un p#rroco de Shropshire, y un ejemplar de regalo de los Sonetos del portugu% s, firmado y con una estrofa de seis versos escrita al alim* n en la hoja de guarda por Robert y Elizabeth Elizabet h Browning. »La facultad de descubrir tales cosas en lugares improbables resulta bastante parecida a la del zahor : o se nace con ella o no se tiene. No es algo que pueda adquirirse, aunque desde luego es posible, por medio de la experiencia, agudizar las percepciones y hacer m #s penetrante la

 

mirada. Dedico adem#s mi tiempo libre a catalogar algunas de las m#s peque'as e importantes  bibliotecas, pues simplemente estar entre libros me. procura un placer enorme. El silencio de una  biblioteca, el olor y el tacto de los libros son para m como el sabor y la textura de la comida para un un gourmet.  gourmet. Acaso parezca fant#stico, pero cuando estoy en una biblioteca puedo o r en torno a m  una mir ada de voces, como si estuviera en medio de un vasto coro, un coro de sabidur a y  belleza. »Naturalmente, debido a mi trabajo, fue en Sotheby's donde conoc   a Gideon. Haba encontrado en una casa de Sussex una peque'a pero interesante colecci* n de primeras ediciones, y como tena curiosidad por saber qu%  cotizaci*n alcanzar an, asist   a la subasta. Mientras se sucedan las ofertas tuve la inc* moda sensaci* n de ser observa do. Ech%  una mirada a m  alrededor, pero no pude ver a nadie cuya atenci *n no estuviera puesta en el subastador. Sin embargo, a medida que avanzaba la subasta me sent   cada vez m#s inc* modo. Quiz#  sea una  palabra demasiado fuerte, pero acab% convencido de que era objeto de un intenso escrutinio. »Al fin el gent o de la sala se movi* ligeramente y vi qui%n era. Era un hombre de estatura media con rostro apuesto pero un tanto mofletudo, ojos oscuros penetrantes y muy grandes, y  pelo negro y rizado que llevaba bastante largo. Iba I ba vestido vest ido con un abrigo abr igo oscuro o scuro de buen corte, con cuello de astrac#n, y en sus manos elegantemente enguantadas llevaba el cat #logo de la subasta y un sombrero de terciopelo oscuro y ala ancha. Ten a sus brillantes ojos agitanados clavados con fuerza en m, pero cuando se dio cuenta de que le observaba su mirada perdi*   intensidad, y me dirigi*  una p#lida sonrisa y una leve inclinaci* n de cabeza, como para reconocer que le haba sorprendido examin#ndome de un modo tan vulgar. Luego se volvi *, se  de'o abri*»No  paso la%gente le rodeaba y pronto perd vista. s%entre  por qu , peroque el intenso escrutinio de le este extra me desconcert* hasta tal punto que apenas atend  al resto de la subasta, excepto para fijarme en que el lote que hab a aportado alcanz* una puja m#s elevada de lo que haba previsto. Una vez acabada la subasta, me abr  paso a trav%s del gent o y sal a la calle. »Era un da fr o y desapacible de febrero, con ese desagradable olor ahumado en el aire que augura niebla y te pone #spero el fondo de la garganta. Dado que parec a tan destemplado como si fuera a empezar a lloviznar, tom% un coche. Poseo una de esas casas altas y estrechas en Smith Street, al lado de King's Road. La hered% de mi madre y me viene muy bien. No est # en una zona elegante de la ciudad, pero es suficientemente grande para un soltero como yo y sus libros, pues a lo largo de los a'os he ido formando una biblioteca peque 'a pero sumamente escogida sobre las diversas materias que me interesan: arte hind ,, sobre todo miniaturas; algunas de las primeras Historias Natura-les; una colecci* n restringida pero bastante rara de libros sobre ciencias ocultas; cierta cantidad de vol,menes sobre plantas y grandes jardines, y una buena colecci * n de

 primeras ediciones de novelistas contempor #neos. Mi casa est #  amueblada de modo sencillo,  pero resulta c * moda; aunque no soy rico, tengo suficiente para mis necesidades y para mantener una buena mesa y una bodega muy razonable. Mientras pagaba el coche y suba los escalones hacia mi puerta principal me di cuenta de que, como haba previsto, la niebla estaba empezando a descender sobre la ciudad. Ya resultaba dif cil ver el final de la calle. Obviamente la bruma se iba a convertir en una verdadera sopa de guisantes, y me alegr %  de estar en casa. Mrs. Manning, mi ama de llaves, hab a encendido un fuego brillante y alegre en mi peque 'o sal* n, y como de costumbre hab a dejado mis zapatillas  junto a mi sill* n favorito (pues, .qui%n puede descansar sin zapatillas?) y, en una mesita, los ingredientes necesarios para preparar un ponche reanimador. Me quit% el abrigo y el sombrero, me descalc% y me puse las zapatillas. Al cabo de un rato, proveniente de la cocina de abajo, apareci* Mrs. Manning y me pregunt*  si no me importar a, en vista del tiempo, que se fuera a casa, pues parec a que la niebla se estaba espesando. Me haba dejado sopa, un filete, pastel de ri'*n y una tarta de manzana, todo lo cual

 

s*lo necesitaba calentarse. Acced  de buen grado, pues en numerosas ocasiones haba cuidado de m mismo de esta forma. -Hace un rato vino a vede un caballero -dijo - dijo luego Mrs. Manning. -.Un caballero? .C* mo se llamaba? -pregunt%, asombrado de que alguien hubiera ve-nido a visitarme en una tarde como aqu %lla. -No quiso dejar su nombre, se'or -contest*-, pero dijo que volver a. Imagin% que, con toda  probabilidad, tendr a algo que ver con una biblioteca bibliote ca que estaba catalogando, cata logando, Y no volv a pensar en el asunto. poco despu%s reapareci*  Mrs. Manning vestida de calle. La acompa '%  hasta la  puerta principal principal y una vez hubo salido ech%  concienzudamente el cerrojo, para volver a mi  bebida y al c#lido fuego. Proveniente del piso superior, donde estaba mi estudio y su c * moda cesta, apareci* mi gato Neptuno, que tras un d% bil miau de saludo salt * airosamente a mi regazo y se puso a restregar sus garras delanteras, despu %s de lo cual se acomod* para so'ar y dormitar, ronroneando como una gran colmena de carey. Al cabo de un rato, arrullado por el fuego, el  ponche y el ruidoso ruidoso ronroneo de Neptuno, yo tambi%n me qued% dormido. »Deb dormir profundamente, pues despert % con un sobresalto y sin poder recordar qu % era lo que me haba despertado. Neptuno se alz* sobre mi regazo, estir #ndose y bostezando como si supiera que le iba a molestar. Aguc % el  e l odo, pero la casa estaba en silencio. Acababa de decidir que deba haber sido el crujido siseante de los carbones al moverse en el hogar cuando me lleg *  una imperiosa llamada desde la puerta principal. Me dirig hacia ella, reparando mientras tanto el da'o que haba hecho el sue'o en mi pulcra apariencia, enderez #ndome el cuello y la corbata y alis#ndome el pelo, como siempre rebelde.   el »Di la luz del vest  bulo,  de bulo, descorr  cerrojo la* npuerta principal abr . Entraron arremolin #ndose jirones bruma, y all , sobre el de escal superior, estabay ellacurioso hombre agitanado al que haba sorprendido observ#ndome con tanta intensidad en Sotheby's. Ahora iba vestido con un traje de etiqueta de buen corte y una capa forrada de seda roja. Cubr a su cabeza con un sombrero de copa cuyo brillante aspecto se ve a empa'ado por las gotitas de humedad depositadas por la niebla, que se mov a tras %l como un malsano tel*n de foro amarillo. En una mano enguantada sostena un delgado bast *n de % bano con un mango de oro bellamente, trabajado, balance#ndose suavemente entre sus dedos como un p%ndulo. Cuando vio que era yo quien haba abierto la puerta, en vez de un mayordomo o alguna criada, se irgui *  y se quit*  el sombrero. -Buenas noches -dijo, dedic#ndome una sonrisa de lo m#s encantador que mostr *  unos dientes magnficos, blancos y regulares. Su voz tena una peculiar cualidad ronca, r tmica y musical que resultaba de lo m#s atractivo, efecto realzado por su leve pero perceptible acento franc%s.

-Buenas noches -dije, perplejo ante lo que aquel aque l extra'o poda querer de m. -.Hablo con Mr. Letting ... Mr. Peter Letting? Lett ing? »-S. Soy Peter Letting. Volvi* a sonrer, se quit* el guante y me tendi* una mano bien manicurada en la que refulga un gran * palo de fuego montado montado sobre un anillo de oro. -Estoy m#s encantado de lo que podr a decir por esta oportunidad de conocerle, se 'or -dijo mientras me estrechaba la mano-, y en primer lugar debo disculparme por molestarle a estas horas en una noche como %sta. Se arrebuj* en su capa y ech* una mirada a la h,meda niebla amarilla que se arremolinaba tras %l. Al ver esto me di cuenta de que deb a pedirle que pasase y me contase qu % quer a, pues no hubiera sido nada educado dejarle sobre el escal*n con aquel tiempo tan desagradable. Entr *  en el vest  bulo  bulo y cuando me volv, despu%s de cerrar la puerta y echar el cerrojo, descubr  que se haba despojado del sombrero, el bast*n y la capa, y me miraba con aire expectante mientras se frotaba las manos. -Pase al sal* n, Mr. .. -me detuve con una nota de interrogaci interrogac i*n.

 

»Le cruz* la cara una curiosa e infantil expresi*n de enojo, y me mir * con aire contrito. -Mi querido se'or -dijo-, mi querido Mr. Letting. Es sumamente negligente por mi par-te. Pensar #  que carezco totalmente de maneras sociales, al verme entrar en su casa en una noche como %sta sin tomarme siquiera la molestia de presentarme. Le pido que me disculpe. Soy Gideon de Teildras Villeray. -Encantado de conocerle -dije educadamente, aunque a fuerza de ser sincero debo confesar que pese a su obvio encanto me sent a ligeramente intranquilo, pues no entend a qu%  poda querer un franc%s de linaje sin duda aristocr #tico de un librero de viejo como yo-o Quiz # -segudesee entrar y compartir una bebida ... Tal vez un poco de vino, o dado que la noche est# tan fr a, .acaso un co'ac? -Es usted muy amable y tolerante -dijo con una leve reverencia, sonriendo a ,n de modo seductor-. Le aseguro que me vendr a muy bien un vaso de vino. Le gui% hasta el sal* n, donde se acerc* a la chimenea y extendi* sus manos hacia las llamas, abriendo y cerrando los blancos dedos de tal modo que el * palo de su anillo se s e agitaba como co mo una mancha de sangre contra su blanca piel. Escog   una excelente botella de Margaux y la sub   cuidadosamente al sal* n con dos de mis mejores copas de cristal. Mi visitante se hab a alejado del fuego y ahora estaba junto a mis estanter as con un libro entre las manos. Alz*  la vista cuando entr % y sostuvo en alto el volumen. »-Qu% soberbio ejemplar de Eliphas Levi -dijo con entusiasmo-, y qu % preciosa colecci* n de  grimoires tiene usted. No saba que estuviera interesado en las ciencias ocultas. »-En realidad no lo estoy -dije mientras descorchaba la botella- Al fin y al cabo, ning ,n hombre cuerdoNo, puede creer enlosbrujas y magos aquelarres y hechizos todasqueesas supersticiones. simplemente colecciono comoylibros interesantes de granyvalor en muchos casos, debido a su contenido, resultan sumamente divertidos. »-.Divertidos? -dijo, adelant#ndose para coger la copa de vino que le tenda- .Qu% entiende  por divertidos? »-Bueno, .no le parece divertida la idea de hombres adultos musitando todos esos tontos hechizos y velando durante horas en mitad de la noche a la espera de que aparezca Sat #n? Confieso que lo encuentro realmente muy divertido. »- yo no -dijo, y luego, como si temiese haber sido demasiado abrupto y quiz #  descort %s, sonri*, y alz*  su copa-o A su salud, Mr. Letting. »Bebimos. Palade*  calmosamente el vino y luego alz* las cejas. »-Me permito felicitarle por su bodega -dijo- Este Margaux es excelente. »-Gracias -contest%, halagado, debo confesar, de que este aristocr #tico franc%s aprobara mi gusto en cuesti*n de vinos- . No quiere sentarse y explicarme quiz# en qu% puedo servirle? »Tom*  asiento elegantemente en un sill* n junto al fuego, dio un sorbo de vino y se me qued* mirando pensativamente durante un momento. Cuando ten a la cara en reposo advert as el tama 'o, la negrura y el brillo de sus ojos. Parec an sondearte, casi como si pudieran leer tus mismos pensamientos. La impresi* n que produc an me hac a sentirme inc* modo, por decirlo de un modo suave. Pero luego sonre a e inmediatamente los ojos refulgan con malicia, buen humor y un encanto abrumador. »-Me temo que mi inesperada llegada a una hora tan avanzada de la noche ... en una noche como %sta ... debe dar un aire de misterio a lo que es, me temo, una petici* n muy normal que tengo que hacerle. Se trata simplemente de que desear a que catalogase para m una biblioteca, una colecci* n comparativamente peque'a de libros, calculo que no m#s de doce centenares, que me dej* mi t a cuando muri* el a 'o pasado. Como digo, es s*lo una peque'a colecci* n de libros y no he hecho m#s que echarles una mirada r # pida. No obstante, creo que contiene algunas cosas raras y valiosas, y me parece necesario catalogarla debidamente, precauci*n que nunca tom*  mi t a, pobrecilla. Era una mujer con una mente de algod n en rama, y me atrever  a a jurar que  * Llev* una existencia incontaminada  nunca abri* un libro desde el inicio hasta el fin de sus d as. e

 

imperturbada por la menor brisa de cultura. Hab a heredado los libros de su padre, y desde el d a en que llegaron a sus manos jam #s les prest*  la menor atenci*n. Ahora son un revoltijo desordenado y confuso, y le agradecer a que me prestase su pericia para clasificarlos. La raz*n de que haya invadido su casa a semejante hora es la fuerza de las circunstancias, pues debo volver a Francia ma 'ana por la ma'ana, muy temprano, y %sta era la ,nica oportunidad que tena de verle, Conf o en que pueda disponer del tiempo necesario necesar io para hacerlo. »-Me alegrar # prestarle toda la ayuda que pueda -dije, pues debo admitir que la idea de un viaje a Francia resultaba agradable-, pero tengo curiosidad por saber por qu % se ha fijado en m   cuando hay tanta gente en Par s que podr a hacer el trabajo igual de bien, si no mejor. »-Creo que es injusto consigo mismo -dijo mi visitante-o Debe ser consciente de la excelente reputaci*n de que goza. Ped  consejo a diversas personas, y cuando descubr   que todas me recomendaban espont #neamente a usted, me sent   seguro de que si acced a a hacer el trabajo tendr a lo mejor de lo mejor, mi querido Mr. Letting. »Confieso que me sonroj%  de placer, dado que no tena ninguna raz*n para dudar de la sinceridad de aquel hombre. Resultaba agradable saber que mis colegas tenan tan alta opini* n de m: »-.Cu#ndo desea que empiece? -pregunt %. »Extendi* las manos y encogi* expresiva-mente los hombros. »-No tengo prisa -dijo- Naturalmente, tendr %  que ajustarme a sus planes. Pero estaba  pregunt#ndome si podr a comenzar, digamos, hacia la primavera. El valle del Loira est #  especialmente hermoso en esa % poca, y no hay raz r az*n para que no disfrute del paisaje al tiempo que »-La cataloga libros. me viene estupendamente -dije sirviendo primavera sir viendo m#s vino-o .Estar a bien abril? »-Excelente -contest*- Calculo que el trabajo le llevar # cosa de un mes, pero por lo que a m  respecta puede quedarse todo el tiempo que desee. Tengo una buena bodega y un buen cocinero, de modo que puedo satisfacer enteramente entera mente las necesidades de la carne. »Fui por mi agenda y convinimos en que el catorce de abril ser a una fecha adecuada para ambos. Mi visitante se levant * para irse. »-S*lo una cosa m#s -dijo mientras se echaba la capa sobre los hombros- Soy el prime-ro en admitir que tengo un nombre dif cil de recordar y de pronunciar. Por tanto, si no lo considera atrevido por mi parte, me gustar a que me llamara Gideon, y . puedo llamarle a usted Peter? »-Por supuesto -dije inmediatamente con cierto alivio, pues el nombre de Teildras Villeray no era de esos que se deslizan con facilidad por la lengua. »Me estrech*  afectuosamente la mano, se disculp*  una vez m#s por molestarme, prometi*  que me escribir a explic#ndome con todo detalle c *mo llegar a su residencia en Francia y luego  penetr * confiadamente en los remolinos de niebla amarilla, a marilla, donde no tard % en perderle de vista. »Volv a mi c#lido y c*modo sal*n y termin% la botella de vino mientras reflexionaba sobre mi extra'o visitante. Cuando m#s pensaba en ello m#s curioso me pareca el entero incidente. Por ejemplo, . por qu%  no se haba acercado a m  Gideon cuando me vio por primera vez en Sotheby's? Dijo que no tena prisa por ver su biblioteca catalogada y, sin embargo, le pareci *   apremiante entrevistarse conmigo a altas horas de la noche, como si la cuesti *n fuese de gran urgencia. Sin duda poda haberme escrito. .O pens* acaso que la fuerza de su personalidad me har a aceptar un encargo que de otro modo podr a haber rechazado? »No saba a qu% atenerme respecto al hombre en s . Como he dicho, cuando su cara estaba est aba en reposo sus ojos eran tan intensamente sombr os y penetrantes que me hacan sentirme intranquilo, y me llenaban casi de una sensaci* n de repugnancia. Pero cuando sonrea y sus ojos  brillaban de regocijo y hablaba con aquella aque lla voz ronca y musical, me sent se nta encantado contra mi voluntad. Decid que era un personaje sumamente curioso, y resolv  tratar de averiguar algo m#s %l antes *n, me dirig a la cocina precedido acerca a Francia. y Una tomada  por un de Neptuno ahde ahora orairhambriento mevez prepar  % unaesta cenadecisi tarda.

 

»Das despu%s me encontr % en una subasta con mi viejo amigo Edward Mallenger. Durante el curso de la misma le pregunt %  casualmente si conoc a a Gideon. Me ech*  una mirada sumamente penetrante por encima de sus gafas. »-.Gideon de Teildras Villeray? -pregunt*-. .Te refieres al conde ... el sobrino del viejo marqu%s de Teildras Villeray? »-No me dijo que fuera conde, pero supongo que debe ser el mismo -respond - .Sabes algo acerca de %l? »-Cuando acabe la subasta iremos a tomar una copa y te contar %  -dijo Edward-. Es una familia muy rara ... al menos el viejo marqu%s es notablemente raro. »Una vez concluida la subasta, fuimos al  pub local y Edward me cont*  lo que saba de Gideon. Por lo visto, haca muchos a'os, el marqu%s de Teildras Villeray haba pedido a mi amigo que fuera a Francia (como me hab a pedido a m  Gideon) para catalogar y valorar su amplia biblioteca. Edward haba aceptado el encargo y haba partido para la residencia del marqu%s en la Gorge du Tam. - . Conoces esa regi*n de Francia? -pregunt* Edward. -Jam#s he estado en Francia -confes%. »-Bueno, es una regi*n desolada. La casa est# en un  paraje agreste y remoto en medio de la misma Gorge. Es una tierra escabrosa, con enormes riscos y profundas gargantas sombr as, cascadas y torrentes impetuosos, parecida a la de los grabados que hizo Gustavo Dor % para el Inferno de Dante, ya sabes. »Edward se detuvo para sorber pensativamente su bebida, y luego se puso a encender un  puro. Cuando el tiro tiro le result* satisfactorio, continu*. *lo parecque an seg »-En la casa, aparte de tan los grande), sirvientesestaban familiares, ser,ntres (un n,fue mero  peque 'o para una residencia el t o que y su ssobrino, entiendo el que te visit * la otra noche. El t o era ... bueno, para no andarnos con eufemismos, un hombre de lo m#s desagradable. Calculo que deba tener unos ochenta y cinco a 'os, una cara realmente imp,dica y maliciosa y unas maneras untuosas que obviamente consideraba encantadoras. El chico tena cosa de catorce a'os y unos enormes ojos oscuros en una cara p#lida. Era un muchacho inteligente, viejo para su edad, pero lo que me preocupaba era que parec a sufrir un miedo intenso, miedo, pensaba yo, de su t o. »La noche de mi llegada, una vez concluida la cena, que me pareci* escasa y mal cocinada  para Francia, me fui temprano t emprano a la cama, ca ma, pues el viaje me hab a fatigado. El viejo y el chico se quedaron de sobremesa. Result*  que el comedor estaba justo debajo de mi dormitorio, y as , aunque no pude o r claramente todo lo que hablaban, o  lo suficiente para entender que el viejo hada todo lo posible para persuadir a su sobrino de que hiciese algo que al chico le parec a repugnante, pues se negaba de modo vehemente. La discusi* n sigui* durante alg,n tiempo, y a

medida que avanzaba la voz del t o se volva cada vez m#s elevada e irritada. De repente o  el ruido que hizo una silla cuando el chico se puso en pie y grit *  -sin duda lo grit*, mi querido Peter- en franc%s a su t o: "No, no, no ser % devorado para que t , vivas ... Te odio." Lo o  con toda claridad, y me pareci*  pasmoso que un muchacho dijera una cosa as . Luego o abrirse y cerrarse violentamente la puerta del sal* n comedor, las pisadas del chico subiendo las escaleras y finalmente el portazo de lo que supuse ser a la puerta de su dormitorio. »Poco despu%s o  levantarse al t o de la mesa y empezar a subir las escaleras. Sus pisadas resultaban inconfundibles, pues tena torcido y lisiado el pie izquierdo, y caminaba arrastr #ndolo lentamente con una pronunciada cojera. Suba muy despacio las escaleras, y te aseguro, mi querido Peter, que haba tal indudable maldad en su lenta y renqueante aproximaci * n que me  puso realmente los pelos de punta. Le o  acercarse a la puerta del dormitorio del chico, abrirla y entrar. Pronunci*  dos o tres veces el nombre del chico, dulce y halagadoramente, pero con un indescriptible tono amenazador. Luego dijo una frase que no entend . Despu%s de esto cerr *  la  puerta chicoalojamiento. y le o  durante unos momentos arrastr #ndose y renqueando por el largo pasillo hacia sudel propio

 

»Abr   la puerta de mi cuarto y o   un llanto velado proveniente del chico, como si el  pobrecillo tuviera la cabeza bajo la ropa de cama. Dur *  largo tiempo, y me preocup *  mucho. Deseaba ir a consolarle, pero pens%  que le resultar a embarazoso, y en cualquier caso no era realmente asunto de mi incumbencia. Pero la situaci*n no me gustaba en modo alguno. La entera atm*sfera, mi querido Peter, estaba est aba cargada de algo desagradable. »No soy hombre supersticioso, como bien sabes, pero me qued %  despierto durante largo tiempo pregunt#ndome si podr a permanecer en la atm*sfera de aquella casa durante las dos o tres semanas que me llevar a concluir el trabajo que me hab a comprometido a hacer. Afortunadamente, el destino me dio la oportunidad que necesitaba: justo al d a siguiente recib  un telegrama seg,n el cual mi hermana haba cado gravemente enferma, y as   pude pedir con toda licitud a Teildras Villeray que me dispensase del contrato. Por supuesto se mostr * renuente a hacerlo, pero al final accedi* de mala gana. »Mientras esperaba el coche que haba de llevarme a la estaci*n ech% una r # pida mirada a su  biblioteca. Como era realmente amplia se extenda por toda la casa, pero el grueso de ella se guardaba en lo que llamaba la Galer a Larga, una estancia alargada y muy bonita que no hubiera desentonado en una de nuestras casas de campo aristocr #ticas. Espejos gigantescos pendan entre las estanter as; en realidad, toda la casa estaba llena de espejos. No recuerdo haber estado en ninguna otra que tuviera tantos. »Ciertamente tena una rara y valiosa colecci*n de libros, sobre todo de una de tus materias favoritas, Peter: las ciencias ocultas. En mi apresurada inspecci* n advert  entre otras cosas unos manuscritos hebreos sobre brujer a sumamente interesantes, adem#s de un original del  Descubrimiento de brujas, Naturae. de Matthew y *un ver-daderamente hermoso de la obra de Dee De Dee De Mirabi/ius PeroHopkin, luego lleg  elejemplar coche y tras despedirme part . »Puedo decirte, querido amigo, que jam#s en mi vida me he alegrado tanto de abandonar una casa. Creo realmente que el viejo era mal%volo, y no me sorprender a enterarme de que  practicaba la brujer a y estaba intentando complicar a aquel agradable muchacho en sus viles industrias. Entiende, no obstante, que no tengo ninguna prueba de ello, por lo que no me gustar a repetirlo. Imagino que el t o habr # muerto ya, y si no deber # andar por los noventa y tantos. En cuanto al chico, m#s tarde me enter % por unos amigos de Par s de que haba rumores seg,n los cuales su vida privada no era enteramente corno deber a ser, hablillas sobre su apego a cierta mujer, ya sabes, pero todo esto resultaba circunstancial, y en cualquier caso, corno sabes, querido amigo, los extranjeros tienen criterios morales diferentes de los de un ingl %s. Gracias a Dios, es una de las muchas cosas que nos diferencian d iferencian del resto del mundo. »Haba escuchado con gran inter %s el relato de Edward, y decid  preguntar a Gideon por su to si tena ocasi*n de hacerlo. »Me prepar % para el viaje a Francia, debo admitirlo, con deleitosa anticipaci * n, y el catorce de abril torn% el tren para Dover y me embarqu% sin ning,n contratiempo (ni siquiera el del mal de mer)  para Calais. Pas%  la noche en Par s, probando las delicias de la comida y el vino franceses, y al da siguiente torn% una vez m#s el tren. Finalmente llegu% a la ajetreada estaci*n de Tours. Gideon estaba all  esper #ndome, como haba prometido. Pareca de muy buen talante y me salud* como a un viejo y apreciado amigo, lo cual, debo confesado, me halag*. Le agradec   que hubiera venido a recibirme, pero me interrumpi interru mpi* con un adem#n. »-No es nada, mi querido Peter -dijo-o No tengo nada que hacer salvo comer, beber y engordar. La visita de alguien como t , es un raro placer. »Salimos de la estaci*n y montamos en una bonita calesa de la que tiraban dos hermosos caballo bayos, y partimos a paso r # pido para sumirnos en una u na campi'a de lo m#s delicioso, toda verde y oro brillando a la luz del sol. so l. »Durante una hora avanzamos por carreteras que se hac an cada vez m#s estrechas, hasta que nos vimosmientras recorriendo sendero flanqueado por dos altos taludes las engalanados con #toda suerte de flores, por un encima de nuestras cabezas se entrelazaban ramas de los rboles que

 

crean a ambos lados, cubiertos con el delicado verde de las hojas de primavera. De vez en cuando se' abr a un hueco en los elevados taludes, y entonces divisaba entre los #rboles el destello plateado del Loira. Advert  que seguamos una lnea paralela a la que describa el gran r o. En determinado momento pasamos ante los s*lidos pilares de piedra y la verja de hierro forjado que guardaba el acceso a un sendero al final del cual se alzaba un inmenso y bellsimo ch'-teau de reluciente piedra amarillo rosada. Gideon me vio mir #ndolo, quiz# con expresi* n de maravillado asombro, pues parec a cabalmente sacado de un cuento de hadas. Sonri*. »-Conf o, mi querido Peter, en que no esperes que viva en una monstruosidad como esa. Si es as sufrir #s una indudable desilusi* n. Me temo que mi ch'teau es de miniatura, aunque resulta suficientemente grande para mis necesidades. »Aduje que no me importaba que viviera en un establo, pues la experiencia de estar por  primera vez en e n Francia y contemplar conte mplar todas aquellas vistas nuevas, junto con la perspectiva perspect iva de un trabajo fascinante al t %rmino de la misma, resultaba para m m#s que suficiente. »Hasta el crep,sculo, cuando las sombras de las malvas se alargaban sobre los verdes  prados, no llegamos a la residencia de Gideon, el Chateau St Claire. Los pilares de la entrada estaban coronados por dos grandes b,hos, primorosamente cincelados en piedra de un claro color de miel, y vi que el mismo motivo se repet a del modo m#s diestro en la verja de hierro forjado que los pilares sostenan. »Nada m#s entrar en la finca me sorprendi*  el contraste de la misma con la campi'a que habamos estado atravesando, lozana y exuberante, llena de flores silvestres y praderas de larga hierba encendida. Ahora el sendero estaba flanqueado por gigantescos robles y casta 'os, cuyos an la circunferencia 'a centenares troncos, viejoslay piel nudosos, tenelefante. de una peque habitaci* n, de y una corteza tan gruesa como de un No tengo idea de cu #ntos a'os llevaban aquellos #rboles guardando la entrada del Chateau St Claire, pero muchos de ellos deb an estar ya crecidos en tiempos del joven Shakespeare. El verde c %sped que haba debajo era tan liso como el tapete de una mesa de billar, de lo que eran responsables varias manadas de gamos moteados que pacan sosegadamente a la luz del sol poniente. Los machos, con su fina cornamenta retorcida, alzaban la cabeza y nos miraban sin temor mientras pas# bamos ante ellos  por la avenida. »M#s all# del verde c%sped divis% una hilera de #lamos gigantescos entre los que centelleaba el Loira. Luego el sendero se alej* del r o y apareci* el Chateau. Como haba dicho Gideon, era  peque'o pero perfecto, con la perfecci* n de una miniatura. Sus muros de claro color de paja refulgan bajo el sol poniente, y la luz daba una p #tina delicada a la pizarra azulada del tejado del ala principal y de sus dos torreones. tor reones.

»Estaba rodeado por una amplia terraza de grandes losas, cercada por una ancha balaustrada sobre la que se ve an posados m#s de treinta pavos reales, cuyas magn ficas colas pendan sobre el cuidado c%sped. Alrededor de la balaustrada los macizos de flores, primorosamente cuidados, se encendan con p%talos de cien colores diferentes que parecian combinar con las colas de los  pavos reales suspendidas entre ellos. Era una vista pasmosa. La calesa se detuvo junto a los anchos escalones, el mayordomo abri* la portezuela y Gideon se ape *, se quit* el sombrero y me dirigi* una prolongada reverencia, mientras sonre a con aire malicioso. »-Bienvenido al Chateau St Claire -dijo. »As comenzaron para m tres semanas de encanto,  pues m#s que un trabajo fueron unas vacaciones. Era un gozo vivir en aquel chitead de miniatura, impecablemente cuidado y amueblado. Tambi%n estaba muy bien cuidado el  parquecillo que serpenteaba a orillas del r o, pues cada #rbol pareca reci%n almohazado, el c%sped esmeralda peinado cada ma 'ana, y los pavos reales, arrastrando sus colas centelleantes entre los s* lidos #rboles, como si acabaran de salir de las manos atentas de Faberg%. Combnese esto con una buena bodega y una cocina regida por un chef, semejante a un globo rojo, cuyas

 

manos hacan aparecer como por ensalmo las comidas m #s delicadas y arom#ticas, y se tendr # lo m#s aproximado a un para so terrenal. »Pasaba las ma'anas clasificando y catalogando los libros (y era una colecci* n de lo m#s interesante), y por la tarde Gideon insist a en que fu%semos a nadar o quiz #  a dar una vuelta a caballo por el parque, pues pose a una peque'a cuadra de bellsimos animales. Por la noche, despu%s de cenar, nos sent # bamos a charlar en la terraza, todava caldeada por el sol, y el vino que habamos bebido y la excelente comida que hab amos tomado hac an c#lida y amistosa nuestra conversaci* n. »Gideon era un anfitri*n excelente y un brillante narrador, lo cual, unido a su extraordinario don para la mmica, haca de %l un compa'ero de lo m#s entretenido. Nunca sabr %, por supuesto, si prodigaba deliberadamente todo este encanto para ha-cerme caer en la trampa. Pienso que no, que verdaderamente le gustaba mi compa 'a. No es que crea que eso tenga ahora ninguna importancia. Pero ciertamente, a medida que pasaban los das, me sent a cada vez m#s apegado a Gideon. »Soy por naturaleza un ser solitario, y tengo s *lo un peque'simo crculo de amigos -amigos ntimos- a los que veo quiz # una o dos veces al a 'o, aunque durante la mayor parte del mismo  prefiero mi propia compa'a. Sin embargo, la temporada que pas % en el chateau con Gideon tuvo un efecto extraordinario sobre m . Empec% a darme cuenta de que me haba convertido en algo demasiado parecido a un recluso. Tambi%n advert con punzante lucidez que todos mis amigos  pertenecan a un grupo de edad diferente, mucho m #s viejo que el mo. Si pod a contarlo como amigo (y desde luego en aquella % poca lo haca), Gideon era el ,nico de los que tena que en % a abrirme. lneas generales meunigualaba edad. entre Bajo sus su influencia empecblancos una noche, aplastando delgadoen cigarro fuertes dientes y mir #Como ndomeme dedijo soslayo entre el humo azul, "el problema que tienes, querido Peter, es que est #s en peligro de convertirte en un joven chapado a la antigua". Por supuesto me re , pero al pensar en ello me percat % de que tena raz*n. Tambi%n me di cuenta de que cuando llegara la hora de abandonar el chateau echar a mucho de menos su vol#til compa'a, probablemente m#s de lo que me interesaba confesar, incluso a m mismo. »En todas nuestras conversaciones Gideon hablaba de su vasta familia con una especie de ir *nico afecto, cont#ndome an%cdotas que ilustraban su estupidez o su excentricidad, nunca maliciosamente sino m#s bien con una suerte de buen humor imparcial. Sin embargo, lo curioso es que jam#s mencion*  a su t o, el marqu%s, hasta cierta noche. Est # bamos sentados en .la terraza, contemplando c*mo las blancas lechuzas que viv an en los troncos huecos de los robles del paseo hac an sus primeras a1"remetidas de caza sobre el verde c %sped que se extend a ante nosotros. Le haba estado hablando de un libro que sab a iba a ser subastado en el oto'o, y que

 pensaba podr a conseguirse por unas dos mil libras. Era una obra importante y cre a que deba tenerla en su biblioteca como complemento de otros libros sobre la materia con los que contaba. .Quer a que pujase por %l? Sacudi*  la ceniza de su cigarro sobre un macizo de flores, donde qued* brillando como una monstruosa luci%rnaga roja, y ri* entre dientes con dulzura. »-.Dos mil libras? -dijo-o Mi querido Peter, desgraciadamente no soy tan rico como para  permitirme tales excesos en mis aficiones. Si se muriese mi t o ser a una historia diferente. »-.Tu t o? -pregunt% con cautela-o No sab a que tuvieses ning,n to. »-S*lo uno, gracias a Dios -dijo Gideon-, pero por desgracia tiene la llave de la fortuna de la familia, y el viejo cerdo parece ser indestructible. Tiene noventa y un a 'os, y la ,ltima vez que le vi, hace uno o dos, no parec a un da mayor de cincuenta. Sin embargo, no creo que a pesar de todos sus esfuerzos sea inmortal, de modo que alg ,n da el diablo le acoger #, por fin, en su seno. Ese da feliz heredar % una enorme suma de dinero y una biblioteca que te har # sentirte envidioso hasta a ti, mi querido Peter. Hasta que llegue ese d a no puedo ir por ah   gast #ndome dos mil * n tediosa, librasde enconversaci un libro. Pero esperar de a que un que hombre muera una ocupaci miadable. t o es un tema * n enojoso, modo bebamos m#es s vino y hablemos de algoyagradable. agr

 

  »-Si es enojoso, supone un contraste con el resto de los parientes de los que me has hablado dije a la ligera, confiand co nfiando o en que me diera m#s informaci* n sobre su infame t o. »Gideon qued* callado durante un momento. »-S, un gran contraste -dijo luego-, pero del mismo modo que todo pueblo ha de tener su tonto, toda familia debe tener su oveja negra o su loco. »-Oh, vamos, Gideon -protest %-o Sin duda es una cr tica demasiado dura, .no? »-.Lo crees as? -pregunt*, y vi en la penumbra que su cara brillaba de sudor-o .Crees que soy duro con mi querido pariente? Pero t , no has tenido el placer de conocerlo, .verdad? »-No -dije, inquieto por la violenta amargura de su voz y deseando haber dejado de lado el asunto, ya que parec a perturbarle tanto. »-Cuando muri* mi madre tuve que vivir durante varios a 'os con mi querido to, hasta que hered%  la modesta suma que mi padre me dej*   en fideicomiso y pude librarme de %l. Durante diez a'os viv en el purgatorio con ese viejo cerdo corrupto. Durante diez a 'os no pas* un solo da ni una sola noche sin que estuviera aterrorizado hasta la m %dula. No hay palabras para describir su maldad, y no hay trabas en el mundo que puedan impedirle conseguir lo que se  propone. Si Satan#s se pasea por la tierra disfrazado de hombre, no cabe duda de que ha elegido como disfraz la inmunda piel de mi t o. »Se levant * bruscamente y entr * en la casa. Qued% confuso y alarmado por la vehemencia con la que hab a hablado. No saba si seguirle o no, pero al cabo de un rato volvi * trayendo la frasca de co'ac y dos vasos. Se sent *  y sirvi*    para»-Debo ambos una generosa cantidad de licor. disculparme, mi querido Peter, por todo mi histrionismo, por molestarte con un melodrama que ser a m#s adecuado para el Grande Guignol que para esta terraza -dijo tendi%ndome mi vaso-o Me temo que hablar del viejo cerdo de mi t o tiene ese efecto sobre m. Hubo una % poca en que viv angustiado porque tema que hubiese pose do mi alma ... ya sabes las est, pidas ideas que tienen los ni'os. Hace muchos a 'os que super % eso. Pero como puedes ver, todava me incomoda hablar de ello, as que bebamos y hablemos de otras cosas, .eh? »Convine en ello de todo coraz *n, y durante cosa de un par de horas conversamos agradablemente. Pero aquella noche fue la ,nica vez que vi a Gideon irse a la cama indispuesto  por el licor. Me sent  sumamente culpable, pues cre que mi insis-tencia en hablar de su t o era lo que haba causado en su mente una impresi* n tan profunda, duradera y desagradable. »En el curso de los cuatro a 'os siguientes llegu%  a conocer bien a Gideon. Cada vez que vena a Inglaterra se alojaba en mi casa, y yo hice varias visitas deliciosas al Chateau St Claire. Luego, durante un per odo de seis meses, no supe nada de %l. S*lo pude suponer que se haba visto aquejado por lo que llamaba su «enfermedad viajera» y hab a partido, como sola hacer  peri*dicamente, para Egipto o el Lejano Oriente o incluso Am %rica. No obstante, esto coincidi*   con una % poca en que yo mismo estaba sumamente ocupado, por lo que ten t ena poco tiempo para reflexionar sobre el paradero de Gideon. Luego, una noche, llegu%  a mi casa de Smith Street despu%s de una larga jornada de trabajo en Aberdeen y encontr % esper #ndome un telegrama de Gideon: Llego Londres lunes treinta puedo quedarme stop t o matado heredo biblioteca podr #s catalogada tasada traslado stop explicar % todo cuando nos reunamos r eunamos saludos Gideon. »Me divirti*  que Gideon, que se enorgulleca de su impecable ingl%s, hubiera escrito «matado» en vez de «muerto», hasta que lleg *  y descubr   que eso era exactamente lo que le haba sucedido a su t o, o al menos lo que parec a haberle sucedido. Gideon lleg* la noche del lunes a una hora bastante tarda, y nada m#s verle me di cuenta de que acababa de pasar por alguna experiencia angustiosa. Sin duda, me dije, no pod a ser la muerte de su t o lo que le haba afectado tanto. aHubiera esperado m#s ybien queyestuviera contento. Pero amigo perdido  peso, su apuesta apuest cara estaba chupada p#lida tena oscuras ojeras bajomilos ojos,hab queaparec an

 

haber perdido de repente todo su brillo y viveza. Cuando le serv  un vaso de su vino favorito lo cogi* con una mano levemente temblorosa y se lo ech * al coleto de un trago como si se tratase de agua. »-Pareces cansado, Gideon -dije- Debes beberte unos cuantos vasos de vino y luego sugiero una cena temprana y la cama. Ma 'ana podemos discutir todo lo que haya que discutir. »-Querido viejo Peter -dijo, dirigi%ndome una sombra de su habitual sonrisa efervescentePor favor, no te comportes como una ni'era inglesa y aparta esa expresi* n preocupada de tu cara.  No tengo ninguna enfermedad. Simplemente lo he pasado muy mal durante estas ,ltimas semanas y ahora estoy padeciendo la reacci* n. Pero ya ha aca-bado todo, gracias a Dios. Te contar % todo durante la cena, pero antes te agradecer a que me dejases tomar un ba 'o, mi querido amigo. »-Naturalmente -dije al momento, y fui a pedir a Mrs. Manning que preparase un ba 'o para mi amigo y a subir su equipaje a la habitaci* n de los hu%spedes. »Subi*  a ba'arse y a cambiarse, y poco despu %s le segu. Tanto mi dormitorio como la habitaci* n de los hu%spedes tenan su propio cuarto de ba 'o, pues haba suficiente espacio en ese  piso co mo para permitir este peque'o lujo. Acababa de empezar a desnudarme para iniciar mis  propias abluciones cuando me sobresalt* un fuerte gemido, casi un grito ahogado, seguido del ruido de un cristal al romperse, que parecan provenir del cuarto de ba'o de Gideon. Cruc%  apresuradamente el angosto rellano y llam% a su puerta. »-.Gideon? -grit%- Gideon, .est#s bien? .Puedo entrar? ~>No hubo respuesta, por lo que, muy nervioso, entr % en la habitaci* n. Encontr % a mi amigo inclinado sobre el lavabo del cuarto de ba 'o, al que se agarraba para sujetarse, con la cara te 'ida de la cadav%rica palidez de ciertos quesos y chorreando sudor. El gran espejo que hab a sobre el lavabo estaba roto, y sus fragmentos, con los de un frasco quebrado que al parecer haba contenido champ,, aparecan esparcidos por el e l lavabo y el suelo. »-Lo hizo ... lo hizo ... lo hizo ... -musitaba Gideon entre dientes mientras se tambaleaba, agarr #ndose con fuerza al lavabo. Parec a no haberse dado cuenta de mi presencia. Le cog  del  brazo y le llev%  a la habitaci* n, donde le hice tumbarse sobre la cama, y luego corr  escaleras abajo para encargar a Mrs. Manning que trajera a toda prisa un poco de co 'ac. »Cuando volv a la habitaci* n Gideon tena mejor aspecto, pero yac a con los ojos cerrados y respiraba profundamente, entre estremecimientos, como alguien que acaba de correr una carrera muy re'ida. Cuando me oy*  acercarme a la cama abri*  los ojos y me dirigi*  una sonrisa fantasmal. »-Mi querido Peter -dijo-, me disculpo ... tan est , pido por mi parte ... Me desmay%  de

repente ... creo que ha debido ser el viaje y la falta de comida, adem #s de tu excelente vino ... Me temo que ca  hacia adelante con ese frasco en la mano y romp  tu precioso espejo ... Lo lamento tanto ... por supuesto te comprar % otro. »Le dije de modo bastante brusco que no fuese tonto, y luego, cuando Mrs. Manning lleg *   jadeando con el co'ac, le obligu% a tomar un poco a pesar de sus protestas. Mientras lo beb a, Mrs. Manning arregl* el desaguisado del cuarto de ba'o. »-Ah. Eso est #  mejor -dijo Gideon al fin-o Ya me siento completamente reanimado. Lo ,nico que necesito para ser un homb hombre re nuevo es un agradable ba 'o relajante. »Pens% que deba tomar la cena en la cama, pero no quiso ni o r hablar de ello, y he de decir que cuando media hora despu%s baj*  al comedor tena mejor aspecto y parec a mucho m#s relajado. Ri* y brome* con Mrs. Manning mientras nos serva y la felicit * profusamente por sus dotes culinarias, jurando que se desembarazar a de su chef, la secuestrar a y se la llevar a a su Chateau franc%s a fin de que cocinase para %l. Mrs. qued*  encantada con %l, como siempre suceda, terminamos, pero me di cuenta cierto esfuerzo mostrarse jovial y encantador. Cuando por fin,deelque budle n costaba y el queso, y una vez hubo puestotan Mrs. Manning sobre la

 

mesa la frasca de oporto y se hubo despedido, Gideon acept * un puro. Despu%s de encenderlo se reclin* en su silla y me sonri* a trav%s del humo. »-Ahora, Peter -empez*-, puedo contarte algo de lo que ha pasado. »-Estoy sumamente ansioso por saber qu % es lo que te ha llevado a tan triste estado, amigo mo -dije con toda sinceridad. »Se meti*  la mano en el bolsillo y sac *  una pesada llave de hierro con pesados dientes y extremo adornado. La arroj* sobre la mesa, donde cay* pesadamente. »-Esta fue una de las causas del problema -dijo mir #ndola l,gubremente-. La llave de la vida y de la muerte, podr a decirse. »-No te entiendo -dije, perplejo. »-Esta llave fue la raz*n de que estuvieran a punto de detenerme por asesinato -dijo Gideon con una sonrisa. »-.Asesinato? .A ti? -exclam%, at*nito-o .C* mo es posible? »Gideon tom* un sorbo de oporto y se acomod* en su silla. »-Hace cosa de dos meses recib  una carta de mi t o en la que me peda que fuera a verle. Lo hice, como puedes imaginarte con considerable recelo" pues ya sabes la opini* n que tena de %l. Bueno, para abreviar la historia, haba ciertas cosas que quer a que hiciese ... er. .. asuntos familiares ... que me negu% a hacer. Se puso rabioso y discutimos con encono. Me temo que no le dej% abrigar ninguna duda sobre lo que pensaba de %l, y los criados nos oyeron discutir. Sal  de su casa y segu  viaje hasta Marsella para coger un barco en direcci* n a Marruecos, donde iba a hacer una gira. Dos das despu%s mi t o fue asesinado. »-As esn por eso por lo que "t o matado" en tu telegrama -dije-o Me extra'*. -dijo »-Lo que hab# a an matado, y en las pusiste circunstancias m#s misteriosas que puedan imaginarse Gideon-. Lo encontraron en un desv#n vaco, en lo alto de la casa, que no contena m#s que un gran espejo roto. Presentaba un estado horrendo, con la ropa desgarrada y la garganta y el cuerpo destrozados como por un perro rabioso. Haba sangre por todas partes. Tuve que identificar el cuerpo. No fue una tarea agradable, pues ten a la cara tan horriblemente machacada que era casi irreconocible. -Se detuvo y tom* otro sorbo de oporto. Al cabo de un rato sigui*-o Pero lo m#s curioso del asunto es que el desv#n estaba cerrado, cerrado por dentro con esa llave. »-Pero, .c* mo pudo ser eso? -pregunt %, desconcertado-o .C*mo pudo salir de la habitaci* n el asaltante? »-Eso es exactamente lo que quer a saber la Polic a -contest*  Gideon secamente- Como sabes, la Polic a francesa es muy eficiente pero carece de imaginaci* n. Su l*gica funciona m#s o menos del modo siguiente: yo era el ,nico que sala ganando con la muerte de mi t o, porque heredaba la fortuna familiar, su biblioteca y varias granjas diseminadas por toda Francia. Por tanto, como era el ,nico que sala ganando, en fin, deba ser quien haba cometido el asesinato. »-Pero eso es rid culo -exclam% con indignaci*n. »-No para un polica -dijo Gideon-, sobre todo cuando se enteraron de que en mi ,ltimo encuentro con mi t o habamos discutido amargamente, y una de las cosas que los criados me oyeron decirle fue que deseaba que se muriese ya para dejar eell mundo m#s limpio. »-Pero uno es capaz de decir cualquier cosa en el calor de una discusi * n -protest%-o Todo el mundo sabe que ... .Y c* mo, seg,n ellos, mataste a tu t o y saliste luego de la habitaci*n dejando la puerta cerrada cerr ada por dentro? »-Oh, era posible, perfectamente posible -respondi* Gideon-. Se pod a haber hecho con unos alicates muy finos, de punta larga, pero sin duda hubieran dejado se'ales en el extremo de la llave, y como puedes ver no tiene ninguna. El verdadero problema es que al principio no ten a ninguna coartada. Haba ido a Marsella, y como hab a acortado la visita a mi t o, llegu% bastante %  enall 'o hotel, as antes de queelzarpara un y me entretuve esosa pocos explorando puerto. elNobarco. conocMe a aaloj nadie , peque de modo que naturalmente no hab nadie dque

 

 pudiera confirmar mis movimientos. Como puedes imaginar, llev* bastante tiempo reunir a todos los porteros, camareras, ma) tre tre d'htel, tel, propietarios  propietarios de restaurantes, directores de hotel y dem#s,  para demostrar a la Polica, mediante su testimonio, que en realidad estaba en Marsella ocup#ndome de mis propios asuntos cuando mi t o fue asesinado. Pas%  haci%ndolo las ,ltimas seis semanas, y ha sido sumamente agotador. agot ador. »-.Por qu%  no me telegrafiaste? -pregunt %-o Podr a haber ido al menos para hacerte compa'a. »-Eres muy amable, Peter, pero no quer a meter a mis amigos en un asunto tan s *rdido. Adem#s, saba que si todo iba bien y la Polic a me dejaba ir (cosa que finalmente hicieron despu%s de quejarse mucho), tendr  t endr a que pedirte ayuda para algo relacionado con esto. »- Te ayudar % en cualquier cosa que pueda -dije-o Sabes que s * lo tienes que pedrmelo, mi querido amigo. »-Bueno, como te cont %  pas% mi juventud bajo el cuidado de mi t o, y tras esa experiencia llegu% a aborrecer su casa y todo lo relacionado con ella. Ahora, despu %s de este ,ltimo suceso, creo que no podr %  volver a poner los pies jam#s en ese lugar. No exagero, pero pienso que si volviera all y me quedara alg,n tiempo me pondr a gravemente enfermo. »-Convengo en ello ello -dije con co n firmeza-o Bajo ning,n concepto debes dar nunca ese paso. »-Bueno, por supuesto puedo hacer que una agencia de Par s tase y venda los muebles y la casa: eso es f #cil. Pero lo m#s valioso que hay en la casa es la biblioteca. Aqu   es donde intervienes t ,, Peter. No s%  si estar as dispuesto a ir all  y catalogar y tasar los libros. Luego  podr % encargarme de que los almacenen hasta que construya para ellos una prolongaci* n de mi .Qu% meque  biblioteca. dices? »-Por supuesto ir % –contest%-. Con sumo placer. S*lo tienes que decirme cu#ndo quieres que vaya. »-No ir % contigo, estar #s completamente solo -me advirti* Gideon. »-Soy un ser solitario, como ya te he dicho -re-, y mientras tenga cierta cantidad de libros  para entretenerme me lo pasar % estupendamente, no te preocupes. »-Quiero que se haga lo antes posible -dijo Gideon-, para poder desembarazarme de la casa. .Cu#ndo puedes ir? »Consult %  mi agenda y descubr   que afortunadamente tena ante m  un per odo bastante flojo. »- .Qu% te parece hacia el final de la pr *xima semana? -pregunt %, y la cara de Gideon se ilumin*. »-.Tan pronto? -dijo, encantado-o /Ser a espl%ndido! Puedo reunirme contigo en la estaci*n de Fontaine el viernes pr *ximo. .Te viene eso bien? »-Perfectamente -dije-, y no tardar % en clasificarte los libros. Ahora, otro vaso de oporto y luego deber as irte a acostar. »-Mi querido Peter, qu%  p%rdida eres para Harley Street -brome*  Gideon, pero sigui*  mi consejo. »Durante la noche despert % dos veces, creyendo que le o a gritar, pero despu%s de escuchar durante un rato todo estaba en calma, y conclu   que haba sido s*lo mi imaginaci* n. Al da siguiente parti* para Francia, y empec% a hacer mis preparativos para seguirle, guardando en mi equipaje suficientes cosas para una prolongada estancia en casa del difunto to. »Toda Europa estaba entumecida por un invierno glacial, y ciertamente no era el tiempo m#s adecuado para viajar. En realidad, aparte de Gideon nadie hubiera conseguido que abandonara mi casa con aquel tiempo. Cruzar el Canal supuso una pesadilla, y cuando llegu %  a Par s me senta tan enfermo que no pude hacer m#s que tomar un poco de caldo y meter me en seguida en la cama. El d a siguiente amaneci*  g%lido, con un viento cortante, un cielo gris y cortinas de lluvia torrencial que te aguijoneaban la cara. Finalmente logr % llegar a la estaci*n y tom% el tren

 para lo quey me pareci   un viaje interminable, curso hasta del cual tuve %que trasbordos esperas en*estaciones cada vez m#s en inhel *spitas, que qued  tan hacer ateridodiversos de fr o

 

que apenas poda pensar cabalmente. Todos los r os tenan un borde de hielo di#fano a lo largo de sus orillas, y los lagos y estanques volvan helados ojos vacos hacia el gris acerado del cielo. »Por fin, el ,ltimo tren local que haba tomado se arrastr * mugriento y jadeante por las vas de la estaci*n de Fontaine. Me ape % y me abr  paso con mi equipaje hasta el diminuto despacho de billetes y la min,scula sala de espera. All  descubr   con alivio una anticuada y ventruda estufa, alimentada con races de casta'o y casi al rojo vivo. Amonton% mi equipaje en un rinc* n y pas%  alg,n tiempo deshel#ndome, pues la calefacci* n del tren era mnima. No haba se'al alguna de Gideon. Al cabo de un rato, calentado por el fuego y por un sorbo de co 'ac que haba tomado de mi petaca de viaje, empec %  a sentirme mejor. Pas*  media hora y empec%  a  preocuparme por la ausencia de Gideon. Sal al and%n y descubr  que el cielo gris parec a haberse acercado a la tierra y empezaban a caer algunos copos de nieve, enormes copos di #fanos, del tama 'o de media corona, que auguraban una tormenta de nieve de considerables proporciones en un futuro no demasiado lejano. Me preguntaba si deber a intentar acercarme caminando al  pueblo cuando o ruido de cascos y apareci* en la carretera un coche conducido por Gideon, que vena envuelto en un lustroso abrigo abr igo de pieles y tocado con un gorro de astrac #n. »-Siento muchsimo haberte tenido esperando tanto tiempo, Peter -dijo mientras me estrechaba la mano-, pero parece que nos cae encima una cat#strofe tras otra. Ven, d% jame ayudarte con tus bultos y te pondr % al corriente durante el trayecto. »Recogimos el equipaje, lo cargamos en el coche y luego mont %  en el pescante junto a Gideon y me cubr  agradecidamente con la gruesa manta de pieles que hab a trado. Hizo girar al caballo, chasque  el  ell viento l#tigo ynos partimos buen bajo los de nieve, ahoramantuvo ca an con  bastante rapidez.*El E azotabaa la cara car apaso y nos hac a copos la-grimear, pero que Gideon al caballo a trote ligero. »-Estoy ansioso por llegar antes de que empiece de verdad la tormenta de nieve -dijo-, y por eso voy a este paso tan poco civilizado. Estas tormentas de aqu  pueden llegar a ser muy crudas. A veces se pasa nevando sin s in parar varios das. »-Ciertamente est# siendo un duro invierno -dije .. »-El peor que hemos tenido desde hace cincuenta a 'os -dijo Gideon. »Llegamos al pueblo y Gideon guard * silencio mientras guiaba el caballo por las estrechas y desiertas calles, blancas ya por la nieve cuajada. De vez en cuando sal a un perro de una callejuela y corr a ladrando junto a nosotros durante un trecho, pero aparte de %sta no haba ninguna otra se'al de vida. Antes bien, todo parec a indicar que el pueblo estaba esta ba deshabitado. »-Me temo, mi querido Peter, que una vez m#s tendr %  que abusar de tu afabilidad -dijo Gideon sonri%ndome, con el gorro y las cejas blancas de nieve-o Tarde o temprano mis exigencias a nuestra amistad acabar #n por agotar tu paciencia. »- Tonter as -dije-, dime tan s*lo cu#l es el problema. »-Bueno -dijo Gideon-, iba a dejarte al cuidado de Francois y su esposa, que eran los criados de mi t o. Por desgracia, cuando esta ma'ana llegu% a la casa descubr  que Marie, la esposa de Francois, haba resbalado en los escalones helados de la entrada principal y haba cado desde una altura de unos diez metros sobre las rocas, rompi %n-dose ambas piernas. Me temo que las tiene terriblemente astilladas, y no tengo muchas esperanzas de que las salve. »-Pobre mujer, qu%  horrible -exclam%. »-S  -sigui* Gideon-. Naturalmente, Francois estaba casi fren%tico cuando llegu%, y lo ,nico que pude hacer fue llevarles a ambos al hospital de Milau, cosa que me llev* m#s de dos horas. Por eso he tardado t ardado tanto en venir a recogerte. »-Eso no tiene ninguna importancia -dije-. Ten as que llevarles al hospital, por supuesto. »-S, pero ello ha originado un nuevo problema -dijo Gideon-. Mira, mi t o no le gustaba a ninguno de los del pueblo, y Francois y Marie Mar ie eran la ,nica pareja que estaba dispuesta a trabajar %l.deComo #n en Milau,  para estvuelva no hay nadie que pueda cuidar de ti, al menos hasta que dentro dos oambos tres d as Francois.

 

»-Mi querido amigo, no te preocupes por eso -re-o Te aseguro que estoy bastante acostumbrado a apa'#rmelas por mi cuenta. Si dispongo de comida, vino y fuego estar %  muy  bien, te lo prometo. »-Oh, tendr #s todo eso -dijo - dijo Gideon-. La despensa est # bien provista, y abajo, en la fresquera de la caza, hay una pierna de venado, medio jabal, algunos faisanes y perdices y unos cuantos patos silvestres. Hay vino en abundancia, pues mi t o tena una buena bodega, y el s*tano est #  lleno de ra ces de casta'o y le'os de pino, de modo que estar #s caliente. Adem#s, los animales te har #n compa'a.

»-.Animales? .Qu% animales? -pregunt % con curiosidad. »-Un perrito llamado Agrippa -dijo riendo Gideon-, un gatazo muy tonto llamado Clair de Lune, o Clair para abreviar, una jaula llena de canarios y pinzones variados, y un loro viej simo que se llama Octavius. »-Una aut %ntica casa de fieras -exclam%-. Gracias a que me gustan los animales. »-En serio, Peter -dijo Gideon, dirigi %ndome una de sus miradas tan penetrantes-, .est#s seguro de que te las apa 'ar #s bien? Me parece una imposici* n terrible. »- Tonter as -dije de coraz*n-, . para qu% est#n los amigos? »La nieve caa con sa 'a, y s* lo veamos una o dos yardas m#s all# de las orejas del caballo, tan densas eran las nubes arremolinadas de enormes copos. Acab# bamos de entrar en una de las gargantas tributarias que conduc an a la propia Gorge du Tarn. A mano izquierda surg an amenazadoramente los riscos pardos y an negros, salpicados manchas de nieve en cornisas y salientes, que en algunos trechos pend de modo literal de sobre la angosta carretera. A mano derecha el terreno se cortaba casi a pico, con una ca da de unos doscientos metros sobre la garganta, en cuyo fondo, a trav%s de las cortinas de nieve arrastradas por el viento, se vislumbraba de vez en cuando el verde r o, con las rocas desplomadas coronadas de nieve y una capa de hielo en las orillas. La carretera estaba llena de baches, deteriorada por la nieve y el agua, y cubierta a trechos de placas de hielo que hac an resbalar y tropezar al caballo, retrasando nuestra marcha. En cierto momento, un peque 'o alud de nieve se desprendi*  de la cara de un risco con un ruido siseante y se desplom*  pesadamente ante nosotros sobre la carretera, asustando de tal modo al caballo que Gideon tuvo que luchar con denuedo para dominarlo. Durante varios minutos espeluznantes tem  que nos precipit #semos con el coche y el aterrorizado caballo por el precipicio precipic io de la garganta y nos hundi%ramos en el r o que corr a por su fondo. Pero finalmente Gideon logr * dominarle y seguimos a paso lento nuestro camino. »Al cabo de un rato la garganta se ensanch * levemente y poco despu%s, al doblar un recodo, nos vimos ante la extra'a mole de la casa del t o de Gideon. Era un edificio extraordinario, y creo que debo describirlo con cierto detenimiento. Dir %  para empezar que todo %l se elevaba sobre un imponente pe'asco que sobresala considerablemente del r o, formando lo que s * lo  puede describirse descr ibirse co mo una isla, de aspecto aspect o bastante similar al de d e un tri t ri#ngulo is*sceles, con la casa en lo alto. Un puente de piedra, s *lido y viejsimo, la una con la carretera. Los elevados muros exteriores de la casa caan a pico sobre las rocas y el r o, pero tras cruzar el puente y pasar  bajo un enorme arco, guardado por gruesas puertas de roble, descubr as que el edificio estaba construido alrededor de un gran patio central, enguijarrado y con un estanque con fuente en el medio. La fuente representaba un delf n sostenido en alto por querubines, todo ello brillante de hielo y cargado de car #mbanos. »Las numerosas ventanas que miraban al patio estaban en su totalidad cegadas por una orla de enormes car #mbanos que colgaban de cada cornisa. Entre las ventanas haba g#rgolas monstruosas de vidaque animal, conocidas desconocidas la ciencia, cadaque unarepresentaban de las cualesdiversas parec a formas m#s maligna la ante-rior; el yhielo y la nievepor que

 

desdibujaban sus rasgos no mejoraban su aspecto, sino que parec a que te miraban emboscadas tras ellos. Cuando Gideon detuvo al caballo junto a las escaleras que conduc an a la puerta  principal, o mos los ladridos del perro en el interior. Mi amigo abri * la puerta con una gran llave herrumbrosa, e inmediatamente se abalanz*  fuera el perro ladrando de forma estrepitosa y meneando el rabo con placer. El gatazo blanquinegro se mostr * m#s circunspecto y no se dign* a salir a la nieve, sino que se qued*  en la entrada arqueando el lomo y maullando. Gideon me ayud* a llevar mis bultos hasta el gran vest  bulo  bulo de m #rmol, de donde part a una bonita escalera que conduca a los pisos superiores de la casa. Todos los cuadros, espejos y muebles estaban cubiertos con s# banas polvorientas. »-Lamento lo de las fundas -dijo Gideon. Me pareci*   que nada m#s entrar en la casa se hab a puesto nervioso e inquieto-o Pensaba haberlas quitado esta ma 'ana para que encontraras la casa m#s habitable, pero entre unas cosas y otras no he tenido tiempo. »-No te preocupes -dije mientras hac a fiestas al perro y al gato, que reclamaban al mismo tiempo mi atenci* n-o No voy a ocupar toda la casa, de modo que s*lo quitar % las s# banas de las habitaciones que utilice. »-S, s -dijo Gideon, mes#ndose los cabellos con manos nerviosas-o Tienes la cama hecha ... tu dormitorio es la segunda puerta a la izquierda desde lo alto de las escaleras. Ahora ven conmigo y te ense 'ar % la cocina y la bodega. »Me condujo por el vest  bulo  bulo hasta una puerta oculta bajo la escalera esca lera principal. pr incipal. Tras abrirla  baj* por unos anchos escalones que describan una espiral, intern#ndose en la oscuridad. Al cabo de un rato llegamos a sun pasadizo conduc despensa, a a una gigantesca enlosada, se abr  an cavernosos *tanos y unaque espaciosa fr a comococina un glaciar, en lajunto que aselavecual an  piezas de caza, pollos, patos, piernas de cordero y cuartos traseros de vaca colgados de ganchos o sobre los estantes de m#rmol que corr an alrededor de las paredes. En la cocina hab a un gran fog*n, con cada fuego cuidadosamente dispuesto, y una enorme mesa en el centro sobre la que haba diversos comestibles que a juicio de Gideon podr a necesitar: arroz, lentejas negras como el holln, patatas, zanahorias y otras verduras en grandes cestas, potes de barro con mantequilla y conservas, y una pila de hogazas de pan reci%n hecho. En el lado opuesto, frente a los s *tanos y la despensa, estaba la pesada puerta de la bodega, cerrada y candada. Obviamente, el t o de Gideon no confiaba en el servicio en lo que ata 'a a bebidas alcoh* licas. La bodega era peque'a,  pero una r # pida ojeada me permiti* advertir que contena algunos vinos de excelentes cosechas. »-Srvete de ella sin reparos -dijo Gideon-. Hay aqu   vinos realmente muy buenos, y supondr #n una peque 'a compensaci*n por tu estancia solitaria en este l,gubre lugar. »-.Quieres que pase todo el tiempo embriagado? -re -o No acabar a nunca de tasar los libros. Pero no te preocupes, Gideon, estar % perfectamente. Tengo comida y vino en cantidad suficiente  para un ej%rcito, combustible de sobra para el fuego, un perro, un gato y muchos p # jaros para hacerme compa'a, y una amplia e interesante biblioteca. .Qu% m#s puede desear un hombre? »-Por cierto, la mayor parte de los libros est# en la Galer a Larga, en el ala sur de la casa. No hace falta que te la ense 'e ... es bastante f #cil de encontrar, y realmente es hora ya de que me  ponga en camino -dijo Gideon mientras me conduc a de vuelta al vest  bulo.  bulo. Se meti* la mano en el bolsillo y sac* un enorme manojo de llaves antiguas-o Las llaves del reino -dijo con una d% bil sonrisa-o No creo que haya nada cerrado, pero si es as   # brelo, por favor. Dir %  a Francois que vuelva para cuidar de ti tan pronto como su esposa est %  fuera de peligro, y en cuanto a m , regresar %  dentro de unas cuatro semanas. Supongo que para entonces habr #s terminado tu trabajo. »-Es f #cil que sea as  -dije-o En realidad, si termino antes te mandar % un telegrama. »-En serio, Peter -dijo cogi%ndome la mano-o Te aseguro que me siento profundamente en deuda contigo por lo que est#s haciendo. No lo olvid o lvidar  ar %. »- Tonter as, amigo mo -contest%-o Me produce un gran placer servirte de ayuda.

 

»Me qued% en la entrada de la casa, con el perro jadeando a mi lado y el gato arque #ndose en torno a mis piernas mientras ronroneaba con fuerza, y contempl %  c* mo Gideon montaba en el coche, se envolva en la manta y arreaba al caballo con las riendas. Parti* %ste al trote, y mientras lo guiaba hacia la entrada del patio Gideon levant * el l#tigo en se'al de saludo. Desapareci* bajo el arco, y el ruido de los cascos qued* pronto amortiguado por la nieve y se extingui ext ingui* totalmente. Tras coger el c#lido y sedoso cuerpo del gato y silbar al perro, que hab a perseguido al coche hasta el arco entre euf *ricos ladridos, entr %  de nuevo en la casa y ech %  el cerrojo de la puerta  principal. »Lo primero que tena que hacer era explorar la casa y averiguar d *nde estaban los diversos libros con los que haba venido a trabajar, para poder as   decidir qu%  habitaciones necesitaba abrir. Haba visto sobre una mesa del vest  bulo gra n candelabro ca ndelabro de plata, de seis se is brazos, con  bulo un gran una caja de cerillas al lado. Resolv  utilizarlo en mis exploraciones, pues as   me ahorrar a la tediosa necesidad de abrir y cerrar innumerables contraventanas. Encend  las velas y acompa 'ado por el ansioso y bullicio-so perro, cuyas u 'as repicaban como casta'uelas sobre los suelos desnudos, me puse en marcha. »Todo el piso bajo estaba distribuido en tres habitaciones grand simas y una m#s peque'a, lo cual comprenda el sal* n, el comedor, un estudio y un saloncito. Resultaba bastante extra 'o que esta habitaci* n -que llam% el sal* n azul, pues estaba decorada en diversas tonalidades de azul y oro fuera la ,nica que estaba cerrada, y tard% alg,n tiempo en encontrar la llave que la abr a. Este sal* n formaba un extremo del edificio, y por eso era alargado y estrecho, con forma de caja de zapatos y grandes ventanas a cada lado. »La puerta por la hab queaseuno entraba de que una he devisto las paredes m#sExtendido largas, y colgando de la opuesta de los estaba espejosen m #medio s grandes en mi vida. desde el suelo hasta tocar casi el techo, deb a tener al menos tres metros de altura y unos doce de anchura. Estaba levemente deslustrado, lo que le daba un agradable tinte azulado parecido al de las aguas de un lago poco profundo, pero todav a reflejaba con claridad y precisi* n. Lo rodeaba un ancho marco dorado, de talla muy trabajada, que representaba diversas ninfas y s #tiros, unicornios, grifos y otros animales fabulosos. El marco era de suyo una obra de arte. Sent#ndose en uno de los c* modos sillones que haba a cada lado de la chimenea uno pod a ver la habitaci* n entera reflejada en este notable espejo, y aunque era un poco estrecha te daba una gran sensaci* n de espacio. »El tama'o, la comodidad y -debo admitido- la novedad de este sal*n me decidieron a hacer de %l mi cuarto de estar, y tard %  muy poco tiempo en quitar las fundas polvorientas de los muebles y encender un crepitante fuego de races de casta'o en la chimenea. Luego fui por la  jaula de pinzones y canarios y la puse en un extremo de la habitaci* n junto con el loro Octavius, al que pareci*  agradar el cambio, pues se revolvi*  las plumas, lade*  la cabeza y silb*   unos cuantos compases de la Marsellesa. El perro y el gato se tendieron inmediatamente frente al fuego y se quedaron dormidos con aire satisfecho. Abandonado as  por mis compa 'eros, cog e  ell candelabro y prosegu en solitario la exploraci* n de la casa. El primer piso consist a sobre todo en dormitorios y cuartos de ba 'o, pero toda un ala de la casa (el que cerraba el cuadrado alrededor del patio) estaba formada por una habitaci *n enorme, la Galer a Larga a la que se haba referido Gideon. A lo largo de una de las paredes de esta  prolongada y amplia a mplia habitaci* n haba ventanas alt simas, y frente a cada una de ellas un espejo, similar al del piso de abajo pero m#s alto y estrecho. Entre estos espejos se ve an estanter as de lustroso roble, y apilados al azar sobre los anaqueles hab a infinidad de libros, algunos puestos de lado y otros boca abajo en total confusi*n. Una r # pida mirada me bast* para darme cuenta de que la biblioteca estaba tan desordenada que tardar a un tiempo considerable en clasificar los libros por materias antes incluso de empezar a catalogarlos y valorarlos. a ladirig Galer  Larga amortajada s# banas polvorientas condelasellos contraventanas a,n »Dejando cerradas, me  ala segundo piso. Aqu por   s* lo haba desvanes. En yuno encontr %  el

 

marco dorado de un espejo y me estremec , pues supuse que era el desv#n en el que haba encontrado la muerte el t o de Gideon. El marco del espejo era id%ntico al del sal* n azul, pero de dimensiones mucho menores. Tambi%n mostraba s#tiras, unicornios, grifos e hipogrifos, pero adem#s haba una peque'a zona en lo alto, tallada en forma de medall* n, en la que se ve an grabadas las siguientes palabras: Soy tu siervo. Alim%ntate y lib%rame. Yo soy t +.  No parec an tener ning,n sentido. Cerr %  la puerta de este desv#n y, reprendi%ndome por mi cobarda, la asegur % con llave y me sent  en consecuencia mucho mejor. »Cuando termin% de bajar las escaleras y llegu % al sal* n azul me vi saludado con entusiasmo  por el perro y el gato, como si hubiera pasado varios das de viaje. Advert   que estaban hambrientos. Al mismo tiempo me di cuenta de que yo tambi %n tena hambre, pues con la excitaci*n de la llegada a la casa y su exploraci*n me haba olvidado de prepararme algo de comer, y pasaban ya de las seis de la tarde. Acompa 'ado por los ansiosos animales baj%  a la cocina a fin de hacer algo para todos nosotros. Coc para el perro unos trozos de cordero, y un  pollito para el gato, todo ello acompa'ado con arroz y patatas hervidas, con lo que quedaron encantados con su men,. Yo me hice un gran filete a la parrilla con una variada guarnici * n de verduras, y escog en la bodega una excelente botella de vino tinto. »Cuando todo ello estuvo listo lo llev%  al sal* n, y tras acercar mi sill* n al fuego me sent %  c*modamente y empec% a comer con ganas. Al cabo de un rato, repletos de comida, el perro y el gato Se reunieron conmigo y se tumbaron frente al fuego. Una vez se hubieron acomodado me levant % y cerr % la puerta, pues vena una fr a corriente de aire del gran vest  bulo,  bulo, que ahora, con su suelo de m#rmol, estaba fr o como una nevera. Cuando termin%  de comer me reclin%  con * n,radando satisfacci n #en el silllas vino contemplando lasallamas azules que corr  de ac# para *all   sobre ces desorbos casta'de o en la ychimenea. Me sent relajado y feliz, y elan vino, fuerte y sabroso, estaba produciendo en m un efecto sopor fero. Dorm quiz# por espacio de una hora. De pronto despert% enteramente con un estremecimiento nervioso, como si alguien hubiera gritado mi nombre. Prest % atenci*n, pero los ,nicos sonidos que se o an eran la suave respiraci* n del perro y el ramoneo satisfecho del gato, hecho un ovillo en el sill * n que tena enfrente. Reinaba tal silencio que poda o r la leve crepitaci*n y los chasquidos de las ra ces de casta'o en la chimenea. Sinti%ndome seguro de que haba imaginado alg,n ruido y, sin embargo, indeciblemente intranquilo por alguna raz *n que no poda discernir, puse otro le 'o en el fuego y volv a acomodarme en el sill* n para echar un sue 'ecito.

Fue entonces cuando mir %  casualmente al espejo que tena enfrente y advert   que, en el reflejo, la puerta del sal* n que haba cerrado cuidadosamente estaba ahora entreabierta. Sorprendido, gir % en redondo y mir % hacia la puerta verdadera, para descubrir s* lo que estaba tan  perfectamente cerrada como la haba dejado. Volv  a mirar al espejo y me asegur %  de que mis ojos -ayudados por el vino no me estaban jugando una mala pasada. Pero no cab a duda alguna: en el reflejo, la puerta aparec a ligeramente entreabierta. »Estaba all sentado, mirando al espejo y pregunt #ndome qu% juego de luz y reflejos poda  producir el efecto de una puerta abierta si la que causaba el e l reflejo estaba a todas t odas luces cerrada, cerr ada, cuando advert  algo que me hizo incorporarme, at *nito y desasosegado.  La puerta reflejada se abr # # a todav# a m' s. Mir % de nuevo hacia la puerta verdadera y vi que segu a firmemente cerrada. Sin embargo, su reflejo en el espejo se abr a lentamente, milmetro a milmetro. Me qued%  contempl#ndolo, mientras los pelos de la nuca se me pon an de punta. De repente, en torno al  borde de la puerta, apareci* sobre la alfombra algo que a primera vista tom% por una especie de oruga. Era alargado, arrugado y de color blanco amarillento, y ten a en la punta un largo cuerno ennegrecido. Se encorv* y escarb* con su cuerno en la superficie de la alfombra de un modo que  jam#s haba visto en ninguna ninguna oruga. Luego, lentamente, se retir  r etir * detr #s de la puerta.  que estaba #s a laque Mir  vez m puerta verdadera que »Descubr  estaba cerrada, pues sudando. no me hac a% una ninguna gracia aquella oruga para o loasegurarme que fuera de se

 

arrastrase a mi lado por la habitaci* n. La puerta segua cerrada. Tom%  un trago de vino para calmar mis nervios, y me disgust*  ver que me temblaba la mano. Aqu   estaba yo, que nunca haba credo en fantasmas o apariciones o encantamientos o cualquier otra superstici* n por el estilo, imaginando que ve a cosas en un espejo y convenci %ndome hasta tal punto de que eran reales que me sent a verdaderamente asus-tado. »Era ridculo, me dije mientras beba el vino. Haba alguna explicaci* n perfectamente racional para todo ello. Me qued% sentado en el sill* n, mirando con gran atenci*n al reflejo en el espejo. Durante largo rato no ocurri* nada, y luego la puerta del espejo se entreabri* de golpe y apareci* de nuevo la oruga. Esta vez surgi* otra junto a ella, y luego, tras una pausa, otra m#s. »De repente se me hel* la sangre en las venas, pues me di cuenta de lo que eran. No eran orugas, sino dedos de un amarillo desva do rematados con largas u 'as negras y curvadas, como gigantescas espinas deformes de rosal. En el preciso momento en que advert  esto apareci*  la mano entera, que palpaba flojamente la alfombra mientras avanzaba. Era la mano de un esqueleto, cubierta de amarillenta piel apergaminada de la que sobresal an como nueces nudillos y articulaciones. Busc*  a tientas por la alfombra, mostrando la descarnada mu 'eca de la que  brotaban los dedos como tent t ent#culos de alguna extra'a an %mona marina, una an%mona surgida de las profundidades en cuya perpetua oscuridad se hab a vuelto p#lida. Luego se retir * lentamente tras la puerta. Me estremec   al pensar qu%  clase de cuerpo ir a unido a aquella horrible mano. Esper % durante cosa de un cuarto de hora, espantado de que pudiera aparecer de repente tras la  puerta del espejo, pero no sucedi* nada. »Al cabo de un rato empec% a impacientarme. Trataba todava de convencerme de que todo a sido ello no hab m#s que alucinaci por el vino ycerrada el calorpara del fuego, pero no lograba. Pues all estaba la una puerta del sal**nnprovocada azul, cuidadosamente protegerme de lo la corriente de aire, mientras que la puerta del espejo segu a entreabierta y algo pareca acechar tras ella. Deseaba acercarme al espejo para examinado, pero no me atrev a. En lugar de ello se me ocurri* un plan que pens% me mostrar a si estaba imaginando cosas o no. Despert % a Agrippa, el  perro, y haciendo una bola con la hoja del peri*dico que haba estado leyendo la arroj% al otro lado de la habitaci* n, de modo que cay* junto a la puerta cerrada. En el espejo qued * al lado de la puerta entreabierta. »M#s por agradarme que por otra cosa, pues estaba medio dormido, Agrippa corri * tras ella. Agarr #ndome a los brazos del sill* n contempl% su reflejo en el espejo mientras se acercaba a la  puerta. Lleg*  junto a la bola de papel y se detuvo para recogerla. Entonces ocurri *  algo tan espeluznante que apenas pude dar cr %dito a mis ojos. La puerta del espejo se abri* un poco m#s y s, bitamente apareci*  la mano seguida de un largo y blanco brazo descarnado. Agarr *  por el  pescuezo al perro del de l espejo y lo arrastr * velozmente, pateando y debati%ndose, al otro lado de la  puerta. »Agrippa haba vuelto ya a mi lado tras cobrar la bola de papel, pero no me fij%  en %l, pues tena la mirada clavada en el espejo. Pocos minutos despu %s reapareci* de repente la mano. .Era mi imaginaci* n o ahora pareca m#s fuerte? En cualquier caso, se curv* en torno a la hoja de la  puerta y la cerr *  por completo, dejando en la pintura blanca una serie de huellas de dedos ensangrentados que me revolvieron el est *mago. El Agrippa real, con la bola de papel de  peri*dico en la boca, me olfateaba la pierna solicitando mi aprobaci* n, mientras que Dios sabe qu% destino habr a corrido su reflejo detr #s de la puerta del espejo. »Decir que estaba temblando te mblando es decir poco. Apenas poda dar cr %dito a la evidencia de mis sentidos. Me qued % sentado mirando hacia el espejo durante largo rato, pero no sucedi* nada m#s. Finalmente, todava con un hormigueo de miedo en la piel, me levant% y examin% el espejo y la puerta que daba entrada al sal* n. Ambos tenan un aspecto completamente normal. Sent a un deseo acuciante de abrir la puerta y a suacechaba comprobar si tambia%aquello n se abr que reflejo el la espejo, si he defuera ser sincero, tena demasiado miedo de molestar acec habaen tras puerta puert apero del espejo, lo que fuera.

 

»Mir % hacia lo alto del espejo y por primera vez vi que ten a la misma inscripci* n que haba encontrado en el del desv#n: Soy tu siervo. Alim%ntame y lib%rame. Yo soy t +. Me pregunt%  si aquello se referir a al ser que estaba tras la puerta. Alim puerta.  Alim%ntame y lib%rame, .era eso lo que haba hecho yo al dejar que el perro se acercara a la puerta? .Estaba ahora aquel ser devorando al perro que haba atrapado en el espejo? Me estremec al pensarlo. Decid que lo ,nico que poda hacer era conseguir un buen descanso nocturno, pues estaba agotado y sobreexcitado. Al da siguiente, me asegur % a m mismo, encontrar a alguna explicaci*n cabal para todo aquel galimat as. »Tras coger al gato y llamar al perro (pues, si he de decir la verdad, necesitaba la compa 'a de los animales), sal del sal* n azul. Mientras cerraba la puerta me qued% helado de espanto al or una voz ronca y #spera que me deseaba “Bonne nuit" en tono mimoso. Uno o dos instantes despu%s me di cuenta de que haba sido el loro Octavius, y casi me desmay% de alivio. »El gato Clair dormitaba pac ficamente en mis brazos, pero tuve que animar un poco a Agrippa para que me acompa'ara al piso al piso de arriba, pues era obvio que nunca le hab an permitido  pasar del piso bajo. Al final, con recelo rece lo que pronto se convi co nvirti rti* en excitaci* n por la novedad, la novedad, me  sigui escale  escaleras ras arriba. El fuego del dormitorio se haba apagado, pero el aire estaba a,n caliente. Me desnud% y me met  en la cama sin m#s pre#mbulos, con Agrippa a un lado y Clair al otro. Me consolaba mucho sentir junto a m sus c#lidos cuerpos, pero no me averg0enza decir que adem#s dej% las velas encendidas y la puerta de la habitaci *n bien cerrada. »Al da siguiente, nada m#s despertar, advert  inmediatamente el silencio. Abr   las contraventanas y hall%  en el exterior un mundo embozado por la nieve. Deb a haber estado nevando con regularidad durante toda la noche, y ahora hab a grandes montones blancos sobre la #rboles o nieve superficie lascon rocas, en losfirme, desnudos, lo largoun degran la orilla y sobre puente que una lade casa la tierra donde se hab aa apilado colchdel *n r de de el unos dos metros de profundidad. Todos los alf %izares de las ventanas y todos los salientes de los aleros ostentaban un temible arsenal de car #mbanos, Y los alf %izares aparecan esmaltados por una delgada capa de hielo. El cielo tena un tinte gris oscuro y estaba bajo, por lo que me di cuenta de que se avecinaba m#s nieve a,n. »Aunque hubiera querido abandonar la casa, las carreteras estaban ya intransitables; otra nevada m#s y quedar a completamente aislado del mundo exterior. Debo decir que, al recordar mis experiencias de la noche anterior, este hecho me hizo sentirme un tanto intranquilo. Pero me reprend, y cuando termin% de vestirme me las haba arreglado ya para convencerme de que mi experiencia en el sal* n azul haba sido fruto de un exceso de buen vino y de una imaginaci * n sobreexcitada. »Calmado as, baj%  las escaleras, cog en brazos a Clair, llam% a Agrippa y cobrando valor abr  de golpe la puerta del sal* n azul y entr %. Estaba como lo hab a dejado, los platos sucios y la  botella de vino junto a mi sill* n, y las ra ces de casta'o de la chimenea convertidas en ceniza de un delicado tono gris que se agit * levemente por obra de la s , bita corriente de aire que entr  e ntr * por la puerta. Pero era lo ,nico que se agitaba en la habitaci*n. Todo estaba en orden. Todo era normal. Exhal% un suspiro de alivio. Hasta que no estuve en medio de la habitaci * n no ech% una ojeada al espejo. Me detuve s, bitamente como si s i hubiera topado con un muro de ladrillos, y la sangre se me hel* en las venas, pues no poda creer lo que estaba viendo. »En el espejo me reflejaba yo con el gato en brazos, pero no haba ning,n perro a mis talones, aunque Agrippa me estaba olfateando los tobillos. to billos. »Durante varios segundos qued%  estupefacto donde estaba, incapaz de dar cr %dito al testimonio de mis sentidos, mirando primero al perro que ten a a los pies y luego al espejo sin reflejo del animal. y o, el gato y el resto de la habitaci* n est # bamos reflejados con perfecta claridad, pero no haba ninguna imagen de Agrippa. Dej%  caer al gato al suelo (donde sigui*  

reflej#ndolo el espejo) y cog  en brazos a Agrippa. Aparec  en el espejo sosteniendo en brazos un

 

objeto imaginario. Cog  apresuradamente el gato y as , con Clair bajo un brazo y un perro invisible bajo el otro, sal del sal* n azul y cerr % concienzudamente la puerta a mis espaldas. »Una vez en la cocina me avergonz* descubrir que me temblaban las manos. Di un poco de leche a los animales (la forma en que Agrippa despach* la suya no dej* duda alguna de que era un animal de carne y hueso) y me prepar % algo para desayunar. Mientras fre a huevos y jam* n muy ahumado tena la mente ocupada por lo que haba visto en el sal* n azul. A menos que estuviera loco -y nunca me haba sentido m#s cuerdo en toda mi vida-, me ve a obligado a admitir que haba experimentado lo que haba visto, por muy incre ble  ble que me pareciese y de hecho me parece a,n. Aunque me aterrorizaba lo que fuera que estuviera acechando tras la  puerta del espejo, me sent se nta tambi%n lleno de una curiosidad irresistible, un deseo de ver c*mo era el ser que posea aquella descarnada mano cer ,lea, aquel demacrado brazo amarillento. »Decid  que aquella misma noche intentar a hacer salir al ser para poder as  examinarlo. Lo que me propona hacer me llenaba de horror, pero mi curiosidad era mayor que mi miedo. Pas%  el d a catalogando libros en el estudio, y al anochecer encend  de nuevo la chimenea del sal* n, me prepar %  la cena, la sub  junto con una botella de vino y me acomod%  junto al fuego. Sin embargo, esta vez haba tomado la precauci* n de armarme con un s * lido bast*n de % bano. Esto me dio cierta sensaci* n de seguridad, aunque s* lo el cielo sabe de qu % podr a servir un bast *n contra un adversario surgido de un espejo. Seg ,n result *, armarme con aquel bast *n fue lo peor que poda haber hecho, y estuvo a punto de costarme co starme la vida. »Cen%  con los ojos clavados en el espejo, mientras los dos animales dorm an a mis pies como haban hecho la noche anterior. Cuando termin % de cenar segua sin haber ning,n cambio * n, observ#ndolo entre en la imagen deUna la puerta reflejada el espejo. reclin%  enMe el sill sorbos de vino. hora despu %s elen fuego empezMe *  a menguar. levant %  a alimentarlo con algunos le'os, y acababa de volverme a sentar cuando vi que el tirador de la puerta empezaba a girar con suma lentitud. Milmetro a milmetro, la puerta se abri* m#s o menos un pie. Resultaba incre ble  ble que la apertura apert ura de una puerta pudiera estar cargada de tantas t antas amenazas, pero la forma lenta y furtiva en que se des-lizaba por la alfombra era indescriptiblemente maligna. »Luego apareci* la mano, que avanzaba muy despacio, curv#ndose sobre la alfombra hasta que la mu'eca y parte del amarillento antebrazo quedaron a la vista. Se detuvo durante un momento, fl#ccidamente posada sobre la alfombra; luego, como si el ser que controlaba la mano estuviera ciego, empez* a tantear a su alrededor de una forma que daba n#useas. »Me pareci* el momento adecuado para poner en marcha el plan que con co n tanto cuidado haba  preparado. Haba dejado deliberadamente sin comer a Clair para que estuviera hambriento; ahora le despert%  y agit %  bajo su nariz un trozo de carne que haba trado con este prop*sito de la cocina. Sus ojos se agrandaron y dej* escapar un fuerte maulli-do de excitaci* n. Agit% la carne  bajo su nariz hasta hast a que se puso fren%tico y luego la arroj% por la habitaci* n de modo que cayera sobre la alfombra cerca de la puerta firmemente cerrada. Comprob% en el espejo que hab a ca do cerca, pero no demasiado cerca de la mano que segu a tanteando ciegamente a su alrededor. »Lanzando un fuerte gemido de hambre, Clair cruz* r # pidamente la habitaci*n en su busca. Confiaba en que el gato pasara lo bastante lejos de la puerta como para tentar al ser a abrirla, pero pronto me di cuenta de que hab a cado demasiado cerca. Cuando el reflejo de Clair se detuvo y el gato se inclin* para coger la carne con la boca, la mano dej*  su ciego tanteo. Lanz#ndose hacia adelante con una rapidez incre  ble,  ble, agarr * a Clair por la cola y lo arrastr *, debati%ndose y retorci%ndose, detr #s de la puerta. Como la vez anterior, momentos despu%s reapareci*  la mano, se curv*  en torno a la puerta y la cerr *  lentamente, dejando en la madera huellas de dedos ensangrentados. »Pens% que lo que hac a doblemente horrible todo aquello era el contraste entre la rapidez y ferocidad con que la mano aferraba su presa y la forma lenta y furtiva en que abr a y cerraba la c*modamente junto al fuego, y al %rsela quedado  puerta. Clair volvi* entonces la carne en la boca para igual que Agrippa, no parec con a haber empeorado nada porcom haberse sin reflejo. Aunque

 

vel% hasta despu%s de medianoche, la mano no volvi* a aparecer. Entonces cog a los animales y me fui a la cama, decidido a idear un plan por la ma 'ana que obligara a mostrarse a la cosa que haba tras la puerta. »Al anochecer del  del  da siguiente haba terminado ya la clasificaci* n Y el cat#logo  preliminares de los libros de la planta baja de la casa. El paso siguiente era subir a la Galer a Larga, donde estaba albergado el grueso de la biblioteca. Aquel d a me sent a un tanto cansado, de modo que hacia las cinco decid   salir a dar una vuelta para respirar un poco de aire fresco. Pero mis esperanzas quedaron frustradas. Haba estado nevando sin parar desde mi llegada, y ahora los relucientes montones de nieve eran tan altos que no poda atravesarlos. La ,nica forma de salir del patio central y cruzar el puente hubiera sido abrir un sendero, y esto hubiera supuesto apartar una crujiente capa de nieve de unos dos metros de profundidad. Algunos de los car #mbanos que colgaban de los canalones, los alf %izares de las ventanas y las g #rgolas tenan un metro o metro y medio de largo, y eran tan t an gruesos como mi brazo. »Los animales no quisieron acompa 'arme, pese a lo cual intent %  dar unos pasos por aquel espacioso mundo blanco, tan silencioso y fr o como el fondo de un pozo. La nieve protestaba  bajo mis pies con crujidos semejantes a chillidos de ratones, y me hunda en ella hasta las rodillas, por lo que no tard% en abrirme paso de nuevo hasta la casa. Segu a nevando con copos tan grandes como relojes de diente de le*n, que espesaban la pasta blanca depositada sobre las tejas y aguilones del tejado. Reinaba ese silencio completo que trae la nieve, sin ning,n ruido, ning,n canto de p# jaro,  ning,n silbido del viento; un silencio casi tangible, -como si una crujiente bufanda blanca amordazara al mundo vivo. »Frot#ndome las manos heladas me apresur % a entrar, cerr % la puerta principal y me dirig  a la cocina para prepararme la cena. Mientras se haca encend una vez m#s la chimenea del sal* n azul, y cuando estuvo lista la sub  hasta all, como tena ya por costumbre, en compa 'a de los animales. Me arm% de nuevo con el s * lido bast*n, y esto me produjo pro dujo un peque'o consuelo. Tom%  la cena y beb el vino mientras observaba el espejo, pero la mano no apareci *. Me preguntaba d*nde estar a. .Merodeaba por ah, explorando un reflejo de la casa oculto tras el espejo, un reflejo que yo no poda ver? .O exist a s* lo cuando se converta en reflejo sobre el espejo que yo contemplaba? Meditando en estas cosas, y calentado por el fuego, me adormec , y al cabo de un rato me qued% profundamente dormido en contra de mi voluntad. Deb a llevar durmiendo cosa de una hora cuando me despert * bruscamente el sonido de una voz, una voz delgada y cascada que cantaba de modo estridente:  Aupres de ma blonde, aupres aupres de ma blonde, Qu'i! fait bon dormir ... »Despu%s se oy* una #spera carcajada hist%rica »Medio dormido como estaba, tard%  un momento en darme cuenta de que la canci* n y la carcajada provenan de Octavius. La impresi* n de or de repente una voz humana como aquella fue considerable, y el coraz*n me lat a a ritmo acelerado. Ech%  una ojeada a la habitaci* n Y comprob% que las jaulas de los canarios y Octavius segu an donde las haba dejado. Luego mir %  al espejo, y me qued%  paralizado en el sil1*n. Sufr   una revulsi* n y un terror que sobrepasaba cualquier emoci* n que haba sentido hasta entonces. Mi deseo se haba cumplido, y la cosa de detr #s de la puerta haba aparecido. Con qu% fervor implor % a Dios, cuando la contempl%, que me hubiera hecho cerrar el sal* n azul despu%s de la primera noche para no volver a entrar jam #s en %l. »EI ser -debo llamarlo as , pues apenas parec a humano- era peque'o y jorobado, y llevaba lo que me pareci* a todas luces un sudario, una prenda de lino amarillento salpicada de manchas de moho y suciedad, desgarrada en algunos sitios en que el tejido se haba desgastado, enrollada  por arriba como una bufanda en e n ttorno orno a la cabeza c abeza de la cosa. co sa. En aquel momento, lo ,nico que resultaba visible de su cara era un flequillo desigual de pelo naranja desva do que ca a sobre una frente enteramente surcada de arrugas, y debajo, dos grandes ojos de color amarillo claro que

 

miraban con la feroz arrogancia impersonal de los de un macho cabr o. M#s abajo, una de las  p#lidas manos de la cosa, rematada con co n negras u'as, sostena en su lugar el arrugado arr ugado sudario. »Se encontraba tras la gran jaula que haba albergado a los canarios. La jaula estaba ahora retorcida y destrozada, destripada como un caballo en el ruedo, y cubierta de una nube de plumas amarillas que se pegaban a las manchas de sangre de los barrotes. Advert  que haba unas cuantas  plumas amarillas entre los dedos de la mano del ser. Mientras le contemplaba, co ntemplaba, se traslad* de los restos de la jaula de los canarios a la mesa de al lado, donde hab a puesto la del loro. Se mova lentamente, con una acusada cojera, y m#s que otra cosa pareca arrastrar un pie despu%s del otro. Lleg* a la jaula, en la que el reflejo de Octavius se balanceaba de un lado a otro sobre su percha. »EI p# jaro real de la habitaci* n segua cantando y profiriendo de vez en cuando agudas carcajadas. En el espejo, el ser contemplaba al loro en la jaula con sus feroces ojos amarillos. Luego, las manos de la cosa se lanzaron s, bitamente hacia adelante y sus dedos se curvaron sobre los barrotes, retorci%ndolos y separ #ndolos. Como tena ambas manos ocupadas, la parte del sudario que cubr a la cara resbal*, revelando el rostro m#s repugnante que he visto en mi vida. La mayor parte de los rasgos que hab a debajo de los ojos parecan haber sido devorados, bien por pudrici* n o por alguna enfermedad semejante a la lepra. Donde deber a haber estado la nariz haba s* lo dos agujeros negros de  bordes desiguales. Le faltaba toda t oda una mejilla, por lo que los huesos de la mand bula  bula superior super ior e inferior, con encas mohosas y dientes cariados, aparecan a la vista. Hilos de saliva brotaban de la boca y ca an sobre los pliegues del sudario. Finas arrugas surcaban lo que quedaba de los labios, por lo que parec an fuertemente cosidos con un hilo de algod a lgod*n. »Lo que empeoraba todo ello, como espect#culo macabro, era que uno de los repugnantes dedos del ser llevaba un gran gra n anillo de oro sobre el que un * palo fulguraba como el fuego cuando mova la mano, ocupada en retorcer el metal de la jaula. En una aparici * n tan cadav%rica, este refinamiento serva s* lo para realzar su repulsivo aspecto. »Finalmente consigui* separar bastante los alambres como para meter las manos en la jaula  por el hueco. El loro segua mene#ndose y balance#ndose sobre su percha, mientras que el verdadero Octavius segua cantando y riendo. El ser agarr * al loro, que alete* y se debati* en sus manos, mientras Octavius continuaba cantando. Sac*  al p # jaro de la jaula rota, r ota, lo alz a lz* hasta su obscena boca y le parti* el cr #neo como si fuera una nuez. Luego empez * a sorber con deleite los sesos del cr #neo destrozado, mientras algunas plumas y fragmentos de hueso y cerebro se mezclaban con la saliva que ca a de la boca cosa sobre el sudario. »Sent  tal repulsi* n y al mismo tiempo tal rabia ante lo que hac a el ser que agarr % el bast *n y me puse en pie, temblando de c * lera. Me acerqu%  al espejo, y seg,n lo haca y apareca mi reflejo, me di cuenta de que (en el espejo) me estaba acercando a la cosa por detr #s. Segu  avanzando hasta que estuve junto a ella en el e l reflejo, y entonces levant% el bast *n. »De repente los ojos del ser parecieron echar llamaradas en su cara desintegrada. Interrumpi*  su nauseabundo banquete y dej*  caer al suelo el cad#ver del loro, volvi%ndose al mismo tiempo para encarar mi reflejo con tal rapidez que me cogi* de improviso y me qued% all , mir #ndole, con el bast *n levantado. El ser no dud*  ni un instante, sino que se lanz*  hacia adelante y aferr * mi garganta del reflejo con sus fuertes y enjutas manos. »Este repentino ataque hizo tambalearse hacia atr #s a mi reflejo, que dej* caer el bast *n. El ser y mi reflejo cayeron detr #s de la mesa y les vi revolc #ndose por el suelo. Horrorizado, dej%  caer el bast *n, y corriendo hasta el espejo golpe % in,tilmente contra el cristal. Al cabo de un rato ces* todo movimiento detr #s de la mesa. No ve a lo que pasaba, pero convencido de que el ser estaba tratando a mi reflejo como haba tratado al del perro y el gato, segu  golpeando contra la superficie de cristal. »Al fin sali* el ser de detr #s de la mesa, movi%ndose con aire inseguro y jadeando. Me daba la espalda. Permaneci*  as durante unos segundos; luego se agach*, y agarrando mi cuerpo del

 

reflejo lo arrastr *  lentamente tras la puerta. Mientras lo hac a advert  que el cuerpo tena la garganta desgarrada. »Al cabo de un rato reapareci* el ser, relami%ndose los labios de antemano. Entonces cogi*  el bast*n de % bano y volvi*  a desaparecer. Estuvo unos diez minutos fuera, y cuando regres *  vena devorando -para mi horror y c6lera- una mano cortada, como un hombre zamp#ndose una alita de pollo. Olvidando todo miedo volv a golpear el espejo. Lentamente, como si tratara de decidir de d*nde vena el ruido, el ser se volvi*, con los ojos destellando de un modo terrible y la cara cubierta de sangre que s*lo poda ser ma. »Me vio, y sus ojos se agrandaron con una expresi* n feroz y maliciosa que me dej* helado. Empez*  a acercarse lentamente al espejo, y mientras lo hac a dej%  mi vano martilleo sobre el cristal y retroced, aterrado por la amenaza que le a en los ojos cabrunos de la cosa. Avanz*   despacio, con sus fieros ojos clavados en m   como si me acechara. Cuando estuvo cerca del espejo alarg*  las manos y toc *  el cristal, dejando huellas de dedos ensangrentados y plumas  grises y amarillas pegadas a %l. Palp*  delicadamente la superficie del espejo, como lo har a alguien para comprobar la fragilidad del hielo en un estanque, y luego convirti * sus espantosas manos en pu'os nudosos y golpe* furiosa y repetidamente el cristal, produciendo un tamborileo sobrecogedor en la silenciosa estancia. Despu%s abri* las manos y volvi* a palpar el cristal. »El ser se me qued * contemplando durante un momento, como si meditara. Era evidente que me vea, y s* lo pude concluir que aunque mi cuerpo no se reflejara en mi lado del espejo, hab a de ser visible como reflejo en el espejo que formaba parte del mundo de azogue en el que habitaba aquel ser. De repente, como si hubiera tomado alguna decisi* n, se volvi*  y ech*  a cojear por la habitaci* n. Desapareci* por la puerta s*lo para reaparecer un instante despu%s, con gran alarma por mi parte, llevando en las manos el bast *n de % bano que haba llevado mi reflejo. Me di cuenta con terror de que si pod a o r al ser golpear el cristal con sus manos, deba ser de alguna forma  slido. Esto significaba que si acomet a el espejo con el bast *n, lo m#s probable era que el cristal se hiciera a 'icos y que el ser pudiera entonces abrirse paso de alg,n modo hasta m. »Mientras cojeaba por la habitaci* n me decid . Ni yo ni los animales  bamos  bamos a permanecer un minuto m#s en el sal* n azul. Corr   hasta donde estaban los animales, dormidos frente al fuego, y cogi%ndolos en brazos atraves% apresuradamente la habitaci* n y los arroj% sin ceremonia al vest  bulo.  bulo. Mientras me volva y corr a hacia las jaulas de los p # jaros el ser lleg* al espejo, hizo girar el bast*n en torno a su cabeza y lo dej*  caer con estr % pito. Vi que parte del espejo se emblanqueca y astillaba como co mo el hielo de un estanque al golpearlo con una piedra. »No esper % m#s. Cog las dos jaulas, cruc% a toda prisa la habitaci* n, las arroj% al vest  bulo  bulo y sal tras ellas. Mientras agarraba la puerta y empezaba a cerrarla o  otro golpe estrepitoso. Vi un gran trozo de espejo que caa tintineando al suelo, y en el hueco que dej*, sobresaliendo en el sal* n azul, el brazo descarnado y torcido del ser con el bast *n de % bano en ristre. No esper % a ver m#s, sino que cerr % la puerta de golpe, hice girar la llave en la cerradura y me apoy%  contra la s*lida madera con el coraz*n desbocado, la cara ba'ada en sudor. »Instantes despu%s recobr % el #nimo y baj% a la cocina, donde me serv una buena medida de co'ac. La mano me temblaba tanto que apenas pod a sostener el vaso. Orden% desesperadamente mis ideas y trat % de reflexionar. Me daba la impresi*n de que, una vez roto, el espejo le serva al ser como entrada a mi mundo. No sab a si esto suceda as  con aquel espejo concreto o con todos, ni tampoco si le impedir a la entrada o le ayudar a a lograrla en caso de que rompiera cualquier espejo que pudiera servir como tal. t al. »Temblaba de miedo pero saba que tena que hacer algo, pues era obvio que el ser me  perseguir a por toda la casa. Baj%  al s*tano, encontr %  un hacha corta de hoja ancha y luego, recogiendo el candelabro, sub de nuevo al piso bajo. La puerta del sal* n azul estaba firmemente cerrada. Cobr %  #nimos y entr %  en el estudio de al lado, donde saba que haba un espejo de

 

tama 'o medio colgado de la pared. Me acerqu%  a %l, con el candelabro en alto y el hacha  preparada. »Era una curiosa sensaci* n estar frente a un espejo sin verte. Me qued %  as un momento y luego me sobrecog de terror, pues en el espejo, donde deber a haber estado mi reflejo, apareci*   la cadav%rica cara del ser mir #ndome con ojos dementes y lascivos. Sab a que era el momento en que tendr a que comprobar mi teor a, pero aun as  vacil% un segundo antes de descargar el hacha contra el cristal, que se astill* y cay* al suelo en a'icos de forma estrepitosa. »Despu%s de dar el golpe retroced  y me que-d%  con el arma en alto, dispuesto a presentar  batalla si el ser trataba de abrirse paso hasta m  a trav%s del espejo, pero parec a que con la desaparici* n del cristal haba desaparecido tambi%n el ser. Supe que mi idea era acertada: si se rompa el espejo desde mi lado dejaba de ser una entrada. Para salvarme ten a que romper todos los espejos de la casa y hacerlo deprisa, antes de que el ser los alcanzara y los atravesara. Alzando el candelabro pas% r # pidamente al comedor, donde haba un gran espejo al que llegu% en el preciso momento en que lo haca el ser. Por fortuna lo hice a 'icos de un golpe antes de que el ser pudiera romperlo con el bast *n que todava llevaba. »Movi%ndome todo lo deprisa que pod a sin apagar las velas, sub  al primer piso. Una vez all  fui r # pidamente de dormitorio en dormitorio, y de cuarto de ba'o en cuarto de ba'o, haciendo estragos. El miedo debi* prestar alas a mis pies, pues llegu% a todos los espejos antes de que 10 hiciera el ser, y me las arregl% para romperlos sin ver se 'al alguna de mi adversario. S*lo quedaba ya la Galer a Larga, con sus diez enormes espejos, m #s o menos, colgando entre las altas estanter as. Me dirig   hacia ella con la m#xima rapidez posible, andando por alguna est, pida raz*n de puntillas. Al llegar a la puerta me asalt *  el terror ante la idea de que el ser hubiera llegado antes que yo y me estuviera est uviera esperando en la oscuridad. Pegu% la oreja a la puerta,  pero no o nada. Respirando profundamente, la abr  de golpe y sostuve el candelabro en alto. »Ante m  estaba la Galer a Larga envuelta en una suave oscuridad aterciopelada, tan an*nima como la de la madriguera de un topo. Entr %  en ella y las llamas oscilaron y se retorcieron al extremo de las velas, agitando las sombras que ocultaban el suelo y las paredes como f ,nebres gallardetes negros. Di unos pasos por la habitaci* n tratando de atisbar el extremo opuesto de la galer a, demasiado lejano para que le alcanzara la luz de mis velas, pero me pareci *   que todos los espejos estaban intactos. Dej% apresuradamente el candelabro sobre una mesa y me volv hacia la larga hilera de espejos. En aquel momento el coraz *n me dio un vuelco al o r un fuerte estr % pito tin t intineante. tineante. Un instante despu%s me di cuenta con mareante alivio de que lo que haba o do no era el ruido de un espejo al romperse, sino el de un gran car #mbano que se haba desprendido de una de las ventanas y se haba estrellado contra el patio, produciendo un sonido semejante. »Saba que tena que actuar r # pidamente antes de que aquella cojeante monstruosidad se arrastrara hasta la Galer a Larga y entrara en ella. Agarr % con fuerza el hacha y fui de espejo en espejo, provocando una destrucci*n que hubiera encantado a una pandilla de colegiales. Golpeaba una y otra vez con el hacha la tersa superficie, como un hombre rompiendo el hielo de un lago, y el cristal se astillaba y emblanqueca y luego resbalaba, con los a'icos repicando musicalmente mientras caan, para estrellarse con estr % pito contra el suelo. En medio de aquel silencio, el ruido era extraordinariamente fuerte. Llegu%  al pen,ltimo espejo. Mientras la hoja de mi hacha lo hac a a'icos, el de al lado se agriet*  y rompi*, y por la abertura apareci*  el bast*n de % bano, sostenido por aquella horrible mano. En mi terror dej% caer el hacha, me volv y ech% a correr, deteni%ndome s* lo para coger al vuelo el candelabro. Cuando cerraba la puerta de golpe entrev  algo blanco que luchaba por salir del espejo m#s lejano de la Galer a. »Me apoy% contra la puerta con el coraz *n desbocado, temblando de espanto, y escuch%. A trav%s de la puerta cerrada me llegaron d% bilmente ruidos casi imperceptibles de cristal crista l

 

tintineante; luego se hizo el silencio. Aguc%  el odo, pero no o   nada. Luego sent   contra la espalda el tirador de la puerta, que giraba lentamente. Helado de miedo, me apart % de un salto y contempl%  fascinado c*mo se mova el tirador, hasta que el ser se dio cuenta de que la puerta estaba cerrada con llave. Entonces o   un alarido de ira frustrada, un grito agudo, #spero e indescriptiblemente maligno y amenazador, tan espantoso que a punto estuve de dejar caer el candelabro. »Me apoy%  contra la pared, temblando y enjug #ndome el sudor de la cara, pero lleno de alivio. Todos los espejos de la casa estaban rotos, y firmemente cerradas las dos ,nicas habitaciones a las que tena acceso aquella cosa. Por primera vez en veinticuatro horas me sent   seguro. En el interior de la Galer a Larga, el ser se arrastraba en torno a la puerta como un cerdo en una pocilga. Luego dio otro grito espeluznante de ira frustrada y se hizo el silencio. Prest %  atenci*n durante varios minutos pero no o  nada, por lo que alzando el candelabro empec%  a  bajar las escaleras. »Me detuve varias veces a escuchar. Descend a lentamente, para que el roce de mi manga contra el abrigo no estorbara mi escucha. escuc ha. Contena el aliento. S*lo oa a mi coraz*n, martilleando contra mis costados como una mano desesperada, y la leve crepitaci* n de las llamas de las velas, que oscilaban al comp#s de mis movimientos. Lentamente, con todos los sentidos alerta, descend hacia el piso bajo de aquella adusta y fr a casa deshabitada. »Me detuve a escuchar en el descansillo del tramo de escaleras que conduc a al vest  bulo,  bulo, y me qued%  tan quieto que hasta las llamas de las velas permanecieron erguidas, como un  bosquecillo de cipreses c ipreses de color naranja. No o nada. Dej% escapar el aliento de un lento suspiro de alivio, dobl% el recodo y vi lo ,nico que haba olvidado, el espejo de cuerpo entero que pend a al pie de la escalera. »El horror me hizo casi dejar caer el candelabro. Lo agarr %  de modo m#s firme con mis manos sudorosas. All estaba el espejo, colgando inocentemente de la pared, reflejando s*lo algo tan poco alarmante como el tramo de escaleras que estaba a punto de descender. Todo estaba en silencio. Rogu% que la cosa siguiera a,n en el piso de arriba, arrastr #ndose en torno a los restos de una docena de espejos rotos. Empec%  a bajar lentamente las escaleras. A medio camino me detuve de repente, paralizado por el miedo, pues en lo alto del espejo, seg ,n descenda hacia el vest bulo,  bulo, aparecieron refle-jados los pies deformes y descalzos del ser. Me sent  inmovilizado por el p#nico, y no supe qu% hacer. Saba que deba romper el espejo antes de que el ser descendiera hasta el nivel en que podr a verme, pero para hacer esto tendr a que arrojar contra %l el candelabro, y ello me dejar a a oscuras. .Y suponiendo que fallara? Que aquella cosa monstruosa me atrapara en las escaleras en medio de la oscuridad era m#s de lo que  poda soportar. Vacil%, y vacil%  durante demasiado tiempo, pues el renqueante ser baj*  las escaleras con sorprendente rapidez, vali%ndose del bast*n para apoyarse y agarr #ndose a la  barandilla con la otra otr a cadav%rica mano, sobre la que el anillo del * palo reluca al comp#s de sus movimientos. Aparecieron su cabeza y su cara en descomposici * n, me mir * ferozmente a trav%s del espejo y gru'*. Segua sin poder hacer nada. Estaba clavado en aquel sitio, sosteniendo en alto el candelabro, y me sent a incapaz de moverme. »Me pareca m#s importante tener luz para ver lo que haca el ser que intentar utilizar el candelabro para romper el espejo. El ser ech * hacia atr #s su descarnado brazo, alz* el bast*n y lo dej* caer. Se oy* un ruido estrepitoso, los a'icos del espejo se volvieron opacos y mientras ca an apareci* entre ellos el brazo de la criatura. Cay* m #s cristal, hasta que estuvo todo en el suelo y el marco qued* despejado. Arrastr #ndose y gimiendo #vidamente, como un perro al que hubieran mostrado un plato de comida, el ser sali*  por el hueco y cay*  sobre los trozos del espejo, que crujieron y se quebraron bajo sus pies. Con los llameantes ojos clavados en m, abri* la boca y  profiri*  un agudo chillido de triunfo, mientras ca a la saliva de los restos putrefactos de sus mejillas. O c* mo rechinaban sus dientes cuando los hizo entrechocar.

 

»Era una visi* n tan espantosa que el p#nico me oblig*  a hacer algo. Rogando que mi  punter a fuera buena, alc%  el pesado candelabro y lo arroj%  contra el ser. Durante un instante  pareci* quedar suspendido en el aire, con las velas a ,n encendidas, mientras la cosa me miraba con fiereza entre los restos del espejo; luego el pesado y vistoso arma le golpe*. Mientras se apagaban las velas o  el golpe sordo y el gru 'ido que dio el ser, seguidos del ruido que hizo el candelabro al chocar contra el suelo de m#rmol y del de un cuerpo cayendo. Luego se hizo la oscuridad y un silencio absoluto. »No poda moverme. Temblaba de miedo y esperaba sentir de un momento a otro aquellas horrendas manos blancas cerr #ndose en torno a mi garganta o mis tobillos. No sucedi *  nada. Ignoro cu#ntos minutos estuve as. Al fin o   un leve suspiro gorgotearte, y luego se hizo de nuevo el silencio. Inm* vil en la oscuridad esper %, pero sigui* sin pasar nada. Cobrando valor me met la mano en el bolsillo para sacar las cerillas. Las manos me temblaban tanto que me result *  muy dif cil encender una, pero al final lo consegu . La d% bil luz que arrojaba s* lo me dej*   entrever que el ser yac a encogido bajo el espejo, un bulto encorvado que parec a muy oscuro  bajo la parpadeante llamita. Pens % que o estaba inconsciente o estaba muerto, y luego lanc % una maldici* n cuando la cerilla me quem*  los dedos, y la dej%  caer. Encend  otra y descend   cautelosamente las escaleras. Tambi%n aqu%lla se apag*  antes de que llegara al pie de las escaleras, y me vi obligado a detenerme para encender otra. Me inclin % sobre la cosa, acercando la cerilla, y luego retroced con s, bito horror ante lo que vi. vi. »All ##  ,  con la cabeza en un charco de de sangre, yac# a Gideon. »A la parpadeante luz de la cerilla, mientras la cabeza me daba vueltas, me qued % mirando fijamente su rostro . Vest a como la ,ltima vez que le vi. El gorro de astrac#n se le haba desprendido de la cabeza, y la sangre manaba a borbotones de su sien, donde le haba golpeado el candelabro. Le auscult % el pecho y le tom% el pulso, pero estaba muerto. Despojados ahora del fuego de su personalidad, sus ojos me miraban ciegamente. Volv  a encender las velas y luego me sent % en las escaleras y trat % de entenderlo. Todava hoy sigo intent #ndolo. »Ahorrar % a mis lectores los detalles de mi subsiguiente detenci* n y juicio. Todos aquellos que leen peri*dicos recordar #n mi humillaci* n; c*mo no quisieron creer (sobre todo cuando encontraron los cad#veres estrangulados y medio devorados del perro, el gato y los p # jaros) que despu%s de aparecer el ser nos hab amos convertido meramente en reflejos en su espejo. Si yo mismo era incapaz de encontrar una explicaci* n, imaginen c* mo encar * la Polic a todo el asunto. Los peri*dicos me llama-ron el «Monstruo de la Gorge», y pidieron mi sangre con voces estridentes. Descartando mi historia sobre el ser, la Polic a consider * que el hecho de que Gideon me hubiera dejado una gran suma de dinero en su testamento test amento bastaba como prueba. »Protest% en vano que hab a sido yo, Dios sabe a costa de cuanto esfuerzo, quien se hab a abierto paso a trav%s de la nieve para pedir ayuda. Para la Polic a, que no cree en cosas de  brujer a (como tampoco crea yo antes de esto), la respuesta era simple: hab a matado a mi amigo  por dinero y luego me me haba inventado aquel cuento chino sobre el ser del espejo.  )j La evidencia en contra ma era demasiado fuerte, y el esc#ndalo de la Prensa, al avivar las llamas de la opini*n p, blica, sentenci* mi destino. Yo era un monstruo y deba ser castigado. De modo que me condenaron a muerte, a morir bajo la cuchilla de la guillotina. El alba no est #  ya lejana, y es entonces cuando vaya morir. He pasado el rato escribiendo esta historia con la esperanza de que cualquiera que la lea pueda creerme. Nunca me ha gustado la muerte en la guillotina: me ha parecido siempre uno de los m%todos m#s b #rbaros de matar a un hombre. Por supuesto me tienen vigilado, as  que no puedo burlar a la que los franceses, con su macabro sentido del humor, llaman la “viuda”. Pero me han preguntado si tengo alg,n ,ltimo deseo, y han accedido a dejarme un espejo de cuerpo entero a fin de que me vista para la ocasi*n. Tengo inter %s en ver qu% ocurrir #.»

 

Aqu conclua el manuscrito. Debajo, escrito con una letra diferente, estaba el sobrio informe siguiente: El siguiente:  El preso fue hallado muerto ante el espejo. La muerte se debi a un ataque card # #aco. a   co.  Doctor Lepitre. Los truenos seguan retumbando en el exterior, y el fogonazo de los rel #mpagos iluminaba a intervalos la habitaci* n. No me averg0enza decir que me acerqu % al espejo del tocador y colgu%  sobre %l una toalla. Cogiendo luego al bulldog, volv a acostarme y me acomod % con %l entre las s# banas.

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