La danza hipnótica de la pareja

March 23, 2018 | Author: Javier de la Ribiera | Category: Hypnosis, Dissociation (Psychology), Unconscious Mind, Mind, Psychological Trauma
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Descripción: La danza hipnótica de la pareja : Carol J. Kershaw -...

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LA DANZA H IP N O T IC A D E L A PAREJA C rea ció n d e estrategias ericksonianas en terapia con yu g a l

C A R O L J. K E R S H A W

A m orrortu editores

La danza hipnótica es una interacción que estimula en los miembros de una pa­ reja estados de conciencia tanto positivos como negativos. Milton Erickson ha exten­ dido las teorías científicas sobre la hipno­ sis hasta incluir el trance común cotidia­ no. Cuando los compañeros interactúan, el vocabulario que usan y las conductas que manifiestan crean una especie de danza hipnótica en virtud de la cual el comporta­ miento de cada uno empieza a reducir el foco de conciencia del otro. Dos personas que interactúan se estimulan mutuamente estados similares de trance. Se puede defi­ nir este como un enfoque de la atención, una disociación del pensamiento, del sen­ timiento y de la acción. La hipnosis es autohipnosis; la interacción misma sirve de catalizador para inducir un estado hipnóti­ co en cada cónyuge. Se trata de unas con­ ductas automáticas que se enlazan en una pauta de secuencias recíprocas. Las ideas de Milton Erickson mantienen una frescura que admite elaboraciones no­ tables. La autora del presente libro toma de él las nociones que se refieren al incon­ ciente y a la hipnosis para situarlas en cotejo con una extensa y actualizada bi­ bliografía, que en particular incluye descu­ brimientos recientes alcanzados en el cam­ po de las neurociencias, y para someterlas a una aplicación osada y fecunda: la conju­ gación de teoría del inconciente y de la hipnosis, por un lado, y teoría de la pareja, por el otro, con el objeto de enunciar y poner a prueba un abordaje especial de te­ rapia hipnótica de la pareja. Milton Erickson veía en el inconciente un reservorio de recursos inexplotados que era preciso poner a disposición de la per­ sona sufriente para que ella misma domi­ nara las tribulaciones de su vida. En el tra­ bajo con parejas, el terapeuta pronto ad­ vierte que cada compañero aporta a la situación un inconciente individual y un inconciente de pareja. La tarea del terapeu­ ta consiste en alinearse con el inconciente tC o n tin ú a en la segu n d a s o la p a .)

L a danza hipnótica de la pareja

La danza hipnótica de la pareja Creación de estrategias ericksonianas en terapia conyugal

Carol J. Kershaw Amorrortu editores Buenos Aires

Directores de la biblioteca de psicología y psicoanálisis, Jorge Colapinto y David Maldavsky The Couple's Hypnotic Dance. Creating Ericksonian Stra­ tegies, Carol J. Kershaw © Brunner/Mazel, Inc., por acuerdo con Mark Paterson and Associates, 1992 Traducción, Zoraida J. Valcárcel Unica edición en castellano autorizada por Brunner/Ma­ zel, Nueva York, y debidamente protegida en todos los países. Queda hecho el depósito que previene la ley ne 11.723. ©Todos los derechos de la edición castellana reservados por Amorrortu editores S.A., Paraguay 1225, 7Bpiso, Buenos Aires. La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o modificada por cualquier medio mecánico o electrónico, incluyendo fotocopia, grabación o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de informa­ ción, no autorizada por los editores, viola derechos re­ servados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada. Industria argentina. Made in Argentina ISBN 950-518-545-6 ISBN 0-87630-625-3, Nueva York, edición original

Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provincia de Buenos Aires, en setiembre de 1994. Tirada de esta edición: 2.000 ejemplares.

que me hace reír

Indice general

i l Prefacio, Carol H. Lankton y Stephen R. Lankton 17 Agradecimientos 19 Introducción 28 52 70 88

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1. El inconciente de la pareja crea una danza hipnótica 2. Interacciones hipnóticas pautadas 3. Cómo crean las parejas su mundo 4. Modelo de psicoterapia con la danza hipnótica 5. Inducción de trance 6. Evaluación de la dinámica de pareja 7. Uso del lenguaje del inconciente 8. El uso estratégico del trance 9. El papel del trauma en el conflicto conyugal 10. El papel de una enfermedad crónica en el conflicto conyugal Epílogo Bibliografía

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Prefacio

Este libro trata sobre hipnosis, parejas y terapia. Tal combinación de asuntos sonará mal a muchos porque estos conceptos no van juntos en orientaciones tradicio­ nales de salud mental. Los terapeutas suelen ver en la hipnosis un instrumento de uso intrapsíquico que sirve para bucear en recuerdos, llegado el caso con el fin de sofocar un síntoma en respuesta a una sugestión o con el de obtener cierto insight en un conflicto histórico. Por otro lado, las terapias familiar y de pareja son, para mu­ chos, el extremo opuesto de un continuo donde las di­ mensiones interpersonales se toman en el aquí y ahora. Permanentemente relegada en terapia individual a un papel más bien periférico y con frecuencia sospecho­ so, la hipnosis sigue siendo casi desconocida en terapia familiar. Salvo algunos pensadores descollantes de me­ diados de siglo, como R. D. Laing, quien mostró la expe­ riencia hipnótica de la vida familiar, y Eric Berne, que reparó en la hipnotización de los hijos por sus padres, pocos la han relacionado con la terapia familiar. Por lo general, la mayoría de los terapeutas la asocian con «pa­ tología profunda» y con peligrosos arcanos. De hecho, durante gran parte de su historia, todo el campo de la salud mental se ha centrado en etiquetar y tratar a individuos como casos patológicos, y ha presta­ do una atención relativamente escasa al reconocimiento o la utilización de la salud individual o la dinámica de la familia. Sólo en estas últimas décadas hemos asistido a un cambio de orientación: hoy, el contexto más amplio, social y familiar, es visto como el telón de fondo contra el cual una patología familiar (ostensiblemente) se mani­ fiesta y se vuelve comprensible. Sin embargo, aun des­ pués de iniciada la investigación de los factores sistémicos, la rotulación orientada hacia la patología sigue

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siendo, sorprendentemente, un medio de «explicar» a los individuos en el contexto de parejas y familias. Los abordajes de terapia familiar con orientación psicoanalítica comenzaron a fines de la década de 1930, con el trabajo de Ackerman, y generaron las líneas que seguirían Boszormenyi-Nagy, Bowen, la Clínica de Orientación del Niño de Filadelfia, etc. Esta fue una de las tres tendencias principales dentro de la terapia fa­ miliar. A principios de la década de 1950, Bateson y sus colaboradores, en aplicación de las conceptualizaciones de la cibernética y la teoría general de sistemas, promo­ vieron el proyecto de comunicación con orientación in­ terpersonal, el modelo MRI, y otros. Entre estos sobre­ salieron Virginia Satir y el movimiento de desarrollo per­ sonal, y la técnica de resolución de problemas de Jay Haley. Pero existió una tercera elaboración de terapia familiar completamente independiente y de una fuente algo menos ruidosa que también había ejercido consi­ derable influencia sobre el primer equipo de Bateson, sobre el MRI, Satir y Haley, a causa de su singular abor­ daje de personas y problemas. Nos referimos, desde luego, a Milton Erickson, quien venía utilizando hip­ nosis en el tratamiento de individuos, parejas y familias. Su trabajo hipnótico compartía el carácter no analítico de su terapia familiar. En las últimas décadas, la serena voz de Milton Eric­ kson ha penetrado en el campo de la salud mental, y ha llevado a muchos a reconsiderar diversos tipos de co­ municación, hipnótica o no, dentro de un abordaje de salud mental no patológico y orientado hacia el futuro. Erickson extendió las teorías científicas vigentes acerca de la hipnosis para incluir el trance común cotidiano, y así salvó el hiato entre hipnosis y terapia familiar como lo habían propuesto Laing y Berne. En este libro, la doctora Carol Kershaw formula ob­ servaciones agudas y oportunas sobre aspectos hipnóti­ cos en el interior de la diada conyugal. Expone una rese­ ña práctica y completa de la bibliografía de apoyo y de los fundamentos teóricos de estas ideas, y ofrece pautas metodológicas destinadas a los terapeutas. La atención que presta a la conducta del cliente y el uso que hace de ella, con una orientación no patológica y orientada hacia

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el futuro, son la impronta del legado ericksoniano; pero Kershaw también incorpora los puntos fuertes de opi­ niones rivales o contradictorias sustentadas por otros autores en torno de la hipnosis. Su tema principal es la hipnosis en familias, en su doble carácter de intervención terapéutica y componen­ te natural de diadas interpersonales, pero también nos educa en la hipnosis misma y nos da un panorama sobre ella. Esa educación se centra intensamente en el contexto interpersonal, tantas veces subestimado o ig­ norado por completo en muchas obras que detallan as­ pectos de la técnica hipnótica. Los síntomas son importantes formas de comunica­ ción que señalan un desequilibrio o descontrol de proce­ sos relaciónales. Los síntomas proporcionan una comu­ nicación inconciente sobre conflictos evolutivos que es­ torban el aprendizaje y la resolución de problemas en el aquí y ahora. Por consiguiente, la perspectiva adoptada por Kershaw incluye ayudar a los clientes a recuperar y estructurar sus recursos con miras a facilitar nuevas pautas relaciónales que vuelvan innecesarios los sínto­ mas como «mejor alternativa» para responder a las de­ mandas evolutivas. Esta exploración nos ayuda a com­ prender mejor la idea de extender los usos tradicionales de la hipnosis centrada en el individuo más allá de la relajación y la sugestión directa para la remoción del síntoma. El marco de Kershaw incluye atender al modo en que se puede usar lo que denomina «trance sintomá­ tico» para inducir un trance curativo, que se completa con alteraciones del contexto interpersonal. La biblio­ grafía científica sobre hipnosis en tanto intervención destinada a facilitar la remoción del síntoma por suges­ tión directa registra un alto índice de logros iniciales, en especial con síntomas cuya base es la angustia. Pero los estudios de seguimiento revelan a menudo la transitoriedad de tales cambios o su posterior remplazo por otros «síntomas». Cuando los terapeutas comprenden la función interpersonal-evolutiva de los síntomas —o sea, lo que llamamos los aspectos ecosistémicos— y trabajan con los clientes en la creación conjunta de respuestas distintas y creativas a los desafíos evolutivos, los sínto­ mas presentados se abandonan lógicamente a ese pa-

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sado en el que fueron adaptativos y necesarios. De esto se infiere que los síntomas psicosomáticos y las crisis conyugales son señales evolutivas interpretables como oportunidades de crecimiento personal y conyugal. En especial, nos atraen la minuciosidad y el respeto con que la doctora Kershaw trata la importancia del «desplazamiento de las lentes» por parte del terapeuta. Adquiere así una empatia con los individuos y un respe­ to por el bienestar del sistema en tanto este representa hasta ahora el mejor modo de resolver sus problemas. Define la empatia como una actitud básica de conside­ ración hacia las personas y su lucha por la vida, que no implica censura. Dentro de este contexto, bosqueja y de­ talla parámetros útiles para evaluar la dinámica de pa­ reja, conciente de la dinámica intrapsíquica que influye en los hechos interaccionales. A medida que los tera­ peutas comprenden la dinámica del sistema y adquie­ ren un conocimiento evolutivo de los individuos y de la diada conyugal, crean intervenciones holísticas y poten­ tes con una gran naturalidad. La doctora Kershaw mues­ tra de manera clara y explicable, en consonancia, la co­ nexión entre evaluación y planes de tratamiento tenta­ tivos. No hay riesgo de sobrestimar la importancia de esa conexión, sobre todo cuando nos apartamos de la hipnosis tradicional para insistir en las técnicas indirec­ tas. Además, defiende un plan de tratamiento muy indi­ vidualizado, específicamente modelado; esta es otra ca­ racterística propia de la técnica ericksoniana, que prefie­ re la flexibilidad a la aplicación arbitraria de un modelo rígido a todos los clientes o a todas las categorías de pro­ blemas. En conjunto, el libro presenta una rica variedad de ideas para formular intervenciones, acompañadas de útiles pautas de implementación. Apreciamos en especial la metáfora de la «danza» in­ terpersonal. Como terapeutas, también estamos com­ prometidos en una «danza de pareja». Debemos equili­ brar nuestra posición de expertos, y comprender que no cambiamos nada sino, más bien, creamos juntamente con el cliente un contexto en el que se puedan producir los cambios deseados. La doctora Kershaw ayuda a los lectores a percibir la terapia como una danza destinada a estimular recursos y organizarlos en paquetes cohe-

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rentes de conductas y sentimientos; así se ayuda a las personas a estimularse eficazmente a ellas mismas y estimular a otras hacia el desarrollo de un matrimonio y una familia sanos. La autora reduce el papel del tera­ peuta en tanto realza la confianza del cliente en sí mis­ mo. Presenta una terapia orientada hacia metas y re­ cursos. Cabe esperar que será más breve que el trata­ miento centrado en examinar la patología y fomentar la dependencia del cliente de un terapeuta «experto». Desde este punto de vista, hipnosis y terapia familiar son una tela tejida con el mismo hilo. Por lo tanto, la combinación que nos presenta la doctora Kershaw sue­ na bien. Sus observaciones y su creatividad concuerdan con nuestras opiniones y teorías acerca del trabajo he­ cho por Erickson en ambas áreas. Nos complace adver­ tir la ulterior clarificación de ideas sobre hipnosis, ma­ trimonio y terapia familiar tal como las expone aquí la doctora Kershaw. Este es un libro dotado de una creati­ vidad que inspirará a los lectores y de una erudición que los imbuirá de profesionalismo. En suma, un verdadero cotillón para todos. Carol H. Lankton, master en artes, y Stephen R. Lankton, master en asistencia social GulfBreeze, Florida

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Agradecimientos

Un libro es un proyecto que requiere el apoyo de cole­ gas, familiares y amigos. Ante todo, quiero expresar mi agradecimiento a mi esposo, Bill Wade, a quien también pertenece esta obra. Es uno de los mejores terapeutas que conozco y nunca dejó de darme aliento, respaldo emocional, y de obsequiarme risas maravillosas. Hizo comentarios significativos sobre la redacción del libro y participó en su conceptualización. A mis hijastros, Chris, Stephen y Tiffany Wade, que soportaron las cenas demoradas y mis distracciones, además de proporcionarme historias magníficas acerca de nuestras experiencias especiales compartidas, les digo: me encanta ser su madrastra. Vayan mi aprecio y gratitud a Roxanna Erickson Klein, por la buena voluntad con que leyó los primeros borradores y corrigió interpretaciones de conceptos ideados por su padre. Valoro igualmente su amistad y su visión del mundo. Agradezco los comentarios de Betty Alice EricksonElliott y sus respuestas a mis consultas. Su contagioso sentido del humor me ayudó a afrontar los desafíos sur­ gidos mientras escribía el libro. Stephen y Carol Lankton apoyaron sin medida este proyecto. Sus largos años de enseñanza y amistad han sido algo especial para mí. Bill y yo hemos disfrutado cenas estupendas con ellos en diversos lugares del país. Linda Graves, mi editora de Houston, copió el origi­ nal, formuló sugerencias y propuso ideas divertidas, co­ mo la «ira femenina» y el «envenenamiento con testosterona», además de brindarme su apoyo junto con el de su esposo, Richard. Joseph Zinker y el Grupo 17 han sido mi familia ex­ tensa en los últimos doce años. Gracias por su aliento y

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por haber tenido la certeza de que yo podría llevar a cabo el proyecto. Al paso que maduramos con los años, sigo apreciando el valor de las amistades íntimas. Judy Geer leyó con cariño la obra en sus etapas ini­ cíales de elaboración y es una amiga querida. La guía suave pero firme de Dale Hill ha sido invalo­ rable, y ha despertado mi afecto. Agradezco el respaldo prestado por Myer Reid, Don Williamson, Jeff Zeig, Yvonne Dolan, Al Serrano, Cari Whitaker y tantos otros colegas. Doy gracias a mis padres y a mi abuela, que echaron las bases para que yo fuera una mujer profesional. Expreso mi sincero reconocimiento a Mark Tracten, que estuvo dispuesto a arriesgarse a publicar mi obra, a Natalie Gilman, por su constante influencia positiva, y a mi editora, Suzi Tucker, que hasta el nacimiento de su hijo trabajó conmigo en la tarea de dar al manuscrito la claridad y la estructura correctas. Gracias, Suzi. Finalmente, agradezco a mis pacientes haberme per­ mitido participar en su viaje por el matrimonio y la vida. Siento un profundo respeto hacia ellos. La psicoterapia es un proceso donde cada uno, paciente y terapeuta, afecta la vida del otro. He aprendido mucho.

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Introducción

Todo terapeuta ha vivido la experiencia de ver entrar en su consultorio a dos adultos que empiezan a reñir co­ mo chicos de tres años. ¿Cómo explicamos este fenómeno? ¿Qué induce a dos personas por lo demás agrada­ bles a empezar a actuar de un modo tan contestador, defensivo y regresivo? Cuando los compañeros interactúan, el vocabulario que usan y las conductas que manifiestan crean una es­ pecie de danza hipnótica en virtud de la cual el compor­ tamiento de cada uno empieza a reducir el foco de aten­ ción del otro. Este proceso suele despertar recuerdos do­ lorosos y provoca sentimientos de intensa vulnerabili­ dad relacionados con el pasado, quizá con los padres u otras personas encargadas de la crianza. Cuando los compañeros intentan discutir lo que los perturba, más se asustan y más vulnerables se vuelven; se sienten y actúan como personas más jóvenes de lo que conviene a su edad, y acaso terminen intensificando el conflicto de una manera que oscurezca el recuerdo perturbador. Dos personas que interactúan se estimulan mutua­ mente estados similares al trance. Podemos definir este como un enfoque de la atención, una disociación de pensamiento, sentimiento y acción. Toda hipnosis es autohipnosis; en consecuencia, la interacción misma sirve de catalizador para inducir un estado hipnótico en cada cónyuge. La atención de cada persona se estrecha y absorbe, y se empieza a producir una secuencia interaccional por la cual los estados de conciencia de cada cónyuge gene­ ran conductas automáticas que, a su vez, se enlazan en una pauta de secuencias recíprocas. A medida que se desarrollan, estas pautas tal vez se experimenten como maravillosas u horribles.

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Un estado placentero similar al trance puede ser de­ sencadenado por la señal de iniciar sexo que predis­ ponga a la pareja para las conductas automáticas pla­ centeras asociadas a esta pauta. Un estado displacen­ tero similar al trance acompañado de una secuencia de conducta horrorosa puede ser desencadenado por una mirada, un gesto, un tono de voz o un tema de discusión en los que la pareja reconozca una señal de conflicto. Aunque las pautas sean percibidas por la pareja, a me­ nudo parecen inalterables por un medio conciente. Es más frecuente que estas pautas permanezcan fuera de la conciencia de la pareja. Comprender el modo en que una interacción conyu­ gal estimula en los cónyuges estados de conciencia posi­ tivos o negativos similares al trance (la «danza hipnó­ tica») resulta útil tanto para el terapeuta como para el paciente. Si contempla la interacción conyugal desde es­ ta perspectiva, el terapeuta puede intervenir con mayor rapidez y precisión para modificar la naturaleza del trance que los compañeros se han estimulado el uno al otro. Siempre que mire la interacción conyugal como un tipo de inducción de trance, el terapeuta puede empezar a comprender la naturaleza subjetiva de la experiencia de cada persona: la razón por la cual los compañeros sostienen que sus riñas, depresiones, persecuciones y retraimientos, y el torrente de sentimientos negativos, parecen «ocurrir simplemente» o ser «causados» por su pareja, y la razón por la cual cada compañero parece tan incapaz de alterar su propio ciclo de respuesta. Este libro se escribió como una guía práctica de hip­ nosis ericksoniana en terapia de pareja y es mucho lo que debe a las obras de Milton H. Erickson.* El fue un clínico notable cuya carrera y cuya vida influyeron en muchos campos de estudio, incluidos psicología, psi­ quiatría, antropología, enfermería y medicina. El libro está destinado en particular a clínicos deseosos de un modelo que suscite un cambio conyugal con potencia y * Remitimos a las obras completas de Milton H. Erickson con la si­ gla CP seguida por el número de volumen del trabajo. Los trabajos incluidos en ellas son los que van desde Erickson, M. H., 1980a hasta 1980d.

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respeto. El psicoterapeuta de pareja persigue una doble meta: alterar secuencias interacclonales Improductivas, dolorosas o limitantes y ampliar el repertorio interaccional de la pareja. Las intervenciones posibles van desde despotenciar un síntoma por la vía de modificar la se­ cuencia de conducta con el agregado o la sustracción de una conducta en el trato de la pareja, hasta alterar la re­ presentación interior del cónyuge, cambiar la represen­ tación interior de la familia de origen o alterar cualquier otro elemento del contexto ecológico. La ecología de pa­ rejas incluye la totalidad de los otros sistemas con los que ellas interactúan: trabajo, pares, comunidad y acti­ vidades recreativas. Cada sistema incluye a muchos otros. Cada elemento de un sistema es a la vez parte de un todo y una entidad independiente que ejerce una influencia recíproca. Usar hipnosis en terapia de pareja para hacer impacto en cualquiera de estos niveles puede romper pautas de pelea, ampliar aprendizajes empobre­ cidos, expandir estilos interpersonales y ayudar a recu­ perar recuerdos de cuidados solícitos. Erickson desarrolló su técnica hipnótica a lo largo de su vida. Al comienzo de su carrera usaba principalmen­ te la hipnosis directa y la definía como sueño (CP III, pág. 15). Después pasó a un trabajo más indirecto, con empleo de trance naturalista, sugerencias implícitas, metáforas y símbolos para comunicarse con la mente inconciente (Lankton y Lankton, 1983). Además intro­ dujo un cambio importante en su pensamiento: aban­ donó un lociis externo de control, en que el operador o hipnólogo mantenía control directo sobre el paciente, en favor de un locus interno de control, en que alentaba al paciente para que elaborara una solución de un proble­ ma orientada hacia el futuro (comunicación personal de R. Klein, 1989). Erickson creía que usar la disociación entre la mente conciente y la inconciente, y coparticipar en la realidad de los pacientes con miras a emplear su conducta en la creación de una solución, era un abor­ daje mucho más eficaz que su psicoterapia inicial. Este libro admite esos supuestos. Uno de los temas principales de este libro es que la gente cambia a través de un proceso de reorganización. Estamos dotados de todos los recursos que necesitamos

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para llevar una vida satisfactoria, aunque muchos de ellos sean inconcientes. Trasformarnos no significa eli­ minar una parte de nosotros mismos, sino reorganizar lo que ya tenemos. Podemos expandir, dilatar y apro­ vechar recursos a menudo desconocidos u ocultos a causa de nuestras definiciones o categorías rígidas. En muchos casos podemos superar dificultades si emplea­ mos fenómenos de trance que se producen naturalmen­ te para despertar nuestros vastos recursos interiores. Una de las tesis fundamentales de este libro es que las parejas se estimulan mutuamente un trance por vía de sus interacciones y que cada cónyuge se comunica con el inconciente del otro. Ellas capturan o refuerzan ciertas conductas, actitudes y emociones en un nivel in­ conciente. Captura es el proceso por el cual elementos sensoriales se asocian a determinados sentimientos, conductas o sucesos, y estas experiencias se recuerdan cuando aquellos elementos son desencadenados. La representación visual de una rosa puede estar asociada a una fragancia agradable y a un encuentro romántico ya vivido. El cruel pinchazo de una espina puede traer a la memoria el triste final de una relación pasada. Una melodía hermosa acaso sonaba mientras una pareja estaba en romántico embeleso, y después esa melodía desencadena el sentimiento de estar enamorado. Por la vía de estimular un estado de conciencia alte­ rado auto-inducido en cada compañero, las parejas co­ crean pautas de interacción complementarias. Cada compañero se autohipnotiza y entra en intercambios co­ evolutivos pautados que lo llevan a la «danza hipnótica*, es decir, a una secuencia de conductas y emociones mu­ tuamente creada, estimulada por imágenes y escenas de los mejores y los peores vínculos que se traen desde la familia de origen. Esta pareja «hecha de imágenes» es un símbolo del matrimonio pasado, presente y futuro en la versión tanto de la fantasía como de la pesadilla. El estado de trance hipnótico inducido por la pareja se puede producir de diversos modos. Ese tiempo de enfoque interior puede ocurrir simultáneamente con la aparición de un síntoma emocional o físico, o en la pau­ ta complementaria y recurrente de la danza hipnótica entre parejas. Una comunicación acerca de un proble-

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ma y de la solución intentada puede servir de cataliza­ dor de trance. Además, un trance puede ser desencade­ nado por las sugestiones inconcientes que las parejas se intercomunican constantemente, por medio de suges­ tiones implícitas y de metáforas contenidas en su len­ guaje. ¿Cómo entran en trance las parejas y cómo el te­ rapeuta puede utilizar los momentos de trance y el pro­ blema mismo para hacer que la gente se sienta más satisfecha con sus vínculos? Ambos temas serán exami­ nados a fondo en este libro. Un abordaje ericksoniano emplea trance, momentos de foco interior que ocurren naturalmente, para quebrar pautas y disposiciones mentales disfuncionales y para generar nuevos aprendizajes. El terapeuta puede inte­ rrumpir la danza hipnótica y crear una contrainducción que conduzca a una experiencia más satisfactoria. Este proceso ayuda al paciente a abandonar viejos significa­ dos simbólicos y soluciones que han sobrevivido pero que ya no son útiles. La psicoterapia ericksoniana acepta y utiliza la rea­ lidad del paciente, para luego expandirse a partir de ella. Cuando los compañeros se quejan uno de la conducta del otro, un abordaje ericksoniano acaso acepte que la situación es dolorosa y que mejoraría mucho si el otro cambiara, y quizá prescriba en un contexto diferente las mismas conductas que motivan la demanda de la pareja o encuadre esas conductas bajo una nueva luz. En oca­ siones, la alteración de una idea o una imagen interior por medio de una experiencia nueva vivida con el psicoterapeuta o dentro del mundo del paciente promueve un pequeño cambio cuyo resultado es modificar el rumbo de toda una vida. El síntoma o la solución antigua, des­ pués de ser situados en un contexto diferente y expan­ didos, se pueden trasformar en una solución nueva. Erickson usaba un abordaje pragmático de psicote­ rapia y se encontraba con una teoría incompleta. De he­ cho, creaba una teoría cada vez que veía a un paciente. En una conversación con Jeffrey Zeig (1985) comentó que el terapeuta necesitaba comprender lo que intenta­ ban expresar sus pacientes. Creía que se formulaban teorías y después se intentaba obligar a los pacientes a encajar en ellas. Tal vez habría coincidido con esta opi-

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nión de T. S. Eliot (1943): «Tuvimos la experiencia, pero no acertamos con el significado». Erickson proponía, en cambio, centrar siempre la atención en el paciente y su situación de vida, y no en la teoría psicológica. Basaba su abordaje pragmático en la observación aguda. Procuraba hallar respuestas inconcientes a di­ versos estímulos. Solía decir a sus hijos: «¡Observen, ob­ serven, observen!» (comunicación personal de Betty Alice E. Elliott, 1985). Como terapeutas, también nosotros debemos valernos de la observación aguda para destra­ bar una conducta férrea y rígida entre cónyuges. El libro se divide en diez capítulos. El primero aborda trance, sugestión indirecta y fenómenos de trance que ocurren de manera natural, tal como se presentan en un contexto de pareja, y su posible uso para reorganizar pautas y resolver síntomas. Se reseñan las premisas bá­ sicas de la psicoterapia ericksoniana que interesan a la terapia de pareja. Se tiende un puente entre elementos sistémicos y dinámica individual, para uso del terapeuta. El capítulo 2 expone interacciones hipnóticas pauta­ das que ocurren en un contexto de pareja. Redefine sín­ tomas como inductores de trance y como recursos que a menudo contienen la solución del problema. Describe trances positivos y negativos y define la «danza hip­ nótica». En el capítulo 3 se muestra la creación de realidad por la pareja y para ello se estudia el modo en que los individuos usan experiencias pasadas para construir realidades presentes y futuras. Además, se discuten los principios perceptuales indispensables para compren­ der el modo en que esas realidades son creadas. El capítulo 4 presenta un modelo hipnótico como una estructura que sirve de punto de partida a la tera­ pia conyugal. Este modelo comprende: 1) el síntoma, co­ mo el marco de realidad a través del cual las parejas miran su relación: 2) la evaluación del sistema de creen­ cias vigente, y 3) el uso del síntoma para generar un cambio. Experiencias conyugales tempranas no resuel­ tas ni integradas pueden hacer que síntomas encuen­ tren expresión en el «nombre» que los cónyuges dan a su relación (p.ej., «Abandonados en una isla», «Nenúfar en una laguna» o «Huracán Alicia»). Ese nombre puede de­

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terminar en buena parte el devenir del matrimonio. Se examina la imaginería particular que el nombre esti­ mula entre los esposos. Se estudia el modo de ayudar a las parejas a alterar la forma en que perciben sus con­ flictos a fin d e allanarles el camino hacia la resolución del problema. En el capítulo 5, trato sobre formas de lenguaje que se pueden usar para provocar inducciones. Hay varios modos de estimular un trance hipnótico por medio del «manejo del lenguaje» que existe entre los cónyuges. Se muestran las diferencias entre la técnica ericksoniana y un método hipnótico más tradicional de inducción de trance, el modo de usar un abordaje de conversación para desarrollar una inducción de trance en una sesión de terapia, y el de usar el síntoma presentado como un inductor de trance, constructor de hipótesis y base de una intervención. Se incluyen trascripciones de ejem­ plos para ilustrar el proceso hipnótico. El capítulo 6 expone métodos que permiten crear una hipótesis de trabajo para el tratamiento por medio de la evaluación de la dinámica de trance en la relación conyugal. Presento un cuestionario de evaluación que ayudará al terapeuta de pareja a establecer tres niveles diferentes de hipótesis: sistèmico, interpersonal e intrapersonal. Este cuestionario está diseñado de manera de utilizar la metáfora de la propia pareja sobre su relación y las formas en que cada cónyuge se percibe a sí mismo y al otro. Describo el modo de diferenciar la danza o la interacción hipnótica de la pareja y de trabajar con ella. Revelar estas pautas recurrentes de la danza constituye un paso decisivo hacia la intervención. El tema principal del capítulo 7 es enseñar al tera­ peuta a usar un lenguaje terapéutico como estrategia de intervención. Explica con ejemplos el método de cons­ trucción de metáforas e historias terapéuticas. A modo de guía, presenta protocolos para construir metáforas basadas en la etapa evolutiva en que se halla la pareja. En el capítulo 8, presento las técnicas estratégicas de inducción de trance aplicables a parejas. Se basan en los fenómenos de trance particulares que los miembros de la pareja acaso ya emplean, que a menudo se descu­ bren en el trance sintomático que producen entre ellos.

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El capítulo 9 se centra en el papel del trauma en la creación de la danza de inducción de trance entre miem­ bros de parejas. Traumas infantiles pueden ocasionar problemas con posterioridad, y provocar estados de trance negativos. En ese capítulo abordo el efecto que producen estos traumas sobre las parejas. En hogares alcohólicos o abusivos donde ocurren reiterados inci­ dentes traumáticos, a menudo se desarrolla un síndro­ me de stress postraumático que persiste en la edad adulta como estado crónico. Las expectativas de sufrir duros castigos mueven a muchos niños a evadirse por medio de disociación (Hilgard, 1977). ‘Algunos niños en peligro se ofuscan o experimentan disociaciones hip­ nóticas para protegerse. Traumas infantiles, conmocio­ nes y una represión de sentimientos y de recuerdos pue­ den generar una sensación de bloqueo emocional y un miedo avasallador. Es fácil despertar estos sentimientos y provocar la disociación hipnótica concomitante. Si ese estado de alerta psicofisiológica se desencadena en un adulto, puede manifestarse a través de conflictos con­ yugales, enfermedades psicosomáticas, depresión, apa­ gamiento gradual y un profundo sentimiento de ver­ güenza. Describo el tratamiento de este síndrome en un marco ericksoniano. El capítulo 10 versa sobre enfermedades psicosomá­ ticas que suelen acompañar al trauma temprano. Exa­ mino el tratamiento de las alergias «de contacto», como síntoma físico, y las influencias sistémicas y evolutivas concomitantes. Además, describo la migraña en su do­ ble aspecto de síntoma físico y mecanismo defensivo en el conflicto conyugal. El psicoterapeuta conyugal tiene que ser capaz de observar la danza hipnótica de la pareja, evaluar hasta cierto punto su dinámica y las creencias a que respon­ de, percibir los fenómenos de trance que se usan en el trance sintomático que se desarrolla e idear intervencio­ nes que empleen los síntomas mismos. Una vez que ha reconocido el trance que los cónyuges se estimulan uno a otro desde sus interacciones, puede hallar una clave para crear intervenciones orientadas a una solución, un lenguaje que la pareja procese diferentemente y un sen­ timiento esperanzado por el futuro de la relación.

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Dentro de la danza, las parejas a menudo encuen­ tran una senda hacia la solución y el bienestar. Pero esta senda siempre está contenida en la danza de las mentes inconcientes. Una vez que los elementos básicos de la danza de trance entre parejas y lo inconciente se investigan en el capítulo 1, los capítulos posteriores guían al psicoterapeuta en la elaboración de estrategias ericksonianas útiles para la terapia de pareja. Nadie describió esta danza inconciente mejor que T. S. Eliot en su poema «Burnt Norton»: En el punto inmóvil del mundo que gira. Ni carnal [ni descarnada; Ni desde ni hacia: en el punto inmóvil, allí está la [danza, Pero no es detención ni movimiento. Y no la llaméis [fijeza. Donde pasado y tiempo se reúnen. Ni movimiento [desde, ni movimiento hacia. Ni ascensión ni declinación. A no ser por el punto, [el punto inmóvil. No habría danza, y sólo existe la danza. T. S. Eliot, 1986, pág. 177

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1. El inconciente de la pareja crea una danza hipnótica

La danza de la pareja es la interacción hipnótica pau­ tada de dos mentes inconcientes; ella genera algunas dificultades comunes y soluciones potenciales para ese estado dinámico que llamamos matrimonio. Desde el punto de vista del psicoterapeuta que trabaja con estas pautas de interacción, la hipnosis de pareja ofrece opor­ tunidades únicas de desarrollar intervenciones más precisas que ayuden a generar procesos de relación sa­ tisfactorios. A menudo, los cónyuges se sienten indi­ vidualmente atrapados en un diálogo vertiginoso en el que se profieren palabras dolorosas e hirientes y se es­ timulan estados de conciencia hipnóticos. Tales estados de conciencia y sus conductas concomitantes crean una danza exquisitamente precisa. Para facilitar una mejor comprensión de esta danza, se describe primero el marco teórico para el empleo de psicoterapia hipnótica con parejas. Se presentan varias premisas básicas de la técnica ericksoniana como prin­ cipios sustentadores de este modelo de intervención psicológica. Y se examina una diversidad de elementos, como trance, mente conciente/inconciente, teoría del trance, fenómenos de trance y trance conyugal. La teoría del trance que se expone en esta sección abarca los modelos de psicoterapia sistèmica y psicodinàmica. Enlaza tres componentes importantes: 1) los procesos evolutivos y relaciónales de la familia histórica; 2) el sistema y la estructura conyugales, y 3) la estruc­ tura psíquica individual. La familia histórica y su dinámica quedan registra­ das en la mente inconciente de cada individuo. Estos procesos históricos son capturados como pautas inter­ nas de actividad cerebral, portadoras de un mapa que orienta el funcionamiento actual en el sistema conyugal.

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Contribuyen a mantener la estructura psíquica indivi­ dual y el trance conyugal, esa realidad alterada y única que suelen estimular dos personas ligadas por una rela­ ción íntima. La segunda parte del capítulo se ocupa específica­ mente del trance conyugal, es decir, del estimulado por los cónyuges en forma recíproca o por uno de ellos sobre el otro. Describe este tipo peculiar de estado interper­ sonal alterado como un proceso diàdico idiosincrásico capaz de crear estados positivos o negativos y de derivar en conductas generadoras o reductoras de conflictos.

Trance Estado hipnótico, trance o apertura de lo inconciente son tres descripciones de un estado único de conciencia enfocada [focused awareness] en el que, según Erickson, se puede producir un nuevo aprendizaje. Erickson se oponía a definiciones y teorías rígidas; de ahí su em­ pleo de hipótesis y descripciones generales. Describió el trance como «un estado de sugestibilidad intensificado artificialmente y semejante al sueño, en el que parece haber una disociación normal, aunque con limitación de tiempo y de estímulos, de los elementos "concientes” y “subconcientes” de la psique» (CP III, pág. 8), una «re­ lación entre dos personas» (CP III, pág. 6) y «una relación vital en una persona, estimulada por la calidez de otra* (Zeig, 1985, pág. 63). Para Milton Erickson, el estado de trance era «un pe­ ríodo de ensueño, inatención o callada reflexión. El ros­ tro tiende a perder animación, a parecer chato, "plan­ chado”. Todo el cuerpo queda inmóvil en la postura en que se encuentre, y en ocasiones ciertos reflejos (p.ej., tragar saliva, respirar) retardan su ritmo. Hemos formu­ lado la hipótesis de que en la vida diaria la conciencia se halla en un estado de fluctuación constante entre la orientación hacia la realidad general y la microdinámica momentánea del trance» (Erickson y Rossi, 1981, pág. 75). Toda vez que nuestra atención se abstrae mo­ mentáneamente hasta el punto de que el cuerpo parece

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petrificarse, o los ojos se ponen vidriosos y los procesos corporales se retardan, se ha producido un estado de trance natural. Ajuicio de Erickson, «en la hipnosis, la conciencia se disocia de lo inconcien­ te. La mente conciente es ese estado de conciencia en que ocurren la evaluación activa y la toma de decisio­ nes. La mente inconciente es un repositorio de todas las experiencias que uno ha tenido en la vida. La memoria se va desvaneciendo en el nivel conciente pero se conser­ va intacta en el nivel inconciente; al menos, así lo creía mi padre (...) La mente inconciente sirve de protectora y aunque la mente conciente no siempre se percata de la influencia que aquella ejerce en la toma de decisiones, ambas contribuyen a originar las acciones del individuo. La idea fundamental de la hipnoterapia ericksoniana es la posibilidad de generar la resolución de problemas en un nivel inconciente por medio de disociación. El foco te­ rapéutico ericksoniano era alentar a la mente inconcien­ te a acceder a sus propios recursos y utilizarlos, lo que volvía posible un reaprendizaje y una reorganización en el nivel inconciente, seguidos de cambios de conducta y resolución de problemas en el nivel conciente» (comuni­ cación personal de Roxanna Klein, 1988). En este estado disociado se estimula un proceso pecu­ liar del pensamiento. Otros han definido el trance con especial relación a una teoría de la disociación. Por ejemplo, Hilgard dice que es «una conciencia dividida» o una disociación: la mente conciente puede enfocar su atención en un as­ pecto y la inconciente en otro completamente distinto. Hilgard señala que dos líneas de pensamiento diferentes se pueden seguir de manera concurrente. Dos personas que conversan pueden al mismo tiempo escucharse una a otra, pensar una respuesta y examinar la información recibida del interlocutor para modificar el énfasis en un argumento poco convincente. También es posible que cada una imagine el momento y el modo en que pondrá fin a la discusión. Una parte de una persona que pre­ para activamente una respuesta puede no ser percibida o estar disociada de la mente conciente (Hilgard, 1977). Hilgard llama a este componente «el observador oculto».

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Para otros teóricos, el trance es «un estado de con­ ciencia alterado» (Daniel Brown y Erika Fromm, 1986), cuya función es proporcionar una «regresión al servicio del yo, junto con un mayor acceso a lo inconciente» (Fromm, 1980, pág. 75). Fromm adopta una posición analítica con respecto a la hipnosis. Ludwig (1966) de­ sarrolló esta definición de un estado de conciencia alte­ rado. Sostuvo que un estado de conciencia alterado se podía alcanzar por medios psicológicos, fisiológicos o químicos, y que nuestra percepción del mundo es dife­ rente en ese estado hipnótico que en el estado normal de vigilia. Beahrs (1988) define la hipnosis desde tres perspec­ tivas: fenoménica, transaccional y formal-procesal. La primera la ve como el proceso que lleva a experimentar alteraciones volitivas, perceptivo-mnémicas y cognitivas tales como la «lógica del trance», según la define Orne (1959). Para Beahrs, la perspectiva transaccional inclu­ ye al paciente y al hipnólogo, a la inducción y al estado hipnótico de sugestibilidad. La formal-procesal contiene elementos de las dos anteriores y atiende a la ritualización del proceso y a su etiquetamiento como «hipnosis». Beahrs (1982) señala que puede haber muy diversos tipos de estados de trance. Al respecto, cita una con­ versación con T. X. Barber, en la que este dijo: «Por em­ pezar, si va a hablar del trance, ¿por qué ha de referirse a el trance? Tal vez hay dos, tres o aun un número infi­ nito de tipos de trance» (pág. 22). Esta propuesta merece ser tenida en cuenta. Están el trance común cotidiano y el que se induce en los deportes (p.ej., la intensa concentración requeri­ da para lanzar una pelota o practicar un arte marcial). Puede haber una diferencia cualitativa entre los estados de trance inducidos entre cónyuges y los que ocurren en presencia de los hijos. Conforme a diversas teorías, en to­ dos estos casos la disociación constituye una caracte­ rística fundamental. En este libro, el trance se afilia a las teorías sobre la disociación y se define simplemente como una disocia­ ción de la mente conciente respecto de la mente incon­ ciente. La conducta de trance presenta diversas caracte­ rísticas que incluyen ensimismamiento de la atención,

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conducta involuntaria en el contexto de la relación, y factores biológicos. Para los fines de esta exposición, podemos definir teóricamente la hipnosis, la mente conciente y la incon­ ciente. Más avanzado el capítulo, observaremos cómo las interacciones de la pareja suelen correr paralelas a la conducta hipnótica e incorporar fenómenos del trance hipnótico al trance conyugal. Podemos decir que la hip­ nosis es ese proceso de creación de un estado de con­ ciencia alterado en que existe una disociación entre la mente conciente y la inconciente. Esta disociación es lo que llamamos «trance»: un estado de atención enfocada. La mente conciente es ese estado de percatación que es portador de funciones destinadas a la toma de deci­ siones, las evaluaciones, el pensamiento lógico, lineal, y mantiene una cantidad limitada de fragmentos de infor­ mación simultáneos. La mente inconciente es el reposi­ torio de todas las experiencias y aprendizajes pretéritos. Según creen los investigadores (Kandel y Schwartz, 1982), reside en pautas de impulsos eléctricos neuronales que conectan muchas sinapsis cerebrales. Al pare­ cer, es capaz de integrar una información compleja y elaborada sin percatación cognitiva. El Brain/Mind BuUetín (marzo de 1984) afirma que «la mente inconciente desempeña en la vida mental un papel más importante que el imaginado hasta ahora. Los estímulos registrados fuera de la conciencia causan un efecto mensurable en la conducta» (pág. 2). Emmanuel Donchin, director del Laboratorio de Psicofisiología Cognitiva de la Universi­ dad de Illinois, expresa allí mismo que «hasta el noventa y nueve por ciento de la actividad cognitiva puede ser no conciente» (pág. 2). La mente inconciente también es ca­ paz de responder a las simpatías y aversiones antes de que la mente conciente sepa siquiera a qué responde. Toda experiencia es registrada y organizada en una pau­ ta particular, y almacenada en la mente inconciente. Es­ tos recuerdos inconcientes pueden recuperarse y uti­ lizarse como recursos para resolver problemas actuales. Todo aprendizaje experiencial que hayamos hecho puede servir después como recurso para resolver pro­ blemas. Aprender a caminar y hablar, a percibir la sen­ sación de hambre y sus señales, a decir no y sí a noso-

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tros mismos y a los demás, a trabajar en equipo y a ser un individuo: he ahí sólo algunos de los aprendizajes experienciales que adquirimos a una edad bastante tem­ prana y que utilizamos con frecuencia en la adultez. Aunque no sepamos exactamente qué es el trance hipnótico y sus definiciones sean variadas y discutibles, podemos proponer una definición basada en las ideas de Erickson. Es posible distinguir el estado de trance del estado de «no trance» y ver en él un continuo desde el trance natural con diversos ejes: disociación, profundi­ dad del trance, conducta voluntaria versus conducta in­ voluntaria, alta sugestibilidad versus baja sugestibili­ dad, atención, imaginación, memoria y fenómenos de trance. Conceptualizamos el estado de no trance dicien­ do que existe cuando una persona está plenamente asociada al presente y su mente conciente cumple su función procesadora en una forma lineal y evaluativa (cf. figura 1.1).

NO-TRANCE

-

---- TRANCE

(Asociación)

(Disociación)

Vigilia p len a ------ — Leve --------- Mediano —------ Profundo ELEMENTOS DEL CONTINUO DEL TRANCE CONDUCTA

Voluntaria ------------------- Involuntaria SUGESTIBILIDAD

Baja ----------------- Alta ATENCION

A m p lia------------------Reducida IMAGINACION

(Visual kinestésica, auditiva) Embotada---------- Vivida MEMORIA

Recuerda------------ Revive Figura 1.1. Continuo del trance.

Disociación La disociación implica una desconexión de un estado plenamente asociado, producida en el momento presen-

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te. La persona en estado levemente disociado tal vez tenga un sueño diurno o no advierta alguna actividad que se desarrolla en la misma habitación. Según sean los estí­ mulos recibidos, a medida que la disociación avanza pueden ocurrir varias alteraciones sensoriales perceptuales: el individuo no oye concientemente un sonido, aunque su inconciente lo registra o experimenta otros fenómenos perceptuales. Todos los mecanismos de de­ fensa que una persona puede utilizar contienen elemen­ tos de disociación (examinaremos esto en el capítulo 6). Por último, el polo del continuo de disociación corres­ pondiente a la máxima desconexión podría denominarse «personalidad múltiple». Tal estado de disociación extre­ ma suele contener una barrera amnésica entre partes del self. La organización de estas partes desconocidas puede alcanzar un desarrollo tan completo que sostenga estados de salud totalmente distintos: por ejemplo, una parte o personalidad evidencia una diabetes y otra no; un self carece de agudeza visual y otro tiene una vista perfecta.

Profundidad del trance Erickson identificó los «trances comunes cotidianos» como los que suceden a diario cuando un pensamiento, una historia interesante o un sueño diurno absorben nuestra atención. Estos trances leves son incidentes ru­ tinarios, muchas veces marcados por conductas como fijación de la mirada, inmovilidad física, desatención a las actividades del entorno, alteraciones de la respira­ ción. Aunque duran apenas unos minutos, en ellos se observan todos los fenómenos de trance. En un nivel de trance más profundo, esos fenómenos se intensifican. Ajuicio de Erickson, el grado de profundidad necesa­ rio para tratar los problemas de un paciente depende de su personalidad, la naturaleza del problema y la etapa terapéutica en la que se halle. En algunos casos, sólo se requiere un trance leve para abordar un problema difí­ cil; en otros, se necesita un trance profundo aunque el

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problema sea relativamente fácil. El terapeuta debe apli­ car su criterio clínico a cada caso particular; si una téc­ nica no da resultado, siempre podrá recurrir a otra (CP IV, págs. 29-30).

Atención Una persona en estado de no trance puede tener un amplio foco de atención. En cambio, en el estado de trance, la atención conciente del sujeto se absorbe hasta el punto de que ruidos fuertes pueden no afectar su con­ centración. Puede ocurrir que un ruido fuerte ni siquiera provoque una reacción en el paciente, aunque comenta­ rios ulteriores acaso revelen que ese ruido fue registrado. Es frecuente que haya amnesia para el ruido porque la mente conciente está enfocada en algún otro estímulo. La mente conciente de un paciente puede estar absor­ bida por un cuento interesante o un curioso fenómeno de disociación en trance, como la levitación de una mano o un cambio perceptual en el peso del cuerpo. Pueden producir esta absorción una mirada cautivadora del te­ rapeuta, una confusión súbita acerca de una situación o una idea que atrape la atención. Una idea o pensamiento puede ser tan absorbente que el paciente se fije en él y lo repase una y otra vez. El propósito de esta repetición es dominar un sentimiento desagradable asociado a la idea, evitar un sentimiento o controlar a alguien (que es otro modo de manejar un sentimiento de miedo). Esta inmovilidad de pensamien­ to puede darse en el pensamiento obsesivo, caracteri­ zado en ocasiones por el examen sumamente minucioso de una idea. Las metáforas ericksonianas fomentaban este tipo de absorción: solían ser tan curiosas y fasci­ nantes que el paciente pasaba mucho tiempo en el in­ tento de descifrar su significado exacto. En el caso de una relación de pareja, una persona puede atascarse a tal extremo en una idea negativa acerca de su pareja que la lucha interna por resolver su ira se vuelva dolorosa. Esta lucha tal vez adopte la forma de atribuir a la conducta del otro una motivación nega-

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tiva y maliciosa, para luego tratar de resolver los senti­ mientos asociados a esa suposición específica. Veamos un caso ilustrativo. Jake quería saber todo lo que hacía Ann durante la jornada: siempre quería saber adonde iba, qué haría y con quién. Ann se sentía invadida y controlada por sus interrogatorios intrusivos. Aunque no le ocultaba nada a Jake, tendía a ser reservada. Jake percibía esta acti­ tud evasiva de Ann e interpretaba su autoprotección como señal de que mantenía una relación extraconyu­ gal. Esta idea obsesiva le daba vueltas y más vueltas en su cabeza. Una mañana en que se sentía particular­ mente atormentado, fue a almorzar a un restaurante a hora temprana. Dentro del local, tuvo una alucinación en la que «vio» a su esposa almorzando con otro hombre. En ese momento, Ann se hallaba en el extremo opuesto de la ciudad, y participaba activamente en un trabajo comunitario. Cuando ella le dijo adonde había estado, él no pudo creerle ni siquiera ante la evidencia de un pro­ grama impreso que Ann había traído a casa porque la había «visto» con sus propios ojos. En un momento de su relación con Ann, Jake había tenido expectativas de abandono a causa de cierto trauma temprano de sepa­ ración. Cuando empezó a experimentar tensión a causa de problemas cotidianos, no pudo tolerarla. Proyectó su miedo mayor y creó un estado negativo que lo llevó a desarrollar una alucinación positiva. Podemos absorber la atención del paciente pidiéndo­ le que se relaje o sugiriéndole que esté más alerta. Tradi­ cionalmente se asociaba el trance con el sueño, pero ya no se lo concibe así. La absorción de la atención suele ir acompañada de relajación con sugestiones para que el paciente cierre los ojos y reduzca su actividad. En 1976, E. I. Banyai y Ernest Hilgard desarrollaron un procedi­ miento activo-alerta de inducción de trance. Los sujetos pedaleaban una bicicleta-ergómetro con los ojos abier­ tos; durante el ejercicio, les impartían diversas suges­ tiones sobre sentirse más atentos y alertas. Los resul­ tados indicaron que una conducta de trance ocurría en un estado de alerta, según lo demostraba la mirada inex­ presiva de los sujetos, como si hicieran foco sobre un objeto distante. Todos los fenómenos de trance se expe­

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rimentaron en ese estado de atención en extremo alerta y concentrada, entre ellos, alucinaciones positivas y ne­ gativas, sueños hipnóticos, analgesia, hipermnesia, am­ nesia y sugestiones pos-hipnóticas.

Conducta voluntaria o involuntaria En el estado de no trance, se experimenta sobre todo una conducta voluntaria. La gente produce elecciones de conducta y respuestas volitivas. Un marido o una es­ posa llama a su compañero y le pide un documento olvi­ dado. El cónyuge puede responder con la elección conciente de hacer o no hacer caso al pedido. En un trance, el paciente tiene la impresión de que sus respuestas son avolitivas o involuntarias. Quizás experimente la suges­ tión indirecta del terapeuta de que cierre los ojos como un movimiento involuntario de sus párpados. El tera­ peuta acaso haga la sugestión: «No sé cuándo sus ojos empezarán a sentir cierta pesadez, o cuándo querrán cerrarse para que usted se sienta más cómodo y pueda escuchar con atención algo diferente». Al responder a la sugestión de cerrar los ojos, acaso el paciente experi­ mente esta conducta como avolitiva. La respuesta es vo­ luntaria, pero ha sido condicionada para que ocurra bajo ciertas circunstancias (p.ej., con la conciencia enfo­ cada). Una conducta puede parecer involuntaria en el con­ texto de una relación. Cuando un paciente experimenta ciertos fenómenos de trance como si fueran ajenos a su voluntad, parece ser el receptor pasivo de los fenómenos suscitados por el hipnólogo, sean cuales fueren. Si el terapeuta pide a una paciente cooperativa en estado de trance que se vea a si misma como una niña de seis años «sentada allí», es posible que ella se vea realmente como si estuviese mirando un holograma. Si el terapeu­ ta sugiere una levitación de brazo, la paciente tiene la impresión de que su brazo, separado del cuerpo, se ele­ va por sí solo sin que medie ninguna opción conciente. En el ejemplo de Jake y Ann, Jake experimentó la alucinación positiva como algo que sucedía fuera de él.

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Le pedí que probara en el consultorio otros fenómenos hipnóticos totalmente ajenos a su miedo de que Ann tuviera una aventura. Sólo cuando comprobó en el con­ sultorio que era capaz de tener una alucinación positiva en la que veía a Ann saliendo por la puerta, consideró la manera en que él construía la realidad. En ese punto pudimos iniciar psicoterapia del problema más profun­ do de Jake: el miedo al abandono. Si bien Jake pudo re­ solver su problema sin necesidad de obtener un insight acerca de él, la combinación de una experiencia y una comprensión nuevas lo ayudó a establecer nexos inme­ diatos y le proporcionó una sensación de alivio acerca de lo que le sucedía.

Sugestibilidad Es la disposición a aceptar una idea ajena, obrar con­ forme a ella y hacerla propia. Es un aspecto tanto de los estados de trance como de los estados de no trance. El acto de sugestión puede ocurrir de diversos modos: Una sugestión se puede producir por medio de men­ sajes verbales, no verbales, extraverbales o intraverbales. Se puede consumar a través de cualquier canal sen­ sorial y puede interesar a los cinco sentidos. Una su­ gestión verbal se puede enviar por vía del lenguaje o de sonidos humanos. Una sugestión no verbal puede re­ sultar de gestos, miradas o movimientos del cuerpo. La implicación —una fuerza poderosa dentro de la suges­ tión— puede considerarse extraverbal y comunica un mensaje sin expresarlo abiertamente. Una sugestión intraverbal es el significado implícito del mensaje, tras­ mitido por la modulación de la voz o los estilos de una persona (Kroger, 1963, pág. 6). La sugestibilidad en el estado de no trance es un pro­ ceso que se presta igualmente a examen. A causa de la función evaluativa de la mente conciente, hacen falta técnicas de persuasión directa para influir en la conduc­ ta humana (p.ej., el razonamiento lógico, el recurso a fuentes dignas de crédito y las consecuencias de deter­ minadas actitudes y conductas). La mente conciente

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juzga estas comunicaciones según la posición asumida por el individuo frente a una cuestión, y las evalúa sobre la base de su proximidad o distancia respecto de esa po­ sición. Si la comunicación expresa una posición cercana a la del individuo, el resultado será la asimilación; en otras palabras, esa persona percibirá una similitud en­ tre el mensaje y la posición que ella sostiene, lo evaluará favorablemente y, en consecuencia, será influida por él. Podemos determinar el grado de sugestibilidad de la mente conciente de un individuo si medimos su involucración yoica en una cuestión. Cuanto menos capaz sea de separar su yo de ella, tanto más se convertirá esta en una prolongación de su yo. Cualquier comunicación que respalde una idea situada fuera del margen de acepta­ ción (el de aquellas ideas cuya verdad se acepta de buen grado) no causará efecto alguno o será rechazada. Si alguien sostiene con firmeza una opinión, cual­ quier técnica persuasiva que procure cambiarla quizá sólo sirva para reforzarla. Cuanto más comprometido esté con una posición, tanto mayor será su involucración yoica y es posible que cualquier discrepancia se vea como algo personal. La persona y la posición pasan a ser una sola cosa. La involucración yoica sirve de filtro para juzgar un mensaje; el individuo lo evaluará en función de sus experiencias y creencias. El grado de sugestibi­ lidad conciente de una persona puede estar determinado por la medida en que la comunicación caiga dentro del margen de aceptación, el grado de credibilidad de su fuente y la intensidad de afiliación entre quienes se co­ munican. La sugestibilidad es una característica central de la hipnosis y el estado de trance. El trance y los fenómenos de trance se basan en la capacidad de reacción del su­ jeto a las sugestiones. De hecho, tanto la conducta que acaso se sugiera para resolver un problema como las sugestiones orientadas a reorganizar recursos se fun­ dan en la sugestibilidad (CP IV, págs. 20-1). Erickson veía en la hipnosis una comunicación con el inconciente; por lo tanto, la sugestión es un pedido dirigido al incon­ ciente para que reorganice un recuerdo y lo convierta en un recurso positivo, tal vez olvidado o ignorado por la mente conciente. Si el sujeto actúa conforme a la su­

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gestión recibida, se deduce que su inconciente ha res­ pondido al pedido. Cuando el psicoterapeuta usa la hip­ nosis como instrumento intensificador de sugestiones terapéuticas, provoca una respuesta positiva en el pa­ ciente.

Imaginación El acto de imaginar implica formar imágenes menta­ les que posean componentes sensoriales conexos. Las imágenes afectan los procesos sensoriales y, a la inver­ sa, los sentidos afectan el tipo de imágenes que una per­ sona puede formar. La formación de imágenes suele preceder a un cambio físico o seguirlo. Luria (1968) in­ vestigó la relación entre imaginería y respuesta física, y descubrió que uno de sus pacientes podía acelerar su ritmo cardíaco si se imaginaba que corría para atrapar un tren. Luthe y Schultz (1969) utilizaron adiestramien­ to autógeno, imaginería mental y relajación en más de dos mil estudios sobre los efectos psicológicos de la ima­ ginería mental. Achterberg, Simonton y Matthews-Simonton (1976) descubrieron que la naturaleza y la cali­ dad de la imaginería de un paciente canceroso influían en su capacidad de manejar la enfermedad. En la hipnosis, se estimula la imaginación de una persona para formar una gama de imágenes sobre un continuo que va desde las opacas hasta las vividas. Es­ tas imágenes pueden contener un complejo de dimen­ siones: actitudes, afectos y creencias referidos a expe­ riencias pasadas, presentes y futuras. A veces, la mente inconciente representa de manera simbólica las dimen­ siones de determinadas actitudes, afectos y conductas. Algunos de estos sucesos imagínales contienen compo­ nentes auditivos, kinestésicos y visuales que expresan el complejo de dimensiones. Gracias a estos componentes y dimensiones imagínales, el individuo puede formar una imagen futura positiva, alterar la experiencia pre­ sente y contemplar el pasado desde un punto de vista diferente.

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Memoria La hipnosis permite activar recuerdos por medio de asociaciones y, en especial, por medio de la actividad del sistema límbico productor de emociones. En ocasiones, detalles en apariencia triviales estimulan recuerdos crí­ ticos. Al recorrer en automóvil un viejo vecindario, quizá «revivamos» recuerdos fuertes y pensemos en personas, lugares y cosas en los que no pensábamos desde hacía un tiempo. Emociones anejas a percepciones desem­ peñan un papel importante en la creación y el ordena­ miento de los recuerdos (Gloor et aL, 1982). Los recuerdos actúan como recursos, en el sentido de que trasportan información valiosa para determina­ da experiencia de aprendizaje vivida en el pasado. La mascota doméstica que actuó como nuestra mejor ami­ ga tal vez nos proporcionó muchos aprendizajes sobre cuidado, intimidad y calidez. Este recuerdo puede ser activado en términos de lo que pensábamos y sentíamos antes de interactuar con ese animalito y durante la in­ teracción, sea por asociación con la mascota de un ami­ go o por sugestión de la experiencia por medio de la me­ táfora terapéutica. Los recuerdos se pueden alinear sobre un continuo que va desde recordar algo, en el sentido de rever una imagen a la distancia, hasta revivir un recuerdo perci­ biéndonos a nosotros mismos en el acto de repetir una vieja conducta que creíamos haber cambiado, como si fuera una acción refleja. En el extremo del espectro, se alcanza una revivificación máxima: nos sentimos tras­ portados en el tiempo y volvemos a vivir un hecho exac­ tamente tal como ocurrió.

Fenómenos de trance Los diversos fenómenos de trance son experiencias de los mismos mecanismos psicológicos que una perso­ na puede tener en estado de no trance, sólo que de un grado mucho mayor {cf. figura 1.2). La amnesia se pue­ de considerar una forma extrema del olvido. En trance,

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podemos experimentar un olvido natural de un suceso o de un sentimiento. Algunas parejas tienen la experien­ cia subjetiva de la amnesia del cónyuge, o sea, su olvido momentáneo acompañado por la visión alucinatoria del rostro de un progenitor. La alucinación y la progresión de edad son formas extremas de la imaginación vivida. La primera es la experiencia subjetiva de ver, oír, oler o tocar algo que no está verdaderamente presente en una realidad objetiva. La segunda es la experiencia subjetiva de avanzar en el tiempo y experimentarnos como más maduros, en cuanto a los pensamientos y sentimientos, y dotados de mayor soltura para generar soluciones. La regresión de edad es una forma extrema de la memoria reviviflcadora; en el trance, es la experiencia subjetiva de volver a una época anterior de nuestra vida en el pen­ samiento, el sentimiento y la experiencia corporal. La hipermnesia es una forma extrema del recuerdo; en ocasiones, el trance permite recordar hasta el último de­ talle algún aspecto de una experiencia largamente olvi­ dada en el nivel conciente. La escritura automática es el garabateo llevado a un grado mayor; en ella, lo incon­ ciente puede comunicar algo ignorado por la mente conciente. La analgesia y la anestesia son formas extre­ mas del adormecimiento u hormigueo de las extremi­ dades; en el trance, pueden ser una experiencia subje­ tiva de insensibilidad parcial o total. O lvido--------Amnesia Imaginación vivida-------- Alucinación Recuerdo------------- Hipermnesia Garabateo------------Escritura automática Adormecimiento leve, hormigueo--------- Analgesia Falta de sensibilidad----------Anestesia Memoria reviviflcadora------------ Regresión de edad Imaginería sobre el fu tu ro---------------Progresión de edad Figura 1.2. Fenómenos de trance.

Factores biológicos Los ritmos biológicos normales pueden alterar la conciencia y provocar el trance (Rossi, 1986). Las íluc-

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tuaciones fisiológicas normales de los procesos psicofisicos que experimentamos a diario producen mudan­ zas en la conciencia. Antes de la menstruación, es común que la mujer adopte una actitud más introspectiva, que se acompaña a veces de una caída del nivel de energía y de la tolerancia a las frustraciones. Los hombres tam­ bién tienen fluctuaciones en su energía y talante. Ernest Rossi (1986) ha descrito varios ritmos natura­ les que han sido determinados en la bibliografía espe­ cializada. Los ritmos circadianos son ciclos biológicos que ocurren cada veinticuatro horas. Pertenecen al ciclo sueño-vigilia, pasible de ser interrumpido por hechos tensionantes de la vida (p.ej., cambios en el ciclo labo­ ral). El ritmo ultradiano es un ciclo de actividad seguida de un descanso que ocurre cada noventa minutos. Se caracteriza por un dormir o soñar MOR (movimientos oculares rápidos), dilatación de la pupila, respiración alternada por una u otra fosa nasal —a causa del predo­ minio alternado de los hemisferios cerebrales (Werntz, 1981)— y congestión del pene o el clítoris. Estos ritmos biológicos influyen sobre la conciencia y la conducta de las parejas en las áreas de los apetitos sexual y de hambre, las pautas de sueño, etc. (Chiba et aL, 1977). Rossi (1986) explica que: «Mis observaciones clínicas indican que parejas con una buena relación conyugal tienden a integrar sus ritmos circadianos y ultradianos en forma espontánea y están en sincronía; parejas desdichadas declaran invariablemente conflic­ tos y disincronía en todos estos ritmos» (pág. 217).

Premisas básicas Erickson no adhirió a una teoría psicoterapèutica determinada. No obstante, en su trabajo con parejas, operó a partir de varias premisas básicas. Nunca las especificó; más bien se han recogido de sus escritos y videocintas, y por consultas con varios de sus hijos. 1. Cada individuo posee los recursos necesarios para atender problemas presentes y futuros. Erickson creía que el ser humano disponía de todos los recursos nece­

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sarios para hacer frente a los problemas de la vida. La percepción de un hecho y la respuesta a él son las que determinan su carácter positivo o negativo. Tras haber afrontado reiteradamente la posibilidad de su propia muerte a lo largo de su vida, Erickson descubrió que po­ seía notables capacidades naturales para manejar esas dificultades y superar limitaciones concientes, como todas las personas. En vista de esta capacidad innata, nada hay que temer por el mañana. 2. La experiencia es subjetiva. Nuestras percepciones y reacciones otorgan un significado a lo que percibimos; por consiguiente, podemos alterar la experiencia subje­ tiva de la realidad. Puesto que otorgamos un significado a lo que percibi­ mos, podemos cambiar ese significado y, con ello, modi­ ficar la realidad. Dado que el contexto determina, en gran parte, lo que percibimos, al cambiar aquel también cambia la realidad. 3. Cada persona es un ser único dotado de muchos re­ cursos, a algunos de los cuales los desconoce. Erickson creía en la singularidad y el valor de cada individuo. Este puede conocer, o no, los recursos internos de que dispone y los existentes en su entorno. Erickson des­ cribió el inconciente como un repositorio de recuerdos y experiencias de vida. El individuo dispone de toda esta información para resolver problemas, aunque tal vez no tenga conciencia de ello. 4. Cada persona tiene muchas opciones para resolver cualquier problema. El papel del terapeuta consiste en facilitar la recuperación de recursos y en ayudar a gene­ rar por este camino el cambio de actitud, de conducta o de sentimiento dentro del inconciente del cliente. La ex­ tensión del cambio sólo puede ser anticipada en un nivel inconciente. Ya tenemos organizados muchos aprendizajes apli­ cables a nuestros problemas actuales, como abotonar una prenda o atar los cordones de un zapato o percibir en perspectiva. A estos se suman miles de aprendizajes ulteriores; cómo iniciar una discusión y cómo ponerle fin, cómo prestar atención a una ofensa y cómo olvidar­ la, cómo acelerar y retardar el tiempo, cómo proyectarse hacia el futuro y hacer un viaje al pasado.

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5. El conflicto entre cónyuges es contextuaL Determi­ nadas palabras, expresadas en un contexto especifico, pueden llevar a una comunicación clara o a un malen­ tendido. Se puede moderar la irritación si se redefine el contexto; por ejemplo, si se lo trasforma en un ámbito de pullas juguetonas. En tanto se lo considere seguro, ese contexto proporcionará un ambiente adecuado para el humor y las conductas experimentales. Como conse­ cuencia, quizá los cónyuges acaben por reírse de ciertas áreas anteriormente penosas, pero si uno de ellos dis­ crepa acerca de la seguridad del contexto, puede surgir un conflicto. 6. Cada cónyuge desempeña inadvertidamente un papel complementario en cualquier problema que surja en la relación. Aunque Erickson no aplicaba una orien­ tación sistèmica, sus intervenciones dejan entender que era conciente de la reciprocidad de la conducta entre cónyuges. Cada cónyuge tiene percepciones y posicio­ nes recíprocas con respecto al otro: el más introvertido y pasivo suscitará una mayor extraversión y agresividad en su compañero, y a la inversa. 7. Un trance puede ser consecuencia de una interac­ ción conyugal A veces, interacciones conyugales esti­ mulan el trance en forma recíproca. Cuando se produce este desplazamiento de la conciencia, es posible que un esposo vea aparecer, sobre el rostro del otro, el rostro de un personaje del pasado (amnesia del cónyuge), y que reaccione momentáneamente como si su pareja fuese esa otra persona. Un cónyuge puede sentirse niño en respuesta a cierta conducta verbal o no verbal del otro. En algunas teorías psicológicas, esta noción se deno­ mina «trasferencia» (trance-ferencia). 8. Dentro del problema está la solución. Erickson pen­ saba que el problema era en muchos casos una metá­ fora de una dificultad soterrada que, si era comprendida plenamente, también sugería una solución. Partiendo de esta línea de pensamiento, Gilligan (1987, 1988) sos­ tuvo que «los fenómenos del trance son idénticos a los fenómenos del síntoma». Un individuo puede utilizar in­ suficientemente o en demasía determinado fenómeno de trance. La respuesta al problema se puede hallar en el interior del complejo de síntomas (Gilligan, 1987).

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9. Cada individuo posee su propio estilo de aprendiza je para recombinar y desplazar experiencia (Lankton, 1986, pág. 32). El que hace foco casi exclusivo en lo ne­ gativo no puede, cuando se lo piden, hacer foco en as­ pectos positivos. No obstante, tal vez logre diferenciar matices de negatividad en caso de que le pregunten sí algo es negativo en un cien por ciento o lo es acaso sólo en un ochenta por ciento. El terapeuta creará el tipo de intervención más útil aplicando las reglas que rigen el funcionamiento de cada persona. 10. Los síntomas aparecen cuando las personas in­ tentan utilizar repetitivamente el mismo estado de con ciencia y no encuentran los recursos necesarios para abordar determ inado problem a. Erickson decía que «problemas psicológicos existen precisamente porque la mente conciente no sabe cómo producir una experiencia psicológica y un cambio de conducta en la medida que desearíamos» (Erickson y Rossi, 1979, pág. 18). Es fre­ cuente que los cónyuges se provoquen mutuamente ciertos estados de conciencia que, si se repiten en el tiempo, les estorbarán introducir un cambio en sus in­ teracciones. 11. A menudo, el conflicto conyugal es metafórico y re­ fle ja un significado más profundo que el contenido de la discusión Si una disputa no se puede resolver en el ni­ vel de las soluciones, es indicio de que opera alguna otra dinámica. Quizás el conflicto refleje una lucha por el poder, un intento inconciente de resolver una cuestión relacionada con la familia de origen o un enojo y desen­ gaño no resueltos. 12. Los fenóm enos de trance se pueden considerar síntomas, recursos y vehículos para que el terapeuta induzca un trance en una pareja Fenómenos de trance sintomático aparecen cuando una pareja, incapaz de re­ solver un problema, queda atrapada en un círculo vicio­ so de conflictos. Los fenómenos de trance, en sentido general, pueden ser recursos útiles si se utilizan con­ venientemente. Beahrs (1982) sugiere la posibilidad de que rotular a un paciente con un término psiquiátrico sólo sirva en realidad para bloquear una intervención adecuada del terapeuta. Si este es capaz de ver el pro­ blema como una «habilidad hipnótica mal utilizada», po-

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drá enseñar al paciente a usar sus recursos internos para resolver problemas. Haley describe el uso ericksoniano del síntoma en el caso de una joven esposa que deseaba espaciar las visi­ tas de sus suegros. Contrajo una úlcera incapacitante. Erlckson le dijo: «En realidad, no quiere a sus suegros. Son un dolor de estómago cada vez que vienen; esto de­ bería perfeccionarse en provecho de usted: ciertamente, no pueden pretender que usted limpie el piso si vomita cuando vienen» (Haley, 1973, pág. 127). La paciente si­ guió el consejo: cada vez que venían sus suegros, vomi­ taba y ellos tenían que limpiar el piso. No sólo dejaron de visitarla con tanta frecuencia, sino que además se m ar­ chaban en cuanto ella empezaba a tener mal semblante. Erickson comentó: «Necesitaba verse impedida, por lo cual reservó todo su dolor estomacal para el momento en que vinieran sus suegros. Esto la satisfizo (. . .) Su estómago era tan bueno que podía echar a los parientes» (Haley, 1973, pág. 128). Para trabajar por el logro de la resolución de un problema, el terapeuta puede usar los fenómenos de trance que la pareja emplea en un trance sintomático para inducir un trance curativo.

Tender un puente entre elementos dinámicos y sistémicos A causa de su postura ateórica en psicoterapia, Erickson poseía esa fluidez y creatividad que caracteri­ zan al maestro. En su abordaje de un trabajo de trance, era capaz de abarcar a la vez las teorías psicodinàmica y sistèmica. De hecho, iba más allá de la teoría, y a ve­ ces producía intervenciones como las de un mago, que en muchos casos provocaron cambios impresionantes. Más a menudo, dedicaba mucho tiempo a los casos y trabajaba con ahínco. Llegó al cambio desde varias perspectivas. Otorgó importancia tanto a la psicodinà­ mica del individuo como al sistema en que este operaba. Su filosofía del cambio fue singular: «En psicoterapia no cambiamos a nadie. Las personas se cambian a sí mis­ mas. Nosotros creamos las circunstancias en que un in­

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dividuo puede responder espontáneamente y cambiar. Es todo lo que hacemos. El resto depende de ellos» (Zeig, 1985, pág. 69; Ritterman, 1985). Su uso del estado de trance para influir en la dinámi­ ca intrapsíquica e interpsíquica por igual presenta as­ pectos singulares. Un trance puede asistir al individuo en la reorganización creativa de su dinámica intrapsí­ quica. Al mismo tiempo, Erickson podía influir sobre el sistema actual. Como dice Nichols, las relaciones actua­ les tienden a reflejar las relaciones reales e imaginarias del pasado y el presente (1987, págs. 28-9). Por ejemplo, explica que hombres que se han criado con una madre criticona e intrusiva pueden llevar en su interior una imagen crítica de las mujeres en general. Ya adultos, es posible que los invada el temor de desagradar a las mu­ jeres y se esfuercen por mantenerlas contentas a expen­ sas de sus necesidades propias. Esto puede moverlos a soterrar una gran ira y resentimiento (Nichols, 1987). Si un hombre así se casa, cada vez que su esposa se enfade con él quizá la vea como a un monstruo. Y él debe «ma­ tar» al monstruo con bondad, pasividad u otra técnica de apartamiento. De esto se infiere que una dinámica intrapsíquica influye en sucesos interaccionales. Para Erickson, el trance era un elemento del proceso interaccional. El proceso interpersonal desencadena una búsqueda interior en el individuo. El contexto de pareja es propicio a la ocurrencia de ciertos procesos internos. Erickson concedía importancia a la psicodinà­ mica individual, pero ponía de relieve el contexto interpersonal como lugar inicial de los síntomas. Afirmaba la existencia de «señales importantes de problemas evolu­ tivos en proceso de hacerse concientes. Aquello que los pacientes aún no puedan expresar claramente en forma de insight cognitivo o emocional hallará una expresión somática como un síntoma corporal» (Erickson y Rossi, 1979, pág. 143). Aunque se refería a los síntomas físi­ cos, lo mismo vale para los psicológicos. Erickson sos­ tuvo además que es posible resolver un síntoma si se trabaja con los aspectos psicodinámicos del paciente de manera tal que la mente conciente no sepa por qué de­ saparece el síntoma físico. Y añadió: «Por otra parte, también se resuelve, en forma aparentemente espontá­

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nea, el problema evolutivo que estaba expresado en el síntoma» (Erickson y Rossi, 1979, pág. 143).

Desplazar las lentes Una teoría en particular determina en gran medida nuestro modo de ver la dinàmica psicológica y de per­ cibir la noción de cambio; esto limita y expande a la vez nuestra visión del «campo conductal». Ninguna teoría puede agotar lo que hay para decir acerca de la con­ ducta. Todas acaban por fracasar porque son meras descripciones de la «realidad». Cada una es útil en tanto provee una lente distinta para interpretar conductas e individualizar pautas. Una teoría sistèmica describe pautas de conducta entre personas. Una teoría individual considera las imágenes internalizadas de la familia, de­ fensas singulares que una persona pueda haber adqui­ rido y tareas evolutivas que sea preciso llevar a cabo. Por lo tanto, ser capaz de contemplar la conducta con un enfoque integrado que incluya estas diversas perspec­ tivas habilita al terapeuta para obtener un cuadro más completo. Se puede usar un trance para producir un desplazamiento de paradigma desde un punto de vista individual hasta una posición sistèmica. En un trance se puede abordar simultáneamente tanto la dinámica intrapsíquica como la interpsíquica (Kershaw, 1986). Des­ plazar las lentes específicas a través de las cuales una pareja es percibida por el terapeuta da lugar a un mo­ vimiento desde un nivel de organización de datos hasta otro. El terapeuta puede determinar la etapa evolutiva en que opera cada individuo y la dinámica que utiliza el sistema de la pareja. Si se mira la conducta desde una perspectiva inte­ grada a modo de mosaico, se puede unir datos evoluti­ vos y sistémicos en un cuadro de evaluación más claro. Entender la etapa de desarrollo en que un individuo se encuentra es un componente importante para compren­ der las tareas que es preciso completar para pasar a la etapa que sigue. Vista desde un punto de vista evoluti­ vo, la pareja se puede examinar también a la luz de las

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tareas familiares evolutivas que hace falta completar. Cuando un terapeuta aprehende la dinámica del sistema y la etapa evolutiva tanto de los individuos como de la diada formada por la pareja, puede hacer una interven­ ción más holística y quizá más potente. Aprender hip­ nosis es conveniente para aguzar en el terapeuta la ca­ pacidad de observar una conducta en detalle y, por esta vía, para pasar con comodidad, en la formación de hipó­ tesis, de una dinámica individual a una interacción de pareja. Hemos examinado un marco de referencia teórico pa­ ra el uso de hipnosis en terapia conyugal. Dado que el contexto interpersonal suele estimular un trance en ca­ da cónyuge, las secuencias siguientes de conductas, actitudes y sentimientos pueden ser percibidas por el psicoterapeuta como problemas y recursos potenciales. Hemos definido la mente conciente y la inconciente, y bosquejado diversas premisas básicas utilizables en una terapia de pareja ericksoniana. Hemos examinado diversos elementos del trance en su referencia al trance conyugal. En el capítulo 2, examinaremos más a fondo la danza hipnótica de la pareja. Presentaremos para el psicoterapeuta interacciones hipnóticas pautadas y for­ mación y significado de una sintomatología.

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2. Interacciones hipnóticas pautadas

La danza hipnótica de la pareja ocurre en el contexto interpersonal y contiene diversos componentes. Estos elementos interactuantes se pueden comprender a par­ tir de una posición cibernética de orden segundo, a sa­ ber: la conducta sintomática influye sobre el sistema de tal modo que este a su vez se desarrolla en torno del síntoma. Este capítulo examina aspectos de síntomas, estados de trance positivos y negativos, estimulación re­ cíproca de un trance entre los compañeros, y el lazo hip­ nótico. Una dinámica individual y una dinámica sistèmica pueden entrar en acción recíproca para producir inter­ acciones hipnóticas. Jurg Willi (1982) ha delineado va­ rias pautas colusivas de conducta en parejas. Ha des­ crito el modo en que necesidades individuales y tareas evolutivas inconclusas contribuyen en el sistema de la pareja para mantener la pauta característica de la dan­ za conductal. Otros autores han esbozado diversas pau­ tas (Dicks, 1967; Mittelmann, 1948; Winch, 1958). Mittelman (1948) expresa: «Dada la naturaleza continua e íntima del matrimonio, toda neurosis de una persona casada está fuertemente anclada en la relación matri­ monial. La presencia de una reacción neurótica comple­ mentaria en su cónyuge es un aspecto importante de la neurosis del paciente casado» (pág. 491). Estas pautas colusivas reflejan la danza hipnótica de complementariedad de la pareja en la que dos personas «armonizan» con una precisión exquisita. Cuidador/paciente, Madre Tierra/hijo infante, progenitor/hijo, amo/esclavo y ado­ rador/ídolo serían otros tantos ejemplos de posiciones complementarias. Otras pautas de la danza hipnótica pueden incluir las siguientes posiciones: madre domi­ nante/padre retraído, madre criticadora y acusadora/

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hijo incompetente (o madre nutricia/hijo cariñoso) y pa­ dre criticador/hija rebelde. Estos roles contienen, en forma metafórica, suposiciones compartidas acerca de la relación matrimonial. En algunas relaciones comple­ mentarias se usa una identificación proyectiva. Un cón­ yuge acaso se angustie por algo. Tan pronto como el otro se hace cargo de este sentimiento, el primer cónyuge tal vez deje de angustiarse y hasta lo critique por preocu­ parse. Los seres humanos tendemos a producir deter­ minadas defensas en los demás, para luego defendernos de ellas con defensas complementarias o simétricas. Pautas simétricas también pueden ser suscitadas en la danza de la pareja; todo depende de las suposiciones que teja un cónyuge sobre la conducta del otro, y de los significados o interpretaciones resultantes. A veces se observa una simetría en la competencia entre los espo­ sos por ver quién ejecuta mejor una misma tarea. Las parejas usan a menudo términos competitivos (ganar/ perder, mejor/peor) para describir sus interacciones. Roles que son aplicación de posiciones simétricas pue­ den incluir: madre competitiva/padre competitivo, hija rebelde/hijo rebelde, madre pasiva/padre pasivo, o pa­ dres o hijos cooperativos en pie de igualdad. A esto se añade la frecuencia con que los individuos, en forma inconciente y recíproca, eligen por pareja a al­ guien que exprese las partes negadas o escindidas de su propia personalidad. El hombre «obsesivo-compulsivo» —un tipo clásico en psicodinámica— se relaciona con una mujer «histérica» a fin de que ella pueda expresar los sentimientos de él y él pueda expresar la inteligencia de ella. Estos rótulos son bastante simplistas y estereo­ tipados, pero es fecunda una descripción de la inter­ acción. Un psicólogo (Kelly, 1979, comunicación per­ sonal) propuso la idea de que en un matrimonio disfun­ cional «la mujer pierde su mente y el hombre su alma». En otras palabras, ella «se embrutece» y depende del marido para la toma de decisiones; él sacrifica su capa­ cidad de ser una persona independiente con necesida­ des legítimas. Quizá cada uno critique después aquellos aspectos del otro que representan las partes escindidas de su propia personalidad. Tal vez un cónyuge sea por­ tador del afecto, y el otro, de la capacidad cognitiva. Por

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ejemplo, el marido mantiene una actitud estoica y la es­ posa llora en su nombre; o el marido carga con la ira de su mujer para que ella no tenga que sentirla. En ocasio­ nes, un cónyuge se angustia mucho más que el otro y, como los sistemas tienden a reflejar los extremos de una polaridad, su pareja se sentirá más tranquila. El proceso de identificación proyectiva es una pode­ rosa dinámica de pareja. Sólo podemos conocer nuestro mundo fenomenológico, el mundo de la experiencia. Si las representaciones internas de quienes desempeña­ ban el rol de personas nutricias son portadoras de emo­ ciones conflictivas, es probable que sean proyectadas hacia afuera. Por ejemplo, el padre «malvado», que consti­ tuye un aspecto del self, es el padre malvado que una persona lleva adentro, que proyecta hacia afuera y que ve en otra persona. Del mismo modo, lo que alguien tie­ ne de madre cariñosa puede ser proyectado en su cón­ yuge. Desde luego, estos roles son reversibles. Joseph Zinker (1977) comenta acerca de este proceso: «La proyección es una forma de escapismo (. . .) En una proyección patológica, la persona impotente colorea el mundo como castrador; la iracunda, como destructivo; la cruel, como sádico; la persona temerosa de su homo­ sexualidad ve un mundo de homosexuales airosos. Ca­ da individuo ve el mundo según el color de su vida inte­ rior. Una vida interior perturbada busca y encuentra pe­ sadillas, aunque tenga que alucinarlas» (pág. 15). En cambio, la persona serena, emocionalmente estable, quizá busque y descubra fantasías agradables. Tene­ mos, pues, dos aspectos de la proyección: 1) retenemos cierta identificación con lo proyectado; 2) provocamos en otros, sobre todo en nuestra pareja, cierto modo de tratarnos, de comportarse con nosotros. Por eso es co­ mún que la gente se divorcie por las mismas razones que la llevaron a casarse. A menudo, la vida interior proyectada hacia afuera impele al sistema hacia un frenesí destructivo. Recuer­ do el caso de una paciente que alternaba entre una ira intensa e impropia y una conducta seductoramente in­ fantil. Como esquivaba casi todas las interacciones, el

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otro nunca sabía a ciencia cierta si se había convenido alguna acción entre ambos. Cuando la confrontaban con su ira y su conducta impropia, negaba haberse sen­ tido o comportado así. Para escapar de su depresión, buscaba pelea con su ex marido o se lanzaba a gastar desenfrenadamente. Cada interacción de ella dejaba al otro confundido y desorientado. Cuando su depresión era grave, solía enfurecerse con los hijos, parientes, etc. Se quejaba de que conspiraban contra ella. Era discutidora y propensa a sentirse despreciada. Sus hijos la tra­ taban con suma cautela y ellos mismos experimentaban una angustia considerable. El hijo mayor se confundía con facilidad; el menor adoptó una enérgica actitud de «tener derecho a todo» y se volvió asmático. La hija ma­ yor contrajo un trastorno en la alimentación; la menor parecía asustadiza. Esta madre bloqueaba casi todos los intentos de su ex marido por mantenerse involucra­ do en la vida de sus hijos. El padre se vio obligado a pen­ sar y a actuar de manera estratégica para sortearla; a menudo se sentía atrapado en interacciones desorien­ tadoras con su ex esposa. Al parecer, había un paralelo entre esta experiencia y sus comunicaciones pretéritas con su propia madre, lo que se combinaba con un fuerte mandato paterno de no herir los sentimientos de la ma­ dre; de ahí que se debatiera entre la culpa y la vergüenza por haber dejado ese matrimonio disfuncional y recla­ mado una vida propia. Descubrió que intentaba ser de­ masiado comprensivo e indulgente con su ex esposa porque, cuando niña, había sido víctima de abusos. Pero, al mismo tiempo, sentía que ella era no menos abusiva con él. En su interacción con su ex marido, esta mujer se sentía victimizada por él y creía necesario proteger a sus hijos de un padre a quien juzgaba temible. Percibía cualquier bondad de su parte como un acto que la obli­ gaba y la hacía demasiado vulnerable. Su self parecía sufrir frecuentes colapsos, a los que respondía montan­ do otra vez en cólera contra sus hijos o su ex marido. Pa­ ra esta mujer, el mundo era un lugar inseguro y aterra­ dor en el que debía vivir en un estado de hiper-alerta a fin de apartar sus peligros. Detrás de cada interacción ha­ bía un intento de conservar el control.

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Una conducta patològica en un sistema lleva a otros miembros del sistema a reflejar esa patología. En este caso, el padre notó que, cuando se veía obligado a Ínter actuar con su ex esposa, ardía de ira y se le ocurrían pensamientos paranoides. Declaró que era el único con­ texto en que experimentaba tales sentimientos. En la in­ teracción y ante comunicaciones desorientadoras expe­ rimentaba un trance negativo, estado de conciencia ca­ racterizado por un foco introvertido en sentimientos terribles y desconcertantes. La capacidad de desplazarse de una perspectiva in­ dividual a una posición sistèmica puede ayudar en un tratamiento a explicar una serie de interacciones des­ concertantes. Desde un punto de vista cibernético, es importante distinguir entre secuencias de conducta fa­ miliar. Lynn Hoffman (1985) juzga útil examinar «se­ cuencias de relaciones en una red de realimentación» para poder idear una intervención, y concluye que «el problema está en la pauta y no en el sistema» (pág. 386). La reacción e inter-reacción de cada miembro de la familia a un síntoma y a cada uno de los demás define al sistema. Por consiguiente, el terapeuta necesita com­ prender cómo se involucra en el sistema cada uno de sus integrantes. Hoffman (1985) declara, refiriéndose a la enfermedad psiquiátrica: «Ya no podemos decir que está en la familia, ni que está “en" la unidad [espacial­ mente definida]. Está “en" la cabeza o el sistema ner­ vioso de todos los que intervienen en su especificación. La antigua epistemología implicaba que el sistema crea­ ba el problema: la nueva epistemología implica que el problema crea el sistema. El problema es aquello en que consistía la aflicción original, no importa en qué consis­ tiera esta, más todo aquello que esa aflicción consiguió captar en su alegre camino por el mundo» (págs. 386-7). Como se habrá advertido en el ejemplo anterior, para comprender un problema es importante considerar las dinámicas individuales. El mapa interior del individuo, que sirve para crear una red interactiva de creencias, es a menudo la realidad problemática creada. Ese mapa se traza a partir de aprendizajes tempranos en el seno de la familia, de la constitución de personalidad y de apren­ dizajes acumulativos ganados en el desarrollo. Esta

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realidad perceptual creada suele ocasionar dolor e insa­ tisfacción en vínculos cuando un individuo proyecta las pautas del mapa interior a una conducta de otro, y bus­ ca en ella una concordancia manifiesta o la confirma­ ción de esa realidad. No es raro que se establezca una pauta colusiva en parejas y dentro de las familias, mientras la danza hip­ nótica prosigue su «alegre camino». Paul Wachtel (1985) describe un proceso similar dentro de lo que él llama teoría psicodinámica cíclica. Según Wachtel y Wachtel (1986), esta teoría destaca el papel del inconciente en materia de conflictos y defensas, que contribuye a man­ tener una imagen de sí. Por lo tanto, «desde este punto de vísta, el “mundo interior” oculto no es un reino en sí mismo, sino que es a la vez un producto, una simboliza­ ción y una causa de las pautas de interacción en que participa una persona» (Wachtel, 1985, pág. 18). En consecuencia, al formular un plan de terapia hay que tener en cuenta ambas dinámicas: la interpsíquica y la intrapsíquica. Gracias a esta capacidad de desplazar las lentes, el terapeuta llega a sentir empatia por el individuo y respe­ to por el bienestar del sistema. Si una persona o un sis­ tema perciben que no se presta atención a una u otro, quizá respondan con una resistencia o con una actitud protectora. Podemos definir la resistencia como una res­ puesta ante el peligro, una maniobra para el manteni­ miento de la integridad familiar e individual. La empatia es un respeto básico por la gente y su lu­ cha por la vida. En psicoterapia no hay lugar para la in­ culpación. Muchas veces, los terapeutas familiares han atribuido a los padres los problemas del hijo: inician una misión investigadora para poner en evidencia al «culpable», al responsable de la conducta patológica, y formulan la inculpación bajo la forma de matices sutiles que expresen desdén hacia los padres. Es una actitud similar a la que solían trasmitir los terapeutas indivi­ duales hacia la madre, a quien definían como el pro­ genitor patológico. Hoy, muchos terapeutas familiares incluyen al padre en su búsqueda de un culpable. La teoría cibernética de orden segundo, donde «el problema crea al sistema», proporciona un paradigma

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más útil. En vez de culpar al sistema parental por el pro­ blema presentado, postula que el problema, con su etio­ logía múltiple, sirve de estímulo al sistema en evolución. El sistema se organiza en torno del problema a ñn de manejar la dificultad. A medida que el problema se exa­ cerba, el sistema evoluciona para amoldarse a su mane­ jo (Kershaw, 1986; Hoffman, 1985). Ahora podemos ex­ plorar los componentes de la sintomatología compartida por las parejas.

Sintomatología Cada síntoma es una forma valiosa de comunicación, indicadora de que algo anda mal. El dolor que causa señala a quien lo padece que algo se ha desequilibrado y descontrolado. Los síntomas son secuencias congeladas de conducta que son reiterativas y comunican la solu­ ción idéntica de un problema. Una conducta hipnótica espontánea aparece a menudo como un síntoma (Frankel, 1976). Los síntomas presentan diversos aspectos: complejo de conductas, tiempo de relación, conceptualización y conducta alteradas, ideodinamismo y signifi­ cado simbólico. Por lo común, surgen en torno de transiciones evo­ lutivas y constituyen complejas pautas de conducta. Quién dice qué a quién, el efecto que provoca y la res­ puesta recíproca crean la pauta de conducta implícita en un síntoma. En una pareja, la conducta sintomáti­ ca puede manifestarse poco después del casamiento, cuando se activan los introyectos de la familia de origen, comienza el proceso de proyección y la danza hipnótica de la pareja sigue su «alegre camino». Los problemas pueden empezar tras el nacimiento de un hijo, un cam­ bio de empleo, el inicio de la edad madura o el aleja­ miento de los hijos. Cualquier cambio o desplazamiento en la estructura familiar, cualquier transición percibida como una dificultad, pueden tener como consecuencia una formación de síntoma. Suele haber absorción en las conductas sintomáticas a causa de la función que cumplen. Casi siempre, las

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defensas sirven para manejar angustia, aunque lo ha­ gan improductivamente. Resulta difícil modificar acti­ tudes, conductas y sentimientos por medio de un tra­ bajo directo con la mente conciente, porque en el pasado ellos demostraron cierta eficacia para poner coto a la an­ gustia. El foco de la terapia consiste en alterar o desor­ ganizar el síntoma o la pauta de conducta habitual. To­ dos poseemos aprendizajes no reconocidos que hacen posible la resolución de problemas. El uso del incon­ ciente como agente de cambio puede conducir a una reorganización y resolución del problema. Para desarro­ llar un plan de cambio, conviene tener presente el tiem­ po de relación. En una discusión sobre el dolor, Erickson y Rossi (1979) sostuvieron que el malestar tiene tres componen­ tes de tiempo relacional: recuerdo de malestares pasa­ dos, malestar presente y expectativa de malestares fu­ turos. Cualquier síntoma puede contener estos compo­ nentes. Habitualmente, los síntomas se contraen en respuesta a una situación muy tensionante cuando las defensas del individuo no logran manejar la circunstan­ cia. El síntoma hace las veces de inductor de trance por­ que la pauta de conducta introvierte el foco de atención del sujeto y reduce el campo de respuesta o congela las respuestas en apenas una o dos. En medio de un síntoma doloroso, la pareja experi­ mentará estos tres componentes de tiempo relacional. Si el dolor del síntoma es manejable, quizá pueda utili­ zar el recuerdo de un malestar pasado y la expectativa de un bienestar futuro para resolver el síntoma tras des­ cubrir los recursos que en el pasado le permitieron su­ perarlo. Entonces podrá esperar el futuro conciente de que conoce los pasos que la saquen del aprieto actual. Por ejemplo, preguntar a una pareja cómo pasó la vez anterior de un conflicto a una convivencia pacífica quizá la ayude a redescubrir un recurso que ya sabía emplear: humor, descanso, apaciguamiento o alejamiento. Pero una persona sumida en un síntoma pierde el sentido del tiempo. Este se distorsiona —se retarda, se acelera o aun se detiene— y parece que las sensaciones negativas duraran desde hace meses cuando en realidad sólo pa­ saron minutos de tiempo objetivo (o cronométrico).

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Por lo general, todo síntoma contiene alguna forma de fenómenos de trance: tal vez amnesia, distorsión del tiempo, alucinaciones positivas o negativas, anestesia o hipermnesia. La danza hipnótica sintomática comparti­ da por los cónyuges puede utilizar uno o varios fenómenos y ser «autodesvalorizante» (Gilligan, 1987). Los resulta­ dos de las investigaciones sobre disociación indicarían que esta acompaña normalmente al stress percibido (Sanders et aL, 1989). Su ideodinamismo es otro elemento del síntoma. Las parejas suelen experimentar un problema como algo que escapa a su control. Se diría que surge sin que me­ die una acción determinada de su parte. Desde luego, no identifican el mecanismo de inducción recíproca del trance utilizado por ambos cónyuges. Erickson creía posible que los síntomas simbolizaran un hecho traumático, recrearan circunstancias específi­ cas de la vida, fueran la adaptación a la circunstancia existencial o «. . .constituyeran [a la vez] defensas contra las mociones instintuales subyacentes y un castigo infli­ gido por ellas. Quizás enmascaren reacciones esquizo­ frénicas soterradas o refrenen depresiones suicidas» (CP IV, pág. 103). Determinar el significado de la representa­ ción simbólica ayuda al paciente a resolver los conflictos psicodinámicos subyacentes. De hecho, Erickson veía en los síntomas otros tantos recursos bloqueados. He11er y Steele (1987) comentan: «. . . Todos los problemas y síntomas presentados son, en realidad, metáforas que contienen una historia acerca de la verdadera naturale­ za del problema. Por consiguiente, incumbe al terapeuta crear metáforas que contengan una historia que, a su vez, contenga las soluciones (posibles). La metáfora es el mensaje» (pág. 30). Los síntomas contienen a menudo la solución al pro­ blema. Las parejas suelen utilizar sus recursos de una manera excesiva o insuficiente, y este proceso puede conducir a la formación de síntomas. Varios autores proponen una frecuente equivalencia fenomenológica entre los síntomas y los fenómenos de trance (Gilligan, 1987, 1988; Frankel, 1974; Horowitz, 1983). El complejo de síntomas es una secuencia rígida de conductas y de actitudes inmovilizadas que se repiten una y otra vez.

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En muchos casos, la solución se encuentra en la con­ ducta de trance empleada como parte de ese mismo complejo.

Estados de trance positivos y negativos Gran parte de la obra de Erickson se basa en la pre­ misa de que la mente conciente es limitada y la incon­ ciente es un reservorio de recursos. Su notable capaci­ dad de observación —adquirida cuando, después de su­ frir poliomielitis, debió enseñarse a sí mismo a caminar nuevamente— le permitió descubrir que nuestro foco de atención se trasforma en nuestro marco de realidad. Además, aprendió a confiar en que su mente inconcien­ te lo guiaría por la senda más productiva. El trance puede ser positivo o negativo (Araoz, 1985), o autovalorizante o autodesvalorizante (Gilligan, 1987). Veamos un ejemplo de estado de trance negativo. Una joven había cobrado temor a la noche y las habitaciones a oscuras. Al narrar los orígenes de este miedo, contó que sus padres le decían constantemente que no podía conducir el auto de noche. Recordaba sus palabras: «Re­ sultarás herida o muerta». Este aserto la indujo a introvertir su foco de una manera negativa que ella definió como dotada de cualidades similares al trance: expre­ saban el temor de que alguien la arrojara a la banquina o de ser incapaz de afrontar otras situaciones peligro­ sas. No obstante, sus padres habían permitido que una de sus amigas manejara el auto de noche. La joven em­ pezó a dudar de sí misma y a ser prudente al extremo de esperar una catástrofe. Los padres reaccionaron ante esta cautela e incertidumbre que ellos mismos le habían instilado, con lo cual las reforzaron, y la hija respondió intensificando su miedo hasta convertirlo en fobia. Ca­ da vez que intentaba actuar en forma competente, sus padres se angustiaban. Su miedo a conducir de noche pronto se generalizó: primero se extendió a las salidas nocturnas: luego, fue trasferido al interior del hogar y a las habitaciones a oscuras. Las imágenes creadas por sus padres formaban un cuadro de fracaso. El senti­

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miento de miedo, asociado con estas imágenes, fomen­ taba una respuesta ñsiológico-psicológica de agitación por liberación de adrenalina y otras sustancias bioquí­ micas. Así fue como el estado negativo similar al trance, inspirado por experiencias pretéritas, llegó a dominar su situación actual. En este ejemplo, la secuencia de he­ chos que estimularon una experiencia similar al trance también resultó autodesvalorizante. Los estados de trance positivos o negativos pueden ser inducidos mediante el proceso diàdico idiosincrásico. Este produce un tipo específico de estado interpersonal alterado que, combinado con trances positivos o negati­ vos, genera relaciones sintomáticas o reducidas a con­ flictos. Veamos cómo se estimulan estos trances.

Trance co-inducido por el cónyuge Una interacción social puede producir trance; de ahí la frecuencia con que las parejas se ponen en trance mutuamente de modo natural. Un cónyuge dice algo que provoca en el otro un foco interno momentáneo. El cónyuge en trance puede hacer foco después sobre una asociación del pasado o con cobertura emocional. Este segundo cónyuge acaso responda con una reacción que genere un foco interno en el otro. Los cónyuges suelen tener pautas de interacción que producen inducciones naturales. Este proceso es una ocurrencia natural en un contexto interpersonal. Los esposos no son víctimas de hipnosis recíproca: co-crean el proceso. Hay cinco tipos de señales inductivas entre cónyuges que estimulan una imaginería interior: palabras impul­ soras, experiencias visuales, experiencias auditivas, ex­ periencias kinestésicas y el uso de sugestiones interca­ ladas.

Palabras impulsoras Una imaginería conyugal ocurre con una inducción verbal en la que una palabra o frase de un cónyuge in-

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trovierte el foco de atención del otro para crear un mo­ mento de trance. Tuve una paciente en quien la palabra «mona» estimulaba una imaginería negativa. En boca de su esposo, le sonaba a un cumplido desdeñable: «Es lo que se suele decir de una mujer un tanto fea, pero con una buena personalidad», comentaba. Se enfurecía cuando la escuchaba, porque la asociaba con una cosificación. En cambio, para el marido tenía una asocia­ ción agradable. Vemos pues que el estímulo verbal emi­ tido por un cónyuge puede impulsar al otro a experi­ mentar un recuerdo visual, auditivo o generador de un sentimiento determinado. Cuando se evocan estos re­ cuerdos, el segundo cónyuge suele responder a la expe­ riencia interna y a menudo proyecta su interpretación sobre la otra persona. El resultado es una percepción positiva o negativa del primer cónyuge.

Señalizaciones inductivas visuales, auditivas y \anestésicas Una mirada, un gesto, un roce u otra conducta pue­ den ser igualmente inductivos. Del mismo modo, cierta acción de un cónyuge puede ser una señal que desen­ cadene en el otro una experiencia kinestésica interna, hacerle oír una voz interior o ver mentalmente un filme. Un toque ligero, una presión leve, activan a veces un «guión» completo. Este tipo de proceso ocurre, por ejem­ plo, en algunas parejas en que un cónyuge ha sido víc­ tima de incesto. Determinado toque por parte de su pa­ reja acaso lo retrotraiga a la escena incestuosa. Si tiene amnesia en cuanto al hecho pero recuerda qué sintió, la pareja tal vez suponga equivocadamente que el dolor radica en la relación y no en un hecho histórico. La señal inductiva despertará los sentimientos, pero el recuerdo del hecho queda protegido por la amnesia. Supongamos que una persona tenga amnesia para el hecho y los sentimientos que experimentó. Cuando su pareja la toca en una forma determinada, tal acción le recuerda inconcientemente el episodio traumático. La disociación es un método de uso común para hacer frente a traumas tales como la violación. Ciertos toques

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pueden activar inconcientemente la disociación en el cónyuge que ha sido violado, lo que traerá dificultades en la excitación sexual. Podemos establecer un nexo entre la disociación y la generalización del estímulo. Todos creamos modelos mentales de interacción con el mundo. Recibimos una realimentación que tiende a mantener el modelo que hemos creado. Supongamos que un episodio actual des­ pierte un recuerdo traumático y provoque una conducta asociada. La realimentación mantiene esa conducta, la empeora o ayuda a resolverla. En ocasiones, los sucesos traumáticos del pasado modelan la conducta y esta mo­ dela el entorno de una manera mutua y recursiva. Al cabo de muchos años, ambos se entrelazan. Una mujer traumatizada por un incesto puede manifestar indife­ rencia sexual hacia el marido. El marido acaso crea que el problema obedece a alguna insuficiencia de él. Tal vez conserva recuerdos traumáticos de haber sido recha­ zado y sentirse no deseado. Esa pareja puede crear un conjunto de sentimientos en apariencia referidos sólo a su relación conyugal. Pronto este modo de interactuar y los sentimientos re­ sultantes adquirirán vida propia y se establecerá una asociación recíproca entre los sentimientos dolorosos. Los hechos presentes empezarán a tener un peso consi­ derable. Para desenrollar este ovillo enmarañado y ver dónde encaja cada sentimiento, conviene que el tera­ peuta ayude al paciente a recuperar y clasificar recuer­ dos y sentimientos reprimidos. El trance es un instru­ mento eficacísimo para este trabajo. No es raro que alguien experimente un sentimiento en apariencia ajeno a los hechos del momento, y que ese sentimiento le provoque un estado de confusión del que procure salir señalando a su cónyuge como causante del dolor. Este proceso de inculpación lo ayuda a man­ tener una sensación de control. De ahí la gama de reac­ ciones posibles de un marido frente a un sentimiento dado (p.ej., pensará que su esposa no lo ama o le es in­ fiel). Tal reacción justifica y explica el sentimiento ini­ cialmente desorientador. El trabajo de trance induce una confusión leve. En un ambiente seguro, permite que la persona experimente confusión y la tolere. Cuando des­

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pués tenga esos sentimientos, los vivirá más como cu­ riosidades que como problemas. En consecuencia, un trabajo eficaz de trance puede despertar la curiosidad del individuo hacia sus sentimientos de ira en vez de enfocar su atención en un problema por resolver con su cónyuge. De hecho, puede existir un problema que re­ quiera solución, pero es muy probable que el sentimien­ to se refiera a otra cosa. Una solución rápida que culpe al cónyuge puede empeorar la situación. En vez de bus­ car el divorcio u otra amputación psicológica, sería me­ jor encajar el sentimiento en un contexto más correcto.

Uso conyugal de sugestiones intercaladas Otra forma de inducción de pareja consiste en el uso mutuo de órdenes implícitas intercaladas en el habla cotidiana. Una esposa se quejó del modo de interacción verbal que su marido empleaba con ella: consistía ínte­ gramente en preguntas. Parecía pedirle información, pero ella se sentía compelida a hacer lo que sus pre­ guntas insinuaban, fuera lo que fuere. Por ejemplo, en el momento en que ella salía de la casa para ir al trabajo, él solía hacerle preguntas de este tenor: «¿Vas a retirar ro­ pa de la tintorería?». La sugestión implícita es: «Irás a re­ tirar ropa de la tintorería». La esposa respondía cayendo en trance y manteniendo una conversación interior: «¿Iré a la tintorería? No. Pero él quiere que vaya. No ten­ go tiempo, pero supongo que lo mismo iré». Experimen­ taba ira y resentimiento; sin embargo, pasaba por la tin­ torería. Desconcertado ante su ira, el marido la atribuía a un desequilibrio hormonal. Ninguno de los dos advir­ tió que entre ellos se producía un estado de sugestión negativa hasta que solicitaron tratamiento. Propuse a la mujer que formulara varios pedidos a su marido en el instante preciso en que saliera de casa. Así lo hizo y pronto pasaron de un contexto de sentimientos heridos a otro humorístico. Un hecho antes serio y doloroso se convirtió en un juego placentero y compartido. La intercalación de sugestiones que provoquen el de­ sarrollo de un trance por un proceso de inducción mu­ tua puede causar efectos muy fuertes. El mensaje im­

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plícito habla a la mente inconciente (Erickson, 1966). En un nivel, trasmite una comunicación sobre un tema; en otro nivel, se recibe un mensaje distinto con instruc­ ciones referidas a conductas específicas. Un matrimonio se quejaba de una excesiva sensibilidad recíproca a sus estados de ánimo. La esposa preguntaba constante­ mente al marido: «¿Hoy te pondrás furioso?», con lo que le impartía la sugestión «Hoy te pondrás furioso». El cooperaba cortésmente y se enfurecía.

La danza hipnótica Podemos ver en la interacción de pareja una especie de danza hipnótica. Esta puede ser agradable o dolorosa. Según el contexto, una secuencia de conductas verbales y no verbales puede manifestarse en una inter­ acción repetida con frecuencia que induzca simultánea­ mente trance en ambos cónyuges. Cuando se definen reglas de relación conyugal, qui­ zás haya una comunicación paradójica que produzca dos mensajes opuestos entre los cónyuges. Estos men­ sajes enviados son a menudo pedidos de ayuda que lue­ go se niegan y se reiteran. Si una esposa comenta al ma­ rido a la hora de la cena: «¡Estoy muy cansada!», él acaso perciba el pedido de ayuda. Si se ofrece a preparar la cena, acaso ella responda en tono resignado: «No, está bien así». El sigue oyendo el pedido y empieza a sentir angustia e ira; ella percibe su irritación y reacciona con ira y resentimiento. La comunicación en lazo induce trance y suele conducir a una experiencia negativa (Haley, 1963). Los esposos se disocian y entran en trance como un medio de resolver los mensajes paradójicos que se contradicen en diversos niveles. Los significados están vinculados al contexto. Por consiguiente, una persona puede quedar atrapada en un lazo hipnótico paradójico del que sólo podrá zafar si pasa a otro nivel de significado. En la novela de Joseph Heller Catch 22, uno de los personajes, Yosarian, queda atrapado en el vínculo de tener que combatir en una guerra. Como piloto, si es cuerdo, debe conducir su

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avión en combate. Si vuela, lo más probable es que lo maten; por consiguiente, si opta por esta alternativa, está loco. Si está loco, no puede volar. Un hombre loco no puede optar cuerdamente por pilotear su avión en el esfuerzo de guerra (Jacobs, 1980). Las únicas salidas de este vinculo o lazo son que la guerra termine, que Yosarian muera como un héroe o que huya a un país neutral. Este lazo paradójico e hipnótico se suele observar en tiempos de tensión en que la secuencia conduce a un conflicto a modo de salida del lazo. Por ejemplo, el lazo puede girar en torno de una regla básica del matrimo­ nio. Si estamos juntos, podemos soltarnos mutuamen­ te. Si nos separamos (puede tratarse de una simple se­ paración ocasional), debemos aferrarnos el uno al otro. Si nos aferramos el uno al otro, eso significa que esta­ mos juntos. Supongamos que dos cónyuges en vacacio­ nes deciden permitirse mutuamente dos horas diarias de soledad. Si alguno prolongara este lapso, podría in­ terpretarse que desea separarse para siempre. Por lo tanto, ambos deben volver a reunirse y decirse recípro­ camente que la separación les resultó odiosa. Examinemos otra regla que emplea el lazo hipnótico: si el marido sabe lo que más conviene, él tomará las de­ cisiones. Empero, si él decide, decidirá que su esposa está mejor informada. Si la esposa está mejor informa­ da, decidirá que su marido sabe lo que más conviene. En la vida diaria abundan los ejemplos de este lazo. Un marido expresa a su esposa su deseo de que ella decida qué película irán a ver. La mujer responde que no le im­ porta: lo que él decida hacer, estará bien para ella. El prolonga el lazo defiriéndole otra vez la decisión final. Este tipo de paradoja crea la necesidad de descubrir una alternativa diferente (Jacobs, 1980). Cuando la dis­ tancia es un regulador de la intimidad y la diferen­ ciación, como sucede en el primer ejemplo, este víncu­ lo puede ser indicativo de fusión entre los cónyuges. Cuando la distancia emocional es excesiva, se suscita una angustia que puede señalar el comienzo del lazo. Los terapeutas reconocen muchas veces este tema en conflictos: quién puede hacer qué separado del otro cónyuge y qué se debe hacer conjuntamente. Una fle­ xibilidad escasa en estas cuestiones refleja sentimientos

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de inseguridad en cuanto a ser individuos distintos, y puede representar un atascamiento en la etapa evolu­ tiva de separación-individuación. El segundo lazo refleja igualmente problemas pre­ sentes en la declaración de una posición. Si el equilibrio es correcto y cada uno tiene libertad para decidir, el más informado será unas veces el marido, y otras, la esposa. Pero si no puede haber estado de separación, existe una seudointimidad. Este tema puede ser discernido por el terapeuta como una seudomutualidad. Como no hay in­ dividuación, ninguno de los cónyuges se siente cómodo cuando adopta una posición. Hostilidad, ira y resenti­ miento suelen estar soterrados en este lazo porque uno de los cónyuges, o los dos, se aviene a hacer algo no de­ seado. Cuando negocian en tales condiciones, el cónyu­ ge que parece tener mayor poder suele dar por supuesto que él tiene razón y que su pareja sumisa no está eno­ jada, sino que concuerda totalmente con él. De este mo­ do, las reglas y creencias acerca de nosotros mismos y de nuestra pareja pueden encajar unas con otras en un lazo paradójico e hipnótico capaz de generar conflictos o satisfacciones. Una comunicación en lazo originada en dos cónyuges requiere a la vez estabilidad y cambio por parte de ambos y del psicoterapeuta. Una manera de romper el lazo consiste en que el terapeuta reencuadre la comunicación de la pareja como una protección, o use el trance negativo co-creado por los esposos como con­ trainducción de un trance más positivo. Ciertos rituales de pareja, bodas, comidas, juegos de pareja especializados (conocidos únicamente por los cónyuges), u otras actividades, como ir a la iglesia, a veces producen sentimientos de satisfacción porque la pareja sale de su lazo negativo gracias a la actividad ri­ tual. Podemos inducir a una pareja atrapada en un lazo a entrar en un trance placentero; por ejemplo, mientras asiste a un casamiento que le recuerda los placenteros sentimientos recíprocos que experimentó en su propia boda. Durante una interacción, los esposos suelen partici­ par en una co-inducción de trance. Dentro de este pro­ ceso, ocurren diversos fenómenos que hacen del trance una experiencia positiva o negativa y pueden ser utiliza­

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dos por el terapeuta para lograr que las parejas funcio­ nen en un nivel superior. Estos fenómenos incluyen regresión de edad, progresión de edad, distorsión tem­ poral, amnesia, amnesia del compañero, hipermnesia o disociación. Pueden ser problemáticos, pero el terapeu­ ta los puede utilizar con miras a desenlaces más positi­ vos. En el capítulo 8 me referiré a ellos como síntomas y problemas despotenciadores. Cuando un cónyuge reacciona excesivamente ante la conducta del otro, es probable que se haya produci­ do un estado de trance negativo. El esposo que produce la reacción excesiva ha regresado a una edad en que ocurrió una dinámica similar, o se ha emitido alguna señal de alerta que marca el comienzo del lazo hipnótico paradójico. En tales casos, el sistema interpersonal in­ teractúa con la dinámica individual. Erickson descubrió que, dada la frecuencia con que las parejas se inducen mutuamente un trance, una téc­ nica terapéutica que emplee comunicación directa —por ejemplo, hacer que la pareja use únicamente determina­ das palabras o modos de expresión (declaraciones en primera persona del singular, etc.) — no siempre genera un cambio duradero. Aun cuando los cónyuges apren­ dan a hablarse de una manera diferente, sus gestos, miradas, tonos de voz o cualquier otra señal pueden provocar un trance negativo que derive en una conducta disfuncional. Lo percibido por cada esposo suscita una respuesta especial. Por lo tanto, en el capítulo siguiente echaremos un vistazo a la realidad percibida entre los cónyuges.

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3. Cómo crean las parejas su mundo

Hace unos años, un joven asistente social me pidió que lo supervisara. Cursaba un programa de posgrado sobre matrimonio y familia en el que, además de apren­ der la diagnosis correcta y a hacer intervenciones, pug­ naba por integrar toda la gama de teorías. Me contó que se sentía inepto como clínico. Ansiaba profundamente ayudar a la gente a cambiar, pero se creía incapaz de influir sobre ella. Molesto y avergonzado, no sólo le cos­ taba cobrar honorarios adecuados por sus servicios: a veces, trabajaba gratis. Cuanto más lo alentaba yo, y le señalaba que aprender la teoría e integrarla en un pa­ radigma comprensible es un proceso que lleva tiempo, tanto más se quejaba él de su imposibilidad de lograrlo. Cuanto más positiva era yo, tanto más negativa era su respuesta. Finalmente, hallándonos un día en clase, me acerqué a él y le dije: «Rick, tengo algo para ti». Extendí la mano, le di una moneda de veinticinco centavos, y comenté: «Tengo entendido que te interesas por un poco de cam­ bio». Se lo vio atónito, perplejo, enseguida cayó en trance y quedó un momento inmóvil. Como estaba motivado para ayudar a la gente a cambiar pero se sentía incom­ petente, y por eso incómodo para cobrar honorarios, le interesaba tener «un poco de cambio». Dentro de la ex­ periencia que creé para él, Rick recibió una conmoción psicológica que estableció un distingo, le causó confu­ sión y desplazó su marco de referencia para el problema como yo no podría haberlo conseguido directamente. El juego de palabras y la conmoción lo pusieron en trance para buscar un significado dentro de sí mismo. Cuando volvió a verme para que lo supervisara, me pre­ guntó: «Doctora Kershaw, ¿qué quiso decirme exacta­ mente al darme esa moneda?». Le respondí que debía

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extraer de esa experiencia su propio significado y per­ mitir que su mente inconciente cosechara un aprendi­ zaje. Pocas semanas después, Rick empezó a debatirse menos con el proceso de aprendizaje y me dijo, como al pasar, que ahora cobraba honorarios adecuados por sus servicios. Al cabo de unos meses, dejó la supervisión pa­ ra proseguir otros estudios. Dos años después, lo vi en una conferencia y volvió a preguntarme: «Doctora Kershaw, ¿qué quiso decirme exactamente al darme esa moneda? He pensado en muchas interpretaciones». «Su inconciente es capaz de extraer muchos aprendizajes de una sola experiencia —le respondí—. Entonces, tal vez quiera y necesite seguir revisándola de tiempo en tiempo para descubrir el significado que quiere trasmitirle su inconciente en ese momento». Para Rick, fue una expe­ riencia de desplazamiento perceptual generativo que él siempre recordará y llevará consigo. Esta sola experien­ cia simbólica generará un aprendizaje continuo. Com­ prender cómo trabaja la experiencia simbólica en con­ junción con principios de percepción ayuda para saber cómo se construye la realidad. Hay varios principios perceptuales indispensables para comprender el proceso de creación conjunta de la realidad por las parejas. 1. 2. 3. 4. 5. 6.

Los constructos personales crean realidad. El lenguaje crea realidad. La cultura y la subcultura crean realidad. La percepción es egocéntrica. La fisiología crea realidad. La interacción con el cónyuge se basa en la inter­ acción interna, y no en lo que ocurre «fuera» de la persona. 7. Los estados de trance subjetivos influyen en la percepción de la realidad objetiva.

Los constructos personales crean realidad Todas las distinciones que establecemos o las des­ cripciones que creamos en torno de lo que «vemos» son

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inadecuadas. Siempre hay algo más que decir. Por otra parte, estamos constreñidos por nuestras suposiciones y creencias básicas, en particular las concernientes a las relaciones. Combs y Snygg (1959) afirman, desde un punto de vista fenomenológico: «Toda conducta, sin ex­ cepción, está determinada íntegramente por el campo fenoménico del organismo actuante e interesa a este» (pág. 40). Podemos decir que nuestras percepciones ba­ sadas en nuestras suposiciones crean nuestra realidad. Humberto Maturana, biólogo chileno que ha influido en el campo de la terapia familiar, dice que no podemos distinguir entre percepciones e ilusiones. El observador establece distinciones y usa el lenguaje con miras a cambiar las clases de distinciones efectuadas. Según Maturana, el observador distingue lo que será observa­ do. La pareja especifica lo que oye y escucha. La mente conciente filtra lo que se oye a través de un determinado sistema de creencias y acaso mantenga categorías rígi­ das. Cuando el terapeuta trabaja con lo inconciente, el proceso le es muy útil para cambiar las distinciones. El marco de una ventana determina qué se ve; en consecuencia, ese marco distingue una parte del mundo que entra en el foco visual. Si miramos por un ventanal panorámico, por fuerza vemos algo diferente de lo que escudriñaríamos a través de una tronera. El marco de la ventana es una construcción expansible y contráctil; en otras palabras, posee cierta plasticidad o fluidez. Hallamos un buen ejemplo de este concepto en una obra literaria muy conocida: El mago de Oz. Dorothy descubre con asombro cuán fluida es la experiencia hu­ mana por lo que hace Oz con los habitantes de la Ciu­ dad Esineralda (Baum, 1900): «Sólo para distraerme y mantener ocupada a la buena gente, le ordené construir esta Ciudad y mi Palacio; lo hizo todo bien y de buen grado. Luego pensé que siendo el país tan verde y hermoso, lo llamaría la Ciudad Es­ meralda. Para que el nombre le cuadrara mejor, les puse gafas verdes a todos: así verían todo verde». «¿Pero acá no es todo verde?», preguntó Dorothy. «No más que en cualquier otra ciudad —replicó Oz—, pero cuando usas anteojos verdes, naturalmente, todo lo que ves te parece

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verde (. . .) Mi pueblo ha usado gafas verdes delante de sus ojos durante tanto tiempo que en su mayoría cree que realmente es una Ciudad Esmeralda, y por cierto que es un hermoso lugar» (pág. 149). El mago creó una ilusión. La interacción entre el perso­ naje y esa ilusión ejemplifica dos cosas: que las supo­ siciones acerca del mundo lo crean efectivamente y que, cuando la realidad cambia, lo que cambia es nuestra percepción de ella. La historia de Darwin y el Beagle nos ofrece otro ejemplo de este concepto. Hallándose anclado frente a una isla de los Mares del Sur, se hizo trasladar en bote hasta la costa para explorarla. Al desembarcar, los re­ meros quedaron asombrados: los isleños percibían el bote de remos, pero no veían el barco. Nunca habían vis­ to un velero —era una experiencia desconocida para ellos—, pero sí conocían los botes de remos. ¿Qué bu­ ques acaso están anclados frente a la costa de nuestra conciencia? Construimos una realidad personal guiándonos por lo que nos enseñan. Las familias que perciben el mundo como algo peligroso y temible enseñan a sus hijos a fun­ cionar conforme al mismo modelo. Algunos adultos pa­ san su vida debatiéndose con una visión del mundo negativa y limitadora, aunque racionalmente sepan que esa visión fomenta angustia e insatisfacción con la vida. Si una familia percibe el mundo como algo más bien be­ nigno y cree que cada persona puede decidir sobre el rumbo o camino por tomar e influir en él, el niño adqui­ rirá una visión del mundo positiva y orientada hacia el futuro. Es tarea del terapeuta ayudar a reordenar la visión individual del mundo para hacerla más funcional. Parte del proceso consiste en alterar el modelo o metá­ fora fundamentales del individuo, una creencia vital que puede adoptar muchas formas pero también ser esce­ nificada repetitivamente. Se podría decir que todos vivi­ mos dentro de una burbuja metafórica. Un joven que vivió literalmente dentro de una burbuja tuvo una visión única del mundo. Me refiero a David, un hombre joven, indefenso fren­ te a invasores virósicos y bacterianos a causa de un sín-

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drome de inmunodeficiencla congènita. Para protegerse de las infecciones, pasó su vida internado en una ha­ bitación esterilizada. Su aislamiento y su falta de expe­ riencias perceptuales normales distorsionaron su pers­ pectiva de profundidad y distancia. Creía que los edi­ ficios situados frente al hospital, calle por medio, y que observaba desde su habitación, carecían de fondo. Sólo cuando pudo usar la burbuja ambulante diseñada por la NASA y ver la parte posterior de los edificios, se dio cuenta de que su construcción era similar a la de una caja. Se sorprendió al enterarse de que el verdor de las plantas provenía de ellas mismas. Además, como veía que los edificios al fondo de la calle eran más pequeños, creía en verdad que habían sido construidos así y no que los empequeñecía la distancia. No tenía noción de la perspectiva, de que los objetos «aumentan» cuando ca­ minamos hacia ellos y «disminuyen» cuando nos ale­ jamos. Sólo cuando dispuso de la burbuja ambulante pudo demostrarse a sí mismo que los objetos lejanos se agrandaban a medida que se acercaba a ellos (comuni­ cación personal de J. Vogel, 1985). Su visión del césped y los árboles era igualmente fas­ cinante. Creía que no tenían raíces. Sólo comprendió que las plantas crecían bajo tierra cuando su enfermera le permitió arrancar una de la maceta. David era inca­ paz de comprender el mundo natural a través de progra­ mas televisivos o de explicaciones. Sólo la experiencia efectiva de fenómenos perceptuales le permitió modi­ ficar sus creencias acerca del aspecto que presenta el mundo y del modo en que los seres humanos operan dentro del conjunto de sus propios fenómenos percep­ tuales organísmicos. Las enfermeras que trabajaron con él llegaron a la siguiente conclusión: «La observación de su desarrollo perceptual indica que inconcientemente insertamos nuestras experiencias pasadas cuando con­ templamos el espacio y la distancia (. . .) Para aprender sobre fenómenos, es preciso experimentarlos» (Murphy y Vogel, 1984). En el matrimonio, cada esposo es portador de un marco o una red de constructos para interpretar el mundo de la relación conyugal y, sobre todo, la con­ ducta del otro. Estos constructos o creencias acerca de

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sí mismo, la vida y la propia pareja se aplican para predecir el futuro, poner cierto orden en el presente y categorizar el pasado. Todos tenemos constructos per­ sonales. Estos son creaciones o suposiciones internas acerca de lo que está fuera de nosotros. Ellos nos per­ miten observar el mundo y formular interpretaciones sobre lo que creemos que hay en él. George Kelly (1963) dice que «todas nuestras interpretaciones actuales del universo están sujetas a revisión o remplazo» (pág. 43). Sostiene que las personas perciben sus mundos a tra­ vés de «modelos trasparentes» que ellas mismas crean y que luego intentan «encajar sobre las realidades de que está compuesto el mundo» (Kelly, 1963, pág. 8). Prevemos lo que sucederá a través de los constructos que llevamos dentro y de los significados compartidos experimentados por nosotros, y después nos compor­ tamos como si hubiéramos visitado realmente el futuro. Así como el viajero ideado por H. G. Wells en La máquina del tiempo fue un hombre que se adelantó a su época, del mismo modo los constructos personales y los signifi­ cados compartidos crean una realidad futura anticipa­ da por cónyuges que se adelantan a su tiempo. La realidad cobra vida para nosotros porque vemos lo que necesitamos ver. Seleccionamos las percepciones basadas en experiencias pretéritas y, a través de nues­ tro conjunto de creencias, proyectamos un mundo crea­ do sobre personas y sucesos.

El lenguaje crea realidad El lenguaje es un sistema de símbolos que encarna la experiencia de una cultura y su interpretación. Se con­ vierte en las lentes a través de las cuales vemos la rea­ lidad. De hecho, según la hipótesis de Sapir-Whorf, nos inclinamos a adoptar las presuposiciones del lenguaje que aprendemos. Lo que percibimos está determinado en gran medida por el modo en que el lenguaje encuadra o designa lo que está fuera de nosotros. En consecuen­ cia, lenguajes diferentes reflejan significados diferentes y, por lo tanto, construcciones diferentes de la realidad.

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Ahora bien, las palabras construyen mapas de la rea­ lidad. Alfred Korzybski (1933), creador del concepto de semántica general, nos advirtió que no confundiéramos el mapa con la realidad misma. Propuso la existencia teórica de dos mundos: el de la realidad y el de los sím­ bolos. Necesariamente existe un hiato entre estos dos mundos; cuanto más amplio es, tanto más «locos» so­ mos. Hoy cabria decir que el lenguaje sólo puede repre­ sentar una experiencia fenomenològica por medio de simbolización. Cuanto más casados estemos con la des­ cripción de la realidad como algo «correcto», tanto menor será nuestra cordura. Cada visión individual del mundo es apenas una in­ terpretación subjetiva de una realidad objetiva. Ajuicio de Joseph Pearce (1971), puesto que creamos el mundo con nuestros sentidos y palabras, no sólo lo observa­ mos, sino que participamos simultáneamente en él. Afirma: «Nuestra realidad es una creación semántica de nuestras creencias culturales. Lo que creemos verda­ dero se hace verdadero» (pág. 136). Cada interpretación no es más que una descripción creada para orientarnos en el mundo. A veces olvidamos que la descripción es sólo eso, y no una realidad completa. Construimos nuestra realidad interior a partir de ex­ periencias pasadas, de la cultura en que vivimos y de los valores presentes y pretéritos que sustentamos. El mun­ do interior es, además, un mundo de imágenes, senti­ mientos y sensaciones. Para comprender todos estos ele­ mentos, recurrimos al pensamiento. Pensamos con sím­ bolos como un modo de representar la experiencia, y nos comunicamos con un lenguaje que cambia y evoluciona de continuo a la par de la experiencia comunitaria. El lenguaje representa una manera compartida de definir la realidad, un sistema de valores compartidos, un modo compartido de ver el mundo. Más aún: es una forma de conocer nuestro inconciente. Este se expresa por medio de símbolos, en cuya experiencia y expresión se mantiene el propio ser. George Steiner (1975) escri­ bió: «Más que hablarnos a nosotros mismos, hablamos nosotros mismos» (pág. 18). Harry Goolishian y Harlene Anderson, del Family Institute de Galveston, opinan que los sistemas humanos

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son sistemas generadores de lenguaje y significado. Puesto que damos un significado a las acciones, la es­ tructura social evoluciona a partir de los significados que generamos entre nosotros. El problema particular presentado en terapia no se sitúa en la estructura del sistema, sino en el «significado». Por consiguiente, la terapia es un hecho lingüístico que fija como meta la creación de significados nuevos para crear nuevas reali­ dades narrativas. Goolishian y Anderson (1988) afir­ man: «Los problemas no se resuelven: se disuelven». El lenguaje puede limitar la representación de la ex­ periencia. Muchas veces, se pierde algo al traducir una experiencia individual en palabras. Por ejemplo, la per­ sona que tiene actualmente cuarenta años experimenta esta edad de manera muy distinta de alguien que tuvo cuarenta años hace veinte. El padre nunca tuvo la edad del hijo porque los dos mundos son diferentes. Hasta podríamos decir que nuestros padres vivieron en otro planeta: nuestros hijos saben que eso es cierto respecto de sus padres. Según Korzybski (1933), para ser más cuerdos debemos alterar lo que hacemos con el lengua­ je. Propone un cuestionamiento de tres postulados del pensamiento lineal aristotélico: las leyes de identidad, de tercero excluido y de contradicción.

Ley de identidad Sostiene que un enunciado como «El matrimonio es difícil» asimila matrimonio y dificultad para crear una definición que ve difícil la totalidad de la vida conyugal. Esta definición no presenta el proceso conyugal como una energía dinámica entre dos personas. Se cierra en un concepto, forma una imagen interior negativa y pre­ dice lucha. Esta definición limita la realidad del indi­ viduo a causa de la categoría que arbitrariamente crea.

Ley del tercero excluido Propone una realidad dicotòmica en lugar de una orientación de valores múltiples. Un mundo donde sólo

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existen lo bueno y lo malo, lo blanco y lo negro, lo verda­ dero y lo falso, no abarca los matices Intermedios. Vea­ mos un ejemplo de este pensamiento dicotòmico. Un pa­ ciente reveló que la madre le había enseñado que una mujer sólo debía casarse con un hombre si él la amaba, y no si ella lo amaba a él. Ante esta admonición, la hija tuvo que rebelarse contra su madre; revirtió su creencia y categorizó como únicos hombres disponibles a aque­ llos a quienes ella amaba. Esta noción la mantenía en constante prosecución de una meta imposible: un hom­ bre emocionalmente inasequible. El mundo es poliva­ lente pero a menudo se lo describe con sólo dos valores. Una orientación fundada en dos valores nos vuelve «lo­ cos» o distorsiona el pensamiento.

Ley de contradicción Señala la imposibilidad de que una entidad posea una característica y su opuesta al mismo tiempo; una cosa no puede poseer dos características mutuamente excluyentes. Por ejemplo, el agua puede estar fría o ca­ liente; todo depende del marco de referencia. Si en un día gélido una mujer entra en la casa y sumerge la mano en agua a una temperatura de 40°, la sentirá caliente. En cambio, en un cálido día de verano, esa misma agua le parecerá fría. En el matrimonio, un cónyuge puede ser odiado y amado a la vez. De hecho, a menos que se reconozca la furia asesina que existe entre algunas pa­ rejas, el amor no se podrá experimentar plenamente.

La cultura y la subcultura crean realidad Las diversas culturas experimentan la realidad bajo aspectos diferentes y, por fuerza, elaboran descripcio­ nes diferentes. Los esquimales crearon muchas pala­ bras para designar lo que nosotros llamamos «nieve». Obligados a vivir en armonía con un medio nivoso, pues de ello depende su subsistencia, se han vuelto expertos en distinguir diversos elementos y formas de nieve. Los

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indios hopi tienen un concepto del tiempo diferente del nuestro. Para ellos, no hay una noción lineal de tiempo. No hay pasado o futuro: sólo existe el presente. De he­ cho, sus verbos carecen de tiempos, lo cual les permite vivir en un presente continuo. El lenguaje se centra más bien en nuestra relación con la naturaleza (Rogers etaL, 1977). La lengua tahitiana carece de palabras que designen la depresión o la aflicción, pero posee más de cuarenta palabras para designar los diferentes grados de ira (Mendelson, 1974). Si no tuviésemos palabras para de­ signar la depresión, quizá tampoco tendríamos ese fenó­ meno. Las culturas que no tienen palabras para desig­ nar su concepto, no la experimentan (Rowe, 1982). Las subculturas, en particular la masculina y la fe­ menina, experimentan realidades diferentes y poseen descripciones diferentes. A las mujeres se las socializa para que se orienten más hacia las relaciones; a los hombres, para que se orienten más hacia las metas (Gilligan, 1982). A menos que lo hayan sensibilizado para cuestiones referidas al género, un hombre habrá sido educado para obtener poder y fijar las reglas. A las mu­ jeres se las educa para que cuiden de otros, los nutran y los eduquen; aun cuando se las estimule a abrazar una profesión, se refuerza su conducta de cuidado. Esta di­ ferencia en el foco formativo hace que el hombre y la mujer experimenten el mundo bajo aspectos distintos. Cada subcultura familiar proporciona una descrip­ ción peculiar de la realidad. La vida familiar de cada persona crea un modelo interiorizado de amantes, pa­ dres, roles masculinos y femeninos, así como el marco de «normalidad» para la vida familiar y una visión del mundo.

La percepción es egocéntrica Todos interactuamos con algo que está fuera de no­ sotros y que llamamos realidad. No obstante, la cons­ trucción o modelo que acerca del mundo elaboramos en nuestra mente siempre guarda relación con nosotros. Es

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imposible salirse de sí mismo y observar algo objetiva­ mente. «La percepción es esencialmente egocéntrica, atada desde todo punto de vista a la posición del que percibe en relación con el objeto (. . .) es estrictamente personal e incomunicable, salvo por la mediación del lenguaje o de dibujos (. . .) El egocentrismo no sólo es limitante: también da origen a errores sistemáticos» (Piaget, 1969, pág. 285). Se produce cierta distorsión cuando percibimos a través de nuestros propios filtros de propio ser, vulnera­ bilidad, valores, miedos, fantasías, sueños. Esta distor­ sión afecta la memoria y la percepción del presente y del futuro. En verdad, revemos una y otra vez fragmentos de recuerdos negativos, y ellos suelen causarnos más dificultades que si pudiésemos rememorar siempre el recuerdo completo (comunicación personal de Betty Alice E. Elliott, 1990). En un tratamiento es indicado el intento de comprender distorsiones individuales dentro de un sistema de pareja. Por ejemplo, las personas se inclinan a creer que todo lo que ellas experimentan es realidad. Los físicos saben que no es así. El físico Fred Alan Wolf dice que «ningún suceso pa­ sado tiene existencia. Su único registro existe en nues­ tros repliegues neurales» (1984, pág. 109). A continua­ ción sostiene que «Freud afirmaba que nuestras memo­ rias estaban llenas de pasados cuya existencia ni siquie­ ra conocíamos» (pág. 110). De hecho, tenemos muchos pasados diferentes. En el trance, podemos examinarlos y traer al presente aquellos recursos que necesitamos.

La fisiología crea realidad La configuración de nuestros sentidos hace que el mundo que vemos, oímos, gustamos, olemos y palpa­ mos defina al mundo como dotado de masa, profundi­ dad, color, textura, olor, sonido y sabor. Este modo de «ver» supone que unos sucesos nos ocurren y responde­

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mos a ellos; que unos sucesos nos trascienden. El ojo sólo puede percibir una parte limitada del espectro elec­ tromagnético. Además, todos los seres humanos expe­ rimentan un fenómeno fascinante: el punto ciego. Se trata de una zona de la retina insensible a la luz. Existe ahí de hecho un hueco en la visión de un individuo. No obstante, percibimos pautas y espacio continuos. Como dice Humberto Maturana: «No vemos que no vemos» (Maturana y Várela, 1987, pág. 17). Otra característica interesante de la visión es que los colores que vemos no existen fuera de nosotros. El color no proviene del exte­ rior: depende de la actividad neural que se desarrolla en nuestro interior. La forma en que percibimos los colores se basa además en estados de actividad neuronal de­ sencadenados por perturbaciones del ambiente y deter­ minados por la estructura de cada persona. Otros animales poseen capacidades visuales diferen­ tes. El cernícalo tiene visión telescópica —es capaz de divisar un pequeño ratón campestre desde un kilómetro y medio de altura—, pero su visión periférica es débil. El gato ve bastante bien en la oscuridad, pero se cree que su visión es granulosa y acromática. El gorila ve a dis­ tancias de hasta nueve kilómetros. La audición es otra función del hombre en tanto ani­ mal. Nuestros oídos responden a vibraciones del sonido de veinte a veinte mil ciclos por segundo. No obstante, el aire vibra por encima y por debajo de los límites de de­ tección del oído humano. Algunos animales oyen soni­ dos para nosotros inaudibles. Además, media un lapso entre el momento en que se produce un sonido y su au­ dición real: por ejemplo, entre el campanilleo de un telé­ fono y su audición trascurren varios microsegundos, pero nuestra mente registra ambos sucesos como si fue­ ran simultáneos. Wolf (1984) cree que «para que el hecho real se registre en nuestra conciencia, nuestro “oído mental” proyecta hacia atrás la audición del campani­ lleo retrotrayéndola al momento en que sonó realmente el teléfono. Esta proyección es inconciente» (págs. 193-4). En cuanto a que los objetos parezcan dotados de ma­ sa y de profundidad, la física cuántica proporciona pruebas sobre que no existe algo tal como un material sólido. Los científicos creen que hay ondas de probabili­

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dad de interconexiones. En el nivel subatómico, todo está conectado de manera tal que el universo muestra una unidad (Capra, 1975). No obstante, en ese nivel subatómico sólo hay espacio y pautas.

La realidad subliminal Los sentidos físicos reciben constantemente datos de otras fuentes y permiten que el individuo responda ba­ sado en su interpretación «extraconciente». Varias emo­ ciones pueden ser «vistas» o «percibidas» por observa­ dores sagaces, pues provocan contracción o dilatación de vasos sanguíneos. Aunque la mayoría de las perso­ nas notan estas reacciones en un nivel subliminal, es posible que en un nivel conciente no sepan qué senti­ mientos se expresan. La mente inconciente posee la ca­ pacidad de saber cuándo otra persona está enojada, sexualmente excitada, físicamente enferma, etc., por las diferentes temperaturas asociadas con tales estados. Por ejemplo, se puede registrar información a través de la piel si se consigue detectar colores a partir de diferen­ tes niveles de calor o vibración. El color de la piel cambia con diferentes emociones. Hay receptores de tempera­ tura cutáneos que registran información sobre fluctua­ ciones de calor y frescura, indicando quizá la existencia de otro canal sensorial de percepción dermo-óptica (Youtz et aL, 1966). Cuando un sentido se deteriora, otros afinan más su función clasificadora de información. Se ha investigado a personas ciegas que pueden percibir la presencia de objetos en una habitación. Mejora su agudeza auditiva y su capacidad de sentir el calor irradiado (Marcuse, 1959). Esto significa que todos poseemos esta capaci­ dad. Podemos aguzar los sentidos enfocando la aten­ ción. T. X. Barber (1984) demostró la posibilidad de «me­ jorar la habilidad cognitiva» impartiendo instrucciones para enfocarla de determinada manera. Bajo control normal se encuentran temperatura cutánea, agudeza visual, respuestas alérgicas, dolor, regresión de edad, amnesia y relajación.

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La mayoría de nosotros utilizamos el olfato para reci­ bir mensajes sobre otras personas (Welner, 1966). Mu­ chas familias pueden reconocer a sus miembros por su olor. De hecho, para aumentar el vínculo y el apego con­ yugales debe haber una atracción olfatoria entre los cónyuges. Uno de mis pacientes se quejaba de no dis­ frutar los olores genitales de su esposa, ni aun cuando acababa de bañarse. Se distanció de ella por otras razo­ nes y finalmente abandonó la relación. Desde el princi­ pio, había sido conciente de que el olor natural de esa mujer lo molestaba, pero se casó con ella presionado por su familia. Como no existía ninguna causa física para ese olor extraño, el problema se convirtió en una metá­ fora de las dificultades en la relación. Los terapeutas pueden acrecentar su capacidad sen­ sorial si dedican tiempo a concentrarse en un solo sen­ tido. En nuestros grupos de formación, solemos pedir a los participantes que concurran a restaurantes e inten­ ten oír las conversaciones mantenidas en el extremo opuesto del salón, o diferenciar los aromas de las comi­ das de los olores de la gente. Tal vez sea una actividad inaceptable desde el punto de vista social, pero es útil aprender a desarrollar los sentidos.

La interacción con el cónyuge se basa en la imagen interior Podemos decir que porque creamos realidad, tam­ bién creamos a nuestra pareja. La persona que está ahí, fuera de nosotros, no es exactamente la que percibimos interiormente. Por cierto, si algunos cónyuges pudieran atlsbar en la mente del otro y ver el filme que en ella se representa, quizá no se reconocerían a sí mismos. En algunas relaciones muy conflictivas, cada miembro de la pareja lleva en sí una representación del otro que susci­ taría la respuesta «¡Ese no soy yo!». En muchos aspec­ tos, cada esposo es un constructo y está representado como una imagen que a veces encarna al peor y al mejor cónyuge. Gregoiy Bateson (1978) propuso la noción de que somos sistemas generadores y creadores de signi­

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ficados. No podemos crear significados prescindiendo de otra persona. La percepción del otro es una imagen proyectada desde el cerebro de la primera persona. El significado se genera a partir de la interacción de dos personas. En realidad, cada cónyuge es «creado» a partir de la interacción. Cada miembro de la pareja tiene varios estados espe­ cialmente extraídos de su compañero. Existe un esta­ do de conciencia extraído del compañero que es exclu­ sivo de la relación conyugal en el sentido de que otros individuos pueden comportarse de igual modo pero no provocan las mismas respuestas emocionales. Ese es­ tado de conciencia puede desplazarse hasta una edad emocional basada en necesidades experimentadas y en la receptividad y disponibilidad del cónyuge. Si se siente asustado y necesitado de ayuda, un cónyuge quizá re­ troceda emocional y momentáneamente a la infancia. Cuando un esposo ataca al otro, utiliza un estado de conciencia específico. Por lo común, hay una sensación de visión en túnel: su agudeza visual se altera de tal modo que sólo puede ver lo que tiene directamente a la vista. Una vez que ha «entrado» en ese estado, le cuesta tanto salir de él que debe dar vueltas hasta lograrlo. A veces se produce amnesia sobre lo que se dijo en ese estado.

Los estados de trance subjetivos influyen en la percepción de la realidad La conciencia cambia con la actividad y estados de trance normales se dan a diario. Diversos fenómenos de trance influyen sobre el modo en que un individuo expe­ rimenta el mundo. Muchos automovilistas han tenido una alucinación negativa que les impidió «ver» un auto que se acercaba, o una alucinación positiva en la que «vieron» una señal de detención inexistente. Se puede te­ ner la impresión de que ha pasado un largo rato cuando, en realidad, sólo han trascurrido unos minutos, y existe una experiencia subjetiva de distorsión del tiempo. En trance, la percepción se distorsiona y el foco se reduce.

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Este proceso puede ocasionar resultados positivos o ne­ gativos.

La experiencia simbólica crea realidad Cualquier experiencia que trastorne una modalidad de respuesta pautada, altere la conciencia y represente un tema universal puede convertirse en un aprendizaje simbólico generativo. Estas experiencias pueden ir des­ de lo corriente hasta lo insólito. La experiencia que tuvo Rick cuando le di la moneda fue un cuestionamiento simbólico que alteró su realidad apenas lo suficiente para sacarlo de su perplejidad. Quienes han sobrevivido a enfermedades o accidentes terribles han sufrido una alteración más impresionante de su realidad. Han es­ tado al borde de la muerte, y esto quizá les dio una opor­ tunidad extraordinaria de hacer una revaluación y fijar­ se nuevas prioridades. El interrogante universal «¿Qué sentido tiene la vida?» adquiere un nuevo significado pa­ ra estos individuos, que suelen alterar su estilo de vida y empezar a dar más importancia a la familia y a las re­ laciones. Este fuerte desplazamiento del foco, provocado por una experiencia que cambió su vida, se convierte en un marcador que les señala una senda diferente hacia una vida más rica y profunda. Una experiencia simbólica utiliza todos los principios de la percepción y siempre trabaja para cambiar la realidad. A veces, es preciso que nuestras suposiciones sean destruidas por nuevas percepciones antes de que pasemos a otra realidad. El significado que aportamos a estas experiencias simbólicas modela nuestra vida y la de nuestros pacientes.

Construcción de la realidad por la pareja Cada miembro de una pareja trae a la relación una imagen del matrimonio deseado y un nombre para él. Unas imágenes serán románticas; otras, prácticas. Un

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cónyuge querrá que el otro sea un compañero, amante, amigo, prostituta, madre, padre, hijo, mecánico o coci­ nero para gourmets; alguien que cure antiguas heridas; alguien con quien se pueda establecer contacto e inti­ mar. Estas imágenes tienen nombres intrínsecos: Ma­ dre Amantísima, Padre Bien Informado, Pastor. . . Ade­ más de nombrar el papel del otro, la relación misma puede ser nombrada. Cuando preguntamos a los pa­ cientes cómo «llamarían» a su matrimonio, proponen una amplia variedad de nombres: Tercera Guerra Mun­ dial, Luna de Miel, El Buen Barquito de Caramelo, Los Muertos Agradecidos, Jardín de Lirios y Tierra de Gra­ cia. Las metáforas abundan en imágenes sensoriales. Aunque el nombre de la relación escape a la conciencia, hay una expectativa de cierto rol por desempeñar y un deseo de que el otro cónyuge adopte determinada con­ ducta solícita. Estos nombres suelen construirse a partir de profun­ dos anhelos íntimos y cuestiones pendientes desde la infancia. Los sueños y fantasías románticos que se sus­ citan al comienzo de una relación encienden la espe­ ranza de que la pareja será todo lo que no fueron los pa­ dres. En los breves momentos en que un compañero al­ canza la imagen idealizada, el otro bulle de excitación y esperanza: ¡por fin podrá ser amado plenamente! Cuan­ do la conducta de un cónyuge parece coincidir con la imagen interna, el otro aguarda, esperanzado y expec­ tante, que represente el guión proyectado en su pantalla cinematográfica interior, esa parte de la mente capaz de repetir el pasado, el presente y el futuro como un filme. Pero raras veces la realidad es paralela al guión ima­ ginado. En tanto no se resuelvan estos anhelos y espe­ ranzas, los cónyuges se inclinarán a pretender que su pareja satisfaga ciertas exigencias quiméricas. Si los nombres no son realistas, habrá un conflicto. Parte del obstáculo que impide vivir relaciones con felicidad concierne a la calidad del contacto establecido por los individuos. Por lo general, la gente sabe cuándo no ha conseguido establecer contacto con alguien o pe­ netrarlo psicológicamente. Falta algo, hay una sensa­ ción de soledad y tristeza por lo que no se logró. Pintauro (1970) ha comprendido bien este sentimiento: «Algunas

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cáscaras de huevo son tan delgadas que podemos ver a través de una de ellas durante cien años sin llegar a sa­ ber nunca que estamos dentro». Conviene que el tera­ peuta comprenda las imágenes interiores y los nombres sobre relaciones presentes y pasadas de que cada es­ poso es portador. Sus respectivos lenguajes son ele­ mentos importantes para definir la construcción que cada uno hace de la realidad. Sus expectativas y creen­ cias acerca del modo de resolver conflictos y expresar afecto, las reglas sobre comunicación, las expectativas de rol y las reglas acerca de reglas constituyen una in­ formación importante para el terapeuta de pareja. Esta información puede ser recogida a través del proceso terapéutico. Creamos realidad descifrando el significado de nues­ tras experiencias de cosas o de personas; por lo tanto, podríamos decir que cada miembro de la pareja es una creación. Cada uno inventa la percepción del otro. Al­ gunas veces, la descripción de un cónyuge se asemeja mucho a la que formula su compañero; otras no. Cuando las descripciones son similares y promueven el cre­ cimiento, la relación es íntima y vibrante. En el capítulo que sigue, presentaré un modelo de psicoterapia que he elaborado a partir de las premisas ericksonianas en torno del cambio y del proceso tera­ péutico.

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4. Modelo de psicoterapia con la danza hipnótica

El psicoterapeuta debe atender tanto al proceso te­ rapéutico como a la meta por alcanzar. Para obtener la cooperación del paciente, es fundamental establecer y mantener con él una relación cálida, solícita y respe­ tuosa. También es importante definir una meta tera­ péutica y avanzar hacia ella. A continuación, presentaré un modelo de trabajo con parejas que parte de una pers­ pectiva ericksoniana y tiende a lograr ambos fines.

Para trabajar dentro de un contexto ericksoniano El proceso global de psicoterapia dentro de un marco de referencia ericksoniano recorre varias etapas: ob­ servar la danza, comprenderla, participar en ella, atra­ parla, hacer una contradanza y recuperar recursos. Para ceñir aún más el enfoque, podemos seguir deter­ minados pasos en cada sesión. En el presente modelo terapéutico, se identifican los siguientes pasos: 1. Observar la danza hipnótica y distinguir la natura­ leza recíproca del problema. 2. Adecuarse a la realidad afectiva del problema para cada cónyuge a fin de establecer un rapport. Entrar momentáneamente en la realidad de cada persona. 3. «Atrapar la atención»: absorber la atención de la pa­ reja. 4. Individualizar los fenómenos hipnóticos en uso. (Si hay regresión de edad, determinar qué edad susci­ ta cada esposo. Los compañeros suelen retrotraer­ se a sus tiempos históricos más vulnerables.)

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5. 6. 7. 8.

Determinar el significado simbólico del problema. Recuperar o estructurar recursos. Utilizar el síntoma en la intervención. Simbolizar la solución.

Observar la danza hipnótica La danza hipnótica de la pareja es la secuencia de aquellas conductas y sentimientos recíprocos, sincróni­ cos e idiosincrásicos que son desencadenados por cada cónyuge y presentan características similares al trance. Cuando dos esposos describen su problema desde sus respectivos puntos de vista, el terapeuta puede empezar a discernir la secuencia causante de la dificultad. Es probable que cada uno se mantenga mediana­ mente atrincherado en una posición respecto de la con­ ducta de su cónyuge que considera problemática. Des­ de la perspectiva individual, la conducta propia parece razonable y protegería tanto al cónyuge como a la rela­ ción de pareja. Cada distorsión revelará problemas psicodinámicos o conflictos no resueltos que uno de los es­ posos intenta ordenar, interpretar o resolver de algún modo, aunque temiendo que la vieja herida se reabra sin ninguna esperanza de cura. En estas relaciones percibi­ mos el fenómeno del «arrastre». El arrastre es un concepto destinado a explicar por qué se genera una sincronía de ritmos entre objetos o seres que gasten energía en una acción pulsátil. Por ejemplo, si dejamos en una habitación dos relojes de caja, sus péndulos empezarán a oscilar simultánea­ mente y en la misma dirección. Los pollitos que compar­ ten un mismo espacio se pondrán a piar en sincronía. Las mujeres que viven juntas advierten con frecuencia que sus ciclos menstruales empiezan a coincidir. Tera­ peutas y pacientes declaran haber notado una sincronía en sus ritmos respiratorio y cardíaco (Leonard, 1978). Según William Condon (1975), entre las personas se produce un sinnúmero de sutiles movimientos sincró­ nicos muy similares a una danza. Ha logrado filmar al­ gunos. Condon informa: «La comunicación se parece mucho a una danza en la que todos participan con mo-

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virulentos intrincados y compartidos a lo largo de nume­ rosas dimensiones sutiles y, sin embargo, son extraña­ mente inconcientes de ello (. . .) No hay un solo retardo perceptible, ni siquiera en 1/48". Cuando el que habla retoma la palabra tras un silencio, al cabo de 1/48" el oyente empieza a ejecutar movimientos sincrónicos» (op. cit., pág. 43). Condon y Sander (1974) estudiaron además reaccio­ nes del bebé normal hacia la madre y descubrieron que ambos crean un movimiento sincronizado en el que se miran, se escuchan y se mueven rítmicamente. El bebé mueve su cuerpo en coordinación con pautas del habla. Los investigadores descubrieron que quizás alce una ce­ ja cuando el que habla toma aliento, o mueva un miem­ bro si aquel acentúa una sílaba. Esta sincronización pa­ rece ser la base de sus futuras relaciones emocionales. Aparte de los movimientos físicos, está el proceso de co-inducción en un nivel verbal. Hay secuencias Ínter accionales que co-inducen un estado de trance positivo o negativo. Estas secuencias ocurren de manera repeti­ tiva con ocasión de un contenido diferente pero de te­ mas similares. Cuando la danza estimula un estado de trance positi­ vo, es placentera; cuando estimula un trance negativo, no satisface. Por lo común, el trance negativo es activa­ do cuando uno de los esposos siente aprensión y luego intenta adquirir seguridad controlando al otro, a veces mediante insinuación hipnótica. Recuerdo el caso de una paciente a quien el marido, durante la terapia, le había pedido que fuera más independiente. Cuando em­ pezó a contarle sus tentativas en tal sentido, él le res­ pondió: «Tienes que decidir qué ganas y qué no ganas con esta relación. Puedes quedarte cuando la disfrutes». Este comentario angustió a la mujer porque lo inter­ pretó como una expresión de ambivalencia acerca de su permanencia en el matrimonio. Dije al marido que él eludía los sentimientos que le provocaba el que su espo­ sa hablara de valerse por sí sola. Si bien se había que­ jado de su falta de autonomía, pudo discernir su miedo de que ella se apartara más de él. En otra ocasión, una esposa preguntó al marido: «¿Por qué no tienes afecto hacia los niños?» (aquí había

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una pregunta oculta sobre sus sentimientos hacia ella). El se defendió, y replicó en tono iracundo y malhumora­ do: «Les tengo afecto. Simplemente, a veces no sé qué decir». Ella sólo podía enfocar su atención en su conduc­ ta retraída. Era incapaz de ver el contexto más amplio de un hombre criado por un padrastro que no sabía ser a la vez íntimo y viril, y se distanciaba cuando las emocio­ nes eran intensas. Doce años antes, el marido la había abandonado de repente, y ella nunca tuvo la certeza de que había vuelto porque quisiera estar con ella. El trau­ ma de ese abandono la mantenía angustiada ante la ex­ pectativa de un nuevo alejamiento. Se volvió hiper-alerta a cualquier conducta de distanciamiento de su parte. Como reacción a los comentarios que ella le hacía acer­ ca de su conducta, el marido se puso hiper-alerta a su persecución y su exigencia tácita de que restableciera un contacto más íntimo con ella. El habitualmente em­ pezaba a sentir una responsabilidad excesiva por los sentimientos de su esposa y le pesaba la carga que sig­ nificaba tener que cuidar de ella; comenzaba a percibirla como a una niña necesitada de atención que se aferraba a él; se distanciaba aún más, y la esposa respondía exi­ giéndole una mayor intimidad. En este ejemplo, la mujer utilizaba una hipermnesia para recordar la conducta de su marido previa a su abandono, y una amnesia para los momentos en que él la trataba con afecto. También usaba la regresión de edad cuando recordaba que, al verse abandonada por su esposo, se había sentido como una niñita de tres años, totalmente incapaz de cuidar de sí misma o de sus hijos. Hasta había pensado en suicidarse. Por su parte, el marido solía experimentar una regresión de edad cuando ella lo presionaba en solicitud de un mayor acercamiento. También experimentaba una amnesia al ver en ella a su madre dominante, de quien había tenido que alejarse. Esta co-inducción provocaba en cada cón­ yuge un estado de trance negativo que derivaba en un estrechamiento del foco problema, acompañado de un sufrimiento emocional. Estados de trance negativo pueden ocurrir cuando las interacciones se amortiguan o se vuelven agresivas. Los esposos pierden la capacidad de usar una disocia­

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ción de trance extrovertida y de observar su proceso de manera más objetiva, desde fuera de sí mismos. Solomon (1989) lo explica así: «En este estado, el “yo obser­ vador" no está disponible para reflexionar concientemente sobre el proceso mientras este sucede. El estado yoico que ataca o provoca un ataque no está disponible para el razonamiento ni para otros estados de concien­ cia» (pág. 90). En vez de ello, la pareja se hiper-enfoca en un estado de trance interno, pierde su visión periférica y, a menudo, declara haber perdido cierto sentido del propio ser mientras sus dos miembros «devienen» un sentimiento sin cuerpo ni mente. En algunos casos, tal estado de trance sólo se puede romper por medios dra­ máticos, como gritos, llanto, estallidos de violencia, en los que se utiliza la ira para recuperar un sentido del propio ser mediante un cambio repentino de estados mentales. Además de observar los movimientos sincrónicos y el proceso interaccional de las parejas, conviene fijarse en los movimientos ideomotores, esas señales inconcientes que responden a una comunicación. Esos movimientos pueden sugerir temas habitualmente soterrados y reve­ lar áreas conflictivas tal vez evitadas en la conciencia. Algunos psicoterapeutas prestan especial atención a los movimientos leves de la cabeza o de cualquier extremi­ dad. Quizás un cónyuge asienta apenas, expresando su acuerdo o su discrepancia con lo que dice el otro, o pa­ rezca concordar con él mientras la agitación impaciente de su pie nos dice otra cosa. El terapeuta de pareja puede discernir la secuencia de conductas y emociones si observa cómo interactúan los esposos en torno de cuestiones que encierran una carga emocional. La pareja pauta y ritualiza la secuen­ cia de manera tal que cada vez que uno de sus miem­ bros la inicia, el otro manifiesta de inmediato la con­ ducta siguiente. Entre ellos hay una pauta ritualizada y compartida, que puede ser estimulada de diversos mo­ dos y ejecutada inconcientemente sin que para ello se requiera la presencia física de ambos en la totalidad de la secuencia. Cada esposo conoce tan bien la «coreogra­ fía» que puede ejecutar los pasos junto con su pareja o separado de ella, en la imaginación, con los sentimien­

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tos concomitantes. La naturaleza automática de la dan­ za hipnótica guarda relación con el uso de fenómenos hipnóticos en el ritual. La danza hipnótica de la pareja se disocia de la noticia conciente de ambos cónyuges. La naturaleza automática de una respuesta conductal ha­ ce suponer que el control personal es casi imposible. Un individuo posee muchas imágenes que se desarrollan en medio de las respuestas pautadas y automáticas. Algo que contribuye a discernir la danza hipnótica es distinguir las imágenes estimuladas en un contexto de pareja en cada cónyuge sobre la peor y la mejor relación. La imagen de esa relación se puede situar en cualquier punto a lo largo de este continuo peor-mejor. Para esto es útil preguntar por el «nombre» del matrimonio. Las imágenes suscitadas y el nombre dado acaso revelen el significado simbólico del problema. Este paso de obser­ vación es importante para la orientación de la terapia. Hace falta que el terapeuta emplee destrezas observacionales sutiles para «ver» realmente la danza hip­ nótica. Erickson era un maestro para la observación y veía a cada paciente con ojos diferentes. Don Juan, el hechicero mexicano, dice a Carlos, su aprendiz: «Cuan­ do ves, ya no hay más rasgos familiares en el mundo. Todo es nuevo. Nada ha sucedido antes. El mundo es in­ creíble» (Castañeda, 1971, pág. 159). Este proceso es más que una visión objetiva. El terapeuta debe integrarse a la «intensidad vital» que se da entre las personas presentes en el consultorio. Como dice Franck: «El ver implica en­ trar en el proceso vital —establecer contacto con él— y no limitarse a observarlo sin involucrarse» (1973, pág. 6).

A d e c u a rs e al afecto p a ra esta b lecer u n rapport

La experiencia de cada esposo parece tan real y co­ rrecta que conviene reconocer la realidad afectiva que el problema tiene para uno y otro. En ocasiones, es un pa­ so delicado, pues se debe dar sin que uno de los cónyu­ ges crea que el terapeuta se pone de parte del otro. A ve­ ces, ambos se hallan tan necesitados de apoyo que al terapeuta le resulta demasiado difícil brindárselo a cada uno en presencia del otro, por lo que se ve obligado a

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verlos Individualmente. Este problema puede surgir cuando un esposo percibe como abandono cualquier in­ tento del terapeuta de apoyar a su pareja. Penetrar en la realidad de cada esposo, y aceptarla, es un paso importante para establecer un rapport y comprender el modo en que la danza hipnótica se activa y sigue su curso por sus etapas de intensidad, explo­ sión, resolución, sólo para ser reactivada.

A tra p a r la atención

Erickson era un maestro en el arte de retener la aten­ ción de la mente conciente mientras hablaba a la mente inconciente. Desordenaba el contexto y, de ese modo, sacaba a las personas de su habitual visión restrictiva del mundo. Carol Lankton (1983) cuenta la siguiente anécdota: un día visitó a Erickson y, cuando ya se reti­ raba, él le arrojó algo que parecía un pesado fragmento de roca. Al atraparlo, resultó ser increíblemente liviano. «No tomes nada por granito», comentó él, dirigiéndole una mirada chispeante. En este modelo ericksoniano, atrapar la atención sig­ nifica: 1) desordenar el contexto habitual o despotenciar la disposición de la mente conciente; 2) reencuadrar en términos positivos de futuro la distorsión con la que cada esposo percibe la conducta del otro y expandir su marco de realidad, y 3) hacer foco más en la incompren­ sión de los cónyuges que en sus resentimientos. Una pareja me solicitó terapia porque estaba enzarzada en un conflicto tremendo. La esposa reaccionaba cada vez que el marido regresaba del trabajo y empezaba a pre­ guntar por qué se había hecho tal o cual cosa de deter­ minada manera. Por ejemplo, si ella había dejado el auto estacionado en la calle para trabajar en el garaje, él le preguntaba por qué estaba allí. La esposa interpretaba sus preguntas como otras tantas críticas por haber he­ cho mal las tareas. Por cierto, él era un hombre muy es­ crupuloso, un perfeccionista en grado obsesivo, y en un nivel la estaba criticando, pero al mismo tiempo se sen­ tía apartado de la familia y era torpe en sus intentos de establecer contacto con ella al regresar al hogar. «Sólo

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quiere controlarme», me dijo la mujer, insinuando una motivación maliciosa. «¿Quiere controlarla o es su modo de reingresar en la familia, por torpe que sea?», respon­ dí. El reencuadramiento implícito en mi pregunta atrapó su atención; cayó en trance y creó un momento recep­ tivo, durante el cual se expandió la categoría dolorosa que había construido para definir la motivación de su esposo. El cayó en trance simultáneamente y empezó a enviar señales afirmativas con leves movimientos ideomotores de cabeza. (En el capítulo 8, me extenderé más sobre esta técnica de «soslayar definiciones», que es una forma de reencuadramiento.)

Individualizarfenóm enos hipnóticos Conviene averiguar los fenómenos de disociación hipnótica que usa cada esposo en la danza. Las parejas pueden utilizar diversos fenómenos de trance en la danza hipnótica: 1) regresión de edad; 2) progresión de edad; 3) alucinaciones positivas y negativas; 4) distor­ sión del tiempo; 5) disociación; 6) analgesia o anestesia; 7) amnesia, y 8) hipermnesia. Regresión de edad: Puede ser un resultado de la inter­ acción. Si lo es, el terapeuta querrá determinar la edad que evoca cada miembro de la pareja. Los esposos regre­ san a su tiempo histórico más vulnerable, a aquel en que tenían menos recursos que pudiesen utilizar concientemente en la resolución de sus problemas. Indagar la edad en que se siente cada cónyuge es útil para la prosecución de la terapia. Progresión de edad: Ocurre cuando un miembro de la pareja se lanza hacia el futuro y vive, en su imaginación, la mejor o peor situación hipotética. Se pueden formular en el presente decisiones basadas en este «viaje en el tiempo». Una de mis pacientes temía tanto ser abando­ nada por los hombres que siempre arreglaba las cosas para ser ella la primera en dejar la relación. Otra pacien­ te presa del mismo temor me contó que siempre influía en la situación de manera tal que el hombre se enojaba con ella y se marchaba. Ella predisponía el incidente para no ser la primera en decidir abiertamente el abandono.

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Alucinaciones visuales o auditivas, positivas o nega­ tivas: En plena danza hipnótica, se puede producir una alucinación positiva en la que un cónyuge «vea» compor­ tarse al otro en determinada forma o lo «oiga» manifestar algo en particular cuando, en realidad, no ha ocurrido ni lo uno ni lo otro. Muchas veces, se activa un filme interior que acaso incorpore algunas emociones muy intensas. Cuando los esposos no escuchan o no ven lo sucedido, es probable que abunden las alucinaciones negativas. Uno de los ejemplos más profundos de alucinación ne­ gativa es el cónyuge que no ve la prueba de la infidelidad del otro. Distorsión del tiempo: Ocurre en la danza hipnótica cuando esta es agradable y se tiene la sensación de que el tiempo vuela. En cambio, si la danza es conflictiva, se diría que el tiempo se dilata y los sentimientos negativos parecen interminables. Disociación: Se experimenta de diversos modos. To­ dos los demás fenómenos de trance son formas de diso­ ciación, pero se deben enumerar aparte porque la disocia­ ción puede ser espacial, temporal, auditiva, kinestésica o visual. Algunos individuos se pueden experimentar a sí mismos en trance tanto «aquí» como «allí», o verse senta­ dos en dos puntos opuestos del consultorio o en este y en otro lugar a la vez. El fenómeno ejemplifica la lógi­ ca del trance, que nos permite estar simultáneamente «aquí» y «allí». En trance, nos parecerá perfectamente lógico tener a la vez seis y sesenta años. En la disocia­ ción auditiva, oímos sonidos dentro o fuera de nosotros mismos. Todos conocemos la experiencia de «oír» una melodía dentro de nuestra cabeza, o imaginar una or­ questa que toque en un parque sobre una plataforma con techado acústico (o sea, fuera de nosotros). La di­ sociación kinestésica ocurre cuando se disparan impul­ sos eléctricos que acaso envíen a una parte del cuerpo mensajes emocionales, pero la persona no se percata del sentimiento. Sensaciones sexuales se pueden producir en nuestro cuerpo, pero ser adormecidas. Algunos indi­ viduos quizás experimenten un sentimiento y lo expre­ sen con el cuerpo o anestesien una sensación física y la expresen con un sentimiento. Perls et a i (1951) descri­ ben así un proceso de somatización de una emoción de

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llanto, donde el sujeto sofoca su sentimiento en vez de desahogarlo: «En vez de eso, ahora sufre jaquecas, dificultades en la respiración y hasta sinusitis. Los músculos de los ojos, la garganta y el diafragma se paralizan para impedir la expresión y la percatación del llanto inminente. Pero el retorcerse y sofocarse provoca a su vez excitaciones (de dolor, irritación o huida) que también deben ser elimi­ nadas porque un hombre tiene artes y ciencias en que ocupar su mente más importantes que el arte de la vida y el conocimiento délfico de sí mismo» (pág. 269). La disociación visual ocurre cuando «vemos» imágenes interiores con el ojo de la mente, al tiempo que miramos objetos exteriores. Analgesia /anestesia: Es un adormecimiento de sen­ saciones físicas. En otras palabras, una persona herida o enferma puede experimentar diversas alteraciones químicas que la anestesien a tal extremo que apenas sea conciente (o no lo sea) del dolor o la molestia resultantes. En algunos vínculos, es inaceptable admitir sufrimiento físico y la pareja aprende a utilizar su capacidad natural de prestar poca atención a una señal de dolor que la re­ quiere. En ocasiones, este fenómeno es un medio eficaz de manejar el dolor. No es raro que la gente use natural­ mente anestesia para desoír las señales corporales y se­ guir a tono con las exigencias del mundo. Por desgracia, esto puede traer ásperas consecuencias en el cuerpo y el espíritu. Amnesia: Es una pérdida natural de la memoria, que se experimenta a veces en la danza hipnótica. Cuando un esposo empieza a narrar detalladamente una situa­ ción, el otro quizá la olvide. Hipermnesia: Es la capacidad de recordar detalles históricos nimios. La hipermnesia en un cónyuge suele ir seguida de amnesia en el otro. El terapeuta debe demostrar que lo inconciente pue­ de influir en una conducta y que el punto focal para el cambio se localiza en ello. El paso siguiente del modelo atiende a este objetivo.

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D eterm in a r el significado sim bólico d el p ro b lem a

En este paso, el terapeuta querrá utilizar datos sistémicos, evolutivos e intrapsíquicos para determinar lo que intentan aprender o dominar los cónyuges, indivi­ dualmente y como pareja. El síntoma encierra el sím­ bolo de la posible resolución del problema. Desde este punto de vista, podemos considerarlo un aliado.

Recuperar recursos Para Lankton y Lankton (1983), recursos denotan «pautas automatizadas de sentimiento, percepción y conducta. A veces existen de hecho; con frecuencia, de­ ben ser “creados” uniendo fragmentos asociados y pie­ zas de experiencia» (pág. 121). Erickson creía que cual­ quier experiencia, aun las dolorosas, podía hacer las veces de recurso positivo. Como dijo a Monde (Erickson y Lustig, 1975): «Recibir una bofetada cuando niña due­ le, pero es verdaderamente grato saber que una puede tener sentimientos, ¿no es así?». Podemos acceder a ex­ periencias por medio de memoria, metáfora, narración, analogía o asociación. Ejemplos de importantes apren­ dizajes tempranos que obran como recursos que la ma­ yoría de la gente posee incluyen la capacidad de entrar y salir de sentimientos, la de discrepar o coincidir con otros, la de ejecutar tareas, la de decir sí y no, autodisciplinarse, perseverar, tener coraje y aguante, y sentir do­ lor. Todo síntoma es un recurso; todo problema contiene un aprendizaje potencial. Toda situación novedosa, co­ mo una confusión, ofrece la posibilidad de expandirse hacia la claridad. Erickson invertía problemas y solucio­ nes para que la vida pudiera ser fluida y aventurera. Algunas personas sienten que su pasado bloquea su capacidad de avance. Un pasado difícil puede perma­ necer como un recurso no reconocido, y convertirse en un motivo para que el individuo mantenga determinado síntoma. Quizá las terapias que insisten demasiado en reexaminar las ofensas y heridas pasadas sólo sirven, en realidad, para prolongar la infelicidad del paciente.

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Utilizar el sín tom a e n la interven ción

Usar la actitud, emoción o conducta sintomáticas en la intervención constituye un paso importante en este modelo. Los síntomas son tentativas de dominar un conflicto vital. El que una persona continúe involucrán­ dose con la misma clase de gente disfuncional puede representar un intento de dominar algo.

S im boliza r la solución

El uso de una comunicación simbólica para generar una solución puede ser un eficacísimo instrumento de cambio. Por ser significativo en múltiples niveles, el sím­ bolo proporciona una sensación de comodidad y con­ tiene una solución generativa para el presente y el fu­ turo. Una pareja solicitó tratamiento porque estaba enzar­ zada en una lucha de poder en torno de quién debía fijar las reglas de relación. El contenido de la batalla se cen­ traba en el aseo y el orden domésticos. Un cónyuge pre­ fería guardar todo en su sitio; el otro era más flexible. En un nivel más profundo, el tema de la disputa era la indi­ viduación y la separación o cómo ser al mismo tiempo individuos y pareja, cómo ser funcionales fuera de sus familias de origen. Había cuestiones importantes rela­ cionadas con la familia de origen que afectaban notable­ mente este vínculo, pero era preciso apaciguar la lucha antes de que los esposos pudieran empezar el trata­ miento. Les pedí que colocaran una mesa en el centro de una habitación, por una semana, y pusieran sobre ella objetos que pertenecieran a uno y otro cónyuge. Así lo hicieron; uno desparramó zapatos sobre la mesa y el otro papeles estrujados. Fueron instruidos para no pro­ cesar nada con relación a la mesa durante la semana, y en cambio considerar qué significado quería darle yo. Cuando volvieron al consultorio para la siguiente se­ sión, ambos me informaron que sus reyertas habían cesado; ahora, se echaban a reír entre ellos cada vez que debían caminar alrededor de la mesa. Los dos elabo­ raron interpretaciones maravillosas para el significado

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de la mesa y, de este modo, estuvieron en condiciones de empezar a trabajar sobre la relación. Otro matrimonio se presentó en mi consultorio con su hija Suzie, de ocho años, presa de sentimientos si­ multáneos de ira y temor a causa del suicidio de su abuelo paterno. Era una niña precoz y, sabiendo que sus padres se habían tratado conmigo, les preguntó si no podría hacer terapia también ella. La muerte del abuelo la perturbaba, y me dijo que su otro abuelo se estaba muriendo de cáncer. Parecía triste y agitada. «Si mi abuelo estuviera vivo, lo mataría —me dijo—. Estoy furiosa porque no habló con nadie. Desearía que la gen­ te no tuviera que morir, que pudiera seguir viviendo eternamente en el centro de la Tierra». Durante la se­ sión, me contó que tiempo antes sus padres se habían ausentado de la ciudad. Ella tomó un retrato de ambos, lo rompió y luego volvió a juntar los pedazos. Le propuse que dibujara a su abuelo e hiciera lo mismo; la idea le pareció buena y ejecutó la tarea enseguida. Comentó que su abuelo amaba las rosas y que ella tenía intención de plantar un rosal en el fondo de su casa. Le propuse que se llevara su dibujo roto y lo plantara junto con el rosal. La conversación prosiguió en estos términos: Carol Kershaw: ¿Sabes qué les sucede a los rosales a lo largo del año? Suzie: Echan hojas y botones y rosas. C. K : ¿Y qué pasa después? Suzie (entristecida): Después mueren y las hojas y las flores se esparcen por el suelo. C. K.: Las hojas y las flores se reintegran a la tierra y alimentan al rosal cuando vuelve a florecer. También nutren a los nuevos rosales que nacen de él. Suzie (en tono esperanzado): ¿De veras hacen eso? ¿Y todas las personas también se reintegran a la tierra? (Estableció rápidamente el nexo.) La niña se debatía con su ira asesina y la expresó desgarrando el dibujo. Como también amaba al abuelo, quiso recomponer los fragmentos, lo cual simbolizaba su deseo de que él estuviera vivo. Utilicé el símbolo del rosal para representar el nacimiento, la vida, la muerte

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y la trasformación, e infundirle de ese modo consuelo y esperanza. Suzie vino a una segunda sesión y empezó a relatar­ me cómo habían plantado sus rosales. Suzie: Mi padre dijo que el sábado probablemente iría conmigo al centro, a comprarme las plantitas. Luego ca­ varíamos un pedacito del jardín y las plantaríamos. C. K : Me gustaría que me hablaras de eso. Suzie: A uno de los rosales, el de rosas rojas, lo llamaré Paul (el nombre de su abuelo). Es mi favorito. El de ro­ sas rosadas se llamará. . . lo llamaré. . . (se detiene a pensarlo). Lo llamaré Crystal. C. K ; ¡Qué lindo es eso! Paul y Crystal creciendo juntos de la tierra para embellecer el fondo de tu casa. Suzie: ¿Podemos hacer otra vez eso de la hipnosis? C. K : ¿Para que tus pies y tus manos puedan volver a experimentar esa agradable sensación de hormigueo, cálida y divertida? ¿Todavía la tienes? Suzie (echándose a reír): ¡Me están picando! C. K.: Eso es. Me pregunto cuándo subirá ese hormigueo hasta tus tobillos. . . Suzie: ¡Ya llegó justito hasta ahí! C. K : ¿Hasta tus rodillas? Y hay una parte especial de ti, Suzie, que puede permitir que esa sensación cambie, que un hormigueo más leve, más fuerte o mediano se quede exactamente ahí, en tu pierna izquierda, mien­ tras tú adviertes, tal vez, que a tu mano derecha. . . le entran ganas de elevarse, ¿no es así? Suzie continúa entrando en trance y, como la mayo­ ría de los niños, empieza a agitarse en su silla para luego quedarse muy quieta. Suzie: Mi brazo izquierdo está pesado. Mi brazo derecho se siente muy liviano. (El brazo derecho comienza a ele­ varse.) No, un momento. . . Ahora, mi brazo derecho se está poniendo pesado. C. K : Oh, esa parte especial de ti decidió trocar una sen­ sación por otra, de modo que la sensación que estaba en el brazo izquierdo está ahora en el derecho y, natural­ mente, esa es la sensación correcta, ¿verdad?

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Suzie: ¿Cómo pude hacer el trueque? C. K.: No lo sé y tú tampoco, pero esa parte especial de ti, en el fondo de tu mente, en tu inconciente, sabe cómo trocar una sensación por otra enfocando tus pensa­ mientos en otra idea. Suzie: ¿Mis rosas pueden sentir? Iba a poner una plaquita con su nombre, para que sobresaliera de la tierra. C. K : ¿Y qué ibas a decir en la placa? Suzie: En homenaje a mi abuelo. Me contó que se veía a sí misma de pie junto a la pla­ ca. Su abuelo se le apareció en el trance, le agradeció la placa y dijo que era muy linda. Luego, Suzie salió del trance y conversamos sobre otros temas hasta el final de la sesión. Al comienzo de la siguiente entrevista, Suzie quiso contarme lo que había hecho con respecto a su abuelo. Suzie: Entonces tomé esos retratos, fui al fondo de mi casa mientras él estaba allí, cavé un pocito, metí en él los papeles y los enterré. C. K.: ¿Hiciste todo eso sola? ¿Cómo te sentiste des­ pués? Suzie: Me sentí un poquito mejor. Y fingí creer, sólo lo fingí, que había un cristal encima. (Alude a una amatis­ ta que tengo en mi consultorio y a la historia de unos ni­ ños y una montaña de cristal, que ella me había narrado en otra ocasión.) C. K : ¿Una montaña de cristal? Suzie: Ajá. Deseo que mi abuelo viva y, si él estuviera vivo, probablemente lo mataría. C. K : ¿Tendrías ganas de matarlo porque estás enojada con él y también estás triste? Suzie: Si él estuviera vivo, desearía no volverlo a ver nunca más por lo mal que me hizo sentir. Y no quiero que mi otro abuelo haga lo que él hace [síc]. Me hace sentir tan mal. . . Acababan de diagnosticarle un cáncer terminal a su abuelo materno. La expectativa de esta pérdida cercana, inmediatamente tras el suicidio del abuelo paterno, era demasiado abrumadora para ella.

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Suzie cambió de tema y me contó el caso de una niña a la que maltrataban sus padres; lo había oído en un in­ formativo. Era una descripción metafórica del modo en que se sentía «maltratada» por aquellos dos aconteci­ mientos tan próximos. A continuación, volvió a hablar­ me de sus rosas. Suzie: Las riego todas las mañanas o, al menos, procuro acordarme de hacerlo. Mi rosal rosado todavía no ha da­ do flor. El rojo dio una por empezar, pero ahora la rosa se está muriendo. Pienso que si yo. . . la próxima vez que venga mi cuidadora. . . ella cultiva rosales, asi que po­ dría enseñarme a podarlos, yo podría podarlos ¡y ellos crecerían! Entonces, tal vez podría podar el rosado, que todavía no ha dado flor, y a lo mejor crecería otro. Y si podo ese, quizá crezcan dos más; y si podo esos dos, quizá crezcan otros cuatro; y si podo esos cuatro, quizá crezcan ocho; y si podo esos, crecerían dieciséis; y si podo esos, crecerían treinta y dos. . . (Toma la amatista.) Me gusta mirarla y ver el futuro. C. K.: Sí. Ya que miras dentro de ella como si fuera el fu­ turo, ¿qué ves hoy? Suzie: Pues. . . a mi hermano Peter. Parece que saca una mala nota en un examen. Mi mamá obtendrá su diplo­ ma de doctora en filosofía... ¿Sabes para cuándo lo ten­ drás enmarcado? El cristal estallará y el diploma se desgarrará. Y mi papá se jubilará algún día. Tendrá tan­ to dinero que comprará una mansión; tendrá mucho, será verdaderamente rico. Y su asma mejorará. No creo que eso sea posible, pero descubrirán algún remedio que lo mejore. ¿Y yo? Seré bailarina y me romperé la pierna. C. K : ¿Y cuando se cure? Suzie: Entonces me pondré mejor y seré actriz y cantan­ te. Después perderé la voz, la recuperaré ¡y entonces to­ do será maravilloso! Suzie estaba aprendiendo a incorporar el manejo de las pérdidas normales que sufrimos en la vida y a espe­ rar un futuro positivo. C. K : Es grato saber que en el futuro pueden suceder tantas cosas interesantes. Puedes disfrutar esperando

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el futuro que más deseas. Es divertido construir cosas y verlas crecer como tus pies. Usé la distracción y la confusión para retrotraer su atención a una experiencia sobre la que sentía cierto do­ minio. En el nivel inconciente, le estaba enseñando a cambiar un sentimiento por otro. C. K. (en alusión a una sesión anterior, en la que había aprendido a entumecer sus pies): Fíjate si ahora mismo no empieza el hormigueo en tu pie. Suzie: ¡Hormiguea! C. K ; Muy bien. Suzie: Se lo hice a mi pie, y mi pie se durmió, y no lo pu­ de despertar hasta mucho después. C. K : ¡Oh! Bueno, si vas a hacerlo dormir, tal vez quieras decirle también cuándo deberá despertar. Suzie: ¿Cómo voy a decirle a mi pie cuándo debe desper­ tar? C. K : Dile simplemente: «Puedes despertar dentro de uno o dos minutos». Suzie: Le di unos golpecitos, así, y no se despertó. C. K.: ¡Oh, no, fue porque su sueño era demasiado pro­ fundo! Suzie: Tiene el sueño muy pesado. C. K.: Así es. Suzie: Mis dos pies y mi nariz. C. K : ¿Conque se duermen muy profundamente, eh? Tú ya sabes cuánto cuesta despertarse. Suzie: ¿Esta mañana? En cuanto desperté, ya quería dormir una siesta. ¿Sabes qué es eso? C. K : Sí, un sueño breve. Suzie: Hum. . . ¡Un sueño breve! ¡Yo quería dormir el día entero! C. K.: Y un sueño breve siempre termina cuando des­ piertas. (Suzie toma la amatista.) Bien, puedes mirar dentro de esa piedrecita; quizá veas muchas cosas en tu futuro. ¿Qué ves en el futuro? Suzie: Pues. . . Cuando tenga ciento un años, este con­ sultorio será un departamento en la cocina de alguien y el surtidor... todavía habrá un surtidor, pero su aspecto será diferente: tendrá a su alrededor unas cosas extra­

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ñas de color púrpura. . . Aquí vivirán artistas; harán esculturas en mármol rodeadas de piedras color púrpu­ ra, así. Y en el centro del surtidor de agua habrá una larga piscina púrpura. C. K : ¿Puedes mirar dentro de ese cristal y ver pasar el tiempo? Suzie: Puedo ver un período en particular. C. K : ¿Y qué ves allí? Suzie: Paz. Nunca habrá una guerra. .. nunca habrá una Tercera Guerra Mundial, ¡a Dios gracias! Estados Uni­ dos sólo tendrá una guerra más. Creo que con Rusia. Dice que será en Rusia. Dice «R-U-S-I-A». ¿Quieres mirar en el futuro? La primera vez que miré dentro de ella, em­ pecé por este lado; luego la moví y volví a moverla. Tie­ nes que moverla para ver el futuro. Si quieres, puedes enfocar a la gente. Puedes ver cómo será su vida. Estoy tratando de enfocar las flores para ver qué podrá sucederles. C. K : Bien. ¿Quieres atisbar en el futuro y contemplar tus rosales? Suzie: Algunos habrán muerto. C. K : ¿Lo crees? Suzie: Creo que morirán antes que yo. Mucho antes. C. K : Me pregunto por qué. Suzie: ¡Bueno, no son eternos! Tampoco viven tanto como las personas. Amo las rosas. C. K.: Pero tienen hijos que, a su vez, tienen otros hijos. Suzie: Sí, y en el futuro voy a Florida, me convierto en una artista, hago una escultura que representa la tum­ ba de mi abuelo y pongo las muñecas alrededor. Todo en miniatura. Luego, tomo las muñecas de verdad y se las doy a mis hijos. Sólo que no creo que vaya a ser una ar­ tista. . . Quiero ser actriz. La niña describe metafóricamente cómo seguirá afec­ tándola este acontecimiento trágico en su adultez, pero también cómo lo incorporará y volcará su vitalidad ha­ cia sus hijos y hacia su propia vida. Siguió visitándome de vez en cuando por unos me­ ses. Me hablaba de sus rosas y de cuánto extrañaba a su abuelo. Podía hablar abiertamente con sus padres de sus sentimientos de ira y tristeza. El matrimonio tam­

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bién trabajaba, en forma individual y conjunta, sobre el impacto que las dos muertes parentales habían causado en su vida conyugal. La técnica terapéutica que apliqué a la esposa con­ sistió principalmente en trabajo de apoyo. Ella no tenía dificultad en expresar sus sentimientos. Además, el sui­ cidio del suegro la estimulaba a vencer su reticencia a decir a su padre todo lo que deseaba comunicarle antes de que él muriera. En cuanto al marido, la muerte del padre había sido tan repentina que se sentía vacío e inconcluso. Utilicé una sesión en trance para sugerirle que se viera a sí mismo en compañía de su padre, sentado en el extremo opuesto del consultorio, y le hablara. M arido: CTras respirar profundam ente varías veces.) Querido papá, ya ha pasado más de un mes desde tu muerte y todavía estoy tratando de comprender lo ocu­ rrido. Sabía que tenías problemas y que en una oportu­ nidad anterior habías intentado suicidarte pero, en ver­ dad, no creía que lo harías. Lo siento. Desearía haber podido ayudarte más. Creo que no sabía cómo hacerlo. A la larga, harías lo que tú quisieras. Me entristece mucho saber cuán difícil era para ti ca­ da día. La vida era una verdadera lucha. Recuerdo algu­ nos momentos de mi vida en que cada día era una lucha terrible; yo lo comenzaba ansiando que terminara. Sé cuán difícil y agotador puede ser eso. Al final, sencilla­ mente se había agotado tu deseo de seguir adelante. Hay veces en que yo también siento una ira increíblemen­ te enorme hacia ti. Me enfurece ver cómo malgastaste gran parte de tu vida... cómo elegiste no hacerte cargo de ti mismo. . . por qué creaste este mundo absolutamente hostil. Eso no era cierto; fue una gran mentira. .. Pudis­ te haber tenido mucho más de lo que deseabas. Mi ira también toma un cariz muy egoísta. Me enfu­ rece ver cómo me afectó lo que te hiciste a ti mismo. He pasado muchos años esforzándome por liberarme de los sentimientos de indefensión, inferioridad e incompeten­ cia. Eso no es real y estoy enojado contigo porque no me permitiste saborear el mundo y sus posibilidades cuan­ do era un muchacho. Sé que lo pasaste mal cuidando de

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ti mismo, pero intuyo que esperaba, y aún espero, que superaras tus miedos para ayudarme a lograr más. Ca­ da vez que me invade una angustia o depresión extre­ mas, me siento engañado por eso. . . Cuando me siento así, me alegro de que estés muerto. Cuando me enteré de tu suicidio, recuerdo haber sentido muchas cosas a la vez. Estaba conmocionado, encolerizado, triste, aliviado. . . aliviado porque te ha­ bías ido. Fue como si me quitaran un ancla del cuello; ya no tenía que protegerte, podía ser lo que quisiera y como quisiera. Lo siento en mis huesos. Estoy seguro de ello. Haré cosas importantes que no pude hacer mientras es­ tuviste vivo. En cierto modo, me hiciste un gran favor. Me siento como un caballo que ya no tiene a nadie tirán­ dole de las riendas. También estoy triste y te extraño. Había algo en ti que valoro y respeto. Sé que me amabas. Podía oírlo en tu voz y verlo en tus ojos cuando me mirabas y me pregun­ tabas qué tal me iba. Sé que estabas orgulloso de los éxi­ tos que he tenido en mi vida; de ti aprendí a ser benévolo y cortés, a cuidar solícitamente de la familia y ser gene­ roso con los extraños. Adquirí curiosidad por el mundo y un sentido de obligación hacia los demás. Poseías esas cualidades e intentaré tenerlas. Te echo de menos. Ojalá pudiera hablar contigo una sola vez más. (Sale del trance.) Cuando estaba con mi madre en Florida, en el fune­ ral, experimenté una sensación de alivio. Creo que, de un modo extraño, al hacer lo que hizo fue como si me diera permiso, o casi, para no seguir pareciéndome obli­ gadamente a él. C. K : Así es. Puede vivir de otra manera. Hace un par de años, tuve un cliente judío. Cuando su padre murió, cremaron el cuerpo y él asistió a la cre­ mación. Tenía que enviar los restos de regreso al Norte pero, debido a su posición económica, sólo podía des­ pachar la urna por correo. Según me dijo, fue la expe­ riencia más extraña de su vida. Ahí estaba, parado en la oficina de correos tras haber sacado un número, espe­ rando en la fila para enviar a su padre de regreso al hogar. En toda la oficina de correos, nadie más conocía el contenido de la caja que se disponía a despachar. Era

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una de las situaciones más increíblemente absurdas que uno pueda imaginar y, sin embargo, mientras es­ peraba que lo llamaran por el número, se despidió de su padre. Le dijo cuánto apreciaba lo que había recibido de él, y le expresó su tristeza por lo que no había recibido. Gritan su número. Entrega el paquete al empleado y, en el preciso instante en que lo suelta, usted experimenta esa sensación de alivio y liberación. Al salir de la oficina de correos, se dio cuenta de que le habían quitado de encima un peso increíble. Su padre regresaba a casa. Cuando a usted le quitan un peso de encima, empie­ za a sentirse mucho más liviano: su paso y su andar se aligeran, respira con mayor facilidad. Nunca sabe exac­ tamente cuánto tardará algo en completarse, digamos cuánto tardarán en crecer los rosales de Suzie. A medi­ da que ellos crezcan, tal vez usted descubra que oye un galopar de caballos. . . libres para gozar del espacio y el aire, sin más riendas que los refrenen. El padre de Suzie siguió lamentándose y hablándome de los recuerdos paternos. Le sugerí otra tarea simbóli­ ca: visitar el rosedal de la ciudad. Pasó allí varias horas por semana, hasta completar la tarea, disfrutando de las variedades de rosas que su padre solía cultivar. Se estaba despidiendo, saboreando algunas de las cualida­ des positivas manifestadas por su padre, sintiéndose re­ confortado por el rosedal. Esta experiencia simbólica fue útil como intervención curadora generativa. El rosedal y los rosales cultivados por Suzie continuarían estimulan­ do de muchas maneras la curación del padre. Más ade­ lante, me dijo que las rosas lo conmovían profundamen­ te. Aunque no comprendía el proceso, sabía que se esta­ ba curando por dentro. Erickson trabajaba constantemente en un nivel sim­ bólico y respondía a la comunicación simbólica del pa­ ciente para allanarle el camino hacia la curación y el cambio. Cierta vez, pidió a uno de ellos que escribiera el nombre de su padre en un papel y lo arrojara al desagüe del inodoro, para simbolizar así la ruptura de su depen­ dencia del padre. A su juicio, «todos adoptamos una ac­ titud simbólica hacia muchas cosas» (Erickson y Rossi, 1980, págs. 147-8). La actitud a la que él se refería se re­

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fleja en nuestro lenguaje. Uno de los ejemplos señalados por él es: «Ese es un asunto al que me gustaría hincarle el diente» (op. cíí., pág. 148), expresión simbólica del deseo de involucrarse. En el capítulo siguiente, examinaremos qué es la in­ ducción de trance desde una perspectiva ericksoniana, cómo podemos llevarla a cabo y cómo usar la danza in­ terpersonal para ayudar a estimular un trance en una pareja. También nos ocuparemos de sugestión indirecta y formas lingüísticas.

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5. Inducción de trance

Para permanecer dentro de un marco de sistemas de creencia vigentes, es importante coparticipar en la dan­ za ritualista y familiar de la pareja antes de intervenir. Debemos coparticipar en el sistema y utilizar el síntoma como instrumento que coadyuve al cambio. Inducir un trance es un modo de entrar en la realidad del paciente, de utilizar el contexto del «como si» (actuaremos como si esta realidad percibida fuera real), de valernos del sínto­ ma para expandir las estrategias de pareja orientadas a lograr satisfacciones y de comprometer a la mente in­ conciente a desarrollar soluciones orientadas hacia el futuro. El trance —o sea, la disociación de la mente conciente respecto de la inconciente— se puede producir de di­ versas formas. La espontánea se da, por ejemplo, en los sueños diurnos o cuando se entra en trance mientras se conduce un auto por una ruta. Una persona puede ab­ sorberse en sus pensamientos o fantasías al extremo de perder la noción del tiempo y trascender el «espaciotiempo». Acaso vea el pasado y el futuro como si acaecie­ ran en el presente. Un trance puede ser inducido en el contexto de un matrimonio, como en el caso de los ritua­ les, juegos o conflictos de pareja. Cada persona enfoca su atención, de manera creciente, en sentimientos po­ sitivos o negativos, al par que ayuda a reducir el foco de atención del compañero. Un trance puede ser inducido por las actividades intencionales del terapeuta de un modo más formal y directo, o por medio de conversación e indirección. En este capítulo, investigamos cómo el terapeuta puede inducir un trance intencionalmente si recurre al trance espontáneo, que es autoinducido por el paciente de manera inadvertida, y al trance negativo estimulado por el compañero, que es co-creado por la

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pareja. Antes de adentrarnos en el tema, es importante señalar las diferencias entre la técnica ericksoniana y un método de hipnosis más tradicional. La hipnosis tradicional sigue un procedimiento lineal peculiar dividido en varias etapas específicas que, según Zeig (1984), comprenden la etapa de preinducción, la inducción, profundización, terapia, y terminación. La preinducción incluye el proceso de establecer un rapport, diagnosticar el problema, disipar los mitos que pueda tener el paciente y aplicar tests de sugestibilidad. La inducción se centra en el uso de sugestiones directas de relajación, como sucede en la relajación progresiva. La profundización por el hipnólogo tradicional puede incluir sugestiones directas de sumirse más en el tran­ ce, o un fraccionamiento en el que, por ejemplo, el hip­ nólogo sugiere sucesivamente al paciente que entre en un trance más profundo, que despierte por unos instan­ tes y que retorne a un trance aún más profundo, con lo que se generan experiencias sucesivas de profundiza­ ción y despertar. Quizá sugiera visualizar un número que indique el grado de profundidad del trance. En esta etapa, algunos hipnólogos aplican un test de sugestión para provocar varios fenómenos hipnóticos. En la etapa terapéutica suelen impartirse sugestiones positivas y negativas con miras a eliminar el síntoma, fortalecer el yo o abordar directamente el problema presentado. La terminación consiste en sacar al paciente del trance y hacerlo nuevamente responsable de sí mismo (Zeig, 1984). En cambio, en el método inductivo ericksoniano, el terapeuta usa un hecho natural —la alteración de la conciencia— con fines terapéuticos. Erickson esfumaba los límites entre inducción y trabajo en trance propia­ mente dicho. Iba más allá de la técnica tradicional, y a menudo partía de una conversación mantenida con na­ turalidad en vez de dar órdenes formales y autoritarias. La hipnosis siempre es el producto de una reducción creciente del foco de atención o conciencia del individuo. El terapeuta ericksoniano proporciona un contexto, crea una invitación mediante un rapport intenso o gene­ ra un ambiente que, si ha sido adaptado a las necesida­ des específicas del individuo, satisface sus requeri­

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mientos del momento para entrar en trance. Erickson era un experto en adecuarse a la experiencia de una persona en un momento dado con el propósito de inten­ sificar el trance. Toda hipnosis es autoinducida; por consiguiente, el paciente se limita a responder a la invitación del tera­ peuta. La mayoría de las personas entran en trance o experimentan un estado de conciencia alterado cuando ingresan en el consultorio del terapeuta. Empiezan a en­ focar su atención o su conciencia no bien se sientan y el clínico invita a hacer un foco interno sobre actitudes, sentimientos y conductas personales. En realidad, to­ das las terapias proporcionan la invitación a un trance; cada una tiene su propio procedimiento de inducción (Lankton, 1980). La ericksoniana utiliza el tipo de trance autoinducido exclusivo de cada paciente para posibili­ tarle un nuevo aprendizaje. Erickson desarrolló su estilo a partir del modelo for­ mal, lineal, hasta llegar a otro más interpersonal que in­ cluía prácticas tales como enfocar la atención, estructu­ rar una capacidad de respuesta a señales mínimas, aso­ ciar al paciente a recordar sus recursos, adecuarse a la experiencia actual, utilizar confusión para desorganizar la disposición de la mente conciente, estimular disocia­ ción, motivar al paciente y conectar el cambio con lo que el paciente valore, ratificar la respuesta y dar a la expe­ riencia el nombre de «hipnosis» (Zeig, 1984). El terapeuta ericksoniano acaso parta de lo que se observa ahora: «Usted está sentado en esa silla, enfoca su atención en mí y duda sobre la hipnosis». El aserto siguiente puede ser «Usted puede notar que su respiración empieza a cambiar». Con este aserto em­ pezamos a enfocar la atención del paciente y a construir una sensibilidad de respuesta para los desplazamientos minúsculos que se producen cuando una persona entra en trance, al mismo tiempo que orientamos y sugerimos esas conductas. Sin embargo, si se lo hace en forma indirecta, el paciente casi tendrá la impresión de que el terapeuta lee sus pensamientos. «¿Ha estado usted en trance alguna vez?» puede pre­ guntar el terapeuta. «Todos hemos leído un buen libro y nos interesamos tanto que absorbió nuestra atención».

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La única respuesta posible a esta pregunta es «Sí». La asociación con un aprendizaje común a todos sigue de­ sarrollando el trance, y el cambio de pronombre de «to­ dos» a «usted» profundiza la experiencia; un cambio en el tono de voz marca el carácter significativo de la palabra «usted». Si a continuación deseamos adecuarnos a la expe­ riencia del paciente, le diremos: «Tal vez usted experi­ menta en su cuerpo una sensación de pesantez, ligereza u otro tipo de sensación. Sea cual fuere, es una sensa­ ción perfectamente respetable porque es su sensación». Después se puede usar confusión para desorganizar la mente conciente e impedirle pensar del modo habi­ tual. Un ejemplo sería: «Y usted puede quedar tan ab­ sorto en la lectura de ese buen libro que en su mente se formen imágenes de una manera tan interesante y vivi­ da que. . . en verdad, puede tener la sensación de que está viendo un filme y, al rato, advierte que ha perdido la página que leía. No sabe con certeza en qué página lo dejó, ¿era la cincuenta y seis o la sesenta y cinco, la cin­ cuenta y cinco o la sesenta y seis, o cuál era exactamen­ te la página correcta en que lo dejó? El pasaje que aca­ baba de leer, ¿estaba a la derecha o a la izquierda? El pasaje que acababa de leer, ¿era exactamente el pasaje que quería leer, o el pasaje correcto era el que dejó y que estaba a la izquierda?». Tras la confusión viene la disociación para seguir profundizando el trance y despotenciando la disposición de la mente conciente. Por ejemplo: «Su mano derecha o su mano izquierda tal vez empiece a experimentar una sensación de liviandad. No sé qué mano elegirá su men­ te inconciente para tener esa sensación de liviandad mientras su mente conciente la observa con curiosidad. Quizás empiece con un crispamiento leve, cuando su inconciente elija». Luego procuraríamos motivar al paciente, conectar el cambio con sus valores y realimentar su respuesta a las sugestiones, diciéndole: «Su mente inconciente ha elegido a su brazo y mano izquierdos para esa experiencia de levitación; para que pierdan peso y se eleven, se eleven. . . así está bien. . . recorriendo toda la distancia hasta su rostro».

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Mientras el paciente responde, podemos ratificar su respuesta y definirla como una hipnosis: «Y usted puede apreciar realmente el placer y el bienestar que es capaz de proporcionarle su trance». En este punto, tal vez expandamos el trance inicial y pasemos a un trabajo metafórico o procuremos suscitar más fenómenos hipnóticos. Diversas formas del lengua­ je nos proveerán de instrumentos sumamente eficaces.

Uso de formas lingüísticas para provocar un cambio Gracias al estudio intensivo del diccionario, Erickson descubrió que las mismas palabras poseen numerosas acepciones. Es el contexto el que les da su significado. Creamos contextos lingüísticamente y en los niveles conciente e inconciente. Erickson fue un experto en crear contextos que el paciente debía aceptar como ciertos. En ocasiones, formulaba una pregunta y, al mismo tiempo, impartía una sugestión: «¿Antes ha estado alguna vez en trance?». Aquí estructura el contexto para el paciente y le pregunta si alguna vez ha estado en trance, pero deja un interrogante ambiguo: ¿antes de este trance o antes del trance que está por comenzar? El significado de «an­ tes» no está claro (Zeig, 1984). El contexto creado por Erickson en este ejemplo insinúa que está por suceder algo importante que originará un cambio. El paciente avanzará hacia una meta y cualquier respuesta que dé será la correcta. En la videocinta de su sesión con Lee (Zeig, 1982), Erickson pasa un largo rato sugiriendo una levitación de mano y, como la paciente no responde ele­ vándola, dice finalmente en tono autoritario: «Vean, sus manos se han paralizado». La conducta elegida por Lee, sea cual fuere, queda encuadrada como si se hubiera dejado guiar por él. Lee ha aceptado su marco de refe­ rencia; por consiguiente, cualquier respuesta de ella es definida como un cumplimiento de lo sugerido por Eric­ kson y como el mejor modo de responder. Este ejemplo muestra que la tarea de la psicoterapia y la hipnosis consiste en desorganizar la disposición de

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la mente conciente y ampliar la definición del paciente respecto de lo que se puede y lo que no se puede lograr. El terapeuta debe hacer coparticipación con el paciente en el nivel de su experiencia, reconocer su realidad, re­ cuperar aprendizajes anteriores y expandir la realidad hacia una nueva solución. Todas las formas lingüísticas utilizadas por Erickson cumplen simultáneamente dos o tres de estas tareas: activan procesos inconcientes, ge­ neran trance y trasmiten sugestiones. Varios autores han esbozado los diversos tipos de formas lingüísticas utilizables en el encuadramiento de sugestiones. Erickson y Rossi (1979, 1981), Lankton y Lankton (1983), Ritterman (1983) y O’Hanlon (1987) han individualizado algunas de estas formas de len­ guaje indirecto que incorporan la sugestión y cumplen las tareas antedichas: crear el contexto, despotenciar la disposición de la mente conciente y llevar al paciente a un trance. A continuación, presentaré varias de ellas. 1. Sugestión implícita. Es aquella inserta en una for­ mulación o pregunta que, apenas destacada por medio de una alteración apropiada del tono de voz, guía al otro hacia una meta específica. Ejemplo: «Me pregunto si querrá ir al cine esta noche». Ejemplo: «No sé si ahora entrará en trance». También puede adoptar la forma de un símbolo o una narración metafórica, como la famosa historia de la planta de tomate que relató Erickson a Joe, un florista canceroso que sufría atrozmente. Erickson describió la siembra, el cuidado y el crecimiento de una planta de to­ mate, y diseminó en el relato sugestiones en torno de la comodidad, la seguridad, la paz y el no sentir molestias. El florista pudo dormir y hasta experimentó cierta mejo­ ría física (Erickson, 1966). 2. Opción ilusoria. Es una formulación o pregunta que sólo ofrece dos alternativas que conducen ambas a un resultado determinado. Ejemplo: «¿Quiere ir ahora o dentro de unos minu­ tos?». El supuesto a priori es que «iremos» y sólo se ofrecen dos alternativas: hacerlo ahora o dentro de unos minutos.

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Ejemplo: «Puede entrar en trance mientras le hablo o en las pausas entre mis palabras». El supuesto a príorí es que «usted entrará en trance» y que este se producirá mientras escuche mis palabras o mis pausas. 3. Implicación. Es una formulación o pregunta que induce al otro a pensar en la idea no expresada y a com­ portarse conforme a ella. Ejemplo: «¿En cuál de estas sillas le gustaría sentar­ se?». La implicación es que el individuo quiere sentarse en una silla. Otro ejemplo podría ser: «Desconozco qué cambio experimentará su conducta», donde la idea im­ plícita es: «Su conducta cambiará». La implicación se puede expresar igualmente me­ diante la conjunción condicional «si». Ejemplo: «Si entra en trance, podrá averiguar muchí­ simo más acerca de sus capacidades». Una de las hijas de Erickson, Betty Alice, me contó la historia divertida de una interacción que tuvo con su padre, siendo ella mucho más joven. El estaba sentado leyendo el diario; ella se le acercó y le dijo en tono desa­ fiante: «Si eres un psiquiatra tan competente, ¿no po­ drías darme una dieta para rebajar de peso?». Erickson bajó el diario pausadamente, le dirigió una mirada seve­ ra y respondió con aspereza: «¿De veras quieres que te dé una dieta para rebajar de peso?». Betty Alice recibió el mensaje claro y tonante de que no debía desafiarlo por­ que lo pasaría mal, y replicó: «¡No, señor!» (comunica­ ción personal de Betty Alice Erickson Elliott, 1989). En este caso, Erickson usó la implicación de manera muy enérgica, por medio del tono de voz y de la expresión facial. Supongamos que un hombre utiliza la implicación y pregunte a su esposa: «¿Retiraste la ropa de la tintore­ ría?». La pregunta da por sentado cierto acuerdo previo en el sentido de que ella recogería la ropa o una con­ versación anterior sobre el tema. Si la esposa acepta ta­ les suposiciones como válidas, quizá se ponga a la de­ fensiva y se excuse, con lo que podría ocasionar nuevos conflictos. La implicación puede usar presuposiciones: cuando, antes, después, mientras, etc., para dirigir la sugestión

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que sigue. Por ejemplo: «Después que me haya hablado por unos minutos, puede entrar en trance». Me ocuparé de estas formas particulares más adelante. Ahora bien, si preguntamos al paciente: «¿En cuál de estas dos sillas le agradaría entrar en trance?», utiliza­ mos las tres formas lingüísticas precedentes. Está la sugestión im plícita «le agradaría entrar en trance»; la opción ilusoria «en cuál de estas dos sillas» y la implica­ ción de que se sentará en una de las dos sillas y entrará en trance. 4. Perogrulladas. Son asertos que expresan algo ge­ neralmente aceptado. Ejemplo: «El sol sale por la mañana y se pone al atar­ decer». Ejemplo: «Todos saben qué es relajarse; todos saben lo que es sentirse satisfecho tras un trabajo arduo». 5. Sugestiones abiertas. Si le ofrecemos muchas res­ puestas posibles, el paciente podrá elegir la más conve­ niente para él. Cualquier respuesta que dé se tendrá por correcta, con lo cual se eliminará toda resistencia. Una posible finalidad de est^s sugestiones es lograr que el paciente aprenda algo durante la sesión: a sentirse có­ modo, a entrar en trance, a recuperar un recuerdo en particular, etcétera. Ejemplo: «Usted puede llegar a sentirse cómodo con sólo sentarse allí y respirar a un ritmo natural». Ejemplo: «Usted puede valerse de sus pasadas expe­ riencias personales para aprender a enfrentar el pre­ sente». 6. Sugestiones que abarcan todas las alternativas po­ sibles. Las formulaciones que cubren todas las posibili­ dades que ofrece una clase de conducta son indiscutibles. Con esta sugestión, cualquier respuesta que dé el pa­ ciente será la correcta y se la definirá como cooperación con el terapeuta. Ejemplo: «Tal vez quiera ponerse cómodo, ya sea apo­ yando las manos en las rodillas, en el regazo o en los brazos de la silla, o prefiera buscar otra posición para sus manos».

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Ejemplo: «Puede entrar en trance con los ojos abier­ tos, o puede entrar en trance con los ojos cerrados, o puede entrar en trance con los ojos entreabiertos». 7. Aposición de opuestos. Son asertos descriptivos de dos conductas que cambian en sentidos contrarios; uti­ lizan el giro «cuanto más suceda esto, tanto más ocurri­ rá lo opuesto». Ejemplo: «Cuanto más sufra, tanto más se sorpren­ derá al sentirse aliviado». Ejemplo: «Cuanto más entre en trance, tanto más ca­ paz será su mano izquierda de permanecer despierta». Ejemplo: «Cuanto más tenso esté ahora, tanto más relajado podrá estar después». 8. Vínculo entre la conciencia y lo inconciente. Este tipo de sugestión separa la mente conciente de la incon­ ciente y predice que harán dos cosas distintas. El víncu­ lo se crea describiendo la mente como separada en dos categorías polares (conciente e inconciente) y formulan­ do en cada caso la sugestión consiguiente. Ejemplo: «Su mente conciente puede crear determi­ nado nivel de tensión, en tanto que su inconciente pue­ de usar esa tensión para entrar en trance». Ejemplo: «La mente inconciente es un depósito don­ de se almacenan cuantiosos recursos utilizables por la mente conciente». 9. Vínculos entre alternativas comparables. Son for­ mulaciones que proponen alternativas similares, pero sólo crean dos opciones por vez. Ejemplo: «¿Usted querría entrar en trance mientras describe su situación o desearía que yo lo escuchara primero?». Ejemplo: «Podría recordar algo de cuando tenía diez años o, quizá, nueve. No sé qué recuerdo le vendrá pri­ mero a la mente». 10. Dobles vínculos que llevan a un non sequitur. Son enunciados que presentan un doble vínculo bajo la forma de una conexión ilógica, pero con similitud en el contenido.

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Ejemplo: «Puede entrar en trance ahora, o puede aprender observando cómo su cónyuge experimenta una alteración conciente». Ejemplo: «Entrará en trance paulatinamente o su in­ conciente tendrá una experiencia simbólica». 11. Retruécanos. Son Juegos de palabras humorísti­ cos a partir de similitudes fonéticas. Ejemplo: «Error del pirata» (por error del piloto). Ejemplo: «Trance acción» (por transacción). 12. Oxímoron. Es un término o frase portador de una contradicción intrínseca. Ejemplo: Servicio Postal [sic]. Ejemplo: Armas para la Paz. 13. Confusión basada en la orientación, el tiempo y la condición. Son enunciaciones que confunden al paciente yuxtaponiendo estos tres aspectos. Ejemplo de orientación: «Usted está sentado allí y yo estoy sentado aquí, pero su allí es mi aquí y mi aquí es su allí, de modo que usted está aquí y yo estoy allí». Ejemplo de orientación: «Usted puede experimentar una sensación en su mano diestra o siniestra, y la sen­ sación en su siniestra es una sensación diestra pero, ¿no resulta siniestra?». Ejemplo de tiempo: «Su mente inconciente puede producir ese cambio. . . quizás el próximo martes, o miércoles, o jueves. Ciertamente, no me importaría que lo hiciera el viernes o el sábado, pero no el domingo. Su inconciente puede elegir el jueves siguiente, o el miérco­ les anterior al lunes pasado, el que siguió al feriado si­ guiente que cayó en jueves, ¿verdad?». Ejemplo de condición: «Su esposo es más caliente, de modo que su enfriadora le resulta a usted más fría, pero cuando usted está fría, él está más caliente y su sánd­ wich de salchicha de Francfort es el confortable de us­ ted, pero el confortable de él es su refresco, pero ahora usted está cómoda, ¿verdad? De modo que cuando us­ ted está caliente, él no lo está, pero él está cómodo sin­ tiéndose fresco y ¿cuál es la diferencia entre caliente y frío? Cuando su mano [la de ella] está fría y usted lo toca

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a él para calentarlo, él puede apreciar ese cambio de temperatura agradable y refrescante». Ejemplo de condición: «Los adolescentes de hoy alte­ ran mucho su lenguaje. Algo que es caliente no lo es; al­ go que es frío es caliente y, como a usted le gusta frío y no caliente, usted es frío, ¿no? Algo que es malo es bue­ no, de modo que cuando ellos dicen "El es malo" quieren decir que es bueno, de manera tal que ser malo es ser bueno y ser bueno es verdaderamente malo, ¿y eso es malo o bueno?». 14. Negaciones triples. Se usan tres negaciones en una enunciación a fin de confundir a la mente conciente y desorganizar una determinada línea de pensamiento. Lo inconciente no procesa los negativos; en consecuen­ cia, esa parte de la mente oye estas enunciaciones en el modo positivo. La mente inconciente opera con procesos primarios o imágenes, símbolos y metáforas, en tanto que la mente conciente usa procesos secundarios o pen­ samientos verbalizados. Entre las características del proceso primario figura la ausencia de negaciones, tiem­ pos verbales o cualquier modo lingüístico del tipo «. . .no identificación del indicativo, subjuntivo, optativo, etc.». El proceso primario destaca las relaciones entre perso­ nas o cosas representadas metafóricamente; el secun­ dario (mente conciente) se centra en personas o cosas específicas (Bateson, 1972). Ejemplo: «Usted no sabe si ahora no es el momento oportuno para no entrar en trance». Ejemplo: «Usted no necesita hacer nada con su men­ te conciente para no descubrir qué estado no le sirve para permitir que su mente inconciente comunique algo sig­ nificativo». 15. Tiempo verbal El uso de los tiempos pretérito, presente y futuro dirigirá la mente inconciente hacia una dimensión temporal, y al mismo tiempo le impartirá una sugestión. Ejemplo: «Usted puede entrar en trance ahora» (pre­ sente). Ejemplo: «Usted ya entró en trance en muchas opor­ tunidades anteriores» (pretérito).

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Ejemplo: «Usted entrará en trance. Tal vez entre en trance mañana» (futuro). Ejemplo: «Usted ha entrado en trance ahora» (presen­ te perfecto). Ejemplo: «Usted había entrado en trance en muchas oportunidades anteriores» (pretérito perfecto). Ejemplo: «Usted habrá entrado en trance la próxima vez que lo vea» (futuro perfecto).

Inducción de trance utilizando formas lingüísticas La siguiente trascripción ha sido tomada de una de­ mostración, hecha ante un público general, del modo en que podemos utilizar las diversas formas lingüísticas en una inducción con el propósito de sugerir disociaciones, varios fenómenos de trance, sugestión pos-hipnótica, y reorientación. Los puntos suspensivos indican pausas en el discurso. El terapeuta debe usar estas formas en la interacción con un paciente y en respuesta a la conduc­ ta del paciente. Puede empezar a desarrollar trance de varias ma­ neras, enfocando la atención hacia adentro. . . quizá, para reparar en su respiración. . . cuando entra y cuando sale. . . o tal vez quiera apoyar el pie de plano en el piso y buscar una posición cómoda. .. enfocando la atención hacia afuera, fijándola en la sensación que le produce la silla al sostenerla (sugestión abierta). . . Qué bueno es sentir ese sostén (sugestión implíci­ ta). . . Una de las cosas agradables que tiene entrar en trance es que, en verdad, usted no tiene que hacer nada ni pensar en nada. . . porque puede quedarse simplemente sentada ahí. . . donde. . . está y expe­ rimentar su propio trance que es único. Tal vez su mente conciente quiera hacer una sola cosa por aho­ ra, ya sea escuchar mis palabras o los sonidos exte­ riores. . . en tanto que su mente inconciente puede escuchar otra cosa interior (vínculo entre la concien­ cia y el inconciente). Ahora bien, no sé si querrá

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cerrar los ojos o dejará que se pongan pesados en po­ cos instantes, o los cerrará un poquito después (to­ das las alternativas posibles). . . para poder empezar a enfocar realmente su atención en su propia expe­ riencia. Teniendo los ojos cerrados, puede ver con el ojo de su mente tan bien como si los tuviera abiertos, y cuanto más trance desarrolle, tanto más probable será que su mente inconciente tenga un aprendizaje para el estado de vigilia (aposición de opuestos). Todo niño ha conocido la maravillosa experiencia de des­ cubrir algo nuevo (perogrullada). . . Y me pregunto qué alteraciones podrían empezar a producirse en su respiración o su mente inconciente notará un cambio (doble vínculo con non sequitur). Simplemente, por cuál fosa nasal, la izquierda o la derecha, entra y sale su aliento. .. Y si es la izquierda, domina su hemisfe­ rio derecho. . . y si es la derecha, domina su hemis­ ferio izquierdo (doble vínculo entre la conciencia y el inconciente), o, si tiene la nariz tapada, notar simple­ mente cuándo se despejará indicando la apertura de otra cosa, alguna nueva apertura al aprendizaje. Es­ tas alteraciones pueden ser un cambio en su respi­ ración, o un cambio en una sensación. . . de un lado a otro; quizás una sensación de pesantez en un cos­ tado. . . o una sensación de levedad en el otro (todas las alternativas posibles). Sin duda, una sensación puede ser algo que usted experimenta (perogrullada) y tiene derecho a sentir curiosidad por saber simple­ mente cuáles serán esas sensaciones. Una sensación puede empezar a desarrollarse en sus manos, ¿una sensación de hormigueo? Cuando usted entra en trance, experimenta algo parecido a lo que siente al leer un buen libro, cuando fija la vista en las páginas y puede ver esas palabras, y esas palabras pueden formar imágenes y cuadros en su mente. Quizá le resulte interesante dejar que esa sensación de hormigueo en sus manos y en sus dedos empiece a extenderse. . . quizá suba hasta la muñeca. Y cuando su atención queda absorta en imágenes interesantes, esas imágenes pueden parecer muy reales, exactamente igual que cuando lee ese buen li-

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bro y experimenta una sensación de excitación y pla­ cer, una sensación de bienestar. . . Y así como mira una película, sentada entre los espectadores, obser­ vando los personajes sobre una pantalla, ¿no le pare­ cería curioso observarse a sí misma ahí sentada, ex­ perimentando esa rara sensación de hormigueo (su­ gestiones implícitas). . . y puede estar sentada frente a sí misma que está ahí sentada, observándose sim­ plemente con los ojos cerrados, mirando esa trance acción (sugestión implícita, implicación y retruécano) entre usted que está ahí sentada frente a usted mis­ ma que está aquí sentada (confusión). La mayoría de la gente ha tenido la experiencia de hojear un álbum fotográfico (perogrullada) y, al ir dando vuelta las páginas, puede ver fotos de usted misma. Si empieza por el final y avanza retrocedien­ do en el tiempo, puede verse en fotos tal como era a una edad más joven y puede mirarse a una distancia, dentro de un marco pequeño (sugestión implícita de disociación). ¡Y cómo puede cambiar ese marco! Pue­ de ser blanco y negro, puede ser en colores. La foto puede ser grande. Puede ser pequeña. Puede haber muchas fotos en una misma página o, tal vez, sólo una. . . Y usted puede recorrer el álbum de derecha a izquierda o de izquierda a derecha; no hay un sentido específicamente correcto. . . Pero, sea cual fuere el sentido correcto en que usted decida moverse, siem­ pre queda una foto por mirar (confusión por doble in­ versión de polaridades). Sólo tiene que mirar las fotos que desea realmente ver. Y tiene derecho a mirar cuantas quiera (suges­ tiones implícitas). . . Puede escoger una que parezca interesante, tomada en una época de su vida en que tuvo una experiencia feliz. Qué interesante es poder fotografiar una experiencia agradable y años des­ pués. . . volverla a ver y recordar ese tiempo feliz, ¿verdad? (sugestión implícita de regresión de edad para recuperar sensaciones placenteras). Y no sería curioso si se levantara de estar sentada frente a usted, haciendo esas observaciones, y se de­ jara a usted exactamente allí (inversión «izquierdaderecha») y decidiera salir por la puerta, y entrar en

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otra habitación donde hubiera un espejo triple (nueva disociación), como los espejos en que se mira al pro­ barse un vestido nuevo (sugestión implícita de explo­ rar otros fenómenos de trance). . . y tiene la expe­ riencia de verse a sí misma a la derecha, a la izquier­ da y delante de usted (enfoque de la atención). Ahí está, de pie, con el vestido nuevo puesto. . . mirándo­ se, rodeándose. . . Y puede estar de pie junto a usted misma, al lado de usted misma, mirándose en el es­ pejo (enfoque de la atención y suscitación de expec­ tativas). . . y al mirar en el espejo y ver la imagen reflejada hacia usted, mirándola. . . resulta en ver­ dad difícil saber con exactitud quién está mirando a quién. Si es usted quien mira la imagen que le de­ vuelve la mirada, o si usted está en el espejo, obser­ vándose en realidad a usted misma, mirando la imagen que le devuelve la mirada. . . le devuelve la mirada. . . le devuelve la mirada. . . le devuelve la mirada. . . entrndo en trance (mala pronunciación intencional para sugerir trance). Y hay muchas sensaciones que usted puede tener. Se acuesta por la noche y por la mañana despierta con ciertas sensaciones (perogrullada). Puede expe­ rimentar una sensación de hormigueo cuando su brazo se va a dormir. . . Y esa puede ser una sensa­ ción agradable, un hormigueo agradable (sugestio­ nes de analgesia). . . una señal de que su cuerpo ha producido una alteración (implicación). Y ese hormi­ gueo puede extenderse. Puede empezar en un dedo o en la palma de la mano y extenderse. . . casi imper­ ceptiblemente, centímetro por centímetro. . . Y, sin duda, es correcto dejar que esa sensación aumente hasta el entumecimiento. . . si afuera hace frío. A ve­ ces, cuando su cuerpo está deslizándose placentera­ mente sobre los esquíes o un trineo, sus dedos no perciben el frío. ¿Y no es divertido disfrutar de la nie­ ve? En verdad, no advierte el frío de sus manos, por­ que usted y los otros están jugando y riendo, mien­ tras se deslizan cuesta abajo divirtiéndose deliciosa­ mente. . . una sensación de entumecimiento y, sin embargo, una sensación que no es desagradable (su­ gestiones de anestesia). Y esa sensación puede exten­

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derse a las manos, las muñecas y, quizás, hasta la mitad de los brazos. Correcto. Y esa sensación espe­ cial de entumecimiento del brazo derecho. . . que tie­ ne esa sensación y lo más que puede durar esa sen­ sación es hasta que yo castañetee con los dedos. . . un poquito después de que usted se reoriente del trance (sugestión pos-hipnótica) y exactamente en­ tonces las sensaciones podrán volver. Y puede empezar esa reorientación. . . sabiendo que puede volver cuando quiera. . . Encontrándose frente al espejo, regresando a usted misma, entrando nuevamente aquí. . . sabiendo que puede conectarse y reconectarse con partes del cuerpo (no con su tota­ lidad hasta mi castañeteo). Sentada frente a usted; sintiendo los dedos de sus pies, y puede tomarse el tiempo que quiera en un instante para regresar a es­ ta habitación. . . sabiendo que su mente inconciente puede utilizar esta experiencia como lo desee, pero su mente conciente quizá no sepa con exactitud qué sabe su mente inconciente (vínculo entre la concien­ cia y el inconciente y reorientación) que usted pueda utilizar en el futuro. Sin duda, puede estar a la expec­ tativa de descubrir esa sorpresa, ese aprendizaje, pues ya llevará un tiempo usándolo cuando advierta qué es (orientación hacia el futuro). Y puede abrir los ojos y regresar aquí.

Actitud del terapeuta Como en toda técnica psicoterapèutica, el clínico de­ be: 1) trasmitir respeto, calidez y empatia hacia el pa­ ciente y hacia el problema particular que ha traído cada persona; 2) expresar confianza en la capacidad de cam­ bio del paciente, y 3) establecer un rapport con cada miembro de la pareja, sin tomar partido. Más adelante, tal vez quiera ponerse estratégicamente de parte de uno o de ambos. Cada pareja de pacientes ha contraído el dolor que experimenta por buenas razones. Sus siste­ mas de creencia, su trauma vivido con la familia de ori­ gen, su constitución única, la ha llevado a desarrollar

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una forma de Interacción conyugal protectora quizá dis­ funcional, pero comprensible. El terapeuta empieza a establecer rapport con el primer contacto y sigue mante­ niendo una actitud cálida y solícita. Este tipo de actitud de aceptación comunica a los pacientes la idea de que su realidad es comprensible, aunque dolorosa, y pro­ porciona un ambiente seguro para realizar el trabajo psicológico. También querrá expresar confianza en el trabajo hip­ nótico, así como la expectativa de que la pareja podrá modificar una relación disfuncional. El mensaje por trasmitir es este: «Ustedes poseen los recursos necesa­ rios para elaborar una relación diferente, aunque nin­ guno sepa exactamente cómo se estructurará». Esta cla­ se de actitud fomenta esperanza en los pacientes. Relacionarse con cada miembro de la pareja es un paso importante, pero delicado, dentro del trabajo con­ junto. Es preciso adecuarse a la realidad de cada espo­ so, y ratificar que esa es la realidad que él vive. Por lo común, ambos cónyuges se muestran cautelosos. Cada uno teme que el terapeuta lo designe como el miembro extraño o enfermo de la pareja y, en algún nivel, le gus­ taría que designara a su compañero como cónyuge pro­ blema. Cada uno procurará demostrar que es el más herido y que, en consecuencia, su pareja debe modifi­ car alguna conducta. Y presentará argumentos y prue­ bas que corroboren tal posición. El terapeuta quiere co­ municar, de una manera sustentadora, que existe una «danza» entre los cónyuges y que cada uno acaso tenga problemas individuales que se confundan con lo que hace o no hace el otro. Cada uno, pues, participa en la creación de la danza hipnótica con su respuesta a la conducta del otro. Cuando exploren los «pasos» que da cada uno, ambos cónyuges empezarán a reconocer la secuencia de conductas o la señal que parte de uno de ellos con la consecuencia de iniciar una determinada respuesta disfuncional. Al comienzo del trabajo de trance, el terapeuta puede seguir estas etapas: 1) absorber la atención de ambos cónyuges comunicándose significativamente con cada uno de ellos; 2) usar el tono de voz apropiado; 3) utilizar cualquier resistencia al trance; 4) emplear disociaciones

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entre la conciencia y el Inconciente; 5) despotenciar los procesos concientes, y 6) empezar a intercalar sugestio­ nes terapéuticas. Este procedimiento es igualmente apto para la terapia individual.

A b s o r b e r la atención

Hay varios modos de absorber y enfocar la atención. En ocasiones, empezamos por pedir al paciente que haga un foco más interior, y centre su atención en ex­ periencias físicas, como la respiración, o en la idea pro­ blemática en particular. Podemos desarrollar un trance si orientamos la atención del paciente hacia lo exterior o lo interior. En el primer caso, lo conseguimos si hace­ mos que el paciente enfoque su atención en algún objeto presente en el consultorio; en el segundo, lo llevamos a centrar la atención en su respiración u otra experiencia interna, o en una imagen interior placentera evocada mediante un trabajo anecdótico. Si un paciente se resiste a dejar que el terapeuta ab­ sorba su atención, este puede sugerirle que continúe mirándolo a los ojos. A medida que el terapeuta entra en trance, quizá sus ojos comiencen a agrandarse levemen­ te y permanezcan abiertos sin pestañear de manera que cautiven la mirada del paciente. A la larga, los ojos del paciente se cansarán, empezarán a pestañear y enton­ ces el terapeuta podrá sugerirle indirectamente que los cierre.

E l tono d e voz

Es un medio importante para promover absorción. En algunos casos, un tono seductor y una dicción rítmi­ ca ayudan a profundizar el trance a medida que la men­ te conciente aguza su enfoque en una idea. Cuando se imparten sugestiones implícitas que exceden la capa­ cidad de percatación de la mente conciente, es impor­ tante hablar en un tono significativo que destaque cier­ tas palabras, y bajar la voz cuando se imparte una su­ gestión. Erickson solía usar dos tonos de voz; uno para

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hablar a la mente conciente y otro para dirigirse a la mente inconciente (CP I, pág. 438). Ejemplo: «Quizás empiece a reparar en su respira­ ción (voz normal). . . y e n que cuando inspira y espira su­ cede algo (cambio de voz). . . tal vez se altere la tensión (voz normal). . . o tal vez sobrevenga un cambio en el ni­ vel de relajación o una sensación de pesantez o levedad en su cuerpo (cambio de voz). A veces puede sentir una especie de hormigueo agradable en tal o cual parte del cuerpo. ¿Aún no ha llegado a sus dedos? (voz normal)». Ejemplo: «Esa idea particularmente penosa acerca de su cónyuge, esa idea en la que ha estado pensando, tal vez se exprese en un cuadro que ve el ojo de su mente o en una palabra o frase repetida a modo de estribillo en una canción que no consigue quitarse de la cabeza. . . y da vueltas y vueltas, hasta que se le hace difícil saber realmente cómo reconocer el principio y elfin de una me­ lodía (cambio de voz), qué viene antes y qué viene des­ pués, y cuándo (voz normal) ha olvidado esa melodía (cambio de voz) hasta que alguien le sugiere pasar al verso siguiente (voz normal)». Acaso le sirva al terapeuta practicar los cambios de tono leyendo en voz alta la siguiente inducción de trance para sesiones conjuntas: «. . .Quizás empieza a producirse una alteración leve en aquello que su mente conciente enfoca, mientras sus mentes inconcientes se orientan hacia una nueva ex­ periencia de aprendizaje acerca de ustedes mismos y el otro. Quizá se están preguntando si. . . (nombre del cónyugel vive ahora la misma experiencia u otra, una experiencia de estar aquí juntos y, sin embargo, sepa­ rados. Mentes separadas y cuerpos separados que com­ parten este espacio en el tiempo conjunta y separa­ damente. Y su mente conciente puede tener un pensa­ miento, una idea que parece antigua y familiar, en tanto que su mente inconciente puede usar una nueva pers­ pectiva, un ángulo diferente capaz de crear una idea totalmente nueva, pero ustedes no sabrán en verdad qué es hasta que hayan descubierto que ven de manera diferente. Todo niñito conoce la experiencia de contem­ plar algo muy conocido y de ver algo que no vio antes. . .

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por ejemplo, un caballito de madera de fabricación case­ ra se trasforma en un espléndido corcel. . . que cabalga hacia una aventura maravillosa o hacia el borde de la cómoda hasta que se golpea la pata. Entonces, proba­ blemente ustedes caminen con prudencia alrededor de los bordes o hallen el modo de acolchonarlos».

Utilizar las resistencias al trance La renuencia a cooperar con el terapeuta y a desarro­ llar un trance representa una defensa protectora frente a un daño posible. La cautela del paciente refleja su vigi­ lancia puesta en determinar la confiabilidad del tera­ peuta y si le atribuye o no una capacidad en particular. Para soslayar cualquier resistencia a la experiencia de trance y allanar el camino hacia una confianza creciente por parte del paciente, el terapeuta puede empezar por asociar la experiencia previa de este con la experiencia de trance. Después el terapeuta tendrá que autorizar al paciente a responder a las sugestiones de una manera peculiar e individual. Algunas parejas son reacias a usar el trabajo hipnóti­ co. En tales casos, podemos recurrir al trance dialogal para establecer y afianzar un rapport con los esposos, ponerlos cómodos y desarrollar un modo de comuni­ cación que altere el trance hipnótico negativo que ellos co-crearon. Recuerdo el caso de un marido reacio que se mostra­ ba reservado y cauteloso para dejarse entrar en trance. Era pintor y le sugerí que ya sabía cómo entrar en tran­ ce. Ya había experimentado el desplazamiento a un es­ tado de conciencia alterado para pintar. Además, expe­ rimentaba en su arte, reunía diversas texturas, colores y formas nunca vistos. De hecho, usaba el dibujo auto­ mático: entraba en un estado de sosiego (así lo llamaba él) en el que dejaba correr su mano sobre la tela, «tocán­ dola donde la mano decidiera». Según me informó, podía usar su propio estado de trance a solas o con la casa llena de gente. Estaba convencido de que su inconciente lo ayudaba a crear las imágenes que aparecían en sus telas —y en

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esto coincidí con él—. Algunas de las que me mostró ex­ presaban una energía, pasión y sensibilidad elevadas. Le sugerí que había hallado una manera de llegar a su alma y conmoverla, y que quizá le interesara ver qué sucedería «cuando se deje entrar en trance de manera similar, esta vez, quizás, escuchando mis palabras, o sus propias palabras interiores, o viendo imágenes de colores y texturas. . . O quizá quiera permitir que su mente conciente permanezca fuera del trance mientras hablo a su esposa (que ya había entrado en trance). Entonces podría quedar absorto en sus propias imáge­ nes mientras observa cómo entra ella en ¿ranee. Quizás aparezcan imágenes que aún no ha visto. Esta referen­ cia a su obra lo intrigó; empezó a desplazar su concien­ cia y entró en trance».

E m p lea r u n a disociación con cien cia /in con cien te

En sus últimos años, Erickson quiso confiar el poder al paciente. Las sugestiones en cuyos términos la mente conciente hace una cosa y la mente inconciente hace otra refuerzan la noción de que hay por lo menos dos operaciones simultáneas en curso. La mente conciente aprende de una manera lineal en tanto que la mente inconciente lo hace de una manera simbólica. Ambas operaciones son importantes. No obstante, Erickson in­ sistía en que la parte inconciente de la mente es la más inteligente. Ella contiene innumerables recursos, re­ cuerdos de aprendizajes menudos que son los ladrillos con que habrán de construirse los aprendizajes y los buenos resultados posteriores. Posteriormente se des­ cubrió que la mente conciente sólo puede recordar a la vez siete datos. En cambio, la mente inconciente puede aprender muchos más para posibilitar el mantenimien­ to de los procesos psicobiofisicos y la generación de nuevos aprendizajes.

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D esp o ten cia r los p ro c eso s con cien tes

Por lo general, la mente conciente puede elaborar unas pocas soluciones para un problema determinado. A me­ nudo las parejas se esfuerzan por resolver un conflicto reexaminando estas soluciones una y otra vez. No es raro que la mente conciente quede enfocada o trabada en una idea de solución, aunque ella no sea viable para el otro cónyuge. A una pareja que había hecho terapia conmigo para salir de una relación enmarañada y desarrollar persona­ lidades más separadas, le surgió un problema durante una excursión. Fran había salido a caminar con una a m iga en tanto que Jim se iba a escalar una montaña. Al llegar a la cima, Jim empezó a notar de veras cuánto deseaba la presencia de su esposa para poder alardear y hacerse fotografiar por ella. Lo invadió cierto resen­ timiento ante el hecho de que, por primera vez, Fran estuviera haciendo algo por sí. Descendió de la monta­ ña. Para entonces creía haber reelaborado estos senti­ mientos pero después, cuando se reunió con su esposa, le dijo que una muchacha le había pedido que la fotogra­ fiara; después había saltado sobre sus rodillas y lo ha­ bía abrazado fuertemente. Este comentario produjo en Fran sentimientos simultáneos de castigo, celos, miedo y una gran confusión. Años antes, Jim había tenido una aventura amorosa y sus palabras reactualizaban viejos sentimientos de agravio e ira. En la siguiente sesión de terapia, Jim se responsabi­ lizó por esta conducta. Según dijo, se había dado cuenta de que una parte más joven de su ser, ávida de elogios y reconocimiento, se sentía inmediatamente herida si no los recibía. Pidió disculpas a Fran por haberle hecho ex­ perimentar su ira en una forma indirecta e inmadura. Aun así, ella no logró desprenderse de su sentimiento de ofensa y su miedo al abandono. Simplemente no podía poner fin a su obsesión; ni siquiera lo consiguió cuando Jim le aseguró que aquel fin de semana había signifi­ cado mucho para él y que, pese a su comportamiento ofensivo, había disfrutado mucho de su compañía. En ese punto, utilicé un trabajo de trance y una confusión para despotenciar la mente conciente y ayudar a Fran a

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apartarse de su espiral reiterativa de sentimientos e imágenes negativos: Jim y Fran, ustedes están aquí sentados tratando de encontrar una salida de estos sentimientos penosos. A veces, el pasado salta de repente sobre nosotros y nos hace sentir su presencia, y en verdad no sabe­ mos de dónde provienen los sentimientos que expe­ rimentamos. Entonces, el pasado está ahí atrás. El futuro está adelante, es un mañana que viene a no­ sotros. El presente está aquí y ahora. Pero a veces re­ sulta difícil ver un futuro mañana cuando el pasado visita el presente. . . y entonces ustedes están en el pasado que es el presente tratando de hallar un futu­ ro que es el pasado pero ustedes saben que es el pre­ sente. . . y mirando un poquito hacia adelante. . . ha­ cia el presente futuro, sabiendo que el pasado fue otro tiempo y sin saber aún cómo el pasado puede ser un presente para su futuro. . . y se han producido muchos cambios para crear la presencia del futuro que ustedes quieren compartir. . . y que pueden em­ pezar a hacer foco ahora mismo sobre esos cambios, capaces de hablar de modo tan diferente, sintiéndose escuchados y reconocidos, lo cual permite que un sentimiento se desplace de cómo era al principio. . . del sentimiento. . . a la parte media del sentimien­ to. . . al final de este sentimiento. . . ahora. . . de modo que pueden hablar más. . . más tarde. . . con más claridad y calma. En ese momento usé un trabajo de trance adicional para ayudar a Fran a redescubrir un sentimiento de seguridad perdido en su propio trance negativo.

Intercalar su g estio n es terapéuticas

Erickson desarrolló la técnica de intercalación de su­ gestiones terapéuticas dentro de una conversación con una meta específica. La usó para absorber la atención del paciente y distraerlo de todo posible estorbo a la te­ rapia. Podemos valernos de ella para obtener la coopera­

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ción del paciente y evocar diversos recursos que él ahora usa mal o en forma incompleta (Erickson, 1966). Tam­ bién podemos insertar estas sugestiones implícitas en una historia anecdótica o metafórica con miras a provo­ car diferentes fenómenos de trance o coadyuvar al cam­ bio de actitudes, emociones o conductas. La construc­ ción de historias metafóricas se aborda en el capítulo 7. Veamos un ejemplo de sesión de terapia conyugal ilustrativo del trabajo conjunto en trance. Una pareja solicitó tratamiento porque estaba en­ vuelta en un conflicto sumamente intenso. Cada vez que la esposa. Jane, se deprimía, se quejaba de que su mari­ do, Joe, no le prestaba suficiente atención o lo acusaba de serle infiel. El empezaba a defenderse con vehemen­ cia, exasperado por el hecho de que a ella se le ocurrie­ ran siquiera semejantes ideas. Jane acentuaba su des­ dén, aseguraba que estaba bien y su depresión desa­ parecía temporariamente. Esta respuesta intensificaba el conflicto que, de ordinario, terminaba con Jane gol­ peando a su marido y este marchándose del hogar. Ante su partida, empezaban a aflorar la angustia de Jane y sus miedos de abandono. Sin embargo, sólo recaía en la depresión cuando los cónyuges se sentían más sosega­ dos el uno con el otro y ella comenzaba a prestar aten­ ción a su propia tristeza. Más adelante en la evaluación, Joe reveló que a veces se sentía abandonado por su es­ posa; entonces solía retraerse, lo que le daba a ella la señal para empezar a quejarse. El conflicto resultante sacaba a ambos cónyuges de su disociación respecto de sus sentimientos personales y cambiaba su estado psicobiológico por otro de más fácil manejo. La siguiente trascripción parcial ilustra sobre el mo­ do de adecuarse a cada compañero y apoyarlo, de for­ mular la hipótesis de trabajo y de preparar a la pareja para el trabajo de trance. Además, ejemplifica el modo en que se utiliza una conversación para llevar a una pa­ reja al trance por medio de una contrainducción. Joe: No sé si podré soportar más esto. Jane no cesa de atacarme; me acusa de serle infiel o de no prestarle bas­ tante atención. Siento como si no pudiera hacer nada bien. Pone esa cara y ya sé que debo «tener cuidado».

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Jane: Yo no te ataco. Estás distante casi siempre que ne­ cesito hablarte. Eso me enfurece y me siento completa­ mente sola en esta relación. Carol Kershaw: Joe, usted se siente realmente frustrado cuando intenta complacer a Jane, y lo que usted hace sencillamente no parece bastarle a ella. Aún no ha des­ cubierto del todo lo que ocurre entré los dos o por qué se esfuerza tanto por hacerla feliz. Quizá sepa que hay cierto tono de voz, cierta mirada o cierto grupo de pa­ labras que lo lanzan a una experiencia negativa. Aquí me adecuó al afecto para apoyar a Joe. Median­ te una implicación, le sugiero que descubrirá algo im­ portante sobre sí mismo y sobre su contribución al pro­ blema, de manera que este queda encuadrado como una dificultad compartida. También le insinúo que su deseo de complacer a Jane acaso es excesivo y le impar­ to indirectamente la consigna de que identifique la señal desencadenante del trance negativo. C. K.: Jane, cuando Joe le retira su atención, usted se siente abandonada, asustada y, después, furiosa; estos sentimientos son muy intensos. Quizás él hace algo muy específico: por ejemplo, rehúye su mirada, no res­ ponde a sus comentarios o muestra un semblante pecu­ liar. Tal vez usted aún no sabe a ciencia cierta en qué sen­ tido su retraimiento le causa un problema, pero quizá tenga curiosidad por averiguarlo. Apoyo los sentimientos de Jane y le trasmito el men­ saje de que evidentemente estas reacciones tan intensas derivan de algo indeterminado que sucede entre los dos y dentro de ellos. Uso la implicación para sugerirle que estamos a punto de experimentar un aprendizaje acerca de lo que ocurre, de las señales que desencadenan como respuesta un trance negativo, y que tal vez tenga cu­ riosidad y expectación por descubrir una respuesta. C. K : Uno y otro, ¿podrían hablarme un poco más de lo sucedido antes del último conflicto? Jane: Me sentía deprimida y sola. ¡Joe estaba tan dis­ tante! Me sentí enojada y resentida, y se lo dije.

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Joe: ¡Me criticaste! C. K.: Jane, antes de advertir que echaba de menos a Joe, ¿qué la deprimía? Jane: No lo sé. Supongo que me deprimo mucho, y en­ tonces miro nuestro matrimonio y lo encuentro tan pa­ recido al de mis padres que me siento peor. Ellos fueron desdichados cincuenta años. No quiero vivir así. Jane revela ser portadora de una imagen parental conflictuada y expresa una sensibilidad intensa, casi fóbica, a todo lo que se asemeje al matrimonio de sus padres. Le sugiero la posibilidad de que esté deprimida a causa de otras cuestiones, además de Joe. Joe: Jane siempre parece deprimida. No puede ser úni­ camente por mi causa. Come poco y anda apática y de­ sanimada. En verdad, tengo ganas de marcharme. El marido aprovecha la oportunidad de designar a Jane como «el problema» y amenaza con irse, aunque lo expresa como un cuasi sentimiento. También se apre­ sura a intervenir antes de que Jane pueda identificar lo que está ocurriendo en su interior y se queje de él. Joe se protege y la protege del conocimiento de lo que pudiera estar sucediendo realmente dentro de ella. C. K.: Joe, hay un sentimiento del que usted desea apar­ tarse, ¿no es cierto? Tal vez querría ser capaz de trasfor­ mar un sentimiento. Joe: Sí, frustración, ira o como quiera llamarlo. Si tan sólo ella pudiera dejar de quejarse. . . El deseo de abandonar la relación ha quedado en­ cuadrado como un deseo de abandonar un sentimiento penoso, lo que implica que Joe será capaz de aprender a cambiar sus sentimientos. C. K ; ¿En qué edad se siente cada uno de ustedes cuan­ do riñen? Produzco un viraje leve, porque Joe sigue insinuando que el problema es Jane.

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Joe: No lo sé, tal vez catorce. Jane: Cuando nos peleamos, siempre me siento una niña de ocho años; cuando mis padres reñían mucho, me sentía exactamente igual. C. K : De modo que ambos se sienten más Jóvenes e in­ tentan hallar una solución adulta teniendo ocho y cator­ ce años, pero sólo pueden obtener soluciones propias de los ocho y los catorce años. Fueron edades importantes para su crecimiento y maduración. No sé qué pueden recordar o contarme sobre esos años importantes. Aquí se imparte la sugestión de que se produzca una regresión de edad, y de que es demasiado difícil para un niño resolver un conflicto de adultos. Además, se im­ parte la sugestión de que puede haber muchas solu­ ciones para una situación. Jane: Ellos reñían constantemente. Mi padre era alco­ hólico y tenía arrebatos de cólera. Mi madre siempre es­ taba deprimida y le respondía a gritos. Mi hermano y yo permanecíamos en nuestros cuartos. Yo solía aumentar el volumen de la radio, pero aun así los oía gritar. Pasa­ ba casi todo el tiempo angustiada y asustada. Mi padre se encolerizaba y se marchaba violentamente de casa. Nunca sabíamos si regresaría. Yo esperaba que no vol­ viera. Un día se marchó y sufrió un accidente automovi­ lístico; entonces me sentí verdaderamente culpable. Se recuperó y las cosas se calmaron por un tiempo, pero luego todo volvió a ser exactamente como antes. C. K : Parece haber sido difícil crecer en esa familia. ¿Y usted, Joe? Joe: Supongo que mis padres fueron felices, aunque a mi madre se la veía muy triste. Nunca hicieron muchas cosas juntos. Mi papá jugaba al golf y mi madre tenía sus amistades. Nunca riñeron delante de nosotros. Mi madre solía decirme confidencialmente que papá nunca trabajaba lo suficiente; eso me enojaba con ella. Mi her­ mano y yo éramos muy unidos, pero no teníamos de­ masiado apego por nuestros padres. En verdad, quiero que mi relación con Jane sea más estrecha que la de ellos pero, sencillamente, no sé cómo lograrlo. C. K : Sus padres eran más distantes de lo que usted

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quiere ser respecto de Jane. Se diría que ambos tienen cierto miedo de recrear la vida conyugal de sus padres. Son imágenes aterradoras que uno lleva encima. Me imagino que cuando ustedes, cada uno por su lado, em­ piezan a ver algo similar a esas imágenes, quieren actuar prontamente para. .. mantenerlas en ese tiempo pasado al que pertenecen. Cuando usted, Joe, ve deprimida a Jane, recuerda a su madre, se asusta y quiere impedir que haga lo mismo. Cuando usted, Jane, ve distanciarse a Joe, procura obligarlo con sus quejas para no sentirse abandonada. Cuanto más se esfuerza cada uno de uste­ des por mantener al otro feliz y comprometido en la rela­ ción, tanto más se intensifica el conflicto. Joe y Jane indicaron, en forma no verbal, su concor­ dancia con estas hipótesis sistémicas e interpersonales. Sus riñas han quedado reencuadradas como un ele­ mento servicial y protector de la relación. Les planteo una hipótesis de trabajo en el nivel sistèmico e interper­ sonal a fin de encapsular un conflicto que parecía irre­ mediable, confuso e incontrolable, y de presentarlo co­ mo algo manejable. C. K.: Sus mentes concientes no saben cómo poner fin a estas riñas porque creen que ustedes no tienen otro mo­ do de manejar sus sentimientos de angustia y temor, porque no han aprendido aún el verdadero significado de esa tensión física peculiar. ¿Acaso un sentimiento no es cierto tipo de tensión?. . . ¿Y qué tipo de tensión es exactamente?. . . ¿Una tensión fuerte. . . una tensión medianamente fuerte. . . o una tensión ligeramente fuerte? Uno de mis pacientes describió el sentimiento como una especie de electricidad que es conectada y recorre el cuerpo. ¿Y en qué punto preciso de su cuerpo la sienten? Y esa tensión o electricidad, ¿qué les dice acerca de sí mismos y de sus necesidades? Aquí es fijada la mente conciente por la vía de pro­ poner un enunciado con el que ambos deben concordar, y la mente inconciente es lanzada a una búsqueda, por el recurso de impartirle la sugestión implícita de que «saber cómo poner fin a estas riñas» y «no tener (no

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conocer) otro modo de manejar sus sentimientos», con la enseñanza de que en realidad el sentimiento sólo es una tensión física. Les sugiero que tengan curiosidad por esa tensión. Utilizo palabras y tono de voz para impartirles sugestiones indirectas de trance. Se introduce la impli­ cación de que cada uno necesita enfocarse introspecti­ vamente en lugar de ver en el otro al cónyuge problema. C. K.: Sus mentes concientes quizá no sepan lo que us­ tedes necesitan, pero su inconciente lo sabe muy bien. En ese punto inicio una inducción conversacional de trance más amplia, que Incluye la distinción entre estar juntos y estar separados, la disociación entre las mentes conclente e inconciente, la confusión para despotenciar las disposiciones de la mente conciente, la levitación de mano, la disposición temprana para aprender y el co­ mienzo de una historia metafórica. Los dos están aquí sentados. . . juntos pero separa­ dos. . . sentados separadamente. . . juntos. Se me ocurre que sus mentes inconcientes notaron algo im­ portante cuando ustedes se vieron por primera vez. Su mente conciente se orientó hacia ciertas caracte­ rísticas agradables de uno y otro. Sus mentes incon­ cientes se enfocaron de manera diferente. . . advir­ tieron que se daba una oportunidad de que, en cierto modo, se produjera realmente algún tipo de curación de sus viejas heridas, una oportunidad que nunca habían tenido hasta entonces. . . y expectación. . . la esperanza de que su vida sería diferente. Empezaron a notar otros detalles, por ejemplo —quizá sus ojos se sienten pesados, pueden cerrarlos— sensaciones, algo así como la sensación de elevar su espíritu. . . y su inconciente puede elegir una mano para empezar a sentirse más liviano; puede ser la derecha o la iz­ quierda, en realidad no importa. Sea cual fuere la mano derecha elegida para elevarse, es la mano co­ rrecta que se presta para notar alguna diferencia de sentimiento, y esa mano que se presta es la mano derecha para dejarla para ese sentimiento correcto. Desconozco qué mano elegirá su inconciente; quizá

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sus mentes inconcientes compartidas lo decidirán. Cuando se encontraron por primera vez y tomaron esa decisión importantísima. . . la decisión de estar juntos. . . empezaron a desarrollar una mente incon­ ciente compartida, una mente que actúa para bien de ustedes. . . que comparte y reparte tantos recursos entre ustedes. Allí hay muchos aprendizajes impor­ tantes, provenientes del pasado, utilizables en el pre­ sente y que los preparan para su futuro. Todo niñito que se prepara para pasar a la próxima etapa evolu­ tiva y gatea con pies y manos, un día se pone de pie y mira el mundo desde una nueva perspectiva. Co­ mienza a producirse el cambio más notable. Los ob­ jetos en la habitación empiezan a encogerse apenas. El niño empieza a mover un pie delante del otro y a mantenerse en equilibrio del modo correcto para te­ ner un aprendizaje muy intrincado y complejo. Una vez que han aprendido eso, entra en su mente in­ conciente. . . de manera tal que no necesitan pensar concientemente en ello. Este es uno de los miles de aprendizajes. . . sobre los que ustedes empiezan a edificar. Aprender a atarse un zapato. . . es al prin­ cipio una tarea muy difícil. Pero una vez que al fin aprenden a sujetar un cordón. . . a enlazarlo alrede­ dor del otro y hacer un nudo perfecto. .. es un apren­ dizaje que nunca olvidan y en el que, en verdad, no necesitan pensar. Aprender a abotonarse la cami­ sa. . . exige movimientos intrincados de ciertos gru­ pos de músculos. . . y si alguna vez se pusieron una camisa con los botones en la espalda, saben cuán di­ fícil es abotonarla y eso tal vez los ayude a apreciar qué tarea enorme significa para un pequeñuelo. Quizás esa sensación de levedad se ha intensifi­ cado a medida que su mano se eleva, se eleva hacia su rostro, se eleva mientras se produce una alte­ ración. Ya hubo varios desplazamientos mientras les hablaba. Su enfoque es más interior, su respiración ha cambiado. . . es más lenta. . . la temperatura de su cuerpo ha cambiado. A causa de ese enfoque, es posi­ ble que olviden reparar en que. . . tienen puesto un reloj. . . pero no lo sienten, y tal vez queden tan ab­ sortos en un filme interesante que el tiempo pase sin

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que ustedes lo adviertan concientemente; es una his­ toria fascinante y el tiempo pasa en tal forma que ustedes olvidan notarlo. Pueden olvidarse de su reloj, sabiendo que su inconciente es capaz de mantener­ los encarrilados. Las manecillas de un reloj pueden moverse. . . inadvertidamente. . . y los físicos nos dicen que el tiempo es una conceptualización. . . algo tan arbitrario. . . en verdad, es lindo olvidarse de notar cuánto tiempo pasa. . . En este punto del trabajo de trance podemos consi­ derar varias hipótesis específicas de cambio. En el capítulo 6, veremos cómo se recopilan datos es­ pecíficos y se formulan hipótesis de trabajo que luego serán abordadas en psicoterapia hipnótica.

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6. Evaluación de la dinàmica de pareja

Muchas parejas tienen la impresión de estar bajo un hechizo que les impide volver a experimentar los senti­ mientos apasionados, tiernos, cálidos que una vez tu­ vieron. Si se quiere comprender cómo opera la mente inconciente para proteger al individuo de un daño perci­ bido, y cómo puede expresarse esa protección en la rela­ ción de pareja, hace falta una evaluación completa de la dinámica relacional e individual. Este capítulo examina la evaluación de la dinámica de la pareja y la construc­ ción de hipótesis en tres niveles: sistèmico, interper­ sonal e intrapsíquico. El nivel sistèmico concierne a la totalidad del grupo familiar y a las pautas de comunicación que incluyen lazos hipnóticos que producen amplificación, desviación o intensificación de la simetría o la complementariedad. El sistema incluye también la influencia ecológica más amplia de otros sistemas, como la comunidad o el ám­ bito laboral. lim ites que existen entre los miembros de la pareja y entre esta y el medio exterior se describen en este nivel. El nivel interpersonal concierne a la dinámica interconyugal (p.ej., las imágenes del cónyuge y el ma­ trimonio) y al modo en que se maneja una angustia esti­ mulada entre los esposbs. El nivel intrapsíquico corresponde a las fuerzas in­ ternas del individuo, tales como su auto-imagen, sus mecanismos de defensa y su grado de fortaleza yoica. Desde luego, estos niveles se superpondrán. El tera­ peuta puede observar a los esposos y observar la con­ ducta conyugal a través de una lente gran angular al co­ mienzo, para luego adoptar un enfoque cada vez más reducido. La capacidad de desplazar el foco hacia atrás y hacia adelante es un factor importante en el proceso de evaluación.

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Una evaluación adecuada es decisiva para el proceso terapéutico. Para evaluar con miras a intervenir en la «danza hipnótica de la pareja», hay que tomar en cuenta ciertas variables importantes: las pautas interaccionales inconcientes entre los cónyuges, el sistema que ellos co-crean, los lados fuertes y débiles que cada uno aporta al matrimonio y las cuestiones evolutivas enjuego. Con­ viene que el terapeuta conyugal distinga estas catego­ rías y establezca metas terapéuticas que se descompon­ gan en pasos de corto plazo. Siempre resulta peligroso para un proceso descom­ ponerlo a fin de establecer las metas apropiadas. La psi­ coterapia se estructura sobre la base de una relación y se convierte en un símbolo de la relación temprana entre el niño y sus padres. Es en la relación simbólica, más que en una técnica o estrategia, donde se produce un crecimiento en dirección a experiencias nuevas, más funcionales. La intervención terapéutica debe evolucio­ nar a partir de la relación misma, de manera tal que emerja de las identidades del paciente y del terapeuta. Para desarrollar una estrategia hipnótica de inter­ vención a partir de la evaluación y dentro del modelo presentado en el capítulo anterior, el terapeuta puede explorar diversas hipótesis intrapsíquicas, interperso­ nales y sistémicas referidas a la pauta de relación, a las operaciones dinámicas cíclicas, a las conductas indivi­ duales y recíprocas, a los afectos, a las actitudes y a los recursos necesarios. Estas hipótesis constituyen la base de una terapia eficaz. Aunque Erickson partía invaria­ blemente de la explicación más simple de un problema personal, sus intervenciones siempre se referían a una hipótesis. El desarrollo de estrategias hipnóticas incluye tres pasos importantes que descomponen aún más el proceso: 1) compilar datos para evaluar los aspectos evo­ lutivos y sistémicos individuales del problema; 2) for­ mular hipótesis de trabajo, y 3) fijar metas terapéuticas que identifiquen y encaucen los recursos necesarios.

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Compilar información Los terapeutas de pareja podemos hacer las siguien­ tes preguntas para facilitar este proceso: 1. ¿Cómo define el problema cada cónyuge? Cuando el terapeuta recoge información del paciente, debe prestar especial atención al modo en que este de­ fine el problema. Si un cónyuge esboza una hipótesis, es preciso reparar en el lenguaje descriptivo que usa. Las percepciones particulares quizá conflictivas, y con que parece estar casado cada miembro de la pareja, a veces ayudan a individualizar los orígenes evolutivos del pro­ blema. Las definiciones suelen referirse a experiencias tempranas o a visiones del mundo que evolucionaron con el paso del tiempo. En este paso, recogeremos múltiples descripciones del problema. Si ambos cónyuges hacen terapia, el mo­ do en que cada uno perciba al otro y ai conflicto, el ma­ terial concerniente a la familia de origen así como los conflictos evolutivos y sistémicos proporcionarán una variedad de datos desde perspectivas diferentes. Poder variar perspectivas es un recurso valioso para compren­ der los datos de la evaluación y, después, para tratar a la pareja con mayor flexibilidad. Mientras compila des­ cripciones, el terapeuta debe observar detenidamente la conducta del paciente para detectar una comunicación inconciente. Una pareja que solicitó tratamiento para manejar su conflicto creciente, me informó que la espo­ sa había sido sometida a abusos sexuales por su pa­ drastro desde los ocho hasta los dieciocho años. Esta experiencia terrible influyó en su evolución. A los treinta años, también se había visto acosada sexualmente por hombres y mujeres, y asqueada por sus insinuaciones. Aunque aparentaba ser tímida, mientras contaba su historia se alzó la falda dejando al descubierto sus ro­ dillas y me lanzó varias guiñadas. Cuando le pregunté por qué hacía eso, se vio que no era conciente de su con­ ducta. Más adelante, el terapeuta que me había deri­ vado el caso mencionó su comportamiento seductor. Es posible que cuando adulta haya participado involunta­ riamente en aquellas proposiciones sexuales con su

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conducta inconciente. (Cabe señalar que en el abuso de niños —ya sea sexual, físico o emocional— la víctima nunca participa en el acto, en ningún nivel. El perpe­ trador siempre es el adulto.) Esta paciente ejemplificó la relación cibernética entre las personas y el mundo, detalle que escapa a la expe­ riencia perceptual de la mayoría de la gente. Gregory Bateson (1972, pág. 146) propuso la hipótesis de que so­ mos incapaces de ver circuitos enteros; sólo percibimos arcos de circuitos, desgajados de su matriz por nuestra atención selectiva. Por tal razón, solemos percibir única­ mente el arco de conducta proveniente de otra persona, y no el circuito completo. Delozier y Grinder (1987) aña­ den: «Si dos personas mantienen una relación estrecha, continua y prolongada, ya sea profesional, conyugal o fraternal, acaban por especializarse en exceso, a menos que sean extraordinariamente concientes y posean un sistema compensador (. . .) Empiezan a tomar parte en arcos de los circuitos del otro. Representan circuitos enteros uno en otro. Son circuitos que están dentro de ellos pero, con el tiempo, pueden atrofiarse al extremo de perder su funcionalidad, del mismo modo en que se atrofia un músculo por falta de uso» (pág. 45). Bateson creía que respondemos a representaciones o imágenes del mundo contextual generadas por nosotros mismos, y que tales representaciones configuran nuestras des­ cripciones. Cada descripción es limitante pero útil; cada una añade algo al mosaico que se formará cuando se combinen todas ellas. Para obtener un cuadro completo, es importante po­ der describir la mayor parte posible del circuito. El único modo de lograrlo con mayor precisión es crear descrip­ ciones múltiples. Gregory Bateson preguntaba: «¿Cuál es la pauta que conecta. . .?» (Bateson, 1979, pág. 8). Sólo descripciones múltiples pueden iluminarla. Este procedimiento permite discernir los temas recurrentes y las distorsiones perceptuales en parejas. El contenido del conflicto no siempre es tan impor­ tante como el tema recurrente individualizable. Ese te­ ma es una línea argumental o una «melodía» dentro de la sinfonía de la dinámica de pareja, tocada, cantada, tara­ reada y tamborileada a través de una diversidad de

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asuntos. Entre los temas más frecuentes podemos enu­ merar: «Se supone que él es mi padre» o «Ella debería ser mi madre y atender a todas mis necesidades». «El (o ella) acabará por abandonarme, de modo que yo me iré primero». «No ofendas a tu madre (o a tu esposa) ni hieras sus sentimientos» o «Complace a tu marido a cualquier precio». «Intimidad significa asfixia». «El tener muchas reglas sobre lo que debe hacer tu pareja producirá la dicha conyugal de una felicidad eterna». Con frecuencia, estos temas derivan de mitos familiares, trasmitidos de generación en generación, que influyen en el desarrollo del sistema conyugal. Los mitos aprendidos en el seno de nuestra familia que nos dicen quiénes somos, qué sucederá en la vida y, específicamente, qué debemos hacer, simbolizan los va­ lores en torno de los cuales estructuramos nuestra vida. Las historias de los sistemas y los roles participativos nos han hipnotizado a tal punto que tendemos a repetir pautas de conducta antiquísimas que escapan a nues­ tra conciencia. Una paciente luchaba contra su actitud ambivalente frente al embarazo. Se sentía más cómoda con la idea de tener un hijo; en cambio, se agitaba y llo­ raba al pensar que podría tener una niña. Sabía que su bisabuela había perdido una hija al nacer, su abuela ha­ bía entregado la suya a su hermana para que la criara y su madre había abortado un feto de sexo femenino. Esta mujer no advertía concientemente que el imperativo fa­ miliar le ordenaba desprenderse también de su hija. Había sufrido graves trastornos pélvicos y su ginecólogo le había advertido que tendría dificultades en quedar embarazada. El problema físico tal vez obedeciera a va­ rias razones. En un nivel simbólico, los problemas pélvi­ cos se convirtieron en una valla para que ella no actuara el imperativo familiar. Los temas suelen co-evolucionar en las parejas y coincidir con el imperativo familiar de cada compañero

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(cf. figura 6.1). Reflejan una particular redundancia de conducta entre los miembros de la pareja e incluyen el síntoma que co-evoluciona dentro de las pautas de la re­ lación. Estas se refuerzan mutuamente, pero cambian constantemente para mantener su «coincidencia» con cada miembro de la pareja. Debemos identificar las actitudes, los afectos y las conductas que acompañan a los temas recurrentes y utilizarlos en la formulación de las metas-blanco tera­ péuticas. Por otra parte, podemos descifrar actitudes, sentimientos y conductas más apropiados. 2. ¿Cuáles son las imágenes problemáticas de la reía ción? La descripción que cada esposo lleva dentro de sí es también una clave de la imagen problema que él mantie­ ne respecto de su compañero. Cada miembro de la pare­ ja mantiene una descripción problemática y una imagen del otro y de la relación. A menudo, estas descripciones e imágenes son el resultado de heridas tempranas. En ocasiones, el filme interior producido por la historia in­ dividual desarrolla determinados guiones en respuesta a ciertas expresiones, gestos o lenguajes reminiscentes de algo pretérito. Un cónyuge dirige al otro una mirada peculiar que le provoca una reacción súbita e intensa, la que a su vez activa el filme interior de aquel. El desajus­ te (positivo o negativo) entre la realidad exterior y la ima­ gen interior puede suscitar sentimientos dolorosos, in­ cluida la vergüenza. Al desarrollar una hipótesis, es importante identifi­ car las imágenes y los guiones problemáticos. Necesita­ mos saber si «él es un monstruo», «ella es una bruja» o si la imagen de una figura del pasado ronda la relación conyugal. En la mayoría de las relaciones juegan mu­ chas imágenes. La mujer que ha tenido un padre abu­ sivo, agresivo y aparentemente poderoso elegirá, con toda probabilidad, un marido bondadoso, tierno y nu­ triente que la trate con mayor dulzura. Tal vez tenga una noción conflictuada acerca del cuidado solícito, pues su padre desempeñó el rol de nutriente-agresor. Quizás ame y odie a la vez a su esposo hasta que reelabore la imagen conflictuada del padre. Quizás ame su carácter

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Definición del problema por la esposa: Definición del problema por el marido:

TEMAS CO-EVOLUTIVOS Esposa:____________________________________ Marido: Imágenes: Secuencia de Inducción negativa:

BASADO EN: Actitudes problemáticas:

E:

1) ___ 2)

____

3 )---M:

1 )___ 2)

____

3 )___ Emociones problemáticas: E:

1) ___

2) ____ 3 )---M:

1 )___

2) --3 )___ Conductas problemáticas: E:

1) ___

2) --3 )---M:

1 )___

2)

____

3 )___

Figura 6.1. Configuración del problema.

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nutriente porque le hace sentirse temporariamente se­ gura, aunque también es posible que deteste su dulzura porque probablemente vea en ella una señal de debili­ dad e ineptitud. 3. ¿Cuáles son las inducciones negativas basadas en la vergüenza? Las inducciones negativas co-creadas se suelen ba­ sar en la vergüenza. Estas inducciones pueden ser ob­ servadas por el terapeuta e incluyen conductas verbales y no verbales. Por lo común, se experimenta vergüenza en interacciones interpersonales, y ella puede ser in­ teriorizada e inducida fácilmente por otros en diferentes contextos. Vergüenza es aquel sentimiento de humilla­ ción por el hecho de tener ciertos pensamientos, senti­ mientos o conductas, que, al principio, es originalmente comunicado a los niños por personas significativas. Fossum y Masón (1986) la definen como «un sentimiento interior de total rebajamiento o deficiencia como perso­ na» (pág. 5). Una persona puede sentirse tan expuesta e incompetente que se vea despojada del sentimiento de su propia valía. A veces estos sentimientos empiezan a edad tempra­ na, e incluso a edad preverbal. Main y Weston (1982) grabaron videocintas de bebés que respondían al re­ greso de la madre tras una separación. Manifestaban ambivalencia hacia su madre, a la que abrazaban y apartaban, o mantenían una mirada inexpresiva. Otros, más inseguros, reaccionaron con conductas de evita­ ción activa. En opinión de Helen Lewis (1987), estas reacciones serían las señales precursoras de un senti­ miento de vergüenza ante el rechazo. Tal vez el niño pro­ cure evitarlo pasando a la ira y el furor. En los análisis de un conflicto adulto para el que sea posible comprobar un desarrollo temprano de senti­ mientos de vergüenza, la vergüenza acaso constituya la base de inducciones interpersonales y de defensas in­ dividuales negativas. Los afanes de perfeccionismo, de poder y de éxito (Kaufman, 1980), u otras aspiraciones que permitan evitar la experiencia terrible de la ver­ güenza, pueden convertirse en potentes inductores de trance en la comunicación conyugal. Veamos un ejem-

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pío hipotético de inducción negativa basada en la ver­ güenza: Esposa (en tono acusador): Necesitamos más dinero pa­ ra la casa. Esta afirmación avergüenza al marido y activa un filme interior en el que su padre aparece despreciado por su madre, u otro que lo muestra a él como un esposo terri­ ble. La implicación es: «Eres un marido incompetente y tengo miedo». Marido (en tono acusador): No logro comprender por qué no puedes administrar las cuentas de la casa. Este aserto avergüenza a la esposa y activa un filme in­ terior en el que su madre aparece despreciada por el pa­ dre, u otro que la muestra a ella como una esposa in­ competente. La implicación es: «Eres irresponsable y tengo miedo». Esposa; No puedo hablarte de esto y las cuentas se acu­ mulan. No importa, como siempre, me ocuparé de eso. Esta declaración provoca aún más vergüenza y senti­ mientos íntimos de abandono. La implicación es: «Seré más competente, pero deseo que cuides de mí». Marido: ¡Bruja! ¡Déjame en paz! Su exclamación suscita ira, sensación de rechazo y sen­ timientos íntimos de abandono. La implicación es: «Te apartaré de mí para que no puedas ser la primera en marcharse emocionalmente». La atención de cada cónyuge está enfocada hacia adentro: en este punto, ambos han experimentado pro­ bablemente alguna forma de disociación. La inducción basada en la vergüenza ha promovido en ellos un estado de trance negativo. 4. ¿Qué actitudes, emociones y conductas problemáticas los llevan a la disjunción y el descontento? Al analizar la pauta sintomática en parejas, conviene discernir entre las creencias limitantes o los modelos de respuesta emocional que parecen incontrolables, y las conductas concomitantes. Una pareja con la que trabajé

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explicó que su relación había sido romántica y apasio­ nada al comienzo; ambos tenían la sensación de haber hallado por ñn a la única persona capaz de hacer que se sintieran conectados y atendidos por un ser nutriente. La esposa dijo haber creído equivocadamente que este segundo matrimonio daría un nuevo «papá» a su hija (y a ella) sin generar conflicto alguno acerca del anterior papá. De hecho, había querido remplazar a su primer marido, convencida de que podría hacerlo sin causar aflicción o dolor alguno. Aunque advertía que eso era una quimera, siguió presionando a su nuevo esposo para que actuara paternalmente con ella y con su hija. Pretendía que fuera el padre perfecto, pero estorbaba su acción parental porque temía que fuese demasiado duro con su hija. Su esperanza de tener un padre-salvador que la rescatara de su desdichado matrimonio anterior constituía una actitud problemática porque colocaba a su segundo marido en un rol imposible. Por su parte, él intentaba cumplirlo mostrándose exigente y áspero con su hijastra. Tenía la expectativa de cumplir para esta el papel parental en todos sus matices, pero en cambio se veía apartado con violencia de la relación madre-hija. Ansiaba desesperadamente ser amado y apreciado, y creía tener la solución para el problema de la hija de ma­ la conducta con tal que su esposa lo escuchara. En esta parte de la compilación de datos es impor­ tante discernir las defensas utilizadas por cada cónyuge que suscitan defensas complementarias. Las diversas defensas empleadas indican la clase de distorsiones que se producen. Para crear una estabilidad, se suscitan de­ fensas recíprocas: por ejemplo, la ira y la hostilidad de un cónyuge suelen provocar sentimientos similares o un retraimiento pasivo. Una identificación proyectiva sus­ citará lo proyectado: el hombre que cree ser víctima de agresiones o engaños por parte de otros y proyecta esta idea en su esposa, provocará en ella una conducta agre­ siva o embaucadora. Los terapeutas orientados hacia la relación de objeto denominan «contratrasferencia» a esta respuesta provocada. Si jugamos con las palabras, diríamos que se produce una «contra-trance/ferencia». La «trance-ferencia» original es una inducción mutua en la que el esposo que inicia el proceso experimenta una

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regresión de edad, y a veces el otro hace una progresión de edad y pasa a ser una figura parental. La contra­ trance /ferencia se agota en estos roles o en la batalla que se sigue por determinar quién podrá seguir siendo el hijo y quién la figura parental. Si el conflicto es simétrico o complementario, el tera­ peuta puede individualizar el modelo de respuesta de­ fensiva. Quizás una complementariedad creciente in­ cluya al marido que dicta órdenes a medida que aumen­ ta la torpeza de la esposa, y una simetría creciente, al marido que critica a su esposa y es criticado por ella. Desde luego, estos roles pueden invertirse. Para deter­ minar el consiguiente proceso de devaluación mutua y conducta ritualista en trance, el terapeuta averiguará la naturaleza del conflicto, las defensas utilizadas y las conductas que provocan el trance negativo. Además, de­ be discernir las conductas que inducen un trance ritua­ lista positivo (comunicación personal de J. W. Wade, 1989). El trance es ritualista porque el mismo tema o comunicación ocurre repetitivamente en determinados momentos de la relación, provocado por las mismas señales (cf. figura 6.1). 5. ¿Cuáles son ¡as cuestiones evolutivas y las tareas in­ completas implicadas en el problema? Muchos problemas actuales en la relación de pareja se originan en la vida temprana de los cónyuges. El sín­ toma emergente, sea cual fuere, se enraíza de algún mo­ do en percepciones distorsionadas, perturbaciones afec­ tivas y una crianza inadecuada que se remontan a un pasado distante. Sheldon Cashdan (1988) opina que «la naturaleza de las dificultades del paciente se puede atri­ buir a detenciones en el desarrollo del s elf y a anomalías en la escisión» (pág. 53). Es importante que el terapeuta esté familiarizado con la teoría evolutiva. Para determi­ nar las carencias evolutivas de cada persona, conviene tener presente un esquema. Una vez identificados los problemas evolutivos, el terapeuta conyugal podrá ayu­ dar a cada esposo a proporcionar estas experiencias me­ diante el trabajo en trance y/o la asignación de tareas. Rupturas en el apego sufridas a edad temprana sue­ len ocasionar dificultades en la atadura conyugal y en la

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atadura adulta en general. Por lo común, los adultos que se sienten solos y vacíos, que son reacios a las rela­ ciones íntimas y se retraen de los demás, han tenido di­ ficultades en su atadura temprana. En las familias en que se cometen abusos, no es raro que se exija a los ni­ ños un comportamiento adulto. Si un cuidador presiona a un niño para que sea un personaje de apego o es am­ bivalente en su función nutricia, es probable que ese ni­ ño cobre un apego angustioso por él. El cuidador amena­ zará abandonarlo si se rehúsa a actuar como personaje de apego. El niño se volverá iracundo, demasiado res­ ponsable y acosado por el sentimiento de culpa (DeLozier, 1982). Ya adulto, tal vez intente compensar esto cobrando un apego ambivalente por su cónyuge. La separación-individuación es una experiencia uni­ versal que ocurre a lo largo de la vida, y no sólo en una fase temprana como postulan algunos teóricos evolu­ tivos. El proceso se percibe en cada experiencia de con­ tacto con otras personas. Comienza cuando una perso­ na conoce a otra, inicia relación con ella y, dentro de la relación, se acerca y se aleja alternativamente. Es visible en todas las fases de nuestro desarrollo cuando trata­ mos de aprender a ser individuos y, al mismo tiempo, a relacionarnos con los otros, y nos ponemos en una si­ tuación paradójica que no es un proceso de y/o, sino de y/y. Esta dinámica culmina en la muerte, la separación definitiva de la relación tal como la conocemos.

E ta p a s ev o lu tiv a s 1’2

El siguiente breve esquema evolutivo pretende asistir al terapeuta en su evaluación de lados débiles y fuertes.

1 Un estilo de vida Influye sobre estadios evolutivos. Los que llevan una vida sana y equilibrada pasan con más comodidad las fases de transición para experimentar diferentes estadios de desarrollo. Los métodos que la gente emplea para obtener satisfacción pueden pro­ longar o acortar el lapso de vida. 2 Las mujeres experimentan las etapas de desarrollo de una ma­ nera un poco diferente que los hombres. El terapeuta debe tener en cuenta estas diferencias

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Hasta los 6 meses: El bebé debe cobrar apego a la madre o al cuidador y ser capaz de formarse una Imagen mental de él. Surgen nociones tempranas sobre la esci­ sión entre «el progenitor bueno y el malo» (esto depende de la disponibilidad de la madre para atender a las de­ mandas inmediatas del bebé). La madre o el cuidador tienen que experimentar hacia el bebé un sentimiento de cálida solicitud. Las interacciones entre este y su ma­ dre o cuidador influirán en su personalidad adulta. El terapeuta conyugal puede querer determinar la calidad y naturaleza del apego que cada esposo ha co­ brado por el otro. La calidad del contacto que cada uno establece con el otro puede reflejar un trastorno en su evolución a partir de este período. Por lo tanto, el trabajo hipnótico abordará la recreación de experiencias de ape­ go en forma simbólica o metafórica. 5 a 9 meses: El bebé empieza a sentirse separado de su cuidador, y se produce un «nacimiento psicológico» al iniciarse su diferenciación respecto de este. La defini­ ción de «a mí» comienza en esta etapa. El niño se aparta físicamente del cuidador, si bien continúa utilizándolo como el puerto de origen al que puede volver en caso ne­ cesario. Nace en él la necesidad de explorar su entorno, que lo impulsa a gatear y dar sus primeros pasos. El cuidador debe apoyar esta separación incipiente y, a la vez, estar disponible cuando el bebé vuelva a él para cer­ ciorarse de que aún está allí. 9 a 18 meses: Algunos terapeutas de la corriente de las relaciones de objeto denominan a esta fase «periodo de reacercamiento». La separación de su madre o cui­ dador angustia al niño; debe aprender a estar separado y a mantener una sensación de seguridad. Por esta épo­ ca, el niño empieza a nombrarse a sí mismo y a identi­ ficarse con su madre o cuidador. Se establece la perma­ nencia de objeto: si el cuidador sale de la habitación, el niño puede conservar una imagen interior de él que le proporcione una sensación de seguridad hasta su regre­ so. La imposibilidad de lograr la constancia y perm a­ nencia de objeto puede generar una memoria evocativa deficiente y ahogar la capacidad de hacer el duelo (Masterson y Rinsley, 1975). En opinión de Masterson (1981), el niño criado por un cuidador fronterizo verá re­

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forzada su conducta dependiente y regresiva, y castiga­ da su conducta separadora-individuadora. Las imáge­ nes interiorizadas del propio ser y el cuidador adqui­ rirán dimensiones polarizadas. Una parte de la imagen interior del cuidador estará teñida de censura, hostili­ dad, ira y ataque; otra parte parecerá cariñosa, apro­ badora y dispuesta a prestar apoyo. En cuanto a la ima­ gen del propio ser, en un polo estará desvalorizada con sentimientos de indefensión y culpa, sumados a un afecto de ira y furor crónicos bajo cuya superficie se oculta una depresión por abandono; en el polo opuesto, será complaciente, obediente y buena, con un afecto de calidez y confianza que oculta un deseo de reunirse con el cuidador (Meissner, 1988). El terapeuta conyugal querrá evaluar la diferencia­ ción de cada esposo respecto de su primer cuidador a fin de establecer cuánto propio ser separado ha aportado a la relación. Tal vez tenga que diferenciar el periodo ac­ tual del período de la adolescencia en que la separación vuelve a constituir un problema. La frecuencia con que cada esposo experimenta la necesidad de estar en con­ tacto con un progenitor puede evidenciar una falta de diferenciación. Si la constancia o permanencia de obje­ to constituye un problema, el trabajo hipnótico deberá abordar el problema de permanecer separado y seguro y, al mismo tiempo, mantenerse conectado. 2 a 3 años: El proceso de separación debe completar­ se en este período. Se forman las imágenes interiores de propio ser y otros; se escinden las imágenes del propio ser bueno-malo, pero persiste la del cuidador buenomalo. El niño sigue desarrollando la constancia de ob­ jeto hasta los tres años, de manera tal que el progenitor puede salir de la habitación y el hijo puede mantener una imagen interior de él para sentirse seguro. Es posible que el terapeuta conyugal evalúe la cons­ tancia de objeto de ambos cónyuges para determinar si la angustia de separación guarda relación con un pro­ blema temprano. Ante una separación temporaria, al­ gunas personas son incapaces de mantener una imagen del cónyuge o la sensación de estar conectadas con él. En tales casos, resulta útil hacerles llevar consigo un re­ trato del esposo (que contemplarán de vez en cuando) o

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un objeto de su pertenencia que actúe como «objeto transicional», es decir, como un símbolo portador de la sensación y la imagen de conexión durante las separa­ ciones. Otto Kernberg (1979, 1984) señala tres etapas evolu­ tivas que, a su juicio, reflejan la relación madre-hijo compuesta de «representaciones intrapsíquicas bipola­ res»: introyección, identificación e identidad yoica. Estas representaciones contienen tres elementos: una imagen del self\ una imagen del otro y un afecto asociado. La in­ troyección consiste en asimilar las imágenes de objeto y del self derivadas de experiencias vividas con el primer cuidador, y en asignarles valencias positivas o negati­ vas. La etapa de identificación refleja la capacidad del niño de adquirir un sentido de sí mismo, es decir, sentir­ se un individuo capaz de influir en su mundo y de ma­ nejar sus sentimientos. Por último, la etapa de la iden­ tidad yoica refleja una integración del s e lf a partir de todas las experiencias vividas con los padres; tal inte­ gración puede dirigir la conducta. El terapeuta conyugal debe recordar que el padre de­ sempeña un papel importante en la evolución temprana del hijo y en la relación triàdica madre-padre-hijo inicia­ da no bien nace el bebé. La representación de esta rela­ ción queda interiorizada en el niño como una imagen del se¡f, de los progenitores (separadamente y como pareja) y de afectos asociados por experiencias vinculadas con la danza diàdica o triàdica. 3 a 7 años: El niño vive en un mundo mágico donde los hechos parecen acaecer impelidos por alguna fuerza misteriosa. Se establece la capacidad de pensamiento lógico. El niño empieza a pensar que otras personas construyen el mundo como lo hace él; además, aprende ciertos mecanismos defensivos (p.ej., proyección y re­ presión). En ocasiones, el terapeuta conyugal observa en un paciente adulto tendencias al pensamiento mágico indi­ cadoras de que tuvo alguna dificultad de aprendizaje en este período. En tales casos, le conviene identificar los mecanismos defensivos del individuo. 7 a 11 años: En la prepubertad, el niño empieza a in­ teresarse más por los familiares de su mismo sexo y

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aprende a ser compañero. Una experiencia abusiva vivida a esta edad puede traer dificultades en la forma­ ción de la identidad sexual durante la etapa siguiente. 11 a 15 años: La adolescencia es un periodo decisivo del desarrollo. Aparece la capacidad de abstracción a medida que se discuten conceptos y constructos. El adolescente se caracteriza por su pensamiento idealista, un enfoque de la atención en el aspecto físico y una ten­ dencia a tener opiniones simplistas y precisas acerca de ciertas cuestiones, con la idea de que «Yo tengo razón; tú estás equivocado». Comienzan a desarrollarse las rela­ ciones con el sexo opuesto. Si a los padres les cuesta allanarle el camino hacia la partida del hogar y dejarle practicar con sus nuevas relaciones, fomentarán invo­ luntariamente en el adolescente sentimientos de culpa y vergüenza por tener estos deseos naturales. Los problemas derivados de este período de creci­ miento quizá se revelen en la adultez a través de suce­ sivas aventuras extramatrimoniales, dificultades sexua­ les, matrimonios en serie o tendencias a cambiar de em­ pleo con frecuencia. 15 a 20 años: En esta etapa de adultez temprana se establecen las metas futuras. El joven empieza a elegir sus intereses y a trazar sus rumbos. Por lo general, a esta edad se independiza y deja el hogar. En algunos ca­ sos, las dificultades que experimenta en su preparación para partir y durante la partida lo impelen a quedarse en el hogar paterno hasta ya entrada la edad adulta, y a mostrarse reacio a fundar una familia. 20 a 30 años: Esta suele ser la etapa de la adultez en que la persona se establece: se casa, funda una familia y abraza una profesión. Aprender a equilibrar las tensio­ nes de la vida de relación y las exigencias de la profesión constituye un problema para muchos hombres y muje­ res. Por lo común, la esposa que queda embarazada introvierte su atención, apartándola del marido, para ma­ nejar el proceso de la gestación y el parto. Si el marido tiene dificultad en dominar la aflicción que le causa el «perder» a su esposa a manos de un pequeño intruso, tal vez se retraiga resentido. Si ella se siente abandonada por su esposo, ambos podrían tener dificultades en re­ conectarse tras el nacimiento del hijo.

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30 a 40 años: Hacia los treinta años, suelen derrum­ barse los viejos mecanismos defensivos que sostuvieron y guiaron al individuo en su camino por la vida, y se pro­ duce un profundo trastorno y una revaluación del pro­ pio ser, del matrimonio y de la profesión. El individuo empieza a darse cuenta de que es mortal. Es común que la mujer se sienta urgida a tener un hijo. 40 a 50 años: En esta etapa de la vida hay un afán de triunfar en la profesión. Se suele experimentar angustia por la propia condición mortal. La trasformación natu­ ral de la estructura familiar a medida que los hijos dejan el hogar destaca el paso del tiempo. Hombres y mujeres por igual pueden sufrir la «crisis de la mediana edad», que fomenta una integración de diversos aspectos de nosotros mismos. Intentamos conciliar nuestras polari­ dades afectuoso-mezquino, altruista-egoísta, creativodestructivo. 50 a 60 años: Esta etapa se caracteriza por la pre­ paración para la vejez. Con frecuencia, se despierta un interés por objetivos espirituales y por el desarrollo per­ sonal. Los adultos suelen convertirse en abuelos y nece­ sitan reconciliarse con ciertos desengaños que quizá tuvieron con sus hijos. También pueden surgir proble­ mas de cambios físicos y pérdida de potencia física. 60 a 70 años: Muchas personas continúan trabajan­ do hasta bien entrada la vejez, por lo que podría decirse que en esta etapa disfrutan del papel de «ancianos esta­ distas». A menudo, pasan a ser los sabios consejeros y mentores de la gente más joven. Orientando a quienes necesitan una guía frente a los problemas de la vida. Puede ser la época más productiva para integrar di­ versos aspectos del propio ser, y aquella en que se reali­ ce y disfrute el trabajo profesional más productivo. Más de 70 años: Esta etapa se caracteriza por la pre­ paración para una vida fecunda. La jubilación o cierta disminución del rendimiento suelen marcar un cambio en la vida laboral. El individuo atiende más a vivir para sí y hacer aquellas cosas quizá postergadas en una eta­ pa anterior. A esta edad, se requiere una doble capaci­ dad de reenfoque para identificarse con algo que no sea una profesión. Es posible que sobrevengan grandes cri­ sis evolutivas como la viudez o los cambios en la salud.

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Etapas evolutivas en la relación conyugal Además de las etapas evolutivas individuales, la rela­ ción conyugal se caracteriza por otras siete etapas evo­ lutivas y sus tareas concomitantes: romance, desilu­ sión, conflicto, reorganización, expansión, contracción y estabilización de la relación. De hecho, no es raro que una pareja oscile entre una etapa y otra hasta alcanzar la estabilización. Una vez estabilizada la relación, dis­ minuye la recirculación por las etapas anteriores. Romance: El comienzo de un matrimonio se caracte­ riza por la idealización y la proyección. El estado de con­ ciencia positivo mutuo que experimentan ambos cónyu­ ges es un túnel emocional a modo de un útero que pro­ cura un maravilloso estado de seguridad y pertenencia. Los límites yoicos se derrumban para dar paso a una unión simbiótica que se percibe nutriente y extática. Pe­ ro la vida empieza a volver a la normalidad, y cada es­ poso comienza a redefinirse a sí mismo como individuo y como parte de la pareja. La tarea evolutiva de esta etapa es el apego y la ligazón. Si el proceso se logra, los límites yoicos se restablecen naturalmente; si hay dificultades en la separación-individuación, surgirán conflictos. Una pareja con la que trabajé relató la historia del inicio de su relación. Se habían conocido en el lugar de trabajo, pero la política de la empresa prohibía las citas entre sus empleados. Había algo muy intenso, eléctrico y arriesgado en el hecho de estar juntos. En el trabajo fingían conocerse poco, lo cual sólo aumentaba el ro­ manticismo de sus citas, en las que compartían el vino y un secreto maravilloso a la luz de las velas. Finalmente, la intensidad de la relación se hizo tan dolorosa que uno de ellos cambió de empleo. Se casaron y a los seis meses hacían terapia, quejándose de la tediosa vida conyugal. Se sentían confundidos y frustrados ante el cambio su­ frido por sus antiguos sentimientos. La excitación desa­ pareció junto con el secreto que los había unido tan in­ tensamente. Al cambiar el contexto que originó su cone­ xión, descubrieron de qué modo habían dejado que el inicio de una relación definiera su matrimonio. Desilusión: Esta etapa de la relación marca el co­ mienzo del desengaño, al advertir que el cónyuge no es,

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quizá, la persona Idealizada que alguna vez supusimos. Enfrentar la humanidad del compañero es una parte difícil del proceso de separación de la fusión. Por otro lado, y esto también genera desilusión, cada esposo se da cuenta de que él o ella tampoco es la imagen de la persona ideal. En esta fase, algunas parejas experimen­ tan una fusión intensa que puede durar años. Cuanto más intensa sea, tanto mayor será el sentimiento de am­ bivalencia sobre si llevarán adelante el matrimonio o le pondrán fin. Las tareas de esta etapa incluyen desarrollar una imagen realista del cónyuge, negociar el movimiento en­ tre la separación y la unión, y llegar a apreciar al compa­ ñero tal como es, con sus virtudes y sus debilidades. Conflicto: Es una etapa cargada de discusiones y lu­ chas, en la que cada esposo intenta definir un s elf den­ tro de la relación. Esta vez, el escenario del crecimiento será la responsabilidad por las decisiones (quién decide qué). Suele empezar la danza hipnótica y se identifican los primeros motivos de disputa que quizá sigan a la pareja a lo largo de su relación. La tarea en esta etapa consiste en establecer las re­ glas de la relación. Se resuelve dónde fijará cada esposo los límites para su self y su pareja, lo cual provoca con­ flicto. Reorganización: Hay una aceptación y un reordena­ miento de las idealizaciones, que se trasforman en per­ cepciones más realistas de la pareja elegida. Si esta eta­ pa no se ha dado antes del nacimiento de los hijos, el re­ ordenamiento implicará una adecuación del rol parental dentro de la propia identidad. La mujer embarazada tiende a introvertir su atención, apartándola de su ma­ rido; queda absorta por la vida que lleva dentro de sí y mantiene una comunicación constante con otro me­ diante la conexión más íntima que pueda experimentar un ser humano. Todo esto es natural. Si, una vez nacido el hijo, a los cónyuges les cuesta reconectarse (para la mujer, esto equivale a pasar de un estado de trance orien­ tado hacia adentro a otro orientado hacia afuera), habrá conflictos y dificultades en la etapa de reorganización. Expansión: Se caracteriza por la incorporación de nuevas personas a la relación. Las tareas de esta etapa

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incluyen integrar una profesión y la crianza de los hijos en el estilo de vida corriente. Cada esposo debe reajustar su tiempo, energías y recursos, y afrontar la aflicción que le causa la pérdida de la antigua relación puramen­ te diàdica. El triángulo de la familia de origen (madrepadre-hijo) que se había interiorizado se forma ahora en la realidad, fuera de la imagen mental de la persona. Se imponen otros ajustes que permitan abordar las pro­ yecciones consiguientes y la dinámica de la relación triangular, que evolucionará con el tiempo. Contracción: Los hijos se emancipan uno tras otro y el sistema se contrae. Cada vez que un hijo deja el hogar, los padres deben contraerse y reenfocarse más en su re­ lación. Su capacidad de retracción depende de su capa­ cidad de enfrentar su propio envejecimiento, los sueños quizá no cumplidos todavía y el deseo de perseguir otros intereses. Estabilización: En la vida de muchas parejas, llega un momento en que la disyuntiva sobre si seguirán con­ viviendo o no deja de ser un problema. Se han compro­ metido mutuamente y con su relación. Esta etapa los encuentra dedicados a resolver sus conflictos y a traba­ jar juntos por un futuro mejor. Años fecundos: Si la pareja ha sido capaz de tratar sus problemas productivamente y ha logrado resolver, hasta cierto punto, sus temores frente a su condición mortal, este puede ser uno de los períodos más satisfac­ torios de la vida conyugal. Acaso se insista en las cues­ tiones espirituales, y haya más trasferencia recíproca y un profundo aprecio mutuo como individuos. En la vida, hay transiciones evolutivas por las que pasan todas las parejas: matrimonio, nacimiento del primogénito, edad escolar, adolescencia y emancipación de los hijos, pérdida de los padres, ser abuelos, viudez (en algunos casos), nuevas nupcias o vivir solos. Cabe señalar la frecuente interacción entre las eta­ pas evolutivas individuales y la etapa de desarrollo de la pareja. A veces, estos factores generan conflictos. Los tiempos de transición entre etapas de crecimiento indi­ viduales y transiciones evolutivas de la pareja y/o fami­ lia pueden dificultar la capacidad de cooperación de los esposos.

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6. ¿Qué cuestiones sistémicas íntewinientes en el pro­ blema incluyen fronteras funcionales, poder, deposición de resentimientos, fantasmas generacionales, contexto y regulación de la distancia? Fronteras: En algunos casos, existen fronteras claras y flexibles entre los esposos dentro del sistema conyu­ gal, entre la pareja y otros subsistemas (hijos, abuelos) y entre la parejay otros sistemas ecológicos (p.ej., amigos, entorno laboral, organizaciones). Llamamos «fronteras» a las actitudes y conductas que definen a la pareja como entidad y la separan del mundo. También definen a los cónyuges como individuos separados entre sí. Las fron­ teras pueden ser rígidas o permeables. La dificultad surge cuando la frontera entre la pareja y el mundo exterior es confusa y permite la participa­ ción de otras personas en la experiencia íntima de la relación conyugal (permeabilidad excesiva de los pará­ metros). A veces este problema se plantea cuando un compañero discute su relación con un progenitor para solicitar su intervención ante el otro cónyuge. Una de­ pendencia excesiva o insuficiente del mundo exterior como fuente de apoyo también puede ocasionar pro­ blemas. Algunas parejas se involucran a tal punto con otras personas que desatienden su relación, o se invo­ lucran tan poco que esperan que el matrimonio satis­ faga todas sus necesidades. Cuando una pareja parece tener dificultad en mantener sus amistades, tal vez se deba a la rigidez de sus límites. Uno de los problemas conyugales de más difícil supe­ ración es la falta de fronteras entre los cónyuges dentro de la relación. Fronteras permeables implican una ten­ dencia a asumir una responsabilidad excesiva por el otro al extremo de sacrificar el propio bienestar, y una inca­ pacidad de estar solo o separado, o de sostener opiniones disímiles sin sentir una angustia abrumadora. Esta ten­ dencia se suele llamar «afán de fusión» de dos personas que se sienten ineptas. En ocasiones, una pareja se une en un intento de formar una persona completa. A cier­ ta paciente joven la invadía totalmente el pánico si su amante no la llamaba por teléfono por lo menos una vez al día. Empezaba a sentirse abandonada y separada a tal extremo que vivía su propio temor a no existir.

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Poder: Gregory Bateson ha discernido dos relaciones importantes de poder: simétrica y complementaria. Am ­ bas son importantes en relaciones funcionales. Cuando se comparte el poder, hay reciprocidad y equilibrio. En cambio, las relaciones meramente simétricas tienden a ser extremadamente competitivas. Es preciso que haya intercambios complementarios, cierta capacidad para adoptar, de vez en cuando, la posición desigual en la que uno da y el otro recibe. Cuando se lucha por el poder, aumenta el conflicto y la comunicación se hace confusa. Deponer un resentimiento y aferramiento a é l La in­ capacidad de deponer resentimientos es un importante criterio diagnóstico. Puede ser función de cierta falta de fortaleza interior, o tal vez tenga su raiz en un conflicto temprano. De ordinario, esta dinámica opera entre las parejas cuando el resentimiento desempeña un papel importante en la regulación de la intimidad y el distanciamiento. En una relación conyugal, cada esposo debe experimentar un se¡f separado en grado suficiente para desidentificarse de su propia interpretación de la con­ ducta del otro y aceptar otra idea o explicación. Fantasmas generacionales: Las lealtades a genera­ ciones anteriores y la dificultad para fijar límites jerár­ quicos pueden estorbar la relación de pareja. Donald Williamson (comunicación personal, 1984) opina que es imposible diferenciar y crear plenamente un matrimo­ nio sano mientras no se renegocie la frontera jerárquica entre el progenitor y el hijo adulto. Estos problemas re­ lacionados con la familia de origen traban constante­ mente la capacidad de funcionamiento pleno del sis­ tema conyugal. Algunas familias de origen exigen que sus hijos adultos vivan en la misma vecindad que los pa­ dres: de lo contrario, los excluyen por desleales. Estas presiones pueden tensionar a un matrimonio al extremo de llevarlo al divorcio a menos que la pareja sea capaz de arriesgarse a defraudar a sus padres. El terapeuta conyugal querrá discernir si alguna otra «entidad» cohabita con la pareja o, por decirlo así, vive dentro del matrimonio. La frecuente presencia fantas­ mal de un progenitor o un abuelo complica las interac­ ciones conyugales e influye en la pauta establecida en­ tre los cónyuges.

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Contexto: Para evaluar el problema de una pareja, es importante considerar la influencia del contexto sobre su relación. ¿En qué medida la pareja y los individuos que la componen están bien establecidos en su comu­ nidad o están aislados de ella? La respuesta a esta pre­ gunta refleja el grado de intimidad recíproca que pueden alcanzar. Cuanto mayor sea la capacidad de una pareja de aportar otros apoyos a la psique del matrimonio tanto más fácil le resultará a esta psique capear temporales conyugales. La fuerza de su conexión con la comunidad es un factor decisivo para determinar su capacidad de resistencia a las dificultades. Regulación de la distancia: Kantor y Lehr (1975) han descubierto un ciclo de apego y distanciamiento, un vai­ vén constante entre los cónyuges que expresa una am­ bivalencia normal. Este movimiento regula la necesidad de intimidad y distancia; cuando un esposo desea la pri­ mera y el otro la segunda, puede haber problemas. 7. ¿Cuáles son los procesos evolutivos para el terapeuta? La posición evolutiva del terapeuta en función de la etapa actual de su vida, las tareas evolutivas que hayan quedado pendientes de etapas anteriores y cualquier problema no resuelto con su familia de origen afectarán el proceso de psicoterapia y su vida privada. La posición en que estamos en nuestra vida determina la clase de psicoterapia que hacemos, el tipo de lentes que usamos para percibir a nuestros pacientes y el modo en que ex­ perimentamos lo que Cari Whitaker (comunicación per­ sonal, 1989) llama el «proceso dialéctico», esto es, el en­ trar y salir de la familia desprendiéndose del triángulo de la familia de origen para formar otro con el cónyuge y la nueva familia. Whitaker compara este proceso con el acto sexual: «Uno no puede quedarse adentro ni quedar­ se afuera; el secreto para lograrlo está en el movimiento de atrás para adelante» (Whitaker, 1989). 8. ¿Q ué fenóm enos hipnóticos utiliza la pareja como recursos? ¿Cuáles usa en demasía o insuficientemente? Los esposos pueden utilizar y ampliar los fenómenos específicos de trance ya en uso, su capacidad humorísti­ ca y lúdica, sus mecanismos de superación de stress y

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otras fuerzas. También puede emplear y aplicar, con mi­ ras al cambio, aquellos recursos que impiden la des­ trucción definitiva de la pareja en tiempos difíciles. Es importante precisar los fenómenos específicos de trance ya en uso (cf. cap. 1). La mayoría de las parejas son capaces de poner fin a una riña; no están en conflicto las veinticuatro horas del día. Muchas tienen hipermnesia para iniciar una reyerta y amnesia para salir de ella. El terapeuta querrá ampliar su foco sobre el modo en que salieron del conflicto y enseñarles a perfeccionar la so­ lución, para lo cual deberá evaluar con cuidado tanto los fenómenos de trance en uso como los que benefi­ ciarían a la pareja. 9. ¿Cuáles son las principales defensas que esgrime ca­ da cónyuge contra la angustia? Todos los mecanismos defensivos pueden conside­ rarse formas de disociación hipnótica; proporcionan un refugio frente a un torrente de sentimientos abrumado­ res. Unas veces se desarrollan en respuesta a actitudes familiares que han evolucionado de generación en gene­ ración; otras, son el producto de las críticas parentales o del modo en que la familia resuelve los problemas. Por lo general, las personas modelan sus actitudes y conduc­ tas según las de sus padres, o reaccionan contra estas modelando diligentemente sus opuestos. Sobre la base de las defensas particulares que utilizan las personas, se pueden inferir las actitudes que se tenían en el sis­ tema familiar y las conductas repetitivas que se esceni­ ficaban. A los hijos se les enseña a usar las mismas de­ fensas que sus padres o las opuestas: por ejemplo, una conducta criticadora y desdeñosa o despreciativa por parte de un sistema familiar quizá produzca un niño con las mismas características, o un niño pasivo, tímido y sumiso. Si un terapeuta desea tejer hipótesis acerca de los recursos que necesita un paciente para resolver un dilema actual, le conviene determinar las defensas que utiliza y cotejar con él sus suposiciones acerca de las actitudes y conductas parentales. Algunas personas han aprendido a entregarse a pen­ samientos obsesivos, acompañados a veces de conduc­ tas compulsivas: comer en exceso, hacer el amor para

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reducir la angustia, estallar en furores compulsivos, be­ ber, gastar dinero o trabajar. Por lo común no advierten en absoluto que la motivación básica de su conducta

Marido Esposa

Uso excesivo

Uso Insuficiente

Am nesia________________________________________ Amnesia del cónyuge________________________________________ Hipermnesia________________________________________ Regresión de ed a d ________________________________________ Progresión de ed a d ________________________________________ Alucinación positiva________________________________________ Alucinación negativa________________________________________ Disociación________________________________________ Anestesia________________________________________ Analgesia________________________________________ Distorsión del tiem po________________________________________

Figura 6.2. Fenómenos de trance.

puede estar dada por un sentimiento disociado. El afec­ to de angustia o miedo es manejado y mantenido fuera de la conciencia por un pensamiento, incluso un afecto, o una conducta repetitivos. Cuando alguien se siente atascado en el examen de un sentimiento repetitivo que parece inundar su mente conciente de manera incontrolable, es posible que diso­ cie cognición de afecto. Una paciente creía que para «re­ elaborar sus sentimientos» debía pasar horas enteras examinándolos, y así gran parte de su energía quedó re­ servada exclusivamente al examen de su dolor. Gracias a una sugestión pos-hipnótica impartida durante un trabajo de trance anterior, descubrió que cada vez que recomenzaba sus reflexiones repetitivas y obsesivas po­ día reenfocar su atención en vez de seguir analizando su sentimiento de dolor en busca de algún alivio y solución. En estado de trance, aprendió a distraerse de él una vez que hubo comprendido que era una vieja solución para manejar el miedo. Pudo mirarlo desde una distancia y examinarlo como algo dotado de textura, color y sustan -

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cia o forma. Para completar la descripción del senti­ miento, adquirió la capacidad de diferenciar los grados de angustia asociados a él y de percibir, en forma experiencial, su localización en su cuerpo y su pesantez o levedad aparentes. A medida que empleaba sus propios recursos en este examen interesante, pudo descubrir qué estimulaba el miedo y formular un plan para reducirlo. Todos los mecanismos defensivos implican una diso­ ciación del afecto respecto de la cognición o la conducta. Entre los mecanismos de defensa se cuentan represión, sofocación, desmentida, proyección, intelectualización, formación reactiva, reacción de conversión, sublimación y regresión. Los teóricos analíticos y psicodinámicos los han definido como dispositivos protectores contra la an­ gustia y los sentimientos inaceptables. Represión: Disociación grave de afecto y cognición respecto de conducta, de manera tal que no hay ningún recuerdo sobre el que se pueda basar un sentimiento, pensamiento o acción presentes. Ejemplo: Una mujer experimenta angustia cada vez que su esposo la toca en determinada forma, pero no guarda ningún recuerdo específico con el que pueda relacionar su reacción. No obstante, es posible que más tarde rememore a un pa­ riente ligado al recuerdo de un incesto, a medida que empiece a emerger la imagen penosa. Sofocación: Disociación menos grave de un afecto que acaso se expresa en un pensamiento o conducta. Ejem­ plo: Una mujer que siente ira hacia otra persona por al­ guna razón, se permite expresar indirectamente ese sentimiento haciéndole una broma mordaz. Negación: Disociación de afecto o cognición respecto de conducta; es también una defensa frente a percep­ ciones. Ejemplo: Un bebedor justifica su conducta ase­ gurándose a sí mismo y a los demás que puede dejar de beber en cualquier momento. Proyección: Disociación de afecto o de pensamiento en la que se percibe a otra persona como poseedora del sentimiento o pensamiento inaceptables. Ejemplo: Un cónyuge se siente distante y experimenta al otro como deseoso de distanciarse. A menudo se descubre la circularidad de esta defensa cuando emerge en la siguiente secuencia: «Tengo inquina» se convierte en «El me tiene

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inquina» que, por su parte, se trasforma en «Le tengo in­ quina». Intelectualización: Disociación de afecto acompañada de un paso más bien hacia la explicación que hacia la expresión de un sentimiento. Ejemplo: Un cónyuge vive la experiencia de perder a un progenitor y la pena lo abruma; el otro le dice, a modo de explicación, que «ya era tiempo de que se muriera». Esta explicación es a la vez un intento de apartar de sí el sentimiento de pesar y proteger al cónyuge afligido, e impedirle «abandonar» emocionalmente a su pareja. Reacción de conversión: Disociación de afecto acom­ pañada de una conversión (a menudo, en una dolencia somática). Ejemplo: Muchas personas que padecen de jaqueca pueden expresar parcialmente su ira desenca­ denando una. Sublimación: Disociación de afecto respecto de con­ ducta. Ejemplo: Un individuo remplaza su deseo de ac­ tuar [act out] una ira asesina por otros medios más se­ guros de desahogarla, como jugar al fútbol. Regresión: Disociación de cognición respecto de afec­ to. Ejemplo: Una persona asustada empieza a vestirse, a hablar y a actuar como si su edad emocional fuera mu­ cho menor que la cronológica. 10. ¿Cuál es la imagen del sistema fam iliar? ¿Cómo se mantiene? ¿Es parte del problema? Hay casos en que los conflictos no resueltos que se traen desde la familia de origen se recrean en el sistema familiar actual. Para comprender cómo se perpetúan ciertos conflictos, conviene hacer explícita la familia que cada uno lleva dentro de sí. La pareja compara y con­ trasta su propia relación con la de sus padres. Desen­ gaños no reconocidos en cuanto a si el cónyuge se pare­ ce o no a un progenitor a veces contribuyen a crear insa­ tisfacción en un matrimonio. 11. ¿Cuáles son la organización temporal y la capacidad de futurización» de la pareja? Conviene determinar el modo en que cada esposo maneja el tiempo. Si enfoca demasiado su atención en el pasado, el presente o el futuro, posiblemente el terapeu-

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ta tenga que ayudar a la pareja a efectuar ciertos ajustes. Algunos cónyuges adquieren una orientación excesiva hacia el futuro, al que sólo ven con colores románticos e idealistas. Otros permanecen demasiado orientados ha­ cia el pasado y sólo ven limitaciones negativas. Para ge­ nerar y evaluar posibilidades o metas futuras, la pareja debe ser capaz de percibir metas futuras positivas y per­ cibir su tiempo en forma sincrónica. Cuando hay un conflicto que atañe más bien al ajuste conyugal, «las imágenes del futuro que tiene una persona suelen casar mal con las de otros integrantes de su red social, los pla­ nes de acción trazados juntamente con otros individuos se desincronizan y la emoción que prevalece suele ser una ambivalencia hacia las expectativas e intenciones ajenas respecto de la persona propia» (Melges, 1982, pág. 288). Cuando la angustia traba la capacidad de una persona de percibir el futuro como algo positivo, se forma una espiral cibernética que, según apunta Mel­ ges, «consiste principalmente en una proalimentación [feedforw ard] excesiva de previsiones o expectativas aterradoras que se alimentan mutuamente» (pág. 288). 12. ¿Cuál es la imagen de la meta terapéutica?¿Qué imá­ genes estimula el paciente en el terapeuta? El terapeuta puede futurizar al paciente y proyectar su posible posición futura y aun el aspecto que tendrá (comunicación personal de Stephen G. Gilligan, 1987). Estas imágenes pueden ser valiosos recursos terapéu­ ticos inconcientes para el terapeuta siempre que tenga presente la posibilidad de que el paciente se haya for­ mado otras imágenes. 13. ¿Qué grado de capacidad tiene la pareja para fa cili­ tar el movimiento pendular entre los estados de separa­ ción y unión? La tendencia a fusionarse está presente en todas las relaciones de pareja. Resulta útil averiguar con qué gra­ do de facilidad puede pasar una pareja de un estado de separación a otro de unión. Cuando la fusión es consi­ derable, también suele serlo la ambivalencia acerca de permanecer dentro de la relación. Podemos considerar la fusión como un estado de conciencia en el que cada

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cónyuge experimenta al otro como si fuera él mismo. Una vez establecido el nivel de fusión al comienzo de la terapia, el paso siguiente será formular varias hipótesis para encauzar el tratamiento. La calidad del contacto recíproco entre los cónyuges es otra información importante para el diagnóstico. El contacto es la energía intercambiada entre las personas. Podría decirse que es la conexión de nuestro espíritu con otro. El contacto genuino entraña un encuentro de estados de ánimo o sentimientos que nos deja una expe­ riencia de inspiración, elevación o trascendencia de lo mundano. Algunas personas son muy prudentes y cui­ dadosas respecto de su participación en la danza; otras son agresivas, se desesperan por ser alimentadas y con frecuencia se muestran ávidas de «devorar» a otro. Ri­ chard Heckler (1984) indica que «entrar en contacto con el ritmo de entusiasmo de alguien es conectarse con la parte más profunda y esencial de esa persona, y esta conexión crea las condiciones para avanzar en el apren­ dizaje y la comunicación» (pág. 120). La calidad del contacto se une a la calidad y la satisfacción del sistema de relación. Según Heckler, un contacto puede estar unido a la polaridad contención-descarga. A algunos in­ dividuos les cuesta contener su energía, que desborda sus propios límites y los del cónyuge. Otros tienen pro­ blemas de descarga y retienen su contacto de manera tal que su pareja siempre los está persiguiendo. Habi­ tualmente, cuando un esposo retiene sus sentimientos, el otro descarga los suyos hasta la exageración. Este proceso es un intento de equilibrar el sistema. En los comienzos de mi carrera profesional, trabajé en un hospital donde se trataban muchos casos de re­ habilitación. Allí, un joven retardado mental me enseñó qué era el contacto íntimo. Frecuentaba mucho el hos­ pital porque había nacido con el corazón perforado. Un día, al presentarme a trabajar, mis colaboradores me informaron que Dennis se había internado nuevamente. Cuando fui a verlo, por la tarde, me dijo que se iba a ver a su abuela, quien había muerto ese mismo año. Presa del pánico, pensé que debía protegerlo y darle aliento. Pero cuando intenté tranquilizarlo diciéndole que regre­ saría pronto, me lanzó una mirada directa y resuelta.

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sonrió y respondió: «En verdad, está bien morirse». En aquel instante compartimos una serenidad Increíble, el sentimiento de que ambos habíamos trascendido su re­ tardo mental y mi retardo emocional para tocarnos mo­ mentáneamente. Al día siguiente, su corazón dejó de latir. Dennis entró profundamente en mi conciencia. Siempre recordaré su rostro aniñado y su sabiduría in­ trínseca. La manera en que una persona usa el contacto nos permitirá descubrir cuál es el modo más apropiado de abordarla. Si somos demasiado efusivos en nuestros contactos iniciales con un paciente cauteloso e introver­ tido, sólo conseguiremos que se retraiga aún más. Tene­ mos que seguir sus señales en nuestro avance hacia una mayor intimidad en la relación terapéutica. El repertorio de contactos de que dispone cada cón­ yuge es importante para definir este elemento como un recurso aprovechable. Si la pareja puede utilizar pala­ bras, toques, gestos u otros medios de establecer con­ tacto, se amplía la gama de posibilidades. Si un cónyuge sólo posee un medio de contacto (p.ej., las palabras), pueden surgir dificultades. Recuerdo el dicho de un personaje de T. S. Eliot completamente fuera de con­ tacto: «Tengo que usar palabras cuando te,hablo» (1986, pág. 123). Si las parejas intentan forzar contacto, el re­ sultado será un descontento. Hay reciprocidad entre las personas por su modo de contactarse: un cónyuge quizá responda a la agresivi­ dad del otro con una actitud más pasiva. Por lo general, los esposos procuran equilibrar la dinámica de contacto. En El Principito, Saint-Exupéry (1943) ejemplifica el proceso para los más recelosos: «¿Qué significa "domesticar"?», preguntó el Principito. «Significa establecer vínculos», contestó el Zorro. «¿Qué debo hacer para domesticarte?», insistió el Principito. «Debes ser muy paciente —respondió el Zorro—. Prime­ ro te sentarás a cierta distancia de mí. . . así. . . sobre la hierba. Yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no di­ rás nada. Las palabras son la causa de las desavenen­ cias. Pero cada día te sentarás un poco más cerca de mí» (pág. 84).

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\ Si los compañeros respetan sus fronteras y la capacidad de contener y descargar en forma adecuada, experimen­ tan un sentimiento de intimidad. Es imposible, y aun in­ deseable, mantenerse en permanente contacto con otra persona. Debe haber un tiempo para el retiro, para des­ cansar, renovarse y asimilar la experiencia del otro. Si ambos cónyuges pueden hacer esto con soltura y flexi­ bilidad, se sentirán satisfechos. Si la separación provoca una aflicción abrumadora, tal vez sea preciso recurrir al trabajo terapéutico para abordar esta dificultad.

Construir hipótesis Podemos crear hipótesis a partir de datos sistémicos y evolutivos, e integrarlas de manera tal que permitan establecer una meta terapéutica y producir una inter­ vención adecuada. La observación del sistema conyugal es un factor importante en la formulación de una hipó­ tesis sistèmica acerca de la pauta disfuncional que es preciso interrumpir. De hecho, algunas parejas vuelven a sus carriles con sólo interrumpir esa pauta. Determinar el complejo de conductas, actitudes y afectos problema en la danza hipnótica es importante en el contexto de averiguar las tareas evolutivas que se deben cumplir porque no se completaron en años tem­ pranos. ¿Qué intenta llevar a cabo la pareja por medio del síntoma? Cualquier experiencia que haya sido pa­ sada por alto a causa de una destitución sufrida en la niñez puede ser creada durante la etapa de intervención por medio de asignaciones de tareas, metáforas o una «recrianza» materna o paterna. Hay tres niveles posibles de creación de hipótesis (véase figura 6.3). El primero es el de las hipótesis sistémicas; aborda las secuencias de comunicación, los lazos hipnóticos, las fronteras, la influencia ecológica (o sea, el grado en que cada uno de los demás sistemas influye sobre la vida de la pareja) y el sentimiento de unión con­ yugal (es decir, el sentimiento de ligazón, de constituir una pareja). La construcción de una hipótesis sistèmica puede revelar secuencias conducíales recíprocas entre

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compañeros. Además, se puede observar la influencia familiar sobre la relación conyugal. Para ampliar la inNivel intrapsíquico 1. Imagen de si mismo 2. Miedos, mecanismos de defensa 3. Percepciones de limitaciones

Hipótesis:

4. Sentimientos aceptables e inaceptables

5. Nivel general de fortaleza yoica: capacidad para el

Recursos

humor y para manejar stress

necesarios:

6. Edad evolutiva

Nivel Interpersonal. 1. Identificación o escisión proyectivas 2. Imagen del cónyuge y/o del

Hipótesis:

matrimonio 3. Modo de manejar la angustia interpersonal a. retraimiento b. socialización

Recursos necesarios:

c. agresividad u hostilidad 4. Capacidad de contactarse 5. Capacidad de estar solo 6. Edad evolutiva de la pareja

Nivel sistèmico

1. Secuencias de comunicación 2. Lazos hipnóticos

Hipótesis:

3. Fronteras 4. Influencia ecológica

Recursos

5. Unión conyugal

necesarios:

Figura 6.3. Construcción de hipótesis.

vestigación, el terapeuta pasará al segundo nivel de for­ mación de hipótesis. Formulará las hipótesis interper­

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sonales, donde quizá determine diversos aspectos de los cuidadores que son proyectados en los cónyuges para que estos los actúen por vía de identificación o de esci­ sión proyectivas. También averiguará la imagen del ma­ trimonio. Se evaluará el estilo de manejo de una angustia interpersonal así como la capacidad de estar solo y la de establecer un contacto. Además se pueden definir en. este nivel las diversas tareas evolutivas aún inconclu­ sas. El tercer nivel de formación de hipótesis puede ser el nivel intrapsíquico donde se experimentan los conflic­ tos individuales. Aquí es donde abordamos el conflicto del individuo con la imagen interiorizada de sí mismo, sus mecanismos defensivos frente a la angustia, el gra­ do de fortaleza yoica (la capacidad de afrontar stress sin quebrarse), los sentimientos aceptables e inaceptables y las percepciones de sus limitaciones. Una vez formu­ ladas estas hipótesis, el terapeuta conyugal puede fijar las metas terapéuticas, determinar los recursos reque­ ridos y enfocar su atención en la intervención. A medida que avance el tratamiento, se introducirán las modifica­ ciones necesarias en las hipótesis de trabajo. El psicoterapeuta debe recordar tres nociones: 1. Los elementos de cada nivel afectan los de todos los niveles de modo que una influencia recíproca está siempre presente. 2. Debe «des-creer» de sus hipótesis y saber que las formula como un medio de comprender la infor­ mación presentada. La flexibilidad en la cons­ trucción de hipótesis es un requisito decisivo para ayudar al paciente a cambiar. 3. La mente inconciente del terapeuta puede ser un instrumento valioso para que un clínico formado produzca el salto de la hipótesis a la meta terapéu­ tica, y de esta, a la intervención. En otras pala­ bras, su interacción con el cliente generará en su mente imágenes o pensamientos capaces de esti­ mular ideas de intervención.

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Fijar metas terapéuticas Una vez construidas las hipótesis, podemos estable­ cer metas terapéuticas. La meta de la terapia, en un sentido general, se conceptualiza determinando las ex­ periencias evolutivas que necesita el paciente, las se­ cuencias conducíales que es preciso interrumpir dentro del contexto conyugal y las actitudes, emociones o con­ ductas que deberían modificarse. Las actitudes suelen cambiarse creando perspectivas diferentes, por medio de nuevos datos o experiencias que reorganicen las vie­ jas categorías y las trasformen en otras más creativas. La resolución de conflictos de relación de objeto que tie­ nen por teatro el matrimonio es importante para el fun­ cionamiento satisfactorio duradero del vínculo. Tal reso­ lución se puede producir si se remplazan imágenes conflictuales de cuidadores por nuevas imágenes de figuras parentales funcionales y cariñosas, o si se resuelven y encauzan sentimientos intensos hacia personas ade­ cuadas en vez de proyectarlos sobre el cónyuge. Algunas de estas metas, o todas ellas, pueden ser fija­ das por el terapeuta con arreglo a los déficit evolutivos del paciente, al nivel de motivación que el terapeuta pue­ da lograr que él desarrolle, a la capacidad de ambos de establecer una relación solícita y a la capacidad del tera­ peuta de entrar en la realidad del otro. Conviene fijar metas de largo plazo y descomponerlas en metas más pequeñas de corto plazo para no desviarse durante el proceso terapéutico. De hecho, deberíamos revaluar constantemente las metas de corto plazo en el curso del tratamiento. Una vez creadas las metas terapéuticas, se puede formular un plan de terapia.

Plan de terapia Ninguna intervención será útil si no se define el plan de terapia y se lo amolda a los requerimientos especí­ ficos de la pareja. El terapeuta conyugal enfoca princi­ palmente su atención en necesidades, inquietudes, re­ cursos y posibilidades del individuo. Dada la importan-

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r

\ eia que tiene trazar un plan a la medida de cada perso­ na, la relación terapeuta-paciente resulta mucho más significativa que el uso de cualquier técnica en particu­ lar. Toda intervención debe evolucionar a partir de la preocupación solicita del terapeuta; todo plan de terapia se debe poner en práctica con flexibilidad. Erickson creía que era deber del psicoterapeuta guiar al paciente de regreso al camino que este sabía era el correcto en vez de obligarlo a adoptar una conducta «sana». Por lo común, lo mejor es partir del nivel sistèmico para aplacar la crisis inmediata. Muchas parejas entran en el consultorio del terapeuta en un estado de pánico, con una secuencia de comunicación rígidamente enla­ zada que son incapaces de interrumpir. En ocasiones, esta secuencia disfuncional de conductas promueve la interrupción y la despotenciación. La crisis conyugal es una oportunidad para que la pareja como tal y los espo­ sos como individuos crezcan y maduren dentro del con­ texto de una relación íntima. Una vez despotenciada es­ ta crisis, se podrán abordar los niveles evolutivo e intrapersonal. Conflictos suelen estallar cuando las personas tratan de despertarse de un estado de amortecimiento creado por un sistema que tal vez sólo se mantuvo vivo en el nivel más bajo posible. Con un plan de terapia y las in­ tervenciones apropiadas, alguna nueva historia (pauta) está a punto de emerger del cambio inminente; una his­ toria que enriquecerá el espíritu del matrimonio. Alice Walker en In search o jo u r mothers’gardens (1983) des­ cribe esta búsqueda de una vida y un espíritu nuevos, tal como la manifestaba su madre: «Recuerdo que la gente venía al patio de mi madre a bus­ car gajos de sus plantas florales; vuelvo a oír los elogios que le prodigaban porque ella convertía en jardín cual­ quier pedregal en el que aterrizaba. Un jardín tan reful­ gente de colores, tan original en su diseño, tan magnífi­ camente lleno de vida y creatividad que todavía hoy la gente que pasa en auto junto a nuestra casa, en Georgia —gente perfecta o imperfectamente desconocida —, pide permiso para detenerse o pasear entre las obras de arte de mi madre.

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»Advierto que cuando mi madre trabaja con sus flo­ res, y sólo entonces, está radiante casi al extremo de hacerse invisible. . . salvo como Creadora: mano y ojo. Está entregada al trabajo que su alma necesita: ordenar el universo a imagen de su concepción personal de la be­ lleza. »Mientras prepara el Arte que es su don, su rostro es un legado de respeto que me deja, de respeto por todo lo que ilumina, aprecia y fomenta la vida. Ha trasmitido el respeto por las posibilidades. . . y la voluntad de atra­ parlas con avidez» (pág. 241). Estas son las posibilidades emergentes de una rela­ ción que el terapeuta de pareja debe descubrir, cultivar, respetar y acrecentar. Para cultivarlas, puede idear es­ trategias de intervención que aborden cada hipótesis: el capítulo siguiente ayudará a elaborarlas.

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7. Uso del lenguaje del inconciente

En la literatura abundan los peregrinajes en pos de una visión o un tesoro, las búsquedas de salvación, del Santo Grial o de alguna joya escondida cuyo hallazgo hará mucho más satisfactoria la vida. Este viaje metafó­ rico que emprende el ser humano para encontrarse a sí mismo y hallar contento y felicidad en sus relaciones es un viaje universal. También es el viaje a través de una psicoterapia. Lo que facilita este viaje es el lenguaje del inconciente: mito, símbolo, metáfora, ritual e imágenes. Paciente y terapeuta por igual crean este lenguaje. Los rituales, símbolos, metáforas y mitos de la pareja representan la esencia del elemento aglutinante de una relación, la calidad «tras-cendente» del hecho primor­ dial: por qué dos personas forman pareja. En este capí­ tulo, describiré el uso estratégico de asignaciones de ri­ tual, de símbolo, de metáfora, de mito y de imágenes en el tratamiento de una relación de pareja que promueva «la experiencia de estar vivos».

Mito «Nos contamos historias para vivir», dice Joan Didion en The white álbum (1979, pág. 1). Estas historias gene­ racionales son las que mantienen tradiciones, valores y pasajes de la vida, y obran a modo de hitos en todo viaje que emprendan un individuo o una pareja. Las historias o mitos describen los temas universales del inconciente: el nacimiento, el trascurso de la vida, la muerte y la re­ surrección o renacimiento. Las historias culturales son mitos que contienen símbolos, metáforas y un ritual. Los mitos reflejan temas universales, sirven a los «um­

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brales interiores de pasaje» (Campbell y Moyers, 1988, pág. 4) y conducen a ellos. Campbell describe el mito como aquello que «. ,*.le ayuda a uno a poner la mente en contacto con esta expe­ riencia de estar vivo». Nos dice qué es esa experiencia. En el caso del matrimonio, revela que es «la reunión de la diada separada. Originariamente, usted era uno solo. Ahora, ustedes son dos en el mundo, pero reconocen una identidad espiritual; el matrimonio es ese reconoci­ miento» (Campbell, 1988, pág. 6). Añade que quienes se casan porque esperan que el romance y la pasión sos­ tendrán su relación suelen divorciarse; en efecto, toda aventura amorosa termina en desengaño. Más aún: la supervivencia del matrimonio exige que los cónyuges sacrifiquen el falso yo en aras de la relación. Campbell identificó dos etapas en el matrimonio: lajuvenil, en que la pareja procrea, y la alquímica, en que ambos cónyu­ ges experimentan la unidad de la relación. Cada pareja desarrolla su propio mito o historia so­ bre cómo y por qué estos esposos se casaron, perma­ necieron unidos y continúan la relación. Estas historias suelen recurrir mucho a los recuerdos que cada uno guarda de las luchas por la vida que libraron juntos. Hay historias sobre la superación de conflictos, sobre experiencias cómicas compartidas y sobre el compro­ miso sentido hacia el vínculo. En muchos casos, el tera­ peuta puede utilizar la mitología de otras parejas para comunicar un significado al inconciente de sus pacien­ tes, o bien aprovechar el uso del mito en la literatura.

Símbolo Hacia el final de su carrera, Erickson solía valerse de los símbolos para comunicarse con el inconciente y fa­ cilitar el camino hacia la curación. Se emplean de diver­ sas formas: 1) para «absorber o desviar sentimientos» (Zeig y Erickson, 1984); 2) para hablar al inconciente acerca de la resolución de un problema; 3) para man­ tener ocupada la mente conciente mientras la mente inconciente emprende la curación; 4) para facilitar el

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proceso de poiesls, por el cual, partiendo de la compa­ ración entre dos cosas, damos vida a algo que antes no existía (Cox y Theilgaard, 1986). Un símbolo, en sentido lato, es el uso de un objeto para representar otro. En literatura es un tropo, una figura del lenguaje que utiliza un cambio de significado. Es «el uso de una palabra con un sentido distinto del correcto o literal; en esta acepción hace las veces de una comparación» como metáfora o símbolo. Al definir el símbolo, es importante discernir que se trata d e «. . .una imagen que evoca una realidad objetiva, concreta, y hace que esa realidad sugiera otro nivel de significado» (Holman, 1978, pág. 509). Tendemos a vivir simultáneamente en dos diferentes mundos de experiencia: el del hemisferio izquierdo y el del hemisferio derecho (Sperry, 1968). Si bien ahora sa­ bemos que esta dicotomía no es del todo exacta, puesto que ambos hemisferios operan de manera constante, es principalmente en el hemisferio derecho donde el sím­ bolo, la metáfora, el ritual y las imágenes influyen sobre el individuo.

Metáfora Es un modo de expresar una experiencia en varias dimensiones. Las metáforas contienen percepciones de un suceso global y de conjuntos de experiencias por cuyo intermedio vemos el mundo y entramos en con­ tacto con él. Son descripciones de sucesos subjetivos y, como tales, pueden comunicarse a la mente conciente y a la mente inconciente. Ciertas metáforas nos ayudan bastante en una etapa de la vida, pero es preciso cam­ biarlas en otra etapa ulterior. Mary Catherine Bateson afirmaba que «nada hay más tóxico que una mala metáfora» (Moyers, 1989, pág. 347). Como psicoterapeutas, procuramos dar nuevos símbolos a nuestros pacientes o cambiar el significado de sus símbolos antiguos. Cuando nos atascamos en nuestro trabajo, tenemos que alterar las antiguas metá­ foras para los clientes y para nosotros mismos. Bateson

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decía que somos nuestra propia metáfora central; cuan­ do ella cambia y tiene nuevas asociaciones, nos sucede lo mismo. La metáfora es «una analogía implícita que identifica imaginativamente un objeto con otro y atribuye al pri­ mero una o varias cualidades del segundo, o lo inviste de cualidades emocionales o imaginativas asociadas con el segundo» (Holman, 1978, pág. 314). I. A. Richards percibió la diferencia entre el «tenor» y el «vehículo» de la metáfora. «El tenor es la idea que se expresa, el tema o la comparación; el vehículo es la imagen por cuyo interme­ dio se trasmite esta idea (. . .) El tenor y el vehículo, to­ mados juntamente, constituyen la figura del lenguaje, el tropo, el “giro” del significado que trasmite la metáfora» (Holman, 1978, pág. 314). Las características referenciales y emotivas de la metáfora pueden ir más allá de estos significados para comunicar una verdad. El mago Merlín pudo aprovechar el poder del dragón y provocar una trasformación valiéndose del encanta­ miento. El chamán del mundo occidental es el psicoterapeuta. En un proceso parecido a una «cura» provocada por algún cántico o ritual extraño, y en la que interviene alguna poción o trasformación mágica conseguida por la alquimia, el terapeuta provoca el cambio con la «ma­ gia» de su lenguaje y la ofrenda de su propio ser en una relación. La alquimia dramatiza el cambio a través de símbolo, metáfora; ritual y mito, en los que Erickson era un maestro. Estos agentes de cambio permiten al in­ conciente crear asociaciones en un nivel muy profundo. El paciente puede después expandir categorías y defi­ niciones personales y librarse de creencias autolimitantes. Estos vehículos quedan anclados en su inconciente para ayudarlo en su viaje por los mares agitados, cal­ mos, ignotos y familiares, mientras continúa desarro­ llando su personalidad. Lenrow (1966) sostiene que: «Las metáforas también pueden realzar las suposiciones tácitas de una persona sobre sus capacidades para ejer­ cer, en el futuro, una influencia efectiva sobre su entor­ no. De este modo, condensan su visión figurada de la suerte que le ha tocado en la vida, y le dan vivacidad.

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Además, las metáforas pueden poner de relieve la con­ tribución activa del cliente a su propia situación y, de ese modo, indicar opciones que él tenga para modificarla» (pág. 146). La metáfora es un dispositivo abierto, destinado a su­ gerir opciones ilimitadas para problemas específicos. De hecho, cumple mucha funciones como modalidad tera­ péutica: 1. Proporciona al terapeuta un medio de hablar al pa­ ciente sin interferencias concientes. El paciente no puede saber con certeza que el terapeuta está ha­ blando de él, y por eso está más abierto a la su­ gestión contenida en la metáfora. 2. A veces, encierra un humorismo capaz de distraer la mente conciente e impedirle experimentar una intrusión. Así el paciente puede escuchar más aten­ tamente al terapeuta sin sentir la menor vergüenza. 3. Su naturaleza simbólica le permite permanecer largo tiempo en el fondo de la mente del paciente y generar nuevos significados (esto último depende­ rá de los nuevos contextos). 4. Sugiere soluciones a dilemas similares del pacien­ te, y le brinda la esperanza de que su resolución sea absolutamente posible. 5. Provee imágenes poéticas que adquieren vida pro­ pia y resuenan dentro del individuo mientras prosi­ gue su viaje. 6. Metáforas provenientes de lenguas diferentes ex­ presan ciertas emociones, acciones e ideas; su len­ guaje cultural peculiar influye tanto en la percep­ ción del lenguaje cultural como en su cognición (Whorf, 1969). La metáfora contiene múltiples niveles de experiencia y significado y se comunica con la mente inconciente como no lo puede hacer la comunicación directa. Turbayne (1962) postuló la existencia de otras funciones de la metáfora, dignas de ser notadas. Al hacer foco sobre un aspecto y desenfocar otro, crean una perspectiva y desplazan o cambian actitudes. En la literatura, halla­ mos buenos ejemplos de metáforas que ilustran sobre

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estos puntos. El primero es una metáfora poética de un conocido poema de Robert Frost, «The road not taken»: Dos senderos divergían en un bosque, y yo. . . yo tomé por el menos transitado, y eso fue decisivo. Robert Frost (pág. 131) Robert Frost emplea una hermosa imaginería poética para sugerir que las opciones de la vida, simbolizadas por los dos senderos que atraviesan el bosque, indican que el estilo de vida impuesto por la norma cultural pue­ de ser menos satisfactorio que el riesgo de vivir de otro modo. Para Frost, el sendero no seguido que da título al poema es el que pocos transitan, con lo cual da a enten­ der que, a su juicio, este camino ofrece más oportunida­ des y posibilidades creadoras. También nos trasmite su firme ilusión de que siempre podrá volver al punto en que se abren los dos senderos y tomar por el otro aun­ que, en realidad, sabe que no lo hará. Por otro lado, Dysart, el psiquiatra de Equus, se ciega a su pasión latente por la vida, así como su joven pa­ ciente ciega a los caballos para que no vean su pasión sexual. Ante la imposibilidad de encontrar su pasión y compartirla con su esposa indiferente, sólo puede leer acerca de ella. Se autodescribe como «el marido afectado y criticador que contempla la Grecia mítica a través de sus libros de arte». Comprende su propia tragedia al describirse a sí mismo: «Encogí mi vida. Nadie puede ha­ cerlo por uno. Mi eterna timidez me indujo a contentar­ me con ser un hombre descolorido y provinciano». En una metáfora fuerte, Dysart alega por una percepción nueva, un lenguaje nuevo, un modo de crear significatividad. Dice: «Lo cierto es que estoy desesperado. ¿Ven? Yo mismo estoy usando esa cabeza de caballo. Así me siento, enjaezado en el viejo lenguaje y las viejas premi­ sas, pugnando por saltar, desherrado, sobre una pista existencial totalmente nueva, cuya presencia apenas sospecho. No puedo verla porque mi cabeza, educada y común, es sostenida en un ángulo inapropiado. No pue­ do saltar porque el freno me lo impide y mi propia fuerza

básica —mi caballo de fuerza, si así lo prefieren— es demasiado pequeña. Lo único que sé con certeza es es­ to: en conclusión, una cabeza de caballo me resulta in­ cognoscible». Esta metáfora pone en tela de juicio la tendencia de los terapeutas a casarse con determinada teoría o sistema de creencias en psicoterapia. A. R. Ammons (1972) expresa en forma creativa la recursividad de los sistemas y el «reflejo» que nos pro­ porcionan otras personas, valiéndose de una hermosa metáfora poética: Reflexivo Encontré una hierba que tenía un espejo dentro y ese espejo se miraba en un espejo dentro de mí que tenía una hierba dentro. A. R. Ammons (pág. 170) En la literatura, el mago o hechicero ha pasado largo tiempo descubriendo fuerzas del universo que revelan más aspectos de nosotros mismos, al par que nos pro­ porcionan modos de ver el mundo generadores de rela­ ciones más satisfactorias. El hechicero es un curador. Se interesa no sólo por curar problemas físicos, sino también por curar la psique. La práctica de la hechicería ayuda a borrar las cicatrices psicológicas y a crear per­ cepciones distintas. El hechicero aprende que la mejor instrucción no se imparte diciendo directamente algo a alguien, sino dándole oportunidades de experimentar

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algo de manera diferente. Erickson no era en modo al­ guno un hechicero; sin embargo, recurría con frecuen­ cia al símbolo, la experiencia simbólica y la metáfora pa­ ra trasmitir una enseñanza por el uso de los recursos desechados u olvidados concientemente por quien la recibía. La historia o la analogía metafóricas pueden servir de vehículo para abrir nuevas formas de pensamiento, per­ cepción y conducta. Deben centrarse siempre en la pareja y ajustarse a su situación específica. Un matrimonio que vino a solicitar tratamiento me contó que ya había visto a cinco terapeutas experimentados; había hecho cuatro sesiones con cada uno, pero creía que yo poseía cierta «magia» de la que ellos carecían. Respondí que me ha­ bían regalado una varita mágica. Traía un folleto de ins­ trucciones porque, si se formulaba incorrectamente un hechizo, su efecto sería contraproducente, y por cierto que yo no quería empeorar su situación, sobre todo te­ niendo en cuenta que sólo dispondríamos de cuatro se­ siones. Me aseguraron que habían oído hablar de mi reputación y deseaban tratarse por más tiempo. Dije que comprendía su plan, por lo demás bien concebido, pero su pauta indicaba la probable acción de alguna in­ fluencia sistèmica cósmica que los compelería a aban­ donar el tratamiento al cabo de cuatro sesiones. (Era una pareja de terapeutas que llevaba cuatro años ca­ sada en terceras nupcias y comprendía el significado y la importancia de una orientación sistèmica. Pero un sistema cósmico era en cierto modo una cosa diferente.) Nuestro plan de terapia se basaría en cuatro sesiones a fin de que ellos recibieran todos los beneficios del tratamiento. Ahora bien, las instrucciones anexas a la varita mágica especificaban que el usuario debía soste­ ner la vara en la mano derecha, salvo que fuera zurdo, lo cual significaría, naturalmente, que la mano derecha sería la mano que quedaría para sostener la varita mági­ ca, salvo que uno estuviera de pie frente au n espejo. En tal caso, la mano derecha sería la mano izquierda refle­ jada en la imagen del espejo que sostendría la varita má­ gica que, naturalmente, era la mano correcta que que­ daba. Las palabras mágicas debían pronunciarse agi­ tando la vara sobre la pareja. «Leí las instrucciones hace

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ya un tiempo, pero creo poder recordarlas», les advertí. Echaron a reír y, para ayudarme, empezaron a decir diversas palabras mágicas aprendidas en la infancia. «Abracadabra, las palabras mágicas son pronunciadas, la historia es narrada y el sueño se revelará», añadí. Y empecé a contarles la siguiente historia de un monje y una monja. Benjamín era monje desde hacía cuatro años. Su ín­ tima amiga Marie, monja desde hacía cuatro años, solía estudiar con Benjamin y ambos pasaban muchos ratos de intimidad entregados a pláticas interesantes. No obs­ tante, los dos sentían que les faltaba algo, que cierta va­ cuidad irrumpía en su conciencia. Ambos deseaban de­ sesperadamente conocer el significado de la vida. Ha­ bían hecho estudios breves con muchos maestros, pero se diría que al rompecabezas de la vida le faltaba una pieza. Entonces Benjamin y Marie emprendieron un viaje largo, tedioso y cansador en busca del sabio capaz de esclarecer su espíritu. El monje y la monja buscaron en un país tras otro. Recorrieron grandes distancias hasta comarcas de costumbres extrañas e insólitas. Su afán de encontrar al sabio era tal que prestaron escasa atención al viaje en sí, a los lugares interesantes, a los pueblos fascinantes y a sus costumbres exóticas. Final­ mente, descubrieron al Maestro en las montañas de un remoto país. El Maestro permitió que el monje y la mon­ ja entraran en su morada para exponerle sus inquietu­ des. Entusiasmados y aliviados a la vez por haber ha­ llado a la única persona capaz de decirles lo que bus­ caban desde hacía tanto tiempo, el monje preguntó al Maestro: «¿Cuál es el significado de la vida?», y la monja suplicó: «Sí, ¡por favor!, ¿cuál es el significado de la vi­ da?». Con una sonrisa afectuosa, el Maestro extrajo un viejo trozo de pergamino, escribió en él unas líneas, se los entregó y les ordenó que se marcharan. Apenas sa­ lieron de la morada, el monje y la monja desplegaron el pergamino y advirtieron que esas líneas habían sido escritas en un idioma desconocido. Un tanto desalen­ tados, el monje y la monja buscaron infructuosamente a alguien capaz de interpretar esa escritura extraña. El monje y la monja regresaron, pues, junto al Maestro y le preguntaron: «Por favor, señor, ¿cuál es el -significa -

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do de la vida?». El Maestro ordenó al monje y a la monja que llevaran el pergamino consigo por la mañana tem­ prano y contemplaran la puesta del sol. Aunque tal di­ rectiva les pareció harto desconcertante, Benjamín y Marie la cumplieron al pie de la letra. Fue una hermosa puesta de sol y la pareja sintió la presencia de algo tan magnífico que los dejaba sin habla. Luego, volvieron a la morada del Maestro a compartir su experiencia con él, pero también a reiterarle su pregunta: «¿Cuál es el signi­ ficado de la vida? ¡Sabemos que usted tiene la respues­ ta!». El Maestro les dijo que tomaran el pergamino, en­ traran en el jardín y se sentaran con una rosa. El monje y la monja así lo hicieron: observaron una rosa durante tanto tiempo que empezaron a sentirse parte integral de ella. Percibieron que se fusionaban con la rosa, que pe­ netraban en ella de modo tal que se veían viajando ju n ­ tos sobre una molécula por la galaxia interior de la rosa. Fue un viaje espléndido: vieron un mundo parecido a la Vía Láctea, sólo que estaba contenido en una flor. Había colores centelleantes, jamás vistos, formas, ángulos y otras criaturas extrañas pero amistosas. Volvieron junto al Maestro, le contaron la experiencia y le preguntaron una vez más: «¿Cuál es el significado de la vida?». El anciano les respondió con paciencia que pasaran un tiempo junto a sus seres queridos y se en­ tregaran a ellos generosamente. «Tómense de veras su tiempo para ir más despacio y comprender la relación. Y al final del día, pregúntense siempre cómo está su espí­ ritu». Trascurrieron muchos años, hasta que un día Benja­ mín y Marie regresaron junto al Maestro. Parecían sere­ nos y llenos de paz; habían desechado sus hábitos, ves­ tían ropas informales y en la mano izquierda lucían sen­ dos anillos de oro idénticos. Entregaron el pergamino al Maestro, este lo desenrolló y vio que las líneas habían sido borradas. «Finalmente, comprendí el significado de la vida», dijo el ex monje. «El significado está en el espa­ cio entre las líneas», dijo la ex monja. Y ambos se con­ virtieron en Maestros. La pareja que escuchó esta historia decidió hacer nueve meses de terapia y pudo reelaborar muchas cues­ tiones.

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En esta metáfora, el vehículo fue un viaje hecho por Benjamin y Marie para encontrarse a sí mismos y des­ cubrirse mutuamente. En una actitud bastante similar a la de Dorothy, que acude al mago de Oz en busca de respuestas, la pareja de la historia acudió a una perso­ na ajena a ella, el Maestro, en busca de un significado. Utilicé los símbolos del monje y la monja para sugerir que la pareja no podía unirse plenamente porque estaba comprometida con alguien (la Madre Iglesia). Esta aso­ ciación indirecta puede suscitar diversas asociaciones inconcientes: por ejemplo, la de estar atados a la propia madre o a otro cuidador de una manera que nos impida comprometernos en una relación personal. Repetí el número cuatro inspirándome en los años de matrimonio que llevaba la pareja y en las sesiones que se permitían hacer con cada terapeuta. Durante el pro­ ceso terapéutico, descubrí que ambos habían vivido una grave experiencia de abandono a la edad de cuatro años, en pleno crecimiento. La cifra adquirió cierta calidad mágica en el nivel inconciente de su vida hasta que re­ cibieron la intervención terapéutica. Las palabras poseen múltiples significados y crean asociaciones inconcientes. Erickson podía utilizar la metáfora para establecer un enfoque asociativo indirec­ to y hablar en varios niveles simultáneos. El primer libro que leyó fue un diccionario no abreviado: eso lo hizo enormemente conciente del significado profundo de las palabras. En la única videocinta que se conoce de su trabajo con una pareja, emplea una inducción muy di­ vulgada de la disposición temprana al aprendizaje, re­ ferida a la recordación del alfabeto y los números. Cuan­ do pregunta: «¿El 6 es un 9 invertido o el 9 es un 6 inver­ tido? ¿Hacia qué lado van las patas del 3? ¿O acaso es una eme en posición vertical?» (Zeig, 1990), usa conno­ taciones sexuales. Más adelante, repite estas cifras en una historia metafórica y siembra la noción de que un hombre y una mujer maduros pueden funcionar juntos sexualmente y saber cómo ser hombre y cómo ser mu­ jer. Erickson cuenta que a los dieciséis años acompa­ ñaba a su padre en su diario reparto de leche por las granjas de los alrededores. En una de ellas, una niñita preguntó a su madre, al verlo entrar: «¿Quién es ese

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hombre, ese desconocido?». Erickson dice que al oírse llamar «hombre» tuvo la experiencia repentina de sen­ tirse tal, y pasa a describir la maravilla de esa com­ prensión. Además, dirige parte de la historia a la esposa sugi­ riéndole que puede recordar sus sentimientos de ser mujer. Zeig comenta que fue «una historia delicada de una niña que había infundido poder a un chico. Tam ­ bién fue un puente para crear algunos sentimientos buenos entre los cónyuges a quienes trataba». Zeig continúa explicando que Erickson «sembró conceptos, construyó una sensibilidad de respuesta y descargó la resistencia» (Zeig y Erickson, 1984, pág. 34). En la videocinta, el marido pide ayuda a Erickson pa­ ra superar la tensión que experimenta al leer y escribir. Su pedido pareció simbolizar una dificultad para «asimi­ lar» y expresarse hacia afuera. La escritura acaso sea vista con una asociación sexual por el esposo que usa su «instrumento» de escritura para tener sexo mientras que quizá viera en el leer la asimilación cómoda de es­ tímulos sexuales provenientes de su esposa. Erickson pasa a usar una metáfora sexual con ambos cónyuges, recién casados. La esposa no cooperó cuando Erickson le pidió varias veces que hiciera levitación de una mano. En cuatro tentativas infructuosas, ella no hizo lo que él le sugería. Erickson decidió relatar la historia de la experiencia vivida a los dieciséis años y de una niñita que había in­ fundido poder a un muchacho. El mensaje para la espo­ sa era que podía infundir poder a su marido brindándole respeto y reconocimiento, o quitárselo negándose a co­ operar con él.

Ritual Erickson solía hacer uso terapéutico de un ritual con parejas a causa de su gran capacidad para promover el cambio. O. van der Hart (1983) explica que «los rituales se proponen ocasionar cambios en la conciencia de quienes los practican. Como mínimo, deben Ajar la aten­

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ción de los participantes, con lo cual los mensajes del ritual se asimilan también inconcientemente» (pág. 5). Erickson trató a una pareja que desde hacía algún tiem­ po libraba una guerra conyugal, incapaz de unirse o de separarse, y le impartió el siguiente ejercicio ritual: un esposo debía subir al Pico Squaw y el otro visitar el ja r ­ dín botánico. Al comparar sus experiencias, descubrie­ ron que valoraban cosas totalmente distintas y que, de permanecer juntos, serian desdichados. Más adelante, Erickson se enteró de que se habían divorciado y ambos habían iniciado una vida más productiva. Este ritual ambiguo se convirtió en un medio de ac­ tuar en forma simbólica las diferencias inconciliables entre los cónyuges. Habían sido incapaces de avenirse a las dificultades de su relación por un lapso suficiente para resolverlas o disolver el matrimonio. La ambigüe­ dad del ejercicio, ideado por Erickson de modo tan crea­ tivo, hizo que cada esposo proyectara en él su propio sig­ nificado. Luego, cada uno supo claramente qué rumbo debía tomar.

Imágenes Son una ventana abierta hacia la mente inconciente. Todos los estímulos que afectan primordialmente el he­ misferio derecho (p.ej., mitos, símbolos, metáforas, ri­ tuales) las usan. Al producirse el trance, no es raro que surjan imágenes espontáneas desencadenantes de cier­ tas emociones, seguidas de una conducta. Los últimos trabajos de Erickson destacaban el uso de imágenes por medio del símbolo y la metáfora. Las imágenes sugerían varias estrategias de superación y ampliaciones de pers­ pectiva. En su «Proyecto de psicología», Freud (1895) teorizó acerca del modo en que las imágenes desempeñan su función coadyuvante. Una experiencia de satisfacción produce una asociación entre imágenes: una imagen de deseo, o sea, de algo que se espera lograr en el futuro, y otra perceptual, o sea, una imagen o conjunto de imáge­ nes de acciones requeridas para realizar la imagen de

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deseo. Para Freud, las imágenes de deseo eran las hue­ llas mnémicas de experiencias de satisfacción con cui­ dadores vividas cuando éramos infantes. La inhibición deviene un aprendizaje necesario, o un aprendizaje de posponer la satisfacción cuando «estados de ansia*, que han pasado por el cedazo de la experiencia, se convier­ ten en «estados de deseo» y, después, en «estados de ex­ pectación», es decir, en estados que admiten un examen de realidad (Pribram, 1971, págs. 82-3). Estas imágenes presentan una mayor semejanza con los procesos in­ concientes que el pensamiento verbal (pág. 183). En 1971, Karl Pribram propuso la idea de que el cere­ bro funciona como una imagen especial, como un holograma. Un holograma es una placa fotográfica especial que, al ser atravesada por un rayo láser, produce una imagen tridimensional. Cualquier parte del holograma puede crear la imagen exacta en su totalidad. Pribram (1971) cree que «dado el modo en que están organizados los sistemas motores, sólo se puede realizar un paso de una acción por vez. No obstante, cuando nos sentamos a escribir a mano o a máquina, a hablar o a tocar el pia­ no, tenemos almacenada en nuestro cerebro una repre­ sentación bastante detallada del modo en que ha de llevarse a cabo la totalidad de la acción» (pág. 217). Sugiere que la representación opera como un hologra­ ma, en el sentido de que cualquier parte de una secuen­ cia o pauta puede generar un recuerdo completo de un suceso o experiencia. Describe la trasformación de pro­ cesos visuales, kinestésicos y conducíales en una ac­ ción, y la atribuye a un proceso de formación de imá­ genes al que denomina «creación de la Imagen de Rea­ lización», que «contiene toda la información de entrada y salida necesaria para llevar a cabo el paso siguiente de esa realización» (pág. 243). Pribram dice que la Imagen de Realización «regula la conducta de modo muy similar a como lo hacen los topes de un termostato: en el dial no está codificada la pauta de encendido y apagado del horno, sino sólo los puntos predeterminados que deben alcanzarse» (pág. 243). Las imágenes que se forman a partir de la relacióninteracción entre paciente y terapeuta en trance acaso derivan de la resonancia profunda y las pautas de viven­

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cia holográflcas que contienen simultáneamente el pa­ sado, el presente y el futuro. Cuando el paciente vive una experiencia nueva con un personaje parental afectuoso, las pautas de vivencia tienen asociaciones de aceptación y comprensión, y una creencia en que esa persona pue­ de llevar una vida satisfactoria. En tales casos, no sólo el paciente es portador de una Imagen de Realización: también el terapeuta lleva en sí una imagen de lo que el paciente puede realizar. Von Foerster opina, en cambio, que la teoría holográfica del funcionamiento cerebral trivializa una operación sumamente compleja. El holograma «se limita a darnos una sola imagen de lo que sucede en ese momento» (Se­ gal, 1986, pág. 106). A su juicio, los seres humanos so­ mos no-triviales y recursivos porque cambiamos nues­ tra conducta en respuesta a nuestros estados interiores. Tendemos a funcionar como sistemas holísticos sólo en el presente; no hay ningún acceso directo al pasado. Sostiene, además, que trivializamos las cosas y las per­ sonas para crear una sensación de certeza. Terminamos por tomar nuestras simples descripciones lineales de la realidad como si fueran explicaciones. Las hipótesis se confunden con los hechos. Formula un «imperativo éti­ co: actuar siempre para incrementar el número de op­ ciones» en el contexto de una comunidad (Segal, 1986, pág. 147). Es un buen consejo para el terapeuta. Lo evidente es que nadie sabe a ciencia cierta cómo funciona el cerebro. En este punto de nuestra compren­ sión, lo más que podemos obtener es una descripción, una metáfora. La visión metafórica del cerebro como un holograma o un sistema holístico más inclusivo, donde imágenes se entretejen de modo inextricable en emo­ ciones, conductas y cambios de actitud, puede resultar­ nos útil cuando pensamos en símbolos, mitos, metá­ foras y rituales como intervenciones. Provocar un cam­ bio tal vez sea cuestión de alterar la imagen sensorial, modificar una actitud, suscitar una emoción y enseñar una conducta nueva. Desde luego, el proceso es más complejo de lo que indicaría esta lista, pero la aplicación de este paradigma bastará para nuestros fines. El uso de la metáfora y la sugestión indirecta puede estimular el pensamiento inconciente por «contraste

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comparativo, asociación mnémica, verificación de con­ gruencia, identificación de atribuciones al recuerdo presente, etc.» (Lankton y Lankton, 1986, pág. 51). Es­ tos autores han ideado una estructura útil para cons­ truir metáforas en el formato múltiple implícito (Lank­ ton y Lankton, 1983, 1986, 1988) y han elaborado di­ versos protocolos auxiliares. Los tres protocolos que sirven de base a todos los demás son los correspon­ dientes a actitud, afecto y conducta, que resumiré a continuación.

Reestructuración de actitudes Para ayudar a un paciente a cambiar una actitud que le causa dificultades, podemos construir una metáfora que abarque los siguientes pasos: 1. Examinar las actitudes y conductas por cambiar, desde la perspectiva del protagonista. 2. Evaluar las conductas y actitudes opuestas desde el punto de vista de otro protagonista, o analizar el mismo comportamiento tal como lo percibe alguna otra persona significativa. 3. Establecer una relación entre las consecuencias de la conducta y las percepciones del protagonista y/o de otras personas involucradas tangencial­ mente.

Reestructuración de afectos Para facilitar a un paciente el cambio de un senti­ miento o el aprendizaje del manejo de un afecto, pode­ mos construir una metáfora que abarque los siguientes pasos: 1. Establecer una relación entre un protagonista y cualquier persona, lugar u objeto que involucre un afecto cualquiera.

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2. Describir un movimiento dentro de la relación, lo que puede incluir alejamientos, aproximaciones, oposiciones o concordancias. 3. Mostrar los cambios fisiológicos internos que acompañan al sentimiento fortalecedor que expe­ rimenta el protagonista y que acaso refleje la con­ ducta del paciente.

Reestructuración de conductas Podemos dirigir las conductas hacia un blanco deli­ berado de cambio, e idear una metáfora que utilice los siguientes pasos: 1. Describir la conducta del protagonista, que es si­ milar a la conducta deseada que debería adquirir el paciente. 2. Exponer la experiencia interior del protagonista y usarla en apoyo de la nueva conducta que tam­ bién puede ser utilizada por el paciente. Reinter­ pretar los acontecimientos internos. 3. Repetir varias veces las descripciones de conduc­ tas en diferentes contextos dentro de la historia. Estos tres protocolos pueden usarse solos o juntos para construir y enlazar actitudes, afectos y conductas nue­ vos a cambios futuros. Todos los problemas se basan en actitudes, emociones y conductas defectuosas. De he­ cho, es probable que algunas actitudes peculiares de las que un individuo es portador determinen directamente el nivel de dolor que experimentará en su vida. También es probable que las emociones y la conducta en las que persiste, al punto de que parecen automáticas, determi­ nen directamente el nivel de satisfacción que experi­ mentará (p.ej., si un paciente declara «La semana pasa­ da tuve un acceso de pánico», eso no indica que él haya creado tal sentimiento sino, más bien, que alguna fuer­ za exterior lo hizo sentirse abrumado por la angustia). Podemos avanzar por esta línea de pensamiento y proponer la existencia de influjos complementarios y si­

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métricos de todas las actitudes, emociones y conductas estudiadas por la teoría de sistemas. Pero en realidad no tratamos sistemas. Tratamos a individuos que se influ­ yen mutuamente. La unidad elemental de cambio con­ siste en reestructurar actitudes, emociones y conduc­ tas. De ahí la importancia decisiva que tiene, para el lo­ gro de la intervención, descomponer todas las hipótesis en estos elementos (comunicación personal de J. W. Wade, 1990). Esbozar, en trance, el modo de introducir cambios en uno de estos aspectos o en todos ellos puede ayudar al individuo o a la pareja a crear una mayor satisfacción. En el caso de cónyuges, podemos utilizar para la cons­ trucción de metáforas un protocolo de estructura de pareja que sirva de armazón más elaborada para abor­ dar los tres elementos, sea en forma simultánea o uno por vez. La mayoría de las parejas desarrolla un conflicto cró­ nico recurrente que genera dolor y frustración. Por lo co­ mún, uno de los cónyuges se enfoca en una conducta que resulta irritante en el presente; después, repasa to­ dos los episodios pretéritos en que esta conducta le pro­ vocó frustración; por último, la frustración actual se in­ tensifica y se trasforma en profunda decepción, ira y, a veces, desesperación. Aquello que lo irrita bloquea aho­ ra su capacidad de acercarse a su pareja y sentirse ín­ timamente unido a ella. Tal vez experimente, en cambio, el afecto de sentirse solo y la sensación concomitante de tener que soportar a otro «hijo». En cierto modo, lo irri­ tante actúa para mantener apartada a la pareja, o para apartarla enérgicamente cuando ha excedido su límite de tolerancia a la intimidad. Si deseamos interrumpir este ciclo y usar recursos olvidados o desaprovechados, la metáfora puede servirnos de poderoso instrumento de cambio.

Protocolo de estructura de pareja Una vez identificada la secuencia interaccional y re­ veladas las imágenes interiores del matrimonio, los pa­

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dres y el self, podemos preguntar qué cambios es preci­ so efectuar en cada una de estas imágenes mediante desplazamientos de pensamiento, sentimiento y acción. ¿Qué recursos se necesitan para ayudar a los cónyuges a manifestar una intimidad evolutiva adecuada y habi­ lidades propias de su edad que se reflejen en sus pen­ samientos, sentimientos y acciones? ¿Qué fenómenos importantes de trance se utilizan ya? Despertamos o enseñamos estos recursos valiéndonos de historias me­ tafóricas y de la interacción simbólica entre paciente y terapeuta, o de otras estrategias de intervención que se expondrán en el capítulo 8. La metáfora debe abordar primero la hipótesis sistè­ mica y la imagen del matrimonio. Si la estructura del sistema de pareja es disfuncional (p.ej., si hay un dese­ quilibrio entre las dinámicas simétrica y complementa­ ria), podemos sugerir metafóricamente una reestructu­ ración del sistema. En segundo lugar, la hipótesis interpersonal y la imagen de la familia de origen pueden ser el foco de un trabajo metafórico que atienda a distorsio­ nes perceptivas. Este nivel irá seguido del foco intrapersonal y la imagen del se¡f. Como ya se dijo, todas estas pautas de imagen contienen conjuntos de conductas. Debemos ser cuidadosos en el uso de los fenómenos de trance insuficiente o excesivamente empleados para cada nivel de hipótesis. Por ejemplo, crearemos una sola historia metafórica para cada hipótesis o recurriremos a una metáfora inclusiva para abordar actitudes, emocio­ nes y conductas específicas. La construcción de historias metafóricas que abor­ den la dinámica de la pareja exige incorporar varios ele­ mentos: 1) protagonistas que afronten un conflicto en el que esté involucrado otro personaje; 2) un antagonista; 3) una motivación central de alcanzar determinada me­ ta; 4) una reacción exagerada frente al problema; 5) una línea argumental o una cadena de sucesos concatena­ dos por una relación causal que afecten a los protago­ nistas (Meredith y Fitzgerald, 1972). Podemos colocar a los protagonistas frente aun conflicto temático que sim­ bolice los problemas de los pacientes: lucharán contra otra persona o situación, a partir de lo cual se producirá un aprendizaje importante de las realidades de la vida.

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El antagonista simbolizará lo que el paciente necesita superar (p.ej., el miedo o la resolución de un conflicto). A menudo, este personaje provee al protagonista de un es­ pejo en el que ve su lado «oscuro», la faz de su persona­ lidad que necesita ser equilibrada por la resolución de un conflicto o la avenencia con alguna insatisfacción. El mago de Oz ofrece un ejemplo exagerado de estas dos caras de una misma persona, representadas por el pro­ tagonista y el antagonista, cuando Dorothy busca en él una respuesta a la pregunta sobre cómo regresar a Kansas. El mago sólo es un hombre normal que finge poseer poderes mágicos. Representa una parte escindida de Dorothy que ella busca. En realidad, la de ella es una es­ pecie de búsqueda de una visión que le permita encon­ trarse a sí misma y a su propio poder. Es un tema exa­ minado una y otra vez por la literatura, el teatro y el ci­ ne. En la novela Shoeless Joe [Joe el Descalzo], de W. P. Kinsella (1982) y su versión cinematográfica, Fleld o f Dreams [Ei campo de los sueños], el protagonista carga con un sentimiento de ira y culpa hacia su padre, el an­ tagonista, a causa de su relación no resuelta. Su padre falleció antes de que pudiera producirse resolución al­ guna. Joe sigue un sueño donde escucha una voz que le ordena construir un campo de béisbol, y de este modo finalmente puede encontrarse cara a cara con su padre, ex jugador de béisbol. Lo más increíble de la experiencia es que su padre tiene veinticinco años. La conversación entre ambos es una fuerte experiencia trasformadora para el hijo, que empieza a comprender la naturaleza humana del padre. Esta experiencia lo cura. Gracias a este encuentro, el protagonista puede reclamar su pro­ pia humanidad, entrar en contacto con su sentimiento de que su padre debería haber sido algo más (un deseo universal) y aceptar su propia desilusión ante la sen­ sación de que también él debería haber sido algo más. Cada una de estas historias metafóricas contiene una motivación central para alcanzar una meta de autodescubrimiento y resolución de algún conflicto. La motiva­ ción de Joe para construir un campo de béisbol en su granja es una fuerza interior que, en el nivel conciente, lo impele a hacer algo extraordinario y, en el inconcien­ te, lo incita a resolver su íntimo anhelo de amar y respe­

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tar al padre. Las historias metafóricas contienen, ade­ más, una reacción exagerada frente al problema y una trama o línea argumental. La línea argumental está destinada a alcanzar dos objetivos. Primero: recuperar una experiencia mnémica o construir, por asociación, una experiencia que sirva de recurso al paciente y le allane el camino hacia la reso­ lución del problema abordado, sea cual fuere. La recu­ peración y el incremento de estos recursos puede llevar al aprendizaje generativo de nuevas experiencias pre­ sentes y futuras. Segundo: el terapeuta puede insertar sugestiones en la trama de la historia y, al mismo tiem­ po, regular y guiar al paciente para que desarrolle su sensibilidad de respuesta. Para ello, observaremos esa sensibilidad e incorporaremos a la metáfora y al trance la información recibida del paciente (cf. figura 7.1).

Hipótesis por abordar: Sistèmica, Interpersonal, Intrapersonal Cambio de actitud, emoción y/o conducta requerido: Fenómenos de trance utilizados: Protagonista: Antagonista u otro personaje: Conflicto o Problema: Motivación y Meta que ha de alcanzar el protagonista: Reacción ante el problema - Protagonista: Reacción ante el problema - Antagonista u otro personaje: Linea argumental: Desenlace:

Figura 7.1. Formulario para construir una historia metafórica.

Dentro de la metáfora, atendemos al desplazamiento de actitud que debe producirse, a la emoción que debe

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cambiar y a la conducta más conveniente para producir un resultado positivo. Podemos incorporar a la metáfora los peculiares fenómenos de trance que utilizan las pa­ rejas y aplicarlos a crear el resultado deseado. En Fíeld o f Dreams, se usa primordialmente el fenómeno de di­ sociación. La experiencia curativa que vive el protago­ nista es una combinación única de progresión de edad, disociación y sorpresa al hablar con un padre más joven que él. Una vez que Joe ha comprendido los factores que modelaron a su padre, le es más fácil alcanzar un senti­ miento de perdón. En una historia metafórica, la acción debe fluir en cierta dirección. El «momento inicial» monta el escenario para el comienzo de la metáfora, al que sigue la presen­ tación de los personajes. La acción empieza a emerger. Luego, se provoca un efecto dramático y se aviva el in­ terés del paciente introduciendo una complicación que culmina en una «crisis». La historia avanza; se produce un vuelco en la crisis, que conduce a algún tipo de so­ lución, y la narración termina, tal vez con un desenlace abierto, un momento de suspenso Anal que deja per­ plejo al paciente —¿cómo resolver el caso?— o la suges­ tión de que habrá otra metáfora en una próxima sesión. Podemos utilizar varios protocolos, según la etapa evolutiva en que esté la pareja. Cuando los esposos lle­ van pocos años casados, usamos el primer protocolo an­ te la posibilidad de que estén en la etapa de conflicto, tengan muchos problemas con sus familias de origen y aún no hayan entrado de lleno en el matrimonio.

Imposibilidad crónica de unirse o apartarse Podemos construir la metáfora alrededor de las si­ guientes fases: 1. La pareja se enamora. 2. Las familias desaprueban la relación arrojando so­ bre ella un maleficio que mantiene a la pareja uni­ da y, sin embargo, apartada en lazos intermina­ bles.

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3. La pareja pide ayuda a un curador que ha librado una lucha similar. 4. El curador ayuda a la pareja a crear un contrahe­ chizo o a romper el malefìcio para poder unirse en plenitud. Este protocolo es aplicable tanto a la etapa de roman­ ce como a la de conflicto.

Resolución de la crisis de la mitad de la vida Podemos construir la metáfora alrededor de las si­ guientes fases: 1. Cada cónyuge toma conciencia de una sensación de tedio y la proyecta en el otro. 2. Cada esposo propone un plan o una experiencia extravagante, que ya practica en secreto. 3. Para alcanzar la meta del plan, los cónyuges se necesitan. No la pueden lograr individualmente. 4. El plan entraña cierto riesgo, algo fuera de lo co­ mún que se sale de un curso de acción moderado o tradicional. 5. Se produce una trasformación, cuyo resultado es una reorientación o una motivación recientemente adquirida. Esa trasformación puede manifestarse como la aceptación de algún desafío nunca afron­ tado (p.ej., aceptar un empleo nuevo en otro lugar del país). Este protocolo sirve para la etapa de desilusión o la de contracción.

La etapafecunda Podemos construir la metáfora conveniente atenién­ donos a las siguientes fases: 1. Uno de los cónyuges está por concluir una tarea larga, tediosa e importante. Lo entristece el inrni-

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nente cumplimiento del proyecto y se siente abu­ rrido porque no tiene ante sí ningún desafío nue­ vo. Esta situación deriva en un conflicto interior. 2. Los cónyuges crean independientemente sendos proyectos novedosos. 3. Intentan un nuevo emprendimiento que implique desasirse de algo viejo y ejecutar una acción nueva. 4. La energía renovada, volcada en una tarea exter­ na, aviva el interés por la relación. Un trabajo individual o conjunto se puede hacer uti­ lizando los protocolos simples de actitud, afecto o con­ ducta, o los de estructura de pareja, más complejos. El capítulo siguiente detalla varias estrategias que se pue­ den aplicar por separado o combinadas con las cons­ trucciones metafóricas anteriores. Con miras a la eficacia psicoterapèutica, es impor­ tante comprender la metáfora del propio paciente. En ocasiones, sus descripciones metafóricas revelan simul­ táneamente el problema y el camino hacia su solución, una vez que el terapeuta empieza a reconocer el lengua­ je peculiar de la metáfora. El lenguaje que usamos y las asociaciones que derivamos de él, ya sea en forma de imágenes visuales o de sentimientos suscitados, crean una sensación de alegría o de dolor. Hay diversos modos de comprender la metáfora de un paciente. El contexto en que se comunica nos guiará hacia una interpretación de su significado. Las circuns­ tancias que rodean la vida de ese individuo o esa pareja también influirán en el significado. Un joven solicitó tra­ tamiento con la queja de que sentía poco gusto por la vida y una depresión abrumadora. Carecía del aprendi­ zaje necesario para conectarse bien con los otros y se sentía totalmente solo en su comunidad. Me contó que había llegado al extremo de descuidar una planta enor­ me que lo acompañaba desde hacía años y que ahora se estaba secando. Le pregunté si quedaba algún resto de vida en ella, y replicó: «Un poco, quizá». Le sugerí que la trajera al interior de su departamento para nutrirla, re­ garla y fertilizarla adecuadamente. Así lo hizo, y en otra sesión empezó a describirme lo que le sucedía a su plan­ ta. Metafóricamente, se estaba describiendo a sí mismo.

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«El [sic] no sabía que se recuperaría, pero está arraigan­ do y las hojas echan brotes nuevos. ¡Me siento tan aver­ gonzado por haberlo abandonado!», comentó. A medida que la planta pasó a crecer y a desarrollarse, el paciente comenzó a cuidar mejor de sí mismo. Nunca estable­ cimos un nexo verbal directo entre la planta y él. En un nivel inconciente, este joven tomó nota del modo en que evitaba cuidar de sí mismo. Una depresión que arras­ traba desde su familia de origen le impedía nutrirse a sí mismo. Una vez que la planta hubo respondido a sus cuidados, el joven empezó a tolerar una terapia más in­ tensiva. Por lo general, y como lo demuestra el ejemplo prece­ dente, la metáfora del paciente está preñada de conno­ taciones afectivas y cognitivas. Es una creación princi­ palmente simbólica, lo cual impide al terapeuta darle un significado partiendo de un punto de vista lógico. El terapeuta puede dejar que bañe al paciente y sea absor­ bida por él, esperar que este haga sus propias asociacio­ nes metafóricas y permitir que su mente inconciente dance con la de él. Cuando existe una relación de empa­ tia entre la mente inconciente del terapeuta y la mente inconciente del paciente, se produce una resonancia. Este proceso inconciente simboliza la relación temprana entre madre e hijo (Chessick, 1965; comunicación per­ sonal de Whitaker, 1982). Toda comunicación entre terapeuta y paciente se es­ tablece en varios niveles. Erickson era ducho en comu­ nicarse en los niveles simbólico y de contenido; sabía que el nivel simbólico abordaba cuestiones psicodinámicas así como la relación entre paciente y terapeuta. De hecho, toda comunicación entre ambos aborda simultá­ neamente estos niveles. Ahsen (1978) desarrolló este concepto y propuso la noción de que todo suceso evolutivo importante vivido por una persona queda codificado para su recordación eidètica. Una imagen eidètica es la que contiene la ima­ gen en sí, la respuesta somática y el significado o res­ puesta emocional. Un cambio en la imagen puede pro­ ducir una modificación de las respuestas somática y emocional. Es posible que estas imágenes estén codifi­ cadas en un patrón de símbolos que estimule respues­

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tas afectivas y somáticas. El trabajo en trance estimula y utiliza los símbolos del paciente. Theodore X. Barber (1961) atribuye la eficacia de la hipnosis a la imaginería que crea, en un individuo, por medio de sugestión. Cuando se produce trance, no es raro que surjan imágenes o sentimientos espontáneos.

C a s o ilustrativo

Susan se quejaba amargamente de que su marido no quería encargarse de tareas de cuidado del hogar. Su reacción fue tan grave que se volvió una mujer deprimi­ da, irritable y malhumorada. Además manifestaba una ira vehemente hacia su marido. Parecía excesivo, habi­ da cuenta de la situación desencadenante. Recordaba haber experimentado sentimientos similares en su fa­ milia de origen, cuando su madre era incapaz de acom­ pañarla como ella deseaba. Sus padres eran judíos y ha­ bían huido de su patria, Alemania, tras el ascenso de Hitler al poder. Mantuvieron los valores del Viejo Mundo y les costó amalgamarlos con la cultura norteamericana. Continuaron presionando a su hija para que cuidara de ellos en su vejez porque eso era lo que se esperaba de la hija mayor, y no aceptaron ninguno de los límites fijados por Susan. Por su parte, Susan persistió en su actitud furibunda y encolerizada, y les exigía que la amaran e hicieran lo que ella esperaba. Luego de una intensa y conmovedora sesión de hipnosis, Susan regresó al con­ sultorio diciendo que veía constantemente la imagen de una serpiente dorada cubierta de escamas resplande­ cientes, que la miraba con ojos centelleantes y le sonreía con sus labios color rubí, y la tentaba a desahogar toda su furia y su pasión. Susan: La serpiente me parece maligna. El [sic] me tien­ ta a hacer algo que no quiero hacer. Podría interpretar fácilmente a esta serpiente. Mi psicoanálisis me traicio­ nó. Probablemente, él tiene algo que ver con el sexo. Carol Kershaw: ¿En verdad le cuesta mucho ver real­ mente a la serpiente como a un aliado? ¿Cree que la ser­ piente del Jardín del Edén era el Mal?

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Susan: Sí. Lo veo como un tentador. C. K.: Sin duda, tentó a Eva con la conciencia y, por eso, con el orgullo; la tentó con el árbol del conocimiento y la invitó a contrariar los deseos de Dios. Esta imagen la aterraba porque la sentía como algo maligno. La serpiente la seducía, invitándola simultá­ neamente a liberar y a guardar sus sentimientos. Me dijo que el símbolo de la serpiente encerraba un gran significado. La serpiente solía ser la guardiana de un tesoro; ser­ vía para mantener alejado al que intentase robarlo. Los traductores e intérpretes de la Septuaginta definieron el vocablo hebreo tanniym, empleado en el Antiguo Testa­ mento, como alusivo al gran dragón o serpiente Sata­ nás. En Job 40-41 hallamos uno de los mejores ejem­ plos de una descripción con empleo de esta palabra, cuando dice que el dragón se caracteriza por tener «una piel impenetrable, ojos centelleantes, aliento ígneo y ollares humeantes». En la versión griega, el dragón es el orgullo, la vanidad o la pereza. En Salmos 74:13 e Isaías 27:1 y 51:9, es «leviatán». Evans (1987, págs. 40-1) lo define como «un símbolo alegórico del pecado del orgu­ llo, personificado (. ..) en Satanás». Los dragones del An­ tiguo Testamento guardan relación con los mitos orien­ tales en torno de un dios que mata al dragón primordial en un intento de poner orden en el mundo (op. cít., pág. 40). El gran dragón Satanás fue expulsado del Paraíso y adoptó la forma ofídica del dragón que aparece en el Jardín del Edén. El arcángel Miguel trabó combate con el burlador y acabó por arrojarlo a la Tierra, donde tentó a Eva a la desobediencia. La Caída lo fue de la inocencia al conocimiento; con el conocimiento, el ser humano se enorgulleció de sus propias capacidades. Adán y Eva comieron del fruto prohibido y adquirieron conciencia. Tal fue el comienzo de su iniciación en una vida propia y, como dijo Campbell (1988, pág. 51), «la vida empezó realmente con el acto de desobediencia». Descubrimos que el «orgullo» de esta paciente se si­ tuaba en su capacidad de sufrimiento. Llevaba ya mu­ chos años sintiéndose rechazada y usada sin el menor reconocimiento por unos padres judíos, provenientes de

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una cultura distinta de aquella en la que se había for­ mado Susan, que mantenían las viejas tradiciones fami­ liares. En su sistema de creencias, las hijas debían cui­ dar de los padres necesitados; se esperaba que sacrifi­ caran sus necesidades personales para satisfacer las de sus progenitores. La paciente se debatía penosamente con sus deseos (y su necesidad) de que sus padres adop­ taran valores más actualizados y aceptaran su incum­ plimiento de los dictados de la familia. Se esforzaba por exigírselos, pero cuanto más les pedía que cambiaran su modo de ser tanto más intentaban ellos manipularla formando coaliciones con otros miembros de la familia y enviándole mensajes por intermedio de los hijos y otros parientes de Susan. Todos los mensajes señalaban que ella nunca hacía lo suficiente por sus padres. La pacien­ te acabó por sentirse culpable, deprimida y tan hen­ chida de furor que no se permitía expresar sus senti­ mientos por temor a lo que pudiera suceder. Sin embar­ go, también se guiaba por la noción de que para purgar sus malos sentimientos debía pasar horas y horas exa­ minándolos. La serpiente masculina de sus sueños era una imagen poderosa que representaba la invitación a continuar así, o a usarla como aliada para descubrir el modo de poner fin a sus dolorosos e intensos sentimien­ tos de rechazo, furia, vergüenza y culpa. Después de la sesión de hipnosis pro conversación, a la que me he referido, Susan decidió abundar sobre un ritual sugerido por mí para ayudarla a desasirse de su exigencia de que sus padres, humanos e imperfectos, fueran progenitores idealizados, a aceptar a sus padres, a aprender nuevas maneras de protegerse cuando los tuviera cerca y, quizás, hasta a disfrutar de algunos as­ pectos de ellos. Visitó el sector del cementerio reservado a su familia y, en las parcelas destinadas a sus padres, enterró una cuchara de bebé y otros objetos que la re­ presentaban como niña. Todos los miembros de la fami­ lia, salvo Susan, pensaban ser sepultados allí. La pacien­ te usó ese sector para «enterrar» al bebé exigente que llevaba dentro. Por medio de este ritual hipnótico, peno­ so y emotivo, pasó simbólicamente a la edad adulta. Cuando visitó a sus padres, de regreso del cementerio, se sintió capaz de mantenerse a suficiente distancia

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como para protegerse y, al mismo tiempo, ser una hija nutricia. Al avanzar en su trabajo psicoterapèutico, em­ pezó a enfocar su atención en nutrirse adecuadamente a sí misma en vez de esperar que sus padres continua­ ran desempeñando ese papel. Empezó a resolver algunos de estos problemas evolu­ tivos y a mostrarse más tolerante con el hecho de que su marido no cuidara del hogar (una metáfora de cuidar de ella). Cuanto menos se quejó y presionó a su esposo tan­ to más libre se sintió él para ofrecerse a colaborar más en el cuidado del hogar. El capítulo siguiente examina estrategias basadas en el uso primario de fenómenos de trance por parte de la pareja. Se alienta al terapeuta a desarrollar estrategias fundadas en las necesidades y las deficiencias evolu­ tivas propias de cada pareja.

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8. El uso estratégico del trance

El terapeuta conyugal dispone, en lo Inconciente, de un tesoro de perlas utilizables como medios de cambio. Su fe en la idea de que todo individuo lleva dentro de sí lo que necesita para vivir le permite extraer esas perlas y usarlas valiéndose de diversas técnicas. Cada pareja de­ bería tener un plan de tratamiento personalizado y flexi­ ble; ninguna debería verse obligada a adaptarse a un modelo prescrito ni ser presionada para ajustarse a la definición de salud que postula el terapeuta. Las técni­ cas presentadas en este capítulo quizá sirvan de estímu­ lo para la creación de intervenciones eficaces. Cabe señalar que Erickson utilizaba por igual un tra­ bajo directo y un trabajo indirecto. Ponía el acento en el uso de un método simple y permisivo, y apuntó que «las técnicas hipnóticas deben ajustarse a la medida de las necesidades individuales de la situación específica. Por consiguiente, los hipnólogos deberían conocer a fondo todo tipo de técnicas hipnóticas y apreciar plenamente al sujeto como personalidad» (Erickson, 1964, pág. 162). Insistía en que el hipnoterapeuta debía ser capaz de pasar de una técnica a otra en caso necesario (op. ctt.). Cuando empleaba historias metafóricas, solía responder directamente a las preguntas del paciente acerca de la relación entre la historia y su problema (comunicación personal de Betty Alice Elliott, 1990). Cuando se pre­ guntó a Betty Alice si Erickson en sus últimos tiempos había preferido un método más indirecto, respondió que él creía en «la posibilidad de usar una técnica directa o indirecta en el trabajo con los pacientes. Determinar cuál puede ser más apropiada para un paciente deter­ minado en una situación específica, es cuestión de cri­ terio terapéutico y de experiencia» (comunicación per­ sonal de R. Klein, 1989).

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Cuando un paciente se ve atrapado en una limitación conciente y encuentra difícil cooperar con el terapeuta, parece más conveniente recurrir a un método indirecto porque este tiende a soslayar la resistencia conciente y suele proporcionar al paciente un símbolo generativo de salud, equilibrio y bienestar. Antes de tratar sobre estrategias, es importante exa­ minar otro aspecto de la hipnoterapia. Como toda psi­ coterapia, la hipnosis opera dentro de una comunica­ ción paradójica. Por ejemplo, cuando se pide al paciente que haga una levitación de mano, él experimenta un sentimiento paradójico: «Estoy haciendo esto, no estoy haciendo esto». Parece que el hipnólogo fuera causa de ese desempeño, pero el paciente «sabe» que en realidad es él quien levanta la mano. Puesto que se produce una disociación, es como si la levitación ocurriera con inde­ pendencia de la persona. Es la paradoja la que produce disociación (Hoorwitz, 1989). Una conducta sintomática corre paralela a una con­ ducta de trance y también opera dentro de nexos para­ dójicos. La conducta problemática se da con frecuencia cuando una persona se siente atrapada en esta parado­ ja: «Yo produzco este síntoma; yo no produzco este sínto­ ma. Me sucede». Si un cónyuge se debate con un sínto­ ma, como conducta compulsiva, ira, tedio o depresión, y comunica esta situación a su pareja, el mensaje es: «Me sucede esto. ¡Socórreme!». Cuando recibe este pedido humillado de «socorro», el otro cónyuge pasa al frente en un intento de asistencia, de consejo o de alguna otra conducta en favor de su compañero. Por lo común, el primer cónyuge recobra la posición de superioridad, y alega que el consejo recibido no es suficientemente bue­ no, porque no hace efecto. Pero enseguida recae en la posición humillada y comunica a su pareja: «Este sínto­ ma me domina. Por favor, ayúdame». El otro quizás en­ saye algunos consejos o se haga cargo de la situación, con lo que otra vez asumirá una posición de superiori­ dad. Por supuesto, el primer esposo encuentra «insufi­ ciente» esta respuesta, con lo cual sube a la posición de superioridad para luego descender nuevamente. En muchos casos, la pareja visita al psicoterapeuta cuando el cónyuge salvador ha fallado. El estado de trance de­

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sarrollado durante este proceso, que es un estado diná­ mico compartido, suele ser experimentado como nega­ tivo y frustrante. Es preciso alterar la danza hipnótica. Si el terapeuta asume la posición que había mantenido el cónyuge salvador, es posible que se repita el mismo proceso, siendo esta vez el terapeuta quien fracase en resolver la dificultad, como había fracasado el esposo salvador. Inducido a entrar en la danza hipnótica nega­ tiva, corre el riesgo de llevar finalmente a su hogar la frustración y la angustia de esa pareja, de comunicarlas a su cónyuge y de co-crear su propia danza hipnótica negativa. Este ciclo puede extenderse a sus hijos y a sus amigos, y retornar por la vía inversa. Pero si el terapeuta consigue crear un doble vínculo terapéutico, tal vez el paciente pueda abandonar el sín­ toma. El paciente dirá: «Produzco este síntoma, pero no produzco este síntoma». El terapeuta concuerda con él y le sugiere que es inútil eliminar el síntoma pero que qui­ zás el paciente pueda experimentarlo en mayor o menor grado. Este es el principio en que se basa Alcohólicos Anónimos cuando insta a los bebedores problema a ad­ mitir su alcoholismo. Sólo podemos controlar un proble­ ma si capitulamos ante él. Al pasar de una posición si­ métrica de auto-control a una posición complementaria de capitulación ante un poder más fuerte que el propio, el alcohólico cree que la única forma de asumir el con­ trol es abandonarlo (Bateson, 1972). El doble vínculo es el acicate del trance. Cuando un individuo se siente atrapado en una paradoja, entra en un estado alterado. Como una manera de encontrar sentido a cierta experiencia que sustenta una lógica de «tanto/como», la lógica del trance (o sea, algo es tanto de un modo como del modo opuesto al mismo tiempo), una persona desarrolla un estado de conciencia alterada para protegerse de la angustia de una confusión tre­ menda. En el universo lógico, algo puede ser sólo de un modo al mismo tiempo, no «tanto/como». En el universo del trance, es fácil experimentar la sensación de estar a la vez aquí y allá, en el futuro y en el pasado, de tener simultáneamente varias edades. Muchos adultos que reanudan la práctica de un deporte al que se dedicaron en su niñez o adolescencia dicen tener esta experiencia

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de sentirse a la vez un muchacho de catorce años y un hombre de cuarenta y tres. Pueden jugar al béisbol co­ mo adultos y tener nuevas vivencias, pero continúan ex­ perimentando los viejos sentimientos de su niñez cuan­ do, parados en la base de cara al lanzador, ansiaban de­ sesperadamente ser héroes o, al menos, no fallar. El desafio está en evitar la humillación que tal vez sintie­ ron de niños. Hay varios métodos de uso del trance en terapia de pareja: trabajo en trance individual, trabajo conjunto y trabajo por medio de conversaciones con uno solo de los cónyuges o con los dos. Estas y otras intervenciones hipnóticas están destinadas a bloquear las señales in­ terpersonales o intrapersonales que han alterado a los esposos y generado su conducta sintomática. Se aplican para crear una contrainducción, de manera que la señal desencadenante de la conducta sintomática deje de ser activada o adquiera un significado diferente. El tera­ peuta elige uno o varios métodos guiándose por la eva­ luación de la relación de pareja, los diversos fenómenos del trance ya en uso y los que él pueda enseñar. Cuando la relación se ve afectada por problemas individuales, se puede usar un trabajo de trance con una persona mien­ tras la otra observa el proceso. No es raro que si un es­ poso entra en trance, el otro haga lo mismo. También es posible ver a los esposos en forma individual, sin dejar de abordar por ello el sistema conyugal. Ninguna de es­ tas técnicas debe emplearse antes del «momento opor­ tuno para la enseñanza». El «momento oportuno para la enseñanza» es aquel en que los individuos o compañeros hacen una pausa en la confusión generada por su interacción y caen en un trance leve. Este tiempo estratégico para iniciar el trabajo de trance se da en cada sesión de terapia. Es el momento utilizable terapéuticamente para desorganizar el contexto habitual a fin de cambiar un modo de per­ cepción, una secuencia conductal redundante o el sig­ nificado de una emoción. Este momento suele presen­ tarse cuando el paciente se halla en un estado de con­ fusión o el terapeuta ha dicho algo que le suena veraz. Si la pareja requiere un trabajo individual, tal vez convenga trabajar separadamente con los esposos y

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recurrir al trance más formal y al dialogal. En ocasiones, esta separación resulta más beneficiosa que el trabajo conjunto cuando los esposos persisten en su renuencia a cooperar entre sí durante las sesiones y cada intento del terapeuta de apoyar a uno de ellos es percibido por el otro como un abandono. En tales casos, el terapeuta puede seguir el mismo modelo y procedimiento evaluativo que en las sesiones conjuntas. El trabajo de trance dialogal o más formal es útil en ciertos casos de terapia conjunta en que el terapeuta desea trabajar con un esposo mientras el otro los ob­ serva y luego proporciona información, o trabajar simul­ táneamente con ambos. El trabajo conjunto es valioso cuando acrecienta la ligazón y las sensaciones de ha­ llarse en un estado de conexión. Los siguientes fenómenos de trance, así como las in­ tervenciones estructuradas y directas asociadas a ellos, son utilizables en terapia conjunta o en el trabajo indi­ vidual en torno de problemas de pareja. El terapeuta acaso se decida por una de estas intervenciones sobre la base de los fenómenos de trance ya practicados por la pareja que, a su vez, acaso intervengan en el proceso sintomático conyugal. Esos fenómenos se pueden ex­ pandir en una dirección más positiva. El propósito de la intervención debe ser abordar una de las hipótesis sistémicas, interpersonales o intrapersonales, desarrolla­ das por el terapeuta a partir de los datos recogidos en el cuestionario.

Disociación Es la capacidad de separar afecto de cognición. Si nos vemos a nosotros mismos separadamente de nues­ tros problemas, o no sentimos dolor, o, hallándonos sentados en una habitación, nos vemos en un espejo si­ tuado en un cuarto contiguo, o vemos una escena de nuestro pasado como en un filme, empleamos disocia­ ción. Ser capaz de percibirnos sin los límites corporales puede constituir un recurso utilizable en la interven­ ción. No es raro que en la disociación un aspecto de una

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experiencia se escinda de los demás aspectos. Por ejem­ plo, el paciente experimenta una levitación hipnótica de un brazo como si sucediera fuera de él. La experiencia subjetiva le dice que en realidad el brazo no colabora. La disociación existe sobre un continuo. Puede ser leve en las experiencias comunes de la vida y más in­ tensa en un trauma si ciertas partes de la personalidad se escinden por completo de la conciencia y surge una barrera amnésica. El trastorno de personalidad múlti­ ple es un ejemplo de disociación extrema. Podemos ex­ perimentar una disociación de los sentimientos a conse­ cuencia de una conmoción o trauma. Un paciente que mantenga en el tiempo la disociación entre afecto y cognición acabará por ser incapaz de reconocer los sen­ timientos fundamentales: ira, vergüenza, dolor, alegría, culpa, soledad. En tal caso, hay que estimular y desen­ cadenar esos sentimientos. También nosotros podemos experimentar una diso­ ciación entre cognición y afecto. Puede ser necesario modular y administrar la intensidad del afecto si una persona es conciente de sus sentimientos al extremo de no poder tolerarlos o experimentarlos en forma equi­ librada —sin pecar por exceso, de modo que el paciente se vuelva disfuncional, ni por defecto, de modo que cai­ ga en la chatura afectiva—. Algunas personas se obse­ sionan con el pensamiento y se disocian del afecto; otras se obsesionan con los sentimientos y se disocian de la cognición; otras, en fin, mantienen una conducta com­ pulsiva, y se disocian del afecto y la cognición. Veamos algunas intervenciones que utilizan la disociación.

Ensayo mental Es una técnica aplicable con individuos para prac­ ticar una respuesta diferente de la establecida que aca­ so resulta insatisfactoria. Si lo desea, el terapeuta con­ yugal puede guiar a cada compañero por los siguientes pasos: 1. Pedirle un examen crítico de la conducta proble­ mática del otro. Después, pedirle que haga lo mis­

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mo con su propia respuesta insatisfactoria en to­ dos los niveles (actitud, conducta, respuesta fisio­ lógica) en estado de vigilia. 2. Hacer que elija aquel recurso de trance que le ayu­ daría a cambiar la respuesta. 3. Sugerirle que evite las interpretaciones psicológi­ cas acerca de lo que le ocurre a él o a su pareja. 4. Hacerle construir un guión escénico con el recurso de trance, para ponerlo en escena con la respuesta deseada. Una esposa joven, criada en una familia alcohólica donde estallaban conflictos ruidosamente manifestados con gritos, alaridos y golpes, empezó a tener una reac­ ción de angustia (palmas sudorosas, palpitaciones car­ díacas, mareos y sentimientos de furia) cada vez que su marido alzaba la voz o gritaba por algún motivo, aunque este nada tuviera que ver con ella. Según me informó, en esos momentos se sentía confundida y asustadísima, y no dejaba de pensar que su marido, si la amaba, nunca debería alzar la voz. Solía responderle a gritos como un medio de poner fin a su conducta, pues temía que él la golpeara igual que su padre. El marido quedaba perplejo y se sentía reprendido por algo que no tenía relación al­ guna con su esposa. En vista de que le resultaba rela­ tivamente fácil disociar, sugerí a la esposa que cons­ truyera un guión escénico en donde su marido alzara la voz por un motivo que no le concerniera y ella pudiera disociarse con mayor facilidad. La joven practicó una disociación en la que se adentraba en un bosque hasta llegar a un lugar secreto donde era imposible oír ruidos incluso a máximo volumen. El marido comprendió que actuaba de manera complaciente e inmadura cuando reaccionaba dando gritos ante una frustración. Empezó a revisar un guión escénico en el que primero vociferaba por un lapso más breve que el habitual y después, de ser necesario, salía a dar un paseo. Durante el proceso tera­ péutico, marido y mujer lograron aprender a identificar y manejar unos sentimientos que hasta entonces les habían parecido incontrolables.

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Diálogo entre estados de conciencia Una intervención potente que utiliza disociación con­ siste en hacer dialogar al paciente con las diversas par­ tes de su ser que están en conflicto. Watkins y Watkins (1979) y Beahrs (1982) opinan que todos somos conglo­ merados de diferentes «seí/i o estados de conciencia que son «co-conciencias». Las personas sumidas en conflic­ tos dolorosos suelen desear la disolución o desaparición de una parte de sí mismas. Les cuesta apreciar lo que cada estado de conciencia hace por ellas; de ahí su pro­ bable deseo de eliminar ese estado. Separar los dife­ rentes estados yoicos envueltos en un conflicto y en­ cuadrar la parte «negativa» como una parte importante, útil o protectora, ayuda muchas veces a integrar estos aspectos del propio ser. Con frecuencia, los terapeutas cometen el error de pedir a sus pacientes que pasen de un estado de concien­ cia intenso a otro, y hagan foco sobre una selección conciente de formas de acción de alternativa. Los pa­ cientes acaban por «resistirse», y luchan con el tera­ peuta. En definitiva, todos se sienten fracasados, lo que no es bueno para la reputación y el estado anímico del terapeuta ni para las posibilidades que tiene el paciente de dominar su problema. En vez de intentar pasar de un estado negativo a otro positivo, tal vez convenga más trasformar aquel dividiéndolo primero en varias partes y alentando, después, algún tipo de diálogo entre ellas. Supongamos que el terapeuta pida al paciente que identifique y nombre los aspectos de su ser en conflicto. Estas partes, que representarán diversas cualidades del individuo, pueden adoptar identidades masculinas, fe­ meninas o animales. Al trabajar directamente sobre un problema conyugal, el terapeuta quizá pida al paciente que nombre la parte de su ser envuelta en el conflicto que está representado por su cónyuge, y después de­ sarrolle un diálogo entre los estados de conciencia. Otra posibilidad sería dividir esos estados más en emociones que en personalidades, y producir una reela­ boración similar con miras a la integración. Una mujer de unos treinta y cuatro años, casada y hospitalizada por abuso de cocaína, habló de su niñez en una familia

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increíblemente abusiva. Su madre solía golpearla, bebía hasta atontarse y se retiraba al dormitorio. Su padre, en su intento de ser a la vez padre y madre, se acercó de­ masiado a su hija, y la convirtió en su confidente, com­ pañera y esposa simbólica. La mujer hablaba de estos antecedentes como si hubieran sido normales. Quedó conmocionada al descubrir que las familias funcionales no eran abusivas. Sus antecedentes familiares dificulta­ ron su divorcio del padre y la fundación de su propia fa­ milia. La paciente identificó una pauta en sus relaciones con los hombres: tenía estallidos de furia en que los apartaba violentamente de sí; después, se sentía depri­ mida y confusa ante lo sucedido. Sólo podía etiquetar los sentimientos que experimentaba cuando la conduc­ ta de una pareja potencial la hacía desdichada. Cuando exploré con ella el conjunto de sentimientos que llamaba «ira», identificó primeramente un sentimiento de desilu­ sión con su compañero. La desilusión la bañaba, cual enorme ola, cada vez que él no respondía a la imagen interior que ella mantenía de un hombre relación de pa­ reja. Me dijo que los hombres por quienes se había sen­ tido atraída eran bondadosos pero se mantenían muy distantes, y se retraían frente a los conflictos. Cuando un hombre la trataba con dulzura, ella sentía una nece­ sidad desesperada de atrapar su atención y sacrificaba todos sus deseos para complacerlo. Me informó que buscaba cuidados maternales en compañeros distan­ tes, emocionalmente inasequibles, con lo que recreaba la relación mantenida con su madre. La etapa siguiente en el complejo de sentimientos era la depresión. «Si lo miro bien, mi sentimiento siguiente es de rechazo —me explicó—. Después, en vez de que­ darme con ese sentimiento, aparto al hombre y lo re­ chazo con ira». Intentaba dominar o manejar el senti­ miento de rechazo convirtiéndolo de golpe en un rechazo del otro. Se sentía más poderosa si era la primera en abandonar la relación en vez de ser ella la abandonada. Al comienzo del trabajo de trance, esta paciente pudo disociarse con facilidad. Una vez que estuvo en trance, le pedí que antropomorfizara cada uno de estos sen­ timientos y les hablara por separado como si fueran per­ sonas (cf. el examen de mi trabajo en Achterberg y Law-

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lis, 1980, cap. «Diabetes mellitus: Learning to think for an organ»). Sentó en tres sillas a Soledad, Depresión y Rechazo. En un animado diálogo con ellas, descubrió que cada una de estas «entidades» era su aliada. Sole­ dad la reconfortó, Depresión la protegió y, cuando se sentó en la silla de Rechazo, sucedió algo curioso: se acurrucó hasta hacerse una pelotita, su voz sonó mu­ cho más joven y rompió a llorar. «¿Cuántos años tiene?», le pregunté. «Cuatro», respondió. Empezó a contar una situación en que deseaba desesperadamente estar con su madre, pero esta se hallaba bebiendo, completamen­ te inasequible a cualquier contacto. Se sintió rechazada y sola, y me dijo: «No puedo salir de este sentimiento. Así me siento constantemente». Le sugerí que se sentara en la primera silla y fuera ella misma, y dialogamos así: Carol Kershaw: Quizá usted pueda cuidar a esta niñita de cuatro años. Paciente: No sé cómo hacerlo. Me siento tan mal. . . (Tenia dos hijos propios y había descrito, en tono cálido y complacido, los cuidados que les prodigaba.) C. K.: ¿Qué haría si su niñita acudiera a usted llorando, porque se sintiera sola y rechazada? Paciente: Pues. . . la abrazaría (abraza su propio cuerpo con naturalidad) y le diría que se pondrá bien, que yo la protegeré y que la amo. (Se repitió a sí misma estas pala bras, una y otra vez, sollozando. Por último, su voz cam­ bió, afirmándose y serenándose. Dejó de llorar y empezó a sentirse más sosegada.) C. K.: Su mente inconciente puede recordarle que le ha­ ble a esta niñita de vez en cuando. Paciente: No sé qué sucedió, pero me siento mejor. C. K.: Su mente inconciente puede seguir proporcionán­ dole una sensación de comodidad y seguridad; puede seguir cumpliendo el trabajo interior que usted necesita para lograr su equilibrio y satisfacción. La paciente empezó a interactuar de otro modo con su pareja actual. No podía seguir manteniendo la vieja pauta ritualizada porque ahora tenía otras asociaciones y significados para sus sentimientos. Se dio cuenta de que estos correspondían a una persona mucho más jo-

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ven, que se sentía asustada, abandonada y sola. En este punto de la terapia, comenzamos a explorar otros recur­ sos de los que podría echar mano para cuidarse. Con ayuda de la hlpnoterapia y del programa de atención hospitalaria, esta mujer brusca, amedrentadora y po­ tencialmente explosiva se trasformò en una persona más bondadosa, comprensiva y tolerante. Tres meses después de su breve internación, me llamó por teléfono para contarme que había roto su relación por dos moti­ vos: descubrió que estaba mucho menos necesitada y encontró un hombre mucho más asequible. Esta mujer aprendió muchísimo acerca de su capaci­ dad de diferenciar los sentimientos, comprenderlos, ma­ nejarlos y cambiarlos. Se sorprendió al descubrir que era capaz de dominar emociones y conductas que hasta entonces parecían escapar completamente de su con­ trol. Descubrió un poder cuya posesión ignoraba. A quienes se sienten dominados por emociones que ascienden en espiral, les conviene aprender a convertir un sentimiento en otro. La disociación puede ser un ins­ trumento valioso para cambiar y manejar sentimientos fuertes.

S u eñ o dentro d e otro su eñ o

Este expediente utiliza la disociación, la confusión y la profundización en el trabajo de trance con individuos o parejas. El terapeuta hace que el protagonista —un ex cliente o una persona ficticia— tenga un sueño en el que el soñante tiene otro sueño relacionado con el problema inmediato. El primer sueño puede seguir una línea argumental o ser una mera descripción del conflicto del protagonista: el segundo contiene a veces una metáfora bien desarro­ llada y la «imagen fundamental», es decir, una imagen organizadora en torno de la cual se construya una histo­ ria que refuerce ciertos aspectos de la persona. A este sueño dentro de un sueño se pueden incorporar técni­ cas de fortalecimiento del yo; por ejemplo, diremos: «Us­ ted puede sentir realmente una sensación de confianza que aumentará a diario con tal que su inconciente siga

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usando sus propios recursos interiores para proporcio­ narle una mayor sensación de seguridad personal. Us­ ted es capaz de atender a sus propias necesidades». En ocasiones, un cónyuge tiene un sueño asociado al trabajo de pareja. Resulta muy útil usar el sueño relata­ do durante la sesión como un material inconciente acer­ ca del cual la pareja acaso se ha comunicado mientras dormía. Otras variantes posibles consisten en hacer que la pareja sueñe con el sueño narrado en la sesión, o en sugerir a cada esposo que sueñe con el otro.

Examen disociado de un acontecimiento pretérito Si una persona o una pareja sufren un bloqueo que les impide experimentar sentimientos o contenerlos, pueden rever un acontecimiento significativo de su pa­ sado cercano como si lo miraran en un videograbador con pantalla, utilizando todos los controles: arranque, parada, pausa, avance acelerado, rebobinado. Con el expediente de retardar el evento, el terapeuta ayuda al paciente a descubrir el punto exacto en que usó la anes­ tesia para adormecer sentimientos y disociarse de ellos. Cuando el paciente es incapaz de contener sus emocio­ nes, su terapeuta señala el punto exacto donde se pro­ duce la disociación de una cognición, y trabaja con los «controles» del videograbador, de suerte que la conten­ ción de afecto parezca posible.

M eterse en la piel del otro Cuando la pareja está trabada en un conflicto y, no obstante, quiere resolver sus problemas, el terapeuta puede hacer que cada esposo «se meta en la piel» del otro, y asuma sus sentimientos, su perspectiva y la tri­ bulación central de su vida. De este modo, cada uno po­ drá reexaminar, desde la perspectiva del otro, un guión escénico que incluya el conflicto en que se sienten atas­ cados. La capacidad de experimentar las emociones, creencias, actitudes y «entretelas» del otro produce a

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veces una comprensión más profunda y una disposición para cooperar. Entre los miembros de una pareja, hay una resonancia eléctrica única. El intercambio de «piel» puede mejorar la conexión y aumentar la resonancia.

C a p ta r los h u ecos d e son id o

Con frecuencia, los cónyuges se empantanan en una lucha por algo y, en vez de ser capaces de oír recíproca­ mente las expresiones de sus sentimientos, se vuelven susceptibles y acusadores. El terapeuta quizá desee su­ gerirles dos actividades en estado de trance. Primera: Que cada esposo esté atento a los «huecos de sonido», o sea, a lo que su pareja experimenta realmente, y enfo­ que su atención en el sonido de su discurso y en sus es­ pacios intersticiales y en los que lo enmarcan. Las pri­ meros revelan qué siente realmente el otro y con qué se debate, lo cual tiene escasa relación con su pareja. Con­ viene enfocar la atención en el problema porque es una «cosa aparte», separada de los cónyuges. Pero cuando los esposos están demasiado atascados para separar objetivamente el problema de sus personas, quizá resul­ te útil captar los huecos de sonido. Segunda: El tera­ peuta enseña al paciente a estar atento a la pausa entre las últimas palabras de su pareja y su propia respuesta. Esta pausa es el espacio dentro del cual se decide el mo­ do en que se responderá, tras examinar varias respues­ tas en la pantalla cinematográfica interior. La gente sue­ le quejarse de que sus respuestas escapan de su con­ trol. Una vez que empiece a prestar atención a los hue­ cos de sonido, posiblemente se sienta más inclinada a elegir la respuesta que produzca un mejor resultado.

A p a rea r d escripcion es

Muchos cónyuges entran en el consultorio del tera­ peuta con interpretaciones arraigadas sobre la conduc­ ta de su pareja. Por lo común, la interpretación implica alguna intención maliciosa o patológica cuando, en rea­ lidad, no existe ninguna. Además, el paciente quiere que

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el terapeuta crea en su interpretación y, al mismo tiem­ po, le ayude a desasirse de ella. Tomemos el caso de un matrimonio que riñe a causa de las rabietas del marido. Cuanto más le exige la esposa que actúe como un adul­ to, y no como un niño, tanto más parece defender él su conducta. El terapeuta puede responder así a la des­ cripción formulada por la mujer: «¿Su marido tiene una rabieta cuando las cosas no salen como él quiere [des­ cripción dada por la esposa] o lo abruman el miedo y el pánico y le resulta difícil gobernar estos sentimientos que la terapia puede ayudarlo a dominar?» (comunica­ ción personal de D. Hill, 1986). Este procedimiento de aparear el encuadramiento negativo de la conducta del esposo con otro más positivo y viable permite a ambos cónyuges adoptar un enfoque diferente y salir de su per­ niciosa comunicación en lazo. A medida que la esposa comience a modificar su percepción del marido, y vea en él más a un hombre con una dificultad que puede llegar a dominar que a un ser irremediablemente inmaduro, el esposo podrá volverse más competente en el gobierno de sus sentimientos.

S e r inaccesible Si una persona siente la necesidad constante de ser accesible a su pareja y, en consecuencia, centra su vida en ella, la relación acaba por enmarañarse. A menudo, la pasión se apaga. Tomarse su tiempo para atender a las propias necesidades protege al individuo del agota­ miento y la extenuación total. Esta última ocurre cuan­ do alguien sacrifica sus necesidades para atender las de otro. Por su parte, el otro se sentirá demasiado endeu­ dado y empezará a agotarse. La fusión es el producto de una disociación excesiva, a punto tal que ninguno de los cónyuges tenga un fuerte sentido de individualidad. Algunas parejas utilizan diso­ ciación para adquirir una inaccesibilidad adecuada y fo­ mentar la oscilación entre los sentimientos psicológicos de unión y separación. En las sesiones conjuntas o indi­ viduales, el terapeuta puede impartir sugestiones que faciliten este movimiento.

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Regresión de edad Es la capacidad de experimentarse a sí mismo como alguien física, emocional y cognitivamente más joven. En momentos de tensión en las relaciones, los indivi­ duos suelen regresar a su edad más vulnerable, aquella en que se sentían pequeños, indefensos, desprotegidos y solos. Sin embargo, también podemos regresar a tiem­ pos felices. Una paciente regresó a su fiesta de cum­ pleaños favorita, a la primera vez que un muchacho la reconoció delante de sus amigas y al día en que cobró su primer sueldo, para recuperar un sentimiento de valía e importancia. Hay varias técnicas que utilizan la regre­ sión de edad como fenómeno de trance.

P o n er f in al diálogo interior

El hábito generalizado de emplear el mismo recurso una y otra vez hace que a menudo las personas se atas­ quen en un estado de conciencia no siempre útil para un problema determinado. En las relaciones, tendemos a activar recursos familiares. También somos proclives a crear un mundo familiar por la vía de revisar el pasado y superponerlo al presente para asegurarnos de que el mundo sigue existiendo. Nuestras reacciones habitua­ les ante la tensión —frustración, miedo, depresión o de­ silusión— son aprendidas, reducen la angustia y pronto se trasforman en habilidades bien desarrolladas. Todas estas habilidades pasan a ser funciones importantes en la vida del individuo; quizá no incrementen por sí mis­ mas el crecimiento pero, en formas alteradas, sirven de recursos accesibles. Hay varios modos de poner fin a un diálogo interior que contribuye a mantener un estado de conciencia im­ productivo. Si un cónyuge establece un diálogo interior iracundo, criticador y sarcástico hacia la conducta de su pareja, no siempre es fácil cambiar su estado de con­ ciencia. El terapeuta acaso desee sugerirle que el talante iracundo o irritable es un posible recordatorio de que él evita hacerse responsable de los actos que condujeron al estado que provocó la ira. Otra interpretación sería

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que el sentimiento existe para alertarlo sobre el hecho de que ha venido evitando algo que requería su aten­ ción; en otras palabras, el sentimiento era en realidad un recurso que tendía a restaurar cierto sentido de equilibrio interior. Para interrumpir el diálogo interno, el terapeuta pue­ de trabajar con el paciente y hacer que este altere su perspectiva con el propósito de romper el contexto ha­ bitual. Quizá le sugiera que tome todas las defensas puestas de manifiesto por medio del diálogo interior y las visualice en forma de escudos. Estos escudos sirven para proteger al individuo y a su pareja de las dificulta­ des de la vida diaria. Representan todas las actividades del individuo que posean cierta cualidad protectora y cada uno puede diferir de los demás en su forma, color y ornamentación. El terapeuta trabaja con el paciente para cambiar el aspecto, la estructura, el color o la loca­ lización protectora de determinado escudo así como las actitudes, emociones y conductas relacionadas con él. Si un paciente se atasca en pensamientos obsesivos acerca de sus incapacidades, el clínico puede sugerirle que mienta para cambiar el diálogo interior. Por ejem­ plo, si sabe que el paciente se censura constantemente, obsesionado por su incompetencia, puede sugerirle que se mienta a sí mismo durante ocho días. En vez de til­ darse de incompetente, se dirá, mintiéndose, que es ex­ tremadamente competente. El propósito de este ejer­ cicio es enseñar al paciente que ambos asertos son fal­ sos. Es una estrategia paradójica semejante a la ideada por Erickson para crear dobles vínculos terapéuticos. Otro método que ayuda a interrumpir el diálogo inte­ rior y a cambiar el estado de conciencia consiste en vi­ sitar al paciente en un momento de su pasado. Erickson creía posible alterar la historia perceptual de una perso­ na por medio de técnicas de regresión de edad similares a las descritas en El Hombre de Febrero (Erickson y Rossi, 1989). Allí vemos que un adulto puede retroceder en el tiempo hasta un hecho vivido cuando el paciente era más joven y vulnerable. El adulto nutre y protege al niño, o lo aconseja. El terapeuta quizá desee reforzar es­ ta técnica y crear en trance el «ambiente de amparo» del paciente. Para ello, le sugerirá un personaje femenino,

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cálido y nutricio, y otro masculino, igualmente nutricio, que lo acompañarán en su regresión a una edad más difícil y lo protegerán hasta que complete la revisión de un episodio traumático. Los dos personajes lo ayudarán a modificar los efectos del trauma, o lo asistirán para protegerlo de daños y peligros.

C om p leta r la tarea evolu tiva

Durante la regresión de edad, el terapeuta puede uti­ lizar un personaje nutricio para hacer que el paciente vuelva a aprender las tareas evolutivas que aprendió mal o no aprendió en absoluto. A veces lo retrotraerá metafóricamente a toda la fase de ligazón materno-infantil durante la cual (especialmente en la lactancia) el bebé contempla, chupa y lame el área que rodea el pe­ zón; madre e hijo se miran a los ojos con deleite y se to­ can; el bebé y su cuidadora se palpan la piel y la huelen con un placer sensual; el hijo y la madre o el padre dis­ frutan del olor del otro, mientras oyen el sonido de su voz y se mueven con un ritmo sincronizado. Tal vez su­ giera al paciente en trance que ambos progenitores lo sostuvieron en sus brazos, y le haga pasar por estas conductas de apego tempranas para que complete la tarea crucial de apegarse (Erickson, 1988, y J. William Wade, 1989, comunicación personal). Las tareas evolu­ tivas incompletas se pueden recrear por medio de una regresión de edad. Por ejemplo, el paciente aprende la constancia de objeto mientras un cuidador nutricio le sugiere que «fotografíe» al otro cuidador nutricio y luego, cuando este se ausente de la habitación, contemple la fotografía en la pantalla de su cinematógrafo interior.

U sa r u n p u e n te afectivo

Gracias a un puente así, descrito por primera vez por Watkins (1971), un paciente pudo recuperar un senti­ miento o suceso originales y situarlos en el contexto adecuado. El terapeuta puede pedir al paciente que en­ foque su atención en el sentimiento o síntoma corporal

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recurrentes y los use como puentes tendidos hacia el pasado para regresar a la primera vez en que experi­ mentó esa emoción o síntoma. Si emplea esta técnica, el terapeuta quizá descubra la tarea evolutiva que ha que­ dado pendiente. Además, traerá a luz el conflicto origi­ nal, que quizás opere de manera encubierta. Acaso esto deje en claro para el paciente un nexo con el problema actual, lo que permitirá al terapeuta avanzar hacia su solución.

Recuperar recursos Se pide a la pareja que se retrotraiga a una época más positiva y recuerde los sentimientos cálidos y las fuerzas que cada uno de los compañeros vivenció en el otro. Podemos hacerles revivir pensamientos, senti­ mientos y conductas para luego enlazar estos recursos con el presente, y pedir a sus mentes inconcientes que retengan estos sentimientos positivos y elaboren una solución del problema actual (Protinsky, 1988).

D ia loga r con p erso n a lid a d es d el p a sa d o

Podemos pedir a los miembros de la pareja que retro­ cedan en el tiempo, se encuentren consigo mismos tal como eran cuando estuvieron juntos por primera vez, antes de casarse, y aconsejen a sus personalidades más jóvenes sobre el modo de evitar ciertos obstáculos. Ade­ más, pueden retrotraerse a su etapa de galanteo. Des­ pués, les pedimos que se vean formando pareja con dife­ rentes personas y conversen con ellas. Otra alternati­ va sería regresar a la infancia, encontrarse y hablar de sus miedos o alegrías. La personalidad adulta de cada compañero puede acompañar a la personalidad infantil y dialogar con las personalidades infantil y adulta del otro.

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Progresión de edad En este fenómeno de trance, también llamado seudoorientación en el tiempo, los individuos o las parejas son trasportados a una época futura en la que habrán al­ canzado una determinada meta. Entonces pueden re­ visar esa meta en los términos de actitudes, afectos y conductas. El paciente elige un momento futuro, o el terapeuta elige, para la sugestión, un tiempo futuro (en un sentido general) acompañado indirectamente de una amnesia. Acerca de la importancia de un futuro posible imaginado, Richard Bach (1977) apuntó: «A lo largo de su vida, ustedes son guiados por la criatura interior que aprende, por el ser espiritual y juguetón que es el ver­ dadero ser de ustedes. No se aparten de los futuros po­ sibles sin haberse cerciorado de que nada tienen que aprender de ellos. Siempre podrán cambiar de idea y elegir otro futuro u otro pasado» (pág. 51). Hay varias es­ trategias de progresión de edad que pueden beneficiar a las parejas en conflicto.

T écnica d e la b o la d e cristal

Erickson inducía en el paciente un estado de alu­ cinación en el que veía varias bolas de cristal. Después lo inducía a ver en cada una diversas experiencias emo­ cionalmente significativas que ocurrían en tiempos dis­ tintos. Cada escena incluía conductas y reacciones emocionales; todas estaban encerradas dentro de la bo­ la para que el paciente las reexaminara por separado. A continuación, Erickson proyectaba al paciente a una época posterior a la terminación de la terapia y al logro de las metas. Desde esta distancia segura, el paciente mira­ ba retrospectivamente las bolas de cristal de su pasado. Después, le hacía ver otra serie de bolas de cristal y le pedía que examinara sus logros, que eran resoluciones de los problemas revisados en la primera serie de bolas (CP IV, págs. 397-407).

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Insight inconciente con seu d o-orien ta ción e n el tiem po

Cuando es preciso comprender un problema actual cuya gran carga emocional hace imposible su discusión objetiva por los compañeros, podemos hipnotizar con­ juntamente a estos y proyectarlos hacia el futuro. Desde esta perspectiva, podrán ver la evolución del problema actual a partir de un momento pretérito, pasando por una dificultad presente o por otra prevista para el fu­ turo. Un examen más objetivo del problema tratado en terapia quizá les permitirá salir de una comunicación en lazo cada vez más intensa (CP IV, págs. 424-6). Erickson propone iniciar el procedimiento induciendo, por lo me­ nos, un estado de trance mediano y haciendo que la pa­ reja se disocie del entorno. Se imparten sugestiones acerca de la poca importancia que tienen el día de la se­ mana o el mes corriente. Tras esto, cada compañero puede entrar en el futuro para mirar retrospectivamente el pasado —que en realidad es el presente— desde una nueva perspectiva. La flamante comprensión del pro­ blema contendrá también su solución porque la nueva perspectiva lo ve desde el futuro, es decir, desde una época en que el problema ya no existe. Se imparten su­ gestiones para hacer notar cómo se ha resuelto el pro­ blema. Estas sugestiones son seguidas de una amnesia de tiempo y de lugar sin perder conciencia de la propia identidad. Gracias a esta estrategia, muchas parejas pudieron adquirir un insight inconciente acerca de su dificultad actual.

P erso n a lid a d es d e l fu tu ro

Si una pareja sigue adelante por la misma senda que recorre en la actualidad y cada compañero produce los cambios deseados, ambos pueden progresar en edad y conocer a sus personalidades futuras. Hay tres futuros diferentes en que es posible el diálogo entre la pareja actual y la futura. Los dos primeros ya han sido des­ critos. En el tercero, el compañero está ausente (p.ej., ha habido un divorcio).

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Es característico que un cónyuge imagine concientemente varios futuros en compañía de su pareja. En trance, podemos sondear la mente inconciente y extraer de ella ideas sobre el futuro desconocidas para la mente conciente.

P royección tem poral a la próxim a eta p a evolu tiva

Cuando las parejas se mueven dificultosamente en una transición de una etapa evolutiva a otra, tal vez les convenga una proyección temporal que aborde con­ ductas, actitudes y emociones por medio de tareas espe­ cíficas. Podemos impartir sugestiones metafóricas con­ cernientes a los logros alcanzados en las etapas previas, a fin de suscitar sentimientos de auto-confianza y una actitud de convencimiento sobre las posibilidades de éxito en la tarea asignada. Esta estrategia se usa jun­ tamente con una regresión de edad cuando se desea re­ solver cualquier dificultad del pasado capaz de impedir el avance de la pareja hacia su próxima etapa evolutiva.

Distorsión del tiempo Es la capacidad de experim entar expandida o contraída la duración temporal. El físico Stephen Hawking (1988) emplea la frase «flecha psicológica del tiempo» para describir su movimiento del pasado al presente y al futuro y nuestro recuerdo del pasado como algo estable y ordenado. La segunda ley de la termodinámica expre­ sa que el desorden aumenta con el paso del tiempo. Por eso, el mayor desorden diferencia el pasado del futuro. Presente y futuro se suelen percibir como inestables o desordenados a causa del cambio constante. El pasado se percibe como fijo, hasta que alguna experiencia del presente estimula una nueva perspectiva de aquel; pue­ de decirse que en ese punto el pasado cambia. A menudo, la percepción subjetiva del tiempo es muy distinta de su duración real. Cooper y Erickson (1959)

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opinan que «cuando existe una diferencia "marcada" en­ tre la duración aparente de un intervalo dado y su lectu­ ra en el reloj, decimos que hay una “distorsión del tiem­ po”» (pág. 2). La «duración aparente» es esa percepción de la cantidad de tiempo trascurrido. A veces, cuanto más disfrutamos de un suceso, tanto más acortamos el tiempo de su goce; cuanto más doloroso nos resulta, tanto más expandimos el tiempo de sufrir. No es raro que las parejas experimenten una expan­ sión del tiempo cuando las invade un sentimiento de amor recíproco. El proceso de la aproximación sexual y el orgasmo en parejas cuyos compañeros se sienten sa­ tisfechos uno con otro suele ser una experiencia de un placer moroso, intenso. En cambio, si existe una ira re­ cíproca, el contacto sexual parecerá durar unos treinta segundos. En medio de un conflicto, el tiempo se con­ trae, se retarda hasta alcanzar una lentitud torturante y los sentimientos dolorosos parecen prolongarse indefi­ nidamente. En unos pocos segundos fugaces, cada es­ poso puede repasar todos los hechos penosos de su his­ toria percibidos como injusticias cometidas por el otro, junto con los resultados de su conducta «mezquina y desconsiderada». Hay dos estrategias básicas utilizables para ayudar a resolver conflictos: la condensación y la expansión del tiempo.

Condensación del tiempo

En trance, podemos acortar subjetivamente el tiem­ po de manera tal que cuando los compañeros se sientan cálidamente conectados, puedan pasar de un conflicto específico a su resolución. Un modo de lograrlo consiste en pedirles que tengan un sueño terapéutico de cinco minutos sobre el problema, en el que aparezca repre­ sentada alguna resolución. Este fenómeno se consigue impartiendo sugestiones de experiencias placenteras: por ejemplo, vacaciones que parezcan vertiginosas o actividades que exijan una gran concentración de enfoque, como la pintura o el canto. Podemos vincular este recurso a la reducción del trastorno subjetivo de la conducta de un cónyuge.

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E x p a n sió n d el tiem po

A veces, tenemos la Impresión de que el tiempo perci­ bido trascurre mucho más despacio de lo que indica el reloj. Por medio de sugestión, podemos expandir la du­ ración de los sentimientos positivos entre cónyuges y contraer la de sus sentimientos negativos. Para muchas personas, la distinción entre pasado, presente y futuro es sólo una ilusión, aunque sea una ilusión pertinaz.

Analgesia /anestesia Es un fenómeno de trance que ocurre de manera na­ tural, en el que una persona olvida o modifica sus sen­ saciones físicas y hace foco sobre algo que absorbe su atención (CP IV, pág. 224). Todos hemos tenido la expe­ riencia de anestesiarnos, por ejemplo, ante la sensación producida por determinadas prendas (interiores o no) y calzado. Cuando una historia interesante o un certamen deportivo apasionante absorben nuestra atención, una jaqueca aguda —o cualquier otra sensación física — puede quedar tan relegada que apenas la sintamos. Cuando existe falta de respuesta sexual con un cón­ yuge, se emplea analgesia o anestesia con propósitos de protección. Puede haber una respuesta natural de in­ sensibilización a causa de un trauma temprano o una enseñanza restrictiva toda vez que la lealtad al sistema familiar prevalezca sobre el placer físico. Las mujeres que desean dar a luz sin recibir medica­ ción alguna o los pacientes con dolores crónicos pueden anestesiarse. Cualquier malestar crónico acaba por afectar la relación de pareja, y se convierte en un punto focal en torno del cual se organiza, a veces, el sistema fa­ miliar. Una técnica de inducción indirecta de anestesia consiste en interrogar al paciente acerca de su dolor y desviar luego su atención hacia otro tema más agrada­ ble. Para intensificarla, se imparten sugestiones refe­ rentes a los efectos insensibilizadores de la nieve, el hielo o la novocaína.

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Amnesia / hipermnesia La primera es el olvido natural de lo acontecido; la segunda es la capacidad de recordar acontecimientos hasta en sus mínimos detalles. Podemos visualizar la amnesia como un continuo que va del olvido temporario del pasado reciente a un olvido más profundo donde se sepultan recuerdos y sentimientos traumáticos. Abun­ dan los casos de matrimonios entre una persona adepta a la amnesia y otra experta en hipermnesia. El conflicto generado por las «expediciones arqueológicas» que de­ sentierran artefactos de una experiencia histórica se­ pultada en el olvido puede conducir a la pareja a dolorosas persecuciones y retraimientos. En pleno conflicto doloroso, los cónyuges utilizan amnesia para sentimien­ tos afectuosos e hipermnesia para conductas hirientes, y esto hace difícil detener la espiral descendente del trance negativo. El terapeuta debe fomentar la hipermnesia y sugerir indirectamente a la pareja que ella quizá desee reexami­ nar su etapa de galanteo y, en particular, sus momentos de grata convivencia. Pedirá al cónyuge hipermnésico que estimule la memoria del otro y que recuerde los lu­ gares que visitaron, las personas que conocieron y los objetos que compraron como elementos representativos de aquellos buenos tiempos. Quizás incorpore una alu­ cinación negativa y una capacidad de usar amnesia, y les proponga que repasen el modo en que los dos pasa­ ron por alto ciertas irritaciones (alucinación negativa) y, de hecho, las olvidaron porque su foco de atención eran los sentimientos placenteros y la resonancia recíproca. O empleará hipermnesia para hacer que un compañero note realmente algún aspecto importante de su pareja en el que quizá no había reparado y que contribuye al bienestar conyugal.

Alucinación positiva y negativa Llamamos alucinación positiva a la capacidad de percibir algo que no está presente. Por ejemplo, vemos

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un libro determinado en el estante de la biblioteca y, al tomarlo, descubrimos que es otro. Entre quienes dejan regularmente su automóvil en el mismo estacionamien­ to provisto de una barrera protectora automática que sube y baja cada vez que entra un vehículo, es común que la vean aunque haya sido arrancada. Estas alucina­ ciones cotidianas también pueden ser auditivas. En oca­ siones, el terapeuta se vale de alucinaciones positivas para sugerir que cada esposo vea en una bola de cristal, o en una pantalla cinematográfica, la respuesta especí­ fica que desea dar en una situación cargada de tensión. La alucinación negativa es otra forma de alucinación natural, definida como la capacidad de no ver algo que está presente. Por ejemplo, no damos con las llaves de la casa a pesar de tenerlas delante de nuestros ojos; quizá las miremos directamente, pero no podemos verlas. La incapacidad de reparar en sonidos, en sensaciones físi­ cas o en ciertas señales visuales se puede aprovechar como un recurso en terapia conyugal. La mayoría de los cónyuges contraen ciertas irritaciones idiosincrásicas frente a su pareja. Prestar atención a «ese tono de voz» o «esa mirada» puede ser la señal desencadenante de un conflicto cada vez más intenso. El terapeuta procura in­ terrumpir la pauta sugiriendo que los esposos no repa­ ren en ciertas señales y sí presten atención a algún ele­ mento más grato (Lankton y Lankton, 1983, 1988). Hay casos en que es importante averiguar la asociación que establece esa persona con su fastidio o molestia a fin de poder resolverlo por completo. El uso de una o varias de estas estrategias depende de la meta terapéutica y de los fenómenos de trance uti­ lizados corrientemente por la pareja. Para interrumpir una interacción que se inicia en un miedo intenso y con­ duce a sentimientos negativos, podemos aplicar la si­ guiente estrategia (salvo en casos de abuso). Muchas veces, un esposo provoca involuntariamente en el otro un miedo que marca el comienzo de la interac­ ción disfuncional en lazo. El sentimiento de temor de­ sencadena una regresión de edad y un estado de trance negativo. Cuando uno de los cónyuges o los dos pueden individualizarlo como un factor desencadenante de la danza hipnótica, el terapeuta les enseña a manejar ese

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sentimiento aplicando el siguiente protocolo. El paciente podrá practicar y usar las habilidades adquiridas para interrumpir una respuesta habitual, y así interrumpirá también la pauta disfuncional. Los pasos que siguen se pueden adoptar una vez inducido un trance. Las citas que acompañan cada paso han sido tomadas de la vi­ deocinta del trabajo hecho por Erickson con Monde (Erickson y Lustig, 1975). Ejemplifican los pasos desti­ nados a enseñar a una paciente a mantener un senti­ miento de seguridad e indemnidad por medio del pro­ tocolo hipnótico. 1. Sugiérale indirectamente que puede ver desde cierta distancia lo ocurrido en el pasado. «Y ahora, mientras se sumerge cada vez más profundamente en un trance, es como si viajara por una carretera y pasara una escena, y pasara otra escena de su vida. Quizá pase alguna muy agradable que pueda recordar y en la que no ha pensado por años». 2. Recupere un recuerdo positivo de la niñez que haya traído seguridad e indemnidad y que sea en la adultez. «Y me parece que sería interesantísimo que encontrara algún recuerdo de su niñez, o de su infancia, en el que no haya pensado por años. . . por ejemplo, el momento en que descubrió que podía ponerse de pie y el mundo entero le pareció diferente». 3. Introduzca una mayor disociación valiéndose de un fenómeno de trance, como la levitacíón de una mano, y siga sugiriendo un recuerdo positivo de la niñez. «Y su inconciente manifiesta ese movimiento brusco (se refie­ re a la levitación de una mano) porque su inconciente ha permitido a su mente conciente usar un movimiento fluido. Tarde o temprano, no sé exactamente cuándo, usted se preguntará por algo que le gustaría ver». 4. Hágale visualizar una escena fe liz y pídale que abra los ojos para que lo vea simultáneamente a usted. «Ahora bien, en alguna parte de su pasado encontrará una escena feliz. Quiero que la visualice. Una escena fe­ liz. . . no necesita tenerlo todo, solamente la felicidad. . . Veamos si puede abrir un poquito los ojos y estar a solas conmigo. . . Y quiero que centre su atención exclusiva­ mente en mí, mientras siente y ve esa escena del pasado».

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5. Hágale m em orizar los sentimientos positivos. Monde recuerda sus chapoteos en un lago cuando tenía dos años. Erlckson realza los buenos sentimientos: «Y memorice todos esos buenos sentimientos, porque son muchos. Es un aprendizaje. . . Así como aprender un al­ fabeto, aprender a reconocer las letras y los números, es la base de todo un futuro de lectura, escritura y enume­ ración, del mismo modo, memorizar los buenos senti­ mientos de chapotear en el agua con total abandono es algo que usted aprende y que permanecerá con usted en las etapas ulteriores de su vida para ser utilizado en forma directa». 6. Suscite un segundo recuerdo positivo y repase los buenos sentimientos. Monde tiene otro recuerdo positivo de cuando perseguía despreocupadamente a los patos. «Ella necesita aprender ese goce porque hay diversas cosas a lo largo del camino de la vida, y usted tenía que aprender esas cosas. . . y descubrir, más adelante, el modo de usar esos aprendizajes». 7. Hágale cerrar los o/os y tener un recuerdo negativo de su niñez. Erickson pide a Monde que tenga un mal recuerdo con los ojos cerrados. Ella recuerda el patear una ventana de la escuela y sobresaltarse al ver que se rompe. Erickson reencuadra el incidente, dicléndole: «Es lindo aprender qué es un sobresalto, ¿verdad?». Erickson se adecúa al ritmo de la paciente, recupera un recuerdo acompañado de un sentimiento y lo reen­ cuadra en un nuevo aprendizaje que, según dice, un adulto puede adquirir y comprender en mayor medida que un niño. A continuación, recupera un sentimiento de seguridad e indemnidad. 8. Evoque los sentimientos negativos y sugiérale que puede cambiarlos abriendo los ojos. Erickson le sugiere a Monde que, no bien cierre los ojos, empezará a sentir­ se molesta pero luego, cuando los reabra por indicación de él, se sentirá bien. Repite el proceso y le dice: «Puede permitirse sufrir y sentirse desdichada porque sabe que cuando haya experimentado esos sentimientos comple­ tamente, puede abrir los ojos y desterrarlos». Le hace examinar el sentimiento molesto y le sugiere que lo está atravesando. Después, le pide que abra los ojos y vea qué hace, como niña de dos años, en el extre­

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mo opuesto del consultorio. Monde puede mantener el sentimiento positivo como mujer adulta. 9. Repase una vez más los sentimientos negativos. Pi­ da al paciente que abra los ojos para eliminar el senti­ miento previo y repase los sentimientos positivos recor­ dados mientras procura retener el sentimiento negativo. Erickson hace recordar a Monde una paliza recibida. Le dice que creyó que no sobreviviría a ella, pero que so­ brevivió; lo mismo sucede con la mayoría de los infor­ tunios. Ella sobrevivió a la paliza y puede sobrevivir a otros infortunios. Después, le hace experimentar una paliza peor aún, y le dice: «Sentirá cierto odio en su inte­ rior a causa de esa paliza... odio, ira y dolor. .. Siéntalos todos. Y experimentará cierta sensación de “nunca más". Y ahora sentirá: “Puedo sobrevivir a esto y nunca más tendré esa paliza, ese odio y esa ira"». Le pide que reexamine a fondo el sentimiento de dolor; así sabrá que es capaz de tolerarlo. No obstante, le sugiere que en su vida adulta nunca volverá a tener esa experiencia dolorosa. Tampoco necesita mantener el odio y la ira por este incidente que puede quedar en el pasado y, al mismo tiempo, ser integrado totalmente. 10. Valiéndose del recurso de seguridad recuperada, reexamine una situación negativa actual concerniente al cónyuge del paciente; después, revea la peor situación conyugal posible y pida al paciente que abra los ojos para eliminar ese sentimiento malo. Hecho esto, repase los sentimientos positivos de seguridad e indemnidad. Ha­ ga que su paciente revise la situación negativa utilizan­ do el recurso positivo. Erickson sugiere a su paciente que la Monde adulta lo conocerá, la Monde que abriga sentimientos de segu­ ridad y bienestar «sabiendo que cuando la golpee un malestar o una pena, podrá cerrar los ojos y luego abrir­ los». Enseguida le hace practicar la técnica de desterrar los sentimientos negativos cerrando y reabriendo los ojos. Por último, le imparte una sugestión importante, orientada hacia el futuro, cuando le dice: «Usted puede pretender cualquier cosa y dominarla». La afirmación «Usted puede pretender cualquier cosa y dominarla» contiene una estrategia poderosa para su­

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perar las limitaciones aprendidas y practicar una habili­ dad deseada. Se puede resolver un trauma que acaso impida a una pareja disfrutar de su relación. En los capítulos siguientes abordaremos el posible efecto de un trauma temprano sobre una relación desde la doble perspectiva del conflicto conyugal y la enfermedad psicosomàtica, y propondremos estrategias específicas para resolver estos problemas.

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9. El papel del trauma en el conflicto conyugal

Un trauma psicológico sobreviene cuando un indivi­ duo sufre un miedo insoportable a consecuencia de al­ gún suceso de la vida. Un niño que experimente trau­ mas familiares reiterados a veces se evadirá del miedo y el dolor por medio de un proceso disociativo. Durante el trauma, quizá se le nuble la vista o llegue a «salirse del cuerpo» para proteger su ser del peligro. En el momento del suceso abusivo, el niño se disocia estando en otra parte, contemplando la escena desde cierta distancia o siendo verdaderamente otra persona. Una sucesión de traumas, conmociones y represiones de sentimientos y recuerdos puede desembocar en una suspensión de las emociones y en un miedo abrumador que se activen fácilmente frente a cualquier símbolo de ese recuerdo. Una mirada, un gesto, un sonido, un roce, un cuadro, una expresión facial, un tono de voz: todos pueden ac­ tuar como activadores de un trauma profundo y estímu­ los de un trance negativo. Cuando ese estado de alerta psicofisiològico es activado en un adulto, quizá se mani­ fieste por medio de algún conflicto conyugal, enferme­ dad psicosomàtica, depresión o «apagamiento», enten­ diéndose por tal el período durante el cual una persona puede disociarse y distraerse con otro mundo o fantasía, con total desconocimiento de lo que suceda en su en­ torno inmediato. Al regresar a un mundo conciente, tal vez experimente una profunda vergüenza. Este capítulo examina el proceso disociativo utilizado como reacción a un trauma, y su tratamiento con psicoterapia ericksoniana. El momento traumático afecta los niveles emocional, fisiológico y conductal. En ocasiones, la experiencia afectiva incluye un sentimiento de indefensión, aturdi­ miento, descontrol, depresión y un miedo abrumador.

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No es raro que sobrevenga una amnesia del suceso, acompañada de una represión de la memoria y los sen­ timientos. Más adelante, esa persona tal vez responda con manifestaciones de sobresalto, hipersensibilidad al ruido, anestesia emocional, incapacidad de experimen­ tar sentimientos o reconocerlos, alexitimia y conversión a síntomas somáticos. Entre las conductas posibles, figuran el estado hiperalerta, el retraimiento, el malhu­ mor, la dificultad para conservar amistades. Otra con­ ducta puede incluir un trabajo excesivo destinado a mantener distancia de otros. En el nivel fisiológico ocurren ciertos cambios impre­ sionantes. El stress ineludible agota la norepinefrina, la dopamina y la serotonina, importantes neurotrasmisores por medio de los cuales el cerebro nos mantiene mo­ tivados para ejecutar una tarea. La conmoción, igual­ mente ineludible, va seguida de un agotamiento de la catecolamina que, a su vez, reduce el pestañeo y la efi­ ciencia en el trabajo y genera un temblor tosco. El agota­ miento de los neurotrasmisores provoca sobresaltos, estallidos, pesadillas y remembranzas intrusivas (Van derKolk, 1987).

Adicción al trauma Ciertos investigadores (Bowlby, 1973, 1984) han se­ ñalado que un ambiente temprano insensible o abusivo puede estimular la aparición de un estado de hiperangustia, susceptible de afectar a largo plazo la capa­ cidad de un niño para manejar la angustia y la agresión (Green, 1978; Lynch y Roberts, 1982). El trato abusivo provoca un stress constante e ineludible que incremen­ ta las endorfinas beta, cuya presencia se ha detectado a continuación de operaciones quirúrgicas, juego por di­ nero y maratones (Van der Kolk et a i, 1985, pág. 72). La razón por la cual individuos traumatizados se exponen reiteradamente a un stress (niños victimas de abusos que se entregan a conductas autodestructivas, o adul­ tos que recrean relaciones abusivas mantenidas en el pasado) quizá se relacione con la liberación opioide

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endógena que produce un estado de relajación. Algunas personas son concientes de las crisis constantes que jalonan su vida. Un paciente eludió por años el pago de impuestos. Se jactaba de no haber sido perseguido, pero sabía que era una simple cuestión de tiempo. Sé involucró en una cri­ sis tras otra, desde una aventura amorosa con la mujer a quien luego desposó (lo cual le costó su empleo) hasta transacciones financieras que lo llevaron peligrosa­ mente al borde del desastre. Su esposa mantuvo el ma­ trimonio a causa de su aferramiento a tradiciones reli­ giosas contrarias al divorcio. Ella reconoció una pauta de conducta: elegía a hombres que necesitaban ser sal­ vados y después, al no realizarse la idealización del ro­ mance, se enfurecía y se sentía decepcionada. El marido se había criado en una familia alcohólica y abusiva don­ de las palizas eran cosa corriente. Su capacidad de con­ fianza era mínima; además, manifestaba una edad emo­ cional mucho menor que la cronológica. Cada vez que bailaba al borde de la destrucción, experimentaba un sentimiento de euforia. Tal conducta suscitaba en la es­ posa resentimiento y, a la vez, cuidados solícitos. La eu­ foria o liberación de placer que sigue a un acto abusivo refuerza esa conducta como un medio de sentir placer y descargar tensión. A menudo, el tratamiento psicológico del trauma ha puesto el acento en una revivificación en el trabajo de trance hipnótico: revivir el trauma a fin de integrarlo. Pero si esto va seguido de una liberación condicionada de endorfinas y una hiper-reactividad ulterior, se corre el riesgo de que la evocación y la nueva vivencia de re­ cuerdos en torno del trauma produzcan más bien un empeoramiento de los síntomas y una retraumatización del paciente. El terapeuta debe cerciorarse de que el pa­ ciente puede ver a una personalidad más joven desde una distancia segura que le permita sentirse a salvo. Mary Jo Peebles (1987, 1989) ha creado un ejemplo artístico del proceso de «reelaboración» para el trastorno de stress postraumático (PTSD \post-traumatic stress disorder]) por medio de hipnoterapia analítica. Sin em­ bargo, después que pidió a una paciente revivir el re­ cuerdo terrible de haber despertado durante una opera­

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ción quirúrgica, causante de su PTSD, en la siguiente sesión la mujer le confesó que había estado a punto de no volver al consultorio porque la revivencia había exa­ cerbado sus jaquecas y demás síntomas. Peebles re­ currió entonces a la visualización de la escena en un monitor de televisión. Aunque logró ayudar hábilmente a la paciente a resolver el trauma, quizá todo habría sido más fácil para ambas si hubiera empleado medios in­ directos mucho antes. Cuando se conduce una terapia, hay que tener presentes ciertos factores biológicos. Erickson nos prevenía contra el abordaje directo e indicaba que el paciente podía reexaminar un hecho desde cierta distancia: «Pueden (...) hacerle crear por alucinación un escudo protector o una tela opaca, y hacer que ese escu­ do o tela se vuelva cada vez más delgado y trasparente, y le deje ver el área de angustia» (CP IV, pág. 396). A su juicio, el terapeuta tenía más libertad de acción para ayudar al paciente a resolver sus problemas si este ac­ tuaba como un observador por medio de una revisión disociativa, es decir, la revisión de un trauma desde cierta distancia, fuera a través de una metáfora o de la contemplación de sí mismo a distancia, en lugar de re­ vivir de una manera actual el hecho traumático histó­ rico. Hacer que un paciente reviva reiteradamente un trauma equivale, en esencia, a hipnotizarlo en esa pauta traumática.

Trastorno de stre ss postraumático Los síntomas que acabamos de describir se atribuye­ ron históricamente al PTSD, clasificado en el DSM-III-R como trastorno psicológico. Kardiner (1941) lo asoció al trauma de guerra. Más adelante, se describió el síndro­ me en relación con accidentes (Lindemann, 1944), per­ sonalidad múltiple (Braun, 1984; Bliss, 1980), violación (Burgess, 1974), incesto (Courtois, 1988), maltrato (Van der Kolk, 1987) y trastorno de personalidad fronteriza (Van der Kolk, 1987). El médico Cari Kirsch (comunica­ ción personal, 1987) acuñó recientemente la expresión «conmoción crónica» para describir el conjunto de sínto­

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mas experimentados por adultos hijos de alcohólicos, o por cualquier adulto que haya sobrevivido a un trauma familiar. Quienquiera que haya pasado por dislocaciones gra­ ves en la vida de su familia de origen puede convertirse en una víctima del PTSD. Tales dislocaciones incluyen mudanzas frecuentes, pérdida del empleo por un proge­ nitor, gritos y palizas como método disciplinario, violen­ cia entre los padres, retiro de afecto por un progenitor, muerte no lamentada de un progenitor o cualquier otro episodio familiar percibido como una experiencia abru­ madora. Si el suceso no es «nombrado» (para ablandar el efecto cristalizado), integrado y comprendido, puede afectar por largo tiempo la conducta del individuo. Muchos pacientes que presentan estados de angus­ tia, depresión o desorientación, acompañados de afeccio­ nes somáticas, tal vez padezcan una conmoción crónica con frecuencia mal diagnosticada. A veces les diagnos­ tican ataques de pánico, agorafobia, depresión o angus­ tia. Se puede creer que sufren dolencias somáticas o un conflicto conyugal. No cabe duda de que un diagnóstico correcto es indispensable para un tratamiento eficaz. En los pacientes incorrectamente evaluados, es común que la psicoterapia produzca una disminución tempora­ ria de los síntomas pero, a la larga, suelen volver y el pa­ ciente se siente peor. Sin razón alguna de la que el paciente tenga concien­ cia, tal vez empiece a tener pesadillas, o a experimentar una plétora de sentimientos, una ira incontrolable o una angustia ajena a su situación actual. Por lo común, no hay percatación conciente de un suceso al que se pudie­ ran atribuir esos sentimientos. Esta «irrupción» de re­ cuerdos o sentimientos en la conciencia del individuo se debe por lo general al desmoronamiento de la estructura defensiva que, durante tantos años, lo mantuvo en la ignorancia de ciertos hechos. El proceso por el que se gesta una «conmoción cró­ nica» parece responder a esta secuencia: 1) suceso de la vida abrumador o trauma continuo; 2) conmoción emo­ cional y entumecimiento de los sentimientos; 3) retrai­ miento, y 4) disociación. La respuesta de disociación es un mecanismo de supervivencia que usa el individuo

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para resistir el trauma y mantener su ser. Le sigue una respuesta de sobresalto, depresión, irritabilidad, per­ turbaciones del sueño y relaciones muy conflictivas en las que a veces se vuelve a representar el trauma. Den­ tro de la relación conyugal, es posible que varios ele­ mentos actúen como recordatorios del trauma y que el conflicto consiguiente escasa o ninguna relación guarde con el vinculo como tal.

Aprendizaje dependiente de un estado Erickson demostró que amnesias de origen traumá­ tico eran psicofisiológicas; afectan al individuo en su to­ talidad. Muchas veces, el recuerdo del estado emocional suscitado por el hecho va acompañado de un recuerdo «corporal». En hipnoterapia, la disociación producida y el cambio concomitante de naturaleza fisiológica se pue­ den tratar con una «resíntesis interior» {Rossi, 1986). No pocos adultos sobrevivientes de un trauma familiar pre­ sentan una amnesia para el suceso traumático, pero ex­ perimentan muchos sentimientos incomprensibles en el nivel conciente. También puede ocurrir lo contrario: el paciente presenta una amnesia para los sentimientos y recuerda el suceso. El recuerdo de uno o de otros está en el inconciente, pero el individuo se ha disociado del trauma para sobrevivir. Cheek (1960) indicó que «una hipnosis ocurre es­ pontáneamente en tiempos de stress, lo que daría a en­ tender que este fenómeno es una condición dependiente de un estado que moviliza una información precon­ dicionada por un stress similar anterior» (pág. 108). Formuló la hipótesis de que el trauma conduce a una disociación hipnótica a fin de proteger al sel/". Algunos animales experimentan un proceso similar cuando se «paralizan», en un acceso cataléptico, frente al peligro. El aprendizaje dependiente de un estado (SDL [síaíedependent learníng]) no es un concepto nuevo, pero sí es importante. Fischer (1971) definió así la ligazón o aco­ plamiento con un estado: «Una experiencia significativa surge de la ligazón o el acoplamiento de (1) un determi­

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nado estado o nivel de vigilancia con (2) una determina­ da interpretación simbólica de la vigilancia; la experien­ cia queda ligada al estado y ello hace posible su evoca­ ción, sea por inducción (natural, hipnótica o con ayuda de drogas) del nivel de vigilancia específico, sea por presentación de algún símbolo de su interpretación (p.ej., una imagen, una melodía o un sabor)» (pág. 373). En algunos experimentos con SDL, se embriagó a un grupo de sujetos con bebidas alcohólicas y luego se les enseñó sílabas carentes de sentido. Ya sobrios, varios miembros del grupo fueron incapaces de recordarlas pe­ ro, tras embriagarse nuevamente, pudieron recordarlas muy bien. Se ha demostrado que, además de ser un efecto de drogas, el SDL se da en ciertas estrategias de memorización, estados emocionales y stress (Henry, Weingartner y Murphy, 1973). Además, está entre los efectos del sueño y el ritmo circadiano (Holloway, 1978). Bower (1981) revisó la bibliografía sobre el SDL condi­ cionado por el estado de ánimo. Podemos inferir que existe una rememoración dependiente del estado de áni­ mo. Los datos indican la posibilidad de vincular el es­ tado de ánimo natural o inducido (por hipnosis o drogas) con la codificación y la rememoración de recuerdos. A cada aprendizaje corresponde un estado neuropsicoflsiológico especial; cuando se da este mismo estado, re­ torna lo codificado o aprendido en él, sea cual fuere su naturaleza. En la bibliografía sobre el trastorno de per­ sonalidad múltiple hemos descubierto que ciertos fenó­ menos aparentemente extraños son, en realidad, for­ mas extremas de una pauta de respuesta disponible para todos. El trastorno de personalidad múltiple (gene­ rado en muchos casos por malos tratos severos sufridos en la infancia) ocupa el extremo de un continuo de diso­ ciación normal que parte de los sueños diurnos o los estados de trance cotidianos y normales, y llega a «la re­ presión, los estados yoicos, la disociación extrema y la personalidad múltiple» (Braun, 1984, pág. 173). Con frecuencia, las diferentes personalidades llevan en sí respuestas inmunológicas y estados de enfermedad di­ símiles: una padece diabetes y otra no, una tiene una vista excelente y otra necesita usar anteojos, o difieren sus ritmos cardíacos, sus umbrales de sensibilidad al

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dolor y sus reacciones alérgicas. En la actualidad, se Investiga la posibilidad de establecer contacto con los estados sanos y utilizarlos en personas que se disocian dentro de una franja más normal. Como terapeutas, nos conviene comprender que los estados Internos siempre son interpretados por el individuo. Los pacientes que describen la respuesta de sobre­ salto ante ruidos fuertes o que alucinan algún suceso traumático de su niñez y lo superponen Inadecuada­ mente a su presente tienen un determinado nivel de vi­ gilancia aguzada y lo Interpretan como «Me matarán». En tales casos, nos conviene ayudarlos a reinterpretar la experiencia kinestésica de una manera más apropiada, y no como una cuestión de vida o muerte.

Efectos del trauma sobre el matrimonio Los adultos que tienen historias familiares traumáti­ cas son proclives a constituir relaciones enmarañadas con su pareja. La fusión es una defensa frente a los re­ cuerdos de haber sido abandonados en su infancia. Cuanto peor sea el trauma percibido, tanto mayor pue­ de ser la fusión con otro adulto. Hasta puede sobrevenir un «apego angustiado» entre compañeros con tráfico de conductas de funcionamiento exagerado, de responsa­ bilidad excesiva o de contradependencia. Cualquier acto de autonomía por parte de un cónyuge puede suscitar en el otro el miedo de ser abandonado. Tal vez un esposo se enfurezca con el otro para protegerse de sus recuer­ dos tempranos de un intenso sentimiento de soledad e indefensión. Si un cónyuge es poco apegado a su familia de origen, es probable que presione al otro para que le proporcione todo el apoyo emocional necesario a fin de mantener reducida al mínimo la asistencia nutricia ex­ terna. Algunos tienden a aislarse de la comunidad y a trazar fronteras muy cerradas alrededor de la diada conyugal (Krugman, 1987). Aveces, las personas ligadas por esta fusión sofocan­ te se sienten atrapadas y solas. Una pareja me contó la historia de su relación conyugal, tan enmarañada que la

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esposa vivía obsesionada por la idea de abandonar el matrimonio, algo mal visto por su religión. El marido se había criado en un hogar donde la cólera era previsible y se exigía conformidad. Tenía fuertes sentimientos de inseguridad y de miedo y, para defenderse de ellos, se­ guía a su esposa adondequiera que fuere. La persuadió de que trabajara en su oficina, así podrían pasar el día juntos. Cada vez que ella quería reunirse con sus amis­ tades o Jugar al tenis, él la llevaba en el auto y la espe­ raba, o le exigía que lo llamara por teléfono tres veces durante su ausencia. Si «se olvidaba», se enfurecía hasta sumirla en el remordimiento. La esposa se había criado en un hogar en el que la madre era victima de los furores del padre —que, además, la rebajaba con sus actitudes y conductas— sin que ella le hiciera frente jamás. Por consiguiente, se había formado en la creencia de que las mujeres eran seres débiles que necesitaban del cuidado de un hombre aunque los modales de él fueran ásperos. Había procurado someterse a las exigencias de su espo­ so, pero su depresión y su ira aumentaron hasta llegar a un punto en que empezó a manifestar una conducta pa­ sivo-agresiva. Por último, comenzó a interesarse por su compañero de tenis, quien la trataba con mayor amabi­ lidad que su marido. Acabaron por compartir algo más que un partido de tenis y el marido descubrió su rela­ ción. Fue entonces cuando iniciaron el tratamiento. Veamos otro efecto potencial del trauma sobre la vida conyugal de los adultos. Muchos individuos que de ni­ ños sufrieron un trato abusivo se hacen muy suscepti­ bles a la hipnosis (Hilgard, 1972). Rossi (1986) ha inves­ tigado el modo en que ciertos mecanismos ligados a un estado provocan un trance. Estos mismos mecanismos pueden operar entre los esposos. Cuando un estímulo (p.ej., la conducta de un cónyuge) provoca determinado estado, un recuerdo emerge burbujeante y sobreviene de repente un proceso psicofisiològico. Un estado de alerta y alarma penetra la mente y el cuerpo, el indivi­ duo hace una regresión de edad y quizás experimenta los mismos sentimientos que tuvo cuando niño durante el episodio abusivo. Si bien es posible despertar del mismo modo recuerdos positivos, quien ha tenido un pasado de maltrato reparará más en reacciones de so­

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bresalto y alarma repentina que en sentimientos posi­ tivos. De ahí la posible susceptibilidad de uno de los cónyuges o de los dos a un trance negativo en el con­ texto conyugal. Tal vez se retrotraigan a una experiencia anterior (•Jlashback») o se alucinen y experimenten a su pareja de una manera completamente distinta de como ella se experimenta a sí misma. Calof (1989) dice que «para el sobreviviente (que vive fuera del tiempo), el nivel de realidad percibida de un “Jlashback' a un episodio anterior equivale a la experiencia original del episodio como tal o a la experiencia cotidiana corriente» (pág. 11). Esta experiencia puede ocurrir en alguien que ha tenido que soportar otras experiencias de maltrato durante su crianza. La respuesta asaz dramática de un cónyuge suele provocar en el otro reacciones adicionales que, a su vez, susciten nuevas reacciones en aquel. El resul­ tado es la circularidad, la reciprocidad y el surgimiento de dificultades compartidas para determinar los senti­ mientos o la dinámica. Cada esposo no siempre es capaz de definir lo que le sucede a medida que se intensifica la reacción dual. De hecho, algunos sólo pueden expresar ansiedad, dolor, ira y miedo con maniobras de acusa­ ción y ataque. Si un trauma temprano no es resuelto e integrado, estorbará en la tarea de abrir el camino hacia una rela­ ción conyugal funcional porque afectará la percepción adecuada del compañero y la capacidad de manejar afectos tales como el dolor y la alegría, y porque refor­ zará la conducta de aferramiento o distanciamiento. El niño desatendido o maltratado tiene una mayor vigi­ lancia fisiológica. El cuidador puede reducirla por medio de una conducta nutricia (p.ej., calmándolo con caricias o palabras tranquilizadoras). En cambio, si lo trata con brusquedad una y otra vez, el nivel de vigilancia del niño se disparará fácilmente, generará pánico y un movi­ miento crónico hacia la autosedación rápida por cual­ quier medio que tenga a mano: comida, bebidas alcohó­ licas, drogas, sexo o conductas compulsivas. Ya adulto, tal vez se procure consuelo recurriendo a un proceso dependiente en sus relaciones, en el que sacrificará sus necesidades para mantenerse conectado con otra per­ sona.

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Tratamiento La hipnosis ericksoniana puede servir para tratar la conmoción crónica manifestada en un conflicto de pa­ reja o una enfermedad psicosomática. Una vez evaluado este problema, se puede aconsejar a la pareja que una parte de las sesiones se reserve para el tratamiento por separado de problemas individuales, donde se emplee hipnosis con psicoterapia a fin de recuperar recuerdos amnésicos que están presentes en fragmentos perturba­ dores, integrarlos y ayudar al paciente a cambiar sus sentimientos e imágenes interiores. Al mismo tiempo, el terapeuta querrá ayudarlo a diferenciar a su pareja de su progenitor conflictivo interiorizado. Si aquella se ase­ meja en algo a uno de sus progenitores, nuestro deseo será enfocar al paciente sobre respuestas más funciona­ les que las utilizadas en su infancia, y se las enseñare­ mos en forma directa, por medio del diálogo, o indirecta, por vía de metáfora. La reelaboración de un recuerdo re­ cuperado por medio de regresión de edad, la técnica del Hombre (o la Mujer) de Febrero, la contemplación a dis­ tancia o el trance temporal en una conversación, donde se reexamina el trauma desde una distancia, pueden conducir a la integración del recuerdo por el expediente de capturar una visión desde una perspectiva diferente: la de un adulto que dispone de muchos más recursos. Podemos iniciar este proceso pidiendo al paciente que se fije metas específicas. Su logro tal vez requiera descubrir recuerdos y resolver un trauma conocido o ig­ norado por el paciente. Tendremos que determinar, ba­ sados en la evaluación, si estas metas son razonables. En caso afirmativo, un objetivo terapéutico importante será ayudar al paciente a aprender a modular un afecto estimulando lentamente sus sentimientos y recuerdos; para ello, se valdrá de un repaso disociativo de expe­ riencias de seguridad e indemnidad. En caso necesario, podemos provocarle amnesia, alucinaciones positivas y negativas y otros fenómenos de trance a fin de prepa­ rarlo para la ulterior reconstrucción de un recuerdo. De­ bemos advertir que algunos pacientes se creen en la ne­ cesidad de recordar todas sus experiencias terribles. La reconstrucción de recuerdos es útil cuando hay frag­

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mentos perturbadores que hacen intrusión en la vida cotidiana. Pero el repaso de recuerdos negativos no suele ser terapéutico cuando su único propósito es la revisión por sí misma. El terapeuta puede pasar a asistir al paciente para que determine sus lagunas mnémicas con empleo de una hipnosis por conversación: le pedirá que determine su fecha de nacimiento y que luego, avanzando en el tiempo, marque cada año de vida con el correspondiente año escolar. El recuerdo de un año escolar puede des­ pertar recuerdos significativos porque la asistencia a la escuela es una experiencia universal. Recordar a maes­ tros, lugares, experiencias concretas y otros detalles suele estimular un recuerdo. Si se determina que la la­ guna mnémica representa un período problema poten­ cial donde pudo haberse producido un trauma, el tera­ peuta puede usar una regresión de edad (inducida en la conversación) para retrotraer al paciente a una época anterior al problema y, después, seguir trabajando en forma retrospectiva. Como existe la posibilidad de que se desencadene un torrente de sentimientos incontro­ lables, el trabajo debe incluir una preparación del pa­ ciente por medio de la práctica de despertar recursos de confianza y seguridad. El siguiente protocolo indica los pasos que ayudarán al terapeuta a facilitar la recuperación del paciente y a alterar un recuerdo penoso o traumático. 1. Induzca un trance. 2. Imparta una sugestión indirecta para que el pa­ ciente reexamine recuerdos de su pasado a dis­ tancia y escena por escena. 3. Comience por un recuerdo neutral (p.ej., la pri­ mera vez que nos paramos y descubrimos el cambio de perspectiva). 4. Interrúmpalo suscitando un fenómeno de trance (p.ej., una disociación por levitación de mano). 5. Intercale en la suscitación del fenómeno de tran­ ce sugestiones de un recuerdo placentero de la niñez y profundice el trance. 6. Despierte sentimientos de seguridad e indemni­ dad describiendo metafóricamente una escena fe­

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8.

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liz universal (p.ej., acariciar a un animal domésti­ co y sentirse cabalmente amado y aceptado). Su­ giera al paciente que estos sentimientos perma­ necerán en él, como recursos, para su posterior uso. Si desea reexaminar otro recurso positivo, puede suscitar un segundo recuerdo feliz, reite­ rando la sugestión de que podrá usar este recur­ so en un momento ulterior de su vida. Destaque los sentimientos de seguridad e indemnidad. Imparta la sugestión de que, por medio de una disociación, vea al niño que fue poco antes de entrar en los posibles tiempos difíciles. Empie­ ce a alterar la experiencia introduciendo una fi­ gura confortadora a la que el niño pueda contar lo que le sucede. Esa persona puede ser usted o un maestro confiable. Utilice disociación y sugiera al paciente que la parte adulta del individuo puede ver que la parte infantil vive una experiencia dolorosa. Entretan­ to, debe seguir dialogando con él acerca de lo que le ocurre. Vuelva a suscitar un sentimiento de seguridad e indemnidad y sugiérale que podrá experimentar­ lo no bien abra los ojos. Continúe recuperando disociaciones y sentimientos de comodidad y se­ guridad por medio de una contemplación distan­ te. Es importante medir y regular con cuidado el ritmo del paciente. Prosiga su trabajo cauteloso hacia el recuerdo más traumático y siga alterando el recuerdo con un personaje o varios personajes confortadores. El terapeuta debe asistir poco a poco al paciente para que construya recursos superadores. Para ello, lo alentará con suavidad a ver al niño que vive una experiencia dolorosa y le recordará a la parte adulta que proporcione a la parte infantil los recursos que necesitó en el pasado. Nunca debe actuar demasiado rápido. De ser necesario, puede impartir la consigna de retardar la obser­ vación del recuerdo. Tal vez el paciente sea capaz de permitir la emergencia gradual de los senti­ mientos dolorosos en el niño, y aprender así que

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puede sobrevivir a ellos, integrarlos y cambiar­ los. Después, el paciente puede abrir los ojos y experimentar la desaparición del sentimiento. Entonces se le podrá sugerir que deje para siem­ pre en el pasado esos sentimientos y ese suceso. La amnesia como fenómeno de trance se pue­ de usar para hacer un trabajo hipnoterapéutico después que el recuerdo se reexaminó en trance. El terapeuta puede sugerir que la pintura inte­ rior se complete así que la mente conciente esté dispuesta. Estos pasos señalan tan sólo uno de los muchos caminos que se pueden seguir para resolver un trauma que tal vez afecta actualmen­ te a una persona con la consecuencia de depri­ mirla, de reducir su autoestima o de dificultar sus relaciones. Otro método de reconstrucción de recuerdos consiste en asignar tareas experienciales: por ejemplo, hacer que el paciente recorra el barrio donde pasó su infancia y vea delante de él al niño conciente de sentimientos sus­ citados por ciertos sucesos. Esta clase de experiencia activa el estado de trance así como los sentidos vincula­ dos al recuerdo; este suele traer consigo una experiencia kinestésica de sensación cutánea, remembranza audi­ tiva, familiaridad olfatoria y reconocimiento visual. Este método resulta a veces muy eficaz para facilitar la recor­ dación, pero no debe aplicarse hasta tanto no se haya establecido una relación positiva entre terapeuta y pa­ ciente, y se haya hecho una tarea preliminar para des­ pertar y construir recursos que ayuden en este trabajo más difícil. El paciente necesita tener una gran fortaleza yoica y capacidad de manejo de sus sentimientos antes de activar recuerdos más penosos y sensoriales. El tera­ peuta debe sugerirle que está capacitado para retirarse del barrio de su niñez, o, como medida de protección, retardar el flujo de sus recuerdos antes de visitarlo. Una mujer envuelta en un conflicto vincular reveló una historia de graves maltratos físicos y emocionales. Solicitó tratamiento para hacer frente a ciertos recuer­ dos traumáticos que habían empezado a emerger tras un accidente automovilístico y que inundaban su mente

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conciente e interrumpían su vida cotidiana. Su autoesti­ ma era bajísima y su contacto con los otros estaba satu­ rado de sentimientos de vergüenza. Programé una se­ sión de trance para ayudarla a retardar sus recuerdos y a contemplarlos desde una distancia, a diferenciar sus sentimientos y a aceptarlos sin avergonzarse. El acci­ dente le había dejado como secuela algunos problemas neurológicos que afectaban su vista y su equilibrio. Se llevaba mal con sus padres y necesitaba mucha recrian­ za y mucho restañamiento de heridas tempranas. La sexta sesión comenzó con una exploración de su memoria en busca de un personaje confortador. Carol Kershaw: ¿Hubo adultos con quienes se sintió muy unida de niña? Paciente: Estoy segura de que debo. . . no puedo re­ cordar. C. K.: Recuerdo que cierta vez le pregunté a una mujer: «Si pudiese volver atrás y elegir los padres que siempre quiso tener, ¿cómo serían?». Ella replicó: «Pues. . . siem­ pre me gustó mirar a Roy Rogers y Dale Evans. (Mi pa­ ciente ríe.) Ellos tenían todos esos hijos adoptivos para amar y criar». Me dijo que una vez, siendo niña, le había escrito una carta a Roy Rogers. El le contestó y le envió una foto. La atesoró durante años y cada vez que la mi­ raba sabía realmente en su corazón que él la amaba. Paciente: (Entra en trance, sonríe y asiente.) Cuando iba al jardín de infantes, pasé un tiempo en casa de otra fa­ milia. Siempre me sentí cómoda allí. C. K ; ¿Disfrutó la estada? Paciente: Sí. C. K.: ¿Le gustaban la mamá y el papá? Paciente: Sí; ambos fueron bondadosos conmigo. C. K : Por lo tanto, tiene una variedad de buenas expe­ riencias que puede recordar ahora y, quizás, otras en las que aún no ha pensado. . . experiencias recogidas en el trato con esa otra familia más normal. Paciente: Sí, así es. (Empieza a relatar otros recuerdos.) Tuve una maestra muy cariñosa, pero no lo aprecié por entonces. C. K.: Siempre es difícil saber cómo podremos usar más adelante nuestras experiencias presentes. Aveces usted

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ni siquiera puede imaginarlo hasta que tiene esa pers­ pectiva futura. . . y mira hacia atrás. (La oriento hacía el trance.) Quizás ahora pueda hacer algunos ajustes para dejarse llevar por esos sentimientos agradables de reci­ bir una atención cariñosa y darse el placer de ponerse cómoda. (Lapaciente se acomoda en la silla.) Pero usted ya ha estado en trance y puede iniciar su proceso único y propio de entrar en trance. . . sea enfocando su aten­ ción en su respiración o hallando algún otro modo de volver su atención. . . hacia adentro. Por cierto que es agradable sentarse aquí y entrar en trance. . . tomándo­ se algunos instantes para sí. Naturalmente, entramos en trance cada pocos minutos, pero es agradable hacer­ lo ahora. Su mente conciente puede tener un pensa­ miento, y su mente inconciente, otro. Tal vez su mente conciente quiera saber que usted puede estar segura en este lugar. Tiene diversas experiencias de estar aquí, se­ gura. El trance es una mera experiencia personal que usted crea para sí. Y su inconciente posee la capacidad de proteger a la conciencia de todo aquello en lo que no quiera pensar. Así como usted tiene ahora mismo una bicicleta con una tercera rueda para mantener el equi­ librio, así la mente inconciente hace las veces de una cuarta rueda que posibilita esa sensación de equilibrio. Cuando una persona sentada se pone de pie, equili­ bra el peso sobre ambos pies con un movimiento natu­ ral que usted aprendió hace ya mucho tiempo. . . un aprendizaje que penetró en su mente inconciente de manera tal que ahora no necesita pensar en él. Cuando se pone de pie, sus manos asen los brazos de la silla, de modo que hay cuatro pies manteniendo el equilibrio.. . y luego dos, cuando se suelta. Su mente conciente puede seguir una línea de pensamiento y su mente inconciente otra, porque una persona en trance puede hacer dos cosas al mismo tiempo. Ya antes, usted ha sido capaz de crear ciertas sensa­ ciones en su cuerpo. . . quizás una sensación de hor­ migueo, o un adormecimiento parcial, o una sensación cambiante por el puro placer de experimentarla. (Sigo fomentando por un rato los fenómenos de trance.) Estos tesoros, a veces no descubiertos, residen en una variedad de aprendizajes. (Inducción.) Todo niño

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que empieza a aprender a caminar. . . aprende esa sen­ sación de guardar el equilibrio apoyándose en los pies. Todos los músculos se coordinan de una manera deter­ minada y, en verdad, no pensamos concientemente en cómo sucede eso. Una vez que la niñita ha descubierto que puede pararse sobre sus dos pies. . . aunque tal vez se tambalee. . . hasta que sus piernas aprendan a cami­ nar poniendo un pie delante del otro, ese aprendizaje entra en su mente inconciente y, pasado un tiempo, esa niña ni siquiera piensa en la acción de caminar, correr o saltar. (Comienzo la metáfora que procura abordar la actitud de que puede manejar los recuerdos negativos y recupe­ rar recuerdos positivos.) Una amiga mía me contó un via­ je que había hecho en tren. Mientras una parte de usted continúa desarrollando el nivel de trance que le gustaría experimentar hoy, otra parte quizá tenga curiosidad por saber qué relación tiene un viaje en tren con un nuevo aprendizaje. Aquel día, al tomar el tren, mi amiga no tenía la me­ nor idea sobre lo que aprendería. Pero subió al tren con una amiga. Estaban muy entusiasmadas porque no viajaban en tren desde su infancia. Para revivir la expe­ riencia, cruzarían el país. Encontraron sus asientos, vino el guarda a marcar sus pasajes y se dispusieron a disfrutar de lo que sería una aventura interesante. El tren arrancó con ese ruido que parecía tan familiar. . . triquitraque, triquitraque. . . un ruido que ella reconoció. Era un tren muy distinto de los que ella conocía. Tenía un compartimiento muy es­ pecial. . . con televisores, un lugar donde relajarse, don­ de apenas si se oía el traqueteo de las ruedas de la loco­ motora. Apenas si sentían el traqueteo del tren. . . una sensación placentera. . . como si algo se meciera en el fondo de la mente. Mi amiga decidió encender uno de los televisores y se quedó ahí sentada, junto a su amiga. Había tomado un folleto que describía las funciones del aparato, diferen­ tes de las de un televisor común. La recepción de la ima­ gen no era muy nítida a causa de todas las señales por las que pasaba el tren al atravesar un pueblo tras otro. El folleto decía que ese televisor peculiar podía orientar -

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se, de una manera absolutamente única, hacia la perso­ na que operaba sus controles. «Si usted sigue cuidado­ samente las instrucciones, podrá crear su propio filme —explicaba—. Podrá elegir los personajes, una linea argumental. ¡Qué interesante es esto!. . . es como parti­ cipar en un libro viviente que escribe usted misma. .. te­ ner la capacidad y el control necesarios para cambiar cualquier aspecto de él». El usuario podía optar entre varios temas, pero a mi amiga le pareció particularmente interesante uno en que se visitaba a una familia donde se desarrollaban ac­ tividades normales. Aunque había estudiado mucho acerca de las familias, esta podía resultar interesante. . . observar realmente a una familia en una interacción cotidiana normal. Oprimió un botón y en la pantalla fulguraron estas preguntas: «¿Qué personaje elegirá? ¿Qué nombres da­ rá a la madre, el padre y los hijos? ¿Qué edades ten­ drán?». Mi amiga escribió sus opciones en el teclado de computadora conectado a la pantalla del televisor. Hubo una pausa. . . evidentemente, la computadora estaba operando para incorporar la nueva información al par que recuperaba otros datos... y coordinaba el conjunto. En la pantalla, aparecieron esas instrucciones: «PUE DE COMENZAR OPRIMIENDO EL BOTON “ARRAN­ QUE”». Así lo hizo, y empezó a mirar un filme acerca de una familia. (Recuperación de una crianza positiva por parte de figuras parentales.) En esta familia, la madre era muy bondadosa aunque, por cierto, trataba con firmeza a sus hijos cuando era preciso. Observándola en la panta­ lla del televisor, mi amiga advirtió, entre otras cosas, el modo en que esa madre miraba a sus hijos con verdadera intensidad. . . sus ojos chispeantes les comunicaban amor y afecto. . . y cómo los niños recibían y absorbían hasta quedar saciados . . . y cómo jugaba la madre con sus hijos. Cuando el papá regresaba del trabajo, se to­ maba un tiempo para relajarse. Después, jugaba con sus hijos. . . les arrojaba pelotas o les hacía bromas. Ellos soltaban risitas tontas, reían a carcajadas y lo pa­ saban estupendamente. Papá les dijo a poco: «Dentro de un par de minutos, tendremos que interrumpir el juego

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para que puedan hacer los deberes». Los niños accedie­ ron a regañadientes y subieron al piso alto, a estudiar. Mi amiga notó que en esa familia había mucho amor. Sus miembros podían hablarse unos a otros y actuar en forma respetuosa y solícita. En la familia había una niñita aparentemente más necesitada de cuidados cariñosos. Su madre percibía las necesidades de esa hijita. De vez en cuando, le pre­ guntaba con sincero interés cómo le iba con sus debe­ res. En un momento, se volvió hacia el papá y le dijo: «So­ mos afortunados por tenerla, ¡es una niña tan buena!». Luego, la imagen cambió y aparecieron nuevas ins­ trucciones: «PARA PROYECTAR LA HISTORIA HACIA EL FUTURO, OPRIMA EL BOTON VERDE». (Proyección del selffuturo para crear más recursos.) Según me contó mi amiga, era tal su curiosidad por saber qué clase de futuro tendría esta niñita, que oprimió el botón verde. En la pantalla apareció otra pregunta: «¿CUANTOS AÑOS HACIA EL FUTURO?». Mi amiga apretó la tecla DIEZ; la computadora zumbó y se orientó hacia un tiempo nuevo. La niñita era ahora una joven. Estaba en un aula y sus compañeros le pedían ayuda pues había llegado a ser una estudiante excelente. La joven mujer notaba có­ mo respetaban sus capacidades y conocimientos: solía ser la primera a la que consultaban en caso de duda. Ella observaba cómo los demás recibían su ayuda, apreciaban su compañía y la disfrutaban. La imagen volvió a cambiar enseguida, y apareció nuevamente la pregunta: «¿CUANTOS AÑOS HACIA EL FUTURO?». Ella oprimió otra vez la tecla DIEZ y la computadora se orientó otros diez años hacia el futuro. Aparecieron en la pantalla la niñita, la joven y una mujer mayor, muy semejantes físicamente, e iniciaron una conversación. La mujer interactuó con las otras dos, diciéndoles: «Es posible que ahora tengan muchas experiencias que no saben cómo utilizar en su futuro. Quizá no sepan de qué modo su pasado puede ser un presente futuro, un regalo. (Le imparto la sugestión de que los aprendizajes actuales la ayudarán en el futuro, igual que los anterio­ res.) Nadie puede mirar hacia adelante y predecir Con

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exactitud cómo usará esos aprendizajes, pero aquí estoy yo: vengo de su futuro y, en mis años de vida, he logrado muchas cosas. He tenido éxito —prosiguió diciendo—. Siento esa confianza en mí misma que ustedes pueden tener cuando echan los hombros hacia atrás y mantie­ nen la cabeza erguida y el mentón bajo. Y nunca supe todos los pasos que debía dar para llegar adonde estoy; no obstante, desde esta perspectiva, puedo volver la vis­ ta atrás y reexaminarlos, uno por uno. Todas las expe­ riencias se ven distintas desde esta perspectiva futura, parada aquí, en el futuro, mirándolas a ustedes, mis personalidades pasadas». Y añadió: «Quiero alentarlas en cada paso del camino. Con cada paso que dan, con cada día, adquieren un aprendizaje que su mente incon­ ciente puede utilizar para su propio crecimiento y ma­ duración. . . y a veces esas experiencias son juguetonas. Unas veces son experiencias de trabajo o conmovedo­ ras. . . otras, humorísticas. . . pero cada experiencia en sí, aun las dolorosas, puede ser un aprendizaje impor­ tante. .. útil para su futuro. En verdad —admitió—, sólo supe eso cuando leí una novela de uno de mis autores favoritos. En ella, describía una experiencia extraña. Volaba en un biplano. . . uno de esos viejos aviones sin techo. . . y se preguntaba, en más de un sentido, cómo marchaba su vida. Absorto en sus pensamientos, expe­ rimentaba esa sensación de libertad que se puede tener volando alto, cuando de pronto sintió la presencia de al­ guien sentado a su lado. Se volvió a mirar y vio a alguien que le resultaba familiar. Era un hombre que le sonrió y le dijo: “Vengo de tu futuro. Soy tu futura personalidad”. El piloto pensó que había ascendido demasiado y tenía alucinaciones por falta de oxígeno. El hombre siguió di­ ciendo: "Hay diversas experiencias que son importantes para ti; he regresado para decírtelo. Cuando estas nue­ vas experiencias enriquezcan tu vida y la hagan más placentera, evitarás tomar algunas decisiones. En rea­ lidad, he venido a informarte que tomarás la decisión correcta porque, si no lo hicieras, yo no sería quien soy. Conque ¡adiós!”. “¡Espera! ¿Quién eres?”, exclamó el piloto, pero el hombre había desaparecido. El piloto que­ dó con una sensación rara. Por cierto, recibir la visita de nuestra futura personalidad puede darnos que pensar».

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Mientras miraba el final de la historia en la pantalla del televisor, mi amiga volvió a sentir la presencia del tren. El ritmo de las ruedas que avanzaban por la vía. . . la vía correcta hacia su destino. Hasta pudo oírlo silbar. El tren se detuvo en la estación. Descendió con su amiga y lo primero que vio al pisar el andén fue un hermoso ca­ ballo castaño oscuro atado a un poste. El jefe de esta­ ción vino hacia ella, le preguntó su nombre y le dijo que alguien le había dejado ese caballo para que lo disfruta­ ra. Mi amiga quedó atónita, pero se acercó al animal y sintió un rapport inmediato con él. Cuando me visitó, a su regreso del viaje, me dijo que había retenido una idea. «Que tu mente inconciente. . . siempre sabe proveerte de experiencias de aprendiza­ je. .. y que puedes anticipar todas las experiencias que tienes, y son muchas, para poder mirar hacia atrás y re­ ver todos los pasos que has dado. . . todos los aprendi­ zajes que has adquirido. . . son innumerables. . . dema­ siados para retenerlos en tu mente conciente. . . pero tu inconciente puede retenerlos. Demasiados tesoros para que tu mente conciente los explore, pero tu inconciente puede hacerlo y es capaz de enseñar algo nuevo a tu mente conciente». Antes de que ella se marchara, el jefe de la estación le dijo: «¡Oh, a propósito! Esa persona me dio algo más para que se lo entregara a usted». Era un pequeño pre­ sente, envuelto en un papel colorido y atado con una cinta. Ella lo miró sorprendida y él la instó: «Vamos, ábralo». Desató la cinta, quitó el papel y abrió la caja, pero dentro halló sólo otra caja, por supuesto que más pequeña, envuelta en un papel. La desenvolvió, la abrió y halló una tercera caja. Echó a reír, pensando que era una broma. Abrió la tercera caja, la desenvolvió y extrajo un papel de seda plegado, con un objeto dentro. Des­ plegó el papel, y dejó al descubierto el objeto. Era una moneda de oro, fechada en 1896. La dio vuelta en su mano, la examinó detenidamente, y pensó: «¡Qué tesoro! Me pregunto cuántas personas habrán tenido en sus manos esta moneda, esta reliquia del pasado». Decidió guardarla en un lugar especial porque «uno nunca sabe exactamente el empleo que puede llegar a tener un pre­ sente en su futuro».

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Esta paciente continuó su trabajo hipnótico hasta adquirir una sensación de dominio sobre su mundo. En vista del precario equilibrio con que se mantenía en pie, le sugerí que al pararse desviara levemente la vista ha­ cia la derecha en vez de mirar al frente. Esta técnica la ayudó a aprender a pararse, a caminar y, con el tiempo, a montar nuevamente a caballo, compensando la lesión cerebral sufrida en el accidente. En este capítulo, hemos propuesto varias estrategias de intervención en la danza hipnótica basadas en los fe­ nómenos de trance que ya utilizan los cónyuges. En el siguiente, examinaremos de qué modo una enfermedad puede desempeñar un rol en el conflicto entre los com­ pañeros.

10. El papel de una enfermedad crónica en el conflicto conyugal

El contexto en el que operamos e interactuamos evoluciona a veces con una rapidez mayor de la que es­ tamos preparados para experimentar. Además, influye en nuestra respuesta a lo que nos sucede. Nuestras reacciones evolucionan a la par del contexto. Bateson (1972) destacó esta noción:«. . .La evolución del caballo, a partir del IZohíppus, no fue una adaptación unilateral a la vida en las praderas. Sin duda, las praderas en sí evo­ lucionaron a la par de la dentadura y los cascos de los caballos y otros ungulados. La hierba fue la respuesta evolutiva de la vegetación a la evolución del caballo. El que evoluciona es el contexto» (pág. 155). Nosotros for­ mamos parte del contexto; por consiguiente, evolucio­ namos a la par de nuestro ambiente interior y exterior. Los terapeutas a veces piden a sus pacientes que avan­ cen demasiado rápido, a un ritmo que excede a su pro­ pia capacidad yoica, con la consecuencia de que protec­ ciones desde el inconciente sobrecompensen la falta. En ocasiones esto crea un problema mayor que el original. En el nivel fisiológico, tal vez respondamos al contex­ to con cambios internos que afecten nuestras percepcio­ nes, relaciones y experiencia de bienestar. Cambios ex­ ternos producidos en el nivel social o comunitario pue­ den afectar también nuestra fisiología. Cada vez son más las pruebas de que un stress externo percibido con­ duce a un stress interno que se experimenta bajo la for­ ma de una disminución del sistema inmunitario y las enfermedades concomitantes. Procesos inconcientes afectan el sistema inmunitario y operan como parte de una danza cuya existencia sospechamos aunque desco­ nozcamos sus pasos exactos. De hecho, hay casos en que estos procesos afectan nuestra fisiología marcando a ciertos órganos con una disfunción.

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Antiguamente se creía que la enfermedad ailigia a los individuos a causa de sus pecados. Hoy algunos propo­ nen la noción de que la gente «necesita» sus enferme­ dades; en otras palabras, que se pone enferma por sus emociones desbocadas, sus estilos de vida ponzoñosos o sus pensamientos negativos. Aunque es indudable que estos factores intervienen de algún modo en la evolución de la enfermedad, la etiología de muchas afecciones presentes en nuestra cultura que guardan cierta rela­ ción con el stress (p.ej., la migraña o el asma) es multicausal. El terapeuta de pareja que trata a un matrimonio en el que uno de los cónyuges o los dos padecen una enfer­ medad tiene que ser conciente de sus propias creencias sobre la evolución de las enfermedades y el manteni­ miento de la salud. Erickson creía que síntomas psicosomáticos podían ser una comunicación inconciente acerca de un conflicto evolutivo. Las vulnerabilidades genéticas, las defensas contra el stress, el estilo de vida y el contexto sistèmico en el que operan las parejas pue­ den determinar si serán sanas o enfermas. Una explica­ ción simple de los problemas físicos insinuaría un re­ proche sutil por el hecho de enfermarse. El inconciente también puede servir de instrumento para influir positi­ vamente sobre la salud. El psicólogo David McClelland (1984) llevó a cabo un experimento para medir la presencia en la saliva de la inmunoglobulina A, una sustancia que mata a los virus capaces de infectar el tramo superior del aparato respi­ ratorio. Tomó a un grupo de estudiantes y les hizo ver un filme sobre la Madre Teresa de Calcuta, que cuida de los enfermos. La mitad del grupo dictaminó que era una simuladora y, por añadidura, demasiado religiosa. Sin embargo, la película estimuló un incremento notable de la inmunoglobulina A. Los investigadores los sometie­ ron además a tests proyectivos y llegaron a la conclu­ sión de que los estudiantes se habían beneficiado incon­ cientemente con el filme. McClelland también realizó experimentos con un sa­ nador que usó el humor en un grupo de personas con resfríos incipientes y estimuló un aumento significativo de los niveles de inmunoglobulina A. Trece de las quince

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personas que recibieron su intervención no se resfriaron y, entre ellas, tres que habían recibido un placebo evi­ taron el resfrío. Es posible que las interacciones del terapeuta y el cónyuge del paciente logren estimular el sistema inmunológíco de este. Pero existe el riesgo de que los esposos estimulen ese sistema bajo formas ne­ gativas. Síntomas físicos pueden desarrollarse en el contexto conyugal. Acaso expresen una vulnerabilidad de un ór­ gano que se quebranta tras años de padecer un stress negativo no resuelto que deriva en el mantenimiento de imágenes negativas. El matrimonio puede constituirse en una forma de stress en la que se interioricen un con­ flicto y un dolor constantes y cuya manifestación exter­ na sea un problema psicofisico. Cuando se exacerba el síntoma, la relación conyugal se modifica para amoldar­ se al cambio. Veamos un ejemplo de participación de una migraña en un conflicto conyugal y hagamos algu­ nas consideraciones sobre su tratamiento. Cuando aparece una disfunción física, la danza con­ yugal se modifica para incorporar un nuevo paso. A me­ dida que el problema evoluciona, es posible que cobre vida propia y que la enfermedad casi llegue a ser una entidad totalmente diferente dentro de la relación. Una paciente que había contraído jaqueca algunos años des­ pués de casada, siempre sucumbía a unas migrañas atroces cuando su marido se mostraba más distante, y emergían sentimientos de abandono. Se había criado en una familia alcohólica y podía mencionar muchos epi­ sodios de maltrato; por ejemplo, a la hora de cenar, la hacían sentarse a la mesa con un palo de escoba atra­ vesando sus brazos para obligarla a mantenerse dere­ cha. Sus descripciones trasuntaban poco afecto. De he­ cho, era alexitímica, salvo en lo tocante a sus jaquecas. Tenía conciencia de que estas la deprimían. La migraña se convirtió en una señal para que su esposo le brindara más atención y cuidados tiernos; el dolor actuaba, en­ tonces, como regulador de distancia y barómetro de in­ timidad. Naturalmente, el marido se sentía culpable por su conducta esquiva y responsable del bienestar de su esposa. Esta noción exacerbada de la responsabilidad le hacía sentirse atrapado y solo.

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Había sido adoptado por su padrastro a los ocho años y se sentía constantemente criticado por él. Ade­ más, lo habían mandado a una escuela como pupilo. De niño, se sintió doblemente abandonado: primero por su padre biológico y después por su padrastro. Se volvió un hombre iracundo y amargado que creía poseer ciertos de­ rechos pero, a la vez, luchaba contra una tremenda sen­ sación de fracaso y vergüenza porque creía que ninguno de sus logros era suficientemente bueno. La perfección se convirtió en la meta de todos sus emprendimientos. Aprendió muy bien a enfocar su atención en el aspecto negativo de un logro de manera que no pudiera desper­ tar en apoyo de una conducta riesgosa actual los senti­ mientos de confianza que suelen acompañar a un éxito. Solía pensar en lo que no había querido o podido hacer, incluso cuando un negocio le salía bien, con lo cual con­ vertía cada experiencia positiva en otra negativa. Se hizo imperioso tratar en este matrimonio 1e . fusión y los fenómenos concomitantes de regresión de edad y de amnesia del compañero, los déficit evolutivos de cada esposo, los componentes emocionales de la reacción de migraña y el manejo de sus señales tempranas. El sín­ toma contraído en este caso servía de límite y protección frente al sentimiento de ira. El marido seguía «viendo» a su madre cada vez que miraba a su esposa. Le había dado el anillo de bodas de su madre y, al morir esta, le resultó casi insoportable vérselo lucir. Su madre había muerto a raíz de un cáncer de mama, siendo aún joven. Muchos años antes había superado esa enfermedad. Pero cuando se repitieron nuevos pero conocidos sínto­ mas, prefirió posponer un tratamiento hasta nueve me­ ses después (un acto suicida), momento en que murió su propia madre. Por desgracia, para entonces el cáncer había hecho metástasis, y murió muy pronto. El pacien­ te se sentía incapaz de despedirse de su madre; a cinco años de su fallecimiento, parecía empantanado en la aflicción. Se retraía de su esposa cuando ella le recor­ daba a su madre. Al comienzo de la terapia, la esposa se describió a sí misma con una viva metáfora: dijo que vivía dentro de una burbuja de la que no podía escapar. Desde su inte­ rior, contemplaba el paso del tiempo y su propia sole­

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dad; esta imagen representaba su peor miedo. Al mirar hacia adelante, hacia el futuro, se veía como una espec­ tadora solitaria de la vida. Durante el tratamiento, notó que cada vez que se enojaba con su marido sufría una jaqueca. En sesiones individuales, trabajó en situar la migraña fuera de ella: la imaginó como una forma colo­ reada, la sacó del consultorio, le hizo cruzar la playa de estacionamiento y la introdujo en el brazo del río. Las aguas cenagosas la arrastraron lejos. Muchas veces con­ siguió eliminar los síntomas incipientes de una jaqueca y descubrió que podía interrumpir la mayoría de las ja ­ quecas si practicaba esta técnica en su casa. Hacia el fincl de la terapia, aumentó su actividad social, dismi­ nuyeron sus males somáticos y se sintió esperanzada respecto de su futuro conyugal. Al principio del tratamiento, me comuniqué con su médico y él se ocupó de buscar una medicación que la ayudara como parte de la terapia. Siempre que proble­ mas médicos de esta índole se traten con hipnosis, es importante trabajar junto con un facultativo. Como la mayoría de los trastornos fisiológicos, la jaqueca tiene una etiología múltiple. Hay toda una gama de factores desencadenantes; ciertas comidas, píldoras anticonceptivas, acceso premenstrual, etc. Por lo gene­ ral, un conflicto psicológico precede al ataque. Escasean las pruebas de que exista un tipo especial de personali­ dad propensa a sufrir estas jaquecas vasculares aunque es posible que quienes tienden a sofocar la ira sean más proclives a ellas. En el caso que nos ocupa, la jaqueca recurrente se convirtió en una entidad más dentro de la relación de pareja. Cuando la pareja empezó a resolver su conflicto conyugal y sus problemas individuales, y adquirió un nuevo sentido de la intimidad, las jaquecas de la esposa se hicieron menos frecuentes. El marido resolvió sus sentimientos de aflicción por su madre y fue capaz de reconocer que su miedo abru­ mador a decir a su esposa «Te amo» se enraizaba en otro miedo: si pronunciaba esas palabras, de algún modo él desaparecería por completo. En trance, dijo que se veía a sí mismo descendiendo a una caverna. Ante su intran­ quilidad manifiesta, le sugerí que se viera con una cuer­ da de seguridad atada a su cintura. Recientemente se

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había iniciado en el alpinismo tras una tarea terapéu­ tica que consistió en escalar Enchanted Rock, una zona montañosa cercana a la ciudad, de modo que conocía la sensación y la seguridad que proporcionaba la cuerda. En el fondo de la caverna estaba su esposa, que irradia­ ba cálidos sentimientos de amor y aceptación. Al acer­ cársele, aumentó su angustia. Rompió a llorar y dijo que quería aceptar su amor, pero temía no ser digno de él. Sus labios iniciaron un movimiento involuntario de suc­ ción. Le sugerí que podía verse volviendo atrás para recobrar la sensación de seguridad y él describió las paredes de la caverna: las sentía blandas, cálidas y res­ baladizas. Introduje una historia metafórica acerca del nacimiento de un bebé (lo presenté como un logro) y la atadura que acaso se establece cuando él succiona el pecho de la madre, la mira a los ojos y se separa de ella naturalmente, con cálidos sentimientos de ser reconfor­ tado de una manera muy distinta que estando en su vientre. La historia condujo al paciente por varias eta­ pas evolutivas; terminó con la satisfacción de los padres al ver que su hijo se hacía hombre y emprendía una vida independiente. El propósito de la narración no era tratar de cambiar su experiencia histórica sino sugerir etapas evolutivas adecuadas que debe seguir una persona. Suscité en él sentimientos de seguridad, que asocié por igual a los estados de separación y unión, e incorporé la construcción metafórica de una auto-imagen. Cuando por fin el paciente pudo sentirse íntimamente unido a su esposa y declararle su amor, reconoció que había cre­ cido y madurado mucho. A continuación, presentaré un último caso ilustrativo de psicoterapia ericksoniana para el tratamiento de en­ fermedades. La paciente, Sarah, era una médica de se­ senta y siete años que escribía poesías. Solicitó trata­ miento para sus alergias «de contacto» (afección clínica que produce una inflamación cutánea en diversas áreas del cuerpo cuando entran en contacto con diferentes materiales de uso común). Como segundo problema, se­ ñaló que su matrimonio era muy conflictuado. Su ma­ rido, a quien muchos años antes habían diagnosticado una depresión maníaca, sufría de una inestabilidad ex­ trema en sus estados de ánimo: en sus accesos manía-

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eos era abusivo; cuando se deprimía, era muy criticador. Sarah no había tenido ningún trastorno cutáneo hasta que se trasladaron a una gran ciudad donde conocía a poca gente. Varias sesiones después, la paciente me contó que le costaba creer en las cosas como le eran pre­ sentadas y podía ser bastante hostil en su trato social: no bien iniciaba una conversación, tendía a discrepar con su interlocutor, quienquiera que fuese. Construi­ mos la siguiente hipótesis preliminar: Sarah sufría real­ mente de alergias «de contacto» o miedo de ser incapaz de controlar situaciones y personas. El síntoma restrin­ gía su involucración con los otros. Sarah era una mujer encantadora, inteligente, bien informada, capaz de establecer analogías maravillosa­ mente poéticas, sobre todo bajo el estímulo de un traba­ jo hipnótico. La trascripción comienza en la segunda se­ sión, con una asociación del trance con su actividad de escritora. Después, introduzco una idea diferente que aumenta su angustia, por lo que empieza a oponer cier­ ta resistencia. A lo largo de la trascripción presento los pasos del modelo utilizado en este libro. Carol Kershaw: Sarah, usted sabe que cuando escribe altera su conciencia de una manera peculiar a fin de en­ trar en trance y enfocar realmente su atención en las ideas. Es importante relacionar la experiencia de trance con algo que ya le sea familiar a la paciente. Sarah: Es cierto. Uno debe concentrarse. C. K : Sí. Es una actividad que no puede forzar. En ver­ dad, usted ya sabe cómo entrar en trance a partir de su propio trabajo. Sarah: No había pensado en ello desde esa perspectiva. C. K : Ahora bien, su respiración es un proceso natural. Usted respira de un modo muy particular. Básicamente, inhala el aire por una fosa nasal y lo exhala por la otra. De hecho, si alguna vez se sintiera bloqueada al escribir, quizá le resulte útil alterar el funcionamiento de los he­ misferios acostándose sobre su lado derecho y abriendo la otra fosa nasal. El funcionamiento hemisférico guar­

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da relación con el predominio de una u otra fosa nasal; por consiguiente, el respirar principalmente por la fosa izquierda puede hacer que el hemisferio derecho produz­ ca imágenes y metáforas interesantes para su trabajo. Sarah (interrumpiéndome): Usted sabe que no creo real­ mente en eso. Es una de las técnicas que enseñan en yoga. En verdad, la considero un mero ejercicio y el úni­ co modo de practicarlo es tapándose una fosa nasal. Su­ pongo que su única finalidad es hacernos concentrar pero, sinceramente, no creo en ella.

Etapas de la acción

O b s e rv a r la d a n za hipnótica

La paciente empieza a mostrar su parte de la danza hipnótica. Mi reacción inicial es querer convencerla de la utilidad del ejercicio, y este probablemente es el modo en que otras personas reaccionan ante ella. C. K.: Eso suena verdaderamente ridículo y poco creíble, aun después de haber leído el estudio hecho en la Uni­ versidad de California, en San Diego (Werntz, 1981; W erntzeíaí., 1983). Sarah: Bueno, tal vez sea una habilidad adquirióle, pero no sé. . .

Adecuarse a la realidad afectiva del problema Responde persistiendo en su incredulidad. Me des­ plazo hacia la adecuación para restablecer el rapport in­ terrumpido por los comentarios anteriores. C. K.: Sin duda, es bueno tener una sana dosis de escep­ ticismo mientras se experimenta con esa técnica. Sarah: Pues. . . si la han estudiado, quizá sea cierta. Pienso que es sólo un ardid para centrar nuestra aten­ ción, pero si otros lo han hecho. . . Muy bien, probaré.

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C. K : Es importante ser prudente con las ideas nuevas cuando se trata de probarlas en uno mismo. Pero hoy ha venido aquí a hacer trabajo hipnótico. Me pregunto si desea contarme algo más ahora. En este momento, es importante cambiar de tema para que la paciente pueda apartarse concientemente de esta idea perturbadora, pero siga pensando en ella por su cuenta. Sarah: ¡Vaya, estoy traspirando! Esta tela que llevo enci­ ma irrita mi piel.

Atrapar la atención C. K : ¿Puede sentir el movimiento del aire aquí? Desorganizo la disposición de su mente conciente con el propósito de apartar su atención del síntoma. Sarah: Sí. . . Esto tiene que ver con el hecho de que al venir hacia acá crucé la calle corriendo. Instalaron todo ese equipo ahí afuera. .. También traspiro cuando escri­ bo; se relaciona con el hecho de que estoy trabajando. C. K.: Sí, el suyo es un trabajo arduo y el sudor le indica que su cuerpo está generando energía. . . Me valgo de un reencuadramiento para seguir desor­ ganizando la disposición de la mente conciente, pero la paciente no lo acepta. Sarah (interrumpiéndome): También es una reacción de stress. ¡Oh, bueno! Me sucede cuando he estado escri­ biendo y concentrándome. C. K : Si presta atención a la corriente de aire, quizá la sienta en su piel y su cara. También puede sentir cómo el aire empieza a enfriar esa traspiración. Vuelvo a enfocar el tema que había desorganizado la disposición de su mente conciente. Ahora la paciente lo acepta.

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Sarah: (Su ritmo se hace más pausado y comienza a en­ trar en trance.) Sí, en efecto. Es muy agradable.

Identificar losfenóm enos hipnóticos en uso Exploro nuevos modos de estimular su capacidad de disociación. C. K : Bien. Ahora mismo podría empezar a contrastarlo con la sensación que experimenta una parte de su cuer­ po a medida que el aire va enfriando su piel. Sarah (asintiendo, sonriente): Es muy buena. C. K : Es agradable notar una diferencia. . . en la sensa­ ción de comodidad. Está bien así. Su mente conciente está familiarizada con diversos temas porque usted ha vivido el tiempo suficiente para adquirir una sana dosis de escepticismo acerca de las cosas en general y, en el fondo de su mente conciente, puede interrogarse acerca de esta experiencia mientras su inconciente puede per­ mitirle aprestarse para algún nuevo aprendizaje. Por cierto que es importante tener una sana dosis de escep­ ticismo. De lo contrario, podría comprar algo que no de­ sea ni necesita. Mientras le hablo, su mente conciente tal vez quiera prestar atención a mis palabras o largarse a inventar sus propias palabras, o hacer alguna otra co­ sa importante, en tanto que su mente inconciente puede utilizar mis palabras en la forma que le parezca más apropiada para su aprendizaje y crecimiento. No sé si ya puede producir un hormigueo en sus manos como lo hizo la última vez que estuvo aquí. A lo mejor comienza en la derecha. . . Sarah: Todavía no. Espere, está ocurriendo en la iz­ quierda. La paciente demuestra cuánto necesita mantener el control de cualquier cambio aunque la disociación con­ tinúe evolucionando muy bien. C. K : Correcto. Su inconciente ha elegido su mano iz­ quierda como la mano correcta para tener esa sensación de hormigueo. . . o sencillamente para que esa sensa-

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ción de hormigueo suba por sus brazos mientras la otra mano quizás empiece a experimentar una sensación más leve. Sarah: Sí, está sintiendo una especie de calor pesado.

Determinar el significado simbólico del problema Una vez más, la paciente manifiesta su oposición a las sugestiones. La autorizo a tener su propia respuesta. Se acumulan las pruebas de que el síntoma expresa un miedo de ser aceptada y una solución a su apartamiento de los otros. En la primera sesión reveló que, cuando hacía el amor con su marido, su colonia solía provocarle una reacción alérgica que la obligaba a retirarse de la experiencia. C. K.: Su mente inconciente ha elegido una sensación de calor pesado y es posible que usted tenga una asocia­ ción particular con el calor pesado. . . y su mente incon­ ciente ha decidido que es correcto que el brazo y la mano derechos tengan esa sensación leve, y que se la puede dejar correctamente allí, en ese brazo y mano derechos, y que la sensación puede desplazarse; su mente conciente puede percatarse de muchas cosas.

Recuperar recursos Ahora exploro otros recursos como posible socorro para el síntoma físico y para la relación interpersonal de la paciente. C. K.: Como médica, sin duda será una buena observa­ dora. Su mente inconciente opera constantemente y le envía mensajes indicativos sobre aquello a lo que debe prestar atención y aquello que debe relegar a un segun­ do plano. Todos hemos tenido la experiencia de pasar junto a un lugar familiar, notar un día cierto detalle y, tiempo después, al pasar nuevamente por el mismo lu­ gar, olvidarnos de reparar en ese detalle familiar y espe-

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rar verdaderamente otra cosa muy distinta, de suerte que toda la escena cambia. Es una experiencia insólita. Dos razones me mueven a utilizar una serie de anéc­ dotas para provocar una alucinación positiva como recurso. Sarah me había informado antes que a veces le bastaba ver determinada tela para que aparecieran los síntomas. Además, enfocaba excesivamente su atención en las respuestas de otras personas, reaccionaba ante ellas con un sentimiento de miedo y no recibía ninguna realimentación acerca de ella misma. Una alucinación positiva podría ser útil para tratar ambos problemas. Sarah: (Indica su acuerdo con movimientos ideomotores de la cabeza.) C. K.: Tomar nota de lo que pasa al primer plano y de lo que puede ser relegado al segundo plano. La mayoría de las personas sienten que esto sólo les sucede a ellas. Que su mente inconciente elija esos detalles para que usted repare de veras en ellos, porque es importante para su propio bienestar que, simplemente, no repare en algunas cosas. Por ejemplo, viajar en auto. . . con un niño puede ser, sin duda, una experiencia odiosa si ese niño hace mucho barullo, o puede ser una experiencia placentera si usted enfoca su atención en los sonidos de una familia feliz y relega el ruido molesto al fondo del segundo plano. Todos hemos tenido la experiencia de aumentar o disminuir el volumen de auriculares (Sarah usa audífono). . . La mayoría de las personas desconoce que puede aumentar o disminuir su sensibilidad audi­ tiva. Pero usted, que es una observadora muy sagaz, ya sabe cómo cambiar muchas sensaciones diferentes. El doctor Erickson, un hipnólogo famoso, contaba cómo había pasado una noche entera en una fábrica de calderas. Cuando entró en ella, el ruido era sencillamen­ te espantoso. A medida que avanzaba la noche, vivió la experiencia de poder apagar realmente ese ruido y dor­ mirse. Descubrió a qué podemos prestar atención y a qué podemos olvidarnos de prestar atención. . . con la adver­ tencia de que esas cosas que su mente inconciente trae a su conciencia están allí por alguna razón importante.

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Utilizar el síntoma en la intervención Toda la sesión utilizó el síntoma sugiriendo a la pa­ ciente que lo tenga, pero de una manera especial. Ahora me refiero a él en varios niveles y lo expando para cam­ biar la experiencia. C. K : Todos hemos experimentado dolores musculares aquí y allá. Usted sabrá, sin duda, lo que significa tener un área de irritación. . . al principio se la nota y se siente una molestia, para luego empezar a sentir las áreas de comodidad fuera de la irritación.

Simbolizar la solución Se ofrece la solución al manejo del síntoma. Como aún se desconocía su significado psicodínámico, se eli­ gió como meta el manejo en vez del alivio. Se supuso que el síntoma acaso tenía un propósito, aunque en menor medida. C. K : . . .y entonces, notar en qué punto exacto empieza el borde de la comodidad alrededor de esa área, como la ribera de un lago de aguas frías. . . centrar su atención en alguna otra área de comodidad, como puede hacerlo cuando la pica un mosquito. De pequeña, mi padre me enseñaba a engañar la picadura frotando suavemente la piel alrededor de sus bordes para que se creyera rasca­ da, y me explicaba que la experiencia entonces cam­ biaba. En realidad, usted no necesita prestar atención a todos sus malestares y dolores aunque, por cierto, es importante tenerlos. . . a veces, es una señal importan­ te. Su mente inconciente puede ser la guardiana para cualquier dificultad a la que necesite prestar atención. Ese agradable estado de comodidad puede persistir en el futuro mientras exploramos otros aspectos del trance. Quien practica un arte advierte que cada vez se le hace más fácil; lo mismo sucede con la práctica del trance. La que antecede es una condensación de sugestiones que se impartieron para suscitar analgesia. En este

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punto del tratamiento, presto mayor atención a las alte­ raciones que manifiesta el cuerpo de la paciente al paso que ratifico el trance y despotencio su mente conciente. Ahora, Sarah pudo experimentar una sensación de pesantez que le sube por los brazos. Después, utilizando la anestesia, consiguió cambiarla por una sensación de entumecimiento. Practicó esta nueva habilidad y, al ca­ bo de unas ocho sesiones, la reacción alérgica, que an­ tes ocurría dentro de los cinco minutos de contacto con ciertos materiales, tardaba cuatro horas en aparecer y aun entonces era mucho más leve. «Siento que mi domi­ nio de este problema ha aumentado enormemente», co­ mentó. Una vez reducido el síntoma, Sarah decidió por sí sola que quería ser mucho menos hostil con la gente. Me dijo darse cuenta de que su respuesta inicial a las sugerencias u opiniones ajenas era siempre negativa o crítica, y de que lo mismo había hecho conmigo. Usó el puente afectivo para producir una regresión de edad a una época en que tenía ese sentimiento de oposición y descubrió que, por debajo de él, había realmente un sentimiento de terror. Recordó sorprendida que tenía dos años, su madre había enfermado gravemente y la mantenían aislada en una habitación, lejos de Sarah. No pudo estar con ella por varios meses. Recordó que, cuando ella ya era un poco más grande, su madre co­ mentó al padre que Sarah se mostraba muy renuente a ir a cualquier parte o a hacer cualquier cosa sin ella. Cuando adulta, Sarah tuvo muchos miedos sobre su ca­ pacidad de ir en auto a un lugar desconocido o de cono­ cer gente nueva, y cayó en el consiguiente aislamiento. Continuamos la psicoterapia hasta que pudo recuperar sus recursos de seguridad e indemnidad en situaciones extrañas. Apliqué la técnica del Hombre de Febrero para que un personaje reconfortante la acompañara a hacer regresión a los dos años de edad y elaborar una nueva perspectiva en el presente. Erickson desarrolló la técnica del Hombre de Febrero (Erickson y Rossi, 1989) en su trabajo con una joven tan carente de experiencias de una buena crianza materna que temía ser una madre inepta. Erickson usó la regre­ sión de edad en una serie de sesiones terapéuticas y se situó en el pasado de la paciente como un viejo amigo

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del padre que la guiaba bondadosamente a través de ex­ periencias importantes. Siempre visitaba a la niña el día de su cumpleaños, que caía en febrero; de ahí el apela­ tivo Hombre de Febrero. Después del tratamiento, la jo ­ ven mujer pudo tener hijos y darles la crianza adecuada. Yo utilicé a una mujer mayor para acompañar a Sarah e interpretar la experiencia traumática que había te­ nido a los dos años. Al cabo de varias sesiones, Sarah me trajo un poema titulado «My father's back» y repitió algunos versos: No sé por qué volvemos sobre las viejas heridas una y otra vez en nuestra mente, los falsos arranques y los comienzos verdaderos, como si eso pudiera hablarnos de un mundo que (llamamos el pasado, quiénes somos ahora, o fuimos, o podríamos haber sido. (Hirsch, 1989, pág. 38) Me dijo que ya no la entristecía el recuerdo de aquel pe­ ríodo de su pasado. Eso había terminado de una vez por todas. En este capítulo, examinamos diversas estrategias hipnóticas utilizables por el terapeuta. Se basan en fe­ nómenos de trance que tal vez las parejas ya usan. Toda elección de una estrategia debe fundarse en los indi­ viduos dentro del matrimonio; se deben considerar las etapas evolutivas individual y conyugal y las idiosin­ crasias de los pacientes. El terapeuta debe preguntarse: «¿Quiénes son estas personas? ¿Qué recursos poseen? ¿Qué intentan aprender?».

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Epílogo

Desde Freud, lo Inconciente se ha visto como un cal­ dero hirviente de pasiones y talantes indómitos que la psicoterapia estaba destinada a domeñar o vencer. Milton Erickson fue quizás el primero en ver en el incon­ ciente un reservorio de recursos inexplotados o tesoros ocultos por descubrir y utilizar positivamente. En lugar de concebir la mente inconciente como algo que debía ser controlado, Erickson descubrió por experiencia vital propia que en el inconciente existen capacidades o re­ cursos notables, útiles para dominar cualquier situa­ ción de la vida. Estos recursos pueden ser despertados por fenómenos de trance, símbolos y una experiencia metafórica, y son capaces de reorientar nuestras sendas personales y nuestro ánimo hacia el equilibrio y la ar­ monía. Milton Erickson no es el único que vio en la psico­ terapia un proceso de conexión con el propio ser más profundo. Cari Jung, Karen Horney, Cari Rogers, Virgi­ nia Satir y Cari Whitaker compartieron este punto de vista. Erickson describió el propio ser más profundo como «ese sentido vital de la “existencialidad" del propio ser. . .» (CP II, pág. 345). La intención del terapeuta es explotar la sabiduría y la claridad del inconciente, y ayu­ dar a los pacientes a ver el mundo como suelen verlo los niños: de manera simple, precisa, imaginativa, creativa, espontánea y sintiéndose conectados consigo mismos y con el otro. Esta aventura alquimica que en el matrimo­ nio es compartida con otro constituye la «gracia de par­ ticipar en la vida de otro» (Campbell, 1988, pág. 74). En el trabajo con parejas, el terapeuta pronto advier­ te que cada esposo aporta a la situación un inconciente individual y un inconciente de pareja. La tarea del tera­ peuta es alinearse con el inconciente de cada cónyuge y

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apreciar el dolor que experimenta la pareja así como los recursos potenciales disponibles en la danza interaccional inconciente. En este libro hemos investigado el uso de la hipnosis ericksoniana en terapia de pareja. Hemos examinado la filosofía y las ideas de la psicoterapia ericksoniana, la evaluación y la formulación de hipótesis y la construc­ ción de metáforas. Hemos estudiado las estrategias de intervención basadas en una integración entre dinámi­ ca del sistema y problemas evolutivos individuales que se reflejan siempre en las actitudes, emociones y con­ ductas funcionales y disfuncionales de cada cónyuge. De la danza hipnótica conyugal, entre las mentes in­ concientes emergen pautas curiosas y fascinantes. Las mentes inconcientes hallan modos exquisitos de bailar juntas a fin de crear su experiencia singular de intimi­ dad. Ver en la danza una fuerza positiva potencial orien­ tada hacia la curación equivale a confiar en el poder del inconciente, un poder que puede ser convocado y utili­ zado para trasformar un problema en una solución. Llevo ya muchos años investigando esta danza en los matrimonios de mis pacientes y en el mío. No obstante, sólo descubrí un modo mucho más positivo y esperan­ zado de abordar el cambio cuando Milton Erickson, por intermedio de sus discípulos y familiares, se convirtió en un foco de mis investigaciones. Este libro resume e in­ terpreta el abordaje ericksoniano tal como se aplica en terapia de pareja. Tiende un puente entre las teorías sis­ tèmica y evolutiva. Asimila la hipnosis ericksoniana co­ mo un instrumento importante para desplazar secuen­ cias interaccionales de las parejas, sus actitudes, con­ ductas y emociones. Chris, mi hijastro, me hace notar que una neblina purpúrea se ha asentado esta mañana sobre la ciudad. El cielo está encapotado y hay poco viento. El tinte pur­ púreo ha alterado la forma de las casas y los árboles de tal suerte que vienen a la mente imágenes surrealistas. ¡Qué fenómeno oportuno mientras doy los últimos reto­ ques a este libro basado en la obra de Milton Erickson! El púrpura era su color favorito. Los chinos quizá supu­ sieran que el Dragón —el guardián del tesoro interior, respetado y amado— cruza la comarca. Tal vez sea así.

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Sin duda, hay tesoros inconcientes que cada uno de nosotros utiliza. El objeto de la psicoterapia es recupe­ rar y usar los recursos que posee cada persona, recono­ cer en ellos otros tantos senderos hacia la trasforma­ ción. En este proceso dinámico y relacional, terapeuta y pareja por igual se encontrarán aprendiendo nuevos movimientos en la danza hipnótica.

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(V ie n e d e la p r im e r a s o la p a .]

de cada cón yu ge y en apreciar el d o lor que experim enta la pareja a sí com o lo s rec u r­ s o s p o ten ciales d isp o n ib le s en la dan za interaccion al inconciente. C arol K e rs h a w investiga en este libro la h ip n o sis e ric k so n ia n a aplicada a la terapia de pareja. E xam in a la filosofía y las ideas de la p sicoterapia erick son ian a, el m étodo de evaluación de lo s pacientes, la form u la­ ción de h ip ó tesis y la c o n stru cción de m e­ táforas con fin es terapéuticos. E stu dia e s ­ trategias de interven ción b a sa d a s en una integración entre din ám ica del sistem a y p ro b le m a s evolutivos in d ividu ales qu e se reflejan siem pre en la s actitudes, em ocio­ n es y con du ctas fu n cion ales y d isfu n cion a­ le s de cada com pañ ero. De la dan za h ip n ó­ tica con yu gal entre la s m entes in con cien ­ tes em ergen pau tas c u rio sa s y fascinantes. L a s m en tes in con cien tes hallan m od os ex­ q u isitos de ba ila r ju n ta s a fin de crear su experiencia sin gu la r de intimidad. V er en la dan za u n a fuerza positiva potencial orie n ­ tada hacia la cu ración equivale a confiar en el p o d e r tdel in c o n c ien te , un p o d e r que puede se r con vocado y utilizado para tras­ form ar un p roblem a en una solución . A la n ovedad, en c o n se c u e n c ia , de rela cio n a r h ip n o sis con fam ilia, este libro añade la de tender un puente entre las teorías sistèm i­ ca y evolutiva para en la za r de u n a m anera flexible terapia fam iliar con terapia indivi­ dual; lo e se n cia l de la p ro d u c c ió n de un cam bio qu eda a cargo de lo s pacientes m is­ m os d e sp u é s que experim entaron u n a re­ organ ización y se reapropiaron de s u s re­ cu rso s.

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