La Construcción Del Universo
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Una mirada estratégica de la realidad...
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LA CONSTRUCCIÓN DEL UNIVERSO Interacciones Epistemología y clínica sistémica LA CONSTRUCCIÓN DEL UNIVERSO MARCELO R. CEBERIO Y PAUL WATZLANICK MARCELO R. CEBERIO PAUL WATZLAWICK LA CONSTRUCCIÓN DEL UNIVERSO Conceptos introductorios y reflexiones sobre epistemología, constructivismo y pensamiento sistémico Prólogo de J. L. LINARES 1998, Marcelo R. Caberio y Paul Watzlawick © 1998, Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los propietarios del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente. Fotocomposición gama, sl Imprenta: Inresa Depósito legal: B. 43.4351985 Printed in Spain
Introducción. El paradigma posible 1. El conocimiento del mundo Hacia una ciencia del cambio (P.W.) Qué se conoce, cómo se conoce Linealidad y la búsqueda de los orígenes Circularidad y revolución cibernética 2. El ojo constructor La ilusión de «ilusión» (P.W.) El ocaso de la objetividad La construcción de la paradoja observante
Yo distingo, tú distingues La lógica de los tipos lógicos Distinciones y categorizaciones: construyendo realidades diagnosticas Las dos realidades (P.W. y M.R.C.) Lenguaje y mundos inventados 3. La nueva mirada El principio explicativo El insight o hágase la luz (P.W. y M.R.C.) La realidad del Rorschach, el Rorschach de la realidad Construyendo del estilo terapéutico Consejos útiles para no ser un terapeuta sistémico Epílogo. La «primera verdad» de la «realidad última»
UN SUEÑO En un desierto lugar de Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma del círculo) hay una mesa de madera v un banco. En esa celda circular, un hombre que se parece a mí escribe en caracteres que no comprendo.aM-largo poema sobre un hombre que en otra celda circular. escribe un poema sobre un hombre que en otra celda circular... El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben. JORGE LUIS BORGES PRÓLOGO JUAN L. LINARES A juzgar por el título de este libro, alguien podría pensar que el mismo Dios lo ha escrito. Y, de hecho, no es que sus autores estén demasiado lejos de la idea de divinidad. Si existe un Olimpo sistémico, no hay duda de que Watzlawick ocupa en él un lugar destacado. Y en cuanto a
Ceberio, quien lo conoce suscribe fácilmente la fórmula coloquial: ¡Che, Marcelo, sós divino! Sin embargo, el libro es humano y bien humano, como corresponde a una obra inspirada y creativa, directa y apasionada. Está claro que la pasión, sobre todo, es patrimonio de la humanidad. Si hubiéramos de ser fieles al tópico, habríamos, también, de atribuir la pasión a Ceberio y el rigor -el otro ingrediente fundamental de la obra- a Watzlawick. Pero no. La filiación de los capítulos nos da pistas suficientes para distinguir en el segundo una apasionada defensa de la epistemología constructivista y para admirar en el primero una espectacularmente erudita concatenación argumental. Y el hecho de que ambos autores combinen pasión y rigor no puede sino redundar en un enriquecimiento notorio del texto. Estamos, y ya es hora de decirlo, ante un manual de constructivismo. El hecho carecería de relevancia si se tratara de un construc-tivismo a la moda de los ochenta, época en que hasta los pececitos del mar -herederos de aquellos que en el tardo medievo portaban las barras catalanas- se hicieron constructivistas. Pero las fuentes de Watzlawick y Ceberio se remontan tiempo atrás, a los orígenes del equipo de Palo Alto, cuando el incipiente constructivismo sistémico anunciaba la irrupción, ¡por fin!, de la incertidumbre y la complejidad en el campo psicoterapéutico. Un nuevo y refrescante modelo veía así la luz, mientras otros, al socaire de la misma oleada postmodema, renovaban el utillaje: el psicoanálisis dándole primacía al lenguaje de la mano de Lacan, y el conductismo perdiendo asperezas objetivistas al transformarse en cognitivismo. El constructivismo de Palo Alto nació, definiéndose como comunicacionalista, con la mejor legitimidad postmoderna, y quizás por eso no se ha tomado nunca grandes molestias en reivindicarla. Ni siquiera cuando, am parados en la «estética», los nuevos constructivistas emprendieron una injusta operación de acoso y derribo de los «pragmáticos» paloaltinos. La Historia es una gran señora que relega las polémicas a la letra menuda y reserva las mayúsculas para las aportaciones originales, de las cuales, por cierto, Palo Alto y Watzlawick andan sobrados. A ellas, y a la seguridad que confiere la veteranía, hay que atribuir, en parte, el que La construcción del Universo rezume un sano aire provocador y no el ñoño vaho políticamente correcto que caracteriza a tantas obras postmodernas. Se trata de la misma provocación que ha hecho siempre las delicias de los sistémicos
entusiasmados con «the new ways of'thinking», y que, todo hay que decirlo, ha irritado lo suyo a colegas de otros modelos. Pero, además, parte de la frescura crítica que rezuma este libro es responsabilidad de Ceberio, que encarna en su historia personal la fecunda conexión entre la irreverente clínica del anti-institucionalismo de Basaglia y de la anti psiquiatría de Cooper y Laing, y los orígenes del modelo sistémico. Si a ello añadimos que lleva su atrevimiento a proponer el Test de Rorschach, en el que es un auténtico experto, como instrumento diagnóstico constructivista, comprenderemos hasta qué punto la irreverencia inteligente es un elemento común a nuestros dos autores. Como manual que es, La construcción del Universo interesará al estudiante que busque una presentación ordenada y coherente del constructivismo sistémico, enmarcado en el contexto comunicacionalista que lo vio nacer. Pero, como exponente de una visión actualizada y enriquecida, interesará también al estudioso que desee degustar la suculenta salsa, trabada con elementos clásicos e ingredientes recientes, en que viene presentado. Y tanto uno como otro tendrán la oportunidad de codearse con los dioses, y hasta de divinizarse un poco, adquiriendo instrumentos para construir sus propios universos. ÍNDICE Prólogo, por JUAN L. LINARES ……………………………………………………… 9 Introducción. El paradigma ……………………………………………………. 13
posible
1. El conocimiento ………………………………………………………….
mundo
Hacia una ciencia del cambio (P.W.) …………………………………………………..
del 23
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Qué se conoce, cómo ………………………………………………………. 27 Linealidad y la búsqueda ……………………………………………... 39
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Circularidad y revolución …………………………………………………. 45
2. El ojo constructor 63
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La ilusión de «ilusión» (P.W.) 63 El
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La construcción de la …………………………………………… 77 Yo
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Distinciones y categorizaciones: construyendo realidades diagnósticas …………….. 119 Las dos realidades (P.W. …………………………………………………... 131
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M.R.C.)
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inventados
3. La nueva mirada ……………………………………………………………………. 147 El principio explicativo ………………………………………………………………. 147 El insight o hágase la …………………………………………… 175 La realidad del Rorschach, ……………………………… 179
el
luz
(P.W.
Rorschach
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y
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Construyendo del estilo ………………………………………………….. 187 Consejos útiles para no ser ………………………………….. 200 Epílogo. La «primavera ……………………………. 205 Bibliografía 215
verdad»
un de
terapéutico terapeuta
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«realidad
sistémico última»
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INTRODUCCIÓN EL PARADIGMA POSIBLE Clásicamente se entiende que un libro refleja una línea de pensamiento, el diseño de una construcción propia del autor y lo que éste desea transmitir. Es esta misma orientación la que posiciona al lector como un sujeto pasivo que recibe las ideas, con lo cual la lectura se convierte en un acto unidireccional: un autor activo y un lector pasivo. Sabemos, sin embargo, que todo lector captará y traducirá en construcciones propias las ideas de la obra; y es a partir de entonces -momento sagrado- que dichas ideas dejan de ser patrimo nio exclusivo del autor para pasar a formar parte del universo del lector. Así, el lector abandona la pasividad para convertirse en uno de los gestores del libro. Pensarlo de este modo implica que la lectura y sus reflexiones se estructuran como un proceso de co-construcción entre autor y lector. De esta manera, entra en crisis la linealidad tradicional que polariza un activo-pasivo en relación autor y lector, respectivamente. No se invierte la polaridad. Se trata de poner en juego lo que en adelante llamaremos el posible paradigma, el paradigma de la circularidad, una suerte de lectura interactiva, donde autor y lector, conociéndose a través de la obra, construyen juntos el producto.
Para poder comprender esta concepción, en el sentido estricto del término, se hace necesario conocer desde un nuevo modelo de pensamiento, y para concertar dicho giro hace falta un cambio de paradigma. La historia del mundo está signada por el cambio. Las crisis en el mundo científico fueron el preludio de la desestructuración de parámetros que resultaron anquilosados para gestar otros nuevos. Construcciones teóricas innovadoras comenzaron siendo posiciones alternativas a un determinado modelo de pensamiento que se erigía como paradigma; frente a tal confrontación, la comunidad científica -como grupo de poder- debió renunciar a su basamento epistemológico, para a posteriori, involucrarse en un nuevo conocer. No obstante, en todos los casos el resultado de este proceso no fue el cambio de paradigma, sino que, en muchos de ellos, la resistencia ganó terreno y el producto convocó al fracaso. El modelo de pensamiento que caracterizó a las ciencias clásicas estuvo impregnado de un determinismo causal-lineal, como el paradigma que avaló el desarrollo de hipótesis en la observación, llevó a crear sus metodologías en el análisis, y revistió de certeza las comprobaciones. Linealidad, objetividad, la verdad y la realidad fueron los bastiones que enarbolaron estas ciencias, donde la certidumbre y el orden concebían y explicaban un universo del todo coherente que no dejaba lugar a la duda. Este modelo de pensamiento no quedó circunscrito al perímetro del mundo científico, sino que invadió el conocer cotidiano que, de una manera menos sofisticada, o si se quiere más rudimentaria, apeló a este recurso como forma de ver, explicar y responder acerca de la realidad. Si bien desde el campo de la filosofia, algunos pensadores se habían revelado contra los dogmas de verdades irrefutables, la ciencia se mantuvo sorda de cara a sus observaciones. Todo transitó en aparente orden. En la década de los 50, el surgimiento y los desarrollos de la Cibernética y de la Teoría General de los Sistemas se confrontaron a la linealidad y
objetividad reinantes, imprimiendo una dosis de incerti dumbre que movilizó a diversos planos el mundo científico. El pensamiento de las ciencias clásicas, el que regía a las investigaciones, aquel que alcanzó el raciocinio de la gente común, involucró al ámbito de la psicoterapia, trasladando la articulación de la máquina a la comunicación humana. Se puso en crisis el modelo analítico que tendía a descomponer las partes, entendiendo que el punto de partida era la posibilidad de comprender y explicar el todo. Superar estas concepciones conlleva una permutación epistemológica, la capacidad de relacionar circularmente las distintas fracciones del sistema, para hablar de totalidad en lugar de sumatividad. La visión sistémica contrapone a la fragmentación reduccionista de los componentes una organización poblada de significados de las partes mismas. Aceptar esta nueva construcción, que nos introduce en las ciencias modernas, implica reconocer una multiplicidad de niveles que son simultáneamente autónomos e interrelacionados. Como señala Luigi Onnis (1996), «en esta dimensión las contraposiciones cartesianas de mente-cuerpo, biológico-psicológico, natural-cultural, individual-familiar, pierden su significado». Así comenzó a cuestionarse la certeza de la supuesta objetividad en el acto de conocer, que con la Cibernética de segundo orden llega al punto cumbre, arrojando interrogantes en vez de afirmacio nes: el observador está involucrado dentro del contexto de la acción de conocimiento, por lo tanto, ¿cómo es posible hablar de verdad, cuando soy yo, desde mi sistema de creencias, el miembro partícipe activo de lo que observo? La conceptualización de los juicios comenzó a considerarse fruto de la subjetividad: indefectiblemente el científico en su construcción de hipótesis observaba sobre un sistema que era influido por su propia intervención en el plano pragmático y por su lente de observación en el plano perceptivo. Miraba la misma dinámica de la cual él formaba parte constructiva, observaba lo que él mismo producía. Entonces, ¿cómo señalar cuál es la realidad?, o ¿existe una realidad verdadera? Podríamos pensar, de acuerdo a estas preguntas que relativizan el eje de observación, que estamos viviendo una época de transición, de
posibilidad de cambio de paradigma, una época en la que todavía hace falta discriminar términos como subjetividad y objetividad. Tal vez en una perspectiva futura, el último concepto se rotule como obsoleto, pues será obvio que las opiniones y juicios competen a la esfera de segundo orden, y como tal son subjetivos, con lo cual resultará absurdo intercalar en el discurso aseveraciones de verdad y realidad, sin adjuntar el mi delante. El significado de la objetividad quedará reducido tan sólo a convenios de primer orden, que también poseen su relativización, en la medida que existe un observador involucrado. La Cibernética de segundo orden abrió las puertas al Constructivismo que comienza a responder con interrogantes, contestando con cuestionamientos, que brinda respuestas que no restablecen un or den, sino que son estas mismas las que producen incertidumbre, las que dan paso franco a la duda. Podríamos afirmar que en estos tiempos de la posmodernidad, aceptar la óptica de la complejidad implica reconocer y respetar una pluralidad de puntos de vista que se traducen en una multiplicidad de modelos interpretativos. «A esta crítica no se sustrae, naturalmente, ni siquiera el modelo sistémico, especialmente cuando se lo identifica, como muchos hacen y a mi juicio erróneamente, con un modelo holístico, es decir, ten dencialmente y peligrosamente omnicomprensivo de cada aspecto de la realidad. Por este camino, la homologación de todo a un único modelo globalizante, me parece que se corre el riesgo de volver a caer, paradójicamente y sin darse cuenta, precisamente en la jaula reduccionista». [L. Onnis. 1996] Lejos de la ortodoxia, la epistemología sistémica debe ser una herramienta que nos permita construir correlaciones y recursividades entre los diferentes niveles de lo observable, entendiendo que cada uno de éstos es autónomo pero al mismo tiempo interdependiente y puede requerir de otros instrumentos de indagación. Este libro tiene por objetivo introducirnos en las preguntas a que nos conducen las ciencias de la complejidad, preguntas autorreferentes que nos llevan a la reflexión acerca de nuestros juicios y asevera ciones, que nos pasaportan a una mirada interior sobre nuestro cono
cer, a considerar los descubrimientos como construcciones del hombre y no como teorías de la naturaleza. Esta mirada autorreferencial desestructura el hecho habitual de categorizar las construcciones del otro sin cuestionar las nuestras, tal como lo menciona Wittgenstein cuando dice que siempre valoramos si las respuestas son justas o equivocadas, sin tener en cuenta si son correctas o no nuestras preguntas. En esta dirección, podríamos decir que el presente trabajo no es pretencioso, puesto que grandes pensadores de distintas disciplinas han reflexionado exhaustivamente sobre la temática de la construcción de la realidad: qué es lo que se construye, cómo y por qué. Figuras como el antropólogo Gregory Bateson, los cibernéticos Heinz Von Foerster y Ernest Von Glasersfeld, el lingüista Paul Watzlawick y los neurobiólogos Humberto Maturana y Francisco Varela son algunos de los especialistas que trataron de explicar el tema. Por lo tanto, será nuestra construcción, articular cómo se construye el universo personal partiendo desde las vertientes epistemológicas de la estructuración de la realidad, hasta la elaboración de la misma como acto co-constructivo en el ámbito de la psicoterapia, en función del cambio. Oscilaremos permanentemente entre conceptos cibernéticos y constructivistas, o sea, entre recurrencias y construcciones de realidad, que avalan las acciones humanas tanto en la vida cotidiana como en la psicoterapia, sea por parte de los terapeutas, sea por parte de los pacientes. Por lo tanto, el lector encontrará términos que se repiten a lo largo del análisis, certificando la circularidad de la teoría, que a la vez habla de la circularidad. Nuestra línea de trabajo en relación con los ejemplos está centrada en la psicoterapia sistémica, principalmente el modelo de Palo Alto, aunque en numerosas oportunidades se excede este marco de referencia. Los escritos se dividen en una trilogía que no compone una división tajante, pero sí recurrente, en la que los títulos que integran cada una de las partes se colocaron con la finalidad de oxigenar la lectura. En ellos, como dijimos, se entrecruzan conceptos, convirtiendo al mismo texto en Cibernético.
Por su estructura, pueden ser leídos por separado e inclusive salteando su orden, puesto que cada uno posee un status independiente, o bien siguiendo el diseño de la obra, ya que tienen un hilo conductor que incorporará el desarrollo de las ideas en forma paulatina. No es azaroso, entonces, que el lector encuentre repeticiones de términos y reflexiones a lo largo de los capítulos. En la primera parte, El conocimiento del mundo, se abrirá el juego, partiendo de la concepción del término epistemología, tratando de especificar qué quiere decirse cuando se habla de este concepto, ya que en numerosas oportunidades es utilizado con diferentes significaciones, con el consiguiente riesgo de llevar a la confusión. Se desarrollan algunos de los diferentes modelos que pautan la observación, arrojando circularidades en el conocer, pero por encima de la pregunta autorreferencial de ¿qué y cómo conozco?, será la base de la reflexión acerca de nuestra forma de construir la realidad en la observación. Se categorizarán y diferenciarán los opuestos epistemológicos de linealidad y circularidad, en tanto ejes epistemológicos en la construcción de conocimiento. También, ciertos conceptos cibeméticos y por qué no un poco de historia nos ayudarán a contextualizar y fundamentar el porqué de la invención de este nuevo posible paradigma. En la segunda parte, El ojo constructor, después de haber planteado en el capítulo 1 la relativización de lo observable desde un panorama cibernético, luego de involucrar al observador en el contexto de lo observado, entraremos en una vertiente más filosófica: el Constructivismo. Este capítulo se caracteriza por complejizar aún más la observación: no solamente el observador con su simple presencia pauta la dinámica de lo que observa, sino que también su cognición, su estructuración del mapa, impone su sello recortando el objeto a su perímetro. A partir de un panorama introductorio con abundantes ejemplos acerca de la relativización de la realidad, algunos autores nos ayudarán a
entender cómo se construye. Apelaremos entonces a los estudios de Piaget, quien nos mostrará cómo el niño construye su complejo de abstracciones a través de las experiencias del método del ensayo y error, hasta generar las estructuras conceptuales avalantes de su mapa. Así, Las leyes de la forma, de Spencer Brown, nos ayudarán a distinguir distinciones y descripciones -con sus comparaciones concomitantes- que todo sujeto traza en el acto perceptivo, conformando en la pragmática a posteriori, la puntuación de una secuencia de interacción. Este será el trampolín para adentrarnos en la aplicación de los tipos lógicos que se verá en la parte siguiente, con su incidencia en la paradoja, su nacimiento como propuesta de resolución del problema que implicaba para los filósofos, y la utilización productiva que propone Bateson con su cuadro de descripción de proceso y clasificaciones de forma. De este punto se hereda un tema urticante: el problema del diagnóstico», en donde se desarrollarán los criterios epistemológicos que labran su concepción, la historia, las diversas críticas, la construcción de realidades, estableciendo distinciones a partir de él, y lo que consideramos como correcta aplicación. Deambularemos por las dos realidades de primer y segundo orden, impregnándonos de significados, estructuras de sentido, subjetivismo y autorreferencialidad. Después de recorrer y analizar algunas cuestiones de construcciones lingüísticas entre conceptos de F. de Saussure y M. Erickson, nos basaremos en las especificaciones de H. Von Foerster con su im perativo estético «si quieres ver aprende a actuar». Se remarcará la importancia del lenguaje imperativo como el que pauta la orden de trazar una distinción y de gran efectividad en las prescripciones de comportamiento, concluyendo en un lenguaje inventor de realidades y de mundos, que abandona su vieja concepción de representacional. En la tercera parte, La nueva mirada, llevaremos los puntos epistemológicos discriminados en la primera y segunda parte al desarrollo de ciertas reflexiones en el plano de la praxis. Un tema que nos atrajo fue el principio explicativo -tendencia inherente al discurso humano-, aplicado en la psicoterapia. Su etiología causallineal, pero también la posibilidad de entenderlo en un sentido interaccional, versión que se funde y se confunde con el para qué, de
acuerdo a la perspectiva epistemológica con que se lea, además de la importancia en la terapia sistémica del qué y del cómo. En este tema, dos explicaciones nos preocuparon: las dormitivas y las reestructurantes; las primeras, inocuas categorizaciones, y las segundas, una exposición clara de la técnica del reencuadre que he mos considerado como la estrategia madre de la psicoterapia sistémica. Estas reflexiones crean la oportunidad de pensar acerca del insight, que en esta línea de trabajo no será prerrequisito para el cambio, sin llegar a alcanzar o a erigir definiciones dogmáticas. El ejemplo del Rorschach nos permitirá confrontar abiertamente las construcciones de mundos que se elaboran en la amorfia de su estructura, comprobando la selectividad perceptiva y la proyección de nuestro mapa frente a tal desestructuración. Finalmente abordaremos la construcción de modelos de psicoterapia. El desarrollo de eventos sociales, políticos, económicos y culturales, que ejecutan sus nacimientos, con algunos ejemplos históricos que lo corroboran. Se verá así mismo cómo construye el estilo el terapeuta, la no-casualidad de la elección, y cómo en el juego de una sesión las intervenciones e interacciones se interceptan recursivamente. Este tema será un elogio a la creatividad y a la no-adherencia ortodoxa a un modelo que cercene los recursos del terapeuta: abolir el se debe, para que el profesional recupere una identidad (la suya propia). Capciosamente distinguiremos algunos puntos que se extraen de este desarrollo, de cómo no ser un terapeuta sistémico, posibilitando tener un espectro más claro de cómo se operativiza este modelo en la acción. Cerramos abriendo con un epílogo, retomando conceptos en forma circular, tal como es el esquema de este libro, abrimos con la recurrencia y cerramos con la recurrencia. A propósito, no sabemos cómo (y tal vez no importe), pero nos llega a la mente el recuerdo de una anécdota: un actor que se dirigía a su función del día sábado deambulaba en su automóvil por las calles de Buenos Aires reflexionando, ya que tenía esa extraña manía que a veces aqueja a los seres humanos: el pensar y que, especialmente cuando se realiza conduciendo, suele traer lamentables consecuencias.
Era un pensador que estaba involucrado con las ideas cibernéticas, y en aquellos momentos sus pensamientos se dirigían a aseverar la circularidad de la vida del ser humano; la vida es circular, se repitió varias veces, la vida es circular. Esta idea lo persiguió casi todo el viaje, aunque se vio interrumpida en algunas ocasiones por bocinazos o por frenadas bruscas. La vida es circular y su mente se poblaba de imágenes muy primitivas, el nacimiento, la teta, la madre, el biberón, los pañales, ..., cuando de pronto, en ese preciso momento que su mente guardaba esta última imagen, ya próximo a llegar, lo detuvo un semáforo y sin saber por qué giró su cabeza y se sintió atraído hacia el escaparate de un negocio, en donde un cartel resaltaba ante sus ojos: PAÑALES PARA ANCIANO. «Sí», se dijo... «la vida es circular...»
EL CONOCIMIENTO DEL MUNDO HACIA UNA CIENCIA DEL CAMBIO (P.W.) Resultaría difícil imaginar una meta tras la cual la humanidad ha empleado más pensamientos, sueños, palabras, esfuerzos desesperados, guerras y revoluciones, que el logro de la felicidad. Ya Aristóteles aseveró lo obvio: «todos los seres humanos desean ser felices»; pero Terrentius Varro y, siguiendo su línea de pensamiento, Agustín, contabilizó 289 opiniones distintas sobre este concepto aparentemente tan simple. Uno debe suponer que ellos solamente entrevistaron a 289 personas, puesto que escasamente pueden encontrarse dos seres humanos que estuvieran de acuerdo finalmente en qué se supone que es la felicidad. Pero este no es el único problema con esta naturaleza tan difusa. Dumby, uno de los personajes de la comedia de Oscar Wilde Lady Windermere's fan señala: «En este mundo hay sólo dos tragedias. Una es el no alcanzar lo que uno quiere, y la otra es alcanzarlo. La última es, lejos, la peor, la última es la tragedia real». En otras palabras: nuestra idea de la felicidad es infinitamente deseable, sólo en tanto no la logramos. Cuando llegamos a ella, nos envuelve un
llanto lejano por aquello que esperábamos, o al mismo tiempo nos invade una horrible desilusión. Lo verdaderamente asombroso es que entonces no sospechamos que debe haber algo equivocado en la idea que poseemos acerca de la felicidad, para invariablemente concluir que cometemos un error, que alguien o algo nos decepciona, o que todavía no buscamos la felicidad en el lugar adecuado; y pronto salimos a una nueva búsqueda en una nueva (o más posiblemente la misma) dirección, para finalizar en un desengaño similar. Si observamos las caras de la gente mayor, hay algo trágico en sus rostros, como si se sintiesen disgustados por la vida, defraudados por Dios, la naturaleza, o la existencia (o como quieran llamarlo), por haberles quitado alguna cosa que les hubiera hecho feliz. Algo menos trágico es lo que Catalina la Grande, tarde en su carrera, se supone le dijo a un hombre, con quien había estado por casualidad en la cama aquella noche: «sabes, yo debo haber tenido diez mil amantes y pienso, no hubo gran diferencia entre ninguno de ustedes». Se non é vero é ben tnovato... Pero esto aún no es de ningún modo la historia completa. La experiencia muestra que lo que hacemos para perfeccionar las cosas, para lograr la felicidad, puede ser la causa de nuestra infelicidad. Este instante, inesperado e impredecible, transformando a algo en su opuesto ya era conocido por Heráclito, quien lo llamó enantiodromia, pero después de él, Lao Tzu (si alguna vez existió) escribió en el capítulo 11 de su Tao Te King. «Cuando todos en el mundo entiendan la belleza de ser bello, entonces la fealdad existe. Cuando todos entiendan la bondad de ser bueno, entonces la maldad existe». Los mecanismos por los cuales creamos nuestra infelicidad, buscando la felicidad, son numerosos, pero parecen tener un denominador común: la llamada tendencia a hacer más de lo mismo; aun que nuestros esfuerzos todavía no hayan arrojado los resultados esperados. Cuando comenzamos a observar estos mecanismos, caemos en la cuenta que su importancia y sus efectos van más allá de nuestras vidas individuales y amenazan la supervivencia del planeta.
No cabe duda que la humanidad ha llegado a un punto totalmente inusual en su historia; el punto en donde nuestro modo tradicional de ver el mundo y de cómo mejorarlo no sólo resulta inútil, sino que se ha tornado contraproducente. Por ejemplo, no por mucho tiempo se puede sostener la creencia que si algo es malo, su opuesto debe ser bueno; o que si algo es bueno, el doble debe ser dos veces más bueno; o sólo porque A ha producido siempre B, se continuará obteniendo B hasta la eternidad. Ciertamente estos ejemplos son triviales, y la falacia resultante de éstos ha sido señalada a través de los siglos. Sin embargo, estas técnicas de cambio, aún son aplicadas una y otra vez -tanto en una relación conyugal, como por las altas esferas de un gobierno. Nuestro mundo se ha vuelto tan complejo que no logramos escapar del mismo resultado, recurriendo a soluciones similares que surgen de nuestro sentido común durante mucho tiempo. Atrás quedaron los días en que la naturaleza absorbía pacientemente nuestros desechos y venenos, y era ella misma la que los purificaba. En la actualidad, el Mediterráneo se ha transformado en un albañal y los bosques del norte de Europa están moribundos. Nuestros esfuerzos por lograr una mejor y más feliz calidad de vida genera resultados igualmente desastrosos: los vertiginosos avances de la medicina han creado problemas humanos totalmente nuevos e inesperados; el grado elevado de seguridad social se asocia con las particularmente violentas formas de delincuencia; los medios de transporte, cada vez más rápidos, nos dejan con menos y menos tiempo; a pesar de la mayor riqueza, hay más gente que se suicida; y ello sin olvidar el dilema nuclear. Los viejos intentos por solucionar problemas han alcanzado los límites de la inefectividad. En vez de buscar nuevas técnicas de cambio, continuamos aplicando la desastrosa receta de hacer más de lo mismo -un modo seguro de suicidio, como la ciencia de la evolución lo muestra convincentemente. «Plus ea change, plus c'est la méme chose», dice la sabiduría del viejo proverbio francés. Surge, entonces, la necesidad de construir nuevos métodos que obstruyan y reemplacen a las antiguas soluciones, en lugar de reforzarlas. Pero el lector tiene derecho a preguntar ¿cuál sería un ejemplo de semejante solución?
Imaginen que -siguiendo una breve idea mencionada por el matemático canadiense Anatole Rapoport en el libro Fights, Games and Debates (Combates, juegos y debates)- se introdujera una regla básica del proceder en el diálogo en todas las conferencias de las superpotencias: antes que el problema fuera discutido, cada delegación tendría que presentar el punto de vista de la otra delegación. En otras palabras, los americanos tendrían que exponer la opinión de los soviéticos, hasta que la delegación soviética estuviese completamente convencida de que su perspectiva de la situación había sido entendida correctamente. Sería entonces el turno de sintetizar el punto de vista de los Estados Unidos, hasta que los americanos estuviesen conformes. Para cualquiera que se encuentre familiarizado con la abismal ignorancia de estos líderes del mundo en lo que respecta a sus puntos de vista, esperanzas, sospechas y, consecuentemente, las intencio nes de sus contrapartes, esta idea cobra sentido de inmediato; el 50% del problema posiblemente habría desaparecido antes de que fuera alguna vez discutido. Es verdad que, en este caso particular, la solución no puede funcionar, puesto que resulta improbable que dichas superpotencias estuviesen de acuerdo en acatar semejante regla. Otro ejemplo que puede explicar esta idea es aquel tipo especial de sabiduría que ha salido a la superficie una y otra vez en el curso del milenio en incontables historias, fábulas, mitos y otros relatos del gé nero. Por lo general, nuestro entendimiento moderno tiende a desestimar estas historias por ser fantásticas, imaginarias o irreales. Pero no debemos olvidar que, aún en nuestros días, tales conceptos imaginarios han mostrado su utilidad práctica. Tomemos uno de los puntos embarazosos de la lógica matemática, como es la aparentemente ingenua ecuación X + 1 = 0. Trasladando el -1, obtenemos X =-1, por lo tanto el resultado final será X =-1. Los lógicos han realizado numerosos intentos para resolver esta contradicción -ya que nada multiplicado por sí mismo puede dar un valor negativo- y de este modo salvar a la lógica clásica de la irracionalidad de esta paradoja. Pero flsicos e ingenieros, que han quedado entrampados en este dilema, convinieron con ecuanimidad un número imaginario llamado «i», introduciéndolo en sus cómputos y llegando, por ende, a soluciones prácticas y concretas.
Quizás, el ejemplo más atractivo de este modo de resolver problemas es la historia oriental del padre que, después de su muerte, deja sus 17 camellos a sus tres hijos, con la siguiente instrucción: el hijo mayor debería recibir la mitad, el segundo, un tercio, y el más joven una novena parte de los camellos. Frente al mandato del padre, ellos se encuentran con la imposibilidad de realizar tal división. Eventualmente por el camino, un mullah (intérprete de las leyes y dogmas del Islam) viene cabalgando sobre su camello, y ellos le piden ayuda. «No existe una solución para esto», él asevera. «Pero puedo agregar mi camello a los de ustedes, y así tendrán 18 y podrán dividirlos. Ahora tú, el mayor, recibes la mitad, que es 9. A ti, el hijo segundo, te corresponde un tercio, o sea 6, aquí están. Y para ti, el más joven, un noveno, que son 2 camellos; así resta un camello, de mi propiedad». Habiendo dicho esto, se subió a su camello y se fue. En conclusión, necesitamos una nueva ciencia del cambio, que sea capaz de producir un giro, no sólo en las formas de abordar un problema en particular, sino también que resulte efectiva en el tratamiento del fenómeno como tal. Y cuando observamos alrededor, encontramos los comienzos de una ciencia semejante con diferentes áreas como biología, fisica, química, filosofia, semántica, sistemas sociales, ciencias empresariales (management), medicina, y por último, pero no por eso menos importante, psicoterapia, y con ésta nos referimos a la reducción del sufrimiento humano y no al logro de la felicidad final. Lo cual nos lleva a retornar al punto de partida...
QUÉ SE CONOCE, CÓMO SE CONOCE Para comenzar a pensar acerca de este tema, es necesario abrir con una reflexión: ¿alguna vez nos cuestionamos cómo se llega a conocer eso que llamamos externo a nuestra mirada? ¿En alguna oportunidad nos preguntamos acerca de los procesos que nos llevan a decir que los objetos son, en el sentido literal de la frase, y no tan sólo a discriminar su existencia, sino también a adjetivarlos, clasificarlos, revestirlos de un determinado juicio de valor?
¿Conocemos nuestra forma de conocimiento?, ¿conocemos nuestro conocer?, ¿cuál es nuestra epistemología? El término epistemología deriva del griego episteme, que significa conocimiento, y es una rama de la filosofa que se ocupa de todos los elementos que procuran la adquisición de conocimiento, e investiga los fundamentos, límites, métodos y la validez del mismo. En este sentido es un escalón anterior a la estructuración de la teoría, ya que se ocupa de las reglas que gobiernan el funcionamiento de la cognición humana; por lo tanto, la epistemología establece «de qué manera los organismos o agregados de organismos particulares conocen, piensan y llegan a decisiones que determinan su conducta» (Bateson, 1979). Dentro del contexto filosófico, se ha empleado el término epistemología para hacer referencia a un conjunto de técnicas analíticas y críticas, que definen los límites de los procesos de conocimiento. Pero más allá de la filosofía, existen dos ámbitos donde esta ciencia realiza su incursión: la biología experimental, a través de figuras como Maturana, Varela, McCulloch o Von Foerster, y el área sociocultural, que se traduce en cómo las personas conocen y de la forma en que conocen, es decir cómo se constituye y sostiene el hábito de la cognición. Simon y colaboradores (1984) señalan que la epistemología: « se refiere al desarrollo de la estructura de pensamiento, así como a la lógica interna de los procesos emocionales. La estructura de conocimiento de todo organismo puede verse como su modelo del mundo y como marco de referencia de su conducta. La organización del modelo del mundo depende de la comunicación que tenga un individuo con su ambiente, es decir, de las estructuras y condiciones dadas de ese mundo y el potencial del organismo para percibirlas. Se trata de un proceso dialéctico de adaptación interna y externa». De acuerdo con este planteamiento es imposible que un sujeto no posea epistemología. En tal caso podríamos afirmar que ese individuo no es consciente de cómo desarrolla su proceso cognitivo –la construcción del mundo- y esta falta de conciencia puede llevarle al caos, aseverando su verdad como irrebatible y rigidizando la estructura de su sistema de interacciones.
Bateson fue el que plasmó el ángulo sistémico y cibernético en el ámbito experimental epistemológico. Estos estudios llevados al plano de investigación en la terapia familiar se centran en la relación en tre los fenómenos de interacción de la familia y los actos perceptivos erróneos que llevan a errores epistemológicos. Del] (1985) distingue en Bateson cinco usos diferentes del término epistemología. En principio, según se utiliza tradicionalmente en la filosofía, como teoría del conocimiento; también como cosmología biológica, en referencia a las propiedades de la mente, definiéndola como un agregado de partes interactuantes impulsadas por la diferencia; como paradigma -la cibernética, la evolución, la circularidad, el ecosistema-; como estructura del carácter, los supuestos habituales que especifican el modo en que una persona comprende el mundo y se relaciona con él; y por último, como ciencia, en la cual la epistemología describe y explica la objetividad como un hecho imposible. Es factible pensar la epistemología colocándola en un metanivel, como paradigma de paradigmas, «como reglas usadas en el pensamiento de grandes grupos de personas para definir la realidad», según Averswald (1985), mientras que un paradigma se definiría como un subconjunto de reglas que definen un fragmento de la realidad. La epistemología -como forma de conocimiento- sería un suprasistema, un paradigma más abarcativo. Acerca del término paradigma, dice Kuhn (1975) que se trata de una realización científica universalmente reconocida, que durante un determinado período proporciona un modelo de solución sobre ciertos problemas a una comunidad científica. En su investigación, el autor evidencia que el impacto de una variable epistemológica que se presenta como alternativa frente a una constante -e1 paradigma-, que se sostuvo tal vez durante siglos, inevitablemente da como resultado una crisis de las reglas que regían el conocer hasta el momento. Por lo tanto, siempre después de un determinado descubrimiento (más adelante hablaremos de invención), se transita por un período de asimilación de la variable incorporada al sistema. La historia de los cambios de paradigmas en la ciencia revela que los científicos se encontraban en condiciones de explicar un espectro más amplio de fenómenos naturales, y aún con mayor precisión aquellos que ya eran patrimonio de su conocimiento. Este avance sólo pudo lograrse
descartando los significados, valores, creencias y metodología, previamente aceptados por el paradigma anterior, reemplazándolos por nuevos conocimientos. Para Kuhn, los descubrimientos no son las únicas fuentes de cambios de paradigmas, sino que, además, existen una serie de elementos que inciden en los factores constitutivos de una crisis del co nocer. Considera también que la percepción de una anomalía cobra un papel relevante en la aparición de nuevos tipos de fenómenos. No obstante, a pesar de que el sistema percibe dicha anomalía, ésta puede permanecer durante mucho tiempo solamente señalada, mientras persiste el modelo de conocimiento instaurado como paradigma, afectando paulatinamente a diversos puntos del sistema, que se resiste al cambio de modelo epistemológico. Así, el advenimiento de una nueva teoría -construida sobre una base epistemológica diferente- es precedido por un período de profunda inestabilidad e inseguridad, generado por la imposibilidad de dar respuestas satisfactorias a los enigmas que plantean las anomalías (consideradas como tales según el paradigma anterior). El paradigma que justifica y construye un sistema determinado fracasa en satisfacer los requerimientos que se presentan y es allí donde surge la crisis. El fracaso de las reglas existentes conduce a la búsqueda de otras nuevas. Si establecemos un paralelismo con la familia o la sociedad, ante la posibilidad de percibir una disfunción, que activa la marcha de mecanismos de cambio, o se revisan las reglas del paradigma que se venían instrumentando y se producen modificaciones, reacomodándose a una nueva dinámica del sistema (morfogénesis), o se desarrollarán mecanismos de resistencia al cambio y por ende se perpetuará la dinámica del sistema, fortaleciendo la utilización de sus reglas tradicionales (homeóstasis). En el plano de las revoluciones científicas, Kuhn nos brinda un ejemplo que puede resultar útil. Hace referencia a los astrónomos de la época anterior a Copérnico, que eran capaces de eliminar cual quier anomalía que presentaba un sistema (que generaba discrepancias y confusiones), ajustándola de alguna manera a la epistemología imperante: el paradigma de Ptolomeo.
Esto da cuenta de que cualquier evidencia observable puede explicarse acomodándose a las hipótesis que arroja el modelo epistemológico al que uno se adhiere. Para que se lograse el cambio del paradigma de Ptolomeo, el requisito previo fue el reconocimiento por parte de los mejores astrónomos europeos de que el paradigma astronómico vigente fallaba en sus aplicaciones a los nuevos interrogantes que se planteaban. Las crisis, entonces, son una condición previa y necesaria para el nacimiento de nuevas teorías: « y preguntémonos, después, cómo responden los científicos a su existencia. Parte de la respuesta tan evidente como importante, puede descubrirse haciendo notar primeramente lo que los científicos nunca hacen, ni siquiera cuando se enfrentan a anomalías graves y prolongadas. Aun cuando puedan comenzar a perder su fe y, a continuación, a tomar en consideración otras alternativas, no renuncian al paradigma que los ha conducido a la crisis. O sea, a no tratar las anomalías como ejemplos contrarios, aunque en el vocabulario de la filosofia de la ciencia, eso es precisamente lo que son» (Kuhn, 1975). La dificultad radica en que una vez que se ha alcanzado el status de paradigma, o sea, que se ha instaurado un código reglado y sistematizado, una teoría científica puede mostrar su invalidez únicamente cuando se encuentra un candidato alternativo para que ocupe su lugar. La decisión de rechazar y acordar un cambio de paradigma implica siempre, y de forma simultánea, la decisión de adoptar otro y el juicio que conduce a esta decisión emerge de la comparación de ambos modelos. Estos modelos de conocimiento han variado de acuerdo con las épocas. Los diversos períodos en la historia del conocimiento han estado marcados por diferentes paradigmas epistemológicos que pautaron la forma de conocer. Los modelos están determinados, como emergentes de variables que regulan los distintos contextos, por factores que van desde lo social, lo político y lo económico hasta lo cultural. Son estos factores los que crean el territorio para fundamentar y poner en crisis los paradigmas reinantes.
En la Grecia Antigua, el hombre, desde una visión antropocéntrica y organicista, explicaba por ejemplo los fenómenos de las enfermedades mentales a través de los humores del cuerpo y de distintas localizaciones en lo que él llamaba «soma».
El Misticismo fue una línea de pensamiento en la que se postergó lo que se consideraba científico hasta el momento, para explicar los fenómenos atribuyéndoles un significado divino, y polarizando lo bueno y lo malo a través de la moral eclesiástica; Dios todopoderoso era el creador y todo lo fijado como anormal era una desviación de su obra y debía castigarse. La Iglesia, durante todo el medioevo, fue el eje del poder y las figuras del clero ocupaban puestos clave en la política, la economía y la cultura en general, certificando así una ideología religiosa que explicaba el hecho observable desde una perspectiva teológica. El Racionalismo se preguntó: ¿podemos conocer el rindo exterior por especulación, raciocinio, o intuición, tal corno comúnmente se le atribuye a un artista o a un místico? La filosofia proveyó un conjunto de respuestas acerca de cómo obtenemos el conocimiento: la primera señala que se produce íntegramente en la experiencia sensorial y a través de ella. La segunda postula que se consigue por medio del raciocinio. Los filósofos racionalistas plantearon que la mente dispone -desde un comienzo- de un número de facultades o de principios idénticos en todos los hombres, y que para la obtención del conocimiento sólo se precisa razonar con estos principios, usando estas facultades. De la misma manera que un matemático podría deducír la matemática a partir de uno o dos axiomas fundamentales, por medio del razonamiento (con tal que dicho proceso fuese realizado en forma correcta, o sea que razonara bien), el filósofo, con tal de ser buen filósofo, podría descubrir la verdad acerca del universo por los mismos métodos. De ahí que se llamara filósofo racionalista al que opinaba que la razón misma, sin el auxilio de la observación, puede proporcionarnos el conocimiento del mundo. Ahora bien, si el universo era entendido como un problema matemático, la pretensión de los filósofos racionalistas en favor de la razón, podía mantenerse. Pero el reino de lo que existe es diferente al de la matemática, y si bien contiene la clase de hechos que ocupan a los
matemáticos y desde este aspecto puede ser explorado por la razón pura, no se reduce solamente a este tipo de fenómenos. Por otra parte, contrapuesta con la anterior, la posición de los empiristas fue más rigurosa. Si el hombre quiere conocer el universo, el único procedimiento aceptable es observarlo, adoptando el método científico. Después de repasar cada uno de los modelos que rigieron en la historia la forma del conocimiento humano, llegamos a la conclusión que en el acto de observar y trazar una hipótesis, es importante conocer cuál es el modelo que forma parte de nuestro patrimonio perceptivo; es más, cuando aseveramos lo que tenemos frente a nuestros ojos, lo que vemos da cuenta de nuestro modelo de conocer. La epistemología, desde un metanivel, pautará y revelará nuestra forma de conocer-nuestra forma de construir la realidad-; es de allí de donde emergen las teorías, partiendo de la observación/construcción del hecho observable. Así, se plantearán las hipótesis resultantes, que serán comprobadas acomodándose y ajustándose al modelo epistemológico que se emplee, con lo cual se puede comprobar lo que se quiera... Desde esta perspectiva el hecho se constituye en un evento producido por el ojo del observador. No obstante, en todo este circuito opera la recurrencia; el resultado, como progenie observable, llevará a confirmar y reconfirmar nuestra teoría del conocimiento y ésta, a su vez, volverá a pautar nuestra mirada en la construcción del mundo. Por otra parte, si deseamos cuestionar nuestro conocer, o sea cuál es nuestra epistemología, indefectiblemente nos envolvemos en la trampa de la paradoja: conocemos nuestro conocer a través de nuestro modelo conceptual, que arrojará como resultado nuestro modelo de conocer. Por lo tanto, podemos afirmar, por ejemplo, que nuestra epistemología es cibernética y es la misma cibernética la que nos lleYa a conocer nuestra epistemología; así, es cibernético el proceso de conocer nuestra forma de conocimiento, como también es circular y recurrente el acto de la observación.
EPISTEMOLOGÍA MODELO DE CONOCIMIENTO El auge de la Teoría General de los Sistemas llevó a la formulación de un nuevo paradigma que se contraponía con la epistemología tradicional y
que explicaba los fenómenos desde una causalidad lineal: el concepto de circularidad o recurrencia. Las teorías de los sistemas son un grupo de propuestas que han causado impacto en las ciencias humanas, principalmente en la antropología. Reynoso (1993) señala que estas teorías giran en torno a una clase de modelos y para su comprensión se hace necesario describir los diferentes tipos de modelos susceptibles de construirse en una ciencia empírica. Fundamentalmente discriminaremos dos tipos de modelos, puesto que pueden diferenciarse tantas tipologías como criterios de articulación se elijan: los modelos mecánicos y estadísticos. La mayoría de las teorías han utilizado ambas clases, principalmente la antropología, a pesar que las estructuras de cada uno difieren y cubren gran parte de las posibilidades de una teoría. En principio señalaremos que los modelos son entidades conceptuales y no pueden ser ni más ni menos simples que la realidad, puesto que son otra cosa. Reynoso (1993) afirma que «un modelo es una construcción lógica y lingüística y a menos que se admita una teoría del lenguaje elemental y puramente nomenclatoria -el lenguaje como espejo de la realidad- no existe isomorfismo alguno (es decir, no hay ninguna correspondencia estructural punto a punto) entre enunciados y realidades. La escala de un modelo respecto de lo real es indecible, ya que la realidad puede ser casi infinitamente descompuesta y es analíticamente inagotable: una ameba puede ser tan complicada como un sistema planetario. No existe, entonces, una escala propia de los fenómenos: teorías que tratan de enormes conjuntos sociales son a menudo más sencillas que teorías que abordan la personalidad de sujetos individuales. La caracterización de los tipos de modelos debe fundarse en otras consideraciones». Los modelos mecánicos describen mecanismos; están, por así decirlo, a la misma escala del fenómeno, y no necesariamente implican reducir las cosas a metáforas mecanicistas o a máquinas. Estos mo delos desarrollan explicaciones tomando como base principios gene
tales, y, de acuerdo a estos patrones, se realizarán inferencias a partir de la observación del hecho, es decir, que su naturaleza es deductiva. Son por lo general deterministas y explican los hechos en función de las leyes adecuadas a dicho proceso. Ciertos modelos cognitivistas son mecánicos, puesto que describen los procesos de la estructura interna de la mente que producen el efecto de una percepción. Describen, además, los mecanismos que pueden explicar el estado o funcionamiento de las cosas y son efectivos en la explicación cuando el objeto es comprensible en términos de una simplicidad organizada; es decir, los modelos mecánicos se adaptan a sistemas simples o procesos de complejidad escasa, para ser analizados en su totalidad. Debemos aclarar que la simplicidad a que nos referimos es el resultado de un efecto teórico y no una cualidad empírica o patrimonio del objeto o sistema en sí mismo. Por lo tanto, un objeto llamado simple puede ser explicado distinguiendo un solo nivel de organización o relaciones lineales entre los diversos niveles. En cambio, los modelos estadísticos inducen regularidades o correlaciones entre diversas series de fenómenos y están, de acuerdo a la perspectiva, a una escala más reducida o global. Es una forma de análisis que introduce las correlaciones y pone énfasis en lo cuantitativo, no preocupándose por la naturaleza de los mecanismos y sus causas. Su objetivo será determinar qué estímulos desencadenan cierto tipo de respuestas, sin explicar el porqué, es decir, que utilizan el modelo de la caja negra. Inversamente a los modelos mecánicos, su planteamiento es inductivo, y por lo tanto consideran varios casos individuales y abstraen de ellos generalizaciones y regularidades. Es más, en numerosas oportunidades se utilizan cuando una ciencia no puede imponer leyes a su objeto de estudio, y podríamos decir que si existen leyes que rigen este tipo de modelos, son necesariamente probabilísticas. Los modelos estadísticos estudian fenómenos de alta complejidad para ser analizados, y al no poder ser totalmente cognoscibles, su abordaje se remite a un proceso sintético-inductivo. Como señalamos, las causas que provocan el fenómeno no son conocidas, por lo tanto la importancia radica en la observación del estímulo y la respuesta, de acuerdo al modelo de la caja negra.
Estos dos modelos se constituyeron en los paradigmas básicos, en términos de la investigación científica. Las ciencias modernas, a partir de los años 50, plantearon un modelo alternativo a los anteriores vigentes: los modelos sistémicos. Reynoso (1993) afirma que «aunque podría parecer a priori imposible, existe una alternativa a las teorías mecanicistas y estadísticas, una especie de paradigma básico, un arquetipo para producir teo rías. Se trata de las teorías o modelos sistémicos, que en variadas ocasiones han ejercido influencia en la antropología reciente, por su énfasis en los fenómenos dinámicos, en los universos totales abiertos a su entorno, en los procesos complejos y en las interacciones fuertes. Los modelos de esta clase se piensan, bien como de estructura diferente a la de las formas clásicas, o como la superación de éstas en una secuencia epistemológica de carácter evolutivo». Este modelo se encuentra diferenciado, según distintas aportaciones, en cuatro formulaciones de la Terapia de Sistemas: 1. La Cibernética, por Norbert Wiener, en 1947. 2. La Teoría General de los Sistemas, por Ludwig von Bertalanffy, en la década de los 50, (aunque la primera formulación tuvo lugar en 1945). 3. La Teoría de las Estructuras Disipativas, por 11ya Prigoyine, en los principios de la década de los 60. 4. La Sinergética, por Hermann Haken, en la década de los 80. objetivo de estudio de estos modelos son los sistemas complejos, que obstante su complejidad, no son desorganizados, sino que, por contrario, esta misma complejidad es la que crea la capacidad autoorganización.
El no el de
Tienen como finalidad organizar la complejidad a través de un conjunto de ecuaciones que describen los diferentes aspectos de los sistemas. Por otra parte, de la misma manera que los modelos son entidades conceptuales, la complejidad no es patrimonio del fenómeno en sí mismo, sino que es una escala de acuerdo a la perspectiva con que se observe y los conceptos que se utilicen.
Aquí y como veremos más adelante, los conceptos se centran en retroacción, feed-back, causalidad circular, etc., por lo tanto cualquier sistema puede ser observado desde esta óptica, desde una célu la hasta una planta, desde un sistema solar hasta una colonia de hormigas. Cualquier hecho observable puede ser objeto de estudio desde cualquiera de los modelos. Entonces, si la mirada es diferente (de acuerdo al modelo que se internalice) las construcciones de hipótesis resultantes de la observación también tendrán perfiles diferentes, coherentes con la epistemología de la observación.
MECÁNICA y ESTADÍSTICA SISTÉMICA FENOMENOLÓGICA Diferentes miradas OBJETO Construcción de hipótesis diferentes El autor presenta un cuadro en donde sintetiza los tres tipos de modelos, anexando un cuarto, las propuestas fenomenológicas (también podríamos poner en su lugar las interpretativas), que completan el cuadro de las estrategias de abordaje posibles a un objeto de estudio. Señala que las teorías fenomenológicas, simbólicas e interpretativas en general tienden a romper con las generalizaciones, dándole preeminencia a un conocimiento local. MODELO
PERSPECTIVA DEL OBJETO
INFERENCIA
Mecánico
Simplicidad organizada Analítico-deductiva
Estadístico Complejidad desorganizada Sintética-inductiva Sistémico
Complejidad organizada
Holística-descriptiva
Fenomenológico Simplicidad desorganizada
Nihilista-abductiva
Si observamos el cuadro, el modelo sistémico se aparta de las estructuras clásicas de los sistemas deductivos, puesto que conceptos como homeodinamia, causalidad circular, multicausalidad, retroalimentación, entre otros, impiden aseverar que si sucede un
determinado hecho ella implique la producción de un determinado resultado.
Lo que permite describir el modelo es un determinado proceso de acuerdo al fenómeno que se observa, por medio de la circularidad: « En un estudio sistémico, lo que más puede hacerse es describir formalmente el fenómeno de que se trate (sea la estructura del sistema, sea su trayectoria), a través de determinadas ecuaciones. Técnicamente, estas ecuaciones acostumbran ser ecuaciones diferenciales no ] ir-:ieales, aunque otras expresiones matemáticas podrían aplicarse a la rriisma descripción. A menudo un sistema se describe mediante un grifo topológico o un diagrama de flujo, asociado o no a una caracterización matemática más precisa. A partir de la descripción se podrá , eventualmente, construir un modelo de simulación, manipularlo y derivar predicciones respecto de su comportamiento» (Reynoso 1993). Par último, el autor aprovecha para desmitificar algunas creencias acerca del modelo sistémico que llevan a un error interpretativo de la tecoría que lo avala. ErL principio, se puede sostener que cualquier modelo más o menos ayiomatizado o formalizado puede llamarse sistémico, o que los modeleos sistémicos se reducen a estructuras matemáticas o computacionales, ya que muchos modelos formales son mecánicos o estadísticos, y también existen modelos sistémicos sin cuantificación. La Inteligencia Artificial, la Teoría de los Juegos, la Informática y otras investigaciones, no necesariamente coinciden con la Teoría de los Sistemas o comparten sus principios. La Teoría General de los Sistemas no es una concepción positivista, etiqueta con la cual en los últimos tiempos- se pretende marginar Ums nuevas propuestas con aspiraciones de imponerse en el mundo científico, sin que se ponga en juego su comprensión, evaluando así su productividad. Categorizar como equivocado o erróneo al objeto de discusión priva al discurso de toda fuerza crítica. Son numerosos los conceptos sistémicos quedan jaque al principio posictivista de lo analítico y a la concepción reduccionista de las ciencias- a la mecánica vulgar.
Por motra parte, hablar de sistemas no implica que la teoría con la que uno avala la observación sea sistémica. Sistema es un concepto indefinido, válido para un sinnúmero de posibles explicaciones, mientras que la Teoría General de los Sistemas constituye un modelo preciso y delimitado. Podemos hablar de un sistema familiar, un sistema social, y aplicar a su estudio otros modelos de análisis que distan de la perspectiva descriptiva de la recurrencia y la circularidad, por lo cual se hace necesario acotar el concepto de Teoría Sistémica a las construcciones teóricas que fundamentan sus postulados y conceptualizaciones. La diferencia principal que se establece con los demás modelos es la de la circularidad, mientras que la epistemología que subyace al resto desarrolla la linealidad de pensamiento. En síntesis, la ciencia clásica determinaba, bajo un modelo analítico y lineal, que el conocimiento era objetivo. En contraposición a este punto de vista, las ciencias modernas relativizan y cuestionan el paradigma antedicho para proponer un modelo sistémico, donde la circularidad y la recurrencia sean la guía del pensamiento y el conocer, que como acto del observador, se convierte en una construcción, patrimonio de éste, imperando así la subjetividad. CIENCIAS CLÁSICAS Objetividad Linealidad LINEALIDAD Y LA BÚSQUEDA DE LOS ORÍGENES Una relación causal se denomina lineal cuando una serie de proposiciones no regresan, cerrando un círculo, a su punto de inicio; esto implica que nunca el resultado de algo va a ejercer sus efectos sobre su propio origen. Por lo tanto, no intervienen procesos de retroalimentación y la secuencia de las causas y los efectos no retornan al punto de partida. Esta línea de análisis abarca e involucra desde el carácter investigativo de los desarrollos científicos hasta la vida cotidiana. La tendencia al por qué, o sea, la relación causa/efecto, supone la evidencia de la explicación causal, adscribiéndose a una epistemología de corte El conocimiento del mundo
CIENCIAS MODERNAS Subjetividad Circularidad El conocimiento del mundo lineal, aunque, como veremos más adelante, no necesariamente un porqué debe asociarse con la linealidad, sino que existe también un porqué que compete a la recurrencia. Lineal es un término que a veces ofrece confusión, principalmente cuando se trabaja con un modelo cibernético, orientado hacia las matemáticas. Bateson (1979) diferenció los términos lineal y linear, señalando que: «Linear es un término técnico de la matemática, que describe una relación tal entre variables, que cuando están representadas una con respecto a la otra en coordenadas cartesianas octogonales, el resultado es una línea recta. Lineal es la relación entre una serie de causas o argumentos, cuya secuencia no vuelve al punto de partida. El opuesto de linear es no linear. El opuesto de lineal es recurrente». En matemática, los gráficos lineares se representan con dos ejes de coordenadas: X e Y. En estas variables el cambio es continuo y ambas poseen una relación constante y proporcional con respecto al cambio cuantitativo, por lo tanto, el aumento o disminución de una implica un aumento o disminución de la otra. Las respuestas de un sistema a la entrada de información pueden ser directamente proporcionales a dicha entrada -lineares-, o variar con respecto a la entrada de información -no lineares. La no linearidad es una relación entre variables de un sistema de coordenadas cartesiano (de ángulos rectos) que no forman una línea recta. Existen relaciones no lineares continuas y relaciones no lineares discontinuas, y estas últimas son llamadas funciones escalonadas. En matemática, las funciones escalonadas son la contrapartida de lo que en la Teoría General de los Sistemas se llama cambio de segundo orden. Tengamos en cuenta que dicha teoría sostiene la existencia de dos niveles de cambios posibles: de primer y segundo orden. Vayamos ahora a relacionar estos dos tipos de cambio, cotejándolos con las funciones de los gráficos matemáticos.
En lo que llamamos cambios de primer orden, los parámetros individuales varían de manera continua, pero la estructura del sistema no se altera, puede mantenerse constante mientras se producen cambios cuantitativos. El sistema que sólo esté capacitado para ejecutar cambios de primer orden regulará su estabilidad con relativa continuidad, gracias al mecanismo de la homeóstasis. Por lo tanto, se basa en gran medida en un tipo de retroalimentación negativa, en cuyo proceso autocorrectivo se contrarresta la desviación que traspasa ciertos límites, en la dirección opuesta al cambio inicial que produjo la retroalimentación. Bateson (1972), al referirse a esta dinámica, decía «que se trataba de una cadena circular de sucesos causales (...) de manera que cuanto más hubiera de algo, tanto menos habría de lo siguiente en el circuito». Él mismo realiza una interesante observación, señalando que toda retroalimentación es negativa y cuando hablamos de un tipo de retroalimentación positiva es solamente un «arco o secuencia parcial» de un proceso más abarcador de retroalimentación negativa. «La aparición de fugas intensificadas en los sistemas, deriva del marco de referencia que el observador ha puntuado: la ampliación del marco de referencia propio permite ver la "fuga" como un tema de variación ante órdenes de control superiores» (B. Keeney, 1983). Fue Ashby en 1952 quien acuñó el término primer orden, refiriéndose a los cambios continuos y correctivos en un sistema, cuyos ejemplos son el mantenimiento de la temperatura del cuerpo por medio de la transpiración, o el termostato que opera equilibrando la temperatura en un ambiente. En el ámbito de los problemas humanos, las soluciones intentadas para resolver un problema suelen sostener (o mejorar) el estatismo y la no-evolución porque a menudo se hace más de lo mismo y cuanto más de lo mismo se repite, más del mismo resultado se obtiene. En síntesis, todos los cambios cuantitativos que se efectúan dentro de un circuito conducen a un equilibrio estático (homeóstasis), no existe una modificación de corte cualitativo que permita un cambio en el funcionamiento, es la paradoja de cambiar para no cambiar. Con respecto al cambio de segundo orden, el sistema cambia cualitativamente y en forma discontinua. Estos sistemas están mucho más capacitados para adaptarse a las alteraciones del ambiente que aquellos que son regulados por cambios de primer orden, y son los que
tienen, como señala Bateson, «capacidad de aprendizaje»; o sea, que la estructura del sistema está preparada para acomodarse a todos los procesos del desarrollo que impliquen la modificación de la misma (morfogénesis).
Si bien Ashby describió este tipo de cambio, los primeros en introducirlo en el marco de la Terapia Familiar fueron Watzlawick, Weakland y Fisch en la década de los 60, y se considera uno de los soportes teóricos del modelo sistémico de Palo Alto, entendiendo que una pequeña intervención en un circuito de interacciones que rompiese con el más de lo mismo (en términos cualitativos) podría provocar modificaciones significativas en los sistemas, generando así una nueva estructura de pensamiento y acción. El cambio de segundo orden se caracteriza por ejercer un cambio en el conjunto de reglas que organizan y dirigen el orden interno de la estructura de un sistema, podría decirse un cambio del cambio, y de ahí el término segundo orden. Se basa en un tipo de retroalimentación positiva que provoca una ampliación de la desviación, desarrollando nuevas estructuras. De acuerdo con este aspecto, en un medio donde se efectúen cambios importantes, los mecanismos homeostáticos amenazan la supervivencia del sistema e impiden la posibilidad de crecimiento y adaptación a las nuevas situaciones. La retroalimentación positiva es elemental para pasar a un nivel más profundo de acomodación y para que el sistema logre su autoorganización. A la vez, un sistema que no regule su desviación -o mejor dicho, una retroalimentación positiva que no reequilibre al sistema- termina destruyéndose (fuga en lenguaje cibernético). Watzlawick (1967) se refiere, como ejemplo análogo del cambio de segundo orden, a las velocidades y cambios de marcha de un automóvil. En la primera marcha la velocidad se limita hasta cierto pun to; cuando se quiere alcanzar una velocidad mayor (diferencia cualitativa) es necesario modificar la marcha, o sea, realizar el cambio. El sistema entonces se recalibra y reorganiza, produciendo el efecto deseado, más allá de que este cambio esté íntimamente relacionado con otras
estructuras internas del sistema (como el mecanismo del embrague, caja, motor, etc.). Este efecto, llevado al plano clínico representa un cambio en las soluciones intentadas por los pacientes. Es obvio que cuando nos consultan acerca de un problema, la exploración sobre los intentos de solución para resolverlo dan como resultado la inefectividad de los mismos, hasta tal punto que se han convertido en problema. Dichos intentos son los cambios cuantitativos -por lo tanto, cambios de primer orden-, que ayudaron a sostener la homeóstasis del circuito, apoyando el efecto sintomático. Un giro copernicano sobre los mismos, por parte del terapeuta, implica efectuar un cambio del cambio, introduciendo entropía en el sistema, para que del desorden pueda establecerse un orden cualitati vo distinto, de lo contrario el terapeuta formará parte del grupo de intentos de solución fallidos, colaborando con la no-evolución y estancamiento del sistema. Como señalamos anteriormente, el concepto de linealidad corresponde al pensamiento científico clásico y, más concretamente en el plano de la psicoterapia, abarca todos aquellos modelos que parten del supuesto teórico de que las causas del pasado producen sus efectos y son generadoras de la situación presente; por lo tanto, los conflictos, las conductas sintomáticas y los comportamientos patológicos son explorados buscando sus orígenes en la historia de sujeto. Indudablemente, esta línea de pensamiento refleja la herencia del enfoque médico tradicional, que parte del análisis de cualquier síntoma físico (y a veces psicológico), tratando de encontrar su etiología y diseñando el tratamiento adecuado, para lograr eliminar la sintomatología observable (por ejemplo, aplicando la medicación correcta). Este tipo de pensamiento es trasladado isomórfcamente al ámbito de la psicoterapia. Keeney (1983) se refiere, como ejemplo, a la nosología psiquiátrica y al modelo clásico de la psicopatología, calificando a esta epistemología de: «[ ...] atomista, reduccionista y anticontextual [...] los terapeutas entienden que su labor consiste en tratar de corregir, disecar o exorcizar los elementos malos, enfermos o locos de sus clientes [...] ejemplos dramáticos de este enfoque son los métodos bioquímicos, quirúrgicos y eléctricos de la terapia».
Estos son métodos que operan como correctores de desviación. Sin extendernos demasiado, uno de los signos con que se define la locura es el apartamiento de la realidad; sin duda, esta realidad está referida a las normas y pautas que rigen el funcionamiento social. El transgresor o desviado de la norma debe ser reencauzado por el profesional de acuerdo con los baremos sociales vigentes; en este sentido, el terapeuta se convierte en un agente del orden y el manico mio en el lugar de la corrección. Este punto de vista fue seguido exhaustivamente por la mayoría de las corrientes contraculturales, fundamentalmente la Antipsiquiatría (1960) y la Desinstitucionalización psiquiátrica (1970). Estos movimientos introdujeron entropía frente a la homeóstasis social, pero no lograron generar el cambio del paradigma psiquiátrico clásico. pero una lectura lineal de una situación problemática (o no), no solarriente remite a la historia de la persona: Este último punto significa que, en contra de lo que siempre se ejemplifica como epistemología lineal en psicoterapia, llámese encontrar los orígenes de un síntoma actual en el pasado de la persona, también encontrar un porqué relacional implica una linealidad de otro orden. La linealidad no sólo se posiciona en el eje de la diacronía, síno que pueden existir hipótesis lineales en el eje sincrónico. CAUSA (1) Historia (trauma) (2) Infección dental (3) Malas contestaciones del hijo 1, Pueden buscarse en el pasado los elementos traumáticos que han podido generar la aparición de un síntoma en el presente. 2, También es lineal, en términos médicos, la búsqueda de la causa de una afección determinada (una fiebre alta puede tener diferentes etiologías). 3, Así mismo, pueden encontrarse lecturas lineales en un eje sincrónico -de tiempo presente-, buscando causas relacionales, como, por ejemplo, atribuir el origen de la angustia de una mujer a las malas contestaciones del hijo, sin dar el giro que produciría la recurrencia (¿qué genera ella para que éstas se produzcan?), puesto que así entramos en el terreno de las interacciones, y, por ende, en otra epistemología. LINEALIDAD EFECTO Síntoma Fiebre alta »- Angustia de la madre
La epistemología de corte lineal es la que rige y ha regido la forma de conocimiento humano, traspasó las fronteras culturales y de tiempo, e impregnó las investigaciones del saber científico, así como el acto cotidiano de la vida del ser humano. Existe una tendencia natural a buscar el origen o la causa del hecho que sucede, trazando hipótesis, tal vez múltiples, pero que conllevan el paradigma lineal en su esencia. El modelo sistémico ha pro puesto una epistemología diferente, que todavía no ha alcanzado el status de paradigma, no ha logrado suplantar y ni siquiera absorber el paradigma imperante, no porque no contenga los elementos conceptuales adecuados, sino porque la comunidad científica, es decir, el grupo de poder, no ha querido aún aceptar totalmente las nuevas reglas que propone la Teoría General de los Sistemas. CIRCULARIDAD Y REVOLUCIÓN CIBERNÉTICA La otra variante epistemológica, base de la psicoterapia sistémica, es el concepto de recurrencia o de causalidad circular. La circularidad expresa -al contrario de la linealidad- cómo en una secuencia de causa y efecto, éste impregna la causa primera, confirmándola o efectuando una modificación, y a través de esta recurrencia, la causa inicial -en la progresión y dinámica del procesose ve afectada. La conceptualización del proceso circular es aportada por la Cibernética, cuyo modelo se constituye por una unidad básica: el mecanismo de retroalimentación. Pero, ¿cómo surge esta nueva epistemología, cómo se inventó esta nueva teoría? Por lo general, la mayoría de las grandes teorizaciones, modelos psiquiátricos o psicológicos y las investigaciones en distintos campos, se cimentaron en una visión analítica que implicaba la primera ley de la Termodinámica. Esta primera ley ponía de relevancia los fenómenos de conservación y transformación de la energía. Su epistemología es lineal, y su método explicativo -a través de una diacronía y sincronía causalaportaba los elementos necesarios para cumplir los objetivos. A partir de los años 50, aparece una nueva epistemología, que se fundamenta en el concepto de información-basado en la segunda ley de la Termodinámica-; el discurso se estructura alrededor de términos como desorden, orden, entropía negativa, naturaleza retroactiva u
organización, construyendo así lo que se llamó causalidad circular. La información se erige en el nódulo central de las investigaciones, orientándose a procesos de comunicación más abarcativos y complejos, como son los sistemas humanos. Así, la Cibernética (Wiener, 1948) tuvo como objeto de estudio los procesos de comunicación en sistemas naturales y artificiales, y es definida por su autor como «la ciencia de la comunicación en el hombre y la máquina». Etimológicamente deriva del término griego kybernetiké* que significa `el arte del timonel' o `el arte de gobernar' y se utiliza ya en La República de Platón, donde su significado se emparenta con el de Política, en el sentido del arte de gobernar o dirigir. Según Keeney, si la palabra designa tanto el hecho de comandar una nave como el de ejercer el control social, esto nos revela que la Cibernética se ocupa tanto de los seres humanos como de las máquinas que ellos mismos crean. La idea central del origen de la Cibernética es que existe una pauta que organiza los procesos físicos y mentales. Si bien estas ideas se venían gestando largo tiempo atrás, sólo a mediados de este siglo cobraron mayor repercusión. Sin apartarnos de la teoría, algunos hechos históricos nos permiten contextualizar su nacimiento. Fue en 1943 cuando aparecieron dos artículos que pueden considerarse como el nacimiento de la Cibemética. Uno de ellos se titulaba Conducta, finalidad y teleología, y en él sus autores, Arturo Rosenblueth, Norbert Wiener y Julian Bigelow, desarrollaron el concepto de finalidad e intencionalidad. El otro, Cálculo lógico infinitesimal de las ideas inmanentes en la actividad nerviosa, de Warren McCulloch y Walter Pitts, reveló el tipo de funciones que todo cerebro debe computar con el objetivo de percibir y describir. Estos escritos intentaban discernir las pautas de organización que subyacen tanto a la conducta intencional o teleológica como a la percepción respectivamente. * De kybernetés, que significa `timonel'. Paralelamente, Gregory Bateson desarrollaba una concepción del proceso interaccional desde la Antropología, y Jean Piaget, estudiando la evolución de la inteligencia, identificaba los mecanismos del conocer.
En los años 40 comenzaron a producirse unos encuentros fomentados por la fundación Josiah Macy, que nucleaba a profesionales de distintas disciplinas. El primero se realizó en Nueva York en 1942 y allí se discutió acerca de los problemas de la inhibición central en el sistema nervioso, cuyo eje central fue la hipnosis, debatiéndose, además, informalmente las ideas de Rosenblueth. El segundo encuentro tuvo lugar en 1944 y adquirió un carácter bianual. La preocupación de este grupo de científicos era encontrar la temática común que los uniera en sus investigaciones, a pesar de las diferencias de cada especialidad. Por lo general, los temas discutidos en los encuentros se referían a los mecanismos de retroalimentación y a la causalidad circular, tanto en sistemas biológicos como sociales. Finalmente, Wiener acuñó el término Cibernética para designar al nuevo tipo de paradigma. Ya a comienzos del siglo xx, Bernard había observado el isomorfismo entre la regulación de la máquina de vapor y los organismos vivos, frente a cambios internos o externos que podían alterar su metabolismo. Ciertas sustancias se conservaban en el cuerpo de una forma muy estable, lo que condujo a postular la estabilidad del medio interno, como uno de los elementos fundamentales para la vida. Es Cannon el que introduce el término homeóstasis para designar la tendencia a mantener dicho equilibrio interno a través de mecanismos reguladores complejos que, por ejemplo, llevan a una constancia de la concentración de azúcar en sangre, de la presión osmótica y de la temperatura del cuerpo. Pero fue a finales de los años 30 que el matemático Wiener se reunió con el neurofisiólogo Rosenblueth y con Cannon para discutir sus trabajos, pensando en la posibilidad de encontrar un lenguaje que los uniera frente a la similitud de sus investigaciones, y que les permitiera tender puentes ante cuestiones isomórficas. «En esa época Wiener participa en las investigaciones que permitirán la creación de ordenadores modernos. Pero Norteamérica entra en guerra y, como los otros científicos, debe participar del esfuerzo común de lucha contra el enemigo. Los progresos de la aeronáutica, y en especial el aumento de la velocidad de los aviones, han dejado anticuadas las piezas de artillería antiaérea. Se encarga a Wiener que estudie la
cuestión. Él se da cuenta que es necesario integrar en el aparato de control el tratamiento de todas las operaciones necesarias. Así, con la ayuda del ingeniero americano J. Bigelow, Wiener se aplica a construir un aparato que permita tener en cuenta el desplazamiento del avión blanco (y las características de previsión que esto necesita), así como la reducción del error de tiro. "Bigelow y yo mismo llegamos a la conclusión de que un factor muy importante de la actividad voluntaria es lo que los ingenieros del control llaman feed-back (o retroacción). Cuando se desea que un movimiento siga un modelo dado (por ejemplo una trayectoria definida para que un misil alcance un blanco), la desviación entre este modelo y el movimiento realmente efectuado es utilizada como un nuevo dato (feed-back) para hacer que la parte que se desplaza siga una trayectoria más próxima al movimiento previsto por el modelo"» (Wittezaele, García, 1992). Feed-back (nuevo dato corrector de desviación) La posibilidad de ingresar información nueva dentro de este circuito permite corregir la desviación, rectificando el error, y por lo tanto, modificar la comunicación de retorno (feed-back) implica lograr mejorar el objetivo. Este fenómeno es comparado con los movimientos voluntarios humanos. Por ejemplo: cuando queremos alcanzar un objeto con la mano se introducen una serie de rectificaciones -conscientes o inconscientes-, que llevan a que el movimiento alcance su objetivo. Rosenblueth observa análogamente -estimulado por Wiener- estos mecanismos en pacientes con afecciones en su sistema nervioso. Ninguno de los tres científicos intenta analizar las organizaciones internas, sino el comportamiento, las reacciones observables, tanto los outputs como los inputs, tomando las propiedades internas como caja negra, y de esta manera afirman que el concepto de feed-back es la clave de la explicación de todo comportamiento intencional. Este concepto fue trasladado al área de la psicología, aunque no con la precisión suficiente en que fue aplicado en la fisica. A posteriori, Margared Mead señala en una entrevista personal que el concepto de feed-back fue utilizado por Kurt Lewin de una manera diferente: «como cuando haces algo con un grupo, vuelves a hablar de ello más tarde y le dices lo que ha pasado así es como la palabra feed-back fue
introducida de manera incorrecta en las conferencias tipo Unesco [...] -no he recibido feed-back de tu parte, no puedo continuar sin un feedback-. Esto no hubiera sobrevivido si Kurt no se hubiese muerto, sin duda se hubiese rectificado» (Wittezaele, García, 1992). El concepto de feed-back es el nódulo central de las ciencias de la comunicación. La comunicación de retorno es la esencia de la interacción; de la misma manera que el primer axioma de la pragmática de la comunicación humana sentencia «es imposible no comunicarse», siempre en la interacción, nuestra conducta pauta y delimita la respuesta de nuestro interlocutor y esta misma es la que regulará nuestra conducta y así en sucesión recursiva. Por lo tanto, el feedback aparece en las relaciones humanas como el sol cada mañana. No se trata de un concepto que depende de la voluntad de las personas, con lo cual esperar o pedir un feed-back sería convertirlo en una acción voluntaria, cuando en rigor es patrimonio de la comunicación. De esta manera, la idea básica de la retroalimentación, que Wiener definió como:
Cibernética
es
la
de
«un método para controlar un sistema, reintroduciéndole los resultados de su desempeño en el pasado. Si estos resultados son utilizados meramente como datos numéricos para evaluar el sistema y su regulación, tenemos la retroalimentación simple de las técnicas de control. Pero si esta información de retorno sobre el desempeño anterior del sistema puede modificar su método general y su pauta de desempeño actual, tenemos un proceso que puede llamarse aprendizaje» (Wiener, 1954). Por lo tanto, la acción de corregir la desviación se pone en movimiento por la diferencia, tal como lo define Bateson, con lo que es posible entender todo cambio como la necesidad de mantener cierta regularidad y esta misma, a su vez, podrá mantenerse a través del cambio. A esta estabilidad del sistema se le aplica el término homeóstasis, que no es una denominación muy afortunada ya que revela un equilibrio estático, un estado más bien estacionario. Brand (1976) lo definió con el término homeodinámico, que ejemplifica el doble juego Cbernético de estabilidad-cambio. Homeodinamia es el equivalente a lo que Maruyama llamó morfogénesis; esta propiedad es patrimonio de aquellos sistemas más permeables al entorno, con flexibilidad en las reglas de su funcionamiento, que le permiten, frente a
situaciones de crisis (como introducción de entropía), modificar sus pautas y reacomodarse a la nueva situación. Esto posibilita que el sistema madure, alcanzando niveles evolutivos superiores, acumulando experiencia que lo llevará a sortear nuevas dificultades con menor gasto de energía. En ocasiones se señala que la diferencia que se establece entre el control de la desviación de la energía de un sistema (negentropía) o su amplificación (introducción de entropía) corresponde y se extiende a dos tipos de retroalimentación diferentes; M. Maruyama (1968) sugiere que existen sistemas que amplifican la desviación y otros que la contrarrestan, como si fuesen dos tipologías de sistemas: Los sistemas que contrarrestan la desviación son conducidos por un tipo de retroalimentación negativa que genera homeóstasis en el circuito. En aquellos que amplían la desviación, la retroalimentación es positiva, produciendo homeodinamia en el sistema. No obstante, el problema que presenta esta discriminación es que lleva a construir compartimientos estancos de dos polaridades: la estabilidad y el cambio. Si esto es llevado al campo de la Terapia Familiar, se diferencian tipos de familias homeostáticas, homeodinámicas o que alternan en los dos procesos. Pero esta división no tiene su origen en la epistemología cibernética, puesto que desde ésta es imposible separar la estabilidad del cambio, ya que ambas serían dos partes complementarias de un mismo proceso. No puede efectuarse un cambio si el sistema no posee un techo de estabilidad sobre él, y a su vez la estabilidad descansa en los procesos de cambio que están por debajo. Wiener ya había propuesto que la estabilidad y el cambio pueden explicarse como diferentes órdenes de retroalimentación. De acuerdo con la retroalimentación, se deriva el éxito o fracaso de una acción sencilla, pero en un nivel más alto, la retroalimentación de la información, que corresponde a una pauta de comportamiento o a una modalidad de conducta, puede lograr que el organismo cambie su planificación estratégica de una acción futura. Esta retroalimentación se diferencia de otras más elementales, pertenece a un orden superior y suele ofrecer una manera de preservar y de cambiar una determinada organización social.
Vale decir que, si la retroalimentación simple, por así llamarla, no es controlada por una de orden superior -retroalimentación de la retroalimentación- se generará una intensificación de la ampliación de la desviación, surgirá el descontrol en el sistema y se producirá lo que Bateson llamó esquismogénesis. Dicho en otras palabras, se refiere al proceso que incrementa la intensidad en un circuito, que al no estar bajo control, genera un nivel de tensión tal que produce la fragmentación del sistema, destruyéndolo. Repitiendo la afirmación de Bateson, lo que se denomina retroalimentación positiva o desviación o amplificación de la energía, no es más que un arco o secuencia parcial de un proceso de retroalimentación negativa mucho mayor. «La Cibernética estudia de qué manera los procesos de cambio determinan diversos órdenes de estabilidad o de control. En esta perspectiva, el terapeuta debe ser capaz de distinguir no sólo la retroalimentación simple, que mantiene el problema presentado por su cliente, sino también la retroalimentación de orden superior, que mantiene esos procesos de orden inferior. El objetivo del terapeuta es activar el orden del proceso de retroalimentación que permita a la ecología perturbada, autocorregirse» (Keeney, 1983). Si no se toma en cuenta el proceso de retroalimentación superior, el profesional observa tan sólo una parte de la dinámica -el árbol que no deja ver el bosque-, desconociendo cuál es el techo con el que opera. Así el terapeuta quedará entrampado en el juego homeostático de la familia, siendo una parte más de dicha maquinaria. En conclusión, el cambio adaptativo como proceso de aprendizaje con el objetivo del crecimiento surge del control del control y no del descontrol del sistema. Ya los griegos en el siglo v (A.C.). concibieron la creación del universo a partir del caos. Del desorden surgieron la tierra, el agua, el cielo, las estrellas, etc., se constituyó el cosmos, que en griego significa `orden'. A toda esta etapa de la concepción cibernética se la llamó Cibernética de primer orden. El concepto de caja negra en donde un observador se posicionaba delimitando la información de entrada y salida marcaba el perímetro de dos espacios: el del observador y el de la familia. Por lo tanto, es tas
investigaciones no involucraban al observador en el campo de observación. El ingreso del observador como un elemento más en el sistema representa la evolución de las ideas originales de la Cibernética, constituyéndose lo que se llamó Cibernética de la Cibernética o Cibernética de segundo orden. Heinz Von Foerster (1974) diferencia á la Cibernética de primer orden como la de los sistemas observados y la de segundo orden como la Cibernética de los sistemas observantes, equivalencia de los términos Cibernética simple y Cibernética de la Cibernética, respectivamente. En este período, la Cibernética se convierte en objeto de estudio de sí misma, de ahí el término acuñado por M. Mead (1968) (..) de segundo orden, de esta manera definitivamente se incluye al observador dentro del sistema. Trasladado este campo a los sistemas de comunicación humanos, las ideas cibernéticas se comprendieron a través del concepto de caja negra; así la familia es metafóricamente comparada con ésta: los síntomas y las intervenciones son los mensajes de entrada y salida del sistema, y el terapeuta sería el ingeniero que debe recalibrarlo. Esta idea ha sido muy importante para entender el funcionamiento de la dinámica familiar y diseñar las estrategias adecuadas. Watzlawick (1967) asevera que el objetivo de la psicoterapia tradicional consiste en descubrir el inconsciente (tomado como caja negra), del cual solamente podemos realizar inferencias o hipótesis. Únicamente podemos observar los inputs y outputs que el sistema acciona; por lo tanto el límite de la aplicación de las primeras ideas cibernéticas al campo de la terapia familiar radicaba en que esta concepción pragmática excluía al observador/terapeuta del campo de observación. Es la Cibernética de segundo orden la que integra los dos sistemas -el observante y el observado- como parte de un sistema recursivo total. Las investigaciones se distinguieron por dos fases predominantes: 1. En la primera, los investigadores se preocuparon por mantener la homeóstasis del sistema familiar, por lo que las intervenciones se referían a fortalecer reglas, mandatos y mitos familiares que contrarrestasen la desviación de energía como efecto negentrópico.
2. En la segunda, los temas predominantes oscilaron entre las necesidades de cambio, evolución y creatividad. Las intervenciones tenían por finalidad la amplificación de los procesos de desviación de energía y la inducción a la crisis, provocando desorden (entropía) en el sistema, con lo cual se generaba una reformulación de reglas que llevaban a instaurar un nuevo orden en su funcionamiento. Por lo tanto, el uso de técnicas paradojales fue una de las herramientas terapéuticas para generar el cambio dinámico. Esta discriminación fue bautizada por M. Maruyama como Cibernética de primer y segundo orden, especificando los sistemas de retroalimentación negativa y positiva respectivamente, con lo cual se aparta de la tradicional distinción que explica los dos órdenes de recursión. Desde este nuevo paradigma cobra otra dimensión la palabra crisis con respecto a su acepción clásica. El término abandona su significado pecaminoso, para referirse al cambio dinámico de las reglas de funcionamiento de un circuito. Crisis es el efecto que se produce en todo sistema cuando se amplifica una tramo de la recursión de la energía; esta amplificación genera un desorden en el estatismo del funcionamiento, obligando a los integrantes, o bien a refortalecer las reglas existentes, retornando al status quo anterior a la crisis, o (en sistemas menos rígidos) a reformular las reglas y las funciones de cada uno, produciendo un nuevo orden que lleve a una recursión diferente. Los chinos escriben la palabra crisis a través de dos hexagramas que significan peligro y oportunidad': siempre en un período de crisis se siente una máxima tensión, en donde emergen angustia y ansiedad frente al caos del sistema, la sensación de ruptura de referentes que hacen «peligrar» el sostén del equilibrio. «Oportunidad» refiere al cambio, es la excelente posibilidad de romper con la homeóstasis que llevó a la crisis al sistema, redefiniendo pautas con la propuesta de una nueva organización. Pero es con la Cibernética de segundo orden que se introduce al terapeuta en el campo de la observación de la familia. Surge entonces en la clínica sistémica la utilización del espejo unidireccional y el concepto de la labor en equipo; será, pues, la elaboración de hipótesis, el producto de un acto co-constructivo. La observación, desde diferentes perspectivas, de los distintos órdenes de recursión convoca a comprender más claramente los circuitos de las interacciones.
H. von Foerster señala que en la actualidad la Cibernética ofrece el marco conceptual para comprender procesos de segundo orden como la cognición, la interacción sociocultural, etc. La primera brindó los conceptos de regulación, equilibrio, estabilidad, cambio, mientras que la segunda introduce conceptos de mayor complejidad como los de autorreferencia y autonomía. Por lo tanto, la observación de un ser humano desde una epistemología circular obstruye la visión individual como un sujeto aislado o acontextual; la mirada se dirige hacia una entidad que interactúa y genera un entramado de relaciones, caracterizado por un contexto que otorga significados, poblado de intercambios de información que pautan conductas de respuesta/emisión en forma permanente. La pregunta interna del terapeuta sistémico será: quién hace qué, a quién, cuándo, en dónde, cómo... Un análisis Cbernético puro excluye la dimensión temporal, por lo que serán tomadas en cuenta solamente las relaciones sincrónicas.
La circularidad no se comprende en términos de temporalidad (ya que en el eje de la diacronía los hechos de la experiencia se suceden linealmente); además, el tiempo no puede revertirse, un pasado no puede modificarse (o al menos podemos pensar en reformular ciertos eventos del pasado que adquirirán, por ende, un significado diferente, pero esto compete a la narrativa de la historia, que es la que puede ser redimensionada). El pasado dejará su impronta en la familia a través de la instauración de pautas, reglas, mitos, etc., que rigen una dinámica determinada; la historia que se construye es el resultado de un proceso de abstracción, por el cual pueden constituirse situaciones isomórficas (o no) en contextos similares. Desde este modelo interno llamado mapa, se desarrollan conductas interactivas, en donde surge el fenómeno de la circularidad en el aquí y ahora. No obstante, hablar de isomorfismo, implica una construcción del observador: los puntos de coincidencia a través de repeticiones de circuitos interaccionales que reeditan otros pasados o simultáneos son atribuciones del terapeuta en función del modelo al cual se adhiere. Construir la hipótesis de que un señor interacciona con su esposa
repitiendo el mismo esquema relacional que tenía con su madre es una concordancia mediatizada por la teoría del observador, y no patrimonio de la relación en sí misma. En este punto podríamos señalar un interjuego de tres procesos circulares en dos niveles lógicos diferentes: más allá de la circularidad del fenómeno interaccional del desarrollo de conductas que generan un circuito recursivo en tiempo presente, en un nivel lógico superior, coexiste una circularidad que surge como producto del isomorfismo de alguna situación relacional (circular) situada en el eje diacrónico. Circularidad 1 Hecho pasado '" Isomorfismo Circularidad 3 El conocimiento del mundo Circularidad 2 Hecho presente La historia, entonces, no es el pasado, sino el cuento que se narra la familia, la pareja o los individuos sobre su pasado; de ahí que diferentes hermanos en una misma familia posean distintas construccio nes acerca de la historia familiar, o sea, caracterizan a los padres, situaciones o a sus propios hermanos desde ópticas similares, opuestas o simplemente diferentes. Desde esta perspectiva, el espacio de la psicoterapia será concebido como un lugar donde se cuentan historias (hechos que se convierten en eventos para el narrador) con sus respectivas atribuciones de significado, y las intervenciones terapéuticas posibilitarán redefinirlas -si es necesario-, con la finalidad de co-construir una nueva versión. Así, el paciente podrá narrarse otro cuento acerca de él y de los demás. En los sistemas familiares, los pensamientos y sentimientos de cada miembro son regidos por pautas inherentes al contexto familiar; el sentido inverso de la recurrencia también es correcto, los pensamientos y sentimientos de cada integrante coadyuvan al status quo del sistema familiar. Esta estabilización recíproca -homeostáticapuede provocar tal rigidez en el sistema que anule la posibilidad de adaptarse a las exigencias de un mundo cambiante, emergiendo la conducta sintomática como la evidencia de una disfuncionalidad, funcional patológica. Una de las disputas teóricas en el ámbito de la psicoterapia sobre ambas epistemologías se circunscribe a delimitar los grados de efectividad de la
psicoterapia individual clásica o de los tratamientos sis témicos. Los primeros, resaltando los componentes históricos individuales del sujeto y convocando a realizar un análisis diacrónico; los segundos, poniendo énfasis en los procesos de interacción desarrollados en el aquí y ahora del eje de la sincronía. --------------------DIACRONÍA LINEALIDAD CAUSA-EFECTO INTERPRETACIÓN SINCRONÍA CIRCULARIDAD PRESCRIPCIONES
CAUSA-EFECTO-CAUSA
FORMULACIÓN-
F. Simon, H. Stierlin y L. Wynne (1984) complementan ambos puntos de vista, remarcando que no existen relaciones recurrentes en dimensión de tiempo presente como elementos de la experiencia. No obstante, todos los efectos diacrónicos (sucesivos) son lineales; cuando se discriminan situaciones isomórficas, aparece la circularidad: «La confusión que se suscita obedece muy probablemente al hecho de que la causalidad lineal y la causalidad circular sólo pueden entenderse mediante diferentes procesos de abstracción. La linealidad representa una abstracción en función del efecto de las relaciones presentes o sincrónicas; la circularidad es una abstracción en función de las relaciones pasadas (históricas) o diacrónicas. Los conceptos lineal y circular de la causalidad constituyen, en consecuencia, dos puntos de vista que deben considerarse juntos a fin de poder ver el cuadro completo.» Sincronía Hecho pasado 1, 'Isomorfismo-` ---------- X------------------ X__----__-----__-----__---- › Diacronía Hecho presente Narrativa Sin embargo y como anteriormente señalamos, la circularidad no se remite únicamente a situaciones isomórficas, pues de acuerdo con el planteamiento de los autores se establecería en función de conductas repetitivas de situaciones anteriores de la experiencia (lo que se llama desde el Psicoanálisis compulsión a la repetición), y no siempre es así. En el eje de la sincronía pueden establecerse circuitos recursivos, sin
necesariamente la intervención de la historia en función de repeticiones (ya que la historia siempre interviene, somos sujetos históricos). También podríamos pensar que la linealidad constituye un tramo o secuencia parcial de un circuito recurrente más abarcativo. O sea, desde este punto de vista, la circularidad estaría situada en un nivel lógico superior, y en el inmediato inferior, la linealidad remitiría solamente al análisis de un pasaje. Veamos un ejemplo sin reparar demasiado en detalles de contenido; lo más importante es observar el juego de las dos epistemologías: supongamos tres terapeutas, dos de los cuales comparten una epístemiología clásica y trabajan con un modelo tradicional, y el tercero posee una visión sistémica. Los tres, sin saberlo, trabajan con integrantes de una misma familia. Los dos primeros hablan con el marido y la esposa en forma individual, y el tercero convoca a la familia. Supongamos que estos profesionales se encuentran con un supervisor y con un grupo de terapeutas noveles y estudiantes. El primero comenta que le llegó a la consulta un señor que desde hace meses no tiene relaciones sexuales con su esposa, y que ella se acuesta más temprano para evitarlas (según él); duerme de espaldas y siente mucho temor a ser rechazado, a parecer un «gordito estúpido» si ella no lo acepta, como le decían en el barrio de su infancia (a pesar de que en la actualidad estéticamente lejos está de ser gordo). Esto lo lleva a defenderse más y a tomar mayor distancia, ya que su mujer lo descalifica siempre, tratándolo de «impotente», «que no es hombre», y él no desea arriesgarse a ser más desvalorizado. Cuando comenta el caso, desde esta secuencia lineal, el grupo de estudiantes toma partido por él; la mujer ocupa el lugar de la víctimaria, la malvada de la película de la pareja, la descalificadora que lo impotentiza; esto recrudece el trauma de inferioridad de su infancia. El terapeuta señala, además, que el paciente, analógicamente, acompaña todo su relato con la actitud del pobrecito, acentuando más la distinción trazada por él y por el grupo. El segundo terapeuta comenta el caso de una señora que desde hace meses no tiene relaciones sexuales con su marido. Por lo general, él no se acerca a ella en sentido erótico; ella se acuesta antes con el deseo de que la acompañe y puedan estar juntos, pero él se queda mirando la
televisión hasta tarde; ella lo espera hasta que el sueño la vence y ni se entera cuando él se acuesta. Está convencida de que la rechaza, cree que él piensa que ella no sirve, que no tiene atracción sobre él, que ya no lo seduce, seguramente porque han pasado los años y su cuerpo no es el mismo, «cómo va él a acercarse a esto que es» (de la misma manera que en su adolescencia se retraía, ya que pensaba que a su grupo de amigos no les llamaba la atención). A la mañana siguiente, se levanta llena de rabia hacia él, lo trata fría y distantemente, es más, a veces lo insulta, lo trata de impotente, de estúpido, «que no es hombre», con lo cual se llena de culpa porque le da pena la situación; entonces lo perdona y a la noche espera que el príncipe acuda al lecho. Nuevamente una secuencia lineal de análisis, la víctima ahora es la pobre mujer dejada de lado por el marido; seguramente él debe tener otra, por eso le es indiferente, todas las actitudes de él indudablemente se dirigen a descalificarla, es peor de lo que, hace ella, pues ella lo desvaloriza como reacción a lo que él le hace y por lo menos lo explicita; él es más sutil, a través de las acciones. El grupo realiza la polarización y se alía a esta pobre mujer, que hace lo imposible por tratar de recomponer la pareja, a pesar que las actitudes de su marido denotan su trauma de minusvalía adolescente. El tercer terapeuta comenta la consulta de una madre con motivo de su hijo de 12 años, que tiene problemas de conducta en la escuela. Por la conversación telefónica, y por el detalle que el padre pasa muchas horas fuera de casa y es ella la que se encarga de los hijos y otros datos más, decide invitar a ambos a la sesión. Durante la misma, se detecta que hace unos meses el hijo menor ha comenzado a comportarse agresivamente en la escuela; de forma paulatina la sesión va cambiando de foco para centrarse en la pareja, y el terapeuta construye un circuito recursivo de interacciones sostenido desde hace meses, cuyo resultado es el efecto sintomático que el niño comienza a desarrollar, convirtiéndose en el denunciante de la situación. No se sabe cómo comenzó - y tal vez no importe-, pero en esa sesión se empezaron a explorar las interacciones y sensaciones, supuestas e imaginarias, de cada uno, Durante los últimos meses no han tenido
ningún acercamiento sexual y la relación cotidiana se está deteriorando. Ella se acuesta temprano con la intención de que él acuda con ella a la cama, él supone que se va porque lo rechaza y ya no la seduce, por temor a ser rechazado, si intenta acercarse, prefiere defenderse viendo la televisión hasta que ella se duerma. Ella llora mientras que el tiempo pasa y él no viene, terminando en bronca, que es verbalizada durante el día siguiente, «¡impotente, no sos hombre!», confirmando él lo que suponía, es decir, que su mujer no lo quiere, lo desvaloriza, seguramente habrá otro...; se siente el gordito estúpido de su infancia. Por lo tanto, frente a semejante explicitación descalificante, él acentúa su huida, trata de llegar más tarde, se acuesta más tarde, siente más angustia y temor; ella se siente más rechazada, vieja, y su minusvalía adolescente se potencializa, estalla con más bronca y los insultos se incrementan. Cada pasaje de este círculo vicioso se aumenta y rigidiza la situación: cada uno de los cónyuges ha comenzado a pensar en terceros que les proporcionen valorización personal y les posibiliten oxigenarse de la relación. Pero, ¿dónde está la víctima y dónde el victimario? Desde una linealidad de pensamiento, se traza dicha polaridad, pero desde una perspectiva cibernética no se establece tal distinción, y en última ins tancia podría decirse que ambos son víctimas del juego a que se someten. En conclusión, las conductas de uno de los miembros de la pareja pautan las respuestas del otro y viceversa, y todo ello conduce a mantener una recurrencia que da como resultado el emergente sintomáti co. Por lo tanto, los dos análisis lineales anteriores remiten a tramos parciales de un circuito recurrente más abarcativo, es decir, que la epistemología lineal podría ubicarse en un nivel lógico inferior con respecto a la circularidad. Pero ésta no es solamente la única posibilidad; la circularidad podría poseer secuencias parciales circulares, aunque dentro de las mismas se encontrarán tramos de linealidad. En síntesis, podemos pensar la vida humana como un proceso circular, en donde el eje de la diacronía en su comienzo y fin se unen, cerrando un círculo, donde nacimiento y muerte, infancia y vejez tie nen sus intersecciones y sus isomorfismos, generadores de la recurrencia.
Por lo tanto, la circularidad es factible pensarla desde tres ópticas de análisis: Desde la sincronicidad operativa de las interacciones presentes, o sea la recursividad desarrollada en el aquí y ahora. Desde los isomorfismos de situaciones que se producen en forma recurrente a lo largo del tiempo. Interceptando ambas posiciones: la interacción del proceso presente, que puede ser repetitivo de situaciones relacionales, vividas en otro momento de la historia de la persona. Por último, se podría esgrimir la hipótesis inversa: concebir la vida desde una visión lineal, donde en diferentes tramos encontraremos círculos viciosos de interacciones, pero bajo el soporte de una diacronía, por lo que la circularidad obedecería a un orden lógico inferior de un proceso mayor lineal. X ` , Círculos de interacciones Esto demuestra que el ángulo de mirada del observador -portavoz de un modelo de conocimiento que impregna su epistemologíapuede construir, confirmando y desconfirmando, la hipótesis a priori que supone, encontrando lo que busca en una realidad construida por él mismo. Esto nos abre la entrada, en el segundo capítulo del libro, al mundo del Constructivismo.
EL OJO DEL CONSTRUCTOR
LA ILUSIÓN DE «ILUSIÓN» (P.W.) En el campo de estudio de la psicología y de la psiquiatría, el término ilusión se refiere a una interpretación distorsionada de la percepción objetiva. Esta definición diferencia alas ilusiones de las alucinaciones, delirios y pseudopercepciones,de objetos objetivamente no existentes, un tema específicamente tráfado por Frederick Burwick. Lo que reviste una importancia básica es que ambos conceptos, tanto la ilusión como el delirio, deberían ser insignificantes, a menos que se
contrasten con la asunción de una realidad que existe objetiva e independientemente de un observador o percibiente. Aceptar la existencia de tal realidad es la base del objetivismo. De esta aceptación, numerosas, engañosamente simples y convincentes conclusiones parecen continuar afirmando la existencia de una realidad real; por ejemplo, la meta de la ciencia es el descubrimiento de la forma en que las cosas realmente son, como la búsqueda de la verdad. En el terreno clínico se habla de la adaptación a la realidad de una persona como el baremo para afirmar que goza de salud mental o que está enferma. Las personas normales (y especialmente los psicoterapeutas) ven el mundo como realmente es, mientras que los individuos mental o emocionalmente perturbados poseen una visión distorsionada de la realidad. En una primera instancia nada puede ser más obvio que esta creencia en una realidad objetivamente existente. Pero esto es todo lo que es: una creencia.
EL OJO CONSTRUCTOR Podemos señalar algunas consecuencias negativas y hasta inhumanas de esta creencia a la que me refiero. Por ejemplo, un evento que se celebra en Francia con gran repercusión como es el aniversario de la Revolución Francesa, es fundamental. Su filosofia de la Ilustración es de una seductora simpleza, que se sintetiza en tres comprensibles suposiciones: 1. El mundo está gobernado por principios no racionales. 2. El espíritu humano es capaz de codiciar estos principios. 3. La voluntad humana es capaz de actuar de acuerdo con estos principios. Sin embargo, en lugar de conducir a la humanidad a una racionalidad final ocasionó la invención de la guillotina, como un recurso para ahorrar tiempo -verdaderamente racional- para el asesinato de unos 40.000 seres humanos y eventualmente despacharse para la reintroducción, aún, de otra monarquía.
En total oposición al objetivismo, existe otra perspectiva de la realidad (y nuevamente, eso es todo lo que es: otra perspectiva) conforme a que la realidad no está descubierta, sino inventada, construida. Para los filósofos, esta aseveración es un viejo cuento. Las primeras referencias del Constructivismo pueden ser encontradas en los fragmentos de los pre-socráticos: proposiciones claras e inequívocas, conforme a que de la realidad real solamente podemos tener una imagen, una interpretación; estos desarrollos se observan luego en los escritos de Kant, Hume, Schopenhauer y otros. Kant señalaba que todo error consiste en tomar el camino de determinar, dividir o deducir conceptos para las cualidades de las cosas en y de sí mismas. Por otra parte, Schopenhauer en The Will in Nature (La voluntad en la naturaleza), escribe: «Este es el sentido de la gran doctrina de Kant, el que la teleología es introducida en la naturaleza a través del intelecto, que así se maraville ante un milagro que se ha creado así mismo, en primer lu gar. Es [...] lo mismo, que si el intelecto se asombrara de encontrar que todos los múltiplos de nueve producen nuevamente nueve, cuando sus cifras son sumadas; o por otro lado, a un número cuyas cifras sumen nueve. Ya se ha preparado así mismo este milagro en el sistema decimal». Especialmente esta cita eleva más que las cejas, mientras que amenaza a lo que se supone la naturaleza sacrosanta de la verdad matemática. Pero incluso en las transparentes salas del olimpo matemático, la controversia ha sido especialmente furiosa con relación a la pregunta de si las leyes matemáticas están descubiertas o inventadas. Así es como el matemático Gabriel Stolzemberg resume este dilema: «Una vez que un matemático ha visto que esta percepción de la corrección evidente de la ley [...] no es más que la lingüística, equivalente a una ilusión óptica, ni esta práctica de las matemáticas, ni su entendimiento, pueden alguna vez ser lo mismo». Pero los matemáticos no son los únicos descubridores objetivos, infectados por el virus de la relatividad de todo pensamiento científico
-los físicos son aún más francos (humanos). En su libro Mind and Matter (1958) (Mente y materia), Schrodinger manifiesta: «Todo hombre dibuja una imagen del mundo, que es y siempre permanece como una construcción de su mente y no puede probar que tenga existencia alguna». Heinsenberg sobre el mismo tema señala: «La realidad de la que podemos hablar nunca es la realidad a priori, sino una realidad conocida, a la cual le damos forma. Tomando en cuenta esta última formulación, puede objetarse que, después de todo, existe un mundo objetivo e independiente de nosotros y de nuestro pensamiento, que funcione o pueda funcionar sin nuestra intervención, que es lo que efectivamente deseamos significar cuando investigamos; esta objeción tan convincente a primera vista, debe advertir que incluso la expresión “hay” se origina en el lenguaje humano, y no puede revelar algo que no se relacione con nuestra comprensión. Para nosotros hay sólo un mundo en donde la expresión “hay” tiene significado.» Heinz Von Foerster es uno de los científicos que insiste con más énfasis en la inseparabilidad del observador con respecto de lo observado, así, va más allá de la advertencia de Heinserberg acerca del efecto de cualquier observación sobre el objeto, en función de que siempre la distinción que se traza de un universo involucra a un percibiente que la ejecuta, con lo cual, es importante conocer la teoría del descriptor. Y hasta el más radical (en el sentido original de ir a las raíces), el biólogo chileno Francisco Varela, en su Calculus for Self-Reference (1975) (Cálculo por autorreferencia), señala: «El punto de inicio de este cálculo [...] es el acto de indicación. En este acto primordial, separamos formas que se nos aparecen como el mismísimo mundo. Desde este punto de inicio, afirmamos la su premacía del rol del observador que arrastra distinciones donde lo desee. Así, las distinciones trazadas que generan nuestro mundo revelan precisamente eso: las distinciones que efectuamos, y estas distinciones tienen que ver más con una revelación de donde está parado el observador, que con una constitución intrínseca del mundo que aparece, por este gran mecanismo de separación entre observador y observado, siempre fugaz. Encontrando el mundo que nosotros hacemos, nos olvidamos de todo lo que realizamos para encontrarlo como tal, y cuando lo recordamos,
volviendo sobre nuestros pasos a la indicación, encontrarnos poco más que un reflejo de la imagen de nosotros mismos y del mundo. En contraste con lo que es comúnmente asumido, una descripción, cuando se inspecciona cuidadosamente, revela las propiedades del observador. Nosotros, observadores, nos distinguimos precisamente distinguiendo lo que aparentemente no somos, el mundo.» Los pensadores constructivistas modernos tienen un importante precursor en la persona del filósofo alemán Hans Vaihinger. En 1911, Vaihinger publicó su obra principal, Die Philosophie des Als Ob (Filosofia del como sí), que tuvo un gran impacto en sus contemporáneos, incluyendo Alfred Adler y Sigmund Freud. En no más de 800 páginas y sobre la base de numerosos ejemplos prácticos, desarrolla la tesis de que trabajamos, siempre e inevitablemente, con suposiciones puramente ficticias, que, sin embargo, pueden conducir a resultados prácticos, después de que la ficción se retira. Uno de sus ejemplos es el juez que usa la ficción de la libre voluntad, en función de llegar a una sentencia: «La premisa, si el hombre es realmente es libre, no es examinada por el juez. De hecho, esta premisa es actualmente una ficción que sirve para la deducción de la conclusión foral; pues sin la posibilidad de castigar a los hombres, de castigar a los criminales, no habría gobierno posible. La ficción teorética de la libertad ha sido inventada para este propósito práctico.» Otro de los ejemplos de Vaihinger, al que ya anteriormente hice referencia pero que es apropiado mencionarlo, es el llamado número i, que nace de una ecuación cuyo resultado está en total contradicción con la regla básica de la aritmética, según la cual ningún número positivo, negativo o cero multiplicado por sí mismo puede dar como resultado un número negativo. Así, mientras que en mi terreno, escribimos y elaboramos libros acerca de cómo evitar las desastrosas consecuencias de las paradojas en la vida humana, fisicos, ingenieros, expertos en computación, etc., han incluido descuidadamente el número ficticio i, en sus cálculos y han llegado de ese modo a resultados prácticos y concretos (el terreno entero de la electrónica moderna, por ejemplo, sería imposible de otra manera).
No tengo claro si Vaihinger conocía la obra de Robert Musil, quien en su última novela Young Torless (El joven Torless), describe a un héroe que se confronta por primera vez con las cualidades sobresalientes del número i, y que comenta a un compañero de estudios: «Mira, piénsalo de esta forma, en un cálculo comienzas con números ordinarios sólidos, representando medidas de longitud, peso, o de alguna otra cosa que sea lo suficientemente tangible, en cualquier nivel son números reales y al final obtienes números reales. Pero estas dos partes de números reales están conectadas por algo que simplemente no existe. ¿No es eso como un puente, donde los pilotes están sólo al principio y al final, sin ninguno en el medio, y sin embargo uno lo cruza con absoluta tranquilidad como si estuvieran a lo largo? Esa clase de operación me hace sentir un poco mareado, como si condujera parte del camino, Dios sabe dónde. Pero lo que realmente siento de tan extraordinario, es la fuerza que yace en un problema de este tipo, que te mantiene tan aferrado, que permite que al final llegues con seguridad al otro lado.» La típica objeción del sentido común a todo esto es: «puede ser, pero existe un mundo real allí afuera, puedo verlo, olerlo, agarrarlo...». A lo cual, el constructivista replica: «hay colores ahí afuera, sólo porque tenemos ojos»; ahí afuera, los fisicos nos enseñan que hay solamente ondas electromagnéticas, y éstas son reales. Pero entonces, sin duda, uno puede objetarle al fisico que con la misma lógica que existen ondas electromagnéticas ahí afuera, los fisicos han agrupado artilugios que reaccionan a algo allí afuera, a los que llaman ondas electromagnéticas y así en un retroceso infinito. Recordemos la advertencia de Heisenberg: «Existe un mundo...» que pertenece a la lingüística, no al dominio real. Pero las proposiciones que pertenecen al dominio lingüístico no son meramente de una naturaleza ilusoria, poseen un fascinante potencial de crear una realidad, que durante el proceso de recursión prueban su propia verdad. En el sentido de Karl Popper son «autocerradas e infalsificables». Por ejemplo, en lo que a mi área compete, se pueden observar diferencias y en parte contradicciones en las escuelas clásicas de psicoterapia. Éstas tienen un supuesto básico en común, a saber: el
cambio en el presente solamente puede ser logrado por un análisis del origen y la evolución de la patología del paciente en el pasado. La creencia en el poder curativo de insight no es más que una teoría improbada e improbable, en la cual se crea una situación en donde únicamente existen dos resultados posibles, y ambos confirman la exactitud de dicho supuesto: 1. Si como resultado del análisis del pasado el paciente mejora, esto demuestra claramente la acertividad de la suposición. 2. Si el paciente no evoluciona, se prueba que la búsqueda de las causas en el pasado no han ido demasiado lejos y profundo en el inconsciente. Como vemos, el supuesto es reivindicado por ambas posibilidades, tanto en el éxito como en el fracaso de su aplicación práctica. Friedrich Von Spee (1591-1635), el famoso autor de Cautio Criminalis (Sobre los juicios de las brujas), muestra horrorosos ejemplos de realidades creadas por la naturaleza autocerrada en una creencia incuestionable. Spee fue un sacerdote que tuvo fluidos contactos con hombres y mujeres acusados de brujeria, y presenció las más inhumanas escenas de tortura. Escribió su libro con la finalidad de convencer a la corte que con la base de su procedimiento de juicio y reglas de evidencia, nadie jamás puede ser encontrado inocente. En primer lugar, no había duda en la mentalidad de los jueces de que Dios con su sabiduría y amor protegería al inocente, con lo cual los que no fuesen salvados por él, darían cuenta, por consiguiente, de una prueba evidente de su culpabilidad. Además, una vida considerada sospechosa podía ser honrada o no; si no lo era, ésta era una prueba adicional de culpabilidad, y si lo era, constituía una razón para una sospecha adicional, puesto que es bien sabido que las brujas son capaces de crear la impresión de ser virtuosas y honorables. Una vez en prisión, los sospechosos podían ser temibles o no. Si eran tildados de temibles, esto en sí mismo era una prueba de culpabilidad; si en cambio, resultaban calmos y confidentes, tal actitud también era sospechosa, ya que es sabido que las brujas más peligrosas son capaces de parecer inocentes y tranquilas. Éstos solamente son algunos de los aspectos más destacados pero de ningún modo todos. En esta situación, cualquier comportamiento en defensa propia, como las reacciones frente a la tortura, confesiones, tentativas de escape, etc., constituyen una evidencia adicional.
Desdichadamente, las construcciones de realidad, mediante supuestos ilusorios, no están de algún modo limitadas a tan ignorantes períodos de la historia. Son, como Vaihinger demostró tan convincentemente, la esencia de nuestro ser en el mundo, usando una terminología existencialista. A fines de abril de 1988, la edición local del diario italiano La Nazione comunicó un extraño incidente que tuvo lugar en el Hospital General de la ciudad toscana de Grosetto. Una mujer esquizofrénica aguda fue admitida de urgencia, y debía ser llevada nuevamente a su Nápoles nativo para someterse a un tratamiento psiquiátrico. Cuando los asistentes de la ambulancia fueron a recogerla y preguntaron dónde estaba, les dijeron: «Ella está ahí adentro». Al entrar en la habitación encontraron a la paciente sentada en su cama, totalmente vestida y con su cartera lista. Cuando le pidieron que se fuera con ellos, comenzó rápidamente a descompensarse, gritó, se resistió violentamente, y sobre todo, mostró los bien conocidos síntomas de despersonalización. Tuvo que ser forzosamente tranquilizada, antes de ser llevada abajo. Alrededor de dos horas más tarde, mientras la ambulancia llegaba a Roma, fue detenida por un automóvil de la policía y le dijeron al conductor que llevara a la mujer de vuelta a Grosetto. En lugar de la paciente, habían recogido a una mujer que estaba esperando para pagar una consulta de un pariente, quien recientemente había sido sometida a una cirugía menor. La importancia de este incidente radica en que una vez que se cometió el error, se creó una realidad de este modo, en donde cualquier intento por parte de la rriujer de corregir este error constituye una prueba adicional de su insania. Por supuesto, ella esta despersonalizándose, pretendiendo ser otra persona, etc. En la primera mitad de la descripción de este incidente, he intentado, en un estilo muy aficionado, recrear en la mente del lector la misma ilusión bajo la cual los asistentes de la ambulancia habían es tado trabajando. Indudablemente no es una ilusión estética, pero sin embargo una ilusión que, hasta su denuncia, parece ser la representación escrita de una realidad específica.
La esencia de tales ilusiones encuentra su expresión más artística en muchas de las tragedias clásicas. En sus contribuciones semanales a este tema, Rolf Brewer (10) ha mostrado como en Edipo Rey y en Otelo profecías autocumplidas (que por definición son de una naturaleza ilusoria) pueden crear realidades rígidas. En Otelo, a través de las palabras de la mujer de lago, Emilia, Shakespeare, da su definición del autocumplido y autorreferencial modo en que los celosos ven el mundo: «Ellos nunca son celosos por una causa, Son celosos porque son celosos. Es un monstruo engendrado sobre sí mismos, nacido sobre sí mismos». Que el mundo real es una construcción y así resulta una ilusión, es hermosamente presentado por Hesse en Steppenwolf (El lobo estepario). Hacia el final de la novela, el protagonista, Harry Haller, se siente como un lobo estepario, como «el animal perdido en un mundo extraño e incomprensible para él, que ya no encuentra su patria, su aire y su alimento». Una tarde de vuelta a su triste habitación, el lobo estepario tiene una vivencia fantástica. En un muro viejo, en una callejuela desierta del casco antiguo de la ciudad, ve de repente letras de colores en movimiento: «Teatro mágico. Entrada no para cualquiera. ¡Sólo para locos!». Este saludo de otro mundo le lleva a buscar el teatro. Finalmente, después de un baile de máscaras, es llevado por su psicopombo al teatro mágico: «mi teatrito tiene tantas puertas de palcos adentro como quieras, diez, cien o mil, y detrás de cada puerta, exactamente te espera lo que buscas». En uno de estos palcos en los que entra el lobo estepario y de los que cada uno contiene una realidad libremente elegida, se presenta un maestro de ajedrez, quien, en alemán original, es referido como un Aufbankunstler (un artista de la construcción). Él explica: «La ciencia tiene (...) razón en cuanto es natural que ninguna multiplicidad pueda dominarse sin dirección, sin un cierto orden y agrupamiento. Pero en cambio es errónea, en la medida que crea que sólo es posible un orden único, obligatorio y para toda la vida (...). Este
error de la ciencia tiene muchas consecuencias desagradables, y la única ventaja es la de simplificar el trabajo de los pastores y dueños, designados por el Estado, ahorrándoles las labores del pensamiento original. La consecuencia de este error es que muchas personas pasan por normales y, por cierto, como miembros altamente valiosos de la sociedad, quienes están incurablemente locos; y muchos, por otro lado, son mirados como locos y son genios. Por eso es que suplimos la psicología imperfecta de la ciencia, por la concepción que llamamos el arte de componer el alma. Le demostramos a alguien cuya alma ha quedado en pedazos, que puede ordenar de nuevo las piezas de un previo ser en un orden que él desee, y así llegar a una multiplicidad sin fin de movimientos en el juego de la vida. Como el dramaturgo moldea el drama de un puñado de caracteres, así nosotros, de las piezas del ser desintegrado, construimos siempre nuevos grupos con un nuevo interjuego y suspenso, y nuevas situaciones que son eternamente inagotables. ¡Mira!. [...].» «Él suavemente barrió las piezas en una pila; y meditando, con la habilidad de un artista, armó un nuevo juego de las mismas piezas con algunos otros grupos, relaciones y enredos. El segundo juego te nía una afinidad con el primero, era el mundo construido con el mismo material, pero la clave era diferente, el tiempo cambió, el motivo fue dado de una manera diferente.» «Y en este estilo, el inteligente arquitecto construyó un juego después del otro, a partir de las figuras, donde cada uno era un poco de mí mismo, y cada juego tenía un parecido distante con cada otro. Cada uno pertenecía reconocidamente al mismo mundo y con desconocimiento de un origen común. Sin embargo, cada uno era enteramente nuevo.» «Este es el arte de la vida», dijo a la manera de un maestro, «puedes develar el juego de tu vida y otorgarle animación. Puedes complicarlo y enriquecerlo como desees.» Esencialmente, la misma autosuficiente profecía parece subyacer en la realidad que el señor K, el protagonista de la novela de Kafka, The Trial (El proceso), ha construido para sí mismo. En su sed por la certeza y seguridad busca constantemente claves, pero todo lo que encuentra no es más que incertidumbre. Y así, hacia el final de la novela, en su conversación con el párroco en la catedral, el último le da la llave que posibilitaría a K dejar la trampa de la ilusión: «La corte
no quiere nada de ti. Te recibe cuando vienes y te despide cuando te vas». En otras palabras, es el mismo K quien ha construido esa ilusión de la corte, la persecución y el juicio inminente. La última conexión entre la realidad supuesta y la ilusión es el tema básico de otra obra maestra de la literatura, la novela de John Fowles The Magus (El mago). El mago es un griego rico, Conchis, quien está dejando pasar su tiempo en la imaginaria isla de Phraxos, jugando con lo que llama «juego de Dios». Este juego consiste en crear intrincadas situacio nes, que socavan totalmente las construcciones de realidad de los jóvenes que van a Phraxos, desde Gran Bretaña, durante un año a enseñar inglés en la escuela local. Como Conchis explica a su víctima, Nicolás, él lo llama «juego de Dios», porque Dios no existe y el juego no es juego. En su revisión de la novela, Ernst Von Glasersfeld, uno de los exponentes líderes del Constructivismo Radical, señala lo siguiente: «Fowles llega al punto máximo de la epistemología constructivista cuando permite a Conchis explicar la idea de la coincidencia. Dos historias dramáticas son contadas a Nicolás, una sobre un coleccionista rico, cuyo castillo en Francia se incendió una noche con todo lo que poseía; la otra sobre un granjero de Norwey, obsesionado, que ha pasado años como un ermitaño, esperando la llegada de Dios. Una noche tiene la visión que ha estado esperando. Conchis agrega que fue la misma noche que el fuego destrozó el castillo.» «Nicolás pregunta: "No estás sugiriendo... ". Conchis lo interrumpe, "No estoy sugiriendo nada. No hubo conexión entre ambos sucesos. No hay conexión posible. O más bien yo soy la conexión, soy cualquier significado que posea la coincidencia ". Esta es una paráfrasis corriente de la revolucionaria idea de Einstein referida a que en el mundo fisico no hay simultaneidad sin un observador que la cree.» En la perspectiva constructivista, entonces, el mundo es creado por el que cree estar observándolo. ¿Pero esto no es simplemente una versión acomodada del nihilismo de la edad antigua? ¿Cómo uno puede negar que existe un mundo ahí afuera, a cuyas condiciones y reglas se debe adaptar como ser viviente?
A estas preguntas del sentido común, el Constructivismo responde: de la realidad real -si existe- sólo podemos conocer lo que no es. Dice Von Glasersfeld, en su introducción al Constructivismo radical: «Una vez que conocer ya no es más entendido como la búsqueda de una ¡cónica realidad ontológica, pero en cambio sí como una búsqueda de modos apropiados de comportamiento y pensamiento, el problema tradicional desaparece. El conocimiento puede ser visto ahora, como algo que el organismo construye, en el intento de ordenar tal amorfo flujo de experiencia, estableciendo experiencias repetibles y relaciones confiables entre ellas. Las posibilidades de construir ese orden están determinadas y perpetuamente constreñidas por los pasos precedentes en la construcción. Esto significa que el mundo real se manifiesta exclusivamente, ahí donde nuestras construcciones se derrumban. Pero podemos describir y explicar estos derrumbes sólo con los conceptos que hemos utilizado para construir las estructuras fracasadas; este proceso nunca puede producir un diseño del mundo, que podríamos juzgar como responsable del fracaso». ¿La conclusión?: no hay ilusión, porque hay solamente ilusión.
EL OCASO DE LA OBJETIVIDAD Alguna vez los técnicos en salud mental nos preguntamos, cuando frente a nuestros ojos se dibujan las tradicionales nosografias psiquiátricas, que describen como fenómeno característico de la psicosis la alteración del juicio de realidad, ¿qué se quiere decir con esto?, ¿a qué se llama realidad? Las epistemologías tradicionales, en las cuales se involucran las ciencias clásicas, han considerado que la percepción o el acto perceptivo refleja una realidad independiente del observador. La mayoría de las investigaciones científicas se han propuesto descubrir determinados hechos, adjudicando a dicho evento la calificación de objetivo. Pero el término descubrir supone la existencia de una realidad allí afuera, que debe apresarse a través de los sentidos y en ese acto convertirla en patrimonio de nuestro conocimiento. El ser humano en su desarrollo evolutivo, como parte del proceso de adaptación al medio ambiente, intenta edificar una estructura mental que le permita ordenar esa tendencia a la entropía de su experiencia y,
a través de este proceso, irá estableciendo experiencias repetibles y relaciones más o menos confiables, construyendo así un mundo al cual llama realidad. Surgiendo de la Cibernética de segundo orden, el Constructivismo nace como un modelo teórico del saber y de la adquisición de conocimiento. Su planteamiento radical se basa en que la realidad es una cons trucción individual que se co-construye (en sentido interaccional) entre el sujeto y el medio. Como escuela de pensamiento, estudia la relación entre el conocimiento y la realidad y dentro de una perspectiva evolutiva se refiere, en su significado más extremo, a que un organismo nunca es capaz de reconocer, describir o remedar la realidad, y sólo puede construir un modelo que se acerque de alguna manera a ella. De esta manera, el efecto de la comunicación hace que dos o más sujetos, que se relacionan y se acoplan estructuralmente en la coordinación de sus conductas, construyan un mundo conjuntamente. Este acoplamiento da lugar a la vida social, siendo el lenguaje una de sus consecuencias. El objeto observable se relativiza y la impregnación de significado -inherente al observador- que lo cubre convierte al acto cognoscitivo en subjetivo y autorreferencial. Cabría cuestionarse acerca de cómo y en qué punto el conocimiento puede estar relacionado con la realidad (en el sentido de dar cuenta fiel de una realidad objetiva), si uno toma consciencia de que ese conocimiento es en sí mismo parte de esa realidad. Esta pregunta desafía a la lógica, puesto que inevitablemente termina por generar paradojas. Desde el Constructivismo se trata de comprender, cómo se construyen los modelos que tienen de por sí diversas finalidades pragmáticas. Se supone que hay una finalidad pragmática prioritaria en todos, que es la supervivencia. La diversidad está en las diversas maneras de luchar por ella según las características de movilidad, alimentación, desarrollo sensorial, entorno, etc. Este modelo, como corriente epistemológica, fue introducido por el psicólogo Jean Piaget, ha sido desarrollado en su forma más radical por Ernst von Glasersfeld (1984, 1987, 1992) y cuenta con algunos investigadores que han llevado este tipo de pensamiento a su campo
particular de estudio, como el antropólogo Gregory Bateson, el cibernético Heinz Von Foerster, el neurofisiólogo Mc Culloch, los biólogos Humberto Maturana y Francisco Varela y el lingüista Paul Watzlawick, entre otros. Pero la preocupación por la relación entre la realidad -el mundo óntico- y el conocimiento de ella ya fue objeto de estudio de los filósofos, como Inmanuel Kant (1781), quien a finales del siglo xvtti, en su Prolegómeno a toda Metafisica futura, expone que todos los seres humanos estamos limitados por nuestro aparato perceptivo y que tanto nuestra experiencia como los objetos de la misma son el resultado de nuestra forma individual de experienciar, o sea, están estructurados y determinados por nuestras categorías de espacio y de tiempo y nunca es posible captar la cosa en sí. En este sentido podríamos utilizar la distinción sartreana del ser en sí -la cosa en sí misma, en su propia esencia- y el ser para sí -la cosa para el que capta, para el que percibe-, ya que desde esta pers pectiva, el conocimiento o el acto de conocer supone que existe, en el exterior del ser humano, una realidad absolutamente externa, con ciertas características particulares e inherentes a la misma. Pero ésta sería imposible de reconocer, puesto que dichas características no resultarían descripciones puras del objeto, sino atribuciones de significado provenientes del sistema de creencias que posea el observador. La descripción del objeto es una descripción del descriptor y no la propiedad de la cosa en sí misma. La cosa es, como confirmación de su existencia, para el sujeto que la captura en el acto perceptivo, y ese dato o capto que se obtiene en el proceso forma parte no de una característica específica del ob jeto, sino de la atribución de sentido que el observante delimita y otorga. La selectividad perceptiva permite la mirada, admitiendo solamente algunas particularidades del objeto que son relevantes para el observador y nada más que para él, o en última instancia para un grupo de personas que comparten una percepción similar por medio de un código común. Esta impronta se tiñe de intencionalidad, y no es ingenua, a través de la constitución de engramas asociados a significaciones, convirtiendo al acto de conocimiento en autorreferencial. Por lo tanto, ¿cómo conocer la cosa en sí?
De pronto el imposible, la incertidumbre inunda la mirada observante, hundiendo en el caos al sujeto, incrementando la inseguridad, ya que eso que presupongo que es, es para mí y no necesariamente es para el otro, sólo existen parámetros y códigos compartidos, de los cuales es factible que emerjan construcciones similares, pero no iguales. La suposición de que existe una realidad última se anula frente a la posibilidad de conocerla. Por ende, se relativizan los juicios aserradores de verdad, que claudican ante esta perspectiva que propone suprimir las afirmaciones categóricas y terminantes.
Giambattista Vico (1710), considerado el primer genuino constructivista, planteaba que el ser humano solamente puede conocer una cosa que él mismo crea; así sabemos cuáles son sus componen tes, su estructura, y cuáles sus características, que no son patrimonio del objeto, sino distinciones que traza el observador. En el transcurso de su vida, una persona interactúa proporcionando y recibiendo información en forma permanente con su medio, y ya desde su nacimiento, co-construye con otros generando estructuras particulares, a veces compartidas, acerca de la realidad. En esta gesta interactiva, elaborará la constitución de una escala de valores, pautas de intercambio, normas que regularán sus procesos, un sistema de creencias, en síntesis, una historia que delimitará el perímetro de determinados patrones, inherentes a ese sujeto y no a otros.Y este proceso es indefectible: generará la producción de significaciones y atribuciones de sentido que conformarán la selectividad de sus construcciones, que serán a su vez, expresadas a través del lenguaje, como su base constitutiva y simultáneamente, el lenguaje como el inventor, por así llamarlo, de realidades. Será el lenguaje, entonces, su entrada al mundo, la creación de un universo de significados que pautarán un estilo, moldearán una interacción y producirán situaciones que construirán una realidad. «El sujeto, sujeto al lenguaje aseverará su verdad...»
Todo este bagaje es el que se pone en juego en el momento de la observación, resultando tendenciosa y de apariencia ingenua. Pero la constitución de diagramas individuales, socioculturales y psicofamiliares, que la revisten, favorecen la creación de un determinado recorte o mapa de lo que llamamos realidad, que nos posibilita ver eso y no otra cosa. Versa el dicho popular «nada es verdad o es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira»... LA CONSTRUCCIÓN DE LA PARADOJA OBSERVANTE El epistemólogo Jean Piaget, en La construcción de la realidad en el niño (1937), señaló, acerca del desarrollo genético de la inteligencia, que en el proceso de constitución de la realidad, el niño no adquiere una representación fiel del mundo externo (realidad objetiva), sino que lo construye, y que esta construcción se realiza a través de acciones de exploración. Es decir, por medio de sus percepciones no se forma primero una imagen del mundo, sino que la va construyendo poco a poco a través de exploraciones parciales. Entre los tres y seis meses, el niño comienza a coordinar su universo visual y táctil: por ejemplo, puede tomar objetos y llevárselos a la vista, que desaparecerán una vez que los ha dejado. Paulatinamente, estas imágenes de las cosas comienzan a tener cierta permanencia en su mente cuando no están en su campo visual, pero se desvanecerán ción experiencial de engramas (construcción de mapas), que provocará las posteriores acomodaciones a nuevos estímulos y recreará la selectividad perceptiva, que posibilita nuevas asimilaciones y así recursivamente. En un supranivel, los procesos de adaptación y organización operan, también recurrentemente, en relación directamente proporcional con los inputs que proporcionan las correlativas acomodaciones y asimilaciones. No obstante, las reglas del pensamiento operativo se desarrollan como resultado de la interacción del organismo con su ambiente, con antelación a que se confirmen, anulen o rectifiquen con los procesos del pensamiento abstracto. Este proceso llevará a la creación de una simbología, elementos cliché aunados en significancia y significado, constituyendo un nivel de abstracción que se pondrá en juego en los diversos ensayos y errores que el transcurso experiencial supone, con lo cual el mapa interno será
el producto de las diferentes interacciones pasadas, que pautarán, indefectiblemente, las interacciones futuras de manera circular, puesto que el proceso acumulativo de experiencia genera tal nivel de abstracción, que permite realizar analogías y efectuar isomorfismos. En este pivote recurrente, las estructuras orgánicas y cognitivas evolucionan de una manera similar y los procesos de selección se efectúan por el método de ensayo y error. Conviene detenernos en este punto del análisis y realizar una convergencia clínica. El método de ensayo y error es un procedimiento heurístico, que le posibilita a un sistema buscar modificaciones conductuales cuando se encuentra en un medio desconocido, para asegurar su adaptación y regularidad. La epistemología se construye gracias a la aplicación de este método. Esto se observa claramente en las familias migrantes. Por ejemplo, pensemos en un sujeto que emigra hacia un país muy diferente al de su origen; con la finalidad de sobrevivir en el nuevo medio será necesario que busque y experiencie nuevos métodos para arribar a dicho objetivo. Este sujeto lleva consigo un bagaje de submapas, conformados por elementos socioculturales, códigos extra e intrafamiliares, una serie de normativas y pautas que rigen sus condiciones de interaccioner. Estos submapas constituyen un mapa general, que representa su sistema de creencias y la atribución de significados a en corto tiempo, puesto que espera encontrarlas nuevamente en el lugar donde estaban y en un perímetro que delimita, cuando vuelva a observarlas. Esta permanencia está conectada directamente con la acción y no implica todavía la idea de independencia de una actividad orgánica. «Todo lo que el niño supone es que, si continúa girando la cabeza o bajándola, podrá ver cierta imagen que acaba de desaparecer, que bajando la mano encontrará de nuevo la impresión táctil que poco antes ha experimentado, etc.» (Piaget, 1965). El universo del niño es, hasta esta etapa, solamente una cantidad de imágenes indiferenciadas que surgen de la nada a la acción y cuando ésta concluye, vuelven a la nada. En la medida que evoluciona, las imágenes persisten más tiempo que antes, puesto que el niño intentará hacer permanecer las acciones durante un lapso más prolongado:
«[...] al extenderlas, o bien redescubre las imágenes desvanecidas, o bien supone que se hallan a su disposición en la misma situación en que comenzó la acción que se desarrolla» (Piaget, 1965). De esta manera, Piaget demuestra, en principio, que el mundo externo (la realidad), causalidad y tiempo, son el resultado de acciones exploradoras, con lo cual de esta afirmación se infiere que si un niño puede realizar una gama de acciones variadas, entonces es factible que se construyan diferentes realidades. En su libro Epistemología genética e investigación psicológica (1963), Piaget distingue dos tendencias en el organismo cuando se enfrenta con el ambiente: la asimilación y la acomodación. La construcción de la realidad se opera sobre la base de la experiencia, mediante mecanismos de organización -ya que todo organismo, desde el unicelular hasta el más complejo, se organiza para mantener su identidad- y de adaptación, que dependerán de los procesos de asimilación y acomodación de lo experimentado. El niño acomodará sus experiencias, que surgen de las interacciones con el medio ambiente, a esquemas estructurados en su mente para poder asimilarlas, pero dichos esquemas a la vez son el producto de experiencias previas, o sea, la construcción de la realidad se organiza de manera recurrente: el infante asimilará los sucesos externos que atrae para sí y estructurará lo que llamaremos la conforma las cosas, expresados por medio del lenguaje. Desde allí construye su realidad. Si el objetivo que persigue es lograr establecerse en ese país -que en el comienzo de su estancia le resultará extraño-, será necesario para adaptarse, realizar desestructuraciones que generen la ruptura de sus parámetros significacionales originales. Recurrentemente, deberá aplicar el mismo método de ensayo y error que efectuó en su país natal, pero este segundo proceso resultará de mayor complejidad, puesto que se trata de alterar y modificar atribuciones de sentido ya instauradas en su cognición. Si bien en el proceso original existen modificaciones de significados, éstos se construyen, elaboran y acumulan cotidiana y permanentemente bajo el mismo esquema sociocultural. Este segundo paso le exigirá tal vez desarticular total o parcialmente significados de construcción de mapas muy básicos en su estructura, y sólo permanecerán en pie aquellos que
coinciden con la nueva amalgama social que debe producir, y de este modo son retenidos. Cuando señalamos la tarea de deconstruir y reestructurar significados, no implica que se anulen las viejas significaciones; éstas no se abandonan, sino que, por el contrario, quedan ancladas y a su lado se colocan (por señalarlo gráficamente) las nuevas. Este mecanismo se refleja en el lenguaje, en la distinción de lo metafórico y lo literal (fundamentalmente en la migración a países del mismo idioma), en donde ciertas frases adquieren una significación alternativa; también se observa en las palabras, que en algunos países poseen una doble y hasta triple significación. Por ende, el cambio de contexto-aunque en éste se hable la misma lengua-producirá modificaciones en la significación que tendrá sus implicaciones en la pragmática, construyendo realidades alternativas a las originales constituidas en el lugar de origen. Ashby describió el proceso investigado por Piaget, permutando los términos ensayo y error por búsqueda y fijación, considerándolos conceptos más adecuados. De esta manera, un sistema, a través de su complejo conductual, desarrolla su estructura adaptativa que no está preestablecida y en cambio es determinada en gran parte por la casualidad, pero que por medio de la reinterpretación se define como causalidad. Como hemos señalado en el capitulo anterior, resulta dificil hablar de casualidad desde una perspectiva sistémica. Cada uno de los hechos del universo contribuye al equilibrio del ecosistema. Un hecho casual obedece a la esfera de lo fortuito e imprevisible. Desde un nivel lógico inferior, es factible hablar en estos términos: existen hechos (constituidos en eventos para la persona) fuera del cálculo de posibilidades de aparición, tildados como casuales. Pero en un orden lógico superior, en donde operan mecanismos correctores (negentrópicos), estos hechos se someten a una reinterpretación, encontrando un porqué circular que construye o colabora a la homeodinamia del sistema. Parece ser, entonces, más apropiado hablar de causalidad. Tal vez se trata de recuperar, desde esta perspectiva, la analogía con la tabla rasa -página en blanco donde se construyen los significados- en la cual el ser humano en su historia, deberá colocar varias fe de erratas...
Desde una óptica cibernética, este método no es ni más ni menos que un circuito de retroalimentación, en donde las rectificaciones -a través de la introducción de información nueva- permiten corregir los ángulos de desviación (los errores) y sólo de esta manera es posible el aprendizaje. En lo que respecta al conocimiento, entonces, todo nuevo pensamiento deberá adaptarse a un diseño previo de estructuras conceptuales, de tal forma que la abstracción que se realiza no genere una contradicción con lo aprendido (que fue transformado en modelo conceptual) y si ésta se produce, o se cambia el nuevo pensamiento o bien deberán modificarse las viejas estructuras. Piaget perfeccionó esta idea hasta llegar a convertirla en una teoría del desarrollo cognitivo, concluyendo que la cognición es una actividad adaptativa. E. von Glasersfeld señala que solamente es posible entender a Piaget de forma coherente cambiando la concepción de lo que significa conocer y conocimiento, lo que implica pasar de lo representacional a lo adaptativo. Desde esta visión, no puede concebirse que el conocimiento nos proporciona una imagen «objetiva» del mundo, sino más exactamente, un determinado mapa de lo que podemos hacer en ese ambiente en donde se experiencia. Lo que conocemos entonces es un recorte, una construcción, que se adapta a un modelo conceptual previo, al cual, otras construcciones de posteriores actos cognitivos se adaptarán y lo enriquecerán, y así recursivamente. En este sentido, es interesante citar la diferencia que plantea Ronald Laing acerca del término dato. «Aquello que la ciencia empírica denomina datos, para ser más honestos deberíamos llamarlos captos, ya que en un sentido muy real son seleccionados arbitrariamente por la índole de las hipótesis ya formadas» (citado por Spencer Brown, 1973). Dato significa lo que es dado. Esta definición es coherente con la antigua concepción del conocer, la representacional; por lo tanto, desde esta perspectiva se puede afirmar que el mundo externo ofrece un sinnúmero de datos observables.
Capto se refiere a lo que es captado, y se aplicaría al concepto del conocimiento adaptativo, con lo cual podríamos capturar de ese sinnúmero de datos solamente algunos. Pensar en términos de datos implica pensar utópicamente que nuestro aparato cognitivo tiene la posibilidad de percibir objetivamente y en forma pura (sin atribuciones de significado) los elementos a describir que ofrece el mundo externo. Las estructuras conceptuales solamente le permiten al observador captar algunos de esos datos, de acuerdo con el modelo epistemológico con que se construya, mientras que el resto aparecen como puntos ciegos ante sus ojos. Para el observador no existirían una cantidad de datos, sino sólo algunos factibles de captarse por calzar con sus estructuras conceptuales. Y allí está el conocimiento como autorreferencial y constitutivo de una realidad única (la del observador). Esta realidad podrá ampliarse cuando en la interacción, tal vez desde otra perspectiva, otro observador ofrezca su mapa (compuesto por estructuras conceptuales diferentes, que poseen captos diferentes) y en este acto co-constructivo, esa realidad se redefina. Este mismo esquema de pensamiento nos lleva a relativizar la frase que señala «el mapa no es el territorio», puesto que ¿de acuerdo con qué óptica se realiza dicha afirmación? Para el observador el mapa es, desde su captación, el territorio, es la confirmación de la verdad de una realidad única (la de su propia construcción). Desde un metanivel más reflexivo, podríamos pensar que existe un territorio compuesto por otros elementos a captar, pero nuestro conocer nos permite obtener tan sólo un mapa de lo que vemos; o desde la confrontación con el acto cognoscitivo de otro observador que tiene la cualidad de captar otras propiedades del objeto observado -o sea de elaborar otras construcciones-, que cotejadas con las nuestras arrojan diferencias de perspectivas, por lo tanto, el mapa no es el territorio. La pregunta sería entonces, ¿cuál es el territorio?, cuestionamiento dificil de responder, pues nunca lo llegaremos a conocer en su totalidad. Un cuento clásico sufi, Los ciegos y la cuestión del elefante, a través de la versión de Hakim Sanai (1150), ilustra las diferentes construcciones que pueden realizarse acerca de la misma cosa. Se trata de una ciudad en donde todos sus habitantes eran ciegos. Un cierto día acampa en las
afueras un rey con su cortejo, que tenía un elefante que usaba para atacar e incrementar el temor de la gente. La población estaba ansiosa por ver aquel animal, y algunos ciegos se precipitaron hacia él con el fin de describirlo. Como no tenían idea sobre su forma, trataron de reunir información, palpando alguna parte de su cuerpo. Cuando regresaron a la ciudad, cada uno creyó que sabía algo sobre la bestia. Las personas se apiñaron a su alrededor, ansiosos por saber y buscando equivocadamente la verdad en boca de aquéllos; preguntaron, entonces, por la forma y el aspecto del elefante. «Al hombre que había tocado la oreja le preguntaron sobre la naturaleza del elefante. Él dijo: "Es una cosa grande, rugosa, ancha y gruesa como un felpudo". Y el que había palpado la trompa dijo: "Yo conozco los hechos reales, es como un tubo recto y hueco, horrible y destructivo". El que había tocado sus patas dijo: "Es poderoso y firme como un pilar". Cada uno había palpado una sola parte de las muchas. Cada uno lo había percibido erróneamente. Ninguno conocía la totalidad. [...].» (ldries Shah, 1967). Tal vez, este sea el punto en cuestión, cómo conocer la totalidad, acción que desde las ciencias de la complejidad resulta utópica. Podríamos preguntarnos si cada uno de los ciegos percibió erróneamente, o sería más acertado reformular la frase, señalando que cada uno construyó una imagen del mundo y para cada uno esa construcción era su verdad. En el campo de la interacción humana, la disputa por la obtención y reconocimiento de la posesión de la verdad se pone en juego, por ejemplo, en la controversia de dos mapas diferentes; esto quiere decir que cuando dos personas litigan en función de la verdad acerca de algo y poseen opiniones diferentes sobre ese algo, si uno le dice al otro «esto no es así», en realidad le está diciendo «tú tienes una construcción diferente a la mía». Si la estructura conceptual del observador capta solamente algunos aspectos del objeto observado, su propio mapa, entonces, veda la posibilidad de describir lo que sería la totalidad del objeto, o la cosa concreta en toda su magnitud. Descubrir el territorio, como búsqueda de
la verdad y de una realidad última, resulta la acción utópica que postulaban las ciencias clásicas. «The name is not the thing» (el nombre no es la cosa), sentencia la frase que Paul Watzlawick recrea con el ejemplo del, proverbial esquizofrénico que, apoyándose en lo literal, termina comiéndose la carta del menú del restaurante en lugar de la comida (además de quejarse por su mal sabor), y comienza a sospechar que alguien conspira contra él y desea envenenarlo. Este mapa es expresado a través del lenguaje, y es este mismo el que muestra la subjetividad y autorreferencialidad en la mirada, por medio de los significados que son atribuidos a la cosa observada. En el plano sintáctico, por medio de las convenciones lingüísticas, en los sustantivos y adjetivos calificativos principalmente, es donde se ponen de manifiesto las expresiones más claras de las atribuciones semánticas individuales a los objetos del mundo externo, por lo tanto el nombre no es la cosa que se nombra. El nombre es el convenio por el cual llamamos a algo de una determinada manera, es el que nos permite, a través de un código lingüístico, comunicarnos e intercambiar, saber acerca de lo que se habla; la atribución de valor se observa más en las adjetivaciones. La analogía que plantea el término mapa sugiere una representación mental (representación como construcción) de la cosa observada. Si pensamos literalmente acerca de esta palabra, el mapa de un país no es el país, es una escala convencional que nos permite orientarnos, por ejemplo, cuando estamos en un terreno desconocido. Todos compartimos esa imagen, pero si recorremos el territorio concreto del país, las vivencias de los observadores, a través del experienciar, serán diferentes, cada uno recortará y verá lo que su cognición le permite ver; de ahí la concordancia y divergencia de opiniones acerca de lo observado. Esto podemos llevarlo al ámbito clínico, cuando observamos a familias o a pacientes individuales, que llegan con su sintomatología o con problemas sostenidos por una construcción determinada (recordemos que un problema es una atribución de sentido sobre una dificultad): para ellos el mapa es el territorio (el problema es su realidad) y así, enquistados en esta visión, auto-perpetúan la patología y el dolor. Las posibilidades de redefinir o reformular esa realidad permiten ampliar su mapa (sus alternativas de solución). Así, un terapeuta constructivista
parte del supuesto de que lo que llamamos realidad proporciona numerosas posibilidades de descripción y, dada la experiencia clínica, posee una gama más prolífica de construcciones que llevan a depositar en el percibiente nuevas captaciones. MAPA > NOMBRE TERRITORIO
COSA
este fenómeno lo llama identidad individual y es un concepto importante en la construcción del mundo porque introduce la noción de permanencia. Por lo tanto, la equivalencia y la identidad individual son los resultados de un proceso de abstracción, que permiten establecer comparaciones que ejecutan distinciones del orden de la similitud o igualdad, ya sea porque pertenecen a la misma clase o porque introducen la variable temporal y nos llevan a decir que algo es la misma cosa. «Pero atribuir a algo una identidad individual no está exento de problemas. Supongamos que yo estuve en esta misma conferencia ayer y, como ahora, tenía un vaso con agua delante de mis ojos. Hoy entro y digo: "iOh, es el mismo vaso, es idéntico al vaso que ayer estaba aquí!" Si alguien me preguntase cómo puedo saber si es idéntico o no, tendría que buscar alguna característica particular que lo distinga de los demás vasos» (E. von Glasersfeld, 1994). Pero si nos situamos en una posición extremista, resultaría dificil, apoyándonos en estas conceptualizaciones, describir dicho objeto, distinguiéndolo como idéntico y afirmando que es el mismo. El acto de observación nos llevaría a discriminar una serie de características como, por ejemplo, lugar de ubicación, tipo de textura y conformación, peso, algunas particularidades del diseño, etc.; en fin, serían infinitas las corroboraciones, pero en última instancia, la conclusión que se arroja es incierta, ¿es el mismo objeto? En principio es factible afirmar que ese objeto es equivalente al de ayer, en el sentido que reúne las características que lo aúnan a un rubro o categoría determinado, permitiéndonos decir que ese objeto es similar al visto con anterioridad. Esta dificultad conceptual fue resuelta muy tempranamente (entre los 18 meses y 2 años) y Piaget la llamó externalización; o sea, que la posibilidad de afirmar que ese objeto es el mismo que el que hemos observado ayer radica en que a pesar de no haber formado parte de
nuestra experiencia sensorial durante el período de no-observación, el objeto ha mantenido algún tipo de continuidad en el tiempo fuera del mundo de nuestra experiencia. Debe haber, entonces, un sitio más allá del campo de la experiencia en el que el objeto pudo ser, mientras nos ocupábamos de experimentar otras cosas. No obstante, se transita la vida, aseve~ ~degue lo que veo es que la realidad que observa es una fiel repres2 era ,0 del mundo, y nuestros juicios de valor se acercan a opinione ~senla'etivas acerca de las cosas: para el observador, entonces, el mapa es rbilterritorio. Piaget señala que rio existe ninguna Z~a es eción si no hay algún tipo de reflexión. Las reflexiones que pro colst él niño sobre sus operaciones con el mundo constituyen la bas2 actle¡allamada abstracción reflexiva, y es la que produce las concept- se de ,¿iones que no pueden derivarse en forma directa de la experienp t talii0gorial. Los conceptos abstractos u operativ.~ cia s~)0 ubicados en un nivel superior a los figurativos, ya que ésto` °s ese extraen directamente del material que ofrece la experiencia set~8 sí sil, E. von Glasersfeld (1983) señala que la reflexión comienza ~ úsot ltar construcciones a partir de dos herramientas indispensables: a eje~eyencia y la semejanza. Partiendo del concepto de Spencer B~ la dll(1973) acerca de las distinciones, remarca que toda distincióntoWO jacto de una comparación, especificando el tipo de comparas pfo,Dyo resultado no es 0 una diferencia, sino que podría arrojar uni~ióa zjanza, con lo cual se llega a la conclusión de que dos cosas sosetfi Viles o son la misma cosa. h i$o La posibilidad de describir cosas se en a directamente relacionada con las características que se distir~uerlt ép la descripción. Si partimos de la tipificación lógica que real i~ue0~bitehead y Russell (1910), cuyo postulado central señala «los ~dan tos de una clase no son iguales a la clase de los miembros», se 'rierOdr afirmar que todos los
integrantes de una categoría son iguales, bue ,~pdo en cuenta que las categorizaciones son conceptos de segu , teta fden, o sea, atribuciones emergentes del descriptor. l~do D A este tipo de igualdad, Glasersfeld la a equivalencia, y constituye un punto relevante en la construc, , lla ~2 conceptos, puesto que hace posible elaborar clasificaciones, ~ritiéndonos crear una imagen intelectual del mundo. N PC El otro sentido de igualdad que establece pr introduce la variable de la temporalidad en el acto de conos ~1 adl decir, que no sólo podemos señalar que una cosa es igual a otrar, e9Jue pertenece a la misma categoría (es igual o equivalente), sino poi,,Idemás es posible afirmar que es la misma cosa que hemos obse~9ue el día anterior; a a Von Glasersfeld llama este lugar «protoespacio», lugar que conforma una especie de almacén en donde pueden guardarse las representaciones de las cosas, con el fin de que mantengan su identidad in dividual en el tiempo en que uno no las experiencia. Cada sujeto posee un topos uranos individual, en donde guarda las diferentes construcciones que le posibilitarán realizar los distingos pertinentes, cuando sus sentidos tomen contacto con el objeto. Mientras no las experienciamos, el ser de las cosas se mantiene en ese depósito y se extiende hasta que uno vuelve a experimentarlas, con lo cual están disponibles cuando la atención sea dirigida hacia ellas. «A este paralelismo de dos extensiones -el flujo de la experiencia del sujeto y la permanencia de las identidades individuales extendidas durante intervalos desde su depósito- lo llamo Prototiempo». (E. von Glasersfeld, 1994). La diferencia entre los conceptos de protoespacio y prototiempo está en que en este último están presentes las nociones de antes y después y en el primero la de mientras y durante. En síntesis, durante el tiempo que experimentamos otras cosas de nuestro mundo, en nuestro almacén quedan momentáneamente fijadas las representaciones de las cosas, hasta que nuestra atención en el acto de conocimiento vuelva a recuperarlas. La noción de permanencia permite el mantenimiento de la identidad individual y conjuntamente con el flujo de la experiencia, extendidos en
un lapso determinado, conforman el prototiempo. El antes y el después es construido, dice el autor, por la proyección de las experiencias del sujeto sobre las cosas del depósito que no se encuentran en su campo experiencial. Por lo tanto, el paralelismo entre el flujo de la experiencia y la permanencia de la identidad individual es el que nos posibilita seleccionar cualquier experiencia y realizar abstracciones e inferencias sobre ella, proyectándola a otra secuencia experiencial. «Para mí, entonces, tal como dijo Prigogine, el tiempo no es una ilusión. Si llamara ilusión a la construcción del tiempo, también tendría que llamar ilusión a todo el mundo que conozco, el mundo en que vivo; y yo no quisiera caracterizarlo de ese modo. Si bien todo mi mundo es una construcción, aún puedo establecer en él una distinción útil entre ilusión y realidad. Pero recuérdese que para mí la realidad remite siempre a la realidad de la experiencia, no a la realidad ontológica de la filosofia tradicional. Si queremos construirnos una realidad racional, el tiempo y el espacio son elementos indispensables, y yo más bien llamaría ilusión a cualquier pretensión de conocer lo que esté más allá del campo de nuestra experiencia» (von Glasersfeld, 1994). Desear conocer más allá del campo de la experiencia de los sentidos, es partir de la suposición que debe descubrirse una realidad objetiva, una verdad última, como señalamos anteriormente. Tal vez lo que resulte posible es ampliar la gama de perspectivas con que el observador describe la realidad. La redefinición de ópticas se desarrolla en forma espontánea en las co-construcciones de la vida cotidiana y con objetivos prefijados en el espacio de la consulta psicoterapéutica, pero de ahí a pretender encontrar la realidad, existe un largo camino que implica hablar de otro paradigma. Por esto, es importante remarcar lo que señala von Glasersfeld acerca de la construcción de realidades; no nos estamos remitiendo a la realidad de la filosofia clásica, sino a la de la experiencia sensorial. Construir realidades alternativas en la psicoterapia constituye el objetivo básico para la resolución de problemas. En términos de temporalidad, estamos presos de nuestra historia, el pasado no puede cambiarse y menos volverse a vivir; pero sí es factible
redefinirlo, encontrando perspectivas nuevas que posibiliten entenderlo de una manera diferente, construyendo una historia diferente. Un adulto que se queja de su infancia, en donde se vio hiperexigido por un padre que no admitía el mínimo error en sus actividades, podría reformularse connotando positivamente cuánto llegó a crecer, a progresar y todos los proyectos que desarrolló en su vida, impulsado por las presiones del padre, y cuánta energía ha tenido para lograr cosas con éxito, a pesar de la frustración que implicaba el veredicto del padre. Entonces, a este padre no lo vamos a cambiar, y al menos las historias relacionales infantiles con sus sufrimientos concomitantes lograrán redefinirle, modificando las percepciones que se tienen acerca de las mismas en el tiempo presente, construyendo una historia alternativa. Inevitablemente, este giro perceptivo permite comenzar a gestar nuevas interacciones, a partir de significados nuevos atribuidos al recuerdo, y son estas mismas interacciones las que refuerzan los nuevos marcos semánticos con que se revisten los vínculos y las situaciones. Si pensamos las tres instancias temporales de pasado, presente y futuro, de manera recursiva, se desestructura la diacronía lineal clásica. Los tres tiempos tienen una correlación directa y proporcional, en donde se impregnan y superponen significados, influyéndose de manera continua; por lo tanto, no pueden verse como compartimientos estancos, sino bajo el dominio de un dinamismo constante: en el presente, centrípetamente, oscilan el pasado y el futuro; las acciones presentes en la medida que transcurren se convierten en históricas y las próximas inmediatas a realizar son las futuras. La frase que estamos escribiendo ahora ya se ha transformado en pasada y la próxima es futura, que cuando se escriba será presente, convirtiéndose en pasada una vez terminada. Si se construyen realidades caóticas en el presente, se acumularán en el pasado, generando un recuerdo caótico; entonces, si constituimos nuestra historia a través de estas significaciones presentes, el futuro no ofrecerá grandes posibilidades de cambio, puesto que es factible desarrollar profecías que se autocumplen. Son numerosas las personas, por ejemplo, que en su relación de pareja construyen realidades dolorosas. Sienten no estar convencidas de la relación, se muestran inseguras y están rumiando permanente mente
acerca del futuro, «¿será éste el hombre con quien forme una familia...?», «¿esta es la mujer que yo deseo...?». Fijados en el futuro, descuidan absolutamente las interacciones presentes (¿quién puede disfrutar el presente si vive adelantándose?, no puede sentirse el aquí y ahora si uno desvía la atención hacia el fu turo). Este descuido generalmente arroja resultados negativos: si el pasado es el resultado de la sumatoria de presentes, y el presente no se capitaliza en poder aprovechar cada momento intensamente, se labrará una historia deplorable y comienza a percibirse y a contarse desde esta perspectiva. En la medida que se perpetúe este estilo de interacción, se encontrarán en la historia que se cuenta la pareja los motivos suficientes para generar incertidumbre en el futuro de la relación, con lo cual se incrementará la duda y se continuará pensando «¿qué pasará más adelante...?», descuidando el presente, y así recurrentemente la pareja se enquistará, vedando su posibilidad de crecimiento y confirmando en su realidad de caos que la única solución es la separación. Como hemos señalado, la historia no es el pasado. El cuento que uno se cuenta acerca de su pasado no es el equivalente fehaciente de lo sucedido (¿quién conocerá la verdadera versión?), son relatos de segundo orden en función de los investimentos semánticos, con los cuales nos aproximamos a las situaciones. Entonces, una adecuada reformulación permuta esas atribuciones de significado, creando un relato alternativo. Si bien el pasado permanece inmutable, al menos se modifica el sentido con que se construye la historia de ese pasado, con lo cual los hechos, personajes, situaciones, etc., son los mismos, pero la mirada sobre ellos es diferente y este cambio, indefectiblemente, tendrá sus implicancias en la pragmática presente, y por ende en la futura.
YO DISTINGO, TÚ DISTINGUES La reflexión que desarrolla el niño sobre sus operaciones genera los procesos de abstracción, que dan como resultado la constitución de una realidad, que, a su vez, influenciará a las futuras abstracciones que mediatizan, en el experienciar, nuevas construcciones y así recursivamente.
Pero todas las construcciones son elaboradas en el acto de percibir, a partir de distinciones que se ejecutan por medio de la comparación. En este sentido, la acción pilar de la epistemología consiste en crear una diferencia, y en la distinción que se traza, radica la posibilidad de conocer el mundo (obviamente nuestra construcción de él). En su libro Laws of the form (Las leyes de la forma, 1973), G. Spencer Brown, a través de la lógica y la matemática, enunció que trazar una distinción es la premisa básica de las acciones, descripciones, percepciones, pensamientos, teorías y hasta la misma epistemología, tomando como base que «un universo se genera cuando se separa o aparta un espacio», y por ende, los límites del mismo pueden ser trazados en el perímetro que se desee. Esto producirá-de acuerdo con las distinciones individuales- la construcción de universos diferentes o a veces compartidos. La realidad, por lo tanto, se constituye a partir del establecimiento de «diferentes distingos que marcan la diferencia». Las teorías pautan la mirada, dirigiendo los recortes que se trazan en la observación y que se llevan a la pragmática, construyendo acciones que se vuelven a mirar desde esa perspectiva; de ahí, que se elabo ren hipótesis, en donde se esbozan lecturas lineales o recurrentes. O sea, el ojo del conocer del observador, en un mismo hecho, podrá trazar una distinción, tanto desde una como desde otra epistemología. Una situación de la práctica clínica servirá como ejemplo para realizar las dichas distinciones. Supongamos a un terapeuta, un paciente y una determinada intervención, por ejemplo la paradójica (no obstante, no es relevante el tipo de intervención en este caso); la secuencia de acciones que im pone el punto de vista clásico sería pensar que el terapeuta diagramó, desde su modelo, una intervención determinada -frente a la problemática planteada por su paciente- que consideró más adecuada para inducir al paciente a una crisis, con la finalidad de reformular esa construcción que lo hace sufrir. Esta distinción señala la actitud del terapeuta que influye en el cliente. A la vez, como plantea B. Keeney (1983), podría estructurarse el proceso inverso de acciones a través de las mismas distinciones, o sea pensar que el paciente se comportó de una determinada manera y con esta intervención (su comportamiento) hacia el terapeuta generó la producción de una técnica, que desenvuelta en el espacio terapéutico, lo
induzca a una crisis que lo lleve al cambio, o sea, la actitud del cliente que influye en el terapeuta (la conducta del terapeuta podrá convertirse en un problema si no logra ayudar a su cliente). Tanto la primera como la segunda secuencia obedecen a una premisa de linealidad. La epistemología cibernética cambiará esta suposición y bajo los mismos distingos (paciente, terapeuta, problema, intervención) impondrá una pauta de recurrencia en dicha secuencia. De esta manera, el circuito se transforma en interactivo, donde paciente y terapeuta, como en el juego dialéctico, se necesitan recursivamente. «Cabría concebir la situación terapéutica como organizada de una manera más compleja: en tal caso las conductas del terapeuta y cliente serían intervenciones destinadas a alterar, modificar, transformar o cambiar las conductas del otro, de un modo que resuelva el problema de éste. Dicho de otro modo, no solamente el terapeuta trata a los clientes, sino que al mismo tiempo los clientes tratan al terapeuta» (B. Keeney, 1983). De esta manera, la situación terapéutica se constituye en un espacio de aprendizaje de doble juego: después de interactuar en cada sesión, ni el terapeuta ni el paciente son los mismos, ambos han resuel to situaciones en la relación, han pasado por una experiencia de aprendizaje, han ejecutado, entonces, una acción de crecimiento. La epistemología sistémica muestra cómo circularmente se colocan sobre el escenario de la psicoterapia las interacciones que llevan a que un terapeuta realice determinadas intervenciones con un paciente y no con otro; estas intervenciones son pautadas por la interacción y viceversa. En general los terapeutas aducen, respaldados por su modelo, por medio de justificaciones racionales, intelectuales y de aval diagnóstico, el por qué implementaron ciertas estrategias en un caso determinado. Desde la Cibernética, la razón es más cercana pero más compleja: el terapeuta y el cliente accionan con conductas recursivas, donde se producen efectos por medio de sus intervenciones hacia el otro, provocando ciertos resultados que a la vez tiene sus implicancias en la interacción. Este entrecruzamiento de conductas producen resolución en ambos; en el cliente el problema por el cual consulta, en el terapeuta el problema de poder resolver el problema de su cliente.
No estamos capacitados para responder el interrogante de «¿quién deberá pagar a quién?», el tema del honorario es complejo y extenso, y no es el objetivo del presente capítulo, pero la pregunta vale... La dinámica de la psicoterapia, entonces, podría pensarse en términos circulares: en donde las intervenciones terapéuticas pautan una secuencia de interacción, pero a la vez recursivamente, es esta misma secuencia interaccional la que pauta el surgimiento de las intervenciones. Desde el Constructivismo, sería posible inferir que la razón de que algunos terapeutas se especialicen en el tratamiento de ciertas patologías, no solamente radica en el interés teórico o clínico (aunque por otra parte la elección de un modelo teórico no es casual), sino porque además la dinámica interactiva, que emerge de la tipología de interacción de estos casos, es coincidente con sus características de personalidad (y cuando nos referimos a los términos características o tipología, es obvio que de éstas surgen determinadas construcciones), que los llevan a intercambiar fluidamente, resultando notablemente eficaces -consecuencia que fortalecerá experiencialmente su efectividad-, tanto para el plano del profesional como para el del paciente. Podríamos hipotetizar (dentro de los miles de distingos que podemos trazar) que un terapeuta con ciertos rasgos de rigidez en el sentido general de sus interacciones, por la similitud de códigos, podrá comprender e interactuar fácilmente con la rigidez de su paciente. El problema puede presentarse cuando el cliente posee características de gran plasticidad; la rigidez de uno será el problema del otro y la flexibilidad de uno será el problema para el otro, aunque, no obstante, ambos podrían favorecerse con esta experiencia merced a una realimentación en donde cada uno aprende del otro (ya que los opuestos pueden reformularse como complementarios). También puede construirse la hipótesis contraria: el problema de rigidez de un paciente en un terapeuta rígido puede ser un obstáculo, ya que se empasta con su misma construcción, terminando sin saber cuál es el problema que tiene que aclarar, si el suyo o el del cliente, si descubriendo el del cliente resuelve el suyo o ¿de quién es el problema? o ¿quién es quién?...
El caso inverso puede suceder cuando los distingos estén trazados por un terapeuta flexible y creativo, frente a un cliente extremadamente rígido, pero aquí la ventaja radica en que la creatividad en psicoterapia supone la posibilidad de amoldarse a situaciones y a un dejarse fluir en las interacciones, generando las estrategias consideradas como las más adecuadas para la problemática (a menos que las construcciones que emergen de la plasticidad del terapeuta sean la barrera para comprender la rigidez de su paciente). No obstante, es muy dificultoso establecer estas diferenciaciones, porque existe el riesgo de generalizar situaciones tan particulares corno la relación terapeuta-paciente, o tratar de tipificar la comunicación que, como proyecto de investigación, estaría condenado al fracaso. Solamente deseamos mostrar cómo las distinciones que trazan los terapeutas dependen de los constructos personales que se ponen en juego en la dinámica de cada sesión y que podrán variar de acuerdo al cliente con el cual se interaccione: no será el mismo distingo el que establece un terapeuta hijo mayor soltero frente a una familia, que el de una terapeuta madre de familia. Asimismo, cuando planteamos estamos trazando distinciones.
estas
hipótesis,
nosotros
también
Uno de los primeros distingos que elaboró la clínica sistémica con familias fue el de dejar de centralizar la actividad terapéutica en un miembro con conductas sintomáticas, para delimitar el perímetro de las distinciones comprometiendo a toda la familia, cuya primera investigación sobre una teoría de la esquizofrenia arrojó el primer resultado: El doble vínculo. En síntesis, el paciente acude a la sesión con un problema, el terapeuta a partir de ese momento tiene el reto de resolver el problema de su paciente. Pero a través de sus intervenciones y las de su paciente pautadas ambas por la interacción que desarrollan y viceversa-, no sólo logra resolver el problema de su paciente, sino su propio problema -el problema de solucionar el problema-. Con lo cual, ambos, en la situación terapéutica, resuelven por medio de la interacción (es más, solamente la simple presencia ya impregna la dinámica) la problemática planteada. Una hipótesis es una afirmación que conecta entre sí dos o más aseveraciones descriptivas, que son producto de lo que el observador considera la evidencia de la realidad. Pero sabemos que es él, el que
traza las distinciones, el que elabora comparaciones y el que describe. La inferencia y deducciones que se realizan sobre estas premisas también son efectuadas desde la individualidad de su sistema de creencias. El evento que se construye sobre el hecho, que aparece como fenómeno frente a los ojos -la evidencia-, es el resultado de un complejo de abstracciones que seleccionará al estímulo y cegará algunos aspectos (de lo cual no somos conscientes). Como señala von Foerster, «no vemos que no vemos», y si bien la lógica indica que dos negaciones dan como resultado una afirmación, en este caso no sería explícable, puesto que no quiere decir que podamos ver otros aspectos de la cosa (esto se registra con mucha claridad en algunos fenómenos sexuales de la biología). Si la observación del hecho observable es autorreferencial, cualNer inferencia descriptiva acerca de lo que vemos seguirá esta misma línea de subjetividad. Los conoceres del percibiente están sesgaes por su mapa y las propias construcciones que emergen del chismo; uno lee, recuerda y escribe tendenciosamente (como nosotros en este preciso momento). Esto forma parte del bagaje de abstracción y construcciones que se ponen nuevamente en juego, cuando se da la observación de algo nuevo, y que lleva a trazar distingos y dcseripciones con sus consecuentes interacciones en la pragmática. Esta nueva mirada es la que acomoda y corrobora la cosa a nuestra construcción teórica y es esta misma la que nos permite inferir stinciones, comparaciones y descripciones acerca de ella. por lo tanto, si la observación es autorreferencial, el evento es s Cros mismos. t Como señala Somcción, nos miramos a no58 Brown (1973): tra~,,El universo debe expandirse para escapar de los telescopios a caes de los cuales, nosotros -que somos el universo- tratamos de pirar ese universo -que somos nosotros.» un ~sí como en el mundo existen millones de personas diferentes, to sismo hecho -como realidad de primer orden- puede ser descrisea construido, desde millones de puntos de vista.
Si una hipótesis es una construcción que surge del sesgo de s kestro mapa por medio del trazado de distingos particulares y concomitantes
descripciones, la hipótesis resulta, entonces, dh Invento autorreferencial. A su vez, si el investigador trata de mostrar la certeza de su supuesto en el plano práctico experit ental, es también su mapa el que guía su ojo observante y el A, e diseña su método, esto quiere decir que el subjetivismo está lo esente. El resultado del proceso será que se puede comprobar lo que se quiere comprobar, o sea: el sujeto en su observación será sujeto a la cosa observada; pero si la cosa es construida "el sujeto, a su vez, recursivamente, está sujeta al sujeto. Desde esta óptica, cualquier intervención en el ámbito de la psicoterapia será tendenciosa -a pesar que se erige en nombre de la objetividad-, puesto que dependerá, por una parte, de las hipótesis que el terapeuta construya del caso, de acuerdo con su complejo de abstracciones resultante de su estructura conceptual, y éstas contribuirán a crear la realidad del problema o una realidad alternativa. Pero, por otra parte, estas hipótesis nacen de la interacción que se desarrolla, en ese día, esa hora y con ese paciente; por lo tanto, dependerán también de sus estructuras conceptuales, de donde surge el cuento que se cuenta acerca de la realidad de su problema. Por ejemplo, las preguntas que se realizarán, si bien son producto de una co-construcción, van edificando la corroboración o descarte de un esquema conceptual -que es el resultado del saber adquirido y del mapa del terapeuta en la interacción con el paciente-, cuyas respuestas encajan o no en el mismo. De acuerdo con su perspectiva (emergente de su mapa), el terapeuta tenderá a fijarse más en alguno de los miembros de la familia, o preguntará o enfocará el diálogo, colocando mayor énfasis en algunos temas; en última instancia, el ciclo vital, el sexo, las situaciones particulares del momento de vida del terapeuta, etc., llevan a un trazado de distinciones que delimita un perímetro de acciones, con los consecuentes,feed-back por parte de los pacientes, en proceso recursivo. La labor de un equipo sistémico, por medio del espejo unidireccional, permite realizar diferencias en el trazado de distinciones y su correlación en las puntuaciones de secuencia de interacción, y contar, de esta manera, con una gama más variada de descripciones que posibilitarán construir una hipótesis más certera (¿más certera?), o por lo menos el resultado de la confluencia de numerosos puntos de vista, con respecto a lo que sucede. No obstante, las hipótesis son el producto de la
interacción, con lo cual la lectura no es unidireccional: en el contexto terapéutico, terapeutas y clientes co-construyen una realidad, a pesar de las diferentes distinciones epistemológicas que establecen. Keeney plantea un ejemplo que permitirá entender más claramente el concepto de distinciones y descripciones: «...es mediante ejemplos tomados del arte culinario y de la música. Observamos aquí que los documentos escritos (las recetas y notas transcriptas en un pentagrama respectivamente) son en realidad una secuencia de órdenes que, en caso de ser obedecidas, dan por resultado una recreación de la experiencia del inventor. Por ejemplo, si nos guiamos por la receta podemos obtener, al final, la experiencia multisensorial propia de tener ante nosotros un souffé. Spencer Brown hace extensiva esta idea a otros campos, sugiriendo que tanto la matemática como todas las formas de experiencia proceden de similares series de órdenes. Quiere decir con esto que la descripción es secundaria respecto de obedecer una orden, mandato o prescripción de establecer una distinción. La descripción es siempre posterior al acto de demarcación o deslinde efectuado por la persona que describe» (Keeney, 1983). Esto mismo se observa en los libretos de teatro -aquí adquiere mayor complejidad-, en donde se distinguen no sólo cada uno de los personajes, sino que también se pautan los distintos movimientos y las acciones; además de describirse el contexto, sus características y las de la interacción en general; por eso, cada actor podrá imponer su creatividad y su arte, pero a partir de las distinciones prefijadas. De la misma manera, sucede con el diagnóstico, es el libreto que ordena el trazado de distinciones en la observación. Socioculturalmente ocurre el mismo fenómeno, las experiencias surgen como consecuencias de pautas, normas, códigos, de libretos determinados, impresos en la cultura misma, o sea, que nuestra epistemología se ve impregnada tempranamente por la obligación de trazar ciertas distinciones. Así, la incertidumbre cubre la lente de la observación; resulta dificultoso decir, entonces, cuál es la realidad, ya que esta pregunta sugiere referir la existencia de una realidad absoluta; pero ¿quién sería, entonces, el portador de la verdad?
Si el Misticismo y el Racionalismo, por ejemplo, dieron preeminencia a Dios y a la Razón, respectivamente, bajo la óptica de la linealidad de pensamiento esto ofrecía algún tipo de seguridad con pará metros claramente establecidos. La Cibernética de segundo orden impuso la duda, involucrando al observador en lo observado, y anuló la atmósfera aséptica con que se concebía la percepción. El modelo constructivista, por su parte, planteó la subjetividad y relatividad de los juicios acerca de lo que se observa, por lo tanto, se desestructuró la rigidez del referente corrector de desviaciones, ¿qué nos resta por decir si no existe una verdad única y una realidad universal? Afirma Spencer Brown (1973) que «nuestra comprensión de dicho universo no es el resultado de descubrir su aspecto actual, sino de recordar lo que hicimos originalmente para engendrarlo». La tarea epistemológica, entonces, radica en descubrir las distinciones primarias que muestran cómo conoce un observador, pero es factible sumergirse en recurrencias de orden superior cuando la pregunta se vuelve autorreferente: «¿cómo llega un epistemólogo a conocer la forma de conocer de un observador? o ¿cómo conoce el epistemólogo?...». LA LÓGICA DE LOS TIPOS LÓGICOS La forma de conocer y construir el mundo, pues, se estructura de manera recursiva: es el resultado de un complejo proceso perceptivo que dependerá de abstracciones y de prescripciones (órdenes, pautas) de trazar distingos, que conllevarán a describir y acentuar tales distinciones, que a su vez pautarán secuencias de interacción, que tendrán su efecto sobre las abstracciones que se infieren a través de la acción de experienciar. Esta abstracción que se realiza nuevamente impregna el hecho de establecer distinciones, desenvolviéndose la recurrencia en el acto epistemológico. El mundo se representa frente a la mirada y, a través de esta construcción, se producirá, en el marco de lo pragmático, el despliegue de algunas acciones. Estas acciones en la interacción nos llevarán a establecer nuevos distingos, por efecto de la experiencia, en otros actos perceptivos, ya que el observador observa trazando distinciones y así recursivamente. Nuevamente se confirma el imperativo estético: «si quieres ver aprende a actuar».
Las distinciones en el acto perceptivo son el producto del mapa del observador, por lo tanto, la percepción es el resultado de realizar diferentes distingos, con lo cual, lo que se observa puede ser descrito. Este es el primer proceso que lleva a gestar la circularidad en el acto de conocer: las distinciones que se establecen en la observación con El ojo constructor 99 La construcción del universo llevan descripciones, que consisten en acentuar distinciones acerca de lo observado. Entonces, realizamos distinciones a fin de poder observar (como acto de conocimiento) y las descripciones tienen como finalidad describir lo distinguido, ratificando las distinciones, estableciendo, así, un circuito sin fin. OBSERVACIÓN 4 DISTINCIÓN 4 DESCRIPCIÓN -4 DISTINCIÓN y F F «Esta operación recursiva de establecer distinciones en las distinciones vuelve a apuntar al mundo de la Cibernética, donde la acción y la percepción, la descripción y la prescripción, la representación y la construcción, están entrelazadas» (Keeney, 1983). El hecho de trazar distinciones -sea en la epistemología, teoría, lenguaje, etc.- también implica la discriminación en función de la diferencia de niveles, estratos o jerarquías. Esto se observa cuando, cibernéticamente, hablamos con nuestro lenguaje del lenguaje o comentamos una teoría acerca de las teorías. Fueron Whitehead y Russell, en 1910, quienes describieron en los tomos de Principhia Mathemática la Teoría de los tipos lógicos, que G. Bateson, a posteriori, utilizó con algunas modificaciones. Esta teoría surge a partir de las complicaciones que la conformación de paradojas ofrecían a los filósofos, hasta tal punto que se convirtió en una regla de la lógica. Su postulado central señala: «Los miembros de una clase no son iguales a la clase de los miembros», de esta manera, estableciendo la distinción
de niveles lógicos se lograba desestructurar el callejón sin salida que generaban las paradojas. La confusión que suscita la paradoja radica en la superposición de dichos niveles, provocando, así, una autorreferencia en la construcción de la frase. Se define como una contradicción que resulta de una deducción correcta de premisas coherentes, y se distinguen tres tipos: 100 El ojo constructor • Paradojas lógico-matemáticas (antinomias). • Definiciones paradójicas (antinomias semánticas). • Paradojas pragmáticas (instrucciones y predicciones paradójicas). Estas tres clases corresponden al campo de la teoría de la comunicación, en sus áreas principales: la sintaxis lógica, la semántica y la pragmática; el último tipo surge como resultado de las dos primeras. El ejemplo que más se ha utilizado para explicarla es el de la sentencia de Epiménides de Creta «Todos los cretenses mienten» (si miente dice la verdad, si dice la verdad miente), que como enunciado autorreferencial oscila entre ser un enunciado y un marco de referencia sobre sí mismo en calidad de enunciado. Con la diferenciación de estos niveles lógicos, se evitaba que el discurso fuese autorreferencial, anulando así las construcciones paradójicas. Para desestructurar esta paradoja, si tomamos en cuenta el postulado de los autores, la delimitación jerárquica llevaría a establecer sobre la afirmación del cretense, entre todas las distinciones posibles, dos: un nivel de rubro que integra una clase y otro nivel del marco de referencia o clase, indistintamente (para evitar la autorreferencia, el observador ha de discriminar qué nivel lógico posee el enunciado). Un enunciado referido a una clase manifiesta un nivel superior de abstracción, es por lo tanto de un tipo lógico superior, en comparación con un enunciado referido a los elementos de una categoría o su conjunto que competen a un orden lógico inferior.
El hecho de que los enunciados se incluyen en diferentes tipos lógicos, y pueden remitirse tanto a una clase como a cada uno de los rubros que la componen revela el sentido autorrecurrente de los mismos. Cuando un enunciado pertenece a una clase es válido para cualquier integrante de la misma, es decir, la tipificación lógica efectúa una jerarquía de afirmaciones, en las que el tipo lógico inferior es contenido por un tipo lógico de orden superior. En cambio, su viceversa no corresponde: nunca un enunciado de un tipo lógico inferior puede contener al enunciado de la clase. Esta conceptualización ofrece dificultades cuando el nivel de validez de las afirmaciones emerge de tipos lógicos que se combinan entre sí o La construcción del universo cuya discriminación es confusa, o cuando en dos enunciados es dificil diferenciar si se hace referencia a una clase o a sus miembros. Es el caso del término hombre, que puede tomarse como un integrante de una categoría, o como la categoría en sí misma (de la clase de los seres humanos). Siempre los niveles superiores implican un plano más elevado de abstracción, pero cuando los tipos lógicos se combinan entre sí, el nivel de validez no será distinguible, produciendo entonces la paradoja. Esto puede evitarse con la paradoja de Epiménides, diferenciando una enunciación concreta y, a la vez, una enunciación sobre todas las enunciaciones, que corresponde a un tipo lógico superior. Por lo tanto, si el enunciado «Todos los cretenses mienten» (o sea yo también) es válido, la afirmación concreta, la oración en sí misma, como tipo lógico inferior, carece de validez. La paradoja es generada por el hecho de que la clase (el enunciado respecto de todos los enunciados) es un elemento de sí mismo, con lo cual es autorreferente. Pero si un observador siempre está involucrado en el campo de observación y su mirada impregna al objeto que distingue, todos los enunciados que se postulan acerca de las cosas son autorreferencia les. Cuando emitimos un juicio sobre algo, esta opinión habla de cómo pensamos, cuál es nuestro sistema de creencias y escala de valores; por lo tanto, esta recurrencia en la construcción de la realidad evidencia la autorreferencialidad, pero esto no quiere decir que sea una paradoja,
puesto que no necesariamente en la construcción se superponen niveles lógicos. Bateson, con otra finalidad, utilizó la Teoría de los tipos lógicos como una forma de demarcar distinciones. Así, constituye un instrumento descriptivo que sirve para discriminar las secuencias de las pautas interaccionales. Una confusión de niveles lógicos bastante frecuente se produce cuando no distinguimos entre los niveles del lenguaje verbal y analógico, según expresa uno de los axiomas de La pragmática de la co municación humana, generando entrampes comunicacionales. Es allí donde nos encontramos envueltos en situaciones paradojales, respondiendo a un nivel lógico diferente al que nos refiere nuestro interlocutor. Por ejemplo, ella le dice a él, «querido, ¿vamos al cine esta noche?», él hace un gesto frunciendo su boca, bufa, evidencian 102 El ojo constructor do un notable disgusto y responde con tono de resignación: «bueno, vamos...». Ella le dice «¡mira, si no tienes ganas no vamos nada, siempre lo mismo!»; por lo cual él se enfurece y la agrede «¿no ves que estás loca?, te digo que sí y ¡escucha lo que me contestas!». Este diálogo podría ser el comienzo de una clásica escalada simétrica; la pareja responde al nivel lógico de lo paraverbal, mientras que él transita por el canal de lo verbal propiamente dicho; este entrecruzamiento de niveles convierte la conversación en un verdadero diálogo de sordos, donde ambos responden a elementos diferentes de la comunicación: comienzan a levantar el tono de voz como si estuviesen a kilómetros de distancia, y tratan de imponer su construcción al otro -enquistados en su propia construcción-, disputando acerca de quién es el poseedor de la razón. De la misma manera, la distinción entre el contenido y la relación posibilita destrabar y poder comprender las numerosas oportunidades en que las personas coinciden en puntos de vista, pero sin embargo discrepan. O sea, a un nivel de contenido existe el acuerdo, pero a otro (el relacional) mantienen una conversación áspera, descalificatoria, poblada de agresiones, que provoca tal discordancia en la interacción que no permite registrar el acuerdo en términos de contenido.
Un ejemplo claro es el diagnóstico psicopatológico (que desarrollaremos más adelante). En las nosografias psiquiátricas se establecen diferentes distinciones: los signos y síntomas comprenderían un orden lógico inferior, mientras que la categoría (rótulo psicopatológico) respondería a un orden lógico superior. La confusión surge en la estructuración del diagnóstico. Cuando el profesional traspola ambos niveles, por la aparición de algún signo significativo (miembro de una clase), se rotula categorizando la patología (la clase), en detrimento del resto de los síntomas. En referencia a la Teoría de los sistemas generales, podríamos distinguir que todos los elementos de un sistema, por ejemplo los subsistemas, competen a un nivel lógico inferior, ya que pueden considerarse como los integrantes de una clase (sistema) que se encontraría en un supranivel; por lo tanto, aquí también realizamos una tipificación lógica. Es obvio que esta clasificación (como trazado de distinciones) es inherente al observador y no es un patrimonio del sistema en sí mismo. 103 La construcción del universo La implementación de los tipos lógicos en el campo de la terapia familiar se desarrolló en una de las primeras investigaciones del grupo de Palo Alto: la teoría del doble vínculo. En las familias con un miembro esquizofrénico se observaba cómo se transmitían mensajes y conductas excluyentes simultáneamente, a niveles lógicos diferentes. Es una comunicación que a un nivel puede expresar un requerimiento manifiesto para que en otro se contradiga o anule. La dinámica del doble vínculo implica a dos o más personas, una de las cuales es considerada como la víctima. Bateson y su grupo opinaban que a un individuo que haya sido sometido en varias oportuni dades a este tipo de interacción le resultará muy diflcil permanecer sano, y sostenían también la hipótesis que siempre que se presente una situación de esta clase se producirá un derrumbamiento en la capacidad de cualquier individuo para discriminar niveles lógicos. Un ejemplo que hace referencia a este tipo de mecanismo es el conocido chiste de la madre judía y las dos corbatas. Una madre regala a su hijo dos corbatas, una azul y otra roja. El primer día, el hijo estrena la azul, se la muestra a la madre-haciendo ostentación del regalo-, que le
pregunta «¿cómo querido, no te gustó la corbata roja?». Frente a tal comentario, inmediatamente, para satisfacerla, se coloca la roja; enfrentando a su madre nuevamente, en busca de aprobación, encuentra de nuevo una pregunta «¿pero cómo querido, entonces no te gustó la azul?». La repetición de este manejo comunicacional termina generando una trampa en la cual la única respuesta posible es una conducta incoherente, o sea, el hijo acabará colocándose las dos corbatas al mismo tiempo, siendo un comportamiento de este género rotulado como loco. Ronald Laing (1960) señala: «Una persona comunica a otra que debe hacer tal cosa y al mismo tiempo, pero a otro nivel, que no debe hacerla o que debe hacer otra incompatible con la primera. Esta si tuación tiene su remate para la víctima, en la imposición ulterior que le prohibe salir de la situación o diluirla, haciendo comentarios sobre ella, y de este modo la víctima es colocada en una posición insostenible, en la cual no puede hacer un solo movimiento sin que sobrevenga la catástrofe». En este punto, es importante que realicemos una pequeña reseña histórica que muestra, por medio del doble vínculo, la aplicación de los tipos lógicos a la comunicación. 104 El ojo constructor Los investigadores de Palo Alto, más allá de clasificar la comunicación en tres niveles (de significado, de tipo lógico y de aprendizaje) y de analizar los comportamientos de animales, e indagar acerca de la hipnosis y las paradojas, se dedicaron a observar las pautas de transacción esquizofrénica. Entre las hipótesis que plantearon, se preguntaban si estas pautas aparecían a través de la dificultad de diferenciación de tipos lógicos, como en el lenguaje verbal, en la discriminación de lo literal y lo metafórico, puesto que los considerados locos en oportunidades utilizan metáforas concretizándolas, o lo literal se metaforiza. Según el grupo, una persona con esta problemática podría aprender a aprender, en un contexto donde esta dificultad fuese adaptativa; si se comprendía el contexto, se comprenderían también los neologismos o las nuevas construcciones de sintaxis, etc., por lo tanto, el comportamiento esquizofrénico cobraría sentido.
Si tomamos a la familia como el contexto básico donde se desarrolla el aprendizaje de un ser humano, quiere decir que la familia de un esquizofrénico moldeó esa forma peculiar por vía de los peculiares segmentos de comunicación que se le imponen a un sujeto, y descubrieron que en tanto el paciente designado mejoraba, otro miembro de la familia empeoraba. Así, desde lo que a posteriori se denominó el modelo sistémico, se observó que la familia necesitaba una persona que encarnara al síntoma. Bateson no sólo encontró pruebas de esta suposición, sino que quedó impresionado por el punto en que la familia fomentaba y aun exigía que el paciente mostrara una conducta irracional. Este mecanismo opuesto al cambio (a la mejoría del paciente identificado), llevó a D. Jackson a acuñar el término homeóstasis familiar. Por último, investigaron lo que llamaron doble atadura o Double Bind en la comunicación del esquizofrénico. En un artículo llamado Hacia una teoría de la esquizofrenia (1962), Bateson, Jackson, Haley y Weakland describen cuáles son los ingredientes básicos para su constitución: 1. Dos o más personas. De ellas designamos a una, para los fines de nuestra definición, como la víctima. No suponemos que el doble vínculo sea infligido sólo por la madre, sino que puede 105 La construcción del universo ser realizado por la madre sola y por una combinación de madre, padre, y/o hermanos. 2. Experiencia repetida. Suponemos que el doble vínculo es un tema recurrente en la experiencia de la vida de la víctima. Nuestra hipótesis no invoca una sola escena traumática, sino experiencias tan repetidas que la estructura del doble vínculo llega a ser una expectativa habitual. 3. Un mandato negativo primario. Puede tener una de dos formas: a) «No hagas tal cosa, o te castigaré», o b) «Si no haces tal y cual cosa, te castigaré». Aquí elegimos un contexto de aprendizaje basado en la evitación del castigo, antes que un contexto de búsqueda de recompensa. Quizá no exista una razón formal para esta elección. Suponemos que el castigo puede ser el retiro del amor o la expresión de
odio o cólera, o -cosa más devastadora- el tipo de abandono que resulta de la expresión de extremo desamparo por parte de los padres. 4. Un mandato secundario que choca con el primero en un plano más abstracto, y puesto en vigor, como el primero, por castigos o señales que ponen en peligro la supervivencia. Este es más dificil de describir que el anterior, por dos razones. Primero, el mandato secundario es comunicado al niño, por lo general, por medios no verbales. Para transmitir este mensaje más abstracto se puede usar la postura, el gesto, el tono de voz, la acción significativa y las inferencias ocultas en el comentario verbal. Segundo, el mandato secundario puede ejercer su impacto sobre cualquier elemento de la prohibición primaria. Por consiguiente, la verbalización del mandato secundario puede incluir una amplia variedad de formas; por ejemplo: «No veas esto como un castigo», «no me veas como el agente del castigo», «no te sometas a mis prohibiciones», «no pienses en lo que no debes hacer», «no pongas en duda mi cariño» -del cual la prohibición primaria es (o no es) un ejemplo-, etc. Resultan posibles otros ejemplos cuando el doble vínculo se inflige, no por un solo individuo, sino por dos. Por ejemplo, un padre puede negar, en un plano más abstracto, los mandatos del otro. 5. Un mandato terciario negativo que prohibe a la víctima que escape del terreno. En un sentido formal, quizá sea innecesa 106 El ojo constructor río establecer este mandato como un elemento separado, pues el reforzamiento en los otros dos planos implica una amenaza para la supervivencia, y si los dobles vínculos son impuestos durante la infancia, la fuga, por supuesto, resulta imposible. Pero parece que en algunos casos la fuga de ese terreno es imposibilitada por ciertos recursos que no son puramente negativos, por ejemplo, caprichosas promesas de cariño, y cosas por el estilo. 6. Por último, el conjunto de los ingredientes ya no es necesario, cuando la víctima ha aprendido a percibir su universo en pautas de doble vínculo. Casi cualquier parte de una secuencia de doble vínculo puede ser suficiente, entonces, para precipitar el pánico o la cólera. El esquema de mandatos en pugna puede llegar a ser reemplazado por voces alucinatorias.
El grupo de Bateson no sólo observó que esta situación ocurre entre el preesquizofrénico y su madre, sino también que puede aparecer en personas normales. Siempre que un sujeto es atrapado en una situación de doble vínculo, responderá de un modo defensivo y en forma similar a la esquizofrenia. En otras áreas, algunos autores han subrayado la importancia de los errores de tipificación lógica, demostrando que el humor, la poesía, y la creatividad en general, se caracterizan por la constitución intencional de errores de tipificación, «si pretendiéramos eliminarlos nos quedaríamos con un mundo chato y estancado», señala Keeney (1983). M. C. Escher tendía, en su estilo, a realizar obras que desafiaran el orden de la lógica visual. Su obra está compuesta por diseños e imágenes que alteran las leyes de la forma, generando paradojas en la observación; principalmente en las litografiar arquitectónicas en donde traspola planos, tanto figura-fondo, anterior-delante, superiorinferior. Holfstadter (1979), acerca de su obra, remarca que cuando suponemos que distinguimos niveles jerárquicos claros nos toman por sorpresa, puesto que violan dicha jerarquía. En la litografia Manos dibujando, la aparente paradoja y autorreferencia en la cual una mano dibuja a la otra se quiebra cuando se adjunta un nivel lógico superior invisible y externo a la obra; o sea 107 La construcción del universo la mano de Escher que las diseña, «somos presa de la ilusión porque olvidamos la existencia de Escher» (Simon y colaboradores, 1984). El trazado de distinciones perceptivas, la descripción, la tipificación lógica consecuente, y la pauta interaccional que establece la secuencia entre los distintos elementos del sistema que observamos nos remite a que en numerosas ocasiones nuestro universo experiencial se estructura a través de jerarquías. Esta diagramación no implica exclusión de los distintos niveles, al contrario, un nivel superior comprende al inferior, de la misma manera que la muñeca rusa o las cajas chinas, que encierran distintos tamaños en el interior de cada una. Así la noción de contexto, incorporada por la clínica sistémica, puede suponer un nivel lógico superior; un sistema, subsistemas y sus
integrantes podrían ser tomados como niveles lógicos inferiores que se van conteniendo sucesivamente. 108 (F,-,g H-, litthog,,,ph, 1948) bv M. C. E,,hc, CONTEXTO SISTEMA SUBSISTEMA MIEMBROS Si bien podemos puntuar nuestras distinciones a través de diferentes categorías lógicas, la organización de esta jerarquía no es lineal, sino que está diagramada en forma recursiva, puesto que la relación entre niveles es absolutamente interactiva. La importancia radica en que cada ciclo de recurrencia indica una diferencia y es ésta la que demarca nuevos distingos; con lo cual, nuestras distinciones son siempre trazadas sobre otras distinciones y en estos distintos órdenes recursivos se establece una tipificación lógica diferente. Clasificar las descripciones Si pudiéramos discriminar el proceso de la construcción de la realidad, restaría preguntarnos ¿de qué manera y bajo qué patrones, el observador traza distinciones en su acto perceptivo? Bateson, en su obra Espíritu y naturaleza (1979), señala que sus métodos de indagación estuvieron determinados por la alternancia entre lo que llamó la clasificación de la forma y la descripción del proceso. La clasificación de la forma, corresponde a la categorización que se le atribuye a las acciones simples; es el rótulo que se le adjudica a una acción determinada, que, en la medida en que se obtenga res puesta y que alcance complejidad, cobrará el status de interacción o coreografia. Lo que se efectúa es una abstracción organizadora que categoriza la descripción de una serie de acciones identificándolas bajo un nombre. Por ejemplo, si decimos trabajo, estudio, gimnasia, juego, terapia, estamos aludiendo a rubros de acciones. Es obvio que muchas acciones pueden compartirse con diversas categorías: la acción de leer puede estar en relación con la
categorización estudio o trabajo, pero esto depende del contexto en que se El ojo constructor 109 La construcción del universo desarrolle la acción, junto con los consecuentes distingos que trace el observador. Cuando Bateson habla sobre descripción del proceso se refiere a la observación pura de las acciones propiamente dichas, o sea, sin marcos semánticos que la integren a un rubro y sin atribuciones de significado. Corresponde a las acciones simples, aisladas, por así decirlo, como, por ejemplo, gestos, movimientos, tonos de voz, expresiones, palabras, frases, etc.. Cuando una descripción de acciones se organiza secuencialmente por medio de un rubro, estamos en el concepto de clasificación de formas; si se discrimina que un hombre da un paso manteniendo rec ta su pierna, con su cuerpo firme y su cabeza erguida, y en esa misma posición da otro y otro, estamos describiendo una acción; si señalamos que está haciendo una marcha militar, entramos en el terreno de la categorización. Bateson sintetiza lo expuesto en un esquema, donde los distintos órdenes de recursión van de menor a mayor complejidad, discriminando las acciones simples, las interacciones, hasta llegar al nivel más complejo de las coreografias, desde dos niveles lógicos diferentes: las descripciones puras y las categorizaciones. ORDEN DE RECURSIÓN CLASIF. DE FORMA PROCESO categorías de coreografía METACONTEXTO coreografía categorías de
descripciones de
DESCRIP.
DEL
interacción CONTEXTO
descripciones de
interacción categorías de acción CONDUCTA
descripciones de
acción El ojo constructor En la columna de la descripción de proceso, las acciones se convierten en grupos secuenciales de acciones (interacciones). Estas descripciones de interacción continúan basándose en los sentidos, sin inferencias de atribuciones de significado. Cuando se categorizan dan como resultado las pautas de la relación simétrica o complementaria, por ejemplo: A le dice algo a B, B eleva su tono de voz y frunce el ceño respondiéndole algo; A responde levantando los brazos y gritando. Así estaríamos describiendo un proceso de interacción que podríamos categorizar -si dicha interacción sigue en alza-- como silnetrlca. Las categorías de interacción de complementariedad y simetría constituyen para Bateson lo que llamó visión binocular, que siempre se comprende a través de la relación, e implica dar un paso más en la abstracción de la conducta al contexto (si describimos tan sólo comportamientos de uno u otro individuo, quedamos anclados en el plano de la conducta). Para acreditar las categorías de simetría o complemcntariedad, es necesario observar por lo menos tres secuencias de interacción, ya que con tan sólo dos no es factible acreditar ni una ni otra: es a partir de la tercera acción cuando comienza a delimitarse el tipo de interacción que se genera. En el plano de una abstracción superior (metacontexto), encontramos una trama más amplia de interacciones llamada descripciones de coreografia, y aquí observamos cómo se pautan las pautas de interacción, que serán a su vez categorizadas. En general, este es el punto en donde una pareja o familia recurren a terapia; la recurrencia de una determinada interacción, categorizada
como simétrica o complementaria (patológicamente), conlleva una descripción coreográfica que puede involucrar violencia, agresión o diversas sintomatologías, cuya categoría coreográfica podría llegar a rotular este proceso como una familia multiproblemática. Podemos realizar algunas inferencias sobre la construcción de la realidad, tomando como base este análisis epistemológico batesoniano. Hemos calificado la columna de la descripción del proceso como la observación más pura, en relación con que se acercaría más a los datos que nos ofrecen nuestros sentidos, datos meramente descriptivos, o sea, lo que se ve sin impregnación de supuestos racionales. La construcción del universo Parece una acción utópica, principalmente en el plano de la conducta, la descripción pura de acciones sin atribuciones de segundo orden. En la mayoría de las relaciones humanas, inmediatamente frente a una acción determinada, interviene un complejo proceso de abstracciones que lleva a categorizarla. Esta categorización que realizan las personas sobre las acciones es el soporte para establecer una tipología de interacción. Por ejemplo, frente al gesto de fruncir el ceño de su esposa, el marido podrá categorizarlo como desagrado; esta atribución indefectiblemente remitirá a un tipo de respuesta (simétrica o complementaria) y así recursivamente. Pero la cosa no queda allí: no solamente la interpretación de las conductas del interlocutor llevan a rotular la interacción, sino también confeccionan catastróficas profecías que se autocumplen, par tiendo de la proyección de significados del receptor sobre las conductas del emisor, y en esos términos pocas veces se suele tener la capacidad de metacomunicar. La proyección de sentido, desde esta perspectiva, es el resultado de una abstracción que categoriza, en función de una observación subjetiva y autorreferente. Con lo cual, son pocas las oportunidades en que vemos una realidad de primer orden, en donde incluiríamos a todas las descripciones del proceso de las acciones, interacciones y coreografías. Las clasificaciones de forma son construcciones cargadas de atribuciones de significado, patrimonio de una realidad de segundo orden.
En el ámbito clínico, algunos errores epistemológicos se basan en entender como descripciones de proceso a categorizaciones emergentes del sistema de creencias del terapeuta. Por ejemplo, en el or den de la semántica, son frecuentes las oportunidades en que escuchamos en las consultas que el paciente dice estar mal; si no preguntamos qué quiere decir con este término tan abarcativo en significación, el terapeuta categorizará, ecforiando su propia atribución de sentido sobre dicha palabra, que no necesariamente deberá coincidir con lo que significa para el paciente. Así, en el nivel analógico es más factible realizar la traspolación: los gestos frente a las verbalizaciones que realicen miembros de la familia, o frente a las intervenciones del terapeuta, pueden ser cate El ojo constructor gorizados como rabia, alegría, tristeza, cte., constituyéndose en rubros de acción. que obturan la mirada hacia la descripción propiamente dicha, y que por lo tanto, tendrán sus implicaciones en las intervenciones y en la consecuente interacción. El paciente tija la vista al piso: ¿está triste, reflexiona, se deprime, se concentra, se aburre, cte.?, son infinitas las categorías factibles de atribuir, pero frente a la descripción, podría pensarse como más simple preguntar qué nos quiere decir con ese gesto o esa actitud, o sea, metacomunicar. Lamentablemente, la complejidad de las relaciones httmarras cn forma rápida se transfórrna en complicada: los terapeutas clínicos como seres humanos no estamos exentos, siendo pocas las ocasiones en que se confrontan la experiencia sensorial t, las abstracciones gire se realizan de las misrntrs. Por lo tanto sería recomendable preguntar en vez de .suponer... La suposición no es ni más ni menos que la construcción que lleva a categorizar las acciones del otro. Es ésta la que confecciona profecías que autodeterminan realidades y que no permiten la confrontación acerca de qué trató de significar el otro con su acción. Paradójícamente, a pesar de que puede resultar simple preguntar sobre dicha acción, al ser humano le suele ser más difícil, apareciendo como automatismo el afianzarse al supuesto, con lo cual se responde al imaginario propio y no a la intencionalidad del interlocutor, complicando, así, la complejidad de
las interacciones. Pero de esta construcción cognitiva deviene el desarrollo de una acción en el plano pragmático, y así se constituyen sendos circuitos emparentados con lo caótico. Pero la comunicación se entorpecerá aún más si se categoriza la actitud del otro en forma lineal, o sea, sin involucrarnos en el sistema y sin preguntarnos ¿qué he hecho yo para que el otro me responda así?, aislando la respuesta de nuestro interlocutor, como si nosotros no estuviésemos en el campo de la interacción. La respuesta que surge entonces será la correspondiente a lo que suponemos que el La construcción del universo otro pensó o sintió, por lo tanto, se contestará a la construcción de uno. Este efecto se observa cuando en las sesiones se utiliza el recurso de las preguntas circulares, explorando y haciendo explícito lo que el paciente piensa que el otro piensa. Por lo general, al cuestionar acer ca del plano semántico (las atribuciones de significado), el emocional (las emociones que producen las atribuciones), y el político (las acciones), se está metacomunicando, con lo cual la información nueva que ingresa en el circuito genera diferencias que provocan la posibilidad de inventar realidades alternativas. Como señalamos, actuar de acuerdo a los supuestos lleva a construir realidades que los confirmen. Por ejemplo, si se supone que el gesto de nuestro interlocutor es de aburrimiento frente a nuestro dis curso, se accionará de alguna manera especial para lograr agradarle, tratar que se distraiga, o para despertarle el interés. En ninguna de estas posibilidades existe la espontaneidad en el diálogo, lejos estará de ser una conversación distentida, y cuanto más nos esforcemos para parecer simpáticos y entretenidos, se correrá el riesgo de transformar la situación en tensa y desagradable. El diálogo se podrá romper de forma vertiginosa, con lo cual se podrá confirmar el supuesto inicial, atribuyendo como causa de la interrupción el aburrimiento del otro. De la misma manera sucede con las personas que poseen un nivel de baja autoestima. Transitan por su mundo de relaciones, posicionándose asimétricamente por debajo de sus interlocutores, constru yendo fantasías autodescalificantes sobre lo que los demás piensan de ellas. Se muestran inseguros y débiles, delimitando un perímetro de acciones que tiene por finalidad la búsqueda de afecto y reconocimiento.
Así, tratan de encontrar afanosamente la valorización en el afuera, cuando en realidad el proceso es inverso: ¿cómo es posible dejar que los otros los confirmen, si ellos mismos se encuentran tan alejados de su propia valoración? Este mecanismo termina por arrojar paradojas en lo pragmático. Cuando se intenta hacer cosas para ser reconocido por el otro, más se ejecutan dichas acciones, más dependiente se torna el sujeto en la relación, por lo tanto, mayor es la inseguridad que aparece en el vínculo, y el rótulo emergente de inseguro o débil no favorece el elevar la autoestima, que era el objetivo inicial. El ojo constructor Durante la primera entrevista con una familia, un terapeuta mientras realizaba el trabajo de joining, jugando con el significado de los nombres de los integrantes de la familia, observó que la hija adolescente, desde los comienzos de la sesión, realizaba un gesto de subir el extremo de su labio hacia arriba y fruncir la nariz. Supuso que frente al buen clima y las sonrisas del resto de los miembros, por contraposición, el gesto de la joven mostraba desagrado o que algo no le gustaba. Le preguntó acerca de ese rictus, «Ana, ¿qué me dice ese gesto..., estás interesada en lo que se está hablando, o no te gusta algo de lo que se dijo?»; ella respondió con una sonrisa, afirmando que no, que «al contrario, que se estaba enterando de cosas que jamás hubiese imaginado...». A lo largo de la sesión se dio cuenta de su aventurada intervención: la adolescente tenía un tic nervioso que consistía en morderse el labio superior en su extremo derecho y al mismo tiempo fruncir la nariz... Entonces, el emergente casi inevitable del supuesto, como construcción de segundo orden, daría lugar a tres tipos de intervenciones en la relación humana: 1. Esta es una forma que desplaza a la categorización que uno establece, para dar lugar a preguntar abiertamente acerca de la descripción de lo que se muestra analógica o verbalmente, «¿qué tratas de expresar con este gesto?». 2. Preguntar sobre la categorización, o sea, sobre el supuesto propiamente dicho, «¿esto que estamos discutiendo te da bronca?». Si bien se pone en juego la suposición, se metacomunica en pregunta, por
lo tanto equivale a decir «yo supongo que estás con bronca ¿es así?», para de esta manera poder corroborar o desconfirmar la categorización. 3. La tercera es la caótica; la opción sería directamente actuar como si nuestro supuesto fuese el válido, o sea, se tiene la certeza de que lo que uno piensa que el otro siente es, con lo cual no existe la confrontación del metacomunicar y se opera en la pragmática de acuerdo a la propia atribución. Remarcamos: preguntar en vez de suponer... La construcción del universo El ojo constructor Ya nos hemos referido a Piaget, que claramente específica cómo a través de las acciones de ensayo y error, el niño construye su mundo. En este proceso, las sucesivas abstracciones dan como resultado la internalización de una simbología que se encarna en el lenguaje por medio de imágenes y significados particulares, de los cuales algunos se comparten. Las distinciones que se trazan posibilitan desarrollar comparaciones que lo llevan a confrontar el mundo con sus sentidos. Entonces, si las abstracciones se contaminan con la experiencia sensorial es imposible, como señala Bateson, que los organismos puedan tener una experiencia directa de su objeto de indagación. Tanto la descripción del proceso, como las clasificaciones de forma, constituyen un circuito recurrente que da como resultado, que uno dibuja lo que ve y ve lo que dibuja, con lo cual lo que vemos son mapas de mapas. Nuestras categorizaciones surgen fundamentalmente de nuestros sistemas simbólicos y pautarán las distinciones que se establecen en la observación; por tanto, nuestro mundo experiencial se conforma de acuerdo a una recurrencia que oscila entre las distinciones que se basan en las descripciones de los sentidos y las distinciones que afloran de nuestras estructuras simbólicas.
(...) las descripciones basadas en nuestros sentidos nunca difieren de hecho, de cierto sistema simbólico o manera de trazar distinciones. Análogamente proponemos que los armazones de relaciones simbólicas no difieren en realidad de los datos sensoriales. Por ejemplo, los nombres de la categoría de acción, como exploración, amor, humor, terapia, juego, son observaciones que un observador traza en sus observaciones de los llamados datos sensoriales de la acción simple» (Keeney, 1983). Además, el cuadro diseñado por Bateson representaría una jerarquía de órdenes de recursión y los tres niveles no implican superioridad o inferioridad, sino circularidad y recurrencia. Ahora está más claro cómo el autor emplea la tipificación lógica, no aplicándola a un orden de clase, sino a una jerarquía de recursividad. En conclusión, desde distintos órdenes lógicos y su consecuente jerarquía de recursividad, podríamos pensar que en el aparato cognitivo, el proceso de constitución del mapa recibe la influencia de diferentes niveles o estratos. En un supranivel, se encuentran los patrones socioculturales que poseen su propia estructura con todas las características inherentes a cada nivel de la misma. Si trazamos distinciones y establecemos diferentes niveles lógicos en este estrato, habitando en Buenos Aires, diremos que somos sudamericanos, que estamos en el sur de Sudamérica, que somos argentinos, porteños, de la Capital Federal, del barrio de Belgrano, del bajo Belgrano, y así sucesivamente. Cada uno de estos niveles posee sus particularidades que impregnan recursivamente con su sistema de creencias al inmediato inferior. En el estrato siguiente encontramos los patrones de nuestra familia de origen, que a la vez son representantes representativos de lo sociocultural, pero con las singularidades que competen a su estructura: reglas, normas, códigos, mandatos, mitos, etc. Estas particularidades también son compuestas por acuerdos, desacuerdos, convergencias y divergencias de los patrones cognitivos de dos personas, que en un momento de su historia decidieron conformar una pareja y una nueva familia, debiendo amalgamar un nuevo código, siendo cada uno representante total o parcial del código de su familia de origen.
Estos dos niveles arrojan como saldo la construcción de un sistema de creencias, que involucra por decantación selectividad y reformulación una propia escala de valores, una lógica personal, el código particular con sus reglas y normas, etc., que generan significados particulares en la percepción. Todo este andamiaje conforma la estructura conceptual que llamamos mapa. Y es desde este nivel donde le colocamos nombre a las cosas, inventamos el mundo y construimos realidades. El mapa es el que posibilita el trazado de distinciones en el acto perceptivo, que conllevan en proceso simultáneo, descripciones que acentúan las distinciones delimitadas. Así, de manera recursiva, este perímetro permite establecer comparaciones por similitud o igualdad y demarcar diferencias. Una comparación puede efectuarse a través de elementos concretos observables, como por ejemplo, dos personas, una es más alta que otra; aquí el eje de comparación remite a un baremo externo. Pero si observamos solamente a una persona y señalamos que es baja, esto demuestra una medida interna que emana de nuestra estructura con La construcción del universo El ojo constructor ceptual. De la misma manera, decimos que alguien es bueno o malo, en función de nuestro sistema de creencias que marca los límites de uno u otro valor. Todos estos elementos en el acto de conocer generan la producción de abstracciones que son el pasaporte a la estructuración de hipótesis, que como esquemas conceptuales, una vez elaborados, acen túan la realización de nuevas abstracciones que confirmarán y desconfirmarán, adaptándose a nuestro esquema conceptual previo, y llevan a desenvolver, en el ámbito de lo pragmático, secuencias de interacción a partir de las puntuaciones que delimitan su estructura. FACTORES SOCIOCULTURALES FAMILIA DE ORIGEN (NORMAS, PAUTAS, MANDOS, MITOS, QUE CONFORMAN UN CÓDIGO) SISTEMA DE CREENCIAS (REGLAS, CÓDIGO, ESCALA DE VALORES, SIGNIFICADOS) ESTRUCTURA CONCEPTUAL
MAPA I- X «HECHO OBSERVABLE, DISTINCIONES DESCRIPCIONES DISTINCIONES COMPARACIONES ABSTRACCIONES HIPÓTESIS PUNTUACIÓN DE SECUENCIA DE INTERACCIÓN La recursividad vuelve a hacer su aparición: estamos observando lo que nosotros mismos construimos y construimos lo que estamos observando. De allí que cuando nos proponemos conocer nuestro co nocer, cuando nos preguntamos acerca de nuestra epistemología, se arroja como resultado nuestro modelo de conocimiento que a la vez es el mismo que nos permite conocer nuestro conocer. Si conocemos el mundo desde una epistemología circular, es la misma circularidad la que nos permite conocer que conocemos desde la circularidad. DISTINCIONES Y CATEGORIZACIONES: CONSTRUYENDO REALIDADES DIAGNÓSTICAS El espectro de distinciones que puede realizar un ser humano puede ser infinito. Un ejemplo representativo en al ámbito de la salud mental son las floridas nosologías psiquiátricas que, en los distintos períodos de la historia de los avances científicos en psiquiatría, se han publicado. En ellas se encuentra, de acuerdo a la época, la evidencia de la investidura sociocultural con que se establecieron los distingos y en la medida en que se avanza nos encontramos con distinciones, distinciones de distinciones, distinciones de distinciones de distinciones, etc. Estas diferenciaciones permiten elaborar clasificaciones, agruparlas en categorías conceptuales, sistemas operativos, estrategias, etc. En la Antigua Grecia, se clasificaron y distinguieron con artilugios descriptivos tanto la depresión y la melancolía, como la manía, encontrando su origen en lo somático. Se localizaron las causas en los humores del cuerpo, la bilis negra, cte., y se desarrollaron formas terapéuticas que constituyeron el trampolín del pensamiento médico tradicional organicista. Estos conocimientos se destruyeron cuando la hegemonía del poder eclesiástico se constituye en el epicentro de las áreas económicas, culturales, políticas y sociales, observando y también clasificando desde una óptica mística lo que a posteriori la medicina diagnosticó como histerias o psicosis.
Los monjes Spraenger y Kraemer crean el tratado que se consideró el bastión de la inquisición: La tesis del Malleus. La Iglesia, a través de la Inquisición, categorizó como herejes, brujas o magos, a los que no se sometían a los dogmas y a los perturbados, que siglos más tarde, la psiquiatría llamó enfermos mentales. Fue una época de violencia, en la que los tratamientos, por así llamarlos, se remitían a las más increíbles torturas, desde la reclusión en sótanos y brutales exorcismos, hasta la quema pública. Este período se caracterizó por las profecías autocumplidoras y dobles vínculos, que entrampaban en callejones sin salida a los rotulados, en donde cualquier reacción era la oportunidad para corroborar la alianza con el mal. La construcción del universo El ojo constructor Dicha construcción de realidad, confirmaba denodadamente que el desquiciado era portador del demonio: sus ataques, expresiones, gritos y agresiones eran la verdadera expresión de la revelación de moníaca; su pasividad y sumisión eran consideradas las artimañas del diablo, tratando de engañar a los expertos. Todo llevaba a comprobar el imaginario inicial. Estos tiempos duran lo que se extiende el medioevo, hasta que el poder eclesiástico paulatinamente decae y el pensamiento de los griegos recupera su lugar en la figura del médico, apropiándose del estudio de los fenómenos mentales, creándose así, la especialidad de psiquiatría. Pero, mientras que el clínico se recluye en ostentosas bibliotecas, investigando, los enfermos mentales se asilan en sótanos en las más deplorables condiciones de vida. Así surge el diagnóstico psiquiátrico. Brillantes y floridas son las descripciones semiológicas, que se construyen por medio de grandes clasificaciones y donde la psiquiatría alemana adquiere su punto cumbre a través de la figura de Kraepelin. Pero la diversa gama de tratamientos todavía no encuentra la manera de resolver el problema de las enfermedades mentales: los grilletes, anillas, sótanos, duchas de temperatura cambiante, baños de inmersión
y asfixia, la famosa silla de Darwin, el único resultado que obtienen es un paciente marginado en celdas con pajas excretadas, en la más completa reclusión. A posteriori, la invención de los psicofármacos dio una respuesta parcial a la sintomatología, mientras que los estudios psicoanalíticos buscaron en los traumas infantiles, la etiología del síntoma principal de las diferentes patologías. Cabría reflexionar acerca de cada una de estas etapas, para poder comprender cómo construye el mundo el observador partícipe de los diversos contextos. Parece claro que la epistemología del percibiente se ve impregnada por la vertiente sociopolítica, económica y cultural dominante, en el período que le toca vivir; a partir de ahí se construye una realidad que tiende a confirmarse en el ámbito de la pragmática, puesto que desde allí se trazan distinciones, se describe, categoriza, analiza y confeccionan los métodos de tratamiento terapéutico. Desde una visión ecosistémica, como ya mencionamos, la casualidad no existe -cada hecho está ligado en una cadena causal contribuyente a un equilibrio ecológico- y es factible entonces encontrar un porqué circular al auge de ciertas patologías. No es casualidad, por ejemplo, que la represión social de la mujer, principalmente en la esfera sexual, haya tenido su contrapartida en la histeria. Como tampoco es casual que el ritmo maníaco con que se vive en la sociedad actual traiga como emergente la depresión, o los ataques de pánico y fobias, como un intento de freno frente a dicho ritmo, o que las tentativas de sobrevivir en este mundo produzcan cantidad de manejos psicopáticos en las relaciones. Es posible que esto nos acerque más a una visión social y ecosistémica del panorama de los trastornos mentales. La historia muestra las posturas más disímiles, desde la psiquiátrica organicista más ortodoxa, cuyo objetivo en si mismo es diagnosticar de acuerdo con los parámetros científicos vigentes, para aplicar la medicación que corresponde, hasta las posiciones contraculturales más acérrimas de los 60, como la Antipsiquiatría, que postulan extremadamente que la enfermedad mental no existe. Sin situarnos en ninguna de estas posiciones, en términos de epistemología, el acto perceptivo conlleva el trazado de distinciones, y
descripciones que las acentúan, evidenciando la comparación; el diagnóstico psiquiátrico o psicológico, por lo tanto, es la orden explícita de demarcación de dicha distinción, que se establece con la finalidad de categorizar síntomas y signos que, aunados, conforman un cuadro nosológico determinado. Podría pensarse que de un acto descriptivo puede surgir la distinción, un observador recorre la situación y en el acto de describirla, distingue, pero, sin embargo, el proceso es inverso: un observador primero distingue y luego describe. De acuerdo a nuestra epistemología, trazamos distinciones en la acción de percibir el mundo, las descripciones son en tanto y en cuanto se distinga previamente, produciendo la acentuación de las distinciones establecidas. Se podrán distinguir en una familia un padre, una madre y dos hijos; las descripciones de cada uno de ellos (sus características, sus modalidades, sus adjetivaciones) confirmarán aún más estos distingos, y llevarán a desarrollar, de acuerdo al modelo teórico, las puntuaciones e hipótesis acerca del cuadro.
120 La cohstruición del unir. erso Los procesos de posee distinción y descripción, en el plano terapéutico, son e n una gran reldtividad, ¿cuáles son los datos de la realidad que tación captados por para efectuar un diagnóstico?; esta capzaciones preestableh forma arbitraria, de las clasificaciones y teoricalzarán con el hechIdas, que llevarán a construir las hipótesis que Esta acornodaeiób entonces e.dependerá, recursivamente, de la dss a, ción sus que traca (o el observador impregnado por el saber científico moda, la descripci Áreestructuradas); por lo tanto, el hecho se acoque da estructura al ) que marca la teoría, y, a su vez, es la teoría la echo. Desde esta per
lógico es la expli~,i ación de ~r-agadotde distinciones, e~ elli- cNet oque i ndi ca1as pautas e demarcación de diferencias cuáles Son los rey, d diferencias y del hecho para lit°j°tes que deben realizarse en la observación ri24ción la que p4lgo lato°ervaci Pero inicia,
lotcual retornamos a, Plinto de
El profesional po de see un marco de referencia teórico, un modelo C04..., así decirlo, lo. al lado de esta epistemología explícita que deviene del modelo teórico, se e p construida a lo largo~euentra su epistemología natural y espontánea modelo teórico). de su experienciar (es más, desde ésta se elige el Desde este doble ner énfasis en ciertag'?Iodelo traza las distinciones que lo llevan a podinánlica puntúa lo partes de hecho observable, con lo cual, en esta nera se consn-uye el hue su epistemología le permite ver. De esta ma se labr hipótesis
echo observable, se lo describe, se categoriza, y a una
el sostén de su teoría del qué, para qué y por qué sucede, avalada por del proceso, de lo qL Volvemos asi, en forma recursiva, al comienzo truye 1 o que ve. o' se infiere que uno ve lo que construye y cons 122 El ojo constructor TK CAPTACIÓN R y DISTINCIÓN MODELO EPISTEMOLÓGICO CONFECCIÓN DE HIPÓTESIS ', ñ CONSTRUCCIÓN DEL HECHO T iL DESCRIPCIÓN
Pero este es un proceso peligroso, porque dichas categorías son, por ejemplo, las clasificaciones de diagnóstico que describen signos y síntomas que se aúnan en un rótulo psicopatológico. Es importante remarcar cómo este saber que moldea el conocer no es implícito, sino que constituye la explicitación de cómo debe construirse, el distinguir y el describir al objeto de estudio y de ahí etiquetar de acuerdo con los parámetros de dicha explicitación. A través de los cuadros diagnósticos, se trata de ajustar con la teoría, en la mayor medida de lo posible, las características de personalidad de un sujeto, tratándolas de hacer coincidir con el esquema conceptual que describe a la patología. La lupa con que se observan estos rasgos del paciente supone una visión psicopatológica que involucra al ojo del profesional técnico, que confirma y reafirma en la pragmática el subjetivismo de su afirmación diagnóstica, a pesar de que se erige en nombre de la objetividad. Una clasificación psiquiátrica crea una realidad propia y es determinante de sus propios efectos. David Rosenhan (1977) señala que cuando se ha clasificado a un paciente como esquizofrénico, la expectativa es que siga siendo esquizofrénico. Después de que ha transcurrido un cierto período sin que haya efectuado ningún hecho esperable de acuerdo a su patología, se cree que está en remisión y se efectúa el alta: «Pero la clasificación lo persigue más allá de los muros de la clínica y con la expectativa tácita de que volverá a comportarse como esquizofrénico». De la misma forma, puede crearse una patología partiendo del rótulo diagnóstico. O sea, si se trata a alguien como si fuese un esquizofrénico, se interaccionará creando respuestas en la persona que confirmen nuestras hipótesis a priori; por lo tanto, cualquier acto, por 123 La construcción del universo El ojo constructor normal que pudiese ser (aunque es dificultoso que se pueda tener una conducta normal cuando una de las partes interacciona como si uno fuese loco), será interpretado bajo la lente patológica.
Con lo cual, la evaluación diagnóstica, certificada por los técnicos en salud mental, tiene un radio de influencia sobre el paciente y el círculo afectivo más cercano, como vecinos, amigos, parientes, etc., invadiendo y generando en el grupo y en él mismo, un tránsito que marca el destino y la confirmación del diagnóstico, constituyendo una profecía que se autocumple, para de esta manera, adaptarse a esta construcción de una realidad interpersonal. Estas rotulaciones, que confeccionan realidades absolutas, no se reducen al ámbito profesional en que se desarrollan, sino que en muchas ocasiones alcanzan una repercusión social: la población utiliza confusamente ciertos términos que llevan a incrementar sintomatología que se padece. Es el caso de la depresión.
la
Son numerosas las oportunidades en que se pone la etiqueta de deprimido, a partir de sensaciones como tristeza, abulia o angustia. La distinción de estas emociones se categoriza como depresión y se inserta en el lenguaje no como esto v triste o esto v angustiado, sino como estoy deprimido, con toda la connotación caótica que posee este concepto. Pero esta patología, además de los rasgos mencionados, posee otros signos que la conforman, como apatía, abulia, desgano, inapetencia sexual, estrechez del futuro, de los proyectos, de las relaciones sociales, inafectividad, etc., hasta llegar a elementos melancólicos y con tentativas de suicidio, o sea: ¿dónde está la depresión en estos pacientes, si tan sólo aparece un síntoma de los tantos que componen esta categoría? Este es uno de los errores que no solamente involucran a la gente en general, sino a los mismos profesionales. La confusión entre clase y miembro de la misma parece ser la explicación más clara de acuerdo con la diferencia de niveles lógicos. La categoría -el rótulo diagnóstico- compete a un nivel lógico superior que los signos y síntomas que lo componen. La equivocación radica en fusionar clase y miembro colocándolo en un mismo nivel, homologando un signo con su categoría, sin tener en cuenta el resto. De aquí se desprenden lujosas descripciones dormitivas que explican el síntoma por su categoría, como si conocer el diagnóstico determinase una evolución en el proceso de curación.
124 La expresión «estoy deprimido» no sólo compete a la persona, sino al círculo afectivo cercano que reproduce el mismo término, «mi madre está depresiva... o mi esposo sufre de depresión», reforzando así la atribución de sentido y construyendo una realidad coherente con lo atribuido. En principio, estos marcos semánticos revisten de una significación deplorable al síntoma de la angustia, pero rápidamente se pasa al plano de la pragmática, en donde se desenvuelven interacciones que confirmarán el rótulo colocado. Trátese a una persona triste como deprimida y se construirá la depresión. Este círculo se reconfrmará con las soluciones intentadas fallidas que incrementarán la sintomatología; esta retroalimentación negativa lleva a que inmediatamente se construya el resto de los síntomas que completan el cuadro. El problema se acrecienta cuando el profesional distingue y categoriza de la misma manera y no sólo construye el problema, sino que pasa a formar parte de los fallidos intentos por solucionarlo. Por ende, el rótulo diagnóstico es limitativo en la relación, pero este efecto no solamente se remite a la esfera terapéutica, sino también al cartel que el medio social cuelga a uno de sus integrantes. El grupo coloca la etiqueta a uno de sus miembros, ya sea por la estereotipación de alguna conducta o características de personalidad, etc., y el destinatario deberá asumir la función asignada en contrapartida de la demanda. Si éste se toma cierta licencia temporal el entorno se encargará de recordarle el rol asignado y que debe volver a él (además él se encargará de cumplirlo, no permitiendo que los demás varíen la óptica acerca de él). Por otra parte, es este rótulo el que impide el reconocimiento y conexión con otras partes del sujeto, reduciendo la relación tan sólo a un aspecto; por ejemplo, el que es visto como divertido y bromista en un grupo, está obligado a desarrollar dicha función y no se le permitirá, por así decirlo, que deje de animar las reuniones, es más, un sesgo de tristeza podría ser visto como una gran depresión, a partir de la comparación (y la distinción concomitante) con el humor exaltado que siempre se le atribuye. Esta posición otorga ciertos beneficios, como un lugar de poder, liderazgo, goce narcisista, etc., beneficios que sostienen, aunque sea parcialmente, la función asignada por el grupo.
125 La construcción del universo El ojo constructor De este acople complementario -sostenedores (el grupo) y sostenedor (la persona)-, surge la estereotipación de una función, que adquiere rigidez en el sistema, y allí está la trampa: cualquier corri miento de la función delimitada genera rechazo en el círculo social, o por lo menos no encontrando las respuestas esperadas. El síndrome de la mujer ambulancia o del bombero voluntario son las características de los grandes ayudadores, que se rodean de un grupo de dependientes, carentes de afecto, necesitados de protec ción, etc. Esta unidireccionalidad de la ayuda provoca que cualquier movimiento que implique un paso al costado de la función amenace la homeóstasis del sistema, y el medio reclame, por artimañas explícitas (en el mejor de los casos) o implícitas (como artimañas culpógenas, extorsiones, reclamos, etc.), el retorno al rol designado. No obstante, este corrimiento a veces se acompaña de incoherencias entre lo que se propone y lo que se hace, o sea, si la propuesta es salir de dicha función, ésta debe ser coherente con las acciones. La resistencia que ejerce el sistema a romper esta articulación es poderosa: no es solamente el grupo el que se resiste a abandonar el encasillamiento, sino que es la misma persona la que sigue perpetuando su mecanismo de acciones, impidiendo el cambio de la dinámica y resistiendo la salida de la trampa que implica el rótulo. En el plano de la actitud del terapeuta con respecto al diagnóstico, el artículo Acerca de estar sano en un medio enfermo, de David Rosenhan (1977), es un ejemplo claro sobre cómo el diagnóstico im pregna la lente del profesional, llevándolo a observar y patologizar el objeto de estudio, destacando que la imagen de las condiciones de vida de un paciente es conformada de acuerdo con el diagnóstico, cuando en realidad el diagnóstico debe ser construido a partir de las características de la vida del sujeto.
En su investigación, realiza una experiencia con 8 pseudopacientes que fueron internados (12 internaciones) en distintas clínicas de Estados Unidos. La mención de escuchar voces fue el único síntoma que se inventó en los datos de la historia de cada uno y sirvió de entrada en la institución. El grupo de pseudopacientes se caracterizó por la diversidad de ocupaciones de cada uno de los integrantes. Estaba compuesto por una ama de casa, un pediatra, un psiquiatra, tres psicólogos, un estu diante de psicología y un pintor; tres de ellos eran mujeres y los otros cinco hombres. Todos usaron pseudónimos, y aquellos que trabajaban en salud mental, falsearon su profesión, sin alterar en absoluto la historia de sus vidas, consiguiendo ser admitidos por medios subrepticios en doce clínicas diferentes. El trabajo describe los diagnósticos respectivos y detalla las distintas experiencias de los pseudopacientes en las instituciones psiquiátricas. Es interesante cómo describe el autor las diversas actitudes con las cuales se encontraron las distintas personas durante la internación: fue notable el convencimiento de los profesionales acerca del diagnóstico de estos pacientes, como se muestra en algunas entrevistas, en donde los informes señalaban actitudes que pueden ser consideradas como normales en el ciclo vital, y que bajo la lupa del diagnosticado, fueron tildadas como patológicas. Paradójicamente, los que dudaron de que estas personas estuviesen realmente enfermas fueron los mismos pacientes internados, que frente a las notas que transcribían los pseudopacientes del relato de la experiencia, explicitaban su duda, «tú no eres paciente..., debes de ser periodista...». A pesar de la evidencia de la salud mental de cada uno de los integrantes, ninguno fue descubierto, y las internaciones duraron entre 7 y 52 días con un promedio de 19 días, tiempo suficiente para realizar una correcta evaluación, de lo que se deduce que estos pacientes no fueron observados con especial atención. El resultado de la experiencia arrojó que 11 de las 12 admisiones respondieron a un diagnóstico de esquizofrenia en remisión salvo uno cuyo diagnóstico fue de esquizofrenia (la calificación de en remisión
responde a una formalidad en función del alta); el restante, con síntomas idénticos, fue tildado con un diagnóstico de psicosis maniacodepresiva. En el ejemplo siguiente, podemos apreciar cómo los elementos preconceptuales diagnósticos impregnan la interpretación de los datos obtenidos en una entrevista: «Durante su infancia tuvo una relación cercana con su madre, mientras que sus relaciones con el padre eran bastante distantes. Durante su juventud y en años posteriores, su padre se convirtió en ami 126 127 La construcción del universo El ojo constructor go entrañable, y la relación con su madre, en cambio, se enfrió. Su relación actual con su esposa era, en general, cercana y cálida. Salvo excepcionales discusiones, los roces eran mínimos. Los niños eran castigados esporádicamente» (Rosenhan, 1977). Este relato bien puede ser una historia común, que no posee indicios psicopatológicos; no obstante, los datos obtenidos a partir del mismo refirieron a una acomodación en función del diagnóstico y a un contexto de patología mental. Lo que se transcribe a continuación procede del resumen de la descripción del caso mencionado, que fue redactada después de dar de alta al paciente: «Este paciente de 39 años (... ) tiene antecedentes amplios de una fuerte ambivalencia en sus relaciones cercanas, desde su niñez. La cálida relación con su madre se enfrió luego, durante su juventud. Una relación más bien distante con su padre se describe como crecientemente intensa. Falta estabilidad afectiva. Sus intentos por dominar su irritabilidad frente a la esposa y los hijos se ven interrumpidos por arrebatos de ira, y en el caso de los niños, por castigos. Si bien manifiesta tener varios buenos amigos, se siente que también en este sentido subyacen considerables ambivalencias (...)» (Rosenhan, 1977).
Todas estas características fueron articuladas con la finalidad de llegar al diagnóstico de una reacción esquizofrénica. Seguramente, las ambivalencias descritas no distan de las ambivalencias que posee todo ser humano; cobran significación en tanto y en cuanto son inducidas a entrar en la constelación de la patología. Y si bien es cierto que la relación del pseudopaciente con sus padres fue cambiando con el tiempo, todo vínculo sufre modificaciones, hasta por el mismo ciclo evolutivo. La calificación de ambivalencia e inestabilidad afectiva -atribuciones del observador- confirmaron el supuesto del diagnóstico. La construcción tendenciosa a partir de parámetros de visión psicopatológica obstaculiza la posibilidad de realizar una correcta evaluación e interpretación de los rasgos de carácter del paciente. La utilización incorrecta del diagnóstico implica perder de vista la característica humana del paciente, para entrar en un planteamiento cosificador en donde la identidad del sujeto pasa a ser permutada por el rótulo psicopatológico. Esta experiencia nos demuestra cómo pueden ser interpretadas bajo la lente psicopatológica, conductas que bajo otro contexto son evaluadas como normales, pero el libreto del diagnóstico obliga al trazado de distinciones que llegan a construir realidades que confirman, así, esas hipótesis a priori. Tal vez, el problema radique en crear la necesidad de un diagnóstico, y creer que sin él no es posible trabajar terapéuticamente, como si las hipótesis que puedan construirse en el análisis de un caso obligatoriamente deben arrojar como resultado el rótulo. Esto coloca sobre el tapete cuestiones diagnósticas en el ámbito sistémico que de por sí son mucho más complejas de las que se pueden construir en los tratamientos tradicionales, puesto que éstos dirigen su mirada al sujeto individual, mientras que desde la óptica sistémica se observa la dinámica de las interacciones, haciendo más dificil -dada la complejidad de la comunicación- clasificar una tipología. Así lo señala medida que resulta más sencillez el
G. Bateson en su cuadro del análisis epistemológico: en la se asciende en grados de complejidad comunicacional difícil categorizar. Para una acción .simple, deviene con rótulo, pero todavía en términos de interacción, la
clasificación de simetría y complementariedad parece satisfacer las definiciones de un diagnóstico interaccionel. La cosa adquiere un tenor de dificultad cuando entramos en la coreografía, en donde son escasas las posibilidades de tipologizar, dada la complejidad e infinitud de signos que provee la comunicación. También cabría preguntarse ¿para qué?, ¿cuál sería el objetivo de diagnosticar desde esta perspectiva? ¿El rótulo sistémico ayudaría a mejorar los tratamientos? ¿Podría consistir en una guía que orientase al profesional en el diseño de una estrategia? Algunos autores, como Juan Linares en su libro Identidad y narrativa (1996), han creado un diagnóstico sistémico, investigando a 128 129 La construcción del universo El ojo constructor través de las combinaciones de los grados de parentalidad armoniosa y disarmónica, y los niveles de conyugalidad funcional o disfuncional. Si bien principalmente centra sus estudios en las diferencias de los pacientes depresivos y los distímicos, y los juegos interaccionales en el ámbito de la pareja y la familia, utiliza los haremos de conyugalidad y parentalidad, combinando ambos desarrollos, extendiéndolo a otras patologías, como la psicosis, neurosis o psicopatías. Por otra parte, Giorgio Nardone, en Paura, Panico, Fobie (Miedo, pánico, fóbias, Herder 1997, en esta misma selección), toma la base del DSM 111, describiendo, desde los ataques de pánico, hasta los síndromes obsesivos y fóbicos, pero capitalizando dichas distinciones para estructurar un modelo de trabajo terapéutico específico, bajo el soporte de la línea de Terapia breve del MRI de Palo Alto. O sea, que el cuadro nosológico le proporciona las herramientas para construir un tratamiento paso por paso, con estrategias y técnicas prefijadas. Como contrapartida, podría señalarse que la explicitación del trazado de una distinción por medio de una nografia pauta la mirada del observador, restringiéndolo a un estrecho mapa, y cercenando la posibilidad de un margen más amplio de perspectiva.
Pero más allá de este punto de vista, posiblemente el problema no se centre en el diagnóstico propiamente dicho, sino en su implementación: Posiblemente, la correcta utilización del diagnóstico clínico responde a la condición de: Orientador para el profesional, en miras al diseño de la estrategia de tratamiento adecuada, para arribar a una rápida y efectiva solución. El diagnóstico como guía de un proceso y no como encasillamiento, ya que en este sentido, abre caminos y no se encierra en sí mismo. A la vez, sirve en función de la interconsulta para abreviar las descripciones de una derivación, siempre y cuando el profesional al cual se deriva no se sobreinvolucre en la mirada del derivador y limite su propia construcción en la interacción con el futuro paciente. Por lo tanto, la finalidad del diagnóstico no debe quedar en la acción de diagnosticar en sí misma, desde este aspecto es limitante y coartador del trazado de distinciones alternativas, convocando a en trampar al profesional y al paciente en un círculo cerrado, del cual resulta difícil escapar. El diagnóstico como apertura es la vía de entrada para la planificación de un tratamiento terapéutico eficaz, que lleve a destruir el estigma y no a construir una realidad que lo confirme. Si el diagnóstico sirve para etiquetar a un paciente y encerrarlo en un manicomio, o señalarlo como el loco de la familia, resulta ser una aplicación dormitiva y estigmatizante. Si sirve para bajar las ansiedades del profesional, creyendo que conocer el rótulo ya le otorga la solución a la problemática del paciente, también resulta un efecto dormitivo. Un uso equivocado del diagnóstico consistiría en explicitarle el rótulo al paciente (aunque podría utilizarse como parte de una estrategia), logrando enquistar aún más la sintomatología, y más cuando los pacientes traen su propio rótulo, colgado por otros profesionales, amigos, parientes, etc., llevando como resultado sendas profecías autocumpl¡doras, construyendo y confirmando el título atribuido, como un paciente obediente. LAS DOS REALIDADES (P.W. y M.R.C.)
Inevitablemente la acción de trazar distinciones y las descripciones consecuentes constituirá una secuencia de hechos, cuyas posibilidades de puntuación son infinitas, creando a su vez diferentes realidades. La circularidad autorreferencial de los juicios que aseveran verdades se pone en juego tanto en la vida cotidiana como en la investigación científica, haciendo necesario el conocimiento de la epistemología del observador: «...una descripción (del universo) implica a quien lo describe (observador). Aquello que nos sirve ahora es la descripción del des La construcción del universo criptor o, en otras palabras, tenemos la necesidad de una teoría del observador. Desde el momento que sólo los organismos vivientes pueden calificarse como observadores, parece evidente que esta tarea involucra al biólogo. Pero él mismo es un ser viviente, lo que significa que su teoría, no sólo debe dar cuenta de sí mismo sino describir dicha teoría. Esta es una situación nueva en el discurso científico, porque, de acuerdo con el punto de vista tradicional que separa al observador de la observación, deberá ser evitada cada referencia a este argumento. Esta separación no fue efectuada por excentricidad o locura, sino porque en ciertas circunstancias la inclusión del observador en sus descripciones puede conducir a paradojas, como en la frase "yo soy un mentiroso"» (Heinz Von Foerster, 1974). Paul Watzlawick (1988), en función de este planteamiento, señala que nuestros órganos de los sentidos nos proporcionan una imagen de la realidad que es factible comparar con aquella percibida por otras personas, para descubrir sorpresivamente que son idénticas; esta realidad es la que llamamos realidad de primer orden, que bajo la aparente simplicidad de concordancia de perspectivas, la posibilidad de percibirla es producto de procesos neurofisiológicos muy complejos. Es esta realidad la que nos indica que el cielo es azul, que generalmente la copa de los árboles es verde, que es de noche o es de día, que una silla sirve para sentarse, o un cuchillo para cortar (aunque frente a la falta de herramientas se utilice como destornillador); en principio, todos compartimos estas percepciones, pero frecuentemente no nos detenemos en el interior del dominio de esta realidad, casi
inevitablemente le asignamos un determinado valor, le atribuimos un significado. Por lo tanto, ¿quién será capaz de tener una epistemología tan aséptica que no involucre marcos semánticos?; pero más allá de esta utopía, ¿quién podrá afirmar que lo que ve es absolutamente lo que es?, ¿cómo?, si somos portadores de una historia experiencial que nos lleva a construir significados acerca de las cosas. Del producto de esta atribución de sentido surge lo que se da en llamar realidad de segundo orden, realidad que siempre es el resultado de un acto constructivo, de la ecforiación del valor de nuestro sis tema de creencias. Es la que nos impide, por así decirlo, captar en 132 El ojo constructor forma pura sin hacer inferencias de categorizaciones, la que transforma al acto de conocimento en subjetivo, la que al ser autorreferencial, relativiza y particulariza nuestro producto de la observación. De esta manera, se provocan los problemas humanos: las atribuciones de significado que le otorgamos a ciertos acontecimientos generan dos niveles de complicación: la dificultad y el problema. El problema podría ser definido como una atribución de significado a una dificultad (que a su vez podría ser una atribución semántica a una situación determinada), que llevaría a bloquear el crecimiento de una persona. En la vida en general aparecen situaciones que, como realidad de primer orden, pueden producir alteraciones en el libre curso de nuestra evolución. Son estos acontecimientos los que pueden presentarse como dificultades a resolver: por ejemplo, un huracán en Miami es un suceso que se transformará en problema, dificultad o algo sin relevancia, como mera noticia, de acuerdo al punto del planeta donde se resida. Una dificultad es factible de superar, la constitución de la dificultad en problema, con sus consecuentes intentos de solución fallidos, obstaculiza la posibilidad de avance. Un pequeño experimento revela en forma simple la diferenciación de las dos realidades. 1. Tómese 5 segundos y trate de dibujar una mesa.
2. Ahora imagine cómo es esa mesa y pregúntese para qué sirve. Bien, seguramente el dibujo que realizó responde al tradicional diseño del cuadrado con cuatro patas. Como realidad de primer orden, corresponde al diseño convencional que todos compartimos. Supongamos que la respuesta a la segunda propuesta fue que «era de cristal, base de hierro y de forma redonda, sirve para estudiar y co Epíteto ya diferenciaba estas dos realidades y sentenciaba «no son las cosas que nos preocupan sino las opiniones que tenemos de éstas», y estas opiniones son las construcciones semánticas de cada sujeto que generan atribuciones de significado a los objetos. 133 La construcción del universo El ojo constructor mer»; esta atribución de significado es lo que llamamos realidad de segundo orden. Esta formulación de segundo orden está conformada por una serie de significados que corresponden a normas, pautas, escala de valores, creencias internalizadas, etc., que constituyen nuestro mapa, en las sucesivas percepciones del mundo. Por lo tanto, por cada nueva estimulación, a través de referentes externos, la abstracción reflexiva conformará, desconfirmará, o adecuará, determinados clichés, resultantes del acto experiencial, que llevarán a ampliar o conservar el perímetro de nuestra estructura conceptual. En la conceptualización más extrema, el Constructivismo radical señala que es factible conocer la verdadera realidad, solamente allí, en el momento cuando experienciamos que algo no es como lo suponíamos. «E1 saber es construido por el organismo viviente para ordenar en la medida de lo posible el flujo de la experiencia, que es de por sí amorfo en experiencias repetibles y en relaciones relativamente or ganizadas entre sí. La posibilidad de construir tal orden siempre será determinada por los pasos precedentes en la construcción. Esto significa que el mundo real se manifiesta exclusivamente en donde nuestras construcciones fallan. Si todavía podemos cada vez explicar o describir la falla solamente con aquellos conceptos que hemos utilizado para la
construcción de la estructura fallida, este proceso no podrá nunca formar una imagen del mundo que podremos hacer responsable de la falla. Una vez que se ha comprendido esto resultará obvio que el Constructivismo radical no puede ser interpretado como reproducción o descripción de una realidad absoluta, pero sí como un modelo de conocimiento posible en seres cognitivos que están en grado de construir, sobre la base de la propia experiencia, un mundo más o menos ordenado» (Glasersfeld, 1988). Watzlawick (1988), en la introducción a la Realidad inventada, expresa el citado pensamiento a través del siguiente relato: un capitán en una noche oscura y tormentosa debía navegar por un canal que no estaba señalado en su hoja de ruta, sin la ayuda de un faro o de otros soportes de navegación como por ejemplo una brújula. Las opciones que se presentan son dos: o terminará estrellándose sobre los acantilados o podrá arribar sano y salvo al mar abierto, que se en cuentra del otro lado del estrecho. Si pierde la nave y la vida, su falla es la comprobación de que la ruta que eligió era la equivocada, o sea podríamos decir que ha descubierto que ese pasaje no era (aunque no tuvo la posibilidad de enterarse). La otra posibilidad es que supere el estrecho, lo que prueba, simplemente, que ningún punto de su embarcación ha entrado en colisión con alguna parte del estrecho. Esto no nos dice nada acerca de la seguridad de las aguas en que navegaba o cuán cercano estuvo del desastre; él lo atravesó como un ciego. La ruta elegida previamente se adaptó a una topografia desconocida, calzó, pero esto no significa que corresponde, si tomarnos el término corresponder en el sentido que le da von Glasersfeld, o sea que la ruta corresponde a la configuración real del canal. No debería ser difícil imaginar que la forma real del estrecho podría ofrecer una cantidad de pasajes más breves y seguros. En síntesis, como afirma von Glasersfeld, el error o la equivocación es lo que nos permite conocer la realidad: «donde no es, es». La idea que remarca el líder del Constructivismo radical es la de encaje o calce (flt) más que de correspondencia (match). Partiendo de la teoría de Darwin, el organismo tiene un comportamiento y una forma fisica que encaja con el medio que le toca vivir, por lo tanto quien calza con el medio puede sobrevivir al mismo; esta relación de calce con el ambiente, von Glasersfeld la llama viabilidad. En la esfera de la
antropología y la biología quedó demostrado que tanto la bipedestación del humano, como el nacimiento del lenguaje, entre otros, fue producto del calce y la posterior adaptación a las imposiciones del medio que se plantearon en los distintos períodos de la historia del mundo. Trasladado al campo del conocimiento, todo nuevo pensamiento, para ser viable, deberá adaptarse al esquema previo de estructuras conceptuales (como señalamos anteriormente) de tal manera que no provoque contradicciones. La tradicional metáfora que lo ejemplifica es la de la cerradura: sabemos que una llave es la que corresponde a la misma, pero muchos expertos ladrones tienen ganzúas que calzan para poder abrirla. De esta manera, creemos haber descubierto una realidad real (en términos de objetividad), ya que descubrir implica suponer que exis 134 135 La construcción del universo te una realidad última, hasta que eventos externos superan nuestro control, contradicen nuestros parámetros que no son acordes a nuestra visión del mundo y: «...cuando esto sucede, nuestra construcción de la realidad cae á pedazos y entonces es posible que tengamos que afrontar lo que los psiquiatras llamarían enfermedad mental o emocional, como depresión, ansia, alucinaciones, ideas suicidas, etc.» (Watzlawick, 1989). Algunas anécdotas pueden ser ejemplos de resultados caóticos que arrojan las construcciones de realidades del observador, que, de acuerdo a su sistema de creencias, se contraponen con la construcción de su interlocutor. Una psicóloga argentina fue a radicarse al Perú. A las pocas semanas, por medio de las derivaciones de algunos profesionales que conocía con antelación a su viaje, comenzó a recibir algunas consul tas. Uno de sus primeros pacientes era una mujer que después de comentar una serie de problemas, hizo alusión a personajes que estaban en su casa. Estos personajes eran gnomos, algunos categorizados como
buenos, a los cuales, a veces, les dejaba un trozo de chocolate, y algunos como gnomos malos, que la perturbaban. De acuerdo a su formación, esta psicóloga comenzó a pensar que estos comentarios eran fabulaciones delirantes que respondían a la esfera de una personalidad psicótica, y se dijo: «¡Justo en mi debut en Lima, empiezo con un caso tan dificil...!». Después de unas cuantas sesiones en donde se reiteraban en el discurso de la mujer estas figuras, recurrió, con la finalidad de supervisar su caso, a un psiquiatra del lugar que gozaba de gran prestigio y experiencia. A esta altura, estaba segura de su diagnóstico, confiando en su certeza. Deseaba, además, que este profesional medicara a la paciente, puesto que era necesario, conjuntamente con el tratamiento psicoterapéutico, adjuntar la medicación, con el objetivo de disminuir los síntomas de la psicosis.
Quedó realmente perpleja cuando su supervisor peruano esbozó una sonrisa acerca de su preocupación, comentándole que los gnomos eran una creencia popular que la mayoría de la población sostenía. Ella, como portavoz de una cultura en donde no se involucran este tipo de mitos, rotulaba como patológica (categorizaba, o sea, 136 El ojo constructor una atribución de segundo orden) una conducta que para dicho medio era absolutamente normal. Evidentemente, de no haber sido responsable en su trabajo, no recurriendo al apoyo de una supervisión, la psicoterapia podría haber tomado una dirección catastrófica, donde cada palabra de la paciente hubiese resultado un indicio que confirmara su construcción diagnóstica. Cuentan viejos enfermeros del norte de Italia que en una ocasión llegó a su centro de salud mental un paciente que no tenía antecedentes en el mundo de la psiquiatría. Estaba muy ansioso y alterado, diciendo que hacía varios días que no podía dormir. Frente a la pregunta del equipo médico acerca de qué era lo que le provocaba semejante insomnio, él
respondió, «el elefante no me deja dormir, urla toda la noche..., lo veo desde mi ventana, la cierro a pesar del calor, pero el sonido es muy fuerte...». Esta descripción, conjuntamente con su aspecto desesperado y tenso, fueron la prueba irrebatible de los síntomas de delirio psicótico. Después de una larga charla, se le aplicó una inyección con un antipsicótico y se le recetó una medicación del mismo género por vía oral. No fue considerado de tal gravedad como para dejarlo temporalmente internado, así que regresó a su casa. A los tres días volvió más perturbado aún, se mostraba hiperansioso y torpe, su discurso presentaba signos de gran aceleración y reiteraba que ya no podía tolerar más al elefante, que el rumor que emitía se le había convertido en una obsesión y que lo seguía a todas partes de la casa. Nuevamente el grupo ratificó su diagnóstico, le aplicó una inyección más potente que la anterior, y lo dejó internado durante un par de días, en los que el paciente reposó tranquilo, durmiendo toda la noche, sin mostrar signos de ofuscación. Regresó a su casa con una evidente mejoría, descansado, relajado y en actitud muy agradecida. En días posteriores fue visitado por un enfermero y un médico del equipo. En este primer encuentro, los profesionales lo encontraron nuevamente con su sintomatología fumando desaforadamente, realizando movimientos bruscos y rápidos, y soltando palabrotas hacia el elefante, por lo que comentaron: «Sus rasgos psicóticos se están cronificando, se deberá cambiar la medicación». Uno de ellos decidió tomar la estrategia inversa a la que el equipo había utilizado, y en lugar de contrariarle señalando que ésa no era la realidad y que era todo producto de su imaginación, le preguntó muy interesado dónde estaba el elefante que lo fastidiaba tanto. El paciente lo tomó de la mano y lo llevó aceleradamente hacia el otro extremo de la casa, donde se encontraba su dormitorio, se acercó a la ventana, la abrió y el médico observó un gran parque que era el fondo de la casa vecina, para ver que además de variadas especies vegetales, pájaros exóticos y otros animales, había un elefante pequeño que paseaba orondo de extremo a extremo del terreno, y urlaba por cierto. El vecino era un excéntrico apasionado por la fauna y la flora, y coleccionaba raras especies de ambas. El elefante lo había adquirido
poco tiempo atrás y se encontraba en fase de adaptación, de allí que llorase, toda la noche. El médico quedó petrificado frente a tal descubrimiento. Es indudable que el ojo constructor partía de un supuesto psicopatológico y sus consecuentes atribuciones, en el cual cualquier signo que mostrase el paciente, como la aceleración, perturbación, ansiedad, etc., se constituía en los callejones sin salida que entrampaban tanto al equipo médico como a la persona, confeccionando profecías autocumplidoras. Desde esta óptica, ya no puede afirmarse el dicho popular que dice: «En el país de los ciegos el tuerto es rey», puesto que es leído desde una construcción que valida un patrón en el cual se valoriza la vista, mostrando el sistema de creencias de la persona que la expresa, y polarizando qué considera normal y qué minusválido, desde su propio mapa. Pero, ¿quién dijo que los ciegos responderían al mismo tipo de baremo?: en las creencias y valores de un país de ciegos, la visión tal vez no cobre relevancia, y si lo normal se confecciona a través de lo estadístico, si la mayoría son no videntes, la ceguera sería normal; por lo tanto, ¿por qué el tuerto sería rey, si estaría dentro del grupo de los anormales? Entonces, ahora, la formulación correcta sería: «En el país de los ciegos tal vez el tuerto sea considerado loco». Un ejemplo similar es descrito en la literatura sufí, Cuando las aguas fueron cambiadas, cuyo supuesto autor es Dhun-Nun (860): en cierta ocasión un maestro dirigió una advertencia al género huma no: «[...] todas las aguas del mundo que no hayan sido especialmente guardadas, desaparecerán. Ellas serán renovadas con diferente agua, la que enloquecerá a los hombres». Solamente un hombre escuchó la advertencia y almacenó el agua. Cuando los ríos, torrentes y pozos se secaron, el hombre bebió de su agua guardada, hasta que las aguas comenzaron a correr nuevamente. Se entremezcló con otros y descubrió que hablaban de manera diferente, además de haber perdido la memoria. «Cuando trató de hablarles, se dio cuenta que ellos pensaban que él estaba loco, mostrando hostilidad o compasión, en lugar de
comprensión. Al principio no bebió del agua renovada, sino que regresó a su refugio para procurarse su provisión de todos los días. Pero, finalmente, tomó la decisión de beber la nueva agua porque no pudo soportar la tristeza de su aislamiento, comportándose y pensando de una manera diferente del resto del mundo. Bebió de la nueva agua y se volvió como los demás. Entonces olvidó completamente todo lo referente al agua especial que tenía almacenada, y sus semejantes comenzaron a mirarle como a un loco que había sido milagrosamente restituido a la cordura» (ldries Shah, 1967). Decir que vivimos en un mundo de realidades de primer orden es guarecerse en la seguridad utópica de la objetividad. Entender que investimos los hechos de atribuciones propias, navegando en la incertidumbre y lo subjetivo resulta más atrevido, pero convoca al respeto por las particularidades de nuestro propio mapa así como al de nuestro interlocutor. LENGUAJE Y MUNDOS INVENTADOS Cuando hacemos referencia a las atribuciones de sentido y a las formaciones de significado que constituyen la realidad de segundo orden, es viable pensar a través de qué instrumento logramos mani festar dicha realidad, y es allí donde entramos en el terreno del lenguaje. Ferdinand de Saussure refiere que el signo lingüístico no une una cosa y un nombre, sino un concepto y una imagen acústica. Este último término puede resultar un poco reduccionista, puesto que al lado de la representación de los sonidos está el de su articulación, o sea la imagen muscular del acto fonatorio; la imagen acústica es la representación natural de la palabra, al margen de toda realización por el habla. «...no es el sonido material, cosa puramente fisica, sino la psíquica de ese sonido, la representación que de él nos da el testimonio de nuestros sentidos; esa representación es sensorial, y si se nos ocurre llamarla material es sólo en este sentido y por oposición al otro término de la asociación, el concepto, generalmente más abstracto» (F. Saussure, 1985). El autor señala que el carácter físico de las imágenes acústicas aparece claramente cuando observamos nuestro lenguaje: sin utilizar nuestro aparato de fonación, o nuestra lengua, cuerdas vocales, o labios, podemos contamos una historia, cantar una canción o recitarnos un
poema, mentalmente, o sea que más allá de la palabra hablada, existe una imagen interior del discurso, la palabra sería el dispositivo que acciona la representación mental. El signo lingüístico, entonces, es una entidad psíquica conformada por dos estructuras que están íntimamente relacionadas desde la circularidad, puesto que son indispensables una para la otra. Signo Concepto 11 4. Imagen acústica Pero la definición de signo, en general, no relaciona la combinación de ambas estructuras, sino que en su uso corriente remite a la imagen acústica sola, como por ejemplo la palabra mesa, y se pasa por alto que si mesa es considerado un signo lingüístico, es porque lleva en sí mismo el concepto mesa. «La ambigüedad desaparecería si se designara a las tres nociones mediante nombres que se impliquen recíprocamente al tiempo que se oponen. Nosotros proponemos conservar la palabra signo para desig nar la totalidad, y reemplazar concepto e imagen acústica, respectivamente, por significado y significante; estos últimos términos tienen la ventaja de señalar la oposición que les separa, bien entre sí, bien de la totalidad de que forman parte. En cuanto a signo, si nos contentamos con este término es porque, al no sugerirnos la lengua usual ningún otro, no sabemos por cuál reemplazarlo» (F. Saussure, 1985). Por lo tanto, el significante sería la resonancia interior de la articulación de la palabra que inmediatamente contacta con el significado, que es el concepto o representación mental con que el convenio lingüístico de un idioma determinado, lo asocia; recursivamente, una parte no funciona sin la otra. Ahora bien, desde esta perspectiva de análisis nos referimos a los engramas cliché de un acuerdo sociocultural, estamos hablando acerca de una realidad de primer orden, ¿qué hay entonces, sobre las significaciones particulares y las atribuciones de sentido con que el observador reviste cada término?
Así entramos en el mundo de la semántica: cada signo lingüístico (conformado por un significante y significado) conlleva, en otro nivel lógico, una significación que es patrimonio de la persona que lo expresa. Puede inducir, entonces, a una confusión el uso del término significado, puesto que en la acepción de Saussure es tomado como el engrama asociado con la resonancia acústica, mientras que en esta perspectiva, es una atribución de sentido que compete al plano de la semántica; el esquema sería el siguiente: SEMÁNTICA SIGNIFICADO SIGNO 1
y T SIGNIFICANTE
Cuando nos introducimos en el mundo de la semántica, ya nos estamos refiriendo a una realidad de segundo orden, con lo cual podemos afirmar que, si bien el código lingüístico (la convención de una realidad de primer orden) nos proporciona la posibilidad de comunicarnos y entendernos en términos de sintaxis, la diferencia se produce en el ámbito de la significación (realidad de segundo orden), puesto que allí es donde impera el universo de sentido que forma parte de la singularidad de la persona. Por lo tanto, entendimiento no es homólogo a comprensión. Podemos entender lo que el otro nos dice porque hablamos su mismo lenguaje, pero no siempre comprendemos la significación de qué nos quiere decir, puesto que comienzan a tallar las atribuciones individuales. Esto sucede en forma clara, con términos muy amplios como por ejemplo, estoy bien o estoy mal; ¿qué se quiere decir con esto?, porque estar bien o mal para mí no implica la misma condición de bie nestar o malestar para el otro. El conocimiento de nuestro interlocutor posibilita la entrada en su universo de creencias para poder reconocer qué nos está tratando de decir. Retomando el ejercicio del dibujo frente al término mesa, en principio, poseemos un determinado diseño mental que alude a su forma (imagen acústica y concepto). El segundo punto expresa el marco semántico, el significado con que el término está impregnado. Ambas estructuras son inseparables, puesto que todas las palabras están investidas por una significación que está determinada por el sujeto, en tanto receptor o emisor. De ahí el juego de las dos realidades: significante y significado
correspondería a una realidad de primer orden, la realidad de la convención lingüística, y la significación, a la de segundo orden, la de los marcos semánticos individuales. No obstante, por esta inseparabilidad frente a la irrupción de la palabra, en este caso mesa y su representación mental tabla con cuatro patas, se ve investida por el sentido particular asignado; esta atribución semántica va superpuesta con la imagen mental que nos resulta familiar, cercana (engrama), que es la efectora de significación. Isomórficamente esto sucede en el acto de conocimiento, en la observación será muy dificil recrear la realidad de primer orden en forma aséptica, sin imprimirle las significaciones que nuestras construcciones de sentido le atribuyen, transformándola en realidad subjetiva. Así, una realidad se construye y es el sujeto quien queda atrapado en esa imagen, encerrado en sus propios significados, de los cuales el lenguaje es una de sus manifestaciones. H. von Foerster plantea dos cuestiones con respecto al lenguaje, una confusión que lleva a suponer que el lenguaje es denotativo. O sea, siguiendo con el ejemplo anterior, se dice mesa para denotar el objeto mesa. Pero fueron objeto de estudio de muchos psicolingüistas las propiedades connotativas del lenguaje: cuando se nombra un objeto, no se refiere ni indica un objeto determinado, sino que se evoca en cada uno de nosotros el concepto, tomando en cuenta que compartimos el mismo código sociocultural. Como señalamos en párrafos anteriores, el estímulo del término evoca las imágenes y significaciones, patrimonios únicos del sujeto, o sea compartimos únicamente la concordancia de la realidad de primer orden y eventualmente ciertas significaciones (como conceptos de segundo orden). El mismo autor (1994) describe un ejemplo de Margared Mead que narra una anécdota divertida, ilustrando en forma clara este punto: «[ ...] en el curso de una de sus investigaciones sobre el lenguaje de una población aborigen, trató de aprender este lenguaje a través de un procedimiento denotativo. Señalaba un objeto y pedía que le pro nunciaran el nombre; luego otro objeto y así sucesivamente; pero en todos los casos recibió la misma respuesta: Chemombo. Todo era Chemombo. Pensó para sí: ¡Por Dios, qué lenguaje terriblemente aburrido!, ¡todo lo designan con la misma palabra! Finalmente, después
de un tiempo, logró averiguar el significado de Chemombo, que quería decir... ¡señalar con el dedo! Como se ve, hay notables dificultades aun en la mera utilización del lenguaje denotativo.» La otra cuestión, a la que se refiere H. von Foerster, es la posibilidad de sustantivar, o sea, la transformación de un verbo en sustantivo, aludiendo que muchas de las dificultades para la comprensión se deben a que constantemente tratamos como objetos lo que en realidad son procesos. La sustantivación, con frecuencia, suele colocarse en los análisis y genera confusión, puesto que resulta dificil captar la esencia de un proceso cuando es tomado como cosa. Por otra parte, una distinción importante es la que diferencia lenguaje y comunicación. Esta última se refiere a una noción más amplia, en donde entra una vasta gama interactiva, que va desde la comunicación entre los seres humanos hasta la de los animales. El lenguaje sería un modo específico de la interacción, que posee, siguiendo a von Foerster, dos aspectos: el funcional -como intercambio social- y otro que tiene que ver con el lenguaje propiamente dicho (que tratamos al comienzo), que es el campo de estudio de los lingüistas, basado en sintaxis, semántica, gramática, etc. Un rasgo característico del lenguaje, como sistema de comunicación, es la posibilidad de hacer referencia a sí mismo; en el lenguaje es donde uno puede referirse al lenguaje. «Existe la palabra lenguaje y la palabra palabra, ésas son nociones de segundo orden, aparecen en el momento en que se incluye en el proceso reflexivo el propio proceso, allí tenemos una nueva lógica no aristotélica porque en la lógica aristotélica uno siempre está afuera. Pero cuando se usa una lógica de segundo orden, nos incluimos» (Von Foerster, 1993). Llevado al plano de la terapia tradicional, el lenguaje utilizado responde a la categoría de indicativo, o sea, el lenguaje de la descripción, interpretación y explicación; es el lenguaje de la causalidad lineal utilizado en la ciencia clásica. Watzlawick (1992) señala que, casi entre líneas, Spencer Brown, en su libro Las leyes de la forma, define el concepto de lenguaje imperativo:
«Puede ser provechoso en esta fase comprobar que la forma primaria de la comunicación matemática no es la descripción sino la imposición. En este sentido se puede establecer una comparación con las artes prácticas, como la cocina, en la que el gusto de un dulce, aunque indescriptible con palabras, puede ser comunicado al lector en forma de un conjunto de instrucciones, que se denomina receta. La música es una forma artística similar: el compositor no intenta ni tan siquiera describir el conjunto de sonidos que tiene en su mente y menos aún el conjunto de sentimientos por su medio imaginados, sino que describe un conjunto de órdenes, que si el lector los pone en práctica, pueden conducir al lector mismo a la reproducción de la experiencia original del compositor» (Watzlawick, 1992). Este ejemplo aclara y cierra cuando hemos hecho referencia, desde otra perspectiva de análisis, a las órdenes (lenguaje imperativo) que pautan distinciones. Spencer Brown discrimina este tipo de lenguaje en el ámbito de la ciencia, o sea, de la misma manera los pasos del método científico son órdenes que pautan la secuencia de un proceso. Su utilización, en la clínica sistémica del modelo de Palo Alto, se desarrolla principalmente en las prescripciones de comportamiento, El ojo constructor en donde se lleva a estructurar una acción alternativa a la serie de acciones que sostienen el problema, logrando un efecto que desde el lenguaje indicativo dificilmente se hubiese concretado. Dicho modelo hereda esta clase de lenguaje de la labor hipnoterapéutica de Milton Erickson, que como hábil maestro del cambio, utilizaba una técnica que le resultaba infalible: «hablar el lenguaje del cliente». A través de esta estrategia, no sólo copiaba los tonos de voz, expresiones y muletillas verbales, sino también todo lo que responde al lenguaje analógico: gestos, actitudes, posturas, etc., penetrando así en el almacén de creencias del paciente, obteniendo los efectos de cambio buscados. Erickson se caracterizó por el nivel de sutileza y precisión en los términos. Uno de sus ejemplos más difundidos es el tratamiento de un hombre negro con problemas de violencia. Trabajó pocas sesiones y en una, en particular, introdujo el término african violet (la flor violeta africana) como permutación del término african Violence (violencia africana); esta superposición, a partir de la similitud de las palabras, conjuntamente con la habilidad de su retórica, lograba hipnóticamente
cambiar los significados, permutando violencia y agresión por algo bello y pasivo como una flor. En hipnoterapia, el terapeuta, aprendiendo a hablar el lenguaje del paciente, aprende su construcción de la realidad, no resulta un simple calcado de formas, sino la compresión del mapa del cual emergen sus atribuciones. De esta manera, impartirá sugestiones y prescripciones, minimizando las resistencias y generando la efectividad del cambio. Se confirma, entonces, el imperativo estético que promulga H. von Foerster: «si quieres ver aprende a obrar». «Estoy convencido que el lenguaje imperativo adquirirá un papel central en el ámbito de la estructura de las técnicas modernas. Naturalmente, siempre ha ocupado este lugar de relieve en la hipnoterapia. De hecho, ¿qué es una sugestión hipnótica, sino un imperativo a comportarse como si algo hubiera adquirido realidad por el hecho de haber ejecutado la orden? Pero esto equivale a decir que los imperativos pueden literalmente construir realidades y que, igual que acontecimientos causales, pueden tener este efecto no sólo sobre las vidas humanas, sino también sobre cuanto se refiere a la evolución cósmica o biológica» (Watzlawick, 1992). De acuerdo con esta óptica, lenguaje v realidad están íntimamente relacionados, y si bien el modelo de.lás ciencias clásicas suele sostener que el primero es la representación del mundo, o sea el lenguaje como representaeional, las ciencias modernas sugieren lo contrario. el mundo es 7a imagen del lenguaje, la realidad es una consecuencia de éáte. ~D UIiNERSrTANO DE LA COSTA Eiil3uorrc&
LA NUEVA MIRADA Por lo tanto, si pensamos que la realidad se inventa por medio de las atribuciones de sentido que nos permiten observar trazando distinciones, describiendo, realizando abstracciones y elaborando hipó tesis, el acto de conocimiento se transforma en autorreferencial y subjetivo, y es entonces el lenguaje el que crea el mundo.
Nuestra carga de representaciones, nuestro reservorio del sistema de creencias, escala de valores, normas, etc., impregnan nuestro lenguaje de los marcos semánticos de acuerdo con nuestra visión del mundo. Éstos son los que propician, en el acto de conocimiento, el recortar la observación y expresar lo visto ya sea a través de descripciones, comparaciones, etc. Entonces si uno ve lo que quiere ver, si uno es el que inventa o el que crea la realidad, el lenguaje es la vía de dicha construcción. Esto se observa en los diálogos humanos: cómo, simplemente, la comunicación puede tomar giros insospechados, tornando las relaciones en conflictivas, aumentando o reduciendo la complejidad y transformándola en complicación, construyendo por vía del lenguaje, realidades diferentes, acuerdos, desacuerdos, etc. Puntuando una secuencia de hechos de una forma distinta, se genera el retorno al equilibrio, construyendo a su vez una nueva realidad. Es entonces el mundo la imagen del lenguaje... En cambio, si pensamos que debemos descubrir la realidad, suponiendo que existe una realidad real que debemos desvelar, el lenguaje se reduce tan sólo a una mera representación del mundo. EL PRINCIPIO EXPLICATIVO Históricamente, la práctica terapéutica en todos sus modelos de abordaje se vio impregnada por un tipo de epistemología lineal, que apuntaba a la esfera de lo intrapsíquico y concepcionaba el trabajo de manera individual, en forma monádica, donde imperaba el principio explicativo en términos de la búsqueda de los orígenes. Este principio era el regente de las ciencias clásicas que concebían un universo puramente determinista, en donde la certeza, la verdad y una realidad real convocaban a un orden que mantenía un mundo medianamente equilibrado, y posibilitaban otorgar respuestas frente a los interrogantes que se podían plantear, ajustando el aval de los hechos al paradigma imperante. Pero la segunda ley de la Termodinámica coloca la noción de incertidumbre, quebrando así los parámetros de respuesta existentes que llevan a la relativización de los conceptos hasta el momento propuestos. Edgar Morin (1982) señala que:
«Desde el siglo xix, la noción de calor introduce desorden y dispersión en el corazón mismo de la fisica y la estadística permite asociar azar (a nivel de los individuos) y necesidad (a nivel de las poblaciones).» Este principio no tomaba a la organización como tal, solamente reconocía a las organizaciones pero no el problema de la organización. La Cibernética, la Teoría General de los Sistemas, el Estructuralismo -señala Morin- irrumpen para crear una nueva concepción del ser humano, avanzar sobre la teoría de la organización y construir una teoría acerca de los procesos autoorganizativos, elementales para la supervivencia. «El principio de la explicación de la ciencia clásica veía en la aparición de una contradicción el signo de un error de pensamiento y suponía que el universo obedecía a la lógica aristotélica. Las ciencias modernas reconocen y afrontan las contradicciones, cuando los datos exigen de forma coherente y lógica la asociación de dos ideas contrarias para concebir el mismo fenómeno (la partícula se manifiesta algunas veces en forma de onda y otras como corpúsculo, por ejemplo)» (Morin, 1982). Las ciencias clásicas excluían al observador del acto observante, por lo tanto, el resultado de las investigaciones científicas arrojaba hipótesis en las cuales no se cuestionaba la subjetividad del investigador, se daba como obvia una mirada aséptica de lo externo -la objetividad reinaba. Es con la Teoría de la Información, la Cibernética de segundo orden, la Teoría General de los Sistemas y el Constructivismo desde una visión filosófica, cuando se produce un giro copernicano: la introducción del sujeto en el campo de lo observable. Entonces, el acto de conocer, como señalamos anteriormente, se vuelve subjetivo y autorreferencial. De aquí surge la pregunta: ¿cómo poder aseverar un juicio, como la verdad, cuando el observador está involucrado en el contexto de observación y además es el representante representativo de baremos socioculturales y familiares que subjetivizan su percepción? Morin (1982) señala que tanto la antropología como la sociología deben tomar conciencia de su determinación etnosociocéntrica que «hipoteca la concepción de la sociedad, de la cultura, del hombre (...). ¿Cómo puede un antropólogo como portavoz inconsciente de su cultura, juzgar una cultura como primitiva o arcaica?». Si este juicio emerge desde un punto de vista que hace referencia a él mismo, ¿la afirmación no habla acerca de su propia cultura?, y entonces, el antropólogo ¿no deberá
preguntarse acerca de su propia matriz cultural? Inevitablemente caemos en una reflexión que desemboca en recurrencias de distintos niveles lógicos. Podríamos decir que esta relativización epistemológica imprime un dejo de humildad frente a la soberbia de la adquisición de conocimientos. Se abandona el absolutismo de las afirmaciones de lo observable, y las preguntas «¿quién soy?» y «¿dónde estoy?» posibilitan la autorreferencia: situar al hombre en su sistema de creencias, su conformación de significados y el contexto al cual pertenece. La inclusión del observador en la observación y del concepto en su concepción posibilita redimensionar la perspectiva de la construcción de la realidad y transformar, aprovechando la autorreferenciali dad de la observación, el juicio crítico a..., por autocrítica, y la reflexión acerca de..., por autorreflexión. La aparición de esta epistemología aporta el touché de incertidumbre e inseguridad a las operaciones científicas, pero a la vez proporciona una dosis de mayor compromiso al asumir como propia una construcción, al abolir el tradicional sentido de lo que se consideraba una contradicción, cuando el resultado no era el esperable con respecto al paradigma vigente. Pero, el principio explicativo no solamente se aplicó en las investigaciones científicas, sino (y es común en todo proceso) que invadió otros campos y llegó a instalarse como un estilo sociocultural. La lógica del por qué, causal-lineal, es parte del discurso habitual en la interacción de los seres humanos, en mayor o en menor medida, según la cultura. El término por qué es el bastión lingüístico de la explicación, ya sea en pregunta como en antesala de respuesta. Nardone y Watzlawick (1992) demuestran, por medio de una investigación llevada a cabo por E. Langer en la Universidad de California, cómo es posible modificar reacciones de las personas a través de una reformulación que no resulta lógica, así como observar el poder de las formas sugestivas de la comunicación, que eluden las resistencias y las convicciones lógicoracionales. Si bien el ejemplo tiene por objetivo mostrar la intervención de la reestructuración, es importante en lo que a nuestro tema se refiere,
dado que es una clara exposición de cómo la palabra por qué está tan profundamente insertada en la lógica de los procesos interaccionales humanos. «En una cola de espera para hacer fotocopias en la biblioteca, la petición por parte de un estudiante de que se le permita no respetar el orden de la fila produce efectos diferentes según sea su formulación. «Perdona, tengo cinco páginas, ¿puedo usar la fotocopiadora?, porque tengo mucha prisa.» La eficacia de esta petición, con explicación, ha sido casi total: el 95% de los interpelados lo han dejado pasar adelante en la fila. Compárese este porcentaje de éxitos con los resultados obtenidos con la simple petición «perdona, tengo cinco páginas, ¿puedo usar la fotocopiadora?». En esta situación solamente conseguía el 60%. A primera vista parece que la diferencia decisiva entre las dos formulaciones consistía en la información añadida contenida en las palabras «porque tengo mucha prisa». Pero una tercera fórmula experimentada por la profesora Langer ha demostrado que las cosas no eran exactamente así. Por lo que parece, lo que constituía la diferencia no era la serie entera de palabras con senti do completo, sino la primera: «porque». En vez de dar una verdadera razón para justificar la petición, la tercera formulación se limitaba a usar el porque sin añadir nada nuevo, «perdona tengo cinco páginas ¿puedo usar la fotocopiadora?, porque tengo que hacer fotocopias». El resultado fue que, una vez más, casi todos (93%) dieron su consentimiento, aun cuando no había ninguna información nueva que explicase su condescendencia. Como el piar de los polluelos bas ta para desencadenar la respuesta automática de la pava madre, aun cuando provenga de un aparato mecánico, así también la palabra porque lograba desencadenar una respuesta automática por parte de los sujetos de Langer, aunque tras la palabra porque no llegaba ninguna razón particularmente decisiva. El término porque avalaría motivaclona] mente una acción a través de la explicación; en la tercera intervención, a pesar de la ilógica respuesta, ya que el motivo no agrega ningún contenido nuevo a la petición, abre
camino a la acción. Parece ser que la palabra posee tanta fuerza en la comunicación que no permite la recepción (la escucha) del contenido. Por otra parte, este porque aludiría a lo que Bateson llamó principio dormitivo. Una explicación generalmente se remite a una discursiva lineal (puesto que en la mayoría de las oportunidades se busca el origen de algo o la causa que motivó una acción); también una explica ción causal podría obedecer a la circularidad -un porque interaccional-, «yo reaccioné así porque el otro...», pero con frecuencia no se continúa con el recorrido recursivo «el otro reaccionó asi porque yo le dije que...»; por lo tanto, se lee solamente un tramo lineal de un circuito mayor de circularidad. Tal vez el énfasis no radica, siguiendo esta línea de análisis, ni en la recurrencia ni en la linealidad, sino en la necesidad de buscar la causa o el origen del hecho a analizar, que está insertado como estructura o pauta cognitiva en el ser humano. Entonces, frente a un hecho determinado que genere incertidumbre y su angustia consecuente, la tendencia a encontrar el origen de su determinación produce efectos paliativos o sedativos. Este input de una nueva información, como construcción que genera la comprensión del suceso, lleva a la adquisición de una seguridad que proporciona estabilidad en el sistema que engendra un problema o simplemente un cuestionamiento acerca de algo. En síntesis, el sistema del cual es parte el sujeto permanece estable (homeodinámico); frente a la irrupción de un elemento innovador (evento, acontecimiento) cuando surge la ruptura del equilibrio (crisis), inmediatamente se produce la pregunta y la posterior explicación (construcción) del hecho, que posibilita (a través de la comprensión) restablecer una seguridad como primer paso para la adquisición de un nuevo equilibrio. Observemos, entonces el siguiente gráfico, donde en mayor o en menor medida se sigue dicho proceso. Este tipo de circuito se produce cotidianamente, y en él el ser humano es constructor de cambios y microcambios, muchos de los cuales le resultan imperceptibles, llevándolo a rearticular su sistema permanentemente, en vías de mantener la homeodinamia.
Por otra parte, este esquema es patrimonio nuestro (o sea la construcción del autor); por lo tanto, en términos de una Cibernética de la Cibernética, podríamos abrir la recurrencia: «explicamos el por qué de la tendencia al por qué de los seres humanos» y estamos explicando por qué se explica.
1°) EQUILIBRIO 2°) INPUT EVENTO 3°) INCERTIDUMBRE ACONDICIONAMIENTO 4°) ANGUSTIA ANSIEDAD 5°) EXPLICACIÓN (CONSTRUCCIÓN) 6°) INPUT INFORMACIÓN ORIGINAL SUJETO
NUEVA CONSTRUCCIÓN
7°) COMPRENSIÓN 8°) SEDACIÓN POR SEGURIDAD 9°) PRIMER PASO A LA NUEVA ESTABILIDAD 10°) NUEVO EQUILIBRIO
Ahora conviene que nos detengamos en algunos puntos del circuito: obviamente que este esquema no está estructurado rígidamente, existen multiplicidad de variantes y alteraciones de pasos, modificaciones y anexos de tramos intermedios; además, variará de acuerdo con la clase de evento que se construya, al tipo de estabilidad que posea el sujeto, a la repercusión del hecho, al contexto en que se desarrolle, a los integrantes con los que se interaccione, al nivel de abstracciones que se realicen, etc. Por ejemplo, no siempre el primer paso a la nueva estabilidad es posible. Una de las tantas hipótesis que se pueden construir sería comenzar el análisis por su factibilidad: si es factible, dependerá de la característica del sistema, si es descrito como rígido con una gran tendencia a la homeóstasis, es probable que refortalezca sus reglas deviniendo mayor rigidez- y retorne al status quo anterior (equilibrio original) pasando por
alto el nuevo equilibrio; o tal vez ni siquiera llegue al emergente de la explicación, ya que a esta altura de la recurrencia, el sistema ha generado las resistencias suficientes para contrarrestar la desviación que produjo el input del evento. En cambio en un sistema flexible, abierto a nuevas experiencias, con plasticidad de reglas, en una recursión homeodinámica, es posible que este trayecto se siga con algunas modificaciones, conforman do el juego estabilidad/cambio/estabilidad y así sucesivamente. Aquí, sí es factible pasar del punto noveno al décimo, en el cual el nuevo equilibrio es el resultado de un proceso de entrada de nueva información, efectora de las abstracciones, que generan una construcción novedosa que se resume en el acto experiencial; por lo tanto, redimensionará al sujeto en una perspectiva diferente de la realidad. La persona, entonces, producirá modificaciones en sus recurrentes, interaccionando de una manera distinta.
circuitos
Otro recurso sería aludir a una explicación dormitiva, donde por medio de una categorización o generalización, se provee una baja de ansiedades pero donde no se tiende a ejercer ninguna modificación del circuito, sino a mantener el status quo anterior; nos referiremos a este punto más adelante. Sería infinita la cantidad de variantes y combinaciones que pueden construirse sobre este esquema; tan sólo es un cuadro recursivo base que permite alteraciones, jugando con las distintas posibilidades de la circularidad y de la construcción de nuevas realidades en la experiencia humana. Es importante aclarar la subjetividad del hecho que se constituye en evento, de acuerdo con la atribución de sentido con que se lo revista. El acaecimiento de algo no es relevante en sí mismo, sino que es un estímulo que cobrará repercusión, y será de considerable intensidad o no, únicamente para el sujeto percibiente; por lo tanto, si deja huella o cobra significación, dependerá de la construcción que elabore el individuo. El diccionario califica el término evento como un hecho imprevisto que puede acaecer, y de forma similar acontecimiento, como un hecho importante que puede suceder. Tanto uno como otro término,
a pesar de ser sustantivos, se transforman en calificaciones de segundo orden que establece el descriptor sobre un hecho. Podemos delimitarnos a describir determinados sucesos, pero su categorización es totalmente subjetiva. Existen sucesos que responden a una realidad de primer orden; Pueden ser de índole general, como catástrofes, incendios, terremotos, etc., que repercuten a la ecología del mundo, de una nación o de un pueblo. Hay hechos en la esfera política, como elecciones, golpes militares, dictaduras, corrupción; o hechos familiares, que responden más a la órbita del mundo particular del individuo: muertes, nacimientos, casamientos, separaciones, etc. Pero, ¿quién puede afirmar que algo es menos grave o de mayor importancia?, ¿quién puede categorizar como más trascendente uno u otro? Esto ya compete al universo de las construcciones individuales de la realidad de segundo orden, con lo cual tan sólo podemos observar bajo nuestra propia lente, en donde la percepción selectiva impregna al hecho de racionalidad y emocionalidad, patrimonio de cada sujeto en particular. Así, en muchas oportunidades, un pinchazo de alfiler puede sentirse como un martillazo en el dedo más pequeño del pie derecho... y viceversa... ¿Por qué el porqué en psicoterapia? Si tomamos lo que podemos llamar ahora tendencia explicativa como un estilo que emerge de una conformación sociocultural de perspectiva lineal, el ejercicio de la psicoterapia no fue una excepción: la mayoría de los modelos instrumentalizaron técnicamente la búsqueda del porqué en la resolución de los conflictos. En general esta tendencia-anclada como estilo- se pone en juego en la dinámica interactiva de la relación terapeuta-paciente. Es frecuente observar en los terapeutas, el recurso de explicar el porqué de los sucesos que acaecen en el mundo del paciente. Es obvio que cuando señalamos una dinámica interactiva, distinguimos, además, que es el mismo paciente el que viene a nuestro consultorio a encontrar el origen de lo que sucede (y más cuando llega habituado a una operatoria de terapias anteriores, en donde tenía como objetivo el buscar el porqué de cada una de sus reacciones).
No obstante, no tenemos claro si la persona requiere una consulta para resolver su problema o encontrar respuestas a sus interrogantes, o si encontrando respuestas a sus preguntas resolverá su problema, o resolviendo sus problemas contesta a sus cuestionamientos, o si su problema consiste en no tener respuestas a sus preguntas, o si sus preguntas consisten en no poder solucionar sus problemas. En conclusión, si el paciente también es portador del virus explicativo, generará una expectativa de respuesta que el terapeuta debe saciar, a la vez, éste la llenará a través de su tendencia que será -complementariamenteproductora de la demanda, y así recursivamente. Si bien esta tendencia la categorizamos como un estilo universal que se constituye en particular de la persona, en este caso, el terapeuta lo oficializa, por así llamarlo, constituyéndolo en técnica o modelo terapéutico. Somos escépticos en poder demarcar la pureza de un modelo, puesto que en su utilización sufre las modificaciones que le imprime el sello personal del terapeuta-su propia construcción del modelo-, la adaptación sociocultural del modelo al contexto donde se aplique, y además la coconstrucción aquí ,v ahora que el profesional efectúa con ese paciente en ese contexto. En sentido general, más allá de las intervenciones -algunas de las cuales son explicativas- a lo largo de una sesión, generalmente en el cierre, es cuando se realiza una especie de cuadro descriptivo acerca de lo que sucede, en donde se trata de dar respuestas y también abrir interrogantes, con la finalidad de que el paciente mismo pueda generar sus propias construcciones a las preguntas que se abrieron. También el uso de analogías, relatos, cuentos, fábulas, anécdotas, chistes, metáforas, etc., podríamos suponer que tácitamente incursionan en la tendencia a explicar, pero la penetración de este recurso metafórico, crea una explicación del hecho en el paciente, a través de otra vía, en donde éste estructura su construcción a partir de establecer deducciones por similitud o paralelismo de la narración contada. Sería demasiado extenso efectuar un recuento de los repertorios estratégicos y técnicos de la psicoterapia, sin duda, innumerables, que refieren por canales indirectos a la explicación, simplemente nos remitiremos a la explicación explícita, aquella que en general se ejecuta a través de las palabras por, porque, puesto que, etc.
En cualquier modelo de psicoterapia, sea Psicoanálisis, en cualquiera de sus líneas, Gestalt, Logoterapia, Transaccional, e inclusive Sistémica (a pesar de su epistemología Cibernética), etc., el terapeuta podrá esgrimir la explicación como parte de la modalidad en su estilo. La explicación, en las líneas cuya epistemología es lineal, es en cierta medida coherente con su fundamentación diacrónica (búsqueda de las causas en el pasado, a través de los conflictos del presente); no obstante, a pesar de que se nos acuse de reduccionistas, epistemológicamente ésta es la idea central de estos modelos, a la espera de que el paciente por medio del insight o del darse cuenta, tome conciencia de cuál es el motivo de lo que le sucede, para que de esta manera obtenga el pasaporte a la mejoría. En estas líneas de trabajo se privilegia la reflexión frente a la acción: o sea, la posibilidad de que el paciente hurgue en su emocionalidad y reflexione acerca de los orígenes de sus eventos, parece ser el puntapié inicial hacia la modificación de actitudes. A pesar de que la clínica sistémica (y somos tendenciosos ya que es nuestro modelo de trabajo, y en definitiva es nuestra construcción) posee una epistemología recurrente, los terapeutas sistémicos se empeñan en seguir utilizando la tendencia explicativa en los tratamientos con sus clientes. Detrás del espejo unidireccional, se observa un alto porcentaje de terapeutas que trabajan sistémicamente en forma individual, pareja o familia, que como estilo, abusan de las explicaciones del por qué sucede lo que sucede; si bien, no explican en una dirección lineal (aunque es una epistemología que se filtra permanentemente), describen tal o cual circuito recursivo. Esto se observa con mayor claridad en los terapeutas noveles, o los que están en cursos de formación de clínica sistémica: la tendencia a buscar las causas se hace presente en sus intervenciones, evidenciando la cultura del porqué que impregna el razonamiento de los humanos. En este sentido, parece ser más una necesidad propia de explicarse explicando la dinámica de los motivos de consulta del paciente. Socioculturalmente resulta dificil permutar la cultura del por qué lineal, por la cultura del qué, del para qué o del por qué cibernético, puesto que se trata de una ruptura epistemológica, que implica abandonar el conocer desde la linealidad y transitar por un pensamiento circular. El error radica en reducir al contexto de la psicoterapia el pensamiento circular, mientras que en la vida personal, se aplica otra for
ma de pensar los hechos. Pero ¿cómo es posible la efectividad, funcionando de una manera tan disociada?; tal vez la colaboración a ejercer tal dicotomía, tiene su parte en algunos formadores que durante años se han preocupado más por la enseñanza de técnicas en detrimento, tal vez, de la fundamentación epistemológica del posible paradigma. El pensamiento sistémico y constructivista es una forma de ver y construir la vida, para esto es necesario deconstruir la manera de conocer previa, para lograr experienciar otra perspectiva. De allí, traladándonos al ámbito de la psicoterapia, será mucho más sencillo incorporar estrategias en un doble juego: en el campo de la semántica a través de las intervenciones, cambiando atribuciones de significado que ejecuten una reflexión que mediatice modificaciones en las acciones; y en la pragmática, por medio de las prescripciones, ejecutando una acción que posibilite un cambio y su reflexión consecuente. Para desestructurar la dinámica interactiva del juego del por qué, es necesario que el terapeuta internalice el paradigma sistémico y logre permutar el por qué por la cultura del para qué (o un porqué recursivo). La pregunta sería: ¿qué es lo que se hace?, ¿cómo se realiza, bajo qué dinámica?, ¿en qué contexto?, ¿cuál es mi lugar en el circuito de acciones?, ¿en qué colaboro? e insertar el cómo, para conducir al paciente, en el ámbito pragmático, a la modificación del problema. Si partimos de la concepción de que el contexto psicoterapéutico es un espacio de aprendizaje, el terapeuta deviene un maestro que enseña a pensar desde otra dimensión epistemológica. Pero a esta altura del análisis es importante que discriminemos algunos puntos. No estamos elaborando una crítica a modelos terapéuticos, ni a estrategias como tampoco al método explicativo en sí mismo, pero sí a su abuso y a las clases de explicaciones que se efectúan. Para este último, consideramos y diferenciamos dos tipos de explicaciones: las dormitivas y las reestructurantes. Explicaciones dormitivas Para referirnos a éstas, nos basamos en lo que Gregory Bateson llamó principio dormitivo. Si se trata de entender las explicaciones tradicionales acerca de la sintomatología y los rótulos que la agrupan en una patología, por medio de la dimensión de la circularidad, son una
variante de las descripciones recurrentes: o sea, se explica el síntoma por la enfermedad que lo contiene y se avala la clasificación diagnóstica por el síntoma. El término dormitivo fue acuñado por G. Bateson (1972) haciendo alusión a una anécdota: «Moliére hace muchos años contó un examen oral de doctorado en el cual los sabios médicos preguntan al candidato la causa y razón de que el opio haga dormir a la gente. El candidato responde triunfal mente en un latín macarrónico que ello se debe a que "posee un principio dormitivo" (virtus dormitiva). » Bateson señala que este principio se produce cuando se toma como causa de una acción simple a una palabra abstracta que la categoriza, derivada del nombre de dicha acción. Esto lo describe el autor en un cuadro que desarrollamos anteriormente, en donde se distinguen las descripciones de proceso y las clasificaciones de forma, aludiendo a la observación y descripción pura y la categorización que se le imprime. Así se podría explicar una borrachera remitiendo al alcoholismo, o que la agresividad se debe a un instinto agresivo; de esta manera, se puede partir de sencillas descripciones de algún hecho que se quiera explicar, por ejemplo, describir conductas detallistas o de gran prolijidad y clasificar la descripción en la categoría de neurosis obsesiva, o rasgos exhibicionistas, egocentrismo y necesidad de llamar la atención como síndrome narcisista. Bradford Keeney (1982) señala: «En tal caso lo que se hace es afirmar que un rubro de acción simple es causado por la clase de esas acciones. Este reciclaje del término no constituye una explicación formal». El basamento de lo que Bateson llama principio dormitivo revela la estructuración de los tipos lógicos. Si esta teoría nace para destrabar la constitución de paradojas que se producen cuando se confunde el marco referencial con los elementos que lo componen, o dicho de otra manera, cuando no se diferencian los niveles lógicos de la clase y sus miembros, en el principio dormitivo se explica la descripción de los miembros por la clase y allí termina. Este tipo de explicaciones, en el ámbito de la salud mental, tiene su fundamento en las nosografias psiquiátricas, que describen una serie de
acciones agrupándolas bajo el rótulo de determinadas patologías que llevan a confeccionar el diagnóstico. En el desarrollo de las interacciones en general, son obturadoras del crecimiento y productoras de profecías autocumplidoras, puesto que una vez instaurada la etiqueta, las acciones estarán dirigidas a confirmar la hipótesis realizada. Optar por la utilización del principio dormitivo implica clasificar psicopatológicamente al paciente. El rótulo impide la flexibilidad de ópticas, es limitativo con respecto a las posibilidades de abordaje y escotomiza la probabilidad de interaccionar de una manera diferente; si el paciente es un «histérico», se lo tratará, tal vez medicará y conducirá como tal, perdiendo la riqueza del universo adyacente al perímetro descriptivo que demarca la patología, constituyendo, así, una realidad que certifique el diagnóstico. En el contexto familiar, si uno de los integrantes tiene una actitud agresiva y se lo categoriza de violento, a partir de ese momento comenzarán una serie de interacciones montadas en esa perspectiva, que generarán la estimulación necesaria para construir una realidad que confirme el rótulo. Tomando como base el principio dormitivo, podemos extenderlo a otro tipo de explicaciones -incluidas en las que delimita Bateson-, agrupándolas bajo el título de explicaciones dormitivas. Se caracterizan porque la pauta cognitiva que aportan resulta superficial y le sirve al sujeto para salir rápidamente de su momento de tensión, pero no producen modificación en la recursión que establece la anomalía. Tienen por finalidad mantener momentáneamente el equilibrio anterior a la aparición de un determinado síntoma. En este sentido son paliativas y no llevan a redimensionar la perspectiva de la construcción del problema. Las racionalizaciones e intelectualizaciones son mecanismos defensivos distinguidos por el Psicoanálisis, que pueden ser considerados explicaciones dormitivas, en tanto y en cuanto la persona avala con justificaciones del por qué sucede lo que sucede, las actitudes conflictivas o algún rasgo sintomático. Además, muchas interpretaciones psicoanalíticas que aluden al origen de determinadas conductas, o porque no fueron realizadas en el momento adecuado o por resistencias del paciente, pueden a la vez poseer este tipo de efecto, se conoce el motivo de lo que pasa pero no
se llega al cambio en la acción, con lo cual, el sujeto aparece estancado en su sintomatología pero conociendo la causa. La explicación, entonces, es uno de los principales preceptos a los cuales el ser humano se remite en el acto reflexivo personal e interaccional de la cotidianidad, al preguntarse o preguntar por la causa de un cierto estado; una explicación dormitiva es utilizada a menudo, confundiéndose con otro tipo de explicaciones que sí provocan una modificación en la recurrencia y promueven el crecimiento. Son frecuentes las explicaciones dormitivas en las que el sujeto, autorreflexivamente, se pregunta el por qué de un determinado estado de ánimo, como la tristeza o la angustia sin motivación aparente e indiferenciada, e inmediatamente surge la necesidad de encontrar su origen. En general, esto puede arrojar como resultado que se coloque como respuesta un elemento ingenuo o superficial externo, «me siento triste porque llueve, el día es gris» (atribuyendo el significado de la tristeza a la lluvia); es también común involucrar a alguna persona afectivamente cercana (amigo, familiar, etc.), cuyas reacciones son utilizadas como causa de una perturbación o alteración, «me pasa esto porque tú ... ». Esta connotación y encuentro llevan a que la persona reduzca los niveles de tensión e inseguridad que incrementan la angustia originaria, evitando temporáneamente la recurrencia que amplifica el estado inicial. Pero con el tiempo el efecto es el contrario, ya que si bien se construye un pseudomotivo (como sedativo momentáneo), el sujeto continuará manteniendo, en este caso, su estado de perturbación, pero conociendo o creyendo conocer el motivo, «estoy triste pero sé por qué me sucede», de lo cual resultará, si no se desarrollan actitudes concretas, un mayor incremento de la angustia primaria, ya que termina resultando más desesperante conocer lo que pasa y no poder cambiarlo. Pareciese ser que cuando categorizamos lo que nos sucede, nos sentimos más tranquilos, a pesar de que esto no conlleve una modificación de las acciones, o sea, se le coloca un nombre a lo que nos pasa, evitando el navegar por el mar de la incertidumbre que origina el no saber. Pero la certeza del rótulo no asegura un cambio en la interacción: el tema queda varado allí -como principio dormitivo-. Sería interesante plantear como continúa el mecanismo a partir del conocer, o sea, el
cómo puedo realizar una acción nueva en el desestructurando así el efecto dormitivo del proceso.
plano
concreto,
Isomórficamente este desarrollo puede producirse en la relación terapéutica. Algunos terapeutas, complementariamente, tienden a abusar de la explicación, saciando las expectativas de respuesta del paciente. Crean con este mecanismo efectos dormitivos y compartimientos estancos que no producen la finalidad deseada: el cambio terapéutico. Se tiende a realizar un acto co-constructivo que sostiene la homeóstasis y que no aporta una reformulación que posibilite la construcción de una dimensión diferente. El riesgo podría ser también, que la terapia se rigidice en esta dinámica y se deambule entre paliativo y paliativo, perpetuándose y amplificando la sintomatología original. Otro tipo de explicaciones dormitivas son las racionalistas, teóricas, excesivamente intelectuales, en donde el terapeuta clínico recita una especie de manual de psicoterapia y opera con los artilugios de la retórica para articular, en estilo literario en menor o mayor grado, explicaciones que tomen la teoría en exceso y reproduzcan, por así decirlo, lo que señala la bibliografia. Más desgraciadas son aquellas explicaciones en las que además de explicar el miembro por la clase (a través de un signo se categoriza), se explicita el rótulo, clasificando nosográficamente al paciente: Ud. tiene una depresión endógena, o sus síntomas fóbicos..., etc. Como hemos descrito en otro capítulo, el efecto de este tipo de intervenciones es catastrófico, puesto que constituyen verdaderas profecías autocumplidoras, en donde el efecto hipnótico de la palabra/poder del terapeuta, llevará al paciente, a través del rótulo, a colaborar con la construcción de su propia sintomatología y a rigidizar y reedificar otras particularidades de ella. Si bien las explicaciones dormitivas son más frecuentes en las terapias de corte lineal, porque de por sí utilizan el método explicativo en las intervenciones, no quedan exentos los terapeutas sistémicos del uso de ellas, a pesar de que entre la gama de intervenciones existen otras estrategias para generar un cambio en el circuito recurrente del sostén del problema/queja, como por ejemplo, las prescripciones de comportamiento.
Además, existe cierto tipo de intervenciones explicativas que producen un efecto dormitivo, pero que no son en sí mismas explicaciones dormitivas. Algunas marcaciones de tenor reformulante, por medio de la explicación, no producen efectos de cambio; este resultado, en muchas oportunidades, se debe a la resistencia al cambio que genera el sistema o a una equivocación del terapeuta, entre otras. El sistema ha rigidizado sus patrones de funcionamiento, a partir de numerosas recurrencias y se perpetúa en una dinámica, la familia desea cambiar pero sin demasiadas modificaciones -«cámbienos pero no nos cambie»-, manteniendo, así, la rigidez de una homeóstasis que no admite nuevas construcciones alternativas. Explicaciones reestructurantes En la psicoterapia sistémica, las explicaciones resultan efectivas cuando describen circuitos recursivos, señalando un por qué interaccional como trampolín hacia las prescripciones, y cuando son utilizadas como técnica de reformulación. Este último tipo de intervención es mucho más abarcativa que el perímetro que circunscribe a las explicaciones reestructuran tes. La técnica del reframe traducida al castellano como reestructuración, redefinición, reformulación o reenmarcación, es una de las más exquisitas intervenciones de persuación, e implica recodificar la realidad pero sin modificar las estructuras de sentido por sobre las cosas. No se produce un cambio en el valor semántico de lo que la persona expresa, sino que son modificados los marcos en los cuales el significado se inserta; así, de forma indirecta, es evidente que cambiando el marco, al final de cuentas, ocurre la modificación del significado. «Esto es así porque, poniendo un mismo suceso dentro de contextos diversos y mirándolos desde perspectivas diferentes, el suceso cambia por completo el valor. La realidad (...) queda determinada por el punto de observación desde donde la mira el sujeto, si se cambia el punto de observación, cambia también la misma realidad. Al reestructurar la idea o la concepción de una persona, no se pone en discusión la idea o la concepción, sino que se proponen diversos recorridos lógicos y distintas perspectivas de enfoque de las mismas. No se cambia el contenido del cuadro, sino sólo su marco, pero cambiando el marco se altera el contenido del mismo cuadro.» (G. Nardone y P. Watzlawick, 1992). De la misma manera que dentro de las estrategias de la clínica sistémica existen las preguntas circulares (que no solamente tienen por finalidad
la obtención y recolección de información por parte del terapeuta, sino que proporcionan inputs informativos nuevos, que permiten reformulaciones de las redundancias), las explicaciones reestructurantes posibilitan los cambios de los marcos de referencia anquilosados y su posterior transformación de significados, generando también el cambio de la perspectiva de la realidad. Así, incursionamos en una nueva óptica de las intervenciones explicativas, que van más allá de sus consecuencias dormitivas, posibilitando un efecto distinto hacia nuevas construcciones de realidad. El explicar por qué sucede lo que sucede puede aportar un reencuadre situacional, en donde el paciente o la familia redimensionan las perspectivas acerca del problema en el contexto en que éste se desarrolla; la explicación circular de ciertas actitudes y comportamientos interaccionales en un sistema produce efectos en cada uno de los miembros, en las que el cambio de mirada gesta una variación en la recurrencia, ampliando la realidad rígidamente instaurada. Esto se observa claramente cuando el terapeuta explica repuntualizando la secuencia interaccional de los comunicantes. La puntuación de la secuencia de hechos es uno de los axiomas de la comunicación humana, que describe cómo el problema delimita un perímetro de interacciones que involucra a ciertos integrantes y a la vez son éstas las que refuerzan la instauración del mismo. En este sentido, como señala Keeney (1983), el concepto de puntuación es análogo al de indicación de Spencer Brown: «Toda vez que un observador traza una distinción, establece concomitantemente una indicación, vale decir, señala, que uno de los dos aspectos distinguidos es el primario (por ejemplo este, yo, nosotros) [...] crear esta indicación es la finalidad misma de la distinción. El empleo de la distinción para crear la indicación es una manera de definir la puntuación.» En La teoría de la comunicación humana (1967), los autores muestran que la aparición de conflictos es el resultado de entramados complejos de relaciones, que son delimitados por el modo de puntuar los hechos. Esto se observa en la práctica clínica, en el clásico ejemplo que muestra la diferencia de puntuaciones cuando se trabaja con parejas: ella dice «me pongo muy fastidiosa y con bronca cuando llegas tarde a cenar... y
llegas siempre tarde», él le replica «yo llego tarde para la cena porque estoy cansado de que me recibas con esa cara...». Cada uno desde su óptica recorta el origen de sus conductas, colocando el motivo en la actitud del otro. El problema construye realidades diferentes, y es constituido y reforzado por éstas en forma recurrente; a la vez puntúa la secuencia de interacción que define que el accionar de uno es la causa de la reacción del otro. Una intervención que redefina la situación consistirá en introducir una información nueva en este circuito que conlleve a la modificación de la puntuación que genera esta interacción y viceversa, por ejemplo «cuánto se deben querer para que Ud. espere la llegada de su marido con tanta ansiedad y Ud. se preocupe tanto por su trabajo para darle un bienestar a su esposa y a la familia». De esta manera, bajo los mismos comportamientos se crearía un encuadre diferente; si la técnica es efectiva, paulatinamente se modificarán los marcos semánticos por sobre dichas actitudes y cibernéticamente se modificará el circuito de recursión. Los especialistas en semántica general (por ejemplo, Korzybski, 1973) demostraron que el lenguaje es una herramienta que impone distinciones en la percepción de nuestro mundo. Es decir, por medio del lenguaje imponemos nuestros significados, construyendo realidades que nos permiten efectuar distingos, llevándonos a puntuar la interacción. Según la puntuación que se realice, se crearán realidades diferentes. Alejándonos por un momento de la pragmática, las reglas de la puntuación en el plano de la sintaxis también crean nuevas realidades. Una gama importante de signos nos proporciona los elementos necesarios para que, en la estructura de la oración, se determinen las fluctuaciones de distintos significados, más allá de la semántica de cada palabra en particular. Las distintas interjecciones, puntos, comas, interrogaciones, etc., de la sintaxis de una frase pueden pautar las construcciones de realidades distintas, conformando una semántica alternativa a la estructura de la oración original, por ejemplo: • cómo cambiaste mi vida. • cómo cambiaste, mi vida. • ¿cómo cambiaste mi vida? • ¡cómo cambiaste mi vida! • ¿cómo cambiaste?, mi vida.
Y así podríamos continuar realizando múltiples combinaciones de esta frase, que nótese a propósito en este supuesto diálogo, la palabra «cambiaste», de acuerdo con la puntuación, involucra alternativa mente al emisor o al receptor. Indudablemente el trazado de distinciones compete a las tres áreas del lenguaje: se puntúa en la sintaxis, creando un marco semántico particular, y esto tendrá sus implicancias en la pragmática, en donde a su vez se puntuará una secuencia interactiva generadora de una relación determinada. Pero las reestructuraciones no son patrimonio del recurso verbal, sino que también las prescripciones de comportamiento desarrollan un cambio de perspectiva a través de la acción; además, existen dis tintos niveles de reformulación que van desde intervenciones verbales sencillas de reenmarcación de pautas cognitivas, hasta las prescripciones paradójicas, como así también el uso de analogías, por medio de cuentos, fábulas, chistes, etc. SINTAXIS Y SEMÁNTICA t~ PRAGMÁTICA
REFORMULACIONES VERBALES
adaptarse o no
SOCIEDAD ESTILO PERSONAL La creatividad es la que permite la flexibilidad de ópticas, el sentirse plástico y abierto en el vínculo y es la que nos hace reflexionar sobre instancias inusitadas de la dinámica terapéutica. Nos posibilita ampliar nuestro listón, ensanchando la gama de vías de acceso a la problemática que debemos solucionar, acrecentando en cantidad y calidad, las técnicas que podrán ser implementadas, no sólo porque calzan bien en el terapeuta, sino porque son las que se consideran más efectivas para ese paciente. Además, como observamos en el diagrama, un modelo terapéutico deberá adaptarse no sólo a las modificaciones personales que le imprime el sujeto, sino también a la vertiente sociocultural de la sociedad en donde se aplique, y es esta misma sociedad la que ha impregnado las construcciones históricas del terapeuta, que a su vez, recursivamente, impregnarán la aplicación del modelo. Veamos ahora recortadamente algunos ejemplos de las construcciones de modelos y su concomitancia histórica y sociocultural.
El nacimiento de modelos, estrategias y técnicas de psicoterapia no resultan tampoco producto de lo casual o de un mero evento fortuito, en el cual un profesional, en un momento determinado, dijo «a ver... creo que esto sería positivo de aplicar con los pacientes...», o tal vez pudo haber sucedido de esta manera, si tan sólo segmentamos el análisis a la anécdota de la invención. De una u otra forma es obvio que la creación de una corriente psicoterapéutica es siempre el resultado de tiempo de análisis, de horas de investigación, de casuística, de series de tentativas fallidas o alentadoras, etc., que llevan a una posterior sistematización que estructura un diseño final. «Sí, es cierto que un señor dijo... y que lo que dijo fue fruto de ... », pero debemos ampliar el espectro de este análisis, puesto que tomar estos aspectos es solamente referirnos a un aspecto parcial. Se hace entonces necesario dirigir nuestra mirada hacia el contexto que rodea y favorece -y en numerosas oportunidades perturba- la producción de ciertos eventos. O sea, la invención de modelos de psicoterapia -desde los más abarcativos y complejos, hasta los más simples- se gestan impregnados por momentos con determinadas características sociales, o de crisis políticas, o de cierto tenor económico, que inciden directamente sobre los factores socioculturales propios del contexto en que se desarrollan y generan las condiciones necesarias, para que un profesional cree lo que deba crear, de acuerdo con ese terreno propicio producido por esas condiciones. Si reflexionamos desde una perspectiva ecosistémica, en donde cada hecho se constituye en un evento que conlleva a un equilibrio dinámico y evolutivo, la construcción de un modelo en psicoterapia implicará la pieza de un engranaje, que expresa, en su esencia, su origen como portavoz de una cultura, y por su finalidad, la posibilidad de convocar a soluciones que continúen desarrollando la homeodinamia. Si transitamos sintéticamente los contextos históricos en los que se desarrolló la creación de algunas corrientes en psicoterapia, observaremos como éstas fueron el emergente de la sociedad de ese momento, pero a la vez ejercieron sus efectos sobre la misma sociedad que los produjo. Fue Freud quien, con sus postulados, se enfrentó al organicismo psiquiátrico conservador de la sociedad médica y al contexto social en
general, oponiéndose con la teoría del aparato psíquico, de la libido y el complejo de Edipo, entre otros puntos, y constituyendo no sólo una corriente psicodinámica que revoluciona los estudios sobre las enfermedades mentales, sino también movilizando las estructuras rígidas de la prosapia de la alta burguesía vienesa. Su modelo fue una atrevida bomba de tiempo en la Austria victoriana de fines del siglo xix y comienzos del xx. De esta manera, el Psicoanálisis tomó cuerpo y no se quedó sólo en un modelo reducido al ámbito de lo terapéutico, sino que impregnó y continúa impregnando diversas áreas, como el arte, la literatura, la política, etc., en todo el mundo. El Silicon Valley fue el escenario donde germinó la Cibernética y se aplicó la Teoría de los Sistemas. Fue allí donde ambas disciplinas se llevaron al plano de los circuitos y de las relaciones humanas y donde términos como la noción de feed-back, interacción, entropía, caos, crisis, y negentropía, entre otros, comenzaban a resultar habituales, generando una pragmática de la comunicación que revolucionaría por medio de la segunda ley de la Termodinámica, la mirada del análisis lineal causaefecto, que regía desde el pensamiento cotidiano hasta el científico. Otra vez la ruptura epistemológica, otra vez la tentativa de abolir un paradigma: se permuta una epistemología lineal por una causalidad circular, que dará como resultado que toda conducta será causa de... y a la vez efecto resultante de... De pronto la herejía: la introducción de más de un integrante en la sesión -una familia, una pareja-, desechando lo que se imponía conceptualmente en las líneas clásicas como una contaminación. Todo esto evidencia la necesidad emergente de atención rápida y eficaz que la posguerra deja como secuela: cantidad de sujetos requeridos de atención física y psíquica en función de las neurosis traumáticas y los trastornos psíquicos que las lesiones físicas conllevaban. Por lo tanto, la necesidad de una atención poblacional efectiva y urgente lleva a la revisión de los sistemas sociosanitarios de atención por un lado y el pensamiento sistémico-cibernético por el otro, convergiendo para constituir el modelo sistémico de abordaje en psicoterapia. A posteriori, las técnicas ericksonianas y el Constructivismo se acoplan para definir el modelo de la Brief Therapy del Mental Research Institute de Palo Alto, que expresa claramente el pragmatismo operativo,
característica de la sociedad norteamericana, definiendo así lo que podríamos llamar la clínica del cambio. De pronto los años 60, Palo Alto y otra ruptura, pero esta vez con la conceptualización monádica del paciente psiquiátrico. Los estudios del doble vínculo posibilitaron afirmar que el esquizofrénico, como paciente identificado y rotulado, abandona su soledad y exclusividad, para pasar a ser el portavoz de un sistema patológico y patologizante. Es esta misma investigación la que se transforma en parapeto del pensamiento antipsiquiátrico enfatizado por Ronald Laing y David Cooper. Movimientos hippies invadieron de horizontalidad y no diferencia a la sociedad, con el lema de paz y no al apartheid, y esta nueva perspectiva que revoluciona a distintos planos, expresándose a través de diversos períodos y reforzado a posteriori por el Mayo francés, aflora como ideología en los creadores de la Antipsiquiatría, aunando ambos preceptos: ideológicos (el no a la diferencia y horizontalidad) y científicos (el enfermo mental es el que se sacrifica en función de mantener la homeóstasis del sistema familiar). Así, la posguerra llevó a que la sociedad europea reformulara sus sistemas de atención en el plano de la salud mental, y es allí donde Maxwell Jones descalifica la atención manicomial para crear teórica y pragmáticamente la Comunidad terapéutica. El Mayo del 68 aplica una inyección de ruptura* a los modelos conservadores, que llevado a distintos niveles se extendió también al movimiento de trabajadores en Italia. Franco Basaglia es el emergente que desconfirma al manicomio, La institución negada (1974), creando un nuevo sistema de salud mental: La desinstitucionalización psiquiátrica, y las puertas de los hospicios execrables fueron abiertas... Nuevamente la unión de ideología, ciencia y operatividad y el resultado de un momento histórico que produce las condiciones para el cambio. Tomas Kuhn (1975), en su obra acerca de los paradigmas, remarca que para que un paradigma nuevo comience a tener vigencia, se necesita, previa o simultáneamente, la fractura del sistema del paradigma anterior. En este caso preciso, abolir el paradigma manicomial resultó difícil, puesto que existen siglos que avalan su utilización y que han
solidificado su instauración. Por lo menos, en el contexto de Trieste, lugar donde se aplicó la Desinstitucionalización, la ruptura del viejo paradigma, permitió crear un nuevo sistema de salud mental, en donde el hospital psiquiátrico no tiene lugar. * Frente a los modelos conservadores, se produce en Francia en el Mayo del 68, una ruptura y una crítica radical, pero no una revisión. El término revisionismo tiene una connotación peyorativa, desde que los teóricos marxistas tacharon de «revisionismo» la tendencia de conciliar las tesis comunistas con las socialdemócratas. En este sentido significa «revisar» una ideología para seguir utilizándola excluyendo sólo sus aspectos más radicales e incómodos. Que después de lodo, Francia continuara en una línea mayoritariamente conservadora es otra cuestión, que se puede dilucidar desde las teorías sobre el fenómeno revolucionario, que se podría definir como algo que hasta ahora siempre se ha producido dentro de la lógica de la cibernética de primer orden. Éstos son sólo algunos ejemplos que evidencian que las crisis son el pasaporte y la oportunidad de insertar una nueva mirada en dirección al cambio, permitiendo además observar cómo los modelos terapéuticos son el resultado de las variables contextuales, de momentos históricos, que tienen su por qué y para qué en la articulación y que surgen impregnados por ideologías, factores económicos, políticos y socioculturales, dejando su huella en la elaboración de su metodología. En síntesis, la creación o invención de un modelo en psicoterapia dependerá del estilo personal, del universo de las construcciones o de los rasgos de la personalidad de su creador, que lo llevará a colocar, por ejemplo, más énfasis en la comunicación verbal, o en la incorporación del cuerpo en el espacio psicoterapéutico, o de jugar más con la acción, postergando la reflexión y viceversa, etc., y que además pautará los pasos en la metodología de sus investigaciones. Pero, todos estos elementos estarán regulados por el contexto en que se desenvuelven y recursivamente tendrán sus implicancias en éste, que a posteriori terminarán dando las últimas pinceladas del diseño del modelo. Es inevitable que el modelo sufra mutaciones en manos de otro profesional, puesto que su mapa, su historia, su cultura, sesgarán tendenciosamente su implementación. El modelo servirá como
basamento y de allí, el profesional podrá jugar con su iniciativa y su creatividad, teniendo en claro que una adherencia ortodoxa promueve la coartación de estas últimas condiciones. Será necesario, entonces, en la formación del psicoterapeuta, que el instructor estimule y respete las condiciones individuales, manteniendo la guía de un modelo que posibilite aprender a pensar y actuar, tratando que esta línea rectora no bloquee las inventivas particulares. Tampoco será necesario que la guía sea patrimonio de un modelo exclusivamente, pueden ser varios los que le proporcionen herramientas al terapeuta, pero algo debe quedar en claro: esta elección no es casual, dependerá de las construcciones personales del profesional. Tal vez lo más importante es que, como fonnadores, más allá de la enseñanza de una línea de trabajo, generemos profesionales responsables y comprometidos en el dificil rol de modificar la vida de un ser humano.
CONSEJOS ÚTILES PARA NO SER UN TERAPEUTA SISTÉMICO Por lo general, la formación en terapia sistémica se caracteriza por dos ejes centrales: por una parte, la epistemología y toda su vertiente teórica, correspondiente a la Teoría General de los Sistemas, la Cibernética y el Constructivismo, y por otra, la práctica clínica, en el aprendizaje de toda la gama de intervenciones y prescripciones, por medio de la observación de familias en espejo unidireccional, entrevistas simuladas, y la atención de pacientes propiamente dichos, etc. Pero uno de los puntos de tergiversación del aprendizaje del modelo es el poner demasiado énfasis en los aspectos clínicos de la formación, en desmedro de los teóricos, o sea, que se carguen las tintas en las maniobras terapéuticas y que no se las avale claramente desde el modelo de conocimiento. Esto lleva, indefectiblemente, a que el novel profesional inocule un repertorio de técnicas, sin el correspondiente soporte epistemológico que da consistencia a esta línea de trabajo. Se incorporan, así, formas de intervención, pero bajo una lupa del conocer que poco tiene que ver con la circularidad, es decir, por lo general estamos habituados a mirar el mundo desde una óptica lineal, y ésta (si no la reformulamos) será la apoyatura de las técnicas que se aprenden, con lo cual es de esperar la confusión.
Lo que puede resultar de este proceso es un reduccionismo del modelo a la simpleza de artilugios técnicos como connotaciones positivas, o hablar el lenguaje del paciente, o provocar, o preguntar cir cularmente, o a mandar una determinada prescripción, etc., sin el aval teórico que sustenta a cada una, más allá de una construcción de hipótesis que poco se relaciona con la circularidad. Esto es el caldo de cultivo para que los que ignoran o conocen superficialmente la epistemología sistémica la descalifiquen como modelo, remitiéndose únicamente a variables de intervenciones y no a un paradigma de pensamiento. Isomórficamente, los textos sistémicos abundan en ejemplos prácticos de muy buenos desarrollos clínicos, pero a la vez estos desarrollos no son acompañados (y son numerosas las ocasiones) por el aval de la teoría, que explica el para qué de la instrumentalización de una determinada estrategia. Tal vez los formadores debamos entender que el paradigma imperante de pensamiento que trae un alumno es el de la 1inealidad, y se debe comenzar por deconstruir este modelo para construir uno nuevo, y esto concomitantemente lleva a una crisis en la manera, no solamente de pensar un caso clínico, sino de pensar la vida. La observación de la práctica psicoterapéutica parece ser la puerta de entrada para el aprendizaje del modelo sistémico, suponiendo que desde esta práctica se aprende a realizar construcciones diferentes. Esto no resulta del todo inefectivo, si paralelamente cada maniobra terapéutica se respalda con el supuesto teórico que da cuerpo a la intervención. También podría pensarse la formación a la inversa, o sea, enseñar a pensar desde la circularidad, para después aprender a construir una hipótesis mirando desde esta perspectiva, para luego, en un segundo momento, insertar el panorama de estrategias de una manera más natural y menos forzada, es decir, que surjan como producto de un estilo de conocer en el terapeuta, y que se dirijan a reformular la perspectiva del conocer en el consultante. Tratando de ser coherentes con nuestro modelo de pensamiento sería posible encarar una tarea donde la formación se geste recursivamente, esto es, donde teoría y práctica se interrelacionen a partir del trabajo diario con la consecuente extensión de la capacitación profesional a
contextos más amplios, que involucran no sólo una forma de práctica profesional sino también una manera de ver la vida Hemos reunido una serie de preceptos de lo que se debe hacer para no actuar sistémicamente, o sea, cómo no ser un terapeuta que piense, actúe, diagrame estrategias, realice intervenciones, construya el mundo, y por ende interaccione en forma sistémica. Estos puntos no refieren una actitud crítica con respecto a las construcciones de otros modelos (cada terapeuta o futuro terapeuta elige, de alguna manera, la línea de trabajo que le permite ser él, en el vínculo con el paciente), sino que, por el contrario, y respetando otras corrientes, por comparación nos permite demarcar las diferencias: • Explíquele todo lo que quiera al paciente, sus conductas, sus síntomas, sus actitudes, el porqué -lineal- de lo que le pasa. • Crea profundamente que el insight, el darse cuenta, o la toma de consciencia, es un prerrequisito absoluto para el cambio. Por lo tanto privilegie el por qué y no el para qué. Dé relevancia a la explicación y no a la acción. Busque afanosamente el origen de la sintomatología: las causas de la situación presente se encuentran en el pasado de la persona. No pregunte, no intervenga, observe en silencio. Frente a cualquier paciente que le cuestione o le pregunte, responda austeramente «a Ud. ¿qué le parece?». Respete los silencios y cuando el paciente hable, asienta con un gesto de cabeza de arriba hacia abajo y emita una especie de rumor gutural con la boca entrecerrada, casi expulsándolo por la nariz, «hummhum». No sea intervencionista y preguntón. No se atreva a incorporar más miembros a la terapia, ¡no sea hereje!, más de uno es una contaminación. Descuide el contexto en donde se desarrollen las acciones, no tiene importancia. Aplique el principio dormitivo al que alude Bateson, clasifique, rotule y etiquete al paciente en una categoría y después medique.
El paciente identificado como psicótico es el enfermo, no se le ocurra pensar que puede ser la expresión de una disfuncionalidad del sistema familiar. Realice tratamientos extensos, de años, eso sí, con una gran frecuencia de horarios semanales. Maneje dichos horarios, pautándolos en forma rígida, con días y horas semanales rigurosamente establecidos. No sea ocurrente y menos creativo, no sea loco. Adhiérase ortodoxamente a un modelo, constituya profesional a través del modelo, sea Ud. el modelo.
su
identidad
Por lo tanto, nada de usar analogías por medio de cuentos, relatos, fábulas y menos hacer algún chiste, o sea utilizar el recurso del humor durante la sesión. Tenga mucho cuidado con las estrategias, todo intento de utilizarlas será considerado como una manipulación hacia el paciente. No sea directivo, y menos aún, imperativo en su lenguaje, ¡ni lo piense! ¿Qué significa eso de mandarle al paciente tareas para el hogar...? Piense siempre que existe una realidad externa al ser humano, vea si su paciente está adecuado o no, es decir, si tiene juicio de realidad. Esté convencido de que la realidad se descubre y no se inventa, ¿está Ud. en su sano juicio? Eríjase como representante de la verdad, o sea, su sistema de creencias es el válido. Nunca se le ocurra explicitarle al paciente el sentimiento que a Ud. le despierta alguna situación, actitud o reacción que él manifieste en la sesión. Nunca connote positivamente alguna acción del paciente; puede tomarse como una sospecha de seducción o de reforzarle el yo. Su pensamiento como terapeuta debe partir de la patología, todos somos neuróticos, y no de la salud.
Por lo tanto, debe pensar que un paciente se debe curar y no resolver un problema. Para construir una hipótesis piense monádica, causal y linealmente, sosteniendo que el paciente debe retornar a su status quo anterior a sus síntomas. Considere que las crisis no significan la posibilidad de cambio. En conclusión, piense en el paciente como un caso, no como en un ser humano que sufre o que padece con su problema... y además reivindique el manicomio como un templo de la salud mental... LA «PRIMERA VERDAD» DE LA «REALIDAD ÚLTIMA» EIN TRAUM Lo sabían los tres. Ella era la compañera de Kafka. Kafka la había soñado. Lo sabían los tres. Él era amigo de Kafka. Kafka lo había soñado. Lo sabían los tres. La mujer le dijo al amigo: Quiero que esta noche me quieras. Lo sabían los tres. El hombre le contestó: Si pecamos, Kafka dejará de soñarnos. Uno lo supo. No había nadie más en la tierra. Kafka se dijo: Ahora que se fueron los dos, he quedado solo. Dejaré de soñarme. JORGE LUIS BORGES Como en alguna parte de este libro señalamos, después de una sesión no sólo el paciente puede modificar sus construcciones del mundo, sino que el terapeuta ya no es el mismo, puesto que en todas las interacciones humanas -el llamado intercambio social- se genera, por la información que se introduce en los sistemas, una diferencia y es en ésta donde radica la posibilidad del aprendizaje.
Sucede así en todas las progenies creativas, artistas, literatos, científicos, etc., a posteriori de su acto creador. Tal como un padre en la sala de parto, observando cómo se diseña frente a sus ojos la imagen de su mujer y su hijo que está naciendo, partícipe de las emociones, para por fin tener entre sus brazos su gesta máxima, en donde él en ese momento (turbado por los sentimientos nuevos) no sabe que nunca más será el de antes, así el autor a través de su obra, después de su parto, ya no es el mismo.
Vivimos en un mundo, vivimos construyendo el mundo, vivimos en un mundo construido por nosotros mismos; un simple método -por así decirlo-, el del ensayo y error, nos posibilita experienciar ya tempranamente cuáles son los seres y las cosas del universo que nos rodean. En este primitivo proceso, los objetos que llamamos externos a nuestros ojos comienzan a componer nuestro mundo interno, cada vivencia dejará un rastro de su paso y en este experienciar cobrará vida nuestro repertorio de abstracciones. Son éstas que, en agudo y complejo proceso, instalan paulatinamente una serie de estructuras pobladas de conceptos, y tal vez sin darnos cuenta, acabamos de conformar nuestros primeros mapas, nuestros primeros bastiones de aseverar qué es la realidad. Pero esta gesta es atrevida, no sólo conformamos el diseño de las cosas en este «mapa», sino que además les adjudicamos un valor, un significado, un sentido que abarca el por qué y el para qué. Conformamos así nuestro almacén de creencias, cargado de mercadería comestible, sazonada con numerosas significaciones. Por ser sujetos insertados en una cultura, asimilamos lo que juzgamos como sus noblezas y miserias; de la misma manera, por estar inmersos en una sociedad, sus virtudes e injusticias; por ser hijos, la internalización de códigos, pautas, reglas de comportamiento, mitos y secretos etc., de nuestra familia de origen; por ser padres o maridos, el rediseño de los antiguos preceptos en la nueva interacción con nuestra familia creada; y así en forma recursiva, cada uno de estos niveles se impregna de significado, certificando, afirmando, desconfirmando, o descalificando, las atribuciones sobre cada uno de ellos.
Estos elementos -que conforman nuestro mapa- son los promotores de los marcos semánticos con que se reviste nuestro lenguaje, inventando así la realidad. De pronto irrumpe frente a nuestros ojos el hecho, pero ya hemos perdido algo que nunca tuvimos, pero sí creímos tener: la inocencia. La mirada se ha convertido en tendenciosa, el acto observable no tie ne en absoluto ingenuidad. Creemos observar algo que es real, cuando nuestras estructuras conceptuales nos invaden en ese preciso instante, y obturando el libre proceso, someten al hecho -que hemos transformado en «evento»- a un recortado perímetro de percepción, lo inundan de significación y lo convierten en objeto de nuestra experiencia. Tan inocentes creemos ser, que andamos por el mundo emitiendo conceptos en nombre de la objetividad, diciendo: porque la verdad es que..., o en realidad..., cuando como seres subjetivos, nuestras abstracciones acomodan el hecho observable a las construcciones de valor internalizadas, que a su vez se reforzarán buscando evitar la contradicción, amoldando a nuestras teorías los próximos actos del conocimiento. Después de todo, si no fuese así, la vida sería muy aburrida... Imagínese un mundo de seres objetivos, un utópico mundo de una realidad de primer orden; todos en ese mundo coincidirían en sus opiniones acerca de las cosas, percibirían en forma pura, compartirían absolutamente los códigos, las pautas de conductas; todos poseerían un mapa coincidente con el territorio en sus estructuras de conceptos, o sea, atribución de significado y realidad serían la misma cosa, tal vez existirían (o no) rivalidades, envidias, celos, disputas, pero de otro tenor, disminuirían, por ende, los conflictos en la interacción; por lo tanto, también el mundo emocional se vería teñido por colores más neutros, las pasiones y los afectos serían de menor intensidad. La vida sería muy aburrida... Así, el mito de la realidad real sucumbe como un gigante con pies de barro, aunque nos resulte inaceptable: ¿cómo dejar de creer que lo que veo es lo que veo?, ¿cómo abandonar esa seguridad que me proporciona la confirmación de que lo que observo es, la angustia que me contiene, la certeza que me hace adquirir, cómo dejar todo esto?
La amenaza del caos acierta su golpe frente a la estabilidad que supone el creerse objetivo, e impone su cuota de incertidumbre: somos fabricantes de lo que vemos y vemos lo que fabricamos. Reina así la subjetividad. De esta manera, el lenguaje verbal abandona la concepción que lo erige como una mera representación del mundo, un simple (aparentemente) pero a la vez complejo nivel dentro de la comunicación, y más allá, la palabra se concibe como evocadora de imágenes y es corrompida por las atribuciones de sentido inherentes al alternativo emisor o receptor -con códigos compartidos o no- y que impregnadas de significados, inventan acciones, creando circuitos recursivos, en síntesis, construyendo realidades. Es mi mapa el que me lleva a trazar distinciones en mi acto de conocimiento, a generar descripciones que refuerzan dichas distinciones, a producir paralelamente comparaciones, a ejecutar categorías. Son los distingos que produzco los que me llevan a puntuar secuencias y a desarrollar interacciones con este mundo, del cual soy productor activo. Pero las modificaciones de construcción de realidades no solamente se remiten al ejercicio de la psicoterapia -si bien en este ámbito es un objetivo de trabajo-, sino que suceden en lo cotidiano, desde las experiencias más simples hasta las situaciones más complejas. La experiencia emocional correctiva no es, ni más ni menos, que una redimensión de la realidad. Por ejemplo, en una ocasión, un hombre comentaba su pasión por los caballos. Él realizaría una travesía con su animal desde una ciudad de España hasta otra. Era imposible poder imaginar un hombre a caballo por las autopistas españolas, siempre pensamos los caminos como carreteras automovilísticas, ¡nuestra construcción era ver el mundo desde un auto! De pronto nuestro mapa comienza a gestar un cambio: cuando empezamos a pensar y a redimensionar las imágenes de ese espacio frente a su explicación (que sin darse cuenta estaba haciendo una reformulación), «existen muchos caminos colaterales por el campo que uno no conoce, por estar siempre sobre cuatro ruedas. Con el caballo andas más lento, puedes admirar con más tranquilidad el paisaje; ...
como proteges al animal, observas también la calidad del terreno que pisas..., te detienes a descansar tú y también tu caballo. ¡Con un auto vas de prisa y te pierdes todas estas posibilidades!...». Estos cambios de perspectiva son cotidianos, pero pocas son las ocasiones que tenemos de conscienciar estas modificaciones de mirada; el hombre, con su relato casi ericksoniano, nos llevó a imaginar los campos, el caballo, sentimos la tierra, miramos el paisaje, esta persona sin saberlo nos aportó una nueva construcción: una porción de nuestro mundo cambió. Por lo tanto, no veíamos que no veíamos, esta imagen nos brindó la posibilidad de ampliar nuestro mapa metafórica y literalmente. Pero son numerosas las situaciones en que no vemos que no vemos, por no decir la mayoría; nuestra estructura conceptual, si bien permite un tipo de construcción que nos permite observar -en forma particular- las cosas, produce escotomas, puntos ciegos con respecto a otras fluctuaciones de mirada. Tal vez debamos comenzar por darnos cuenta y ver que no vemos, mucho más pobre resulta ni siquiera tomar conciencia de ello. Pero tan ingenuos somos que todavía continuamos pensando que debemos descubrir algo, suponiendo que atrás de lo que percibimos se encuentra una realidad última y esto no sólo invade el pensamiento de todos los días, sino los grandes eventos científicos que ostentan la gallardía del descubrimiento de la primera verdad o de la verdad única, cuando desde esta perspectiva todo descubrir se transforma en invención, que por supuesto no es menos meritorio, por el contrario, pero ya estamos emitiendo un juicio de valor. Y es inevitable..., todo lo que estamos describiendo es nuestra construcción, y es también inevitable que las ideologías, como atribuciones de sentido, impregnen las construcciones científicas, si revisten el acto de conocer del cotidiano. De esta manera, la observación autorreferencial y subjetiva deambula por todos nuestros conoceres. Imposible resulta una descripción pura, en la más completa asepsia; el bisturí epistemológico está recubierto por nuestras concepciones y uno corta por donde su estructura conceptual le permite diseccionar. Los dichos populares, de aplicación en la clínica sistémica como uso de analogías, cuentos, fábulas, historias, etc., encierran mensajes a
descifrar en función de la situación que se desee reestructurar; por lo tanto, parece apropiada, y no consideramos vulgar la frase que dice: «Nada es verdad o es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira.» Por el contrario, es una frase que resulta coherente con nuestra perspectiva, que podría traducirse en: Todo es según la perspectiva con que observe el observador. Todo es según el nivel de abstracciones con que se mire. Todo es según el diseño del mapa con que mire el observador. Todo es según los distingos que se tracen en la observación. Todo es según la secuencia que puntúe el observador en la observación. Todo es según el tipo de interacciones con que se actúe. Todo es según la realidad que se construya. «Todo es según el color del cristal con que se mire». Es obvio que los terapeutas no estamos exentos de este proceso, la mirada no nai f y tendenciosa, acerca de los problemas que traen los pacientes a nuestro consultorio hace que escuchemos y que enfoquemos dichos problemas desde una óptica que es posible escuchar: la nuestra. Así, se conjuga en un acto co-constructivo, la solución. La mirada, entonces, no será patrimonio de la objetividad, puesto que sencillamente no existe, es un término inventado por las ciencias clásicas, pero inaplicable -desde esta perspectiva- o que sirve para explicar lo que nunca llegaremos a conocer (la realidad de primer orden). Por el contrario, la mirada subjetiva, como toda mirada, es la que posibilita generar una interacción terapeuta-paciente con ciertas características, crear el vínculo, transitar el afecto, experienciar la situación y en este acto poblado de intencionalidad, tratar de encontrar el camino más claro y breve hacia la disminución del sufrimiento. De esta manera, sabemos, o mejor dicho creemos saber como los pacientes mejoran. Después de estas reflexiones, si tomamos como ejemplo la frase llamada oración gestáltica, podríamos leerla desde una epistemología lineal, y a su vez criticarla desde la circularidad. La frase dice:
Yo hago lo mío y tu haces lo tuyo yo soy yo y tú eres tú no estoy en este mundo para llenar tus expectativas y tú no estás en este mundo para llenar las mías porque yo soy yo y tú eres tú y si por casualidad nos encontramos, será hermoso si no no se puede remediar. Esta, oración entendida desde una perspectiva de discurso lineal, podría suponer que la intencionalidad es señalar, entre otras cosas, que no podemos andar por el mundo haciendo cosas para llenar las demandas de los otros, y que la preeminencia debe estar colocada en la valoración personal. Además, que nuestras propias expectativas deben ser abastecidas por nosotros mismos, y no esperar que el otro las satisfaga, puesto que puede obtenerse como resultado la frustración, de ahí, el yo soy yo y tú eres tú. La casualidad del encuentro a que se refiere es un encuentro interior, aquel de la complementariedad, de la comunicación armónica, la del acople estructural; si éste no se produce, no deberá forzarse. Es una frase hermosa y conmovedora, pero leída desde una óptica sistémica, resulta dificil pensar el hecho de que cada ser humano haga las cosas como acto individual de construcción; inevitablemente, las conductas del otro pautan mi comportamiento, puesto que vivimos en la interacción, y nuestro mundo es el producto de una gesta interactiva; además, somos en relación con otro que nos confirma, por eso es dificil hablar de yo soy yo, cuando mi yo responde a la relación con un tú. En lo que respecta al encuentro, siempre existe y sería imposible pensarlo de otra manera, si una actitud tiene sus implicancias en las acciones del otro. Si bien deberíamos hacer cosas por nosotros mismos (aunque por lo general se tilde de egoísmo), con la finalidad de llenar nuestras expectativas personales y no depender del otro, permanentemente estamos interaccionando y en continua realimentación, y este feed-back que obtenemos nos permite corregirnos y corregir errores; en fin, cambiar. ¿Cómo sería ser uno sin la presencia del otro que nos confirma nuestra existencia? Es impensable, desde esta epistemología, hacerlo de uno como un ser aislado, cuando las conductas-respuestas de la interacción nos condicionan y estimulan a un tipo de comportamiento. En una oportunidad, después de una conferencia, en donde objetamos y valorizamos algunos puntos de esta frase, se acercó uno de los presentes con un trozo de papel, nos agradeció y lo dejó sobre el
escritorio. La frase que encerraba sintetiza la reformulación de la oración antedicha: «Si yo soy yo, porque yo soy yo y tú eres tú, porque eres tú ni yo soy yo, ni tú eres tú. Pero sí, yo soy yo, porque tú eres tú y tú eres tú, porque yo soy yo Entonces, yo soy yo y tú eres tú.» Esta frase revela el efecto de la interacción humana, uno es uno a través del otro y viceversa, para de esta manera ejecutar la construcción de una identidad individual. No somos los mismos relacionán donos con un padre, con un hermano o con un amigo, nuestra narrativa se amolda en la interacción, poniendo en juego nuestras diferentes partes, que saldrán al ruedo de acuerdo a cuanta estimulación encuentren en nuestro interlocutor. Y así, como seres relacionales andamos por el mundo construyendo mundos compartidos y no. El pensamiento constructivista trasciende los umbrales de la psicoterapia, forma parte de una concepción de conocimiento, que compone una manera de pensar y gestar la vida. Asumir constructivamente los juegos humanos implica: • El respeto por nuestras propias opiniones, respetando las opiniones de los otros. Sugiere una noción de mayor compromiso, al asumir nuestras propias construcciones, pero no como verdades absolutas, sino como patrimonio de ver las cosas desde nuestro punto de observación. Además, de esta manera nos convertimos en seres comprensivos, al entender que los otros poseen otras estructuras conceptuales y que perciben, sensacionan, expenencian de una forma diferente. Y también, todo esto provoca una noción de mayor libertad, flexibilizando nuestros parámetros personales, comprendiendo al otro, respetando sus construcciones y comprometiéndose con las propias. Una pequeña palanca puede mover el mundo, una pequeña intervención puede construir realidades diferentes. Así son los juegos de la comunicación humana. Así, llevado esto a través de las estrategias sistémicas en psicoterapia, el espacio de la sesión se convierte en un almacén nutriente de nuevos significados, de nuevas
formas de mirar la vida. Reiteramos, cuántas son las intervenciones cotidianas -de las cuales no somos conscientes-, que son el pasaporte a la gestación de nuevas perspectivas, cuánto asombro y sorpresa nos perdemos por esta inconsciencia. A raíz de un congreso de terapia sistémica realizado en Toulouse (Francia, 1995), Mony Elkaim cerró su exposición con una analogía por medio de una anécdota de sus épocas de estudiante, en donde sin muchas expectativas, tal vez con más deseo, reformuló a través de una intervención espontánea una situación muy angustiante. La historia reconstruida, o mejor dicho la que nosotros pudimos escuchar, dice más o menos así: «Cuando yo vine de Marruecos a estudiar a Francia, entre el grupo de compañeros tenía uno que estaba muy angustiado; sufría una gran marginación, puesto que la dueña de la pensión, por ser marro quí, le daba malos tratos, lo descalificaba y lo ignoraba. Él se sentía muy afligido por estas actitudes que se repetían cada vez más, e incrementaba su desvalorización personal, descendiendo su autoestima a niveles catastróficos. »En una oportunidad lo fui a visitar a dicha pensión, y en un momento que se ausentó, apareció la dueña y le dije "¡qué suerte que tiene Ud.!", frente a la mirada atónita de la mujer, que me observaba sin comprender, repliqué "sabe..., el rey de Marruecos tiene muchos hijos, algunos se quedan en el país, pero una minoría selecta, los que considera más inteligentes, viajan al exterior para estudiar... y mi amigo es uno de ellos...", En ese momento regresó mi amigo y nos fuimos. La señora se quedó casi petrificada observándonos. »Al cabo de un tiempo, caminando por los pasillos de la Universidad, me encontré nuevamente con este compañero, su rostro había cambiado notablemente, su mirada estaba más relajada, y su postura corporal estaba lejos del abatimiento. Le pregunté "¿cómo estás?". Con una gran sonrisa me contestó "¡muy bien, realmente bien!", sabes... , no sé qué pasó, pero de repente la dueña de la pensión, de un día para el otro, comenzó a tratarme diferente, se preocupa por mí, me cuida, me prepara comida, me pregunta si necesito lavar mi ropa...; pero lo que no entiendo es cómo realizó semejante cambio, ¿qué habrá sucedido?", y le respondí "seguramente que pudo ver en ti el príncipe que se esconde en tu interior".»
Una pequeña palanca puede mover el mundo, una pequeña intervención -un gesto, una palabra- puede construir realidades diferentes. Un pequeño movimiento puede cambiar la vida de un ser humano...
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BRUNO
HILDENBRAND
LA
TERAPIA
MARCELO CEBERIO Y PAUL WATZLAWICK LA CONSTRUCCIÓN DEL UNIVERSO Conceptos introductorios y reflexiones sobre epistemología constructivismo y pensamiento sistémico EMPRESA EDITORIAL HERDER, S.A. Provenza, 388, 08025 Barcelona (España) - Tel. 93 457 77 00 - Fax 93 207 34 48 E-mail: editorial herder(t~herder-sa.com - http://www.herdersa.com
Las tramas de las interacciones humanas tienden, en la evolución, a complejizarse aún más; urge entonces un modelo de psicoterapia que tenga por objetivo el cambio y la resolución de problemas, y provea una modificación de «mirada» que atente sobre dicha complejidad, posibilitando la deconstrucción de viejos significados para elaborar otros nuevos, permitiendo la reflexión a través de la acción y viceversa. Es allí donde las ideas sistémicas encuentran el campo propicio para su desarrollo, co-construyendo en el espacio terapéutico esa gesta «única» que lleva a la conformación de realidades alternativas al padecer humano. La colección Interacciones: epistemología y clínica sistémica, tiene por finalidad reunir e integrar diversas investigaciones del quehacer científico, tanto en el terreno teórico como en el clínico, que posibiliten difundir y evolucionar este paradigma del pensamiento contemporáneo.
Marcelo R. Ceberio Paul Watzlawick 10 10 racc1 o993 La construcción del universo condensa una serie de reflexiones acerca de los nuevos modelos de conocimiento que impregnan las ciencias de estos tiempos posmodernos. Por lo tanto, en su desarrollo se recorren las últimas corrientes del Constructivismo, la Cibernética y la Teoría General de los Sistemas, que se articulan en un todo complementario, centrándose en la pragmática de la comunicación humana. El libro intenta articular cómo se construye el universo personal, partiendo desde las vertientes epistemológicas de la estructuración de la realidad hasta la elaboración de la misma como acto co-constructivo en el ámbito de la psicoterapia. Esta concepción implica entender los descubrimientos como construcciones del hombre y no como teorías de la naturaleza. Solamente desde allí, desde ese juego dialéctico que se establece en la complejidad de las relaciones, pueden abandonarse los criterios que fueron patrimonio de las ciencias clásicas, tales como «objetividad, «verdad absoluta» y la afirmación de una «realidad única». Pero como manual que es, La construcción del universo no queda varada en la perspectiva teórica. Diferentes ejemplos de la vida cotidiana y de la psicoterapia encuentran su convergencia con la nueva epistemología. De esta manera la obra interesará al estudiante que busque una explicación rigurosa y ordenada del Constructivismo sistémico. Pero, como exponente de una visión actualizada y enriquecida, cautivará también al investigador o profesional de las ciencias sociales y de la salud mental que intente ampliar sus conocimientos en esta temática.
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