La Comunicacion No Verbal y La Personalidad

April 30, 2017 | Author: Geniunic | Category: N/A
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Descripción: La Comunicacion No Verbal y La Personalidad...

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La comunicación no verbal Teresa Pont

Teresa Pont    Teresa Pont es psicóloga clínica y psicoterapeuta. También es profesora de posgrado y máster en Grafopsicología y Criminalística en la Universitat Autònoma de Barcelona.                Diseño del libro y de la cubierta: Natàlia Serrano La UOC genera este libro con tecnología XML/XSL.

   

Primera edición: Julio 2008 © Teresa Pont, del texto © Editorial UOC, de esta edición Rambla del Poblenou, 156. 08018 Barcelona www.editorialuoc.com Impresión: ISBN:978-84-9788-732-8 Depósito Legal:

 

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño general y la cubierta, puede ser copiada, reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio, sea éste electrónico, químico, mecánico, óptico, grabación, fotocopia o cualquier otro, sin la previa autorización escrita de los titulares del copyright.

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Nuestro contrato Este libro le interesará si quiere saber:    ·

Qué es la comunicación no verbal.

·

Cómo funciona el ser humano como un todo a través del tándem mente y cuerpo.

·

Cómo interpretar el lenguaje corporal en nuestra vida cotidiana.

·

Qué movimientos nos delatan.

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Qué partes de nuestro cuerpo son más expresivas.

·

Cómo podemos saber si alguien miente.

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Índice de contenidos Nuestro contrato

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Mensajes diferentes

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EL SER HUMANO ES COMPLEJO

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LA PRIMERA COMUNICACIÓN CON EL MUNDO

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EL LENGUAJE DEL CUERPO Y EL ENTORNO

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Cada personalidad tiene sus enfermedades

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LOS INDICADORES BÁSICOS

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La distancia física con los demás Actitudes, posturas, gestos

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Manos, brazos, piernas y pies El tacto

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APRENDER A ESCUCHAR A NUESTRO CUERPO

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Bibliografía

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Mensajes diferentes Cuando hablamos de comunicación entre los seres humanos, por regla general nos referimos a la comunicación verbal, al lenguaje que nos permite expresar nuestros pensamientos y emociones, intercambiarlos con los demás y así poder entendernos. Se ha escrito mucho sobre el lenguaje. Sin embargo, tenemos muy poca información sobre otro tipo de comunicación y lenguaje que también está constantemente disponible y es muy activo en la vida cotidiana y en el transcurso de los años: el lenguaje del cuerpo, el lenguaje no verbal.  Aunque muchos autores han investigado sobre el lenguaje corporal, se puede decir que, en general, poco se sabe de la enorme cantidad de información que puede aportar y de lo mucho que puede comunicar si se sabe detectar y traducir acertadamente.  La psicología de la comunicación nos dice que entre el 50 y el 70 por ciento de los mensajes que emitimos o recibimos en la vida diaria son no verbales, y que sólo una parte podemos controlarla voluntariamente. Este tipo de comunicación con los demás se produce a través de la distancia personal, la actitud, la

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mirada, los gestos o las expresiones faciales. Es una comunicación que, por otra parte, no constituye en sí misma un sistema independiente -excepto en contadas ocasiones, como ocurre con el lenguaje de los signos que utilizan los sordomudos u otros, tal como dice el catedrático de Psicología de la Universidad de Murcia, José María Martínez Selva- por ejemplo el signo de hacer autostop, el de la victoria con los dedos índice y anular extendidos hacia arriba, cerrar el puño excepto el dedo pulgar hacia arriba, como indicador de satisfacción, o el de hacer cuernos, entre otros. Muchos de nuestros sentimientos, como la alegría, la rabia, la gratitud o la repugnancia pueden tener su expresión a través de un movimiento facial rápido o a través de una pose de dejadez.  Por eso es muy importante no sólo que sepamos que existen otros mensajes comunicativos, sino también que conozcamos y comprendamos las señales propias que utilizamos en toda comunicación interactiva con los demás. 

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EL SER HUMANO ES COMPLEJO El ser humano es un todo, complejo, único e indivisible. Por eso no hay ningún método que permita entenderlo al mismo tiempo en su totalidad y en sus relaciones con el mundo exterior. Hace más de un millón de años, el hombre empezó a comunicarse mediante el cuerpo, con el dibujo y la escritura, pero no ha sido hasta los últimos veinte años cuando se han empezado a realizar los primeros estudios e investigaciones.  Hipócrates, el médico más importante de la antigua Grecia (460 a.C.), considerado el padre de la medicina, pensaba que la salud dependía de la armonía interior y del medio ambiente, y afirmaba que cualquier cosa que ocurriera en la mente influiría en lo que ocurriera en el cuerpo. A muchas personas les resulta difícil aceptar que los humanos somos biológicamente animales. El homo sapiens fue ya un determinado género de primate evolucionado, un mono sin pelo que aprendió a andar con dos piernas y con un cerebro avanzado en inteligencia.  El trabajo realizado por el antropólogo Charles Darwin antes del siglo XX, La expresión y las emociones

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en el hombre y en los animales, publicado en 1872, es considerado el germen de los estudios modernos sobre las expresiones faciales y el lenguaje corporal, observaciones e ideas que han sido ratificadas por muchos científicos modernos de todo el mundo. Desde entonces muchos autores han seguido investigando sobre este tema.  A finales del siglo XX, Sigmund Freud, neurólogo vienés, revalorizó la influencia de la mente en la salud y estableció las bases del psicoanálisis a través del descubrimiento del inconsciente, al que atribuía un gran peso y una inevitable influencia y condicionamiento en todo el funcionamiento del ser humano. Decía Freud que tenemos un cuerpo muy interrelacionado con la mente y que eso se expresa, en muchas ocasiones, a través de síntomas (lapsus linguae o actos fallidos, es decir, equivocaciones involuntarias en las palabras que uno pronuncia o en los muchos actos que realizamos, entre otros ejemplos), que traducen mucho de todo lo que la persona tiene interna y fuertemente reprimido.  Muchas veces creemos que nos hemos expresado correctamente, a pesar de haber tenido de repente un lapsus linguae, y entonces no conseguimos entender de qué deben de reírse los demás. A menudo, desgraciadamente, vemos que es un hecho importante de la psicología general y de la sociedad que nuestra vida psíquica se base sólo, en cierta medida, en las percep-

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ciones e imágenes de las que somos sólo plenamente conscientes, y que producen extrañeza e incomprensión todas las acciones o reacciones corporales que realizamos de manera totalmente involuntaria, sin tener en cuenta la enorme importancia que tiene la existencia y el funcionamiento de nuestro inconsciente en nuestra personalidad. Y que precisamente por estar fuera de toda conciencia, su poder es mayor (debido al factor de imprevisión, de sorpresa, de manifestación de lo más instintivo que poseemos, de lo más impulsivo) y generalmente inevitable.  A través del tiempo, y con un mayor desarrollo y aplicación de la psicología clínica en nuestras consultas profesionales, hemos ido consiguiendo un mayor conocimiento del inconsciente y de su interrelación con otras funciones conscientes de la mente, lo cual nos permite entender mejor nuestro funcionamiento global de la personalidad y actuar socialmente de una manera más integrada, con más unión entre la mente, las emociones y los impulsos.  El psicoanalista Carl Jung, con relación a ello, hizo referencia al lado oscuro y no deseado de la personalidad, lo que no coincide con la imagen que uno tiene de sí mismo (como cuando se nos presentan, con intensidad, sentimientos dolorosos, odiosos o de rabia, que nos cuesta reconocer y aceptar). Pero evidentemente todo lo que no se reconoce, no por eso deja

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de existir, sino que inevitablemente busca la oportunidad de poder expresarse en el momento oportuno.  La filosofía holística también afirma que lo que pasa en la mente está pasando en el cuerpo y viceversa. Para F. Alexander, psiquiatra de Chicago, muchas manifestaciones crónicas corporales eran debidas a la continua exigencia que sufre el organismo en su lucha diaria para sobrevivir, y sus ideas dieron lugar a la tan conocida medicina psicosomática, actualmente tan en boga. El psicoterapeuta norteamericano Maslow dice que, ante una necesidad básica, todo el ser humano está motivado y no sólo una parte de él, y produce la idea del hombre como entidad biopsicosocial, también estudiada por la psicología cognitiva.  El científico de la comunicación Mark Knapp, un autor que realiza un amplio y especializado estudio sobre el tema, nos dice que A. Lowen (1957), discípulo directo de los psicoanalistas Sigmund Freud y Willheim Reich, hace hincapié en la importancia de la estrecha vinculación entre cuerpo y mente, con la publicación de un libro en 1970 sobre lenguaje corporal, resumiendo muchos trabajos realizados por diversos estudiosos hasta aquel momento.  Charles Chaplin y muchos actores del cine mudo fueron los pioneros en el arte de la comunicación no verbal, en aquel tiempo única posibilidad de comunicación disponible en la pantalla. 

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En una conversación cara a cara, gran parte de la comunicación se lleva a cabo sin palabras, no verbalmente. El antropólogo Ray Birdwistell, al igual que el psicólogo clínico A. Mehrabian, entre otros autores, descubrieron que el componente verbal de una conversación cara a cara es menor al 35 por ciento y que más del 65 por ciento de la comunicación es de tipo no verbal. La mayoría de ellos coinciden en que el canal verbal se usa principalmente para proporcionar información, mientras que el canal no verbal se usa para expresar las actitudes personales y, en muchos casos, como sustituto de los mensajes verbales. 

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LA PRIMERA COMUNICACIÓN CON EL MUNDO Freud mantenía que uno de los principios fundamentales del psicoanálisis es el que afirma que todo lo que es psíquico, mental, se desarrolla en el ser humano con una referencia constante a la experiencia del cuerpo. El yo del sujeto al principio es, pues, ante todo un yo corporal porque deriva de las sensaciones del cuerpo, principalmente de aquellas que tienen la fuente en su superficie.  Para llegar a poder comprender las verdaderas raíces de la comunicación en un sujeto, los psicólogos aludimos a la inevitabilidad de tener que ir a la prehistoria del bebé, a la primera infancia en la que las palabras, el lenguaje verbal, aunque importante, es menos importante que las incipientes percepciones olfativas, táctiles, visuales y auditivas (sobre todo la tonalidad de la voz), para entender por fin el vínculo entre sufrimiento, angustia y placer o satisfacción.  comunicación táctil es probablemente la forma de comunicación más básica y primitiva, porque, en realidad, es el primer proceso sensorial que entra en funcionamiento. 

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la vida fetal, el niño empieza a responder a las vibraciones de los latidos del corazón de la madre, que golpean todo su cuerpo y se ven magnificados por el líquido amniótico. Durante la primera infancia, las palabras acompañan al tacto hasta que el niño asocia ambas cosas; entonces las palabras sustituyen al tacto prácticamente del todo.  A partir del momento en que las palabras van reemplazando al contacto táctil, la íntima proximidad cuerpo a cuerpo es reemplazada ya por la distancia. El psicólogo L. K. Frank, que ha extraído importantes consecuencias de esta evolución, dice que en las etapas posteriores de la vida, en la edad adulta, los símbolos privados táctiles primarios propios de la infancia se establecen ya con menos claridad y menos eficacia como fuentes de comunicación.  A los seres humanos, lo táctil nos proporciona no sólo una percepción "externa", sino también una percepción "interna". Cuando se toca el cuerpo del bebé éste siente que su cuerpo es tocado por "el otro". Por otro lado, esta bipolaridad de lo táctil es, más adelante, objeto por parte del niño de una exploración activa y progresiva del cuerpo: con su dedo, con la mano, va tocando partes de su cuerpo, se mete el pulgar en la boca, lo va experimentando todo con su cuerpo, con su boca, donde se lo mete todo para tener conocimiento de las cosas y de lo que le rodea, y constata de esta manera, y simultáneamente, las posiciones

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complementarias de sentirse:por una parte, objeto/el otro y, por la otra, de sí mismo como sujeto. Este desdoblamiento, inherente a las sensaciones táctiles, prepara otro camino reflexivo del yo consciente, que va a apoyarse siempre inevitablemente en la experiencia táctil.  Aunque las madres piensen con ayuda de una fuente de lenguaje (y la mayoría de las madres hablan constantemente a su bebé de muchas maneras), las estructuras psíquicas más antiguas del niño pequeño se articulan en torno a significaciones no verbales, en las que las funciones corporales y las zonas erógenas ejercen un papel primordial. Ya en el nacimiento y en los días siguientes, el niño presenta un rudimentario esbozo de la noción de su yo, por las experiencias sensoriales realizadas hacia el final de la vida intrauterina y, sin duda también, por el código genético que predetermina el desarrollo en este sentido.  Para sobrevivir, el niño necesita recibir las atenciones físicas y afectivas repetidas y ajustadas de un entorno maternal, mínimamente satisfactorio, y emitir, con relación a este, las señales susceptibles para desarrollar y conseguir hacer más precisas estas atenciones, explorar el entorno físico en busca de los estímulos necesarios para ejercer sus potencialidades y activar su desarrollo sensorial motor. También la psicóloga Lauretta Bender afirma que ya existe en el lactante, en los momentos previos al lenguaje, una actitud psi-

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comotora específica antecesora de la que después él expresará con una mayor amplitud.  Al principio, el pequeño inventa o se encuentra con objetos (security blankets), que en su mente encarnan la esencia misma de las funciones protectoras y tranquilizantes de la madre. Estos objetos pretransicionales o mediadores son a menudo una prenda de vestir de la madre, unos pequeños trozos de tela o un chupete, entre otros, asociados a su olor y a la naturaleza táctil y al calor del cuerpo de la madre. Más adelante, estos objetos fuertemente investidos de afecto que permiten al bebé dormir con la ilusión de la presencia materna, se sustituyen, si todo se desarrolla con normalidad, por sustitutos maternos más sofisticados, como ositos de peluche, muñecos, música u otros rituales.  Este es el momento en que el lenguaje comienza a sustituir a las formas primitivas de comunicación corporal y cuando el niño es capaz de concebir y pronunciar la palabra "mamá", que crea la posibilidad de evocar el calor y la protección que la madre garantiza únicamente mediante esta palabra, sin tener obligatoria necesidad de su reconfortante presencia directa.  A medida que disminuye el contacto corporal y las formas gestuales de comunicación del niño con la madre, aquéllas van siendo sustituidas por el lenguaje, por la comunicación simbólica. El lactante se convierte en un niño dotado de palabra. A partir de esta fa-

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se, se reprime el deseo contradictorio de ser él mismo sin dejar de ser parte indisoluble del otro, y se compensa la nostalgia con la doble ilusión de tener una identidad separada de la madre y firme y de conservar al mismo tiempo un acceso virtual e imaginario a la unidad originaria e inefable con ella (necesaria simbiosis del principio de la vida para su supervivencia).  Lo más primario, instintivo e impulsivo del ser humano, que lo acompaña desde su nacimiento (basado esencialmente en las experiencias del propio cuerpo), se va socializando progresivamente y llegando a un pensamiento más elaborado, secundario y maduro, gracias a la traducción verbal, por sus personas más queridas, de los estados del bebé, que lo observan y le hablan (por medio de una "función materna" suficientemente buena que trata de entender lo que le pasa y así lo puede ayudar).  Gracias a los descubrimientos que pasan siempre por el cuerpo, desde la primera, y esencial, función psíquica como es la atención, sin la cual no se pueden desarrollar adecuadamente posteriores conocimientos (porque si uno no se fija bien o no se presta bastante atención básica a las cosas, estas no le "llegan" con suficiente nitidez y después no puede recordarlas o aprenderlas), se podrá, gradual e integradamente, enriquecer el pensamiento con las posibilidades posteriores que se adquirirán de poder memorizar, poder concentrarse, reflexionar, adquirir la nece-

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saria introspección, capacidad de autocrítica, etc., y ampliar así las capacidades mentales como sujeto.  Hay modelos de comportamiento psicomotor que se constituyen precozmente en el bebé como consecuencia de todas estas interacciones. Si estos han sido satisfactorios, repetidos y aprendidos, se convierten en comportamientos preferidos y son precursores de los modelos cognitivos ulteriores. Asimismo, aseguran el desarrollo de un estilo personal y de maneras de expresarse propias gracias a las etapas sucesivas de la maduración nerviosa, cuya experiencia realiza el bebé, si el entorno le da la oportunidad. 

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EL LENGUAJE DEL CUERPO Y EL ENTORNO La actividad mental y física humana se desarrollan en condiciones de una verdadera e intensa comunicación con el entorno, en el transcurso de la cual, el niño adquiere de los adultos la experiencia de muchas generaciones anteriores. La base del desarrollo mental pasa a ser la gradual y progresiva adquisición de las experiencias de otros mediante la interacción conjunta y el lenguaje.  Por lo tanto, el cuerpo, tal como lo percibe el ser humano, no es una cosa "natural" ni preexistente, sino que se construye a lo largo de un proceso basado en la constante articulación y dialéctica entre los aspectos que se van constituyendo constantemente desde el sujeto, con el entorno en el que vive. El más constitucional es el que conforman las bases hereditarias y genéticas determinantes de la talla, la imagen corporal, la vulnerabilidad con respecto a una u otra enfermedad y una infinidad de características que, a partir del descubrimiento del genoma humano y de su estudio, probablemente nuestra sociedad irá conociendo cada vez más. 

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En el entorno donde vivimos, se van integrando constantemente el medio ambiente físico, la cultura en la que cada individuo nace y vive, y las demás personas implicadas e involucradas en su propia supervivencia.  Las experiencias que se derivan de este intercambio individuo-entorno se van registrando e inscribiendo gradualmente en el cuerpo, velada e imperceptiblemente, y, al mismo tiempo, lo van conformando como tal. El cuerpo de un sujeto, de esta manera, va tomando un significado propio, específico e intransferible por las palabras que le dedican las otras personas con las que convive, por las formas de conexión y contacto con que se le cuida y atiende y por la cantidad y calidad de las sensaciones que le provee el medio físico que le rodea.  La noción que tendrá sobre su propia realidad surgirá tanto del sistema cultural como del medio familiar a los que pertenece el individuo; las creencias que le son transmitidas provienen de dos fuentes significativas: el lenguaje verbal y el no verbal. El verbal tiene como instrumento la palabra. El no verbal trata de transmitirse a través de las imágenes que se presentan como referencias; las clases de tacto y de contacto; los gestos, las posturas y las actitudes corporales con los otros, y la estimulación derivada desde el medio físico (lo que le transfieren, lo que él o los demás "proyectan" de sí mismos en los otros). 

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Los mensajes de la cultura, en general, influyen en los rituales en que todo el cuerpo está involucrado.  Se incluyen entre estos los hábitos de higiene y cuidado del cuerpo, las ceremonias de iniciación social, los parámetros de belleza y maneras de vestir, los gestos y hábitos de movimientos característicos de cada cultura y también los modos generales como los humanos experimentamos los síntomas. Muchas veces las acciones que las personas realizan para acercarse a las referencias valoradas en su grupo de pertenencia pueden llegar a serles muy costosas porque las más intimas inclinaciones o motivaciones propias subyacentes se lo impiden.  Según refleja Knapp en su libro El lenguaje no verbal, la percepción del cuerpo de los demás y de su expresión de las emociones es tan primaria como la percepción de nuestro propio cuerpo y sus emociones y expresiones. Como muchos expertos, refiere que muy a menudo los seres humanos encontramos nuestra propia imagen corporal libidinal gracias a la tendencia de "deseo y amor" de los demás, especialmente de las figuras más significativas afectivamente en nuestra vida. Existe una profunda y continua interacción entre nuestra propia imagen corporal y la de los demás.  Todo cambio en la expresión, ya sea debido a cambios vasomotores o cambios de actitud, también se convierte en una modificación de nuestras relaciones sociales con los demás y tiene como función apro-

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ximarlas a nosotros (el rubor y la transpiración no hacen sino mostrar con mayor claridad una reacción que puede traducir: "Me han pillado" o "me han descubierto"; de angustia o tensión en el segundo caso).  Los "otros" significativos familiares o sociales habitualmente sostienen y estimulan al sujeto en su progresivo crecimiento. El peso de los mensajes transmitidos por este grupo será mayor o menor según el grado de implicación que estas personas tengan con relación a la propia supervivencia del sujeto, y le transmitirán la importancia de la presencia o ausencia de determinados rasgos, aunque estos no sean relevantes para el entorno social más amplio.  Los contenidos de estos intercambios del sujeto con la cultura en general, con la subcultura de la familia en particular y con el medio físico que lo rodea conformarán su bagaje y su historia personal con relación al cuerpo. Por otra parte, y en sentido inverso, todo lo que ha sido inscrito en el cuerpo, el individuo también lo expresará a través de la actitud y organización de su cuerpo en el espacio; sus hábitos, movimientos y actitudes corporales; las zonas identificadas como de placer o no placer; la valoración mayor o menor de órganos o partes del cuerpo; los patrones usuales de reacción a los estímulos y formas de somatización, y el desarrollo de determinadas enfermedades específicas. 

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La subcultura de la familia es la que imprime su marca más profunda en el ser humano y la que determina, condiciona o propicia con mayor fuerza tendencias a diversas modalidades de expresión que pueden resultar saludables o no para la vida de la persona. Éstas dejan un sello intenso en el cuerpo, que a menudo está implicado en muchas de las dificultades de comunicación corporal en etapas adultas, fundamentalmente las que se refieren a las manifestaciones de afecto y la sexualidad (sobreestimulación sensorial o sexual, indiferencia o frialdad, maltrato, calidez afectiva).  Por otra parte, los padres son poseedores de un imaginario colectivo que da cuenta de valores, mitos y creencias aplicadas al cuerpo, mensajes que también condicionan, de alguna manera, la autopercepción y modalidades de contacto del individuo con su entorno y con los otros, y que además, como mensajes significativos, se inscriben con más fuerza en las etapas primarias de la vida del individuo, aunque eso no invalida que también, con nuestra libertad para poder cambiar y de conciencia, podamos ir construyéndolos progresivamente en otros momentos posteriores.  Cada personalidad tiene sus enfermedades Las personas tienen su propio estilo para todo, también para enfermar. Por ello toda forma de somatización nos habla de la persona en particular y

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nos ofrece conocimiento. El profesor de Psicología de Miami, Theodore Millon afirma que la forma de manifestarse de una enfermedad así como las características de los síntomas corporales de los pacientes están profundamente relacionados con algún rasgo de la personalidad, o con los estilos personales en general. Un mismo síntoma corporal o enfermedad se expresa de muy distintas maneras en diferentes personas, y, a su vez, esta forma particular de manifestarse tiene relación directa con características de la personalidad de quien experimenta el síntoma.  La instructora de reflexología holística Alicia López refiere investigaciones según las cuales determinados tipos de personalidad se relacionan con determinados tipos de enfermedad (existencia, entre otras, de dos tendencias de la personalidad: patrones de conducta tipo A, al que se relacionan los rasgos de hostilidad y enfado con la enfermedad coronaria, y de tipo C, al que se relacionan otros rasgos, como la sensación de indefensión aprendida, que afectan al sistema inmunológico y a la bajada de defensas, con la depresión y el cáncer).  Los hechos cotidianos van asociados a exigencias para la mente, el cuerpo y las emociones. Una gran preocupación laboral, matrimonial o la muerte de un ser querido produce inevitablemente estrés psicológico y respuestas anímicas específicas. Para poder funcionar con el estrés, las personas aprenden a convi-

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vir con él, a veces con facturas excesivas que sobrepasan su capacidad de adaptación y las llevan a enfermar (una repentina alopecia parcial o total, acentuación del asma, pérdida de las cejas, llagas de estómago, eccema o urticaria, entre otros ejemplos, pueden ser signos vinculados de alguna manera al estrés).  La sobresaturación psíquica influye, sobre todo, en las enfermedades para las que el sujeto ya tiene predisposición genética. La potencialidad para desarrollar la enfermedad es subyacente en todo individuo y la sobrecarga emocional, muy relacionada con el ambiente externo, actúa como detonador.  En muchos casos, las personas no tenemos noción de cuál es nuestra capacidad o tolerancia respecto de nuestro potencial de salud, y no pensamos que éste no puede medirse con ninguna otra medida que no sea la propia, de manera que llegamos a tener muy poco registro de nuestras necesidades. Muchas voces en nuestro interior nos dicen: "Si esta persona puede, yo también puedo", �Este trabajo tan duro se tiene que hacer obligatoriamente", "Tengo que demostrarles que lo puedo hacer yo solo", y no hacemos caso de las señales que nuestro cuerpo y nuestra mente nos están enviando, indicadores de agotamiento o de la necesidad de poner freno a las situaciones.  El hecho de tomar conciencia de nuestro propio estilo de vida y de los riesgos que comporta para la salud es una manera de poder prevenir enfermeda-

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des. Cuando reconocemos nuestras propias sensaciones, el lenguaje no verbal del cuerpo y los sentimientos humanos de vulnerabilidad o fragilidad comunes a toda persona, podemos captar los signos de alarma, por muy sutiles que estos sean, cuidarnos mejor y más globalmente y buscar otras alternativas que nos sean más convenientes.  Los indicios del cuerpo

Son otras expresiones no verbales del cuerpo, manifestadas a través de la activación fisiológica, que se intenta detectar objetivamente, desde hace cierto tiempo, por medio del polígrafo, técnica a la que no tiene acceso todo el mundo y que sólo es utilizada por profesionales especializados (aunque también se ha estudiado que los cambios fisiológicos pueden obedecer a diversos procesos psicológicos diferentes y no sólo al engaño). De todos modos, todos sabemos que las emociones provocan a menudo cambios característicos en la expresión facial y que nos permiten identificarlas a través de la alteración del curso normal de una acción que realiza el sujeto, y es así como se consiguen detectar las mentiras, más frecuentemente en la forma no verbal que en la verbal.  Eso ocurre sobre todo cuando las emociones son más intensas, porque éstas impulsan a menudo hacia la "acción" y tienden a desorganizar el comportamiento al coincidir en competencia diferentes tendencias

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a la acción; por una parte, lo que se está haciendo o que se planea hacer y, por otra, lo que la emoción que domina en ese momento (miedo, culpa, estrés) realmente impulsa a llevar a cabo.  Los músculos y los nervios son excitables a los estímulos, internos o externos. Los estados emocionales influyen en la respiración (más rápida en momentos de ansiedad o miedo), en la transpiración (se suda más ante estas emociones), en la digestión, en los temblores corporales ante la inquietud o la ansiedad y en otras funciones del cuerpo (se puede vomitar, defecar o perder el control de la micción, además de otras cosas, en situaciones de mucho estrés o de alta incontinencia emocional por algún acontecimiento amenazador). 

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LOS INDICADORES BÁSICOS Por imagen del cuerpo entendemos aquella representación que nos formamos mentalmente de nuestro cuerpo, la conciencia de éste, la imagen tridimensional que todos tenemos de nosotros mismos. Aunque provenga de los sentidos, no sólo es una mera percepción, ya que la corteza sensorial es la reserva interna de impresiones pasadas (recuerdos) que incidirán en las manifestaciones expresivas y los lenguajes corporales que después todos tenemos.  Las expresiones faciales, el contacto ocular, las características de la voz, el tacto, el tono muscular, la calidad y el estilo de los movimientos del cuerpo y la actitud constituyen los elementos básicos del lenguaje corporal.  Las frases y refranes populares constituyen generalmente una enorme fuente de sabiduría, de simbolismo y de verdad que traducen este tándem continuo entre cuerpo y mente. Por ejemplo, ponerse en la piel del otro; tener la piel muy fina; tener buen ojo; poner los ojos en alguien; costar un ojo de la cara; tocar de pies en el suelo; llevar una venda en los ojos; hacer la vista gorda; hacer entrar por los ojos; cerrar la bo-

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ca; mano de hierro; mano dura; tener mano izquierda; darse buena mano.  El filósofo Friedrich Nietzsche decía que lo que le pasa al cuerpo, le pasa a la persona entera, ya que el cuerpo es el mensajero de algún conflicto del que la persona no es consciente y al que no presta bastante atención porque reclama un cambio. Él definía al hombre como un animal metafórico, refiriéndose a ese instinto que impulsa a hacer metáforas, instinto fundamental. La metáfora implica una actitud filosófica presente en la vida cotidiana: con la metáfora se intenta superar los límites que delimitan las experiencias mediante explicaciones simplistas y reduccionistas.  Las experiencias inconscientes no sólo perduran sino que resultan eficaces en el presente. Así como el pensamiento consciente no tolera las contradicciones y trata de llegar a una conciliación de las tendencias incompatibles, las tendencias inconscientes nunca se contradicen entre sí. Y un síntoma llamará la atención sobre el conflicto existente o la significación oculta, y se podrá iluminar así con su traducción simbólica. La toma de conciencia de lo que el cuerpo expresa promueve el autoconocimiento y, muchas veces, especialmente si se analiza con cierta frecuencia y se trata conjuntamente con profesionales expertos, también la autocuración personal. 

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Freud parecía estar en lo cierto cuando describía que la conciencia era como la punta de un iceberg mental, al quedar depositados en el inconsciente, lugar más amplio y profundo, todos los impulsos e instintos más primitivos del ser humano. Así permitía, de alguna manera, restablecer los vínculos existentes entre los animales y el hombre, con lo cual desmitificaba a Descartes cuando esté decía que la conciencia era la única ocupante de la mente.  La distancia física con los demás Nuestra propia imagen corporal adquiere sus posibilidades y su existencia sólo gracias al hecho de que nuestro cuerpo no se encuentra aislado. Un cuerpo es, necesariamente, un cuerpo entre otros cuerpos porque tenemos otros seres alrededor. La palabra "yo" no tiene sentido cuando no hay un "tú". No sólo toleramos a los demás sino que su existencia representa para nosotros una necesidad íntima. El psicólogo social M. Cook observó que a medida que la motivación crece, las personas desean sentarse más cerca de las otras o utilizar más la mirada.  "Si puede leer esto, usted se encuentra demasiado cerca", manifestaba un conocido adhesivo de parachoques de automóvil con el fin de mantener una mínima distancia de seguridad entre los vehículos. Letreros como "Prohibido entrar" o "Sólo para geren-

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cia" son intentos parecidos de regular la cantidad de espacio entre los seres humanos.  Todas las personas consideramos como propio cierto espacio alrededor de nuestro cuerpo. La manera de entender este espacio suele ser subjetiva y única para cada uno de nosotros. Nuestro comportamiento territorial puede ser útil a la hora de regular la interacción social y el control de su intensidad (algunas conductas territoriales dentro del propio espacio son particularmente fuertes, como, por ejemplo, la butaca del padre, la cocina de la madre, la radio de Pepe, la silla del jefe, la mesa de trabajo de un compañero o el móvil de María) y puede ser fuente de conflicto que el territorio propio se vea invadido o disputado.  Hay personas a quienes les gusta tocar a menudo al otro cuando habla y que intentan disminuir el espacio que los separa como manera de buscar cierta intimidad. A veces incluso puede buscarse cierta posesividad cuando intentan englobarlo en su propia esfera o se adentran excesivamente en la del otro, muchas veces inconscientemente. A menudo, el otro lo percibe desfavorablemente, y lo vive como una intrusión o invasión de su propio espacio.  Una falta de distancia física respecto del otro, acompañada de una utilización fácil de sus pertenencias, o el hecho de tocarle a menudo el brazo, la mano u otras partes del cuerpo es propio de personas que no tienen muy claros los propios límites perso-

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nales, tienden a ser dominantes o posesivas con los demás, respecto a quienes, a menudo, se sienten "con derecho a", y tienen tendencia a querer manipularlos. El excesivo y frecuente acercamiento corporal a otra persona parece estar al servicio de intentar encontrar en ésta un sentido de plena accesibilidad hacia uno mismo, una total disposición y receptividad, en ocasiones como si se tratara de una especie de pertenencia, de una búsqueda forzada y sutil de intimidad. Por otra parte, la cultura moderna de la mayoría de las sociedades, ha hecho que la gente sienta vergüenza del olor del propio cuerpo, olor humano que también expresa emociones, como la transpiración que emana de las glándulas del sudor y los excrementos (en situaciones de miedo o gran ansiedad), la saliva (menos abundante en momentos de temor, nerviosismo o angustia en que se seca la garganta), las lágrimas (por dolor o por una gran alegría) y la respiración (rápida cuando hay ansiedad). Socialmente, todos estos olores y secreciones se asocian muy a menudo a cierto significado de animalidad e instinto primarios.  Maniobras corporales

Hay diversas maniobras corporales de defensa o autoprotección personal que requieren reacciones de cierto "distanciamiento" de los demás y que utilizamos ante lo que puede ser considerado, en mayor o menor medida, un motivo de determinada amenaza

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externa. Por ejemplo, "huir" del lugar donde se está produciendo lo que se siente o se ve, lo que sea que nos molesta o que oigamos que nos perjudica (moviéndonos o realizando cierto desplazamiento para alejarnos). O dirigir durante mucho tiempo la mirada hacia otro sitio como si no tuviera nada que ver con nosotros.  También puede serlo cambiar repentinamente de tema por otro más impersonal. Los cortes, las interrupciones o las escisiones en la conversación, con lo que implican de discontinuidad, ante algo que estamos escuchando o haciendo, suele ser un indicador de la necesidad de cambiar alguna cosa que en aquel momento nos llega y que por algún motivo nos disgusta o nos duele.  Otro tipo de maniobra es lanzar miradas hostiles o con las cejas fruncidas por el pequeño o gran choque emocional que alguna cosa provoca en nuestro interior, como si se hiciera saber así que no se acaba de entender bien lo que nos están diciendo o lo que se está produciendo frente a nosotros.  Otros ejemplos son dar media vuelta, ponernos de espaldas o apartarnos inclinando el cuerpo; bloquear el avance del interlocutor con determinados objetos (sosteniendo una pequeña carpeta en el pecho) o cubriéndose partes del cuerpo con alguna prenda de ropa, un jersey, mientras dura la conversación; cogerse las manos o cruzar los brazos delante del pe-

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cho con el fin de poner una barrera a la supuesta "invasión"; frotarse el cuello, de tal manera que el codo avance hacia quien supuestamente molesta, y, por último, también utilizar defensas verbales.  Hay otras personas, en cambio, a quienes les gusta mantener una mayor distancia física con el otro porque eso les ayuda a mantenerse cómodamente resguardados en el propio territorio y a relacionarse adecuadamente. La mayor o menor proximidad física dependerá siempre, claro está, de la confianza o la intimidad que haya en la relación. A nadie le gusta que los otros invadan su territorio, como demuestran los frecuentes ofrecimientos de disculpa de quien no ha podido evitar en determinadas ocasiones tal invasión. El antropólogo E. T. Hall afirma que los cambios espaciales entre las personas aportan tono a la comunicación establecida, lo acentúan, y a veces incluso puede no hacerse ningún caso de la palabra hablada. En una relación entre dos personas, éstas pueden invitar o evitar a la otra dependiendo del respeto que cada cual muestre por el espacio personal de la otra persona. Los psicólogos clínicos a menudo encontramos conflicto o patología en los resultados de todos los excesos. La falta de conocimiento de las variaciones de distancia de las zonas íntimas en diferentes culturas (oriental, mediterránea o nórdica) puede llevar fácilmente a errores de juicio. Por ejemplo, las personas criadas en zonas muy poco pobladas suelen exigir

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mucho más espacio personal que las que crecieron en zonas de mayor densidad y, además, suelen evitar el contacto físico con las demás personas.  El ambiente social tiene mucho que ver con la distancia a que nos colocamos de los demás en la conversación. Una reunión de mucha gente con motivo de una celebración exige una distancia diferente de la de una noche en la intimidad de la sala de casa con nuestra pareja. A medida que aumenta el tamaño de una habitación, la gente tiende a sentarse más cerca. Si se percibe un ambiente formal o no familiar se suele establecer una mayor distancia con los desconocidos y una mayor proximidad con los que ya se conocen. El estado emocional (depresión o alegría, por ejemplo) puede incidir en la mayor o menor proximidad o lejanía que deseamos con los demás. La introversión o extraversión, y la sociabilidad en las personas también incide en la mayor o menor proximidad con los otros.  El científico americano F. N. Willis, por otra parte, atribuye una mayor cautela en la aproximación que suelen adoptar algunas mujeres cuando se hacen amigas, si bien en nuestra sociedad y con el paso del tiempo, va disminuyendo. En nuestra cultura, el mayor espacio o distancia se suele asociar al estatus. En general, los que tienen un estatus alto, disponen de más y mejor libertad de movimiento. Hay estudios que su-

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gieren que la ansiedad hace que las personas se mantengan a una mayor distancia de los demás.  En las distancias cortas, se observó que las personas solían tener un alto concepto de sí mismas, intensas necesidades de asociación, que no eran autoritarias y que se autocontrolaban bien. A menudo los líderes se sientan a la cabecera de la mesa, lugar visible que suele implicar noción de estatus o de dominio. Las distancias y los asientos escogidos cuando no se trata de un grupo tampoco parecen ser accidentales, ya que están en relación con la afinidad, la proximidad afectiva, el tema que se trate, la naturaleza de la relación y ciertas variables de personalidad de la gente.  Cuanto más desconocidas sean las personas entre sí, mayor será la formalidad y más convenciones se respetarán, y también habrá más probabilidades de que el comportamiento de comunicación sea más tirante y superficial, vacilante y estereotipado. Cuando nos encontramos con una persona nueva, solemos ser cautos, comedidos y convencionales en nuestras respuestas. Lo mismo pasa cuando nos encontramos en entornos que no nos son familiares, cargados de rituales y normas que todavía no conocemos. En estas situaciones es posible que vacilemos antes de movernos con rapidez y es probable que correspondamos lentamente hasta que no asociemos este entorno no familiar con alguno conocido. Cada uno de nosotros busca una distancia conversacional cómoda, que varía

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según la edad, el sexo, el marco de referencia cultural y étnico, el ambiente, las actitudes, las emociones, los temas, las características físicas, la personalidad que se tenga y el tipo de relación que tengamos con la otra persona (muchas veces, lo que determina que una discusión o conflicto sea personal o impersonal es mucho más la naturaleza de la relación entre los individuos que el tema específico que lo haya dado lugar).  Actitudes, posturas, gestos El antropólogo social Edward Sapir dice que respondemos con gran vivacidad a los gestos, como de acuerdo con un código secreto y elaborado no escrito en ningún sitio, que nadie conoce, pero que todos comprenden.  Nuestro cuerpo, y con éste la imagen corporal, es una parte indispensable de toda nuestra experiencia vital. Constantemente vivimos con el "conocimiento" de nuestro cuerpo. En toda acción, las personas no sólo actuamos como personalidad, sino que también operamos con nuestro cuerpo. Un cuerpo es siempre el cuerpo de una personalidad, y toda personalidad tiene emociones, sentimientos, tendencias, motivos y pensamientos que, inevitablemente, influyen en las expresiones. No hay imagen corporal sin una personalidad detrás. Y la estructura de la imagen corporal en su sentido más psicofisiológico se basa, en gran medida, en procesos que permanecen en los fon-

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dos de la propia conciencia. Allí es donde tiene lugar una activa construcción de la imagen del cuerpo, basada en procesos psíquicos conscientes e inconscientes que inciden siempre en "lo que somos o creemos ser", y que siempre van organizando "lo que decimos y hacemos".  A lo largo del día, se van expresando diferentes actitudes corporales según lo que la persona experimenta, la calidad de sus pensamientos y sentimientos y la interacción con su entorno. Cuando vemos algo, se inician inmediatamente ciertas acciones musculares que ocasionan al instante un cambio en la percepción de nuestro cuerpo. Todo afán y deseo modifica la sustancia del cuerpo, su gravedad y su masa. Y por eso todo cambio concreto en el modelo postural del cuerpo también modifica la zona circundante y la vuelve asimétrica, de acuerdo con la situación vital específica que experimente.  Por otra parte, aunque se diga vulgarmente que lo único que cuenta es la belleza interior, las investigaciones sugieren que la belleza exterior o el atractivo físico ejercen un papel preponderante en el resultado de las respuestas en los encuentros personales (por eso datos de nuestra cultura muestran que respondemos más favorablemente a aquellos que percibimos como físicamente más atractivos).  La postura de una persona suele ser fija o coyuntural según la mayor o menor plasticidad del sujeto

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para modificarla. Son formas de disponer el cuerpo en el espacio, con un tono muscular determinado en respuesta a determinado contexto o situación emocional. Son verdaderos mensajes que el cuerpo emite, inseparables de la experiencia emocional que sentimos. Muchas veces adoptamos unos patrones físicos que responden a nuestras sensaciones internas, como cuando estamos deprimidos y lo expresamos con el tronco curvado hacia adelante con los hombros caídos ("alicaído"), una mirada desesperanzada, un tono muscular poco vital.  En cambio, en momentos de euforia o excitación social, se adopta una actitud corporal de apertura y desinhibición que tiende a elevar la estructura ósea y el tono muscular, a tener la mirada encendida, a un mayor movimiento de brazos y manos, a un habla fluida y rica en matices. El desgarbo en la manera de moverse, andar o expresarse, con cambios bruscos de expresión, suele ser propio de alguien poco consistente y no muy estable; una tendencia a huir, un ademán silencioso, incluso poco firme, que se manifiesta poco, como si no se atreviera a mirar de cara y con tendencia a pasar desapercibido, se da en personas con poca autoestima y valoración personal.  Todo cambio operado en la propia actitud psíquica provoca otro cambio en la situación dinámica total del sujeto, que se experimenta como una modificación de la tensión muscular, bajo la forma de tirantez,

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esfuerzo o aflojamiento. Hay una interrelación tan estrecha entre la secuencia muscular y la actitud psíquica que no solamente se vincula la mencionada actitud con los estados musculares, sino que toda secuencia de tensiones y relajamientos provoca una actitud específica. Modifica situaciones y actitudes internas, y llega a provocar, incluso, una situación imaginaria que se adapta a la sucesión muscular.  Así tenemos ejemplos como apoyar con satisfacción los pies sobre la mesa o poner las manos en la pared, que son en cierta manera una proclamación del material como propiedad o extensión del propio cuerpo, en momentos de bienestar e hinchamiento del yo, similar a cuando la mujer va por la calle cogida del brazo de su pareja, con sentido de cierta posesión. Dos personas que hablan de pie, una frente a otra, en posición cerrada y sin cambiar su postura aunque llegue un tercero, nos están indicando que no lo aceptan y que desean seguir hablando entre ellas, en estricta confidencialidad. También la dirección de los pies es indicativa del interés por las personas que tenemos delante.  Está también el factor de la imitación, que se da cuando dos o más personas que están hablando repiten algunos de los gestos de las demás, lo cual constituye una imagen en espejo, que significa que hay coincidencia entre sí, identificación, que están bien juntas. Sin embargo, siempre y en todos los casos, hay que

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tener en cuenta que las circunstancias que rodean la situación específica siempre pueden modificar la interpretación que se da a las expresiones corporales.  No hay nada automático

Toda emoción se expresa en el modelo postural del cuerpo y toda expresión está vinculada a cambios característicos en el modelo postural del cuerpo. No hay nada automático. Hay emociones que influyen sobre el cuerpo y las emociones siempre se dirigen hacia los otros, siempre son sociales: hay tendencias activas del juego; hay motivos instintivos y voluntarios bajo la guía de objetivos últimos de la personalidad y del organismo en su totalidad.  Toda emoción se relaciona con movimientos expresivos, o al menos impulsados por éstos.  Cuando sentimos odio, el cuerpo se contrae, se tensa y los contornos que lo separan del mundo se hacen más netos; se inician acciones en los músculos voluntarios, pero también pueden intervenir elementos simpáticos y parasimpáticos. En cambio, cuando experimentamos afecto o amor, el cuerpo tiende a expandirse. Abrimos los brazos como si quisiéramos abarcar a toda la humanidad. Nos dilatamos y las fronteras de la imagen corporal pierden su nitidez. Nuestra tendencia vital es constructiva, porque la construcción y la reconstrucción están vinculadas

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a las necesidades, a los afanes y a las energías de la personalidad total.  Las emociones implican completamente al sistema nervioso autónomo, simpático y parasimpático que siempre están interactuando conjuntamente. El sistema nervioso simpático, que empieza en la médula espinal y viaja hacia una gran variedad de áreas del corazón, tiene la función de preparar el cuerpo para los tipos de actividades vigorosas asociadas a huida, peligro, lucha o preparación para la violencia. Tiene los siguientes efectos: dilatar las pupilas, abrir los párpados, estimular las glándulas sudoríferas, dilatar los vasos sanguíneos del cuerpo, incrementar la tasa cardiaca, activar la salivación, abrir los tubos bronquiales de los pulmones, inhibir las secreciones en el sistema digestivo, entre otros. Uno de sus efectos más importantes es provocar que las glándulas adrenales liberen epinefrina (adrenalina) en el torrente sanguíneo. La epinefrina es una poderosa hormona que causa que diferentes partes del cuerpo respondan de la misma forma que el sistema nervioso simpático.  El sistema nervioso parasimpático, que tiene sus raíces en el tronco cerebral y la médula espinal de la espalda baja, realiza funciones opuestamente complementarías al sistema nervioso simpático, como por ejemplo la de volver a llevar al cuerpo desde la situación de emergencia a la que lo llevó inicialmente el sistema nervioso simpático, tratando de provocar o

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mantener un estado corporal de descanso o relajación después de un esfuerzo o para realizar funciones importantes como la digestión, la micción o el acto sexual, participando en la regulación del aparato cardiovascular, aparato digestivo o aparato genitourinario o tejidos como el hígado, el riñón, el páncreas y la tiroides, y también en la regulación metabólica.  Los movimientos y las actitudes corporales también han sido estudiados en el contexto del gusto y del disgusto respecto a otra persona. Hablamos de empatía cuando, sin motivos muy claros de una manera consciente, nos cae bien alguna persona. La investigación de Mehrabian demuestra que las expresiones de gusto se distinguen de las de disgusto por que el cuerpo se inclina más pronunciadamente hacia adelante, la proximidad con el otro es mayor, la mirada es más intensa, los brazos y el cuerpo están más abiertos, hay más conducta táctil, más relajación en la postura (los brazos en la cintura o las manos en caderas también) y expresiones faciales y vocales más positivas.  Según el psicólogo social G. L. Clorie, hay una serie de conductas que indican calidez o bien frialdad en la persona que las realiza. En cuanto a conductas cálidas, aparte de algunas señaladas anteriormente, podemos mencionar tocar la mano de alguien, moverse hacia su dirección, parpadear, sonreír a menudo y con la boca abierta, mirar de arriba abajo, poner cara de felicidad, mover la cara afirmativamente, lamerse

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los labios, doblar suavemente los labios, levantar las cejas, tener los ojos brillantes y muy abiertos, realizar gestos expresivos con las manos mientras se habla o desperezarse a gusto.  En cuanto a ejemplos de conductas catalogadas como frías o indiferentes emocionalmente, podemos hablar de miradas gélidas o burlonas, cejas fruncidas, alejamiento físico del otro, comisuras de la boca inclinadas hacia abajo, mover la cabeza negativamente, tocarse los dientes, limpiarse las uñas, apartar la vista de alguien que está hablando, fumar con intensidad, tamborilear con los dedos sobre la mesa, la silla o las rodillas, pasear la mirada por la habitación, limpiarse las manos, distraerse jugando con la ropa, con la mesa, con las puntas del pelo, olérselo.  La conducta que busca un afianzamiento personal se caracteriza por acciones como acariciarse el pelo, arreglarse el maquillaje, mirarse repetidamente en el espejo, llenar el pecho, retocarse la ropa, abrocharse los botones, ajustarse la chaqueta, subirse los calcetines y anudarse correctamente la corbata; toser antes de empezar a hablar en un lugar público o tener en la mano objetos auxiliares resulta revelador (puede ser manipular las gafas, tener en las manos un lápiz o un bolígrafo, un cigarrillo o cualquier otro pequeño objeto) igual que pasar una y otra vez por delante del auditorio para que te vea bien o para llamar la atención. Por otra parte, pegarse a los brazos de una bu-

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taca ayuda a tranquilizarse en situaciones de tensión o nervios.  Según algunas investigaciones, de toda la información que llega al cerebro el 87 por ciento lo hace por la vía visual, el 9 por ciento por la vía auditiva y el 4 por ciento a través de otros sentidos. Por eso sabemos que resulta tan útil, cuando se da clase, acompañarse de objetos complementarios como pueden ser el láser, la regla o el bolígrafo, para señalar o enfatizar visualmente aquello de que hablamos.  Dice el antropólogo americano Desmond Morris que cuando nos ponemos alguno de los mencionados objetos en la boca y los mordisqueamos, los mantenemos un ratito en la boca o los lamemos, se trata de reminiscencias infantiles o intentos subconscientes por revivir antiguas sensaciones de seguridad, como cuando el bebé chupa el pecho de la madre o el dedo pulgar. De aquí su vinculación, en casos más graves y por todos bien conocidos, a muchas dependencias orales negativas para la salud, como por ejemplo fumar (ir golpeando continuamente con el pitillo indica nerviosismo), y también otras drogodependencias. El humo dirigido hacia arriba es un indicador de satisfacción, de sensación de fiesta; por el contrario, el humo dirigido hacia abajo significa negatividad.  Hay actitudes que pueden convertirse en crónicas si el sujeto no puede tomar conciencia y no desea el cambio, que se puede promover no sólo a través de la

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mente (si el individuo revisa sus creencias, la manera de conectar con los demás, su propia historia, a veces con ayuda de expertos), sino también desde el mismo cuerpo, fijándonos en las posturas que adoptamos e intentando conectarnos desde el cuerpo con todo lo emotivo. La postura puede cambiar a lo largo de la vida si la persona realiza un proceso de crecimiento personal, pues hay una gran labilidad y variabilidad de la imagen corporal.  Una prueba de la gran plasticidad que tiene la imagen corporal en el ser humano es el hecho de que todas las cosas que se ponen en contacto con la superficie de la piel se incorporan, en mayor o menor grado, al cuerpo.  Es sabido que el hombre recurre a múltiples artefactos para modificar su imagen corporal, muchas veces porque desea favorecerla, gustar a los demás o a veces porque se rechaza a sí mismo y no se acepta como es. Así es como ha llegado, por ejemplo, a trazarse figuras en la piel o a hacerse cambios en el cabello. Los tatuajes, los piercings, tan de moda hoy en día, alteran la parte óptica de nuestro ser.  Cuando nos pintamos el cuerpo, los labios o la cara, cuando nos teñimos o nos cortamos el pelo, cuando nos vestimos con una u otra ropa, escogemos este color o aquel otro, modificamos objetivamente nuestra imagen corporal (nuestro estado de ánimo o nuestro deseo de convencionalidad o de rebeldía ante

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la sociedad determinará que escojamos los unos o los otros). Por otra parte, un estilo determinado constante es expresión de estabilidad, o de labilidad cuando el cambio se produce exageradamente a menudo. La labilidad es muy característica de la adolescencia y no se interpreta como una patología sino más bien como un signo propio y característico del momento evolutivo, en la búsqueda de reafirmar la identidad personal.  Los cambios en la apariencia física

La apariencia y la manera de vestir son parte de los estímulos no verbales totales que influyen en las respuestas interpersonales, y que en ciertas ocasiones son los determinantes principales de estas respuestas.  No hay duda de que no siempre somos conscientes del significado de todo lo que decidimos ponernos, que tiene también un significado simbólico. Desear parecerse a alguien que valoramos mucho, querer dar una imagen más joven o atractiva, necesitar un cambio en la vida como expresión de la lucha para encontrar una identidad más propia, querer diferenciarme de los demás como búsqueda de nuevas sensaciones, de ser más deseados, provocar rechazo, miedo o, algunas personas, incluso asco cuando inconscientemente se rechazan a sí mismas y provocan, precisamente por eso, el rechazo de los demás. 

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Todo eso lo vemos en programas mediáticos de la televisión como Cambio radical, sobre cirugía plástica, en el que participan personas que transforman todo su cuerpo. También encontramos ejemplos en los jóvenes que desean crecer a toda prisa sin vivir plenamente y aceptando las diferentes y necesarias etapas vitales y eliminan todo lo que les disgusta y no son capaces de aceptar (características propias de las bandas marginales o de las calles, del mundo de la delincuencia y de la drogadicción, skin heads, latin kings, entre otros, que luchan para erradicar a determinados personajes sociales caracterizados por ser frágiles, diferentes o minusválidos, por ejemplo los vagabundos, los homosexuales, los chicos pijos).  La ropa tiene múltiples funciones, sobre todo una protectora, pero no es menos importante la decorativa, ya que es parte de la imagen corporal. Cualquier prenda de ropa que nos ponemos pasa a formar parte inmediatamente de la imagen corporal, y se llena de libido narcisista. Nuestra imagen corporal pasa por un continuo proceso de engrandecimiento, transformación o encogimiento, y nos proporciona generalmente estos cambios escogidos personalmente, un placer mientras conservamos la estructura psíquica de nuestro yo (eso no es así en el caso de patologías mentales porque, a veces, los cambios externos pueden ser vividos como situaciones de riesgo de despersonalización (sensación de que uno pierde su personalidad y

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no sabe quién o cómo es), o sensaciones de desrealización (pérdida del contacto con la realidad que lo rodea, falta de referencias con riesgo de pérdida de la propia identidad).  Para muchas personas, tener que llevar un brazo escayolado por prescripción médica, una venda en la frente o un ojo tapado supone un profundo malestar, porque, en un nivel más simbólico, eso representa una gran modificación en su cuerpo, y una distorsión negativa de su imagen corporal (que, aunque es temporal para algunos, para otros resulta definitiva). Lo vemos en las personas que no soportan que los demás las vean tal cual (lo cierto es que tiene que ver con su proyección sobre los demás: ellos mismos son los que no se gustan y por tanto se rechazan, entonces creen que los demás tampoco los querrán).  Por ejemplo, hay personas que tienen poco pelo y muy fino y prefieren llevar habitualmente la cabeza cubierta con todo tipo de complementos de "distracción" o encubrimiento, como sombreros, cintas o pañuelos. Otras personas tienen dificultades con su cuerpo y siempre lo llevan tapado, sin mostrarlo a los demás. O por el contrario, aquellos que tienen que exhibir continuamente sus atributos sexuales como símbolo de poder o potencia, lo que puede esconder precisamente aquello de lo que se sienten faltos ("dime de lo que presumes y te diré qué te falta"). O aquellos otros cuyo estado anímico es de tristeza o deso-

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lación y por eso siempre van vestidos de negro. Las gafas oscuras que nos tapan los ojos a menudo nos ayudan a pasar más desapercibidos o bien nos ayudan a ocultar nuestros sentimientos o las lágrimas (es una manera que nos permite ver sin que nos vean).  Variar constantemente nuestra imagen corporal agregando complementos como bisutería, ropas y máscaras, o incluso mediante la danza, movimientos expresivos o el deporte, nos permite, por otra parte, triunfar sobre las limitaciones, inevitables, de nuestro cuerpo (la danza, que significa un aflojamiento y una alteración de la imagen corporal habitual por medio del juego con el cuerpo, propicia a menudo una actitud psíquica determinada que suele ser positiva).  La transferencia

Para comprender y comunicarnos mejor con los demás, es importante estar atentos no sólo al contenido del lenguaje verbal que emitimos (observación verbal), sino que también tenemos que observar el preverbal y el no verbal, los actos fallidos antes mencionados y también otro tipo de lenguaje no verbal, que tiene un gran poder inconsciente, y a los cuales, sin embargo, prestamos poca atención: la transferencia que nos hacen llegar las demás personas, es decir, de qué manera dice alguien aquello, que a nosotros nos produce tal reacción interna o tal sentimiento; cómo es su expresión al hablar y cómo la percibimos noso-

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tros. ¿Qué nos provoca o nos transfiere íntimamente aquello que nos llega así en un momento dado?  Porque muchas veces una actitud o comportamiento al hablar, unas determinadas manifestaciones y expresiones faciales o corporales nos pueden mostrar en principio una gran coherencia o, por el contrario, cierta incoherencia o lo opuesto a lo que nos parecía al principio. Por ejemplo, encontrarnos con un individuo que, por un lado, pronuncia una alabanza sobre nosotros, mientras que, por otro lado, de forma gestual, muestra descuido o cierta indiferencia, quita veracidad al sentido de sus palabras; o lo que es lo mismo, una cara sonriente cuyos ojos expresan ira o una tensión latente. 

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Ejemplos en primera persona Me acordaré siempre del terror que me transmitió la dureza y frialdad de un delincuente homicida durante la exploración psicológica que en su día realicé para un estudio judicial, a pesar de su aparente amabilidad y colaboración. O del chico aquel que con su supuesta actitud carencial y frágil propiciaba indirectamente que todo el mundo estuviera pendiente, de que se volcaran en él, incluso diría que a todos nos hacía que tuviéramos ganas de llevárnoslo a casa para cuidarlo. Después, en la exploración psicológica, me enteré de más cosas sobre él y sobre su capacidad para la manipulación no verbal, con la que seducía de forma psicopática y dominaba veladamente a la gente utilizando la pena para tratar de cumplir sus propósitos.

Aquello que "no se puede o no se quiere decir" que da miedo pensar, aquel enfado que no se puede manifestar se expresa de todas maneras, "a pesar del sujeto", a través de sus actos, y da así noticia de algo que es inconsciente, expresándolo a través del cuerpo con un lenguaje sencillo, cómo es el "lenguaje de niño".  En la transferencia intervienen unas formas de relación que nunca han sido conscientes y que pertenecen a la memoria implícita, a la que la neurociencia otorga hoy tanta importancia (el diálogo entre la neurociencia y el psicoanálisis ya apunta hacia la existencia de un inconsciente dinámico o reprimido en todas las personas; Freud, adelantándose un siglo, ya habló sobre una parte de nuestro yo que no es accesi-

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ble para nuestra conciencia). A esta alude el hecho de que las personas vayan repitiendo inconscientemente sentimientos, fantasías y características de relación parecidos a otros que han vivido ya en su infancia con sus progenitores.  A veces, como psicólogos, nos hemos encontrado en la consulta, y especialmente en el ámbito judicial, a algunos de esos hombres llamados misóginos porque en su vida suelen despreciar o evitar a las mujeres. Al irlos tratando psicológicamente, vamos viendo y entendiendo el porqué de su enfado o intensa rabia en sus relaciones femeninas, en las que a menudo fracasan. En sus historias personales aparecen con frecuencia unas malas relaciones infantiles con sus respectivas madres, por las que no se han sentido queridos y en algunos casos se han sentido rechazados, o incluso heridos (no quiere decir que siempre lo hayan vivido en la realidad, ya que a veces lo han vivido sólo en la imaginación o fantasía). Todos estos sentimientos quedan dentro de ellos, y después van proyectándose, ya de adultos, a través de la repetición de clichés o estilos de relación negativa con otras mujeres. Aparte de las palabras toscas, secas y poco amables con las mujeres, "el otro", especialmente los psicólogos, coinciden en el hecho que de este "mal clima" se percibe emocionalmente, a través de las sensaciones que les llegan de una forma sutil y subliminal. 

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Profesionalmente, desde el punto de vista dinámico, a eso se le llama transferencia, es decir, la sustitución de una persona significativa del pasado por el terapeuta, con el que, durante las sesiones, se repiten prototipos infantiles de relaciones anteriores, con un marcado sentimiento de actualidad. Gracias a la "nueva" y diferente relación (la terapéutica), se espera que la persona tome conciencia y, después, a ser posible, lo resuelva internamente.  Gracias a la continua interacción preverbal con el terapeuta, estos y otros tipos de pacientes "actúan" sobre la mente del terapeuta, a través de lo que llamamos técnicamente acting in, lo que nos hace sentir mal internamente, poco capaces, en cierta manera maltratados como en la misma realidad del paciente, en la que el maltrato suele darse con sus parejas o con otras mujeres. Esta actividad no verbal se presenta de diversas maneras y puede ser un medio de comunicación, ya que así se transmiten experiencias preverbales que no pueden ser expresadas por otros medios. A veces son un ataque a la comprensión y al pensamiento del psicólogo, aunque no deja de ser comunicación si somos capaces de entenderlo. Estas "perturbaciones" que notamos los psicólogos en nuestra propia mente (cuando las personas no pueden expresar verbalmente determinadas experiencias de "comunicación primitiva") nos son siempre de gran ayuda para conseguir entender a nuestros pacientes. 

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Sabemos que todo lo que no puede llegar a decirse se queda en la persona y se vuelve inconsciente, y adquiere una fuerza y una potencia enormes capaces de impulsar "acciones" de todo tipo, ya sean amorosas, en los casos en que hay una buena base, o dañinas, de una violencia inusitada (como he visto, entre otros, en violadores). Esta transferencia también la podemos aplicar en la vida real cotidiana con las personas que encontramos y que conocemos.  La proyección

Los analistas opinan que todos buscamos en los demás aquellas imágenes "registradas" en nuestra infancia que se identifican con las personas nuevas que vamos conociendo. Alexander Pope, uno de los mejores poetas del siglo XVIII, dijo: "Todas las cosas aparecen amarillas para quien sufre ictericia". De ahí surge, en las relaciones sociales, el frecuente fenómeno de la proyección. Este fenómeno consiste en atribuir a una persona determinadas cualidades, características, maneras de ser o clichés que, a menudo, están predeterminados en la mente de quien los proyecta, pero que no coinciden con la verdadera realidad de la otra persona, de manera que se puede llegar a distorsionar la noción de la verdadera esencia de aquella persona.  Personas que viven a menudo con diferentes parejas y las dejan cuando descubren su infidelidad, probablemente tienen un problema de proyección (es

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probable que su constante y reiterada proyección de desconfianza pueda inducir finalmente a su pareja a serle infiel). También se puede mencionar el caso de una mujer que ha odiado a sus últimos seis jefes en el trabajo. Quizás sí que eran unas personas odiosas, pero lo más probable es que las cualidades negativas tan fijas que ella vio sólo existieran en su propia imaginación y, por eso, las proyectó.  También se dan casos parecidos con relación a la autoridad (y está generalmente asociada simbólicamente a la figura paterna) debido a la conflictiva vinculación que la mujer vivió con su propio padre. Esta puede tener problemas con sus superiores cuando ve en ellos sólo todo lo negativo; tanto, que su proyección le impide ver con claridad y, por otra parte, los jefes tienen sus razones para no apreciarla, razones que la propia mujer aporta con su constante incapacidad para una mejor y más amplia percepción. Con esta dinámica, va irritando cada vez más a sus jefes y se ve inevitablemente siempre involucrada en los despidos laborales.  Es cierto, sin embargo, que podemos conseguir modificar nuestro hábito mental si persuadimos a los demás con un posicionamiento, un lenguaje y una actitud diferentes, para que no nos traten de una manera diferente a como somos. Asimismo, podemos modificar nuestra propia manera de percibir a los demás asumiendo nuevas actitudes para con ellos con las que

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ellos puedan apreciar en nosotros otras dimensiones y una mayor amplitud en la forma en que nos ven.  Las mismas respuestas emocionales que las proyecciones ajenas nos suscitan (también nosotros lo hacemos con los demás sin darnos cuenta de ello) resultan los mejores instrumentos para captar lo que otros nos están proyectando: una vaga sensación de desequilibrio; la impresión de que alguien no nos está oyendo bien; una respuesta afirmativa cuando precisamente no toca, o cierta sensación ambigua, confusa, de perplejidad, que nos hace reflexionar sobre qué quiso decir la otra persona tras una conversación.  Todas estas percepciones internas pueden ser las primeras resonancias de la proyección de otra persona, y hay que tenerlas en cuenta. Es importante estar alerta con respecto a las señales específicas de una proyección ajena sobre nosotros. Algunos de estos indicadores son los siguientes: la sensación de "no ser yo" (lo que dicen de mí no va realmente conmigo); un cierto encasillamiento (¿se sienten atraídos por mí por el hecho de ser médico, ser rico o ser joven? ¿Más por ser poseedor de un rasgo determinado que por la persona global?); condicionamiento (sentir que el otro no quiere que yo cambie, o que me quiere pero con la condición de que continúe siendo tal cual soy), o una actitud artificial (sensación artificial que experimentamos al conocer a alguien). Otros indicadores pueden ser: 

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Una posible sensación de desprecio cuando de una manera subyacente y molesta nos sentimos obligados a tener que ser de determinada manera, negativa y defectuosa, como el otro nos lo está proyectando.

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También un humor hiriente: si consideramos que este es excesivo, indica que la otra persona tiene una consideración errónea de nosotros y que seguirá alimentándola y despreciándola en su imaginación hasta el punto que se lo permitimos.

·

O el sentimiento de ser malinterpretado: cuando otra persona se aferra regularmente a su propia teoría sobre cómo somos y se fija en un rasgo, que podemos tener o no, al que atribuye todas nuestras acciones, que interpreta: hagamos lo que hagamos, siempre resultará en beneficio de su teoría.

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La presión, cuando descubrimos que involuntariamente nos sentimos "luchando", actuando de una manera poco natural y tratando de probarnos a nosotros mismos ante alguien: ¿por qué me sentí obligada a impresionarlo? ¿Por qué tuve que pagarle la cena otra vez a mi amigo Juan, como casi siempre? ¿Por qué me sentí "forzada" por él y acabé confesándole algo que yo no quería decir? El análisis de todo eso nos hace darnos cuenta de que la otra persona nos ha ido presionando de alguna manera y esta sensación de estar bajo presión nos indica una proyección, a la vez que nos permite colocarnos de una manera diferente delante del otro para cambiarla.

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·

Y por último, la sensación de impotencia, que aparece en todas las proyecciones aunque se vuelve profunda cuando una proyección es demasiada fuerte. Las proyecciones más difíciles de tratar son aquellas que se confunden con la realidad, es decir, con alguna parte de verdad que el otro encuentre en nuestra persona o nosotros encontremos en él o ella. Hay un elemento de verdad en lo que uno percibe, pero una vez separada o aislada del resto de la personalidad, ya que hay muchas otras características que no podemos percibir.

Por eso, al igual que el dolor físico nos indica que alguna cosa no va bien en nuestro cuerpo y entonces reaccionamos enseguida, la sensación de que alguna cosa no va bien, el "desequilibrio" que experimentamos en presencia de una determinada persona, quizás nos puede servir para darnos cuenta de que la persona en cuestión no nos está viendo tal como somos. Sin duda la naturaleza humana nunca nos permitirá conseguir una objetividad pura. Pero al menos podremos dar un paso importante en esta dirección. Sólo cuando conseguimos que la otra persona nos trate mejor, siendo verdaderamente nosotros mismos, ésta nos percibirá realmente tal como deseamos que nos perciba. 

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El rostro es rico en potencialidad comunicativa. Ocupa el lugar primordial en la comunicación de los estados emocionales, refleja actitudes interpersonales, proporciona retroalimentaciones no verbales sobre los comentarios de los demás, y algunos aseguran que, junto con el habla humana, es la principal fuente de información. A causa de su visibilidad suele prestarse mucha atención a los mensajes expresados por el rostro de los demás. Tenemos muy en cuenta las señales faciales cuando realizamos juicios interpersonales.  Esta actitud proviene de la primera infancia, etapa en la que prestamos especial atención a la enorme cara que se ve por encima de la cuna y atiende a nuestras necesidades (el olfato se relaciona con nuestros primeros contactos amorosos en el mundo ya que el recién nacido vive en un mundo de puros olores, si bien el mundo después le va enseñando a renunciar a sus placeres nasales).  El rostro puede aportar datos significativos sobre la personalidad del individuo así como también sobre su estado emocional. La sonrisa en una cara establece un tono inicial receptivo, amistoso y positivo. Es una de las formas habituales de disimular una emoción y se utiliza preferentemente para enmascarar las emociones de miedo o ansiedad. La sonrisa nerviosa o desproporcionada es un indicador típico de ocultación, especialmente cuando no hay ningún motivo para reír

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o sonreír. Los movimientos de la cabeza y la conducta visual suelen considerarse centrales en el comienzo y el final de un diálogo.  Cómo se sabe que mentimos

Algunos de los indicadores verbales y no verbales del engaño, como son los signos de nerviosismo, los errores lingüísticos o las incongruencias, o las microexpresiones faciales, tienen su origen en esta interrupción parcial del comportamiento de una secuencia normal. Sin embargo, dado que no hay una señal que pueda ser considerada como un indicador absoluto de la mentira, no puede afirmarse que una persona mienta a partir de un solo indicio.  Hay unos indicios verbales de mentira: suprimir la verdad a base de silencios, descripciones vagas o muy generales, evasión de preguntas, emoción fingida (a menudo a través de la sonrisa), desvío de la atención hacia cosas diferentes de las que se tratan, ira o enfermedades. Algunos expertos consideran que los cambios en las características de la voz, como el tono, el ritmo o la velocidad, son indicios verbales, mientras que otros piensan que no son verbales porque, aunque "verbo", son fruto de "actos" más impulsivos y viscerales (conductas involuntarias que surgen inesperadamente y no pueden controlarse totalmente).  Por eso, en la detección emocional de la falsedad se buscan errores derivados de las emociones o del

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intento de ocultarlas. Muchas personas cuando mienten muestran en su actitud cierta reticencia y procuran dar una imagen de evasión, como para dar a entender que aquello no tiene nada que ver con ellas. La persona honesta y sincera, en cambio, tiende a ser colaboradora y activa ante las preguntas que se le hacen y su respuesta es directa y suele ir acompañada de congruencia verbal y no verbal.  También es característica de la mentira un habla lenta con pausas entre las palabras que son más largas de lo normal para conseguir credibilidad buscando la consistencia. Con relación a eso, hace muchos años, el psicoanalista suizo Carl Jung utilizaba el método de la asociación de palabras, por el que se medía, entre otros aspectos, la latencia de respuesta o "tiempo de reacción" que tarda el sospechoso en responder ante las palabras o información clave, en comparación con lo que tarda ante las preguntas con información neutral. El silencio ante una pregunta directa se interpreta siempre como asentimiento y reconocimiento de que aquello que se atribuye al interlocutor es cierto.  La voz, cuando se siente ansiedad, se vuelve más aguda, se eleva el tono o la frecuencia, cosa que puede dificultar la modulación de la voz y producir cambios en su inflexión, sobre todo en situaciones clave. Uno de estos efectos es el aumento en la tensión de las cuerdas vocales que provoca alteraciones audibles. También se ve afectado el ritmo del habla: cuando un

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sujeto se pone nervioso, el patrón habitual y repetitivo de su habla se hace más lento, inconsistente, roto, y se producen errores debido al nerviosismo y al esfuerzo mental.  Cuando se miente, se piensa mucho lo que se dice y se calculan las palabras, controlando la información que se da, para que no se descubra. Esta actitud de vigilancia extrema o de esfuerzo sobre lo que uno dice o sobre lo que se puede escapar se traduce en la lentitud del discurso y en cierta vacilación o duda al empezar a hablar. Se interpretan como indicios los siguientes:  ·

Las pausas, que se refuerzan también con elementos no verbales, como si se quisiera llenar el tiempo con expresiones y muletillas como "ah", "mmm" o "bien", o pidiendo que repitan la pregunta para darse tiempo de reacción.

·

La insistencia reiterada en lo que se dice (como "realmente", "francamente", "verdaderamente", "si le digo la verdad...".

·

Una negación cuando no ha habido ninguna pregunta ni sugerencia al respeto (por ejemplo: "yo no miento, ¿eh?", "nunca me ha acusado nadie de nada", "yo nunca he robado nada".

·

Mucho tiempo en responder.

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·

Un menor uso de la tercera persona del singular porque se distancia de los hechos debido a la falta de experiencia personal.

·

Menos uso de la primera persona del singular y menos afirmaciones personalizadas (como "yo hice" o "él se fue") porque suelen ser más imprecisas y vagas (en la precisión o detalle es cuando se ve más a los mentirosos).

·

El humor negativo o mal humor que se manifiesta con la utilización de más palabras asociadas con emociones negativas como tensión, miedo y culpa que generalmente experimenta el mentiroso que no es un psicópata. Todo eso, suele suceder en caso de que, como pasa en las situaciones judiciales, no se haya dispuesto del tiempo suficiente para preparar verbal y detalladamente la mentira, aunque de todas maneras, también es probable que "caiga" inevitable y flagrantemente por otros indicios del lenguaje no verbal que lo acompañen, que no coincidirán con los verbales.

·

La persona que miente tiende a disimular sus expresiones faciales, pero no puede evitar la aparición de estas rápidas expresiones que lo delatan. La persona que dice la verdad, no necesita la ayuda de estas expresiones.

·

En resumen, ante la confrontación o ante las preguntas relevantes en comparación con las no relevantes, los aspectos significativos son las

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reacciones no verbales indicadoras de una emoción exagerada, la incongruencia entre diferentes señales no verbales (que traducen un intento fallido de disimulo) o entre las señales verbales (lo que dice) y las no verbales (lo que realmente manifiesta), que todavía tienen más valor.

Un análisis profundo de los más importantes estudios e investigaciones realizados sobre la expresión facial indujo a los psicólogos sociales P. Ekman, W. V. Friesen y P. Ellsworth a extraer la conclusión siguiente: "Nuestro análisis mostró pruebas sólidas de juicios de emoción correctos a partir de la conducta facial". Confeccionaron un diccionario facial que comprende como mínimo seis efectos faciales primarios (cólera, tristeza, miedo, sorpresa, felicidad y disgusto o contento) y tres mezclas de diferentes emociones.  En la expresión de cólera destacamos especialmente las cejas bajas y contraídas al mismo tiempo; líneas verticales entre las cejas; mirada dura en los ojos; labios en dos posturas básicas (apretados entre sí, con las comisuras rectas o bajas; o bien abiertos, tensos y en forma cuadrangular, como si gritaran).  En la expresión de tristeza, los ángulos interiores de los ojos se dirigen hacia arriba; la piel de las cejas forma un triángulo con el ángulo interior superior; el ángulo interior del párpado superior aparece levan-

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tado; las comisuras de los labios aparecen inclinadas hacia abajo o temblando levemente.  En el miedo las cejas están levantadas y contraídas al mismo tiempo; arrugas horizontales surcan la frente, se colocan en el centro de esta, pero no extendidas; los ojos muy abiertos; la boca abierta y labios o bien tensos y ligeramente contraídos hacia atrás o bien estrechos y contraídos hacia atrás.  En la sorpresa las cejas están levantadas, curvas y elevadas; los párpados muy abiertos y la mandíbula cae abierta, pero sin tensión.  El descontento, aparte de las cejas fruncidas, a veces se expresa con el labio superior levantado o arrugado; el inferior también, pero empujando hacia arriba al superior; la nariz arrugada y mejillas levantadas; cejas bajas, empujando hacia abajo el párpado superior.  En la expresión de felicidad la mirada intensa indica que los canales de comunicación están abiertos como si existiera la obligación de comunicarse. La dilatación pupilar es un indicador del deseo de interactuar con otra persona y suele aparecer en condiciones de actitud positiva, interés, esfuerzo mental, excitación y atención; la comisura de los labios hacia atrás y hacia arriba; la boca, abierta o no, enseñando o sin enseñar los dientes; mejillas levantadas; arrugas más marcadas por debajo del párpado inferior, que puede estar levantada; las arrugas llamadas patas de

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gallo van hacia fuera de los ángulos externos de los ojos. Los movimientos afirmativos de cabeza delante de la otra persona en una conversación sirven para indicar al hablante que se sigue lo que está diciendo, aunque también, en otras ocasiones, puede querer decir lo contrario y mostrar el deseo de terminar la conversación de una vez.  Algunos gestos no verbales que expresan interés por despedirse o por la finalización de algún acto o charla pueden ser mirar el reloj mientras la otra persona está hablando, bostezar (también como expresión de aburrimiento), mirar hacia arriba o hacia otro lado, ir recogiendo y ordenando las pertenencias, a veces ruidosamente (como dando a entender que ya se ha llegado al final), golpear la mesa con los nudillos de la mano o las puntas de los dedos, golpear ligeramente el suelo o las patas de la mesa, poner las manos en las piernas para apoyarse e incorporarse como si fuéramos a levantarnos.  Los rasgos más significativos de inseguridad o inquietud en el rostro se aprecian especialmente en la boca, los ojos o la nariz. El gesto de tocarse la nariz es sobre todo una versión disimulada de tocarse la boca. Puede expresarse con leves frotamientos bajo la nariz, rascándosela o tocándosela levemente. Nos tocamos o nos estiramos la nariz cuando tenemos un pensamiento negativo e intentamos disimularlo o cuanando dudamos o estamos inseguros de lo que senti-

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mos. Eso se produce porque al mentir se suelen dilatar los vasos sanguíneos de la nariz (el rubor de la cara es otro indicador), de manera que esta se hincha y, aunque no sea un efecto a simple vista, unido a la sudoración, produce cierta necesidad de rascarse (el llamado "efecto Pinocho"). Otra manera de expresarlo es frotándose los ojos o mirando al suelo o hacia un lado, es decir, sin dirigir la mirada hacia quien habla. Desviar la mirada es un signo de ansiedad ante preguntas comprometedoras o de algo relevante que provoca una emoción determinada.  Lo mismo pasa cuando nos rascamos las orejas, el cuello, el cogote, la mejilla o la cabeza; cuando tenemos la sensación de que ya hemos escuchado demasiado, que están abusando, que aquello le preocupa o que no está bastante seguro, que lo duda, como diciendo "no sé si estoy muy de acuerdo". Restregarse los ojos levantando las cejas mientras se mira al suelo indica un gesto de incredulidad. Muchas personas, cuando prefieren evitar una mirada fija y penetrante, utilizan la llamada mirada no intimidatoria, que es cuando ésta se fija en el triángulo situado entre ambos ojos, por encima de la nariz, mientras nos están hablando, porque así nos sentimos menos violentos o intimidados por la otra persona.  De hecho, la expresión más popular relacionada con el engaño o con no estar diciendo la verdad es la de los tres monos sabios: no oyen (se tapan los oí-

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dos con las manos) ni hablan (se tapan la boca) ni ven (se tapan los ojos) lo negativo. Es así como, a lo largo de una conversación, cuando se crea alguna situación cargada de tensión porque ha aparecido un tema delicado o inapropiado para el conjunto del grupo, se suele producir un silencio repentino (el silencio es un indicador muy significativo en las relaciones) que corta la secuencia del tema. Este silencio a menudo es producto de una inquietud general que resulta angustiosa, como si quisiéramos decir: "¡Eh, por aquí no podemos seguir hablando!, ¡esto es tabú!, ¡basta!", como también la emisión de una ligera tos aunque no estemos resfriados.  Freud no veía la angustia de las personas como una molestia que se tuviera que eliminar, sino como un síntoma de algo que pasaba, que era importante, al que había que prestar atención. Tomarse seriamente esta señal permite asumir los deseos inconscientes del ser humano. Poniendo palabras a los "actos" no verbales llegamos a poderlos mentalizar, a hacerlos existentes, reales, como formando parte de un todo. Verbalizar, poder compartir selectivamente las cosas, siempre ayuda porque un conflicto compartido se reduce a la mitad. Los problemas así se mitigan y disminuyen. Porque cuando sentimos que el otro nos entiende y nos acepta, podemos ampliar más nuestra mente y vivir mejor con los propios sentimientos, sean los que sean (ya que los seres humanos te-

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nemos que reconocer que son muy nuestros las ideas y los sentimientos de todo tipo que surgen de nosotros: tanto positivos como negativos). Así podremos integrarlos mejor en nuestro funcionamiento personal, y equilibrar de forma dialéctica nuestra vida interior con la vida exterior.  Manos, brazos, piernas y pies El símbolo de los tres monos se puede aplicar también al lenguaje de las manos con respecto a las mentiras. Si la persona que habla utiliza este gesto denota que está diciendo algo falso o poco creíble. Si se tapa la boca, el gesto indica que piensa que se le está diciendo una mentira.  Con las manos, que poseen un significado reconocido universalmente, los humanos intentamos aclarar, enfatizar o ilustrar nuestro discurso. Y lo hacemos con el estilo propio y característico de cada uno de nosotros. Con las manos también expresamos emociones (unas manos blandas expresan poco carácter, unas manos fuertes, que casi duelen cuando estrechan otras manos, nos indican dominio y agresividad). Hay personas que se muerden las uñas, que se frotan las manos nerviosamente o que las mantienen cogidas en actitud de tensión o expectativa. Las apoyamos sobre el pecho o el corazón para expresar afecto. Si ponemos un dedo vertical sobre los labios todos sabemos que es una señal de silencio. Si apoyamos la palma de

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la mano sobre la boca (como los niños pequeños cuando han dicho una mentira) puede deducirse que la persona no está muy de acuerdo, que desaprueba alguna cosa que se ha dicho o, que teme que se le "escape" alguna cosa que no quiere que se sepa.  La mano apoyada en la frente indica a menudo preocupación o intento de concentración e inquietud; frotarse las dos manos con fruición es muestra de interés o de deseo; las dos manos cogidas detrás de la cabeza indican satisfacción, seguridad y sensación de superioridad; las manos cerradas muestran recelo, tensión, agresividad latente; cuando el pulgar y el índice se apoyan en la cara indican generalmente interés por lo que se está oyendo o viendo; los dedos metidos en los bolsillos de los pantalones reflejan sospecha, como si nos midiéramos con el otro, como si lo evaluáramos; señalar con el dedo índice con indiscreción es una manifestación de agresividad; acariciarse la barbilla expresa un estado de reflexión; mordernos los labios durante mucho tiempo expresa nerviosismo y ansiedad; mordernos el labio inferior, indica preocupación, esfuerzo, tensión.  El cuerpo siempre indica hacia dónde quiere dirigirse la mente, tanto en situaciones en que se dice la verdad como en aquellas en las que en el fondo subyace el engaño o la indisposición. Por ejemplo, cuando una persona que mira a otra directamente a los ojos, con ademán de interés, pero al mismo tiempo ya está

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abriendo la puerta y tiene los pies medio fuera. Este es sólo un ejemplo de los muchos actos contradictorios que el cuerpo, con su propio lenguaje, nos permite traducir.  Investigaciones académicas han encontrado una variedad de conductas asociadas a estudiantes mentirosos comparándolas con otras de comunicantes veraces. Los mentirosos adoptan un tono más agudo de la voz al hablar, mantienen menos tiempo la mirada de cara, mueven más las manos al hablar, tienen más lapsus verbales, un ritmo más lento en su discurso y posiciones espaciales más lejanas en relación con los otros compañeros.  Hay señales no verbales concretas que delatan a una persona cuando está intentando engañar o no es franca. Por ejemplo, podemos destacar los ojos esquivos, que no miran frontalmente, el movimiento de piernas de tijera ante ciertas preguntas, una pasada de la mano por la boca antes de responder preguntas (como si dijeran "¡cómo me gustaría no tener que decir lo que voy a decir"!), una sonrisa demasiado larga, frecuentes cambios de postura o movimientos incesantes o repetitivos de piernas y pies. Una sonrisa combinada con los brazos juntos es una muestra de incongruencia gestual, de estar medio a la defensiva, igual que cuando se juega mucho con el reloj, la pulsera, el anillo o el collar mientras se habla o se escucha. Las manos son más fáciles de inhibir que la cara porque

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se pueden esconder sin que este hecho pueda interpretarse forzosamente como señal de engaño.  Según Ekman, hay 35 indicios en la mímica, los gestos o la voz que pueden revelar que una persona está mintiendo. Afirma que estas "filtraciones faciales o microexpresiones", tal como él las llama, delatan falsedad: cambiar la voz bruscamente, dejar caer la cabeza de golpe, encoger rápidamente los hombros o una expresión facial negativa muy breve, frotarse la cara cuando la otra persona no mira, hacer gestos lentos y estudiados, dar la mano de forma poco natural. No obstante, hay que decir que la sola presencia de uno de estos signos, que en su mayor parte indican estados emocionales, no es un indicador seguro y fiable de que la persona esté mintiendo. Hay que encontrar varios signos que nos lo indiquen.  Señales conjuntas

Debemos tener en cuenta que las señales no verbales no se emiten solas sino en conjunto, como formando parte de un todo más que como señales aisladas. Y que, como ocurre en todos los demás indicadores, no hay ningún indicio no verbal del engaño que sea válido para todas las personas, aunque, en determinadas situaciones y ante determinadas preguntas, la conducta no verbal del sujeto puede revelar si está mintiendo o no. Por otra parte, como el mentiroso piensa más en lo que dice y menos en su comunicación

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no verbal y le es más fácil controlar las palabras que las manifestaciones no verbales de la emoción, estas se le pueden detectar e interpretar.  Hace siglos, los hombres utilizaban escudos para protegerse de las lanzas del enemigo. Hoy en día, el hombre civilizado utiliza lo que tiene a su alcance para simbolizar la misma conducta autoprotectora cuando se enfrenta a una supuesta situación de ataque físico o verbal (brazos doblados sobre el pecho; manos cerradas o bien las dos cogidas entre sí). Cuando alguien no está de acuerdo con lo que se dice, pero no se siente en condiciones de manifestarlo, los gestos negativos que hace se conocen como de desplazamiento del sitio donde se encuentra. Recoger pelusa imaginaria en la ropa o en el aire es signo de desaprobación y si se repite muchas veces, indica que no gusta lo que se está tratando, aunque verbalmente se pueda estar expresando aprobación.  Ponerse las manos bajo los sobacos (gesto que hacemos cuando tenemos frío) indica nerviosismo y necesidad de defensa.  El apoyo o reconocimiento no verbal hacia la otra persona se puede manifestar con un apretón de manos, no mostrando las manos con las palmas abiertas hacia el interlocutor (por otra parte, señal de receptividad y nobleza), con un contacto físico, con movimientos de asentimiento con la cabeza, con la inclinación del cuerpo hacia adelante, con un acercamiento

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físico, con golpecitos en el hombro o en las mejillas en señal de asentimiento o de aceptación afectuosa de lo que el otro dice o hace.  La escritura y el dibujo

Los psicólogos clínicos, gracias al análisis del estilo de todas las producciones del sujeto, pueden conocer la personalidad de quien las expresa, ya que todas llevan un sello de la propia individualidad.  La expresión psicomotora es un gesto cerebral, una ejecución individual que manifiesta las características personales más intrínsecas de todo individuo, ya que el grafismo, igual que todos los demás actos y comportamientos del ser humano, está determinado por factores psicodinámicos que se manifiestan a través de un interjuego de factores conscientes e inconscientes. Cada muestra grafomotora, ya sea a través de la escritura o de los dibujos que producimos, constituye un acto propio, único y característico de cada uno de nosotros que refleja muchos aspectos de nuestra personalidad.  Escribir y dibujar requieren el control del espacio sobre la hoja en blanco. Cada trazo se ha efectuado primero en nuestra mente, en nuestro cerebro, y se ha integrado con el recuerdo de algunas percepciones memoria del pasado que influyen para transformarlo, a través del movimiento grafomotor, en un mensaje con significado. Su ejecución a través de la mano re-

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quiere una postura, una actitud y un tono muscular propios. De la escritura se ha ocupado sobradamente la grafología. Los expertos en esta disciplina han llevado a cabo numerosas e importantes investigaciones con resultados muy reveladores y significativos.  Max Pulver, psicólogo suizo que introdujo el psicoanálisis en este ámbito, aportó la significación simbólica al espacio y la escritura, afirmando que la expresión gráfica no es producto de la mano sino de determinadas partes de la corteza cerebral donde surgen los impulsos motores que empujan a mover el lápiz. Es el cerebro el que escribe. El brazo, la mano y los dedos son meros actuadores de los impulsos internos subyacentes, entre los cuales hay recuerdos lejanos, elementos cognitivos y afectivos, que los dirigen.  Este autor afirma que la firma es una biografía abreviada. Así, entre otros muchos detalles, un nombre y un apellido bastante separados entre sí pueden indicar una situación de conflicto entre padre y madre, un interés latente y ambivalente de ser niño y adulto al mismo tiempo. Si se resalta el primer apellido y el segundo aparece ilegible y más abajo, puede significar desprecio por la línea familiar materna. Una firma ilegible manifiesta reserva y se aprecia especialmente en personas que no desean ser muy conocidas íntimamente. Una firma ascendente parece propia de personas optimistas, con bastante energía para su-

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perar los obstáculos y las dificultades de la vida, aunque, si hay una excesiva ascendencia (más de treinta grados), puede significar una profunda insatisfacción y la incapacidad para valorar correctamente los méritos propios. Y así se aplica a toda la escritura.  Con respecto a los dibujos, algunos autores han intentado construir un estándar o técnica para aplicar y calificar. Muchos son tests proyectivos gráficos; entre los más populares y significativos podemos mencionar el llamado HTP (siglas en inglés que quieren decir casa, árbol, persona) de J. N. Buck, el test del animal de S. Levy, el test de la persona de Hammer y F. Goodenough, el test de la familia de Corman, el test Bender visomotor y el test proyectivo de B. G. Hutt, el test de la persona bajo la lluvia, etc.  Muchos autores han vinculado las diferencias cualitativas y cuantitativas con la edad cronológica y la madurez intelectual y la personalidad, y forman así la base de conocimiento de la evolución psíquica del sujeto. Los dibujos pueden ser interpretados simbólicamente según unos conocimientos técnicos específicos. Según cómo sea el objeto gráfico producido finalmente por un sujeto (armónico y completo o bien incompleto o inacabado) así se podrá considerar que probablemente es el funcionamiento personal más profundo (organizado, desorganizado, impulsivo, vital, deprimido, introvertido, hermético, sociable, inhibido, psicótico). Todo eso es aplicable sobre todo al

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dibujo del árbol, que es el que plasma lo más primario, inconsciente y arraigado en la personalidad del sujeto, y, por lo tanto, más difícil de modificar en su vida. Hay que decir, sin embargo, que sea cual sea el resultado gráfico obtenido, no hay ningún ser humano que esté totalmente libre de conflicto.  En la práctica cotidiana del diagnóstico psicológico encontramos múltiples ejemplos: dibujos pequeños y contraídos que pertenecen a sujetos muy inhibidos, con muy poca autoestima. O bien dibujos exuberantes y enormes, que sobrepasan los límites de la hoja, que pertenecen a personalidades borderline, con un ego "inflado", desbordantes emocionalmente, impulsivas y actuadoras.  Dibujos rayados y sombreados, que traducen un gran autorrechazo, inseguridad y mucha ansiedad. Figuras a las que les falta la boca o los ojos, órganos esenciales para ver la vida y para contactar con la realidad, realizados por alguien con grandes dificultades para la comunicación y con un gran cerramiento en sí mismo, que no puede ni quiere "ver" bien lo que le rodea porque eso le produce un gran dolor (a veces estos rasgos van asociados a un riesgo de suicidio).  Otros dibujos en los que, el autor, casi sin darse cuenta de ello, ha enfatizado con el lápiz la zona de los genitales (y resulta que se trata de un violador). El dibujo de una mujer con una cabeza transparente, que nos permite ver el interior, nos indica que la autora

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tiene graves problemas de pensamiento, que es una enferma mental.  El dibujo, hecho por una mujer, en el que en primer término aparece un hombre, nos indica una preferente identificación masculina así como una posible mala aceptación de su cuerpo y su género. Aquel sujeto que dibuja un cuerpo desnudo nos indica problemas importantes de falta de contención, de pudor, y, probablemente, conflictos en la esfera de su orientación e identidad sexuales.  Hay toda una interpretación simbólica, según el uso que uno haga del espacio en la hoja del papel en blanco (como representación del mundo externo), el tamaño del dibujo, la forma que le dé, el trazo más o menos fuerte, o continuo, los detalles complementarios, la dirección, la presión, la zona de ubicación del dibujo, las omisiones de órganos vitales cruciales (siempre significativas), las sombras, el hecho de borrar compulsivamente o no y según qué se borre, la integración de las diferentes partes del cuerpo, de la casa o del árbol. Todo eso el individuo lo transfiere emocionalmente, en la exploración, al profesional experto, y también le hace llegar el contenido verbal (también simbólico) ligado a las historias y relatos sobre los dibujos realizados.  Empíricamente la interpretación de los dibujos se basa en estudios experimentales de expertos, significados simbólicos comunes en psicoanálisis, folclo-

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re, los sueños, los mitos, las fantasías y el mundo imaginario, todas ellas actividades impregnadas de determinismo inconsciente. De todos modos, no se tiene que olvidar nunca que hay que aplicar a los gráficos el principio básico de toda metodología científica, es decir, que la interpretación que proporcionamos tendrá que representar la convergencia de diferentes vías de comprobación, como los datos personales del sujeto, las comparaciones entre diferentes dibujos para ver la consistencia, y el registro de conductas verbales, expresivas y motoras.  Por otra parte, gracias a producciones artísticas como la literatura, la pintura, el cine y la música, entre otras, según dice el psicólogo social M. Harris Williams, los adultos continuamos nuestra educación emocional. Todo lo anterior son caminos productivos para poder pensar nuestras propias emociones al entrar en contacto. Cuando leemos un libro, vemos una película o escuchamos alguna pieza musical, se produce en nosotros una auténtica y verdadera "transformación", algún tipo de pequeño cambio.  Cuando nos manifestamos a través de la pintura o de la escritura, tal como sostienen M. Botbol y S. A. Kohan, "nos estamos atreviendo a poder expresar nuestras emociones y a pensar, a través de la integración entre emoción y reflexión". Dicen que, en la producción del escritor, el "qué" es el "cómo": qué se escribe es cómo se escribe (no es lo mismo el esti-

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lo y los contenidos de las obras del escritor Stephen King, a menudo impregnadas de terror y provocadoras de miedo, como las del cineasta Tarantino, que otras obras que, en general, rebosan dulzura, tristeza, o dejan un buen sabor de boca, de diferente estilo y contenidos: Juan Ramón Jiménez, Miquel Martí Pol, Rainer M. Rilke, o en películas con estilos definidos muy específicos, como las de Woody Allen o Pedro Almodóvar).  En pintura, cine u otras expresiones comunicativas, podemos aplicar lo que W. A. Bion (1980) afirma: que las impresiones sensoriales pueden ser así pensadas, reconocidas, acumulables y disponibles para el pensamiento. Y que las emociones no pueden ser plenamente reconocidas por el mismo sujeto, hasta que este no tenga cierta conciencia reflexiva, es decir, hasta que no se cree en nuestras mentes un yo que "siente", sólo cuando sabemos que la emoción está pasando en nuestro organismo.  En la novela y en cualquier otra obra creativa, el autor filtra y ordena la realidad y le da un nuevo sentido a través de su propia "voz", al igual que pasa en el diario íntimo de una persona, como espacio concebido para que nos podamos comunicar con nosotros mismos en plena libertad.  Todo eso implica una creación única y específica, por medio de la cual el creador encuentra y refleja su propia "voz", desde sí mismo, facetas de su persona-

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lidad y experimenta, al hacerlo, una sensación de íntima satisfacción y alegría.  La manera de andar

La manera de andar de una persona es también un lenguaje no verbal comunicativo, un buen indicador de la manera como esta persona anda por la vida. La dirección de los pasos indica la actitud hacia el "sentido de la propia vida". Los pies son como los cimientos de una casa, el lugar por donde se recibe la energía de la tierra, y también una vía de descarga. Los pies nos sostienen y traducen también la postura que tenemos ante la vida.  Las puntas de los pies hacia afuera indican dispersión y desorientación, un abrir diferentes posibilidades al mismo tiempo. Los pies hacia adentro pueden relacionarse con una falta de proyecto personal, de introversión. Caminar lentamente o arrastrando los pies puede expresar cansancio, desesperanza, necesidad de apoyo y seguridad. Andar dando saltos, con inestabilidad, refleja que se evitan los compromisos. Andar con paso muy firme y con la cabeza alta, como "mirando desde arriba", andar dando golpes de tacón y haciendo ruido con los zapatos sobre el suelo, los ademanes afectados, cuidados o estudiados, poco espontáneos o naturales, indican en general una gran inseguridad en el individuo que precisamente quiere hacer ver lo contrario: fortaleza y autoridad. 

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Andar casi sin tocar el suelo indica poco contacto con la realidad, facilidad para la fantasía e inconcreción. Andar de puntillas indica inseguridad y timidez, así como también necesidad de reconocimiento de los demás. Andar a toda prisa, sobre todo cuando es la manera habitual de andar, suele estar relacionado con dificultad ante la espera, impulsividad, omnipotencia, insaciabilidad, hiperactividad, intolerancia.  El ritmo al andar nos habla de más o menos equilibrio personal general. Todos los cambios bruscos en la velocidad o en el ritmo refieren poca armonía e inestabilidad. Si hay una tendencia a acortar la energía en las rodillas al andar quiere decir que no se efectúa una buena descarga en el suelo y que la persona no tiene mucha confianza en su propia capacidad para sostenerse. Las piernas cruzadas indican cierta actitud negativa o defensiva ante lo que se tiene delante, a veces incluso alejamiento de la conversación o desagrado respecto al otro, actitud que se refuerza si, además de las piernas, también se cruzan los brazos. A veces, cruzar las piernas puede expresar necesidad de defender la intimidad o, en algunas ocasiones, la zona genital. La persona que cruza una pierna sobre otra cogiéndosela con una mano o con las dos expresa un signo de tozudez y resistencia.  El cruce de piernas estando de pie es una muestra de distancia y de autoprotección y suele darse a menudo en reuniones multitudinarias cuando las perso-

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nas no se conocen. Cruzar las piernas a la manera anglosajona, con una pierna por encima de la otra, pero más distendida, indica más relajación y comodidad. Cuando nos sentimos en más confianza entre las personas que nos rodean, tenemos una actitud más relajada, distendida y abierta, con los brazos despegados del cuerpo y las piernas abiertas bien apoyadas sobre ambos pies.  El cruce de los tobillos indica que hay una emoción negativa y defensiva, parecida al cruce de piernas o brazos (podríamos decir que es como "morderse los labios" mentalmente, tratando de ocultar alguna emoción o actitud); a menudo se combina con los puños apoyados sobre las rodillas o con las manos pegándose con fuerza a los brazos de la butaca, como intentando controlar el estado emocional; sentarse en la silla al revés, apoyándose en el respaldo, indica una posición de defensa, de querer mantener cierta posición de dominación.  El tacto El tacto es un punto crucial en la mayoría de las relaciones humanas. El desarrollo actual de numerosos cursos, seminarios, laboratorios de autoconocimiento a través del cuerpo y búsqueda de potenciación personal refleja la gran necesidad que tenemos de redescubrir la comunicación a través del tacto en nuestra sociedad cada vez más independiente,

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egocéntrica y aislada. Muchas personas intentan tomar una mayor conciencia de sí mismas, de las demás personas y del mundo que las rodea, preferentemente a través de experiencias físicas antes que mediante las palabras o la vista. Los datos disponibles sobre el significado que tiene tocar son escasos y las teorías existentes representan esfuerzos pioneros en este campo. El psicólogo social M. Argyle cree que el tacto puede descodificarse como portador de diversas actitudes interpersonales; así puede significar interés sexual, dependencia, crianza (como mecer o acariciar a un bebé), adhesión afectiva (relaciones amistosas) y agresión (relaciones hostiles). Cuanta más emoción hay (como reflejan las expresiones faciales) y más íntima es la relación percibida, más oportunidades se dan de contacto táctil. Diversos estudios confirman que, en general, son los hombres los que inician la conducta del tacto, aunque en los últimos años todo eso vaya cambiando.  Los significados que asignamos al contacto táctil varían de acuerdo con la parte del cuerpo tocada, el tiempo que dura este contacto, la fuerza aplicada, la percepción del mensaje como intencional o no, la manera de tocar (con el puño cerrado o abierto, por ejemplo) y la frecuencia con que se hace. Hay inmensas diferencias en la "cultura del contacto", según la relación de los comunicantes, la intensidad y la duración del mensaje, los países o culturas étnicas, sus

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condiciones de vida, los antecedentes genéticos y el estatus social. También esta acción puede tener significados diferentes en diferentes entornos (puesto de trabajo, aeropuertos, discotecas) y con comunicantes de diferentes edades o sexo y en fases diferentes de sus relaciones.  Las primeras experiencias táctiles parecen ser decisivas para la adaptación mental y emocional posterior (estimulación periférica del cerebro y sistema nervioso).  Los niños que tienen poco contacto físico durante la infancia aprenden a andar y a hablar más tarde. Una experiencia táctil inadecuada tendrá como consecuencia una incapacidad para relacionarse con los demás en muchos aspectos humanos fundamentales.  Es famoso el experimento antropológico de H. Harlow con "madres sustitutas" en animales, cuya conclusión es la importancia del tacto para la evolución de los niños. Este investigador representó a una "madre mona" mediante una silueta de alambre que podía dar leche y protección; después construyó otro muñeco de gomaespuma que no proporcionaba leche. Como las crías de mono escogieron sin vacilación a la madre de algodón, Harlow llegó a la conclusión de que el confort del contacto era una parte muy importante de la relación materno-filial para los monos, y que la crianza era menos importante entendida co-

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mo fuente de alimento que como fuente de contacto físico tranquilizador.  La conducta de tocar se utiliza en ocasiones para comunicar actitudes interpersonales, como autoridad, por ejemplo, cuando un maestro da un golpe en la mesa; afecto, cuando una pareja se acaricia; protección, cuando se toca la cabecita de un bebé; reclamo de atención, cuando se aprieta el brazo a alguien o se le dan unos golpecitos en la mano o en el hombro; saludo o despedida, agitando la mano en el aire; muestra de acuerdo, de complicidad, de camaradería y solidaridad, cuando dos adolescentes chocan las manos con fuerza; rabia o enfado cuando se dan un golpe; satisfacción por un encuentro o una despedida, estrechándose las manos; abrazo o besos a alguien en una fiesta como ritual. En algunos casos, esta forma de contacto es el método más efectivo de comunicación, aunque, en otros casos, también puede provocar reacciones negativas u hostiles, según la sensibilidad.  El peso del subconsciente

Los actos fallidos (equivocaciones o errores involuntarios) son otro tipo de lenguaje no verbal con el que los humanos también nos comunicamos, involuntaria e inconscientemente. Técnicamente se llaman actings-out. Se trata de actos que producimos nosotros mismos, pero sin darnos cuenta de ello, que tienen que ver con otras personas con las cuales nos

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relacionamos y que, a pesar de nuestro agrado o desagrado por la satisfacción o el disgusto que supone hacerlos, se consideran desde el punto de vista psicodinámico expresiones simbólicas que también tienen una significación propia y única para el propio sujeto que los ejecuta. Resultan de una interferencia de dos intenciones de contenido diferente. Indican una divergencia entre la intención consciente que tiene el individuo de realizar algo y su deseo subconsciente de diferente significación, que, precisamente porque está en el subconsciente, tiene un mayor peso específico en aquel momento.  Nos referimos por ejemplo a situaciones como pronunciar una palabra peyorativa, cuando, conscientemente, se quería decir una positiva; no "acordarnos" de pagar una deuda a alguien que, en el fondo, consideramos que no se lo merece; querer dar un abrazo a un amigo muy querido, pero acabar dándole un fuerte golpe involuntario en la cara; llegar tarde, ser impuntual, rasgo que caracteriza a determinadas personas; tener un accidente de coche después de haber sufrido un disgusto muy grande (que puede hacer disminuir la atención del individuo, la concentración y el contacto con la realidad); alargar excesivamente una despedida, lo que, aparte de la dificultad que ya supone la separación entre ambas personas, indica una falta de respeto, de deseo de molestar, de agresión inconsciente; dar una patada en la puerta tan fuerte que de-

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ja huella al salir de casa enfadado con nuestra mujer; olvidarnos, en una cena, de servir a un comensal; tirar involuntariamente el café acabado de hacer encima de alguien al servírselo; dar un abrazo a la suegra cuando al mismo tiempo le estás dando un pisotón; romper una cosa, sin querer, a un ser amado mientras éste la miraba con mucho interés; manchar la ropa de alguien, a pesar del deseo de ser muy delicado y atento; un adolescente cuando se olvida las llaves en la discoteca, justo cuando tiene que llegar a casa mucho antes que sus amigos; distraer con ruidos a otras personas de un grupo cuando alguien está dando un discurso; olvidarnos un jersey o el bolso en casa de un amigo, donde seguramente nos habría gustado quedarnos más rato; llevarnos, por no prestar atención, alguna pertenencia muy querida de un familiar nuestro a casa de quien hemos ido a cenar (como si subconscientemente quisiéramos que también pasara a formar parte de nuestra propiedad); llegar una hora antes, por equivocación, a algún acto convocado que nos interesa mucho; olvidarnos en casa un regalo caro comprado para una persona amada, pero hacia la cual, en aquel momento concreto, no sentimos muy buena disposición internamente (por ejemplo, debido a algún recuerdo molesto que se relaciona con ella); bloquearnos y no poder recordar en absoluto el nombre de una persona que conocemos mucho; equivocarnos de nombre o cambiarlo por el de otra persona;

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olvidarnos de asistir a una reunión de trabajo organizada que se presentaba dura y a la que ya íbamos mal predispuestos.  Pueden parecer meras equivocaciones o errores sin importancia y casuales. Y en cierta manera es así, es decir, estas cosas pueden pasarle a todo el mundo. Pero también es cierto, especialmente a partir de los innombrables estudios hechos desde el psicoanálisis, que todos estos actos pueden tener una significación simbólica oculta, que quizás sólo es significativa para quien los produce o actúa. 

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APRENDER A ESCUCHAR A NUESTRO CUERPO El cuerpo, tal como lo entendemos en la cultura occidental, es una construcción subjetiva en la que se integran aspectos individuales y colectivos. Esta relación entre yo y los demás es la que nos permite constituirnos como humanos a través de la incorporación del lenguaje, los usos, las costumbres, las tradiciones, las creencias y las maneras de actuar de una cultura determinada y en un momento determinado.  El cuerpo se construye en las experiencias y por las experiencias derivadas de la interacción de numerosas variables que pueden ser hereditarias, culturales, sociales y ambientales, así como gracias a la interacción constante entre los dos hemisferios cerebrales, izquierdo y derecho, ambos con diferentes potencialidades y capacidades que inciden en todo funcionamiento personal.  Y resulta que el cuerpo es capaz de relatar este montón de experiencias a través de diversas posturas, gestos, calidades de movimientos, formas de tacto y contacto, síntomas y enfermedades. Todos estos signos conforman un verdadero lenguaje que posee una

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sintaxis y una semántica propias. Leerlo y escucharlo atentamente facilita la ampliación de la conciencia y ofrece una sólida base de sustentación para el desarrollo y la transcendencia del ser humano.  Francisco Mora, experto psiconeurólogo español, así como muchos otros investigadores ponen de relieve la gran conexión entre los procesos cognitivos, de memoria y emocionales, y la comunicación de los dos hemisferios, y atribuyen una básica armonía e integración íntima a las personas a partir de la mutua intercomunicación e interrelación existente entre los dos hemisferios cerebrales, el izquierdo y el derecho. Los nervios de cada uno están mutuamente controlados. Cada hemisferio tiene sus propios lenguaje, capacidad de memoria, tono emocional, área de competencia, proceso cognitivo y forma peculiar de percibir la realidad. El hemisferio izquierdo (el de la acción), reflejado en todo el hemicuerpo derecho, es analítico, lógico, científico, es el del lenguaje y el razonamiento y tiene un punto de vista más estático. El hemisferio derecho (más flexible y adaptable) se refleja en el hemicuerpo izquierdo, es sistémico y puede captar la totalidad, posee una visión más dinámica y un pensamiento más imaginativo, intuitivo, afectivo, artístico y creativo.  Estas dos formas de pensamiento y captación de la realidad trabajan juntas en el interior de la mente humana: el más primario, intuitivo, corporal e incons-

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ciente, y el más verbal, consciente, racional y lógico. Para vivir en equilibrio necesitamos utilizar habitualmente ambos lados del cerebro, sin embargo, en general, cada persona tiene más desarrollado uno de los dos, que se expresará a través del lenguaje verbal y en mayor o en menor medida del lenguaje no verbal.  Detectar y observar el tipo de lenguaje no verbal, y poder comprenderlo es también un acto de comunicación humana que, generalmente, va siempre al lado del lenguaje verbal que se emite.  Hay que decir que muchas veces la ausencia de actos no verbales que suelen acompañar a los actos verbales es también un signo de que alguna cosa no funciona adecuadamente, ya que los movimientos no parece que se produzcan al azar sino que están inseparablemente ligados al habla humana. Desde el nacimiento, hay un esfuerzo para sincronizar los movimientos del habla y del cuerpo, y los adultos manifiestan generalmente una autosincronía y una sincronía interaccional. Es posible que las personas cuyos movimientos corporales no suelen ser sincrónicos con su habla sufran alguna enfermedad patológica. Dos personas sin sincronía entre sí pueden no conocerse bien o puede pasar que entre ellas falte absolutamente la conducta de escucha, posiblemente porque no hay empatía entre ellas.  Desde el punto de vista psicodinámico, muchas investigaciones realizadas por expertos psicólo-

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gos nos dicen que cuantos más elementos preverbales y no verbales contenga la comunicación que nos llega de la otra persona, más podremos constatar la presencia de mecanismos infantiles y de influencia del pasado.  Tenemos que ser conscientes del enorme poder que tiene el inconsciente en todas las personas. Tiene una fuerza y un potencial tan enormes que puede llegar a anular los esfuerzos conscientes del sujeto, por muy importantes que estos sean. Todos los ejemplos prácticos e ilustrativos de las "meteduras de pata", errores, resbalones, actos y expresiones corporales involuntarios a que he ido aludiendo a lo largo del libro nos permiten ver que no todo en el ser humano, en sus relaciones con los demás, indica armonía y bondad.  Absolutamente todas las personas, como seres humanos que somos, con nuestros aspectos más primarios e instintivos, inconscientes o infantiles (sentimientos de duda, dolor, rabia, envidia, gratitud, celos) y con nuestros otros aspectos que, como adultos, llevamos dentro, de mayor conciencia, madurez y raciocinio (de un verdadero y real interés por los demás, de búsqueda de su bienestar, de estimación), tenemos una natural ambivalencia y contradicciones en las relaciones con los demás, por mucho que los queramos y les deseemos lo mejor. 

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La manifestación de actos involuntarios como estos son el testimonio constante de que ambos lenguajes (el de "niño" y el "de adulto") van cogidos de la mano y existen al mismo tiempo, aunque quizás no seamos muy o nada conscientes de su verdadera significación. Es natural que a veces estas conductas o acciones nos repercutan negativamente y tengan resultados molestos. Pero enojarnos o rebelarnos en contra o pretender ignorar que existen es querer cerrar los ojos y no ver una realidad que de forma cotidiana se nos está manifestando, a veces muy a nuestro pesar: que los sentimientos (y más si son intensos, ya que la intensidad es un factor de mucha importancia) impregnan más o menos acusadamente cualquier aspecto de nuestra experiencia del mundo interno y relacional.  Tenemos que saber que afectan a nuestros cuerpo y lenguaje de una manera elemental, más allá del pensamiento, del discurso verbal, de la imagen y de la capacidad de imaginar; nos remueven corporalmente desde la mímica hasta las vísceras. El mismo lenguaje puede ser más gestual o más semántico, más concreto o más significativo y simbólico, según la fluctuación del grado de "cuerpo" o de "espíritu" que haya.  Pero también es cierto que con nuestras experiencias podemos intentar integrar nuestros sentimientos, o, por el contrario, podemos disociarlos, reprimir-

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los o negarlos, hasta un empobrecimiento simplista de nuestra vida afectiva y cognitiva.  Si personalmente nos encontramos en condiciones de darnos cuenta del momento en que aparece este lenguaje no verbal, lo podemos identificar y tenemos bastante confianza con la otra persona, podremos ponerles palabras e intentar averiguar el "significado" y comprenderlo, podremos acceder a un mayor autoconocimiento y favoreceremos la conexión y el acercamiento personal afectivo con el otro.  Aprender a escuchar nuestro cuerpo y el de los demás, encontrar la manera de captar, entender y descodificar los mensajes, poder saber cómo y por qué actuamos de tal manera en un momento determinado y dependiendo de las circunstancias o delante de determinadas personas, conocer nuestras emociones y nuestros miedos, qué es lo que queremos conseguir o evitar, qué deseamos que los otros hagan o dejen hacer, y saber por qué mentimos o por qué nos intentan engañar es también conocernos a nosotros mismos y promover cambios de evolución progresiva en nuestra conciencia y en nuestra salud.  Este libro se ha escrito con la intención de aportar una idea básica sobre la importancia que tiene el lenguaje no verbal en nuestro funcionamiento personal, tanto para conocernos más a nosotros mismos como para conocer mejor a los demás. 

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Es importante aclarar que no todos los datos aportados se refieren directamente a elementos observables ya que algunos han requerido inferencias. He excluido, en esta aportación, muchos procedimientos esencialmente técnicos utilizados por determinados científicos en su labor de investigación. Si el lector está interesado, puede consultar otros trabajos publicados, de algunos de ellos encontrará la referencia en la bibliografía. 

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La personalidad Antoni Andrés

AntoniAndrés Antoni Andrés es catedrático del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico de la Universitat de Barcelona.

Diseño del libro y de la cubierta: Natàlia Serrano La UOC genera este libro con tecnología XML/XSL.

Primera edición: Julio 2008 © Antoni Andrés, del texto © Editorial UOC, de esta edición Rambla del Poblenou, 156, 08018 Barcelona www.editorialuoc.com Impresión: ISBN: 978-84-9788-732-8 Depósito Legal:

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño general y la cubierta, puede ser copiada, reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio, sea este electrónico, químico, mecánico, óptico, grabación, fotocopia o cualquier otro, sin la previa autorización escrita de los titulares del copyright.

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Nuestro contrato Este libro le interesará si quiere saber: ·

Qué es la psicología de la personalidad.

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Cuáles son sus aportaciones y limitaciones.

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Cómo se puede describir científicamente la personalidad.

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Qué son los rasgos.

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Por qué somos iguales y diferentes al mismo tiempo.

·

Qué significa realmente carácter, temperamento, constitución e inteligencia.

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Índice de contenidos Nuestro contrato

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¿Cómo somos las personas?

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SOMOSDIFERENTES , PERO NO TANTO

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Individuo Organismo Persona y personalidad

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EL ESTUDIO DE LA PERSONALIDAD Tantas teorías como teóricos Un origen doble: filosófico y científico No es fácil definir la personalidad Un conjunto de rasgos La definición de los términos INSTRUMENTOS PARAEL ANÁLISIS Una explicación científica es necesaria Por qué nuestras conductas son diferentes Dos etapas para explicar el psiquismo

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¿Hay una teoría de la personalidad? LOS RASGOSPSICOLÓGICOS Definición y naturaleza Identificación y utilidad Tipo y estados psicológicos LA PERSONALIDAD COMO SISTEMA La constitución El temperamento El carácter La inteligencia Estilos psicológicos Un modelo

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Bibliografía

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¿Cómo somos las personas? ¿Podemos saber científicamente, con objetividad y rigor, cómo son las personas? O dicho de otra manera: ¿sabríamos justificar por qué un individuo es como es, cómo se comportará en el futuro, cómo reaccionará ante un hecho imprevisto? Eso es lo que intenta contestar la psicología de la personalidad. Pero como sucede con todo avance científico, la psicología de la personalidad no sólo encuentra respuestas a las preguntas planteadas (a veces insuficientes), sino que también se plantea otras preguntas: ¿de qué elementos está compuesta la personalidad? ¿Es la personalidad una característica psicológica de los individuos consistente en el tiempo? ¿La personalidad tiene raíces biológicas o sociales? Uno de los psicólogos más importantes de nuestro entorno, José Luis Pinillos, dice: "Uno de los campos más complejos, por no decir confuso, de la psicología actual es el de la personalidad humana". En este libro se presentan los principales conceptos dentro del campo de la psicología de la personalidad y de las diferencias individuales. 7

Primero veremos el estudio de la personalidad desde el punto de vista científico, con referencia a las principales cuestiones metodológicas que deben tenerse presentes Después entraremos en los conceptos básicos como los rasgos fisiológicos, los estados y los tipos de personalidad. Encontraréis su definición y la manera de identificarlos. Finalmente presentaremos un modelo de personalidad como sistema complejo integrado por la constitución física, el temperamento, el carácter y la inteligencia.

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SOMOSDIFERENTES , PERO NO TANTO "Todas las personas somos diferentes". "Dime con quién andas y te diré quién eres". Estas dos afirmaciones son compatibles porque hacen referencia a diferentes aspectos de cómo somos las personas. Somos iguales o diferentes en cuanto a nuestra manera de comportarnos ante diversas situaciones cotidianas, en cuanto a las experiencias que nos han ido formando, en cuanto a las reacciones que mostramos ante noticias o acontecimientos inesperados, somos diferentes o iguales en nuestras aspiraciones, en las creencias y sentimientos que nos identifican. En una palabra, somos como somos, cada uno diferente de todos los demás, pero no tan distintos que no podamos encontrar bastantes cosas comunes con los "otros". Las razones por las cuales somos diferentes y parecidos son muy diversas. Pero la razón última es que somos el resultado de una combinación de lo que somos al nacer y de los efectos de nuestra biografía. Eso es lo que justifica la manera de ser característica de cada persona. Por eso decimos que 9

toda persona es única. Desde de una perspectiva psicológica, estas afirmaciones son el resultado de unas observaciones realizadas sobre fenómenos naturales cotidianos. Precisamente, la perspectiva psicológica se basa en las diferencias y similitudes, en la manera de ser y de comportarse de cada cual y en el conocimiento acumulado (inicialmente filosófico y más recientemente científico) que se pregunta cuáles son las causas. El fenómeno de la variabilidad del comportamiento humano ha sido fuente de inspiración para los filósofos que han reflexionado sobre la personalidad, para los literatos y hasta para los políticos y religiosos, así como para los científicos interesados en ello. Los cambios en la manera de ser y de comportarse de los individuos es un fenómeno natural y como tal susceptible de ser estudiado con el rigor de las ciencias. Esta es la opinión de la investigación diferencialista de la psicología de la personalidad. La tradición diferencialista ha considerado a la persona como un organismo dotado de un conjunto de aptitudes que la permiten adaptarse a la realidad cotidiana, lo cual se puede entender también desde de una perspectiva evolucionista. En el siguiente recuadro encontramos los puntos esenciales de este enfoque diferencial.

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Decálogo sobre la personalidad 1.

Una persona, aunque sea única, en alguna cosa se parece a las demás.

2.

La mejor manera de comprender las personalidades de los individuos es comparándolas entre sí.

3.

No se pueden comparar las personalidades enteras, ya que la comparación tiene que ser analítica.

4.

Las personas, como las cosas o como cualquier otro fenómeno natural, se conocen y se describen por sus propiedades. Estas propiedades son siempre abstracciones derivadas de la observación.

5.

Las comparaciones entre individuos se tienen que hacer en términos de una determinada propiedad en un momento dado.

6.

Las comparaciones también se pueden hacer entre una persona y la media de un grupo o muestra de personas de la población a la cual pertenece.

7.

Las propiedades de la personalidad son rasgos.

8.

Estos rasgos pueden ser muy generales o específicos.

9.

La personalidad se puede caracterizar por un patrón único de rasgos.

10.

Tenemos que construir modelos conceptuales de los rasgos a partir de sus indicadores observables para poder describir la personalidad de los individuos, para predecir y explicar el comportamiento.

El individuo es un conjunto (esto es muy importante) que, aunque los estudiosos lo descompongan en elementos más sencillos, actúa siempre de manera global e integrada. Es precisamente el comportamiento del individuo lo

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que refleja la personalidad. Antes de adentrarnos en más detalles propios de la psicología de la personalidad, nos será muy útil definir cuatro términos. Individuo Un individuo es un ejemplar concreto de una especie cualquiera de ser vivo. Un individuo no es un fragmento de sustancia inerte, sino que tiene cierto nivel de organización interna que es la responsable de su unidad. Por el hecho de ser un individuo es intrínsecamente indivisible y distinto del resto. La individualidad es una propiedad de los individuos que destaca el conjunto de características que (como son más o menos estables) constituyen la identidad. Organismo Desde un punto de vista funcional, podemos distinguir dos aspectos del individuo: organismo y psiquismo. El organismo hace referencia al conjunto de funciones fisicobiológicas del individuo; el psiquismo, a las funciones psicológicas. En nuestro contexto, podemos sustituir fácilmente el término organismo por el de constitución y el de psiquismo, por el de personalidad.

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Persona y personalidad No se tiene que confundir persona con personalidad. La persona designa a un individuo humano concreto; la personalidad, al contrario, es un término científico que han formulado los psicólogos con la intención de formarse una idea de la manera de ser y actuar que caracteriza el organismo psicofisiológico que denominamos persona. Las personas poseen una personalidad propia, que designa la manera de ser y de funcionar de un psiquismo humano, tal como ha sido construida gracias a la investigación psicológica. En el conjunto de atributos que constituyen toda personalidad, se distinguen varios tipos que corresponden, aproximadamente, a las grandes categorías funcionales del psiquismo humano según la psicología. Así, distinguiremos los procesos cognitivos (la percepción, la memoria, el razonamiento, etc.), los procesos conativos (motivación, voluntad, intereses) y los procesos emocionales (ansiedad, miedo, ira, etc.). En este esquema, conviene introducir los procesos biofísicos (activación, funciones neuroendocrinas), que forman parte de lo que determina el comportamiento humano. Cada uno de estos tipos de atributos se ha identificado tradicionalmente con unas "etiquetas", que son las aptitudes o capacidades intelectuales, el temperamento, el carácter y la

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constitución. Cada uno de estos elementos actúa específicamente sobre un ámbito de la conducta, de manera que las aptitudes se ven reflejadas en el rendimiento de los individuos; el carácter, en sus actitudes, creencias y hábitos sociales; el temperamento, en la expresión afectiva, y la constitución, en el funcionamiento biológico. La personalidad, reflejada en cada una de estas facetas, es el conjunto de todos estos tipos de atributos, conjunto "único" porque resulta de la combinación de todos estos componentes, con su idiosincrasia peculiar, que es única e irrepetible.

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EL ESTUDIO DE LA PERSONALIDAD El estudio de la personalidad tiene mucha importancia, sobre todo por dos hechos evidentes. Primero, el interés que muestran por la personalidad varios tipos de profesionales: psiquiatras, psicólogos clínicos, especialistas en selección de personal, criminólogos, trabajadores sociales e incluso novelistas y periodistas. Y segundo, la existencia de diferentes definiciones de la personalidad en ámbitos distintos, como en el ámbito clínico, el organizativo, el legal y jurídico, el educativo, el vocacional y la propia investigación básica del fenómeno. Tantas teorías como teóricos El estudio científico de la personalidad humana, desde los años treinta, es el objetivo de la psicología de la personalidad. En esta amplia disciplina se estudian una serie de fenómenos asociados al concepto de personalidad y sus implicaciones. Uno de los fenómenos más importantes a los que hacen referencia es la variabilidad. A veces sucede que los 15

árboles no nos dejan ver el bosque: concentrarnos en los detalles no nos permite ver el conjunto. Esta característica del observador ha sido fatal para el estudio de la psicología de la personalidad. Desde principios de los años cincuenta hasta hoy han sido tantos los estudiosos de la personalidad que han propuesto su manera de ver este complejo fenómeno, que hoy hablamos de teorías de la personalidad más que de la teoría psicológica de la personalidad. Las teorías de la personalidad que tenemos son tantas y tan variadas que en algunas universidades hay una asignatura formal que se ocupa de ello. La situación de la psicología de la personalidad, debido a la coexistencia de tantas y tan diversas teorías, era en la década de los años ochenta deplorable. Pero en los últimos años parece que los estudios psicológicos de la personalidad han vuelto a encarar el problema básico con un nuevo empuje y parece que con éxito, ya que hay un consenso por volver a los orígenes del estudio científico de la personalidad. Para ver el bosque es mejor alejarse. Esta distancia se consigue volviendo a los orígenes del problema, en este caso la descripción del complejo fenómeno psicológico que es la personalidad. Para entenderlo mejor, actualmente coexisten en el ámbito de la psicología de la personalidad al menos siete teorías diferentes que siguen distintos

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enfoques (conductual, psicoanalítico, diferencial, humanista, etc.), y, además, dentro de cada uno de estos enfoques podemos distinguir modelos distintos (el modelo de tres factores de Eysenck, el de dieciséis factores de Cattell o el de cinco factores de McRae y Costa). Pero eso no es todo: la terminología se utiliza de forma diversa. Lo que para unos autores es ansiedad, para otros es estrés. Hay autores, como el profesor Oliver P. John, que consideran que el campo de estudio de la personalidad es como una torre de Babel terminológica. Por este motivo, muchos estudiosos de la personalidad se han empeñado en obtener un sistema descriptivo de la personalidad que sea integrador y que pueda servir en un futuro como punto de partida para una investigación unitaria de la personalidad. Así, esta dramática situación parece que está en vías de solución, pero el ritmo es tan lento que es mejor acostumbrarse a la variedad de teorías. Un origen doble: filosófico y científico El origen del estudio sistemático de la personalidad desde un punto de vista psicológico es doble: una tradición que proviene de la especulación filosoficoliteraria sobre la naturaleza humana y otra que proviene del estudio científico también sobre la naturaleza humana. La tradición filosoficoliteraria (como la ha

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denominado Pelechano recientemente y en la que incluye las aportaciones de la filosofía y la sabiduría populares y otras fuentes del conocimiento no científico) aportó bajo el término "carácter" muchas de las consideraciones que hoy estudiamos en el campo de la personalidad. El estudio científico de la personalidad, desarrollado en el marco general de la psicología, es la continuidad histórica de la tradición medicoclínica del estudio del temperamento y de la tradición filosoficoliteraria del carácter. A partir de la tradición medicoclínica llegará a la psicología diferencial todo el conocimiento acumulado desde los médicos griegos hasta los trabajos del psiquiatra Ernst Kretschmer. El término "temperamento" (indisolublemente ligado al de "constitución") y sus modelos explicativos serán la aportación más significativa de esta tradición. Así, en el origen de la psicología de la personalidad moderna en los años treinta, autores como Gordon Allport o Henry Murray, entre otros, pero también Kurt Goldstein, Kurt Lewin y Steve Sheldon, al empezar a elaborar sus teorías sobre la personalidad se encontraron con estas dos tradiciones. No es fácil definirla personalidad El término "personalidad" y sus sinónimos tienen muchas aplicaciones en la vida cotidiana.

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Simplemente dando una ojeada a un periódico podemos encontrar frases como estas: "Este equipo de fútbol tiene una personalidad propia", "Se busca vendedor con personalidad", "No deje de visitar el hotel, es único, con personalidad", "Fume cigarrillos, gustan por su temperamento". O como estas: "Gracias al carácter del director, la orquesta realizó un concierto inolvidable". En numerosos contextos se utiliza el término "personalidad" para destacar una propiedad que convierte aquello que la posee en algo único, identificable. Este uso indiscriminado que hacemos en el lenguaje cotidiano del término "personalidad" no tiene que influir en su definición científica. Sin embargo, no es una tarea fácil: desde hace más de sesenta años, los psicólogos intentamos conseguir una definición única y consensuada de personalidad. Una manera de distinguir la concepción de la personalidad es la clasificación de los individuos en actores y observadores, es decir, la persona que sostiene la acción que se analiza (actor) o la persona que analiza al que actúa (observador). Desde el punto de vista del observador, la personalidad, según el psicólogo John Hogan, "consiste en la reputación del actor, es una atribución social que tiene valor distintivo. Esta reputación no tiene un valor neutral, las reputaciones siempre tienen un valor social explícito y en el fondo constituyen la potencialidad del actor o su contribución

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demostrada a su grupo social". Desde el punto de vista del actor, la personalidad es "un conjunto de estructuras psíquicas internas, cualidades y características que 'causan' la reputación inicial de los individuos". Un conjuntode rasgos La estructura de la personalidad es un conjunto de factores psicológicos internos: esta es la idea fundamental que tenemos que retener. Estos factores psicológicos pueden denominarse de muchas maneras: instintos, deseos, motivos, creencias, intereses, actitudes, emociones. Las diferentes teorías se centran especialmente en alguno de estos conceptos. En el enfoque diferencial que estamos explicando, estos factores se llaman rasgos, que son, según Hogan, "características psicológicas disposicionales, amplias, consistentes y estables durante el tiempo que se utilizan para describir, evaluar y predecir la personalidad de los individuos". Son muy importantes estas cuatro características. Con detalle, "disposicional" quiere decir que predispone a realizar un tipo de conducta (por ejemplo tendencia a actuar sin pensar o a tener miedo); "amplio" se refiere a que sus efectos no provocan conductas específicas, sino generales (no hay un rasgo que produzca sonrisas, sino que el

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mismo rasgo hace que la persona tenga facilidad para sonreír, reírse, estar alegre, animada, como es el caso de la extraversión); "consistente" significa que actúa de manera similar en una grande variedad de situaciones, y "estable", que es constante en el tiempo y por lo tanto que lo podremos observar (con ciertas variaciones) a lo largo de la vida del individuo.

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Primero fueron los tipos Los estudiosos de la personalidad, antes de utilizar el rasgo como unidad de análisis de las características individuales, utilizaron el concepto de tipo. En esencia, los teóricos de los tipos consideraban que todos los individuos se pueden clasificar en unos cuantos tipos o categorías de seres humanos (generalmente pocos y que oscilan entre cuatro y dieciséis). Por ejemplo, la clasificación astrológica indica que hay doce tipos, mientras que los antiguos griegos reconocían cuatro tipos diferentes de personalidad (melancólicos, flemáticos, sanguíneos y coléricos). La diferencia más importante entre una teoría de tipo y una de rasgos es que la primera considera que los individuos pertenecen a una o a otra categoría (piscis o leo; melancólico o flemático), mientras que la segunda considera que los rasgos son propiedades comunes de todos los individuos, pero que están distribuidos de manera desigual. Así, todos los seres humanos tenemos cierto grado de ansiedad, de sociabilidad y de originalidad, pero nos distinguimos por la cantidad del rasgo que nos identifica. En general, se asume que los rasgos de personalidad se distribuyen de manera normal como la mayoría de los rasgos físicos (altura, peso, etc.), lo que significa que si podemos considerar la "actividad" como un rasgo, entonces todos los individuos tendrán este rasgo en un grado diferente, algunos serán inactivos de forma extrema o activos, otros serán muy activos o inactivos y la mayoría tendrá un grado de actividad intermedio.

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La definición de los términos Conceptos y constructos

La personalidad es tanto un término corriente en el lenguaje cotidiano como un concepto que forma parte de la psicología. En el lenguaje científico tanto se utiliza la palabra "concepto" como la de "constructo" para referirnos a los elementos más importantes de cualquier teoría. Los conceptos y los constructos tienen significados similares. Un concepto expresa una abstracción formada para la generalización a partir de lo particular y un constructo es un concepto, pero integrado dentro de un marco o teoría científica. Así, la ansiedad es un término cotidiano del lenguaje, un concepto de uso múltiple en las ciencias y además un constructo psicológico muy específico que tiene una función diferente según el marco teórico en que se incluye (psicoanálisis, teoría de la personalidad de rasgos, aprendizaje). Personalidad, inteligencia, temperamento, al igual que gravedad, aceleración o viscosidad, son

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términos que utilizamos en el lenguaje cotidiano con naturalidad. Si alguien nos pregunta el significado de estas palabras, todos tenemos una idea, que no siempre corresponde a su acepción científica verdadera. Así, por ejemplo, el término "histérico" se utiliza para calificar a ciertos individuos que no se corresponden estrictamente a la categoría clínica de "neurosis de histeria" que les asignaría un psiquiatra experto. Estos términos son conceptos abstractos que en el lenguaje científico se llaman constructos. Los constructos son herramientas científicas que tienen su valor en la medida en que se utilizan con precisión y exactitud. Así, la personalidad es un constructo complejo de carácter muy general: en cierta manera es un constructo ¡que al mismo tiempo es una suma de constructos! La definición que Eysenck ofrece para la personalidad es un ejemplo de lo que decimos: "La personalidad puede entenderse como una organización más o menos estable y duradera del carácter, el temperamento, el intelecto y el físico de una persona, que determina su adaptación única al ambiente. El carácter denota comportamiento conativo (voluntad); el temperamento, el sistema del comportamiento afectivo (emoción); el intelecto, el sistema de comportamiento cognitivo (inteligencia), y el físico, la configuración corporal y la de la dotación neuroendocrina".

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La capacidad de hacer cosas

El término "capacidad" (del inglés ability) necesita también en el contexto de la psicología cierta precisión. Capacidad o aptitud es un término que se atribuye a la potencialidad de los objetos o de las personas para realizar alguna cosa. Así, decimos que una broca de widia tiene capacidad de atravesar el hormigón o que una moto es capaz de correr a más de 180 kilómetros por hora. La capacidad nos indica también cierto tipo de potencialidad que se puede atribuir al individuo. Muy frecuentemente utilizamos este término para hablar de atributos psicológicos y decimos que los individuos tienen aptitudes cognitivas, deportivas o artísticas.

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Traducciones inexactas Los ingleses y los norteamericanos utilizan mucho más el término ability que el término aptitude para designar una predisposición hacia una determinada actividad o a sus aplicaciones prácticas. En el lenguaje cotidiano, de hecho encontramos que capacidad, aptitud, habilidad o destreza son casi sinónimas. En el contexto de la psicología, tampoco están muy diferenciadas, a lo cual han col laborado las diferentes traducciones de estos términos procedentes del inglés. Así, la palabra ability a veces se traduce por capacidad y otras veces por habilidad. De ahí derivan importantes confusiones. Nosotros, para poder delimitar estos términos en cuanto a su significado, hemos utilizado las traducciones siguientes: ability es capacidad o aptitud, aptitude es aptitud, skill es habilidad o destreza y, finalmente, achievement es rendimiento (también y especialmente en el contexto experimental se llama performance).

Por ejemplo, la capacidad de esfuerzo físico se mide sobre la base del rendimiento individual frente a varias pruebas de resistencia física (correr 10 kilómetros, andar 50 kilómetros). La aptitud se expresa en la conducta cuando las condiciones de las tareas son favorables para hacerlo. Generalmente, esta potencialidad no es medida en términos probabilísticos. Así, la aptitud para el salto de altura de un atleta no es la media de sus saltos, sino el máximo conseguido en una ocasión determinada (a veces excepcional). Esta manera de 26

definir la aptitud está relacionada con el grado máximo de rendimiento que un sujeto puede conseguir y no es habitual en el contexto de la medida psicológica de las capacidades cognitivas. Generalmente se acepta, en la psicología de la personalidad, que una capacidad o aptitud es un rasgo, con cierto grado de estabilidad y consistencia, que caracteriza el rendimiento y el comportamiento habitual de un individuo (en comparación con otros individuos). Hay autores que quieren distinguir entre capacidad y aptitud. La aptitud tendría una connotación más restrictiva y un contenido más específico que la capacidad. Así, mientras que es lícito hablar de una capacidad de memoria general, también sería correcto hablar de una aptitud para el recuerdo de caras o de imágenes. La definición de las aptitudes proviene de la observación sistemática de las diferencias entre individuos en la realización de ciertas tareas. Esta observación constituye la base de la medida de las aptitudes. Las habilidades y el entrenamiento

Las habilidades o destrezas son competencias que están presentes en el sujeto en el momento de realizar una tarea, que han sido desarrolladas por medio del entrenamiento o la práctica. Los conceptos de habilidad o destreza tienen

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además otra connotación. Su aspecto más peculiar es que pertenecen al dominio de las potencialidades. De la misma manera que las aptitudes tienen un fuerte componente genético –sin excluir el efecto ambiental acumulado– las habilidades o destrezas se implantan en el sujeto por medio de la experiencia y la práctica. Por ejemplo, un niño puede tener aptitudes musicales, pero su rendimiento musical con un instrumento determinado depende del hecho de que haya aprendido a utilizarlo y de que haya desarrollado las destrezas que le permitan ejecutar una melodía o pieza musical. La diferencia entre aptitud y habilidad es patente en este tipo de atributos: una aptitud es la resistencia al esfuerzo físico o la elasticidad muscular; una habilidad es jugar al tenis o pilotar una moto de competición. Ante estos conceptos descritos, que hacen referencia al "cuánto" del comportamiento (al rendimiento de los individuos), hay otros conceptos vinculados al "cómo" o el estilo de conducta. Estos términos se han desarrollado para identificar los atributos de los individuos que justifican las variaciones en su comportamiento habitual. Definiremos algunos de los términos más importantes. Constitución,la dotación biológica

La variabilidad individual en los aspectos físicos

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es el hecho más evidente que diferencia a los individuos de una misma especie. Esta diferencia se prolonga más allá de lo que es simplemente superficial y observable. Así, numerosas observaciones confirman que hay una "individualidad bioquímica o fisiológica". Desde la antigüedad se consideró que estas variaciones morfológicas eran la base de las variaciones psicológicas o sociales. Para formalizar estas ideas se propuso el término "constitución". La constitución es la dotación biológica de un individuo, que está compuesta de elementos estáticos y dinámicos. La referencia más o menos grande en la parte estática (anatomía, relación entre tejidos) o en la parte dinámica (funciones hormonales, funciones bioquímicas) depende del momento y de los conocimientos biomédicos de la época. Algunos de los adjetivos que se refieren a la constitución son rechoncho, voluminoso, musculoso, fornido, delgado, flaco, esquelético, fuerte, robusto o corpulento. Temperamento,las características emocionales

El profesor polaco Jan Strelau ha definido el temperamento como "un conjunto de rasgos relativamente estables del organismo, determinados primordialmente por su biología, que se manifiestan en rasgos formales de reacción en las características

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energéticas y temporales de la conducta". En términos más generales, el temperamento hace referencia a las características emocionales de la conducta. Estos rasgos están muy determinados por la configuración morfológica y fisiológica del individuo y en cierta manera expresan los determinantes genéticos de la personalidad. Algunos de los adjetivos que califican el temperamento son audaz, nervioso, inquieto, activo, emotivo, apático, flemático, inhibido, comunicativo, miedoso, hablador o impulsivo. "Temperamento" es un término que ha tenido muchos avatares en la historia del estudio de la conducta humana, pero se ha mantenido vivo en muchas tradiciones. Para numerosos autores, los rasgos del temperamento son la "verdadera esencia" de la personalidad y por eso se atribuye el calificativo de "rasgo de la personalidad o del temperamento" a las mismas dimensiones. No obstante, esta es una licencia del lenguaje hablado. Conviene distinguir en todo momento estas categorías. Así, la impulsividad, la sociabilidad, la estabilidad emocional o el psicoticismo son rasgos temperamentales. Carácter, mezcla de sentimientos y actitudes

El concepto de carácter proviene de la psicología de corte filosófico anterior a la psicología

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empírica iniciada el siglo xix. Por comparación con el temperamento, el carácter representa otro elemento que, dado que constituye la estructura de la personalidad, ha recibido tradicionalmente un tratamiento no científico. El carácter, aunque es un componente fundamental de la personalidad humana, es un tópico que se ha resistido tradicionalmente al estudio científico. La mezcla de valores, sentimientos y actitudes que constituyen el carácter son fenómenos demasiado matizados por los valores eticomorales de la sociedad en que viven los individuos y necesitan un estudio más cualitativo que cuantitativo. Los adjetivos que mejor definen los caracteres son orgulloso, hipócrita, tramposo, deshonesto, autoritario, vividor, intrigante, liante, desconfiado, creyente, piadoso, recto, educado o caritativo. Personalidad para enfrentarse al medio

Los psicólogos definen la personalidad como el conjunto de formas y maneras características que tiene un individuo de enfrentarse al medio. Esta definición es muy genérica y en la psicología actual coexisten diferentes enfoques para comprender la personalidad. Cada uno de estos enfoques dispone de una definición más precisa. Estas definiciones pueden hacer hincapié en la conducta, en la vida

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emocional del sujeto, en sus creencias o sus sentimientos. En cualquier caso, todas están de acuerdo en aceptar que la personalidad es un constructo complejo que se refiere a la totalidad psicológica del individuo. Este constructo es el que mejor refleja las diferencias entre conductas de las personas.

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INSTRUMENTOS PARAEL ANÁLISIS La mayoría de los atributos que caracterizan a las personas son constructos basados en las teorías sobre la naturaleza humana. Los constructos pueden ser más o menos simples. Un criterio útil para comprender esta propiedad es considerar que los constructos complejos son la conjunción de otros más sencillos. Por ejemplo, el clima es un constructo complejo. El clima lo determinan la temperatura, los vientos, la presión atmosférica y la humedad, y es una cualidad diferencial de los distintos biotopos de la Tierra (zonas continentales, selváticas, alpinas). El clima es, por lo tanto, un constructo complejo formado por muchos otros constructos. Ninguno de los constructos más simples que constituyen el clima representa la totalidad. Los constructos psicológicos se utilizan para describir y clasificar a los individuos. Por lo tanto, una vez formulado un constructo, como la creatividad, que se observa en el rendimiento humano y se puede medir por medio de diferentes pruebas, podemos clasificar a un conjunto de 33

individuos de acuerdo con este constructo. Así, podemos hablar de individuos muy creativos o poco creativos, o podemos identificar a los individuos que tienen una creatividad vinculada a la actividad científica o a la artística. Por ejemplo, la personalidad es un constructo que incluye otros más simples, como las emociones, los pensamientos o las actitudes. Los constructos que constituyen la psicología de la personalidad se han formulado con la intención no sólo de clasificar las diferencias individuales, sino también de comprender el significado y controlar y predecir los efectos y las consecuencias. Una explicación científica es necesaria Explicar un fenómeno científicamente requiere conocer las causas que lo producen. La explicación de un eclipse solar consiste en una declaración que nos dice por qué durante el día (cuando ocurre el eclipse) el sol queda oculto por otro satélite y la luminosidad se reduce. La astronomía conoce las leyes que rigen el movimiento de los astros y así puede explicar el porqué del eclipse. Este mismo tipo de esquema se quiere trasladar a la explicación del comportamiento. La psicología busca el conocimiento de las leyes que regulan la conducta para poder, al igual que hace la astronomía o la química, comprender los

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porqués de la conducta. Una explicación científica es básicamente una descripción de cómo se produce un fenómeno. Comprender los fenómenos naturales requiere conocer las causas que los provocan. Las causas de los fenómenos pueden ser de dos tipos: proximales y distales. Las causas proximales de la conducta son las circunstancias inmediatas, en un sentido espaciotemporal, que rodean la acción del sujeto que queremos explicar. La causa proximal de que un individuo encienda su aparato de radio puede ser escuchar la previsión del tiempo para escoger la ropa con que se vestirá, ya que la observación del tiempo no es suficiente para decidirse. En cambio, las causas distales tienen que ver con hechos de la vida de los sujetos que han sucedido anteriormente y corresponden, por lo tanto, a sus experiencias previas. Por ejemplo, en el caso de oír la radio, es posible que el sujeto aprendiera a relacionar la utilidad del pronóstico del tiempo y el hecho de vestirse adecuadamente para no pasar frío o calor.

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Un ejemplo dudoso Se ha observado que las mujeres tienen un rendimiento peor que los hombres ante pruebas que requieren una mayor capacidad de procesamiento de la visión espacial. Es posible que la explicación proximal se base en diferencias educativas y, por lo tanto, en un trato sexista en la educación, mientras que la explicación distal se basa en una hipótesis de organización cerebral distinta para hombres y mujeres. Este ejemplo se puede extender a las discusiones sobre la naturaleza heredada o adquirida del fracaso escolar y a otros problemas con una gran trascendencia social que en parte tienen fundamento en las diferencias individuales.

Por qué nuestras conductas son diferentes Todo lo que hemos dicho hasta aquí es válido para el estudio científico de cualquier fenómeno natural. Aplicamos ahora estos conocimientos al estudio de la personalidad. Para comprender la personalidad, deberemos utilizar conceptos artificiales que nos permitan observar y analizar las diferencias en los comportamientos. Estos conceptos son lo que antes hemos llamado constructos. Las causas de la variabilidad de la conducta hay que situarlas en dos planos de naturaleza diferente. Por una parte, hay un conjunto de causas externas al sujeto. Son los fenómenos ambientales, que en psicología reducimos al

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concepto de estímulo. Todo lo que rodea al individuo y que es susceptible de impactar en el sujeto se llama genéricamente estímulo. Así, el significado de una expresión facial de un individuo puede ser estímulo tanto como la temperatura de una sala o la señal horaria de final de una clase. Además de los estímulos externos al sujeto hay un conjunto de estímulos internos. Nos referimos a las sensaciones internas como el dolor, el hambre o la sed. También pueden funcionar como estímulos ciertos recuerdos o pensamientos. En términos funcionales, estos fenómenos, aunque son internos y propios del sujeto, tienen un significado de antecedentes de la conducta y son análogos a los externos. Estos antecedentes son las causas proximales del comportamiento, que también denominamos exógenas. Al lado de estas causas hay otras que son propias del sujeto y que modulan el efecto de las primeras, y su acción o influencia se observa en la variabilidad de la conducta entre individuos. Estas causas, que llamamos endógenas, pueden ser de naturaleza muy diversa, pero tienen un papel diferente de las causas externas en la determinación del comportamiento. En términos de variabilidad del comportamiento, todas las diferencias en la conducta se tienen que justificar sobre la base de los efectos de las causas externas al sujeto (estímulos) y

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las causas internas del sujeto (disposiciones). Es decir, si observamos que las respuestas de un grupo de sujetos ante un conjunto de estímulos determinados son diferentes, toda la variabilidad de este conjunto de respuestas se tiene que atribuir a las diferencias en los factores estimulantes y a las diferencias en las propiedades de los individuos. A la psicología de la personalidad le interesa la parte de variabilidad de las respuestas que procede de la manera de ser de las personas, de sus disposiciones personales. Por ejemplo, si proponemos 25 preguntas diferentes sobre la conducta social de los sujetos (¿te comportas tímidamente?, ¿te gustan las reuniones?, ¿prefieres ir solo al cine?), y obtenemos las respuestas en un grupo de cien personas, la variabilidad total de las respuestas dependerá del tipo de pregunta y de la manera de ser de las personas que han contestado las preguntas. Los estímulos anteceden siempre la conducta y la provocan. Los factores individuales son los que modulan estas conductas y son los responsables de su variación. Excepto en las respuestas psicológicas más simples (reflejos), las variables individuales son muy importantes. Ante la mayoría de tipo de estímulos iguales, todas las personas responden de forma variada. Así, cuando un individuo se encuentra con un escarabajo o una serpiente, sus respuestas se pueden clasificar

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en tres categorías: acercamiento (el sujeto muestra interés por el animal y se acerca), evitación (el sujeto se aleja) o pasividad (el sujeto es indiferente al estímulo). Dentro de cada una de las tres categorías todavía podría hacerse una clasificación cuantitativa aproximativa sobre cuánto se acerca al estímulo o cuánto lo evita. ¿Por qué existen estas diferencias? Una explicación podría ser que unos individuos (los que evitan) tienen miedo a los insectos o a los reptiles, y los otros, por el contrario, no sólo no les atemorizan, sino que les atraen (por ejemplo, si son biólogos o aficionados a la zoología). La causa de la conducta es la presencia del animal, la causa de la variación de las respuestas depende de ciertas características propias de los individuos (personalidad). Por qué unos individuos se comportan de una manera o de otra ante un mismo estímulo, es lo que le interesa a la psicología de la personalidad. Si tomamos la distinción distal o proximal podríamos decir que los que evitan el reptil lo hacen porque les provoca miedo, bien porque tuvieron una experiencia anterior desagradable con ese animal (proximal) o bien porque son miedosos por naturaleza (distal). Así pues, la psicología de la personalidad se interesa por las propiedades y los atributos psicológicos de los sujetos que los hacen individuos diferentes entre sí y que son la base de las

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diferencias en su conducta. Estos atributos se identifican como conceptos o constructos psicológicos que pueden ser comprobados y formar parte de un modelo teórico que pretende explicar el fenómeno al que se refieren. Qué son los constructos psicológicos

Los constructos psicológicos propios del estudio de las diferencias individuales y de la psicología de la personalidad son mediacionales. En el modelo de causación de conducta, E-O-R (estímulos-organismo-respuesta), los constructos referentes al sujeto ocupan un lugar intermedio entre los antecedentes (estímulos, situaciones) y los consiguientes (respuestas, conductas o comportamientos), de lo cual proviene el calificativo de mediacionales. Los constructos mediacionales pueden ser de dos tipos: variables intermediarias y constructos hipotéticos. Una variable intermediaria no contiene nada más que aquello que está definido y que se formula a partir de la generalización empírica. Para ser exactos, las variables intermediarias corresponden a variables latentes, que a diferencia de las variables observables no se pueden medir directamente pero se considera que existen porque sus efectos se notan en algún fenómeno observable. Por ejemplo, suponemos que una persona es agresiva (la

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agresividad es una variable latente) porque sus verbalizaciones y sus acciones tienen este carácter (las verbalizaciones y las acciones son observables). Por el contrario, el constructo hipotético suele estar formulado en términos teóricos, racionales, y contiene elementos que no son necesariamente operacionales (por ejemplo, la ansiedad). En la psicología de la personalidad se combinan los dos enfoques, de manera que así como el término carácter es un exponente adecuado de lo que es un constructo hipotético, el término sociabilidad es más apropiado entenderlo como una variable intermediaria. El uso de los constructos mediacionales es útil para la comprensión científica, pero también puede ser nocivo, ya que ofrece una oportunidad a la especulación sin base. Los constructos hipotéticos sirven como puentes para relacionar unos sucesos con otros, pero si no se establecen de manera adecuada pueden convertirse en trampas que hacen fracasar a los modelos explicativos que sostienen. Por ejemplo, el temblor puede ser un indicador de ansiedad, pero también puede serlo de una enfermedad neurológica. Confundir una enfermedad neurológica con la ansiedad o etiquetar la enfermedad de una manera hipotética sería un error. Cuando ocurre eso, es decir, cuando formulamos un constructo que no tiene la base empírica correspondiente, decimos que son

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constructos de sobresignificado. Protuberancias en la cabeza La frenología fue una disciplina clínica que tuvo su apogeo en Cataluña a mediados de siglo pasado. Marià Cubí fue uno de sus representantes más destacados. La frenología creía que las facultades psíquicas humanas estaban en el cerebro y que mediante la exploración de las protuberancias craneales se podía identificar estas facultades, realizar una exploración psicológica del individuo e identificar las aptitudes y facultades. Propusieron que hubiera un catálogo extenso de estas facultades, a las que dieron denominaciones a veces muy extrañas. Estas facultades ejemplarizaban los constructos de sobresignificado. El desarrollo de la psicología moderna se encargó de demostrar la debilidad científica de esta disciplina, que, no obstante, tuvo una gran aceptación popular.

Tipo de constructos psicológicos

De acuerdo con el profesor Oliver Ross, los constructos nos ayudan a conceptualizar, investigar y explicar los fenómenos que se observan en la conducta de las personas. Los constructos psicológicos se pueden dividir en tres tipos. Los procesos que, como todos los constructos, hacen referencia a fenómenos no observables, pretenden describir y explicar un conjunto de operaciones mentales por las que la información que

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recibe el sujeto se convierte en un tipo de respuesta determinado. Son los más propios de la psicología general y tienen una utilidad explicativa. Son un ejemplo de este tipo de constructos la memoria, la percepción, el repaso en la memoria, la inducción. Las disposiciones son los constructos que hacen referencia a los atributos de los individuos entendidos como tendencias persistentes a actuar de una manera determinada. Se postulan a partir de la observación de las diferencias individuales del comportamiento ante situaciones similares. Corresponden a fenómenos como las actitudes, los motivos, los rasgos y las capacidades. Los estados son constructos. Son fenómenos poco duraderos pero que pueden tener un efecto determinante sobre la conducta del sujeto. Este tipo de constructos son muy utilizados en la explicación de los comportamientos anómalos de los individuos. Así, el miedo, la rabia, el amor, el odio se pueden entender como constructos de relación del tipo estado. De hecho, la denominación corriente que reciben estos constructos es la de estados psicológicos (estado de ánimo). Dos etapas para explicar el psiquismo Cualquier ciencia consigue la comprensión del fenómeno del cual se ocupa cuando llega a formular una explicación causal. Este objetivo es el de la psicología de la personalidad, pero para alcanzarlo

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hay que cubrir unas etapas. La primera etapa de cualquier disciplina científica es la descripción objetiva del fenómeno que se estudia. Después se puede proceder a la formulación de modelos hipotéticos que se acerquen más o menos a la explicación causal. La psicología de la personalidad actualmente se encuentra con la importante tarea de descripción de la personalidad y por eso las explicaciones causales todavía no están concluidas. La psicología de la personalidad ha adaptado los procedimientos científicos a la peculiaridad de su objeto de estudio: el funcionamiento complejo del psiquismo humano. Estos procedimientos se describen a continuación. La descripción objetiva

Todas las ciencias se inician en la observación de fenómenos que ocurren de forma natural o provocada y que son públicos. Tradicionalmente, las ciencias modernas registran estos hechos y los cuantifican para manejarlos y explotarlos mejor. En psicología, el fenómeno que se tiene que estudiar es el comportamiento como indicador de los procesos psicológicos que lo sostienen. Las medidas de las variables se realizan sobre los hechos observables: en nuestro caso, la conducta, tanto en un sentido estricto (respuestas y conductas moleculares, por ejemplo correr, chillar o saltar) como en un sentido más amplio (conductas morales, categorías como la

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agresión, la ayuda, la colaboración). Es decir, características que se pueden observar y registrar: por ejemplo, 160 pulsaciones por minuto para referirnos al pulso cardiaco. Así, por ejemplo, si nosotros observamos en un individuo que ve una película con acontecimientos sangrientos o amenazadores fenómenos como la aparición de tensión muscular facial, el incremento del ritmo respiratorio, sudor, gritos, agitación, decimos que el individuo pasa miedo. Hacemos una inferencia en la que utilizamos el término "miedo" como un concepto explicativo de las reacciones observadas. El miedo es un constructo psicológico. Los hechos que podemos observar se pueden medir y se convierten en indicadores de los efectos del constructo. Hemos dicho que cualquier explicación científica de un fenómeno se enmarca dentro de una teoría en la que se mezclan constructos teóricos y operaciones funcionales que se han formulado empíricamente. La psicología de la personalidad se ha constituido como una rama de la psicología siguiendo, mayoritariamente, un enfoque empírico, lo que quiere decir que la mayoría de los constructos provienen de la observación sistemática del comportamiento. ¿Qué tipo de datos y qué tipo de observaciones están en la base empírica de la psicología de la personalidad? El fenómeno que nos permite operar científicamente para inferir la existencia de

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variabilidad en los atributos psicológicos es la conducta. Como tal, la conducta es un continuo de actividad que emite el organismo en todo momento y que, de una manera artificial y con el objetivo de estudiarla, podemos dividir en segmentos identificables que se convierten en las unidades de análisis de la conducta. ¿Cómo observamos la conducta? La podemos observar de forma natural, tal como se da en su contexto original, sin que interfiramos en su producción, o bien la podemos registrar en condiciones más o menos controladas, en experimentos. No nos interesamos por los aspectos biofísicos de la conducta, sino por el estudio de la conducta en tanto que indicador de procesos y capacidades psicológicos que la sostienen. La velocidad de respuesta nos interesa en tanto que nos informa del grado intencional de una persona; la fuerza de una reacción emocional nos interesa en tanto que nos indica los cambios emocionales en el sujeto ante unos estímulos determinados. ¿Qué datos obtenemos de la observación? Los datos que provienen de la observación, para que se puedan considerar científicos, tienen que cumplir tres condiciones mínimas: tienen que ser objetivos, fiables y válidos. Los datos observados son objetivos sólo si son independientes del observador. Este criterio se

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cumple si cuando comparamos el resultado de las observaciones de dos observadores independientes éstas son iguales. Si un observador A registra que un individuo pone los ojos como platos e indica que el individuo está sorprendido, esta observación es objetiva si otro observador independiente B, que realiza simultáneamente la observación, coincide con el observador A. La fiabilidad es el segundo criterio de adecuación científica de los datos. Este término adquirió su sentido en el contexto de los tests psicológicos. Se entiende por fiabilidad el grado de precisión que muestra una técnica de registro. La fiabilidad se cuantifica mediante los denominados coeficientes de fiabilidad, que derivan de las correlaciones entre los valores de dos pruebas independientes pero realizadas en condiciones iguales. Por el contrario, la validez de los datos, tercer criterio, se refiere al ajuste que tienen los datos con el fenómeno o constructo que los produce. Este concepto cuesta muchos esfuerzos a los investigadores que quieren demostrar la validez de los tests psicológicos. Pero también nos podemos encontrar con tres problemas que pueden perjudicar la calidad de los datos. En primer lugar, la distorsión deliberada. En este caso, los datos podrían ser deliberadamente distorsionados por el paciente. Por ejemplo, un

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grupo clínico que frecuentemente distorsiona los datos es el psicópata. La distorsión suele aparecer cuando el paciente cree que la prueba no se hace para su propio interés. Por eso surge la necesidad de las escalas de sinceridad. El segundo problema, la deseabilidad social, es la manera más común de autoengaño (por falta de introspección), es decir, la producción de una gama de respuestas que puede ser positiva o negativa. Y tercero, la aquiescencia o tendencia a estar de acuerdo con los elementos, de cuyo contenido se hace abstracción. ¿Cómo mediremos y analizaremos los datos? La mejor manera de comparar los atributos (también para conocerlos mejor) es mediante su medida. ¿Qué tipo de fenómenos medimos? Por medio de la conducta, medimos las dimensiones de las capacidades y los rasgos del sujeto. ¿Cómo lo medimos? Por medio de instrumentos (normalmente tests) y escalas de medida de diferentes tipos. Mediante la medida conseguimos tener unos datos que son el material empírico en que se basa todo el edificio estadisticometodológico. El análisis de datos en la psicología de la personalidad es complejo, ya que ninguna dimensión psicológica es independiente o actúa aisladamente. Normalmente, un comportamiento complejo determinado, como el rendimiento, depende de la actuación de procesos y dimensiones

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psicológicos de naturaleza cognitiva, emocional. Por lo tanto, el análisis de datos suele ser complejo porque se enfrenta al análisis de la realidad empírica, representada por las fuentes de variación de los datos obtenidos de la medida. La formulación de modelos hipotéticos

Una vez registrada la conducta y medidas sus características, tenemos que analizar las dimensiones que justifican la variabilidad de los datos. Normalmente, hay diversas dimensiones que la provocan. La pregunta científica es cuál es el número mínimo de dimensiones suficiente para explicar esta variabilidad. La estadística ha puesto en manos de los psicólogos dos procedimientos para analizar los datos obtenidos. Uno corresponde al análisis de los datos (saber si los datos son distintos y si esta diferencia es significativa) y el otro corresponde a las relaciones mutuas entre las variables que determinan los datos (análisis de las correlaciones). Los psicólogos diferencialistas, a partir de esta segunda forma de análisis de datos, han desarrollado dos técnicas muy importantes: la correlación (regresión) y el análisis factorial, que nos permite describir las relaciones entre dimensiones e identificar los factores latentes que provocan las relaciones mostradas por las correlaciones. Estos factores son la expresión abstracta,

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matemática, de las dimensiones psicológicas que están subyacentes en la variabilidad del comportamiento. A partir del conocimiento del patrón de intercorrelaciones entre las variables que determinan la variabilidad de las conductas observadas y de haber identificado el número de factores latentes que justifican esta variación (resultado del análisis factorial en la mayoría de los casos), la tarea que queda depende de los objetivos del estudio. Esta última etapa está más vinculada a las categorías y a los modelos de funcionamiento psicológico de las personas que a la simple observación empírica ingenua. Esta etapa tiene mucha importancia y permite descubrir los determinantes de las diferencias individuales y su acción concreta en el campo de la personalidad. Ni los métodos de la correlación ni los métodos de comparación de grupos nos dicen nada por sí mismos sobre las causas de las diferencias entre los individuos. Extraer precipitadamente conclusiones sobre las causas a partir de los resultados de los análisis estadísticos es un error que hay que evitar. La correlación entre las puntuaciones del cociente intelectual y el nivel socioeconómico es consistentemente positiva y baja. Eso puede significar tanto que los sujetos menos inteligentes se producen en los niveles socioeconómicos más bajos, como que los sujetos que pertenecen a los niveles

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socioeconómicos más altos pertenecen a ellos porque tienen una capacidad intelectual mayor. Los factores causales pueden actuar en ambas direcciones: el cociente intelectual puede determinar el nivel socioeconómico del individuo o el nivel socioeconómico del individuo puede ser la causa de su puntuación de cociente intelectual. Hay todavía una tercera posibilidad, que es que la relación aparente entre el cociente intelectual y el nivel socioeconómico se deba al hecho de que ambos están relacionados con este "otro aspecto". El análisis e interpretación de la correlación no es suficiente para decidirnos por una de las tres posibles explicaciones de relación causal.

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La asfixia y los helados Un grupo de investigadores de la salud infantil ha estudiado los accidentes infantiles que provocan la muerte por asfixia en las piscinas o el mar en una comunidad concreta. Después de muchos análisis complejos han descubierto que hay una asociación entre la muerte por asfixia y el consumo de helados. Basándose en estos resultados, los investigadores concluyen que la asfixia estaba de alguna manera ligada causalmente al consumo de helados. Tal conclusión es aparentemente plausible. Si los niños consumen una gran cantidad de helados antes de bañarse o de nadar, es posible que sufran cortes de digestión y se ahoguen más fácilmente. También es posible una explicación alternativa, que es que, como el consumo de helados aumenta en verano por el calor y por el mismo motivo aumenta la probabilidad de bañarse y al mismo tiempo la de ahogarse, la causa posible sea la influencia mutua del aumento de la temperatura en verano en el consumo de helados y el incremento de las muertes por asfixia. La asociación de las variables consumo de helados y muertes por asfixia, su correlación, es lo que hemos observado, pero la causalidad la podemos inferir utilizando una tercera variable, no observable, que mediante la inferencia y conociendo la relación sistemática con las variables observadas tiene la capacidad de explicar la asociación de fenómenos observados.

¿Hay una teoría de la personalidad? ¿Podemos decir, a modo de conclusión de este capítulo, que hay una teoría psicológica de la 52

personalidad que represente todo lo que hemos dicho hasta aquí? La respuesta es que no. Las diferentes formulaciones teóricas de la personalidad son numerosas. Las teorías que hay actualmente no siguen los mismos postulados metodológicos y algunas no están ni situadas en el ámbito de las ciencias naturales, que se consideran insuficientes para comprender la complejidad de la naturaleza de la personalidad. Las razones y los motivos de esta situación son muy diversos y justifican una comparación con la torre de Babel. En cualquier caso, es cierto que desde mediados de los años ochenta se observa un cambio en la dirección de los estudios sobre la personalidad. Si entre los años sesenta y ochenta la investigación independiente de modelos de personalidad alternativos era la norma, desde mediados de los años ochenta hay un intenso debate para conseguir una integración entre los distintos modelos de personalidad siguiendo un enfoque empírico. Una concepción moderna de la personalidad comporta la integración de una serie de dimensiones diferentes que configuran la individualidad. Para alcanzar la comprensión de esta estructura, que justificará la fama del complejo constructo que tiene la personalidad, todavía se necesitan dos consideraciones nuevas que permitan pasar de esta modelización teórica de la personalidad a un modelo contrastable. Estos dos elementos son el concepto

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de rasgo, en tanto que es una unidad de análisis de la personalidad, y el método para su identificación, que es el análisis factorial.

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LOS RASGOSPSICOLÓGICOS Las conductas de los individuos dependen de las situaciones. En un contexto familiar es habitual que las personas se comporten relajadamente. Si estamos esperando para hacer un examen importante, nuestro comportamiento estará marcado por cierto grado de nerviosismo. Las situaciones determinan las conductas de los individuos. Pero también es fácil observar que las personas tienden a comportarse, en situaciones relativamente distintas, de una manera parecida. De hecho, habitualmente decimos que el ser humano es un animal de costumbres y que se puede conocer a las personas por sus actos. Así, aunque las situaciones determinan las conductas, las diferencias entre nosotros dependen de características propias de los individuos. En psicología, las conductas habituales o consistentes se denominan hábitos. En un sentido riguroso, el concepto hábito se aplica a las conductas observables. Eso no quiere decir que no se utilice también el término hábito para referirnos a maneras de pensar u oír que son consistentes. El uso de estereotipos para juzgar a las personas nos ofrece un 55

ejemplo de hábito cognitivo. Cuando nos golpean con un martillo de reflejos la rótula, la parte inferior de la pierna se eleva de manera automática; si vemos una serpiente libre nos apartamos (a menos que seamos ofidiólogos aficionados); si viajamos en un coche y el conductor da un frenazo, nos cogemos fuerte en el asiento, y en un funeral no es probable que los asistentes se tronchen de risa. Estos son ejemplos de lo que hemos denominado especificidad de la conducta. Esta especificidad es muy importante en la explicación de los comportamientos automáticos y en la conducta de las especies animales en las que el instinto es la fuerza reguladora del comportamiento. Como puede suponerse de cualquier observación de comportamientos complejos, la especificidad pierde bastante relevancia, por lo que, salvo en casos y situaciones muy especiales (reflejos, alteraciones emocionales), hay una gran variabilidad individual de la conducta y la especificidad queda muy limitada en el comportamiento cotidiano. Hay muchos aspectos que la desfiguran: el mismo estímulo puede producir distintas respuestas según la situación en que se enmarca, según el tipo de individuo que lo recibe, según el momento. No hace falta estar muy atento a nuestro entorno para observar que la variabilidad de la conducta se puede manifestar por el efecto de una

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situación, de un estado o de un individuo. Es decir, una situación determinada puede provocar unas conductas específicas; un individuo puede actuar de una manera ante un estímulo hoy y al cabo de unos días puede hacerlo de otra manera (variabilidad intraindividual) o bien dos individuos ante el mismo estímulo simplemente reaccionan de manera distinta (variabilidad interindividual). Por ejemplo, imaginamos un caso en el que observamos conductas de diferentes individuos ante una misma situación: un individuo está delante de un extraño que lleva sujeto de una correa un perro grande y con un aspecto feroz. Comparando las respuestas de los sujetos implicados en esta situación, podemos observar la variabilidad interindividual. Este mismo tipo de observaciones podría provenir de un protocolo (test) en el que se le pidiera al sujeto que contestara a un conjunto de preguntas determinadas sobre cómo reacciona en diferentes situaciones (entre otras, frente a un perro con su amo). De la observación de la variabilidad lo primero que podemos hacer es describir cómo varían las conductas entre los distintos sujetos, sin embargo exclusivamente de esta observación no podemos explicar el porqué de estos comportamientos singulares. Para explicar la conducta de cada individuo, hemos de inferir unos conceptos, bien porque

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conocemos a los sujetos (sabemos que unos tienen miedo a los animales y otros no) y deducimos la explicación de su conducta, bien porque hemos visto en ocasiones repetidas a estos individuos frente a otros perros o animales similares y por generalización de lo que hemos observado anteriormente comprendemos su respuesta (a partir de conceptos como el miedo o el gusto por los animales). Estos conceptos se utilizan para explicar la variabilidad de las respuestas y se consideran propiedades de los individuos, de sus conductas. Es necesario pasar del nivel de la observación a la generalización de las conductas observadas en otros momentos y en otros contextos para conseguir una aproximación que pueda explicar la variedad de la conducta. Esta generalización se puede dar en dos planos: el del tiempo y el de las situaciones. Cuando generalizamos las conductas de los individuos a través del tiempo descubrimos la estabilidad de una conducta, de un hábito o de un rasgo. La estabilidad se refiere a la suposición de que los individuos muestran, bajo las mismas condiciones, su conducta típica en diferentes momentos. Cuando por el contrario, generalizamos las conductas de acuerdo con las situaciones en que ocurren, estamos realizando una generalización transversal. En este segundo caso, estamos descubriendo la consistencia de la conducta, de los

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hábitos o de los rasgos. La consistencia asume en general la presuposición de que no hay en la conducta una cierta independencia ante la especificidad de las condiciones contextuales. La estabilidad y la consistencia de las respuestas se pueden explicar gracias a la teoría del aprendizaje. Por eso hablamos de hábitos que son conexiones aprendidas entre estímulos y respuestas. El hábito es un concepto psicológico que fue formulado precisamente para poder explicar la consistencia de la conducta. Los hábitos o costumbres son las bases de la conducta y permiten una explicación de las tendencias a comportarse del sujeto, que son una alternativa a la suposición de que la estabilidad de la conducta se debe a los rasgos del sujeto. El concepto de hábito proviene directamente de la observación de la conducta y de sus propiedades y se formula para la generalización de estas propiedades. No obstante, para explicarnos la estabilidad de la conducta habitualmente nos basamos en descripciones de las personas, en atributos de los individuos que justifican normalmente calificativos como servicial, inteligente o conservador, para describir el comportamiento de conocidos nuestros, utilizándolos como propiedades estables de su comportamiento y gracias a las cuales nos es posible predecir el comportamiento futuro y relacionarnos con unas expectativas determinadas. Las disposiciones no son atributos de las

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conductas, sino de los individuos. Las disposiciones o atributos psicológicos no se pueden observar directamente y se distinguen de los hábitos por su mayor independencia de las situaciones. Las disposiciones, por tanto, son constructos teóricos inferidos y supuestos. Entre estas disposiciones destacan los denominados rasgos psicológicos. Un rasgo puede entenderse como una disposición personal a comportarse de una manera parecida en distintas situaciones. Un rasgo, al mismo tiempo, puede definirse como un constructo hipotético que resume la tendencia de un individuo a comportarse de una manera similar en distintas situaciones. Si decimos que una persona es honesta no quiere decir que invariablemente y de una manera fija lo sea, sino que tiende a comportarse de manera honesta en las situaciones adecuadas por ejecutar conductas honestas, es decir, bajo ciertas circunstancias. La generalidad de estas circunstancias y su efecto en las disposiciones mantienen una relación estrecha, de manera que las disposiciones muy amplias se observan en una gran diversidad de situaciones. Los rasgos obviamente incluyen una generalización de respuestas que ocurren en situaciones diferentes. El concepto de rasgo es una categoría esencial en la psicología de la personalidad y tiene un papel crucial en los modelos de personalidad e

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inteligencia. No obstante, han surgido numerosos críticos que han considerado que la categoría de rasgo no es adecuada para una comprensión correcta de la actividad psíquica. En torno a los rasgos se plantean numerosos interrogantes en la investigación diferencial de la personalidad. Por ejemplo: ¿cuántos rasgos definen a una persona?, o bien: ¿cuál es el origen de los rasgos?, ¿hay o no hay rasgos?, ¿qué naturaleza tienen? La mayoría de respuestas a estas preguntas nos aportan informaciones destacadas sobre la personalidad, la inteligencia y muchos otros fenómenos que muestran grandes diferencias individuales. Definicióny naturaleza El estudio de los rasgos es parte integrante de ciertas áreas de la psicología, como por ejemplo la personalidad, el temperamento, la inteligencia o la evaluación psicológica. En todas estas disciplinas se pretende identificar los rasgos psicológicos, pero además también se pretende encontrar la razón del origen y la naturaleza de los rasgos. El rasgo es el concepto que representa mejor la unidad del análisis de las diferencias individuales. Este término usualmente hace referencia a un conjunto de hábitos de conducta correlacionados. Los rasgos agrupan un conjunto de respuestas que no son específicas de una situación concreta, sino que pueden aparecer ante situaciones distintas.

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Ayudar a una persona anciana a subir al autobús es una conducta que puede ser habitual y calificarse de altruista; en cambio, ser altruista y atento son rasgos del individuo. De hecho, la consistencia entre situaciones es una característica propia de los rasgos que no se puede asociar directamente a los hábitos, ya que estos tienen una dependencia mayor de la situación. El rasgo es la unidad de medida que la psicología de la personalidad planteó para el estudio de los invariantes de la personalidad, al igual que había formulado el concepto de capacidad para clasificar las diferencias individuales en el rendimiento cognitivo. Hay autores que consideran el rasgo como un conjunto de "actos" (conductas autopercibidas más que registradas) más o menos frecuentes; otros autores lo consideran una simple etiqueta verbal que permite identificar los aspectos idiosincrásicos de una persona; finalmente, hay otros que consideran que el "rasgo" es simplemente una construcción cognitiva que está en la mente del observador. A pesar de la importancia del rasgo en la psicología de la personalidad, hay numerosas opiniones en torno a su naturaleza y a su papel en el estudio de la personalidad. Recientemente, un especialista de prestigio, el psicólogo Laurence Pervin, ha demostrado que la crítica a la teoría de los rasgos genera confusión entre los psicólogos de

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la personalidad y no ayuda a comprender la individualidad. El concepto de rasgo tiene dos referentes fundamentales: el primero en la teoría, que lo vincula de manera definitiva a una dimensión psicológica (variable, atributo) del sujeto, y el segundo en la realidad empírica, que lo relaciona con un factor que identifica la dimensión supuesta del individuo. En la tabla que se presenta a continuación hemos resumido los principales elementos que diferencian los hábitos de los rasgos. Entre las cualidades más destacadas de cada uno está la de ser una propiedad de la conducta atribuida al sujeto (rasgo) o una propiedad de las relaciones específicas entre estímulos y respuestas (hábito). Está muy claro que la psicología de la personalidad opta por la primera, ya que, como interesada en conocer las causas de las diferencias individuales, la psicología de la personalidad opta siempre por escoger variables del sujeto. Rasgo

Hábito

Variable latente

Respuesta observable

Relacionado con el tipo de hábitos

Relacionado con el tipo de conducta

Consistencia transituacional

Especificidad situacional

Definido teóricamente

Definido empíricamente

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Término de referencia amplia

Término específico

Los rasgos, por su propia naturaleza, pueden ser agrupaciones más o menos extensas de hábitos de conducta y por tanto unos rasgos son más amplios que otros. Así, podemos hablar de ansiedad como rasgo amplio y de ansiedad fóbica como rasgo más específico. Según el grado más o menos elevado de extensión de los rasgos, estos permiten un conocimiento descriptivo de las personas o una capacidad predictiva más o menos generalizable. Cuando estos rasgos se definen muy sobradamente suelen denominarse tipos, por ejemplo la extraversión. ¿Qué grado de generalidad tiene un rasgo de personalidad? Tomemos un ejemplo de un rasgo de personalidad, la expresividad emocional. Ciertas personas tienen una forma de expresión de las emociones en la que implican numerosas verbalizaciones, mientras que otras apenas hacen nada. Ciertas personas hacen grandes gestos y movimientos muy amplios, mientras que otras personas a duras penas se les notan en sus movimientos los cambios emocionales. ¿Estas dos maneras de expresar las emociones (verbalizar y gesticular) se tienen que considerar como un solo rasgo de personalidad, o bien constituyen factores independientes de la expresión de las emociones y,

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por lo tanto, son independientes? Ante estas situaciones aparentemente contradictorias, el análisis factorial permite conocer cómo se relacionan estas dimensiones de la personalidad a partir de los análisis de las correlaciones sobre cómo aparecen estas características en la realidad. Otra manera de considerar el "rasgo" (y una de las más antiguas) es como una etiqueta verbal que identifica las características de la conducta (generalmente social) de un individuo. Esta concepción de rasgo, inicialmente planteada por Allport en los años treinta, no presupone ninguna otra implicación en cuanto a su naturaleza. En el lenguaje cotidiano hay numerosos términos que hacen referencia a características psicológicas de los individuos. De hecho, Allport describió 4.050 nombres de rasgos propiamente dichos. En alemán se contabilizaron también más de cuatro mil términos del lenguaje que identificamos como rasgos. Si queremos entender el rasgo en términos de lenguaje, lo podemos utilizar de tres maneras distintas. Suponemos el rasgo "sociabilidad" como un adverbio ("esta persona se comporta sociablemente"), como un adjetivo calificativo ("esta persona es sociable") y como un sustantivo ("la sociabilidad de esta persona es superior a la de aquella persona"). Esta triple consideración del rasgo, a partir de su uso en el lenguaje cotidiano, no

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favorece la distinción entre el rasgo como propiedad de la conducta (su conducta es inteligente) y el rasgo como propiedad de la persona (es inteligente). Identificación y utilidad En la vida cotidiana se realizan atribuciones incorrectas a rasgos mal definidos. Cuando nos vemos forzados a pisar con fuerza el freno de manera improvisada porque un peatón se pone en nuestro camino inesperadamente, nosotros concluimos inmediatamente que es un idiota, un incompetente, un temerario o todo a la vez. Si nos damos cuenta de que un perro corre por la vía por donde iba el peatón que se había metido en medio de nuestro camino probablemente cambiaremos la atribución y consideraremos que es un amante de los animales. Por otra parte, si este peatón anda a lo largo de varios kilómetros por la carretera por donde hemos pasado, quizás volvamos a la consideración inicial y veremos justificada nuestra primera opinión. Este ejemplo puede ilustrar cómo inferimos un rasgo a partir de patrones de conducta evidentes. Los psicólogos de los rasgos hacen lo mismo, pero de una manera más cautelosa: observan patrones de conducta y realizan inferencias sobre los rasgos que son la base de estos patrones. Los rasgos pueden identificarse empíricamente gracias al uso del análisis factorial o bien se pueden

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definir a partir de una serie de presuposiciones teóricas. A partir del momento en que se reconoció que los rasgos observados correspondían a dimensiones de la personalidad se planteó la necesidad de descubrir cuáles eran las variables latentes que había detrás de estas constantes. Dado que el rasgo se consideraba un conjunto de hábitos correlacionados, se creyó que la técnica del análisis factorial era la más adecuada para su identificación. Inicialmente, los médicos holandeses Heymans y Wiersma intentaron realizar esta tarea mediante procedimientos experimentales complementados con encuestas que no tuvieron resultados muy valiosos. El análisis factorial que el matemático Charles Spearman había desarrollado en el campo de las aptitudes se mostró mucho más adecuado. Un alumno suyo, Webb, en 1915, aplicó por primera vez el análisis factorial al estudio del temperamento y descubrió la utilidad de este procedimiento. Si Spearman descubrió el factor g (inteligencia general), Webb descubrió el factor w (consistencia resultante de la constancia). Este fue el inicio de un modelo de investigación en el que destacan los trabajos del psicólogo americano Joy P. Guilford, el psicólogo inglés Raymond B. Cattell, el profesor Hans Eysenck y otros autores que consideran que los factores obtenidos corresponden a dimensiones propias de la estructura psicológica. Muy pronto la estrategia

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factorial aplicada al estudio de los rasgos de personalidad nos permitirá hablar de rasgos primarios y secundarios, de jerarquía de rasgos. El ejemplo de la honestidad

Estudiar la estructura de la personalidad quiere decir sistematizar una variedad enorme de rasgos que caracterizan a los individuos. Con el estudio de la estructura se ha necesitado dilucidar los mecanismos que sostienen aquella variedad de rasgos. Veamos con un ejemplo los elementos esenciales de los rasgos de personalidad. Un rasgo de carácter, por ejemplo la honestidad. Los rasgos que atribuimos espontáneamente a nuestros semejantes tienen casi siempre un grado elevado de generalidad. Ciertas personas decimos que son honestas de la misma manera que decimos que tienen buena memoria. Pagan los impuestos, no engañan a las personas con quienes se relacionan, no se esconden ni evitan sus responsabilidades y sus deberes. No limitamos esta atribución a ciertas situaciones concretas, en las que inevitablemente hemos visto una serie de comportamientos que son la base de nuestra atribución. Comportarse honestamente constituye una unidad significativa que deriva de la conformidad de la conducta a ciertas reglas o ciertos principios morales y éticos. ¿Esta atribución que hacemos es

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una propiedad generalizada de las conductas del individuo en cuestión o es una propiedad del carácter, un rasgo, que tiene una entidad psicológica arraigada en el psiquismo individual que justifica las propiedades que muestran estas conductas que hemos calificado de honestas? Si optamos por la segunda explicación, ¿la conducta honesta se debe al hecho de que el individuo tiene una propiedad que lo predispone a actuar de la manera observada? Todas estas preguntas hacen referencia a los rasgos de personalidad. Pero volvamos a la relación entre los rasgos y el análisis factorial. Necesitamos medir la honestidad si queremos observar la funcionalidad y la existencia en los individuos reales. Para medirla podemos utilizar diferentes estrategias que van desde la simple observación de ciertas conductas de las personas (devolver el cambio equivocado en un supermercado, respetar la cola en un cine), hasta preguntarles sobre sus comportamientos en esta esfera (a ellos directamente o a sus familiares y amigos) o bien incluso realizar un pequeño experimento trucado para comprobar la honestidad. Veamos un ejemplo de esta última estrategia: imaginémonos que queremos saber la honestidad de un grupo de estudiantes de bachillerato. El maestro propone realizar un ejercicio de dictado en clase y después les permite corregirlo con un original del

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texto dictado y les indica que él no revisará el número de faltas que cada estudiante haga y que se fiará de las puntuaciones que le den. Después se compara el número de faltas que dice el estudiante con el número real de faltas cometidas y así se podrá calcular el grado de honestidad de los estudiantes. A partir de diferentes estrategias se pueden medir diferentes grados de honestidad en diferentes conductas. Si correlacionamos estas medidas en un grupo numeroso de personas heterogéneas es posible que las correlaciones no sean muy elevadas. Queremos decir que muchos estudiantes que falsearían sus autoevaluaciones no son necesariamente muy mentirosos en su casa. Así pues, la característica de la honestidad depende de la situación en que se da más que de la tendencia de la persona. Quizás el estudiante en la escuela, además de otras cosas, aprende a conseguir como sea el máximo rendimiento, aunque a veces no sea un fiel reflejo de su esfuerzo. ¿Cómo podemos saber, por tanto, si esta característica del comportamiento se tiene que atribuir a un rasgo del individuo o a un aprendizaje suyo? Únicamente podemos distinguir estas dos alternativas si consideramos dos elementos diferentes. Que el individuo se comporta de manera consistente honestamente en situaciones muy diversas y que el individuo muestra estas conductas de manera estable en el tiempo (de joven o de

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mayor). Estos elementos se refieren a dos propiedades que son la consistencia entre situaciones y la estabilidad a lo largo del tiempo. Pero prestemos atención a un pequeño problema que a veces pasa desapercibido: hablamos de consistencia y estabilidad de la persona, y eso no es lo mismo que hablar de la estabilidad y la consistencia de la conducta. Así, por ejemplo, la honestidad de un adolescente se presenta en unas conductas (no colarse en una cola del cine, no dejar de pagar en una tienda, no mentir a los padres) diferentes de la honestidad del adulto (pagar impuestos, no robar en una empresa), y por eso comparar conductas honestas en lugar del rasgo de honestidad puede ofrecer resultados diferentes. La realidad empírica nos enseña que si realizamos bien la selección de conductas indicadoras de un rasgo –en este caso, la honestidad– y analizamos las correlaciones entre un grupo heterogéneo de personas, la correlación que hay entre ellas es, habitualmente, significativa. No obstante, encontraríamos que ciertas conductas honestas o deshonestas parece que son consistentes entre ellas y sí que nos mostrarían correlaciones más significativas entre sí. Este hecho nos permite deducir que estas conductas son debidas a efectos de una variable latente o un factor que corresponde a un rasgo (en este caso de carácter).

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El análisis factorial parte de esta premisa para identificar estos rasgos latentes que determinan la aparición de correlaciones entre conductas que se dan en situaciones distintas y que constituyen la unidad de análisis de la estructura de personalidad. A partir de la intercorrelación de las medidas de comportamientos honestos (observaciones naturales, resultados de informes), la técnica del análisis factorial nos permite conocer cuántos factores hay que constituyen la base de la variación de aquellas medidas y cómo están organizados. Un análisis factorial es, por lo tanto, un procedimiento que parte de la variabilidad de los comportamientos observados entre las personas y nos permite conocer cuáles son las propiedades comunes de los individuos que causan esta variación. Clasificación de los tipos de rasgos

Un tema que tiene una importancia especial a la hora de considerar la personalidad como un sistema complejo de rasgos son los tipos de rasgos. La distinción de Allport de los rasgos es simple: distingue entre rasgos motivacionales (la mayoría y los más importantes) y estilísticos. Más adelante, Cattell, Guilford, Eysenck o Kline especificarán más esta clasificación y distinguirán entre rasgos de naturaleza cognitiva (aptitudes), de naturaleza estilística (estilos cognitivos), de naturaleza dinámica (sentimientos, necesidades) y de naturaleza

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emocional (temperamento). Otros autores han propuesto nuevas clasificaciones. Los tipos de rasgos en los que más acuerdo se da son los temperamentales, los constitucionales (biomorfológicos) y los de capacidad (inteligencia). Buss y Poley consideran que además de los temperamentales y de los cognitivos están los rasgos motivacionales. En general, se considera que puede haber en total entre cincuenta y sesenta rasgos diferentes que constituyen la personalidad. No todos son de la misma naturaleza ni tienen el mismo papel en la determinación de las diferencias individuales en el comportamiento. Según el tipo de tareas y de exigencias, el individuo utiliza más unos rasgos u otros. Utilidadde los rasgos

¿Qué función tienen los rasgos en las diferencias individuales? En general, consideramos las funciones siguientes: predictiva, es decir, que permite conocer qué es probable que haga el sujeto en situaciones futuras; descriptiva, para identificar fácilmente a las personas; clasificatoria, que agrupa al individuo en una categoría de individuos, y explicativa, que facilita la comprensión y la explicación de la conducta individual. Las funciones más importantes que cumplen los rasgos son la descriptiva y la clasificatoria. Este

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aspecto está directamente relacionado con la medida de los rasgos y ha sostenido los tests. La función predictiva hace referencia a la perspectiva de futuro en el comportamiento del sujeto. Por el contrario, el aspecto explicativo de los rasgos no se puede basar en el razonamiento circular, en el que la misma disposición se convierte en causa de aquella conducta de la que fue inferida previamente. Uno es amable porque se muestran conductas de amabilidad. La característica explicativa depende en gran medida de la naturaleza que se atribuye a los rasgos. Tipo y estados psicológicos El concepto de rasgo lleva asociados los conceptos de tipo (conjunto de rasgos) y de estado (fluctuaciones del rasgo). Junto al concepto de rasgo, de origen clásico, en la psicología de la personalidad tenemos dos conceptos asociados: el de tipo y el de estado. En una analogía sobre los rasgos, podríamos decir que el estado es el resultado de los efectos de las situaciones sobre los rasgos, mientras que un tipo es un conjunto de rasgos. El pensamiento tipológico, aplicado al estudio de la personalidad, es propiamente europeo y difícilmente ha tenido un impacto en la psicología norteamericana. El pensamiento tipológico lo encontramos en importantes psiquiatras europeos, como Carl Jung o Kretschmer, y también en Freud,

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entre psicólogos como Jaensch o Eysenck y también entre los estudiosos de la inteligencia como Louis L. Thurstone o Lewis M.Terman. Desde los griegos La existencia de tipologías ha sido una constante desde la época de los griegos en el estudio de todos los fenómenos de la personalidad humana. Así, se han formulado tipologías de la constitución (asténico-pícnico, endomorfo, ectomorfo), del carácter (apáticos, afectivos, intelectuales; sensitivos, activos; introvertidos, extrovertidos) y del temperamento (vascular, muscular, nervioso; somatotónico, viscerotónico y cerebrotónico). La realidad actual es que con la dimensionalización y la sustitución de los tipos por los rasgos cada vez son menos utilizadas.

Los tipos de personalidad que se han propuesto más recientemente son los que presenta Myers, que se basan en la tipología de Jung. De acuerdo con Myers, hay dieciséis tipos de personalidad que resultan de combinar dos formas de percibir (sensaciones e intuiciones), dos formas de juzgar (pensar y sentir), dos formas de relacionarse con los demás (introversión y extraversión) y dos formas de relacionarse con el ambiente externo al individuo (juicio y percepción).

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Los estados psicológicos

Antes de concluir el tema de los rasgos, hay que hacer un comentario breve sobre la relación entre estados y rasgos. Esta distinción se ha planteado como una manera de entender una reacción compleja inmediata, pero de más duración que la de una simple reacción emocional, que es una característica o disposición de respuesta habitual ante ciertos cambios del medio y que como cualquier disposición del sujeto es casi permanente. La diferencia básica entre un estado y un rasgo referido a la personalidad o al temperamento es análoga a la que hay entre estar y ser. No hay ningún tipo de duda de que lo que observamos al registrar la conducta sea el efecto de un estado, ya que éstos representan la plasmación concreta de los efectos de la situación sobre las disposiciones del sujeto. Los rasgos nunca son directamente observables, simplemente se infieren de las conductas registradas. El problema de la diferencia entre rasgo y estado es meramente metodológico. Así, nos queda claro que una respuesta ansiosa la tenemos que considerar de duración breve, pero de gran intensidad. Por el contrario, un estado es una respuesta compleja caracterizada por su intensidad inferior y su duración superior. Al fin tendríamos la categoría de "sentimientos", en la que

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la duración puede ser mayor y la intensidad de la conducta, muy inferior. Al final de este continuo situaríamos el rasgo. Precisamente la característica más peculiar del rasgo es su efecto lejano sobre la conducta y además la estabilidad temporal del rasgo. Por otra parte, por medio de la utilización de factores disposicionales, bien rasgos o estados, se aporta un elemento de gran utilidad para la psicología aplicada y que en la medida en que la psicología de la personalidad vaya aportando conocimientos sobre estos constructos disposicionales, más utilidad tendrán en el campo de la clínica, la educación, el rendimiento laboral y en todas las facetas de la vida cotidiana de los individuos.

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LA PERSONALIDAD COMOSISTEMA La constitución En el siglo XIX, la constitución adquiere su sentido moderno. De los nuevos tipos diseñados (atlético, pícnico, digestivo) se puede continuar prediciendo tipos de enfermedades, de tratamientos. No se acepta, sin embargo, ninguna continuidad directa entre estas peculiaridades morfológicas y los atributos psicológicos. Es más, ya en los años sesenta se indicaba que si entre constitución y temperamento había alguna relación era de manera tal que se iniciaba en el organismo y actuaba sobre la conducta mediante el cerebro. El médico Viola

En el siglo XX, especialmente en los primeros treinta años, los trabajos médicos sobre la constitución se acercaron a la antropometría y se dio un rigor métrico que se añadiría a las concepciones que basaban las tipologías constitucionales en los subsistemas corporales. Merece una mención histórica especial Viola, un 78

médico italiano para quien la ciencia de la constitución equivalía a la "antropometría de las variaciones individuales en los caracteres físicos". Desarrolló medidas e índices corporales que ratificaban las concepciones clásicas sobre la constitución (hábito tísico y apoplético) y que más tarde se confirmaron en los estudios factoriales de Rees de los años cincuenta. Un seguidor y discípulo de Viola, el médico Pende, desarrollaría aún más el modelo de Viola y daría un impulso importante al estudio científico de la constitución. Pende fue el creador del término biotipología, que "trata de estudiar a las personas en su unidad vital psicosomática, en la que se integra su morfología, fisiología y psicología diferenciales". No obstante, su esfuerzo en el desarrollo de un sistema tan completo fue más ambicioso que sólido y ha resultado un conjunto de generalizaciones sin mucho apoyo empírico. El desarrollo moderno y con un impacto mayor en las ciencias psicológicas del concepto de constitución es de procedencia alemana. La constitución no es sólo en lo referente a la estructura corporal, sino que representa también las predisposiciones a maneras de enfermar, es el asiento del temperamento y de otras disposiciones psicológicas, está determinada genéticamente, es difícilmente modificable. Todas estas ideas están en la obra de Kretschmer.

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Después de la aportación al estudio del temperamento y la constitución de Kretschmer, destacamos los estudios de las escuelas inglesa de Burt y especialmente de la americana de Sheldon. W. Sheldon (1898-1977) fue un médico norteamericano que recibió influencias directas de Jung, Freud y Kretschmer durante su estancia en Europa. En Harvard (Estados Unidos) desarrolló su investigación sobre las relaciones entre constitución y temperamento, con un sistema original que se basaba en el análisis detallado de fotografías estándares del cuerpo de los sujetos para destacar cualquier variación de esta estructura corporal. Identificó tres dimensiones (endomorfia, ectomorfia y mesomorfia), que permitían tipificar la constitución corporal. Adscribió un origen embriológico a cada una de estas dimensiones y asignó una dimensión temperamental definida por las actividades y conductas prototípicas. De la misma manera asignó tipos de enfermedades mentales y conductas sociales a las dimensiones. Para todo ello, salvo para el esquema tipológico y la causalidad de las dimensiones, siguió completamente a Kretschmer. A pesar de que Sheldon representa la aportación moderna más relevante en el terreno de la biotipología, sus métodos de obtención de datos y sus análisis están afectados por numerosos problemas que ponen en duda los resultados. Más

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recientemente se ha demostrado que de los análisis de sus datos solamente se derivan dos dimensiones constitucionales y que su pretendida causalidad embriológica es muy dudosa. Por ejemplo, el tipo atlético es definido por Kretschmer así: "Un gran desarrollo del esqueleto óseo, de la musculatura y de la epidermis. El individuo tiene una estatura media o superior a la media, con unos hombros especialmente anchos y potentes, con un tórax importante, un vientre tenso. (...) El desarrollo graso es moderado (...) Su carácter y temperamento lo caracterizan como una persona constante, enérgica, dominante, equilibrada y extrovertida". O vemos este ejemplo de tipo leptosomático: "Crecimiento mediocre con respecto a la anchura unido a un crecimiento no disminuido con respecto a la altura". El individuo es esbelto y delgado, parece más alto de lo que es realmente. La piel es seca y anémica; los brazos, delgados; de músculos escasos; con unos hombros estrechos, etc. Su carácter y temperamento lo caracterizan como una persona solitaria, imaginativa, idealista, retraída, sobria y tendente al fanatismo". Una de las conclusiones que se extrae de revisar la consideración moderna de las relaciones entre constitución y personalidad es que se tienen que formular en términos de relaciones entre subsistemas neurofisiológicos y dimensiones temperamentales. En 1966, Pinillos resumía de esta

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manera las relaciones entre sistemas neurofisiológicos y personalidad: "En el campo hormonal la situación tampoco acaba de resolverse, ya que no se encuentran relaciones entre los trastornos tiroideos y los cambios de conducta del individuo. Con respecto a las relaciones entre sistema nervioso central y personalidad la situación es prometedora y confusa. Hay indicios de que en los extrovertidos hay un nivel menor de acetilcolina que en los introvertidos, por lo que la conducción sináptica de los primeros sería más baja que la de los segundos". Estas referencias hechas hace unos cuarenta años son la antesala del gran desarrollo que han tenidos los modelos psicobiológicos de la personalidad en estos años. El temperamento Los planteamientos del fisiólogo Wilhelm Wundt sobre el temperamento fueron recogidos indirectamente por H. J. Eysenck e incluidos en su modelo de personalidad. El de Eysenck, uno de los más sólidos en el terreno de la psicología diferencial de la personalidad, lo facilitó la obra de Heymans (1857-1930), psicólogo experimental holandés muy conocido por su estudio realizado conjuntamente con Wiersma sobre las tipologías temperamentales. Una definición de temperamento podría ser la de Allport, que tiene la ventaja de ser muy

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descriptiva: el temperamento se refiere a las características emocionales del sujeto, que incluyen de la susceptibilidad a la estimulación emocional, su fuerza y velocidad habitual en las respuestas, la calidad de su estado de ánimo predominante, además de las peculiaridades de sus fluctuaciones de sentido e intensidad. Todos estos fenómenos se pueden ver como características dependientes de la estructura constitucional del individuo y, por lo tanto, altamente hereditarias. El término temperamento, aunque tiene una relación estrecha con la emoción, no es un sinónimo. El temperamento se refiere a las diferencias estables en parámetros de tono hedónico, de emociones puntuales como el miedo o la ansiedad, mientras que las emociones se refieren a los mismos procesos afectivos y expresivos. Así, todos los seres humanos pueden manifestar alegría, miedo o ansiedad, pero la existencia de variaciones individuales en los parámetros de esta expresión es lo que se debe atribuir a las dimensiones temperamentales. El carácter El término "carácter" (que viene del griego charassein) significa etimológicamente "marca, marca grabada, signo grabado en un objeto que lo hace reconocible". Este término se utiliza poco en el contexto de la psicología científica. La razón

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principal es el rechazo que han mostrado los psicólogos norteamericanos. En los Estados Unidos el carácter se considera un término que no se puede utilizar en un contexto científico porque tiene una connotación ética y moral, y por lo tanto no es susceptible de una investigación objetiva. Este hecho se podría generalizar al término de "personalidad", sin embargo en los Estados Unidos la opinión mayoritaria considera que el término "carácter" debe sustituirse por el de "personalidad", y así ha sucedido. De hecho, en los Estados Unidos se habla de temperamento y de personalidad y el término "carácter" ha quedado excluido. El término "carácter" se ha mantenido en Europa, especialmente en la tradición clínica centroeuropea, en la que se considera sinónimo de temperamento. A pesar de ello, la tradición anglosajona mantiene las diferencias entre los términos "carácter", "temperamento" y "personalidad". Esta diferenciación es muy adecuada y así la mantendremos para un análisis científico de la personalidad desde un punto de vista diferencial. El concepto de carácter se mantuvo en el estudio de la personalidad en autores como Adler, Jung y Stern. No obstante, a partir de Allport desaparece y queda sustituido por el concepto de rasgo. Con la desaparición del carácter, desaparece también todo lo que hace referencia a la voluntad.

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El carácter es una colección de hábitos y de reglas adquiridos propios de un individuo, quien los utiliza en su vida. Estas reglas y hábitos influyen sobre nuestra conducta social, nuestro trabajo, los comportamientos que afectan a la salud (alimentación, consumo de sustancias tóxicas, ejercicio físico), nuestras respuestas a las exigencias del medio (especialmente cuando son negativas) y también afectan a nuestra conducta sociopolítica o manera de pensar. Precisamente por estas connotaciones el carácter es un fenómeno muy relacionado con la socialización individual. En general, se considera que las dimensiones de personalidad, a diferencia de las aptitudes, no tienen un polo negativo y un polo positivo. No obstante, en el carácter parece que socialmente hay una serie de hábitos que son positivos frente a otros que son negativos. Los aspectos del carácter que son positivos, que podemos identificar con las virtudes, son la honradez, la prudencia o el coraje; por el contrario, en el polo opuesto situamos la parte de la mezquindad, la debilidad o la deshonestidad. Es obvio que estas características forman parte de la personalidad, pero también es verdad que el calificativo de positivas o negativas depende de una consideración moral o ética. El interés por el carácter ha sido primordial en el psicoanálisis y ha sido utilizado por sus seguidores para fundamentar una clasificación conocida

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(carácter anal, oral, etc.). Otros psicólogos de la personalidad se han ocupado también de este fenómeno orientados especialmente hacia el análisis cognitivo de la personalidad (optimismo, felicidad). Es en este contexto donde se han desarrollado las investigaciones que hacen referencia al yo o self del sujeto. El yo (self) es un sistema cognitivo que incluye la integración, percibida por el sujeto, de todas las instancias emocionales, afectivas y cognitivas de su personalidad (incluye además aspectos como la identidad de género, las estrategias de afrontamiento); por eso se habla de autoconcepto. Diferencias entre temperamentoy carácter

En la tabla siguiente se resumen las principales diferencias entre los dos conceptos más trascendentes de la psicología diferencial de la personalidad. De hecho, por razones de tradición y de aplicabilidad de método científico, la psicología de la personalidad ha seguido considerando el temperamento como concepto fundamental de las diferencias individuales en la personalidad. Este concepto, no obstante, ha perdido su significación tipológica y ha interesado a los psicólogos de las diferencias individuales porque delimita y caracteriza una serie de dimensiones que son los rasgos que constituyen la estructura fundamental de la personalidad.

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Temperamento

Carácter

Etimología

Mezcla / estado

Adquiridas / morales

Epistemología

Tradición científica / natural y experimental / empírica

Marca / señal grabada

Metodología

Nomotética

Tradición cultural / filosófica. Literaria. Clínica

Bases

Biológicas / innatas

Idiográfica

Enfoque

DD. II.

Individualismo

Inicios

Hipóctates / Galileo Teofrastes / Jung / / Kant / Wundt Adler

Actuales

Eysenck.

Allport

La inteligencia Hasta ahora hemos insistido en la importancia de la variabilidad del comportamiento para identificar la unicidad de la personalidad y hemos descrito una serie de conceptos útiles para acercarnos a una comprensión científica de este fenómeno complejo. Introducimos ahora un aspecto de la personalidad que generalmente queda apartado, y en cambio es uno de los componentes más importantes: la inteligencia. 87

La inteligencia es el fenómeno psicológico más importante para entender las variaciones del comportamiento humano. Esta afirmación tiene dos consecuencias muy importantes: no podemos dejar de lado la inteligencia en el análisis de la personalidad, y la personalidad no se limita únicamente a las características afectivas y emocionales de la persona. Es fácil aceptar estas dos consecuencias, ya que al pedir a las personas que describan a sus congéneres, al igual que hacen referencia a categorías temperamentales (impulsivo, pasivo) o caracterológicas (prudente, bien educado), también aluden a categorías de capacidad cognitiva (listo, ágil mentalmente). Además, como ya hemos dicho, todas las instancias psicológicas distintas actúan conjuntamente en la determinación del comportamiento del sujeto. En cuanto a la segunda consecuencia, hay que hacer notar que tradicionalmente se confunden con demasiada frecuencia los términos "temperamento" y "personalidad" (tradición anglosajona) o "carácter" y "personalidad" (tradición centroeuropea y francesa). No se tiene que confundir la disección científica de los componentes de la personalidad, que se realiza con el objeto de describir y explicar la personalidad con una mayor simplicidad, con la evidencia natural de que todos estos componentes actúan conjuntamente siempre en cualquier situación de la

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vida cotidiana de las personas. La inteligencia se entiende actualmente como un conglomerado de aptitudes organizadas que tienen distintas características bastante bien conocidas. Todas estas teorías consisten en una serie de operaciones que permiten un tratamiento de la información externa al sujeto para aprovecharse en la tarea de adaptarse al medio. Estas aptitudes se caracterizan por su grado diferente de especificidad. De hecho, la organización de estas aptitudes es jerárquica y se han distinguido tres grados o estratos de organización que, por medio del análisis factorial, determinan la posición y las relaciones de estas aptitudes. En el primer estrato se sitúan las llamadas aptitudes primarias específicas, como la fluidez verbal, la comprensión verbal, la capacidad perceptiva o numérica, también la memoria asociativa y la originalidad. El número de estas aptitudes primarias no está definido de una manera absoluta, pero puede oscilar entre un mínimo de veinte y un máximo de cincuenta. En el segundo nivel aparece un conjunto de aptitudes secundarias, entre tres y siete, con un nivel de generalización mayor y que son la llamada inteligencia fluida, la inteligencia cristalizada, la velocidad cognitiva general y otras similares. Finalmente, en el tercer nivel y en la cima de la jerarquía se sitúa el llamado "factor g" o inteligencia

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general, que por su posición nos indica una influencia inespecífica en cada una de las conductas implicadas en el aprendizaje, la adaptación, la formación de conceptos, el razonamiento, es decir, en cualquier faceta cognitiva de la inteligencia humana. Desde los años setenta hasta hoy, aceptada ya de manera generalizada esta idea de cómo está estructurada la inteligencia, se ha realizado una investigación masiva para descubrir la funcionalidad y los mecanismos cognitivos que operan en la conducta inteligente. Los resultados de estos estudios han destacado que la inteligencia es una propiedad que hace funcionar eficazmente todas las operaciones cognitivas. Esta eficacia se basa en la velocidad del procesamiento de la información en un sistema de capacidad limitada. ¿Qué quiere decir eso? La base operativa de la inteligencia son los llamados procesos cognitivos: la atención, la sensación, la recuperación en la memoria, el almacenaje de la información en la memoria permanente. Estos procesos cognitivos registran, transforman y producen información que le permite al sujeto su comportamiento, y por el hecho de que forman parte de un organismo biológico son de capacidad limitada. Los individuos que tienen sistemas cognitivos eficaces obtienen ventajas mayores en el procesamiento de la información precisamente para aprovechar al

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máximo esta capacidad limitada y en este aprovechamiento la velocidad tiene un papel definitivo. Por lo tanto, de una manera muy abstracta podríamos decir que la inteligencia (especialmente el llamado "factor g") se fundamenta en la velocidad de procesamiento de la información. Sin embargo, ¿velocidad para qué? En última instancia, la inteligencia tiene una función específica que consiste en generar o crear información nueva a partir de elementos dispersos y de informaciones presentes o pasadas. Mediante esta función los individuos obtienen un aprovechamiento mayor de su entorno para adaptarse mejor. Las relaciones entre personalidad e inteligencia son muy complicadas y la investigación no ha aportado nuevas informaciones relevantes, ya que sus resultados son muy confusos. Recientemente, Eysenck ha revisado este campo temático. Varios enfoques se han seguido para evidenciar qué relaciones se mantienen entre estos dos fenómenos. Aparentemente, parece que tienen que estar relacionados y lo están si consideramos que los dos afectan al rendimiento. Lo que no parece una buena estrategia es pensar que la personalidad influye en la inteligencia. Desde los años cuarenta se han realizado estudios para verificar la relación entre inteligencia y personalidad a partir de la medida psicométrica de

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estos constructos. Utilizando escalas como el MMPI (inventario de personalidad multifásico de Minnesota), el TMAS (escala de ansiedad manifiesta de Taylor) y otros tests de naturaleza clínica, y comparando los resultados con las puntuaciones en inteligencia obtenidas en los tests más típicos, como el WAIS o el Raven, las correlaciones son, habitualmente, no significativas. ¿Eso quiere decir que la inteligencia y la personalidad psicométrica no tienen ninguna relación? Sí y no. Hablando estrictamente, en términos de medida psicométrica, es evidente que no. No obstante, es necesario analizar con más detalle las causas de estos resultados que presentan cierta contradicción con muchas observaciones que indican lo contrario, es decir, que la inteligencia tiene un papel importante en la personalidad y viceversa. Una de las razones importantes es la confusión habitual entre los tres tipos diferentes de inteligencia que hay y que no son intercambiables del todo. Estilos psicológicos Los profesores José Sánchez-Cánovas y Pilar Sánchez han recogido en un original trabajo una serie de consideraciones sobre el concepto de estilo aplicado al comportamiento humano. Estos autores indican que el término "estilo" aparece en la literatura psicológica connotado con diversos

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referentes. Así encontramos estilos de vida, estilos de salud, estilos de aprendizaje, estilos cognitivos, estilos de consumo, y, en la medida en que estos términos se refieren a formas de comportamiento de los individuos, proponen que se agrupen bajo el término "estilos psicológicos". El estilo, para Sánchez-Cánovas y Sánchez, es "un conjunto de modalidades de funcionamiento observables que tienen diversas propiedades relacionadas con su posición en la jerarquía de rasgos de personalidades y sus efectos en la conducta del individuo". Los estilos cognitivos se definen como dimensiones de diferencias individuales que caracterizan la forma de la actividad mental de los individuos. Son, en principio, independientes del contenido de esta actividad mental, aunque esta interdependencia es relativa, ya que la forma y el contenido están generalmente relacionados en el seno de la actividad psicológica. Los estilos cognitivos se refieren a la forma y al "estilo" de estas actividades. El efecto de estas actividades se refleja en numerosas situaciones y contextos en los que se emite la conducta. Los estilos cognitivos parece que son fenómenos distintos a los de las aptitudes, que caracterizan la actividad mental por su eficacia. Los estilos cognitivos son dimensiones que integran diferentes aspectos cognitivos y no cognitivos del funcionamiento individual y que tienen un énfasis

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especial en el plano cualitativo y no exclusivamente cuantitativo. Un modelo Por el análisis conceptual e histórico presentado parece que pocas cosas han cambiado en la concepción de las tipologías temperamentales y del estudio de las diferencias individuales desde la teoría de los cuatro temperamentos de hace siglos. Eso, a pesar de todo, no es así, ya que se han dado pasos importantes para una concepción científica de la personalidad. El cambio más importante ha sido la introducción del concepto de disposición y el de rasgo como una unidad de análisis de las diferencias individuales en la esfera de la personalidad. El concepto de rasgo tiene dos referentes fundamentales: el primero en la teoría, que lo vincula de manera definitiva a una dimensión del sujeto, y el segundo en la realidad empírica, que lo relaciona directamente con un factor. Actualmente, concebimos la personalidad como un conjunto de rasgos de naturaleza distinta que configuran una estructura psicológica que sostiene la individualidad del sujeto y lo hace a la vez de una manera parecido y diferente a la de todos sus congéneres. Una vez la psicología de la personalidad hubo formalizado el concepto de rasgo, el trabajo de los

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investigadores fue aplicar la metodología correlacional en el estudio de la estructura de la personalidad. Pero antes de ver cuáles han sido las principales aportaciones –los modelos más relevantes de rasgos de la personalidad–, queremos concluir con una pequeña reflexión que permita ver el complejo constructo de la personalidad. Hemos visto que en la tradición de estudio de la personalidad desde el planteamiento diferencialista se han utilizado diversos términos que en cierta manera hacían referencia al mismo fenómeno: constitución, temperamento, carácter y también tenemos que incluir inteligencia. Cada uno de estos términos tiene connotaciones un poco diferentes. El desarrollo de la psicología de la personalidad ha aclarado estos términos y actualmente parece que hay un consenso en la medida en que casi todos los autores aceptan la idea de personalidad como un complejo sistema en el que se integran otros subsistemas que permiten un acercamiento científico y parsimonioso al estudio de la personalidad. Hay autores que proponen que la personalidad se debe entender como un conjunto de todos los tópicos de la psicología. Dentro de esta concepción el enfoque diferencialista plantea que la personalidad es el conjunto integrado de la inteligencia, la constitución, el carácter y el temperamento. A esta conclusión se llega a partir de las

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influencias básicas que han constituido la psicología de la personalidad, es decir, el impacto del enfoque tipológico, la importancia de la fundamentación biológica y la relación teoría/observación que hace de la metodología empírica el juez para resolver las hipótesis planteadas. En cualquier caso, la personalidad entendida así es un constructo hipotético que tanto se puede entender a partir de los mecanismos como a partir de los procesos, y su estructura es compleja pero organizada. Según nuestra opinión, siguiendo los trabajos de Guilford, Cattell, Royce y Powell y Eysenck, se puede formular un modelo completo de la personalidad que combine la concepción dimensional de los constructos de temperamento, aptitud, carácter y constitución con la idea de los rasgos/tipo como unidad de análisis de las dimensiones y los aspectos de la determinación hereditaria o ambiental. En este complejo constructo deberíamos incluir cuatro tipos de componentes o rasgos disposicionales: los físicos o estructura neurofisiológica del individuo como base de los recursos energéticos del procesamiento de la información (constitución); los emocionales, que son los factores de disponibilidad de los recursos energéticos (temperamento); los cognitivos o factores de manejo y gestión de los recursos mentales según las demandas (inteligencia), y el carácter o factores de control del temperamento por

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la inteligencia y las actitudes. En este modelo que presentamos hay una gran laguna: la funcionalidad de los rasgos y especialmente en las relaciones interactivas que entre estos se producen. De hecho, el enfoque de rasgos tiene este problema como gran carencia en la explicación completa de la personalidad. El modelo de rasgos permite describir e identificar qué componentes forman la personalidad y qué relación estructural tienen entre sí, pero aún está poco desarrollado en un sentido funcional. Los procesos dinámicos que relacionan estos componentes todavía son un poco misteriosos para la comprensión funcional del comportamiento. Es trabajo de la investigación futura profundizar en este apartado de la psicología de la personalidad.

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