La cia Contra Elche

July 20, 2017 | Author: franciscoj_aguilimpias | Category: Che Guevara, Central Intelligence Agency, Bolivia, Guerrilla Warfare, Unrest
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Descripción: Historia...

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A los comandantes Ernesto Che Guevara, Inti y Coco Peredo y a los bolivianos, peruanos y cubanos de la Guerrilla de Ñacahuasú. A Tania, Imilla y Maya. A Jenny Koeller y Elmo Catalán, cuyas vidas fueron tronchadas, como la obra soñada y comenzada. A Giangiacomo Feltrinelli. A Benjo Cruz y los guerrilleros de Teoponte. A los sacerdotes Luis Espinal y Mauricio Lefebre, asesinados por practicar el verdadero cristianismo al servicio de los desposeídos de Bolivia. A los jóvenes bolivianos masacrados en la calle Harrington Nº. 10, de la ciudad de La Paz. A los mineros, campesinos, estudiantes, religiosos, intelectuales y todos los que han ofrendado sus vidas por tratar de lograr la felicidad del batallador, noble y generoso pueblo boliviano.

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La CIA contra el Che Adys Cupull y Froilán González

Colección Tilde Editorial Correo del Orinoco Alcabal a Urupal, edificio Dimase, La Candelaria, Caracas- Venezuela. www.correodelorinoco.gob.ve Directorio Hugo Chávez Frías Ernesto Villegas Poljak

Lídice Altuve Edgar Padrón

Corrección Diagramación y montaje Concepto de portada Portada Depósito Legal RIF

Presidente de la República Bolivariana de Venezuela Ministro del Poder Popular para la Comunicación y la Información Viceministra de Gestión Comunicacional Viceministro de Estrategia Comunicacional

Iris Yglesias, Ricardo Romero Saira Arias Arturo Cazal Sandra Da Silva LF 2692011320529 G-20009059-6 Septiembre de 2012 Impreso en la República Bolivariana de Venezuela en los talleres de la Imprenta Nacional y Gaceta Oficial

Activa participación de la CIA y la embajada de los Estados Unidos en Bolivia contra el movimiento guerrillero

Nace el Ejército de Liberación Nacional de Bolivia El 3 de noviembre de 1966 el comandante Ernesto Guevara de la Serna, el Che, llegó a la ciudad de La Paz, capital de Bolivia, con un pasaporte expedido en Montevideo a nombre de Adolfo Mena González de nacionalidad uruguaya. Llevaba, además, una credencial con el cuño de la Dirección Nacional de Informaciones de la Presidencia de la República de Bolivia y con la firma del jefe de esta, señor Gonzalo López Muñoz, que lo presentaba como un enviado especial de la Organización de Estados Americanos (OEA), para efectuar un estudio y reunir informaciones sobre las relaciones económicas y sociales que regían en el campo boliviano. Al día siguiente se entrevistó con Iván, seudónimo de uno de los componentes de la red urbana, cuya verdadera personalidad aún no se ha revelado. El Che le había dado instrucciones de instalarse en Bolivia como un próspero comerciante, 9

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con documentos de una persona que aceptó permanecer oculta todo el tiempo que durara la misión. Iván estaba entrenado en chequeo, contrachequeo, métodos de obtención y traslado de información, contrainteligencia, observación visual, medidas de seguridad, comunicaciones radiales, códigos secretos, escritura cifrada e invisible. En la ciudad de La Paz, Iván comenzó a trabajar de forma clandestina y compartimentada, y el 4 de noviembre de 1966 realizó un contacto secreto con Alberto Fernández Montes de Oca, Pacho, en el restaurante El Prado, ubicado en el paseo del mismo nombre y a media cuadra del céntrico hotel Copacabana. A través de Pacho, el Che lo citó a una casa de seguridad a las ocho de la noche donde le solicitó un informe detallado del trabajo desarrollado y le impartió nuevas instrucciones. El 5 por la noche el Che salió para Ñacahuasú adonde llegó en horas avanzadas de la noche del día 7, mientras Iván permaneció en La Paz encargado de recibir a los compañeros y trasladarlos hasta las casas de seguridad. A partir de ese momento, otros miembros de la red urbana se encargaban de protegerlos y llevarlos hasta la zona guerrillera. Cada uno viajó por rutas y medios previamente establecidos, con el más absoluto secreto y compartimentación. Los últimos guerrilleros en arribar a la capital boliviana fueron Jesús Suárez Gayol, el Rubio, y Antonio Sánchez Díaz, Marcos, a quienes Iván acompañó hasta Ñacahuasú. En el campamento guerrillero, el Che se entrevistó con este último y le impartió nuevas instrucciones y estuvo de acuerdo con la petición que le formuló de casarse con una boliviana, de quien se había enamorado. Esta joven era hija de un destacado político, diputado nacional e íntimo amigo del presidente René Barrien-

tos Ortuño, con quien compartía algunos negocios y lo visitaba con frecuencia. El padre de esta muchacha deseaba vincular a Iván con el mandatario boliviano para desarrollar un proyecto agrícola en el departamento del Beni, zona importante donde el Che tenía previsto establecer un foco guerrillero posteriormente. Las relaciones de Iván con esta familia le proporcionaba la posibilidad de mantener amistad en círculos militares y visitar algunos cuarteles. El grupo de cubanos y parte importante de los bolivianos se completó el 31 de diciembre. En ese período el Che recibió a miembros de la red de apoyo urbano, a Rodolfo Saldaña, Loyola Guzmán, Julio Dagnino Pacheco, Sánchez, Iván, Tamara Bunke Bider, Tania; también se entrevistó con el peruano Juan Pablo Chang-Navarro, el Chino; el líder minero Moisés Guevara y el secretario general del Partido Comunista Boliviano (PCB), Mario Monje. Mientras tanto, los guerrilleros efectuaban recorridos, exploraciones, reconocimiento del terreno; establecían y organizaban los campamentos; construían túneles, cuevas; instalaban la planta de radio; inauguraban un observatorio; cavaban trincheras; ubicaban los comunicadores; estudiaban el quechua y hacían ejercicios de defensa. En estos preparativos estuvieron hasta el 31 de enero de 1967. El 1 de febrero comenzó la exploración hasta los ríos Grande, Masicuri, Rosita y la zona de Tatareada con el propósito de conocer en detalle el terreno, dar un fuerte entrenamiento, examinar las posibilidades de formación de grupos de campesinos y hacer contactos con ellos. En el tiempo que el Che y el grupo de guerrilleros realizaban el recorrido, el 11 de marzo desertaron Vicente Roca-

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bado Terrazas y Pastor Barrera Quintana, dos de los hombres que llegaron el 14 de febrero. Estos se presentaron en la IV División, con sede en la ciudad de Camiri, y proporcionaron una detallada información que permitió al ejército boliviano y sus servicios de Inteligencia tener los primeros indicios de la presencia del Che en Ñacahuasú junto a guerrilleros bolivianos, cubanos y peruanos. Asimismo de Tania, el francés Regis Debray, el argentino Ciro Roberto Bustos y el peruano Juan Pablo Chang-Navarro. Guiaron al ejército por aire hasta donde estaban instalados los campamentos, y, luego, por tierra. Tiempo después se conoció que Vicente Rocabado trabajó para la policía secreta y los servicios de inteligencia del ejército. El presidente boliviano René Barrientos Ortuño, al recibir la información proporcionada por los desertores, solicitó de inmediato ayuda a los Estados Unidos y estableció coordinaciones con los servicios de Inteligencia de Argentina, Brasil, Chile, Perú y Paraguay. El 17 de marzo, en momentos que llevaba un mensaje, hicieron prisionero al guerrillero Salustio Choque Choque. Pocos días después, el coronel norteamericano Milton Buls, agregado militar de los Estados Unidos en Bolivia, el jefe de la estación CIA John Tilton, el oficial Edward N. Fogler, y un agente de origen cubano, que se hacía llamar Eduardo González, viajaron a Camiri con el fin de interrogar a los dos desertores y al prisionero. Con estas informaciones en poder del ejército y la CIA, se produce el primer enfrentamiento militar el 23 de marzo, con resultados catastróficos para el ejército boliviano, al que se le incautaron 3 morteros con 64 proyectiles, 2 bazucas, 16 máuser con 2 000 tiros, 3 uzis con 2 cargadores cada una, una 30 con dos

cintas, el plan de operaciones y, además, se le ocasionaron 7 muertos y 14 prisioneros. Entre estos últimos, el mayor Hernán Plata Ríos y el capitán Augusto Silva Bogado, que comandaban esas unidades militares. Alarmado por la victoria guerrillera, el coronel Milton Buls viajó a los Estados Unidos y solicitó ayuda de forma urgente. La respuesta fue inmediata. Enviaron asesores, oficiales de Inteligencia, equipamiento de Rangers-2, municiones y raciones de comida, mientras que el general León Kolle Cueto, jefe del Estado Mayor de la fuerza aérea, visitaba las capitales de Brasil, Argentina y Paraguay para solicitar ayuda a los mandos militares de esos países. El 25 de marzo de 1967 el Che reunió a su tropa, y se tomó el acuerdo de darle a la guerrilla el nombre de Ejército de Liberación Nacional de Bolivia. El gobierno inició de inmediato una intensa represión, que incluyó entre los primeros detenidos a Ernesto Guzmán, Moisés Arenas, Lidio Carrillo, Antonio Cejas, Mariano Huerta, Humberto Ramírez y otros ciudadanos que resultan sospechosos.

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Inicio de la campaña de desinformación El ejército boliviano emitió un comunicado el 27 de marzo, en el cual manipuló los hechos ocurridos el día 23. Este dice textualmente: En circunstancias en que fracciones de la FF.AA. estudian el replanteo del tramo caminero Vallegrande-Lagunillas en el sector Ñacahuasú-Lagunillas, un grupo de soldados al mando del subteniente de Ejército Rubén Amézaga Faure, que realiza-

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ba el trabajo de la senda, fue atacado alevosamente por grupos desconocidos con armas automáticas. Se lamentó la muerte del subteniente Amézaga, de 6 soldados y del guía civil Epifanio Vargas, obrero de YPFB [Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos], quienes, luego de caer heridos, fueron cobardemente fusilados. Este acto inaudito por su alevosía, cometido cuando componentes de las Fuerzas Armadas realizaban un trabajo para hacer realidad la integración del centro con el sur del país, agrávase más porque ha llevado el dolor y el luto a las familias de los soldados, obreros y campesinos. El oportuno aviso de los sobrevivientes permitió una rápida reacción con tropas de la 4ª División del Ejército, apoyadas por aviones de la Fuerza Aérea, que ocasionaron en sus atacantes su desbande, algunas bajas y la captura de prisioneros. En su fuga dejaron valijas conteniendo ropa, enseres diversos, folletos sobre guerrillas y propaganda castro-comunista de procedencia cubana, además una grabadora, una radio portátil de alta frecuencia y un vehículo (jeep). Los prisioneros, pobladores de la zona y los soldados sobrevivientes, informaron tratarse de un numeroso grupo de personas de distinta nacionalidad entre los que se hayan cubanos, peruanos, chinos, argentinos, europeos, y también comunistas bolivianos. Determinaron además que están pertrechados de armas automáticas modernas y bazookas, ninguna de ellas de las que se usan en nuestro ejército. El Comando en Jefe de las Fuerzas Armadas de la nación en cumplimiento de la misión que le señala la Constitución política del Estado y en resguardo de la soberanía nacional y la tranquilidad del pueblo, ha dispuesto la drástica e inmediata

erradicación de este foco de insurgencia tipificado como guerrilla castro-comunista. Las Fuerzas Armadas de la Nación al comunicar estos hechos al pueblo boliviano, invocan su patriotismo y alto sentido democrático y cristiano, para que preste su colaboración en la destrucción de estos grupos comunistas internacionales, donde quiera que se presenten, como ya voluntariamente lo están haciendo los pobladores de Monteagudo y Muyupampa.

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Desde ese momento, el gobierno boliviano llevó a cabo una intensa campaña de desinformación, dando a conocer partes oficiales alejados de la realidad. El primer comunicado del ejército tenía varios elementos falsos, entre los cuales se pueden enumerar: • Los militares no estaban construyendo caminos por la zona donde se produjo el encuentro. • Los prisioneros recibieron un trato humano y respetuoso. • Fueron liberados en lugares seguros para que pudieran recogerlos fácilmente. • Ninguno fue fusilado. • Los heridos recibieron atención médica. • Los guerrilleros se mantuvieron en sus posiciones. • El ejército boliviano no les hizo prisioneros ni bajas. • No les incautaron objetos ni documentos. • Los pobladores de Muyupampa y Monteagudo estaban muy distantes del lugar del combate para poder informarle al ejército. La campaña de prensa contra la guerrilla tenía saturadas a las emisoras radiales. Para dar a conocer la verdad, el Che confeccionó el Comunicado Nº. 1. 15

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Al pueblo boliviano: frente a la mentira reaccionaria, la verdad revolucionaria.

dor Almazán, Santiago Gallardo y el delator y guía del Ejército apellidado Vargas.

Comunicado Nº. 1

Prisioneros: Mayor Hernán Plata Ríos, cap. Augusto Silva, soldados Edgar Torrico Panoso, Lido Machicado Toledo, Gabriel Durán Escobar, Armando Martínez, Eduardo Ribera y Guido Terceros. Los cinco últimos nombrados resultaron heridos.

El grupo de gorilas usurpadores, tras asesinar obreros y preparar el terreno para la entrega total de nuestras riquezas al imperialismo norteamericano, se burló del pueblo en una farsa comicial. Cuando llega la hora de la verdad y el pueblo se alza en armas, respondiendo a la usurpación armada con la lucha armada, pretende seguir su torneo de mentiras. En la madrugada del 23/3, fuerzas de la IV División, con acantonamiento en Camiri, en número aproximado de 35 hombres al mando del mayor Hernán Plata Ríos se internaron en territorio guerrillero por el cauce del río Ñacahuasú. El grupo íntegro cayó en una emboscada tendida por nuestras fuerzas. Como resultado de la acción, quedaron en nuestro poder 25 armas de todo tipo, incluyendo 3 morteros de 60 mm con su dotación de obuses, abundante parque y equipo. Las bajas enemigas fueron: 7 muertos, entre ellos un teniente, y 14 prisioneros, 5 de los cuales resultaron heridos en el choque, siendo atendidos por nuestro servicio sanitario con la mayor eficiencia que permiten nuestros medios. Todos los prisioneros fueron puestos en libertad previa explicación de los ideales de nuestro movimiento. La lista de bajas enemigas, es la siguiente: Muertos: Pedro Romero, Rubén Amézaga, Juan Alvarado, Cecilio Márquez, Ama-

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Al hacer pública la primera acción de guerra establecemos lo que será norma de nuestro Ejército: La verdad revolucionaria. Nuestros hechos demostraron la justeza de nuestras palabras. Lamentamos la sangre inocente derramada por los soldados caídos, pero con morteros y ametralladoras no se hacen pacíficos viaductos, como afirman los fantoches de uniformes galonados, pretendiendo crearnos la leyenda de vulgares asesinos. Tampoco hubo ni habrá un solo campesino que pueda quejarse de nuestro trato y de la forma de obtener abastecimiento salvo los que, traicionando a su clase, se presten a servir de guías o delatores. Están abiertas las hostilidades. En comunicados futuros fijaremos nítidamente nuestra posición revolucionaria, hoy hacemos un llamado a obreros, campesinos, intelectuales; a todos los que sientan que ha llegado la hora de responder a la violencia con la violencia y de rescatar un país vendido en tajadas a los monopolios yanquis y elevar el nivel de vida de nuestro pueblo, cada día más hambreado. Ejército de Liberación Nacional de Bolivia.

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El 1 de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, y en momentos en que la ciudad de Cochabamba se preparaba el tradicional desfile, se dio a conocer el Comunicado Nº. 1 del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia, a través del periódico Prensa Libre. Las agencias internacionales de noticias se hicieron eco rápidamente y las emisoras de radio mineras de todo el país lo retrasmitieron en cadena. Barrientos, encolerizado, ordenó al prefecto de Cochabamba, Eduardo Soriano Badani, que apresara al director del periódico, Carlos Beccar, a quien incomunicaron, interrogaron, juzgaron y condenaron a cinco años de prisión. El gobierno se vio obligado a ponerlo en libertad por la solidaridad de un grupo de periodistas e intelectuales bolivianos, a los cuales se unieron otros sectores del país; también presionaron las manifestaciones de la Federación Universitaria de Cochabamba, encabezadas por su secretario ejecutivo Alfonso Ferrufino, hijo del fiscal de esa ciudad, doctor Filiberto Ferrufino, quien, a pedido de su hijo presentó recurso de hábeas corpus y alegó que la ley garantiza y protege el secreto profesional. En respuesta, Barrientos promulgó la Ley de Seguridad del Estado, en virtud de la cual sometía a todo el territorio nacional a una situación de excepción, que legalmente les permitía a las fuerzas represivas actuar libremente invocando tal ley.

Los norteamericanos envían armas, vituallas, asesores y agentes de la CIA El teniente coronel Redmond E. Weber, oficial que comandaba el VIII grupo de las fuerzas especiales de los Estados Unidos, 18

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llegó a la ciudad de Santa Cruz el 27 de marzo de 1967, acompañado del mayor Ralph W. Shelton. Un día después un avión norteamericano aterrizó en esa ciudad con 15 instructores expertos en la lucha antiguerrillera en Vietnam. El 28 de marzo de 1967 el Che escribió en su Diario que “las radios siguen saturadas de noticias sobre las guerrillas. Estamos rodeados por 2 000 hombres en un radio de 120 kilómetros, y se estrecha el cerco, complementado por bombardeos con napalm [...]”. Esta noticia fue desmentida por los norteamericanos a través del Departamento de Estado, el cual señaló que tal aseveración era completamente infundada; sin embargo, poco después el comandante de la Fuerza Aérea de Bolivia, Jorge Belmonte Ardiles, declaró que “aviones AT-6 de la fuerza aérea habían comenzado a usar NAPALM”, con el fin de obtener los mismos excelentes resultados que la Fuerza Aérea de los Estados Unidos en Vietnam. El 30 de marzo varios aviones mustang intensificaron el bombardeo que, desde el día 24, venían llevando a cabo por toda la zona donde operaba la guerrilla. Las declaraciones de Barrientos y la solicitud de ayuda a los países vecinos provocaron una diversidad de comentarios. El matutino chileno El Mercurio, del 2 de abril, transcribió en detalles las declaraciones del doctor Víctor Paz Estenssoro, ex presidente boliviano que se encontraba exiliado en Lima: [...] No se justifica la alharaca internacional que se está haciendo ni menos el vergonzoso pedido de ayuda militar. Lo que en realidad ocurre es que, en mi país, existe un estado de creciente descontento. [...] La incapacidad del régimen para solucionar los más apremiantes problemas, la persecución constante a los partidos de oposición, el sistema de trabajo forzado, las periódicas masacres, la entrega de las riquezas nacionales y

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el sostenido encarecimiento del costo de vida, han creado un estado de latente insurrección.

El día 4 ya se encontraban en Bolivia las misiones militares que, con carácter de “Observadores”, enviaron los gobiernos de Argentina, Brasil y Paraguay. Ese día el periodista argentino Héctor Ricardo García, corresponsal del semanario de su país, Crónica, reportó que el sábado 1ro. de abril un gigantesco avión carguero de los Estados Unidos —un C-130—, procedente de Panamá, aterrizó en el aeropuerto militar de Santa Cruz, con pertrechos militares y comestibles, destinados a los efectivos que participaban en las acciones antiguerrilleras. El material quedó en depósito hasta el día siguiente en que se inició su traslado hacia Camiri, a través de un puente aéreo formado por aviones DC-3. Horas después arribó un DC-6 de la Fuerza Aérea Argentina, transportando armas y otros pertrechos. Este vuelo iniciaba un puente aéreo que se estableció entre el aeropuerto El Palomar, en Buenos Aires, y Santa Cruz, en Bolivia. En él viajaron los mayores De Lió y Lauría, y desde La Paz lo hicieron los agregados militares y de aeronáutica argentinos en Bolivia, coronel Saúl García Truñón y el comodoro Raúl Lartigue, con el fin de coordinar la ayuda. Mientras, los servicios secretos norteamericanos enviaron a varios de sus agentes a Bolivia. El 10 de abril ocurrieron dos nuevos combates. El primero se produjo a las diez y veinte de la mañana, con resultados negativos para el ejército: 3 muertos, 1 herido, 7 soldados prisioneros y la ocupación de 6 fusiles garand, 1 carabina M-1 y 4 fusiles máuser. El segundo ocurrió a las 17:00 horas, ocupándole 1 browing, 1 mortero, 15 granadas, 4 M-3, 2 M-1, 5 fusiles máuser y muchas armas. El ejército tuvo 7 muertos, 6 heridos y 20

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13 prisioneros, entre ellos, el jefe de la columna, mayor Rubén Sánchez Valdivia. El gobierno boliviano prohibió la circulación de todos los periódicos de izquierda y censuró a las emisoras radiales. La prensa informó el 12 de abril el arribo de 5 expertos militares del comando norteamericano de la zona del Canal de Panamá, para establecer una escuela de entrenamiento en guerra selvática y actividades antiguerrilleras. Al día siguiente, procedente del Canal de Panamá, aterrizaron 2 aviones con abastecimiento y armas. En uno de ellos regresó Milton Buls para organizar una oficina de coordinación y asesoramiento. Un despacho de prensa daba como alrededor de 100 los militares norteamericanos que estaban en Santa Cruz y en las zonas de operaciones. Ese mismo día, en las primeras horas de la tarde, los guerrilleros salieron hacia el camino Camiri-Sucre, con el propósito de sacar a Debray y a Bustos. Por otra parte, los Estados Unidos continuaban su inmediata ayuda: un avión Hércules C-130 de las fuerzas armadas estadounidenses, atiborrado de armamentos, equipos, víveres y toda clase de implementos militares, aterrizó en Santa Cruz, el 14 de abril, en vuelo directo desde Panamá. Dos días después, el enviado especial del periódico La Razón, de Buenos Aires, notificó que tuvo oportunidad de observar, tanto en Santa Cruz como en Camiri y Lagunillas, la presencia de expertos norteamericanos fogueados en las acciones de Vietnam que formaban un grupo especialmente seleccionado de consejeros militares, con la misión de asesorar a los jefes locales de las fuerzas armadas bolivianas.

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El embajador norteamericano en Bolivia informa a Washington Los combates del 23 de marzo y el 10 de abril ocasionaron al ejército 18 muertos, 9 heridos, 40 prisioneros y abundantes pérdidas en municiones, alimentos y armas. Los informes de los servicios de Inteligencia bolivianos reconocieron las debilidades de su ejército, tanto en el terreno de operaciones como en la dirección de estas. Señalaron que la moral de las tropas estaba por el suelo y los comentarios de los oficiales, clases y soldados, ex prisioneros de los guerrilleros, trasmitieron el desánimo, la sensación de derrota e impotencia, lo que creó un estado de psicosis generalizada de temor. Añadieron que aniquilar a los guerrilleros no resultaría fácil, porque era una organización con disciplina y experiencias en el combate, que podían recibir apoyo interno de los intelectuales, los llamados movimientistas —miembros del Partido del Movimiento Nacionalista Revolucionario que se encontraban en la oposición—, los maestros, los campesinos, los estudiantes y los mineros, sectores donde la efervescencia revolucionaria era evidente. En los informes se desconfiaba de los militares con ética profesional que cuestionaron la activa participación de los norteamericanos, por considerarla un descrédito que afectaba la dignidad de la institución militar. La confusión y el temor embargaban a Barrientos y a sus adeptos más cercanos. Douglas Henderson, embajador de los Estados Unidos en La Paz, confirmó, personalmente, al presidente Lyndon B. Johnson, que se habían establecido “guerrilleros comunistas en las selvas bolivianas”. Sus preocupaciones fueron atendidas seriamente. 22

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Henderson nació en Massachussets el 15 de octubre de 1914. Graduado de bachiller en ciencias en la Universidad de Boston en 1940. Dos años después comenzó su carrera diplomática como vicecónsul en la ciudad de Nogales, México, y más tarde en Arica, Chile, y en Cochabamba, Bolivia, cargo que ocupó desde 1943 hasta 1947, cuando regresó a su país para desempeñar otras responsabilidades. Fue asistente del jefe económico de la División de Defensa en el Departamento de Estado y consejero económico en Lima, y en 1963 embajador en Bolivia. Desde el inicio tuvo dificultades con Barrientos al oponerse a los preparativos del golpe de Estado que este preparó contra el presidente, doctor Víctor Paz Estenssoro. Henderson respondía a la política del Departamento de Estado, pero en la embajada de los Estados Unidos en La Paz, existían otros poderes: el agregado de la fuerza aérea Edward Fox y la estación CIA, y estos últimos se impusieron.

Primeras acciones de la CIA contra la guerrilla de Ñacahuasú La presencia del Che en Bolivia obligó a la CIA a cesar la campaña iniciada contra los principales dirigentes de la Revolución Cubana respecto a la desaparición física del Che. En su propaganda calumniosa, la CIA utilizó a sus agentes y colaboradores; compró a periodistas, chantajeó a otros, y se aprovechó del monopolio de los medios de difusión para sus fines: periódicos, revistas, noticieros televisivos y las emisoras de radio contrarrevolucionarias ubicadas en Miami, trasmitieron múltiples entrevistas a personas que por diversos motivos 23

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abandonaron el país, algunas pagadas y otras inducidas por ellos, pero todas confirmaban que el Che había sido asesinado en Cuba. La profusión de las calumniosas informaciones sobre el tema logró incorporar a incautos, a elementos poco profesionales e, incluso, a personas de buena voluntad, confundidas. Mientras esta campaña se desarrollaba, el monopolio de la información silenciaba las noticias procedentes de Cuba. La CIA ocultó la presencia del Che en Ñacahuasú, hasta crear las condiciones para enfrentar el revés que significó para su aparato de espionaje, el viaje y la entrada al país sin que lo hubieran detectado, a pesar de los inmensos recursos que emplearon para ubicarlo. La guerrilla se estableció en sus propias narices. Una nueva campaña de desinformación debía reemplazar a la anterior. En el mes de abril de 1967, los servicios secretos norteamericanos enviaron a La Paz y las zonas guerrilleras, a importantes grupos de oficiales y agentes, entre ellos, a especialistas en desinformación y guerra psicológica, a la vez que empezaron un trabajo encaminado a aislar al movimiento guerrillero de las ciudades; para ello, realizaron detenciones masivas, controles migratorios, redadas de extranjeros; elaboraron un plan para descabezar el apoyo urbano y establecieron campos de prisioneros. El control de los servicios secretos norteamericanos aumentó. Por un lado, prepararon aceleradamente a los oficiales bolivianos y, por el otro, dirigieron directamente las operaciones especiales. Enviaron nuevos agentes a Bolivia, algunos de origen cubano con nombres falsos, que introdujeron como auditores y financieros en instituciones y empresas norteamerica-

nas. En el servicio de Inteligencia militar y en el Ministerio del Interior de Bolivia, ubicaron a muchos de ellos: José Hinojosa, Eduardo González, Miguel Nápoles Infante, Félix Ramos Medina, Julio Gabriel García, Aurelio Hernández, Luis Suárez y Mario González. La estación CIA en La Paz fue reforzada, en ella trabajaron Charles Langalis, Robert Stenvens, William Culleghan, Hugo Murray, William Walter, John Mills, Burdell Merrel, John H. Corr, Stanley Shepard y otros, como jefe de la estación, John Tilton. En el consulado de los Estados Unidos en la ciudad de Cochabamba, se encontraban Thomas Dickson, Thimothy Towell y John Maisto. Los agentes de la CIA Félix Ramos Medina y Eduardo González fueron enviados a las zonas de operaciones militares. A Aurelio Hernández lo designaron responsable de los interrogatorios y los archivos; a Julio Gabriel García, jefe del departamento técnico, el que se estableció en una casa particular, propiedad de la señora Albertina del Castillo, ubicada en la calle Gregorio Reynolds No. 2904, en la ciudad de La Paz, y alquilada por el ingeniero metalúrgico Dimitri Metaxas Gales y su esposa, la señora Aghati Soulioti, con carta de extranjería expedida en Esparta, Grecia, con el número -20385. Esta casa era pagada mensualmente por el agente de la CIA de origen boliviano Max Jaldin. Por su parte, el agente de la CIA Miguel Nápoles Infante trabajó en el procesamiento de la prensa y tareas de contrainteligencia. La CIA estableció un estricto control en las listas de pasajeros de las diferentes compañías aéreas, y de todos los extranjeros que se hospedaban en los hoteles, tanto de lujo como populares, en los alojamientos, casa de huéspedes y las posadas

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conocidas como tambos, utilizadas, generalmente, por personas de muy bajos recursos económicos. Los sospechosos eran detenidos e interrogados. En el aeropuerto internacional de La Paz y en los puntos fronterizos terrestres, todos los viajeros eran controlados por agentes de la CIA. Después de los acontecimientos guerrilleros, Miguel Nápoles Infante permaneció en Bolivia al servicio de la CIA, adquirió una óptica en la calle Potosí Nº. 1156, teléfono 342855, y contrajo matrimonio con una boliviana oriunda del Beni, nombrada Leonor Elena Calle, viuda de Torres, con quien se fue a vivir a la calle Bueno Nº. 329, teléfono 366198. En 1988 se trasladó a los Estados Unidos y vive en la avenida Carolina Nº. 2655, apartamento 1005, Miami Beach, Florida. Es conocido como El Manco, porque perdió un brazo en un accidente de tránsito en Cuba.

Viajan oficiales y agentes de la CIA a Camiri En la ciudad de Camiri, oficiales de la CIA interrogaron a los mayores Hernán Plata Ríos y Rubén Sánchez Valdivia, al capitán Augusto Silva Bogado y demás ex prisioneros; les mostraron un voluminoso álbum fotográfico de las personas que, según la CIA, podían estar en las guerrillas. En estos interrogatorios participó el asesor de Barrientos, Klaus Barbie, nazifascista y ex jefe de la Gestapo en Lyon, Francia, culpable de múltiples crímenes y asesinatos cuando la ocupación alemana, quien torturó brutalmente a detenidos de la resistencia antifascista y envió a miles de franceses y judíos a los campos de exterminio masivo. Personalmente torturó y asesinó a Jean Moulin, delegado de Charles de Gaulle en la Francia ocupada 26

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por los alemanes. Barbie es internacionalmente conocido como “el carnicero de Lyon”. Entre sus crímenes más repudiados está la muerte en la cámara de gas de 44 niños judíos de cuatro a dieciséis años de edad. El periodista boliviano Gustavo Sánchez Salazar y la checoslovaca-chilena Elizabeth Reimann, en el libro Criminal hasta el final. Klaus Barbie en Bolivia, escribieron: Al finalizar la guerra, a los servicios de Inteligencia de los Estados Unidos les preocupaba el espacio político que ocupaba la URSS. Sin el menor escrúpulo, los norteamericanos comenzaron a utilizar los servicios de oficiales de la Gestapo alemana; había que luchar contra un enemigo nuevo, el ‘comunismo’. También fue reclutado el criminal alemán, ex capitán de las SS, Klaus Barbie. El asesino de Lyon no fue castigado por sus crímenes de guerra; por el contrario, los vencedores lo premiaron. En la primavera de 1948 —después de una orgía de asesinatos de miles de personas— y por gentileza del Cuerpo de Contrainteligencia (CIC) del ejército de los Estados Unidos, Barbie recibía una casa en la ciudad bávara de Augsburg, además de alimentos, cigarrillos y un presupuesto para gastos. Su tarea: organizar redes de espionaje para los americanos. En 1950 se hizo evidente que Francia buscaba a Barbie para juzgarlo por crímenes contra la humanidad. El CIC decidió dar al criminal nazi una nueva identidad y enviarlo, junto a su familia, a un país lejano donde pudiera iniciar una vida nueva. Klaus Altmann Hansen, mecánico nacido en Kronstadt —una ciudad que no existe—, salió de Europa por la llamada ‘Ruta de las ratas’, organizada por un sacerdote católico croata.

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En 1983, el gobierno del doctor Hernán Siles Zuazo lo deportó a Francia para que lo juzgaran por sus crímenes. Otro de los agentes que la CIA envió a Camiri fue uno que respondía al nombre de George Andrew Roth, quien viajó a Bolivia desde Santiago de Chile, donde estaba temporalmente. El 30 de marzo de 1967 se encontraba en Buenos Aires y allí contactó con el señor Moisés García, corresponsal del Time Life para toda el área de Suramérica, y se reunieron con dos funcionarios de la embajada de los Estados Unidos en Argentina; luego, Roth se entrevistó con el agregado de prensa de la embajada de Londres en ese país. El 5 de abril Roth llegó a Santa Cruz de la Sierra, se entrevistó con un miembro de los cuerpos de paz norteamericanos; al día siguiente se trasladó a Camiri y se hospedó en el hotel Londres de esa ciudad. Obtuvo un salvoconducto y autorización especial del jefe de los servicios de Inteligencia bolivianos para visitar el campamento de los guerrilleros y acompañó al ejército por varias localidades de la periferia guerrillera. Viajó a La Paz el 10 de abril. Sostuvo varias reuniones con oficiales de la CIA. Las fotos tomadas por Roth fueron publicadas en el periódico El Diario de esa ciudad y seis días después regresó a Camiri para cumplir nuevas misiones.

Se dirigió a Lagunillas en compañía de dos camarógrafos argentinos: Hugo López y Hermes Muñoz, de la CBS de Nueva York. Al día siguiente se trasladó a la zona guerrillera con un guía proporcionado por los militares. El 19 de abril llegó adonde se encontraban los guerrilleros. Su inesperada presencia provocó fundadas sospechas, porque en su pasaporte estaba tachada la profesión de estudiante y cambiada por la de periodista; declaró que era fotógrafo profesional que trabajaba como free lance para algunas publicaciones extranjeras. Portaba documentos como instructor de los cuerpos de paz y visa de Puerto Rico. En su libreta de notas le encontraron un cuestionario que tenía por objeto confirmar si el Che estaba allí con el nombre de Ramón, igualmente la presencia de Tania y Regis Debray. Otra de las misiones de Roth era esparcir una sustancia química en las pertenencias de los guerrilleros, que permitiera la utilización de unos perros pastores alemanes, adiestrados y llevados secretamente a Camiri. La aplicación de estos productos químicos era una innovación en la lucha contra los revolucionarios en nuestro continente y su uso, desconocido. La presencia de estos animales fue reportada por algunos periodistas. El mexicano Luis Suárez escribió en la revista Siempre, Nº. 750, de 8 de noviembre de 1967: “El descubrimiento de esa reserva canina por los periodistas causó el gran disgusto del servicio de Inteligencia militar, porque suponía la revelación de un secreto [...]”. Los guerrilleros permitieron que Roth abandonara la zona el 20 de abril. Regis Debray y Ciro Roberto Bustos decidieron salir con él. Los tres llegaron a la población de Muyupampa donde fueron detenidos y trasladados hasta la ciudad de Camiri.

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Junto a su esposa y sus dos hijos, ‘Altmann’ llegó a La Paz, Bolivia, el 23 de abril de 1951 [...]. En 1964 tomó el poder el general René Barrientos, hombre de la CIA. Nombró a Barbie asesor del Ejército en la especialidad de contrainsurgencia. Al alemán se le asignaron oficinas en el servicio de Inteligencia civil y en el aeropuerto de La Paz [...].

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Los servicios de Inteligencia bolivianos, asesorados por la CIA, difundieron un parte militar anunciando la muerte en combate de 7 guerrilleros, incluidos Debray, Bustos y Roth. El plan consistió en dar a Debray y Bustos por muertos, torturarlos, hasta hacerlos hablar, asesinarlos y desaparecerlos. Estos propósitos fueron revelados por el agente de la CIA Eduardo González a colaboradores militares bolivianos, pero fracasó porque Hugo Delgadillo, corresponsal del periódico Presencia, que se encontraba en Muyupampa, publicó varias fotografías de los detenidos. En los primeros interrogatorios, participaron los coroneles Eladio Sánchez Suárez y Alberto Libera Cortez. El 24 se incorporaron dos expertos norteamericanos, Theodoro Kirsch y Joseph Keller, acompañados del agente de la CIA Eduardo González, quien, junto al coronel Federico Arana Cerrudo, jefe de los servicios de Inteligencia del ejército, y del teniente coronel Roberto “Toto” Quintanilla, jefe de Inteligencia del Ministerio del Interior, continuaron los interrogatorios. En el mes de mayo, volvió el norteamericano Kirsch, pero esta vez acompañado del teniente coronel Joseph Price y de James Evett. El periodista norteamericano Lee Hall afirmó que la madre de Regis Debray le dijo que “a menos de 48 horas después del arresto de su hijo, el presidente Barrientos tenía en su escritorio un dossier provisto por la CIA”. Roth quedó detenido junto a Debray y Bustos, siguiendo orientaciones de la CIA. Cada día un enfermero lo iba a ver, pretextando inyectarlo contra una enfermedad venérea que había contraído en un burdel de Santiago de Chile, lo que sirvió como justificación para recoger las informaciones que obtenía

de los detenidos. También lo visitaron Federico Arana, quien le entregó alimentos y dinero; el sacerdote de la embajada americana Andrew Kennedy, el cual se desempeñaba como capellán del ejército boliviano y señalado como agente de la CIA. El 25 de abril, es decir, seis días después de la visita de Roth a los guerrilleros, se produjo un nuevo encuentro; esta vez utilizaron los perros pastores alemanes. El Che escribió: “Al poco rato apareció la vanguardia que para nuestra sorpresa estaba integrada por 3 pastores alemanes con su guía. Los animales estaban inquietos pero no me pareció que nos hubieran delatado; sin embargo, siguieron avanzando y tiré sobre el primer perro [...]”. Roth permaneció en prisión desde el 20 de abril hasta el 8 de julio cuando fue liberado, según manifestó el agente de la CIA Eduardo González, por las gestiones que a solicitud de la embajada de los Estados Unidos, realizó Ronald Bailey, embajador inglés en La Paz. Fuentes de Inteligencia bolivianas señalaron que sospechaban que George Andrew Roth era un nombre falso, porque les llamó la atención que sus familiares no salieron a la luz pública como los de Regis Debray y Ciro Roberto Bustos.

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Los Estados Unidos envían a los expertos de la guerra contra Vietnam para adiestrar a los soldados bolivianos El mayor Raplh W. Shelton, conocido como Pappy Shelton, regresó a Bolivia el 23 de abril de 1967, designado para dirigir la escuela de Boinas Verdes, ubicada en el central azucarero La Esperanza, en las cercanías de Santa Cruz. Llegó para

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adiestrar a los soldados con las mismas técnicas utilizadas por los norteamericanos en Vietnam. Shelton dirigió escuelas de este tipo en la República Dominicana y Lao. Lo acompañó su ayudante, el capitán Michel Leroy, quien acababa de regresar de Saigón. También arribaron a Bolivia los capitanes Edmond Fricke, William Trimble, Margarito Cruz y otros asesores en diferentes especialidades, agrupados en: armamentos, comunicaciones, medicina, explosivos, Inteligencia y doctrina política. Esta escuela adiestró a 650 efectivos en la lucha de asalto antiguerrillero. Mientras los combates se sucedían, en la ciudad de Santa Cruz se artillaban varios helicópteros norteamericanos de cuatro y doce plazas, para incorporarlos de inmediato a la contienda bélica. Se produjo un nuevo combate el 8 de mayo, donde se le capturó al ejército 7 carabinas M‑1 y 4 fusiles máuser, 10 prisioneros con dos heridos, y muerto el teniente Henry Laredo, a quien le incautaron un diario de campaña donde trataba a los trabajadores bolivianos como holgazanes y otros adjetivos despectivos. Sobre la tropa manifestaba la falta de moral combativa y relataba cómo los soldados lloraban cuando conocían de la presencia de los guerrilleros. También le encontraron una carta de la esposa, que le pedía una cabellera de guerrillero para adornar el living de su casa. Al día siguiente, los guerrilleros dejaron en libertad a los soldados después de curar a los heridos, y continuaron la marcha, mientras la aviación bombardeaba toda la zona. Esta nueva derrota del ejército y su incapacidad manifiesta disgustaron a los asesores norteamericanos, quienes plan-

tearon la necesidad de sustituir al coronel Humberto Rocha Urquieta como jefe de la IV División en Camiri.

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Represión contra dirigentes mineros, sindicales y políticos Mientras en la zona guerrillera el ejército sufría una derrota tras otra, en la ciudad de La Paz, Barrientos decretó la detención inmediata de los principales dirigentes de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia: Víctor López, Simón Reyes, Arturo Crespo, Alberto Jara, y a los líderes de los partidos políticos: Mario Monje, Jorge Kolle Cueto, Guillermo Lora, Oscar Zamora Medinacellis, Carlos Serrate Reich, David Añez y Walter Vázquez Michel. También a Juan Lechín Oquendo, secretario general de la poderosa Central Obrera Boliviana (COB) y máximo dirigente del Partido Revolucionario de Izquierda Nacional (PRIN). Lechín, que se encontraba en Chile, impartió instrucciones a los miembros de su partido para que se integraran y apoyaran a las guerrillas. El 1ro. de mayo de 1967 envió un mensaje a los trabajadores bolivianos: Nos encontramos nuevamente firmes, en el puesto de batalla por la clase obrera y la liberación nacional del yugo imperialista. La única alternativa es defender la democracia con el fusil al hombro de los trabajadores y desocupados. Los guerrilleros luchan por la liberación de la patria del funesto yugo extranjero que se halla en el Palacio de Gobierno y el Gran Cuartel de Miraflores.

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Después de ese mensaje se dirigió a Arica para atravesar la frontera boliviana y entrar clandestinamente en su país. Viajó acompañado de los chilenos Luis Valente Rossi, diputado del Partido Comunista, y del comerciante Luis Hederman. Cuando llegó al punto de control chileno fue detenido e interrogado, a pesar de que portaba un pasaporte en perfecto orden, a nombre de Eduardo Manosera, con el No. 255717, extendido en Buenos Aires en 1962 y renovado el 31 de octubre de 1966. La policía informó que Lechín estaba transformado físicamente y con los documentos en regla, pero que no pudo ocultar sus enormes dientes y sus ojos bicolores, razón por la cual lo descubrieron. Sin embargo, el periódico La Defensa, de Arica, reveló que la policía lo estaba esperando, porque recibió una llamada acerca de que Lechín se dirigía a esa ciudad con dos acompañantes. Fue llevado para Santiago de Chile, donde el senador Salvador Allende intervino para otorgarle asilo político, lo que provocó una airada protesta de Barrientos, y vulgares declaraciones contra Lechín y los dirigentes chilenos. Allende no respondió oficialmente a los insultos; pero, según fuentes periodísticas, alguien quiso burlarse del mandatario boliviano y le envió una jaula con cinco loros, que al llegar a la frontera fueron decomisados por carecer de certificados de sanidad. Tres de esas aves estaban entrenadas, porque repetían sin cesar: “¡Somos guerrilleros! ¡Viva Lechín! ¡Viva Fidel! ¡Abajo Barrientos!” Desde la capital chilena, Lechín, refiriéndose nuevamente a las guerrillas, declaró que era el único camino para que el trabajador conquistara su libertad. El PRIN, con las firmas de los dirigentes Lidia Gueiler Tejada y Carlos Daza, dio a la publicidad un documento con el fin

de que se formara un frente de apoyo a la guerrilla como única salida para Bolivia. Barrientos respondió con más violencia y represión; ordenó que se agotaran todos los medios para apresar a Lechín Oquendo, Lidia Gueiler Tejada, Carlos Daza, Simón Reyes, René Chacón, Cirilo Valle y Rosendo García Maisman. Este último fue herido de bala durante la masacre de la Noche de San Juan el 24 de junio de 1967 y murió desangrado, porque las autoridades no permitieron que le dieran asistencia médica. Los presos en los campos de concentración ubicados en las selvas del oriente boliviano —conocidos como los de Pekín, Alto Madidi, Ixiamas y Puerto Rico— protagonizaron una fuerte protesta, denunciaron las torturas y los malos tratos que recibían. La respuesta fue mayor crueldad y represión, especialmente contra Alberto Jara, Reinaldo Veizaga, José Ordóñez, Luis Ninavia, Filemón Escóbar, Oscar Salas, Jorge Echazú, Sinforoso Cabrera, Nelson Capelino, Casiano Amurrio Rocha, Modesto Reinaga, Rudy Cuéllar, Mario Ortuño, Aníbal Vargas, Víctor Reinaga, René Olivares, Oscar Sanjinés, Walter Vázquez Michel y Luis Zaral. Barrientos estaba decidido a destruir la oposición a cualquier precio. Ante la intensa represión y el envío masivo de dirigentes sindicales y políticos a los campos de concentración, los estudiantes universitarios mostraron de inmediato su solidaridad combativa y, como gesto de público respaldo, acordaron que Ramiro Barrenechea, vicepresidente de la Confederación Universitaria de Bolivia, en compañía de Raúl Ibarguen y Osvaldo Trigo, de la Federación Universitaria de La Paz, se trasladaran hasta los campos de confinamiento para llevarles cartas, noticias y variados encargos. Cuando los jóvenes llegaron a Ribe-

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ralta, última población obligada antes de esos apartados lugares, los servicios de Inteligencia del ejército los interrogaron. El único medio de transporte en la selva amazónica boliviana es el aéreo o fluvial, porque no existen caminos. Los campos de concentración eran cárceles naturales. Nadie podía salir. La selva lo impedía. Por eso, los servicios de Inteligencia sólo tenían que controlar los aeropuertos o pistas de aterrizajes. Los dirigentes estudiantiles conocieron que, además de Ixiamas, Alto Madidi, Puerto Rico y Pekín, existían otros centros de confinamiento en la selva que llevaban nombres de ciudades o países: Viena, Londres, Argentina, Moscú y París, una curiosa paradoja en esos oscuros, deshabitados y apartados lugares. Los horrores de los campos de concentración son descritos en varias crónicas por periodistas de la época, y muchos de ellos recogidos en el libro titulado Alto Madidi. También los jóvenes universitarios supieron de la existencia, en esas selvas, de una base secreta norteamericana, con pistas de aterrizaje, y de 18 a 20 casas confortables, con aire acondicionado e intercomunicadores. Estaba prohibido el acceso de bolivianos a la base. Según los pobladores de Riberalta, las autoridades explicaron que se trataba de un Instituto Lingüístico de Verano, pero les llamaba la atención que en las noches escuchaban vuelos de aviones y que hasta el pan venían a buscarlo en sus avionetas. Algunas fuentes señalaron que se trataba de una base de comunicaciones radioelectrónica para espiar a los guerrilleros; otros indicaron que obedecía a fines de exploración geológica, que tenía el propósito de descubrir piedras preciosas que llevaban secretamente para los Estados Unidos. El periodista Andrew Saint George —confirmado agente de la CIA— reveló que los norteamerica-

nos seguían el curso de los guerrilleros con equipos e instrumentales sofisticados que medían el calor humano y el humo de las cocinas guerrilleras. Tiempo más tarde se conoció que este método lo utilizaron en Vietnam. Otras fuentes estiman que la CIA obtuvo la información de que las guerrillas pensaban operar en la zona del departamento del Beni y comenzaron a tomar medidas. Se temía que grupos de indígenas se rebelaran, porque ya se notaban síntomas en ese sentido. En la población de Ascensión de Guarayos, el dirigente de esa comunidad, Salvador Iraipí, con sus hombres, atacó las oficinas de la Dirección de Investigación Criminal (DIC) y de la policía. Con posterioridad a los acontecimientos guerrilleros, se afirmó que la base secreta o Instituto Lingüístico de Verano estaba ubicado a orillas del lago Tumichucua, que en lengua moxeña quiere decir bello lago. El movimiento estudiantil y universitario, las organizaciones obreras, campesinas, intelectuales y juntas vecinales criticaban constantemente la presencia norteamericana en ese lugar y acusaban públicamente a la CIA de utilizar esa institución para estudiar las etnias nativas, sus costumbres, lenguas, y tradiciones. Pero lo que provocó mayor indignación fue cuando se conoció que, en las comunidades indígenas, los norteamericanos estaban esterilizando a las mujeres en edad de procrear. El hecho tuvo tal repercusión que hasta atacaron y secuestraron a varios norteamericanos. El cineasta boliviano Jorge Sanjinés recogió estos acontecimientos en la película Llawar Mallcu, que en lengua quechua quiere decir sangre de cóndor. Ante el escándalo y la presión popular, en 1982, las instalaciones del Instituto Lingüístico de Verano se transfirieron

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al Ministerio de Educación y Cultura. De inmediato, el jefe de esa cartera, doctor Alfonso Camacho Peña, legalizó todas las propiedades a favor de dicho ministerio y estableció la Escuela Normal para Maestros Rurales. Las funciones de la base secreta de los Estados Unidos que operó mientras existieron las guerrillas en las selvas bolivianas­, hasta nuestros días han permanecido en el misterio.

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La revista Crítica, dirigida por el periodista boliviano Juan José Capriles, en un reportaje denunció varios crímenes cometidos por las autoridades y el envío de personas a los campos de concentración. Posteriormente publicó que el Che Guevara se encontraba en Bolivia. Estas informaciones irritaron a Barrientos, quien manifestó a los periodistas que esa revista era un libelo infamatorio, un pasquín sensacionalista e indecente, y su director un mentiroso, carente de moral y ética profesional que, para venderla, utilizó una falsa información al levantar un cadáver de su tumba, porque “el Che Guevara estaba muerto desde hacía mucho tiempo”. A partir de ese momento, Juan José Capriles fue objeto de burlas y mofas de sus enemigos. El local de la revista fue allanado en reiteradas ocasiones, además, recibió varias amenazas de muerte y destrucción sus propiedades. Tiempo después, al saber Capriles que el paraguayo doctor Francisco Silva se encontraba detenido, acusado de transportar armas y formar guerrillas en su país, consideró que

podía estar vinculado al Che y decidió entrevistarlo. Para lo cual gestionó, con el coronel Fernando Pastrana, gobernador de la cárcel de la ciudad de La Paz, una visita a dicho penal. En compañía del fotógrafo Antonio Equino, la recorrió toda, y observó las condiciones infrahumanas en que vivían los presos bolivianos. Logró penetrar en la sección oculta, conocida como Guanay, donde casi no entra el sol y la humedad es muy grande, y, por lo general, los presos, si no mueren, salen con pulmonía o tuberculosis. Con la misma intención visitó otras cárceles del país hasta que, finalmente, encontró al doctor Silva en una prisión de la ciudad de Santa Cruz, pero no le aportó los datos que buscaba. Al conocer sobre los combates guerrilleros en Ñacahuasú, se dirigió a Camiri con el propósito de reportar lo que estaba sucediendo. En su reportaje Capriles describió las condiciones espantosas en que vivían los soldados bolivianos, con los pies llagados, cubiertos con trapos, sin alimentos ni recursos médicos. También refirió que los dos oficiales muertos en el combate del 10 de abril —los tenientes Luis Saavedra Arambel y Jorge Ayala Chávez—, los habían trasladado como castigo a la zona de combate, porque eran oficiales jóvenes que criticaban el clima represivo que se vivía dentro del ejército. En su reportaje aseguró que el Che se encontraba en las guerrillas y publicó un himno dedicado al Guerrillero Heroico. Barrientos, nuevamente molesto, ordenó que lo detuvieran y que la edición de la revista fuera confiscada. Hecho prisionero, Capriles fue conducido a la ciudad de Santa Cruz, donde lo interrogaron. Luego, lo presentaron frente a Barrientos, quien le dijo: “Esta vez has dicho la verdad que ojalá fuera mentira, pero te va a costar más cara que las mentiras que has dicho.”

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Barrientos ordena destruir la revista Crítica

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Lo enviaron detenido para La Paz, acusado de vincularse con el Che y de enlace guerrillero. El agente de la CIA Julio Gabriel García lo interrogó y la revista Crítica fue desmantelada y todas las propiedades robadas. Capriles tenía dos hijas en La Paz, de cinco y siete años de edad, que quedaron solas y sin recursos, hasta que por diversas gestiones y reclamos las enviaron a Brasil, donde se encontraba su esposa. El nominativo de “guerrillero” se aplicó a todos los que se encontraban en la oposición; por ejemplo, si se quería arruinar o destruir a un comerciante o pequeño industrial que competía con otro, lo denunciaban como colaborador de la guerrilla y la represión caía sobre él, sin investigar ni aclarar la denuncia. Cuando algún alto funcionario, político, militar o policía se interesaba por la esposa o novia de alguien, lo acusaban de guerrillero y lo aterrorizaban, al extremo que lo obligaban a salir de la ciudad; si era influyente lo presionaban hasta que tomaba un avión rumbo al exilio. Las casas allanadas generalmente eran saqueadas, y todas las pertenencias y objetos de valor, robados. Ordenaron aplicarle a Capriles la ley de fuga, la cual no se ejecutó porque el militar que debió cumplirla lo conocía de un anterior exilio que ambos compartieron y lo ayudó a escapar. De esa forma pudo solicitar asilo político en la embajada de Uruguay en La Paz.

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Los guerrilleros tomaron el caserío de Caraguatarenda el 28 de mayo de 1967. Este hecho tuvo gran importancia política y mili-

tar por su ubicación geográfica, ya que se encuentra situado en el camino que comunica las ciudades de Camiri y Santa Cruz. Poco después, llegaron 2 camiones y 2 jeeps con pasajeros y trabajadores petroleros, quienes se encargaron de difundir la acción. El 30 de mayo hubo un nuevo combate, murieron 2 soldados y varios resultaron heridos. El corresponsal de guerra José Luis Alcázar señaló que fueron en vano los esfuerzos y las órdenes de sus jefes para detenerlos, huían llenos de pánico. Al día siguiente volvieron a chocar, resultaron heridos varios soldados y un guía civil muerto. La derrota imperó en las filas militares. El militar boliviano Diego Martínez Estévez escribió en su libro Ñancahuazú. Apuntes para la historia militar de Bolivia que un soldado, en la carrocería de uno de los vehículos, gritaba: “Soy creyente, por Dios no me maten”, mientras que uno de los militares, dejando de disparar, le propinaba patadas para que se protegiera. Lejos de cubrirse, pretendió golpearlo con la culata de su fusil, en los momentos en que otro soldado disparaba desde otro ángulo y notando la actitud histérica de aquel, se abalanzó sobre él y lo derribó. Añadía que “los siguientes tres días esta unidad sufrió de hambre y de sed; cuadros y tropas tuvieron que hacer supervivencia cazando y extrayendo agua de las carahuatas; algunos mitigaban su hambre con coca y los más, no pudiendo contenerse, arrebataron las caramañolas de la Compañía Trinidad, que de Lagunillas llegó tarde a El Espino debido a falta de vehículos de transporte”. Durante todo el mes de mayo, la represión en los campos fue intensa: grupos numerosos de humildes campesinos fueron conducidos a las cárceles, sus animales y cosechas robados, sus propiedades quemadas; los dueños de camiones y

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Los guerrilleros llegan a Caraguatarenda

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jeeps obligados a servir al ejército; los peones y campesinos debían avanzar al frente de las tropas como guías. El terror imperó en todos lados. A varios campesinos de la zona de Masicuri y sus alrededores los llevaron presos para Vallegrande, donde los torturaron salvajemente. Participaba en los interrogatorios el agente de la CIA Julio Gabriel García. Se establecieron puntos de control militar en todos los accesos a las ciudades, pueblos, en las diferentes carreteras y caminos que conducían a la zona guerrillera. El periodista boliviano Jorge Rossa narró que en la carretera Santa Cruz‑Cochabamba se colocaron 18 barreras militares de control, y en estas se revisaba a los pasajeros y su documentación con la mayor brutalidad. Él escribió: “A un joven etnólogo francés, trotamundo, lo detuvieron cuando navegaba solitario en su canoa en el río Mamoré, porque llevaba barba y era extranjero [...]”. Y afirmó: “Llevar barba en esta época era un riesgo mortal”. Y continuó: “A un chico de 14 años lo apalearon en su propia casa los matones del DIC porque encontraron allí unas botas de gomas japonesas. ¿Qué mejor prueba de que se preparaba para enrolarse en la guerrilla y no para pescar en el río Yapacaní?”. Pero a pesar de la intensa represión, los campesinos mostraban simpatías hacia los guerrilleros. En el resumen del mes de mayo, el Che escribió que estos iban perdiendo el miedo y se lograba su admiración. “Es una tarea lenta y paciente”, señaló. Inti Peredo en su libro Mi campaña junto al Che planteó que durante los tres meses de combates le ocasionaron al ejército más de 50 bajas entre muertos, heridos y prisioneros, incluidos tres oficiales de alta graduación; se le ocupó gran cantidad de armas, parque, vestuarios y alimentos, también señaló que el

avance más notable era la desmoralización y la falta de combatividad de los soldados, lo que contrastaba notablemente con la agresividad y temeridad de los guerrilleros. Mientras, el juicio contra Debray era divulgado en todo el mundo. Periodistas, intelectuales, religiosos y dignatarios de Estados mostraban preocupación por su vida. En París se creó un comité de solidaridad reportado el 9 de mayo por la agencia de noticias UPI, la cual señaló que un grupo de intelectuales, que incluía a 38 académicos, tres premios Nobel, varios profesores universitarios, escritores, prelados católicos y pastores protestantes, envió un mensaje a las autoridades bolivianas a favor de Debray. El Che escribió en su Diario que el clamoreo en torno al caso Regis Debray había dado más beligerancia al movimiento guerrillero que diez combates victoriosos.

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La CIA elabora un plan para interrogar al revolucionario boliviano Jorge Vázquez Viaña Las emisoras radiales informaron el 27 de mayo de 1967 que el guerrillero Jorge Vázquez Viaña se había fugado de la prisión en Camiri. A él lo habían herido en una pierna y hecho prisionero el 27 de abril, y llevado al cuartel donde lo torturaron. Como no lograron sus propósitos de hacerlo hablar, la CIA elaboró un plan a través de un agente de origen cubano, para obtener informaciones del valiente joven. Al respecto el corresponsal de guerra boliviano José Luis Alcázar, escribió: “Por Radio Sararenda se difundió una ‘protesta’ de un periodista extranjero. Este protestaba porque las autoridades militares de Camiri no le permitían entrevistarse

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con Vázquez Viaña”. Indicó Alcázar que el mencionado periodista era el agente de la CIA Eduardo González y que los custodios hicieron que Vázquez Viaña escuchara la protesta, así, cuando los jefes militares autorizaron a González a que entrara a la prisión, relata que “[...] comenzó la entrevista preguntándole sobre su salud, Vázquez respondía con monosílabos. De momento, la ‘entrevista periodística’ cambia... González, en voz baja, le comunica al guerrillero: ‘no soy periodista. Soy un enviado de Fidel. Vine de La Habana a saber qué ha ocurrido con el Che. No tenemos noticias de él”. Cuenta que Vázquez Viaña se sorprendió, y, aunque al principio no le creyó, el acento cubano terminó por confundirlo y cayó así en la trampa de la CIA. El 27 de mayo, con la grabación de la entrevista, Roberto “Toto” Quintanilla trató de chantajearlo, cuando le comunicó que el periodista que lo entrevistó era un agente de la CIA; entonces le propuso un plan de fuga y el traslado a la República Federal de Alemania, donde vivían su esposa e hijos, a cambio de que delatara a los componentes de la red urbana y ubicara las casas de seguridad. Vázquez Viaña, indignado, se abalanzó contra él, pero este, junto con sus ayudantes, lo golpearon hasta fracturarle los brazos, luego, ordenó que lo mataran. Después de asesinarlo, lo lanzaron a la selva desde un helicóptero piloteado por Jaime Niño de Guzmán y Carlos Rafael Estívariz. La noticia de la fuga solo encubría el crimen cometido.

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La CIA y su intromisión en las fuerzas armadas y otros sectores bolivianos

Caos, desorden, desmoralización y asesinatos dentro del ejército Las tropas de la IV División del ejército, con sede en Camiri, estaban formadas en enero de 1967 por 10 jefes, 21 oficiales, 54 suboficiales y sargentos, y 244 soldados. Los mandos militares eran los siguientes: • Comandante de división: coronel Humberto Rocha Urquieta. • Jefe de estado mayor: coronel Juan Fernández Cálzaga. • Jefe de operaciones: mayor Armando Reyes Villa. • Jefe de Inteligencia: teniente coronel Carlos Romero Arévalo. • Jefe de personal y cuadros: teniente coronel Vicente Antezana Negrete. • Jefe de retaguardia: teniente coronel Carlos Klagges Strinford.

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Todos ellos fueron designados por el general Alfredo Ovando Candia, jefe de las fuerzas armadas bolivianas. Al descubrir a las guerrillas, las tropas de la IV División se incrementaron de manera extraordinaria: en la última decena de marzo, la composición era de 12 jefes, 42 oficiales, 93 suboficiales y 1619 soldados, para un total de 1770 hombres; en el mes de mayo, esa cifra se elevó a 2500 efectivos. Después del combate del 23 de marzo, el mando militar de la IV División fue seriamente cuestionado, porque las guerrillas se organizaron y establecieron en la zona sin que fueran detectadas, y en el primer enfrentamiento militar los derrotaron escandalosamente. La desorganización, el caos y la desmoralización imperaban en las filas del ejército de manera impresionante; la incapacidad de los mandos se perfilaba cada vez con mayor claridad. Sin embargo, la lealtad a Ovando era más importante que la capacidad militar y, por esa razón, los mantenían en sus puestos, con la excepción del jefe de la Inteligencia, a quien responsabilizaron con todos los errores y sobre él recayeron las culpas. Lo sustituyeron por el capitán Hugo Padilla, también hombre de confianza de Ovando. Cuando los soldados llegaban a Camiri no encontraban barracas, dormitorios, ni locales apropiados para guardar sus pertenencias; al regresar por alguna causa, casi todo había desaparecido, lo que ocasionaba serios conflictos. El promedio de bajas por enfermedades crecía mes tras mes. Solo existían tres sanitarios para todas las tropas. Después del combate del 10 de abril hubo más de 40 bajas por enfermedades diarreicas, intestinales o disenterías. No había médicos ni recursos para atender a los heridos y enfermos; según

reportes militares, solo contaban con yodo y algunas pomadas. Los heridos en combate los transportaban en improvisadas camillas por lugares donde no existían caminos. El general Gary Prado Salmón escribió: “Estos detalles afectaban indudablemente la moral de la tropa, pues un combatiente que sabe que será atendido con prontitud y eficacia en caso de caer herido, se siente más tranquilo que aquel que ve morir a sus compañeros desangrándose sin tener un apósito para contener la sangre”. Las deserciones, abandono de las misiones y los amotinamientos alcanzaron niveles peligrosos, lo que obligó al alto mando militar a abrir una investigación sobre las causas de esta situación. Según informes de la Inteligencia, el resultado fue el siguiente: las noticias alarmantes de la cantidad de guerrilleros que los situaban en el orden de 1.000, con armas modernas e, incluso, aviones que acuatizaban en los ríos; el coraje, arrojo y valentía de estos, considerándolos como una tropa disciplinada y bien organizada; la cantidad de muertos y heridos en las filas del ejército; los sentimientos de derrota e impotencia que trasladaron los oficiales y soldados ex prisioneros liberados por los guerrilleros, indicando que eran hombres de gran estatura que no le entraban las balas porque estaban blindados. Los alimentos eran escasos porque las tropas generalmente se reabastecían por aire, debido a lo intrincado de la zona. Al inicio de las operaciones, la IV División del ejército solo contaba con un helicóptero para esas misiones y este, generalmente, estaba averiado, o cuando se presentaba mal tiempo los pilotos se negaban a volar quedando los soldados sin comida por lo cual estos debían resolverla por sus propios medios, cazando o pescando o apropiándose de las siembras y animales de los campesinos, lo que provocaba el terror y la indignación de estos.

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Diego Martínez Estévez narró en su libro ya citado cómo tres soldados contaron a sus compañeros que ante el hambre, que ya no podían soportar, escondieron uno de los perros exploradores, lo descuartizaron, cocinaron y la carne del raquítico animal fue a parar a sus estómagos. Las unidades militares estaban formadas por soldados de distintas compañías de todo el país, pero previamente no los registraron, por eso carecían de controles para su localización. Como tampoco contaban con medios de transporte propios, para trasladarse tenían que quitarles los camiones a sus propietarios, lo que creaba nuevos conflictos. Los soldados carecían de chapas e identificación; los muertos y heridos eran abandonados en los lugares de combate. Algunos contaron el caso patético de un padre que vino a identificar a su hijo muerto el 23 de marzo, lo llevaron hasta el lugar, le entregaron un cadáver cualquiera, pero como solo tenía quince costillas no lo aceptó, puesto que su hijo tenía veinticuatro. El jefe que lo acompañó, no vaciló en ordenar que recogieran nueve costillas más de cualquier otro, para completarlo, y el padre pensó que se llevaba los restos de su hijo. Estas narraciones crearon un verdadero impacto en el resto de la tropa, ya que a ellos les podía suceder lo mismo. A este cuadro hay que añadir que, con mucha frecuencia, los jefes castigaban corporalmente a los subalternos por cualquier motivo. Inti Peredo, refiriéndose al combate del 23 de marzo, escribió en su libro Mi campaña junto al Che: “También curamos a los heridos y les explicamos a los soldados los objetivos de nuestra lucha. Ellos nos contestaron que no sabían por qué los habían mandado a combatirnos, que estaban de acuerdo con lo que nosotros decíamos y nos reiteraban la petición

de fusilar al mayor Plata, oficial que tenía una actitud déspota en la unidad. A los soldados que cumplían el Servicio Militar Obligatorio a mediados de 1967, se lo prorrogaron por decreto, sin explicación previa ni permitirles visitar a sus familiares. Las cartas y paquetes se amontonaron por miles; algunos jefes los quemaron y se apropiaron de todas las cosas de valor que contenían. No pagaron los salarios ni estipendios prometidos y los familiares se quedaron en total abandono. El malestar fue en aumento y estalló en varias unidades aisladas, pero podía explotar de manera global en cualquier momento. El desorden y la arbitrariedad llegaron a tal punto que cuando solicitaron la lista de los militares que se destacaron en actos extraordinarios en el combate y demostraron valor, pericia y talento, para condecorarlos y levantarles la moral, los primeros propuestos fueron el cajero y el odontólogo que no participaron en ningún combate. A fines de abril, una compañía del ejército, acantonada en la casa de calamina, se sublevó y abandonó a sus jefes. Fueron obligados bajo amenaza de muerte a permanecer en sus puestos. Algunas unidades se negaron a combatir y otras se amotinaron. Diego Martínez Estévez expresó en su libro que el 22 de abril la compañía del capitán Fernando Pacheco envió un parte falso, donde expresan haber sostenido un combate con los guerrilleros, y ocasionado 19 bajas. Como le creyeron, al mes siguiente volvió a informarles que estaba persiguiendo a los guerrilleros en la zona de Tirabuzón, un lugar totalmente contrario a donde en realidad se encontraban.

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La IV División montó un operativo de gran envergadura y se descubrió que Pacheco les había mentido. Ante tal hecho, abrieron una investigación que arrojó que él acostumbraba a dar instrucciones a los subalternos para que apagaran la radio y de esa forma no recibir órdenes, además, extremaba las medidas para no enfrentarse con los guerrilleros. Carlos Monge, uno de sus oficiales, refiriéndose a Pacheco escribió en su Diario: “[...] se le notaba en el rostro el nerviosismo y miedo que no podía dominar y lo peor es que poco a poco nos estaba contagiando”. Otro día, en ocasión de una discusión entre ellos, anotó: “fue una discusión fuerte en la que decidí irme de la compañía, pero cuando lo hacía, me seguía toda mi sección y la de Lince Hinojosa, en vista de ello tuve que quedarme. Desde ese momento ya no había armonía en la compañía”. El capitán Mario Oxa Bustos cuando comprobó que los soldados del Regimiento “Bolívar” habían desertado, fuera de sí y a punta de pistola, los obligó a volver a sus puestos de combate, pero se sublevaron e intentaron linchar a los oficiales que los dirigían; ante tal gravedad envió al alto mando el siguiente mensaje cifrado: “Cif-87/67 Tropa Regimiento Bolívar debe ser puesta a disposición Tribunal Justicia Militar fin encontrar culpables quisieron instigar actos motín militar y dar muertes a sus oficiales en situación de guerra internacional contra bandoleros”. Barrientos se enteró de estas irregularidades a través de un informe de la misión militar de los Estados Unidos en La Paz; al efecto, llamó, a mediados de abril, al doctor Mario Agramont, quien se desempeñaba en esos momentos como asesor jurídico de la policía de tránsito de la ciudad de Tarija. Agramont recibió un memorando donde se le indicaba que viajara urgente a La Paz, para realizar un contacto muy

especial. Cuando llegó a la capital boliviana, lo estaba esperando su cuñado, el coronel Grover Ferrufino, íntimo amigo de Barrientos y miembro de su seguridad personal, para que se presentara de inmediato ante el Presidente. Barrientos fue claro y preciso; le dijo que tenía diferencias con Ovando, que no confiaba en este, ni en las informaciones que le suministraba y, por ello, decidió invitarlo a La Paz, con la proposición de que cumpliera una misión secreta muy importante. Le orientó trabajar en Camiri y trasmitirle directamente todos los acontecimientos desde el mismo campo de operaciones y lo que sucediera en el interior de la IV División de forma cifrada, a través de la radio del Banco Central de Bolivia. Le dio un sistema de código personal para su uso exclusivo. Le otorgó el grado de capitán, advirtiéndole que el trabajo era estrictamente secreto y que nadie podía conocerlo. Agramont viajó a Camiri como secretario de comando, destinado a la sección de Inteligencia. Comenzó el trabajo junto al capitán Hugo Padilla, pero al poco tiempo este sospechó primero, y tuvo la seguridad después, que Agramont trabajaba directamente para Barrientos, a partir de ese momento se iniciaron las contradicciones y los obstáculos. Durante ese período, detuvieron a un brasileño, un paraguayo y dos ciudadanos con pasaportes uruguayos a nombre de Carlos Alberto Aidar y Ventura Pomar Fernández, acusados de enlaces guerrilleros; luego de torturarlos, los asesinaron y lanzaron a la selva. Agramont criticó a Padilla por esos métodos tan bárbaros y reclamó menos sometimiento a los norteamericanos y a los agentes de la CIA, lo que provocó nuevas contradicciones. Pocos días después, a Camiri llegó Guido Benavides, miembro de la dirección de investigaciones crimina-

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les, con varios interrogadores, y los desacuerdos entre ellos se acrecentaron. En ocasión de varios allanamientos en Camiri y otras poblaciones cercanas, encontraron en la vivienda del señor Israel Avilez literatura marxista. Agramont se quedó con algunos libros. Semanas después Padilla le hizo un registro secreto y al encontrarle los libros, lo denunció ante los agentes de la CIA como infiltrado comunista y les propuso un plan para eliminarlo. En el mes de junio, la dirección de la IV División fue sustituida casi completamente, quedando de la siguiente forma: • Comandante de división: coronel Luis Antonio Reque Terán. • Jefe del estado mayor: coronel Eladio Sánchez Suárez. • Jefe del estado mayor Logístico: coronel Juan Fernández Cálzaga. • Jefe de operaciones: mayor Víctor Castillo Suárez. • Jefe de inteligencia: capitán Hugo Padilla. • Jefe de personal y cuadros: capitán Humberto Cayoja Riart. • Jefe de retaguardia: teniente coronel Alberto Libera Cortez. Las discordias entre Padilla y Agramont continuaron agudizándose y alcanzaron su máximo nivel con motivo de la detención de una muchacha argentina, procedente de la provincia de Salta, apresada con un maletín que contenía dólares. Padilla la torturó y violó. De acuerdo con informaciones en Camiri, esta muchacha cada año viajaba a las zonas por donde operaba la guerrilla para recolectar el cabello natural de las indias guaraníes, con el propósito de venderlo a una fábrica de pelucas. Agramont intervino y logró que la dejaran en libertad. La argentina se negó alegando que a todos los que liberaban los mataban. Fuentes de Inteligencia dijeron que Agramont le prometió llevarla hasta la frontera y bajo esas condiciones abandonó la

cárcel. Antes de partir, fueron a cenar al restaurante Marieta que era el mejor en Camiri, allí se presentó Padilla borracho, al ver a la muchacha la invitó a dormir con él. Ella aceptó y juntos se marcharon para el hotel Chapaco. Al día siguiente, se conoció que la argentina, tan pronto como Padilla se desnudó, se apoderó del arma y le disparó todas las balas del revólver. El periódico El Diario, de la ciudad de La Paz, señaló que el Comandante de la IV División del ejército confirmó que la victimación del capitán Hugo Padilla formaba parte de una conjura guerrillera que también comprendía a su persona y otros jefes militares y que las investigaciones proseguían normalmente, pero que lamentaba no poder proporcionar más detalles. Añadió que había dos detenidos y se tenía la pista de un tercero, el principal enlace guerrillero en Camiri; los dos restantes eran carpinteros de profesión. También dio a conocer que el capitán Hugo Padilla fue muerto en una pieza del hotel Chapaco con disparos de su propio revólver, habiéndose encontrado en su interior junto a sus restos una mujer, que posteriormente fue liberada. Los mandos militares de la IV División desataron una represión feroz. Acusaron del hecho a Zolio Claure, Miguel Bejerano, Jorge Paredes y los hermanos Rogelio y José María Ovando. La argentina, cuyo nombre nunca se dijo, fue apresada nuevamente, torturada, asesinada y lanzada a la selva. Al doctor Agramont lo acusaron de complicidad en la muerte del jefe de Inteligencia en Camiri, y solo la amistad personal con el Presidente lo salvó de la prisión. Los efectivos de la VIII División con sede en Santa Cruz, también se incrementaron. En el mes de abril de 1967, los mandos militares de esa división fueron los siguientes:

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• Comandante de división: coronel Joaquín Zenteno Anaya. • Jefe del estado mayor: coronel Ricardo González Lock. • Jefe de operaciones: mayor Remberto Vilar. • Jefe de inteligencia: mayor Arnaldo Saucedo Parada. • Jefe de personal: teniente coronel Hugo Ugalde. • Jefe de retaguardia: teniente coronel Aldo Justiniano. Los efectivos de esta división, limítrofe con la IV, llegaron a más de 1 200 hombres, incluidos los 650 que entrenaban los asesores norteamericanos. A estas cifras hay que añadir más de 800 soldados de otras unidades: las de la compañía Trinidad, con 5 oficiales, 6 suboficiales y sargentos y 160 soldados; 76 del Centro de Instrucción de Tropas Especiales —los llamados CITE—; 78 de la compañía Ustariz; 89 del escuadrón Ingavic; 97 de la fuerza naval; 154 de la compañía de Florida; 91 de la Roboré y 119 cadetes de diferentes escuelas militares. La utilización de estas unidades provocó varios problemas. A los del CITE, Félix Vallarroel, el edecán de Barrientos, los reclutó a través de un engaño: les hizo creer que viajarían a la ciudad de Santa Cruz, Tarija y otras del sudeste boliviano, para realizar demostraciones de salto, especie de viaje de placer y recreación. La actitud de los jóvenes paracaidistas fue de entusiasmo y disposición para demostrar sus habilidades. El corresponsal de guerra José Luis Alcázar reseñó que cuando los tres aviones C-47, antiguos bombarderos de la Segunda Guerra Mundial, volaban sobre la selva boliviana, Villarroel les manifestó que iban para Camiri a liquidar a un grupo de guerrilleros. El periodista cuenta que se hizo un silencio profundo, embarazoso, que invadió todo el ámbito de la nave. Se transformaron los rostros de los jóvenes: gravedad, palidez,

A las protestas de las madres se unieron esposas, novias, amigas y otros familiares, lo que obligó al gobierno a regresarlos en la primera semana de agosto de 1967. La presencia de todas esas unidades provocó nuevos problemas y la discriminación étnica se hizo presente. Los soldados provenientes del altiplano boliviano estaban acostumbrados al frío, a la altura, y no les resultó fácil la adaptación al calor y la selva húmeda. Sudaban intensamente y se deshidrataban con frecuencia. Se negaban a continuar caminando, lo que provocaba la burla de los oficiales y soldados del oriente boliviano familiarizados con las altas temperaturas, que en esas zonas podía llegar a 38 grados. Otro factor que afectaba sensiblemente a los soldados altiplánicos, eran los rasguños y picadas de los insectos que se infestaban. Cuando llegó el invierno, los solda-

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miedo, indecisión para creer lo que habían escuchado. Incredulidad. Y afirmó: “Todo parece haber cambiado, menos el ronco sonido de los motores del viejo bombardero.” Diego Martínez Estévez relató que las madres de los soldados de la compañía Trinidad exigieron el derecho de licenciamiento de sus hijos, que figuraban en las listas de la categoría 1966, y escribió: “el caso de este contingente era uno entre varios, habían sido reclutados poco después de ser licenciados. “[...] las afligidas madres, al enterarse que sus hijos serían embarcados en aviones para ser transportados a Choretty, aeropuerto de Camiri, se dirigieron a la pista de Trinidad sentándose en toda su franja para impedir todo decolaje. Vano fue este maternal propósito, pues, los soldados fueron conducidos por vía ordinaria hacia otra pista distinta”.

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dos del oriente no podían soportarlo. Los frentes fríos, conocidos en Bolivia como surazos, los afectaban sensiblemente y se negaban a caminar en esas condiciones. El capitán Humberto Cayoja Riart, jefe de personal de la IV División, informó a la superioridad lo siguiente: “El frío intenso de estos días con 5 grados bajo cero, la humedad aproximada del 90% y los insectos propios de esta época invernal, tales como la aparición de garrapatas en gran cantidad, el polvorín, etc., es probable que disminuya la eficiencia combativa de las tropas aumentando el número de pérdidas fuera de combate. Esto es más grave aún, si se considera que las tropas no tienen ropa de jerga ni sacones, habiendo inclusive tropas como la del Braun que tienen frazadas que parecen mosquiteros, muy viejas, probablemente son dotaciones de hace cuatro años atrás. A esto hay que agregar el equipo inadecuado de algunas unidades que dan pauta de la desorganización de nuestro ejército, como si existiera solamente para desfiles. También es necesario considerar que la sanidad militar no ha previsto los efectos de este período invernal, lo que recae directamente en la eficiencia combativa del personal”. El propio Reque Terán, comandante de la IV División, le escribió a Ovando para plantearle la grave situación reinante, las deficiencias e improvisaciones dentro del ejército. En el mes de mayo de 1967, el despliegue militar de la IV y VIII divisiones sumaba más de 4800 efectivos, para luchar contra una guerrilla que no llegaba a los 50 hombres.

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La CIA controla las oficinas del correo central de La Paz y los teléfonos Por orientaciones de la CIA, el servicio de intercepción de la correspondencia de la oficina de correos de La Paz fue reorganizado y le incorporaron nuevos empleados —pagados por la CIA—, previo compromiso de lealtad. La intervención alcanzó hasta los más mínimos detalles. El Ministro del Interior, Antonio Arguedas, tenía previsto nombrar al funcionario Fidel Ríos como interventor del correo, pero la CIA se opuso terminantemente y le envió un memorando que dice textualmente: “Este señor es un elemento activo de la célula del MNR en las oficinas de correo y sus antecedentes políticos son peligrosos para el cometido de la labor en el servicio de informaciones, ya que desde este cargo se maneja al personal y constituye un elemento primordial del correo. Él puede llegar a interferir nuestra labor. “La Paz, 31 de mayo de 1967” Fidel Ríos no fue nombrado como interventor. El Departamento Técnico fue visitado, en diferentes ocasiones, por el jefe de la estación CIA, John Tilton, y por los oficiales James Holleran y Stanley Shepard, quienes determinaron que estaba entrando mucha folletería comunista; por ese motivo ordenaron que se tomaran medidas en las aduanas y aeropuertos. Orientaron designar como responsable de ese control al boliviano Jaime Terán. Los robos de objetos de valor y diversos artículos que los bolivianos enviaban a sus familiares en el exterior o recibían nunca llegaron a su destino, lo que provocó una oleada de protestas y reclamaciones. Los norteamericanos incrementaron el número de unidades de control telefónico y de personal, las cuales intervenían 57

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los teléfonos y hacían los puentes correspondientes para que las grabadoras se encendieran automáticamente. Este control no solo se ejercitó contra los sospechosos y simpatizantes de los guerrilleros, sino también contra políticos de oposición, funcionarios de gobierno, militares en retiro o activos, periodistas, intelectuales y otros ciudadanos de interés. Cada día, el jefe del Departamento Técnico del Ministerio del Interior entregaba a la CIA un sobre con una fotocopia de todas las cartas controladas, una trascripción de las conversaciones telefónicas, un ejemplar de cada libro, revista y folletería que ingresaba al país. La Agencia, para recibir estos documentos, y otros de igual importancia, utilizó al boliviano Víctor Quiroga, quien alquiló una oficina en el séptimo piso del edificio Duery, en el centro de la ciudad de La Paz. El agente de la CIA Julio Gabriel García se instaló en el Ministerio del Interior; absorbió el servicio de Inteligencia boliviano para sus fines; ocupó casi toda el área del tercer piso; introdujo sus métodos de trabajo; chequeó y controló sistemáticamente al personal boliviano, por considerarlos ineptos, irresponsables, vagos e inútiles. Estas valoraciones las hacía públicamente, lo que provocó fricciones y susceptibilidades en los bolivianos, quienes le decían, despectivamente, El Gusano. Aún no satisfecha, la CIA estableció en Bolivia una compañía, la Research Metal Company, con supuestos empleados y técnicos de muestreo y análisis de calidad de los minerales. Todos eran agentes de la CIA, especializados en instalaciones de equipos de control automático de conversaciones telefónicas, técnicas de mantenimiento y reparación de ellos, en la apertura de sobres con cualquier tipo de sellado o lacrado, y en técnica de fotografía. Se ocupaban también del montaje, instalación,

provisión de diferentes equipos, muebles y materiales de escritorio, en los que habían camuflado técnica de escucha. En el Estado Mayor del alto mando militar boliviano, ubicaron a un agente de origen cubano que respondía al nombre de George, residente en la calle Rosendo Gutiérrez No. 684. Este se ocupaba de evaluar las conversaciones telefónicas, las cartas oficiales y privadas de los altos jefes militares y del Ministerio del Interior; controlaba a Barrientos, Juan José Torres, Ovando, al Ministro del Interior Antonio Arguedas, a otros oficiales y funcionarios. Los servicios secretos norteamericanos orientaron decretar la ilegalidad del Partido Comunista, la de otros partidos y organizaciones de izquierda, e intensificaron la infiltración en ellos. También elaboraron diversas medidas para crear confusiones y divisiones en el seno del movimiento revolucionario, sindical y estudiantil; presionaron en la necesidad de neutralizar, reprimir y exterminar al movimiento obrero. Especial énfasis dedicaron a la labor dirigida a desacreditar a los guerrilleros, acusándolos de falsos crímenes y atropellos; presentándolos como un puñado de mercenarios, aventureros, violadores de mujeres e invasores extranjeros y ocultando que la mayoría eran bolivianos, e, incluso, realizaron campañas diversionistas en la propia zona de operaciones para presentar a los guerrilleros como si fueran paraguayos, con el propósito de exacerbar los sentimientos nacionalistas. En la ciudad de Cochabamba, el oficial de la CIA John Maisto preparó dos atentados terroristas: uno, contra una iglesia, y el otro, contra el casino militar, con la finalidad de culpar a los simpatizantes de los guerrilleros y justificar una intensa represión previamente proyectada.

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La CIA interviene directamente en el control del correo y la central telefónica de la ciudad de La Paz

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y luego informar mensualmente de dónde procedían. Uno de los agentes de la CIA envió una propuesta para tratar de racionalizarlo y hacerlo más efectivo, textualmente dice:

En el control de la correspondencia se presentaron múltiples irregularidades y problemas: protestas de los empleados por el exceso de trabajo, los malos tratos de los superiores, los descuentos indiscriminatorios de salarios, las multas pecuniarias. Las reclamaciones de ciudadanos que acudían personalmente a las oficinas de correo aumentaban; lo que creó inquietud y temor dentro del personal que trabajaba para los servicios de Inteligencia. Ante tal desorganización y falta de confianza en los empleados bolivianos y del Ministerio del Interior, la estación CIA, sin consulta ni acuerdo previo con las autoridades bolivianas, tomó la decisión de controlar directamente el trabajo de chequeo de la correspondencia. A sus agentes Julio Gabriel García, Luis Suárez, Miguel Nápoles y Hugo Murray les orientaron que se ocuparan de esta tarea. Ellos estructuraron un plan que comenzó con la vigilancia de todos los empleados para determinar a cuáles debían despedir o cambiar de actividad. También la investigación se llevó a cabo contra Alfredo Viricochea, jefe de grabaciones de la central telefónica. Los agentes de la CIA, a partir de ese momento, enviaron las instrucciones de forma directa al personal infiltrado dentro de esos organismos, sin comunicarlo primero a los funcionarios del Ministerio del Interior, tal como lo tenían establecido. Algunas de esas instrucciones eran a través de tarjetas, notas manuscritas y anotaciones. El trabajo para el personal de censura en las oficinas de correo fue intenso, porque tenía que separar cientos de cartas,

Una de las empleadas del correo propuesta para cambiarla de funciones fue la señora María Benquique de Sattori, el motivo fue la confección del siguiente informe a las instancias superiores:

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De acuerdo al trabajo realizado hasta el presente, se ha visto conveniente sugerir el siguiente plan de trabajo para su mayor efectividad: Se ha visto que es imposible poder sacar toda la correspondencia que llega por vía aérea, tomando en cuenta que solamente en nuestro trabajo de correspondencia que nos interesa más de los cuáles se puede detener en su totalidad son: Argentina, Paraguay, Uruguay, Perú, Brasil y Chile, dejando seguir su curso del resto de valijas de los demás países y poder hacer nuestro trabajo sin dar a entender alguna susceptibilidad al público sobre nuestra labor; debo indicar que esto sería solamente para la correspondencia por vía aérea que es lo que más nos interesa, por cuanto se refiere al correo por vía terrestre, debo manifestar que con las empleadas que están a nuestro cargo y nosotros mismos, se realiza una labor más efectiva, por lo cual en esta sección no sería necesario sacar la correspondencia. Para que todo este plan de trabajo se realice en forma efectiva y el público no se dé cuenta, debo sugerir el cambio de algunas empleadas de la sección aérea en vista a estar muy vinculadas con algunas personas del público y evitar que den datos.

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El día de ayer a hrs. 11 a.m., el señor José Luis Cueto se hizo presente en esta oficina y buscó personalmente a la Sra. María de Sattori empleada de la Sección Certificadas Aéreas, para preguntarle por su correspondencia que no le llega regularmente. En la misma tarde de ayer la buscó también personalmente el Sr. José María Alvarado, para preguntarle sobre una carta de Cuba dirigida al Sr. Gilberto Pedraza, requerimiento al cual la Sra. De Sattori buscó en forma interesada y a la vez manifestó que dicha carta debe aparecer porque no puede perderse ni extraviarse ninguna correspondencia. Esta Señora María de Sattori en charla con una empleada que está a nuestro servicio le indicó en forma textual que —Es esposa de Jorge Sattori, que ahora se hace llamar José Sattori, cambio de nombre que se hizo para así poder recibir su correspondencia y propaganda comunista que hace tiempo no recibe—, por lo cual ella está tratando de averiguar el motivo porqué no le llega dicha correspondencia. De acuerdo a su manifestación textual anterior vemos que es un elemento muy peligroso para nuestra labor y seguridad del servicio. Debemos indicar que el nombre del señor Gilberto Pedraza se halla consignado en nuestra lista de censura. Es cuanto se informa para fines consiguientes. La Paz, 2 de junio de 1967.

El control telefónico por órdenes de la CIA se les estableció a las embajadas y funcionarios de Francia, México, Argentina, Perú, Uruguay y Brasil; a altos oficiales de las fuerzas armadas y el Ministerio del Interior. En nota manuscrita del oficial Hugo Murria, se orientó controlar a los coroneles Fernando Sattori Rivera, León Kolle Cueto y Juan Lechín Suárez, incluso 62

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sus cuentas bancarias. Se alegó que eran hermanos de los dirigentes comunistas Jorge Sattori Rivera y Jorge Kolle Cueto, y medio hermano de Juan Lechín Oquendo, respectivamente. Dentro de la correspondencia que le interceptaban al señor Eduardo Olmedo López Muñoz, encontraron una carta procedente de Lima, remitida por el doctor Víctor Paz Estenssoro, expresidente boliviano. Los expertos de la CIA le falsificaron la firma y le cambiaron el texto con el propósito de desanimar a López Muñoz, desmoralizarlo y trasladarle la impresión de que estaba repudiado por el doctor Paz y crearle resentimiento hacia este. Cuando se analiza la carta se descubre que, además de la falsificación de la firma, modificaron el segundo párrafo, le añadieron uno nuevo que al leerse detenidamente el original y compararlo con el suplantado, se aprecia con claridad. Los agentes de la CIA alquilaron apartados postales con nombres falsos o de personas sin su autorización. Uno de estos casos fue el de Rodolfo Quevedo, con residencia en la calle Illimani Nº. 1476 y cédula de identidad 305719. La gestión la realizó el agente de la CIA, de origen cubano, Luis Suárez. El desprecio de los oficiales y agentes de la CIA hacia los funcionarios bolivianos que estaban bajo sus órdenes, era tan notorio, que dos de ellos, Ricardo Aneiva Torrico y Max Jaldin, acordaron formar un frente común para no entregarles algunas informaciones que afectaban la moral de muchos bolivianos, porque a través de las conversaciones grabadas o la correspondencia censurada, los oficiales de la CIA pretendían conocer hasta las intimidades de esas personas. El propio Antonio Arguedas manifestó que los norteamericanos querían manejar el Ministerio del Interior de Bolivia como si fuera un consulado de los Estados Unidos. 63

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La CIA envía espías disfrazados de campesinos y compradores de productos En Camiri, agentes de la CIA reclutaron a militares y policías nacidos en la zona donde operaba la guerrilla, con el propósito de organizar grupos de espías que disfrazados de campesinos, vendedores ambulantes o compradores de productos agrícolas o pecuarios, recorrieran las poblaciones, caseríos y campos. En estas visitas recogían informaciones sobre quiénes simpatizaban con los guerrilleros o mostraban disposición de ayudarles. Posteriormente, el ejército los amenazaba, reprimía, chantajeaba, torturaba o mataba. Los proclives a colaborar con los militares eran nombrados corregidores o alcaldes. El periodista mexicano Luis Suárez narró cómo en Camiri se encontraban gentes extrañas que se hacían pasar por cualquier cosa de interés inexplicable en aquellos momentos; asimismo se comentaba la llegada de un norteamericano de origen cubano, que vino a vender telas y calcetines. Los campesinos, por su parte, les informaban a los guerrilleros sobre la presencia de estos espías. Pombo escribió en su diario el 23 de abril: “Al amanecer llegamos a un lugar llamado Tapera. Los campesinos nos recibieron bien y nos señalan que un hombre nacido allí ha llegado recientemente y quien, parecería es un informante [...]”. El Che escribió en su Diario el 20 de junio: “Por la mañana, Paulino, uno de los muchachos del chaco de abajo, nos informó que los tres individuos no eran comerciantes: había un teniente y los otros dos no eran del ramo”. Otro hecho similar se presentó el 26 de junio, cuando los campesinos alertaron sobre la llegada de dos nuevos espías. 64

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Al respecto, Inti Peredo escribió en su libro Mi campaña junto al Che: “Esa misma tarde se tomaron prisioneros a dos nuevos espías, uno de ellos oficial de carabineros [...]”. Los espías eran infiltrados hasta en la propia capital boliviana. Un día, a mediados de 1967, la señora Sonia Valdivia recibió en su casa, en la ciudad de La Paz, a una persona que dijo era hermano del Che Guevara, quien se presentó con una nota de recomendación de un buen amigo de Sonia que se encontraba en prisión. Ella lo acogió con mucho afecto y se dispuso a prestarle toda la ayuda que necesitara. Este le confió que venía de La Habana con el fin de organizar una red de apoyo a la guerrilla y, sobre todo, le hacía falta saber con quiénes se podía contar. Sonia Valdivia fue una de los cientos de personas que sufrió prisión en Bolivia, porque el supuesto hermano del Che era un agente de la CIA.

La embajada norteamericana, instrumento de represión en las minas El mes de junio fue de verdadera crisis para el régimen de Barrientos, pues el malestar estaba generalizado; las marchas de protestas eran constantes, a pesar de la represión permanente. Los mineros de Huanuni se prepararon para una gran marcha antigubernamental. Ante esta explosiva situación, el gobierno decretó el estado de sitio y suspendió las garantías constitucionales. Voceros del régimen decían que los estudiantes eran los promotores de un plan subversivo para derrocar al gobierno. 65

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Se implicó a los militantes de las organizaciones y partidos de izquierda. Por su parte, los trabajadores de las minas de Huanuni, Catavi, Siglo XX y otras, levantaron la voz de protesta por la violenta represión contra los estudiantes. Asimismo, decenas de militantes de los partidos de oposición fueron arrestados y enviados a los campos de concentración. Comenzaron a circular insistentes rumores de un golpe de Estado. Se afirmó que el general Armando Escobar Uría, los coroneles Joaquín Zenteno Anaya, Marcos Vásquez Sempértegui y Juan Lechín Suárez se preparaban para reemplazar a Barrientos. En la La Paz y otras ciudades del país continuó la represión intensa y los controles de todo tipo. Una fuente muy cercana al presidente boliviano notificó que en los primeros días de junio de 1967, se efectuó una reunión del embajador norteamericano con Barrientos. Asistieron, además, el coronel Juan Lechín Suárez, presidente de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL), y el oficial de la CIA John H. Corr, que fungía como agregado de asuntos laborales de la embajada de los Estados Unidos. Según esta fuente, el agregado norteamericano expresó que en las minas de Catavi, Huanuni y Siglo XX se gestaba un plan insurreccional para derribar al gobierno; que los mineros acordaron donar un día de haber al mes para que la guerrilla comprara armas y medicinas; que pensaban declarar las minas territorios libres de Bolivia y bloquear los caminos, y afirmó que un grupo de 20 mineros estaban listos para integrarse a las guerrillas del Che. Entregó la lista y los nombres de los dirigentes y mineros que, según sus informaciones confidenciales, estaban en la conspiración. Al preguntar Barrientos cómo el funcionario norteamericano obtuvo esas informaciones, la res-

puesta fue un insulto a la dignidad del pueblo boliviano: “Los bolivianos no se caracterizan por su actitud para la reserva. Unos tragos, una relación de amistad o simplemente la vanidad por mostrarse importantes o ser de los enterados, hacen que esas informaciones se escapen por las vías más insólitas.” Posteriormente, el embajador señaló que era necesario tomar medidas drásticas para acabar con el foco subversivo en las minas. Un rato después Barrientos se entrevistó con el presidente ejecutivo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Alberto Ibáñez González, quien le informó de todos los proyectos para Bolivia. Cuando se retiró, el embajador norteamericano volvió a ser categórico: “Estos créditos se otorgarán si en el país reina la paz y la tranquilidad social”. Ante tales presiones se llevó a cabo la masacre en las minas: los dirigentes y mineros fueron asesinados, apresados, confinados o desterrados. Las organizaciones sindicales intervenidas y, como es habitual, se produjeron despidos masivos. Las víctimas llegaron casi al centenar. El sacerdote Gregorio Iriarte, en su libro Galerías de muerte. Las minas bolivianas, escribió: “Estamos en junio de 1967. Hace tres meses que el país vive conmovido por la guerrilla de Ñancahuazú. Entre los mineros se comentaba sobre la posible presencia del Che Guevara en Bolivia. Se sabe de algunos mineros que han viajado hacia el sudeste, dispuestos a engrosar las filas de los guerrilleros [...]. “Por primera vez, en la Asamblea de Catavi, los mineros proponen el ayudar económicamente a la guerrilla. “Este lenguaje parece conmover los fundamentos mismos del Gobierno y del Ejército. El Alto Mando comienza a planear desde ese momento una nueva incursión, punitiva y escarmentadora, a las minas.

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“El 3 de junio los Sindicatos del Siglo XX y Catavi decretan un paro de 24 horas para realizar una marcha pacífica hasta la ciudad de Oruro. El Gobierno contesta diciendo que no cree en el pacifismo de dichas marchas y que no las tolerará bajo ningún concepto. “Unos ochocientos mineros esperan impacientes frente al Sindicato. Están dispuestos a viajar a Oruro de cualquier forma y a cualquier riesgo. “[...] decidieron asaltar los hangares de la Empresa y poner en marcha una máquina del tren. Le engancharon diez vagones. Los mineros, alborozados, los ocuparon totalmente y agitando pañuelos y cantando himnos, como si fueran a una romería, se alejaron camino de Oruro, entre estridentes y continuos silbidos de la locomotora [...]. “A la mitad del camino, en las cercanías de Huanuni, el Ejército había cortado las vías del tren. El improvisado maquinista logró frenar a tiempo. Los mineros abandonaron los vagones y, en correcta formación, llegaron hasta la plaza de Huanuni. Allí se improvisaron reuniones, desfiles y discursos. La euforia se había apoderado de los dirigentes. Sus palabras brotaban henchidas de entusiasmo y de esperanza. Los distritos Mineros de Catavi, Siglo XX y Huanuni, fueron declarados ‘Territorios Libres’ y se pidió el aporte generoso de los mineros para colaborar con la guerrilla de Ñancahuazú. “Simón Reyes, Secretario General de la Federación de Mineros, se encontraba, desde hacía unos días, en Siglo XX. Juntamente con Isaac Camacho y otros miembros de la Federación, debían ultimar los detalles de un Ampliado General que se debía llevar a efecto en el Sindicato de Siglo XX los días 25 y 26 de junio. “El Gobierno creyó llegado el momento oportuno para acabar, de una vez, con toda la organización sindical. El Alto

Mando estudió minuciosamente un plan de ataque a los centros mineros. La operación sería tanto más eficaz cuanto más sorpresiva. La Noche de San Juan, con sus tradicionales fogatas, abundantes ‘ponches’ y alegres bailes populares, ofrecía, según los incautos estrategas militares, ‘inmejorables condiciones tácticas’ para que saliera a la perfección su maquiavélico plan. “Para caer sorpresivamente sobre la población minera, nada mejor que transportar la tropa en tren [...]. “Otro factor ‘sorpresa’ lo constituía la hora. La cinco menos veinte de la mañana era la hora prefijada para el ataque: hora ideal, sin duda, para sorprender a los mineros en brazos de Morfeo después de una noche de despreocupada alegría. “La Policía de Llallagua, previamente reforzada, debía actuar como apoyo del Ejército, colaborando, sobre todo, en el asalto final al edificio sindical y reconociendo y apresando a los dirigentes sindicales. La consigna era clara y terminante: ni uno solo debía escapar. “El general Amado Prudencio, el Coronel Alfonso Villalpando y el Mayor Pérez eran los responsables directos para llevar a buen término toda la operación. El Teniente Segueiros al frente de la Guardia Nacional y Alberto Zamorano comandando a los detectives de Llallagua, tenían la misión específica de apresar a todos los dirigentes. “El general Barrientos quiso también estar de algún modo presente en la noche más triste e ignominiosa de su mandato presidencial: envió a su hombre de confianza, el infaltable Capitán Plaza, para colaborar directamente en la horrible masacre. “El Alto Mando se sentía satisfecho. Nunca en Bolivia se había planeado una operación militar con tan minuciosa escrupulosidad [...].

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“A la puerta de cada hogar, chisporroteaba una hoguera. Frío intenso, noche serena, cielo tachonado de miles de estrellas. Era la Noche de San Juan, diáfana, alegre y bullanguera como siempre [...]. “Algunos observaron atónitos la llegada intempestiva de un tren y el desplazamiento sigiloso de los soldados sobre las laderas del cerro San Miguel. “Todavía la noche era cerrada. El misterio lo envolvía todo. No valía la pena alterar el descanso de la gente [...]. “Sin que nadie lo entienda, el Campamento está envuelto en un espantoso tiroteo y el arma de cada soldado vomita ráfagas de muerte en cualquier dirección. “Las dos fracciones de apoyo también abren fuego sobre el Campamento, creyendo que los soldados han sido atacados. Las balas penetran en las casas por las ventanas y a través de los techos de zinc. “Los gritos de espanto de las mujeres y los niños ensordecen por un momento el tableteo de las ametralladoras. El ronco estampido de los morteros hace trepitar a los más valientes. El mayor Pérez y sus soldados, perdida la serenidad, ya no ven más que enemigos en cada persona que se esconde o en cada puerta que se abre. “El Gobierno, no pudiendo justificar nada, trata de confundir a la opinión pública. Sin embargo, ahí estaban esos 26 cadáveres para probar que todo lo que se decía era mentira. Los cuerpos destrozados de esos niños, de esos campesinos, de esas mujeres, de esos serenos, eran la prueba más fehaciente de que, al menos por esta vez, los mineros no habían enfrentado al Ejército, ni eran causantes directos del inhumano genocidio [...].

“Ese mismo día por la tarde, se efectuaba el entierro de todas las víctimas. Frente al Club Racing se congregó una inmensa multitud llorosa y vociferante. Sería difícil imaginarse algo más triste y desgarrador. Los rezos y los gritos de dolor se mezclaban con las consignas políticas y las arengas subversivas. Los insultos al Ejército cruzaban los aires mezclados con las plegarias de los fieles. Ya en el Cementerio, desde lo alto de sus viejos paredones, los dirigentes rendían tributo a los muertos anunciando próximo el día de la venganza implacable [...]. “La noche no llegó para calmar nuestros nervios. El ambiente permanecía tenso y para el día siguiente se auguraban nuevas desgracias [...]. “El día 26 la Empresa quiere que se normalice el trabajo. Muchos mineros ingresan en la mina, pero no para realizar su tarea laboral. Es el único lugar donde podrán reunirse. Quieren cambiar impresiones con sus compañeros, informarse detalladamente de lo sucedido, escuchar las consignas de los dirigentes de la Federación de Mineros. En el nivel 411 se realizó una prolongada Asamblea. Los ánimos estaban exasperados. Muchos de los mineros llegaron a la reunión provistos de cartuchos de dinamita y decididos a salir en manifestación a enfrentarse al Ejército y a morir, si fuera preciso, creyendo de este modo, vengar la muerte de las víctimas de San Juan. “[...] el Gobierno desató una sistemática represión. En Siglo XX fueron apresados 21 trabajadores y deportados inmediatamente a los campos de concentración de las selvas del Beni. “Los miembros de la Federación y los principales dirigentes de Siglo XX y Catavi lograron abandonar las minas sin que el Ejército consiguiese apresarlos. Como postrer medida decretaron la huelga general indefinida.

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“La Empresa, como respuesta, despidió del trabajo a 200 mineros. “La huelga duró 12 días. Fue silenciosa, triste y totalmente desafortunada. “La presencia del Ejército, ahora más envalentonado, lo envolvía todo, ahogando todo conato de lucha u organización.” El sacerdote Iriarte continuó narrando: “También Huanuni recibió la ingrata visita de los militares y vivió horas de pánico. A las cuatro de la tarde del día 25 de junio, el Ejército, después de instalar su Cuartel General en Playa Verde, incursiona en la población con el fin de tomar el Sindicato y los lugares estratégicos. Por momentos, el tiroteo es intenso. “En el Hospital Santa Helena, el Dr. Luis Valderrama atiende a los primeros heridos. En la misma sala de operaciones es alcanzado por una bala de los soldados y cae herido. “Al atardecer algunos trabajadores se han congregado cerca de la Radio Nacional que hace llamadas urgentes a distintas organizaciones del país. Poco después llega un Comando del Ejército que toma sin dificultad la Emisora y con una carga de dinamita destroza todos sus equipos. “A la mañana siguiente, cuando un camión del Ejército viene a aprovisionarse de víveres a la Pulpería de la Empresa, las mujeres insultan y tratan de agredir a los soldados. Un pequeño puente es dinamitado en el momento en que el camión militar lo iba a cruzar [...]. “Comibol, solapadamente manejada por el ‘Grupo Asesor’ que persigue intereses ajenos al propio país, puede sentirse satisfecha: se han destruido las organizaciones sindicales, están presos o perseguidos los dirigentes, se han confiscado y acalla-

do los órganos de expresión, se ha impuesto al pie de la letra el Decreto sobre Rebaja Salarial, han sido avasalladas todas las fuerzas democráticas y revolucionarias del país. “«La política de la violencia, reeditada nuevamente en septiembre de 1965 y junio de 1967, no tiene paralelo en la historia del país, no solo por el número de muertos y heridos, sino por las características de premeditación, alevosía y frialdad con que fueron ejecutadas. Las enseñanzas impartidas por los asesores yanquis han transformado el aparato militar en una eficiente fuerza policial de represión», dice Ramiro Villarroel en su libro Mito y realidad del desarrollo en Bolivia. “La reacción pública contra las masacres en las minas fue de unánime condenación y repudio. La Iglesia hizo oír su voz de protesta. Las organizaciones universitarias, los partidos políticos, los sindicatos, las instituciones cívicas, se estremecieron horrorizados y, no queriendo limitarse a las solas palabras, enviaron generosas ayudas para todos los damnificados. “Comibol. ‘Como una caricatura de ente soberano y nacional’ continuó con su política intransigente de mano dura. Sobre desterrados, prisioneros, heridos y muertos se impuso la ‘paz social’. Pero era una ‘paz’ de cementerio [...]”. Así concluye el sacerdote Gregorio Iriarte, esta parte de su relato. La CIA y el embajador norteamericano en Bolivia lograron la “paz y la tranquilidad social” que exigían a cambio de los créditos del Banco Interamericano de Desarrollo. En otros relatos el sacerdote Iriarte ha expresado: “El caso es que la CIA piensa que en Siglo XX y Huanuni está el apoyo principal del Che. Y que desde allí se va a declarar la guerrilla urbana [...]”. El agregado de Asuntos Laborales de la embajada de los Estados Unidos en La Paz mantenía contactos muy estrecho

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con un mexicano nombrado Alberto Garza, funcionario de la Organización Regional de la Internacional de los Trabajadores (ORIT), y a la vez íntimo amigo de Larry Sternfield, conocido públicamente como miembro de la CIA, organizador de una red de norteamericanos residentes en Bolivia, dirigida por uno de apellido Holt, que fungía como corredor de minas. Estos eran los principales informantes y no los bolivianos como el agregado de Asuntos Laborales de la embajada de los Estados Unidos pretendió hacer creer. En el Parlamento se discutió sobre la masacre en las minas y a varios ministros los interpelaron. En una de las sesiones, el presidente de la Cámara de senadores, Hugo Bozo Alcocer, dio la palabra a Roberto Prudencio, Ministro de Cultura, quien estaba interesado en responder a las referencias que sobre este hecho había formulado el senador Raúl Lema Peláez. Al intentar defender las crueles masacres, dijo: “Si se ha de hacer obra de gobierno, es necesario muchas veces el sacrificio de matar. A veces lo exige la Patria. Y en ese tiempo [cuando se produjo la masacre de San Juan] la Patria lo exigía.” Prudencio agregó que tal vez la medida adoptada la noche del 23 de junio “fue un poco cruenta”. Luego de justificar la intervención sangrienta en las minas, el Ministro de Cultura explicó el porqué de su presencia en el gabinete. Expresó “que vivió mucho tiempo en el exilio y que cuando regresó al país vio que el gobierno del General Barrientos ha devuelto la libertad al país”. Refiriéndose a los que se oponían al Presidente dentro del Parlamento manifestó que lo que buscaban era el desprestigio del gobierno, “la revolución, la revuelta, el cuartelazo”. El intelectual boliviano René Zavaleta Mercado catalogó al Ministro de Cultura como el filósofo del genocidio, y que su

actitud podía explicar, claramente, la posición de Barrientos y la de algunos de sus funcionarios contra los escritores y artistas. El periodista Rubén Vásquez Díaz entrevistó a Sergio Almaraz Paz —uno de los intelectuales cimeros de Bolivia—, quien le contó la actitud hostil del gobierno hacia los intelectuales y artistas, y le explicó cómo los murales del famoso pintor Miguel Alandia Pantoja, que se encontraban en el Palacio Presidencial, el Parlamento y otros lugares importantes de la capital boliviana, habían sido destrozados; que poco después de la represión de las minas, ordenaron la destrucción de los murales, pues no podían soportarlos porque mostraban a brutales generales caminando sobre las cabezas de mineros asesinados. También declaró Almaraz que desde entonces Alandia Pantoja era víctima de muchas arbitrariedades; además, se refirió a la represión sufrida por los artistas bolivianos integrantes del Instituto de Cinematografía que filmó Ukamau, palabra aymara que significa “así es”. La película refleja la triste realidad de Bolivia, y ya eso, de por sí, constituía una denuncia. El filme, por su extraordinaria calidad, fue premiado en los festivales de Edimburgo, Karlovy-Vary y Cannes. Sin embargo, Barrientos se molestó y prohibió que se proyectara en Bolivia; despidió a varios artistas y cineastas, en especial a Jorge Sanjinés y Oscar Soria, otros se vieron obligados a salir del país. Para tratar de borrar la imagen que Ukamau provocó en el exterior, contrató a la North American Hamilton Corporation para que produjera una película sobre Bolivia. De esa forma, los norteamericanos filmaron Bolivia Insólita, a un elevadísimo costo. La película fue considerada mediocre y ofensiva al pueblo boliviano. Además, Almaraz le contó a Rubén Vásquez que Barrientos, personalmente, prohibió que se proyectara el hermoso fil-

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me Morir en Madrid por considerarlo propaganda comunista, y que elementos de derecha amenazaban abiertamente a dos de los más destacados intelectuales del país, Jesús Lara y Arturo Urquide, anunciando en público que tanto estos como sus hijos debían ser eliminados físicamente. Igual amenaza pesaba sobre el reconocido y prestigioso escritor boliviano Néstor Taboada Terán, por su actitud firme en defensa de Cuba y su Revolución, autor, entre muchas otras obras, de Crónica de viaje: Cuba, paloma de vuelo popular. La actitud de los intelectuales y artistas bolivianos contra el régimen de Barrientos fue de crítica constante y pública. Del 23 al 29 de junio de 1967, en la ciudad de Sucre se realizó el Congreso de Poetas Bolivianos, con la asistencia de los más importantes del país: Yolanda Bedregal, Raúl Vázquez, Mary de Villena, Héctor Cossío, Antonio Terán, Rosa Fernández de Carrasco, Mario Lara, Amanda Arriarán, Jaime Choque, Jorge Calvimontes, Luis Fuentes, Raúl Otero Reich, Raúl Jaime Freyre, Lidia Castellón, Gilberto Valenzuela, Mario Estenssoro, Álvaro Bedregal, Luis Villafani, Javier del Granado, Walter Arduz, Ambrosio García Rivera, Félix Pinto Saucedo, Héctor Borda Leaño, Heliodoro Ayllón y Alberto Guerra Gutiérrez, entre otros. Varios de ellos, ante el numeroso público que llenó el paraninfo de la universidad de esa ciudad, leyeron sus poemas considerados como de un alto contenido antimilitarista. Jorge Calvimontes dio a conocer su poema “La fogata de San Juan”, un grito de condena por la masacre minera, el cual provocó un gran impacto, creó un clima tenso, emotivo, y los asistentes acordaron condenar al gobierno y al ejército por tan horrible hecho. De inmediato, Barrientos catalogó al congreso de estar “dominado por unos pocos comunistas” e “inspirado por Fidel Castro”. 76

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La campaña de que el Che había sido asesinado en Cuba se mantiene Mientras, la campaña de que el Che había sido asesinado en Cuba continuaba y a finales de junio de 1967 todavía se hablaba de ella. El 29 de ese mes el periodista de la Associated Press (AP), Robert Beprellez, reportó, desde Camiri, que se cuestionaba si realmente el Che se encontraba en Bolivia, o si los fidelistas sencillamente explotaban el nombre y la fama para darles brillantez a las guerrillas, despertar el entusiasmo y lograr que surgieran movimientos similares en Argentina, Brasil y Paraguay. Escribió que el Che Guevara desapareció de Cuba en marzo de 1965 y que Fidel Castro dijo que se había ido en misión revolucionaria a otras tierras. Afirmó que desde entonces, frecuentemente se dice que está en el Congo, Argentina, Perú o en alguna otra parte, pero muchos creen que lo mataron en Cuba rivales que se oponían a su política a favor de la ideología de los chinos comunistas que discrepan de Moscú. Barrientos repetía la misma falsa y calumniosa historia. Mientras tanto, los servicios secretos bolivianos y la CIA estaban interesados en seguir alimentando la idea de que el Che se encontraba muerto hasta concluir el plan de acabar con la oposición y encarcelar a todos los posibles colaboradores de esta. El periodista boliviano Jorge Rossa escribió que los medios de difusión y todo el aparato de propaganda del general Barrientos vociferaban furiosos contra los guerrilleros, con el fin de envenenar a la opinión pública con su odio espumeante, y afirmó: “Decían una palabra y... era mentira. Emitían un comunicado y... era falso”. 77

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Presencia guerrillera en Samaipata

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El 6 de julio de 1967 los guerrilleros tomaron la población de Samaipata, capital de la provincia Florida, situada a 120 kilómetros de la ciudad de Santa Cruz, por la principal carretera de Bolivia que comunica a esa ciudad con Cochabamba, Oruro, Sucre y La Paz. Es una de las poblaciones de mayor tránsito, donde se reabastecen de combustible los vehículos, y los viajeros se detienen para comer. Tomarla constituyó un reto y, a la vez, una osadía, porque la guarnición más cercana la habían reforzado semanas antes. En una rápida incursión, seis guerrilleros se apoderaron del puesto de mando del ejército, desarmaron a los militares, compraron medicinas, alimentos y ropa, hablaron con los residentes del lugar y con los viajeros, a quienes les explicaron los objetivos de la lucha. Los servicios secretos norteamericanos valoraron la acción como una gran derrota para el ejército boliviano. Con otra intención, los jefes militares de la VIII División exageraron el número de guerrilleros participantes, reportando que eran decenas, que se encontraban entre ellos comandantes vietcong, todo para justificar el fracaso militar y poder solicitar mayor ayuda de los Estados Unidos. Esas informaciones reforzaron el testimonio que presentó el embajador norteamericano el 4 de mayo, refiriéndose a los guerrilleros, ante una comisión del Congreso de su país: “Esos son un núcleo determinado que no va a ser erradicado fácilmente. Pudiera llevar mucho tiempo. En ese lapso necesariamente se distraerán los recursos para otros propósitos, y eso es, a mi juicio, el significado a largo plazo de la amenaza”.

También los análisis de la prensa norteamericana coincidían con esta valoración. En su edición del 26 de junio, el semanario Us News and World Report publicó que mientras las guerrillas continuaran operando, el país enfrentaba el peligro real de deslizarse hacia otro golpe militar, una inflación incontrolada e incluso la guerra civil. El ejército boliviano se estaba tornando frustrado, luego de dos meses de perseguir a las guerrillas sin mostrar nada, y tanto Barrientos como Ovando habían perdido prestigio por su aparente confusión e indecisión. The New York Times, por su parte, en un análisis dominical de noticias escribió que por continuar su existencia, las guerrillas estaban ganando militarmente. Luego, el periódico atribuyó a un oficial norteamericano el haber expresado que si se pueden mover libremente y conseguir el apoyo de más partidarios, costaría un mayor esfuerzo sacarlos de sus posiciones. El semanario Newsweek señaló que existe una creciente desconfianza por parte del Departamento de Estado norteamericano respecto a la capacidad del gobierno de Barrientos para hacer frente a la situación guerrillera en el país. Estos análisis y la toma de Samaipata alarmaron a los norteamericanos, quienes valoraron la posibilidad de una intervención directa con sus tropas, porque los jefes militares bolivianos demostraban gran incapacidad para detener el empuje guerrillero, a pesar de la enorme asesoría y recursos recibidos. El régimen boliviano se tambaleaba a causa de los éxitos de la guerrilla y su impacto en la opinión pública; los fracasos militares y las contradicciones en los altos mandos; el movimiento estudiantil en verdadera rebeldía; los paros obreros; los maestros preparados para ir a la huelga; las minas y los sindicatos tomados militarmente.

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Desde el exilio, diferentes líderes de la oposición declaraban que Barrientos debía retirarse de sus funciones porque Bolivia se estaba vietnamizando; recalcaban que un gobierno que por sí mismo no puede mantener el orden y establecer la autoridad, debe retirarse, si no lo hace, debe ser derrocado cualquiera que sea su precio. El general Alfredo Ovando Candia, junto a otros 20 oficiales de alto grado, en ocasión de asistir a una asamblea nacional de la Falange Socialista Boliviana, sostuvo una larga y confidencial conversación con el líder de ese partido, Mario Gutiérrez, y los aprestos golpistas se adelantaron. Juan José Torres concurrió a otra reunión, altamente secreta, con el líder de la falange. Varios oficiales preparaban el golpe de Estado, con la aprobación de Ovando, donde, incluso, contemplaban la posible muerte de Barrientos. Mientras unos se ocupaban de los aspectos técnicos para su ejecución, otros establecían los contactos políticos. Según fuentes militares bolivianas, participaron en esta conspiración el general Marcos Vásquez Sempértegui y el coronel Juan Lechín Suárez. El periodista norteamericano W. Stephens del diario Los Ángeles Times, logró entrevistar a varios altos oficiales del ejército y constató que la pugna entre los generales y otros oficiales es “al degüello”. Cada uno sueña con los entorchados presidenciales, y la duda, la sospecha, la intriga, constituyen una densa red que envuelve también a altos jefes del aparato civil. En el plano internacional, nuevos problemas se añadieron. El 4 de julio la opinión pública conoció que el tren 503 con 28 vagones de ferrocarril venía cargado de armas, enmascaradas como harina de trigo. La información añadió que era el cuarto tren que desde Tucumán llegaba a la ciudad fronteriza

de la Quiaca; además, que soldados argentinos garantizaron la protección hasta esa ciudad fronteriza y, a partir de allí, los reemplazaron soldados bolivianos. El gobierno de Chile reaccionó violentamente; exigió explicaciones a un gobierno y otro. La ayuda militar norteamericana y argentina, para el rearme boliviano, constituía un peligro que los militares chilenos no estaban dispuestos a permitir; enseguida las autoridades norteamericanas se encargaron de darles garantías de que las armas no serían utilizadas contra ellos. Las declaraciones del gobernante paraguayo Alfredo Stroessner de que en caso necesario estaba dispuesto a enviar soldados a Bolivia, porque el auge guerrillero significaba un peligro real para su régimen, ya que Barrientos parecía no poder controlar la situación, alarmaron a la opinión pública boliviana, que aún tenía frescas las consecuencias de la Guerra del Chaco, donde perdió parte importante de su territorio y murieron muchos de sus valerosos hijos. Los norteamericanos estaban interesados y presionaban para que los ejércitos de los países vecinos de Bolivia fueran los que intervinieran directamente; pero las contradicciones, divisiones y susceptibilidades entre las jerarquías militares de los respectivos países impedían un arreglo en ese sentido. Una reunión preparada por los norteamericanos que debía efectuarse en la ciudad de Santa Cruz no prosperó. Lo máximo que alcanzaron fue el envío de armas y vituallas por parte de Brasil y Argentina, y un entendimiento para proceder al intercambio de informaciones relacionadas con los movimientos de los simpatizantes de los guerrilleros y la identificación de estos.

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Dentro del ejército boliviano existían sectores opuestos a contraer compromisos con el gobierno de Paraguay. Por eso, las negociaciones se hicieron en secreto; las llevó a cabo el general Samuel Alcáreza Meneses, jefe de la zona militar fronteriza con ese país, pero con una cláusula que establecía claramente que sólo se refería a incrementar la vigilancia en las fronteras comunes; que el ejército paraguayo no podía, bajo ninguna circunstancia, penetrar en territorio boliviano. Ante tales dificultades y el agravamiento de la situación, los analistas norteamericanos opinaban que la intervención directa de las tropas de su país se hacía inevitable.

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La masacre en las minas y la despiadada represión tuvieron una inmediata repercusión en las universidades, las que efectuaron cabildos abiertos para discutir los acontecimientos. La policía cercó las calles que daban acceso a estas y se atrincheró en posición de combate. En la Universidad Mayor de San Andrés, de la ciudad de La Paz, el 4 de julio se realizó una combativa reunión, en la cual tomaron varios acuerdos, que pueden resumirse en: pedir el inmediato retiro de las tropas militares de los centros mineros; indemnización por parte del gobierno a todos los deudos de los muertos durante la masacre de la Noche de San Juan; reposición de los sueldos y salarios que el gobierno disminuyó a los mineros; inmediata libertad para los dirigentes y trabajadores detenidos; devolución de las emisoras

radiales y sedes sindicales ocupadas e indemnización a las que fueron bombardeadas o destruidas; garantías para ejercer la dirección sindical; levantamiento del estado de sitio; la renuncia de Barrientos, y la defensa intransigente de la autonomía universitaria. Los estudiantes se lanzaron a las calles con el propósito de llegar hasta la sede del gobierno en el Palacio Quemado. Durante la manifestación, gritaban: “¡Debemos unirnos con los sindicatos!” “¡Todos contra el gobierno!” “¡Sangre de mineros, semillas de guerrilleros!” La respuesta fue la represión brutal, utilizaron chorros de agua, gases lacrimógenos y perros policías. Los estudiantes de la Universidad Mayor de San Francisco Xavier de Sucre también salieron a las calles en combativa marcha de repudio al régimen y de apoyo a los mineros. Detuvieron a varios jóvenes por colocar en los muros de la ciudad carteles con Vivas a las guerrillas. La Confederación Universitaria de Bolivia inauguró el 6 de julio su VI Consejo Extraordinario Nacional de Dirigentes Universitarios, con la finalidad de analizar la problemática nacional y los horribles sucesos ocurridos en las minas. En la reunión tomaron el acuerdo de elaborar un documento público afirmando que estaban comprometidos con el pueblo y que la crisis política, económica y social por la que atravesaba el país, no era más que el resultado de la agudización de las contradicciones con el gobierno. Terminaron declarando a Barrientos enemigo del pueblo y exigiendo su renuncia. En la Universidad San Simón de Cochabamba se efectuó la asamblea el 7 de julio. También se adoptaron resoluciones similares a la de La Paz, pero añadieron a la solicitud de renuncia de Barrientos, la de Ovando.

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Los estudiantes se rebelan contra el régimen de Barrientos

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En la Universidad de Oruro realizaron colectas públicas de alimentos y medicinas para llevar a los centros mineros masacrados. Enviaron una delegación para visitar las minas de Catavi y Siglo XX. Los estudiantes de la enseñanza media y secundaria en las ciudades de La Paz y Santa Cruz se lanzaron a las calles en franca oposición al régimen: la represión no se hizo esperar. El 17 de julio se produjeron nuevas manifestaciones en las principales ciudades de Bolivia, donde las calles fueron bloqueadas con piedras y variados objetos que impedían el tránsito. Los partidos de izquierda, desde la clandestinidad, llamaron a la lucha planteando que Bolivia vivía una especie de guerra civil desatada en forma de guerrillas en el sudeste boliviano y en acciones callejeras en las más importantes ciudades. Los estudiantes de la ciudad de Santa Cruz destrozaron e intentaron quemar las oficinas del Partido Revolucionario Auténtico, uno de los que apoyaba al mandatario boliviano. Otro hecho se sumó a estos enfrentamientos: la explosión de una potente carga de dinamita que causó serios daños a un motel donde se encontraban alojados oficiales de las tropas especiales norteamericanas. Todas las ventanas quedaron destruidas y los autores dejaron un letrero que decía: “Abajo los yanquis, vivan las guerrillas”. Ante esta actitud del pueblo boliviano, la embajada norteamericana en La Paz comenzó a distribuir gratuitamente en las universidades, escuelas, poblaciones campesinas, comunidades indígenas, minas y ciudades, miles de folletos con historietas en colores llamativos, donde aparecía la isla de Cuba llena de cárceles, rodeadas de alambradas y armas por todos lados, guerrilleros barbudos con rostros feroces, chorreando sangre por

la boca, comiendo niños en festines, atropellando y asaltando a campesinos, quemando chozas, violando mujeres, amordazando a los estudiantes, asesinando a mujeres, ancianos y niños. Frente a tanta infamia, los dirigentes universitarios trataron de contrarrestar esa sucia propaganda anticubana. Para ello, en la ciudad de Cochabamba publicaron clandestinamente, a mimeógrafo, los discursos del Comandante en Jefe Fidel Castro, del Che Guevara y muchos otros materiales que podrían ser de interés para el estudiantado. El libro de Regis Debray, Revolución en la Revolución, lo editaron con una tirada de 1 000 ejemplares, pero la demanda fue tanta que se vieron obligados a realizar treinta ediciones más. En esta tarea trabajaron varios dirigentes universitarios, entre estos, Jorge Ríos Dalence, máximo dirigente de la Federación Universitaria de Cochabamba, admirador profundo de la Revolución Cubana, de Fidel Castro y del Che Guevara. La actividad política dentro de los universitarios alcanzó un gran nivel en ocasión del desfile patrio del 6 de agosto: los estudiantes, en señal de protesta, viraron la cara en el momento en que desfilaban frente a la tribuna; por esta patriótica acción, la policía los reprimió inmediatamente. Muy frustrado debió sentirse el oficial de la CIA William Anderson, quien había viajado a Bolivia en varias ocasiones y cuya misión era la de reclutar a dirigentes de ese alto centro de estudio, con el propósito de dividir, penetrar y neutralizar al movimiento estudiantil.

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Contradicciones entre los funcionarios norteamericanos y los bolivianos La prepotencia y el desprecio del embajador norteamericano y sus funcionarios hacia los militares bolivianos creaban resentimientos en estos últimos. El periodista Rubén Vásquez Díaz, en su libro Bolivia a la hora del Che, relata esta situación: “Hay una actitud condescendiente y un mal oculto menosprecio por ambas partes, y esto hace que la eficiencia de la colaboración sea muy limitada. Hay un sentimiento general antinorteamericano en Bolivia. Entre los oficiales del ejército y los funcionarios del gobierno, esto se expresa de una manera muy hipócrita. Ellos palmean a los norteamericanos en el hombro, les sacan lo que pueden, y dicen muchas gracias, y hablan del gran vecino y de la civilización occidental y del mundo libre, sabiendo muy bien que lo que los norteamericanos dan a Bolivia no es nada comparado con lo que le sacan, y de todas formas lo dan como préstamos y muy pequeños. “Los oficiales bolivianos también menosprecian a sus colegas norteamericanos, porque saben que estos hablan mal de ellos, y no piensan que son soldados [...]”. Señaló, además, que funcionarios diplomáticos norteamericanos manifestaban públicamente que “Los bolivianos son para ellos ladrones, vagos, indolentes, en los que no se puede confiar, y nacionalistas incurables. Barrientos es un tonto; Ovando y el Ministro de Defensa, Guzmán, están abusando de la buena voluntad de los norteamericanos e intrigan contra todo el mundo —incluso contra Estados Unidos [...]”. Sin embargo, la ayuda militar era necesaria para los intereses norteamericanos y continuó. El 11 de julio el periodista 86

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Christopher Rooper, de la agencia de noticias Reuter, desde la ciudad de Cochabamba, reportó que el coronel norteamericano Joseph Rice le informó que el número de oficiales y suboficiales de su país en Bolivia era de 50. Tres días después aterrizaron en Bolivia dos aviones cazas F‑51 y cuatro de entrenamiento T‑28. Pero ni la activa participación norteamericana ni la violenta represión lograban detener las manifestaciones y la indignación popular: los sectores obreros, estudiantiles y mineros desafiaban abiertamente al régimen. Esta situación preocupó a los norteamericanos que temían que Barrientos perdiera el control y se derrumbara en cualquier momento. Ante el temor de no poder controlar la situación en Bolivia, los Estados Unidos comenzaron a crear condiciones psicológicas para una eventual intervención directa de sus tropas. La estación CIA en La Paz fue reforzada con nuevos especialistas, los que llegaron a finales del mes de julio de 1967. El coordinador de la CIA para el área de operaciones militares, William Culleghan, le presentó a ocho de sus agentes al coronel Joaquín Zenteno Anaya para que trabajaran como asesores dentro de la jurisdicción de la VIII División. El coronel Luis Antonio Reque Terán, comandante de la IV División, organizó una operación militar —con asesoramiento de los norteamericanos— a la que denominó Operación Cynthia. Prometió públicamente acabar con las guerrillas en pocos días; sin embargo, todo terminó en un rotundo fracaso. Los propios norteamericanos valoraron la operación como de “caos total en lo que respecta a la organización, transporte y uso efectivo de las tropas”. Mientras, en las ciudades y las minas, la represión continuó. El mencionado periodista Vásquez Días escribió: 87

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Los arrestos llevados a cabo por la policía política de Bolivia, DIC, todavía continúan en las minas. Se estima que no menos de 200 mineros y líderes sindicales han sido deportados a los campos de confinamiento de Puerto Rico y Pekín, en las regiones septentrional y oriental del país. Un número mucho mayor es perseguido y ha tenido que pasar a la clandestinidad. En una asamblea general, el 29 de julio, los mineros de la mina San José [importante centro minero en la ciudad de Oruro] exigieron al gobierno y a la COMIBOL la libertad de sus compañeros prisioneros en los campos de confinamiento [...].

A finales de julio, los guerrilleros sostuvieron dos nuevos combates victoriosos, lo que dio lugar a que en Washington la idea de la intervención directa ganara cada vez más fuerza; para ello necesitaban ir preparando a la opinión pública latinoamericana, porque la intervención norteamericana contra la República Dominicana en 1965 estaba muy reciente y temían que se multiplicara la ola de protestas que aquella provocó en toda la América Latina. Ante el deterioro de la situación en Bolivia y el papel activo de algunos periodistas que trasmitían informaciones censuradas, Barrientos amenazó con expulsar a los corresponsales extranjeros. En esos momentos a los Estados Unidos les convenía que el Presidente boliviano admitiera oficialmente la presencia del Che en Bolivia, no obstante haberlo negado en reiteradas ocasiones —también por recomendación de los norteamericanos—, pues se pensaba que si Barrientos lo hubiera reconocido en aquellos momentos, le proporcionaba esperanzas al movi88

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miento revolucionario y la oposición cobraría nuevas fuerzas. Sin embargo, en estos instantes aceptar que el Che estaba en Bolivia era favorable al gobierno ya que, aunque atravesaba una tensa situación interna, los movimientos minero y sindical estaban masacrados y descabezados; los estudiantes reprimidos violentamente; las cárceles y los campos de concentración llenos; los principales líderes políticos confinados o en el exilio; el terror imperaba en todo el territorio; el estado de sitio establecido, y la suspensión de las garantías constitucionales decretadas. La embajada norteamericana en La Paz inició una intensa campaña de desinformación como parte de los preparativos psicológicos para justificar la posible intervención norteamericana, para lo cual era conveniente divulgar que el Che Guevara se encontraba en Bolivia y que Cuba le prestaba cuantiosa ayuda. A través de la prensa radial y escrita empezaron a saturar a la opinión pública de que fuerzas extranjeras al mando del Che Guevara, integradas por combatientes cubanos, chinos, europeos y comandantes vietcong, habían invadido a Bolivia. Los llamados al nacionalismo furibundo eran constantes. Para trabajar en esta campaña de guerra psicológica y de desinformación, los norteamericanos enviaron a la ciudad de La Paz, procedente de Saigón, a uno de los más calificados especialistas en esta materia.

Un especialista en desinformación llega a La Paz A fines de julio, Antanas Silvestro Dambrava Vitaustas llegó a Bolivia. Nacido en 1920 en la ciudad de Boranivich, Lituania, 89

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Dambrava terminó los estudios en 1939 en la ciudad de Utena y se matriculó en la facultad jurídica de la Universidad de Kaunas. En 1943 se graduó en leyes y arte teatral en la Universidad de Vilnius, capital de Lituania. Un año después, cuando las tropas hitlerianas fueron derrotadas, Dambrava huyó con ellas y se estableció en un campamento para refugiados en la ciudad austríaca de Salzburg, donde comenzó a trabajar para los norteamericanos. En esa ciudad redactaba una revista para la contrarrevolución lituana. Se graduó de leyes en la Universidad de Inmsbruck. En 1947 estableció su residencia en los Estados Unidos. Ya en 1951 obtiene trabajo en la redacción de la emisora oficial La Voz de los Estados Unidos de América, como locutor de radio. Un año después lo designaron secretario general de la Federación Internacional de Periodistas de Norteamérica y, a la vez, cursó estudios de Derecho Internacional en la Universidad de Columbia. En 1955 desempeñó el cargo de redactor de programas para Europa Oriental desde su sede en Munich, República Federal de Alemania. Trasmitió infundios y campañas diversionistas hacia la URSS, incluidos programas en lengua lituana. Dos años después fue nombrado jefe de sección de acontecimientos especiales en Europa. Cuando regresó a los Estados Unidos en 1960 lo designan jefe de la Sección Latinoamericana de la mencionada emisora. El gobierno norteamericano lo condecoró con la medalla “Honor al Servicio”, en 1962, por la labor desinformadora durante la Crisis de Octubre. Desde mediados de 1965 hasta principio de 1967, como jefe informativo de La Voz de los Estados Unidos de América en Saigón, capital de Vietnam del Sur, elaboraba las noticias que el mundo debía conocer sobre esa guerra. En julio de 1967,

lo envían a Bolivia como agregado diplomático de la embajada norteamericana en La Paz. En el mes de septiembre, Edward Fogler —oficial de la CIA y agregado de Asuntos Públicos de la embajada de los Estados Unidos— lo presentó a los directores de los principales medios informativos de Bolivia, mientras su esposa, el 3 de octubre, daba una recepción para sus relaciones diplomáticas para que conocieran a la señora de Dambrava. Con la llegada de Dambrava, se puso en práctica un plan estructurado por la CIA para aumentar la infiltración de agentes en los principales medios de difusión en ese país, entre tanto instalaban una emisora radial y un periódico completamente financiados y dirigidos por la Agencia. Tiempo después, el proyecto se hizo público por infidencias de Daniel Salamanca, secretario privado de Barrientos y funcionario de la Presidencia de la República. Con posterioridad a los acontecimientos guerrilleros, Dambrava trabajó en toda la campaña desinformadora contra estos. Al abandonar Bolivia, el Gobierno de los Estados Unidos le otorgó una medalla por el cumplimiento ejemplar de sus responsabilidades. Barrientos le impuso una de las más importantes condecoraciones de Bolivia. En 1968 lo designaron cónsul y jefe del Servicio Informativo de los Estados Unidos en la ciudad de Monterrey, México. El presidente norteamericano Richard Nixon, en 1970, lo nombró integrante del cuerpo diplomático permanente, que le daba el derecho a desempeñar cargos en agencias informativas en el extranjero, consulados o ser secretario de embajadas. En septiembre de 1971 lo enviaron como primer secretario y vicedirector de la Sección de Relaciones Públicas de la embajada norteamericana en Argentina, cargo que ocupó hasta 1974 en que pasó a primer secretario de

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la embajada estadounidense en Caracas, Venezuela. En junio de 1977 lo trasladaron para El Salvador como consejero, hasta 1980, cuando solicitó la jubilación. Desde entonces estableció su residencia en Caracas, Venezuela, en la calle Prolongación Los Manolos, edificio Río Claro, La Florida, Caracas. La Unión de Lituanos en Venezuela lo eligió su presidente en 1981.

La CIA en la intensa represión en Bolivia

Control y represión contra periodistas de diversas agencias de noticias La CIA y los servicios secretos bolivianos sometieron a un control sistemático a todos los periodistas que llegaron a La Paz o se dirigieron a Camiri para reportar el juicio de Regis Debray o los acontecimientos guerrilleros. Desde el mes de mayo, Ovando declaró que se tomarían medidas especiales de seguridad para impedir la entrada de elementos que actuaban en complicidad con los guerrilleros. Los primeros afectados fueron los periodistas soviéticos Karen Jachaturov, director de la Agencia Novosti, y Vitali Borowski, corresponsal de Izvestia. El juicio a Regis Debray y las declaraciones de Barrientos de que sería aprobada una ley que contemplaría la pena de muerte para aplicársela, alarmó a amplios sectores de todo el mundo. El presidente francés Charles de Gaulle le escribió personalmente a Barrientos, quien respondió con insultos y nuevas amenazas contra la vida de Debray. Intelectuales franceses y de otros países se movilizaron como muestra de solidaridad con él, alarmados por las expec92

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tativas creadas en torno a la falta de garantías en el proceso judicial que le seguían. Varios de ellos viajaron a Bolivia. Las críticas constantes al régimen en los países europeos, obligó al gobierno boliviano a permitir la entrada de algunos periodistas. El intelectual y editor francés François Masperó, acompañado de su compatriota, el abogado George Pinet, y del también abogado belga Roger M. Lallemand, que representaba a la Liga de los Derechos del Hombre, y de Jacques Vigneron de la Facultad de Ciencias de la Universidad de París, arribaron a La Paz como gesto de solidaridad con Debray. Los servicios de Inteligencia bolivianos detuvieron a Masperó, lo sometieron a un intenso interrogatorio por espacio de cuatro horas, con la intención de obligarlo a que declarara que Debray era un agente de enlace de la política de Fidel Castro en América Latina. Ante la firme negativa del editor francés, lo amenazaron con implicarlo en un complot contra Bolivia y convertirlo en un coacusado en el proceso que le seguían a Regis Debray en Camiri. Como mantuvo la misma actitud inclaudicable, fue expulsado de Bolivia el 8 de julio de 1967. A las once y treinta de la mañana partió hacia Lima en un vuelo de la Braniff International. Masperó contó, entre otras cosas, que en los viejos muros de adobe de la ciudad de La Paz, observó inscripciones que decían: “Viva Debray”, “Vivan las guerrillas”, “Viva la lucha armada del pueblo”. Además, que el cineasta Chris Marker pidió autorización para filmar escenas en las minas y se dirigió a la Comibol, donde lo recibió un norteamericano que le dijo: “¿Filmar a nuestros mineros? Ni lo piense. ¡Nos daría una pésima propaganda!”.

A principios de agosto viajaron, desde Londres, Perry Anderson, de la New Left Review; Robin Blackburn, de Tribune y Sunday Times; Taring Ali Khan, de Town Magazine, y Ralph Schoenman, de la Fundación “Bertrand Russell”. Al llegar a Lima, en tránsito hacia La Paz, se entrevistaron con Mariano Baptista Gumucio —ex primer secretario de la embajada boliviana en Inglaterra, y ex secretario privado del ex presidente, doctor Víctor Paz Estenssoro—, quien gestionó para esa misma noche una entrevista con el doctor Paz y con el que fuera su Ministro del Interior, Ciro Humboldt Barrero —ambos en el exilio—. El ex presidente boliviano los recibió amablemente y les recomendó trataran de llegar hasta Camiri. Baptista Gumucio viajó a la ciudad de La Paz y los puso en contacto con Jorge Canelas, jefe de la corresponsalía de la AP en Bolivia, con el periodista José Luis Monje, y les presentó a varios intelectuales que simpatizaban con el movimiento guerrillero: René Zavaleta Mercado, Félix Rospigliosi Nieto, Sergio Almaraz Paz y su esposa Elena Osio Sanjinés, Jaime Otero Calderón, el exiliado argentino Adolfo Perelmán, y otros. Con ayuda de Baptista Gumucio y varios bolivianos, lograron que las autoridades militares les permitieran viajar a Camiri. Antes de partir, se reunieron con Janine Alexandra, madre de Regis Debray, y con la cónsul de Francia en La Paz, Therese de Leoncourt, quienes estaban estrechamente vigiladas y controladas por la CIA. Desde ese momento, los cuatro periodistas fueron considerados sospechosos por los servicios secretos norteamericanos y les efectuaron un registro secreto en las habitaciones que ocupaban en el hotel Copacabana, ubicado en el Paseo del Prado de la capital boliviana. Ralph, Taring y Robin se trasladaron a Camiri, donde fueron detenidos. Los interrogó Reque Terán, comandante de la IV

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División del ejército; además, les dijo que Debray debió morir a balazos de la misma manera que se mata a una serpiente en la hierba, que si la decisión dependiera de él, ya lo hubiera hecho. Señaló que no le gustaba la Constitución, porque permitía que los periodistas escribieran muchas cosas malas, que prefería la dictadura, porque en Bolivia había muchos holgazanes y las personas que no querían trabajar había que azotarlas. Estos conceptos de Reque Terán no eran nuevos; anteriormente, frente a un grupo de estudiantes universitarios, manifestó que los culpables del atraso de Bolivia eran sus habitantes: la única solución se lograría cambiando la raza y cruzándola, a la fuerza, con europeos, mejor con alemanes y sudafricanos, lo que provocó condenas de los estudiantes y burlas por ubicar a Sudáfrica en Europa. Sobre Ciro Roberto Bustos les afirmó que era un guerrillero y también debía morir; no obstante, les contó que había permitido que la esposa lo visitara para escuchar lo que hablaban; después, se rio a carcajadas. Posteriormente a esta conversación, Reque Terán les dio garantías para desarrollar el trabajo. Los periodistas se dirigieron al restaurante Marieta; allí fueron objeto de una provocación, cuando una persona les dijo que “el pescuezo de Debray sería cortado como el de un pollo”, y también ofendió a los ingleses con calificativos irrespetuosos y hasta haló por el pelo largo a uno de ellos. A cierta distancia vigilaba un oficial esperando la reacción, para detenerlos si respondían a la agresión. Al rato el oficial se acercó y les advirtió que tenían que pelarse y afeitarse, porque si no, en cualquier momento podían aparecer muertos a tiros al ser confundidos como guerrilleros. Ralph, Taring, y Robin fueron detenidos nuevamente y llevados al comando de la IV División, donde un oficial los inte-

rrogó, hasta que entró Reque Terán y ordenó que los pusieran en libertad. Las contradicciones entre los diferentes servicios de Inteligencia bolivianos afloraban hasta en presencia de periodistas extranjeros. La Inteligencia militar, la del Ministerio del Interior y la de la Policía Criminal trabajaban cada quien por su lado y las relaciones entre ellos eran pésimas. A través de los prisioneros querían conocer lo que hacían y obtenían los demás, se creaban así contradicciones y rivalidades constantes. Al salir del comando, los periodistas fueron interceptados y conducidos a punta de pistola ante el oficial del Ministerio del Interior Hugo Peñaranda para otro interrogatorio. Por estos hechos conocieron algunas de las arbitrariedades, atropellos y crímenes cometidos por las autoridades militares bolivianas. Entre estos, la colocación de una carga de dinamita al jeep en que debía viajar el doctor Walter Flores Torrico, abogado de la defensa de Debray, con el objetivo de que volara en pedazos. En otra ocasión, una persona se acercó y les gritó que eran “castro‑comunistas”, pero que muy pronto serían “castrado‑comunistas”. Varios bolivianos presentes les pidieron disculpas a los periodistas y golpearon al intruso, pero soldados que se encontraban cerca intervinieron en defensa del provocador y arrestaron a los que se mostraron solidarios con los visitantes extranjeros. Posteriormente, a Camiri llegaron Lothar Mennen, Perry Anderson y José Luis Monje, a quienes también sometieron a estrecha vigilancia. Estos controles sistemáticos los realizaban contra todos los que les resultaban sospechosos. En la larga relación aparecían periodistas de diferentes nacionalidades y tendencias, como, por ejemplo, el mexicano Luis Suárez de la

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revista Siempre; el chileno Augusto Carmona, de la revista Punto Final; los ingleses Richard Gott y Christopher Rooper, el danés Jean Stage, el sueco Jorn Kumm, los franceses Phillipe Noury y Frederic Pohecher, los italianos Sergio de Santis, de la televisión italiana, y Franco Pierini, de la revista L’ Europeo, el fotógrafo Paul Slade y el periodista Jacques Chupus, de la Radio de Luxemburgo. Todos fueron controlados en diferentes ocasiones, registradas sus pertenencias e interceptadas sus conversaciones telefónicas. La CIA ordenó que les velaran todos los rollos fotográficos. A Taring Ali Khan lo volvieron a arrestar y amenazar con enviarlo detenido a La Paz, para someterlo a una rigurosa investigación. También detuvieron al arqueólogo holandés John Buywisveld, secuestrado en Camiri por efectivos de la DIC, conducido a Cochabamba, interrogado y acusado de ser enlace guerrillero. Él había entrado a Camiri procedente de Paraguay. Todas las comunicaciones telefónicas desde Camiri estaban contro­ladas por la CIA. En cierta ocasión, cuando Ralph Schoenman llamó por teléfono a la ciudad de La Paz al abogado belga Roger M. Lallemand, interceptaron la comunicación y este fue sometido a un largo interrogatorio. Los periodistas extranjeros que reportaban desde Camiri, recibieron ayuda solidaria de sus colegas bolivianos, entre ellos, de Gustavo Sánchez, Enrique Araoz, José Luis Alcázar, Oscar Peña, Carlos Salazar, Humberto Vacaflor y Jorge Canelas, pero a estos dos últimos los expulsaron de Camiri. Le aplicaron igual medida al brasileño Irineu Guimaraez, corresponsal de la AFP, por reportar que el tribunal militar no estaba preparado para un juicio de tal magnitud, pero que continuaba por razones políticas.

Alfred Hopkins, corresponsal del National Guardian, de Nueva York, refirió que cuando Ralph Schoenman trató de leer un documento que impugnaba el juicio contra Regis Debray, lo expulsaron de la sala; tras ese incidente confiscaron los pasaportes de varios periodistas. Los agentes del DIC arrestaron a Hopkins y lo mantuvieron en prisión por espacio de dos horas.

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Llega a La Paz el editor italiano Feltrinelli Como un gesto de apoyo y solidaridad con Debray, también llegó a La Paz el editor Giangiacomo Feltrinelli, millonario italiano propietario de la Editorial Feltrinelli, una de las más importantes de su país y de Europa, dueño de una biblioteca especializada sobre el movimiento obrero internacional, considerada como la más completa del mundo, con documentos de gran valor históricos y únicos en su clase. Ampliamente conocido en los círculos de la alta sociedad italiana, su figura aparecía frecuentemente en las principales revistas, donde, como hobby, presentaba las corbatas de modas. El editor, al enterarse del inicio del juicio contra Regis Debray en Camiri, decidió viajar a Bolivia junto a su compañera Sibilla Melega. Cuando la pareja Feltrinelli solicitó al consulado boliviano en Milán la tarjeta de entrada al país, el cónsul Bruno Vailati comunicó la petición, porque se trataba de una personalidad muy prestigiosa. La Editorial Feltrinelli estaba especializada en publicaciones del Tercer Mundo, editaba frecuentemente discursos de Fidel Castro, Ernesto Che Guevara y diversos materiales sobre la Revolución Cubana. Tenía representaciones o sucursales en diferentes ciudades europeas, en Nueva York, y

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proyectaba abrir otras en Suramérica. Alrededor de él se aglutinaba un grupo de brillantes especialistas en materias sociales, políticas y técnicas. A pesar del prestigio de esta figura, la estación CIA en La Paz comunicó al Ministerio del Interior de Bolivia que Feltrinelli era un elemento peligroso, un comunista internacional, un editor de izquierda, simpatizante del Partido Comunista Italiano, de Fidel Castro y el Che Guevara; que en el pasaporte poseía visas de cortesía de los países socialistas. La Agencia afirmó que era un enlace guerrillero, por eso desde que llegó a La Paz, procedente de Lima, el 8 de agosto de 1967, los servicios de Inteligencia iniciaron su control. Mientras esperaba a su compañera, que previamente viajó a Ecuador y tenía previsto llegar a la capital boliviana una semana después, se hospedó en la habitación 311 del hotel La Paz. Durante esta espera, Feltrinelli recorrió la ciudad, visitó a algunas personas, se entrevistó con otras, y acudió a una cita con Humberto Vázquez Viaña, hermano del guerrillero Jorge Vázquez Viaña, quien le prometió unas fotos de este y varias informaciones sobre la forma de cómo lo asesinaron. Más tarde, sostuvo un encuentro con el coronel boliviano Carlos Vargas Velarde, quien le ofreció entregarle documentos probatorios sobre la intervención de la CIA en Bolivia, donde esta agencia de espionaje pensaba introducir, desde Miami, a varios mercenarios de origen cubano para presentarlos ante la opinión pública como guerrilleros del Che hechos prisioneros por los militares bolivianos, con el propósito de desatar una gran provocación contra la Revolución Cubana. El coronel le explicó que dentro de los planes de la CIA estaba la organización de varios grupos —integrados por militares, policías,

agentes a sus servicios y miembros de la DIC, asesorados por contrarrevolucionarios de origen cubano—, que tenían como misión cometer actos vandálicos contra la población civil de la zona donde operaba la guerrilla, para atribuirles esos crímenes al Che y sus combatientes. Feltrinelli también se entrevistó con un francés‑argentino nombrado René Mayer, quien, en nombre del coronel Luis Antonio Reque Terán, le brindaba valiosos documentos vinculados con las guerrillas en Bolivia, a cambio de una importante suma de dinero. Mayer le dio dos direcciones por si aceptaba la oferta, estas fueron: Monsieur Rives 3 Rue Camartin, París 9, teléfono OPE 3343, o a través del propio Mayer en la calle Encon, Buenos Aires. La CIA orientó a su agente George Andrew Roth —el periodista anglochileno que permaneció detenido junto a Debray y Bustos— que se entrevistara con Feltrinelli y le ofreciera varios escritos sobre su prisión en Camiri, con el propósito de comprometerlo y armar una provocación contra el editor italiano. El 18 de agosto a las 17:30 horas se presentaron dos individuos en la habitación que ocupaba Feltrinelli, se identificaron como miembros de la DIC y le pidieron que los acompañara. Él solicitó que le permitieran recoger sus cigarros, circunstancia que aprovechó para indicarle a Sibilla Melega que se dirigiera de inmediato a la embajada italiana y comunicara lo sucedido. Sibilla, además, visitó a varios periodistas alojados en el hotel Copacabana y les informó de la detención. Condujeron a Feltrinelli al Ministerio del Interior; aquí los interrogatorios duraron dos horas aproximadamente, después lo trasladaron para las oficinas centrales de la DIC, y, por último, lo metieron en la cárcel.

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En la prisión se encontró a varios prisioneros, entre ellos, al dirigente minero boliviano Filemón Escóbar, y conoció cómo la CIA, en contubernio con el Ministerio del Interior boliviano, quisieron comprar por 6 000 dólares al líder minero Federico Escóbar, a quien asesinaron por amenazar con denunciar a la Agencia. Feltrinelli se interesó vivamente por este hecho. Un prisionero se comprometió a enviarle un manuscrito donde le revelaría todo lo que sabía de Federico y su asesinato; además de cómo los servicios de Inteligencia norteamericanos trabajaban contra los sindicatos bolivianos, al tratar de corromper a algunos líderes, y le prometió proporcionarle nombres para que esta práctica fuera denunciada. También le explicó que en la embajada de los Estados Unidos en La Paz se encontraba un norteamericano nombrado Tony Freeman, que fungía como agregado de Asuntos Laborales, pero en realidad era el encargado de comprar a los dirigentes mineros. Sobre Freeman, el sacerdote Gregorio Iriarte escribió en su libro Galerías de muerte. Las minas bolivianas, lo siguiente: “Hizo muchos viajes a las minas. Se le abrían las puertas de la Gerencia y se le recibía siempre con deferencia, y hasta con un poco de temor. “Visitaba a los mineros, sobre todo aquellos que ya habían asistido a los cursillos de ORIT y que se les consideraba como posibles candidatos a la dirección sindical. Freeman era el estratega que los habría de llevar hasta el poder. “Pero sus principios eran elementales y pragmáticos; se basaban, más que todo, en la fuerza del dólar. Era de los que piensan que todo hombre tiene su precio, sobre todo si ese hombre es pobre y oprimido, como el minero. Freeman ofrecía y repartía dinero a mansalva. No comprendía que en medio

del hambre, del resentimiento y de la humillación, podía haber dignidad... Por eso fracasó”. La detención de Feltrinelli se conoció rápidamente en todo el mundo, los principales periódicos trasmitieron la noticia, la cual produjo un gran impacto. Los medios de difusión italianos se hicieron eco de ella y los principales periódicos la destacaron. El Giornale D’ltalia, El Tempo, Il Messaggero, Corriere della Sera, L’Unitá y la Stampa la pusieron en primera plana y con grandes titulares. Los diarios Avanti y Il Popolo la publicaron en sus páginas interiores. El Avanti encabezó el artículo con la frase: “nuevo acto arbitrario de militares en la paz”. La televisión anunció que el Presidente italiano se interesó por la suerte del editor y mostró varias fotos de Feltrinelli. El periódico Pease Sera informó con un gran titular: “misterio sobre el editor italiano desaparecido de la paz, después de un interrogatorio”. Seguidamente, añadió: “Amigos de Feltrinelli informaron que fue interrogado por dos policías vestidos de civil el viernes a las 18:00 horas”. Otro titular decía: “siempre más oscuro el misterio sobre la desaparición de feltrinelli. las autoridades bolivianas, a solicitud de la embajada de italia en la paz, respondieron que no saben dónde se encuentra el editor italiano”. Todos los medios de difusión reflejaron el hecho y algunos no vacilaron en catalogar al mandatario boliviano como un dictador feroz. El presidente italiano Giuseppe Saragat se comunicó de inmediato con Barrientos para pedirle que respetara la vida de Feltrinelli. Era el segundo dignatario europeo que se dirigía al Presidente boliviano, porque anteriormente lo había hecho el francés Charles de Gaulle, solicitando respeto para la vida de

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Regis Debray. Tanto en París como en Roma sabían que ambos corrían peligro de muerte y decidieron intervenir para evitar que los asesinaran. Mientras Feltrinelli era interrogado y permanecía en prisión, dos policías vestidos de civil detenían a Sibilla Melega cuando regresaba al hotel; la conminaron a subir a la habitación que ocupaba, y en su interior encontró a ocho policías más que la estaban esperando. Todo estaba completamente en desorden, porque habían realizado un minucioso registro. Conducida a las oficinas de la DIC, no pudieron interrogarla porque ninguno de los policías hablaba italiano. Al día siguiente fue llevada al hotel, pero mantenida bajo estricta vigilancia. En horas de la mañana del día 19, se presentó, en las oficinas de la DIC, el embajador italiano en La Paz, Pietro Quirino Tortoricci, para comunicarle a Feltrinelli que el presidente Saragat y el ministro de Relaciones Exteriores, Amintori Fanfani, se interesaron por él y acordaron con Barrientos que él y su compañera abandonaran el país de forma inmediata. Al retirarse el representante diplomático, lo visitó un policía disfrazado de periodista, con la intención de interrogarlo. El 20 de agosto a las 14:00 horas lo introdujeron en un jeep de la DIC, de color rojo, con varios policías vestidos de civil y lo llevaron al hotel, donde lo esperaba Sibilla, con las maletas listas para partir directamente hacia el aeropuerto internacional de La Paz. El oficial de Inteligencia que los acompañó, les resultó muy sospechoso, porque no tenía las características de los bolivianos y hablaba muy bien el inglés. Antes de abordar el avión, esta persona se acercó a Feltrinelli y le dijo: “Usted debe agradecer a las autoridades de su país que pidieron enérgicamente

que fuera sacado de Bolivia. Si hubiera sido por nosotros se quedaría aquí para siempre. Si vuelve aquí no va a salir vivo de este país”. A las 15:30 de ese día, Feltrinelli y Sibilla se dirigieron hacia Lima, para desde allí continuar viaje a Italia. La historia de la muerte de Federico Escóbar Zapata, que tanto impresionó a Feltrinelli, fue recogida por el sacerdote Gregorio Iriarte, quien había hablado personalmente con Barrientos para que lo pusiera en libertad. Escóbar murió en circunstancias aún no aclaradas, a pesar de que varios dirigentes sindicales exigieron una investigación profunda. Iriarte en su libro retoma el relato que al respecto hace José Ignacio López Vigil en su obra Radio Pío XII una mina de coraje: “Creo que no habían pasado ni 15 días desde que regresó. Una noche, volviendo de festejar en Uncía [importante centro minero boliviano] la camioneta en que venían da una vuelta en el camino y se desbarranca. No hubo muertos, pero casi todos los dirigentes resultaron con heridas. Federico se rompió un brazo. Lo llevaron enseguida al hospital de Catavi, se lo enyesaron. Nada grave, dijeron [...]. “Dicen que recibió orden del partido de ir a La Paz. Sospecharon que quizás en el hospital de la Empresa no le habían curado bien. Que se hiciera otra revisión en La Paz. [...] Y juzgaron que estaba mal enyesado. Que había que operar el brazo. “Su mujer me cuenta que todavía ese día estuvo con él, paseando por la calle. A la mañana siguiente, en la clínica, le aplicaron anestesia total. Y se quedó en la mesa de operaciones. “Lo extraño es que luego no se hizo autopsia. Yo le pregunté a su madre, una viejita, y me dijo que no lo permitieron. Se formó una comisión para investigar, pero nunca se llegó a nada.

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“Aceptar un crimen es muy duro [...]. Siempre ha quedado una interrogante grande sobre su muerte. “Casi fue duelo nacional. De La Paz lo trajeron. Y le han ido a esperar en la tranca mucha gente, muchísima. ¡Y cuántos vestidos de rojo! Llevaba una escolta de mineros y de chicas que se vistieron con guardapolvos rojos, ondeando banderas rojas. Fue impresionante. “Está enterrado en Llallagua, donde Sanjinés filmó luego El Coraje del Pueblo”. El sacerdote continuó narrando: “Le dedicaron el cine, le levantaron esa estatua de bronce que está en la Plaza del Minero, todo fueron alabanzas para él. Lo que no ha hecho nadie, ni la Federación de Mineros, ni la COB, ni los de su partido, es rescatar su historia. Escribir lo que hizo, lo que habló, lo que fue Federico Escóbar. Y hace falta”. Concluyó el sacerdote. Habría que añadir que se investiguen las extrañas circunstancias de su muerte, porque hechos similares se han presentado sistemáticamente en la vida política de Bolivia. El coronel Carlos Vargas Velarde, que se comprometió a entregarle a Feltrinelli documentos probatorios sobre la intervención de la CIA en Bolivia, apareció muerto de un balazo en su despacho del Ministerio de Defensa. El alto mando militar informó que el coronel se había suicidado. Su muerte provocó una ola de rumores en el sentido de que estaba vinculado a la guerrilla y que por esa razón lo asesinaron. El 28 de octubre de 1967 el alto mando militar dio a la publicidad un comunicado de prensa, reproducido por el periódico El Diario, de la ciudad de La Paz, la copia textual es la siguiente: “Con referencia a una equivocada versión periodística aparecida en un matutino de la localidad, el Alto Mando Militar considera su deber dejar establecido lo siguiente:

“—La trágica desaparición de un Jefe de Ejército, acaecida el día 25 del mes en curso, no obedeció, de ningún modo, a posibles enlaces o concomitancias con la acción guerrillera que tuvo que soportar el país; “—El fallecido jefe militar, por su conducta civil y castrense, ha merecido siempre la plena confianza y respeto de sus superiores y camaradas que encontraron en él un pundonoroso y abnegado servidor de la Institución Armada.” Para el alto mando militar boliviano resultaba muy difícil admitir que el coronel Carlos Vargas Velarde estuviera vinculado a la red urbana de apoyo a la guerrilla, y que se propusiera entregar documentos tan comprometedores para el ejército boliviano y sus vinculaciones con la CIA. Según fuentes de Inteligencia, Vargas Velarde fue descubierto en sus propósitos y asesinado por órdenes de la Agencia, pero ambos hechos convenían ocultarlos. El “suicidio” era la justificación menos comprometedora para encubrir el crimen.

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La extraña muerte del editor italiano Feltrinelli Después de los acontecimientos guerrilleros, la Editorial Feltrinelli publicó El Diario del Che en Bolivia y mostró mucho interés en que Inti Peredo escribiera sus memorias, incluso Feltrinelli se entrevistó con él para convencerlo. También estaba interesado en que el mundo conociera los métodos utilizados por la CIA en Bolivia y la forma en que fue asesinado Federico Escóbar. Él recibió algunas cartas y manuscritos sobre el particular. Feltrinelli le pidió al periodista chileno Elmo José Catalán Avilés que investi-

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gara y escribiera sobre la participación de la Agencia contra la guerrilla y el asesinato del Che. Feltrinelli no pudo cumplir sus deseos: el 15 de marzo de 1972 apareció muerto en las cercanías de Milán, al lado de una torre de alta tensión eléctrica dinamitada. Se informó que la muerte se produjo a causa de una explosión cuando colocaba un detonante con el propósito de cometer un atentado terrorista. La muerte no fue suficientemente aclarada y en torno a ella surgieron muchas interrogantes que la vinculaban con un crimen. Una de ellas planteaba que no era creíble que una personalidad como Feltrinelli acudiera sin la compañía de otras personas a realizar un atentado terrorista de esa naturaleza y, además, desarmado, porque no se encontraron armas en el lugar. Otro detalle que aumentó las sospechas de un crimen fue el hecho de que el comisario de la policía de Milán ordenó a la funeraria que recogiera el cadáver una hora antes de que se conociera el descubrimiento del cuerpo. Incluso, el cadáver lo remitieron a la morgue sin que el juez instructor estuviera presente en el lugar, como es habitual en Italia. También llamó la atención de los observadores que no encontraron en el lugar los espejuelos de Feltrinelli y él era miope, sin ellos no podía caminar, mucho menos colocar la carga de dinamita. La noche del atentado fue completamente oscura, no hubo luna y no hallaron ningún objeto que pudiera proporcionarles luz. La torre dinamitada la sustituyeron sin que le tomaran huellas digitales, ni existiera autorización judicial al respecto. La camioneta en que viajaba no tenía llaves de encendidos ni de las puertas. Se determinó que los documentos encontrados en las ropas estaban vulgarmente falsificados, lo que resultaba absur108

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do que una personalidad tan conocida portara documentos tan burdos. Otro elemento que revela la posibilidad del crimen es que si murió víctima de la explosión —como se afirmó—, sus manos y cara no sufrieran quemaduras, estaban intactas. Y, sin embargo, la cabeza presentó varias contusiones y lesiones internas que demostraban haber recibido golpes o torturas. Se añadió que llevaba encima documentos comprometedores dentro de la ropa; pero uno de los empleados de la funeraria que recogió el cadáver, informó que estos fueron colocados por el comisario de la policía de Milán, Luigi Calabresi, quien, el 17 de mayo de ese mismo año, cuando salía de su residencia, resultó muerto a tiros en un atentado realizado por personas desconocidas.

Dos nuevos prisioneros son interrogados por la CIA La ayuda militar de los Estados Unidos a los gobernantes bolivianos continuaba. El 1º de agosto aterrizaba en el aeropuerto internacional del Alto de la ciudad de La Paz un avión militar norteamericano Star C‑141, con 15 toneladas de material de guerra. Ocho días después, el periodista Álvaro Murguía reportaba que las tropas bolivianas estaban siendo reequipadas con ametralladoras y pistolas automáticas argentinas PAM y ballester molina, fusiles ametralladoras FAL y la pequeña y dúctil ametralladora liviana UZI, de fabricación suiza. A fines de julio, desertaron y fueron hechos prisioneros dos de los guerrilleros que se quedaron con Joaquín, considerados de la resaca, Eusebio Tapia Aruni y Hugo Silva Choque, Chingolo, los que fueron enviados para Lagunillas, donde los 109

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agentes de la CIA los interrogaron. Torturados por Reque Terán, Hugo Silva Choque aceptó guiar al capitán Rolando Saravia, con una compañía del ejército, hasta el lugar donde se encontraban las cuevas y los depósitos de los guerrilleros. De esta manera, el ejército llegó a los depósitos. El 14 de agosto las emisoras radiales trasmitían la noticia de que les habían incautado armas, medicinas, valiosos documentos y fotografías a los guerrilleros. El Che en su Diario anotó una interrogante: “[...] alguien habló. ¿Quién?, es la incógnita”. Toda la documentación encontrada la mandaron a los Estados Unidos para su evaluación y análisis. Los portadores fueron el coronel Manuel Cárdenas Mallo, jefe del Departamento III (Operaciones), y el mayor Quink, de la misión militar de los Estados Unidos en Bolivia, los que viajaron con protección de un oficial de la CIA desde La Paz a Miami‑Washington. En una oficina del Pentágono entregaron los documentos. Al día siguiente, Cárdenas Mallo acudió a una reunión con un grupo de especialistas de la Agencia, algunos de ellos de origen cubano, a quienes hizo una exposición de los acontecimientos guerrilleros en Bolivia. Hasta esos momentos, algunos de los analistas de la Agencia sostenían que el Che no se encontraba en Bolivia; era tal la prepotencia ante la forma en que el Guerrillero Heroico logró burlarlos, que no querían admitirlo. El 26 de agosto llegó a Bolivia el general Charles Porter, jefe del Comando Sur de los Estados Unidos con base en Panamá, acompañado de dos generales y dos coroneles norteamericanos, con el propósito de evaluar la situación guerrillera. Las visitas de norteamericanos eran frecuentes; cada quince días los jefes militares bolivianos y la misión de los Estados Unidos en La Paz se reunían para evaluar los acontecimientos.

Agosto fue el mes más difícil de toda la campaña guerrillera, el Che lo dejó plasmado en su Diario cuando escribió:

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Fue, sin lugar a dudas, el mes más malo que hemos tenido en lo que va de guerra. La pérdida de todas las cuevas con sus documentos y medicamentos fue un golpe duro, sobre todo sicológico. [...] La falta de contacto con el exterior y con Joaquín y el hecho de que prisioneros hechos a este hayan hablado, también desmoralizó un poco a la tropa. Mi enfermedad sembró la incertidumbre en varios más y todo esto se reflejó en nuestro único encuentro, en que debíamos haber causado varias bajas al enemigo y solo le hicimos un herido.

El último día de ese mes, el traidor Honorato Rojas guió al grupo de Joaquín hasta la emboscada en el vado de Puerto Mauricio en el Río Grande, preparada por efectivos de la VIII División al mando del capitán Mario Vargas Salinas. Cuando los guerrilleros cruzaban el río los militares comenzaron a dispararles desde ambas orillas. Varios resultaron muertos y otros asesinados en el mismo momento. El guerrillero boliviano Fredy Maymura Hurtado resultó ileso, como se negó a contestar las preguntas que le formularon, identificar a sus compañeros y dar vivas al ejército, lo asesinaron. De este grupo sobrevivió José Castillo Chávez, Paco, a quien trasladaron como prisionero hasta Vallegrande, para ser interrogado por el agente de la CIA Julio Gabriel García. Los militares bolivianos también entregaron documentos encontrados en las mochilas y ropas de los guerrilleros para su correspondiente evaluación en los Estados Unidos.

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Mientras, en Camiri, el periodista y poeta Arnulfo Peña —propietario del único semanario del lugar, que él mismo escribía, editaba, imprimía en mimeógrafo y vendía— publicó una hermosa leyenda, donde una flor surgió del Río Grande. A través de ella se iba conociendo la vida de Tania la Guerrillera, su heroicidad y las circunstancias de su muerte, que difería de los partes oficiales. La leyenda de la Flor del Río Grande conmovió a los pobladores; poco tiempo después Arnulfo Peña fue apresado, torturado, y su mimeógrafo, archivos y documentos violentamente destrozados.

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Tania, la Guerrillera, o Laura Gutiérrez Bauer, encubría la personalidad de Haydée Tamara Bunke Bider, nacida en Buenos Aires, hija de padre alemán y madre soviética, radicados en Argentina. Al triunfo de la Revolución Cubana, Tania decidió establecerse en Cuba y ayudar en la defensa de la Revolución socialista. En 1963 comenzó un riguroso entrenamiento operativo para el trabajo de Inteligencia, que le permitiría cumplir complicadas y riesgosas misiones, vivir de forma aislada, soportar en silencio sus sentimientos y no poder compartir sus alegrías revolucionarias. Aprendió a transformar su lenguaje y actitudes por las propias de la sociedad burguesa donde debía cumplir su trabajo. El 20 de febrero de 1964 concluyó la primera fase de su preparación y se trasladó a la ciudad de Cienfuegos para desarrollar su plan práctico-operativo. A fines de marzo, el comandante Ernesto Che Guevara le explicó en detalle el contenido

de su trabajo clandestino y la necesidad de radicarse en Bolivia. El Che le advirtió que, por difícil que fuera su situación, no debía vincularse a las organizaciones o partidos políticos de izquierda ni a personas relacionadas con estos; ni solicitar ayuda o revelar su verdadera identidad. La compartimentación tenía que ser total. El 9 de abril de 1964, utilizando un pasaporte con el nombre de Haydée Bider González, partió rumbo a Europa Occidental. Viajó con los documentos de dos personalidades distintas: Vittoria Pancini y Marta Iriarte. Entre las variadas misiones encomendadas estaban las de tomar fotos de una aldea en una región determinada que luego pudiera mostrar como su pueblo natal y la de un matrimonio de edad avanzada, previamente estudiado, para poder presentarlos como sus padres. El 5 de agosto de ese año llegó a Frankfort en la República Federal de Alemania, allí tomó la personalidad y documentos de Laura Gutiérrez Bauer, con los cuales trabajaría definitivamente. En los primeros días de octubre de 1964 partió para Bolivia convertida en una etnóloga especializada en arqueología y antropología. El 5 de noviembre de ese mismo año llegó a Perú; desde la capital peruana viajó en avión al Cuzco, en tren a Puno y en una camioneta hasta Yunguyo, última población peruana en la frontera con Bolivia. De aquí pasó a territorio boliviano sin mayores dificultades, se alojó en un hotel de la población de Copacabana, y al día siguiente continuó para La Paz. En la capital boliviana se vinculó con los pintores Juan Ortega Leytón y Moisés Chire Barrientos, este último, pariente del presidente boliviano. Ambos le presentaron a otros artistas e intelectuales. Estableció estrechas relaciones con Gonzalo López Muñoz, jefe de la Dirección Nacional de Informacio-

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nes de la Presidencia de la República, amigo personal y de la más absoluta confianza del Presidente. Gonzalo pertenecía al reducido grupo de funcionarios que tenían acceso a todas las dependencias del palacio, incluidas las habitaciones privadas del mandatario boliviano. Por sus manos pasaban documentos secretos y sumamente sensibles, incluso antes de recibirlos el Presidente. Gonzalo la acreditó como agente suscriptor del semanario IPI, una publicación confidencial que él dirigía, sólo adquirida por funcionarios, políticos y personas de alto nivel dentro de la sociedad boliviana. Este trabajo le permitió valiosas relaciones y acceso a las oficinas del jefe de informaciones. Tania entabló amistad con la doctora Julia Elena Fortún, a través de la cual trabajó en el comité de investigación, integrado por un numeroso grupo de especialistas, que estaba adscrito al Departamento de Folclor del Ministerio de Educación. Para legalizar su admisión a ese comité requería de una carta de recomendación de la embajada argentina, la cual se la proporcionó Ricardo Arce, secretario de esa misión diplomática, con quien estableció estrechas relaciones. Arce le presentó a todo el personal de esa embajada, incluso al señor Marcelo Barbosa, cónsul de Argentina en la ciudad de Santa Cruz. Se relacionó con la Secretaría de Planeamiento y Planificación del gobierno boliviano; con Ana Henrich, quien fuera secretaria del Senado, vinculada al Ministro del Interior, Antonio Arguedas; con altos dirigentes del gobierno, partidos políticos de derecha y altos jefes militares, y muchas otras personas importantes, como el conocido periodista Mario Quiroga, de tendencia falangista, quien le proporcionó un certificado de trabajo y le ofreció un empleo como correctora de prueba del

periódico Presencia, el más importante del país. Tania comenzó a impartir clases privadas de alemán a un grupo de hijos de la burguesía local, lo que le permitió visitar sus casas, relacionarse con sus padres y demás familiares. Otra relación muy valiosa fue la del abogado Bascopé Méndez, quien la introdujo en el amplio grupo de sus amigos. Al asistir a una fiesta en el exclusivo club La Paz, acompañada de Ricardo Arce, este la presentó a sus amigos como una persona que trabajaba en la embajada argentina. Este hecho le abrió muchas puertas y, sobre todo, nuevas e interesantes relaciones. Con Ricardo Arce y el mexicano Juan Manuel Ramírez concurrió a otra actividad social a orillas del lago Titicaca, donde se encontraban altos oficiales de las fuerzas armadas, ministros del gobierno y el general Barrientos, ocasión en que lo conoció. El Presidente boliviano mostró vivo interés por ella y conversaron animadamente. Los que conocieron a Tania plantean que era una mujer muy hermosa, simpática, agradable, de personalidad sumamente atrayente, de vasta cultura, que sabía cantar, tocar la guitarra y el acordeón; sus cabellos negros y la mirada profunda de sus ojos verdeazules cautivaban a quienes la conocían. Su participación en esta actividad le proporcionó un amplio círculo de amigos y se relacionó con los miembros del protocolo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Bolivia, donde llegó a ser muy conocida. El 20 de enero de 1965 había logrado radicarse definitivamente y entablar relaciones con importantes personalidades gubernamentales: altos jefes militares, como el general Ovando, diplomáticos acreditados en La Paz, artistas, investigadores,

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periodistas y líderes políticos derechistas y reaccionarios: Laura Gutiérrez Bauer se movía dentro de los altos círculos bolivianos como una brillante estrella. Estudió el arte folclórico boliviano con rigor científico. Montó la primera exposición de trajes típicos de Bolivia. Recorrió el altiplano boliviano, con el propósito de reunir canciones autóctonas. Representó al Departamento de Folclor del Ministerio de Educación de Bolivia en un festival celebrado en la ciudad de Salta en Argentina. Contrajo matrimonio con Mario Martínez, estudiante de ingeniería eléctrica e hijo de un importante ingeniero de minas. La boda se celebró en la casa de la artista Yolanda Rivas de Plaskonska. De esa forma obtuvo la ciudadanía y el pasaporte bolivianos. El 1ro. de enero de 1966 arribó a la ciudad de La Paz el representante de una importante y famosa firma de belleza que respondía al seudónimo de Mercy. Su verdadera identidad nunca fue descubierta por la CIA ni por los servicios secretos bolivianos. La misión secreta de Mercy era contactar a Tania, conocer cómo se encontraba, traerle noticias de sus familiares y amigos, repasarle los conocimientos operativos adquiridos y entregarle nuevas gamas para las comunicaciones secretas. Entre las materias impartidas por Mercy se encontraban chequeo y contrachequeo, escritura invisible, métodos de obtención y análisis de información, contrainteligencia y sus métodos de trabajo, observación, cartografía, micropunto, medidas de seguridad, recepción radiofónica, karate, cerrajería, enlace de comunicaciones, escondrijos y cifrado con intercalaciones. Mercy valoró altamente la preparación de Tania, igual que su alto grado de asimilación. Después que concluyó el trabajo con

Tania, Mercy cumplió otras misiones secretas y regresó al país donde residía. Meses más tarde, Tania salió de Bolivia y sostuvo varias entrevistas clandestinas con un nuevo enlace, quien le comunicó que en La Paz haría contacto con un compañero que, al igual que ella, estaba radicado en esa ciudad y bajo cuyas órdenes debía ponerse. Regresó a la capital boliviana y en el mes de mayo de 1966 recibió la señal convenida, acudió al lugar previamente acordado y estableció contacto con la persona orientada. El 10 de julio de 1966 Tania recibió un mensaje, de inmediato inició los preparativos para la llegada de los guerrilleros: alquiló casas de seguridad y locales que pudieran servir de almacenes; preparó embutidos para el envío de mensajes cifrados y cumplió otras misiones. Cuando el Che llegó, se entrevistó con ella y le impartió nuevas instrucciones. El 20 de diciembre de 1966 el Che escribió en su Diario de campaña que se había resuelto apurar los contactos del hombre de Coco Peredo que estaba trabajando dentro de la oficina de informaciones de la Presidencia de la República, y hablar con Megía —revolucionario peruano cuya identidad aún no se ha revelado—, para que este sirviera de contacto entre Iván y el hombre de la presidencia. Señaló que Iván mantendría relaciones con Tania, con Megía y Sánchez —Julio Dagnino Pacheco—, otro revolucionario peruano que estaba radicado y trabajando en la clandestinidad en Bolivia, además, con un compañero del Partido Comunista Boliviano. La red de apoyo urbano se estaba conformando aceleradamente e incluía al doctor Hugo Lozano, como radista, Rodolfo Saldaña, los doctores Walter Parejas Fernández y Humberto Rhea Clavijo, también a Loyola Guzmán y otros compañeros.

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A fines de diciembre de 1966, Tania viajó a Ñacahuasú y el 31 se entrevistó con el Che. Esperó el nuevo año de 1967 con sus compañeros en las selvas bolivianas. El 1ro. de enero el Che le dio instrucciones para realizar varias misiones secretas en Argentina; al día siguiente partió rumbo a La Paz para desde allí trasladarse a Buenos Aires. Tania cumplió todas las misiones encomendadas y volvió al campamento guerrillero en el mes de marzo de 1967, con el propósito de llevar a Regis Debray y Ciro Roberto Bustos. Mientras esperaban al Che, que se encontraba de recorrido, desertaron Vicente Rocabado Terrazas y Pastor Barrera Quintana, quienes informaron al ejército boliviano, a sus servicios de Inteligencia y a los oficiales de la CIA, la presencia de Tania en el campamento guerrillero y que esta había viajado en jeep hasta Camiri. El vehículo fue localizado y Laura Gutiérrez Bauer descubierta como vinculada a los guerrilleros. El Che escribió en su Diario: “Todo parece indicar que Tania está individualizada, con lo que se pierden dos años de trabajo bueno y paciente”. Los servicios secretos bolivianos y la estación CIA en La Paz no sabían de las actividades secretas y clandestinas de Laura Gutiérrez Bauer hasta que las revelaciones de los dos desertores les proporcionaron una valiosa pista. Ella trabajó dentro de las esferas de la alta sociedad boliviana sin que sospecharan de su importante misión. Cuando su apartamento fue allanado, solo encontraron fotos con importantes personalidades de la vida cultural, política y social de Bolivia, incluso con los generales Barrientos y Ovando, lo que desconcertó a los oficiales de la CIA y del servicio de Inteligencia boliviano. Los nombres, direcciones y teléfonos en su agenda eran de personas que ni

remotamente podían estar vinculadas con la lucha guerrillera o la red de apoyo urbano, y aunque la represión incluyó a algunas de ellas, como eran influyentes y ligadas al gobierno, fueron puestas en libertad inmediatamente. La vida y personalidad de esta extraordinaria revolucionaria internacionalista fue recogida en el libro Tania la guerrillera, de las periodistas cubanas Marta Rojas y Mirta Rodríguez Calderón, publicado en 1970 por el Instituto Cubano del Libro, con prólogo de Inti Peredo.

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El pueblo boliviano se enfrentó a una intensa represión Los servicios de Inteligencia y la CIA aprovecharon los documentos y fotos encontradas en las cuevas y los obtenidos en la emboscada al grupo de la retaguardia el 31 de agosto, para implicar y comprometer a numerosas personas que a ellos les interesaban reprimir. En coordinación con los servicios secretos bolivianos prepararon una intensa y calculada operación que comenzó en los primeros días de septiembre. La residencia y el consultorio del doctor Hugo Lozano, radista de la red de apoyo urbano, fueron allanados el 5 de septiembre, pero este logró pasar a la clandestinidad. El 14 detuvieron a Loyola Guzmán Lara, estudiante de Filosofía de la Universidad de La Paz y encargada de las finanzas de la guerrilla. Desde los primeros momentos, le aplicaron un control permanente con el propósito de detectar a sus contactos. Cuando los agentes de la CIA mostraron a militares y oficiales de Inteligencia unas fotos encontradas en las cuevas, uno de ellos la reconoció. Junto a Loyola detuvieron a la prestigiosa cate-

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drática de la Universidad de La Paz, Paquita Bernal de Leytón, y a la dirigente minera Norberta de Aguilar. Los estudiantes universitarios realizaron de inmediato actos de protesta y manifestaciones callejeras exigiendo que las pusieran en libertad. La prensa informó que Loyola Guzmán Lara trató de suicidarse al lanzarse desde el segundo piso del Ministerio del Interior, que al chocar con una cornisa y un árbol evitó su muerte, pero fue nuevamente apresada. Otros extraños intentos de “suicidios” se presentaron en ese ministerio, también se informó que el joven estudiante de Derecho, Roberto Moreira Montesinos, intentó “suicidarse”. La doctora Clara Torres de Oporto, jueza de la causa que los juzgó, le preguntó cuál era su opinión sobre Fidel Castro y el joven respondió valientemente: “Es un dignatario de Estado muy justo a quien admiro personalmente”, y después agregó que creía en las guerrillas, porque era la salvación del país, que conocía a Coco e Inti Peredo y los admiraba. Después de estas declaraciones se “cayó” desde el segundo piso del Ministerio del Interior, lo que le produjo varias fracturas. A los profesores César Chávez Taborga y Gonzalo Ramírez Alcázar los detuvieron y acusaron de enlaces guerrilleros, igual que a varios profesores y maestros, lo que provocó que el sindicato de ese sector decretara una huelga general e indefinida en apoyo a sus compañeros. La misma actitud solidaria mantuvo el magisterio rural. El profesor René Higueras del Barco, dirigente del magisterio urbano y director del colegio “Hugo Dávila”, en el barrio de Miraflores, fue detenido junto a algunos de sus compañeros. Inmediatamente los alumnos de ese centro docente preuniversitario decretaron una huelga de hambre en solidaridad con sus profesores.

En la ciudad de Oruro, a 270 kilómetros de La Paz, hubo una violenta manifestación. Los incidentes ocurrieron cuando el subteniente del ejército Esedin Alarcón golpeó, a la vista de los transeúntes, al universitario Néstor Nogales; sus compañeros se lanzaron a las calles y la policía los atacó con bombas, disparos y gases lacrimógenos, resultando heridos varios estudiantes, entre ellos, el joven Justino Duran Illanes, quien falleció a las cuatro de la madrugada en el hospital general de Oruro. Esta muerte aumentó las tensiones y las protestas, a las que se sumaron otros sectores de la ciudad. La comunidad estudiantil decretó 48 horas de duelo. El joven universitario fue velado en el paraninfo del alto centro de estudios, con guardia de honor permanente; el resto de las universidades de todo el país se adhirieron al duelo. El gobierno acusó a los dirigentes comunistas como los promotores de la violencia. Barrientos, en audiencia concedida a algunos jefes y oficiales de la guardia de seguridad, les dijo que las fuerzas armadas y la policía eran las instituciones que tenían que mantener la estabilidad de la nación. Añadió: “Puede que tomemos medidas sumamente drásticas, pero definitivas porque si bien hay guerrillas con armas en la selva del sudeste, aquí, en las ciudades, los guerrilleros utilizan la huelga, la violencia, la conmoción”. Expresó que, en esos momentos, tanto las fuerzas armadas como la policía estaban a la defensiva. Refiriéndose a los guerrilleros dijo: “Ellos están haciendo lo que quieren. Levantan una y otra bandera”. A partir de esas declaraciones, la represión se dirigió especialmente contra los familiares de los guerrilleros. A Humberto, hermano de Jorge Vázquez Viaña, se le acusó de enlace guerrillero y de que operaba una radio clandestina, allanaron

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su residencia e iniciaron una tenaz persecución que lo obligó a salir al exilio. Rosa Maymura Hurtado, hermana del guerrillero Fredy, fue sacada del periódico El Diario, donde trabajaba. A sus dos hermanos, Antonio y Ángel, y a la tía, Rogelia Hurtado, los encarcelaron. A Mary Maymura, otra hermana de Fredy, los servicios de Inteligencia la controlaron, al esposo, Héctor Solares, lo despidieron de su trabajo en la Radio Nacional Illimani. En la ciudad de Santa Cruz detuvieron e incomunicaron a doña Isabel Marchetti, viuda de Vaca Franco, secretaria general de la Asociación de Viudas de la Guerra del Chaco, y madre del guerrillero Lorgio Vaca Marchetti. Las integrantes de esta prestigiosa institución protestaron porque, además de la patriótica responsabilidad que ocupaba, tenía setenta años de edad y estaba delicada de salud; sin embargo, las autoridades no prestaron atención. Ante esa actitud las viudas impidieron que se la llevaran para La Paz, como la policía pretendía. También se ensañaron con sus hijos: a Hugo lo detuvieron; a Olga la despidieron de su cargo de maestra, más tarde fue detenida y acusada de movilizar a las viudas de la Guerra del Chaco en defensa de su madre. A Isabel y sus hijos los agentes de la CIA los interrogaron. La familia de Marlene Uriona, esposa de Lorgio Vaca, también sufrió persecución; a su hermano Guillermo lo despidieron del trabajo; a su hermana Mary la vigilaron estrechamente pero relaciones influyentes en círculos políticos y militares impidieron su detención. Asimismo, Modesto Reinaga y su esposa, Raquel Barriga, hermano y cuñada del guerrillero Aniceto Reinaga, fueron perseguidos.

La represión contra la familia de Moisés Guevara comenzó desde el mismo instante que los servicios de Inteligencia conocieron que se encontraba en Ñacahuasú. La casa de sus padres, en las minas de Cataricagua, la allanaron sistemáticamente y, a la vez, destrozaron todo lo que encontraban dentro de ella, en una ocasión hasta la ametrallaron. Por la presión psicológica constante contra esta familia, un hermano de Moisés fue llevado a estado de enajenación. De tal forma sembraron el terror que amigos, compañeros e, incluso, familiares no podían visitar la vivienda, porque eran amenazados por complicidad o simpatizantes de los guerrilleros. Anterior a la represión del mes de septiembre, amigos cercanos lograron conocer que el ejército tenía listo un plan para exterminar a toda la familia Guevara. Esta información les permitió ocultarse en otros lugares. A Elvira Valdez, vinculada a los revolucionarios peruanos, la torturaron y le provocaron la pérdida de sus facultades mentales. Vicenta Guzmán Lara, hermana de Loyola, también fue perseguida. Hubo decenas de presos acusados de estar vinculados a los guerrilleros o ser simpatizantes de ellos o simplemente por sospechosos. A muchos revolucionarios les aplicaron torturas diversas e intensos interrogatorios. Otros lograron ocultarse, solicitar asilo político o salir clandestinamente del país. La mayoría de los componentes de la red urbana pasaron a la total clandestinidad. Mireya Echazú, esposa de Coco Peredo, fue tenazmente perseguida, al no lograr ubicarla, aplicaron la represión contra sus familiares. A su padre, el doctor Alberto Echazú, lo detuvieron y su residencia allanada. Por gestiones del doctor Javier Torres Goitía, presidente del Colegio Médico de Bolivia, se consiguió la libertad, pues el doctor Echazú era uno de los más

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prestigiosos miembros de la institución. Posteriormente, las autoridades apresaron a Torres Goitía y a otros médicos acusados también como enlaces guerrilleros. A Jorge Echazú, hermano de Mireya, lo detuvieron y enviaron junto a varios de sus compañeros a un campo de concentración en el oriente boliviano. A Matilde Lara, esposa de Inti Peredo, la persiguieron desde el mismo momento en que el ejército conoció que había guerrilleros en Ñacahuasú, pero ella pudo pasar a la clandestinidad. A su padre, Jesús Lara, uno de los más destacados escritores bolivianos, lo controlaron sistemáticamente. No lo detuvieron porque los servicios de Inteligencia presumían que, a través de él, podrían llegar al lugar adonde se ocultaba su hija. A Antonio Peredo, hermano de Coco e Inti, lo separaron de la Radio Nueva América y de la Radio Nacional Illimani, donde trabajaba como locutor y periodista; acusado de trasmitir mensajes en claves, tuvo que salir al exilio. Su hermana Emma fue destituida de su empleo en el Ministerio de Agricultura; a la otra hermana, María Luisa, la sacaron de la Escuela Normal de Maestros “Simón Bolívar”, donde se desempeñaba como jefa del Departamento de Lenguaje. A doña Selvira Leigue, madre de los hermanos Peredo, le aplicaron sistemático control y vigilancia policíaca. La represión fue brutal; cualquier sospechoso o vinculado familiarmente con los guerrilleros era acusado como tal. Las casas de seguridad, preparadas por la CIA, en la Plaza “Isabel la Católica” y en la zona turística de Sorata, estuvieron ocupadas permanentemente y los agentes de la Agencia participaban personalmente en los interrogatorios. La lista de los presos fue extensa. Las autoridades bolivianas admitieron tener detenidos a Loyola Guzmán, Germán Sali-

nas, Gonzalo Ramírez, Roberto Moreira Montesinos, Félix Mendoza, Efraín Cabrera, Fredy Valdivia, Norberta de Aguilar, José Luis Valencia, Willy Calvo Ricaldi, Víctor Hugo Fernández, Marcelino Flores, René Higueras del Barco, César Chávez Taborga y Paquita Bernal de Leytón. Acusaron públicamente como enlaces guerrilleros a King Palenque, Guido Quesada Gambarte, Jesús Taborga y Justiniano Ninavía, entre otros. El 18 de septiembre el gobierno anunció que se había descubierto una red de enlaces guerrilleros y detenidos a sus integrantes, mencionaban a Enrique León, Florencio Lezcano, Víctor Pacheco, Emilio Padilla, Víctor Salazar, Manuel Romero y Juan Ríos Encinas. Tres días después fueron detenidas en la ciudad de Cochabamba varias señoras, entre ellas, Carmen Eguez de Rico, en estado de gestación, hecho que el jefe del DIC, Alberto Díaz Siles, y sus agentes no tomaron en cuenta a la hora del interrogatorio. A Germán Butrón, ex ministro del Trabajo durante el gobierno del doctor Paz Estenssoro —padre de Esperanza Butrón, esposa del guerrillero Mario Gutiérrez Ardaya—, lo sometieron a control policiaco constante, a pesar de sus años y anterior jerarquía. La represión se extendió por el interior del país. En la ciudad de Trinidad, capital del departamento del Beni, los familiares de los guerrilleros Julio Luis Méndez Korne y Mario Gutiérrez Ardaya fueron controlados por los servicios de Inteligencia, en especial a Mary y Pura, hermanas de Mario —prestigiosas maestras de esa ciudad—, al igual que su padre, don Elías Gutiérrez, héroe de la Guerra del Chaco y benemérito de la patria. En la ciudad de Tarija se estableció el control permanente contra Fabiola Campero y Marta Arana, madre y hermana, respectivamente, del guerrillero Jaime Arana Campero,  Chapaco.

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En Camiri, todos los documentos para la defensa de Regis Debray fueron robados. A su padre le dispararon para intimidarlo y obligarlo a salir del país. Mientras tanto, desde el mes de mayo los servicios secretos bolivianos y la CIA sometieron a un riguroso control a la madre de Debray, Janine Alexandra, con instrucciones especiales para interceptar todas las conversaciones telefónicas, tanto en Bolivia como en París. El señor Dominique Ponchadier, embajador de Francia en Bolivia, y el agregado cultural, Gerard Barthelemy, también fueron vigilados con un control telefónico estricto dispuesto por la CIA. Los oficiales de la Agencia consideraban que el agregado cultural francés no era confiable, porque privadamente expresaba simpatías hacia su compatriota Regis Debray. Se referían a él con palabras despectivas y comentaban negativamente el hecho de que contrajo matrimonio con una mestiza de origen haitiano. A la esposa de Ciro Roberto Bustos, Ana María Castro, la CIA la mantuvo bajo una especial vigilancia, controlada con técnica de escucha. Lo mismo hicieron con Elizabeth Burgos, compañera de Regis Debray. Pero la represión no terminó en el mes de septiembre, sino que continuó cada vez con más fuerza. Se calculan en más de 200 las personas detenidas acusadas de ser enlaces guerrilleros.

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Desde el mes de agosto de 1967 comenzaron a circular insistentes rumores de que asesores militares norteamericanos estaban implicados en negocios turbios de ventas de armas a trafican-

tes y contrabandistas. El escándalo pudo tomar fuerza a raíz del extravío de un cargamento completo expedido en el puerto chileno de Arica, y que nunca llegó a Bolivia. Según fuentes de Inteligencia boliviana fue la estación CIA en La Paz la que informó a Washington de este jugoso negocio. Entre los oficiales de esa agencia de espionaje y los representantes del Pentágono existían rivalidades, celos, envidias y malos entendidos; al conocer del hecho, las contradicciones se agudizaron. El 2 de septiembre el Gobierno de los Estados Unidos envió al señor Patrick Morris, director de la oficina de Asuntos Bolivianos y Chilenos del Departamento de Estado, para investigar los informes de la Agencia y discutir los problemas existentes entre los funcionarios norteamericanos. Ese mismo día, la prensa boliviana anunció el descubrimiento de un importante depósito de armas en las minas de Huanuni; según las mismas fuentes, esta información era falsa, pero tenía la finalidad de desinformar a Morris y hacerle creer que las armas habían sido robadas por grupos de mineros que apoyaban a los guerrilleros y de esa forma justificar el contrabando. El 19 de septiembre apresaron a la profesora francesa Susanne Robert, a quien quisieron vincular con las guerrillas y el tráfico de armas. Un día después, una valija diplomática de la embajada de los Estados Unidos, que contenía abundantes documentos, cheques y papeles, desapareció en los instantes en que la trasladaban de esa misión diplomática a las oficinas de la compañía de aviación Braniff International, en pleno centro de la capital boliviana. De acuerdo con las fuentes bolivianas, un humilde joven de catorce años de edad, por unos cuantos pesos, sustrajo la valija y se la entregó a dos civiles que lo esperaban en un jeep

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Los norteamericanos inspeccionan los envíos de armas a Bolivia

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militar listo para partir en una calle próxima a la avenida Camacho. Se indicó que en la valija iban los informes y documentos de Patrick Morris referidos al contrabando, tráfico de armas y las conclusiones de su visita. Los asesores militares norteamericanos necesitaban ganar tiempo para poder explicar a sus superiores en Washington e influir en ellos, y por esa razón planificaron el robo. El 21 de septiembre llegó a La Paz una misión de las fuerzas armadas de los Estados Unidos, con el propósito de investigar las denuncias formuladas, vigilar el desembarco y transportación de un nuevo cargamento de 15 toneladas. La prensa boliviana reportó que las armas llegarían por el puerto peruano de Arequipa. Sin embargo, el barco norteamericano Marfac arribó por el puerto peruano de Matarani a 950 kilómetros de La Paz; fueron recibidas y supervisadas por la comisión de control y vigilancia norteamericana. Se conoció que el anuncio del arribo por Arequipa fue con fines desinformadores. Por su parte, la Inteligencia boliviana envió al capitán Humberto Aliendre Mercado a recibir el cargamento, para garantizar que se entregara completo. Las armas las trasladaron a Bolivia en un avión Hércules de la fuerza aérea norteamericana. La investigación sobre el cargamento perdido provocó la difusión de diferentes versiones entre los militares bolivianos, los asesores norteamericanos y los oficiales de la CIA. Los primeros afirmaron que no se envió o que los norteamericanos lo vendieron en otro lado. También acusaron a las fuerzas armadas de Chile como autoras del robo, alegando que estaban muy preocupadas por el rearme boliviano. Otro punto de fricción fue el robo de la valija, ya que los funcionarios de la embajada de los Estados Unidos presiona-

ron para que la policía buscara a los culpables. Por tal motivo comenzó una represión intensa y criminal contra los jóvenes que limpiaban zapatos, vendían periódicos o pedían limosnas por la avenida Camacho y sus alrededores. Un grupo de estos muchachos humildes fueron detenidos, golpeados y torturados, con el fin de que aportaran alguna información sobre quién había efectuado el robo de la valija. La represión llegó a tal grado que grupos de padres, vecinos y familiares de esos pobres muchachos se presentaron ante el fiscal del distrito penal, Juan Rivera Antezana, para formular las denuncias correspondientes. Ellos acusaron a efectivos del ejército y de la policía como los responsables de los atropellos y los daños físicos que les infligieron. Pero el fiscal acusó al Partido Comunista Boliviano como responsable de una sistemática campaña de desprestigio contra las fuerzas armadas de la nación, que todas esas denuncias eran falsas y obedecían a un plan de los comunistas para hacer aparecer a los militares como personas abusivas ante la ciudadanía. Los familiares y vecinos protestaron ante el juez; llevaron a los jóvenes golpeados para que personalmente los observara. Entonces Rivera Antezana afirmó que ellos mismos se provocaron los daños físicos para poder formular la denuncia e imputarles esos delitos a los jefes y oficiales del ejército, y declaró enérgicamente: “No permitiremos que las Fuerzas Armadas de la Nación sean vilmente calumniadas y desprestigiadas por los rojos”. Luego, sentenció: “Los responsables de esta campaña serán reprimidos de acuerdo con la ley”. El 11 de octubre de 1967 la policía informó que el ciudadano Leandro Goyzueta fue detenido en la avenida Camacho, cuando trataba de cambiar 26 cheques norteamericanos por

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monedas bolivianas. Según la policía, el detenido confesó que los encontró en un basurero de la calle Los Andes que, como no aportó otros elementos, seguían las investigaciones, porque podría resultar una pista segura para llegar a los culpables. Ese mismo día ocurrió un extraño “suicidio”: según la prensa local, un joven de catorce años perdió la vida jugando a la ruleta rusa en la Plaza “Alonso de Mendoza” de la capital boliviana. Un día después el periódico Presencia, de La Paz, divulgó la siguiente información: “Ayer, a las 20 horas, detectives de la sección Delitos contra las personas, levantaron el cadáver de Oscar Cordero Zapata, de 14 años de edad, quien, según las autoridades policiales, murió accidentalmente cuando jugaba con un arma de fuego. El proyectil se localizó en la región temporal derecha. [...] La policía investiga de dónde obtuvo el menor el revólver con el que se quitó la vida accidentalmente”. Vecinos del muchacho manifestaron que ese día se personaron en su vivienda varios efectivos del Ministerio del Interior y de la DIC, al frente de los cuales se encontraba el coronel Rafael Loayza, los que golpearon salvajemente al muchacho, y amenazaron de muerte a los familiares y vecinos si intervenían o denunciaban el hecho. Una vecina del lugar, que permaneció oculta detrás de una ventana, vio cuando el coronel Rafael Loayza disparó contra el joven. Horas más tarde apareció su cadáver en la Plaza “Alonso de Mendoza”. Fuentes bolivianas aseguraron que ese joven sabía quién había sustraído la valija diplomática; su asesinato evitó el conocimiento de datos que pudieran identificar a los verdaderos responsables.

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Protestas de los maestros en la ciudad de La Paz Desde mediados de septiembre, los maestros y profesores bolivianos decidieron ir a la huelga en reclamo de mejoras salariales y en protestas por los atropellos y la represión contra varios de sus colegas detenidos, acusados de estar vinculados a las guerrillas. Como las autoridades no respondieron a sus demandas, salieron en una gran manifestación por las calles de la capital boliviana. El periódico El Diario, de la ciudad de La Paz, reportó: “Grupos de maestros convulsionaron ayer zonas céntricas de la ciudad al realizar manifestaciones aisladas de protesta contra el gobierno y que fueron repelidas enérgicamente por fuerzas del orden que emplearon nutrida cantidad de gases lacrimógenos, perros policías y carros bomberos para dispersarlos. Un maestro urbano y dos rurales resultaron con heridas [...]”. El periódico destacó que el magisterio optó por una nueva modalidad para exteriorizar su protesta. Agrupó a centenares de maestros que por su lado se dirigieron a diversas zonas de la ciudad, y agregó: “Un grupo bien compuesto fue enérgicamente disuelto en su intento de llegar a la Plaza Murillo. [...] Los carabineros [...] en pocos segundos, dispersaron este grupo con fuerte gasificación. En estos sucesos una granada alcanzó al maestro Emel Calderón, quien fue trasladado al Servicio Médico Quirúrgico [...]”. También se produjeron choques sangrientos en la avenida Santa Cruz, en las calles Potosí y Yanacocha. Las tiendas, locales comerciales y oficinas se vieron obligados a cerrar las puertas por la nutrida descarga de gases que impedía el paso de los peatones. La misma prensa reflejó que ante el ataque de los 131

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carabineros, los maestros arrancaron adoquines de las calles para responder a los represores. En Cochabamba, los estudiantes, maestros y profesores también protestaron. Ramiro Barrenechea, vicepresidente de la Confederación Universitaria Boliviana, explicó: “En el desfile cívico del 14 de septiembre, la efeméride cochabambina en homenaje a la lucha contra el colonialismo español, habíamos gritado ruidosamente ‘Vivan los guerrilleros de la independencia’. Para los oídos castos de las beatas podía confundirse con una metáfora estudiantil que aludía a los guerrilleros de 1810, siempre vivos, pero la policía no creía en figuras literarias. Agredió, con sistemático esfuerzo y meticulosidad, a quienes pasáramos con puño en alto y dando la espalda a las autoridades que sorprendidas exhibían en el ‘altar patrio’ su rotunda furia por ese acto intolerable de malacrianza. Atronaron simultáneamente tres bandas de guerra, la de la VII División, formal y vestida de gala, la del CITE, camuflada con su uniforme de combate, y la de la policía. No era que acompasaran el paso de los universitarios, sino que recibieron la orden de acallar, con los bombos y trompetas, las consignas de lucha y algunas que otra audaz mención a los de Ñacahuasú, al Che y los estruendosos ‘muera la bota militar’. Los más formales y ordenados cantaban La Marsellesa, sobre todo en aquellas estrofas: Otra vez el sangriento/ estandarte/ los tiranos se atreven a alzar./ El arma preparad/ no hay tiempo que perder/ marchad, marchad a defender/ la santa libertad”. La policía, para tratar de justificar la represión, informó: “Ola de provocación estudiantil generada por agitadores profesionales que provocaron mítines, manifestaciones, combates a pedradas y guerra en las calles”.

El 18 de septiembre de 1967 el periódico El Diario, de la ciudad de La Paz, dio la noticia de que el Vicepresidente de la República, Luis Adolfo Siles Salinas, y los instructores norteamericanos habían clausurado el curso de entrenamiento del Regimiento Ranger y entregado diplomas a jefes, oficiales y soldados.

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Dentro de importantes círculos del gobierno y de las fuerzas armadas creció la alarma ante las graves consecuencias del uso del napalm. Desde las selvas del oriente boliviano se reportó un gran incendio que duró varias semanas, arrasando con bosques vírgenes y la importante fauna de estos lugares. La información causó una grave conmoción, lo cual obligó a los mandos militares a tener que admitir la gravedad de la situación y señalar que sólo la llegada de las lluvias podría acabar con la catástrofe. Mientras nuevos norteamericanos arribaban a Bolivia, el periodista Jorge Rossa escribía acerca de la llegada de un extraño coronel Owens, que venía de Vietnam del Sur —donde había sido responsable de los trenes de abastecimientos de los invasores yanquis—, al que le acompañaban otros dos norteamericanos de apellidos Lee y Donovan. Según los norteamericanos, ellos venían a estudiar la modernización del ferrocarril Santa Cruz‑Yacuiba. El periodista contó que cuando pasaban por las casuchas cubiertas solo de palmas de los obreros ferroviarios maldecían: “This bloody bastard people”. (“Imbécil pueblo bastardo”).

Presencia norteamericana en Bolivia y reacción de la población

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El comandante del regimiento, coronel José Gallardo, expresó que los asesores norteamericanos eran los artífices de la nueva personalidad que tenían los soldados bolivianos. El mayor Ralph Shelton pronunció un discurso en nombre de los 15 expertos norteamericanos que adiestraban al ejército boliviano, en el cual refirió que, en una lucha como esta, los soldados necesitan ser muy duros; al dirigirse a ellos, les dijo: “Estoy muy orgulloso de ustedes. Ahora están listos para combatir.” Zenteno Anaya calificó a Shelton como “dilecto amigo de Bolivia”, y lo felicitó efusivamente por el trabajo desplegado. Luego, habló Siles Salinas. El acto concluyó con el desfile de los 640 rangers con los uniformes y las boinas verdes al estilo de los utilizados por el ejército norteamericano en Vietnam. En La Paz, Sergio Almaraz Paz, junto a los intelectuales René Zavaleta Mercado, Jaime Otero Calderón, Raúl Ibarnegaray Téllez, María Elba Gutiérrez, Félix Rospigliosi Nieto, Horacio Torres Guzmán, Guillermo Riveros Tejada, Jorge Calvimontes Montes, Sergio Virreira, Eusebio Gironda y Enrique Fernholds Ruiz, fundaron la Coordinadora Nacional de la Resistencia y editaron el Manifiesto a la nación, que comenzó a circular clandestinamente, donde, entre otros planteamientos, se manifestó: “Ha llegado la hora de convocar a los pueblos en defensa de la Patria boliviana”. “El país está, en efecto, más ocupado que nunca en el pasado y este hecho sólo es ignorado por los que se niegan a ver las cosas tal como son o por los interesados en encubrirlas. Jamás la suerte de los bolivianos, los negocios superiores de la Nación como Nación y hasta los menores detalles operativos de la administración han estado tan directamente en manos de

extranjeros. Hoy puede decirse que ya nada sino la miseria, la persecución y la muerte pertenece a los bolivianos en Bolivia”. Los firmantes del documento señalan que son hombres salidos de la carne de esta tierra, provenientes de sectores varios de opinión, de agrupaciones políticas diferentes, considerando que “nos vemos ahora sin dudas en el caso de llamar dramáticamente a nuestro pueblo, enjuiciando en exclusivo nombre de nuestras personas y como responsables absolutos, pero ante la Nación entera, esta confabulación del imperialismo y la Antipatria que, aunque discurre y reina triunfante en la Bolivia de hoy, sólo ha de mantenerse si el país renuncia para siempre a ser dueño de sí mismo”. En otra parte del manifiesto, expresan: “Es el plan norteamericano y no Barrientos ni Ovando quien gobierna en este país. Es un plan que se dirige a la ocupación directa de los sectores estratégicos de nuestra economía, a la destrucción o inmovilización de los sectores estratégicos de la composición social del país y, en suma, a la desnacionalización posterior, paulatina y sistemática de Bolivia entera [...]”. Con respecto a la represión obrera y, especialmente, a los mineros, plantearon: “Para la contrarrevolución, era necesario destruir a esta clase esencialmente peligrosa y, para hacerlo, se mostraron dispuestos a los extremos más terribles, sin ejemplo en la historia harto terrible de nuestra patria. “La historia se remonta al régimen anterior. A lo largo de más de un año y medio, la embajada americana, por medio del señor Henderson, presionó sobre el gobierno de Paz Estenssoro, con puntualidad casi semanal, exigiendo el ingreso del ejército en los distritos mineros y amenazando con que, en caso contrario, se suspendería la tercera etapa del Plan Triangular.

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Se sabía que el ingreso militar a las minas no sería posible sin derrame de sangre, pero se alegaba que no se podía revisar en el sitio los resultados de las fases anteriores puesto que sus funcionarios eran tomados como rehenes por los mineros, tal como ocurriera en alguna ocasión. Acaso pagando el precio del poder que había recibido, Barrientos acabó por ceder a esta exigencia, poco menos que entusiasmado con las acciones según reveló la prensa de aquellos días aciagos [...]”. El manifiesto denunció las crueles matanzas realizadas, durante el régimen de Barrientos, en los barrios de Villa Victoria, Munuypata, El Tejar y en otros de la ciudad de La Paz; en los centros mineros de Milluni, Kami, Atocha, Telamayu y Catavi; reveló el uso de la artillería y la aviación contra poblaciones abiertas, para seguidamente añadir: “Pero esto no bastaba: el 24 de junio de 1967 las minas son nuevamente escenarios de otro genocidio, bautizado por el pueblo como la Masacre de San Juan. Esta vez, porque la incongruencia y descomposición del régimen se ven sacudidas por un elemento perturbador, que le obliga a buscar la unidad basada en el compromiso de un crimen. Los obreros —lo sabe todo el mundo en Bolivia— fueron después, luego de la matanza misma, despedidos en masa, reducidos a la mitad los salarios de los que quedaron, sometidas sus organizaciones a reglamentaciones solo comparables con las existentes en la España de Franco y el Portugal de Oliveira Salazar. Curioso tratamiento desarrollista para hombres que no tienen un término medio de vida mayor a los treinta años. Barrientos había dicho: ‘Reprimiremos con la violencia más brutal’. “¿Cómo explicar esta agresividad vesánica hacia una clase entera que es, además, la más trágica en un país trágico de hechos?”.

Refiriéndose al ejército, el manifiesto sostuvo: “Por eso, el plan de ocupación de los norteamericanos se continúa dentro del propio ejército, que es hoy también un ejército ocupado como Bolivia es una nación invadida. “En nombre del Ejército, entre sobornos, francachelas y nepotismos de despreciable estirpe, se ha conspirado contra la esencia misma del ejército, que no es otra que la defensa de la soberanía territorial y económica de la nación, el resguardo de su doble frontera exterior e interior. “Hoy, en nombre del ejército, que al fin y al cabo no es sino la guerrilla de nuestros padres hecha institución, no hablan sino los entregadores del ejército, que cambian a su Patria por automóviles Mercedes Benz. Bastaría con decir que desde hace muchos años el último curso entero del Colegio Militar es instruido en los institutos norteamericanos de Panamá. “Tal es la ocupación, que el de hoy es un ejército que, en cuanto a equipo y hasta en lo que se refiere a su propia doctrina militar, no está orientado en defensa de Bolivia como Bolivia, que es un territorio y un campo humano determinados, sino para el resguardo de esta parte del continente como sección del Imperio norteamericano”. El manifiesto concluye señalando: “Es la hora de organizarse sin otra consigna que la de reducir a sus límites debidos a un invasor extranjero que nos desprecia y escupe sobre nuestros símbolos más íntimos. Es la hora en que los bolivianos deben juntar sus brazos para echar a los intrusos. Nosotros, cualesquiera que sea nuestra suerte posterior, llamamos a nuestro pueblo a despreciar las facciones y reclutarse en torno exclusivo de la Nación, que debe pensar en sí misma ante que en ninguna otra cosa. ¡Resistamos a los que ocupan nuestra patria!”.

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Mientras el Manifiesto a la nación circulaba clandestinamente, los militares, asesores y marines norteamericanos continuaron llegando. El 5 de octubre de 1967 el periódico El Diario, de la ciudad de La Paz, reportó desde Cochabamba que en un avión Hércules de las fuerzas aéreas norteamericanas, el domingo último habían pasado por esta ciudad médicos de los Estados Unidos y repuestos para helicópteros de las fuerzas armadas que operaban en el sudeste del país en las operaciones contra las guerrillas. El periódico añadió que la información fue confirmada por el mayor Víctor Lora, jefe de la base aérea militar Nº. 2 de esa ciudad. Y amplió su despacho al señalar que personas que observaron en la base aérea el paso de la mencionada aeronave, afirmaron que la misma conducía también a algunos oficiales y efectivos de la marina. Mientras las tropas rangers penetraban en la zona guerrillera, el 22 de septiembre los guerrilleros tomaban el caserío de Alto Seco, para continuar hacia el Picacho y las cercanías de La Higuera, adonde llegaron el 26, este mismo día se dirigieron hacia la población de Jagüey, donde el ejército les había preparado una emboscada. En ella murieron Coco Peredo, Manuel Hernández Osorio y Mario Gutiérrez Ardaya. Los militares condujeron los cadáveres a la población de Pucará atados sobre unos burros. Esto provocó consternación entre los pobladores, porque los amarraron como si fueran una carga cualquiera y no seres humanos; posteriormente, los trasladaron para Vallegrande. La documentación fue entregada a los agentes de la CIA Julio Gabriel García y Félix Ramos, quienes la enviaron a los Estados Unidos. Después de la emboscada, los guerrilleros Antonio Domínguez Flores, León, y Orlando Jiménez Bazán, Camba, no regresaron al sitio donde estaban sus compañeros. El primero se

entregó al ejército y el segundo fue hecho prisionero dos días después. Cuando los llevaron a Vallegrande, Barrientos se entrevistó con ellos para ofrecerles garantías a cambio de que colaboraran con el gobierno. Los agentes de la CIA Félix Ramos y Julio Gabriel García procedieron a torturarlos e interrogarlos, y les expresaron que no creyeran en las promesas de Barrientos, porque eran ellos los que decidían y no les importaba un guerrillero más o menos. León aportó valiosas informaciones sobre la composición de la guerrilla, el número exacto de los que quedaban, el estado de salud de cada uno, en especial del Che, de quien manifestó que su seudónimo era Fernando, y respondió a todas las preguntas que le formularon; se comprometió a declarar contra Debray y Bustos. Aceptó testificar todo lo que las autoridades entendieran necesario y útil. Lo trasladaron a Camiri y lo ubicaron en la misma celda de Ciro Roberto Bustos, con la orientación de que informara todo lo que sucedía dentro de ella. La emboscada del 26 de septiembre, la muerte de tres valiosos compañeros, la detención del Camba y la deserción de León significaron un serio golpe a la tropa guerrillera, que se vio obligada a cambiar los planes y tomar una ruta no prevista. Además, León llevaba la mayoría de las medicinas y parte de los alimentos que no podían trasladar los guerrilleros enfermos o los que se encontraban en malas condiciones físicas; todo eso creó nuevas dificultades a la guerrilla.

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Red de apoyo urbano Los servicios secretos bolivianos y la CIA lograron detener a algunos miembros de la red de apoyo urbano a la guerrilla, pero la mayoría pasó a la clandestinidad, burlando la inten-

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sa represión. En la capital boliviana permanecieron Rodolfo Saldaña, Estanislao Villca, Juan Martín Tejada Peredo, Horacio Rueda Peña y Osvaldo Ucasqui Acosta, con el propósito de reorganizar la red, por lo que continuaron el trabajo, pero ya en condiciones muy difíciles. Ellos recibieron el apoyo, la ayuda y la solidaridad de familiares, parientes, amigos, compañeros de lucha y simpatizantes que residían en la capital boliviana, quienes, a riesgo de ser víctimas de la intensa represión, colaboraron. Un destacado papel en este sentido lo proporcionó doña Geraldine Córdova de Coronado, madre del guerrillero Benjamín Coronado. Algunos de los locales y casas de seguridad fueron allanados, otros permanecieron intactos; tal fue el caso de un taller de mecánica, ubicado en el barrio de Alto Obrajes. En este lugar se prepararon y adaptaron las armas que se enviaron a la zona guerrillera. Allí eran convertidas las M‑1 en M‑2; se confeccionaban cargadores para distintos tipos de armas; se fabricaban bombas para ser lanzadas con fusiles y tromblones para fusiles máuser con lanzagranadas. En cierta ocasión, los encargados de proteger el taller observaron una desusada vigilancia policíaca; con toda la urgencia requerida, avisaron a Rodolfo Saldaña, quien dispuso que las armas fueran trasladadas en un auto pisicorre a lugar seguro. Como algo anecdótico de la acción, Saldaña recuerda que cuando llegaron a la importante avenida “Hernando Siles”, se encontraron con extremas medidas de seguridad por el paso de una caravana de vehículos que escoltaba al presidente Barrientos. Enseguida se incorporaron al final de esta como si fueran parte de ella, aprovecharon el tránsito expedito establecido para burlar los posibles controles y evadir la zona que estaba tomada por los miembros de los órganos de la se-

guridad, militares y policías fuertemente armados. Después de llevar el comprometedor cargamento volvieron por los tornos, maquinarias y equipos de soldadura del taller, para evitar con ello que el local y los equipos cayeran en poder de las fuerzas represivas. Los miembros de la red urbana que trabajaban como camioneros desde las ciudades de Sucre, Santa Cruz y Camiri hasta importantes lugares de la zona guerrillera, nunca fueron descubiertos, a pesar de los intensos y sistemáticos controles establecidos en todos los caminos, pueblos y ciudades. En medio de la intensa represión y los severos controles en aeropuertos y puntos fronterizos, llegó a la capital boliviana un enlace guerrillero que respondía al seudónimo de Natacha. Ella pudo entrevistarse secretamente con Rodolfo Saldaña en un local que funcionaba como sastrería en uno de los barrios pobres de la capital. De este local no supieron nunca su existencia ni tampoco la identidad de los dos compañeros que trabajaban en él como miembros de la red de apoyo urbano. Burlando los servicios secretos, un grupo de 50 revolucionarios bolivianos, debidamente entrenados, estaban listos para integrarse a la guerrilla. Los servicios de Inteligencia bolivianos y la CIA no pudieron ocupar una planta de radio clandestina ubicada en la ciudad de La Paz y que, incluso, logró establecer comunicación con radioaficionados en Argentina; tampoco lograron detener al radiotécnico que la manejaba. Los depósitos de armas ubicados en las zonas donde la guerrilla del Che tenía previsto operar y los de la ciudad de La Paz, no fueron descubiertos. Varios de los contactos establecidos con personas que trabajaban dentro de los cuarteles, dependencias del Estado y el Ministerio del Interior, que suministraron informaciones,

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armas y vituallas, aún permanecen en el anonimato. El grupo de apoyo a la red urbana, de la ciudad de Puno —próxima a la frontera con Bolivia—, ­tampoco fue identificado. De igual forma, los radicados en Argentina y Chile, o en las propias ciudades de Bolivia como Santa Cruz, Oruro, Cochabamba, Tarija, Sucre o en otras localidades. En poblaciones cercanas a la zona guerrillera se formaron redes de apoyo. Tal fue el caso de Lagunillas, capital de la provincia Cordilleras, en cuyo territorio se establecieron los campamentos guerrilleros. El 20 de diciembre de 1966 el Che escribió: “En definitiva, se resuelve que Ricardo, Iván y Coco salgan en avión desde Camiri y el jeep se quede aquí. Cuando vuelvan, hablarán por teléfono a Lagunillas e informarán que están allí; Jorge irá por la noche para requerir noticias y los buscará si hay algo positivo.” Esta anotación presupone que alguien en Lagunillas, que tenía teléfono, era el enlace de los guerrilleros o gozaba de la confianza de estos, porque si no, el Che no orienta que cuando ellos llegaran a Camiri, llamaran por teléfono, ni que el guerrillero Jorge Vázquez Viaña iría por la noche a buscar noticias. Entre quienes recibían los mensajes telefónicos en Lagunillas estaban el señor David Herrera —jefe de la policía del lugar— y su esposa Rebeca Bello. Estas personas no fueron las únicas que ayudaron a los guerrilleros en esa población, también el doctor Hugo Bleischner Taboada, médico militar, y el señor Mario Chávez, quien aparece en el diario del Che como el explorador o el lagunillero. Ese día también el Che escribió: “A la una no se pudo captar nada desde La Paz.” Es decir, que alguien desde la capital boliviana enviaba noticias por radio a la zona guerrillera. 142

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Próximo al combate de la Quebrada del Yuro Los guerrilleros permanecieron en las proximidades de La Higuera durante los primeros días de octubre; el 6 llegaron a una quebrada, y debajo de una gran laja cocinaron durante todo el día. Por la madrugada continuaron el camino. Al respecto, el Che escribió: “Salimos los 17 con una luna muy pequeña y la marcha fue muy fatigosa [...]. A las 2 paramos a descansar, pues ya era inútil seguir avanzando”. La marcha no solo fue muy fatigosa sino en extremo difícil, porque el Chino peruano perdió sus espejuelos y se hallaba casi ciego y, en esas condiciones, no podía caminar. Varios de los guerrilleros estaban enfermos. La vegetación era dura y espinosa. Los precipicios, farallones y falta de caminos impedían la marcha nocturna. Aun de día las condiciones eran sumamente complicadas, porque a todo esto se unía la falta de árboles y la vegetación casi sin hojas. En el último párrafo escrito por el Guerrillero Heroico en su Diario de campaña el 7 de octubre, indicó: “El ejército dio una rara información sobre la presencia de 250 hombres en Serrano para impedir el paso de los cercados en número de 37 dando la zona de nuestro refugio entre el río Acero y el Oro. La noticia parece diversionista”. Según fuentes bolivianas, esta información la divulgaron por orientaciones de Ovando, para reforzar la orden que, desde finales de septiembre, impartió al Jefe de la VII División para que, antes del 5 de octubre, las unidades acantonadas en las cercanías de La Higuera se desplazaran hacia el área de los ríos Acero y Oro. Se aseguraba que los guerrilleros se dirigían hacia ese lugar. 143

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Asimismo, se conoció, a través de otra fuente, que Ovando consideraba que a la guerrilla había que combatirla desde la periferia y a distancia, sin enfrentamientos frontales, que se debían aprovechar las circunstancias y las posibilidades que estaban dando los norteamericanos para entrenar y equipar adecuadamente al ejército. Opinaba que si se acababa con las guerrillas en esos momentos, cesaría la ayuda de los Estados Unidos. Aseguraba que acabar con Barrientos era cuestión de poco tiempo, que el final de la guerrilla lo beneficiaría, y que eliminándolo, el control absoluto de las fuerzas armadas estaría en sus manos y, en ese caso, los líderes de las diferentes fracciones del Movimiento Nacionalista Revolucionario se unirían a él. El control militar y político le permitirían ascender a la presidencia, y para ambos objetivos la presencia guerrillera en esos momentos era importante. La estrategia de Ovando era compartida por otros oficiales. La orden de Ovando de que los soldados se retiraran antes del 5 de octubre de los alrededores de La Higuera no fue cumplida. El mayor Miguel Ayoroa Montaño, que los dirigía, se opuso terminantemente por considerarla ilógica e irracional. Incluso, como los términos de cumplimiento fueron perentorios, solicitó exponer sus puntos de vista discrepantes; argumentó que si el 26 de septiembre se sostuvo un combate próximo a La Higuera, ninguna información, por fidedigna que fuera, podía hacer creer que en tan poco tiempo los guerrilleros se habían retirado hacia los ríos Acero y Oro. Ante la actitud intransigente de Ayoroa, Ovando envió a Reque Terán para que discutiera con él y la disciplina se impusiera. Ayoroa fue convocado a Vallegrande adonde llegó Reque Terán, acompañado de Alberto Libera Cortez, jefe de retaguar-

dia, y de Víctor Castillo Suárez, jefe de operaciones. Ayoroa les expuso que desde hacía una semana sus tropas estaban inmovilizadas por la orden de replegarse; consideró esta decisión como una falta de respeto a su integridad militar, además, alegó que el Comandante no sabía nada de lo que estaba pasando. Explicó el porqué no acató la orden y cómo en su lugar dispuso que nadie podía moverse del área de operaciones. Reque Terán lo conminó a cumplir, pero nuevamente se negó señalando que solo si la información era confirmada saldría de allí. Regresó a Pucará para esperar la decisión final, cuando recibió una llamada del capitán Gary Prado informándole que uno de sus hombres había visto a los guerrilleros en una quebrada y le solicitaba instrucciones de cómo actuar. Ayoroa le ordenó que tomara el mando de las compañías A y B. A las doce y media del 8 de octubre salió para La Higuera en compañía del capitán Celso Torrelio, al llegar, ya se estaba desarrollando el combate.

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El papel de la CIA en el asesinato del Che

Sobre los hechos de este día, Inti Peredo escribió: “La madrugada del 8 de octubre fue fría. Los que teníamos chamarra nos la colocamos. Nuestra marcha era lenta porque el Chino caminaba muy mal de noche y porque la enfermedad del Moro se acentuaba. A las 2 de la mañana paramos a descansar y reanudamos nuestra caminata a las 4 [...]”. Cuando los guerrilleros se detuvieron para tomar agua de un arroyito, los localizó Pedro Peña, uno de los espías del ejército que disfrazado de campesino recorría la zona. Peña apagó un mechón que llevaba y se ocultó para observar el lugar exacto. Se dirigió hacia La Higuera, buscó al subteniente Carlos Pérez Panoso, jefe de una sección de la compañía A del ejército, y le dio la información. Este se comunicó por radio con los jefes militares acantonados en los alrededores de la zona, dos compañías rangers con 145 hombres cada una y un escuadrón con 37, formados y adiestrados por asesores norteamericanos. Existían, además, otras compañías y todas se movilizaron hacia el Yuro. A las cinco y media de la madrugada, los guerrilleros alcanzaron un punto donde se unían dos quebradas. Inti Peredo narró: “La mañana se descargó con el sol hermoso que nos

permitió observar cuidadosamente el terreno. Buscábamos una cresta para dirigirnos luego al río San Lorenzo. Las medidas de seguridad se extremaron, especialmente porque la garganta y los cerros eran semipelados, con arbustos muy bajos, lo que hacía casi imposible ocultarse”. De acuerdo con los relatos de Inti y de los sobrevivientes de la guerrilla, se ha podido constatar que el Che decidió enviar tres parejas de exploradores: por la izquierda a Urbano y Ñato; hacia delante a Aniceto y Darío; por la derecha a Benigno y Pacho, los cuales regresaron con la noticia de que los soldados estaban cerrando el paso. El Che ordenó suspender las exploraciones y retirarse para otra quebrada, pero al hacer un nuevo reconocimiento Pacho y Benigno comprobaron que esta terminaba en unos farallones y prácticamente no tenía salida. Ante tal circunstancia, Inti, en su libro Mi campaña junto al Che, analizó la situación de la siguiente forma: “¿Qué perspectiva nos quedaba? “No podíamos volver atrás, el camino que habíamos hecho, muy descubierto, nos convertía en presas fáciles de los soldados. Tampoco podíamos avanzar, porque eso significaba caminar derecho a las posiciones de los soldados. Che tomó la única resolución que cabía en ese momento. Dio orden de ocultarse en un pequeño cañón lateral y organizó la toma de posiciones. Eran aproximadamente las 8 y 30 de la mañana. Los 17 hombres estábamos sentados al centro y en ambos lados del cañón esperando. “Che hizo un análisis rápido, si los soldados nos atacaban entre las diez de la mañana y la una de la tarde estábamos en profunda desventaja y nuestras posibilidades eran mínimas, puesto que era muy difícil resistir un tiempo prolongado. Si

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El 8 de octubre de 1967

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nos atacaban entre la una y las tres de la tarde, teníamos más posibilidades de neutralizarlos. Si el combate se producía de las tres de la tarde hacia adelante, las mayores posibilidades eran nuestras, puesto que la noche caería pronto y la noche es la compañera aliada del guerrillero”. Pombo refirió que el Che organizó las exploraciones, previó el lugar hacia donde tenían que ir, y si ocurría una dispersión, en qué lugar reagruparse estratégicamente. Estableció la defensa con Antonio, Chapaco, Arturo y Willy en la retaguardia. Ubicó en la entrada a Benigno y, posteriormente, a Inti y Darío en el flanco izquierdo, con la misión de garantizar la entrada y, en caso de necesidad, la retirada. A Pacho lo colocó en el flanco derecho con la misión de observación; Urbano y él en el extremo superior de la quebrada. Las instrucciones fueron: si el ejército trataba de entrar por la quebrada, retirarse por el flanco izquierdo; si atacaba por el flanco derecho, retirarse quebrada abajo, y por ese mismo lugar en caso de que el ataque se realizara por el extremo superior. El firme de la izquierda se escogió como punto de reunión. Se encontraban en la Quebrada del Yuro, que tiene unos 1 500 metros de largo, por unos 60 de ancho, y de 2 a 3 metros en la zona por donde corre el arroyo.

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Inti Peredo explicó en su libro: “A las once de la mañana aproximadamente, fui a reemplazar a [Benigno en] su posición, pero este no bajó y se quedó ahí tendido, porque la herida en el hombro le había supurado y le dolía mucho. Definitivamente

nos quedaríamos allí Benigno, Darío y yo. En el otro extremo de la quebrada estaban Pombo y Urbano y en el centro el Che, con el resto de los combatientes. “Aproximadamente a las 13 y 30 Che envió al Ñato y Aniceto a reemplazar a Pombo y Urbano. Para cruzar hacia esa posición debíamos atravesar un claro que era dominado por el enemigo. El primero en intentarlo fue Aniceto, pero una bala lo mató. “La batalla había comenzado”. Pombo, Urbano y Benigno han añadido que el ejército dominaba una parte del lecho, por la que no se podía pasar, y con ello las posiciones quedaban aisladas unas de otras. La firme resistencia de los guerrilleros detuvo el avance del ejército. Las posibilidades de salida durante el día estaban prácticamente cerradas porque, como se ha dicho, las laderas eran abruptas y terminaban en zonas sin vegetación, desde donde fácilmente los soldados podían hacer blanco. El entonces capitán Gary Prado, jefe de la compañía B, se movió hacia la zona de operaciones y comunicó a Vallegrande que estaba combatiendo y necesitaba el envío urgente de helicópteros, aviones y refuerzos militares. Le mandaron aviones de combate AT‑6, cargados con bombas de napalm, pero no los pudieron operar por la proximidad entre los soldados y los guerrilleros, por tanto, tuvieron que retirarse. Los sobrevivientes también han narrado que pasaron como dos horas de combate de fuego intenso. Como a las cuatro de la tarde, el Ñato repitió unas señas, que interpretaron como que el Che ya había salido de allí. Pombo salió primero y cayó sobre él una lluvia de tiros. Los soldados vieron un hombro de Urbano y le hicieron fuego, pero no pudieron herirlo,

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Comienzo del combate

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le tiraron una granada que levantó mucho polvo mezclado con humo, circunstancias que aprovechó para salir. Se sentía un intenso tiroteo quebrada abajo, Pombo y Urbano lograron alcanzar el punto donde estaba el puesto de mando, pero al llegar allí, ven que los demás se habían retirado.

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Los tristes hechos acaecidos en la Quebrada del Yuro han sido reconstruidos por los sobrevivientes de la guerrilla en varias entrevistas que han concedido para la historia. “Lo que ocurrió en el momento en que cayó el Che lo hemos tenido que reconstruir sobre la base de deducciones y a los puntos donde nosotros estábamos, porque desde la posición que ocupaba cada uno de nosotros tres, ninguno pudo ver nada de manera concreta y directa; ninguno pudo observar cómo ocurrieron las cosas. Hay que imaginarse cómo son aquellos lugares, un terreno muy quebrado, lleno de zigzagues, de lomas que se unen de tal manera que aunque solo nos separaran 300, 400 o 500 metros, en realidad no podía verse qué pasaba desde una posición a la otra [...] al ocurrir que el ejército penetra y domina la quebrada, el Che decidió retirarse. Él pudo darse cuenta que el ejército está terminando el cerco y tuvo que haber analizado que llevaba consigo a un grupo de compañeros que no estaban aptos para combatir. “Consideramos que decidió dividir el grupo que lo acompañaba en dos partes, de manera que unos, los enfermos, pudiesen avanzar, mientras él se quedaba al frente de los que podían combatir para detener el avance del ejército. Esto permitiría

que los enfermos pudiesen salir del lugar antes de que el cerco se cerrase; y probablemente el Che calculó que después ellos romperían aquel cerco a tiros, o a como fuera posible. “Él decidió correr esos riesgos en virtud de salvar la vida a los enfermos que eran Moro, Eustaquio y Chapaco. A ellos tres le puso a Pablito que se encontraba en condiciones de combatir. Este grupo va avanzando y tratando de salir del cerco mientras el Che aguanta el ataque del ejército. Él se queda con el Chino, con Willy, Antonio, Arturo y Pacho. “Cuando el Che trató de salir de allí se encuentra con que el ejército ha concluido el cerco. Choca de frente con la sección del sargento Bernardino Huanca, se enfrenta a estos que tienen emplazamientos de ametralladoras y lo hieren. “Antonio, Arturo y Pacho hacen resistencia, mientras el Che ayudado por Willy logra subir a la loma por donde teníamos que retirarnos. Se ocultan pero poco después los localizan. Todo hace indicar que los localizan fortuitamente, no porque los estuvieran rastreando, sino porque un grupo de soldados iban a instalar un mortero cuando chocan con las fuerzas del Che.” Así concluyeron el relato. El Che, herido en una pierna, continuó combatiendo hasta que fue inutilizada su carabina y agotadas las balas de su pistol. Los combatientes Antonio, Arturo y Pacho se hallaron entre dos fuegos y emprendieron una concentrada resistencia, que les ocasionó varias bajas a los soldados, hasta que una potente granada hizo blanco sobre ellos. Los soldados, que estaban en el punto por donde escalaron el Che y Willy, eran tres, de apellidos Balboa, Choque y Encinas. Tiempo después relataron cómo vieron subir a dos guerrilleros y uno resultó ser el Che Guevara. Explicaron que

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Combate del Che en el Yuro

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Balboa fue el primero que los vio, levantó el fusil y gritó que se detuvieran; que Willy trató con cuidado al Che que venía herido. A Balboa se unieron los otros dos soldados. Contaron que el Che tenía la carabina M‑1 dañada, inmovilizada por un impacto que recibió en la recámara, su pistola no tenía cargador y únicamente portaba una daga. Recordaron que después llegó el suboficial Bernardino Huanca, se acercó al Che y le asestó un culatazo en el pecho; luego, le apuntó de manera amenazante para dispararle. Willy Cuba se interpuso y le gritó con voz autoritaria: “¡Carajo, este es el comandante Guevara y lo van a respetar!”. Huanca dudó de que fuera en realidad el Che y, por esta razón, se comunicó con Gary Prado, quien le ordenó el traslado de los dos guerrilleros hasta un árbol que estaba a unos 200 metros del lugar donde ellos se encontraban. Prado se puso en contacto por radio con el puesto del ejército en Vallegrande, para notificar acerca del combate de la Quebrada del Yuro y la caída del Che. La información fue retrasmitida a las 15:30 horas. La copia textual es la siguiente:

Horas: 14:50 Hoy a 7km. N.O. de Higueras en junta Quebradas Jagüey-Racetillo a Hs. 12:00 libróse acción, hay 3 guerrilleros muertos y 2 heridos graves. Información confirmada por tropas asegura caída de Ramón. Nosotros aún no confirmamos. Nosotros 2 muertos y 4 heridos.

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“Horas: 15:30 “Prado desde Higueras ‘Caída de Ramón confirmada espero órdenes qué debe hacerse. Esta herido.

A las 16:30 horas sobrevoló la zona de combate un helicóptero, pero no pudo descender, porque los guerrilleros, que aún estaban situados en la quebrada, le dispararon. Entonces, el piloto trasladó la nave hasta el caserío de La Higuera y regresó a Vallegrande con soldados heridos. A las 17:00 horas envían un mensaje a La Paz, que textualmente dice: “Confirmada caída Ramón no sabemos estado hasta 10 minutos más.

Marcha hacia la inmortalidad Los soldados sacaron los cadáveres de Antonio y Arturo, también a Pacho gravemente herido. El Che se conmovió cuando los vio y pidió que le permitieran prestarle ayuda médica, pero no lo admitieron. A las 17:30 horas el ejército decidió retirarse del área de operaciones y regresar hacia el poblado. En la dificultosa marcha, el Che iba vigilado por varios soldados, detrás Willy Cuba —ambos con las manos amarradas—, luego, Pacho en grave estado, ayudado por algunos soldados, y, finalmente, los muertos. Continuaron la marcha y antes de llegar al caserío se encontraron con Miguel Ayoroa, comandante del batallón Ranger, y con Andrés Sélich, comandante del regimiento de ingenieros de Vallegrande, quien había llegado en helicóptero. Los 153

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acompañaban Aníbal Quiroga, corregidor de La Higuera, y algunos campesinos con mulas para cargar a los muertos. Andrés Sélich profirió insultos y amenazas contra el Che; dos soldados le quitaron los relojes y otras pertenencias. El corregidor contó: “Cuando íbamos para la Quebrada del Yuro, al escuchar las ráfagas donde nos encontrábamos, Andrés Sélich y los militares que le acompañaban se escondieron, pero eran los mismos militares los que dispararon y hasta que nosotros, los civiles, no salimos y comprobamos, ellos no salieron de sus escondites. “El Che salió por la huerta de Florencio Aguilar, venía caminando, primero venía él y detrás Willy y más atrás las mulas con otro guerrillero herido. Después otros guerrilleros muertos. “Yo vi al Che, era un hombre grande, con una mirada que penetraba, y su estatura física que infundía respeto”. A las 19:30, cuando la caravana concluyó la marcha hasta el caserío, ya era totalmente de noche. En la oscuridad, las tenues luces de las rústicas lámparas de queroseno o algunas velas alumbraban las humildes chozas. Los pobladores silenciosos, temerosos, observaban desde sus casas con extrema curiosidad; otros, como sombras, se acercaban lentamente para ver a los guerrilleros. Los militares llevaron al Che hasta la miserable escuelita de La Higuera, de adobe, pajas y piso de tierra, con dos aulas separadas por un tabique de madera. Allí impartían clases, diariamente, Élida Hidalgo, Juana Carrizales, Julia Cortés y Cacho Talama. En una de las aulas dejaron al Che, más los cadáveres de Arturo y Antonio tirados en el suelo. En la otra, a Willy junto a Pacho muy grave.

Refiriéndose al guerrillero herido la revista Enfoque, de la ciudad de La Paz, entrevistó al suboficial Mario Eduardo Huerta Lorenzetti, quien declaró: “Los dolores del guerrillero iban en aumento, murmuró algo. Acerqué mi oído a su boca y entendí que me decía ‘me siento muy mal, le ruego haga algo para atenuar mi dolor’. Yo no sabía qué hacer, pero él mismo me indicó qué clase de movimientos debía yo facilitarle. ‘Ahí, en el pecho, por favor’. Me dijo”.

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La noche del 8 de octubre en La Higuera De lo sucedido durante toda la noche del 8 de octubre en el caserío de La Higuera, fueron testigos los militares, el Che, Willy Cuba, el corregidor Aníbal Quiroga, los maestros, el telegrafista, su esposa Ninfa Arteaga y los campesinos del humilde poblado. Después que los militares dejaron a los guerrilleros en la escuelita, Andrés Sélich, Ayoroa y Gary Prado se dirigieron a la casa del corregidor para comer. Más tarde pasaron a la casa del telegrafista Humberto Hidalgo y se dispusieron a efectuar un inventario de todas las pertenencias de los combatientes. Aproximadamente a las nueve de la noche, Andrés Sélich y Gary Prado regresaron a la escuela con el propósito de interrogar al Che, luego, se les incorporó Miguel Ayoroa. Querían obtener informaciones, datos precisos que les facilitara el aniquilamiento del resto de los guerrilleros y conocer cuál era el lugar previsto para el reagrupamiento. Como respuesta solo encontraron el silencio.

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Sélich lo insultó nuevamente; le haló con ira la barba, con tal fuerza que le arrancó parte de esta. El Che tenía las manos atadas pero reaccionó indignado. Las alzó con fuerza para que cayeran en el rostro de Sélich, quien se abalanzó sobre él con la intención de golpearlo. El Che reaccionó de la única forma que podía responderle: escupiéndole el rostro. Sélich se abalanzó otra vez. Entonces las manos del Che fueron amarradas por detrás de la espalda. Volvieron a la casa del telegrafista, donde Sélich se apoderó de las pertenencias de los guerrilleros. Las más valiosas desde el punto de vista material se distribuyeron entre los oficiales de acuerdo con la jerarquía: 4 relojes Rolex, 1 pistola alemana calibre 45, 1 daga solinger, 2 pipas, 1 altímetro y otros objetos. Entre los oficiales repartió los dólares estadounidenses, canadienses y pesos bolivianos, con el compromiso de no reportarlo a las instancias superiores, pues si ese dinero llegaba a manos de Zenteno Anaya y Arnaldo Saucedo Parada, se quedaban con él. En el momento de la distribución, apareció el soldado Franklin Gutiérrez Loza y exigió su parte. Sélich le entregó 2000 pesos bolivianos y 100 dólares para que mantuviera silencio. Sin embargo, tiempo después, disgustado por lo poco que recibió, los denunció ante Saucedo Parada, quien lo informó a las instancias superiores. Eso le costó al soldado Gutiérrez Loza que fuera acusado de desertor, de proporcionarle informaciones a los guerrilleros y vender objetos de estos a los periodistas. Fue procesado, castigado y cumplió prisión. Sélich se quedó, además, con el morral del Che, varios rollos fotográficos, y una libreta de color verde, en la cual el Guerrillero Heroico escribió con su letra varios poemas: “Canto General”, de Pablo Neruda; “Aconcagua” y “Piedra de Hornos”,

de Nicolás Guillén. Posteriormente, la libreta se la entregaron al mayor Jaime Niño de Guzmán, quien al parecer la conserva. Los oficiales procedieron a efectuar el inventario que entregarían al mando militar; anotaron entre otros objetos, los siguientes: — una libreta con direcciones e instrucciones; — dos libretas con copias de mensajes recibidos y enviados; — dos libros pequeños de claves; — veinte mapas de diferentes zonas actualizadas por el Che; — varios libros con anotaciones en sus márgenes; — una carabina M‑1; — una pistola de 9 mm; — 12 rollos de películas de 35 mm sin revelar; — un radio. El resto de las pertenencias de menor valor material las repartieron entre algunos soldados. Ninfa Arteaga, esposa del telegrafista, guardó varias de ellas. Los militares le regalaron al corregidor Aníbal Quiroga una mula, la montura y una linterna. Pasadas las diez de la noche de ese día 8 de octubre, en La Higuera se recibió un mensaje desde Vallegrande que ordenaba mantener vivo al Che. El mensaje es como sigue: “Mantengan vivo a Fernando hasta mi llegada mañana a primera hora en helicóptero. Coronel Zenteno Anaya.” Nuevamente Gary Prado visitó al Che, quien le dijo que dos soldados le quitaron su reloj y el de Tuma. Según testimonio del propio Prado, él buscó a los dos militares e hizo que le entregaran a él los relojes, afirmando que el Che se los entregó para que los guardara, porque seguramente se lo quitarían otra vez. De esta manera, Prado se quedó con ellos. Luego, conservó el del Che para sí y le entregó el de Tuma a Miguel Ayoroa.

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El 8 de octubre en la ciudad de La Paz

Decisión en Washington

En la ciudad de La Paz, aproximadamente a las seis de la tarde, se efectuó una reunión entre Barrientos, Ovando y Juan José Torres, con el propósito de analizar los mensajes recibidos desde La Higuera y Vallegrande. Un testimoniante, con acceso a lo tratado en esa reunión, dijo: “Ellos no sabían qué hacer y no se tomó ninguna decisión. Sólo se evaluaron los acontecimientos y las informaciones obtenidas hasta ese momento y solicitaron que las mismas se ampliaran, así como conocer nuevos detalles de lo que estaba pasando. Después Barrientos se dirigió a la residencia del embajador norteamericano y desde allí se comunicaron con Washington. “A las nueve de la noche el Presidente fue interrumpido para entregarle un mensaje desde Vallegrande, donde le solicitaron instrucciones de cómo proceder con los prisioneros. “Él no tenía aún decidido qué hacer y la respuesta fue que debían mantenerlos vivos hasta esperar nuevas instrucciones. “El comando superior trasmitió a Vallegrande las instrucciones y desde allí a La Higuera”. El testimoniante añadió: “Sería idiota negar que no se consultó a Estados Unidos y como yo no estoy dispuesto a aparecer como un idiota, afirmo que se consultó”.

La decisión de asesinar al Che estaba tomada en Washington desde 1960. Después del fracaso de la invasión mercenaria por Playa Girón, asumió la jefatura de la CIA Richard Helms, quien continuó el Proyecto Cuba, que contemplaba el asesinato de Fidel, Raúl y el Che, y la imposición, mediante la fuerza militar, de un gobierno en La Habana afín a los intereses de los Estados Unidos. Ellos aseguraban, sistemáticamente, que la Revolución Cubana sería derrotada en cuestión de meses. Dentro de sus planes se propusieron eliminar a sus principales líderes. En 1962 se creó en Washington un grupo especial ampliado, integrado por George Mc Bundy, asesor presidencial sobre seguridad nacional; Alexis Johnson, por el Departamento de Estado; Roswell Gilpatrick, por el Pentágono; John Mc Cone, por la CIA, y Lyman Lemnitzer, por el Estado Mayor Conjunto; todos tenían la misión de dar cumplimiento al Proyecto Cuba. El 19 de enero de 1962 se reunieron en las oficinas del Secretario de Justicia norteamericano, donde se les informó que el Proyecto Cuba tenía la primera prioridad para el Gobierno de los Estados Unidos y debía resolverse sin economizar tiempo, dinero, esfuerzo, ni recursos humanos. En dicha reunión también se aprobaron varias acciones encaminadas a destruir la Revolución Cubana y, en especial, la eliminación física de Fidel, Raúl y el Che. Por ello, cuando en octubre de 1967 se recibió en la capital norteamericana la información de que el Guerrillero Heroico se encontraba herido en la escuelita de La Higuera, no fue necesario discutirlo. La CIA, el Departamento de Estado, el Pentá-

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gono y el Presidente norteamericano tenían tomada la decisión desde mucho antes.

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Un testigo excepcional especificó que Barrientos, Henderson y sus más cercanos colaboradores compartieron estos puntos de vista. La reunión terminó pasados unos minutos de la medianoche.

Mensaje desde Washington Aproximadamente a las once de la noche del 8 de octubre, el Presidente boliviano, a través del embajador norteamericano, recibió un mensaje desde Washington donde plantearon que el Che debía ser eliminado. Entre los argumentos que el embajador expuso al Presidente estaban los de que en la lucha común contra el comunismo y la subversión internacional, era más importante mostrar al Che totalmente derrotado y muerto en combate, puesto que no era recomendable tener vivo a un prisionero tan peligroso; permitir esto significaba mantenerlo en prisión, con riesgos constantes de que grupos de “fanáticos o extremistas” trataran de liberarlo; luego, vendría el juicio correspondiente, la opinión pública internacional se movería y el gobierno de Bolivia no podría hacerle frente por la situación convulsa del país. El embajador hizo referencias al juicio de Regis Debray en Camiri y todas las consecuencias negativas que esto había traído para los intereses comunes; utilizó frases ofensivas contra el presidente francés Charles de Gaulle, por haber intervenido en favor de Debray. Señaló que si lo hubieran eliminado cuando cayó prisionero, todo el escándalo que provocó su juicio se hubiera evitado. Manifestó que dejar con vida al Che era ofrecerle, gratuitamente, una tribuna que iría contra los intereses de Bolivia y de los Estados Unidos. Señaló que la muerte del Che significaba un duro golpe a la Revolución Cubana y, especialmente, a Fidel Castro. 160

Medianoche en La Higuera En el caserío de La Higuera, alrededor de las doce de la noche, Ayoroa salió a pasar revista a la tropa, cuando escuchó un gran escándalo proveniente del lugar donde varios soldados rangers, en compañía del corregidor Aníbal Quiroga, bebían y ya estaban borrachos y enardecidos. Al acercarse escuchó que se disponían a asesinar al Guerrillero Heroico. Entre los oficiales se encontraban Mario Terán y Bernardino Huanca, los que momentos antes insultaran al Che y amenazaran con asesinarlo. Ayoroa tenía que hacer cumplir la orden de mantener al Che con vida e intervino de manera enérgica. Según algunos vecinos de La Higuera, en ese período murió el guerrillero herido, Alberto Fernández Montes de Oca, Pacho, sin que en ningún momento recibiera atención médica. Ante la insubordinación, Ayoroa y Prado decidieron responsabilizar con la custodia y seguridad del Che a los oficiales Tomás Toty Aguilera, Carlos Pérez Panoso, Mario Eduardo Huerta Lorenzetti y Raúl Espinosa. Cada uno de ellos debía permanecer por turno a su lado. En La Higuera, los oficiales iniciaron la custodia del Che; cuando le correspondió a Mario Eduardo Huerta Lorenzetti, un joven de veintidós años de edad y miembro de una familia honorable de la ciudad de Sucre, el Guerrillero Heroico conversó 161

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largo rato con él. Huerta contó a personas amigas que la figura y mirada del Che lo habían impresionado mucho, hasta llegar, en ocasiones, a sentirse como hipnotizado. El Che le habló de la miseria en que vivía el pueblo boliviano; sobre el trato respetuoso que los guerrilleros les dieron a los oficiales y soldados hechos prisioneros por la guerrilla; le hizo notar la diferencia del que recibían los prisioneros del ejército. Refirió Huerta que le pareció que el Che era como un hermano mayor por la forma en que hablaba. Que como sentía frío, le buscó una manta y lo “arropó”; le encendió un cigarro y se lo puso en la boca, ya que tenía las manos atadas a la espalda. El Che le dio las gracias; le explicó cuáles eran los propósitos de su lucha y la importancia de la revolución contra la explotación que el imperialismo norteamericano sometía a nuestros pueblos. Huerta le preguntó por su familia, y el Che le contó sobre sus cinco hijos. También le habló de su esposa, de Camilo Cienfuegos, de Fidel Castro; le manifestó todo el cariño y respeto que sentía por ellos, de cómo liberaron a Cuba y de los logros de la Revolución Cubana. El Che le pidió que le desamarrara las manos y recabó su ayuda para evadirse de allí. Narró Huerta que sintió deseos de ponerlo en libertad; salió a observar cómo estaba la situación fuera de la escuela; habló con un amigo de apellido Aranibar, apodado El Oso, y le pidió ayuda, pero este le dijo que resultaba muy peligroso, pues podía costarle la vida. Entonces vaciló, temió y no actuó. Confesó que el Che lo miró fijamente y no dijo nada, pero que él no podía sostenerle la mirada.

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Día 9 de octubre en La Higuera Al amanecer del 9 de octubre, Julia Cortés, una de las maestras de La Higuera, se dirigió a la escuelita. El Guerrillero Heroico había pasado la noche en el aula donde ella impartía sus clases. Julia, influenciada por los militares, fue con la intención de insultarlo y pedirle que saliera de allí. Efectivamente, comenzó a decirle improperios. El Che habló suavemente con ella; hubo un intercambio de preguntas y respuestas. Él le rectificó una falta de ortografía escrita por ella; le habló de su trabajo como educadora y formadora de los futuros hombres de Bolivia, de la importancia de su labor, de aquel hecho de la historia de América que ocurría en su escuelita y del cual ella era testigo. La maestra se quedó sorprendida y convencida de que estaba en presencia de un hombre totalmente diferente a como los militares le hicieron creer. Un hombre cabal, íntegro y noble. Así lo dijo después a los soldados y pobladores de La Higuera. Por estas afirmaciones, la acusaron de simpatizar y colaborar con los guerrilleros. Durante algunos años fue moralmente difamada en venganza por hacer pública su apreciación sobre el Che; sindicada como una maestra de ideas comunistas; la amenazaron en reiteradas ocasiones de que si hablaba, sería separada del magisterio. La maestra salió del aula cuando el oficial que le permitió entrar, le pidió que se alejara del lugar, porque iba a aterrizar un helicóptero en las proximidades del caserío. Eran las seis y treinta de la mañana. Del aparato descendieron Zenteno Anaya y el agente de la CIA de origen cubano que se hacía llamar Félix Ramos; por este agente se protagonizó un incidente en Vallegrande donde Saucedo Parada, jefe de la Inteligencia de 163

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la VIII División, se tuvo que quedar, porque no había espacio para los dos y, entre uno y otro, Zenteno consideró que Félix le resultaba más útil; colocó al jefe de la Inteligencia boliviana en un segundo plano. Zenteno recibió los partes militares; visitó la casa del telegrafista Humberto Hidalgo, allí le mostraron una parte de las pertenencias de los guerrilleros. En compañía de los oficiales y del agente de la CIA, se dirigió hacia donde estaba el Che. Zenteno habló brevemente con él. Una vez que salió del aula, entró el agente de la CIA, quien en forma agresiva comenzó a insultarlo e intentó maltratarlo con violencia. Militares que presenciaron este encuentro manifestaron que parecía que el comandante Guevara conocía a esta persona y sus antecedentes contrarrevolucionarios, porque le respondió con desprecio a sus insultos, lo trató de traidor y mercenario. Luego, Zenteno procedió a observar los cadáveres de Antonio, Arturo y Pacho, a quien confundió con el guerrillero boliviano Aniceto Reinaga. A las ocho y media, aproximadamente, Zenteno Anaya se trasladó con Ayoroa y Prado al lugar donde se desarrolló el combate del día anterior. Inmediatamente el agente de la CIA instaló un equipo completo de una pequeña planta de transmisión de gran alcance, para enviar un mensaje cifrado a la CIA; con posterioridad, montó una máquina fotográfica de cuatro patas sobre una mesa al sol, para fotografiar una agenda alemana de color rojizo, de unos 20 centímetros de ancho por 30 de alto, que resultó ser el Diario del Che. Un soldado lo ayudó sujetando las páginas, por eso su dedo quedó fotografiado en muchas de ellas. Fueron más de 300 fotos, porque la cámara las iba captando de dos en dos.

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La mañana del 9 de octubre en la ciudad de La Paz En las primeras horas de la mañana del 9 de octubre, Barrientos recibió una llamada telefónica desde Washington, era de su ministro de Relaciones Exteriores, doctor Walter Guevara Arce, quien participaba en una reunión de la OEA. Sobre esta conversación el ex canciller expresó: “Cuando circuló la noticia de que el Che cayó prisionero, llamé por teléfono a Barrientos y le dije: ‘Me parece vital que se conserve la vida del Che Guevara. Es necesario que en este sentido no se cometa ningún error, porque si así fuera, vamos a levantar una mala imagen que no la va a destruir nadie, en ninguna parte del mundo. En cambio, si usted lo mantiene preso en La Paz, cierto tiempo, el que sea necesario, será más conveniente, porque las gentes se pierden cuando están en las cárceles, pasa el tiempo y después se olvidan.’ “La respuesta fue inmediata, él me dijo: ‘Lamento mucho, doctor, su llamada ha llegado tarde. El Che Guevara ha muerto en combate.’ Esa fue la respuesta. “Lo sentí profundamente, no solo por el hombre, sus características, las similitudes de apellido, sino porque me pareció un error político muy serio y me sigue pareciendo un error político muy serio, en el cual hubo muchas influencias externas, para que se cometiera este error. “Yo estuve algo más de una semana en Washington y comencé a percibir una gran cantidad de hechos como consecuencia de la muerte del Che. El Che cayó herido, fue tomado preso. Estuvo toda la noche del día 8 de octubre. Vino la noticia a La Paz y más allá también. El suboficial disparó, cosa trágica y absurda. 165

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“En todo este absurdo se jugaron fuerzas exteriores muy graves, para qué darle más vuelta a la cuestión”. Concluyó el doctor Guevara Arce. En La Paz, en las primeras horas del 9, Ovando llegó al Gran Cuartel de Miraflores, y subió de inmediato a las oficinas del departamento III (operaciones) en el segundo piso. Ya estaban en ese lugar David La Fuente, Marcos Vásquez Sempértegui, Federico Arana Cerrudo y Manuel Cárdenas Mallo, entonces les explicó que el Che se encontraba preso en La Higuera. Sucesivamente fueron llegando León Kolle Cueto, comandante de la fuerza aérea; Horacio Ugarteche, de la fuerza naval; Juan José Torres y, finalmente, Barrientos, quien de inmediato entró con Ovando y Juan José Torres a una pequeña sala de exposiciones del departamento III. Después de una breve conversación hicieron pasar a la reunión a Marcos Vásquez Sempértegui, David La Fuente, León Kolle Cueto y Horacio Ugarteche. Barrientos, con el deliberado propósito de comprometer a los miembros del alto mando militar en la decisión, planteó el punto de la eliminación física del Che. Lo expuso como decisión, no para someterlo a discusión. Concluida la reunión se envió una instrucción cifrada a Vallegrande. Ovando se dirigió hacia el aeropuerto y en un avión TM‑14 partió hacia esa población. Con él viajaron el contralmirante Horacio Ugarteche, los coroneles Fernando Sattori y David La Fuente, el teniente coronel Herberto Olmos Rimbaut, los capitanes Oscar Pammo, Ángel Vargas y René Ocampo.

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El agente de la CIA recibe un mensaje cifrado Alrededor de las diez de la mañana, en el humilde caserío de La Higuera, el agente de la CIA Félix Ramos recibió un mensaje cifrado en cuyo texto estaba el código establecido para actuar contra la vida del Guerrillero Heroico. Mientras un soldado buscaba al coronel Zenteno, el agente de la CIA, en compañía de Andrés Sélich, se dirigió a la escuelita. Estaba de guardia el joven Mario Eduardo Huerta Lorenzetti, el mismo que arropó al Che y conversó con él. El agente de la CIA le ordenó que se retirara del lugar. El joven oficial obedeció, pero observó cuando Ramos, tratando de interrogar al Che, lo zarandeó por los hombros para que hablara, le haló bruscamente por la barba y le gritó que lo iba a matar. Huerta contó a sus amigos que como él tenía que proteger la vida del Che, trató de evitar los malos tratos del agente de la CIA. En el forcejeo este se cayó y desde el suelo le gritó enfurecido: “¡Me la pagarás bien pronto, boliviano de mierda, indio salvaje, estúpido!” Huerta intentó golpearlo pero Sélich se interpuso. Unos minutos después, desde la zona de combate trajeron el cadáver del guerrillero boliviano Aniceto Reinaga y casi ciego al peruano Juan Pablo Chang‑Navarro, el Chino. El agente de la CIA empleó la violencia para que el guerrillero hablara, lo que no consiguió. En la revista española Interviú —que tuvo acceso a un informe de la CIA— refieren cómo Ramos utilizó una bayoneta contra el guerrillero peruano. Aproximadamente a las once de la mañana regresó Zenteno Anaya acompañado de Ayoroa, a quienes el agente de la CIA les trasmitió la decisión final de eliminar al Che, además, les aclaró que con gusto cumpliría la orden de dispararle. 167

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Poco después Ninfa Arteaga, junto con su hija, la maestra Élida Hidalgo, fueron hasta la escuelita a llevarles una sopa de maní al Che y a los otros dos guerrilleros. Zenteno Anaya le pidió a Félix Ramos que se ocupara de ejecutar la orden, que si él deseaba hacerlo, que lo hiciera. Sin embargo, el agente de la CIA finalmente decidió, en compañía de Sélich y Ayoroa, buscar entre los soldados cuáles querían ofrecerse para cumplirla. Aceptaron Mario Terán, Carlos Pérez Panoso y Bernardino Huanca, los tres entrenados por los asesores norteamericanos. En entrevistas de prensa Mario Terán declaró que cuando entró al aula ayudó al Che a ponerse de pie, el cual estaba sentado en uno de los bancos rústicos de la escuelita, y aunque sabía que iba a morir, se mantenía sereno. Terán afirmó que él se sintió impresionado, no podía disparar porque sus manos le temblaban. Dijo que los ojos del Che le brillaban intensamente; que lo vio grande, muy grande y que venía hacia él; sintió miedo y se le nubló la vista, al mismo tiempo, escuchaba cómo le gritaban: “¡Dispara, cojudo, dispara!”. A Terán le volvieron a dar bebidas alcohólicas pero aun así no podía disparar. Los oficiales Carlos Pérez Panoso y Bernardino Huanca dispararon contra el guerrillero peruano Juan Pablo Chang‑Navarro y el boliviano Willy Cuba. Nuevamente los oficiales bolivianos y el agente de la CIA compulsaron a Mario Terán para que disparara. A los periodistas les contó que él cerró los ojos y disparó, después hicieron lo mismo el resto de los presentes. Ya habían pasado unos diez minutos aproximadamente de la una de la tarde del día 9 de octubre de 1967. El agente de la CIA Félix Ramos también disparó sobre el cuerpo del Che. Cometido el crimen, Zenteno Anaya regresó a Vallegrande.

Los aldeanos, aterrorizados por las acciones del ejército, lentamente se fueron acercando, desconcertados ante el increíble hecho del que fueron testigos. Para los pobladores de La Higuera, un caserío pacífico, religioso y supersticioso, no era cristiano que se asesinaran a seres humanos y empezaron a murmurar con espanto que un castigo de Dios vendría a La Higuera por culpa de los militares.

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El cadáver del Che es trasladado a Vallegrande Alrededor de las dos de la tarde aterrizó en Vallegrande el helicóptero del cual descendió Zenteno, lo estaban esperando Roberto Toto Quintanilla, Arnaldo Saucedo, los agentes de la CIA Eduardo González y Julio Gabriel García. Zenteno se dirigió hacia donde se encontraba Ovando con el resto de la comitiva procedente de La Paz. Los agentes de la CIA recogieron los documentos y los objetos pertenecientes a los guerrilleros para efectuar un inventario. El helicóptero regresó a La Higuera para trasladar a los muertos, pero con órdenes expresas de que el Che fuera el último. En el humilde caserío de La Higuera, los acontecimientos conmocionaron a todos los pobladores. La señora Ninfa Arteaga ayudó al sacerdote Roger Shiller a cerrarle los ojos al Guerrillero Heroico. Esto contrastaba con la actitud de los soldados, que arrastraron el cadáver antes de ponerlo en la camilla, para trasladarlo hasta el sitio en que lo recogería el helicóptero. Los vecinos de La Higuera y algunos militares reaccionaron indignados cuando un soldado con un palo trató de golpear el cuerpo del Che, entonces cubrieron el cadáver con una fra-

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zada; el sacerdote rezó una oración y se dirigió a la escuelita, donde lavó la sangre y guardó los casquillos de balas con que lo asesinaron. A las cuatro de la tarde partió el helicóptero piloteado por el mayor Jaime Niño de Guzmán, en él se transportaba, en una camilla de lona, el cuerpo del Guerrillero Heroico. Media hora más tarde aterrizaba en Vallegrande.

Repercusión de la llegada del cadáver del Che a Vallegrande A través de varios reportajes de los corresponsales de prensa, se ha podido conocer la repercusión que provocó en Vallegrande la llegada del cadáver del Che. Daniel Rodríguez, corresponsal del periódico El Diario, de la ciudad de La Paz, escribió que la noticia del arribo de los restos del Che Guevara conmovió a la población, la cual, en número crecido, se trasladó hasta la pista y luego, al hospital. La multitud trató de arrebatar el cadáver, y efectivos del ejército tuvieron que esforzarse para evitar el asalto. Todo el pueblo se había volcado a la pista y estaba decidido a no permitir el traslado del cuerpo para ninguna parte. Después que aterrizó el helicóptero, los militares desamarraron el cuerpo, este iba sujeto a la plataforma externa del helicóptero, y rápidamente lo introdujeron en una ambulancia que a toda velocidad lo condujo al Hospital “Señor de Malta”. Christopher Rooper, corresponsal de la agencia de noticias Reuter, desde Vallegrande trasmitió: “El cadáver fue retirado del helicóptero e introducido en un furgón Chevrolet que, perseguido por ansiosos periodistas 170

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que se habían trepado al primer jeep que encontraron a mano, se dirigió hacia un pequeño local que hace las veces de morgue en esta localidad. Se hicieron esfuerzos por impedir que espectadores y periodistas penetraran al recinto. En la puja se destacó particularmente un individuo rollizo y calvo, de unos 30 años, quien, aunque no llevaba insignia militar alguna sobre su uniforme verde olivo, parecía haberse hecho cargo de la situación desde el momento que el helicóptero aterrizó. Esta persona viajó, asimismo, con el cadáver, en el furgón Chevrolet. “Ninguno de los jefes militares reveló el nombre de dicha persona, pero versiones locales aducen que se trata de un exiliado cubano que trabaja para la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA)”.

Los periodistas de Camiri viajan a Vallegrande Cuando se conoció la noticia del combate en La Higuera, algunos de los periodistas que estaban en Camiri se fueron para Vallegrande. El inglés Richard Gott, quien escribía para el periódico The Guardian, de Londres, en su información relata acerca de la presencia de la CIA en esa población, al manifestar que desde el momento en que el helicóptero aterrizó, la operación fue dejada en manos de un hombre en traje de campaña, quien —y todos los criterios convergen en ello— era incuestionablemente uno de los representantes del servicio de Inteligencia de los Estados Unidos y, probablemente, un cubano. Y añadió: “El helicóptero aterrizó a propósito lejos de donde se había reunido un grupo de personas y el cuerpo del guerrillero muerto fue trasladado a un camión.” Y continuó informando: “Nosotros 171

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comandábamos un jeep para seguirlos y el chofer se las arregló para atravesar las verjas del hospital, donde el cadáver fue llevado a un cobertizo descolorido que servía de morgue. “Las puertas del camión se abrieron de repente y el agente americano saltó, emitiendo un grito de guerra: ‘¡Vamos a llevárnolos para el demonio o para el carajo, lejos de aquí!’ “Uno de los corresponsales le preguntó de dónde venía él. ‘¡De ninguna parte!’, fue la respuesta insolente. “El cuerpo vestido de verde olivo con un jacket de zipper fue llevado al cobertizo. Era indudablemente el Che Guevara. “Soy quizás una de las pocas gentes que lo ha visto vivo. Lo vi en Cuba en una recepción de la embajada en 1963, y no tengo duda de que era el cuerpo del Che Guevara. “Tan pronto como el cuerpo llegó a la morgue, los médicos comenzaron a inyectarle profilácticos. El agente americano hacía esfuerzos desesperados para aguantar a las masas. Era un hombre muy nervioso y miraba iracundo cada vez que una cámara era dirigida hacia él. Él conocía que yo sabía lo que él era, y sabía también que yo creía que él no debía estar allí, ya que esa es una guerra en la cual los Estados Unidos no debían tomar parte. “Sin embargo, estaba aquí este hombre, que ha estado con las tropas en Vallegrande, hablando con los oficiales de mayor graduación en términos familiares”. El periodista Richard Gott afirmó que el comandante Ernesto Che Guevara irá a la Historia como la figura más grande desde Bolívar, para luego añadir: “Él fue quizás la única persona que tratase de encaminar las fuerzas radicales en todo el mundo en una campaña concentrada contra los Estados Unidos. Ahora está muerto pero es difícil imaginar que sus ideas mueran con él”. 172

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Los agentes de la CIA y los oficiales bolivianos festejan la muerte del Che El agente de la CIA Eduardo González en compañía de Toto Quintanilla llevaron el cadáver hasta la lavandería del Hospital Señor de Malta, al depositarlo en el piso, el agente, demostrando su condición moral, le dio una patada; después, cuando lo subieron al lavadero, le golpeó el rostro. Por su parte, Toto Quintanilla le tomaba las huellas dactilares y ordenaba que fuera llamada una enfermera. Esa noche estaba de guardia Susana Osinaga, quien, con ayuda de Graciela Rodríguez, lavandera del hospital, procedió a lavar el cuerpo del Guerrillero Heroico. Los médicos José Martínez Caso y Moisés Abraham Baptista extendieron el certificado de defunción. Por disposición de los militares, le suprimieron la hora del fallecimiento. De igual manera obligaron a los médicos a realizar la autopsia y a inyectarle formol, para esperar el arribo de un equipo de peritos argentinos. Con el fin de que identificara al resto de los guerrilleros muertos, trasladaron al desertor Antonio Domínguez Flores, León, desde Camiri. En el hotel Santa Teresita de Vallegrande, los agentes de la CIA y los militares bolivianos festejaron la muerte del Che. Félix Ramos abrió una botella de whisky y brindó a los presentes. Mientras, en el caserío de La Higuera, el sacerdote Roger Shiller convocó a los pobladores para oficiar una misa por el Che Guevara y sus compañeros asesinados. Todos asistieron llevando velas. El silencio fue absoluto y muy impresionante, nadie entendió por qué fueron asesinados. El sacerdote pronunció las siguientes palabras: “Este crimen nunca será perdonado. Los culpables serán castigados por Dios”. 173

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El 10 de octubre el cadáver fue expuesto a los pobladores de Vallegrande. A las once de la mañana se realizó una conferencia de prensa, donde Zenteno Anaya y Arnaldo Saucedo mostraron el Diario del Che e hicieron declaraciones en cuanto al día, hora y circunstancias de la muerte y que el Che había muerto a consecuencia de las heridas del combate del día 8. Ovando también había hecho declaraciones; las respuestas de unos y otro al ser confrontadas por los periodistas evidenciaban las contradicciones, lo que provocó una generalizada incredulidad; las dudas y confusiones aumentaron. La sospecha de que fue asesinado cobró mucha fuerza. Los agentes de la CIA controlaron todos los servicios de teléfonos y correos de Vallegrande; censuraron las noticias que los diferentes corresponsales y reporteros deseaban trasmitir hacia todo el mundo. A tal punto llevaron el control que, para realizar llamadas telefónicas o establecer comunicación, los periodistas tenían que solicitar permiso a los agentes. El cadáver del Che fue expuesto en la lavandería del hospital que sirvió de morgue, los habitantes fueron en silencio y con respeto hasta donde él estaba. La monja María Muñoz relató: “El Che estaba como si no hubiera muerto. Había un silencio único, no escuché que nadie hablara, ni lo creo, él con sus ojos mirándonos a todos que parecía vivo”. Eugenio Rosell, un maestro que en 1967 tenía veinte años de edad, narró: “La población se mostró muy respetuosa a sus antecedentes, a su capacidad, a sus ideales, a su lucha, porque no es fácil analizar y deducir que un hombre que no había nacido en Bolivia viniera realmente en busca de mejores soluciones para la clase oprimida, que es la mayoría de la población, y él

viniera a quedarse eternamente entre nosotros, y eso es apreciado por el pueblo de Vallegrande [...]”. “Muchas gentes de aquí lo compararon con Cristo, pero realmente cuando yo lo miré, vi que tenía los rasgos del comandante guerrillero y me eché a llorar, muchas personas lloraron también”. Desde Argentina, las agencias de noticias comunicaban que las autoridades no deseaban, en forma alguna, que la tumba del guerrillero pudiera convertirse en un lugar de peregrinación, pues ello crearía un nuevo problema político que se sumaría a los ya numerosos enfrentados por el gobierno del general Onganía. Una de las informaciones añadió: “Lo más probable es que la sepultura del Che nunca sea conocida y un alto militar recordó que precisamente por el mismo motivo nunca se reveló hasta ahora el lugar exacto donde descansan los restos de Eva Perón”.

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Le cortan las manos al Che y desaparecen el cadáver Después del asesinato del Guerrillero Heroico, al Presidente boliviano le era imposible deshacerse del crimen cometido. Barrientos sabía que los familiares del Che reclamarían el cadáver, podían impugnar la autopsia y solicitar aclaraciones sobre las circunstancias y forma de la muerte; temía, además, que grupos de médicos latinoamericanos formaran un movimiento en igual sentido, dado que había recibido informaciones acerca de que en el Colegio Médico de La Paz se estaban movilizando con esos propósitos. Se añadía a estas preocupaciones la presencia en Santa Cruz del hermano del Che, el abogado Roberto Guevara de la Serna, quien había viajado desde Buenos Aires con periodistas del canal 13 de la televisión de ese país.

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Las informaciones del asesinato adquirían cada vez mayor divulgación. Las declaraciones contradictorias de los altos jefes militares, las observaciones de los periodistas y despachos de prensa basados en manifestaciones de soldados y pobladores de La Higuera y Pucará, evidenciaban que las autoridades militares mentían en cuanto a la forma y el día de la muerte. Barrientos quería evitar que el lugar donde fuera enterrado el Che se convirtiera en un centro de veneración de los pobladores de Vallegrande y de los revolucionarios de todo el mundo, por esta razón y ante la demora en llegar del equipo de los peritos argentinos para proceder a la identificación, ordenó que le cortaran las manos y la cabeza y que el resto del cuerpo fuera incinerado. En relación con la orden de esta macabra decisión hay varias versiones. El agente de la CIA Félix Ramos dijo que la decisión la tomó Ovando. Saucedo Parada escribió que Toto Quintanilla tenía órdenes del ministro del Interior Antonio Arguedas de cortarle la cabeza y las manos, y trasladarlas a La Paz, posiblemente cumplía órdenes del general Barrientos, y que Zenteno Anaya acordó que solamente se le cortaran las manos, para efecto de la identificación, lo cual fue realizado por el doctor Moisés Abraham. Arguedas declaró que ello no se discutió en el alto mando militar, pues fue una decisión de las personas que se encontraban en La Higuera —en Vallegrande seguramente quiso decir—. Él indicó que como el cadáver exhibía un disparo en el cuello y otra marca de impacto cerca del corazón, y como por razones políticas habían inventado la frase: “Soy el Che, más valgo vivo que muerto”, resultaba demasiado inverosímil que un hombre

con un balazo en el cuello y otro en el corazón estuviera hablando, esta fue la causa por la que no pudieron exhibir el cadáver ante mucha gente. Como tampoco estaba resuelto el problema de la identificación, se decidió que le cortaran las manos. Manifestó Arguedas que Quintanilla expresó que a pedido de los cubano‑norteamericanos, agentes de la CIA, habían cortado y ocultado las manos. Quién o quiénes dieron esa orden ha quedado confuso y sin aclarar por las contradicciones de unos y otros. Algunas fuentes informaron que un acuerdo entre Toto Quintanilla y los agentes de la CIA en Vallegrande hicieron aparecer que era una orden superior. Los hechos, según estas fuentes, sucedieron de la siguiente forma: Toto Quintanilla, Saucedo Parada, los agentes de la CIA Eduardo González y Julio Gabriel García se reunieron para discutir la forma de cumplir la orden. No obstante consultaron con Zenteno Anaya, quien decidió que solamente le cortaran las manos para los efectos de la identificación. Los agentes de la CIA insistieron para que le cortaran la cabeza y la enviaran a los Estados Unidos para realizarle análisis de laboratorio. Para este fin convocaron a los doctores José Martínez Caso y Moisés Abraham Baptista, los cuales se opusieron alegando diferentes motivos. El doctor Martínez Caso se embriagó antes de la hora indicada y la macabra tarea se la impusieron al doctor Moisés Abraham Baptista, ayudado por los agentes de la CIA y Toto Quintanilla. El cadáver lo trasladaron en un jeep hasta el cuartel del Regimiento Pando en Vallegrande. Ya eran las dos de la madrugada del 11 de octubre. Los militares tenían cuatro tanques de combustible para la incineración, pero no pudieron efectuarla por la cercanía

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del amanecer que no permitía el tiempo necesario para este proceso, también le temieron al alto grado de susceptibilidad que estos acontecimientos provocarían entre los pobladores de Vallegrande, y a la presencia de periodistas y corresponsales extranjeros. Estos factores determinaron que fuera enterrado en la misma zanja cavada por un tractor para los demás guerrilleros. El cadáver del Che fue llevado por Andrés Sélich y el mayor Walter Flores. Las informaciones recopiladas daban dos lugares como probables de dónde se encontraban enterrados los guerrilleros: uno, en un terreno al fondo del dormitorio del Regimiento Pando; el otro, a un costado de la pista de aterrizaje del aeropuerto de Vallegrande, a unos pocos metros del comienzo de la pista. Entre ambos hay una distancia de unos 200 metros. Sin embargo, el ejército boliviano mantuvo la versión oficial de que al Che lo incineraron y sus cenizas lanzadas a la selva. El 11 de octubre arribaron a La Paz, procedentes de Buenos Aires, el equipo de peritos, integrado por el inspector Esteban Relzhauzer, el subinspector Nicolás Pellicari y el perito dactiloscópico de la Dirección de Investigaciones de la Policía Federal Argentina, Juan Carlos Delgado, quienes recibieron las manos para realizar el trabajo de identificación. A continuación copia del acta que a los efectos levantaron. “ACTA “En la ciudad de La Paz, República de Bolivia, hoy día sábado catorce del mes de octubre del año mil novecientos sesenta y siete, y siendo las diez y seis horas los funcionarios que suscriben el presente, Oficiales Inspector Esteban Relzhauzer, en su calidad de perito scopométrico [sic], Subinspectores Nicolás Pellicari y Juan Carlos Delgado, peritos dactiloscópicos, de la

Dirección de Investigaciones de la Policía Federal Argentina, a los fines a que hubiere lugar hacen constar: que cumpliendo expresas órdenes del señor Jefe de la Policía Federal Argentina, General de División Mario A. Fonseca con motivo de una solicitud de colaboración interpuesta por el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, se trasladaron a ésta y colocarse a disposición de la Embajada Argentina en esta ciudad quien facilitará las directivas para cumplir. A tales efectos, fueron informados que debía procederse a un examen dactiloscópico y documentos de elementos que se les entregaría. (Con la compañía de los señores Capitán de Navío Carlos Mayer, Agregado Naval a la Embajada Argentina), Secretario de Embajada Jorge Cremona y el Cónsul adjunto a cargo del Consulado General en La Paz, Miguel A. Storppello, se dirigieron a dependencias del Cuartel General Boliviano de Miraflores, donde fueron atendidos por el señor Teniente de Navío Oscar Pamo Rodríguez, Ayudante del General Alfredo Ovando Candia, Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, y el señor Mayor Roberto Quintanilla, del Ministerio de Gobierno. Estos últimos presentan a los peritos y presentes antes mencionados un recipiente cilíndrico de metal cerrado, el que es abierto, contiene dos manos sumergidas en un líquido incoloro, de olor similar al formol, fuerte desinfectante utilizado para preservar las condiciones de los elementos ofrecidos. A tales fines, los peritos dactiloscópicos ya citados, Oficiales Subinspectores Nicolás Pellicari y Juan Carlos Delgado, proceden a efectuar las operaciones técnicas correspondientes a fin de llegar a la identificación mediante el sistema dactiloscópico ‘Juan Vucetich’ en uso en la Policía Federal, de los dibujos papilares que presentan los dedos de las manos amputadas que en este acto se les exhibe. Siguen la técnica que a

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continuación transcriben para la correcta información del proceso y el resultado a que arriban: “El tejido papilar por razones de la larga acción del formol, en el cual se hallaban sumergidas las manos para su preservación, presentaba arrugas profundas en la región correspondiente a los pulpejos, circunstancia tal que dificultó el entintado y posterior obtención de calcos. No dando resultado favorable los procedimientos técnicos aconsejables en estos casos, se procedió a la obtención de las impresiones digitales en hojas de polietileno y en algunos casos en trozos de látex, los cuales fueron clasificados y serán trasladados al Gabinete de la Sección Identificaciones de la Policía Federal Argentina, a fin de ser sometidos a los trabajos de práctica. Obtenidos que fueron los calcos en la forma indicada, de las manos mencionadas se procedió a efectuar el cotejo con las individuales dactiloscópicas de la fotocopia de la ficha (de los diez dedos), correspondientes a la original obrante en el Prontuario de la Cédula de Identidad otorgada por la Policía Federal Argentina número 3.524.272 a nombre de Ernesto Guevara, estableciéndose en forma indubitable y de acuerdo a los postulados del Sistema Dactiloscópico Argentino, su perfecta identidad, es decir, que corresponden a una sola y única persona. Se deja constancia que en este acto se hace entrega al señor Mayor Roberto Quintanilla, Ayudante General del Ministro de Gobierno, Justicia e Inmigración, de una copia fotográfica de la ficha dactiloscópica decadactilar correspondiente al original que obra en el prontuario ya mencionado de Ernesto Guevara. Asimismo, se recibe del mismo funcionario una ficha dactiloscópica decadactilar obtenida el día nueve del corriente mes, en el pueblo Vallegrande, del Departamento Santa Cruz, de un cadáver del

sexo masculino, M/N. que en este acto se establece pertenece al mencionado Ernesto Guevara. En una segunda instancia, el perito scopométrico, Oficial Inspector Esteban Relzhauzer, de la Sección Gabinete Scopomático de la Policía Federal Argentina, recibe a los fines de su examen dos cuadernos: uno de ellos notas manuscritas tamaño standard, de 20 cm., por 14.5 cm., con cubierta de plástico, color borravino, con una inscripción en la carátula que dice ‘1967’, en bajo relieve y sobre el borde inferior y a 5 cm., a la derecha del lomo del citado elemento de análisis presenta una muesca de una marca por acción probable de calor. El mencionado cuaderno se halla en buen estado de conservación, sin manchas o roturas evidentes de las fojas. En su interior (reverso de la carátula) tiene un pequeño sello adherido, color rojo, que dice: ‘Carl Klippel ‑ Kaiserstrasca 75 ‑ Frankfurt a. M’. Su pie de imprenta dice: ‘Hartellung A.N/’ todo lo cual confirma el origen alemán de dicho elemento. Las fojas son de papel liso, blanco, impresos con las fechas diarias del año 1967, e individualmente con descripción del horario. (Está doblemente indicado). “En cada una de las páginas observadas se advierte la presencia de textos manuscritos que corresponden a anotaciones efectuadas describiendo operaciones y movimientos de las personas que se citan. Dicho ciclo comienza el 1ro de enero del corriente año y finaliza el siete de octubre, a partir de donde las fojas siguientes están en blanco. Aplicando la técnica de identificación de manuscritos que se denomina ‘estudio scopométrico de los documentos’ y teniendo a la vista elementos de comparación indubitables pertenecientes al prontuario Cédula de Identidad número 3.524.272 de la Policía Federal Argentina, extendido a nombre de Ernesto Guevara, en forma de firmas

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manuscritas y escritura producidas en ocasión del pedido de documentos por parte del mencionado Guevara ante las autoridades argentinas, elementos estos últimos que se trasladaron hasta este lugar como copias fotostáticas del original, se han cotejado los mismos. En tal estudio se tienen en cuenta: la fecha de producción de los escritos auténticos mencionados, la circunstancia de que se tratan de firmas por una parte y de escrituras (sólo las palabras ‘Guatemala ‑ Panamá ‑ Chile y Colombia’), frente a la existencia de escrituras solamente y que las firmas auténticas presentan los rasgos y la estructura típica de formas literales puras con alguna tendencia a la simplificación que no afectan el examen general, y son por lo tanto idóneas para realizar el cotejo formal extrínseco e intrínseco base de la identificación scopométrica; simultáneamente se emplea elemento óptico adecuado. En las condiciones mencionadas, los elementos auténticos constituyen una parte ínfima del material que se le presenta al perito para su investigación y esto ha exigido un examen estadístico de las características de la escritura del Libro de notas presentado y la carpeta con tapa de plástico marrón con la inscripción ‘Elba 66509’ que contiene 44 fojas de manuscritos. Por la técnica ya referida y a través de sus principios se establece en común una significativa regularidad escritural, estructura, cultura gráfica y existencia de formaciones características que autorizan a establecer una relación de los cuadernos presentados [que] reproducen las mismas características gráficas de las obrantes halladas en el prontuario de Ernesto Guevara. Se deja constancia que no se obtienen copias de las planas de escritura analizadas en este acto, pero que las mismas serán remitidas posteriormente a la Policía Federal a los efectos de una mejor documentación de la investigación.

—Con lo que se da por terminado el acto. Se dá lectura a los presentes, los que firman al pie a los fines correspondientes y en el orden en que fueran mencionados procedentemente, de conformidad. Certifico. “(Fdo.) Esteban Relzhauser. — (Fdo.) Juan Carlos Delgado.” Antonio Arguedas, Ministro del Interior, ordenó que le entregaran las manos y la mascarilla; las ocultó durante un tiempo hasta que pudo enviarlas a Cuba, donde se conservan.

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Cuatro guerrilleros son asesinados El grupo de los sobrevivientes integrado por Jaime Arana Campero, Chapaco, Octavio de la Concepción de la Pedraja, Moro, Lucio Edilberto Galván Hidalgo, Eustaquio, y Francisco Huanca Flores, Pablito, se dirigió hacia el punto de contacto dado por el Che en caso de que la guerrilla se dispersara. La compañía C del ejército, comandada por el capitán Ángel Mariscal, siguió las huellas del grupo, y el 11 de octubre por la noche observaron un pequeño fuego en un punto próximo a los ríos Grande y Mizque, lo que les permitió ubicar con bastante exactitud el lugar. Presumieron que se encontraban cocinando o calentándose porque la noche era muy fría. Al amanecer del 12 vieron cuando un guerrillero salió de la maleza y llegó al río para proveerse de agua. La compañía se desplazó e inició un cerco, que incluyó la otra margen del río. Los guerrilleros, al percatarse de la presencia del ejército, se dispusieron a resistir hasta el final. Fue un combate desigual, 145 soldados contra 4 guerrilleros, de ellos tres muy enfermos. Lucharon hasta que se les agotaron las balas. El combate co-

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menzó a las once de la mañana y terminó una hora después, en la zona que se llama Cajones. Cuando los militares llegaron al lugar se encontraron con un guerrillero muerto, el Moro; dos heridos leves, Pablito y Eustaquio, y el Chapaco en estado grave. Además, tres carabinas M‑2 y un fusil winchester, mochilas y efectos personales. Los guerrilleros sobrevivientes fueron atados y conducidos hasta una playa del Río Grande, donde los militares les comunicaron que serían trasladados a Vallegrande para ser interrogados. Al arribar el helicóptero, sin que mediara palabra alguna, fueron ametrallados. Los cadáveres los enviaron en el helicóptero a Vallegrande; a las seis de la tarde una volqueta recogió los cuerpos, llevándolos hasta la salida del pueblo, rumbo al poblado de Guadalupe a la hacienda de don Vicente Zavala, donde los enterraron secretamente. Desde la ciudad de Tarija, Fabiola Campero, acompañada de su hija Marta Arana, alquiló un aerotaxi para Vallegrande con el propósito de reclamar el cadáver de su hijo, pero las autoridades militares las obligaron a regresar. Luego, la prensa reportó que esta madre, bañada en llanto, rogó que le fuera permitido conocer la tumba para clavar sobre ella una cruz, pero Zenteno Anaya le replicó que se habían colocado cruces sobre todas las tumbas. Lo que era una falsedad. Estos hechos conmovieron a la población de Tarija, ya que la familia Arana Campero siempre ha sido respetada y considerada. Mientras esto sucedía, Inti, Pombo, Benigno, Urbano, Ñato y Darío rompieron varios cercos militares; le produjeron varias bajas al ejército y se acercaron a las proximidades de Mataral en la carretera Cochabamba‑Santa Cruz, aquí sostu-

vieron un nuevo combate donde resultó muerto el Ñato. Pocos días después llegaron a la vivienda del campesino Víctor Céspedes y familia, quienes los protegieron hasta el mes de enero de 1968 en que salieron para la ciudad de Cochabamba.

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Represión contra los periodistas El control y la represión contra los periodistas continuaron. En Camiri, el inglés Ralph Schoenman fue objeto de una nueva provocación al acusarlo de comprometer la seguridad nacional, de perturbar el orden público, y de afectar las relaciones internacionales de Bolivia con Inglaterra. Por tal motivo, lo enviaron detenido al Estado Mayor del ejército en La Paz; lo sometieron a un interrogatorio bajo el pretexto de sospechas y evidencias que acumuló el servicio de Inteligencia del ejército. Se explicó que Schoenman ofició de secretario durante un proceso en Estocolmo contra el presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, por la guerra contra Vietnam. Las autoridades bolivianas informaron también que era nacido en los Estados Unidos pero nacionalizado en Inglaterra; que pretendía afectar las relaciones con ese otro país europeo y, por último, lo expulsaron de Bolivia. Mientras, en Vallegrande, ni los propios periodistas bolivianos tenían libertad para actuar, porque eran vigilados por los agentes de la CIA. A Daniel Rodríguez, del periódico El Diario, Erwin Chacón y José Luis Alcázar, de Presencia, la Agencia les obstaculizó su misión periodística, ya que sus agentes actuaban como si fueran los jefes máximos en Vallegrande, gritándoles groseramente que no los querían ver. En varias ocasiones, las

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autoridades militares bolivianas tuvieron que intervenir para calmar los ánimos. Los tres corresponsales bolivianos decidieron vengarse de tanta prepotencia. El 11 de octubre en el hotel Teresita, donde almorzaban los agentes de la CIA, colocaron un cartel que decía: “patria o muerte. venceremos. viva cuba”. Cuando Félix Ramos lo divisó, enrojeció de ira; se levantó de la mesa, tiró el letrero y abandonó precipitadamente el hotel. También muchos otros periodistas fueron controlados por la CIA. A la francesa Michele Ray le hicieron varios registros, la amenazaron de muerte e, incluso, la embajada francesa recibió llamadas anónimas diciendo que era muy peligroso que ella permaneciera en Bolivia. Cuando abandonó La Paz, todas sus pertenencias fueron robadas, incluidas sus ropas y la cartera de mano. Sin embargo, lo que no sabía la Agencia era que a tres metros de distancia se encontraba observando el militar boliviano Jorge Torrico, con todos los documentos en su poder, listo para viajar en el mismo avión, solicitar asilo político en Francia y revelar muchas informaciones secretas de lo que aconteció en La Higuera y Vallegrande.

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Repercusión mundial por el asesinato del Che

Se confirma en Cuba el asesinato del Che El Comandante en Jefe Fidel Castro, a través de las emisoras de radio y televisión nacionales y de la emisora internacional Radio Habana Cuba, el 15 de octubre se dirigió al pueblo de Cuba y analizó, detalladamente, las noticias, cables de diversas agencias informativas y otras consideraciones sobre el asesinato del Guerrillero Heroico. Para afirmar que era dolorosamente cierta la noticia. En su comparecencia, Fidel dijo: “[...] El deber de decir la verdad está por encima de qué pueda convenir o no pueda convenir —y esa era nuestra actitud [...]. “[...] nosotros sabemos que los revolucionarios tienen confianza en la Revolución Cubana, los revolucionarios tienen en todo el mundo una verdadera confianza en la palabra de la Revolución Cubana. [...] Y por amargo que resulte, por doloroso incluso [...], no tengamos vacilación en cumplir este deber. Pero, además, ¿qué sentido tendría para los revolucionarios mantener ilusiones falsas? ¿Qué se ganaría con ello? ¿Es acaso que los revolucionarios no debemos ser los más preparados para todas las circunstancias, para todas las vicisitudes, para 187

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todos los reveses incluso? ¿Es que acaso la historia de las revoluciones o de los pueblos revolucionarios se ha caracterizado por la ausencia de golpes duros? ¿Es que acaso los verdaderos revolucionarios no son los que se sobreponen a esos golpes, a esos reveses, y no se desalientan? ¿Es que acaso no somos los revolucionarios precisamente los que pregonamos el valor de los principios morales, el valor del ejemplo? ¿Es que no somos acaso los revolucionarios los que creemos en la perdurabilidad de la obra de los hombres, de los principios de los hombres? ¿Es que acaso no somos los revolucionarios los primeros que empezamos por reconocer lo efímero de la vida física de los hombres y lo perdurable y duradero de las ideas, la conducta y el ejemplo de los hombres, si ha sido el ejemplo el que ha inspirado y ha guiado a los pueblos a través de la historia?”. Fidel Castro anunció que el Consejo de Ministros de Cuba acordaba lo siguiente: “Primero: Que durante 30 días, a partir de este acuerdo, la bandera nacional se izará a media asta, y durante tres días, desde las 12 de la noche de hoy, se suspenderán absolutamente todos los espectáculos públicos. “Segundo: Se declara como fecha de recordación nacional el día de su heroica caída en combate, quedando instituido a tal efecto el 8 de octubre como ‘Día del Guerrillero Heroico’. “Tercero: Se efectuarán cuantas actividades sean conducentes para perpetuar, en el recuerdo de las futuras generaciones, su vida y su ejemplo”. A la vez, el Comité Central del Partido Comunista de Cuba acordó: “Primero: Crear una comisión integrada por los comandantes Juan Almeida, Ramiro Valdés, Rogelio Acevedo y Alfon-

so Zayas, presidida por el primero de los mencionados compañeros, para orientar y dirigir todas las actividades encaminadas a perpetuar la memoria del comandante Ernesto Guevara. “Segundo: Convocar al pueblo el próximo miércoles, 18 de octubre, a las 8 de la noche, para efectuar una velada solemne en la Plaza de la Revolución, a fin de rendir tributo al inolvidable y heroico luchador caído en combate”.

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Condena mundial por el asesinato del Che Cuando la noticia del asesinato del comandante Ernesto Che Guevara fue trasmitida a todas las latitudes de la Tierra, produjo una repulsa y condena que se inscribe en la historia de la humanidad de forma perpetua. Los obreros, estudiantes, campesinos, profesionales, intelectuales y gobiernos progresistas de todo el mundo expresaron su indignación. Las manifestaciones de desaprobación y condena llegaron hasta las mismas sedes diplomáticas de Bolivia en las principales capitales del mundo y en los propios Estados Unidos. La prensa de la época constituye una fuente de infinito valor que precisa la repercusión del crimen. Desde París, la agencia de noticias AFP reportó: “La prensa europea dedica extensos espacios y reconoce en general cualquiera que fuere su tendencia, el enorme prestigio de un hombre que sabía unir los actos con las palabras. “En Francia, país particularmente sensible a lo que ocurre en Bolivia, en razón del proceso del intelectual Regis Debray, detenido en abril último en la zona guerrillera, todos los periódicos publicaron en lugar destacado las noticias sobre la muerte de Ernesto Guevara”.

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L’Humanité dijo que todos los periódicos concuerdan en que Guevara era, al margen de sus opiniones políticas, un hombre excepcional. El periodista Marcel Niedergang escribió en Le Monde, de París: “Primer ciudadano del Tercer Mundo y ardiente defensor de los pueblos oprimidos”. La mundialmente famosa Josephine Baker y sus hijos enviaron un mensaje de condolencia al Comandante en Jefe Fidel Castro. La Editorial Larousse realizó una encuesta popular —con motivo del 150 aniversario del natalicio de su fundador, Pierre Larousse— que reveló que el Che Guevara debía ser la primera personalidad mundial para incluir en el famoso diccionario. En Colombia, el semanario comunista Voz Proletaria publicó en la primera plana un artículo bajo el título “combatiendo por la libertad de américa murió el che”. En Santiago de Chile, los estudiantes recorrieron las principales calles y avenidas en homenaje al Che; en la Facultad de Medicina realizaron un acto solemne en su memoria. El Parlamento chileno también le rindió tributo, hablaron Salvador Allende, Volodia Teltemboin, Tomás Chadwick, Baltazar Castro y Fernando Luengo. El Partido Demócrata Cristiano le tributó un homenaje. Los estudiantes de Tegucigalpa realizaron manifestaciones de condena por el crimen y acordaron declarar al Che, Héroe Nacional de Honduras. En un importante partido de futbol en Perú, sus participantes desfilaron con brazaletes negros en señal de luto. Los universitarios de Lima y otras universidades del país condenaron el crimen y le rindieron homenaje al Guerrillero Heroico.

En el recinto universitario La Cantuta, de la Universidad Mayor de San Marcos, se inició el XII Congreso de los Estudiantes Peruanos y decidieron designar el congreso con el nombre de “Comandante Ernesto Che Guevara”. Obreros brasileños develaron una placa en el barrio Cascadura. La policía ocupó las universidades de Espíritu Santos y el Instituto de Estudios Sociales de Río de Janeiro para evitar las demostraciones públicas y los actos de homenaje. El obispo Antonio Batista Agoso, alto jerarca de la Iglesia, condenó el asesinato del Che. El arzobispo de Brasil, Hélder Cámara, consideró al Che mártir de América. En las ciudades de Sataozinho y Santos, se realizaron grandes manifestaciones. Las cámaras municipales de Niteroi y Campos, en Río de Janeiro, elogiaron al Che. Por la avenida Río Branco, en Río de Janeiro, desfilaron miles de estudiantes. En San Juan, Puerto Rico, el líder independentista Juan Mari Brass se dirigió a cientos de personas que se reunieron para rendirle homenaje al Che. La embajada de Bolivia en Uruguay fue rodeada por grupos de manifestantes. En la Universidad de Montevideo hubo una velada solemne donde el rector de ese alto centro de estudios, Oscar J. Maggiolo, expresó: “La historia le reservará al comandante Guevara un lugar de privilegio entre los grandes de nuestra América.” Más de 1 000 estudiantes se lanzaron a las calles a pesar del estado de sitio reinante en la capital uruguaya. Corearon consignas contra los Estados Unidos; el dirigente comunista José Luis Massera habló a los manifestantes. En la misión diplomática boliviana en Quito estalló una bomba que causó daños de consideración; además, varias oficinas de ese país fueron incendiadas. Grandes manifestaciones

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se produjeron en las principales ciudades de Ecuador. Tanto en Quito, Guayaquil, Loja y Cuenca, centenares de estudiantes y simpatizantes del Che salieron a las calles. Su nombre y la fecha 8 de octubre aparecieron profusamente pintados en las calles y carreteras. En Quito, el paraninfo de jurisprudencia de la Universidad Central de Ecuador fue nominado “Che Guevara”, y se develó su retrato. En la Casa de la Cultura Ecuatoriana se le rindió homenaje y habló en el acto Benjamín Carrión. Los estudiantes de Guayaquil, segunda ciudad en importancia en Ecuador, también salieron a las calles con un enorme retrato del Che, pintado por el artista Antonio del Campo, el cual fue llevado en andas y depositado en la casona universitaria. Entre los manifestantes se encontraban el doctor Fortunato Safadi y su esposa Ana Moreno, quienes conocieron al Che cuando estuvo en Guayaquil junto a su amigo Carlos Ferrer. En Loja, la Ciudad Universitaria fue denominada “Ernesto Che Guevara”, también se realizó un acto nacional de homenaje a su memoria. La oradora principal, Nela Martínez, prestigiosa escritora ecuatoriana, entre otras cosas, expresó: “Vi su retrato difundido bajo grandes caracteres gozosos de la prensa internacional y lloré. ¿Quién no se conmovió con la noticia? Hasta los propios cómplices del crimen buscaron maneras de limpiarse las manos. La máscara de Pilatos vuelve a ocultar los rostros de los verdugos a través de los tiempos. “Tendido en una piedra de lavar su cadáver no era un cadáver. Los ojos abiertos nos miraban. En su rictus no se advertía el sello de la muerte. Desafiante su gesto en el último instante. Aquella sonrisa vencedora, de su otro triunfo, iluminaba el día. Su rostro de combatiente del mañana quedó impreso en Los Andes.

“Viejas leyendas, de los que regresarán para continuar la guerra comenzada, circularán de boca en boca a oídas en el largo silencio del campo, en los caseríos de barro y paja, en la otra historia de los iletrados. ¿Cuánto tiempo anduvo Tupac Amaru haciéndole la guerra a la Corona de España, a la enemiga del indio? Largo fue el tiempo de la espera, hasta que no una, dos y cien veces, regresó. Toda la conmoción del levantamiento más grande en contra de la colonia no se perdió cuando su cuerpo fue partido y repartido en los cuatro puntos cardinales del Tahuantinsuyo. Nuevas epopeyas silenciadas, silenciosas por su propia naturaleza, han sacudido las entrañas de los pueblos del Ande. “Los fuegos permanecen adentro, igual que en los volcanes. Cuando le sacuden al continente, se siente que la lava se les subió a los hombres hasta la conciencia [...]”. En Quito, las demostraciones en las calles continuaron, lanzaron bombas incendiarias contra el Centro EcuatorianoNorteamericano. El famoso pintor Oswaldo Guayasamín declaró: “Ernesto Guevara no ha muerto; nadie puede matarlo, la tierra de América está regada de su presencia, se multiplicarán los guerrilleros, el valor y el heroísmo serán de nuevo pan de los humildes. Las tiranías y golpistas caerán”. En Georgetown, capital de Guyana, Janet Jagan exaltó la personalidad del Che. En México, la fachada de la Academia de Arte la cubrieron con una tela que decía: “el che vive”. La revista Siempre le dedicó cuatro páginas. La prensa radial, televisiva y escrita le dieron amplia cobertura. Asimismo, los periódicos La Prensa, Ovaciones, El Nacional, Excelsior y El Día destacaron la noticia. El periodista Leopoldo Zea escribió en el matutino Novedades: “Todos los pueblos de América, todos los pueblos que en

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el mundo luchan por su liberación y su libertad, sienten en sus corazones un dolor profundo por la muerte del comandante Guevara, caído frente al enemigo común de los pueblos y los hombres”. En la capital mexicana, un gran número de amigos de Cuba: intelectuales, artistas, trabajadores y estudiantes se reunieron en combativo acto, en él hablaron el doctor Alberto Breamauntz y el doctor Fausto Trejo. El poeta Efraín Huerta junto con Margarita Paz y Laura Campos leyeron poemas en homenaje al Che. En Praga, las delegadas latinoamericanas asistentes al Consejo de la Federación Democrática Internacional de Mujeres se dirigieron a la embajada cubana para manifestar sus condolencias. El Consejo Nacional Eslovaco guardó un minuto de silencio. Estudiantes extranjeros en la capital checoslovaca realizaron un masivo acto donde colocaron una enorme tela que decía: “hasta la victoria siempre”. Hablaron varios estudiantes de diferentes países. La Federación Sindical Mundial condenó el asesinato del Che. En Nápoles, Italia, hubo grandes manifestaciones. En Florencia quemaron la bandera norteamericana. En Roma, miles de personas, encabezadas por el escritor Cesare Zavattini y dirigentes de varios partidos de izquierda, llegaron hasta la sede diplomática de los Estados Unidos. Detuvieron al artista Alberto Moravia y el director de cine Pier Paolo Pasolini. Zavattini expresó que la muerte del comandante Guevara tocaba a todos, como a una familia, la familia de los hombres. El cineasta Francesco Rosi manifestó su intención de filmar una película dedicada al Che; la cantante Mina Mazzini declaró que el comandante Guevara se ha convertido en un héroe nacional en Italia.

En Viena los manifestantes retiraron la bandera boliviana de la embajada de ese país en la capital austriaca. En Suecia, Dinamarca y Holanda también hubo demostraciones de condena. Bill Littlewood, un humilde obrero inglés, por sus propios medios hizo llegar a Cuba sus hermosos y sentidos versos dedicados al Che Guevara, escribió: “Son los únicos versos de mi vida”. El aula magna de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid le rindió homenaje al Guerrillero Heroico. En un multitudinario acto efectuado en Italia, María Teresa León, en nombre de su esposo, el famoso poeta Rafael Alberti, y de los españoles en el exilio, dijo: “Yo traigo el dolor y la pena de Rafael Alberti, y con la mía, la de todos los exiliados de España, y el dolor de los que se quedaron allá con la mirada vuelta hacia la libertad, el dolor de la juventud española que no dobla las rodillas y que había visto en el Che Guevara un héroe del rabioso tiempo presente de nuestra América Latina... “Murió en su ley, próximo a la América más pobre, más abandonada, despojado de todo, menos de su esperanza. En el lugar en que lo asesinaron brotarán dos fuentes: la de la libertad y la de la justicia. Los indios bolivianos, los desheredados de un continente, murmurarán su nombre, dirán que está vivo, que golpea a sus puertas porque tiene sed y dejarán en las ventanas una jarra de agua para que el Che beba al pasar. Porque pasará y recorrerá todo un continente y su nombre será la fuerza del futuro, la alta estrella de la Cruz del Sur que llamará a toda la América a alzarse y luchar por su independencia política y económica contra todos los dominios extranjeros”. En Bulgaria la juventud comunista le rindió homenaje; de igual forma los estudiantes de la Universidad Central de Bu-

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carest en Rumania. El semanario Política, de Polonia, se refirió al Che y su lucha en Bolivia. Mientras, en la Unión Soviética los estudiantes universitarios latinoamericanos repudiaron el crimen cometido en Bolivia y condenaron al imperialismo norteamericano. Los dirigentes del partido, el Estado y el gobierno de la República Popular Democrática de Corea y los de Vietnam acudieron a las embajadas cubana, en las respectivas capitales, para testimoniar su solidaridad con el dolor del pueblo de Cuba y de todos los revolucionarios del mundo. Nguyen Thi Dinh, vicecomandante en jefe de las Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Vietnam del Sur, envió un mensaje a Cuba. Las cadenas de televisión y estaciones de radio informaban sobre los sucesos en Bolivia y el asesinato del Che. La ola de protesta abarcó a todo el mundo. Dignatarios de Estado, secretarios de los partidos comunistas, de otros partidos de izquierda y progresistas de todo el mundo, enviaron notas de dolor al partido, gobierno y pueblo de Cuba. En Nueva York, una nutrida manifestación recorrió las calles de esa ciudad con campanas, ataúdes, incienso y flores condenando el crimen, a las tres de la tarde se concentraron frente a la puerta de la misión boliviana en las Naciones Unidas. También se reportó el ataque a la embajada de los Estados Unidos en Londres por grupos de manifestantes. Desde Washington, el periodista George Weeks refirió el 21 de octubre: “El líder comunista internacional Ernesto Che Guevara fue uno de los héroes en la manifestación pacifista realizada hoy aquí. “Millares de retratos del argentino‑cubano muerto en Bolivia fueron repartidos entre los manifestantes a medida

que se reunían ante el monumento de Abraham Lincoln, para iniciar la concentración de protesta de 36 horas contra la guerra de Vietnam. “Un trovador le dedicó una canción; un organizador del mitin pidió un minuto de silencio en su memoria y en numerosos pasquines y letreros se le rindió tributo. “Hubo aplausos entre los 25 000 manifestantes cuando un cantante anunció que su próximo número lo dedicaría a ‘uno de los grandes revolucionarios de nuestro tiempo, que fue asesinado cuando tomaba parte en la revolución del pueblo boliviano’ [...]”. Los periódicos norteamericanos no pudieron permanecer ajenos a la personalidad del Guerrillero Heroico. Newsday declaró: “[...] un magnífico combatiente de guerrillas, un hombre valiente”. The New York Post: “Pertenece al romance de la historia.” Cristian Science Monitor: “La fuente principal de su fortaleza era su actitud frente a Estados Unidos.” The Washington Post: “Murió en la obra de su vida, trabajando por la Revolución.” En Bamako, Mali, el periodista P. Haldare dijo que el Che Guevara estaba convencido de que renunciar a la libertad era renunciar a la calidad de hombre. La embajada cubana en Argel recibió a residentes europeos, africanos y latinoamericanos que concurrieron a la sede para patentizar su dolor por el crimen cometido. La Unión Argelina de Trabajadores realizó un multitudinario acto; en él, Rachid Bennatig, dirigente de esta organización, declaró: “La muerte de Ernesto Che Guevara provocó en los trabajadores argelinos un momento de luto lleno de emoción y de cólera.” Estudiantes del Congo Kinshasa, Congo Brazzaville, Guinea, Mali, Guinea Bissau, Argelia, Marruecos, Zimbabwe, An-

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gola, Tanzania, Mozambique y Uganda condenaron el asesinato del Che. En la capital tanzana, el diario The National Ilist publicó que el Che era el comandante por excelencia de todas las columnas que combaten al imperialismo en los tres continentes. Los estudiantes palestinos residentes en el Cairo, también manifestaron su condena por la muerte del Che. Houari Boumedienne, presidente de Argelia, y Sékou Touré, de Guinea, enviaron mensajes de condolencia a Cuba; de igual forma, el Frelimo de Mozambique. El gobierno boliviano recibió elogios y felicitaciones de los Estados Unidos. En un discurso pronunciado por el senador norteamericano Howard Baker, expresó públicamente su agradecimiento. En esta comparecencia afirmó que los sucesos tenían una honda significación para su país; que los 460,6 millones de dólares designados a Bolivia era un precio muy bajo para la victoria que les había otorgado, ese era el costo de la guerra de Vietnam en una semana. El periodista boliviano Jorge Rossa narró que en Santa Cruz, el prefecto de esa ciudad, coronel Félix Moreno, por las emisoras de radio locales hizo un llamado al pueblo a participar en “la verbena del regocijo”, organizada por la prefectura para festejar la muerte del Che Guevara. Y escribe el periodista: “La hoguera encendida en la Plaza 24 de Septiembre, custodiada por soldados, parecía ser una hoguera de la Inquisición, la alegre música entonada por la Banda Municipal se transformaba en marcha fúnebre. Los empleados municipales, citados oficialmente, pasaron silenciosos las copas de aguardiente de caña distribuidas gratuitamente. Hasta el centenar de ‘representantes del pueblo’, voluntarios —la ‘crema’ de esta sociedad

podrida—, rodeaba en silencio la hoguera. La ‘fiesta’ más morbosa que la mente humana perversa haya podido inventar, se transformó en un velorio grotesco, pero auténtico [...]”. Los estudiantes universitarios de Cochabamba suspendieron la más importante de sus fiestas. Cada 21 de septiembre celebran la llegada de la primavera y el amor, pero ese año 1967, por los agudos enfrentamientos con la policía y la intensa represión, la pospusieron para el mes de octubre. En momentos en que esta se desarrollaba y se disponían a seleccionar a la compañera predilecta, se conoció la noticia del asesinato del Che: la fiesta fue inmediatamente suspendida. El poeta boliviano Ramiro Barrenechea recuerda estos hechos: “Yo estaba de jurado calificador como dirigente de la CUB, pero sobre todo como poeta, para evitar que el chovinismo de cada facultad torciera la probidad de los jueces y provocara resultados estéticamente lamentables, como en otras ocasiones. “La fiesta estaba en el clímax. Faltaba una vuelta más, esta vez en traje de baño, de las candidatas, para emitir el fallo. Bullicio, pétalos multicolores, mixtura, globos y una alegre banda tocando taquiraris. Rostros ansiosos, expectantes. Todos alistándose para celebrar el triunfo y el cierre de la semana de estudiantes, de la primavera. “De pronto, cortando con una navaja fría mi atención estética, que ya tenía preferencia, una voz jadeante, entrecortada, como un sollozo gutural me comenta al oído: ‘El Che ha muerto. La radio lo confirmó hace unos minutos.’ “Le arrebaté el receptor de pilas y escuché: ‘Repetimos por su importancia: Cerca de La Higuera...’ “Hay quienes lo recuerdan todo, yo no sé, en cambio, qué pasó. Se me ha borrado hasta la hora y el día, ¿era de mañana

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o de tarde? No quise confirmar, en la historiografía, el dato preciso, porque ese momento no tiene tiempo ni espacio. Quedó en vilo, solo desnudo en mis huesos, sin sangre, ni aire, ni lágrimas. “No sé en qué instante, ni si para ello consulté con los miembros de la FUL —que de ellos era la fiesta—, pero tomé el micrófono y anuncié que a partir de ese momento se suspendía la fiesta y todo el festival. Estábamos de duelo, los jóvenes, la patria, la humanidad. Había muerto el Che. “Silencio, profundo silencio. “No recuerdo cómo salimos del estadio, qué hicimos, era noche, cómo dormimos, si dormimos. “En las oficinas de la FUL todavía se discutía, desordenadamente, la abrupta suspensión del festival. Madres encolerizadas protestaban por el traje de reina dos veces postergado en su estreno. En cambio, la mayoría de las candidatas comprendió la situación. No sé qué será de ellas. La belleza física no suele ser compañera del tiempo y las arrugas”. Los estudiantes universitarios y las grandes capas de los desposeídos de Bolivia manifestaron con profundo dolor el crimen cometido. Las siete universidades del país promovieron actos de condena y mostraron su pesar. En la Universidad de Cochabamba suspendieron un partido de futbol y varios festejos programados desde semanas antes. Se reunieron los dirigentes de todas las universidades del país y le rindieron homenaje póstumo. El viernes 13 de octubre, después de un concurrido mitin, los dirigentes estudiantiles firmaron un documento, encabezado por Eliodoro Alvarado, secretario ejecutivo de esa universidad, y Ramiro Barrenechea, vicepresidente de la Confederación Universitaria Boliviana, ambos calificaron

al Che como símbolo de la juventud mundial; destacaron su lucha por la liberación de los pueblos, y lo declararon “Ciudadano y patriota boliviano”. En la mañana del día 14, en el aula magna de la Facultad de Derecho, se llevó a efecto otro gran acto en su memoria. En esta ocasión, Alvarado se refirió al dolor que embargaba al pueblo boliviano y comparó al Che con Simón Bolívar, Sucre y otros patriotas latinoamericanos. Los estudiantes reclamaron que se le concediera la ciudadanía boliviana post morten, por ser él luchador de la liberación de Bolivia. En Argentina, los estudiantes desfilaron por las principales avenidas de varias ciudades. En Rosario se produjeron actos de protestas contra el crimen cometido. La juventud peronista circuló una carta de Juan Domingo Perón, como un homenaje al Che y de condena por su asesinato. Ese mismo día el sacerdote Hernán Benítez ofreció una oración fúnebre al Che, en una de sus partes dice: “Los dos tercios de la humanidad oprimida se han estremecido con su muerte. El otro tercio, en lo secreto de su alma, no ignora que la historia del futuro, si caminamos hacia un mundo mejor, le pertenece al ‘Che’ por entero. Un día nada lejano el Tercer Mundo victorioso incluirá su nombre en el martirologio de sus héroes [...]”. Al inicio de su oración, el sacerdote expresó: “Ha muerto con las características de los héroes de leyenda, quienes en la conciencia popular no mueren. Como los judíos del Viejo Testamento creían siempre vivo al profeta Elías, los españoles del medioevo al Cid Campeador y los galeses a Artús, es posible también que, en los años venideros, los soldados del Tercer Mundo crean sentir la presencia alucinante del ‘Che’ Guevara en el fragor de las luchas guerrilleras”.

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En otra parte de su oración exclama: “Hace ya años había entrado en la leyenda. Sus enemigos podrán achacarle extravíos ideológicos todos los que quieran. Pero nadie sensato va a negarle pasión, coraje, heroísmo y una constancia en su vocación a toda prueba. Le dolía adentro del alma el dolor de las masas [...]”.

Los agentes de la CIA contra Regis Debray y Ciro Roberto Bustos

Continúa la represión en Bolivia A fines de octubre se llevó a cabo otra represión masiva en Bolivia. En La Paz, los medios de prensa reportaron la detención de más de treinta personas, entre ellas diez prestigiosos médicos: los doctores René Flores Rodríguez, Javier Torres Goitía, Walter Parejas Fernández, Luis Ricardo Cano Zegada, Edmundo Ariñez, Guillermo Aponte, Miguel García, Clíver Herrera, Raúl Quiroga y Tomás Aramayo. Ante estos hechos, el doctor Rolando Costa Arduz, secretario de Relaciones del Colegio Médico de Bolivia, convocó a una conferencia de prensa y manifestó que estaba ingratamente sorprendido porque el gobierno ejercitó con extrema violencia la represión contra los miembros de la institución médica. Añadió que al doctor René Flores lo habían subido a un vehículo de la policía de forma violenta; el domicilio del doctor Walter Parejas, asaltado, y saqueada su biblioteca médica; la conducta del gobierno respondía a una campaña sin precedente en el país, por lo cual acababa de enviar un cable a 202

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la Confederación Médica Panamericana, con sede en Montevideo, para comunicarle las detenciones. Muchas otras personas fueron detenidas en La Paz, entre otras: Carlos Isaac Carvajal Nava, Jorge Rada Peredo, Eliseo Rocabado Terrazas, Darío Rueda Fernández, Napoleón Pacheco, Guido Fernández, Zenón Arteaga, Ramiro Reinaga, Guido Perales, Cecilia Alcalá, Juan Silva, Felipe Herrera y Víctor Collazo. La jueza 5ta. de instrucción de lo penal, doctora Olga Murillo de Velarde, inició juicio contra Pedro Aliaga Valverde, Mario Monje Molina, Víctor Andavares, Marcelino Zubieta, Antonio Quispe, Manuel Mamani, Luciano Heredia y otros, acusados de impartir consignas de lucha proguerrillera, organizar grupos de campesinos para enviarlos a las guerrillas y repartir abundante propaganda comunista. En Cochabamba apresaron a Gualberto Campos Alcalá y Amílcar Guzmán Vacaflor, como presuntos enlaces guerrilleros. Mientras, en la capital boliviana detenían al artista Mario Arrieta cuando abandonaba el Teatro Municipal donde trabajaba; asimismo a Remberto Echevarría Ampuero, locutor de Radio Amauta, y a José Ballón, propietario de la Peña Naira, el más famoso y auténtico centro nocturno boliviano de canciones, bailes y música folclórica. Al periodista Gonzalo López Muñoz, director de informaciones de la Presidencia de la República, acusado de entregar a los guerrilleros credenciales en blanco con su firma, se lo llevaron preso. Pretendían meterlo en la misma celda de los delincuentes comunes, entre hampones y asesinos, con el propósito de eliminarlo. Durante cinco días lo mantuvieron sin darle comida y durmiendo en el suelo. De nuevo la represión se extendió a las minas, aunque las autoridades solo admitieron dos detenidos: los dirigentes mi-

neros Juan Arce y Pacífico Medina. En Oruro fueron apresadas Encarnación Nieto, Berta Porcel y Clara Torrico y, como era habitual, sus viviendas allanadas. En el Beni, Roberto Soria y Noelí Saucedo, propietarios de una tienda y un barco en la zona de Riberalta, también sufrieron represión. En Santa Cruz detuvieron a varios estudiantes, entre ellos, a María Esther Barrero, Virgilio Ludueña, Edgar Barbery y Bismarck Osinaga Toledo, este último dirigente universitario de la Facultad de Derecho. El secretario ejecutivo de la dirección de ese alto centro de estudio, Said Zetún, presentó demanda de hábeas corpus por considerar arbitrarias las detenciones, y aclaró que los universitarios se aprestaban a defenderse ante medidas tan abusivas desatadas por el gobierno. En Cochabamba, en plena Plaza 14 de Septiembre, a la vista de todos, los agentes de la DIC apresaron a René Rocabado, ex director del periódico Extra. En Potosí detuvieron al profesor Mamerto Álvarez, máximo dirigente de la Federación de Maestros en ese departamento. El magisterio decretó una huelga general en protesta por la medida. Las detenciones continuaron sin cesar. Julio Dagnino Pacheco fue hecho prisionero; Rodolfo Saldaña, a tiros logró escaparse de una encerrona tendida por miembros del Ministerio del Interior; Humberto Rhea Clavijo pudo salir clandestinamente del país; Luis Tellería y Félix Arancibia Barrera se ocultaron; los doctores Hugo Bleischner Taboada y Hugo Lozano abandonaron la capital; Simón Reyes y Osvaldo Ucasqui Acosta pasaron a la clandestinidad. Todos fueron acusados de formar parte de la red de apoyo urbano.

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Condena contra Regis Debray y Ciro Roberto bustos El Consejo de Guerra en Camiri se dispuso a dictar sentencia el 17 de noviembre de 1967 contra Regis Debray y Ciro Roberto Bustos. El tribunal estaba integrado por el coronel Efraín Guachalla Ibáñez como presidente; fiscal, el coronel Remberto Iriarte Paz; juez relator, coronel Remberto Torres Lazarte; vocales, coroneles Luis Nicolau Velasco y Mario Mercado Aguilar. Los abogados de la defensa: por Regis Debray, Raúl Novillo, y Jaime Mendizábal Moya por Ciro Roberto Bustos. A Camiri llegaron Alain Badíou, catedrático de Filosofía en Reims, Francia; el abogado belga Roger M. Lallemand; la cónsul de Francia en Bolivia, Therese de Montleón; el agregado cultural Gerard Barthelemy, y decenas de periodistas y corresponsales de agencias de noticias de todo el mundo. La expectativa que creó el juicio contra el intelectual francés acaparó el interés internacional. En un despacho del periódico El Diario, de la ciudad de La Paz, se informaba lo siguiente: “Desde la apertura del proceso militar a la fecha, contra 2 ciudadanos extranjeros y 4 bolivianos, el servicio de telecomunicaciones ‘Cable West Coast’, trasmitió desde aquí, para diarios nacionales y extranjeros, más de 400 000 palabras. “Se estima que entre la fecha, al día de la dictación de la sentencia, dentro de unos 9 días, se habrá pasado el medio millón de palabras en despachos de prensa. “Arribaron aquí, desde enviados nacionales, particularmente de La Paz, hasta uno del Pakistán, pasando naturalmente por los hombres de las grandes agencias como UPI, AP, AFL, DPU, EFE, Reuter, Interpress y otras.

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“La televisión norteamericana, francesa y española no estuvieron ausentes. Hubo camarógrafos argentinos, de la Universidad de Chile y del circuito europeo. “Llegaron reporteros y fotógrafos de casi todos los países de América. Francia estuvo representada (lo está aún) por enviados de diarios importantes, revistas de gran circulación, y semanarios políticos y sensacionalistas. “Hubo momento en que estaban presentes más de 50 periodistas. Con los relevos constantes de gente, es fácil colegir que los periodistas venidos a Camiri, pasan de 100.” Sobre la situación existente en Camiri, el enviado especial de El Diario escribió que habían expulsado a varios corresponsales: “Hubo también situaciones en las que las relaciones del Jefe de la Sección Segunda (Inteligencia) con algunos periodistas extranjeros y alguno que otro boliviano, se pusieron tensas.” En el juicio, Regis Debray denunció las maquinaciones de la CIA desde los primeros días de su detención. Se opuso a las falsas acusaciones que el fiscal le quería imputar. Afirmó que no podía admitir que se le diga que lo iban a condenar porque vino en dos oportunidades a espiar el país; entregó mapas al Che; le trajo dinero; formó parte de la plana mayor de la guerrilla; planificó las operaciones militares; dio cursos a los guerrilleros; fue comisario político; autor intelectual de la subversión; combatiente emboscado, y puntualizó: “[...] todo eso es una serie de cuentos, de mentiras absolutamente no probadas y que nunca podrán serlo”. Refiriéndose a la presencia de cubanos, peruanos y argentinos en la guerrilla, expresó: “Para el Che la verdadera diferencia, la verdadera frontera, no es la que separa un boliviano de un peruano, un peruano de un argentino, un argentino de un 207

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cubano; es la que separa los latinoamericanos de los yanquis. Por eso, bolivianos, peruanos, cubanos, argentinos, son hermanos de lucha y donde luchan los unos deben luchar los otros, porque tienen todo en común: la misma historia, el mismo idioma, los mismos próceres, el mismo destino y hasta el mismo dueño, el mismo explotador, el mismo enemigo que los trata igual a todos: el imperio yanqui [...]”. Regis Debray afirmó que la CIA organizó la maquinación del juicio por haberle rechazado sus propuestas y mercadeos. Se refirió a su encuentro con matones del DIC, con oficiales excitados que saben más de puños y patadas que de interrogatorios, conducidos por un agente de la CIA, puertorriqueño o panameño, con el nombre supuesto de doctor González: “Nunca este doctor González fingió creer que podía ser yo un guerrillero, mucho menos un jefe guerrillero, por conocer demasiado bien mis antecedentes, la forma de mi detención, la manera de actuar de los guerrilleros, dedujo este señor que yo tenía alguna misión política, confidencial, con el exterior. Y todo el interrogatorio versó, no sobre la guerrilla, sino sobre datos, organizaciones, nombres de Francia, Italia, Cuba, supuestamente relacionados con lo que llamaba ‘el espionaje comunista internacional’. Del Che, por supuesto, había mucha curiosidad. Le dije también, en aquel entonces, que compartía yo esta curiosidad, que había tenido la esperanza de encontrarlo como cualquier otro periodista, pero que había sido engañado, que el jefe máximo era Inti [...]. Lo que sabían falso, pero le faltaban testigos presenciales, pruebas materiales y detalladas para probar lo contrario. “González, guiándose por un expediente redactado en inglés, me preguntó acerca de todo mi currículum vitae, desde la

pequeña infancia hasta hoy [...]. Me ofreció protección y silencio en nombre del gobierno boliviano, aunque él no era boliviano, si acaso me decidía a cooperar con ellos. Y al final me propuso redactar una declaración pública por la cual renunciaría ‘a mis obras, a mis ideas’, denunciando a Cuba, al comunismo, etcétera, en cambio de mi pronta y discreta liberación. Ustedes ven que para la CIA no hay límite en la inconciencia, no hay límite en el menosprecio de los hombres [...]”. Debray dijo que a principios de julio fueron a Camiri algunos cubanos de la CIA para interrogar de nuevo a los prisioneros, y se presentaron como mandados o reemplazando al doctor González. Y aseveró: “El que a mí me tocó, tenía un gran mérito: era franco y hablaba sin rodeos. Me interrogó sobre mi libreta de direcciones, inocua por suerte, que me fue incautada en Muyupampa, así como otros documentos, como una credencial del señor Masperó, una tarjeta del director de Sucesos, otros papeles oficiales franceses. Lo que les explica, dicho sea entre paréntesis, por qué estos documentos no pudieron ser presentados aquí; ya que este hombre los tenía en su maleta y tuvo que llevárselos con él a Washington [...]; pero lo que aquí interesa, es la franqueza de este hombre. “Al final, me dijo así: «De nuestros informes depende todo. Su suerte está entre sus manos. Nosotros sabemos muy bien que usted no es ningún jefe guerrillero, pero sí debe tener alguna misión clandestina que nos interesa conocer. Si usted coopera con nosotros, si responde bien a mis preguntas sin tratar de engañarnos, le aseguro que toda esta máquina montada contra usted desaparecerá muy pronto. Lo mismo que se le ha construido, lo podemos destruir en pocos días, hacerlo pasar a

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segundo plano y se hablará de usted como de cualquier otro. No más discursos, no más campañas de prensa, no más carteles en la calle, no más manifestaciones.»” En relación con las manifestaciones y actos de protestas contra Regis Debray, el militar boliviano Diego Martínez Estévez en su libro Ñacahuasú. Apuntes para la historia militar de Bolivia, escribió: “Su popularidad se acrecentó tanto que el Comando Divisionario recibió la orden radiográfica de impedir la presencia del público externo en una de las audiencias donde tocaba argumentar a la defensa, a tal efecto se tramó un simulacro de desorden protagonizado por algunos cadetes vestidos de civil. El juez ordenó el inmediato desalojo del local”. Regis Debray contó que, al parecer, el agente de la CIA no quedó satisfecho, porque la máquina de la propaganda continuó funcionando más que nunca y afirmó: “Sistemáticamente, por todos los medios disponibles, se ligó mi nombre con el del Che, dando, además, muy hábilmente a entender que fue primero gracias a mis ‘revelaciones’ que se conoció su presencia aquí, cuando era conocida desde mediados de marzo; se ligó mi nombre, como lo han visto en los carteles que cubren las paredes de este edificio, con el de Fidel Castro, como si pudiera haber alguna comparación posible entre dos héroes históricos, entre dos líderes de América y un simple periodista, un simple estudioso de mi edad y mi nacionalidad. “Desde Miami, desde Washington, se lanzaron folletos, editados por la gran prensa de aquí como novelas por entrega, donde se me pinta bebiendo sangre desde niño, presenciando, para mi desayuno, en La Habana, un lote de ejecuciones capitales; capturado aquí en Bolivia en pleno combate, en pleno monte, temblando detrás de un árbol. Cuando se da rienda suelta a la infamia, no sabe pararse [...]”.

El Fiscal se dirigió a Regis Debray y Ciro Roberto Bustos en términos insultantes; los trató de asesinos, bandoleros a sueldo, mercenarios vendidos a Cuba. El tribunal los condenó a 30 años de prisión, la máxima que establecían los códigos penales. Analistas bolivianos significaron que 30 años solo es aplicable a los que han cometido asesinatos, parricidios o traición a la patria y ninguno de esos delitos fueron cometidos por los acusados, porque no asesinaron a nadie, no mataron a sus padres ni habían traicionado a sus respectivas patrias. El papel de la CIA y los Estados Unidos en el juicio contra Debray y Bustos fue desenmascarado, y la prensa internacional se encargó de divulgarlo. Funcionarios norteamericanos declararon que el Departamento de Estado no haría ningún comentario oficial sobre la condena a Regis Debray por un tribunal militar boliviano y, sin inmutarse, afirmaron: “Después de todo, no estamos implicados”. En gran parte del mundo se condenó al gobierno de Barrientos por las arbitrariedades, violaciones jurídicas y procesales cometidas durante el juicio. Se crearon comités de solidaridad con Debray en varios países. En Santiago de Chile, 198 periodistas decidieron entregar una carta al cónsul boliviano en Santiago, Eduardo La Fuente, en ella se solicitaba de Barrientos la libertad de los detenidos; pero el cónsul la devolvió por considerar que contenía frases peyorativas contra el Presidente boliviano. Prestigiosos intelectuales reclamaron libertad para Debray y sus compañeros, como el colombiano Gabriel García Márquez, el argentino Julio Cortázar, el francés Jean Paul Sartre, y otros cientos de escritores y artistas. La CIA no estaba dispuesta a perdonar a Regis Debray y a Ciro Roberto Bustos. Se conoció de un plan de asesinato, a la

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vez que se organizó una intensa campaña de calumnias contra ellos: los acusaban de ser los responsables de informar que el Che se encontraba en Bolivia. Es decir, trataban de eliminarlos física, política y moralmente. Desde entonces la Agencia no ha cejado en su empeño de comprarlos, comprometerlos o por alguna vía neutralizarlos.

Antecedentes de dos de los mercenarios de origen cubano utilizados por la CIA contra la guerrilla del Che El doctor González o Eduardo González es el seudónimo con que operó Gustavo Villoldo Sampera, nacido el 21 de enero de 1936 en La Habana. El padre era un abogado, presidente de la General Auto Company, propietario de Villoldo Motors, agencia distribuidora de los autos Pontiac y Cadillac en Cuba, situada en el Paseo del Prado Nº. 59, hasta el año 1954, que se trasladó para la calle Calzada y 12 en el Vedado. Los primeros años de su vida residió en la calle Robau sin número entre Infanta y Panorama, reparto Buen Retiro, en Marianao. Más tarde lo mandaron a estudiar a los Estados Unidos. En 1953 la familia se mudó para la calle Primera Nº. 4608 entre 46 y 60, Miramar. El 8 de febrero de 1955 contrajo matrimonio con Elia Nogués Espino con gran resonancia y fastuosidad; la ceremonia salió publicada en la crónica social del Diario de la Marina y el periódico Información. En 1957 se suicidó su padre, debido a un escándalo que afectó grandemente la moral de esa familia en el seno de la entonces alta sociedad habanera. En 1958, cuando la lucha contra la sangrienta tiranía de Fulgencio Batista invadía las calles de La Habana y cientos de jóvenes eran brutalmente asesinados, torturados y desapareci212

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dos, Gustavo Villoldo se relacionó con personajes del régimen tiránico. Tenía gran amistad con connotados asesinos y se le otorgó un carné de capitán honorario. A fines de 1959 fue acusado de colaborador de la policía batistiana y de delatar a jóvenes revolucionarios. Abandonó el país rumbo a los Estados Unidos. En 1960 lo reclutó la CIA para trabajar en los planes terroristas contra Cuba. Dos años después, como agente principal de los grupos de infiltración y sabotajes, realizó varias acciones terroristas. Luego, asiste a Fort Benning, Georgia, donde pasó un curso de adiestramiento militar que compartió con otros terroristas y agentes de la CIA: Luis Posada Carriles y Félix Rodríguez, y el norteamericano de origen cubano, Jorge Mas Canosa. En 1967 es enviado a Bolivia con la misión de trabajar contra la guerrilla del Che, en la zona de la IV División con sede en Camiri. Este sujeto participa en los interrogatorios y torturas de los detenidos. Se ha jactado de haber pateado y abofeteado el cadáver del Che, y se ha adjudicado la decisión de cercenarle las manos, las cuales quería llevar para Miami. Concluida la guerrilla, y por orientaciones de la CIA, se trasladó para Brasil. En abril de 1971 viajó a México para coordinar planes de atentados contra funcionarios diplomáticos cubanos. Posteriormente fue enviado a Vietnam donde estuvo a cargo de operaciones de Inteligencia, hasta que las tropas norteamericanas fueron derrotadas. El 26 de agosto de 1976 prestó su nombre para la adquisición del National Bank of South, en Hialeah, Florida —propiedad de la CIA—. En este año su auto fue blindado y recibió protección del FBI porque, según manifestó a personas muy allegadas, existía un plan para matarlo. 213

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En horas de la noche del 14 de septiembre de 1978, se efectuó una reunión con los representantes del FBI, Harry Brandson y Joseph Dawson, donde plantearon a la CIA sus argumentos y pruebas de las evidencias de que Gustavo Villoldo Sampera estaba involucrado seriamente en el tráfico de drogas, que una avioneta que poseía desapareció con dos tripulantes de origen cubano, mezclados con el narcotráfico. La CIA protegió a Villoldo y “desestimó” las pruebas suministradas por los funcionarios del FBI. El 2 de julio de 1981 viajó a Santo Domingo al frente de un equipo de 12 agentes de la CIA. Regresó a los Estados Unidos en 1983, donde se establece en un negocio de venta de pescados y mariscos en el North River Drive y 8 Ave., al lado del río Miami, donde fondean barcos de pesca. Algunas personas han reiterado la información de que este lugar es una fachada para encubrir sus actividades de tráfico de drogas y vinculaciones con la mafia; sin embargo, la CIA lo protege. Gustavo Villoldo se encontraba en 1984 en Honduras, apoyando a la contrarrevolución nicaragüense. Actualmente vive en Miami, Estados Unidos. Entre sus amigos se encuentran los agentes de la CIA: Jesús Vázquez Barrero, propietario de Monaco Auto Salle, sito en la calle 8 Sw y 18 Ave., Miami, y Pedro García Mellano, residente en Puerto Rico, dueño de la dulcería La Gran Vía.

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¿Quién es Félix Ramos, Félix Medina o Félix Ramos Medina, como se hacía llamar? Se trata de Félix Ismael Fernando José

Rodríguez Mendigutía, como consta en el tomo 136, folio 189 de la sección de nacimiento del Registro Civil del Vedado, fecha de nacimiento: el 31 de mayo de 1941. Vecino de Independencia No. 56, Sancti Spíritus, Las Villas. En virtud de declaraciones del doctor Fernando Mendigutía Silvera, tío materno del inscrito, y en presencia de los testigos Manuel Suárez Carreño, ingeniero, vecino de Calzada Nº. 302, Vedado, y Gerardo Ramón Rodríguez, empleado, vecino de Cárcel No. 167, La Habana. Fue educado por su tío José Antonio Mendigutía Silvera, apodado Toto, Ministro de Obras Públicas en tiempos del dictador Fulgencio Batista, y uno de sus más cercanos colaboradores. A los diez años de edad, matriculó en la Havana Military Academy. Al triunfar la Revolución Cubana, se marchó para los Estados Unidos, donde lo recluta la CIA. En 1960 parte hacia el Canal de Panamá para recibir entrenamiento terrorista. A finales de ese año le propuso a la CIA —y se lo aprueban— un plan para asesinar al Comandante en Jefe Fidel Castro. Concluido el adiestramiento, trabaja en los grupos de infiltración contra Cuba y realiza la primera acción el 14 de febrero de 1961, cuando un grupo de la CIA, en una lancha rápida, se acerca hasta una zona próxima a Arcos de Canasí, en los límites de las provincias de Matanzas y La Habana. Descargan dos toneladas de equipos y explosivos para diversos sabotajes y lo entierran en una loma cercana a la costa. Pocos días después, el cargamento cayó en manos de la Seguridad del Estado cubano, porque uno de los que le ayudó trabajaba para el G‑2. Félix Rodríguez trajo instrucciones de la CIA para que la contrarrevolución interna efectuara sabotajes en los momentos en que se produjera la invasión por Playa Girón, entre estos la voladura del puente de Bacunayagua, que une a la ciudad

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Félix Ramos, el otro agente de la CIA

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de La Habana con Matanzas por la importante autopista de la Vía Blanca. Al ser derrotada la invasión en menos de 72 horas, perseguido por la Seguridad del Estado cubano, se ocultó en la casa del contrarrevolucionario Patricio Nodal, hasta que por órdenes de la CIA, Alejandro Vergara Mauri, funcionario de la embajada española en Cuba, lo recogió en su automóvil diplomático y lo trasladó a su residencia situada en la calle Línea Nº. 5, apartamento 2A en el Vedado, teléfono 3‑7058, donde fue muy bien atendido. Félix Rodríguez comentaba que Vergara era agente de la CIA —lo que fue confirmado—. Este funcionario español lo presentó al embajador venezolano en La Habana, excelentísimo señor José Nuceti Sardi, y de esta forma obtuvo el asilo en la sede diplomática venezolana el 3 de mayo de 1961, hasta el 13 de septiembre de ese mismo año cuando partió para Caracas. Nuevamente en los Estados Unidos prosiguió sus actividades terroristas. Lo enviaron a Fort Benning, Georgia, donde recibe un curso de adiestramiento junto a Luis Posada Carriles, Gustavo Villoldo Sampera, el norteamericano de origen cubano Jorge Mas Canosa, y otros terroristas. El 25 de agosto de 1962 contrajo matrimonio con Rosa Nodal, de origen cubano y miembro de la CIA. En 1963 lo situaron con un grupo de agentes en una base de operaciones de la CIA en Nicaragua. Desde ese lugar y como represalia por comerciar España con Cuba, el grupo atacó al buque español Sierra de Aránzazu. El escándalo fue de tal magnitud que obligó a la Agencia a regresarlos a los Estados Unidos. Desde territorio norteamericano continuó con sus planes de atentados y actividades terroristas. Al enterarse los servicios de Inteligencia norteamericanos de la presencia del Che en Bolivia, lo asignaron, con varios

agentes de origen cubano, a la ciudad de Santa Cruz de la Sierra y, posteriormente, a Vallegrande. El 9 de octubre partió en helicóptero hacia La Higuera donde trató de interrogar de forma violenta al Guerrillero Heroico. Una vez asesinado el Che, regresó a Vallegrande, de aquí salió para Santa Cruz, luego, a Panamá y, finalmente, a los Estados Unidos. En un informe clasificado con el código “A‑C.O.D.‑25”, elaborado por Félix Rodríguez para la CIA referido a la decisión de asesinar al Che y que fue publicado por el periodista José Luis Morales, de la revista española Interviú, de 30 de septiembre de 1987, se puede leer: “La decisión de ejecutar al dirigente subversivo fue trasmitida sin tregua a la Presidencia a través de nuestra embajada en La Paz.” Señaló el periodista que en ese mismo informe pone por los suelos a los oficiales y suboficiales del ejército boliviano, calificándolos de “cobardes e incapaces” e indica que “a pesar de las indiscreciones y de la venta de informaciones fugadas desde las unidades militares bolivianas, hemos logrado poner fin a la insurrección armada comunista que amenazaba con extenderse a otros países”. El propio Félix Rodríguez afirmó: “La brutalidad era lo común en el ejército y el tratamiento despiadado para los prisioneros era acostumbrado, con frecuencia se le ordenaba a la tropa no tener prisioneros [...] la mayoría de los oficiales bolivianos trataban a sus propios hombres con diferentes grados de brutalidad [...]”. El periodista Claudio Gatti le hizo una entrevista que reprodujo la revista española Cambio 16, Nº. 942, de 18 de diciembre de 1989, y cuando le preguntó quién se ocupó de la ejecución del Che, respondió: “Salí y mandé a Terán que cumpliera la orden. Le dije que debía dispararle por debajo del cuello por-

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que tenía que parecer muerto en combate. Terán pidió un fusil y entró en la habitación con un par de soldados [...] y anoté en mi cuaderno: hora 13:10 del día 9 de octubre de 1967”. En 1968 la CIA lo envió a Perú para impartir clases de Inteligencia y patrullaje de largo alcance a la primera unidad de paracaidistas conocida como los Sinchís. El 24 de febrero de 1969 obtiene la ciudadanía norteamericana. De inmediato lo envían a Vietnam del Sur; parte para Saigón el 13 de marzo de ese año, como integrante de los más de 500 agentes de la CIA en ese país. Aquí se dedicó a torturar e interrogar a los prisioneros y se apropió de algunas de sus pertenencias que conserva como trofeos. Por su participación en la guerra recibió el reconocimiento del Gobierno de los Estados Unidos. En Saigón fue utilizado por la Agencia como intérprete del general argentino Tomás Armando Sánchez de Bustamante, para la cual hizo un informe detallado, donde reflejó todas las actividades, puntos de vista y caracterización de este. El 20 de abril de 1976 la CIA lo jubiló y condecoró con la medalla Estrella al Valor, aunque siguió trabajando para la Agencia. Poco después de la muerte a tiros en 1976 de Zenteno Anaya, en una céntrica calle de París, dice Félix Rodríguez que recibió una misteriosa llamada telefónica; la interlocutora le preguntó por Félix Ramos —seudónimo que utilizó en Bolivia— y luego le dijo: “Tú eres el próximo.” De inmediato acudió a la CIA para solicitar protección, convencido de que algún grupo de revolucionarios lo había descubierto, identificado y ubicado. La Agencia le instaló un sistema de seguridad en su residencia y le blindó el automóvil. En 1979 se vinculó al tráfico de armas a Suramérica asociado a Ted Shackley, ex jefe de la estación CIA en Saigón. Fraguó un plan de asesinato contra el ex presidente hondureño Ro-

berto Suazo Córdoba, junto con otro socio en el negocio de las armas, Gerard Latchinian, a quien sentenciaron a prisión; sin embargo, Félix Rodríguez quedó libre porque las pruebas que lo comprometían desaparecieron misteriosamente. Durante los años 1980 y 1981 cumplió diferentes misiones encargadas por la CIA en Uruguay, Brasil, Costa Rica, Honduras, Guatemala y El Salvador, además, asesoró en táctica de contrainsurgencia al ejército de Chile. El 7 de junio de 1981 sostuvo una fuerte discusión con un funcionario de la CIA, al que pretendió chantajear con dar a la publicidad varios planes terroristas contra Nicaragua si no le entregaba una elevada suma de dinero. Llegaron a un arreglo a cambio del silencio. El 17 de diciembre de 1981 el ex oficial de la CIA, Karl Jenkins, lo invitó, en unión de otros ex integrantes de los grupos de infiltración contra Cuba, a una reunión en un restaurante de la calle 8 y 26 en Miami. Por esos tiempos organizó planes terroristas contra buques mercantes cubanos que transportaban mercancías a Nicaragua. En 1982 apareció como asesor del ejército argentino, donde era conocido como El Gaucho. La CIA lo envió en 1984 a San Salvador para que trabajara en labores de contrainsurgencia y en el suministro de armas y vituallas a los contras nicaragüenses; en estas operaciones utilizaba el seudónimo de Max Gómez. Antes de salir para ese país, y a través de Donald Gregg, asesor de George Bush, se entrevistó con el Presidente de los Estados Unidos, quien comprobó que era el hombre indicado. Aunque su base de operaciones la estableció en el aeropuerto de Ilopango, en El Salvador, viajó con frecuencia a Honduras y Guatemala para coordinar las acciones que proyectaba

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realizar. Tenía de ayudante a Luis Posada Carriles, autor del criminal atentado al avión de Cubana de Aviación, que ocasionó la muerte a sus 73 ocupantes el día 6 de octubre de 1976, frente a las costas de Barbados. Félix Rodríguez estuvo vinculado en el gran escándalo en los Estados Unidos conocido como Irán‑Contras, acusado de participar en el tráfico de armas y drogas en contubernio con la CIA y los contras nicaragüenses. Las pruebas que lo comprometían, una vez más, desaparecieron, y una subcomisión del Senado de los Estados Unidos lo absolvió. A la toma de posesión del presidente norteamericano George Bush, Rodríguez asistió en compañía de su amigo, el general Rafael Bustillos, jefe de la Fuerza Aérea de El Salvador. El redactor del periódico El Nuevo Herald de Miami, Pedro Sevcec, recogió la siguiente respuesta a una de las tantas preguntas que le formuló para dicho periódico y que apareció publicada el 16 de octubre de 1989: “A veces estoy solo, me siento aquí de madrugada y veo las cosas que me pasaron en mi vida. Uno se siente satisfecho de ver que cumplió con su deber”. Félix Rodríguez vive en el condado Dade, en la Florida. En la sala de su casa tiene una especie de museo que incluye decenas de artefactos bélicos, documentos, una granada que, según él, llevó en una incursión a Cuba, fusiles y bayonetas utilizados contra los vietnamitas, una bomba desactivada, fotos con el presidente norteamericano George Bush, diversos objetos capturados a guerrilleros centroamericanos, entre ellos una prenda íntima que dice perteneció a la combatiente salvadoreña Nidia Díaz. La casa está protegida con equipos electrónicos y alarmas para tratar de impedir el acceso por algún lugar sin que se activen estos. 220

El Diario del Che en Bolivia y la nueva campaña de desinformación de la CIA

La CIA comienza a tejer una nueva campaña de desinformación Después de los sucesos de La Higuera y el asesinato del Che, la CIA intensificó la campaña de desinformación, con el propósito de distorsionar la actividad guerrillera y calumniar a sus principales protagonistas. Sus especialistas prepararon múltiples acciones en ese sentido. Una de las líneas tenía como objetivo desacreditar la imagen de Tania la Guerrillera. Con este fin publicaron un artículo de prensa, donde citaban a un desertor, supuesto ex oficial de Inteligencia de los servicios secretos de la RDA, nombrado Guether Maennel, quien, según la información, se dirigió a la República Federal de Alemania donde formuló infames calumnias sobre ella. El artículo, fabricado por la CIA, se publicó el 5 de mayo de 1968 en el diario alemán Welt Ann Sontang. En el mes de junio de ese mismo año, llegó a la ciudad de La Paz un oficial de la CIA para “charlar” con algunos periodis221

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tas previamente seleccionados. La conversación se efectuó en la casa situada en la calle 14 Nº. 235, del residencial barrio de Calacoto; el motivo aparente era mostrar el artículo aparecido en la República Federal de Alemania e intercambiar informaciones acerca de Tania y la guerrilla en general. Días después, el periódico El Diario, de la ciudad de La Paz, reprodujo el artículo del periódico alemán y el oficial de la Agencia se volvió a reunir con los periodistas. Uno de los asistentes le contó a un amigo que cuando el oficial le preguntó su opinión sobre el artículo y le pidió que escribiera lo que habían conversado en la reunión anterior, él le respondió: “Nadie en Bolivia va a creer esas historias fantásticas.” Le dio una amplia explicación de sus puntos de vista; también le mencionó a varias personas que conocieron a Tania y tenían muy buena opinión de ella, para concluir diciéndole que no podía aceptar una proposición de esta naturaleza, porque nadie en Bolivia, ni el propio Barrientos, iba a creerla. El oficial de la CIA le respondió: “No importan los bolivianos, ellos son analfabetos, no saben leer, importan los europeos y los norteamericanos. Allí un por ciento va a creer, otro por ciento le convendrá creer, a otro por ciento le haremos creer, el resto dudará. Nuestro éxito consistirá cuando hagamos de los guerrilleros unos aventureros y de Tania una mujer vulgar.” Con igual insistencia le detalló la extraordinaria importancia de los medios de comunicación para utilizarlos en función de estos intereses y le ofreció una importante remuneración económica por el mencionado artículo. Le aclaró que el objetivo no era Tania sino el Che, al que su imagen e influencia dentro del movimiento revolucionario debía afectarse, ya que la teoría de la lucha armada como vía para hacer la revolución tenía que

desacreditarse, y para ello era necesario crear y generar desconfianza sobre la actividad y efectividad de sus postulados; así como debían aprovecharse de los acontecimientos en Bolivia para alentar las divisiones y contradicciones existentes dentro de la izquierda. Con esos propósitos divulgarían la opinión de que el Che se equivocó al seleccionar Bolivia, porque en ese país no había condiciones para la lucha, que había actuado así acosado por contradicciones con la dirección cubana. Señaló la necesidad de insistir en que los mineros, los campesinos y los estudiantes bolivianos fueron indiferentes a la guerrilla; que todos los miembros del Partido Comunista de Bolivia (PCB) lo traicionaron y eran los responsables directos del fracaso; que Cuba los abandonó y no les prestó ninguna ayuda por compromisos contraídos con la Unión Soviética. Orientó las frases que debían atribuirle al Che para que fueran repetidas constantemente. El periodista recordó las siguientes: “Todos los comunistas bolivianos son unos cerdos y unos burgueses y la revolución acabará con ellos.” “Los campesinos nos traicionaron, son insensibles y actúan como piedras.” “He fracasado.” “Todo ha terminado.” “La revolución no puede realizarse.” “He sido derrotado.” “No disparen que soy el Che Guevara, valgo más vivo que muerto para ustedes.” “La decisión de venir a Bolivia no la tomé yo, otros lo hicieron por mí.” Como parte de esta campaña, la CIA comenzó a preparar cuidadosamente las alteraciones, omisiones de palabras o frases y añadiduras que le incluirían al Diario del Che, para adecuarlo a estas tergiversaciones. Con estos propósitos, en el último piso de la embajada de los Estados Unidos en La Paz, trabajaban expertos calígrafos, acción que no fue concluida por la publicación en Cuba de El Diario del Che en Bolivia.

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Tenían proyectado difamar selectivamente a los miembros del PCB, de otros partidos y organizaciones de izquierda, integrantes de la red urbana y personalidades que simpatizaban con el movimiento guerrillero. Asimismo, prepararon supuestas declaraciones y compromisos de algunos de los detenidos con los servicios secretos de Inteligencia bolivianos o la CIA, con la intención de chantajearlos para mantenerlos bajo su control o de reclutar a varios de ellos. Informaciones obtenidas por otras vías se les atribuyeron a los interesados en desprestigiar ante la opinión pública, a la vez que resguardaban a los que les resultaban útiles o podían serlo en algún momento. En torno a la guerrilla del Che en Bolivia y su figura, se desarrolló una sistemática y bien orquestada campaña de publicidad: libros, folletos de todo tipo, reportajes, editoriales, comentarios, entrevistas, pero en todas manipulaban y tergiversaban la verdad. Se utilizaron a escritores afines, se divulgaron datos falsos que ellos tomaban y repetían. La CIA y sus especialistas, sus enormes recursos y sus infames planes no han logrado deteriorar la imagen y el prestigio del Che y la guerrilla, porque como dijo Abraham Lincoln, se puede engañar al pueblo una parte del tiempo, se puede engañar a una parte del pueblo todo el tiempo, pero lo que no se puede es engañar a todo el pueblo todo el tiempo.

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Mientras especialistas de la CIA trabajaron para incluir o eliminar los elementos de interés del Diario del Che, la alta jerarquía militar boliviana se ocupó de negociar su venta.

En La Paz circulaban insistentes rumores de que el gobierno había vendido los derechos de difusión de todos los documentos del Che al grupo The New York Times y a una cadena de televisión de los Estados Unidos. Estos rumores produjeron una carrera de ofertas y contraofertas que se inició por 20 000 dólares y alcanzó la cifra de los 400 000. El original del Diario del Che, desde su llegada a La Paz, fue resguardado en una caja fuerte, con todas las medidas necesarias para su protección; incluso, las claves de las combinaciones se cambiaban periódicamente. Cuando fue necesario llevar el Diario al Instituto Geográfico Militar, para fotografiar algunas páginas que serían empleadas en el juicio contra Regis Debray, se hizo con todas las medidas de seguridad establecidas. El capitán de corbeta Moisés Vásquez Sempértegui y dos oficiales más permanecieron custodiándolo todo el tiempo. El coronel Amadeo Saldías vigiló al fotógrafo de ese instituto mientras realizaba el trabajo. Cuando lo mostraron a los representantes de la empresa europea Magnum Publicity y a los periodistas Andrew Saint George y Juan de Onis, fueron vigilados constantemente por los oficiales Moisés Vásquez Sempértegui y Ángel Vargas Tejada. El 3 de noviembre de 1967 la agencia europea Magnum Publicity ofertó 50 000 dólares por la compra del Diario; al día siguiente ya Barrientos anunciaba la venta. Ovando supo del hecho a través de la prensa, entonces se opuso y afirmó que había conseguido una oferta mejor. Comentó en privado que seguramente Barrientos entró en compromisos secretos con la Magnum para quedarse con una parte importante del dinero. El 7 de noviembre declaró que el Diario se lo llevaría el mejor postor, pues había una oferta de 100.000 dólares. Estas contra-

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Negociaciones para vender el Diario del Che

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dicciones aumentaron las ya tensas relaciones existentes entre los dos generales, y fue necesario discutir las desavenencias creadas en el seno del alto mando militar. El 17 de noviembre de 1967 se comunicó que las fuerzas armadas serían las encargadas de decidir la venta. Entre tanto se filtró a los periodistas que la demora se debió a que los expertos calígrafos de la CIA no habían concluido el trabajo de los aspectos que se querían eliminar o incorporar al original. La Magnum, que incluye al Paris‑Match, desautorizó a su representante en La Paz, Michele Ray, quien ofreció 400 000 dólares por el Diario. Por otro lado, las fuentes militares señalaban que la Magnum solo había prometido 120 000, más el 10% sobre los beneficios. El 22 de noviembre un decreto supremo autorizó a las fuerzas armadas a disponer de los documentos y pertenencias del Che. No obstante, el 1ro. de diciembre, Ovando declaraba al periódico O’Jornal, de Brasil, que el Diario no debía salir jamás de Bolivia. Sin embargo, el 3 de diciembre de ese año se reveló en Nueva York que Fotos Magnum Inc., corporación internacional de reporteros gráficos, negociaba con el gobierno boliviano y ofrecía 125 000 dólares. El consorcio Doubleclay and Co. se abstuvo de negociar, por temor a que Aleida March, viuda del Che, cuestionara los derechos y formulara las correspondientes reclamaciones. El 4 de diciembre se comunicó que Time‑Life y Paris‑Match sostenían una pugna por adquirir los derechos. Al día siguiente, Barrientos denunció que el comunismo internacional buscaba perturbar las negociaciones con la Magnum por un monto de 300.000 dólares; el 15 de diciembre se informó que estas fracasaron.

Las contradicciones y creciente malestar dentro de las fuerzas armadas bolivianas cada vez eran más evidentes. En los primeros días de enero de 1968, la unidad Colchani, acantonada en la frontera con Chile, se rebeló, porque el alto mando militar había ordenado el arresto del comandante de esta, capitán Humberto Monterrey, por realizar manifestaciones sumamente críticas contra Barrientos. Los amotinados se dirigieron

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Después de la derrota comercial, Barrientos le solicitó el Diario a Ovando y se lo entregó al capitán Norberto Salomón, apodado el Bubby, un hombre de su entera confianza, al que impartió órdenes precisas para que fuera al ministerio del Interior y le sacara una copia. El Ministro del Interior Antonio Arguedas convenció a Salomón para ir a cenar mientras realizaban el trabajo, tarea encomendada y cumplida por Ricardo Aneiva Torrico, jefe del departamento técnico, su ayudante Jaime Moreno Quintana y el fotógrafo Fernando Manzaneda Mallea. Arguedas le había ordenado a Aneiva que sacara dos copias. Al regresar, el trabajo estaba concluido, Salomón le llevó al Presidente el original y la copia. Las negociaciones en torno a la venta del Diario del Che continuaron, pero por una razón u otra no se materializaban. La CIA no estaba interesada que en esos momentos fuera vendido, porque tenían que concluir las enmiendas que le añadirían y establecer determinados compromisos con la casa editora que lo iba a publicar.

Malestar dentro de las Fuerzas Armadas de Bolivia y fuga de los sobrevivientes de la guerrilla

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a las minas de Uyuni, con el objetivo de proclamar, junto a los mineros, un desacato a la autoridad del Presidente y hacer un llamamiento de rebelión a todo el país. Ante tal situación, Barrientos ordenó que la unidad fuera sometida por la fuerza. Al producirse un choque sangriento muere el capitán Monterrey, en circunstancias no aclaradas, y cuatro de sus ayudantes resultaron gravemente heridos. El 15 de febrero de 1968 un hecho vinculado a la guerrilla ocupó las primeras planas de los periódicos y los noticieros de las emisoras radiales. El grupo de los sobrevivientes, después de romper varios cercos militares, burlar al ejército y sus servicios de Inteligencia, lograron llegar hasta la población de Sabaya, en el departamento de Oruro, muy próximo a la frontera con Chile. Durante el recorrido desde la zona guerrillera, más de 1 000 kilómetros, fueron ayudados y protegidos por un comando del PCB y personas del pueblo, colaboradores que, a riesgo de sus propias vidas, los ocultaron en las ciudades de Cochabamba y La Paz, hasta que los trasladaron a la frontera. Los servicios secretos bolivianos y la CIA no pudieron detectarlos ni sospechar nada al respecto. Al saberse que los sobrevivientes estaban en la población de Sabaya, Barrientos dispuso que fueran movilizados los regimientos Ingavi, de La Paz, Camacho, de Oruro, las tropas de asalto y paracaidismo, llamadas CITE, con acantonamiento en la ciudad de Cochabamba. Además, designa al coronel Manuel Cárdenas Mallo, jefe del departamento de operaciones del Estado Mayor, para efectuar la persecución. Pero ya el 16 de febrero habían cruzado la frontera e ingresado en territorio chileno. Los miembros del Partido Comunista de ese país los estaban esperando.

El pueblo de Chile los recibió con agasajos y muestra de muchas simpatías. El presidente del Senado, Salvador Allende, les prestó toda la ayuda necesaria; los condujo hasta la isla de Tahití, donde los esperaba el embajador cubano en Francia, Baudilio Castellanos. Barrientos tuvo que admitir el fracaso. El alto mando militar lo justificó a través de un comunicado que dice: “—El grupo guerrillero cubano logró cruzar la frontera internándose en territorio chileno. “—La tardía comunicación de Sabaya, originada en la falta de medios de trasmisión, así como el mal tiempo reinante en la zona, fueron factores que impidieron el lanzamiento de paracaidistas previstos para poder cortar sus rutas de retirada.” Barrientos, indignado por el fracaso militar, el descrédito que envolvió a su gobierno, la cálida bienvenida tributada por el pueblo chileno, la negativa del gobierno chileno a devolverlos y la protección personal de Salvador Allende como presidente del Senado, lo llevaron a la ridícula posición de acusar a Chile ante la OEA de complicidad con los guerrilleros. A mediados de junio de 1968 se presentó una nueva sublevación militar. Las tropas entrenadas por los asesores norteamericanos para la lucha antiguerrillera que participaron en los combates de la Quebrada del Yuro, se rebelaron y amenazaron con matar a sus superiores, ya que el Presidente se había comprometido a desmovilizarlos una vez concluida la lucha antiguerrillera, pero se olvidó de su compromiso. En su lugar, los jefes que las comandaban las contrataban como cortadores de caña a una empresa privada azucarera en el departamento de Santa Cruz, pero los salarios eran recibidos por los jefes militares para su beneficio personal. Esta situación provocó un

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fuerte malestar que desembocó en la sublevación. La tropa se apoderó de todo el armamento; apresó a los oficiales y clases; amenazó con lincharlos, y tomó posiciones de combate dentro del cuartel de Guabirá donde se encontraba. Sobre los incumplimientos de Barrientos, Gary Prado, en su libro Poder y fuerzas armadas, escribió lo siguiente: “Posiblemente por su forma de actuar, muchas veces el presidente Barrientos adquiría compromisos que después resultaban difíciles de cumplir o provocaban situaciones críticas para sus subordinados”. Alquilar a los soldados bolivianos a empresas particulares de la construcción o agrícolas era una práctica generalizada. Los jefes los explotaban de manera despiadada; los castigaban corporalmente y la comida seguía siendo igual: una sopa de harina de maíz conocida como lagua. Prado, en su libro, afirmó: “La falta de sensibilidad y de moral de algunos comandantes los llevaba a explotar esta mano de obra en beneficio personal.” Después de los combates de La Higuera y la Quebrada del Yuro, los soldados que participaron se consideraban merecedores de especial trato y reconocimiento, pero muy pronto comprendieron que simplemente fueron instrumentos de una política en la cual sólo eran los encargados de poner los muertos. Terminada la guerrilla volvieron a ser los mismos soldados explotados, castigados corporalmente, olvidados y mal alimentados. Barrientos temió que la protesta se extendiera a otras unidades y ordenó bombardearlos hasta someterlos. Varios aviones de combate pasaron rasantes, pero los amotinados les dispararon con ametralladoras. Finalmente, se vio obligado a dar la autorización de los licenciamientos, además de prometer, en público, que no iba a tomar represalias. 230

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El Diario del Che en Bolivia comienza a distribuirse gratuitamente en La Habana El Diario del Che en Bolivia comenzó a distribuirse gratuitamente en La Habana el 1ro. de julio de 1968, también se informó que casi simultáneamente saldría publicado por las editoriales Punto Final, en Chile; François Masperó, en Francia; Ruedo Ibérico, en España; Feltrinelli, en Italia; Trikont Verlag, en la República Federal de Alemania; revista Ramparts, en los Estados Unidos; Editorial Siglo XXI, en México, y en muchos otros países. La noticia provocó un terremoto político en la ciudad de La Paz que estremeció al gobierno boliviano, a las fuerzas armadas y sus servicios de Inteligencia, a la embajada de los Estados Unidos y a la estación CIA en ese país. Barrientos y Juan José Torres negaron de inmediato su autenticidad. En conferencia de prensa, Torres expresó: “Creo que se trata de un sensacionalismo deseado por Castro. En ningún momento hemos proporcionado el Diario de Guevara a nadie.” Explicó “que solo se habían tomado fotocopias de algunas páginas de ese documento para comprobar el tipo de caligrafía de Guevara” y, finalmente, dijo “que de acuerdo con las leyes nacionales, los documentos capturados a las guerrillas son propiedad de las fuerzas armadas de la nación; que el Diario fue guardado en lugar seguro y reservado, y que solamente los altos jefes militares tuvieron acceso a su contenido; que en ningún momento se concedió derecho alguno para su publicidad, ni dentro ni fuera del país, pese a numerosas ofertas”. El Comandante en Jefe Fidel Castro, el 3 de julio de 1968, en un discurso trasmitido por radio y televisión a todo el país, expresó: “[...] nadie que esté en su sano juicio puede concebir 231

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que alguien publique una copia falsa de un documento cuyo original está en manos de otro, siendo además ese otro un enemigo. Es algo insostenible la sola idea de que nosotros fuésemos a incurrir en semejante error; además de error, en semejante inmoralidad, que jamás acostumbra esta Revolución. “Nosotros recibimos las copias fotostáticas y las sometimos a cuidadoso estudio [...]. “[...] y no tenemos realmente la más remota duda de que es el auténtico Diario”. La noticia procedente de La Habana de que se distribuía gratuitamente El Diario del Che en Bolivia recorrió todo el mundo, lo que causó un gran impacto en la opinión pública internacional por la forma secreta con que se manejó su edición. Fue destacada por los más importantes periódicos y revistas de México, Santiago de Chile, Montevideo, Buenos Aires, Bogotá, Río de Janeiro, Lima, Quito, Caracas, Munich, Milán, Roma, París, Argel, Madrid, El Cairo, Londres, Bruselas y Nueva York. Por su parte, la agencia de noticias checoslovaca CETEKA puso en duda la autenticidad del Diario y la veracidad de la noticia divulgada en La Habana. Con la publicación de El Diario del Che en Bolivia, la CIA recibió un estruendoso fracaso: sus planes calumniosos contra el Che y la Revolución Cubana sufrieron un duro golpe.

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Inmediatamente que se supo de la publicación de El Diario del Che en Bolivia, Barrientos convocó a una reunión urgente del alto mando militar con el propósito de discutir la situación

creada y la responsabilidad de la fuga. Una alta fuente boliviana con acceso a esa reunión, expresó: “Barrientos no acusó de manera directa a Ovando, pero por las alusiones y elementos que expuso era evidente que se refería a él y que debía renunciar para salvar la cara del gobierno. “Barrientos pretendió aprovechar las circunstancias de la publicación del Diario del Che para deshacerse de Ovando y de todos los miembros del Estado Mayor de las fuerzas armadas leales a este. Desde hacía largo tiempo ambos generales trataban de eliminarse mutuamente. No era un secreto que Ovando conspiró contra Barrientos y le preparó un golpe de Estado donde contempló, incluso, la posibilidad de eliminarlo físicamente. Tampoco era un secreto que Barrientos trató en varias oportunidades de sustituir a Ovando sin poder lograrlo, en esos momentos la posibilidad se presentaba y no estaba dispuesto a dejarla pasar. En las fuerzas armadas existía un equilibrio en la correlación de fuerzas, porque Ovando, con mucha habilidad, había ido designando a militares leales y de su plena confianza como comandantes de los principales regimientos del país y por esa razón no podían reemplazarlo sin una causa suficientemente convincente porque, de lo contrario, podía provocar un golpe de Estado, ya que los comandantes sabían que, si caía Ovando, ellos se tenían que ir con él, y ese factor detenía a Barrientos”. La fuente añadió: “Ahora, al aparecer Ovando como el máximo responsable de la fuga del Diario del Che, de que fuera llevado a La Habana y Fidel Castro lo publicara, Barrientos podría lograr el propósito de sustituirlo. Como ante estos graves hechos, el gobierno de Bolivia, las fuerzas armadas y los servicios de Inteligencia se habían colocado en una posición

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Reunión urgente en el alto mando militar de Bolivia

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ridícula y de descrédito nacional e internacional, alguien tenía que pagar y ese alguien no podía ser otro que Ovando. Barrientos no estaba dispuesto a perdonarlo. “La reunión fue tormentosa, todos coincidían que la suerte de Ovando estaba totalmente perdida, pero cuando habló, petrificó a los presentes, incluido al propio Barrientos. Ovando era un hombre de gran autoridad dentro de las fuerzas armadas, muy respetado, tenía un carácter sereno e inexpresivo, y estaba muy calmado. Explicó que podía demostrar que nada tenía que ver con la fuga del Diario, que era inocente de las implicaciones que el Presidente pretendía sindicarle. Dijo que si el Diario del comandante Guevara publicado en La Habana, contenía todas las páginas asumía la responsabilidad del hecho, pero si le faltaban 13, e inmediatamente mencionó cada una de ellas, la responsabilidad había que buscarla en el Ministro del Interior, porque cuando Barrientos le solicitó el Diario para enviarlo al Ministerio del Interior con el propósito de sacarle una fotocopia con fines de estudio, antes de entregarlo le sustrajo esas páginas como medida cautelar ante cualquier manejo desaprensivo. Ovando añadió que era fácil determinar si los responsables de la fuga era la embajada norteamericana o la CIA, porque la copia de ellos tenía impreso el dedo de un soldado en varias de sus páginas, lo que resultaba fácilmente identificable. La reunión fue suspendida hasta lograr un ejemplar editado en La Habana y hacer los cotejos y averiguaciones correspondientes”. Durante todos estos años, se creyó que el fotógrafo Fernando Manzaneda no había fotografiado el Diario completo, a causa de lo presionado que estaba de tiempo cuando realizó el trabajo y por esa razón se había saltado las 13 páginas que

faltaban. Hoy la verdad se sabe, el Diario fue enviado sin estas. Manzaneda fotografió toda la documentación que le entregaron e hizo las dos copias que le ordenó el Ministro del Interior. El periódico Presencia, de la ciudad de La Paz, publicó el 10 de julio el Diario del Che y Ovando admitió su autenticidad, además, anunció la formación de un tribunal para investigar y castigar a los responsables. Las intrigas alcanzaron grandes proporciones. Los más cercanos colaboradores de Barrientos circularon rumores de que Ovando era el culpable; que debía ser sustituido y juzgado cualquiera que fuere su responsabilidad en los hechos, pues tanta culpa tenía por entregarlo personalmente o por permitir que otro lo hiciera. Estos comentarios provocaron en Ovando un estado depresivo tan profundo, que llegó a comentarles a sus familiares y amigos más íntimos que renunciaría a su cargo, porque las sospechas y comentarios insidiosos recaían en él y, aunque no era culpable, le resultaba difícil hacer creer que no tuvo nada que ver en ese asunto. Sus amigos y colaboradores iniciaron una serie de contactos urgentes para contrarrestar la ofensiva calumniosa. El 12 de julio lograron que el Congreso boliviano le exigiera a Barrientos una aclaración, además de una investigación profunda de la situación. A la vez, Ovando sostuvo una entrevista secreta con el líder de la Falange Socialista Boliviana para trasladarle la información de que el responsable de la entrega del Diario a Cuba era el Ministro del Interior, Antonio Arguedas, ya que al cotejar personalmente las páginas del Diario, faltaban las 13 sacadas por él y podía garantizarlo. Todos sabían muy bien en La Paz las íntimas relaciones de amistad que existían entre Arguedas y Barrientos, un golpe a Arguedas iba dirigido también contra el

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Presidente, y los falangistas, enemigos de ambos, se aprovecharon de esa circunstancia. Sobre la amistad entre Barrientos y Arguedas, Gary Prado escribió que Arguedas formaba parte de un reducido grupo de miembros de las fuerzas armadas totalmente adictos a Barrientos y merecedores de favores extraordinarios de él, aun por encima de los reglamentos militares. La Falange Socialista Boliviana presentó a la comisión del Congreso una solicitud para que el Ministro de Defensa Nacional, general Enrique Gallardo Ballesteros, explicara por escrito varias preguntas: “¿Qué jefes militares tuvieron bajo su custodia el Diario? ¿Cuántas fotocopias se han sacado de ese documento y en poder de quiénes están? ¿Quién ordenó que se proporcionara copias del Diario o se les diera acceso al original a periodistas extranjeros y a miembros de la CIA y del FBI? ¿Si no se considera que ello significa injerencia de un país extranjero en los asuntos internos de Bolivia? ¿Si no es efectivo que las Fuerzas Armadas y el Gobierno conocían que el New York Times tenía en su poder una copia del Diario del Che? ¿Por qué no aceleraron la publicación de ese documento en el país? ¿Por qué no se publicó el Diario del Che a cargo de las Fuerzas Armadas siendo que era de interés nacional y su conocimiento significaría un considerable ingreso económico para el país? ¿Por qué el gobierno no dio a publicidad el decreto supremo del 6 de diciembre de 1967 por el que se enajenaba el Diario del Che?” La Falange Socialista Boliviana aseguró en un comunicado de prensa que Barrientos facilitó una copia del Diario a Arguedas, sin tomar en cuenta que era sospechoso por veleidosas inclinaciones marxistas. Por su parte, Ovando le entregó a Ba-

rrientos una solicitud por escrito para investigar al Ministro del Interior, que textualmente dice: “Señor Presidente: “Las organizaciones de las FF. AA. encargadas de la investigación sobre la forma en que el Diario de Ernesto ‘Che’ Guevara salió del país, han establecido que dicho documento, en oportunidad de encontrarse en manos del Ministerio de Gobierno, fue manejado con suma indiscreción durante un lapso de 24 horas. “Como tenemos serias evidencias de que este insólito descuido del más alto organismo de seguridad del Poder Ejecutivo, pudo haber dado origen a la infiltración del citado documento, muy respetuosamente solicito se permita que el Departamento 2do del Estado Mayor, efectúe la más severa investigación de ese despacho, comenzando por el mismo señor Ministro de Gobierno. “Tengo plena seguridad de que así podré demostrar al señor Capitán General y al país todo, que las FF. AA. no han descuidado su sagrada misión y permanentes deberes con la seguridad de la nación. La desleal campaña desatada contra las FF. AA. no llega a ninguno de sus miembros de cuya jerarquía moral y profesional doy fe”.

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Comenzó el sumario militar sobre la fuga del Diario del Che El 19 de julio de 1968, en la ciudad de La Paz comenzó el sumario militar para determinar las posibles faltas o delitos que se hubieran cometido en el cuidado de los documentos del Che.

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Los interrogatorios se iniciaron bajo estrictas medidas de seguridad. Fueron llamados a declarar Joaquín Zenteno Anaya, Arnaldo Saucedo Parada, Andrés Sélich Shop, Herberto Olmos Rimbaut, Miguel Ayoroa Montaño, Moisés Vásquez Sempértegui, Mario Eduardo Huerta Lorenzetti, Ángel Vargas Tejada y Federico Arana Cerrudo. En sus declaraciones no pudieron ocultar el papel interventor de la CIA y la embajada de los Estados Unidos contra la guerrilla del Che. En horas de la noche, Antonio Arguedas desapareció. El gobierno boliviano ordenó el cierre de todas las fronteras para evitar su salida. La CIA, por su parte, desactivó con urgencia el Departamento Técnico, todos los equipos y documentos fueron trasladados a una casa marcada con el No. 235 de la calle 14 del barrio de Calacoto, alquilada tiempos atrás por el oficial de la CIA Hugo Murray al propietario de esta, señor Gerardo Vargas. Los documentos y equipos —introducidos por el fondo de la vivienda a altas horas de la noche— fueron recibidos por un funcionario de la embajada norteamericana que acostumbraba a conducir un auto Station Wagson, con chapa diplomática Nº. 326. En la mudada de los archivos se extraviaron varias gavetas con cintas grabadas, nóminas de agentes, fotos de casas de seguridad e importantes documentos. Estas gavetas fueron encontradas por manos revolucionarias y celosamente guardadas durante varios años.

Revelaciones del exministro del Interior de Bolivia, Antonio Arguedas, sobre la participación de la CIA en los asuntos internos de su país

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Antonio Arguedas revela cómo fue reclutado por la CIA En una de las tantas conferencias de prensa, Antonio Arguedas en esos días reveló en Lima, Perú, sus vinculaciones con la CIA. Explicó a los periodistas que en 1964, al ser designado como subsecretario del Ministerio del Interior, recibió la visita del coronel norteamericano Edward Fox para trasmitirle que si continuaba en ese ministerio, los Estados Unidos suspenderían la asistencia económica a Bolivia y adoptarían las más drásticas sanciones y presiones contra el gobierno. Señaló que para evitar ese hecho, presentó la renuncia; pero, aproximadamente, a los veinte días el coronel Fox le dijo que su caso se podía arreglar, si estaba dispuesto a conversar con un diplomático norteamericano para intercambiar opiniones; entonces le presentó a Larry Sternfield, Jefe de la estación CIA en Bolivia, quien le propuso viajar a Lima.

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En la capital peruana fue escoltado por el oficial de la CIA Nicolás Leondiris hasta un apartamento ubicado en la avenida Piérola, donde dos norteamericanos lo interrogaron durante cuatro días. Arguedas manifestó que el primer día le preguntaron quiénes eran sus amigos, con quiénes estaba relacionado, cuáles fueron sus vínculos con el Partido Comunista Boliviano, a qué dirigentes de izquierda conocía, cuáles eran las conversaciones que había sostenido con ellos. Al segundo día le aplicaron un cuestionario de antecedentes personales. Al tercero lo sometieron al interrogatorio electrónico y le aplicaron conexiones eléctricas en las manos, en el corazón y la cabeza. El último día fue drogado, cuando reaccionó, había concluido el interrogatorio. Después de su regreso a Bolivia, surgió la posibilidad de que lo designaran Ministro del Interior. Los norteamericanos le prometieron alabarlo y apoyarlo en todos los círculos de la capital boliviana como una persona idónea para el cargo. Viajó a Washington invitado por el Gobierno de los Estados Unidos, allí un funcionario le dio una explicación de cada uno de los gobiernos latinoamericanos. Un experto en asuntos cubanos le habló horrores de la Revolución Cubana. Volvió a Bolivia y lo nombraron Ministro del Interior. Confesó que vivía en un permanente dilema; en esas circunstancias surgieron las guerrillas. Entonces el Jefe de la estación CIA le comunicó que le enviaría algunos asesores, porque los agentes de seguridad que tenía no servían para nada. De esa manera entraron en Bolivia los agentes de la CIA de origen cubano. Refirió a la prensa que al principio ese grupo de agentes trabajaron a sus órdenes; pero llegó un momento en que procedieron con absoluta independencia. Esto lo indignó, porque

algunos ciudadanos bolivianos denunciaron interrogatorios y torturas a cargo de gentes que hablaban como extranjeros. Él notificó que no podían continuar; sin embargo, no le hicieron caso a su advertencia. Narró que el agente de la CIA de origen cubano Julio Gabriel García se buscó una amante boliviana y le confió todos los secretos del servicio de seguridad del Estado. Entre las discrepancias con los norteamericanos contó que a raíz de que la Corporación Minera de Bolivia sostenía juicio con la empresa norteamericana Lipez‑Mining, la CIA lo presionó para que ejerciera su influencia en cuanto al fallo a favor de la compañía estadounidense. Como todo salió de acuerdo con la ley, los norteamericanos pensaron que se les estaba escapando paulatinamente de su control. Otro hecho que se añadió a sus malas relaciones con la CIA, fue que el 13 de junio de 1968, con motivo de su cumpleaños, el Jefe de la estación CIA Thomas Hazlett lo mandó a buscar para entregarle un regalo. Molesto por la prepotencia utilizada, no fue. Al día siguiente, el oficial de la CIA Hugo Murray le dijo que el Jefe estaba enojado; que tenía un obsequio enviado desde los Estados Unidos. Arguedas señaló que para no chocar nuevamente acudió a la casa de Thomas, ubicada en la calle 7 del barrio de Obrajes. El regalo consistía en una pistola con un cinto y un cargador sin municiones, con la foto del Comandante Fidel Castro, del Che Guevara y de Raúl Castro. Enseguida pensó que era el principio de un chantaje, o sea, la CIA con eso le estaba indicando que si no actuaba incondicionalmente a su servicio, iba a ser denunciado de castrista. En esos momentos recordó que en una gaveta de su escritorio tenía los negativos del Diario del Che; entonces, al llegar a su oficina agarró un papel, le puso una nota al Comandante Fidel Castro, sacó los negativos y los

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envió a La Habana. Al día siguiente llamó al Jefe de la estación CIA y le pidió explicaciones sobre el regalo; este le dijo que era una broma de Tilton, el anterior Jefe de la estación CIA, que posiblemente las fotografías de los líderes cubanos eran para ser utilizadas como “blanco”.

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El escándalo de la salida del ministro del Interior de Bolivia envolvió a la embajada de los Estados Unidos en La Paz, la estación CIA, los principales jefes militares bolivianos, sus servicios de Inteligencia y, especialmente, a Barrientos. Los enemigos del Presidente aprovecharon el hecho y prepararon una manifestación para pedir su renuncia. Se produjo tal descrédito que el gabinete en pleno renunció. En esta circunstancia, Barrientos se vio obligado a designar nuevos ministros dentro de militares afines, porque los civiles consultados se negaron a aceptar. Los observadores políticos destacaron que en la toma de posesión del nuevo gabinete no asistieron los miembros del alto mando militar ni los dirigentes de los partidos políticos oficialistas. El aislamiento de Barrientos se evidenciaba cada vez más. Según algunas fuentes bolivianas, la partida del Ministro se debió a que, oportunamente, informado de que la CIA, al descubrirlo como autor del envío del Diario del Che a Cuba, y al considerarlo un doble agente, le estaba preparando un atentado para asesinarlo. Arguedas conocía valiosas informaciones de muchas de las actividades encubiertas que la CIA llevaba a

cabo en Bolivia y otros países latinoamericanos; dominaba los nombres de algunos de los agentes infiltrados en los medios de prensa, fuerzas armadas, partidos políticos, sindicatos, ministerios e instituciones; la ubicación de las casas de seguridad, el sistema de control telefónico y de correspondencia a oficiales y miembros de la estación CIA en Bolivia. Por todas estas razones, resultaba sumamente comprometedor que permaneciera vivo. Si hablaba, el trabajo que por años desarrollaron en Bolivia se afectaba sensiblemente. Ante esa posibilidad, la decisión fue eliminarlo. El 19 de julio, cuando el ministro recibió una invitación del agente Julio Gabriel García para que asistiera a las 19:30 a un lugar indicado con el objetivo de tratar un grave asunto, tuvo la certeza de que la información sobre el atentado era real. Para concurrir a la cita tenía que atravesar el puente de la Florida, que comunica el centro de la ciudad con el residencial barrio de Calacoto. Allí lo esperaban ocultos dos hombres dispuestos a cumplir la orden de eliminarlo. El crimen lo tenían calculado para que las sospechas recayeran en grupos de izquierda o militares ofendidos por haber entregado el Diario del Che a Cuba. Pero Antonio Arguedas, en lugar de acudir a la cita, decidió partir ese mismo día a las diez de la noche rumbo a Chile. Lo acompañaron su chofer José Matías Valencia, su hermano Jaime Arguedas y uno de los ayudantes de este último de apellido Crespo. Cuando llegaron a la zona fronteriza, se dirigió con su hermano al puesto de control de la localidad de Colchani donde solicitó asilo político, mientras sus otros dos acompañantes regresaron a La Paz. De Colchani lo trasladaron a la ciudad de Iquique en espera de la decisión que tomaran en la capital chilena.

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Antonio Arguedas, ministro del Interior de Bolivia, burla a la CIA

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La estación CIA en Santiago de Chile se movilizó por todos los canales posibles para aislarlo y silenciarlo. Rápidamente, uno de sus oficiales, en compañía de Eduardo Zúñiga Pacheco, subdirector de investigaciones de la policía chilena, viajó a Iquique en un avión de la fuerza aérea de ese país; enseguida lo sometió a un minucioso registro e interrogatorio que duró entre dos y tres horas. Zúñiga, siguiendo instrucciones de la CIA, le propuso una gran fortuna personal y facilitarle documentos para que se estableciera en cualquier país europeo a cambio de acusar a los generales Ovando o Barrientos como los responsables de la entrega del Diario del Che a Cuba por una fuerte suma de dinero. Le prometió dejarlo libre unos cuantos días y cuando comprobara que el dinero estaba depositado en un banco de Europa, formulara la acusación en una conferencia de prensa. Zúñiga le dijo: “Necesariamente tienes que perjudicar a una u otra persona. Los perjudicados no van a ser los norteamericanos [...] ni Chile ni tú. Han de ser personas que en estos momentos en tu país están dispuestos a eliminarte [...]”. Antonio Arguedas declaró que rechazó estas proposiciones, entonces le hicieron una serie de chantajes, presiones y amenazas. Igualmente querían obligarlo a declarar que el Partido Socialista de Chile estaba vinculado con las guerrillas de Bolivia. De Iquique lo llevaron para Santiago de Chile y lo incomunicaron. La CIA designó al oficial Nicolás Leondiris para que se ocupara personalmente de Arguedas, ya que ambos se conocían muy bien porque trabajaron juntos desde 1964. En Santiago de Chile, la CIA de nuevo lo sometió a distintas presiones, con la intención de obligarlo a firmar un documento solicitando su regreso a Bolivia. Al mismo tiempo, publicaron

una nota de prensa que explicaba que no pedía asilo político, sino lo que deseaba era regresar cuanto antes a Bolivia; o sea, la Agencia pretendía devolverlo al gobierno boliviano para que este cargara con la responsabilidad del asesinato si no alcanzaban un acuerdo satisfactorio con él. El embajador norteamericano en la capital chilena, Edward Korry, se entrevistó varias veces con Arguedas tratando de convencerlo. Por otro lado, el oficial de la CIA Nicolás Leondiris le dijo: “Todo está arreglado don Antonio, vamos a agotar todas las medidas para que tú salgas, pero mantenemos nuestra oferta inicial. Tú sabes que Marcos Vásquez [Sempértegui] quiere fusilarte en Bolivia, entonces no digas que el general Barrientos o el general Ovando son los autores de este hecho. ¿Por qué no dices que es Marcos Vásquez el que ha obtenido la copia, la ha vendido, que tú, para salvar la dignidad nacional, te estás presentando como chivo expiatorio? En este caso, tú lo único que tienes que hacer, si te da vergüenza hablar, es escribir una cifra y yo te hago pagar en mi país”. Arguedas no aceptó esos ofrecimientos y Leondiris le propuso otro negocio: irse a Cuba y decir que simpatizaba con la Revolución Cubana, ponerse en contacto con todas las personas que pudiera y trasmitirle las informaciones que obtuviera. Le prometió que, en ese caso, podía estar seguro de que todo lo que quisiera se lo iban a conceder. Arguedas le explicó que no se prestaba a canalladas. Esto le ocasionó que durante el tiempo que permaneció en Chile, estuvo detenido, incomunicado y estrictamente controlado por la CIA. Mientras, la Agencia llevó a cabo una intensa campaña de desinformación con el objetivo de neutralizarlo. Los principales titulares de los periódicos de derecha pueden dar una idea de esta enorme campaña de desinformación.

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Algunos de ellos son los siguientes: “Arguedas quiere volver a bolivia.” “está arrepentido de lo que ha hecho.” “lloró al conocer unas declaraciones de reproche formuladas por barrientos en la paz.” “arguedas era el enemigo público número uno de chile en bolivia.” “era el organizador de mítines antichilenos en la paz.” “la fuga se trata de una intriga ideada por el gobierno boliviano para atacar a chile.” “arguedas era el hombre de los militares y huyó con la ayuda de ovando.” “el objetivo era derrocar a barrientos y utilizar chile como caja de resonancia.” “entregó el diario del che por dinero”. Algunos periodistas, para contrarrestar esta descomunal propaganda, exigieron que se respetara el derecho de asilo político. El personal de la revista Punto Final designó al abogado Jaime Faivovich para que se encargara de la defensa de Arguedas. Faivovich presentó un recurso de hábeas corpus ante la Corte de Apelaciones, que fue receptiva a la solicitud e inmediatamente pidió un informe al Departamento de Investigaciones de la policía. Entretanto, en La Paz, Barrientos formulaba declaraciones amenazadoras contra Arguedas, las que el nuevo cónsul boliviano en Santiago de Chile, Alfredo Galindo, publicó en la prensa local, lo que irritó a la embajada norteamericana. Un día después, Barrientos, en una posición totalmente contraria, exhortaba a que Arguedas regresara a Bolivia para presentarse a la justicia militar o civil; además, gozaría de amplias garantías, al no considerarse su delito de traición a la patria. El ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, doctor Raúl Roa García, y la cancillería cubana declararon su disposición a otorgarle asilo político si las autoridades chilenas no lo hacían. Ante tales circunstancias, el gobierno de ese país no tuvo otra alternativa que acceder, pero con la condición de que abandonara de inmediato el territorio chileno.

Antes de partir concedió una entrevista a los periodistas, donde explicó que había enviado a Fidel Castro una copia del Diario del Che, porque el imperialismo norteamericano intentaba usarlo en una provocación contra el gobierno cubano.

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Arguedas sale de Chile rumbo a Londres Antonio Arguedas abordó un avión de la British United Airways el 26 de julio de 1968 a las 17:00 horas, rumbo a Londres, con escalas en Buenos Aires, Sao Paulo, Río de Janeiro, Las Palmas y Madrid. Viajó escoltado por el oficial de la CIA Nicolás Leondiris y el policía chileno Oscar Pizarro Barrios. El avión arribó al aeropuerto internacional de Ezeiza, en Buenos Aires, a las 18:40, donde un grupo de periodistas lo esperaban. Algunos con fines noticiosos, pero otros como medida de solidaridad para impedir que atentaran contra él. Una hora después prosiguió viaje. Antes de que el avión aterrizara en el aeropuerto internacional de Barajas, en la capital española, estaban esperándolo los funcionarios cubanos Héctor Gallo Portieles y Guillermo Ruiz. Las medidas de seguridad se habían extremado, las instalaciones del aeropuerto se encontraban bajo estricto control de la seguridad española, por lo que fue necesario que el funcionario cubano de Cubana de Aviación Pablo Fernández, vestido de mecánico de aviación, llegara hasta la escalerilla del avión británico y le entregara un mensaje escrito a Arguedas. La presencia de un cubano en el mismo avión lo sorprendió. En el salón de la cafetería del aeropuerto se llevó a cabo una conversación privada entre Arguedas y el diplomático cubano Héctor Gallo Portieles.

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A la misión cubana en Inglaterra se le comunicó que el ex Ministro del Interior boliviano se encontraba a bordo del vuelo número 662 de la British United Airways, rumbo a Londres. La embajadora cubana, doctora Alba Griñán Núñez, dispuso que Guido Sánchez Robert, segundo secretario de esa misión diplomática, se trasladara al aeropuerto internacional para prestarle ayuda, pero las autoridades de inmigración no le permitieron el acceso ni establecer contacto con él. En una sala del aeropuerto Gatwick, de la capital inglesa, Arguedas fue interrogado y retenido durante cuatro horas, hasta que por gestiones de la CIA, un funcionario inglés le entregó el permiso de entrada al país, con la advertencia de que su ingreso era ilegal, que su nombre no aparecía en la lista de vuelo y que sólo podía permanecer tres días. La CIA lo llevó al hotel Apollo, luego al Richmond Hill. En ambos lugares lo registraron con nombres falsos. Es decir, que oficialmente no constaba que viajó a Londres ni estuvo hospedado en ningún hotel. La prensa inglesa reflejó la llegada de Antonio Arguedas. Sin embargo, un funcionario del Home Office (Ministerio del Interior) declaró que desconocían su paradero, mientras que el Foreign Office (Ministerio de Relaciones Exteriores) afirmó que estaba bajo la protección del Home Office, todo lo cual constituía una evidente contradicción. Un funcionario cubano recibió una información confidencial de que la CIA estaba presionando a sus homólogos ingleses para buscar una fórmula adecuada que les permitiera eliminar al doctor Arguedas. El prestigioso abogado inglés Geoffreys Bing sugirió a la embajada cubana que se comunicaran con los diputados lord

Brockwey y Arthur Stanley Newens, y les informaran la grave situación por la que podía estar atravesando el ex Ministro del Interior boliviano. Newens era el presidente de un movimiento que luchaba por la libertad de las colonias, además, muy influyente y respetado dentro del Parlamento; él se mostró muy solidario y prometió ocuparse del asunto. Este, de inmediato, le envió una carta manuscrita a Arguedas, a través del Home Office británico, donde le pedía que se comunicara por escrito o telefónicamente con él. La doctora Griñán solicitó una entrevista al Foreign Office, con el propósito de trasladarle sus preocupaciones ante la aparente contradicción de lo que informaba el Foreign Office y lo publicado por el importante periódico The Guardian de que el Home Office desconocía el paradero del ex Ministro; también deseaba un encuentro con Arguedas. La entrevista fue concedida el 30 de julio cuando la recibió lord Chalfont (Alun Arthur Gwynne Jones Hardman), ministro de Estado de Relaciones Exteriores del Reino Unido, quien se mostró amable y con disposición de ayudarla y colaborar con ella. Asimismo le reveló que el Foreign Office conocía el paradero de Arguedas y cuando lo deseara, podía entrevistarse con él. La embajadora agradeció la información y respondió: “Cuanto antes, en cualquier lugar y a cualquier hora”. Se ha podido conocer que ese mismo día las autoridades de inmigración le comunicaron a Arguedas que existía gran presión de los diputados, los cuales exigían su libertad y que por esa razón le daban nuevas garantías. Le permitieron hablar en español con funcionarios del Foreign Office y con el embajador boliviano en Inglaterra, Roberto Querejazú Calvo. El 31 de julio a las cinco de la tarde invitaron a la embajadora a las oficinas del Foreign Office para la entrevista

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con Arguedas. Varios funcionarios ingleses la esperaban con la intención de participar ellos también, pero ella, amablemente, les indicó que debía ser privada. La reunión duró una hora aproximadamente, ocasión en que le reiteró el ofrecimiento del Gobierno Revolucionario de Cuba de prestarle ayuda y otorgarle asilo político. Antes de retirarse, en conversación con los funcionarios británicos, la embajadora cubana solicitó protección para el ex Ministro del Interior de Bolivia —puesto que ellos eran los encargados de la seguridad personal— para que en compañía del abogado chileno Jaime Faivovich asistieran a un almuerzo que le ofrecía en su residencia de la calle Wilton Crescent y regresara al hotel sin ningún contratiempo. Petición que fue aceptada. La doctora Griñán deseaba evitar que durante el traslado la CIA intentara asesinarlo, pretextando algún accidente. El almuerzo se realizó el 1ro. de agosto de 1968. La presencia de Faivovich en Londres se debió a que las casas editoras Punto Final, en Chile, Masperó, en Francia, y Feltrinelli, en Italia, decidieron financiar el viaje del abogado chileno para que prestara toda la ayuda posible a Arguedas. Faivovich fue objeto de control por los servicios secretos norteamericanos; su habitación, en el hotel Hilton de la capital inglesa, allanada y registrada minuciosamente. La prensa reflejó el hecho, y dio lugar a que el Ministro del Interior británico, David Ennales, declarara en el Parlamento que ni las autoridades inglesas ni la administración del hotel tenían conocimiento de ese hecho. Ante la opinión pública quedó la sensación de que alguien por sobre el ministro podía actuar libremente en Londres. Mientras, desde Bolivia, la agencia UPI reportó el 30 de julio:

“Las presuntas actividades de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos en este país provocaron la reacción de los estudiantes universitarios que piden una investigación sobre la función de ese organismo aquí. En un documento público aparecido hoy en diarios locales, el Centro de Estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad Mayor de San Andrés formula la denuncia pidiendo la creación de un comité integrado por periodistas y universitarios para investigar las actividades de la CIA en Bolivia, a las que califican de ‘atentatorias para la soberanía del país’. “Al exigir la investigación de la actividad de los agentes de la CIA en Bolivia, los universitarios enumeran tres casos de su intervención en cuestiones nacionales. Se cita primeramente a [Julio] Gabriel García como participante en la lucha antiguerrillera y se lo sindica como organizador de un fichero completo de la vida privada de los más importantes ciudadanos y hombres públicos de este país. Otro es Jorge González, a quien se identifica como director del montaje de una inmensa red telefónica, por la que se controlaría la vida privada de los ciudadanos de este país. Finalmente se sindica a Miguel Nápoles como el principal censor de la correspondencia que ingresa a Bolivia.” El 2 de agosto de 1968 partió Arguedas desde Londres rumbo a Nueva York, para continuar viaje cinco días después a Lima y más tarde dirigirse a La Paz. El escándalo en torno suyo alcanzó tal magnitud que resultaba muy difícil a la CIA eliminarlo en los Estados Unidos. El viaje a Nueva York provocó una ola de rumores y abrió grandes interrogantes. El vocero del Departamento de Estado, Carl Bartch, declaró que Arguedas había solicitado una visa de visitante, pues deseaba permanecer en los Estados Unidos por un “breve lapso” antes de seguir hacia otro punto.

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Algunas agencias de noticias señalaron que Arguedas viajó a Nueva York después de arribar a determinados compromisos con la CIA: la no revelación de los nombres de los agentes de la CIA en Bolivia, los cuales comprendían militares, ministros, funcionarios, diplomáticos, periodistas y dirigentes de partidos políticos y sindicales; la no divulgación del trabajo de la CIA en Chile y Perú, y la entrega de una cinta grabada donde el oficial Mario Terán, en su propia voz, le explicó la forma y circunstancia del asesinato del Che. Los observadores políticos indicaron que de no ser así, difícilmente hubiera obtenido el correspondiente visado en el consulado de los Estados Unidos en Londres, ni le hubieran permitido la entrada en ese país aunque fuera en tránsito o de visitante, como informó el vocero del Departamento de Estado, Carl Bartch. Además, se añadió que de Londres salió con nombre falso y acompañado de dos agentes de la CIA. Fuentes que revisaron las listas de los pasajeros de todos los aviones que llegaron desde Londres a Nueva York en los primeros días de agosto de 1968, informaron que no encontraron su nombre en ninguna de ellas. Arguedas permaneció cinco días en los Estados Unidos. El 7 de agosto continuó viaje a Lima. Declaró a la prensa que agentes de la CIA lo interrogaron en una casa de seguridad que esta poseía en el barrio londinense de Richmond Hill. El periódico The Times, uno de los más influyentes en Inglaterra, publicó esas graves acusaciones, lo que provocó críticas en amplios sectores del país. El diputado laborista Stanley Newens manifestó a la prensa que le resultaba insoportable que un individuo en territorio británico fuera sometido injusta e irrazonablemente a un inte-

rrogatorio por agentes de una potencia extranjera, y solicitó al primer ministro, Harold Wilson, que aclarara toda la verdad acerca de las versiones, según las cuales, el ex ministro del gobierno boliviano Antonio Arguedas fue interrogado por miembros de la CIA durante su estancia en Londres. El hecho fue llevado al Parlamento. En La Paz, el embajador norteamericano Douglas Henderson comunicó el 6 de agosto a la cancillería boliviana que se ausentaba del país por problemas de salud de su señora esposa. Al día siguiente partió para los Estados Unidos.

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Arguedas viaja a Nueva York‑Lima‑La Paz Arguedas arriba a la capital peruana el 7 de agosto de 1968, desde allí envió un cable a Londres que textualmente dice: Embacuba pha 163 Cubanex ldnv Here telex call to alba griñan tlx 261094 cubanez london no habiendo podido agencia central de inteligencia de estados unidos (cia) eliminarme físicamente, ha decretado mi muerte civil difundiendo intrigas y calumnias, para suplantar mi posición revolucionaria. Gobierno chileno me concedió asilo con la obligación de abandonar chile en el primer avión disponible. fui presionado insistentemente para que me trasladara a cuba por cualquier país europeo. solo estuve libre en santiago diez minutos. Agente policía chilena oscar pizarro barrios y agente norteamericano cia, nicolás leondiris, me escoltaron desde santiago hasta londres. ambos agentes me condujeron hotel apollo

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y me registraron con mi apellido materno (mendieta), luego me trasladaron richmond hill donde fui registrado como pérez. Documentos identidad chilenos me fueron decomisados por agente leondiris. Bajo amenaza muerte mi familia y golpe de estado en bolivia, cia me permitió hablar con funcionarios británicos y embajadora cubana, a los que manifesté mi posición marxista de izquierda nacional y mi deseo de volver de inmediato a nuestra patria. Desde que fui fotografiado en iquique (chile), declaré que mi vida estaba amenazada por el servicio de inteligencia norteamericano, cuyas actividades en américa latina y en bolivia denunciaría en conferencia de prensa y que este era el motivo de mi pedido de asilo. Policía chilena me mantuvo incomunicado y sometido a intensos interrogatorios, a los que me negué a responder durante ocho días. sólo cuando me comprometí a no revelar las actividades de la cia y se establecieron las correspondientes garantías, se me presentó a la conferencia de prensa. Jamás tuve relaciones personales con agente cubano cia, gabriel garcía, cuyos delitos haré públicos. Tengo visa de ingreso a bolivia y arribaré a la paz el día sábado 17 de agosto a bordo braniff. Apelo al patriotismo de los bolivianos para que mi retorno no justifique golpe de estado ni agitación subversiva. no pretendo justificar errores gobierno. Asumo responsabilidad, sólo diré la verdad y espero justicia. Antonio Arguedas Call ended.

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En la capital peruana denunció las actividades de la CIA y de la embajada de los Estados Unidos contra su país; explicó que en su patria una revolución triunfante no debe terminar con la toma del Palacio Quemado, sino con la expulsión del embajador norteamericano, y cuando se imponga la lucha violenta hay que destruir las sedes de los norteamericanos y barrerlos de las calles de las ciudades donde se pasean como conquistadores. Dijo que volvía a Bolivia para desenmascarar a la CIA, la cual opera en todo el mundo, y particularmente está destruyendo la independencia nacional de varios estados latinoamericanos. El malestar de las fuerzas armadas bolivianas con Barrientos al autorizar el regreso de Arguedas fue evidente; por eso decidieron suspender la tradicional parada militar del 7 de agosto de 1968 que, en ocasión de las fiestas por la independencia de Bolivia, se realiza todos los años. La suspensión se dio por la radio. El mandatario boliviano se enteró por ese medio de la información. Una semana después, de manera sorpresiva y sin consultar previamente a Ovando, Barrientos relevó de sus funciones a Juan José Torres y Marcos Vásquez Sempértegui, jefes del Estado Mayor General y del Estado Mayor del Ejército, respectivamente. Esta decisión produjo nuevas contradicciones y gran alarma, porque era evidente que Barrientos había tomado una grave decisión y comenzado a desplazar a los militares leales a Ovando. Por otra parte, Juan José Torres se estaba radicalizando en posiciones nacionalistas de forma acelerada y mantenía una actitud sumamente crítica a la política de sometimiento de Barrientos hacia la CIA, los Estados Unidos y la embajada de ese país en La Paz. Torres manifestó, en círculos de amigos, que era necesario parar de manera inmediata la prepotencia e in255

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jerencia de los norteamericanos en los asuntos internos de Bolivia. Otros militares que compartían esas posiciones también fueron sustituidos, tal fue el caso del coronel Manuel Cárdenas Mallo, jefe del Departamento de Operaciones. Fuentes bolivianas explicaron que Barrientos autorizó el regreso de Arguedas al país, y mantuvo en todo momento una posición de benevolencia, porque el ex ministro del Interior conocía muchos aspectos oscuros de su vida política y privada que de revelarlos era el fin de su gobierno. Por ejemplo: —Conocía que desde 1960 era agente de la CIA, reclutado por el coronel norteamericano Edward Fox a propuesta del también agente de la CIA Julio Sanjinés Goytía, a quien Barrientos designó como su embajador en Washington. —Que todas las semanas Barrientos y el Jefe de la estación CIA en La Paz se reunían secretamente y le pagaban esos servicios depositándole el dinero en una cuenta bancaria en los Estados Unidos. —Que el oficial de la CIA Nicolás Leondiris le entregó una importante suma de dinero —en un apartamento que poseía la CIA frente al consultorio del dentista doctor Oscar Serrano— para que Barrientos financiara su campaña electoral y desestabilizara el gobierno del doctor Víctor Paz Estenssoro. —Que sobornaba a determinados militares, políticos, funcionarios, periodistas y dirigentes sindicales dándoles dinero, favores personales, o nombraba a familiares o amigos en puestos del gobierno o del servicio diplomático. Por esas poderosas razones, Arguedas pudo regresar a La Paz, Bolivia, el 17 de agosto de 1968. Y en una conferencia de prensa denunció la penetración de la CIA y la embajada de los Estados Unidos en su país.

Arguedas declaró que, en ocasión de estar investigando la presencia de un grupo guerrillero, descubrieron que en una casa próxima a la embajada de México operaba un supuesto servicio de información de prensa con aparatos telegráficos y medios para control de conversaciones telefónicas. Cuando se disponía a ofrecer una conferencia de prensa para anunciar que la red de Inteligencia de la guerrilla había caído en poder del aparato de seguridad del Estado, se encontró con gran sorpresa que el oficial de la CIA Hugo Murray le dijo que esos aparatos le pertenecían. Señaló que la CIA, no obstante su gran influencia en el Ministerio del Interior de Bolivia, tenía organizada su propia red. Denunció también que la CIA estaba preparando un kardex (archivo) donde aparecían fichados una gran cantidad de ciudadanos bolivianos; que trataba de apoderarse del control del servicio de Inteligencia del Estado; deformar las informaciones; infiltrar a sus agentes en algunos partidos políticos, y cooperar con algunas personas en cuya carrera militar o política estaban interesados. Explicó que la CIA reclutaba en los partidos políticos a dos tipos de agentes: unos, encargados de revelarle todos los planes partidarios y entregarle las nóminas de los militantes, y otros, para ir adaptando la línea política partidaria a sus intereses. Afirmó que en muchas y variadas oportunidades los agentes políticos lograron éxitos e, incluso, se apoderaron de las direcciones de los partidos infiltrados. En relación con la injerencia de la CIA en la prensa boliviana, dijo que existían dos tipos: agentes directos, como Hugo Alfonso Salmón, y los encargados de difundir determinadas noticias por canales nacionales; en otras ocasiones aparecían de-

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clarantes o articulistas preparados en el exterior, que eran los iniciadores de tejer las intrigas en el propio país. Todo este tipo de trabajo lo realizaba un grupo de redactores de la Agencia. Refirió que de esa manera planearon la operación contra Tania, pues conoció cómo se introdujo el artículo contra ella, entregado por el jefe de la CIA, luego, lo publicaron en el periódico El Diario, diciendo que lo habían enviado de la República Federal de Alemania. Las revelaciones de Arguedas produjeron combativas manifestaciones que acusaban al gobierno y a las fuerzas armadas bolivianas de complicidad con la embajada norteamericana y la CIA. Los manifestantes exigieron la expulsión del embajador y de los oficiales y agentes de la CIA. El 17 de agosto, en Santa Cruz, hubo varios atentados dinamiteros. El primero contra la librería Cruz del Sur, propiedad del prefecto de esa ciudad, teniente coronel Félix Moreno, arrojándole una carga explosiva que destruyó las vidrieras y una gran cantidad de libros. La casa del fiscal Mariano Saucedo Mercado fue atacada a tiros; en las oficinas del Centro de Estudios Petroquímicos explotó una carga de dinamita. Personas desconocidas dispararon contra el jefe del Departamento de Investigación Criminal (DIC), Guillermo Millet, y el exclusivo club Círculo de Amigos recibió impactos de balas. Al día siguiente, el comandante de la VIII División, general Remberto Iriarte, declaró que las fuerzas armadas habían tomado el control de la ciudad e impartió instrucciones de matar a los que fueran descubiertos in fraganti. Ese mismo día, agentes del DIC, en forma violenta, detuvieron e incomunicaron a Jorge Chávez, secretario ejecutivo de la Confederación de Estudiantes Secundarios de Bolivia, lo que provocó airadas protestas y manifestaciones.

En Potosí se produjo un atentado dinamitero contra las oficinas del DIC; los agentes de esa institución irrumpieron y allanaron el recinto universitario. Los estudiantes convocaron una marcha de protesta que llenó las principales avenidas de la ciudad. En las universidades de Oruro y Cochabamba detuvieron a varios estudiantes. El resto reaccionó convocando una huelga en defensa de sus compañeros; la policía los reprimió. En la Universidad Mayor de San Andrés, en la ciudad de La Paz, se colocaron carteles que acusaban a la CIA y a la embajada de los Estados Unidos de intromisión en los asuntos internos de Bolivia; los dirigentes estudiantiles Adolfo Quiroga y Horacio Rueda, junto con otros estudiantes, señalaron a Barrientos como el principal responsable de permitir la injerencia descarada de los norteamericanos. Se organizaron distintas manifestaciones donde se corearon consignas contra los Estados Unidos, la CIA y el embajador, como: “Muera Henderson” y “Abajo el imperialismo norteamericano”. La policía penetró en la Universidad y detuvo a varios catedráticos y estudiantes, entre ellos a Jaime Rubín de Celis, dirigente de la Federación Universitaria de La Paz. En respuesta, los jóvenes apresaron a los agentes del DIC Hugo Aranda Farfán, Alejandro Ochoa y Augusto Roque Lara; oportunidad que aprovecharon para exigir la libertad de sus compañeros detenidos a cambio de la de los agentes retenidos por ellos. El 18 de agosto el periódico Presencia reportó que a las 22:00 horas se realizó en las zonas suburbanas de La Paz una manifestación de estudiantes que exigían la libertad de sus compañeros detenidos en las ciudades de Cochabamba, Oruro y La Paz. Asimismo criticaban al gobierno por la intervención

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en las universidades y condenaban a las fuerzas armadas como las responsables. Señaló el periódico que entre las consignas varias veces gritaron: “¡Gloria al Che Guevara!” Los carabineros rodearon los accesos y con gases lacrimógenos dispersaron a los manifestantes. La represión se intensificó en todas las universidades, pero los estudiantes respondían. En los muros de las universidades y calles aledañas aparecieron escritos contra los Estados Unidos, la CIA, Henderson y Barrientos; se llamaba a organizar un tribunal para juzgarlos y condenarlos a muerte. La prensa reportó que el 22 de agosto de 1968 varios oficiales de la CIA abandonaron Bolivia en un avión especial que vino expresamente a recogerlos. Hasta Thomas Hazlett, Jefe de la estación CIA, partió de la capital boliviana. Unos se fueron, pero ya habían enviado a otros, porque el 2 de agosto de ese año llegó a Bolivia, para sustituir a Hazlett, John Ronan Higgins, a este le habían antecedido los oficiales de la CIA Richard Olson, quien llegó el 4 de enero, Arthur Porn, el 5, y William Boner, el 4 de junio. La entrega del Diario del Che a Cuba y sus posteriores consecuencias le ocasionaron un duro golpe a los servicios secretos norteamericanos y a la embajada de los Estados Unidos en Bolivia.

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Las críticas contra el papel injerencista de Douglas Henderson alcanzaban a todos los niveles. La embajada norteamericana

en La Paz y sus funcionarios recibían constantes amenazas de muerte por teléfono y variados anónimos. En los muros de la ciudad aparecían insultos contra el embajador y exhortaban a eliminarlo físicamente. Hasta la esposa del embajador fue amenazada de muerte. El embajador norteamericano era ampliamente conocido en Bolivia por lanzar los peores epítetos contra los bolivianos: que eran corruptos, personas de la peor especie, holgazanes, ladrones, vagos, indolentes, mentirosos, en los cuales no se podía confiar. Se lamentaba de que el Departamento de Estado lo hubiera enviado a un “lugar inmundo y sucio” que había arruinado su carrera diplomática; despectivamente repetía que no deseaba volver jamás a ese país de indios comecocas. En Bolivia se comentó con insistencia que Henderson, en una recepción diplomática, poco antes de partir, se negó a extenderle la mano a Barrientos y murmuró en inglés con desprecio la palabra cerdo. Barrientos, que conocía muy bien ese idioma —aprendido en una base militar norteamericana—, le respondió, lo que provocó un altercado entre ellos. Cuando el Presidente boliviano se alejó, Henderson siguió hablando de él con desdén: que en su vida no había conocido a persona más tonta y vulgar; que por la pobreza y el bajo nivel de desarrollo económico y cultural de Bolivia, cualquier ignorante podía ser presidente, pero en el caso de Barrientos se había llegado al extremo. Las protestas contra el embajador norteamericano abarcaban a todos los sectores del país. Las amenazas de muerte aumentaron. Henderson comentó que era Barrientos el que estaba detrás de estas. Por su parte, la esposa de Henderson alegaba que provenían de algunos de los funcionarios de la embajada, porque ella sabía cuánto lo envidiaban y odiaban.

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Repudio a los Estados Unidos. Cambio de embajador norteamericano en Bolivia

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Los sentimientos antinorteamericanos en toda América Latina se incrementaron en ese período. En Puerto Rico hubo protestas de repudio contra la visita del presidente norteamericano Lyndon B. Johnson y estalló una bomba en la jefatura de la Guardia Nacional. En El Salvador lanzaron huevos y latas de pinturas contra el automóvil del Presidente norteamericano. Escenas similares se repitieron en otras capitales centroamericanas. En Cali, Colombia, 3 000 estudiantes universitarios quemaron la bandera norteamericana y protestaron por la presencia de los cuerpos de paz de los Estados Unidos. En Ecuador ocurrieron grandes marchas de protestas en las ciudades de Machala y Santa Rosa, además, gritaron consignas contra los Estados Unidos; al ser reprimidas por la policía, hubo un saldo de cinco muertos. En Brasil, Venezuela, Perú, Argentina y Uruguay, también se realizaron manifestaciones que terminaron con decenas de muertos y heridos. En Guatemala murieron baleados el coronel John Webber, jefe de la misión militar norteamericana, el comandante naval Ernest Monroe, el suboficial Harry Green y el embajador John Gordon Mein. En Sao Paulo, Brasil, moría ametrallado el militar norteamericano Charles E. Chandier. El Gobierno de los Estados Unidos, alarmado por tantas protestas y agresiones contra sus representantes, más las amenazas a sus funcionarios en Bolivia, decidió sustituir a Douglas Henderson. El Departamento de Estado designó a un hombre que podía borrar la prepotencia y desprecio de Henderson hacia los bolivianos. La responsabilidad recayó en el señor Raúl H. Castro, ciudadano norteamericano nacido en México el 12 de junio de 1916, graduado de abogado en la Universidad de Arizona en 1949. Las autoridades norteamericanas estimaron

que por su origen latinoamericano lograría que los bolivianos olvidaran tantos agravios. Este diplomático había iniciado su carrera en el Departamento de Estado como auxiliar en el consulado de Aguas Prietas en la frontera mexicana en 1941. En octubre de 1964 lo designaron embajador en El Salvador hasta agosto de 1968, cuando lo enviaron a Bolivia. En La Paz se murmuraba que el Departamento de Estado había designado a Raúl H. Castro como embajador en Bolivia con la intención de que en las manifestaciones callejeras no se corearan consignas contra el embajador, o que en los muros de las universidades y las calles de las ciudades no se escribieran ofensas contra el nombre de su representante, porque el Departamento de Estado, la estación CIA y la embajada norteamericana estaban convencidos de que el pueblo boliviano respetaba y quería ese nombre y apellido. Entre las actividades de mister Raúl Castro en la capital boliviana, para borrar la mala imagen de su antecesor, estuvo su asistencia en 1969 a la Entrada del Gran Poder: una gran fiesta que cada año se realiza en uno de los barrios más populares de La Paz, acompañada de una especie de carnaval, donde se presentan importantes conjuntos folclóricos. El sustituto de Henderson desarrolló una variada actividad social, mostraba especial interés por los pintores bolivianos, compró obras de estos con motivos autóctonos, los halagaba; se interesaba por la literatura y los escritores, se reunió con algunos de ellos; felicitaba a poetas y artistas, prometía viajes y becas, hablaba de la cultura boliviana con admiración y respeto. Solo que la mayoría de sus interlocutores no le creyeron. Una noche visitó la Peña Naira, reconocido centro de canciones, música y bailes folclóricos. Todo estaba preparado para

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que sus amigos periodistas reportaran el extraordinario hecho de la asistencia de un embajador norteamericano a la famosa peña. En ella le dedicaron varias canciones —él aplaudía entusiasmado—, hasta que hubo un desconcierto total cuando uno de los integrantes —algunos afirmaron que fue Benjo Cruz, considerado el más popular y talentoso de los compositores y cantantes bolivianos del momento—, en nombre de los artistas, pidió disculpas a los asistentes por haber ocurrido una grave confusión al ellos pensar que el Raúl Castro que se encontraba en la Peña Naira esa noche, era el de Cuba, y que todas las canciones habían sido dedicadas a ese Raúl, no para ningún otro. Sus palabras fueron acompañadas de nutridos aplausos. El embajador norteamericano y su séquito abandonaron airados el lugar.

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El 3 de septiembre los diputados independientes Marcelo Quiroga Santa Cruz y José Ortiz Mercado solicitaron al Congreso que se aclarara la infiltración de la CIA en Bolivia, pero los legisladores de la coalición oficialistas, siguiendo directivas del gobierno, impidieron que el Congreso se reuniera y se iniciara un juicio contra Barrientos. Tres días después, el Congreso ratificó el estado de sitio al cabo de una violenta sesión que terminó en horas de la madrugada. En señal de protesta, los diputados de la oposición abandonaron la sala de sesiones. El 1º de septiembre, el periodista chileno Diego Santos Almeyda, de la revista Punto Final, reportó desde La Paz que

Antonio Arguedas confirmaba las graves acusaciones contra la CIA que comprometían no solo a Bolivia, sino también a Chile, Perú y otros países latinoamericanos, pues esa organización secreta norteamericana actuaba en connivencia con los respectivos gobiernos o con funcionarios locales. Las protestas en La Paz se sucedían una tras otras, provenientes de los diferentes sectores del país que, al mismo tiempo, exigían se aclararan todos los aspectos denunciados por Arguedas. El 21 de septiembre Barrientos declaró, sin inmutarse, que la CIA no actuó en Bolivia, que él no tenía conocimiento de esa organización. El dirigente del Partido Demócrata Cristiano, Remo di Natale, pidió al gobierno y a las fuerzas armadas que explicaran las actividades de la CIA en Bolivia. Sin embargo, la respuesta fue detenerlo y enviarlo a prisión. Los sectores obreros, campesinos, intelectuales y estudiantiles solicitaron enérgicamente que todo lo denunciado por Arguedas se dilucidara. Barrientos no tuvo otra alternativa que aceptar que la Cámara de diputados nombrara una comisión interna encargada de investigar todas las denuncias formuladas por el ex ministro del Interior. La comisión comenzó a sesionar el 7 de octubre de 1968. Citaron a varios funcionarios vinculados a los acontecimientos: teniente coronel Hugo Rocha Patiño, jefe de la sección B, del Departamento de Inteligencia del ejército; mayor Rubén Peña Lino, oficial del servicio de Inteligencia; teniente coronel Hugo Echavarría Tardío, jefe de la Inteligencia en la IV División del ejército; coronel Federico Arana Cerrudo, jefe de la Inteligencia militar; teniente coronel Andrés Sélich Shop, jefe del Estado Mayor de la agrupación táctica Nº. 3; José Matías

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Nuevo escándalo en La Paz después de las revelaciones de Antonio Arguedas

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Valencia, chofer de Arguedas; teniente coronel Roberto Toto Quintanilla, subjefe del Departamento de Inteligencia del Ministerio del Interior; Ricardo Aneiva Torrico, jefe del Departamento Técnico del Ministerior del Interior, y su ayudante, Jaime Moreno Quintana; Julio Duran Arce y Fernando Manzaneda Mallea, fotógrafos. El 8 de octubre los estudiantes de la Universidad de La Paz le rindieron un combativo homenaje al Guerrillero Heroico, se pronunciaron fogosos discursos y se corearon consignas revolucionarias. Habló de manera especialmente emotiva el sacerdote Mauricio Lefebre. Grandes carteles con la imagen del Che fueron colocados en los muros de la Universidad; al mismo tiempo prepararon una gran marcha estudiantil. Mientras, el ejército y la policía bloquearon el Paseo del Prado y estaban preparados con gases lacrimógenos, perros policías y carros de bomberos. Pero los estudiantes, a diferencia de otras ocasiones, aparentemente decidieron dispersarse y no enfrentarse a las fuerzas represivas. Se dirigieron por la calle Landaeta hasta la avenida Buenos Aires, importante vía de la ciudad que la separa de los barrios obreros de Tembladerani, Tacagua y Chujini. En puntos importantes del recorrido, organizaron mítines; de este modo la marcha fue creciendo con obreros, estudiantes de otros centros docentes y pobladores de los lugares por donde iban pasando. Hablaron los dirigentes estudiantiles Jorge Ríos Dalence, Ramiro Barrenechea, Raúl Ibarguen, Juan José Saavedra y Eusebio Gironda. Los oradores se refirieron claramente al Che, a la lucha revolucionaria; algunos de los presentes izaron banderas del ELN y desplegaron fotos del Guerrillero Heroico, otros asistieron con antorchas encendidas. Fue tal el fervor alcanzado que la multitud comenzó a corear gloria al Che. A

las tres de la madrugada aún la ciudad permanecía ocupada por los militares ubicados en puntos estratégicos; aunque en esta ocasión no se atrevieron a actuar por la magnitud de la manifestación. La respuesta de Barrientos no se hizo esperar: clausuró el curso escolar. En las minas de Bolivia, el aniversario del asesinato del Che también fue recordado. Los mineros, antes de iniciar su jornada laboral en el interior de la mina, le dedicaron un minuto de silencio. A partir de ese momento, nació una nueva tradición en Bolivia, que años después se extendió hasta en el Parlamento. En algunos barrios pobres de La Paz surgieron los primeros centros espiritistas, pues, para los creyentes bolivianos el alma del Guerrillero Heroico hace milagros. Los enfermos de asma y las vías respiratorias acuden a estos lugares buscando mejoría. Hacen promesas, encienden velas, le rezan oraciones, le piden fervientemente que los ayude a salir de tanta miseria. Las fotos del Che con flores y velas encendidas comenzaron a aparecer en humildes pahuichis de los guaraníes; en casas de adobe o barro de quechuas y aymaras; en viviendas de mineros; en chozas de los empinados cerros de la ciudad de La Paz; hasta en residencias de los lujosos barrios. El caserío de La Higuera, donde lo asesinaron, ahora es conocido como San Ernesto de La Higuera. Los campesinos bolivianos le piden al Guerrillero Heroico desde que haga llover, hasta que les cure una vaca enferma, un hijo moribundo, les salve la cosecha, los proteja contra todos los males que les rodean. En la Feria de Alasitas, cada 24 de enero, aparece la imagen del Che, incluso tallada en semillas. Ese día indios aymaras

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llevan en miniatura todo lo que desean tener en demasía. Esperan que el Dios Ekeko les bendiga sus miniaturas y la abundancia llegue.

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En los lugares donde murieron o fueron asesinados los guerrilleros, los campesinos colocaron piedras. Cuando pasan frente a ellas, se arrodillan para suplicar ayuda, y cada cierto tiempo aparecen velas y flores. Muchos campesinos creen que la vida surgió de las piedras. Cuenta una antigua leyenda boliviana que desde las profundidades del lago Titicaca nació Viracocha, Octavo Inca, quien, al ver que el mundo estaba oscuro formó la luna, el sol, las estrellas y le dio luz al mundo. Luego, se dirigió hacia el Cuzco, capital de los Incas, pero a 18 leguas de allí, en un lugar que se llama Cacha, unos hombres, que no sabían quién era Viracocha y sus bravos guerreros, ni el bien que había hecho al mundo y lo que quería hacer por ellos, trataron de asesinarlos, pero Viracocha y sus guerreros se convirtieron nuevamente en piedras para esperar el momento de continuar la lucha. Dice la leyenda que el hombre nace y se muere, las plantas se secan, las nieves se derriten, las aguas se transforman, el viento llega, pasa y se va; sin embargo, las piedras son eternas, ni el fuego puede contra ellas. Don Guillermo Francovich, escritor boliviano que se ha desempeñado como profesor y rector de la Universidad de Sucre, ocupado importantes cargos diplomáticos, director del Centro Regional de la Unesco, miembro de la Academia Bo-

liviana de la Lengua, escribió en su libro Los mitos profundos de Bolivia: “El mito más antiguo es de origen indio. Los primitivos y todavía poco conocidos pobladores del Kollasuyo crearon el mito primordial de nuestra cultura. La fuerza, la grandiosidad, la imponencia de las cordilleras en medio de las cuales vivían, los condujeron a la sacralización de las piedras y de las montañas. Estas estaban animadas para ellos. En ellas encontraban su propio origen y a ellas vinculaban su destino [...]”. Francovich cita al investigador Rigoberto Paredes quien en 1920 escribía en su obra Mitos, supersticiones y supervivencias de Bolivia: “[...] el culto de las montañas, de las cuevas, de los ríos y, sobre todo, de las piedras mantiene toda su vitalidad. ‘El culto de las piedras es general entre los indios. [...] Las tienen como base de su mundo y como el principio eficiente de los fenómenos de la vida.’ Cuenta que los indios veneran particularmente las piedras aisladas porque cuando hay guerras se transforman en guerreros y después de haber luchado retornan a su pétrea condición [...]. “Paredes escribe: ‘Los indios sienten predilección por los peñascos o ciertas piedras que tienen la figura de gentes o animales”. Fernando Diez de Medina, controvertido político y diplomático boliviano, pero importante escritor, novelista, poeta e investigador, amante de los mitos y leyendas de su país, dice en su obra Navjama que el hombre surge de la roca, la roca es hombre. Y tanto se trasmudan piedra y ser, que acaban como uno. Almas de granitos. Granitos de almas. Y si el hombre tiene la dureza y el atrevimiento del basalto y de los cuarzos, la roca se levanta y se conmueve con furor, con dolor, con pasión de hombre. Y Francovich señala: “El mito de la piedra no solamente configuró la religiosidad de los kollas y las manifestaciones

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Por qué los campesinos bolivianos colocan las piedras

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de su arte. Daba también sentido a su vida y estaba presente en su organización social y política. Hemos visto que, como dice Bachelard, el hombre encuentra en la piedra un desafío. La piedra, con su dureza, con su resistencia a la manipulación, provoca la voluntad del hombre y engendra en este actitudes y sentimientos que toman forma en su comportamiento y hasta en sus instituciones. “El kolla tiene conciencia de la permanencia, de la estabilidad, de la solidez de las cosas que le rodean. Las rocas, los montes recortan sus contornos firmes y precisos, se mantienen inmutables frente a los elementos como el viento o el agua que resbalan por sus superficies [...]”. Entonces uno comprende por qué estaban colocadas piedras en el lugar donde asesinaron al comandante Ernesto Che Guevara y sus compañeros. Desde Ñacahuasú a La Higuera, en las piedras perdurará la presencia guerrillera y vive el Che.

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La expectativa en torno al juicio contra Arguedas constituyó un verdadero descalabro para la embajada norteamericana, la estación CIA en La Paz y Barrientos. Ellos decidieron que fuera un tribunal militar quien lo juzgara, con el deliberado propósito de silenciar sus declaraciones, censurar a los testigos, comprometer a las fuerzas armadas, restarle importancia política y disminuir sus resultados. Varios parlamentarios protestaron por la arbitraria decisión; alegaron que Arguedas era un funcionario público en los momentos en que se desempeñaba como Ministro del Interior

y como tal tenía que ser juzgado, puesto que no existían razones legales para que la jurisdicción militar se ocupara del caso. Sin embargo, las maniobras y presiones de los norteamericanos, más los intereses de Barrientos, se impusieron. El 17 de septiembre a las 13:45 horas comenzó el juicio, rodeado de estrictas medidas de seguridad y a puertas cerradas. Durante la vista ante el tribunal, la prensa reveló la existencia de una base secreta norteamericana situada en un área cercana al aeropuerto internacional de La Paz, que los vecinos del lugar llamaban Guantanamito, en alusión a la base naval que ilegalmente ocupan los norteamericanos en la bahía de Guantánamo en Cuba. La base tenía una superficie de 14 hectáreas, a unos 15 kilómetros de la capital boliviana; además, era utilizada en labores de técnica de comunicación radioelectrónica entre La Paz, el Canal de Panamá y Washington. La embajada norteamericana no pudo negar la información y nuevos elementos de su intervención en Bolivia quedaron al descubierto. El juicio continuó en medio de protestas de los parlamentarios y del propio Arguedas que se negó a declarar, por considerar que todo era una farsa orquestada por la CIA y la embajada norteamericana. Por fuentes bolivianas se supo que el director del periódico Jornada, Jorge Suárez, en conversación privada con Ovando le había expresado que si el juicio continuaba, Arguedas iba a declarar muchas cosas ocultas que conocía sobre él y otros altos oficiales de las fuerzas armadas, que si hasta ese momento había mantenido silencio, eso no podía interpretarse como que estaba dispuesto a hacerlo por mucho más tiempo. El 6 de noviembre el Tribunal Militar se declaró sin jurisdicción ni competencia para proseguir el juicio. En estos instantes dis-

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Contradicciones entre Barrientos y Ovando

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puso, previa consulta con el Tribunal Supremo, la remisión de los antecedentes a la justicia ordinaria para los efectos legales pertinentes. Arguedas fue puesto en libertad provisional. El escándalo alcanzó hasta el Parlamento inglés, donde el diputado Stan Newens planteó la participación de la CIA contra Arguedas en Londres.

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La exembajadora de Cuba en Londres, doctora Alba Griñán Núñez, con sumo cuidado tradujo las actas de la sesión del Parlamento británico, donde se abordaron las acusaciones del doctor Antonio Arguedas, ex Ministro del Interior de Bolivia, y la participación de la CIA en Londres, de estas actas hemos tomado la intervención de Stan Newens. “Acta del día 19 de noviembre de 1968 “Mr. Stan Newens: La cuestión que deseo plantear no es asunto trivial de puramente importancia local, sino una que tiene implicaciones de importancia de carácter tanto nacional como internacional. Ella tiene que ver con la visita a este país entre el 27 de julio y el 2 de agosto de este año, del señor Antonio Arguedas, quien un mes con anterioridad había sido Ministro del Interior en la administración del general Barrientos. “El señor Arguedas fue destituido del cargo cuando se hizo a la luz que él había enviado al Presidente Castro de Cuba copias fotostáticas del Diario de campaña que llevaba el comandante Ernesto Guevara, el revolucionario socialista y líder de la guerrilla, quien aparentemente fue muerto a sangre fría en un lugar remoto de Bolivia después de su captura el 7 de

octubre de 1967. Cuando la acción del señor Arguedas se hizo a la luz, una crisis gubernamental sobrevino en Bolivia y él huyó a Chile, donde se le dio asilo temporal. “Gestiones fueron hechas aparentemente con Argentina y otros países latinoamericanos considerados como refugios, pero todas estas fracasaron. “Finalmente, se determinó que el señor Arguedas iría a Nueva York vía Londres y viajó en un avión B. U. A. que llegó al aeropuerto de Gatwick en la tarde del sábado 27 de julio. “En el avión, el señor Arguedas estuvo acompañado por dos escoltas, un chileno con el nombre de señor Pizarro Barrios y un empleado de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, señor Nicolás Leondiris. “Cuando el avión aterrizó en Madrid parece que el señor Arguedas se las arregló para establecer contacto con el encargado de negocios cubano, quien le informó a él del ofrecimiento de asilo hecho por Fidel Castro. El señor Arguedas, sin embargo, estaba ansioso por ir a Nueva York, pero acordó discutir varias cuestiones con los cubanos en Londres. “Sin embargo, el representante cubano no pudo obtener un asiento en el avión y arregló por teléfono que un representante de la embajada cubana en Londres iría al aeropuerto Gatwick con el objetivo de reunirse con el señor Arguedas a su llegada. Esto él hizo, pero cuando el señor Arguedas llegó se le llevó a una oficina, mientras la cuestión de su admisión a Bretaña era discutida. “Aunque el representante cubano hizo todo el esfuerzo para verlo, no pudo hacerlo así. Nadie ha explicado todavía satisfactoriamente por qué el cambio de idea entre Madrid y Londres, sobre esta reunión y la deducción es obvia. Mi infor-

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Intervención de Stan Newens ante el Parlamento inglés

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mación es que en el aeropuerto todas las negociaciones en su nombre, fueron, de hecho, conducidas por los escoltas y él no fue directamente entrevistado en absoluto por los funcionarios británicos. Él hubiera preferido haber continuado a Nueva York sin esta estadía. “Después de dejar el aeropuerto el señor Arguedas fue al hotel Apollo, donde fue registrado otra vez por su escolta, con el nombre de su madre, Mendieta. “Personalmente me interesé en la cuestión el 29 de julio, en mi capacidad como Presidente del Movimiento por la Libertad Colonial, que sigue los sucesos en la mayoría de los países en desarrollo. Yo hice averiguaciones en el Ministerio del Interior y fui informado que la dirección del señor Arguedas, razonablemente, no se me podía dar, pero el Ministerio del Interior estuvo de acuerdo en pasarle una carta a él, la que escribí y le di información para ponerlo en capacidad de establecer contacto conmigo. Al día siguiente, el señor Faivovich, quien era el abogado del señor Arguedas, llegó a Gatwick y otra vez se hicieron gestiones con el Ministerio del Interior y se produjo una respuesta similar. El señor Faivovich fue aconsejado que contactase con el Departamento de Inmigración en el Ministerio del Interior a la mañana siguiente. “El miércoles 31 de julio yo otra vez contacté con el Ministerio del Interior y pregunté si una reunión podría arreglarse en la presencia de funcionarios del Ministerio del Interior sin revelar el hotel del señor Arguedas. Se me dijo que esto sería consultado con el predecesor de mi distinguido amigo el Subsecretario de Estado, quien estaba fuera todo ese día. Sin embargo, el 1ro. de agosto, yo fui informado que el señor Arguedas se había reunido con los embajadores de Bolivia y de

Cuba el día anterior. El 3 de agosto yo recibí una carta de mi distinguido amigo acompañando mi carta al señor Arguedas, en la cual él había escrito una respuesta asegurándome que su vida no estaba en peligro, pero denunciando al imperialismo de los Estados Unidos. “Yo estaba naturalmente preocupado con las dificultades que se presentaban en mi camino y deseaba asegurarme a mí mismo que el señor Arguedas no estuvo actuando bajo coacción. Yo no estuve enteramente sorprendido cuando, en una entrevista ofrecida después de su regreso a La Paz, el señor Arguedas hizo declaraciones indicando que él había sido impedido de comunicarse libremente con otras personas, que él había estado sometido a amenazas y a presión moral, y que se le había pedido dar garantías antes de comunicarse con los funcionarios del Ministerio del Interior y los embajadores de Bolivia y de Cuba en Londres. “Más adelante se hizo claro que el señor Arguedas fue trasladado del hotel Apollo a un establecimiento en Richmond Hill, el cual yo después me las arreglé para identificar como el Richmond Hotel. Aquí él fue registrado con el nombre falso de Antonio Pérez, el número de pasaporte que fue ofrecido en una pregunta presentada por el distinguido miembro de Richmond Surrey (Mr. A. Royle). Aparentemente dos señores que lo acompañaban fueron registrados como Petrelli Suárez y Sr. Stead. “Yo deseo preguntar a mi distinguido amigo, ¿si el Ministerio del Interior estuvo enterado de todos estos hechos por entonces y qué investigaciones han sido hechas sobre estas inscripciones con nombres falsos y sobre los números de pasaportes que fueron usados? ¿Explicará mi distinguido amigo

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las razones por las cuales esta acción fue admitida? Habiendo considerado estos hechos, ¿negaría alguien sano mentalmente que la información que ha sido presentada ante la Cámara justificó una completa y apropiada investigación para determinar lo que realmente ocurrió, particularmente en vista del difundido conocimiento de la implicación de la CIA, que se ha añadido por la información dada por el señor Arguedas desde los acontecimientos a los cuales me he referido? Yo reconozco que las declaraciones que él hizo podrían todas haber contenido falsedades. Sin embargo, yo las he chequeado en un número de puntos y mis investigaciones han aprobado completamente la verdad de los alegatos en estos puntos. Por ejemplo, sobre la cuestión del hotel Richmond Hill, el señor Arguedas no dio ese nombre, pero investigaciones revelaron que lo que dijo concuerda con los hechos. “Si nosotros estuviéramos tratando con una organización como las Girl Guides, y no la CIA, bien podría argumentarse que la idea de interrogar a la gente bajo presión moral era absurda, pero la CIA nunca ha sido afamada por altas normas de veracidad. Por años, negación tras negación se publicó acerca del uso del dinero de la CIA para subvencionar o infiltrar grupos de estudiantes, trabajadores y de cultura, pero en 1967 la historia completa se soltó y Mr. Thomas Braden, un editor de periódicos de California, de hecho demanda crédito para la misma. Otra vez, se negaron informes de que la huelga general que tuvo lugar en Guyana en 1963 contra el Dr. Cheddi Jagan, estuvo financiada por la CIA, pero más tarde se mostró que eran ciertos y se mostró asimismo que el dinero había sido canalizado a través de Public Services International que tiene sus oficinas en Londres.

“Teniendo presente el obvio disgusto de la CIA de ser identificados en la práctica de sus operaciones en Bretaña, hay causa aquí para gran preocupación. Cada persona que está familiarizada con los países en desarrollo sabe que la injerencia de la CIA es enorme. Afortunadamente, la organización no siempre tiene éxito, pero queda como cierto que muchos de los ‘Coups’ e intentos de ‘Coups’ que han tenido lugar en países en desarrollo a lo largo de los 10 o 15 últimos años han involucrado a la CIA. “Mr. Speaker: Orden. El distinguido Caballero, Señor, debe regresar a la responsabilidad Ministerial. “Mr. Newens: Sí, Mr. Speaker. Yo estaba justamente esforzándome en mostrar que no sería extraño encontrar que la CIA estuviera interesada en un caballero (señor) que había ejercido previamente un alto cargo en un país en desarrollo. Es claro que la extensión de la injerencia de la CIA en Bolivia cuando este caballero vino, era considerable. “Ningún gobierno Británico estaría preparado para permitir a agentes extranjeros, sea ruso, americano o cualquier otro, llevar a cabo sus servicios en suelo británico. En el caso del señor Arguedas existe una abrumadra evidencia de que esto ocurrió. Si el Ministerio del Interior no sabía qué estaba pasando por entonces cuando el ex Ministro del Interior de Bolivia estaba en el país y consideró que mis dudas habían sido tratadas satisfactoriamente por la acción tomada, es claro que se requiere una revisión seria del modo en que casos de esta clase se manejan. Si el señor Arguedas fue tratado de esta manera, si los hechos que yo he presentado ante la Cámara esta noche son correctos puede haber otras personas tal vez, que quizás no lleguen a notificarse al Parlamento, que pueden ser sometidas

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a un trato similar o aún peor. Ha habido muchos casos de esta clase que constan como haber tenido lugar en otros países. “Nosotros en la Cámara tenemos derecho a ser satisfechos sobre estas cuestiones. Es difícil imaginar que agentes de la URSS, por ejemplo, en una posición equivalente a esa de los agentes de la CIA, traerían sus víctimas a este país. Pero si ellos lo hicieran, lo que es dudoso en extremo, uno espera que a ellos se les permitiera conducirse del modo ese que los escoltas del señor Arguedas lo hicieron. En circunstancias como estas, nosotros en Bretaña deberíamos insistir sobre el mismo tratamiento para los agentes de cada potencia extranjera que procura operar en suelo británico. “En mi punto de vista, los hechos que yo he presentado a la Cámara hoy, son de suficiente importancia para justificar una investigación completa para todas las cuestiones que se levantan. “Distinguidos miembros, tengo el derecho de que se me asegure de que el gobierno británico no permitirá agentes de ninguna potencia extranjera operar en suelo británico. Sin tal seguridad, una preocupación seria se sentiría en muchos sectores de nuestra población. “No me excuso por traer este caso ante la Cámara y espero [...] lo que mi distinguido amigo tiene que decir. “10:15 p.m”.

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Contradicciones en las altas esferas de gobierno y las Fuerzas Armadas de Bolivia. Injerencia permanente de los Estados Unidos

Brindis por el Che Guevara El doctor Alfonso Camacho Peña, ex Ministro de Educación y Cultura de Bolivia, recordó que la llegada del nuevo año 1969 fue festejado en varios regimientos militares. En Roboré, asiento del V Regimiento, este acontecimiento tuvo una connotación especial, porque en medio de los brindis y los saludos por el nuevo año, el coronel Antonio Prado y Prado alzó su copa y en voz alta dijo: “Brindo por un hombre leal y consecuente con sus ideales. “Brindo por un hombre que aunque pertenece al bando de los enemigos, por defender sus ideas murió como mueren los hombres. “Brindo por el comandante Ernesto Che Guevara, que aunque lo hemos combatido, merece nuestra admiración y nuestro respeto. 279

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“Salud, camaradas”. Algunos alzaron la copa tímidamente; otros permanecieron en silencio, perplejos; en otros se creó la confusión, el cuchicheo. El jefe del regimiento de Roboré se agarró la cabeza entre las manos, ya que Antonio Prado y Prado era muy respetado dentro de la oficialidad; todos lo consideraban como un hombre recto, de reconocida conducta moral y vasta cultura. Él había estudiado hasta el sexto curso de medicina antes de ingresar en el ejército; se le tenía como un gran lector, con extensos conocimientos sobre la historia universal. Señaló el ex ministro que el coronel Prado y Prado estaba catalogado como un militar de inteligencia privilegiada, de una memoria formidable; en amplios círculos se le conocía como un intelectual. Por estas honestas palabras lo detuvieron; pocos días después fue sometido a un tribunal militar de honor. Quienes tenían que juzgarlo le sugirieron que se retractara del brindis; que lo justificara informando a la oficialidad de que lo hizo bajo los efectos del alcohol, pues estaba totalmente ebrio la noche de fin de año. Cuando reunieron a la oficialidad, Antonio Prado y Prado dijo que aprovechaba las circunstancias para acusar al Tribunal de Honor que lo juzgaba de instarlo a mentir. De inmediato refirió lo que le habían propuesto, para seguidamente afirmar que cuando brindó por el comandante Ernesto Che Guevara no estaba borracho, como tampoco lo estaba en esos momentos. Dio una explicación de la historia universal para demostrar cómo tropas enemigas supieron reconocer el valor y el arrojo de sus adversarios, al respecto relató varios ejemplos. Manifestó que esos oficiales y soldados tuvieron la moral, el coraje, el

valor de admirar y respetar a sus enemigos, que ese era el mismo caso del comandante Ernesto Che Guevara, quien merecía respeto y admiración. El tribunal suspendió la vista, alegando que el coronel Antonio Prado y Prado estaba loco; por esta razón le propusieron la baja de las fuerzas armadas de Bolivia, la cual se hizo efectiva. No obstante, varios oficiales se identificaron con sus puntos de vista. Cincuenta días después de un debatido proceso judicial, fue reingresado a la institución armada. La actitud del coronel Antonio Prado y Prado inició una corriente dentro de las fuerzas armadas de Bolivia que a lo largo de los años se ha ido incrementando constantemente. En 1987, en ocasión del XX aniversario de la caída del Che, se organizaron varios homenajes en ese país, que fueron criticados acremente por un diputado reaccionario. Le respondió públicamente, un militar retirado, el capitán de corbeta Jaime Paredes Sempértegui, con cédula de identidad 2015115 L. P., quien, después de considerar al Che como a un héroe, le preguntó al diputado: “1. ¿Sabía usted que en la Campaña del Chaco después del cerco de Boquerón nuestros ‘Enemigos Paraguayos’ recibieron como a verdaderos héroes y les rindieron homenaje como a tales al Gral. Marzana y los pocos hombres que resistieron el cerco? “Algunos de ellos viven aún, pregúnteles si en nuestro propio país les rendimos ese tipo de homenajes. “2. ¿Sabía usted quiénes fueron los que nos entregaron la urna con las cenizas del Cnl. Eduardo Abaroa que descansan en la Iglesia de San Francisco? Nada más ni nada menos que nuestros ‘Enemigos Chilenos’ con la siguiente frase en letras de bronce:

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«Homenaje del Ejército de Chile al héroe de Calama Don Eduardo Abaroa.» “Honorable diputado: Por estos hechos y actos históricos tanto Fuerzas Enemigas como amigas tributan homenajes de respeto a los héroes cuando son considerados como tales. “Finalmente debe usted saber que la guerra no es cuestión privativa de los soldados. A lo largo de la historia, siempre la guerra ha afectado a la vida civil, y en los tiempos modernos, la Suprema dirección de la guerra ha venido a ser incumbencia de los políticos, que son civiles y no militares, por otra parte, en la guerra total, la industria y las energías civiles quedan absorbidas en el esfuerzo bélico. “Por estas razones, la historia militar es inseparable del contexto histórico general y vale la pena que todo el mundo tanto civiles como miembros de las Fuerzas Armadas estudien la historia de las guerras. “En base a estas simples consideraciones creo personalmente que el ‘Che’ merece ser respetado como el ‘Comandante de América’ [...]”.

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En los primeros días de 1969 se reiniciaron en Bolivia los allanamientos y la represión se intensificó. El malestar contra el gobierno de Barrientos abarcó amplios sectores del país que incluyó a las fuerzas armadas y el Parlamento. En febrero detuvieron al senador Raúl Lema Peláez, al escritor Augusto Céspedes, Premio Nacional de Literatura, y al periodista José María Centellas. Estos hechos aumentaron las protestas contra el presidente boliviano.

A principios de abril de 1969, el periódico Presencia publica algunas de las declaraciones de los militares que testificaron contra Antonio Arguedas, ellos admitían el papel preponderante de la CIA y la embajada norteamericana en la lucha contra la guerrilla del Che. Especial impacto desataron las revelaciones de Joaquín Zenteno Anaya, porque en su alegato señaló que Barrientos autorizó, personalmente, la participación de los agentes de la CIA e instruyó que se les diera acceso a todas las informaciones. Entre otras declaraciones, Zenteno Anaya expresó: “Ramos y el capitán Eduardo González, ambos de origen cubano, tenían acceso a nuestras labores de investigación [...] de acuerdo a recomendación personal cursada a mi Comando por S. E. el señor Presidente de la República [...]”. Al formularle los miembros del tribunal otra pregunta fue más categórico: “El 8 de agosto, recibí la solicitud de audiencia del señor William Culleghan, coordinador del Servicio de Inteligencia Americano, quien puso a mis órdenes a los capitanes Félix Ramos y Eduardo González, provistos de documentos de recomendación proveniente del señor Presidente Constitucional [...]”. Añadió que el doctor González y el señor Julio Gabriel García presumiblemente pertenecían a la CIA. Cuando estas declaraciones se filtraron a la opinión pública, emerge una nueva tormenta política, era demasiado evidente el papel injerencista de la CIA. En esta ocasión no era Arguedas el que acusaba, sino los propios militares quienes lo admitían. Barrientos y Ovando al principio trataron de negar todo lo que los periodistas revelaban; mas las pruebas presentadas fueron muy evidentes y entonces empezaron a culparse uno al otro como responsable de la autorización.

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Nuevas revelaciones en La Paz

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Ovando declaró a la prensa que ignoraba completamente la presencia de esos agentes entre los asesores militares norteamericanos. Con esto insinuaba que alguien, por sobre él, había autorizado, y ese alguien no podía ser otro que el propio Barrientos. De inmediato el Presidente respondió que desconocía la existencia de tales agentes secretos, a los que suponía asesores con grado militar norteamericano que vinieron a Bolivia a adiestrar unidades antiguerrilleras; manifestó que cuando le presentaron a los agentes de la CIA lo hicieron como si fueran oficiales del ejército norteamericano, por tanto, lo habían engañado. Barrientos trató de culpar a alguien del engaño y de esa forma librarse de la responsabilidad. Sin embargo, sus alegatos fueron tan imprecisos que se podían interpretar de dos formas: bien que los norteamericanos lo engañaron, o las propias fuerzas armadas de su país. En medio de la disputa, Ovando introdujo un nuevo elemento al afirmar que ni él ni las fuerzas armadas bolivianas habían autorizado a esos agentes de la CIA. Con estas expresiones no sólo trató de quedar libre de responsabilidad, sino también la institución que dirigía. Los culpables tenían que buscarlos en los norteamericanos o en Barrientos. Las acusaciones de que los agentes de la CIA actuaron libremente contra la guerrilla en Bolivia e, incluso, por sobre los propios militares bolivianos, no requerían más aclaraciones. Estaba comprobado; lo que se dilucidaba en ese momento era quién o quiénes los autorizaron y les dieron acceso a toda la documentación secreta. Al ser pública la disputa entre los dos generales, se le agregó un nuevo detonante cuando Daniel Salamanca, secretario

privado de Barrientos, convocó a los periodistas a una rueda de prensa, pues tenía en su poder, y mostró, varios documentos que el agente de la CIA Julio Gabriel García había enviado al Palacio de Gobierno para el Presidente, así como también la intención de este agente para tratar de suprimir algunos órganos de prensa de la oposición. Salamanca afirmó que García le solicitó una entrevista a Barrientos para proponerle un programa de acción encaminado a descabezar la campaña antigubernamental lanzada por la oposición. Los comentarios, reacciones y estupor ante las revelaciones de Salamanca parecían no tener límites, pero el secretario privado de Barrientos les enseñó un organigrama, elaborado por la CIA, y presentado por García, para el montaje de una radio, un periódico, más la organización de un cuerpo de funcionarios que actuarían infiltrados en dependencias públicas y universidades. Todo ello le costó que Barrientos lo expulsara del Palacio de Gobierno y de la alta responsabilidad que ocupaba. La embajada norteamericana y la estación CIA trataron por todos los medios de silenciar el nuevo escándalo, pero por una vía u otra las informaciones se fugaban; estas circunstancias afectaban a los norteamericanos, que difícilmente podían conciliar los intereses y contradicciones entre los militares. La actitud de Salamanca fue valorada de muy extraña. Algunos plantean que quiso ayudar a Barrientos, pero formó un enredo tal, que lo hizo caer en graves contradicciones, no tuvo otra alternativa que decir la verdad. Otros dicen que estaba comprometido en una conspiración y sus declaraciones fueron calculadas para darle un golpe demoledor a Barrientos “ya que él no era ni ingenuo, ni tonto, ni estaba loco ni drogado para revelar secretos tan serios en momentos tan delicados y

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difíciles”. También se le describe como un hombre sumamente oportunista, pues, al darse cuenta de que Barrientos estaba llegando a su final, se aprovechó de la polémica situación para hacer méritos con el que lo reemplazara, al podérsele atribuir un papel destacado en su derrocamiento. El descrédito de Barrientos fue total; la única alternativa que consideró viable era mantener su posición de que fue engañado. Mientras tanto, los diputados del Partido Falange Socialista Boliviana lo emplazaron para que respondiera por qué se dejó engañar, quiénes lo engañaron, además de una serie de interrogantes que lo complicaron nuevamente. Entre las tantas preguntas estaban las siguientes: “¿Qué autoridades nacionales o extranjeras le dieron datos falsos y versiones interesadas sobre la situación seudomilitar de los agentes de la CIA? “¿Cuál fue la actitud del gobierno para verificar la condición castrense de dichos agentes? “¿Se puede concebir que se acepte, sin previa comprobación, a agentes de la CIA como miembros del ejército norteamericano? “¿En qué medida es responsable de la admisión de esta burla el señor Presidente y en qué medida el señor Comandante en Jefe de las fuerzas armadas de la Nación?” Este incisivo interrogatorio tuvo, por parte de Barrientos, una única respuesta: que se estaba desarrollando una campaña de la oposición contra las fuerzas armadas, lo que constituía una evidente contradicción, porque eran precisamente miembros de las fuerzas armadas los que con sus declaraciones demostraron la intervención de la CIA y la embajada de los Estados Unidos en los asuntos internos de Bolivia y contra la

guerrilla del Che. La situación se les estaba escapando a los norteamericanos de las manos. Ante el peligro real de la caída de Barrientos y la gravedad de la situación presionaron para que Zenteno Anaya se retractara. El embajador norteamericano en La Paz se reunió con Barrientos y Zenteno Anaya. Al día siguiente, el Secretario de Informaciones de la Presidencia de la República de Bolivia se entrevistó con Zenteno —alojado en el hotel Sucre— y prepararon los detalles de una conferencia de prensa donde formularía “sensacionales revelaciones”. Siguiendo órdenes del Presidente, el Secretario de Informaciones visitó al sacerdote José Gramunt, amigo íntimo de Barrientos y director de Radio Fídes, una emisora católica que gozaba de mucha credibilidad en Bolivia, para que esta se encargara de trasmitir a todo el país las revelaciones de Zenteno. Tal como se acordó, Zenteno acudió a la conferencia de prensa y manifestó que, en sus declaraciones ante el Tribunal de Justicia Militar, en ningún momento utilizó la palabra CIA, sino SIE (Servicio de Inteligencia del Ejército norteamericano). Los sorprendidos periodistas le recordaron que, en el tribunal, él empleó la palabra CIA. Entonces respondió que los jueces se dejaron paralogizar. Estos insistieron que al término de sus declaraciones se las leyeron de acuerdo con la ley, a lo que alegó que se produjo una confusión fonética que no pudo corregir. Luego, afirmó que Ramos y González no eran agentes de la CIA sino del SIE. Los analistas bolivianos consideraron que la argumentación de Zenteno fue muy frágil, porque es bien conocido que ante un tribunal militar, el declarante debe imponerse del tenor literal escrito por el secretario, luego, escuchar la lectura, final-

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mente firmarlo. Todos estos pasos los siguió Zenteno, de donde se desprende que habló sin ninguna clase de dudas de la CIA y no del SIE, como pretendió hacer creer. Los periodistas indicaron que el resto de los militares en sus declaraciones también se refirieron a la CIA y no al SIE. El 12 de abril de 1969 la prensa calificó de: “revuelo, estupor y una generalizada incredulidad han propagado en Bolivia las rectificaciones formuladas en rueda de prensa por el general Zenteno Anaya”. Barrientos informó que se encontraba ampliamente satisfecho por las rectificaciones de Zenteno y que no se hablaría más de ese asunto; pero comentó en privado que Zenteno, Ovando, Salamanca, Juan José Torres, Marcos Vásquez Sempértegui, parlamentarios y periodistas que lo acusaron, iban a pagar con sus vidas. Sin embargo, un nuevo elemento se añadía al escándalo, cuando el periódico Jornada, de La Paz, esclarecía que las siglas SIE no existían dentro del ejército de los Estados Unidos, lo que demostraba las falsedades de Zenteno. El periódico aseguraba que las declaraciones obedecían a presiones de la embajada norteamericana y la estación CIA, además de que Barrientos le había prometido enviarlo como embajador de Bolivia ante el gobierno de Perú. El 24 de abril Barrientos invitó a su residencia particular, ubicada en la calle Man Céspedes No. 8409, en el residencial barrio de La Florida, a un grupo reducido de amigos íntimos y militares de su más absoluta confianza. La reunión se extendió hasta las primeras horas de la madrugada; se evaluó la situación interna del país, de las fuerzas armadas, las acusaciones contra el Presidente y la deslealtad de muchos militares. Barrientos

expuso sus contradicciones con Ovando, Torres, Vásquez Sempértegui y se expresó en términos sumamente vulgares contra Cárdenas Mallo, Salamanca y Zenteno. Los amigos de Barrientos le propusieron varias opciones: que se declarara dictador y suprimiera la Constitución y el Congreso; eliminara físicamente a un grupo de sus opositores, y al resto los enviara al exilio. Dentro de esas proposiciones surgió un plan al que denominaron Plan de Mayo, porque el 1ro. de mayo lo ejecutarían. Posteriormente se conoció que el plan lo había presentado el Jefe de la estación CIA en Bolivia y aprobado por Barrientos. La reunión solo perseguía implicar a los presentes en su ejecución. La revista boliviana Perspectiva se cuestionó que después de las guerrillas, los sectores de poder y las fuerzas vitales de la nacionalidad se preguntaban qué había pasado. “Entonces la crisis cobró fuerza, el statu quo comenzó a desmoronarse, la primera institución en padecerla fueron las fuerzas armadas, que habían actuado de manera unitaria durante la campaña guerrillera; pero la joven oficialidad sintió el impacto, no solo porque se vio obligada a aceptar el asesoramiento de agentes de la CIA y miembros de las Boinas Verdes, sino porque se preguntaba el porqué de la acción guerrillera. Sin quererlo se encontró con que era simplemente el efecto de algo más profundo: el atraso y la dependencia”. Señaló la revista que a partir de ese instante la tendencia nacional dentro de los militares se fortaleció. Esto influyó en la Iglesia, de donde surgieron los sacerdotes tercermundistas con un Evangelio al servicio de los pobres. En algunos partidos políticos, como la Democracia Cristiana, aparecieron fracciones radicalizadoras y tendencias revolucionarias que propugnaban la necesidad del socialismo y que se iniciara en Bolivia

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un proceso de izquierdización. Además, la revista decía que el imperialismo, consciente de que la situación se volvía incontrolable, decidió, por intermedio de la CIA, poner en marcha un plan de liquidación de la corriente nacionalista, a través de la eliminación física de dirigentes políticos, militares, sindicalistas y otros que habían mostrado veleidades revolucionarias; que una operación al estilo de La Noche de los Cuchillos Largos debía concluir en una proclama a través de la cual el presidente Barrientos se erigía en dictador. Como parte de este plan, Barrientos debía visitar los regimientos y unidades militares más importantes, con el propósito de que su imagen ganara prestigio y autoridad, y neutralizar la influencia de Ovando. El 25 de abril visitó el regimiento Colorado —ubicado en las cercanías de la capital—, pero no logró la receptividad esperada, porque dentro de los militares se sabía que Barrientos estaba formando una fuerza paramilitar, conocida por Furmod, cuyos integrantes eran entrenados por asesores norteamericanos, la cual tenía previsto utilizarla secretamente si no recibía apoyo de la institución armada. El 27 de abril de 1969, en un helicóptero que le obsequió el jefe de la misión militar norteamericana, el Presidente viajó a la población de Arque, para luego dirigirse a Tacopaya, ambas en el departamento de Cochabamba, y más tarde continuar con su plan de visitar a los principales regimientos del país.

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El Presidente de Bolivia, René Barrientos, acompañado de su edecán, capitán Leovigildo Orellana, y el piloto, teniente Carlos

Rafael Estívariz, llegó a las 11:30 horas de la mañana del 27 de abril de 1969 a la población de Arque, distante unos 60 kilómetros al sudeste de la ciudad de Cochabamba, para inaugurar una escuela con el nombre de “John F. Kennedy”. El helicóptero H‑23 FAB-602 de la fuerza aérea boliviana se posó suavemente en la cancha de futbol de la humilde población. Lo recibieron las autoridades locales y el sacerdote Lucio Paredes. A las dos de la tarde debía estar en la localidad de Tacopaya, pero las autoridades de Arque le habían preparado un almuerzo, lo que demoró la partida en más de media hora. Unos minutos después de la hora presunta, Barrientos abordó el helicóptero que, mientras tomaba altura y ante la mirada curiosa de los campesinos, explotó en el aire y envuelto en llamas se desplomó. Los despachos de prensa informaron que “El día fue claro, el cielo despejado y el viento en calma”. El sacerdote Lucio Paredes narró que se produjo un fortísimo estampido, luego, notó una llamarada grande y polvo, “como humo de fragosa tempestad”. También señaló que en el sitio donde cayó el helicóptero en llamas todo estaba al rojo vivo, y dentro de él, encerradas, las tres víctimas. Después agregó: “Quisimos sacar primeramente al General. Nuestro humanitario afán fue del todo inútil. Su cuerpo aparecía totalmente quemado [...]. Las otras dos víctimas, Edecán y Piloto, estaban en igual condición [...]”. “Enfriado el helicóptero destruido, procedimos a sacar al General y a los Oficiales; estaban atrapados entre retorcidos hierros, totalmente quemados.” Fuentes militares bolivianas afirmaron que había sido un atentado realizado por grupos políticos rivales interesados en eliminarlo para llevar al poder a Ovando. Los que sostienen

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La muerte del general René Barrientos Ortuño

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esta opinión indicaron que existen pruebas y testimonios de que cuatro personas apostadas debajo de la ruta por donde tenía que pasar, dispararon contra el helicóptero, lo que provocó la explosión y acto seguido, el incendio. Sin embargo, los partes oficiales sostienen que el accidente se produce al chocar el helicóptero con un cable de alta tensión del tendido eléctrico, aunque en las proximidades del accidente solo existía un viejo cable de teléfono, muy delgado y a baja altura. Cualquiera que sea la causa, lo cierto es que murió quemado, tal como él anunció que había hecho con el Che. Desde ese momento surgió en Bolivia una nueva leyenda: “El Che lo ajustició y lo castigó a morir incinerado”. Otras fuentes militares bolivianas aseveraban que el atentado se ejecutó el 27 de abril por haberse descubierto el Plan de Mayo, con el que se pretendía disolver el Parlamento y desatar una brutal represión que permitiera eliminar a decenas de personas civiles y militares durante las primeras veinticuatro horas. Barrientos pensaba acabar con toda la oposición a su gobierno y las contradicciones en el seno de este, porque ambas cosas “no lo dejaban gobernar”. Otros indican que desde 1967, cuando las guerrillas, el atentado ya estaba concebido y aprobado por Ovando; para ello se aprovecharía uno de sus viajes en helicóptero, pero por una circunstancia u otra no se había podido materializar. Esas fuentes señalaron que Ovando ordenó que el atentado se realizara después que él se encontrara en los Estados Unidos en misión oficial, de forma tal que pudiera justificar cualquier intento de culpa o sospecha en su persona y, a la vez, tranquilizar y darles garantías a los norteamericanos.

El viaje de Barrientos a la población de Arque constaba en la agenda presidencial y era públicamente conocido. El 27 de abril en horas bien tempranas de la mañana llegaron a esa población cuatro militares vestidos de civil, todos de absoluta confianza y fidelidad a Ovando. Según las mismas fuentes, los cuatro militares se apostaron en una ladera del valle de Arque, frente a una estrecha quebrada por donde necesariamente tenía que pasar el helicóptero, y cuando el aparato presidencial ascendía, en medio del estruendo del motor, le dispararon. Algunos campesinos del lugar oyeron dos ráfagas de ametralladora que partieron de una ladera, luego, el helicóptero se tambaleó y cayó a tierra incendiado. El periodista uruguayo Carlos María Gutiérrez escribió que el padre del edecán Leovigildo Orellana aseguró que el cadáver de su hijo presentaba heridas de bala. También el cadáver del piloto Carlos Rafael Estívariz —quien lanzó a las selvas de Ñacahuasú a humildes campesinos y al guerrillero Jorge Vázquez Viaña—, al ser exhumado, la nueva autopsia reveló la presencia de un orificio de bala en la región renal, y que Mario Bolívar, teniente de la policía de tránsito, quien estaba en Arque el día del accidente, declaró que al caer el helicóptero vio a tres hombres correr hasta la máquina, examinarla y luego huir hacia la montaña. Bolívar agregó que le hicieron presiones superiores para que no revelara esos datos. Los que están convencidos de que fue un atentado poseen más elementos. Por ejemplo, a la misma hora en que el helicóptero despegaba de la población de Arque, sin aún haber explotado, Radio El Cóndor —de la ciudad de Oruro—, en cadena con Radio Altiplano —de la ciudad de La Paz—, dieron la información de la muerte de Barrientos, incluso antes de que fuera

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conocida por los organismos oficiales competentes. Esto creó confusión y poca credibilidad por lo intrincado del lugar, la falta de comunicación y lo distante de Oruro, lo que motivó que la Radio Oficial Illimani desmintiera la noticia inmediatamente, hecho que resultó muy significativo. Según algunos observadores, la embajada norteamericana no estaba ajena al plan del atentado, lo conocían al detalle, mas no hicieron nada por evitarlo. El Presidente boliviano era una figura demasiado desprestigiada, no servía a sus intereses, sobre todo, porque sabía demasiado. Lo mejor que podía sucederle era que estuviera muerto. Llamó la atención de esos observadores que en la embajada se recibió la noticia con tranquilidad y hasta con no oculta satisfacción. Esas fuentes indicaron que los generales Juan José Torres y César Ruiz se reunieron de inmediato y convocaron una reunión urgente en el Gran Cuartel de Miraflores. Desde allí se comunicaron con Ovando que, coincidentemente, se encontraba en esos momentos en la embajada de Bolivia en Washington, a pesar de que era domingo por la tarde. Otro hecho que llamó la atención de los observadores fue la rapidez y eficacia con que actuó el coronel Reque Terán, comandante del Colegio Militar, situado al otro extremo de la capital boliviana, quien, ya a las tres de la tarde tenía tomado el Palacio Presidencial, cerradas todas las puertas y prohibido el acceso de los ministros y funcionarios gubernamentales. Pasados unos minutos de las tres, llegó a palacio Rosemary Galindo de Ugarte, esposa de Barrientos, para confirmar la muerte de su marido y, al mismo tiempo, recoger algunas pertenencias de valor de este. De acuerdo con las fuentes militares, Reque Terán se comportó de forma grosera con ella, hecho censurado

por los informantes porque hasta ese momento siempre había demostrado simpatías por la familia Barrientos-Galindo. Además, Rosemary era una señora distinguida, de familia prestigiosa, muy respetada. Su hermano Marcelo Galindo era ministro de la Presidencia y su padre, Walter Galindo Quiroga, fue rector de la Universidad de Cochabamba. Señalaron las fuentes que Reque Terán se encargó de decirle que hasta las dos de la tarde había sido la Primera Dama de la República, por lo tanto, no podía pasar hasta las oficinas de Barrientos. Una vez que se retiró, Reque Terán con estruendosas carcajadas expresó que se acabaron los cumpleaños de Rosemary en el Palacio. Se refería, según los informantes, a que cada 3 de mayo ella acostumbraba a festejarlo en el Salón de los Espejos, con un riguroso horario para recibir las felicitaciones y los regalos, de acuerdo con las invitaciones y el programa de protocolo enviados por la Dirección Nacional de Informaciones de la Presidencia de la República. Algo que también llamó la atención de los observadores fue la rapidez con que los tres generales se pusieron de acuerdo para apoyar a Luis Adolfo Siles Salinas como nuevo presidente y los términos del comunicado que dieron a conocer a la opinión pública a las 15:45, es decir, sin todavía transcurrir dos horas de la muerte de Barrientos y a pesar de que dos de los generales se encontraban en La Paz y el otro en Washington. El comunicado dice textualmente: “Ante la infausta noticia del fallecimiento del Excelentísimo Señor Presidente de la República y Capitán General de las Fuerzas Armadas de la Nación, el Comandante en Jefe comunica a la opinión pública que el Señor Vicepresidente Constitucional, Dr. Luis Adolfo Siles, se hizo cargo de la Presidencia, de acuerdo a la Constitución Política del Estado.

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“El Comandante en Jefe y las Fuerzas Armadas de la Nación acatan y prestarán su apoyo al gobierno legalmente constituido, y hacen conocer que reprimirán drásticamente todo intento de subversión contra el orden legalmente constituido. “Exhortamos a la ciudadanía toda a mantener la máxima tranquilidad y cordura en momentos en que la Patria vive horas de luto y desgracia nacional”. En relación con la muerte de Barrientos los creyentes bolivianos le han dado una interpretación mística, la justifican como un castigo de Dios por haber ordenado que mataran al Che Guevara. Con posterioridad al asesinato del Guerrillero Heroico sobrevino una intensa sequía en varias zonas del país y, a consecuencia de ella, en el mes de abril una oleada de insectos de alas grandes y color oscuro, conocidos como taparacos —voz quechua que significa mariposas nocturnas—, invadieron las farolas de las plazas, parques, calles, bombillos de las casas, rincones de las cocinas, las luces de queroseno o de velas y constantemente revoloteaban por todas partes. Fueron tantos que hubo que barrerlos con escoba. Algunas personas supersticiosas estaban aterrorizadas porque, según creencias populares, los taparacos son portadores de castigos, mala suerte, muerte próxima y mal agüero para todas las personas que no han actuado bien ante la vida y la familia. De acuerdo con la costumbre se persignaban y repetían una letanía para no ser ellos los afectados. Después de la muerte de Barrientos los taparacos desaparecieron; este hecho aumentó la interpretación de que vinieron a castigarlo. A partir de estas creencias comenzó a circular entre los militares bolivianos y sus familiares una carta cadena, la

cual decía que la muerte de Barrientos era un castigo de Dios y que a todos los culpables del asesinato del Che les esperaba una grave desgracia. Para poder salvarse recomendaba rezar tres padres nuestros y tres avemaría. Había que reproducirla en nueve copias y enviarla a igual cantidad de destinatarios. Las personas que las recibían le agregaban nuevos hechos sobre desgracias personales o familiares que les sucedieron a los vinculados con el crimen, lo que le daba más credibilidad. La carta recorrió todo el país, reforzando la leyenda que ha dado en llamarse en Bolivia “La maldición del Che”.

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Toma de posesión del nuevo presidente y atentado contra Antonio Arguedas A las cuatro de la tarde —a escasas dos horas de la muerte de Barrientos— llegó al Palacio de Gobierno el vicepresidente Luis Adolfo Siles Salinas: 22 minutos después juraba como nuevo Presidente constitucional de la República de Bolivia, con el aparente respaldo de las fuerzas armadas y el entusiasmo del embajador norteamericano. La toma de posesión se realizaba en medio de un tenso clima de divisiones e inseguridades, pues las fuerzas armadas consideraban que el nuevo presidente no debía ser un civil. Siles Salinas se presentó solo al Palacio Presidencial, de este modo burlaba la estricta vigilancia que en torno a su residencia ordenó Reque Terán, la cual debía permanecer rodeada por efectivos militares que le impidieran trasladarse hasta la sede de gobierno para asumir el poder, lo que permitiría que Ovando regresara de los Estados Unidos y ocupara la presi-

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dencia ante la aparente irresponsabilidad y ausencia del vicepresidente. Sin embargo, Siles Salinas hábilmente salió de su casa por un viejo camino alterno y llegó al Palacio Presidencial, sorprendiendo así a Reque Terán y demás oficiales presentes. La embajada norteamericana mostró su complacencia por el nuevo mandatario. El doctor Siles Salinas le resultaba sumamente familiar desde que se desempeñó como presidente del Centro Boliviano‑Americano donde desarrolló un importante papel en función de la amistad, difusión de la cultura, modo de vida e ideología de los Estados Unidos. En el Palacio de Gobierno, la actividad política transcurría dentro de los cambios de gabinete y reajustes de personas afines al nuevo mandatario. Siles Salinas cedió a las condiciones impuestas por Ovando: ratificó íntegramente al alto mando militar, y designó como ministros de Defensa y del Interior a personas de su absoluta confianza. Una nueva noticia sobre Arguedas volvió a complicar la situación. El 8 de mayo de 1969 su residencia fue objeto de un brutal atentado terrorista cuando le arrojaron al interior una granada militar y una carga de dinamita que causaron cuantiosos daños materiales. Arguedas culpó a los agentes de la CIA John H. Corr y Alberto Garza como las personas que planearon el ataque y responsabilizó a una logia militar secreta, denominada Grupo de Honor, como los autores materiales del hecho. Ese mismo día, en los momentos que caminaba con el periodista español Pedro Sánchez Quierolo, frente al céntrico hotel Torino de la capital boliviana, resultó herido por personas desconocidas que le dispararon una ráfaga de ametralladora desde un automóvil que circulaba a gran velocidad. Inmediatamente lo llevaron a la Clínica “Isabel la Católica”. Pocas horas des-

pués, esta institución reportaba que el estado era de gravedad a causa de la gran cantidad de sangre que perdió. A la vez se informaba que el periodista español había salido ileso. En esos momentos Siles Salinas empezaba a confrontar graves dificultades para gobernar. Las ambiciones de poder, las luchas intestinas y el pase de cuentas entre grupos rivales fueron constantes. El atentado a Arguedas venía a ser uno más de los tantos que vivió en esa etapa la vida política boliviana. Poco después, la residencia de Roberto Jordán Pando, dirigente del MNR y crítico permanente de Ovando, sufrió un atentado terrorista que le ocasionó cuantiosos daños materiales. Personas desconocidas le lanzaron una granada incendiaria de uso exclusivo de las fuerzas armadas que estalló en el garaje de su residencia con graves riesgos para la vida del político boliviano y su familia. Jordán Pando acusó públicamente a Ovando y sus seguidores como los culpables. Mientras Arguedas se recuperaba en el conocido centro hospitalario recibió amenazas de muerte para él y su familia. Por ello, el 8 de julio de 1969, cuando le dieron el alta médica, entregó a los periodistas unas declaraciones y se dirigió a la embajada de México en La Paz y solicitó asilo político. La prensa reprodujo sus declaraciones, entre ellas que “lamentablemente, el poder norteamericano ha mostrado todo el desprecio que siente por nuestra patria y ha impuesto a sus servicios la ejecución de una serie de atropellos en contra de mi persona, atropellos que abarcan desde abiertas trasgresiones a la Constitución y a las leyes, hasta la consumación de vandálicos actos terroristas”. Y continuaba explicando que en el terreno de la propaganda pagada por la embajada yanqui “se han movilizado todos los recursos para restar eficacia a mi denuncia y se ha

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pagado a publicistas venales por cualquier tejida en contra mío. No obstante las abundantes pruebas de la intervención norteamericana, ninguno de los llamados poderes públicos ha tomado medida alguna para por lo menos interrogar brevemente a alguno de los muchos cuyos nombres completos cursan en el remedo de juicio que se me ha instaurado”. Al darse a la publicidad, la cancillería boliviana manifestó que Arguedas era un reo de la justicia ordinaria y no le podrían conceder el respectivo salvoconducto. Esta actitud creó diferendos con las autoridades mexicanas, sobre todo, con el embajador de México en La Paz, Pedro González Lugo. La agencia de noticias Inter Press Servi divulgó que el subsecretario de Relaciones Exteriores de Bolivia, Franz Ruck Uriburu, había revelado que el gobierno mexicano, por medio de su embajada en La Paz, había entregado una declaración que calificaba de político el asilo diplomático solicitado por Arguedas y, además, que encuadraba en el convenio de asilo de 1954. El embajador mexicano insistió que si antes del 15 de septiembre las autoridades bolivianas no daban el salvoconducto a Arguedas, podría verse afectado de manera concreta el cumplimiento del asilo diplomático suscrito entre México y Bolivia; también suspendería la recepción al cuerpo diplomático con motivo del aniversario de la independencia de México. El presidente Siles Salinas accedió otorgarle el asilo político, pero esta decisión aumentó las contradicciones y los problemas dentro del gobierno boliviano y las fuerzas armadas, renuentes a que se adoptara una decisión de esa naturaleza.

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Ajusticiamiento de Honorato Rojas. Represión en Cochabamba El 15 de julio el presidente boliviano Adolfo Siles Salinas anunció a todo el país que Honorato Rojas, el campesino que el 31 de agosto de 1967 guió al grupo de la retaguardia guerrillera hasta la emboscada de Puerto Mauricio en el Río Grande, había muerto de un disparo. Barrientos había premiado la traición de Honorato con cinco hectáreas de terrenos a unos seis kilómetros de la ciudad de Santa Cruz donde vivía oculto. Hasta las cercanías de su vivienda llegó un comando del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia y lo ajustició. Este hecho provocó entre los implicados en el asesinato del Che y del resto de los guerrilleros un temor generalizado, ya que interpretaron el ajusticiamiento como una clara advertencia de que el ELN ajustaría cuentas a todos los culpables. El 19 de julio se dio a conocer el mensaje de Inti Peredo “Volveremos a las montañas”. En él anunciaba que la sangre del Che y la de sus combatientes que regaron los campos de Bolivia harán germinar la semilla de la liberación; que el ELN se consideraba heredero de las enseñanzas y del ejemplo del Che, nuevo Bolívar de América Latina; quienes lo asesinaron cobardemente no lograrán nunca matar su pensamiento ni su ejemplo. Concluía pidiendo levantar sus banderas. El mensaje de Inti conmocionó a todo el país y la represión se intensificó de manera brutal. Muchas personas fueron detenidas y torturadas, entre ellas, varios miembros del ELN. Inti Peredo, con la solidaridad de muchos revolucionarios, especialmente de la chilena Beatriz Allende, penetraba clan301

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destinamente en Bolivia. En la ciudad de Cochabamba, donde suponían que se encontraba, el aparato represivo extremó las medidas de seguridad, y el jefe de la Inteligencia del Ministerio del Interior, Toto Quintanilla, se trasladó a esa ciudad para dirigir las operaciones de represión. A través de un agente de la CIA, nombrado José Gamarra Quiroga, infiltrado en la dirección del ELN, los aparatos represivos allanaron varias casas de seguridad, como la ubicada en las calles Pacieri y Lanza, la cual fue rodeada por agentes del Ministerio del Interior vestidos de civil. Mientras, uno de sus efectivos se ocultó dentro de ella para esperar a sus moradores. Cuando los miembros del ELN Rita Valdivia Rivera y Enrique Ortega, que operaban bajo los seudónimos de Maya y Víctor, junto al chileno Raúl Zapata, entraron a la casa, el agente oculto disparó e inmediatamente se dio a la fuga, acto seguido se inició un nutrido tiroteo en todas direcciones contra la vivienda. Los jóvenes resistieron heroicamente por más de una hora y no permitieron que los policías pudieran tomarla. Estos disparaban a intervalo y solicitaban refuerzo. Los jóvenes acordaron que Raúl Zapata saliera para informar a Inti Peredo lo que estaba sucediendo. Poco tiempo después llegó un camión lleno de soldados, ocasión en que el combate se intensificó. Ante la gran cantidad de efectivos, la potencia del fuego y las escasas balas con que contaban, Maya y Víctor decidieron suicidarse. Cuando cesó la resistencia, los policías encontraron a Maya muerta y a Víctor en estado sumamente grave. De lo sucedido el escritor boliviano Jesús Lara narró que entonces surgió un esbirro valentón y se lanzó sobre el caído propinándole un violento puntapié en el rostro. El agente de la CIA que proporcionó la ubicación de la vivienda más las informaciones sobre el ELN, fue ajusticiado.

Durante el mes de agosto de 1969 la represión continuó. El primero de ese mes el nuevo Ministro del Interior, Eufronio Padilla, anunció el descubrimiento de tres depósitos de armas pertenecientes al Ejército de Liberación Nacional de Bolivia.

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Las emisoras de radio de Bolivia difunden un nuevo mensaje de Inti Peredo El 4 de septiembre las emisoras radiales comenzaron a divulgar un nuevo mensaje de Inti Peredo, donde explicaba la necesidad de liberar a Bolivia de la opresión y el dominio del imperialismo norteamericano. Su publicación produjo un extraordinario impacto en todo el país: periódicos, emisoras radiales y diferentes personalidades lo comentaban. Entre tanto, Inti Peredo se trasladaba clandestinamente desde Cochabamba para La Paz. Se alojó en una casa de la calle Santa Cruz No. 584, propiedad de Fernando Martínez, conocido como Tesorito. El intelectual boliviano Jesús Lara escribió que Tesorito fue capturado por la policía, sometido a interrogatorios dirigidos por Toto Quintanilla con quien aceptó colaborar y proporcionarle informaciones sobre Inti. Al amanecer del 9 de septiembre, 150 efectivos de la policía rodearon la casa; al instante se produjo un intenso tiroteo. Inti resistió por espacio de una hora, hasta que a través de una ventana le lanzaron una granada de mano que le provocó varias heridas. Tras la explosión los policías de asalto derribaron la puerta e invadieron el local. De esa manera pudieron capturarlo gravemente herido en una pierna y brazo, pero no recibió atención médica, sino lo inter-

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naron en prisión, donde lo torturaron y Toto Quintanilla le dio varios culatazos por la cabeza. Como pasada dos horas todavía permanecía con vida, decidieron que el doctor Hebert Miranda Pereira le provocara la muerte a través de una inyección. Los partes oficiales informaron que murió a consecuencia de la explosión de una granada cuando combatía en una casa que la policía trataba de allanar. A las 22:20 horas, convocaron a la prensa y le mostraron el cuerpo, el cual presentaba evidentes signos de violencia y torturas. Al día siguiente, sus familiares solicitaron el cadáver. El Ministro del Interior expresó que lo habían incinerado porque la descomposición prosperaba rápidamente. Como estos argumentos no fueron aceptados, en la mañana del 11 de septiembre lo entregaron bajo la prohibición de que se le realizara la autopsia y con orden expresa de que fuera trasladado directamente al aeropuerto de La Paz y de ahí al Beni, de donde los Peredo son oriundos. El ataúd fue férreamente custodiado por efectivos de la policía, varios de ellos viajaron con los familiares. Más tarde se conoció que la autopsia señalaba traumatismo cráneo encefálico con fractura temporoparietal, lesión cerebral y hemorragias. La desaparición del guerrillero boliviano conmocionó profundamente a amplios sectores del país. El clima represivo se intensificó. Las autoridades temían que después del impacto que produjo la muerte de Inti, se organizaran disturbios y manifestaciones. El ELN condenó a muerte al doctor Hebert Miranda Pereira y a Toto Quintanilla.

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Represión contra la familia del guerrillero Benjamín Coronado Después del asesinato de Inti Peredo, se desató una brutal represión que abarcó amplios sectores revolucionarios y progresistas del país. Entre las tantas personas que fueron controladas por los servicios secretos bolivianos y la CIA, así como apresadas y acusadas como principales enlaces guerrilleros, se encontraban varias mujeres: Elsa Zapata, Tota Arce, Elba Figueroa, Mirna del Río, Marta Espinosa, Delfina Burgoa, Catalina Quispe y Josefina Farjat. La residencia de los padres del guerrillero Benjamín Coronado, ubicada en la calle Lucas Jaime No. 777, del barrio Miraflores, fue allanada por efectivos militares y detuvieron a su padre, don Benigno Coronado; desde ese momento la vivienda fue sistemáticamente controlada desde el quinto piso del hospital obrero, situado frente a ella. En repetidas ocasiones torturaron al padre de Benjamín, hasta llegar a dispararle un tiro por la boca que le imposibilitó hablar durante largo tiempo, aunque las autoridades reportaron que había tratado de “suicidarse”. A Doña Geraldine Córdova de Coronado, madre de Benjamín, también la detuvieron. Toto Quintanilla con más de 50 efectivos militares, fuertemente armados y vestidos de civil, rodearon la casa y procedieron a tomarla como si se tratara de una fortaleza militar; cargaron con los objetos de valor, los escasos ahorros de la familia, levantaron los pisos buscando armas, y solo se retiraron cuando el interior de la vivienda estaba prácticamente destruido. Conducida a varias prisiones, doña Geraldine fue torturada e incomunicada hasta que finalmente la internaron en la 305

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cárcel de mujeres en la calle 7 del barrio de Obrajes. Por su estado de salud delicado, las monjas que atendían la prisión intercedieron con las autoridades para que la pasaran a la Clínica San Martín de Porras, situada en la avenida Ecuador. Fue acompañada y vigilada permanentemente por un miembro de los servicios represivos. Cuando se encontraba en ese centro hospitalario, un grupo de estudiantes penetraron en él, desarmaron al policía y la liberaron. El hostigamiento no se detuvo contra esta familia. En ocasión de ir caminando por una de las calles de La Paz, Raquel, hermana de Benjamín, fue secuestrada y desaparecida durante varios días, hasta que otros familiares lograron conocer que se hallaba detenida en una casa de alta seguridad del Ministerio del Interior, ubicada en la avenida Busch, esquina con Haití, donde la torturaron. Carlos Álvarez Córdova, hijo de Raquel, de solo once años de edad, quedó aislado en la casa y vigilado por la policía, cuando toda la familia permanecía en prisión. A pesar de las torturas sufridas, Geraldine continuó la lucha por los humildes de su país. Murió el 26 de abril de 1988, a la edad de setenta y siete años. Fue envuelta en la bandera del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia, tal como había pedido a sus familiares más cercanos. Su sepelio constituyó un sentido duelo popular de militantes de todos los partidos de izquierda de Bolivia, que la acompañaron hasta el lugar que guardan sus combativos restos.

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Fin del gobierno de Luis Adolfo Siles Salinas El 19 de septiembre de 1969, ante el Parlamento boliviano, el diputado Ambrosio García formuló una grave acusación, dijo que el general Alfredo Ovando había recibido 600 000 dólares de las compañías norteamericanas Bolivian Gulf Oil Company y Williams Brothers, con el fin de financiar la campaña electoral para la presidencia de la república, a cambio de importantes concesiones a empresas petroleras y siderúrgicas norteamericanas. Los diputados ovandistas reaccionaron violentamente; calificaron la denuncia de libelo infamatorio, lo que ocasionó un grave desorden en la sala de sesiones del Parlamento. Según testigos presenciales, los ovandistas proferían insultos contra Ambrosio y le exigían que probara su denuncia. Todos hablaban a la vez. Unos acusaban al presidente Siles Salinas como culpable de esta sucia maniobra contra Ovando. Otros le dieron credibilidad, alegando que Ovando tenía ilimitadas ambiciones de poder por lo que, en su obsesión enfermiza por llegar a la presidencia, era capaz de cualquier cosa. Ante tal denuncia, Ovando manifestó que esta demostraba hasta dónde llegaban los grandes intereses imperialistas y su temor de perderlo todo con el advenimiento de una firme posición de restablecimiento de la soberanía política y económica de Bolivia. Al preguntarle los periodistas que a cuál imperialismo se refería, respondió: “Al imperialismo yanqui”, y añadió que ese imperialismo era el promotor de un monstruoso chantaje, cuyo propósito era anular las vías a través de las cuales se pueda lograr la independencia y el progreso de Bolivia. La prensa insistió que en círculos norteamericanos existía el temor de que las palabras de Ovando fueran algo más que el 307

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lenguaje que muchos políticos bolivianos empleaban con fines electorales, que sus palabras pudieran concretarse en una posición nacionalista. Cuando Ovando acusó al imperialismo norteamericano de un chantaje, sabía bien lo que estaba diciendo, porque hacía unos días, al sostener una entrevista con el embajador norteamericano en La Paz, este le había expresado que apoyaba, sin reservas, al doctor Luis Adolfo Siles Salinas; que no daría ayuda ni reconocimiento a ningún gobierno en Bolivia que se impusiera por un golpe de Estado militar, fue claro, para que no existieran dudas ni confusiones. Ovando le exigió que no podía inmiscuirse en los asuntos internos de Bolivia; no obstante, aquel le respondió que contaba con documentos que probaban que altos oficiales del ejército boliviano recibieron ayuda económica de empresas privadas para financiar sus elecciones presidenciales. Indignado, Ovando se marchó. Por ello, cuando el diputado Ambrosio García lanzó la acusación ante el Parlamento, comprendió que detrás estaba la mano del embajador. Al continuar el escándalo, Ovando se vio obligado a renunciar como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas hasta que se investigaran los hechos. La vivienda del diputado Ambrosio García fue visitada por unos encapuchados que dijeron pertenecer a la Legión de los Leopardos Azules, le dieron una golpiza y lo amenazaron de muerte si no se retractaba de todo lo manifestado ante el Parlamento. Al día siguiente, bien temprano, Ambrosio García declaró a la prensa que no tenía pruebas para demostrar su denuncia, que la fundamentó en un artículo elaborado por el periodista Justiniano Canedo. Este protestó y lo desmintió duramente, ofendido por haberlo mezclado en un asunto del cual

ni estaba enterado. De la Legión de los Leopardos Azules nunca más se habló. Poco tiempo después, se conoció públicamente que el diputado Ambrosio García era agente de la CIA.

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Golpe de Estado militar contra el doctor Luis Adolfo Siles Salinas Después de la denuncia del diputado Ambrosio García, los acontecimientos se aceleraron. Los militares nacionalistas manifestaron que bastaba ya de injerencias de la CIA y del embajador de los Estados Unidos en los asuntos internos de Bolivia. Que el Departamento de Estado norteamericano cambiaba embajadores, aunque todos eran iguales. El 26 de septiembre de ese año 1969 una junta de comandantes de las fuerzas armadas bolivianas produjo el golpe de Estado. De inmediato dieron a la publicidad un documento denominado “Mandato Revolucionario de las Fuerzas Armadas”; en él explicaban que resolvieron asumir la responsabilidad de construir un poder nacional y revolucionario que abogara por la justicia social, la grandeza de la patria y por una auténtica independencia nacional con riesgo de zozobrar por el sojuzgamiento extranjero. En el documento se planteaba la necesidad de realizar una rápida y profunda transformación de las estructuras económicas, sociales, políticas y culturales para enfrentar la pobreza; organizar un gobierno revolucionario integrado por civiles y militares que busquen la unidad nacional; exigir la recuperación de las riquezas naturales; encarar el problema de la desocupación; construir viviendas e implantar la más escrupulosa moralidad administrativa.

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En el plano internacional, se manifestaba de que era imprescindible adoptar una política internacional independiente, basada en el derecho irrenunciable del Estado boliviano a determinar soberana y libremente su propia política exterior; establecer relaciones diplomáticas y económicas con los Estados socialistas; contribuir a la unidad política y económica con América Latina, y sostener el sagrado derecho de reintegración marítima. El documento mandaba a movilizar al país para la lucha contra el analfabetismo, la defensa de la cultura popular, de las tradiciones indias y mestizas. La Junta Revolucionaria designó a Ovando como Presidente de la República y a Juan José Torres como Comandante en Jefe de las fuerzas armadas. La población boliviana se mostró incrédula a tal mandato revolucionario, para ella era el golpe de Estado militar número 185 en 144 años de turbulenta historia republicana. La periodista e investigadora boliviana Lupe Cajías escribió que muy pocas personas se enteraron de este, porque estaban pendientes de Radio Altiplano y sus interrupciones constantes con “Actualidades extras”, referidas al accidente de un avión de las Líneas Aéreas Bolivianas, en el cual murieron muchas personas, entre ellas, el equipo de futbol Strongest. Es bueno aclarar que la periodista se refiere a la importancia de las noticias radiales, porque en 1969, recién había acabado de llegar la televisión a la capital boliviana. En relación con el golpe de Estado y la Junta Revolucionaria, el poderoso líder de la COB Juan Lechín Oquendo declaró: “Desgraciadamente para el país y para los trabajadores en especial, todo el Alto Mando, incluido el General Ovando,

están comprometidos con los sangrientos hechos de mayo y septiembre de 1965 y junio de 1967. Es inútil, pues, pretender y convencer a la gente sensata y con memoria en el país, que por arte de magia, los enemigos de ayer se conviertan hoy en amigos de ese mismo pueblo, por efecto de un mandato de ese Alto Mando Militar”. Lupe Cajías señaló que Lechín fue uno de los pocos que opinó que Ovando y su grupo asumieron el poder para frenar un avance revolucionario que se iba gestando clandestinamente en todo el país, que incluía en su accionar la lucha armada como nunca antes. Además, ella afirmó que las guerrillas no habían concluido el 8 de octubre de 1967 y que su influencia llegó a los dos pilares de la reacción: las fuerzas armadas y la Iglesia. La Junta Revolucionaria formó un gabinete cívico‑militar con figuras de posiciones nacionalistas, progresistas, derechistas y fascistas. La revista Oiga, Nº. 344, de fecha 3 de octubre, publicó que en el gobierno de Ovando “[...] hay hombres históricamente conservadores y pronorteamericanos, figuras de medias tintas que solo están dispuestas a modernizar algunos aspectos de la realidad boliviana y sectores abiertamente nacionalistas y hasta izquierdistas, sin contar con la oficialidad joven, nacionalista, que no aparece en el gabinete pero que existe, actúa, presiona”. A los quince días, fue reconocido por el gobierno de Perú —presidido por el general Juan Velazco Alvarado— que había nacionalizado las compañías petroleras norteamericanas y mantenía una política nacionalista y progresista. Las relaciones entre ambos países se estrecharon sensiblemente. En ese entonces, Ovando declaró que pensaba establecer una confederación ideológica con Perú.

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En medio de esta situación convulsa, llegó el 8 de octubre de 1969. En varios puntos de La Paz aparecieron grandes carteles con la efigie del Che y letreros de “viva el eln e inti peredo”. Los intelectuales bolivianos Silvia Ávila y Guido Oria narraron que las laderas de los cerros que rodean la ciudad de La Paz se iluminaron con antorchas encendidas que decían “viva el che”. Desde cualquier parte de la ciudad se observaron y permanecieron ardiendo hasta el amanecer. Según despachos de prensa, los estudiantes de la Universidad Mayor de San Andrés salieron a las calles el 9 de octubre. En primera fila marchaban los jóvenes universitarios con los brazos entrelazados, entre ellos, Adolfo Quiroga Bonadona, presidente de la Confederación Universitaria, Mario Suárez Moreno, Hugo Rodríguez Román, Horacio Rueda Peña, Norberto Rodríguez Silva, Juan José Saavedra, Ricardo Justiniano Roca y muchos otros. Los manifestantes gritaban ¡Muera el imperialismo!; sus consignas hacían retumbar las calles de la capital boliviana; al mismo tiempo, exigían la nacionalización de las compañías norteamericanas Gulf Oil y la Power. Ese día la embajada norteamericana fue atacada a pedradas. El 17 de octubre de 1969 el gobierno boliviano nacionalizó la compañía petrolera norteamericana Bolivian Gulf Oil Company y lo declaró como Día de la Dignidad Nacional, el ejército tomó todas sus instalaciones. Los Estados Unidos respondieron con fuertes amenazas de aplicarle a Bolivia sanciones a todos los programas bilaterales hasta que recibieran pronta, adecuada y efectiva compensación. El 20 de octubre se produjo en La Paz una gran manifestación popular de apoyo a la medida y en repudio a las amenazas norteamericanas. Testigos presenciales contaron que la

multitud estaba enardecida. Desde los balcones del Palacio de Gobierno, Ovando dijo: “Los bolivianos están en guerra contra el imperialismo para conquistar su dignidad”. Otra fuente narró que un grupo de periodistas extranjeros no salían de su asombro, uno de ellos se preguntaba: ¿Este Ovando que hoy habla contra el imperialismo norteamericano, es el mismo que con auxilio norteamericano combatió a las guerrillas en las que murió el Che Guevara? ¿Es el que comandaba las fuerzas armadas cuando las sangrientas represiones contra estos obreros, indios y mineros que hoy lo aclaman? ¿Qué está pasando en Bolivia? Tal vez la respuesta podía darla la declaración que firmaron los dirigentes políticos Jorge Alderete Rosales por el Movimiento Nacionalista Revolucionario de Izquierda; Guillermo Aponte Burela por el Partido Revolucionario de Izquierda Revolucionaria; Hugo Montoya y Walter Vázquez Michel por la Falange Socialista Boliviana de Izquierda, y Jorge Ríos Dalence por el Partido Demócrata Cristiano Revolucionario, cuando expresaron que el decreto supremo que revierte a poder del Estado las concesiones petrolíferas que se otorgaron a la Bolivian Gulf y la nacionalización de sus bienes, es una medida antimperialista y revolucionaria que por su trascendencia merece el apoyo de todas las fuerzas políticas de izquierda y, en especial, de los partidos que han luchado permanentemente por plasmar ese anhelo popular. Y era eso, precisamente, lo que los manifestantes aplaudían. El pueblo boliviano es un pueblo noble y digno, dentro de él hay un profundo sentimiento de odio y desprecio para quienes lo explotan, lo mancillan y lo insultan. Guarda sentimientos profundos antinorteamericanos con buena mezcla de rencor. Ellos aplaudían la medida contra el imperialismo norteamericano.

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Analistas bolivianos apuntaban que Ovando necesitaba un efecto propagandístico para ganar la credibilidad del pueblo y demostrar que las fuerzas armadas ya no eran la misma institución que se había sostenido con las bayonetas y sofocado con sangre las demandas de los mineros, campesinos y estudiantes, sino que ahora era la que debía llevar adelante los cambios que Bolivia exigía para librarse del yugo imperialista que le habían impuesto los anteriores gobiernos, que esa había sido la razón principal de nacionalizar la Bolivian Gulf Oil Company. El 31 de ese mismo mes, el gobierno ordenó que el ejército se retirara de los centros mineros ocupados militarmente desde la masacre de la Noche de San Juan. Esa medida se acogió con muestras de simpatías. Gary Prado en su libro Poder y fuerzas armadas, se refirió a la posición que adoptó Juan José Torres en el discurso que pronunció en ocasión de la llegada a Bolivia de una delegación de la Junta Interamericana de Defensa. Juan José Torres criticó duramente el sistema imperante y la antigua mentalidad castrense de los ejércitos latinoamericanos, convertidos muchas veces en guardianes armados de órdenes sociales injustos. Señalaba que el más serio y brutal enemigo de la democracia se encontraba dentro de las propias fronteras del continente, esparcido a lo largo y ancho de una geografía de hambre, desocupación y miseria; que a los pueblos del continente no les quedaba otro camino que la violencia y la revolución incontrolable para producir el cambio reclamado insistentemente para conformar un mundo de justicia social. Torres también afirmó que las fuerzas armadas de todos los países y la propia Junta Interamericana de Defensa debían ser cooperadoras y agentes eficientes de la batalla contra el subdesarrollo, antes de identificarse exclusivamente como represores del comunismo internacional.

La misión norteamericana en Bolivia consideró que Juan José Torres lideraba un sector importante de las fuerzas armadas bolivianas que estaba tomando posiciones demasiado nacionalistas. Sus declaraciones resultaron un desafío para los norteamericanos. Posteriormente, Torres asistió a la Universidad de Cochabamba para intervenir en un foro denominado “Los Caminos de la Revolución”. En esta ocasión, expresó la necesidad de una alianza de clases, destinada a ser la vía capaz de lograr las grandes transformaciones estructurales requeridas por el país; dijo que si las fuerzas revolucionarias no buscan su acercamiento con el ejército, harían que esta institución sea usada por el imperialismo para sepultar, por mucho tiempo, la perspectiva progresista del país. La Junta Revolucionaria tomó nuevas medidas de acuerdo con su programa: comenzaron la instalación de los hornos para procesar el estaño, en contra de la oposición abierta de los norteamericanos; destinaron parte del presupuesto del ejército para financiar la campaña de alfabetización; restablecieron las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética; intensificaron los lazos de amistad y de intercambio con los gobiernos nacionalistas de Perú y Panamá; y Ovando declaró, en una conferencia de prensa, que Cuba debía ser readmitida en la OEA y permitírsele el libre ejercicio de sus privilegios como nación hermana soberana; se anunció que se estudiaba la posibilidad de liberar a Regis Debray y demás presos en Camiri. Cuando el embajador norteamericano se enteró de que Ovando se había entrevistado, secretamente, con la esposa de Regis Debray, y que estaba dispuesto a ponerlo en libertad, con gran indignación comentó: “Lo único que falta es que fusilen a los militares que ultimaron al Che Guevara”.

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Otras de las medidas de gran importancia fueron: derogar la Ley de Seguridad del Estado, dictada inmediatamente después que aparecieron las guerrillas, mediante la cual se pretendió legalizar la represión generalizada; también la ley llamada antisindical, por la que se orientó el control gubernamental del movimiento obrero; por último, prometió amplias libertades sindicales y políticas. El 17 de noviembre el subsecretario de Relaciones Exteriores boliviano Edgar Camacho Omiste informó sobre la posibilidad de que en los próximos días las autoridades de la cancillería resolverían el asilo político de Arguedas. Edgar Camacho cumplió su compromiso. Arguedas viajó a México y poco tiempo después de permanecer en la capital mexicana, recibió la visita de Marino Chang‑Navarro, hermano menor de Juan Pablo, el Chino, peruano que murió asesinado junto al Che en la escuelita de La Higuera. Marino, en nombre de toda su familia, deseaba conocer dónde habían enterrado a su hermano y las circunstancias de la muerte, y creía que Arguedas podía ayudarlo. Después de la entrevista el joven peruano abordó un ómnibus de la ruta costarricense Ticabús, para viajar a Lima. Al llegar a la población de Chinamas, fronteriza entre San Salvador y Guatemala, lo hicieron prisionero y lo desaparecieron para siempre. Otro crimen aún no aclarado.

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El nuevo embajador fue Ernest Víctor Siracusa, quien arribó a La Paz en el mes de noviembre de 1969. Siracusa nació en Coalinga, estado de California, el 30 de noviembre de 1918. Estudió en el colegio Fullerton. En 1940 se graduó de bachiller en artes en la Universidad de Stanford. En el Massachusetts Institute of Technology terminó, en 1950, un entrenamiento riguroso, impartido por especialistas de la CIA. Trabajó en empresas privadas y, a partir de 1941, se incorporó al servicio exterior de los Estados Unidos, ocupando los siguientes cargos: tercer secretario y vicecónsul en Ciudad México y en la Ceiba, Honduras; segundo secretario y cónsul en Guatemala; funcionario a cargo de los Asuntos de Centroamérica y Panamá en el Departamento de Estado; primer secretario en Buenos Aires; funcionario a cargo de los asuntos de Brasil en el Departamento de Estado; director de la Oficina de Asuntos de la Costa Oeste en el Departamento de Estado. Fue, además, primer secretario de la embajada de los Estados Unidos en Roma; consejero de la misión de los Estados Unidos en las Naciones Unidas; consejero del embajador norteamericano en Lima, Perú; a partir de 1969, embajador en Bolivia. Siracusa viajó con instrucciones de exterminar las corrientes nacionalistas en Bolivia y contribuir a iguales propósitos en Perú. Desde diciembre de 1969 a Siracusa lo designaron coordinador de operaciones contra el comunismo para el área de Suramérica.

Nuevo embajador para Bolivia Al asumir el gobierno el general Alfredo Ovando, al embajador norteamericano Raúl H. Castro lo sustituyeron. Las relaciones entre ellos fueron malas desde que pretendió chantajearlo utilizando al diputado Ambrosio García. 316

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Reacción en la embajada de los Estados Unidos en La Paz

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En la embajada norteamericana en La Paz, imperaba la indignación porque los militares bolivianos estaban yendo demasiado lejos; por este desacato aumentó el plan de presiones económicas y políticas, y no podía faltar el chantaje de desestabilizar al país. Decretaron el bloqueo económico; paralizaron todos los proyectos con financiamiento externo; amenazaron con lanzar al mercado internacional las reservas estratégicas de estaño de los Estados Unidos, lo que provocaría en Bolivia una crisis económica de incalculables consecuencias. Activaron a los incondicionales para enfrentar a los militares nacionalistas y el movimiento político y de masas que los apoyaban. Financiaron campañas de prensa. De inmediato los periódicos de derecha de Bolivia comenzaron una intensa propaganda contra Juan José Torres, Ovando, la Junta Revolucionaria, la Central Obrera Boliviana, los centros universitarios, en fin, todo lo que pudiera parecer nacionalismo. Según investigaciones posteriores, la CIA estableció un plan para fomentar tensiones sociales; estimular ambiciones de poder entre los militares; ejecutar el asesinato de personas con diferentes ideologías; sembrar la división entre los distintos sectores, además del caos y la desconfianza; estructuró un plan para estimular los sentimientos regionalistas, conflictos étnicos e, incluso, separatistas; el plan tenía como objetivo dividir a Bolivia en dos países, tendencia que tomó fuerza en los departamentos de Santa Cruz y el Beni. La CIA estaba convencida de que el bloqueo económico, las campañas de prensa y la inseguridad social eran los prin-

cipales factores para barrer a los militares nacionalistas. Mas tarde se conoció que la Agencia estaba persuadida de que un importante grupo de militares bolivianos tenían una clara tendencia hacia la extrema izquierda nacionalista o, quizás, comunista. La revista norteamericana Bussiness Week publicó que Bolivia se estaba convirtiendo en una mini-Cuba. La Gulf Oil Company obstaculizó las ventas de petróleo al exterior y bloqueó la llegada de materiales para la construcción del gasoducto con Argentina. La compañía de construcciones Williams Brothers abandonó la obra y colocó al gobierno boliviano ante la imposibilidad de cumplir los plazos de entrega acordados con el gobierno de Buenos Aires; bloqueó los 23.000.000 de dólares acordado por el Banco Mundial para el financiamiento y despidió a 1.600 obreros que laboraban en esas construcciones. Desde Washington, el nuevo embajador norteamericano en La Paz expresó que tal vez Bolivia había sido en algún momento una nación que podía sentirse orgullosa pero ahora era una profesional en el arte de pedir limosnas; por tanto, tenía que respetar al país que se las daba o se quedaría sin ellas. Posteriormente, la revista norteamericana Hanson’s Latin American Letter, Nº. 1285, del 1º. de noviembre de 1969, publicó esas expresiones, aunque se cuidó de decir que procedían del nuevo embajador norteamericano en la capital boliviana. Estas declaraciones provocaron indignación en amplios círculos del país andino, incluidos los miembros de las fuerzas armadas. El periodista René Rocabado Alcácer respondió a tan grave insulto en la revista Letras Bolivianas, entre otras cosas escribió: “Los bolivianos nunca fuimos, no lo somos ahora, ni lo seremos después, ‘profesionales de la mendicidad’, porque

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siempre hemos pagado al Gran Usurero en moneda nacional, más de lo que establecían los precios mundiales para lo que nos vendía. Los mendicantes, las gentes sin dignidad, los que usan los nombres de ‘Ed’, ‘Al’, ‘Jim’ y piensan en inglés aunque tengan el rostro cobrizo, han sido muchos de los gobernantes que, precisamente para preservar los intereses del Gran Usurero, cargaban dentro de los créditos incluso la importación de gas lacrimógeno, cuya mitad de costo pagaba la embajada norteamericana local [...]”. A toda esta situación de presiones norteamericanas, se añadieron las de los gobiernos militares de Argentina y Brasil que estaban alarmados por el giro revolucionario de sus vecinos Perú y Bolivia. La CIA y la misión militar norteamericana en La Paz reagruparon a los militares bolivianos derechistas, reaccionarios, anticomunistas y pronorteamericanos para unirlos en torno a alguna figura que en esos momentos estaban evaluando, con el propósito de contrarrestar a los militares con inclinaciones izquierdistas y nacionalistas, para llegar a neutralizarlos y, finalmente, derrotarlos. En Bolivia se vivía un proceso de transformaciones. Los sentimientos nacionalistas, antimperialistas y antinorteamericanos aumentaban constantemente. Analistas bolivianos han afirmado que el Che fue el catalizador de la nacionalidad boliviana, el cual impactó a todos los sectores del país, en especial a las fuerzas armadas, y, aunque se encontraba muerto, estaba logrando una victoria política. En relación con la influencia del Guerrillero Heroico en los cambios que se estaban presentando en Bolivia, el coronel Rubén Sánchez Valdivia, ex prisionero de los guerrilleros, ex-

presó: “De mi conversación con los guerrilleros, yo comprendí que ellos luchaban por los pobres, y me interrogaba: ¿Por qué razón entrábamos a pelear nosotros? ¿Qué defendíamos? ¿A quiénes defendíamos? Al menos ellos —los guerrilleros— ­defendían a los pobres, de eso me di completa cuenta.” Sánchez afirmó que la presencia del Che tuvo sus efectos y encontró oídos receptivos no solo en el ámbito civil y, particularmente, dentro de los obreros, sectores populares, políticos de izquierda, campesinos, estudiantes e intelectuales, sino que ese fenómeno también ocurrió en el seno de las fuerzas armadas, las cuales, a partir de aquel entonces, sintieron mayor preocupación por los problemas de los obreros y campesinos, de los sectores empobrecidos del país. Asimismo manifestó que “Si analizamos el origen de esta situación, el mayor arranque, el mayor impulso ideológico y político en Bolivia, surge a partir de la presencia y la muerte del Che”.

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Plan de la CIA contra el gobierno de Ovando y Juan José Torres

Los servicios secretos norteamericanos, alarmados por los acontecimientos en Bolivia y la radicalización de amplios sectores militares dentro del proceso nacionalista, pusieron en práctica su plan desestabilizador en estrecha coordinación con grupos de derecha del ejército y la policía. El Plan de Mayo, elaborado con el propósito de llevar a cabo el asesinato de las principales figuras políticas y militares nacionalistas, solo fue necesario actualizarlo y adecuarlo a las nuevas circunstancias. A fines de 1969, el senador Jorge Soliz Román, enemigo de Ovando y dirigente de una asociación campesina organizada por Barrientos, resultó muerto al ser acribillado a balazos por personas desconocidas que interceptaron su vehículo a cuatro kilómetros de Cochabamba. Dieciocho tiros de ametralladora le perforaron todo el cuerpo. Muchas personas en Bolivia tienen la certeza de que este crimen obedeció a intereses de la CIA, con el propósito de aglutinar a todos los militares y dirigentes campesinos barrientistas contra Ovando.

Efectivos de la Inteligencia militar ocuparon una casa en el barrio de Sopocachi, donde la CIA tenía instalada una nueva red de control telefónico, provocando un nuevo escándalo de la injerencia de los Estados Unidos en los asuntos internos de Bolivia. Ovando públicamente declaró que la Agencia y malos bolivianos actuaban contra Bolivia, y expulsó a cinco funcionarios norteamericanos vinculados con esa agencia de espionaje. El 31 de diciembre miembros del Ministerio del Interior localizaron una casa donde residían, clandestinamente, algunos miembros del ELN, entre estos, David Adriazola Veizaga, el Darío de la guerrilla del Che. La periodista e investigadora boliviana Lupe Cajías, testigo de este hecho, escribió: “Era víspera del Año Nuevo y nos mandaron a comprar trago a la tienda de la esquina y de pronto empezó la baleadura y vimos los jeeps y la gente corriendo [...]. Nos sacaron de la tienda y cerraron la puerta y no sabíamos qué hacer y nos daban pena los guerrilleros y los policías y vimos cómo mataron a ese que trató de escapar por el ‘corte‑camino’. Quizá él era Darío, el último sobreviviente boliviano de la guerrilla del Che. Corrimos para dar la noticia a papá y que Presencia tenga la primicia y fuimos heroínas por varias horas contando y dando detalles de aquella matanza”. El papá de Lupe es Huascar Cajías, importante periodista y diplomático boliviano, quien en aquella época y durante muchos años fue el director del periódico Presencia. En 1988 se encontraba en Roma como embajador de Bolivia ante el Vaticano. En febrero de 1970, el periodista e intelectual boliviano Jaime Otero Calderón apareció estrangulado en el interior de la Editorial Artística de la cual era propietario. Los culpables del crimen no aparecieron, pero se vinculó a que Otero publicó, en

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Crímenes en Bolivia

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el último número de su boletín Servicio Informativo Confidencial (SIC), una denuncia de hechos graves de corrupción durante el gobierno de Barrientos y prometió ofrecer mayores revelaciones en la próxima edición. La denuncia afectaba los planes de la CIA y de los militares que conspiraban con ellos. Unos sostienen que la Agencia fue la autora del crimen; otros, los militares barrientistas, aunque la diferencia no era mucha, ya que los intereses de ambos eran los mismos y estos se veían afectados con lo publicado. Jaime Otero Calderón, junto a otros prestigiosos intelectuales bolivianos, sentía simpatías por el Che Guevara. Colaboró con periodistas extranjeros que viajaron a Bolivia para reportar el juicio contra Regis Debray y los acontecimientos guerrilleros. Fue uno de los doce intelectuales que fundó la Coordinadora Nacional de la Resistencia, la que lanzó un manifiesto a la nación llamando a luchar contra la ocupación norteamericana; dirigente nacional del Movimiento Nacionalista Revolucionario; ex diputado y ex ministro secretario de la presidencia durante el gobierno del doctor Víctor Paz Estenssoro. El 13 de marzo de 1970 arribó a La Paz el enviado norteamericano Charles Meyer. La periodista e investigadora boliviana Lupe Cajías narró que las manifestaciones de protestas llegaron hasta la casa donde asesinaron a Inti Peredo y allí habló el sacerdote Mauricio Lefebre. Los asistentes coreaban: “¡Te vengaremos! ¡Te vengaremos!” Los estudiantes de las barriadas pobres del Alto, donde se encuentra el aeropuerto internacional de La Paz, formaron barricadas para que el enviado norteamericano no pudiera pasar. Por su parte, la revista Oiga, Nº. 366, de fecha 20 de marzo de 1970, reportó: “Sábado 14.‑La Paz había amanecido tranquila después de un día bastante agitado

para los destacamentos de la fuerza aérea, policías y agentes civiles de seguridad que tuvieron que enfrentarse a nutridos grupos de manifestantes que exteriorizaban su protesta por la visita del subsecretario de Estado norteamericano para Asuntos Latinoamericanos, Charles Meyer, cuando a las 8:50 de la mañana una violenta explosión ocurrida a pocas cuadras de la embajada norteamericana, donde se encontraba Meyer, sacó de su letargo a los paceños [...]”. Otro crimen político estremeció a la ciudadanía: el periodista, ex embajador de Bolivia en España, Alfredo Alexander Jordán, y su esposa, Marta Dupleych, habían sido asesinados. Eran los propietarios de los importantes periódicos Última Hora y Hoy; vivían en la residencial y exclusiva avenida 6 de Agosto, donde un joven mensajero les entregó un paquete de regalo. Cuando el matrimonio procedió a abrirlo, una poderosa carga de explosivos estalló y destrozó sus cuerpos. Alfredo Alexander escribía en su periódico bajo el seudónimo de Erasmo, y sostenía fuertes enfrentamientos contra Ovando. Las sospechas del crimen recaerían en este y sus seguidores. Se señala como un crimen netamente político dentro de la estrategia de la CIA. Los crímenes continuaron. A principios de junio aparecieron en las cercanías de la ciudad de Cochabamba los cadáveres de dos jóvenes. Más tarde se determinó que eran los del chileno Elmo José Catalán Avilés y de la boliviana Jenny Koeller. Elmo trabajó en Santiago de Chile como periodista en Última Hora, El Siglo y en el semanario Vistazo. Autor de dos libros sobre las riquezas básicas de Chile; dirigente sindical y jefe de prensa de la primera campaña presidencial de Salvador Allende. En Chile dirigió la red de apoyo a la guerrilla del Che. Jenny era arquitecta, secretaria administrativa del Comité Ejecutivo de la

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Federación Universitaria de Cochabamba y destacada dirigente con gran nivel de influencia dentro del movimiento estudiantil boliviano. Ambos pertenecían al Ejército de Liberación Nacional de Bolivia. Ellos estaban investigando la participación de la CIA en el asesinato del Che, al igual que la injerencia de esa agencia de espionaje en los asuntos internos de Bolivia, y todos los aspectos denunciados por el ex Ministro del Interior Antonio Arguedas. La pareja estaba preparando un libro que publicaría la Editorial Feltrinelli en Italia. La prensa publicó un comunicado que aparecía supuestamente firmado por el Ejército de Liberación Nacional de Bolivia, donde se decía que uno de sus miembros era el responsable del crimen por rivalidades y celos. Pero el ELN desmintió la información. El crimen provocó profunda consternación y una ola de protestas en todo el país. Durante el sepelio, los dirigentes universitarios acusaron abiertamente a la CIA y a las fuerzas armadas bolivianas como las autoras de ambos asesinatos. Para algunas fuentes bolivianas, el gobierno de Ovando estaba interesado en evitar la confrontación con los estudiantes y envió a cientos de policías y tropas del ejército para mantener el orden. Pero grupos fascistas se aprovecharon para disparar contra los manifestantes, estos respondieron a la agresión y se produjo un saldo indeterminado de muertos, aunque el gobierno solo admitió dos y varios heridos; sin embargo, testigos presenciales aseguraron que fueron decenas. La feroz represión desató una ola de manifestaciones en las principales ciudades del país. El ejército y la policía las reprimieron salvajemente. Los sindicatos y estudiantes convirtieron las calles, plazas, parques y avenidas en verdaderos campos de batalla. Las calles de la ciudad de Cochabamba fue-

ron tomadas por los estudiantes durante seis horas, tiempo en que construyeron barricadas, incendiaron vehículos, lanzaron bombas y cocteles molotov. La CIA utilizó el asesinato de los jóvenes para crearles graves problemas al gobierno de Ovando y a los militares nacionalistas, en especial a Juan José Torres. La Agencia consideraba que la unidad de las fuerzas de izquierda con los militares nacionalistas para luchar contra el imperialismo norteamericano quedaría rota para siempre.

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Otro intento de un crimen político en la ciudad de La Paz El 20 de agosto de 1970, en horas de la noche, varios desconocidos rodearon la casa del diputado Zacarías Plaza, uno de ellos entró al domicilio con el rostro cubierto con una máscara y le descargó toda la dotación del revólver en su cuerpo. Los disparos no le arrebataron la vida, pero sí le perforaron el hígado y los intestinos, lo que le ocasionó estar al borde de la muerte. A una de sus hijas también la hirieron. El atentado quedó sin aclararse; no obstante, se vinculó a los planes de la CIA y la derecha para desestabilizar el gobierno de Ovando. El diputado Zacarías Plaza era un hombre muy odiado, tenía enemigos en todos lados. Se le conocía como Meterías Balas. Sus más poderosos enemigos eran los mineros, ya que fue uno de los que dirigió las masacres en las minas, la más conocida la de la Noche de San Juan el 24 de junio de 1967. Los sectores derechistas y la CIA calcularon que una intensa represión caería sobre ellos; esto afectaría la credibilidad de

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Ovando y los militares nacionalistas que trataban de ganarse la confianza de estos. Al fracasar el atentado, Zacarías Plaza pudo declarar que los que intentaron asesinarlo eran miembros de una cuadrilla de asesinos y matones a sueldo.

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El clima represivo que se vivió en Bolivia era tan intenso que la figura de Ovando se iba deteriorando. La reacción y los grupos de derecha dentro de las fuerzas armadas, la policía, y los sectores políticos se fueron fortaleciendo. Cada día cobraban nuevas fuerzas, ya exigían en tono amenazante. Ante la crisis y el empuje de la reacción, Ovando cedía posiciones hasta tomar una actitud catalogada de claudicante. Reemplazó a algunos de los ministros progresistas y de posiciones revolucionarias, como a Marcelo Quiroga Santa Cruz, lo que dio lugar a airadas protestas y mayor pérdida de prestigio. Sus enemigos políticos, a la vez que presionaban, lanzaban rumores de todo tipo, desde que estaba enfermo de cáncer, que solo le quedaban pocas semanas de vida, hasta que su gobierno se hallaba infestado de comunistas y plagado de ambiciosos y corruptos. Las fuerzas armadas se dividieron profundamente en tres sectores: los ultraderechistas —fascistas y pronorteamericanos— de un lado, contra los izquierdistas y nacionalistas del otro; en el medio, un heterogéneo grupo que abogaba por la unidad de las fuerzas armadas al margen de las posiciones políticas o ideológicas e insistían que había que evitar un enfrentamiento militar entre ellas, y lo que era peor, una guerra civil.

La Junta Revolucionaria que llevó al poder a Ovando también se dividió. Un grupo defendía las posiciones más radicales de Juan José Torres. Ellos estimaban que no se podía ceder ante las presiones norteamericanas y sus seguidores internos; que a estos había que aplastarlos de una vez, y acabar de radicalizar el proceso revolucionario. Este grupo planteaba que Ovando se estaba vendiendo a la derecha y terminaría siendo su aliado; sobre todo, estaba cediendo a las presiones del embajador norteamericano y si continuaba por ese camino, lo mejor era quitarlo del medio para que el poder lo asumiera Juan José Torres. El otro grupo abogaba por un entendimiento con los sectores derechistas y con los norteamericanos. Paralelamente a estas divisiones, se encontraban grupos dispersos que tenían sus propios esquemas y les convenían estas contradicciones con el propósito de alcanzar ellos el liderazgo. Uno de estos cabecillas era el coronel Andrés Sélich, el mismo que en La Higuera trató de interrogar al Guerrillero Heroico con violencia. Este coronel sostuvo una reunión secreta con varios militares de los ex rangers formados por los asesores norteamericanos, para preparar un plan de atentado contra la vida de Juan José Torres ya que estaba cambiando la bandera tricolor boliviana por una roja con la hoz y el martillo. Sélich siempre mantuvo estrechas relaciones con oficiales de la CIA y, según fuentes bolivianas, el asesinato fue aprobado por esta. Dicho plan no solo contemplaba la eliminación de Juan José Torres, sino la de otros militares nacionalistas, sacerdotes progresistas, políticos, periodistas e intelectuales de izquierda, dirigentes estudiantiles, parlamentarios, líderes obreros y campesinos. Uno de los asistentes a esta reunión fue el joven oficial Mario Eduardo Huerta Lorenzetti, aquel militar de veintidós

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Plan de atentado contra Juan José Torres

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años que en la humilde escuelita de La Higuera arropó al Che con una manta y le dio de fumar; el mismo que enfrentó al agente de la CIA Félix Ramos cuando trató de interrogar al Che con violencia.

Asesinato en la carretera de Oruro Mario Eduardo Huerta Lorenzetti se negó a participar en los planes de asesinar a Juan José Torres, porque creía que el General tenía razón en defender a Bolivia de la penetración norteamericana y la injerencia de la CIA. Desde ese instante, Sélich comenzó a burlarse del joven, lo acusó de cobarde y lo amenazó de muerte si revelaba lo tratado en la reunión. Le reprochó acerbamente que en el primer juicio en torno a los responsables de la fuga del Diario del Che, proporcionó datos que comprometían a oficiales de las fuerzas armadas bolivianas. En efecto, en el juicio celebrado el 19 de julio de 1968, Huerta declaró que en la mañana del 9 de octubre de 1967 trasladaron desde la Quebrada del Yuro hasta la escuelita de La Higuera a un nuevo guerrillero herido; hecho que oficialmente los militares no admitieron; informó, además, cómo asesinaron al Che y que uno de los culpables lo fue el agente de la CIA Félix Ramos. En aquel momento, esas declaraciones fueron severamente censuradas, mas no provocaron mayores consecuencias. También señaló que tenía la intención de escribir un libro para reflejar todo lo sucedido en La Higuera. Huerta era un testigo excepcional porque vio quiénes asesinaron al Che, al peruano Juan Pablo Chang‑Navarro y al boliviano Willy Cuba; conoció las circunstancias de la muerte 330

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de Alberto Fernández Montes de Oca, Pacho; podía narrar, con lujo de detalles, todo lo que aconteció en el lugar y, en especial, la participación del agente de la CIA y los militares bolivianos implicados en estos hechos. El 9 de octubre de 1970, Mario Eduardo Huerta Lorenzetti apareció decapitado en la carretera de La Paz a Oruro, su muerte fue reportada por la prensa local como un desgraciado accidente cuando, retornando de Oruro a La Paz, se estrelló su automóvil con la parte trasera de un camión sin luces estacionado en el camino, decapitándose en una trampa mortal. Según fuentes bolivianas, el asesinato lo ordenó Andrés Sélich con apoyo de la CIA, ante el temor de que se descubriera el plan de asesinato contra Juan José Torres, y todo lo que sabía de los acontecimientos de La Higuera. Seleccionaron el 9 de octubre de 1970 —aniversario del asesinato del Che— con el propósito de despistar a la policía si la familia no aceptaba el accidente automovilístico como la causa de la muerte y solicitaba una investigación al respecto. En este sentido, las sospechas y la culpabilidad del crimen recaerían en los miembros del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia; a la vez, justificaría la intensa represión que seguiría contra ellos. Las circunstancias del crimen nunca fueron investigadas.

El general Ovando cede a las presiones de la embajada de los Estados Unidos y destituye al general Juan José Torres En medio de profundas divisiones dentro de las fuerzas armadas bolivianas, las posibilidades del golpe de Estado comenzaron a cobrar mucha fuerza. 331

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El 9 de julio de 1970, bajo la presión de la derecha, Ovando decidió destituir a Juan José Torres, quien cada día alcanzaba mayor prestigio, confianza y autoridad en amplios sectores del país. La sustitución era una de las condiciones que le imponía la embajada norteamericana para iniciar negociaciones con Ovando y alcanzar determinados acuerdos con él. La salida de Torres desencadenó mayor desconfianza hacia Ovando; para muchos quedaba claro que los sectores de derecha se estaban imponiendo aceleradamente y al final acabarían con el propio Ovando, junto con los aliados de la Junta Revolucionaria que aún permanecían a su lado.

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El 20 de julio un grupo de valerosos jóvenes, dirigidos por Osvaldo Peredo Leigue —hermano menor de Coco e Inti—, determinaron que el único camino para la liberación definitiva de Bolivia era la lucha armada. Con esa decisión, empuñaron los fusiles y marcharon a las montañas donde ocuparon las instalaciones de la compañía norteamericana South H. American Placers, que explotaba el oro boliviano, y tomaron como rehenes a dos técnicos de nacionalidad alemana, Eugene Schulhauseb y Gunther Lerch, exigiendo a cambio la liberación de diez integrantes del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia, presos desde los acontecimientos de Ñacahuasú. El canciller alemán Willy Brandt, a través de su embajador en La Paz, Karl Alexander Hampe, intercedió por los ciudadanos de su país. Después de esta solicitud, Ovando dispuso que un avión trasladara a los

presos hasta Chile. De esa forma alcanzaron la libertad Loyola Guzmán, Rodolfo Saldaña, Gerardo Bermúdez, Félix Melgar, Oscar Bush, Víctor Córdova, Roberto Moreira, Juan Sánchez, Benigno Coronado y Enrique Ortega. Por su parte, los guerrilleros liberaron a los dos técnicos alemanes. Posteriormente, los jóvenes marcharon hacia las montañas de Teoponte y anunciaron el inicio de la lucha guerrillera, además dieron a conocer el comunicado “Volvimos a las montañas”. Ovando exhortó a los guerrilleros a deponer las armas; para ello, les dio plenas garantías para sus vidas. Los primeros ocho jóvenes que salieron de la guerrilla, al creer en las garantías dadas por Ovando, fueron asesinados, y, simultáneamente, bombardearon la zona con napalm. Mientras, se hacían gestiones solicitando ayuda a los Estados Unidos, el retorno de los asesores norteamericanos y los Boinas Verdes. El 25 de julio, en el aeropuerto internacional de La Paz, un gigantesco avión Hércules de las fuerzas aéreas de los Estados Unidos aterrizó con una carga de armamentos que fue transportada inmediatamente en camiones del ejército boliviano. El Ministro de Información de Ovando, Alberto Bailey Gutiérrez, considerado, junto con Marcelo Quiroga Santa Cruz, como uno de los civiles más lúcidos del gabinete ministerial, denunció que se estaba cometiendo uno de los crímenes políticos más graves de la historia nacional, al tratar de provocar una ruptura entre el pueblo y las fuerzas armadas bolivianas. Después, lanzó una acusación que estremeció al país, cuando denunció que los comandantes de las fuerzas armadas estaban complotados para derrocar el régimen de Ovando, entregar el país a los apetitos del imperialismo, y estancar el proceso iniciado el 26 de septiembre. De inmediato,

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El Ejército de Liberación Nacional de Bolivia da a conocer su comunicado “Volvimos a las montañas”

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los generales Rogelio Miranda, del ejército; Fernando Sattori Rivera, de la fuerza aérea, y Alberto Albarracín, de la fuerza naval, negaron cualquier intentona golpista y exigieron que Ovando se pronunciara al respecto. Cuando la población boliviana conoció el asesinato de los ocho jóvenes, se produjo una gran conmoción en todos los sectores de la sociedad, porque dentro de los guerrilleros se encontraban dirigentes estudiantiles universitarios, hijos de familias adineradas, de clase media, pequeña burguesía, de militares, campesinos, obreros, religiosos, y el más popular de los cantantes y compositores bolivianos, Benjo Cruz, cuyo nombre verdadero era Benjamín Inda Cordeiro. Antes de partir para las guerrillas, Benjo Cruz grabó varias canciones, en la última expresaba: “Voy a cambiar mi guitarra por un fusil para justificar mi canto.” Es el mismo joven artista que, según testimonios, en la Peña Naira dedicó varias canciones al general Raúl Castro y no al embajador norteamericano como al principio este creyó. Los familiares de los jóvenes asesinados decretaron una huelga de hambre en reclamo de que las fuerzas armadas entregaran los cadáveres. La iniciaron María Luisa Bonadona de Quiroga, Nelly Alborta, Tatiana de Saavedra y María Quiroga Bonadona. A esta huelga se fueron sumando muchas personas: los sacerdotes José Prats, Pedro Negre, Federico Aguilé, Roberto Melchor, Gregorio Iriarte, Juan Bernardo Duannel, Pedro Ribols, Mauricio Lefebre; la monja Begoña Landaburo; el pastor evangelista Aníbal Guzmán, obispo de la Iglesia Metodista de Bolivia; dirigentes estudiantiles y obreros, amigos de las víctimas y pueblo en general. Lideró este movimiento María Luisa Bonadona, madre de Adolfo, Emilio y Eduardo Quiroga Bonadona, tres destacados estudiantes universitarios, muertos en la

guerrilla de Teoponte. Ella declaró, con mucha valentía, que apoyaba la decisión de sus tres hijos que siguieron el ejemplo del gran Che Guevara y el sueño de la patria latinoamericana. Denunció públicamente que uno de sus hijos había sido fusilado; enseguida comenzó a reclamar justicia y que condenaran a los culpables del crimen. El padre de los jóvenes Quiroga Bonadona, el general René Quiroga Paz Soldán, en declaraciones a la prensa, expresó que corresponde al gobierno y a las fuerzas armadas hacer declaraciones oficiales sobre los caídos en esta acción armada. “Estuve en la Campaña del Chaco durante tres años y ahora lo único que voy a pedir al general Ovando y al comando unificado es que me devuelvan los restos de mi hijo.” Cuando el general Quiroga hizo esta petición sólo se conocía la muerte de uno de sus tres hijos; posteriormente, se confirmó la de los dos restantes. La acción de rebeldía de los revolucionarios bolivianos arrastró una profunda simpatía popular. Masas compactas de estudiantes de todas las ciudades de Bolivia proclamaron su solidaridad con ellos. La Universidad Mayor de San Andrés, de La Paz, les rindió homenaje y los llamó “Mártires de la Liberación Nacional”. Hubo una impresionante manifestación de mujeres vestidas de negro para exigir los cadáveres. La violencia volvió a estremecer las ciudades. En La Paz explotaron nueve bombas; en Cochabamba, la policía impidió el paso de los universitarios durante el desfile que habían organizado. Apresaron a varios sacerdotes acusados de estar vinculados al Ejército de Liberación Nacional de Bolivia, entre ellos, a Luis Espinal y Mauricio Lefebre. En La Paz y Oruro, los estudiantes bloquearon las calles y avenidas, la

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policía los reprimió brutalmente, mató a un estudiante y detuvo a 40 universitarios. El ministro del Interior, coronel Juan Ayoroa, invadió los claustros universitarios en busca de “terroristas”, según él mismo declaró; pero sus medidas provocaron la repulsa unánime del estudiantado. La Central Obrera Boliviana calificó a Ovando de dictador; en respuesta, el Ministro del Interior allanó la residencia de Juan Lechín Oquendo. Se crearon nuevos conflictos. La derecha, a través del Ministro del Interior, era la que estaba gobernando el país y hacía lo que entendía conveniente a sus propósitos. El 7 de agosto se conoció que arribaba al puerto peruano de Matarani el buque de guerra norteamericano Wolworth City, que transportaba 30 toneladas de armamentos y municiones para Bolivia. La prensa local añadió que camiones militares bolivianos esperaron el buque y trasladaron hacia La Paz la enorme cantidad de pertrechos, a través de la ruta MataraniArequipa-Puno-Desaguadero-La Paz.

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hora lo impidieron. Por esas circunstancias, su hijo Marcelo ocupó su puesto y pereció. Ese hecho fatal le produjo un duro golpe al Presidente, pues, por todas las fuentes consultadas, se supo que Ovando fue un buen padre y su hijo un joven talentoso, que estaba próximo a graduarse en una universidad de los Estados Unidos. El general se sentía muy orgulloso de él. Otras fuentes bolivianas detallaron que desde el 27 de abril de 1970 se estaba preparando el atentado. Ese día se conmemoró el primer aniversario de la muerte de Barrientos con dos misas a la misma hora en iglesias diferentes; Ovando y el alto mando militar le ofrecieron una en la catedral de La Paz —considerada por la familia de Barrientos y sus adeptos como un insulto a su memoria—. Los militares leales a Barrientos la dieron en otra iglesia. En ese lugar, un grupo reducido de asistentes tomaron el acuerdo de atentar contra la vida de Ovando de la misma forma que, según dijeron, él ordenó que desaparecieran a Barrientos. A ninguna de esas dos conmemoraciones religiosas asistieron los familiares del extinto mandatario, los que decidieron realizar un homenaje religioso en la ciudad de Cochabamba, pero sin invitar a las autoridades gubernamentales.

Misteriosamente explotó en el aire el avión en que debía viajar el general Alfredo Ovando Caída del general Alfredo Ovando En medio de esta grave crisis, el avión en que debía viajar Ovando explotó en el aire y se estrelló en una de las islas del lago Titicaca. Las causas del accidente nunca fueron suficientemente aclaradas, pero fuentes bolivianas aseguraron que un grupo de militares barrientistas le prepararon el atentado al conocer que ese día tenía programado viajar. Complicaciones de última

Las divisiones dentro de las fuerzas armadas eran conocidas por todos los sectores de la capital boliviana. El 25 de septiembre de 1970, es decir, un día antes de conmemorarse un año del golpe de Estado que lo llevó al poder, Ovando decidió poner a disposición de las fuerzas armadas el

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cargo de Presidente de la República. De nuevo, la decisión del General creó una profunda división en la institución armada. El 3 de octubre de 1970 grupos de estudiantes, obreros, campesinos, profesionales, periodistas, sacerdotes progresistas y la oficialidad joven de las fuerzas armadas le ofrecieron a Ovando todo su apoyo con la condición de que destituyera a los tres comandantes golpistas y a los militares derechistas infiltrados en el gobierno. De acuerdo con estas fuentes, el embajador norteamericano Ernest Siracusa maldijo por lo bajo a los bolivianos; comentó que Bolivia es el país más inflamable de América Latina y, si no lo apagaban rápidamente, en cualquier momento las llamas podrían verse en Washington. Pero los acontecimientos se aceleraron cuando el Ministro del Interior Juan Ayoroa ordenó la persecución del general Juan José Torres, acusado de conspirador. La presión popular contra esa medida obligó al Consejo de Ministros a dimitir en pleno. Cuando todos esperaban que el nuevo gabinete reflejara la vuelta de Ovando a las posiciones nacionalistas pregonadas el 26 de septiembre y la radicalización del proceso, ocurrió todo lo contrario. La derecha se hizo más fuerte. Ovando prometió el retorno a la constitucionalidad y el regreso de los capitales extranjeros. El ministro del Interior Juan Ayoroa surgió más fuerte: acusó al comunismo internacional de fomentar la guerrilla urbana; clausuró el semanario Prensa, editado por el sindicato de los periodistas, que mantenía una posición de apoyo al proceso nacionalista, y ordenó encarcelar a su director Andrés Solis Rada, quien días antes había alertado al país acerca de una conjura contrarrevolucionaria encabezada por el mismo ministro del Interior.

Ovando decidió pagar a la Bolivian Gulf Oil Company la cantidad de 71.000.000 de dólares como indemnización; prometió llevar ante la justicia a quienes denunciaban supuestos planes subversivos; señaló públicamente que su ex ministro Marcelo Quiroga Santa Cruz sería llevado ante los tribunales para que demostrara su afirmación de que se gestó un golpe de Estado y los golpistas gozaban de libertad. Las promesas de Ovando provocaron una ola de protestas, porque se trataba del más prestigioso, radical y nacionalista de sus ex ministros. Plantean estas mismas fuentes que el Ministro del Interior Juan Ayoroa comentó: “Todos saben del golpe, el único que parece ignorarlo es el propio Ovando”. En la madrugada del 4 de octubre, el Comandante del Ejército, general Rogelio Miranda, desde el Gran Cuartel de Miraflores, comunicó a todo el país el fin del mandato político de las fuerzas armadas y del general Alfredo Ovando. En su lugar se autoproclamó Presidente de la República. Todo ese día las emisoras radiales dieron a conocer el comunicado donde se informaba del golpe de Estado. No obstante, el general Miranda no se atrevió a salir del cuartel de Miraflores. El general Juan José Torres de inmediato se dirigió a la base aérea del Alto, para junto con un grupo de militares y civiles resistir el golpe derechista. Se crearon dos polos de poder: los derechistas en el cuartel de Miraflores y los nacionalistas en la base aérea. Un factor importante se sumó a los acontecimientos. En la Universidad Mayor de San Andrés, en La Paz, se instaló el Comando Político de la COB, por iniciativa del rector de esa universidad, Pablo Ramos, quien, con varios catedráticos y dirigentes políticos, invitaron a Juan Lechín Oquendo y el Comité

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Ejecutivo de la COB a una reunión. De las deliberaciones surgió la idea de constituir el llamado Comando Político, el cual quedó integrado por el Comité Ejecutivo de la COB, las autoridades institucionales de la universidad y los representantes de seis partidos políticos de izquierda: Jorge Kolle Cueto por el Partido Comunista; el profesor Raúl Ruiz González por el Partido Comunista Marxista‑Leninista; Guillermo Lora por el Partido Obrero Revolucionario; el doctor Hernán Siles Zuazo por el Movimiento Nacionalista Revolucionario; Antonio Aranibar y Alfonso Camacho por el Partido Demócrata Cristiano Revolucionario; Dulfredo Rua Bejerano por el Movimiento Revolucionario Espartaco; asistieron también Víctor López y Filemón Escóbar por la Federación Sindical de Mineros. El 6 de octubre se acordó nombrar a Juan Lechín Oquendo y Antonio Aranibar para dialogar con Juan José Torres. Esta decisión resultó determinante en favor de la correlación de las fuerzas existentes. Los periodistas ubicados en las emisoras radiales y los periódicos desempeñaron un papel importante, al instar a la población para evitar el golpe de Estado, apoyar a Juan José Torres y la COB. Especial relevancia tuvo la labor realizada por Jorge Mancilla Torres, Coco Manto, Clovis Díaz, Andrés Solis Rada y todo el sindicato de los periodistas. Asimismo, destacadas figuras religiosas, incluidas evangelistas, metodistas y laicas. El sacerdote José Prats dijo que el golpe de Estado estaba inspirado y dirigido por el Diablo. El 6 de octubre por la tarde Ovando solicitó asilo político en la embajada de Argentina en La Paz. En el alto mando militar surgieron desacuerdos profundos en cuanto a quién sería el nuevo presidente. Ante las divisiones irreconciliables, se procedió a la integración de un triunvirato: el general Efraín

Guachalla en representación del ejército, el general Fernando Sattori Rivera por la fuerza aérea y el contraalmirante Alberto Albarracín de la fuerza naval. Ese mismo día, a las 16:30 horas se llevaría a cabo la toma de posesión, pero la aviación comenzó a ametrallar el cuartel de Miraflores, por lo que se vieron obligados a posponer el acto para las 21:00 horas. En amplios círculos políticos y sociales de la capital boliviana, se afirmó que el oficial de la CIA John Maisto fue el encargado de articular el golpe de Estado. La embajada norteamericana, la estación CIA y los golpistas no habían contado con el pueblo boliviano. El Comando Político orientó una huelga general, ocupar las fábricas y los centros de trabajo hasta expulsar al triunvirato. Los estudiantes tomaron las universidades. Los campesinos bloquearon los caminos y carreteras. Las fuerzas populares salieron a las calles, plazas y avenidas. En Oruro, la población hizo retroceder a las fuerzas de la II División que marchaba hacia la capital para apoyar el golpe de Estado derechista. Los militares nacionalistas resistieron con el apoyo de la fuerza aérea. El general Fernando Sattori Rivera abandonó el triunvirato para sumarse a las fuerzas que resistían. Los aviones sobrevolaban rasante la ciudad y los golpistas se aterrorizaron. El 7 de octubre de 1970 la figura de Juan José Torres emergió vencedora. Los planes preparados por la CIA y la embajada de los Estados Unidos en La Paz, fracasaron momentáneamente.

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La CIA desestabiliza el gobierno de Juan José Torres

El general Juan José Torres llegó al Palacio de Gobierno a las diez de la mañana del 7 de octubre de 1970. A las once y diez juró como nuevo presidente de Bolivia, en medio de una gran manifestación de obreros, universitarios y población en general. Les prometió profundizar en los avances revolucionarios logrados. Los allí reunidos aplaudieron, dieron vivas y entonaron el Himno Nacional, con énfasis en la última estrofa para reafirmar que “Morir antes que esclavos vivir”, que se escuchó por toda la Plaza Murillo y sus alrededores. Los norteamericanos se alarmaron: la ascensión de Juan José Torres al poder no estaba prevista. La situación de Bolivia conformaba un cuadro grave para los intereses imperialistas. En Perú, la revolución de Juan Velasco Alvarado continuaba afianzándose. El general Omar Torrijos en Panamá se estaba radicalizando. En Chile, las elecciones dieron el triunfo al socialista Salvador Allende.

Desde la llegada al poder de Torres, la CIA se dio a la tarea de conspirar para derrocarlo; con este objetivo, alentó a los militares derechistas a resistir y no entregar las armas. Al amanecer del 8 de octubre, los líderes obreros Juan Lechín Oquendo y Simón Reyes le dieron su total respaldo al nuevo mandatario; en el propio Palacio se discutieron las bases de un cogobierno. Mientras, la Central Obrera y la Confederación Universitaria de Bolivia se agruparon y elaboraron un mandato popular que planteaba los siguientes puntos: la formación y reconocimiento de un comando político integrado por dirigentes de la clase trabajadora, los universitarios, partidos populares y el pueblo; la expulsión de los grupos militares y civiles fascistas, de las misiones y agencias del imperialismo norteamericano; la amnistía general para todos los presos antimperialistas; la derogación del decreto de indemnización a la Bolivian Gulf Oil Company; el establecimiento del control obrero en las empresas privadas; la vigencia de las milicias obreras y populares junto a las fuerzas armadas patrióticas; el traspaso a la universidad del Centro Boliviano‑Americano; la profundización de la reforma agraria; la independencia en cuanto a política internacional, y el establecimiento de relaciones con los países socialistas que aún faltaban. La revista Oiga, Nº 394, de fecha 8 de octubre de 1970, hizo una valoración sobre la caída del gobierno de Ovando y el acceso al poder de Juan José Torres, al respecto refirió que Ovando “teniéndolo todo en sus manos: poder militar, apoyo civil, la oportunidad del momento [...], se estancó al comienzo del camino, y tras una prolongada agonía sucumbió sin pena ni gloria”; siguió explicando que del Ovando del 26 de septiembre de 1969 “que quiso vestirse con el ropaje de un nacionalismo

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Llegada al poder de Juan José Torres

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de izquierda que no entallaba en su cuerpo, del jefe de la revolución que en su primer día pidió la formación de un ‘eje ideológico La Paz‑Lima’; del caudillo que en la Plaza Murillo firmó un decreto de expulsión de la Gulf Oil [...], ya no queda nada. Apenas la sombra de un hombre [...] que no tuvo fuerzas suficientes para concretar sus anhelos, tal vez porque la revolución no calaba el fondo de su alma como cala el antimonio en los pulmones de su pueblo [...]”. En relación con Juan José Torres y el proceso iniciado por él, la revista escribe: “Pero como el corazón del indio trasandino es tan grande como los socavones de las minas que los devoran, tras la caída de Ovando surge una nueva posibilidad encarnada en otro militar de rostro cetrino adornado con bigotes de legendarios revolucionarios mexicanos: el general Juan José Torres, vencedor de una pugna por el poder [...]”. Y señala que de “Juan José Torres los bolivianos saben que fue el militar impaciente que ocupó el 17 de octubre las instalaciones de la Bolivian Gulf Oil Company en Santa Cruz, horas antes de que el general Ovando Candia firmara el decreto de expropiación en Palacio Quemado. Saben también que bajo sus alas de comandante en jefe de las fuerzas armadas de Bolivia cobijó a los civiles nacionalistas de izquierda que integraron el primer gabinete de Ovando y que luego fueron desprendidos como granos de una madura mazorca de maíz cuando los militares de derecha enquistados en el régimen adquirieron fuerza. Saben, por último, que bajo su uniforme de revolucionario de izquierda se cobija un corazón nacionalista [...]”.

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El ELN ajusticia al doctor Hebert Miranda Pereira y al teniente coronel Roberto Toto Quintanilla Al doctor Hebert Miranda Pereira el ELN lo tenía sentenciado a muerte por ser uno de los responsables del asesinato de Inti Peredo, dedicarse a torturar presos políticos y aplicarles drogas para obligarlos a confesar sus actividades revolucionarias. La sentencia se cumplió el 9 de octubre de 1970. Mientras, en el continente europeo, otro comando del ELN ajusticiaba a Toto Quintanilla. Los periódicos de la época reportaron: “Espectacular ejecución de Toto Quintanilla. Fue muerto cuando un comando guerrillero lo persiguió hasta el otro lado del Atlántico. Era un torturador cruel. En Hamburgo, República Federal de Alemania, una linda mujer le quitó la vida”. Otros despachos de noticias trasmitieron desde Hamburgo que el hecho del 25 de noviembre de 1970 tuvo lugar en pleno día, en el consulado boliviano de esa ciudad portuaria. Toto Quintanilla, uno de los jefes principales de la policía política de Bolivia desde que Barrientos asumió el poder, era agente de la CIA y conocido por su brutal represión, su carácter violento y la utilización de métodos bárbaros de tortura y de extrema crueldad. Participó junto a los agentes de la CIA Félix Ramos, Eduardo González y Julio Gabriel García contra la guerrilla del Che; además, ordenó cortarle las manos al Guerrillero Heroico. Asesinó a Inti Peredo y a muchos otros revolucionarios bolivianos. Por todas estas razones, el ELN de Bolivia lo condenó a muerte. Quintanilla pidió su relevo, con la condición de que lo enviaran al consulado boliviano en Hamburgo, solicitud que fue 345

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aceptada. Se alejó de Bolivia con la seguridad de que estaría tranquilo en esa ciudad europea. Los reportes de prensa aclaran que tan pronto se instaló en Hamburgo no tardó en hacerlo también un comando guerrillero, encabezado por una hermosa mujer nombrada Mónica Earlt, una rubia esbelta y muy agraciada, que visitaba el consulado haciéndose pasar por una estudiante alemana, deseosa de visitar Bolivia. Las visitas al consulado se hicieron frecuentes. Relatan que la habilidad con mezcla de ingenuidad con que actuó Mónica, terminaron de convencer a Quintanilla de que podía confiar en ella. Cuando decidió extenderle la visa para el viaje la invitó a pasar a su despacho. La prensa siguió contando que entró resueltamente, sin denotar ningún nerviosismo, saludó al Cónsul, y cuando este se disponía a extenderle la mano, extrajo velozmente de su bolso una pistola automática, y antes de que pudiera reaccionar, le descargó dos tiros certeros que le atravesaron el pecho. La esposa de Quintanilla corrió al escuchar los disparos; en esos momentos vio que una bella mujer abandonaba el lugar, trató de detenerla por el pelo intensamente dorado, pero este no era más que una peluca que quedó en sus manos. Mientras, la joven salía a la calle y se introducía en un auto que la esperaba con el motor encendido. El Ejército de Liberación Nacional de Bolivia asumió la responsabilidad del hecho, además de señalar que el coronel Roberto Toto Quintanilla reprimió brutalmente a los grupos de izquierda y tuvo una nefasta participación en los acontecimientos guerrilleros de 1967. El 9 de abril los restos del coronel Toto Quintanilla son trasladados a Bolivia en el vuelo 490 de Lufthansa, línea aérea de la República Federal de Alemania, escoltados por Klaus Georg Altmann, hijo del criminal de guerra nazi Klaus Barbie. 346

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Mónica Earlt era hija de Hans Earlt, investigador y antropólogo alemán radicado en Bolivia, país donde ella nació. Esta joven burló a la policía de la República Federal de Alemania, a la CIA y a los servicios secretos bolivianos, regresando a su patria para continuar la lucha.

Apoyo del pueblo a Juan José Torres y conspiración de los militares derechistas y la CIA La Central Obrera y la Confederación Universitaria acordaron crear una comisión para negociar con los guerrilleros de Teoponte acerca de las promesas de Juan José Torres de respetarles las vidas y permitirles la salida del país a cambio de deponer las armas. Un vocero de la secretaría privada de Torres afirmó que se daban garantías sobre la integridad física de los guerrilleros en aras de la unidad nacional y por la vigencia del proceso patriótico que se había iniciado. El gobierno autorizó que la Comisión Pacificadora se dirigiera a la zona guerrillera. A su llegada, comprobó con horror que a todos los prisioneros los habían asesinado por órdenes expresas de los jefes militares que se encontraban operando en el lugar. Sin embargo, con ayuda de los mineros y campesinos de Teoponte y Tipuani pudieron localizar a los sobrevivientes; llegar a determinados acuerdos y trasladarlos hasta La Paz. Varios días después, los jóvenes guerrilleros partieron para Chile, acompañados del presidente de la Cruz Roja Boliviana, Celso Rosell, del párroco de Tipuani, Ricardo Sanalde y de Oscar Prudencio Cossío, rector de la Universidad de La Paz. La CUB denunció ante la opinión pública que los guerrilleros Ricardo Justiniano, Moisés Rueda Peña, Clemente Fernán347

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dez, Carlos Rueda Cortés, Francisco Irakaki Vera, Julio Zambrano y Fredy Soria Galvarro fueron asesinados por el ejército. La noticia produjo una profunda indignación en todo el país. El entierro de los primeros cadáveres resultó verdaderamente impresionante. En la facultad de medicina le rindieron homenaje, además, a Raúl Ibarguen, José Paravicini y Horacio Rueda Peña. El jesuita José Bassiana habló sobre el joven Néstor Paz Zamora y enfatizó que ser cristiano es hacer revolución. La prensa local relató las honras fúnebres de la siguiente forma: los primeros caídos en la guerrilla: Adolfo Quiroga Bonadona, Juan José Saavedra, Antonio Figueroa y Adolfo Huici, dieron origen a una manifestación de pesar que recorrió las principales arterias de La Paz en cortejo fúnebre pocas veces visto. Los ataúdes fueron trasladados desde la universidad hasta la Plaza “Pérez Velasco” en hombros de parientes, estudiantes universitarios y amigos. Asistieron destacados y populares artistas y conjuntos folclóricos, entre estos, Los Caminantes, José Zapata, Pocho Novel, Gerardo Amézaga, Los Sin Nombres, Los Caballeros del Folclore, Hortica Gutiérrez, y muchos otros. Ana Harvey, una de las asistentes al sepelio, relató que la multitud lloraba mientras eran depositados los restos mortales en sus respectivos nichos al compás de bombos, guitarras, quenas y charangos que entonaban la Samba del Adiós y No te dejaremos morir. Una montaña de flores y coronas cubrieron sus tumbas. El 17 de noviembre Torres firmó el decreto que autorizaba la reposición de los salarios a los mineros —rebajados, en 1965, por Barrientos—. Diez días después visitó las minas de Huanuni, donde los mineros le aseguraron que si no se desviaba del camino revolucionario lo seguirían hasta la victoria final;

le pidieron expulsar del país a las misiones militares de los Estados Unidos, los cuerpos de paz, todos los instrumentos del imperialismo norteamericano y le solicitaron armas para defender el proceso revolucionario. Anteriormente, Juan Lechín Oquendo se había dirigido a los mineros para decirles que los norteamericanos querían agarrar al gobierno boliviano con las misiones militares, que son las encargadas de formar una mentalidad dentro del ejército, que los convierten en los auténticos representantes del Pentágono; asimismo les indicó que para ser independientes era necesario que Torres echara del país a esas misiones, a los cuerpos de paz, porque a través de la cortina de actividad social, establecen el espionaje, también había que acabar con la ORIT, que es otra forma de penetración imperialista dentro de los sindicatos. El 30 de noviembre entregaron los cadáveres de los guerrilleros Hugo Rodríguez, Carlos Navarro Lara, Arturo Callapiña, Enrique Farfán, Javier Landívar y Emilio Quiroga Bonadona. Los familiares de este último comprobaron que los restos no correspondían al de su hijo. En tanto, el gobierno prometió entregar en los próximos días los 43 cadáveres restantes. Los periódicos Los Tiempos, de Cochabamba, El Diario y Hoy, de La Paz, al ser ocupados por sus trabajadores, decidieron organizar una cooperativa en cada uno de ellos. En Santa Cruz de la Sierra, un grupo de 150 campesinos armados tomaron tierras baldías. Mientras el proceso nacionalista se iba radicalizando, la embajada norteamericana en La Paz, la estación CIA y los sectores derechistas conspiraban intensamente. El 9 de diciembre se descubrió que se preparaba un atentado terrorista para asesinar a Juan José Torres, el cual se ejecutaría en los momentos

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en que el Presidente asistiera a una graduación de cadetes en el Colegio Militar de La Paz. Grupos de estudiantes tomaron el Centro Boliviano-Americano y lo subordinaron a la Universidad de La Paz. El 24 de diciembre Torres decretó la libertad de Regis Debray, Ciro Roberto Bustos y demás presos vinculados con la guerrilla del Che, la cual se hizo efectiva inmediatamente. La medida provocó la ira de los sectores derechistas que acusaban al general de ser un prisionero de la izquierda. El 10 de enero se produjo un levantamiento militar, aplastado inmediatamente cuando grandes manifestaciones en contra del golpe recorrieron las calles; 16 altos oficiales fueron dados de baja, varios de ellos se asilaron en representaciones diplomáticas acreditadas en La Paz. Se reveló que las misiones diplomáticas de los Estados Unidos y Brasil estaban complicadas en la intentona golpista. Torres anunció la organización de la Asamblea Popular destinada a cumplir funciones legislativas y de vigilancia del proceso revolucionario y prometió una nueva Constitución política para el país. Los manifestantes volvieron a pedir que les entregaran armas para garantizar el proceso revolucionario. Las contradicciones entre los militares derechistas y nacionalistas aumentaban día tras día. Los asesores de Torres le aconsejaron realizar una gran manifestación de todas las fuerzas de izquierdas y nacionalistas, militares patriotas y pueblo en general. Como estaba previsto trasladar los restos del patriota boliviano coronel Gualberto Villarroel para la plaza que lleva su nombre, se aprovecharía la ocasión del acto para destacar la figura del Coronel, respetado por su nacionalismo, patriotismo y defensor de los intereses de las capas humildes del pueblo.

Torres visitó a doña Elena López, viuda del coronel Villarroel, para obtener su consentimiento. Todo estaba preparado y se esperaba una gran manifestación de apoyo al proceso revolucionario y a los militares de izquierda. Sería un acto antinorteamericano, antimperialista y nacionalista. En tanto los preparativos avanzaban y el proceso se iba profundizando, el ciudadano alemán radicado en Bolivia, Richard Hebert, formulaba a la prensa sensacionales revelaciones. Declaró que Ovando y sus principales colaboradores fueron los autores intelectuales de los asesinatos del general Barrientos, del senador Jorge Soliz Román, del periodista Jaime Otero Calderón, de los esposos Alfredo Alexander Jordán y Marta Dupleych, que las ambiciones políticas de Ovando y el interés de silenciar delitos cometidos durante su gobierno fueron los móviles de esos crímenes. El escándalo provocó una grave repercusión que obligó a Juan José Torres a formar una comisión investigadora, a la vez que dispuso que Ovando regresara de Madrid, donde se encontraba como embajador de Bolivia, para que aclarara y respondiera por estas graves acusaciones. Ovando se negó a cumplir la orden y este hecho aumentó el descrédito de las fuerzas armadas. Más tarde se conoció que Richard Hebert era agente de la CIA, y que esta agencia le había suministrado la información con el propósito de afectar la imagen de los militares nacionalistas, en especial la de Juan José Torres, quien compartió el poder con Ovando; pero, sobre todo, el de desacreditar los actos cívicos y la manifestación durante el entierro del coronel Gualberto Villarroel. El prestigio de las fuerzas armadas bolivianas se vio tan afectado, que la viuda de Villarroel le envió una carta a Torres, en la cual textualmente dice:

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“Señor General, debo referirme a nuestra conversación en oportunidad de la visita con que Vuestra Excelencia se dignó honrar mi casa. Junto con mis hijos he reflexionado acerca del proyecto de trasladar los restos de mi esposo al monumento erigido en la Plaza ‘Villarroel’ en solemne acto de homenaje a su memoria el 21 de julio próximo. “Los sucesos acontecidos en los últimos meses, de malestar y anarquía en el seno de las Fuerzas Armadas y aún más gravemente las tremendas revelaciones que hoy conmueven al país de masacres, crímenes y asesinatos en los que aparecen interviniendo Generales y altos exponentes de la oficialidad, no contribuyen a crear una atmósfera propicia para el digno cumplimiento de aquel propósito o cuando la prensa expresa continuamente el desprestigio en que ha caído la Institución Armada y refleja la intranquilidad de los campesinos y de las organizaciones sindicales, universitarias y profesionales, ante la relajación moral que impide la acción de la justicia. “Por todo esto y como está en la conciencia pública el sacrificio del Coronel Gualberto Villarroel por los ideales bolivianistas, que él defendió con inmaculada honradez, manteniendo en alto el decoro y el honor de las Fuerzas Armadas de la Nación, mis hijos y yo nos vemos obligados a comunicarle que no es prudente ni atinado en este momento, mover los restos de mi esposo de la humilde tumba donde las clases desvalidas mantienen el perpetuo homenaje de sus flores. “Hago propicia esta ocasión para saludar al señor general con mi más alta y distinguida consideración”. La conspiración cobró nuevas fuerzas. El embajador norteamericano Siracusa reclamó airado que le habían violado la correspondencia y que varios de sus funcionarios habían reci-

bido allanamientos. Sin embargo, públicamente se le acusó de ser la cabeza pensante de la conspiración que se preparaba y que sus denuncias formaban parte de esta. La Confederación Universitaria y la Central Obrera revelaron que la CIA tenía un plan para asesinar a Juan Lechín Oquendo, y que el agente William Schwank Hagenbeck era el encargado de cometer el crimen. En medio de los intentos norteamericanos por derrocar al gobierno de Juan José Torres se celebró el 1ro. de Mayo. La periodista Lupe Cajías lo describe de la siguiente forma: “Aquella marcha fue apoteósica. La columna, encabezada por la COB, reivindicó al Che y a los guerrilleros caídos. En Cochabamba, los trabajadores apoyaron al socialismo como única salida y los universitarios ocuparon la sede del Centro Boliviano‑Americano. En Oruro, por primera vez, desfiló públicamente el ELN en una de las manifestaciones obreras más grandes de la historia en ese distrito minero, y los universitarios intervinieron la Fundición de Estaño de Oruro. En Santa Cruz se izó la bandera del ELN y en Sucre la gran marcha con figuras enormes del Che y de Inti desfiló en medio de dinamitazos”. Juan Lechín declaró que mientras existan la CIA y el Pentágono, el general Juan José Torres no puede dormir tranquilo ni en su casa ni en el palacio, menos pueden hacerlo los trabajadores, y abogó por expulsar la misión militar norteamericana. Lupe Cajías narra que durante el desfile en La Paz, cuando las columnas de la COB pasaban frente al Palacio de Gobierno, Juan José Torres anunciaba la expulsión de las misiones norteamericanas de Bolivia y los mineros gritaban: “¡Socialismo! ¡Socialismo! ¡Socialismo!”.

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El diputado Zacarías Plaza apareció decapitado El diputado Zacarías Plaza, quien fue herido en un atentado el 20 de agosto de 1970, apareció decapitado en la carretera de La Paz a Oruro el 11 de junio de 1971, con las siglas del ELN incrustadas en la cabeza, y un cartel donde un supuesto grupo de mineros, denominado El Ojo del Águila, se responsabilizaba del ajusticiamiento. Zacarías Plaza cometió múltiples crímenes, y dirigió la más repudiada de las masacres que han ocurrido en Bolivia, la de la Noche de San Juan, del 24 de junio de 1967. La investigadora y periodista boliviana Lupe Cajías recogió en su libro Historia de una leyenda algunos de esos crímenes: cuando le destrozaron el vientre a una minera en estado avanzado de gestación, o cuando los soldados llegaron a la casa de un minero y al encontrar solo a la mujer con sus hijos pequeños escondidos debajo de la cama, dispararon sus ametralladoras, mataron a la mujer y los niños, únicamente quedó viva la mayor pero con las piernas amputadas. El escritor uruguayo Eduardo Galeano, en su libro Memoria del fuego, publicó el testimonio de Domitila Chungara, recogido también por la escritora brasileña Moema Viezzer, quien lo dio a conocer en su libro Si me permiten hablar: testimonio de Domitila, una mujer de las minas de Bolivia. Sobre esta luchadora minera, la escritora brasileña escribió: “Ella vive en dos piezas sin letrina ni agua, con su marido minero y siete hijos. El octavo hijo anda queriendo salir de la barriga. Cada día Domitila cocina, lava, barre, teje, cose, enseña lo que sabe y cura lo que puede y además prepara cien empanadas y recorre las calles buscando quien compre”. 354

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Domitila fue acusada de enlace de la guerrilla e interrogada por un soldado, durante la masacre de San Juan. Ella le contó a la periodista brasileña: “Me escupió la cara. Después me dio una patada. Yo no aguanté y le di un sopapo. Él me volvió a dar un puñete. Yo le arañé la cara. Y él pegándome, pegándome... Me puso su rodilla aquí sobre mi vientre. Me apretó mi cuello y estaba por ahorcarme. Parecía que quería hacer reventar mi vientre. Más y más me apretaba... Entonces, con mis dos manos, con toda mi fuerza le bajé sus manos. Y no me acuerdo cómo, pero del puño lo había agarrado y lo había estado mordiendo, mordiendo... Tuve un asco terrible al sentir en mi boca su sangre... Entonces, con toda mi rabia, tchá, en toda su cara le escupí su sangre. Un alarido terrible empezó. Me agarraba a patadas, gritaba... Llamó a los soldados y me hizo agarrar por unos cuatro... “Cuando me desperté como de un sueño, había estado tragándome un pedazo de mi diente. Lo sentí aquí en la garganta. Entonces noté que el tipo me había roto seis dientes. La sangre estaba chorreándome y ni los ojos ni la nariz podía yo abrir... “Y como si la fatalidad del destino hiciera, comenzó el trabajo de parto. Empecé a sentir dolores, dolores y dolores y a ratos ya me vencía la criatura para nacer... Ya no pude aguantar. Y me fui a hincar en una esquina. Me apoyé y me cubrí la cara, porque no podía hacer ni un poquito de fuerza. La cara me dolía como para reventarme. Y en uno de esos momentos, me venció. Noté que la cabeza de la huahua ya estaba saliendo... y allí mismo me desvanecí. “No sé después de cuánto tiempo: “—¿Dónde estoy? ¿Dónde estoy? “Estaba toda mojada. Tanto la sangre como el líquido que una bota durante el parto, me había mojado toda. Entonces hice 355

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un esfuerzo y resulta que encontré el cordón de la huahua. Y a través del cordón, estirando el cordón, encontré a mi huahuita, totalmente fría, helada, allí sobre el piso.” Zacarías Plaza, además de dirigir la masacre de la Noche de San Juan y las torturas que le aplicaron a muchos mineros, fue responsable directo de varios crímenes en las minas de Catavi, Huanuni, Llallagua y siglo XX. Su muerte quedó sin aclararse. Unos creen que fueron los mineros en venganza por tantos crímenes cometidos; otros afirman que la CIA pagó a los miembros de la cuadrilla de Zacarías Plaza con el propósito de culpar al ELN y a los mineros, y para ellos le colocaron las siglas del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia en la cabeza cortada. También escogieron la cercanía del 24 de junio para poderla vincular con la masacre en las minas la Noche de San Juan.

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La Paz, Santa Cruz, Tarija, Pando, Beni, Oruro, Cochabamba, Chuquisaca y Potosí. De la misma manera en cada centro de trabajo, universidad y agrupación campesina se crearon los comandos políticos. Igualmente se decidió formar milicias y tribunales populares, cárceles del pueblo, además de expulsar de inmediato a la CIA, el FBI y los cuerpos de paz. En la población de Vallegrande, las autoridades y el pueblo, en un acto masivo, acordaron nombrar una importante calle como avenida “Comandante Ernesto Che Guevara”; mientras que la Asamblea Popular, recogiendo el sentir de amplios sectores del país, demandó que se restablecieran las relaciones diplomáticas con Cuba. Para los festejos del 26 de Julio de 1971, a Cuba viajó una representación de mineros, obreros, campesinos y estudiantes que, en nombre de la Asamblea Popular y del pueblo de Bolivia, llevaban el mandato de solicitar al Gobierno Revolucionario de Cuba el restablecimiento de las relaciones diplomáticas.

El pueblo boliviano pide crear una asamblea popular y establecer las relaciones diplomáticas con Cuba Golpe de Estado contra Juan José Torres La COB hizo un llamado por la instauración de una Asamblea Popular, la cual se instaló formalmente el 22 de junio de 1971, presidida por Juan Lechín Oquendo, con los dirigentes políticos Oscar Eid Franco, presidente de la Confederación Universitaria Boliviana; Antonio Aranibar por el Partido Demócrata Cristiano Revolucionario; Pablo Ramos por el Movimiento Espartaco; Jorge Ríos Dalence y Adalberto Kuajara por la Democracia Cristiana, y René Zavaleta Mercado por el Movimiento Nacionalista Revolucionario. La Asamblea Popular acordó constituirse en cada uno de los nueve departamentos que conforman la nación boliviana:

El 19 de agosto de 1971 el periódico Jornada denunció que elementos barrientistas, dirigidos por la embajada norteamericana, trataron de acallarlo junto a la Radio Altiplano, porque estaban difundiendo una importante reunión del grupo denominado Vanguardia Militar del Pueblo, donde declaraban que solo iban a obedecer las órdenes del pueblo. El sábado 21 se inició el golpe de Estado organizado por la CIA y la embajada de los Estados Unidos. El pueblo presentó resistencia desde los primeros momentos, con un saldo de varios muertos y heridos. Las emisoras de radio solicitaban de

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forma urgente e insistente gasas, algodón, sangre de diferentes tipos y reportaban muchísimos muertos y heridos. Los aviones bombardearon los principales focos de resistencia. El domingo 22 hubo una tregua para poder retirar a los muertos de las calles. Cálculos conservadores situaron las cifras en más de 100 muertos y 600 heridos, pero meses después se supo que fueron más de 1 500. Se anunció que un nuevo triunvirato se haría cargo de la dirección del país, el cual estaba formado por el general Jaime Mendieta y los coroneles Hugo Bánzer Suárez y Andrés Sélich Shop. Los tanques rodearon la universidad e iniciaron el bombardeo contra esa institución. Testigos presenciales afirmaron que los militares, a golpes y patadas, sacaron a los estudiantes de sus aulas. Las universidades de Tarija, Sucre, Potosí, Oruro, Cochabamba, Trinidad y Santa Cruz fueron reprimidas violentamente; los campesinos y mineros masacrados; las emisoras mineras tomadas militarmente. La resistencia, ubicada en varios puntos de la capital, la acallaron brutalmente. A muchos estudiantes y obreros los fusilaron o simplemente muertos a tiros, como los casos de Vladimir, hijo de Modesto Reinaga, hermano del guerrillero Aniceto Reinaga, y de Rubén Sánchez, hijo del mayor Sánchez Valdivia, ex prisionero del Che en la emboscada del 10 de abril de 1967. Grupos represivos especiales, formados y asesorados por los norteamericanos, salieron a las calles para liquidar toda la subversión. Andrés Sélich, Rafael Loayza y Guido Benavides dirigieron personalmente toda la represión. El sacerdote canadiense Mauricio Lefebre, perteneciente a la Orden de los Oblatos y profesor de Sociología de la Universidad Mayor de San Andrés, recibió un impacto de bala en

la cabeza que le produjo la muerte de inmediato. Lefebre se vinculó con los pobres y humildes de Bolivia, en lucha abierta por cambiar tantas injusticias. Junto a los estudiantes participó en las manifestaciones de protesta por la visita del subsecretario de Estado norteamericano para asuntos latinoamericanos Charles Meyer; en otra ocasión, les habló a los reunidos que frente a la casa donde cayó Inti Peredo gritaban: “¡Te vengaremos! ¡Te vengaremos!” El sacerdote Lefebre se adhirió a la huelga de hambre en reclamo de los cadáveres de los guerrilleros de Teoponte. Fue el orador principal en los actos de recordación y homenaje en el primer aniversario del asesinato del Che. Una vez sometida a metralla la resistencia y tomado el Palacio de Gobierno, el triunvirato se distribuyó los cargos: presidente, Hugo Bánzer Suárez; ministro de Defensa, Jaime Mendieta, y Ministro del Interior, Andrés Sélich Shop. A partir de ese momento, en Bolivia se inició la práctica de los desaparecidos y una de las más feroces represiones que ha vivido el país. Sélich declaró a la prensa que su objetivo era acabar primero con los rojos, para luego hacerlo con los pillos. La universidad fue clausurada. Las radios y periódicos tomados militarmente. El matutino Presencia, el más influyente de Bolivia, perdió prácticamente a sus reporteros, de 17 periodistas antes del golpe solo quedaron tres. Las instituciones religiosas, violadas, a tal punto que los sacerdotes y monjas que mantenían posiciones de defensa e identifica­dos con el pueblo humilde fueron hostigados. Los dirigentes sindicales, profesionales, campesinos, intelectuales, políticos y estudiantiles los concentraron en prisiones especiales, lo que provocó la necesidad de trasladar a más de 200 prisioneros para un regimiento militar. Los miembros de las fuerzas armadas que estaban vin-

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culados a las posiciones progresistas, nacionalistas y antinorteamericanas los eliminaron por diferentes vías: a unos los confinaron; a otros les dieron baja de la institución o los obligaron a salir al exilio. Las listas de presos y exiliados en todo el país sumaban centenares, más tarde miles. La cifra de los asesinados y desaparecidos nunca se pudo determinar. Se instalaron casas especiales de tortura, se abrieron nuevos campos de concentración, como los de Achocalla, Chonchocoro, el DOP, Pari y la isla de Cuati. La CIA empezó a trabajar en la reestructuración de los servicios de Inteligencia bolivianos, con tal cinismo que el criminal nazi Klaus Barbie volvió a ocupar la jerarquía que poseía durante el gobierno de Barrientos. De inmediato Barbie se dio a la tarea relacionada con la formación de un grupo especial represivo conocido años después como “Los novios de la muerte”. La paz y la tranquilidad siempre exigidas por los norteamericanos se estaban imponiendo. El mismo día del golpe hizo su aparición pública el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) que, mediante comunicados de radio, llamó a sus dirigentes y militantes a enfrentar el golpe fascista y derro­tarlo; desde luego, el movimiento pasó a la clandestinidad. El 7 de septiembre quedó formalmente constituida su primera dirección nacio­nal clandestina, integrada por Jaime Paz Zamora, Antonio Aranibar, Oscar Eid Franco y otros.

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Contradicciones en el nuevo gobierno boliviano El nuevo gobierno boliviano, sin ninguna unidad, se deterioró rápidamente. Las rivalidades y ambiciones de poder entre los militares se hicieron públicas. En este sentido, especial virulencia alcanzaron las sostenidas entre Andrés Sélich y Hugo Bánzer. Gary Prado, en su libro Poder y fuerzas armadas, expresó: “El siguiente problema para el Gobierno del Presidente Bánzer es generado por su propio Ministro del Interior. El Cnl. Andrés Sélich, rodeado por un grupo de colaboradores que lo alentaban constantemente, pretende convertirse en la figura clave del Gobierno. Se monta una intensa campaña publicitaria para mostrarlo como al verdadero líder de la revolución y representante del nacionalismo. En competencia con el Presidente realiza viajes a las principales ciudades del país donde es recibido por manifestaciones populares organizadas por sus seguidores que lo aclaman como a héroe. “El Ministro del Interior hace cuestión de rodearse permanentemente de un aparatoso dispositivo de seguridad que incluía patrulleros en motocicletas, varios vehículos de escolta y un exagerado número de ayudantes. Asistía con este séquito a los actos públicos, llegando además después del Presidente, provocando interrupciones, comentarios y quiebras del protocolo que comenzaron a molestar al Cnl. Bánzer, quien, a fin de poner orden en su Gabinete y cimentar su autoridad, decide sorpresivamente el 29 de diciembre de 1971 reorganizar el Gabinete, excluyendo de él al polémico ex Comandante del ‘Ranger’ que se ve así de golpe privado de su poder y su influencia. Al no recibir ningún respaldo institucional acepta pocos días después hacerse cargo de la Embajada de Bolivia en el Para361

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guay adonde viaja sin ocultar su desagrado y su oposición al Presidente Bánzer”. Fuentes bolivianas contaron que el séquito de ayudantes de Sélich llegaban a las poblaciones que este iba a visitar y contrataban bandas de música; distribuían abundante chicha y salteñas. Pagaban estipendios a los asistentes; colocaban vallas, anuncios, carteles, telas pintadas con frases de bienvenida. Concluido el acto, recogían todo urgentemente, y se trasladaban para la siguiente población con la finalidad de armar el mismo circo carnavalesco. Al dejar el Ministerio del Interior, se descubrió que gastó más de 100.000 dólares del presupuesto para pagar a los participantes en las manifestaciones que lo recibían como “héroe”.

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Desde la capital paraguaya, el coronel Andrés Sélich continuó con los trajines conspirativos, incrementados por el resentimiento y el odio hacia el Presidente boliviano. Preparó un atentado contra la vida del general Bánzer, en ocasión de una visita que este tenía prevista a ese país, pero los servicios secretos bolivianos conocieron del plan y tomaron las medidas para impedirlo. Por este asunto Sélich fue destituido como embajador. A principios de mayo de 1973, ingresó clandestinamente en Bolivia, con pasaporte falso, suministrado por los servicios secretos paraguayos, con el propósito de ultimar los detalles de un nuevo golpe de Estado y un atentado contra Bánzer. El Ministro del Interior, doctor Alfredo Arce Carpio, fue debida-

mente informado y ordenó detenerlo. Un grupo operativo de ese ministerio lo internó en la residencia particular del propio Ministro del Interior. Cuando lo interrogaban, con violentos golpes de karate, le destrozaron el hígado y lo reventaron internamente. Murió minutos después en la propia casa del Ministro. Este hecho produjo un escándalo político de grandes proporciones que obligó al doctor Arce Carpio a renunciar a su cargo y asumir la responsabilidad del crimen. El informe oficial de la muerte de Sélich, proporcionado a la prensa por el Ministro de Información, Jaime Caballero Tamayo, textualmente dice: “Sélich y otros compañeros fueron detenidos sin registrarse ningún hecho de sangre. Pero cuando fue conducido al Ministerio del Interior, en la avenida Arce del barrio de Sopocachi, Sélich trató de fugarse, perdiendo el equilibrio y rodando por las gradas desde el segundo piso. Un golpe en la cabeza resultó fatal para el ex ministro del Interior, según se comprobó posteriormente a través del examen médico.” Estas declaraciones no fueron creídas por importantes círculos militares amigos de Sélich, los cuales comenzaron a presionar para que se aclarara el crimen. Entretanto, el escándalo alcanzó gran magnitud. La prensa boliviana divulgó ampliamente el hecho y el periódico Última Hora, de fecha 18 de mayo de 1973, reportó: “Ministro Arce en actitud sin precedentes. “la verdad: nuevo estilo en la política boliviana. “Al promediar la media noche y en torno a unos treinta periodistas de órganos locales y agencias del exterior, el ministro Alfredo Arce, acompañado del titular de Información, Jaime Caballero Tamayo, reveló, en acto sin precedentes en nuestra historia política, la verdad de lo sucedido en torno a la muerte

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Muere a golpes el coronel Andrés Sélich Shop y a tiros el general Joaquín Zenteno Anaya

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del Coronel Andrés Sélich. Los periodistas habían sido llamados a horas 10 y 30 al Despacho del Ministro y pocos minutos antes, los directores de los principales periódicos fueron convocados a la residencia del Presidente Bánzer donde departieron con el Primer Mandatario, quien les pidió que se tratara con ponderación y seriedad la información que iba a proporcionar poco tiempo después el titular del Interior. Al entrar al Despacho del Ministro Arce, los reporteros encontraron en su rostro las huellas de la fatiga y la tensión que ha vivido estos días. Sin embargo, con voz pausada y segura, sobreponiéndose a la emoción que sin duda sentía, el ministro Arce ofreció la versión final de los hechos. “Según esta nueva versión oficial, el ex ministro Sélich habría muerto como consecuencia de ‘un solo puñete’ que le habría propinado en el costado derecho uno de los tres agentes a quienes se habría encomendado su interrogatorio. “Visiblemente compungido, el Dr. Arce recordó su comparecencia del martes pasado ante la prensa en cuya oportunidad afirmó que el deceso del Coronel Sélich se había debido a una caída accidental en las escaleras de una casa de Calacoto, donde parece funciona una dependencia del Ministerio del Interior de la cual hasta ese momento nadie tenía noticias. En esa oportunidad el Ministro asumió la responsabilidad por el desgraciado accidente que le costó la vida al Coronel Sélich y subrayó el propósito del Gobierno de gobernar solo con la ley y la verdad en la mano. “En su reunión de anoche con los periodistas de La Paz relató cómo al ser informado de la detención de Sélich había ordenado a tres agentes: Mario Zambrano Morales, Carlos Betancourt Pacelly y Juan Cassis Quiroga, que lo trasladaran a su

propio domicilio y que luego después de un tiempo prudencial lo trasladaron a la dependencia de Calacoto, orden esta última que no habría llegado a ser cumplida. “Subrayando el carácter fortuito del lamentable hecho, el Ministro dijo: ‘Señores periodistas, como ustedes comprenderán, ninguna persona, menos un Ministro del Interior, envía a su casa a otra persona para que sea maltratada, peor aún victimada.’ “Reveló cómo, luego de haber impartido instrucciones para el traslado e interrogatorio del detenido, se dirigió a su Despacho donde fue informado por teléfono de que ‘a raíz de un acto provocado por el estado de crisis nerviosa en que se encontraba el Coronel Sélich el ex ministro había perdido el conocimiento’. “Sin embargo, considerando el propio Ministro que es además un hombre de leyes, que la verdad que se le había ofrecido por sus subalternos estaba lejos de ser satisfactoria, decidió profundizar la investigación habiendo obtenido de los tres agentes la confesión según la cual, la muerte del Coronel fue ocasionada por golpes que le propinaron sus interrogadores. “El Ministro declaró no estar del todo satisfecho con esta versión puesto que no explica la fractura de las costillas”, añadiendo que “es preciso puntualizar que la causa real del fallecimiento debe estar en la fragilidad del hígado en avanzado estado de cirrosis [...]”. Anunció luego que los tres agentes responsables junto con los obrados del caso serían pasados a la justicia ordinaria que es la que, “de conformidad con nuestro ordenamiento jurídico, debe establecer responsabilidades y sanciones”. Andrés Sélich, además de la actitud sanguinaria durante los acontecimientos de La Higuera y el trato violento que le

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dio al Guerrillero Heroico, y ser uno de los artífices de la política represiva en Bolivia a partir del golpe de Estado contra el general Juan José Torres, como Ministro del Interior fue el responsable directo de la masacre en la Universidad de Santa Cruz y de la muerte de campesinos en ese departamento. Junto a los agentes de la CIA y asesores norteamericanos, el Coronel organizó una verdadera maquinaria criminal, la cual lo trituró a él mismo. Entre los militares que protestaron enérgicamente por la forma y circunstancia del crimen, se encontraba Joaquín Zenteno Anaya, que, por discrepancias con la cúpula gobernante en Bolivia, lo sacaron del país al ser nombrado embajador extraordinario y plenipotenciario de Bolivia ante el gobierno de Francia. Se aseguró que Zenteno Anaya, junto con Andrés Sélich y otros militares, estaban implicados en la intentona golpista. El 11 de mayo de 1976 a Zenteno lo ultiman a tiros en la capital francesa. La prensa boliviana dio la noticia de la siguiente forma: “El trágico atentado que cobró la vida de uno de los jefes militares más distinguidos y sobresalientes del Ejército boliviano, fue perpetrado cuando el sol de mediodía bañaba las orillas del caudaloso río Sena que atraviesa la Ciudad Luz. ¿Quién pudiera pensar que a pleno sol del día se segaría una vida ilustre con la facilidad con que se da muerte a cualquier insecto?”. Y continúa la nota de prensa: “La Embajada de Bolivia en París está situada en la Avenida Klebert, muy cerca del Arco de Triunfo (Plaza Etual). Se trata de una de las grandes avenidas adornadas por amplios jardines y parques hermosísimos. El tránsito es intenso casi durante todo el día. En sus inmediaciones hay numerosos accesos a la red subterránea de ferroca-

rriles que corren en todas direcciones, transportando a miles y miles de pasajeros. Confundido entre las muchedumbres de transeúntes, aguardaba un hombre joven tocado con una boina negra, de andar ágil y barba espesa, según describieron algunos testigos presenciales [...]. “El Gral. Zenteno Anaya era vigilado minuto a minuto [...]. Todo estaría planificado a la perfección, sin pérdida de ningún detalle [...]. “En el preciso instante en que salió de su despacho y se dirigía a su automóvil y sacando las llaves del mismo para abordarlo, se le aproximó con toda tranquilidad un hombre de las características descritas líneas arriba, extrajo de sus ropas un arma de fuego y actuó con la velocidad de un rayo, descargando el arma homicida sobre el cuerpo del embajador [...]. “La policía parisiense se movilizó de inmediato y bajo el acicate de la enérgica reclamación de las autoridades bolivianas, procedió a una exhaustiva investigación del crimen. Los expertos manifestaron que el o los autores del atentado actuaron como profesionales, sin dejar rastros capaces de orientar las pesquisas. Otro de los detalles que destacaron dichos especialistas fue la desaparición casi instantánea de los agresores aunque no utilizaron ningún vehículo, ya que desaparecieron en la estación del metro [...]”. El único elemento que pudo obtener la policía francesa fue una llamada telefónica de un hombre que hablaba perfectamente el francés y comunicó al servicio taquigráfico de la policía de París que el ajusticiamiento lo realizaron las “Brigadas Internacionales Che Guevara”. Según fuentes de la policía francesa, el hombre dijo que habían dado muerte al Embajador de Bolivia en París por ser el responsable del asesinato del Che

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Guevara, bombardear con tanques la Universidad de La Paz en 1971 y defender ante las autoridades francesas las razones por las cuales gozaba de libertad en Bolivia el verdugo nazifascista Klaus Barbie, jefe de la Gestapo en Lyon, Francia. Sin embargo, en Bolivia se afirmaba que el móvil de su muerte obedeció a pugnas internas dentro del ejército boliviano por rivalidades y ambiciones de poder, que fueron esos propios militares los que ordenaron su eliminación. Estas fuentes indicaron que Zenteno Anaya había enviado una carta privada, criticando a los principales gobernantes bolivianos, a quienes acusaba de varios delitos, a la vez informaba de su disposición de viajar a Bolivia para directa y personalmente presentar las pruebas que poseía. La verdad no se aclaró nunca, los autores no aparecieron, pero su muerte a tiros en una céntrica avenida de París hizo aumentar los elementos sobre la leyenda referida a la Maldición del Che; sobre todo, creció la creencia de que fue un castigo de Dios por la participación de Andrés Sélich y Joaquín Zenteno Anaya en el asesinato del Che.

Muerto a tiros en Buenos Aires el ex presidente Juan José Torres El general Juan José Torres al ser derrocado en 1971, por un cruento golpe militar, solicitó asilo político en Perú y luego se estableció en Chile, donde fue objeto de un atentado terrorista del cual salió ileso. Dos años después se trasladó a Argentina y estableció su residencia en un céntrico apartamento de la ciudad de Buenos Aires. El 3 de junio de 1976, al salir de su casa, cuatro individuos 368

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que esperaban a unos metros de distancia, con el motor del auto encendido, lo introdujeron por la fuerza y partieron velozmente con rumbo desconocido. Al día siguiente su cadáver fue encontrado bajo un puente de una carretera en la localidad de Giles, a unos 100 kilómetros de Buenos Aires. Estaba acribillado a balazos y tirado de bruces con las manos atadas con cuerdas y los ojos vendados. Un campesino que se encontraba a cierta distancia del lugar, vio cuando cuatro hombres lo sacaron de un automóvil estacionado a un lado de la carretera, lo condujeron bajo el puente y le dispararon tres tiros en la cabeza. Luego, con tranquilidad, volvieron al auto y partieron de regreso rumbo a Buenos Aires. Los culpables nunca aparecieron. Un tiempo después la prensa de la época, al referirse a los posibles autores del crimen, dijo: “Los asesinos son gente a sueldo de organismos represivos como la CIA norteamericana y que cuentan con la más segura impunidad ya que hasta ahora ninguno de sus miembros han caído en manos de la policía [...]”. Lo que el dirigente obrero boliviano Juan Lechín Oquendo afirmó de que mientras existieran la CIA y el Pentágono, Juan José Torres no podría dormir tranquilo ni en su casa ni en el Palacio de Gobierno, quedó confirmado. En un comentario de prensa se expresó que la trágica muerte del ex presidente Torres fue decidida seguramente por los tenebrosos hombres de la CIA debido a las posiciones radicales de izquierda que había tomado cuando fue presidente en Bolivia, expulsando a los cuerpos de paz norteamericanos y encabezando un movimiento de izquierda que dejó huellas en el pueblo boliviano. 369

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El asesinato produjo un hondo pesar en el pueblo boliviano. La Universidad de La Paz y la Federación de Mineros solicitaron que el cadáver lo trajeran a Bolivia para ser velado en ambos recintos. Cuando la población se preparaba para rendirle un masivo homenaje, el 6 de junio, la Secretaría de Prensa e Informaciones de la Presidencia de la República de Bolivia informó que el gabinete se había reunido a las 23:30 horas del sábado 5, para dar a la publicidad un comunicado, en el cual no se autorizaba el traslado de los restos del general Torres. Una parte del comunicado dice: “El Consejo de Ministros tras detenido análisis de la situación, y en consideración a los informes que cursan en el Ministerio del Interior, resolvió suspender la repatriación de los restos del extinto Presidente de la república”. Las protestas estudiantiles comenzaron a subir de tono; entonces el gobierno decidió clausurar la Universidad de La Paz y otras del resto del país. También se vieron obligados a cancelar el tradicional desfile del 7 de agosto. Las fuerzas armadas se acuartelaron ante el temor de la repulsa popular por el crimen. Los mineros decretaron una huelga general e indefinida. Ante la negativa del gobierno boliviano, el Presidente de México, Luis Echeverría Álvarez, le ofreció a Emma Obleas, viuda de Torres, que podía llevar los restos del General para Ciudad México y darle sepultura. Ante las manifestaciones estudiantiles y obreras el gobierno boliviano declaró el estado de sitio. Puso bajo control militar a las más importantes minas de Bolivia; varios dirigentes sindicales y estudiantiles fueron detenidos, otros muchos tuvieron que salir al exilio.

La represión continuó hasta casi cumplir siete años en que, por la presión popular e internacional, la Unidad Democrática Popular, integrada por el Movimiento Nacionalista Revolucionario de Izquierda, liderado por el doctor Hernán Siles Zuazo, el Movimiento de Izquierda Revolucionario, de Jaime Paz Zamora, y el Partido Comunista Boliviano con Jorge Kolle Cueto, ascendió al poder en 1982 e instauró un gobierno democrático.

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La Higuera se levanta contra la CIA

Homenaje en La Higuera Para la CIA y los representantes de los intereses explotadores del Gobierno de los Estados Unidos, para Barrientos y todos los que pensaban como él, la guerrilla había llegado al final; creyeron que no hablarían más del Che, que el olvido borraría aquella epopeya. Trataron de ignorar que las ideas justas no se matan y que los bolivianos descienden de un tronco común que une a todos los latinoamericanos desde sus propias raíces. En tierra propia, lucharon los bolivianos que fundaron el Ejército de Liberación Nacional de Bolivia; eran jóvenes que procedían de los diferentes sectores populares, maestros, médicos, campesinos, escritores, economistas, ingenieros, mineros, panaderos, todos miembros de familias honorables, de tradición patriótica, algunos descendientes de héroes de la Guerra del Chaco o beneméritos de la patria. Estos jóvenes explicaban en sus cartas de despedida a familiares la razón de su incorporación al movimiento de liberación y sus anhelos de justicia social. 372

Fue en las proximidades de La Higuera, el día 9 de octubre de 1967, cuando los sobrevivientes de la guerrilla: Inti, Darío, Ñato, Pombo, Benigno y Urbano, al conocer la caída del Che, juraron continuar la lucha. Un año después Guido Peredo reorganizó el Ejército de Liberación Nacional de Bolivia y llamó nuevamente a la lucha por la definitiva independencia. Resurgió así el ELN, cuya acción trascendió en julio de 1970, cuando multiplicado en 75 jóvenes —estudiantes universitarios y profesionales en su mayoría, de diferentes credos religiosos pero con idénticos ideales de libertad— se adentraron en la selva con las ideas desbordantes de justicia social. De aquellos guerrilleros de Teoponte, 61 eran bolivianos, 4 argentinos, 6 chilenos, 2 peruanos y 2 brasileños. En un mensaje enviado a los distintos órganos de prensa de la ciudad de La Paz, los jóvenes universitarios afirmaron que abandonaban la dirección estudiantil para incorporarse como simples soldados del glorioso ejército fundado por el Che: “Lo que ocurre ahora es un pálido reflejo de lo que ocurrirá en el futuro, y eso nos obliga a trastrocar el estudio por la acción, el libro por el fusil y la vida cómoda por el peregrinar revolucionario en la geografía de nuestro país, dando combate a muerte a los sostenedores de la explotación imperialista.” Los enemigos del Che quisieron desaparecer su cuerpo. Afirmaron oficialmente que sus cenizas fueron esparcidas en las estribaciones de Los Andes; creían que nadie le rendiría tributo; que nunca habría peregrinación hasta aquel pedazo de tierra olvidada de Nuestra América donde lo asesinaron y en cuyas entrañas reposaba. Sin embargo, su presencia perdura; su rostro sereno de comandante es más querido cada día por los humildes; su lucha, comprendida y admirada; su ideal, respetado y seguido por millones de jóvenes en el mundo. 373

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En el XX Aniversario de su caída, la marcha hacia La Higuera constituyó la más sobresaliente demostración de que nada podrá detener el desarrollo de la Historia, ni la veneración que sienten y sentirán las nuevas generaciones por él; por los lugares desde donde se expandió su grito de justicia. El 1º de octubre de 1987 una representación de la Generación latinoamericana del XX Aniversario de su caída, se encontraba en la ciudad de Buenos Aires —en su mayoría eran estudiantes latinoamericanos convocados por la Organización Continental Latinoamericana de Estudiantes (OCLAE)—, para rendirle un sentido homenaje al comandante Che Guevara. La delegación dejó huellas imborrables que marcaron por siempre a los pueblos por donde pasó. Iban en una caravana de ómnibus, presidida por las banderas de los países de América Latina; era como un arco iris de naciones hermanas ondeando a través de aquellas pampas que años atrás recorriera el joven Ernesto Guevara en motocicleta. En las anécdotas acerca de los días vividos, en la historia evocada, el Che estaba presente. Su imagen recorrió la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires; en Rosario, su ciudad natal, y en Córdoba el colegio “Dean Funes”, la calle Chile y en parques y avenidas, al pasar, una continuidad de actos populares le saludaban. Ya en tierra boliviana partieron desde Yacuiba, en la frontera con Argentina. A lo largo del recorrido se les unieron sus compañeros bolivianos: obreros, mineros, estudiantes, campesinos, religiosos, intelectuales y pueblo en general que marcharon junto a los visitantes hasta detenerse en La Higuera. Por allá, entre los riscos y empinados cerros quedó la leyenda del tren, los ómnibus y otros vehículos que en aquel octubre de

1987 iba con su carga de matizadas voces cantando al Guerrillero Heroico. Por Vallegrande, Pucará, Jagüey, “los hijos del Che”, como los pobladores los llamaron, regaron semillas y recogieron frutos. Y dicen que allí, en La Higuera, el paisaje les aceleró los latidos de sus corazones, que todos contemplaron con ansiedad los árboles, los sembradíos, las casas, los caminos, las cumbres, la tierra árida, las piedras, la miseria, hasta llegar a la antigua escuelita donde fue asesinado. La misión fue cumplida. En medio de las acciones que intentaron atemorizar a los visitantes, era colocado el busto del Che, tallado por el escultor boliviano Pablo Paz. Una amplia valla de tela con su imagen se extendió de frente al sol. Los niños apretaron entre sus manos los libros, lápices y libretas que, como obsequios, los herederos del Che les llevaron, y también los pequeños juguetes, posiblemente los primeros en sus vidas. Entre los oradores se encontraban Rodolfo Saldaña, miembro de la red de apoyo urbano a la guerrilla, y Ramiro Barrenechea, aquel joven dirigente universitario que habló en el mitin de la Universidad de Cochabamba en 1967, cuando propusieron que al Che se le declarara Ciudadano Boliviano, por haber luchado por la liberación de Bolivia. Por último, el sacerdote Miguel Bopp ofició una misa. Aquel 8 de octubre hasta los propios hijos de los que combatieron a la guerrilla estaban rindiéndole homenaje al Che, así participó en la marcha el primogénito del entonces capitán Gary Prado. Admiración y respeto despertaron los picos que rodean La Higuera. Allí estaban presentes los guerrilleros: Juan Vitalio Acuña Núñez, David Adriazola Veizaga, Apolinar Aquino Quispe,

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Serapio Aquino Tudela, Jaime Arana Campero, Walter Arancibia Ayala, Haydée Tamara Bunke Bider, Restituto José Cabrera Flores, Carlos Coello, Octavio de la Concepción de la Pedraja, Casildo Condori Vargas, Benjamín Coronado Córdova, Simeón Cuba Sanabria, Juan Pablo Chang‑Navarro Lévano, Alberto Fernández Montes de Oca, Lucio Edilberto Galván Hidalgo, Moisés Guevara Rodríguez, Mario Gutiérrez Ardaya, Manuel Hernández Osorio, Francisco Huanca Flores, Antonio Jiménes Tardío, Gustavo Machín Hoed de Beche, José María Martínez Tamayo, René Martínez Tamayo, Freddy Maymura Hurtado, Julio Luis Méndez Korne, Orlando Pantoja Tamayo, Álvaro Peredo Leigue, Roberto Peredo Leigue, Raúl Quispaya Choque, Aniceto Reinaga Gordillo, Eliseo Reyes Rodríguez, Israel Reyes Zayas, Antonio Sánchez Díaz, Jesús Suárez Gayol, Lorgio Vaca Marchetti, Jorge Vázquez Viaña y Ernesto Che Guevara. Ellos estaban presentes en las palabras fervorosas de los oradores, que retumbaban entre las quebradas, y en las consignas revolucionarias pintadas en las paredes de las humildes viviendas de La Higuera. Por ellos, hablaron la Generación del XX Aniversario, quienes, con pasión pronunciaron su Declaración de Paz. El segundo grito de justicia dado en La Higuera, que es un llamado a los que tratan de ignorar la existencia de las grandes masas desposeídas, sus necesidades, sus penurias, el hambre y la miseria que lacera el alma, acorta la vida y agota la paciencia.

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Declaración de La Higuera “Han pasado veinte años desde que la sangre de Ernesto Che Guevara estallara en la escuela de La Higuera, donde hoy nos reunimos. “No fue la primera sangre, ni la última que la humanidad habrá derramado por defender su dignidad, por conquistar su derecho a la alegría. “Y, sin embargo, no se trata de cualquier ofrenda por la redención del hombre. Bolivia ha recorrido veinte años de angustia, de luchas, de sacrificio, de caídas profundas, de esperanzas intensas. La vida de los pueblos no puede ser de otra forma en tanto no consigan su emancipación definitiva. Y en cada paso, en cada dificultad, en cada sueño estuvo presente —ya jamás dejará de estarlo— la gesta del hombre, consecuente y puro, heroicamente humano, generosamente universal, auténticamente revolucionario. “Nadie podrá arrancarlo de nuestro pecho, de nuestra conciencia sacudida desde entonces. Nadie podrá superar el asombro de su muerte ni la luminosidad abierta de su vida. Los hombres y los pueblos, para ser libres, tenemos que ascender a esa estatura, que es el nivel exacto en que la historia deja de ser un episodio para convertirse en el signo de una época. “Ernesto Che Guevara y los héroes que lucharon con él, que murieron con él, no constituyen un mito. Porque los mitos exigen el bronce para perpetuarse en la inconciencia estimulada solo por el gesto, por el símbolo, que despierta sentimiento, pasiones y reflejos de epopeya, nada más. “Che y los hombres que compartieron su heroica tentativa de ‘asaltar el cielo’ para entregárselo a las mujeres y los niños, a los hombres, a los ancianos, a los vivos y a los por venir, son 377

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parte de nuestra sangre, de nuestros huesos, de nuestro músculo y cerebro, pero también de la tierra, del árbol, de la luz y del camino que no cerrará jamás a nuestros pies, a nuestras manos, mientras conservemos la auténtica pureza humana de su sacrificio, de su entrega generosa. “Tal es la significación de nuestro compromiso, tal es la dimensión de nuestro homenaje. “Como Amaru y Bolívar, como Katari, Azurduy, Lira, Villca y Barzola, vienen de nuestra historia los hombres que sembraron su sangre en Ñancahuazú. Una generación del hombre nuevo que abrió también nuevos cauces a la lucha de los pueblos latinoamericanos. “Por eso son más nuestros que los que apenas tienen la relación jurídica con el país, pero que lo enajenan, lo humillan, lo encarnecen. La patria está en sus raíces, clavadas —para siempre— en esta tierra. En los mineros que están siendo cortados con la guadaña de la insensibilidad oligárquica; en los campesinos que no pueden todavía cosechar las mieses de su libertad; en los hombres y mujeres que sufren la explotación. En todos ellos, en los que luchan, en los que sienten la necesidad de cambiar Bolivia para conquistar la felicidad colectiva, sin límites ni fronteras, sin egoísmo y sin cárceles. En todos ellos vive la Patria, porque se construye con sus manos, con su sudor y con su sangre. “Por eso, aquí, en La Higuera, veinte años después del crimen, reunidos mujeres y hombres, jóvenes y viejos, creyentes y no creyentes, declaramos: “—Nuestra admiración sin límites a Ernesto Che Guevara y sus bravos que libraron una batalla para derrotar a la muerte y lo consiguieron.

“—Nuestra profunda adhesión a la aspiración humana de la libertad, de la dignidad y la abundancia para todos. “—Nuestra decisión unitaria de preservar y multiplicar los valores de la consecuencia, de la autenticidad humana que desde La Higuera, derrama su luz para todos los hombres. “—Nuestra indeclinable decisión de luchar, por sobre todas las cosas, por la emancipación y la felicidad de nuestra Patria, más allá de los credos, de las diferencias transitorias, de las pequeñas disputas. “Aquí, con la emoción de compartir la gesta de la vida y de la muerte de Guevara y sus héroes, con la madurez que exige la historia, sembramos nuestro compromiso de consecuencia insobornable con las aspiraciones de nuestro pueblo. “Aquí, en La Higuera, veinte años después de su muerte, proclamamos su vida heroica como la buena nueva que se despliega ejemplarmente por todos los caminos de la lucha, de la construcción colectiva. “Tal será nuestro homenaje. Que no es una ofrenda episódica simplemente, sino la definición de un principio irrenunciable: la consecuencia humana que no tiene tiempo ni espacio, que debe ser el modo de existir de todos los hombres. “La Higuera, 8 de octubre de 1987”.

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Sigue la CIA contra el Che

Temor de la CIA al cadáver del Che La CIA y el alto mando militar boliviano guardaron con gran secreto los hechos ocurridos durante y después del combate del 8 de octubre de 1967 en la Quebrada del Yuro: el apresamiento del comandante Ernesto Che Guevara, el origen de la orden de eliminarlo físicamente, su asesinato en la escuelita de La Higuera, el traslado del cadáver a Vallegrande y su enterramiento en una fosa común a un costado de la pista del aeropuerto de esa ciudad. A lo largo de treinta años, poco a poco, los secretos fueron revelándose. Entre ellos, uno de los que con más celo guardaron fue el referido al lugar donde sepultaron los restos del comandante Ernesto Che Guevara y sus compañeros. Desde el año 1967, unos y otros divulgaron la versión de que el Che había muerto a consecuencia de las heridas en el combate. Falsificaron el certificado de defunción y mintieron al decir que lo habían incinerado y sus cenizas dispersadas por la espesura de la selva. Temían que el lugar donde fue sepultado se convirtiera en centro de peregrinaje y veneración de los re380

volucionarios, y dadas las costumbres de la población boliviana, en un santuario. A lo largo de estos años, innumerables testimoniantes contribuyeron a denunciar el crimen, sus autores materiales, la participación de la CIA y los posibles lugares de la clandestina tumba. Aun sin conocerse con exactitud el lugar donde se encontraban los restos, el pueblo boliviano convirtió a Vallegrande y a La Higuera en un centro de veneración y peregrinaje, donde, sistemáticamente, le rendían callado homenaje, y los creyentes transformaron el lugar en un santuario.

Nuevas revelaciones del lugar donde se encuentran los restos del Che En nuestra estancia en Bolivia de 1983 a 1987 recopilamos documentos, fotos, objetos, y los testimonios de varios de los participantes en estos acontecimientos, entre ellos de los generales Gary Prado Salmón, Mario Vargas Salinas y Arnaldo Saucedo Parada, y de los coroneles Miguel Ayoroa y Rubén Sánchez. También obtuvimos datos suministrados por el ministro de Relaciones Exteriores de Barrientos, doctor Walter Guevara Arce; del doctor Mario Agramont, uno de los jefes de Inteligencia en la IV División en Camiri; de los corresponsales de guerra, del doctor Moisés Abraham, médico de Vallegrande, y de ex agentes de la CIA. Además, tuvimos acceso a diferentes archivos, entre estos a los del general Joaquín Zenteno Anaya. A fines de 1986, el general Arnaldo Saucedo Parada, entonces jefe de Inteligencia de la VIII División del Ejército boli381

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viano, con sede en Vallegrande, publicó el libro No disparen... soy el Che. En sus páginas 140 y 141, el autor escribe: “En Vallegrande permaneció el cadáver toda la noche del 9 y el día 10, esperando, más que todo, a una comisión argentina que debía venir a identificarlo. El día 9 en la tarde el teniente coronel de carabineros Roberto Quintanilla le tomó las huellas dactilares en varios ejemplares [...]. En la noche del 10, como no llegó la comisión identificadora argentina, se dispuso el entierro de los siete cadáveres porque ya estaban entrando en descomposición. El nombrado teniente coronel Quintanilla apareció con yeso de dentista e hizo un emplaste y le tomó una mascarilla al Che que resultó perfecta, quedando adheridos todos los pelos de su barba, la cara del Che apareció completamente, sin cejas ni pelos. Enseguida dijo que tenía órdenes del ministro del Interior Arguedas de cortarle la cabeza y las manos para llevarlas a La Paz. Ahí me opuse terminantemente a que se siga profanando un cadáver que para mí como católico era sagrado. Insistió en que posiblemente Arguedas cumplía órdenes del general Barrientos. Me negué a todo y acudí donde el coronel Zenteno que estaba en su hotel. Fuimos con Quintanilla y ahí se acordó que solamente se le cortarían las manos, para los efectos de identificación que lo hizo [sic] el doctor Moisés Abraham. “El doctor José Martínez Caso no quería hacerle la autopsia indicando que estaba de más, pero Quintanilla insistió hasta convencerlo [...]. “Como quería retirarme a descansar porque me sentí indispuesto y cansado a las 02:00 del 11 de octubre, advertí a los médicos que ellos eran los responsables si le cortaban la cabeza. Me pidieron que les dijera [sic] delante de Quintanilla y así lo hice y luego me retiré a mi alojamiento.

“Al día siguiente ya los cadáveres no estaban. Pregunté por ellos y supe que el teniente coronel Sélich los llevó esa madrugada a enterrar. No me llamó la atención porque era él el encargado de esta fúnebre tarea, como lo había hecho con los de Vado del Yeso y Abra del Picacho. Tampoco me interesé por el lugar porque Sélich me dijo que estaban en el cementerio. Los partes exactos el coronel Zenteno los pasó al Comando de Ejército”. En los primeros meses de 1987, el general Gary Prado Salmón publicó su libro La Guerrilla Inmolada, en las páginas 203 y 204, escribió: “Las fuerzas de izquierda, apabulladas y maltrechas por el fracaso de la guerrilla, nada dicen y algunos intentos de homenajes al Che no prosperan, por lo que se buscan otros medios para empañar la imagen lograda por las Fuerzas Armadas, y, paradójicamente, son las propias autoridades que con sus improvisaciones, divergencias y falta de seriedad dan vía libre a esta campaña. “La primera crítica aparece cuando no se dice claramente lo que se ha hecho con el cadáver del jefe guerrillero. Mientras los demás cadáveres son sepultados en el cementerio de Vallegrande, el correspondiente al jefe de la guerrilla es trasladado a un lugar apartado de la ciudad en las primeras horas del amanecer del día 11 y se encomienda a un oficial para que se encargue de quemar los despojos hasta que nada quede del guerrillero. Esta misión es cumplida, demorando el proceso dos días, pero el comandante de División ante los requerimientos de la prensa simplemente indica que ha sido enterrado en un lugar seguro, abriendo cauce a especulaciones que van desde el transporte del cadáver a Estados Unidos para más pruebas de identificación, hasta la versión de que se lo ha hecho desaparecer porque

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los restos mostrados no correspondían al Che Guevara. La confusión aumenta cuando el comandante en jefe admite ante los periodistas que el cadáver ha sido incinerado, dando lugar a nuevos comentarios, ya que no existen en Vallegrande ni en todo el país instalaciones adecuadas para cremar cadáveres, por lo que se cuestiona la afirmación y el procedimiento”. Cada información aportaba datos diferentes, y en algunas, como esta última, aparecían declaraciones contradictorias, donde se afirmaba, por una parte, que fue incinerado, y, por la otra, que en Vallegrande ni en todo el país existían instalaciones adecuadas para cremar un cadáver. También indica que los demás guerrilleros fueron enterrados en el cementerio, lo que evidentemente no era cierto. En mayo de 1987, el general Mario Vargas Salinas publicó el libro titulado El Che, Mito y Realidad. En él escribió en la página 18: “El doctor Ernesto Guevara La Serna yace bajo tierra en suelo boliviano, esto es una verdad incuestionable y no vamos a detenernos en detalles [...]”. En 1989 fue publicado nuestro libro De Ñacahuasú a La Higuera. La ampliación de datos obtenidos y la recopilación de otros procedentes de varias fuentes, públicas y privadas, documentos, partes militares y testimonios de los pobladores por donde operó la guerrilla, nos permitió escribir sobre algunos de los lugares donde se evidenciaba que fueron enterrados varios de los compañeros que combatieron junto al Che. En relación con Tuma, en la página 281 escribimos: “Los campesinos de aquellos lugares recuerdan cada detalle, cada hecho, cada palabra. Conocen a Tuma como ‘el hijo del Che’, de quien hablan como alguien presente. Nos contaron que después que la guerrilla salió rumbo a Samaipata, los tatús desenterraron a

Tuma y quienes primero lo vieron fueron Román González y Andrés Yépez. Después ‘vino el Ejército para ver’ y luego, en un helicóptero, personal para identificarlo. Los militares comunicaron que era un guerrillero brasileño. “Varios campesinos lo enterraron ahicito al lado de la Laguna Seca, a veinte metros no más de donde lo enterraron los guerrilleros, bien profundo para que los tatús no pudieran cavar. Todos respetan esa zona porque el Tuma era el hijo del Che”. En 1989 fue editado en los Estados Unidos un libro de dos autores, el agente de la CIA Félix Rodríguez Mendigutía y John Weisman, titulado Guerrero en la sombra, al que le dieron amplia cobertura publicitaria mediante la prensa. Las ideas centrales del agente de la CIA, que estuvo presente cuando asesinaron al Che, fueron ampliamente divulgadas por varias agencias noticiosas. El libro fue publicado en varios idiomas. En la parte correspondiente al asesinato y desaparición del cadáver del Che, Félix Rodríguez manifiesta que el 9 de octubre de 1967, a las siete de la mañana, partió del aeropuerto de Vallegrande rumbo a La Higuera, en un pequeño helicóptero, en compañía del coronel Zenteno Anaya y del piloto Jaime Niño de Guzmán, el vuelo duró unos treinta minutos. Refirió que a las siete y treinta aterrizaron en un descampado, cercano a La Higuera, y que se dirigió con el coronel Zenteno al lugar en el que mantenían aislado al Che en el local de la escuelita, donde estuvo frente a frente con uno de sus más grandes enemigos. Agregó que alrededor de las diez de la mañana pudo establecer contacto por la radio y enviar un mensaje cifrado a la CIA. Después recibió una llamada telefónica desde Vallegrande, a través de ella lo instruyeron para eliminar al Che. Manifestó

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que habló con Zenteno Anaya, informándole sobre la llamada telefónica y las graves consecuencias que podría tener. Afirma en su libro: “Insistí en que las instrucciones que había recibido del Gobierno de los Estados Unidos era tratar de mantener vivo al líder guerrillero, bajo cualquier circunstancia. Sabía que los Estados Unidos tenían helicópteros y aviones listos para evacuar al Che a Panamá donde sería interrogado, y mantenerlo con vida era de importancia primordial [...]”. El agente expresó que después de cumplida la orden dada por teléfono, llevó el cadáver a Vallegrande y relata un episodio que catalogó de curioso: “en el caso que siguió a la muerte, surgió de la decisión del general Ovando Candia de conservar pruebas y evidencias concretas de la muerte del Che, por si Fidel Castro llegaba a negar todo el episodio. Lo que en realidad quería el Jefe del Estado Mayor boliviano, era cortar y guardar la cabeza del Che, previo tratamiento para conservarla. Afortunadamente pudieron convencerlo de que ese acto era incorrecto y se le sugirió que quizás un dedo, retirado quirúrgicamente, bastaría como prueba. “La respuesta de Ovando fue inmediata: ordenó que se cortaran las manos del Che y se las conservaran. También ordenó que se destruyera el cadáver. “La misma noche volví a Santa Cruz donde me estaba esperando mi contacto de la CIA, Jim, y le conté nuevamente mi historia [...]”. En la primera edición de nuestro libro La CIA contra el CHE, dimos a conocer los resultados de la investigación histórica realizada en Bolivia, ocasión en que entrevistamos a más de 300 personas: a militares y funcionarios de gobierno, así como a Carlos Cortez, chofer del coronel Andrés Sélich, a personas

estrechamente vinculadas a los principales personajes de estos acontecimientos. Tuvimos acceso a cintas grabadas de la estación CIA en La Paz, y entrevistamos a pobladores y autoridades de Vallegrande. En relación con el lugar donde fueron enterrados el Che y sus compañeros, Alberto Fernández Montes de Oca, Orlando Pantoja Tamayo, René Martínez Tamayo, Simeón Cuba Sanabria, Aniceto Reinaga Gordillo y Juan Pablo Chang‑Navarro Lévano, escribimos en la página 153 lo siguiente: “El cadáver lo trasladaron en un jeep hasta el cuartel del Regimiento ‘Pando’ en Vallegrande. Ya eran las dos de la madrugada del 11 de octubre. Los militares tenían cuatro tanques de combustible para la incineración, pero no pudieron efectuarla por la cercanía del amanecer que no permitía el tiempo necesario para este proceso. También le temieron al alto grado de susceptibilidad que estos acontecimientos provocaban entre los pobladores de Vallegrande, y a la presencia de periodistas y corresponsales extranjeros. Estos factores determinaron que fuera enterrado en la misma zanja que un tractor cavó para los demás guerrilleros. “El cadáver del Che fue llevado por Andrés Sélich y el mayor Walter Flores. “Las informaciones recopiladas dan dos lugares como probables donde se encuentran enterrados; uno, en un terreno al fondo del dormitorio del Regimiento ‘Pando’; el otro, a un costado de la pista de aterrizaje del aeropuerto de Vallegrande, a unos pocos metros del comienzo de la pista. Entre ambos hay una distancia de unos 200 metros. Sin embargo, el Ejército Boliviano mantiene la versión oficial de que lo incineraron y sus cenizas lanzadas a la selva”.

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En la pagina 158 del mismo libro se puede leer que los guerrilleros muertos en el combate de Cajones (los bolivianos Jaime Arana Campero, Chapaco, y Francisco Huanca Flores, Pablito, el cubano Octavio de la Concepción de la Predaja, Moro, y el peruano Lucio Edilberto Galván Hidalgo) fueron enviados en helicóptero a Vallegrande. A las seis de la tarde una volqueta recogió los cuerpos, llevándolos hasta la salida del pueblo, rumbo al poblado de Guadalupe a la hacienda de don Vicente Zavala, donde los enterraron secretamente. También aparecen referencias de posibles lugares donde fueron enterrados otros guerrilleros. Tanto en este libro como en el De Ñacahuasú a La Higuera, afirmamos que el grupo de la retaguardia, el de Coco Peredo y Tania, fueron enterrados en Vallegrande. En agosto de 1993 se presentó en La Paz el libro El CHE en Bolivia, del escritor y periodista boliviano Carlos Soria Galvarro, que abordó los diferentes elementos publicados acerca del asesinato del Che y los posibles destinos del cadáver. Entre las versiones mencionadas se encuentra la que publicamos en el libro La CIA contra el CHE. En octubre de ese mismo año, como parte del homenaje al Che en ocasión del XXVI aniversario de su asesinato, en la Universidad Mayor de San Andrés, de la ciudad de La Paz, se efectuó un importante encuentro-debate sobre esa gesta. El día 8 el general Luis Antonio Reque Terán, quien fuera Comandante de la IV División del Ejército con sede en Camiri, afirmó que el Che estaba enterrado en Vallegrande. La prensa se hizo eco del hecho. La agencia de noticias Reuter informó desde La Paz: “Un miembro del alto mando militar boliviano, que un día como hoy, hace veintiséis años ordenó la ejecución de Ernesto

Che Guevara, afirmó que los restos del médico revolucionario jamás serán encontrados [...]. “[...] el Che fue ejecutado el 9 de octubre de 1967 por orden del alto mando militar y del entonces presidente boliviano, general René Barrientos [...]. “Reque Terán se convirtió, así, en el primer miembro de esa antigua cúpula militar boliviana que confirma la ejecución del médico argentino [...]. “El ejército boliviano sostuvo oficialmente desde 1967 que Ernesto Guevara murió en combate [...]. “Reque Terán desvirtuó versiones sobre el destino del cadáver del Che, expuesto el 10 de octubre. Dijo que los restos del revolucionario argentino-cubano no fueron cremados, como se presumió durante mucho tiempo, ni lanzados desde un helicóptero sobre la selva, como también se especuló en la época. ‘Sé, por distintas indicaciones, que el Che fue enterrado en algún lugar que actualmente nadie conoce, quienes lo conocían todos han muerto’. “El anciano general recordó algunos nombres que conocían el lugar de la tumba del Che y mencionó, entre otros, al general Barrientos, muerto en 1969 en un accidente de helicóptero, mientras ejercía aún la presidencia; el general Juan José Torres, entonces jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y asesinado en su exilio de Buenos Aires en 1976; el general Joaquín Zenteno Anaya, ex comandante de la Octava división que combatió al Che, asesinado en un atentado en 1976 mientras era embajador boliviano en París; y el coronel Andrés Sélich, ex comandante del batallón de ingenieros de Vallegrande, muerto en 1973 por torturadores que lo interrogaban en el ministerio del Interior”.

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Las revelaciones del general Reque Terán provocaron diferentes comentarios y contradicciones. El Ministro de Relaciones Exteriores de Bolivia, Guillermo Bedregal, declaró que debía desenterrarse y entregarse a sus familiares. El alto mando militar ripostó enérgicamente al canciller, señalando que el cadáver fue incinerado. Con esas declaraciones se cerraron para la prensa boliviana, una vez más, las diferentes versiones contradictorias.

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Como se ha podido apreciar, muchas versiones contrapuestas y testimonios reales o falsos han sido difundidos por diversas vías, creando confusión y dificultando el análisis objetivo de los hechos. La prensa boliviana ha reportado alrededor de sesenta versiones, entre ellas que el Che estaba enterrado en diez diferentes lugares del Hospital “Señor de Malta” en Vallegrande; en el cementerio junto a Tania; que lo habían trasladado a La Paz; al Canal de Panamá, y hasta a los Estados Unidos donde permanecía congelado; y las más insistentes, que había sido quemado. A partir del mes de noviembre de 1995, una ola de viejas conjeturas y nuevas noticias inundaron los medios de difusión, creando una gran expectativa ante la posibilidad de encontrar los restos del Che. A partir de estos antecedentes hemos considerado de utilidad incluir, en este libro, una cronología de los elementos más importantes, reflejados por la prensa, relacionados con la búsqueda del cadáver y sus resultados.

El 15 de noviembre de 1995, el periodista boliviano Ted Córdova Claure publicó en el periódico La Razón un artículo en el que aseguraba haber recibido del general Mario Vargas Salinas la revelación de que el cadáver de Ernesto Che Guevara fue enterrado en una fosa común cavada en la localidad de Vallegrande. La información refiere en algunas de sus partes: “LA PAZ.— El Che Guevara sigue en Vallegrande, sus restos están enterrados allí en un lugar que conoce un alto ex oficial del Ejército. En una conversación en su quinta de Florida, en las afueras de Santa Cruz, el general retirado Mario Vargas Salinas me dijo clara y sinceramente: ya es hora de terminar este misterio. El tiempo ha pasado. Vivimos otros tiempos. “Vargas Salinas protagonizó, el 31 de agosto de 1967, la emboscada del Vado del Yeso, en el río Masicuri [...]. “Ya ha llegado el momento de que se diga dónde está enterrado el Che y, por supuesto, yo lo sé, porque a mí y a otro oficial, que ya ha fallecido, se nos comisionó ese trabajo. Por supuesto, queda el chofer que condujo la volqueta y los que ayudaron a tapar con tierra la fosa común. “—¿Fosa común? —le pregunté un tanto incrédulo. “ —Sí, fueron seis cadáveres que llevamos en la volqueta y enterramos. Uno de ellos era el Che. “El criterio de Vargas es que el gobierno y, por supuesto, las Fuerzas Armadas, son los que deberán determinar qué debe hacerse. Pero considera que no tiene sentido seguir dando rienda suelta a las especulaciones o a las versiones que aseguran que está enterrado en tal o cual lugar, o que fue incinerado, o que su cadáver fue robado. “Hablamos de las posibilidades de hacer pública esta situación, incluso de las consecuencias. Por ejemplo, que se dé

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Viejas y nuevas informaciones del lugar donde se asegura que fue enterrado el Guerrillero Heroico

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lugar a la formación de un santuario y hasta de la explotación lícita de promover un lugar de turismo histórico, que en cierta manera ya existe. “Pero el argumento principal de Vargas es que no tiene sentido mantener tanto misterio, una situación tan superada que ya ha sido cicatrizada por el tiempo y que serviría para explicar mejor la epopeya del Ejército boliviano y la del famoso guerrillero, que, definitivamente, está enterrado en Vallegrande.” La información, revelada en La Paz, tuvo escasa repercusión en otras capitales del mundo. El 21 de noviembre de 1995, el periodista norteamericano Jon Lee Anderson publicó en The New York Times un artículo destacando como novedosas e inéditas, las afirmaciones que ya el general Mario Vargas Salinas le había revelado al periodista boliviano Ted Córdova Claure, aunque añadía conocer el lugar exacto donde estaba enterrado el Che. De esta manera anticipaba uno de los capítulos de un libro en preparación acerca del Che y que posteriormente publicó en español la misma editorial que divulgó ampliamente el libro del agente de la CIA Félix Rodríguez. El 22 de noviembre de 1995 la publicación del New York Times fue reflejada en todos los medios informativos de Bolivia y otras capitales del mundo. El periódico Presencia señaló que Anderson había afirmado: “Decir la verdad ayudará a cerrar la página del Che”. La noticia fue convertida en una verdadera explosión informativa, que cubrió todos los noticieros internacionales y en Bolivia motivó diferentes reacciones. El presidente Gonzalo Sánchez de Lozada declaró a la prensa la posibilidad de buscar y entregar los restos del Che a sus familiares.

El general Gary Prado Salmón dijo que el cadáver del Che fue semiquemado y “lo que quedaba de él fue seguramente enterrado junto con los restos de otros cuatro guerrilleros”. El 23 de noviembre de 1995, el Viceministro del Interior, Hugo San Martín, anunció que el gobierno pediría a Vargas Salinas oficializar la versión de prensa, para que el Che fuera ubicado, desenterrado y entregado a su familia. Loyola Guzmán, quien fuera miembro de la red de apoyo urbano a la guerrilla, llegó a Vallegrande el 29 de noviembre de 1995, lo hizo en calidad de presidenta de la Asociación de Familiares de Mártires y Desaparecidos por la Liberación Nacional y representante de los familiares caídos en Ñacahuasú. Declaró a la prensa que en Bolivia existen alrededor de 400 personas desaparecidas en los diferentes gobiernos dictatoriales que ha padecido ese país y anunció la llegada de Alejandro Incháurregui, Jefe del Equipo Argentino de Antropología Forense, para dirigir los trabajos de excavación y exhumación. La Comisión Especial creada por el presidente boliviano partió a la ciudad de Santa Cruz para entrevistar a los generales Mario Vargas Salinas y Gary Prado Salmón. Vargas Salinas negó haber afirmado que conocía el lugar exacto de la tumba, pero ratificó que el Che estaba sepultado en algún lugar de la pista de Vallegrande. Añadió que junto al oficial Guido Flores, ya fallecido, firmaron el acta del entierro y que el Che no fue incinerado. Desmintió las publicaciones de prensa del norteamericano Jon Lee Anderson y se comprometió a viajar con la Comisión a Vallegrande para establecer el sitio. El general Gary Prado Salmón declaró que el 19 de octubre de 1967, Vargas Salinas le habla comentado que el cuerpo del Che fue quemado el 10 de octubre y que sus restos fueron enterrados.

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La Comisión Oficial partió a Vallegrande el día 30 de noviembre, fueron acompañados por el general Mario Vargas Salinas y un tractorista, que dijo nombrarse Sabino Álvarez. Vargas Salinas hizo un recorrido por todos los lugares donde había estado la noche de 1967 y, finalmente, reiteró que no conocía el lugar exacto.

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Las afirmaciones del general Vargas Salinas fueron desestimadas, lo que desencadenó una serie de comentarios. Fue tan cuestionado que llegó a calificársele de mentiroso, que sus declaraciones tenían fines propagandísticos y de figuración personal y que había recibido cierta suma de dinero por las informaciones dadas al periodista norteamericano, y hasta se especulaba que este previamente lo había embriagado con whisky, del que el General era muy aficionado. El 1ro. de diciembre de 1995, en el programa matutino del Canal 2 de la televisión boliviana, que conducía la popular locutora Cristina Corrales, compareció el periodista Ted Córdova, quien se remitió a la noticia dada a conocer por él, el 15 de noviembre de 1995, significando que sólo cuando fue publicada en los Estados Unidos por el New York Times, tuvo credibilidad nacional. Córdova valoró ese hecho como una prueba de la existencia en algunas personas y medios informativos de poseer una mentalidad aldeana. En varios países de América Latina esa expresión se identifica con las personas de mente colonizadas, con falta de autoestima, complejo de inferioridad y sometimiento, y que le dan mayor crédito a las versiones cuando estas

provienen del extranjero, fundamentalmente de los Estados Unidos de Norteamérica. El 5 de diciembre apareció la primera publicación del hallazgo de huesos humanos a cinco kilómetros del aeropuerto, en un lugar conocido como Cañada de Arroyo, en la finca del campesino Vicente Zavala. La prensa reportó que la información la había proporcionado el campesino. El 13 de diciembre se excavaron dos fosas y se encontraron restos de tres guerrilleros. El 15 de diciembre llegó a Vallegrande el doctor Jorge González, director del Instituto de Medicina Legal de Cuba, en representación de los familiares de los guerrilleros cubanos y de Tamara Bunke Bider, Tania. El mismo día se confirmó el hallazgo de tres cadáveres en Cañada de Arroyo. A fines de diciembre, el abogado Ricardo Rojo, autor del calumnioso libro Mi amigo el Che, declaró a la agencia francesa de prensa AFP en la capital argentina, que a Guevara lo tiraron en un lugar prácticamente inaccesible. El viernes 29 de diciembre, el periódico Granma insertó en sus páginas todos los detalles de la búsqueda de los restos del Che y sus compañeros. Después del receso por las festividades de fin de año, el 8 de enero de 1996 se reinició la búsqueda de los cadáveres en la pista de Vallegrande. El día 12 del propio mes, son entregados los restos de Jaime Arana Campero, Chapaco, a su hermana Marta. Se anunció el análisis de ADN para identificar las otras dos osamentas descubiertas en Cañada de Arroyo, y el 15 de marzo se encontró el cuarto. El 21 de junio de 1996 se encontraron y fueron exhumados en Laguna Seca, el cadáver del guerrillero Carlos Coello, Tuma,

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Búsqueda de los lugares donde fue enterrado el Che

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y trasladado al Hospital Japonés de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. El periódico Granma, en su edición del miércoles 26 de junio de 1996, publicó con un gran titular: “en cuba los restos del combatiente de la guerrilla del che, carlos coello (tuma)”. “Los restos mortales del combatiente cubano de la guerrilla del Che, Carlos Coello (Tuma), arribaron por vía aérea a nuestro país procedentes de Bolivia. “El hallazgo y exhumación del cadáver de Carlos Coello tuvo lugar en la localidad de Tejería, a 135 kilómetros del departamento boliviano de Santa Cruz, donde fue localizado la pasada semana en el sitio conocido como Laguna Seca [...]”.

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El jueves 3 de julio de 1997, el periódico Granma publicó en primera plana una amplia información sobre la búsqueda y el hallazgo de restos de los guerrilleros: “La secuencia del reciente descubrimiento ha sido la siguiente: “—El 28 de junio a las 9:00 hrs aparecieron los restos del primer cadáver. “A partir de ese momento se trabajó con gran intensidad por los especialistas cubanos y obreros bolivianos, a quienes se incorporaron tres miembros del equipo argentino de antropología forense, que habían trabajado en 1995 y 1996 en la exhumación e identificación de restos de los guerrilleros caídos en Bolivia.

“—Al mediodía del 29 de junio, siguiendo como guía una tela, al parecer fragmentos de una capa de nylon verde, se descubre la existencia de un segundo cuerpo. “—El 30 de junio, alrededor de las 15:00 hrs, se ubican unos restos, se amplía la excavación y se localiza un tercero. “—A las 9:30 hrs, del primero de julio, se ubican y descubren los indicios del cuarto cuerpo. “—Trabajando en el propio lugar, a las 15:15 hrs aparecen nuevos restos y, dada su posición, se concluye que se trata de un quinto guerrillero. “—Alrededor de las 15:35 hrs se establece la presencia de un sexto. “—Casi al concluir las labores, se detecta un fragmento textil, se profundiza en ese lugar y algo separado de la tela se encuentra un hueso largo, más oscuro que los hasta ahora encontrados. “—Con mucha dificultad se comienza a cavar a su alrededor empleando instrumental estomatológico y a las 17:00 hrs del primero de julio se concluye que se trata del séptimo hombre. “—Ahora se impone concluir, con el trabajo de los próximos días, la excavación total de la fosa para realizar la exhumación de los restos, lo que requiere hacerse con sumo cuidado. “—Posteriormente, se llevarán a cabo los trabajos de identificación antropológica. “El equipo investigador que participa en la búsqueda, exhumación e identificación está integrado, entre otros, por los antropólogos forenses argentinos Patricia Bernardi, Alejandro Incháurregui y Carlos Somigliana, los médicos forenses cubanos Jorge González y Héctor Soto, y el arqueólogo también cubano, Roberto Rodríguez.

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Encuentran en una fosa común los restos del Che y de seis de sus compañeros

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“En la medida que se disponga de nuevos elementos, serán ofrecidos oportunamente, conscientes de la honda sensibilidad con que nuestro pueblo ha recibido siempre, a partir de 1967, cualquier información relacionada con el Che y sus compañeros de lucha”. El sábado 12 de julio de 1997, el periódico Granma, en primera plana, publicó con un gran titular: “Información al pueblo.” “Identificados los restos del comandante ernesto che guevara.” “También fueron identificados los compañeros que cayeron junto a él. próximamente serán trasladados a cuba los restos mortales de los heroicos combatientes”.

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Después de treinta años, los restos del Che y sus compañeros, como Ave Fénix, salieron de las entrañas de la tierra de Vallegrande para continuar su batallar por los desposeídos de la Tierra. Mientras, nuevos elementos del papel de la CIA contra el Guerrillero Heroico se hacían públicos y nuevas campañas de desinformación se lanzaban contra él, pero, como dijo el Héroe Nacional de Cuba, José Martí, “la verdad una vez despierta no vuelve a dormirse”. El 20 de julio de 1997, el ex agente de la CIA, Phillip Agee, hizo declaraciones que fueron recogidas por el periodista Héctor Igarza y publicadas en el periódico mensual de opinión y análisis editado en Londres, Noticias, Latin America. En la primera plana de la edición correspondiente al mes de agosto de 1997, con un gran titular: “asegura ex agente: la cia mató al che”.­

Phillip Agee trabajó para la Agencia Central de Inteligencia durante­ doce años, todos ellos contra Cuba desde sus funciones como diplomático en Quito, Montevideo y Ciudad México. Su primer libro publicado en 1975, Inside the company, CIA diary (Dentro de la Compañía, diario de la CIA), provocó un escándalo de inmensas proporciones. Fue una contundente, detallada y sensacional denuncia de muchas de las operaciones clandestinas de esa agencia de espionaje en América Latina. Se orquestó una gran campaña contra Agee, y el Director de la CIA, en aquellos momentos, Richard Helms, ordenó intimidarlo. Su sucesor, William Colby, intentó enjuiciarlo por revelar secretos relacionados con la seguridad nacional. George Bush, también director de esa agencia, trató de culparlo de la muerte de Richard Welch, Jefe de la estación CIA en Atenas. En sus declaraciones, el ex agente expresó que la CIA mató al Che Guevara y planeó desde el mismo año 1959 la destrucción de la Revolución Cubana por el ejemplo que emanaba de ella. Comentó que las estaciones de la CIA en la región tenían como tarea número uno obtener información de las acciones que preparaba el Che, debido a su influencia en las guerrillas latinoamericanas, por lo cual era importante tenerlo siempre ubicado, y afirmó: “La CIA abrió un expediente al Che, en 1953, en Guatemala, meses antes del derrocamiento del gobierno de Jacobo Arbenz, a donde el joven médico había llegado en busca de trabajo. Allí se ligó a las milicias populares que exigieron las armas para enfrentar la intervención norteamericana. Cuando luego viaja a México y se une a Fidel y Raúl Castro, la preocupación fue entonces enfermiza”.

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Se hacen públicos los nuevos elementos del trabajo de la CIA contra el Che

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En La Habana, el periodista Heriberto Rosabal, del periódico Juventud Rebelde, publicó el 27 de julio de 1997 una entrevista a Phillip Agee, en la que le recordó que en unas declaraciones recientes él había expresado que no había ningún hombre más temido para la CIA que el Che Guevara, y que esa agencia de espionaje lo había asesinado. Agee respondió: “[...] de mi experiencia y mi memoria, recuerdo muy bien cómo la CIA como institución temía al Che y la razón era que entendía muy bien las condiciones objetivas de América Latina y conocía también la política del Che en cuanto a la lucha armada. Se estaba librando la guerra en Vietnam y se quería evitar otra insurgencia aquí en América Latina y eso era lo que estaba promoviendo el Che, organizando estas guerrillas. “Era por eso que la CIA temía tanto al Che, por sus ideas y su práctica, además de su ejemplo, y eso me hace concluir que la CIA sabía que si una persona podía llevar a cabo el establecimiento de una lucha continental, esa persona era el Che. “En Montevideo la estación CIA montó una trampa, como se hizo igualmente en toda América Latina, por si él trataba de entrar al continente por allí. Resultó que en 1965, creo que fue en ese año, Che desapareció, y el jefe de todas las operaciones contra Cuba dentro de la CIA hizo una gira por América Latina, insistiendo en el control de viajeros, porque no se sabía dónde estaba el Che y se pensaba que tal vez volviera a la América Latina. “El problema es que no había foto del Che sin barba. Por eso, un artista en la CIA dibujó un retrato suyo sin barbas. Cuando nos llegó, era exactamente como una foto. La estación de la Agencia en Uruguay dio copia de ella a cada miembro del

destacamento que tenía en el aeropuerto de Montevideo. Se les dijo que trataran de grabar aquella imagen en su cerebro y no la olvidaran. Ellos en realidad estaban más motivados con el contrabando que con una tarea como esa. Yo por lo menos nunca supe por dónde entró el Che para llegar a Bolivia, si fue por Montevideo, Sao Paulo, qué otro lugar. No fue detectado como sabemos, la CIA tardó meses en enterarse de que el Che había entrado a Bolivia. “En cuanto a que la CIA lo mató, no quiero decir que físicamente lo eliminó, porque se sabe que fue el sargento Mario Terán el ejecutor directo, pero es sabido que la CIA tuvo un papel principal en cercarlo, rastrearlo y detectarlo con avionetas, con cámaras fotográficas infrarrojas, en coordinación con las fuerzas especiales en el entrenamiento de rangers bolivianos; también participaron tipos como Félix Rodríguez, de origen cubano, entre otros”. El ex agente añadió que en la mañana del 9 de octubre, después que el Che pasó esa noche bajo control de los militares, llegó Félix Rodríguez con los oficiales bolivianos y como representante de la CIA, que era uno de varios que estaban trabajando con las fuerzas militares y del interior bolivianas, y que tenían la orden de eliminar al Che. Que Félix estuvo allá, fotografió el diario, intentó sin éxito interrogarlo y fue testigo del asesinato. En otra parte de la entrevista, Agee señaló: “Hay una controversia acerca del origen de la orden de asesinarlo, porque todo el mundo le quiere echar la culpa al otro. Hay muchos indicios de que la orden se dio en Washington, y eso quiere decir una decisión en la cual participó la CIA.” Una nueva campaña de desinformación comenzaba a gestarse cuando el 20 de julio de 1997, el agente de la CIA Félix

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Rodríguez afirmó en Miami que el gobierno cubano suplantó el cadáver del Che por otro con las mismas características anatómicas y con las manos cortadas. Esta descabellada declaración fue tomada por el periódico español ABC, y al reportarla el 24 de julio de 1997, decía que el ex agente de la CIA Félix Rodríguez había puesto en duda que los restos encontrados en una pista de Vallegrande fueran los del guerrillero cubano‑argentino. El diario afirmaba que, según Rodríguez, el cadáver del Che, así como los de otros guerrilleros, habrían sido enterrados en una fosa común en medio de la pista, a unos 600 metros de distancia del lugar donde fueron encontrados y que esos restos habían sido suplantados por el gobierno cubano con fines políticos. Las declaraciones del ex agente de la CIA tuvo inmediata repercusión en los medios de difusión, sobre todo en la prensa reaccionaria de todo el mundo. Especial divulgación encontró en Argentina. Sin embargo, el 17 de agosto de 1997, el periódico Clarín, de Buenos Aires, publicaba un reportaje titulado “intriga en miami”, del periodista Rogelio García Lupo, así como una entrevista al antropólogo forense argentino Alejandro Incháurregui, quien identificó los restos del Che. El periodista se refiere a una carta enviada desde Miami, Florida, a diferentes destinatarios, firmada por Gustavo Villoldo Sampera, otro de los agentes de la CIA que participó en Vallegrande contra la guerrilla del Che. Las cartas están fechadas en abril de 1997, y en ellas decía revelar el lugar donde se encontraban los restos del Che, pero en realidad se trataba de desviar la atención para obstaculizar el éxito de la misión o poner en duda si el Che era encontrado. En relación con estas cartas, el periodista Rogelio García Lupo, escribió:

“Esta documentación coincidía en la pista de Vallegrande aunque fijaba el punto exacto donde había que cavar a unos 200 metros del lugar donde realmente fueron hallados. Agregaba otro dato erróneo: los restos del Che habían sido enterrados junto a dos hombres, y no con seis de sus compañeros, como finalmente se los encontró. En todo caso, quien ofrecía esta orientación había participado íntimamente en los días de la guerrilla y suministraba detalles. El error era intencionado. “La fuente resultó ser el agente de la CIA, nacido en Cuba, Gustavo Villoldo, quien efectivamente fue miembro de la dotación de la agencia de Inteligencia de Estados Unidos enviada a Bolivia desde que la guerrilla del Che inició sus operaciones. Villoldo fue conocido entonces como ‘Eduardo González’ y tuvo a su cargo el interrogatorio a Jorge Vázquez Viaña [...]. “Ahora Villoldo ofreció espontáneamente sus pistas sobre el lugar donde estaba el cadáver del Che con su grueso margen de error que parece inexplicable a la vista de sus antecedentes de hace treinta años. Pero es razonable pensar que su discrepancia con el lugar y el número de cadáveres que había en la fosa, estaba creando la base de una duda pública sobre si los restos del Che le pertenecen o no [...]”. García Lupo concluía su reportaje con la afirmación: “La batalla de la CIA contra el Che continúa, así, después de su muerte”. En relación con la entrevista al forense argentino, el periodista aseveraba que para Alejandro Incháurregui no existían dudas en cuanto a la identificación de los restos del Che y puntualizaba que el único que la ha cuestionado era el agente de la CIA que participó de la persecución y muerte de Ernesto Guevara. García Lupo le pregunta al científico argentino:

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“¿La masa de comprobaciones que ustedes han hecho son suficientes para tener la seguridad más completa de que son los restos del Che? “—Absolutamente. “—Me refiero a este ex agente de la CIA que dice que pudo haber una sustitución de restos... “—Primero, uno utiliza métodos científicos verificables por cualquiera. La identificación de los restos del Che resultó fácil por la abundancia de datos premorten que había. Contábamos con las radiografías de todas las raíces de las piezas dentarias que él tenía; teníamos medidas craneométricas, teníamos fotos. Él se hizo una ficha tropométrica y ficha odontológica antes de salir de Cuba, a fin de ser identificados sus restos si moría, con lo cual era una información riquísima. “—Un banco de datos excepcional. “—Excepcional... Teníamos, además, algunos rasgos de él como la protuberancia de los arcos superciliares. Además, una autopsia. Al Che le hicieron una autopsia hace treinta años y las lesiones se fueron correspondiendo con las de los restos óseos. Encontramos hasta el desgaste de los incisivos superior derecho e inferior con los que mordía la pipa y era el único esqueleto al que le habían amputado las manos. “—Discutir el tema del ADN, ¿en qué puede afectar la credibilidad del informe? “—Hacer el ADN sería una exquisitez. Estaría de más. La descalificación viene de un agente de la CIA, no de un científico. “—¿Habría una campaña en ese sentido? “—A mí me encantaría porque sería muy fácil desmentirla.” La prensa reaccionaria internacional continuó divulgando ampliamente diferentes elementos difamadores del comandan-

te Guevara, elaborados por algunos de los agentes de la CIA, o escritores y periodistas al servicio de esa agencia, tratando de deteriorar la imagen y el prestigio del Che, y hacer creer al mundo que esa entidad y el Gobierno de los Estados Unidos nada tuvo que ver con el crimen, que lo querían mantener vivo para llevarlo a una base a Panamá, con el fin de interrogarlo. Que los asesinos que planearon y ejecutaron su muerte fueron los bolivianos. Algunos de esos escritores viajaron varias veces a Cuba o vivieron en el país, para poder así tratar de legitimar sus calumnias y desinformaciones. El 28 de septiembre de 1997, el periódico Juventud Rebelde publicó una entrevista formulada por René Tamayo León, y con la traducción de Víctor Pineda, a los juristas norteamericanos Michael Ratner y Michael Steven Smith, miembros activos del Colegio Nacional de Abogados de los Estados Unidos. Ambos juristas tuvieron acceso a los legajos secretos del FBI, y comprobaron que esa agencia de espionaje confeccionó, en los años 50, una lista de personas sospechosas de ser comunistas que llegó a sumar 450.000 nombres y que uno de ellos era Ernesto Guevara de la Serna, que legalmente se suponía que el FBI no se involucraba en asuntos de Inteligencia interna­cional, papel que le correspondía a la CIA. Confeccionaron el expediente con informaciones propias, pero, sobre todo, con las de la CIA y otras veinte agencias de espionaje del Gobierno de los Estados Unidos. Junto a la CIA, el FBI estuvo muy activo en la organización de complot contra el Che, según demuestra una parte de los documentos desclasificados de su archivo y recopilados en el libro Che Guevara and the FBI. Los documentos compilados por los dos abogados norteamericanos demuestran cómo miles de

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latinoamericanos que se oponen de alguna manera a las políticas de Washington, son vigilados inescrupulosamente, donde el asesinato no está descartado. Michael Ratner señaló que después de un proceso legal de desclasificación, lograron que el FBI le enviara dos cajas de documentos, alrededor de 1 000, que iban desde 1954 hasta 1968, pero aseguró que no eran todos, que quizá sea una minoría y que están bastantes tachados, además que hay otros documentos no revelados que pueden ir mucho más allá de su muerte y quiere obtenerlos también, en especial los que demuestran que el espionaje estadounidense trataba de asesinar al Che. Indicó que la CIA estaba interesada, en extremo, en cualquiera de las debilidades físicas del Che, presuntamente para explotarlas en un eventual complot, que enfocó la atención en el asma y la necesidad de inhaladores y buscaba vías para impedirle el acceso a esas medicinas, o inocularle veneno a través de ellas. Señaló que en 1964, el FBI solicitó una copia de sus huellas digitales y se preguntó si esa petición era parte de un plan para matarlo y asegurarse que tenían a la persona correcta. Michael Steven Smith expresó que cuando Guevara fue asesinado, en el lugar estaban dos agentes de la CIA, ambos de origen cubano y pagados por la Agencia desde los años 50, uno de ellos era Eduardo González, y el otro, Félix Rodríguez, a la que le sirvió en Cuba, El Salvador e Irán, y recibió una placa por sus servicios, que al día siguiente del crimen, el Departamento de Relaciones Exteriores de Bolivia reportó a la CIA sobre el acontecimiento. Añadió que las tropas bolivianas que habían capturado y ejecutado al Che fueron entrenadas y supervisadas por soldados estadounidenses, venidos desde Vietnam para este

fin, y aunque fueron los militares de ese país quienes lo asesinaron, las órdenes procedían de la CIA, que pagó por dispositivos inteligentes que se colocaban en los aviones para rastrearlo y localizarlo. También expresó que la CIA y el FBI y otras veinte fuentes: el Ejército, la Marina, la Fuerza Aérea, el Departamento del Tesoro, prácticamente todas las agencias, lo espiaban. Muchos eran del Servicio de Transmisión de Radio, un espionaje especial para la escucha radial: abrían files de sus discursos, entrevistas, viajes. Todos mantenían sobre él un seguimiento continuo desde 1954, más intenso después de 1959, y sólo le perdieron el rastro cuando se fue para África. Manifestó que el primer indicio apareció alrededor de 1952, cuando quiso viajar a Miami, pero el verdadero rastreo comenzó en 1954, en Guatemala, durante el golpe militar contra Arbenz. Michael Ratner afirmó que la CIA suministraba la información al FBI, que tenía agentes en toda América Latina, en los sindicatos, en las asociaciones culturales, y como el Che fue a trabajar a Guatemala en esa época, de inmediato la CIA lo rastreó y una de las notas sobre él habla de un médico de nacionalidad argentina, a quien debía abrírsele un expediente. Se señalaba que trató de organizar una resistencia al golpe, y cuando la Agencia supo aquello, se dijo: “Lo mejor es que comencemos a hacerle una guerra a este hombre”. Michael Steven Smith acotó que el expediente iniciado entonces se convirtió con el tiempo en uno de los mayores de la Historia. El espionaje de los Estados Unidos contra los latinoamericanos era y continúa siendo, masivo. Numerosas agencias esta- dounidenses comparten información y conspiran para asegurarse de que sólo los líderes aceptables para Washington

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suban al poder. Y en esa tarea tienen entre sus principales aliados a los servicios de Inteligencia de la región. Ratner agregó que durante la lucha en la Sierra Maestra, el Che también fue espiado, aunque no tenían evidencias de quiénes eran los informantes. Sabían que había gente de la prensa entre ellos y que sobre esta etapa muchas de las tarjetas que les entregó el FBI tienen partes tachadas, y quizás ahí están los nombres de los informantes. Que otro método fue la utilización de periodistas estadounidenses que subían a la Sierra para entrevistar a Fidel y hablaban con el Che y luego iban a la Embajada de los Estados Unidos en La Habana y hacían los informes correspondientes. No todos los reporteros desempeñaban un papel negativo y citó el caso de Hebert Matthews, quien, después de presentar un informe objetivo, por poco pierde su trabajo. Ratner continuó narrando que uno de los documentos elaborados por la CIA incluye la apariencia física del Che, su procedencia, sus creencias políticas, su relación con Fidel, sus hábitos de lectura y una discusión sobre si era o no comunista, también aparecen sus lecturas preferidas y lo caracterizaban como “bien intelectual para ser latino”. Lo veían como un latinoamericano más, que no estaba de acuerdo con los Estados Unidos porque era joven y procedía de un país pobre y atrasado. El señor Steven añadió que, de acuerdo con esos documentos, su hostilidad no tenía bases reales, sino que era una actitud, bastante común entre los jóvenes latinoamericanos, poseer una hostilidad emocional de un habitante nacionalista proveniente de un país pequeño, atrasado y débil, hacia un país grande, rico y fuerte. También aparece en los documentos desclasificados que el Che no tenía ningún interés personal, que luchaba de una

manera incondicional y por la liberación de los pueblos, que no perseguía un poder personal. Opinaban que era un hombre extremadamente valiente, sin temor y que contaba con la fidelidad de quienes le rodeaban, que era un intelectual y los libros que leía no sólo eran políticos. Steven afirmó que la CIA tenía un espía, probablemente un periodista estadounidense, que durmió junto al Che durante una semana mientras esperaba una entrevista con Fidel. El agente escribió que por las noches el Che se fumaba un tabaco grandísimo y le leía libros a sus soldados, y esta persona estaba tan interesada en cada detalle relacionado con el Che, que, incluso, reportó de sus hábitos de bañarse. El señor Ratner expresó que una de las estrategias del servicio de espionaje era utilizar la prensa, para fabricar criterios adversos contra Cuba y luego decir a la opinión pública que los Estados Unidos querían mejorar las relaciones con la Isla, pero la realidad allí no lo permitía. Uno de los últimos documentos que consiguieron contenía un sumario de once páginas de una reunión privada, en julio de 1968, entre el editor del New York Times y Richard Goodwin. Este funcionario trabajaba para el presidente Lyndon B. Johnson y quería —revela el file— que el New York Times publicase un artículo sobre la posibilidad de crear una división entre Moscú y La Habana, y trató de dar un número de ejemplos de la oposición por parte de Fidel Castro hacia el tipo de comunismo soviético. El señor Steven señaló que a excepción de pequeños magazines progresistas, en los Estados Unidos el Che es mostrado como un asesino puritano. Era rechazada su ideología, se le tenía miedo, y el Gobierno, por medio de la prensa, buscaba me-

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ter en las mentes de los lectores que las revoluciones estaban en desuso. Querían enterrar el pensamiento del Che junto a sus restos, pero se estaba produciendo un cambio, que, aunque pequeño, apunta al futuro. Comentó que los quinceañeros de hoy se están replanteando las cosas, carecen de los prejuicios inculcados por el fantasma de la Guerra Fría, y es posible que estos puedan conocer un poco más y mejor al Che. Decía Lincoln que una nación que hace esclava a otra no puede ella misma ser libre, precisó. Vaticinó que aunque ya hace treinta años de su muerte, y casi cincuenta del inicio del chequeo de los servicios de espionaje de los Estados Unidos sobre el Che, con este renacer de su ideal, si alguna vez cerraron su expediente, lo van a reabrir. El señor Ratner indicó que hace algunas semanas obtuvo un documento que trataba de decir a la Agencia quién era el Che Guevara. Debido al interés creciente —en especial de los jóvenes del mundo— por su vida, los servicios de espionaje estadounidenses pueden estar yendo hacia atrás y si lo creen necesario reabrirán el caso, que el Che Guevara y el FBI descubren al mundo la forma en que su figura fue perseguida tan insidiosamente. Pero su trascendencia está en que estos documentos del FBI dicen mucho sobre cómo actúan los Estados Unidos y cómo miran hacia América Latina. Ratner coincide con el periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano, en relación con los desclasificados, al decir: “Muy elocuentes sobre el prejuicio de Washington, su desdén y su ignorancia”. En ocasión del treinta aniversario del asesinato del Che en Bolivia, destacadas personalidades políticas, culturales, cientí-

ficas, obreras, estudiantiles, y pueblo en general del mundo entero le rinden grandes homenajes. Los enemigos del Che y de la Revolución Cubana intensificaron una maratónica campaña calumniosa, manipulada y tergiversada, que incluyó documentales, artículos, reportajes y varias biografías, repitiendo los mismos intereses de la CIA. Seguramente no pasarán muchos años en que nuevos documentos se desclasifiquen y volvamos a conocer cómo se orquestaron estas campañas, tal como sucedió en el mes de diciembre de 1977, cuando estalló un gran escándalo en los Estados Unidos, al publicar el New York Times una serie de documentos sobre la CIA y los Medios de Difusión, con un titular de primera plana que decía: “red mundial de propaganda construida y consolidada por la cia”. “Nueva York, Dic. 28 (UPI). El diario The New York Times concluyó hoy la publicación de una serie de tres artículos sobre la penetración del Servicio Central de Inteligencia (CIA) en la prensa norteamericana, coincidentemente con el comienzo de audiencias de una subcomisión del Congreso en Washington sobre el tema”. En uno de los artículos, el diario neoyorkino sostiene que la CIA habría montado en décadas pasadas, durante el tenso período de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, una vasta red mundial de propaganda, utilizando a algunos corresponsales norteamericanos y periodistas extranjeros, financiando periódicos y revistas y la publicación de libros. “La mayor parte de las publicaciones y organizaciones mencionadas —señala el diario—, dijeron no tener conocimiento de esos vínculos. Como fuente de sus afirmaciones el Times

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ofrece declaraciones confidenciales de antiguos agentes de la CIA o periodistas, que en la mayoría de los casos no identifica. “Entre las organizaciones periodísticas extranjeras subsidiarias, según el Times, llegaron a contarse publicaciones de renombre como París Match. Además —añade el artículo—, la CIA habría financiado periódicos, en su mayoría órganos de habla inglesa en capitales extranjeras, mencionando entre ellos al Daily American, de Roma, el Times, de Bruselas, el Times, de Manila, el World, de Bangkok y el Evening News, de Tokio. También dice que la CIA habría colocado agentes suyos en el South Pacific Mail, de Santiago de Chile, el Chronicle, de Guyana, el Sun, de Haití y el Daily Journal, de Caracas [...]. “La CIA —dice el artículo— tuvo agentes en una cantidad de servicios noticiosos extranjeros, incluyendo Latín, la agencia de noticias latinoamericana operada por la agencia británica Reuters y la organización Rithaus de Escandinavia. “Aunque hubo agentes de la CIA en oficinas extranjeras de The Associated Press y United Press International, se dice que la CIA no tuvo ninguno en Reuters debido a que esa agencia es británica y, por lo tanto, un blanco potencial del Servicio de Inteligencia británico. Pero, fuentes familiarizadas con la situación dicen que la CIA ocasionalmente tomó prestados ‘bienes’ (periodistas simpatizantes) británicos en Reuters con el fin de plantar informaciones. [...] “Según el diario, la CIA habría penetrado también en diversas formas a otras grandes organizaciones periodísticas de Estados Unidos, como las cadenas de televisión ABC y CBS, las revistas Times y Newsweek y los diarios The New Times, The Christian Science Monitor y otros, algunas veces con el conocimiento de sus editores.

“El diario dice también que la CIA habría canalizado propaganda por medio de agencias de artículos especiales, como Editors Press Service, que pertenecía a Joshua B. Powers. Él declaró que este no era el caso aunque tenía amigos en la CIA, que sólo recuerda un vínculo ocasional con la CIA, en que fondos de la organización fueron utilizados para pagar un viaje del columnista Guillermo Martínez Márquez por América Latina en la década de 1960 [...]. “Según el Times, la CIA habría subsidiado asimismo en el pasado publicaciones en Estados Unidos, en su mayoría vinculadas a periodistas cubanos exiliados por intermedio de una compañía llamada Foreign Publicationes Inc. [...]. “En el último artículo, publicado hoy, el Times se refiere a la vinculación de algunos corresponsales norteamericanos con la CIA, muchas veces sin el conocimiento de sus editores. Señala dos clases de relación, una basada en el pago de honorarios y la otra como cooperación no rentada de periodistas simpatizantes con la organización. Entre estos últimos menciona al fallecido Jules Dubois, del Chicago Tribune, que fuera prominente corresponsal sobre asuntos latinoamericanos, y a Sam Poper Brewers, un corresponsal del propio New York Times en el Oriente Medio.” Los trabajos periodísticos del New York Times provocaron un gran escándalo, aunque sus revelaciones no eran otra cosa que confirmar lo que era bien conocido para muchos analistas y observadores políticos. Se sabe que la CIA financió por determinados períodos e, incluso, años, a periodistas, escritores y académicos sociales para que escriban o investiguen sobre determinados temas de interés para esa agencia de espionaje norteamericana, o que, encubriéndose en la ac-

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tividad de investigación académica o periodística, cumplieran misiones específicas.

Alto oficial boliviano reconoce los motivos por lo que ocultaron el cadáver del Che Desde la ciudad de Cochabamba, el general boliviano Luis Antonio Reque Terán ofreció una entrevista a su hija Jeanine, que fue publicada el 13 de julio de 1997, en el periódico Los Tiempos, de esa ciudad. Algunas de las preguntas y respuestas fueron las siguientes: “—En su criterio, ¿cuál ha sido la razón para que el tema del paradero del cadáver del Che haya sido tan celosamente guardado al punto de dar lugar a mil especulaciones? “—En la época en que el Che fue eliminado, se dispuso que sea enterrado en secreto y que eso no se le divulgara a nadie. Tanto es así, que solamente tres personas profesionales del Ejército conocían exactamente el lugar del entierro. “—¿Quiénes eran esas personas? “—El Jefe de Inteligencia, el Jefe de Personal y el Jefe de Estado Mayor de la 8va. División. [Se refiere al mayor Arnaldo Saucedo Parada y a los coroneles Ricardo González Lock y Joaquín Zenteno Anaya, respectivamente.] “—Independientemente de ellos, ¿el Alto Mando no conocía? “—El lugar de enterramiento, no. “—Se especulaba, incluso, que el Che fue cremado, pero, ¿por las investigaciones que ahora se están realizando ese hecho no se verifica? “—Podríamos decir que empíricamente se aplicó una suerte de guerra psicológica al desviar la información a diferentes 414

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fuentes y formas de enterramiento y desaparición del cadáver. Se dijo que fue incinerado, enterrado en un lugar y otro, precisamente para diluir el origen. “—¿Cómo supo y dio a conocer las primeras pistas que el Che estaba enterrado en Vallegrande el general Mario Vargas Salinas? “—En Vallegrande estaba enterrado, nadie negó ese hecho. En algún lugar de Vallegrande, sí. Mario Vargas dijo que estaba en el hospital y en la pista, pero no dijo dónde, porque no conocía el lugar exacto, porque como dije, sólo tres personas conocían el lugar del enterramiento. “—¿Qué razón había para ocultar el lugar donde estaba enterrado el Che? “—Evitar lo que está ocurriendo ahora, la afluencia de gente de izquierda que busca convertirlo en el héroe máximo del país”. En la entrevista el general Reque Terán dejó al descubierto los reales propósitos que llevaron a los militares bolivianos y a la CIA a mentir en relación con los destinos del cadáver del Che. Esta confesión no era otra cosa que admitir las valoraciones señaladas por el Comandante en Jefe Fidel Castro, cuando en la comparencia televisiva, del día 15 de octubre de 1967, avizoró las razones por las cuales los altos jefes militares de Bolivia ocultaron el lugar donde enterraron al Guerrillero Heroico. Esa noche, Fidel afirmó que los asesinos, sabiéndose condenados por la Historia, tenían el temor de que el sitio donde estaba enterrado se convirtiera en un lugar de peregrinación, y el deseo de privar al movimiento revolucionario hasta de un símbolo, un sitio o un punto, en dos palabras: el miedo al Che después de muerto. 415

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Los que consideraron que asesinando y desapareciendo al Che, acababan con sus ideas y ejemplo, se equivocaron: la Historia y los pueblos no olvidan. El mismo día de la entrevista del general Reque Terán, el periódico Presencia reportó que una vez exhumados los restos de los guerrilleros y llevados a Santa Cruz, la población vallegrandina visitó masivamente la fosa vacía para prender unas cuantas velas, dejar ramos de flores y, sobre todo, recoger un poco de tierra como recuerdo del Che.

Che en Santa Clara, un lugar para combatir por el socialismo El 17 de octubre de 1997, los restos del Che y sus compañeros fueron depositados en el mausoleo erigido en la ciudad de Santa Clara. Allí, Fidel expresó:­ “Familiares de los compañeros caídos en combate; “Invitados; “Villaclareños; “Compatriotas: “Con emoción profunda vivimos uno de esos instantes que no suelen repetirse. No venimos a despedir al Che y sus heroicos compañeros. Venimos a recibirlos. “Veo al Che y a sus hombres como un refuerzo, como un destacamento de combatientes invencibles, que esta vez incluye no sólo cubanos sino también latinoamericanos que llegan a luchar junto a nosotros y a escribir nuevas páginas de historia y de gloria.

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“Veo además al Che como un gigante moral que crece cada día, cuya imagen, cuya fuerza, cuya influencia se ha multiplicado por toda la Tierra. “¿Cómo podrá caber bajo una lápida? “¿Cómo podrá caber en esta plaza? “¿Cómo podría caber únicamente en nuestra querida pero pequeña isla? “Sólo en el mundo con el cual soñó, para el cual vivió y por el cual luchó, hay espacio suficiente para el. “Más grande será su figura cuanta más injusticia, más explotación, más desigualdad, más desempleo, más pobreza, hambre y miseria imperen en la sociedad humana. “Más se elevarán los valores que defendió cuanto más crezca el poder del imperialismo, el hegemonismo, la dominación y el intervencionismo, en detrimento de los derechos más sagrados de los pueblos, especialmente los pueblos débiles, atrasados y pobres que durante siglos fueron colonias de Occidente y fuentes de trabajo esclavo. “Más resaltará su profundo sentido humanista cuantos más abusos, más egoísmo, más enajenación, más discriminación de indios, minorías étnicas, mujeres, inmigrantes; cuantos más niños sean objeto de comercio sexual u obligados a trabajar en cifras que ascienden a cientos de millones, cuanta más ignorancia, más insalubridad, más inseguridad, más desamparo. “Más descollará su ejemplo de hombre puro, revolucionario y consecuente mientras más políticos corrompidos, demagogos e hipócritas existan en cualquier parte. “Más se admirara su valentía personal e integridad revolucionaria mientras más cobardes, oportunistas y traidores pueda haber sobre la Tierra; más su voluntad de acero mientras más 417

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débiles sean otros para cumplir el deber; más su sentido del honor y la dignidad mientras más personas carezcan de un mínimo de pundonor humano; más su fe en el hombre mientras más escépticos; más su optimismo mientras más pesimistas; más su audacia mientras más vacilantes; más su austeridad, su espíritu de estudio y de trabajo, mientras más holgazanes despilfarren en lujos y ocios el producto del trabajo de los demás. “Che fue un verdadero comunista y hoy es ejemplo y paradigma de revolucionario y de comunista. “Che fue maestro y forjador de hombres como él. Consecuente con sus actos, nunca dejó de hacer lo que predicaba, ni de exigirse a sí mismo más de lo que exigía a los demás. “Siempre que fue necesario un voluntario para una misión difícil, se ofrecía el primero, tanto en la guerra como en la paz. Sus grandes sueños los supeditó siempre a la disposición de entregar generosamente la vida. Nada para él era imposible, y lo imposible era capaz de hacerlo posible. “La invasión desde la Sierra Maestra a través de inmensos y desprotegidos llanos, y la de la ciudad de Santa Clara con unos pocos hombres, dan testimonio, entre otras acciones, de las proezas de que era capaz. “Sus ideas acerca de la revolución en su tierra de origen y en el resto de Suramérica, pese a enormes dificultades, eran posibles. De haberlas alcanzado tal vez el mundo de hoy habría sido diferente. Viet Nam demostró que podía lucharse contra las fuerzas intervencionistas del imperialismo y ven­cerlas. Los sandinistas vencieron contra uno de los más poderosos títeres de Estados Unidos. Los revolucionarios salvadoreños estuvieron a punto de alcanzar la victoria. En África el apartheid, a pesar de que poseía armas nucleares,

fue derrotado. China, gracias a la lucha heroica de sus obreros y campesinos, es hoy uno de los países con más perspectivas en el mundo. Hong Kong tuvo que ser devuelto después de 150 años de ocupación, que se llevó a cabo para imponer a un inmenso país el comercio de drogas. “No todas las épocas ni todas las circunstancias requieren de los mismos métodos y las mismas tácticas. Pero nada podrá detener el curso de la Historia, sus leyes objetivas tienen perenne validez. El Che se apoyó en esas leyes, tuvo una fe absoluta en el hombre. Muchas veces los grandes transformadores y revolucionarios de la humanidad no tuvieron el privilegio de ver realizados sus sueños tan pronto como lo esperaban o lo deseaban, pero más tarde o más temprano triunfaron. “Un combatiente puede morir, pero no sus ideas. ¿Qué hacía un hombre del gobierno de Estados Unidos allí donde estaba herido y prisionero el Che? ¿Por qué creyeron que matándolo dejaba de existir como combatiente? Ahora no está en La Higuera, pero está en todas partes, donde quiera que haya una causa justa que defender. Los interesados en eliminarlo o desaparecerlo no eran capaces de comprender que su huella imborrable estaba ya en la Historia y su mirada luminosa de profeta se convertiría en un símbolo para todos los pobres de este mundo, que son miles de millones. Jóvenes, niños, ancianos, hombres y mujeres que supieron de él, las personas honestas de toda la Tierra, independientemente de su origen social, lo admiran. “Che está librando y ganando más batallas que nunca. “¡Gracias, Che, por tu historia, tu vida y tu ejemplo! “¡Gracias por venir a reforzarnos en esta difícil lucha que estamos librando hoy para salvar las ideas por las cuales tanto

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luchaste, para salvar la Revolución, la patria y las conquistas del socialismo, que es parte realizada de los grandes sueños que albergaste!. “Para llevar a cabo esta enorme proeza, para derrotar los planes imperialistas contra Cuba, para resistir el bloqueo, para alcanzar la victoria, contamos contigo. “Como ves, esta tierra que es tu tierra, este pueblo que es tu pueblo, esta revolución que es tu revolución, sigue enarbolando con honor y orgullo las banderas del socialismo. “¡Bienvenidos, compañeros heroicos del destacamento de refuerzo! ¡Las trincheras de ideas y de justicia que ustedes defenderán junto a nuestro pueblo, el enemigo no podrá conquistarlas jamás! ¡Y juntos seguiremos luchando por un mundo mejor! “¡Hasta la victoria siempre!” Santa Clara, 17 de octubre de 1997.

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Fotografías donadas a los autores por el periodista boliviano Rodolfo Saldaña

Arriba: En La Higuera, hace sol pero el clima es frío y seco a más de 2 mil metros de altura sobre el nivel del mar. Abajo: Los jóvenes de América Latina entrando a La Higuera en la Primera Marcha Latinoamericana en homenaje al Che y sus compañeros. 8 de octubre de 1987.

Frente a la antigua escuelita de La Higuera donde asesinaron al comandante Guevara, al boliviano Simeón Cuba y al peruano Juan Pablo Chang-Navarro el 9 de octubre de 1967. A lo lejos, las alturas del Abra del Picacho.

 Con los niños de La Higuera y sus alrededores, a quienes entregaron juguetes, libros y otros utensilios escolares. 8 de octubre de 1987

Una niña de La Higuera es entrevistada. 8 de octubre de 1987.

Arriba: Los jóvenes de América Latina junto a los residentes de La Higuera y Pucará. Abajo: En La Higuera, ante el acto cultural por el XX Aniversario.

Arriba: Un campesino de la zona es entrevistado. Al fondo, la imagen del comandante Guevara. 8 de octubre de 1987. Abajo: Los jóvenes de América Latina ante el pedestal donde está el busto del Che antes de ser develado junto a la bandera boliviana.

Arriba: El brindis, agüita de quirusilla, Salud, Guevara. Centro: Primer monumento boliviano al Che en La Higuera, develado el día 8 de octubre de 1987 a las 11:30. am. Izquierda: Jóvenes argentinos en la Marcha Latinoamericana en homenaje al Che y sus compañeros.

Los jóvenes de América Latina en peregrinación de Pucará a La Higuera.

Jóvenes latinoamericanos en Pucará.

Fotografías donadas a los autores por el periodista boliviano Rodolfo Saldaña

Arriba: Alto Yuro, lugar donde el Che sostuvo el último combate. Abajo: Pucará, la población más cercana a La Higuera. Pucará, en quechua, significa fortaleza.

Pueblo de Pucará a unos cinco kilómetros de La Higuera, durante los días de la búsqueda de los restos del Che y sus compañeros.

Cementerio de Vallegrande. Reclutas bolivianos limpiando el terreno para cavar las fosas en busca de los restos. En lo alto, periodistas.

Reclutados bolivianos en la búsqueda de los restos en Vallegrande.

Momentos de consultas e intercambio durante el trabajo en Vallegrande.

Arriba: Personal boliviano y especialistas durante el arduo trabajo de excavación en Vallegrande. Abajo: Periodistas, personal técnico y especialistas argentinos y cubanos durante la excavación de Vallegrande.

Fotografías donadas a los autores por el Dr. Juan Fernández (argentino).

Arriba: Al fondo se observa el techo de la edificación que fue construida en Vallegrande, lugar donde estuvieron enterrados el Che y sus compañeros. Abajo: Vista del cementerio de Vallegrande desde la parte externa.

Sitial histórico construido en Vallegrande en el mismo lugar donde aparecieron los restos del comandante Ernesto Guevara, y de los combatientes cubanos, Alberto Fernández Montes de Oca (Pacho), René Martínez Tamayo (Arturo), Orlando Pantoja Tamayo (Antonio); los bolivianos Aniceto Reinaga (Aniceto) y Simeón Cuba (Willy); y el peruano Juan Pablo Chang-Navarro (el Chino).

Mural donde aparece la imagen del Che con dos niños bolivianos.

Arriba: Interior del Sitial Histórico en el que se le rinden homenaje de recordación al comandante Guevara y a sus compañeros. Abajo: Fosa donde fueron encontrados los restos en junio y julio de 1997. Las piedras tienen los nombres de los guerrilleros enterrados junto al comandante Guevara.

Arriba: Lavandería del Hospital donde fueron llevados los cadáveres el 9 de octubre de 1967. Abajo: Hospital Señor de Malta en Vallegrande, lugar histórico donde le hicieron la autopsia al comandante Guevara.

Arriba y abajo: El antiguo lavadero donde fue situado el cadáver del comandante Guevara para hacerle la autopsia y luego exhibirlo durante los días 9 y 10 de octubre de 1967. Hoy, lugar histórico.

Arriba: Entrada a la escuelita Centro: La escuelita de La Higuera donde fue asesinado el Che, el 9 de octubre de 1967, hoy reconstruida.

Interior de la escuelita de La Higuera.

Paredes de la lavandería del Hospital Señor de Malta.

Arriba: Graciela Rodríguez, lavandera del Hospital de Vallegrande. Ayudó a la enfermera Susana Osinagas a vestir el cuerpo sin vida del Che. Abajo: Susana Osinagas, enfermera que participó en la preparación del cadáver del Che. Ella lo desvistió y bañó el 9 de octubre, día de su muerte.

Arriba: Élida Hidalgo, la maestra, junto a Eugenio Rosell y el doctor Gerardo Muñoz. A la izquierda el excorregidor de Pucará. Abajo: Susana Osinagas, enfermera que participó en la preparación del cadáver del Che.

Arriba: El presidente de Bolivia Evo Morales, el embajador de Cuba, Rafael Daussá Céspedes, y otras personalidades, inauguran una posta médica en La Higuera, 14 de junio de 2006. Centro: Acto de recordación al natalicio del Che. La Higuera, 14 de junio de 2006. Izquierda: Participantes en el acto del 14 de junio de 2006. Fotos: Archivos del periódico Granma.

Homenaje al Che en La Higuera.

Índice

Activa participación de la CIA y la embajada de los Estados Unidos en Bolivia contra el movimiento guerrillero / 7 Nace el Ejército de Liberación Nacional de Bolivia / 7 Inicio de la campaña de desinformación / 11 Los norteamericanos envían armas, vituallas, asesoresy agentes de la CIA / 16 El embajador norteamericano en Bolivia informa a Washington / 20 Primeras acciones de la CIA contra la guerrilla de Ñacahuasú / 21 Viajan oficiales y agentes de la CIA a Camiri / 24 Los Estados Unidos envían a los expertos de la guerra contra Vietnam para adiestrar a los soldados bolivianos / 29 Represión contra dirigentes mineros, sindicales y políticos / 31 Barrientos ordena destruir la revista Crítica / 36 Los guerrilleros llegan a Caraguatarenda / 38 La CIA elabora un plan para interrogar al revolucionario boliviano Jorge Vázquez Viaña / 41

La CIA y su intromisión en las fuerzas armadas y otros sectores bolivianos / 43 Caos, desorden, desmoralización y asesinatos dentro del ejército / 43 La CIA controla las oficinas del correo central de La Paz y los teléfonos / 55 La CIA interviene directamente en el control del correo y la central telefónica de la ciudad de La Paz / 58 La CIA envía espías disfrazados de campesinos y compradores de productos / 62 La embajada norteamericana, instrumento de represión en las minas / 63 La campaña de que el Che había sido asesinado en Cuba se mantiene / 75 Presencia guerrillera en Samaipata / 76 Los estudiantes se rebelan contra el régimen de Barrientos / 80 Contradicciones entre los funcionarios norteamericanos y los bolivianos / 84 Un especialista en desinformación llega a La Paz / 87

La CIA en la intensa represión en Bolivia / 91 Control y represión contra periodistas de diversas agencias de noticias / 91 Llega a La Paz el editor italiano Feltrinelli / 97 La extraña muerte del editor italiano Feltrinelli / 105 Dos nuevos prisioneros son interrogados por la CIA / 107 Tania, la Guerrillera / 110 El pueblo boliviano se enfrentó a una intensa represión / 117 Los norteamericanos inspeccionan los envíos de armas a Bolivia / 124

Protestas de los maestros en la ciudad de La Paz / 129 Presencia norteamericana en Bolivia y reacción de la población / 131 Red de apoyo urbano / 137 Próximo al combate de la Quebrada del Yuro / 141

El papel de la CIA en el asesinato del Che / 144 El 8 de octubre de 1967 / 144 Comienzo del combate / 146 Combate del Che en el Yuro / 148 Marcha hacia la inmortalidad / 151 La noche del 8 de octubre en La Higuera / 153 El 8 de octubre en la ciudad de La Paz / 156 Decisión en Washington / 157 Mensaje desde Washington / 158 Medianoche en La Higuera / 159 Día 9 de octubre en La Higuera / 161 La mañana del 9 de octubre en la ciudad de La Paz / 163 El agente de la CIA recibe un mensaje cifrado / 165 El cadáver del Che es trasladado a Vallegrande / 167 Repercusión de la llegada del cadáver del Che a Vallegrande / 168 Los periodistas de Camiri viajan a Vallegrande / 169 Los agentes de la CIA y los oficiales bolivianos festejan la muerte del Che / 171 Le cortan las manos al Che y desaparecen el cadáver / 173 Cuatro guerrilleros son asesinados / 181 Represión contra los periodistas / 183

Repercusión mundial por el asesinato del Che / 185 Se confirma en Cuba el asesinato del Che / 185 Condena mundial por el asesinato del Che / 187

Los agentes de la CIA contra Regis Debray y Ciro Roberto Bustos / 201 Continúa la represión en Bolivia / 201 Condena contra Regis Debray y Ciro Roberto Bustos / 204 Antecedentes de dos de los mercenarios de origen cubano utilizados por la CIA contra la guerrilla del Che / 210 Félix Ramos, el otro agente de la CIA / 212

El Diario del Che en Bolivia y la nueva campaña de desinformación de la CIA / 219 La CIA comienza a tejer una nueva campaña de desinformación / 219 Negociaciones para vender el Diario del Che / 220 Malestar dentro de las Fuerzas Armadas de Bolivia y fuga de los sobrevivientes de la guerrilla / 225 El Diario del Che en Bolivia comienza a distribuirse gratuitamente en La Habana / 229 Reunión urgente en el alto mando militar de Bolivia / 230 Comenzó el sumario militar sobre la fuga del Diario del Che / 235

Revelaciones del exMinistro del Interior de Bolivia, Antonio Arguedas, sobre la participación de la CIA en los asuntos internos de su país / 237 Antonio Arguedas revela cómo fue reclutado por la CIA / 237

Antonio Arguedas, ministro del Interior de Bolivia, burla a la CIA / 240 Arguedas sale de Chile rumbo a Londres / 245 Arguedas viaja a Nueva York‑Lima‑La Paz / 251 Repudio a los Estados Unidos. Cambio de embajador norteamericano en Bolivia / 258 Nuevo escándalo en La Paz después de las revelaciones de Antonio Arguedas / 262 Por qué los campesinos bolivianos colocan las piedras / 266 Contradicciones entre Barrientos y Ovando / 268 Intervención de Stan Newens ante el Parlamento inglés / 270

Contradicciones en las altas esferas de gobierno y las Fuerzas Armadas de Bolivia. Injerencia permanente de los Estados Unidos / 277 Brindis por el Che Guevara / 277 Nuevas revelaciones en La Paz / 280 La muerte del general René Barrientos Ortuño / 288 Toma de posesión del nuevo presidente y atentado contra Antonio Arguedas / 295 Ajusticiamiento de Honorato Rojas. Represión en Cochabamba / 299 Las emisoras de radio de Bolivia difunden un nuevo mensaje de Inti Peredo / 301 Represión contra la familia del guerrillero Benjamín Coronado / 303 Fin del gobierno de Luis Adolfo Siles Salinas / 305 Golpe de Estado militar contra el doctor Luis Adolfo Siles Salinas / 307 Nuevo embajador para Bolivia / 314 Reacción en la embajada de los Estados Unidos en La Paz / 316

Plan de la CIA contra el gobierno de Ovando y Juan José Torres / 320 Crímenes en Bolivia / 320 Otro intento de un crimen político en la ciudad de La Paz / 325 Plan de atentado contra Juan José Torres / 326 Asesinato en la carretera de Oruro / 328 El general Ovando cede a las presiones de la embajada de los Estados Unidos y destituye al general Juan José Torres / 329 El Ejército de Liberación Nacional de Bolivia da a conocer su comunicado “Volvimos a las montañas” / 330 Misteriosamente explotó en el aire el avión en que debía viajar el general Alfredo Ovando / 334 Caída del general Alfredo Ovando / 335

La CIA desestabiliza el gobierno de Juan José Torres / 340 Llegada al poder de Juan José Torres / 340 El ELN ajusticia al doctor Hebert Miranda Pereira y al teniente coronel Roberto Toto Quintanilla / 343 Apoyo del pueblo a Juan José Torres y conspiración de los militares derechistas y la CIA / 345 El diputado Zacarías Plaza apareció decapitado / 358 El pueblo boliviano pide crear una asamblea popular y establecer las relaciones diplomáticas con Cuba / 354 Golpe de Estado contra Juan José Torres / 355 Contradicciones en el nuevo gobierno boliviano / 359 Muere a golpes el coronel Andrés Sélich Shop y a tiros el general Joaquín Zenteno Anaya / 360 Muerto a tiros en Buenos Aires el ex presidente Juan JoséTorres / 366

La Higuera se levanta contra la CIA / 370 Homenaje en La Higuera / 370 Declaración de La Higuera / 375 Sigue la CIA contra el Che / 378 Temor de la CIA al cadáver del Che / 378 Nuevas revelaciones del lugar donde se encuentran los restos del Che / 379 Viejas y nuevas informaciones del lugar donde se asegura que fue enterrado el Guerrillero Heroico / 388 Búsqueda de los lugares donde fue enterrado el Che / 392 Encuentran en una fosa común los restos del Che y de seis de sus compañeros / 394 Se hacen públicos los nuevos elementos del trabajo de la CIA contra el Che / 396 Alto oficial boliviano reconoce los motivos por los que ocultaron el cadáver del Che / 412 Che en Santa Clara, un lugar para combatir por el socialismo / 414 Anexos / 421

Este libro de Ediciones Correo del Orinoco se terminó de imprimir el 20 de septiembre de 2012 en los talleres de la Imprenta Nacional, La Hoyada, Caracas. En su composición se utilizaron las fuentes Andralis ND OsF, Trade Gothic LT Std . El tiraje fue de 1.000 ejemplares.

La Cia contra el Che Adys Cupull Froilán González

Este libro recoge testimonios, documentos, relatos y análisis que revelan la actuación de la CIA en el asesinato del comandante Ernesto Guevara y sus compañeros de la guerrilla en tierras bolivianas, así como el rol de desempeñado por la embajada y el gobierno de los Estados Unidos. Con asombrosa fidelidad los autores reconstruyen el combate en la Quebrada del Yuro, las últimas horas de vida del Che, posibles lugares donde fue sepultado y la repercusión de su muerte, el azaroso camino de su diario hasta llegar a La Habana y el legado dejado por este hombre extraordinario.

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