La Chinkana del Titicaca es un testimonio vivido y fascinante sobre el descubrimiento del túnel precolombino más grande ...
La Chinkana del Titicaca Los túneles secretos del Lago Sagrado
G. Antonio Portugal Alvizuri
Índice I.Indagaciones arqueológicas con resultados insospechados Esta historia se inicia en la ciudad de La Paz información sobre la Chinkana Por qué me dijeron que me estaban esperando y que yo tenía que ayudarlos Así conocí a las personas que me revelaron dónde se encontraba la Chinkana II. Descubrimiento y exploración de la Chinkana Juan Carlos Viaje al lago en busca de la Chinkana Primera experiencia dentro del túnel Andrés, joven campesino del lugar El ingreso a la Chinkana Ubicación de la Chinkana III.Una prohibición tan insólita como ineludible Hugo Boero Rojo me propone filmar la Chinkana Presencia de seres desconocidos en mi casa Advertencia de no volver a la Chinkana Reunión con Juan Carlos IV. Epílogo Prólogo Prefacio
Imagen Satelital del lago Titicaca
Indagaciones arqueológicas con resultados insospechados Desde muy joven la arqueología fue una de las pasiones de mi vida. Es por eso que hace veintiséis años ingresé al Instituto Nacional de Arqueología (INAR) como investigador adscrito. Durante este tiempo he realizado diferentes trabajos de investigación arqueológica, entre los cuales puedo mencionar el descubrimiento del monolito magnético en Tiwanaku, los trabajos de exploración en la pirámide de Akapana y de Puma Punku, el reconocimiento y hallazgo de las antiguas torres funerarias del período post Tiwanaku, próximas a la ciudad de La Paz, que pertenecen al señorío Pakajes, la exploración del yacimiento arqueológico de la cultura Inca en la región del Chaco, en los Yungas paceños, y el reconocimiento de las figuras rupestres en la región de Qillqata, asimismo de los Yungas. También trabajé como codirector en la fase inicial del traslado del monolito Bennett a su lugar de origen, e hice prospecciones arqueológicas sobre el sistema precolombino de cultivos denominado camellones, en la población de Lukurmata, a orillas del lago Titicaca.
Aymara en su balsa de totora
La arqueología es parte de mi vida y me ha dado muchas satisfacciones. Mi trabajo como explorador e investigador del INAR lo he realizado cuando el tiempo me lo permitía, y he pagado con mi propio dinero los costos de esas investigaciones. Mi recompensa personal ha sido obtener información y conocimiento de nuestro suelo patrio, de nuestra cultura, y haber tenido acceso a los lugares arqueológicos sagrados. Esta historia se inicia en la ciudad de La Paz Una tarde de octubre de 1981 me encontraba sentado en mi escritorio, buscando documentos de trabajo, casualmente encontré 25 fotografías aéreas de la isla del Sol, en el lago Titicaca. Las analicé con lentes estereoscópicos (para ver en tres dimensiones) en busca de posibles sitios arqueológicos, y de improviso decidí visitar la Isla, sin sospechar lo que me esperaba allí. De inmediato busqué mi carpa, bolsa de dormir y todas las provisiones necesarias, me dirigí al garaje, saqué el auto, y en poco tiempo viajaba hacia el lago Titicaca.
La ciudad de Copacabana en el lago Titicaca
Comunidad de Ch´ allapampa,
Nunca había visitado la Isla, decidí no dejar pasar esta oportunidad. Mientras viajaba hacia el lago Titicaca disfrutaba despreocupadamente de la buena música y de ese esplendoroso paisaje del altiplano boliviano. A la derecha se distinguía la majestuosa cordillera toda nevada de los Andes, y en aproximadamente media hora de viaje podía ver el lago en la lejanía. Estaba deseoso de llegar lo más rápido posible a Copacabana y continuar al día siguiente hacia la Isla, pero en aquella época el camino carretero no estaba asfaltado en su totalidad. Cuando llegué al lago Menor miraba los veleros y balsas de totora que navegaban lentamente bordeando sus orillas. Al llegar al estrecho de Tiquina tuve que esperar, ineludiblemente, las barcazas especialmente construidas para transbordar vehículos entre las localidades de San Pablo y San Pedro. Llegué al atardecer al santuario de Copacabana, mi primera visita fue la de ingresar en la basílica a dar gracias a la Virgencita por permitirnos llegar sin problemas, e invocar su protección, costumbre que todos los bolivianos realizamos por tradición. Me dirigí al camerino, donde se la puede ver con mayor intimidad, me hinqué frente al altar, suplicándole con mis oraciones protección para mi familia, y que siempre me ilumine en mi vida. En la isla del Sol me dieron la información sobre la Chinkana A la mañana siguiente, muy temprano, me dirigí al muelle para abordar una lancha que me llevaría a la famosa isla del Sol. Tras dos horas de navegación llegué a Yumani, el principal puerto o atracadero de la Isla, allí aproveché para visitar las ruinas de Pillkuqayna. Llevando en mi mochila todos los implementos para acampar, emprendí la subida por la escalinata hasta la parte más alta del cerro Qiñwani. Camine lentamente deleitándome de la belleza del lugar. En la parte más alta de la Isla observé en la lejanía la isla de la Luna, con su figura de pez descabezado, y otros pequeños islotes. El día se encontraba espléndido, desde donde me encontraba contemplé la inmensa cordillera de los Andes, desplegada detrás del lago. Toda el área generaba energía y ese día me sentí integrado con la Isla. Como no había llevado las aerofotografías, me guié por un mapa. Mientras caminaba, y a modo de descansar, me detenía donde había marcado antes en el mapa los posibles lugares de investigación, mientras caminaba dejaba atrás varias pequeñas comunidades, pasé por la localidad de Ch’alla. Un poco más allá bajé por una senda de roca blanca con matices rosados, que llegaba hasta la misma orilla del lago, desde donde se podía divisar a lo lejos la localidad de Ch’allapampa. La noche se acercaba rápidamente, por lo que apuré el paso antes de que oscureciera. Mientras me acercaba a ese
hermoso lugar podía percibir la música de las zampoñas, cornetas y tambores, melodías que escuchaba como un agradable eco: los lugareños estaban de fiesta. Las primeras estrellas asomaban, de pronto apareció un niño de aproximadamente doce años de edad, que tímidamente me preguntó a dónde me dirigía. Respondí a la comunidad de donde venía tan agradable música. Él me dijo: “la comunidad se llama Ch’allapampa y yo soy de allí; si quieres, joven, te puedo guiar hasta el mismo lugar. Me dicen “Chino”, mi apellido es Arias”. Continuamos hasta llegar muy cerca de la comunidad, pero la caminata me dejó muy cansado y le dije al niño que deseaba descansar un poco antes de llegar a su comunidad que continuara el viaje y yo le daría alcance después. A las siete de la tarde, mientras descansaba, me quedé dormido muy cerca de la playa; recuerdo que en mi sueño aún escuchaba aquella melodía. De pronto desperté y al abrir los ojos lo primero que vi fue que estaba rodeado por los vecinos, todos muy bien vestidos, con ponchos rojos de rayas negras, y junto a ellos estaba el niño Arias. Me sobresalté al despertar de esa manera, rodeado por todos ellos, después de todo yo era un extraño en su fiesta, nunca antes los había visto. Uno de ciudadanos se me acercó diciéndome “te estábamos esperando”. Quedé desorientado. Nadie sabía de mi viaje a la Isla. Instintivamente le pregunté por qué me estaban esperando, y el principal de ellos, el Mallku originario Isidro Arias López –el padre del niño-- me dijo: “usted está aquí porque nos va a ayudar. Anoche hemos leído en la coca que tendríamos un visitante de la ciudad, y en este momento no hay otro viajero que usted”. Inmediatamente me puse de pie, me acerqué a él y a los que me rodeaban y me presenté, dándole un abrazo a cada uno de ellos. Mostrándoles mi identificación, les dije: “soy investigador adscrito al Instituto Nacional de Arqueología, si está a mi alcance ayudarlos, lo haré con mucho gusto”. Después de la presentación nos dirigimos juntos hasta la comunidad, donde ardía una fogata. Me invitaron a su fiesta y aproveché para bailar las danzas del lugar; cené, y aunque había mucha bebida, me abstuve porque no estoy acostumbrado a tomar alcohol menos al trago fuerte. La fiesta duró toda la noche, la familia Arias me proporcionó un cuarto para que me alojara. Desde ese día con el Chino Arias nos hicimos muy amigos. Ahora ya es mayor y está casado y con muchos hijos. Por qué me dijeron que me estaban esperando y que tenía que ayudarlos Años después comenté con el ingeniero Freddy Arce que la noche en que los conocí, los lugareños de Ch’allapampa me dijeron que según su lectura de la coca yo tenía que ayudarlos. Freddy me dijo: “¿te acuerdas que construimos juntos la escuela para la comunidad de Ch’allapampa en 1986 y mejoramos el sistema precolombino de cultivos en takanas con el financiamiento del Fondo Social de Emergencia? Este financiamiento no le costó ni un centavo a la comunidad de Ch’allapampa, seguramente se referían a eso”. Así conocí a las personas que me revelaron dónde se encontraba la Chinkana Los atardeceres en la isla del Sol son extraordinarios. Aprovechando que el cielo no estaba nublado, decidí dar un paseo por los alrededores de la comunidad Ch’allapampa, donde me había alojado. Caminando subí a lo más alto de la colina, para descansar me senté en una piedra grande para desde allí deleitarme con extraordinario paisaje. En la parte baja de la Isla se podían ver las casitas de sus moradores, quienes retornaban de sus chacras llevando su producción a lomos de sus burritos y llamas. En el horizonte del lago, los últimos rayos de luz teñían con un color rojizo las eternas nieves de la cordillera de los Andes. Recorriendo con la vista se podía divisar los pequeños islotes y las embarcaciones de pescadores, que navegaban dejando blancas estelas. Mientras contemplaba ese paraíso, en uno de los caminos de herradura de la Isla, observé que se acercaba a paso lento una pareja de campesinos. En ese momento deseaba compartir mi alegría con alguien más, así que decidí darles alcance. Les di la mano, nos abrazamos y me presenté: “mi nombre es Antonio Portugal, me dicen Piolo”. El hombre hablaba muy poco castellano y me dijo: “yo me llamo Pascual” y tímidamente extendió su mano para estrechar la mía. “Mi mujer se llama Juana, sólo habla aymara”, añadió. Es normal que los viejos aymaras antes de mantener una conversación con un desconocido le miren directamente a los ojos. En mi caso fue así: parecía que con su mirada me estuviesen estudiando antes de iniciar la charla, instantes después entablamos una conversación. Les comenté que la noche anterior pasé la fiesta con los comunarios de Ch’allapampa, quienes se habían portado muy bien conmigo, y que la fiesta estuvo entretenida. Les dije que era la primera vez que estaba de visita en la isla sagrada, les comenté que yo había viajado por muchos países y que la isla del Sol es uno de los lugares más bellos que había visitado. Ambos seguían mirándome fijamente y me preguntaron si yo era de la ciudad de La Paz. Les dije que vivía en la ciudad de La Paz, pero que había nacido en el pueblo de Chulumani, que se encuentra en los Yungas, que desde muy niño había vivido en la ciudad de La Paz, como también en los Estados Unidos, en Europa y en Asia. Ellos me dijeron que conocían los Yungas, me dicen que la coca de allí es dulce, y que el único lugar fuera de Bolivia que conocían era el Perú, porque normalmente navegan por el lago Titicaca entre los dos países sin necesidad de documentos. La conversación se hizo más amena: hablamos de todo un poco, les pregunté si conocían ruinas antiguas en el área o algo sobre los antiguos moradores de la Isla. Pascual me dijo que no eran de la Isla, que se encontraban de visita. “Nosotros venimos del lago Menor, que está al otro lado del lago Mayor”, me explicaron, y añadieron que al día siguiente retornarían a su casa. Les pregunté si habían venido navegando desde el lago Menor, me respondieron que vinieron en camión hasta la localidad de Yampupata, que desde allí su yerno los había recogido en su bote de pesca para llevarlos a Q’asapatxa y que estaban en esa localidad desde hacía cinco días; que cada año visitan la Isla para estar con su hija, su yerno y sus nietos. Pascual me preguntó qué es lo que yo hacía en la Isla; le dije que estaba de visita aprovechando para realizar investigaciones arqueológicas del lugar, que en un futuro puedan servir para efectuar excavaciones. Me preguntaron cuándo podría visitarlos en su comunidad, porque allí también había construcciones de los antepasados. Yo les expliqué que en la ciudad de La Paz hay una organización del Estado, el Instituto Nacional de Arqueología, que los directores tienen que aprobar cualquier estudio antes de realizar investigaciones de carácter arqueológico; esa es la forma en que se trabaja normalmente. Les aclaré que no cuesta nada pero hay que presentar algunos papeles. Pascual me preguntó si yo podía también buscar restos arqueológicos donde ellos viven. De rato en rato, Pascual le traducía nuestra conversación a su mujer, Juana. Les pregunté si las ruinas en su comunidad estaban cerca de su casa y si ellos habían visto objetos antiguos o construcciones grandes, si habían detectado tejidos o cerámica antigua allí. El hombre me contestó que sí, que mientras trabajan en sus chacras con el arado normalmente encuentran ollitas, huesos y cerámica fragmentada, que en todos los alrededores del lago habían vivido los antiguos; dijo además que cerca de su comunidad existe un túnel que lo llaman la Chinkana, pero los del lugar no quieren abrirlo: “nosotros somos supersticiosos y sabemos que puede venir la mala suerte para todos nosotros si lo abrimos”, explicaron. Me dijeron: “nuestros abuelos nos contaron que hace años atrás salían otro tipo de personas que no eran como nosotros de este túnel, y que ahí mismo se podían ver naves voladoras redondas. Los que salían del túnel viajaban en esas naves redondas, son como del reloj que usted tiene. Actualmente los del lugar hablan mucho de los objetos luminosos en el lago, que inclusive salen volando desde el interior y entran de igual modo; nosotros mismos los vemos regularmente”. Les pregunté si yo podría ir a estudiar y explorar el lugar, me respondieron que sí. “Te voy a explicar cómo llegar”, me dijo Pascual, y acto seguido se agachó y con un palito dibujó en el suelo una especie de plano: “acá se encuentra mi comunidad, la escuela y la iglesia”, a continuación trazó una línea recta y me dijo: “acá es donde se encuentra la entrada al túnel”. Les pregunté si ellos nos llevarían al túnel cuando los visitara en su pueblo, Pascual consultó en aymara con su mujer, y ambos contestaron que sí. Atardecía, eran los últimos rayos del sol, las estrellas se iluminaban en su esplendor y la luna empezó a salir por el Este. Pascual me dijo que la casa de su hija estaba aún lejos, que ellos viven en la comunidad de Q`sapatxa, vecina de Ch’allapampa, que tendrían que llegar antes de que oscureciera. Les agradecí por conocerlos y por la información que me proporcionaron, con un pequeño abrazo nos despedimos. Ellos continuaron caminando apresuradamente; después de caminar un poco, la mujer volteó hacia mí y con una señal de su brazo volvió a despedirse. Llegué de noche a la comunidad de Ch’allapampa, me preguntaba cómo habrían llegado Pascual y Juana a la casa de sus familiares en Q’asapatxa. En casa de la familia Arias, donde me alojaba, le comenté a don Isidro Arias que había conocido a don Pascual y a su mujer Juana; añadí que eran los suegros de don Roberto Limachi, que vive en Q’asapatxa. Don Isidro Arias me dijo que no los conocía y tampoco a su yerno, me aclaró que ningún Roberto Limachi vive en Q`asapatxa, “todos nos conocemos en la Isla y nunca he oído hablar de ellos”, me dijo. Esa noche no pude dormir recordando la expresión de la cara de Pascual, quemada por el sol y toda arrugada por el pasar del tiempo, la forma tan bondadosa y profunda de mirarme, como diciéndome “continúa con tu tarea, yo sólo soy un contacto para que cumplas tu misión”. Poco a poco me daba cuenta de que aquel encuentro no fue casual, y mi intuición me decía que la señal que estaba esperando desde hacia mucho tiempo.
Encuentro con Pascual y Juana
Los Arias son una familia a la que siempre apreciaré. Don Isidro quien falleció años atrás, me visitaba en mi casa de ciudad de La Paz junto a su mujer, doña Marcela Choque. En muchas ocasiones le pedí que me leyera la suerte y el futuro con la sagrada hoja de coca; él con mucho afecto rezaba sus oraciones a los Achachilas solicitando su permiso para leer y preguntando a la coca lo que necesitaba saber. Mucho de lo leído en la coca se me ha cumplido. Una vez terminado el ritual de la coca, comentábamos sobre la isla del Sol. Él sabía mucho de los lugares donde se encuentran yacimientos arqueológicos de la hermosa isla, él siempre me ha ayudado. Aún mantengo contacto con sus hijos. De retorno a la ciudad decidí emprender la búsqueda de la Chinkana. Sabía que para poder realizarla tenía que encontrar a Pascual, por lo que decidí ir a encontrarlo en su pueblo, en el lago Menor.
Imagen Satelital que muestra las islas del lago M enor
II. Descubrimiento y exploración de la chinkana Juan Carlos Juan Carlos es un gran amigo boliviano a quien conocí en San Francisco de California; compartimos vivienda en esa hermosa ciudad. Nuestras conversaciones giraban en torno a Bolivia, su tradición y cultura, a Tiwanaku, al incario, y a lo que nos estábamos perdiendo por vivir fuera de nuestro país. En la época en que Pascual me dio referencias sobre la Chinkana, Juan Carlos se encontraba casualmente en Bolivia, de visita por unos meses. Le conté lo del túnel y lo invité a que trabajáramos juntos en esa exploración. Él aceptó de inmediato. Viaje al lago en busca de la Chinkana Es así que decidimos con Juan Carlos conformar una expedición preliminar para verificar la existencia de la Chinkana, ubicar el lugar exacto donde se encuentra y contactarnos con Pascual a fin de que él nos indicara el tipo de materiales y herramientas que necesitaríamos. Viajamos en mi automóvil hacia el lago Titicaca, equipados con pico, pala, cuerda, linterna y algunos otros implementos que podían ser de ayuda para nuestra expedición. Juan Carlos me decía que para llegar hasta el lugar que le yo le había mencionado necesitaríamos viajar en un jeep de doble tracción, porque más allá de la carretera principal los caminos son de herradura, no aptos para vehículos corrientes; pero no teníamos otra opción que ir en mi auto. Para tranquilizarlo le dije que estaríamos muy cerca de la ciudad que cualquier problema lo solucionaríamos sin dificultad. Llegamos aproximadamente a las dos de la tarde a un pueblo cuyo nombre no puedo mencionar. Tuvimos algunos problemas durante el viaje en el automóvil, sobre todo cuando debimos atravesar un río que en aquella época no tenía puente, o cuando teníamos que transitar por tramos donde la huella era profunda viajábamos por el costado del camino. Así llegamos al pueblo donde habíamos convenido encontrarnos con Pascual. Preguntamos por Pascual y Juana, pero los del pueblo nos dijeron que no los conocían. Continuamos averiguando la forma de comunicarnos con Pascual, hasta que se presentó un joven campesino que se llamaba Andrés, quien nos dijo que nos había estado esperando desde hacía varios días porque Pascual le había instruido que nos esperara y para mostrarnos la entrada a la Chinkana. La noticia nos alegró muchísimo. Le pregunté por qué los ciudadanos del lugar no conocían a Pascual ni a Juana, pese a que ellos habían afirmado que éste era su pueblo. Él no contestó a mi pregunta y nos dijo que teníamos que apurarnos, que nos tomaría una hora de caminata llegar al lugar. Juan Carlos me dijo que era prudente que fuéramos sólo con Andrés, que cuanto menos supieran los lugareños, mucho mejor. Dejamos el vehículo dentro de un corral para ovejas abandonado, recogimos la pala, el pico y una pequeña mochila donde pusimos la linterna, la cuerda y algunas provisiones. Después de caminar un buen rato, le preguntamos a Andrés por el paradero de Pascual. Nos dijo que lo había visto en el pueblo donde le había encargado que nos esperara. Primera experiencia dentro del túnel Andrés nos llevó directamente al lugar exacto donde se halla la entrada de la Chinkana, sin dudar ni por un instante de su ubicación, pese a que estaba cubierta de tierra. Al verla nos emocionamos muchísimo, queríamos destaparla de inmediato. Una vez que limpiamos el área empezamos a cavar, hasta que dimos con una puerta enterrada a cuarenta centímetros de profundidad. Era un bloque de piedra semi inclinado, que medía aproximadamente 2 por 2,50 metros. Fue casi imposible moverlo debido a su gran peso; sin embargo, Andrés nos ayudó a abrirlo. En los dos bordes más largos la puerta de piedra tiene cuatro incisiones para introducir herramientas de palanca; estas ranuras son una especie de agarradera, no para las manos, sino para instrumentos. Nos tomó mucho tiempo limpiar las cuatro ranuras, las que estaban totalmente taponadas. Andrés nos ayudó en la limpieza y nos dijo que tenía su chacra muy cerca de donde estábamos, que traería las herramientas para destapar la puerta y que no tardaría más de media hora. Andrés, joven campesino del lugar Mientras esperábamos el regreso de Andrés comentábamos con Juan Carlos sobre la personalidad del joven campesino. Intuitivamente nos dimos cuenta de que era sincero, de sonrisa sincera, y que todo lo hacía sin discutir. Casi no hablaba, pero se daba cuenta perfectamente de lo que queríamos. Él sabía que teníamos buenas intenciones respecto al trabajo que estábamos realizando, y nosotros confiábamos en él, pero nos preocupaba que comentara con los campesinos de la zona lo que íbamos a realizar, que la noticia pudiera correr como pólvora. Parecía que Andrés ya había realizado previamente este trabajo y que él o los de la comunidad hubieran ingresado
M oviendo la puerta de piedra en la entrada
antes al túnel. A Juan Carlos lo tranquilicé diciéndole que si no volvía pronto retornaríamos a la ciudad de La Paz para regresar con más herramientas; después de todo, ya conocíamos el lugar de la entrada. Juan Carlos me contagió algo de su intranquilidad, pero me animaba que Andrés nos hubiera llevado hasta el lugar, mostrándonos el ingreso de la Chinkana, que además él nos estaba ayudando a abrir la puerta de ingreso. Le expliqué a Juan Carlos que Andrés no es de nuestra cultura, que ellos tienen diferente manera de pensar y le pedí que lo esperáramos un poco más. El regreso de Andrés se fue atrasando, mientras tanto comentábamos la situación, especulando. Juan Carlos me dijo que posiblemente dentro del túnel encontraríamos tesoros de los antepasados; yo le contesté que esperáramos y una vez dentro lo investigaríamos. Nos preguntábamos si Andrés ya había avisado a los campesinos del lugar, temiendo que si ellos se enteraban del descubrimiento podríamos tener problemas. Andrés tardó mucho más de una hora y se presentó con dos barrenos, de los que se utilizan en minería, uno grande y el otro mediano, y con una especie de cincel muy fino, ayudó a limpiar las ranuras de la puerta. Sacamos la tierra compacta de las cuatro hendiduras y de sus bases, para hacer palanca con la barrena grande. La puerta se fue levantando lentamente. Juan Carlos y yo colocábamos cuñas de piedra mientras se levantaba la puerta. Apenas separamos unos centímetros la puerta del túnel, salió un vaho húmedo hediondo, con una pestilencia a moho. Tan apestoso era el olor que creí que estábamos en un área sepulcral abandonada y que habíamos abierto una tumba. Decidimos de inmediato suspender la apertura; después de todo, no queríamos profanar cementerios, aunque después de meditar un poco continuamos. Andrés se sonrió y siguió con su labor. Lo ayudamos a deslizar parte de la puerta a un costado; pero sin abrirla completamente, sólo lo suficiente para que pudiéramos entrar. Con la linterna iluminamos hacia adentro, pero no se veía mucho. Arrojamos piedras dentro del túnel para comprobar si había agua allí dentro; lo único que oímos fue el chocar de las piedras en el interior. El ingreso a la Chinkana Después de haber deslizado la puerta unos centímetros, Juan Carlos y yo vomitamos a causa del olor, mientras Andrés se alejaba momentáneamente. Discutimos por un momento sobre la conveniencia de suspender el trabajo, mientras que Andrés, riéndose de nosotros, volvió y continuó con su labor. Nos pidió una vez más que lo ayudáramos a deslizar un poco más la puerta hacia el costado, pero sin abrirla completamente. La apertura era muy estrecha como para que pudiéramos entrar con dificultad. A causa del olor, que persistía por toda el área, nos tapamos la nariz con la mano. Nos acercamos nuevamente a la abertura con la linterna para alumbrar hacia adentro, pero aún no se veía nada. “¿Quién entra primero?” Ésa fue la pregunta. Las horas pasaban y Juan Carlos se animó a entrar primero. Le amarramos un trapo mojado en la boca y la nariz para que el olor no lo afectara. Teníamos una cuerda delgada, de sólo treinta o cuarenta metros. Con ella lo amarramos por la cintura para que en caso de peligro nos pudiera alertar jalándola; acto seguido nos hincamos y empezamos a rezar para que nada malo nos sucediera. Le recomendé a Juan Carlos que no se arriesgara y que en caso de peligro saliera inmediatamente. Él me tranquilizó y empezó a entrar. Me dijo que había muchas gradas, bajó unos metros y enseguida volvió a subir temiendo que el túnel pudiera estar inundado. Dijo que no se animaba a seguir hasta que dispusiéramos de mejores medios. Yo también estaba indeciso y le preguntamos a Andrés si él se animaba a ingresar; riendo, nos dijo que no. De pronto yo decidí entrar, les dije a Andrés y a Juan Carlos: “ya que estamos aquí, por lo menos intentémoslo. Si no salgo en 15 minutos pidan ayuda en la ciudad”. Me pusieron el mismo trapo que Juan Carlos había usado antes en su nariz y su boca. El lugar era tenebroso, empecé a bajar con cuidado y con la linterna iluminaba hacia mis pies para poder ver dónde pisaba. El olor y el miedo me atontaban, pero seguí bajando por las escalinatas, pisando grada por grada, con mucho cuidado, mientras Juan Carlos de rato en rato me preguntaba a gritos cómo me encontraba. Me detenía por momentos e iluminaba las paredes y el techo; en varios lugares me sorprendió ver jeroglíficos y figuras talladas en piedra, aunque apenas identificables por la abundante suciedad que los cubría. Me internaba más y más, y al poco rato comenzó a faltarme el aire. De pronto me quité el trapo de la boca y empecé a vomitar nuevamente por la pestilencia del lugar. El silencio era sepulcral. Quise retornar, pero logré tranquilizarme un poco y armarme de valor para continuar. Bajé hasta que ya no había más gradas, me detuve en una pequeña plataforma horizontal, mientras alumbraba con la linterna hasta donde llegaba la luz. Un poco más adentro había una bajada pronunciada; como ya no había gradas, temí resbalar, pues había barro en el piso y no quería caer en la profundidad para nunca más salir de allí, tampoco quería meterme en algún callejón sin salida. Además, la cuerda amarrada a mi cintura no daba más. Juan Carlos continuaba
preguntándome a gritos si me encontraba bien, y qué había encontrado; yo lo escuchaba como si fuera el eco de una voz y le respondía también a gritos que me encontraba bien y que pronto saldría. Traté de internarme un poco más pero no quise correr más riesgos. Dejé de caminar para poder examinar el lugar, pero la luz de la linterna apenas alumbraba, ya que la oscuridad no me permitía ver más lejos hacia el fondo, decidí interrumpir mi exploración de la Chinkana, di media vuelta para retornar. El túnel estaba oscuro, a lo lejos apenas podía ver la luz de la entrada. Me dio claustrofobia, lo único que deseaba era salir de allí. No podía avanzar rápidamente porque tenía que caminar hacia arriba y con el barro me resbalaba a cada rato, aunque sin caerme, hasta que llegué a las gradas y pude divisar mejor la luz de la entrada.
Dentro de la Chinkana
Cuando estuve fuera del túnel mi alivio fue grande: ya podía respirar aire puro. Juan Carlos me preguntó qué es lo que había allí adentro; le expliqué que con la linterna no se podía ver mucho, que no sabía cuán largo era el túnel. Esta vez Juan Carlos también se decidió a entrar nuevamente a la Chinkana. Le advertí que había varios escalones, que una vez pasadas las gradas debía tener mucho cuidado porque había una pendiente cubierta de barro resbaladizo. Mientras tanto, nuestro amigo Andrés no decía absolutamente nada, sólo nos observaba. Le preguntamos una vez más si había ingresado antes en el túnel, pero se negó moviendo la cabeza, aunque nos dijo que no había por qué preocuparse. Le pregunté si se atrevía a entrar al túnel, se negó nuevamente moviendo la cabeza. Juan Carlos empezó a descender; de rato en rato también le preguntaba a gritos si se encontraba bien. El contestaba que sí, aunque después de unos minutos volví a gritarle y no me contestó, por lo que estuve a punto de volver a ingresar en su búsqueda, pero segundos después, él silbó, con ello indicaba que pronto estaría de regreso. Fuera del túnel nos preguntamos con Juan Carlos a dónde llegaría la Chinkana; le dije que era cultural por lo bien construidas que estaban las escalinatas, las paredes y el techo, y que las figuras pétreas que se encontraban en las paredes tenían mucha similitud con las que se hallan en Tiwanaku. Pude ver el pico de un cóndor en una de las paredes, Juan Carlos me confirmó que él también había visto esas figuras. Cómo ya oscurecía decidimos volver a la ciudad de La Paz, con la esperanza de regresar lo más pronto posible, trayendo el equipo apropiado, linternas más potentes, una soga de por lo menos 200 metros para amarrarnos en caso de necesitar ayuda, y, si fuera posible, un generador de energía eléctrica para alumbrar mejor la Chinkana; inclusive hablamos de botellas de oxígeno, ya que allí adentro nos faltó el aire. Antes de retornar a la ciudad de La Paz, cerramos la puerta de entrada, la tapamos con tierra para dejarla como la habíamos encontrado antes de abrirla. Le preguntamos a Andrés dónde vivía para que cuando volviéramos él nos ayudara nuevamente, pero no quiso decírnoslo; también le preguntamos si nos ayudaría la próxima vez; él nos dijo que posiblemente. “¿Dónde te ubicaremos cuando volvamos?” le preguntamos, respondió que él nos ubicaría. Juan Carlos y yo le pedimos que no avisara a nadie más lo de la Chinkana, que le pagaríamos muy bien por mantener el secreto. No contestó. Antes de despedirnos de Andrés le ofrecimos dinero, él no aceptó y nos dijo que cuando volviésemos le trajéramos alcohol, coca y una mesa blanca para ofrendarla a la Pacha Mama; que si no lo hacíamos el túnel nos comería. Nos dijo también que este túnel tiene muchos kilómetros y muchas ramificaciones. Le preguntamos entonces: “¿tú también has entrado antes que nosotros?” y él nos respondió: “pronto se enterarán que ustedes dos son los primeros después de muchos años en haber ingresado a la Chinkana”. Nos dio la mano y se despidió, llevándose los dos barrenos y su pequeño cincel, que lo puso en el bolsillo trasero de su pantalón. Con Juan Carlos comentamos: “Andrés no es de esta localidad, su manera de ser y actuar es totalmente diferente a la de los lugareños y a la nuestra. Sin él no hubiéramos podido abrir la puerta de la Chinkana; él tenía el conocimiento y la forma de abrirla”. Ubicación de la Chinkana Aún no estoy autorizado para dar a conocer el lugar exacto donde se encuentra la entrada a la Chinkana, pero puedo indicar al lector que se interna debajo el lecho del lago Menor. Esta Chinkana es un túnel cultural construido por civilizaciones muy antiguas. Por donde ingresamos es el respiradero del túnel y se encuentra no muy lejos de la playa. Entre la playa y el lugar no existen cerros ni es zona pedregosa. Actualmente los campesinos tienen sembradíos en el área. He pensado muchas veces cómo es posible que no hubiéramos sido vistos por los campesinos aquel día en que abrimos la puerta del túnel: todos los que hemos vivido alguna vez en el campo sabemos que ellos pueden detectar inmediatamente cualquier movimiento en la lejanía. Las preguntas son: ¿Los campesinos conocen desde mucho tiempo atrás la existencia de la Chinkana? ¿Nos veían y esperaban que encontráramos algo? ¿O Andrés no es del lugar y más bien proviene de la ciudad iluminada, aquel día él nos camufló o nos hizo invisibles para que no fuéramos vistos?
III. Una prohibición tan insólita como ineludible Hugo Boero Rojo me propone filmar la Chinkana Todavía preocupado buscaba la forma de perder el miedo que me había provocado el haber ingresado a la Chinkana, recibí una invitación para asistir al matrimonio de mis amigos Mercader-Mendieta, que tuvo lugar en noviembre de 1981. Entre los invitados se encontraba el arqueólogo e investigador boliviano Hugo Boero Rojo, fallecido años atrás, con quien nos unía una buena amistad, con él estuvimos ligados a trabajos de investigación precolombina. De vez en cuando nos encontrábamos, y nuestras conversaciones versaban sobre temas relacionados con la cultura o con la arqueología. En la misma época del descubrimiento de la Chinkana, él había estrenado el documental “El Lago Sagrado de los Incas” (referido al Titicaca). Lo felicité por su excelente película y por el éxito alcanzado, durante la conversación me preguntó si últimamente había realizado viajes o investigaciones. Mi respuesta fue afirmativa, pero aún no me animaba a comentarle sobre el hallazgo de la Chinkana; aunque al calor de la amena charla y el buen vino terminé por contarle el descubrimiento. Se han encontrado chinkanas pequeñas, aunque nunca de la magnitud de la que yo había visitado. Hugo, al principio quedó incrédulo, pero le aseguré que estuve allí y lo invité a que me acompañara al lugar, pues quería aprovechar que él había estrenado su película y que de esta forma hiciera conocer la Chinkana filmando un nuevo documental. Me dijo que si era verdad lo que le había contado, él me haría famoso en el mundo entero. Yo le contesté que no quería ser famoso, que sólo deseaba investigar el lugar y filmar el descubrimiento. Hugo no sospechaba que en mí se libraba una lucha interna, que me encontraba muy preocupado y asustado por mi experiencia y por el presentimiento de que el sitio era muy especial. De todos modos, convinimos en que visitaríamos el lugar y que el documental se realizaría. Quedamos en viajar al lago el día martes de la semana entrante, tres días después del matrimonio, y que luego de realizar alguna toma él buscaría financiamiento para la filmación del documental. Presencia de seres desconocidos en mi casa Después del descubrimiento no podía dormir bien, pues esa extraña experiencia me daba vueltas en la cabeza. Me preguntaba ¿por qué yo?, ¿quiénes eran en realidad Andrés, Pascual y Juana?, en mí cundía la preocupación y un presentimiento negativo. Un día después del matrimonio llegué a las 8 de la noche a la casa de mis padres, donde entonces vivía. Al verme preocupado, me preguntaron si tenía algún problema. Yo los tranquilicé diciéndoles que sí, pero que se me pasaría pronto. Después de cenar me acosté, y en la cama empecé a anotar el descubrimiento en un cuaderno. Entre la media noche y la una de la mañana, tratando de conciliar el sueño, en estado de duermevela, medio despierto y medio dormido, se me presentaron dos entes de forma humana, estos seres no entraron por la puerta sino que traspasaron las paredes del dormitorio. Yo quedé paralizado por el miedo. Traté de gritar buscando ayuda, pero me era imposible; traté de escapar, pero no podía mover nada de mi cuerpo. Mi corazón empezó a latir como nunca antes, mi cerebro estaba por estallar en cualquier momento, de mi nariz brotaba mucha sangre por el terror. En ese momento pensé que estos entes me matarían, pero ellos me tranquilizaron conectándose mentalmente conmigo (leían mi mente y yo los entendía como si me hablaran directamente). Uno de ellos permaneció parado frente a mí y el otro se sentó al borde de mi cama, tomándome con su mano izquierda mi brazo, que brillaba en la oscuridad y emanaba calor. Mi mano y mi brazo también comenzaron a brillar. Traté de prender la luz de cabecera, pero no podía, me encontraba paralizado. Seguramente el lector se preguntará cómo eran estos seres; mi respuesta es la siguiente: les pregunté de dónde venían y si eran del planeta Tierra, con la mente me comunicaron que me lo dirán cuando estén de retorno junto a mí. Mentalmente me ordenaron que no dé a conocer el lugar donde se encuentra la Chinkana, que ellos estarían siempre cerca de mí para advertirme, que sería muy grave si lo revelaba. Les pregunté por qué no querían que diera a conocer; me dijeron que yo no estaba preparado y que los investigadores arqueológicos tampoco; pueden destruir todo lo que existe dentro, afirmaron. ¿Pregunté a dónde conduce el túnel?; me explicaron que hay varias
Seres de luz
ciudades subterráneas con sus respectivos templos con las que se conectan; que el túnel donde yo había ingresado estaba destruido en tres tramos y que en el futuro serán reconstruidos, que tiene muchas ramificaciones, pero existe actualmente otra entrada que da directamente a una de las ciudades y sus templos. “Por donde entraron ustedes es un escape y respiradero --precisaron--, años atrás era normal que esa puerta de piedra estuviera abierta, pero las principales entradas son grandes y se encuentran en las faldas de las montañas. Una de las ciudades más importantes está justo debajo del lago Titicaca. Tú podrás verla de vez en cuando, no en el plano físico, sino en el astral; para ello te prepararemos. Tu amigo Juan Carlos regresará a los Estados Unidos. Es ambicioso, pero no se lo puede culpar. Sólo buscaría tesoros. Tú, por el contrario, estás en busca del conocimiento, pero aún no estás preparado; nosotros te guiaremos. A Pascual y a Juana los pusimos nosotros, lo mismo que a Andrés; con ellos nunca más te verás. Los campesinos del área saben del lugar, pero no lo tocan; ellos mismos en un futuro cercano cuidarán de este sitio y de los otros lugares sagrados de los Andes, se vienen importantes transformaciones para los indígenas: desarrollarán actitudes positivas, habrá muchos cambios a nivel social y político para ellos, que son los descendientes directos de los moradores de Tiwanaku”. La estatura de los seres que me visitaron esa noche eran como la de un humano mediano y sus cuerpos brillaban en la oscuridad. Lo que más me llamó la atención fue la profundidad en la mirada de sus ojos, eran más grandes de lo normal, de un color amarillento verduzco, se contactaban directamente con los míos mediante el hilo delgado y tenue de un haz de luz, parecido al láser. Yo sentía que este haz de luz se introducía por mis ojos y dentro de mi cerebro; traté de cerrar los ojos pero no podía. Estas miradas directas venían de ambos seres, ellos se turnaban: primero el que estaba parado frente a mi cama y después el que se encontraba sentado junto a mí. Su cabellera era de color dorado, y en la oscuridad del dormitorio brillaban aún mucho más. No emitían olores ni ruidos. Sus trajes eran claros, no metálicos, como si llevaran túnicas. No sé si eran de sexo masculino o femenino. Después de unos segundos o minutos empecé a tranquilizarme. Lo que sucedía en el dormitorio era real y verdadero: ya no estaba en duermevela, me encontraba despierto y absolutamente consciente de lo que ocurría. En ese momento empecé a captar todos sus mensajes con total claridad, sobre todo los de bondad y amor. Me decían que no tenía nada que temer y que más bien yo era un escogido. Me sentí mucho mejor y mi espíritu se vio invadido por una paz que nunca había experimentado antes. Ya tranquilo, entre los diversos mensajes que recibí puedo asegurar que una de las misiones de ellos es la de cuidar y proteger la cordillera de los Andes, el lago Titicaca, la Amazonía, pues allí están las ciudades sagradas subterráneas, donde se guardan los secretos de nuestros antepasados. Que muy pronto surgirán las escrituras antiguas, y los investigadores tienen la tarea de traducirlas, junto con los símbolos iconográficos plasmados en las piezas líticas que se encuentran en Tiwanaku. Ellos desean que los arqueólogos se ocupen de eso, hasta donde la capacidad de los humanos pueda descifrar. Ya lo tienen todo resuelto en esta materia, lo que no desean es que se destruya el patrimonio arqueológico porque es el único vestigio de nuestros ancestros. Me dijeron: “trabajen con los medios técnicos de la electrónica actual (me imagino que con las actuales computadoras). Nosotros te pusimos en Tiwanaku, y es por eso que tú siempre estás allí. No podrás alejarte hasta que cumplas tu misión”. Otra de sus preocupaciones es la tala y la deforestación de la selva Amazónica, que cambiarán el clima. Varios de los secretos se encuentran también en las selvas que van desde las faldas de los Andes hasta el océano Atlántico y entre las montañas de los Andes, en el Altiplano y los desiertos del Oeste sudamericano. Poco a poco, mientras las personas tomen conciencia, aparecerán muchos más secretos. Mucha de la información que me proporcionaron no la puedo dar a conocer aún; espero hacerlo pronto, cuando ellos retornen en el plano físico. Advertencia de no volver a la Chinkana Después de haber captado mentalmente las conversaciones, y antes de despedirse, me advirtieron nuevamente, casi amenazándome, que no reveláramos el lugar ni nos atreviéramos a entrar nuevamente a la Chinkana porque no era el momento, mi amigo y yo no estábamos preparados para ello. Que pronto volverían. Se despidieron moviendo los brazos, manos y cabezas como gesto de amistad. Mi mano izquierda aún brillaba, pese a que ya no estaba junto a la del visitante; la sentía adormecida como cuando uno se duerme encima del brazo. Ellos salieron por donde entraron, dejando en la pared del dormitorio una luminosidad que duró varios minutos. Me temblaba el cuerpo, podía sentir mis músculos retorcerse, mi cuerpo, cara y cabellos estaban bañados por el sudor, y no obstante sentía al mismo tiempo una paz y una tranquilidad espiritual que sólo puedo describir como felicidad y plenitud. Durante unos minutos estuve meditando sobre lo ocurrido, luego prendí la luz de cabecera y me levanté para ir al baño. Tenía mucha sed, mi boca estaba seca, lo único que deseaba era tomar un poco de agua. Llegué al lavamanos y bebí agua del mismo grifo. Me vi en el espejo con los cabellos despeinados, con la nariz y la boca ensangrentadas. Tuve que lavarlas y cambiarme el pijama, que estaba manchado de sangre. Al percibir ruidos en mi dormitorio y en el baño, mi padre se levantó para ver qué ocurría. Al verme pálido y con restos de sangre me preguntó qué es lo que me había sucedido. Después de terminar de asearme le dije que se lo contaría y lo acompañé a su dormitorio, donde mi madre también estaba despierta. Me senté en un sillón, ellos me escuchaban atentamente desde su lecho, les relaté todo lo que me había sucedido: quería desfogarme y con quién mejor que con ellos. Mis padres, muy preocupados, me preguntaron si no había ingerido bebidas alcohólicas o drogas. Yo les aseguré que todo lo que
me ocurrió esa noche en mi dormitorio era verdad. Mi madre empezó a llorar y rezar, pidiendo que no nos fuera a suceder nada malo.
Imagen del lago Titicaca
El lago M enor del Titicaca, al fondo la cordillera de los Andes
A las dos de la mañana, aproximadamente, llamé a Juan Carlos. Muy preocupado me dijo que esos seres habían estado también con él. Esto me tranquilizó porque yo no era el único al que habían visitado. Me pidió que no comentara con nadie la experiencia y que ni siquiera mencionara su nombre, que él nunca más intentaría continuar con la exploración. Me pidió que nos encontráramos a medio día para sacar conclusiones. Al día siguiente por la mañana, durante el desayuno, mis padres me preguntaron nuevamente sobre lo ocurrido la noche anterior en mi dormitorio, yo traté de tranquilizarlos diciéndoles que sólo fue un mal sueño. Podía notar en sus rostros que ellos no habían dormido toda la noche debido a la preocupación. Como buenos padres no me preguntaron más; pero sentí que ellos no estaban conformes con mi explicación. Reunión con Juan Carlos Nos reunimos con Juan Carlos al medio día en su casa. Me dijo que volvería a San Francisco, en los Estados Unidos, como se lo habían sugerido los seres que lo visitaron; que para él la experiencia nunca sucedió, y me pidió que nunca revele que él estuvo en la Chinkana. Juan Carlos vive actualmente en San Francisco. He tratado de comunicarme muchas veces con él, pero no desea hablar conmigo. Sus familiares que viven en la ciudad de La Paz me dicen que él me aprecia mucho y que se acuerda de mí con cariño. Me parece que Juan Carlos no les ha comentado la experiencia que tuvimos.
Epílogo Han pasado 26 años desde aquella noche de 1981 en que los seres de luz se presentaron en mi dormitorio. Antes de marcharse, ellos me anunciaron que volverían cuando yo estuviera preparado, aún espero su regreso; sin embargo continúo comunicándome mentalmente con esos seres, mi deseo es verlos nuevamente en el plano físico, porque me ayudaría recibir la inmensa energía que dejaron en mi cuerpo en esa oportunidad. Aquella energía me permitía tener una actividad incansable sin apenas comer o dormir –aunque sí sentía mucha sed– y a la vez me daba la posibilidad de poder percibir un aura violeta blanquecina en la gente buena, y oscura en la mala. Todo fluía y se facilitaba en mi vida. Desde entonces empecé a desdoblarme y a tener sensibilidad para la radiestesia. Estoy consciente de que aún no me hallo preparado para desempeñar algunas de las misiones que me han encomendado y de que no he cumplido con otras. Aún guardo muchos mensajes que no serán revelados hasta que reciba la orden. Con el pasar de los años y con mi edad, aunque me siento bien de salud, me he estado debilitando física y mentalmente. Además, Juan Carlos y yo ya no somos los únicos con los que ellos se han contactado; ciertamente aquellos afortunados están mucho más capacitados que nosotros y cumplen mucho mejor su misión. Constantemente visito el lago sagrado del Titicaca, unas veces como turista y otras con trabajos de investigación arqueológica. En algunos de esos viajes sondeo la zona del túnel. He observado desde lejos y con mucha prudencia el lugar preciso donde se encuentra la entrada. Las construcciones de la comunidad vecina se están acercando cada día más a la Chinkana.
Prólogo Chinkana significa, lugar donde uno se pierde o se esconde. Son túneles o laberintos construidos por las civilizaciones precolombinas de los Andes, posiblemente con fines iniciáticos y de comunicación. En mis investigaciones sobre la tradición oral aymara he recopilado varios relatos referentes a luminosas ciudades subterráneas (debajo de Kupakati y de Mulluqhatu) y a chinkanas o túneles que atraviesan el lecho del lago Titicaca, uniendo a la isla del Sol con Coati, Apinkila, Tiwanaku y el Cuzco. Algunas de estas narraciones tienen un evidente carácter mítico, y otras se refieren a hechos reales, susceptibles de ser comprobados, más allá de que en todo mito hay un sutil fondo de verdad. Un caso ilustrativo es el del nonagenario Marcelo Ticona, de Q’asapatxa (a quien tuve el privilegio de entrevistar en 1991, poco antes de su muerte), cuyos datos aparentemente fantasiosos condujeron al descubrimiento de una plataforma subacuática de piedra con ofrendas de oro tiwanacotas e incas, situada entre los islotes de Quwa y Pallalla. Este antecedente debería llevar a tomar más en serio y explorar debidamente las mencionadas historias de chinkanas, así como otros relatos referentes al templo incaico sumergido de Päpiti, próximo a la isla Apinkila o Campanario, y acerca de la legendaria “Ciudad Eterna” de Wiñay Marka, supuestamente cubierta por las aguas del lago Menor (que según los estudios geológicos del ORSTOM comenzó a formarse hace 3,500 años, durante la época Chiripa, con los rebalses del lago Mayor). Aunque se ha encontrado ruinas subacuáticas en otras partes del lago, la posible ciudad chiripa de Wiñay Marka queda aún por descubrir. A partir de la información que recogió en la isla del Sol el investigador adscrito al INAR, Antonio Portugal, descubrió una enorme chinkana al sur del lago Titicaca. Su relación de las peculiares circunstancias del hallazgo, la exploración de la Chinkana y las sorprendentes razones que le impiden revelar su ubicación exacta constituye un testimonio extraordinario, tan fascinante e intenso que su lectura me atrapó irresistiblemente y su recuerdo me persiguió durante varios días de obsesión y noches de insomnio. Por mis propias pesquisas sobre el asunto, no pongo en duda la existencia de la Chinkana ni el hecho de su descubrimiento. Respecto a los extraños seres que le vedaron al autor dar a conocer su hallazgo, trato de evitar dos extremos igualmente absurdos. Para no caer en la credulidad acrítica del New Age, ávida de portentos baratos y milagrería histérica, ni tampoco incurrir en el estéril escepticismo neopositivista, que niega la existencia de todo aquello que no puede ser pesado ni medido, por el momento dejo en suspenso cualquier juicio: no afirmo ni niego nada a priori, hasta contar con nuevas evidencias. Pero sí puedo avalar la sinceridad de un testimonio espontáneo y directo que, sin forzar la verosimilitud ni buscar convencer a nadie, se abandona con inocencia al flujo de los desconcertantes hechos que describe. También estoy en condiciones de dar fe de la integridad y la seriedad de su autor, porque lo conozco desde hace tiempo y conozco asimismo su trabajo. En 1972, recién salidos de la adolescencia, él y yo hicimos junto con mi padre un memorable viaje a la zona kallawaya, que más adelante fue decisivo para despertar la vocación de ambos por el estudio de las culturas andinas y su patrimonio arqueológico. Desde entonces compartimos nuestras inquietudes y mantenemos un fructífero intercambio de nuestros respectivos hallazgos de investigación. Puedo declarar además que la energía luminosa que Antonio dice haber recibido de esos etéreos seres del subsuelo se parece en sus efectos a la que yo mismo sentí durante una experiencia mística en la isla del Sol (muchos de los que investigamos la arqueología andina hemos tenido experiencias semejantes, pero Antonio es el primero que se atreve a hablar de ellas). Por último, sin tener referencias de este libro ni de su autor, una persona con facultades psíquicas describió a los consabidos seres de enormes ojos rasgados como maestros de luz en el plano astral, que habitan resplandecientes ciudades del intramundo y guían a la humanidad en su evolución espiritual. (De manera parecida, en la tradición budista, los bodhisattvas llegan hasta los umbrales del Nirvana, pero deciden abstenerse de dar este paso final y se quedan indefinidamente en el mundo para ayudar al desarrollo espiritual de sus hermanos menos avanzados). Para concluir, estoy convencido de que en el universo no hay lugar para lo sobrenatural: todos los fenómenos, sin exclusión, obedecen a leyes que emanan de un orden superior, a la vez inmanente y trascendente, y las aparentes excepciones se deben a que nuestro conocimiento de esas leyes es todavía insuficiente. Pero a medida que avance la ciencia y se facilite su diálogo con el conocimiento espiritual irá retrocediendo la frontera de lo inexplicable, y no sería nada raro que en un futuro cercano los hechos insólitos que relata este libro puedan ser perfectamente explicados y comprendidos como algo común y corriente. Fernando Montes Ruiz
Prefacio El lago Titicaca es uno de los lugares más hermosos y misteriosos de América. Sus aguas bañan un extenso territorio de Bolivia y Perú, y conserva una población mayoritariamente indígena originaria, que aún guarda las tradiciones de las culturas anteriores a la llegada de los españoles. Son muchas las historias que se han tejido en su entorno y genera un halo de misterio que aún hoy continúa asombrándonos. Hace unas décadas era prácticamente imposible hablar de restos arqueológicos sumergidos en el lago, ya que los estudiosos de la época se dedicaban a llenar de duros epítetos a quien lo hiciera, descalificando cualquier opinión al respecto. Sin embargo, desde hace unos diez años, las cosas han cambiado notablemente. Recientes estudios han comprobado que el lago Titicaca sufrió numerosos cambios en su configuración, debido probablemente a drásticos cambios climáticos que aún hoy no han podido ser entendidos a cabalidad. Por ejemplo, a través de perforaciones en el sedimento existente en sus profundidades se ha podido conocer que hace 5.000 años, el lago tenía un nivel mucho menor al actual y que posteriormente llegó a su actual altura de 3.810 metros sobre el nivel del mar. Eso explica que durante una expedición conformada por buzos de la Marina de Guerra peruana y expertos en oceanografía de esa nacionalidad, realizada durante el mes de octubre del año 2002, se descubrió restos de lo que podría ser una ciudad perdida, construida bajo las aguas del lago por un pueblo predecesor del incaico. Se trata de las ruinas de lo que sería una ciudadela escondida en los abismos del lago. A ocho metros de profundidad, los buzos lograron apreciar murallas de piedras perfectamente encajadas unas con otras, muy similares a las encontradas en Tiwanaku o en Macchu Pichu. En dicha exploración submarina también se encontró una plataforma de piedra con figuras cerámicas similares a las que se hallaron en lugares de ofrendas y sitios sagrados. Más información surgida de esa expedición se refería a una estructura de formación rocosa, con veinte metros de diámetro y hasta tres metros de altura (que sobresalía del agua), sobre la cual hay una estatua pétrea en forma de llama, típico camélido oriundo de los Andes. Como estas, son muchas las versiones sobre la existencia de estructuras subacuáticas en las que intervino la acción humana. Se han hallado manifestaciones monumentales y restos arqueológicos que a través del tiempo permanecieron desconocidos, hasta aparecer ante nuestros ojos recién en el presente. Es importante recordar que la invasión española pretendió liquidar todas las expresiones culturales anteriores a su llegada. Una muestra de ello son las medidas extremas, como la prohibición de usos y costumbres y la obligatoriedad de hablar el idioma del invasor, implantado en su lugar usos y costumbres europeos y una religión foránea como el cristianismo. Con este fin construyeron iglesias como señal de imposición de la religión traída por los invasores. Sin embargo, la tradición de que ese sitio era sagrado no murió, y más bien pervivió en la memoria colectiva de los pueblos originarios allí asentados. Los relatos del pasado lejano fueron transmitidos de una generación a otra. La naturaleza ayudó a hacer del lago Titicaca un embudo que absorbe la energía del universo. Las culturas preincas y los propios incas lo comprendieron con su sabiduría, decidiendo hacer de esta mágica formación un santuario sagrado.
Dentro de ese panorama, fue la isla del Sol la cuna de los Incas. Este sitio, más conocido como Inti Marka --como se le llama en aymara--, es una pequeña afloración de roca que emerge en el lago Titicaca, rodeada de un círculo inmenso de montañas. Con tanta espiritualidad brotando de la tierra, el lugar mantuvo su carácter sagrado, y se lo puede definir a través de dos conceptos: inmensidad e interiorización. Esta conjunción sólo es posible cuando el visitante se deja abrazar por los misterios del lugar, generándose una conciencia de su importancia histórica, geográfica, energética y espiritual, entendiendo ésta como la sintonía del hombre con el universo. No debemos olvidar que el gran imperio Inca se originó en la Roca Sagrada o Titikala, donde se dice que los incas sintieron la energía por primera vez. Surgieron de una ciudad sumergida, que los lugareños llaman Markapampa, y que según cuentan los ancianos de la región habría sido devorada por las aguas de tres diluvios. El primero formó lagunas, el segundo hundió ciudades y el último llenó con agua el vaso de 300 metros de profundidad que es el lago, dejando expuestas las puntas más altas e imponentes de las montañas. ¿Esos mitos y leyendas están basados en historias reales? ¿Será esa la explicación de los famosos túneles que muchos dicen conocer, aunque nunca nadie reveló su naturaleza y menos su ubicación? La presente obra, producida por mi amigo Antonio Portugal, es una extraordinaria muestra de que en el lago Titicaca existen muchas cosas que la arqueología aún no ha podido develar. Es por ello que este relato, que para muchos puede significar solamente una extraña historia fantástica, debe merecer una cuidadosa reflexión que motive a las diferentes entidades dedicadas al estudio del pasado a profundizar las investigaciones de nuestro legado ancestral y responder así a los numerosos interrogantes que aún quedan pendientes, para conocer mejor los misterios del lago Titicaca. Freddy Arce Helguero
Primera edición: Mayo de 2007 Segunda edición: Julio de 2007 Tercera edición: Mayo 2008 Cuarta reimpresión: Abril 2009 Quinta reimpresión: Octubre 2009 Sexta reimpresión: Septiembre 2010 Séptima reimpresión: Marzo de 2011 Copyright: G. Antonio Portugal Alvizuri Corrección del texto: Fernando Montes Ruiz Diseño de la tapa: Saúl Quiroga Burgoa Ilustraciones: Grover Choque Q. Depósito legal: 4-1-449-07 SENAPI: derecho de autor: Nº 1 - 098/2007 Correo electrónico:
[email protected] www.antonioportugalalvizuri.blogspot.com Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización del autor.
La Chinkana del Titicaca es un testimonio vivido y fascinante sobre el descubrimiento del túnel precolombino más grande y profundo jamás encontrado debajo las aguas del lago Titicaca, sobre las insólitas circunstancias de su hallazgo, y sobre los extraños seres de luz que impiden revelar su ubicación exacta pero que en cambio hacen otras muchas revelaciones. El lector se verá irresistiblemente atrapado por la abismal gravitación del relato. Guillermo Antonio Portugal Alvizuri nació el 14 de junio de 1948 en la población de Chulumani, departamento de La Paz, República de Bolivia. Desde hace muchos años fue miembro del instituto Nacional de Arqueología (INAR) hoy la Unidad Nacional de Arqueología(UNAR), habiendo desarrollado diferentes investigaciones que han apoyado al desarrollo de la arqueología.