La Categoria de Elite

April 6, 2018 | Author: davidsalo | Category: Ideologies, Marxism, Society, Politics, Sociology
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Descripción: Texto de Oscar Mejía Quintana, en que hace un recorrido sobre la cateogoría de elite en la Ciencia Política...

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LA CATEGORÍA DE ÉLITE EN LOS ESTUDIOS POLÍTICOS. Una exploración epistemológica

LA CATEGORÍA DE ÉLITE EN LOS ESTUDIOS POLÍTICOS. Una exploración epistemológica Oscar Mejía Quintana Carolina Castro En esta investigación colaboraron igualmente los estudiantes del Departamento de Ciencia Política, Ivonne León y Pablo Reyes

Catalogación en la Publicación Universidad Nacional de Colombia

Mejía Quintana, José Oscar Eduardo, 1956 La categoría élite en los estudios políticos: una exploración epistemológica / Oscar Mejía Quintana, Carolina Castro; colaboración de Ivonne León y Pablo Reyes. - Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas, 2008 164 p. - (Colección Estudios políticos y sociales; 06)

ISBN: 978-958-719-127-1

1. Elite (Ciencias sociales) 2. Poder (Ciencias sociales) - Aspectos políticos 3. Participación social I. Castro Cañón, Carolina, 1985CDD-21 305.52 / 2008

La Colección Estudios Políticos y Sociales se publica gracias al apoyo de la Dirección de Investigaciones Sede Bogotá de la Universidad Nacional de Colombia.

La categoría de élite en los estudios políticos. Una exploración epistemológica © Oscar Mejía Quintana Carolina Castro © Universidad Nacional de Colombia Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales Departamento de Ciencia Política © Grupo de Investigación Theseus Primera edición: enero de 2009 ISBN: 978-958-719-127-1 Editor: Jairo Estrada Álvarez Diseño de carátula: Oscar Javier Arcos Orozco - Diseñador Gráfico Diagramación: Doris Andrade B. Impresión: Digiprint Editores E.U. Calle 63 Bis Nº 70-49 - Tel.: 251 70 60 Bogotá, D.C.

Contenido Introducción...............................................................................

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La teoría clásica de las élites . ................................................... Primera generación de la teoría................................................. El aporte de la sociología comprensiva...................................... Max Weber y la clase dirigente.............................................. Mannheim: sociología del conocimiento e intelligentsia....... La sociología del conocimiento......................................... La categoría de intelligentsia............................................ Segunda generación de la teoría...............................................

15 17 22 22 23 23 25 27

Minorías selectas, poliarquía y élites ....................................... Aron: minorías selectas.............................................................. Dahl: poliarquía, tecnocracia y élites.......................................... Democracia decisional: Sartori...................................................

33 35 36 41

Poder, clases sociales y élites .................................................... 49 (Post)estructuralismo y poder.................................................... 51 Poulantzas: bloque en el poder.................................................. 54 La cuestión del poder............................................................ 54 Élites y bloque en el poder.................................................... 58 Burocracia y élites.................................................................. 61 Élites intelectuales y hegemonía .............................................. Gramsci: intelectual orgánico y hegemonía............................... Laclau & Mouffe: crítica al concepto de hegemonía.................. Élites y democracia restringida..................................................

63 66 68 73



Cultura/contracultura, cotidianidad y élites ............................. 85 Adorno: élites y pseudocultura ................................................. 88 La industria cultural............................................................... 88 Comunicación, técnica y control............................................ 90 Pseudocultura de masas........................................................ 91 Opinión pública y mass media............................................... 95 Nuevas formas de alineación social....................................... 98 Élites, cotidianidad y resistencia................................................. 102 Dinámica de las resistencias.................................................. 102 Espacio/tiempo de las resistencias......................................... 103 Prácticas de las resistencias................................................... 105 Élites, imaginarios e identidades sociales ................................ 107 Habitus y conflicto de subjetividades......................................... 110 Imaginarios sociales................................................................... 112 Identidades culturales................................................................ 114 Opinión pública, élites y contraélites ....................................... 119 Habermas: poder y opinión pública........................................... 123 Esfera de la opinión pública.................................................. 123 Minorías y desobediencia civil............................................... 126 Nancy Fraser: redistribución y reconocimiento........................... 128 Warner: públicos y contrapúblicos............................................. 137 Excurso. Élites, actores y estrategias ........................................ 141 Actores y estrategias.................................................................. 143 Dinámicas simbólicas y ciudadanía............................................ 148 Conclusión .................................................................................. 151 Bibliografía ............................................................................... 159



Introducción

En un escrito anterior sostuve como hipótesis de trabajo que el estatuto epistemológico de la teoría política se constituía a partir de su ruptura con la filosofía política, a través de la concreción de sus propias unidades de análisis Estado, sistema político y poder, que, posteriormente, derivan en la de democracia deliberativa como categoría estructural de interpretación1. Se sostenía que una de las maneras más directas en que podíamos diferenciar a la teoría política de otras disciplinas, era determinar las problemáticas históricas, que, partiendo en buena parte de la filosofía política, han querido caracterizar la reflexión sobre lo político. De ello se derivarían los problemas estructurales que la reflexión sobre la política ha tenido históricamente y de donde podríamos inferir sus unidades de análisis2. En efecto, la primera temática esencial giraba alrededor del problema del Estado. Más allá de los desarrollos específicos de cada escuela o autor, la modernidad temprana –tanto con el republicanismo de Maquievalo y Bodin como con el contractualismo, de Hobbes a Kant, pasando por Locke y Rousseau, y, posteriormente, con la reacción de Hegel, quien lo eleva a la altura de “espíritu absoluto” como sujeto de la historia–, convierte al Estado en el tema de reflexión central de toda esta época. El pensamiento de Marx y el marxismo, tanto ortodoxo como heterodoxo, así como el mismo contrapunteo del anarquismo frente a su abolición y desaparición, o la defensa del fascismo y las diferentes expresiones de la dictadura en Schmitt, por ejemplo, consagran en la misma dirección la problemática posthegeliana. Durante casi cinco siglos, el Estado constituye el elemento de reflexión sustancial de lo político que, en las más diversas tonalidades y variaciones, caracteriza al abordaje moderno sobre el mismo3. Oscar Mejía Quintana, “El estatuto epistemológico de la teoría política”, en Revista Ciencia Política (No. 1), Bogotá D.C.: Departamento de Ciencia Política (Universidad Nacional de Colombia), 2006. 2 Sobre este método, ver Lucien Goldmann, “Génesis y Estructura” y “Hacia un enfoque marxista de los estudios sobre marxismo”, en Marxismo y Ciencias Humanas, Buenos Aires: Amorrortu, 1975, pp. 17-27, 172-176. 3 Oscar Mejía Quintana, “La tradición contractualista”, en Justicia y Democracia Consensual, Bogotá: Siglo del Hombre/Ediciones Uniandes, 1997, pp. 13-35; Jean Michel Palmier, “La filosofía del derecho”, en Hegel, México: F.C.E., 1977, pp. 81-100; Nicos Poulantzas, “El Estado capitalista y las clases dominantes”, en Poder Político y Clases Sociales en el Estado Capitalista, México: Siglo XXI, 1978, pp. 247-289; Enrique Serrano, “La política entre amigos y enemigos”, en Consenso y Conflicto: Schmitt y Arendt, México: Cepcom, 1998, pp. 41-61; Peter Koller, “Las teorías del contrato social como modelos de justificación de las instituciones políticas”, en L. Kern y H:P: Muller, La Justicia: ¿Discurso o Mercado?, Barcelona: Gedisa, 1992, pp. 21-65. Igualmente, Antoni Negri, “Sobre algunas tendencias de la teoría del Estado más reciente: reseña crítica”, en La Forma-Estado, 1



La Categoría de Élite en los Estudios Políticos La segunda temática esencial se definía, a partir de la postguerra, alrededor del sistema político, desde un abordaje funcional, inicialmente, y, más tarde, sistémico. Parsons, primero, desde la sociología, e Easton, después, inaugurando explícitamente la teoría política a través de esta –en adelante– categoría central de lo político, configuran tanto el dominio, como la herramienta, desde el cual lo político tiene que empezar a ser considerado y estudiado. Siguiendo y profundizando esta línea, posteriormente Luhmann retoma y lleva a su máxima expresión la categoría de sistema político, pese a las reconsideraciones que introduce en torno al Estado, pero en estrecha relación ahora con el sistema político en conjunto4. La tercera temática esencial se consolida a través de la crítica postestructuralista al discurso moderno, que incluye directamente la categoría de Estado, e, indirectamente, la de sistema político, en su crítica a las implicaciones metafísicas de la de estructura. En esta línea se desarrolla la reflexión sobre el poder como una nueva categoría que intenta dar razón de las implicaciones más generales que éste tiene sobre la política, en un cuestionamiento a los postulados convencionales que sobre el poder había considerado la modernidad, reduciéndolo o al Estado o a las diferentes estructuras (la económica, la ideológica, la de la legitimidad, etc.), que pretendían explicar su naturaleza o dinámica. El poder se revela como la dimensión trans-social que comprehende la totalidad de manifestaciones macro y micropolíticas y que, por tanto, no puede ser reducido ni al Estado ni al sistema y se desliza en todos las instancias sociales no sólo en términos de dominación, sino, simultáneamente, de posibilidad de resistencia5. De lo anterior quedaba claro que, históricamente, podemos inferir tres temáticas esenciales de la teoría política que constituyen el punto de apoyo normativo de la ciencia política en general: Estado, sistema político y poder, a las que vemos sumada una nueva, la de democracia deliberativa, en los últimos tiempos. Temáticas esenciales que, ya en el terreno de la teoría política, devienen unidades de análisis que configuran esquemas de abordaje, tanto teórico como práctico, de problemáticas propias de los campos políticos contemporáneos.

10 Madrid: Akal, 2003, pp. 295-335, El Poder Constituyente, Madrid: Libertarias, 1994; Antoni Negri y Michael Hardt, “El derecho postmoderno y el marchitamiento de la sociedad civil”, en El Trabajo de Dionisos, Madrid: Ediciones Akal, 2003, pp. 31-86; y Varios, Antonio Negri: Una Teoría del Poder Constituyente, Barcelona: Anthropos, 1993. 4 Ver David Easton, “Categorías para el análisis sistémico de la política”, en Enfoques sobre Teoría Política, Buenos Aires: Amorrortu, 1973, pp. 216-231; Niklas Luhmann, “La política como sistema autorreferente” y “El futuro de la democracia”, en Teoría Política en el Estado de Bienestar, Madrid: Alianza, 1994, pp. 47-60; 159-170; Niklas Luhmann, “L’ Etat el la politique”, en Politique et Complexité, Paris: Cerf, 1999, pp. 77-142. 5 Franca D’Agostini, “Postestructuralismo y postmodernismo”, en Analíticos y Continentales, Madrid: Cátedra, 2000, pp. 439-480.



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En una línea de razonamiento que pretende continuar aquellas reflexiones, este escrito buscará demarcar epistemológicamente, en lo posible a partir de una reconstrucción histórico-estructural de la categoría, los linderos desde los cuales puede ser utilizado el concepto de “élites” como unidad de análisis e interpretación teórica de los fenómenos políticos. La élite, en términos generales, puede entenderse como una minoría selecta que gobierna sobre la mayoría, en virtud de atributos psicológicos “superiores” y de su posición privilegiada dentro de la organización social. La élite es un actor social estratégico, cuya acción está inscrita en las relaciones de poder, razón por la cual las jerarquías sociales se definen en términos de pertenencia o no a la élite, cuyos miembros ocupan las más altas posiciones en los ámbitos cultural, social, económico, político y militar. Los rasgos subjetivos y estructurales son variantes fundamentales en el análisis elitista, pues permiten caracterizar la élite como actor fundamental en la organización social, en la medida que estructura relaciones de poder, y, al mismo tiempo, produce identidad, símbolos, imaginarios, discursos, en síntesis, cultura. Por su importancia en los diversos procesos sociales, la élite se ha convertido en una categoría analítica fundamental para la teoría política. Desde el pensamiento político griego antiguo ya se puede rastrear la idea de élite en el Libro Primero de la Políteia de Aristóteles, cuando advierte que se “naturaliza la relación social entre el señor y el esclavo, así como el derecho de mandar del primero, a raíz de la superioridad de su mérito (asociado a la virtud) sobre el segundo. El atributo individual superior, característico de la política clásica, se erige así sobre la diferencia de las virtudes”6. En la modernidad, Saint-Simon será el primero en acercarse a una reflexión sobre las élites, cuando hable de un gobierno de los científicos y de los industriales. Sin embargo, la teoría elitista sólo aparece después de la obra de Karl Marx, como crítica al concepto de clase que se define por la posición en las relaciones de producción. Esta idea le da un papel privilegiado a la clase en el sistema económico, “que se hace extensivo al dominio político a partir de la influencia burguesa en el aparato militar, la ideología, las formas jurídicas y las formas de conciencia social”7. Los teóricos elitistas interpretan esta idea marxista como una forma de determinismo económico del que depende la esfera política; para W. Mills, por ejemplo, “la frase clase dominante, en su sentido político habitual, no permite reconocer bastante autonomía al orden político y a sus agentes

Varios, “Aproximación a las teorías de Élites”, en Élites, Eticidades y Constitución en Colombia, Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. 2004, p. 10. 7 Véase Karl Marx, Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, Buenos Aires: Edición Nueva, 1968; La Cuestión Judía, Madrid: Editorial Planeta, 1992. 6

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos y no dice nada a propósito del orden militar […] Clase es una expresión económica, ‘dominio’ es una expresión política”8. En ese orden, la hipótesis de trabajo que el escrito buscará ilustrar es la siguiente: La demarcación epistemológica de la categoría de élites, que permite fundamentarla como unidad de análisis e interpretación teórica de los fenómenos políticos, requiere la reconstrucción histórica de su trayectoria para demostrar su tradición y versatilidad en la interpretación de las dinámicas políticas. Ello posibilita advertir el paso de la interpretación inicial de la élite, como una pluralidad de grupos influyentes, a la noción de élite ilustrada que sustituye al pueblo a través de los procedimientos democráticos, así como, más tarde, el tránsito a la versátil noción de poder del postestructuralismo, cuyo desconocimiento de los mecanismos específicos de dominación ejercidos por las élites dominantes sólo logra ser superado por la categoría de bloque en el poder, que facilita percibir los mecanismos por los cuales la(s) élite(s) se articula(n) a través de fracción(es) hegemónica(s) que cohesiona(n) al conjunto de las élites políticas, económicas y burocráticas dominantes a través del Estado. Esto viabiliza entender las estrategias hegemónicas que las élites vehiculizan y que garantizan su penetración en el mundo de la vida, concibiendo, en el marco de la democracia liberal, estrategias sociales e institucionales de dominación, que usufructúan, a través de los medios de comunicación masivos, los procesos de voluntad y formación de opinión pública. Lo anterior revela a la cotidianidad como un campo social en tensión en el que se da un conflicto de imaginarios e identidades socio-políticas en pugna, encarnado en sujetos sociales diversos, en minorías y en élites. El conflicto allana la comprensión de los complejos dominios cotidianos en que se proyectan las maniobras de dominación de las élites, así como la dinámica espacio-temporal de la desobediencia civil y las resistencias contestatarias, en la que se trenzan las estrategias hegemónicas y contrahegemónicas en la base misma que sostiene toda la pirámide social. De esa manera, se vislumbra el espacio de la esfera pública como un ámbito, no de públicos o contrapúblicos en pos de identidades y programas de reconocimiento, sino como un campo de confrontación entre posiciones hegemónicas y contrahegemónicas encarnadas por élites y contraélites sociales y políticas.

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En primer lugar se realizará un acercamiento a la teoría clásica de las élites, señalando los aportes de las primeras generaciones de autores que abordan el problema, lo que nos proporcionará el punto de partida de Wrigth Mills, La Élite del Poder, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1963, p. 277. 8



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la problemática (1). Enseguida nos acercaremos al concepto de minorías selectas de Aron, así como al de Dahl de poliarquía y su relación con las élites, en una elaboración más contemporánea de la cuestión que nos posibilite visualizar las continuidades y discontinuidades temáticas del asunto, abordando igualmente la teoría decisional de la democracia de Sartori, que consagra el manejo elitista como el único efectivo para un sistema democrático (2). Posteriormente, abordaremos el planteamiento que sobre el poder desarrolla el postestructuralismo francés y, en su órbita, la articulación que los análisis marxistas de Poulantzas hacen de aquel con la categoría de bloque en el poder y la relación explícita que se plantea en su relación con las élites (3). Inmediatamente, a partir de la reflexiones gramscianas sobre el intelectual orgánico y la hegemonía, entendidas como expresión de organizaciones colectivas selectas, reconstruiremos la crítica de Laclau y Mouffe, así como el planteamiento de Dubiel y Wellmer sobre las dinámicas de dominación y desobediencia que involucran potencialmente a élites y minorías (4). Con ello podremos considerar, en el siguiente paso, y en el contexto de la teoría de la pseudocultura de Adorno, la tensión ya presente entre cultura y contracultura y el entronque que, en el marco de los procesos cotidianos, involucra a los diversos sujetos sociales en eventuales prácticas hegemónicas elitistas y populares contrahegemónicas (5). Ello nos facultará para intentar articular una teoría de las élites con la categoría habitus, así como con las de imaginarios e identidades sociales, y desustancializar a las élites, comprendiéndolas como una pluralidad de perspectivas ideológicas y políticas en tensión y conflicto (6). Ello nos debe permitir interpretar las dinámicas y contradinámicas que se dan en el marco de los procesos de voluntad y opinión pública y en qué forma puede inferirse de ese marco la noción de élites y contraélites como relación de dominio-resistencia a su interior (7). Finalmente, el excurso busca precisar una serie de conceptos complementarios que lo acerquen a la categoría de élites y a su realización práctica.

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La teoría clásica de las élites

En esta primera parte, el escrito busca presentar en términos meramente expositivos con el objetivo de ubicar los orígenes y antecedentes de la teoría de las élites, lo que serán, en primer lugar, los planteamientos de Pareto y Mosca y su debate con Marx en torno al carácter, alcance y justificación o no de la dominación de las élites (1.1.), para, enseguida, adentrarse en lo que será el aporte de la sociología comprensiva de Weber y la sociología del conocimiento de Mannheim y sus categorías de clase dirigente e intelligentsia, desde perspectivas fundamentadas sociológicamente y, en el caso del segundo, particularmente críticas, alimentadas estas últimas del instrumental marxista sobre la ideología (1.2.). Este apartado se cierra con la exposición de la segunda generación de la teoría de las élites, en la que se presentan los aportes de Mills, Schumpeter y Bottomore y sus respectivas visiones sobre el particular, con lo que quedan claras, no solo la tradición y permanencia de la categoría, sino su versatilidad en la interpretación de las dinámicas políticas (1.3.).

Primera generación de la teoría Wilfredo Pareto y Gaetano Mosca son exponentes de la primera generación de la teoría de la élite, sus ideas confluyen en el marxismo y la democracia liberal, específicamente en la idea de una sociedad sin clases. Pareto elaboró su teoría de elitista, en un intenso debate con el fantasma de Marx. Sus análisis de las relaciones entre las clases, de las fuentes de poder político y del sistema económico, carecían de sentido para Pareto, pues, en todo caso, el “pueblo” jamás se movió o se guió por un análisis racional de su situación9; todos los movimientos y cambios sociales han sido promovidos por y para unas minorías. Para Marx, son las condiciones económicas y tecnológicas las que condicionan la aparición de las clases, y las élites son subproductos de la división en clases. Así, pues, la burguesía y el proletariado son producto de transformaciones en las formas de producción y el grado de desarrollo de las fuerzas productivas. A pesar de que todos los movimientos han sido hasta ahora movimientos de minorías, o se han producido en provecho de minorías, de todas las clases sólo la mayoritaria, el proletariado, es una clase verdaderamente revolucionaria.

Irving Zeitlin, Ideología y Teoría Sociológica, Buenos Aires: Amorrortu, p. 190.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos La burguesía destruye toda élite, mientras el comunismo no es más que una especificación del proletariado. El socialismo científico –escribe Pareto– nació de la necesidad de dar una apariencia científica a las aspiraciones de la humanidad; así, entonces, las relaciones de las clases sociales, “el vivir en una colectividad dada imprime en la mente ciertos conceptos, ciertas formas de pensar y de actuar, ciertos pre-juicios, ciertas creencias que luego se mantienen y adquieren una experiencia seudoobjetiva, como tantas otras entidades análogas. En Europa, la propaganda marxista de la “luchas de clases” sirvió para fortificar las fuerzas instintivas (residuos) correspondientes en la clase de los “proletarios”, o, mejor de una parte del pueblo10. Pareto acepta del marxismo la importancia del contexto social, pero poniéndole límites. Excluye, ante todo, que el ambiente pueda borrar la heterogeneidad entre los individuos, pues cada individuo ocupa una determinada posición en la pirámide social, y si se ordena a los individuos según su grado de influencia y de poder político, en casi todas las sociedades, los que tienen mayor influencia y poder político son también los de mayor riqueza: ésta es la élite. Como Marx, ve una correspondencia entre el poder político y el poder económico, pero mientras que el poder económico, para el primero, tendía a determinar el político, Pareto los consideraba a ambos como motivados por la presencia de individuos de ciertas características de élite, de sentimientos de élite11. Con la categoría de diferenciación social, Pareto expresa el hecho de que los individuos son física, moral e intelectualmente diferentes. Algunos individuos son superiores a otros y, en esta línea, el término élite se refiere a la superioridad, en habilidad, poder e inteligencia. La clase selecta (élite) de una sociedad está compuesta por aquellos que tienen los índices mayores en sus respectivas ramas de actividad. Pareto divide la élite en dos: aquellos que tienen participación notable en el gobierno, los cuales constituirán la clase selecta de gobierno, y el resto, que será la clase selecta de no gobierno12. El estrato inferior o no-élite está formada por aquellos que están gobernados, y, según Pareto, su influencia política es casi nula.

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Hay para Pareto residuos de la clase I en el estrato superior, es decir, una propensión a las combinaciones, una búsqueda de las combinaciones que se juzgan mejores y que han conducido al progreso. El científico, así como la élite, imagina, inventa y se guía por preceptos, conjeturas y suposiciones. Para el no-científico, en cambio, el sentimiento desempeña un papel fundamental y, por tanto, acepta las proposiciones por la fe. La racionalidad es para el dominio exclusivo de las élites y la no racionalidad Wilfredo Pareto, Escritos Sociológicos, Madrid: Alianza Editorial, 1987, p. 23. Zeitlin, p. 191. Pareto, p. 66.

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para el de las masas13, a las que les es atribuido el tipo de residuos de la clase II, es decir, hábitos, costumbres, tradiciones y otras creencias y prácticas que persisten a través del tiempo: en síntesis, son elementos recibidos pasivamente, aceptados y mantenidos con tenacidad. La masa es pasiva en su recepción y retención de sentimientos, en tanto que la élite es activa en la explotación de éstos por medio de sus fórmulas ingeniosas. Ahora bien, los elementos superiores no son solo los aptos para gobernar, sino también los que están dispuestos a usar la fuerza. Los electos inferiores temen el uso de ésta, la élite en decadencia se aparta del uso de la fuerza y trata, entonces, de comprar a sus adversarios. Así pues, las sociedades en general subsisten porque en la mayoría de los miembros que las constituyen, los sentimientos correspondientes a residuos de sociabilidad (clase IV) se hallan vivos y vigorosos. Cuanto mayor son los residuos de sociabilidad mayor es la uniformidad y, viceversa, en las sociedades generalmente heterogéneas la exigencia de uniformidad es muy fuerte en algunos individuos, moderada en otros, muy ausente y casi nula en algunos. Cuando se acentúan las diferencias entre la clase gobernante y la clase sometida, las combinaciones y los instintos tienden a predominar en la clase gobernante y los sentimientos de persistencia del grupo en la clase sometida: estas diferencias casi insuperables son la que conducen a la revolución. La lucha y circulación de las élites es la esencia de la historia. Por ello, los levantamientos populares no tienen verdaderas consecuencias para el pueblo; sirven para facilitar la caída de la vieja élite y el surgimiento de la nueva. Las élites sólo usan a las clases inferiores para conservar o tomar el poder, y, por ello, se afirma que la historia es un cementerio de aristocracias y que su caída se produce como resultado de la reducción de su calidad, en el sentido que disminuye en ellas la energía y se modifican las proporciones de los residuos que les ayudaron a adueñarse del poder y a conservarlo: la clase gobernante se restaura en número y en calidad mediante familias que vienen de los estratos inferiores y que aportan los residuos necesarios para mantenerse en el poder14. Por su parte, Gaetano Mosca reconoce que la distinción entre gobernantes y gobernados no es innovadora. Sin embargo, sólo en Saint-Simon encuentra una anticipación a su doctrina, según la cual una vez que una sociedad llega a una etapa de desarrollo, el control político, en el más amplio sentido de la expresión, es siempre ejercido por una clase especial o por una minoría organizada. Así pues, en todas las sociedades existen dos clases de personas: la de los gobernantes y la de los gobernados. La primera, que es siempre la menos numerosa, desempeña todas las

Irving, p. 199. Pareto, p. 71.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos funciones políticas y monopoliza el poder y disfrute de las ventajas que van unidas a él. En tanto, la segunda, la más numerosa, es dirigida y regulada por la primera de una manera más o menos legal, o, bien, de un modo más o menos arbitrario y violento, y ello le suministra los medios materiales de subsistencia indispensables para la vida política15. En la práctica de la vida reconocemos la existencia de esta clase política: aun en las democracias subsiste la necesidad de una minoría organizada que, a pesar de las apariencias en sentido contrario y de los principios legales sobre los que se basa el gobierno, conserva el control real y efectivo del Estado. La clase dominante constituye un atributo permanente de la sociedad, al igual que la lucha por la preeminencia. En todas las sociedades ha habido y seguirá habiendo dos clases: la que domina y la que es dominada. Las masas dominadas pueden ejercer presiones sobre los dominadores, las cuales surgen de su descontento y de las pasiones que las mueven, ejerciendo con ello cierta influencia sobre las medidas de la clase política. Ello puede provocar derrocamiento y cambios de la antigua clase dirigente por una nueva integrada por miembros de la masa. La clase dominante o política asume la preponderancia en la determinación del tipo político y también del grado de civilización de los pueblos. Las minorías gobernantes están constituidas, por lo común, de una manera tal, que los individuos que las componen se distinguen de la masa de los gobernados por determinadas cualidades que les otorgan cierta superioridad material e intelectual e, incluso, moral. O bien son los herederos de los que poseían ciertas cualidades16. La clase dominante es una minoría organizada y, por esta razón, detenta el poder, en contraste con la mayoría desorganizada. Esta desorganización deja a cada uno de sus miembros impotente ante el poderío organizado de la minoría, que logra actuar concertadamente.

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Para Mosca hay una ley social inherente a la naturaleza del hombre, según la cual los representantes del pueblo se transforman de sirvientes en amos y muy pronto desarrollan intereses propios, convirtiéndose en el ejercicio de la promoción de estos intereses en una minoría bien organizada, poderosa y dominante. La ley psicológica básica que impele a los hombres a luchar por la preeminencia, desemboca siempre en la victoria de la minoría, la cual, en virtud de su organización y cualidades superiores, obtiene el control decisivo sobre ciertas fuerzas sociales, y el control sobre cualquier fuerza social –militar, política, económica, religiosa o moral– puede llevar al control de los otros.

Gaetano Mosca, La Clase Política, México: F.C.E., 1995, pp. 106. Idem, p.110.

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Todas las minorías gobernantes tienden a convertirse en hereditarias, si no de hecho, sí de derecho. Las conexiones y parentesco permiten al individuo orientar sus acciones, de acuerdo con las pautas que impone el grupo al que pertenece. La posición social, la tradición familiar y los hábitos de clase determinan y condicionan el carácter de los hombres. Además de ciertas bases sociales, existen ciertas bases culturales que explican la superioridad de la clase política, que debe sus cualidades especiales no tanto a su sangre como a su educación particular, que ha desarrollado ciertas tendencias intelectuales y preferencias con respecto a otras. La clase dominante debe su existencia a una naturaleza básica e inmutable del hombre: los hombres siempre lucharán por la preeminencia y esto dará como resultado la dicotomía entre gobernados y gobernantes17. La minoría organizada tiende a estabilizar su poder superior, haciéndolo aceptable para las masas. Lo consigue por medio de una fórmula política, una fuerza social importante, que permite subsistir a la sociedad y que incluye valores, creencias, sentimientos y hábitos comunes que resultan de la historia colectiva de un pueblo y que hacen a éste receptivo a las ficciones de la clase gobernante para legitimar su poder. Las ideas gobernantes no pueden apartarse demasiado de la cultura dominante sin producir conflictos que amenacen la supervivencia de la sociedad. Además de la fórmula política, Mosca llama la atención sobre la emergencia en las clases inferiores de una minoría dirigente, una suerte de clase plebeya que es contraria a la clase legalmente gobernante; es una subminoría (clase media), cuyo papel consistirá en asegurar el equilibrio del sistema a partir de un ejercicio de renovación permanente de valores, prácticas e intereses, que en todo caso dependen del nivel de movilidad, integración y actividad que tenga dicha minoría. La clase dirigente se convierte en un Estado dentro del Estado: cuanto mayor es el descontento de las clases inferiores tanto mayor es la probabilidad de que éstas apoyen el derrocamiento del gobierno legal existente. Las clases políticas declinan inexorablemente cuando ya no pueden ejercer las cualidades mediante las que llegaron al poder, cuando no pueden prestar más el servicio social que prestaban o cuando mediante sus cualidades y servicios pierden importancia en el ambiente social donde viven. En efecto, la circulación de las élites puede que conlleve a su sustitución o a su renovación por el ingreso a ella de individuos procedentes de las clases bajas, o bien esta movilidad se puede dar en virtud del reemplazo de una vieja clase dominante por una nueva. De igual forma, sobre dicha circulación influyen factores no propiamente políticos. Un ejemplo de ello lo constituyen los cambios tecnológicos o culturales que potencializan Zeitlin, p. 226

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos en la escena política grupos que la élite no contemplaba dentro de sus transacciones previstas y que hacen más compleja la estabilidad de una minoría y más posible su renovación18.

El aporte de la sociología comprensiva Max Weber y la clase dirigente La aparición de la clase política, y en el interior de esta clase de un grupo dirigente, se justifica según la perspectiva marxista por la necesidad de la división social del trabajo a la que conduce la concentración de los medios de producción y la separación del obrero de esos medios. Sin embargo, Weber destaca la concentración de los medios de administración y de violencia de los que dispone la minoría dirigente para mantenerse en el poder. En un análisis que revela las dinámicas de dominación que no habían sido contempladas por el marxismo y que desbordan la sola apropiación de los medios de producción, la estructura burocrática se caracteriza, pues, por la concentración de los medios administrativos y de poder político. Con el fin de explicar los posibles fundamentos de la autoridad política, Weber utiliza el método del tipo ideal que “no es una hipótesis pero brinda una guía para la construcción de hipótesis. No es una descripción de la realidad, pero tiende a dar a tal descripción medios no ambiguos de expresión”19. Bajo este instrumento conceptual se examinan los diferentes tipos de racionalización y autoridad característicos de la sociedad moderna, de donde se distingue la racionalidad formal, la racionalidad material y, finalmente, la racionalización de las imágenes del mundo20.

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Por otra parte, Weber entiende el concepto de poder como la capacidad de imponer la voluntad propia pese a la resistencia, distinto de la dominación, que es entendida como la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato de determinado contenido entre personas dadas. Él presupone, a su vez, la continuidad en el ejercicio del poder, es decir, el surgimiento necesario de una “asociación”, de un eventual “cuadro administrativo” que regule dicha asociación. Así pues, la dominación hace referencia a la existencia de relaciones sociales y de una cierta distribución de roles sociales en roles de dominación y roles de subordinación. Se conoce como autoridad la dominación legítima, por tanto, la autoridad política no es más que la autoridad ejercida en un grupo político. Se pueden distinguir tres tipos ideales de autoridad política: la primera es

Véase James Meisel, El Mito de la Clase Gobernante: Gaetano Mosca y la Élite, Buenos Aires: Amorrortu, 1975. 19 Zeitlin, p. 136. 20 Véase Enrique Serrano, Legitimación y Racionalización, Barcelona: Anthropos, 1994. 18

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la autoridad tradicional (la tradición es fundamento suficiente para justificar el orden); la segunda es la autoridad carismática que reposa sobre el reconocimiento de los partisanos del poder personal de su jefe, y el tercer tipo ideal es la autoridad legal-racional, que corresponde fundamentalmente a la mayor parte de de los Estados modernos, la cual se funda sobre un cuerpo de reglas legalmente instituidas que asignan una esfera precisa de competencia a cada titular de autoridad; este tipo es propio de la organización burocrática. Los tres tipos de autoridad se entremezclan y se entrecruzan en la realidad para producir una minoría que gobierna: la burocracia.

Mannheim: sociología del conocimiento e intelligentsia La sociología del conocimiento La sociología del conocimiento de Mannheim parte de su teoría de la ideología. La ideología particular se encuentra referida al ámbito psicológico individual. El paradigma de la forma particular de la ideología es la mentira, tal y como se entiende en el sentido común, aunque la ideología particular se ha diferenciado gradualmente de aquella, incluyendo una diversidad de deformaciones que oscilan entre las mentiras conscientes y los disfraces semiinconscientes, entre los esfuerzos calculados para engañar a los otros y el autoengaño. También puede ser grupal, pues la psicología colectiva puede reducirse a la individual21. El concepto de ideología total es más amplio e incluyente que el particular. Pone en duda toda la cosmovisión del oponente, su entero aparato conceptual, que se entiende como resultado de la vida social que realiza. También se refiere al mundo intelectual de una época. En la ideología total queda afectado el contenido, pero también la forma y la estructura conceptual de un modo de pensar. La evolución histórica que permite el paso del concepto particular de ideología al concepto total, se inicia con la aparición de la “filosofía de la conciencia”, que implicó el reemplazo de la unidad objetiva del mundo propugnada por la teología por la unidad impuesta por el sujeto que percibe: la conciencia en sí, el sujeto absoluto del idealismo ilustrado. Luego, aparece la perspectiva histórica tal y como se presenta en la obra de Hegel, que cuestiona el sujeto abstracto supratemporal y segregado de lo social y lo contrapone al espíritu objetivo, integrado por los elementos culturales históricamente acumulados en la vida social de una época y de un pueblo. De este modo, el sujeto formal abstracto de la Ilustración da paso a un sujeto más concreto e históricamente cambiante. Más tarde, aparece el concepto de “clase”, que ocupa el lugar del pueblo como portadora de la conciencia histórica. A partir de aquí se puede entender Idem, p. 237.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos que las clases sociales generan una diversidad de formas intelectuales que dependen de éstas22. La capacidad de observar que distintos grupos generan una diversidad de ideologías especiales con las que entran en una relación de determinación social, es la que abre la posibilidad de hablar del concepto total de ideología. En la concepción total de la ideología se es consciente tanto de la ideología especial propia como de las ideologías de los otros. El concepto de ideología total podrá generarse en el momento histórico en que aparece una multiplicidad de perspectivas y criterios más seculares de comprensión de la realidad. El creador del sentido moderno de la palabra ideología fue Napoleón, quien se refirió de modo despectivo a estos “ideólogos”, entendiendo que su pensamiento no tenía validez al ser poco realista. Del mismo modo como Napoleón desacreditaba a sus adversarios mostrando la naturaleza ideológica de su pensamiento, después la palabra ideología se utiliza por el proletariado como arma contra la burguesía. De este modo, el hecho de atacar a los otros tildando su pensamiento de ideológico constituye una tendencia a extenderse y generalizarse con el desarrollo de una multiplicidad de perspectivas de la realidad23.

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La ideología especial se produce cuando alguien no pone en cuestión su propia posición, a la que entiende como absoluta, y, al mismo tiempo interpreta las ideas de los adversarios como determinadas por la posición social que ocupan. Por el contrario, la formulación general del concepto de ideología significa que dicho término se utiliza no solamente para aquel que desde una posición especial somete al análisis ideológico las ideas del otro, sino cuando, además de tener en cuenta el punto de vista de este adversario, incluye todos los enfoques, también el suyo propio. Con la formulación general del concepto total de ideología, la teoría de la ideología se convierte en sociología del conocimiento. Esto es, cuando somos capaces de detectar la determinación social de la totalidad del pensamiento de una variedad de perspectivas que corresponden a una diversidad de grupos, entre los cuales se incluye el nuestro, nos encontramos ya en el territorio de la sociología del conocimiento. Lo esencial para la sociología del conocimiento es, por tanto, comprender la multiplicidad de “perspectivas” de los grupos en la medida en que se derivan de sus condiciones de vida24. La sociología del conocimiento es posible entenderla de dos modos, uno no valorativo y otro valorativo25. El modo no valorativo consistiría en asumir una posición epistemológica que intentaría ser neutral ante los valores, 25 22 23 24

Idem, p. 239. Idem, p. 241. Idem, p. 242. Idem, p. 244.

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evitaría los juicios de valor. El modo valorativo incluiría la preocupación de la aproximación no valorativa por el análisis científico de las correlaciones, pero incorporaría una epistemología transformada en función de los criterios propios de la sociología del conocimiento. A partir de esta concepción valorativa de la ideología surge el relacionismo de Mannheim, que asume que cualquier afirmación está ligada necesariamente a una perspectiva de la realidad. La sociología del conocimiento que utiliza la concepción valorativa de la ideología acepta que es inevitable presuponer de entrada una concepción ontológica, un modo de comprender la realidad, y valores éticos. Mannheim sustituye el concepto de ideología total y general por el de perspectiva, entendiendo por ésta la conexión que existe entre una determinada situación social y sus formas de pensamiento asociadas. La sociología del conocimiento aparece, pues, en el momento en que se es consciente de una multiplicidad de perspectivas, incluyendo la propia, pero además se dirige a la totalidad de la cosmovisión y aparato mental que cabe asociar a una determinada situación histórico-social o a un grupo. Se ocupa del modo en que las estructuras mentales se forman inevitablemente de manera distinta cuando se trata de marcos sociales históricos diferentes26. Mannheim va a introducir las ideas de imputación y particularización. De este modo, cuando se pregunta sobre la verdad o validez de una afirmación, hay tres respuestas posibles: • negar la validez absoluta de una afirmación cuando demostramos su relación estructural con una situación social concreta; • señalar que las imputaciones que hace la sociología del conocimiento entre la afirmación y quien la fórmula no dicen nada con respecto al valor de verdad de la afirmación, puesto que la génesis no afecta la validez (aunque Mannheim cree que la génesis social afecta también el problema de la validez); • intentar establecer no solamente la existencia de la relación entre la afirmación y la situación social e histórica, sino intentar al mismo tiempo particularizar su ámbito y grado de validez27.

La categoría de intelligentsia Mannheim generalizó el concepto de clase de Marx, diferenciándolo de la categoría de posición social, entendida como la ubicación común que les ha caído en suerte a ciertos individuos en la estructura económica y de poder de una sociedad. Es un término general que se refiere a la exposición continuada de algunos individuos a influencias análogas o a iguales Idem, p. 247. Idem, pp. 249-250.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos oportunidades y restricciones. Por otro lado, la posición de clase implica cierta afinidad de intereses dentro de una sociedad diversificada, que asigna el poder selectivamente y distribuye prerrogativas y oportunidades económicas de un modo desigual. El hombre bajo la perspectiva de Mannheim se comprende por su conducta y sus motivaciones y éstas, a su vez, dependen de la orientación del hombre en una situación dada: se trata, entonces, de una conducta de posición que se guía por lo impulsos en una determinada localización. La forma más importante de conducta de posición es aquella que está exclusivamente guiada por los intereses económicos de un individuo. Se puede hablar de clase, si los individuos actúan uniformemente en el proceso de producción de acuerdo con posiciones e intereses análogos. En ese contexto, la intelligentsia es “[…] una capa social, sin clase, a la que se le ha asignado un papel de satélite de una u otra clase y partidos existentes. Es un conglomerado entre, pero no sobre las clases. El miembro individual de la intelligentsia puede tener y con frecuencia tiene, una orientación particular de clase y, en conflictos reales, puede alinearse con uno u otro partido político. Esta capa social no es una clase social propia dicha, ya que no tienen intereses comunes, no pueden formar un apartido separado por su relativa independencia, y por último, son incapaces de llevar una acción común concertada”28. Ellos son ideólogos de una u otra clase pero nunca hablan por sí mismos: los intelectuales no son un estrato superior, ni su peculiar posición social asegura mayor validez a sus perspectivas. El intelectual se siente impulsado por el hecho de que su preparación lo ha facultado para enfrentar los problemas del momento desde varias perspectivas y no solo desde una, como sucede con la mayoría de los participantes en las controversias.

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Ahora bien, los intelectuales son relativamente autónomos, lo cual alude al hecho bien establecido de que no reaccionan ante determinados problemas de una manera tan cohesiva, como sí lo hacen los obreros. Si bien durante la edad media se pudieron emancipar en cierto grado de las clases superiores, fue en instituciones como los salones y los cafés, en los que pudo verse por primera vez a los intelectuales en una posición relativamente libre. En la época moderna, al menos algunos intelectuales pudieron evitar una relación de dependencia con respecto al medio, la institución, la clase y el partido. Sin embargo, a pesar que el intelectual libre en potencia tiene una

Karl Mannheim, Ensayos de Sociología y Psicología Social, México: F.C.E., 1963, p. 38.

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visión más basta y esta menos cegado por los intereses y los compromisos particulares, carece al mismo tiempo de los frenos de la vida real. Se halla más inclinado a crear ideas sin ponerlas a prueba en la práctica, esto es, en las acciones y consecuencias de la vida cotidiana. Por pequeño que sea este estrato, tiene un importante papel que al mismo tiempo es diagnostico, constructivo y crítico. Su postura consciente debe en todo momento ser crítica, con respecto a sí mismo, tanto como con respecto a otros. Mannheim reconocía que los intelectuales son impotentes, pero creía, sin embargo, que pueden tener un papel influyente en la conservación de la libertad y en la reconstrucción social.

Segunda generación de la teoría Los desarrollos teóricos expuestos por Pareto y Mosca y su dicotomía élite gobernante-masa dirigida ponen de manifiesto la desigualdad insalvable en la sociedad. Esto ha motivado el que en las últimas décadas haya existido toda una controversia sobre la configuración de la estructura de poder en las sociedades industriales modernas. En este debate se encuentran dos posturas: la primera es aquella que defiende la idea de una élite unificada que detenta el poder, y la segunda es aquella que defiende la idea de una pluralidad de élites cuyo poder e influencia están en competencia. El debate contemporáneo se definirá así entre los partidarios de la “élite en el poder” y el establishment y los teóricos del “pluralismo político” y el equilibrio de poderes. C. Wright Mills es uno de los principales exponentes de la sociología del poder y de la teoría de élites. Su punto de partida fue el concepto marxista de clase social, el cual tiene, según él, un significado acentuadamente económico: es por esta razón que prefiere utilizar la noción de élite con la que combina criterios económicos, políticos y militares y, además, hace referencia a los individuos que detentan el poder en cada uno de estos dominios sociales, quienes, como tales, comparten características que los unifican y agrupan como unidad social. El poder es detentado por algunos individuos que llegan a ocupar posiciones en la sociedad, desde las cuales tienen la posibilidad de tomar decisiones que afectan poderosamente a hombres y mujeres corrientes. La minoría poderosa “tiene el mando de las jerarquías y organizaciones más importantes de la sociedad moderna: gobiernan las grandes empresas, gobiernan la maquinaria del Estado, dirigen la organización militar, ocupan los puestos de mando de la estructura social”29. Para Mills el máximo de poder nacional en Estados Unidos reside en los dominios económico, político y militar, específicamente en sus élites, es decir, en círculos superiores que se forman en cada uno de estos tres ámbitos Wrigth Mills, La Élite del Poder, Buenos Aires: F.C.E., 1963, p. 12.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos en razón de la centralización del poder de sus decisiones. Así pues, la economía es dirigida por los jefes de empresa –ricos corporativos y altos directivos− y grandes compañías –hoy transnacionales− que intervienen en todas las decisiones importantes que afectan a la sociedad. El orden militar después de la II Guerra Mundial, al convertirse Estados Unidos en uno de los primeros Estados militares del mundo, ha derivado en la mayor y más costosa de las empresas del gobierno. Los generales y almirantes han obtenido un poder más grande para tomar decisiones o para influir en ellas con un alto grado de autonomía, especialmente en temas de seguridad y defensa. En el orden político, el Estado se ha convertido en una institución ejecutiva centralizada que permea todos los ámbitos de la estructura social. La élite, en este sentido, está formada por los individuos del directorio político, miembros del aparato ejecutivo de Estado, que toman las decisiones en nombre de la nación. “Como cada uno de esos dominios ha coincidido con los otros, como las decisiones tienden a hacerse totales en sus consecuencias, los principales individuos de cada uno de los tres dominios de poder tienden a unirse, a formar la minoría del poder de los Estados Unidos”30. Así pues, la minoría está formada por quienes tienen el máximo de lo que puede tenerse, es decir, dinero, poder y prestigio, de tal forma que ocupan un lugar privilegiado dentro de las instituciones. Las élites se consideran a sí mismas “el círculo íntimo de las altas clases sociales. Forman una entidad social y psicológica más o menos compacta, tienen una conciencia más o menos clara de sí mismos como clase social y se conducen entre sí de un modo distinto a como se conducen con individuos de otras clases. Se aceptan unos a otros, se comprenden entre sí, se casan entre sí y tienden a trabajar y a pensar, si no juntos por lo menos del mismo modo”31. La mayor parte de los individuos que pertenecen a la élite comparten orígenes sociales análogos, mantienen a lo largo de sus vidas una red de conexiones familiares o amistosas y la intercambiabilidad de posiciones entre las jerarquías diversas del dinero, del poder y de la fama.

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La minoría es la que ocupa los lugares privilegiados dentro de la jerarquía social. Puede considerarse como la formadora de individuos pertenecientes al estrato superior de la sociedad capitalista, autodefinidos como individuos selectos, es decir, personas de carácter y energía superiores, naturalmente dignas de lo que poseen. Sus riquezas y privilegios son ampliaciones naturales de sus personalidades selectas, “mientras la élite florezca como clase social o como equipo de hombres que ocupan los puestos de mando, siempre seleccionara y formará ciertos

Idem, p. 16. Idem, p. 18.

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tipos de personalidad y rechazará otros”32. Todo aquel que este por fuera de este grupo dominante hace parte de la masa. La élite del poder ha sido formada por la coincidencia de intereses entre los que dominan los principales medios de producción y los que controlan los instrumentos de violencia recientemente incrementados, dada la decadencia del político profesional y el ascenso al mando político de los dirigentes corporativos y los militares profesionales. Los individuos que toman las decisiones en cada una de las esferas jerárquicas –la economía, el ejército y el gobierno− se han visto obligados a actuar concertadamente, van conformando una comunidad activa y consiente de intereses, de objetivos y actitudes. Esto es lo que Mill denomina élite del poder. “Entendemos por élite del poder los círculos políticos, económicos y militares que, como un conjunto intrincado de camarillas que se trasladan e imbrican, toman parte en las decisiones que por lo menos tienen consecuencias nacionales. En la medida en que se deciden los acontecimientos nacionales, la élite del poder está constituida por quienes los deciden”33. Su unidad se apoya en el desarrollo paralelo y la coincidencia de intereses entre las organizaciones económicas, políticas y militares. Se funda también en la similitud de origen y de visión y el contacto social y personal entre los altos círculos de cada una de dichas jerarquías dominantes”34, en las que existe un gran intercambio de miembros, así como de intermediarios. La unificación de la élite del poder se ha llevado a cabo bajo tres procesos estructurales, a saber: • militarización de la economía capitalista: el capitalismo norteamericano es ahora, en gran medida, un capitalismo militar, y la relación más importante entre la gran corporación y el Estado se funda en la coincidencia de los intereses militares y corporativos; • politización del ejército: el poder militar también ha tendido a orientarse y desarrollarse, introduciéndose en la política externa e interna con objetivos específicamente militares: la seguridad y la defensa; • debilitamiento de la democracia: la decadencia de la política como debate auténtico, además de la ausencia de políticos profesionales o de partido, hacen de los Estados Unidos una democracia formal más que una estructura social. Las decisiones son confiadas a la élite, a miembros de la riqueza corporativa, del alto mando militar y a unos cuantos políticos que, en última instancia, centralizan el poder de decidir sobre los destinos de Idem, p. 22. Idem, p. 25. 34 Idem, p. 273. 32 33

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos hombres y mujeres corrientes. Así pues, “las masas son únicamente soberanas en algún momento de adulación plebiscitaria”35. Ahora bien, la idea de una élite unificada se funda, en primer lugar, en el ascenso del poder militar en una economía organizada en empresas privadas y, en sentido más amplio, en las diversas coincidencias de intereses entre las instituciones económicas, militares y políticas; en segundo lugar, en las similitudes sociales y afinidades psicológicas, y, en tercer lugar, en un intercambio de posiciones con totalización virtual de las decisiones que se toman en la cúspide. La cima de la sociedad norteamericana está cada vez más unificada en cuanto ha surgido una élite de poder. Los niveles medios son una serie de fuerzas a la deriva: sin embargo este centro no une la cima con la base. En la parte inferior de la jerarquía social se encuentra una sociedad de masas, políticamente fragmentada, con una identidad orientada por los medios de comunicación que proveen no solo nuevas identidades sino “nuevas aspiraciones respecto a lo que desearíamos ser y a lo que desearíamos parecer. Nos han brindado en los modelos de conducta que nos presentan una serie nueva, más vasta y más flexible de apreciaciones de nuestros propios yos”36. La democracia de masa, al convertirse en una lucha de grupos de intereses poderosos y de gran escala, relega al individuo, lo cual ensancha la distancia entre los miembros de la masa y los líderes. Es por ello que la idea de una sociedad de masas sugiere la idea de una élite del poder, que impide la participación de amplios sectores sociales que están por fuera de la minoría del poder.

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Un abordaje crítico del tema de las élites es el realizado por Thomas B. Bottomore. La preocupación del autor consiste en caracterizar la relación entre élites y democracia, de modo que pueda superarse el carácter excluyente de la democracia moderna y descollar a la vez el determinismo de los teóricos de la élite, sin derivar en el marxismo37. Al respecto de la primera tensión, la desigualdad de las facultades individuales, señala la teoría de las élites, se opone a la idea democrática de igualdad, del mismo modo que la noción de una minoría gobernante se opone a la teoría democrática del gobierno de mayoría. Se abre, así, una polémica con la teoría de Joseph Schumpeter. Schumpeter sostiene una discusión con la concepción clásica de la democracia que ponía en primer lugar el poder del electorado para decidir sobre las controversias políticas y, en segundo lugar, la relación Idem. Idem, p. 291. Véase, Thomas Bottomore, Minorías Selectas y Sociedad, Madrid: Editorial Gredos, 1965. 35 36 37



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de dicha opinión pública con el cuerpo “representativo” que habría de resguardarla. Schumpeter desplaza la centralidad de la voluntad general presente en la concepción clásica, en cuanto toma de decisiones socialmente vinculantes, hacia una concepción que considera más realista, en donde la competencia por el caudillaje político, que entiende libertad de competencia como la libertad de voto, adquiere mayor centralidad. De esta forma, el sistema político aparece como análogo al sistema económico por la vía competitiva, y la democracia es descrita como un sistema institucional para llegar a la toma de decisiones de contenido político, en el que los individuos adquieren el poder de decidir mediante la competencia por el voto del pueblo. Schumpeter rompe igualmente con el mito socialista que señalaba que la democracia sólo era posible en su dimensión real en un sistema no capitalista, aludiendo a que, después de todo, la gestión efectiva de la economía socialista significa dictadura en la fábrica, no del proletariado, sino sobre el proletariado, y, en esta medida, esa democracia no representaría mayor grado de libertad personal, deviniendo incluso un engaño mayor que el de la democracia capitalista38. Por lo tanto, el principal impulsor de una teoría de las élites no es la democracia, sino el marxismo. A pesar de ello, Bottomore reconoce varios aportes del marxismo, entre ellos el intento de analizar rigurosamente las fuentes del poder político y de explicar los cambios fundamentales del régimen político. No obstante, se inscribe entre quienes critican el evolucionismo marxista, que supone que el antagonismo de clase derivará en la emancipación final del ser humano, anteponiendo a ello el crecimiento de una “clase media”, una diferenciación mucho más compleja de posiciones sociales y una separación entre el poder político y el poder económico, fruto de la introducción del sufragio universal39. Para Bottomore, la teoría de élites supone que todos los hombres que ejercen el poder constituyen un grupo coherente. En este caso, decide acercarse a Weber y emplear la metodología de los tipos ideales para conceptuar la clase dirigente. Bottomore reconoce que la clase dirigente no es una clase, al menos no bajo las características marxistas. La clase dirigente exige la movilización social que habilite la circulación de élites para que la misma pueda existir, de modo que si bien es cierto que la clase dirigente tiende a prolongar su poder en el tiempo (a través de la herencia de las fuentes del poder que la sustentan –bienes económicos, por ejemplo–) requiere necesariamente un movimiento familiar en los distintos niveles sociales, que le mantengan viva.

Véase Joseph Schumpeter, Capitalismo, Socialismo y Democracia, Buenos Aires: Ediciones Orbis, 1983, p. 343. 39 Véase Thomas Bottomore, Sociología Política, Madrid: Aguilar, 1982. 38

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos Bottomore termina por decirle sí a las minorías selectas, pero como vanguardia del proceso social, no como minoría dirigente. Señala que es posible acabar con la ficción según la cual la relación entre élites y sociedad deviene necesariamente una relación jerárquica opresiva y que, por el contrario, es posible construir una relación en la cual se rescate el carácter creativo de las primeras y el ámbito de relación de la segunda. La igualdad de Bottomore es una igualdad de oportunidades que sólo puede tener lugar en una sociedad sin clases o minorías selectas, con lo que la idea de oportunidad no significaría una lucha por elevarse a una clase superior, sino la posibilidad de que cada individuo desarrolle plenamente las cualidades de inteligencia y sensibilidad que poseyese como persona en libre asociación con otros hombres40.

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Véase, Thomas Bottomore, Introducción a la Sociología, Barcelona: Editorial Península, 1968; La Sociología como Crítica Social, Barcelona: Editorial Península, 1976. 40

Minorías selectas, poliarquía y élites

En un segundo momento del desarrollo de la teoría de las élites, que históricamente podríamos ubicar en el periodo final de la Guerra Fría, encontramos dos aproximaciones bastante representativas del pensamiento liberal, la de Raymond Aron (2.1.) y Robert Dahl (2.3.), para quienes –en una lectura alternativa a la de Mills sobre el problema del poder–, éste no está, de hecho, tan concentrado como la teoría elitista quiere mostrar, sino que existe una pluralidad de grupos influyentes y de élites sociales, cada uno de los cuales ejerce su influencia en determinados sectores específicos, pese a que, como en el caso de Dahl, particularmente, todos los procedimientos democráticos sólo tienen plausibilidad cuando una élite tecnocrática, por su conocimiento y manejo adecuado del conjunto de las instituciones democráticas, sustituye al “pueblo”. En uno y en otro, el “gobierno del pueblo” deviene “gobierno para el pueblo y por el pueblo pero sin el pueblo”, en unos casos por la diseminación del poder en una pluralidad de perspectivas político-institucionales, y, en otros, por la complejidad de los sistemas sociales, que sólo determinadas minorías pueden manejar técnicamente. Ello no estará muy lejos de la posición de Sartori quien, en su teoría decisional de la democracia –como veremos– consagra el manejo elitista como el único medio efectivo para un sistema democrático.

Aron: minorías selectas Raymond Aron concentra su atención en la posibilidad de establecer una relación entre minorías selectas (élites) y clases sociales41. Dicha relación parte de la distinción entre minorías selectas –grupos funcionales principalmente constituidos por individuos que ejercen profesiones liberales y tienen una posición elevada (por cualquier razón) en una sociedad–, clase política –grupos que ejercen poder e influencia política y se hallan empeñados en luchas por la jefatura de la misma– y élite política –compuesta por individuos que ejercen efectivamente el poder político en una sociedad y un tiempo determinados–. La dificultad de esta relación coloca su acento en la clase política (de difícil delimitación), que al mismo tiempo comprende la existencia de contra-élites (como, por ejemplo, los jefes políticos que no se han hecho al poder, o los nuevos intereses que la misma dinámica moderna hace surgir). Cuando Aron piensa la relación de esta estructura social con el régimen político

Véase, Raymond Aron, La Lucha de Clases, Barcelona: Seix Barral, 1961.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos imperante, considera la democracia como un régimen que habilita un equilibrio en la pluralidad de las minorías42. De este modo, Aron conserva la crítica a la posibilidad de entender la democracia como gobierno por el pueblo (debido principalmente a la complejidad de las sociedades actuales, que obligan necesariamente al carácter representativo de las mismas –minoritario–) y califica al régimen de gobierno para el pueblo. La democracia estabiliza tres factores fundamentales para la preservación de esta relación: • un gobierno capaz de resolver las disputas entre los grupos, de ejecutar las medidas que exigen el interés general; • una administración económica eficaz que conserva su movilidad, y • la limitación de los individuos y los colectivos que persiguen la transformación total de la sociedad. Su crítica a la sociedad sin clases consiste en identificar la misma como la imposibilidad por parte de la sociedad de apelar a algún medio que le permita una posible defensa contra la élite (el partido único), construyendo, de ese modo, su alternativa, de alcance más limitado, que apela a una descentralización más radical del poder (que no implica necesariamente autogobierno) y que se enriquece de una mixtura entre el marxismo, con la colectivización corporativista de la propiedad, y el capitalismo, y la dinámica mercantil bajo esta apropiación corporativa-colectiva43.

Dahl: poliarquía, tecnocracia y élites El aporte de Robert Dahl a la teoría de élites se inicia con el estudio de la ciudad norteamericana de New Haven, en la que analiza la composición de las élites locales: el seguimiento histórico de los grupos dirigentes de la ciudad le permitió observar el paso de una oligarquía patricia que dominaba los recursos de forma acumulativa, al equilibrio de los diferentes grupos de líderes, cada uno de los cuales tenía acceso a un recurso de poder diferente44.

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Dahl caracteriza el orden democrático con cuatro premisas fundamentales. La primera es la participación efectiva: “en todo proceso de adopción de decisiones obligatorias, los ciudadanos deben contar con oportunidades apropiadas y equitativas para expresar sus preferencias con respecto a la solución final”45; la segunda, la igualdad de votos en la etapa decisoria:

Véase, Raymond Aron, Democracia y Totalitarismo, Barcelona: Seix Barral, 1961. Véase, Raymond Aron, Introducción a la Filosofía Política: Democracia y Revolución, Barcelona: Paidós Ibérica, 1999. 44 Robert Dahl, “Límites y posibilidades de la democracia”, en La Democracia y sus Críticos, Barcelona: Paidós, 1991, pp. 257-360. 45 Idem, p. 134. 42 43

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“a todo ciudadano debe garantizarse igualdad de oportunidades para expresar una opción, cuyo peso se considerará igual al de las opciones expresadas por cualquiera otros ciudadanos”46; la tercera, la comprensión esclarecida, y la cuarta, el control del programa de acción47. Este análisis le permite definir las sociedades democráticas con el principio de equilibrio de poderes. Según este principio, el Estado, sujeto a multitud de presiones diferentes, tiene como misión reconciliar los intereses de los diferentes intereses de grupo, tratando de mantener una cierta neutralidad y dando soluciones a los posibles conflictos, con lo cual posibilita el mantenimiento de una política democrática, competitiva y pluralista. En un sistema político cuyos miembros se consideran unos a otros iguales, son colectivamente soberanos y poseen todas las capacidades, recursos e instituciones necesarios para autogobernarse, se debe tener presente una distribución equitativa de poder. Esta igualdad se traduce en un cuerpo “colectivamente soberano”, con capacidad para autogobernarse. En las sociedades complejas, el sistema representativo parece la única alternativa viable para el ejercicio de esta soberanía colectiva. En el gobierno democrático que intentamos clasificar, el poder final de las decisiones debería ser ejercido por lo que Dahl llama “mezclados”, una combinación entre todos los intereses de la sociedad, lo cual permitiría asegurar la máxima representatividad de las decisiones políticas. Este modelo sugiere una sociedad pluralista, con subsistemas autónomos, que derivan en parte de las propias capacidades, recursos e instituciones necesarios para el autogobierno con que cuentan los individuos. En estas condiciones es natural que los intereses al interior de la sociedad se traduzcan en subsistemas capaces de alimentar al sistema con demandas particulares articuladas. No obstante, Dahl hace una crítica a la teoría de élites de Mosca por poseer un alto grado de universalidad y de imprecisión conceptual48. Dahl hace una reinterpretación de Mosca y le da centralidad al problema de los regímenes políticos. Según su concepción, la permanencia en el poder de una élite en modo alguno significa que no se haya operado ningún cambio de fondo en la sociedad. La democracia representa un cambio con respecto a la relación dirigentes-dirigidos, al menos si se tiene como referencia un régimen autoritario o personalista previo (fenómeno del cual, Mosca no consigue dar cuenta). No obstante “la poliarquía es un régimen con un conjunto singular de instituciones políticas que, en su conjunto, lo diferencian de otros regímenes. Puede considerarse que la poliarquía es un gobierno en que las instituciones indispensables para el funcionamiento del proceso democrático existen en un nivel que supera cierto umbral. Si Idem. Idem, p. 138. Véase Robert Dahl, La Poliarquía, Buenos Aires: Editorial Rei, 1989, pp. 27-28.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos bien las poliarquías son la realización histórica más completa del proceso democrático en la gran escala del Estado Nacional”49. La democracia, según Dahl, potencia dos movimientos: el debate público (liberalización) y los derechos de participación (representación). El proceso de liberalización, como posibilidad de manifestación de la opinión pública, permite que un régimen político de carácter hegemónico se desplace a uno más competitivo, o una oligarquía competitiva se transforme en una poliarquía. Estos procesos han llevado a una creciente democratización que lleva a la sociedad a un Estado de poliarquía (concepto que considera más preciso para caracterizar las democracias imperfectas).De algún modo, el papel central que Dahl le otorga a la competencia electoral, en tanto reguladora de la circulación de élites, implica que la política tenga en consideración las preferencias que manifiestan las mayorías, de tal forma que sea improbable para la minoría dominante prever sus acciones50. El cambio de escala y sus consecuencias –el gobierno representativo, la mayor diversidad, el incremento de las divisiones y conflictos– contribuyó al desarrollo de un conjunto de instituciones políticas que distinguen la moderna democracia representativa de todos los restantes sistemas políticos, ya se trate de regímenes no democráticos o de los sistemas democráticos anteriores. A este régimen se lo ha denominado poliarquía: “Puede concebirse la poliarquía de diversas maneras: como resultado histórico de los empeños por democratizar y liberalizar las instituciones políticas de los Estados nacionales; como un hito peculiar de régimen político, diferente en aspectos significativos no sólo de los sistemas no democráticos de toda laya, sino también de las anteriores democracias en pequeña escala; como un sistema de control político (a lo Schumpeter) en que los principales funcionarios del gobierno son inducidos a modificar su proceder para ganar las elecciones en competencia política con otros candidatos, partidos o grupos; como un sistema de derechos políticos; o como un conjunto de instituciones necesarias para el funcionamiento del proceso democrático en gran escala. Estas diferentes nociones sobre la poliarquía se complementan”51.

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Para Dahl52, el aumento de la escala de la democracia tuvo las siguientes consecuencias: la asamblea de ciudadanos de la democracia antigua fue Robert Dahl, La Democracia y sus Críticos, Barcelona: Paidós, 1993, pp. 213-331. Idem, p. 265. 51 Idem, p. 264. 52 Robert Dahl, “Límites y posibilidades de la democracia”, en La Democracia y sus Críticos, Barcelona: Paidós, 1991, pp. 257-360. 49 50



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sustituida por los representantes actuales, adoptándose la representación como elemento de la democracia moderna. Los primeros intentos por democratizar al Estado nacional se dieron en países con legislaturas cuya finalidad era representar los intereses sociales diferenciados (aristócratas, terratenientes, comerciante, plebeyos, etc.). Cuando el locus de la democracia se trasladó al Estado nacional, la proporción de ciudadanos que podía congregarse o participar disminuyó; de allí, que para aplicar la igualdad política a la escala del Estado nacional fuera necesario pasar de la democracia “directa” de las asambleas ciudadanas a un gobierno representativo –necesidad que fue presentada por Mill como obvia–. Como consecuencia del mayor tamaño, algunas formas de participación política quedan inherentemente más limitadas en las poliarquías que en las antiguas ciudades-Estados, donde existían posibilidades teóricas que ya no existen en un país democrático, debido a que la participación efectiva disminuye con la escala, aunque se recurra a medios electrónicos de comunicación; ahora existen gobiernos representativos con electorados que gozan de amplios derechos y libertades individuales y conviven en medio de gran diversidad. Los anteriores aspectos –representación, extensión ilimitada, límites a la democracia participativa, diversidad, conflicto– contribuyeron al desarrollo de instituciones políticas que diferencian a la democracia representativa moderna de otros sistemas políticos; este régimen es llamado por Dahl poliarquía. En cuanto a las características de las poliarquías, Dahl señala que en éstas los adultos gozan de los derechos políticos primarios; además, existe la posibilidad de oponerse al gobierno. Entre las instituciones de la poliarquía necesarias (pero no suficientes) para la democracia en el Estado nacional, Dahl reseña: 1. funcionarios electos: el control de las decisiones de políticas públicas corresponde a los funcionarios electos; 2. elecciones libres e imparciales: los funcionarios son elegidos mediante voto; 3. sufragio inclusivo: casi todos los adultos tienen derecho al voto; 4. derecho a ocupar cargos públicos; 5. libertad de expresión; 6. variedad de fuentes de información; 7. autonomía asociativa. Los países varían de acuerdo al grado en que sus gobiernos satisfacen los criterios del proceso democrático o sustentan las instituciones indispensables para una poliarquía. Estas instituciones son:

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos 1. los funcionarios electos deben, por mandato constitucional, ejercer control de las decisiones gubernamentales sobre las medidas oficiales; 2. los funcionarios son elegidos y sustituidos por otros (pacíficamente) mediante elecciones libres e imparciales, con un grado limitado de coacción; 3. prácticamente todos los adultos tienen derecho a votar en las elecciones; 4. la mayoría de los adultos tienen derecho a ocupar cargos públicos presentándose como candidatos en las elecciones; 5. los ciudadanos tienen derecho a la libertad de expresión política, incluyendo la critica a los funcionarios, a la conducción del Estado, al sistema político, económico y social, y a la ideología prevaleciente; 6. los ciudadanos tienen acceso a diferentes fuentes de información, la cual no está monopolizada por el gobierno ni por ningún otro grupo; 7. los ciudadanos tienen derecho a la libertad de formar asociaciones autónomas, incluidas asociaciones políticas (partidos políticos, grupos de interés, etc.). Las pautas de desarrollo relevantes de una poliarquía son: 1. cuando en un país con un régimen no poliárquico (RNP) surgen y perduran condiciones favorables, es probable que haya una transición hacia la poliarquía y que ésta persista; entonces: RNP  poliarquía estable; 2. si en un país con un RNP no surgen condiciones favorables o éstas son exiguas, no habrá transición hacia la poliarquía: RNP  RNP; 3. en un país con RNP, condiciones heterogéneas o temporalmente favorables, las posibilidades son:

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a. la poliarquía colapsa en un periodo breve (menos de 20 años): RNP  poliarquía  RNP; b. igual que en a. pero con una redemocratización: RNP  poliarquía  RNP  poliarquía; c. igual que en b, sólo que la poliarquía no se consolida y el sistema oscila entre ésta y RNP: RNP  poliarquía  RNP  poliarquía  etc. Otras explicaciones para entender la ausencia o presencia de la poliarquía están relacionadas con lo que Dahl denomina “sociedades modernas, dinámicas y



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pluralistas” (MDP), las cuales pueden posibilitar la poliarquía53. Sin embargo, para Dahl la existencia de una sociedad MDP no es suficiente para que exista una poliarquía. Una sociedad MDP, con control de los medios para ejercer la violencia coactiva, no basta para producir una poliarquía. Para que la poliarquía funcione bien en países con amplio grado de pluralismo subcultural, hay que recurrir a la solución de la “democracia consociativa”. Dado que muchos países pocos desarrollados no sólo están desgarrados por conflictos subculturales, sino que carecen de otras condiciones favorables a nivel económico, político y social (que en ellos son bastante endebles), por tanto es difícil que surjan poliarquías estables. Finalmente, para Dahl, la legitimidad de la poliarquía está basada en tres proposiciones: 1. el grado en que los activistas creen en la legitimidad de la poliarquía; 2. la independencia de la poliarquía de las características culturales y económicas del país; 3. la creencia de la población en la legitimación de las instituciones poliárquicas, la cual potencia la posibilidad de subsistencia de la misma.

Democracia decisional: Sartori Sartori pretende en este texto mirar la teoría de la democracia, pero desde la perspectiva de la toma dediciones: a) individuales, b) grupales, c) colectivas, d) colectivizadas. Las primeras, las toma cada individuo, independientemente de si es movido por influencias externas o siguiendo su propio criterio. Las segundas, las toma un grupo concreto, un conjunto de individuos relacionados que participan en la adopción de tales decisiones54. Las terceras son aquellas que adoptan muchos, presuponen un agregado humano considerable que no puede actuar (grupos concretos)55. En las decisiones colectivizadas –a nivel de las grandes dimensiones– puede decirse que la política consiste en decisiones sustraídas a la competencia de cada individuo como tal y que alguien las adopta por algunos otros. Las decisiones deciden por todos solamente en el sentido de que su decisión recae sobre cada uno. Para Sartori, cualquier colectividad organizada se somete a normas de colectivización. Las razones que justifican las decisiones colectivas están relacionadas con imperativos tecnológicos, el servicio y las necesidades de bienes colectivos de las sociales actuales. Ahora Sartori entra a analizar los riesgos externos y costes de la decisión basado en los siguientes axiomas: Idem, pp. 302-303. Giovanni Sartori, “Una teoría decisional de la democracia”, en Teoría de la Democracia, Buenos Aires: REI, pp. 261- 318. 55 Idem, pp. 261-262. 53 54

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos 1. todas la decisiones de grupo o colectivas suponen costes internos, es decir, costes para los que adoptan las decisiones; 2. todas las decisiones colectivizadas implican riesgos externos, es decir, riesgos para los destinatarios, para aquellos que reciben las decisiones de fuera, ab extra56. Sartori sostiene que los costes de las decisiones son costes intragrupo y que son atribuidos a quien decide. Los riesgos externos son extragrupales y son remitidos a la colectividad por quien se toma las decisiones. Cuando se habla de costes internos, se hace referencia a los costes del proceso de decisión: tiempo, energía, utilidad y similares. Los riesgos externos son riesgo. Un coste es determinante (ex-post), mientras un riesgo no es determinante (ex-ante). Un riesgo es un tipo particular de incertidumbre, una peligrosidad; es la pérdida (no la ganancia) lo que se considera riesgo. Finalmente concluye: a) las decisiones colectivas conllevan riesgos externos; b) los riesgos externos pueden no traducirse en un daño; pero, c) el problema consiste en aumentar los resultados beneficiosos y minimizar los resultados perjudiciales. De ahí que la colectividad objeto de decisiones que no sean las propias estén expuestas a un riesgo, puesto que la atención se centra en los riesgos políticos, que son dos: riesgos de daños de opresión y riesgos derivados de la incompetencia, la estupidez o de intereses siniestros.

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Los riesgos externos se producen sólo cuando se colectiviza un ámbito de decisión, y cualquier cosa que suceda en términos de pérdidas y ganancias dentro del grupo que participa en esa decisión es irrelevante. Para que se colectivice una decisión debe existir: a) un cuerpo que decide; b) un grupo externo expuesto al riesgo, porque no puede decidir por sí mismo. El axioma 1 (costes internos) asume que las necesidades grupales (colectivas) implican costes de adopción de la decisión. Una decisión de un hombre (dictadura) tiene un coste decisional cero: este sólo asume costes psicológicos, irrelevantes para el problema en cuestión. Lo primero es que las decisiones sólo tienen un coste con más de un decidor; segundo, los costes son procedimentales, de trabajo y de tiempo57. Finalmente, el órgano que adopta las decisiones tiene costes y la colectividad receptora asume riesgos; ambas nociones se definen estrechamente: los costes son sólo internos y procedimentales; los riesgos son sólo externos y relacionados con el perjuicio. En los costes decisionales, la variable es el número de personas que participan en la decisión; cuando es mayor el número, es mayor el coste

Idem, p. 264. Idem, p. 266.

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de adopción de decisiones (coste de decisión en función del tamaño del cuerpo decidor). La fórmula es la siguiente: cada participante tiene voz y voto independiente, el número de decisiones está en relación directa con el coste de las decisiones. Para Sartori, será irracional ampliar el órgano decisorio que incremente costes sin justificación. La razón de la ampliación, en primera instancia, será proteger a terceros (reducir riesgos externos); y, segundo, el número de decisores está en relación inversa con los riesgos externos (órgano decisor crece, disminuyen riesgos externos). Sartori entra a definir cómo conformar el órgano de decisión, teniendo en cuenta dos variables: 1) el método de formación del órgano decisorio: cómo se nombra o recluta y cuál es su composición o naturaleza; 2) la norma que rige la toma de decisiones: los principios y procedimientos de la adopción de decisiones. La primera reduce los riesgos externos y la segunda incide en los costes de la adopción de decisiones. La regla de la mayoría se utilizará donde no se puede practicar unanimidad. En la regla de la mayoría se subsumen tres magnitudes: a) la mayoría cualificada (mayoría de dos tercios); b) la mayoría simple o absoluta (50 por 100 más 1), y c) la mayoría relativa o pluralidad (minoría mayoritaria: una cantidad inferior a la mayoría del 50 por 100). Cada una de las mayorías se mide con el universo, con los que están presentes o votan. Los criterios de mayoría se escogen porque reducen costes de decisión y con ello aseguran que un asunto no quedara sin decidir, además de reducir los riesgos externos. Esta es la razón de que las reformas constitucionales exijan mayorías cualificadas y de que las decisiones importantes requieran de mayoría absoluta. Las minorías carecen de poder para decidir, y no pueden imponer sus preferencias, sólo las pueden proteger58. Sartori explora igualmente los resultados de las decisiones y sus contextos, haciendo referencia a las reglas con las cuales se adoptan decisiones y la relación con la naturaleza del resultado. La pregunta es: ¿cómo se decide, con qué resultado final? Este nuevo aspecto trae nuevos elementos: a) el tipo de resultado; b) el contexto de la decisión; c) la intensidad de la preferencia. El tipo de resultado está relacionado generalmente con si es provechoso en la modalidad de suma positiva, o no lo es en la modalidad de suma cero. Un juego es de suma cero cuando un jugador gana exactamente lo que otro pierde (el problema es ganar). Este juego sólo se reduce a ganar o perder; un juego de suma positiva es cuando todo jugador gana (partir y redistribuir ganancias). En teoría de juegos, la suma positiva es interpretada como juego de cooperación y negociación. Cuando la anterior teoría (teorías de juegos) se desplaza hacia la política, se hace necesario comprender que la política Idem, pp. 271-272.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos de suma positiva no tiene por qué ser de cooperación, pero puede ser el resultado de una combinación de cooperación y conflicto. Si nos alejamos de una política como guerra y nos acercamos a una política como negociación, nos estaríamos moviendo de una política de suma cero a una de suma positiva59. Lo anterior tiene que ver también con la intensidad de la preferencia. Esta dimensión plantea cómo cada problema suscita un grado diferente de afecto, compromiso o desinterés, lo que determina la intensidad desigual de las preferencias individuales. Estas varían por diversas o por su mayor o menor intensidad. En este contexto surge la pregunta por las minorías intensas y las razones por las que triunfan y consiguen lo que se proponen. La respuesta es que hay grupos concretos, cuyo impacto y fuerza de atracción son activados y explicados por la intensidad. Esta intensidad se puede presentar alrededor de un solo problema o en torno a una serie de subproblemas circunscritos a uno fundamental. De ahí que las mayorías intensas se disuelvan a medida que cambia el problema. La mayoría intensa es ocasional, mientras los pequeños grupos son iguales de intensos y duraderos ante un conjunto global de problemas. La diferencia sustancial reside en que las minorías intensas son reales, en tanto que las mayorías intensas son agregados efímeros y, a la vez, están movilizadas por minorías intensas60. Lo anterior lleva a concluir a Sartori que la ley formulada por Mosca se comprueba, que es verdad que las minorías gobiernan, reconociendo que hay minorías controladoras dirigiendo el discurso de la historia. La intensidad se traduce en actividad, el activo ata al inactivo, llevando a que triunfen activos e intensos –que son grupos pequeños– frente a conjuntos amorfos y pasivos. Tales grupos pueden ser sectarios, sediciosos o autodestructivos, lo cual contribuye a explicar por qué el éxito de las minorías intensas es poco frecuente.

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En esta línea Sartori se interesa en la relación entre los comités y la unanimidad, en cuanto que el mecanismo para conseguir un acuerdo en el seno del grupo consiste en que la parte no intensa cede ante los miembros que sienten el problema con mayor intensidad. Lo anterior es conocido como los grupos decisorios o comités. El concepto de comité responde a tres características: 1. un comité es un grupo pequeño que se comunica personalmente y cuyos miembros se influyen mutuamente (grupo compuesto por tres miembros para que la relación sea triádica); 2. un comité es un grupo duradero e institucionalizado, porque su existencia es reconocida legal o informalmente por el hecho de que ciertas cosas tienen que hacerse a través de un grupo concreto; está Idem, pp. 273-274. Idem, p. 277.

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institucionalizado por las tareas que se le asignan, y es duradero cuando sus miembros actúan como si fueran permanentes; 3. un comité es un grupo decidor, en el que el flujo de decisiones determina la existencia de un interlocutor de tipo comité. Así, cuando se habla del comité, se hace referencia a un contexto decisional continuo, a diferencia de las decisiones concretas sobre temas aislados61. La importancia del comité está corroborada por las siguientes consideraciones: a) los comités no son en parte visibles y no se tiene conocimiento de ellos por su dispersión y fragmentación; b) el sistema de comité es la parte más omnipresente, crucial y peor entendida del contenido real de la política, cuando todas la decisiones que adopta una comunidad política son examinadas previamente por uno o más comités. El gobierno, al ser un comité, es el que decide en última instancia. Los comités funcionan pocas veces sobre la base de la mayoría. Las decisiones no se someten a votación: las decisiones son unánimes, pero no se someten a la regla de la unanimidad y cada miembro tiene poder de veto. Los miembros del comité logran acuerdos unánimes, porque cada componente del grupo supone que, a cambio de avenirse en la discusión de un problema, los demás accederán con ocasión de otro problema. Hay reciprocidad en las concesiones (código operacional): doy algo para recibir. Los miembros se comprometen a intercambios con objetivos puestos en el futuro: este elemento temporal genera la compensación recíproca diferida62. Sartori busca finalmente concluir que las decisiones de los comités son de forma positiva (compensación reciproca diferida), en las que todos los miembros del grupo están dispuestos a ganar y es un juego continuo. Cuando el comité asume crisis adoptan la decisión por mayoría, pero cuando ésta se vuelve continua, el comité está funcionando y deja de ser comité. El principio de mayoría es la línea divisoria entre comités y no comités. Las decisiones adoptadas por comité son de suma positiva y las que adoptan por el principio de mayoría son de suma cero. El criterio de la mayoría impone una estructura dicotómica de opción tal que los votantes y los que toman la decisión se ven forzados a expresar su primera preferencia. Al contrario, los comités permiten ordenaciones de las preferencias y estimulan acuerdos en segundas o terceras preferencias. Sartori refuerza como el principio de mayoría es de suma cero. Cualquier grupo que decide mayoritariamente: a) aborda cada problema como un problema aislado; b) desemboca, problema a problema, en un resultado de suma cero; c) premia la formación o estabilización de una mayoría que lo gana todo. Idem, pp. 279-280. Idem, p. 281.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos Sartori aborda también la concomitancia de comités, participación y demodistribución. El comité que opera en una democracia adquiere caracteres propios. Sartori analiza los comités que se dedican a los múltiples ámbitos (formulación de políticas), los cuales proliferan más en las democracias que en las autocracias. Una razón es que un cuerpo decidor se agranda, generando en su ámbito un grupo más pequeño. Lo anterior se presta a dos interpretaciones de signo contrario: equivale a un desarrollo de anticuerpos y representa un desarrollo antidemocrático, o bien es congruente con el desarrollo pluralista de la democracia. Esta última opinión acepta que la proliferación de comités maximiza la democracia participativa, proporcionando nuevos lugares para la participación real. Empero este último argumento no tiene valor, puesto que la participación no tiene otro significado que el de tomar parte en persona: la participación es una proporción que puede expresarse como una fracción y relacionarse con una frecuencia. Cuando se habla de participación electoral y de participación de masas, se estima excesivamente el concepto para que indique una participación simbólica de estar incluido. Lo anterior genera dudas acerca de que el comité sea la unidad óptima de participación real63. De ahí que Sartori pasa a preguntarse si los comités y las democracias son opuestos entre sí, o si los comités son una rémora para la democracia o significan un apoyo para la misma. Al hablar de democracia como el poder del pueblo, nada se ajustará nunca a este significado. La formación de macrodemocracias y su profundización es más en términos de su producto de demo-distribución, mientras lo que hay que generar es más igualdad en los beneficios y menor desigualdad en las pérdidas para el pueblo. Para la gente, el gobierno popular difícilmente significa que el pueblo deba hacerse con el poder, más bien es la satisfacción de las necesidades populares. Al mirar la democracia como producto, un sistema de comités genera un sistema de adopción de decisiones que sustenta la demo-distribución. Entonces los pagos colaterales traspasan los umbrales del comité y se convierten en pagos externos, extendiéndose al universo de los representantes (sistema decisional de suma positiva)64.

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El principio de mayoría implica resultados de suma cero en los siguientes casos: a) elecciones, b) referendo y c) siempre que una mayoría concreta es relativamente estable y cristalizada. Así pues, la regla de la mayoría no es una regla de suma cero. En la práctica y en el ámbito de la política democrática, esto equivale a decir que, si bien los parlamentos se rigen por el principio de mayoría, la adopción de decisiones puede resultar de suma positiva: a) si sus mayorías son cíclicas; b) si una mayoría Idem, pp. 286-287. Idem, pp. 287-288.

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parlamentaria es permeable; c) si carece de disciplina o muestra escasa unión. Cuando dichas circunstancias no se dan en el contexto de la decisión, el comité está aislado y la regla de la mayoría es de suma cero. Para Sartori, el sistema ideal de toma de decisiones tiene que satisfacer los siguientes requisitos: a) dar la misma importancia o peso a cada individuo; b) conferir el mismo peso a las intensidades; c) equilibrar resultados de suma cero o de suma positiva; d) minimizar riesgos externos; e) minimizar costos de la adopción de decisiones. Lo que genera que no haya principio o sistema de adopción que satisfaga las anteriores exigencias65. Por último, Sartori realiza una evaluación profunda de los comités y tiende a favorecerlos. En primera instancia, los grupos pequeños, cuyos miembros están relacionados directamente y disponen de códigos operacionales, permiten una elaboración discutida y razonada de las decisiones: 1. los comités pretenden ser la unidad óptima de la formación de decisiones; 2. no solo dan cuenta de la intensidad desigual de las preferencias, la utilizan eficazmente; 3. permiten la reducción de los riesgos externos, sin incremento del costo de las decisiones; 4. arrojan resultados de suma positiva para la colectividad (demodistribución); 5. las minorías sustantivas (étnicas, religiosas o de otro tipo) que son derrotadas, encuentran en el comité el lugar en que sus reivindicaciones preferidas más intensamente pueden llegar a ser aprobadas. Las decisiones no son producto de la mayoría, ni de la regla de unanimidad. Las decisiones unánimes o cuasi-unánimes de los comités no derivan de la mayoría, ya que su elemento esencial, el veto, no concuerda con el código operacional de las compensaciones recíprocas diferidas. La variable intensidad crea un área intermedia que no es mayoritaria y no transforma la regla de la mayoría en una regla de minoría sustantiva. Más bien, se afirma que entre más acentuada es la intensidad, mayor es el número de decisiones de tipo comité.

Idem, pp. 290-291.

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Poder, clases sociales y élites

En este apartado, el escrito se orienta a exponer, en primer lugar, la reflexión del pensamiento francés estructuralista-postestructuralista sobre el poder, que inaugura lo que podríamos denominar una nueva unidad de análisis de la teoría y la ciencia política, superando la concepción monolítica que lo reducía al Estado y poniendo de presente la red de vectores que el poder supone, tanto a nivel micro como macrosocial. Concepción que si bien no es un tratamiento específico de las élites, aborda la problemática a través de una tensión que recorre su planteamiento: en un polo, la existencia de “élites” que encarnan el poder en multiplicidad de situaciones políticas y sociales, pero, de otro, confrontadas permanentemente por otras minorías que ejercen sobre el poder estrategias de resistencia espontáneas y variadas (3.1.). Mayo del 68 fue, de hecho, el ejercicio de estas “minorías actuantes” que pulularon por toda Francia y, más tarde, por Europa entera como expresión de microresistencias generalizadas que pusieron en calzas prietas al poder establecido. Pero el discurso estructuralista-postestructuralista cae, pese a estos efectos prácticos colaterales y no propiamente previstos, en una abstracción de los mecanismos concretos y específicos de dominación ejercidos, precisamente, por las minorías en el poder. En ese orden, el trabajo de Poulantzas permite articular la dimensión del poder con la del Estado y de estos con las clases sociales que detentan el poder a través, específicamente, del Estado. La categoría de bloque en el poder constituye un paso adelante en la reflexión sobre las élites, en la medida que permite comprender cómo el bloque en el poder se articula a través de la dominación de una fracción hegemónica y cómo esa fracción hegemónica se articula a través de élites o minorías a su interior. Minorías económicas, políticas y sociales que, además, se articulan con élites burocráticas al interior del Estado para concretar la red de poder institucional que el postestructuralismo no alcanzaba a captar (3.2.).

(Post)estructuralismo y poder Tal como Foucault lo mostró a lo largo de todas sus investigaciones, tanto la estructura del poder como la del Estado han cambiado sustancialmente en los últimos cincuenta años. En un simposio en la Universidad de Vincennes, Foucault definió esos cambios como un replanteamiento estructural del “Estado providencia” y, con ello, como el surgimiento de un Estado cualitativamente diferente y, en consecuencia, como una nueva economía del poder66. Michel Foucault, “Nuevo orden interior y control social”, Revista Viejo Topo (Extra No. 7), Barcelona: 1976. 66

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos Esta reestructuración se hacía manifiesta en un repliegue aparente del Estado, caracterizado por los siguientes elementos: • una ampliación del margen de tolerancia del Estado en zonas que no eran claves para la supervivencia del sistema; • la ubicación de áreas estratégicas donde el Estado no permite la más mínima incidencia de la sociedad civil; • la consolidación de un sistema de información que permite cubrir todo riesgo potencial, sin necesidad de una vigilancia represiva permanente; • la constitución de consensos estadísticos para legitimar sus decisiones a través de un manejo institucional de los medios de comunicación. De esta nueva caracterización del Estado derivaba Foucault, como es obvio, cambios sustanciales en el ejercicio del poder en la sociedad contemporánea. Foucault partirá de un cuestionamiento radical de los postulados convencionales sobre el poder para plantear cuáles son sus nuevos parámetros en las sociedades contemporáneas. Los postulados que, a su entender, deben ser puestos en suspenso para lograr una reinterpretación adecuada del poder son: • el postulado de propiedad, que considera que el poder es poseído por la clase dominante; • el postulado de localización, que señala al Estado como el ámbito exclusivo del poder; • el postulado de subordinación, que subordina el poder a un modo de producción específico; • el postulado de modo de acción, que define a la coerción física e ideológico-política como instrumentos de dominación, y • el postulado de legalidad, que considera que en el derecho y la ley se materializa el dominio del poder67.

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Dejando de lado estos argumentos, no para negar su validez, sino para que no contaminen, a priori, una perspectiva diferente en su análisis, enuncia entonces Foucault la serie de proposiciones que definen la nueva economía del poder en las sociedades contemporáneas: • el poder se ejerce a partir de innumerables puntos, en un juego de relaciones móviles; • las relaciones de poder son inmanentes a toda situación particular, micro o macropolítica; Miguel Morey, Lectura de Foucault, Madrid: Taurus, 1983.

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• no hay matriz general del poder, sino que surge de acuerdo a cada circunstancia; • las relaciones de poder no son espontáneas sino intencionales, ejerciéndose siempre hacia miras y objetivos específicos; • el poder absorbe la verdad y utiliza el saber –así como el placer– como mecanismo de control68. La red de poderes que, como vectores invisibles, entrecruza la sociedad contemporánea, tendrá como fin principal la interiorización del orden institucional con vistas a conformar una sociedad disciplinante y disciplinada. Este proyecto de dominación masivo, permanente y homogéneo ya no amenaza de muerte sino que gestiona la vida, ejerciéndose como anatomía política del cuerpo humano y biopolítica de la población a través de una vigilancia jerarquizada, un cuerpo de sanciones, procedimientos de selección y una disciplinización del sexo y la sensibilidad que nos convierte en sujetos predispuestos al dominio. Esta reconsideración del poder, aguda y punzante, será complementada por otros autores en diferentes sentidos. Roland Barthes lo definirá como un organismo trans-social, ligado a la historia del hombre, que no se encuentra sólo en el Estado, sino que se desliza en las cuestiones sutiles y cotidianas de la vida, incluso en los mismos impulsos liberadores que intentan cuestionarlo69. El poder se presenta, desde esa perspectiva, como un elemento plural en el espacio y perpetuo en el tiempo histórico, que Barthes califica como una libido dominandis, la cual, a través del lenguaje, se reproduce y multiplica por el tejido social. Ante ello, la alternativa que nos queda es la literatura como espacio del despoder, donde la dimensión utópica nos permite tomar la distancia necesaria para relativizarlo y, cuando es necesario, incluso desplazarse y abjurar de esa verdad que el poder termina utilizando para someternos. Elias Canetti realiza una de las aportaciones más singulares a esta reinterpretación del poder70. Las entrañas del poder son exploradas por Canetti desde una óptica que desborda la consideración socio-política convencional, hundiéndose en las raíces del mismo y mostrando cuáles han sido los símbolos, instrumentos y elementos que desde siempre han caracterizado su ejercicio. Sin embargo, su aporte decisivo a este debate viene, sin duda, representado por su análisis del secreto como médula del poder, punto clave en el ejercicio contemporáneo de éste y del control que ejerce sobre la sociedad.

Michel Foucault, Historia de la Sexualidad (Tomo I), México: Siglo XXI, 1984. Roland Barthes, Discurso Inaugural, México: Siglo XXI, 1985. 70 Véase Elias Canetti, Masa y Poder, Madrid: Alianza Editorial, 1987. 68 69

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos Donde hay secreto hay poder. El conocimiento de algo y el desconocimiento de ello determinan la relación de dominio entre las partes. La información que alguien posee lo coloca en situación de ventaja frente a quien no la posee. La dominación, individual y social, se estructura a partir de lo que alguien o alguna clase o sector sabe y que no saben los demás. La dinámica que se genera a partir de ello, constituye la esencia misma del poder que, con nuevos mecanismos, no hace sino reproducir las prácticas primitivas que desde entonces han definido su ejercicio.

Poulantzas: bloque en el poder La cuestión del poder Poulantzas se propone estudiar –en la órbita de reflexión, por supuesto, que introdujo el estructuralismo de la década de los 60– un tema que, a su juicio, constituye el problema capital de la teoría política, el del poder. Este concepto tiene gran relación con el campo de las prácticas de clase, dado que ese es su lugar de constitución, puesto que allí, debido a la situación de predominio, existe una constante lucha de clases que genera posiciones de dominación y subordinación entre ellas, lo cual es producto de las relaciones de poder existentes. Pero, los conceptos de clase y de poder son afines sólo en la medida en que estén circunscritos al campo de las relaciones sociales71. Sin embargo, como lo muestra en la primera parte de su obra, tal concepción del poder genera una confusión sobre las estructuras, las relaciones de las prácticas de clase y las relaciones de poder, que puede llevar a una mala interpretación sobre la visión del marxismo en este punto. En esa dirección, Poulantzas acude a una serie de autores, tales como Renner, Schumpeter, Dahrendorf y otros, quienes buscan extender el concepto de las clases sociales más allá de las relaciones de producción, lo cual es uno de los principales factores para que se dé la confusión antes mencionada, concluyendo acerca de ello que: “Según los autores que he citado, las clases y el conflicto de clases, lejos de fundarse en las relaciones de producción, se fundarían en la distribución global, en todos los niveles, del poder en el interior de las sociedades ‘autoritarias’, es decir, sociedades caracterizadas por una organización global de dominio-subordinación consistente en una distribución ‘desigualitaria’, en todos los niveles, de aquel poder”72.

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Pero esto nos llevaría a un nuevo dilema, en el cual el problema sería ver si la lucha de clases se fundamenta en las relaciones de poder o viceversa. Nicos Poulantzas, “Sobre el Concepto de Poder”, en Poder Político y Clases Sociales en el Estado Capitalista, México: Siglo XXI, 1976. 72 Idem, p. 119. 71

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Ya está la visión economicista de que el concepto de clase social proviene exclusivamente de las relaciones de producción, y que como tal, el conflicto entre ellas –lo cual hace referencia a las relaciones de poder en los términos ya establecidos– es producto de esta situación. Y, por otro lado, está el punto de vista de los autores mencionados por Poulantzas, lo cual genera dos miradas ciertamente erróneas, en cuanto, aunque las relaciones de clase pueden estar en todos los niveles, la estructura de éstos últimos no viene determinada por ellas: “Lo exacto es que la estructura de las relaciones de producción, lo mismo que la de lo político o de lo ideológico, no puede captarse directamente como relaciones de clases o relaciones de poder [...] sin embargo, es igualmente exacto que las relaciones de clase constituyen, en todos los niveles de las prácticas, relaciones de poder”73. No se puede afirmar que las relaciones de poder se fundan en las relaciones de clase o lo contrario. Justamente existen relaciones de clase en todos los niveles y, de acuerdo con ello, existe una especificidad de cada uno de éstos en relación con su contexto de lucha de clases y con el poder. Es decir, hay diversos niveles de lucha de clases y relaciones de poder en una determinada formación social, razón por la cual no se puede decir que tales conceptos provienen solamente de la práctica política o de las relaciones de producción. De la misma manera, existe un mutuo condicionamiento entre relaciones de clase y relaciones de poder que implica que uno no puede provenir del otro, y que Poulantzas puntualiza en los siguientes términos: “Las relaciones de poder, que tienen como campo las relaciones sociales, son relaciones de clase, y las relaciones de clase son relaciones de poder, en la medida en que el concepto de clase social indica los efectos de la estructura sobre las prácticas, y el de poder los efectos de la estructura sobre las relaciones de las prácticas de las clases en “lucha”74. El inconveniente ahora, es que, tal como lo demostró W. Mills desde la teoría de las élites políticas, el concepto de clase es un término económico, razón por la cual, decir clase dominante, haría referencia a dos términos de distinta naturaleza, pues dominio es una palabra de carácter político, lo cual la sobrecargaría de dos sentidos diferentes75. Es por ello que, tratando de superar las definiciones desde la economía, se reemplaza el término clase por el de grupo. Poulantzas propone así una definición para poder: “Se designará por poder la capacidad de una clase social para realizar sus intereses objetivos Idem, p. 121. Idem, pp. 122-123. 75 Idem, p. 123. 73 74

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos específicos”76. Esta definición se contrasta con las definiciones presentadas por Lasswell, Weber y Parsons, y se señala en cada una de ellas una serie de errores, como, por ejemplo, para el caso de Weber y Parsons, su extremado apego a la perspectiva historicista, lo cual las convierte en algo bastante reducido y rígido. Su propuesta teórica es, entonces, analizada a partir de cuatro elementos que la componen. En el primero toma el concepto de clase para determinar que las relaciones de poder son sólo posibles en sociedades que están divididas en clases y que existen oposiciones entre ellas, puesto que, de no ser así, deberían ser empleados otros términos, como el de autoridad, utilizado en situaciones en las que relaciones de clase no pueden ser clasificadas como de dominación-subordinación, o el de potencia, que es muy empleado en la ciencia política y sirve para indicar un elemento de fuerza, todos los cuales son, simplemente, otras formas de poder. Tampoco puede ser usado el concepto de poder para referirse a relaciones interpersonales o a relaciones que, como ya lo habíamos dado a entender, son independientes de las relaciones de producción, que equivale a decir sociedades divididas en clases, lo cual genera un conflicto entre ellas. El segundo punto de análisis hace referencia al concepto de capacidad y a la forma como es empleado en la definición propuesta. Aquí hará referencia el autor a los estudios de Marx y Lenin sobre organización de clase, determinando algunos factores que son esenciales para su entendimiento, tales como la práctica de clase, las condiciones de existencia de la clase (fuerza social) y, principalmente, las condiciones de poder de clase, entendidas por Lenin como condición de su acción abierta77. Como el concepto de poder especifica tanto los efectos como los límites de la estructura práctica de las clases en lucha, el poder de una organización y, por ende, la capacidad de una clase para lograr la realización de sus intereses depende directamente de la capacidad de otras organizaciones de clase, lo cual es clave para las relaciones de poder, es decir, de dominación-subordinación.

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El tercer punto de análisis hace referencia al concepto de intereses. Nos dice el autor, en primera instancia, que los objetivos de clase se encuentran en el campo de la lucha de clase, jamás en la estructura, como intentó demostrarlo Parsons. En segunda instancia, los intereses no están compuestos por motivaciones del comportamiento: los intereses indican los límites impuestos por la estructura, los cuales operan como horizontes de acción de las clases en las relaciones de poder, habiendo intereses de largo y corto plazo y siendo éstos objetivos, puesto que son de una clase, no de un sujeto o de una clase-sujeto. Por ello, no pueden ser producto

Idem, p. 124. Idem, p. 129.

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de motivaciones del comportamiento, y esto es tan claro para el autor que, teniendo en cuenta el poder de la ideología y lo ambiguo que puede ser el término objetivo, decide retirarlo de los intereses y ampliar este concepto hacia todas las funciones de la formación social. El cuarto punto de análisis toma el concepto de especificidad como base. Teniendo en cuenta que el poder se sitúa en diversas prácticas de clase, puesto que existen intereses de diversa índole, tanto económicos, como políticos, ideológicos, etc., podemos decir que existen diversas relaciones de poder, así como clases dominantes que detentan el poder predominante en determinados lugares o niveles de la formación social, de la cual el Estado es el centro del poder político. Aclarados estos puntos, Poulantzas hace alusión al Estado como centro de poder. Si se acepta el concepto de poder propuesto, se puede decir que el Estado es el centro del poder político. Pero el Estado, o cualquier otro tipo de institución social, no tiene poder en sí mismo: las instituciones son solamente instrumentos de poder de las clases sociales y son ellas las que las dotan de tal, teniendo en cuenta que existe una relación de fuerzas y que, en esta medida, las instituciones se deben articular con otras instancias. Por supuesto que, por la variedad de luchas de clase, es difícil que se traduzcan inmediatamente en los centros de poder, que en su mayoría son dependientes de otras instancias. Al tenor de Lenin, Poulantzas considera imperativa la distinción entre poder formal y poder real, así como la distinción entre poder de Estado y aparatos de Estado. Hay instituciones que poseen poder, pero hay sólo algunas que tienen poder efectivo, y esto es producto de las luchas de clase que hacen que exista una desviación de tales centros de gravedad, ocasionando que las relaciones de poder se reflejen más en un centro que en otro. Lo que se quiere demostrar es que no solamente existe una visión instrumentalista del Estado, según la cual las instituciones son simples aparatos de poder de una determinada clase social, sino que debido a la formación social y a la constante lucha de clases se asiste a una permanente relación de fuerzas que son las que dotan de poder a tales instituciones y les confieren, digámoslo así, una identidad: “Lo que se trata, pues, de retener es que la expresión leninista de aparato de Estado no se reduce de ningún modo a una concepción ‘instrumentalista’ del Estado como órgano o instrumento de poder, sino que sitúa, en primer lugar, la superestructura política según su localización, y su función, en un conjunto de estructuras”78. Por ello, es importante la separación que hace Lenin entre aparato de Estado y poder de Estado: Idem, p. 143.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos “Por aparato de Estado indica Lenin dos cosas: a) el lugar del Estado en el conjunto de las estructuras de una formación social, en suma, las diversas funciones técnico-económica, política en sentido estricto, ideológica, etc., del Estado; b) el personal del Estado, los cuadros de la administración, de la burocracia, del ejército, etc. Por poder de Estado Lenin indica, por el contrario, la clase social o fracción de clase que detenta el poder”79. Justamente teniendo en cuenta que uno de los factores de los desplazamientos es el lugar de los centros de poder, el lugar del aparato de Estado es de vital importancia como centro del poder político, tal y como sucedió con el Estado burgués y los soviets en Rusia, donde son los segundos quienes tienen el poder real y, en esa medida, ellos se constituyen en un centro de poder real mucho más importante que el Estado burgués ya mencionado. Poulantzas aborda, enseguida, el concepto de poder como suma-cero. Aquí el poder se entiende como una cantidad determinada, la cual, si la posee alguna persona, no la posee otra. Cualquier reducción de poder en una organización o persona se da a favor de otra que es la que lo obtiene. El poder se torna en algo invariable que sólo cambia de poseedor pero no de cantidad. Pero si el poder se considera como el efecto de las estructuras, las cuales son las que proporcionan los límites dentro de los cuales se desarrollan las prácticas de clase, podremos apreciar que el poder que pierde una clase no lo gana la otra. Además, ésta idea de poder como suma-cero desconoce por completo la especificidad característica de cualquier formación social, puesto que una reducción de poder económico de una clase no implica automáticamente un aumento del poder ideológico o del político.

Élites y bloque en el poder

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Para Poulantzas, el Estado debe ser entendido como una condensación de contradicciones sociales que se encuentran inscritas dentro de las relaciones de fuerza de una clase con otra, no obstante que el poder de una clase remite a su lugar objetivo en las relaciones económicas, políticas e ideológicas, lugar que abarca las prácticas de las clases en lucha, es decir, las relaciones no igualitarias de dominación-subordinación de las clases ancladas en la división social del trabajo y que se constituyen ya en relaciones de poder80. Así pues, el lugar y los intereses de cada clase están definidos por las otras clases, pero sólo una clase, la dominante, podrá realizar sus intereses en oposición a los intereses de otras clases.

Idem, p. 142. Nicos Poulatnzas, Estado, Poder y Socialismo, México: Siglo XXI, 1979, p. 177.

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Ahora bien, la formación social, entendida como la coexistencia en el campo de luchas de clases de varias clases y facciones de clases, tiene una particularidad dentro del Estado capitalista, a saber, la formación de un bloque en el poder que exterioriza […] la unidad contradictoria particular de las clases o fracciones de clase dominantes en su relación con esta forma particular de Estado. Se refiere pues a la periodización de la formación capitalista en estadios típicos. Comprende la configuración concreta de la unidad de esas clases o fracciones en estadios, caracterizados por un modo específico de articulación, y un ritmo propio de división, del conjunto de las instancias81. El Estado capitalista crea las condiciones para la aparición del bloque en el poder en su dominio político, asegura la coexistencia de varias clases y facciones de clase “por el juego interno de sus instituciones, hace posible, en su relación con el campo de la lucha política de clases, relación concebida como demarcación de límites […]”82. Para Poulantzas, el sufragio universal es en ese orden una institución que extiende la coexistencia entre las clases y facciones en el poder, al punto de consagrar el dominio exclusivo del Estado por una clase. Las estructuras del Estado capitalista permiten la coexistencia de clases dominantes y facciones. A nivel político, el bloque en el poder hace referencia a prácticas políticas que concentran los niveles de la lucha de clases en una fase determinada. La representación refleja los desplazamientos de las contradicciones entre clases, “desplazamientos situados no obstante, en los límites del bloque en el poder característico de un estadio”83. En su dominio económico, este tipo de Estado permite la coexistencia de varios modos de producción y la presencia de varias clases dominantes. En síntesis, el bloque en el poder constituye una unidad contradictoria de clases y fracciones políticamente dominantes bajo la égida de la fracción hegemónica. La lucha de clases, la rivalidad de los intereses entre esas fuerzas sociales, está presente allí constantemente, conservando esos intereses su especificidad antagónica. La relación del Estado capitalista con las fracciones dominantes actúa en el sentido de su unidad política bajo la égida de una clase o fracción hegemónica84. Para Poulantzas las teorías elitistas (principalmente las de Mills y Aron), malinterpretan dos fundamentos de la teoría marxista. En primer lugar, la identificación que hacen entre la clase políticamente dominante con la clase económicamente dominante, y, en segundo lugar, las teorías elitistas Nicos, Poulantzas, Poder Político y Clases Sociales en el Estado Capitalista, México: Siglo XXI, 1976, p. 178. 82 Idem, p. 296. 83 Idem. 84 Idem, p. 309. 81

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos ven en la concepción marxista una concentración del poder del aparato de Estado en manos de la clase económica políticamente dominante. Esta es la razón fundamental por la que las teorías de élites recurren a un poder político autónomo, paralelo a los dominios económico y burocrático. La idea de élites en el poder proyecta una pluralidad que inhabilita toda unidad que pueda desembocar en una lucha de clases, ya que no tienen entre sí otras relaciones que la de estar circularmente integradas en el conjunto social y, en tanto high social stratums, representar intereses divergentes pluralmente integrados; de ahí la dificultad de fundamentar el poder de la élite. En esa línea, el único autor al que Poulantzas tiene presente es a Mosca, por aceptar éste la unidad de las élites políticas bajo la categoría de “clase política”, con la que se hace una primera aproximación a la dominación política. La unidad de las élites se funda sobre su relación con el poder político institucionalizado, y bajo esta perspectiva se descubren como fuentes de poder político lo económico y el Estado85. La primera critica elitista relativa al concepto de clase dominante sugiere que este concepto está determinado por el nivel económico, no obstante el dominio es lo verdaderamente político, y así pues se hace una identificación entre la clase económica y políticamente dominante. Sin embargo “el concepto de clase no comprende de ningún modo sólo la relación de los agentes con las relaciones de producción, sino que indica los efectos del conjunto de la estructura en el campo de las relaciones sociales”86. El concepto de dominio no comprende de ninguna manera sólo el nivel de las estructuras políticas, sino el conjunto del campo de las relaciones sociales, es decir, de las prácticas económicas políticas e ideológicas de clase. Si el nivel económico de las relaciones de producción determina, en última instancia, los lugares de poder y de dominio en el campo de la lucha de clases, no es sino por su reflejo en el conjunto complejo de una formación.

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En suma, la concepción marxista de clase dominante no implica de ningún modo la concentración empírica de las diversas funcionen políticas en las manos de los individuos de una clase, sino que explica la descentración eventual, según las formas concretas de la lucha de clases y las estructuras políticas, los tipos y formas de Estado y las formas de régimen. La esfera de lo político comprende diversas funciones que son detentadas por diversas clases; por esta razón, es necesario hacer una diferenciación entre clases políticamente dominantes que forman parte del bloque en el poder y la clase hegemónica de ese bloque, que detenta en definitiva el poder político y que tiene el papel de organización política del bloque en el poder87.

Idem. Idem, p. 433. 87 Idem, p. 434. 85 86

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Burocracia y élites La burocracia designa un sistema específico de organización y de funcionamiento interno del aparato de Estado que manifiesta el impacto político de la ideología burguesa sobre el Estado, fenómeno que se conoce con el nombre particular de burocratismo o burocratización88. La burocracia es una categoría social específica, que se refiere no propiamente al poder del Estado, sino a su funcionamiento concreto. La burocracia no constituye en sí misma una clase particular, como tampoco una fracción autónoma de clase en el nivel político, ya que su funcionamiento está inscrito en el poder de la clase de Estado. A pesar de que la burocracia en algunos países en vías de desarrollo puede, por medio del Estado, constituirse en un lugar propio en las relaciones existentes de producción, o hasta en las relaciones aún-nodadas de producción, no constituye una clase en sentido estricto, sino en cuanto a clase efectiva. Sin embargo la burocracia, definida en términos de una categoría social específica, debe tener una pertenecía de clase, pero esta pertenencia no es única. En su estructura se pueden distinguir dos estratos: por una parte, las “alturas” que pertenecen a la nobleza terrateniente y a la burguesía y, por otra, se pueden identificar los estratos subalternos pertenecientes a la pequeña burguesía. Al estrato que se ubica en las alturas se puede atribuir el carácter de clase mantenedora del Estado, lo cual permite identificar este estrato con el bloque en el poder, pero no con fracción políticamente dominante. El funcionamiento particular que permite identificar la burocracia como categoría especifica no ésta directamente determinado por su pertenencia de clase, por el funcionamiento político de las clases o fracciones de donde ha salido; depende del funcionamiento concreto del aparato de Estado y aun del lugar del Estado en el conjunto de una formación y de sus relaciones complejas con las diversas clases y fracciones. Por lo tanto, el poder burocrático se refiere al ejercicio de las funciones de Estado que corresponden al interés político de la clase o fracción hegemónica. La burocracia se pone al servicio de los intereses de la clase políticamente dominante, pero en periodos de inestabilidad política puede crear las condiciones para la llegada al poder de la clase mantenedora no hegemónica89. Ahora bien, si la burocracia es una categoría social específica, es por razón de la unidad propia que presenta en su funcionamiento como grupo social y de su autonomía relativa respecto de las clases sociales a que ella pertenece y respecto de las clases dominantes. Este grupo social tiene intereses propios, pero no bastan como para considerarla una categoría especifica: de un lado, en razón de la disparidad de tales intereses entre

Idem, p. 435. Idem, p. 439.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos los diversos estratos de la burocracia, y de otro, en razón del hecho de que esos intereses explican, en cierta medida, la relación estrecha de la burocracia y las clases dominantes, pero no explican la autonomía relativa respecto de ellas. Por otra parte, la burocracia y el burocratismo tienen una relación directa con el Estado capitalista y con sus formas concretas. Las dos hacen referencia al predominio de un modelo ideológico sobre el conjunto de una formación; sin embargo, “el fenómeno burocrático es un fenómeno específicamente político, la burocracia en sentido estricto, designa una categoría social específica, se refiere a su pertenencia al aparato de Estado”90. No obstante, al extenderse los atributos y funciones del Estado capitalista no se afectan únicamente las funciones económicas, sino también las funciones políticas e ideológicas de ese Estado, lo cual le permite asumir el papel dominante en la formación capitalista. El burocratismo es, pues, un modo particular de organización y funcionamiento del aparato de Estado coextensivo; en el caso del Estado capitalista, con la categoría burocrática especifica. El burocratismo se debe, en ese caso, a la vez a las estructuras del Estado capitalista y al efecto de la ideología capitalista dominante sobre las reglas normativas de organización del aparto de Estado. La ideología dominante es extensiva a todo el conjunto social por medio de modelos normativos que regulan la organización y división del trabajo en los diversos sectores: en las fábricas, en las instituciones culturales, etc. El efecto de la ideología capitalista dominante sobre el burocratismo reviste varias formas: • una general, que concierne al carácter constitutivo de toda ideología, por ejemplo, el secreto burocrático; • formas particulares de ideología capitalista, es decir, carácter impersonal de las funciones burocráticas; • formas jurídico-políticas, región dominante de la ideología capitalista, entre ellas, la legitimidad racional-legal;

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• incultura y la falta de saber de las masas que posibilita precisamente el monopolio burocrático del saber91.

Idem, p. 451. Idem, p. 455

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Élites intelectuales y hegemonía

El concepto de intelectual orgánico de Gramsci permite comprender al militante político o a las células, en tanto “minorías actuantes”, como los instrumentos de estrategias hegemónicas o contrahegemónicas de dominación o resistencia/confrontación en una sociedad y en un momento dado, en la perspectiva de lograr un consenso histórico que consolide o se oponga a un orden social determinado. El “nuevo príncipe” colectivo, singularizado en el “intelectual orgánico” del partido articulado a las minorías actuantes de las células, representa, en uno u otro caso, de uno y otro lado, las élites (nuevas o antiguas) llamadas a dirigir los procesos políticos que consoliden un consenso hegemónico o lideren el proyecto de un consenso contrahegemónico (4.1.). La crítica de Laclau y Mouffe al concepto de hegemonía de Gramsci sirve como puente para su planteamiento de una democracia radical que, en lo fundamental, y en cuanto a la teoría de las élites se refiere, permite comprender los nuevos contextos en que las hegemonías y contrahegemonías se plantean y, a través de ello, las estrategias que un proyecto contrahegemónico de izquierda debe contemplar, en particular, en lo que tiene que ver con el reconocimiento de la pluralidad de subjetividades políticas, que tienen que empezar a ser reconocidas en un proyecto de esta índole. La democracia radical es, en la versión de Laclau y Mouffe, la asunción de esa plurivalencia que desborda la bivalencia ortodoxa o semiortodoxa, bastante empobrecedora y maniquea en estos tiempos, entre la burguesía “mala” y el proletariado “bueno”, permitiendo articular al proyecto socialista la pluralidad de sujetos e identidades sociales, políticas y culturales que el postfordismo eclosiona (4.2.). Pero la democracia radical tiene una segunda lectura en la tercera generación de la Escuela de Frankfurt. Desbordando la visión bastante pragmática de Habermas y su modelo de una democracia radical “sistémica”, Wellmer y, en especial, Dubiel, emprenden la tarea, primero, de denunciar el carácter elitista que la democracia asume a partir de los setenta en el marco del proyecto neoconservador de democracia restringida, defendida por Schumpeter y Huntington, y que, más tarde, inspira todo el hegemon neoliberal liderado y globalizado por el Consenso de Washington. Democracia radical que se yergue como la contraparte de una teoría de las élites en cuanto, con Lefort, el lugar del poder es y debe ser un lugar vacío que sólo una eticidad democrática, entendida como el conjunto de procedimientos democráticos, formales e informales a los que tienen derecho y acceso efectivo todos los sujetos colectivos de una sociedad, puede legítimamente llenar, como lo sostiene Wellmer (4.3.).

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos

Gramsci: intelectual orgánico y hegemonía Gramsci desarrolla una lectura de las élites a partir de los aportes de Mosca que aúna a las influencias de Hegel, Marx, Croce y Lenin, entre otros. Gramsci comparte con Mosca dos planteamientos básicos: primero, el principio fundamental bajo el cual, en todas las sociedades organizadas, la élite dirige las masas populares (líderes-seguidores, gobernadoresgobernados); y, segundo, la idea de democracia, según la cual este sistema selecciona élites y normas de un modo tal que las élites se abren a la influencia de miembros de las masas92. Gramsci reconoce que en los sistemas democráticos el principio elitista continúa siendo válido: no es la mayoría popular quien escoge libremente los gobernantes oficiales, sino la élite política que los hace elegir al proponer varios candidatos por medios particulares y de otras organizaciones políticas. De otro lado, Gramsci relaciona el concepto de democracia con su idea de hegemonía, señalando que en un sistema hegemónico hay democracia entre los grupos dirigentes y los grupos dirigidos, toda vez que la legislación favorece la transferencia de los grupos dirigidos a los grupos dirigentes. Tal transferencia es operada por el intelectual. Este es un agente que posee una capacidad dirigente y técnica con rangos-grados de acción que, según su organicidad (depende de su mayor o menor conexión con un grupo social básico) o su capacidad dirigente, ocupa un papel mediador y articulador en el complejo sistema de relaciones sociales93. Gramcsi señala que cada grupo social, al nacer en el terreno originario de la función esencial en el mundo de la producción económica, crea conjunta y orgánicamente uno o más rangos de intelectuales que dan homogeneidad y conciencia de su propia función, no sólo en el campo económico sino también en el social y en el político. El intelectual orgánico, que cada nueva clase crea junto a ella y forma en su desarrollo progresivo, es expresión, en general, de “especializaciones” de la actividad social a las que la clase “ha dado luz”94.

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El intelectual es aquel que emerge sobre el terreno de exigencias de una función necesaria en el campo de la producción económica, es decir, aquel que le da homogeneidad política, social, y económica a un grupo que surge sobre la base original de una función esencial en el mundo de la producción económica (de modo que pueden inscribirse tanto el empresario, como el señor feudal, que requiere en todo caso una competencia técnica, la militar). El intelectual dirigente, por otro lado, es en

Antonio Gramsci, Cartas desde la Cárcel, Buenos Aires: Lautaro, 1950. Antonio Gramsci, La Formación de los Intelectuales, México: Grijalbo, 1967, p. 30. Idem, p. 7.

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quien confluyen la especialización y la política, es decir, quien consigue vincular lo político, lo económico-productivo, lo técnico, con una visión general histórico-humanista de la realidad a modificar. Gramsci identificará diferentes correlaciones de fuerza: las fuerzas a nivel internacional, las relaciones sociales objetivas que operan vinculadas a la estructura según el grado de desarrollo de las fuerzas materiales de producción, las relaciones de fuerza política y de partido vinculadas al Estado de acuerdo con el grado de homogeneidad, autoconciencia y organicidad alcanzado por los diversos grupos sociales, y las políticoinmediatas, es decir, las militares ya sean técnicas o políticas. La reafirmación, en Gramsci, de la universalidad tendencialmente posible en un marco histórico dado consigue vincular la discusión a propósito de los intelectuales con la discusión a propósito de las eticidades en su idea de un intelectual colectivo (el “príncipe moderno”), que supone un nuevo imperativo ético-político que se desplace de lo individual a lo colectivo: “la ética del intelectual colectivo debe ser concebida como capaz de convertirse en norma de conducta de toda la humanidad por el carácter tendencialmente universal que le confieren las relaciones históricamente determinadas”95. Con el concepto de hegemonía se hace referencia a “la capacidad que tienen determinados grupos sociales para ejercer la dirección intelectual y moral sobre el conjunto de la sociedad”96. La hegemonía es un concepto dual: por una parte hace referencia a la dominación que se ejerce por medio de la fuerza física; por otra, se refiere a un consenso sustentado por la fuerza y legitimado por la ideología. Así pues, la relación del señor y el siervo se construye sobre la lógica del señor, pero necesita de la aceptación por parte del siervo que a su vez necesita del señor. Los intereses del siervo quedan perdidos detrás de los intereses y necesidades del señor. No obstante la élite actúa como un “un grupo social capaz de hacerle entender a los demás, a la sociedad, que sus intereses particulares son los intereses del colectivo social, esto implica que ese grupo tiene una gran capacidad para ejercer dirección intelectual y moral en el conjunto de la sociedad”97. En cada periodo histórico, todas las sociedades han tenido que construir una ciencia, una política, una cultura que exprese lo que ese grupo quiere en función de los intereses y necesidades generales de esa sociedad.

Antonio, Gramsci, Pequeña Antología Política: Libros de Confrontación, Barcelona: Fontanella, 1977, pp. 101-115. Véase también Antología, México: Siglo XXI, 1985. 96 Varios, Identidades, Modernidad y Escuela, Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, 2006, p. 40. 97 Idem, p. 42. 95

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos A la correspondencia entre lo que dicen esas concepciones del mundo y los intereses y necesidades de los grupos dirigentes, Gramsci lo denomina eficacia práctica. Dice que esas concepciones del mundo así construidas son eficaces prácticamente, porque no tendría ningún sentido que un grupo social construyera una concepción del mundo que no diera cuenta de sus principales intereses y necesidades, o que diera cuenta exactamente de intereses contrarios a los suyos. Hay concepciones del mundo que se imponen sobre otras –dice Gramsci–, porque además de tener una eficacia práctica tienen una eficacia histórica: esa eficacia es la que les permite constituirse como concepciones genéricas del mundo y ser adoptadas por otros grupos sociales que, por participar de las distintas condiciones materiales de existencia, deberían tener otras concepciones del mundo. En los últimos años, las élites han reorientado su estrategia hegemónica hacia un discurso neoconservador/neoliberal que busca, fundamentalmente, un modelo democrático restringido que reproduzca las relaciones de dominación existentes y cree nuevas relaciones de subordinación. No obstante, a este nuevo discurso dominante se oponen nuevas formas de lucha, que se conocen como nuevos movimientos sociales, los cuales han descentrado al proletariado como sujeto político revolucionario.

Laclau & Mouffe: crítica al concepto de hegemonía La multiplicidad de movimientos sociales que se han desarrollado en los últimos años, se explica por la emergencia de antagonismos construidos a partir de nuevos discursos de subordinación. El tipo de resistencia que busca la transformación de estas relaciones de subordinación es propio de una compleja red de sujetos políticos, que existen y construyen identidad a partir del discurso propio de la democracia liberal, pues es gracias a los principios propios de este proyecto político, tales como la igualdad y la libertad, que se constituyen nuevos sujetos.

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Así pues, intentarán transformar aquellas relaciones de subordinación en las que un agente está sometido a las decisiones de otro, y que se diferencian de las relaciones de opresión y dominación en tanto que las primeras son “aquellas relaciones de subordinación que se han transformado en sede de antagonismos […] Las relaciones de subordinación son el conjunto de relaciones de subordinación que son consideradas como ilegítimas desde la perspectiva o el juicio de un agente social exterior a las mismas”98.

Ernesto Laclau & Chantal Mouffe, “Hegemonía y radicalización de la democracia”, en Hegemonía y Estrategia Socialista, México: F.C.E., 2006, pp. 191-240. 98

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El discurso democrático es un punto de inflexión en el imaginario político que permite articular las diversas luchas contra la subordinación y los diferentes tipos de desigualdad: “es para designar esta mutación que tomando una expresión de Tocqueville, hablaremos de “revolución democrática”99. Esta revolución, en esencia, se proponía transformar la visión de la política como simple reproductora de un orden social jerárquico que reproducía el mismo tipo de sujeto subordinado: “El momento clave en los comienzos de la revolución democrática puede ubicarse en la Revolución Francesa, ya que fue al nivel del imaginario social que surgió entonces algo verdaderamente nuevo con la afirmación del poder absoluto del pueblo. Es allí donde se sitúa la verdadera discontinuidad: en el establecimiento de una nueva legitimidad, en la invención de la cultura democrática la revolución Francesa es la primera experiencia democrática”100. Hanna Arendt señala: “fue la revolución francesa la que instauró un nuevo modo de institución de lo social. Esta ruptura con el Ancien Régime, simbolizada por la Declaración de los Derechos del Hombre, proporcionará las condiciones discursivas que permiten plantear las diferentes formas de desigualdad como ilegítimas y antinaturales, y de hacerlas, por tanto, equivalerse en tanto formas de opresión”101. El imaginario democrático permite la emergencia de nuevas formas de lucha y nuevos discursos como los socialistas, que buscan fundamentalmente transformar las relaciones de subordinación a través de la reivindicación de nuevos derechos que permitan disminuir las desigualdades políticas y económicas. Por tanto, el imaginario socialista debe ser visto como “un momento interior a la revolución democrática”102. Sólo bajo contextos específicos, discursos y antagonismos se construye, en sentido estricto, por ejemplo, el movimiento obrero que nace en Gran Bretaña en el siglo XIX. Sin embargo su especificidad se transforma bajo otros contextos, como en Italia y en Alemania después de la Primera Guerra Mundial, bajo un conjunto de circunstancias especificas, “todas las cuales se ligan, o bien a una crisis orgánica que reduce la capacidad hegemónica de las lógicas de la diferencia o bien a transformaciones que ponen en cuestión formas tradicionales de identidad obrera”103. En el contexto del walfare state se da lugar a una amplia gama de demandas sociales que buscaban ampliar las equivalencias igualitarias. Esto produce Idem, p. 197. Idem. 101 Idem. 102 Idem, p. 199. 103 Idem, p. 200. 99

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos una reorientación de la revolución democrática y, por tanto, la creación de nuevas formas de “[…] identidad política que han sido englobadas bajo el nombre de ‘nuevos movimientos sociales’ […] El término de nuevos movimientos sociales amalgama una serie de luchas muy diversas. El común denominador de todas ellas sería su diferenciación respecto de las luchas obreras, consideradas como luchas ‘de clase, noción, resultante, a su vez, de amalgamar una serie de luchas muy diferentes que tienen lugar al nivel de las relaciones de producción, y a las que se separa de los ‘nuevos antagonismos’ por razones que dejan traslucir la persistencia de un discurso fundado en el status privilegiado de las clases”104. Estos movimientos sociales son la expresión de la multiplicidad de nuevas relaciones de subordinación y, por tanto, intentan extender la revolución democrática a un número cada vez mayor de relaciones sociales. En este tipo de luchas permanece el imaginario igualitario propio del las reivindicaciones del siglo XIX motivadas por la desigualdad. No obstante, también en estos movimientos podría encontrarse una discontinuidad, pues estos sujetos políticos construyen sus identidad a partir de formas de subordinación recientes, derivadas de la implementación y expansión de las relaciones de producción capitalistas y de la intervención creciente del Estado. No obstante las nuevas formas de subordinación responden a dos cambios fundamentales: por una parte, a una transformación económica caracterizada por la instauración del postfordismo. Se trata de una nueva fase del capitalismo que permite la expansión de las relaciones de producción a esferas cada vez numerosas y, además, produce una mercantilización de las relaciones sociales, donde más y más productos del trabajo humano se transforman en meras mercancías, consolidando la “sociedad de consumo”, lo cual crea nuevas formas de subordinación.

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Por otra parte, en el campo político, el walfare state “interviene en la reproducción de la fuerza de trabajo para subordinarla a las necesidades del capital gracias a la práctica del contrato colectivo y de las convenciones negociadas, que ligan la elevación de los salarios a la productividad”105, generándose, así, una politización de las relaciones sociales, lo cual se constituye, a su vez, en la base para nuevos antagonismos. La genealogía de nuevos sujetos políticos “es inescindible [de] los procesos de mercantilización y burocratización de las relaciones sociales, por un

Idem, p. 202. Idem, p. 205.

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lado; y de reformulación de la ideología liberal democrática –resultante de la expansión de las luchas por la igualdad–, por el otro”106. A estas transformaciones se suma la nueva cultura de masas, la cual en apariencia permite al individuo acceder a una amplia variedad de bienes, pero realmente reproduce nuevas necesidades y nuevas desigualdades. No obstante los nuevos antagonismos expresan las resistencias a la mercantilización, la burocratización y la homogeneización de la vida social. Las resistencias se presentan bajo múltiples formas –cada una de ellas es particular y se orienta a reivindicar su propia autonomía–. Por esta razón se puede afirmar que no se trata de luchas colectivas, sino de luchas particulares que valoran la diferencia y privilegian los criterios culturales. La radicalización de las luchas más antiguas, como la de las mujeres y la de las minorías de color, hacen parte de la “transformación de las relaciones sociales, características de la nueva formación hegemónica de la posguerra, y de los efectos de desplazamiento a nuevas áreas de la vida social del imaginario igualitario constituido en torno al discurso liberal democrático”107. Este fenómeno es entendido desde la perspectiva neoconservadora como un “exceso de democracia” que, guiado por el igualitarismo, ha causado un sobrepeso en los sistemas políticos tradicionales: “Samuel Huntington, en su informe a la Trilateral de 1975, afirmaba que las luchas de los años sesenta en Estados Unidos por una mayor igualdad y participación habían provocado una ‘erupción democrática’ que había tornado a la sociedad ingobernable’. De ahí concluía que ‘la fuerza del ideal democrático plantea un problema para la gobernabilidad de la democracia”108. Ahora bien, lo que pone en evidencia esta proliferación de antagonismos es un agotamiento del imaginario de sujetos unitarios de las luchas sociales; se renuncia a la idea de un sujeto (el proletariado) y se abre camino al reconocimiento de la especificidad de los antagonismos constituidos a partir de diferentes posiciones de sujeto. Esto hace posible la profundización de una concepción pluralista y democrática. La producción de nuevos antagonismos sólo se da en ciertas sociedades donde la revolución democrática ha traspasado determinado umbral. Es en este contexto, en el que la noción de democracia radicalizada y plural equivale a decir que:

Idem, p. 207. Idem, p. 209. Idem, p. 209.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos “[…] el pluralismo es radical solamente en la medida en que cada uno de los términos de esa pluralidad de identidades encuentra en sí mismo el principio de su propia validez, sin que ésta deba ser buscada en un fundamento positivo trascendente […] Es democrático, en la medida en que la autoconstitutividad de cada uno de los términos es la resultante de desplazamientos del imaginario igualitario. El proyecto de una democracia radical y plural, por consiguiente en un primer sentido, no es otra cosa que la lucha por una máxima autonomización de esferas, sobre la base de la generalización de la lógica equivalencial igualitaria”109. No obstante, la revolución democrática no es otra cosa que el terreno en el que opera el imaginario igualitario que ha dado como resultado una multiplicidad de antagonismos, los cuales están conduciendo a una crisis de la formación hegemónica de postguerra. Los nuevos movimientos sociales dependen del modo en que son discursivamente construidos los antagonismos, los cuales a su vez son múltiples. Así, las resistencias feministas dependen de los diversos modos de subordinación de la mujer, las luchas de la multiplicidad de sujetos políticos son articuladas a discursos particulares y no hay, por tanto, un sujeto único vinculado a un solo discurso de subordinación: “Las resistencias a las nuevas formas de subordinación son polisémicas y pueden ser perfectamente articuladas en un discurso antidemocrático… Su novedad consiste en haber logrado articular en el discurso neoliberal una serie de resistencias democráticas a las transformaciones de las relaciones sociales”110.

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El discurso neoconservador intenta articular las resistencias a la burocratización del walfare state en defensa de las desigualdades tradicionales de sexo y de raza; se construye un antagonismo entre dos polos, “el ‘pueblo’, que incluye todos aquellos que defienden los valores tradicionales y la libertad de empresa, y sus adversarios, el Estado y todos los subversivos (feministas, negros, jóvenes y permisives de todo tipo). Se intenta así construir un nuevo bloque histórico en el que se articule una pluralidad de aspectos económicos, sociales y culturales”111. La reacción neoconservadora a esta multiplicidad de luchas por la igualdad, proclama el derecho a la diferencia afirmando la secuencia diferencia-desigualdad-libertad. De Benoist escribe: “yo llamo derecha la actitud que consiste en considerar la diversidad del mundo y por

Idem, p. 211. Idem, p. 214. 111 Idem, p. 214. 109 110

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consiguiente las desigualdades como un bien, y la homogenización progresiva del mundo, preconizada y realizada por el discurso bimilenario de la ideología totalitaria, como un mal”112. La nueva derecha ha impulsado un nuevo proyecto hegemónico, mezcla la economía del libre mercado y el tradicionalismo cultural. Por tanto, la democracia radical se constituye en la alternativa para la nueva izquierda y debe ubicarse “plenamente en el campo de la revolución democrática y expandir las cadenas de equivalencias entre distintas luchas contra la opresión. Desde esta perspectiva es evidente que no se trata de romper con la ideología liberal democrática sino, al contrario, de profundizar el momento democrático de la misma”113. Este proyecto debe ser el resultado de una articulación hegemónica entre las distintas resistencias contra las nuevas formas de subordinación. No obstante, sólo es posible esta articulación a partir de luchas separadas, cuyos efectos se desplieguen en ciertas esferas específicas de lo social. La nueva estrategia de la izquierda debe ser formulada desde el pluralismo de los sujetos existentes en las diversas luchas sociales, bajo una lógica de la eliminación de las relaciones de subordinación y de las desigualdades, por tanto: “[…] el discurso de la democracia radicalizada ya no es más el discurso de lo universal; se ha borrado el lugar epistemológico desde el cual hablaban las clases y sujetos ‘universales’ y ha sido sustituido por una polifonía de voces, cada una de las cuales construye su propia e irreductible identidad discursiva. Este punto es decisivo: no hay democracia radicalizada y plural sin renuncia al discurso de lo universal”114.

Élites y democracia restringida La idea de democracia como principio utópico-regulativo, orientación de valor de una cultura política y motivo psicológico de reconocimiento de un orden político legítimo, está ligada a una específica situación histórica, pero no se agota en ésta, sino que conserva su independencia frente a ella. La idea moderna de democracia se inicia como crítica de la primera burguesía a los privilegios del Estado feudal; con el desarrollo del capitalismo y la industrialización, el phatos de determinación se redujo a un concepto de competencia entre las élites en el marco del Estado de derecho; en los cincuenta y sesenta, el fascismo (militarmente vencido) y el estalinismo (desacreditado por el socialismo real) se convirtieron en un bloque antidemocrático (totalitario) frente al que la democracia de Idem, p. 219. Idem, p. 222. 114 Idem, p. 238. 112 113

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos masas opuso la idea del “mundo libre”, la cual entró en crisis después de los setenta, surgiendo un nuevo frente político espiritual que se debatió entre una comprensión elitista y otra participativa de la democracia, siendo éste el debate actual115. El desplazamiento del modelo de democracia liberal hacia las exigencias de participación política práctica no se atribuye a los radical-liberales y socialistas que critican la sociedad y sus elementos autoritarios, sino a los pensadores liberal-conservadores que fundamentaron las bases de la democracia antitotalitaria en los años cuarenta y cincuenta y resumieron los diversos fenómenos de la crisis en el concepto de “ingobernabilidad”, tesis inventada en 1974 y cuyo motivo fue el crecimiento de una cultura de protesta orientada a la participación y uso extensivo de las instituciones democráticas. En la comisión trilateral (fundada en 1973), los científicos sociales de los gobiernos de Estados Unidos, Europa occidental y Japón se reunieron para analizar los problemas comunes del desarrollo de sus respectivas sociedades; el informe de esta comisión examino la tesis según la cual un “exceso de democracia” hace peligrar la existencia de las sociedades liberales, tomando como motivo los siguientes fenómenos empíricos: 1. Exigencias de control participativo en entidades públicas o iniciativas para su institucionalización. 2. Pérdida de confianza en las instituciones políticas y económicas que sostienen la estática de las sociedades del capitalismo tardío. 3. Sensibilidad pública frente al abuso del poder de los órganos ejecutivos. 4. Comportamientos políticos “no convencionales” y crecimiento de actividades políticas referidas a iniciativas ciudadanas y nuevos movimientos sociales (feministas, ecologistas, etc.). 5. Exigencias y disposiciones conflictivas en ámbitos “pre-políticos” (por ejemplo, moral-culturales y económicos).

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6. Alto grado de fluctuación electoral, poca identificación con partidos políticos y crecimiento de organización política que representa intereses de grupos específicos. 7. Mentalidad de protesta más consciente de sus motivos, cuyas expresiones se mantienen unidas por orientaciones de valor de igualdad social y participación política. Los anteriores fenómenos fueron interpretados por Kiel-mannesegg como una radicalización intensiva y extensiva del principio democrático: Helmut Dubiel. “Democracia”, en Qué es el neoconservadurismo. Barcelona: Anthropos, 1993, pp. 45-70. 115

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“Intensivamente se radicaliza en tanto que crecen las exigencias normativas a la par que aumenta la sensibilidad contra rendimientos y manipulaciones político-administrativas. De forma extensiva el principio democrático se radicaliza al extenderlo mas allá de una esfera estrechamente definida por los derechos de participación política, es decir, a las esferas de la vida cultural y económica”116. En la crisis del concepto de democracia liberal (ingobernabilidad para los neoconservadores), aparece una crítica a los elementos institucionales y jurídico-constitucionales en los cuales el principio de autodeterminación debe alcanzar su validez dentro de la democracia de masas; así, la correspondencia de las formas institucionales con respecto a este principio democrático-liberal es puesta en duda por la utilización intensiva de los canales existentes para la formación política de la voluntad e influencia en la decisión. Para Dubiel, la “ingobernabilidad” es la versión deformada de la tesis expuesta por Offe y Habermas acerca de la “crisis de legitimación”, la cual causó en las actitudes e institucionalizaciones del concepto de democracia participativa un aumento de las actividades gubernamentales reformistas y una disminución correspondiente de la autoridad gubernamental. Ingobernabilidad sería la síntesis paradójica de una actitud de expectativa reformista exagerada por parte por parte del público político y del aparato estatal (sufriendo una crisis de liquidez fiscal), donde las instituciones previstas por el Estado para la formación política de la voluntad llegarían a depender de corrientes extraparlamentarias, y los órganos de funcionamiento estatal se bloquearían por una sobrecarga de tareas. Algunos teóricos de la ingobernabilidad ponen acento en otros factores como “el cuarto poder” de los medios de comunicación, los mecanismos producidos de forma “inflacionaria” por la competencia entre partidos, la descomposición de potenciales afirmativos tradicionales y la apatía producida por la modernización cultural. Samuel Huntington 117 –dirigente de la Comisión Trilateral– ha variado la tesis clásica de ingobernabilidad con respecto a los Estados Unidos, exponiendo que el concepto básico consignado en la constitución y en la religión civil, exige libertad, igualdad, federalismo y constitucionalidad, pero, que bajo las condiciones marginales de la política y de la economía mundial, las estructuras institucionales de las sociedades capitalistas avanzadas producen controles sociales más fuertes, desigualdad social, centralización política e inseguridad jurídica; sin embargo, Huntington da un giro hacia el lado conservador en esta crítica al capitalismo cuando afirma la identidad entre norma e institución, posible sólo en un marco totalitario. Es generalmente frente al sistema totalitario cuando se recurre Idem, p. 48. La cursiva es del autor. Samuel Huntington, The Promise of Disharmony, (1981).

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos a la interpretación enfática de la democracia surgida en el siglo XVIII, cuando el autodesarrollo del individuo y la autodeterminación del pueblo se encontraban interrelacionadas. En la tradición clásica, especialmente para Rousseau, la democracia no sólo debía ser una forma de Estado institucional, sino una forma de vida cultural; en este modelo, los medios y los fines, las formas y los contenidos de la autoorganización colectiva estaban unidos, debido a la idea de vida buena. Joseph A. Schumpeter, autor de la teoría elitista de la democracia, dividió estos elementos procesuales y materiales, reduciendo la democracia a un método de autorización para decisiones públicas, el autogobierno (self-government) del pueblo a un arreglo institucional para la regulación de la competencia por los votos electorales entre élites políticas, la soberanía a un poder de veto indirecto y al ciudadano democráticamente activo a un consumidor pasivo de las decisiones de la élite. En el modelo schumpeteriano de democracia restringida han entrado tres reflexiones, cuya unidad forma la estructura de los discursos del nuevo conservadurismo sobre la democracia y la ingobernabilidad: 1. Bajo las condiciones modernas de sociedades funcionalmente diferenciadas y pluralismo valorativo no existe una formación uniforme de la voluntad pública que pudiese servir como base aproblemática de decisiones públicas; debido a la complejidad funcional y la variedad cultural, parte de las materias de decisión política son retiradas del ámbito de actuación democrática, por lo cual el conjunto de garantías constitucionales (división de poderes, protección de minorías, etc.) forman la condición funcional imprescindible de un orden democrático. Aquí, la autolimitación constitucional de la democracia se basa en la desconfianza frente a las “inclinaciones tiránicas” e “impulsos irracionales” de las masas y en la confianza en el carácter incorrupto de las élites políticas.

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2. Schumpeter propuso la sustitución del concepto de gobierno a través del pueblo por el gobierno legitimado por el pueblo, atribuyendo a las élites la importancia que tienen en la realidad de los sistemas democráticos de masas en relación con los procesos de formación y decisión de la voluntad política (teoría realista). Según esta interpretación elitista, democracia “significa que el pueblo tiene la posibilidad de aceptar o rechazar a los hombres que deben dominarlo”118; con lo que se diferencia de la teoría de la élite de Mosca (cuyo carácter es explícitamente antidemocrático), a través de una concepción de la representación orientada por el sistema de mercado. 3. Según esta imagen económico-metafórica de la democracia, para ser elegido, el político debe respetar las preferencias e intereses Joseph Schumpeter, Capitalismo, Socialismo y Democracia, citado por Dubiel, p. 53.

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de los electores, aun cuando le impulsen motivos egocéntricos de carrera o ambición de poder, con lo que lo sitúa frente al elector como un empresario ante sus consumidores; las exigencias democráticas y político-morales de las constituciones occidentales se considerarían satisfechas cuando el output legislativo del gobierno refleje el input de la demanda de los consumidores; por tanto, una democracia que funcionase correspondería a un equilibrio de mercado en funcionamiento119. Esta teoría económica de la democracia guarda gran afinidad con la ideología neoliberal de Hayek o Friedman; de forma similar al marxismo vulgar, para el cual la democracia es un acuerdo referido al mercado de instituciones destinado a imponer los intereses del capital, los neoliberales interpretan la política como “superestructura” de una libertad de disposición referida a la figura universalista del empresario, identificando democracia con capitalismo, toda vez que no diferencian entre derechos de libertad económicos y políticos. Por otro lado, resulta difícil aplicar las ideas del mercado tradicional a sistemas políticos contemporáneos, ya que el mercado político está organizado de forma más oligopolista que el mercado económico del capitalismo tardío. La homogenización del electorado mediante la figura del consumidor olvida la diferencia sociocultural y la desigualdad económica, que influyen en el comportamiento político. En segundo lugar, cuando se equipara la manipulabilidad de la actitud del consumidor con la formación de la opinión política, desaparece el input (intereses y necesidades de los ciudadanos políticamente activos) como elemento independiente, sacrificando la sustancia normativa de la legitimidad antitotalitaria. Según Schumpeter, las condiciones para el éxito del método democrático son: 1) la existencia de un nivel social homogéneo desde el cual se recluten los políticos; así, con respecto al enrolamiento de las élites, Schumpeter considera la desigualdad política de la sociedad como factor estabilizador de la democracia liberal120; 2) limitación de la esfera política: solo la investidura del gobierno debe ser sometida al principio democrático, y 3) amplia apatía política de las masas y fomento político-cultural del consumo metapolítico. Al no existir una población que se corresponda con los supuestos de apatía política y obediencia tradicional, el modelo realista de democracia elitista se transforma en un modelo normativo, pasando, según Dubiel, de lo que pudo ser un modelo sensato-descriptivo (en los años cincuenta) a ser la base de programas políticos autoritarios (en los años setenta y ochenta). La ausencia de “condiciones para el éxito del método democrático” es lo que los neoconservadores consideran “ingobernabilidad”: 1) revaloración del principio normativo de igualdad social (observada en los movimientos Dubiel, p. 54. Idem, p. 56.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos de derechos civiles de los negros y de las mujeres); 2) expansión de lo político y de las exigencias de autodeterminación a los ámbitos económico, cultural, etc., y 3) descomposición de actitudes afirmativas, tradicional y religiosamente determinadas. Estos desarrollos cuestionaron parte del modelo elitista de la democracia, especialmente la ventaja del realismo, la cual era su única fuerza frente a los críticos radical-liberales y socialistas, que no querían abandonar los imperativos morales de la concepción de democracia de la primera burguesía. La equiparación de modelo y realidad social –principal ventaja de la teoría elitista– debe ser llevada a cabo ahora de modo práctico político; así, lo que los neoconservadores –desde la idea de ingobernabilidad– llaman “terapia”, sería la restauración schumpeteriana de las condiciones para el éxito democrático. Los elementos atribuidos a la ingobernabilidad por los nuevos conservadores podrían considerarse signos de una conciencia democrática madura no prevista por Schumpeter; empero, esta consideración tendría que anticipar una alternativa participativa al concepto diferenciado de democracia elitista –un paradigma, reconocido científicamente y probado históricamente, de la democracia participativa que se refiera a las condiciones sociales modernas y que pueda oponerse al modelo elitista– que, sin embargo, no existe, pues, si bien, se reconocen las raíces teórico-históricas de un paradigma como éste, su contexto interno aún es confuso.

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El concepto asambleario de democracia de Platón y Aristóteles, las teorías políticas de las sectas heterodoxas de la Baja Edad Media, las discusiones políticas de las sectas puritanas en la colonias americanas y las ideas de democracia de los anarquistas, populistas y sindicalistas del siglo XIX, unidas por la idea de una integración normativa de la sociedad cuyo origen esté en el pensamiento aristotélico, según el cual el individuo sólo puede realizarse activamente desde el punto de vista moral a través de la participación en la política, son bases teórico-históricas que no pueden sostener el modelo moderno de democracia participativa, puesto que surgieron antes del desarrollo de sociedades modernas, funcionales y diferenciadas, y del reconocimiento político-histórico de principios universalistas de igualdad política y autonomía moral del individuo, principios que garantizan que la integración normativa de la sociedad no derive en sistemas totalitarios. La referencia histórico-real de la concepción participativa de democracia se sitúa en la polis ática, en los town-meetings de los Estados de Nueva Inglaterra y en los procedimientos de decisión de la democracia de los primeros movimientos populistas americanos. Esta democracia directa en su forma participativa podría contemplar la realización del ideal republicano de soberanía popular, entendida de modo “populista”, esto es, orientada por la idea antigua de la vida buena, según la cual las necesidades funcionales de reproducción social y los principios

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culturales de orientación universal están vinculados; en este contexto, la política es asunto de todos los ciudadanos y no sólo de las élites autonombradas, y la democracia no es exclusivamente un mecanismo de producción de autoridad social (entre otros posibles), sino una forma de vida político-cultural. También pueden reconstruirse los elementos de una concepción participativa de la democracia teniendo en cuenta los procedimientos de decisión institucionalizados que han entrado en la constitución de Estados modernos, como Suiza y de Estados federales de Norteamérica. Dubiel enumera los siguientes procedimientos: 1. La asamblea de ciudadanos con corporación legislativa. 2. El referéndum efectivo y/o legislativo. 3. La posibilidad de retirar el mandato y el mandato rotatorio. 4. El mandato imperativo. 5. El derecho de elección “proposicional” (posibilidad de votar inmediatamente sobre programas políticos en el acto de elección)121. Para Dubiel, los modelos participativos de democracia, en la realidad actual de democracia de masas, constituyen modelos anacrónicos, debido a que la estructura política compleja de los Estados modernos y su extrema diferencia funcional imposibilitan que el ciudadano llegue a ser un sujeto mayor de edad; pero, también son modelos “extrañamente” modernos, porque el ideal universalista de autodesarrollo individual bajo las condiciones del Estado de bienestar se ha convertido en una evidencia garantizada formalmente, aceptada universal y vitalmente, y practicada culturalmente. Por esto, las formas de comportamiento y actitudes que los teóricos elitistas supusieron como dados para la cultura política de las democracias modernas ya no corresponden con la realidad, como en los años cincuenta y sesenta. Si bien la intensificación del esquema de democracia elitista es apto como plataforma para una política autoritaria, la tradición clásica “precapitalista” no ofrece ninguna pauta sobre cómo se puede democratizar plenamente la democracia de masas; así mismo, como los fenómenos derivados del “tedio de Estado” pueden entenderse como síntomas de ingobernabilidad o como indicios de una cultura política madura, es una cuestión problemática que alcanza sus sentidos bajo las condiciones, procedimientos y asuntos de dominio político en las democracias de masas del Estado de Bienestar. Clauss Offe sustenta en sus trabajos sobre teoría de la democracia la tesis sobre los asuntos de decisión política que se sustraen del principio Idem, p. 60.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos democrático de aplicabilidad creador de legitimidad, problema cercano al planteado por Huntington en cuanto al “vació de credibilidad” en las democracias modernas. Para Offe, y con algunas variaciones para Huntington, el marco de tensiones entre expectativas normativas (o normas democráticas creadoras de legitimidad) y realidades institucionales en los sistemas democráticos actuales (democracia de masas), es construido por la erosión de las condiciones de validación de la regla de la mayoría; algunas de ellas son mencionadas por Dubiel: 1. No-diferenciación entre Estado y sociedad en el capitalismo tardío: debido al desarrollo del Estado Intervencionista y de Bienestar y de los efectos producidos por los compromisos neocorporativos, se problematiza la frontera clásico-liberal entre una esfera estatal (controlada democráticamente) y una esfera social de responsabilidad “privada”, puesto que cada vez mas ámbitos de la vida social son abarcados por los poderes administrativo-estatales, sin que se equilibre esta desdiferenciación de las esferas estatal y social a través de un crecimiento en posibilidades de participación y de control democrático. 2. Efectos de decisiones que van más allá de las fronteras del Estado nacional: la regla de la mayoría democrática tiene validez en el marco de dominio político nacional-estatal; sujeto y objeto del dominio organizado democráticamente sólo serían congruentes en caso de una aislamiento político elegido soberanamente y de una autarquía económica completa; sin embargo, la integración económica hace que las decisiones dentro de un Estado nacional afecten a un círculo grande de personas y no sólo a sus ciudadanos (es el caso de la política del Banco de Emisión Norteamericano), por lo cual, un número creciente de decisiones se sustraen de la posibilidad de un control democrático.

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3. La complejidad, la extensión y las consecuencias irreversibles de las decisiones de infraestructura moderna, limitan la validez de la regla de la mayoría. Cuando se toma conciencia de las implicaciones de la energía nuclear, los efectos a largo plazo de decisiones de política armamentística, los daños como consecuencia de los desplomes de circulaciones ecológicas, etc., se llama la atención sobre la condición de que cada comunidad democráticamente constituida pueda comenzar de un punto cero al principio de su legislatura: también en la dimensión temporal se reduce el ámbito del cual se puede disponer democráticamente de modo efectivo. Es posible argumentar que –independientemente de estos cambios estructurales del poder político– las condiciones específicas de la socialización en la época de posguerra han radicalizado la igualdad ciudadana, la participación política y el autodesarollo individual, valores en los cuales se basaba la idea de democracia de la primera burguesía; así, una sensibilidad democrática, estética, moral y políticamente acentuada daría lugar a una reducción de los ámbitos en los que los principios de

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autodeterminación política pueden exigir validez de forma creíble. De lo anterior, Dubiel arriesga el siguiente pronóstico: “El desarrollo de las democracias de masas del capitalismo tardío van hacia un punto en el que o se renuncia por completo a las formas de participación política generadoras de legitimidad o los principios normativos mismos de la autodeterminación política se convierten en la base de la racionalidad para la reorganización del poder político”122. El punto de decisión se encuentra en la alternativa histórica entre el programa autoritario (postliberal) de un poder de élites tecnocráticas y una democracia parlamentaria, en la que se tomen en serio las garantías constitucionales y se aumenten los momentos participativos. Al imponerse la primera alternativa (en una forma tan pura como la deseada por algunas administraciones neoconservadoras), se produciría el fin del nivel de autodeterminación política institucionalizado en las democracias liberales, el poder político no se impondría a través de la referencia legitimadora a principios constitucionales capaces de lograr aprobación, y el problema central filosófico-jurídico de la democracia de masas (positivación del derecho y su legitimidad) sería eliminado mediante dos estrategias: 1) a través del reforzamiento de una estrategia de legitimación positivista, según la cual el funcionamiento formal de ejecuciones administrativas está políticamente justificado, y 2) a través del carácter carismático de las élites políticas, conseguido por los mass medias (lealtad de las masas como artefacto tecnológico-social)123. Las anteriores estrategias significarían la sustitución de la conciencia de legitimidad político-cultural en la esfera pública política, de la cual se responsabilizan la acción de las élites a favor del legalismo autoritario y la lealtad de masas conseguida artificialmente, eliminando la posibilidad de hablar de democracia. Una sociedad renovada de forma neoconservadora sería autoritaria en su organización política y aumentaría la desigualdad social bajo ideologías de carácter meritocrático y sociobiológico; en ella, ciudadanos “políticamente desviados” serían objeto de vigilancia y represión, parte de la población (desviándose socialmente) se convertiría en objeto de control social tutelado y trabajo obligatorio ordenado por “policía social”, y la cultura políticamente dirigida se degradaría en diversión y tendería a convertirse en un medio de integración ideológica. Opuesta a lo anterior se presenta la alternativa de reforma participativa de la democracia. Los especialistas neoconservadores en derecho público (orientados por las formas representativas de la democracia de notables de Idem, p. 64. Idem.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos corte liberal clásico) y algunos representantes del movimiento alternativo (críticos del parlamentarismo), consideran que el sistema representativo y la “democracia de base” son dos modelos de participación que se excluyen mutuamente. Por otro lado, desde la historia constitucional como historia del poder se refleja la influencia de las formas de conciencia dominantes (en el sentido marxiano), y se observa el síntoma que, desde el comienzo de las sociedades burguesas, tiende a reprimir los elementos de la democracia directa: “Desde las primeras repúblicas burguesas hasta las actuales democracias de masas de bienestar, en la sucesión de los temas político-centrales y modelos fundamentales se puede identificar una lógica, muchas veces quebrada pero nunca suprimida, que desde que adquiere relieve la soberanía estatal sobre la garantía de seguridad personal, de propiedad y de contrato, se ha acercado a las proximidades de ideas de justicia materiales y principios de participación política igualitaria como condiciones de aceptación directrices del orden político”124.

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Desde esta perspectiva, la historia de las instituciones políticas –en tanto complejo y evolutivo resultado del poder político–, de la lógica jurídicoconstitucional y de la estructura de la evolución normativa demuestra los elementos de sobrecarga y autobloqueo del sistema, por lo cual Dubiel propone el análisis de los “síntomas de ingobernabilidad” como signos de una conciencia democrática madura, planteando, además, una situación en la que la integración de la superestructura normativa indica la solución de la crisis de un sistema político que se bloquea a sí mismo. En primer lugar, estaría el fortalecimiento de la esfera pública-política a través del reforzamiento de la formación política, de la libertad científica y cultural y de los medios de comunicación (sustraídos al control de los partidos y de los grupos del capital). También serían importantes el fortalecimiento de la decisión electoral (compromiso voluntario del diputado con las decisiones electorales, fortalecimiento de la democracia interna de los partidos, etc.) y los controles ciudadanos a la administración a través de la extensión de los derechos de participación socio-estatal (asambleas de ciudadanos y referendos, por ejemplo). Una legitimidad de la democracia reforzada con estos elementos tendría su fundamento en la existencia de los valores universalistas de la ilustración política. Frente a una programación teórica sistémica de participación, la radicalización de las posibilidades de autodeterminación, propuesta por Dubiel, tendría que considerar que las causas de la crisis de la democracia liberal han cambiado la formación de la voluntad política y las instituciones del ejercicio del poder político.

Idem, p. 66.

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Según la concepción política burguesa, adoptada por el marxismo institucionalizado, los procesos colectivos de formación de la voluntad son políticos sólo cuando encuentran una expresión institucional-organizativa en el Estado. Frente a esto, las nuevas luchas sociales ya no se caracterizan por una lucha, dirigida por intereses organizados, para lograr partes en el producto social y posibilidades de acceso en el sistema político, sino que se ha impuesto una percepción política que da cuenta de una dialéctica de coacción sistémica y de apropiación de espacios autodeterminados en los ámbitos estatales y extraestatales. La racionalidad de tal política tendría como sustento teórico una “interpretación paradójica” de la teoría del poder de Foucault, que pretende una autoafirmación del poder político realizada a través de reproducciones continuas de formas de pensamiento. Contra esa imagen totalizadora de una capacidad de autoafirmación ilimitada y ultraestabilidad del sistema político, la “nueva política” analiza la “casualidad dramática”, la fragilidad e irritabilidad del poder político moderno, la dependencia creciente de legitimidad estatal y la autoridad de las angustias “prepolíticas”, los motivos, las exigencias normativas, y las esperanzas de felicidad en los ciudadanos, guiada por una organización estatal donde la política no es solo un aparato de fuerza, sino lugar, medio y condición de la autoorganización democrática de la sociedad; las condiciones de desarrollo de esta nueva política estarían dadas por el afianzamiento de los derechos de comunicación política y una cultura política “viva”. Finalmente, el modelo de democracia radical desarrollado por la tercera generación de la Escuela de Frankfurt, de la que hacen parte Wellmer y Dubiel, propone una “radicalización intensiva y extensiva del principio democrático. Intensivamente se radicaliza en tanto que crecen las exigencias normativas a la par que aumenta la sensibilidad contra rendimientos y manipulaciones político-administrativas. De forma extensiva el principio democrático se radicaliza al extenderlos más allá de una esfera estrechamente definida por los derechos de participación política, es decir a las esferas de la vida cultural y económica”125. La democracia radical es una alternativa frente a la emergencia y profundización del discurso neoconservador en el sentido de que el exceso de democracia produce en los sistemas políticos una situación de ingobernabilidad. Este fenómeno tiene como consecuencia la proliferación de movimientos que luchan por la reivindicación de derechos civiles y por la exigencia de autonomía. Las élites han reorientado sus estrategias reforzando su legitimación y, a través de su carácter carismático, han conseguido la lealtad de las masas por medio de los mass media:

Idem, p. 48.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos “Sólo en un sentido cínico puede hablarse de ‘democracia’ si una consciencia de legitimidad político-cultural ha sido sustituida por un legalismo autoritario y una lealtad de masas conseguida artificialmente. Una sociedad renovada de forma neoconservadora no sólo sería autoritaria en su organización política: bajo la capa de ideologías renovadas de carácter meritocrático y socio-biológico aumentarían y se consolidarían las formas existentes de desigualdad social”126. A esta estrategia neoconservadora, Dubiel contrapone el dispositivo simbólico de la democracia radical, que reconoce a todos los miembros de la sociedad civil el derecho a acceder al espacio público y a participar en la resolución de los conflictos sociales para reivindicar la perenne lucha por el acceso a lo público y por el “derecho fundamental a tener derechos”. Esta lucha extrae sus energías de una idea de autodeterminación que pone en movimiento la imaginación política y la praxis reivindicativa que se opone a los privilegios y jerarquías sociales tradicionales de un orden social heterónomo127. Dubiel ubica en la estrategia política de la desobediencia civil una praxis simbólica, es decir, en tanto que simbólica, valorable y sancionable en proporción a la culpa, y, por tanto, no justificable o excusable globalmente, pero tampoco falsamente etiquetable y condenable globalmente128. La desobediencia civil es, así, un dispositivo que produce dos efectos fundamentales: plantea demandas democráticas a los actores políticos y al público en general y crea un espacio público para la formación de opinión y voluntad ciudadanas. Cuando es legítima, la desobediencia civil instaura un orden verdaderamente democrático, en el que existe un nuevo equilibrio entre autonomía individual y responsabilidad solidaria.

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Idem, p. 64. Idem. 128 Helmut Dubiel, La Cuestión Democrática, Madrid: Huerga y Fierro Editores, 1997, p. 77. 126 127

Cultura/contracultura, cotidianidad y élites

Esta quinta parte aborda, en primer lugar, la teoría de la cultura de la primera Escuela de Frankfurt, tanto en la primera versión que conciben Horkheimer y Adorno en el marco de la radicalización heterodoxa de su ya heterodoxa interpretación del marxismo a mediados de la década de los 40, como de la segunda, donde Adorno, particularmente, señala las severas consecuencias que a nivel de la cultura política tienen los dispositivos de dominación que, en el capitalismo tardío, se articulan políticamente en una conjunción, en la que ideología y alienación confluyen no sólo estrecha, sino estructural y sistémicamente a través de los medios de comunicación y los procesos de formación de opinión pública (5.1.). Aunque el abordaje del tema puede parecer un desvío de la cuestión de las élites que nos ocupa, la intención estratégica de ello es explicitar lo más detalladamente posible, desde el marco teórico proporcionado por Adorno, el grado de penetración que estos procesos de ideologización/ alienación generan en el mundo de la vida. Cuando aunamos esto al manejo que, en el marco de democracias restringidas, le dan las élites tecnocráticas de carácter económico, político o cultural –expresión todas de un proyecto hegemónico determinado– a la concepción de estrategias sociales e institucionales de todo orden y constatamos como ello entronca, a través de los medios de comunicación masivos, con el usufructo de la opinión pública, podemos comprender las implicaciones que a nivel de la cotidianidad de las comunidades tiene la teoría de las élites. Este camino posibilita ambientar una segunda dimensión de la cotidianidad, sin duda no contemplada en la visión un tanto pesimista y apocalíptica de la primera Escuela de Frankfurt. El estudio de De Certeau nos permite explorar los complejos e intrincados dominios de la cotidianidad, la dinámica espacio-temporal de las resistencias, las prácticas sutiles donde se cuece lenta pero inexorablemente la contrahegemonía, como también se consolidan las pericias hegemónicas. De nuevo este desvío nos acerca aún más al punto que queremos destacar: las prácticas de las élites no se dan al margen del mundo de la vida, sino en el corazón mismo de ésta: en la cotidianidad que le da vida a la economía, a la política, a la sociedad en su conjunto. Es en ese nivel primario y arcaico donde se trenzan las dinámicas hegemónicas y contrahegemónicas de élites y minorías, en la base misma que sostiene toda la pirámide social (5.2.).

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos

Adorno: élites y pseudocultura La industria cultural El desarrollo de la investigación sobre la pseudocultura de Adorno es tal vez el más completo que posee la Escuela, entendido como nuevo modelo cultural surgido de los mass media y de las industrias dedicadas a la creación de mensajes estandarizados, en tanto el “ocio de las enormes poblaciones […] anula la capacidad de análisis causal y crítico, convirtiendo al sujeto receptor en un individuo pasivo y desindividualizado […] las superestructuras ideológicas pseudoculturales se han convertido en el factor de socialización, integración y adaptación más poderoso de la sociedad de consumo”129. La introducción del factor técnico en el centro mismo del arte y la estética en la sociedad del capitalismo avanzado, en la que se establece una producción serializada con métodos y técnicas semejantes a los de otros tipos de producción, lleva a Adorno y Horkheimer a indagar sobre el desarrollo de mercancías de índole cultural que somete dichas producciones a las leyes de oferta y demanda del mercado capitalista. El problema que subyace es la irrupción de dichas leyes en el área de la ideología, con lo que se consolidan no sólo unos principios de rentabilidad económica, sino unos principios de asimilación y conformismo social a través de modelos simbólicos. Así las cosas, aparece una redefinición de la teoría económica del valor, pues de acuerdo con Adorno, las diferencias de valor establecidas por la industria cultural no tienen que ver con diferencias objetivas, sino con el significado de los productos. El análisis anterior implica que la fabricación y la producción de los bienes culturales no son valoradas tanto por sus costes, como por su acción sobre los receptores. La rentabilidad económica se conjuga con la rentabilidad ideológica, de modo que el balance de los beneficios monetarios resulta ser tan importante como el de los beneficios asimiladores al sistema, ya que este segundo aspecto permite la pervivencia a largo plazo del primero.

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Es así como Adorno encuentra que la industria cultural realiza el esquematismo de las ideas, esto es, trata igual al todo y a las partes. La idea genera orden, pero no conexión. El ideal consiste en que la vida no pueda distinguirse de la de los films y programas televisivos130. Por tanto, resulta obvio que en el modelo cultural se dé una mutación que se oriente hacia un modelo construido como espectáculo.

Ver Blanca Muñoz, “La sociología de la cultura de masas”, en Theodor Adorno: Teoría Crítica y Cultura de Masas, Fundamentos, 2000, pp. 91-196. 130 Idem, p. 92. 129



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El interés primordial de Adorno por aclarar el funcionamiento de la industria cultural proviene de la necesidad de conocer cómo se efectúa la interrelación entre leyes económicas y leyes psicológicas, en una simbiosis inédita en tiempos anteriores; es decir, entender cómo es posible que se hayan podido estandarizar contenidos de la conciencia mediante procesos de taylorismo industrial131, en tanto la industria cultural y la cultura de masas forman una nueva esfera de producción cuyas categorías ordenadoras tienen que entenderse en términos del funcionamiento de la ideología, considerada como integración de la población en los valores del capitalismo postindustrial. En la transmutación en la que el arte se convierte en industria y la cultura se hace comercio, la Escuela de Frankfurt encuentra un conjunto de problemas que serán los siguientes: • la ampliación del bienestar económico de la sociedad postindustrial supondría un ampliación cuantitativa del acceso a la educación y a la cultura para amplios sectores de la población; • al mismo tiempo, la situación anterior desembocaría en la posibilidad de una democratización de las instituciones y en una renovación descentralizada de la vida social y política, pero, asimismo, de la vida cultural; • por tanto, la accesibilidad de la población que dispone ya de un mayor tiempo libre y de ocio al aprendizaje cultural y creativo multiplicaría las posibilidades estéticas y artísticas132. Ante estos cambios, se erige la industria de la cultura para salvaguardar la estructura de poder de los dirigentes y gestores del capitalismo avanzado. La “economía de programas de entretenimiento”, en sus diferentes fases de producción y comercialización, no es más que una poderosísima intervención en los niveles de creación libre y espontánea. La cultura, al entrar en el reino de la mercancía, debe perder su valor simbólico y asumir valor mercantil. El papel estratégico de la técnica y la canalización de los gustos sociales hacia tipos específicos de productos de la industria, generalizarán un modelo de consumo de cultura caracterizado por su simplificación y su dependencia de los intereses hegemónicos de circulación internacional de información. Para Adorno, todo este proceso manifiesta la regresión de la cultura y del arte, pero también de las facultades intelectuales y estéticas de la población133.

Idem, p. 93. Idem, p. 94. 133 Idem, p. 95. 131 132

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos

Comunicación, técnica y control La Escuela de Frankfurt centra su atención en el poder de persuasión y propaganda desencadenado con la aparición de los mass media, por la función política que los mensajes transmitidos pueden desempeñar. Esto la lleva a concluir las siguientes tesis: • “la poderosa capacidad de ubicuidad de los mass media produce un efecto psicológico en sus audiencias, a menudo parecido al de la fe y la creencia mágica y religiosa: la fe en la comunicación de masas sustituirá y complementará la fe religiosa; • el proceso más característico, sin embargo, es el que origina que poderosos grupos de interés susciten sobre la sociedad cambiantes tipos de control social, como sucede, por ejemplo, con el sintomático caso de la propaganda. […] Los grupos que pretenden controlar las opiniones y creencias de nuestra sociedad aportarán cada vez menos a la coerción y a la fuerza física frente al mayor uso de técnicas psicológicas persuasivas. El temor de esta utilización resulta del constante asalto psíquico de los mass media y la rendición colectiva de incondicionalidad de las facultades creativas y críticas a la formación de un vacuo conformismo; • no sólo se está ante un perfeccionamiento de las técnicas motivacionales persuasivas, también hay que referirse a la transformación de los gustos del público. […] En la medida que ha aumentado el volumen del consumidor de cultura comunicativa, ha bajado paralelamente la creatividad de la cultura popular y el nivel de los gustos estéticos de la audiencia”134. En consecuencia, para delimitar el problema de las nuevas formas de control habrá que interrelacionar tres fenómenos: la estructura de la propiedad y la administración de los medios de comunicación de los medios de comunicación de masas, los contenidos que se difunde en esos medios y, desde luego, los efectos determinados por la existencia de dichos medios en la sociedad postindustrial.

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Sobre la estructura y administración de la propiedad, Adorno y Horkheimer comprendieron el proceso de concentración industrial mass mediática, que se expresa en Dialéctica de la Ilustración, pero no se quedaron en el estudio de los monopolios comunicativos y culturales, sino que extendieron su análisis a la sociedad competitiva, en la que todos los individuos llevan este peso y son el producto del aparato económico y social de la sociedad capitalista. En lugar de la comprensión, se impone el aumento de prestigio y en lugar del disfrute de la cultura el status de la posesión de uno objetos.

Idem, pp. 95-96.

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En esta sociedad, nadie debe rendir cuentas de lo que piensa, pero, en cambio, cada uno está encerrado en un sistema de relaciones que conforman un instrumento hipersensible de control colectivo, cuyos dispositivos son articulados por la industria cultural135 a partir de una tendencia a la extinción de la crítica y el respeto, lo cual requiere de un proceso de vigilancia imperceptible. El control social se hace indiscernible porque se ejerce sobre la vida psicológica del individuo. En este sentido, uno de los dispositivos más destacados resulta ser la publicidad, que reduce el placer prometido a mercancía. La incorporación de Freud a la Teoría Crítica aportará nuevos elementos al discurso en este campo, siendo el tema de los mecanismos inconscientes de internalización del orden normativo postindustrial uno de los más puestos de manifiesto. El acatamiento y la socialización normativa permiten una tendencia acrítica frente a la conformidad que sustituye a las organizaciones coactivas por organizaciones comunicativas, con lo que se patentiza un consenso colectivo logrado mediante el uso de la persuasión, lo liderazgos políticos coactivos y los sistemas de influencia de los medios de comunicación. Pero este conjunto de procesos indicaría que los niveles de obediencia social habrían sido dirigidos por una gestión científica de los estados de ánimo y los “climas mentales” de los ciudadanos. El triunfo es no sólo de la conciencia cosificada, también lo es del inconsciente cosificado en su reducción subjetivista y cerrada que la técnica ha endurecido136. Consciente e inconsciente se ponen al servicio de las relaciones de producción, de sus formas de poder y de sus sistemas de propiedad, de modo tal que el ser humano quede reducido a naturaleza, instintos controlados y satisfechos primitivamente con productos tecnológicamente inmejorables.

Pseudocultura de masas La estructura de la cultura de masas se ordena sobre lo manido y ya sabido. Frente a la internalización del libro por parte del público de un Defoe o un Dickens, los medios técnicos actuales de comunicación conducen a una continuada externalización, en la que lo visual sustituye a lo leído. Para Adorno, esa simplificación en los procedimientos cognoscitivos también se percibe en los contenidos de la nueva cultura “popular”. En efecto, el surgimiento de una clase media unificada sobre la que recae la acción del consumo y de la comunicación, conlleva la necesidad de crear unos contenido “previsibles”. Lo conocido no sólo se reduce a los temas y tramas novelescas o cinematográficas, sino, especialmente, a los valores expuestos. Éstos deben ser reconocidos de una forma literal por la audiencia, evitándose Idem, p. 97. Idem, p. 99.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos el esfuerzo intelectual y la concentración que requería la anterior cultura burguesa” del siglo XIX. Ahora las variaciones deben ser mínimas, porque la organización mental colectiva se establece sobre dos pilares básicos: los escasos conocimientos y recuerdos históricos y los clichés deliberados que favorecen el –cada vez mayor– carácter autoritario de sus valores. En gran medida, la literatura burguesa decimonónica reivindicaba el poder de la individualidad frente a la convención. Tal reivindicación representaba el aspecto progresista, casi revolucionario, de sus temas. En la primera cultura de la burguesía se muestran unas fuerzas de resistencia individual que expresan la tensión formidable de una poderosa creación estética. Es así como la cultura popular burguesa se transforma en una subcultura de publicaciones periódicas –las historietas de los periódicos dominicales comienzan a crear un género que, con los comics, se consolidan como el “arte popular”–. Pero ello ya no será creación autónoma original; al contrario, la comercialización de esa primera subcultura literaria y gráfica estará en el inicio de la aparición de la cultura de masas, de modo tal que, al pasar estos temas a la cultura de masas, se altera su significado de avance social. Las normas sociales triunfarán sobre la ruptura. En la “novela de consumo” se impone su ser “realista” y, por tanto, la identificación con el statu quo y sus valores convencionales se impondrá como el final imprescindible de la trama. El juicio deviene en opinión y la opinión en prejuicio. En la modificación cultural de lo popular en masivo, encuentra Adorno el eje para comprender el paso de la creación artística hacia la ideología. La ideologización de la cultura se da con el relegamiento de la bidimensionalidad, que había sido el patrimonio de lo creado por el pueblo y por los creadores e intelectuales auténticos. Así, la crítica contemporánea de la ideología tendrá, ineludiblemente, que explicar la disolución de la cultura bidimensional y su mutación en un esquema integrativo que elimina el “deber ser” –que ha sido, y es, el primado de la creación cultural– y fortalece “lo que es” como un absoluto, eterno e inmodificable137.

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El descubrimiento de los mecanismos ocultos del inconsciente echó en cara al marxismo su desatención a las estructuras psicológicas concretas de los sujetos. Los teóricos de Frankfurt, desde sus orígenes como grupo en 1923, fueron aproximándose decididamente a Freud. La constitución instintiva del hombre no podía desligarse de su vinculación con las estructuras económico-sociales objetivas. Por tanto, el concepto de pseudocultura entró en el léxico frankfurtiano como una necesidad derivada de los impulsos motivadores de las conductas masivas de los sujetos138. Idem, pp. 118-119. Idem, pp. 120-122.

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Para Adorno, la alteración psicológica que se evidencia paulatinamente en la ciudadanía postindustrial tiene su origen en un colapso de la formación educativa e intelectual a causa de los productos de la industria de la cultura, pero, sin duda, también en la aparición de ese nuevo modelo ideológico-cultural definido como pseudocultura. Ésta atrapa en su modelo, como un gigantesco pulpo, contenidos, medios comunicativos y, preferentemente, la conducta social. Por pseudocultura se entiende la neutralización y debilitamiento de las facultades estéticas, creadoras e intelectivas por acción de mecanismos de socialización que desvalorizan aquello que, de algún modo, pueda aportar una perspectiva crítica y distanciada del sistema en su conjunto. La desmotivación y desvalorización de lo humano frente a lo que asigna “valor” en el mercado, acaban triunfando en una sociedad gestionada mediante la competencia. Así mismo, consiste en una modalidad de conciencia que sirve para perpetuar la estructura económica. Para asentarse en la psicología de masas, esta modalidad de conciencia se “organiza” de una manera previa, modificando el proceso educativo mediante la pseudoformación, consistente en el triunfo definitivo de la fragmentación de conocimientos y de la desaparición de la capacidad de análisis causal desde la primera infancia. La cultura queda así compuesta de una amalgama de fragmentos dispersos, de asignaturas sin ninguna correlación entre ellas y caracterizadas por su “inutilidad” para la vida práctica de una sociedad de negocios, donde los hombres se entregan bajo relaciones ciegas y cambiantes. La eliminación de la capacidad de aprendizaje –y de sorpresa, en el sentido de indagación racional– provoca la burocratización del conocimiento. Ya no se trata de acceder a un perfeccionamiento de las capacidades humanas; se trata ahora de que la cultura pase a ser “un bien” más en los estilos de vida, en los que “un currículo” cultural asigna status. Mas éste es el triunfo definitivo de la catástrofe y el colapso de la formación cultural y, a la par, educativa139. Para que el modelo de debilitamiento psicológico tenga éxito, Adorno presenta las siguientes estrategias: • la acomodación de la cultura a lo que es, evitándose tajantemente el más mínimo resquicio valorativo y simbólico opuesto a los valores dominantes; • la inmodificabilidad de la psicología adaptada, impidiéndose que el ideal ilustrado de perfeccionamiento –patrimonio esencial de la cultura– pueda realizarse. La pseudocultura impide el deseo de

Idem, p. 124.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos conocimiento mediante la artificial sensación de que se sabe y se domina lo imprescindible para parecer culto; • la difusión de lo caótico y lo regresivo de la conducta humana. La autolimitación de las posibilidades existentes en el comportamiento lleva a silenciar formas de conciencia tan objetivas como las potenciadas. Aquel ideal platónico según el cual el bien, la bondad y la belleza tienen una realidad permanente, desaparece en la sociedad postindustrial. La belleza, la bondad y el bien no son valores acordes con el darwinismo comunicativo y cultural hegemónico; • una característica inseparable del afianzamiento de la pseudocultura es la vulgarización que se convierte en la antítesis de los ideales educativos. Con ella se entra en la transmutación del conocimiento, esto es, se altera el proyecto ilustrado de una población autónoma y se edifica una sociedad con una indudable dualidad. Por un lado, el desarrollo técnico exige que los ciudadanos estén capacitados para manejar tan complicada tecnología y que no estropeen tan costosa maquinaria productiva, pero, por otro, lo anterior requeriría unos conocimientos acordes con el estado científico postindustrial. Es en este punto en donde se establece el desajuste, sustituyéndose la formación educativa e intelectual por una pseudoformación divulgativa que la radio, la televisión y la prensa efectúan, dándose la falsa sensación “que todo se sabe” y “de que todo se puede opinar”140. Las contradicciones de clase se solventan en forma superestructural. Los gustos y apreciaciones sobre la realidad se “igualan” a partir de unos estereotipos estándar de clase media, la lower middle class, como irónicamente la denomina Adorno. Se trata, sin embargo, de estereotipos que tienen una lógica inflexible: el sometimiento de los mecanismos de la formación intelectual a los mecanismos del mercado. Todos los elementos se resumen en las características enunciadas por el autor crítico y se sintetizan en dos: integración y deshumanización.

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La pseudocultura trata de nivelar el capitalismo mediante una sociedad de clases medias cuya “moderación” haga cierta aquella humorística clasificación que Barthes definía como “ninismo”; es decir, “ni blanco ni negro”, “ni izquierda ni derecha”, “ni esto ni aquello”. Así, la integración conduce a una deshumanización que “tolera y vuelve la cara” ante el espectáculo de la pobreza conviviendo con el derroche y la desigualdad. Todo ese impresionante edificio cultural-comunicativo oculta una estructura social en la que el poder y el privilegio tienen una lógica inflexible, pero, sobre todo, salvaje.

Idem, pp. 125-126.

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Opinión pública y mass media Para la Escuela de Frankfurt, la aparición de los medios de comunicación de masas supuso la radical transformación del modelo de opinión pública heredada del siglo XVIII. La primera formulación moderna que va a introducir la idea según la cual a través de la opinión se puede controlar a la población, la expresó Hobbes en el Leviahtán, donde identifica conciencia con opinión. Más adelante será Locke quien establezca la visión liberal sobre la opinión pública. Afirma que existen tres derechos fundamentales: derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad, siendo éste último superior a los anteriores. No obstante, también presenta como derecho básico el derecho a la libertad de conciencia y de opinión, el cual marcará las grandes revoluciones burguesas y dará lugar al nacimiento de la prensa institucionalizada. En toda Europa, la burguesía utilizará la prensa para la difusión de tres principios básicos: • la separación de poderes; • las libertades civiles, entendiendo por ellas especialmente la libertad de expresión; • las libertades políticas y, en este sentido, el derecho de sufragio como la libertad de libertades, pero subrayándose como sufragio, el sufragio restringido y censitario141. De este modo, durante los siglos XVII y XVIII, la opinión pública quedará restringida exclusivamente a los grupos que acceden al poder. Para el primer liberalismo, ésta se define como la discusión pública de los asuntos que atañen a los ciudadanos. Esta etapa optimista respecto del concepto liberal de opinión pública va a demostrar sus contradicciones a partir de 1848, cuando aparece el movimiento obrero, pues allí se cierra la etapa burguesa de la libertad de conciencia y comienza la censura en los sistemas de creación de opinión pública. El movimiento obrero, por su parte, actúa como “contraprensa” introduciendo nuevos contenidos y dándole el sentido de proyecto educativo de carácter social. Para la Teoría Crítica, todo el modelo liberal de opinión pública se articula sobre la ficción que considera al ciudadano no condicionado por su contexto de clase o por las condiciones materiales de vida. Éste difunde la ideología que se presenta como defensora de uno de los grandes derechos de la sociedad liberal, la libertad de expresión. Por su parte, Adorno remarcará la ficción de este derecho, por cuanto en la opinión pública se expresa la opinión que se quiere hacer pública. Los derechos y libertades del

Idem, p. 144.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos modelo liberal quedan reducidos a derechos puramente formales, de los cuales, la prensa será su mejor expresión142. Las transformaciones del capitalismo liberal hacia el capitalismo monopolístico implicarán una doble dirección en relación a evitar procesos globales de cambio colectivo. Entonces, el vuelco radical del concepto de opinión pública será su variación hacia opinión mediática, que, paulatinamente y a través de las nuevas técnicas, convierte en opinión tecnológica lo que había sido opinión política. Los mass media pasan a ser el núcleo ideológico y simbólico desde los que se enfocan los comportamientos socio-psicológicos de la población143. Los sentimientos, convicciones y creencias comunes aprendidos a través de los medios de comunicación edifican un tipo de democracia, en la que el público, en general, aprueba y desaprueba los asuntos en su contacto con los contenidos emocionales de los medios de opinión, pero no desde la toma de decisiones reales en los parlamentos. La innovación tecnológica y los recursos persuasivos, que incentivan un conformismo sin precedentes en otras épocas de la historia, logran generar una sensación de “participación” en los acontecimientos particulares. El análisis de la cotidianidad está indisolublemente ligado al estudio del tiempo y, en concreto, al uso del mismo. Esta estructura que, por lo demás, pudiera parecer tan evanescente, se convierte, sin embargo, en primordial en la comprensión general del funcionamiento de la sociedad del capitalismo de masas. Las condiciones de la vida diaria discurren “en y entre” las estructuras centralizadas y burocráticas, cuyas decisiones no dependen de la opinión pública. Una amplia gama de intereses condiciona la participación popular.

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La impersonalidad de las organizaciones se contrarresta con una cotidianidad cuya “responsabilidad corresponde y es asunto” de los ciudadanos. El problema va a provenir del grado influencia que las poderosas burocracias, incluyendo aquí a los medios de comunicación, tienen sobre la autonomía de los ciudadanos. En estas condiciones, las posibilidades reales del “individuo masivo” en los procesos de decisión económica, social y política expresan la incapacidad objetiva de acceso a los puestos directivos donde se gestionan los intereses preferentes del sistema144. El poder de convencimiento de la sociedad tecnificada se hace un poder extraño. No solamente la publicidad y la propaganda, sino, sobre todo, las relaciones sociales cotidianas mantendrán unos sistemas de

Idem, p. 145. Idem, p. 146. Idem, p. 163.

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valores, de los cuales, su fundamento es el sentido económico propio de esta sociedad. La vida cotidiana, entonces, se hace inseparable de la acción comunicativa diaria de los medios, hasta el curioso punto de que carecer de las referencias mass mediáticas comunes podrá conducir a un proceso de incomunicación con los semejantes más cercanos. La cultura comunicativa, al igual que la técnica o la ciencia, entra a formar parte del complejo de instituciones que mantienen un estado permanente de despersonalización cotidiana145. El hombre postindustrial está encerrado en el universo de la repetición. La repetición aparece como la clave de la cotidianidad. Y, en este sentido, la industria de la conciencia aplica con maestría la exigencia de una existencia repetida en sus esquemas mil y una veces. El triunfo del principio de repetición separa de la vida cotidiana lo diferente. La diferencia aparece como una categoría dialéctica odiada por el aparato ideológico de la sociedad administrada. El individuo adaptado no desea la libertad ni la belleza, tampoco desea la conciencia, y, en su lucha desesperada contra el pensamiento consciente y la existencia autónoma, recurrirá a todos los medios posibles a su alcance. En estas condiciones, la cotidianidad aparece como un asunto privado, como mera responsabilidad del sujeto en un tiempo, hasta tal punto que incluso sus momentos de ocio están planificados. La vida cotidiana tiene que plantearse en los límites del sistema social, y lo privado demuestra un profundo movimiento de simplificación y unificación, de inmediatez y univocidad. Se trata de un movimiento ideológico y condicionador que altera las necesidades cotidianas y determina de manera especial una conducta adaptada a los agentes publicitarios, sean éstos comerciales o de tipo electoral146. La sintaxis de la cotidianidad estará definida como una tendencia paulatina hacia la desublimación. La dimensión irracional absorbe e intensifica la necesidad de dominar y de ser dominado. La pseudoliberación que parece conceder el consumo de mercancías preserva las leyes del orden social instaurado. El individuo pierde así su individualidad, sometiéndose sistemáticamente a una integración en la cual se encuentra aparentemente satisfecho. Las formas dominantes han llegado a tal perfección en sus métodos de control y de poder que muy difícilmente es posible identificar sus estrategias sociales. La jornada laboral, a pesar de haber sido mejorada y reducida, sigue siendo la esclavitud fundamental de la existencia y se complementa a continuación con un tiempo de ocio programado por las grandes empresas económicas y por lo intereses y gustos privados de unos pocos gestores. La Idem, pp. 164-165. Idem, p. 166.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos unidimensionalidad, como afirmaba Marcuse, es un encarcelamiento de las potencialidades efectivas del individuo. Es decir, la bidimensionalidad se deforma, el ser y el pensamiento dejan de coincidir en su dialéctica y, ante ello, se alza el gobierno de la eficacia creciente, del adoctrinamiento y de la ausencia paulatina de las capacidades autocreadoras de los sujetos147. Adorno analizará la enorme manipulación de la cotidianidad, la deshumanización y la amoralidad de unas relaciones humanas viciadas por los postulados ideológicos de la administración total. La creciente desublimación y la cada vez menor necesidad de ser libres se erigen como las pruebas inequívocas del ascenso y del triunfo de los falso en la existencia cotidiana.

Nuevas formas de alineación social Adorno propone detallar las estrategias persuasivas que condicionan las motivaciones individuales y sociales del capitalismo y, al tiempo, redefinir el concepto de ideología desde la influencia que la dinámica comunicativa desempeña en la integración cognitiva de la población. Se trata de encontrar en las representaciones comunicativas la organización de la conciencia colectiva en el capitalismo tecnologizado. El autor plantea un estudio de la televisión entendida como un proceso de comunicación que actúa en múltiples estratos, siendo éstos concebidos como la acción de los medios sobre los diversos niveles psicológicos del sujeto. En este sentido, los mensajes de la comunicación masiva desarrollan unos efectos que no van tanto a los niveles conscientes del receptor cuanto a los niveles inconscientes, eludiendo los controles de la conciencia148. La propuesta de Adorno se va a situar en una serie de planteamientos, entre los que hay que destacar: • la dicotomía entre un mensaje explícito y un mensaje oculto, como fundamento de la acción psicológica de los medios;

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• la doble articulación de los contenidos explícitos y ocultos, según la cual en los explícitos se “juega” con ideas que aparentan más avance intelectual. Lo contrario ocurrirá en los mensajes ocultos que sirven para reforzar prejuicios e impulsos intuitivos; • de lo anterior se derivan actitudes “pseudorrealistas”, como las denomina Adorno, que dan la falsa sensación de una comprensión general del mundo. A ese engañoso “conocimiento” se le considerará como presunción149.

Idem, p. 168. Idem, p. 158. Idem, p. 159.

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Las pautas psicológicas que permiten que no se ponga en duda el funcionamiento de la sociedad en su totalidad son: • presunción: la falaz consideración de “un conocimiento” general y profundo del entorno mediante la información recibida por los medios; • pasividad intelectual: la inactividad que generan los mensajes y la difusión comunicativa, dando paradójicamente la sensación y percepción contrarias; • credulidad: ésta es un resultado de las anteriores, en virtud de la cual, los medios pasan a ser una especie de “argumentos de autoridad” en la “verificabilidad” de opiniones150. De este modo, la originalidad de la investigación del teórico crítico acerca de la televisión, como corazón mismo de la cultura de masas, proviene de la definición de ésta como estructura en la que sus múltiples estratos recurren al “sedimento” del trabajo del subconsciente. Como si se tratase de una placa geológica, los mensajes televisivos esconden operaciones significativas que están más allá de lo perceptible y que sólo un enfoque desde la psicología profunda pueden sacar a la luz. La psicodinámica comunicativa, en suma, controlaría con desmesurada perfección los impulsos de la conciencia, canalizándolos no hacia formas intelectivas complejas, sino hacia dimensiones instintivas y emotivas más simplificadas. Los mensajes ocultos, entonces, reforzarían el conjunto de actitudes convencionalmente rígidas y “pseudorrealistas”, dando lugar a este tipo de personalidad que Adorno y sus colaboradores denominan “personalidad autoritaria” y jerárquica151. Dos son los focos problemáticos en los que enlaza toda su argumentación interdisciplinar: la formación de prejuicios organizados como estructura mental y la conexión de tal estructura con ideologías políticas racistas y sexistas. Adorno entiende por carácter social el núcleo de la estructura compartida por la mayoría de los individuos pertenecientes a la misma cultura, a diferencia del carácter individual que es distinto en cada uno de los individuos pertenecientes también a la misma cultura. Entonces, se requiere del conocimiento de los elementos específicos del modo de producción para lograr entender las condiciones socioeconómicas de la sociedad industrial que crearon la personalidad del hombre occidental moderno152. Así las cosas, los objetos se estiman como mercancías, como encarnaciones del valor de cambio, no sólo mientras se compran o se venden, sino Idem, p. 160. Idem, p. 162. Idem, p. 171.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos también en la actitud creada en el individuo una vez terminada la transacción económica, puesto que los mismos individuos se muestran como representaciones simbólicas de un valor de cambio cuantitativo. La cosificación aparecerá entonces como el elemento básico sustentador de la conducta de índole irracional, autoritaria: racismo, segregación del otro, estereotipos étnicos en todas sus formas. Así mismo, la enajenación se presenta como un modo de experiencia en que la persona se entiende a sí misma como un sujeto extraño. Sus actos y consecuencias acaban dominándola. La persona enajenada no tiene contacto consigo misma, y su propia conducta le parece inexplicable y sin una lógica específica. En este sentido, la personalidad autoritaria resulta absolutamente enajenada. La enajenación, tal y como se reflecta en la sociedad postindustrial, es casi general: impregna las relaciones del ser humano con su trabajo, con las cosas que consume, con el Estado, con sus semejantes y consigo mismo. El miedo a la diferencia determinará el sistema de actitudes colectivas. Ser diferente aparece como lacra o defecto, y su rechazo condiciona la psicología social en todos sus niveles. De lo anterior, el principio de la no frustración surge como el eje de la cotidianidad. Retrata el principio según el cual todo deseo debe ser satisfecho y no debe frustrarse. El modo de producción capitalista y neocapitalista ha determinado un modo de alineación tan singular que el individuo acaba perdiendo sus propias capacidades creativas y personales. El carácter enajenado y profundamente insatisfactorio del trabajo produce dos reacciones: una, el ideal de una sociedad de total ocio; otra, una hostilidad hondamente arraigada, aunque inconsciente hacia todas las cosas y personas relacionadas con esa ética del trabajo.

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En definitiva, y como consecuencia de los procesos anteriores, se considera el binomio seguridad-inseguridad como el aspecto preferente que sirve para delimitar y definir el concepto de salud mental. La persona alienada tratará de resolver el problema de la necesidad de seguridad a través de la conformidad. Se sentirá seguro cuando se vea y se piense como lo más parecido a su prójimo; su objetivo supremo se encontrará en ser aprobado por los demás. Y en esa aprobación será donde nazca el sistema de las actitudes enajenadas. Siguiendo el hilo del marxismo clásico desde Marx hasta Lukács, Adorno observa que lo que ha progresado en el industrialismo y postindustrialismo de manera indudable son las posibilidades de crear y elaborar nuevas dimensiones de alienación colectiva. El concepto adquiere, no obstante, connotaciones múltiples en relación a su sentido clásico de pérdida del yo por acción de procesos exteriores del propio sujeto. En efecto, en una sociedad sometida a los continuos cambios de la ciencia y de la técnica aplicados al sistema económico, la alienación cobra matices y significaciones nuevos y diversos. Adorno subraya como la alienación



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es parte imprescindible de la socialización en una sociedad cuyo núcleo es el mercado. La sociedad se “extiende” dentro del individuo, cercando en la psicología individual todas las capacidades que ya no son útiles ni aprovechables por el sistema. Tres niveles nuevos de alienación surgen en la sociedad tecnológica consolidada: el cognitivo, al que Adorno dedicó el estudio sobre la personalidad autoritaria; el socioeconómico, que comprende el consumo como forma de vida, y, por último, el de índole sociopolítica, constituido por modelos de opinión pública153. La alienación está íntimamente relacionada con la regresión de la conciencia, lo cual implica que ahora ésta es policéntrica y no significa sólo una pérdida psicológica del sentido de la propia existencia, sino también del sentido histórico de civilización y una recaída en una reciente fase de primitivismo, sólo que ahora construido y difundido políticamente a través de los mass media154. Las nuevas alienaciones tienen un fuerte componente de restricción de la conciencia, esto es, de limitación de sus contenidos. En la sociedad masificada, quienes detentan el poder tienen el firme convencimiento de que la conciencia de los individuos está muy por encima de los márgenes estrechos en los que se mueve. En suma, Adorno anunciará como nuevas alienaciones prácticas las siguientes: • los procesos de limitación de contenidos comunicativos y culturales que puedan poner en duda o en peligro los fundamentos ideológicos sobre los que se asientan los principios del mercado y sus grupos de presión; • la agudización y recurrencia a mensajes instintivos que fortalecen la regresividad de la conciencia hacia unos “primitivismos postindustriales”, los cuales conforman el núcleo de lo que Horkheimer definió como eclipse de la razón; • la doble construcción de la realidad a la que Adorno se refiere en sus estudios sobre la televisión y que, a la vez, le sirven como instrumento terminológico para precisar que ya no es únicamente la conciencia la que se desvincula de sus posibilidades, sino que, fundamentalmente, la existencia de unos procesos ideológicos sin precedentes puede hacer perder en el “ciudadano medio” las dimensiones de su sociedad y, claro está, incapacitarlo intelectualmente para la comprensión de lo que le rodea, • y, como resultado final, todo el proceso incrementa el conformismo y las actitudes acríticas ante el statu quo155.

Idem, p. 189. Idem, p. 190. 155 Idem, pp. 191-192. 153 154

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Élites, cotidianidad y resistencia Dinámica de las resistencias El trabajo de Michel de Certeau sobre La Invención de lo Cotidiano se desarrolla en torno a sus investigaciones sobre la cultura contemporánea, las cuales están enmarcadas en los estudios denominados como “antidisciplina”, pues se trata de una postura política que polemiza con las instituciones del saber. Su objeto de estudio, específicamente, es la cultura de todos los días, entendida ésta como práctica cotidiana de las mayorías anónimas, que pueden leerse también como consumidores o dominados: el espacio de libertad creado por las tácticas populares de micro-resistencia y apropiación dentro de los abarcadores márgenes del orden dominante156. Tal estudio busca ocuparse de las operaciones y los usos que se efectúan sobre los productos culturales ofrecidos por el mercado. Es una concepción de las prácticas cotidianas como cultura popular, que se diferencia de un modo claro de otros lugares de lectura que se desarrollaron en las últimas décadas, adoptando modalidades que se podrían esquematizar en estos términos: • negación de validez descriptiva de las categorías de alta cultura, cultura popular y cultura de masas, y su reemplaza por el concepto de hibridación cultural, es decir, culturas de cruce entre lo masivo, lo popular y lo alto; • entronización de la cultura de masas en un lugar hegemónico y excluyente, como alternativa conceptual que viene a homologarse o a sustituir la categoría cultura popular, y que da cuenta de los aspectos culturales de esta sociedad157.

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Por tales razones, De Certeau realiza su estudio tomando distancia de las relaciones de imposición, aceptación y préstamo entre la cultura de las élites y la cultura popular, centrándose exclusivamente en los procedimientos de apropiación, en el consumo, como uso y producción de segundo grado, silenciosa y fugaz, de los seres anónimos de esta sociedad. Así mismo, su investigación se caracteriza por una mirada epifánica, dadas las influencias que sobre él ejercen cierta concepción religiosa (católica) y una perspectiva estética que permite detectar en el gris de todos los días una dimensión épica. Su preocupación es dar cuenta de la magnitud y riqueza de “las astucias innumerables de los héroes oscuros de lo efímero, caminantes de la ciudad, habitantes de los barrios, lectores, soñadores, pueblo oscuro de las Ana María Zubieta (ed.), “Lo popular, un juego de espejos dentro del campo cultural” y “Tácticas de la vida cotidiana y cultura popular” en Cultura Popular y Cultura de Masas, Buenos Aires: Paidós, 2000, pp. 70-97. 157 Idem, pp. 77-78. 156

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cocinas…”158. Por tanto, elige tres dispositivos para analizar las prácticas de la vida cotidiana: el uso implícito en el consumo; los procedimientos a través de los cuales se produce esta creatividad oculta de todos los días; la formalidad o lógica de esas prácticas. Dichas herramientas le sirven para reafirmar su hipótesis, según la cual, al igual que sucede en el lenguaje –que implica poner una marca personal en el sistema heredado de la lengua–, los consumidores, lejos de ser pasivos receptores de objetos culturales, desarrollan una producción secundaria, encubierta, que es un verdadero arte de reciclar con materiales que no les son propios. Es decir, que el análisis de la lógica de esos procedimientos tácticos se centra en el abordaje de la “ratio popular” que fundamenta ese “arte de hacer”. Allí se formulan y formalizan las reglas de organización de: • los golpes, los cambios y los relatos de partidas, donde se registran esas reglas y esos golpes centrados en el elemento sorpresa; • los cuentos tradicionales, verdaderos discursos estratégicos del pueblo, en los que las técnicas de simulación, disimulo e inversión de las relaciones de poder en la sociedad instalan la posibilidad de la utopía y la maravilla como espacio de resistencia y libertad; • la retórica y sus tropos, que permiten la inscripción, en la lengua cotidiana, de las astucias de los débiles bajo la forma de elipsis, metonimias y metáforas, típicas del decir popular159. Parte de esas astucias de la ratio popular, son rastreadas por el autor en la lectura, la enunciación peatonal sobre el espacio urbano y el uso de los ritos cotidianos conectados con el habitar y la cocina. Los estudios que le sirven de apoyo para formular la teoría de estas prácticas son: • la sociología, la antropología y la historia, sobre todo sus elaboraciones en torno a los ritos y los procedimientos de reciclaje; • la etnometodología y la sociolingüística, en especial los estudios sobre los procedimientos de interacción cotidiana en el lenguaje ordinario; • la semiótica y la filosofía de la convención, que brinda un importante aparato formal a través del cual se puede asir la riqueza proteiforme de los enunciados cotidianos160.

Espacio/tiempo de las resistencias El consumidor es definido por su diferencia con el producto que asimila como usuario. Entonces, el uso es considerado el espacio de la astucia del débil, mientras que las prácticas de la gente corriente constituyen un resto Idem, p. 79. Idem, pp. 80-81. Idem, pp. 81-82.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos de infinita potencialidad, en donde el consumidor funda su identidad y su pequeño espacio de libertad. Esta manera de hacer, de acuerdo al planteamiento de De Certeau, se basa en tres características centrales: • la economía del don, que supone la pérdida voluntaria implícita en el potlatch (ritual indígena de América del Norte, durante el cual se intercambian regalos), lo que a su vez, en una economía centrada en la capitalización de bienes, se resignifica como trasgresión, delincuencia, exceso, despilfarro y, también, como delito contra la propiedad; • la estética del golpe, que es el arte de saber aprovechar la ocasión y provocar el cambio súbito de situación como con mano maestra de artista; • la ética de la tenacidad, que se traduce en mil maneras diferentes (y camaleónicas) de rechazar el orden impuesto y resistir161. Entendida de esa manera, la cultura popular no tiene lugar, depende del tiempo. Debe tomar al vuelo la oportunidad y sacar el efímero provecho que le permiten las circunstancias. Es el aprovechamiento del tiempo lo que le permite la construcción de un espacio donde ella pueda habitar fugazmente. Esta postura es criticada por quienes defienden que la experiencia urbana demuestra que con la sucesión cotidiana de esas pequeñas tácticas se va construyendo un tipo particular de ciudadano que contribuye a la reproducción de la desigualdad sistémica y a legitimar la corrupción162. No obstante, de De Certeau insiste en su tesis y postula que la marcha del paseante subjetiviza los recorridos de la cuadrícula urbana y los desbarata con su paso poiético.

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Los conceptos de lugar y espacio resultan fundamentales en este entendimiento, siendo el primero un espacio geométrico siempre conectado al control y al poder, mientras que el segundo es producido por las operaciones que lo orientan, circunstancian, temporalizan y lo hacen funcionar a partir de vinculaciones contractuales o conflictivas. Estos conceptos serán retomados con algunas reformulaciones. En el caso del lugar, es entendido como principio de sentido para aquellos que lo habitan y de inteligibilidad para quienes lo observan, por tanto, es identificatorio, relacional e histórico. El espacio es una categoría que se aplica tanto a la dimensión espacial como a la temporal. Adicionalmente, se emplea la categoría no lugar, definida como espacio no relacional, ni de identidad ni histórico, que se concreta en las instalaciones necesarias para la circulación acelerada de personas y bienes. Por su parte, de De Certeau plantea el “no lugar” Idem, p. 85. Idem, p. 86.

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como una cualidad negativa del lugar, la ausencia del lugar en sí mismo que le impone el nombre que se le da, pues los nombres propios evocan fantasmas, socavando así, la ley de funcionalidad e imponiendo una historia. Estas diferencias aparentes se diluyen, pues los dos coinciden en que en el mundo de hoy lugares y no lugares se interpenetran y cruzan. Cualquier lugar tiene la posibilidad de devenir en “no lugar”163. Esta antidisciplina sobre las prácticas cotidianas rechaza el modelo de dominio que supone la escritura, pues allí se instalan los dispositivos de control de la modernidad, dado que ella asume la página como lugar propio que controla la exterioridad de la cual ha sido aislado. Frente a ella, la lectura se vuelve el espacio modélico del consumo y de su creatividad solapada, porque leer es marcar el texto escrito164.

Prácticas de las resistencias El análisis de las prácticas barriales comienza con un discurso sobre la ciudad moderna. Ésta es vista como espacio geométrico y geográfico poblado de construcciones visuales panópticas, resultado del calculado diseño de urbanistas que, muchas veces, desarrolla en sus teorías de base el lenguaje del poder. Sin embargo, algunos investigadores observan que la cuadrícula de esta ciudad moderna está sometida a los movimientos contradictorios y al uso anárquico de sus habitantes (los monumentos se llenan de grafitis, las prohibiciones se transgreden, los nombres de las calles y los lugares evocan historias nunca dormidas aunque ocultas a la mirada), que compensan con sus marcas enunciativas la fuerza del modo colectivo de gestión por un modo individual de reapropiación165. Así, la vida cotidiana se articula en el barrio en dos estratos166: • los comportamientos, cuyo funcionamiento se explicita en el espacio social de la calle y se traduce como maneras de vestirse, códigos de cortesía, ritmo de la marcha; • los beneficios simbólicos que surgen a partir de la manera como cada individuo se presenta en el espacio barrial. Desde esta perspectiva, el barrio no es un concepto geográfico, urbanístico ni administrativo, sino un arte de coexistir con los otros, con los cuales se entra en contacto por proximidad y repetición. En él, para el sujeto, tiene lugar la creación de una identidad que está entre lo íntimo y lo anónimo: vecino. Así, con su manera de actuar, el individuo se vuelve parte de un acuerdo colectivo que es necesario preservar con el fin de que la vida cotidiana sea posible y en el cual se funda la coexistencia barrial y Idem, pp. 87-89. Idem, p. 90. 165 Idem, p. 91. 166 Idem, p. 92. 163 164

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos sus códigos, que ya no son impuestos desde fuera, sino que surgen por un consenso tácito. La conveniencia ocupa el lugar de la ley, una ley enunciada por el sujeto colectivo social que es el barrio. El beneficio que cada vecino obtiene con ello es el reconocimiento, la consideración del entorno y, por lo tanto, la posibilidad de obtener ventajas en la relación de fuerzas que se establecen en las distintas trayectorias que lleva a cabo por el espacio barrial. El respeto de esta ley tácita brinda la legitimación social y funda la posibilidad de la vida cotidiana. Estas prácticas que se despliegan en el universo barrial, son decisivas en la configuración de la identidad individual o grupal, desde el momento que permiten ocupar un espacio en la red de relaciones que se establecen con el entorno. Son prácticas culturales, que se definen como un conjunto más o menos coherente, más o menos fluido, de elementos cotidianos concretos167. De Certeau elige tres objetos de trabajo decisivos: la oralidad, las prácticas y lo ordinario. El primero de ellos se realiza en el tropos del lenguaje de todos los días, se trabaja sobre las citas fragmentarias de la oralidad popular, que se recupera a pesar de los poderes económicos y administrativos que han tratado de excluirla, reprimirla o normalizarla. De este modo, resulta importante su aporte dentro de los estudios culturales, puesto que pone su atención sobre la capacidad de resistencia de los grupos subalternos, que se concreta en una operación que tiene como finalidad fundar un espacio en el que no sean meros inquilinos, donde puedan construir una identidad propia168. Estos planteamientos poseen un importante valor investigativo; no obstante, dejan abiertos algunos interrogantes, uno de los cuales sería acerca de si estas prácticas cotidianas definen “nuestra” cultura, la de la mayoría, es decir, la de todos los sujetos excluidos por el sistema, que cada día son más, pues están constituidas por las operaciones que se llevan a cabo en la vida de todos los días para “sobrevivir” en esta sociedad globalizada que todo lo fagocita: ¿no se corre el riesgo de reducir, en algún punto, la cultura popular a una mera cultura de sobrevivencia, para la cual la única acción posible es la resistencia?

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Y además, muchas veces esta resistencia, que toma la forma de la táctica, ¿no corre el riesgo de terminar convalidando este sistema basado en la injusticia? Por otro lado, ¿toda actividad de este tipo –como la de los hackers, que niegan el derecho a la propiedad o a la privacidad de la información, o la de los que “piratean soft” sin propósitos comerciales– puede ser considerada cultura popular? La delincuencia, que atraviesa límites y transgrede la ley del sistema, ¿adquiere, entonces, una valoración positiva, en términos de narrativa propia del individuo excluido?169. Idem, pp. 92-93. Idem, p. 95. 169 Idem, p. 96. 167 168

Élites, imaginarios e identidades sociales

Hemos querido mostrar como la élite se constituye en un actor fundamental en las relaciones sociales de poder, en una suerte de estructura estructurante que se articula no sólo a través de procesos macropolíticos o macroeconómicos y sociales, sino al nivel micropolítico de la cotidianidad y el mundo de la vida. Pero la cotidianidad es un campo social en tensión, donde sin duda se da un conflicto de paradigmas, de concepciones de mundo en pugna, precisamente encarnadas en sujetos sociales diversos, en minorías, en élites. La categoría de habitus de Bourdieu permite acercarse a esta idea y mostrar la cotidianidad como un campo en tracción, atravesado por placas y vectores sociales y políticos en competencia, articulados a subjetividades y sujetos colectivos concretos (6.1.). Pero la categoría de habitus puede complementarse con la de imaginarios sociales gracias a los cuales es posible identificarnos con nuestro entorno local y global. La élite estructura formas de ver y comprender el mundo que nos rodea, además de que es una importante fuente de producción de símbolos, prácticas y valores, gracias a los cuales se representan y orientan sus estrategias. Así como, antaño, el marxismo ortodoxo cayó en un maniqueísmo empobrecedor al pretender diferenciar la sociedad en dos bandos, la burguesía “mala” y el proletariado “bueno” –lo que no le permitió comprender los giros que se fueron dando y trastocó el sentido de los términos, derivando de ello estrategias políticas erróneas–, de igual manera, el papel de las élites no puede ser reducido a un maniqueísmo esencialista. Precisamente, la categoría de imaginarios sociales posibilita comprender las concepciones de mundo que las élites pueden encarnar y defender en un momento histórico y/o social determinado y que dan cuenta del rol progresista o no de su proyección política (6.2.). Pero los imaginarios no permiten captar la dimensión vital que supone e implica encarnar, en prácticas sociales específicas, una perspectiva determinada frente a la sociedad y al mundo. La categoría de identidades busca revelar esta dimensión en la medida en que su estructuración se desarrolla en el marco de los procesos de formación y voluntad de opinión pública, convirtiéndose a través de ello en una importante fuente de poder que les permite a la(s) élite(s) que detenta(n) el poder, o a las que la(s) confronta(n), reproducir o desafiar, desde una perspectiva política determinada, el imaginario social y la identidad política que la contraparte representa (6.3.).

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Habitus y conflicto de subjetividades El concepto de campo aportado por Bourdieu permite mediar entre la estructura y la superestructura, así como entre lo social y lo individual170. En las sociedades modernas, la vida social se reproduce en diversos campos (económico, político, científico, artístico) que funcionan con marcada autonomía. De este modo, en lugar de deducir el sentido particular de los enfrentamientos políticos o artísticos de carácter general de la lucha de clases, esta teoría indagará cómo luchan por la apropiación del capital los grupos que intervienen en cada campo171. Aparecen así dos elementos fundantes de un campo: la existencia de un capital común, capital simbólico de conocimiento, habilidades y creencias. Y la lucha por su apropiación. En la lucha por la conservación o subversión de la distribución del capital específico se van dibujando dos posturas contrapuestas: la de quienes en un momento determinado detentan una posición monopólica y, por ende, se inclinan hacia estrategias de conservación, y la de los recién llegados al campo y que disponen de un capital menor, los cuales se inclinan a utilizar estrategias de subversión, herejía o heterodoxia. Las disputas de cada campo especifican el sentido general de la reproducción social y el conflicto entre las clases. De este modo, los campos se vinculan en la estrategia unificada de cada clase, con lo cual puede indagarse cómo están estructuradas económica y simbólicamente la reproducción y la diferenciación social.

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El concepto de habitus explica el proceso por el cual lo social se interioriza en los individuos y logra que las estructuras objetivas concuerden con las subjetivas. Es importante, pues la acción ideológica más decisiva para construir el poder simbólico está dada por relaciones de sentido no conscientes que constituyen el habitus. Abarca esquemas básicos de percepción, pensamiento y acción que van generando sistemas estructurantes que le dan coherencia a las prácticas sociales. Así, el habitus programa el consumo de los individuos y las clases, aquello que “se siente” como “necesario”172. En las elecciones aparentemente más libres de los sujetos es donde mejor puede observarse la internalización de estructuras objetivas lograda por el habitus. Cuando los sujetos muestran sus preferencias, en realidad están presentando los papeles que les fijó el sistema de clases.

Ana María Zubieta (ed.), “Lo popular, un juego de espejos dentro del campo cultural” y “Tácticas de la vida cotidiana y cultura popular”, en Cultura Popular y Cultura de Masas, Buenos Aires: Paidós, 2000, pp. 70-97. 171 Idem, p. 70. 172 Idem, p. 71. 170

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Bourdieu plantea una división entre “gusto legítimo o burgués”, “gusto medio” y “gusto popular”. El modo como se ejercen las prácticas culturales distingue a la clase burguesa que simula que sus privilegios se deben a cualidades espirituales o artísticas, en vez de ser el producto de un aprendizaje desigual por la división histórica entre las clases. La estética del gusto medio, en cambio, se distingue por usar procedimientos técnicos y efectos estéticos inmediatamente accesibles, por excluir temas controvertidos a favor de tópicos estereotipados que facilitan al público masivo su identificación. El gusto popular se define en contraposición a la estética legítima o burguesa, ya que se traduce como pragmática y funcionalista. Los hábitos de consumo excluyen la sofisticación y están condenados a “lo necesario”. Incluso el “mal gusto” que se inclina por adornos impactantes se basa en obtener el máximo efecto al menor costo. Desde esta perspectiva, la estética popular está referida siempre a la hegemónica, por imitación o porque reconoce la superioridad del gusto dominante y no tiene otra opción que ser subalterna173. El autor distingue un uso negativo de popular como “vulgar” cuando la legitimidad de un campo no está asegurada para los que se presentan como “profesionales”, quienes están dispuestos a denunciar todas las formas de “espontaneísmo” que tienden a usurparle el monopolio de la producción legítima. Lo popular positivo, como la pintura “ingenua” o la música folk, es producto de una inversión de signo, que surge de posiciones dominadas en el campo de especialistas y busca, apelando al pueblo, una suerte de diferenciación y ennoblecimiento dentro del campo. Así, esta exaltación del pueblo expresa, en rigor, un doble corte, con el “pueblo” y con el mundo intelectual174. Ciertas posiciones critican la postura de Bourdieu frente al habitus, pues afirman que las prácticas no son meras ejecuciones del habitus producido por la educación familiar y escolar, por la interiorización de las reglas sociales. Hay una interacción dialéctica entre la estructura de las disposiciones y los obstáculos y oportunidades de la situación presente. Si bien el habitus tiende a reproducir las condiciones objetivas que lo engendraron, un nuevo contexto, la apertura de posibilidades históricas diferentes, puede producir prácticas transformadoras. Bourdieu reconoce esta diferencia, pero se centra más en los procesos de reproducción. No examina cómo el habitus puede variar según el proyecto reproductor o transformador de diferentes clases y grupos. El pensamiento de Bourdieu acentúa la pasividad de las prácticas y los gustos populares, ya que aparecen moldeados según las necesidades de la reproducción social175.

Idem, p. 72. Idem, p. 73. Idem, pp. 74-75.

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Imaginarios sociales La idea de orden moral que propone Taylor va más allá de lo que sería un esquema normativo destinado a gobernar nuestras relaciones mutuas y/o nuestra vida política. Añade el reconocimiento de una serie de rasgos en el mundo, en la acción divina o en la vida humana que hacen que ciertas normas sean a un tiempo buenas y realizables176. Es más que un conjunto de normas; también incluye un componente “óptico”, mediante el cual identifica los aspectos del mundo que vuelven efectivas las normas. En el imaginario social premoderno aparece la idea de una ley que ha gobernado al pueblo desde tiempos inmemoriales y que, en cierto sentido, lo define como tal. Es una noción de orden que se transmite de generación en generación, que alude a una correspondencia entre la jerarquía social y la jerarquía del cosmos, es decir, que el orden tiende a imponerse por el curso mismo de las cosas. Por su parte, el orden moderno toma como punto de referencia los seres humanos y no a Dios o al cosmos. El principio normativo básico es que los miembros de la sociedad atienden recíprocamente a sus necesidades, se ayudan unos a otros. Afirma Taylor que el orden moderno no confiere ningún estatus ontológico a la jerarquía ni a ninguna estructura particular de diferenciación. Ahora bien, estos servicios que nos prestamos unos a otros se encuentran delimitados a ciertas campos, tales como: garantizar la seguridad colectiva, proteger nuestras vidas y nuestras propiedades a través de la ley y la práctica del intercambio económico177. Curiosamente, se resalta cómo amplios sectores de nuestra sociedad moderna permanecen fuera de este imaginario social.

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La categoría de imaginario social alude a algo mucho más amplio y profundo que las construcciones intelectuales que puedan elaborar las personas cuando reflexionan sobre la realidad social de un modo distanciado. Nuestro imaginario social en cualquier momento dado es complejo, pues tenemos una idea de cómo funcionan las cosas normalmente, la cual resulta inseparable de la idea que tenemos de cómo deben funcionar y el tipo de desviaciones que invalidan la práctica178. Así pues, por imaginario social puede entenderse el modo como las personas “imaginan su existencia social, el tipo de relaciones que mantienen unas con otras, el tipo de cosas que ocurren entre ellas, las expectativas que se

Charles Taylor, Imaginarios Sociales Modernos, Barcelona: Paidós, 2006, pp. 15-46. Idem, pp. 21-26. 178 Idem, pp. 37-38. 176 177



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cumplen habitualmente y las imágenes e ideas normativas más profundas que subyacen a estas expectativas”179; es una construcción colectiva que hace posible la existencia de prácticas comunes legítimas. Las élites empiezan a estructurar los imaginarios sociales que luego se infiltran en el conjunto de la sociedad. De esta forma, se “incorpora una idea de las expectativas normales que mantenemos unos respecto a otros, de la clase de entendimiento común que nos permite desarrollar las prácticas colectivas que informan nuestra vida social”180. Los imaginarios sociales permiten entender nuestras prácticas desde una dimensión fáctica y normativa, es decir, desde lo que son y deberían ser, pues detrás de la idea que tenemos de nuestras acciones subyace una noción de un orden “moral o metafísico”, contexto en el cual cobran sentido las normas y los ideales. El imaginario social permite al individuo comprender el marco y la situación en que se llevan a cabo sus acciones, esto es, diseñar un mapa social que orienta la acción de acuerdo a prácticas socialmente aceptadas y condenables: “para llevar a cabo ciertas acciones es preciso discriminar el tipo de personas con las que podemos asociarnos, así como el modo y las circunstancias […] La acción debe mantenerse en principio dentro de ciertos límites, tanto por lo que se refiere al espacio, como a las acciones sobre los demás”181. La idea sobre lo que hacemos cobra sentido en el marco de una comprensión amplia de la situación, vale decir, del lugar que ocupamos en el espacio y en el tiempo, de nuestra relación con la historia y con las otras personas. Detrás de todo esto “habrá imágenes de un orden moral, a través de las cuales concebimos la vida y la historia de los seres humanos. Sin embargo esta imagen de un orden moral no está necesariamente ligada al statu quo. Puede estar tanto detrás de prácticas revolucionarias, como del respaldo del orden establecido”182. Nuestra imagen de orden moral no está necesariamente ligada con un statu quo, por más que pueda dar sentido a algunas de nuestras acciones. En este escenario dinámico se puede presentar que ante la irrupción de una nueva teoría en el imaginario social, las personas asuman las nuevas prácticas por imposición, improvisación o adopción, de la misma manera que la nueva práctica, junto con la concepción de fondo generada por ella, puede servir de base para ulteriores modificaciones de la teoría, las cuales a su vez modifican la práctica, y así sucesivamente183.

Idem, p. 37. Idem, p. 38. 181 Idem, p. 39. 182 Idem, p. 43. 183 Idem, pp. 43-45. 179 180

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos La teoría moderna del orden moral se ha filtrado en el imaginario social, lo ha transformado y ha llevado a las personas a asumir nuevas prácticas por imposición o por adopción. En la historia de la humanidad ha existido una pluralidad de prácticas materiales en el espacio y el tiempo y también modos de comprenderse a sí mismos, autoimágenes: las “prácticas humanas son la clase de cosa que se define por tener un sentido, y eso significa que son inseparables de ciertas ideas”184, de ciertos imaginarios.

Identidades culturales Podemos complementar esta aproximación a la categoría de imaginarios sociales de Taylor con la de identidades modernas que expone Francisco Colom en su texto, los cuales permiten definir el contenido político que pueden asumir aquellos185. La identidad es una construcción social que permite al individuo identificarse en su particularidad dentro de la homogeneidad, es un producto histórico que “[…] articula pasado, presente y futuro desde la perspectiva de sujetos determinados, con necesidades e intereses históricamente diferenciados. Además, caracteriza modos particulares de relación de los hombres con la naturaleza, con los otros hombres y con ellos mimos. La relación con la naturaleza hace referencia, básicamente, al desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, a la mediación del trabajo en el proceso de construcción de la cultura y a la capacidad del hombre para comprender y apropiarse del mundo objetivo que él construye mediante dicha mediación”186. La realidad, o mejor, “el mundo de las cosas que produce el hombre es un espejo en el que se mira y se reconoce a sí mismo como tal, porque allí se produce como ser genérico, como ser humano”187. En su relación con la naturaleza y en ese proceso de identificación, las cosmologías, la ciencia, la religión hacen parte de esa relación y permiten observar lo que el hombre es en cada momento de su historia.

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La complejidad social hace de la comprensión y construcción de la identidad, procesos difíciles que remiten a una relación con la naturaleza y con la alteridad. Es en esa relación con “otros grupos, en donde cada grupo puede tomar conciencia de sus intereses y necesidades, en donde puede Idem, p. 48. Francisco Colom, “La cultura y los lenguajes políticos de la modernidad”, en Razones de Identidad, Barcelona: Anthropos, 1998, pp. 63-120. 186 Varios, Identidades, Modernidad y Escuela, Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, 2006, p. 38. 187 Idem, p. 38. 184 185



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identificarse y distinguirse; en donde puede tomar conciencia de sí mismo, y en donde puede forjar su identidad”188. La identidad se refiere a un procesos de construcción del propio “yo”, a la apropiación del yo histórico, “a la autoconciencia crítica del ser social de sus deberes y derechos históricos, al control sobre la propia personalidad […] Gramsci lo dice así […] la “cultura es organización, disciplina del yo interior, conquista de su real conciencia por la cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene, su función en la vida y sus derechos y deberes”189. Estos deberes y derechos tienen correspondencia con los intereses y necesidades de grupos humanos que comparten, casi, las mismas condiciones de existencia. En la heterogeneidad de situaciones es que logramos reafirmar lo propio: “[…] la identidad se construye en contextos sociales, económicos y políticos caracterizados por la existencia de determinado tipo de relaciones hegemónicas que tengan componentes históricos y sociales, soportados a su vez en bloques sociales diferenciados por su intereses y necesidades […] Los procesos de construcción de identidad se dan en varias dimensiones: la de las identidades individuales, la identidad que se define en el ámbito de lo privado, la que define el ámbito de lo común, la que define el ámbito de lo público”190. El individuo en su multiplicidad de relaciones actúa de manera diferenciada, lo cual le da una idea de lo que él es o se imagina que es: la identidad es por tanto una construcción que se define en la alteridad “redefinida en el marco de una relación dialógica con el otro. La identidad se produce en una marco de interacción de donde surgen visiones del mundo y sentimientos identificatorios, resultado de un proceso de inclusión de atributos reales o ficticios”191. La construcción de cosmovisiones particulares supone la existencia de un mundo simbólico; constituye, entonces, una dimensión subjetiva de los “actores sociales y de la acción colectiva. Para su existencia requiere una base real compartida, una experiencia histórica y una base territorial común con unas condiciones de vida similares, una pertenecía a redes sociales”192. Tres rasgos definen la identidad: su carácter relacional, histórico y narrativo. La identidad de un actor es una construcción relacional e intersubjetiva:

Idem, p. 39. Idem, p. 40. 190 Idem p. 42. 191 Idem, “Memoria, identidad y construcción de sujetos”, p. 135. 192 Idem, p. 134. 188 189

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos emerge y se afirma en la confrontación con otras entidades, lo cual se da frecuentemente en condiciones de desigualdad y, por ende, expresando y generando conflictos y luchas. Además, la identidad es siempre una construcción histórica; debe ser restablecida y negociada permanentemente; se estructura en la experiencia compartida; se cristaliza en instituciones y costumbres que se van asumiendo como propias; pero también puede diluirse y perder su fuerza aglutinadora, y se actualiza permanentemente en las conversaciones narrativas (verbales, visuales, corporales, etc.)193. La identidad construye discursos y acciones; es un proceso inacabado discontinuo que se teje en la historia dentro de un marco estructural, caracterizado por permanentes luchas de fuerzas que articulan toda una red de relaciones incluyentes y excluyentes: “desde la perspectiva del individuo, su identidad es múltiple, y hay que entenderla precisamente en esas articulaciones, contradicciones, tensiones y antagonismos”194. La identidad no es, pues, una esencia, sino que se concreta y se expresa en lenguaje. El lenguaje es una estructura institucionalizada que escapa a la voluntad exclusiva del hablante; es decir, que los actos del habla expresan las intenciones del hablante mediante palabras formadas a través de la sedimentación e institucionalización de manifestaciones realizadas anteriormente por otros hablantes, cuyas identidades e intenciones, sin embargo, han dejado de sernos claramente conocidas. Estas características del lenguaje hacen sumamente útil su estudio, pues en él se encuentra una clave fundamental en la construcción de la identidad. A su vez, las identidades políticas se articulan en lenguajes políticos. Estos no aluden a estructuras étnicamente diferenciadas del habla humana, sino a sublenguajes, a las locuciones, la retórica, las formas de hablar sobre política, los juegos lingüísticos discernibles, de los que cada cual puede contar con su propio vocabulario y reglas, precondiciones e implicaciones, tono y estilo. Por tanto, el discurso político es políglota.

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Lo interesante de él es su incidencia en la construcción de identidades culturales, pues éstas son el resultado de un proceso de construcción social desarrollado al hilo de la movilización de intereses y de la constitución de clientelas y electorados políticos; por tanto, la dinámica política implica la formación de identidades colectivas en la misma medida en que implica la pugna sobre quién obtiene qué, cómo y cuándo, con lo cual se evidencia que la construcción de identidades colectivas no se limita al plano discursivo195.

Idem, p. 135. Idem, p. 148. 195 F. Colom, “La cultura y los lenguajes políticos de la modernidad”, en Razones de Identidad, Barcelona: Anthropos, 1998, pp. 63-120. 193 194

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El liberalismo, por caso, se estructura en el lenguaje de los derechos y, por tanto, propugna por la defensa de los derechos individuales y proclama el consentimiento como fundamento de la dominación legítima, así como la existencia de un contrato social y la división de poderes como principios básicos. Así mismo, se instituye el lenguaje de la propiedad como garante de la virtud. En ese orden de ideas, expone Colom que la determinación de los derechos civiles y políticos vinculados a la propiedad como principio liberal de individuación no denotaba adscripción cultural alguna. La cooperación social podía perfectamente explicarse aludiendo a sujetos moral y materialmente autónomos que maximizaban sus utilidades mediante el libre intercambio, el respeto mutuo y la obediencia a unas mínimas reglas de juego196. Por su parte, el republicanismo, estructurado en el lenguaje de la virtud, presenta la idea de que los seres humanos poseen una potencialidad cívica cuyo desarrollo depende de la acción de gobernar y ser gobernados. La soberanía es, entonces, el resultado del proceso que se alimenta de la participación política de quienes se someten a ella, bajo una perspectiva de ciudadano que exige el reconocimiento de una igual personalidad pública para todos. La virtud, como eje de tal sociedad, no depositaba en una garantía extracívica la garantía de la libertad y de los intereses individuales, sino en su defensa mediante la vida activa de los ciudadanos de la república197. El marxismo se erige sobre el lenguaje de la producción, por lo que las identidades colectivas ajenas a la esfera social de la producción difícilmente podían llegar a ser consideradas por sí mismas, cuando no eran directamente denigradas en tanto que formas ideológicas, esto es, enmascaradoras de privilegios e intereses particulares. Es así como las relaciones sociales se reducen a la tríada de macroconceptos: trabajo social como fundamento ontológico del mantenimiento y reproducción de la especie, la lucha de clases en cuanto agente dinámico de la historia y los modos de producción como cristalización del entramado político e institucional de cada época198. El conservadurismo se erige sobre el lenguaje de la tradición, partiendo de cuestionar de las doctrinas liberales su justificación contractualista del orden social y la desencarnada individuación de sus sujetos. Uno de sus pilares es la defensa de la religión y la iglesia establecida, a las cuales les es adjudicada suma importancia como instrumento de cohesión social. Por ello, no es extraño que la costumbre sea la madre de la legitimidad, ya que la construcción liberal del ciudadano como mero portador de derechos abstractos ignora las precondiciones sociales de su autonomía, Idem, p. 76. Idem, pp. 79-81. Idem, p. 86.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos que no son otras que las tradiciones e instituciones que lo vinculan a la historia y a sus semejantes. El multiculturalismo se sostiene en el lenguaje de la identidad, cuyos principios son la tolerancia y el respeto tras la búsqueda en el ámbito jurídico de los derechos ciudadanos, y, desde el punto práctico, por los programas de políticas públicas. Su lenguaje político de las identidades en torno a las categorías de diferencia, experiencia y autenticidad han articulado formas de discurso político que arremeten contra las deficiencias institucionales, reales o imaginarias, de los modelos democráticos establecidos199. El multiculturalismo ha terminado por convertirse en un cajón de sastre del que han echado mano numerosos grupos para verbalizar sus agravios, compensar sus frustraciones o reafirmar sus particulares necesidades de reconocimiento. De este modo, ha tomado la forma de recurso ideológico para los lenguajes de la etnia, el género o la identidad sexual, lo cual supone el riesgo de hipostasiar la “cultura” como variable independiente de otras circunstancias de carácter social, político y económico200. La irrupción de estos discursos y movimientos ha puesto en entredicho, o en segundo lugar, la construcción de estructuras políticas nacionales, dejando en el centro del debate el desafío a las formas hegemónicas de identidad, sobre las que se construyeron esas estructuras. Lo que se reivindica es el derecho a la diferencia y el acceso igualitario a los lugares de poder, pero, más aún, el orgullo de la identidad diferencial y la liberación que supone proclamarla en público.

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Idem, pp. 105-106. Idem, pp. 115-119.

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Opinión pública, élites y contraélites

Como ya ha venido siendo sugerido a lo largo de este escrito, es en últimas, por lo menos en el marco de un Estado democrático de derecho, donde las élites tienen el espacio apropiado para plantear, transmitir e imponer, social y políticamente, sus imaginarios e identidades respectivas, en el marco de esa confrontación de habitus que es un campo social en general. La categoría de opinión pública y su incorporación en el discurso político tienen una amplia historia. En el “siglo XVI […], Maquiavelo es uno de los primeros pensadores políticos en usar éste término en sus discursos […] anota “el hombre sabio no ignorará la opinión pública con relación a ciertos asuntos, tales como la distribución de cargos y promociones”201. Jean Jacques Rousseau expresó su convencimiento de que los gobiernos descansan finalmente sobre la opinión pública y que el cambio social es difícil sin el apoyo de la opinión popular. Años más tarde, en el siglo XVIII, James Madison escribe en las Actas Federalistas que las opiniones del público podrían poner límites a los actos de los líderes, aunque pensaba que para una élite política era preferible interpretar los deseos de la población en general que tener una democracia directa. Para algunos, la opinión pública es, en relación con los distintos temas, una entidad inmóvil a través del tiempo: “W. Lance Benett (1980) ha denominado a este análisis como el sofisma del “Estado de conciencia” [...] Es importante recordar que la opinión pública es una consecuencia teórica, no una identidad real. El público puede variar de tema en tema. La opinión puede ser influida por características del entorno, tales como la facilidad de acceso a la información política y el contenido de la comunicación proveniente de las élites políticas”202. Así pues, Bennet propone una “perspectiva situacional… con el fin de superar las deficiencias del sofisma del Estado de conciencia pues el público no es estable en sus definiciones, por el contrario es volátil e inconsistente en sus actitudes”. La perspectiva alternativa contempla “al público como sumatoria de gente que de hecho desarrolla y expresa opiniones sobre un tema particular en un momento específico. Así,

Michael Milburn, Persuasión y Política, Bogotá: CEREC, 1994, p. 35. Idem, p. 37.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos diferentes situaciones políticas pueden afectar la formación y expresión de opinión pública”203. La opinión pública se forma de acuerdo con el volumen de información del que se dispone, pero es común que la información sea incompleta. En los sistemas políticos hay informaciones parcialmente ocultas: “la información es valiosa políticamente y ni los funcionarios de gobierno ni los candidatos políticos la harán disponible de manera amplia a menos que ello redunde en su propio beneficio político”204. Bentett hace referencia a la importancia tanto de los medios de comunicación como de las instituciones políticas, en la medida que son las principales referentes de formación de opiniones, acciones y actitudes. La opinión es reflejo del entorno político, por tanto, el electorado se manifiesta de acuerdo con los diferentes tipos de información en los distintos momentos sociopolíticos. Benett escribe que “no tiene sentido argumentar que el gobierno puede ser solamente tan democrático como lo permite la conciencia del pueblo, si esta consciencia depende en gran parte de cómo la estructura de gobierno afecta la opinión”205. La opinión pública tiene orientación y consecuencias políticas. V.O Key definió la opinión pública como “aquellas opiniones sostenidas por particulares y que los gobiernos encuentran prudente entender”206. La opinión refleja las actitudes y creencias de diferentes individuos relacionadas con política, a través de una diversidad de temas bajo ciertas situaciones del entorno político207. Los procesos de cambio de las opiniones públicas son dinámicos, razón por la cual son difíciles de explicar según características estáticas, como la edad, la educación y el sexo, entre otros. “Elementos del entorno político, particularmente mensajes e imágenes políticas que son enfatizadas en los medios de comunicación, pueden conformar la naturaleza de las actitudes y el pensamiento políticos. Estas influencias de los medios, sin embargo, suceden en el contexto de las actitudes políticas existentes desarrolladas a lo largo de un período de años, reflejando influencia de una variedad de factores sociales y culturales”208.

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En este apartado, abordaremos el estudio de Habermas sobre la opinión pública, con el propósito de puntualizar, frente a las ópticas liberales, la delimitación conceptual de la categoría. En este contexto será definitiva Idem, p. 37. Idem, p. 37. 205 Idem, p. 38. 206 Idem, p. 39. 207 Idem, p. 27. 208 Idem, p. 79. 203 204

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la precisión habermasiana de “esfera de la opinión pública”, que permite demarcarla como un campo social determinado. Ello admite introducir un concepto igualmente trascendental, que no había sido abordado, el de la desobediencia civil, como un elemento dinamizador del conflicto y constitutivo de esa esfera de la opinión pública, por medio de la cual, en un momento dado, las minorías afectadas pueden oponerse, legítimamente en el contexto de un Estado democrático de derecho, a las imposiciones de un bloque en el poder y de las élites que lo orientan (7.1.). Pero queremos complementar la lectura habermasiana con la interpretación, a nuestro modo de ver más radical, de Nancy Fraser, que muestra la lógica dual que una estrategia postsocialista encarna y que, necesariamente, debe combinar la reivindicación socialista por la redistribución y no sólo la liberal por el reconocimiento. El multiculturalismo se ha convertido en el discurso ideológico de las élites dominantes, el cual les permite obviar el problema de la desigualdad social. La confrontación entre élites hegemónicas y élites contrahegemónicas, por plantearlo en estos términos, debe tener clara esta distinción estratégica (7.2.). Es por ello que se hace necesario fundamentar esta sugerencia de élites hegemónicas y élites contrahegemónicas. La categoría de Michael Warner de públicos y contrapúblicos nos da la posibilidad de bosquejar la relación y comprender el ámbito de la esfera pública como un espacio no de públicos en pos de identidades y programas de reconocimiento – reivindicación meramente liberal–, sino como un campo de confrontación entre posiciones hegemónicas y contrahegemónicas encarnadas por élites y contraélites (7.3.).

Habermas: poder y opinión pública Esfera de la opinión pública Un elemento que articula la idea habermasiana de democracia radical es el concepto de espacio político público, concebido como una estructura de comunicación que, a través de la base que para ella representa la sociedad civil, queda enraizada en el mundo de la vida209. Se convierte en una caja de resonancia que permite el desplazamiento de los problemas presentes en ese mundo –y no solucionados en las instancias pertinentes– a la esfera de discusión del sistema político, donde les debe ser encontrada la solución. Estos problemas son detectados por una serie de sensores que se encuentran al servicio del espacio político público y que están dispersos a lo largo de todo el entramado social. Para llevar a cabo dicha función, los sensores deben cumplir unas características básicas: una primera, no Jürgen Habermas, “Sobre el papel de la sociedad civil y de la opinión pública política”, en Facticidad y Validez, Madrid: Trotta, 1998, p. 439. 209

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos ser especializados, lo que favorece su distribución a lo largo de todos los subsistemas que existen en la sociedad y, en segundo lugar, tener la capacidad de transmitir sus impresiones a lo largo y ancho de toda la red. Con el apoyo de estos sensores, el espacio político público busca realizar dos funciones: la primera, detectar el lugar y las causas que originan estos problemas y, la segunda, organizarlos de tal manera que representen un elemento de verdadera presión para las instituciones que operan en el espacio político. El espacio político público tiene sus raíces y conexiones con el mundo de la vida en la esfera de la opinión pública, por lo que resulta pertinente clarificar esta noción210. La opinión pública no puede entenderse como si fuera una serie de instituciones u organizaciones que operaran con base en normas y que terminan estructurando un sistema. Por el contrario, la opinión pública es una red comunicacional de contenidos y opiniones amarradas a temas específicos, dirigida hacia cuestiones políticamente relevantes, que se caracteriza por poseer un horizonte abierto. Su origen se encuentra en la acción comunicativa, ejercida por medio del lenguaje natural211. Bajo estos presupuestos, los actores dejan de ser los tradicionales actores estratégicos, que se consideran medios para la consecución de determinados fines, para convertirse en actores generados comunicativamente, caracterizados por hacer frente a las situaciones que han constituido a través de sus interpretaciones y opiniones cooperativamente negociadas, presentándose un proceso de generalización e inclusión de todos los puntos de vista existentes en la sociedad. Dicho proceso de inclusión impone nuevas condiciones a la dinámica comunicativa. En primer lugar, supone que se dé una mayor explicitación de los puntos y temas a discutir, poniendo de presente la justificación de su importancia. En segundo lugar, la política tiene que hacer uso de lenguajes asequibles a todos los individuos, para que estos puedan expresarse en los espacios que la sociedad abre para esos fines. Para conseguir este objetivo, la política abandona el uso de los lenguajes especializados, los cuales se reducen al ejercicio al interior de los sistemas.

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Habermas no desconoce la importancia que tienen dentro de la sociedad los sistemas cerrados y especializados. En últimas, las decisiones no son tomadas por la ciudadanía, sino por instituciones especializadas en la toma de las mismas. El papel de la opinión pública es proporcionar una serie de mecanismos que permitan valorar las disposiciones tomadas por el poder administrativo y, en caso de no estar de acuerdo con alguna de ellas, ejercer dentro de la sociedad suficiente presión, recurriendo incluso la desobediencia civil, para obligar a que la consideración de que se trate

Idem, p. 440. Idem, pp. 440-441.

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sea revaluada. Estos presupuestos adquieren forma en el modelo de las esclusas o metáfora hidráulica. Para Habermas, la sociedad se debe construir sobre un modelo de esferas concéntricas, comunicadas a través de un sistema de esclusas que permite que la presión que se da en las esferas más alejadas del centro se pueda transmitir a éste. De igual manera, las reacciones y respuestas que el centro produce se comunican a la periferia. Dentro del modelo, el Estado está ubicado en la esfera del centro para ser rodeado por sucesivos círculos que comprenden a la sociedad civil burguesa, periferia interna, con toda la formalización que posee, y a la sociedad civil, en sentido hegeliano, compuesta por las diferentes formas de vida, periferia externa, donde tienen cabida todas las particularidades propias de los sujetos colectivos particulares. Este es el fundamento normativo de la política deliberativa de doble vía, en la que se inscribe una estrategia de iniciativa exterior en la toma de decisiones con respecto a lo político. Esta estrategia se aplica cuando un grupo está fuera de la estructura del gobierno y, articulando lo que considera una vulneración de los intereses, trata de extender el asunto a otros grupos para introducir el tema en la agenda pública, creando una presión sobre quienes toman las decisiones212. La sociedad civil periférica tiene la ventaja de poseer mayor sensibilidad ante los problemas, porque está imbuida de ellos. Quienes actúan en el escenario político deben su influencia al público que ocupa las gradas. Los temas cobran la oportunidad de ser discutidos sólo cuando los medios de comunicación los propagan entre el público. Empero, a menudo son necesarias acciones, como, por ejemplo, protestas masivas, para que tales asuntos se introduzcan en el ámbito político; y, aunque pueden seguir otros cursos, también pueden provocar en la periferia una conciencia de crisis. La autoridad de las tomas de postura del público se refuerza en el curso de la controversia, pues en una movilización vinculada a una conciencia de crisis, la comunicación pública informal se mueve por unas vías que impiden la formación de masas adoctrinadas, lo cual refuerza los potenciales críticos del público. A través de las figuras de la opinión pública y el espacio político público se logran establecer puentes de comunicación entre los ámbitos del poder administrativo, caracterizado por obedecer a una racionalidad sistémica y funcional, y el mundo de la vida, donde confluyen todos los problemas o desajustes sociales e individuales. De esta comunicación depende el correcto funcionamiento de la sociedad, que encuentra en la metáfora hidráulica el mecanismo que le permite garantizar la autocorrección de sus decisiones. Jürgen Habermas, “La sociedad civil y sus actores, la opinión pública y el poder comunicativo”, en Facticidad y Validez, Madrid: Trotta, 1997, pp. 460-466. 212

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Minorías y desobediencia civil Cuando las condiciones de comunicación no son respetadas y se encuentran manipuladas, el último medio con el que cuentan las capas periféricas para expresar sus argumentos es la desobediencia civil. Para Habermas, estos actos se encuentran suficientemente justificados y consisten en una trasgresión simbólica de las normas exenta de violencia. Ellos se entienden como protesta contra las decisiones vinculantes que, si bien son ‘legales’, son ilegítimas según los principios constitucionales. Aquello que la desobediencia implica y defiende es la conexión retroalimentativa de la formación de la voluntad política con los procesos informales de comunicación en el espacio público. Por su intermedio, la desobediencia se remite a una sociedad civil que en los casos de crisis actualiza los contenidos normativos del Estado democrático y los hace valer contra la inercia sistémica del Estado. La desobediencia civil implica actos ilegales –pero públicos– por parte de los autores, que hacen referencia a principios y que son esencialmente simbólicos; actos que implican medios no violentos y que apelan al sentido de justicia de la población. Los actores reivindican principios utópicos de las democracias constitucionales, apelando a la idea de los derechos fundamentales o de la legitimidad democrática. Se manifiesta aquí la autoconciencia de una sociedad que se arroga la potestad de reforzar de tal modo la presión que la opinión pública ejerce sobre el sistema político, que éste sólo puede optar por neutralizar la circulación no oficial del poder.

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Habermas considera que la justificación de la desobediencia civil se encuentra en una comprensión de la constitución como proyecto inacabado. El Estado de derecho se presenta, pues, como una empresa débil y necesitada de revisión. Así las cosas, ésta es la perspectiva de los ciudadanos que se implican activamente en la realización de derechos, que tratan de superar desde la práctica la tensión entre facticidad y validez213. Por otra parte, Habermas cree que esta forma de disidencia es un indicador de la madurez alcanzada por una democracia. De manera que la desobediencia civil tiene su lugar en un sistema democrático, en la medida en que se mantiene cierta lealtad constitucional, expresada en el carácter simbólico y pacífico de la protesta214. Sobre la filosofía política de J. Habermas ver, también, Jürgen Habermas, Ciencia y Técnica como Ideología, Madrid: Tecnos, 1984; Teoría de la Acción Comunicativa, Madrid: Tecnos, 1987; Teoría y Praxis, Madrid: Tecnos, 1990; Conciencia Moral y Acción Comunicativa, Barcelona: Península, 1991; Escritos sobre Moralidad y Eticidad, Barcelona: Paidós, 1991. 214 Ver José Rubio-Carracedo, Paradigmas de la Política, Barcelona: Anthropos, 1990; Maria Pía Lara, La Democracia como Proyecto de Identidad Ética, Barcelona: Anthropos, 1992; José González y Fernando Quesada (Coords.), Teorías de la Democracia, Barcelona: Anthropos, 1992; José A. Estévez, La Constitución como Proceso y la Desobediencia Civil, 213



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La desobediencia civil no puede ser separada de la crisis de los sistemas democráticos, es decir, su práctica ha de ser entendida como una crítica en clave democrático-radical de los procedimientos representativos tradicionales. Un argumento a favor de la desobediencia civil sería su adecuación al principio básico de cualquier Estado democrático, esto es, la participación ciudadana en la toma de decisiones públicas. La acción política cada vez discurre más en las sociedades avanzadas por cauces menos institucionalizados, lejos de las opciones de partido. En última instancia, si la insatisfacción persiste, lo más apropiado sería corregir algunas disfuncionalidades, de donde resulta la búsqueda de nuevas formas de participación que no pasen por el tamiz burocratizado de los partidos políticos. Los desobedientes invocan principios morales que sirven de marco normativo a la democracia. En la justificación por parte de quienes desobedecen se entrecruzan razones jurídicas y político-morales. El desobediente busca otras vías de participación no convencionales, y ello no significa que sea antidemócrata, sino más bien un demócrata radical. De modo que una interpretación adecuada de la desobediencia civil sería considerarla como un complemento de la democracia, indispensable para la creación y sostenimiento de una cultura política participativa. El disenso es tan esencial como el consenso. La disidencia tiene una función creativa con un significado propio en el proceso político. Y en este contexto, la desobediencia civil puede ser un instrumento imprescindible para proteger los derechos de las minorías sin violentar por ello la regla de la mayoría: dos principios constitutivos de la democracia. La nueva cultura emergente que representan los movimientos sociales exige, para profundizar en el componente participativo, una mayor valoración de la disidencia política. Para un paradigma discursivo, como el que defiende Habermas, la desobediencia civil se constituye en un elemento primordial para garantizar la esencia comunicativa de la sociedad y lograr mantener siempre abiertos los canales participativos, aun en el caso de que las mayorías o los grupos de intereses poderosos se apropien de las instancias de comunicación y pretendan ponerlas a su servicio. En conclusión, la disidencia es un componente necesario para la conservación de la buena salud democrática y debe ser respetada, tolerada e, incluso, alentada; claro está, con base en un análisis serio y responsable de la situación particular. Es en este contexto, en la línea de ilustrar por qué las decisiones constitucionales son en muchos casos políticas, que Habermas expone los

Madrid: Trotta, 1994; Norberto Bobbio, El Futuro de la Democracia, México: F.C.E., 1994; y Oscar Mejía y Arlene Tickner, Cultura y Democracia en América Latina, Bogotá: M&T Editores, 1992.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos tres grandes modelos normativos de democracia en conflicto en la actualidad, oponiendo al de democracia liberal representativa y al de democracia republicana directa uno de democracia radical, fundado en lo que él denomina un modelo sociológico de democracia deliberativa de doble vía215. De allí proviene lo que el Estado del arte ha acuñado como “democracia deliberativa”, que, a su vez, se ha multifurcado en varias interpretaciones desde los diferentes paradigmas jurídico-políticos contemporáneos. En esto se origina que encontremos versiones de la misma en Rawls216, el republicanismo y el neomarxismo angloamericano y europeo, el marxismo analítico y el utilitarismo, entre otros217.

Nancy Fraser: redistribución y reconocimiento La multiplicidad de públicos es preferible a una única esfera pública. Nancy Fraser habla de la necesidad de explorar formas híbridas de esferas públicas y la articulación de públicos débiles y públicos fuertes, en los que la opinión y la decisión puedan encontrar formas de negociar y recombinar sus relaciones. Fraser introduce el concepto de contrapúblicos subalternos para referirse a los “espacios discursivos paralelos donde los miembros de los grupos sociales subordinados inventan y hacen circular contradiscursos, lo que a su vez les permite formular interpretaciones opuestas de sus identidades, intereses y necesidades”, y añade: “[…] en las sociedades estratificadas, los contrapúblicos subalternos tienen un doble carácter. Por un lado, funcionan como espacios de retiro y reagrupamiento; por el otro funcionan también como bases y campos de entrenamiento para actividades de agitación dirigidas a públicos más amplios. Es precisamente en la dialéctica entre estas dos funciones donde reside su potencial emancipatorio”218.  En última instancia, tal exploración sobre los contrapúblicos conduce a una esfera pública postburguesa, que no debe identificarse necesariamente con el Estado. Hoy podemos reconocer síntomas de la aparición de esferas públicas no estatales surgidas de iniciativas de la sociedad civil. De tal rechazo a una concepción consensual de los públicos aparece un modelo

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Jürgen Habermas, “Tres modelos normativos de democracia” en La Inclusión del Otro, Barcelona: Paidós, 1999, pp. 231-246. 216 Ver John Rawls, El Liberalismo Político, Barcelona: Crítica, 1996; así como La Justicia como Equidad: Una Reformulación, Barcelona: Paidós, 2002. 217 Ver, entre muchos otros, Michael Sandel, Democracy’s Discontent, Cambridge: Harvard University Press, 1996; Amy Gutmann & Dennis Thomson, Democracy and Disagreement, Cambridge: Harvard University Press, 1996; Jon Elster, Deliberative Democracy, Cambridge (UK): Cambridge University Press, 1998; James Bohman, Public Deliberation, Cambridge (USA): MIT Press, 1996; Seyla Benhabid (ed.), Democracy and Difference, Princeton: P.U.P., 1996. 218 Nancy Fraser,  Iustitia Interrupta. Reflexiones Críticas desde  la Posición Postsocialista,  Bogotá: Siglo del Hombre, 1997, pp. 115-117. 215



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pedagógico en relación a la cultura orientado hacia la experimentación de formas de autoorganización y autoaprendizaje. El objetivo de tal método es producir nuevas estructuras que puedan dar lugar a formas inéditas (en red, desjerarquizadas, descentralizadas, deslocalizadas) de articulación de procesos culturales y procesos sociales. Se trata de dar “agencia” a los públicos, de favorecer su capacidad de acción y superar las limitaciones de las divisiones tradicionales de actor y espectador, de productor y consumidor. Fraser comienza haciendo el análisis de cómo triunfa la democracia liberal en 1989 y se comienza a hablar del fin de la historia; pero, afirma que hay que construir una teoría crítica sobre la democracia, más aun, cuando se impone en aquellos países antes socialistas o que tenían dictaduras o regímenes con formas de dominación racial. Fraser como teórica de los límites de la democracia en el capitalismo tardío, realizará un análisis del concepto de “esfera pública” en Habermas y lo trabajará durante la obra en mención. El concepto de esfera pública elude las confusiones relacionadas con los movimientos sociales y sus teorías sociales, especialmente en la izquierda, dada su difícil delimitación del aparato del Estado, de los espacios públicos y de la asociación ciudadana (someter la economía al control del Estado, es someterla al control ciudadano)219. Esta confusión impulsó formas estatistas autoritarias en el socialismo, en lugar de formas democráticas participativas; el segundo problema se encuentra en la tradición feminista, cuando se refiere a esfera pública como todo aquello que esta por fuera del ámbito domestico o familiar, confundiendo tres elementos: el Estado, la economía del empleo remunerado y los espacios del discurso público. Las consecuencias en la práctica política se dan cuando se confunden las campañas activistas contra la representación cultural misógina con programas a favor de la censura estatal, entre otras; en este caso se excluye la pregunta de si someter los asuntos de género a la lógica del mercado o del Estado administrador, equivale a promover la liberación femenina220. El concepto de esfera pública de Habermas supera las anteriores dificultades y designa el foro de las sociedades donde se lleva a cabo la participación a través del habla. Es un espacio institucionalizado de interacción discursiva. Es distinto al Estado; es un lugar donde se producen y circulan discursos. Es distinto a la economía oficial, porque hay relaciones discursivas donde se debate y delibera. Este concepto delimita el aparato del Estado, los mercados económicos y las asociaciones democráticas, esenciales para la teoría democrática. Fraser considera que la esfera pública es indispensable para la teoría social crítica y su práctica Nancy Fraser, “Esferas públicas, genealogías y ordenes simbólicos”, en Iustitia Interrupta, Bogotá: siglo del Hombre, 1997, pp. 95-133 220 Idem, p. 96. 219

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos político-democrática; pero, en todo caso, realiza una reconstrucción crítica del concepto para teorizar los límites de la democracia existente. Habermas, al realizar el estudio sobre la esfera pública, tiene dos objetos de investigación: 1) trabaja el surgimiento y decadencia de la forma histórica de la esfera pública; 2) se pregunta sobre el estatuto del modelo normativo relacionado con la esfera pública burguesa. Este segundo punto tiene doble propósito: a) identifica condiciones que hicieron posible la esfera pública; b) evalúa las consecuencias de la viabilidad de la continuidad del modelo liberal. El resultado es que, en las alteradas condiciones de la democracia masiva del Estado de Bienestar, no es factible la esfera pública burguesa ni la de su modelo liberal; es necesaria una nueva esfera pública que salve la función crítica e institucionalice la democracia. Para Fraser, Habermas no logró desarrollar un modelo posburgués nuevo y, por lo tanto, no se dispone de una concepción diferente a la liberal sobre esfera pública burguesa, que supla las necesidades actuales de la teoría crítica. Esta tesis es el centro del estudio de Fraser, en el que el primer apartado se refiere a un desarrollo historiográfico. Fraser comienza por explicar los puntos importantes para Habermas, que están relacionados con la transformación estructural de la esfera pública. Ésta, en su concepción, se refiere a un grupo de personas privadas que se reúnen para discutir asuntos de interés público o común. La idea, con la que se pretendió una mediación entre Estado y sociedad, fue el contrapeso a los Estados absolutistas. Lo anterior generó la exigencia de informar acerca del funcionamiento del Estado para escrutinio de la opinión pública. Después, con la institución parlamentaria de gobierno representativo –a través de la libre expresión, la libertad de prensa y la libertad de asociación– se construyó la idea del interés general de la sociedad burguesa por el Estado.

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Finalmente, la esfera pública designó un mecanismo institucional que racionalizó la dominación política al hacer responsable al Estado frente a los ciudadanos; en otro nivel, designó un tipo específico de interacción discursiva: esta discusión debía ser abierta, estar al alcance de todos, los intereses privados no eran admitidos, la desigualdad de condición debía ser puesta entre paréntesis, el poder debía excluirse y los interlocutores debían deliberar como pares; el resultado fue la opinión pública acerca del bien común221. Para Habermas, el potencial de la esfera pública del modelo burgués nunca se materializó, y, además, se necesitaba la diferenciación del Estado con respecto a la esfera económica, lo cual significaba la separación del Estado de la sociedad y permitía una discusión pública que excluía intereses privados, lo cual se vio afectado con la entrada de la burguesía Idem, pp. 99-100.

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a la esfera pública (Estado). Con la democracia masiva del Estado de Bienestar se imbricaron la sociedad y el Estado, y la publicidad, como análisis crítico, fue remplazada por las relaciones públicas. Fraser busca su propia explicación apoyándose en la historiografía, en cuyo marco, autores como Joan Landes, Mary Ryan, Elizabeth Brooks-Higginbotham y Geoff Eley sostienen que la explicación de Habermas idealiza lo público y que aquella esfera pública se basa en exclusiones. Landes habla de la exclusión de género que separó a las mujeres de la vida política (este hecho se argumentó con la idea del mundo antiguo de poseer un pene como requisito para hablar en público –conexión etimológica entre testimonio y testículo–). Eley sostiene que las exclusiones de género en países como Francia, Inglaterra o Alemania estaban vinculadas a otras exclusiones arraigadas en la formación de clase. En estos países la esfera pública burguesa se nutrió de prácticas y ethos que eran marca de distinción en el sentido de Bourdieu; este proceso diferenció a este grupo de la aristocracia con respecto a los estratos populares que debía gobernar, pero, además, explica el sexismo de la esfera pública burguesa que exigía la domesticación femenina y una separación de la esfera pública y privada. La sociedad civil, en un periodo conocido como la época de las sociedades (asociaciones filantrópicas, cívicas, profesionales y culturales), no era accesible a todos y se convirtió en un lugar de entrenamiento de hombres burgueses que se veían como una clase universal preparándose para gobernar. Mary Ryan documenta las formas en que las mujeres norteamericanas provenientes de distintas clases y etnias construyeron a lo largo de los siglos XIX y XX rutas de acceso a la vida política pública, a pesar de su exclusión de la esfera pública oficial. Lo anterior implicó la construcción de una sociedad civil opuesta, con asociaciones alternativas compuestas por mujeres. Las mujeres de clase inferior accedieron a la esfera pública mediante la participación en actividades de protesta de la clase trabajadora masculina y, por último, estaban los defensores de los derechos femeninos que se oponían a la exclusión de las mujeres de la esfera pública y a la privatización de la política de género. Brooks documenta la existencia en Estados Unidos entre 1880 y 1920 de una esfera pública negra paralela, –de corte burgués-kantiano–, que utilizaba la iglesia como espacio, publicó periódicos y realizó convenciones a nivel mundial, en las que denunciaba el racismo, criticaba la política de los gobiernos estatal y federal y debatía estrategias antirracistas. Los dos anteriores estudios muestran que hay una variedad de formas para acceder a la vida pública con sus espacios públicos, además de demostrar que el público burgués nunca fue el único y por el contrario ocasionó el surgimiento de contra-públicos (nacionalistas, populares, campesinos, de mujeres de élite, negros y proletarios); por tanto, hubo públicos en competencia conflictiva con el burgués desde el principio –y no sólo a finales de los siglos XIX y XX, como lo sugirió Habermas–.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos Según Eley, el surgimiento de lo público burgués no fue definido en la lucha contra el absolutismo y la autoridad tradicional, sino que se dirigió a la contención popular, construyéndose a través del conflicto. Estos estudios sugieren una visión oscura de la esfera pública burguesa (utopía), como opción ideológica que sirvió para legitimar el dominio de la clase emergente. Eley sostiene siguiendo Gramsci que la esfera pública burguesa oficial es el vehículo institucional de una importante transformación histórica de la naturaleza de la dominación política. Es el paso de un dominio represivo a uno hegemónico, de un gobierno basado en la obediencia (fuerza superior) a uno basado en el consentimiento complementado con la represión, y este garantizó la capacidad de un Estado de dominar a los demás. Para Fraser, la conclusión es que el concepto de esfera burguesa es un elemento de la ideología burguesa, machista, de supremacía blanca; una segunda conclusión es que esta esfera pública fue una buena idea que no se concretó, pero, mantiene alguna fuerza emancipatoria (instrumento de dominio o un ideal utópico). Fraser propone finalmente una alternativa matizada y sostiene que la historiografía no socavó ni reivindicó el concepto de esfera pública (burguesa, machista, supremacía blanca), sino que cuestionó, en la línea de Habermas, cuatro elementos para una concepción específica de la misma, a saber: primero, cómo se puede deliberar como si todos fueran socialmente iguales, y como esta igualdad social no es necesaria para la democracia política; segundo, la proliferación de múltiples públicos representa un paso atrás en al camino hacia la democratización, y como una esfera pública comprehensiva es preferible a la multiplicidad de públicos; tercero, el discurso en el espacio público debe restringirse a la deliberación sobre el bien común, alejándose de intereses privados indeseables, y, cuarto, que una esfera pública democrática exige la separación de la sociedad civil y el Estado.

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Fraser trabajará los anteriores supuestos por separado. Para Habermas el libre acceso está ligado a la forma de publicidad que no se concretó en la realidad (exclusión de género, propiedad o raza), lo cual no se dio en la práctica, porque no se miró al interior de los espacios formalmente inclusivos. Para Fraser, el modelo liberal burgués requiere la suspensión de la diferencia de condición y un espacio donde los interlocutores puedan hablar como si fueran social y económicamente iguales; aquí, la desigualdad social no fue eliminada, sino suspendida. También existen impedimentos informales a la paridad en la participación; como algunas feministas sostienen, en la misma deliberación hay dominación de género, clase y raza (Mansbridge). La dificultad en el modelo liberal de la esfera pública burguesa se da al suspender las desigualdades sociales en las deliberaciones, asumiendo la no existencia de las mismas; el modelo no promueve la paridad, y la



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suspensión genera ventaja para los grupos dominantes de la sociedad y desventaja para los subordinados. Otra debilidad del modelo, es la concepción de que este espacio es de nivel cero de cultura, desprovisto de un ethos que acomode de manera neutral y con facilidad intervenciones de cualquier ethos cultural, lo cual constituye un concepto contrafáctico. En sociedades estratificadas, los grupos de poder desarrollan estilos desigualmente valorados, creando poderosas presiones informales que marginan las contribuciones de los subordinados en los contextos cotidianos y en las esferas públicas oficiales; en este aspecto, la economía política refuerza lo que la cultura logra informalmente. Fraser abriga dudas acerca de que la esfera pública elimine las diferencias sociales estructurales cuando los espacios discursivos están en un contexto social más amplio, penetrado por relaciones de dominación y subordinación. Lo que está en juego es la autonomía institucional política frente al contexto social que los rodea. Una característica del liberalismo es que éste supone la autonomía de lo político y que es posible organizar una forma democrática de vida política con base en estructuras socioeconómicas y sociosexuales que generan desigualdad sistémica. Los liberales pretenden aislar los procesos políticos de aquellos no políticos o prepolíticos característicos de la economía, la familia y la vida cotidiana informal; el problema para ellos, reside en fortalecer las barreras que separan las instituciones políticas que representan relaciones de igualdad de las instituciones económicas, culturales, sociosexuales fundamentadas en relaciones sistémicas de desigualdad. Finalmente, Fraser sostiene que para obtener una esfera pública con interlocutores deliberando de forma igual no basta con suspender las desigualdades sociales, sino que se deben eliminar las desigualdades sistémicas para la paridad en la participación; además, la democracia exige igualdad social sustantiva. El segundo punto (igualdad, diversidad y públicos múltiples) discute la relación interpública, la naturaleza y la calidad de las interacciones que se dan entre los diferentes públicos. En este aspecto, la interpretación de Habermas enfatiza en la singularidad del modelo de la esfera pública burguesa (singular pretensión), con un discurso donde la proliferación de una multiplicidad de públicos representa un paso atrás en la democracia. Fraser evalúa los meritos de un público único y comprehensivo frente a múltiples públicos en dos tipos de sociedad moderna: la sociedad estratificada y las sociedades igualitarias y multiculturales. En las sociedades estratificadas, enmarcadas en un contexto institucional que genera grupos sociales desiguales con relaciones estructurales de dominio y subordinación, no es posible la participación, el debate público o la deliberación de forma igual. Fraser sostiene que en estas sociedades la confrontación entre la pluralidad de públicos en competencia promueve el ideal de la paridad en la participación, más que en un público único, comprehensivo y abarcante. En este caso, los grupos subordinados no tienen espacios para deliberar sobre sus necesidades, objetivos y

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos estrategias: no hay foros comunicativos que no estén supervisados por los grupos dominantes, y, si no se escuchan sus palabras y sus deseos están limitados, estarán incapacitados para defender sus intereses en la esfera pública, comprensiva, y serán menos capaces de evidenciar los modos de deliberación que encubren la dominación. El anterior argumento es respaldado por la historiografía, que sostiene que es positivo sustituir públicos alternativos (contra-públicos subalternos) como espacios discursivos paralelos, donde sus miembros inventan y hacen circular contradiscursos, interpretando opuestamente sus identidades, intereses y necesidades (por ejemplo, el contra-público subalterno feminista de EE.UU. a finales del siglo XX). En esta esfera pública, las feministas han inventado nuevos términos para describir la realidad social: sexismo, doble jornada, acoso sexual, violación intramarital. Con este lenguaje formulan sus necesidades e identidades y disminuyen la desventaja en la esfera pública oficial. Fraser trata de evitar una interpretación incorrecta; ella no sugiere que los contra-públicos sean virtuosos, algunos de ellos son antidemocráticos y antiigualitarios e, incluso, los que luchan por igualdad tienen prácticas y métodos de exclusión y marginación informal. En todo caso, estos grupos contribuyen a extender los espacios discursivos y amplían la confrontación discursiva, conveniente en sociedades estratificadas. En opinión de Fraser, lo contra-público milita en contra del separatismo, al asumir una orientación pública, y aspira a difundir un discurso en espacios más amplios. Estos contra-públicos tienen un doble carácter: 1) funcionan como espacios de retiro y reagrupamiento; 2) funcionan como bases y campos de entrenamiento para actividades de agitación dirigidas a grupos más amplios. Estas dos funciones generan una dialéctica emancipatoria, permitiendo disminuir los injustos privilegios de los grupos dominantes en sociedades estratificadas.

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Ahora, Fraser hace relación a la existencia de múltiples públicos comparados con un público único en sociedades igualitarias y multiculturales. Las primeras (igualitarias), son sociedades no estratificadas, con marcos institucionales que no generan grupos sociales desiguales en relaciones estructurales de dominio y subordinación. Estas sociedades no necesitan ser culturalmente homogéneas siempre que se permita la libertad de expresión y asociación; es probable que estén conformadas por grupos con diversos valores, identidades y estilos culturales (multicultural). Para Fraser, las esferas públicas son espacios para la formación y concreción de identidades sociales, donde la participación implica hablar con “la propia voz”, expresando la identidad cultural propia a través del modismo y el estilo. Otro punto a tener en cuenta es que las esferas públicas son espacios donde no está ausente la cultura; por el contrario, se trata de instituciones culturalmente determinadas (foros de intercambio cultural, la Internet,



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geografías sociales de espacio urbano –café, parques, centros comerciales–), que permiten retóricas culturales que acomodan ciertas formas de expresión y no otras. Lo anterior concluye que la vida pública en sociedades igualitarias y multiculturales no consiste en una esfera pública única y comprehensiva. Estas sociedades sólo tienen sentido con espacios plurales de espacios públicos y con participación de grupos diversos en valores y retórica (multiplicidad de públicos). Estas sociedades hipotéticas –igualitarias y multiculturales– adelantarían debates sobre la política y los asuntos que afectan a todos. Fraser ve que no hay razones para excluir, en principio, la posibilidad de una sociedad donde la igualdad social y la diversidad cultural coexistan con la democracia participativa. Esta sociedad puede existir cuando se reconoce la complejidad de las identidades culturales, tejidos con hilos diferentes que son comunes a personas cuyas identidades difieren en otros sentidos, o cuando la diferencia es el aspecto sobresaliente. Esta sociedad contendrá muchos públicos diferentes, o al menos uno en que los participantes deliberen como iguales, cruzando la línea de la diferencia, sobre las políticas que conciernen a todos. Fraser sostiene en toda su argumentación que el ideal de la paridad en la participación se logra a través de muchos públicos y no con uno solo. Lo anterior es factible tanto para sociedades estratificadas, como para las igualitarias o multiculturales. En el primer caso, defiende los contra-públicos subalternos formados en condiciones de dominio y subordinación. En el segundo aspecto, defiende la posibilidad de combinar la igualdad social, la diversidad cultural y la democracia participativa. En cuanto al tercer punto (esferas públicas, preocupaciones comunes e intereses privados), busca indagar los limites de los asuntos públicos y de los privados. Esta problemática liberal burguesa de la esfera pública determina las suposiciones relacionadas con la intervención adecuada de lo público en lo privado. Para Habermas la esfera pública burguesa es un espacio discursivo en el que personas privadas deliberan sobre asuntos públicos. Lo público significa: 1) relacionado con el Estado; 2) accesible a todos; 3) intereses para todos; 4) bien común o interés compartido. En cuanto a lo privado tenemos: 5) relativo a la propiedad privada en una economía de mercado; 6) relativo a la vida doméstica íntima o personal, incluyendo la vida sexual. Fraser comienza su análisis con el interés para todos, en lo que encuentra una ambigüedad en aquello que afecta objetivamente a todos (externo), o lo que los participantes reconocen como asunto de interés común. Para Fraser, en cuanto a la perspectiva de los participantes, sólo estos pueden decidir qué es y qué no es de interés común para ellos (no hay garantías de que todos concuerden); eventualmente, después de una oposición discursiva, se convertirá el asunto en problema de interés

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos común (confrontación discursiva), y es allí donde las minorías, a partir de garantías democráticas, conversan con otros de aquello que en el pasado no era público y que se ha vuelto de interés común. Ahora, el conflicto está en el sentido de público, como lo relativo al bien común o al interés compartido. Para Habermas, lo que está en juego en la esfera pública burguesa es la discusión del bien común, excluyendo la discusión de “interés privado”. Estamos en una esfera pública que ahora se llama republicana cívica, opuesta a la concepción liberal individualista. Este modelo republicano hace énfasis en la política como un conjunto de personas que razonan juntos para promover el bien común, trascendiendo los intereses individuales. Desde esta perspectiva, lo privado –y sus intereses– no encuentra un lugar en la esfera pública política y es considerado como la partida prepolítica de la deliberación (transformado y transcendido en el debate). Jane Mansbridge considera que la concepción cívico-republicana incluye una confusión que elimina su crítica, pues confunde las ideas de deliberación y bien común al suponer que aquella debe ser sobre el bien común, limitándose a un diálogo enmarcado desde un único y comprehensivo nosotros y excluyendo las pretensiones que responden al interés individual o de grupo, con lo que actúa en contra del objetivo de la deliberación: ayudar a los participantes a aclarar sus intereses, así estén en conflicto. Por último, el consenso que representa el bien común debe ser sospechoso, pues se alcanza en un proceso de deliberación contaminando por los efectos de la dominación y subordinación. Para Fraser, la teoría crítica debe ser seria y responsable ante los términos privado y público. Estos términos son clasificaciones culturales y designaciones sociales, además de tener un gran poder para deslegitimar unos intereses, ideas y tópicos, y valorizar otros.

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Lo anterior lleva a recontextualizar los dos anteriores significados de lo privado que están en el centro de una retórica de la privacidad utilizada para restringir el universo de confrontación pública (como, por ejemplo, la privacidad doméstica y la privacidad económica). Esto aísla ciertos asuntos en espacios discursivos especializados, protegiéndolos del debate y de confrontaciones amplias, lo cual es ventajoso para los que dominan y desventajoso para los dominados, con lo que se muestra que la eliminación de las restricciones formales de la participación en la esfera pública no basta para la inclusión en la práctica: la inclusión de mujeres, personas de color y trabajadores es obstaculizada por la concepción de privacidad doméstica y económica, limitando el debate. El cuarto punto (públicos fuertes, públicos débiles: sobre la sociedad civil y el Estado), subyace al modelo liberal de la esfera pública burguesa, que exige la separación radical entre sociedad civil y Estado. Lo anterior se



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puede interpretar de dos maneras, según como entendamos la expresión “sociedad civil”. La primera está relacionada con la existencia de una economía capitalista (privada) separada del Estado; se trata de defender el liberalismo clásico. Entonces la existencia de un gobierno limitado y un capitalismo de laissez-faire son condiciones para el funcionamiento de la esfera pública. Según Fraser, este modelo genera una separación radical entre la sociedad civil (económica) y el Estado, necesaria para el funcionamiento de la esfera pública, y se requiere una imbricación entre estas instituciones. Otra explicación interesante de supuesto liberal sobre la necesaria separación entre sociedad civil y Estado para conseguir una esfera pública operante, es aquella que considera a la “sociedad civil” como el conjunto de organizaciones no gubernamentales o secundarias que no son de tipo económico ni administrativo. Esta idea está cerca de la concepción de Habermas de la esfera pública liberal: cuerpo de personas privadas reunidas para formar un público. El énfasis en “las personas privadas” indica que los miembros del grupo burgués no son funcionarios estatales y no dependen de alguna esfera oficial, produciendo el resultado final de opinión pública. La esfera pública se trata de un cuerpo de opinión discursiva no gubernamental que sirve de contrapeso al Estado (es independiente, autónomo y legítimo). El modelo liberal supone que la separación entre sociedad civil y Estado es deseable. Esta separación promueve públicos débiles que sólo participan en opinión, pero, no en la toma de decisiones; si participaran en ellas, se convertirían en Estado y se perderían el control discursivo del mismo. Para Fraser, el asunto se torna más complejo cuando surge la soberanía parlamentaria, que opera como una esfera pública dentro del Estado y a la cual se refiere como público fuerte, esto es, un público cuyo discurso incluye la forma de opinión como de decisión, la cual culmina en decisiones legalmente obligatorias (leyes). La soberanía parlamentaria acaba la línea que separa la sociedad civil (asociativa) del Estado. Lo anterior representa un avance democrático, al incrementar la opinión pública, pero convierte esta opinión en decisiones autoritarias, asumiendo la forma de instituciones fuertes de estilo autoadministrativo. Finalmente, Fraser considera que el modelo de opinión pública burgués liberal no es adecuado y que hay que llegar a un modelo postburgués que piense en públicos fuertes y débiles y en sus formas hibridas, teorizando las posibles relaciones de estos públicos y posibilitando concebir la democracia más allá de la ya existente.

Warner: públicos y contrapúblicos El público y lo público son conceptos en los que conviven varios sentidos simultáneamente. Lo público tiene que ver con lo común, con el interés compartido. Hay una movilidad histórica en la oposición público-privado,

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos justamente a partir de la propia movilidad de los públicos y sus formas de auto-organización. La oposición público-privado es un lugar de contradicción en tanto que excusa para situaciones de desequilibrio. El público tiene el doble sentido de totalización social y a la vez de audiencias concretas: Warner ha descrito con precisión esta ambigüedad y polisemia de la noción de público. La idea central es que los públicos son formas de agrupación social que se articulan reflexivamente en torno a discursos específicos.  Público es uno de los términos más recurrentes en el debate político, social y cultural, pero no por ello es una expresión de significado evidente. De ahí la necesidad de redefinir lo que pretende decirse con lo público. Como lo plantea Warner, las diferencias entre el público y un público parecen imperceptibles, las personas no siempre distinguen entre estas dos categorías: el público, en el sentido común, puede entenderse como un tipo de totalidad social. Pueden ser las personas organizadas como nación, la ciudad, el Estado o alguna otra comunidad222, en cada caso, con el público, se hace referencia a un ente abstracto bajo el cual se incluyen a todo el mundo. No obstante, un público puede caracterizarse por una audiencia concreta, con presencia en un espacio específico, por ejemplo, un público teatral. En otro sentido del término, el público existe en relación con los textos y su circulación.

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Ahora bien, un público puede ser comprendido como “un espacio discursivo organizado nada más que por el discurso mismo. Es autotélico; existe sólo como el fin para que los libros sean publicados”223, dirigidos a alguien para su circulación. En este sentido, un público comprende una dimensión teórica y otra de carácter empírico; en la práctica, un público aparece como el público, es decir, como una sola entidad. Sin embargo, puede existir una variedad de públicos entre la totalidad social, pues éstos conforman un tipo de audiencia concreta con una forma particular de organización independiente a la del aparato estatal, se auto-organizan (en el caso del público, éste no puede ser soberano con respecto al Estado); la función del público “en la esfera pública es posible porque éste es realmente un discurso público. La característica particular de un público es que es un espacio de discurso organizado por el discurso mismo”224, sólo a través del discurso –y no de estructuras externas– puede un público producir sentido de pertenencia. Así, “un público es entendido de diferentes formas un grupo, una audiencia u otro grupo que requiera una copresencia. La identidad personal no hace parte por ella misma de un público, difiere de naciones,

Michael Warner, Publics and Counterpublics, Boston: Zone Books, 2002, p. 65. Idem, p. 67. 224 Idem, p. 68. 222 223



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razas, profesiones”225, requiere una mínima participación. Algunos autores señalan que el vínculo cohesionador de un público es el interés común, un interés creado por la demanda del mercado. Esta idea “aparece para la base social del discurso público; pero la base en efecto es proyectada desde el mismo discurso público más que por un factor externo”226: los públicos existen sólo por sus destinatarios. Los públicos tienen que ser entendidos como formas culturales. La irrupción de los medios de comunicación impresos y electrónicos produce un cambio en su difusión, pues les permite extenderse a amplias esferas de la organización social, sin una orientación determinada; de esta forma, un público se convierte en una relación entre extraños, “la orientación a extraños implica una auto-organización a través del discurso … Un público puede ser en una forma pura una relación entre extraños, porque otras formas de organizaciones entre extraños –naciones, religiones, razas, gremios– tienen un contenido manifiesto. Ellos seleccionan los extraños por un criterio de territorio o identidad de sus miembros”227. La identificación de los extraños hace parte del imaginario social moderno. En la orientación del discurso público es importante la impersonalidad, a diferencia de los discursos en los que existe alguien interpelado como el sujeto del discurso, éste permite reconocernos y reconocer a otros extraños como destinatarios, tal como lo hacen los medios de comunicación. Sólo en virtud de su dirección y de algún grado de atención existen los públicos; esta última característica es fundamental, es la mejor forma de discriminar los miembros y los no miembros de un público. Si usted está leyendo o escuchando esto, hace parte del público de este escrito. Por tal razón se puede ser parte de diferentes públicos de manera simultánea, “el acto de atender al discurso basta para crear un público receptor”228: los públicos son entidades virtuales y no asociaciones voluntarias. Los públicos se caracterizan por “la auto-organización a través del discurso, su orientación a extraños, la ambigüedad entre lo impersonal y personal de sus receptores, miembros por mera atención”229. El discurso debe entenderse como un elemento dinámico, la argumentación, la respuesta y su retroalimentación hacen posible la circulación y movimiento de los públicos en diferentes direcciones. En dicha circulación juegan un papel fundamental elementos conocidos y desconocidos: “el elemento conocido, es decir, el destinatario, permite una escena de posibilidad práctica; el desconocido, genera una expectativa de transformación”230.

Idem, p. 71. Idem. 227 Idem, p. 75. 228 Idem, p. 88. 229 Idem, p. 89. 230 Idem, p. 91. 225 226

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos Los públicos se reconocen a través de un lenguaje ideológico particular, de un discurso, es decir, una serie de proposiciones agregadas; en este sentido, la opinión pública puede ser entendida como un agregado, donde las opiniones pueden mantenerse, transferirse y replantearse de manera indefinida. “Sin duda el desarrollo de cada uno de los lenguajes ideológicos ayuda a generar confianza en la extraña sociabilidad de la circulación pública”231. En la vida moderna, los públicos han adquirido una notable importancia, incluso se ubican por encima del nivel del Estado, “todos los públicos hacen parte de el público, su unidad también es ideológica, sin embargo hay otro tipo de públicos que se constituyen a partir de una relación conflictiva con el público dominante: estos son, según Nancy Fraser, los contrapúblicos, los cuales se distinguen “por un idioma especial para la realidad social. En el caso del feminismo, por ejemplo, aparecen palabras tales como ‘sexismo’ y ‘acoso sexual’. Este idioma puede ahora encontrase en cualquier lugar, pero para la década de los 20 fue un nuevo idioma”232. El estatus subordinado de un contrapúblico no refleja simplemente identidades formadas en otros espacios: son otras formas de identificarse, que ponen en evidencia las diferentes formas de imaginar la extraña sociabilidad y su reflexibilidad. En este orden, el discurso consensual tiene consecuencias desmovilizadoras en la sociedad civil. Frente a ello, la propuesta es no concebir el público como una entidad predefinida a la cual hay que conquistar, sino que el público se constituye de formas imprevisibles en la propia dinámica de construcción de los discursos, a través de sus heterogéneos modos de tráfico. El público está, así, en un proceso de movilidad permanente. Esto cuestiona las concepciones dominantes respecto a la producción y al consumo político-culturales, según las cuales esos roles son procesos cerrados y meramente reproductivos, y abre un espectro de alternativas de acción, en las que el público adquiere un papel activo que posibilita la aparición de articulaciones novedosas y formas de sociabilidad emergentes.

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De este modo, el público aparece como un proyecto, como el potencial de construir algo que todavía no existe y que puede superar limitaciones actuales.   Es justamente esta no preexistencia del público lo que permite pensar en la posibilidad de reconstrucción de una esfera pública crítica. Y es esa apertura lo que garantiza la existencia de una esfera pública democrática como espacio que no debe ser unitario para ser democrático, en la línea planteada por Chantal Mouffe.

Idem, p. 115. Idem, p. 119.

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Excurso. Élites, actores y estrategias

Como queda claro, la problemática de las élites tiene un lugar determinante al interior de los estudios políticos. La élite como categoría de análisis es relevante para entender la forma en que efectivamente funciona el poder en aspectos tan cruciales en una sociedad como la definición de políticas públicas, la estructuración de identidades, así como la producción de símbolos, valores y normas. Por tanto, su rol no se puede definir solamente en términos de la posición que ocupa dentro de la jerarquía social. La élite también debe entenderse desde una dimensión subjetiva que tenga presente los rasgos psicológicos y los imaginarios sociales de los miembros que la componen. Sus trayectorias de vida, su formación académica y sus cargos laborales, si bien son elementos pertinentes para el análisis de este actor, no son suficientes: es necesario tener presente una dimensión estructural para comprenderlos desde una perspectiva aún más compleja, en la medida que las estructuras y los sistemas sociales determinan las prácticas de las élites. Las élites son actores sociales con prácticas y normas informales claramente establecidas. A pesar de esto, no son un grupo altamente cohesionado: en la dinámica de las élites persiste cierto tipo de facciones que persiguen intereses particulares. Pese a este hecho, se puede afirmar que la élite tiene una identidad propia, gracias a la cual se construyen otras identidades y se institucionalizan ciertas formas de ver e interpretar el mundo, es decir, imaginarios sociales dominantes, que se articulan y definen a través de las esferas de lo público y lo privado. Ahora bien, las transformaciones sociales de las últimas décadas han obligado a la(s) élite(s) a redefinir su estrategia. El cambio del régimen de acumulación fordista por el postfordista desemboca en el diseño de un nuevo proyecto hegemónico de corte neoconservador/neoliberal que intenta adaptar el contexto global a los nuevos imperativos económicos, creando, además, nuevos discursos de subordinación que buscan preservar las relaciones de poder existentes233.

Actores y estrategias La élite como actor social relevante define la mayor parte de las situaciones sociales por medio de normas formales e informales que operan como David Harvey, “La transformación económico-política del capitalismo tardío del siglo XX”, en La Condición de la Posmodernidad, Buenos Aires, Amorrortu, 2004, pp. 141-222. 233

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos pautas de orientación de las acciones sociales. No obstante, la élite, como entidad conceptual –dado que siempre nos atenemos a élites o contraélites plurales– se orienta bajo sus propias estrategias. En este apartado intentaremos ahondar en las categorías de actor y estrategia, como elementos que coadyuvan a entender la de élite. Para autores como Irving Goffman, “toda persona vive en un mundo de encuentros sociales, que la compromete en contactos cara o cara o mediatizados con otros participantes”234. En los encuentros cara a cara “[…] pueden haber interacciones ‘no focalizadas’ o ‘focalizadas’, que se distinguen principalmente porque en la primera los participantes muestran una especie de falta de consciencia, mientras que en la segunda esta sí existe. […] En la interacción, los seres humanos están continuamente pendientes de sus acciones, a la vez que adoptan puntos de vista ajenos”235. El enfoque dramatúrgico desarrollado por Goffman analiza los encuentros por medio de analogías teatrales, de ahí que se lo conozca con ese nombre: “Desde el punto de vista de la acción dramatúrgica, entendemos una interacción social como un encuentro en que los participantes constituyen los unos para los otros un público visible y se representan mutuamente algo. Encounter y performance son los conceptos claves. La representación teatral que lleva a cabo una compañía teatral ante los ojos de terceros es simplemente un caso especial. Una representación vale para que el actor se presente ante los espectadores de un determinado modo; al dejar trasparecer algo de subjetividad, el actor busca ser visto y aceptado por el público de una determinada manera”236.

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La representación dramática se refiere a la forma en que el individuo, en las situaciones de su actividad cotidiana, se presenta a sí mismo a los otros, presenta su actividad a los otros, así como a las formas en que el individuo guía y controla la impresión que causa en los otros y a la clases de cosas que puede hacer o no puede hacer para mantener esa representación ante los otros237. Las personas en la multiplicidad de encuentros enmascaran unas partes de sí mismas y acentúan otras; las formas de vestir, de hablar y de gesticular Irving Goffman, “Sobre el Trabajo de la Cara” y “Alienación grupal e identidad del yo”, en Estigma, Buenos Aires, Amorrortu, 2006, pp. 126-147. 235 Patrick Baer, “El enigma de la vida cotidiana”, en La Teoría Social en el Siglo XX, Madrid: Alianza Editorial, 2001, p. 97. 236 Idem, p. 131. 237 Idem. 234

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están destinadas a manifestar y también ocultar quiénes somos. Goffman definió las actuaciones como “toda actividad individual que sirve para influir en ‘la audiencia’ que participa de ese encuentro. Estas actuaciones están gobernadas por unas reglas, en el sentido de que tienen que ver con códigos prácticos tácitos relativos al comportamiento apropiado”238. En la actuación se pueden distinguir dos tipos de frentes que sirven para que la audiencia contextualice el encuentro y defina la situación. El primero de ellos es el escenario, que “tiene que ver con los elementos contextuales que aporta el lugar y con los accesorios’ para que se produzca la acción, por ejemplo, el decorado”239. El otro frente es el personal, relacionado con los elementos que caracterizan al actor, entre ellos, el aspecto y la actitud, el primero de lo cuales “se refiere a la posición social del que actúa, pero también indica su ‘Estado ritual temporal’. Por ejemplo si está trabajando o está en su tiempo libre, o lo ocupado que se encuentra. La actitud indica qué papel pretende representar el actor en la interacción que se avecina”240. Todo individuo intenta construir una representación de lo que es, y busca que lo que haga y diga sea coherente. Sin embargo, el individuo actúa en muchos escenarios que se superponen y contradicen, de tal suerte que el escenario, el aspecto y la actitud muchas veces no resultan ser del todo coherentes. Las personas al interactuar dramatizan sus actividades para dar la impresión que están actuando correctamente. Las personas “suelen expresar los ‘valores sociales oficialmente acreditados’, una costumbre que resulta evidente en aquellos que aspiran a la forma de vida de los que están en un escalón social o económico superior”241. En el caso de los equipos, Goffman los define como “[…] grupos de personas que cooperan con el fin de mantener una determinada definición de una situación. Los equipos tienen ciertas características en común. Se basan en la lealtad y competencia de cada uno de sus individuos, ya que si uno falla puede poner en peligro a todos. Goffman también introduce el factor espacial en el análisis y, de este modo, el concepto de región hace referencia a cualquier lugar que indique la barrera entre lo que es visible para la audiencia y lo que no lo es“242. Las actuaciones ocurren en la región frontal. La región trasera proporciona los medios para que la frontal tenga un escape emocional. Goffman Idem, p. 97. Idem, p. 98. 240 Idem, p. 98. 241 Idem, p. 98. 242 Idem, p. 99. 238 239

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos introduce el concepto de “manejo de la impresión” para sintetizar estos mecanismos. Los individuos tienden a controlar por ciertos mecanismos la forma en que los perciben los demás. Antes que nada, hay prácticas y atributos defensivos”, entre los se incluyen, por ejemplo, “la lealtad dramatúrgica”, que supone que los miembros de un equipo tienen que ser capaces de confiar los unos en los otros. En segundo lugar están las prácticas protectoras, en las que, mediante la discreción, es la propia audiencia la que ayuda a los que actúan a que salven su espectáculo. Las interacciones también están gobernadas por distintos tipo de normas: • simétricas, que entrañan expectativas reciprocas, contrario a las normas asimétricas; • reguladoras, que dan a las personas directrices referidas a la conducta en determinadas circunstancias, mientras que las constitutivas aportan el contexto en que se pueden aplicar las reguladoras; • ceremoniales, que se dirigen hacia la conducta en cuestiones que, en el mejor de los casos, tienen una importancia secundaria por sí mismas. Estas normas son cruciales para mantener los sentimientos de seguridad y confianza en la sociedad. No obstante los individuos actúan de acuerdo a la conveniencia situacional y a las normas sociales, factores que condicionan la dramatización del actor. Desde la perspectiva de la acción estratégica, el individuo se comprende como un agente maximizador de recursos; guiada por la razón instrumental, la acción se orienta al éxito individual. Para autores como Habermas, el uso instrumental o estratégico del lenguaje son derivaciones del uso original del lenguaje orientado al entendimiento, la acción estratégica es un ampliación del concepto de acción teleológica, en el que “[…] el actor realiza un fin o hace que se produzca el Estado de cosas deseado, eligiendo en una situación dada los medios más congruentes y aplicándolos de una manera adecuada. El concepto central es el de una decisión entre alternativas de acción, enderezada a la realización de un propósito, dirigida por máximas y apoyada en una interpretación de la situación. La acción teleológica se amplía y convierte en acción estratégica cuando en el cálculo que el agente hace de su éxito interviene la expectativa de decisiones de a los menos otro agente que también actúa con vistas a la realización de sus propios propósitos. Este modelo de acción es interpretado a menudo en términos utilitaristas; entonces se supone que el actor elige y calcula medios y fines desde el punto de vista de la maximización de utilidad o de expectativas de utilidad”243.

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Jürgen Habermas, Teoría de la Acción Comunicativa, Madrid: Taurus, 1987, p. 122.

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La acción estratégica está orientada a la realización de un propósito, “el actor se propone fines en una situación dada, para cuya realización elige y aplica los medios que le parecen más adecuados. Parsons define el ‘fin’ como un Estado de cosas futuras que el actor trata de producir”244. La selección del fin se hace atendiendo a normas y valores, en tanto que los fines se basan en máximas, en Parsons “la acción es representada como un proceso de consecución de fines, en que nos atenemos a estándares normativos”245. La acción estratégica para Habermas es, por tanto, una acción orientada por un cálculo maximizador utilidad. Este tipo de acción es propia del sistema “ámbito social constituido por una serie de mecanismos anónimos de una lógica propia que, en las sociedades avanzadas han cristalizado en dos subsistemas sociales regidos por reglas estratégicas y medios materiales o técnicos: el subsistema administrativo y subsistema económico”246. El sistema se contrapone al mundo de la vida: “[…] mediante este concepto, que es adoptado por Habermas de la tradición fenomenológica iniciada por Husserl, se hace referencia al entorno inmediato del agente individual, un entorno simbólico y cultural configurado por aquella capa profunda de evidencias, certezas y realidades que habitualmente no son puestas en cuestión. Gracias a este horizonte, los actores pueden actuar de modo comunicativo […] Los presupuestos que conforman este ámbito son, antes que nada, las propias reglas de los juegos del lenguaje y determinados enunciados con los que todo el mundo está de acuerdo”247. El mundo de la vida es el mundo del conocimiento inmediato, en el que se hace posible la acción comunicativa. Es decir, “[…] el uso original del lenguaje para Habermas está orientado al entendimiento entre las partes que participan en el proceso comunicativo; al servirse del lenguaje, el individuo participa necesariamente de la perspectiva social y sale así ‘de la lógica egocéntrica’. Los otros usos del lenguaje como el instrumental o el estratégico, son parasitarios del uso orientado al entendimiento”248. Ahora bien, la categoría estrategia, tal como lo menciona Foucault, puede ser empleada en tres formas: Idem, p. 291. Idem, p. 292. 246 Juan Carlos Velasco, Para Leer a Habermas, Madrid: Alianza editorial, 2003, p. 48. 247 Idem, p. 47. 248 Idem, p. 39. 244 245

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos “La palabra estrategia es empleada en tres formas. Primero: para los medios empleados para alcanzar un cierto fin; es una cuestión de racionalidad funcionando para llegar a un objetivo. Segundo: para designar la manera como un partícipe, en un cierto juego, actúa con respecto a lo que piensa sería la acción de los otros y lo que considera que sería la acción de los otros y lo que considera que los otros piensan sería la suya; esta es la forma en que se busca tener ventaja sobre otros. Tercero: para designar procedimientos usados en una situación de confrontación para despojar al adversario de sus medios de combate y obligarlo a que se rinda en la lucha. La estrategia es definida por la escogencia de soluciones triunfadoras”249. Para Foucault, el poder puede ser comprendido como una situación estratégica compleja con redes asimétricas y heterogéneas, en las que los sujetos tienen múltiples identidades. Por tanto, las redes de poder son policéntricas, surgen de diferentes núcleos relacionales, en los que los sujetos ocupan posiciones diferenciadas y sus estrategias son definidas de acuerdo a la situación. No obstante, “cada estrategia de confrontación sueña con llegar a ser una relación de poder y cada relación de poder se inclina hacia la idea de que, si sigue su propia línea de desarrollo y se las tiene que ver con una confrontación directa, puede convertirse en la estrategia victoriosa”250. La acción estratégica, por tanto, es definida por el actor de acuerdo con propósitos utilitaristas. El individuo busca que sus estrategias sean las dominantes para obtener el más alto grado de éxito individual. Sin embargo, las personas no actúan solamente bajo la racionalidad instrumental; actúan más de lo previsto en la consecución de bienes colectivos que redunden en una integración social.

Dinámicas simbólicas y ciudadanía

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Para Landi, uno de los dispositivos centrales de las actuales sociedades es el mercado, el cual disciplina y resocializa a los individuos, lo que genera un nuevo sentido de penetrar en la sociedad para realizar el necesario “cambio de mentalidad” de los individuos, rebautizando a los hombres, resignificando sus identidades anteriores251. La identificación es un proceso por medio del cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de éste. Michel Foucault, El Sujeto y el Poder, Bogotá: Ediciones Carpe Diem, 1991, p. 99. Idem, p. 101. 251 Oscar Landi, “Sobre lenguajes, identidades y ciudadanías políticas”, en Norbert Lechner, Estado y Política en América Latina, México: Siglo XXI, 1981, pp. 172-198. 249 250



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Cuando el individuo se introduce en el orden social y familiar, realiza un complejo trayecto en el que se va individualizando a través de una serie de identificaciones. En últimas, este proceso deriva en la alienación del individuo, en el lenguaje en el que queda incluido y determinado: lo simbólico tiene un orden propio que rige la producción del sentido, y el individuo adquiere sus identificaciones normativas según el buen orden que prescriben los discursos sobre la sociedad252. Adicionalmente, los movimientos sociales, entendidos como sistemas de acción compuestos y diversos en construcción, no encuentran formas de expresión en el sistema político, problema particularmente agudo en los recientes procesos de revalorización de la democracia y de apertura política. Siendo así, la legitimidad conferida al sistema político por los movimientos sociales está en cuestión y de ello derivan dificultades extremas en lograr mecanismos de regulación, comunicación y transmisión de las demandas de la sociedad al sistema político, habida cuenta de este clima de desconfianza entre partidos, Estado y movimientos sociales253. La posibilidad de llegar a un sistema de acción histórica (con renovada capacidad de producir transformaciones en la sociedad) requiere fundamentalmente que existan en el plano de estos imaginarios colectivos de los movimientos sociales posibilidades de articulación simbólico-cultural que puedan derivar en integraciones políticas concretas. No sabemos si los valores que los miembros de los movimientos sociales gestan en ellos se traducen plenamente en formas de acción colectiva coherente respecto de los mismos254.

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Idem, pp. 183-184. Fernando Calderón y Mario Dos Santos, “Movimientos sociales y gestación de cultura política. Pautas de interrogación”, en Cultura Política y Democratización, Buenos Aires: CLACSO, 1987, p. 192. 254 Idem, pp. 195-196. 252 253

Conclusión

Como se planteó en un principio, este escrito busca demarcar epistemológicamente, en lo posible a partir de una reconstrucción histórico-estructural de la categoría, los linderos desde los cuales puede ser utilizado el concepto de “élites” como unidad de análisis e interpretación teórica de los fenómenos políticos. En el primer apartado, el escrito presentó los planteamientos de Pareto y Mosca y su debate con Marx en torno al carácter, alcance y justificación o no de la dominación de las élites, para, enseguida, adentrarse en lo que sería el aporte de la sociología comprensiva de Weber y la sociología del conocimiento de Mannheim y sus categorías de clase dirigente e intelligentsia, desde perspectivas fundamentadas sociológicamente y, en el caso del segundo, particularmente críticas, alimentada esta última del instrumental marxista sobre la ideología. Ese primer apartado se cerró con la exposición de la segunda generación de la teoría de las élites, en el que se presentaron los aportes de Mills, Schumpeter y Bottomore y sus respectivas visiones sobre el particular, quedando claras no solamente la tradición y permanencia de la categoría, sino su versatilidad en la interpretación de las dinámicas políticas. El segundo apartado abordó dos aproximaciones bastante representativas del pensamiento liberal, las de Raymond Aron y Robert Dahl, para quienes el poder no está tan concentrado como la teoría elitista quiere mostrar, sino que existe una pluralidad de grupos influyentes y de élites sociales, cada uno de los cuales ejerce su influencia en determinados sectores específicos, pese a que, como en el caso de Dahl, todos los procedimientos democráticos sólo tienen plausibilidad cuando una élite ilustrada sustituye al “pueblo” por su conocimiento y manejo adecuado del conjunto de las instituciones democráticas. E, igualmente, en la misma dirección, analizamos la posición de Sartori quien, con su teoría decisional de la democracia, consagró el manejo elitista como el medio más efectivo para la funcionalidad de un sistema democrático. En uno y en otro, el “gobierno del pueblo” deviene “gobierno para el pueblo” pero sin el pueblo; en unos casos, por la diseminación del poder en una pluralidad de perspectivas político-institucionales y, en otros, por la complejidad de los sistemas sociales que sólo determinadas minorías tecnocráticas pueden manejar adecuadamente. El tercer apartado se orientó a exponer la reflexión del pensamiento francés estructuralista-postestructuralista sobre el poder, el cual inaugura

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos una nueva unidad de análisis de la teoría y la ciencia política, superando la concepción monolítica que reducía el poder al Estado y poniendo de presente la red de vectores que el éste supone, tanto a nivel micro como macrosocial. Es ésta una concepción que, si bien no es un tratamiento específico de las élites, permite explicitar una tensión que recorre su planteamiento: en un polo, la existencia de “élites” que encarnan el poder en multiplicad de situaciones políticas y sociales y, en el otro, la confrontación permanente de varias minorías que ejercen sobre el poder estrategias de resistencia espontáneas y variadas. Sin embargo, el discurso estructuralista-postestructuralista cae en un desconocimiento de los mecanismos específicos de dominación ejercidos por las élites en el poder: el trabajo de Poulantzas permitió articular la dimensión del poder con la del Estado y de éstos con las clases sociales que detentan el poder a través, precisamente, del Estado. La categoría de bloque en el poder constituyó un paso adelante en la reflexión sobre las élites, en la medida que permitió comprender como el bloque en el poder se articula a través de la dominación de una fracción hegemónica y como esa fracción hegemónica se articula a través de élites burocráticas al interior del Estado. En el cuarto apartado, el concepto de intelectual orgánico de Gramsci permitió comprender al militante político o a las células, en tanto “minorías actuantes” e instrumentos de estrategias hegemónicas o contrahegemónicas de dominación o resistencia/confrontación en una sociedad y en un momento dado, en la perspectiva de lograr un consenso histórico que consolide o se oponga a un orden social determinado. El “nuevo príncipe” colectivo, singularizado en el “intelectual orgánico” del partido articulado a las minorías actuantes de las células, representa, en uno u otro caso, de uno y otro lado, a las élites (nuevas o antiguas) llamadas a dirigir los procesos políticos que consoliden un consenso hegemónico o lideren el proyecto de un consenso contrahegemónico.

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La crítica de Laclau y Mouffe al concepto de hegemonía de Gramsci sirve como puente para su planteamiento de una democracia radical, que, en lo fundamental y en cuanto a la teoría de las élites se refiere, permitió comprender los nuevos contextos en que las hegemonías y contrahegemonías se plantean y, a través de ello, las estrategias que un proyecto contrahegemónico de izquierda debe contemplar, en particular, en lo que tiene que ver con el reconocimiento de la pluralidad de subjetividades políticas que tienen que empezar a ser reconocidas en un propósito de esta índole. Pero la democracia radical tiene una segunda lectura en la tercera generación de la Escuela de Frankfurt. Desbordando la visión bastante pragmática de Habermas y su modelo de una democracia radical



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“sistémica”, Wellmer y, en especial, Dubiel, emprenden la tarea de denunciar el carácter elitista que la democracia asume a partir de los setenta en el marco del proyecto neoconservador de democracia restringida, defendido por Schumpeter y Huntington y que, más tarde, inspira todo el hegemon neoliberal liderado y globalizado por el Consenso de Washington. La democracia radical se yergue como la contraparte de una teoría de las élites, en cuanto el lugar del poder es y debe ser un lugar vacío que sólo una eticidad democrática, entendida como el conjunto de procedimientos democráticos, formales e informales, a los que tienen derecho y acceso efectivo todos los sujetos colectivos de una sociedad, puede legítimamente llenar, como lo sostiene Wellmer. El quinto apartado abordó la teoría de la cultura de la primera Escuela de Frankfurt, tanto en la primera versión que conciben Horkheimer y Adorno, como en la segunda, en la que Adorno señala las severas consecuencias que a nivel de la cultura política tienen los dispositivos de dominación que en el capitalismo tardío se articulan políticamente a través de los medios de comunicación y los procesos de formación de opinión pública. Si bien, como dijimos, pudo parecer que este tema constituía un desvío de la cuestión de las élites, la intención estratégica de su introducción era explicitar el grado de penetración que estos procesos de ideologización/ alienación generan en el mundo de la vida. En efecto, cuando aunamos esto al manejo que, en el marco de democracias restringidas, le dan las élites tecnocráticas (económicas, políticas o culturales) a la concepción de estrategias sociales e institucionales de dominación y observamos como ello entronca, a través de los medios de comunicación masivos, en el usufructo de la opinión pública, podemos comprender las implicaciones que a nivel de la cotidianidad de las comunidades tiene una teoría de las élites. Este camino ambientó una segunda dimensión de la cotidianidad a través del estudio de De Certeau que nos permitió explorar los complejos dominios de la cotidianidad, la dinámica espacio-temporal de las resistencias, las prácticas sutiles donde se cuece lenta pero inexorablemente la contrahegemonía, como también se consolidan las destrezas hegemónicas. Este desvío nos acercó al punto que queríamos destacar sobre el hecho de que las prácticas de las élites no se dan al margen del mundo de la vida, sino en el corazón mismo de está, en la cotidianidad que le da vida a la economía, a la política, a la sociedad en su conjunto. Es en ese primer piso del mundo de la vida, en la base misma que sostiene toda la pirámide social, donde se trenzan las dinámicas hegemónicas y contrahegemónicas de élites y minorías.

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos Allí es donde la élite se constituye –como una suerte de estructura estructurante, o, mejor, con Luhmann, de proceso procesalizador que se articula no solo a través de fases macropolíticas o macroeconómicas y sociales, sino al nivel micropolítico de la cotidianidad y los contextos mundovitales– en un actor fundamental de las relaciones sociales de poder. El sexto apartado nos condujo a la consideración de la cotidianidad como un campo social en tensión, donde se da un conflicto de paradigmas, de concepciones de mundo en pugna, precisamente encarnadas en sujetos sociales diversos, en minorías, en élites. La categoría de habitus permitió acercarse a esta idea y mostrar la cotidianidad como un campo en tracción, atravesado por placas y vectores sociales y políticos en competencia, articulados a subjetividades y sujetos colectivos concretos. La categoría de habitus, complementada con la de imaginarios sociales, permitió, además, comprender los términos de la identificación subjetiva con el entorno local y global, revelándose como una importante fuente de producción de símbolos, prácticas y valores, gracias a los cuales se representan y orientan las estrategias de los sujetos sociales y, en su marco, de las élites. Pero el papel de las élites no puede ser reducido a un maniqueísmo esencialista. La categoría de imaginarios posibilitó percibir las concepciones de mundo que éstas pueden encarnar y defender en un momento histórico y/o social determinado y que ofrecen la oportunidad de dar cuenta del rol progresista o no de su proyección política.

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Empero, se hizo claro que la categoría de imaginarios no alcanzó a captar la dimensión vital que supone e implica encarnar una perspectiva determinada frente a la sociedad y el mundo. La categoría de identidades buscó revelar esta dimensión en la medida en que su estructuración se desarrolla en el marco de los procesos de formación y voluntad de opinión pública, convirtiéndose a través de ello en una importante fuente de poder que le permite a la(s) élite(s) que detenta(n) el poder, o a las que la(s) confronta(n), reproducir o desafiar, desde una perspectiva política determinada, el imaginario social y la identidad política que representan. Porque, en efecto, es, en últimas, a través del Estado democrático de derecho que las élites tienen el espacio apropiado para plantear, transmitir e imponer social y políticamente sus imaginarios e identidades respectivas, en el marco de esa confrontación de habitus que es un campo social en general. El séptimo apartado abordó el estudio de Habermas sobre la opinión pública, el cual nos dio la oportunidad de puntualizar la delimitación conceptual de esta decisiva categoría. La precisión habermasiana sobre la



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“esfera de la opinión pública” permite demarcarla como un campo social determinado e introducir un concepto trascendental que no había sido abordado: el de la desobediencia civil como un elemento dinamizador del conflicto y constitutivo de esa esfera de la opinión pública, por medio de la cual las minorías afectadas pueden oponerse, legítimamente, a las imposiciones de un bloque en el poder y de las élites que lo orientan. Quisimos aquí complementar la lectura habermasiana con la interpretación de Nancy Fraser, que muestra la lógica dual que una estrategia postsocialista encarna y que necesariamente debe combinar la reivindicación socialista por la redistribución y no sólo la liberal por el reconocimiento. El multiculturalismo ha devenido el discurso ideológico de las élites dominantes que les permite obviar el problema de la desigualdad social. La confrontación entre élites hegemónicas y élites contrahegemónicas gira en torno a esta distinción estratégica. Pero se hacía necesario fundamentar esta sugerencia de élites hegemónicas y élites contrahegemónicas. La categoría de Michael Warner de públicos y contrapúblicos nos da la posibilidad de bosquejar la relación y comprender el espacio de la esfera pública como un espacio no de públicos en pos de identidades y programas de reconocimiento –reivindicación meramente liberal–, sino, precisamente, como un campo de confrontación entre posiciones hegemónicas y contrahegemónicas encarnadas por élites y contraélites. Con ello creemos que la hipótesis de trabajo inicialmente planteada ha quedado suficientemente ilustrada en los siguientes términos: La demarcación epistemológica de la categoría de élites, que permite fundamentarla como unidad de análisis e interpretación teórica de los fenómenos políticos, requiere la reconstrucción histórica de su trayectoria para demostrar su tradición y versatilidad en la interpretación de las dinámicas políticas. Ello posibilita advertir el paso de la interpretación inicial de la élite, como una pluralidad de grupos influyentes, a la noción de élite ilustrada que sustituye al pueblo a través de los procedimientos democráticos, así como, más tarde, el tránsito a la versátil noción de poder del postestructuralismo, cuyo desconocimiento de los mecanismos específicos de dominación ejercidos por las élites dominantes sólo logra ser superado por la categoría de bloque en el poder, que facilita percibir los mecanismos por los cuales la(s) élite(s) se articula(n) a través de fracción(es) hegemónica(s) que cohesiona(n) al conjunto de las élites políticas, económicas y burocráticas dominantes a través del Estado. Esto viabiliza entender las estrategias hegemónicas que las élites vehiculizan y que garantizan su penetración en el mundo de la vida, concibiendo, en el marco de la democracia liberal, estrategias sociales e institucionales de dominación, que usufructúan, a través

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La Categoría de Élite en los Estudios Políticos de los medios de comunicación masivos, los procesos de voluntad y formación de opinión pública. Lo anterior revela a la cotidianidad como un campo social en tensión en el que se da un conflicto de imaginarios e identidades socio-políticas en pugna, encarnado en sujetos sociales diversos, en minorías y en élites. El conflicto allana la comprensión de los complejos dominios cotidianos en que se proyectan las maniobras de dominación de las élites, así como la dinámica espacio-temporal de la desobediencia civil y las resistencias contestatarias, en la que se trenzan las estrategias hegemónicas y contrahegemónicas en la base misma que sostiene toda la pirámide social. De esa manera, se vislumbra el espacio de la esfera pública como un ámbito, no de públicos o contrapúblicos en pos de identidades y programas de reconocimiento, sino como un campo de confrontación entre posiciones hegemónicas y contrahegemónicas encarnadas por élites y contraélites sociales y políticas.

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