April 27, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
Descripción: LA AVENTURA IGNACIANA. Experimentar Los Ejercicios de San Ignacio en La Vida Diaria - KEVIN O'BR...
KEVIN O’BRIEN, SJ
La aventura ignaciana Experimentar los Ejercicios Espirituales de san Ignacio en la vida diaria
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Título original: The Ignatian Adventure. Experiencing the Spiritual Exercises of Saint Ignatius in Daily Life © 2011 Kevin O’Brien,
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Publicado en lengua española en virtud de un acuerdo con Loyola Press 3441 N. Ashland Avenue Chicago, Illinois 60657, USA www.loyolapress.com Traducción: Milton Elliot Jensen © Ediciones Mensajero, 2017 Grupo de Comunicación Loyola C. Padre Lojendio, 2 48008 Bilbao – España Tfno.: +34 944 470 358 / Fax: +34 944 472 630
[email protected] / www.gcloyola.com Diseño de cubierta: Vicente Aznar Mengual,
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Edición Digital ISBN: 978-84-271-3958-9
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Una manera única de hacer los Ejercicios Espirituales, de san Ignacio de Loyola, en la vida diaria. Recurso ideal para directores espirituales, pero su estilo sencillo y campechano también lo convierte en un libro perfecto para cualquier persona que busque una mayor comprensión de la espiritualidad ignaciana o una vida de oración más profunda.
KEVIN O’BRIEN, SJ, era abogado y se hizo jesuita hace más de veinte años. Ha vivido en la India, México y Bolivia; ha trabajado como profesor de enseñanza media y superior, y también como capellán en un centro de detención de inmigrantes. Acompaña regularmente Ejercicios espirituales, tanto para jóvenes como para mayores. En la actualidad es vicepresidente de Misión y Ministerio en la Universidad de Georgetown.
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Índice Portada Créditos Comenzar El viaje de Ignacio de Loyola El joven caballero El peregrino El alumno El fundador La aventura ignaciana Los Ejercicios Espirituales Los movimientos de los Ejercicios Discernimiento Senderos distintos, un mismo viaje Modos de hacer los Ejercicios Cómo se puede utilizar este libro Prepararse para la aventura Recógete Reza pidiendo la gracia Haz la oración Cierra tu oración Repasa la oración Nota para los directores espirituales y los directores de retiros Comienza la aventura: Al encuentro del amor incondicional, creativo y atrayente de Dios Semana de oración 1: El amor incondicional de Dios por mí † El «Prosupuesto» de los Ejercicios Espirituales Semana de oración 2: La creación perpetua de Dios Semana de oración 3: La intimidad de la oración † Las distracciones en la oración † Imágenes de Dios Semana de oración 4: La invitación de Dios a mayor libertad † La repetición ignaciana Semana de oración 5: El Principio y Fundamento † Principio y Fundamento (versión original) † Principio y Fundamento (versión contemporánea)[10] Semana de oración 6: Dios me llama † La oración ignaciana de la conciencia: el Examen 1. Reza pidiendo la ayuda de Dios 6
2. Da gracias por los dones de este día 3. Reza sobre los sentimientos significativos que afloran mientras revisas el día 4. Alégrate y pide perdón 5. Mira al mañana La «Primera Semana»: Experimentar la ilimitada misericordia de Dios Semana de oración 7: La realidad del pecado † El coloquio Semana de oración 8: Mi propia historia de pecado y gracia Semana de oración 9: Las causas y las consecuencias del pecado † La experiencia del aburrimiento o de la aridez en la oración Semana de oración 10: El amor misericordioso de Dios por mí † Introducción al discernimiento de espíritus La «Segunda Semana»: Acompañar a Jesucristo en misión Semana de oración 11: La Contemplación de la Encarnación † Ligeros recordatorios Antes de tu oración Durante tu oración Después de tu oración Semana de oración 12: El nacimiento de Jesús † La contemplación ignaciana: la oración imaginativa Semana de oración 13: La infancia de Jesús † Reglas para el discernimiento de espíritus: cómo obran el espíritu bueno y el espíritu malo Semana de oración 14: La vida oculta de Jesús † Reglas para el discernimiento de espíritus: guardar las gracias de consolación Semana de oración 15: La llamada de Cristo, nuestro rey † La pobreza de espíritu Semana de oración 16: Comienza el ministerio público de Jesús † Reglas para el discernimiento de espíritus: hacer frente a la desolación espiritual Semana de oración 17: Meditación de dos banderas Semana de oración 18: La llamada y el precio del discipulado † Reglas para el discernimiento de espíritus: razones por las que experimentamos la desolación Semana de oración 19: Tres maneras de amar Semana de oración 20: El ministerio público de Jesús † Reglas para el discernimiento de espíritus: tres metáforas de cómo actúa el enemigo en nuestras vidas El enemigo se porta como un niño mimado El enemigo obra como un falso amante que usa a otra persona para sus 7
propios fines El enemigo actúa como un jefe militar que persiguiendo sin tregua un objetivo en la batalla Semana de oración 21: El reino de Dios Semana de oración 22: Jesús como ser humano y como ser divino † La Elección: Ejercicios Espirituales 169-189 La «Tercera Semana»: Estar con Jesús en su sufrimiento y saborear la gracia de la compasión Semana de oración 23: El camino del Calvario † Reglas para el discernimiento de espíritus: distinguir entre la consolación espiritual auténtica y la falsa Semana de oración 24: El arresto de Jesús † Reglas para el discernimiento de espíritus: descubrir la falsa consolación espiritual Semana de oración 25: El sufrimiento y la muerte de Jesús Semana de oración 26: El misterio pascual La «Cuarta Semana»: Experimentar el gozo y compartir la consolación del Señor resucitado Semana de oración 27: La resurrección de Jesucristo Semana de oración 28: La vida resucitada Semana de oración 29: Contemplación del amor de Dios Semana de oración 30: La vida en el Espíritu Semana de oración 31: Recoger las gracias Semana de oración 32: Mirando hacia delante con esperanza Una aventura que continúa Vivir los Ejercicios Espirituales Con gratitud Agradecimientos Recursos espirituales para el viaje de la fe Oración en general y modo de orar Ejercicios Espirituales en general Los jesuitas y su historia Guías y ejercicios de oración Lectura espiritual Notas
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Para mamá, papá, Cathy y Andy y para mi familia de la Compañía de Jesús.
Ad majorem Dei gloriam «A mayor gloria de Dios»
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Comenzar Toda aventura tiene un comienzo. A menudo las grandes aventuras tienen los comienzos más inesperados. Para mí, la aventura que me llevaría a ser jesuita y a escribir esta guía de oración empezó un caluroso día junto a un juzgado del sur de Florida, en compañía de una mujer judía de ochenta años de Brooklyn. Yo era un abogado principiante que trabajaba en un gran caso de testamentaría relacionado con una trágica historia familiar y muchos terrenos en el condado de Palm Beach. Había mucho en juego, y los hechos afectaban muy personalmente a mi cliente, Miriam. Ella era sumamente bondadosa y cortés. En esta etapa de su vida, el último sitio donde querría estar, implicada en una prolongada disputa sobre un testamento, era un juzgado. Pero sabía que eso era lo que tenía que hacer por el hombre al que había amado, cuyo testamento intentábamos defender. Como socio menor, mi trabajo consistía principalmente en atender a las necesidades personales del cliente. Durante las vistas del juzgado en las que se refería algo de la dolorosa historia familiar, a veces Miriam salía de la sala y yo iba con ella. Me contaba cosas de su amado y de su juventud en Brooklyn. Compartía conmigo sus esperanzas para el futuro. Un día, mientras paseábamos alrededor del juzgado, con el sol pegando con fuerza, caí en la cuenta: prefería estar fuera hablando con Miriam que en el juzgado. No hubo ninguna luz cegadora ni un rayo del cielo; solo una intuición que penetró hasta el meollo del asunto. El pensamiento no era nuevo del todo. Había ido a la facultad de Derecho no con la intención de practicar la abogacía, sino para establecer los cimientos de una carrera política. Desde temprana edad, mi familia y mi fe me habían enseñado que, hiciera lo que hiciera en la vida, tenía que devolver a la comunidad lo que había recibido de ella. La verdad evangélica se convirtió en una parte de mí; de aquel a quien mucho se ha dado, mucho se espera. Había mucha ambición juvenil enredada en esta noble ambición. Es cierto que la función pública alimentaba mi ego y mi deseo de poder y prestigio. Pero Dios trabaja con nuestras motivaciones combinadas y refina las ambiciones que están demasiado centradas en uno mismo.
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Por lo tanto, sabía que no me dedicaría a la abogacía durante mucho tiempo. Lo que no sabía entonces era que mi modo de servir y devolver lo recibido sería el sacerdocio como jesuita, no la función pública. Criado en una familia católica irlandesa, con doce años de educación católica a mis espaldas, algunas veces había pensado en ser sacerdote; cuando más en serio lo pensé fue en Georgetown, donde fui a la universidad. Pero entonces mi interés por los jesuitas tenía más que ver con mi estima por los jesuitas que allí había conocido que con una sensación personal de vocación. En resumen, anteriormente habían sido sembradas en mi vida muchas semillas; solo necesitaban un riego adecuado. Aquel día con Miriam fuera del juzgado fue un momento en el que mi Dios paciente y suavemente persistente irrumpió en mi pensamiento embarullado y atrajo claramente mi atención. Lo que hizo esa intuición fue incitar una intensa revisión interior. Necesitaba prestar atención y averiguar lo que realmente quería hacer con mi vida, cosa normal entre los jóvenes de veintiséis años, como lo era yo entonces. Hablé más explícitamente con los amigos y mentores que me conocían bien; empecé a rezar con más regularidad, invitando a Dios a la conversación sobre lo que debería hacer con mi vida. Los pensamientos de hacerme sacerdote reaparecieron con naturalidad. El abogado que tenía dentro quería resolverlo con rapidez e ir al grano. Por eso me acerqué a una directora espiritual experimentada y afirmé llanamente (y con algo de arrogancia): «Me gustaría que me ayudara a averiguar si debo ser sacerdote jesuita». Astutamente, ella me puso en mi lugar, diciéndome con su acento irlandés: «Bien, por ahora apartemos esa pregunta. Dime, ¿quién es Dios para ti?». Me faltaban palabras. Pasamos cerca de un año intentando encontrar una respuesta a aquella pregunta inicial y crucial. Dios tiene su manera de llamar nuestra atención y de enviarnos las personas adecuadas en los momentos adecuados. El problema es que a menudo no nos damos cuenta de ello cuando sucede. Afortunadamente, yo estaba captando las pistas de Dios. Por la misma época de mi afortunada conversación con Miriam, hablé con la directora de nuestro instituto católico local, que había sido el mío: el Cardinal Newman High School, en West Palm Beach. Una tarde, después de una reunión del comité de consejeros, Colleen, que me había conocido de alumno unos años antes, me preguntó: «¿Alguna vez has pensado en la enseñanza?». La verdad es que a lo largo de los años sí había pensado 11
en enseñar, habiendo sido tutor en la universidad y profesor ayudante en la facultad de Derecho. Pero mi respuesta inicial fue la esperada: «Gracias, eres muy amable, pero estoy empezando a trabajar de abogado y construyendo esa carrera política, y…». Junto con la intuición que tuve fuera del juzgado, la pregunta de Colleen me seguía intrigando. En cuestión de unas pocas semanas, acepté su oferta. Cuando pensaba en la enseñanza, experimentaba una honda satisfacción, y en mi imaginación se removía toda clase de posibilidades. La práctica de la abogacía, aunque fuera una profesión buena y noble, no suscitaba los mismos deseos audaces y profundos. Los socios de mi bufete propusieron: «Coge un año de baja y te guardaremos un sitio». Algunos pensaban que volvería. Los que mejor me conocían se dieron cuenta de que yo estaba empezando otra aventura que me alejaría del ejercicio de la abogacía. Durante tres años, enseñé Historia, Ciencias Políticas, Economía y Religión en el Cardinal Newman. Entrené al equipo de fútbol femenino. Establecí un programa de retiros. Me encantó. Encontré en el trabajo una pasión y un gozo que no había experimentado en ningún otro sitio. Me sentía vivo, y las personas de mi entorno lo veían. El ambiente del instituto era un terreno fértil para mi discernimiento de la vocación al sacerdocio. Mi trabajo y mis alumnos me ayudaron a advertir mi vocación sacerdotal, y la manera más natural de vivir ese sacerdocio era ser jesuita. Los jesuitas que yo había conocido eran hombres de talento, enérgicos, inteligentes, graciosos y comprometidos. Vivían unas vidas llenas de alegría. Predicaban, enseñaban y discutían las ideas más elevadas e inspiradoras, pero también vivían con los pies firmemente plantados en el suelo. Practicaban una espiritualidad profundamente arraigada en el mundo, que descubría a Dios en todas las cosas, iba al encuentro de las personas en su propio ambiente y respondía a las necesidades más acuciantes de nuestro tiempo. Se consagraban a una fe que hace justicia, cuidando y defendiendo a las personas más vulnerables de nuestro mundo. No vacilaban en ir a las fronteras donde la Iglesia se encuentra con el mundo y el mundo se encuentra con la Iglesia, introduciendo el Evangelio en nuevas conversaciones y ambientes en diversas culturas y religiones. Los jesuitas eran hombres de pasión. Me prometían una vida de aventura y no solamente de tipo geográfico (en efecto, he cambiado mucho de sitio), sino una que me llevaría al destino más importante de todos: al corazón de Dios, que llena el corazón de
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todo el mundo. Mi guía en esta gran aventura han sido los Ejercicios Espirituales de san Ignacio, y de ellos trata el presente libro. El genio y la belleza de los Ejercicios es que aprendemos a entretejer la narrativa de nuestra propia vida y el relato de la vida de Jesucristo de tal manera que ambos se vuelven más vivos e interconectados. Los Ejercicios Espirituales me han ayudado a ser más consciente de que Dios me ha guiado en el pasado, de que Dios obra en mi vida en el presente y me llama al futuro. Esto lo consiguen los Ejercicios ayudándome a liberarme de todo el desorden interior que impide alcanzar esa conciencia dichosa. Hay otra historia que anima los Ejercicios pero que nunca obstaculiza el encuentro, más importante, entre la persona y Jesucristo. Es la historia de Ignacio de Loyola, quien nos servirá de hábil guía, orientándonos en la dirección apropiada y equipándonos con lo que nos es menester para el viaje. De joven, Ignacio soñaba con una vida de aventuras. Por el camino, confeccionó los Ejercicios como testamento de gracia, como crónica de su propio encuentro con el Dios vivo, que compartió cada vez con más gente. Su aventura tuvo un comienzo; y, como en toda gran aventura, su comienzo fue de lo más inesperado.
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El viaje de Ignacio de Loyola Íñigo López de Loyola y Oñaz nació en 1491. Era el decimotercer hijo de una familia de la baja nobleza. Al igual que otros niños que crecieron en aquella época, Íñigo se imaginaba a sí mismo como uno de los caballeros de los que trataban las novelas románticas de su tiempo: culto, pío, diestro en la guerra e irresistible para las damas. Los tiempos agitaban el idealismo y la pasión que llevaba en su sangre vasca. Era una época de aventuras de toda clase: mercaderes que atravesaban continentes y mares en busca de nuevas riquezas; exploradores que se embarcaban en expediciones a mundos desconocidos; escritores, artistas y científicos que inspiraban un renacimiento en el saber que ensancharía el alcance de la mente y la cultura. En su juventud, Íñigo no podía imaginar la aventura de muy distinta clase que Dios le reservaba.
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El joven caballero Las relaciones de la familia de Íñigo le ayudaron a conseguir un puesto de paje al servicio del contador mayor del reino de Castilla. Por eso dejó su Loyola natal a la edad de dieciséis años para vivir en la corte. El Íñigo arribista encajó con facilidad en su nuevo papel: montar a caballo, batirse en duelo, jugar, bailar y cortejar a las jóvenes. Aunque bajo de estatura, se vio implicado en alguna que otra trifulca llamativa, a consecuencia de una de las cuales fue procesado. A la edad de veintiséis años, Íñigo emprendió la vida de soldado en la ciudad norteña de Pamplona. Siempre fiel, no vaciló en defender a la Corona cuando en 1521 los franceses atacaron Pamplona. Desde el principio fue una batalla perdida en la que la pequeña tropa de Íñigo fue fácilmente superada en número. Por cuestión de honor, Íñigo se opuso a rendir la fortaleza de la ciudad. Una bala de cañón atravesó las murallas de la ciudadela y dio de lleno en las piernas de Íñigo. Impresionados por su coraje, los soldados franceses trataron las heridas de Íñigo y lo llevaron de regreso a Loyola, donde los médicos tuvieron que reducir de nuevo las fracturas de su pierna. Casi murió de una infección relacionada con la herida. Lo mismo que su lealtad y honor, la vanidad de Íñigo era grande. Después de la operación para repetir la reducción de sus fracturas, y cuando sus piernas empezaban a curarse, notó que la pierna derecha era más corta que la izquierda y que había un feo bulto en el hueso. Temía que estas deformidades pusieran fin a su vida caballeresca. Le preocupaba no poder llevar las vistosas y ajustadas polainas de cortesano. Entonces hizo que sus médicos volvieran a romper y recolocar el hueso, quitaran el bulto con una sierra y estiraran la pierna corta con un aparato semejante a un potro. El dolor fue atroz, pero, a su mundano parecer, valía la pena. El inquieto Íñigo convaleció durante seis meses. Para pasar el tiempo, pidió a su cuidadora unas novelas caballerescas para leer, pero ella solo pudo encontrar una versión popular de la vida de Cristo y una colección de historias de santos. Mientras leía estos libros y meditaba sobre ellos, notó que en su interior estaba sucediendo un cambio. Las ensoñaciones de servir al rey como valiente caballero y ganarse el amor de una dama noble, tentadoras en un principio, le dejaban al final una sensación de sequedad y descontento por dentro. En cambio, cuando se imaginaba dedicando su vida a Dios y a
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los demás, como los santos sobre quienes leía, Íñigo experimentaba una honda sensación de gozo. En su autobiografía, escrita en tercera persona y dictada a otro jesuita hacia el final de su vida, Ignacio escribe: «… cuando pensaba en aquello del mundo, se deleitaba mucho; mas cuando después de cansado lo dejaba, hallábase seco y descontento; y cuando... en hacer todos los demás rigores que veía haber hecho los santos, no solamente se consolaba cuando estaba en los tales pensamientos, mas aun después de dejado, quedaba contento y alegre» (Autobiografía, n. 8) [1] . Dios estaba suscitando algo nuevo en nuestro joven caballero. Ignacio se convenció de que Dios le estaba hablando por medio de sus atracciones y reacciones interiores.
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El peregrino Sabiamente, Íñigo quiso averiguar en qué consistían estos deseos y sueños desconocidos. Por lo tanto, una vez recuperado de sus heridas, se embarcó en una nueva aventura, pretendiendo ir a Jerusalén en peregrinación. Dejó atrás su casa señorial y viajó extensamente, mendigando, predicando y cuidando a los enfermos y pobres. Una de las primeras paradas fue el santuario benedictino de Nuestra Señora en la cima de Montserrat. Allí, después de una vigilia nocturna, el romántico joven dejó su espada ante el altar de Nuestra Señora y vistió el basto sayal de peregrino. Báculo en ristre, Íñigo regaló a un mendigo su ropaje de cortesano y su sombrero con plumas. Desde Montserrat, se dirigió al pequeño pueblo de Manresa. Íñigo permaneció allí alrededor de diez meses, dedicando horas todos los días a la oración solitaria y trabajando en un hospicio. En su vida posterior reflexionó que, durante este tiempo, Dios le trató como un maestro que enseña a un alumno, instruyéndole suavemente en los caminos de la oración y la santidad. En Manresa, Íñigo discernía cuidadosamente los movimientos internos de su alma: las atracciones, los sentimientos, los pensamientos y los deseos que le conducían a una mayor intimidad con Jesucristo y los que le distraían de su crecimiento espiritual. Intentando superar la piedad de los santos sobre quienes leía, se entregaba a severas penitencias corporales. A veces, se atascaba en dudas. Por medio de la oración y la sabia dirección espiritual, Íñigo discernió que sus actos aparentemente piadosos eran en realidad alardes de vanidad. A medida que buscaba una vida espiritual más equilibrada, se encontró con un Dios que no era un tirano que aguardaba sus deslices, sino un Dios que le ayudaba y quería que tuviera una vida realizada. En Manresa, Íñigo fue agraciado con la primera de las varias visiones místicas que marcarían su vida. Sentado junto al río Cardoner, experimentó una iluminación que le permitía ver el mundo con nuevos ojos y encontrar a Dios en todas las cosas. En su autobiografía, el santo peregrino comentó que había aprendido más acerca de Dios y del mundo en ese solo momento que en todo el resto de su vida. Íñigo empezaba a apuntar sus intuiciones espirituales. Hablaba con la gente sobre la vida espiritual cuandoquiera y dondequiera que pudiera y registraba los frutos de esas
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conversaciones. Estos apuntes se convirtieron en la base de un manual de oración que más tarde se titularía Ejercicios Espirituales. Mendigando todo el camino, el peregrino llegó a Jerusalén en 1523. Íñigo pretendía pasar el resto de su vida en la región donde Jesús había vivido y actuado. Sin embargo, dada la peligrosa situación política imperante a la sazón en Tierra Santa, los guardianes franciscanos de los Santos Lugares le mandaron marcharse al cabo de pocas semanas. Malogradas sus románticas esperanzas de pasar la vida en Tierra Santa, Íñigo se enfrentó a un momento de decisiones: ¿cómo había de servir a Dios? Escribe, de nuevo en tercera persona: «Después que el dicho peregrino entendió que era voluntad de Dios que no estuviese en Jerusalén, siempre vino consigo pensando qué haría, y al fin se inclinaba más a estudiar algún tiempo para ayudar a las ánimas, y se determinaba ir a Barcelona» (Autobiografía, n. 50). En este relato sucinto y prosaico subyacen unas profundas percepciones espirituales. Íñigo estaba aprendiendo que tenía que ser flexible en su respuesta a la voluntad de Dios en su vida. Y que sus decisiones debían tender a «ayudar a las almas», o ayudar a la gente, lo cual podría hacerse de muchas formas, todo dependiendo de las circunstancias a las que se enfrentara.
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El alumno Una vez de vuelta en España, Íñigo decidió empezar los estudios para el sacerdocio, pero le faltaban conocimientos de latín, el idioma de la Iglesia. Entonces, a la edad de treinta y tres años, pasó dos años en Barcelona estudiando al lado de niños. Posteriormente, Íñigo asistió a clases en las universidades de Alcalá y Salamanca, pero su educación fue autodidacta y desordenada. En estas ciudades universitarias seguía predicando, enseñando y dando sus Ejercicios Espirituales. Fue arrestado varias veces por la Inquisición, que cuestionaba sus credenciales y examinaba de cerca sus Ejercicios en busca de herejías. Las autoridades restringieron las posibilidades de enseñar de Íñigo, pero no condenaron sus Ejercicios Espirituales. Carente de formación académica y deseando ser mejor maestro y predicador, Íñigo se desplazó a la renombrada Universidad de París para estudiar Filosofía y Teología. Allí se le conocía por «Ignatius», forma latinizada de su nombre. En París conoció a otros alumnos, como Francisco Javier y Pedro Fabro, a los que cautivaron la experiencia de Dios de Ignacio, su visión del mundo y su espíritu aventurero. El 15 de agosto de 1534, en una pequeña capilla de Montmartre, el «monte de los mártires», en París, Ignacio y seis hombres más profesaron votos religiosos de pobreza y castidad para unirse entre sí más estrechamente. También juraron viajar hasta Tierra Santa después de terminar sus estudios para el sacerdocio. Si en el plazo de un año el pasaje resultaba irrealizable, en su lugar prometían ofrecer sus servicios al papa.
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El fundador Los compañeros, ya once en número, se reunieron en Venecia, donde predicaban, trabajaban en hospitales y daban los Ejercicios. Mientras esperaban pasaje a Jerusalén, Ignacio y los otros que todavía no eran sacerdotes fueron ordenados en 1537. No pudiendo ir a Tierra Santa porque Venecia estaba en guerra con el Imperio otomano, estos «amigos en el Señor», como se llamaban a sí mismos, se dirigieron a Roma, según habían prometido. Por el camino, cerca de Roma, en una capilla de la pequeña aldea de La Storta, Ignacio fue agraciado con otra visión mística en la que vio al Dios Padre con el Hijo, Jesús, que llevaba su cruz. Ignacio oyó al Padre decir «Te seré propicio en Roma». En la visión, Ignacio tuvo la clara sensación de ser llamado a servir junto a Jesús. Cuando se asentaron en Roma, los compañeros deliberaron durante muchas semanas sobre su futuro, a la vez que enseñaban, predicaban y realizaban obras de caridad. Finalmente, decidieron formar una orden religiosa con voto de obediencia a un superior. Eligieron a Ignacio por unanimidad. Inspirado por la visión de La Storta, Ignacio insistió en que se llamaran Compañía (o Sociedad) de Jesús. Se atrevieron a tomar el nombre de Jesús (cosa que ninguna otra orden religiosa había hecho) por la sencilla razón de que la inspiración y el fin de su misión común eran conocer, amar y servir a Jesucristo. Querían ser los compañeros de Jesús llevando su cruz. Los jesuitas, como pronto se llamaría a los compañeros, juraron ir donde fueran más grandes las necesidades de la Iglesia y donde pudieran ayudar al mayor número de almas. A diferencia de las órdenes religiosas monásticas, su casa sería el camino. Los jesuitas saldrían al encuentro de las personas donde estas estuvieran, en vez de insistir en que las personas acudieran a un monasterio o una iglesia. Brindaron a la Iglesia una espiritualidad a la vez mística y práctica; serían «contemplativos en la acción», como se describía la primera generación de jesuitas. Cuando su orden religiosa fue constituida formalmente en 1540, el papa empezó a valerse de los jesuitas para misiones importantes por todo el mundo. Javier embarcó hacia la India. Fabro y los demás teólogos fueron destinados a participar en el Concilio de Trento. Los jesuitas abrían escuelas a lo largo de Europa y allende los mares para 20
satisfacer el gran deseo de la Iglesia de tener un clero instruido y fiel. Ignacio y sus jesuitas eligieron por lema Ad maiorem Dei gloriam, frase latina que significa «Para mayor gloria de Dios». Este sería el estandarte de todas sus misiones. Irónicamente, mientras sus jóvenes jesuitas emprendían diversas aventuras apostólicas por todo el mundo, el Ignacio de cincuenta años se quedó quieto. Hasta su muerte en 1556, dirigió la Compañía desde su despacho de Roma, enviando a otros a laborar por doquier mientras él escribía miles de cartas de instrucción y ánimo. Como superior general, Ignacio sentía gran amor por sus compañeros jesuitas, pero no dudaba en retarles. Durante estos años de Roma, también escribió las Constituciones de su nueva orden, pulió los Ejercicios Espirituales y siguió ofreciendo retiros a personas de toda condición. Ignacio murió el 31 de julio de 1556, después de sufrir los efectos de una persistente enfermedad de estómago. A su muerte, la Compañía contaba con casi mil hombres y con casas y colegios desde Brasil hasta Europa y Japón. Ignacio fue canonizado, junto con Francisco Javier, en 1622.
† A lo largo de los años, el deseo de poder, prestigio y privilegios del joven caballero había sido transformado –por la gracia de Dios– en deseo de una vida de oración, servicio y sencillez. Gradualmente, Ignacio cobró mayor conciencia del profundo amor de Dios no solo al mundo en general, sino a él personalmente. Experimentaba este amor como una llamada profundamente íntima de Cristo a seguirle; una llamada que llenó a Ignacio de un apasionado celo por servir a Dios y ayudar a las almas. Para Ignacio y para la Compañía de Jesús, el instrumento principal para discernir la llamada de Dios en nuestras vidas son los Ejercicios Espirituales. Mediante los Ejercicios crecemos en la fe, la esperanza y el amor. En ellos nos preparamos para el servicio de Dios y los demás y nos sostenemos en él. Más que un libro, los Ejercicios son una experiencia, una gran aventura en dirección al corazón de Dios y, por lo tanto, a las necesidades reales y presentes del mundo 21
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La aventura ignaciana Como hemos visto, de joven Ignacio de Loyola dejó su casa familiar de España para embarcarse en una aventura que transformaría incontables vidas, empezando por la suya. Viajando por Europa y el Mediterráneo aprendería que las más grandes aventuras de la vida no siempre son geográficas. La aventura que Dios tenía en mente para Ignacio consistía en salvar la distancia entre la cabeza y el corazón e inspirar en Ignacio deseos audaces y santos para mayor gloria de Dios y al servicio de los demás. Ignacio dio a la iglesia los Ejercicios Espirituales como testimonio de la labor suave y persistente de Dios en su vida. A lo largo de ella, Ignacio se convenció de que los Ejercicios podrían ayudar a otras personas a acercarse a Dios y discernir la llamada de Dios en sus vidas, como le habían ayudado a él. Los Ejercicios nunca han sido solo para jesuitas. Ignacio confeccionó los Ejercicios siendo laico, y pretendía que beneficiaran a la Iglesia entera. Los refinaba a medida que daba Ejercicios a diversas personas. Inspirada por el Concilio Vaticano II, la Compañía de Jesús ha continuado ofreciendo los Ejercicios en formas variadas y creativas a un número de personas siempre creciente. Poniendo los Ejercicios Espirituales a disposición de la gente y guiándola a lo largo de ellos, los jesuitas comparten su patrimonio con el mundo, incluidos sus alumnos y colegas en el ministerio. Ello es especialmente importante a medida que los laicos asumen papeles más activos en universidades, escuelas, parroquias y otras obras de los jesuitas. Este libro presenta una posible manera de dar Ejercicios individuales y grupales. Antes de explorar las distintas formas de utilizar el libro, veamos con más detenimiento la largamente comprobada genialidad de los Ejercicios.
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Los Ejercicios Espirituales Puede que las personas interesadas en los Ejercicios Espirituales conozcan otras obras espirituales clásicas, como las de san Juan de la Cruz, santa Teresa de Ávila, Thomas Merton o Dorothy Day. Se pueden leer tales libros en privado y con espíritu de oración. Su estilo puede ser místico, poético o descriptivo. Los libros tienen forma de narración o de exhortación. El libro de los Ejercicios Espirituales no se asemeja en nada a esas obras. Los Ejercicios de Ignacio resultan ser una lectura muy seca; es más como leer un libro de cocina o un manual de instrucciones. El ejercitante ni siquiera necesita leer el libro de los Ejercicios, porque Ignacio ideó el libro como manual para los directores espirituales o los guías que conducen a otros a lo largo de los Ejercicios (EE 2). En cierto sentido, no hay nada nuevo en los Ejercicios: Ignacio se valía de formas de oración y de tradiciones espirituales profundamente arraigadas en la Iglesia. Lo que sí es distintivo es la ingeniosa manera en que Ignacio las entreteje entre sí y el hincapié que hace en lo experimental y lo práctico en la vida de oración. Así pues, el fin de los Ejercicios es muy práctico: crecer en la unión con Dios, quien nos deja libres para tomar buenas decisiones sobre nuestras vidas y para «ayudar a las almas». Ignacio nos invita a un encuentro íntimo con Dios, revelado en Jesucristo, con el fin de que aprendamos a pensar y actuar de forma más parecida a la de Cristo. Los Ejercicios nos ayudan a adquirir mayor libertad interior frente al pecado y los afectos desordenados, para que podamos responder con más generosidad a la llamada de Dios en nuestra vida (EE 2, 21). Los Ejercicios nos exigen mucho, implicando a nuestro intelecto, nuestras emociones, nuestra memoria y nuestra voluntad. Hacer los Ejercicios puede ser a la vez vigorizante y agotador; no es de extrañar que Ignacio comparara el hacer los Ejercicios Espirituales con hacer ejercicio físico, como «pasear, caminar y correr» (EE 1). Los Ejercicios son una escuela de oración. Las dos formas principales de orar que enseñan los Ejercicios son la meditación y la contemplación. En la meditación utilizamos nuestro intelecto para lidiar con los principios básicos que guían nuestra vida. Leyendo las Escrituras, rezamos sobre palabras, imágenes e ideas. Implicamos a nuestra memoria para apreciar la actividad de Dios en nuestra vida. Tales percepciones de quién es Dios y qué somos nosotros ante Dios permiten que nuestros corazones se conmuevan.
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La contemplación tiene más que ver con el sentimiento que con el pensamiento. A menudo la contemplación remueve las emociones e inspira deseos profundos, dados por Dios. En la contemplación nos valemos de nuestra imaginación para situarnos en un escenario de los evangelios o en una escena propuesta por Ignacio. La Escritura tiene un lugar central en los Ejercicios porque ella es la revelación de quién es Dios, particularmente en Jesucristo, y de lo que hace Dios en nuestro mundo. En los Ejercicios, rezamos con la Escritura; no la estudiamos. Aunque el estudio de la Escritura es fundamental en la fe de cualquier creyente, dejamos para otro rato la exégesis bíblica extensa y la investigación teológica.
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Los movimientos de los Ejercicios Los Ejercicios tienen un ritmo natural. Ignacio divide los Ejercicios en cuatro «semanas» (EE 4). Estas no son semanas del calendario, sino fases o movimientos que siente en su interior la persona que está rezando por medio de los Ejercicios: • Días de preparación: Así como los corredores de maratón no empiezan una carrera con un esprint, nosotros empezamos los Ejercicios lenta y suavemente. Labramos algo el suelo antes de sembrar. En los primeros días de los Ejercicios completos, consideramos el don de la perpetua creación de Dios en el mundo y en nosotros. Rezamos pidiendo el espíritu de asombro y gratitud por los dones de Dios que hay en nuestras vidas. Esperamos sentir profundamente el amor incondicional que Dios nos tiene. • Primera Semana: Habiendo reconocido la ilimitada generosidad de Dios para con nosotros, nos enfrentamos naturalmente a nuestra respuesta limitada. Dejamos que Dios nos revele nuestra pecaminosidad y nuestra necesidad de conversión. Reconocemos que hemos abusado del don de la libertad, recibido de Dios. Con la ayuda de Dios, reconocemos y entendemos los patrones de pecado que hay en nuestras vidas. Esto lo hacemos en el contexto del saber en lo hondo de nosotros cuánto nos ama Dios y cuánto quiere librarnos de todo que nos impide amarlo a Él, a los demás y a nosotros mismos; es decir, de todo lo que nos hace infelices. Rezamos pidiendo la gracia de aceptar que somos pecadores amados. Mantenemos siempre fija la mirada en la misericordia de Dios. • Segunda Semana: Habiendo experimentado el fiel amor de Dios, nos vemos impulsados a responder con mayor generosidad. Queremos amar y servir más a Dios y a los demás. Conforme rezamos siguiendo la vida de Jesucristo presentada en los evangelios, pedimos conocerlo más íntimamente para poder amarlo más entrañablemente y seguirlo más de cerca. Llegamos a apreciar los valores de Jesús y su visión del mundo. Este conocimiento íntimo que lleva a la acción concreta es una gracia característica de los Ejercicios. • Tercera Semana: Nuestra creciente identificación personal con Jesús nos inspira el deseo de estar con él en su sufrimiento y muerte. Dedicamos un tiempo a la 26
contemplación de la pasión del Señor, la cual es la expresión consumada de la fidelidad y el amor de Dios para con nosotros. • Cuarta Semana: Así como acompañamos a Jesús en la Pasión, caminamos con el Señor resucitado en el gozo de la vida de resurrección. Seguimos aprendiendo de él mientras él consuela a otros. Habiendo saboreado el amor que Dios nos tiene a nosotros y a nuestro mundo, rezamos con corazón generoso para encontrar a Dios en todas las cosas, para amar y servir a Dios y a los demás de maneras concretas y con gran entusiasmo. Una advertencia: esta ordenada presentación del plan del retiro puede resultar engañosa e inducirnos a creer que lo controlamos nosotros. Al contrario: seguimos las indicaciones del Espíritu, como hacía Ignacio, y puede que el Espíritu nos conduzca por vericuetos y recovecos a lo largo del camino. No debemos seguir mecánicamente el libro de los Ejercicios, porque Dios trabaja con cada uno de nosotros de una manera especial. Un mentor o guía espiritual de confianza nos puede ayudar a encontrar nuestro camino a través de estos movimientos del alma.
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Discernimiento El discernimiento de espíritus es la base de los Ejercicios en toda su extensión. Quien discierne es como los aventureros que comprueban el viento o consultan la brújula para asegurarse de que van en la dirección correcta. En el discernimiento de espíritus, observamos los movimientos interiores de nuestros corazones, que incluyen los pensamientos, los sentimientos, los deseos, las atracciones y las resistencias. Determinamos de dónde proceden y adónde nos están llevando; y entonces nos proponemos actuar de una manera que nos lleve a mayor fe, esperanza y amor. La práctica habitual del discernimiento nos ayuda a tomar buenas decisiones. En el curso de los Ejercicios, hay gente que toma decisiones importantes para su vida. La decisión puede tener que ver con una relación significativa, una carrera o una vocación religiosa, o un cambio en el estilo o los hábitos de vida. Los Ejercicios aportan muchas ayudas para la toma de tales decisiones. La clave es estar abiertos al Espíritu, quien nos presentará estas decisiones y nos guiará en nuestra elección. Para otras personas, no se trata de tomar una gran decisión sobre lo que se hará, sino sobre cómo hay que ser. En otras palabras, los Ejercicios nos enseñan a vivir, pensar, rezar, amar y relacionarnos en el contexto de los compromisos que ya hemos asumido.
† Como en cualquier aventura genuina, no podemos saber al principio dónde acabaremos. Pero podemos estar seguros de que Dios, siempre fiel, estará con nosotros y nos conducirá a donde tenemos que ir. Aunque no sepamos dónde terminará nuestro viaje, sí sabemos dónde comienza: aquí y ahora. Dios eligió hacerse uno de nosotros en Jesucristo y vivir en la hermosura y la fractura de nuestro mundo. Es en este sitio y en este tiempo, en los detalles de nuestras vidas individuales, donde nos encontramos con Dios. Solo por explorar la invitación a hacer los Ejercicios de alguna forma, has dado el primer paso del viaje y has revelado un espíritu generoso. Ignacio alaba tal
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magnanimidad al principio de los Ejercicios: «Al que recibe los ejercicios mucho aprovecha entrar en ellos con grande ánimo y liberalidad con su Criador y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su divina majestad, así de su persona como de todo lo que tiene, se sirva conforme a su santísima voluntad» (EE 5) [2] . Tales coraje, apertura y generosidad son atributos de los aventureros que siguen las huellas de Ignacio. Él nos ha abierto un camino fascinante, que va de su vida a la vida de Cristo a través de la nuestra. Para comprender mejor dónde comienza nuestro camino particular, ahora exploramos los distintos modos en que podemos experimentar los Ejercicios y servirnos de esta guía en concreto.
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Senderos distintos, un mismo viaje El libro de los Ejercicios Espirituales se abre con veinte notas preliminares, o anotaciones. Recorre estas notas un tema: la adaptabilidad. Su propia conversión enseñó a Ignacio que Dios trabaja con cada persona de una forma única, y por eso insistía en que se adaptaran los Ejercicios a las necesidades particulares de quien los hace. La meta es acercarse a Dios, no pasar mecánicamente por todos los Ejercicios en orden con otras personas o a la par que ellas. En otras palabras, el fin de los Ejercicios es una Persona, no una actuación.
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Modos de hacer los Ejercicios Algunas personas tienen la oportunidad de hacer los Ejercicios a lo largo de treinta o más días consecutivos, generalmente apartadas de la vida habitual y en una casa de retiros. Este retiro está descrito en la vigésima anotación. (Los jesuitas hacen este «retiro largo» al menos dos veces en la vida). Ignacio se daba cuenta de que muchas personas no disponen de tiempo ni recursos para hacer un retiro de treinta días. Así, en la decimonovena anotación describe cómo se pueden dar a una persona la totalidad de los Ejercicios, pero a lo largo de un periodo más extenso, mientras sigue con sus asuntos cotidianos. Otras, por edad, experiencia, circunstancias vitales o restricciones de tiempo, no pueden recorrer los Ejercicios en toda su amplitud. En lugar de eso, rezan por medio de partes específicas de los Ejercicios, como durante un retiro de fin de semana o de una semana o un día de oración. Esto es un retiro de la decimoctava anotación. Las notas preliminares revelan la intención de Ignacio de ofrecer los Ejercicios a mucha gente, pero de modos distintos. Debemos abstenernos de confrontar un modo de hacer los Ejercicios con otro como si uno de ellos fuera superior. Por el contrario, la adaptabilidad de los Ejercicios plantea esta pregunta: ¿qué modo es el más indicado para la persona que desea hacer los Ejercicios?
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Cómo se puede utilizar este libro Incluso dentro de cada forma de hacer los Ejercicios hay amplio margen para la adaptación. Este libro ofrece esa flexibilidad y puede ser utilizado por quienes estén adaptando creativamente los Ejercicios a las necesidades de las personas de hoy. Comoquiera que se utilice, este libro, igual que el mismo texto de los Ejercicios Espirituales, es para experimentar con él, no para leer. Es una guía práctica que invita a los orantes a ir al encuentro del Dios vivo, que está activo en sus vidas y en el mundo. En primer lugar, se puede utilizar el libro completo para facilitar un retiro de ocho meses en la vida diaria. En las páginas que siguen hay treinta y dos semanas de oración, con sugerencias para cada día. En un retiro según la decimonovena anotación como este, la práctica más tradicional es que el ejercitante rece cotidianamente por su cuenta y luego se reúna con un director espiritual más o menos una vez a la semana. El director espiritual, que sirve de guía del viaje, es fundamental en los Ejercicios en este formato. El director escucha las experiencias de los ejercitantes y les ayuda a discernir el movimiento de Dios en su oración y en los acontecimientos diarios. El director puede adaptar a las circunstancias particulares del ejercitante el plan de retiro presentado en este libro. Por importante que sea el papel del director, Ignacio nos recuerda en las notas introductorias de los Ejercicios que el director espiritual jefe es Dios, quien se comunica con cada persona. El director debe hacer todo lo posible para no estorbar: «Más conveniente y mucho mejor es, buscando la divina voluntad, que el mismo Criador y Señor se comunique a la su ánima devota, abrazándola en su amor y alabanza, y disponiéndola por la vía que mejor podrá servirle adelante. De manera que el que los da no se decante ni se incline a la una parte ni a la otra; mas estando en medio, como un peso, deje inmediate obrar al Criador con la criatura, y a la criatura con su Criador y Señor» (EE 15). En los últimos años, las universidades, institutos y parroquias jesuitas han experimentado con este modelo tradicional porque había gran demanda de Ejercicios, pero no los directores suficientes para reunirse con cada ejercitante individualmente. Una adaptación que ha resultado tener éxito es ofrecer los Ejercicios a grupos de orantes. En lugar de reunirse uno a uno con un director, los ejercitantes se reúnen en un grupo 32
pequeño atendido por un director. Aunque una persona haga los Ejercicios individualmente con un director, puede que le agrade reunirse con otras personas que estén haciendo los Ejercicios. Algunas instituciones jesuitas ofrecen reuniones mensuales para que los que hacen un retiro en la vida cotidiana compartan las gracias del retiro y escuchen presentaciones de los Ejercicios. Tales reuniones ayudan a construir la comunidad y robustecer la identidad ignaciana de una universidad, escuela o parroquia. En segundo lugar, el libro puede utilizarse para ayudar a estructurar experiencias de oración más breves. La persona o grupo puede rezar los Ejercicios en bloques separados. El libro se divide en cinco segmentos basados en las «semanas» ignacianas, lo que puede ser útil para organizar tales experiencias de oración. Un enfoque creativo podría ser adaptar las materias de oración al tiempo litúrgico: por ejemplo, rezar con la materia de la Tercera Semana durante la Cuaresma, o con la de la Cuarta Semana durante la Pascua. En tercer lugar, para quienes ya han hecho los Ejercicios anteriormente, el libro puede ser un útil medio para profundizar en algunas de esas gracias. El orante experimentado puede saltar a distintas secciones del libro para repasar los Ejercicios, dependiendo de adónde le esté conduciendo Dios. Finalmente, para quien busque una estructura para su vida personal de oración, el libro puede ser un compañero eficaz, puesto que ofrece sugerencias para la oración sobre diversos temas. Tales orantes no deberían intentar hacer los Ejercicios de principio a fin por su cuenta, sin la ayuda de un guía experimentado. Pero, a buen seguro, pueden emplear el libro para dar los primeros pasos; para ir conociendo los ritmos y las técnicas de la oración ignaciana. Las reglas para el discernimiento de espíritus diseminadas por el libro también pueden serles útiles a las personas que deseen fundamentar en su fe sus decisiones y valores.
† Aunque los Ejercicios son un valioso regalo para el pueblo de Dios, no son para todo el mundo. Ignacio sería el primero en recalcar que los Ejercicios solo son un medio para llegar a un fin. Hay otras formas de rezar que nos ayudan a ganar intimidad con Dios y 33
que suscitan una vida de servicio a los demás. Pero si uno está llamado a experimentar los Ejercicios Espirituales de algún modo, le espera una aventura impredecible, desafiante y que quizá le cambie la vida.
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Prepararse para la aventura Antes de embarcarse en los Ejercicios Espirituales, debes discernir cuidadosamente si estás listo para la aventura y de qué manera viajarás. Los Ejercicios en el formato de la decimonovena anotación (los Ejercicios completos) requieren una significativa dedicación en tiempo y energía. Presuponen que los ejercitantes ya tienen el hábito de rezar y que se sienten cómodos hablando con un director espiritual o con un grupo acerca de su vida interior y su fe. Nadie debe sentirse menos por el simple hecho de decidir no empezar o continuar los Ejercicios en este formato. Puede que algunos elijan experimentar la oración ignaciana en un formato más corto en lugar de este o dedicarse a rezar con mayor regularidad, pero sin excesivo formalismo, empleando algunas de las técnicas de este libro. A los que empiezan a rezar con los Ejercicios en alguna de sus formas, Ignacio les da unos consejos útiles para prepararse para la aventura. Nos conviene seguirlos. Sus sugerencias te ayudarán a desarrollar un ritmo y una cadencia de oración, que puedes adaptar y personalizar a medida que progreses en la forma de retiro que hayas elegido. Primero, comprométete a dedicar de treinta a cuarenta y cinco minutos por día a la oración privada y personal. Necesitas un periodo de tiempo prolongado para asimilar profundamente la materia de la oración y para saborear las gracias ofrecidas. Si no tienes la costumbre de rezar tanto tiempo de una sentada, aumenta tu tiempo de oración poco a poco durante las semanas anteriores al retiro, hasta llegar a esa duración. Para ayudarte a establecer el hábito de rezar, procura rezar a la misma hora todos los días. Busca un lugar de oración habitual: una habitación tranquila de tu casa con una silla cómoda; tu iglesia o capilla preferida, o incluso un sitio apartado al aire libre. A menudo es provechoso mantener el mismo lugar de oración a lo largo del retiro: tal regularidad te ayuda a entrar fácilmente en oración. Para recordarte que ese lugar es sagrado, señálalo con una vela, un icono, un cuadro, una fotografía, un rosario o un crucifijo. Si te ayuda y no te distrae, enciende incienso o pon una música suave y meditativa. Este libro propone materias sobre las que rezar: pasajes bíblicos, meditaciones y contemplaciones de Ignacio u otros ejercicios. Echa un vistazo a estas materias antes de 35
empezar formalmente tu periodo de oración: la tarde o la mañana precedentes (EE 7374). Esta preparación te permite revisar cualquier pregunta o confusión sobre la propia materia de oración y así quitar de tu periodo de oración un desorden mental innecesario. Puedes entrar directamente en materia cuando llegues a tu lugar de oración. En el tiempo inmediatamente anterior a tu periodo de oración, evita la sobrecarga sensorial o de información. Apaga el televisor, la radio y el iPod; no revises tu correo ni navegues por Internet; apaga tu móvil. Esta disciplina facilitará la transición a la quietud de la oración. Puesto que estás rezando los Ejercicios en medio de tu vida cotidiana, es importante avisar del retiro a las personas con quienes vivas. Es probable que necesites el apoyo de tu familia y amigos íntimos durante el retiro. Ellos te pueden ayudar de manera muy práctica dejándote tiempo y espacio para rezar todos los días. Además de estructurar tu jornada y tu entorno, te vendrá bien, al menos al principio, ordenar tu tiempo de oración (o «periodo de oración»):
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Recógete Ignacio escribe: «Un paso o dos antes del lugar donde tengo de contemplar o meditar, me pondré en pie, por espacio de un Pater noster, alzado el entendimiento arriba, considerando cómo Dios nuestro Señor me mira, etc.; y hacer una reverencia o humiliación» (EE 75). • Imagina cómo te mira Dios: con gran gozo y gratitud por ofrecerle tu tiempo. Imagina la larga y amorosa mirada de Dios sobre ti. • Una vez que estés en tu lugar de oración, cálmate. Aunque a veces te sea difícil asentar la mente, puedes relajar el cuerpo mediante una respiración profunda y lenta. Con cada respiración, puedes pronunciar un breve mantra, como «Que Dios esté conmigo», «Mi Señor y mi Dios», «Ven, Espíritu Santo» o algo similar. • En la oración, el cuerpo y el espíritu trabajan juntos. Busca una postura que favorezca la oración: siéntate, arrodíllate, ponte en pie o reclínate en una posición relajada (EE 76). El encontrar una postura cómoda evitará que la cambies mientras rezas, lo cual puede ser una distracción. Además, ¡cuida de no estar tan relajado que te duermas! • Pide a Dios que esté contigo en este tiempo de oración. En palabras que fluyan con naturalidad, haz un ofrecimiento sencillo de tu tiempo, tu atención y tus energías. Por ejemplo, Ignacio sugiere una oración preparatoria de ese tipo: «Pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad» (EE 46). • Al hacer el ofrecimiento, recuérdate al principio que no estás pensando en Dios, sino yendo al encuentro de Dios de una manera muy real.
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Reza pidiendo la gracia Recuerda cómo, en el relato de la conversión de Ignacio, Dios transformó suave pero constantemente su celo y pasión por servir al rey y ganar el amor de una dama en el de servir a la Iglesia para mayor gloria de Dios. La espiritualidad ignaciana sondea nuestros deseos más profundos. En ellos podemos discernir los nobles deseos que Dios tiene para nosotros. Así, al comienzo de cada periodo de oración, Ignacio aconseja que pidamos a Dios una gracia, o don, en particular: «Demandar a Dios nuestro Señor lo que quiero y deseo» (EE 48). El mero hecho de nombrar lo que deseamos profundamente nos abre al regalo que Dios nos quiere dar. Además, el rezar pidiendo una gracia nos ayuda a advertir, más tarde, cuándo recibimos ese regalo. De esta manera, somos conscientes de que la gracia no es de nuestra propia cosecha, sino resultado de la generosidad de Dios para con nosotros. Por último, el rezar desde nuestros deseos nos asienta en el presente, haciendo que nuestra oración siga siendo «real». A lo largo del retiro, Ignacio sugiere gracias concretas que pedir. No dudes nunca en pedir una gracia diferente o emplear otras palabras si el Espíritu te mueve en esa dirección. Imagina que Dios te pregunta: «¿Qué quieres que haga por ti?». Cuesta pedir algunas gracias. Por ejemplo, sinceramente, puede que te resistas a pedir deshacerte de una preocupación o de una manera de pensar u obrar que te resulta cómoda. O puede que vaciles en pedir estar con Cristo llevando la cruz. Tal resistencia es comprensible. Si te ves resistiendo a una gracia sugerida, entonces pide no la gracia en sí, sino el deseo de querer la gracia. Por ejemplo, «Señor, me está costando de verdad pedir caminar contigo viviendo una vida más sencilla; por ahora, dame el deseo de querer hacerlo». Aunque la gracia se revela en los dones particulares que Dios te da, la gracia es sobre todo la presencia de Dios en tu vida. ¡El Dador es el don!
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Haz la oración Habiéndote tomado tiempo para recogerte y centrar tu mente y corazón, aprovecha las materias de este libro o las sugeridas por tu director espiritual. Este libro proporciona ejercicios para cada día de la semana, pero no pienses que tienes que pasar por todos los días de forma mecánica. ¡La meta es Dios, no el libro! No te preocupe el perderte algo si te saltas algo. Dios te dará lo que necesitas. Ignacio deja un margen para modificar los Ejercicios con el fin de que se adapten a ti donde tú te encuentres, emocional y espiritualmente, durante el retiro. Esta flexibilidad es especialmente importante durante un retiro en la vida cotidiana, cuando tu oración puede estar centrada en una persona, un problema o una experiencia, o cuando pasas varios periodos de oración deteniéndote en una sola meditación o contemplación.
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Cierra tu oración Al igual que empiezas tu tiempo de oración con ciertos rituales o rezos, debes cerrar formalmente tu oración. Puedes concluir con una oración por la que tengas preferencia, como el padrenuestro o el avemaría, o con otra oración que elijas. Puedes rezar espontáneamente a Dios Padre, a Jesús o a María de manera muy coloquial. Usa tu cuerpo para marcar el cierre de la oración, haciendo una reverencia, la señal de la cruz o un gesto de apertura de las manos o los brazos (EE 75).
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Repasa la oración Ignacio aconseja que después del cierre formal de nuestra oración reflexionemos sobre nuestra experiencia de oración (EE 77). Durante un retiro es de lo más provechoso mantener un diario. Este ejercicio puede suponer un reto, porque estamos intentando plasmar en palabras nuestro encuentro con Dios, que es Santo Misterio. Aunque sea un reto, el intento de articular unas experiencias tan sublimes nos puede ayudar a discernir cómo nos está saliendo Dios al paso o cómo nos conduce en nuestra oración. En el aspecto práctico, mantener un diario nos ayuda a preparar las reuniones con un director espiritual o grupo de retiro. El diario es solo para ti. Cuando concluye el retiro, el diario se convierte en un valioso tesoro espiritual que puedes releer meses o incluso años después. La finalidad del diario no es revivir tu tiempo de oración minuto a minuto. En vez de eso, una vez terminado tu periodo de oración, considera lo siguiente: • ¿Cuáles han sido los movimientos interiores significativos (es decir, sentimientos, reacciones, intuiciones, deseos, emociones, pensamientos o percepciones)? • ¿Cuál era el estado de ánimo predominante en mi oración: paz, agitación, ilusión, aburrimiento, confusión, calma? • ¿Era mi oración más de la cabeza o del corazón, o de ambos? • ¿Qué palabra, imagen o recuerdo ha significado más para mí durante la oración? • ¿Considero que hay algún asunto pendiente al que Dios me está llamando a volver durante otro periodo de oración? • ¿Ocurre algo en mi vida que está pasando a formar parte de mi oración? ¿Me siento impulsado a hacer algo concreto en mi vida? • ¿Estoy haciendo las necesarias preparaciones para mi oración? ¿Hay algo de lo que hago o de lo que no hago que obstaculiza mi escucha de Dios? El repaso de la oración no son unos deberes; no te consideres obligado a contestar cada una de estas preguntas cada vez que escribas en tu diario. Antes bien, considera el diario como otra forma de orar, de ahondar más para tamizar las gracias. Escribe con un
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estilo que te resulte cómodo. En tu diario no dudes en escribir directamente a Dios Padre o a Jesús, como si escribieras una carta o un correo electrónico.
† Estas pautas reflejan la sabiduría de san Ignacio y de los directores de retiro que siguen las formas ignacianas de orar. Por útiles que puedan ser, las pautas no son una fórmula mágica que automáticamente conjure ciertas gracias. No podemos controlar el movimiento de Dios en nuestras vidas, pero sí podemos dar pasos concretos para volvernos más abiertos y receptivos a la manera que tiene Dios de hablarnos.
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Nota para los directores espirituales y los directores de retiros En las siguientes páginas esbozo treinta y dos semanas de un retiro según la decimonovena anotación, con materias para la oración de cada uno de los siete días de la semana. Teniendo en cuenta la insistencia de Ignacio en la adaptabilidad, adapta el retiro para satisfacer las necesidades de tus ejercitantes o para acomodarte al horario de tu universidad, escuela o parroquia. El libro puede tomarse por partes, adaptando el retiro a periodos más cortos basados en un tema o en un tiempo litúrgico. La materia de oración es extensa, lo cual te permite prolongar o condensar los días o las semanas como te parezca más apropiado. Con este libro en la mano, puede que algunos ejercitantes se apresuren a «ventilar» el libro. O, si se detienen más en una materia de oración que en otra, pueden pensar que están haciendo algo mal o que se retrasan con respecto a los demás. Señálales lo que en verdad son esas reacciones: presiones y distracciones superfluas. A algunos ejercitantes, especialmente a los propensos al perfeccionismo, puede preocuparles el perderse algo si no siguen el plan diario. Asegúrales que, teniendo a Dios por director espiritual primordial, ¡es poco probable que nos perdamos nada importante! Puedes ofrecerles también la siguiente imagen si te parece útil: rezar por medio de los Ejercicios se parece más a avanzar en espiral que en progresión lineal: volvemos una y otra vez a las gracias clave, las consideramos de manera distinta y profundizamos en ellas mientras avanzamos. Miramos a Jesús desde perspectivas diferentes, conociéndole más íntimamente cada vez. Después de la sexta semana de materia de oración, sugiero discernir con los ejercitantes si se continúa o no con los Ejercicios. Es crucial tal discernimiento antes de pasar a las consideraciones del pecado y la misericordia de Dios en la Primera Semana de Ignacio. Algunos pueden considerar que la materia preparatoria ha sido suficiente para poner en marcha su vida de oración. A otros les puede costar encontrar tiempo y energía para rezar formalmente por medio de los Ejercicios. Recuerda que los Ejercicios no son un fin en sí mismos: solo son un medio para cultivar una relación más íntima con Dios y
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para activar la fe. No es un fracaso dar por terminado un retiro después de un discernimiento concienzudo. Es sencillamente que el ejercitante ha aprendido a «cambiar de marcha» y a rezar de un modo distinto. Ofrezco mi propia versión del Examen al final de las semanas preparatorias, pero quizá tú decidas introducir esta oración en otro momento. Haciendo honor a la prioridad que Ignacio dio al Examen como forma de orar, ya al principio del retiro deberíamos animar a los ejercitantes a integrar el Examen en su práctica diaria de la oración. Como guías espirituales, caminamos con los ejercitantes a lo largo de los Ejercicios. Pidamos que nuestra fidelidad y atención a ellos sea un reflejo del sumo cuidado de Dios. Aunque mantengamos nuestro enfoque centrado en la experiencia de Dios de los ejercitantes, somos conscientes de que la aventura no es solo para ellos. En los Ejercicios, también los directores nos encontramos con el Dios vivo. Así pues, empezamos la aventura con gran gratitud, humildad y expectación.
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COMIENZA
LA AVENTURA :
Al encuentro del amor incondicional, creativo y atrayente de Dios Mi aventura con los jesuitas empezó en Syracuse (Nueva York), donde ingresé en el noviciado de las provincias de Maryland y Nueva York. El noviciado son los primeros dos años de la formación de un jesuita, para los cuales Ignacio prescribió ciertos «experimentos» destinados a probar la vocación del hombre y depurar sus nobles deseos de servir a Dios y de ayudar a los demás. Una de estas experiencias es la versión de treinta días de los Ejercicios Espirituales, que los novicios jesuitas (que aún no han pronunciado sus votos) hacen durante su primer año de noviciado. Otra es la experiencia de trabajar con enfermos, una de las obras de misericordia corporales. Nos mandaron a seis a un centro de cuidados paliativos del Bronx para nuestro «experimento» de hospital. No nos enviaron como capellanes. Antes bien, nos destinaron a hacer el trabajo de un celador o un cuidador: dar de comer, bañar, vestir y atender de otros modos las necesidades físicas de los pacientes. Los pacientes del Calvary Hospital de la archidiócesis católica de Nueva York estaban en su mayor parte en las fases finales del cáncer, el sida y otras enfermedades terminales. Venían a Calvary no para que los curaran, sino para encontrar alivio y la paz en la muerte. Calvary es un lugar especial, no solo por su distintiva misión de cuidar a la persona entera –mente, cuerpo y espíritu–, sino también por los pacientes y familiares que van allí. Muchos años más tarde, todavía puedo ver sus caras y recordar sus historias. Leonard padecía de leucemia. Él y su mujer, Elaine, rondaban los setenta u ochenta; los dos eran almas apacibles. La mayor parte de los días, Elaine guardaba vigilia silenciosa junto a la cama de su marido, mirándolo pasar poco a poco a la inconsciencia. Un día me ofrecí a dar de comer a Leonard y lavarlo para dar un respiro a la cansada Elaine. Noté unas marcas moradas en el antebrazo de Leonard, desvaídas y a juego con el color de sus venas, plenamente visibles a través de la piel envejecida. Lavando las manos de Leonard, me di cuenta de que las marcas habían sido números, recuerdo imborrable de su estancia en un campo de concentración de Europa del Este. Elaine notó que vi los números. No intercambiamos ninguna palabra; solo una mirada de inteligencia. 45
Mientras proseguía con mis cuidados, imaginé la vida que Leonard había vivido en los cerca de cincuenta años transcurridos desde su primer encuentro con la muerte. El contraste entre el entorno limpio, tranquilo y favorable en el que ahora yacía y aquel al que se enfrentó en un campo de concentración –de donde muchos no salían– era discordante. Había una dignidad sosegada en el trabajo de Calvary. Todos eran bienvenidos, fueran cuales fuesen su tradición religiosa o sus antecedentes socioeconómicos. Los médicos y enfermeros elegían trabajar allí a sabiendas de que la mayoría de sus pacientes morirían mientras los cuidaban. Pero mueren con dignidad, recibiendo cuidados en el cuerpo y el alma, en compañía de sus familias. Para los sin techo que llevaban allí, la plantilla del hospital se convertía en su familia. Cuando llegué a Calvary me sentía incómodo en los hospitales y muy nervioso por tener que lavar y dar de comer a desconocidos (nosotros solo bañábamos y cambiábamos a los pacientes masculinos). Por suerte, a los novicios nos asignaron enfermeros o cuidadores que nos servían de mentores. Cuando conocí a Rhona, todas mis preocupaciones se disiparon gracias a su sonrisa cálida y cordial y los ánimos que me daba suavemente con dulce acento caribeño: «Todo irá bien, hermano. Simplemente, observa y haz lo que hago yo». Había formado a otros jóvenes jesuitas en el pasado y sabía qué tipo de recelos e incomodidad estaba experimentando yo. Rhona me enseñó lo básico: cómo lograr que coman los pacientes cuando no quieren; cómo mudar una cama con el paciente todavía dentro (una hazaña de la que me enorgullezco hasta el día de hoy); cómo cambiar el pañal de un paciente de la manera más eficaz y respetuosa; cómo tratar con la diversidad de emociones que las familias traían al hospital; cómo limpiar la boca de un paciente, y cómo poner un enema. Apenas aguantaba esa última experiencia de aprendizaje. Todavía puedo oír la voz de Rhona: «Sigue mirándole a la cara, hermano. Mira el alivio que le das». Rhona me enseñó mucho acerca de la logística del cuidado del paciente. Lo que es más importante: me demostró lo muy entrelazados que están el cuidado físico y el cuidado espiritual. Ella, tanto como mis maestros jesuitas, me instruía en el ministerio de las personas. Estuvieran conscientes o no los pacientes, Rhona siempre les hablaba («Nunca sabes lo que pueden oír» era su estribillo). Nunca los menospreciaba. Les pedía
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permiso para cambiarlos o bañarlos. Les acariciaba el cabello para decirles qué buen aspecto tenían. Era capaz de rebajar tensiones con una risa instantánea. Rhona nunca fingía que los pacientes no estaban muriéndose. En su gentil presencia, honraba el sitio que ocupaban cada paciente y su familia en el continuo de la vida y la muerte. Ayudaba a los pacientes a morir con dignidad y, a su manera, les facilitaba la transición de este mundo a la vida con Dios en el cielo. Rhona vio morir a muchos pacientes a lo largo de sus años de servicio. El señor Jackson fue uno de nuestros pacientes favoritos. Estábamos los dos en la habitación cuando murió. No hablaba, pero gruñía, tarareaba, sonreía y hacía muecas para comunicarnos con exactitud qué tal lo estábamos haciendo. Su hija venía a visitarlo después de trabajar, por lo cual estábamos solos con él la mayoría de los días. El señor Jackson nunca se quejaba mucho cuando había que bañarlo o cambiarle. Había una especie de bondad innata en aquel hombre. Mientras lo cuidaba cada día, yo me preguntaba por la historia del Sr. Jackson: de dónde era, en qué trabajaba, con quién se había casado. Si morimos como vivimos, el señor Jackson llevó una vida llena de gracia. Sabíamos que los pacientes se estaban muriendo cuando les costaba mucho respirar y sus cuerpos rechazaban la alimentación. El cuerpo del señor Jackson empezaba a apagarse. Su hija estaba allí cuando él se acercaba a la muerte, pero fue Rhona quien lo cogió de la mano y acariciaba su frente. La puedo oír ahora: «Todo está bien, señor Jackson. Puede dejarse ir. Su hija está aquí, está rodeado de amor. Ahora, adelante. Adelante a encontrarse con el Señor. Él le espera. Su mujer le espera. Todo va a salir bien». Se abrieron sus ojos, un poco vidriosos. Pero miraba hacia Rhona, y sé que vio su sonrisa, uno de los últimos regalos que este mundo le hizo.
† En los Ejercicios subyace una verdad fundamental: que Dios, el Creador de todo, nos ama sin condiciones, y que nosotros, en nuestra belleza y aun en nuestras limitaciones, disfrutamos de un valor y una dignidad especiales a los ojos de Dios. Nuestro Creador nos recuerda este abrazo divino colmándonos de muchos dones: la naturaleza, nuestras 47
capacidades, las personas que nos rodean, los regalos de la tierra. La respuesta más natural a este amor clemente y a la fidelidad de Dios es amar a Dios a nuestra vez, reverenciar los dones de Dios y amar a los demás tan incondicionalmente como hemos sido amados nosotros. Durante los primeros días de los Ejercicios, Ignacio nos invita a rezar a través de estas verdades básicas tal como las revelan la Escritura, la naturaleza y nuestra propia memoria inspirada. Estas verdades son tan profundas que se tarda toda una vida en apreciarlas plenamente; tratándose de un amor tan profundo como el de Dios, no es de extrañar que nunca lo entendamos de verdad. Pero sí vivimos estas verdades. Las vemos en acción, como las veía yo en el hospital Calvary: cada paciente era un hijo de Dios, cada persona era tratada con dignidad, cada una con una historia sagrada. Rhona y sus colegas de allí, que trabajan un año sí y otro también, mientras los novicios jesuitas vienen y van, son recuerdos tangibles del amor fiel e incondicional de Dios, vivido en las comidas diarias, los baños suaves, las sábanas limpias y las palabras de ánimo al final de la vida.
Una oración de Thomas Merton [3] Mi Señor Dios, no tengo ni idea de adónde voy. No veo el camino delante de mí. No puedo saber de seguro dónde acabará. Ni me conozco realmente a mí mismo, y el hecho de creer que estoy cumpliendo tu voluntad no significa que lo esté haciendo de veras. Pero creo que el deseo de complacerte te complace de hecho. Y espero tener ese deseo en todo lo que hago. Espero nunca hacer nada fuera de ese deseo. Y sé que, si hago esto, tú me conducirás por el buen camino, aunque yo no lo sepa en absoluto. Por eso confiaré en ti siempre aunque parezca que estoy perdido y en la sombra de la muerte. No temeré, porque tú siempre estás conmigo, y nunca dejarás que me enfrente solo a los peligros. 48
Thomas Merton (1915-1968) es uno de los escritores espirituales más prolíficos del siglo pasado. Converso al catolicismo, ingresó en el monasterio trapense de Getsemaní, a las afueras de Louisville (Kentucky, EE. UU.), en 1941. Es autor de más de sesenta libros y cientos de artículos y poemas. El libro más aclamado de Merton es su autobiografía espiritual, La montaña de los siete círculos.
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SEMANA
DE ORACIÓN
1:
El amor incondicional de Dios por mí Empezamos el retiro reflexionando sobre el amor fiel e incondicional que Dios nos tiene a cada uno de nosotros. Consideramos quiénes somos más fundamentalmente; o más bien, de quién somos. Cada uno de nosotros es hijo o hija amado de Dios; este es el núcleo de nuestra identidad. Sugiero puntos de oración para cada día de la semana. Son solo sugerencias; recuerda que la adaptabilidad es una marca distintiva de los Ejercicios Espirituales. No te consideres obligado a recorrer los pasajes bíblicos como si fueran deberes. A lo mejor eliges quedarte con uno o dos pasajes para toda la semana. Sigue las indicaciones del Espíritu y los consejos de tu guía espiritual si lo tienes. Al comienzo de cada periodo de oración, pedimos una gracia particular: ¿Qué deseo? ¿Qué quiero en este tiempo de oración? Para Ignacio, conectar con nuestros deseos era una manera de asentar la oración en la realidad. Además, el nombrar lo que queremos también nos ayuda a abrirnos a recibir los dones esperados e inesperados de Dios. Cada semana sugiero una gracia concreta, pero no te ates a mis palabras o a la gracia específica que propongo. Deja que tu oración de petición de la gracia fluya, sobre todo, del corazón.
† Oración para la semana Pido las gracias siguientes: ser más consciente de la cercanía de Dios; confiar en el cuidado y el amor personales que Dios me dedica. Día 1 Lee Isaías 43,1-7 («Te he llamado por tu nombre, tú eres mío»). Reza lentamente sobre los versículos. ¿Qué palabras o imágenes te conmueven? Considera: ¿Quién es Dios para mí? ¿Cómo me ve Dios? 50
Día 2 Lee Lucas 12,22-34 (No preocuparme; Dios me cuida como a los lirios del campo). Considera: ¿Qué preocupaciones o temores quiero abandonar ahora que comienzo el retiro? Día 3 Lee el Salmo 23 («El Señor es mi pastor»). Reza lenta y calladamente sobre estos versículos; dilos en voz alta como si fueran un poema. Considera: ¿Qué palabras o imágenes me conmueven? Día 4 Lee el Salmo 131 («Juro que allano y aquieto mi deseo. Como un niño en brazos de su madre»). Practica el descanso en el Señor; quédate en silencio y sosegado, sin afanarte en la oración. Considera: ¿Qué palabras o imágenes brotan de mi corazón o imaginación? Día 5 Lee el Salmo 139,1-18 («Señor, tú me sondeas y me conoces»). Considera: ¿Cómo me mira Dios? ¿Cuán abierto estoy yo a recibir esta intimidad? Día 6 Lee Isaías 43,1-7 o el Salmo 139,1-18. Reza de nuevo por medio de uno de estos pasajes. Apunta en tu diario los dones y los talentos que Dios te ha dado. Apunta también tus limitaciones o debilidades, tan humanas. Recuerda que Dios nos quiere tal como somos. Día 7 Saborea las gracias de la semana. Repasa tu diario con espíritu de oración. Recuerda las gracias clave y da gracias a Dios por ellas. Habla de esta semana con Dios Padre, con Jesús o con María. Vuelve a cualquier palabra, pasaje bíblico, imagen o recuerdo que haya significado mucho para ti.
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Para reflexionar más Conforme entramos en los Ejercicios Espirituales que siguen, los ejercitantes nos encontramos con que a veces pensamos mucho y razonamos las cosas. Otras veces, experimentamos mucho más la respuesta del corazón, mientras que hay poco o nada de lo que se ocupe la cabeza. Es bueno recordar que estamos siempre en el contexto de la oración, sea de forma más meditativa o más afectiva. Debemos siempre procurar mantener un espíritu de reverencia profunda ante Dios, especialmente cuando intervengan nuestros afectos.
Anima Christi (versión tradicional) Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, confórtame. ¡Oh, buen Jesús!, óyeme. Entre tus llagas escóndeme. No permitas que me aparte de ti. Del maligno enemigo defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a ti para que con tus santos te alabe por los siglos de los siglos. Amén.
El Anima Christi (Alma de Cristo) era una oración popular en la época de Ignacio. Él no incluye la oración en el texto original de sus Ejercicios, pero sí se refiere a ella varias veces. Muchas ediciones posteriores de los Ejercicios incluyen esta oración al principio. Sirve para recordarnos que Jesucristo es fundamental en los Ejercicios.
Anima Christi (versión contemporánea) [4] 52
Jesús, que todo lo que eres tú se derrame sobre mí. Que tu cuerpo y tu sangre sean mi comida y bebida. Que tu pasión y tu muerte sean mi fuerza y vida. Jesús, si tú estás a mi lado, se me ha dado lo suficiente. Que la sombra de tu cruz sea el refugio que yo busque. No me dejes huir del amor que tú ofreces, sino guárdame de las potencias del mal. Sobre cada una de mis muertes derrama tu luz y tu amor. Sigue llamándome hasta que llegue el día en que, con tus santos, te alabe para siempre. Amén.
Esta es la paráfrasis que hace David Fleming de la tercera anotación de los Ejercicios Espirituales en Draw Me into Your Friendship: The Spiritual Exercises – A Literal Translation and a Contemporary Reading [Atráeme a tu amistad: Los Ejercicios Espirituales. Traducción literal y lectura contemporánea].
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† El «Prosupuesto» de los Ejercicios Espirituales En los Ejercicios es primordial la relación entre el director espiritual y el ejercitante. Para facilitar una comunicación eficaz y crear una atmósfera de confianza, Ignacio sugiere unos principios directores al comienzo del retiro. Agrupa estos consejos bajo el título de «Prosupuesto». «Para que así el que da los ejercicios espirituales, como el que los recibe, más se ayuden y se aprovechen, se ha de presuponer que todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo que a condenarla; y, si no la puede salvar, inquira cómo la entiende; y, si mal la entiende, corríjale con amor; y, si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve» (EE 22). Al Prosupuesto se le llama a menudo el «signo positivo» ignaciano. En la medida de lo posible, dale una interpretación favorable a la afirmación del otro. Resuelve la confusión y el malentendido antes de nada. Corrige el error del otro con espíritu de humildad y caridad. Estas sugerencias, muy prácticas, son válidas no solo para las relaciones de dirección espiritual, sino también para toda interacción humana. El Prosupuesto también facilita la conversación en los grupos que hacen los Ejercicios.
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SEMANA
DE ORACIÓN
2:
La creación perpetua de Dios Dios no solo crea en un momento del tiempo, sino perpetuamente. El Espíritu creativo y dador de vida nos anima a nosotros y a toda la creación. Durante su convalecencia en Loyola, Ignacio encontró a Dios en la naturaleza. En su autobiografía, dictada en tercera persona, escribe de sí mismo: «La mayor consolación que recebía era mirar el cielo y las estrellas, lo cual hacía muchas veces y por mucho espacio» (Autobiografía, n. 11). Esta semana rezamos con nuestros antecesores en la fe mientras se maravillan de la bondad y la actividad perpetua de Dios en la creación. Puedes elegir hacer uno o más de tus periodos de oración al aire libre, empapándote de la belleza natural de la creación. Emplea todos tus sentidos para experimentar el mundo. Esta semana, mientras paseas por las calles y haces tus tareas cotidianas, presta atención a la variedad de las creaciones de Dios, especialmente en las personas con las que te encuentres. Muchos de los salmos que encontramos en la Escritura fueron en su origen cantos entonados en las festividades y el culto judíos. Suenan a poesía. Así pues, prueba a leer los salmos en voz alta cuando reces. Puede que quieras también escribir un salmo propio en tu diario.
† Oración para la semana Pido las gracias siguientes: asombro ante la creación perpetua de Dios; gratitud por el don de Dios que han sido mi creación y la creación del mundo. Día 1 Lee el Salmo 8. Maravíllate ante la dignidad del ser humano. Da gracias a Dios por las personas concretas que te revelan la presencia amorosa de Dios. Considera: ¿Quién me ha ayudado a llegar a este punto en mi viaje de fe? Día 2
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Lee el Salmo 104. Dios se revela en el mundo natural. Todo es un regalo que él nos hace. Con el salmista, da gracias por la gloria de la creación de Dios. Considera: ¿Dónde veo revelado en mi vida y en el mundo en general esta gloria asombrosa? Día 3 Lee Génesis 1,26–2,9. Considera estos dos relatos de la creación de la humanidad. Escucha a Dios declarar «muy buena» la creación. Considérate a ti mismo como creación de Dios, como una encarnación o una imagen de Dios en un tiempo, una familia y un lugar concretos. Alégrate del hecho de tu existencia como creación de Dios, incluso en medio de las complejidades de la vida humana. Día 4 Lee Romanos 8,18-25 (Toda la creación está inacabada y anhela su realización en Dios). Considera: ¿Cuáles son los hitos particulares o los momentos destacados de mi vida, incluida mi vida de fe? Fíjate tanto en los buenos momentos como en los malos, los tiempos de gran esperanza y los de prueba o «gemidos». Día 5 Lee el Salmo 33 («Nosotros aguardamos al Señor…; lo festeja nuestro corazón»). Considera: ¿Qué aguardo yo? ¿Qué festeja mi corazón? Día 6 Lee Jeremías 18,1-6 (Somos como barro en manos del alfarero). Considera: ¿Cómo me veo mientras soy formado y moldeado ahora por Dios? ¿En qué sentido soy flexible o reacio? Día 7 Lee con espíritu de oración el poema de Mary Oliver «Mensajero». Ella nos recuerda que nuestro trabajo básico en la vida es «aprender a asombrarnos» ante la belleza que hay a nuestro alrededor y dentro de nosotros. Practica el asombro.
Mensajero 56
Mi trabajo es amar al mundo. Aquí los girasoles, allá el colibrí: buscadores igualmente de dulzura. Aquí la levadura viva; allá las ciruelas azules. Aquí la almeja hundida en la arena moteada. ¿Son viejas mis botas? ¿Mi abrigo está rasgado? ¿Ya no soy joven, y aún ni medio perfecta? Déjame centrar la mente en lo que importa, que es mi trabajo, que es, sobre todo, permanecer en quietud y aprender a asombrarme. El torcecuello, la espuela de caballero. La oveja en el pasto, y el pasto. Que es, sobre todo, júbilo, pues ya están aquí todos los ingredientes, que es gratitud, por recibir una mente y un corazón y estos ropajes corporales, una boca con que dar gritos de alegría a la polilla y al chochín, a la dormilona almeja desenterrada, contándoles a todos, una y otra vez, cómo vivimos para siempre. MARY OLIVER [5]
Para reflexionar más «La oración, entendida como la conciencia destilada de nuestra vida entera ante Dios, es un viaje hacia delante, una respuesta a la llamada del Padre para asemejarnos de modo perfecto a Su Hijo a través de la fuerza del Espíritu Santo. Pero este viaje hacia delante también puede verse como una suerte de itinerario de vuelta, en el que buscamos acceder a la relación original que Adán tuvo con Dios. En la oración viajamos hacia delante hasta nuestro origen. Cerramos los ojos en recogimiento orante y los abrimos en el momento prístino de la creación. Abrimos los ojos para encontrar a Dios –Sus manos llenas de barro– cubriéndonos con su presencia, insuflando su vida divina en nosotros, sonriendo al reconocer en nuestro ser un reflejo de Sí. Nos dirigimos a nuestro lugar de oración con la confianza de que al orar trascendemos tiempo y espacio». JAMES FINLEY [6]
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† «La oración tiene mucho más que ver con lo que Dios quiere hacer en nosotros que con nuestros intentos de “alcanzar” o “percibir” y, menos aún, “entretener” a Dios en la oración. Esta verdad elimina la ansiedad y la preocupación por el éxito o no éxito de nuestra oración, porque podemos estar muy seguros de que, si queremos rezar y darle tiempo a la oración, Dios siempre tiene éxito, y eso es lo que importa… Lo que consideramos nuestra búsqueda de Dios es, en realidad, una respuesta al divino Amante que nos atrae hacia sí. No hay nunca un momento en el que el Amor divino no esté trabajando… Este trabajo no es otra cosa que una entrega del Ser divino en el amor. La consecuencia lógica para nosotros debe ser, sin ninguna duda, que nuestro papel es dejarnos amar, dejar que se nos dé, dejar que este gran Dios trabaje en nosotros y nos capacite para la unión total con Él». RUTH BURROWS [7]
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SEMANA
DE ORACIÓN
3:
La intimidad de la oración Puesto que Dios nos creó y continúa creando en nosotros y por medio de nosotros, tenemos por naturaleza una relación con Dios. En otras palabras, somos creados a imagen de Dios, y esa imagen es indeleble. El reto para nosotros es ser más conscientes de esa relación siempre presente; lo cual cuesta trabajo en un mundo lleno de distracciones. Esta semana nos centramos en la oración como comunicación íntima con Dios. Como en cualquier relación humana, necesitamos pasar tiempo juntos para que esa relación crezca y se haga más honda. Las relaciones humanas tienen distintos momentos de mayor y menor intimidad; lo mismo pasa con Dios. Unas veces charlamos, otras veces estamos callados. Unas veces resulta fácil pasar tiempo con Dios; otras veces resulta más difícil o extenuante. No hay una forma única de relacionarse con Dios, pero, siempre que estemos abiertos, nuestra relación con Dios puede crecer de una forma profunda y a veces inesperada.
† Oración para la semana Pido las gracias siguientes: una creciente intimidad con Dios en la oración; mayor confianza en Dios. Día 1 Lee Lucas 11,1-13 («Señor, enséñanos a orar»). Reza despacio el padrenuestro, asimilando las palabras. Acepta la invitación de Jesús a pedir lo que quieras. Día 2 Lee Isaías 55,1-13 («Prestad oído, venid a mí, escuchadme y viviréis»). ¿Eres capaz de estar en silencio y escuchar sin más a Dios, en la Escritura y en los deseos más hondos de tu corazón?
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Día 3 Lee el Salmo 63,1-8 («Mi garganta tiene sed de ti»). ¿De qué tienes sed tú? ¿Cómo experimentas el «amor constante» de Dios? Día 4 Lee el Salmo 103 («Bendice, alma mía, al Señor»). Pronuncia un salmo parecido desde tu corazón. Día 5 Lee Romanos 8,26-27. A veces la oración puede ser una lucha, pero busca el consuelo en la seguridad de que el Espíritu nos ayuda a orar en nuestra debilidad. ¿En qué aspecto de tu vida te sientes débil actualmente? Día 6 Lee Efesios 3,14-21 (El poder de Cristo que obra dentro de nosotros es capaz de lograr más de lo que podemos pedir o imaginar). ¿Dónde encuentras ese poder asombroso obrando en tu vida? ¿Dónde te hace falta tal Presencia divina y dinámica? Día 7 Repasa la semana; saborea las gracias o vuelve a un pasaje que haya tenido un significado especial para ti.
Los santos nos hablan de la oración
«La verdadera oración no es sino el amor» (San Agustín). «La oración es el baño interior de amor en que el alma se zambulle» (San Juan María Vianney). «Todos tenemos que mantenernos unidos a Dios mediante la oración. Mi secreto es sencillo: rezo. Por la oración llego a ser uno en el amor con Cristo. Me doy cuenta de
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que rezarle es amarle… En el silencio del corazón, Dios hablará» (Santa Teresa de Calcuta). «Todos necesitamos media hora de oración cada día, salvo cuando estamos ocupados: entonces necesitamos una hora» (San Francisco de Sales). «La oración es la elevación de la mente y el corazón a Dios o la petición de bienes a Dios» (San Juan Damasceno). «Para mí, la oración es un impulso del corazón, una simple mirada lanzada hacia el cielo, un grito de gratitud y de amor, tanto en medio del sufrimiento como en medio de la alegría» (Santa Teresa de Lisieux).
Estas citas están recogidas en el United States Catholic Catechism for Adults (Catecismo católico de los Estados Unidos para adultos) [8] .
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† Las distracciones en la oración Es normal distraerse a veces durante la oración. Si puedes, simplemente reconoce el pensamiento molesto y déjale irse. Algunas veces, sin embargo, lo que al principio parece una distracción brinda una oportunidad para un encuentro privilegiado con Dios. Así pues, si persiste el pensamiento molesto, discierne cuidadosamente si realmente se trata de una distracción o de algo sobre lo que tienes que rezar. En el curso de un retiro en la vida cotidiana, suceden en casa, en el trabajo o en las relaciones cosas que reclaman una reflexión orante. No debemos dudar en rezar sobre la «Escritura de nuestra vida» si nos parece que Dios está intentando atraer nuestra atención por medio de lo que inicialmente creíamos una distracción. Por el contrario, hay pensamientos que son en verdad preocupaciones innecesarias; los podemos atender más tarde. Repasa las sugerencias para preparar y estructurar tu tiempo de oración. El seguir esos consejos probados te puede ayudar a centrar tu oración. Si persisten las distracciones, habla de ellas con un director espiritual o con un guía. Si tiendes a dormirte mientras rezas, cambia de postura o la hora de la oración. A veces puede parecer que no sucede nada, pero es posible que, en lo hondo, Dios esté removiendo algo, solo que todavía no nos hemos dado cuenta. A medida que desarrollas el hábito de la oración, evita la tentación de juzgar o calificar tu oración: «La oración de hoy ha sido buena; la de ayer fue mediocre». (¡Imagínate que calificaras cada rato que pasas con un amigo o con un ser querido!). Dios puede valerse de cualquier cosa, hasta de las distracciones y las preocupaciones. En definitiva, haz caso a las palabras de ánimo de san Francisco de Sales y de otros después de él: aunque lo único que hagas sea volver a la presencia de Dios después de una distracción, esto es, en sí, muy buena oración. Tu persistencia demuestra cuánto quieres estar con Dios.
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† Imágenes de Dios El padre William A. Barry, SJ, renombrado director espiritual y estudioso de los Ejercicios Espirituales, da una definición concisa y muy útil de la oración: la oración es una relación consciente y personal con Dios. Él propone que podemos aprender cómo es nuestra relación con Dios considerando nuestras relaciones con otras personas. En su libro Una amistad como ninguna, el P. Barry perfecciona su anterior definición de la oración: «La mejor analogía para la relación que Dios quiere con nosotros es la amistad. Dios desea la existencia de los humanos por amistad». La imagen de la amistad de Dios que da Barry puede resultar novedosa para algunos, especialmente para quienes lidian con el temor de Dios. A todos nos rondan la cabeza imágenes diversas de Dios. Por ejemplo, debido a las experiencias de la infancia, puede que veamos a Dios como un abuelo bondadoso pero distante o como un contable de las buenas y las malas acciones. La Escritura nos proporciona un surtido de imágenes, entre ellas las de Dios como madre nutricia, Padre misericordioso, juez, Creador benévolo, Espíritu y, por supuesto, Jesucristo. Conforme nos hacemos mayores, nuestra imagen de Dios evoluciona. Puede que encuentres nuevas imágenes de Dios mientras rezas los Ejercicios. Tenemos que abandonar las imágenes que obstaculizan la relación madura con Dios, quien está mucho más allá de nosotros y, sin embargo, muy cerca de nosotros. Ninguna imagen refleja plenamente quién es Dios. Naturalmente, intentamos plasmar en palabras nuestra experiencia de Dios, pero toda palabra será inadecuada, porque estamos hablando de Dios, que es Supremo Misterio. Debemos tener cuidado de no convertir nuestras imágenes de Dios en ídolos. Antes bien, dejamos que Dios nos revele su Ser suave y naturalmente. Si tu experiencia de Dios te lo presenta, por lo general, como alguien que está alejado de tu vida, o si sueles tener sentimientos de temor cuando te acercas a Dios, te puede venir bien tomarte más tiempo para estos días de introducción a los Ejercicios, orando hasta llegar a una experiencia más confiada de Dios. El autor de la Primera carta de Juan nos asegura: «En el amor no cabe el temor, antes bien, el amor desaloja el
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temor» (4,18). Reza para experimentar tal amor consolador de Dios, que desea profundamente que experimentemos el gozo de nuestra creación.
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SEMANA
DE ORACIÓN
4:
La invitación de Dios a mayor libertad Uno de los fines de los Ejercicios Espirituales es ayudar a los ejercitantes a ganar libertad espiritual. En palabras de Ignacio, los Ejercicios pretenden «vencer a sí mismo y ordenar su vida sin determinarse por afección alguna que desordenada sea» (EE 21). La libertad espiritual es una libertad interior, una libertad de la mente y del corazón. Las personas que son espiritualmente libres saben quiénes son –con todos sus dones y limitaciones– y están cómodas siendo quienes son. Son capaces de discernir la presencia de Dios, encontrar sentido a sus vidas y hacer que sus elecciones fluyan de lo que son, independientemente de la circunstancia. En su muy citado estudio de los Ejercicios Spiritual Freedom [La libertad espiritual], John J. English, SJ, describe esta libertad como «aceptarse a sí mismo como alguien que históricamente viene de Dios, va hacia Dios y está con Dios». Con este recordatorio de nuestra identidad más fundamental, mantenemos a Dios en el centro de nuestra vida. Trabajamos por adquirir mayor conciencia de la llamada de Dios en nuestra vida y responder con generosidad a esa llamada. Tenemos numerosas preocupaciones que obstaculizan nuestra escucha y respuesta a la llamada de Dios: miedos, prejuicios, codicia, necesidad de control, perfeccionismo, celos, rencores y dudas excesivas sobre nosotros mismos. Estas tendencias nos atan y nos refrenan de amar a Dios, a nosotros mismos y a los demás como es debido. Provocan el caos en nuestras almas y nos llevan a tomar malas decisiones. Por la falta de libertad espiritual, nos apegamos en exceso a las personas, los lugares, los bienes materiales, los títulos, las ocupaciones, los honores y el aplauso ajeno. Estas cosas son buenas en sí mismas cuando están ordenadas y dirigidas por el amor de Dios. Se convierten en apegos desordenados o afectos desordenados cuando desplazan a Dios del centro de nuestra vida y pasan a ser claves en nuestra identidad. Como estas semanas de oración han subrayado, la verdad fundamental de nuestra identidad es que Dios nos ama sin condiciones. Esta semana rezamos pidiendo mayor libertad espiritual. Al hacerlo, cobramos conciencia de nuestros apegos desordenados. Tal autoexamen continuará en las próximas 65
semanas, por lo que no te sientas presionado para poner todos tus asuntos en orden en una semana. Deja que la gracia liberadora de Dios opere suavemente en ti.
† Oración para la semana Pido las gracias siguientes: ganar libertad interior; ser más consciente de los apegos desordenados que me impiden amar a Dios, a los demás o a mí mismo. Día 1 Lee Lucas 1,26-38. Reza sobre el relato de la Anunciación y maravíllate de la libertad de María para decir «¡Sí!». Observa cómo maneja ella sus miedos y mantiene su atención en Dios. Reza lenta y meditativamente sobre las palabras del evangelio o usa tu imaginación para situarte en la escena. Día 2 Repetición de Lucas 1,26-38 (en la sección siguiente, «La repetición ignaciana», se explica la repetición). Día 3 Lee Marcos 10,17-27 (Jesús llama al rico a seguirlo). Considera la libertad espiritual del rico, o su carencia de ella. Observa cómo lo trata Jesús. Pregunta: ¿Qué me atrae a seguir a Jesús y qué me refrena? Día 4 Repetición de Marcos 10,17-27. Día 5 Lee Filipenses 3,7-16. Ora pidiendo estar centrado, como Pablo, firme y sinceramente en Cristo. Pregunta: ¿Cuándo he experimentado o visto semejante atención, semejante libertad en mi vida? Siempre necesitamos pedir más libertad espiritual; no podemos liberarnos nosotros solos.
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Día 6 Lee Juan 3,22-30. Reflexiona sobre la libertad de Juan el Bautista: «Él debe crecer y yo disminuir». ¿Cómo he demostrado tal libertad y desprendimiento? ¿En qué aspectos de mi vida tengo que abandonar el exceso de control y de preocupación por mí mismo? Día 7 Repasa la semana; saborea las gracias.
Para reflexionar más Oh Espíritu de Dios, te rogamos nos ayudes a orientar todas nuestras acciones por tus inspiraciones, llevarlas adelante con tu clemente auxilio, que toda oración y obra nuestra comience siempre por ti y que por ti sea felizmente acabada. Amén.
Esta oración para pedir libertad espiritual ha sido empleada a menudo por los jesuitas como comienzo de clases o reuniones.
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† La repetición ignaciana Dada la analogía que hace Ignacio entre el ejercicio (o oración) espiritual y el ejercicio físico, podemos estar tentados de correr por los Ejercicios Espirituales. Sin embargo, crecer en la oración no significa rozar la superficie, sino profundizar cada vez más en el misterio de Dios. Al comienzo de los Ejercicios, Ignacio nos recuerda que lo que satisface al alma no es saber más datos ni alcanzar grandes intuiciones, sino saborear las muchas gracias de Dios y descansar en la Presencia divina (EE 2). En otras palabras, en la vida espiritual procuramos ir más al fondo antes que abarcar demasiado. Para ayudarnos a simplificar y ralentizar nuestra oración, Ignacio sugiere que hagamos «repeticiones» de los ejercicios previos (EE 62). Esto no significa reconstruir un periodo de oración minuto por minuto o ensayar cada parte del ejercicio o del pasaje de la Escritura. Antes bien, volvemos a alguna palabra, imagen, deseo, intuición, sentimiento, atracción, resistencia u otro movimiento interior que fuera especialmente vivo cuando rezamos el ejercicio por primera vez. Las repeticiones no deben ser aburridas, como si dijéramos «¡Eso ya lo he hecho!». Más bien pretenden simplificar nuestra oración y ayudarnos a profundizar. Hacer la repetición de una oración es como pasar más tiempo con alguien a quien queremos.
Una oración de san Anselmo de Canterbury [9] Enséñame a buscarte y revélate a mí mientras busco; porque, a no ser que me instruyas, no puedo buscarte y, a no ser que te reveles, no puedo encontrarte. Que te busque en desearte; que te desee en buscarte. Que te encuentre en amarte; que te ame en encontrarte.
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San Anselmo (1033-1109) fue monje y más tarde arzobispo de Canterbury. Teólogo eminente, Anselmo propuso la definición clásica de la teología como «fe que busca comprender».
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SEMANA
DE ORACIÓN
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El Principio y Fundamento Hasta aquí, en el retiro hemos recordado que Dios nos es fiel y saboreado el amor incondicional e ilimitado que Dios nos tiene a nosotros y a toda la creación. Llenos de gratitud, la respuesta más natural es amar a nuestra vez. Solo queremos alabar, amar y servir a Dios, y haremos cualquier cosa o sacrificio necesarios para hacer realidad esta llamada o vocación humana más fundamental. Tales deseos santos forman el núcleo de la primera meditación clave de los Ejercicios, el Principio y Fundamento. Suena como una declaración de objetivos para el ser humano: «El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor». Por supuesto que esta vocación se concreta en toda vida humana. Cuando vivimos esta vocación, somos verdaderamente felices y estamos realizados. Cuando permitimos que los afectos desordenados y la preocupación por nosotros mismos embarullen nuestra vida, nos encontramos desequilibrados, infelices e insatisfechos. La gracia que buscamos es la indiferencia. En el vocabulario ignaciano, este término no significa una insensible falta de interés. Antes bien, indiferencia quiere decir que poseamos todos los dones de Dios con reverencia y gratitud, pero también sin aferrarnos a ellos, abrazándolos o soltándolos dependiendo de si nos ayudan o no a cumplir nuestra vocación al amor en los detalles cotidianos y concretos. Indiferencia es otra manera de designar la libertad espiritual. Es una postura de apertura a Dios: buscamos a Dios en cualquier persona, situación y momento. Indiferencia significa que estemos libres para servir y amar como Dios desea. La libertad espiritual o indiferencia es un regalo de Dios; no podemos hacer que suceda. Pero sí podemos, con el tiempo, cultivar la indiferencia desarrollando buenos hábitos de pensamiento, elección y actuación. El Principio y Fundamento es un texto denso, pero no pretende ser un ejercicio académico. Considéralo una invitación a experimentar con más profundidad lo íntimamente relacionado que estás con Dios y con toda su creación (incluidas las personas, las otras criaturas y el mundo natural). Al hacerlo, cobran vida ciertas verdades fundamentales de nuestra existencia: Dios me crea por amor, en un tiempo y un lugar 70
concretos, con talentos y temperamentos, fuerzas y limitaciones concretos. Dios sigue creando y revelando quién es Dios para mí y quién soy yo ante Dios. Dios me invita a asociarme con él para construir un mundo más justo y apacible. Aprendo que la mejor forma de alabar a Dios es ser quien él me ha destinado a ser, y honrar la singularidad de las otras criaturas. Nuestra apreciación del Principio y Fundamento se vuelve más profunda a medida que recorremos los Ejercicios y procuramos integrar ese conocimiento en la vida diaria. Lo que acaso comience como un ejercicio mental empapa el corazón conforme progresamos en el retiro.
† Oración para la semana Pido las gracias siguientes: una conciencia cada vez más profunda de mi vocación fundamental a alabar, amar y servir a Dios y a los demás; el deseo de una mayor indiferencia en mi vida; estar dispuesto a aceptar lo que soy ante nuestro Dios amoroso. Día 1 Lee con espíritu de oración la versión original del Principio y Fundamento, que viene a continuación. Pregunta: ¿Cómo alabo, amo y sirvo a Dios en concreto? ¿Qué actividades, personas o cosas materiales me ayudan a alcanzar este fin? Día 2 Lee con espíritu de oración la versión contemporánea del Principio y Fundamento que viene a continuación. Pregunta: ¿En qué aspecto he sido un «buen custodio» de los dones que Dios me ha dado, incluidas las cosas creadas, mis talentos y mis habilidades? Según mi experiencia, ¿qué es lo que obstaculiza mi alabanza, amor y servicio a Dios? ¿Cómo influye en mis elecciones y acciones lo siguiente: los títulos, los honores, las posesiones, la carrera, las opiniones de los demás, mi estilo de vida? Sé lo más concreto posible. Día 3
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Lee Éxodo 3,1-15. Considera cómo Dios llama a Moisés a asociarse con él en la obra de la liberación: «Te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas». Reflexiona sobre tu propia vida: ¿En qué aspecto me he asociado con Dios para ayudar a la gente, para construir un mundo más justo y apacible, para cuidar la creación? Día 4 Repetición. Mientras consideras de nuevo el Principio y Fundamento de Ignacio, rememora momentos de tu vida en que te sentiste en equilibrio y las veces que te sentiste desequilibrado. En otras palabras, recuerda las épocas de gran libertad espiritual y los momentos de caos espiritual. ¿A quiénes admiras por ser personas que viven en libertad espiritual? Día 5 A la luz de tu oración de los tres días pasados, escribe el Principio y Fundamento con tus propias palabras; es decir, escribe la declaración de objetivos que quieres que rija tu vida. O crea una imagen que refleje tu Principio y Fundamento (mira, por ejemplo, Jeremías 17,5-11). Día 6 Lee Filipenses 4,11-13 («Todo lo puedo con el que me da fuerzas»). Sigue trabajando en tu propio Principio y Fundamento. Puedes anotar los apegos desordenados o las «no libertades» que hay en tu vida y son barreras en tu viaje espiritual. Recuerda: siempre necesitamos la ayuda de Dios para experimentar la libertad espiritual que deseamos. Día 7 Repasa la semana; saborea las gracias.
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† Principio y Fundamento (versión original) «El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados» (EE 23).
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† Principio y Fundamento (versión contemporánea) [10] «Dios, que nos ama, nos crea y quiere compartir la vida con nosotros para siempre. Nuestra respuesta de amor cobra forma en nuestra alabanza, nuestra reverencia y nuestro servicio al Dios de nuestra vida. Todas las cosas de este mundo son también creadas por el amor de Dios y se convierten en un contexto de dones, que se nos ofrecen para que podamos conocer más fácilmente a Dios y devolver el amor con más presteza. Consecuentemente, mostramos reverencia por todos los dones de la creación y colaboramos con Dios al usarlos para, siendo buenos custodios, desarrollarnos como personas que aman al cuidar del mundo de Dios y su desarrollo. Pero si abusamos de alguno de estos dones de la creación o, por el contrario, los tomamos como centro de nuestra vida, rompemos nuestra relación con Dios y entorpecemos nuestro crecimiento como personas que aman. En la vida cotidiana, por lo tanto, debemos mantenernos en equilibrio ante todos los dones creados en tanto tengamos elección y no estemos obligados por alguna responsabilidad. No debemos fijar nuestros deseos ni en la salud ni en la enfermedad, ni en la riqueza ni en la pobreza, ni en el éxito ni en el fracaso, ni en la vida larga ni en la vida corta. Porque todo tiene el potencial de suscitar en nosotros una respuesta más amorosa a nuestra eterna vida con Dios. Nuestro único deseo y sola elección debería ser esto: quiero y elijo lo que mejor conduzca a una vida cada vez más profunda de Dios en mí (EE 23)».
Para reflexionar más «Puede decirse que la santidad para mí consiste en ser yo mismo y que la santidad para ti consiste en ser tú mismo y que, después de todo, tu santidad nunca será la mía y la mía nunca será la tuya, salvo en la comunión de la caridad y la gracia.
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Para mí, ser santo significa ser yo mismo. Por lo tanto, el problema de la santidad y la salvación es, de hecho, el problema de averiguar quién soy y de descubrir mi verdadero yo». T HOMAS MERTON [11]
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SEMANA
DE ORACIÓN
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Dios me llama Solo cuando somos realmente libres podemos oír la llamada de Dios. Esta semana reflexionamos sobre cómo Dios nos llama ahora mismo en los detalles concretos de nuestras vidas. No te preocupes por tomar grandes decisiones o cambiar tu manera de vivir. Eso puede venir más tarde. Antes bien, maravíllate sin más de que Dios nos llame a cada uno especialmente. Escucha no solo la llamada, sino también a Quien llama. Dios nos sale al encuentro de diversas maneras: en las personas que nos rodean y en el trabajo que hacemos; en algo que leemos o vemos en el mundo, y en la inspiración de la Escritura y la liturgia de la Iglesia. También encontramos a Dios en los deseos santos que germinan en el fondo de nuestros corazones. Esto es una idea fundamental de la espiritualidad ignaciana. Puesto que Dios, nuestro Creador, nos da la vida, y puesto que somos imagen de Dios, los deseos de Dios y nuestros deseos más profundos son los mismos. Lo que en verdad deseamos es también lo que Dios desea para nosotros. El discernimiento de estos deseos requiere práctica. A lo largo del retiro, Ignacio ofrece herramientas para el discernimiento, las cuales repasaremos. Dios siempre está intentando atraer la atención por medios tanto obvios como sutiles. Se nos recuerda al profeta Elías, que, de pie en lo alto de la montaña, encontró a Dios no en un viento huracanado, ni en un terremoto, ni en el fuego, sino en «una brisa tenue» (1 Reyes 19,11-13). Podemos encontrar a Dios en el ajetreo de nuestra vida y en el silencio de nuestra oración.
† Oración para la semana Pido la gracia siguiente: la conciencia agradecida de las muchas maneras en que Dios me llama. Día 1
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Lee Marcos 10,46-52. Escucha a Jesús decir al ciego: «¿Qué quieres de mí?». Escucha a Jesús decirte lo mismo a ti. ¿Cuál es tu sincera respuesta? Día 2 Lee Jeremías 1,4-10 (la vocación de Jeremías). Pregunta: ¿Cómo reacciono a la llamada de Dios en mi vida? Día 3 Lee Jeremías 29,11-14 («Yo conozco mis designios sobre vosotros»). Mientras consideras el retiro que tienes por delante, o la vida que tienes por delante, descansa en la seguridad de la presencia fiel de Dios. Día 4 Repetición de cualquier día. Día 5 Lee Lucas 5,1-11 (llamada de los discípulos junto a la orilla). Escucha a Jesús decir a Simón Pedro, y a ti, «No temas». Pregunta: ¿Dónde experimento la llamada de Dios en mi vida diaria? Día 6 Lee Juan 1,35-39. Escucha a Jesús decir a los discípulos, y a ti: «¿Qué buscáis?». ¿Cómo respondes? Día 7 Repetición de cualquier día. Saborea las gracias de la semana.
Rezar No tiene por qué ser el lirio azul, podrían ser las malas hierbas de un descampado, o unos 77
guijarros; tan solo presta atención, luego hilvana unas pocas palabras y no intentes que sean muy elaboradas, esto no es un concurso, sino el portal del agradecimiento, y un silencio en el que puede hablar otra voz. MARY OLIVER [12]
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Una oración del cardenal John Henry Newman Dios me ha creado para prestarle algún servicio preciso; me ha encomendado algún trabajo que no le ha encomendado a ningún otro. Tengo mi misión; puede que nunca la conozca en esta vida, pero me la dirán en la próxima. … Soy un eslabón de una cadena, un vínculo de conexión entre las personas. Él no me ha creado sin motivo. Haré el bien; haré su trabajo; seré ángel de paz, predicador de la verdad en mi lugar propio, aunque no lo pretenda, con tal de que guarde sus Mandamientos. … Por lo tanto, confiaré en Él. Sea yo lo que sea, esté dónde esté. Nunca puedo ser desechado. Si estoy enfermo, mi enfermedad puede servirle; en la perplejidad, mi perplejidad puede servirle; en la pena, mi pena puede servirle. … Él no hace nada en vano. … Él sabe lo que quiere [13] .
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John Henry Newman (1801-1890) fue un eminente pensador y apologista cristiano de su tiempo. Newman escribió y disertó ampliamente sobre diversos temas, tales como el desarrollo de la doctrina cristiana, la conciencia, el ecumenismo, el papel de los laicos y la formación universitaria católica. Primero como clérigo anglicano y luego como sacerdote católico, Newman se preocupó profundamente por la formación espiritual de las personas y procuró combinar sus funciones de teólogo y pastor. Fue declarado venerable por el papa Juan Pablo II en 1991 y beatificado por el papa Benedicto XVI en 2010.
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† La oración ignaciana de la conciencia: el Examen San Ignacio creía que podemos encontrar a Dios en todas las cosas, en todo momento, incluso en los tiempos más ordinarios. Para hacer eso, debemos tomarnos el tiempo de reflexionar sobre nuestra experiencia, observar los hechos de un día y discernir su significado. Ignacio nos anima a revisar un periodo de tiempo pasado y prestar atención a lo que sucede en nuestro interior y alrededor de nosotros. Luego nos invita a mirar adelante, a lo que viene después, para que podamos actuar de una forma que sea digna de nuestra vocación de cristianos. La práctica cotidiana de rezar el Examen (quizá durante unos diez o quince minutos) nos ayuda a discernir cómo nos está llamando Dios en lo pequeño y en lo grande. A Dios se le encuentra en lo real, por lo que rezamos desde lo que es real en nuestra vida. A lo largo de los siglos, el Examen ha sido adaptado de diversas maneras. He organizado esta oración diaria en cinco pasos. No te sientas obligado a recorrer los cinco pasos o emplear unas palabras determinadas. No se trata de completar una tarea, sino de construir una relación. 1. Reza pidiendo la ayuda de Dios La oración no tiene nada de magia. Orar es conversar con Dios. Por lo tanto, invita a Dios a estar contigo durante este tiempo sagrado. Pide a Dios que te ayude a estar agradecido y ser sincero mientras repasas el día. Con la ayuda de Dios, presta atención al modo en que el Espíritu ha operado en y a través de ti, de los demás y de la creación. Déjate ver tu jornada como la ve Dios. 2. Da gracias por los dones de este día Para Ignacio, la gratitud es el paso primero y más importante del viaje espiritual. La actitud de agradecimiento, practicada con la frecuencia suficiente, nos ayuda a encontrar a Dios en todas las cosas y puede transformar la manera en que vemos nuestra vida y a las demás personas.
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Por lo tanto, repasa el día y nombra las bendiciones, desde las más significativas y obvias hasta las más comunes y ordinarias. ¡A Dios (no al diablo) se le encuentra en los detalles, así que sé muy específico! Mientras reflexionas, haz honor a los dones de las demás personas de tu vida, pero no olvides reconocer los dones que hay en ti, pues también estos son dados por Dios. No creas que debes revisar mecánicamente la jornada hora por hora o hacer una lista de todos los dones del día. Más bien, saborea cualesquier dones que Dios te muestre. Con la suave orientación de Dios, deja que el día pase por ti. 3. Reza sobre los sentimientos significativos que afloran mientras revisas el día Ignacio creía que Dios se comunica con nosotros no solo por medio de la percepción mental, sino también por medio de nuestras «mociones interiores», como él las llamaba: sentimientos, emociones, deseos, atracciones, aversiones y estados de ánimo. Mientras reflexionas sobre el día, es posible que notes surgir fuertes sentimientos. Pueden ser dolorosos o placenteros: por ejemplo, gozo, paz, tristeza, ansiedad, confusión, esperanza, compasión, arrepentimiento, enfado, confianza, celos, dudas, aburrimiento o ilusión. Los sentimientos no son ni positivos ni negativos; es lo que haces con ellos lo que plantea cuestiones morales. Estos movimientos te pueden informar sobre la dirección que ha seguido tu vida en este día concreto. Y el mero hecho de sacarlos a relucir puede ayudar a reducir el dominio destructivo que algunos sentimientos tienen sobre ti. Escoge uno o dos sentimientos fuertes y reza desde ellos. Pide a Dios que te ayude a entender lo que ha suscitado estos sentimientos y adónde te han llevado: • ¿Te han acercado más a Dios? ¿Te han ayudado a crecer en fe, esperanza y amor? ¿Te han vuelto más generoso con tu tiempo y talento? ¿Te han hecho sentir más vivo, íntegro y humano? ¿Te han llevado a sentirte más conectado a los demás o te han desafiado a un crecimiento vivificante? • ¿O te han alejado de Dios los sentimientos? ¿Te han vuelto menos fiel, esperanzado y amante? ¿Te han vuelto más egocéntrico o ansioso? ¿Te han llevado a la duda y la confusión? ¿Han conducido al derrumbe de alguna relación?
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4. Alégrate y pide perdón Alégrate por los momentos que te han acercado a Dios y pide perdón por los momentos en que hoy te has resistido a la presencia de Dios en tu vida. Alaba a Dios por la gracia de ser consciente que te ha concedido durante este tiempo de oración, aunque hayas sido consciente de cosas de las que no estás orgulloso. Esta conciencia es el principio de la curación y la conversión. 5. Mira al mañana Lo mismo que Dios está contigo hoy, estará contigo mientras duermes y cuando te despiertes mañana. Invita a Dios a formar parte de tu futuro. ¿En qué necesitas la ayuda de Dios? Sé muy práctico y específico. Si te resulta útil, consulta tu agenda de mañana. Dios quiere estar contigo ahí, en los momentos más dramáticos de tu vida y en los más triviales. Pide a Dios que te dé la gracia que necesitas: por ejemplo, valor, confianza, sabiduría, paciencia, determinación o paz. O quizá hay alguien concreto por quien quieras rezar. Concluye hablando a Dios de corazón o con una oración que te sea familiar, como el padrenuestro.
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LA «P RIMERA SEMANA »:
Experimentar la ilimitada misericordia de Dios Después de mi noviciado de dos años y tras pronunciar los votos de pobreza, castidad y obediencia, fui enviado a estudiar Filosofía y Teología en la Fordham University. En el verano de mi segundo año, solicité ir a Bolivia para mejorar mi español y vivir con los jesuitas de allí. Me hacía falta de verdad trabajar el español, expliqué. Y quería familiarizarme con los jesuitas y su trabajo en América del Sur. Todas eran buenas razones, respondieron mis superiores, «pero te vamos a mandar a la India a trabajar en un hospital de leprosos».
¿La India? ¿Un hospital de leprosos? Tal es el voto de obediencia, aprendí. A veces mis superiores religiosos tienen mejor idea que yo de lo que necesito. Mientras volaba al otro lado del mundo con otros dos escolares jesuitas, Tim y James, me preguntaba qué sentido tenía esta experiencia. No tardé mucho en averiguarlo. Yo debía ser instruido de una manera muy distinta de la que había conocido en la universidad. La imponente figura de John nos salió al encuentro en el caluroso y abarrotado aeropuerto de Calcuta (ahora conocida como Kolkata). John, natural de Baltimore, consideraba el noreste de la India su hogar después de haber vivido allí como sacerdote jesuita casi cincuenta años. Con una estatura de dos metros, rojiza tez irlandesa y una sonrisa más ancha que la distancia que habíamos recorrido, John destacaba entre la muchedumbre, desde luego. «Bienvenidos al paraíso», dijo. Estábamos agotados por el largo viaje y preocupados por lo que nos esperaba. Pasamos la noche recuperando el sueño perdido en una comunidad jesuita local que atendía una de las incontables escuelas que llevan el nombre del gran santo misionero jesuita Francisco Javier. Al día siguiente, John nos llevó en coche a Dhanbad, una pequeña ciudad a dos horas al noroeste de Calcuta.
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Lo primero en lo que me fijé fueron las vacas, ennegrecidas por el polvo de carbón que llenaba el aire pesado. Dhanbad era el emplazamiento de varias minas de carbón a cielo abierto donde las empresas arañaban la tierra para descubrir el carbón de debajo y dejaban tras de sí un desastre medioambiental. Así, fue un alivio cuando John nos llevó a la casa en la que pasaríamos el verano a unos kilómetros de Dhanbad, en el hospital Nirmala. El hospital había sido fundado en 1969 por misioneros jesuitas de nuestra zona de los Estados Unidos. Rodeados de un muro y frondosa vegetación natural, los terrenos del hospital eran un oasis de serenidad y limpieza. Las religiosas (sobre todo hermanas samaritanas) del sur de la India mantenían un orden relajante en la propiedad. Con sus algo más de veinte hectáreas, Nirmala era más que un hospital; era una aldea pequeña. Contaba con dormitorios donde dormían hasta 140 pacientes en varios edificios de una sola habitación, con las camas dispuestas en largas filas. El edificio del propio hospital era más como una clínica, donde se administraban cuidados muy rudimentarios con los limitados materiales disponibles. Una capilla, un convento para las hermanas y una pequeña casa para sacerdotes recordaban la misión religiosa de Nirmala. El fin no era convertir a los pacientes, en su mayoría hinduistas, sino vivir el Evangelio de forma muy real respondiendo a las necesidades de los más pobres de entre los pobres. En la India de hoy, los afectados de lepra (o de enfermedad de Hansen, como se la conoce en medicina) todavía sufren discriminación y son empujados a los márgenes de la sociedad. Aunque la enfermedad es cien por cien curable con un régimen de meses de medicación oral, con frecuencia los pobres carecen de acceso a la medicación o de información sobre la infección y el tratamiento. Dado que están malnutridos, sus sistemas inmunes no son capaces de combatir la bacteria que causa la enfermedad. En las viviendas atestadas de gente y en condiciones insalubres, la enfermedad se transmite fácilmente. Dado que los hijos de los pacientes leprosos padecen el estigma social junto con sus padres, en Nirmala había una escuela. En la parte trasera del recinto estaban dispuestas una serie de casitas en cuadro, con un patio central. Estas sencillas estructuras de hormigón albergaban antiguos pacientes que no encontraban ni trabajo ni casa. Aunque curados de la lepra, todavía llevaban las dolorosas señales de la enfermedad: ceguera, un puño agarrotado, una nariz aplanada o miembros amputados. Fue a esta parte de Nirmala adonde John nos llevó primero para nuestra bienvenida oficial. Nos saludaron con cantos 84
y bailes. En el centro de la celebración estaba un anciano ciego que se movía sobre muñones, en lugar de pies, ayudado por muletas. Con el paso de los días disminuyó la ilusión inicial de nuestra aventura y se insinuó el aburrimiento. La vida se movía a un ritmo lento en Nirmala, sobre todo en medio de los frecuentes cortes de luz. El calor y la humedad sofocantes nos ralentizaban aún más. No había mucho que hacer, al menos en comparación con lo que habíamos dejado en los Estados Unidos. Nos despertábamos con el sol (y los gallos) y asistíamos a misa con los pocos católicos que vivían en Nirmala. Después de un desayuno sencillo, pasábamos las mañanas llevando a los pacientes en sillas de ruedas desde los dormitorios hasta la clínica, donde se les cambiaban los vendajes, o a la sala de rehabilitación, donde aprendían a recuperar algo de destreza en los brazos y las manos. Pasábamos las tardes en la escuela, intentando enseñar un poco de inglés a los niños de lengua hindú. Fuimos una novedad para los cerca de cien niños de allí. Por las noches, John entretenía a James, a Tim y a mí con innumerables historias de su vida en la India. Lo hacía, en parte, para pasar el tiempo, pero también para animarnos entre los desafíos de la vida en un país menos desarrollado. Cuando se cortaba la luz, o cuando la comida escaseaba, o cuando el calor nos abatía a todos, él solía citarnos la Escritura con una sonrisa: «¡Las pruebas de esta vida, chicos, no son nada comparadas con las alegrías que nos aguardan en el cielo!». En las primeras dos semanas, la vida en Nirmala me empezó a pasar factura: el calor, la comida, el aburrimiento, los bichos, las serpientes, los cortes de luz. Además de nuestra vida simple, me frustraba cada vez más no poder comunicarme con los pacientes en sus varias lenguas tribales. La barrera del idioma parecía infranqueable. Me estaba formando para el ministerio como sacerdote, pero me veía privado de la posibilidad de servirme de la palabra hablada para consolar a los pacientes. Me sentía inútil. Mientras, enmudecido, me ocupaba de mi trabajo, me preguntaba por qué había recorrido trece mil kilómetros para empujar sillas de ruedas toda la mañana y entretener a escolares que no entendían ni palabra de lo que yo decía. Percibiendo mi creciente desolación –y, probablemente, cansado de mis quejas–, John me aconsejó suave pero firmemente: «Kevin, deja que te enseñen algo. Recuerda que el Señor resucitado se apareció a sus discípulos con las señales de la crucifixión
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todavía en las manos y pies. Con sus manos y pies mutilados, te traen al Señor. Tienen algo que enseñarte». Humillado, comencé a relajarme y esperar en el Señor. Estaba listo para ser instruido. Sona fue una de mis primeras maestras. De trece años, era la más joven de la planta de mujeres, donde había veinticinco camas. Había estado en el hospital más de un año, un periodo inusualmente largo. Durante esos meses solitarios, nadie había venido a visitarla. En esas primeras semanas, cuando yo entraba en el dormitorio con mi tambaleante silla de ruedas, muchas mujeres se ponían enseguida de pie en sus camas e intentaban llamar mi atención con palabras que yo no entendía. No sabía preguntar en hindi cosas tan simples como «¿Quién va la primera?». En el caos subsecuente, Sona se reía traviesamente. Yo estaba completamente perplejo. Un día, sin embargo, entré pero no me encontré con la confusión habitual. Desde su cama, Sona había organizado quién iría la primera y quién después, señalando a una tras otra. Siempre se reservaba el último puesto. Aprendí a decirle «gracias» en hindi, pero quería hacer más que eso. Entonces, un día, mientras empujaba a Sona hacia la clínica, cogí una de las hermosas flores moradas que embellecían el sendero de la clínica y se la puse en el pelo. Su sonrisa, siempre radiante, se ensanchó aun más. En un mundo que tacha a alguien de intocable, aprendí lentamente el poder del tacto humano, un sencillo gesto que comunica una dignidad insondable. Cuando se le acercaba alguien implorando ser curado, a veces Jesús no se servía del poder de su palabra hablada, sino del sencillo gesto humano del tacto. Tendiéndoles la mano, Jesús les devolvió la integridad, no solamente física sino también espiritual y social. Habiendo sido proscritos en el pasado, después de estar con Jesús eran personas que habían sido aceptadas; ya no eran parias. Gradualmente fui encontrando menos incómodo levantar a los pacientes de sus camas y poner mis manos en las suyas. Cuando conocí a Suken, su enfermedad estaba tan avanzada que él estaba aislado en una suerte de armario a causa del fuerte hedor de su cuerpo deteriorado. Nada quedaba de sus manos y pies. La ceguera ya se había apoderado de él, y, conforme se deterioraba el cartílago de su nariz, su cara parecía derrumbarse sobre sí misma. Cuando lo levanté para ponerlo en la silla de ruedas, no pesaba más de treinta y cinco kilos. Él fue uno de los pocos que murieron en el hospital;
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lo enterramos en un cementerio detrás del hospital poco antes de marcharme. A lo largo de los años, se enterraba a los pacientes en rincones al azar, en el mismo anonimato en que habían vivido sus vidas de leprosos. Montículos de tierra tomados por la maleza marcaban sus tumbas. Con un sistema inmune fortalecido, no había peligro de que yo contrajera la lepra. Lo único que me impedía implicarme con los pacientes a nivel humano era mi torpe sensación de diferencia; y a veces, me avergüenza admitirlo, mi repulsión por la deformidad física que veía y olía. En Nirmala, sin embargo, suprimidas toda la confusión y la comodidad habituales de mi vida, había poco que nos separara. Aprendí que a veces las palabras no bastan y que todos necesitamos de vez en cuando el tacto sanador y humano. John y mis nuevos «maestros» de Nirmala me instruían en la solidaridad, la virtud que reconoce que nos pertenecemos unos a otros y que debemos cuidarnos mutuamente. En medio de nuestras muchas diferencias, la solidaridad señala nuestras necesidades y nuestros anhelos humanos compartidos. Tal perspectiva significa que, cuando servimos a alguien, también somos servidos por esa persona. En esta relación de mutualidad, aprendemos a la vez que crecemos, aunque quizá de maneras distintas. Aceptar las relaciones o redes de solidaridad resulta liberador, a la larga. Comencé a disfrutar de mi estancia en Nirmala. Aprendí a no molestarme cuando me hacían burla los niños; era su manera de relacionarse con aquel hombre raro que vivía con ellos. Me volví más juguetón con ellos, soltando un día una descarga de globos de agua contra una masa de chicos desprevenidos. Por fin, acepté la invitación a jugar al fútbol en el prado de las vacas que había detrás del recinto hospitalario (lo que se volvió muy interesante cuando llegaron las lluvias monzónicas). Por parte de los ancianos para quienes Nirmala era un hogar permanente, cuando me acogían en sus pequeñas viviendas y compartían conmigo lo poco que tenían disfrutaba de una hospitalidad como nunca la había experimentado. Los vínculos de sangre significaban poca cosa; todo el mundo era familia. Todavía incapaz de entender su idioma, aprendí a escuchar con los ojos. Durante el largo tiempo libre, John, Tim, James y yo pasábamos incontables horas juntos hablando, riendo y rezando. Nos necesitábamos mutuamente para mantenernos sanos y para lidiar con los desafíos a los que nos enfrentábamos. Aprendimos a hablar
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desde el corazón como no lo habíamos hecho antes. Habían desaparecido los ramalazos competitivos propios de hombres de nuestra edad. Nos reíamos juntos con más facilidad. En Nirmala aprendí cuán estrecha era mi visión y cuán cerrado era mi corazón. Me enfrenté con dolorosas realidades sobre mí mismo. Me percaté de lo atrapado que había llegado a estar por el materialismo de mi cultura. Pese a mi voto de pobreza, había llenado mi vida con muchas cosas, lo cual solo servía para levantar barreras entre las otras personas y yo. Valoraba mi independencia, pero en Nirmala aprendí que había convertido el individualismo en un ídolo. Me volví más vulnerable ante mis hermanos jesuitas y mis nuevos amigos de Nirmala. Aunque yo procedía de la clase privilegiada, aprendí que era pobre en muchos sentidos; que había edificado una falsa sensación de seguridad basada en las cosas, en la reputación, en ser productivo y aparentemente perfecto y rendir para satisfacer las expectativas de los demás. Cuando estaba en los Estados Unidos, siempre me afanaba, siempre intentaba hacer algo o superar a alguien, lo cual dejaba poco tiempo para, simplemente, ser y disfrutar la gracia del momento. Finalmente, aprendí cuánta prioridad desordenada había dado al aspecto físico –el mío y el de los demás–. La lepra y la pobreza pueden hacer estragos en el cuerpo humano, pero no pueden afectar a la belleza de la persona interior. En resumen, terminé por aceptar mi propia debilidad y mi propio pecado, lo cual dejó más lugar para que Dios y los demás me dieran fuerzas. Había recorrido medio mundo para experimentar más plenamente una libertad que había tanteado cuando hice por vez primera los Ejercicios Espirituales de treinta días, más de un año antes. Entonces consideré con sinceridad esta historia de pecado presente en mi vida. En la Primera Semana de los Ejercicios, nos encontramos con un Dios fiel y amoroso que ensancha nuestra visión y abre nuestro corazón. Este Dios misericordioso solo busca liberarnos de lo que nos impide amarnos a nosotros mismos, a los demás y a él; es decir, de todo lo que nos hace verdaderamente infelices. Todas esas lecciones volvieron a cobrar vida en Nirmala. En mi último día allí, hice la ronda de despedidas. Mi última parada fue la «comunidad de jubilados» de la parte trasera del recinto. Allí vi a una de las abuelas sentada en una mecedora en su porche. Jugando a sus pies había una niña pequeña, que se reía. Detrás de la silla estaba de pie una mujer de mediana edad, cepillando elegante y pausadamente el pelo largo y canoso de la abuela, porque ella no tenía manos con las que 88
hacerlo. Con la mano hice un ademán de adiós y me di la vuelta, comprendiendo el motivo por el que me habían enviado a la India y a aquella asombrosa escuela del corazón.
Una oración de Pierre Teilhard de Chardin, SJ Sobre todo, confía en el lento trabajo de Dios. Somos por naturaleza impacientes en todo, lo estamos por llegar al final sin demora. Nos gustaría saltarnos las etapas intermedias. Estamos impacientes de ponernos en camino hacia algo desconocido, algo nuevo. Y, sin embargo, es ley de todo progreso que este se haga pasando por algunas etapas de inestabilidad; y que puede tardarse muchísimo tiempo. Y pienso que así sucede contigo: tus ideas maduran gradualmente; deja que crezcan, deja que tomen forma, sin prisas indebidas. No intentes apresurarlas, como si pudieras ser hoy lo que el tiempo (es decir, la gracia y las circunstancias que actúan sobre tu buena voluntad) hará de ti mañana. Solo Dios podría decir lo que será este nuevo espíritu que se forma gradualmente dentro de ti. Concede a Nuestro Señor el beneficio de creer que su mano te conduce, y acepta la ansiedad de sentirte en suspenso e incompleto [14] .
Pierre Teilhard de Chardin, SJ (1881-1955), fue un sacerdote jesuita, teólogo y paleontólogo francés. En sus numerosos escritos, procuró integrar la teología, la ciencia y la espiritualidad. Su visión mística del mundo, que consideraba la materia y el espíritu como una realidad unificada, ha cautivado la imaginación de los creyentes durante décadas.
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SEMANA
DE ORACIÓN
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La realidad del pecado Esta semana empezamos lo que Ignacio llama la Primera Semana de sus Ejercicios. Con semana, Ignacio no quiere decir siete días de calendario, sino un movimiento o fase determinada del retiro. En el sentido más amplio, la Primera Semana se centra en nuestra experiencia del pecado –individual, colectiva y mundialmente–. El pecado puede definirse de muchas maneras: como una quiebra de la relación con Dios y con los demás; como el no amar a Dios, a los demás y a uno mismo; como apartarse de Dios. El pecado es una realidad ineludible de la condición humana: abusamos de la libertad que Dios nos da y tomamos decisiones que hieren a Dios, a los demás y a nosotros mismos. Dios no nos castiga por nuestros pecados; antes bien, sufrimos las consecuencias naturales que derivan de nuestras decisiones pecaminosas y de las decisiones pecaminosas de otros. Vemos los efectos del pecado en el desorden de nuestras vidas individuales y en las estructuras sociales que deshumanizan, marginan, oprimen y dañan a las personas. En las meditaciones que siguen, Ignacio propone que contemplemos la historia del pecado de una manera épica y panorámica. Consideramos la batalla cósmica entre el bien y el mal y observamos cómo se desarrolla en todo corazón humano. Puesto que a veces podemos engañarnos a nosotros mismos o estar ciegos a nuestra propia debilidad humana, pedimos a Dios que nos revele nuestros pecados. Nuestro fin no es encallarnos en la culpa, el autodesprecio o la desesperación. Antes bien, pedimos un saludable sentido de la vergüenza y la confusión al enfrentarnos a la realidad del pecado. Sabiendo lo bueno que es Dios con nosotros, ¿cómo y por qué elegimos aún pecar, elegimos aún responder tan mezquinamente a la generosidad de Dios? Aun reconociendo estas duras realidades, recordamos las gracias de las últimas semanas de oración. En particular, recordamos que Dios nos quiere incondicionalmente y que desea liberarnos de cualquier cosa que nos impida crecer y convertirnos en las personas que él nos llama a ser. No llegamos muy lejos solo por contar nuestros pecados e intentar vencerlos a pura fuerza de voluntad. Antes bien, tenemos que mantener los
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ojos fijos en la misericordia siempre presente de Dios, que es la fuente última de nuestra liberación perdurable del pecado. Buscamos la sanación. Así como muchas veces la sanación del cuerpo empieza por algo de dolor físico, también la sanación del alma empieza por una agraciada conciencia de nuestros afectos desordenados y nuestra obsesión por nosotros mismos.
† Oración para la semana Pido la gracia siguiente: un saludable sentido de la vergüenza y la confusión ante Dios mientras considero los efectos que tiene el pecado en mi vida, mi comunidad y mi mundo. Día 1 Lee Lucas 15,11-32 (la parábola del hijo pródigo y su hermano). Considera: ¿Cómo me ayuda la parábola de Jesús a entender mi propio alejamiento de Dios y de los demás? ¿Cómo me ayuda a apreciar la acogida que Dios me dispensa a mí, un pecador? En esta parábola, Jesús nos dice quién es el Padre. Fíjate en que también el padre de la parábola es pródigo –es decir, derrochador– con su amor. Dios siempre intenta superar la separación. Repara en la fiesta de la parábola. Mira qué alegría le da a Dios nuestra vuelta a casa. Día 2 Para ahondar en nuestra comprensión de la naturaleza del pecado y sus efectos, Ignacio propone una Meditación sobre el pecado de los ángeles. En la tradición cristiana, Satanás y sus huestes fueron los primeros en rechazar el amor de Dios. Ese no alabar y honrar a Dios Creador tuvo implicaciones cósmicas. Aunque haya pocas referencias bíblicas a la caída de los ángeles (mira, por ejemplo, Lucas 10,18: «Estaba viendo a Satanás caer como un rayo del cielo»), la reflexión teológica y la imaginería cristiana (por ejemplo, en el arte y la literatura) han configurado nuestro conocimiento de la realidad del mal.
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En resumidas cuentas, como criaturas de Dios disfrutaban del don de la libertad y se les dio elección. Algunos de esos espíritus puros eligieron ponerse a sí mismos por encima de Dios, rechazando su amor y el ofrecimiento que él les hizo de participar de la vida divina. Estos ángeles no pudieron soportar que Dios decidiera hacerse como nosotros (no como ellos), tomando forma de ser humano en Jesucristo. Para nuestra oración, Ignacio sugiere lo siguiente: «Digo traer en memoria el pecado de los ángeles; cómo siendo ellos criados en gracia, no se queriendo ayudar con su libertad para hacer reverencia y obediencia a su Criador y Señor, veniendo en superbia fueron convertidos de gracia en malicia y lanzados del cielo al infierno» (EE 50). Dedica algo de tiempo a considerar la radical elección de los ángeles. Emplea tu imaginación. Siente la tristeza de Dios por esta rebelión. Considera el autoaislamiento de los ángeles. Trae a tu mente tus propias rebeliones, las veces que te has elegido a ti mismo antes que a Dios. Día 3 Continuando esta reflexión sobre la historia del pecado, Ignacio nos mueve a una Meditación sobre el pecado de Adán y Eva (EE 51). Hace mucho que los estudios bíblicos sostienen que el relato de Adán y Eva del libro de Génesis no es historia, sino una reflexión teológica del pueblo de Israel sobre la realidad del bien y del mal. Este relato cuenta una verdad perenne conocida por toda la humanidad: los seres humanos, como los ángeles, gozamos del don de la libertad y, sin embargo, a veces elegimos abusar de esta libertad, pretendiendo ponernos a nosotros mismos en el centro de la creación y desplazar a Dios. Esta es la esencia del pecado original. Con espíritu de oración, lee el relato de Adán y Eva, de Caín y Abel (Génesis 2,4– 4,16). ¿Qué aprendes sobre la naturaleza del pecado y los efectos del pecado? Observa lo sutil que puede ser el mal y lo seductora que es la tentación de esquivar la responsabilidad. Considera algunas de tus propias elecciones pecaminosas. En tu diario, apunta toda respuesta emocional a tus consideraciones del pecado. El reverendo Michael Himes, del Boston College, tiene una interpretación interesante de este relato inmemorial. El primer capítulo del Génesis nos dice que los 93
seres humanos fueron creados a imagen y semejanza de Dios y que Dios proclamó que nuestra creación era muy buena. La tentación de Adán y Eva es la de no creer esa buena nueva y negarse a aceptar nuestra bondad innata y la bondad de los demás. Ellos piensan, por el contrario, que tienen que hacer alguna otra cosa para llegar a ser como Dios o para adquirir valor a sus ojos. Considera todos los efectos nefastos que derivan de no aceptar la bondad y dignidad inherentes a toda persona. Día 4 La batalla cósmica entre el bien y el mal se libra en el corazón de cada persona. Ignacio ofrece una consideración final sobre el pecado: el pecado de una persona que se posiciona definitivamente contra Dios (EE 52). Lee con espíritu de oración Lucas 16,19-31, la parábola de Lázaro y el rico. ¿En qué te ayuda la parábola de Jesús a comprender lo que es el pecado y cómo nos afecta? ¿Cómo sería para una persona el estar completamente excluida del amor de Dios? Acaso quieras elaborar una parábola propia, reemplazando al rico y a Lázaro con equivalentes modernos basados en la triste historia del pecado, la violencia, el genocidio y la injusticia del siglo actual. Pregunta: ¿En qué ocasiones he dejado de fijarme en las necesidades de los demás o responder a ellas? ¿Cuándo me he sentido aislado de Dios o de otros por mi propio pecado? Día 5 Lee Romanos 5,1-11 («Dios nos demostró su amor en que, siendo aún pecadores, el Mesías murió por nosotros»). Ahora, emplea tu imaginación para situarte ante Jesús en la cruz, que es un recordatorio de la fidelidad y la misericordia de Dios. Quizá quieras meditar sobre una representación artística de la conocida escena del Calvario. Sigue las instrucciones de Ignacio (EE 53): «Imaginando a Cristo nuestro Señor delante y puesto en cruz hacer un coloquio: cómo de Criador es venido a hacerse hombre y de vida eterna a muerte temporal, y así a morir por mis pecados. Otro tanto, mirando a mí mismo, lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo; y así, viéndole tal, y así colgado en la cruz, discurrir por lo que se ofreciere». 94
Para más explicación de lo que entiende Ignacio por coloquio, mira el capítulo siguiente. Día 6 Repetición de la parábola del hijo pródigo y su hermano. Concluye con el coloquio del día 5. Día 7 Repasa la semana en su conjunto y saborea las gracias. Concluye con el coloquio del día 5.
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† El coloquio Ignacio sugiere que incluyamos un «coloquio» en cada una de estas meditaciones sobre el pecado, así como en los ejercicios siguientes (EE 53-54). Un coloquio es una conversación íntima entre Dios Padre y tú, entre Jesús y tú o entre María o uno de los santos y tú. Su lugar suele estar al final del periodo de oración, pero puede hacerse en cualquier momento. Deja que esta conversación se desarrolle con naturalidad en tu oración. En el coloquio hablamos y escuchamos según nos impulse el Espíritu: expresándonos, por ejemplo, «como un amigo habla a un amigo, o como una persona habla a quien ha ofendido, o como un niño habla a sus padres o a un mentor, o como un amante habla a su amado». Sea cual sea el contexto, sé «real», habla de corazón. Como en cualquier conversación con sentido, asegúrate de dejar momentos de silencio para la escucha. En las meditaciones sobre el pecado, Ignacio sugiere que nos situemos ante la cruz y que consideremos tres preguntas que resuenan a lo largo de los Ejercicios: «¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo?». Vuelve sobre estas preguntas a lo largo del retiro. En cierto sentido, no es posible contestarlas por completo durante el retiro mismo; a menudo tenemos que acercarnos a las respuestas mientras continuamos con nuestras actividades normales. Reflexionando sobre las preguntas notamos lo prácticos que son los Ejercicios. Así como nuestro pecado se refleja en decisiones y acciones concretas, así también la gracia cobra vida en las elecciones y en lo que hacemos por amor a Cristo y a los demás. Encontramos a Cristo no solo en nuestra oración y en los sacramentos, sino también en nuestras relaciones con el Cuerpo de Cristo, vivo ahora como Iglesia, el pueblo de Dios.
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Para reflexionar más «La oración es pura relación. La cuestión básica es la intimidad, no las respuestas a los problemas ni las resoluciones de “ser mejor”. Muchos de los problemas y desafíos de la vida no tienen respuesta; solo podemos vivir con ellos y soportarlos. Sin embargo, los problemas y los desafíos se pueden afrontar y soportar con más paz y aguante si las personas saben que no están solas. Una esposa no volverá de entre los muertos, pero el dolor es más llevadero una vez que el cónyuge ha desahogado su dolor, su enfado y su congoja con Dios y experimentado la presencia íntima de Dios». WILLIAM A. BARRY, SJ [15]
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SEMANA
DE ORACIÓN
8:
Mi propia historia de pecado y gracia Esta semana continuamos con nuestra meditación sobre el pecado considerando cómo hemos tomado partido en la batalla cósmica entre el bien y el mal, cómo somos cómplices del pecado del mundo y cómo hemos experimentado los efectos del pecado original en nuestras vidas. El pecado es «original» en cuanto es un aspecto fundamental de la condición humana. Pero la gracia –la presencia de Dios en nuestras vidas– es aún más «original» en nuestra existencia, o intrínseca a ella, que el pecado. La gracia siempre prevalece si se lo permitimos. Procura ser muy concreto. Fíjate en las acciones o pautas de conducta específicas que sean pecaminosas, y luego mira más allá de las acciones o hábitos para discernir las actitudes, tendencias e intenciones que las causan. Nuestro objetivo es un conocimiento, iluminado por la gracia, que alcance al corazón. Recuerda que hacemos este duro trabajo en el contexto de nuestra experiencia de pecadores que son amados. Dios pretende librarnos de todo lo que obstaculice nuestro amor a nosotros mismos, a los demás y a Dios. En lo que nos concentramos no es solamente en poner nombre a nuestros pecados, cosa que puede convertirse a su vez en una forma de obsesión centrada en nosotros mismos. Antes bien, nos concentramos en quién es Dios y en quiénes somos nosotros ante Dios. Con esta orientación, descubrimos la fuente de nuestra liberación: la ilimitada misericordia de Dios. Empezamos a ver cómo el pecado ha distorsionado nuestras relaciones. Reconociendo lo generoso y fiel que es Dios, nos sentimos insatisfechos de nuestra respuesta mezquina y egoísta. Naturalmente, queremos reordenar nuestros valores y efectuar cambios tangibles. Esto no lo hacemos por deber u obligación, sino por amor a Alguien más grande que nosotros.
† Oración para la semana Pido las gracias siguientes: una conciencia y un dolor cada vez más profundos de mis pecados y una sentida experiencia del amor misericordioso de Dios para conmigo. 98
Día 1 Una Meditación de nuestros propios pecados (EE 55-61). Ignacio sugiere que utilicemos la memoria para reflexionar sobre nuestra historia personal de pecado. Observa lo específico que es este ejercicio: «Traer a la memoria todos los pecados de la vida, mirando de año en año o de tiempo en tiempo; para lo cual aprovechan tres cosas: la primera, mirar el lugar y la casa adonde he habitado; la segunda, la conversación que he tenido con otros; la tercera, el oficio en que he vivido» (EE 56). Aquí lo importante no es enumerar todos los momentos de pecado de tu vida, lo cual es, de todos modos, imposible. En lugar de eso, invita a Dios a conducirte por tu historia vital y revelarte aquellos momentos en que no amaste a Dios, a otros o a ti mismo. Puedes considerar hechos o personas concretos o reflexionar sobre actitudes o pautas de conducta más generales. Ignacio propone la imagen de un «proceso judicial de mis pecados»; tú puedes encontrar más útil otra imagen. En tu reflexión, observa el contagio del pecado: cómo mi pecado afecta a mi mundo y a las personas de mi entorno. Concluye como aconseja Ignacio: «Acabar con un coloquio de misericordia, razonando y dando gracias a Dios nuestro Señor porque me ha dado vida hasta agora, proponiendo enmienda con su gracia para adelante. Pater noster» (EE 61). Día 2 Repetición. En la consideración orante de tus propios pecados, ten siempre en mente la bondad y la misericordia de Dios. Considera: Dios trabaja por medio de toda la creación, del mundo natural, de los santos del cielo y de las personas de mi vida para sostenerme y guiarme. Son muchos los que me han amado y ayudado a lo largo del viaje de la vida. Estoy lleno de asombro por la generosidad de Dios; y, a pesar de ello, me avergüenzo porque, no obstante, elijo actuar de manera egoísta o con excesivo interés propio. No advierto o aprecio los dones de Dios (incluidos mis talentos y habilidades). Dios me ofrece la libertad, pero yo elijo estar atado por preocupaciones
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egoístas y cuitas mezquinas. Pido, con la ayuda de Dios, ser liberado de las ataduras del pecado. Concluye con el coloquio de misericordia como en el día 1. Día 3 Lee Lucas 7,36-50 (Jesús nos perdona como perdona a la pecadora que le lava los pies). Sitúate en la escena. Observa cómo conecta Jesús con la mujer en su necesidad. Repara en el pecado del gentío que la rodea. Día 4 Lee 2 Samuel 11,1-12,25. Lee con espíritu de oración el relato de David y su hijo. ¿Qué aprendes sobre el pecado y sus efectos en este relato milenario? Los judíos han considerado a David su gran rey, y Jesús nació en la estirpe de David. ¿Qué nos dice esto sobre la abundante misericordia de Dios? ¿Hay partes concretas de este relato que encuentren un eco especial en ti? Día 5 Lee Oseas 11,1-4; 8-9 (La compasión de Dios es como la de un padre amoroso). Fíjate en tus respuestas interiores a las meditaciones de esta semana –vergüenza, gratitud, paz, tristeza, confusión, esperanza–. ¿Qué dicen del punto donde está tu corazón ahora? ¿Qué imagen tienes de la compasión de Dios? Día 6 Como repaso de la semana, reza el triple coloquio siguiente (EE 62-63), que Ignacio propone como medio para demostrar la sinceridad de tu dolor y tu deseo de conversión en tu modo de pensar, sentir y actuar. Primero, reza a María, Madre de Dios y Madre nuestra. Ruega a María que pida a Jesucristo, su Hijo, los siguientes dones para ti: • Saber en lo hondo de ti mismo cuán arraigado está el pecado en tu vida y aborrecer de veras tus tendencias, elecciones y acciones pecaminosas. • Tener un profundo conocimiento del desorden que tus pecados han causado en tu vida y en el mundo que te rodea. 100
• Reconocer aquellas cosas del mundo que impiden que ames y sirvas a Dios como estás llamado a hacerlo. • Experimentar un profundo deseo de enmendar tu vida y apartarte de todo lo opuesto a Cristo. Concluye este primer coloquio con un avemaría. Segundo: haz las mismas peticiones a Jesucristo. Pídele que te obtenga de Dios Padre las mismas gracias. Concluye con el Anima Christi (pp. 53-54). Tercero: aquí haz las peticiones directamente a Dios Padre. Concluye con un padrenuestro. Observa la belleza del triple coloquio: incluso en nuestra muy real y visceral lucha con el pecado, Ignacio nos recuerda que nos envuelven la compañía y la ayuda divinas. No estamos solos. Día 7 Lee el Salmo 32 («¡Dichoso el que está absuelto de su culpa!»). Concluye con el coloquio de misericordia del día 1 de esta semana o con el triple coloquio del día 6.
Para reflexionar más «El que intenta reformar al mundo, comience por sí mismo; de otra suerte, perderá el trabajo y el fruto». SAN IGNACIO DE LOYOLA
Ignacio de Loyola dominaba el arte del aforismo, reduciendo verdades perennes a unas pocas palabras bien escogidas. Estas máximas fueron recopiladas por primera vez por un estudioso jesuita en 1712 bajo el título Scintillae Ignatianae (Centellas ignacianas). Han aparecido más recientemente en Thoughts of St. Ignatius Loyola for Every Day of the Year (Pensamientos de san Ignacio de Loyola para cada día del año), edición de Patrick J. Ryan, SJ [16] .
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SEMANA
DE ORACIÓN
9:
Las causas y las consecuencias del pecado En las dos semanas siguientes, haremos unas repeticiones de los ejercicios de la semana pasada. Vuelve a las experiencias significativas, no insistiendo en la materia de la oración sino profundizando en las intuiciones y los movimientos interiores relevantes. Saborea las gracias, aunque sean difíciles. Simplifica tu oración. Deja que la palabra de Dios arraigue en ti. Nos esforzamos por llegar a un mayor conocimiento de: • las influencias del mundo en nuestras elecciones personales (a menudo no somos conscientes de estas influencias en un primer momento); • el efecto que tienen en los demás y en el mundo las elecciones pecaminosas personales; • los afectos desordenados o las tendencias pecaminosas ocultos que nos alejan del amor a Dios, a nosotros mismos y a los demás, y • los pecados principales de los que derivan otros pecados. Después de toda una vida dirigiendo y estudiando los Ejercicios, David Fleming, SJ, en su libro What is Ignatian Spirituality? (¿Qué es la espiritualidad ignaciana?), resume la naturaleza del pecado como sigue: «El pecado no es tanto violar una ley o un mandamiento como una falta de gratitud… Si nuestro corazón pudiera realmente comprender lo que Dios hace por nosotros, ¿cómo podríamos pecar? Estaríamos demasiado agradecidos parar poder pecar». Aspiramos a una comprensión sentida del pecado porque la conversión implica un cambio en el pensar y el sentir, en el elegir y el desear. Con esta comprensión creciente pueden venir fuertes reacciones afectivas, entre ellas el dolor por los pecados y la gratitud por la misericordia de Dios. Hacer este inventario no es fácil, pero el ser conscientes es una gracia cuando nos deja libres del aislamiento egocéntrico y libres para servir a Dios y a los demás con amor. 102
† Oración para la semana Pido las siguientes gracias: conciencia creciente de las tendencias pecaminosas ocultas que influyen en mis decisiones y acciones; sincero dolor por mis pecados; y gratitud sincera por la misericordia y la fidelidad de Dios para conmigo. Día 1 Repetición de Lucas 7,36-50 (Jesús perdona a la pecadora que lava sus pies). Concluye con el coloquio de misericordia del día 1 de la semana 8 (pp. 105-106). Día 2 Lee el Salmo 51 (salmo de contrición). Concluye con el triple coloquio del día 6 de la semana 8 (p. 107). Día 3 Lee Marcos 2,13-17 («No vine a llamar a justos, sino a pecadores»). Imagina a Jesús llamándote como llama a Leví. Concluye con el coloquio ante la cruz del día 5 de la semana 7 (p. 101). Día 4 Lee Mateo 25,31-46 (parábola del juicio final). ¿Qué aprendes acerca del pecado y el juicio en esta parábola? Considera cómo Jesús presenta el pecado como desatención e inacción. Pregunta: ¿A quién desatiendo yo? ¿Estoy perdiendo oportunidades para amar y servir en mi vida? Concluye con un coloquio de tu elección. Día 5 En una última meditación sobre el pecado, Ignacio propone una Meditación del infierno (EE 65-72). Aquí de lo que se trata no es de asustarnos para que nos convirtamos, puesto que ya hemos experimentado la tierna misericordia de Dios y el deseo de enmendar nuestras vidas. La Meditación del infierno confirma la misericordia de Dios e inspira nuestra gratitud. La Meditación también nos recuerda la libertad fundamental que Dios nos da para abrazar o rechazar su amor.
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En el texto original de los Ejercicios, Ignacio, un hombre de su tiempo, incluye muchas imágenes medievales que nos son familiares: el fuego, el humo, el azufre y las lágrimas. David Fleming, SJ, ofrece una versión contemporánea de este ejercicio, que puede resultar más accesible al orante moderno: «San Pablo habla de nuestra capacidad de comprender la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo y de experimentar este amor que supera todo conocimiento (Ef 3,18-19). En el polo opuesto, yo intento experimentar la anchura, la longitud, la altura y la profundad del infierno: la angustia de enfrentarme a una cruz en la que no hay nadie, el vuelco en un mundo que no tiene ningún Dios, el vacío total de una vida sin sentido, un entorno en que el odio y el egoísmo son omnipresentes, una muerte en vida. Traigo todo mi ser a la intensidad de esta experiencia. Dejo que todo el horror al pecado que ha sido el fruto de mis periodos de oración previos me inunde en una riada envolvente. En muchos aspectos, este escenario es la más pasiva de las experiencias de oración; no se trata de pensar algo nuevo ni aun de buscar nuevas imágenes, sino más bien de entrar de lleno en la experiencia sentida del pecado acumulada a lo largo de todos mis periodos de oración anteriores. Es semejante al modo pasivo en que mis sentidos reciben imágenes, olores, sonidos, sabores y tactos como un dato automático para que lo capte mi atención. Sé que todo el entorno sentido del pecado, de la forma en que pueda ser más intensamente mío, es el marco de este periodo de oración. Coloquio: Una vez que haya dejado penetrarme muy adentro el espanto de esta experiencia, empiezo a hablar de ello con Cristo nuestro Señor. Le hablo de todas las personas que han vivido: las muchas que vivieron antes de su llegada y que deliberadamente se cerraron sobre sí mismas y eligieron tal infierno para toda la eternidad; las muchas que caminaron con él en su propio país y que rehusaron su llamada al amor; las muchas que todavía siguen rehusando la llamada al amor y permanecen encerradas en su propio infierno elegido. Doy las gracias a Jesús porque no me ha permitido caer en ninguno de esos grupos, terminando así mi vida. Lo único que puedo hacer es agradecerle que hasta ahora se haya mostrado tan amante y misericordioso conmigo. Después concluyo con un padrenuestro (EE 66-71)». Día 6 Repetición de la Meditación del infierno. Hay muchas imágenes del infierno en el arte, la literatura y las películas. Hemos visto el infierno en la tierra en fotografías y en imágenes de vídeo en las noticias: desde Dachau hasta Darfur, desde lejanos campos de batalla 104
hasta nuestras propias calles. Oímos los gritos de los aplastados por la pobreza sistémica y de las víctimas de la codicia y el afán obsceno de poder. ¿Qué imágenes del infierno te hablan hoy en día? Día 7 Reza despacio Romanos 7,14-25. San Pablo expresa con franqueza su propio conflicto interior, con el que todos podemos identificarnos. Observa cómo termina dando gracias. Tus semanas deberían terminar con el mismo espíritu de gratitud.
Una oración de Karl Rahner, SJ Quisiera hablar contigo, Dios mío, mas ¿de qué otra cosa puedo hablar sino de ti? En efecto, ¿podría existir algo que no hubiera estado presente contigo desde toda la eternidad, que no tuviera su verdadero hogar y más íntima explicación en tu mente y corazón? ¿No es todo lo que yo diga en verdad algo dicho de ti? Por otra parte, si intento, tímido y vacilante, hablarte de ti mismo, todavía estarás oyendo hablar de mí. Porque ¿qué podría decir de ti salvo que tú eres mi Dios, el Dios de mi principio y mi fin, Dios de mi gozo y mi necesidad, Dios de mi vida? [17] .
Karl Rahner, SJ (1904-1984), fue uno de los teólogos más influyentes del siglo XX. Su pensamiento puede discernirse en muchos de los documentos clave del Vaticano II. Rahner creía que la teología y la espiritualidad están íntimamente vinculadas entre sí. Sus libros sobre la oración y los Ejercicios Espirituales son tan apasionantes como sus revolucionarias obras teológicas. Se puede ver un resumen de su vida y pensamiento en «Thursdays with Rahner», de Kevin O’Brien, SJ, en America, 3 de mayo de 2004, 8-11.
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† La experiencia del aburrimiento o de la aridez en la oración Nuestra relación con Dios en la oración tiene cierto ritmo. Hay momentos de grandes altibajos, pero también tiempos muy ordinarios. La vida es en gran parte, de hecho, ordinaria. En nuestra vida de oración podemos precipitarnos al juzgar estos tiempos ordinarios. «No está pasando nada», puede que digamos con frustración, sobre todo si sentimos aburrimiento o aridez cuando rezamos. Podemos experimentar una fuerte tentación de dejar de orar o de acortar nuestro tiempo de oración. Cuando sucede esto, lo primero es resistir la tentación. Míralo como lo que es: una tentación de volverte mezquino en la oración. Acuérdate de la generosidad con la que empezaste el retiro. Ignacio sugiere que respetemos nuestro compromiso de orar, incluso quedándonos unos cuantos minutos de más cuando sintamos una fuerte tentación de abreviar (EE 12). Discierne cuidadosamente los sentimientos de aburrimiento o de aridez. Como todos los movimientos interiores, te pueden decir algo. Pregúntate: • ¿Estoy haciendo la preparación necesaria para mi oración? Esa preparación te dispone para recibir las gracias que Dios quiere concederte. Repasa las sugerencias para la oración de las páginas 35-40 de la introducción de este libro. • ¿Soy sincero cuando rezo? Si tu oración no tiene relación con tu vida real o con tus verdaderos sentimientos o pensamientos, entonces el aburrimiento o la aridez son un resultado natural de esa desconexión. • ¿Me esfuerzo demasiado cuando rezo? Por regla general, si tienes la sensación de estar esforzándote demasiado, es probable que lo estés haciendo. Tales esfuerzos, aunque bienintencionados, indican que a lo mejor estás intentando controlar demasiado tu oración. • ¿Se me está invitando a desechar imágenes inútiles de Dios o modos anticuados de orar? Plantéate probar una manera nueva de rezar. Pide ayuda
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a un consejero espiritual. • ¿Tengo demasiado apego o adicción a los altibajos de la oración? Los momentos dramáticos de la oración son muy atrayentes, pero pueden hacer que los momentos ordinarios parezcan una decepción. Recuerda que, por lo general, vivimos en tiempo ordinario. Eso está muy bien, porque a Dios se le encuentra en lo ordinario, en los detalles prosaicos y normales de nuestra vida. Piensa en una relación humana de tu vida que sea importante. Algunos de los momentos de mayor significación se producen cuando no sucede nada emocionante, sino que sencillamente estás disfrutando de la compañía del otro en las rutinas cotidianas. • ¿Estoy dejando que mis expectativas determinen demasiado mi oración? Es normal que pongamos deseos y expectativas concretos en nuestra oración, como lo hacemos en la vida en general. De por sí, esto no es malo, pero no dejes que tus deseos y expectativas obstaculicen lo que Dios quiere para ti. Puede que las expectativas indiquen que pretendes controlar tú lo que pasa en la oración. Hay que dejar que Dios nos conduzca. ¿Por qué nos conduce Dios a estos tiempos ordinarios de oración, que tan pronto tachamos de áridos y aburridos? • Puede que Dios esté labrando suavemente la tierra de tu alma para una cosecha futura, preparando el terreno para una intuición audaz o para una experiencia emocional venidera más profunda. • Puede que Dios utilice los tiempos de aridez para agudizar tu percepción de su presencia, con el fin de que seas consciente de esa presencia más tarde, sea ese mismo día o a lo largo de la semana. • Puede que Dios te invite a pasar tiempos ordinarios para despertar deseos y anhelos profundos. En este caso, la inquietud es buena. • Puede que, simplemente, Dios quiera darte un descanso después de una experiencia intensa de oración. Disfruta del sosiego y del silencio. Recuerda que, durante los tiempos ordinarios de oración, es posible que pensemos que Dios no está ahí, o que no escucha. Al contrario: Dios está ahí, pero no como nos 108
imaginamos o como lo hemos experimentado en el pasado. Sé fiel. Dios siempre está cerca.
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SEMANA
DE ORACIÓN
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El amor misericordioso de Dios por mí A estas alturas del viaje, cada ejercicio de oración viene a ser una suerte de repetición. La mente trabaja cada vez menos con las ideas porque la materia no cambia. En consecuencia, cada vez es más fundamental el corazón en nuestra manera de responder. Cada ejercicio revela el misterio del mal a la luz del continuo amor protector de Dios. No dudes en volver a cualquiera de las meditaciones significativas de las últimas semanas. Sé real. Deshazte de toda pretensión ante el Dios que te ama, que te conoce mejor que tú mismo y que sigue creando en ti. Dios te redime de todas tus debilidades, todo tu dolor y tu pecado. Dios no te los quita, forman parte de tu vida; pero no te definen. Mira hacia delante con esperanza. Parte del reto de estas semanas consiste en aceptar de veras que hemos sido creados; somos seres limitados. ¡No somos Dios, gracias a Dios! Al tiempo que nos esforzamos por convertirnos en mejores personas, nos deshacemos de la necesidad de ser perfectos. Lenta y suavemente, Dios nos ayuda a integrar nuestras limitaciones humanas de tal forma que, aun cuando no las olvidemos, podemos encontrar sentido en ellas y aprender de ellas. Por ejemplo, reconocer nuestras propias imperfecciones nos ayuda a ser más compasivos con las debilidades de otros. El diario te ayudará a extraer algunas de las lecciones de estas semanas de examen sincero. Sigue con la práctica diaria del Examen (pp. 83-85).
† Oración para la semana Pido la siguiente gracia: un aprecio cada vez más profundo y sentido del amor misericordioso que Dios tiene por mí. Día 1
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Lee 2 Corintios 12,5-10, con un coloquio («[El Señor] me contestó: ¡Te basta mi gracia!; la fuerza se realiza en la debilidad. Así que muy a gusto presumiré de mis debilidades, para que se aloje en mí el poder del Mesías»). ¿Puedes recordar alguna vez que hayas sentido tal poder, tal alojamiento de Cristo en tu vida? Día 2 Lee Lucas 18,9-14, con un coloquio (parábola del fariseo engreído y el publicano humilde). ¿Puedes identificarte con el fariseo? ¿Con el publicano? ¿Quién preferirías ser? Día 3 Lee Juan 8,2-11 (encuentro de Jesús con la mujer adúltera). Imagina esta escena. Observa cómo mira Jesús a la mujer. Escucha las palabras que les dirige a ella y al gentío. Habla con Jesús o con la mujer como en un coloquio. Día 4 Repetición de cualquier día. Día 5 Lee Lucas 15,1-7, con un coloquio (el Buen Pastor). ¿Sabes lo que es estar perdido y luego ser encontrado? ¿Has actuado como un «buen pastor» para con otra persona? Como en la parábola del hijo pródigo y su hermano, advierte cuánto se alegra el Padre cuando volvemos a casa o dejamos que nos encuentre. ¿Hay ese festejo en tu vida? Día 6 Lee Ezequiel 36,25-28, con un coloquio («Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo»). ¿Has sentido lo que este corazón nuevo es para ti? ¿Ves los restos de tu «corazón de piedra»? ¿Qué nuevo espíritu se remueve dentro de ti? Día 7 Repasa tu diario de las últimas semanas. Saborea y resume las gracias.
Para reflexionar más 111
«Si quieres crecer en amor, habla del amor; porque, como el viento hace crecer la llama, así la espiritual conversación hace crecer la caridad». SAN IGNACIO DE LOYOLA [18]
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† Introducción al discernimiento de espíritus A medida que rezamos con los Ejercicios y nos valemos del Examen, nos volvemos más sensibles a lo que Ignacio llama «mociones del alma». Estos movimientos interiores consisten en pensamientos, imaginaciones, emociones, inclinaciones, deseos, sentimientos, repulsiones y atracciones. Recuerda que durante la convalecencia de Ignacio, después de toparse con la bala de cañón, él notó distintos movimientos interiores mientras imaginaba su futuro. En su autobiografía, Ignacio escribe (en tercera persona): «No miraba en ello, ni se paraba a ponderar esta diferencia, hasta en tanto que una vez se le abrieron un poco los ojos, y empezó a maravillarse desta diversidad y a hacer reflexión sobre ella, cogiendo por experiencia que de unos pensamientos quedaba triste y de otros alegre, y poco a poco viniendo a conocer la diversidad de los espíritus distintos que se agitaban, el uno del demonio, y el otro de Dios» (Autobiografía, n. 8). En otras palabras, Ignacio creía que estos movimientos interiores eran producto de «buenos espíritus» y «malos espíritus». El discernimiento espiritual consiste en reflexionar sobre los movimientos interiores para determinar de dónde vienen y adónde nos llevan. Intentamos entender si está actuando en nosotros un espíritu bueno o un espíritu malo, para poder tomar buenas decisiones siguiendo la acción del espíritu bueno y rechazando la acción del espíritu malo. El discernimiento de espíritus es un medio por el cual llegamos a entender lo que Dios quiere de nosotros. A los orantes modernos puede parecerles extraño hablar de buenos y malos espíritus. La psicología nos da otros nombres para lo que Ignacio llamaba buenos y malos espíritus. Sabemos mucho más de lo que sabía Ignacio sobre las motivaciones humanas y la influencia de la cultura y de los grupos en la psique individual. En este libro sigo utilizando el lenguaje ignaciano de espíritus buenos y malos, porque da cuenta de las muchas formas en que existe el mal hoy en día. El mal forma parte de quienes somos, pero es más grande que nosotros. ¿No hemos aprendido en las últimas semanas que la batalla cósmica entre el bien y el mal se libra en el corazón humano? Pero recuerda: así como el mal es más grande que la vida, tanto más grande es la bondad de Dios.
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En los Ejercicios, Ignacio proporciona varias reglas para el discernimiento de espíritus (EE 313-36). Las siguientes reglas preliminares describen cómo suelen operar el espíritu bueno y el espíritu malo. Su adecuada aplicación depende de nuestro conocimiento de la persona en quien están obrando los espíritus. A las personas atrapadas en un hábito de pecado o cerradas a la gracia de Dios, el espíritu bueno las sacude un poco, haciéndoles sentir compunción o inquietud y «punzándoles y remordiéndoles las conciencias» (EE 314). El buen espíritu intenta llamarles la atención para que puedan volver a Dios. El espíritu malo, sin embargo, solo quiere que esas personas sigan en su confusión y oscuridad. Con este fin, el espíritu malo procura volverlas autocomplacientes, les propone excusas y las seduce con más distracciones y placeres. A las personas que están creciendo en fe, esperanza y amor e intentando vivir una vida que agrade a Dios, el espíritu malo las quiere descarrilar suscitándoles ansiedad, falsa tristeza, confusión sin sentido, frustración y otros obstáculos. En cambio, el buen espíritu fortalece, anima, consuela, quita obstáculos y da paz a esas personas (EE 315). La mayoría de los que están rezando a estas alturas del retiro pertenecen a esta segunda categoría de personas. Por tanto, sé consciente de cómo el espíritu malo puede obstaculizar el retiro; sigue los impulsos del espíritu bueno que te consuela y te edifica. En el discernimiento se emplean a menudo dos términos para describir la vida interior: • La consolación espiritual es la experiencia de estar tan encendidos en amor de Dios que nos sentimos compelidos a alabar, amar y servir a Dios y ayudar a los demás lo mejor que podamos. La consolación espiritual anima y proporciona un hondo sentido de gratitud por la fidelidad, la misericordia y la cercanía de Dios. En la consolación nos sentimos más vivos y conectados con los otros. Ignacio concluye: «Finalmente, llamo consolación todo aumento de esperanza, fe y caridad, y toda leticia interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su ánima, quietándola y pacificándola en su Criador y Señor» (EE 316). • La desolación espiritual, en cambio, es una experiencia del alma que se encuentra en una pesada oscuridad o agitación. Nos asalta todo tipo de dudas. 114
Nos sentimos bombardeados por tentaciones y atascados en obsesiones. Estamos en exceso inquietos y ansiosos y sentimos una ruptura entre los demás y nosotros. Tales sentimientos, en palabras de Ignacio, «[mueven] a infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose [el alma] toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Criador y Señor» (EE 317). Advertencia: Consolación espiritual no siempre significa alegría, y desolación espiritual no siempre significa tristeza. A veces una experiencia de tristeza, soledad o inquietud es un momento de conversión y de intimidad con Dios y con los otros. Los tiempos de sufrimiento humano pueden ser momentos de gracia. Por ejemplo, acompañar a mi padre cuando se estaba muriendo fue muy triste, pero también experimenté un profundo sentimiento de paz en la intimidad que encontré con él y con mi familia en ese momento. Asimismo, el remordimiento por haberle hecho daño a alguien puede acabar conduciéndonos a la alegría que la reconciliación trae consigo. De igual manera, la paz o la alegría pueden ser ilusorias o una forma de autoengaño si estos sentimientos solo sirven para tapar los asuntos que necesitamos tratar. Puedo sentirme perfectamente feliz mientras estoy enredado en un hábito rutinario de pecar, ante cuyos efectos estoy ciego. Pienso, por ejemplo, en lo fácil que es aturdirme con un exceso de trabajo o con entretenimientos zafios o decidir contentarme con esquivar una conversación difícil con alguien querido. De nuevo, la pregunta clave es esta: ¿de dónde procede el movimiento y adónde me está llevando? El discernimiento requiere madurez afectiva, tranquilidad interior y la capacidad de hacer caso a la vida interior. También requiere práctica, y aprendemos a «discernir espíritus» por ensayo y error. El Examen es la práctica diaria del discernimiento y debe ser incluido con regularidad en tu retiro. Además, el discernimiento es un arte. Ignacio aporta reglas sabias y específicas para el discernimiento, pero a menudo tenemos que improvisar y hacer ajustes, ya que Dios opera en cada uno de nosotros de una forma muy especial. Un guía o compañero espiritual sabio te puede ayudar a aclarar tus movimientos interiores fuertes. En las semanas venideras diremos más de las reglas de Ignacio para el discernimiento de espíritus. Intenta aplicar estas reglas a tu retiro en la vida diaria tanto como te sea posible. En todo lo que hagas, esfuérzate por seguir las indicaciones de Dios,
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que opera por medio de los «buenos espíritus», tu propio buen juicio y las personas buenas que hay en tu vida. «En los que proceden de bien en mejor, el buen ángel toca a la tal ánima dulce, leve y suavemente, como gota de agua que entra en una esponja; y el malo toca agudamente y con sonido y inquietud, como cuando la gota de agua cae sobre la piedra» (EE 335).
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LA «SEGUNDA SEMANA »:
Acompañar a Jesucristo en misión Después de tres años de estudios de Filosofía y Teología en Fordham, fui destinado a la St. Joseph’s University, en Filadelfia, para dar cursos introductorios de Filosofía y Ética. Esta etapa de la formación de un jesuita es muy esperada. Cinco años después de haber entrado en el noviciado, el jesuita tiene la oportunidad de trabajar a tiempo completo en el ministerio un par de años antes de volver para estudiar más teología como preparación para la ordenación. Este tipo de destino es el primer motivo por el que nos hacemos jesuitas: para «ayudar a las ánimas», como escribía Ignacio con frecuencia, o, en términos de hoy, para ayudar a la gente y servir a las mayores necesidades de la Iglesia y del mundo a las que no se está atendiendo. Después de mi primer año de docencia en St. Joseph’s, solicité pasar el verano trabajando con el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS), organización fundada en 1980 para responder a las crisis de refugiados de entonces. El problema, como sabemos, no ha hecho sino empeorar a medida que crece el número de refugiados y desplazados por las guerras, la agitación civil, la hambruna, las catástrofes económicas y naturales generalizadas. En mis estudios y mi enseñanza, exploraba desde muchas perspectivas y en muchas fuentes el concepto de la dignidad humana, largamente consagrado por el pensamiento social católico. Con el JRS quería ver cómo se concreta ese concepto en la promoción de los derechos humanos de los refugiados y otras personas desplazadas. En los Estados Unidos el JRS invierte recursos considerables en la defensa de los refugiados y los emigrantes ante los organismos de gobierno nacionales e internacionales. También proporciona personal para los programas de capellanía dedicados al cuidado pastoral y los servicios religiosos para extranjeros detenidos en varios centros del Departamento de Inmigración y Aduanas esparcidos por el país. Aunque colabore con organizaciones que dispensan asistencia legal y ayuda humanitaria, el JRS considera su papel principal el acompañamiento de los extranjeros en medio de los altibajos de la vida en un centro de detención o un campo de refugiados: la presencia junto a ellos en su reclusión, el «caminar» con ellos lo mejor que podamos. Idealmente, se desarrolla una relación de solidaridad, en la que el trabajador del JRS también aprende de los refugiados 117
algo sobre la fe y los valores. Las amistades resultantes y el aprendizaje sobre el terreno ayudan al JRS a defender más eficazmente ante el poder a los refugiados. Este fiel acompañamiento invita a otras personas a considerar el mundo y sus problemas desde la perspectiva de las que viven en los márgenes. Los detenidos viven una existencia provisional. Esperan los resultados de las audiencias de asilo o de deportación. El proceso puede durar semanas, meses o años, y la deportación puede tener lugar en cualquier momento. Me mandaron a uno de los varios centros de detención del sur de California, San Pedro (ya cerrado), situado en el puerto de Los Ángeles. Suplía a Peter, un dinámico capellán jesuita, que iba a tomarse unas vacaciones muy merecidas. Peter me enseñó las apretujadas instalaciones, en esencia una cárcel: cinco plantas divididas en secciones (o «contenedores»), salas comunes para comidas y recreo (lo que básicamente significaba jugar a las cartas y ver la televisión), una pequeña clínica médica, una biblioteca con escasos recursos, un par de patios de hormigón para el recreo al aire libre (pesas, baloncesto y dar vueltas andando). Desde los patios se oían los tentadores sonidos del océano, se veía a los cruceros salir del puerto y se olían las brisas salinas. Al cabo de un par de días de presentaciones, Peter se fue de vacaciones, y allí estaba yo, en territorio nada familiar. Después de seis años de vida jesuita itinerante, sin embargo, había aprendido a adaptarme y lanzarme a situaciones nuevas, a pesar de sentirme completamente petrificado por dentro. Miguel se convirtió en uno de mis primeros mentores. Este joven de veintitantos años llevaba seis meses en San Pedro. Me ayudaba a abordar a los hombres según sus diversas personalidades. Su inglés era mucho mejor que mi español: me decía quién necesitaba ayuda y quién no apreciaría una visita del capellán ese día. Su historia era un ejemplo ilustrativo de las muchas que había allí. Miguel había vivido en los Estados Unidos gran parte de su vida, habiendo emigrando desde México con sus padres, y sin papeles, cuando era niño. Por algún motivo había llamado la atención de las autoridades de Inmigración: suele ser por una auditoría en el lugar del trabajo, una infracción de tráfico o un delito. Ahora, Miguel se enfrentaba a dejar a toda su familia en los Estados Unidos y volver a México, el país de su nacimiento pero poco más. Sabiendo que la deportación era probable, ya estaba planeando cómo regresaría junto a la familia que tenía en los Estados Unidos. 118
Me presentó a Luis, un hombre tranquilo mayor de cincuenta que pasaba los más de los días dibujando en la sala de recreo. Rezábamos juntos con frecuencia. Yo me esforzaba por ofrecerle unas palabras de consuelo de la Biblia en mi rudimentario español. Al cabo de unas semanas, Luis me regaló un dibujo de la Virgen de Guadalupe que enmarqué y que hoy cuelga en un lugar destacado de mi despacho. Para los mexicanos en particular, la Virgen María, amiga de los pobres, es una poderosa intercesora y protectora en medio de la soledad y la angustia de la detención. Cada semana me unía a una de las secciones femeninas para la misa, celebrada por Rob, el director jesuita de la oficina local del JRS. Por no haber capilla, nuestro altar era una mesa de acero en el rincón de la sala de recreo. La cháchara inane de los programas matinales de la televisión resonaba al otro lado de la habitación. Para las diez o quince mujeres que acudían cada semana a misa, nuestro rincón era un santuario. Cantábamos más alto que la tele, y las oraciones salían del corazón. Las peticiones duraban mucho, pues cada mujer solía pedir detenidamente por alguien. Lo más habitual era que pidieran por los niños que habían dejado en los Estados Unidos. Ana había sido limpiadora en un hotel de Palm Springs durante casi una década. Su condición de sin papeles se descubrió cuando las autoridades de Inmigración revisaron las cuentas del hotel donde ella trabajaba. Había dejado a sus dos niños, nacidos en los Estados Unidos, con su hermana. Su marido estaba en otro centro de detención. A diario, entre lágrimas, me pedía que rezara para que ella se reuniera con sus hijos, que la visitaban los domingos enlazando varios autobuses para verla. Otra mujer se negaba a permitir a sus niños venir a San Pedro: no quería que la vieran vestida con un mono azul, como una criminal. En el sótano de San Pedro había unas celdas de aislamiento para las personas que tenían que estar separadas de la población general: los propensos a pelear, los amenazados por bandas rivales, los que padecían de sida y los que estaban en la diana de los maltratadores por su condición de gais, lesbianas o transgénero. Para mí, estas eran las visitas más desgarradoras. El aislamiento, incluso durante poco tiempo, puede hacerles cosas terribles a la mente y el alma. Y lo peor de todo es que, en la relativa oscuridad y con el contacto humano limitado, la persona empieza a perder la esperanza. Así pues, cuando yo venía, tenían ganas de verme. Debía hablar con ellos a través de una pequeña abertura en la puerta de la celda. Ahí abajo, yo no tenía mucho que decir, 119
porque hablaban ellos, normalmente demasiado deprisa como para que yo pudiera entender su español. Mis respuestas eran muy sencillas: «Dios te ama; no estás solo; el Señor está contigo; ten esperanza». Me di cuenta de que a veces el mejor consejo es el más sencillo. Cada día intentaba, lo mejor que podía, estar al lado de los detenidos en San Pedro. Procuraba reconfortarlos, ser una presencia fiable en sus vidas, por lo demás, transitorias e impredecibles. De ellos aprendí mucho sobre el aguante de la fe en circunstancias adversas. Cuando todo lo demás se había perdido, eran muchos los que recurrían al Señor en busca de consuelo y esperanza. También se apoyaban los unos en los otros. Me consolaba profundamente ver cómo se cuidaban entre sí, convirtiéndose en una familia en sus penas compartidas. Acabé aprendiendo que todos, con independencia de los documentos oficiales que tengamos, compartimos el muy humano anhelo de estar con los que amamos, de asentarnos y construir un hogar, de encontrar un lugar en la Tierra que podamos llamar nuestro. También fui testigo de lo poderosa que puede ser la esperanza y de que las personas con esperanza viven de forma diferente; este fue uno de los temas de la encíclica del papa Benedicto sobre la esperanza, citada en repetidas ocasiones durante su visita a los Estados Unidos en 2008. En la Segunda Semana de los Ejercicios Espirituales, Ignacio nos invita a acompañar a Jesucristo desde su nacimiento hasta su ministerio público. En la Primera Semana, nuestra mirada estaba puesta, en gran parte, en nosotros mismos; ahora, Dios nos levanta la mirada y vuelve nuestra atención hacia Jesús mientras caminaba y hablaba, curaba y predicaba, entre nosotros. La gracia de la Segunda Semana es fundamental: crecer en conocimiento sentido de Jesucristo para poderle amar más profundamente y seguir más de cerca. Pero, para crecer en este amor íntimo, hemos de acercarnos. Hay que caminar con Dios, que se hizo uno de nosotros. En esta parte de la aventura, los evangelios cobran vida para nosotros. Estamos ahí con Jesús, inmersos en los evangelios con la ayuda de nuestros sentidos y nuestra imaginación. No solo adquirimos una nueva percepción o más información. Agudizada nuestra atención y avivada nuestra imaginación, vemos al Dios vivo en la vida cotidiana mientras rezamos a lo largo de los Ejercicios. Por ejemplo, Ignacio invita al ejercitante a rezar sobre el relato de Mateo de la huida de José, María y el recién nacido niño Jesús a Egipto para escapar de la cólera asesina de Herodes en Belén (Mateo 2,13-14). En las 120
historias de hoy de los refugiados y las personas desplazadas que hacen su propio viaje trágico de lágrimas, nos encontramos con José, María y Jesús en fuga. Una de las últimas imágenes de mi trabajo con el JRS es la de la Sagrada Familia. Los miércoles visitaba un centro de detención juvenil de mínima seguridad que albergaba a una mezcla de jóvenes en riesgo: ciudadanos estadounidenses que habían cometido un crimen, extranjeros detenidos por las autoridades de Inmigración y fugitivos procedentes de todo el país. A los menores sin papeles se les alojaba con los fugitivos en un dormitorio de ladrillo hueco en un rincón del gran recinto. En un lado del dormitorio dormían diez chicas, y en el otro los chicos, con una pequeña habitación común en medio. Podían moverse libremente, pero siempre bajo la concienzuda vigilancia de un supervisor. Luke era un chico de dieciséis años que había escapado de un progenitor abusador en Texas y al que encontraron viviendo en las playas del sur de California. (No formaban parte de su historia el tráfico de drogas ni la prostitución, comunes entre los adolescentes fugitivos). Aparentaba más edad de la que tenía, curtido por su dura juventud. A veces estallaba en cólera, pero yo detectaba una corriente oculta de ternura y de idealismo juvenil. Luke era de los mayores del grupo. María había venido de El Salvador para reunirse con uno de sus progenitores, que vivía en los Estados Unidos. La habían pillado cruzando la frontera por el desierto con un grupo de parientes de su aldea. Los hermosos ojos y cara de María revelaban a la vez una timidez de niña y una confianza de mujer. En español, me dijo que se sentía sola y asustada, pero que nunca se lo dejaba entrever a los otros. A María, de una edad parecida a la de Luke, le gustaba hacer de madre con las niñas menores con las que compartía el dormitorio. Era de admirar lo bien que se llevaban en ese grupo variopinto de fugitivos nacidos en los Estados Unidos y latinoamericanos sin papeles, a pesar de la barrera del idioma y sus distintas historias, por no hablar de las presiones que conlleva una vida de fugitivo. Establecían vínculos en las partidas de cartas, en la sala común y en los partidos de baloncesto en la cancha cercana a su dormitorio. No tenían a nadie más que a sí mismos. En mi última visita de los miércoles, antes de marcharme al este para el comienzo del año académico, llevé a Luke y a María aparte para informarles de que me marchaba.
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Les dije: «Ahora os dejo a vosotros de encargados, para cuidar de todos, especialmente de los más pequeños. Confortadlos cuando estén tristes o solos». «No se preocupe, padre», dijo Luke. (En mis visitas yo llevaba alzacuellos, y ellos suponían que yo estaba ordenado, para lo que aún faltaban unos años). «Cuidaremos de ellos», me aseguró. María sonrió con orgullo y aire de experta. Una hora más tarde, cuando me iba, me di la vuelta y los vi. María tenía en el regazo una niña pequeña que lloraba, y Luke estaba reuniendo a los rezagados que llegaban tarde a la cena en la sala común. Se sentaron todos juntos para su comida familiar –una Sagrada Familia–.
Oración por Óscar Romero y otros sacerdotes que se fueron Ayuda, de cuando en cuando, dar un paso atrás y mirar con distancia. El reino no solo está más allá de nuestros esfuerzos; está incluso más allá de nuestra visión. En nuestra vida realizamos solo una diminuta fracción de la magnífica empresa que es la obra de Dios. Nada de lo que hacemos queda completado, que es una manera de decir que el reino siempre se encuentra más allá de nosotros. Ninguna afirmación dice todo lo que se podría decir. Ninguna oración expresa plenamente nuestra fe. Ninguna confesión trae la perfección. Ninguna visita pastoral trae la integridad. Ningún programa lleva a cabo la misión de la Iglesia. Ningún conjunto de fines y objetivos lo incluye todo. Aunque esté incompleto, es un comienzo, un paso en el camino, una oportunidad para que entre la gracia del Señor y haga el resto. A lo mejor nunca veremos los resultados finales, pero esa es la diferencia entre el maestro constructor y el obrero. Somos obreros, no maestros constructores; ministros, no mesías. Somos profetas de un futuro que no es nuestro. 122
Eso es lo que somos. Sembramos las semillas que un día crecerán. Regamos semillas ya sembradas, sabiendo que contienen la promesa futura. Echamos cimientos que necesitarán más desarrollo. Aportamos levadura que produce muy por encima de nuestras capacidades. No podemos hacerlo todo, y hay una sensación de liberación en darse cuenta de ello. Esto nos capacita para hacer algo y hacerlo muy bien. Amén [19] .
Óscar Romero (1917-1980) fue arzobispo de San Salvador. Ferviente defensor de los pobres de su país y voz incansable en defensa de la reconciliación en medio de la guerra civil, Romero fue asesinado mientras decía misa. Aunque a menudo atribuida a Romero, en realidad esta oración fue pronunciada por el cardenal John Deardon de Detroit en una homilía de 1979. Deardon y Romero fueron almas gemelas: ambos predicaron que la paz y la justicia son fundamentales en el Evangelio.
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SEMANA
DE ORACIÓN
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La Contemplación de la Encarnación Pasamos ahora a la fase siguiente de los Ejercicios de Ignacio: la Segunda Semana. En la Primera Semana saboreamos la gracia de ser amados por Dios aun en nuestra pecaminosidad. En la Segunda Semana respondemos naturalmente a la misericordia de Dios queriendo conocer a este Dios tan generoso y amoroso, que nos llama por nuestro nombre, tal como somos. En Letting God Come Close (Dejar que Dios se acerque), perspicaz visión de los movimientos de los Ejercicios, William Barry, SJ, describe el cambio de orientación de la manera siguiente: en la Primera Semana «el centro de atención hemos sido nuestras necesidades y nosotros. Queríamos saber de corazón que Dios está donde estamos nosotros, junto a nosotros en nuestro quebranto, en nuestra pecaminosidad, en nuestra desesperada necesidad». En la Segunda Semana, sin embargo, «ahora queremos estar donde está Jesús; queremos conocerle a él, sus valores y su misión, y queremos formar parte de esa misión» (p. 78). En la Segunda Semana acompañamos a Jesús en su misión terrena. No buscamos datos científicos ni biográficos sobre Jesús, sino un conocimiento más parecido al de conocer a un amigo en el misterio y en profundidad: un conocimiento sentido en el corazón. Antes de adentrarnos en el relato de la vida de Jesús, Ignacio nos invita a mirar el panorama general. En la Contemplación de la Encarnación miramos el mundo con la Trinidad: con Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nos perdemos en el misterio de la Encarnación. Nos maravillamos de que Dios obre por medio de personas normales como María y José. Nos llenamos de gran gratitud por el hecho de que Dios quisiera acercarse a nosotros haciéndose humano en Jesús de Nazaret. De esta manera, Dios hace que el amor divino sea inminentemente accesible a todas las personas.
† Oración para la semana 124
Pido las siguientes gracias: un conocimiento hondamente sentido de lo que Dios sueña para el mundo; asombro y maravilla ante el misterio de la Encarnación. Día 1 Contemplación de la Encarnación (EE 101-109). En los Ejercicios, por contemplación se entiende una oración imaginativa. Ignacio estaba convencido, por su propia experiencia, de que Dios nos habla en nuestra imaginación. Aquí iniciamos la contemplación imaginando que las tres Personas Divinas miran «toda la planicia o redondez de todo el mundo llena de hombres» (EE 102). Con esta perspectiva, considera lo que ven y oyen las Personas divinas (y tú): hombres y mujeres de distintos tamaños, formas y colores; ricos y pobres; viejos y jóvenes. Gente que habla distintos idiomas. Unos nacen, otros mueren; unos corren y juegan, otros están enfermos y sufren. Unos ríen, otros lloran. Unos gritan y vocean, otros rezan y cantan. Con la mirada de la Trinidad, considera cómo se tratan unas personas a otras: unas aman, otras odian; unas abrazan, otras pegan; unas ayudan, otras no hacen caso, hieren y matan. ¿Qué ves y oyes? ¿Cómo te sientes al imaginar el mundo de esta manera? ¿Cómo responden las tres Personas divinas a las alegrías y sufrimientos del mundo? ¿Cómo nos responde el Dios que es Amor a nosotros, los hijos de Dios, perdidos, sin rumbo, sufrientes, pecadores, confusos y agresivos? Oye a las Personas divinas decir: «Hagamos redención del género humano» (EE 107). ¿Qué palabras quieres decirle a Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo? Día 2 Repetición. Dios nos salva en los detalles de nuestras vidas, en la belleza y el quebranto de nuestro mundo. Seguimos mirando al mundo de hoy desde la perspectiva de la Trinidad. Intenta considerar tu propia comunidad y tu situación personal de vida. ¿Qué ven y oyen las Personas divinas (y tú)? ¿Cómo responde tu corazón? ¿Cómo trabaja Dios hoy en la salvación del mundo por vías muy concretas? 125
Si te apetece, reza con Juan 1,1-5; 14-18 («La Palabra se hizo hombre»). Día 3 Lee Lucas 1,26-38 (la Anunciación). Dios responde a los «gemidos» de la creación de forma muy concreta. Partiendo de la perspectiva amplia, estrecha tu mirada imaginaria para enfocar los detalles de la salvación de Dios en la historia: mira «particularmente la casa y aposentos de nuestra Señora, en la ciudad de Nazaret, en la provincia de Galilea» (EE 103). Imagina lo que se ve, oye y huele en la escena cuando el ángel Gabriel saluda a la joven. Escucha su conversación. Observa las expresiones de sus caras y el movimiento de sus cuerpos. Concluye con un coloquio con María. Día 4 Repetición de la Anunciación. En su versión contemporánea de los Ejercicios, David Fleming sugiere lo siguiente para nuestra consideración de esta escena: «Observa cómo obra nuestro Dios trino, tan sencilla y calladamente, tan pacientemente. Un mundo sigue su marcha, aparentemente inconsciente de la nueva creación ya comenzada. Adopto la manera en que María está a disposición de su Señor y Dios y le responde» (p. 93). Día 5 Lee Lucas 1,39-56 (María visita a Isabel). De nuevo, utiliza tu imaginación para rezar con esta escena. Advierte cómo Dios salva dentro de una familia concreta. Admírate de cómo Dios necesita de la ayuda de estas dos benévolas mujeres para obrar «la redención del género humano» (EE 107). Reza con María su magníficat, con espíritu de júbilo. Día 6 Lee Mateo 1,18-25 (el sueño de José). Una vez más, Dios depende de la libertad y la cooperación humanas para salvarnos en nuestra necesidad. Estate con José mientras él responde con generosidad y coraje a Dios, que lo llama a convertirse en marido y padre. Oye al ángel confortar a José diciéndole que no tenga miedo, tal como el ángel Gabriel animó a María. El amor disipa todo miedo. Día 7
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Saborea las gracias de la semana, o haz la repetición de uno de los pasajes anteriores de la Escritura previa. «A ningún negocio se debe dar principio antes de consultar con Dios». SAN IGNACIO DE LOYOLA [20] Para reflexionar más «Piensa en una pareja dichosamente feliz que encuentre el uno en el otro todo lo que necesita. No por otro motivo que la generosidad y el deseo de compartir su felicidad, deciden adoptar niños. En adelante su vida sufre un profundo cambio. Ahora son vulnerables; su felicidad depende del bienestar de los niños; las cosas no pueden volver a ser las mismas. Si los niños eligen alejarse y emprender el camino de la ruina, la pareja se aflige. Rogarán, se humillarán, harán grandes sacrificios, se desvivirán para que sus seres queridos entiendan que el hogar es todavía su hogar, que el amor que se les ha dado es inmutable. Esto quizás nos ayude a comprender algo mejor la redención. En un misterio que no podemos sondear: Dios “se vacía”, “se pierde” a sí mismo para traer de vuelta hacia sí a sus hijos alejados y perdidos. Y esto es todo lo que quiere el Padre. Este es el único remedio para su herida. Dios ya no es Dios puro, sino siempre “Dios con la humanidad en su corazón”». RUTH BURROWS [21]
Ruth Burrows, monja carmelita que ha escrito extensamente sobre la vida espiritual, ofrece esta analogía para ayudarnos a entender lo que significan la Encarnación y la Redención para nosotros: ¿por qué Dios se hace uno de nosotros?
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† Ligeros recordatorios A estas alturas del retiro, los orantes han desarrollado, a buen seguro, un hábito o cierto estilo de oración. Nos acoplamos con naturalidad a un ritmo que nos llevará adelante en alas de la gracia. A veces, sin embargo, podemos volvernos descuidados después de muchas semanas de retiro. En los Ejercicios, la estructura es importante. Aunque no podamos forzar la mano de Dios o hacer que se produzca la gracia, sí podemos disponernos para la gracia siguiendo el marco espiritual trazado por Ignacio. Mientras sigues rezando, recuerda las sugerencias para la oración presentadas al principio de este libro, en las páginas 35-40:
Antes de tu oración Repasa la materia de oración antes de tu periodo de oración (por ejemplo, la noche anterior). Mantén una atmósfera propicia a la oración, libre de distracciones. Presta atención a tu respiración y tu postura. Ofrece tu tiempo de oración a Dios. Pide estar abierto a la actuación del Espíritu. Emplea cualesquier palabras, imágenes o rituales que te resulte natural componer.
Durante tu oración Pide la gracia que desees, bien como se sugiere en las materias de oración, bien con tus propias palabras. ¿Qué quieres que haga Dios por ti? ¿De qué forma quieres que esté Dios presente? Cuando utilices las materias de oración, ten en cuenta que no son deberes o tareas que haya que tachar de una lista. Sé flexible y adapta el retiro a donde te encuentres. No te adelantes a la gracia. Sé paciente; no te apresures a terminar las semanas del retiro. Sigue la orientación del Espíritu, no un horario. 128
Si tienes la sensación de estar trabajando duro, es probable que te estés esforzando demasiado. No pretendas solucionar problemas o ser «productivo» en tu oración. Evita las comparaciones con la oración o el progreso de los demás a lo largo del retiro. Incluye un coloquio en cada periodo de oración: cuanto más natural y conversacional, mejor. Concluye tu oración con un padrenuestro, un avemaría, un Anima Christi u otra oración que te agrade. Reza de treinta a cuarenta y cinco minutos al día. No alargues ni acortes mucho este tiempo sagrado.
Después de tu oración Reflexiona sobre tu tiempo de oración; si puedes, hazlo en un sitio que no sea tu lugar de oración. Presta atención a las consolaciones, las desolaciones y otros movimientos interiores significativos. En tu diario, apunta estos movimientos, junto con las imágenes, palabras, recuerdos o estados de ánimo importantes. Advierte cualquier conexión entre tu oración y tu vida diaria. Reza el Examen (pp. 83-85) en otro momento de tu jornada. Esta oración es crucial para desarrollar el hábito del discernimiento. Mantén el espíritu de generosidad con que empezaste el retiro: «Al que recibe los ejercicios mucho aprovecha entrar en ellos con grande ánimo y liberalidad con su Criador y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su divina majestad, así de su persona como de todo lo que tiene, se sirva conforme a su santísima voluntad» (EE 5).
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SEMANA
DE ORACIÓN
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El nacimiento de Jesús Habiéndonos regocijado con María en su «sí» a Dios, empezamos a caminar con Jesús desde su nacimiento, pasando por su vida oculta y su ministerio público, hasta el pie de la cruz en el Calvario. En estas semanas pedimos con insistencia una gracia fundamental para la Segunda Semana de los Ejercicios: conocer a Jesús más íntimamente, amarlo más intensamente y seguirlo más de cerca (EE 104). Esta idea del «más» –resumida en la palabra latina magis– es vital para Ignacio. Los Ejercicios pretenden activar un celo que nos impela a mayor conocimiento, amor y servicio de Dios y de los demás. El orden de estas gracias es importante. Es posible que nos apresuremos a averiguar a qué estamos llamados en la vida sin conocer realmente a Quien nos llama. Si nos concentramos primero en conocer y amar a Jesús, la llamada al servicio queda más clara y podemos abordarla con menos miedo. No podemos amar de verdad a alguien a menos que primero lo conozcamos a un nivel profundamente personal. Al final, solo es posible seguir a Jesús, con el sacrificio que esto conlleva, si estamos bien asentados en nuestro amor por él. Como en nuestra contemplación sobre la Encarnación, durante estas semanas nos serviremos de la oración imaginativa. (Para saber más sobre este modo ignaciano de orar, mira el capítulo siguiente). En el rezo con la Escritura queremos prestar atención a los detalles concretos, ya que Dios obra nuestra redención en la belleza y quebranto particulares de nuestro mundo.
† Oración para la semana Pido la gracia siguiente: conocer a Jesús más íntimamente, amarlo más intensamente y seguirlo más de cerca. Día 1
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Contemplación de la Natividad (EE 110-117). Reza el conocido relato de Lucas 2,1-7. Ignacio sugiere imaginar los detalles de la escena: «Cómo desde Nazaret salieron nuestra Señora, grávida quasi de nueve meses, como se puede meditar píamente, asentada en una asna, y José y una ancila, llevando un buey, para ir a Belén, a pagar el tributo que Cesar echó en todas aquellas tierras» (EE 111). «[Imagina] el lugar; será aquí con la vista imaginativa ver el camino desde Nazaret a Belén, considerando la longura, la anchura, y si llano o si por valles o cuestas sea tal camino; asimismo mirando el lugar o espelunca del nacimiento, cuán grande, cuán pequeño, cuán bajo, cuán alto, y cómo estaba aparejado» (EE 112). «Mirar y considerar lo que hacen, así como es el caminar y trabajar, para que el Señor sea nacido en suma pobreza, y a cabo de tantos trabajos de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí» (EE 116). Al imaginar los otros detalles del nacimiento de Jesús, Ignacio sugiere que te sitúes directamente en la escena. «Ver las personas; es a saber, ver a nuestra Señora y a José y a la ancila, y al niño Jesús después de ser nacido, haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos y sirviéndolos en sus necesidades, como si presente me hallase, con todo acatamiento y reverencia posible» (EE 114). Concluye, como de costumbre, con un coloquio con María o José, o con Dios Padre, o incluso hablando al niño Jesús mientras lo sostienes. O quizá solo quieras sentarte en el silencio sosegado de la noche. Día 2 Repetición. Día 3 Lee Lucas 2,8-20. Sigue contemplando la Natividad. Únete a los pastores en la campiña y luego acompáñalos a visitar al niño Jesús. A medida que reces a lo largo de la vida de Jesús, notarás cuán a menudo él se rodea de gente como los pastores –los pobres y
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marginados de la sociedad–. Alegrándose de la buena nueva del nacimiento de Jesús, los pastores se convierten en los primeros discípulos de Jesús. Día 4 Lee Mateo 2,1-12. Acompaña a los Reyes Magos en su viaje hacia Jesús. Día 5 Repetición de una de las escenas de la Natividad. Mira también Isaías 52,7-10 («Y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios»). Día 6 Un tipo distinto de repetición: la aplicación de los cinco sentidos (EE 121-126). Hasta ahora, en nuestras contemplaciones hemos imaginado las escenas del Evangelio, sumergiéndonos en los detalles de la vida de Jesús. Ahora, Ignacio nos invita a profundizar en nuestra oración. Pasamos a ser menos activos: se trata más de estar que de hacer. Pensamos menos que en nuestras meditaciones e imaginamos menos que en nuestras contemplaciones. Entramos en mayor quietud, saboreando las gracias y descansando en la presencia de Dios. Puedes repasar en silencio con Jesús tu oración a lo largo de varios días, o descansar en una escena o una conversación concreta de tu oración que significara algo para ti. Nos dejamos ir. Dejamos que el relato de Jesús se convierta en parte de nosotros. Lo mismo que nuestros sentidos corporales recogen los datos de la vida cotidiana, dejamos que las imágenes, los sonidos, los olores, los sabores y las sensaciones táctiles de nuestras contemplaciones nos inunden, y permitimos que cualesquier intuiciones, imágenes, deseos o emociones que permanezcan arraiguen en nosotros. Día 7 Saborea las gracias de la semana.
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† La contemplación ignaciana: la oración imaginativa Ignacio estaba convencido de que, sin duda, Dios nos puede hablar tanto a través de nuestra imaginación como por medio de nuestros pensamientos y recuerdos. En la tradición ignaciana, al orar con la imaginación se le denomina contemplación. En los Ejercicios, la contemplación es una manera muy activa de orar que implica a la mente y el corazón y aviva pensamientos y emociones. (Nota: En otras tradiciones espirituales, contemplación tiene un significado bien distinto: se refiere a una forma de orar que libera la mente de todo pensamiento y toda imagen). La contemplación ignaciana es especialmente apta para los evangelios. En la Segunda Semana de los Ejercicios, acompañamos a Jesús a lo largo de su vida imaginando escenas de los relatos evangélicos. Deja que los hechos de la vida de Jesús se te hagan presentes ahora mismo. Visualiza el hecho como si estuvieras rodando una película. Presta atención a los detalles: las imágenes, los sonidos, los sabores, los olores y las sensaciones táctiles de lo que ocurre. Piérdete en el relato; no te preocupes si tu imaginación se dispara. En un momento dado, inclúyete en la escena. Contemplar una escena del Evangelio no es meramente recordarla o retroceder en el tiempo. Mediante el acto de contemplación, el Espíritu Santo hace presente un misterio de la vida de Jesús de forma que resulte significativo para ti ahora. Utiliza tu imaginación para penetrar más hondo en el relato a fin de que Dios pueda comunicarse contigo de manera personal y evocadora. Al principio, puede que nos inquiete ir más allá del texto evangélico. Si has ofrecido a Dios tu tiempo de oración, comienza por tener la confianza de que Dios se está comunicando contigo. En caso de que te preguntes si tu imaginación está yendo «demasiado lejos», haz algo de discernimiento sobre el modo en que estás rezando. ¿Adónde te conducía la imaginación: más cerca de Dios o más lejos? La imaginación ¿te trae consolación o desolación? Algunas personas encuentran difícil la oración imaginativa. Es posible que les cueste visualizar la escena, pero sí tengan alguna intuición o una reacción visceral al relato. O 133
puede que oigan la historia o noten su tacto, más que visualizarla. Con espíritu de generosidad, reza tal como puedas; no intentes forzarlo. Ten la seguridad de que Dios te hablará, sea por medio de tu memoria, tu conocimiento, tu intelecto, tus emociones o tu imaginación.
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SEMANA
DE ORACIÓN
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La infancia de Jesús Seguimos contemplando la vida temprana de Jesús. Reparamos en que Jesús se cría en un contexto social, económico, político y religioso especial. Incluso en los reconfortantes relatos de la Natividad vemos los comienzos de la oposición a Jesús. No podemos separar la obra salvadora de Cristo de los tiempos en que él vivió. La salvación no tiene lugar aparte del mundo, como si Dios nos echara una cuerda salvavidas desde el cielo y luego nos izara con ella. Antes bien, Dios salva en el mundo. Dios continúa salvándonos hoy en los detalles de nuestras vidas, en la belleza y el desgarro de nuestro mundo. Conforme oramos en medio de la vida cotidiana, nos podemos ir volviendo más sensibles a los gozos y las tragedias de nuestro mundo y a las necesidades de la gente de nuestro entorno. Al acompañar a la Sagrada Familia en su huida a Egipto y su regreso a Nazaret, ¿cómo no sentir profundamente los apuros de los millones de personas desplazadas que hay en nuestro mundo? ¿Cómo no estar más atentos a los apoyos y las presiones que experimentan las familias jóvenes de hoy? Contempla las escenas del Evangelio como antes, con tu imaginación. Participa en la escena como si estuvieras ahí. Entabla conversación con los presentes, como en un coloquio. Observa cómo María y José enseñan a Jesús a amar y a ser plenamente humano. En las contemplaciones evangélicas, con frecuencia Ignacio nos dice que recemos «para sacar algún provecho». Esto no quiere decir que tengamos que ser «productivos» cuando rezamos, analizando el texto para encontrarle una aplicación profunda. El repaso de la oración (el diario) es mejor momento para emplear el intelecto en extraer aplicaciones para el mundo real. En la contemplación, dejamos que nuestra oración nos afecte y toque nuestros corazones. Permitimos que los recuerdos, las emociones, los deseos y los anhelos se remuevan de la forma que Dios quiera.
† Oración para la semana 135
Pido la gracia siguiente: conocer a Jesús más íntimamente, amarlo más intensamente y seguirlo más de cerca. Día 1 Lee Lucas 2,21-38. Acompaña a la Sagrada Familia cuando Jesús recibe su nombre y luego es presentado en el templo. Únete a Simeón y Ana mientras esperan a Jesús y después cuando lo conocen. Día 2 Repetición. Día 3 Lee Isaías 9,1-7. Mientras te maravillas ante el niño Jesús, ¿qué esperanzas brotan en tu corazón? ¿Qué nombres das tú al niño? Día 4 Lee Mateo 2,13-23. Acompaña a José, María y Jesús cuando huyen al exilio. Pasa un tiempo con ellos en Egipto y únete a ellos en su regreso a Nazaret. Día 5 Repetición. Día 6 Aplicación de los cinco sentidos (mira el día 6 de la semana 12). Día 7 Saborea las gracias de la semana.
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† Reglas para el discernimiento de espíritus: cómo obran el espíritu bueno y el espíritu malo A estas alturas del retiro, el espíritu bueno y el espíritu malo obran de forma típica. Dios quiere que sigamos creciendo en fe, esperanza y amor. Dios desea que conozcamos y amemos más íntimamente al Hijo. Dios enciende en nosotros grandes esperanzas y el celo por servir a Dios y a los demás. En cambio, el espíritu malo, al que Ignacio llama también «enemigo de natura humana», quiere desanimarnos y desviarnos del camino. A veces son obvias las tácticas del espíritu malo: provocar la duda extrema, la confusión, la ansiedad y la tentación. Conforme crecemos en la vida espiritual, el enemigo debe adaptar sus tácticas y volverse más sutil, utilizando incluso las experiencias de consolación para fines malvados o sugiriendo pensamientos que parecen buenos y santos pero que en realidad nos alejan de la alabanza, el amor y el servicio a Dios. «Propio es de Dios y de sus ángeles, en sus mociones, dar verdadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y turbación que el enemigo induce. Del cual es propio militar contra la tal alegría y consolación espiritual, trayendo razones aparentes, sotilezas y asiduas falacias» (EE 329). «En los que proceden de bien en mejor, el buen ángel toca a la tal ánima dulce, leve y suavemente, como gota de agua que entra en una esponja; y el malo toca agudamente y con sonido y inquietud, como cuando la gota de agua cae sobre la piedra» (EE 335). En nuestra oración, nos volvemos más conscientes de los movimientos significativos del alma (tales como los pensamientos, los sentimientos, los deseos y las intuiciones). Empezamos a entender si un movimiento viene del espíritu bueno o del espíritu malo al observar adónde nos lleva ese movimiento. Con la experiencia, aprendemos a seguir las indicaciones del espíritu bueno y, al contrario, a oponernos a actuar de acuerdo con el movimiento del espíritu malo. Considera un movimiento interior significativo que hayas experimentado esta semana. ¿Fue acción del espíritu bueno o del espíritu malo?
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SEMANA
DE ORACIÓN
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La vida oculta de Jesús Esta semana contemplamos la «vida oculta» de Jesús, los años de su niñez y juventud en Nazaret que en los evangelios solo se mencionan brevemente. Dada la escasez de referencias en la Escritura, tú aportarás muchos detalles mediante la oración imaginativa. Pedimos al Espíritu que nos muestre cómo era Jesús cuando se estaba haciendo mayor. Acompáñale como amigo, pariente o vecino de Nazaret. Aunque plenamente divino, Jesús también es plenamente humano (como nosotros en todo menos en el pecado, enseña nuestra tradición). Observa, pues, cómo se adapta Jesús a su humanidad. No importa si los detalles que aportas son históricamente exactos o no. No estamos reconstruyendo la historia. Antes bien, con la inspiración del Espíritu Santo, estamos conociendo más íntimamente a Jesús para poder amarlo más y seguirlo más de cerca. Cuando contemplamos los evangelios, a menudo se nos regalan recuerdos de nuestra vida que concuerdan en algún sentido con la vida de Jesús. Estos recuerdos pueden ser regalos porque, por medio de nuestra rememoración orante, pueden curarse heridas del pasado. O podemos apreciar cómo Dios ha estado obrando de manera inesperada o hasta entonces inadvertida. O podemos comprender mejor algún hecho significativo de nuestra propia historia. Algunos recuerdos pueden ser dolorosos, desde luego, por lo que debemos ser benévolos con nuestra rememoración y buscar la ayuda de otros cuando sea necesario.
† Oración para la semana Pido la siguiente gracia: conocer más íntimamente a Jesús, amarlo más intensamente y seguirlo más de cerca. Día 1 Lee Lucas 2,39-40. Contempla la niñez de Jesús y su crecimiento hasta los doce años.
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Día 2 Lee Lucas 2,41-50. Acompaña a Jesús en su viaje al templo, donde experimenta una conciencia cada vez más intensa de su vocación. Acompaña a María y a José en su preocupación. Comparte con ellos las experiencias de tu propia juventud y cómo te hacen sentirte ahora, mirando al pasado. Día 3 Lee Lucas 2,51-52. Convive con Jesús durante algunos periodos de sus años de adolescencia y de joven adulto. Recuerda que en algún momento de la juventud de Jesús murió José, su padre. Comparte con Jesús las experiencias de tu propia juventud y de tu llegada a la mayoría de edad. Día 4 Repetición. Día 5 Repetición. O reza el salmo 42 con Jesús joven. Recuerda que Jesús, judío devoto, rezaría estos salmos de joven en su propia lengua. Los salmos le ayudaban a expresar su fe en Dios Padre; nos pueden ayudar a nosotros del mismo modo. Día 6 Lee Mateo 3,13. Pasa tiempo con Jesús mientras se prepara para irse de casa y dirigirse al río Jordán para comenzar su ministerio público. ¿Qué se dicen María y Jesús? ¿Qué relatos de los años jóvenes de Jesús comparten? Día 7 Saborea las gracias de la semana.
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† Reglas para el discernimiento de espíritus: guardar las gracias de consolación En la vida espiritual tenemos, naturalmente, momentos de consolación y momentos de desolación. Hay que discernir cuál de las dos está presente, ya que las tratamos de distinta manera. Ignacio da consejos prácticos para los tiempos de consolación y de desolación: «El que está en consolación piense cómo se habrá en la desolación que después vendrá, tomando nuevas fuerzas para entonces» (EE 323). «Por el contrario, piense el que está en desolación que puede mucho con la gracia suficiente para resistir a todos sus enemigos, tomando fuerzas en su Criador y Señor» (EE 324). En otras palabras, guarda las consolaciones para que, cuando sobrevenga la desolación, sea menos probable que encalles en la duda, la confusión o el desánimo. Recordarás que Dios es fiel y que no te ha dejado solo. En ausencia de los buenos sentimientos que suelen acompañar la consolación, determina pensar en la consolación pasada y anticipa con esperanza la consolación, que sin duda volverá si estás abierto a ella. La consolación es un regalo. Así que «El que está consolado procure humillarse y bajarse cuanto puede» (EE 324), aconseja Ignacio en las Reglas. La gracia es obra de Dios, no nuestra. No podemos ni forzar ni fingir la gracia. Por eso, en tiempos de consolación damos gracias a Dios por el regalo de su presencia y aliento.
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SEMANA
DE ORACIÓN
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La llamada de Cristo, nuestro rey Rezamos con otro ejercicio clave en la escuela ignaciana de oración: la llamada de Cristo, nuestro rey. El reino (o reinado) de Dios es un símbolo central de la tradición bíblica. Como cualquier símbolo, el reino de Dios tiene muchos niveles de significado. En lo más básico, expresa lo que Dios sueña para el mundo. ¡Imagina el aspecto que tendría el mundo si todos reconocieran a Dios como Creador y Señor y siguieran la ley de amor y vida de Dios! Jesús habló del reino de Dios y reveló de la forma más completa el sueño de Dios para el mundo en su vida, enseñanza, curaciones y servicio a los demás. Fíjate en la gracia que pedimos esta semana: pedimos no estar sordos a la llamada de Cristo en nuestra vida y estar dispuestos a hacer lo que Cristo nos pida (EE 91). Rezando a través de este ejercicio, recordamos nuestro coloquio ante la cruz durante la Primera Semana, cuando preguntamos «¿Qué debo hacer por Cristo?». Cristo nos llama por su gran amor y preocupación por nosotros y por nuestro mundo; lo ideal es que respondamos también con amor y no con miedo o por obligación. Puede que a veces nos resistamos a abrir los oídos a la llamada de Cristo por temor a lo que vamos a oír (por ejemplo, quizá no queramos cambiar algo en nuestro estilo de vida). O podemos resistirnos por tener la imagen de un Dios que nos impone la voluntad divina y nos hace pagar algún pecado del pasado. Por el contrario, la llamada de Dios pretende darnos una vida más plena, con un significado más hondo y alegría auténtica (aunque no sin los sacrificios que acompañan la vida de discipulado). Lejos de imponerse desde arriba, la voluntad de Dios –o el deseo de Dios– para con nosotros se encuentra en nuestros propios deseos más profundos y verdaderos. Tal sinceridad acerca de nuestros miedos y nuestras resistencias es útil. Si no puedes pedir sinceramente la gracia de esta semana, Ignacio te sugeriría que pidieras el deseo de pedir la gracia. Sé sincero. En este punto de los Ejercicios no tenemos que hacer ningún ofrecimiento ni comprometernos si no estamos listos. Por ahora, solo queremos estar lo bastante abiertos para oír la llamada e ilusionarnos por los cautivadores planes que tiene Cristo para el mundo y para nosotros. Queremos saborear el celo de los discípulos por la misión. 142
Permitimos que el Espíritu de Dios nos inspire deseos santos. Dejamos que Dios obre en nosotros.
† Oración para la semana Pido las siguientes gracias: escuchar más atentamente la llamada de Cristo en mi vida; tener mayores disposición y entusiasmo para hacer lo que quiera Cristo. Día 1 Contemplación del reino de Jesucristo (EE 91-98). Esta contemplación tiene dos partes. Empezamos por contemplar la llamada de un líder mundano, lo que después nos lleva a considerar la llamada de Cristo, nuestro rey. Al considerar la llamada de un líder mundano, Ignacio se vale de un lenguaje y unas imágenes feudales propios de su tiempo y de su historia personal como caballero en ciernes: «El primer punto es poner delante de mí un rey humano, eligido de mano de Dios nuestro Señor, a quien hacen reverencia y obedecen todos los príncipes y todos hombres cristianos» (EE 92). «El segundo, mirar cómo este rey habla a todos los suyos, deciendo: Mi voluntad es de conquistar toda la tierra de infieles; por tanto, quien quisiera venir comigo ha de ser contento de comer como yo, y así de beber y vestir, etc.; asimismo ha de trabajar comigo en el día y vigilar en la noche, etc.; porque así después tenga parte comigo en la victoria, como la ha tenido en los trabajos» (EE 93). «El tercero, considerar qué deben responder los buenos súbditos a rey tan liberal y tan humano; y, por consiguiente, si alguno no aceptase la petición de tal rey, cuánto sería digno de ser vituperado por todo el mundo y tenido por perverso caballero» (EE 94). Si las imágenes medievales te distraen o no te son útiles, considera la inspiración de una persona de nuestro tiempo que personifique la virtud y la integridad, que luche contra la injusticia o que trabaje por los oprimidos y marginados. Esta persona puede ser un líder cívico, un santo o un profeta de los tiempos modernos, o un amigo personal. O
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puedes utilizar una figura mítica de la literatura o del cine. Reflexiona sobre alguien que te inspire y que suscite en ti el celo de hacer del mundo un sitio más apacible y justo. Día 2 Contemplación del reino de Jesucristo (continuación). Consideramos ahora la llamada de Jesucristo. Observa el uso reiterado de dos expresiones: el más (o mayor) y conmigo. Cristo apela a lo mejor de nosotros, llamándonos al magis, a un servicio y generosidad mayores. Aunque evitamos, con razón, el perfeccionismo y la adicción al trabajo, procuramos alcanzar la excelencia en nuestro esfuerzo en favor del reino. No hay lugar para la mediocridad en la respuesta del discípulo: hay demasiado en juego, y Dios es demasiado bueno como para merecer una respuesta mezquina por nuestra parte. Además, se nos está invitando a trabajar con Cristo como compañeros, no como subalternos serviles que obedecen órdenes ciegamente. Esto es una asociación con Cristo y, por extensión, una empresa colaborativa con otros discípulos de Cristo: «Si tal vocación consideramos del rey temporal a sus súbditos, cuánto es cosa más digna de consideración ver a Cristo nuestro Señor, rey eterno, y delante dél todo el universo mundo, al cual y a cada uno en particular llama y dice: Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien quisiere venir comigo ha de trabajar comigo, porque siguiéndome en la pena también me siga en la gloria» (EE 95; los subrayados son míos). Ahora, Ignacio sugiere dos respuestas. Ambas son respuestas amorosas de un discípulo generoso. La primera respuesta es el ofrecimiento de un discípulo que se entrega de todo corazón al trabajo del reino de Dios: «Considerar que todos los que tuvieran juicio y razón ofrecerán todas sus personas al trabajo» (EE 96). Este ofrecimiento es una cuestión de razón y de buen juicio: tiene sentido que, si vamos a seguir a un jefe noble y mundano, tanto más querremos seguir a Cristo. El segundo ofrecimiento sugiere una respuesta aun más generosa y sentida. El discípulo no
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solo se consagra a trabajar por el reino, sino también a estar con Cristo y a imitar de forma más completa su manera de vivir: «Los que más se querrán afectar y señalar en todo servicio de su rey eterno y señor universal, no solamente ofrecerán sus personas al trabajo, mas aun haciendo contra su propia sensualidad y contra su amor carnal y mundano, harán oblaciones de mayor estima y mayor momento, deciendo: Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación, con vuestro favor y ayuda, delante vuestra infinita bondad, y delante vuestra Madre gloriosa, y todos los santos y santas de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, solo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como espiritual, queriéndome vuestra santísima majestad elegir y recibir en tal vida y estado» (EE 97 y 98; los subrayados son míos). Pregunta: ¿Qué deseos, sueños, preocupaciones, miedos o esperanzas suscita en mí la llamada de Cristo? ¿Cómo me siento impulsado a responder ahora? Día 3 Repetición. Ignacio sugiere algunas respuestas a la llamada de Cristo, pero ¿cómo responderías tú con tus propias palabras, con toda sinceridad y en el contexto de tu vida actual? Día 4 Lee Mateo 4,18-25 (llamada de los discípulos). Considera la llamada de Jesús y la respuesta de los discípulos. Día 5 Lee Mateo 3,13-17. Acompaña a Jesús al río Jordán. Estate con él durante su bautismo. Mira cómo el Espíritu Santo le da una conciencia más profunda de su propia vocación. En un coloquio, comparte tus esperanzas, sueños y deseos de seguir el Espíritu en tu vida. Día 6
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Lee Isaías 42,1-9 («Mirad a mi siervo, a quien sostengo»). En la misión de un discípulo, ¿qué hay que te inspire? ¿Cómo estás llamado a ser siervo? Día 7 Saborea las gracias de la semana.
Para reflexionar más Hay muchos líderes mundiales cuyas palabras y acciones nos motivan a servir y que pueden recordarnos la llamada aún más grande de Cristo. Una de mis inspiraciones favoritas es Theodore Roosevelt, que dijo esto en una conferencia en La Sorbona en 1910: «No es el crítico quien cuenta; no cuenta el hombre que señala cómo tropieza el hombre fuerte, o dónde pudiera haberlo hecho mejor el autor de hazañas. El mérito es del hombre que está de veras en la liza, el hombre cuyo rostro está desfigurado por el polvo y el sudor y la sangre; que lucha con valentía; que yerra y que falla una y otra vez, porque no hay esfuerzo sin error y fallo; pero que de verdad lucha por hacer cosas; que conoce los grandes entusiasmos, las grandes devociones; que se gasta en una causa digna; que, en el mejor de los casos, conoce al final el triunfo del elevado éxito, y que en el peor, si fracasa, por lo menos fracasa atreviéndose con grandeza, de tal forma que su sitio nunca estará entre las almas frías y tímidas que no conocen ni la victoria ni la derrota» [22] .
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† La pobreza de espíritu Como vemos en los ejercicios de la llamada de Cristo, nuestro rey, y en ejercicios posteriores, el discípulo de Cristo aspira a la pobreza. Todos estamos llamados a la «pobreza de espíritu», o pobreza espiritual, con lo cual se designa la postura de total dependencia ante Dios, no en sentido denigrante o servil, sino en el sentido del Principio y Fundamento: Dios es Dios, y nosotros somos criaturas creadas para alabar, amar y servir a Dios. Antes que todo lo demás, nuestra felicidad y realización dependen de Dios. Aunque estemos agradecidos por nuestros talentos, habilidades, riqueza y éxitos, somos lo bastante libres como para ofrecerlos al servicio de Dios y de los demás y para prescindir de ellos cuando supongan un estorbo para esa forma de autoentrega. En resumen, la pobreza de espíritu es vaciarnos de nosotros mismos para que Dios pueda llenarnos de vida y amor. Nuestra oración nos ayuda a crecer en pobreza espiritual y libertad. Cristo es el modelo de pobreza espiritual por excelencia. Cristo también vivía en pobreza material o real, con falta de bienes materiales. Algunas personas pueden estar llamadas a esta manera de vivir. Los sacerdotes, las hermanas y los hermanos de las órdenes religiosas hacen voto de pobreza, renunciando a las posesiones y riquezas personales y dependiendo de la comunidad para sus necesidades materiales. Dios puede llamar a otros a una vida de pobreza material sin que profesen votos. La pobreza material no es un fin en sí misma, ya que la pobreza extremada es degradante para el ser humano (como tan trágicamente revela un examen de nuestro mundo). Antes bien, para los llamados a este estado de vida, la pobreza material es una vía para profundizar en el compromiso con los pobres, a los que tanto apreciaba Cristo. Aunque todo el mundo no esté llamado a una vida de pobreza real, todos estamos llamados a vivir con sencillez y en libertad respecto a las riquezas que tenemos, sea en forma de posesiones materiales, aptitudes, reputación o influencia. Todos estamos llamados a trabajar con Cristo para ayudar de alguna manera a los pobres y los
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indefensos. Todos estamos llamados a dar testimonio contra la competitividad y el materialismo desenfrenados que nos rodean.
Ofrecimiento de un discípulo amante, de Joseph Tetlow, SJ Señor eterno de todas las cosas, siento tu mirada sobre mí. Intuyo que tu madre está cerca y que te rodea multitud de grandes seres, los ángeles y las potestades y los mártires y los santos. Si me ayudas, por favor, me gustaría hacer un ofrecimiento: quiero que sea mi deseo, y mi elección, si es que Tú lo quieres, caminar por esta tierra como Tú caminaste por ella. Sé que viviste en un pueblo pequeño, sin lujos, sin gran educación. Sé que rehusaste el poder político. Sé que sufriste: los líderes te rechazaron. Los amigos te abandonaron. Fracasaste. Lo sé. Odio pensar en ello. Nada de eso me parece romántico, ni muy útil. Pero me parece una cosa sobremanera maravillosa que, a lo mejor, tu divina majestad me llame a seguirte. Amén [23] .
Joseph Tetlow, SJ, es un jesuita de la provincia de Nueva Orleans que ha destacado en la promoción de los Ejercicios Espirituales en la vida diaria y en la formación de otras personas para ofrecer el retiro de la decimonovena anotación a grupos diversos. Su manual para directores, Choosing Christ in the World (Elegir a Cristo en el mundo), es un inestimable recurso para directores y ejercitantes desde hace muchos años. Esta oración es una paráfrasis del ofrecimiento del discípulo amante en la meditación sobre el reino de Cristo.
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SEMANA
DE ORACIÓN
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Comienza el ministerio público de Jesús Después de su bautismo, Jesús no se queda sin más en las orillas del Jordán. Los redactores de los evangelios nos trasladan al desierto, donde Jesús es tentado, y luego a su ministerio público. En la Primera Semana de los Ejercicios nos encontramos con la realidad del mal. Jesús hace lo mismo en el desierto, aunque él no cae en la tentación, como hacemos nosotros a menudo. Recuerda la gracia fundamental de la Segunda Semana: conocer a Jesús más íntimamente para que lo podamos amar más entrañablemente y seguir más de cerca. A fin de conocer a Jesús, debemos tomar su humanidad en serio (Jesús fue tentado de verdad). No debemos olvidar que él, aunque plenamente divino, también es plenamente humano. Minusvalorar la humanidad de Jesús es perderse uno de los significados fundamentales de la Encarnación: Jesús nos muestra que el camino a nuestra divinidad (o santidad) pasa por nuestra humanidad, no la rodea. En otras palabras, Jesús nos enseña a ser plenamente humanos. Hemos sido creados a imagen de Dios y, cuanto más abrazamos nuestra humanidad, con toda su belleza y limitaciones, más se revela nuestra divinidad; es decir, más llegamos a ser como Dios. Los redactores de los evangelios nos ofrecen retratos distintos de Jesús. Durante el retiro no hace falta que nos ocupemos de cuestiones de fidelidad histórica o discrepancias entre los evangelios. Guiados por el Espíritu, los evangelistas, que escribieron décadas después de la vida, muerte y resurrección de Jesús, presentan la verdad de quién es Jesús para ellos y para nosotros. Disfruta de esas perspectivas diferentes. Reza pidiendo parecerte más a Aquel a quien contemplas durante estas semanas.
† Oración para la semana Pido la siguiente gracia: conocer a Jesús más íntimamente, amarle más intensamente y seguirle más de cerca.
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Día 1 Lee Mateo 4,1-11. Estate con Jesús mientras es tentado en el desierto. Habla con él en un coloquio. (Recuerda Hebreos 4,4-16: Jesucristo simpatiza con nuestra debilidad porque él experimentó pruebas, aunque sin pecar). Día 2 Lee Lucas 4,14-30. Acompaña a Jesús mientras experimenta el rechazo de la gente de su pueblo. Día 3 Lee Marcos 1,21-39. Únete a Jesús en un día ajetreado. Día 4 Repetición de cualquier pasaje. Día 5 Lee Marcos 2,1-12 (cura del paralitico). Imagina que llevas un amigo a Jesús, o que eres llevado a él por tus amigos. Día 6 Aplicación de los cinco sentidos (pp. 146-147) a cualquier meditación de esta semana. Día 7 Saborea las gracias de la semana.
Para reflexionar más «Los operarios de la viña del Señor deben tocar con un pie la tierra, y tener el otro levantado y pronto para caminar». SAN IGNACIO DE LOYOLA [24]
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† Reglas para el discernimiento de espíritus: hacer frente a la desolación espiritual En las Reglas para el discernimiento de espíritus, Ignacio dedica más tiempo a la desolación que a la consolación porque, sencillamente, la gente necesita más ayuda en tiempos de desolación que en tiempos de consolación. Para cuando nos damos cuenta de que estamos en medio de la desolación, Ignacio sugiere las cuatro maneras siguientes de pensar o actuar: 1. «En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación. Porque, así como en la consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no podemos tomar camino para actuar» (EE 318). Recuerda que el espíritu malo no quiere más que desviarnos del camino mientras crecemos en fe, esperanza y amor. Así que, si tomamos una buena decisión en tiempo de consolación, debemos resistirnos a cambiarla, lo que puede ser muy tentador en los tiempos de desolación. Mantente firme. Solo cuando haya pasado la desolación hemos de reconsiderar una decisión ya tomada. 2. «Dado que en la desolación no debemos mudar los primeros propósitos, mucho aprovecha el intenso mudarse contra la misma desolación, así como es en instar más en la oración, meditación, en mucho examinar y en alargarnos en algún modo conveniente de hacer penitencia» (EE 319). Aunque no debemos cambiar de decisiones ni tomar decisiones nuevas mientras estamos en desolación, no debemos estar enteramente pasivos ante las seducciones del enemigo. Podemos contraatacar asegurándonos de que nuestra casa esté en orden. Mantente fiel a la oración. Habla con un consejero espiritual fiable. Haz una penitencia, que puede ser un pequeño acto de abnegación o un acto, más positivo, de cuidado de ti
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mismo o de otra persona. Haz cualquier cosa que te ayude a recordar la fidelidad de Dios y tu propia bondad. 3. «El que está en desolación considere cómo el Señor le ha dejado en prueba, en sus potencias naturales, para que resista a las varias agitaciones y tentaciones del enemigo; pues puede con auxilio divino, el cual siempre le queda, aunque claramente no lo sienta. Porque el Señor le ha abstraído su mucho hervor, crecido amor y gracia intensa, quedándole tamen gracia suficiente para la salud eterna» (EE 320). En la desolación, puede que pensemos que Dios nos ha abandonado, pero no es el caso. Dios es fiel y permanece con nosotros; sin embargo, los buenos sentimientos de la consolación espiritual se han ausentado por el momento. Tales tiempos nos dan la oportunidad de fortalecernos contra la tentación resistiendo las seducciones del enemigo. Esto hará que sea más fácil lidiar con tales tentaciones la próxima vez. Asimismo, manteniéndonos fieles en los tiempos difíciles, acabamos por entender que la fe implica algo más que sentirse bien: la fe tiene que ver con el compromiso firme, que intensifica nuestra amistad con Dios. 4. «El que está en desolación trabaje de estar en paciencia, que es contraria a las vejaciones que le vienen, y piense que será presto consolado, poniendo las diligencias contra tal desolación, como está dicho en [el número 2]» (EE 321). Aquí Ignacio ofrece un consejo muy práctico: sé paciente. Aguanta, y no pierdas la perspectiva. La consolación vendrá de nuevo, con tus esfuerzos y con la ayuda de Dios. Recuerda que, en una regla anterior, Ignacio aconsejó que guardásemos las consolaciones para los tiempos de desolación que a buen seguro sobrevendrán. Recordar esas consolaciones pasadas nos ayudará a conservar la paciencia. Se nos asegura que este momento difícil pasará y que la consolación será nuestra otra vez. En medio de la desolación, podemos tener esperanza y así disipar la oscuridad. En su ingeniosa guía del discernimiento ignaciano, God’s voice within (La voz interior de Dios), Mark Thibodeaux, SJ, ofrece una útil imagen que confirma estos puntos. Siendo humanos, es natural que tratemos con varias turbaciones del alma. No podemos por menos de sentirnos heridos, celosos, enfadados o tentados a veces. El reto 153
consiste en no recrearnos en estos sentimientos ni distraernos demasiado en ellos mientras discernimos de dónde proceden. Si estamos lo bastante atentos, observamos que estos sentimientos vienen y van. Por tanto, imagina, como hizo Mark, que estás haciendo un viaje en autobús y a tu lado toman asiento diversas personas que suben y se apean en distintas paradas por el camino. Así es a veces el enfado –o cualquier otra emoción–: viene y se va. Así que, cuando llegue el enfado, deja que se siente a tu lado tranquilamente, y préstale atención, pero de ningún modo permitas que ocupe el asiento del conductor. Sabes que, con el tiempo, bajará del autobús. Las Reglas para el discernimiento nos enseñan cómo podemos cultivar una quietud o equilibrio del alma que nos ayude a ver esas desolaciones y distracciones como lo que son: una parte de nosotros, pero que no nos define.
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SEMANA
DE ORACIÓN
17:
Meditación de dos banderas Esta semana rezamos con otro ejercicio clave: las Dos banderas. Ignacio, hombre de su tiempo, se basa en su pasado militar para construir esta meditación. Una bandera es una divisa o enseña bajo la que se concentran los seguidores de un jefe concreto. Ignacio nos pide que consideremos las tácticas y valores opuestos de Cristo y Lucifer (también conocido en el lenguaje de los Ejercicios como «el enemigo de natura humana», «el padre de la mentira», «el malo», «el embustero»). Se nos pide que elijamos bajo qué bandera nos pondremos. De entrada, parece una elección fácil: ¿quién no elegiría a Cristo? Pero, como hemos aprendido en la Primera Semana de los Ejercicios, las estrategias del enemigo son sutiles. El enemigo empieza por seducirnos con riquezas. Tales riquezas nos pueden granjear honores y la estima de otros, y nos podemos ver deseándolos en exceso. La fijación en los honores y las riquezas se torna en orgullo autocomplaciente y deja poco sitio para Dios o para las otras personas. En Tomar decisiones en Cristo, Joseph Tetlow, SJ, condensa las tácticas del enemigo en estas exclamaciones: «¡Mira todo lo que tengo!» conduce a «¡Mírame con todo lo que tengo!» y, por último, a «¡Mírame a mí!». La estrategia de Cristo es la contraria. Abrazamos valores contraculturales: la pobreza, la autoentrega y la humildad digna. La pobreza de Cristo es tanto espiritual como material. Pobre espiritualmente, Jesús depende del amor y el apoyo del Padre. Pobre materialmente, elige vivir con pocas posesiones. La pobreza le permite vivir más fácilmente para los demás. Imitando así a Cristo, también nosotros vivimos con sentido, dignidad y alegría. En sí, la riqueza material no es un mal, pero la sabiduría de los evangelios y los grandes sabios –por no hablar de nuestra propia experiencia– nos enseñan que las riquezas pueden conllevar tentaciones y distracciones. Como revisión personal, podemos preguntarnos: ¿Soy generoso con mis riquezas? ¿Estorban mis riquezas a otras prioridades de mi vida? ¿Cuánto apego tengo a lo que poseo? ¿Definen mis posesiones lo que soy? ¿Tienen sitio en mi vida los pobres y olvidados?
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La palabras orgullo y humildad se pueden aplicar de manera falsa. El orgullo y la humildad falsos son herramientas del enemigo, puesto que fomentan el repliegue sobre nosotros mismos. El falso orgullo me sitúa en el centro del universo, mientras que la falsa humildad me mortifica mediante la vergüenza y el odio a mí mismo. En cambio, el orgullo crístico reconoce la verdad de que toda persona está creada a imagen de Dios y disfruta de una dignidad inherente. Las personas con humildad crística reconocen su valor como seres humanos, pero también reconocen sus limitaciones humanas. Estas personas agradecen los dones de Dios. Saben quiénes son, con toda su hermosura y todas sus máculas. Al adquirir mayor conciencia de las tácticas del enemigo, agudizamos nuestra comprensión de las Reglas para el discernimiento de espíritus. Tal conciencia nos ayuda a oír y responder la llamada de Cristo, el rey, y fomenta la libertad interior descrita en el Principio y Fundamento.
† Oración para la semana Pido las siguientes gracias: conciencia de los engaños del enemigo y coraje frente a ellos; comprensión del modo de vivir de Cristo y deseo de vivir así. Día 1 Meditación de dos banderas (EE 136-148): Comenzamos esta meditación imaginando el marco de nuestra elección entre las dos banderas. Al final, no hay término medio: debemos elegir. «Será aquí ver un gran campo de toda aquella región de Jerusalén, adonde el sumo capitán general de los buenos es Cristo nuestro Señor; otro campo en región de Babilonia, donde el caudillo de los enemigos es Lucifer» (EE 138). En otras palabras, imaginamos un lugar pacífico, justo y bello y otro lugar lleno de corrupción. No dudes en imaginar lugares así del mundo de hoy. Luego, meditamos sobre las dos banderas, comenzando por la bandera del enemigo:
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«Imaginar así como si se asentase el caudillo de todos los enemigos en aquel gran campo de Babilonia, como en una grande cátedra de fuego y humo, en figura horrible y espantosa» (EE 140). «Considerar cómo hace llamamiento de inumerables demonios, y cómo los esparce a los unos en tal ciudad y a los otros en otra, y así por todo el mundo, no dejando provincias, lugares, estados ni personas algunas en particular» (EE 141). «Considerar el sermón que les hace, y cómo los amonesta para echar redes y cadenas; que primero hayan de tentar de codicia de riquezas, como suele, ut in pluribus, para que más fácilmente vengan a vano honor del mundo, y después a crecida soberbia. De manera que el primer escalón sea de riquezas, el segundo de honor, el tercero de soberbia, y destos tres escalones induce a todos los otros vicios» (EE 142). El lenguaje de Ignacio refleja su imaginación medieval. Si tales descripciones no te resultan útiles, emplea la imaginación para construir un marco de meditación moderno. Presta atención a las reacciones afectivas o emocionales que experimentas mientras rezas. Día 2 Meditación de dos banderas (continuación). Ahora consideramos la bandera de Cristo, que presenta un nítido contraste con Lucifer. Donde el enemigo es repulsivo, duro y solo busca engañar y esclavizar a la gente, Cristo es atrayente, afable y solo desea liberar a la gente para que ame a Dios y sirva a los demás. Ambos quieren regir el mundo, pero de formas distintas y por motivos distintos. Escucha la invitación de Cristo. Míralo hablar a sus discípulos. No dudes en imaginar un marco moderno para la parábola. «Considerar cómo Cristo nuestro Señor se pone en un gran campo de aquella región de Jerusalén, en lugar humilde, hermoso y gracioso» (EE 144). «Considerar cómo el Señor de todo el mundo escoge tantas personas, apóstoles, discípulos, etc., y los envía por todo el mundo, esparciendo su sagrada doctrina por todos estados y condiciones de personas» (EE 145). «Considerar el sermón que Cristo nuestro Señor hace a todos sus siervos y amigos, que a tal jornada envía, encomendándoles que a todos quieran ayudar en traerlos, primero a suma pobreza espiritual y, si su divina majestad fuere servida y los quisiere eligir no menos a la pobreza actual; segundo, a deseo de oprobios y menosprecios, porque destas dos cosas se sigue la humildad. De manera que sean tres escalones: el primero, pobreza contra riqueza; el segundo, oprobio o 157
menosprecio contra el honor mundano; el tercero, humildad contra la soberbia; y destos tres escalones induzgan a todas las otras virtudes» (EE 146). Recuerda que todos estamos llamados a la pobreza espiritual, a una mayor dependencia de Dios. En cuanto a la pobreza material y otros sacrificios, incluido el de ser malinterpretados por los demás, no los buscamos ni los aceptamos como fines en sí mismos, sino solo si Dios nos llama a abrazarlos como parte de nuestra vida de fe. Así, Ignacio da la condición: los aceptamos solo «si su divina majestad fuere servido y los quisiere eligir». Día 3 Repetición. Considera: ¿Cómo se materializan las dos banderas en mi vida o en el mundo que me rodea, según mi experiencia? ¿Qué papel desempeñan las riquezas y los honores en mi vida? ¿Qué me esclaviza? ¿Dónde se encuentra la invitación a una mayor libertad en mi vida? Concluye tu oración con un triple coloquio, que subraye lo seria y a veces difícil que es en realidad la elección entre las dos banderas. La gracia que pedimos es un don. Necesitamos la ayuda de Dios para vivir tan centrados en Cristo, para vivir tan contraculturalmente y para vivir de tal modo que aceptemos libremente las riquezas o la pobreza, los honores o los insultos. En el coloquio, primero pedimos a María, madre de Dios y madre nuestra, «que me alcance gracia de su Hijo y Señor, para que yo sea recibido debajo de su bandera»; luego «pedir otro tanto al Hijo, para que me alcance del Padre» y después «pedir otro tanto al Padre, para que él me lo conceda» (EE 147). Concluye con un avemaría, un padrenuestro o el Anima Christi (pp. 53-54). Día 4 Lee Mateo 4,23–5,12. Las Bienaventuranzas expresan la bandera de Cristo. Imagina que estés presente entre la multitud o con los discípulos, escuchando y viendo a Jesús. Deja que te afecten su forma de ser y sus palabras. Día 5
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Lee Lucas 18,18-30 (el peligro de las riquezas y las compensaciones de la generosidad). Recuerda que no son malas de por sí las riquezas, sino el deseo excesivo de riquezas y el mal uso de ellas a costa de los demás. Procura apreciar los efectos que tiene el deseo de riquezas, poder o control en las vidas individuales y en las sociedades donde la distribución de la riqueza es injusta. Día 6 Repetición de uno de los pasajes bíblicos de un día anterior. O Mateo 11,28-30 («Cargad con mi yugo y aprended de mí»). Día 7 Saborea las gracias de la semana.
Para reflexionar más «La solidaridad es el significado social de la humildad. Así como la humildad conduce a los individuos a todas las demás virtudes, la humildad como solidaridad es el fundamento de una sociedad justa. En otras palabras, la bandera de Cristo hoy en día es la movilidad hacia abajo. Esto quiere decir entrar en el mundo de los pobres, asumir su causa y, hasta cierto punto, su condición. La solidaridad configura nuestro estilo de vida, el cual dependerá de la vocación de cada uno. Solidaridad no significa forzosamente indigencia. No tiene nada que ver con negar nuestra formación ni con descuidar nuestras aptitudes. Las obligaciones especiales, por ejemplo para con la familia y los bienhechores, influyen en la elección del estilo de vida. Debemos tener cuidado de no dogmatizar acerca del tener o no un coche o un ordenador, del ahorro de cara a la vejez o de dónde educar a nuestros hijos. Estas son materias legítimas para el discernimiento, pero no para fórmulas que valgan a todos. Al mismo tiempo, el criterio objetivo de nuestra pobreza es la solidaridad con los pobres. Nos sentiremos incómodos con las superfluidades cuando los amigos pobres carecen de lo esencial. El apego a ellos nos desapegará de los lujos, e incluso de lo necesario. Como nos dice la tradición neotestamentaria y cristiana, las posesiones son
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recursos encomendados a nosotros, que han de ser administrados en bien de todos, especialmente de los necesitados. Esta lógica se extiende a otros recursos. ¿Qué decir del cursar educación superior en un mundo de hambre? Si tenemos esa oportunidad, estudiar significa almacenar capital cultural para administrarlo más tarde en pro de los que lo necesitan. ¿Cuánto debemos tener? Mejor replantear la pregunta: ¿nos sentimos como en casa entre los pobres? ¿Se sienten cómodos ellos en nuestra casa? ¿O nuestros muebles y nuestras posesiones les hacen sentirse personas sin importancia? La solidaridad conduce a compartir la oscuridad, la incomprensión y el desprecio experimentados por los pobres. Asumir su causa atraerá a buen seguro la furia y el ridículo del mundo sobre nuestra cabeza. Incluso podemos sentirnos excluidos si nuestros amigos sufren estas cosas y nosotros no».
Texto reproducido con permiso de Dean Brackley, SJ, The Call to Discernment in Troubled Times: New Perspectives on the Transformative Wisdom of Ignatius of Loyola [25] (La llamada al discernimiento en tiempos de aflicción: Nuevas perspectivas sobre la sabiduría transformadora de Ignacio de Loyola). Los subrayados son míos.
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SEMANA
DE ORACIÓN
18:
La llamada y el precio del discipulado La Meditación de dos banderas nos incita nobles deseos de servir y seguir a Cristo en su sencillez de vida, su humildad y su altruismo. Nos presenta un modo de vida ideal. Ahora hacemos una especie de regreso a la realidad. Conocemos el encanto de la llamada de Cristo, pero también lidiamos con las exigencias del discipulado. En todas nuestras elecciones, queremos escoger el magis, «eligir lo que más a gloria de su divina majestad y salud de mi ánima sea» (EE 152). Recuerda del Principio y Fundamento que al elegir nos esforzamos por alcanzar la indiferencia: queremos estar lo bastante libres de nuestros afectos y miedos desordenados como para responder de todo corazón a la llamada de Dios y escoger lo que conduzca a mayor gloria suya y al servicio de los demás. Responder a la llamada de Cristo no es siempre fácil. Mientras que nuestra cultura premia el individualismo radical, la autocomplacencia y los apaños rápidos, Jesús revela que la abnegación es el camino de una nueva vida de comunidad, libertad verdadera y alegría que supera nuestra imaginación. Deseando conocer y amar más a Jesús para poder seguirle más fielmente, comprendemos que al amor es más que un sentimiento: los sentimientos van y vienen. El amor es una decisión, un compromiso de vivir para otra persona. El sacrificio que a veces conlleva el discipulado solo tiene sentido cuando se hace por amor.
† Oración para la semana Pido la siguiente gracia: ganar libertad interior para poder responder de todo corazón a la invitación de Cristo en mi vida. Día 1 Lee Juan 21,15-19. Imagina ese coloquio entre Cristo resucitado y Pedro. Escucha la invitación y la respuesta. Imagina que se te hace a ti la misma invitación. ¿Cómo 161
respondes? ¿Cómo reaccionas ante el precio del discipulado? Día 2 Meditación de tres clases de personas (EE 149-157). En esta meditación reflexionamos sobre elecciones concretas que pueden hacer tres tipos de personas distintos cuando intentan vivir de acuerdo con su llamada en la vida. Al hacerlo, experimentamos algo de tensión entre los elevados ideales de la llamada de Cristo, por un lado, y nuestra falta de libertad interior y nuestra resistencia, hondamente incrustada, a la invitación personal que Cristo nos hace, por otro. Imagina que las tres personas son buena gente (como nosotros) que procura servir a Dios y crecer en la fe. Desean sinceramente que nada obstaculice su relación con Dios. Imagina que cada una recibe algo que le resulta muy atractivo. Ignacio sugiere que es una gran cantidad de dinero, pero tú puedes imaginar algo especialmente atractivo para ti, tal como cierto bien material, una vivienda, un trabajo destacado o un honor en particular. Ninguna de estas cosas es intrínsecamente mala; todas ellas se pueden utilizar para el bien. Pero cada una de las personas del ejemplo tiene en algún sentido un apego excesivo a la posesión. Este interés amenaza con estorbar al bien mayor o a una respuesta más generosa a la llamada de Dios. Imagina a cada una de las tres personas: • La que da largas. La primera persona siente un creciente apego a su posesión y le preocupa que su dependencia de ella pueda interferir la entrega incondicional de su vida a Dios. Quiere desprenderse del apego, pero atiborra su vida de tantas y tantas cosas que hacer que nunca llega a ello. Incluso en su lecho de muerte sigue pensando en desprenderse de su apego. • La que busca un arreglo. Lo mismo que a la primera persona, a la segunda la preocupa el estarse apegando demasiado a cierta posesión. Desea sinceramente librarse de ese interés excesivo; a la vez, quiere quedarse con la posesión. Por tanto, hace muchas cosas buenas y sacrificios nobles, pero deja de hacer lo único que realmente hay que hacer: liberarse de su apego desordenado. En cierto modo, esta persona trata de negociar con Dios. En vez de conformar su voluntad a la voluntad de Dios, el negociador quiere que Dios haga lo que él 162
quiere. Al evitar la elección difícil, la segunda persona sigue sin libertad con respeto a la posesión. • La que es realmente libre o indiferente. En palabras de Ignacio: «El tercero quiere quitar el afecto, mas ansí le quiere quitar que también no le tiene afección a tener la cosa adquisita o no la tener, sino quiere solamente quererla o no quererla, según que Dios nuestro Señor le pondrá en voluntad, y a la tal persona le perecerá mejor para servicio y alabanza de su divina majestad. Y, entre tanto, quiere hacer cuenta que todo lo deja en afecto, poniendo fuerza de no querer aquello ni otra cosa ninguna, si no le moviere solo el servicio de Dios nuestro Señor; de manera que el deseo de mejor poder servir a Dios nuestro Señor le mueva a tomar la cosa o dejarla» (EE 155). Observa por dónde empieza la tercera persona: no está segura de si Dios le pide que prescinda de su posesión o no; solo quiere estar libre para hacer lo que Dios quiere que haga. Empieza por preguntar a Dios qué debería hacer. Está abierta a que Dios la dirija por medio de su oración, su experiencia, su razonamiento de varias opciones, su discernimiento de consolaciones y desolaciones, y el sabio consejo de otros. La persona verdaderamente libre examina sus motivaciones, que a menudo son opuestas entre sí. Procura elegir partiendo del deseo de servir mejor a Dios y a los demás. Puede que la tercera persona sienta algún apego a la posesión y no le importe esperar para tomar una decisión. Pero no da largas. Decide a tiempo (reconociendo que rara vez alcanzamos la indiferencia total). Con respecto a los apegos que hay en tu vida y las elecciones que has hecho, ¿en qué te has parecido a cada una de las tres personas: la que da largas, la que busca un arreglo y la verdaderamente libre? Día 3 Lee Marcos 10,17-31 (Jesús llama al rico a seguirle). Imagina esa escena. Nota los deseos nobles del rico, pero también su falta de libertad interior a causa de sus apegos excesivos. Observa cómo Jesús lo mira con amor. Oye las palabras de ánimo que Jesús dirige a Pedro y a ti. Pregunta: ¿Qué apegos o afectos desordenados están estorbando mi respuesta a la invitación de Cristo? 163
Día 4 Lee Marcos 12,41-44 (la ofrenda de la viuda). Observa a la viuda dar todo que tiene; admírate de su libertad. Pregunta: ¿De qué modo he demostrado semejante libertad en mi vida con respecto al dinero, los bienes, las prioridades, el trabajo o el tiempo? Día 5 Repetición de cualquiera de los días previos. Día 6 Lee Mateo 16,24-26 (Jesús habla del discipulado). Pregunta: ¿Cómo reacciono yo a las exigencias del discipulado? ¿De qué modo he encontrado nueva vida al ofrecerme a otros? Día 7 Saborea las gracias de la semana.
Para reflexionar más «La vida entera de un buen cristiano es un ejercicio del santo deseo. No ves lo que anhelas, pero el mismo acto de desear te prepara para que, cuando Dios venga, le puedas ver y estar plenamente satisfecho. Supón que vas a llenar algún recipiente o envase y sabes que se te dará una cantidad grande. Entonces te pones a estirar tu saco o bota o lo que sea. ¿Por qué? Porque sabes la cantidad que tendrás que meter dentro, y tus ojos te dicen que no hay sitio suficiente. Al estirarlo, por tanto, aumentas la capacidad del saco, y eso es lo que Dios hace con nosotros. Con solo hacernos esperar, Dios aumenta nuestro deseo, lo que a su vez aumenta la capacidad de nuestra alma, haciéndola capaz de recibir lo que se nos va a dar».
Estas son palabras de san Agustín en una homilía sobre la Primera carta de Juan [26] .
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† Reglas para el discernimiento de espíritus: razones por las que experimentamos la desolación En la vida espiritual, experimentamos de forma natural periodos de consolación y de desolación. Dios, que nos ama y quiere que crezcamos en fe, esperanza y amor, nos regala la consolación. Dios no nos inflige la desolación, pero sí permite que suceda. Ignacio sugiere tres causas principales para la desolación espiritual que sufrimos. Lo que espera es que, cuanto más entendamos estas razones, menos probable sea que nos enredemos en los sentimientos desagradables asociados a la desolación espiritual. 1. «La primera es por ser tibios, perezosos o negligentes en nuestros ejercicios espirituales, y así, por nuestras faltas, se aleja la consolación espiritual de nosotros» (EE 322). La desolación espiritual es una llamada a despertar cuando hayamos sido laxos con nuestro ejercicio espiritual o nos hayamos contentado con la superficialidad en nuestra oración. Repasa de nuevo las sugerencias para la oración en la introducción de este libro. Sigue los consejos de Ignacio sobre la oración, y las pautas de un guía espiritual sabio. Entrégate con vigor renovado a la liturgia y los sacramentos de la Iglesia, y al servicio de la gente necesitada. 2. «La segunda, por probarnos para cuánto somos, y en cuánto nos alargamos en su servicio y alabanza, sin tanto estipendio de consolaciones y crecidas gracias» (EE 322). La desolación espiritual no siempre es culpa nuestra. A veces Dios la permite para que podamos aprender más sobre nosotros mismos y sobre nuestro Dios. Descubrimos en qué consiste nuestra fe. Como pregunta David Fleming al interpretar esta regla: ¿amamos a Dios o solo amamos los dones de Dios? El amor a Dios o a otra persona es más que mero sentimiento: es decisión y compromiso. Nuestro amor a Dios se intensifica cuando nos entregamos a Dios tanto en los tiempos buenos como en los tiempos malos: cuando experimentamos sentimientos de 166
intimidad y cercanía y cuando tales consolaciones están ausentes. Cuando resistimos las tentaciones y mantenemos la esperanza de que Dios esté con nosotros, demostramos fidelidad y así empleamos estas oportunidades para el crecimiento espiritual. 3. «La tercera, por darnos vera noticia y conocimiento para que internamente sintamos que no es de nosotros traer o tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas ni otra alguna consolación espiritual, mas que todo es don y gracia de Dios nuestro Señor; y porque en cosa ajena no pongamos nido, alzando nuestro entendimiento en alguna soberbia o gloria vana, atribuyendo a nosotros la devoción o las otras partes de la espiritual consolación» (EE 322). Los tiempos de desolación son ejercicios de humildad: nos recuerdan que no podemos crear, hacer venir ni controlar la gracia. La consolación es un regalo de Dios, que podemos dar por asegurado cuando las cosas van bien. En la desolación, se nos recuerda nuestra pobreza espiritual, nuestra constante necesidad de Dios.
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SEMANA
DE ORACIÓN
19:
Tres maneras de amar La oración por medio de los Ejercicios no suele ser una progresión lineal en la que se experimenten las gracias en un fluir secuencial y ordenado. Más bien, imagina los Ejercicios como una espiral siempre creciente de gracia. Volvemos una y otra vez a las gracias y percepciones, meditaciones y contemplaciones, deseos y razonamientos clave saboreando cada uno y adentrándonos cada vez más en el misterio de quién es Dios y quiénes somos nosotros ante Dios. En la Contemplación de la llamada de Cristo, nuestro rey, oímos la llamada de Cristo de trabajar con él en misión. Esta semana seguimos mirándolo, apreciando en qué consiste esa misión. En la Meditación de dos banderas, consideramos cómo Jesús desempeña su misión en pobreza, humildad y autoentrega. En la Meditación de tres clases de personas, reflexionamos sobre la libertad interior y el compromiso necesarios para seguir a Jesús más de cerca. Todas estas meditaciones nos llevan de vuelta al comienzo, al Principio y Fundamento, que nos recuerda que permanezcamos centrados en nuestra misión más básica: alabar, amar y servir a Dios. Esta semana rezamos por medio de otra meditación, las Tres maneras de humildad, que aumenta las gracias pedidas en las meditaciones anteriores. Recuerda que la humildad cristiana no consiste en despreciarte; odiarse a uno mismo equivale a no hacer honor a la bondad de la creación de Dios que hay en nosotros. La humildad auténtica es una forma de amar a Dios y a nosotros mismos. La persona humilde reconoce su dependencia y necesidad de Dios, y por eso es otra expresión de la pobreza espiritual. La persona humilde acoge la verdad liberadora de nuestra humanidad: nosotros no somos el centro del universo, ¡lo es Dios! La humildad auténtica nos ayuda a gozarnos en lo que somos y en Aquel de quien somos, con todos nuestros dones y limitaciones. Las tres maneras de humildad no son en realidad más que tres formas o grados de amor a Dios. Recuerda que, para Ignacio, siempre es importante el magis, el «más»: buscamos la manera más grande de amar. En esta búsqueda, averigua si estás resistiéndote a la invitación de Jesús. Si es así, presta atención a las raíces de la resistencia. 168
† Oración para la semana Pido la siguiente gracia: conocer a Jesús más íntimamente, amarlo más intensamente y seguirlo más de cerca. Día 1 Lee Lucas 19,1-10 (Jesús llama a Zaqueo). Imagina esta escena. Jesús ama mediante la solicitud por los que están marginados: «Este Hombre vino a buscar y salvar lo perdido». Nota cómo ama Jesús al publicano. Día 2 Lee Lucas 7,1-10 (curación del criado del centurión). Jesús ama haciéndose cargo de las necesidades de la gente con la que se encuentra. Observa cómo Jesús se hace cargo del centurión y su criado. Trae tus propias necesidades a Jesús. Nota también cuán libre es el centurión: un soldado romano y no judío que es benévolo con su propia autoridad y respetuoso de la autoridad de Jesús. Día 3 Lee Marcos 5,21-43 (cura de la mujer que padecía hemorragias; resurrección de la hija de Jairo). ¿Cómo ama Jesús a los que encuentra en estas escenas? ¿Te identificas con alguien de las escenas? Día 4 Repetición de cualquiera de los pasajes bíblicos anteriores. Acuérdate de incluir un coloquio en tu oración. Día 5 Tres maneras de humildad (EE 165-168). Ignacio nos invita a considerar tres maneras de humildad, que se sitúan en una gama de grados diversos de amor a Dios: En la primera manera de humildad, expresamos nuestro amor a Dios cumpliendo nuestro deber y siguiendo la ley de Dios. Evitamos el pecado grave porque no queremos hacer nada que nos separe de Dios. Amamos a Dios como Creador nuestro, como Señor
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del universo, pero este amor puede verse entorpecido por el miedo y la cautela excesiva en el obrar. En la segunda (y «más perfecta») manera de humildad, como en la primera, amamos a Dios cumpliendo la ley de Dios y evitando el pecado. Pero también buscamos la indiferencia. Cultivamos una actitud de libertad interior, encontrando un equilibrio en nuestros deseos y apegos de tal forma que hagamos lo que Dios quiere de nosotros. Usamos nuestro buen juicio y observamos con esmero nuestras motivaciones. Estamos enamorados de la visión de Cristo sobre nosotros y sobre nuestro mundo, pero tendemos a mantener una distancia respetuosa. Somos fervorosos, pero nuestra respuesta, aunque sincera, todavía no es incondicional. En la tercera (y «perfectísima») manera de humildad, vamos más allá de seguir la ley de Dios y de hacer juicios razonados –buenas cosas ambas– y experimentamos un sentido deseo de imitar a Cristo más estrechamente. No nos contenemos. Sencillamente, queremos estar donde esté Jesús, sea cual sea el precio. En palabras de Ignacio: «Cuando, incluyendo la primera y la segunda, siendo igual alabanza y gloria de la divina majestad, por imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno dellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Cristo, que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo» (EE 167). En esta tercera manera de amar, pedimos el deseo de experimentar en nuestra vida lo que Jesús experimentó en la suya. No buscamos la pobreza, el desprecio ni el escarnio por sí mismos, sino para unirnos más a Jesucristo, a quien amamos. Por amor, tanto deseamos estar con Cristo y vivir según sus valores (su «bandera») que aceptamos todo lo que nuestro compromiso conlleve. Nos volvemos indiferentes a los resultados según el juicio del mundo. La tercera manera de humildad nos recuerda lo contracultural que puede ser el Evangelio. Amar de cualquiera de estas maneras –pero, sobre todo, de la tercera– es un don de Dios. Pregunta: ¿Cómo he amado en los grados descritos en la Meditación de las tres maneras de humildad? Día 6 170
Lee Marcos 12,28-34. Escucha a Jesús articular los grandes mandamientos del amor. Repasa la tercera manera de amar. Pide la gracia de amar de esta forma. Pregunta: ¿He visto semejante forma de amar en mi vida? ¿De qué modo me resisto a amar o ser amado? Día 7 Repetición de cualquier día.
Para reflexionar más «El santo no se parece a nadie, precisamente porque es humilde… La humildad consiste en ser precisamente la persona que realmente eres ante Dios, y, puesto que no hay dos personas iguales, si tienes la humildad de ser tú mismo no serás como nadie más en el universo entero…». «Al hombre humilde no le desconcierta la alabanza. Puesto que ya no se preocupa de sí mismo, y puesto que sabe de dónde viene el bien que está en él, no rehúsa la alabanza, porque pertenece al Dios a quien ama, y al recibirla no guarda nada para sí, sino que se la da toda, y con gran gozo, a Dios». T HOMAS MERTON [27]
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SEMANA
DE ORACIÓN
20:
El ministerio público de Jesús Continuamos rezando a lo largo del ministerio público de Jesús. Mantén fijos los ojos y el corazón en Jesús. Emplea tu imaginación para tomar parte en estas escenas evangélicas. En los coloquios, habla con Jesús o con otra persona de la escena. No hace falta, por ahora, tomar ninguna gran decisión ni formular ningún gran compromiso en relación con el modo concreto en que seguirás la llamada de Jesús en tu vida. Si necesitas tomar tal decisión, es mejor no tomarla antes de conocer mejor a Quien te llama. Lo único que esperamos es hacernos más semejantes a Aquel que es nuestro centro de atención. Queremos ver, oír, hablar y sentir como lo hace Jesús. No pierdas de vista las áreas de tu vida en las que experimentas mayor libertad ni aquellas en las que persisten afectos desordenados. La práctica de un Examen diario facilita mucho el discernimiento continuo y la adquisición de mayor libertad.
† Oración para la semana Pido la gracia siguiente: conocer a Jesús más íntimamente, amarlo más intensamente y seguirlo más de cerca. Día 1 Lee Juan 2,1-11 (las bodas de Caná). Día 2 Lee Marcos 8,22-26 (curación del ciego de Betsaida). Día 3 Lee Lucas 17,11-19 (el leproso agradecido).
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Día 4 Repetición de uno de los pasajes bíblicos anteriores. Día 5 Lee Lucas 10,38-42 (Marta y María). Día 6 Lee Marcos 10,13-16 (Jesús y los niños). Día 7 Saborea las gracias de la semana. Repasa tu diario o vuelve a uno de los pasajes bíblicos de esta semana.
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† Reglas para el discernimiento de espíritus: tres metáforas de cómo actúa el enemigo en nuestras vidas Ignacio discernía que el espíritu malo obra de maneras típicas. Propone tres metáforas de cómo actúa el espíritu malo: un niño mimado, un falso amante y un jefe militar [28] . Si somos consientes del movimiento del espíritu malo, podemos contrarrestar las tentaciones, las mentiras seductoras y los engaños. Reflexiona sobre cómo ha obrado en ti de estos modos el espíritu malo, y recuerda ejemplos de tus reacciones. Ese conocimiento te fortalecerá en futuras luchas espirituales.
El enemigo se porta como un niño mimado Cuando un adulto es firme con un niño petulante, el niño suele rendirse. Pero si el adulto empieza a consentir al niño contestón o muestra cualquier atisbo de debilidad, el niño se vuelve aún más cerril e insistente en sus exigencias. Ignacio prosigue: «De la misma manera, es propio del enemigo enflaquecerse y perder ánimo, dando huida sus tentaciones, cuando la persona que se ejercita en las cosas espirituales pone mucho rostro contra las tentaciones del enemigo, haciendo el opósito per diametrum. Y por el contrario, si la persona que se ejercita comienza a tener temor y perder ánimo en sufrir las tentaciones, no hay bestia tan fiera sobre la haz de la tierra como el enemigo de natura humana en prosecución de su dañada intención con tan crecida malicia» (EE 325). El presupuesto en que se basa esta regla es que el espíritu malo es básicamente débil. Aunque el enemigo nos tiente, podemos resistir. Ante nuestra fuerza, el enemigo se encoge. Por lo tanto, cuando estemos tentados de pecar o de actuar de una manera que impida amar a Dios, a uno mismo o a los demás, debemos hacer justamente lo contrario de lo que el espíritu malo quiere que hagamos. Normalmente, esto es un acto de voluntad o de pura determinación. Puede que no nos apetezca resistir la tentación, por ser tan seductora y placentera. 174
Gordon Bennet, SJ, era mi director espiritual en una época en que me enfrenté a una serie de preocupaciones recurrentes acerca del futuro. Me distraían de la alegría que estaba experimentando en mi actual labor y vida de jesuita. Me sugirió una imagen que me ayudó a entender esta regla concreta de discernimiento. Imagina –propuso– que estás en un andén del metro. El tren llega a la estación, y las puertas se abren. Imagina que dentro del vagón de metro están todos esos sentimientos y preocupaciones que te distraen, pidiendo que les hagas caso. Pero mantente firme –me dijo–. Mantén los pies plantados en el andén, porque sabes que las puertas se cerrarán y que el tren se marchará sin estar tú a bordo. Ignacio advierte que debemos actuar en contra de las tentaciones en cuanto empiecen; de lo contrario, nos pueden agotar fácilmente, muy parecido a como lo hace el niño mimado. Los programas de doce pasos nos ofrecen a todos algunos consejos útiles. Ten cuidado cuando tengas hambre o estés enfadado, solo o cansado. En tales momentos somos especialmente vulnerables a las astucias del espíritu malo.
El enemigo obra como un falso amante que usa a otra persona para sus propios fines Las personas egoístas procuran mantener ocultas sus maquinaciones. Si una relación es ilícita, exigirán que la relación no sea revelada ni se haga pública. Los falsos amantes quieren mantener en secreto su duplicidad a fin de poder continuar sin estorbos su carrera destructiva. Ignacio prosigue: «De la misma manera, cuando el enemigo de natura humana trae sus astucias y suasiones a la ánima justa, quiere y desea que sean recibidas y tenidas en secreto. Mas cuando las descubre a su buen confesor, o a otra persona espiritual que conozca sus engaños y malicias, mucho le pesa; porque colige que no podrá salir con su malicia comenzada, en ser descubiertos sus engaños manifiestos» (EE 326). El espíritu malo siembra dudas, confusión, inseguridades, ansiedad y tentaciones diversas, todas sin fundamento, y quiere más que nada que la persona las mantenga ocultas, porque en la oscuridad se enconarán aun más. Pero Dios siempre quiere traer luz a la oscuridad. 175
Para colaborar con este ofrecimiento de gracia, primero debemos tomar conciencia de la oscuridad interior, que podemos disimular fácilmente evitando la oración o abarrotando innecesariamente de ruido, trabajo u otras distracciones nuestra vida. Una vez conscientes de la oscuridad, podemos, sin ninguna duda, poner ante Dios en la oración nuestra necesidad de sanación y fuerza. También nos beneficia hablar con alguien más de nuestra experiencia de desolación. Esto puede ser difícil, porque, cuando estamos en desolación, tal vez no nos apetece hablar con nadie, o tememos la reacción del otro, o dudamos que los demás quieran escucharnos. La de liberarnos de la carga de silencio puede ser una decisión valiente. Ora pidiendo que la confianza reemplace a tus miedos. Elige con prudencia el momento de tal revelación y cuánto revelar. Trátate a ti mismo con suavidad. Ignacio también deja claro que no debemos hablar con cualquiera, sino con un guía sabio y fiable que sea experto en asuntos espirituales. A veces, lo que sacamos a la luz puede tocar asuntos que requieren la ayuda de un terapeuta o un psicólogo. En tales casos, un director espiritual o un confesor hábiles conocerán sus propios límites y te remitirán a otra persona para que tu sanación pueda continuar.
El enemigo actúa como un jefe militar que persiguiendo sin tregua un objetivo en la batalla El jefe militar valora sagazmente los puntos fuertes y débiles de su oponente y luego ataca en el más vulnerable. Averigua los puntos ciegos del oponente o cualquier inadvertencia. Cuando el oponente se confía demasiado y baja la guardia, el jefe comienza el asalto. Ignacio continúa: «De la misma manera, el enemigo de natura humana, rodeando, mira en torno todas nuestras virtudes teologales, cardinales y morales, y por donde nos halla más flacos y más necesitados para nuestra salud eterna, por allí nos bate y procura tomarnos» (EE 327).
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En las dos imágenes anteriores, Ignacio nos aconseja cómo actuar cuando discernimos la presencia del espíritu malo: resistir las tentaciones desde una posición de fuerza y sacar a la luz los secretos y la punzante desolación. Aquí, sugiere que fortalezcamos nuestro punto débil antes del asalto del enemigo. Para hacer eso, debemos ser autoconscientes y sinceros con nosotros mismos: ¿Cuándo soy más susceptible a la desolación? ¿Qué personas, lugares, cosas, situaciones o actividades provocan la desolación interior? Buscamos pautas o hábitos que sea necesario romper con la gracia de Dios y nuestro propio esfuerzo. El Examen diario es una herramienta eficaz para ganar autoconsciencia. En nuestra vulnerabilidad, es probable que imploremos la ayuda de Dios o de otras personas. Sin embargo, cuando estamos confiados o somos demasiado orgullosos, puede ocurrir que relajemos nuestra vigilancia y es fácil que olvidemos nuestra necesidad de ayuda, que es justamente lo que quiere el espíritu malo. Sin una sana humildad, es posible que no hagamos caso de nuestras debilidades y pecados, abriendo la puerta a la desolación. Recuerda la premisa fundamental de Ignacio: el enemigo es débil, y la gracia siempre prevalece si lo permitimos. Con el don de la autoconsciencia, podemos contrarrestar nuestras debilidades humanas. Pueden venir las tentaciones, las dudas y los miedos, pero no podrán afianzarse si la gracia no les deja espacio.
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SEMANA
DE ORACIÓN
21:
El reino de Dios En la Contemplación de la llamada de Cristo, nuestro rey, escuchamos la invitación a trabajar con Cristo en la construcción de un mundo más amoroso, justo y apacible. En su enseñanza, Jesús nos invita a imaginar lo que sueña Dios para el mundo. En sus acciones, Jesús nos muestra el aspecto concreto del reino de Dios. Mientras rezas esta semana, pregunta: ¿Cómo me mueve ahora la llamada de Cristo? ¿Qué santos y audaces deseos me suscita la visión de Jesús del reino de Dios? El reino de Dios no es meramente lo que nos espera en el cielo en un momento dado del futuro. Haciéndose uno de nosotros en Cristo, Dios reveló cómo irrumpe el reino de Dios en la historia, aquí y ahora. El reino de Dios no es un lugar, sino una manera de vivir y ser. El Catecismo católico de los Estados Unidos para adultos describe bellamente el reino de Dios revelado en Jesucristo: «Es un reino de amor, justicia y misericordia donde se perdonan los pecados, los enfermos se curan, los enemigos se reconcilian y las necesidades de los pobres son satisfechas. Es todas estas cosas y más, porque en definitiva el reino es Jesucristo y todo que él significa para nosotros. El reino ya está aquí por la redención de Jesucristo. Pero, en otro sentido, “todavía no” está aquí, puesto que la transformación final de los individuos, la sociedad y la cultura por Cristo aún no ha sucedido plenamente. Por eso es por lo que tenemos que rezar esta petición [“Venga a nosotros tu reino”] todos los días y trabajar para que llegue» [29] .
† Oración para la semana Pido la siguiente gracia: conocer a Jesús más íntimamente, amarlo más intensamente y seguirlo más de cerca. Día 1 178
Lee Lucas 6,27-38 (enseñanzas de Jesús sobre el reino de Dios). Quizá quieras concentrarte en una sola enseñanza de este rico pasaje e intentar aplicarla a tu vida. Día 2 Lee Lucas 9,10-17 (Jesús nos alimenta: mente, cuerpo y alma). Observa, cuando Jesús da de comer a los cinco mil, lo mucho que hace él con lo que nosotros consideramos muy poco. Nota también cómo depende de los discípulos para que lo ayuden a dar de comer. Por último, escucha los ecos de la eucaristía cuando Jesús toma, bendice, parte y distribuye el pan. Día 3 Lee Lucas 10,25-37 (parábola del buen samaritano). En esta famosa parábola aprendemos en qué consiste la misericordia. La compasión implica fijarse primero en las personas necesitadas y actuar luego de forma real desde esa compasión. En otras palabras, lo que vemos conmueve nuestra mente y nuestro corazón, que a su vez mueven a nuestras manos, nuestros pies y nuestra boca a ayudar. ¿Qué aplicación tiene esta parábola a una situación de tu vida o de nuestro mundo? Día 4 Repetición de uno de los pasajes bíblicos de los días 1-3. Día 5 Lee Lucas 13,10-17 (Jesús sana a una mujer encorvada). Fíjate en la compasiva respuesta de Jesús a la mujer, comparada con la intolerancia de los líderes religiosos. ¿Hay en tu vida personas que llevan tiempo sufriendo y necesitan tu asistencia? ¿Alguna vez has reaccionado como lo hacen aquí los adversarios de Jesús? Día 6 Lee Lucas 12,22-32 («No andéis angustiados… Basta que busquéis su reinado [el de Dios]»). Día 7
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Saborea las gracias de la semana. Repasa tu diario o vuelve sobre uno de los pasajes bíblicos de los días anteriores.
Una oración de santa Teresa de Ávila Nada te turbe, nada te espante. Todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta [30] .
Teresa de Ávila (1515-1582), contemporánea de san Ignacio, ayudó a reformar la orden carmelita junto con san Juan de la Cruz. Ambos visionarios creían que la mejor manera de reformar la Iglesia y combatir la herejía era renovar el compromiso de santidad. Los escritos de Teresa sobre oración y vida espiritual se han leído durante siglos. Entre sus obras más populares se cuentan Camino de perfección y Las moradas. El papa Pablo VI la proclamó doctora de la Iglesia en 1970; fue la primera mujer que gozó de esa distinción.
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SEMANA
DE ORACIÓN
22:
Jesús como ser humano y como ser divino Durante mucho tiempo la Iglesia ha enseñado que Jesucristo es plenamente humano y plenamente divino. Como ser plenamente humano, Jesús es como nosotros en todo menos el pecado. Como ser plenamente divino, Jesús nos muestra de la forma más completa quién es Dios. Para ser fieles a esta enseñanza, debemos evitar dos extremos: subrayar la humanidad de Jesús hasta el extremo de convertirlo en un ser humano admirable más o subrayar la divinidad de Jesús hasta el extremo de convertirlo en alguien de otro mundo e inaccesible para nosotros. Aunque tendemos a poner la humanidad y la divinidad en categorías separadas, Jesús demuestra que son una sola. Recuerda una de las ideas centrales de la Segunda Semana: el camino de la divinidad pasa a través de nuestra humanidad, no la rodea. En la Meditación de dos banderas, Ignacio se refiere a Satanás como el «enemigo de nuestra humana natura» (EE 136). El enemigo nos quiere deshumanizar y devaluar. En cambio, Jesús nos da fuerza para abrazar nuestra humanidad en toda su hermosa complejidad. Cuanto más expresamos nuestra humanidad en el amor, la sanación, el perdón, el servicio y la alegría, más se revela nuestra divinidad o santidad. Ninguna definición ni doctrina refleja por entero quién es Jesucristo. Lo que nos queda es un misterio atrayente. Nuestro deseo cada vez más hondo de conocer, amar y servir a Jesucristo nos adentra en este misterio del Dios que se hace humano por nosotros. Los evangelistas, que vivieron después de la Resurrección y experimentaron al Espíritu vivo en la Iglesia, presentan apasionantes retratos de este misterio divino. Contempla los siguientes relatos de la Escritura. Recuerda incluir un coloquio en tu oración.
† Oración para la semana 181
Pido la siguiente gracia: conocer a Jesús más íntimamente, amarlo más intensamente y seguirlo más de cerca. Día 1 Lee Mateo 14,22-33 (Jesús camina sobre el agua). Fíjate en la humanidad de Pedro: expresa deseos audaces de hacer grandes cosas con Jesús, pero también experimenta verdadera duda. Escucha a Jesús decirle a él y a nosotros: «No tengas miedo». Imagínate a ti mismo en la escena: ¿cómo respondes a la invitación de Jesús? Día 2 Lee Lucas 9,18-36 (profesión de fe de Pedro y transfiguración de Jesús). ¿Cómo respondes a la pregunta de Jesús «¿Quién decís que soy yo?»? ¿Cómo te sientes cuando oyes a Jesús invitar a sus discípulos a «tomar su cruz»? ¿Qué se siente al unirse a los discípulos en el monte santo? Día 3 Lee Juan 11,1-44 (Jesús resucita a Lázaro de la tumba). Advierte la humanidad de Jesús en el modo en que responde a la muerte de su amigo querido, y su divinidad al resucitarlo de entre los muertos. Intenta incluirte en la escena. Día 4 Repetición de uno de los pasajes bíblicos de los días 1-3. Día 5 Lee Lucas 7,11-17 (Jesús resucita al hijo de la viuda). Observa de nuevo la compasión humana de Jesús y sus maravillosas obras. Día 6 Lee Juan 14,1-14 («No os turbéis. Creed en Dios y creed en mí»). Deja que reposen en ti estas palabras de Jesús en la Última Cena. ¿Qué parte de este discurso despierta más eco en ti? Día 7 182
Repetición de uno de los pasajes bíblicos de los días 5 o 6.
Oración de san Ignacio para alcanzar la generosidad Señor Jesús, enséñanos a ser generosos, a servirte como tú mereces, a dar sin medida, a combatir sin temor a las heridas, a trabajar sin descanso, sin esperar otra recompensa que saber que hemos cumplido tu santa voluntad. Amén [31] .
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† La Elección: Ejercicios Espirituales 169-189 Ignacio pretendía que los Ejercicios ayudaran a la gente en la toma de decisiones importantes. Ignacio nos ofrece consejo en la parte de los Ejercicios conocida como «la Elección». En particular, menciona la elección de casarse o de entrar en la vida religiosa. Además de estas decisiones, los Ejercicios han ayudado a la gente hacer muy diversas elecciones relativas a la carrera, la familia, las relaciones y el estilo de vida. Para algunos, puede que la cuestión no sea una decisión concreta. Más bien, es posible que deseen profundizar su identidad en Cristo, un sincero compromiso que influirá en su modo de vida posterior al retiro. La Elección no es aplicable a elecciones básicas entre el bien y el mal; la persona que hace los Ejercicios ya ha elegido seguir el camino de Cristo. Antes bien, la Elección se aplica a compromisos nobles y a elecciones entre dos o más opciones buenas. La Elección se hace ya avanzado el retiro, después de haber echado los cimientos. Hasta ahora, nuestra oración nos ha predispuesto a tomar mejores decisiones y elegir los valores crísticos. Poniendo en práctica el Principio y Fundamento, hemos intentado volver a centrar nuestras vidas, fijando nuestros deseos y nuestras intenciones en la alabanza, el amor y el servicio a Dios por encima de todas las cosas. Practicando el arte del discernimiento, hemos adquirido mayor conciencia de cómo actúan en nosotros el espíritu bueno y el espíritu malo. Rezando por medio de la Escritura, hemos pedido ver, oír, pensar, sentir, elegir y actuar como Jesús. Por todo el camino hemos rogado la indiferencia, es decir, la libertad respecto de cualquier afecto desordenado que obstaculice la llamada de Dios y nuestra sincera respuesta a ella. Hemos aprendido a replantear las preguntas «¿Qué debo hacer? ¿Qué quiero?» y, en su lugar, preguntar «¿Qué desea Dios para mí y para el mundo? ¿Cómo puedo servir mejor a Dios y a los demás? ¿Cómo me está invitando Dios a una vida con más sentido y más alegría?». Nuestra visión miope se transforma así en la visión de Dios nuestro Creador, que mira al mundo necesitado, y en la visión de Jesús, enviado a salvarnos en nuestra necesidad.
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No nos apresuremos a contestar a estas preguntas. Esperamos a Dios. Antes de concentrarnos en los detalles de nuestra llamada, dirigimos la atención a Aquel que nos llama, a Aquel que nos crea, ama, perdona y alienta, al Dios cuya revelación más plena es Jesucristo. La base de los Ejercicios es que Dios se comunica con nosotros de forma única y personal y que podemos llegar a conocer a Dios rezando sobre la Escritura, abrazando la tradición y los sacramentos de la Iglesia y valiéndonos de nuestro intelecto y nuestra imaginación. Buscamos a Dios en la creación, en las otras personas y en los deseos más profundos de nuestro corazón. A veces encontramos a Dios de manera muy dramática, pero con frecuencia es en lo más ordinario de la vida cotidiana donde Dios revela lo que él quiere para nosotros. Tradicionalmente, la Iglesia habla de «encontrar» o «hacer» la voluntad de Dios. Tales expresiones reconocen que Dios es nuestro creador y que la sabiduría de Dios supera la nuestra. La voluntad de Dios, sin embargo, no es algo que se nos imponga desde fuera. Puesto que estamos creados a imagen de Dios, él está presente en el núcleo más profundo de nuestro ser. Así pues, podemos discernir la voluntad de Dios en nuestros deseos más profundos; esta es la novedosa intuición de Ignacio. Los Ejercicios nos ayudan a cribar los deseos superficiales y fugaces y quedarnos con los anhelos hondos y santos. Al final, nuestros deseos más profundos y los que Dios tiene para nosotros no son opuestos, sino que son una misma cosa. Con una visión más aguda, mayor libertad y un corazón que discierne mejor, estamos mejor preparados para las elecciones y compromisos concretos. Ignacio describe tres situaciones en las que se toma una decisión (o se hace una elección): 1. La primera situación es un tiempo de claridad. En circunstancias que pueden ser o dramáticas o muy ordinarias, Dios nos enseña el camino a seguir con una decisión tal que sabemos con gran confianza que estamos siguiendo a Dios. Durante este tiempo, somos incapaces de dudar la certeza de la elección (aunque la duda puede venir más tarde). Damos gracias a Dios por tales tiempos de convicción bendita. 2. La segunda situación carece de esa claridad. Experimentamos movimientos opuestos de certeza y duda, consolación y desolación espirituales, fuerza y debilidad. Tales vaivenes son comprensibles, porque a menudo los tiempos de
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elección son momentos de conversión personal que podemos tanto anhelar como rechazar. Aquí aplicamos las Reglas para el discernimiento de espíritus para hacer una elección. Son las reglas que gradualmente hemos aprendido y practicado a lo largo del retiro. Queremos elegir o comprometernos partiendo de la experiencia de la consolación espiritual auténtica y evitar actuar desde la desolación espiritual. Acude a un consejero espiritual de confianza para que te ayude a aclarar esos diversos movimientos interiores. 3. En la tercera situación, no experimentamos ningún movimiento fuerte en un sentido u otro. Estamos tranquilos. Para hacer una elección en esta situación, empleamos nuestra razón, iluminada por la fe e informada por la libertad. Primero pedimos que nos guíe el Espíritu, y recordamos nuestra intención primaria de alabar, amar y servir a Dios en toda decisión que tomemos. Después hacemos uso de los siguientes ejercicios para ayudarnos a tomar una decisión con mayor confianza y claridad: • Sopesa las ventajas y desventajas de aceptar un proceder sugerido y los pros y contras de rechazarlo. • Considera qué consejos darías a otra persona que se enfrentara a la misma elección. • Imagina que estás en tu lecho de muerte, perspectiva cuyo objeto es aportar libertad y claridad a tu decisión. Desde el punto de vista de la muerte, desde donde se ve todo lo demás en su justa medida, considera qué te gustaría haber elegido. • Imagínate delante de Cristo en el juicio, cuando tu vida haya terminado, hablando con él de la decisión que tomaste. Desde ese punto de vista, considera qué te gustaría haber elegido. También puedes probar a conducirte durante un día como si hubieras tomado determinada decisión, para ver cómo te sientes. Después de tomar una decisión, Ignacio insiste en que oremos pidiendo la confirmación de la decisión. No hay un momento fijado para hacerlo; no podemos apremiar a la gracia. La confirmación puede venir en las semanas siguientes del retiro,
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conforme vayamos intensificando nuestro compromiso con Cristo en su pasión, muerte y resurrección. Una vez ofrecida la decisión a Dios, busca señales de confirmación: • ¿Experimentas consolación espiritual (por ejemplo, el sosiego de la mente y el corazón o un deseo más profundo de estar con Cristo) cuando consideras el compromiso o la elección? • ¿Te lleva a la misma conclusión tu razón guiada por el Espíritu? ¿Te da una nueva percepción que aumente tu confianza en la elección que has hecho? • ¿No ha surgido en tu oración ni en tus pensamientos nada que te haga cuestionar seriamente la decisión? No actúes si estás experimentando ansiedad, confusión o tristeza indebidas. Hacer una elección, como el discernimiento de espíritus, es más un arte que una ciencia. Requiere práctica. Es difícil elegir entre dos o más opciones buenas. Las Reglas para el discernimiento de Ignacio y sus métodos de elección nos pueden ayudar a tomar decisiones que conduzcan a mayor fe, esperanza y amor. En una cultura que huye del compromiso y posterga las decisiones, nosotros oramos pidiendo sabiduría, prudencia y coraje para la elección. Aunque sea de sabios tomarse un tiempo para adoptar una buena decisión, no debemos posponer tanto las decisiones que perdamos las oportunidades de crecer. Dios estará con nosotros sea cual sea el camino que elijamos. Al final, tomamos una decisión en la esperanza. Si hacemos un buen discernimiento y recibimos confirmación, podemos confiar en que esa es la manera en que Dios pide que utilicemos nuestra libertad aquí y ahora. Puede que en el futuro pase algo que requiera otro discernimiento por nuestra parte, pero tales acontecimientos no deben socavar nuestra confianza en el discernimiento inicial. Una vez hecha una elección, no hay ninguna garantía de que vayamos a tener éxito (como la cruz nos enseña) ni de que en efecto podamos hacer lo que queremos (Ignacio estaba convencido de que había de pasar la vida en Tierra Santa, pero en su primer intento le ordenaron marcharse; y más tarde, con sus compañeros, no consiguió encontrar pasaje seguro hasta allí). Seguimos lo mejor que podemos las pautas de Dios y
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luego confiamos en que él esté con nosotros en nuestras tomas de decisiones y nos lleve hasta donde tenemos que ir, aunque sea dando rodeos.
Para reflexionar más Como hemos visto, la Elección puede ser un ejercicio para determinar tu vocación en la vida. Frederick Buechner, popular teólogo, escritor y ministro presbiteriano, ofrece una de las definiciones más citadas de la vocación: «El sitio al que Dios te llama está donde coinciden tu profunda alegría y la profunda hambre del mundo». De modo parecido, el reverendo Michael Himes [32] , del Boston College, condensa el discernimiento de la vocación en las tres preguntas siguientes: ¿Qué me da alegría? ¿Se me da bien? ¿Lo necesita el mundo? Este tipo de discernimiento nos obliga a ahondar mucho en nuestro interior, ser sinceros en cuanto a nuestros dones y limitaciones y ser generosos con lo que tenemos.
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LA «T ERCERA SEMANA »:
Estar con Jesús en su sufrimiento y saborear la gracia de la compasión A mi padre le encantaba el pastel de lima. Era canadiense de nacimiento. Él y mi madre se criaron y formaron su familia en Montreal. Pero a la edad de cuarenta y pocos años le ofrecieron a papá un trabajo en el negocio del golf en el condado de Palm Beach (Florida), que en 1970 era otro mundo en comparación con el cosmopolita Montreal. Habiendo vivido toda su vida en el nevado norte, mi padre compró tres cosas al instalarse con mi madre, mi hermano, mi hermana y yo en la soleada Florida: una casa en primera línea de playa (una astuta decisión, con el boom inmobiliario en puertas), un Pontiac descapotable y unos árboles frutales para nuestro patio. Un vecino le ayudó a plantar un pomelero, un naranjo y un limero (los plataneros y el aguacate vendrían más tarde). Treinta años más tarde, solo quedaba el limero; los otros árboles habían sucumbido a enfermedades o huracanes. Con setenta y tantos años, le diagnosticaron a mi padre el párkinson. La enfermedad progresaba lentamente; papá seguía alerta, le quedaba bastante movilidad y, básicamente, podía comer lo que quería. Pero, después de cumplir los ochenta, el declive se volvió más rápido. Necesitaba ayuda para bañarse, para hacer ejercicio y, al final, para comer. Le costaba hablar seguido. A la sazón, yo estudiaba Teología en Boston, durante mis últimos años de preparación para la ordenación. En una de mis visitas a casa, llevaba a mi padre de paseo en el coche y de pronto me preguntó: «Entonces, ¿qué te están enseñando allá arriba?». Yo le hablé en términos generales de mis asignaturas de Escritura, Teología Moral y Sacramentos. A esto siguió una larga pausa. «¿Qué te enseñan acerca de lo que pasa cuando te mueres?», preguntó. Pillado por sorpresa, balbucí una respuesta inconexa sobre la esperanza y la resurrección, una contestación veraz pero etérea y sin mucha conexión con la que entonces era la realidad de mi padre. Si hubiera planteado la pregunta cualquier otro, mi respuesta habría sido mucho más fluida y pastoral; de estar predicando, la presentación habría sido elocuente. Pero aquel día yo no estaba realmente 189
presente para mi padre. No quería enfrentarme con el hecho de que iba a morir pronto, y por eso esquivé la pregunta. Desde entonces he revivido la conversación muchas veces en mi cabeza y se me han ocurrido multitud de respuestas mucho más atentas para con mi padre. Un mes escaso después de ordenarme diácono, ceremonia a la que mi padre no pudo asistir, cogí un vuelo a casa para el día de Acción de Gracias. Mi hermano y mi hermana estaban fuera del estado, pasando un tiempo con sus respectivas familias políticas. Por tanto, estuvimos solo mamá, papá y yo. Con todos los cuidados que necesitaba mi padre, a mi madre no le quedaban energías para la cocina, y encargamos un festín delicioso. Arreglamos la mesa del comedor a la manera tradicional de la fiesta y colocamos a mi padre en su sitio típico en la cabecera. Fue un mal día para él. No pudo comer nada de pavo, ni de relleno, ni de puré de patatas, porque le costaba mucho tragar. Pero no quitaba ojo del pastel de lima; así que lo sentamos derecho y yo le di una cucharada de pastel de lima. Su rostro se iluminó. Al no poder hablar, me miraba y asentía con la cabeza. Conseguí que tomara un par de cucharadas más, y ese pastel de lima sería su última comida sólida. Al día siguiente organizamos los cuidados paliativos en casa de mis padres. No sabíamos cuánto tiempo le quedaba a mi padre. Yo volví a Boston para terminar rápidamente mis exámenes, y después me dirigí de nuevo a casa. Había aprendido mucha gran teología en mi formación de jesuita, pero mi padre, mientras moría, me instruyó calladamente en el arte de la presencia. Incapaz de hablar y a caballo entre la conciencia y la inconsciencia, solo pedía que yo estuviera con él. Mi madre, mi hermano, mi hermana y yo nos turnábamos al lado de su cama. Al principio resultaba extraño. Yo solo hablaba y esperaba que ocurriera algo. Entonces me di cuenta de que no siempre hacían falta las palabras. Le cogía de la mano, le daba un sorbito de agua o le refrescaba la cara con una toalla húmeda. Hacia el final, desarrollé el hábito de rezar con mi padre por las noches. A lo largo de su vida, él había rezado de rodillas antes de acostarse, un modo de rezar que en su día yo rechazaba por anticuado, pero al que he vuelto en mi madurez. Así que yo rezaba el padrenuestro y el avemaría en voz alta, esperando que me oyera. A veces veía cómo se le movían un poco los labios, al resonar muy dentro de él las primeras oraciones que
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había aprendido. Unos días antes de Navidad acudió el P. O’Shea, nuestro bondadoso y generoso párroco durante más de veinte años, y nos reunimos alrededor del lecho de mi padre para la extremaunción. Murió dos días antes de Navidad. En la Tercera Semana de los Ejercicios viajamos con Jesús por su pasión. En esta parte de los Ejercicios, llevamos con nosotros nuestras propias «pasiones», nuestras experiencias personales de sufrimiento y muerte. La gracia que pedimos es, sencillamente, estar con el Señor mientras él entra en su sufrimiento y muerte. Durante la Segunda Semana estábamos, en apariencia, mucho más activos. Estábamos con el Señor en medio de su muy activo ministerio de sanación, predicación, enseñanza, encuentro y consuelo a toda clase de gente. Nos uníamos a él en misión con celo y fervor crecientes mientras Dios despertaba en nuestro interior nobles deseos de servicio. En esta fase de los Ejercicios, acompañamos a Jesús al misterio del sufrimiento humano. Puede que, a consecuencia de ello, nuestra oración se torne más silenciosa y sosegada aún. No tenemos por qué hacer ninguna promesa importante ni buscar respuestas a las perennes preguntas sobre el sentido del sufrimiento. Solo tenemos que estar presentes para Jesús y seguir instruyendo nuestros corazones en el significado de la compasión. En esta escuela del corazón, la cruz se convierte en una extensión del ministerio de la presencia amorosa de Jesús, un amor que está con nosotros hasta el final. Unos meses antes de que muriera mi padre, me apunté con un grupo de jesuitas y laicos a una peregrinación a El Salvador y la conmemoración del veinticinco aniversario de la muerte del arzobispo Óscar Romero. Animado por el Evangelio de Jesucristo y su compromiso con los pobres, Romero abogaba sin descanso por la paz y los derechos humanos en un país desgarrado por el conflicto civil y atascado en una enorme desigualdad entre ricos y pobres. Mientras decía misa, Romero fue asesinado por un militante del partido que estaba en el poder. En la visita del aniversario, estuvimos algún tiempo en la Universidad Centroamericana de San Salvador, patrocinada por los jesuitas. A lo largo de una década de guerra civil que se cobraría más de setenta mil vidas, los jesuitas de la universidad llamaron, como Romero, a la reforma social y a conferencias de paz. Ellos y sus colegas eran apasionadas voces de los sin voz y fieles defensores de las víctimas. En la madrugada del 16 de noviembre de 1989, una milicia respaldada por el Gobierno asaltó la residencia que los jesuitas tenían en la universidad y ejecutaron a seis jesuitas junto con su cocinera y la hija de esta. 191
Al igual que mi padre me enseñó lo que es la presencia a nivel personal, las palabras y el ejemplo de Romero y los jesuitas de la Universidad Centroamericana me iluminaron el significado de la presencia a nivel social. Si nos tomamos el Evangelio en serio –como hacemos durante los Ejercicios–, debemos ponernos del lado de los pobres y marginados; no porque Dios los ame más que a los ricos y bien situados, sino simplemente porque sus necesidades son mayores. El Evangelio exige tal postura porque Jesús, amigo tanto de los ricos como de los pobres, siempre respondía con compasión a los más necesitados. Así que, en nuestro caminar a lo largo de esta semana, consideramos no solo a aquellos cuyo sufrimiento conocemos muy personalmente, sino también a esas personas de nuestra comunidad y nuestro mundo que viven en sus márgenes: los pisoteados y los olvidados, los excluidos y los abandonados. Elegimos apoyarlos y hacer lo que podamos para ayudarlos a bajar de sus cruces. Ese «apoyar» o «estar con» expresa nuestra solidaridad con las personas que sufren. Este es un momento profético en los Ejercicios, ya que, en un mundo tan dividido, proclamamos que nos pertenecemos los unos a los otros. Vivamos donde vivamos o tengamos el aspecto que tengamos, tengamos o no vínculos de sangre, nacionalidad, religión o etnia, somos responsables los unos de los otros; yo soy responsable de mi padre y de las personas crucificadas del mundo, porque todos somos hijos de Dios, que es nuestro origen y fin común.
Para reflexionar más «Señor, haz de mí un instrumento de tu paz. Que donde hay odio ponga yo amor; que donde hay ofensa ponga yo perdón; que donde hay discordia ponga yo unión; que donde hay error ponga yo verdad; que donde hay duda ponga yo fe; que donde hay desesperación ponga yo esperanza; que donde hay tinieblas ponga yo luz; que donde hay tristeza ponga yo alegría. Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado como consolar, ser comprendido como comprender, 192
ser amado como amar. Porque es dándose como se recibe; es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo; es perdonando como se es perdonado; es muriendo como se resucita a la vida eterna. Amén» [33] .
Esta oración suele atribuirse a san Francisco de Asís (1181-1226), pero, según el diario oficial del Vaticano, L’Osservatore Romano, está fechada en 1912. En 1916, mientras se desarrollaba una guerra mundial, el papa Benedicto XV ordenó al periódico dar más difusión a la oración. Después de la guerra, la oración empezó a aparecer al dorso de estampas de san Francisco. Como Ignacio de Loyola, Francisco aspiraba a servir como caballero y a disfrutar de una vida cómoda. Mientras que la conversión de Ignacio comenzó después de resultar herido por una bala de cañón en plena batalla, la vida de Francisco cambió cuando se encontró con un leproso. Dejó la casa familiar y sirvió a los pobres y marginados, en quienes veía a Cristo crucificado. La devoción y el sencillo estilo de vida de Francisco atrajeron a otros hombres y mujeres. Francisco fue canonizado solo dos años después de su muerte, señal de su manifiesta santidad. El movimiento franciscano de religiosos y laicos, hombres y mujeres, sigue prosperando hoy en día.
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SEMANA
DE ORACIÓN
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El camino del Calvario Entramos en la tercera fase o movimiento de los Ejercicios Espirituales. En la Tercera Semana rezamos a través de la pasión de Cristo. En la Segunda Semana pedimos la gracia de conocer a Jesús más íntimamente, amarlo más entrañablemente y seguirlo más de cerca. Este amor nos lleva a estar con Jesús en su sufrimiento. Tal es nuestra respuesta natural cuando alguien a quien amamos sufre dolor o privaciones. Solo queremos quedarnos con esa persona, estar presentes para ella, aunque las palabras no sirvan de nada y no podamos acabar con su sufrimiento. La gracia que buscamos al acompañar a Cristo a lo largo de su sufrimiento es la compasión. Reflexionamos no solamente sobre el dolor físico que padeció, sino también sobre el sufrimiento emocional e interior de una persona incomprendida, aislada, rechazada y sola. En la Tercera Semana, pues, nos centramos en estar con Jesús y no tanto en todo el «hacer» de la Segunda Semana, donde acompañamos a Jesús en su ministerio activo. La Tercera Semana está impregnada de cierto sosiego. Mantenemos los ojos claramente fijos en Jesús y evitamos todo autoexamen intenso o el sopesar valores, como hemos hecho en las semanas previas. Obrando así, nos hacemos más semejantes a Aquel con quien caminamos hacia el Calvario: más amantes, más fieles, más generosos y más compasivos. En la Tercera Semana es muy importante el coloquio. Debería fluir con naturalidad en tu oración. Hablamos con Jesús como un amigo habla con su amigo (EE 54). Decimos palabras de dolor, confusión, compasión, arrepentimiento, anticipación; lo que nos conmueva. O tal vez estemos presentes para él sin palabras. Un silencio cómodo compartido por amigos puede expresar mucho.
† Oración para la semana 194
«Demandar lo que quiero; será aquí dolor, sentimiento y confusión, porque por mis pecados va el Señor a la pasión» (EE 193). Día 1 Lee Mateo 21,1-11 (la entrada de Jesús en Jerusalén). Día 2 Lee Mateo 26,17-30 (la Última Cena). Día 3 Repetición. Día 4 Lee Juan 13,1-17 (lavatorio de los pies en la Última Cena). Día 5 Lee Mateo 26,36-46 o Lucas 22,39-46 (agonía en el huerto). Día 6 Repetición. Día 7 Saborea las gracias de la semana.
Para reflexionar más «Hay verdades que solo desde el sufrimiento o desde la atalaya crítica de las situaciones es posible descubrir». P. IGNACIO MARTÍN-BARÓ, SJ
Martín-Baró fue un defensor incansable de la justicia social asesinado en la Universidad Centroamericana el 16 noviembre de 1989.
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† Reglas para el discernimiento de espíritus: distinguir entre la consolación espiritual auténtica y la falsa Según avanzamos en el viaje espiritual, vamos notando mejor los espíritus que operan en nuestra alma. Entendemos cómo responder a las tentaciones, seducciones y engaños obvios del espíritu malo. Se nos da mejor identificar la desolación espiritual y actuar en su contra. Aprendemos a correr con los movimientos del espíritu bueno en los tiempos de consolación. Sin embargo, conforme nuestra vida de fe gana profundidad, tenemos que cuidar de no correr demasiado, porque el enemigo puede cambiar de táctica. Cuanto más progresemos en la vida espiritual, más sutil y astuto debe volverse el espíritu malo para lograr sus fines destructivos. En particular, el enemigo puede utilizar la consolación para sus propios fines. Es decir, el enemigo puede acercársenos disfrazado de consolación. Callada y casi imperceptiblemente, el enemigo puede distraernos con buenos sentimientos o socavar una experiencia de consolación para provocar daño espiritual. Ignacio explica: «Con causa puede consolar al ánima así el buen ángel como el malo, por contrarios fines: el buen ángel por provecho del ánima, para que crezca y suba de bien en mejor; y el mal ángel para el contrario, y adelante, para traerla a su dañada intención y malicia» (EE 331). Si tanto el espíritu bueno como el espíritu malo pueden causar o utilizar la consolación espiritual, debemos discernir cuidadosamente la consolación que experimentamos. ¿Cómo podemos distinguir si la consolación viene de Dios o del enemigo? Primero, Ignacio contesta que hay veces que estamos absolutamente convencidos de que la consolación es de Dios. A esta experiencia la denomina consolación «sin causa precedente»:
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«Porque es propio del Criador entrar, salir, hacer moción en [el ánima], trayéndola toda en amor de la su divina majestad» (EE 330). En otras palabras, hay momentos en los que somos simplemente arrollados por la gracia, con independencia de que estemos haciendo algo explícitamente religioso (como rezar) o no (como lavar los platos). Nos vemos envueltos sin ninguna duda en un Amor más grande que nosotros. Vivimos este tipo de consolación casi como una completa sorpresa, ya que no está provocada por nada que hayamos hecho, pensado o pretendido. En tales momentos, damos gracias sin más y nos regocijamos en la gracia. Más frecuente es el caso de que algún pensamiento, recuerdo, experiencia o encuentro desencadene la consolación. Cuando sucede esto, debemos discernir con cuidado qué es lo que ha causado la consolación: «Propio es del ángel malo, que se forma sub angelo lucis, entrar con la ánima devota y salir consigo. Es a saber, traer pensamientos buenos y santos conforme a la tal ánima justa, y después, poco a poco, procura de salirse, trayendo a la ánima a sus engaños cubiertos y perversas intenciones» (EE 332). Por ejemplo, nuestra oración, adoración, estudio, voluntariado y experiencia de comunidad pueden suscitar en nosotros una respuesta entusiasta a la llamada de Cristo o una sosegada seguridad de que Dios está con nosotros. Estos son signos típicos de consolación. El espíritu malo, sin embargo, puede emplear tal consolación para sus propios fines. Nuestro celo puede tornarse en un exceso contraproducente de trabajo; la confianza puede convertirse en arrogancia y preocupación por el control; el entusiasmo se puede volver difuso y disperso en vez de concentrado y eficaz; la piedad sincera y la convicción religiosa pueden convertirse en beatería e intolerancia. Observa cuán astuto es el espíritu malo, que acude a nosotros fingiendo algo falso, como «ángel de luz», y tienta a las personas a las que atraen naturalmente las cosas aparentemente buenas. Puede que no nos demos cuenta enseguida de lo mucho que hemos sido desviados. Darse cuenta de que el enemigo puede utilizar la consolación en nuestra contra es un importante primer paso para volver al camino.
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SEMANA
DE ORACIÓN
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El arresto de Jesús Recuerda que en la Contemplación de la Encarnación oímos proclamar a la Trinidad «Hagamos redención del género humano». Fuimos testigos de que Dios se hace uno de nosotros en Jesús de Nazaret, y acompañamos a Jesús en su vida terrenal, observando desenvolverse la generosidad divina en los detalles de la historia. El deseo que Dios tiene de salvarnos de nuestra inhumanidad sigue revelándose en la pasión de Jesús, que contemplamos durante la Tercera Semana. Mantén los ojos y el corazón fijos en Jesús. Emplea tu imaginación para incluirte en la escena, si te apetece. En estas meditaciones, nota cuánto les preocupan a los adversarios de Jesús sus propios intereses, justificarse y alardear de su poder. En cambio, observa cómo Jesús se niega a entrar en su juego, manteniéndose fiel a sí mismo. En tu oración puede que te sientas movido a contemplar tus propias pruebas o el sufrimiento de otros, sean familiares, amigos o desconocidos. Esto es natural. Sin embargo, el objetivo no es concentrarnos en nuestras propias dificultades, sino aprovecharlas como fuente de compasión por el sufrimiento de los demás. Igual que en los ejercicios de la Primera Semana, cuando nos consideramos como pecadores amados, personalizamos la actividad salvadora de Dios: Jesús soporta el sufrimiento por mí. Este enfoque no pretende inducir un sentimiento de culpabilidad ni infligirnos un dolor innecesario. Antes bien, el ofrecimiento de Jesús es una señal de amistad con cada uno de nosotros, la amistad de quien se sacrifica por otro. Es este amor lo que se ha intensificado en el curso de los Ejercicios.
† Oración para la semana «Demandar lo que quiero; lo cual es propio de demandar en la pasión: dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí» (EE 203).
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Día 1 Lee Mateo 26,47-56 (arresto de Jesús). Día 2 Lee Juan 18,12-27 (Jesús ante Anás y Caifás; negaciones de Pedro). Día 3 Lee Mateo 26,57-75 (sesión nocturna del Sanedrín; negaciones de Pedro). Día 4 Lee Lucas 22,66-71 (sesión matinal del Sanedrín). Día 5 Repetición. Día 6 Lee Isaías 50,4-7. Día 7 Saborea las gracias de la semana.
Para reflexionar más A menudo, en los tiempos difíciles nuestra vocación en la vida se pone a prueba, y después, esperamos, se afirma y se intensifica. Como hemos aprendido, nuestras pasiones más hondas y deseos más santos pueden revelar que Dios nos está llamando a vivir. Tal hondura del alma es nuestra ancla en aguas agitadas. Una de mis descripciones favoritas de esa búsqueda interior es del poeta alemán Rainer Maria Rilke (1875-1926). En su libro Cartas a un joven poeta, escribe: «Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí. Antes ha preguntado a otros. Los envía a revistas. Los compara con otros poemas… Le 201
ruego que deje todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y eso es precisamente lo que no debería hacer ahora. Nadie le puede aconsejar ni ayudar, nadie. Solo hay un camino. Entre en usted mismo. Busque la razón que lo induce a escribir; averigüe si extiende sus raíces en los lugares más profundos de su corazón, reconozca si tendría usted que morir si no se le permitiera escribir. Sobre todo, esto: pregúntese en la hora más silenciosa de su noche “¿Debo escribir?”. Ahonde en su interior en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si puede contestar a esa sincera pregunta con un fuerte y simple “Debo”, construya su vida conforme a esa necesidad; su vida, incluso en su hora más indiferente y trivial, debe ser signo y testimonio de ese afán» [34] .
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† Reglas para el discernimiento de espíritus: descubrir la falsa consolación espiritual Continuamos nuestra reflexión sobre cómo el espíritu malo puede entrar en nuestras vidas bajo el disfraz de la consolación. Lo que comienza como una experiencia de consolación acaba –para sorpresa nuestra– en desolación espiritual (por ejemplo, inquietud, ansiedad, miedo, egoísmo o amargura). O bien una forma de pensar o actuar puede conducirnos a pecar, herir a otro o perder una oportunidad de adquirir la gracia: «Debemos mucho advertir el discurso de los pensamientos; y si el principio, medio y fin es todo bueno, inclinado a todo bien, señal es de buen ángel. Mas si en el discurso de los pensamientos que trae, acaba en alguna cosa mala, o distrativa, o menos buena que la que el ánima antes tenía propuesta de hacer, o la enflaquece o inquieta o conturba a la ánima, quitándola su paz, tranquilidad y quietud que antes tenía, clara señal es [de] proceder de mal espíritu, enemigo de nuestro provecho y salud eterna» (EE 333). Aquí observamos cómo una forma de pensar o actuar nos ha llevado a un callejón sin salida a pesar de nuestras mejores intenciones. Aunque no podamos deshacer el pasado, siempre podemos pedir perdón a Dios o a los demás y buscar la ayuda que necesitamos para reparar el daño. Y reflexionando sobre todo el curso de nuestros pensamientos y nuestras acciones relacionados, podemos aprender de nuestros errores y evitar parecidos desvíos en el futuro. ¡Cuánto mejor es si podemos percatarnos de que acecha el enemigo antes de que se haga el daño! Ignacio se refiere a esa bendita percepción en otra regla para el discernimiento: «Cuando el enemigo de natura humana fuere sentido y conocido de su cola serpentina y mal fin a que induce, aprovecha a la persona que fue dél tentada mirar luego en el discurso de los buenos pensamientos que le trujo y el principio dellos, y cómo, poco a poco, procuró hacerla descendir de la suavidad y gozo espiritual en que estaba, hasta traerla a su intención depravada; para que con la tal experiencia, conocida y notada, se guarde para adelante de sus acostumbrados engaños» (EE 334). 203
El enemigo obra sutilmente, distrayéndonos poco a poco y corrompiendo la consolación. Si vislumbramos la cola de la serpiente, en el acto debemos hacer una pausa y rastrear el curso de nuestros pensamientos y actos antes de proseguir. Por ejemplo, si me encuentro irritable, agotado y sobrecargado mientras trabajo en un proyecto noble que antes me gustaba, debo hacer una pausa para discernir cómo he llegado a este triste estado. Esta es una conciencia difícil de adquirir, pero agraciada. Debo estar agradecido por haberme dado cuenta antes de causar más daño. Lo esencial es que juzguemos el espíritu por sus frutos: ¿adónde nos condujo? El discernimiento requiere tiempo y práctica. El Examen diario es un recurso inestimable para integrar el discernimiento en nuestros pensamientos y acciones cotidianos, como lo es hablar con un guía espiritual sabio y de confianza. Con el tiempo, esfuerzo, buen consejo y la gracia de Dios, podemos discernir mejor los espíritus y, al hacerlo, recoger las consolaciones auténticas, descubrir las consolaciones falsas y resistir las desolaciones.
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SEMANA
DE ORACIÓN
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El sufrimiento y la muerte de Jesús En la Tercera Semana de los Ejercicios, Ignacio nos invita a considerar cómo la divinidad de Jesús «se esconde» (EE 196). No debemos explicar a la ligera el sufrimiento con el que nos encontramos. Jesús no está meramente representando un papel en una «obra teatral» de la Pasión. Debemos tomarnos la humanidad de Jesús lo bastante en serio como para darnos cuenta de cuánto nos ama. Él sigue fiel a su Padre y a la misión del reino y acepta las muy reales consecuencias de esa obediencia fiel, lo cual hace movido por un gran amor. Mientras rezas a través de la Pasión y pides la gracia de la compasión, considera cómo estás llamado a ser más compasivo en los detalles de tu propia vida. Pregunta: ¿Qué cruces invisibles lleva la gente? ¿Cómo puedo ayudarla a llevarlas? ¿Quién me ayuda a llevar mis propias cargas? ¿Quiénes son las personas crucificadas de nuestro mundo de hoy? Experimentamos diversas «muertes», pérdidas de distintas clases, y debemos llorarlas: la muerte de un ser querido, la pérdida de una relación, el cambio de una carrera o de una situación vital, una enfermedad o una limitación física. Unimos estas muertes al sufrimiento de Cristo, sabiendo que Dios lo redime todo. Recuerda una línea de la versión contemporánea del Anima Christi: «Sobre cada una de mis muertes derrama tu luz y tu amor». Esta semana, concluye cada periodo de oración con el Anima Christi (pp. 53-54).
† Oración para la semana «Demandar lo que quiero; lo cual es propio de demandar en la pasión: dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí» (EE 203). Día 1
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Lee Lucas 23,1-25 (proceso ante Pilato y Herodes). Día 2 Lee Mateo 27,26-31 (la corona de espinas). Día 3 Lee Lucas 23,26-32 (el vía crucis). Día 4 Lee Lucas 23,33-49 (la crucifixión). Advierte cómo Jesús, aun en medio del sufrimiento, sigue consolando a las ovejas perdidas, en este caso al «buen ladrón». Día 5 Repetición. Día 6 Lee Isaías 52,13–53,12. Día 7 Lee Juan 10,1-8 (Jesús, el Buen Pastor).
Coloquio ante Cristo crucificado: versión contemporánea
Me sitúo ante Jesucristo nuestro Señor, presente ante mí en la cruz. Le hablo de que él crea porque ama y luego nace como uno de nosotros por amor, vaciándose así para pasar de la vida eterna a la muerte aquí, en el tiempo, e incluso muerte de cruz. Por su respuesta de amor a Dios, su Padre, muere por mis pecados. Me miro a mí mismo y pregunto, dejando que las preguntas penetren mi ser: En el pasado ¿qué respuesta he dado a Cristo? ¿Cómo respondo a Cristo ahora? 206
¿Qué respuesta debería dar a Cristo? Mirando a Jesús colgado de la cruz, pondero lo que Dios ofrezca a mi atención (EE 53). Hemos rezado este coloquio durante la Primera Semana de los Ejercicios. Llegados a esta parte del retiro, la contemplación de la pasión de nuestro Señor, guarda el coloquio cerca de tu corazón. La versión contemporánea es de David L. Fleming, en Draw Me into your Friendship: The Spiritual Exercises – A Literal Translation and a Contemporary Reading [35] .
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SEMANA
DE ORACIÓN
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El misterio pascual Por misterio pascual se entiende la revelación del plan de salvación de Dios en la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Aunque no debemos huir de la tristeza y la confusión de la Pasión, tampoco debemos inducir la amnesia, olvidando que la gloria del Domingo de Resurrección sigue a la oscuridad del Viernes Santo. El nacimiento, la vida, la muerte y la resurrección de Cristo son distintos movimientos de la misma sinfonía del extraordinario amor que Dios nos tiene: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que quien crea en él no perezca, sino tenga vida eterna» (Juan 3,16). Cuando se la mira con los ojos de la Resurrección, la cruz ya no representa un signo de derrota, sino de la victoria de Dios sobre todo lo que se opone a su reino. Jesús se enfrentó a las fuerzas de la violencia y la muerte; ¡y ganó! En estas semanas pueden surgir preguntas: ¿Por qué tenía que morir Jesús por nosotros? ¿Cómo expía nuestros pecados la muerte de Jesús? ¿Cómo se une mi propio sufrimiento al sufrimiento de Jesús en la cruz? Todas son buenas preguntas, pero probablemente sea mejor dejarlas para después del retiro para que no se conviertan en distracciones durante estas semanas de oración.
† Oración para la semana «Demandar lo que quiero; lo cual es propio de demandar en la pasión: dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí» (EE 203). Día 1 Reza la primera mitad de la Pasión, Marcos 14,12-72. Rézala toda seguida o detente en distintas partes. Utiliza la aplicación de los cinco sentidos (pp. 146-147) para profundizar y simplificar tu oración. 208
Día 2 Reza la segunda mitad de la Pasión, Marcos 15,1-47. Día 3 Lee Lucas 23,50-56 (Jesús es sepultado). En este momento del Sábado Santo, aguardamos en quietud, en la pérdida y el anhelo. Intenta encontrar quietud de alma esta semana. Día 4 Lee Filipenses 2,1-11 (uno de los más antiguos himnos a Jesucristo de la Biblia). Día 5 Lee 2 Corintios 4,7-18 (llevamos dentro de nosotros la vida y la muerte de Jesús). Día 6 Lee el Salmo 116 («Arrancó mi vida de la muerte»). Día 7 Saborea las gracias de la semana.
Para reflexionar más «En la sombra de la muerte, que no volvamos la vista al pasado, sino busquemos en la oscuridad absoluta el alba de Dios».
† «Señor, envuélveme en lo más hondo de las entrañas de tu corazón; y sujétame allí, 209
destílame, purifícame e inflámame, sublímame hasta la plena aniquilación de mí mismo». P IERRE T EILHARD DE CHARDIN, SJ [36]
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LA «CUARTA SEMANA »:
Experimentar el gozo y compartir la consolación del Señor resucitado En la Cuarta Semana de los Ejercicios Espirituales encontramos al Señor resucitado consolando a sus amigos y discípulos, todavía asustados, confusos y afligidos. Acompañando a Aquel con quien hemos caminado en todo momento, saboreamos la gracia distintiva de este momento final de los Ejercicios: el gozo. Este gozo pascual escapa a una descripción sencilla, así como el amor ha escapado a la descripción de incontables poetas, letristas y amantes. Por experiencia, sabemos que el gozo es más que la mera alegría, que viene y se va y a veces puede ser inducida. El gozo es algo más hondo que una simple emoción. Señal segura de la presencia de Dios, el gozo es un don de Dios, gratuito y a menudo inesperado. Podemos experimentar gozo en la compañía de otros o en la belleza de la naturaleza. También podemos experimentar gozo en nuestro trabajo, cuando lo que somos está en armonía con lo que hacemos. Quizás la mejor manera de entender el gozo es verlo en acción. Hay momentos típicamente gozosos, momentos muy humanos, que como sacerdote tengo el privilegio de compartir: nacimientos y bautizos, bodas y aniversarios, celebraciones comunitarias y el sacramento de la reconciliación. Permíteme compartir dos historias de mi ministerio en las que, como dice el título del clásico libro de C. S. Lewis, fui «cautivado por el gozo». Cuando estudiaba Teología en Boston, echaba una mano los fines de semana en una gran parroquia suburbana de clase media. La gente de St. Raphael me acogió con los brazos abiertos. En uno de mis primeros domingos allí, el P. Kevin, el párroco, me encargó predicar en la misa de familia, donde habría muchos niños. El evangelio del día trataba de la fe. Sabía que tenía que hacer algo llamativo para captar la atención de los niños y comunicar un punto básico del significado de la fe: por qué creemos lo que no vemos. Al comenzar la homilía, mostré a la iglesia abarrotada una bolsa de papel marrón, en la que había metido unos caramelos antes de comenzar la misa. Sin enseñar los caramelos que contenía, dije que había caramelos en la bolsa. Invité a los niños a acercarse, sentarse alrededor del altar y contestar a mis preguntas de por qué creían que 211
había caramelos en la bolsa aunque no pudieran verlos. Su premio por salir al frente con tanto valor serían unos caramelos (para después de la misa, por supuesto). Yo esperaba que, delante de tal multitud, solo se acercaran unos pocos niños valientes, pero el aliciente de los caramelos venció todo recelo. ¡En torno al altar convergieron más de treinta niños a la vez! Huelga decir que fue una homilía movida. A los padres les encantó. Pero al terminar me avergonzó admitir que no tenía bastantes caramelos para todo el mundo, así que me prometí volver bien abastecido a la semana siguiente. Ya terminando la misa, noté algo de jaleo al fondo de la iglesia. Antes de la bendición final, el sacristán me indicó que esperara. Entonces él y algunos más se aproximaron con las cestas de la colecta llenas de caramelos. Resultó que, cuando unos padres notaron mi apuro durante la homilía, se apresuraron a cruzar la calle y en una tienda compraron bolsas de caramelos suficientes para todos los niños que había en la iglesia. Conmovido y estupefacto, me repuse diciendo en broma que había sido testigo de una versión moderna de la multiplicación de los panes y los peces. Aquella mañana salí de la parroquia sintiéndome como en casa y lleno de un inesperado gozo por la bienvenida de la feligresía y su generosidad mutua y para conmigo. Unos años más tarde, estaba trabajando en la Georgetown University como docente y director de ministerio del campus. Durante unas vacaciones de primavera, llevé a un grupo de alumnos a El Salvador en viaje de inmersión en la fe. Tras unos días en la capital, pasamos tres días en una pequeña aldea a dos horas en autobús. Con los años, Georgetown había construido una relación con los vecinos de la aldea, muchos de los cuales se habían asentado allí después de terminada la guerra civil a principios de la década de 1990. Cada una de las cien familias de la aldea tenía una historia que contar sobre alguien que había muerto o desaparecido durante la guerra. Su modo de vida era muy sencillo. La mayoría de los baños y duchas estaban fuera de sus humildes casas de hormigón. Las calles no estaban asfaltadas, y la electricidad disponible era limitada. La gente era increíblemente generosa con lo que tenía, y nos invitaba a dormir en sus casas y nos preparaba comida casera. Una mañana, durante el desayuno, me enteré por una de las autoridades de la aldea de que solo una vez al mes venía un sacerdote a la aldea. Como en muchos pueblos rurales de Latinoamérica, los laicos de ambos sexos son el corazón de la Iglesia y organizan la educación religiosa y las celebraciones comunitarias. Con algo de reparo, me 212
ofrecí a decir misa, para mí la primera en español. Por la aldea corrió la voz de que iba a haber misa por la noche a las siete en la capilla, ubicada junto a la escuela en la carretera principal, que llevaba a la ciudad. Según transcurría el día, me puse cada vez más nervioso. Estudié febrilmente el pequeño folleto que contenía las lecturas y las partes de la misa en español. A las siete, en la capilla no había más que unas pocas personas, aparte de nuestro grupo de doce de Georgetown, pero al cabo de quince minutos estaba repleta. Merodeaban perros y gatos por fuera y por dentro. Un joven llevaba una guitarra (casi una necesidad para cualquier misa en Latinoamérica). Una adolescente se ofreció como acólita. Ella fue mi salvavidas apuntándome las palabras precisas mientras yo iba celebrando la misa en un idioma con el que no estaba familiarizado. Estaba más nervioso por la homilía, ya que hablaría en español sin apuntes. Yendo hacia el pasillo central, dije unas pocas palabras sobre el significado de la solidaridad. Entonces invité a dos de nuestros alumnos de Georgetown a decir unas palabras sobre su experiencia de comunidad durante aquella visita. Esto impulsó a varios de nuestros anfitriones a reflexionar sobre el Evangelio. Participaron más personas. Lo siguiente fue un asombroso diálogo conmovedor acerca de cómo la fe había superado la frontera intercultural y cómo el amor a Dios y al prójimo había reunido como en una familia a personas muy distintas. Al terminar y asimilar todo aquello, me di cuenta de que la misa es algo mucho más grande que el hecho de que yo acertara con las palabras. El Espíritu Santo se hacía notar. Esto se vio con más claridad aún cuando nos dimos la paz después de la oración eucarística. Parecía que todo el mundo saludaba o abrazaba a todos los demás. Duró mucho rato, lo cual hizo que la comunión tuviera aún más sentido. Al igual que en aquella parroquia suburbana de Boston, me cautivó el gozo, y durante aquella tarde supe que no quería estar en ningún otro sitio del mundo. El gozo que experimentamos en nuestras vidas «ordinarias» nos pone en contacto con este abrazo divino. Estas dos experiencias tuvieron lugar en marcos explícitamente religiosos, pero podemos gustar el gozo en cualquier parte de nuestra vida y en lugares insospechados. Yo encontré el gozo (o el gozo me encontró a mí) en Fenway Park, y no tuvo nada que ver con la victoria de los Red Sox.
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Como he escrito anteriormente, mi padre murió justo antes de Navidad. Después del funeral volví a Boston para terminar mis estudios de Teología, con vistas a ordenarme en junio. El duelo de cada cual es único. En los meses que siguieron a su muerte, sentí profundamente la pérdida de mi padre, sin mucha consolación. En mayo mi hermano Andy me visitó en Boston y me llevó a un partido de los Red Sox. En su juventud, mi padre había sido jugador de béisbol, y de chicos mi hermano y yo fuimos a muchos partidos (aunque no heredamos nada de la habilidad deportiva natural de nuestro padre). Al principio del partido hubo un momento en que se estaba poniendo el sol a nuestras espaldas, en una cálida tarde de primavera y cielo azul claro. Largas sombras cruzaban el campo perfectamente verde. En el estadio la atmósfera era eléctrica, ya que la nueva temporada significaba que el verano estaba cerca y las posibilidades de la vida no tenían límite. Y estaba con mi hermano. A la par, elevamos nuestras cervezas frescas en un brindis a nuestro padre: «Esto le habría encantado», dijimos casi al unísono. «Por papá». En ese momento entre hermanos, en ese lugar tan especial, sentí la presencia de papá con nosotros de una forma muy real. Podemos encontrar el gozo en medio de las circunstancias más desafiantes. La primera vez que me sentí realmente en casa en la India –después de las luchas y dificultades iniciales– fue jugando al fútbol con los chavales en el prado de las vacas de detrás del recinto del hospital Nirmala. Era lo más parecido a un campo que tenían. En mitad del partido llegaron las lluvias del monzón, pero nosotros seguimos jugando, riéndonos, resbalándonos y cayendo en el barro (¡y en lo que nos hubieran dejado las vacas!). Inexplicablemente, en ese momento supe que era en aquel pequeño trozo de tierra de la India donde yo tenía que estar. Tales encuentros con el gozo remuevan nuestra esperanza. Y esta esperanza, citando al poeta inglés Alexander Pope, «brota eterna en el pecho humano». Cuando me marché del centro de detención de inmigrantes de las afueras de Los Ángeles, uno de los artistas que residía allí me hizo un regalo, que todavía adorna mi habitación: una rosa hecha de papel higiénico doblado y retorcido, las hojas teñidas de verde y la flor de rojo con el tinte de las golosinas M&M diluido en agua. En el jardín de San Salvador donde fueron asesinados los jesuitas, florecen ahora rosas rojas, plantadas por el marido y padre de las dos mujeres que murieron junto con los jesuitas. Estas rosas me revelan la resistencia de la esperanza. La Cuarta Semana nos recuerda que la muerte, la 214
desesperación, la violencia y la tristeza no tendrán la última palabra: la tiene el gozo. Caminando con el Señor resucitado apreciamos que todo el tiempo es Pascua y que el gozo nos cautiva por doquier.
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SEMANA
DE ORACIÓN
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La resurrección de Jesucristo Entramos ahora en el último movimiento o «semana» del retiro. En la Tercera Semana compartimos la pena y la angustia de Cristo. Ahora, en la Cuarta Semana, pedimos compartir el gozo y la paz de Cristo resucitado. Este gozo, como toda gracia que pidamos, es un regalo de Dios; no podemos ganárnoslo ni conseguirlo por la fuerza. Solo intentamos estar abiertos a recibir el gozo pascual contemplando a Cristo mientras él comparte el gozo de la Resurrección con otros. El gozo pascual tiene sus raíces en la relación de cada persona con Cristo, cultivada a lo largo de la vida y ahondada por medio de los Ejercicios y otras prácticas espirituales. El gozo llega a medida que crecemos en la fe, la esperanza y el amor. El autor de 1 Pedro 1,8-9 describe una experiencia semejante a la de vivir en la Cuarta Semana: «No lo habéis visto, y lo amáis; sin verlo, creéis en él y os alegráis con gozo indecible y glorioso, pues vais a recibir como término de [vuestra] fe, la salvación personal». No estamos contemplando el acontecimiento real de la Resurrección, que es un misterio que trasciende el tiempo y el espacio. Por Resurrección entendemos la transformación de la vida por obra de Dios, que hace nuevas todas las cosas, como si fuera una nueva creación. La Resurrección es la victoria de una vez por todas sobre el pecado y la muerte. En lugar de distraernos preguntándonos cuál es la mecánica de la Resurrección o el aspecto de un cuerpo resucitado, contemplamos sin más a Cristo resucitado mientras consuela a otros. Observamos cómo sus amigos reconocen y a la vez no reconocen a Aquel a quien habían seguido y amado. Nos maravilla ver cómo Jesús, en la vida resucitada –donde ya no se oculta su divinidad–, hace cosas muy humanas: comer, hablar, consolar, enseñar y disfrutar de la compañía de los demás. Como en el misterio de la Encarnación, en la Resurrección vemos que nuestra divinidad y nuestra humanidad no se oponen entre sí, sino que son parte integrante la una de la otra.
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† Oración para la semana «Demandar lo que quiero; y será aquí pedir gracia para me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor» (EE 221). Día 1 Lee Juan 20,1-10 (los discípulos encuentran la tumba vacía). Imagina que encuentras la tumba vacía junto a los discípulos. Día 2 La siguiente contemplación no se halla en las Escrituras, sino que procede de la imaginación de Ignacio. Dado el papel central de María en la vida de Jesús, Ignacio considera más que lógico que la primera persona a quien se apareciera Cristo fuera su madre. Así que imagínate a Cristo resucitado apareciéndose a María. Imagina los detalles de la habitación en la que se encuentran. Imagina a ambos muy emocionados y llenos de gozo al reunirse. Imagina las palabras y los abrazos que intercambian. Ve cómo la consuela Cristo (EE 218-225). Día 3 Repetición. Día 4 Lee Juan 20,11-18 (Jesús se aparece a María Magdalena). Nota cómo al principio María no reconoce a Jesús, hasta que él pronuncia su nombre con amor. ¡Imagina la confusión, el alivio, la emoción y el gozo de ella! Oye y ve cómo Jesús le encomienda (y a ti) una misión. Día 5 Lee Mateo 28,1-10 (Jesús se aparece a las mujeres en el sepulcro). Oye de nuevo decir a los ángeles y a Jesús lo que has oído con frecuencia en el retiro: «No tengáis miedo». El amor lanza afuera todo miedo. El gozo permanece. Día 6 217
Repetición. Día 7 Saborea las gracias de la semana. Lee 2 Corintios 1,3-7 («Dios de todo consuelo»).
Para reflexionar más «Nunca ganaremos las Olimpiadas de la humanidad corriendo hacia la perfección, pero podemos caminar juntos en la esperanza, celebrando el amor que se nos tiene en nuestro quebranto: ayudándonos uno a otro, creciendo en confianza, viviendo en agradecimiento, aprendiendo a perdonar, abriéndonos a los demás y acogiéndolos y esforzándonos por traer paz y esperanza al mundo». JEAN VANIER [37]
Jean Vanier es el fundador de El Arca y cofundador de Fe y Luz, comunidades intencionales basadas en la fe donde han decidido vivir juntas personas con y sin discapacidades de desarrollo. Él sigue viviendo en la primera comunidad de El Arca, en Francia, pero viaja mucho dando retiros y conferencias. Para más información, se puede visitar la web de L’Arche Internationale (http://www.larche.org/), el sitio oficial de Jean Vanier ( http://www.jean-vanier.org/ ), la web de L’Arche USA ( http://www.larcheusa.org ) o el facebook de la Fundación El Arca de Madrid ( https://www.facebook.com/ElArcadeMadrid/ ).
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SEMANA
DE ORACIÓN
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La vida resucitada En las contemplaciones que siguen, continúa reflexionando sobre el papel de Cristo como consolador. En tu propia vida, busca signos de cómo os ha consolado y sigue consolando Dios a ti y a las personas de tu entorno. ¿Dónde encuentro el gozo? ¿Quién o qué me da gozo? Experimentamos varias «muertes», no solo con la muerte de los seres queridos, sino también con la pérdida de amistades, los cambios en el estilo de vida o en la carrera profesional, las dolencias físicas, los hijos que se marchan del hogar y nuestras propias mudanzas de una ciudad a otra. Nuestro Dios, sin embargo, es un Dios de vida. La Resurrección revela cómo Dios siempre saca vida de la muerte, esperanza de la desesperación, amor del odio y luz de la oscuridad. Por lo tanto, también celebramos las «resurrecciones», tales como amistades nuevas o reconciliadas, oportunidades inesperadas, el vigor renovado y experiencias importantes de aprendizaje derivadas de las pérdidas. Observa cómo Cristo resucitado todavía lleva las marcas de la crucifixión. Esta es una imagen consoladora de por sí. Nuestros daños y nuestras limitaciones forman parte de lo que somos. En la muerte no son borrados, pero somos redimidos. Dios nos acoge tal como somos y nos reintegra. Está en marcha una nueva creación. Dios no desperdicia nada y lo redime todo.
† Oración para la semana «Demandar lo que quiero; y será aquí pedir gracia para me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor» (EE 221). Día 1 Lee Lucas 24,13-35 (Jesús se aparece a los discípulos en el camino de Emaús). Nota de nuevo cómo los discípulos de Jesús no lo reconocen al principio. Nota también cómo 219
Jesús camina y escucha a los discípulos en su tristeza y confusión. ¿Cómo ha caminado Jesús contigo en estas semanas? ¿Cómo reconocen los discípulos –y tú– a Cristo resucitado? ¿Cómo has sentido arder el corazón durante estas semanas? ¿Qué deseos se agitan ahora en tu corazón? Día 2 Lee Lucas 24,36-49 (Jesús se aparece a los apóstoles). Observa cómo Cristo resucitado saluda a sus amigos, y a nosotros, con el don de la paz. ¿En qué ámbito de tu vida deseas paz? ¿En qué situaciones puedes hacer tú este regalo de la paz? Día 3 Repetición. Día 4 Lee Juan 20,19-23 (Jesús se aparece a los discípulos). Nota cómo Jesús se reúne con los discípulos en mitad de sus miedos y les da el consuelo del Espíritu en un gesto tan íntimo. El Espíritu los libera de sus miedos y los envía fuera de su habitación cerrada, a un mundo necesitado. ¿A qué miedos te enfrentas? ¿Dónde experimentas el consuelo de Cristo resucitado? ¿Experimentas un sentimiento de misión en este momento del retiro? Día 5 Lee Juan 20,24-31 (Jesús se aparece a Tomás, el incrédulo). Observa con cuánta compasión trata Jesús la duda, que es parte natural de un viaje de fe. Los periodos de dudas y cuestionamientos pueden conducir a una fe más sólida y profunda. La clave es mantener viva la conversación con el Señor, como llevas haciendo todo el retiro y como hace Tomás con Jesús. ¿Te identificas con las dudas de Tomás? ¿Puedes pronunciar con él la gran proclamación de fe que concluye este relato del evangelio: «¡Señor mío y Dios mío!»? Día 6 Lee Juan 21,1-19 (Jesús se aparece a Pedro y los discípulos). Imagina que estás en esta escena tan dinámica. ¿Puedes sentir la emoción y asombro de los discípulos y el entusiasmo de Pedro? Escucha el íntimo diálogo entre Jesús y Pedro. Imagina a Jesús 220
diciéndote lo mismo a ti. Nota el mandamiento que Jesús deja a Pedro. ¿Cómo estás llamado tú a «apacentar» a otros? Día 7 Repetición.
Para reflexionar más «Al final, lo que importa no es hablar de la oración, sino las palabras que decimos a Dios. Y estas palabras hay que decirlas uno mismo. Oh, pueden ser quedas, pobres e inseguras. Pueden elevarse al cielo de Dios como palomas de plata salidas de un corazón alegre o pueden ser el fluir inaudible de lágrimas amargas. Pueden ser grandes y sublimes como el trueno que retumba en la alta montaña o inseguras como la confesión tímida de un primer amor. Ojalá vinieran del corazón. Ojalá vengan del corazón. Y ojalá el Espíritu de Dios las rece también a la vez. Entonces Dios las oye. Entonces él no olvidará ninguna de esas palabras. Entonces guardará las palabras en su corazón, porque las palabras de amor no se pueden olvidar. Y entonces nos escuchará con paciencia, incluso con dicha, durante toda una vida hasta que terminemos de hablar, hasta que hayamos dicho nuestra vida entera. Y entonces él dirá una sola palabra de amor, pero esa misma palabra es él. Y entonces, con esa palabra, nuestro corazón dejará de latir. Para toda la eternidad. ¿No queremos rezar?». KARL RAHNER [38]
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SEMANA
DE ORACIÓN
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Contemplación del amor de Dios La última contemplación del texto de los Ejercicios, la Contemplación del amor de Dios (EE 230-237), es la culminación de las semanas de oración que la preceden. En esta contemplación nos inspiramos en la experiencia que del irresistible amor de Dios hemos tenido en los Ejercicios para informar y fortalecer nuestras vidas en adelante. Desde esta perspectiva, vemos que el movimiento entero del retiro tiene sus raíces en el amor y está orientado a él. En el Principio y Fundamento consideramos cómo somos creados para amar y servir a Dios, aprovechando los bienes de la creación solo en la medida en que nos ayuden a amar a Dios y a los demás. En la Primera Semana pasamos a vernos primero como criaturas amadas de Dios y a saber que nuestros pecados y nuestra debilidad no hacen que disminuya el amor que Dios nos tiene. En la Segunda Semana oímos la llamada de Jesús y lo seguimos a lo largo de su ministerio de amor, misericordia y reconciliación. Hemos acompañado a Aquel que nos ha amado de forma tan total, sufriendo con él en la Tercera Semana y gozándonos con él en el triunfo de la Cuarta Semana. Por el camino, nos ha pasado algo. No somos los que éramos antes. Nuestros ojos son diferentes, y vemos el mundo a la luz del amor de Dios. También son diferentes nuestros corazones. Están inflamados de generosidad, libertad y pasión. El poeta alemán Rainer Maria Rilke refleja perfectamente el movimiento de esta contemplación (en realidad, de los Ejercicios en su conjunto): «Nos abrazas estrechamente en tus manos y nos lanzas generosamente adelante». Hemos respondido a la llamada a «venir y ver» (Juan 1,39), y en este punto llegamos a una encrucijada decisiva. Ahora debemos tomar el amor y la gracia que Dios nos ha dado durante este tiempo privilegiado de retiro y encarnarlos en nuestras propias vidas. Al contemplar el amor de Dios, pedimos la gracia de amar como ama Dios. Con este fin, Ignacio ofrece dos ideas clave: 1. «El amor se debe poner más en las obras que en las palabras» (EE 230). El amor hay que practicarlo; no bastan las palabras. Habiendo sido instruidos
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como discípulos todas estas semanas, ahora debemos hacer algo. La espiritualidad ignaciana es una espiritualidad de misión. 2. «El amor consiste en comunicación de las dos partes» (EE 231). Así como el amor entre dos personas se caracteriza por el dar y recibir, así el amor que compartimos con Dios disfruta de cierta mutualidad. Dios quiere nuestra amistad. Dios quiere que le conozcamos. Estos deseos divinos son la fuente de nuestro deseo de conocer, amar y servir a Dios. En la contemplación que sigue a estas observaciones, primero consideramos cómo Dios nos trae a la existencia por amor y nos sostiene en el amor. Todo es posible porque Dios nos ama primero. Este amor por naturaleza se desborda sobre el mundo que habitamos y sobre cada parte de nuestra vida. En esta contemplación, pedimos la visión para «encontrar a Dios en todas las cosas». Utilizando imágenes creadas por Gerard Manley Hopkins, poeta jesuita del siglo XIX, queremos percibir que «el mundo está cargado de la grandeza de Dios» y que «Cristo juega en diez mil sitios» y rostros. Atentos a la presencia de Dios en todas partes y conscientes de la generosidad de Dios para con nosotros, es natural que queramos devolver el favor alabando, amando y sirviendo a Dios y ayudando a los demás. Como nos dice el título de un poema de Richard Wilbur, «El amor nos llama a las cosas de este mundo». En ningún sitio es esto más claro que en la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Cuando rezamos esta contemplación, Ignacio sugiere que nos pongamos en presencia de Dios imaginando que estamos «delante de Dios nuestro Señor, de los ángeles, de los santos interpelantes por mí» (EE 232). A esta hueste celestial quizá quieras añadir seres queridos que han muerto y personas que te han enseñado en qué consiste el amor.
† Oración para la semana «Pedir lo que quiero; será aquí pedir conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo, enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir a su divina majestad» (EE 233).
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Día 1 El primer punto de la contemplación: agradecer a Dios tantos dones. «Traer a la memoria los beneficios recibidos de creación, redención y dones particulares, ponderando con mucho afecto cuánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí y cuánto me ha dado de lo que tiene, y consequenter el mismo Señor desea dárseme en cuanto puede, según su ordenación divina. Y con esto reflectir en mí mismo, considerando con mucha razón y justicia lo que yo debo de mi parte ofrecer y dar a la su divina majestad, es a saber, todas mis cosas y a mí mismo con ellas, así como quien ofrece afectándose mucho: Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer; Vos me lo distes; a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta» (EE 234). La oración Tomad, Señor, y recibid es una ofrenda hecha en libertad. A lo largo del retiro hemos estado pidiendo la indiferencia: quedar libres de afectos desordenados. Ahora nos fijamos en la causa de que sea necesaria esta libertad: nos liberamos de los apegos excesivos a fin de poder amar y servir mejor a Dios y a los demás. Nutridos por el amor de Dios, estamos facultados para amar como él ama. Día 2 Repetición del primer punto de la contemplación. Si resulta útil en tu oración de agradecimiento, vuelve al Salmo 139, ya citado en el retiro, o lee el Salmo 138, un canto de gratitud. Al rezar la oración Tomad, Señor, y recibid, pregunta: ¿Cuáles son en particular, de los dones, aptitudes y otras bendiciones que he recibido, los que yo quiero ofrecer al servicio de Dios y los demás? Día 3 El segundo punto de la contemplación: encontrar a Dios en todas las cosas, en todas las personas y en mí mismo. «Mirar cómo Dios habita en las criaturas: en los elementos dando ser, en las plantas vegetando, en los animales sensando, en los hombres dando entender; y así en mí dándome ser, animando, sensando y haciéndome entender; asimismo haciendo templo de mí, seyendo criado a la similitud y imagen de su divina majestad. Otro 224
tanto reflictiendo en mí mismo, por el modo que está dicho en el primer punto, o por otro que sintiere mejor» (EE 235). Emplea tus sentidos e imaginación para encontrar a Dios en todas las cosas y todas las personas. Atiende a los movimientos de la gracia en tu interior. Concluye con la oración Tomad, Señor, y recibid. Día 4 Repetición del día 3. Con los ojos de fe, advertimos la infinita hondura de la realidad. Empezamos a comprender cuánto cielo hay aquí en la tierra. Dios está con nosotros. Pregunta: ¿Cómo he encontrado a Dios morando en mí, en los otros y en la creación? Sé muy concreto. Puedes plantearte rezar al aire libre, en la naturaleza. Si te resulta útil, vuelve al Salmo 104, citado anteriormente. Día 5 El tercer punto de la contemplación: alabar a Dios, que constantemente trabaja por mí. «Considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas cosas criadas sobre la haz de la tierra, id est, habet se ad modum laborantis. Así como en los cielos, elementos, plantas, frutos, ganados, etc., dando ser, conservando, vegetando y sensando, etc. Después reflectir en mí mismo» (EE 236). Dios no está estático. Dios –revelado a nosotros como Padre, Hijo, y Espíritu Santo– es dinámico, está vivo, siempre en movimiento y siempre trabajando para traer a la vida su amada creación. Dios es amor desbordante. En tu oración, considera la actividad de Dios en tu vida y en tu mundo. Maravíllate de cómo Dios crea en, por y con nosotros. ¿Puedes ver y oír a Dios trabajando en el mundo a tu alrededor? ¿Puedes apreciar cómo ha «laborado» Dios específicamente en y a través de ti? ¿Puedes reconocer cómo te apoya en tu vivir la labor de otros? Concluye con la oración Tomad, Señor, y recibid. Día 6 El cuarto punto de la contemplación: alabar a Dios, que es la fuente de todo bien.
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«Mirar cómo todos los bienes y dones descienden de arriba, así como la mi medida potencia de la suma y infinita de arriba, y así justicia, bondad, piedad, misericordia, etc.; así como del sol descienden los rayos, de la fuente las aguas, etc. Después acabar reflictiendo en mí mismo» (EE 237). El amor ve claramente en las profundidades de la realidad. Con tu visión agudizada por los Ejercicios, intenta ver en todo –en toda la creación y en todas las personas– el reflejo del mismo ser de Dios. Rememora ocasiones específicas en las que otra persona o tú hayáis actuado con justicia, bondad, misericordia u otra virtud. Aprecia cómo estas acciones fueron como «rayos» que descienden del sol, que es Dios. Concluye con la oración Tomad, Señor, y recibid. Día 7 Saborea las gracias de la semana. Deja que la gratitud impregne tu oración. La gratitud es liberadora, puesto que nos abre para dar lo que tan copiosamente hemos recibido. Las personas agradecidas son personas felices. Si te es útil, vuelve a leer Juan 21,1-19, de la semana pasada. Un guía espiritual de confianza, Howard Gray, SJ, me recomendó esta historia como recapitulación de la Contemplación del amor de Dios porque nos encontramos con Cristo resucitado, que da a los discípulos abundancia de dones, trabaja por ellos y los invita a la amistad. Los ama de forma concreta y pide a Pedro en particular que devuelva ese amor de manera muy concreta para bien de los demás.
Para reflexionar más «Señor, nos has hecho para ti, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en ti». SAN AGUSTÍN [39] «Llegará un día en que, después de aprovechar el espacio, los vientos, la marea, la gravitación, aprovecharemos las energías de amor para Dios. Y ese día, por segunda vez en la historia del mundo, el hombre habrá descubierto el fuego». P IERRE T EILHARD DE CHARDIN, SJ [40]
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† Una oración de Rabindranath Tagore Que tu amor juegue con mi voz y descanse en mi silencio. Que pase por mi corazón a todos mis movimientos. Que tu amor, como las estrellas, brille en la oscuridad de mi sueño y amanezca con mi despertar. Que arda en la llama de mis deseos y fluya en todas las corrientes de mi propio amor. Deja que lleve tu amor en mi vida como el arpa su música y te lo devuelva al final con mi vida [41] .
El poeta indio Rabindranath Tagore (1861-1941) fue amigo de Mahatma Gandhi. Tagore recibió el Premio Nobel de Literatura en 1913.
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SEMANA
DE ORACIÓN
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La vida en el Espíritu Jesús nos envía el Espíritu para que podamos seguir creciendo en fe, esperanza y amor y desempeñar nuestra misión como discípulos hoy. El Espíritu consuela, anima, informa, vivifica, alienta y nos da trabajo que hacer. En cierto sentido, el Espíritu Santo es un regalo muy personal; pero, como el amor, también el Espíritu se comparte. El Espíritu de Dios nos alinea en un solo cuerpo, la Iglesia universal. Un fruto de la Cuarta Semana, pues, es nuestra disposición y entusiasmo para entregarnos a una persona (Jesucristo), a la gente (todos los hijos de Dios) y a un proyecto (el reino de Dios). Hace mucho tiempo que la Iglesia celebra ciertos dones del Espíritu Santo. Los traemos a la mente ahora mientras reflexionamos cómo están presentes de forma concreta estos dones: sabiduría, inteligencia, prudencia, valor, conocimiento, reverencia, y asombro y admiración por la presencia de Dios (ve Isaías≈11,1-2).
† Oración para la semana Pido la siguiente gracia: una conciencia creciente de la presencia, poder y movimiento del Espíritu en mi vida. Día 1 Lee Juan 14,16-31 (Jesús promete enviar el Espíritu Santo). Día 2 Lee Mateo 28,1-10; 16-20 (el relato de la Resurrección y la Ascensión). Día 3 Lee Hechos 2,1-24; 37-47 (Pentecostés; los primeros conversos). Día 4
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Repetición. Día 5 Lee 2 Timoteo 1,3-14 («El Espíritu que Dios nos dio no es de cobardía, sino de fuerza, amor y templanza»). Día 6 Lee Corintios 12,4-27 (el Cuerpo de Cristo). Día 7 Repetición.
Oración atribuida a santa Teresa de Ávila Cristo no tiene otro cuerpo que el tuyo. Ni manos, ni pies en la tierra sino los tuyos. Tuyos son los ojos con los que Él mira compasivo a este mundo. Tuyos son los pies con los que camina a hacer el bien. Tuyas son las manos con las que bendice todo el mundo. Tuyas son las manos. Tuyos son los pies. Tuyos son los ojos. Tú eres su cuerpo. Cristo no tiene ahora en la tierra otro cuerpo que el tuyo [42] .
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SEMANA
DE ORACIÓN
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Recoger las gracias Durante las semanas del retiro has aprendido a seguir la guía del Espíritu. Con ayuda del Espíritu, repasa ahora el retiro para discernir las gracias principales que has experimentado. No lo rememores día por día ni semana por semana. Antes bien, como harías en la repetición de un periodo de oración, vuelve sobre lo más significativo. Recuerda con gratitud la generosidad de Dios para contigo, y reconoce tu propia colaboración generosa con la gracia. Repasa tu diario. Mientras lo haces, intenta resumir en breves frases las ideas y movimientos más significativos del retiro. Algunas preguntas para considerar: • ¿En qué aspecto ha crecido o cambiado mi conciencia de la presencia de Dios en mi vida? • ¿Qué modos de rezar tenían más sentido o suponían un reto mayor? • ¿En qué aspecto he crecido en el conocimiento y amor de Cristo? • ¿Dónde he experimentado mayor libertad interior? • ¿En qué aspecto de mi vida hay aún desorden o falta de libertad interior? • ¿Cómo suelo experimentar consolación y desolación? • ¿Cómo suelen operar el buen espíritu y el mal espíritu en mi vida? Al contestar estas preguntas, sé tan concreto como te sea posible. Te puede ser útil organizar tu repaso según las cuatro «semanas» de los Ejercicios. Esta valoración te ayudará a integrar las gracias en tu vida cotidiana y recordarlas en el futuro, como hitos en tu viaje espiritual. Las sugerencias bíblicas para esta semana pretenden ayudarte a recoger las gracias del retiro. Como siempre, recurre a ellas si te resultan útiles. Incluso aunque hagas este inventario espiritual, admite que ninguna frase –por mucho arte con que se exprese– puede resumir adecuadamente el misterio del trabajo de Dios en tu vida. Todas las afirmaciones sobre Dios acaban en una especie de elipsis, que deja muchas cosas en el tintero.
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† Oración para la semana Pido la siguiente gracia: conciencia cada vez mayor de la fiel presencia de Dios en mi vida y gratitud creciente por esa presencia. Día 1 Lee Romanos 8,14-27 (vivir en el Espíritu). Día 2 Lee Romanos 8,28-39 (himno a la gloria de Dios; nada nos puede separar del amor de Dios en Cristo). Día 3 Lee el Salmo 63,1-8 («Te bendeciré mientras viva»). Día 4 Lee Efesios 1,15-23 (el poder y la esperanza que Cristo promete a los creyentes). Día 5 Lee Juan 15,1-8 (la vid y los sarmientos). Día 6 Lee Juan 15,9-17 («Os he dicho esto para que participéis de mi gloria y vuestra alegría sea colmada»). Día 7 Lee el Salmo 118,21-29 («Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia»).
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SEMANA
DE ORACIÓN
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Mirando hacia delante con esperanza Continuamos con nuestro inventario espiritual, pero ahora nos centramos más en el futuro. Algunas preguntas para considerar según vas examinando las gracias: • ¿En qué aspecto ha crecido mi gratitud por los dones que Dios me ha dado? • ¿Cómo ha evolucionado con el paso de las semanas mi interpretación de la llamada o vocación? • ¿He tomado una decisión importante durante el retiro o necesito de la ayuda de Dios para tomar tal decisión en el futuro? • ¿Cómo me gustaría estructurar mi vida de oración en el futuro? • ¿Qué compromisos quiero contraer o renovar con mi familia, amigos, Iglesia o comunidad? ¿Cómo puedo cuidar mejor de mí mismo? • ¿En qué aspecto se ha intensificado durante el retiro mi sensibilidad hacia los pobres y marginados? ¿De qué formas concretas puedo servir a los necesitados? • ¿En qué aspecto he crecido en fe, esperanza y amor, y adónde me conduce ahora ese crecimiento vital? Sé específico. El objeto de las sugerencias bíblicas para la semana es ayudarte en tu oración llena de esperanza. Sírvete de ellas en la medida que te sean útiles. Nuestro retiro llega a su fin. Como en todo final, podemos experimentar diversas emociones: alivio, gratitud, tristeza, ansiedad, ilusión. Presta atención a esos movimientos y disciérnelos bien. Recuerda: ¡el Espíritu de Dios consuela, edifica, reafirma y nos infunde valor!
† Oración para la semana 232
Pido las siguientes gracias: sabiduría y valor al contraer y cumplir compromisos importantes; gratitud por los abundantes dones de Dios; celo por la misión que Cristo me ofrece. Día 1 Lee Filipenses 4,4-9 («Y la paz de Dios, que supera la inteligencia humana, custodie vuestros corazones y mentes por medio del Mesías Jesús»). Día 2 Lee Romanos 12,9-21 (vivir una vida cristiana). Día 3 Lee Santiago 2,14-17 («Lo mismo la fe que no va acompañada de obras, está muerta del todo»). Día 4 Lee 1 Juan 4,7-21 (Dios es amor). Día 5 Lee Colosenses 3,12-17 («Y por encima de todo el amor, que es el broche de la perfección»). Día 6 Lee Isaías 65,17-25. Pregunta: ¿Cuál es mi visión de un «cielo nuevo y una tierra nueva»? Día 7 Lee Apocalipsis 21,1-7. Pregunta: ¿Cómo es mi sueño de «un cielo nuevo y una tierra nueva»?
Una oración de Pedro Arrupe, SJ
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Yo me siento, más que nunca, en las manos de Dios. Es lo que he deseado toda mi vida, desde joven. Pero con una diferencia: hoy toda la iniciativa la tiene el Señor. Saberme y sentirme tan totalmente en sus manos es una profunda experiencia [43] .
Pedro Arrupe, SJ (1907-1991), fue superior general de la Compañía de Jesús de 1965 a 1983, durante una época de grandes cambios en la Iglesia y en el mundo. En 1981, Arrupe sufrió una embolia de la que nunca se repuso. Escribió estas palabras para su último discurso a la Congregación General de jesuitas que se reunió en 1983 para elegir a su sucesor.
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Una aventura que continúa Era Miércoles de Ceniza –el comienzo de los cuarenta días de la Cuaresma– y habíamos viajado al desierto. Literalmente. Yo estaba pasando las vacaciones de primavera en Tucson (Arizona), en una experiencia de inmersión con un grupo de alumnos de Georgetown. Estábamos allí para documentarnos sobre la inmigración en la frontera entre los Estados Unidos y México. Estuvimos con familias que habían cruzado la frontera; visitamos un centro federal de detención para inmigrantes ilegales, y oímos los testimonios de personas que asistían a los inmigrantes durante su largo y arduo viaje a través del desierto. Huelga decir que había mucho que asimilar. Mientras se ponía el sol por detrás de las escarpadas montañas, atravesamos el terreno pedregoso hasta un lugar solitario donde habíamos aparcado. Fue allí, en el desierto, donde tuvimos tiempo, espacio y silencio para orar sobre nuestra experiencia compartida. Fue allí, en medio de la oscuridad incipiente, donde hablamos de intentar encontrar la luz de Dios en aquel lugar y en aquellas circunstancias insólitas. Allí, ante todas aquellas realidades que hacían pensar, era donde celebraríamos el Miércoles de Ceniza. El desierto contiene muchos niveles de sentido. En los relatos bíblicos, el desierto es un lugar de tránsito: el pueblo de Israel pasó de la esclavitud en Egipto a la tierra prometida a través del desierto. La gente encontró a Dios allí. Pero en varias tradiciones se ha considerado el desierto como un sitio peligroso, donde acechan los animales salvajes y moran los espíritus malos. Para Jesús, cuyos compañeros somos en esta aventura, el desierto fue lugar de crecimiento y peligro. Allí se enfrentó al espíritu malo que lo tentó con promesas huecas. Como sus antepasados, Jesús halló a Dios en el desierto, y en ese paraje yermo encontró la confirmación de su llamada y misión. También para nosotros el desierto cobró un sentido más elevado. En la frontera aprendimos los peligros del desierto escuchando las desgarradoras historias de las personas que habían muerto al intentar cruzarlo. También conocimos a inmigrantes que habían alcanzado la «tierra prometida» en los Estados Unidos reuniéndose con su
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familia. Encontramos el dinámico testimonio de los voluntariados que atendían a los inmigrantes en el desierto llevándoles agua y abrigándolos contra el frío de la noche. Aquella tarde nos sentimos muy pequeños, sobrecogidos por la necesidad humana que había en la frontera e incapaces de contestar las incontables preguntas relativas a la inmigración. Pero yo encontré a Dios aquella tarde mientras rezábamos juntos y recordaba todos los demás Miércoles de Ceniza de mi vida de jesuita. Tales ritos anuales son como hitos de mi aventura. Mirando hacia el pasado, me di cuenta de lo itinerante que se había vuelto mi vida. Me venía a la mente la consigna de los primeros jesuitas: «Nuestra casa es el camino». Pero durante todos aquellos años no había estado errando solo por el desierto. Dios había sido mi guía, enviando sin cesar personas a mi vida para indicarme el camino. Pensé especialmente en mi primer Miércoles de Ceniza como jesuita, que pasé en Guadalajara (México). Fueron dos meses en un lugar y una cultura extraños; estaba fuera de mi elemento y me sentía incompetente, desvinculado de todo lo que me era familiar. Mientras pasaban esas duras semanas, me veía preguntándome si tenía madera de jesuita. Aquella tarde, mientras conjugaba verbos españoles en nuestra pequeña comunidad de jesuitas, vi pasar una muchedumbre por la estrecha calle. Intrigado, me uní a la corriente de personas, y desembocamos en un patio cercano. En medio de la multitud había una mujer canosa y rechoncha. Dirigía una celebración de la Palabra aquel Miércoles de Ceniza en nombre de la parroquia local. Con algo de reparo, me acerqué a aquella figura dignificada. Me miró a los ojos, sonrió y levantó el brazo para marcarme con ceniza la señal de la cruz en la frente. En español, pronunció la fórmula inmemorial: «Polvo eres y en polvo te convertirás». En la ceniza encontré la libertad. La ceniza me dijo que no tengo por qué ser Dios. No necesito tener todas las repuestas ni hacerlo todo perfectamente. Soy una criatura, una obra en marcha, un ser humano hermosamente limitado y un pecador amado por Dios. La ceniza me vinculó a todos los demás que estaban allí conmigo, marcados de la misma manera. En nuestra humanidad compartida descubrimos nuestra fragilidad, pero también nuestra posibilidad de ser familia y comunidad. Aprendemos a depender unos de 236
otros, compensando cada uno las carencias de los demás. En México empecé a ayunar por perfeccionismo, control y miedo al futuro. Marcado con ceniza, mis miedos, dudas y preocupaciones se retiraron. En su lugar, llegó una profunda convicción de que yo estaba donde Dios quería que estuviera. Años más tarde, reunidos para celebrar el Miércoles de Ceniza bajo el cielo de Arizona, la ceniza nos habló a todos. Habíamos aprendido en nuestro viaje de inmersión una verdad liberadora: no somos mesías. Simplemente estamos llamados a servir a otros, a menudo con gestos pequeños, y a hacer lo mejor que podamos el trabajo que se nos ha encomendado. Sentimos esa gracia en el desierto mientras éramos señalados con ceniza. Recordamos que somos polvo, solo que humano. Dejamos sitio para que la gracia de Dios obrara en y por nosotros. Pudimos admitir nuestro pecado y las imperfecciones de nuestras vidas y de nuestro mundo, confiando en que Dios es no solo misericordioso, sino también fiel, y que permanece con nosotros. La ceniza nos recuerda a todos el principio y el fin últimos de nuestra aventura. Por amor somos creados del polvo de la creación, y volveremos un día a nuestro Creador cuando él nos llame a casa. Esto no es un pensamiento triste, sino un liberador recordatorio de lo que –o más bien de Quién– somos fundamentalmente. El precioso tiempo que pasamos en la tierra pone todo en perspectiva y nos inculca una honda gratitud por la vida y el trabajo que se nos han asignado y por las personas que Dios pone en nuestro camino. Como jesuita, mi aventura –simbolizada en la evolución entre un Miércoles de Ceniza y otro– ha estado, sin duda, orientada al exterior. Me ha llevado a muchos lugares distintos. Pero, mirando más a fondo el curso de mi vida, comprendo que el viaje ha sido tan interior como exterior. Con la ayuda de los Ejercicios y de muchas personas buenas, he recorrido el camino de mi mente a mi corazón. He saboreado las gracias que marcan la aventura ignaciana –gratitud, reverencia, dolor, humildad, libertad, compasión, esperanza y gozo– y les he dejado cobrar vida en mi vida.
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Vivir los Ejercicios Espirituales Habiendo viajado por los Ejercicios de varias maneras, puede que te preguntes al terminarlos: ¿Qué hago ahora? Los Ejercicios te proporcionaron una estructura de oración diaria y semanal. Quizá disfrutaste del compañerismo y apoyo de un director espiritual o de un grupo de personas que hacían los Ejercicios. Somos como aquellos discípulos en la habitación de arriba: hemos encontrado al Señor resucitado y nos hemos hecho amigos en el Señor, y ahora miramos con cautela cómo seguir avanzando. Ignacio sería el primero en decirnos que los Ejercicios no son un fin en sí mismos, sino una herramienta para el viaje que tenemos por delante. Son un medio para encontrar a Dios en todas las cosas, para profundizar en tu relación con Cristo, para experimentar mayor libertad interior y para discernir lo que Dios desea para ti. Se espera que hayas saboreado estas gracias. En el curso de las semanas y los meses venideros, estas gracias pueden intensificarse o revelarse de formas nuevas, tanto en tu oración como en tu vida diaria. Por lo común, a estos Ejercicios se les llama escuela de oración. Has aprendido distintos modos de orar: rezar con tus deseos, meditar sobre la Escritura, emplear tu imaginación en la oración, sumergir tus sentidos en lo profundo de la realidad, conversar con Jesús como un amigo, escribir un diario y hacer el Examen diario con espíritu de gratitud. Así que ¡ahora lo primero y más importante es seguir rezando! Ignacio recalcó que el Examen es de particular importancia para desarrollar el hábito del discernimiento. Para estructurar la oración con la Escritura, considera la posibilidad de rezar con las lecturas diarias o semanales del ciclo litúrgico. Todos necesitamos ayuda en la oración; nadie puede hacer el viaje de fe solo. Por lo tanto, sopesa lo siguiente: • Comenzar a recibir dirección espiritual con un director o guía experto. • Apuntarte a un grupo de fe compartida o de oración con otras personas que hayan hecho los Ejercicios, o formarlo. • Comprometerte a practicar con regularidad la lectura espiritual (al final de este libro hay una lista de sugerencias de lectura). 238
• Renovar el compromiso de participar activamente en la vida litúrgica de tu Iglesia. Puede que quieras saber más sobre los Ejercicios o hacerlos de una forma distinta. La lista de lecturas contiene algunos libros instructivos sobre Ignacio y los Ejercicios que pueden estimular más tu apetito espiritual. Plantéate también hacer un retiro dirigido silencioso basado en los Ejercicios, ofrecido por las casas jesuitas de retiros (para más información, puedes visitar la página web de la Compañía de Jesús en tu país). Algunas personas pueden sentir la llamada a ser director espiritual: es bueno hablar de esto con un director experimentado o con tu párroco. Al componer los Ejercicios, Ignacio se sirvió de otras tradiciones espirituales. En tu vida de oración es asimismo saludable que te sirvas de diversas espiritualidades y modos de orar. Así pues, no te limites a la espiritualidad ignaciana. Documéntate sobre otras tradiciones. No olvides que en la Contemplación del amor de Dios, con la que han concluido los Ejercicios, Ignacio nos recuerda que el amor debe demostrarse más con hechos que con palabras. Otra manera de vivir los Ejercicios es servir a los necesitados, incluidos los que necesitan oír las consoladoras palabras del Evangelio y los que son víctimas de la pobreza y la injusticia. A lo largo de los Ejercicios nos hemos encontrado con Cristo pobre y hemos visto cómo Jesús tendía la mano a los marginados. Él predicaba el reino de Dios a cuantos lo escucharan. Considera cómo podrías trabajar directamente con los pobres y los sin voz o defender la justicia social. Considera también las oportunidades de servir como catequista o prestando algún otro servicio en tu parroquia. Algunos viajes terminan para que comiencen otros. Cristo resucitado envió el Espíritu Santo a los discípulos, y el Espíritu les suscitó deseos audaces y santos y los animó a continuar la misión que Jesús les había encomendado en su vida terrena. El Espíritu de Jesús está con nosotros ahora, convocándonos a la aventura que nos espera, mientras respondemos cada vez más a la llamada de Cristo a construir un mundo más justo y afable donde el amor de Dios llegue a todos los rincones. Cuando Ignacio enviaba a sus jesuitas por el mundo en misiones varias, les escribía cartas de instrucción y ánimo. Con frecuencia terminaba esas cartas con palabras que
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pretendían tanto retar como inspirar. Son palabras apropiadas para dejártelas ahora, cuando esperas vivir los Ejercicios en tu vida diaria: «¡Id y prended fuego al mundo!».
† Nada es más práctico que encontrar a Dios; que amarlo de un modo absoluto, y hasta el final. Aquello de lo que estés enamorado y arrebate tu imaginación lo afectará todo. Determinará lo que te haga levantar por la mañana y lo que hagas con tus atardeceres; cómo pases los fines de semana, lo que leas y a quien conozcas; lo que te rompa el corazón y lo que te llene de asombro con alegría y agradecimiento. Enamórate, permanece enamorado y eso lo decidirá todo. P EDRO ARRUPE, SJ
240
Con gratitud Esta guía de los Ejercicios Espirituales en la vida diaria comenzó hace varios años, cuando yo dirigía Ejercicios en distintas modalidades en la Saint Joseph’s University, en Filadelfia, y más tarde en la iglesia católica de la Santísima Trinidad y la Georgetown University, en Washington (D.C.). Estoy en deuda con mis colegas y alumnos de allí que me ayudaron a dar a esta guía su forma actual. Fueron inestimables sus observaciones durante el proceso de intentar escribir una guía que ayudara a la gente a desarrollar su vida espiritual, con la tradición ignaciana como inspiración. Los Ejercicios son una tradición viva transmitida de Ignacio a hombres y mujeres a lo largo de los siglos. Les estoy agradecido a Gerry Blaszczak, SJ, y Howard Gray, SJ, que en distintos momentos de mi formación jesuita me guiaron por los Ejercicios de treinta días. Fueron guías fieles y sabios, y sus vidas de oración y servicio siguen siendo para mí un modelo de la gracia de los Ejercicios. Durante toda mi formación como jesuita, y ahora como sacerdote, Dios me ha bendecido con directores espirituales pacientes, perspicaces y generosos, entre ellos Bruce Maivelett, SJ; Jeff Chojnacki, SJ; Gordon Bennett, SJ; Paul Harman, SJ; John Haughey, SJ, y Howard Gray, SJ. En el verano del 2001, Bill Creed, SJ, y sor Martha Buser, de las Hermanas Ursulinas de Louisville, fueron mis mentores en un retiro de treinta días. Durante los años a lo largo de los cuales fue tomando forma este libro, pude contar con el apoyo, la amistad, el aliento y los buenos consejos de George Witt, SJ; Kurt Denk, SJ; Steve Spahn, SJ; Jeanne Ruesch; Catherine Heinhold; sor Helen Scarry, RJM; Kathleen Looney; Martina O’Shea; Matt Carnes, SJ; Phil Boroughs, SJ; Tim Brown, SJ, y Jim Shea, SJ. Por medio de palabras y ejemplos, cada uno de estos hijos e hijas de Ignacio encendieron en mí la devoción a Cristo, la pasión por el ministerio de los Ejercicios y el celo por «ayudar a las ánimas», como decía a menudo Ignacio. Estoy en deuda con James Martin, SJ, y Brian McDermott, SJ, por tomarse el tiempo de revisar el manuscrito completo de este libro y por animarme fraternalmente. Y con Tim O’Brien, SJ, que con tanto cuidado preparó el texto, comprobó las referencias e hizo estimulantes sugerencias desde el primero al último borrador del manuscrito. Aprecio en particular sus aportaciones al texto explicativo de la Contemplación del amor 241
de Dios. Estoy seguro de que en un futuro no muy lejano estarás leyendo uno de sus libros. Por último, doy las gracias a Vinita Wright y Joe Durepos, de Loyola Press, que ayudaron a alumbrar este libro después de muchos años de gestación. De muchos es el mérito, pero a Dios siempre la gloria.
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Agradecimientos Para el resumen de la vida de Ignacio me he basado en su autobiografía, dictada a Luis Gonçalves da Câmara, en Joseph N. Tylenda, SJ, A Pilgrim’s Journey: The Autobiography of Ignatius of Loyola, Liturgical Press, Collegeville (MN) 1991. También me han resultado útiles John W. O’Malley, SJ, The First Jesuits, Harvard University Press, Cambridge (MA) 1993, y los esbozos biográficos de John J. Callahan, SJ, para el claustro de la Marquette University y Norman O’Neale, SJ, para la Jesuit High School de Nueva Orleans. Para las citas de los Ejercicios he elegido la traducción de George E. Ganss, SJ, en The Spiritual Exercises of Saint Ignatius, Institute of Jesuit Sources, St. Louis 1992. Admito que a los lectores contemporáneos su lenguaje puede resultarles, en parte, poco atractivo; especialmente las referencias a Dios en masculino y las imágenes feudales y militaristas. Sin embargo, creo que es importante que los orantes de hoy tengan un acceso al texto de Ignacio (y, en consecuencia, a su mente y corazón) lo más directo posible. En diversas partes de los Ejercicios remito a los lectores a la traducción moderna que ofrece David L. Fleming, SJ, en Draw Me into Your Friendship: The Spiritual Exercises—A Literal Translation and a Contemporary Reading, Institute of Jesuit Sources, St. Louis 1996). Para mi comentario introductorio de la oración de cada semana, he recurrido a los autores siguientes: George A. Aschenbrenner, SJ, Stretched for Greater Glory: What to Expect from the Spiritual Exercises, Loyola Press, Chicago 2004; William A. Barry, SJ, Letting God Come Close: An Approach to the Ignatian Spiritual Exercises, Loyola Press, Chicago 2001; Dean Brackley, SJ, The Call to Discernment in Troubled Times: New Perspectives on the Transformative Wisdom of Ignatius of Loyola, Crossroad Publishing, New York 2004; Michael Ivens, SJ, Understanding the Spiritual Exercises: Text and Commentary, Gracewing, Leominster (GB) 1998; Joseph A. Tetlow, SJ, Making Choices in Christ: The Foundations of Ignatian Spirituality, Loyola Press, Chicago 2008; y las notas finales del padre Ganss a su traducción de los Ejercicios (antes citada). El comentario vivido de los Ejercicios me lo proporcionaron los directores espirituales con los que he hecho retiros a lo largo de mis años de jesuita. Doy las gracias 243
en particular a Gerry Blaszczak, SJ, y Howard Gray, SJ, que tan gentil y sabiamente me guiaron durante el retiro de treinta días en distintas épocas de mi vida de jesuita. En muchos lugares del libro, mis palabras son reflexiones sobre lo que aprendí de ellos en el curso de tales retiros. Para el comentario del discernimiento de espíritus me he basado en las fuentes aquí mencionadas y en la clara y concisa exposición de las Reglas que hace Timothy M. Gallagher, OMV, en The Discernment of Spirits: An Ignatian Guide for Everyday Living, Crossroad Publishing, New York 2005, y Spiritual Consolation: An Ignatian Guide for the Greater Discernment of Spirits, Crossroad, New York 2007. Hay muchas versiones diferentes del retiro de la decimonovena anotación al alcance de los orantes de hoy. Para diseñar el plan diario y semanal de este retiro, he consultado las fuentes siguientes: James W. Skehan, SJ, Place Me with Your Son: Ignatian Spirituality in Everyday Life, Georgetown University Press, Washington (D.C.) 19913; Carol Ann Smith, SHCJ, y Eugene F. Merz, SJ, Moment by Moment: A Retreat in Everyday Life, Ave Maria Press, Notre Dame (IN) 2000; Joseph Tetlow, SJ, Choosing Christ in the World: Directing the Spiritual Exercises of St. Ignatius Loyola according to Annotations Eighteen and Nineteen, Institute of Jesuit Sources, St. Louis 1989; y John A. Veltri, SJ, Orientations 2, Guelph Centre of Spirituality, Guelph (Ontario) 1998. Debo a Veltri la idea de dividir los Ejercicios en semanas de oración, con meditaciones de la Escritura, u otras, para cada día de la semana. También me apoyo en la autoridad de Veltri para trasladar la Contemplación de la llamada de Cristo, nuestro rey, de su lugar tradicional, al principio de la Segunda Semana, al lugar que ocupa en este libro, detrás de las contemplaciones de la Encarnación, la Natividad y la vida oculta de Jesús. Los textos de la Escritura se toman de la versión de La Biblia de nuestro pueblo, traducción de Luis Alonso Schökel, Mensajero/Sal Terrae, Bilbao/Santander 20112.
244
Recursos espirituales para el viaje de la fe
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Oración en general y modo de orar BARRY, William A., SJ, A Friendship Like No Other: Experiencing God’s Amazing Embrace, Loyola Press, Chicago 2008 [trad. esp.: Una amistad como ninguna: Sentir el abrazo de Dios, Sal Terrae, Santander 2009]. – With an Everlasting Love: Developing an Intimate Relationship with God, Paulist Press, New York 1999. – God and You: Prayer as a Personal Relationship, Paulist Press, New York 1987. GREEN, Thomas H., SJ, Opening to God: A Guide to Prayer, edición revisada, Ave Maria Press, Notre Dame (IN) 2006 [trad. esp.: Abrirse a Dios: Una guía de oración, Sal Terrae, Santander 1998]. – Weeds among the Wheat: Discernment, Where Prayer and Action Meet, Ave Maria Press, Notre Dame (IN) 1984 [trad. esp: Cizaña entre trigo: Discernimiento, lugar de encuentro de la oración y la acción, Narcea, Madrid 1992]. – When the Well Runs Dry: Prayer beyond the Beginnings, edición revisada, Ave Maria Press, Notre Dame (IN) 2007 [trad. esp.: Cuando el pozo se seca: La oración más allá de los comienzos, Sal Terrae, Santander 1999]. LANGFORD, Jeremy, Seeds of Faith: Practices to Grow a Healthy Spiritual Life, Paraclete Press, Brewster (MA) 2007. OLIVA , Max, SJ, Free to Pray, Free to Love: Growing in Prayer and Compassion, Ave Maria Press, Notre Dame (IN) 1994 [trad. esp.: Libertad para orar, libertad para amar: Crecer en oración y compasión, Narcea, Madrid 1996]. RUPP, Joyce, Prayer, Orbis Books, Maryknoll (NY) 2007. T HIBODEAUX, Mark E., SJ, Armchair Mystic: Easing into Contemplative Prayer, St. Anthony Messenger Press, Cincinnati 2001. – God, I Have Issues: 50 Ways to Pray No Matter How You Feel, St. Anthony Messenger Press, Cincinnati 2005.
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Ejercicios Espirituales en general ASCHENBRENNER, George A., SJ, Stretched for Greater Glory: What to Expect from the Spiritual Exercises, Loyola Press, Chicago 2004 [trad. esp.: A mayor gloria: La experiencia de los Ejercicios Espirituales, Mensajero, Bilbao 2005]. BARRY, William A., SJ, Finding God in All Things: A Companion to the Spiritual Exercises of St. Ignatius, Ave Maria Press, Notre Dame (IN) 1991. – Letting God Come Close: An Approach to the Ignatian Spiritual Exercises, Loyola Press, Chicago 2001. BRACKLEY, Dean, SJ, The Call to Discernment in Troubled Times: New Perspectives on the Transformative Wisdom of Ignatius of Loyola, Crossroad Publishing, New York 2004. DYCKMAN, Katherine, Mary GARVIN y Elizabeth LIEBERT, The Spiritual Exercises Reclaimed: Uncovering Liberating Possibilities for Women, Paulist Press, New York 2001. ENGLISH, John J., SJ, Spiritual Freedom: From an Experience of the Ignatian Exercises to the Art of Spiritual Guidance, Loyola Press, Chicago 19952. FAGIN, Gerald, SJ, Putting on the Heart of Christ: How the Spiritual Exercises Invite Us to a Virtuous Life, Loyola Press, Chicago 2010. FLEMING, David L., SJ, What Is Ignatian Spirituality?, Loyola Press, Chicago 2008. GALLAGHER, Timothy M., OMV, The Discernment of Spirits: An Ignatian Guide for Everyday Living, Crossroad Publishing, New York 2005. – Spiritual Consolation: An Ignatian Guide for the Greater Discernment of Spirits, Crossroad Publishing, New York 2007. LONSDALE, David, Eyes to See, Ears to Hear: An Introduction to Ignatian Spirituality, Orbis Books, Maryknoll (NY) 2000 [trad. esp.: Ojos para ver, oídos para oír: Introducción a la espiritualidad ignaciana, Sal Terrae, Santander 1992]. – Listening to the Music of the Spirit: The Art of Discernment, Ave Maria Press, Notre Dame (IN) 1992. SILF, Margaret, Inner Compass: An Invitation to Ignatian Spirituality, Loyola Press, Chicago 1999.
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253
Notas [1] En la presente edición, las citas de la Autobiografía proceden de Ignacio de LOYOLA, El peregrino: Autobiografía, edición de Josep M. Rambla Blanch, SJ, Mensajero, Bilbao 2016 [N. del T.]. [2] Las citas de los Ejercicios Espirituales están tomadas de la edición de Santiago Arzubialde, SJ, Sal Terrae, Santander 2013 [N. del T.]. [3] Thoughts in Solitude, Farrar, Straus, & Cudahy, New York 1958, 83 [trad. esp.: Pensamientos en la soledad: Ansiedad y reconciliación en el corazón humano, Lumen, Buenos Aires 2000]. [4] En David FLEMING, Hearts on Fire: Praying with Jesuits, edición de Michael Harter, Loyola Press, Chicago 2004, 3. [5] «Messenger», en Thirst: Poems by Mary Oliver, Beacon Press, Boston 2006, 1. [6] Merton’s Palace of Nowhere, Ave Maria Press, Notre Dame (IN) 1978, 32 [trad. esp.: El Palacio del Vacío de Thomas Merton, Sal Terrae, Santander 2014]. [7] The Essence of Prayer, Paulist Press, Mahwah (NJ) 2006, 176. [8] United States Catholic Catechism for Adults, United States Conference of Catholic Bishops, Washington (DC) 2006, 463, 479, 480. [9] Oración tradicional citada en William A. BARRY, A Friendship Like No Other: Experiencing God’s Amazing Embrace, Loyola Press, Chicago 2008, xix [trad. esp.: Una amistad como ninguna. Sentir el abrazo de Dios, Sal Terrae, Santander 2009]. [10] David FLEMING, SJ, Draw Me into Your Friendship: The Spiritual Exercises – A Literal Translation and a Contemporary Reading, Institute of Jesuit Sources, St. Louis 1996, 27. [11] New Seeds of Contemplation, New Directions, New York 1972, 31 [trad. esp.: Nuevas semillas de contemplación, Sal Terrae, Santander 2008]. [12] «Praying», en Thirst: Poems by Mary Oliver, 37. [13] Meditations and Devotions of the Late Cardinal Newman, Longmans, Green, and Co., New York 1893, 301. [14] Recogida en Ad Majorem Dei Gloriam: A Collection of Prayers, Pictures and Poems for Friends of the Jesuits, Oregon Province Jesuit Seminary and Mission Bureau, Portland 1979. [15] Letting God Come Close: An Approach to the Ignatian Spiritual Exercises, Loyola Press, Chicago 2001, 55. [16] Fordham University Press, New York 2006; la cita corresponde a la página 74. [Trad. esp.: Centellas ignacianas: Máximas sagradas de san Ignacio de Loyola, traducción de Pedro Muñoz de Zárate, Imprenta y librería de Izquierdo y sobrino, Sevilla 1881]. [17] Albert RAFFELT (ed.), Karl Rahner: Prayers for a Lifetime, Crossroad, New York 1984, 8. [18] Thoughts of St. Ignatius Loyola for Every Day of the Year, 82. [19] Office of Justice, Peace and Integrity of Creation (JPIC), Congregation of Notre Dame, www.jpicvisitation.org/reflections/ prayers/romero.html. [20] Thoughts of St. Ignatius Loyola for Every Day of the Year, 106. [21] The Essence of Prayer, HiddenSpring, Mahwah (NJ) 2006, 74. [22] Louis AUCHINCLOSS (ed.), Theodore Roosevelt: Letters and Speeches, The Library of America, New York 2004, 181-182.
254
[23] Joseph T ET LOW , Choosing Christ in the World, The Institute of Jesuit Sources, St. Louis 1989, 49. [24] Thoughts of St. Ignatius Loyola for Every Day of the Year, 25. [25] Crossroad, New York 2004. La cita corresponde a las páginas 100-101. [26] Citado en Peter 147-148.
VAN
BREEMEN, The God Who Won’t Let Go, Ave Maria Press, Notre Dame (IN) 2001,
[27] New Seeds of Contemplation, 99, 188. [28] En el texto original de los Ejercicios, Ignacio compara primero el espíritu malo a una mujer que riñe con un adversario, y luego a un hombre «vano» que seduce a una mujer y después intenta ocultar la aventura. Tales analogías ofenden, con razón, a las sensibilidades modernas y, de hecho, delaten la propia estima de Ignacio por las mujeres y los hombres con quienes trabajó y compartió los Ejercicios. Siguiendo a David Fleming, SJ, reemplazo la imagen de la mujer pendenciera por la de un niño mimado y convierto al amante falso en hombre o mujer indistintamente. Lo fundamental para comprender la regla no son la edad ni el sexo de la persona propuesta, sino su conducta. Mantengo la tercera imagen, la del jefe militar. [29] United States Catholic Catechism for Adults, 486. [30] Estas palabras se hallaron, a su muerte, escritas en un papel que guardaba en su devocionario. [31] Citada en John A. MULLIN, Stay with Us: Praying as Disciples, Resurrection Press, Williston Park (NY) 1995. [32] The Mystery of Faith, St. Anthony Messenger, Cincinnati 2004, capítulo 3. [33] Citado en John A. MULLIN, Stay with Us: Praying as Disciples, Resurrection Press, Williston Park (NY) 1995. [34] Rainer Maria RILKE, Letters to a Young Poet, W. W. Norton and Co., New York 1963, 18-19 [trad. esp.: Cartas a un joven poeta, Rialp, Madrid 2016]. [35] Op. cit., 49. [36] Citado en HART ER , op. cit., 134, 111. [37] Tomado de Friends of L’Arche Atlanta, www.friendsoflarcheatlanta.org/what.html . [38] The Need and the Blessing of Prayer, The Order of St. Benedict, Inc, Collegeville (MN) 1997, 101 [trad. esp.: De la necesidad y don de la oración, Mensajero, Bilbao 2004]. [39] Confesiones, libro I. [40] Toward the Future, Harcourt Brace Jovanovich, New York 1975, 86-87. [41] The Heart of God: Prayers of Rabindranath Tagore, selección y edición de Herbert F. Vetter, Tuttle Publishing, Boston 1997, 44. [42] Esta oración, atribuida a santa Teresa, se halla en diversas fuentes. La presente versión aparece en MULLIN, op. cit. [43] Documentos de la 33.ª Congregación General de la Compañía de Jesús, septiembre de 1983.
255
Índice Portada Créditos Índice Comenzar El viaje de Ignacio de Loyola
2 4 6 10 14
El joven caballero El peregrino El alumno El fundador
15 17 19 20
La aventura ignaciana
23
Los Ejercicios Espirituales Los movimientos de los Ejercicios Discernimiento
24 26 28
Senderos distintos, un mismo viaje
30
Modos de hacer los Ejercicios Cómo se puede utilizar este libro
31 32
Prepararse para la aventura
35
Recógete Reza pidiendo la gracia Haz la oración Cierra tu oración Repasa la oración
37 38 39 40 41
Nota para los directores espirituales y los directores de retiros Comienza la aventura: Al encuentro del amor incondicional, creativo y atrayente de Dios Semana de oración 1: El amor incondicional de Dios por mí † El «Prosupuesto» de los Ejercicios Espirituales Semana de oración 2: La creación perpetua de Dios Semana de oración 3: La intimidad de la oración † Las distracciones en la oración † Imágenes de Dios 256
43 45 50 54 55 59 62 63
Semana de oración 4: La invitación de Dios a mayor libertad † La repetición ignaciana Semana de oración 5: El Principio y Fundamento † Principio y Fundamento (versión original) † Principio y Fundamento (versión contemporánea)[10] Semana de oración 6: Dios me llama † La oración ignaciana de la conciencia: el Examen 1. Reza pidiendo la ayuda de Dios 2. Da gracias por los dones de este día 3. Reza sobre los sentimientos significativos que afloran mientras revisas el día 4. Alégrate y pide perdón 5. Mira al mañana
La «Primera Semana»: Experimentar la ilimitada misericordia de Dios
65 68 70 73 74 76 80 80 80 81 82 82
83
Semana de oración 7: La realidad del pecado † El coloquio Semana de oración 8: Mi propia historia de pecado y gracia Semana de oración 9: Las causas y las consecuencias del pecado † La experiencia del aburrimiento o de la aridez en la oración Semana de oración 10: El amor misericordioso de Dios por mí † Introducción al discernimiento de espíritus
91 96 98 102 107 110 113
La «Segunda Semana»: Acompañar a Jesucristo en misión
117
Semana de oración 11: La Contemplación de la Encarnación † Ligeros recordatorios Antes de tu oración Durante tu oración Después de tu oración Semana de oración 12: El nacimiento de Jesús † La contemplación ignaciana: la oración imaginativa Semana de oración 13: La infancia de Jesús † Reglas para el discernimiento de espíritus: cómo obran el espíritu bueno y el espíritu malo Semana de oración 14: La vida oculta de Jesús † Reglas para el discernimiento de espíritus: guardar las gracias de consolación 257
124 128 128 128 129 130 133 135 137 139 141
Semana de oración 15: La llamada de Cristo, nuestro rey † La pobreza de espíritu Semana de oración 16: Comienza el ministerio público de Jesús † Reglas para el discernimiento de espíritus: hacer frente a la desolación espiritual Semana de oración 17: Meditación de dos banderas Semana de oración 18: La llamada y el precio del discipulado † Reglas para el discernimiento de espíritus: razones por las que experimentamos la desolación Semana de oración 19: Tres maneras de amar Semana de oración 20: El ministerio público de Jesús † Reglas para el discernimiento de espíritus: tres metáforas de cómo actúa el enemigo en nuestras vidas El enemigo se porta como un niño mimado El enemigo obra como un falso amante que usa a otra persona para sus propios fines El enemigo actúa como un jefe militar que persiguiendo sin tregua un objetivo en la batalla Semana de oración 21: El reino de Dios Semana de oración 22: Jesús como ser humano y como ser divino † La Elección: Ejercicios Espirituales 169-189
142 147 149 152 155 161 166 168 172 174 174 175 176 178 181 184
La «Tercera Semana»: Estar con Jesús en su sufrimiento y saborear 189 la gracia de la compasión Semana de oración 23: El camino del Calvario † Reglas para el discernimiento de espíritus: distinguir entre la consolación espiritual auténtica y la falsa Semana de oración 24: El arresto de Jesús † Reglas para el discernimiento de espíritus: descubrir la falsa consolación espiritual Semana de oración 25: El sufrimiento y la muerte de Jesús Semana de oración 26: El misterio pascual
La «Cuarta Semana»: Experimentar el gozo y compartir la consolación del Señor resucitado Semana de oración 27: La resurrección de Jesucristo Semana de oración 28: La vida resucitada Semana de oración 29: Contemplación del amor de Dios 258
194 197 200 203 205 208
211 216 219 222
Semana de oración 30: La vida en el Espíritu Semana de oración 31: Recoger las gracias Semana de oración 32: Mirando hacia delante con esperanza
Una aventura que continúa Vivir los Ejercicios Espirituales Con gratitud Agradecimientos Recursos espirituales para el viaje de la fe Oración en general y modo de orar Ejercicios Espirituales en general Los jesuitas y su historia Guías y ejercicios de oración Lectura espiritual
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