L.a. Day - Barbarian Mate-Las Exc 29
April 8, 2017 | Author: Irma Luisa Olmedo | Category: N/A
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El Club de las Excomulgadas
Agradecimientos Al Staff Excomulgado: Al Staff Excomulgado: Mdf30y por la Traducción completa del Libro; Taratup por la Corrección; Anyab74 y AnaE por la Diagramación y a Dannen Lectura Final y corrección de la traducción de este Libro para el Club
A las Chicas del Club de Las Excomulgado, que nos acompañaron en cada capítulo, y a Nuestras Lectoras que nos acompañaron y nos acompañan siempre. A Todas…. Gracias!!!
L. A. Day – Compañero Bárbaro
de Las Excomulgadas…
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El Club de las Excomulgadas
Argumento:
En la tierra de Barbar, las hechiceras son criadas en un reino separado de los bárbaros. Las hembras solo buscan a los hombres para la reproducción.
Eliza es la futura sacerdotisa del clan femenino y es hora de recoger la semilla. Como joven hembra, escoge a Bruton como su donante de semen. Sus ondulados músculos y dulces palabras la habían fascinado, pero supo que no podría aceptar nada más además
con su compañero Bárbaro.
L. A. Day – Compañero Bárbaro
de su semilla. La gente la necesitaba y debía volver a ellos, incluso dejando el corazón
Eliza no recuerda nada de su infancia en Barbar, pero Bruton si, la recuerda de hace dos años, cogiéndola espiándolo mientras se bañaba. Era demasiado joven para acoger su
semilla, así que la liberó. Ha estado esperando el día en que Eliza regrese, pero esta vez pretende quedársela. Y la unirá a su cuerpo para mantenerla a su lado, pero ¿puede su
amor y su explosiva pasión vincular su corazón con el suyo o volverá a marcharse a su pueblo con su semilla y su corazón?
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El Club de las Excomulgadas
Capítulo Capítulo 1 ¡Bárbaro! La palabra estalló en los labios de Eliza. La cólera y la frustración la inundaron cuando miró a los guerreros desmontar en el centro del pueblo. Una mujer del clan avanzaba escoltando a los desaliñados cautivos a la entrada de la comunidad. Los pensamientos de lo que Bruton podía hacerle a los cautivos estropearon la alegría de volver a verlo. Tirando las riendas de su semental a un niño, Bruton se metió en su pabellón, ignorando a las mujeres. Eliza tensó los hombros, los celos no eran una emoción aceptable para la futura Sacerdotisa de Liberian, pero temía que era lo que rugía en su pecho. ¿Bruton se habría apareado con alguna de las mujeres? Cuadró sus hombros y levantó su barbilla. No importaba, ya que su único interés en el bárbaro era su semilla. Eliza
ahora su orgullo no se lo permitía. Consideró a un clan rival, otro donante de semilla, pero su estómago se rebeló ante el pensamiento. No. Era la semilla de Bruton la que quería. En cuestión de minutos, la tapa de la tienda de Bruton se separó y salió. Despojado del traje tradicional del guerrero, estaba de pie ahora con los muslos ampliamente separados, vestido sólo con los pantalones tradicionales y botas hasta las rodillas. Su pelo negro colgaba sobre sus hombros y los músculos de sus brazos se flexionaron cuando levantó su mano en saludo a otro bárbaro. Su lengua se pego al paladar en su boca repentinamente seca. Tenía la edad suficiente y estaba lista para su semilla. Apretó sus muslos, y la humedad se escapó de su centro. Estaba lista, lista para el acto de tomar su simiente. Tasha, su amiga desde hace mucho tiempo, salió de una tienda cerca, seguida
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pensaba caminar hasta el pueblo para conseguir la simiente que requería, pero
por Tilo, su donante de semilla. Era bueno ver que Tasha estaba bien, y era obvio que le daría a su bárbaro un bebe. Desde la distancia, no podía discernir las palabras, cuando Tilo se acercó a su jefe militar. Bruton colocó una mano en 4
El Club de las Excomulgadas el hombro de Tilo mientras hablaban. Una sonrisa repentina encendió la cara, por lo general sombría de Bruton con las palabras de Tilo. Todo lo que dijo Tilo había complacido a Bruton. Se preguntaba si hablarían de mujeres. Tocó madera, esperando que no entrara en la tienda comunitaria, no estaba segura que su corazón pudiera hacer frente a ese golpe. Su aliento dejo su cuerpo de prisa cuando él giro sus talones y se dirigió hacia el río. Sus pantalones ajustados delinearon sus muslos bien desarrollados y su culo, trayendo un gemido a sus labios. Caminando silenciosamente entre los árboles, alcanzó el borde del río. La desilusión llameó por causa del agua del estanque que escondía sus impresionantes formas de sus ojos.
Bruton holgazaneó en el agua, empapando sus cansados músculos. Había sido un viaje difícil, rescatando a las mujeres capturadas por un clan rival. La batalla había sido sangrienta, causando varias muertes, pero por suerte, ninguno era de su clan. La frescura del agua le relajo sus muchos achaques y dolores, pero no el dolor palpitante de su polla. Tilo acababa de decirle que Eliza había entrado en su reino. Sabía que su tiempo se acercaba y ahora su solitaria espera había llegado a su fin. Sin embargo, las dudas plagaban su mente. Tasha, a través de Tilo, le había asegurado que intentaría obtener su semilla. ¡Ay! Temía que fuera todo lo que ella quería. ¿Y si no la complacía lo suficiente y ella no quería quedarse? ¿Podría permitir que volviera a su aquelarre, tomando su simiente con su descendiente con ella? De todas las cosas en las que confiaba, siempre estuvo seguro de él y de sus habilidades, pero ahora mientras sus ojos
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exploraban los árboles en busca de movimiento, sus manos temblaban con violencia por la emoción que trataba de mantener a raya.
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El Club de las Excomulgadas Un ligero movimiento de las ramas reclamó su mirada. Un destello rubio entre el verde, su largo cabello era un faro para su mirada hambrienta. Se veía tan nerviosa como se sentía él. En su caso, había una buena razón. Ella nunca se había apareado antes, al menos no con un hombre. Tilo le había hablado de las historias de horror que los liberianos enseñaban a sus hijas sobre los varones bárbaros. Probablemente esperaba que él la tomara por la fuerza, sin ser cuidadoso con su dolor o con sus sentimientos. En las sombras de los árboles, se puso de pie, orgullosa, sus labios curvándose ante su mirada. Sus pechos llenos desnudos, coronados con pezones, grandes y oscuros. Su cuerpo ardió en llamas. La frescura del agua no podía parar que su
había acostado con mujeres desde su juventud, pero ninguna le agitaba como ella lo hacía. Había venido a él en busca de su simiente pero tenía la intención de tener más. Su polla palpitó en la necesidad negada durante mucho tiempo, pero no dio la bienvenida al deseo casi aplastante. La paciencia era una virtud, y la probó profundamente mientras esperaba su movida. ¡Ay!, si pudiera ganar su corazón como su cuerpo, el tendría que proceder con cautela, no apresurarla como un ciervo en celo. **** Eliza se apartó del árbol, limpiando sus sudorosas palmas en la delantera de su falda. Tragó profundamente, mirando tímidamente hacia abajo, a sus pechos desnudos. Las mujeres de su pueblo llevaban chalecos, para esconder sus pechos. ¿Le desagradaba verla vestida con tan poco? No había ninguna
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polla llegara a toda su longitud excitada ante el tímido acercamiento de ella. Se
necesidad de modestia en una congregación totalmente femenina. Los pechos eran vistos, sólo como otra parte más del cuerpo, usados para amamantar a un bebe. Sin embargo, aquí parecía obsceno e indecente tenerlos a la vista. Levantó
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El Club de las Excomulgadas las manos para cubrir los montículos de carne cuando se elevaban y caían rápidamente con su apresurada respiración. Jadeó asombrada. Sus pezones se tensaron y sensibilizaron al tacto. Fue algo muy curioso, y se pasó las palmas de las manos por las puntas alcanzando su punto máximo. Los pezones tensos se rozaron a través de las palmas y unas vibraciones zumbaron como un tiro caliente por su entrepierna. Soltó un suspiro inestable y apresuradamente bajó sus manos. ¿Podría acercarse a él llevando sólo una falda? Retorció sus manos nerviosamente. ¿Podría dejarlas caer, y exponer sus rizos inferiores a sus ojos, y reunirse con él en el río? Pensaba que estaba lista, pero ahora no estaba segura. Había participado en misiones peligrosas y nunca su corazón aporreó como si
Su respiración se hizo rápida, tensando su estómago. Lamentó no poder estar más presentable. La humedad entre los árboles era aplastante, los dos soles de Barbar eran implacables y probablemente olía como un jabalí. Centrando sus energías, cerró los ojos y se concentró. Una brisa fresca se levantó, revoloteando pétalos de flores alrededor de ella, en una caricia fragante. Abrió los ojos y el viento desapareció. Se sentía mejor preparara para enfrentarlo. Todavía cavia la posibilidad de que no la deseara. Después de todo, probablemente se había apareado recientemente con una o más cautivas. Aquel pensamiento quemó en su corazón. Poco importaba su aspecto, sólo necesitaba su semilla, y ya que era un bárbaro, se aparearía con cualquier mujer. Probablemente no era la primera en tomar la semilla de Bruton, y tampoco sería la última. Sus labios se curvaron hacia abajo con aquel pensamiento conmovedor. Nunca le pregunto a ninguna del aquelarre con quién había engendrado a sus bebes, temerosa, no lo quiso
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fueran muchos tambores en su pecho.
saber.
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El Club de las Excomulgadas Salió de las sombras, con la barbilla inclinada y la mirada fija buscando audacia. Sin dejarle ver su miedo, su vulnerabilidad. Tenía una misión que cumplir y lo haría con éxito antes de volver a su clan. Sus pasos vacilaron cuando él se puso de pie en el agua. Una luz tenue brillaba en el agua a través del contorno de su potente pecho. Lo dudo un momento cuando algo se balanceó fuera del agua cerca de él. Era la cabeza de su vara, rebosante saliendo del río como si fuera un avistamiento de una serpiente. Tragó saliva ante la visión y continuó su camino. Lentamente, él se acercó al banco de arena y se mantuvo firme, sin hacer ningún movimiento hacia ella. Sus miradas chocaron y sus ojos oscuros brillaron con su hambre interior, atestiguando claramente que deseaba su cuerpo. Una leve brisa agitó su cabello y le llevó el olor de pino unido al de la testosterona. Esto llenó sus pulmones y su nariz
Esquivando la cabeza bajo su ardiente mirada, metió un dedo del pie desnudo en el agua fría, lo que desencadenó olas, que una vez más atrajeron la mirada hacia él. Las manos de Eliza temblaron cuando alcanzó el lazo que sostenía la falda en su lugar. Lo había visto bañarse en muchas ocasiones. También había visto a otros, pero ahora no podía recordar a ninguno de ellos. Su perfección masculina dispersó sus pensamientos. Trató de hablar, pero un sonido apagado salió de su boca. Lamió sus secos labios. “Ven, mi princesa. Ven y toma lo que quieres,” su profunda voz era ronca, más ronca de lo que recordaba. Con un brazo extendido, él le hizo señas a su lado. Se quedó hipnotizada, paralizada ante los vigorosos músculos de su pecho y los ondulantes de sus
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llameó, respirando profundamente el olor embriagador.
brazos. No formes un lazo con el donante de la semilla. Las palabras de la anciana madre se repetían en su cabeza. ¿Cómo iba a tener lo que quería de un hombre tan poderoso? Le habían dicho que la carne masculina era débil, pero no se lo
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El Club de las Excomulgadas parecía tanto a ella. El tamaño de sus bíceps rivalizaba con el de sus muslos. Era evidente que obligarlo no era ninguna opción. Finalmente, cuando logró tragar el nudo de su garganta, inclinó su cabeza arrogantemente, desató la falda y la dejó caer. Con los pies ligeramente separados y las rodillas cerradas, se mantuvo de pie orgullosamente, desnuda ante él, esperando que no pudiera ver su miedo. El calor de su mirada fija viajó despacio de sus pechos a su ingle, tenía las manos en puños para detenerlas y no cubrir su desnudez. Su mirada ardiente parpadeo de nuevo a ella. “Tu belleza rivaliza con la de una diosa. Ven a mí.” Su voz sedosa fue una orden y la atrajo. Después de un momento, sumergió la cabeza primero entrando en la bienvenida del agua.
Las rodillas de Bruton casi se doblaron ante tal perfección. Era más hermosa de lo que recordaba. Alta y esbelta, con músculos tonificados y fiemes. La piel bajo su falda estaba pálida, pero el resto de ella brillaba como el oro con el beso del sol. Los rizos rubios cubrían el nido de entre sus muslos lisos. Muslos que separaría pronto para su boca y su polla. La respiración se volvió inquieta, pero no podía permitir que lo viera. A medida que desaparecía bajo el agua, cerró los ojos por un momento, reuniendo sus fuerzas. Necesitaba todo su control para no arruinar la única oportunidad que jamás podría tener para ganar su confianza y su corazón. Su cabeza salió a la superficie del agua a un pie de donde estaba clavado en el suelo. Lo miró con arrogancia, de modo desafiante, con los ojos azules
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destellando con el miedo y lo que esperaba que fuera deseo. Su largo pelo peinado hacia atrás de su cara reveló perfectamente sus rasgos. “Sabes porqué estoy aquí.” Sus palabras fueron una declaración más que una pregunta.
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El Club de las Excomulgadas Encontró su ansiosa mirada y asintió en reconocimiento cuando se deslizó más cerca de ella. Deteniéndose a corta distancia. “¿Me darás tu semilla voluntariamente?” le preguntó, con los ojos mirando como dardos a lo lejos, lamiendo nerviosamente sus labios. La necesidad roía sus tripas en movimientos errantes. Su sangre encendida rugía por sus venas y gotas de transpiración puntearon su labio superior, deseando que el agua fuera unos grados más fría. Bruton resopló ante su pregunta. “¿Crees que podrías tomar mi semilla por la fuerza?” Una imagen brilló ante sus ojos. Desnudo, atado y extendido en la tierra como un agüilla con las alas abiertas, su pene rígido estaba apuntando directamente
hacia arriba cuando la bruja descarada se preparaba para
rápidamente lo desterró de su cabeza antes de que hiciera algo de lo que podría lamentarse. “Hay maneras”. Su voz sedosa jugó haciendo estragos con sus nervios mientras ella trataba de mantener una confianza que no poseía. “Modos que dudo que tu sepas o seas capaz de intentar por ti misma. Pero no temas, permitiré que tengas mi semilla.” Sus ojos bajaron a los globos llenos de sus pechos. “Voy a colocarla en lo más profundo de tu cuerpo, donde seguro echará raíces.” Un pequeño quejido dejo sus labios antes de que ella pudiera impedirlo. “Ven a la orilla entonces, tendré tu semilla ahora, y seguiré mi camino.”
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montarlo. El calor líquido inundó sus venas con este pensamiento, y
Una risa profunda escapó de los labios de Bruton. “Eso no es como imaginé tomándote.” Pequeño diablo batallador, pensó que el bombearía su semilla ante
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El Club de las Excomulgadas su orden. Obviamente, estaba acostumbrada a dar órdenes. Aprendería a someterse a él en cuerpo y alma. “¿Por qué? Conseguirás lo que quieres, una mujer complaciente que puedas tomar, y yo conseguiré lo que necesito.” Mientras hablaba, se acercó a la orilla, el agua era menos profunda, y mostraba otra vez el fruto delicioso de la apretada punta de sus senos. Eran altos, plenos, maduros para su lengua. Bruton tragó profundamente. Acercándose, levantó una mano sin tocarla, que permitió que el agua arrastrara las yemas de sus dedos a través de sus pezones que sobresalían. Un sorprendido suspiro salió de sus labios. Tenía la piel enrojecida y un punto de pulso latía visiblemente en su cuello. El deseo se movía en espiral por su sistema, su pene se extendía entre ellos en toda su
miembro rozó la parte baja de su estomago. Su aliento silbó de sus pulmones. Se suponía que debía ser él que tenía control. “No tienes idea de los que quiero o lo que tu requieres.” “Si no estás dispuesto, puedo buscar a otro,” resopló ella y giró sobre sus talones. Sus palabras le enfurecieron y le agarró el brazo, tirándola hacia él. Las puntas de sus pechos le rozaron el suyo y la longitud hambrienta de su excitación pinchó la piel de seda de su estomago mientras luchaba contra él. Un gruñido retumbó en su garganta, la bruja le empujaba demasiado lejos. “No habrá ningún otro.” Inmediatamente, aflojó su presa, esperando que su reacción acalorada no le confirmara su imagen como un bárbaro sádico. No tenía la intención de perder los estribos, pero pensar en ella con otro hizo hervir
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longitud como si intentara llegar a ella. Se acercó un poco más y la cabeza de su
su sangre ya caliente. “¿Quieres mi semilla?” “Sí, pero todo esto no es necesario.” Eliza pareció dudar, y él rozó una mano a lo largo de la piel de seda de su mejilla. 11
El Club de las Excomulgadas “Yo lo requiero. Tu lo necesitas, si quieres disfrutar de nuestro acoplamiento.” Ella se retorció en su abrazo y su pene se deslizó a lo largo de su suave carne. Apretó los dientes para reprimir el deseo ardiente de arrastrarla a la orilla y sepultar su miembro en su cuerpo virgen. Había pasado demasiado tiempo desde que había sentido el calor del cuerpo de una mujer. “No necesito ningún placer, sólo tu semilla.” Sus ojos abiertos brillaron y sus labios temblaron, el temió que estuviera cerca entrar en pánico. “Complacerme es la única manera de conseguir mi semilla y ahora no lo estás haciendo.”
Eliza quiso relajarse en su abrazo. Se sometería a las costumbres de apareamiento de este bárbaro si así era como conseguiría lo que necesitaba. Brazos como la más gruesa de las vides se entrelazaban con ella, levantándola fácilmente como si se tratara de una mujer pequeña. Su caliente piel se presionaba fuertemente sobre la de ella mientras caminaba su vara rosaba en su trasero. Se estremeció nerviosamente. El tamaño de Bruton y su fuerza
la
hicieron sentirse pequeña por primera vez desde que pudiera recordar. Se enorgullecía de su estatura, de su tono muscular y fuerza, pero por una vez, era un placer ser la más débil, la mimada. Cuando llegaron a la orilla, la depositó suavemente en el suelo. La hierba estaba fresca y cosquilleó en contra de su piel desnuda, pero le dio poca importancia. Bruton se puso sobre ella, desnudo y fieramente excitado. Sus manos se
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apoyaban en sus delgadas caderas y su miembro reventaba poderosamente a través de una mata de rizos de medianoche, bajo los cuales colgaba el pesado saco de su semilla. Se lamió los labios inconscientemente. Estando sobre ella, el 12
El Club de las Excomulgadas parecía un Dios pagano, un Dios de la guerra. Sus ojos se posaron sobre la erección que sobresalía densamente. No se había imaginado su tamaño. Con una vara tan potente, podía ser el Dios del amor. ¿Existía el Dios de la lujuria? Se preguntó con su centro pulsando y humedeciéndose. Se movió agitada, mordiéndose el labio inferior cuando retuvo un gemido. Sin duda, con tal eje le causaría un daño irreparable. Se tragó la protesta. Era su deber separar los muslos para él. Impacientemente movio las piernas bajo su oscura e intensa mirada. Era su obligación aceptar su polla en su cuerpo. Un escalofrío de anticipación barrió por su columna vertebral. Sus ojos brillaban ante el enorme bárbaro. Era solo su deber, se dijo. Bruton cayó al suelo junto a ella, rodando a su lado. Le retiró el pelo mojado de
estaba nervioso por darle su simiente? Se preguntó. Los ojos marrones llenos del calor de la pasión se fijaron en ella en el acto. No podía moverse, no quería moverse. Tragando profundamente, volvió sus ojos a la distancia, incapaz de sostener su mirada un momento más. “Tal vez sería mejor simplemente acabar de una vez.” “Shh, no tienes ni idea de lo que dices.” Su tono era tan suave como su mano en su mejilla. Estaba sorprendida. Incluso aunque su pene totalmente hinchado rosara su muslo, no parecía tener ninguna prisa en perforar su virginidad. Pensaba que el caería sobre ella a la primera oportunidad. Las mayores habían insinuado que el único uso que un bárbaro le daba a una mujer era hundir su vara en ella tan a menudo como fuera posible.
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su cara y ella se sorprendió de notar un leve temblor en su mano. ¿Por qué
“Entiendo lo que es n-necesario”, balbuceó ella, odiando su propia incertidumbre. Su traidor cuerpo se quemaba con su toque pero de todos modos temía lo que iba a venir. Sabía que habría dolor, pero como una
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El Club de las Excomulgadas sacerdotisa,
aprendió
a
ignorar el dolor.
Temía
a
lo
desconocido, los sentimientos caóticos plagaban su cuerpo. La sensibilidad de sus pechos, el revoloteó de su corazón, la inusual humedad entre sus muslos, todo daba una pausa a su mente atormentada. No sabía la razón de ninguna de estas dolencias. Solo una vez antes la habían sacudido esas sensaciones en su cuerpo, fue dos años atrás en los brazos de este hombre, cuando él las encontró a ella y a Tasha espiándolo mientras se bañaba. “Puede que sepas lo que es necesario, pero no tienes ni idea de lo que se necesita. Todavía no de todos modos.” Al pronunciar esas palabras, bajó la cabeza hasta que sus labios rozaron su mejilla y su oreja. El mordisqueó el lóbulo antes de que su lengua se precipitara dentro de su concha. Eliza saltó,
Apretó sus ojos cerrados, y comenzó a cantar en su cabeza. No voy a disfrutar de esto. Sólo tomaré lo que necesito—lo que requiero—no necesito. “Abre tus ojos,” una profunda voz, aterciopelada ronroneó en su oído y un temblor recorrió su columna directamente hacia su corazón. “No.” Sacudió su cabeza y apretó sus ojos bien cerrados. Se puso tensa y trato en vano de contener sus emociones errantes que causaban estragos en su cuerpo. “¿Por qué? ¿Tienes miedo?” le lanzó un insultante desafío.
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asustada por esa acción y el cosquilleo de la conciencia disparó por su cuerpo.
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Capítulo 2 Unos ojos azul cielo se abrieron. “No temo a ningún hombre mortal, ni siquiera a un bárbaro.” Bruton ahogó la risa, de cualquier manera ella había cambiado muy poco. Conocía sus debilidades y sus puntos fuertes. Se negaba a mostrar ninguna debilidad frente a un hombre. Sabía que con el fin de tenerla de compañera tendría que doblegarla. Enseñarla a someterse a su voluntad y a sus necesidades, de tal manera que no destruyera el corazón independiente que latía dentro de esta mujer. Su tarea sería difícil pero no imposible. Por su reacción hacia él, se dio cuenta de que se sentía profundamente atraída aunque no lo supiera o no lo admitiera a sí misma. Era normal, los urgentes impulsos sexuales estaban reprimidos con las enseñanzas del Aquelarre. Acercándose, le permitió a su cuerpo rozar
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el suyo, el tacto de su piel era electrizante. Se había unido a otras en el pasado, pero
nunca tuvo su piel chisporroteando ante el solo contacto con la carne desnuda de ella. El cerró sus ojos, gimiendo interiormente, esta sería la prueba más ardiente para su control hasta este momento.
“Tal vez deberíamos hacer esto en una posición más tradicional,” las palabras salieron de su boca con voz suave.
¡Posición tradicional! Sus cejas se dispararon hacia arriba. ¿Qué consideraba como posición tradicional? Supuso que ella querría estar encima, controlando la situación. Aunque
disfrutaría que lo montara enormemente, pudo imaginarse sus pechos rebotando
mientras su vagina apretada se deslizara arriba y abajo de su rígido pene. ¡Ay!, el no creía que fuera la mejor posición para su primera vez. “¿Qué posición es esa?” le susurro al oído, antes de morder su lóbulo. Su cuerpo se puso rígido. “Creo que yo estaría sobre mis manos y rodillas, mientras que tú te colocas detrás de mí.” Agachó la cabeza, incapaz de encontrar su mirada fija cuando 15
El Club de las Excomulgadas murmuró en voz baja las instrucciones. El parpadeó cuando la idea se pintó claramente en su mente. Riéndose en silencio de sí mismo, sonrió. Debería haber adivinado. Su clan quería que la tomara como un animal, que la montara como si ella fuera una perra en celo. De tal forma que la intimidad fuera eliminada, sin contacto visual, sin unión de bocas, nada excepto la conexión de las ingles para la entrega de la semilla. Sacudió la cabeza con disgusto ante las enseñanzas de los Liberianos, y ellos llamaban a su clan bárbaro. No era que la posición elegida fuera poco atractiva, pero no funcionaría para la primera unión. No si esperaba tenerla a su lado para siempre. No, una posesión más suave era obligatoria para iniciar a una virgen en el acto de hacer el amor. “No pienso que sea la mejor opción para nuestra primera vez.”
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“La primera vez,” su tono se elevó a uno chillón. “Va a tomar muchas… muchas veces para satisfacerme, para satisfacerte.” Inclinó la cabeza para encontrar su mirada cuando su pulgar acarició su lleno labio inferior. ******
Sorbiendo su labio inferior en la boca, mordió la sensible carne. Eliza observó de cerca al bárbaro cuando pequeñas chispas de fuego subían por debajo de su piel. Por la mirada
bajo los parpados pesados del bárbaro, sintió su corriente también. Tenía que ser parte del engaño de los soldados bárbaros. Conocía sus trucos, las ancianas le habían advertido. Debía conservar su ingenio con ella y mantener el control de la situación.
“Sólo requiero tu semilla no…” El resto de sus palabras se perdieron en su boca. Como si
un rayo le hubiera golpeado, no sentía más que su que su descarga. Suave pero firmemente sus labios cubrieron los de ella y el calor se deslizó por sus venas. Su lengua acarició a través de sus dientes antes de sumergirse en su boca. Gimió ante la dulce invasión, sus dedos se enterraron en la hierba de debajo de ella, agarrándola con fuerza,
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El Club de las Excomulgadas así sus manos no iban a traicionarla. Todo su cuerpo se colocó encima de ella, su piel rozó el torso desnudo con su pecho desnudo. Su muslo aterrizó entre sus piernas, y ella involuntariamente se arqueó contra él y su carne tensa golpeó sus sensibles pliegues. “Por la Diosa,” dijo ella con voz entrecortada, esto estaba mal sin duda. Era uno de los rituales de apareamiento prohibidos y debía acabarlo. Involuntariamente se arqueó de nuevo. Gimió en su boca, tenía que encontrar pronto la fuerza para detener esta locura. “Sí. Tú también lo sientes. Eres más dulce que la savia, más caliente que los dos soles de Barbar.” Su lengua se arrastró por un malvado camino a lo largo de la línea de su mandíbula. Era una certeza que esto estaba escrito en el credo como algo que no había hacerse. No
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tocar la boca, no acariciar el cuerpo con las manos, no usar la boca en ninguna parte del cuerpo, solo la unión de los genitales para la entrega de la semilla. Su olor almizclado la inflamó y ella gimió cuando sus labios encontraron los suyos una vez más.
“Bendito sea”, murmuró con las manos apretando la hierba. No veía el daño en esta
deliciosa transgresión, siempre y cuando consiguiera descendencia. Cuando él bajo su cuerpo totalmente sobre el de ella, se dio cuenta de la locura de su complicidad. Su centro empapado de crema se deslizaba suavemente a lo largo de su denso musculo del muslo y su voluntad de resistir se derrumbó.
Ella jadeó contra sus labios, sorbiendo el aliento de sus pulmones. Tirando de la hierba
desde las raíces, la arrojó al aire cuando se agarró a sus bíceps. La hierba revoloteaba alrededor de ellos, pegándose a su carne húmeda, caliente, pero apenas se dieron cuenta.
Los músculos de sus grandes brazos se doblaron y se endurecieron en su abrazo pero su piel era suave y caliente. Sus dedos se glorificaron con el descubrimiento de una piel tan lisa y caliente. Por mucho que le gustara esto, sabía que debía apartarlo. Justo cuando
intento apartar sus labios, él cambió, su sedoso peo en pecho le hizo cosquillas en sus 17
El Club de las Excomulgadas pechos, en sus pezones y sus muslos golpearon la tierna carne entre sus piernas. Su ingenio se dispersó con los vientos de cambio. “Dulce Diosa, ayúdame,” ella suplicó cuando su sangre atronó como un tambor salvaje en sus oídos. ***** Bajándose el mismo, gruñó ante la exquisita tortura. Sus senos eran un cojín encantador para su pecho y sus muslos acunaban su dolorido miembro como un cálido capullo, como si estuviera hecho sólo para él. Su pene estaba duro y pesado, empujando contra el territorio virgen. Estaba dispuesta y él había esperado el tiempo suficiente. Apretando los dientes, se obligó a reducir la velocidad. No iba a ir allí, no al menos en ese momento.
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“Bruton, necesitamos…” su súplica tiraba de sus fibras sensibles. “Ya lo sé.” El sonrió y negó con la cabeza antes de bajar la boca a un pecho maduro. El no podía resistirse a los pezones tan atractivos ni un momento más. Su lengua encendió una
trayectoria tórrida en la pálida carne que rodeaba el pezón. Inhaló profundamente, el sabor fuerte de la lujuria que inundaba sus sentidos. El tensó su mandíbula para contener su necesidad.
“No,” gritó ella, sacudiendo la cabeza. Una mano se enredó en su pelo, y tirándolo constantemente.
“Sí.” Descansando su peso en el brazo izquierdo, su mano derecha pasó rozando el tramo liso entre su cintura y la plenitud de sus pechos. Probando el peso y la textura en su palma, los encontró perfectos cuando juntó los dos pesados globos para sus labios.
“No deberías… por favor… no me toques.” Sus palabras eran negativas, pero su espalda se arqueaba bajo su posesión, en busca de sensaciones que despertaban ante su toque.
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El Club de las Excomulgadas El se rió entre dientes de su inocencia. “Se trata de tocar y besar. Voy a tocar, lamer y chupar cada rincón de ti antes de que yo te llene.” Ella lloriqueó cuando su cálido aliento rozó sus pechos desnudos. “No está bien…” “¿Qué, no está en el credo de las brujas? Estás en mi territorio ahora y tu credo está condenado. Voy a deleitarme con esto y tú también. Parece que recuerdo tus manos acariciando mis brazos hace un momento y pienso que vas a acariciarme más que eso antes de que terminemos.” Movió su pene contra su vientre para enfatizar sus palabras. “Yo trataba de apartarte.” “Uh, yo esperaba que tuvieras más fuerza. Si ese fue tu mejor esfuerzo, estoy
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decepcionado.” Con una fuerza considerable, ambas manos de ella se estrellaron contra sus hombros, levantándole unas cuantas pulgadas, pero su boca no perdió el contacto con el pezón que
había comenzado a succionar. Lo presionó hasta que sus brazos temblaron con la tensión. El no quería hacerle daño, pero tenía que hacerle ver que él era el más fuerte. Que iba a
someterla a su voluntad en esta y en todas las cosas. Lo empujó una vez más, tratando de poner toda su fuerza en esta acción. Un gruñido salió de sus labios. Era muy fuerte para ser mujer pero él se negó a ceder.
“Eso estuvo mejor. Con un hombre más debil podrías haber tenido alguna oportunidad.” La fuerza de ella y su tenacidad le gustaban, le daría hijos e hijas fuertes. “No es justo, pero no necesito la fuerza física. Tengo otros poderes.”
“La vida no es justa. ¿Es justo que desees robar mi semilla y alejarte con mi hijo?” El no pudo evitar la amargura de sus palabras. La vida no fue justa con él tampoco. Desde que las madres mayores se habían separado del clan, formando un reino femenino, todo
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El Club de las Excomulgadas había cambiado. No permitiría que el destino los separara otra vez. Ahora el controlaba su destino. Con el tiempo, se daría cuenta que pertenecía a aquí, a Barbar, con él. “Accediste a darme tu semilla.” “Lo hice.” Estuvo de acuerdo en darle su semilla, pero nunca estuvo de acuerdo en dejar que se fuera con ella. No era una negociadora experimentada y no entendía que no podía tomar todo nominalmente. A medida que su fuerza se agotaba, el se estrelló de nuevo sobre ella, pero suavizó el impacto con sus brazos. Acariciando con los labios su cuello, le susurró, “yo te daré mi semilla, bastante semilla para diez sembrados juntos, pero se hará a mi manera.”
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***** Se estremeció bajo su lengua y labios malvados. Las ancianas tenían razón, los bárbaros
tenían la magia en su toque y sus rápidas lenguas sueltas. Nunca podría correr ante el peligro, inhaló una bocanada inestable. Eliza consideró sus opciones. No tenía muchas.
Podía pelear con él, y él ganaría, o se podía entregar y él ganaría, pero de uno u otro modo tendría su semilla, entonces sería realmente la vencedora. “Haz lo que quieras hacer, yo tendré lo que quiero.”
“Los dos lo haremos”, murmuró mientras su boca se adentraba más en la suya. Separando sus labios, empujando la lengua entre sus dientes, llenando su boca, y llenando su cuerpo de necesidad.
Gimió. El horror la llenó por mostrar tal debilidad a un simple bárbaro. Si se lo permitía, dominaría su alma.
La agresividad había ganado muchas batallas. Un cambio táctico apareció con el fin de cambiar la dirección de la marea. Su lengua se batió en duelo con la de él, sus manos
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El Club de las Excomulgadas acariciaron los contornos de sus potentes hombros, los músculos se contrajeron bajo sus manos. Carne caliente ondulaba en su contra y ella anhelaba deleitarse con su toque y ¿por qué no? ¿Por qué no debería disfrutar de esto mientras recibía su semilla? ¿Qué diferencia habría? Sus brazos serpentearon hasta que envolvieron sus anchos hombros, sus manos se deslizaron por su pelo, enroscando su largura sedosa. Brazos fuertes la agarraron hacia él y sus huesos se derritieron debajo. Abriendo más su boca, dio la bienvenida a su lengua en una penetración más profunda, sensual. Su boca, sabía ligeramente a ron, era tan delicioso como el pecado debía ser. Estaba segura que se podía volverse adicta a su sabor y a la sensación de su malvada lengua. El calor la envolvía, estaba tan caliente, pero su carne se estremeció con las manos frías y
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ásperas de bárbaro. Le dolía en los sitios más misteriosos, cambio su posición debajo de él, con objeto de mitigar la angustia que su toque provocaba profundamente dentro de su alma. Por mucho que lo intentaba, no pudo resistir la tentación de su tacto, el sabor de sus labios.
Las yemas de sus dedos se arrastraron jugando por el exterior de su muslo, impulsándola a acercarse, y con mucho gusto lo complació. Levantando su pierna, él la envolvió
alrededor de su cadera, dejando su centro mojado abierto y vulnerable a él. Movió su carne, chamuscándola, contra sus sensibles pliegues.
Los bárbaros son tramposos. El credo decía que así era. “Maldito credo”, refunfuñó mientras él besaba su camino bajo su garganta. *****
Los labios de Bruton se elevaron contra su carne. Sus palabras revelaron su batalla interior del deseo contra el deber. Vio como el enorme deseo superaba al deber. Ninguna batalla fue tan importante. El se había enfrentado a rivales con mucha más fuerza física,
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El Club de las Excomulgadas pero nunca había dependido tanto del resultado. Su vida, su misma alma dependían del resultado que surgiera de esta batalla y de la tumultuosa victoria. Su mano encontró la blandura de su pecho otra vez y el pulgar pellizcó el pezón distendido. Sus pequeños sonidos y gemidos de placer eran excitantes, casi tan excitantes como sus manos aprendiendo la textura de su espalda. El despertar de su pasión le conmovió profundamente. Cuando sus manos encontraron al buscar sus nalgas y las apretó, el casi perdió el control de la batalla que libraba con su propio ardor. Su pene le dolía, sus bolas le apretaban pidiendo liberación. Luchaba una guerra dentro de su propia mente. Una parte de él quería empujar dentro de su canal caliente y húmedo para poner fin al tormento, la otra parte sabía que ella necesitaba más tiempo.
deseas.”
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“Oh, sí, Eliza, tócame. Déjame sentir tus manos en mi cuerpo. Muéstrame cuanto me
Alcanzando su seno con su boca, su lengua se arremolinó alrededor de la punta, sus
dientes pellizcaron el pezón alargándolo. Succionó con entusiasmo el brote y las manos le cogieron ambos lados de la cabeza. Pensaba que deseaba apartarlo, hasta que sintió sus
movimientos sinuosos bajo él. Mamando con avidez un pecho y luego el otro, el echó un vistazo a su cara, y tomó nota de su absorta expresión. Metió su muslo entre sus piernas,
disfrutando lo mojada que estaba para él. El olor dulce de su lujuria lo llamaba. Presionó
su húmedo coño con la pierna, jugando con sus sentidos inflamados. Su aliento se atoró en su garganta.
“Piedad,” suplicó. Sus ojos rodaron hacia atrás, sus labios se separaron en un suspiro. “Bruton, ayúdame…” Se retorcía bajo él. “Necesito… por favor…”
No podía haber estado más feliz, hasta que un pensamiento le golpeó. Por mucho que quisiera pasarlo por alto, la idea le molestaba hasta que satisficiera su curiosidad. “Abre los ojos y mírame.” 22
El Club de las Excomulgadas ***** A través de los labios entreabiertos jadeó, abriendo sus ojos en meras rendijas, miró al dominante macho, que se acercaba. “¿Qué?” exclamó, no queriendo emerger a la superficie desde el fondo de felicidad en la que estaba. Por primera vez, empezó a preocuparse. Pensó que entendía porque su amiga Tasha se había quedado con los bárbaros. ¿Cómo las ancianas habían vuelto la espalda a los mayores de raza masculina y se habían alejado? Sin lugar a dudas, ellas eran las bárbaras. Era probable que bebieran demasiada cerveza y hubieran hecho un lío en la logia. Sin embargo, estos sentimientos, no le hicieron ver el problema, ¿no valía la pena la molestia? ¿No querían quedarse con el dador de la semilla, yacer en su cama y disfrutar del acoplamiento todas las noches, degustando las alturas de la pasión que apenas comenzaba a vislumbrar? Perdería este duro cuerpo masculino, su olor a almizcle torturaba sus despiertos sentidos. Aunque lo
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quisiera, no podía quedarse con su donante de semilla. Era la futura Sacerdotisa de
Liberian y su Aquelarre la necesitaba. Ellas la necesitaban y al descendiente femenino que este hombre le daría. Sería fuerte por su clan porque no tenía ninguna opción.
“¿Sabes quién soy? ¿Sabes quién esta complaciendo tu cuerpo?” una voz ronca por la necesidad gruñó la extraña pregunta. “Bruton,” su voz pareció débil a sus propios oídos.
“Sí, Bruton. Quiero que sepas que soy yo.” Cuando dijo estas palabras, cambió su posición, extendiendo sus muslos para arrodillarse entre ellos. “Quiero que sepas quién te llevará al paraíso.”
Eliza no podía controlar el temblor que sacudió su cuerpo cuando la extendió
ampliamente para poseerla. Sintió el grosor de su eje sondeando su entrada y se arqueó, adolorida por eso. Su corazón femenino palpitó de una manera tan ajena para ella mientras filtraba humedad por su abertura. Las ancianas le habían dicho que era la
preparación para ese momento. Lo que le habían dicho no tenía nada que ver con el 23
El Club de las Excomulgadas placer, sólo el dolor y el deber. Eliza temía que algo andaba mal con ella, no debería encontrar alegría en los brazos de un bárbaro dominante, pero lo hizo. Su longitud caliente se arrastró en sus pliegues mojados. La cabeza carnosa topó con un lugar ultrasensible y se arqueó y gritó. “Bruton. Piedad, Bruton… por favor…” Su mirada fija acalorada se elevó de donde sus cuerpos casi se unían y la sujeto al suelo. “Es tu punto dulce el que encontré, el botón de nervios que te hará suplicar por tu liberación.” Su vara golpeó el punto repetidamente y ella se esforzó por traer aire dentro de sus pulmones. Humedeció los labios y envolvió sus piernas alrededor de él, tratando de obligarle a
ello. “Tómame, Bruton. Perfora mi cuerpo y dame tu semilla.”
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poseerla. Podría vivir para lamentar aceptar este éxtasis, pero por ahora, no pensaría en
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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 3 Una estocada a su corazón no podía haberle picado más que sus palabras. ¿Todavía quería solo su semilla? Antes, cuando ella se había arqueado contra él, con los ojos cerrados, gimiendo de placer, había temido que ella pensara en otra tocándola en su pasado. Esta era la primera vez que trataba de conseguir semilla. Sabía que ella era virgen, pero no podía dejar de preguntarse si hubiera querido el cuerpo, los labios o las manos de otro. Posiblemente, ella había recibido placer y consuelo en los brazos de otra mujer. La idea de ella con otro, ya fuera hombre o mujer, no le hacía bien. Quería que ella sólo lo deseara a él y por algo más que por su simiente.
“Sí.” Ella cerró los ojos y asintió con la cabeza mientras se mordía el labio hinchado.
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“¿Quieres mi semilla?” El se retiró, su respiración jadeante.
“¿Me quieres?”, luchó por controlar el timbre de su voz, poco dispuesto a parecer vulnerable y necesitado a esta hembra. Un ceño fruncido reunió sus cejas. “¿Qué quieres decir?”
“Te voy a dar el paraíso, pero no mi semilla, no… aún.” Mientras hablaba, bajó la cabeza. “Mira como te doy placer.” Sus labios de su coño estaban enrojecidos y gruesos brillando
con sus jugos, y el gruñó desde la garganta cuando su boca se colocó a pulgadas por encima de su centro caliente. No podía esperar a probar su dulzura. “Voy a beber tu dulce crema, hasta que encuentres el éxtasis.”
Sus labios tocaron su montículo, separando la raja mojada, buscando el clítoris escondido en sus dulces y húmedos pliegues.
Jadeó y tiró de su pelo. “Para. No está bien que me pruebes de esa forma. ¿Qué me estás haciendo?”
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El Club de las Excomulgadas Olía a mujer, inocente pero excitada, y sabía al más dulce néctar. Su polla palpitaba dolorosamente. Su delicioso sabor le tendría derramando su semilla al suelo. Su lengua encontró su botón recostado en el centro de su feminidad. Cuando él tomó la extendida carne entre sus dientes, sus caderas se resistieron hacia arriba. “Bruton. Para esta tortura.” Suplicó pero la mano en su pelo no trataba de separarlo. Levantando la cabeza, el se encontró con su mirada fija, preocupada. “¿no tienes ninguna experiencia en esto?” “No, soy una recolectora doncella. Pensé que lo sabías.” Contestó jadeando. Sus ojos estaban llenos de un sorprendido asombro y un rubor oscuro floreció en sus mejillas.
“Ninguno”, respondió inocentemente mirando lejos. “¿No has tocado o besado, posiblemente con otra mujer?”
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“Sí, pero ¿qué otros placeres has experimentado?”
“No. ¿Cómo me puedes preguntar tal cosa?” su tono de voz sobresaltado le quitó cualquier duda de que fuera verdad. “¿No es el camino en tu secta?” entornó sus ojos, estudiando su reacción. “No. Al menos, no… no.” Ella sacudió la cabeza con vehemencia. “¿Qué es lo que no me dices? ¿Qué me estas escondiendo?”
Se mordió los labios con nerviosismo. “Yo…” Aclaró su garganta. “Una vez me toqué
entre mis muslos.” Sus ojos bajaron, las largas pestañas cepillaron sus mejillas mientras ella hacía esta inocente confesión.
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El Club de las Excomulgadas Una sonrisa tiró de sus labios. No podía culparla por ello. El había acariciado su pene hasta la terminación mucho más que una vez, y a menudo imaginándose su hermoso rostro. “Eso es normal, no tienes que estar avergonzada.” “Pero no lo hice… nunca haría eso con otra de mi clan… No sé sobre las demás.” “Hmm, supongo que no todas las del clan prefieren amantes femeninas, y no todos los hombres abusan brutalmente de las poderosas mujeres, tampoco.” Sus ojos recorrieron toda la longitud de ella y se quedaron en los labios regordetes de su coño. “A algunos de nosotros nos gusta dar placer a las mujeres, es un placer también para nosotros.” Sus hombros separaron sus muslos más ampliamente. Las palmas de las manos asieron su trasero redondeado suavemente, bajando los labios otra vez. El quería más de su ácida
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crema. El lamió y amamantó. Separando sus labios interiores, la lengua encontró sus pliegues, y encontró el agujero apretado, virgen. Perforando la apertura con la lengua, su pulgar raspó el clítoris.
“No… no,” Eliza gritó, resistiéndose contra su boca, el condujo su lengua más profundo.
Sus músculos interiores se rizaron en torno a su lengua y el empujó más rápido. Sus muslos temblaron y se sujetaron como abrazaderas a su cabeza. Ella apretó sus piernas juntas y se resistió, el podría ahogarse en su exuberante y fuerte esencia.
“Por la Diosa,” ella jadeó mientras su cuerpo abandonaba la lucha y sus muslos se abrían.
Su mirada vaciló, encontrando sus ojos brumosos. El bebió a lengüetadas sus pliegues sensibles, bebiendo su crema, saboreando el convite carnal. ******
Ella respiraba con dificultad cuando su cuerpo revoloteó hacia abajo desde la gran altura. Gimiendo bajo su atenta boca, ella le pidió que parara. No podía más con su dulce
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El Club de las Excomulgadas tortura. Sin embargo, parte de ella, una parte que no conocía, no quería que el placer terminara. “Bruton,” jadeó ella, cuando el temblor de sus muslos comenzó otra vez y ella los apretó de nuevo a su alrededor. Su boca y lengua le hicieron cosas que ella nunca pensó que fueran posibles. Las sensaciones la asustaron, le hicieron temer que cambiaran su vida con las sensaciones que se estaban construyendo y que comenzaban a vibrar a través de ella. Ella lloró, porque era débil, incapaz de resistir el contacto de su bárbaro. Eliza gimió cuando sus ojos aterrizaron él, y en el banquete que tenía entre sus muslos. Los ojos salvajes brillaron cuando su lengua y su boca la sondeaban, pinchaban. Su lengua trazó cada pliegue y sacudió en un punto tan sensible que parecía un nervio crudo. Al mismo tiempo, sus ojos estaban en los suyos, afirmando su dominio. El visual
había prometido el éxtasis y se había entregado. Ahora parecía decidido a superar esto.
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baile prohibido de su boca sobre ella era demasiado, y ella cerró los ojos bien fuerte. El
El aliento raspó cuando los sentimientos tumultuosos hirvieron dentro de ella, hasta que
floreció con toda su fuerza. Ella se estremeció pulsando, estallando con la sensación de un ardiente manto vertido sobre ella, se le dispersó el ingenio. Como los pétalos de una flor, se marchitó bajo él, gastada, repleta.
El la atrajo suavemente a sus brazos y enterró su cara en su pecho, no queriendo que
viera las lágrimas de debilidad en sus mejillas. Los temblores todavía sacudían su cuerpo.
“Shh, todo está bien.” Su aliento mezclado con su olor abanicó su cara cuando el tiernamente acarició su pelo y bajó por su espalda. Con un estremecimiento, Eliza se
retiró. Ella no podía recordar la última vez que había llorado. La vergüenza inundó sus
mejillas cuando apartó la mirada del bárbaro, lamentando que ella no estuviera en cualquier otro lado, pero estaba aquí, al lado de él. “Esto… yo…”
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El Club de las Excomulgadas “Era tu primera vez. Es comprensible que estas emociones fuertes te vencieran. ¿Nunca habías encontrado la liberación por tu propia mano?” El rubor floreció en sus mejillas. Su propia mano le había traído un poco de placer. No fue hasta que una vez después que lo encontrara en el río y la dejara arruinada con la necesidad, ella había intentado aliviar sin éxito la angustia de su cuerpo intentándolo, pero en cambio, había llorado hasta quedarse dormida. “No”, sacudió la cabeza. “Yo no sabía… el placer fue inesperado… no puedo creer que pensaras que podría hacer esto… con una mujer.” “Hay algunas cosas que sólo un hombre puede dar, pero hay otras cosas que una mujer puede hacer igual de bien.”
otro…” Eliza apretó los labios para detener el derrame de la confesión entre sus labios. “¿Qué estabas diciendo?” empujó con suavidad, el labio curvado hacia arriba. “Nada”. Ella negó con la cabeza, poco dispuesta a contestar.
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“No puedo imaginarme dejarle a una mujer hacerme esto, no sé si podría dejar que
Su mano bajo hasta su barbilla, levantando su cara al escrutinio de su atenta mirada. “No podías imaginar dejar a otro hombre hacerte esto.” “No dije…”
“Shh.” Colocando un dedo en sus labios, el hizo callar sus mentiras. “No necesitamos
mentir entre nosotros. No voy a dejar que ningún otro hombre te toque.” Su pulgar le acarició el labio. “No. Ningún otro hombre sabrá alguna vez de tu dulzura. Eres sólo para mí.”
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El Club de las Excomulgadas “No tienes derechos sobre mí.” Dijo Eliza con tono indignado. La actitud bárbara del interior del hombre empezaba a asomar su cabeza dominante. Pensó que como le había dado un placer indescriptible iba a someterse a su voluntad en todas las cosas. El podría pensarlo de nuevo. Ningún hombre gobernaría en su mente y en su cuerpo, no importa el placer que le diera a su cuerpo. “Tú no lo crees.” Su tono era un poco demasiado bajo, y demasiado tranquilo para su gusto. Tumbado en la hierba, relajando su cuerpo deliciosamente dolorido, ella estudió al hombre desconcertante hasta que se acordó que ella todavía no tenía su semilla. “No has cumplido nuestro trato. No tengo aún tu semilla.” “No te preocupes, estamos lejos de haber terminado.” Para subrayar su punto de vista
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pasó una mano a lo largo de la vara congestionada que sobresalía orgullosa de su cuerpo. Ella cerró sus manos en puños, para evitar tocar la tentadora longitud tumescente. Sus
dedos ardían de ganas de acariciar su pene, en una caricia prohibida, pero se suponía que
ella no podía tocar ni magrear a su bárbaro. No con sus manos o con su boca, pero nada impedía magrear tiernamente su cuerpo desnudo con la mirada. Eliza arrancó
nerviosamente la hierba cuando observó ese espectáculo erótico, fascinante. “Mira. Soy capaz de tocarme con placer, como tú puedes tocarme.”
Ella no se resistió cuando sus manos encerraron las suyas, colocándolas íntimamente en
él. “Pero es más agradable tocarse uno al otro.” Sorprendentemente, sus manos descubrieron los secretos de su carne. El temor pronto se convirtió en asombro ante la
carne tan suave pero dura. Su piel era suave como la seda caliente sobre el órgano rígido, y sus dedos lo tocaron y remontaron la cresta oculta en la parte inferior de su eje. Su aliento silbó de su cuerpo cuando el pulgar acaricio la carne fruncida cerca de la cabeza de su eje.
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El Club de las Excomulgadas “Tócame. Demuéstrame que me quieres.” Su tono reveló una necesidad a la cual ella no se atrevía a mirar de muy cerca ya que reflejaba la suya. Sabía que estaba mal, que iba en contra de sus enseñanzas, pero no pudo evitar levantarse sobre un codo y explorarlo a voluntad. En la cabeza carnosa brillaba una perla de humedad que se escapaba por su ranura. Se preguntó si se trataba de su semilla. Tocó con un dedo la humedad, y tuvo la loca idea de probar su esencia. Reflexionando, ella se acercó, inhalando su aroma. Lamiéndose los labios, tragó profundamente. No sería correcto probarle, era demasiado personal, demasiado íntimo para solo un donante de semilla. El hecho que ella lo deseara era obviamente un defecto de su carácter. ******
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Una sonrisa pecadora tiró de sus labios cuando miro a la mujer explorar tiernamente su polla. Sus ojos brillaban extasiados con el descubrimiento. Sabía que le complacería ver el ardor del deseo en sus ojos una vez más. Tenía la intención de complacerla más, de
tentarla más. Su futuro dependía de ello. El calor de los dos soles azotaba sobre ellos, pero Bruton no sintió la temperatura que les chamuscaba. Internamente, el se quemaba, y el efecto del sol no tenía ningún efecto sobre su cuerpo desnudo.
“Si sigues tocándome así, temo que vas a perder la semilla en el suelo.” Casi gimió las palabras mientras su mano una vez más se cerraba en torno a sus dedos, buscando calmarlos. Levantó la mano de su pene, y la puso en su coño. “Siente lo caliente y húmedo que está. Tu cuerpo se prepara para mí posesión.”
Sus ojos se clavaron en sus manos que estaban entrelazadas en sus pliegues húmedos.
Deslizó el dedo por encima del botón y con voz entrecortada dijo. “No hay vergüenza en esto. No hay vergüenza en dar y recibir placer.” Sus ojos se dilataron cuando él comenzó a trabajar los dedos sobre sus pliegues. Un día, el disfrutaría de mirarla llegar al orgasmo ella sola para él 31
El Club de las Excomulgadas “Creo que es el momento. No puedo esperar más para tenerte.” El pasó por encima, extendiendo sus sedosos muslos. Ella estaba desnuda y hermosa, y se esforzó por retener las palabras de amor. Palabras que pasaban sobre su lengua, pero que no estaba lista para oír. “Estoy lista,” jadeó y se sacudió cuando sus dedos extendieron los pliegues hinchados y atravesaron su estrecho agujero. “Estas muy apretada”. Trabajo con su dedo y antes de salir agrego un segundo. Ella se estremeció y suspiró. “Tengo que prepararte. No quiero hacerte daño.” Su crema cubría sus dedos mientras estiraba su vaina virgen. Su polla le dolía, pero él no tendría prisa. El se tomaría su tiempo, extendiéndola lo suficientemente para que aceptara su grueso pene. Cuando sus caderas comenzaron a elevarse para encontrar el empuje de sus dedos, juzgó que estaba lista.
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Con ella abierta y esperando, el se movió entre sus muslos. Temía que ella no tuviera ni idea de lo que le esperaba. No estaba seguro que esperaba de él, pero hasta ahora, seguro que había superado con creces cualquier experiencia previa de su vida. Nunca había
tomado a una virgen, nunca derramó su semilla en una mujer. “Habrá dolor al principio,” le dijo cuando empujo la punta de su polla por su apertura.
“Sí, tu gruesa vara me rasgará, partiéndome, tu empujaras y luego tu semilla hará erupción y yo la tomaré.” Exhaló un suspiro tembloroso. “Soy fuerte, puedo aceptarlo.”
Si él pudiera haber tomado una respiración adecuada, habría reído entre dientes. Su sombría descripción de sus expectativas no le sorprendió, pero esperaba que pudiera
superarlo de lejos. Violando su húmedo y cálido canal, sintió que la estrechez lo engullía. Apretó los dientes, inhalando profundamente. Si no frenaba su ansia, cumpliría
rápidamente sus expectativas. Mirando fijamente su cara, se retiró avanzando poco a poco adelante en su profundidad caliente y apretada. Sus ojos se ensancharon y sus labios se separaron pero no gritó. Su mujer se tragó el dolor.
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El Club de las Excomulgadas El sudor brotaba de su frente por el esfuerzo de controlarse. Su necesidad era grande, el deseo de empujar profundamente quemaba sin descanso su ingle. Inclinó la cadera para su siguiente empuje penetrador. Un pequeño gemido escapó de sus labios y fue casi su perdición. “Relájate. Acéptame en tu cuerpo, deléitate con nuestra unión y juntos encontraremos el éxtasis.” Los confiados ojos le miraron pero él no podía sostener la mirada. El no quería ser testigo del dolor que le causaría cuando su pene rompiera su himen. Sus muslos se relajaron, abriéndose más para la invasión, y el penetró más profundamente, separando la carne virgen. Apretando los dientes, se retiró del apretado terciopelo. Esto iba a doler, no había otro remedio, era demasiado grande y ella estaba demasiado apretada. Un estremecimiento sacudió su cuerpo y empujó profundamente, rompiendo su virginidad.
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Su aliento silbó de su cuerpo, sus músculos interiores se rebelaron, tratando de rechazar su posesión. Dudó. Lo último que quería era darle más dolor. Abrió los ojos, en busca de
los de ella. Una sonrisa tumultuosa y unos ojos llorosos le saludaron. “No te detengas. Bruton, por favor…”
Su cuerpo apretó a su alrededor, absorbiéndolo más profundamente en su húmedo
refugio de seda, ordeñando su pene. Su pulgar buscó su clítoris pulsante con una caricia
circular. Clavándose más profundo, el apretó su mandíbula para retener su liberación. El se aseguraría que llegara a las estrellas y que ella explotara de placer antes que él se
derramara en su calor acogedor. “Que hermosa eres. Si vieras…” El miró sus cuerpos unidos. Su agujero extendido ampliamente para tomarle, su crema cubriendo su
miembro mientras empujaba atrás y adelante. Era una cosa bella ver su cuerpo tomándolo.
Sus largas y delgadas piernas, se envolvieron alrededor de él, tirándole más profundo. Sus manos se extendieron acariciando su pecho, con la otra tiró de su pelo, acercándolo dentro del alcance de su boca voraz. Sus labios se encontraron y ella empujo su lengua
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El Club de las Excomulgadas dentro de su boca en armonía con los empujes lentos dentro de su cuerpo. El no estaba seguro si era su manera de tratar de dominarlo, pero no encontró ninguna razón para quejarse. Su cabeza giraba en un torrente de sensaciones. Ella separó sus entreabiertos labios, sus ojos azules estaban vidriosos con la conmoción y el miedo. Extendió la mano ciegamente. “Bruton, yo…” jadeó, incapaz de terminar. Su pecho subía y bajaba intentando respirar. “No luches contra ello. Deja que te lleve. Deja que el placer replete tu cuerpo como las crecientes lunas gemelas.” Incitando a su mujer a través de un turbulento clímax. Sus ojos se cerraron cuando ella elevaba sus caderas enérgicamente hacia él, sepultando aún más su polla de una forma imposiblemente más profunda en su túnel virginal. Sus
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dientes mordieron su labio, amortiguando el grito de placer. Sus muslos apretaron, los músculos se tensaban mientras los espasmos sin descanso oprimían alrededor de su pene.
Sus bolas gritaban misericordia. No podía retener su liberación ni un momento más, echando su cabeza atrás, gritó su triunfo cuando su pene vació una descarga completa de semilla en sus calientes profundidades.
El éxtasis lo debilitó con fuerza y colapsó a su lado. Su mano encontró la suya y la tomo apretándola. El jadeó, incapaz de hablar, inseguro de que decir. Acababa de tener la experiencia sexual mejor de su vida pero temía su reacción. Si le sostenía la mano, ella no
podría correr. Si ella se iba, se llevaría su corazón. Sin aliento, ambos se tendieron, sus pechos subían y bajaban por el frenético acto sexual.
“Supongo que debería darte las gracias por… por tu donación de semilla.” Susurró las palabras tan bajo que no estuvo seguro de si ella deseaba que las escuchara.
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El Club de las Excomulgadas La experiencia no había cambiado aún su perspectiva. Había esperado mucho y trató de no sentirse dolido por sus palabras. “No pienso que quieras darme las gracias” “¿Por qué?” “Bebí lespie antes de encontrarte. Eso y la posición en que te colocaste siempre produce un hijo varón.” Bruton no estaba tratando de decir pequeñas mentiras que ayudaran a su causa. “¡Qué! Sabes que necesito una heredera femenina. Es imposible de todos modos, desde que mudaron el reino de Liberian ninguna de nuestro clan ha dado a luz un hijo varón.”
“¡Yo lo sabría!” su tono era indignado. “¿Cuántos niños nacidos muertos ha tenido el clan?” Eliza negó con la cabeza. “Es algo tan triste.” “No nacen muertos, los niños varones desaparecen.”
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“No lo sabes.”
“Las ancianas no matarían a un recién nacido.” Se sentó, apartándole su mano, frunciendo el ceño disgustada. “Pero si mienten y los envían con sus padres para que los crien.” “Eres un mentiroso.”
“Entonces, ¿Dónde vienen todos los niños varones de mi clan? Muchas de las recolectoras han optado por permanecer con sus compañeros, pero muchos niños varones de mi clan no tienen ninguna madre.” La rabia candente ardía en su corazón ante la idea de que se marchara, llevándose a su hijo, pero luchó para mantener la calma. 35
El Club de las Excomulgadas “No. No es verdad.” Su tono era firme, pero sus ojos miraban a la distancia, incapaz de encontrarse con él. “Tus ancianas son poderosas, pero incluso ellas no pueden cambiar el sexo a un niño, con satisfactorios resultados.” “Tengo que irme y hablar con las ancianas. No me han hablado de tal cosa.” Sus palabras sonaban a verdaderas y creía que las ancianas no la engañarían. “¿Piensas que ellas te lo dirán? No. Si te vas, y nace un varón dirán que murió y me traerán el niño a mí.” “No puedo… debo ir. Si es… verdad.”
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“Elegiste venir a mí de buena gana. Extendiste tus piernas para mí, aceptaste mi semilla. Ahora piensas que dejaré llevarte mi descendencia. Que crezca siendo un enemigo de todos los hombres, incluso de su padre. No. No puedo correr ese riesgo.” Una vez que entrara en el reino de Liberia, el no podría seguirla.
“No tenías que haberme dado tu semilla.” Finalmente, se volvió hacia él. Sus ojos brillaban con lágrimas.
“Pero lo suplicaste tan amablemente.” No pudo parar el tono sarcástico que salió en sus palabras.
“No lo supliqué.” Ella tiró de su mano, tratando de liberarse de sus garras, pero él apretó sus dedos, negándose a dejarla ir.
“No era mi semilla lo que suplicaste Pediste que mi gruesa polla perforara tu cuerpo y
acabara con tu tormento.” El se inclinó adelante, diciéndoselas cara a cara. Sus ojos llameaban, el azul casi desapareció cuando se dilataron. Su pequeña bruja estaba cerca de la erupción.
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El Club de las Excomulgadas “Tienes razón, fue un tormento tener que someterme a ti y a tu toque bárbaro. Me alegro que nunca tendré que hacerlo de nuevo.” Su mano libre se dirigió a su cabeza con fuerza. El se zafó de su puño antes de que pudiera golpearle la cara. Movió la cabeza y sonrió, tenía el espíritu de una guerrera. “Ah lo harás otra vez, de hecho, en este mismo momento. Prepárate a rogar”. La tiró sobre su espalda y se deslizó encima de ella. Soltó sus manos y ellas golpearon sus hombros. Empujó con todas sus fuerzas pero él no se movió. “No,” jadeó cuando él bajó su boca, forzandola a abrir sus labios. Sus uñas se clavaron en sus hombros. El levantó su cabeza, echó un vistazo a su mano. “Quítalas, o las ataré.” No estaba dispuesto a jugar limpio, le mostraría como un bárbaro
como el animal que el clan afirma que somos todos los varones.”
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se apareaba con una mujer. “Quieres a un bárbaro. Te daré uno. Tal vez voy a montarte
Sin piedad, con la boca separó la de ella, su lengua penetró el sello de sus labios.
Envolvió una mano en el pelo, sosteniéndola firmemente de la cabeza mientras empujaba
su lengua profundamente. Eliza gimió en su boca. Sus manos se levantaron de sus hombros, recorriendo hacia abajo por su sudorosa espalda. El se estremeció bajo el barrido de sus manos.
Mordisqueando su boca, el tiró de su labio inferior con sus dientes. Su sabor dulce, su
miel calmó el impulso salvaje. Soltándole el labio, la besó a fondo hasta su garganta. Su pulso latía en sus labios. ¿Era el miedo o el deseo lo que hacía a su corazón correr desenfrenado?
Levantando su cabeza, encontró su mirada de frente. Le preocupó que encontrara miedo
o resistencia, pero solo el calor y el deseo ardía en sus ojos. Sus labios curvados de placer. Su mente podía luchar con él, pero su cuerpo se rendía ante su toque. ******* 37
El Club de las Excomulgadas Su sonrisa maliciosa la dejó estupefacta. Quedó atrapada debajo de él, mientras la ponía a horcajadas sobre sus piernas. Cuando se levantara, tendría la oportunidad de escapar. No había espacio suficiente para llevar su rodilla a la ingle, inmovilizándolo temporalmente. Ella vaciló, sabía que no podía hacerlo. No podía hacerle daño ni siquiera temporalmente. No podía dañar al instrumento que le dio tanto placer. Los gruesos muslos separaron los suyos, sosteniéndola abierta cuando su vara rígida la rozó íntimamente. Cerró los ojos, cayendo cuando sus manos juntaron sus pechos, y sus labios los acariciaron. Había ganado. Ella le permitiría tener su victoria. Un aliento agudo salió de sus labios cuando la punta de su pene topó contra el terreno terriblemente sensible en su abertura. La humedad brotaba de ella otra vez y gritó.
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“Bruton.” Sus ojos revolotearon. No quiso rogarle que necesitaba que la llenara. “Shh.” Sus ojos se cerraron. “No luches contra mí.” Sus manos la calmaron cuando su erección sondeó sus sensibles pliegues. Sus ojos oscuros se dilataron. “Acéptame.”
Esta vez no hubo dolor, sólo un estiramiento lento de la carne apretada cuando la empaló
con su rígido eje. Ella lanzó un sollozante suspiro. “Por la Diosa.” Inclinó sus caderas,
aceptando la posesión. Su contorno clavado lentamente en su carne sensible. Ella agarró los cachetes de su culo y los músculos se flexionaron agrupados bajo sus manos.
Sostuvo el aliento cuando su vara estuvo sepultada lo bastante profunda como para que
sus peludas bolas rozaran su parte inferior. “Por favor…” Ella no quería pedir, pero necesitaba que se moviera. Quería lo que le había dado antes. Se arqueo caliente ante la
salvaje cabalgata hacia la gloriosa, la subida altísima y la caída brutal que la dejó sin aliento y llena. “Sí Eliza, córrete conmigo.”
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El Club de las Excomulgadas Él cambió y los escalofríos recorrieron su columna, ese arqueó encontrándose con su empuje. No podía controlarle pero participaría en su propia caida. “Ahora… Bruton… ahora…” sus manos agarraron sus caderas, arqueándose hacia arriba, él se metió increíblemente más profundo. Un grito rasgó por sus labios cuando el fuego quemó desde su corazón a la punta de su cabeza. Una cegadora luz brilló tras sus parpados y se dejó caer al suelo, gimiendo con impotencia cuando sus entrañas pulsaban y construían unas caóticas sensaciones. Una erupción repentina la envió por encima del borde y cayó de cabeza en un clímax abrasador. Sus uñas se clavaron en sus caderas cuando grito su liberación. La estocó una vez, dos veces más antes de que se estremeciera violentamente. Gruñó una
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advertencia y su semilla caliente manó dentro de su cuerpo. Ella se quedó inmóvil, debería sentirse feliz de haber logrado su objetivo, pero quería llorar. Era una situación insostenible. Él quería que se quedara pero estaba obligaba a marcharse. Tenía responsabilidades de las cuales no podía olvidarse.
Desnuda a su lado, le daba vergüenza admitir que tenía razón, había pedido algo más que su semilla. Tenía la habilidad de convertir a su traidor cuerpo contra sus creencias. ¿Era esto lo que había hecho marchar a las ancianas? No consideraba que fuera una
brutalidad o tortura. Sin embargo, perderse uno mismo tan completamente en el otro la inquietaba. Se enorgullecía de su control, pero él lo rompió. Lo destrozó, más bien, y había participado en su propia caída, y hasta se deleitó en ello.
“No te preocupes, con el tiempo te adaptarás. Tasha no podría ser más feliz con su… con Tilo.” Sus palabras la despertaron de su estupor.
“Es diferente para mí. Soy la futura sacerdotisa del clan. Tomaré el lugar de mi madre, como mi hija tomará mi lugar. Aunque quisiera cambiar eso, no puedo.” Estaba a su lado, su semilla escapaba de su cuerpo, y no tenía la energía o la voluntad para moverse. 39
El Club de las Excomulgadas “Puedes. Tienes. Te quedarás aquí como mi compañera. Nuestra hija o hijo conocerá a ambos padres.” “No puedes retenerme contra mi voluntad. Puedes ser más fuerte, pero mis poderes pueden derrotarte,” le advirtió, aunque sabía que no podría hacerle ningún daño. “¿No te dijeron que tus poderes no pueden dañarme?” “Está escrito que no puedo usar mis poderes para recoger las semillas o para detener tu voluntad durante el acoplamiento, pero no dice que no pueda usarlos para escaparme.” “¿Sabes por qué tus poderes no trabajan contra mí?” le habló suavemente, sus labios rizados hacia arriba.
“Tus poderes no tienen ningún efecto en el que deseas… o amas.” “¡Mientes!” No podía ser verdad.
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Negó con la cabeza, ella nunca se había preguntado por qué.
“Por eso las ancianas dejaron el clan. Ellas no podían controlar a sus compañeros. Sus poderes eran inútiles contra los hombres con los que se apareaban. Tan fuertes como lo son tus ancianas, también lo eran sus compañeros que aún las dominaban. Las ancianas son mujeres que prefieren el poder al amor.” “No te creo.” “Entonces, ¡inténtalo! Trata de hacerme daño.” “Eso te mataría.”
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El Club de las Excomulgadas “Si no me deseas, si no me amas, si no eres mi verdadera compañera, lo hará.” Contestó roncamente, con seguridad. “Y tú te sentarás ahi y me dejarás.” Su corazón latía con fuerza, y sus manos temblaban. Ella las levantó, sus dedos señalaron en su dirección. Sintió el poder cuando se erizó en sus dedos. Lamió sus labios resecos. Respiró hondo. “No puedo, no tengo ningún deseo de verte morir.” Sus labios se curvaron hacia arriba. “Sabes que lo que digo es verdad.” “Podría haberte abatido.” Nunca lo dañaría pero no podría decirle eso. Si decía la verdad, y lo intentaba el sabría que lo deseaba… o que lo amaba, pero si estaba equivocado… Nunca tomaría ese riesgo.
“Puede que me tengas cautiva durante un tiempo, pero al final, me escaparé.” “No hay escape posible a esto.” Sus ojos ardieron al mirarla. “Me perteneces.”
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“Si no te importo lo suficiente, mejor será que me derribes.” El se movió a su lado.
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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 4 “¡Qué te pertenezco! No soy tu esclava.” Sacudió su cabeza, arrastrando sus pies. “No deseo a una esclava.” Tirando de ella detrás de él, la llevó donde estaba tirada su ropa. “Ponte tu ropa.” Ella se inclinó, alcanzando su falda, y un gruñido escapó de sus labios. Los cachetes llenos de su culo eran tentadores. Por suerte, envolvió la falda alrededor de ella antes de dirigirle una mirada dudosa. Manteniendo una estrecha vigilancia sobre Eliza, recuperó el bolso que había escondido en un tronco hueco. Sacudiendo el contenido, le tendió un chaleco. “Ponte esto.” El no le
gloriosos pechos eran sólo para él, y sus descendientes.
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haría caminar con su pecho desnudo por el pueblo y que todo el clan la viera. Sus
El movió sus ojos como dardos por la línea de los árboles. Anticipándose a sus movimientos, se colocó delante de ella. “No puedes escapar.” No le permitiría que
alcanzara los árboles. Podría camuflarse hasta alcanzar la entrada del otro reino, el de Liberia. Tenía que asegurarla antes de que ella recuperara su ingenio y se diera cuenta que sus poderes eran limitados, pero no inútiles.
Se sorprendió que no replicara, y aceptara el chaleco. Era una vergüenza cubrir tal perfección, pero no era de los que compartían. Poniéndose sus pantalones, la miró fijamente.
Sus ojos se cerraron y sus labios apenas se movieron cuando la miró. Ella cantaba en su cabeza, y él no sabía qué. “¿Qué haces?”
Gritó cuando la atrajo, sus ojos se abrieron y se habían oscurecido. Envolviendo una mano en su pelo, le tiró de la cabeza hacia atrás, y cuando estuvo inclinada se
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El Club de las Excomulgadas encontraron sus labios. Con fuerza, el abrió los labios, metió la lengua en duelo con la de ella hasta que se estremeció en sus brazos. “No pienses en usar tus poderes contra mí.” Su mano fue a su centro, encontrándolo mojado. El apretó su pequeño botón hasta que ella se retorció. “Vas a dejar de intentar dañarme.” Sus ojos tenían un tenue brillo azul otra vez pero se estrecharon furiosamente. “Iremos a mi pueblo ahora y si piensas intentar realizar un nuevo hechizo, te pondré sobre el suelo y te montaré para que todos puedan ver.” “Bárbaro,” siseo antes de salir hacia el poblado.
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******* Temporalmente, renunció a la esperanza de escapar y marchó delante de él. A medida
que se acercaban al pueblo, recibió miradas curiosas y saludos de algunas mujeres que
conocía. Parecían felices, pero ¿por qué no se atrevían a ir a otros lugares fuera del control de los bárbaros? Cuando escapara, tomaría a las demás, si lo deseaban. Una
mujer, una muchacha joven, morena, la fulminó abiertamente con la mirada. Los celos quemaban en los ojos de la mujer.
Se volvió hacia Bruton. “¿Quién es esa chica?” Su tono fue un poco más regañón de lo que le hubiera gustado. La travesura brilló en sus ojos. “¿Celosa?” “Ella es tu…”
“No lo digas. Es solamente una muchacha del pueblo. Ella no significa nada para mí excepto como la hermana de una amiga. Tu eres mi compañera.” El agarró su brazo metiéndole prisa hacia su refugio.
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El Club de las Excomulgadas “No por mucho tiempo.” Echó una mirada de enojo por encima del hombro en dirección a la muchacha, que provocó una sonrisa en Bruton. Cuando se acercó a la tienda comunitaria, vaciló. Se acordó de las hembras en cautiverio y se preguntó si él se habría apareado con algunas o con todas aquellas mujeres. Rechazó mirar la tienda cuando la pasaron al camino de su residencia privada. Los sonidos de sollozos perforaban el aire y ella endureció su corazón contra su captor. Obviamente, los bárbaros disfrutaban torturando mujeres. Si se le daba una oportunidad, las rescataría. Levantando la tapa de su tienda, se apartó para que entrara. Eliza se impresionó por el tamaño y el orden de la vivienda. No era tan rústica como habría esperado en una raza de paganos, pero era un señor de la guerra y su clan era más grande que la mayoría. Una
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cama enorme de pieles dominaba un lado de la tienda. Sin duda, era el dominio del guerrero, las armas colgaban sobre las vigas, su espada y el juego de estrellas skaken se encontraban cerca de la puerta, pero parecía ordenado. Incluso el traje que había usado en la última incursión estaba doblado y colocado en una gran cesta. Echando un vistazo
alrededor, encontró la vivienda cómoda y a su gusto, hasta el olor era una combinación
de madera de cedro y cuero. Estuvo contenta hasta que sus ojos se posaron en cuatro estacas clavadas en el suelo a sus pies. Desde su separación, era obvio que estaban dispuestas para la esclavitud, con lazos. Era cierto. Los bárbaros… Bruton disfrutaría obligando a mujeres a aparearse con él. Su corazón se hundió, sus ojos quemaban y parpadeó rápidamente. No daría al bárbaro la satisfacción de ver sus lágrimas.
¿La ataría y la forzaría? Tembló ante este pensamiento. Su apareamiento en el río había
sido conmovedor, al menos para ella. Ahora que estaba corrompida, sería tomada por la fuerza, incluso por él… no podía pensarlo.
Eliza dio un puntapié a una de las estacas con su pie. “¿Esta es la única manera que los bárbaros tienen para conseguir que una mujer esté debajo de ellos?”
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El Club de las Excomulgadas “Te recuerdo que has estado debajo de mi bastante y con mucho gusto.” “Sólo para obtener tu semilla, no por que quisiera. ¿A cuántas mujeres cautivas forzaste con tu vara en celo?” No podía creer que hubiera pensado, ni siquiera por un momento, que querría quedarse con una bestia tan salvaje. Las oscuras cejas se alzaron con sus palabras. “No sabes de lo que hablas, mujer.” “Te vi a ti y a tu grupo de paganos montando a caballo con las cautivas. Su ropa hecha jirones, contusiones en la cara, y puedo oír sus sollozos. ¿Cómo puedes explicarlo?” “No tengo que explicarte nada.” Sus ojos se oscurecieron y si ella no supiera, podría
“No, no lo harás mientras no me dejes salir de aquí.”
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pensar que sus palabras le causaron dolor.
“Acuéstate.” Se enderezó en toda su altura cuando él se cernio sobre ella. El poder hormigueaba en sus manos. No podía permitir que él la atara.
“¿Qué? No estoy a punto de… umf.” Cayó al suelo cuando el barrió sus pies bajo los de
ella. Desaceleró la marcha de su caída cuando se colocó debajo. Se retorció, pero era inútil luchar contra su fuerza superior. La fuerza física no iba a ganar esta batalla, la fuerza mental era la que prevalecería.
Comenzó un encantamiento. “Gran Diosa escúchame…” Envolvió un lazo de cuero
alrededor de su muñeca y sus pensamientos se dispersaron. Sostuvo la otra muñeca en
su lugar y la ató con la correa. Ahora sabía lo que convenció a Tasha para quedarse. Juntas, escaparían de sus captores. Esto llevaría tiempo pero tendrían éxito.
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El Club de las Excomulgadas Las correas la unieron extendida en la tierra. “Debo ocuparme de cosas en la tienda comunitaria. Ya que no puedo confiar en que te quedes aquí, te ataré e informaré a la guardia. Estarás segura aquí.” “¿Qué, me has tomado dos veces, y a las otras muchas veces, pero no es bastante para saciar tu lujuria? ¿Tienes que destrozarme aún más?” Ella tiró inútilmente de las correas. Llamó a su fuerza interior. ¡Nada!. Cerró los ojos, respiró profundamente. ¡Rayden! “Eres un bastardo bárbaro.” Los lazos habían sido bañados en rayden, lo único que hacía que sus poderes fueran inútiles. “No me extraña que las mayores dejaran tu clan. ¿Es así como los varones controlan a sus compañeras? Drenando sus poderes, haciéndolas inútiles, como esclavas reproductoras.”
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“Sería mejor que no dijeras nada de lo no sabes.” “Sé que todos están en celo bárbaro, tratan brutalmente a las mujeres, por diversión,” le escupió las palabras.
“¿Has sido tratada brutalmente? ¿Es así como describes las cosas que te hice? ¿Te hice daño?” “Me has atado, drenado el poder, y esclavizado a tu voluntad.”
Él le apartó el pelo de la cara. “Si pudiera confiar en ti… pero no puedo. No voy a dejarte escapar o dañar a una persona inocente.” Sus grandes manos eran sensibles. “El ser brutal con alguien no me trae ninguna alegría. Lo aprenderás con el tiempo.” Le ajustó el
chaleco y la falda. “No tires de las correas, solo te harás daño.” Frotó la carne de sus muñecas. “No tengo deseos de hacerte daño.” Sus dedos tiraron de los lazos del chaleco. “Bruton.”
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El Club de las Excomulgadas “No hay ninguna necesidad de mantener cubiertos tus pechos en mi casa.” Tiró de un lazo, y luego del siguiente. El calor de su aliento abanicaba su pecho mientras separaba el chaleco. “Ahh, la punta apretada y lista para mi boca.” Sus labios se cerraron en su pezón y lo chupó con fuerza. “No… no.” Golpeó su cabeza. Su mano viajó a la cara interna del muslo. “Esto no está bien.” El rayden la dejo débil, impotente. Estaba abierta y vulnerable y el parecía decidido a aprovecharse. “Dulce Diosa”, jadeó las palabras ante su torturador toque. “Estaría de acuerdo si no estuvieras tan mojada para mí.” Un dedo perforó su agujero y para su horror, sus músculos interiores ondularon,
“Me deseas.” “No.” Cerró los ojos para que no pudiera ver la verdad.
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succionando el dedo, llevándolo más profundo.
“Tu cuerpo me desea, quiere mi polla. Tu dulce y pequeño coño quiere ser rellenado al máximo de su capacidad. Mi dedo no es suficiente, ¿verdad? ¿Quieres más?” Otro dedo se unió al primero. Ella gimió pero no rogaría. “Dime qué quieres más.”
“No lo haré.” Sus ojos se abrieron, dirigiendo fuego al gigante sobre ella. Quitó su mano
y se puso de pie, andando con paso majestuoso atravesó la vivienda, los músculos de sus nalgas se flexionaban bajo sus pantalones apretados. Su coño palpitó de necesidad. Jadeó, él no iba… no podía simplemente dejarla sola. Revolvió en una cesta y dio la vuelta con algo en las manos.
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El Club de las Excomulgadas “¿Qué es eso?” tragó nerviosamente. “¿Esto?” El sostuvo el objeto para que lo viera, era una cosa tubular en forma alargada. Había encontrado algo similar entre las pertenencias de su madre hacía algunos años. Tasha lo había llamado una varita de placer. Sus dientes brillaron cuando el sonrió con una intención salvaje y caminó con paso majestuoso a través de la vivienda. “No, ah Diosa…” no usaría aquella cosa en ella. Se arrodilló entre sus muslos extendidos, levantando sus caderas y subiendo la falda alrededor de su cintura. “Bruton, ¿Qué vas a hacer?”
“¿Más que antes? Yo no sobreviviré.”
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“Voy a darte placer como nunca has imaginado.”
Sus ojos ardieron como lava. “Hay tanto que tienes que aprender.” La varita se sentía fresca cuando rozó su muslo. *******
Sus ojos le suplicaron, pero él no creía que supiera lo que realmente quería. Bajó la
mirada. Los labios gruesos de su coño, rubicundos, brillaban húmedos. La punta de la
delgada varita entró en su agujero. Quería que fuera su pene, pero necesitaba retener su
placer hasta que pudiera enseñarla lo que podrían obtener juntos. Tenía que llevarla a las alturas y más allá. Era el único modo de asegurar que ella le deseara, que le necesitara, del modo en que él la necesitaba.
Su crema allanó el camino y la varita se deslizó suavemente en su vaina apretada. Bajando su cabeza, sus labios besaron sus pliegues. Encontrando su clítoris, lo rozó con su lengua cuando la varita se deslizó despacio en su aterciopelado canal. Su gusto dulce
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El Club de las Excomulgadas hizo que su sangre se disparara y su miembro palpitara en sus pantalones. La necesitaba mojada y complaciente bajo él, pero no solo hoy sino para siempre. Luchó contra las ataduras para moverse bajo él, negando su posesión. Su fija mirada se levantó y pasó a sus pechos puntiagudos para encontrar sus ojos entornados de deseo. Lamiendo su sensible botón con su lengua. Su cabeza se movió cuando ella mordió su labio inferior para silenciar sus súplicas. Levantándose, el se inclinó adelante y los labios mojados con sus jugos encontraron su boca. No dándole ninguna piedad, su lengua perforó su boca. Su pecho desnudo descansó sobre sus tensos pezones al igual que su tenso pene cubierto por la tela contra su coño, empujando la varita más lejos de su acalorado cuerpo.
correas. “Todavía no.” Su boca encontró un pezón y lo succionó profundamente. “Argh.” Su espalda se arqueó y un grito de frustración dejó sus labios. “Ahora.”
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“Dulce Diosa, Bruton, por favor…” se retorció, tirando de la boca de él, tirando de las
Sus labios se torcieron y despacio deslizó la varita en sus llorosas profundidades. Desatando sus pantalones húmedos, su pene salió disparado hacia delante dolorosamente.
Ojos hambrientos se concentraron en su pene. Se humedeció los labios. “Ahora, Bruton.” “¿Quieres la varita o mi polla?”
“Tu polla” contestó sin vacilar. Sus ojos no lo habían dejado y su pene lloró de necesidad bajo su ardiente mirada. “¿O ambos?”
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El Club de las Excomulgadas “Las dos cosas.” Movió sus ojos a los de él. “No cabrían.” Alcanzando su daga, corto las correas que retenían sus tobillos, pero dejo el rayden en su lugar por si acaso. Doblando sus rodillas, ella levantó las caderas, pidiendo silenciosamente su posesión, él ahueco sus nalgas llenas, redondeadas. “No juntos en tu apretado coño.” Ahuecando los montículos, él separó sus mejillas y un dedo rozó el agujero virgen que tenía que poseer aún. Añorando poseerlo. Sus ojos se ensancharon. Con la crema lloraba de su coño, la usó para perforar el fruncido agujero apretado. “Bruton… yo… ahh.” Sus talones se clavaron en el suelo mientras intentaba escabullirse
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lejos.”¿Qué tortura pagana es esta?” “No lo encontraras una tortura cuando ambos agujeros estén llenos y vueles tan alto con tu cuerpo convulsionando y tu alma estallando en una liberación de éxtasis.” Deslizó su
dedo más profundo y ella arqueó los dedos de los pies. “Estás tan caliente y apretada.”
Un temblor sacudió su cuerpo. El quería tomarla pero sabía que no estaba lista para el grosor de su polla.
Recogiendo la varita, mojándola con sus jugos, sustituyo el dedo por ella. La varita estiraría su agujero, haciéndolo más fácil para tomarla. “No.” Se resistió. “Relájate.” Despacio, pulgada a pulgada, la varita desapareció. *******
Ella respiraba con dificultad. Seguramente, esto estaba prohibido, era incorrecto. Con lentitud insoportable, el abrió su culo virgen. Los dedos de los pies se arquearon, su
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El Club de las Excomulgadas columna vibró. Tragó otra protesta. Con un aliento profundo, se abalanzó sobre el duro instrumento y vio las estrellas. Se movió y su coño lloró celoso, de tan lleno que su culo estaba, su coño estaba vacío y necesitado. “Bruton, necesito…” Vaciló cuando examinó sus ojos lo bastante calientes para chamuscarla. Ah infiernos, por que no. “Necesito tu… polla.” Su cara ardió con la confesión. Sus ojos se cerraron y salió un gruñido primitivo de sus labios. El se movió ligeramente y su pene se apoyó en su mojado y dolorido centro. Su primer empujón sacó todo el aire de sus pulmones. Ella no tenía ni idea. “Bruton.” “Relájate, puedes tomarlo.” El se movió hacia delante despacio.
ir más profundo y más duro. “No.” Ella gimió y corcoveó con fuerza contra él. “Más fuerte, más rápido… por favor.”
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“Desátame.” Ella quería tocarle, sentir su pecho, para agarrarse a sus caderas y forzarle a
La inclinó hacia delante, por un lado mantenía el tubo en su lugar, con la otra mano sostenía sus caderas y su ritmo se aceleró. Feroz, mientras empujaba profundamente. “Tan bueno… Eliza… nunca antes,” murmuró entrecortadamente con su cuerpo reluciente de sudor golpeando contra el de ella.
Su cuerpo tembló, ella no tenía ningún control. Sus músculos interiores palpitaron y se
construyeron unas sensaciones que nunca antes había alcanzado. Ella no podía respirar, sus pulmones ardían. Rítmicamente su cuerpo se apretó y convulsiono. El calor
chamuscó su carne y cuando estaba cerca de hacer erupción, el deslizó la varita de su culo. Antes de que pudiera tomar aliento, él la sustituyó por su grueso miembro. El la
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El Club de las Excomulgadas llenó, estiró su apretado agujero hasta que ella pensó que reventaría. Después del empujón inicial, el dulce calor sofocante sustituyó al dolor. “Oh mi…” Se hundió más profundo. “Mía.” La palabra rasgó sus labios. “Mía y únicamente mía.” El empujó más profundo, más fuerte, su mundo se redujo a destellos de luz y calor detrás de sus parpados fuertemente cerrados. Su cabeza giró y la oscuridad la envolvió. Despertó, sus manos estaban atadas fuertemente encima de su cabeza, pero unos brazos la abrazaban. “¿Qué pasó?”
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“Pienso que perdiste el conocimiento.” Pulsos de sensaciones hormigueaban todavía en sus temblorosas partes inferiores. “¿Tu pudiste…?” El calor brotó en sus mejillas. “¿Terminar? Sí, directamente detrás de ti.” “Ah”. Ella no podía encontrarse con los ojos que la miraban. “¿Cómo te sientes?” “Bien, ¿puedes desatarme ahora?” “Eso depende. ¿Después de esto no vas a abandonarme?” ¿Podría? No quería pero su clan dependía de ella. “No sé.” No le mentiría, no ahora.
“¿Podrías alejarte de mí, de nosotros, y llevarte mi hijo contigo? Tal vez eres la hija de tu madre después de todo.
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El Club de las Excomulgadas “¡Qué! Bárbaro, piensas que todo lo puedes solucionar con tu fuerte vara,” ella gritó lo bastante fuerte como para que la mitad de su clan probablemente la oyera. “No estoy seguro de porque gasto mi tiempo,” murmuró él y ella comenzó a dar puntapiés cuando colocó la falda por encima de su desnudez y sujetó de nuevo su chaleco. Tirando un manto sobre ella, después de ponerse en pie, pasando por la vivienda. “Eliza.” Ella volvió la cabeza a un lado. Se detuvo a su lado y la miró durante un momento pero ella no le daría la satisfacción de buscar su mirada. Sin otra palabra, el se dio la vuelta y se marchó. Eliza yacía tumbada, pensando en sus opciones. Las pocas que tenía, con sus manos
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atadas poco podía hacer. Había cometido errores al manejar esto desde el principio. Debería haber escuchado mejor. Sabía los riesgos. Sabía lo que le había pasado a Tasha,
¿o no? Sabiendo lo que sabía ahora, no estaba segura. Tendría que pensar en esto, pero su mente parecía nublada, había mucho que digerir. Necesitaba un momento de descanso.
Eliza se durmió hasta que un murmullo a su lado la despertó. Abrió los ojos, vio a Tasha con un niño envuelto. Le sonrió. “Tasha, libérame. Podremos escaparnos.”
Negando con la cabeza, Tasha contestó. “No puedo, no tengo ningún deseo de marcharme. Con el tiempo, tu tampoco.”
“¿Cómo puedes decir eso? ¡Estos bárbaros nos forzaron! Estoy atada.” Eliza tiró de las
ataduras. “Están bañadas de rayden, no los toques. Consigue un cuchillo y córtalos para liberarme.” “No puedo.” “Soy la futura sacerdotisa, presta atención a mis palabras.” Le ordenó.
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El Club de las Excomulgadas “Estoy bajo las reglas de Bruton ahora, como tú.” Tasha desenvolvió al niño atado en un fardo, sosteniendo a su niño desnudo para que Eliza lo viera. “¿No es hermoso? ¿Qué le pasaría si volviera contigo?” “Tiene un padre.” El pequeño niño gorjeó cuando se chupó un dedo. Eliza no se permitiría a si misma pensar en ello. Dejar a un niño, cualquier niño que se quedara atrás… ella no podía comprender. “Sí, pero necesita a su madre también. Y yo necesito a su padre.” Eliza miró a su amiga. “Libérame entonces y me iré.” “No, no puedo.”
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“Supongo que los bárbaros te castigarían por tu desobediencia, ¿no?” “No. Deseo que te quedes. Soy lo bastante egoísta para querer a mi amiga conmigo.
Además, se en mi corazón que tu perteneces a este lugar, con Bruton. Si fueras honesta contigo, sabrías eso también. Recuerdo cuando lo elegiste como tu donante de semilla.”
“Éramos unas muchachas demasiado jóvenes y tontas.” No recordaría, no podía recordarlo.
“Sí, es verdad, pero sabíamos lo que nos gustaba, lo que queríamos. No queríamos vivir en un clan femenino.” “¿Por qué? Teníamos todo lo que necesitábamos.”
“¿Lo teníamos? ¿Después de estar con Bruton crees que estarías satisfecha de volver a ese estilo de vida?” Tasha la miró fijamente.
Eliza miró lejos. No estaba preparada para responder a esa pregunta. “Nuestras madres, las ancianas, y las otras, ellas están satisfechas.”
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El Club de las Excomulgadas “¿No te das cuenta que no son como nosotras? Tenían la esperanza que nos pareciésemos a ellas, pero no lo somos.” “No sé lo que quieres decir.” Sensaciones, pensamientos, recuerdos parpadearon en su mente. Su cabeza palpitaba, no podía pensar. Todo pareció fuera de orden. “¿No has notado que la mayor parte de las mujeres jóvenes no vuelven después de recolectar la semilla? ¿No te has preguntado nunca por qué?” “Están cautivas, esclavas de las tribus de hombres bárbaros.” Tenía que ser la verdad, ¿no? “Yo no lo soy, tampoco Sulu o Lena. No creo que las mujeres que vivan en otros clanes lo
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sean tampoco.” “Soy una prisionera.” No podía negar que estaba atada, tumbada en el suelo y vulnerable. “De momento. Hasta que aprendas que es lo mejor.” “Sé que es lo mejor. Te han lavado el cerebro. Fuimos advertidas, ¿no lo recuerdas?” “Lo recuerdo todo. ¿Tú?” Eliza encontró la mirada fija de Tasha, pero no respondió.
“¿Te acuerdas de cuando espiaste a Tilo y a Burton bañándose? ¿Recuerdas como sentimos la mirada de ellos? ¿Recuerdas cuando Bruton te agarró? Ellos podrían habernos tomado entonces pero no lo hicieron, querían que viniéramos a ellos.”
Eliza había pasado la mayor parte de los dos últimos años tratando de olvidar ese día. Tratando de olvidar como se sentía al estar tan cerca de Bruton, sintiendo su contacto, frotando su cuerpo contra el suyo. Ahora tendría que olvidar como se sentía en sus brazos, besar sus labios, conocer su plena posesión. Un sollozo escapó de sus labios. “Para.”
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El Club de las Excomulgadas “No. ¿Te acuerdas del castigo cuando tontamente se lo dijimos a nuestras madres? No tienen ningún sentimiento o deseo por los hombres, pero nosotras sí. Los tenemos.” “¿Estás diciendo que…?” no podía entender las palabras. “Las mujeres mayores de nuestro clan, tu madre, mi madre, no tienen ningún uso para los varones. Nuestras madres cuidan unas de otras.” “¿Quieres hacerme creer que nuestras mayores, nuestras madres… y que nos quieren para…?” “Yo las vi una vez. Yo era joven y traté de no pensar en ello, pero lo vi.” La mirada en los ojos de Tasha le contaron la historia. Hasta ahora, Eliza no había puesto en duda nada de
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lo que Tasha dijo. “Mientes.” Eliza temía que ya no podía confiar en ella ahora que estaba bajo la influencia
de los bárbaros. Podían haberla convencido de ello. Podría estar confundida. Bruton había dado a entender algo parecido. Puede que fuera el engaño de los bárbaros. Tasha negó con la cabeza. “Hay alguien que espera verte.”
Eliza supuso que sería Lena, habían sido amigas antes de que se marchara. Sus ojos se abrieron sorprendidos al ver a Tilo entrar en la vivienda. “Recuerdas a Tilo.”
Eliza asintió, mirando al hombre grande, rubio, al ver el calor y la ira en sus ojos. Odiaba
estar atada, humillada ante ese bárbaro. Ella se movió nerviosamente cuando se sentó cerca de su lado, acariciándole con la mano su pelo.
Su mirada se dirigió atrás a Tasha a tiempo para ver la sonrisa alentadora que dirigió al enorme varón. “No temas a Tilo, es tu hermano.”
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El Club de las Excomulgadas Sus ojos volvieron a Tilo, viendo su pelo rubio, hasta sus rasgos un poco como los suyos. Ella negó con la cabeza desmintiéndolo. “No tengo ningún hermano.” “Si lo tienes, pequeña Lizzy.” El apodo reverberó en su mente. “Pequeña Lizzy, no corras, pequeña Lizzy, ven aquí, pequeña Lizzy… pequeña Lizzy… Lizzy…” Ella negó con su cabeza. “No… no.” Otra voz resonó en su cabeza. “¿Eliza estás bien?” una voz familiar se hizo eco en su mente. Un muchacho moreno joven que la ayudó a levantarse del suelo y le limpió su rodilla. Su mirada fijada en Tasha. “¿Le recuerdas? Tú eras más joven que yo cuando nos fuimos y estaba prohibido
“Yo no… no estoy segura.”
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mencionarlo.”
“Sabes que los liberianos una vez vivieron aquí en Barbar, hasta que el otro reino fue creado.” “Sí, pero fue hace mucho. Antes de que naciéramos.” “No fue hace tanto tiempo, tenías tres o cuatro años. Yo tenía seis.”
“Yo tenía diez años cuando te marchaste y Bruton once.” Sus ojos volvieron de nuevo a Tilo.
Las lágrimas manaron de sus ojos. Hasta hoy, no había llorado durante años. No desde que su madre la arrastró gritando y llorando del clan, lejos de sus amigos, su hermano y Bruton. “Tilo.” Ella parpadeó retrocediendo sus lágrimas, tratando de sonreír.
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El Club de las Excomulgadas “Ahh, pequeña Lizzy, te tomó bastante tiempo.” Sacando una daga de su cinturón, el cortó las ataduras de sus muñecas, calentándola en sus brazos. “Tilo, mi hermano.” “Lo soy.” “Lo olvidé…” “Shh, no hay ninguna necesidad. Tasha me explicó hace mucho que tú no nos recordabas. Eras demasiado pequeña, el trauma debió ser bastante grande.” “Bruton…” Ella no podía manejar más que su nombre, pero por suerte, Tilo entendió.
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“Sabe que no nos recuerdas a nosotros o nuestras circunstancias. Tasha le dijo que tú
creías en tu religión. Cuando el te pilló ese día en el río, había estado esperándote desde entonces. Con la esperanza de que volvieras y quisieras quedarte. Creo que fue más difícil para él, la espera y no saber si volverías y lo elegirías.” Las lágrimas se deslizaban
por su cara y se sorbió los mocos cuando Tilo habló. “Todo el tiempo… años gastados porque las mayores tuvieron que separar el clan.”
Un gemido se oyó del otro lado de la vivienda. Eliza volvió sus ojos al bebe. “Mi sobrino.”
“Sí,” contestó Tasha cuando se acercó. “Le llamamos Draydon pero le decimos Dray. Tiene tres meses.” “¿Puedo cargarlo?”
Tasha asintió, y le extendió el paquetito envuelto y nerviosa Eliza tomó al niño, y apoyó la pequeña cabeza. “Es hermoso.”
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El Club de las Excomulgadas “Apuesto,” añadió Tilo. Lo tendió en su pecho y comenzó a succionar. “Pienso que quiere tu teta.” Eliza se rió cuando se lo devolvió a su madre. “Sí. Pronto tendrás uno igual para amamantarlo en tu pecho,” dijo Tasha, abriendo su chaleco y colocando al niño en su pezón. “Entonces, ¿tengo que luchar con Bruton por tu honor?” “Bruton… ah, Tilo.” Encontró la mirada fija de su hermano. “¿Qué voy a hacer?”
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“¿Qué quieres hacer?”
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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 5 Era ya tarde cuando Bruton entró en su vivienda. Se había mantenido al margen más de lo necesario. La mirada de rechazo de Eliza, había carcomido su alma. Había tomado una decisión, no la obligaría si se quería ir. Tenía que dejarla en libertad. Vivió estos dos últimos años sin su corazón, sin la muchacha que encendía la luz de su alma. La liberaría mañana. Había esperado que quisiera quedarse. Que se opondría a las enseñanzas de su secta, pero no la forzaría. Esperando encontrarla atada en las estacas, su corazón se contrajo al ver las cintas cortadas. Cayó de rodillas, colgando su cabeza. Ni siquiera tuvo la oportunidad de despedirse. Nunca volvería a verla, a ella o a su hijo. Su mano agarró una estaca, con una
seguir con lo que quedaba de su corazón?
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fuerza nacida de la cólera y pena, arrancándola del suelo. Levantándose, vaciló. ¿Debería
Una mano pequeña pero fuerte lo tomó de su muñeca. “Yo iba a usar esas estacas para atarte.” Su cabeza giró. Se secó la mejilla, con la esperanza de que la luz de la vivienda fuera demasiado débil para que ella viera la humedad, la prueba de su debilidad. “Pensé que te habías ido,” su voz graznó. “¿Sin una apropiada despedida?” “¿Merezco una?”
“Los bárbaros merecen lo que reciben. Mi madre abandonó a mi padre porque era un hombre brutal, odioso.” Tomo la estaca de su mano, arrojándola en el aire. “Ya es hora que tu consigas lo que te mereces.” El miró hacia el suelo, no quería que viera la devastación que le causaban sus palabras. “Creo que mereces tener esa gruesa polla succionada hasta secarse.” 60
El Club de las Excomulgadas Su cabeza se levantó. No lo dijo… sus ojos azules brillaban con picardía y una risa ronca escapó de su garganta. El se movió hacia delante. ****** “No esta vez.” Ella empujó su pecho. Su cabeza se levantó y la miró con ojos hambrientos, semicerrados. “Es mi turno.” Sus ojos se abrieron más, brillando con una intensidad oscura, salvaje. Una sonrisa atractiva floreció en sus labios. “Soy todo tuyo.” Extendió sus manos. “Sácate esos pantalones y acuéstate.”
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La gruesa cresta de su excitación era evidente a través del apretado material. Eliza tragó profundamente. Esperaba que no notara el temblor de sus manos cuando hizo un gesto hacia los pantalones. “Fuera.”
No se molestó con la túnica. Su mano bajó a los lazos de los pantalones, liberándolos
lentamente. Su pene erecto saltó al separar el material. Sus pulgares se engancharon en
sus pantalones y sus caderas bailaron bamboleándose. “Mmmm, eso me gusta.” Los ojos oscuros encontraron los suyos.
“Quítatelo todo.” Hizo un gesto de nuevo y se lamió los labios. Su sonrisa era
prometedora de actos malvados cuando los pantalones de cuero bajaron por sus muslos. Centímetro a centímetro los músculos más impresionantes aparecieron ante la suave luz.
Por último, se puso de pie con la espalda recta y dejó caer el material a sus pies. Sus
bíceps se abulta roncuando se acostó entre las estacas restantes y cruzó los brazos por detrás de la cabeza. Los muslos extendidos, y las rodillas dobladas, aunque no escondían
nada. Su vara erguida se doblaba por su propio peso extendiéndose por su estomago, mucho más allá de su ombligo.
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El Club de las Excomulgadas “Oh, Diosa,” suspiró. Ella se arrodilló a su lado. Sus palmas sudaban y su boca estaba seca. Tasha lo había hecho parecer simple y agradable, pero ahora, ¿y si hacía algo mal? “Eliza.” Sus ojos volaron para encontrarse con los suyos. “Relájate.” Ella asintió. “Tócame si quieres, pero si no estás lista…” Sus cálidos ojos marrones estaban llenos de amor y compresión que derritieron su miedo. “Estoy lista.” Colocó su mano en su pecho, el pelo suave y elástico se rizó alrededor de sus dedos. Encontró un pezón masculino apretado y lo rozó con el pulgar. Inclinándose adelante, rodeó la pequeña protuberancia con su lengua y su coño manó jugos. Él gimió bajo en su garganta.
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Su sabor era salado, olía a aire libre y a hombre. Respiró hondo. Recorrió una leve cicatriz en su costado que llevaba en la cadera. Ni una palabra salió de sus labios, pero la carne se
estremeció bajo su tacto. Los huesos de la cadera sobresalían ligeramente en su plano vientre ondulado, y entre ellos estaba el paraíso. Su mano nerviosa se detuvo encima de
su erección un momento. Volviendo sus ojos hacia él, mientras observaba su reacción cuando arrastró un dedo a lo largo de la cresta, y volvió de la base hasta la punta.
Los músculos se tensaron y su aliento salió en un siseo entre sus labios. No se movió, pero ella sabía lo que quería. Recordó cómo se sintió cuando la toco íntimamente, sus
dedos acariciando su raja, sumergiéndose en su agujero. Se movió, apretando sus
muslos. Quería darle ese tipo de placer. Quería que se retorciera en éxtasis bajo su toque, necesitándola del modo en que ella lo necesitó. Volviendo sus ojos a su longitud gloriosa, envolvió una mano fuertemente alrededor de su base, acariciando su tórrida longitud.
Una gota de humedad brilló atractivamente en su punta, esta vez no la desecharía en su mano. Se inclinó hacia delante y sacó su lengua como una flecha para lamer su semilla nacarada. El gimió, sus caderas se movieron hacia arriba.
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El Club de las Excomulgadas “Mmm.” Lamió sus labios, saboreando su esencia, saboreando el sabor de su semilla. Se acercó más. Su olor almizclado de hombre calentó su sangre. Su sabor único agradable a sus sentidos, quería más. Humedeciendo sus labios, los separó sobre su erección. La cabeza y la parte superior del eje estiraron los labios y llenaron su boca. Puso su lengua alrededor de la punta acampanada, buscando más de su semilla. Se arqueó hacia arriba y en una posición medio sentada la acunó en su vara, una mano se enredó en su pelo impulsándola más cerca cuando poco a poco comenzó a bombear sus caderas. Su otra mano recorría a lo largo de su espalda y se metió bajo su falda, buscando su núcleo húmedo y necesitado. Dedos gruesos separaron sus pliegues, deslizándose fácilmente con su crema.
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“Eliza, no puedo aguantar mucho más de este placer exquisito.” Ella sorbió su eje y tocó el fondo de su garganta. Tragó profundamente, permitiéndole deslizarse una pulgada
más lejos en la caverna de su boca. Sus dientes rasparon la carne sedosa, su lengua bañaba la rígida longitud. Sabía tan bien que no quería soltar su pene, pero al mismo tiempo, lo quería sepultado profundamente en su adolorida vagina.
“Sí. Succióname. Toma más, Eliza… más.” La mano en su pelo dirigía su boca sobre su pene mientras un dedo perforó su agujero. Empujó la espalda hacia atrás contra la franca invasión, succionando más dura su gruesa longitud.
“Ten misericordia, mi brujita.”Arrancó un gruñido de sus labios y sus muslos temblaban
mientras luchaba por el control. Impulsó otro dedo dentro de ella, en un rápido
movimiento ardiente llevándolos a su interior. Ella gimió alrededor de su polla, meciendo las caderas y meneando la cabeza, buscando poner fin a su tormento.
Su mano ahuecó la parte de atrás de su cabeza cuando empujó sus caderas hacia arriba, metiendo su pene profundamente en la garganta. Llena por completo en ambos
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El Club de las Excomulgadas extremos, se retorció, sus muslos interiores ondularon y luego se apretaron cuando la liberación se apoderó de ella. “Es demasiado tarde, demasiado tarde.” Tirando hacia atrás de su cabeza, el rugió de torturada felicidad. La semilla caliente se brotó en su boca, disparándose por su garganta. Ella tragó convulsivamente, ordeñando hasta la última gota del fuerte fluido de su eje. Bruton se dejó caer hacia atrás en el suelo, su miembro semi-erguido saltó de su boca. Su mirada somnolienta la observaba mientras jadeaba para conseguir aire. “¿Dónde aprendiste a hacerle una mamada a un hombre?” jadeó. “Tilo,” respondió sin aliento mientras pasaba el dorso de su mano por sus hinchados y sensibles labios.
“Bueno, quiero decir, que Tilo enseñó a Tasha y ella pensó que podrías disfrutar de…”
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“¿Qué has dicho?”, rugió, sentándose de un salto, con su mirada asustada fija en ella.
Sus labios se estrellaron contra ella, cortando sus palabras. “Tasha es una mujer astuta. Le debo mi agradecimiento.” El lamió sus labios con una mirada extraña en su rostro. “¿Así que este es mi gusto?” “¿Nunca probaste tu semillas en labios de otra?” “Nunca permití que una mujer me tomara así.” “¿No lo has hecho?” Negó con la cabeza. “Me uní con otras, antes de aquel día en el río.”
“Quieres decir que desde entonces no has…” La alegría estalló en su corazón con sus palabras. No tenía derecho a esperar que el hubiese aguardado por ella tanto tiempo. “He estado esperándote. No podía unirme con otra cuando mi corazón te pertenece.” 64
El Club de las Excomulgadas “No has permitido que ninguna otra recolectora de semilla tomara tu simiente.” “No. Yo no tendré hijos más que contigo. Aunque algunas lo hayan intentado…” Eliza dio un manotazo al petulante bárbaro en su desnudo muslo. “Oh, estoy segura que lo han hecho… pero ya no. Esa chica joven de pelo oscuro…” “Pronto dirán que eres mi compañera, la compañera de mi corazón.” “¿Las cautivas…” Sus ojos oscuros se volvieron hacia ella llenos de amor. “No.” Levantó la mano para silenciarlo. “Tú no harías nada para perjudicar a las hembras.” Contestó su propia pregunta. Sabía dentro de su corazón que Bruton, Tilo y los hombres de este clan no dañarían a mujeres inocentes. Este era su clan, y excepto por unos pocos, incluido su
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padre, eran en su mayoría buenas personas. “Las mujeres estaban cautivadas por el clan rebelde de tu padre. Mis guerreros… él no nos dejó otra opción.” “Tú le mataste.” “Sí, pero no fue el que le dio el golpe mortal.”
Sin decir una palabra, Eliza sabía que Bruton no le había derribado a causa de sus
sentimientos hacia ella. “Fue lo mejor.” Ella se acurrucó en su regazo, enterrando la cara en su cuello. Por lo poco que podía recordar de él es que nunca fue un verdadero padre.
“Sí.” Sus brazos se cerraron alrededor de ella, acunándola en su pecho. “No hay nada
que detenga ahora a tu madre y a las demás para que regresen a nuestro clan. Serán bienvenidas.”
Los ojos de Eliza se entornaron cuando su mente se precipitó hacia delante. ¿Iban su madre y las demás liberianas a volver al clan? Dieciséis años era mucho tiempo. Ellas
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El Club de las Excomulgadas tomaron otros caminos, caminos que no incluyian a los hombres, pero cada año las mujeres volvían para recolectar sus semillas. Estarían mucho más seguras aquí dentro de un clan más grande. Sabía que Bruton sería fiel a su palabra. Que les permitiría a ellas vivir en paz en el clan. Estaría bien unirse de una vez. Su madre podría reunirse con Tilo. Habría otras que encontrarían a sus hijos. A menudo había visto a su madre quedarse pensativa y perdida, ahora sabía por qué. Debió ser una tortura para ella dejar a su hijo. Era algo que ella no consideraba hacer nunca. Le había costado bastante dejar a Bruton hace dos años, cuando lo había sorprendido en el río. Sus labios se torcieron al pensar en ese día. “¿Los ves?” Preguntó Tasha desde su escondite entre los árboles.
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“Tilo está en el agua, pero no veo a Bruton.” Etaba de puntillas. “Hay algún otro hombre…” Jadeó, tropezando hacia atrás en el tronco de un árbol. Bruton estaba de pie ante ella, poderoso y desnudo. Cerró sus ojos. ¿Por qué no se quedó entre los árboles? “Eliza.” La llamó Tasha. Bruton se acercó, su desnudez rozó su carne. “Eliza está bien, ella está conmigo.” “Bruton.” Tasha se acercó.
“No interfieras, Tasha.” Eliza sabía que la voz era de Tilo pero no podía verlo, el cuerpo enorme de Bruton llenaba su visión.
“Espiabas, Eliza, sólo tenías que preguntar y yo te habría dejado mirarme a gusto. ¿Qué esperabas ver?” “No se… no estábamos.” “¿Crees que no sabemos que las pequeñas brujas vienen aquí para ver cómo nos bañamos?”
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El Club de las Excomulgadas “No es que… tratábamos de elegir a un donante de semilla.” “¿Cómo los eliges? ¿Por el tamaño de su polla?” Eliza jadeó por sus palabras, negando con su cabeza para desmentirlo. “No… no lo haría.” “Y tú me has elegido.” “No dije…” Ah Diosa, la punta de su pene le rozó la parte baja de su vientre. “¿Quieres mi semilla?” ronroneó las palabras en su oído. “¿Quieres mi semilla profundamente en tu cuerpo virgen?”Miró hacia abajo y quedó sin aliento. El calor floreció en sus mejillas, nunca antes había visto a un hombre desnudo tan cerca.
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“Soy demasiado joven.” “Eres mayor de dieciocho años.” Sus labios firmes y calientes acariciaron su cuello y ella se retorció. “Sabes lo bastante bien para comerte.” “Por favor, no quiero hacerte daño. Déjame ir.”
“¿Podrías hacerme daño?” Sus ojos oscuros, intensos, la agujerearon. “Vienes a verme bañar, me elegiste para darte mi semilla. ¿Podrías abatirme y elegir a otro?” Eliza gimió ante sus palabras con una sensación extraña que la sacudió hasta la médula.
“¿Estás mojada entre los muslos porque me deseas? Estás impotente frente a mí.” Con una caricia ligera de su mano, tocó su mejilla. “¿Debería tocarte y ver qué pasa?”
Sus piernas se estremecieron y cerró con fuerza sus rodillas. Para su horror la humedad se filtraba de su femenino corazón. Sus palabras solo lo hacían más intenso.
“Estoy listo para darte mi semilla.” Movió sus caderas contra ella, demostrando su punto. “¿Estás lista para aceptarla?”
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El Club de las Excomulgadas “Yo…” Su mano recorrió por su hombro, hacia abajo por el brazo, acariciando los lados de sus pechos. Ella se estremeció bajo su mano, sus pechos dolían de necesidad. “Bruton,” la voz áspera de Tilo le golpeó. “Tú no puedes aparearla, ellas la matarán.” “¿¡Qué!?” “Está en el ley, si una mujer acepta la semilla antes de sus veinte años, se considera indigna y ellas la matarán. Tasha me lo dijo.” “¿Es verdad eso?” “Sí. Si no puedes controlar tu cuerpo, serás juzgada incapaz de controlar tus poderes.” Ella tomó
“Estarás segura si te quedas conmigo. Nadie te hará daño nunca.” “No puedo.”
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la mentira de Tasha y la amplifico.
Se apartó de ella, su mano abierta golpeó contra el tronco de un árbol. “Vete, entonces.” Se volvió, con los ojos ardientes. “Vuelve cuando cumplas veinte años.” Ella asintió. El miedo le impedía hablar. “Si piensas elegir a algún otro donante de semilla, morirá el día que te tome.” “Bruton,” jadeó, sorprendida por su venenoso tono. “¡Presta atención a mis palabras! Nadie te tocará nunca.”
La voz de Bruton la devolvió al presente. “Ellas podrán vivir como quieran y con quien elijan,” declaró. 68
El Club de las Excomulgadas “Podemos pedirles que se unan al clan” “¿Y si se niegan?” Ella odio la incertidumbre de su voz. “Soy de Liberia pero mi lugar está aquí en Babar contigo. Te amo.” “Sí. Tu lugar siempre ha sido conmigo.” Una mano se deslizó bajo su falda, encontrando su culo desnudo. “Yo debería haberte guardado aquel día cuando te encontré en el río.” “¿Por qué no lo hiciste?” “Temí que te escaparas. No podía asumir la posibilidad que ellas te mataran. Te amé entontes como te amo ahora. Tu madre te alejó de Tilo. Ella podría haber permitido que
Eliza se río. “Mentimos, eso no estaba en la ley. Las mayores no me matarían.” “Creo que tendré que castigarte.” “¿Quieres atarme?” Ella le ofreció sus manos, ofreciéndose en total sumisión. “No. Quiero sentir tus manos en mí cuando te ame.” “Sí. Ámame, bárbaro, ámame.”
Fin
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te mataran.”
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El Club de las Excomulgadas
Vistamos en el Blog del Club de Las Excomulgadas donde Puedes encontrar más de
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