Kuhn Thomas - La Tension Esencial

April 27, 2017 | Author: Elizabeth Hammond | Category: N/A
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Descripción: La influencia que ha ejercido el pensamiento de Thomas S. Kuhn no se limita a lo que podríamo...

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T r a d u c c ió n d e R o b e r t o H elíer

THOMAS S. KUHN

LA TENSIÓN ESENCIAL Estudios selectos sobre la tradición y el cambio en el ámbito de la ciencia

c o n a c y

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FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO-ARGENTINA-BRASIL-COLOMBIA-CHÍLE-ESPAÑA ESTADOS UNIDOS DE AÍVIÉRICA-PERÚ-VENEZÜELA

Primera edición eti inglés, Primera edición en español, Primera reimpresión en España, Segunda reimpresión en España,

1977 1982 1983 1993

Este Hbro se publica con el patrocinio del Consejo Nacional de Qencia y Tecnología de Méjdco

Título original

The Essentid Tension. Selected Studies in Scientific Tradition and Change © 1977, The University of Chicago Publicado por The University of Chicago Press ISBN 0-22645805-9

D. R. © 1982 Fondo de Cultura Económica S. A. de C. V. Av. Picacho Ajusco, 227. 14200 México D. F. Fondo de Cultura Económica, sucursal para España Vía de los Poblados {Edif. Indubuilding-Goico, 4.'’-15), 28033 Madrid Depósito legal: M. 7263-1993 I.S^J^.: 84-375-0232-2 Impreso en España

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A K. M. K„ q u e s i g u e s i e n d o m i e x p e r t o p r e d il e c t o e n e s c a t o lo g i a

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PREFACIO A u n q u e ya llevab a varios años jugando con la id ea d e publicar una antología de artículos, tal v ez nun ca hubiera realizado e l proyecto si Suhrkam p Verlag, d e Francfort, no hubiera pedido mi autorización para publicar en alem án un volumen c o m p u e sto con algunos de mis en sa y o s. Tuv^e algunas reservas, tanto hacia la lista de artículos q ue m e p re­ sentó in icialm en te, com o h acia e l riesgo de autorizar trad uccion es sobre las cu ale s yo no tendría control alguno. Pero m is dudas se d esva n ec ier on por com p leto cuando recibí la visita de un agradable profesor alem án , q ue d e sd e en to n c e s e s mi amigo, y quien estuvo de acuerdo en resp onsab ilizarse d e la ed ición de un volu m en en alem án, en cu ya p laneación yo intervendría también. S e trata de Lorenz Kruger, profesor d e filosofía de la Universidad de Bielefeld, con quien he trabajado íntim a y arm on iosam en te, se lec cio n a n d o y preparando el

co n ten ido del volum en. É l fue, ad em ás, quien me persuadió p a ­ ra q ue elaborara un prefacio esp e cia l, en dond e indicara la relación que hay entre los e n sa y o s esco g id o s y lo más con ocido de m i trabajo, ya fu e se co m o introducción a é ste o com o exp o sición y corrección d el m ism o. Tal prefacio, m e insistió, serviría para que los le cto re s entendieran mejor algunos a sp e c to s centrales, pero en apariencia oscuros, de m is puntos d e vista sobre el desarrollo de la ciencia. C om o el p resen te libro e s casi una versión en el original in glés d el volum en publicado en alem án bajo mi supervisión,^ tengo aquí otro motivo ¡para estarle e s p e c ia lm e n te agradecido. F u e in evitab le q ue el prefacio sugerido por Krüger resultara auto­ biográfico y q ue, m ientras lo estab a elaborando, tuviese yo la s e n sa ­ ción de q ue toda mi vida in telectual esta b a desfilando ante mis ojos. S in em bargo, los en sa y o s q ue con tien e e s te v olu m e n no reflejan, en

’ Die Entstehung des Neuen: Sludien zar Stmktur der Wissenscha/tsgestchichte (Francfort, 1977). En este volumen hay un prólogo del profesor Krüger. E n la transición a la edición en inglés, eliminé y remplacé algunas partes que estaban dirigidas al público alemán. Además, corregí y puU los ensayos inéditos “ Las relaciones entre la historia y la filosofía de la ciencia” y “Objetividad, juicio de valor y elección de teoría” . El primero tiene ahora una conclusión nueva, a la cual quizá no habría llegado sin h aber leído el libro citado en la nota 7.

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ninguno de su s a sp e c to s centrales, la in cu rsión autobiográfica q ue mi retom o a e s o s trabajos propició, ¿ o estructura de las revoluciones científicas no apareció ha sta fin e s d e 1962,* pero la co n v ic ció n de que h acía falta escribir un libro había nacido en mi q u in ce años antes, mientras era estu diante de físic a y trabajaba en mi te sis doctoral. P o co d esp u é s, abandoné la c ie n c ia por la historia de la cien cia , y m is in vestigacion es p u b licadas en es a ép o c a fueron ciento por cien to históricas y, en general, de forma narrativa. E n un principio, tenía planeado reprodu­ cir aquí algunos de e s o s prim eros en sayos, con la esp e ra n za de intro­ ducir el in gredien te autobiográfico q ue faltaba; así pretendía señalar el papel d ecisivo que el trabajo de historiador había tenido en e l desarro­ llo de m is id eas. Pero a! ex p erim en tar con d iferentes ín d ice s de con ten ido, p oco a poco m e fui c o n v en cien d o d e que las narraciones históricas no servirían para expresar los p u n tos q u e p e n sa b a y que hasta podrían llegar a resultar distorsionadoras. A un qu e la experienc i a c o m o historiador p u e d a e n se ñ a r filosofía por m edio del ejem plo, las le c c io n e s no estarán p r e s e n te s en el texto de historia. R eiatándo el episodio que .me condujo al trabajo histórico, quizá p u e d a dar una idea de los problem as que h ay de por m edio y a la v ez una b a se a partir de la cu al considerar los en sa y o s que siguen. U na narración histórica co n sis te prin cipalm en te en h ec h o s acerca del pasado, la mayoría de ellos a p aren tem en te in dispu tab les· De ahí q ue m u ch os lectores su pongan que la tarea primordial d el historiador e s la de exam in ar textos, extraer de ellos los h e c h o s p ertin en tes, y relatarlos con gracia literaria, m ás o m en o s en orden crorioló^cO, En m is años de físico, ésa fue mi id ea de la disciplina histórica:, a láCual no tom aba muy en serio. C uando c a m b ié de m anera de p en sar — y poco d esp u é s de q u e h a c er— , en las narraciones históricas q ue produje, pór su naturaleza, debo de haber fom entado e s e m alentendido. En la historia, más que en cualquier otra de las disciplinas que con ozc o, el producto acabado de la in vestigación en cu b re la naturaleza del trabajo que lo produjo. Mis id eas com enzaron a aclararse en 1947, cuando se m e pidió que interrumpiera por algún tiem po el p royecto d e física que m e hallaba realizando e n aquella ép oca, para preparar una serie de conferencias sobre los orígenes de la m e c á n ic a d el siglo xvii. Para tal fin, debía d escub rir ante todo lo q ue sab ían d el asunto los a n te ce so re s de Galileo La estructura de las revoluciones científicas, México, Fondo de Cultura Económica. P ed., 1971: 3“, reimpresión, 1978.

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y N ew ton. Mis investigaciones preliminares m e adentraron de inme­ diato en los análisis del m ovimiento contenidos en la Física de Aristóte­ le s, así com o en trabajos posteriores basados en ésta. Como la mayoría de los primeros historiadores de la cien cia, llegu é a e sto s textos sab ien do ya lo q ue eran la física y la m ec á n ic a new tonianas. Y, al igual que ellos, le s pregunté a mis textos qué tanto s e sabía de m ec á n ic a dentro de la tradición aristotélica y cuánto había quedado para que lo descub rieran los cien tíficos del siglo xvii. E stando en p o sesió n de un vocabulario new toniano, m is preguntas exigían re sp u e sta s en los m ism o s térm inos. E n to n c es yo creía que las r e sp u e sta s eran m uy claras. A un en el nivel ap aren tem en te descriptivo, lo s aristotélicos habían sabido p oco d e m ec án ic a. Y m ucho de lo q u e habían dicho era se n c illa m en te erróneo. T al tradición no podía haber servido d e fun­ dam ento para e l trabajo de Galileo y su s con tem poráneos. É stos deb ie­ ron de haberla rech azad o y com en zad o d e nuevo el estudio de la m ecán ica. Las gen eralizaciones de e s e tipo eran c o s a corriente y al parecer ineludible. Al m ism o tiem po, constituían un enigm a. Al tratar otros tem as aparte de la física, A ristóteles había sido un observador agudo y realista. En c a m p o s com o la biología o el com portam iento político, sus in terp retacion es de los fen ó m e n o s hábían sido tan certeras com o profundas. ¿Cómo e s que tan notable talento había fracasado al apli­ carse al m ovim iento? ¿C óm o e s que había sido capaz de d ecir sobre el m ovim ien to c o sa s al p a rec er tan absurdas? Y, ante todo, ¿por qué su s c o n c e p c io n e s habían sido tom adas tan en serio, tanto tiem po y por tantos de su s s u c e so r e s? C uanto m ás leía, m ás intrigado me sentía, Claro e s tá que A ristóteles pudo haberse eq uivocado -----no m e cabía duda de q ue tal había sido el c a so — , ¿pero era co n ce b ib le que su s errores h u b ie se n sido tan flagrantes? U n m em orab le — y tórrido— día de verano se d esvan ecieron sú bi­ tam ente todas m is in certid um bres. De b u e n a s a primeras percibí com o en em brión otra m anera de leer los textos con los que había estado luchando. P or primera v ez le c o n c e d í la im portancia debida al h ech o de que el tem a de A ristóteles era e l cam bio de cualidad en general, lo m ism o al observar la caída de una piedra que e l crecim iento d e un niño hasta llegar a la ed ad adulta. En su física, el objeto q ue habría d e convertirse en la m ec á n ic a era, a lo m ás, un ca so es p e cia l no aislable todavía. Muy lógico, p u e s, fu e mi reco n ocim ien to de que los in gredien tes p erm a n en te s d el universo aristotélico, su s elem en to s ontológicos prim arios e in d estru ctib les, no eran lo s cu erpos m ateriales

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sino más bien las cu alidad es q ue, im p u es ta s sobre una porción d e la materia neutral y o m n ip resen te, con stituían un cu erpo material o substancia. No ob stan te, la p osición en sí era u n a cu alidad en la física de A ristóteles, y un cu erp o q ue cam b iab a d e p osición p erm an ecería, por con sigu iente, siend o el m ism o cu erp o sólo en e l problem ático sentido e n que el niño es tam b ién el individuo en qu e s e con vierte m ás tarde. En un u niverso en d ond e las cu a lid a d es eran lo primario, el m ovim iento tenía q ue ser n ece sa r ia m e n te no un esta d o sino un cam bio de estado. A un qu e tan in co m p leto s co m o p ob r em en te ex p resad os, e s o s a sp e c ­ tos de mi nueva m anera d e en ten d e r la e m p re sa aristotélica d eb en indicar lo q u e quiero d ecir co n e l d escub rim iento d e u na n ueva manera de leer un conjunto de textos. Lograda esta n u eva forma, las forza­ das m etáforas se convirtieron m u c h as v e c e s en inform es naturalistas al tiem po que se d e sv a n ec ía gran parte de la aparente absurdidad. A resultas de esto, no m e convertí en un físico aristotélico, pero h asta cierto punto aprendía a p en sar com o tal. D e ahí e n ad elan te, tuve p o co s problem as para en ten d e r por q u é A ristóteles había dicho tal o cual cosa acerca d el m ovim iento y tam bién la razón de q ue su s afirma­ cion es h u b iesen sido tom adas tan en serio. Cierto e s q ue se g u í en c o n ­ trando tropiezos en su física, pero ahora ya no m e parecían ingenuida­ d e s y p o c o s d e eUos podrían h ab er sido caracterizados com o m eros errores. D esd e e s e acon tecim ien to d ecisivo ocurrido e n el verano d e 1%7, la búsq u ed a de lecturas m á s e f ic a c e s h a sido o cu p ación central en mis in vestigacion es históricas — y dicha b ú sq u ed a h a sido elim inada sis­ tem áticam en te de m is es c r ito s— . L as le c c io n e s que aprendí mientras le ía a A ristóteles las h e aplicado también al le e r a p ersonajes com o Boyle y N ew to n , Lavoisier y Dalton, o Boltzm ann y P la n ck , En p ocas palabras, e s a s le c c io n e s son dos. L a primera c o n sis te e n q u e hay m uchas maneras de le er un texto y q ue las m ás a c c e s ib le s al in vestiga­ dor m oderno su elen ser im propias al aplicarlas al pasado. La segun da d ice que la plasticidad de los textos no c o lo ca en el m ism o plano todas las form as de leer, p u e s algunas de ellas — uno quisiera q ue sólo u na— p o see n una plausibilidad y coh er en cia q ue falta e n otras. Cuando trato d e com u nica rles e s ta s le c c io n e s a los estu d ian tes, le s digo esta m áxima; al leer las obras de un p en sador im portante, b u sca primero las absurdidades ap aren tes del texto y lu ego pregúntate cóm o e s que pudo haberlas escrito una p ersona in teligente. C uando tengas la resp uesta, prosigo, cu an do e s o s p asajes hayan adquirido sentido.

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encontrarás q ue los p asajes primordiales, e s o s q ue ya creías haber en ten did o, han cam biado d e significado.^ Si e s te volu m en estu viera dirigido ante todo a los historiadores, no tendría ninguna razón e s te pasaje autobiográfico. Lo q u e yo, co m o físico, d escub rí por mí m ism o, la mayoría de los historiadores lo ap ren d en por el ejem plo en el curso de su form ación profesional. C o n sc ie n te m e n te o no, todos ellos practican el m étodo h erm en éu tico. En mi c a s o , sin em b argo, el descub rim iento de la h erm enéutica hizo algo m á s q ue infundirle sentid o a la historia. Su efe cto m ás d ecisivo e in m ediato fu e el ejercido sobre mi c o n ce p c ió n de la cien cia . Por es o he narrado aquí mi reencuentro c o n A ristóteles. H om b r es com o Galileo y D escartes, que sentaron los cim ien tos de la m ec á n ic a d el siglo xvii, crecieron dentro de la tradición cien tífica aristotélica e h icieron con trib ucion es e s e n c ia le s a ésta. Factor clave d e s u s aportaciones f u e q ue crearon m aneras de leer los textos que en un principio m e confundieron; y m u c h as v e c e s ellos m ism os fueron víctim as de tales m a len tend id os. D escartes, por ejem plo, al principio d e Le monde, ridiculiza a A ristóteles citando en latín su definición del m ovim iento, neg á n d o se a traducirla bajo el su p u esto de que en francés la definición c a r e c e igu alm en te de sentido, y luego probando su afir­ m ación al h a cer la dicha traducción. La definición de A ristóteles, sin em bargo, había tenido sentido durante siglos, y quizá alguna vez hasta para el propio D esc a rtes. P or con sigu ien te, lo que pareció revelarm e mi lectu ra de A ristóteles fu e una e s p e c ie de cam b io generalizado d e la form a en q ue lo s h om b re s con cebían la naturaleza y le aplicaban un lenguaje, una co n c e p c ió n que no podría describirse propiam ente com o constituida por ad iciones al con ocim ien to o por la mera corrección de los errores uno por uno. E sa c la se d e cam b io la describiría p oco tiempo d e s p u é s H erbert Butterfield d iciendo que era “ com o p en sa r con una c a b e z a d iferente” ,^ e im p u lsad o por esta suerte de revelación co­ m e n c é a leer libros sobre la psicología de la Gestalt y ca m p o s afines. M ientras d escub ría la historia, había descub ierto también mi primera revolución científica, y mi b ú sq u e d a posterior de lectu ras m ás efic a ­ c e s ha sido a m en ud o la b ú sq u e d a de otros aco n tec im ien to s de la * Más sobre este tema se encuentra en T .S.Kuhn, “ Notes on Lakatos” , BoslonStudies in Philosophy o f Science, 8 (1971); 137-146, ^ H erbert Butterfield, Oñgins o f Modern Science, 1300-1800 (Londres, 1949), p. 1. Como mi propia idea sobre la transformación de la ciencia m oderna en sus inicios, en la de Butterfield influyeron enorm em ente los escritos de Alexandre Koyré, especialmente sus Eludes galiléennes (París, 1939).

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m ism a clase. Son los q ue p u e d e n re co n o c e r s e y e n te n d e r se ú nica­ m en te recuperando la s m aneras antiguas d e leer textos antiguos. Elegí para iniciar e s te libro la con fer en cia “ Las j e la c io n e s entre la historia y la fQosofía de la c ie n c ia ” porque su tem a principal es el de la naturaleza y la pertinencia de la filosofía para e l q uehacer histórico. Di esta conferencia en la primavera de 1968 y nunca antes la había publicado, p u e s ten ía el p royecto de am pliar su s co n c lu sio n e s sobre lo q ue saldrían ganando los filósofos si tomaran m á s en serio la historia. E n e s te libro, hay otros artículos q ue su p len e s ta d e ficien cia y la propia con feren cia p u e d e le er se com o un in tento por profundizar e n ios p roblem as p lantead os en e s te prefacio. L o s lectores e x ig e n te s p u e d e n considerarla anticuada, p u e s e n cierto sentido así es. E n los nueve años transcurridos d e s d e q ue la di, son m u c h os los filósofos d e la cien cia q ue han admitido la p ertin en cia de la historia c o n resp ecto a su s q u e h a c ere s e s p e c ia le s . P ero, aunque e s bienvenido el in terés por la historia que d e ahí h a resultado, sigu e faltando todavía lo q ue yo con sid ero el punto filosófico primordial: el reajuste c o n ce p tu a l fun­ d am ental que n ece sita el historiador para recuperar el p a sa d o o, a la inversa, lo q ue n e c e sita e l pasado para revelarse ante el p resen te. T res de los cin c o e n s a y o s de la P rim era P arte no am eritan m ás que un com entario de p asada. El artículo “ L os c o n c e p to s de c a u sa en el desarrollo de la físic a ” e s un corolario de mi trabajo con las obras de A ristóteles. Si gracias a e s e trabajo yo no hubiera aprendido la integri­ dad de su análisis cuatripartito de la s ca u sa s, tal vez n un ca habría percibido que la forma en que durante e l siglo xvii se rechazaron las ca u sa s form ales, a favor de las ca u sa s m ec á n ic a s o efic ie n te s, tuvo co m o c o n se c u e n c ia la restricción d e lo s ulteriores análisis de la expli­ cación científica. El cuarto en sayo , d ed icad o a la con servación de la energía, e s el único de la Prim era P arte que escrib í an tes de mi libro sobre las revolu cion es científicas; y lo s p o c o s com entarios q ue sobre él hago están in tercalad os entre los relativos a otros artículos d el m ism o periodo. D el sexto artículo, “ Las re lac ion e s entre la historia y la historia de la c ie n c ia ” , p u e d e d ecirse q ue e s un c o m p lem en to del trabajo con que se inicia la P rim era P arte. Varios historiadores lo han juzgado incorrecto, y no ca b e duda que es tan personal com o p olém ic o. P ero d e sd e su publicación h e d esc u ­ bierto que las frustraciones q ue allí expreso las com parten casi univer­ salm en te los con sa grados al desarrollo d e la s id eas cien tíficas. A un qu e escritos c o n otros fines, lo s e n sa y o s “ La historia de la c ie n c ia ” y “ La tradición m ate m á tic a y la tradición exp erim en tal”

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tien en u na relación m á s directa con ios tem as que ex p u se en La estructura de las revoluciones científicas. L as p á ^ n a s in iciales d el primer en sa y o , por ejem plo, p u e d e n ayudar a explicar por q ué el enfoque histórico en q ue se basa e s te libro no em p ez ó a ser aplicado a las c ie n c ia s h a sta d esp u é s d el primer tercio d e e s te siglo. Al m ism o tiem po, e s to s e n sa y o s p u e d e n sugerir una reveladora particularidad: los prim eros m o d e los del tipo de historia q ue ha influido tanto en m í y e n m is c o le g a s históricos e s un producto de una tradición europea poskantiana, q ue m is co leg a s filósofos y yo segu im os encontrando oscura. E n mi c a s o , por ejem plo, in cluso el término d e “ h erm en éu ­ tica” , q u e acabo de em p lear h a c e un m om ento, no form aba parte d e mi vocabulario h a sta h a c e ap en as u nos cinco años. Y s o sp e c h o cad a vez m ás que todos los q ue crean q ue la historia p u e d a ten er una profunda im portancia filosófica tendrán que aprender a salvar el abism o que hay entre la tradición filosófica en lengu a in glesa y su corresp ond ien te de la Europa continental. En su s e c c ió n penúltim a, el en sayo “ L ah istoria de la c ie n c ia ” está en cam in ad o a re sp on d er a un tipo de crítica que p ersiste n te m e n te se le h a ce a mi libro. Tan to los historiadores en general com o los historiado­ res de la c ien cia se quejan repetidas v e c e s de que mi relación del desarrollo científico se b asa e x c lu siv a m en te en factores internos de la s propias cien cias; q ue no logro inscribir las co m u n id a d e s cien tíficas en la soc ied a d en q ue se su sten tan y de la cu al son extraídos sus m iem ­ bros; y que, por c o n s i ^ i e n t e , doy la im presión d e creer q ue el desarro­ llo cien tífico e s in m u n e a la s in fluencias de los m ed ios social, e c o n ó ­ m ico, religioso y filosófico en q ue se desarrolla. Claro está q ue mi Ubro tiene p o co q ue d ecir sobre tales in fluencias extern as, pero ello no d eb e interpretarse co m o n egación de que é s ta s existan. P or el contrario, d eb e e n ten d e rse com o un in tento de explicar por q ué la evolución de las c ien cia s m á s desarrolladas ha ocurrido con relativa in d e p e n d en cia del m ed io social, en grado mayor que la evolución de d isciplinas com o la ingeniería, la m ed icina, las le y e s y las artes — con e x c ep ció n , quizá, de la m ú sic a — . A d e m á s, leído de e s a manera, el libro p u e d e c o n sid e ­ rarse e l primer paso para q u ie n e s tratan d e adentrarse en e l estu dio de las form as que adoptan tales in fluencias extern as, así com o los c a u c e s por los q u e discurren. P ru eb as de la ex iste n c ia de tales in fluencias s e en cu en tran en otros de lo s artículos c o n ten id o s en e s te libro, e s p e c ia lm e n t e en “ La c o n ­ servación d e la energía” y “ La tradición m atem ática y la tradición exp erim en tal” . E s te último tien e q ue ver d e otra m anera c o n m i libro

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sobre las revolu cion es cien tíficas. Subraya la ex iste n c ia d e un error significativo en mis co n c e p c io n e s anteriores, al tiem po q ue sugiere las form as d e eliminarlo. A todo lo largo deZ>a estructura de las revoluciones científicas, identifico y caracterizo la s c om u n id ad e s cien tíficas por la m ateria que manejan, dando a en ten d er así, por ejem plo, q ue términos c o m o los de “ ó p tic a ” , “ elec tr ic id ad ” y “ calor” p u e d e n servir para d esignar a d eterm in adas c o m u n id a d e s cien tíficas p r ec isa m en te por­ q ue designan tam bién las m aterias d e investigación d e ca d a una de ellas. Y a se ñalad o, e s obvio e l an acron ism o. Yo insistiría ahora en que las com u n id a d es cien tíficas d eb e n d escu b rirse exam inando su s pau­ tas de e d u cación y co m u n ic ación , an tes d e indagar la problem ática particular d e ca d a grupo. El efe cto de tal en foqu e sobre e l co n ce p to d e paradigma se d esc rib e en el se xto de lo s e n sa y o s de la S eg u n d a P arte, y se ampKa en relación co n otros a sp e c to s de mi libro, en e l capítulo q ue se añade a su se gu n d a ed ición . E n e l en sa y o “ L as tradiciones m a te m á tic a s'y las tradiciones ex p er im e n ta le s” se aplica el mism o en foqu e a algunas de las m á s prolongadas controversias históricas. L as relaciones q ue h ay entre ¿a estructura y los e n sa y o s de q ue con sta ia S e gu n d a P arte son tan obvias q u e no requieren de mayor análisis, por lo que las trataré de m anera diferente, anotando e l p a p e l q ue han d ese m p e ñ a d o en el desarrollo de m is id e a s sobre e l cam bio científico. P or esta razón, vu elvo a m is ap u n te s autobiográficos en e s t e prefacio. L u ego de q ue en 1947 d escu b rí por casualidad e l con cep to de revolu­ ción científica, m e tom é el tiem po n ece sa r io para con cluir mi tesis sobre física y luego c o m e n c é a ilustrarm e sobre la historia de la c i e n c i a / L a p r i m e r a o p o r t u n i d a d q u e t u v e d e e x p o n e r m is id ea s — aun en desarrollo— fue cuando a c e p té dar la serie de C onfe­ rencias Low ell en el verano de 1951; y e l resultado principal de e s a aventura fu e que m e c o n v en cí de q ue aún no sabía lo su ficiente ni de historia ni de m is id ea s, co m o para p ro ce d e r a publicar mi trabajo. Durante un tiem po, q ue yo esperab a h u b iese sido corto pero que en realidad fue de sie te años, h ic e a un lado m is in te r e se s filosóficos y me d ed iqu é e x c lu siv a m en te a la historia. A p en as a fin e s de la d é c a d a de 1950, d esp u é s de haber terminado un libro sobre la revolución copernicana® y recibido un cargo universitario, fu e cuando tom é la decisión de volver a la filosofía. ■* La primera parte del tiempo que necesité p ara estudiar por mi c u en ta fue sufragada gracias a mi nombramiento como miembro de la H arvard Society of Fellows. Sin ese nombramiento, dudo que hubiera tenido éxito mi transición. ®

The C o p ern ica n R evolu tioru P la n e ta r y A stro n o m y in th e D evelo pm en t o f W estern T k o u g h t

(Cambridge, Mass., 1957).

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El punto al que había llegado lo indica el artículo q ue inicia la S egu n d a P arte, “ La estructura histórica d el d escub rim iento cien tí­ f i c o ” . A u n q u e no t e r m i n é d e e s c r i b i r l o h a s t a m e d i a d o s d e 1961-—ép o ca en la cu al estab a p rácticam ente concluido mi libro sobre las revolu cion es— , la s id e a s ex p u esta s y los principales ejem plos em p lead os ya eran viejos para mí. El desarrollo científico d ep en d e en parte d e un p roceso de cam b ios no acum ulativos, e s decir, se trata de un p ro ce so revolucionario. A lgu nas revolu cion es son grandes, com o •las a soc iad as con io s nom bres de Copérnico, N e w to n o Darwin, pero ^ en su máyoría son m ucho m ás p eq u e ñ a s, com o el descub rim iento del oxígeno o del p lan eta Urano. E stos cam b ios se anuncian, se g ú n creo, con la co n c ie n c ia de una anomalía, de un acon tecim ien to o conjunto de acon tec im ien to s que no en caja en las m aneras existe n te s de ordenar los fen ó m e n o s. P or c o n s i ^ i e n t e , los cam b ios resultantes requieren de “p en sa r con otra c a b e z a ” , de m anera que q u e d e n regularizadas las anomaHas y tam bién que, durante e s e proceso, se transforme el orden que m uestran algunos otros f e n ó m e n o s, antes d e l cam bio con sid era­ dos com o libres de problem a. Si bien im plícita, e s a con ce p c ió n de la naturaleza d el ca m b io revolucionario fu n d a m en ta ig u a lm en te el artículo “ La con servación de la en ergía” , incluido en la Primera Parte, p articularm ente en su s'p áginas iniciales. Fue escrito durante la prim avera de 1957, y estoy seguro de que en e s a ép oca, y quizá m uch ísim o an tes, pudo haberse terminado “ La estructura histórica del d escub rim iento cien tífico” . A van ce lógico en mi tarea de com p rend er esta materia fue el que estuvo ín tim am en te relacionado con ia elaboración del segun do artí­ culo de la S eg u n d a P arte, “ La función d é l a m ed ició n ” , tem a q ue antes no m e había p u e sto a considerar. Tuvo su origen cuando fui invitado a participar en el C oloquio de C ien cias S o cia les, celebrado en octubre de 1956 en la U niversidad de California, e n Berkeley, fue revisado y ampliado hasta más o m en o s su forma p resen te durante la primavera de 1958, La segu n d a se cc ió n , “ Motivos de la m ed ición norm al” , fue producto de e s a s revision es, y su segun do párrafo con tien e la primera d escrip ción de lo q ue yo había venido llam ando “ cien cia normal” . Al releer e s e párrafo ahora, m e siento sorprendido por la s sigu ientes palabras: “ En su mayor parte, la p ráctica científica e s , pues, una com pleja y laboriosa operación de lim pieza q ue d esp eja el cam ino abierto por los av a n ces teóricos m ás re cien te s y gracias a ella se preparan los puntos e s e n c ia le s para el siguiente a v a n c e .” La transi­ ción de e s a m anera de ex p o n er el punto a “ La c ie n c ia normal com o

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solución de e n ig m a s” , título d el capítulo IV á e La estructura, no requirió que se dieran m u c h os otros p a so s. Si bien h e recon ocido durante algunos años q ue, entre las revolu cion es, d eb e h aber n ece sar iam e n te períodos regidos por uno u otro m odo tradicional de práctica, m e había sido im posible captar la naturaleza de e s a práctica ligada a la tradi­ ción. D el sigu iente artículo^ “ La tensión e s e n c ia l” , tomé el título para es te volu m en. Preparado para una con feren cia que tuvo lugar en junio de 1959 y p ublicado com o parte de los d em á s d ocu m e n to s de la m ism a, m uestra un m odesto ava n ce h a c í a l a n oción de cien cia normal. C onsi­ derado au tobiográficam ente, sin em bargo, su im portancia resid e en su introducción al co n ce p to de p aradigm as. Di c o n e s e con cep to ap en as u nos cu an tos m e s e s antes d e la con fer en cia, y cuando volví a traba­ jarlo, entre 1961 y 1962, su con ten ido había crecid o d e s m esu ra d a ­ m ente, en cu b riend o mi in tento original.® E l párrafo final de “ S egu n d os p en sa m ien to s sobre parad igm as” , tam bién reim preso aquí, sugiere la forma en que ocurrió tal exp an sión. E ste prefacio autobiográfico p u e d e ser lugar adecu ad o para explicarlo mejor. D e 1958 a 1959, estu v e com o becario en e l Centro de E studios A vanzados en C ien cias de la C onducta, en Stanford, California, tra­ tando de escribir el borrador de mi libro sobre las revolu cion es. P o co d e s p u é s de mi llegada, elaboré la prim era versión de un capítulo so­ bre el cam b io revolucionario, pero resultó m uy p roblem ático prep a­ rar un capítulo sobre el interludio normal entre revolu cion es. En esa ép oca, c o n ce b ía yo la cien cia normal co m o resultado del c o n se n so p revalecien te entre los m iem bros d e una com u nid ad cien tífica. Las dificultades surgieron cu an do traté de definir e s e co n se n so e n u m e ­ rando los elem en to s de acuerdo en torno de los c u a le s girase el co n ­ se n so entre los m iem bros de u na d eterm in ada com u nid ad científica. Tratando de e x p lic a r la form a en que los m iem bros de una com unidad investigan y, e s p e c ia lm e n te , la unanim idad con la q ue su elen evaluar ® Inmediatamente después de haber concluido el primer borrador d e i « estructura·, a principios de 1961, escribí Íocjue durante algunos años tomé como la versión revisada de "L a tensión esencial*’, empleada para la conferencia que di en Oxford, en julio de ese mismo año. Ese artículo fue publicado en A. C. Crombie, compilador, Scientific Change (Londres y Nueva York, 1963), pp. 347-369, con el título de "T he function of Dogma in Scientific Research". Comparándolo con " L a tensión esencial” (fácil de encontraren C. W. Tay]r y F. Barron, compiìadores, Scientific Creatitiity: Its Recognllion and Development [Nueva York, 1963], pp. 341-354), se aprecia claram ente tanto la rapidez como el grado de expansión de mi noción de paradigma. Por causa de tal expansión, los dos artículos parecen subrayar asuntos diferentes, cosa que yo, de ninguna manera, traté de hacer.

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ias in v estig a c io n es de otros, tuve que atribuirles un c o n s e n s o acerca de la s c a r a c t e r ís t ic a s q u e d e fin e n térm in os c u a s it e ó r ic o s c o m o “ fuerza” y “ m a sa ” , o “ m e z c la ” y “c o m p u e s to ” . P ero mi experiencia, tanto de científico com o de historiador, m e in dicab a que rara vez se e h |e ñ a n tales d efinicion es y que, cuando tal ocurre, el asunto su ele terminar en profundo d esacuerd o. Al parecer, no existía el c o n se n so q ue yo andaba b u scan d o, pero, sin él, no encontraba la manera de escribir el capítulo sobre la cien cia normal. A principios de 1959, term iné por darm e cu en ta de q ue no era e s a la c la s e 'd e c o n s e n s o que andaba buscando. A los cien tíficos no se le s en se ñ a n d efinicion es, pero sí formas estandarizadas de resolver pro­ b lem a s se lec cio n a d o s en los que figuran términos com o “fuerza” o “ c o m p u e s to ” . Si aceptaran un conjunto lo su ficie n tem en te vasto de esto s ejem p los estandarizados, en to n c es podrían m odelar sobre ellos sus in vestigacio n es ulteriores, sin n ece sid ad de concordar acerca del conjunto de características de es to s ejem plos q u e ju stificasen su e s ­ tandarización y, por en d e, su aceptación. E s e procedim ien to m e pare­ ció m uy se m e ja n te al em p lead o para que los estu d ia n tes de idiom as aprendan a conjugar verbos y a declinar nombres y adjetivos. A pren­ d en a recitar, por ejem plo, amo, amas, amat, amamus, amatis, amant, y m ás tarde recurren a e s a forrrta estandarizada para producir el p re­ se n te de indicativo d e otros verbos latinos de la primera conjugación. En in g lé s,* e s o s ejem p los estandarizados q ue se em p lean en la e n s e ­ ñanza d e idiom as re cib e n e l nombre de “ p arad igm as” , y no m e pareció violenta la aplicación de e s e término a problem as cien tíficos estan da­ rizados com o el d el piano inclinado y el d el péndulo cón ico. Así e s com o ingresa el co n ce p to de “ paradigm a” en “ La tensión e s e n c ia l” , en sayo preparado aproxim adam ente un m es m ás tarde d esp u é s de haber recon ocido la utilidad de tal co n ce p to . (“ [Los libros de texto] m uestran solu cion es con cr etas a p roblem as con cretos que dentro de la profesión se han venido a aceptar com o paradigm as, y luego se le pide al estu d ia n te q u e ... r e s u e lv a p rob lem a s em p a r e n ta d o s e s tr e c h a ­ m en te, tanto en m étodo com o en contenido, con lo s q ue aparecen en el texto o con los que se ha acom pañado la conferencia.” ) A unque el texto d el e n sayo sugiere en otra parte lo q ue iba a ocurrir durante los próximos dos añ os, e s “c o n s e n s o ”, y no “ paradigma” , e l término que termina por p rev a lec er ai analizar la c ie n c ia normal. Y resultó que el co n ce p to de paradigma era el elem en to faltante para escribir e l libro, así q ue entre el verano de 1959 y el invierno de 1960 * Tam bién en español. [ T. ]

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cu lm in é la tarea de redactar el prim er borrador. P or d esgracia, en ese p roceso, los paradigm as adquirieron vida propia y casi desplazaron las id eas acerca del co n se n so . H ab iend o em p ez a d o se n c illa m en te com o solu cion es a problem as s e le c to s , su alcan ce se amplió h asta incluir, prim ero, los libros c lá sic o s en que aparecieron por primera vez estos ejemplos aceptados y, por último, el conjunto total de compromisos com partidos por los m iem bros de una determ in ada com unidad cien tí­ fica. E se em p leo global del término e s e l ú n ico q ue han reconocido la mayoría de los lectores, y el resultado in evitab le ha sido cae r en la confusión: m uchas de las cosas que alH se dicen acerca de los para­ digm as se aplican tan sólo al sentido original del término. A unque am bos sentid os me p a r e c e n im portan tes, e s p reciso distinguirlos, y la palabra “ paradigm a” se ad ecú a ex c lu siv a m e n te al primer sentido. A dm ito, p u e s, que h e h ec h o las c o s a s in n e ce sa ria m e n te difíciles para m uchos lectores.^ No e s n ecesario com entar uno por uno los restan tes cinco artículos de e s te volum en. Sólo el titulado “ L a función de los exp erim en tos p e n s a d o s ” fue escrito antes que el libro, y su in flu en cia sobre la forma de é s te e s p rácticam ente nula; de los tres in tentos que h ice por recuperar el sentido original del co n ce p to de paradigma,® aunque publicado al último, el primer trabajo q ue escribí fue “ S egu n d os p en sa m ien to s sobre parad igm as” ; y “ Objetividad, juicio de valor y elec ció n de teoría” e s una con feren cia in édita en la que trato de responder a la acu sación de que yo hago de la elec ció n de teoría un asunto por com p leto subjetivo. E so s artículos hablan por sí m ism os, junto con otros dos q ue no he m en cion ad o todavía. En lugar de c o ­ m entarlos uno por uno, con cluiré e s te prefacio aislando dos a sp e c ­ tos de un tem a que se relaciona con e s o s cinco artículos. En los estu d ios tradicionales sobre el m étodo científico se ha tra­ tado de encontrar un conjunto d e reglas q ue le perm ita a c u a l­ quier individuo, que las siga, producir conocim ientos demostrables. Wolfgang SleginiUler ha logrado superar nuiy bien estas dificultades. En la sección “ What Is a Paradignu?” , de su Structure and Dynamics o f Theories, traducción al alemán de \V. Wolilhuefer (Berlín, Heidelberg y Nueva York, 1976), pp. 170-180, analiza los tres sentidos del término, y el segundo, "C la ss í í ” , capta precisam ente mi intención origi­ nal. ® ■■ Segundos pensam ientos'’ lo preparé para una conferencia que di en marzo de 1969. Después de completarlo, ret-omé el tema en “ Reflections on My Critics” , ei capítulo final de I. Lakatos y A. Musgrave, compiladores. Criticism and the Growth o f /C/Kw/ec/gi'(Cambridge, 1970). Porúltim o, todaviaen 1969, preparé elcapitulo extra para la segunda edición tie La estructura-

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Yo in sisto, sin em bargo, en que aunque la cien cia e s practicada por individuos, el con ocim ien to científico e s in trín secam en te un pro­ ducto á e grupo y que e s im posible en ten der tanto su efic a cia peculiar co m o la forma de su desarrollo sin hacer referencia a la naturaleza es p é cia l de los grupos que la producen. En e s e sentido, mi trabajo tiene profundas raíces sociológicas, pero no de una manera q ue per­ mita separar el sujeto de la epistem ología. Estas c o n v ic cio n es están im plícitas a todo lo largo del en sa yo “ ¿Ló,gica del d escub rim iento o psicología de la investigación?", en el cual ^ comparo mis p un ios de vista con los de sir Karl Popper. (Se so m eten a I)t'ueba las h ipótesis de los individuos, mientras que sólo se suponen los com p rom isos com partidos por el grupo a que p ertenecen; los comi>romisos de gru¡M>, por otra parte, no se s o m eten a prueba, y el proceso por el cual son d esp lazad o s difiere drásticam ente del relativo a la evaluación de las hipótesis; términos com o el de "error" pueden funcionar sin problem as en el primer contexto, pero ser en teram ente inútiles en el segundo: y así por el estilo,) D ichas c o n v ic cio n es se vu elven'exp lícitam en te sociológicas al final de e s e artículo y a todo lo largo de la con feren cia sobre la elec ció n de teoría, en donde trato de explicar cóm o los valores com partidos, aunque in su ficien tes para dictar las d e c isio n e s individuales, p ueden determinar, sin em bargo, la elección del grupo que los com parte. E xp resad as de manera muy diferente, las m ism a s c o n v ic cio n es se traslucen en el en sayo final de este volu m en, en el cu ai aprovecho la licencia q ue p uede tomarse el com entarista para explorar las form as en que las diferencias de valores com partidos — y de p úb lico— p ueden influir d ecisiv a m en te en las pautas de desarrollo características de la cien cia y el arte. M e parece (jue actu a lm en te urgen com p a racion es, más inteligentes y sistem áti­ cas, de los siste m a s de valores que rigen entre los profesionales de las diversas disciplinas. Pr(»bablemente se debiera em p ezar con grupos relacionados estr e c h a m e n te , por ejemplo físicos e in genieros o biólo­ gos y médics. A í}u Í viene al caso el epílogo a "La tensión esencial". En ia literatura de la sociología de la cien cia, (.juienes han estudiado esp e c ia lm e n te el sistem a de valores de la cien cia han sido R,K, Merton y sus seguidores. H ace poco, a e s te grupo lo han criticado repetida­ m ente, y a v e c e s en desagradable tono, algunos sociólogos (|ue, ba­ sán dose en mi trabajo y a v e c e s desâons sur la théorie de MM. Black, Crawford, Lavoisier, et Laplace” , de Chim., 3 (1789): 148-242, y 5 (1790): 191-271, particularmente 3:182-190, La teoria material dei caîor tuvo, desde luego, raíces mucho más profundas que la obra de Lavoisier, pero Rumford, Davy f/ (d. se opusieron realmente a ía teoría nueva, no a la antigua. Sus trabajos, particularmente el de Rumford, pudieron haber mantenido viva la teoría dinámica después de 1800, pero Rumford no creó la teoría, pues ésta no había muerto. Rara vez se reconoce que casi hasta mediados del siglo xix hubo científicos brillantes que aplicaron la consei-vación de la ris mua a la teoría de que el calor es movimiento, pero sin reconocer del todo que el calor y ei trabajo pueden convertirse uno en otro. Considérense los siguientes tres ejemplos. Daniel Bernoulli, en los párrafos citados frecuentem ente de la sección X de su Hydrodynamica equipara al calor con partículas de vis viva e infiere las leyes de los gases. Luego, en el párrafo 40, aplica esta teoría al cálculo d é la altu ra desde la cual debe c aer un peso dado para comprimir un gas hasta una fracción dada de su volumen original. Su solución da la energía del movi­ miento extraída del peso que cae para comprimir el gas, pero en ningún momento se da cuenta de que esta energía tiene que ser transferida a las partículas del gas y, por consiguiente, debe elevar la tem peratura de dicho gas. Lavoisier y Laplace, en las pp. 357-359 de su clásica memoria (nota 72), aplican la conservación de la energía a la teoría dinámica para dem ostrar que, para todos los propósitos expenm entales, las teorías dinámica y del calórico son precisam ente equivalentes. J. B. Bioí repite el mismo argumento en su Traité de physique expérimentole et mathématique (París, 1816), 1:66-67, y en otras partes del mismo capítulo. El error de Grove acerca del calor (nota 34) indica que aun la concepción de los procesos de conversión fue insuficiente a veces para apartar a los científicos de este error virtualmente universal.

LA CONSERVACIÓN DE LA ENERGÍA

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Ja teoría, pero, en lo su sta n cial, m uestran no d ep en d er de ella.®® H oltzm ann, Mayer y S ég u in se opusieron a ella — M ayer v e h em e n teniente y h a cia el final de su vi da— Las co n ex io n e s, a p a ren tem en te íntírnas, entre la co n se rv a c ió n d e la energía y la teoría dinám ica son

más ju e n ada retrospectivas.®® Com párense es to s dos fa cto res om itidos co n los tres q ue ya se expusieron. L a racha de d escu b rim ien to s de ia con versión se inicia en J300. Las d isc u sio n e s té c n ic a s a cerca de las m áquinas dinám icas apenas fueron ingrediente repetitivo de la literatura científica antes de y su den sidad aum enta a velocidad co n sta nte d e sd e esa

"fecha.®® La Naturphilosophie llegó a su auge en las primeras dos d éca d a s del siglo XíX.^°® A d em ás, estos tres ingredientes, salvo quizá el último, de­ sempeñaron papeles importantes en ia investigación de por lo menos la mitad de los precursores. Eso no significa que estos factores expli­ quen, o los d escu b rim ien to s in te le ctu a le s, o los d escu b rim ien to s co ­ lectivos d e la co n serv a ció n de la energía. M uchos d escu b rim ien to s y conceptos antiguos fueron e s e n c ia le s para el trabajo de todos los precursores; m u ch o s n u ev o s d esem p eñ a ro n p a p e les significativos en el trabajo de los individuos. N o h em o s reconstruido ni reconstruirem os las cau sas de todo lo q ue ocurrió. P ero los tres factores analizados aquí Grove, Physical Forces,\)p. 7-8. joule, Papers, pp. 121-123.Quizá éstos no hubieran desarrollado sus teorías si no iuibiesen tendido a considerar que el calor es movimiento, pero en sus obras no se ven esas conexiones decisivas. La memoria de Holtzmann se basa en la teoría del calórico. Sobre Mayer, véase Weyrauch, í , pp. 2 6 5 - 2 7 2 , y í í , p. 3 2 0 , n. 2. Sobre Séguin, véase Chemins de Fer, p. X V I. ^ La facilidad e inmediatez con q ue la teoría dinámica se identincó con ta conserva­ ción de la energía las indican los malentendidos contemporáneos de Mayer, citados en Weyrauch II, pp. 320 y 428. El caso clásico, sin embargo, es el de lord Kelvin. Habiendo empleado la teoría del calórico en sus investigaciones y en sus escritos hasta 1850, inicia su famoso artículo " O n the Dynamical Theory of H eat” (Mathematical and Physical Papers [Cambridge, 1882], 1:174-175) con una serie de comentarios en donde afirma que Davy Isabía establecido la teoría dinámica 53 años antes. Luego dice que "Los recientes descubrimientos hechos por Mayer y Joule, .. pueden servir, .sí í« c/f/itir«, de confirma­ ción perfecta a las ideas de sir Humphry Davy” (las cursivas son mías). Pero si Davy estableció la teoría dinámica en 1799, y si la parte restante de la conservación se desprende de a(¡uél}a, como da a entender Kelvin, ¿qu éfu e lo que éste estuvo haciendo antes de 1852? Las teorías abstractas de las máquinas dinámicas no empiezan en un momento determinado. Escogí 1760 por su relación con las obras de Smeaton y Borda, muy importantes y muy citadas (notas 50 y 5Í). Merz, E tiropean T h o u g h t, 1:178, n. 1.

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ESTUDIOS HISTORIOGRÁFICOS

bien p ueden constituir la co n stela ció n fun dam en tal, dada la pregunta de la cual partimos: ¿por q ué, entre 1830 y 1850, s e requirieron tantos ex p erim en tos y c o n ce p to s para un en u n cia d o cabal de la conservación de la energía, q ue tan próxima s e hallaba a la superficie de la co n cien ­ cia científica?

V. LA HISTORIA DE LA CIENCIA*

C omo disciplina profesion al in d e p e n d ie n te, la historia de la cien cia es

un cam po nuevo, en pleno surgim iento de una larga y varia prehistoria. Apenas en 1950, y al principio sólo en los E sta d o s U nidos, la mayoría de sus p rofesio n a les han sido form ados en e s c u e la s donde tal e s p e c ia ­ lidad e s una carrera de tiempo com p leto. D e sus a n te ce so re s, la mayoría de los c u a le s fu e d e historiadores sólo por v o ca ció n y que establecieron sus objetivos y valores extrayén dolos de otros cam p os, esta jo v en gen era ció n h ered a una con stela ció n de objetivos a v e c e s irreconciliables. Las te n sio n e s resu ltan tes, si bien aten uad as por la creciente m aduración de la profesión, so n p ercep tib les todavía, parti­ cularmente en cu an to a los p ú b lico s, variados y primarios, a los cu a les se continúa dirigiendo la literatura de la historia de la cien cia . En tales circunstancias, cualq uier b reve informe sobre su desarrollo y esta d o actual será in ev ita b lem en te personal y tendrá el carácter de un pro­ nóstico; no p u e d e ser el q ue requeriría una profesión con cierta an­ tigüedad. D esarrollo

del cam po

Hasta h a c e p o co , la mayoría de q u ie n e s escribían la historia de la Iciencia eran cien tífic o s p ro fesio n a les, a v e c e s e m in en te s. P or lo c o ­ mún la historia era para e ü o s un producto derivado de la pedagogía. Veían en a quélla, ad em á s de su atractivo intrínseco, un medio de aclararlos c o n c e p to s de su esp ecia lid a d , de esta b lec er su tradición y de ganar estu d ia n tes. La a cep ción de historia co n la q ue se inician tantos tratados y monografías té c n ic o s e s una ilustración con tem po rá ­ nea de lo que, durante m u ch o s siglos, fu e la form a primaria y la fuente exclusiva para e l historiador de la cien cia . E ste género tradicional apareció en la antigüedad clá sic a tanto e n la s s e c c io n e s históricas de los tratados téc n ic o s com o en u n a s cu an tas historias in d ep en d ien tes * Reimpreso con autorización de ¡nternationalEjicyclopediaoftheSociaiSciences, \o\. 14 (Nueva York: Crowell Collier y Macmillan, 1968), pp. 74-83 Copyright 1968, de Crowell Collier y Macmillan. 129

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de la mayoría de las c ien cia s antiguas y bien desarrolladas: la astro­ nomía y las m a te m á tic a s. Obras se m e ja n te s — junto con un cuerpo cr e c ie n te de biografías— tienen una historia continua d e sd e el R ena­ cim ien to h asta el siglo xvm, en que la p rod ucción de ellas fue estim u ­ lada por la visión que, durante la Ilustración, se tuvo de la cien cia en tanto que fuente y ejem plo d el progreso. D e los últim os cin c u e n ta años de e s e periodo provienen los prim eros estu dios h istóricos que a v eces se em p lea n todavía c o m o tales, entre ellos las narraciones históricas co n ten id a s en los trabajos té c n ic o s de Lagrange (m atem áticas), así com o los grandiosos tratados de M ontucla (m atem áticas y física), P riestley (electricidad y óptica) y D elam bre (astronomía). En el siglo XÍX y a principios del xx. no o b stan te que co m en za b a n a desarrollarse otros enfoc|ues, lo s c ien tífic o s continuaron produciendo ocasional­ m en te biografías e historias m aestra s de sus p ropias especia lida d es, por ejem plo, Kopp (química), P o g g en d orff (física), S a ch s (botánica), Zittel y Geikie (geología), y Klein (matem áticas). Otra tradición historiográfica, a v e c e s im po sible de distinguir de la primera, fue de objetivos m á s ex p lícita m en te filosóficos. A principios ;del siglo xvií, F ra n cis Bacon p roclam ó la utilidad de las historias del aprendizaje para q u ie n e s pretendían d e s c u b r ir la naturaleza y el uso propio de la razón. Condorcet y Comte son tan sólo los más famosos de los escritores de inclinación filosófica q u ie n e s, bajo la égida de Ba­ con, trataron de basar las d e sc rip cio n e s norm ativas de la racionalidad verdadera en las in v estig a c io n es h istóricas d el p en sa m ien to científico : o ccid en tal. A n tes del siglo xix, esta tradición fu e pred om inan tem en te program ática, y produjo p o c a s in v estig a c io n es h istóricas d e importan­ cia. Pero luego, p articularm ente en los escr ito s de W hew eU , Mach y : D u h em , los in te r e se s filosó fico s se convirtieron en e l motivo primorI dial de actividad creativa en la historia d e la cien cia , y d e sd e en tonces 1 han conservado su im portancia. i E sta s dos tradiciones historiográfícas, en e s p e c ia l cuando fueron controladas por la s té c n ic a s de crítica de tex to s, p rev a lec ien tes en la historia política a lem an a del siglo XíX, ^produjeron ocasionalm ente m onu m entos de erudición, q ue el historiador co n tem poráneo ignora bajo su propio riesgo, Pero al m ism o tiem po apoyaron un co n ce p to del cam po que en la actualidad ha sido rechazado por la n a ciente profeisión. El objetivo de e s ta s antiguas historias de la cien cia e s el de e s c la r e c e r y profundizar el co n o cim ien to de los m éto d o s científicos ■ contemporáneos, mostrando su evolución . C om prom etido con tales m e­ tas, el historiador elige por lo regular una cien cia o rama de la ciencia

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bien esta b lec id a s — una cu y a calidad de con o cim ien to sólido apenas pueda p on erse en duda— , para luego describir cu án do, d ónd e y cóm o fueron esta b lec id o s los ele m e n to s q ue en su ép o c a constituyeron la materia d e estu dio, así com o su su p u esto m étodo. Las ob serv a cio n es, lasteyeso la s teorías que la cien cia con tem p o rá n ea había h ech o a un lado co m o errores o im p r o ce d e n c ia s raras v e c e s fueron con sid eradas, a menos q ue contuvieran una en señ a n za m etodológica o explicaran un prolongado periodo de aparente esterilidad. Principios se lec tiv o s muy sem ejantes gobernaron la d iscu sión de los factores externos a la cie n ­ cia. La religión, vista co m o un obstáculo, y la tecnología, reputada como requisito ocasional para la mejora de los in stru m ento s, fueron casi siem p re lo s ú n ic o s fa cto res q ue m erecieron atención. Elresultado de este en foqu e h a sido parodiado re c ie n te m e n te , de m anera muy brillante por cierto, por el filósofo Joseph A gassi. ! H asta prin cipios d el siglo xix, d e sd e luego, características muy sem ejantes a las d escritas tipificaron a la mayoría de los escritos históricos. L a p a sió n de lo s rom anos por las ép o c a s y los lugares distantes vino a co m b in a rse con las norm as eruditas de las críticas bíblicas, aun antes de q ue los historiadores pudieran darse cu en ta d el interés y la integridad de los sistem as de valores ajenos al propio. (El siglo XIX e s , por ejem plo, el periodo en que por primera vez se admite que la Edad M edia tiene una historia.) E sta transformación de la sensibilidad q u e la m ayoría de los historiadores co n tem p o rá n eo s su ­ pondrían e s en cia l para su c a m p o no fu e , sin em bargo, reflejada de inmediato en la historia de la cien cia . A un qu e no concordaban en linguna otra co sa , tanto el historiador romántico com o el historiador científico continuaron viendo el desarrollo de la cien cia com o una imarcha cu a sim ecá n ica del intelecto, la rendición su cesiva de los secre|tos de la naturaleza ante m éto d o s efic a c e s d iestram ente aplicados. lApenas en este siglo los historiadores de ia cien cia han id o aprenjdiendo poco a p o co a ver su materia de estu d io co m o algo diferente de ¡una m era cronología de logros positivos y acu m ulad os, dentro de una lespecialidad técn ica definM a retrosp ectivam ente. Son varios ios facitoj^es que han contribuido a e s te cam bio. P ro b ab lem en te el m ás im portante c o n sista en la influencia, que com ienza a fines d el siglo xix, de la histpri^ .de la filosofía. En e s e cam po, ú n ic a m e n te los m ás ortodoxos podían sen tirse con fiados de su habilidad para distinguir el co n o cim ien to positivo d e l error y la su pers­ tición. Al tratar id e a s que habían perdido su atractivo, el historiador difícilm ente podía e s ca p a r a la fuerza de un p recep to q u e Bertrand

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R u ssell esb o zó así p osteriorm ente: ‘'Al estudiar a un filósofo, la acti­ tud correcta no e s de reveren cia ni de d esp re cio , sino ante todo una e s p e c ie de sim patía h ipotética, h a sta q ue e s p osible sab er lo que siente y de la m ism a m anera creer en sus teo r ía s.” Esa actitud hacia pensa­ dores pretéritos pasó de la filosofía a la historia de la cien cia. En parte, fue aprendida de h om b res c o m o Lange y C assirer q u ien es, en el terreno de la historia, trataron c o n p erso n a jes o id eas que fueron im portan tes tam bién para el desarrollo científico. (Las Metaphysical FoundaUons of Modern Physicai Science, de Burtt, y la Great Chain o f Being ^ de Lovejoy, ejercieron, en e s te sentido, e s p e c ia l influencia.) Y, por otra parte, tal actitud fue aprendida tam bién de un p eq ueño grupo de epistem ó lo g o s n eokantianos, particularm ente Brunschvigg y Meyer­ son, cu ya b ú sq u ed a de categorías d el p e n sa m ie n to casi absolutas en las id eas antiguas produjo brillantes análisis g en étic o s de conceptos que la tradición principal en la historia de la cien cia ha pasado por alto o bien m en o sprecia do. E sta s le c c io n e s fueron reforzadas por otro aco n tecim ien to decisivo en el surgim iento de la profesión con tem po rá nea . A casi un siglo de que la Edad Media ha cobrado im portancia para el historiador, la b úsq u ed a de Fierre D u h em , de las fu e n t e s de la cien cia moderna, reveló una tradición del p en sa m ien to físico m edieval al cual, en con­ traste con la física de A ristó teles, no podría n egársele un papel esen ­ cial en la transformación de la teoría física y el m étodo de Galileo que pueden encontrarse allí. Pero no fue posible ni asimilarla enteramente a la física de Galileo ni a la de N ew to n , dejando sin cam b ios la estructura de la llam ad a R evolu ción cien tífica , pero extendiéndola:: grandem ente en el tiem po. L a s n o v ed ad es e s e n c ia le s de la cien cia del siglo XVII se en ten derían ú n ica m en te si la cien cia m edieval fuera ex­ plorada primero e n su s propios térm inos y luego com o la base de la cual surgió la “ nueva c ie n c ia ” . M ucho m ás que cualquier otra, e s esta em p re sa la c{ue ha conform ado la m oderna historiografía de la ciencia. Los escritos a los q ue ha dado lugar d esd e 1920, en particular los de E. J. D ijksterhuis, A n n e lie s e Maier y e s p e c ia lm e n te los de A lexandre Ko­ yré, son los m odelos que m u ch o s co n tem p o rá n eo s tienden a emular. :Adem ás, el d escu b rim ien to de la c ie n c ia m edieval y su influencia en el |R enacim ien to han revelado un área en q ue la historia de la ciencia Jpuede y d eb e integrarse co n los tipos de historia m ás tradicionales. Esa tarea a cab a de em p ezar, pero la sín tesis precursora realizada por Butterfield y los estu d io s e s p e c ia le s de P a n o fsk y y F ra n cés Yates señalan un rum bo que se g u r a m e n te será seguid o y ampliado.

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Tercer factor en la form ación de la m oderna historiografía de la , \ ciencia lia sido la repetida in sisten cia en que el estudio del desarrollo \ científico se ocu p a del con o cim ien to positivo en conjunto, y que las h is­ torias g en erales de la cien cia deb en rem plazar a las historias de las i|je n c ia s particulares. C om o programa q ue se p u ed e seguir hasta Bacon, y m ás p articularm ente hasta C om te, esa d em a n d a apenas ha influido en los trabajos realizados h asta los principios de este siglo, cuando fue reiterada vigorosam ente por el venerado u niversalm ente P a u l Tannery, y luego llevada a la práctica en las m o n u m e n ta le s investigaciones de G eorge Sarton. La exp eriencia posterior sugiere q u e las c ien cia s no son, e n realidad, de una sola p ieza y que aun la so ­ brehumana erud ició n requ erid a para una historia g en era l de ia ciencia ap en as podría adaptarse, en cuanto a su evolución conjunta, a una narración coh er en te. Pero el intento ha sido d ecisivo, pues ha e s c l a r e c i d o la im posibilidad de atribuirle al pasado la s divisiones del conocim iento q ue se observan en los programas de la cien cia co n tem ­ poránea. Hoy en día, a m ed ida que los historiadores se vuelven hacia la investigación detallada de las particulares ram as de la c ien cia , e s tu ­ dian ca m p o s q ue rea lm en te existieron en los periodos d e los que se ocupan, y lo h a cen así c o n s c ie n te s del estado de otras c ien cia s de la época corresp ond ien te. : Más re c ie n te m e n te todavía, otro conjunto de in flu en cia s ha e m p e - ' zado a m odelar el trabajo co n tem poráneo en m ateria de historia de la ciencia. Su resultado e s un c r ec ie n te in terés, p roveniente en parte de |la historia general y en parte de la sociología alem ana y la historiografía jmarxista, por e lp a p e l de los factores no in te le ctu a le s, particularm ente líos in stitu cionales y los so c io ec o n ó m ic o s, en el desarrollo de la c ie n ­ cia,? P ero, ;'a diferencia de los ya d iscu tidos, es ta s influencias y los trabajos que a ellas resp ond en no han sido elim inados todavía com pleI lam ente por la n a cie n te profesión. Por todas su s n o ved a d es, la nueva ; historiografía está dirigida todavía p red o m in a n tem en te a l a evolución ¡ de las id e a s cien tífica s y a los instrum entos (m atem áticos, de observa; ción y ex p erim en tales) a través de los cu a le s é sta s se influyen recípro|ca m en te e interactúan con la naturaleza. S u s m ejores practicantes, como Koyré, por lo regular han m inimizado la im portancia de los aspectos no in te le ctu a le s de la cultura con resp ecto a los a co n tec i­ mientos h istóricos que estu dia n. U n o s cu a n to s han actuado com o si la .intrusión de c o n sid er a cio n e s eco n ó m ic a s o in stitu cionales en la h isto­ ria de la cien cia negara la i ntegridad de la propia cien cia . A resultas de ello, a v e c e s parece haber dos c la s e s distintas de historia de la cien cia.

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que o ca sio n a lm en te a p arecen bajo la m ism a envoltura, pero que en rara o ca sió n se relacionan entre sí firme o fru ctíferam ente. La forma p redom inante, llam ada a m en ud o “ enfoque interno” , se ocu p a de la su sta n cia de la cien cia co m o conocim iento.' Su rival más nuevo, a m en ud o llamado e l “ en foqu e ex tern o ” , trata de las actividad es de los cien tífico s com o grupo social dentro de una cultura determinada, lín ifíca r a m bos en fo q u es e s la gran tarea a la q ue ahora se enfrenta la profesión, y hay signos de una b uena resp u esta . Sin em bargo, toda exploración del estado p r es en te de e s te ca m p o d eb e seguir con sid e­ rando am bos en fo q u es co m o e m p re sa s de h e c h o distintas. L A /H IS T O R IA INTERNA

¿C uáles son las m áxim as de la nueva historiografía interna? Hasta donde e s p osible ,— n un ca e s así por co m p leto , ni podría escribirse la historia si lo fu era — , el historiador d eb e d esh a ce rse de la cien cia que sab e. Su cien cia d eb e aprenderla de los textos y d em á s publicaciones del periodo que estu dia, y d eb e dominar éstos, así com o las tradicio­ n e s in trín secas que co n tien en , an tes de abordar a los innovadores cu ­ yos d escu b rim ien to s o in v en cio n e s cam biaron la d irección del progreso científico. Al tratar a los innovadores, el historiador d eb e esforzarse i por p en sar com o ellos lo hicieron. Al re co n o cer que los cien tíficos son fa m o so s a v e c e s por resu ltad os q ue no pretendieron obtener, debe preguntarse por los p ro b lem a s en los q ue trabaja su sujeto y de qué m anera aquéllos se volvieron problem as para él. R eco n o c ien d o q ue un descub rim iento histórico rara vez e s atribuido a su autor en los textos posteriores — los objetivos p ed a g ó g ico s transforman inevitablem ente |una narración— , el historiador d eb e p reguntarse q ué e s lo que su Isujeto p en sa b a haber d escub ierto y en qué se basó para h a cer el idescubrim iento. Y en e s te p roceso de recon stru cción el historiador i d eb e p oner e s p e c ia l a ten ción a los ap aren tes errores de su sujeto, no por el gusto de encontrarlos, sino porque ellos revelarán m ucho más de la m entalidad activa de su p ersonaje, q ue los p asajes en los cu a le s un científico p a rece registrar un resultado o un argum ento que la ciencia ¡moderna retiene todavía. Por lo m en o s durante los últim os treinta años, la s a ctitud es resultan­ tes de e s ta s m áxim as han ido guiando ca d a v ez m ás el mejor saber interpretativo en la historia de ia cien cia , y e s del sab er de esta naturaleza del q ue se o cu p a p red o m in a n tem en te e s te artículo. (Hay otros tipos, d e sd e lu eg o , aunque la distinción no e s clara, y gran parte

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(je los es fu erzo s m á s valiosos de los historiadores de ia c ie n c ia están dedicados a ello s. P ero no e s é s te el lugar para con sid erar trabajos como los dte, d igam os, N e e d h a m , N eu g eb a u e r y Thorndike, cuya contribución in d isp e n sa b le ha sido la de e s ta b le c e r y h a cer a c c e s ib le s tex t|s y trad iciones q ue anteriorm ente s e con ocían sólo a través del fnito.) Sin em bargo, la materia de estudio e s in m ensa; ha habido p ocos historiadores pro fesio n a les de la cien cia (en 1950, ap en a s una m edia docena en los E sta d o s Unidos); y la form a en que han elegido sus asuntos ha sido p rá ctic a m e n te al azar. Hay todavía v a sta s áreas para ■:j las cu a le s no está n claras ni siquiera las líneas de desarrollo b ásicas. P ro b ab lem en te por e lp r estig io de que disfrutan, ia física , la quím ica y la astronom ía pred om inan en ia literatura histórica d e la cien cia . Pero aun en esto s ca m p o s los es fu erzo s se han distribuido d esig u a l­ mente, en e s p e c ia l durante e s te siglo. Como b u sc a b a n co n o cim ien to s contem poráneos en el p asa d o , los historiadores cien tífico s del siglo xix compilaron in v estig a c io n es q ue a v e c e s iban d e s d e la antigüedad hasta su propia ép o ca o casi. En e l siglo XX, unos cu a n to s cien tífic o s, com o Dugas, Jam m er, Partington, T ruesd ell y W hittaker, han escrito d esd e una p ers p e ctiv a se m e ja n te , y algunas de sus in v estig a c io n es co n tie­ nen ia tiistoria de c a m p o s e s p e c ia le s ca si h asta e l p resen te. P ero son pocos los p ro fesio n a les de la mayoría de las c ien cia s desarrolladas que siguen escrib ien d o historias, y los m iem bros de la n aciente profesión han sido h asta la fec h a más sis te m á tic o s y se le c tiv o s, lo q ue ha traído consigo varias c o n s e c u e n c ia s d esafortunadas. La inm ersión, profunda y sim pática, en las fu e n te s q ue su s trabajos ex ig en prohíbe, virtual­ mente, las in v estig a c io n es am plias, al m en o s h asta q ue se haya examinado en profundidad una gran extensión del cam p o. C o m e n ­ zando d esd e cero, o por lo m en o s creyénd olo así, este grupo trata naturalmente de e s ta b lec er primero las fa ses tem pranas del desarro­ llo de una cien cia , y son muy p o co s los q ue rebasan e s e punto. A dem ás, h a sta h a ce algunos años casi n i n ^ n o de ios m iem bros de los grupos n u e v o s ha tenido su ficien te dominio de la cien cia — en e s p e ­ cial, de m a tem á tica s, por lo com ú n el ob stáculo d ecisiv o — , com o para convertirse en un observador participante en las in v estig a cio n es más recien tes de la s d isciplinas m á s desarrolladas d esd e el punto de vista técnico. A c o n s e c u e n c ia de ello, a u nq ue la situación e s tá cam biando ahora rápidamente co n e i ingreso de más y mejor preparados profesion ales dentro de e s te cam p o, la literatura recien te de la historia de la cien cia tiende a terminar en ei punto en que los m ateriales de fu e n tes técnicas

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dejan de ser a c c e s ib le s a un hombre con form ación cien tífíca básica. Hay b ueno s estu d io s de m a tem á tica s hasta Leibniz (Boyer, Michel); ; de astronomía y m ecá n ica hasta N e w to n (Clagett, C ostabel, Dijkster­ huis, Koyré y Maier); de electricidad h asta C oulom b (Cohén); y de q uím ica h a sta Dalton (Boas, C rosland, D aum as, Gueriac, Metzger), P ero, dentro de la nueva tradición, ca si no se han publicado trabajos sobre la física m a tem á tica d el siglo xvni o sobre la física del siglo xix. En cuanto a las c ien cia s b iológicas y de la tierra, la literatura está todavía m en os desarrollada, en parte porque ú n ic a m e n te las esp e c ia ­ lidad es que, c o m o la fisiología, se relacionan estrec h a m en te co n la m ed icina alcanzaron su calidad de p ro fesio n es recon ocidas antes de fines del siglo xix. H ay unas cu an tas in v estig a c io n es del tipo antiguó-i h ech as por cien tíficos, y los m iem bros de la nueva profesión apenasi; ahora em piezan a explorar e s to s ca m p o s. En biología, por lo m en o s hay p ersp ectiv a s de ca m b io rápido, pero h asta la fec h a las únicas áreasestu d iad a s in te n sa m e n te son el darw inism o del siglo x ix y la anatomía y la fisiología de los^siglos xvi y xvn. Sobre el segun do de e s to s asuntos, : sin embargo, el mejor de los libros publicados (por ejem plo, O ’Malley y^ Singer) tratan de problem as e s p e c ia le s y de p ersonas, con lo q ue es: difícil que m uestren u na tradición cien tífica en evolución. La litera­ tura sobre la evolución, a falta de historias a d ecu a d a s de las especiali-; d a d es téc n ic a s de las que extrajo Darwin tanto ^us datos co m o sus prob lem as, está escrita a un nivel de generalidad filosófica que impide: ver có m o es q ue el Origen de las especies pudo haber sido un gran a van ce, y m ucho m en o s un avan ce cien tífico. El estudio modelo de D upree, referente al botánico A sa Gray, figura entre las pocas, e x c e p ­ cio n e s notables. H a sta la fe c h a , la n u ev a historiografía no ha tocado las c ie n c ia s so cia les. En esto s ca m p o s, la literatura histórica, cuando existe, la han producido los profesion ales de la cien cia de que se trate, y quizá History o f Experimental Psychology, de Boring, s e a el mejor ejemplo. C om o las antiguas historias de las c ien cia s físicas, esta literatura a m enudo es in d isp en sa b le, pero co m o historia com p arte las lim itaciones de aqué­ llas. (La situación e s típica para las c ien cia s relativam ente nuevas: se espera que los profesion ales de es to s ca m p o s conozcan el desarrollo d e su s esp e cia lid a d es, que adquieren en to n c e s una historia cuasioficial; de ahí en adelante, se aplica algo muy parecido a la ley de Gresham.) P or co n sig u ien te, esta área ofrece particulares oportunidades tanto para el historiador de la ciencia como para — más todavía— el intelec­ tual en general o el investigador social, cu y a s resp ec tiv a s fo rm a cio n es

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son a m en ud o de lo m ás a d ecu a d a s a las d em a nd a s de e sto s cam p os. L a s p u b lic a cio n es p relim inares de Stoekin g, sobre la historia de la antropología en los E sta d o s Unidos, son un ejem plo e s p e cia lm e n te pi'ovechoso de la p ers p e ctiv a que el historiador general p u e d e aplicar a t¡%,campo científico c u y o s c o n ce p to s y vocabulario a p en as hasta hace poco se han vuelto eso térico s.

L A HISTORIA EXTERNA,

Los in tentos por ubicar a la cien cia en un con texto cultural que podría mejorar tanto el co n o cim ien to de su desarrollo com o de sus efe c to s han adoptado tres form as características, de las c u a le s la más antigua e s el estudio de las instituciqn.es cient^^^^^ Bishop Sprat preparó su p re­ cursora historia de la Royal S o ciety of London casi d e sd e antes de que esta organización quedara constituida o ficialm ente, y a partir de e n ­ tonces han sido in n u m erab les las historias, “ h ech a s en c a s a ” , de las socied a d es cien tífica s. E sto s libros son útiles principalm ente com o fuentes de m ateriales para el historiador, y apenas en e s te siglo los estu diosos del desarrollo cien tífico han em p eza do a em plearlos. Al mismo tiem po, han em p eza d o a exam inar seria m en te los otros tipos de instituciones, en es p e cia l la s ed u cativas, q ue p u ed en prom over o inhibir el a v a n ce de la cien cia . C om o en cualquier otra parte de la historia de la cien cia , la literatura de las in stitu ciones, en su mayoría, trata d ei siglo xvü. Lo mejor de ella está disperso e n p u b lica cio n es periódicas (lo que se halla en libros está lam en tab lem en te obsoleto), de las c u a le s p u e d e n extraerse datos, y otras c o sa s relativas a la historia de la cien cia , a través del anuario “ Critical Bibliography” de la revista ¡sis y a través d el Bulletin Signalétiqae, pub licación trim estral del Centre N ational de la R ech erch e S cientifique, París. El estudio clá­ sico de Gueriac, sobre la profesionalización de la quím ica en Francia; la historia de ia Lunar S o c ie ty de Schofieid; y un recien te volum en escrito en colaboración (Taton), sob re la ed u ca ció n cien tífica en Fran­ cia, figuran entre los p o co s trabajos sobre las in stitu cio n es cien tíficas del siglo XVIII. En cuanto al siglo xix, ú n ic a m e n te el estudio de Inglate­ rra, de Cardwell, el de D upree sobre ios E stados Unidos y él de V ucinich sobre R usia com ienzan a rem plazar a los com entarios, frag­ m entarios pero muy su g estiv o s, a m enudo con ten idos en notas ai pie, que s e en cu en tran en el primer volum en de la History o f European Thought in the Nineteenth Century, de Merz.

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L os historiadores in te le ctu a le s han co n sid era do el efe cto de la cien­ cia sobre varios a sp e c to s del p en sa m ien to o ccid en ta l, en especial durante lo s siglos xvii y xviii. Con resp ec to a la é p o ca q u e se inicia en 1700, sin em bargo, e s to s estu dios son p ecu liarm en te insatisfactorios, pues tienden a demostrar la influencia, y no tan sólo el prestigio, de la cien cia. El nombre d e un B acon, un N ew to n o un Darwin e s un símbolo p otente: hay m u ch a s razones para invocarlo a d em á s de recordar una d eu da efectiva. Y el reco n o cim ien to de p aralelos c o n ce p tu a les aisla­ dos, por ejem plo, entre las fuerzas q ue m antien en a un p laneta en su órbita y el siste m a d e co m p ro b a cio n es y b a la n ces de la C onstitución de los E sta d o s U nidos, dem uestra n m ás bien ingenio interpretativo que la in fluencia de la cien cia en otras áreas de la vida. N o c a b e duda que los c o n ce p to s cien tífico s, p articularm ente los muy ex te n s o s, sí ayudan a cam biar las id ea s extracientíficas. P ero el análisis de su función de producir esta c la se de cam bio exige su m ergirse en la literatura de la cien cia . La antigua historiografía de la cien cia , por su propia natura­ leza, no sum inistra lo que e s n ecesario, y 1a nueva e s tan recien te y tan fragm entarios su s p roductos, que p o co s son los e fe c to s q ue pueden ejercer. A unque la b recha p arezca p eq u e ñ a , no hay abism o que más n e ce site ser salvado q ue el e x iste n te entre e l historiador de las ideas y el historiador de la c ien cia . Por fortuna, hay u n o s cu a n to s trabajos que apuntan hacia e s e rum bo. Entre los m ás recien te s figuran los estudios d e la cien cia en la literatura de los siglos xvii y xvm, de N icolson; la d iscusión de la religión natural, de W estfall; el capítulo sobre la cien cia en la Ilustración de Gillispie; y la m o n u m en ta l investigación del p apel de las c ie n c ia s de la vida en el p e n sa m ie n to francés del siglo xvm, de Roger. El interés por las in stitu cio nes y el interés por ias id eas se entrelazan naturalm ente en un tercer en fo q u e al desarrollo científico. S e trata del estudio de la cien cia en una región geográfica tan p eq ueña , que p erm ite con cen tra rse en ia evolución de una d eterm inada especialidad técnica, lo su ficie n tem en te h o m o g én ea com o para co n o ce r con clari­ d a d ia función social y ia ubicación de la cien cia . De todos los tipos de historia externa, é s te e s e l m ás m oderno y ei m ás revelador, p ues requiere ex p erien cia s y habilidad verda d era m en te amplias tanto en historia com o en sociología. La literatura, p eq u e ñ a en volum en pero q ue c r e c e ráp id am ente, sobre la c ien cia en los E stados U nidos (Du­ pree, Hindle, Shryock), es un ejemplo sobresaliente de este enfoque, y hay ia esp era n za de que los estu d io s actu a les sobre la c ien cia en ia R evolución fran cesa produzcan tam bién un panorama revelador).

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IVlerz, L illey y Ben-D avid señalan los a sp ec to s del siglo xix que más a fondo se han estudiado. Pero el asunto que ha provocado m ás activi­ dad y reclam ado más a ten ción e s el desarrollo de la c ie n c ia en la Inglaterra del siglo xvn. Por h ab erse convertido en el centro del a c a lc a d o deb ate a ce rc a d el origen de la cien cia moderna y sobre la naturaleza d e la historia de la cien cia , esta Hteratura amerita que se le analice por separado. R ep re sen ta aquí un cierto tipo de investigación: los p roblem as q ue ofrece darán una p erspectiv a sobre las relaciones que hay entre los en fo q u es internos y externos a la historia de la .^ciencia. L

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TESIS DE MERTÜ.N'

a sp ecto m ás notorio en el d eb a te a cerca de la cie n c ia del siglo xvii iesíá con ten ido en la llam ad a tesis de Merton, que en realidad son dos tesis que co in cid en p a rcia lm en te y p o s e e n fu en tes distintas. En última instancia, am bas tien den a explicar la esp e cia l productividad de la iciencia d el siglo xvn correlacionando sus objetivos y valores novedo,'sos — ^resumidos en ei programa de Bacon y su s seg u id o re s— con otros a sp e c to s de la so c ied a d de aquella ép oca. En la primera, que algo ídebe a la historiografía marxista, se subraya la m edida en que los baconianos esp era b a n aprender de las artes p rácticas y, a su tiem po, Ihacer que la c ie n c ia fu e s e útil. C o nsta n tem ente estudiaron la s téc n i­ cas de los artesanos de su ép o ca — vidrieros, m etalúrgicos, m arine­ ros, e t c . — , y m u ch os de ellos le prestaron atención a problem as prácticos y u rgen tes de la ép o c a , por ejem plo, los de la n avegación, los del drenaje de tierras y la d esfo resta ció n . Los n u ev o s problem as, datos y m étodos prom ovidos por e s to s n u ev o s in te re ses fueron, segú n Mer­ ton, la razón principal de la transformación su stan cial experim entada por varias c ien cia s durante el siglo xvn. En la segun da tesis s e recogen las m ism a s n o v ed a d es de la ép o ca , pero se afirma q ue el puritanism o )fue el estim u lante primordial. (No tiene por qué haber conflicto, Max W eber, cu y a hipótesis principal investigó M erton, argum enta que el puritanismo contribuyó a legitim ar el interés por la tecnología y las partes ú tiles.) S e d ice que los valores de las co m u n id a d es puritanas — por ejem plo, la im portancia con ced id a a la salvación a través de obras y a la com unión d irecta con D ios a través de la naturaleza— 5 fomentaron tanto el in terés por la cien cia com o la tónica em pírica, I instrum entalista y utilitarista q ue caracterizó a d ichas com u nid ades \ durante ei siglo xvn..

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E stas dos tesis han sido ex ten d id a s y tam bién atacadas vigorosa­ m en te pero no ha surgido ningún punto de acuerdo. (Una im portante confrontación, que se centra en los artículos de Hall y de Santiilana, ap arece en el sim p osio del Instituto para la Historia de ia C iencia, dirigido por Clagett; ei artículo de Zilsel sob re Wiliiam Gilbert puede encontrarse en la co lec ció n de artículos p ertin en tes áe\ Journal of the History o f ¡deas dirigido por W iener y N oiand. En su mayoría, la parte restante de la literatura, q ue e s muy volu m inosa, p u e d e investigarse en ias notas de píe de página de una controversia reciente sobre el trabajo de Christopher HUI.) En esta literatura, las críticas m ás p ersis­ ten tes son las dirigidas a la definición y aplicación que h a ce Merton de la etiq ueta “ puritano” , y ahora p a rec e estar claro que no p u e d e ser útil ningún término tan es tr e c h a m e n te doctrinario en sus co n s e c u e n c ia s. Esta cla se de d ificultades p u e d e elim inarse s e ^ r a m e n t e ; p u es la ideología baconiana no se restringió a los cien tíficos ni se propagó u n iío rm em en te por todas las c la s e s y region es de Europa. El rótulo que aplica Merton quizá sea im propio, pero no hay duda de q ue el fen ó ­ m eno q ue d escrib e sí existió. L os argum entos m ás significativos en contra de su p osición son residuos p ro v en ien tes de la recien te trans­ form ación en la historia de la cien cia. La im agen que da Merton de la R evolución científica, a unque ya de largos años, s e d esacreditó rápi­ dam ente m ientras escribía, e s p e c ia lm e n te en el p a p e l atribuido al m ovim iento baconiano. L os seguid ores de la tradición historiográfica antigua declaran que la cien cia , com o eUos la co n cib e n , nada d eb e ni a los valores ec o n ó m i­ c o s ni a las doctrinas religiosas. Sin em bargo, la gran im portancia-que i Merton le c o n c e d e al trabajo m anual, la exp erim en ta ció n y la confronilación directa con la naturaleza fueron fam iliares y afines a ellos. La nueva generación de historiadores, en cam b io, asegura haber d em o s­ trado que las rad icales re v isio n es, efe c tu a d a s durante los siglos xv5y : X V I I . de la astronomía, las m a tem á ticas, la m ecá n ica y hasta de la óptica debieron m uy p o co a los n u e v o s in stru m entos, ex p erim en to s u \observaciones. El m étodo primario de Galileo, argum entan, fu e ei tradicional ex p erim en to p en sa d o d e la cie n c ia es co lá stic a llevado a un nuevo grado de p erfecció n . El am bicioso e in gen uo programa de Bacon fu e ca u sa de d e c e p c ió n e im p o ten cia d e sd e el principio. L o s intentos por aplicarlo fracasaron repetidam ente; las m ontañas de datos aporta­ das por lo s n u ev o s in stru m entos fueron de po ca ayuda para la trans­ form ación de la teoría cien tífica en to n c e s p reva lecien te. Si h acen falta n o v ed a d e s cu lturales para explicar por q u é ho m b res com o Gahleo,

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p e sc a r le s y N ew to n de pronto fueron c a p a c e s de ver, de una nueva manera, fe n ó m e n o s bien c o n o cid o s para ellos, d eb e observarse que tales n o v ed a d e s son ante todo in te le ctu a le s y q ue incluyen el neopla­ tonism o del R eh a cim ien to , el resurgim iento del antiguo atom ism o y el redtiscubrimientu de A rq uím edes. Pero tales corrientes in telectuales se im pusieron y fueron tan productivas lo m ism o en la Italia y en la Francia ca tó lica s rom anas q ue en los círculos puritanos de Inglaterra u Holanda. Y en ningún sitio de Europa, en donde esta s corrientes fueron m ás fu ertes entre lo s co rtesa n o s que entre los a rtesanos, m u e s­ tran deberle algo im portante a la tecnología. Si M erton tuviese razón, la nueva im agen de la R ev o lu ció n cien tífíca e v id e n tem en te sería erró­ nea. En sus v e r sio n es m ás d etalladas y cu id a d o sa s, que incluyen delimi­ taciones e s e n c ia le s , es to s argum entos son, h asta cierto punto, en te­ ramente co n v in ce n tes. Los ht>mbres que transformaron la teoría c ie n ­ tífica durante el siglo xvii hablaron a v e c e s c o m o bacon ianos, pero queda todavía por dem ostrar que la ideología que varios de ellos abrazaron tuvo e f e c t o s prim ordiales, vsustanciales o m etodológicos, en sus aportaciones cap itales a la cien cia . T a les con trib ucion es se e n ­ tienden m ejor co m o resultado de la evolución interna de un conjunto de ca m p o s q ue, durante los siglos xvi y xvn, fueron cu ltivados con renovado vigor y en un nuevo medio in telectu a l. E sa p osición, sin embargo, p u e d e ser pertin en te sólo para la revisión de la tesis de Merton, no para rechazarla. Un a sp ecto d el ferm ento q ue los historia­ dores han rotulado co m o “ La R evolu ción cien tífic a ” fue un movi­ miento program ático y radical q ue se centró en Inglaterra y en los P a íses Bajos, au n q u e durante cierto tiem po fue visible también en Italia y en Francia. E se m ovim iento, q ue in clu so la forma actual del argumento de Merton h a ce m á s com p rensib le, alteró drásticam ente el atractivo, el lugar y la naturaleza de gran parte de la in vestigación científíca durante el siglo xvis, y los cam b ios adquirieron carta de ¿permanencia. Muy p rob ablem ente, co m o argum entan los historiadoires co n tem p o rá n eo s, ninguno de e s to s rasgos n o v ed o so s d ese m p eñ ó ;un p apel im portante en la transform ación de lo s co n ce p to s cien tíficos ídurante el siglo xvn, pero a p esa r de ello los historiadores d eb en laprender a m anejarlos. T al vez resulten ú tiles las sig u ie n tes sugerenjcias, cuyo valor m ás general se considerará en la se cc ió n siguiente. E x cep tu an do a las c ie n c ia s b iológicas, cu y o s vínculos con las artes y I las in stitu cio n es m éd ica s le s im primen una pauta de desarrollo más ¡ com pleja, las ram as principales de la cien cia q ue s e transformaron

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durante los siglos xvi y xvii fueron la astronom ía, las m atem áticas, la m ecá n ica y la óptica. El desarrollo de e s ta s disciplinas e s lo que hace que la R evolu ción cien tífica p a rezca ser una revolución de con cepto s. Es significativo, sin em bargo, q ue e s te conjunto de cam p o s haya estado co m p u e sto ex clu siv a m en te de c ie n c ia s clá sic a s. M uy desarro­ lladas en la antigüedad, encontraron un lugar en el plan de estu dios de la universidad m ed ieval, en donde varias de ellas fueron llevadas a grados m ás altos de desarrollo. Su m etam orfosis del siglo xvn, en la cual los h om bres form ados universitariam en te continuaron d e se m p e ­ ñando un papel im portante, p u e d e pintarse razonab lem ente com o una extensión de una tradición m ed iev a l y antigua q ue se desarrolla en un nuevo am biente con ceptu al. S ólo en o ca s io n e s se n ece sita recurrir al m ovim iento programático b aconiano para explicar las transformacio­ n es de esto s cam p os. H a cia el siglo xvn, sin em bargo, és ta s no fueron las ú nica s áreas dé actividad cien tífíca in te n sa , y las otras — entre ellas el estudio de la electricidad y el m agnetism o, de la quím ica y de los fe n ó m e n o s térmi­ co s— m uestran una pauta diferente. C om o cien cia , com o ca m p o s que debían ser in sp e cc io n a d o s sis te m á tic a m e n te para aum entar el cono­ cim ien to sobre la naturaleza, todas ellas fueron n o v ed a d es durante la R evolu ción científíca. Sus raíces p rin cipales esta b a n no en la tradición universitaria aprendida sino, a m en u d o, e n la s artesanías estab leci­ das, y todas eUas dep en dieron , críticam ente, tanto del nuevo pro­ grama de ex p erim en tación co m o de los n u ev o s instrum entos q ue los artesanos contribuyeron fre c u e n te m e n te a introducir. Salvo algunas v e c e s en las e s c u e la s de m ed icina, tales disciplinas rara vez encontra­ ron lugar en las universida d es antes del siglo xix, y m ientras tanto fueron cultivadas por aficionados m al unificados en torno de las n u e­ vas s o c ie d a d e s cien tíficas que fueron la m a n ifesta ció n institucional de la R evolución cien tífica. O b via m en te, esto s son los ca m p o s, junto con el nuevo modo de p ráctica que represen tan , q ue p u e d e ayudarnos a en ten d e r una te s is de Merton revisada. A d iferencia de lo que ocurre en la s c ien cia s clá sic a s, la inv estig a ció n dentro de e s to s cam pos agregó poco al co n o cim ien to de la naturaleza durante el siglo xvn, h ech o que e s fácil p asar por alto al evaluar el punto d e vista de Merton. P ero los logros ob tenid os a fines del siglo xvni y durante el siglo xixn o podrán en ten d e rse h asta que no se tom e en cu en ta todo lo anterior. El programa baconiano, aunque al principio desprovisto de frutos con­ ce p tu a les, sirvió para inaugurar varias de las principales cien cia s m odernas.

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H

is t o r ia s in t e r n a

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y externa

porque subrayan d istincio n es entre es ta d o s anterior y posterior de una icien|íia en evolución , es to s co m entarios a cerca d e la tesis de Merton ilustran a sp e c to s d el desarrollo científico analizados h a ce poco y en términos g en era les por Kuhn. En los prim eros m o m en to s del desarrolllo de un nuevo cam p o, indica, ias n e c e sid a d e s y los valores so c ia le s ¡son el d eterm inante principal de los p roblem as en los c u a le s sus ;practicantes se con centran. Tam b ién durante e ste periodo los co n cep"^jtos que aphcan al solucionar p roblem as está n condicionados en gran Iparte por el sentido com ú n co n tem poráneo, por la tradición filosófica prevaleciente o por las c ie n c ia s con tem poráneas de más p r e s tid o . Los nuevos ca m p o s que surgieron en el siglo xvií y varias de las modernas ciencias so c ia les sirven para ejem plificar e s te punto. Pero, argum enta Kuhn, la evolución posterior de una especialidad técn ica difiere signi­ ficativam en te, en form as por lo m en os prefiguradas por el desarrollo de las c ie n c ia s durante la R evolu ción científica. Los p racticantes de luna cien cia m adura son h om b res form ados dentro d e un cu erpo co m ­ plejísim o d e teorías e instrum ental, m atem áticas y téc n ic a s verbales |de naturaleza tradicional. A resu ltas de ello, con stituyen una subcul¡tura es p e cia l, dentro de la cu al sus m iem bros son el p úblico exclu sivo ;para los trabajos de ca d a uno d e ellos, y de la m ism a m anera los ju e c e s I mutuos. L os p roblem as en los c u a le s trabajan tales e s p e cia lista s ya no ) son los p resen ta d o s por el resto de la so c ied a d , sino q ue p e r te n e c e n a luna em p re sa interna c o n sis te n te en aum entar, en ampUtud y preci[ sión, el acuerdo entre la teoría e x iste n te y la naturaleza. Y los c o n c e p ­ tos em p lea d o s para resolver e s to s p roblem as son n orm alm ente parien­ tes c e r c a n o s de los aprendidos durante la form ación para ejercer la especialidad d e q u e s e trate. En fin, com parados con otros profesion a­ les y con otras em p r e sa s creativas, los p ra ctica n tes de una cien cia madura está n aislados en realidad d el m edio cultural en el cual viven ,sus vid a s extraprofesionales. E se aislam ien to, tan e s p e c ia l pero aún in co m p leto , e s la su p u esta razón de q ue e l en fo q u e interno a la historia de la cien cia , considerada áutónom a, haya p arecid o tan ce rc a d el éxito. En una m edida que no liene punto de com p aración en otros ca m p o s, el desarrollo de una fespecialidad téc n ic a individual p u e d e en ten d e rse sin trascen der la hteratura de e s a e sp e cia lid a d y u n a s cu a n tas de sus v e c in a s cercanas. Sólo en o ca s io n e s n e c e sita e l historiador tomar nota de un con cepto, /problem a o téc n ic a particulares q ue llegaron de fuera. Sin em bargo, la

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autonomía aparente del en foqu e interno e s errónea en sus puntos e s e n c ia le s , y el apasionam iento con que a v e c e s se le defiende ha oscurecido problem as im portantes. El aislam iento de una com unidad 'científica madura, sugerido en el análisis de Kuhn, e s un aislamiento iante todo en relación co n c o n c e p to s y en se g u n d o lugar con resp ecto a ,1a estructura del problem a. H ay, sin em bargo, otros a sp ec to s del avan ce científico, por ejem plo su oportunidad. E sto s otros a sp ec to s sí ■ d ep en d e n crítica m ente de los factores re ca lca d o s en el enfoque exI te m o al desarrollo científico. P articularm en te cuando se considera a I las c ien cia s com o un grupo en interacción, y no com o una variedad de ^especialidades, los e fe cto s acum ulativos de los factores extern os pueiden ser d ecisiv o s. Tanto la atracción de la cien cia com o carrera y el atractivo diferente j de los distintos ca m p o s son, por ejem plo, co n d icionad os significati; vam ente por fa cto res externos a la cien cia . A d em á s, com o los progrei sos e fe ctu a d o s en un ca m p o d e p e n d e n a v e c e s del desarrollo previo de jotro, las d iferentes v elo cid a d es de crecim ien to p ueden afectar toda l una pauta evolutiva. C o n sid e ra c io n e s se m e ja n te s a las anteriores i d ese m p eñ a n un papel primordial en el origen y en la form a inicial de lias cie n c ia s n uev a s. A d e m á s, una tecnología nueva, o algún otro cam bio en las co n d icio n e s de la so c ied a d , p u e d e n alterar significatiy a m e n te la im portancia p ercibida de los problem as de una especiali­ dad dada, o in cluso crear n u ev o s p roblem as para ésta . Al ocurrir esto, a v e c e s se acelera el d escu b rim ien to de áreas en las cu a le s u na teoría esta b lecid a debiera fun cion ar pero no lo h a ce, con lo que se apresura su rechazo y su su stitu ción por otra teoría nueva. O casion alm en te, p uede m oldearse la su sta n cia de e s a teoría nueva asegurando q ue la crisis a la cual resp o nd e s e da en un área d el problem a, antes que otra. O , tam b ién , por la in term ed ia ció n crucial de una reforma institucional, las co n d icio n e s extern as p u e d e n crear ca n ales de com u ­ nicación nuevos entre es p e cia lid a d es q ue antes no se relacionaban entre sí, fom entando d e e s t e m odo la fec u n d a c ió n cruzada que, de otra manera, no hiibiera ocurrido o se hubiera dem orado largo tiempo, i H ay m u ch as otras m aneras, incluido el su bsidio directo, en el cual la ! cultura en general a fecta el desarrollo cien tífico , pero el esq u em a \anterior d eb e mostrar su ficie n tem en te la d irección en la cu a l debe ^desarrollarse la historia de la cien cia . A un qu e los en fo q u es interno y ¡externo a la historia de la c ie n c ia tien en u na e s p e c ie de autonomía natural, son, de h ech o , in te r e se s Q ^ p íe m e n t a r w ^ . M ientras no sean j p r a ctica d o s co m o tales, a p oyánd ose m u tu a m en te, e s p o co probable

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se en tien dan a sp e c to s im portan tes d e l desarrollo científico. Tal modo d e práctica ap en a s ha em p eza d o , com o lo indica la r e sp u e sta a la tesis de Merton, pero tal vez se e s té n aclarando las categorías analíti­ cas que dem anda.

í que

La

p e r t in e n c ia

de la h ist o r ia

de la

CIENCIA

Como co n clu sió n , v o lv a m o s a Ja pregunta de q ué juicios d eb en ser los más p erso n a le s de todos; p u e d e uno p r e ^ n t a r s é e n to n c es a ce rc a del "^fruto p oten cia l q ue p u e d e recog e rs e d el trabajo en e sta nueva profe­ sión. El prim ero, y más im portante, serán m ás y m ejores historias de la ciencia. C om o en cualq uier otra disciplina erudita, la primordial res­ ponsabilidad de e s te ca m p o d eb e ser para consigo m ism a. P ero signos crecientes de su efe cto se lec tiv o sobre otras e m p re sa s p u e d e n justifi­ car un brev e análisis al resp ecto . Entre las áreas relacionad as co n la historia d e la cien cia , la que más probabilidades tiene de ser afectad a significativam ente e s la propia investigación cien tífica. L os partidarios de ía historia de la cien cia describen a v e c e s su ca m p o co m o un rico depósito de id ea s y m étodos olvidados, algunos de los c u a le s bien podrían contribuir a resolver dilemas cien tíficos de la actualidad. C uando en una determ inada ciencia se aplica co n éxito un nuevo co n ce p to o una nueva teoría, algún p reced en te a n tes ignorado s u e le descubrirse en la anterior literatura del cam p o. E s natural p regu n tarse si e l haber recurrido a la historia no hubiese acelerado la innovación. C asi co n toda seguridad la resp u esta será q ue no. La cantidad d e m aterial por explorar, la falta de ín dices ad ecu ad am ente cla sifica d o s y las diferencias su tiles, pero por io c o ­ mún en orm es, entre la previsión y la innovación efectiv a , todo esto se combina para su gerir q u e la reinvención, antes q ue e l d escubrim iento, seguirá siendo la fu e n te m ás fructífera d e n o v ed a d es científicas. Los e fe c to s m ás p robables dé la historia de la cien cia sobre los cam pos de los q ue se o cu p a son indirectos, y co n sis te n en aum entar el conocim iento de la propia em p re sa científíca. A un qu e e s im probable que una cap tación m á s clara de la naturaleza d el desarrollo cien tífico resuelva d eterm in ados acertijos de investigación , sí p u e d e estim ular la recon sid eración d e a su ntos com o la ed u ca ció n cien tífica, la admi­ n i s t r a c i ó n y su pohtica. P ero, p robablem ente, las id eas im plícitas que Vel estudio histórico p u e d e producir n ece sita n h a cer se primero exp líci­ t a s por la intervención de otras d isciplinas, de las cu a le s en la actuali■dad hay tres que p a recen ser las m ás efic a ce s.

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A un qu e la intrusión sigu e produciendo m ás calor q ue luz, la filosofía de la cien cia e s hoy en día el ca m p o d e sd e el cu al s e ev id en cia más el asuntó de la historia de la cien cia . F ey e ra b en d , H a n so n , H e s s e y Kuhn han in sistid o ú ltim a m en te en lo im propia q u e e s la im a g en ideal de la cien cia q ue se h a formado el filósofo tradicional, y todos ellos se han sumergido en la historia en b u sc a d e una op ción . S iguiendo las direc­ cio n e s señ a la d a s en los en u n c ia d o s c lá sic o s de N orm an C am pbell y Karl P o p p er — y a v e c e s influidos sign ificativam en te también por Ludwig W ittgenstein— han com enzado a plantear problemas que la filosofía de la cien cia ya no p u e d e seg u ir d esa ten d ien d o . La solución de e s o s problem as q u e d a para el futuro, y quizá para el futuro indefini­ dam ente distante. Tod avía no hay u na “ n ueva filosofía” de la ciencia, desarrollada y madura. Y el cu estio n a m ien to de antiguos estereotipos, p rincipalm ente p ositivistas, es tá im p u lsan d o y liberando a algunos p rofesion ales de las c ie n c ia s n u ev a s q ue en su mayoría han venido d ep en d ien d o de cá n o n es exp lícitos d el m étodo científico en su bús­ q u ed a de identidad profesional. Otro cam p o dentro de la historia de la c ie n c ia que probablem ente ejercerá ca d a v ez m ás e fe cto s e s la sociología de la cien cia . En última in stancia, ni los in te r e se s ni las téc n ic a s d é 'e s e cam p o tienen que ser históricos. P ero en el actual esta d o de subdesarrollo de su esp e cia li­ dad, los sociólogos d e la cie n c ia bien p u e d e n aprender de la historia algo sobre la forma de la em p re sa q ue investigan . L os recien tes escr ito s d e B en-D avid , H agstrom , M erton y otros dan m uestras de que así lo está n h aciend o. M uy p ro b a b lem en te, será a través de la sociolo­ gía que la historia de la c ie n c ia ejerza su efe cto principal sobre la política y la adm inistración d e ía ciertcia. ín tim a m en te relacionado co n la sociología de la c ie n c ia — quizá eq u iv a len te a é sta cuando a m b o s es tén con stru id os a d e c u a d a m e n te— ex iste un cam po q u e , aunque en esta d o ernbrionario, se d escrib e en térm inos g en erales c o m o “ la c ie n c ia de ías c ie n c ia s ” . Cuyo objetivo, en las palabras d e su m áxim o e x p ó ñ éh te , D erek P rice, e s nada m enos que “ el análisis teórico de la estructura y el com portam iento de la propia c ie n c ia ” , y sus téc n ic a s son una co m b in a ció n e c lé c tic a de la del historiador, la d el sociólogo y la del eco n o m ista . H a sta ahora, ú nica­ m en te p u e d e conjeturarse h a sta q ué punto e s factible e s e objetivo, pero todo progreso q ue hacia él se h a g a alimentará, inevitable e in m ed ia ta m en te, la sig n ifica ció n de una con tinu ada erudición en la historia de la cien cia , tanto para los cien tífico s so c ia les com o para la socied ad.

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B ib l io g r a f ía

Más material relativo al te m a p u e d e en co n tra rse en las biografías de Koyré y Sarton|V.

Agassi, J o se p h . 1963. Towards an Historiography o f Scieru:e. “ H isto ry and T heory’\ vol. 2. L a Haya: M outon, B%aleza d e ia c ie n c ia com o actividad y de su s ca m b io s a través del tiempo. In teresado por e l p a p e l de las cien cia s, requiere al m en o s un c o n o c im ie n to global de cóm o los hom bres ob tienen su m em brecía en las com u nid ades cien tífica s, d e lo que h a c e n allí, de dónde vienen sus ::problemas y qué toman co m o so lu cio n es. A e s te nivel, sus n e c e sid a d e s sobrepasan a l a s d el historiador in telectual, a u n q u e son, técn ic a m e n te : hablando, m ucho m en o s ex ig en te s. P ero el historiador so c io ec o n ó ­ mico tiene también n e c e s id a d e s que no tiene ei historiador intelectual: c o n o c e r l a naturaleza de la tecnología com o actividad; saber diferen­ ciarla de la cien cia tanto social com o intelectualm ente; y, sob re todo, ser sensible a los varios m odos de interacción entre am bas. Cuando la c ie n c ia afecta e l desarrollo s o c io ec o n ó m ic o , e s a través de la tecnología. A m enudo los historiadores tienden a fundir las dos actividades, inducidos por prefacios en los que, d esd e el siglo xvn, se proclama la utilidad de la c ien cia , a la que ilustran con las m áquinas y los m odos de producción e x is te n te s en una ép oca determinada.^ A este respecto, B acon no sólo ha sido tomado en serio — com o e s lo d e­ bido— , sino tam bién literalm ente — co m o no se d e b e — . Las innova’ En donde están mejor ikislradas las dificultades del tiistoriador con la tecnología como ciencia aplicada es en ias discusiones sobre la Revolución industrial. La actitud más antigua es la de T. S. Ashton, The Industrial Revoiution, 1760-1830 (Londres y Nueva York: Oxford University Press, 1948), p. 15: “ La corriente del pensamiento científico inglés, que arranca de las enseñanzas de Francis Bacon y se increm enta con el genio de Boyle y el de Newton, fue uno de los principales tributarios de la revolución indus­ trial.” Roland Mousnier, en el Progrès sciejüifique et technique au xvill^ sièck (París: Pion, 1958), adóptala posición opuesta en una form a de lo más extrema, argumentando la total independencia de los dos fenómenos. Corrigiendo la idea de que la Revolución industrial fue ciencia newtoniana aplicada, puede decirse que es m e jo ría versión de Mousnier, pero esta misma se desentiende de las im portantes interacciones metodológicas e ideológicas de la ciencia del siglo W tit con la técnica. Sobre estos puntos, véase más adelante, o bien el excelente bosquejo que iiay en el capítulo "S cience” , en E. J. H o b s b a w n , T / í e o f Rerolutioiiy 1789-1848 (Cleveland; W orld P ublisliing Company, 1962).

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cio n e s m e to d o ló ^ c a s d el siglo x v iiso n v ista s, por tanto, com o la fuente d e una cie n c ia útil y con solidad a. E xplícita o im plícita m en te, se dice q u e la cien cia ha venido in fluyend o ca d a v ez m ás, d esd e en to n ces, en los a sp e c to s so c io ec o n ó m ic o s. S u c e d e , sin em bargo, que a pesar de los tres siglos de exho rta cio nes d e B acon y s^s su ce so r e s, la tecnología floreció sin aportes e s p e c ia le s e im portan tes de las c ien cia s h asta hace casi c íe n años. La aparición d e la c ie n c ia com o e lem en to motor dé prim era m agnitud en e l desarrollo so c io ec o n ó m ic o no fue un fenómeno gradual, sino repentino, anunciado sign ificativam en te y por primera vez en la industria d el teñido quím ico-orgánico, a partir de 1870; continuó con la industria eléc tr ic a d e sd e 1890; y se aceleró rápidam en te d esd e 1920. V er e s to s a c o n tec im ien to s co m o las consecuencias resu ltan tes d e la R evolu ción cien tífíca, equivale a pasar por alto una de las transform aciones h istóricas, radicales y e s e n c ia le s dei mundo con tem poráneo. M u ch as de la s d isc u sio n e s c o m u n e s a ce rc a de la poHtica cien tífíca serían m ás fructíferas si la naturaleza de e s te cambio estu viera mejor entendida. A d icho ca m b io volveré m ás a d ela n te, pero prim ero deb o bosquejar, a unque sim plista y d o g m á tica m en te, sus a n te c e d e n te s . L a c ie n c ia y la tecnología fueron activ ida d es distintas h a sta antes de q ue Bacon anunciara su unión a prin cipios d e l siglo xvii, y luego continuarían separadas por casi tres siglos m ás. H a sta fin e s d el siglo xix, las in novacion es tecn o ló g ica s im portantes ca si nunca provinieron de los h o m b res, las in stitu cio n e s, o lo s grupos s o c ia le s q ue trabajaban para las cien cia s. A u n q u e los cien tífic o s h icieron algunas in cu rsiones en la tecnología, y p e s e a q ue su s v o ce ro s a m en ud o proclamaran éxitos, q u ie n e s ver dad eram en te contribuyeron al desarrollo te c n o ló ^ c o fue­ ron p red o m in a n tem en te los m aestro s de oficios, io s artesanos, los trabajadores y lo s in g en io so s in ven to res, e s te último grupo a menudo en agudo conflicto c o n su s co n tem p o rá n eo s científicos.® El desprecio por los in ven tores se p u e d e encontrar rep etid a m en te en la literatura ® R. P. Multhauf, “The Scientist and the ‘Improver’ of Technology”, Technology and Encyclopédie and the Jacobin Philosophy of Science”, en M. Clagett, compilador, Cñtical Problems in the History o f Science (Madison: University of Wisconsin Press, 1959), pp. 255-289, Para indicios sobre una explicación de la dicotomía, véanse mis “Comments”, en R, R. Nelson, compilador, The Rate and Direction o f Inventive Activity, informe de la Oficina Nacional de Investigación Económica (Princeton: Princeton University Press, 1962, pp. 379-384 , 450-457, y el epílogo de mi artículo: “The Essential Tension: Tradition and Innovation in Scientific Research” [capítulo IX de este Ubro], en C. W. Taylor y Frank Barron, compiladores, Scieniifíc Creativity: Its Recognition and Development (Nueva York: Wiley, 1963), p. 341-354.-

Culture^ 1 (1959): 38-47; C. G. GiUispie,

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científica,y la h o stilid a d para co n los c ie n tífic o s p rete n sio so s, ab strac­ tos y distraídos e s un tem a recu rren te en la literatura de la tecn ología. Incluso hay p m e b a s de q u e e s ta p olarización en tre la c ie n c ia y la tecnojpgía tien e h ond as ra íce s so c io ló g ic a s, la historia no nos habla

de niiiguna so c ied a d que haya logrado a rreglárselas para fom entar ambas al m ism o tiem p o . G recia, cu an d o h ubo de valorar su c i e n c ia , vio a la te c n o lo g ía com o herencia co m p leta de su s d io se s antiguos; R om a, fam osa por su tecn o ­ logía, no produjo una c ie n c ia n o tab le. La serie de in no v a cio n es tecn o ¿fógicas de fin a les d el m ed io evo y d el R en a cim ien to , q ue posibilitaron la parición de la cultura eu rop ea m oderna, habían term inado m ucho antes de q u e la R evolu ción cien tífíc a com enzara. A unque Inglaterra produjo una s e r ie im portante d e in novad ores aisla d o s, esta b a atrasada, cuando m en o s en la s c ie n c ia s a b stracta s d esarrolladas durante e l siglo que cubre la R ev o lu ció n in d u stria l, m ien tras q u e F ran cia, co n una tecnología de seg u n d a c la se , era e l p od er c ien tífic o p rep on deran te. Con las p o sib les e x c e p c io n e s (aún e s d em asiad o pronto para a seg u ­ rarlo) de los E sta d o s U n id o s y la U nión S o v iétic a — d esd e ce r c a de 1930 — , A lem a n ia h a sido e l ú n ico p aís q ue, durante el siglo que precedió a la seg u n d a Guerra M undial, ha m anten id o sim u ltá n ea ­ mente trad icion es de prim era categoría tanto en las c ie n c ia s com o en la tecnología. La sep a ra ció n in stitu cio n a l — las u n iv ersid a d es para ÍFis$emckaft> y la s Technische Hochschulen para la in d u stria y las a rtes— es una p o sib le c a u sa de e s e sin gular éxito. P ara com en zar, e l h istoriador del desarrollo so c io ec o n ó m ic o haría bien en tratar a la c ie n c ia y a la tecnolo^ a co m o em p resa s rad icalm en te d istin ta s, igual que cuando habla de c ie n c ia s y artes. Q u e xas tecn o lo g ía s d esd e e l R en acim ien to hasta fin a les d el siglo Xíx hayan sido cla sifica d a s g en era lm en te com o artes no e s un a cc id e n te . D esd e e s ta p ersp ectiv a , p u ed e uno p regu n tarse, com o e l historiador socioeconóm ico d eb ería h a cerlo tam b ién , c u á le s son la s in tera ccio n es entre la s d os a ctiv id a d es, v ista s ya d istin ta s u na de otra. T a les in tera c­ ciones han sid o , ca r a cte rístic a m e n te, d e tres c la se s: una q u e vien e desde la an tigü ed ad; la seg u n d a , de m ed iad os d el siglo xviii; y la ter­ cera, de fin e s d el xix. La m ás duradera, h oy p rob ab lem en te d eter­ minada ex cep to en las c ie n c ia s so c ia le s, e s la d el efe cto de la s te c ­ nologías p re e x iste n te s, cu alq u iera que se a su fu en te, sob re la s c ie n ­ cias. La e stá tic a antigua, la s n u ev a s c ie n c ia s d el siglo xvii com o el m agnetism o y la q u ím ica, y el desarrollo de la term od inám ica en el siglo XIX son algunos ejem p los. En ca d a uno de esto s c a so s y de

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m u ch os otros, a v a n ces verd ad era m en te im p ortan tes en el entelbdim ien to de la naturaleza ocasion aron q u e los c ien tífic o s decidieran e stu d ia r lo q ue lo s artesan os habían aprendido a h acer. E x isten otras c a u sa s im portan tes de la s n o v ed a d es que se dan en la s c ie n c ia s, pero é sta ha sido m uy a m enudo m en o sp recia d a , ex c ep to , tal vez por los m arxistas. En todos e s to s c a s o s , sin em bargo, lo s b en eficio s o b ten id os han sido para la cien cia , no p a ra la tecn olo gía , punto q u e a m en ud o no advierten lo s historiad ores m arxistas. C uando K epler estu d ió las dim ensiones ó p tim as de los to n e les de vino, la s p rop orciones que adm itirían un con ten id o m áxim o con ia m enor can tidad de m adera, ayudó a inventar el cá lcu lo d iferencial; p ero, com o d escu b rió, lo s to n eles de vino exis­ te n te s ya esta b a n co n stru id o s con la s d im e n sio n e s q u e dedujo. C uando Sadi Carnot s e p u so a la tarea de p roducir la teoría de la m áquina de vapor, uno de los p rim eros m otores, para cu y a construc­ ció n , subrayó é l, la c ie n c ia h a b ía contribuido poco o nada, el resultado fue un p aso im portante h acia la term od inám ica; su s p rescripcion es para m ejorar la m áquina, sin em bargo, ya ias habían p u esto en prác­ tica lo s in gen ieros a n tes de q u e aquél com enzara su s estudios.® Con p oca s e x c e p c io n e s, ninguna de im portan cia, los c ien tífic o s que se volvieron h acia la tecn o lo g ía ú n ica m en te lograron validar y expU car las téc n ic a s ya esta b le c id a s sin ayuda de la cien cia ; lo que no lograron fue m ejorarlas. U na segu n d a vía de in tera cció n , v isib le d esd e m ed iad os d el siglo xvm , fu e, en la s artes p rá ctic a s, e l em p leo c r ec ie n te de m étodos tom ad os de las c ie n c ia s y algunas v e c e s h asta de los c ien tífic o s m is­ mos.^® L a efic a cia de tal m ovim ien to se d e sc o n o c e todavía. N o tuvo, por ejem p lo, ningún p ap el a p reciab le en el desarrollo de la nueva m aquinaria textil y en las téc n ic a s de fu n d ició n d el hierro, tan impor­ tan tes para la R evolu ción in d u stria l. P ero ia s “ granjas experim enta­ le s ” d el siglo. XVIII en Inglaterra, los libros de registro de lo s criadores de ganado, y lo s ex p erim en to s a cerca d el vapor q u e realizó W att para con stru ir su co n d en sa d o r separado son todos ello s acon tecim ien tos ® W. C. Unwin, “ The Developm ent o f the Experimental S tu d y o f Heat Engines” , The Klectrician, 35 (1895); 46-50, 77-80, es una sorprendente relación de las difieultades encontradas al tratar de aplicar la teoría de Carnot y sus su cesores al proyecto de ingeniería. C. C. Gillispie, “The Natural History of Industry”, ¡sis, 48 {1957); 398-407; R.E. Schofieid, “The Industrial Órientation o f the Lunar Society of Birmingham”, fsús, 48 (1957): 408-415. Nótese ia medida en que ambos autores, aunque discrepan vehementemente, se encuentran sin embargo defendiendo la misma tesis con diferentes palabras.

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vistos, p la u sib lem en te, com o in ten to s c o n sc ie n te s por utilizar los m é­ todos c ie n tííic o s en la s artes y los oficios; y ta les m étod os resultaron productivos en o ca sio n e s. F ueron p o co s los h om b res que io s utiliza­ ron; con todo, dieron su aporte a la cien cia con tem p orán ea, q ue, de todlis m odos, p o co s de e llo s co n o cía n . C uando tuvieron éxito no fue p o r ia ap lica ció n de la c ien cia ex iste n te , sino por el ataque frontal, m etodológicam en te refinado, de una n ecesid a d so cia l recon ocid a. Sólo en la q u ím ica e s donde la situ ación e s m ás am b igu a ." Fue p rincipalm ente en F ran cia en donde q u ím ico s d istin gu id os, com o Lavoisier y C . L. B erth ollet, fueron em p lea d o s para su pervisar y m ejorarlas in d u strias d el teñ id o , la cerám ica y la pólvora. S u s p res­ crip cion es, m ás a d ela n te, tuvieron un éxito ev id en te. Pero los cam b ios que introdujeron no fueron ni m uy im portan tes ni, ta n g ib lem en te, debidos a la teoría o a los d escu b rim ien to s de la quím ica de su ép oca. La nueva quím ica de L avoisier, un ejem plo a m ano, nos dio, sin lugar a dudas, un m ejor y m ás profundo en ten d im ien to de la tecnología p re­ existente para la reducción del mineral, la elaboración de ácidos, y otras m ás. Por otra parte, dio cabida al mejoramiento gradual de las téc­ nicas de control de calidad. Pero no produjo cam bios fundam entales en estas industrias ya estab lecid as, ni tuvo una participación notable, durante el siglo xix, en las n u evas tecn o log ía s de la so sa , o d el hien'o forjado y el acero. Si se b u scan los p rocesos n u ev o s y de im portan cia, resu ltan tes d el desarrollo d el co n o cim ien to cien tífico , habrá que e s p e ­ rar a q u e m aduren la quím ica orgánica, la electricid a d y la term odiná­ m ica durante la s g en er a cio n e s de 1840 a 1870. L os p rod uctos y lo s p ro ceso s resu lta n tes de la in v estig a ció n cien tí­ fíca anterior, y q u e para su desarrollo d ep en d en de in v estig a cio n es ulteriores realizadas por h om b res con form ación cien tífica , m uestran un tercer m odo de in teracción entre la cien cia y la t e c n o lo g í a .D e s d e su aparición, h a ce un sig lo , en la in du stria de lo s tin tes orgán icos, ha transform ado la co m u n ica ció n , la gen eración y d istrib ución del poder (dos v e c e s ), lo s m a teria les tanto de la in du stria com o de la vida diaria, y tam bién la m ed icin a y la tecnología b élica . H oy en día, su om nipresen cia e im portan cia ocu lta n la b rech a real, todavía e x iste n te , entre la " H. GLterlac, " Som e Frt;m:h Antecedtuits f the Chemical Revoliitiun’·. C7¡ v«u«, 5 (1968): 73-112; Archibald Clow y N, L. Clow, The Chemical Revolution (Londres: Batchvvitrtli P ress, 1952); y L. F. Haber, The Chemical Industry during the Nineteenih Century (Oxford; Clarendon Press, 1958). Jifiití Beer. The Emergence o f the C
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