Kraepelin Memorias

July 11, 2017 | Author: Donald Cabrera Astudillo | Category: Psychoanalysis, Mental Disorder, Autobiographies, Sigmund Freud, Science
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MEMORIAS

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MEMORIAS Emil KRAEPELIN

E.KRAEPELIN

XXX Dic 09

Cubierta Memorias 320

B.A.P.

La Biblioteca de los ALIENISTAS DEL PISUERGA

MEMORIAS

La Biblioteca de los ALIENISTAS DEL PISUERGA

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Emil KRAEPELIN

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Traducción de Beatriz Esteban Agustí Edición de Alienistas del Pisuerga

Madrid 2009

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Título original: Lebenserinnerungen (circa 1919) Traducción: Beatriz Esteban Agustí Presentación, edición y notas: Alienistas del Pisuerga (José María Álvarez, Fernando Colina y Ramón Esteban)

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. © 2010 Ergon C/ Arboleda, 1. 28221 Majadahonda (Madrid)

ISBN: 978-84-8473-807-7 Depósito Legal: M-XXXXX-2009

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«Alienistas del Pisuerga», expresión que busca sus orígenes en el prestigioso y novecentista Cuerpo de Médicos de los Asilos para Alienados del Departamento del Sena, empezó siendo una broma privada destinada a designar nuestra afición al enfoque histórico del estudio de la psicopatología y a superar entre nosotros presuntas diferencias profesionales (psicólogos clínicos/ psiquiatras). Utilizada en público por primera vez para evitar la machacona repetición de nuestros nombres como organizadores y ponentes de las IV Jornadas de la Sección de Historia de la Psiquiatría de la AEN (Crimen y Locura, Valladolid, 26 y 27 de octubre de 2001), la afable acogida de algunos amigos dio solidez identitaria a tan anacrónico significante y aquel juego se transformó en realidad. Así, La Biblioteca de los Alienistas del Pisuerga tratará de ir recuperando textos fundamentales de los clásicos de la psicopatología inéditos en castellano. José María Álvarez Fernando Colina Ramón Esteban

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PRESENTACIÓN

Las Memorias de Emil Kraepelin

I. EMIL KRAEPELIN (Neustreliz, 1856 - Múnich, 1926) Emil Kraepelin nació en Neustreliz, capital del gran ducado de Mecklemburgo, en el norte de Alemania, el 15 de febrero de 18561. De su padre, actor teatral y profesor de música, heredó la afición por las Artes y las Letras y quizá una cierta prevención a volver a sufrir estrecheces económicas. Pero la influencia familiar más decisiva provino de su hermano Karl, ocho años mayor, botánico y zoólogo de renombre cuya principal ocupación fue la de director del museo de Historia Natural de Hamburgo; él transmitió a Kraepelin su amor por las ciencias de la naturaleza. Un amigo de su padre, el Dr. Krüger, le interesó por la medicina y le inició en la lectura del psicólogo Wundt, mediante cuyas obras accedió «al alma de los humanos y los animales»2. Tras una vacilación juvenil hacia la oftalmología, su curiosidad psicológica fue más fuerte 1. La biografía de Kraepelin no ha sido tan intensamente escudriñada como, por ejemplo, la de Freud. Dejando aparte sus memorias, que no se publicaron hasta 1983 (ver más adelante), más difundida incluso en ambientes germanófonos fue la biografía debida a Kurt KOLLE, incluida en las tres ediciones del clásico Grosse Nervenärzte; nosotros hemos consultado la segunda, «Emil Kraepelin (1856-1926)», en KOLLE, K (Ed.), Grosse Nervenärzte, Tomo II, Stuttgart, Georg Thieme Verlag, 1970 (2ª edición), pp. 175-186. Un detallado resumen biográfico, quizá demasiado entusiasta, ha sido también escrito por Marc GÉRAUD en su artículo introductorio a: Emil KRAEPELIN, Cent ans de psychiatrie suivi de La folie maniaco-dépressive, Burdeos, Mollat, pp. 15-26. Dos aproximaciones breves a su biografía han sido redactadas por Eric J. ENGSTROM: Emil Kraepelin. Leben und Werk des Psychiaters im Spannungsfeld zwischen positivistischer Wissenschaft und Irrationalität, Tesis para el grado de Magister, Universidad de Múnich, 1990, y «Emil Kraepelin. Psychiatry and Public Affairs in Wilhelmine Germany», History of Psychiatry, vol. 2, 1991, pp. 111-132. Sobre la etapa de catedrático en Heidelberg puede consultarse la documentada opinión de Werner JANZARIK en Themen und Tendenzen der deutschprachigen Psychiatrie, Springer-Verlag, Berlin, 1974 (hay edición española: Temas y tendencias de la psiquiatría alemana, traducción de José Mª González Calvo y Ricardo Cortés Pape, Madrid, Triacastela, 2001). Desde otra perspectiva, uno de nosotros ha contextualizado la trayectoria profesional de Kraepelin en el marco de la «Gran Alemania» del XIX, durante la época del Zollverein, unión aduanera que incluía el Imperio Austro-Húngaro; ver: Ramón ESTEBAN, «Kaiser Kraepelin», introducción a: Emil KRAEPELIN, Cien años de psiquiatría, Madrid, AEN, 1999, pp. 7-22. 2. Salvo que se indique otra procedencia, el lector hallará los entrecomillados en esta nuestra edición de las Memorias de Kraepelin.

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y aconsejado por Krüger se decidió por la psiquiatría como única posibilidad de combinar el trabajo en psicología con una profesión rentable. Cursó pues sus estudios de medicina en Leipzig y Wurtzburg, acabando el primer ciclo en 1876. Sus profesores de psiquiatría fueron Franz von Rinecker y Hermann Emminghaus. En 1877 decidió ir a terminar sus estudios de medicina a Leipzig a fin de poder seguir los cursos de psicología de Wundt, pero a solicitud de von Rinecker regresó a Wurtzburg el 7 de julio de 1877 para ocupar su primer puesto como médico asistente aunque todavía no había leído la memoria de licenciatura; tuvo entonces su primer contacto con pacientes mentales, resultando fuertemente impresionado y necesitando varias semanas para acostumbrarse. En junio de 1878 terminó sus exámenes del segundo ciclo de medicina y se propuso, «quizá ingenuamente», ser profesor de psiquiatría a los treinta años. En julio fue nombrado asistente de Bernard von Gudden en Múnich, donde permaneció cuatro años. Volvió a marchar a Leipzig en febrero de 1882, donde fue primer asistente de Flechsig en su clínica neuropsiquiátrica; después, enemistado con él, trabajó con el neurólogo Erb, haciendo a la vez investigaciones en el laboratorio de Wundt. Al año siguiente, 1883, publicó la primera edición del Compendium der Psychiatrie, que llegaría a convertirse decenios después en su gigantesco Lehrbuch. Se trataba de un encargo de la sociedad editorial Johann Ambrosius Abel, que un amigo le proporcionó y que sólo llevó a cabo para mejorar su situación económica y curricular. Hubiera preferido escribir «sobre psicología criminal», dice, pues durante la redacción de este libro «me di cuenta de mis carencias en Psiquiatría y me dio mucha rabia no poder llenar esos vacíos observando en persona a los pacientes en un hospital». Bloqueada su carrera en Leipzig por la enemistad de Flechsig, no teniendo prácticamente recursos ni trabajo, dudando en dejar la psiquiatría por la filosofía, tentado por «un ruso estúpido y rico» para ser su médico particular y después por Ludwig Kahlbaum para trabajar en su sanatorio privado3, regresó a Munich en el otoño de 1883, donde se doctoró con una tesis sobre el Lugar de la psicología en la psiquiatría4 y obtuvo por fin su habilitación 3. Dudas que fueron despejadas por su admirado Wundt, a quien siempre pedía consejo por aquel entonces, al sugerirle que se preguntase a sí mismo por qué quería convertirse en «esclavo personal». También Wundt, al ver que llevaba puesto un anillo de compromiso, le disuadió de dedicarse a la enseñanza de la filosofía por ser muy poco rentable. 4. Publicada años después con algunos cambios: «Der psychologische Versuch in der Psichiatrie», Psychol. Arbeiten, 1896, 1, pp. 1-91. La bibliografía completa de Kraepelin puede consultarse en un apéndice ad hoc de la edición alemana, Lebenserinnerungen, op. cit., pp. 253-258, y en la inglesa, Memoirs, pp. 232-238.

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como Privatdozent. Su situación, sin embargo, era cada vez más difícil: casi ningún estudiante asistía a sus cursos y su reputación de «psicólogo» le quitaba toda posibilidad de nombramientos académicos pues todas las cátedras de psiquiatría estaban entonces ocupadas por neurólogos. Su deseo de contraer matrimonio inclinó la balanza: renunciando a la carrera académica aceptó en julio de 1884 un puesto de médico adjunto (Oberarzt) en Leubus, en la Baja Silesia (actualmente Lubiaz, Polonia). Celebrada su boda el 4 de octubre, el 1 de mayo de 1885 se trasladó a Dresde para ocupar otro puesto similar. En septiembre de 1886, cuando nada se lo hacía suponer, recomendado por su antiguo maestro Emminghaus es al fin nombrado profesor de psiquiatría en la clínica universitaria de Dorpat, en territorio ruso (actualmente Tartu, Estonia), donde había una universidad alemana: su objetivo, ser profesor de psiquiatría a los treinta años, se cumplía. Sin embargo, en Dorpat experimentará diversas dificultades: la primera, el idioma, pues la mayoría de los pacientes sólo hablaban dialectos eslavos5; la segunda, el presupuesto de la clínica, pues era exclusiva responsabilidad suya conseguir fondos y administrarlos, sin ninguna colaboración estatal y sometido a la especulación abusiva de los proveedores; la tercera, la baja calidad de las instalaciones, las frecuentes enfermedades somáticas, etc. Hace allí otras dos ediciones de su Tratado (1887 y 1889), entre otros trabajos, pero a partir de esos años el nacionalismo local se vuelve contra la colonización académica alemana. Kraepelin ve su posición debilitada e incluso el gobierno ruso pretende involucrarle en un oscuro asunto de malversación de fondos. No es raro que haga todo lo posible por volver a suelo germano y que recuerde esa época como una especie de exilio. En 1891 es nombrado profesor de psiquiatría en Heidelberg, donde permanece hasta 1903, fecha en la que se le adjudica la cátedra de Munich, capital del reino de Baviera, puesto que acepta no sin vencer una gran ambivalencia, y al año siguiente inaugura allí la famosa Clínica Real de Psiquiatría. Jamás 5. De esta época procedería la chirriante frase que suele atribuírsele: «[...] la ignorancia del idioma del enfermo es, en medicina mental, una excelente condición de observación»; ver: Jaques POSTEL, «Emil Kraepelin (1856-1926)», en La psychiatrie. Textes essentiels, París, Larousse, 1994, p. 402, donde no se referencia tal afirmación. En sus Memorias Kraepelin dice: «Me resultó muy difícil trabajar con los pacientes por culpa del idioma. La mayoría de los enfermos a los que les podíamos enseñar algo sólo hablaban estonio y muy pocos hablaban ruso o letón, así que no podía comunicarme prácticamente con ninguno si no tenía un traductor a mi lado. Poco a poco aprendí a decir las preguntas más habituales, pero por desgracia los pacientes me daban respuestas que superaban mi escaso vocabulario. [...] Solía haber un número constante de pacientes cultos que hablaban alemán, así que con ellos sí que pude comunicarme sin problemas. Llegué a intentar aprender ruso y estonio, pero finalmente lo dejé porque los resultados no compensaban el tiempo y el esfuerzo que le dedicaba a la tarea».

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dejará ya de trabajar en esa ciudad. En ella funda en 1917 la célebre Deutsche Forschungsanstalt für Psychiatrie, Fundación Alemana de Investigación en Psiquiatría, que será integrada en 1924 en el seno del Max Planck Institut (todavía existe, con el nombre de Max Planck Institut für Psychiatrie6), aunque no llega a ver la institución funcionando a pleno rendimiento: se jubila en 1922. No por eso abandona su infatigable afición a los viajes, uno de los cuales le trae de nuevo a España el 30 de diciembre de 1924, invitado a la sesión fundacional de la Asociación Nacional de Neuropsiquiatras7, origen de nuestra actual AEN. Muere en Múnich, el 7 de octubre de 1926, víctima de una neumonía cuando estaba redactando la novena edición de su Lehrbuch. En una lápida funeraria colocada en Heidelberg en su honor puede leerse: «Aunque tu nombre sea olvidado, procura que tu trabajo permanezca»8. II. KRAEPELIN EN LA HISTORIA DE LA PSICOPATOLOGÍA Camino del centenario de su muerte, ni su nombre ha caído en el olvido ni tampoco se ha agostado su legado. Sin embargo, resultaría excesivo incluir a Kraepelin entre los grandes pensadores de la psicopatología, en cuyo inventario figuran por derecho propio los nombres de Ph. Pinel, W. Griesinger, J.-P. Falret, E. Bleuler o Kurt Schneider; otro tanto sucede cuando se lo compara con los más preclaros retratistas del pathos, sobre todo si el punto de corte se sitúa en las obras de Séglas, Chaslin y Clérambault; más patente es aún la parcialidad de sus contribuciones al juzgarlas desde un punto de vista global que articule la psicología, la psicopatología y la terapéutica, perspectiva que Freud ingenió con el psicoanálisis. Pese a estas observaciones, es justo reconocer que Kraepelin ha desempeñado en materia nosotáxica el papel principal en la edificación de la moderna psicopatología psiquiátrica. Siempre que se circunscriban a este ámbito, nos parecen merecidos cuantos elogios se le han dispensado, incluido el que escribiera G. Halberstadt poco después de morir el psiquiatra alemán: «Kraepelin fue un alienista genial y creemos que la historia de la medicina confirmará este juicio»9. 6. Un resumen de la historia del Max Planck Institut für Psychiatrie puede verse en su página-web: http://www.mpipsykl.mpg.de/institute/history/index.html 7. Ver José LÁZARO, «La reunión fundacional de la Asociación Española de Neuropsiquiatras», Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 1995, XV, 53, pp. 295-308. 8. Ver Eric J. ENGSTROM: Emil Kraepelin. Leben und Werk des Psychiaters im Spannungsfeld zwischen positivistischer Wissenschaft und Irrationalität, op. cit., p. 135. 9. HALBERSTADT, G.: «L’œuvre psychiatrique de Kraepelin», Annales Médico-psychologiques, 1927, nº 1, pp. 336-366 (p. 366).

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Son varias las vertientes por las que se puede optar para valorar las aportaciones e influencias del kraepelinismo a la psicopatología psiquiátrica. La que apuntamos en esta ocasión consiste en la comparativa plutarquiana entre Kraepelin y Freud, nacidos ambos en 1856. Con ella pretendemos mostrar, en primer lugar, la disimetría entre la patología de lo psíquico (también la llamamos psicopatología de las enfermedades mentales) y la psicología patológica o psicopatología psicoanalítica10; destacar, en segundo lugar, que la historia reciente de la clínica mental es gran medida la lucha de ambas posiciones, de manera que la preponderancia de una se asienta sobre el descrédito de la otra; por último, advertir de cuán diferentes fueron las motivaciones de Kraepelin y las de Freud respecto a lo que constituyó el objeto de su dedicación profesional, aspecto que estas Memorias ponen de relieve. Merced al auge que ha alcanzado la obra de Kraepelin en las últimas décadas, debido sobre todo a la afiliación de muchos autores anglosajones a sus contribuciones, se le ha restituido la importancia que merece en el devenir de la psiquiatría y de la psicopatología11. Por esa razón lo consideramos el representante más conspicuo de la psiquiatría de las enfermedades mentales, disciplina de la que le hacemos su portavoz en la breve comparativa que trazamos. Es notoria la divergencia de posiciones entre la psicopatología de las enfermedades mentales y la psicoanalítica a la hora de encarar el estudio del pathos subjetivo: mientras la primera aporta un amplio conocimiento de la enfermedad subestimando al sujeto enfermo, la segunda invierte los términos y defiende que el sujeto puede optar por un tipo de defensa radical que cristalice, a la postre, en una estructura clínica de la que podrán o no germinar trastornos psicopatológicos. Por otra parte, se admite por lo general que la obra de Kraepelin constituye la culminación de la tradición descriptiva y fenomenológica anterior; la de Freud, en cambio, consiste en una invención absolutamente novedosa. En materia nosológica, Kraepelin concede una importancia determinante a la evolución y sobre todo a la terminación de las enfermedades, cuyas características semiológicas diferenciales le permiten su provisional agrupación taxonómica, manteniendo viva la esperanza de que 10. Lo genuino de una y otra, sus diferencias y también la articulación de la clínica clásica y el psicoanálisis, constituyen el hilo conductor de algunos de nuestras publicaciones anteriores, en especial el de J. Mª. ÁLVAREZ, R. ESTEBAN y F. SAUVAGNAT, Fundamentos de psicopatología psicoanalítica, Madrid, Síntesis, 2004. 11. Coincidimos plenamente con P. MARCHAIS cuando afirma que «la era kraepeliniana engloba casi toda la clínica psiquiátrica clásica desde finales del siglo XIX» (MARCHAIS, P.: «Vers la fin de l’ère kreapelinienne?», Annales Médico-psychologiques, 1980, nº 9, p. 1062).

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algún día no lejano se puedan demostrar los procesos organogenéticos que las causan; se trata, en definitiva, de un sistema esencialmente descriptivo destinado a nombrar y clasificar el conjunto de la patología mental. Bien distinto es el proceder de Freud, quien asienta la arquitectura del cuadro clínico en un mecanismo genérico y causal, es decir, en una respuesta defensiva del sujeto; ese mecanismo delimita las fronteras de la estructura clínica, mientras que las formas particulares de los tipos clínicos se explican mediante los mecanismos patogénicos de la formación de los síntomas. A estas conclusiones llegan ambos autores por caminos contrarios. En el caso de Kraepelin y de la psiquiatría de las enfermedades mentales, las entidades nosológicas se construyen a partir de la observación de un gran número de casos, cuyas coincidencias semiológicas, evolutivas y terminales les confieren su unidad. Este aspecto resulta ejemplar cuando se tiene en cuenta el sistema de recogida de datos, la clasificación de las fichas y su interpretación final, asunto que Kraepelin expone al final de sus Memorias: «Solía examinar las fichas disponibles de las distintas patologías a las que iba a hacer mención, en las que había escrito un resumen muy breve de lo más importante de cada caso. Después, apartaba aquellos casos que parecían incompletos o cuestionables y agrupaba el resto siguiendo diversos criterios. Reunía los casos más parecidos en grupos más grandes o más pequeños y después definía con más precisión las características clínicas de los subgrupos, como el comportamiento hereditario, los factores externos demostrados, la distribución por edad, sexo y profesión, etc. Además tenía en cuenta el desarrollo genético, los síntomas físicos o mentales individuales, el desarrollo y el final de cada trastorno. Si examinaba las cifras, podía saber si la muestra era significativa o no. Al mismo tiempo, centraba mi atención en detalles concretos que tendría que tener en cuenta más adelante. Al comparar los grupos, algunos datos parecían más evidentes que otros y me ayudaban a demostrar mi interpretación general de los mismos». La metodología empleada por Freud, en cambio, contrasta con la anterior puesto que aspira a una reducción estructural mediante la delimitación de constantes e invariantes, para lo cual selecciona un caso representativo, lo analiza hasta quintaesenciarlo y lo encumbra al rango de paradigma de una estructura clínica12; en ese sentido, todos los sujetos histéricos comparten con 12. Aunque excepcionales, algunos psicopatólogos optaron por este tipo de metodología, en especial R. GAUPP, Zur Psychologie des Massenmords. Hauptlehrer Wagner von Degerloch (Verbrechertypen, t. I, Helf 3), Berlín, 1914 [ed. española: El caso Wagner, Madrid, Asociación Española de Neuropsiquiatría, 1998]; y J. LACAN, De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, México, Siglo XXI, 1979 [1932].

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Dora el sustrato de la estructura histérica, y lo mismo sucede con los psicóticos respecto a Schreber, etcétera. Este isomorfismo da cuenta con precisión del análisis estructural que preside sus investigaciones. Siguiendo líneas asintóticas, las obras de Freud y de Kraepelin conocerían destinos distintos aunque acordes con el deseo que las alumbró. Para bien y para mal, la historia del psicoanálisis está llena de grandes pasiones, en cuyo origen está «la pasión de Freud», su deseo13. Las palabras de Freud que a continuación se citan, entresacadas del posfacio (añadido en 1935) a su Presentación autobiográfica, no dejan dudas al respecto: «Dos temas recorren el presente trabajo: mi peripecia de vida y la historia del psicoanálisis. Están unidos del modo más estrecho. La Presentación autobiográfica muestra cómo el psicoanálisis se convirtió en el contenido de mi vida, y obedece al justificado supuesto de que no merece interés nada de lo que me ha sucedido personalmente si no se refiere a mis vínculos con la ciencia»14. Esa vinculación consustancial está siempre presente en Freud, sea en los escritos referidos a la historia del psicoanálisis (sobre todo en Historia del movimiento psicoanalítico), sea en los estudios psicopatológicos o clínicos, donde él mismo figura con sus sueños, actos fallidos, síntomas y deseos. El contraste con Kraepelin en este punto es muy llamativo. Basta leer sus Recuerdos de la vida o Memorias (Lebenserinnerungen) para darse cuenta de la relación que mantuvo con la psiquiatría y con los enfermos. Los viajes, los paseos en bicicleta, las charlas con otros colegas y profesores, la preocupación por planificar las tareas asistenciales y diseñar las líneas de investigación psiquiátrica, ocuparon su tiempo; su deseo apuntaba a ser profesor de Psiquiatría, lo que consiguió siendo muy joven. Pese a ello, su obra –también su vida– transmite menos pasión. Sin embargo, la historia de la psiquiatría está llena de grandes pasiones y de sonadas confrontaciones entre escuelas y tradiciones nacionales, y, dada la importancia que atesora, el legado kraepeliniano sirvió en muchas ocasiones como arma arrojadiza en esas contiendas. Como advertíamos unos párrafos atrás, la nosología sistemática elaborada por Kraepelin superó con creces las de sus predecesores y coetáneos, tanto que algunos autores asistieron al desmoronamiento de sus construcciones a medida que se sucedían las ediciones del Lehrbuch. El ejemplo de Magnan,

13. Sobre el particular, véase J. LACAN, El Seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Barcelona-Buenos Aires, Paidós, 1989, p. 42. De forma más sistemática, S. COTTET, Freud y el deseo del psicoanalista, Buenos Aires, Manantial, 1991. 14. FREUD, S.: Presentación autobiográfica [1925], en Sigmund Freud. Obras completas, vol. XX, Buenos Aires, Amorrortu, 1986, p. 67.

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quien aspiraba a ser el par de Kraepelin en la psiquiatría francesa, resulta conmovedor en la anécdota narrada por el psiquiatra norteamericano Clarence Farrar, de una visita en Sainte-Anne acompañando al neuropatólogo alemán Franz Nissl (alumno de Kraepelin en Heidelberg y posteriormente su sucesor en la cátedra). Echando mano de la mejor elocuencia y su mucho saber, Magnan expuso ante sus invitados un caso paradigmático de su «delirio crónico de evolución sistemática», aspirando con ello a ganar nuevos adeptos que refrendaran su invención. Ansioso por darle a conocer su impresión, Nissl le comentó: «Es un caso bastante típico de demencia precoz». Al día siguiente Farrar y Nissl fueron informados de que, tras escuchar esas palabras, Magnan se retiró a su despacho, «inclinó la cabeza sobre su escritorio y lloró»15. Esta viñeta expresa con precisión el efecto inicialmente arrollador de la extensión y recepción de la sistemática kraepeliniana. Sin embargo, a consecuencia de las polémicas entre escuelas y tradiciones nacionales, y a raíz de la publicación de la monografía de Bleuler sobre las esquizofrenias y de la Psicopatología general de Jaspers, el legado de Kraepelin fue paulatinamente perdiendo lustre. Algunas de sus categorías nosológicas revivieron a costa de servir de pretexto a partidarios de causas enfrentadas. Así sucedió con la demencia precoz, a la que en principio los franceses se opusieron frontalmente al ver amenazado el patrimonio de los delirios crónicos. Sin embargo, tan pronto Bleuler publicó su concepción del grupo de las esquizofrenias los clínicos franceses se vieron aún más amenazados. Y tenían razón para alarmarse, pues la aportación de Bleuler superaba con creces a la de Kraepelin en el análisis psicopatológico y, por si fuera poco, la esquizofrenia ampliaba su territorio a casi todos los dominios de las psicosis. Pues bien, la salida que hallaron consistió en recuperar la antaño denostada Dementia paranoides kraepeliniana, convenientemente redefinida por Séglas16. Aunque resulte chocante, los psicopatólogos de este lado del Rin tendieron la mano a Kraepelin –tan vilipendiado unos años antes– para oponerse abiertamente a Bleuler. Fruto de tan singular coyuntura, muchos clínicos franceses se volvieron más papistas que el Papa, es decir, más kraepelinianos que los propios alemanes. Dejando al margen las luchas entre las diferentes escuelas, la obra de Kraepelin muestra algunos puntos de fractura que motivaron las críticas de sus contemporáneos y animaron posteriores revisiones: en el plano epistemológico, se ha llamado la atención sobre su ideología decididamente antifilosó-

15. Cf. CL. FARRAR, «I Remember Nissl», American Journal of Psychiatry, 1954, 110, pp. 621-624. 16. Cf. J. SÉGLAS, «La démence paranoïde», Annales Médico-psychologiques, 1900, nº 12, pp. 232-246.

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fica, ingenuamente cientificista y naturalista17; respecto a la coherencia y a la precisión de su método de recogida y valoración de los datos clínicos, algunos estudios advierten del escaso rigor y del exiguo material con que contó para la elaboración de las sucesivas remodelaciones nosotáxicas18; en el terreno estrictamente psicopatológico, la negación de la locura parcial y la marginación de la paranoia ponen de relieve su visión naturalista, verdadero hilo conductor de su proyecto sistemático destinado a diferenciar y clasificar los fenómenos de la locura en entidades morbosas homogéneas e independientes19. De acuerdo con este anhelo convertido en ideología, Kraepelin trató de afianzar una correlación entre la anatomía patológica, la sintomatología, el curso y la terminación de las enfermedades, y un hipotético conocimiento de sus causas; sólo cuando se cumplen estos requisitos es posible, como él mismo reconoció, establecer un concepto de enfermedad (Krankheitsbegriff) psíquica. En este sentido, las enfermedades serían procesos de la naturaleza que se desarrollan al margen de toda subjetividad y de cualquier posible influencia

17. Sin negar en absoluto el impulso que KRAEPELIN dio a la investigación científica, Michael SHEPHERD, apoyándose en las consideraciones pertinentes de Karl JASPERS y Aubrey LEWIS, resumió con agudeza el marco y las consecuencias del problema que apuntamos: «No resta mérito de ninguna manera a sus hallazgos como científico clínico el hecho de señalar que su ambliopía filosófica, aliada a los elementos puramente patrióticos de su perspectiva –formada ésta en su juventud y compartida por muchos otros como parte de una conciencia nacional– dieron como resultado un fracaso para marcar los límites de su práctica profesional y deformaron gravemente los juicios acerca de las implicaciones más amplias de sus propias contribuciones. Él fue culpable de lo que los escolásticos medievales llamaron ignoratio elenchi y que los lógicos modernos denominan category error. Tomada en su conjunto, su obra ilustra no sólo el valor potencial sino también las evidentes limitaciones de las ciencias naturales en el estudio del comportamiento humano. Ambas lecciones son hoy altamente relevantes para la teoría y la práctica de la medicina psicológica» (SHEPHERD, M.: «Two faces of Emil Kraepelin», British Journal of Psychiatry, 1995, nº 167, p. 182). 18. En el Congreso de la European Association for the History of Psychiatry, celebrado en Múnich en septiembre de 1996, Matthias WEBER, en su conferencia de «The Famous Diagnostic Cards: Observations or Preconceived Categories», mostró la escasez de anotaciones contenidas en las historias clínicas redactadas por el propio E. Kraepelin; en teoría, dicho material fue la base de las distintas elaboraciones nosográficas vertidas a lo largo de las ocho ediciones del Lehrbuch. Cf. E. ENGSTROM y M. WEBER. «Kraepelin’s ‘Diagnostic Cards’: The Confluence of Clinical Research and Preconceived Categories», History of Psychiatry, 1997, nº 8, pp. 375-385. 19. Son numerosos los autores que emplean el término «sistemática naturalista» para referirse a la nosografía kraepeliniana. Así lo hizo Henri EY en la alabanza que le dedicó en 1956: «Ya no sorprende desde entonces que cuando este clínico genial que fue Emil KRAEPELIN concibió erigir el cuadro de las ‘enfermedades mentales’, la idea misma de la ‘pureza’ de los tipos debió imponérsele como en todo sistema naturalista. Lo que después se ha llamado la Psiquiatría de las ‘entidades’ no era, en su mente, sino el cuadro de desviaciones que realiza cada enfermedad mental al constituirse en su génesis, sus síntomas y su evolución como una especie autónoma» (EY, H.: «Le centenaire de Kraepelin. Le problème des ‘psychoses endogènes’ dans l'école de langue allemande», op. cit., pp. 349-350).

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externa; nada tienen que ver, por tanto, con construcciones ni invenciones discursivas, sino con hechos objetivos que la ciencia psiquiátrica tiene la misión de descubrir. Tal es el ideal al que aspira este proyecto cientificista iniciado décadas antes por Jean-Pierre Falret, el ideólogo de la psiquiatría de las enfermedades mentales. Continuador de las ideas de su padre, Jules Falret defendió la existencia de enfermedades mentales autónomas, afirmando enfáticamente de ellas los mismos presupuestos que Kraepelin intentaría materializar: «Son esos tipos naturales, esas especies distintas, las cuales poseen caracteres propios, un conjunto de síntomas especiales, y sobre todo una evolución particular susceptible de ser descrita y prevista por adelantado; eso es lo que se necesita aplicar a los alienados para investigar y descubrir, para asentar una clasificación verdaderamente natural»20. Sin embargo, como ya sucediera a J.-P. Falret, también Kraepelin se topó con el escollo de la etiología, desconocida en la mayoría de los trastornos. Para satisfacer su exigente concepción, confió en que futuros conocimientos aportaran las pruebas de lo que para él eran sólo conjeturas. De esta manera, a falta del conocimiento riguroso de las causas, desplazó su interés hacia la evolución de los trastornos y, de manera especial, hacia los estados finales del proceso (Endzustand). Es ahí donde radican precisamente algunos de sus mayores inconvenientes, en especial los relativos al diagnóstico y los que, en última instancia, afirman las diferencias de las enfermedades en aspectos meramente cuantitativos (grados de deterioro y debilitamiento psíquico), tal como se pone de relieve, en especial, en los criterios para diferenciar las dos grandes formas de la demencia precoz paranoide, las parafrenias y la paranoia. Las contradicciones internas que afectan al conjunto de su proyecto, de las que acabamos de hacernos eco, se extienden también a sus categorías clínicas más señeras, sobre todo a la demencia precoz21. Al respecto evocamos las palabras de Vladimir Serbski: «Una agrupación absolutamente artificial, en absoluto unificada, que comprende procesos de lo más heterogéneos»22; 20. FALRET, J.: «Discussion sur la classification de la folie (Societé médico-psychologique)», Annales Médico-psychologiques, 1861, nº 7, p. 461 (pp. 456-463). 21. Sobre el fundamento de la nosología sistemática y sus contradicciones internas, véase José María ÁLVAREZ, La invención de las enfermedades mentales (Madrid, Gredos, 2008); respecto a la demencia precoz y las parafrenias, pp. 235-279; a la paranoia, pp. 144-152; a la locura maníaco-depresiva, pp. 109-114. Muchas de las observaciones y argumentos expuestos en estos párrafos se inspiran en el mencionado estudio. 22. SERBSKI, V.: «Contribution à l’étude de la démence précoce (II)», Annales Médico-psychologiques, 1904, nº 19, p. 35.

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también las de Philippe Chaslin: «Este término “demencia precoz”, elegido por Kraepelin, es desafortunado, pues, tal como se aprecia, la demencia no llega por lo general más que después de muchos años. […] La demencia, incluso cuando se produce, no parece a menudo muy profunda; se asemeja mucho a la de las locuras sistematizadas, en las que lo más frecuente es que falte o sea muy parcial. El “demente precoz” es siempre menos demente de lo que parece. Si la demencia “precoz” quiere decir inicio muy temprano de la afección, el término es aún peor […]»23. Al estar lastrada por el ideal de asimilar la psiquiatría a la patología médica24, la interpretación de los datos clínicos llevó a Kraepelin a desarrollar un tipo de especulación cientificista, de la cual resulta ejemplar la noción de «endógeno» y, derivada de ella, la categoría «psicosis endógenas», a las que Kolle calificó de «oráculo de Delfos de la psiquiatría»25. Coherente con su visión exclusivamente empobrecedora de la enfermedad, los retratos que ofrece de los enfermos destacan el patetismo y el menoscabo de las facultades mentales acentuando una torcida orientación de la función social de la psiquiatría: «Todo alienado –escribió en 1905– constituye de algún modo un peligro para sus circundantes, pero en especial para sí mismo. Al menos un tercio del número total de suicidios tienen por causa ocasional trastornos mentales diferentes, como en menor escala ellos son también los inductores de los crímenes contra el pudor, de incendios, robos, estafas y otros. Multitud de familias lloran su ruina por causa de estos desdichados enfermos, que disiparon fortunas o medios de existencia en insensatas empresas o a causa del empeño en aliviar sufrimientos sociales y corporales nacidos por virtud de la pereza, de la incapacidad para el trabajo, que acompañan casi siempre a todos los trastornados de la mente. Sólo una mínima parte de ellos sucumbe pronto en mediana edad; los demás perduran años y años imbéciles o dementes, inermes para la vida, constituyendo una pesada carga para las familias, los Municipios y

23. CHASLIN, PH.: Éléments de sémiologie et clinique mentales, París, Asselin y Houzeau, 1912, p. 829. En la misma línea había argumentado ya RÉGIS: la demencia precoz no es una enfermedad exclusiva de la adolescencia; ninguno de los síntomas con los que se la define le es propio; el término «demencia» es erróneo porque se producen curaciones (Cf. E. RÉGIS, Précis de Psychiatrie, París, Dion, 1909). 24. SOUTZO (hijo): «Encore la question de la démence précoce», Annales Médico-psychologiques, 1907, n° 5, pp. 243-264; pp. 374-388 (p. 249). Una perspectiva general del conjunto de las aportaciones psicopatológicas de Kraepelin, hasta 1906, puede leerse en SOUTZO (hijo), «La psychiatrie moderne et l’œuvre du Professeur Kraepelin», Annales Médico-psychologiques, 1906, n° 3, pp. 402-420. 25. Cf. Kurt KOLLE, Die endogenen Psychosen. Das delphische Orakel der Psychiatrie, Múnich, Lehmenns, 1955.

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el Estado; tan pesada carga, que ya va haciéndose sentir en la economía nacional»26. Esta visión se sitúa en las antípodas de la desarrollada por Freud. Kraepelin tenía sus razones para no tomarse en serio las palabras de los enfermos, incluso para reducir el lenguaje a meros signos que indicaran una posible patología; de hecho, mientras dirigió en manicomio de Dorpat (Estonia) y la mayoría de sus pacientes sólo hablaban dialectos eslavos que él no comprendía, editó dos ediciones de su Lehrbuch27. Tomarse en serio las palabras de los enfermos era, en su opinión, un error en el que incurrían los psicoanalistas, que parecían no darse cuenta de que los locos dicen locuras: «[…] muchas quimeras del psicoanálisis se originaron, precisamente, desde testimonios de los enfermos. Aparte de la interpretación más o menos arbitraria del observador, la autodepreciación del enfermo genera considerables errores»28. Sin despertar grandes pasiones, la obra de Kraepelin sobrevivió a numerosos cuestionamientos. No fue ni en su ensalzada Alemania ni tampoco en Europa, sino en EE.UU. donde su nombre, su ideología cientificista, su creencia en la existencia de enfermedades mentales naturales e independientes, y algunas de sus propuestas taxonómicas volverían a resurgir. Eso sucedió en el marco de una confrontación con el psicoanálisis americano, cuya influencia había conseguido conformar los dos primeros DSM de acuerdo con una perspectiva psicodinámica. Con la publicación del DSM-III en 1980, el viejo anhelo de las entidades naturales resurgió. Sus mentores, R. Spitzer y algunos psiquiatras de la Universidad de Saint Louis, echaron mano del mortecino Kraepelin, pues su obra se presta, más que cualquier otra, a fundamentar esa ilusión. III. MEMORIAS Y MENTIRAS Se ha definido la autobiografía como un «relato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia, poniendo énfasis en su

26. KRAEPELIN, E.: Introducción a la psiquiatría clínica, Madrid, Saturnino Calleja Fernández, 1905, pp. 20-21 [edición original: Einführung in die Psychiatrische Klinik, Leipzig, J. A. Barth, 1905]. 27. Se trata de la segunda y tercera edición: Psychiatrie. Ein kurzes Lehrbuch für Studierende und Ärtze, Leipzig, Ambr. Abel, 1887 (2ª ed.) y Psychiatrie. Ein kurzes Lehrbuch für Studierende und Ärtze, Leipzig, Ambr. Abel, 1889 (3ª ed.). La primera edición, como ya se ha dicho, había sido publicada cuando colaboraba con Johann Bernhard von Gudden; su título es Compendium der Psychiatrie, Leipzig, Ambr. Abel, 1883. 28. KRAEPELIN, E.: «Las manifestaciones de la locura», en A. HOCHE, E. KRAEPELIN, y O. BUMKE, Los síntomas de la locura, Madrid, Triacastela, 1999, p. 58 [ed. original: «Die Erscheinungsformen des Irreseins», Zeitschrift für die gesamte Neurologie und Psychiatrie, 1920, nº 62, pp. 1-29].

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vida individual y, en particular, en la historia de su personalidad»29. Y se han incluido en su género las memorias, la biografía, la novela personal, el diario íntimo y el autorretrato. Sin embargo, pese al auge de estas categorías y el cúmulo de buenas intenciones, podemos afirmar que no sabemos por qué se escribe ni para quién lo hacemos. Ni siquiera cuando nuestro nombre aparece en el membrete de una carta o en el título de un texto la autoría es evidente. Siempre contamos con una mano invisible que dirige nuestra pluma o brujulea en el teclado torciendo la pulsación. El demonio cartesiano que confunde la lectura e interfiere la razón es mucho más activo cuando trata de confundir al escritor. No conocemos por lo tanto quién escribe, a quién y para qué. Tres preguntas inherentes a todo escrito que se agudizan cuando la obra es autobiográfica y uno mismo es sujeto y objeto de la exposición. Si ya son enigmáticos los motivos de cualquiera para escribir, más sospechosos se vuelven cuando uno decide hacerlo sobre su propia vida. En una primera aproximación cabe suponer que el autobiógrafo escribe directamente de sí mismo para hacerse entender o conocerse mejor. Aunque pronto nos asalte la duda sobre la sinceridad del autor, pues no está de más pensar que uno se revela y conoce mejor indirectamente, hablando de vidas ajenas o construyendo una ficción literaria que superpone a la realidad. También puede suceder lo contrario, que el ánimo del escritor contenga una decisión voluntaria de permanecer en secreto. Por eso hay quien se describe línea a línea con aparente sinceridad para paralizar o dirigir hacia otro lado la curiosidad de los lectores, que siempre considera malsana. Al fin y al cabo, toda escritura posee un silencio encubridor que acompaña a su exhibición literal, como un tapiz de oscuridad que se va desplegando entre las palabras. No por azar, la primera decisión del autobiógrafo es decidir si va a formular su narración en primera, segunda o tercera persona, pues en ningún otro caso la claridad o el disfraz dependen tanto de la elección técnica. Pese a todo, lo más lógico es pensar que el autobiógrafo se dirige al público contemporáneo con voluntad de convencer y gustar. Pero también lo hace a la posteridad, en la que confía para su triunfo definitivo, echando incluso de menos no poder hacerlo también a los lectores ya ausentes del pasado. Quien escribe sobre su propia vida es raro que no se sienta importante, tanto como para aspirar a la fama inmortal. Y si no lo manifiesta expresamente no está de más sospechar de su modestia tanto como de su vanidad. Se escribe 29. LEJEUNE, P, El pacto autobiográfico y otros estudios, Madrid, Megazul-Endymion, 1994, p. 50.

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de uno mismo para sobrevivir a la noche postrera. Quizá por ese motivo no haya mayor gloria para cualquier escritor que el éxito póstumo, pues el nombre resuena como nunca cuando su dueño ha desaparecido y solo pervive el testarudo testimonio de las letras escritas. El escritor que triunfa después de muerto encarna como nadie al artista que entra en posesión de dos vidas. Y si su obra es autobiográfica bien puede decirse que la vida se multiplica por tres. En ese ideal descansan muchas minuciosas explicaciones y no pocos anhelos del artista. Es cierto, por otra parte, que toda escritura es biográfica, pues la vida del autor aparece por cualquier esquina del texto sin contar con su voluntad. Todo el que escribe, en mayor o menor medida, en cualquiera de los géneros y sin necesidad de reparar en si el estilo es vulgar o elevado, ni si su intención es más o menos memorialista, se entrega en parte a la autobiografía a través del equilibrio de memoria y olvido que constituye la invención de un relato. Pues, además de poder servir como recordatorio privado, toda escritura tiene algo de confesión más o menos comedida. Toda letra escrita, por consiguiente, es un instrumento biográfico. Sin embargo, la escritura es muy ambivalente y, además de servir de ejercicio continuo de la memoria, también puede entenderse como un esfuerzo de olvido. Recordemos que la escritura es el pharmakon platónico de la memoria, es decir, ponzoña y remedio a la vez, agente tóxico y curativo al mismo tiempo. Medicamento que tanto puede ayudar a reconstruir la vida y proporcionar identidad, como por su exceso de memoria agostarla y convertirse en un peligroso suplemento, en una funesta ventaja. El exceso de memoria también puede volverse muy nocivo. Una memoria rigurosamente fiel podría no servir de nada si quien que se acuerda de todo resulta sumamente antipático y peligroso. A veces la verdad práctica no recae del lado del recuerdo sino de la benévola amnesia. En Roma, en la puerta Colinia, se veneraba junto al templo de Venus otra divinidad, la del «amor leteico» –amor letheus–, erigida allí para implorar el olvido. La escritura, por consiguiente, también puede tomarse como un arte del olvido. De hecho, a menudo se escribe para olvidar, especialmente cuando la identidad del autor y del protagonista principal coinciden. La escritura se estructura como un tapiz, como una segunda piel que remienda los desgarrones de la primitiva. La textura narrativa empaqueta al escritor y le provee de una vestimenta que, en el caso de los que escriben directamente de sí, viene a ser como un traje cortado a medida. Por eso no es nada raro que el sujeto que alienta una autobiografía vista encorsetado y rígido, sin que su indumentaria ayude a resaltar su imagen o despertar la fantasía.

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El autor se revela entonces como un maniquí tieso y envarado, oculto bajo una prenda que sólo nos ofrece una historia meramente descriptiva, sin eco emocional, sin pasiones, sin confesión ni contradicciones, como si se limitara a convertirse en el secretario de su propia vida. Por algo dijo Kafka que lo escrito no es más que la escoria de la experiencia, una secreción que algunas personas van dejando tenazmente detrás de sí por su grafomanía. A la postre, quien escribe directamente de sí mismo solo justifica la construcción de un segundo Yo si inicia una auténtica ascesis, un viaje interior por la senda del dolor y la melancolía, una experiencia cargada de exigencias de transparencia y objetividad desmedidas. Esta tensión es la que identifica las diferencias que existen entre escribir unas memorias o la trivial agenda de unas correrías. Y, aún así, no hay escritor de memorias que no acabe demostrando que su confesión es una forma de enmascaramiento. Incluso quizá una de las más perfectas. «Las Memorias -insiste Gide-nunca son sinceras sino a medias, por grande que sea el cuidado por decir la verdad; todo es siempre más complicado que lo que se dice. Puede incluso que uno se acerque más a la verdad en la novela»30. Volviendo a nuestro autor, ya en vida de Emil Kraepelin sus compañeros y su familia sabían que estaba redactando una autobiografía, pero sus descendientes no accedieron a hacerla pública hasta 1976, con motivo de la conmemoración del quincuagésimo aniversario de su muerte. La primera edición de las Memorias31, aparecida siete años después, se basó pues en un manuscrito mecanografiado que contenía correcciones de puño y letra del propio Kraepelin, estando al cuidado de los profesores Hanns Hippius, Gerd Peters y Detlev Ploog, con la colaboración del doctor Paul Hoff y de Alma Kreuter, todos ellos vinculados de uno u otro modo a instituciones que tenían a gala conservar la huella kraepeliniana32. La misma editorial publicó en 1987 una versión en inglés, traducida por Cheryl Wooding-Deane33. En 1989 las 30. GIDE, A., Si la semilla no muere, Madrid, Losada, 2002, p. 264. 31. Emil KRAEPELIN, Lebenserinnerungen, Springer-Verlag, Berlín-Heidelberg-New York, 1983 (edición de H. Hippius, G. Peters y D. Ploog, con la colaboración de P. Hoff y A. Kreuter). 32. El profesor Hanns HIPPIUS era –a la sazón y desde 1971– director de la Clínica y la Policlínica Psiquiátricas de la Universidad Ludwig-Maximilians de Múnich. Gerd PETERS había sido investigador y director-gerente del Max-Plank-Institut für Psychiatrie desde 1961 a 1974, cargo en el que le sucedió Detlev PLOOG, también investigador. El doctor Paul HOFF era en 1983 investigador adjunto en la mencionada Clinica Psiquiátrica universitaria. En cuanto a Alma KREUTER, había trabajado en esa misma clínica en tiempos de Kraepelin y fue la secretaria personal de sus sucesores hasta su jubilación en 1970, siguiendo después como colaboradora voluntaria en los archivos de la institución. 33. Emil KRAEPELIN, Memoirs (traducción al inglés de Cheryl Wooding-Deane, de la citada Lebenserinnerungen), Springer-Verlag, Berlín/Heidelberg/ New York, 1987. Cheryl WOODING-DEANE

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memorias fueron traducidas al italiano por Armando Ceccarelli y publicadas mediante un consorcio editorial34. No existen otras versiones. Para esta edición, primera hasta el momento en castellano, Beatriz Esteban Agustí ha traducido la versión inglesa, Memoirs, texto que ha sido después minuciosamente cotejado con el original alemán, Lebenserinnerungen, por Christine Bürger y José María Álvarez. Posteriormente los editores han fijado el texto y redactado las notas aclaratorias pertinentes. Kraepelin escribió su autobiografía durante los años en que dirigió la clínica psiquiátrica universitaria y el instituto de investigación. Las Memorias acaban hacia 1919, es decir, antes de que ambos proyectos estuviesen totalmente completados. Escritas en un lenguaje no muy cuidado, en este relato que Kraepelin hace sobre sí mismo no encontrará el lector ninguna reflexión psicopatológica profunda ni apenas ningún desvelamiento de su intimidad personal. Dejando aparte media docena escasa de observaciones irónicas, varias de ellas sobre sí mismo, sus recuerdos son una relación de acciones cuya emoción acompañante apenas se describe, como si hubiese reservado para su tardía producción poética –Devenir, ser, pasar35– cualquier eclosión de su vida interior. Fuere como fuere, también para estas páginas vale aquella frase que Freud escribiera a Arnold Zweig: «Quien se convierte en biógrafo se compromete a mentir, a enmascarar, a ser un hipócrita, a verlo todo color de rosa e incluso a disimular la propia ignorancia, ya que la verdad biográfica es totalmente inalcanzable, y si se la pudiera asir, no serviría de nada»36.

ha trabajado también en la Clínica universitaria, y ha llevado a cabo otras versiones de manuscritos editados por Springer sólo en inglés (por ejemplo: HIPPIUS, H.; MÖLLER, H.-J.; MÜLLER, N.; NEUNDÖRFER-KOHL, G., The University Department of Psychiatry in Munich. From Kraepelin and his predecessors to molecular psychiatry, Berlín, Springer, 2008). 34. Emil KRAEPELIN, Memorie. Traducción de Armando Ceccarelli; edición al cuidado de Giuliana y Panayotis Kantzas. Colección «Biblioteca di cultura psicologica». Florencia, CERME; Pisa, ETS; Roma, Sigma-Tau, 1989. 35. Publicada, además, tras su muerte: Emil KRAEPELIN, Werden – Sein – Vergehen, Lehman, Múnich, 1928. 36. FREUD, S.: «Carta a Arnold Zweig de 31-V-1936», en Correspondencia de Sigmund Freud, Tomo V (1926-1939), Madrid, Biblioteca nueva, 2002, p. 465.

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LAS MEMORIAS

Nací el 15 de febrero de 1856 en Neustrelitz, Alemania. Mi padre, Karl Kraepelin1, fue profesor de música y muy aficionado a la poesía de Reuter2; murió en 1882. Nuestra familia era más bien modesta pero siempre gocé de gran libertad en mi juventud; además, los alrededores de nuestra ciudad eran maravillosos y pronto despertaron mi amor por la naturaleza y por los largos paseos campestres. Estudié primaria y secundaria en Neustrelitz durante los años 1861 y 1874, y en mi escuela se le daba muchísima importancia a la lengua y a la literatura. Era un buen alumno que trabajaba de forma muy constante, pero nunca destaqué en ninguna asignatura en particular. Hacía mis deberes diligentemente aunque sin demasiado entusiasmo; de hecho recuerdo haber perdido mucho tiempo de mi juventud en cuestiones filológicas un tanto inútiles. A pesar de la humildad de mi familia, se puede decir que teníamos una vida bastante intelectual. A mi padre le encantaba la literatura, especialmente el teatro, y quería que mejorase la educación y la cultura media de la gente, por lo que decidió formar una sociedad con artesanos, comerciantes y algunos funcionarios. En sus reuniones daban charlas, hacían lecturas conjuntas, intercambiaban opiniones e incluso representaban musicales y funciones de teatro. Mi padre contaba, además, con una buena biblioteca: recitaba en voz alta a Shakespeare y a Reuter en estas reuniones, y también algunos domingos cuando la familia nos quedábamos en casa en vez de dar un paseo. También tocábamos música y leíamos obras de teatro, cada uno interpretando un papel diferente. Mi madre, por su parte, era una persona muy buena y cariñosa que hacía de nuestra casa un lugar muy acogedor. Este ambiente atraía a la gente joven, así que nunca

1. Karl KRAEPELIN, padre de Emil Kraepelin. Cantante y profesor de música. Nació en 1817 en Wittenburg, en el estado de Mecklemburgo-Antepomerania, y murió en Postdam en 1882. Primero estudió teología en Berlín y después se formó como cantante. Entre 1839 y 1848 trabajó en la plantilla del Hoftheater de Neustrelitz como cantante de ópera y actor. Desde 1849, profesor de música en Neustrelitz. Rapsoda itinerante a ratos, recitó sobre todo la obra de Fritz Reuter y actuó en Hamburgo, Rostock y Sttetin. 2. Fritz REUTER, escritor (1810-1874). En su deseo de dotar a sus obras de credibilidad, utilizó con frecuencia el dialecto del Norte de Alemania, como en la trilogía autobiográfica Olle Kamellen [Las antiguallas (Viejas historias de días pasados)] formada por Ut de Franzosentid [Recuerdos del tiempo de la ocupación francesa] (1859), Ut mine Festungstid [Mi estancia en la cárcel] (1862) y Ut mine Stromtid [Mi aprendizaje] (1864). Reuter es considerado en la actualidad como uno de los escritores alemanes más significativos del s. XIX. Su obra está repleta de descripciones de la realidad del proletariado, de su situación social y del contraste entre ésta y otras clases sociales, partiendo fundamentalmente de las condiciones de vida de la población rural del estado de Mecklemburgo, lo que constituyó una nueva forma literaria que hoy podría denominarse como «realismo crítico».

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Emil Kraepelin

nos faltaron amigos en casa e incluso tuvimos alguna que otra visita del extranjero. De hecho, tengo recuerdos de infancia de las visitas de Fritz Reuter o del recitador Palleske3. En cuanto a la guerra por el estado de Schleswig-Holstein en 18644, tan sólo puedo recordar la enorme impresión que me produjo el asalto de Düppel y que un primo nuestro participó en la toma de Alsen. También recuerdo que nuestras tropas tuvieron que esperar muchísimo para su retirada en 1866 porque al parecer no podían marcharse hasta que la visera estuviera preparada, pero finalmente salieron de Prusia cuando la guerra ya había terminado. La gente de mi ciudad celebró la victoria de Königgrätz, pero la Corte decidió seguir una estrategia más bien hostil que sería definitiva para el conflicto. Cuando se declaró la guerra contra Francia, algunos círculos de la nobleza dudaron de la necesidad de esta ofensiva y hubo arrestos. Aún así, nuestra alegría en el colegio fue infinita cuando irrumpió en medio de clase la noticia de que se había capturado a Napoleón en Sedán5. Se convocó una enorme concentración esa misma tarde y los alumnos tuvimos permiso para celebrarlo con nuestros profesores. Fue la primera vez que me emborraché y lo cierto es que recuerdo ese momento con sentimientos enfrentados. Aún así, me sentí todo un héroe y durante años creí necesario cumplir con el importante deber de aprender a tolerar el alcohol y beber con otros camaradas más mayores que yo. Durante mi etapa en el colegio hice dos viajes inolvidables, la mitad del primero lo hice a pie y llegué a la isla de Rügen con un compañero de clase que después sería mi cuñado. El segundo fue en compañía de Otto, mi hermano mayor, que trabajaba de representante comercial en la región de Hartz. Fui a Berlín en coche de caballos y después me reuní con él en Goslar. Visitamos las minas y fundiciones de los valles de Klaus y del río Oker, Harzburgo, Ilsenburgo y, por último, el valle de Bode. Además, pasé el verano de 1870 y alguno más en el monasterio de Dobbertin porque la madre superiora nos invitaba a mi familia y a un grupo de amigos a veranear en ese lugar, donde pasamos momentos inolvidables remando, bañándonos en el lago o pescando. Sin duda, estas visitas al monasterio son algunos de los mejores recuerdos que tengo de toda mi vida e incluso pude conocer al escritor Fontane un día que fuimos a remar a aquel lago tan maravilloso. Mi hermano Karl tenía un talento increíble para la ciencia y me marcó bastante durante mi juventud6. Me introdujo al mundo de la botánica cuando era muy pequeño y después me 3. Emil PALLESKE, actor y escritor (1823-1880). Estudió filología e historia en Berlín y se formó como actor. A partir de 1845 perteneció a la plantilla de las compañías estables de varios teatros oficiales (en 1846 el Stadttheater [Teatro de la ciudad] de Stetting, después en el Hoftheater de Oldenburgo, en Berlín, Weimar y Thal. 4. Guerra de los Ducados (N. de la T.). 5. Se refiere a la captura de Napoleón III en la Batalla de Sedán el 1 de septiembre de 1870, durante la Guerra franco-prusiana (N. de la T.). 6. Karl KRAEPELIN, hermano de Emil Kraepelin. Botánico y zoólogo. Nació en 1848 en Neustrelitz; murió en Hamburgo en 1915. En su juventud, hasta 1878 fue profesor de Matemáticas y de Derecho Natural en la Bürgerschule [Instituto de Enseñanza Superior] de Leipzig. Hasta 1889 trabajó en el Johanneum de Hamburgo. En 1879 fue nombrado miembro de la comisión del Museo de Historia Natural de Hamburgo, y dirigió este museo entre 1889 y 1914. Se le conoció mundialmente por sus trabajos sobre escorpiones, ciempiés, solífugos (un tipo de arañas) y artrópodos en general.

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Memorias

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apoyó en mi interés por la zoología, la teoría de la evolución y la química. Durante mis últimos años de colegio recuerdo que leía los libros de texto de mi hermano aunque no entendiese nada y después me atrevía a hacer experimentos químicos muy sencillos de los que el colegio no debía enterarse, por supuesto. Incluso cometí la inocente osadía de intentar hacer una presentación de la historia de la evolución según Kant y Laplace con la ayuda de los libros que cogí prestados de la Gran Biblioteca Ducal de Wurzburgo y que fue recibida con desdén por parte de mi hermano y sus compañeros. Decidí estudiar Medicina por influencia de un amigo de mi padre, el doctor Louis Krüger, con quien solía ir de vacaciones cuando fui algo más mayor. Le acompañaba al hospital o a sus visitas domiciliarias por el campo y además me dejaba hurgar en su enorme biblioteca, donde me encontré por primera vez con las ponencias de Wundt7 acerca del alma de los humanos y los animales. No entendía mucho de lo que allí se decía pero me parecía muy interesante, sobre todo porque mi hermano respetaba muchísimo el trabajo de este científico. Mi idea inicial siempre fue estudiar oftalmología, pero debido a mi interés por lo humanístico empecé a interesarme más por la psicología. Por eso me gustaba escribir mis sueños y trataba de estudiar su origen. Le conté al doctor Krüger mis intenciones y, siguiendo su consejo, decidí que quería ser psiquiatra, que en ese momento parecía la única forma de profundizar en lo psicológico y ganar dinero a la vez. Con este objetivo me matriculé en la Universidad de Leipzig, pero antes tuve que hacer el servicio militar de abril a octubre de 1874. Después me zambullí en mis estudios con gran entusiasmo; lo que más me interesaba era las clases de zoología de Leuckart8, a las que ya había asistido en verano, y las clases de Química y las disecciones de Wiedemann9. De hecho, en las vacaciones de Semana Santa de ese año hice mis propias disecciones: le compré a un ayudante de Anatomía un cerebro y me aprendí las partes haciendo secciones transversales y etiquetándolas. Al mismo tiempo, empecé a estudiar filosofía y me hice socio de un círculo académico-filosófico que Richard Avenarius10 dirigía con gran acierto por aquel entonces. Allí

7. Wilhelm WUNDT, médico, filósofo y psicólogo (1832-1920). Estudió Medicina y en 1857 consiguió la habilitación docente en Fisiología en la Universidad de Heidelberg. Médico interno con Helmholtz. En 1874 fue nombrado catedrático de Filosofía Inductiva en Zúrich. Desde 1875 fue catedrático de Filosofía en Leipzig y fundó el primer Instituto de Psicología Experimental donde trabajaron Emil Kraepelin, Wladimir von Bechterew (1857-1927) y muchos otros. Respecto al problema psicosomático, Wundt creía en un paralelismo psicofísico y reclamaba la aplicación sistemática de experimentos, pero también propuso la introspección como observación controlada de los elementos de la propia conciencia bajo condiciones objetivas. 8. Karl Georg LEUCKART, zoólogo (1823-1898). Desde 1845 trabajó en el Instituto de Psicología de Gotinga. En 1855 recibió la cátedra de Zoología y Anatomía Comparada en Giesse, y en 1870 fue trasladado a Leipzig. Trabajó principalmente en parasitología. 9. Gustav Heinrich WIEDEMANN, físico (1826-1899). En 1854 fue nombrado catedrático en Basilea. Desde 1863 trabajó en el Politécnico de Brunswick, y en 1870 recibió la cátedra de Psicoquímica en Leipzig y la de Física en 1887. 10. Richard AVENARIUS, filósofo (1843-1896). Nació en París y estudió en Zúrich, Berlín y Leipzig. En la Universidad de Leipzig, desde 1877 sustituyó a Windelband como catedrático de filosofía en Zúrich

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tuve la oportunidad de conocer a colegas mucho mayores que yo, como los señores Kehrbach11, Vaihinger12, Eduard Meyer13 o Moritz Wirth. En el verano de 1875 viajé a Wurzburgo y recuerdo que quedé impresionado con el químico Wislicenus14, el anatomista Kölliker15, el fisiólogo Fick16 y el botánico Sachs17. Además, solía ir a las excursiones botánicas que organizaba von Prantl18 con asiduidad. A finales del primer semestre del curso 1875/76 aprobé mi primer examen de Estado y, aunque ya había acudido «ilegalmente» al curso de Psiquiatría Clínica del doctor Rinecker19, ahora pude hacerlo matriculándome de forma oficial. Disfruté muchísimo de esta asignatura, probablemente porque von Rinecker la enfocaba desde un punto de vista más humano que científico y eso resultaba muy interesante. En cuanto al resto de profesores, creo que aprendí a valorar la

y fue editor del Vierteljahresschrift für wissenschaftliche Philosophie [Revista cuatrimestral de filosofía científica]. Mantuvo el empirismo crítico como variante del positivismo y reclamó una concepción del mundo natural alejada de la metafísica. Su obra más importante fue Kritik der reinen Erfahrung [Crítica de la experiencia pura], 2 volúmenes (1888-1890). 11. Karl KEHRBACH, pedagogo (1846-1905). Desde 1872 fue profesor de la Bürgerschule de Gera y de la escuela secundaria de Leipzig. Después fue bibliotecario en la Universidad de Halle. En 1885 se doctoró en Berlín, desde 1883 fue profesor asociado y en 1894 fue nombrado catedrático de Pedagogía. 12. Hans VAIHINGER, filósofo (1852-1933). Desde 1884 fue catedrático de Filosofía en Halle, primero se centró en Kant y fundó el Kantstudien en 1897, y en 1904 la Sociedad Kantiana. En su filosofía del «como si», Vaihinger consideraba que todos los valores e ideales eran tan sólo una ficción que ayudaban a superar las dificultades, aunque no se correspondieran necesariamente con la realidad (ficcionalismo). 13. Eduard MEYER, historiador (1855-1930). En 1879, profesor de Historia Clásica en la Universidad de Leipzig, en 1885 fue trasladado a Breslau, en 1889 a Halle y en 1902 a Berlín. 14. Johannes WISLICENUS, químico (1835-1902). En 1861 fue nombrado catedrático de la Escuela Industrial de Zúrich, y en 1865 catedrático de la Universidad de Zúrich y en el Polytechnic (hoy en día Universidad Politécnica de la Confederación Suiza). Desde 1872 trabajó en Wurzburgo y en 1885 se trasladó a Leipzig. Hizo importantes estudios pioneros sobre la doctrina de la asimetría del átomo de carbono, y estudios sobre la isomería de los compuestos químicos. 15. Albert KÖLLIKER, anatomista y fisiólogo (1817-1905). En 1842 fue médico interno con Henle en Zúrich. Entre 1845 y 1847 fue catedrático de Fisiología y Anatomía Comparada, y luego se trasladó a Wurzburgo. En 1896 fue nombrado Caballero de la Orden Pour le Mérite, y se retiró en 1897. Fue pionero en el estudio de la fisiología celular. 16. Adolf FICK, fisiólogo (1829-1901). Desde 1872 fue disector en Zúrich. En 1855 fue nombrado profesor asociado, y desde 1861 fue catedrático titular de Fisiología en Zúrich. De 1868 hasta 1899 se trasladó como catedrático de Fisiología a Wurzburgo. Su hijo, Rudolf Armin Fick, fue anatomista (1866-1939). 17. Julius SACHS, fisiólogo botánico (1832-1897). Fue catedrático de Botánica en Friburgo y Wurzburgo. 18. Karl PRANTL, botánico (1849-1893). En 1876, ganó la cátedra de Botánica de la Escuela Forestal de Aschaffenburgo y en 1889 fue trasladado a la Universidad de Breslau. 19. Franz von RINECKER, psiquiatra y dermatólogo (1811-1883). En 1836 consiguió la habilitación docente en Medicina Interna en la Universidad de Wurzburgo, y en 1838 fue nombrado catedrático. Dio cursos de Farmacología, Terapia Ambulatoria, Pediatría y Dermatología. En 1863 comenzó a trabajar en el Hospital Julius de Wurzburgo, donde asumió la gestión de la Clínica Psiquiátrica, y en 1872 dirigió la Clínica para Enfermedades Venéreas y de la Piel. Tuvo como alumnos a Jolly, Grashey, Ganser, Rieger y Kraepelin.

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sobriedad y exactitud de la metodología de Gerhardt20. En el verano de 1876 me parecía que los exámenes oficiales aún quedaban lejos y me dediqué a leer con entusiasmo la obra de filósofos como Kant, Hume, Locke, Berkeley, Hobbes, Schopenhauer, de la Mettrie y muchos otros. Además, un amigo mío llamado Rieck estaba escribiendo su tesis titulada Studien zum Begriffe der Notwendigkeit [Estudios sobre el concepto de necesidad] y me animó a estudiar el concepto de causalidad. Por influencia de Gierke21 empecé a interesarme de forma especial en los estudios de anatomía cerebral comparada de Kölliker y pensé en escribir un artículo acerca del cerebro de la rata, un plan que he de confesar que «se me atascó» bastante en sus inicios. Fui a todas las clases de Psiquiatría de Emminghaus22, que era profesor asociado23 en la Universidad en ese momento. Este hombre promovió que la Facultad de Medicina crease el premio «Über den Einfluß akuter Krankheiten auf die Entstethung von Geisteskrankheiten» [«Influencia de las enfermedades agudas en el origen de las enfermedades mentales»] y decidí pedirle ayuda a él mismo para presentar un trabajo. Rinecker se enteró de mi intención de participar en este concurso, así que en el invierno de 1876 a 1877 me propuso visitar a un estudiante de teología ingresado en el Servicio de Psiquiatría del Hospital Julius que había caído enfermo tras contraer el tifus. Lo visité a diario durante semanas y en una de estas visitas el celador de la puerta no me dejó entrar. Finalmente lo logré a pesar de sus advertencias y reprimendas, pero al día siguiente me quejé de lo sucedido ante Rinecker y el guarda no tuvo más remedio que disculparse. En ese momento no podía imaginar las consecuencias que tendría en mi vida esta pequeña anécdota. Durante ese invierno, Gierke me habló de la última publicación de Wundt, Grundzüge der physiologischen Psychologie [Manual básico de Psicología Fisiológica] y me contó que éste iba 20. Carl GERHARDT, especialista en Medicina Interna (1833-1902). Desde 1861 fue catedrático y director de la Clínica Médica de Jena, en 1872 fue trasladado a Wurzburgo y desde 1885 fue catedrático y director de la segunda Clínica Médica del Hospital Charité de Berlín. 21. Hans GIERKE, anatomista y fisiólogo (1847-1886). Ayudante en el Instituto de Fisiología de Breslau, desde 1874 fue disector con Kölliker en el Instituto Anatómico de Wurzburgo. En 1876 fue contratado en Tokio como catedrático de Anatomía. Regresó a Alemania en 1881 y fue profesor asociado en el Instituto de Fisiología de Breslau desde 1882. Trabajó principalmente en afecciones del sistema nervioso central. 22. Hermann EMMINGHAUS, psiquiatra (1845-1904). Desde 1880, catedrático de Psiquiatría y director de la recién fundada Clínica Psiquiátrica de Dorpat. Entre 1886 y 1902 fue profesor de Psiquiatría y director de la Clínica Psiquiátrica y Neurológica de Friburgo. Su principal obra fue Allgemeine Psycopathologie [Psicopatología General] (Leipzig, 1878). 23. No resulta sencillo adecuar las titulaciones y rangos académicos alemanas de aquellos años a los nuestras actuales. De manera general, Lehrer corresponde a nuestro maestro (de escuela) o profesor de instituto; Privatdozent nombra al especialista en alguna materia al que la Universidad elige para enseñar, aunque no pertenece al cuerpo docente (funcionariado); Professor sólo se usa para distinguir al profesor universitario que ha realizado la carrera docente, aunque no especifica si se trata de un titular o de un catedrático de Universidad. En adelante, tratando de adaptar esos tútulos a los españoles, traduciremos Privatdozent por profesor asociado, y Professor por profesor (de universidad) o catedrático.

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a dejar Zúrich porque acababan de nombrarlo catedrático de Filosofía en Leipzig. Esa noticia cambió mis planes por completo. Me compré el manual y trabajé en él muy intensamente con la intención de ir a Leipzig en la Semana Santa de 1877 y terminar allí mis estudios. Mi idea era estudiar fisiología durante uno o dos años con Ludwig24 y conocer el trabajo de Wundt de primera mano. Le pedí a Kölliker, que me había animado en mi humilde investigación de anatomía, que me escribiera una carta de recomendación para Ludwig y lo hizo de buen grado, aunque finalmente no me hizo falta a usarla. Con la intención de avanzar lo más rápido posible en mis estudios, fui a Leipzig en Semana Santa y asistí a todos los cursos que pude; además, intenté adelantar mi trabajo para la competición. Hice un esfuerzo enorme durante el siguiente semestre y terminé todas las asignaturas obligatorias a excepción de oftalmología. En patología general, el contraste entre el fulgurante instinto clínico de Wunderlich25 y el espíritu moderado y práctico de su sucesor Wagner26 me impresionó muchísimo, pero ambos provocaron en mí una fascinación diferente. La gente de Leipzig parecía trabajar con muchísima seriedad y disfruté especialmente de las clases de Thiersch27, Credé28 y Benno Schmidt29. Por otro lado, la estrecha relación que me

24. Carl Friedrich LUDWIG, anatomista y fisiólogo (1816-1895). Desde 1841 fue segundo disector del Instituto Anatómico de Marburgo. En 1846 profesor de Anatomía Comparada y en 1849 catedrático de Anatomía y Fisiología en Zúrich. En 1855 fue nombrado catedrático de Fisiología y Zoología en el Josephinum de Viena, y en 1865 catedrático de Fisiología en Leipzig. Su principal obra fue Lehrbuch der Physiologie des Menschen [Tratado de fisiología humana] (Leipzig y Heidelberg, 1858). 25. Carl Reinhold August WUNDERLICH, especialista en Medicina Interna (1815-1877). Desde 1838 ayudante en el Hospital Hatherinen de Stuttgart. En 1846 fue nombrado catedrático y director de la Clínica Médica de Tubinga, y en 1850 fue nombrado catedrático y director clínico del Hospital St. Jacob de Leipzig. 26. Ernst Leberecht WAGNER, patólogo e internista (1829-1888). En 1862 recibió la cátedra de Patología General y Anatomía Patológica en Leipzig, en 1877 sucedió a Wunderlich como catedrático de Patología Especial y Terapia, y fue además director de la Clínica Médica de Leipzig. 27. Carl THIERSCH, cirujano (1822-1895). Desde 1848 hasta 1854 fue disector en Múnich. En 1853 fue nombrado profesor asociado y en 1854 catedrático de Cirugía en Erlangen. Desde 1867 ocupó la cátedra de Cirugía en Leipzig. Teniente General de Sanidad en la guerra francoalemana, al firmarse la paz desarrolló la cirugía plástica. 28. Karl Sigismund Franz CREDÉ, ginecólogo obstetra (1819-1892). Berlinés, entre 1843 y 1848 fue ayudante en la Clínica de Obstetricia de su ciudad natal. Desde 1852 fue director de la Escuela de Matronas de Berlín y médico en el Servicio de Obstetricia del Hospital Charité. En 1856 fue nombrado catedrático en Leipzig. Con el nombre de «maniobra de Credé» se conocen dos procedimientos distintos que aportó a la práctica obstétrica. Uno de ellos, la expresión manual del útero presionando la pared abdominal, para facilitar la expulsión de la placenta post-parto, maniobra asimilada también en urología para favorecer la micción en los casos de vejiga neurógena; la segunda, la instilación en los ojos de todo recién nacido de unas gotas de colirio de nitrato de plata (en su época), con lo que contribuyó de modo decisivo a disminuir la aparición de la oftalmía gonocócica en el recién nacido. 29. Benno SCHMIDT, cirujano (1826-1896). Desde 1869 fue catedrático de Cirugía en la Universidad de Leipzig y director del Instituto de Cirugía Ambulatoria.

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unió al doctor Moldenhauer30, profesor asociado en la Universidad, alimentó mi interés por la otología. Visité a Wundt por primera vez en las vacaciones de Semana Santa. Aunque era filósofo, me interesaba que me firmase un certificado que me avalase para poder acceder a la biblioteca universitaria. Por desgracia, mis otras obligaciones me impidieron acudir a sus clases de filosofía aunque sí pude asistir a sus coloquios sobre psicología, que consistían más bien en unas tutorías avanzadas. Preparé un par de exposiciones para esas clases: una sobre sensaciones leves, en la que traté sólo acerca de una pequeña parte de la psicología fisiológica, y otra más sobre alucinaciones, que en teoría me hubiera resultado más fácil porque ya había investigado sobre este tema en mi formación psiquiátrica. Finalmente no pude hacer la segunda exposición a pesar de tenerla prácticamente terminada porque en mayo de 1877 recibí una carta de Rinecker desde Wurzburgo en la que me ofrecía trabajo de ayudante en su clínica y me pedía que me incorporase el 1 de julio. Todos mis planes cambiaron de pronto con esta oferta tan repentina y parecía imposible que fuera a terminar mis estudios de medicina. Además, tenía dudas relativamente serias de poder cumplir con los requisitos del puesto. Por otro lado, era demasiado tentador empezar mi carrera tan pronto y con unas condiciones tan favorables, así que les pedí consejo a mi hermano y al doctor Moldenhauer, y acepté la oferta con una mezcla de alegría y duda. Tan sólo puse la condición de que pudiera incorporarme algo más tarde para poder terminar algunas asignaturas que había comenzado, pero por desgracia sólo pude retrasar mi incorporación seis días. Aparte de mis conocimientos sobre psiquiatría, no tenía ninguna otra preparación para este puesto. Con el tiempo descubrí que las verdaderas razones por las que me ofrecieron el trabajo no fueron únicamente mi interés por la psiquiatría, sino también mi firmeza cuando me defendí ante aquel celador del hospital. Rinecker había encabezado una campaña contra el director de Asistencia Pública y estaba deseando tener un ayudante que lo apoyase en esta particular batalla. En Wurzburgo tuve que trabajar muchísimo porque me tenía que encargar del servicio que estaba en los pasillos superior e inferior del edificio que conectaba el cuerpo principal del complejo con el hogar de personas mayores. Tenía una media de cincuenta o sesenta pacientes y unos cuatrocientos ingresos al año. El equipamiento y el mobiliario eran bastante escasos, por no hablar del personal: era imposible vigilar a los pacientes con un mínimo de constancia y por las noches se hacía lo que se podía. Durante mi año en Wurzburgo, un paciente se ahorcó y otro se suicidó arrancándose la lengua de un mordisco. Dadas estas circunstancias, hubo que hacer uso de restricciones físicas en determinadas ocasiones. Por otra parte, los baños estaban algo alejados de la sala y se usaban con relativa frecuencia el clorhidrato y otros sedantes. Después de pasar visita cada mañana, me tomaba un pequeño descanso. Rinecker solía aparecer a las once y visitaba la sala para ver a los pacientes que tenían dermatosis o alguna enfermedad venérea. Además, daba formación oficial tres veces por semana. Como yo era el médico ayudante, tenía que asistir a estas sesiones, aunque las verdaderas funciones médicas 30. Wilhelm MOLDENHAUER, otorrinolaringólogo (1845-1898). En 1893 fue nombrado profesor asociado de Otología en Leipzig.

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corrían a cargo del señor Angerer31, el ayudante de Linhart32 en la sala de Cirugía. De hecho, su hermano fue cirujano posteriormente en Múnich. Antes de que Rinecker se marchase, solía ponerle al día de los incidentes de la sala y le leía las historias de los pacientes que podían ser interesantes para las sesiones clínicas. Después, a eso de las seis de la tarde, Rinecker aparecía de nuevo por allí y pasaba visita conmigo o bien daba la formación. También tuve que prestar atención médica a los pacientes psiquiátricos y a muchos ancianos que estaban en el majestuoso edificio con jardín del hospital, aunque nunca tuve que intervenir demasiado. Recuerdo que a una señora le quité los tapones de cera que se le habían formado en los oídos y, en agradecimiento, se puso de rodillas y rezó una oración por mí. La mayor parte de mi trabajo se reducía a cuidar del personal hospitalario que estaba ingresado, dado que teníamos casos de tifus todo el año. Además, solían llamarme de un centro cercano para cuidar los casos de epilepsia. Allí me encontraba con personajes de lo más dispares, aunque en su momento no supe apreciar el valor científico que tenían. Aún así, comencé a tomar medidas de sus cráneos, una tarea de la que Rieger33 me relevó y que finalmente terminaría él solo. Intenté definir los contornos de los cráneos haciendo moldes con alambre para dibujarlos después y llegué a la conclusión de que los cráneos de los enfermos mentales eran o muy pequeños o muy grandes, y que, por lo general, los epilépticos lo tenían más plano y ancho. Entre los pacientes del hogar para mayores había pacientes muy peculiares, como el caso de delirio de persecución que ya había interesado a Griesinger34 en su momento. Hice un seguimiento del ritmo cardiaco de los pacientes porque según las teorías de Wolff35 se podía reconocer el grado de curabilidad de las enfermedades mentales midiendo ese tipo de

31. Ottomar von ANGERER, cirujano (1850-1918). Licenciatura en Wurzburgo en 1879. Profesor asociado en 1885 en la Clínica Ambulatoria de Múnich, y catedrático desde 1890 en la Clínica de Cirugía de la Universidad de Múnich. 32. Wenzel von LINHART, cirujano (1821-1877). Entre 1847 y 1849 fue subdirector del Hospital General de Viena. En 1856 fue nombrado catedrático de Cirugía en Wurzburgo. 33. Konrad RIEGER, psiquiatra (1855-1939). En 1887 fue nombrado profesor asociado de Psiquiatría y director de la Clínica Psiquiátrica del Hospital Julius de Wurzburgo como sucesor de Grashey. En 1893 inauguró la nueva Clínica Psiquiátrica y Neurológica de Wurzburgo. Fue catedrático de Psiquiatría y se retiró en 1925. 34. Wilhelm GRIESINGER, psiquiatra, 1817 (Stuttgart) - 1868 (Berlín). Estudió Medicina en Tubinga, Zúrich y París. Entre 1840 y 1842 fue médico interno con Zeller en el psiquiátrico de Winnenthal. Desde 1843 fue ayudante en la Clínica Médica de Tubinga, consiguió la habilitación docente en esa Universidad con la tesis Über die Pathologie und Therapie der Geisteskranken [Acerca de la patología y terapia de los enfermos mentales]. En 1849 fue destinado a Kiel como catedrático y director de la Clínica Ambulatoria que se estaba construyendo allí. Entre 1850 y 1852 trabajó en El Cairo como director de la Escuela Alemana de Medicina y médico del Virrey. Desde 1854 fue director de la Clínica Médica de Tubinga, y en 1860 se le destinó a Zúrich como director del Burghölzli. En 1865 fue nombrado catedrático de Psiquiatría en Berlín. Fue el fundador de Archiv für Psychiatrie und Nervenkrankheiten [Archivos de Psiquiatría y Enfermedades nerviosas] en 1867. Griesinger fue un pensador de la psicopatología, uno de los más grandes, y su manual sobre la patología y terapéutica de las enfermedades psíquicas uno de los mayores tesoros de la clínica psiquiátrica. 35. Otto Immanuel Bernhard WOLFF, psiquiatra (1835-?). Desde 1863 fue médico en el psiquiátrico de Colditz, a partir de 1865 fue ayudante en el psiquiátrico de Sachsenberg y entre 1874 y 1884 director del psiquiátrico privado Lindenhof en Coswig, cerca de Dresde.

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cosas. También me encargué de vez en cuando tareas médicas en nombre de mi profesor en un pequeño hospital al otro lado del río Main, aunque me resultaba algo difícil porque no sabía bien cómo redactar las recetas. Al principio no me agradaba demasiado el trabajo en la sala. Me aterraba especialmente un paciente que tenía ataques de histeria bastante violentos y que daba vueltas por toda la sala cada vez que pasaba visita. También me inquietaba un caso de hebefrenia, una enfermedad nueva y extraña que presentaba unas agitaciones incontrolables. La impresión que me provocaban estos casos y la sensación de responsabilidad personal apenas me dejaban dormir y me provocaban pesadillas, así que le confesé a Rinecker que probablemente no podría aguantar demasiado en el puesto. Él se limitó a sonreír y a decirme que otros ayudantes habían tenido problemas parecidos y que pronto me acostumbraría. Así fue: en unas pocas semanas me hice a ello. Rinecker se había interesado por la psiquiatría relativamente tarde y por ello carecía del conocimiento y experiencia clínica más básica, dentro de lo que cabe para aquella época. Aún así, sus clases eran muy enriquecedoras porque tenía una habilidad natural para explicar con claridad los asuntos más interesantes. Era un hombre inteligente y observador por naturaleza, y no era ninguna casualidad que la gente a la que contrataba acabase teniendo un notable prestigio o que, con el tiempo, fueran catedráticos de Universidad. Poco después de que comenzase a trabajar en la clínica, Rinecker se fue de vacaciones y Angerer, el ayudante, dejó el trabajo. Al fin y al cabo, él era un médico en toda regla y no aprobaba mi nombramiento. Yo era un mero estudiante y no podía llevar la sala solo, así que el doctor Emminghaus tomó el relevo durante esas vacaciones. Pasaba visita a diario y se interesaba muchísimo por los pacientes, y, aunque no tenía demasiada experiencia psiquiátrica, al menos era un erudito en literatura y le gustaba hablar de ello conmigo. Mientras tanto, la fecha de entrega de mi investigación para el concurso se acercaba y estuve muy ocupado leyendo todo tipo de bibliografía, aunque tampoco saqué en claro mucho más de mis lecturas porque el manual de Wilhelm Griesinger contenía prácticamente la misma información. Con mucho esfuerzo logré tener listo mi trabajo para el 15 de octubre y finalmente se redujo a una recopilación bastante inmadura de mis lecturas, a pesar de que intenté darle un aire más intelectual usando algunas conclusiones de la obra Mechanik der Nerven und Nervenzentren [Mecánica de los nervios y los centros nerviosos] de Wundt que, en verdad, no había entendido del todo. Aún así, nadie más se presentó y gané el premio. Bajo la influencia del trabajo de Wolff seguí con mis estudios de esfigmografía con la esperanza de sacar importantes conclusiones. Conté con el apoyo del doctor Konrad Rieger, el nuevo ayudante, quien me había expresado su deseo de ser psiquiatra. Mi examen de licenciatura en Medicina se acercaba y, como a veces tenía que trabajar hasta muy tarde, empecé a estudiar de noche privándome de unas preciosas horas de sueño. En mi ignorancia, decidí inyectarme veinte miligramos de morfina para sentirme fresco por las mañanas, pero me terminó provocando vómitos, falta de sueño, náuseas y migrañas que acabé sufriendo durante veinte años con una intensidad progresiva. Por suerte, esta experiencia me persuadió de volver a usar la morfina como narcótico aunque, por desgracia, otro joven médico que trabajaba con Rieger cayó víctima de ella.

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Durante esta época llena de dificultades y trabajo conté con la ayuda de uno de mis mejores consejeros y amigos, el doctor Matterstock36. Aunque era mucho mayor y llevaba ya tiempo trabajando en este lugar, se interesó por alguien tan inexperto como yo y comía conmigo todos los días. Además, me presentó al «Club de los Jóvenes», una gente que llevaba un ritmo de vida emocionante y divertido. Algunos de los miembros más activos de este grupo eran el químico Kunkel37, el anatomista Stöhr38 y los dos ayudantes de Rindfleisch39, Schottelius40 y Ziegler41. Sin embargo, este último tuvo algunas desavenencias con su tutor y fue destinado a Zúrich poco después. Rinecker me avisó de que uno de los requisitos para seguir trabajando en el hospital Julius era conseguir el título de médico, así que el 15 de marzo de 1878 tuve que presentarme al examen de Estado para terminar mis estudios. Me llevé un buen susto al enterarme de que me iba a tener que examinar de anatomía, farmacología y oftalmología porque al fin y al cabo había interrumpido mi formación médica y no tenía mucha idea de las dos últimas especialidades, pero por suerte Rinecker no me examinó de farmacología aunque tuviera que hacerlo. Por su parte, el señor von Weltz42 tuvo piedad de mi ignorancia en oftalmología y, con la ayuda del 36. Georg MATTERSTOCK, especialista en Medicina Interna (1847-1915). Fue profesor asociado y director de la Clínica Ambulatoria de Medicina Interna y Pediátrica de la Universidad de Wurzburgo, y también Consejero Privado gubernamental. 37. Adam Joseph KUNKEL, químico y farmacólogo (1848-1905). En 1883 fue nombrado profesor asociado de Farmacología en la Universidad de Wurzburgo; titular desde 1888. Su obra más destacable es Handbuch der Toxikologie [Manual de Toxicología] (1899). 38. Philipp STÖHR, anatomista (1849-1911). Desde 1877 fue disector de Anatomía Comparada, Histología y Embriología con Kölliker en Wurzburgo. Desde 1884 fue profesor asociado. En 1889 fue nombrado catedrático en Zúrich y en 1897 en Wurzburgo. Su obra más interesante es Lehrbuch der Histologie und der mikroskopischen Anatomie des Menschen [Tratado de histología y de anatomía microscópica humana] (Jena, 1887). 39. Georg Eduard RINDFLEISCH, patólogo (1836-1908). Estudió en Heidelberg, Halle y Berlín. En 1861 fue ayudante en Heidenhain en Breslau. En 1862 fue contratado como profesor de Anatomía Patológica en Zúrich, y en 1864 fue ascendido a primer profesor asociado de Anatomía Patológica en esta Universidad. En 1865 fue nombrado catedrático en Bonn, y desde 1874 en Wurzburgo. Su obra más destacable es Lehrbuch der pathologischen Gewebelehre [Tratado de Histopatología] (Leipzig, 1867/69). 40. Max SCHOTTELIUS, higienista (1849-1919). Profesor de Anatomía Patológica en la Universidad de Marburgo en 1879. En 1889 fue trasladado a Friburgo como catedrático de Higiene y en 1912 se retiró. Su obra más destacable fue Bakterien, Infektionskrankheiten und deren Bekämpfung [Bacterias, enfermedades infecciosas y cómo combatirlas] (Friburgo, 1904). 41. Ernst ZIEGLER, patólogo suizo (1849-1905). Desde 1872 ayudante en el Instituto de patología de Wurzburgo. En 1878 fue nombrado profesor asociado del Instituto Anatomopatológico de Friburgo. En 1881, nombrado catedrático en Zúrich, en 1882 se trasladó a Tubinga y en 1889 a Friburgo. Su obra más destacable fue Lehrbuch der allgemeinen und speziellen pathologischen Anatomie und Pathogenese [Tratado de patogénesis y anatomía patológica general y especial] (Jena, 1881-1882). 42. Robert von WELTZ, oftalmólogo (1814-1878). Desde 1854 ejerció la Oftalmología con von Graefe en Berlín. Construyó una Clínica y un Ambulatorio de Oftalmología en Wurzburgo corriendo con los gastos y en 1866 fue nombrado catedrático de Oftalmología en dicha ciudad.

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profesor asociado Dr. Helfreich43, pude cubrir las lagunas de mi conocimiento justo a tiempo para el examen. Mi trabajo como ayudante no me dejaba suficiente tiempo para preparar los exámenes de julio, así que me presenté al de Obstetricia con modelo44 sin haber estudiado apenas y recordando muy poco de lo que aprendí en la facultad el año anterior. Por suerte conté con la indulgencia del señor von Scanzoni45 y pude repetir el examen dos días después con otro par de sufridos compañeros, por lo que esta vez aprobé sin problemas. En julio de 1878, cuando por fin me había librado de todos los exámenes, me pude dedicar a mi infantil deseo de convertirme en catedrático de psiquiatría con sólo treinta años. Aparte de la suerte que tuve en las pruebas, tuve cuatro semanas de vacaciones que pasé en casa con mis seres queridos. A principios de agosto recibí una interesantísima oferta de trabajo como ayudante en el hospital psiquiátrico del distrito de Múnich bajo la tutela de Gudden46. Forel47 había ocupado el puesto hasta ese momento y además ejercía de profesor asociado en la Universidad de Múnich, pero se acababa de marchar a Colombia para estudiar la vida de las hormigas. Por otra parte, mi predecesor en el hospital de Wurzburgo había dejado su puesto para trabajar en Múnich y Gudden estaba tan contento con él que le pidió a Rinecker que le enviase a alguien más para sustituir a Forel. Mi alegría no pudo ser mayor cuando me enteré de que Rinecker había dado el visto bueno para que yo fuera a cubrir el puesto de Forel durante el año que iba a durar su investigación en Colombia, aunque finalmente terminó siendo más corta de lo esperado porque su compañero de viaje murió repentinamente en Santo Tomás. Aún así, yo estaba convencido de que esta vez iba por el buen camino. 43. Friedrich HELFREICH, oftalmólogo (1842-1927). En 1868 abrió una consulta oftalmológica en Wurzburgo, consiguió la habilitación docente con su tesis Über die Nerven der Conjuctiva und Sclera [Sobre los nervios de la conjuntiva y la esclerótica] y fundó una clínica privada en Wurzburgo, en 1872, para pacientes con afecciones oculares. En 1886 fue nombrado catedrático honorífico y desde 1896 se dedicó a la actividad docente en Historia de la Medicina, Geografía Médica y Estadística. 44. Es decir, utilizando modelos anatómicos de escayola. 45. Friedrich Wilhelm SCANZONI VON LICHTENFELS, ginecólogo y obstetra (1821-1891). En 1850 fue nombrado catedrático de Obstetricia en Wurzburgo, donde ejerció hasta 1887. Su obra más destacable fue Lehrbuch der Geburtshilfe [Tratado de Obstetricia] Viena, (1849-52). 46. Bernhard von GUDDEN, psiquiatra (1824-1886). De 1848 a 1851, médico interno con Maximilian Jacobi (hijo de Friedrich Jacobi, amigo de Johann Wolfgang von Goethe) en el asilo de Illenau con Roller. En 1855, director del psiquiátrico de Werneck. Catedrático de Psiquiatría en Múnich en 1859, desde 1869 pasó a serlo en Zúrich y también director del Burghölzli. De 1872 a 1886 enseñó Psiquiatría de nuevo en Múnich y dirigió el Asilo Mental del Distrito de la Alta Baviera. Trató al rey Luis II, con el que se ahogó (o fue ahogado por su paciente) en el lago de Starnberg el 13 de junio de 1886. Autor de muchos estudios de patología del sistema nervioso, fue también el inventor del microtomo. Dejó trece hijos, uno de los cuales, Hans, fue también psiquiatra e hizo la residencia como alumno de Kraepelin. 47. August FOREL, psiquiatra (1848-1931). De 1873 a 1879, médico interno con Bernhard von Gudden en el psiquiátrico del distrito de Múnich. Entre 1879 y 1898 fue catedrático de Psiquiatría en Zúrich y director en Burghölzli. Se retiró a su casa de campo de Chigny y después a Yvorne. Fue conocido internacionalmente por su labor investigadora.

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Viajé a Wurzburgo para despedirme de mis amigos y llegué a Múnich el 1 de agosto con una terrible migraña. No conocía la ciudad, pero la impresión que me causó cuando la recorrí para llegar a mi alojamiento fue muy buena. Gudden estaba de vacaciones y me recibió uno de sus médicos, el adjunto Bandorf48. Después se acercaron a darme la bienvenida Ganser49, Solbrig50 y Bumm51, y me pareció un equipo de profesionales muy acogedor a pesar de los pequeños roces que había entre ellos. Mayser52 completaba el grupo, que junto a Solbrig fueron los médicos que trataron al Príncipe Otto. Por desgracia, no pudo seguir trabajando tras una infección tifoidea severa y tuvo que marcharse a Zúrich. Bandorf era el eje central del grupo, un personaje distinguido que cumplía con sus obligaciones con tranquilidad y profesionalidad: recibía información sobre todo lo que acontecía, preveía lo que iba a suceder y era capaz de dar consejos sobre cualquier tema. Su actitud era siempre amable y objetiva hasta con los compañeros más jóvenes e inexpertos, y por eso lo valorábamos tanto y disfrutábamos de su compañía también fuera del trabajo. Le encantaba pasear por las zonas más antiguas y auténticas de Múnich, pero también le gustaba beber y de hecho hacía falta tener bastante aguante para seguir su ritmo, lo que proporcionó más de una anécdota curiosa. Por otro lado, su gusto por la cultura le llevó a proveer al psiquiátrico de una excelente biblioteca y gracias a ella comencé a interesarme por la geografía, el arte italiano y otras disciplinas artísticas. Bandorf fue el encargado de comunicarme que iba a ser el responsable de la sala para hombres que se encontraba al final de las otras salas. Algunos de los pacientes a mi cargo eran 48. Melchior Josef BANDORF (1845-1901). Desde 1873 fue médico interno con Gudden en el psiquiátrico del distrito en Múnich. En 1883 fue nombrado director del recién fundado psiquiátrico de Baviera del Norte, en Gabersee, y se retiró en 1901. Autor de numerosas notas biográficas de psiquiatras que se publicaron entre 1872 y 1899 en el Allgemeinen deutsche Biographie, anuario biográfico de alemanes ilustres. 49. Sigbert GANSER, psiquiatra (1853-1931). Desde 1876 fue ayudante en el Servicio de Psiquiatría del Hospital Julius de Wurzburgo y después en el psiquiátrico del distrito de Múnich con Gudden. En 1880 fue nombrado profesor en la Universidad de Múnich con su trabajo Untersuchungen über das Gehirn des Maulwurfs [Investigaciones acerca del cerebro del topo]. Desde 1884 fue médico en el psiquiátrico de Sorau (Brandenburgo) y en 1886 sucedió a Kraepelin como jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital General de Dresde-Friedrichstadt. 50. August [von] SOLBRIG hijo, psiquiatra (?-?). Médico interno con von Gudden en Múnich, trabajó después en el psiquiátrico de Kartaus (Regensburg) en 1884. Su padre era Karl August VON SOLBRIG (1809-1872), también psiquiatra, que ocupó la primera cátedra de Psiquiatría de la Universidad LudwigMaximilian de Múnich. 51. Anton BUMM, psiquiatra (1849-1903). Desde 1873 trabajó en el psiquiátrico de Werneck. Entre 1877 y 1883 fue ayudante en el psiquiátrico del distrito en Múnich, con Gudden. En 1884 fue nombrado director del psiquiátrico de Deggendorf, y desde 1888 fue profesor asociado de Psiquiatría y director de la Heil und Pflegeanstalt [Centro de curas y cuidados] de Erlangen. En 1896 fue nombrado catedrático de Psiquiatría en Múnich y director del psiquiátrico del distrito. Renunció a este cargo en 1901 pero mantuvo la cátedra y se dedicó a la planificación del nuevo edificio de la Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Múnich, aunque no llegó a verlo terminar. Kraepelin fue su sucesor. 52. Paul MAYSER, psiquiatra (?-?). Fue médico interno con von Gudden en el psiquiátrico del distrito de Múnich, después en Burghölzli (Zúrich). Médico del psiquiátrico provincial de Rittergut Alt-Scherbitz, desde 1888 dirigió el psiquiátrico Hidburghausen.

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dementes, otros se agitaban mucho y otros simplemente estaban muy sucios. Además tenía que encargarme de la enfermería, un pequeño servicio para los pacientes que necesitaban permanecer inmovilizados por alguna afección física. De mis ciento cincuenta pacientes sólo unos pocos estaban capacitados para trabajar; el resto se levantaban o se quedaban acostados en alguna de las salas, de unas treinta camas cada una, o bien pasaban el rato en las salas de recreo o simplemente por los pasillos. A veces se quedaban en los jardines interiores donde podían correr, gritar, pelearse, charlar o fumar. Era raro el día en que no recibía informes de algún altercado o de alguna ventana rota, por lo que solía tener que coser o curar alguna herida cuando pasaba visita. El castigo que imponíamos a los que se portaban mal era reducirles la cantidad de cerveza que se les permitía beber, lo que provocaba brotes de violencia e insultos contra el cuerpo médico. La cerveza era muy importante en el hospital, de hecho recuerdo que se servían unos trescientos litros al día y que algunos pacientes podían llegar a beber varios litros diarios, siempre con el consentimiento de sus familiares. La peor de mis salas era la G, en la que estaban los pacientes más agitados y dementes. Sufrían todo tipo de brotes violentos y no era recomendable pasar visita sin compañía dado que resultaba imposible atender a un paciente sin recibir de repente algún ataque peligroso. En esta sala había dos «habitaciones de observación» [Beobachtungszimmer], construidas con especial solidez, y entre ambas estaba la habitación de enfermería. Una vez tuvimos que encerrar en una de ellas a un paciente que rompió el palo de una escoba en la cabeza de otro interno y que casi mata a un enfermero que entró solo en la sala. En otra ocasión logró robarle la llave a una enfermera que estaba distraída, huyó a la ciudad e intentó tirar al río Isar a un viandante. Consiguieron detenerlo y lo devolvieron al hospital, donde nadie lo había echado en falta todavía. La primera impresión que me produjo mi trabajo fue bastante descorazonadora. Era muy difícil tratar a la multitud de pacientes dementes que tenía: algunos eran inabordables, otros obstruccionistas, otros tenían conductas repulsivas o ridículas y algunos eran abiertamente peligrosos. El tratamiento médico no era demasiado efectivo y en ocasiones se limitaba a saludarlos y a darles los cuidados físicos más básicos. Sentía muchísima impotencia ante estos tipos de locura para los que no teníamos explicación científica y pensaba que quizás me había equivocado de profesión. Igual que en Wurzburgo, las imágenes y el caos del día a día me acompañaban en mis sueños también y empezaba a dudar de si lograría acostumbrarme a la profesión. Afortunadamente empecé a hacerlo gracias a la relación que tenía con mis compañeros, a quienes les abordaban los mismos dilemas. Me animaba el hecho de sentirme parte de un grupo de investigación que tenía unos objetivos ambiciosos y también mejoré mi ánimo al ver el equipamiento del hospital, que parecía ser lo mejor que se podía ofrecer en ese momento. Los suelos eran de parquet y terrazo, teníamos calefacción central, las cocinas y las lavanderías eran maravillosas y había una piscina, aunque no se usaba. Estábamos muy orgullosos del renombre científico que tenía nuestro hospital gracias a los laboratorios de anatomía y a los establos de los animales. Estas cosas compensaban el desagradable e infructuoso trabajo diario. Cuando teníamos tiempo, aprovechábamos al máximo las posibilidades que ofrecían Múnich y sus alrededores, y de hecho solíamos ir mucho al teatro. Por desgracia, nuestras obligaciones no nos dejaban demasiado tiempo libre y apenas pude visitar el Englischer Garten [Jardín Inglés] o pasear por las praderas del río Isar, y en los cuatro años que pasé allí tan

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sólo pude ir un par de veces a Grosshesselohe y al lago Starnberg. Al menos podíamos dar un pequeño paseo todos los días antes de la visita de la tarde por la pradera que estaba frente al psiquiátrico para charlar sobre los asuntos personales o científicos del día. Pocas semanas después de empezar a trabajar en el hospital, Gudden volvió de sus vacaciones y nuestro primer encuentro me dejó impresionado. Era alto, de complexión fuerte y con una mentalidad que me recordaba más a un ingeniero que a un humanista. Era muy observador, trabajaba muchísimo y se relacionaba de una forma muy natural aunque fuera algo engreído. A pesar de la responsabilidad que llevaba sobre sus hombros, nunca adoptaba un tono de superioridad y venía a la sala de médicos para charlar con los demás cuando íbamos a fumar en el descanso. Le gustaba hablar sobre todo de temas científicos y le encantaba el arte, pero tenía conversación sobre cualquier otra cosa; no le importaba que alguien contradijera sus opiniones y siempre estaba de acuerdo con quien diera un argumento objetivo. Nos encantaban esas conversaciones tan espontáneas porque Gudden tenía un gran sentido del humor y le gustaba bromear sobre las debilidades humanas. De vez en cuando quedábamos todos los colegas para cenar y degustar algunos de los muchísimos vinos que cada uno guardaba, y la conversación solía alargarse hasta altas horas de la noche. Aunque no lo quisiera, Gudden era el centro de atención cuando acudía a alguna de estas cenas. En el trabajo era estricto, incluso algo severo, y exigía el máximo de cada uno de nosotros pero también de sí mismo. Además, quería mejorar los sueldos del personal de enfermería. Cada uno teníamos asignada una tarde de descanso y no solía concedernos más horas libres aparte; si alguien quería unos días de vacaciones, a cambio tenía que sacrificar alguna de esas tardes, lo que quizás parezca algo cruel porque las enfermeras convivían día y noche con enfermos muy problemáticos e inquietantes. Gudden era implacable con quien tratase mal a los enfermos, de hecho mi experiencia me enseñó lo desconfiado que era al respecto; no pasaba visita de forma regular sino que lo hacía sin avisar y pocas veces se le escapaba alguna negligencia que hubiéramos cometido. La filosofía de trabajo de Gudden era el no restraint, no hacer uso de las restricciones físicas. No se permitía ningún tipo de restricción sin su consentimiento expreso, aunque cada dos por tres teníamos que calzar guantes a los pacientes que se autolesionaban o ponerles unos vestidos de lona que se ajustaban con cintas de cuero y clavijas. Durante mi estancia en el hospital sólo se usó la camisa de fuerza una vez, con un paciente suicida al que tuvimos que atar a la cama y que en otra ocasión se había clavado en el pecho el cristal de una ventana que él mismo había roto. Nunca se usaron cadenas, de hecho Gudden nos contó una historia muy divertida de un médico de otro hospital que, en vez de encadenar al paciente, se había encadenado sus propias piernas. Lo que sí se solía practicar era el aislamiento, aunque por desgracia tenía consecuencias poco favorables cuando duraba meses o años. Además, teníamos varios pacientes que eran extremadamente peligrosos y había que tener muchísimo cuidado cuando íbamos a visitarlos. Teníamos dos horas de formación clínica, una o dos tardes a la semana, en el auditorio, y solían acudir bastantes estudiantes del distrito. Gudden tenía una habilidad especial para sacar el máximo de información de los pacientes que traía a estas sesiones; de hecho, los médicos de la sala nos sorprendíamos muchas veces con el comportamiento de nuestros propios pacientes. Gudden no pretendía sacar conclusiones generales de cada uno de los casos sino que le gustaba hacer estudios individualizados, especialmente de parálisis, que basaba en una serie

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de síntomas físicos. No solía definir otros síndromes clínicos ni pretendía establecer las sutiles diferencias del comportamiento mental. Si surgía alguna pregunta al respecto, solía responder «no lo sé» y prefería que respondieran «las cabezas sublimes». Una vez le conté los resultados de unas pruebas sobre reacciones psicológicas y me escuchó totalmente maravillado porque reconocía que aquél era un tema que le intrigaba muchísimo. A Gudden le gustaba debatir sobre problemas anatómicos durante las sesiones de formación. Durante uno de los semestres en los que fui su ayudante, tuve que enseñar a los estudiantes cómo seccionar un cerebro con un microtomo y Gudden les mostró distintos haces de fibras nerviosas que había identificado en animales. Aún así, sus explicaciones estaban muy por encima del nivel de su público y eso le desanimaba muchísimo, como aquella ocasión en que un alumno no supo reconocer siquiera la fibrosidad del cuerpo calloso. Le obsesionaba la búsqueda de hechos totalmente demostrables. No solía dejarse influir por nadie sino que aceptaba únicamente lo que se basase en observaciones irrefutables que se pudieran probar una y otra vez con distintos métodos. No le interesaban ni las teorías ni las explicaciones magistrales; creía que sólo a través de la disección anatómica se podría entender el laberinto de la psiquiatría y desconfiaba de la observación clínica, que según él podía conducir a error. Trabajaba con una energía incombustible para descubrir las funciones cerebrales, y para ello estudiaba la constitución del cerebro del conejo, sobre el que ensayaba su propia forma de degeneración secundaria. Sus intentos de conocer la mente humana siguiendo este procedimiento tan peculiar resultaban muy interesantes, pero jamás aceptó la ayuda de otro colega que buscaba también el origen de las patologías mentales, Meynert53, porque para su investigación no se basaba en la observación anatómica. El laboratorio de anatomía era el centro de nuestra actividad científica y a Gudden le gustaba estar allí el poco tiempo que le dejaba el resto de sus obligaciones. Podía pasarse las horas examinando alguna de las innumerables muestras histológicas que tenía y no perdía ocasión para enseñarnos su trabajo, así que pasábamos momentos deliciosos escuchando sus explicaciones acerca de las fibras que había visto en distintos cerebros. Se dedicaba a investigar las similitudes y diferencias que encontraba, y sólo formulaba sus conclusiones después de meditarlas cuidadosamente y buscar cualquier excepción que las pudiera descartar. Sus inves-

53. Theodor MEYNERT, psiquiatra y neuropatólogo (1833-1892). En 1865 consiguió la habilitación en Psiquiatría en la Universidad de Viena con Rokitansky, y fue subdirector del psiquiátrico de Viena. En 1866 comenzó a trabajar de disector, y en 1870 fue nombrado catedrático y director de la primera Clínica Psiquiátrica de Viena. En 1874 rechazó el traslado a Zúrich, y entre 1875 y 1892 fue director de la Segunda Clínica Psiquiátrica de Viena. Llevó a cabo trabajos fundamentales en anatomía comparada del sistema nervioso central, en mieloarquitectura y citoarquitectura, a partir de los cuales ideó una suerte de «psicología anatómica» arriesgadamente próxima a una mitología cerebral. Según decía, él estaba en la psiquiatría para investigar y no para curar. Su erudición y buen tino para diagnosticar contrastaban con la escasa habilidad clínica y las dificultades de trato con los enfermos, aspectos que, sumados a su adicción al alcohol, mermaron la repercusión de su obra. Aficionado a las bellas artes y a la literatura, en 1905 se editó póstumamente una recolección de sus poemas. Entre 1883 y 1886 Sigmund Freud estuvo ligado al Servicio y al laboratorio de Meynert, quien entonces le trató amistosamente aunque años después la distancia entre ellos se hizo abismal.

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tigaciones eran tan largas que tardó en completar alguna más de diez años, aunque también es cierto que le costaba mucho plasmarlas sobre el papel. Le gustaba ser conciso y directo cuando hablaba o escribía, pero su aversión a publicar tuvo la lamentable consecuencia de que con su muerte se perdieran muchas de sus ideas y descubrimientos. Las investigaciones de Gudden dependían totalmente de la colaboración de sus ayudantes. Por aquel entonces no existía la figura de ayudante de laboratorio y no los hubo hasta la década de 1880, así que terminó por enseñar a preparar muestras histológicas a una selección de los pacientes más capaces. Por eso había que convencer a los colegas más jóvenes de que hicieran esta tarea tan poco entretenida, aunque todos tuvimos que preparar un montón de cerebros de conejo y le ayudábamos en las operaciones que realizaba a diferentes especies animales para obtener resultados más fiables. Todos nosotros acabamos implicándonos en el proyecto, pero, como es lógico, cada uno empezó a investigar también en lo que más le interesaba. Bumm se centró en la estructura de la retina; Ganser investigó con gatos y topos, y quiso criar erizos para una investigación que fracasó probablemente porque los animales eran del mismo sexo. Mayser se dedicó al cerebro de los peces y yo me planteé el tema de los reptiles, pero apenas llegué a dar los primeros pasos en la investigación. Me centré sobre todo en preparar un trabajo para un concurso. No tenía muy claro qué se esperaba de mí, así que intenté que al menos la documentación fuera lo más completa posible, pero no pude asimilar la enorme cantidad de información de mis fuentes por culpa de mi inexperiencia. Además, escribí un informe sobre las alucinaciones para las sesiones de Wundt que acabé publicando en una revista trimestral de filosofía científica con el título «Über Trugwahrnehmungen» [«Sobre las percepciones engañosas»] y que se centraba más en aspectos psicológicos que psiquiátricos. También escribí una reseña de la segunda edición del Grundzüge der physiologischen Psychologie [Manual de Psicología fisiológica] de Wundt para la Allgemeine Zeitschrift für Psychiatrie [Revista general de psiquiatría] que me permitió conocer a fondo este trabajo. Solíamos visitar la Gesellschaft für Morphologie und Physiologie [Sociedad de Morfología Y Fisiología] y allí teníamos reuniones científicas muy interesantes en las que pude conocer a Bollinger54, Eversbusch55, Bonnett56 y Spangenberg, que eran mucho mayores que yo. 54. Otto BOLLINGER, patólogo (1843-1909). En 1871 recibió la cátedra de de Anatomía Patológica, Histología y Fisiología en la Escuela de Veterinaria de Zúrich. En 1874, nombrado catedrático en la Escuela veterinaria de Zúrich. De 1889 a 1909, catedrático de Anatomía Patológica y director del Instituto de Patología de la Universidad de Múnich. Su obra más importante fue Atlas und Grundriß der pathologischen Anatomie [Atlas y fundamentos de anatomía patológica] (Múnich, 1896/97). 55. Oskar EVERSBUSCH, oftalmólogo (1853-1912). Médico interno con August von Rothmund (18301906) en la antigua Clínica Oftalmológica de Múnich. En 1886 fue nombrado catedrático de Oftalmología en Erlangen. Desde 1900 fue catedrático en Múnich y en 1909 inauguró allí la recién construida Clínica Oftalmológica de Mathildrenstrasse. 56. Robert BONNETT, anatomista (1851-1921). Ayudante en el Instituto anatómico de Múnich. Desde 1881 fue catedrático en la Escuela Veterinaria de Múnich. En 1889 fue nombrado profesor asociado en la Universidad de Wurzburgo, y en 1891 ganó la plaza de catedrático titular en Giessen, trasladándose sucesivamente con el mismo grado acadénico a Greigswald en 1895 y a Bonn en 1907.

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Ganser y Bumm tenían buenos conocimientos de anatomía patológica y eran de gran ayuda en las autopsias que teníamos que hacer en el psiquiátrico. Solíamos quedarnos con los cerebros para analizarlos después, pero no siempre obteníamos resultados satisfactorios debido a la falta de medios y a nuestra escasa preparación. Apenas éramos capaces de diferenciar la corteza cerebral de un paralítico y de una persona sana, así que muchísimo menos podríamos reconocer la apariencia física de ningún proceso patológico. Por eso nadie se atrevía realmente a abordar ningún caso aparentemente difícil, con la excepción de algún tímido intento. Por mi parte, traté de analizar el peso de determinadas partes del cerebro siguiendo la metodología de Meynert, pero no llegué a ninguna conclusión especialmente útil. En octubre de 1879 volví a mi ciudad natal y me quedé allí hasta mayo de 1880 trabajando en mi tesis y haciendo la segunda parte del servicio militar obligatorio. Durante estos meses, Mittelstädt57 publicó un ensayo acerca del encarcelamiento que me provocó una gran contradicción interna. Tras hablar largo y tendido con mi cuñado Willert, que era juez en Woldegk, elaboré un panfleto en oposición a las tesis de Mittelstädt desde el punto de vista psiquiátrico. El título de mi escrito era «Die Abschaffung des Strafmaßes» [«La abolición del castigo»] y en él pedía la regulación y remodelación de las condenas para que se siguiera el modelo del tratamiento psiquiátrico contrario a las medidas represivas. Apenas tardé dos o tres semanas en escribirlo pero no encontré nadie que me lo quisiera publicar, así que se lo envié a Wundt para que me diera su opinión, aunque tampoco él supo decirme qué podía hacer. Después, trabajé en Altona seis meses de cirujano principiante e hice una breve visita a mi futura esposa en Dresde, puesto que trabajaba allí para la familia de Friedrich [von] Siemens58. Finalmente volví a Múnich y le presenté mi panfleto a Gudden, que lo acogió con gran interés aunque me aconsejó que no mencionase en el título que estaba trabajando en el psiquiátrico municipal. Gudden se lo enseñó al profesor von Holtzendorff59 y éste, a pesar de no compartir mis principales puntos de vista, encontró un editor en Stuttgart. A través de Ferdinand Enke60 pude publicarlo finalmente en septiembre de 1880 y tuvo una buena acogida, incluso me sirvió para ponerme en contacto con varios defensores de la escuela positivista italiana.

57. Otto MITTELSTÄDT, abogado (1834-1899). Fue fiscal en Altona, en 1877 juez en Hamburgo, y desde 1881 a 1986 formó parte del tribunal federal de Leipzig. 58. Friedrich [von] SIEMENS, empresario (1826-1904). En 1856 inventó un horno regenerativo que se usó por primera vez para el acero y después para fabricar vidrio. Su hermano era Ernst Werner von SIEMENS (1816-1892), inventor y empresario, fundador del que sería el consorcio industrial Siemens AG, dedicado a la fabricación de componentes telegráficos (líneas, cables submarinos, etc.). También inventó un generador industrial de corriente alterna. Siemens fue elegido diputado por Prusia en 1866, y en 1884 fue uno de los miembros fundadores del Instituto Físico y Técnico Imperial. Cuatro años más tarde se le concedió el título nobiliario. 59. Franz von HOLTZENDORFF, Doctor en Derecho (1829-1889). Catedrático en Berlín y Múnich. De reconocida autoridad en Derecho Penal y Constitucional, se esforzó en reformar el sistema penitenciario y las cárceles. 60. Ferdinand ENKE, editor (1810-1869). Los minoristas Palm & Enke, de Erlangen, se convirtieron en una editorial fundada por Ferdinand Enke. Su hijo Alfred ENKE (1852-1937) trasladó el negocio a Stuttgart en 1874.

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Una de estas personas envió por correo un pequeño trabajo dirigido al «Doctor Kraepelin. Revista general de Lisst [sic]» que, por supuesto, era una dirección errónea e incompleta. Aún así, sigo sin entender cómo se le ocurrió al servicio postal enviarme el paquete a Múnich desde List, en Hannover. En agosto de 1879 pude disfrutar por primera vez de tres semanas de vacaciones y me fui de viaje con mi hermano Karl. Pasamos por Salzsburgo, Berchtesgaden y Giselabahn, después fuimos al valle de Fusch y Pfänder hasta la región de Glockner y finalmente a las montañas Dolomitas. Exploramos la zona de Cortina hasta el lago Alleghe y posteriormente nos dirigimos a Agordo, en el valle de Cordevole. El camino de regreso lo hicimos por el valle de Fassa, pasamos el pico Seiser de los Alpes, atravesamos el valle de Groedner y llegamos a Múnich vía Waidbruck. Más o menos por aquella época, los editores del reciente Biologisches Zentralblatt [Boletín de Biología] me enviaron un par de artículos italianos sobre la medición de las reacciones mentales para que escribiera una reseña. Acepté el encargo e hice un gran esfuerzo para entender el idioma con ayuda de un diccionario. Por otro lado, describí detalladamente la doctrina de la medición de las reacciones mentales para esta misma publicación. Conseguí este contacto gracias al psiquiatra italiano Gabriele Buccola61, que vino a Múnich unos meses después y que, por desgracia, murió al poco tiempo por culpa de una anemia perniciosa. Era una persona muy inteligente, con un ingenio típicamente italiano y que, además, publicaba muchísimo. Nos propuso trabajar en la catatonía de Kahlbaum62, pero nosotros no conocíamos ese síndrome clínico y decidimos que sería mejor estudiar las reacciones electroacústicas en numerosos casos de alucinación, lo que finalmente resultó ser un trabajo poco fructífero debido a las dificultades lingüísticas. Después de su estancia, Lombroso63 nos envió una copia de su obra recién revisada L’uomo delinquente [El hombre delincuente]. 61. Gabriele BUCCOLA, psiquiatra italiano (?-1885). Profesor de Psiquiatría en la Universidad de Turín, apenas tenía treinta años cuando murió en 1885 durante un viaje oficial por Alemania. 62. Karl Ludwig KAHLBAUM, psiquiatra (1828-1899). En 1856 trabajó en el psiquiátrico de Allenberg (Prusia Oriental). En 1863 consiguió la habilitación docente en la Universidad de Königsberg con su trabajo Die Gruppierung der psychischen Krankheiten und die Einteilung der Seelenstörungen [El grupo de las enfermedades psíquicas y la clasificación de los trastornos del alma], Danzig, A. W. Kafemann, 1863. En 1867 relevó a Reimer en la dirección del psiquiátrico privado de Görlitz y creó un servicio docente de Psiquiatría Infanto-Juvenil. Otra de sus publicaciones más conocidas fue Die Katatonie, oder das Spannungsirresein [La catatonía o la locura de tensión] (Berlin, Hirshwald, 1874). Su hijo, Siegfried Kahlbaum, le sucedió como director del psiquiátrico. 63. Cesare LOMBROSO, psiquiatra italiano (1836-1909). Entre 1859 y 1865 fue cirujano militar. En 1867 fue nombrado profesor asociado de Tratamiento Clínico de las Enfermedades Mentales en la Universidad de Pavía. En 1871 fue nombrado director del psiquiátrico de Pesaro. En 1876 ganó la cátedra de Medicina Legal en la Universidad de Turín y desde 1905 fue catedrático de Antropología Criminal. Su obra más destacable es L’uomo delinquente, traducido como El criminal desde una perspectiva antropológica, médica y legal, que se publicó en Italia en 1876. En 1899 apareció El crimen, causas y remedios, publicado posteriormente como tomo II de L’uomo delincuente. Kraepelin manejó la edición alemana: Der Verbrecher in anthropologischer, ärtzlicher und juristischer Beziehung, Hamburgo, Editorial J.F.Rich, 1887 y 1890 (vols. I y II).

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Otro invitado que tuvimos en nuestro servicio fue un internista llamado Kast64 que quería ponerse al día en psiquiatría y que era hijo de un colega que Gudden tuvo cuando trabajó en Illenau. Era un tipo muy agradable y divertido, con un talento insuperable para imitar los gestos y la forma de hablar de la gente. En líneas generales le gustaban más la ciudad de Múnich y los placeres que ofrecía que la psiquiatría en sí, y aunque Gudden intentó que se interesase por la disección de cerebros, no tuvo demasiado éxito: Kast se ausentaba demasiado y era imposible mantener frescos los cortes cerebrales tanto tiempo. A pesar de todas mis obligaciones, acepté la invitación de dos señoras que conocí en Hamburgo y fui a ver la famosa representación de la Pasión de Cristo en Oberammergau en el verano de 1880. La representación me impresionó mucho a pesar de que detesto la violencia y de que hubo algunos fallos en la interpretación. Ese mismo año pude ver algunas de las representaciones en las que actuaban los mejores actores de los estados germanos y disfruté especialmente de Kabale und Liebe [Intriga y amor], la mejor producción que he visto jamás. En la primavera de 1881 hice con mi hermano un viaje de cuatro semanas por Italia que habíamos preparado con gran ilusión y que emprendimos tras una pequeña fiesta de despedida con Gudden. Salimos el 4 de abril dejando atrás una tormenta de aguanieve al cruzar las montañas y, cuando llegamos a Bolzano, nos esperaban las mariposas y un soleado día primaveral. Fuimos desde Verona a Florencia, donde pasamos tres días inolvidables, y después a Roma, Nápoles, Capri y Paestum. Mi hermano se quedó en Nápoles para hacer unas investigaciones y yo aproveché para recoger algunos cerebros de reptiles del Departamento de Zoología. Me impresionaron muchísimo el arte italiano y el paisaje, y decidí que visitaría este país siempre que pudiera. En el verano de 1881 vino a Múnich el profesor Flechsig65, el director de la futura Clínica Psiquiátrica de Leipzig. Había ejercido de disector y ahora quería profundizar en psiquiatría con la ayuda de Gudden para prepararse para sus futuras tareas en Leipzig. Estuvo presente

64. Alfred KAST, especialista en Medicina Interna (1856-1903). En 1880 fue médico interno con Erb, primero en Heidelberg y después en Leipzig. Desde 1881 fue médico interno con Baeumer en la Clínica Médica de Friburgo (Breisgau). A partir de 1888 dirigió el hospital Eppendorf de Hamburgo, y en 1892 fue trasladado a Breslau como catedrático de Medicina Interna y director de la Clínica Médica. Su padre, Hermann Kast (1827-1881) fue médico en el psiquiátrico de Illenau desde 1853 hasta 1863 y después médico de distrito en Friburgo. 65. Paul FLECHSIG, neuroanatomista y psiquiatra (1847-1929). Ayudante en el Instituto de Fisiología de Leipzig, en 1874 consiguió la habilitación docente en Fisiología y Anatomía Microscópica [Histología]. En 1878 fue nombrado profesor asociado de Psiquiatría en la Universidad de Leipzig y posteriormente catedrático en la misma. La Clínica Psiquiátrica y Neurológica de Leipzig se construyó siguiendo los planes de Flechsig y se inauguró el 2 de mayo de 1882. Se retiró en 1920 y publicó trabajos importantes sobre neuroanatomía y localizaciones cerebrales, entre los que destaca Gehirn und Seele [Cerebro y alma] (Leipzig, Veit, 1896), una monografía que intenta desentrañar la implicación del cerebro en las manifestaciones psíquicas, a la vez que una arenga dirigida a sus colegas para animarlos al conocimiento certero del órgano del alma (Seelenorgan). Flechsig es sobre todo conocido por ser el primer psiquiatra de Paul Schreber, ingresado en dos ocasiones en la Clínica Psiquiátrica y Neurológica de Leipzig, una «mazmorra con celdas, barrotes, camisas de fuerza», donde los pacientes estaban atemorizados, en palabras de Oswald BUMKE, sucesor de Flechsig en la Clínica entre 1921 y 1924.

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en varias sesiones de formación clínica y hablaba con Gudden en el laboratorio, pero por lo demás no le veíamos demasiado. Poco tiempo después de marcharse, Gudden nos contó muy enfadado que le había enseñado unas muestras que demostraban la relación entre el tracto corticospinal y algunas áreas de la corteza cerebral, y que Flechsig había publicado después estos descubrimientos como si fueran propios. Mientras tanto, terminé varios artículos que tenía pendientes y empecé a plantearme mi vida académica. Me di cuenta de que no podría avanzar en Múnich porque Ganser acababa de conseguir la habilitación allí y Gudden no iba a permitir que hubiese otra persona con ese mismo rango, así que tuve que plantear mi carrera de otra manera. Por supuesto, mis aspiraciones eran ir a Leipzig y estudiar con Wundt los trastornos psicológicos, la verdadera razón por la que yo había elegido en su momento esta carrera, así que me puse en contacto con él para que me aconsejase y me dijese si sería posible encontrar un trabajo cerca de él. Wundt me dijo que muy pronto se inauguraría la clínica de Leipzig y se ofreció a indagar las posibilidades de conseguirme un puesto de ayudante allí. Otra persona ya me había dicho que Flechsig estaría encantado de contratarme, pero no terminaba de convencerme la idea porque temía que Gudden recibiese mal esa noticia por culpa de sus desavenencias con él. Sin embargo, Gudden me dio su aprobación y me aconsejó que exigiera un ascenso antes de aceptar ninguna oferta. De este modo logré la promesa de Flechsig de que conseguiría ese ascenso. Parecía que mi carrera académica estaba asegurada, así que comuniqué oficialmente mi intención de marcharme y me mudé a Leipzig en febrero de 1882 como primer médico adjunto de la clínica. De camino a Leipzig visité a Hitzig66 en Nietleben y le di recuerdos de su compañero el doctor Krüger, que me había recibido muy amablemente. La clínica no se había terminado de construir todavía y quedaban por resolver un montón de asuntos de última hora antes de poder trasladar a los pacientes, pero finalmente se hizo el 17 de abril. Pocos días después, Flechsig empezó a acusarme sin razón de ciertos asuntos y me despidió el 7 de junio sin atender a mis explicaciones, alegando que yo no sería capaz de sustituirle si se ausentase. Informé inmediatamente del problema a Lehmann67, uno de mis colegas, que presentó un informe de lo sucedido a instancias superiores. Tras una serie de incidentes muy desagradables, el 14 de junio dejé un trabajo que se suponía que me iba a enriquecer profesionalmente y del que sólo saqué en claro insultos y vejaciones. Me marché de esa clínica con la sensación de que me había librado de algo, aunque de pronto me di cuenta de que estaba en una situación bastante difícil: sin dinero ni trabajo, sin pacientes y sin ninguna posibilidad 66. Eduard HITZIG, psiquiatra (1838-1907). Se formó en Berlín, inicialmente en Neurología. En 1875 fue nombrado catedrático de Psiquiatría en Zúrich y director del Burghölzli. En 1879 pasó a ser catedrático de Psiquiatría en Halle y director del psiquiátrico de Halle-Nietleben. En 1885 renunció a la dirección del psiquiátrico. Inauguró el nuevo Hospital Psiquiátrico Universitario de Halle en 1891 y se retiró en 1903. 67. Georg LEHMANN, psiquiatra (1855-1918). Interno con Jolly en Estrasburgo y con Flechsig en Leipzig, desde 1884 fue médico interno con von Gudden en el psiquiátrico del distrito de Múnich gracias a Kraepelin. Después fue médico en el psiquiátrico sajón de Sonnenstein. Entre 1893 y 1901 fue el director del nuevo psiquiátrico de Untergölzsch, y desde 1901 hasta 1918 fue director del psiquiátrico de Dösen (cerca de Leipzig).

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de continuar mi formación médica. Además, mis planes académicos se frustraron y el despido podía dificultarme el acceso a un nuevo puesto. Dadas las circunstancias, acudí a Wundt para que me aconsejara. Se mostró preocupado y me prometió que hablaría con Erb68 para que me buscase un trabajo y así poderme quedar en Leipzig. También conté con el apoyo de Weigert69, Cohnheim70 y Thiersch, y decidí no renunciar a mis aspiraciones. Además, podría seguir colaborando con Wundt y salvar mi honor. Durante los primeros meses que pasé en Leipzig, trabajé con ahínco en el laboratorio de Wundt, aumentando así el odio de Flechsig. Wundt me permitió organizar el laboratorio psicológico de la clínica. Conseguí todo el instrumental y equipamiento necesarios para medir las reacciones mentales y comencé a hacer una serie de pruebas motivado por el interés que me despertaban estas cuestiones, pero también por una conversación que tuve con un astrónomo de Hamburgo llamado Schrader71. Mi intención era estudiar las variaciones de la rapidez de reacción inducidas por agentes externos como, por ejemplo, algunas sustancias tóxicas. Para conseguir resultados visibles de verdad, comencé a hacer pruebas con éter, narcóticos, cloroformo y nitrato de amilo, que provocaban mareos. Además, utilicé alcohol, paraldehídos, cloralhidratos, morfina, té y cafeína. Cuando terminé la primera parte de estas pruebas, decidí usar los resultados como base de mi tesis. Por otro lado, aparte de los artículos que ya he mencionado, también escribí algo para el homenaje a Rinecker. La Facultad de Medicina no dudaba de mi capacidad científica, pero alguien había presentado unas acusaciones en mi contra que tenían que rebatirse para conseguir la habilitación. Me encontraba totalmente perplejo ante esta situación porque no tenía ni idea de quién podía haberme acusado y el decano de la facultad, Carl Thiersch, no podía facilitarme esa información a pesar de la afinidad que sentía hacia mí, así que me aconsejó acudir al Ministerio de Cultura. Sin embargo, el Ministro me respondió con evasivas alegando que tampoco podía darme información detallada porque yo ya no trabajaba para el Estado. Viajé a Dresde, donde me

68. Wilhelm ERB, especialista en Medicina Interna y Neurológica (1840-1921). Fue médico interno con Buhl en el Instituto de Patología de Múnich, y de Friedreich en la Clínica Médica de Heidelberg. Desde 1880 fue catedrático en Leipzig y director de la Clínica de Neurología Ambulatoria, y entre 1883 y 1907 fue catedrático de Medicina Interna en Heidelberg. Su trabajo se centró en las enfermedades del sistema nervioso periférico y en la distrofia muscular («distrofia de Erb»). 69. Carl WEIGERT, anatomista y patólogo (1845-1904). Médico interno en Breslau, en 1878 se trasladó a Leipzig. Desde 1884 hasta su muerte fue director del Instituto Senckenberg en Frankfurt (Main). Promovió la investigación morfológica en neurología. 70. Julius COHNHEIM, patólogo (1839-1884). Médico interno con Virchow. En 1868 recibió la cátedra de Anatomía Patológica y Patología General en Kiel. En 1872 pasó a Breslau, y desde 1878 hasta su muerte fue catedrático en Leipzig. Su obra más importante fue Lehrbuch der allgemeinen Pathologie [Tratado de Patología General] (1882). 71. Carl Wilhelm SCHRADER, geógrafo, astrónomo y explorador del Ártico (1852-?). Desde 1876 trabajó en el Observatorio de O'Gyalla (Hungría) y desde 1878 en el de Hamburgo. Entre 1882 y 83 dirigió la expedición alemana al Sur de Geogia, de 1886 a 1888 fue director de la expedición científica a la Nueva Guinea alemana y desde 1889 ejerció de Inspector Nacional de Barcos y Navegantes.

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ofrecieron su apoyo Birch-Hirschfeld72 y Günther73, director de Sanidad y padre de un colega de Múnich. Gracias a su intercesión, pude hablar con un consejero experto del Ministerio de Cultura y me enteré de que Flechsig afirmaba que yo había hecho comentarios despectivos contra mi juramento oficial. Por suerte pude rebatir esa horrible acusación y demostrar la maldad de Flechsig gracias a la ayuda de mi colega Lehmann, que escribió una carta a mi favor. También pude hablar con el Ministro de Cultura, Karl von Gerber74. Todos mis esfuerzos no sólo venían respaldados por los informes tan brillantes que les había pedido a Rinecker y a Gudden, sino que además Wundt envió personalmente una carta al Ministro. Cuando por fin le pude explicar en persona los hechos y experiencias que había tenido, el propio Ministro me ofreció la posibilidad de conseguir la habilitación, así que durante las vacaciones de otoño recibí la noticia de que podría seguir trabajando sin más obstáculos. Para ello tuve que hacer una exposición en la Universidad sobre parálisis progresiva y superar una prueba oral con Erb en el que expliqué la convicción que tenía en ese momento de que la hebefrenia no era una enfermedad específica sino una forma desfavorable de manía o de melancolía causada por circunstancias particulares de la pubertad. Por fin había conseguido la habilitación, pero mi situación no era del todo satisfactoria. El laboratorio de Wundt estaba dando sus primeros pasos y no había puestos libres para ningún ayudante, así que contacté con Erb y me dejó trabajar en su clínica de psiquiatría ambulatoria con su ayudante, el doctor Günther75. Allí aprendí muchas cosas que no había podido ver en el psiquiátrico. Tuve la oportunidad de conocer también al Dr. Paul Julius Möbius76, un joven

72. Felix Victor BIRCH-HIRSCHFELD, patólogo (1842-1899). Desde 1870 fue disector del hospital municipal de Dresde. En 1885 fue nombrado catedrático de Patología General y Anatomía Patológica en Leipzig. Su publicación más importante fue Lehrbuch der allgemeinen und speziellen pathologischen Anatomie [Tratado de Anatomía Patológica General y Especial], de 1877. 73. Rudolf Biedermann GÜNTHER, médico y político (1828-1905). Desde 1852 fue médico forense en el tribunal del Länder y a partir de 1857 trabajó como médico del distrito en Eibenstock (Sajonia). Desde 1878 fue médico en el Hospital Carola-Haus de Dresde. En 1886 fue nombrado miembro del Ministerio Imperial de Sanidad, y a partir de 1899 fue presidente del Consejo de Medicina de Sajonia. Padre de Karl Günther, mencionado más abajo. 74. Karl Friedrich Wilhelm von GERBER, abogado y político (1823-1902). Desde 1846 fue catedrático de Derecho Penal en Erlangen, Tubinga y Jena. A partir de 1863 trabajó en Leipzig, fue Ministro de Cultura de Sajonia y, en 1891, Primer Ministro. Llevó a cabo importantes reformas en la Universidad sajona. 75. Karl Rudolf Biedermann GÜNTHER, psiquiatra (?-1926). Fue ayudante de Erb en la Clínica Ambulatoria de Neurología de Leipzig. Desde 1889 fue médico del psiquiátrico de Sonnestein y jefe del Servicio de Psiquiatría de la cárcel de Waldheim. A partir de 1894 dirigió el psiquiátrico público de Zschadrass (Sajonia), en 1906 fue nombrado director del psiquiátrico de Hubertusburg y se retiró en 1920. Su padre fue R. B. Günther, Consejero de Sanidad de Sajonia, que será mencionado más adelante. 76. Paul Julius MÖBIUS [o MOEBIUS], neurólogo (1853-1907). Entre 1883 y 1886 fue médico interno de Neurología en la Clínica Ambulatoria de Leipzig (Strümpell). Desde 1886 ejerció en privado. En 1901 publicó un Tratado sobre la debilidad intelectual fisiológica de la mujer, considerando que el género femenino tenía el cerebro de menor tamaño. Aparte de sus trabajos en neurología, fue de los primeros en considerar que las manifestaciones histéricas consisten en la expresión corporal de repre-

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médico militar con quien solía salir a dar paseos. Ambos queríamos ser ayudantes en el servicio ambulatorio, pero finalmente no lo logramos ninguno de los dos porque Erb fue trasladado a Heidelberg como sucesor de Friedreich77. Con este panorama, el laboratorio de Wundt se convirtió en mi refugio. Tenía dos habitaciones intercomunicadas, con unas mesas sobre las que habían colocado unos tableros para que fuesen más grandes. Aparte del cronoscopio de Hipp78 que había dejado allí Czermack79, el resto del equipamiento era de Wundt, quien había fabricado algunos de los aparatos de forma muy sencilla. Por ejemplo, los reostatos eran tablas con peines atornillados a los lados e hilos de níquel tensados entre los dientes de dichos peines. El resto del equipo científico también trataba de construir pequeños artilugios con madera, cartón, latas y alambres. A pesar de esta austeridad espartana, había un gran ambiente científico y se trabajaba con ilusión y ganas; todos estábamos al tanto del trabajo de los demás y ayudábamos en lo que podíamos. Allí trabajó gente que después fueron profesores de secundaria o matemáticos, como Trautscholdt80, Tischer81, Kollert82, Estel y Friedrich. sentaciones psíquicas, y también escribió numerosas patografías, como la de Nietzsche, Schopenhauer y Schumann. 77. Nikolaus FRIEDREICH, psiquiatra (1825-1882). Fue ayudante en el Hospital Julius de Wurzburgo. En 1853 consiguió la habilitación docente en Patología Especial y su Terapéutica [equivalente a Medicina Interna] en Wurzburgo con su tesis Beiträge zur Lehre von den Geschwülsten innerhalb der Schädelhöhle [Contribuciones a la teoría de los tumores cerebrales]. En 1857 fue profesor asociado de Anatomía Patológica sucediendo a Virchow, y entre 1858 y 1882 fue catedrático-director de la Clínica Médica de Heidelberg. Publicó obras sobre distrofias musculares y dio su nombre a una ataxia (ataxia de Friedreich). 78. Matthäus HIPP, relojero (1813-1893). En 1860 fundó su propia fábrica de relojes. Fue el creador de muchos inventos y mejoras en el campo de la medición del tiempo. Wundt y varios de sus discípulos estudiaron los tiempos de reacción; los trabajos iniciales fueron posibles gracias al invento del «cronoscopio de Hipp», que podía medir el tiempo de reacción en unidades de 1 milisegundo. 79. Johann Nepomuk CZERMACK, fisiólogo (1828-1873). Desde 1851 fue ayudante en el Instituto de Fisiología de Purkinje en Praga. En 1855 fue nombrado catedrático de Fisiología en Graz y después en Cracovia, Budapest y Jena. Desde 1870 trabajó en Leipzig. Introdujo la rinoscopia en los diagnósticos. Su hermano, Joseph CZERMACK (1825-1872) fue director de los psiquiátricos de Bruenn y Graz, y profesor asociado de Psiquiatría en la Universidad de Graz. 80. Martin TRAUTSCHOLDT, profesor (1855-?). Desde 1882 fue ayudante en la Biblioteca de la Universidad de Leipzig, y desde 1884 hasta 1920 fue profesor en la escuela Nicolai. Publicó en la obra de Wundt Philosophische Studien [Estudios filosóficos] un capítulo titulado «Experimentelle Untersuchungen über die Assoziation der Vorstellungen» [«Investigaciones experimentales acerca de la asociación de ideas»] (1882). 81. Ernst Theodor Fürchtegott TISCHER, profesor (1855-?). Entre 1877 y 1881 estudió en Leipzig, en 1882 se doctoró en Filosofía, desde 1883 fue profesor de Matemáticas y Física en la Escuela de Secundaria Nicolai en Leipzig, y en 1904 fue nombrado catedrático. Publicó en la obra de Wundt Philosophische Studien un capítulo titulado «Über die Messung von Schallstärken» [«Acerca de la medición de la intensidad del sonido»] (1882). 82. Julius August KOLLERT, profesor (1856-?). Doctor en Filosofía, desde 1897 fue profesor en las Facultades Politécnicas de Chemnitz.

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Más adelante se unieron estudiantes jóvenes que centraron su trabajo en la psicología, como Münsterberg83 o el americano Catell84, así que el único médico del lugar parecía ser yo. Los experimentos que hacíamos iban desde la ley de Weber85 sobre la percepción del tiempo hasta la medición de las reacciones mentales, y Trautscholdt se dedicaba a estudiar las asociaciones. Wundt solía trabajar algunas tardes en la habitación adyacente y venía a preguntarnos alguna cuestión, nos aconsejaba o bien echaba un vistazo a nuestros resultados. En ocasiones también participó como sujeto en los experimentos y, para nuestro asombro, sus tiempos de reacción eran bastante lentos, todo lo contrario de lo que hubiéramos esperado. Además, solíamos ir a la clase general que había a última hora de la tarde siempre que nos era posible. La relación entre profesores y alumnos era muy estrecha. Wundt tenía un gran sentido de la modestia y de la dignidad, además de una imparcialidad que combinaba con un carácter benevolente. Aunque era más reservado que enérgico, era una persona muy accesible y se preocupaba por los problemas de sus alumnos, a los que le gustaba aconsejar y ayudar siempre que podía. Tenía un aspecto sencillo y natural, parecía seguro de sí mismo e irradiaba confianza. Su conversación no era deslumbrante pero siempre nos fascinó la claridad de pensamiento y sus puntos de vista tan inteligentes. Su sentido del humor era encantador y era capaz de reírse hasta de sí mismo. Nos contó que una vez le preguntó un alumno un poco despistado que dónde era la clase del profesor Wundt y que él no supo qué responder porque no se acordaba. Su equilibrio mental era admirable y jamás se le veía enfadado; afrontaba la vida con serenidad aunque eso no impedía que se

83. Hugo MÜNSTERBERG, psicólogo (1863-1914). En 1885 se doctoró en Filosofía en Leipzig y en 1887 en Medicina en Heidelberg. En 1892 se trasladó al Laboratorio de Psicología de la Universidad de Harvard, en 1896 regresó a Friburgo, volvió en 1897 a Estados Unidos (Cambridge, Massachussets) y después trabajó como profesor de intercambio en Berlín temporalmente. Su obra más destacable fue Grundzüge der Psychologie [Fundamentos de Psicología] (Leipzig, 1900). 84. James Mckeen CATTELL (1860-1944), psicólogo norteamericano. Se formó con Wundt en Leipzig, y antes de regresar a Estados Unidos realizó un stage en Cambridge, con Francis Galton. La historia de la psicología le reserva un lugar destado, pues se le considera uno de los primeros investigadores de los test psicológicos y se valora como decisiva su contribución al desarrollo de la psicología en Estados Unidos, donde fue profesor en las Univeridades de Pensilvania, Filadelfia y Columbia. 85. Ernst Heinrich WEBER, anatomista (1795-1878). En 1821 ganó la cátedra de Anatomía y Fisiología en Leipzig. Dejó la enseñanza de la Fisiología en 1866 y de la Anatomía en 1871. Weber destacó por sus estudios sobre el sentido del tacto, analizando las sensaciones de peso, la temperatura o la presión sobre la piel. Estableció la «ley de Weber», en la que relacionaba matemáticamente la intensidad de un estímulo y la sensación producida por éste, correlaciones que se comprobaron después en otros sentidos, como la vista y el oído. Entre sus principales obras destacan De Tactus [Sobre el tacto], de 1834, y Der Taktsinn und das Gemeingefühl [El sentido del tacto y la sensibilidad general], de 1851. Los trabajos de Weber se consideran la base de la psicología experimental.

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interesase por todo lo que sucedía a su alrededor. Le gustaba estar al tanto de los pasos de sus alumnos y siempre los defendía. Nos invitó a su casa en numerosas ocasiones y pasábamos con él unas horas muy agradables; además, su delicada esposa siempre nos recibía con la hospitalidad más llana y sincera. Wundt hablaba tranquilamente sobre cualquier cosa o persona que conociéramos y siempre nos contaba anécdotas graciosas. Su imparcialidad a la hora de juzgar era notabilísima y jamás atacaba a los que opinaban de forma diferente a él. Wundt llevaba una vida muy metódica. Su salud era delicada y enseguida cogía resfriados, así que procuraba protegerse llevando ropa abrigada. Tampoco estaba bien de la vista, por lo que prefería las luces tenues, que alguien le leyera o bien escribir a máquina, habilidad que supongo que le enseñaría Cattell. No solía madrugar pero trabajaba sin parar durante la mañana y dedicaba las tardes a su trabajo en el laboratorio o a las clases en la Universidad. Le gustaba pasear por el centro todos los días aunque no hiciese buen tiempo y en ocasiones yo me unía a estas caminatas porque disfrutaba enormemente de su compañía. Comía poco y tenía problemas de digestión, pero sin embargo le gustaba fumar y de vez en cuando bebía vino o cerveza. En líneas generales, llevaba una vida solitaria pero no era huraño, sino que le gustaba reunirse con amigos más jóvenes y mantener el contacto con sus colegas, aunque no solía viajar mucho probablemente por sus problemas de salud. Por otro lado, solía irse de vacaciones al mar o al monte Rigi, pero incluso en estos pequeños viajes procuraba mantener su ritmo de trabajo. Su capacidad para el trabajo se reflejó en el amplio espectro que cubrieron sus investigaciones. Cualquiera que escuchase sus clases quedaría sorprendido al saber que este hombre tan pequeño y delgado que se subía en la tribuna tan tímidamente, mirando al suelo, fuera ese profesor tan famoso cuyo trabajo no era comparable al de nadie más. Cuando Wundt comenzaba sus clases con su claridad y serenidad tan típicas, encadenando una frase tras otra con los gestos más precisos, todo el mundo caía embelesado ante este intelectual que era capaz de abarcar cualquier área de conocimiento y que pretendía investigar al ser humano en general. Sus lecciones siempre fueron muy populares en la Universidad y fueron muy pocos los estudiantes de Leipzig que en los últimos treinta años no intentaron conseguir un permiso para asistir a una de sus abarrotadísimas clases. Nuestro pequeño grupo se unió al profesor con gran devoción y estábamos orgullosos de acompañarle en el nacimiento de la nueva psicología experimental. Por eso, tras el fracaso momentáneo de mi carrera psiquiátrica, mis deseos se centraron en trabajar con Wundt todo el tiempo que fuera posible y poder seguir sus pasos. Sin embargo, esto no era tarea fácil porque no podía mantenerme ni conseguir un trabajo a pesar de mi habilitación. Tenía la esperanza de que me dieran el puesto que me habían prometido en el laboratorio de Wundt, pero al menos recibía un estipendio anual que conseguí gracias a él aunque no lo quisiera admitir jamás. Aún contaba con algunos ahorros y con la ayuda de mi familia, así que pude proseguir con mi carrera académica. Mis intentos de conseguir dar un seminario de psiquiatría fueron fallidos por la falta de estudiantes, aunque aparecieron unos cuantos señores en mi clase de psicología criminal, que basé en mi trabajo sobre las teorías del código penal y las condenas. Hice un análisis

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detallado de la estadística moral de Öttingen86, de los estudios de Avé-Lallement87 acerca los delincuentes alemanes y también de la obra de los positivistas italianos, en especial de L’uomo delinquente [El hombre delincuente] de Lombroso. Con estos y otros ingredientes pude redactar mi propia teoría, que tenía una primera parte acerca de causas generales y personales del crimen, una segunda sobre la manifestación del crimen y del criminal, y una parte final que versaba acerca de la prevención y el tratamiento que había que dar a este grupo social. Tuve la suerte de exponer estas teorías en el invierno de 1882 a 1883 y en el verano de 1884 a diversos grupos entre los que se encontraban muchos amigos personales. A petición de Wundt preparé otra clase sobre anatomía del cerebro para personas ajenas a la medicina y acudieron varios miembros de su grupo que querían complementar sus estudios de psicología. Por lo demás mi situación era tranquila. En un encuentro de supervisión en Delitzsch me encontré a Weigert, que fue muy amable conmigo y me presentó en los almuerzos que daba la esposa del doctor Thieme, más conocidos como «La manzana amarga». También frecuentaban este círculo Kast y Neisser88, quien acababa de ser destinado a Breslau. En estas y otras ocasiones similares pude conocer y mantener contacto con compañeros más

86. Alexander von ÖTTINGEN, teólogo luterano y estadístico (1827-1905). Nacido en Dorpat, de noble familia germana con tendencia a copar puestos académicos en su ciudad natal, dos de sus hermanos fueron catedráticos: Georg de Medicina en Dorpat, Arthur de Física en Dorpat y Leipzig. Alexander fue Profesor de Dogmática y, como teólogo, un típico representante de la tradición luterana más ultraconservadora. Al no tener mucho eco sus trabajos teológicos se interesó por la estadística. Acuñó el término «estadística moral» como crítica a la estadística que pretendía deducir un determinismo social a partir de cierta regularidad en los actos humanos. También fue el primero en utilizar el concepto de «ética social» –entendida a su peculiar manera– en 1867, en el subtítulo de su libro Die Moralstatistik und die christliche Sittenlehre. Versuch einer Sozialethik auf empirischer Grundlage [Estadística moral y ética cristiana. Ensayo de una ética social sobre base empírica]. 87. Friedrich Christian Benedikt AVÉ-LALLEMENT, autoridad en derecho penal (1809-1892). Desde 1835 ejerció de abogado en Lubeck. En 1851 fue asesor de la policía local. Se retiró en 1868. Su libro más importante es Das deutsche Gaunertum in seiner sozial-politischen, literarischen und linguistischen Ausbildung zu seinem heutigen Bestände (El hampa alemana, 4 volúmenes, Leipzig, 1858-1862). Escribió también novelas de detectives. 88. Albert NEISSER, dermatólogo (1855-1916). Fue médico interno con Simon en la recién fundada Clínica de Dermatología de Breslau. En 1882 fue sucesor de Simon como catedrático. Descubrió dos tipos de bacterias (neisseria gonorrhoeae y neisseria meningitidis) y desarrolló métodos modernos de tinción. Su obra más destacable fue Die Geschlechtskrankheiten und ihre Bekämpfung [Las enfermedades venéreas y la lucha contra ellas] (Berlín, 1916). Podría también tratarse de Clemens Neisser, el psiquiatra silesio que también ejerció en Breslau, a quien Kraepelin evoca en su Lehrbuch sobre todo cuando describe la paranoia y comenta la krankhafte Eigenbeziehung («auotorreferencia mórbida»). La costumbre alemana de consignar únicamente los apellidos dificulta en ocasiones como ésta la precisión de las referencias.

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jóvenes como Stadelmann, Lenhartz89, Vierordt90, Huber, Edinger91, Strümpell92, Gaule93, Lesser94, Sänger95 y demás. Weiger, un magnífico contador de historias con el corazón más grande que se pueda imaginar, tuvo que dejar su trabajo e ir a Frankfurt tras la muerte de Cohnheim. Nosotros dos, junto a Strümpell y Scheube96 (recién llegado de Japón), formábamos el «Club Malayo» y celebrábamos reuniones en Felsche en torno a una taza de café,

89. Hermann LENHARTZ, especialista en Medicina Interna (1854-1910). Entre 1879 y 1883 fue ayudante en la Clínica Médica de Leipzig. En 1893 fue nombrado profesor asociado y director de la Clínica Médica Ambulatoria de Hamburgo, y desde 1901 fue director del Hospital General Eppendorf. 90. Probablemente: Oswald VIERORDT, especialista en Medicina Interna (1859-1906). En 1888 fue nombrado profesor asociado y director de la Clínica Ambulatoria de Leipzig. Desde 1890 hasta su muerte fue catedrático de Medicina Interna y director de la Clínica Ambulatoria y de la Clínica Pediátrica LuisenHeilanstalt de Heidelberg. Su obra más destacable fue Diagnostik der inneren Krankheiten [Diagnóstico en Medicina Interna] (Leipzig, 1888). — También podría tratarse de Hermann VIERORDT, especialista en Medicina Interna (1853-?). En 1884 fue nombrado catedrático, y en 1902 recibió en Tubinga el título de catedrático honorario de Terapia General e Historia de la Medicina. 91. Ludwig EDINGER, psiquiatra (1885-1918). Médico interno con Kussmaul en Estrasburgo y con Riegel en Giessen. En 1883 comenzó a trabajar como psiquiatra en Frankfurt (Main), trabajó en el Theatrum Anatomicum del Instituto Senckenberg, que después se convertiría el Instituto de Neurología de Frankfurt. En 1914 fue nombrado catedrático de Neurología y dirigió el Instituto de Neurología, integrado más tarde en la recién fundada Universidad de Frankfurt. Cuenta con numerosas publicaciones sobre la estructura del sistema nervioso central y su desarrollo. 92. Adolf STRÜMPELL, psiquiatra e internista (1853-1925). En 1878 consiguió la habilitación docente en Medicina Interna en la Universidad de Leipzig, en 1883 fue nombrado profesor asociado y director de la Clínica Ambulatoria de Neurología de Leipzig como sucesor de Wilhelm Erb. Desde 1886 fue catedrático de Medicina Interna en Erlangen. En 1903 fue traslado a Breslau y en 1909 a Viena como director de la tercera Clínica Médica. En 1910 se estableció en Leipzig. Su obra más destacable fue Lehrbuch der speziellen Pathologie und Therapie der inneren Krankheiten [Tratado de patología especial y terapia en Medicina Interna] (Leipzig, 1883). 93. Justus GAULE, fisiólogo (1849-?). Entre 1877 y 1878 fue ayudante en el Instituto de Fisiología de Estrasburgo, y desde 1878 hasta 1885 en Leipzig. Desde 1886 a 1916 fue catedrático director del Instituto de Fisiología de la Universidad de Zúrich. 94. Edmund LESSER, dermatólogo (1852-1918). En 1882 fue nombrado profesor de Dermatología en Leipzig y también abrió una clínica ambulatoria privada. En 1892 fue trasladado a Berna como profesor asociado y director de la Clínica Dermatológica, y en 1896 fue nombrado catedrático en Berlín como sucesor de Lewin. Su obra principal fue Lehrbuch der Haut- und Geschelechtskrankheiten [Tratado de enfermedades cutáneas y venéreas] (Leipzig, 1885). 95. Max SÄNGER, ginecólogo obstetra (1853-1903). Médico interno con Credé en la Clínica de Ginecología y Obstetricia de Leipzig, en 1899 recibió la cátedra de obstetricia y ginecología en Praga. Su obra más destacable fue Enzyclopädie der Geburstshilfe und Gynäkologie [Enciclopedia de Obstetricia y Ginecología] (Leipzig, 1900). 96. Heinrich Botho SCHEUBE, especialista en Medicina Interna (1853-1923). De 1877 a 1881 fue catedrático en la Escuela de Medicina y director del Hospital Gubernamental de Kioto (Japón). En 1882 viajó por los países del África tropical. Desde 1883 hasta 1885 fue profesor de Medicina Interna en la Universidad de Leipzig y a partir de 1885 trabajó como médico especialista en Greiz. Su obra más importante fue Die Krankheiten der warmen Länder [Las enfermedades de los países cálidos] (Jena, (1896).

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mientras que nuestras «noches de brujas» solían tener lugar en Bonorand, en Rosenthal. A veces acudíamos a los encuentros que mantenían los profesores de la Universidad en el café y de esta manera pude mantener contacto con Eduard Meyer. Pronto me di cuenta de que mi situación en Leipzig era algo inestable, así que acepté el encargo del editor Johann Ambrosius Abel, que conseguí a través de un amigo, y escribí un Compendio de Psiquiatría, aunque no me apetecía en absoluto. Hubiera preferido escribir sobre psicología criminal, pero lo consulté con Wundt como de costumbre y me animó a aceptarlo, así que estuve ocupado con esta tarea tan poco atractiva hasta las vacaciones de Semana Santa de 1883. Durante la redacción de este libro me di cuenta de mis carencias en Psiquiatría y me dio mucha rabia no poder llenar esos vacíos observando en persona a los pacientes en un hospital. También barajé la posibilidad de conseguir una plaza fija e incluso llegué a pensar en ser el médico de un estúpido ricachón ruso para poder vivir en una ciudad universitaria. Con el tiempo me di cuenta de lo difícil que resultaría tener una carrera académica y pensé en trabajar en un psiquiátrico privado para poder casarme. Primero pensé en el hospital de Kahlbaum, que ya me había ofrecido trabajo en un congreso en el que coincidimos, pero Wundt me avisó de que tendría que trabajar como un esclavo y borré la idea de mi mente en ese mismo instante. Mientras tanto, seguí investigando en el laboratorio de Wundt acerca de la influencia de los tóxicos en las reacciones mentales, terminé mi estudio sobre los efectos del alcohol y empecé una nueva investigación sobre la percepción de la luz siguiendo la ley de Weber. Además, preparé una investigación más amplia sobre asociaciones e hice cientos de pruebas para este propósito. Finalmente pensé en dedicarme a estudiar temas relacionados con la ética y la estética, y llegué a escribir un ensayo general acerca de los orígenes de la moral que no llegué a publicar nunca. También revisé unas conferencias que había pronunciado en la Sociedad filosófica sobre la psicología de la comedia. Me sirvió de modelo un ensayo de Lessing sobre una fábula que me había gustado mucho y traté de buscar ejemplos de recursos cómicos de todo tipo. Dado que estaba centrado en estos temas y que tenía esperanzas de conseguir trabajo en el laboratorio psicológico, decidí abandonar mis deseos de desarrollar una carrera psiquiátrica e intentar conseguir un puesto de profesor de filosofía en la Universidad. Para ello necesitaba hacer un doctorado en filosofía y aprobar el examen de química, así que me apunté a un curso de laboratorio el siguiente semestre. Por supuesto, le había contado mis intenciones a Wundt y contaba con su aprobación, pero cuando un día del verano de 1883 vio que yo llevaba puesto mi anillo de compromiso, me advirtió de que probablemente no conseguiría todo el reconocimiento que esperaba en el campo filosófico en el que me había centrado y que no podría ser profesor tan pronto, por lo que mi matrimonio se tendría que posponer indefinidamente. Yo quería ser el alumno más cercano a Wundt, pero no podía ignorar tampoco los argumentos que me daba y le pedí consejo a Gudden. En el otoño de 1883 fui al encuentro científico de Friburgo y di una conferencia sobre la medición de las reacciones mentales. Visité a Gudden a la vuelta y hablamos del dilema que se me presentaba. Él estaba convencido de que debía volver a dedicarme a la psiquiatría y me ofreció un trabajo en el psiquiátrico local. Gracias a su ayuda y a la colaboración de

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Ganser resolvimos todo para que yo mantuviera mi habilitación con la condición de que no diera ninguna asignatura que fuera de Ganser y que me centrara en la psicología criminal y experimental. Por tanto, ese mismo año volví a mi antiguo trabajo, ejercí de profesor durante el decanato de Pettenkofer97 y di una conferencia sobre psiquiatría desde la perspectiva de la psicología, que tenía preparada para un congreso de Berlín y que no pude pronunciar en su momento porque Westphal98 prefirió que un japonés de su hospital enseñase unas muestras histológicas de médula espinal. Las cosas habían cambiado mucho en el psiquiátrico del distrito y Ganser era el único que quedaba de mis antiguos compañeros. Nos llevábamos muy bien aunque le molestaba tener que seguir subordinado a alguien y que yo no tuviera demasiadas perspectivas de futuro en esta Universidad. Bandorf había sido nombrado director del nuevo psiquiátrico de Gabersee y quedé asombrado por la mejora que habían experimentado nuestros pacientes más graves tras seguir un tratamiento menos restrictivo y con ciertas ocupaciones y labores. La persona que sustituyó a Bandorf era, por otra parte, una mezcla de buena voluntad e incompetencia total. Gudden había perdido, por tanto, a uno de sus mejores colaboradores, y en vez de sustituirlo por Ganser para equilibrar la situación tuvo que hacer frente a una carga de trabajo excesiva que le hacía estar de muy mal humor. La situación empeoró más si cabe cuando su hijo tuvo un accidente en una fiesta y se quemó los brazos, lo que le supuso a Gudden uno de los disgustos más grandes de su vida. A excepción de Rehm99, el resto de compañeros jóvenes no tenían nada que ver con nosotros. Entre ellos se encontraba Oskar Panizza100, que después 97. Max PETTENKOFER, higienista (1818-1901). En 1847 fue nombrado profesor asociado de Medicina Dietética en Múnich. En 1849 formó parte del Alto Comité Médico. Nombrado catedrático de Química Médica en 1852 y en 1865 catedrático de Higiene. En 1879 inauguró el Instituto de Higiene de Múnich y entre los años 1890 y 1899 presidió la Academia de Ciencias de Baviera. 98. Carl WESTPHAL, psiquiatra (1833-1890). Desde 1858 fue médico interno con Carl Wilhelm Ideler en el Servicio de Enfermos Mentales del Charité de Berlín, que pronto dirigió Griesinger. En 1869 fue nombrado profesor asociado y director del Servicio de Psiquiatría del Charité como sucesor de Griesinger y en 1874 fue nombrado catedrático. Además de numerosos artículos neurológicos, se deben a Westphal uno de los primeros estudios objetivos sobre la homosexualidad masculina («Die conträre Sexualempfindung» [«Los sentimientos sexuales invertidos»], Archiv für Psychiatrie, 1870) y la descripción clínica de la agorafobia, publicada en 1871. También escribió sobre la morfina, de la que terminó adicto hasta su muerte, acaecida el 27 de enero de 1890 cuando su discípulo Levinstein, partidario de la cura por «supresión brusca» durante setenta y dos horas, le encerró en una habitación de aislamiento de la que no salió vivo. 99. Ludwig REHM, cirujano (1849-1930). Cirujano en Frankfurt. Con el ginecólogo Stahl abrió una clínica privada en esa misma ciudad. En 1886 se hizo cargo del Servicio de Cirugía del Hospital Municipal de Frankfurt, y desde 1914 hasta 1919 fue catedrático de Cirugía en esa universidad. 100. Oskar PANIZZA, psiquiatra y escritor (1853-1921). Ejerció como psiquiatra en Múnich en un primer momento, pero ya durante la carrera se dedicó a escribir. En sus textos atacó al estado, a la autoridad, a las iglesias y a los conceptos morales de la sociedad. Algunas de sus primeras obras fueron: Genie und Wahnsin (Genio y locura, 1891) y Aus dem Tagebuch eines Hundes (Del diario de un perro, 1892). En 1895 fue condenado a un año de cárcel por blasfemia por su obra Das Liebeskonzil [El Concilio del Amor], una sarcástica y grotesca visión de la mitología cristiana. Tras esto marchó a Zúrich y creó la editorial Zürcher Diskussionen. En 1901 fue condenado de nuevo por insultar al Rey en la obra satírica

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caería muy enfermo. La actividad científica era muy interesante y Gudden seguía teniendo su magia característica, pero se había perdido el ambiente que nos había mantenido a todos tan unidos, y eso nos hacía sentir muy mal. De hecho solíamos hablar de si seríamos capaces de seguir trabajando allí mucho más tiempo. Más o menos por esta época, los escasos estudios de anatomía patológica sobre enfermedades mentales pudieron avanzar gracias al desarrollo de nuevas técnicas para teñir los tejidos nerviosos. Dedicábamos nuestro trabajo en la sala de disección a estudiar las conexiones entre los haces de fibras y grupos celulares del cerebro, sobre todo de conejos y de otros animales, pero también de humanos siempre que era posible. La pieza que más nos llenaba de orgullo era una colección completa de muestras histológicas en tres planos del cerebro humano que Katsch había preparado con un microtomo y muchísima paciencia siguiendo las indicaciones de Gudden. Con los medios que teníamos era prácticamente imposible identificar los cambios provocados por procesos patológicos; a veces conseguíamos imágenes preciosas usando la solución de Müller101 para endurecer el tejido y teñirlo de carmín, pero no podíamos distinguir los cambios más sutiles porque el carmín teñía todo con la misma intensidad. Otras veces, las muestras eran un desastre porque no las endurecíamos bien. Las tinciones que hacíamos con osmio y oro daban unos imágenes magníficas de los tejidos medulares pero sólo en las raras ocasiones en que circunstancias no bien controladas lo permitiesen. Los procedimientos con sales de oro no eran muy fiables y apenas salía uno de cada cien; el proceso con osmio era muy caro y laborioso, y encima daba imágenes que terminaban borrándose con el tiempo. Por eso quedamos tan impresionados con las muestras de contraste medular que nos había enviado Weigert; Gudden decía que parecían «posavasos», pero en cualquier caso su método no nos servía a nosotros porque necesitábamos que en nuestras muestras se colorearan las fibras y las células a la vez. Gudden ostentaba en ese momento el cargo de decano de la Facultad de Medicina y organizó un concurso de estudios de la arquitectura de la corteza cerebral. El ganador fue Franz

Psichopatia criminalis (1898) y en el libro de poesía Parisjana (1900), escrito en París. Regresa a Múnich en 1904 y tras un fallido intento de suicidio es arrestado de nuevo en octubre por ir semidesnudo por la calle. En 1905 es internado en el hospital mental Sankt Gilgenberg. Posteriormente, quizá mantenido por su familia, residió en el sanatorio Herzoghöhe de Bayreuth desde 1906 hasta su muerte, el 28 de septiembre de 1921. En Múnich fue paciente de Kraepelin en 1904, y molesto objeto de su interés pues la evolución de Panizza contradecía el sistema binario demencia precoz-locura circular, así que lo utilizó para ilustrar la «Parafrenia Sistemática»: esta especie diagnóstica se menciona en una conferencia de 1916 (en la tercera edición de sus conferencias/lecciones), y el historial de Panizza aparece como caso de referencia (Ver: «Oskar Panizza, M.D. (1853-1921): The Patient Behind Emil Kraepelin’s Concept of Paraphrenias», American Journal of Psychiatry, 2000, 157, p. 114, Sección Images of Psychiatry; y también: MÜLLER, J. L., «Oskar Panizza: Psychiatrist, antipsychiatrist, patient. The man behind Emil Kraepelin’s case report on ‘paraphrenias’», International Journal of Psychiatry in Clinical Practice, 2000, 4 (4), pp. 335-338). 101. Líquido de Müller: fijador empleado en histología. Solución acuosa de bicromato potásico al 2% y sulfato sódico al 1%. Usado por Camillo Golgi y también por Santiago Ramón y Cajal desde 1880.

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Nissl102, a quien no conocíamos. Nos sorprendió que un estudiante hubiera descubierto un nuevo método de contraste con rojo magenta que sólo teñía las células nerviosas y las diferenciaba de forma muy clara y precisa del resto de tejido que las rodease. Nos dimos cuenta enseguida de que gracias a este método podríamos investigar los cambios en el tejido nervioso, que en principio creíamos que causaban trastornos mentales. Empecé a estudiar los problemas psicológicos experimentales por influencia de Wundt y poco a poco me di cuenta de que era el campo que más me interesaba, por lo que dejé a un lado mis investigaciones de anatomía. Además, me detectaron un escotoma en la mácula del ojo izquierdo y tuve que cuidarme más la vista. Me hice todo tipo de pruebas pero no se pudo localizar el origen de esta dolencia, aunque sabía que surgió durante mi estancia en Leipzig y supuse que los experimentos con nitrato de amilo habían sido su causa; cuando hice estos experimentos, las arterias de mi cabeza se habían dilatado, lo que probablemente provocó hemorragias. Me compré un cronoscopio de Hipp y todos los aparatos necesarios para mis estudios de las reacciones mentales y construí un reostato con hilo de níquel que me había dado Wundt. Tenía pensado hacer más experimentos con medicamentos, café y té para medir las reacciones mentales de los enfermos psiquiátricos y así conocer mejor los cambios de la mente. Mientras tanto, mi trabajo en la Universidad se resintió bastante. A mi clase de psicología criminal apenas asistían un par de estudiantes con poca fuerza de voluntad que venían muy de vez en cuando, y parecía que mi continuidad allí peligraba por momentos, así que cuando sólo aparecía un alumno fiel le invitaba a dar un paseo por el Englischer Garten [Jardín Inglés] y le contaba mis ideas por el camino. No es extraño que mi carrera académica me preocupase cada día más. Berlín adjudicaba las cátedras de psiquiatría vacantes a la nueva corriente neurológica. Lo mismo pasaba en Baden, que estaba bajo la fuerte influencia de Prusia, Alsacia y Lorena. Además, no había proyecto alguno de construir psiquiátricos en Hessen o Wuerttemberg. En Baviera, donde Gudden podía tener alguna influencia, sólo podríamos pensar en la cátedra de Erlangen, y ese puesto suponía ejercer probablemente de director del psiquiátrico del distrito también. Todo apuntaba a que no iba a tener más remedio que continuar muchos años con una carrera de profesor muy poco satisfactoria y con un trabajo muy mal pagado como médico de sala, sin la menor garantía de poder cumplir mi sueño algún día. Además, la posibilidad de trabajar como especialista en la institución de Múnich fue denegada por los magistrados del distrito porque esos puestos debían ser para los médicos con más antigüedad, y tuve que asumir que estos hombres tendrían prioridad.

102. Franz NISSL, psiquiatra e histopatólogo (1860-1919). Fue médico interno con von Gudden en el psiquiátrico del distrito de Múnich, y desde 1886 con Hubert Grashey. En 1889 comenzó a trabajar como médico en el psiquiátrico de Frankfurt (Main) en el Servicio de Emil Sioli. En 1895 fue ayudante en la Clínica Psiquiátrica de Heidelberg con Kraepelin, consiguiendo la habilitación docente en 1896. Profesor asociado en 1901, en 1904 sucedió a Kraepelin como catedrático de Psiquiatría y director de la Clínica Psiquiátrica de Heidelberg. Desde 1918 dirigió el Servicio de Histopatología del recién fundado Deutsche Forschungsanstalt für Psychiatrie [Instituto Alemán de Investigaciones Psiquiátricas] en Múnich.

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Ganser tenía el mismo problema que yo y solíamos discutirlo en la pradera que había frente al psiquiátrico. En 1884 fui al Congreso de Neurología de Baden-Baden y me enteré de que había puestos libres en Leubus tras la renuncia forzosa del director. Poco después oímos que la plaza de ayudante en Sorau ya se había cubierto, así que Ganser y yo dejamos nuestras carreras académicas y presentamos nuestras solicitudes ante el gobierno oficial de Silesia para que las enviasen a Sorau por si servía de algo. Finalmente yo acabé de médico en Leubus y Ganser en Sorau. Además, adjunté mi Compendio [de Psiquiatría] junto con mi solicitud y al parecer causó muy buena impresión en Silesia. Llegué a Leubus en julio y me resultó muy placentero asentarme allí gracias al magnífico monasterio, los maravillosos bosques de Oder, la tranquilidad rural, a mi nueva tarea de organización y a los pacientes tan agradables, entre los que había muy pocos casos crónicos. Además, la sincera y amistosa colaboración del director del psiquiátrico me ayudó muchísimo. Aunque me acordaba con amargura de mi fallida carrera académica en la Universidad, me consolaba sabiendo que podría ascender a director de psiquiátrico, y decidí que tenía que proseguir con mis investigaciones científicas. Como sólo estábamos otro médico más joven y yo, había mucho trabajo en la sala y en el «hostal-hospital» para los pacientes más ricos. Mi experiencia en Gabersee me había enseñado lo importante que era mantener ocupados a los pacientes, así que con el permiso de Alter103, el director, intenté que el mayor número posible de ellos tuviera alguna tarea que hacer. Aunque dudo de que mis esfuerzos fueran útiles para todos los pacientes, los resultados superaron cualquier expectativa. Por ejemplo, pedí a las mujeres de la sala que se encargasen de la colada y sé que años después se seguía haciendo de esta manera. La nueva dirección prohibió todo tipo de restricciones físicas y sólo una mujer tuvo que llevar un manguito durante un tiempo porque tenía sarna y queríamos evitar que se rascase continuamente. Mi actividad científica se limitaba por el momento a animar a los colegas más jóvenes a que escribieran una tesis sobre «pensamiento múltiple» porque teníamos unos pocos casos que podrían describirse. Además, teníamos el precedente de unos estudios muy amplios hechos en Múnich sobre la presencia de proteínas en la orina de los paralíticos. Por otro lado, pude hacer autopsias de vez en cuando, aunque por desgracia sufría muchísimo de migrañas y tenía que descansar un día entero cada semana. La motivación principal por la que quise marcharme de Múnich era mi deseo de formar una familia y tener un hogar propio, y por eso le mandé un telegrama a mi prometida en cuanto tuve noticias de mi nuevo trabajo en Leubus para que nos casásemos en otoño. A eso de las diez de la noche del 2 de octubre, crucé el bosque de Oder con una pequeña linterna para llegar a la estación de Malsch y coger el tren hacia Berlín, que salía poco después de las doce de la noche. Llegué a Guestrow al día siguiente por la tarde y viajé a Stavenslust, donde había quedado con mi novia y mi madre. Nos casamos al día siguiente y salimos a mediodía hacia Neustrelitz, donde dejamos a mi madre, después nos dirigimos hacia Berlín y cogimos un tren para llegar a Malsch a la mañana siguiente. Atravesamos con alegría los bosques de Oder en 103. Wilhelm ALTER padre, psiquiatra, (1843-1918). Desde 1888 fue ayudante y después médico en el psiquiátrico de Brieg (Silesia) y desde 1884 hasta 1912 dirigió el psiquiátrico de Leubus.

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medio de una niebla espesa y empezamos a vaciar los baúles que se habían ido acumulando en casa, entre los que sacamos un busto copia de la Venus de Milo. Mientras estábamos en casa colocando las cosas, alguien puso unas guirnaldas en la puerta para darnos la bienvenida porque se suponía que llegábamos en el siguiente coche. Entre los regalos de boda encontramos un grabado precioso de la Flora de Tiziano que nos había enviado Wundt y dos paisajes asiáticos de Hildebrandt de parte del «Club Malayo». Veinte años después tuve la oportunidad de pasar un tiempo en Malasia y les envié unas postales a estos amigos del club. Durante los siguientes meses proseguí mi investigación de la medición de las reacciones mentales. Mi mujer me ayudó a tomar datos a distintas horas del día para hacerme una idea de las posibles variaciones que podrían darse. Por desgracia, después me di cuenta de un pequeño error técnico que impidió la publicación de mi estudio. Aparte de esto, intenté ordenar el caos de historias clínicas que tenía intentando detallar el comportamiento de cada paciente lo máximo posible, pero no pude encontrar ningún principio rector que me ayudase a hacerlo. Mientras tanto, se habían cubierto las dos plazas libres que había en el hospital y, gracias al buen ejemplo del carácter afable y tranquilo de Alter, nos llevamos todos muy bien. Nuestro círculo resultaba algo cerrado en ocasiones, y eso no siempre era bueno, pero por lo demás teníamos una vida bastante agradable. La belleza del lugar y la estrecha relación que manteníamos con nuestros amigos compensaban la falta de dinero y otras escaseces. En invierno solíamos patinar en el estanque del bosque que había junto al hospital y en primavera disfrutábamos de la belleza indescriptible de los conciertos de los ruiseñores en las noches de luna llena. Una vez tuvimos una curiosa anécdota con un joven inspector de construcciones de Breslau. Se suponía que venía a supervisar las reformas de la casa del director, dado que había que hacer obra en el edificio; el hombre preguntó si podía echar un vistazo a las salas y me encomendaron a mí que lo acompañase, pero con el tiempo supimos que era un timador que se había metido en los círculos de poder de Breslau. En la primavera de 1885 recibí una carta de un colega que había conocido por casualidad. Me contaba que quería presentarse al puesto de médico en el psiquiátrico municipal de Dresde para sustituir a Birch-Hirschfeld, pero éste le había dicho que probablemente me dieran el puesto a mí. Yo no había tenido noticias de esto en ningún momento, así que escribí a BirchHirschfeld para pedirle más información. Me dijo que iba a dejar su trabajo de disector y director del servicio de psiquiatría porque le habían destinado a Leipzig y que querían cubrir su baja con dos personas. Podía presentarme al puesto si quería y así lo hice, a pesar de que no estuviera demasiado bien pagado y de que en ese momento yo contara con la promesa del gobierno de Silesia de ofrecerme la siguiente vacante de dirección que quedase libre. Envié mi solicitud y viajé a Dresde para conocer personalmente a las autoridades, sobre todo al alcalde y a los miembros de la comisión. Finalmente conseguí el trabajo y empecé a trabajar allí el 1 de mayo tras despedirme de nuestra vida idílica en Leubus. En un principio trabajé en el viejo y escasamente equipado Servicio de Psiquiatría. Sólo tenía cuarenta camas pero entraban muchos casos nuevos y se admitían todo tipo de patologías, así que enseguida me di cuenta de las ventajas que me iba a ofrecer este cambio a nivel profesional. Solía estudiar a fondo al menos un caso cada vez que pasaba sala con los dos ayudantes, y discutíamos los posibles diagnósticos. Además, los de Medicina Interna habían

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derivado a mi servicio algunos casos avanzados de tuberculosis y carcinomatosis. Se suponía que éramos el segundo servicio médico, mientras que el primero lo dirigía el magnífico médico y filántropo Fiedler104, quien colaboraba cordialmente conmigo y con el resto de médicos. Por aquel entonces, nombraron disector del hospital al catedrático Neelsen105, de Leipzig. Mi despacho era una habitación del antiguo palacio de Marcolini, donde Napoleón I y Metternich mantuvieron negociaciones. No me resultó especialmente fácil habituarme a esta nueva situación. El amplísimo material clínico era muy interesante pero era demasiado difícil usarlo para fines científicos porque apenas teníamos recursos. La comisión directora del hospital era muy estrecha de mente y eso dificultaba la investigación; además, los sueldos tan bajos que teníamos me dieron más de un quebradero de cabeza porque todas las reivindicaciones sociales se me hacían a mí. Allí había poca motivación y poca gente con talento que pudiera ayudarme en la práctica médica, aparte de que el personal de Dresde trataba a los nuevos con mucho recelo. Por otro lado, tenía contacto con gente muy agradable, como el doctor Piersch, su mujer o la familia Siemens. Solíamos ir a las galerías de arte de Dresde y disfrutábamos de los alrededores tan bonitos que tenía la ciudad. Además, la Gesellschaft für Natur- und Heilkunde [Sociedad de Historia Natural y Ciencia Médica] propiciaba tertulias muy interesantes sobre cuestiones científicas modernas. Neelsen organizaba prácticas para otros profesionales con asiduidad gracias a la cantidad de material que tenía a su disposición en el hospital. Con Fiedler a la cabeza, los jefes de servicio enseñábamos nuestras salas a otros colegas para presentarles los casos más interesantes y de hecho tuvimos bastante éxito de público. Finalmente se accedió a construir el nuevo servicio de psiquiatría y me pidieron que dirigiera el proyecto. Aunque mi situación económica dejaba mucho que desear, todavía podía enfrentarme al futuro con relativa confianza. Mi casa, mi trabajo y mis logros eran bastante satisfactorios por el momento y quería volver a la investigación lo antes posible. Como tenía bastante trabajo forense, me planteé escribir un manual sobre psiquiatría forense y negocié su publicación con el editor Vogel en la fiesta de Strümpell en Leipzig. Además, mi mujer me ayudó a hacer una serie de pruebas sobre la sensibilidad de contraste con la sensación de presión, además de pruebas de resistencia del sentido del tacto. En agosto de 1885, fui de vacaciones a los Alpes. Pasé por Múnich e Innsbruck, y en un lugar sin peligro alguno del Patscher Kofel casi tuve un accidente. Después me dirigí al valle de Oetz para disfrutar de la soledad de la montaña y llegué a Meran atravesando el glaciar Niederjoch. También hice una excursión a la región de Ortler. Volví por Estrasburgo y apro-

104. Alfred FIEDLER, especialista en Medicina Interna y también psiquiatra (1835-1921). Desde 1861 fue disector en el hospital municipal de Dresde y entre 1868 y 1901 dirigió el primer Servicio de Medicina Interna del hospital. 105. Friedrich NEELSEN, patólogo (1854-1894). Entre 1876 y 1885 fue ayudante en los Institutos de Patología de Leipzig y de Rostock. En esta última ciudad fue nombrado profesor asociado en 1884. Desde 1885 fue disector en el Hospital Municipal de Dresde como sucesor de Birch-Hirschfeld. Su obra más difundida fue Grundriß der pathologisch-anatomischen Technik [Fundamentos de Técnica de la Anatomía Patológica] (Stuttgart, 1892).

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veché para dar una conferencia sobre la confusión en un congreso científico, en la que intenté diferenciar los distintos tipos que presenta este trastorno desde un punto de vista psicológico y clínico. Allí fue donde vi a Gudden por última vez, y me insistió en la necesidad de hacer un estudio anatómico preciso del cerebro tras tener noticia de las operaciones cerebrales de Goltz106. Como siempre, participó en todos los actos sociales y fue el centro de atención de todas las fiestas. El 4 de noviembre nació nuestra primera hija, pero desgraciadamente murió a las pocas horas porque el cordón umbilical se había enredado y le provocó una asfixia. Los Wundt nos invitaron a pasar las Navidades con ellos, puesto que habían conocido a mi mujer el año anterior cuando hicimos una visita a Leipzig. Pasamos la Nochebuena juntos y Wundt me dio un album de los trabajos de Adolf Oberlaender107, como sugerencia para que escribiese una continuación de mi artículo sobre lo cómico, que había publicado hacía poco bajo su supervisión. Wundt también me sugirió que visitase a Fechner108, que había cumplido ya ochenta y cinco años, y quedé con él dos días después en su pequeño y austero estudio en el que sólo había una mesa amplia, dos mesitas junto a la ventana, un escritorio y una estantería. Nos sentamos frente a frente y pude observar a este hombre tan delgado y menudo, bien afeitado, con cara de intelectual y pelo largo, cano y ondulado. El reflejo de la luz en los cristales de sus gafas me deslumbraba. Se excusó por no haber leído todavía los artículos que le había enviado porque dedicaba prácticamente todo su tiempo a la psicofísica, pero me pidió que le contase de qué trataban. Le dije que consistían en un trabajo sobre la psicología de la comedia y enseguida mostró gran interés en mis explicaciones. Hizo varios comentarios muy perspicaces y criticó algunos de mis puntos de vista con argumentos muy ingeniosos, pero aún así no me hizo dudar de mis ideas. Creo que pasó un buen rato con mi visita y, cuando me marché, intentó ayudarme a ponerme el abrigo, cosa que yo evité a toda costa. Le pedí que me firmase una fotografía que había traído y un tiempo después él me envió el trabajo de psicofísica que publicó al poco de haberlo ido a ver. En los siguientes días estuve totalmente absorbido con los escritos del Dr. Mises que Wundt me había prestado. En abril de 1886 recibí una carta desde Dorpat de mi antiguo maestro Emminghaus, en la que me contaba que lo habían nombrado catedrático pero que ahora había sido destinado a Friburgo. Tal y como le había dicho a mi mujer, si me llamaban de alguna Universidad 106. Friedrich GOLTZ, fisiólogo (1834-1902). Fue ayudante y disector en la Clínica Quirúrgica de Köningsberg. En 1869 fue nombrado catedrático de Fisiología en Halle y desde 1872 en Estrasburgo. Su obra más importante fue Gesammelte Abhandlungen über die Berrichtungen des Gehirns [Antología de estudios sobre el funcionamiento del cerebro] (Bonn, 1881). 107. Adolf OBERLAENDER, pintor y dibujante (1845-1923). Dibujante de caricaturas, sobre todo para la revista Fliegende Blätter [Hoja volante]. 108. Gustav Theodor FECHNER, físico, psicólogo y filósofo (1801-1887). Entre 1834 y 1839 fue catedrático de Física y a partir de 1843 de Filosofía y Antropología en Leipzig. Creía que la naturaleza era obra de Dios, lo que lastró sus elaboraciones. Fue uno de los fundadores de la psicología experimental. La ley Weber-Fechner describe la medida física de los procesos mentales. También escribió obras satíricas. Su obra científica más interesante es Elemente der Psychophysik [Elementos de psicofísica] (Leipzig, 1860). Escribió también literatura humorística con el seudónimo “Dr. Mises”.

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sería la de Dorpat, y así fue. Emminghaus decía en su carta que el consejo de la Universidad estaba considerando mi candidatura, pero que necesitaban saber antes si estaba dispuesto a ir allí o no. No tenía muy claro si prefería ser catedrático o catedrático asociado, aunque en Dorpat tampoco había mucha diferencia entre uno y otro puesto. Tenía que tomar esta decisión lo antes posible, así que llevé a mi mujer al páramo de Dresde y estuvimos hablando del asunto largo y tendido a la sombra de un árbol. Finalmente decidimos aceptar y enviamos un telegrama a Dorpat; la posibilidad de conseguir la carrera académica que había anhelado desde siempre compensaba con creces cualquier otra cosa, incluso dejar Dresde, donde no me hubiera importado pasar el resto de mi vida. Las siguientes semanas pasaron llenas de emoción, aunque teníamos que mantener en secreto nuestras intenciones. Recibí otra carta desde Dorpat del anatomista Rauber109, profesor mío en Leipzig, en la que me contaba cómo había ido mi entrevista. El catedrático Mucke me visitó para explicarme cómo estaban las cosas en Dorpat, aunque más tarde me di cuenta de que lo que intentaba era de influirme de alguna manera. Por aquel entonces empecé a tener molestias en mi ojo sano y el oftalmólogo me aconsejó descansar un par de semanas, así que en junio mi mujer y yo fuimos a descansar a los Alpes suizos, una zona que ella no conocía. Estuvimos unos días en Nuremberg y después fuimos a Bregenz, donde llegamos al amanecer. Era tan temprano que los hoteles no habían abierto, así que hicimos el pico Gebhardts a pesar de estar agotados y por la tarde subimos el Pfaender. Hicimos también una pequeña excursión al estado de Vorarlberg, luego fuimos a Zúrich para visitar a August Forel y por último fuimos a Brunnen, donde pasamos una semana maravillosa. Era la primera vez que viajábamos juntos y pudimos ver algunas de las regiones más bonitas de la zona. Además, íbamos a comenzar una nueva vida y eso nos llenaba de ilusión y esperanzas. En Brunnen recibimos la noticia de que me habían nombrado oficialmente catedrático en Dorpat, así que envié inmediatamente mi carta de renuncia a Dresde. Mientras tanto, recorrimos la carretera de Gotthard y visitamos Goeschenen y Andermatt, y después el desfiladero de Furka. Cuando estábamos cenando allí, escuché al hombre de la mesa de al lado decir que Luis II de Baviera se había ahogado y que su médico, un tal Gugger o algo así, había muerto también110. Nuestro ánimo se vino abajo y salimos a la calle envueltos en la niebla para intentar digerir la terrible noticia. Ya no podría dar a Gudden la noticia de mi futuro trabajo ni presentarle a mi mujer cuando volviéramos a casa. Desde Furka atravesamos los puertos de Grimsel y Bruening, y pasamos un día en el municipio de Sachseln, que se asentaba junto al lago Sarner. Después volvimos a Zúrich

109. August RAUBER, anatomista (1841-1917). En 1872 trabajó de disector en Basilea, pero en el mismo año se trasladó a Leipzig. Desde 1875 trabajó en su propio laboratorio privado. En 1886 fue nombrado catedrático de Anatomía en Dorpat y se retiró en 1911. Su obra más lograda fue Lehrbuch der Anatomie des Menschen [Tratado de anatomía humana] (Erlangen, 1886). 110. El 13 de junio de 1886 aparecieron ahogados Luis II de Baviera y su psiquiatra, Bernhard von Gudden, en el lago Starnberg. Tema muy debatido entre psicopatólogos, la locura del rey Luis II y su dramática muerte junto a von Gudden, han sido tratadas con especial tino por Paul RAUCHS en Louis II de Bavière et ses psychiatres: Les garde-fous du roi (París, L'Harmattan, 2000) (N. de la T.).

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pasando por Brunnen y de allí nos dirigimos hacia Ragatz, vimos el barranco de Tamina y cruzamos la montaña de Arl para llegar a Imst. Luego visitamos Nassereit, cruzamos el pico Fernpaß hacia Garmisch y en el lago Walchen pudimos ver un cielo magnífico y una increíble tormenta junto a la montaña Herzogstand. Después llegamos a Penzberg vía Benediktbeuren y volvimos en tren a Múnich. Allí fui a visitar a la viuda de Gudden y me contó que él era consciente de lo peligrosa que era la situación, incluso llegó a decirle a su mujer que volvería vivo o muerto de su viaje al lago Starnberg. La gente todavía estaba sobrecogida por la noticia y había quien pretendía profanar la tumba de Gudden para comprobar que no se había fugado a América con una gran suma de dinero. Cuando llegamos a Dresde, tuvimos que recoger la casa con celeridad para mudarnos a Dorpat, pero no fue mucho problema porque no teníamos demasiadas cosas. Nos habían recomendado que lleváramos todo el mobiliario que pudiéramos porque se podía enviar a Rusia sin tener que pagar ningún impuesto especial, así que fue duro pasar estos últimos días en una casa que se iba quedando vacía por momentos. Finalmente hicimos una pequeña excursión a Elbe y nos alojamos en casa de uno de mis ayudantes, el doctor Hart, quien insistió en que nos quedásemos en su habitación de invitados hasta que nos fuéramos a Dorpat. Antes de irme tenía que tomar la importante decisión de elegir mi sucesor. Sin duda Ganser era mi único candidato y además me lo había recomendado Grashey111 fervientemente. Hablé con el alcalde y dio el visto bueno, pero quedaba lo más difícil: convencer a Ganser de que aceptara el cargo. Estuvo dudando hasta el último momento y pasó el plazo para enviar su solicitud, así que le envié una carta urgente que yo mismo llevé al último tren de correos y finalmente aceptó. Le dieron el puesto inmediatamente y le buscamos un ama de llaves para ayudarle con los primeros trámites de su mudanza. Antes de marcharnos, celebramos nuestra última noche en Alemania viendo una representación de Schöne Galathee [Bella Galatea] en un barco de vapor hacia Reval. El viaje fue tranquilo para alivio del capitán, que nos contó que todavía seguía sufriendo mareos a bordo. Pasamos un día en la pintoresca ciudad de Reval e hicimos una excursión al valle de Katharinen. Allí vimos por primera vez cómo sería el ambiente de nuestro nuevo hogar: los carros con sus briosos caballos, los carteles y nombres de las tiendas en un idioma extranjero, los rasgos tan rústicos de los estonios o la oficina de correos rusa donde te ordenaban bruscamente que te quitases el sombrero ante la imagen de un santo que colgaba en una pared. Tampoco nos dio muy buena impresión el ferrocarril ruso durante el largo y lento viaje que hicimos a Dorpart en el que paramos en cada una de las pequeñas estaciones que nos íbamos encontrando.

111. Hubert GRASHEY, psiquiatra (1839-1914). Desde 1864 fue médico interno con Rinecker en el servicio de Psiquiatría del hospital Julius de Wurzburgo. Entre 1867 y 1873, médico en el psiquiátrico de Werneck. Desde 1873 hasta 1884 dirigió el psiquiátrico de Deggendorf. Trasladado a Wurzburgo en 1884, dos años después fue nombrado sucesor de von Gudden como catedrático de Psiquiatría en Múnich y director del psiquiátrico del Distrito, pero dejó la cátedra en 1896 y se convirtió en responsable de Sanidad en el Ministerio del Interior de Baviera. Desde 1897 fue miembro asociado del Ministerio Imperial de Salud y desde 1901 lo fue del Ministerio federal de Salud. Se retiró en 1909.

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En la estación de Dorpart nos esperaba el profesor Dragendorff112 con un bonito carro tirado por dos caballos rubios que pertenecía a la clínica. Pasamos por delante de la catedral, atravesamos la ciudad, vimos la Universidad y finalmente llegamos al río Embach, donde estaba nuestro nuevo hogar. El hospital era de madera y estaba situado a las afueras en la orilla izquierda del Embach. Tenía unas vistas preciosas de la ciudad con la catedral asomando por encima de los árboles y del río. Los dos ayudantes, Sohrt113 y Dehio114, nos dieron la bienvenida y nos llevaron a nuestra residencia, una antigua sala que estaba en la zona Sur. La primera impresión fue bastante buena. La clínica de Dorpat era una especie de psiquiátrico privado que pertenecía a la Universidad. Para construirlo se recaudó dinero mediante colectas, y se mantenía gracias a subvenciones y a la contribución del condado de Livonia y Estonia a cambio de que se tratase a algunos pacientes a un precio más bajo. Esta clínica era el único centro psiquiátrico en la zona Norte de las provincias bálticas y los pacientes se quedaban aquí hasta que los recogían sus familiares o bien hasta que podían trasladarse a otro lugar. Años más tarde me di cuenta de que nuestra clínica era el único lugar en Rusia donde se podía residir sin pasaporte, pero la policía tampoco se percató de ello probablemente porque les parecería que esa situación era imposible. Los orígenes de la clínica habían sido tan peculiares que el edificio no estaba terminado y no contaba tampoco con un consejo de expertos. Cuando mi predecesor, Emminghaus, tomó posesión del cargo, también tuvo que asumir ciertos problemas que venían de atrás. Era el responsable de encontrar financiación para mantener la clínica y no contaba con ningún apoyo (mucho menos del Gobierno), pero a cambio tenía total libertad para hacer allí lo que quisiera. Uno tenía la impresión de que en San Petersburgo se desconocía la existencia de la clínica y eso siempre es una ventaja. La clínica no tenía ningún funcionario que se encargase de los asuntos administrativos; tan sólo recibíamos la vista semanal de un empleado de la Universidad que recogía el dinero y pagaba las facturas que le dijera el director. Cuando llegué, me encontré con muchas facturas pendientes porque sólo se habían estado pagando cuando se tenía liquidez. Cuando pregunté a nuestra amable ama de llaves por el nombre de algún proveedor para nuestra casa, me recomendó no llamar a los de la clínica porque solían subir los precios dado que no siempre se les había pagado a tiempo. Para mi sorpresa, acabé descubriendo que la clínica tenía una deuda de once mil rublos de facturas sin pagar y otra deuda parecida con proveedores individuales. Algunas facturas eran recientes pero otras llevaban allí bastante

112. Georg DRAGENDORFF, farmacólogo (1836-1898). Desde 1865 fue catedrático de Farmacia en Dorpat pero dejó el puesto por motivos políticos en 1893 y se mudó a Rostock, su ciudad natal. Su obra más importante fue Die Heilpflanzen der verschiedenen Völker und Zeiten [Plantas saludables de diferentes pueblos y épocas] (1898). 113. August SOHRT, psiquiatra (?-?). Fue ayudante en la Clínica Psiquiátrica de Dorpat y Kraepelin le dirigió su tesis titulada Über das Hyoscin [Sobre la hioscina], de 1886. 114. Heinrich DEHIO, psiquiatra (?-?). Ayudante y alumno de Kraepelin en Dorpat. Posteriormente, ayudante en los psiquiátricos de Rotenburg, Lauenburg y Bernburg, y jefe de servicio en el psiquiátrico de Leipzig (Dösen). Desde 1913 fue director del psiquiátrico de Colditz, en Sajonia, y se retiró en 1924.

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tiempo, así que los proveedores habían subido los precios pensando que pagaríamos tarde o temprano y que, de esta manera, se cubrirían los intereses. Para poner fin a esta situación, decidí buscar nuevos proveedores que cobrasen un precio justo por la calidad de los productos y les prometí pagar cada mes, mientras que por el momento ignoré las facturas antiguas. Mi siguiente tarea era saber si la clínica generaría pérdidas o ganancias en el futuro, pero como no se habían registrado nunca los gastos ni los haberes, nadie podía darme una respuesta. Por eso organicé un libro de registro con mis compañeros y tras unos meses llegamos a la feliz conclusión de que teníamos un margen de beneficio que nos permitiría ahorrar algo de dinero. Con esto y con lo que nos daba la Universidad pude pagar las deudas más grandes que habíamos acumulado y los propios proveedores rebajaron las facturas pendientes cuando les di a elegir entre pagarles en el momento o retrasarlo aún más tiempo. A pesar de todos los gastos que generaba la clínica, su situación económica mejoró considerablemente y dejé un beneficio de ocho mil rublos cuando me marché de Dorpat. En cuanto atajé las deudas, decidí mejorar el equipamiento y mobiliario de la clínica. El edificio en sí era una bomba de relojería porque estaba hecho de madera y cualquier incendio en invierno hubiera sido fatal debido a la escasez de agua. Primero compré unos extintores que colgamos de las paredes por todas partes. Una vez se nos quemó un colchón en un sótano y pudimos apagarlo rápidamente, pero después de este incidente pensé que era necesario poner una alarma que avisara a todo el edificio en caso de incendio. Pusimos timbres e interruptores eléctricos en todas las salas para que se pudiera poner en funcionamiento el sistema y se avisara a los bomberos con sólo un botón. Una vez a la semana comprobábamos que funcionaba bien, pero el electricista había hecho la instalación con poco esmero y decidí rehacerla yo mismo con mis ayudantes, Dehio115 y Michelson116. Pasamos semanas poniendo los cables y haciendo las conexiones, y colocamos en mi dormitorio la campana conectada a la alarma. La noche en que acabamos la instalación, la campana empezó a sonar y vi el resplandor de unas llamas por mi ventana, pero por suerte sólo se estaba quemando el pequeño jardín de unos vecinos. Aún así, estaba empeñado en que la clínica fuera más segura e hice algunas mejoras más. Además, triplicamos la capacidad de los depósitos de agua con un enorme barril de madera de bastantes metros cúbicos que colocamos en el patio. Teníamos que echar dentro bastante sal para que no se helase el agua que contenía. Por otro lado, llevamos un cable telefónico a la sala de máquinas para activar la bomba que sacaba agua de un pequeño manantial cercano y de este modo tener suministros suficientes en caso de incendio. Además de todo este equipamiento, compramos dos mangueras y organizamos un pequeño grupo anti-incendios de enfermeras, lideradas por el doctor Michelson, que practicaban de vez en cuando. También pusimos equi-

115. Karl DEHIO, especialista en Medicina Interna y patólogo (1851-1927). Se formó en Viena y en 1884 fue a Dorpat para hacer investigación clínica. Desde 1886 fue profesor asociado en Dorpat, y dos años después encabezó allí la cátedra de Patología Especial y Medicina Clínica. Desde 1903 dirigió la Clínica Médica y fue último rector de la Universidad Alemana de Dorpat, hasta que esta ciudad volvió a ser de dominio ruso (actualmente, Dorpat es Tartu, en Estonia). 116. Eduard MICHELSON, psiquiatra (?-?). Fue ayudante en la Clínica Psiquiátrica de Dorpat y escribió una tesis sobre la profundidad del sueño con la supervisión de Kraepelin (1891).

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pos de salvamento en varios puntos de la clínica que comprobábamos esporádicamente y nos asegurábamos de que las rejas de las ventanas pudieran abrirse sin problemas desde fuera. Por suerte, nunca tuve que poner a prueba estas medidas en una urgencia de verdad, aunque una vez uno de los pacientes tuvo que apagar un fuego que se había generado en una habitación. Si no llega a ser por su rápida reacción, podría haber tenido consecuencias a mayores. Por otro lado, cubrimos las paredes de los pasillos con linóleo, todo un lujo si tenemos en cuenta su precio. Un amigo de San Petersburgo que era marchante me ayudó a conseguir la ropa de cama y también compramos una gran cocina en Hildesheim. Además, ampliamos la cámara frigorífica que estaba en los establos y compramos equipamiento para desinfectar, que nos hacía bastante falta. Por último, instalamos una lavandería en el cuarto de secado. Si hubiera pretendido hacer todas estas reformas por la vía oficial, hubiera tenido que enviar un presupuesto aproximado a San Petersburgo que me habrían devuelto con cientos de correcciones o simplemente no habría obtenido respuesta. Además, quizás hubiese provocado que la administración se percatase de nuestra existencia, cosa que no nos beneficiaría. El experto en construcción de la Universidad me aconsejó que comprase más ladrillos, vigas y tablones y que gastase más dinero en albañilería y carpintería. El resultado fue una magnífica lavandería con su propia sala de secado. El diseño de la clínica no cumplía con su objetivo en muchos aspectos. Por ejemplo, las salas para los pacientes agitados consistían en un pasillo con compartimentos a cada lado, lo que no era muy recomendable. Yo hubiera preferido reconstruirlo todo de nuevo, hacerlo todo de piedra y que las salas estuvieran supervisadas. Aún así, no pude llevar a cabo estos planes porque teníamos muy poco dinero y tuve que conformarme con adaptar una pequeña sala cercana para estos pacientes que estuviera supervisada. Por suerte, teníamos unas buenas bañeras que usábamos bastante. Una vez, dejé tres días en una de ellas a una paciente que estaba muy agitada porque era demasiado peligroso dejarla en la habitación de aislamiento y no había forma de que se quedase en cama. Como el método tuvo éxito, las bañeras se usaron con más asiduidad y más adelante en Heidelberg desarrollamos un uso sistemático de este método. La clínica tenía otra casita en el jardín que llevaba allí bastante tiempo. Era muy valiosa para nosotros porque la usábamos como sala para que las mujeres cosieran o para que estuvieran allí los hombres si era necesario. Me resultó muy difícil trabajar con los pacientes por culpa del idioma. La mayoría de los enfermos a los que les podíamos enseñar algo sólo hablaban estonio y muy pocos hablaban ruso o letón, así que no podía comunicarme prácticamente con ninguno si no tenía un traductor a mi lado. Poco a poco aprendí a decir las preguntas más habituales, pero por desgracia los pacientes me daban respuestas que superaban mi escaso vocabulario. Mis conversaciones con ellos me llevaban demasiado tiempo y además no podía percibir ninguna variación sutil en su pronunciación, expresión o formación de frases y palabras. Solía haber un número constante de pacientes cultos que hablaban alemán, así que con ellos sí que pude comunicarme sin problemas. Llegué a intentar aprender ruso y estonio, pero finalmente lo dejé porque los resultados no compensaban el tiempo y el esfuerzo que le dedicaba a la tarea.

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Como había pocos psiquiátricos por la zona, trabajábamos bajo mucha presión porque sólo podíamos albergar a setenta u ochenta pacientes y algunos llegaban desde Lituania después de varios días de viaje. También recibíamos a pacientes cultos y adinerados gracias a la reputación que mi predecesor había dado a la clínica y nunca notamos los prejuicios que solían rodear a los centros psiquiátricos. Además, ingresábamos a pacientes militares y a colegas de la Universidad que tenían alguna dolencia nerviosa, así que las ganancias de la clínica aumentaron y pudimos hacer muchísimas mejoras para que la estancia de nuestros pacientes fuera más cómoda. La clínica había sido siempre una carga para la Universidad, pero con el tiempo fue una institución mucho más rica y rentable que otras. En líneas generales los pacientes eran buenos y dóciles, si bien es cierto que tuvimos que aislar a bastantes, sobre todo mujeres, porque no teníamos instalaciones adecuadas para tratarlos. Como las puertas eran como las de una cárcel y no podían abrirse desde dentro, tuve un percance bastante peligroso en una ocasión que me llevó a hacer ciertas remodelaciones posteriormente. Un día, antes de ir con mi mujer a la fiesta de cumpleaños del profesor Dragendorff, escuché unos gritos terribles de mi ayudante Dehio que provenían de la sala de agitados. Fui corriendo y me encontré a Dehio y a dos enfermeros encerrados en la sala de aislamiento, mientras que el nuevo y robusto paciente se paseaba por el pasillo. Cuando intenté abrir la puerta, el paciente se lanzó sobre mí y me tiró al suelo, mientras que yo apenas me podía defender porque llevaba un abrigo de piel muy pesado. Traté de hablar con los tres que estaban encerrados en la habitación, pero el paciente me cogió de la garganta y empezó a apretar, por lo que tuve que callarme para no irritarlo aún más. Por suerte, un paciente de la sala de al lado que había oído los gritos de Dehio y de los enfermeros se acercó, agarró al otro por la espalda y yo pude zafarme. Mi mujer había avisado a otro médico porque yo tardaba mucho en volver y gracias a él pudimos liberar al resto de compañeros. A veces teníamos enfermedades infecciosas graves en la clínica. Una vez tuvimos un paciente paralítico con celulitis gangrenosa en el brazo derecho. Le hice algunas incisiones y me salpicó algo de líquido en mi mano derecha. El paciente murió al día siguiente. Después de un viaje al campo, mi mano empezó a irritarse y se me hinchó ligeramente. Tuve la suerte de que el anatomopatólogo Richard Thoma117 estuviera de visita y me aconsejó que guardase reposo inmediatamente. Empecé a tener fiebre y desarrollé una úlcera gangrenosa que se me extendió después por ambos brazos y el cuello. Mi mujer, que era quien me hacía las curas, también se contagió, y yo tardé tres meses en poder usar de nuevo la mano con normalidad. Sin contar migrañas ni gripes, puedo afirmar que gocé de buena salud, aunque en una ocasión tuve que pedirle al doctor von Zöge-Manteuffel118 que me operase una glándula lacrimal que había desarrollado un adenoma.

117. Richard THOMA, patólogo (1847-1923). En 1878 fue nombrado profesor asociado de Anatomía Patológica en Heidelberg, y en 1884 catedrático en Dorpat. Desde 1894 vivió como investigador en Magdeburg y desde 1906 en Heidelberg. Su obra más destacable fue Lehrbuch der pathologischen Anatomie [Tratado de Anatomía Patológica] (Stuttgart, 1894). 118. W. von ZÖGE-MANTEUFFEL, cirujano estonio-alemán (1857-?). De 1886 a 1890 fue ayudante en la Clínica Quirúrgica de Dorpat, en 1899 fue nombrado profesor asociado.

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Las clases de psiquiatría que dábamos para la formación clínica de los estudiantes tenían lugar en la Universidad y teníamos que llevar a los pacientes hasta allí, pero debido a los inconvenientes que suponía hacer estos viajes terminaron impartiéndose en la clínica. Los estudiantes tenían que caminar media hora para llegar y admiraba profundamente su fuerza de voluntad cuando venían a las ocho de la mañana con temperaturas de quince o veinte grados bajo cero en invierno. Teníamos alrededor de cincuenta estudiantes repartidos en distintos grupos; la mayor parte de los grupos los formaban estudiantes bálticos y teníamos uno exclusivamente para los polacos porque preferían estar solos. También había un grupo de rusos y judíos polacos que tenían unos conocimientos científicos muy precarios. La formación se veía seriamente afectada por las barreras lingüísticas que ya he comentado y porque además no teníamos suficientes pacientes, pero a pesar de todo los estudiantes tenían muchas ganas de aprender. Aparte de estas clases para la formación clínica, en Dorpat también di alguna clase sobre psicología criminal, psiquiatría forense, psicología experimental y trastornos de la conciencia. Me pareció muy importante organizar charlas sobre psicología como hacía Wundt, así que les pedí a los alumnos que escribieran informes sobre problemas concretos y de este modo conseguí que algunos de ellos me ayudasen en diversas investigaciones. Los estudios estadísticos de Heerwagen119 acerca del sueño surgieron precisamente de estas charlas y se publicaron en la revista Philosophische Studien [Estudios filosóficos], fundada y dirigida por Wundt. También quise dirigir unas charlas sobre psiquiatría forense, pero en la clínica se hacían pocos peritajes y tuve que conformarme con unas notas que tenía guardadas desde hacía tiempo, lo que no resultaba demasiado atractivo para los estudiantes, naturalmente. El internista Weil120 llegó a Dorpat a la vez que yo y comenzó a trabajar con gran entusiasmo. Hubiera sido un gran médico de no haber tenido que abandonar al mes por culpa de una rápida tuberculosis. Para cubrir momentáneamente su marcha, organicé una unidad ambulatoria en la Clínica Médica. El flujo de pacientes era bastante bajo y la mayoría de los que venían eran judíos polacos con todo tipo de afecciones imposibles de diagnosticar o bien con enfermedades nerviosas orgánicas. Era muy difícil atender a los pacientes más sucios sin sentir aversión contra ellos; además, no teníamos suficientes pacientes para cubrir las dos horas de clase semanales, aunque a los estudiantes no les importaba examinar y diagnosticar a los pacientes sin tener más formación y teníamos más alumnos que en las prácticas de psiquiatría. En una ocasión diagnostiqué a una mujer muy agitada los primeros síntomas de una enfermedad infecciosa

119. Rudolf HEERWAGEN, psiquiatra (?-?). Ayudante en la Clínica Psiquiátrica de Dorpat. Kraepelin fue el tutor de su tesis Hysterischer Hypnotismus [Hipnotismo en la histeria] (1881). 120. Adolf WEIL, especialista en Medicina Interna (1848-1916). En 1886 fue nombrado catedrático y director de la Clínica Médica de Dorpat, pero en 1887 tuvo que dejar sus actividades docentes debido a una laringitis tuberculosa. Ejerció de médico en Italia algunos años durante los inviernos, y en los veranos en Badenwiler (el sanatorio alemán donde moriría Antón Chéjov en 1904). En 1893 se asentó en Wiesbaden y ejerció allí. En 1886 había descrito el primer caso de leptospirosis en humanos, por lo que durante mucho tiempo se denominó enfermedad de Weil a dicha entidad nosológica.

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y, efectivamente, desarrolló el tifus. Schultze121 asumió finalmente el puesto de internista que dejó Weil y acordamos que la unidad ambulatoria continuase funcionando. Para ello alquilé unas habitaciones, instalé el equipamiento necesario para los tratamientos eléctricos y empecé a dar cursos de electrodiagnosis y electroterapia con asiduidad. Por desgracia, me vi obligado a cerrar esta unidad ambulatoria cuando Unverricht122 ocupó el puesto de Schultze. En las discusiones que mantuvimos a este respecto, siempre defendí que el objetivo de mi clínica era cuidar de enfermos mentales y de pacientes con enfermedades del sistema nervioso, y que tenía todo el derecho como catedrático de psiquiatría de extender mi labor formativa hacia cualquier otro campo que estuviera relacionado con los trastornos mentales, tal y como había hecho hasta ese momento. Una gran parte de mi actividad en Dorpart la ocupaba la investigación científica. Tuve que reeditar mi pequeño compendio en 1887 y hubo una tercera edición en 1889. Las circunstancias de mi actividad clínica eran tan poco favorables que no pude salirme de los caminos ya marcados ni hacer ningún otro progreso significativo. Aún así, estaba muy interesado en la catatonía y traté de buscar si sus síntomas, en especial la obediencia automática a las órdenes, eran característicos de una enfermedad en concreto. Poco a poco me di cuenta de que era muy importante investigar la evolución de la enfermedad para clasificarla como trastorno mental. Aún así, no llegué a ninguna conclusión clara porque no pude hacer un seguimiento de principio a fin de un número suficiente de pacientes. Uno de los alumnos, Schönfeldt123, que fue tiroteado por un paciente tiempo después, fue al psiquiátrico de Rotenberg y le pedí que me ayudase y estudiara algunas de las historias de los distintos tipos de demencia que tenían allí. Pensé que sería posible encontrar enfermedades con una evolución similar y de este modo establecer similitudes haciendo una investigación retrospectiva de estos casos terminales. Hasta mis últimos años en Dorpat no fui capaz de diferenciar con claridad los casos que terminaban en demencia más rápido que otros y los terminé interpretando como casos de hebefrenia de Hecker. Este tema le interesaba de forma especial a mi ayudante Daraszkiewicz124,

121. Friedrich SCHULTZE, especialista en Medicina Interna y en Psiquiatría (1848-1934). Fue alumno de Friedrich y Erb en la Clínica Médica de Heidelberg. En 1880 fue nombrado profesor asociado. En 1887 fue enviado a Dorpat como director de la Clínica Médica. En 1888 recibió la cátedra de Medicina Interna en Bonn, que ocupó hasta jubilarse en 1918. Fue cofundador de la Deutsche Zeitschrift für Nervenheilkunde [Revista Alemana de Salud Mental]. Su obra más destacable fue Lehrbuch der Nervenkrankheiten [Manual de las enfermedades nerviosas] (Stuttgart, 1898). 122. Heinrich UNVERRICHT, especialista en Medicina Interna (1853-1912). Desde 1886 fue profesor asociado de Medicina Interna y director de la Clínica Ambulatoria de Jena. De 1888 a 1892 fue catedrático en Dorpat, pero dimitió de su puesto por razones políticas y tomó la dirección del Hospital de Magdeburgo-Sudenburg. 123. Leopold SCHÖNFELDT, psiquiatra, (?-1932). Fue médico interno con Kraepelin en Dorpat, después en el psiquiátrico municipal de Rotenberg en Riga y en 1915 fundó y fue nombrado director del psiquiátrico privado de Riga. 124. Ludovicus DARASZKIEWICZ, psiquiatra (?-?). Ayudante en la Clínica Psiquiátrica de Dorpat. Dirigido por Kraepelin escribió su tesis Über Hebephrenie, insbesondere deren schwere Form [Acerca de la hebefrenia, en particular las formas agudas], Dorpat, 1892. Después trabajó en Winniza (Ucrania).

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que hacía hincapié en que no había encontrado casos de deficiencias mentales hereditarias en esta clase de pacientes (como se había pensado hasta entonces), sino que se trataba de un tipo específico de demencia adquirida. Tras examinar algunos de estos casos me di cuenta de que Daraszkiewicz estaba en lo cierto. Con estas premisas, mi trabajo en psicología experimental me atraía mucho más que la clínica, que no era especialmente emocionante. Durante un par de años me dediqué a escribir reseñas de publicaciones de psicología y medicina para la Allgemeine Zeitschrift für Psychiatrie [Revista General de Psiquiatría] y también revisé algunos artículos para el Literarisches Zentralblatt [Boletín de Literatura]. Además, contaba con mi propio equipo para medir las reacciones mentales y podía hacer pruebas con pacientes afásicos, maníacos o con otros trastornos interesantes. De hecho descubrí que, sorprendentemente, los tiempos de asociación no eran más cortos sino más largos e irregulares, lo que me llevó a entender por qué la fuga de las ideas no venía dada por una presentación acelerada de imágenes mentales, sino por procesos de aparición volátiles e inestables en la conciencia. Continué haciendo experimentos sobre los efectos que tenían las drogas en la conciencia y animé a Dehio para que investigase a fondo la influencia que ejercían el té y la cafeína en la velocidad de las reacciones mentales. También traté de buscar alumnos que pudieran hacer otros estudios experimentales porque no tenía tiempo para hacer investigaciones tan amplias yo solo. La posibilidad de crear una Escuela de Psicología en Dorpat parecía algo razonable. El distinguido fisiólogo Alexander Schmidt125 nos ofreció una sala en su instituto a nuestra entera disposición y fue de gran utilidad dado que nuestra clínica estaba algo lejos y no teníamos ninguna habitación libre. El mecánico de la Universidad, Schulze, nos ayudó enormemente fabricando algunas de las máquinas que necesitábamos para la investigación. Por suerte, contamos con bastantes estudiantes muy sacrificados que dedicaron muchos meses de trabajo sólo y exclusivamente para sus tesis doctorales, y gracias a sus estudios obtuvimos descubrimientos tan importantes como por ejemplo el trabajo de Michelson sobre la profundidad del sueño, la psicología individual de Öhrn126, la sensación de tiempo de Eyner, la sensibilidad contrastada y la percepción del espacio de Higier127 o los problemas de atención de Bertels128. Las dificultades técnicas que nos encontrábamos eran muy grandes y siempre admiré la paciencia que tenían 125. Alexander SCHMIDT, fisiólogo (1831-1894). En 1866 y 1867 fue médico interno con Ludwig en Leipzig. Desde 1869 fue catedrático de Fisiología en Dorpat, y rector de la Universidad entre 1885 y 1890. Hizo hallazgos fundamentales en hematología, especialmente sobre la coagulación de la sangre. 126. Alex ÖHRN, psiquiatra (?-?). Fue médico interno en la Clínica Psiquiátrica de Dorpat y en 1889 Kraepelin dirigió su tesis titulada Individual psychologie [Psicología individual]. 127. Heinrich HIGIER, psiquiatra (¿-?). Fue médico interno en la Clínica Psiquiátrica de Dorpat y se doctoró con la tesis Psychophysische Methoden im Bereich des Raumsinnes der Netzhaut [Métodos psicofísicos para medir el campo de visión de la retina]. Después trabajó en Varsovia simultaneando el Hospital Israelí, el Hospital del Niño Jesús y la Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Varsovia. 128. Arved BERTELS, psiquiatra (¿-?). Ayudante en la Clínica Psiquiátrica de Dorpat, hizo una tesis titulada Ablenkung der Aufmerksamkeit [Trastornos de la atención] (1889) dirigida por Kraepelin. También fue disector en el hospital municipal de Riga.

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los más jóvenes para superarlas; además contábamos de vez en cuando con los consejos que tan amablemente nos daba el físico Arthur von Öttingen129. En uno de mis paseos solitarios por los alrededores de la clínica se me ocurrieron una serie de pruebas que podían ser interesantes. Berger130 había hecho un estudio sobre el número de sílabas que podían leerse en un espacio de tiempo determinado y yo quería saber si se podía medir la eficiencia mental de forma parecida. Le sugerí a Öhrn que intentase hacer estas pruebas y de hecho terminaron siendo la base de sus estudios de psicología individual. Para conseguir que se unieran más estudiantes a nuestra causa, solía invitarles al laboratorio algunas tardes y trabajaba personalmente con ellos. Las pruebas que hicimos demostraron la clara influencia de la práctica y el cansancio en el rendimiento mental, y de ahí nos surgieron nuevas cuestiones. Por ejemplo, cuando hacíamos pausas controladas en las pruebas pudimos dibujar la curva de rendimiento y los aspectos que influían directamente en ella. Finalmente logramos medir el cansancio gracias a estas pruebas y entender mejor la sobrecarga de trabajo así como las neurosis traumáticas y determinadas psicopatías. Los métodos de registro «sucesivos» fueron muy útiles para la investigación del efecto de las sustancias tóxicas en la mente. Las mismas personas que habían participado en los experimentos de Öhrn participaron ahora en las estrictas observaciones comparadas sobre los efectos del té y el alcohol. Después, se siguió el mismo procedimiento para medir los efectos de las sustancias tóxicas y logramos hacer una clasificación científica del «alcohólico», que además nos permitió poder identificar el nivel de tolerancia personal al alcohol, tan necesario para determinadas cuestiones legales, por ejemplo. Además, pudimos investigar la influencia de las tareas físicas y mentales, el sueño, la malnutrición o el cambio de actividad en el rendimiento de los sujetos. Mis últimos años en Dorpart me sirvieron para ponerme en contacto con otra rama de conocimiento: la hipnosis. En el verano de 1888 hice un viaje en el que aprendí a hacer pruebas de hipnosis con Krafft-Ebing131 y Forel, aunque durante una estancia en Hamburgo en 1880 ya 129. Arthur von ÖTTINGEN, físico (1836-1920). Desde 1867 fue catedrático de Física en la Universidad de Dorpat, en 1893 se trasladó a Leipzig. Hermano del teólogo Alexander y del médico Georg von Ottingen mencionados en otras páginas de estas Memorias. 130. Hans BERGER, psiquiatra (1873-1941). Desde 1897 fue médico interno con Binswanger en la Clínica Psiquiátrica de Jena, y en 1912 consiguió plaza en propiedad como médico de la misma. Catedrático de Psiquiatría y Neurología y director de la Clínica Psiquiátrica de Jena desde 1919 hasta 1938. Desarrolló el electroencefalograma, que se usó por primera vez en humanos en 1924. Se suicidó durante un severo episodio depresivo. 131. Richard von KRAFFT–EBING, psiquiatra (1840-1902). A partir de 1864 fue médico interno en Illenau. En 1870 ejerció como cirujano militar. En 1872 fue nombrado profesor asociado de Psiquiatría en la Universidad de Estrasburgo, y en 1873 recibió la Cátedra de Psiquiatría en Graz y empezó a dirigir el psiquiátrico de Feldhof, cerca de esa ciudad. Trasladado a Viena en 1889 como director de la Primera Clínica Psiquiátrica, desde 1892 empezó a dirigir la Segunda Clínica Psiquiátrica de Viena como sucesor de Meynert. En 1902 se retiró y se trasladó a Graz. Sus obras más importantes son Lehrbuch der Psychiatrie auf klinischer Grundlage [Tratado de psiquiatría desde una perspectiva clínica] (Erlangen, 1869), y Lehrbuch der gerichtlichen Psychopatologie [Tratado de psicopatología forense] (Stuttgart, 1875) y la famosa Psychopathia sexualis. Eine klinisch-forensische Studie (Stuttgart, Ferdinand Enke, 1886), que tuvo numerosas reediciones.

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había hipnotizado pollos, lagartos y langostas siguiendo el método de Preyer132. Mis primeros intentos de utilizar la hipnosis fueron en vano porque no sabía muy bien cómo aplicarla, pero poco a poco aprendí a subsanar mis errores y pude curar a un joven que había tenido difteria y sufría muchos vómitos como secuela. El chico había seguido distintos tratamientos durante meses pero logré curarlo en una sola sesión, así que me gané inmediatamente la fama de «médico milagroso». Por consiguiente, empezaron a acudir a mí todo tipo de pacientes y mi carga de trabajo era inabarcable. Además, seguí cosechando éxitos como el caso de «neurosis expectante» que después describiría como una expectación ansiosa con fijación mental en trastornos físicos previos. También probé la hipnosis con psicópatas, histéricos y neuróticos obsesivos, y de este modo logré conocer los límites de esta técnica tan prometedora. Algunos colegas me pidieron que les diera un curso sobre tratamiento hipnótico, pero posteriormente decidí usar menos esta técnica porque me llevaba demasiado tiempo. La vida científica en Dorpat era muy estimulante y siempre había catedráticos jóvenes que trabajaban con gran entusiasmo. Por supuesto, el aislamiento de Dorpat no nos favorecía nada: apenas teníamos contacto con las Universidades rusas, sólo íbamos a Alemania una vez cada varios años y encima no solíamos tener visitas. Estábamos dejados a nuestra suerte y las novedades que nos llegaban de nuestra tierra natal o del extranjero tenían que durarnos hasta Navidad. Después de esas fechas, el ánimo científico se resentía por el invierno tan largo y atroz que sufríamos, y sólo nos animábamos pensando en las anheladas vacaciones. Durante el invierno, algunos colegas daban conferencias en el salón de actos para una gran cantidad de gente y yo personalmente pronuncié una sobre la comicidad y otra sobre la hipnosis. También había una asociación de médicos bastante numerosa y en uno de sus encuentros Alexander Schmidt habló sobre sus interesantísimas investigaciones sobre la sangre. En otra ocasión yo hablé sobre las pruebas de asociación que le había hecho a mi mujer, con las que pretendía hacer un seguimiento detallado de la fijación de las asociaciones imaginativas con la práctica. Además, en el salón de actos solían organizarse conciertos de gran calidad porque muchos de los artistas que iban a actuar a San Petersburgo pasaban por Dorpat primero. Por su parte, las representaciones teatrales eran escasas y no muy buenas. No había otros placeres que mencionar. Los paseos no resultaban demasiado atractivos porque los alrededores eran muy monótonos, y era muy complicado andar por allí porque los caminos estaban embarrados o porque estaban cubiertos de nieve. En cualquier caso, tampoco había ningún sitio interesante al que ir. La única alternativa era dar una vuelta en trineo de caballos, pero con el tiempo también terminaba siendo aburrido. Durante el invierno las carreteras se cubrían de hielo y si querías usarlas tenías que estar muy seguro de que tus arti-

132. Wilhelm Thierry PREYER, fisiólogo (1841-1897). Inglés de nacimiento, estudió en Bonn, Berlín, Viena, Heidelberg y París. Alumno de Claude Bernard, se doctoró en La Sorbona, consiguiendo en 1865 la habilitación docente en Zoofísica y Zooquímica en la Universidad de Bonn. En 1867 fue nombrado catedrático de Fisiología en Jena. En 1888 renunció al puesto y se trasladó a Berlín como simple profesor porque le atraía más el clima intelectual de esa ciudad, y finalmente a Wiesbaden. Publicó trabajos sobre estesiofisiología y psicología, como el extenso Die Seele des Kindes [El alma de los niños] (Leipzig, 1882; 2 vols., 670 págs.).

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culaciones lo iban a poder aguantar. Durante mis últimos años allí, solía quedar los domingos por la tarde con algunos colegas para enseñarles tareas manuales como el trabajo del metal que tanto me gustaba. Por desgracia tuve que abandonar esta afición un tiempo después. En esta última etapa también intenté aprender a montar a caballo porque mi colega Dietzel133 me insistió en ello. La primera vez que fuimos a la escuela de equitación, Dietzel se cayó y se dislocó un hombro, así que mis clases se tuvieron que suspender. Después lo destinaron a otra clínica y ya no tuve fuerza de voluntad para aprender a montar solo. Como la Universidad estaba tan cerca, todo el personal tenía un contacto muy estrecho, solíamos quedar y llevábamos una vida social más o menos activa. Además, el trato era muy relajado y no había diferencias con los miembros que llevaban más tiempo allí, por lo que reinaba una atmósfera de igualdad incondicional que favorecían las relaciones sociales. Siempre colaborábamos de buen grado y con cordialidad con los recién llegados, y el hecho de vivir en un puesto fronterizo favorecía el sentimiento de solidaridad entre nosotros. Como la Universidad era bastante autónoma para las cuestiones administrativas, era necesario que los profesores colaborasen entre ellos; nos consultábamos las cuestiones habituales de cualquier facultad, pero además éramos miembros del consejo que dirigía el rector, a quien elegíamos cada cinco años y que tenía muchas más responsabilidades que cualquier otro rector en Alemania. Cuando me destinaron a Dorpat, Alexander Schmidt era el rector de la Universidad en ese momento y había sido elegido por su capacidad de previsión y por ser una persona firme en la que se podía confiar. Sin embargo, el consejo eligió más tarde a Maykow, que había sido propuesto por el gobierno ruso. El contacto social era bastante natural: invitabas a alguien a casa, normalmente a una comida sencilla con cerveza o vino ruso barato. En verano, un grupo de amigos y sus esposas venían a nuestra casa de la clínica los domingos por la tarde y nos sentábamos en el balcón o en el jardín para charlar y disfrutar de las vistas que teníamos de la ciudad y del río Embach, con la catedral asomando por encima de las copas de los árboles. Los lunes por la noche me gustaba quedar con los compañeros en un hotel de la ciudad y estos encuentros tuvieron posteriormente una gran trascendencia política. Como es natural, me uní al grupo de alemanes que vivían en Dorpat cuando llegué. Eran muy amigos entre sí y ya había oído hablar de ellos al estadístico Mucke cuando me visitó en Dresde y al decano de la Facultad de Medicina, Rählmann134. Este grupo estaba estrechamente unido a algunos bálticos, como Alexander Schmidt, y se oponía al numeroso grupo formado por la mayoría de los colegas bálticos y capitaneado por la familia von Öttingen135, quienes procu-

133. Gottlob Heinrich Andreas DIETZEL, economista (1857-1935). Desde 1885 fue profesor asociado de Economía en Dorpat. Catedrático titular en 1886. En 1887 fue Canciller de Estado de Rusia. Volvió a la enseñanza en 1890 como catedrático en Bonn. 134. Eduard RÄHLMANN, oftalmólogo (1848-1917). En 1879 fue nombrado catedrático de Oftalmología en Dorpat, en 1900 dejó su cátedra debido a la creciente influencia rusa en la Universidad de Dorpat y se trasladó a Weimar, donde se dedicó principalmente a estudiar Historia del Arte. 135. Es decir, los hermanos catedráticos más arriba mencionados: el teólogo Alexander, el médico Georg y el físico Arthur, clara muestra del dominio de las familias bálticas de origen germano frente a los otros alemanes «recién llegados» a Dorpat.

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raban que todas las vacantes académicas se cubrieran con nativos para no tener que destinar a ningún alemán. Sin embargo, nosotros creíamos que había que fomentar la contratación de profesores alemanes y tuvimos muchas discusiones al respecto, en las que algunos de nuestros colegas alemanes se posicionaron inexplicablemente a favor del grupo báltico. Esta situación cambió con la gradual rusificación de la Universidad. Los bálticos se dieron cuenta de que podrían evitar la influencia rusa si se traían más catedráticos alemanes, pero bastantes de nuestros colegas se acercaron a las posiciones rusas y eso le sirvió al gobierno para debilitar a las Universidades que se oponían a acatar determinadas medidas. Las luchas entre las fuerzas opuestas se intensificaron y finalmente la Universidad perdió el derecho a tomar decisiones, sellando de este modo su decadencia. A finales de la década de 1880 estallaron luchas internas que terminaron con aquel clima de igualdad y amistad que compartíamos en la Universidad; los alemanes más cercanos al gobierno ruso se separaron de nosotros, mientras que por nuestra parte empezamos a tratar con los bálticos para unir fuerzas y resistir ante el poder y la presión del gobierno. Por este motivo me gané una mala reputación ante el Gobierno y ante el rector. Me habían asignado ya otra cátedra pero me enteré por una fuente fidedigna de que el rector me había acusado de robar cinco mil rublos de la clínica, aunque las autoridades creían que podría defenderme de la acusación. Por desgracia, no podía traicionar a mi fuente y por tanto mi defensa no pudo ser como debiera. Cuando me marché, los estudiantes afines a mí quisieron organizar una pequeña marcha con antorchas en mi honor, pero el rector quiso impedirlo por todos los medios. El historiador Alexander Brückner136, que tenía el control sobre los alumnos, permitió el acto bajo su responsabilidad y los estudiantes pudieron manifestarse. Más tarde Brückner tuvo que jubilarse forzosamente por sus ideas políticas, aunque presentó sus quejas en San Petersburgo y consiguió un puesto de catedrático en Kazán que le permitió después vivir tranquilamente en Jena durante el resto de su vida. Aparte de la emoción provocada por los incidentes políticos de los últimos años, que influyeron también en mis relaciones personales, la vida en Dorpat resultaba tremendamente monótona. Sólo cambiaban las cosas cuando hacíamos algún viaje, por lo que los colegas cogíamos vacaciones en los meses de verano. Era necesario, por supuesto, un permiso de vacaciones y un pasaporte para poder viajar, y aunque enviábamos la petición en febrero, muchas veces nos llegaba la autorización pocas horas antes de salir de viaje y gracias a que habíamos enviado telegramas preguntando insistentemente por la documentación. Mi primer viaje en el invierno de 1886 me llevó a una consulta en Reval137 y después a San Petersburgo con el anatomopatólogo Thoma, que tenía que resolver unos asuntos en el Ministerio de Educación del Pueblo. Le acompañé a sus entrevistas con el Ministro Deliannov y con su ayudante, o como preferíamos llamarlo, su consejero experto. Después nos enteramos de que sólo podríamos resolver la cuestión con la ayuda de Alexander Schmidt, pero al menos pasamos un par de días en San Petersburgo. Me gustó especialmente el Museo del 136. Alexander BRÜCKNER, historiador (1834-1896). Catedrático de Historia en Dorpat y después en Kazán y Jena. Era hijo del geógrafo Eduard Brückner, mencionado más adelante en estas Memorias. 137. Hoy Tallín, en Estonia.

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Hermitage, con la maravillosa Virgen de Murillo y unos magníficos rembrandts procedentes de Kassel138. Desde el verano de 1887 en adelante, hice una serie de viajes por distintos países de Europa y de la costa mediterránea, y también por Oriente y América. Tal y como había planeado ya en Dresde, mi primer viaje fue a Escandinavia. Fui a San Petersburgo con el filólogo Mendelssohn139 y disfrutamos de sus noches blancas y de la vida de sus islas. Viajamos en barco a Helsinki, donde contamos con la compañía del ginecólogo Runge140, y en el psiquiátrico de Lappoiken conocimos a Anders Sälan141, colega muy aficionado a la botánica. Después fui a Estocolmo con Runge mientras que Mendelssohn se quedó en Hangö y vimos también Kristiania, Trondjem y Cabo Norte. Runge se marchó a Alemania y yo continué mi ruta con otro viajero con el que visité Molde, Kikisdal, Romsdal, Hellesylt y Faleide e hicimos un par de excursiones a los valles de Olden y Loen. Mi viaje me llevó a continuación a la leprosería de Bergen y luego al fiordo de Hardanger, Stahlheim, al fiordo de Sogne y después pasé por Laerdalsoeren de camino a Kristiania. En Kristiania quedé con mi hermano Karl, que acaba de ser nombrado director del Museo de historia natural de Hamburgo. Visité el psiquiátrico de Ganstad e hice una pequeña excursión con Karl a Drammen y Skien, luego a Trollhaettan pasando por Sarpsborg y después a Goteborg. Mi hermano y yo nos despedimos allí y me dirigí a Estocolmo para visitar su psiquiátrico y después volví a Helsinki. Allí logré coger un barco a vapor que me llevó a Reval de noche e hice todo el viaje en un banco de la cubierta viendo una tormenta caer en el golfo de Finlandia. Por último, llegué a Dorpat en tren. El verano siguiente fui al lago Peipus y viajé en tren desde Pleskau a Marienburg y Berlín. Visité a Ganser y a los demás en Dresde, fui a Praga y estuve una semana en Viena porque no lo conocía. Me acerqué a ver todos los museos y disfruté de esta ciudad, pero también fui mucho al teatro, un aspecto muy importante en mis viajes. También tenía mucho interés en ir a Viena para poder conocer a Theodor Meynert, de quien me habían hablado muy bien profesional y personalmente y quería tener la oportunidad de conocerle cuanto antes. Era especialmente amable, en contra de lo que había oído decir, y además de acudir con toda libertad a sus sesiones de formación clínica y acompañarle a pasar visita en el hospital, me presentó a sus colaboradores y también pude hablar con él a solas. Nada más conocerlo, me llevó a ver un busto de mármol de su fallecida mujer, de quien hablaba con el máximo respeto. 138. Kassel (Alemania) ha sido desde hace más de dos siglos una de las primeras ciudades artísticas de Europa. El palacio Wilhelmshöhe aloja una de las colecciones más numerosas y significativas de obras de Rembrandt, así como el famoso Apolo de Kassel y obras de van Dyck. La vida cultural de Kassel está hoy regida por la Documenta, la exposición temporal más importante de arte contemporáneo, que se lleva a cabo cada cinco años. 139. Ludwig MENDELSSOHN (1842-?). Catedrático de Filología Clásica en Dorpat. 140. Max RUNGE, ginecólogo obstetra (1849-1909). En 1883 fue a Dorpat como catedrático, y en 1888 ocupó la cátedra de Gotinga. Su obra más destacable fue Lehrbuch der Geburtshilfe [Tratado de Obstetricia] (Berlín, 1891). 141. Anders Thiodolf SÄLAN, psiquiatra (1834-1921). Desde 1868 fue médico en el psiquiátrico de Lappoiken, cercano a Helsinki, y encargado de la formación psiquiátrica de los médicos internos. En 1877 fue nombrado catedrático.

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Un par de días después me invitó a su casa de verano en Klosterneuburg, y allí, acompañados de su hermosa e inteligente hija y de su segunda mujer, fuimos a una posada donde bailé con su señora. Esa fue la última vez que bailé en mi vida. Dos días después, me llevó a conocer la Gesellschaft der Ärzte [Sociedad de Médicos], donde dio una conferencia sobre hipnotismo haciendo una alusión muy sarcástica contra Krafft-Ebing: «Der Hypnotismus ist mit der Gloriole der Abgeschmacktheit umgeben» [«El hipnotismo está rodeado de un halo de mal gusto»]. Me pareció que en Meynert era típica esa desconsiderada falta de discreción, y de hecho me contó cosas de otros colegas con una franqueza similar. Me dijo que cuando terminaba de escribir un libro no volvía a leerlo nunca más, lo que sin duda explicaba el estilo tan poco comprensible de sus escritos. Cuando hablaba, usaba giros muy inteligentes pero desconcertantes y a veces se contradecía. Su personalidad y su presencia física imponían bastante; con sólo unas palabras uno ya sabía que se encontraba ante un superior, ante un espíritu audaz, pero que ponía todo su talento e inteligencia al servicio de la más absoluta parcialidad. Mi última noche en Viena fue inolvidable: después de la conferencia, me quedé hablando con Meynert y Exner142 hasta bien entrada la madrugada. Empezamos a hablar de la última relación entre el cerebro y el rendimiento intelectual, y de no haber sido tan tarde, hubiera puesto en evidencia muchos de sus argumentos, como buen discípulo de Wundt que yo era. La mañana siguiente viajé a Graz disfrutando de las maravillosas vistas que ofrecía la primavera. Visité a Krafft-Ebing y me enseñó su clínica y el servicio de psiquiatría, que estaban comunicados entre sí. Le pedí que hipnotizara a un paciente, pero éste terminó sufriendo un ataque de histeria. Por la tarde me llevó al nuevo y elegante psiquiátrico de Mariagruen, donde trabajaba de asesor médico. Dimos un paseo por los maravillosos alrededores y me quedé con él hasta que salió mi tren por la noche. Krafft-Ebing y Meynert no podían ser más distintos; aunque él era muy culto y tenía muchísima experiencia, daba la impresión de no ser especialmente brillante. No tenía opiniones excepcionales y mostraba una capacidad nada fuera de lo común. Me comentó que quería terminar de escribir su libro bastante antes de la fecha de entrega que le había dado el editor, lo que no me sorprendió porque era una persona muy ordenada y metódica, aunque sin brío. Llegué a Adelsberg en tren, visité la magnífica gruta y compré un batracio vivo para mi hermano. De camino a Trieste me encontré la magnífica vista del azul Adriático al fondo de Nabresina. Fui a Venecia un par de días y conocí a Gottlob Dietzel, un político de Dorpart experto en economía, que iba a representar a nuestra Universidad en el veinticinco aniversario de la Universidad Bolonia. La ciudad estaba llena de celebraciones durante esos días y apenas hubo problemas organizativos. Era increíble ver el enorme patio cubierto con una lona para la fiesta más importante. Los reyes Humberto y Margarita se sentaron en el estrado con el Príncipe y otros miembros de la Casa Real rodeados de otras plataformas con catedráticos e invitados de honor de todo el mundo, muchos de ellos vistiendo los trajes típicos 142. Sigmund EXNER, fisiólogo vienés (1846-1926). Desde 1875 fue profesor asociado de Fisiología en Viena; en 1891 fue catedrático titular sucediendo a Brücke, y en 1894 fue trasladado al Ministerio de Educación y Cultura en Viena. Publicó trabajos sobre la localización de las funciones en la corteza cerebral.

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de cada país, muy pintorescos, y otros llevaban uniformes oficiales antiguos; los estudiantes italianos, por su parte, estaban a un lado con sus gorros tan coloridos. Giosué Carducci143, el famoso escritor y catedrático, dio un discurso lleno de pasión italiana que interrumpían constantemente los estruendosos aplausos, mientras algunos rayos de sol se colaban entre las nubes. Después del discurso, los representantes de cada país se acercaron al estrado por orden alfabético y entregaron ante el Rey sus escritos de conmemoración de este acto y unos diplomas de salutación. El representante alemán fue el químico Hofmann144, que recibió un aplauso especial cuando se dirigió al público en italiano para contar que había estudiado en Bolonia hacía cincuenta años. En cambio, cuando llegó el turno al representante ruso, sólo nos pusimos en pie algunos colegas eslavos y nosotros. Me di cuenta de que dos caballeros sentados detrás de nosotros y embozados en sendas capas eran los representantes de Helsinki. Entre los invitados había gente muy interesante y conocida, por supuesto. Dio la casualidad de que se sentó a mi lado un geólogo de Viena que había sido compañero de colegio de mi padre. Hubo muchas más celebraciones después: tuvimos una cena de gala bastante formal, una representación de Tristán e Isolda que duró hasta la una y media de la madrugada, un concierto de tarde en el que participó la Reina y una recepción de noche con sus Majestades en la que la muchedumbre les recibió con alegría y cariño. Además, asistimos al descubrimiento de un monumento en honor a Víctor Manuel y finalmente a un magnífico festival organizado por los estudiantes en el que hubo un concierto de mandolina y un ballet masculino. Tras estos días tan ajetreados viajé a Florencia para disfrutar con tranquilidad la belleza de la naturaleza y el arte italiano. Resultó mucho mejor de lo que esperaba porque en el hostal donde me alojé fui casualmente vecino de mesa de un médico alemán llamado Bergeest que había vivido en Florencia muchos años, así que solíamos quedar para charlar. Antes de marcharme me enteré de que era el mismo médico que había enviado a mi hermano una carta de recomendación en nuestro primer viaje a Florencia. Bergeest había tenido problemas de salud desde entonces y finalmente murió en un accidente de tranvía en Fiésole. No tenía ninguna gana de marcharme de la ciudad, pero viajé a Pisa, La Spezia, Porto Venere y a Santa Margherita, lugares que casi nadie visitaba por aquel entonces, de hecho en éste último sólo había un hotel y yo era el único huésped. Aproveché una tarde maravillosa para pasear hasta Portofino por la playa junto a unos mirtos en flor. Me encantaba la belleza y la soledad del lugar. Por la noche, cuando me senté a cenar y entró por la ventana ese olor tan dulce, me juré que volvería muy pronto.

143. Giosué CARDUCCI, escritor (1835-1907). Catedrático de Historia de la Literatura Italiana en Bolonia desde 1861 hasta 1903. Su primera colección de versos fue Juvenilia (1856-1860), a la que seguirían Levia Gravia (1861-1871), Giambi ed epodi (1867-1879), Rime nuove (1871), Odi barbare (1877-1889), Rime e ritmi (1890-1897), Intermezzo (1874-1886), La canzone di Legnano (1879), Ça ira (1883) y Primizie e reliquie, publicada póstumamente en 1928. Premio Nobel de Literatura en 1906. 144. August Wilhelm HOFFMANN, químico (1818-1892). Profesor de Química en Londres, Bonn y Berlín, contribuyó de modo importante al desarrollo de la química orgánica.

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Hice una visita muy breve a Génova y Pegli, después fui a Turín porque tenía una cita con Morselli145 y Tanzi146, y participé en el tribunal de un examen nacional de psiquiatría para desgracia de los que se habían presentado. Mi viaje me llevó después a Milán y Bellagio, donde pasé un par de días terminando unos trabajos y dando largos paseos. Cuando volví, visité a Forel en Zúrich y después de cenar hizo una sesión de hipnosis muy instructiva, o al menos tuvo más suerte que Krafft-Ebbing. Después fui a Basilea y seguí los pasos de Böcklin147. Visité a Wille en Friedmatt, fui a ver a Emminghaus en Friburgo y después me dirigí a Illenau. Allí el director [del psiquiátrico], Hergt148, me recibió con flores y me enseñó las instalaciones. Después de pasar por Wurzburgo, donde Rieger acababa de sustituir a Grashey, visité a Runge en Gotinga y también vi allí a Georg Elias Müller149 y a Schumann150. Quedé con Wundt en Leipzig y después conocí Altscherbitz con todo detalle de la mano de Pätz151 y Mayser, quien por cierto acababa de ser nombrado médico-jefe. También vi a Hitzig en Halle,

145. Enrico MORSELLI, psiquiatra italiano (Módena, 1852; Génova, 1929), primero director del manicomio de Macareta y más tarde de las clínicas psiquiátricas de las Universidades de Turín y Génova, contribuyó al desarrollo de la psiquiatría italiana mediante la fundación de algunas revistas especializadas y la publicación de varias obras de especial interés, principalmente Antropologia generale (1888), Manuale di semiotica delle malattie mentali (1896) y La psicoanalisi (1926). Interesado en múltiples campos (psicopatología, neurología, antropología, filosofía, parapsicología), su pensamiento se enmarca en las directrices positivistas, haciendo gala de incuestionables dotes para la observación clínica. 146. Eugenio TANZI, psiquiatra (1856-1934). Nacido en Trieste, que por entonces era parte del Imperio Austrohúngaro, Tanzi tuvo una carrera difícil pues las autoridades austriacas represaliaron sus sentimientos patrióticos italianos y le impidieron ejercer en su villa natal. Así pues, tras estudiar en Padua y en Graz, se expatrió definitivamente a Italia y en 1893 fue nombrado catedrático en Cagliari y después en Palermo. En 1895 recibió la cátedra de Psiquiatría y Neurología en Florencia. En 1896 fundó la Rivista di Patologia Nervosa e Mentale, de orientación organicista. En 1904 escribió con Ernesto Lugaro un Tratado de las enfermedades mentales, inspirado en las ideas kraepelinianas, que fue un clásico en Italia y tuvo cierto eco en el extranjero. 147. Arnold BÖCKLIN, pintor suizo (1827-1901). Pintó paisajes, sobre todo, pero también personajes mitológicos. Trabajó en Weimar, Múnich, Suiza e Italia. Debió ser muy del gusto de Kraepelin, pues le menciona varias veces en estas Memorias (ver nota 162). 148. Karl HERGT, psiquiatra (1807-1889). Desde 1835 fue médico interno con Roller en el psiquiátrico Baden de Heidelberg, se trasladó con su jefe en 1842 al recién construido Psiquiátrico Estatal de Illenau. En 1856 fue nombrado doctor honoris causa de Medicina por la Universidad de Friburgo. Tras la muerte de Roller tomó la dirección del psiquiátrico de Illenau a los 71 años, desde 1878 hasta su muerte en 1889. Introdujo nuevos métodos como el tratamiento en cama, las salas supervisadas, la luz eléctrica y rondas de día en todos los servicios. 149. Georg Elias MÜLLER, filósofo y psicólogo (1850-1934). Entre 1880 y 1881 fue catedrático de filosofía en Czernowitz y desde 1881 volvió a Gotinga como catedrático hasta que se retiró en 1920. Su obra más importante fue Abriß der Psychologie [Compendio de Psicología] (Gotinga, 1924). 150. Friedrich SCHUMANN, psicólogo (1863-?). En 1905 fue nombrado catedrático de Psicología en Zúrich y en 1910 en Frankfurt (Main). 151. Albrecht PÄTZ, psiquiatra (1851-1922). En 1874 fue ayudante en el psiquiátrico de Nietleben. Desde 1876 fue médico en el recién construido psiquiátrico de Rittgut Alt–Scherbitz y entre 1880 y 1922 lo dirigió. Renovó la organización del psiquiátrico con salas de vigilancia y una granja para laborterapia.

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que había dejado su trabajo en Nietleben y había montado una clínica auxiliar. Me dirigí a la región de Harz pasando por Ellrich y allí visité a mi hermano mayor, después fui a Woldegk para ver a mi hermana y a Neustrelitz para ver a mi madre, y finalmente volví a Dorpat en barco desde Lübeck. Durante las vacaciones de 1889, fui con mi mujer a ver a mi hermano a Hamburgo y después visitamos a Runge en Gotinga. Después acudí al Jahrsversammlung der Deutschen Irrenärzte [Encuentro Anual de Psiquiatras Alemanes] en Jena, donde di una conferencia sobre la medición de la fatiga. Luego me reuní con mi mujer y viajamos a Rovereto. A la mañana siguiente fuimos al lago Garda pasando por Mori, después a Desenzano, donde las luciérnagas revoloteaban a nuestro alrededor y de allí pusimos rumbo a Verona. Visitamos Parma, Bolonia, Rávena y pasamos unos días en Florencia. Tras una corta visita a la maravillosa ciudad de Orvieto, donde perdimos el tren a propósito, llegamos a Roma por la mañana y nos quedamos allí dos semanas. A continuación nos dirigimos a Nápoles, Capri, Sorrento, Amalfi, Pestum y después a Venecia. Visitamos Castelfranco Felire, Primiero, San Martino en Castrozzo, pasamos los desfiladeros de Rolle y Lusia, fuimos de San Pellegrino hasta el valle de Fassa y finalmente visitamos Sellajoch, Santa Chirstina y el valle de Groedner, donde habíamos quedado con mi hermana y mi cuñado. Juntos fuimos a ver la región de Ortler y conocimos Bozen y Meran. Al volver por Landeck, pasamos un par de días en Innsbruck con mi hermano Karl, que acababa de llegar de un viaje a París y Londres y que se dirigía a Viena para recoger información para los arreglos de su museo. Para volver a Dorpat decidimos seguir ruta por el mar Báltico. En el verano de 1890 preparé un viaje a Inglaterra y Francia con el profesor Dietzel. Fuimos en barco hasta Lübeck y seguimos hasta Leubus, donde tuvo lugar el Versammlug der ostdeutschen Irrenärtze [Encuentro de alienistas de Alemania del Este]. Kahlbaum y Wernicke152 también acudieron al encuentro y esa fue la última vez que nos vimos, aunque tampoco hablamos demasiado en ese momento. Di una conferencia sobre la flexibilidad cérea en distintos tipos de trastornos mentales, con la que pretendía presentar el contrapunto a las teorías de Kahlbaum dado que disentía de sus opiniones en ese momento. Tras hacerles una pequeña visita a mis amigos de Dresde, a Wundt en Leipzig, a Runge en Gotinga y a Tuczek153 en Marburgo, quedé con Dietzel en Bonn y pasé la tarde con Löschke, un antiguo

152. Carl WERNICKE, psiquiatra (1848-1905). Fue médico interno con Heinrich Neumann en el servicio de Psiquiatría del Hospital de Todos los Santos, de Breslau. Hizo una breve rotación con Meynert en Viena, y en 1875 fue médico interno con Westphal en la Clínica Psiquiátrica del Charité de Berlín. En 1878 abrió una consulta psiquiátrica en Berlín. En 1885 fue nombrado catedrático de Psiquiatría y Neurología en Breslau, y en 1904 en Halle. Publicó trabajos sobre neuropatología y excelentes estudios sobre la afasia. Sus libros más relevantes son Lehrbuch der Gehirnkrankheiten [Tratado de enfermedades cerebrales] (Cassel/ Berlín, 1881/83), y Grundriß der Psychiatrie [Elementos de psiquiatría] (Leipzig, 1894/1900). 153. Franz TUCZEK, psiquiatra (1852-1925). Médico interno con Riegel en el Bürgerhospital de Colonia. Recibió formación en Histopatología en el Charité de Berlín con Carl Westphal. Después, médico interno con Heinrich Cramer en el psiquiátrico estatal de Marburg. En 1894 fue nombrado catedrático de Psiquiatría y director del psiquiátrico estatal de Marburg y de la Clínica Psiquiátrica, y ejerció hasta su retiro en1914.

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colega de Dorpat. Mi camino me llevó después a Lovaina, Bruselas, Amberes, Brujas, Gante, Ostende, Dover y Londres, donde me quedé quince días. No me gustó mucho la ciudad ni su forma de vida, con las interminables filas de casas uniformes, sin edificios bonitos ni vistas, ni las grandes masas de gente con un aire tan aburrido, la comida tan monótona e insípida y los domingos tan deprimentes. Con lo que sí disfruté muchísimo fue con las esculturas del Partenón y otras colecciones del British Museum, la National Gallery y la exposición de la India del museo de South Kensington, cuyo edificio me resultaba bastante feo. La belleza de los jardines de Kew también fue un placer inesperado para mí. Me encantó conocer a Francis Galton154, un estupendo caballero que había promovido la psicología a pesar de no dedicarse personalmente a esta rama de la ciencia. No pude ver a mi colega Hack Tuke, aunque sí pude aceptar la invitación de Savage155 para que asistise a su última clase del semestre en el antiguo manicomio de Bedlam, que ya había visitado poco antes. Bedlam no ofrecía mucho más aparte del agradable «confort» del equipamiento británico y la cantidad de instalaciones lúdicas con que contaban, pero sin embargo me di cuenta de que aquí rechazaban la inmovilización que tanto nos gustaba a nosotros. Savage no tenía ninguna obligación médica en Bedlam y por tanto no tenía contacto con los pacientes. Cuando apareció en el jardín para dar su clase, se acercaron cuatro o cinco estudiantes, pidió a su ayudante que trajera a un paciente paralítico al que examinó por encima y explicó los síntomas más importantes. Después contó sus experiencias con paralíticos de forma muy entretenida pero sin hacer ninguna mención especial a aspectos médicos o clínicos. Lo que me decepcionó especialmente fue el teatro inglés. En las obras de Shakespeare parecía que sólo se representaban bien las escenas burdas y zafias, mientras que el resto eran bastante peores que en Alemania. La interpretación tan exagerada de las escenas de amor de Romeo y Julieta resultaba tan cómica que tuve que morder un pañuelo para no soltar una carcajada y evitar que me echasen. El resto de las obras eran melodramas poco creíbles y demasiado edulcorados; la música y las voces de las operetas eran increíblemente malas y los trajes demasiado fastuosos. Como cada teatro representaba la misma obra noche tras noche durante meses, la calidad artística general se resentía. La tendencia inglesa a caricaturizarlo todo era muy evidente, y a veces tenía la impresión de que ni ellos mismos se daban cuenta de las estupideces tan grandes que decían. Me parecía que en Inglaterra lo más ridículo se veía de lo más normal, y pude comprobar el contraste tan grande que había con los franceses, que se toman las cosas más en serio. Fue todo un alivio marcharme de esta ciudad tan ruidosa y llena de niebla y llegar a la antigua ciudad de Chester. Desde allí partí hacia un viaje de cuatro días por el Norte de Gales que hice en gran parte a pie. Visité Llandudno, Llamberris, Bettys-Cowed, escalé el Snowdon con lluvia y volví a Londres pasando por Bedgellert y Portmadoc para dirigirme después a Newhaven y Dieppe. Tras una corta visita a Rouen, llegamos a París y nos quedamos allí unos días más. 154. Sir Francis GALTON, genetista inglés (1822-1911). Realizó trabajos fundamentales de genética y animó a la creación del primer Instituto de eugenesia en Londres. 155. Sir Georg Henry SAVAGE, psiquiatra inglés (1842-1921). Desde 1872 hasta 1889 trabajó en el Asilo Real de Bedlam, después fue consejero médico en el hospital Guy, donde también daba conferencias.

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Hizo un tiempo muy bueno y disfrutamos de los museos y los alrededores de París. Me di cuenta de que la vida en Italia era muy parecida a la de aquí, aunque esta ciudad parecía más elegante y culta. Disfruté del teatro, sobre todo del Théâtre Français, donde las actuaciones eran maravillosas. Durante nuestra estancia no intenté contactar con ningún científico francés porque no estaba seguro de que me fueran a recibir con amabilidad. Me arrepentí de tener que dejar París y decidí que volvería en algún momento, pero nunca pude repetir el viaje. Dietzel se quedó en París y yo fui a Estrasburgo para visitar a Jolly156, a quien acababan de trasladar a esta ciudad. Allí pude asistir a sus magníficas y claras sesiones de formación clínica. Jolly dejó caer que un médico de Heidelberg llamado Fürstner157 le sustituiría, pero no me preocupó en exceso porque sabía que tenía muy pocas posibilidades de que me destinasen a Estrasburgo. Por otro lado, tenía esperanzas de que me enviasen a Tubinga más adelante, así que me fui para allá esperando que Grätzner158 me diera más detalles acerca de la construcción de una nueva Clínica Psiquiátrica. También quedé en Wurzburgo con Rieger, que acababa de trasladarse a la nueva clínica. Me pareció que había pocas salas para la cantidad de pacientes que podrían recibir, pero me gustó que la intención de la nueva clínica fuera disponer de muchas dependencias destinadas a la investigación científica. Era un paso muy importante porque en las instituciones psiquiátricas normalmente había una o dos habitaciones a lo sumo dedicadas a la investigación. La última etapa de mi viaje me llevó al Internationaler Medizinischer Kongreß [Congreso Médico Internacional] de Berlín, donde di una conferencia sobre los efectos del alcohol y el té. Lo más interesante fue la conferencia del clínico francés Magnan159, que habló sobre

156. Friedrich JOLLY, psiquiatra (1844-1904). Médico interno en el psiquiátrico de Werneck y en la Clínica Psiquiátrica de Wurzburgo con Rinecker. En 1871 consiguió el doctorado en la Universidad de Wurzburgo con su tesis Untersuchungen über den Gehirndruck und über die Blutbewegung im Schädel [Investigaciones acerca de la tensión cerebral y el riego sanguíneo en el cráneo]. En 1873, catedrático de Psiquiatría en Estrasburgo como sucesor de Krafft-Ebing, y desde 1890 en Berlín. 157. Carl FÜRSTNER, psiquiatra (1848-1906). Médico interno con Carl Westphal en el Charité de Berlín, después trabajó para C. Stark en la clínica de reposo de la Heil-und Pflegeanstalt [Escuela de Enfermeras] de Stephansfeld, en Alsacia. En 1877 fue nombrado catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Heidelberg y director de la nueva Clínica Psiquiátrica con veintinueve años, y en 1891 catedrático y director de la Clínica Psiquiátrica de Estrasburgo como sucesor de Jolly. 158. Paul GRÄTZNER, fisiólogo (1847-1919). Fue ayudante en el Instituto de Fisiología de Breslau. En 1881 fue destinado a Berna como profesor, y entre 1884 y 1916 ocupó la cátedra de Fisiología de Tubinga. 159. Jacques-Joseph-Valentin MAGNAN (1835-1916), psiquiatra nacido en Perpiñán en el seno de una familia humilde. Como Pinel, Esquirol y J.-P. Falret estudió medicina en la Universidad de Montpellier. Discípulo de Marcé, Lucas, Baillarger y J.-P. Falret, a los treinta y dos años se le confió la recién inaugurada Oficina de admisión del asilo de Sainte-Anne, a la que llegaban todos los alienados de París y del departamento de Sena. Durante los cuarenta y cinco años que Magnan ocupó esa plaza, tuvo ocasión de ver desfilar por su despacho a un gran número de trastornados, la mayor parte de los cuales provenían de la Enfermería especial de la Prefectura de policía, algunos otros de hospitales públicos y los menos eran traídos por sus familias. Magnan y los otros médicos del servicio decidían sobre el destino de cada uno de ellos. Tras ser examinados, a los que se consideraba alienados se les derivaba a algunos de los

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la locura circular y con quien pude cruzar un par de palabras gracias a que Dagonet160 nos presentó. Burkhard161 sugirió en su conferencia que los pacientes agitados podían calmarse extirpando determinadas partes de la corteza cerebral y Kahlbaum propuso a su vez desterrar a los alcohólicos en una isla sin una gota de alcohol. El director del congreso, Erb, preguntó si alguien disponía de una isla para llevar a cabo esa idea y durante el festival de la cerveza al que fuimos por la noche seguimos comentando esta idea teniendo en mente el cuadro Die Toteninsel de Arnold Böcklin162. Charlando con el resto de colegas me enteré además de que tenía posibilidades de que me destinasen a Heidelberg, lo que era esperanzador dado que la situación política en Dorpat era cada vez más complicada. Mientras tanto, nació mi hija en marzo de 1887, y cuando cumplió veintiún meses comencé a hacerle pruebas de memoria con colores, iniciales y números. En febrero de 1890 murió mi segunda hija a causa de una difteria nasal cuando apenas había cumplido dieciocho meses. El profesor [Karl] Dehio y su mujer (Meyer-Waldeck de soltera) se quedaron con mi hija mayor unos días para evitar que se contagiase. Tras esta trágica muerte, envié a mi mujer y a mi hija manicomios periféricos, o bien ingresaban en Sainte-Anne. Su amplia obra, dividida por su alumno y biógrafo Paul Sérieux en tres períodos, se ocupó de todos los ámbitos de la psiquiatría: intoxicaciones, enfermedades cerebrales, epilepsia (1864-1881); vesanias: degeneraciones, delirios sistematizados y locura intermitente (1881-1898); terapéutica, cuestiones de asistencia y legislación (1898-1914). Su enseñanza principal se compiló en sus célebres Leçons cliniques sur les maladies mentales faites à l’asile clinique (Sainte-Anne), París, Louis Bataille Éditeur, 1893 (2ª ed.). Algunos de sus compatriotas han pretendido equiparar su enseñanza y legado a los de Kraepelin, aunque el lastre de su teoría de la degeneración y la división nosográfica de los alienados que de ella deriva lo posponen a una distancia considerable del profesor de Múnich. Con motivo de la muerte de Magnan, Sérieux alabó de su maestro la penetrante inteligencia, el sentido crítico, la entrega al trabajo, la vocación decidida, la «pasión obsesiva por la investigación científica» y «la profunda compasión por la desgracia humana». Véase P. SÉRIEUX, «V. Magnan. Sa vie et son oeuvre», Annales Médico-psychologiques, 1917, n° 8, pp. 273-329 y 449-507; Annales Médico-psychologiques, 1918, n° 9, pp. 5-59. 160. Henri DAGONET, psiquiatra francés (1823-1902). Director del psiquiátrico de Stephansfeld en Alsacia, desde 1853 fue profesor asociado de la Facultad de Medicina de Estrasburgo y después en París. Su principal obra es el Traité des maladies mentales (París, Baillière e Hijos), editado en tres ocasiones entre 1862 y 1894. 161. Gottlieb BURKHARD [o BURKHARDT], psiquiatra suizo (1836-1907). Hijo de médico, estudió Medicina en Basilea, Berlín y Gotinga. Psiquiatra adjunto en el Asilo Cantonal de Alienados de Waldau, cercano a Berna (donde en 1881 y bajo su tutela fue médico interno Eugen Bleuler). En 1882, director del sanatorio psiquiátrico de Préfargier. En 1886 visita París y Nancy para formarse en hipnosis. En 1896 vuelve a su Basilea natal, y desde 1900 dirige el hospital Sonnenhalde. Además de investigar sobre fisiología cerebral (circulación sanguínea y consumo de oxígeno), Burkhard, sin formación quirúrgica alguna, fue el inventor de la psicocirugía basándose en nociones localizacionistas (topectomía, llamó a su técnica). En el X Congreso Internacional de Berlín expuso sus experiencias con un paciente al que reintervino cuatro veces, y con otros cinco más, de los cuales cuatro habían mejorado relativamente, otro murió en el postoperatorio y el otro se suicidó. Burkhard ya no fue más lejos y la psicocirugía esperó medio siglo hasta ser retomada por Egas Moniz. 162. Arnold BÖCKLIN pintó cinco versiones de Die Toteninsel (La isla de los muertos), obra en la que representa a un remero dirigiéndose a una isla sombría y lúgubre, y que se ha asociado tradicionalmente con la figura de Caronte y el Hades (N. de la T.).

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a Woldegk para que estuvieran con mi hermana. Fui a recogerlas poco después y volvimos en barco a Dorpat por la línea de Stettin-Reval, pero por culpa del mal tiempo y las tormentas pasaron el viaje muy mareadas. El 9 de noviembre nació nuestro primer hijo varón. Fue un día muy feliz para todos porque recibí esa misma mañana la noticia de mi traslado a Heidelberg y por tanto podríamos volver a Alemania. Cualquiera que haya vivido en un exilio similar durante cinco años puede imaginar lo que significó para nosotros poder volver, especialmente porque pensé que sería imposible ocupar un puesto de catedrático en Heidelberg o Múnich. Durante el invierno visité Petersburgo con mi mujer y disfrutamos de la ciudad comprando seda y joyería con la ayuda de un guía experto. Dejé Dorpart en marzo de 1891 con bastante alegría y pasé unos días en el estado de Annenhof, donde me esperaban mi mujer y mis hijos. Por desgracia, mi hija cayó enferma con una inflamación purulenta en el oído. Cuando quisimos marcharnos a Riga, nos enteramos de que los barcos no podían zarpar porque había bloques de hielo a la deriva, así que tuvimos que hacer un largo y pesado viaje en tren con los niños. Una vez que logramos llegar a Riga, estuvimos en el psiquiátrico de Rotenberg y allí vimos a Tiling163, a Mercklin164 y a algunos de mis antiguos alumnos. Después, mi hijo enfermó y no lograba recuperarse porque no podíamos darle la comida adecuada. Además tenía inflamados los ganglios de la parte posterior del cuello, probablemente a causa de una infección provocada por una vacuna. Tras una breve estancia en Neustrelitz su salud mejoró ligeramente, pero cuando llegamos a Heidelberg parecía que ya no había esperanza. Nos instalamos como pudimos en nuestra residencia oficial, un sitio muy poco adecuado que estaba demasiado lejos de la estación. Todos nuestros esfuerzos fueron en vano y el niño murió por una septicemia de evolución muy rápida, que yo también cogí y como secuela tuve que llevar un brazo vendado bastante tiempo165. El maravilloso paisaje de Heidelberg y el nuevo ambiente de actividad en Alemania nos ayudó a superar las dificultades en un primer momento. La clínica estaba muy bien equipada comparada con la de Dorpat e ingresaban muchos más pacientes. Había menos alumnos en las clases, pero eran muy trabajadores y además no había ningún tipo de barrera lingüística, así que era un placer darles clase. Los compañeros de la facultad eran muy simpáticos, nos reuníamos muy de vez en cuando y apenas había roces entre nosotros. Además, contaba con

163. Theodor TILING, psiquiatra (1842-1913). En 1869 trabajó como médico del Psiquiátrico Municipal de Rotenberg (cerca de Riga). En 1870/71 estudió con Meynert en Viena. Desde 1871 ejerció en San Petersburgo y fue además médico en un psiquiátrico cercano al pueblo de Nicolai. Desde 1884 hasta su muerte fue director del psiquiátrico de Rotenberg. Amplió el psiquiátrico e introdujo la laborterapia como parte del tratamiento para sus pacientes. 164. August MERCKLIN, psiquiatra (1856-1928). Se especializó con Carl Westphal en el Charité de Berlín y con Binswanger en Krezlingen. Desde 1881, médico en el psiquiátrico Rontenberg, cerca de Riga. En 1883 fue nombrado director provisional. Después amplió estudios en Giessen, trabajó en el psiquiátrico Lauenburg (Pomerania), y a partir de 1898 dirigió el recién construido Heil– Und Pflegeanstalt Treptow/Rega [Instituto de Bienestar y Cuidados de Treptow/Rega]. Se retiró en 1924. 165. Kraepelin no es muy explícito aquí, pero quizá la venda significa que la septicemia le produjo una flebitis o una linfangitis en un brazo.

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el privilegio no muy habitual de trabajar con personas tan distinguidas como Gegenbaur166, Kühne167, Leber, Erb, Czerny168 y Arnold169. Por otra parte, disponía de mucho tiempo para mi trabajo científico gracias a que no tenía que examinar a mis alumnos, ni encargarme de una consulta privada ni tampoco hacer sesiones de hipnosis. Poco después de llegar a Heidelberg, fui a Karlsruhe a ver a Nokk, el Ministro de Cultura, un hombre importante y muy educado. Me había enterado de que el Ministerio prefería a Moeli170 antes que a mí para el puesto de Heidelberg y que también lo había hecho para el de Dorpat, aunque en esa ocasión fui elegido porque Emminghaus intercedió por mí. No sabía por qué el Ministro de Baden se había decantado por mí en esta ocasión, aunque quizás quiso compensarme por la situación de opresión que sufríamos los profesores alemanes en Dorpat. También presenté mis respetos al Gran Duque Friedrich, con quien tuve una conversación informal bastante larga y quedó muy gratamente impresionado por todo lo que le conté del psiquiátrico de Illenau. La bondad del Duque y el interés que profesaba por mi área de conocimiento creó un ambiente muy distendido en nuestra conversación y tuvimos más ocasiones para charlar porque era costumbre presentarse ante él para dar las gracias cuando se obtenía alguna petición. Quedé especialmente impresionado con su intervención en la fiesta de su cincuenta cumpleaños, que se celebró en 1902, a la que fui invitado como miembro del Consejo Universitario. Allí recibió a todas las delegaciones, charló con todos y cada uno de los asistentes, y después nos ofreció un banquete a mediodía en el que volvió a conversar con todos nosotros. La maravillosa duquesa Luise también estuvo presente. A última hora de la tarde los duques nos acompañaron al teatro a pesar del cansancio acumulado y saludaron a los miembros de la alta sociedad que no habían estado presentes en el resto de actos del día. Cuando 166. Karl GEGENBAUR, anatomista (1826-1903). Especializado en Anatomía y Fisiología en 1854, en 1855 fue nombrado profesor asociado de anatomía en Jena, donde desde 1858 fue también director del Instituto Anatómico. Desde 1873 fue catedrático en Heidelberg. Destacaron sus trabajos sobre anatomía comparada de los vertebrados. 167. Wilhelm KÜHNE, fisiólogo (1837-1900). Desde 1861 fue ayudante químico en el Instituto de Patología de Berlín. En 1868 fue nombrado catedrático de Fisiología en Ámsterdam, en 1871 en Heidelberg y se retiró en 1899. Su obra más destacable es Lehrbuch der physiologischen Chemie [Tratado de química fisiológica] (Leipzig, 1866/1868). 168. Vinzenz CZERNY, cirujano (1842-1916). Médico interno con Hebra, Stricker, Oppolzer y Billroth en Viena, en 1871 recibió la cátedra de Cirugía de la Universidad de Friburgo (Breisgau). Trasladado a Heidelberg en 1877, fue se retiró en 1906 pero siguió dirigiendo el recién inaugurado Instituto de Investigación Experimental del Cáncer en esa ciudad. 169. Julius ARNOLD, patólogo (1835-1915). De 1866 a 1907 fue catedrático de Anatomía Patológica y director del Instituto de Anatomía Patológica de Heidelberg. 170. Karl MOELI, psiquiatra (1849-1919). Desde 1880 fue ayudante en la Clínica Psiquiátrica de La Charité de Berlín con Carl Westphal. Desde 1884 fue médico en el psiquiátrico municipal de Dalldorf de Berlín. En 1887 fue nombrado director del Servicio de Invalidez de Dalldorf, en 1892 fue profesor asociado, y a partir de 1893 dirigió la recién construida Clínica Psiquiátrica Herzberge en Lichtenberg (Berlín). Se retiró en 1914. Su obra más importante es Über irre Verbrecher [Sobre los criminales locos] (Berlín, Fishers, 1888).

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celebramos el centenario de la Universidad de Heidelberg en 1903, organizamos una excursión a Schwetzingen y volví a ver a los duques sentados a la sombra de los árboles charlando con los invitados, mientras los demás tomábamos el té y dábamos un paseo. Lo cierto es que no les envidié en absoluto. Cuando llegué a la clínica, el doctor Schönthal era el ayudante y había empezado a trabajar para mi predecesor, Fürstner. Tenía un talento increíble para la clínica, pero por desgracia era un psicópata grave y se suicidó, al parecer por miedo a convertirse en un enfermo mental. Ganser me recomendó fervientemente a Ilberg como ayudante y terminé contratándolo para ese puesto. Por su parte, Fürer171, Kemmler172 y Aschaffenburg173 formaban la plantilla médica y trabajaron fielmente allí durante diez años. Mis aspiraciones clínicas se dirigían en un principio a clasificar todas las historias que parecían establecer vínculos entre los trastornos mentales agudos y el desarrollo crónico de la locura con delirios por un lado y emociones activas por el otro. Intenté definir esas historias como «locura [Wanhsinn]» y las aparté en un grupo independiente. Siempre tuve en mente las ideas de Kahlbaum y Hecker174, y traté de recopilar esos casos en los que la demencia se inclinaba hacia «procesos mentales degenerativos». Aparte de la catatonía de Kahlbaum, diferencié entre demencia precoz (que esencialmente se correspondía con la hebefrenia) y demencia paranoide, con formaciones delirantes que progresa rapidamente hacia la locura total [mit rasch zum Schwachsinn führenden Wahnbildungen]. Además hay otros muchos grupos de locura [Verrücktheit], caracterizados simplemente por el contenido y el origen de las representaciones delirantes. Esta clasificación es la que presenté en la cuarta edición del tratado, que acabé en septiembre de 1893.

171. Carl FÜRER, psiquiatra (?-?). Médico interno con Kraepelin en la Clínica Psiquiátrica de Heidelberg. Desde 1899 hasta 1929 fue dueño y director del hogar para alcohólicos y adictos a la morfina Haus Rockenau, en Everbach. En 1929 se trasladó a Múnich. 172. Paul KEMMLER, psiquiatra (1865-1929). En 1891 se graduó en Tubinga, después fue médico interno con Kraepelin en Heidelberg. En 1895 trabajó en la Clínica Psiquiátrica de Breslau, y desde 1895 hasta 1901 en el psiquiátrico de Zwiefalten. A partir de 1903 dirigió el psiquiátrico de Weinsberg y se retiró en 1918. 173. Gustav ASCHAFFENBURG, psiquiatra (1866-1944). Médico interno desde 1891 hasta 1892 en la Clínica Psiquiátrica de Heidelberg. En 1901 fue nombrado director médico del Servicio de Psiquiatría para presos de Halle (Saale). En 1904, catedrático de Psiquiatría en la Academia de Medicina de Colonia. Catedrático en 1919 de la recién fundada Universidad de Colonia. Siempre mantuvo una excelente relación con Kraepelin, colaborando en la revisión de las sucesivas ediciones del Handbuch der Psychiatrie [Manual de Psiquiatría] aparecidas entre1911 y 1928. Emigró a Estados Unidos en 1937 y murió en Baltimore siete años después. 174. Ewald HECKER, psiquiatra (1843-1909). Desde 1866 fue médico interno en el psiquiátrico de Allenberg (Prusia Oriental) y a partir de 1867 en la Clínica Psiquiátrica privada de Görlitz bajo la tutela de Karl Ludwig Kahlbaum. A partir de 1876 dirigió el psiquiátrico de Pagwitz, cerca de Lowenberg. Desde 1881 fue dueño y director del psiquiátrico de Johannisberg, donde practicó la hidroterapia. Después se trasladó a Wiesbaden en 1891, y en 1907 el gobierno de Prusia le concedió una cátedra honorífica. Su publicación más conocida es «Die Hebephrenie. Ein Beitrag zur klinischen Psychiatrie» [«La hebefrenia. Una contribución a la psiquiatría clínica»] (en Virchow’s Archives, 1871, 52, pp. 394-429).

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El seguimiento sistemático de mis pacientes me ayudó a hacer grandes avances. Friedrich Hagen175 ya había apuntado en Erlangen la necesidad de aclarar la última etapa de las enfermedades en aquellos casos que se estuvieran siguiendo; decía que había que reunir casos que tuvieran el mismo final e investigar de dónde provenían cada uno. Por ello pedí permiso al Ministro para examinar a aquéllos de nuestros pacientes que habían sido trasladados a los principales psiquiátricos nacionales para poder ver la evolución de su enfermedad durante los últimos años. Para mi sorpresa, el director de uno de estos psiquiátricos rechazó la propuesta porque decía que mi comportamiento era muy desagradable y porque tenía miedo de que me inmiscuyera en sus asuntos, cosa que no me interesaba en absoluto. Creía que mi única intención era molestarlos a pesar de mis esfuerzos por aclarar todas las dudas que le pudieran surgir y por explicarle la motivación puramente científica del estudio, pero ni siquiera mis muestras de gratitud le convencieron. Me di cuenta de que mis visitas anuales le molestaban muchísimo y de que no le interesaban lo más mínimo los resultados de mi investigación. Esta primera experiencia me decepcionó mucho y pude ver las diferencias que habían surgido entre las clínicas y los psiquiátricos alemanes: a pesar de que el trabajo científico surgió y se desarrolló en un principio en los psiquiátricos, con el tiempo empezaron a oponerse frontalmente a las investigaciones realizadas en las clínicas. Si bien es cierto que las clínicas tenían parte de culpa, era una pena tanto para la ciencia como para nosotros que las relaciones entre las instituciones fueran tan poco fluidas. Por otra parte, afortunadamente también encontré gente colaboradora y ninguna dificultad externa me echó atrás a la hora de intentar cumplir con mis objetivos, de hecho el resultado se vio un par de años después. Me di cuenta de que un número demasiado grande de pacientes que al principio parecían tener un síndrome maniaco, melancólico, o de locura alucinatoria [Wahnsinn], amencia o locura [Verrücktheit], el síndrome cambiaba clara y rápidamente, y desarrollaban enseguida una pérdida típica de la capacidad racional o debilitamiento [Verblödung] muy similar entre sí a pesar de sus diferencias iniciales. Pude observar que las anomalías al comienzo de la enfermedad no tenían una importancia decisiva comparada con el desarrollo que llevaba a cada una de ellas a su fase final, que a su vez resultaba muy parecida a la de las distintas formas de parálisis. Además, no podía quitarme de la cabeza la idea de que los síndromes de todos estos casos, largo tiempo ingresados en los asilos, seguían un proceso morboso uniforme, que a veces se desarrollaba lento, a veces rápido, combinado o no con delirios, alucinaciones, agitación, estados de ánimo alegres o tristes, pero que siempre acababa destruyendo las funciones intelectuales. Teniendo esto en mente, parecía importante por tanto reconocer la enfermedad a tiempo para diferenciarla de otros síndromes parecidos. Aun hoy en día, es a menudo bastante difícil responder a semejante problema, pero ya entonces hicimos muchos intentos para resolverlo.

175. Friedrich Wilhelm HAGEN, psiquiatra (1814-1888). Desde 1846 a 1948 fue médico interno en el psiquiátrico de Erlangen. En 1849 fue nombrado director del psiquiátrico de Irsee, y a partir de 1859 dirigió el psiquiátrico de Erlangen, simultaneando esa actividad con la de profesor en la Universidad hasta su jubilación en 1887. Promovió la psicología fisiológica como base de la psiquiatría. Fue uno de los expertos que dio su opinión acerca del estado mental del rey Luis II de Baviera.

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Empujados por nuestro deseo de avanzar, uno de los métodos que seguimos fue hacer diagnósticos muy precisos tras el primer examen de cada paciente. Para ello, fabricamos una «caja de diagnósticos» en la que metíamos una nota con el diagnóstico detallado de cada paciente nuevo. Después, discutíamos las diferentes cuestiones que surgían a raíz de cada caso y cada uno de nosotros tenía que justificar su diagnóstico. Con el tiempo, sacamos las notas de la caja, hicimos una lista de los diagnósticos que habíamos anotado, y cada vez que un caso se cerraba añadíamos a cada nota la interpretación final de la enfermedad. De esta manera podíamos identificar mejor los errores y hacer un seguimiento de las razones que nos habían llevado a cometerlos, así que aprendíamos de nuestros fallos siguiendo las máximas de «eventus doce» y «ex errore lux»176. La formación clínica se daba tres horas a la semana, como había hecho Fürstner en su momento. Solía enseñar a mis alumnos dos casos, el primero de forma muy detallada y el segundo más brevemente. Consideré mi deber enseñar a los estudiantes en un semestre todo el conocimiento psiquiátrico que un médico pudiese necesitar en el futuro. Consciente de que nuestra rama era muy difícil, era ridículo exigir un conocimiento previo al alumnado al principio, o iniciarles a base de complicadas lecturas teóricas. Así que enfocaba mis clases asumiendo que los estudiantes sólo contaban con una base médica muy general y una cierta habilidad para hacer observaciones científicas. Siempre avanzábamos desde las historias clínicas más simples a las más complicadas, y pude perfeccionar este método de enseñanza a lo largo de mi propia carrera clínica porque pude definir mejor las diferencias entre las historias y la evolución de las enfermedades, de modo que resultaba más sencillo entender los trastornos mentales desde el punto de vista clínico. Desde el principio dejé claro a los estudiantes que era muy importante que colaborasen, así que les dejaba practicar y les hacía muchas preguntas para que entendieran los síndromes y las evoluciones partiendo de sus propias observaciones. Siempre procuré no limitarme a enseñarles cosas, sino que pretendí que ellos mismos pudieran a aprender por su cuenta con la mínima ayuda. Si el número de asistentes lo permitía, me gustaba pedirles que me ayudasen en mi trabajo. Por ejemplo, al final del semestre les pedía que pusieran en orden las enfermedades que habíamos visto a lo largo del curso de formación. Para sacar el máximo partido al tiempo de que disponíamos y que pudieran participar todo lo posible, solía evitar las explicaciones puramente científicas porque podían leerlas en los libros; me parecía más importante que vieran a muchos pacientes y que tratasen de resolver una y otra vez los problemas más difíciles, para así entender la enfermedad partiendo de las manifestaciones que cada una presentaba. Algunos alumnos eran más torpes y otros más espabilados, y aunque esta forma de trabajo participativo nos llevase mucho tiempo, siempre me pareció adecuado evitar trabajar con manuales y optar por un enfoque más práctico porque nos daba grandes beneficios. Durante los primeros años en Heidelberg, pasaba sala los domingos como complemento a las sesiones de formación y solía pedir a los estudiantes que examinasen casos concretos. Por desgracia, hubo que dejarlo porque tenía demasiado trabajo que hacer y suponía presionar mucho a los alumnos.

176. Respectivamente: «el resultado es el que enseña» y «del error sale la luz».

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Además de promover intensamente la investigación clínica, también quise potenciar el trabajo en psicología experimental. Primero traté de cubrir las lagunas de las pruebas que había hecho en Leipzig y Dorpat sobre la influencia de los fármacos en los procesos mentales, para poder presentar los resultados de forma coherente, y posteriormente di una conferencia en Baden-Baden acerca del efecto de los fármacos sobre el sistema nervioso central. Conseguí el equipamiento necesario para tres pequeños laboratorios de psicología gracias a la ayuda de Runne, un excelente mecánico, e intenté animar a un par de personas para que trabajasen en ellos. Aschafenburg me apoyó en todo momento. Me di cuenta de que si empezábamos a utilizar las pruebas psicológicas en psiquiatría necesitaríamos un equipamiento diferente al que habíamos estado usando hasta el momento. Por otra parte, esas investigaciones iban dirigidas a los problemas teóricos de la psicología y a estudiar la validez de la ley de Weber, pero no parecía que fuéramos a sacar mucho en claro de todo esto. La investigación en psicología sensorial no nos interesaba demasiado, sino que queríamos identificar el comportamiento de los distintos procesos intelectuales en enfermos mentales así como la influencia de factores externos e internos. Queríamos definir las diferentes tareas intelectuales, la comprensión, la capacidad de registrar información, la memoria o la asociación de ideas, pero sobre todo queríamos definir las manifestaciones de la voluntad, los movimientos más sencillos, la canalización de la energía y los mecanismos expresivos de la escritura y el habla. Por último, era importante que midiéramos con exactitud las cualidades básicas de la personalidad, como por ejemplo la capacidad para la práctica, la fatiga, la resistencia, la recuperación o la distracción para comprender de este modo las distintas formas de predisposición patológica. A lo largo del año intenté que se hicieran estas pruebas de forma sistemática siguiendo la metodología ya mencionada. Me ayudó una serie de alumnos entre los que estaban Aschaffenburg, Dehio, Bettmann177, Amberg y el brillantísimo pero infeliz Römer, que terminó suicidándose. Los resultados obtenidos se publicaron en los Psychologische Arbeiten [Trabajos de psicología] que yo mismo editaba. Más adelante, la carga de trabajo en Múnich hizo imposible que pudiéramos seguir haciendo con metodología adecuada estas pruebas. Otra área que no me había llamado la atención hasta que llegué a Heidelberg fue la psiquiatría forense, a pesar de que en algunas ocasiones hubiera tenido que dar mi opinión de experto. Aprovechando estas experiencias, recopilé toda la información que había tenido que manejar y la utilicé en mis sesiones formativas. Nunca me gustó dar clases muy teóricas, así que decidí organizar unos seminarios prácticos que con el tiempo terminaron siendo muy populares. Un abogado y un médico revisaban cada uno de los casos que llevaba a clase para analizar; el abogado lo juzgaba desde el punto de vista legal y el médico tenía que presentarlo desde la perspectiva psiquiátrica. Después los estudiantes debatían el caso y yo hacía unas aclaraciones finales. Cuando los estudiantes de Derecho y Medicina tenían ganas de trabajar, lo que no siempre era la norma, les resultaba interesantísima esta representación de un proceso legal. Me di cuenta de que los estudiantes de Derecho solían poner en duda o contradecir las 177. Siegfried BETTMANN, especialista en Medicina Interna y Dermatología (1869-?). Médico interno con Erb en la Clínica Médica de Heidelberg. En 1918 fue nombrado catedrático de Enfermedades Venéreas y de la Piel en la Universidad de Heidelberg.

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opiniones médicas, pero que con el transcurso del curso su actitud cambiaba y asumían antes que los propios estudiantes de Medicina que el protagonista del caso sufría algún problema mental. Hacia el final de mi temporada en Heidelberg tuve el honor de comprobar que a este seminario acudían personas del Derecho de todo tipo y grado provenientes de otros lugares como Pforzheim, Karlsruhe y Mannheim. Además de estas horas de clase y de la formación clínica, a veces daba alguna clase de una hora sobre psicología, normalmente de psicología criminal, o acerca del cerebro y el alma. En la clínica de Heidelberg la única habitación dedicada por completo a la ciencia era el laboratorio de anatomía. Algunos de mis ayudantes trabajaron conmigo allí, especialmente Ilberg178 o Dehio, que habían dejado Dorpat y habían regresado a Alemania. Quería localizar las causas de los trastornos mentales y para ello hicimos todo tipo de operaciones a perros y palomas para descubrir las funciones dañadas y poderlas mostrar posteriormente en mis conferencias y clases. Sin embargo, no podía profundizar en estas cuestiones porque tenía demasiadas obligaciones y parecía imprescindible la ayuda de un neuropatólogo que cubriera el complemento necesario de la instrucción clínica. El candidato en quien primero pensé fue Nissl, por supuesto. Lo único que podía ofrecerle aparte de un modesto puesto como médico era una carrera académica, pero a cambio tendría que dejar su trabajo actual. Finalmente mis negociaciones dieron su fruto: Nissl entró a formar parte de nuestra plantilla y poco después consiguió la habilitación en psiquiatría en la Universidad de Heidelberg. En una conferencia de Bütschli179 a la que asistí hacía tiempo, pude ver unas microfotografías de espuma salival y eso me dio la idea de intentar fotografiar los tejidos nerviosos. La primera fotografía que Bütschli hizo de una célula nerviosa no era especialmente buena, pero con la ayuda de Dehio conseguimos superar las dificultades y obtener imágenes bastante aceptables. Nissl se dio cuenta enseguida de la importancia que tenía este trabajo y siguió haciendo más. Era muy importante conseguir fotografías de toda la corteza cerebral y ampliarlas para poder ver los detalles de las células; para ello construimos una pequeña cámara de cartón a modo de cuarto oscuro y pasamos muchas horas intentando hacer fotografías ampliadas del cerebro a un tamaño de más de medio metro. Todo este esfuerzo comenzó a dar sus frutos y conseguimos tomar imágenes de elementos individuales con unas lentes de inmersión. Una visita al profesor Zetinow en Berlín me convenció de que las fotografías de Nissl cumplían nuestras mayores expectativas. En aquella época, su esfuerzo personal estaba dirigido a investigar los cambios patológicos en las células. 178. Georg ILBERG, psiquiatra (1862-1942). Desde 1887 a 1889 fue médico interno en el Servicio de Psiquiatría y Enfermedades Neurológicas del Hospital Municipal de Dresde. Después fue médico interno con Kraepelin en la Clínica Psiquiátrica de Heidelberg. Trabajó en el psiquiátrico de Sonnenstein con Guido Weber. Desde 1902 fue subdirector del psiquiátrico de Großchweidnitz y entre 1910 y 1928 dirigió el psiquiátrico de Sonnenstein. En 1925 fue nombrado catedrático y se retiró en Dresde. 179. Otto BÜTSCHLI, zoólogo (1848-1920). Estudió ciencias en la Universidad Politécnica de Karlsruhe. Entre 1865 y 1866 fue ayudante de la cátedra de Mineralogía del profesor Zettel. Después se cambió a la Zoología, ocupando esa cátedra en Heidelberg desde 1878 hasta su jubilación. Su obra más importante fue Mechanismus und Vitalismus [Mecanicismo y vitalismo] (Leipzig, 1901).

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Comparándolo con Dorpat, el número de pacientes admitidos era bastante grande y llegamos a seis mil o siete mil casos al año, a pesar de que no se permitían los ingresos voluntarios. Excepto los casos ingresados de urgencia, los pacientes con enfermedades mentales debían ser remitidos por sus médicos de distrito. Aun así, los casos que recibíamos solían ser muy parecidos entre sí. Apenas nos llegaban cuadros de imbecilidad menor, histeria, psicopatías y enfermedades constitutivas, salvo si habían tenido algún problema con la ley. Era una pena que los idiotas o los niños apenas pudieran venir porque las condiciones de admisión eran muy estrictas y, más tarde, porque no había camas suficientes, así que sus ingresos eran excepcionales. Cada vez que visitaba los psiquiátricos para idiotas me daba cuenta de que la investigación del idiotismo juvenil tenía que ser una de las tareas más importantes y gratificantes de nuestra ciencia. Por nuestra parte, apenas veíamos casos de enfermedades puramente neurológicas debido a los criterios de admisión, pero también porque solían derivarse al servicio de Erb cuando no se observaban síntomas de enfermedad mental. Nuestro interés clínico se centraba en los dos amplios grupos constituidos por la demencia precoz y la locura maníaco-depresiva. La clasificación del estupor maníaco fue un paso adelante en la comprensión de este segundo grupo. Algunas historias clínicas llamativas fueron incluidas en nuestra nueva clasificación, un avance de la cual fue presentada por Dehio en una comunicación oral. Después descubrimos «formas mixtas» de enfermedad mental, como la depresión agitada o la manía sin pensamiento, y conseguimos entender mejor las características comunes de este grupo a pesar de las diferencias entre todas sus formas clínicas. Igual que en la recopilación de las enfermedades esquizofrénicas, conseguimos llegar a un factor de pronóstico para clasificar cada caso y así poder corregir los errores cometidos anteriormente. De este modo podíamos evaluar restrospectivamente qué características diagnósticas habían sido fiables y cuáles no. Basándome en estas ideas, creí necesario separar otra enfermedad melancólica específica distinguiéndola del estado maníaco-depresivo. La significativa frecuencia de los estados depresivos en los años de involución parecía apoyar mi tesis, aunque con el tiempo quedó demostrado que estaba equivocado porque los estados de melancolía aumentan con la edad, no sólo con la involución. Lo más importante era que un número considerable de depresiones en pacientes mayores eran incurables y solían desembocar en demencia, y por tanto no tenían el mismo pronóstico favorable de las enfermedades maníaco-depresivas. Las investigaciones de Georg Dreyfus180 demostraron después que esto no se cumplía en todos los casos. En una ocasión se pudo observar que un número de pacientes melancólicos aparentemente incurables terminaban recuperándose después de un tiempo prolongado. Aquéllos que no lo hicieron presentaron casos de arterioesclerosis y cambios seniles, o bien desarrollaron otras afecciones que solían verse tras ataques maníaco-depresivos largos, severos y frecuentes. Además, no hay duda de

180. Georg L. DREYFUS, psiquiatra e internista (1879-1957). Ayudante en las Clínicas Psiquiátricas de Wurzburgo, Giessen, Heidelberg y Basilea, trabajó para Kraepelin en Múnich en 1906 y después fue ayudante en la Clínica Médica de Frankfurt (Main) con Schwenkenbecher. Dirigió el Servicio de Psiquiatría y Neurología del hospital Sandhog de Frankfurt, y en 1934 emigró a Suiza, donde practicó la psiquiatría.

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que los casos de melancolía aparentemente incurables venían dados por cambios concretos en el cerebro, los cuales debían de aclararse en investigaciones posteriores. Los intentos de Nissl de descubrir la anatomía patológica de las células nerviosas demostraron que sólo podíamos ver los cambios patológicos de los trastornos mentales basándonos en las historias clínicas completas. Del mismo modo, sólo podríamos interpretar correctamente las historias si teníamos en cuenta todas las peculiaridades de cada caso y no sólo por algunos rasgos característicos en general. Partiendo de esta idea, investigamos cuidadosamente los cambios del cerebro durante la parálisis y descubrimos el papel de las células plasmáticas en esta enfermedad. De aquí surgió el interés de estudiar la neurosífilis e hicimos descubrimientos interesantes sobre la endarteritis. En esta época empezamos a practicar las punciones lumbares que nos había enseñado a hacer el doctor Devaux de París. La detección de la linfocitosis en el líquido cefalorraquídeo y la multiplicación proteínica nos abría unas perspectivas desconocidas que investigó a fondo Nissl. La clínica de Heidelberg, que había abierto sus puertas en 1878, se dedicaba por completo a la formación y era la institución más antigua de este tipo en Alemania. Aparte de la calefacción de aire y la falta de luz eléctrica, las instalaciones estaban bien en líneas generales. El servicio de admisión de pacientes y las casas externas para los pacientes agitados tenían cada uno dos habitaciones de aislamiento especialmente sólidas que usábamos bastante a menudo, sobre todo por las noches en la zona de mujeres. Como conocíamos los inconvenientes del aislamiento y había muchas salas de vigilancia, finalmente la introducción de centinelas [Schottischen Wache] contribuyó al deseo cada vez más fuerte de limitar el encierro. Además, puse en práctica mi experiencia en Dorpat y utilicé las bañeras más a menudo a petición de mis colegas. Pedí bañeras de arcilla refractaria, las usamos también por la noche y con la ayuda de personal contratado específicamente para ello mejoramos las instalaciones. Las bañeras quedaron especialmente bien y fueron muy útiles sobre todo para los estados de agitación, así que las medidas de aislamiento cada vez resultaron menos necesarias; de hecho no tuvimos que aislar a ningún paciente durante los dos últimos años que pasé en Heidelberg. Gracias al uso sistemático de la inmovilización en cama y las bañeras, pudimos dejar de usar los llamados «trajes irromplibles», aunque tratamos de encontrar cierres discretos para reemplazar a los botones, que había que coser muy fuerte. Los cambios en los servicios para los pacientes agitados, las mejoras en las bañeras y la ampliación de las habitaciones vigiladas fueron parte de los progresos que llevamos a cabo, e informé de todos ellos en el encuentro de psiquiatras en Karlsruhe. Mencioné el uso de baños prolongados a pesar de que sospechaba que seguramente muchos de los allí presentes llevaban ya a cabo este tratamiento en otros lugares. Para mi sorpresa, Carl Fürstner y Heinrich Schüle181 se opusieron con vehemencia a mis ideas, pero por suerte conté con el apoyo

181. Heinrich SCHÜLE, psiquiatra (1840-1916). A partir de 1878 fue médico jefe de los servicios para mujeres en el psiquiátrico de Illenau, y director en 1890. Introdujo la inmovilización en cama, las salas supervisadas y pequeñas casas de campo para el tratamiento no restrictivo de los pacientes. En el manual de Ziemssen sobre Patología especial y terapia, Schüle escribió el capítulo «Klinische Psychiatrie» [«Psiquiatría Clínica»], (Leipzig, 1878). Su obra principal fue Klinische Psychiatrie: Specielle Pathologie

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de Alois Alzheimer182 y de otros colegas que habían visto nuestras bañeras y que también las usaban en sus clínicas. No se tomaban medidas represoras de ningún tipo en Heidelberg. Sólo hubo que atar a un paciente epiléptico a la cama en una ocasión porque estaba muy agitado y estaba empezando a sangrar debido a una operación de hemorroides a la que había sido sometido. En otra ocasión decidí atar a un paralítico muy agitado y maleducado que tenía fiebre muy alta y celulitis séptica en un brazo. Sin embargo, su estado mejoró muchísimo y no fue necesario atarlo al final. Aparte de estos casos, no fue necesario siquiera plantearse el uso de ningún tipo de restricción física. La revolución que supuso la inmovilización, los baños y los nuevos narcolépticos y tranquilizantes fue impresionante. Para que los alumnos entendieran mejor lo que habían supuesto estos avances, reuní ilustraciones de psiquiátricos antiguos y diferentes artilugios de restricción física como camisas de fuerza, sillas, grilletes, manguitos y guantes, y monté un pequeño museo para enseñárselo durante el semestre. También conseguí unas cadenas que tuve que usar una vez con un paciente y me enviaron desde Eichberg un pequeño modelo de la rueda hueca de Hayner183. La propia localización de Heidelberg propiciaba la visita de gente de Alemania y del extranjero. Como yo había disfrutado de la hospitalidad de mucha gente, quería que todos mis invitados se sintieran bienvenidos aquí. Algunos colegas empezaron a quedarse temporadas más largas y participaron en nuestras investigaciones o llevaron a cabo las suyas propias. Tuvimos un número de psicólogos bastante extenso, incluidos profesionales americanos y rusos; otros colegas venían de Suecia, Holanda e Italia, y unos pocos de Francia e Inglaterra. Shuzo

und Therapie der Geisteskrankheiten [Psiquiatría clínica: Patología especial y terapéutica de las enfermedades mentales], cuya tercera edición (1886) fue traducida al francés con un prólogo de H. Dagonet (Traité clinique des maladies mentales, París, Delahaye y Lecrosnier, 1888). 182. Alois ALZHEIMER, psiquiatra (1864-1915). Desde 1888 fue médico interno con Sioli y después médico en el psiquiátrico municipal de Frankfurt (Main). Médico de la Clínica Psiquiátrica de Heidelberg en 1902. Desde 1904 hasta 1912 trabajó con Kraepelin en la Clínica Psiquiátrica de Múnich y en 1904 consiguió la habilitación como profesor universitario. En 1912 fue nombrado catedrático y director de la Clínica de Breslau. Su obra más conocida es «Über einen eigenartigen, schweren Erkrankugsprozess der Hirnrinde» [«Acerca de un proceso extraño y severo de la corteza cerebral»], Neurologisches Zentralblatt, 1916, 25, p. 1134. A propuesta de Kraepelin, lleva su nombre la demencia senil hoy conocida como «enfermedad de Alzheimer», que había sido el objeto de sus estudios. 183. Christian August Fürchtegott HAYNER, psiquiatra (1775-1937). A partir de 1806 fue médico en la cárcel de Waldheim (Sajonia), y desde 1829 fue médico del psiquiátrico de Colditz (Sajonia), y su director entre 1834 y desde 1837. Su publicación más importante fue «Ueber einige mechanische Vorrichtungen, welche in Irrenanstalten mit Nutzen gebraucht werden können, mit Abbildung, als: 1. das hohle Rad, 2. der Zwangsschrank, 3. die Coxsche Schaukel, 4. Einrichtungen eines Badewannendeckels zu Begießungen mit kaltem Wasser» [Acerca de algunos mecanismos que pueden usarse en los psiquiátricos y sus ilustraciones. 1. La rueda hueca, 2. El armario forzoso, 3. El columpio de Cox, 4. Los baños de agua fría] (en Nasses Zeitschrift fur Psychische Aerzte [Revista de Nasse para médicos psicólogos], 1818, 1, pp. 339-366).

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Kure184 llegó desde Japón y Raschid Tachsin desde Turquía. Me alegré especialmente por la visita de Eugen Bleuler185, que había trabajado extensamente en la demencia precoz y con el que compartía muchos puntos de vista. Adopté la sana costumbre de llevar a mis invitados de excursión por los alrededores tan maravillosos que teníamos y de este modo conocerlos algo mejor. También me gustaba invitar a casa a mis compañeros de la clínica siempre que era posible. Con la ayuda de otros médicos, editamos algunas publicaciones como libros de actas de los encuentros psiquiátricos que organizábamos, que de vez en cuando eran en Heidelberg, pero como solían incluir algunos comentarios maliciosos, me causaron más de un problema por ser el editor responsable. Un día recibí una tarjeta de visita de Althoff, el poderoso director ministerial de Prusia, en la que anunciaba su visita. Como había oído que trataba a los catedráticos con bastante desprecio, me propuse darle una bienvenida lo más sobria posible. Me dijo que había venido a ver nuestras bañeras, así que se las enseñé. Durante nuestra conversación acerca de las vacantes en la Academia de Psiquiatría, traté de expresar de la manera más franca posible mi oposición a la elección de la administración educativa prusiana. No dudé en darle mi opinión porque no tenía el más mínimo interés en ir a Prusia dado que esperaba terminar mis días en Heidelberg. En contra de lo que yo me esperaba, Althoff era de lo más sensible y agradable, y me preguntó por qué evitaba verle cuando iba a Berlín. Le respondí que no tenía ninguna causa en particular y me pidió que Aschaffenburg fuera a visitarlo. Nunca volvimos a vernos en persona, pero el hecho de que me pidiera consejo en alguna otra ocasión era un signo inequívoco de que seguía apreciándome. En líneas generales, mi relación con los demás catedráticos se limitaba a una vida social algo aburrida y poco estimulante. El trabajo ocupaba la mayor parte de mi tiempo y las relaciones personales eran casi la excepción de la regla. Me llevaba muy bien con el arqueólogo Duhn186 porque compartíamos intereses artísticos, pero mi ciencia y mi familia era lo que más me importaba. Los grandes banquetes eran un fastidio, empezaban a las cinco y terminaban a las diez, y cada vez que llegaba a casa cansado y lleno hasta arriba me juraba a mí mismo que no volvería a ninguno. Mi opinión acerca del alcohol era una causa incesante de discusiones y contribuía a que no me gustase especialmente el contacto social. 184. Shuzo KURE, psiquiatra japonés (1865-1932). Desde 1897, profesor asociado de Psiquiatría en la Universidad de Tokio. Entre 1897 y 1900 amplió su formación en Alemania y Austria. En 1901, titular de la cátedra de Psiquiatría en Tokio y director del psiquiátrico de Matsuwa. 185. Eugen BLEUER, psiquiatra (1857-1939). Acuñó el término «esquizofrenia», que prevaleció sobre la «dementia praecox» kraepeliniana. Entre 1886 y 1898 fue director del psiquiátrico de Rheinau, en el cantón de Zúrich. Desde 1898 hasta 1927 fue catedrático de Psiquiatría en la Universidad de Zúrich y director de la Clínica Psiquiátrica y del Hospital Psiquiátrico Burghölzli. Sus obras más importantes son: «Dementia praecox oder Gruppe der Schizophrenien», en Aschaffenburgs Handbuch der Psychiatrie, Leipzig y Viena, Franz Deuticke, 1911 [ed. española: Demencia precoz. El grupo de las esquizofrenias, Buenos Aires, Paidós, 1961]) y Lehrbuch der Psychiatrie [Tratado de Psiquiatría], que se publicó por primera vez en 1916. 186. Friedrich Carl von DUHN, arqueólogo (1851-1930). En 1874 se licenció en la Universidad de Bonn. Desde 1879 fue profesor en Gotinga y en 1880 fue nombrado catedrático de Arqueología en Heidelberg.

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Los encuentros de la facultad eran prácticamente la única ocasión que tenía de ver a los demás médicos y siempre reinaba una amistosa armonía en ellos. Sentía muchísimo aprecio por estos caballeros y me llevaba muy bien con todos ellos. Durante los últimos años en Heidelberg solía ir la Sociedad de Historia Natural para contactar con colegas más jóvenes, pero no siempre resultaba fácil por culpa del ambiente tan serio y reservado que allí se respiraba. Me gustaban sobre todo los encuentros de primavera en Baden-Baden y solía ir siempre que podía; en cambio, a los de otoño en Karlsruhe acudía bastante menos gente. Para que estos encuentros fueran más productivos científicamente hablando, y para poder presentar a los pacientes intenté que se organizase por turno en las ciudades universitarias de Friburgo, Heidelberg y Estrasburgo, pero encontré la tenaz oposición de Schüle y Fürstner. Durante el transcurso de los años llegué a conocer a fondo a Ludwig187, el excelente y valiosísimo director del psiquiátrico de Heppenhein. Me ayudó en muchas ocasiones con su extenso conocimiento del comportamiento humano y su enérgica determinación. Era un psiquiatra muy entusiasta con una naturaleza incansable y sacrificada que se entregaba a los pacientes y promovía la investigación científica. Era muy exigente con su trabajo y con el de los demás, y cuando encontraba la dirección correcta de una investigación, la seguía con gran tenacidad. Una vez me contó una historia muy típica: había ido a visitar al Ministro para hacerle una petición muy importante, pero fue rechazada. A pesar de ello, decidió presentar el mismo proyecto cada ocho o catorce días, hasta que le preguntaron cómo se atrevía a enviar lo mismo una y otra vez. Respondió que no le quedaba otro remedio porque no se había resuelto su petición como merecía y terminó saliéndose con la suya. Su trato conmigo fue siempre muy amable y solía venir a verme a Heidelberg. Durante los últimos años organizamos encuentros científicos para psiquiatras en Hessen con cierta regularidad, y yo siempre participaba cuando se celebraban en Heppenheim. En uno de ellos hablé por primera vez de la neurosis expectante [Erwartungsneurose]. Durante mi estancia en Dorpat me planteé si debería dejar el alcohol de raíz tras hacer las pruebas sobre el efecto que tenía en la mente. No volví a beber durante meses para probar, pero no noté ninguna mejora en mi estado de salud. En 1892 investigué si el uso del alcohol tenía algún efecto práctico para la salud mental y descubrí que no había ningún otro motivo para beber más que mejorar el estado de ánimo. Este descubrimiento me impresionó porque hasta el momento me parecía que su uso era necesario e innegable y suponía aceptar las peligrosas consecuencias tan conocidas en mi profesión. Por aquel entonces quedé con August Forel, porque el gobierno del cantón suizo de Friburgo me había pedido mi opinión acerca de la necesidad de construir una Clínica Psiquiátrica allí. En esta ocasión pude hablar largo y tendido sobre los problemas del alcohol, y me convencí de que tenía que luchar contra las costumbres tan arraigadas en mi país que tantos problemas de alcoholismo causaban. Por ello no volví a beber ni una gota durante meses, pero cuando viajé a Madeira en 1894 tomé alguna copa de vino porque me insistieron en hacerlo. En cualquier caso, a veces tomaba alguna 187. Georg LUDWIG, psiquiatra (1826-1910). Desde 1853 médico interno en el psiquiátrico de Hofheim. En 1855 fue nombrado director. Desde 1886 dirigió el nuevo Irren–Heil– und Pflegeanstalt Heppenheim [Instituto para el Cuidado y Bienestar de los Locos de Heppenheim]. Se retiró en 1897.

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cerveza con los colegas más jóvenes para no tener que discutir con ellos sobre el asunto. En la primavera de 1895 probé en Grecia el vino resinado y no me gustó nada, así que cuando volví a casa decidí que dejaría el alcohol por completo y que lucharía contra el alcoholismo. Fui el cofundador de la Verein abstinenter Ärzte [Asociación de médicos abstemios] y animé a mi ayudante Carl Fürer, que me había ayudado con las investigaciones de los efectos del alcohol, a que fundara una clínica para alcohólicos en Rockenau, Eberbach. Como dejé de beber cerveza y vino en las reuniones sociales, todo el mundo pensó que yo era “una beata” y empezaron a rodar chistes buenos y malos sobre mí o intentaron aconsejarme, pero lo peor de todo es que me veía enfrascado de pronto en discusiones interminables acerca del alcohol. Mis puntos de vista tan extraños se fueron aceptando con el tiempo y cada vez era más la gente que me decía que tenía razón y que sólo bebían en determinados actos sociales. Causé sensación y creo que si alguna vez fui famoso no fue por mi trabajo científico, sino porque no bebía alcohol. Años después conocí a unos alemanes en Italia y lo primero que me preguntaron cuando se enteraron de que venía de Heidelberg fue que si conocía al catedrático que no bebía. Cuando presenté mi candidatura para ir a Múnich, les habían llegado referencias de que yo era todo un personaje y que tenía muchas manías, todo ello porque no bebía. Una vez que me instalé en Múnich, fueron varios los colegas que me confesaron que bastantes médicos desconfiaban de mí por esa misma razón y tuve que asumir que me excluyeran de los círculos de la corte de Múnich por ser abstemio. Esta situación me llevó a trabajar con la Verein gegen den Mißbrauch geistiger Getränke [Asociación contra el abuso de las bebidas que afectan a la mente] para informar a la gente ampliamente sobre la cuestión. Participé en varios encuentros nacionales y siempre tuve discusiones acaloradas sobre el tema. Poco a poco se nos unió más gente y llegamos a fundar una cantina sin bebidas alcohólicas, una Volksheim [Casa del Pueblo], pero como no encontramos a nadie adecuado para que lo gestionase ni teníamos tiempo nosotros mismos para dirigir un negocio así, terminamos abandonando esta iniciativa. A pesar de ello, se fundó una cantina de la Cruz Azul188 que continuó su tarea. Me alegré especialmente de poder dar charlas sobre los problemas del alcohol a los alumnos más mayores del colegio de secundaria de Heidelberg y también pude hacer algo similar con los estudiantes universitarios. Recibí invitaciones para hablar de este tema en Mannheim, Saarbrucken y Neunkirchen. En una ocasión hablé sobre los efectos mentales del alcohol en Basilea, y conocí a mi muy admirado Gustav Bunge189, fundador del Movimiento Alemán por la Abstinencia, que venía 188. La Cruz Azul es una asociación antialcohólica de inspiración cristiana, fundada el 21 de septiembre de 1877 en Ginebra por Louis-Lucien ROCHAT, cura del cantón de Vaud, que se inspiró en los movimientos pro-abstinencia ingleses y norteamericanos, así como en la recién fundadaCruz Roja. En Alemania la introdujo Arnold Bovet, predicador suizo, constituyendo el 5 de octubre de 1885 en Hagen la primera sede germana. 189. Gustav BUNGE, fisiólogo (1844-1920). Natural de Dorpat, en 1874 consiguió allí la habilitación docente en Fisiología y en 1885 fue nombrado catedrático en Basilea. Hizo muchas investigaciones sobre el efecto del alcohol en el cuerpo humano. Su obra más importante fue Lehrbuch der physiologischen und pathologischen Chemie [Tratado de química fisiológica y patológica] (1887).

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procedente de las provincias bálticas. Nos volvimos a encontrar en Hamburgo en 1911, en unas conferencias en las que él habló sobre sus investigaciones acerca del alcohol en la leche materna y yo hice un repaso del alcohol desde el punto de vista de la psicología. Uno de los efectos más rápidos y agradables de mi abstinencia fue la desaparición de las migrañas que solían atacarme una vez por semana. También llevaba una vida extremadamente moderada, así que la supresión del alcohol no fue la única razón de mi mejoría; las migrañas suelen desaparecer con la edad (aunque apenas tenía cuarenta años en aquel momento) y además contaba con esos paseos por los maravillosos alrededores de Heidelberg. Es difícil expresar lo agradecido que estoy a esos paisajes tan mágicos y maravillosos, con ese toque sureño de frescura y vitalidad. Cuando paseaba por las montañas y los valles forestales daba las gracias por estar en la Universidad más bonita del país y elogiaba las maravillosas paredes de roca verdes, la antigua ciudad que se extendía por el valle del Neckar, las ruinas del castillo rodeadas de flores y los colores del otoño reflejados en la luz del sol y de la luna llena. Siempre que me lo permitía mi trabajo solía aprovechar para ir al campo, y cuando en uno de nuestros paseos miré desde lo alto de la montaña al valle del Neckar, pensé que sería el lugar ideal para un psiquiátrico privado. Le conté la idea al doctor Ernst Beyer190, uno de los ayudantes, y decidió llevarla a cabo, pero desgraciadamente sus diferencias con el compañero con el que compartía el proyecto llevaron a que el resultado final no fuera exactamente lo esperado. La residencia oficial en la que vivíamos echó a perder de alguna manera nuestros primeros años en Heidelberg. Desde fuera, era una casita preciosa situada en la calle Bergheimer, pero con el tiempo me di cuenta de lo poco práctica que era para mi trabajo. El vecino de al lado tenía una herrería muy ruidosa que no nos daba tregua ningún día, pero además la estación de tren estaba muy cerca y nos molestaban especialmente los trenes exprés que llegaban por la noche. Los dormitorios del piso de arriba eran demasiado calurosos en verano porque el tejado era de pizarra y teníamos que dejar las ventanas abiertas, así que nos costaba mucho dormir. De hecho íbamos a Kohlhof un par de días a la semana para poder descansar tranquilos. Cuando nos invitaron a ver la nueva clínica de Tubinga, pensé incluso en buscar refugio en esta Universidad tan tranquila, pero cambié de opinión cuando hablé con Kühne. A pesar de todos los inconvenientes, dejé mi residencia oficial en Heidelberg y nos mudamos junto al puente recién construido, donde pude encontrar la calma y la tranquilidad que me permitieron asentarme definitivamente en la ciudad. Siguiendo el ejemplo de Wundt, me compré una máquina de escribir y aprendí tan rápido a usarla que me resultaba hasta desagradable escribir con pluma. Mientras tanto, mi familia creció con el nacimiento de tres hijas y con el tiempo me arrepentí de no haber tenido un jardín para ellas en esta nueva casa que parecía habérsenos quedado pequeña. Mi madre también pasó largas temporadas con nosotros hasta que murió a los setenta y seis años. En la primavera de 1898 me enteré a través de Friedrich von Duhn de que se vendía una casa recién construida en Hirschgasse y que tenía unas vistas maravillosas del castillo y del 190. Ernst BEYER, psiquiatra (1869-?). De 1897 a 1898 fue médico interno con Kraepelin en Heidelberg. Fundó el psiquiátrico de Neckargmuend en 1898. Desde 1900 hasta 1905 fue prpietario y director del psiquiátrico Gut Waldhof en Littenweiler, cerca de Friburgo (Breisgau). Desde 1905 hasta 1934 fue director del Psiquiátrico Estatal del Rhin, en Roderbirken, y finalmente se retiró en Düsseldorf.

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valle del Neckar. Me gustaba tanto la ubicación que decidí comprarla a pesar de todas mis dudas; por desgracia, poco después me enteré de que el constructor no era una persona de la que uno se pudiera fiar y tuvimos varios desencuentros muy desagradables. El dinero que pedía estaba muy por encima de mis posibilidades y además estaba lejos de la clínica, pero la casa nos trajo tanta felicidad que todos estos problemas no nos parecieron tan importantes al final. Teníamos unas vistas totalmente abiertas de la ciudad a pesar de que más adelante se construyeron algunas casas delante. Podíamos ver el castillo y el valle que lo rodeaba, y al Oeste veíamos la meseta del Rhin, la catedral de Speyer y los montes Palatinos. Al Este teníamos el verde valle del Neckar y el claustro de Neuburg, detrás de los cuales veíamos las frondosas colinas de Heiligenberg. La casa tenía un jardín de tamaño medio orientado al Sur en el que florecía todo enseguida gracias al clima de Heidelberg. Teníamos además una casita en el jardín con las ventanas de colores que había sido antes un club para estudiantes y lo usé de refugio acogedor para trabajar disfrutando de unas vistas maravillosas de la ciudad. Junto al muro cubierto de enredadera y bajo los abetos teníamos un precioso rincón donde nos gustaba tomar café. Llamamos a la casa «Luginsland» y encargué que pintasen en la fachada el ángel de Melozzo da Forli tocando el laúd para que reflejase el encanto y la tranquilidad de nuestro hogar191. Como estábamos en un lugar un poco solitario, compré un enorme gran danés gris al que llamé Ramsés en honor al viaje a Egipto que había hecho. Ramsés tenía ya unos años pero enseguida se convirtió en uno más de la familia. Era el compañero de juego de mis hijas y me acompañaba todos los días a la clínica y a pasear, aunque tenía la tendencia incorregible de querer cazar todo el día. Saltaba mucho y nadaba muy bien, era alegre, tenía muy buen carácter y mucho valor. No hacía caso de los perros pequeños y gritones, sino que prefería los perros de su tamaño. Su relación con la familia era conmovedora: podía quedarse quieto horas y horas delante de una puerta esperando que alguno de nosotros saliera, y no soportaba los gritos ni la violencia contra los niños. Por desgracia, cuando nos marchamos de Heidelberg lo tuvimos que dejar allí y se puso tan triste que llegamos a pensar que se moriría. Cada vez que volvíamos de visita, nos recibía muy alegre, seguía a mi mujer a todas partes y se quedaba con nosotros hasta que lo llevábamos con su nuevo dueño. La vuelta a Alemania y las facilidades para viajar me hicieron posible cumplir mi deseo de viajar uno o dos meses al año a países extranjeros. Las sobrinas de mi mujer vinieron a vivir con nosotros algunas temporadas, así que pudo acompañarme a muchos viajes mientras ellas cuidaban de nuestros hijos. En el otoño de 1891 fuimos a Basilea y a Friburgo para visitar a Emminghaus y tratar de superar la pérdida de nuestro hijo menor. En Friburgo vimos los cuadros de Böcklin y después fuimos a Wilderswyl, cerca de Interlaken, donde nos quedamos unos días. En este lugar conocimos por casualidad al profesor de Geografía Brückner192 y a su

191. El nombre alude a las hermosas vistas: «Lunginsland» significa «El Mirador» o «La Atalaya».— Melozzo DA FORLI, artista italiano (1434-1494). Pintó sobre todo frescos, como el de Santi Apostoli en Roma (Quirinal). 192. Eduard BRÜCKNER, geógrafo (1862-1927). Desde 1888 trabajó en la Universidad de Bonn, desde 1904 en la Universidad de Halle y desde 1906 a 1927 fue catedrático de la Universidad de Viena, donde falleció. Era el padre de Alexander Brückner, historiador, ya mencionado en estas Memorias.

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hijo, ambos de Jena. Hicimos alguna excursión y en Muerren visitamos a Henry Stanley193, que acababa de volver de África. Después fuimos a Spiez, Kandersteg, al paso Gemmi, Leukerbad y Brieg, y después cruzamos el paso del Simplon hacia Stresa. Cuando pasamos Pallanza, nos dirigimos hacia Lugano y visitamos Luino; luego fuimos a ver Bellagio, Como y Milán, y nos quedamos en Santa Margherita, donde pudimos nadar y pasar unos días maravillosos. A la vuelta fuimos a Savona, Milán, la encantadora Brescia, Saló, Riva y Múnich, donde nos quedamos un par de días como ya era costumbre antes de volver a casa. En el otoño de 1892 hicimos una breve visita a Berna y quedamos en Montreux con el señor von Duhn. Luego fuimos a Génova, Turín y Santa Margherita, donde pasamos de nuevo una semana maravillosa, y seguimos hacia Sicilia visitando Florencia, Roma, Nápoles y sus alrededores. Nos quedamos un par de días en Palermo y, aparte de visitar los lugares más típicos, también fuimos a Villa Palagina, lugar descrito por Goethe en un poema, donde además pudimos contemplar unos extraños cuadros pintados por un artista con demencia precoz. Después fuimos unos días a Cefalú y nos bañamos en su tempestuoso mar. Viajamos por las islas de Girgenti, fuimos a Catania y visitamos Siracusa. El Etna estaba activo en ese momento y pudimos ver las lenguas de lava desde el Monti Rossi y después desde un balcón de Nicolosi. A la mañana siguiente, rodeamos el gran cráter y fuimos al refugio, que habían puesto patas ariba tres americanos o ingleses bastante poco considerados. Se formó una gran tormenta de nieve por la noche y llegaron media docena de turistas helados y exhaustos, y con su ayuda pudimos hacer frente al monopolio de los otros excursionistas. Por desgracia no pudimos subir al pico de la montaña al día siguiente porque había demasiada niebla y estaba todo cubierto de nieve, así que bajamos dejando atrás las nubes y disfrutando de las vistas del Este de Sicilia y de la costa a lo lejos. Por el camino recogí retama del Etna y finalmente descansamos por esa noche en Taormina. Después hicimos una breve visita a Messina y volvimos a Nápoles y Roma, donde pudimos recordar viajes anteriores. En la primavera de 1893 visité a Wundt en Leipzig y después fui a Berlín y Neustrelitz. En otoño viajé solo a Múnich, al lago Garda y a Parma. También pude disfrutar de las pinturas de Correggio en la galería de Dresde y visité el psiquiátrico modelo de Reggio Emilia. Por desgracia, no pude conocer a su director, Augusto Tamburini194, pero me recibieron muy

193. Sir Henry Morton STANLEY, explorador británico (1841-1904). Por encargo de Gordon Bennet, magnate de la prensa dueño del New York Herald, buscó a Livingstone en África y lo encontró en 1871 en Ujiji (Tanzania), junto al lago Tanganika. Entre 1874 y 1877 cruzó África de Este a Oeste. Entre los años 1882 y 1884 hizo un viaje de investigación por el Congo, y desde 1887 hasta 1889 fue de expedición para rescatar a Emin Pachá, seudónimo del médico y aventurero alemán Isaak Eduard Schnitzer, a quien encontró a orillas del lago Alberto en 1888. 194. Augusto TAMBURINI, psiquiatra italiano (1848-1919). Desde 1876 fue director del psiquiátrico Voghera y catedrático de Psiquiatría en Pavía. En 1877 fue nombrado catedrático en Módena y director del psiquiátrico de Reggio-Emilia, y en 1905 fue trasladado a Roma. Cofundador con Morselli de una Revista de freniatría y medicina legal. Escribió artículos de orientación localizacionista; también sobre el alcoholismo y sobre la sistencia psiaquiátrica en Italia y en otros países.

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amablemente sus colegas más jóvenes y pude conocer el lugar de la mano de Giulio Vassale195. Me dio la sensación de que era un hospital muy bien organizado y que tenía una vida científica muy rica. Además, me enseñaron un vaso de cuerno que Franz Tuczek había donado tras su trabajo sobre la pelagra. Mi camino me llevó después por las montañas y los bosques de los Apeninos hasta La Spezia y Porto Venere, después a Santa Margherita, donde vi al profesor Bluntschli de Berna y al artista Georg von Hösslin de Múnich, a quien ya conocía de viajes anteriores. Tenía mucho interés por visitar la Riviera occidental, así que viajé a San Remo, Berdighera y Metone, fui por la «Route de la Corniche» hasta Niza y Cannes, y a la vuelta me alojé en Montecarlo, aunque no jugué nada en ninguno de sus casinos. Por último, en Voghera quedé con un compañero, el profesor Raggi, cuya colección de cráneos provocó mi admiración y también mi envidia. Una de las experiencias que más disfruté durante el año siguiente fue el viaje a las Islas Canarias con mi hermano Karl. Salimos de Hamburgo un frío día de marzo y cruzamos el Mar del Norte y el Canal en medio de una intensa tormenta, así que para no marearme tuve que permanecer totalmente quieto durante el viaje hasta que el mar empezó a calmarse en el Golfo de Vizcaya. Seis días después avistamos el oscuro perfil de la isla de Porto Santo y a la mañana siguiente, que fue muy soleada, la maravillosa ciudad de Funchal apareció ante nuestros ojos en todo su esplendor. Allí se quedaron los demás viajeros y también un capitán austriaco con quien habíamos hablado bastante durante el viaje, y que al parecer se dirigía a Río para recoger un barco de guerra cuya tripulación había muerto de fiebre amarilla. Estuvimos diez días en Madeira y nos alojamos en el Hotel Hortas con un montón de alemanes muy simpáticos. Allí pudimos disfrutar de los alrededores tan bonitos del lugar e hicimos excursiones largas todos los días, como al alto Curval y al arrecife de la isla hasta Poiso. Nos gustó mucho la fauna y flora desconocida que nos encontramos por el camino, dado que desde el primer momento en que pisamos la playa todo era distinto a lo que habíamos visto antes. Las palmeras de las ciudades eran especialmente bellas, así como las brillantes buganvillas violetas que ya habían llamado nuestra atención desde el mar. Los enormes arbustos de datura florecían a lo largo de toda la ciudad y las fucsias adornaban los árboles llenos de frutas maduras, flores y brotes. Había muchas arañas y caracoles, y recogimos todo tipo de especies, algunas desconocidas para nosotros. El cónsul alemán, el doctor Sattler, nos invitó a su casa y, cuando ya nos marchábamos, sus hijas nos dieron un par de cañas de azúcar para que probásemos su zumo. También conocimos al «Rey de Madeira», un comerciante inglés llamado Blandy, que nos dejó ver su increíble jardín situado en las montañas al que llamaba «Palheiro». Además de la profusión de plantas tropicales, nos sorprendió la cantidad de camelias llenas de flores que allí había. Muy cerca había un bosque de eucaliptos gigantes, aunque la vista era algo sosa por las hojas tan regulares que tenían. Las puestas de sol eran increíbles en este lugar porque el sol se sumergía en unas islas muy pintorescas que había lo lejos, llamadas Desertas porque nadie las habitaba. Por desgracia, había pocas rutas llanas y tuvimos que escalar montañas muy escarpadas, y ni siquiera los típicos carros tirados por bueyes eran de gran ayuda. 195. Probablemente, Giulio VASSALE, patólogo italiano (1862-1912). En 1899 fue nombrado catedrático de Patología General en Módena.

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Proseguimos nuestro viaje y nos subimos a bordo de un barco de vapor de la compañía Woermann en la que viajaba un grupo numeroso de askaris196 que se dirigía desde el África Oriental Alemana al África Occidental. La planta intermedia del barco estaba llena de estos personajes vestidos de una forma muy colorista. Las siguientes veinticuatro horas de viaje las hicimos en medio de una tormenta, pero llegamos finalmente a Santa Cruz de Tenerife. A lo largo de esos días visitamos al doctor Otto, un antiguo colega que se había ido a vivir a un pueblo llamado Guinar al Suroeste de la isla. Para llegar allí tuvimos que hacer cuatro horas de viaje en carro, pero disfrutamos del camino porque recorrimos una carretera que bordeaba la costa. A la derecha podíamos ver varios cráteres dispersos y a la izquierda el mar. Cuando llegamos a Guinar por la noche, hicimos uso de nuestro dudoso español para preguntar dónde podíamos encontrar al «doctor alemán» que vivía en un pequeño hotel. Nos recibió un tinerfeño y le contamos la razón de nuestra visita; para nuestro alivio, se dirigió a una empleada en el alemán típico de Hildesheim porque al parecer se había criado en Alemania. El doctor Otto y su esposa nos recibieron inmediatamente con gran hospitalidad a pesar de que él estaba enfermo. Aprovechamos los siguientes días para conocer los maravillosos alrededores y su fauna y su flora, tan novedosas para nosotros. El segundo día hicimos una excursión a través de un paisaje refrescante y primaveral hacia los barrancos de Barraneo y Barraneo del Río Badajoz, dos buenos representantes de los cortes tan empinados de las montañas de la zona. La temperatura era más fresca y agradable entre las paredes de roca y allí crecían un montón de helechos. En Barraneo del Río Badajoz encontramos muchos arbustos subtropicales, todo tipo de rosas de roca [cistáceas], laburnum, madroños y viburnum. Por la tarde dimos un paseo por la costa en dirección Suroeste con el doctor Otto, que ya se encontraba mejor. Cuando nos marchamos de su casa al día siguiente, a eso de las cuatro, la luna todavía estaba en lo alto del cielo y el aire olía a naranja. Disfrutamos de la magia de la noche tropical hasta que el coche nos recogió para llevarnos a Santa Cruz. Antes de llegar a La Orotava, nuestro destino principal, hicimos una excursión de cuatro días por la isla de La Palma. Llegamos en barco a Santa Cruz de la Palma, de noche y con el brillante mar lleno de medusas. El día amaneció nublado, así que mientras el tiempo mejoraba, estuvimos regateando para conseguir a mejor precio las mulas y los guías que necesitábamos. Recorrimos caminos muy empinados llenos de cinerarias muy coloridas y bosques de laureles y pinos hasta llegar al macizo de Cumbre, una cadena montañosa muy escarpada que cruza la isla. En la cima nos encontramos descansando a unos comerciantes que vendían productos de barro, con la mala suerte de que mi hermano se cayó de la mula encima de ellos. Después bajamos un camino muy desnivelado y pasamos junto al Pino de la Virgen, donde había clavada una imagen de una santa. Montamos de nuevo en las mulas y atravesamos los fértiles jardines de Los Llanos, cerca de la costa Oeste. Comimos unos higos dulces y unas naranjas deliciosas, y pasamos la noche allí en unas condiciones algo precarias. Por la noche hubo una terrible tormenta, pero a la mañana siguiente amaneció todo despejado y pudimos hacer nuestra excursión a Caldera. El arroyo que teníamos que cruzar traía tanta agua que necesitamos la ayuda de un pastor del 196. Los askaris eran batallones formados por soldados nativos enrolados en las tropas coloniales europeas en África (N. de la T.).

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lugar que pasaba por allí. Avanzamos durante horas y a eso de las tres de la tarde llegamos a un lugar con unas vistas espléndidas a pesar de las nubes, desde el cual pudimos ver los picos cubiertos de nieve que rodeaban la hondonada de la montaña. Volvimos a Los Llanos bajo una intensa lluvia, pero al día siguiente gozamos de un bonito día de sol en nuestra excursión por los pinares de Cumbre Vieja hacia Santa Cruz. Cuando cruzamos el paso, vimos por primera vez el Pico Teide de la isla de Tenerife emergiendo por encima de las nubes, como si se tratase de una creación sobrenatural. Al día siguiente hicimos una breve excursión botánica por los alrededores y por la noche fuimos a Tenerife en barco, aunque el viaje fue algo movido. Una vez llegamos a Tenerife, visitamos al cónsul alemán y nos ayudó a alquilar un coche, aunque no tenía aspecto de ser un gran representante del país. Nos dirigimos a La Laguna y atravesamos el maravilloso paisaje de palmeras hasta Orotava; por suerte, nuestros anteriores compañeros de viaje habían reservado unas habitaciones para nosotros y pasamos unos días maravillosos en el Hotel Martínez. Hicimos excursiones zoológicas y botánicas a distintos lugares y recogimos animales marinos en la playa de lava durante la marea baja. Fue un placer caminar acompañados por el sonido de las olas y pudimos cumplir nuestro deseo de llegar a Villa La Paz, donde Humboldt había vivido, y disfrutar de la luz y el colorido del mar. Al final de nuestro viaje escalamos el Teide bajo la lluvia y con algo de retraso porque varios de nuestros guías decidieron no presentarse. El cielo se fue despejando y fuimos pasando por los bosques de palmeras, los campos de chumberas opuntia y cactus euforbia canariensis, por los jardines de melocotoneros, los pinares y los brezos, hasta que llegamos a Las Cañadas y pudimos ver el cráter gigante del que emergía el cono del Teide. Avanzamos por la amplia llanura que estaba cubierta de retama olorosa tan típica del Pico y, cuando llegamos al pie de la montaña, tuvimos que bajarnos de las mulas porque no estaban dispuestas a atravesar la nieve, así que las dejamos en un pequeño refugio. La escalada entre los restos volcánicos y la piedra pómez resultó muy laboriosa, y además hacía un viento algo desagradable. Cada dos por tres encontrábamos bloques de vidrio volcánico y obsidiana del tamaño de una casa. Debido a la altura nos faltaba algo de oxígeno y cada paso que dábamos nos dejaba exhaustos, así que tuvimos que llevar un ritmo muy lento. Poco antes de que el sol se pusiera, llegamos al refugio de Alta Vista, un lugar sucio y descuidado, desde donde pudimos ver cómo la pendiente del cráter de Las Cañadas se tornaba de un color rojizo muy intenso. Teníamos unas vistas maravillosas de los volcanes desde allí: las pendientes, las mesetas, Las Cañadas y, a lo lejos, el infinito mar perdiéndose en el horizonte. El sol se puso y la temperatura bajó notablemente, mientras que las estrellas brillaban con intensidad. Colocamos los pocos leños que había en el refugio y nos dimos cuenta de que nuestro guía había tirado la madera que llevábamos con nosotros, así que era imposible hacer un fuego. Nuestras provisiones estaban heladas, incluso el café y los huevos, así que nos tapamos con las mantas y tuvimos que dormir con el estómago vacío. Además, estábamos congestionados por el aire de la montaña. La noche se nos hizo eterna en este destartalado refugio porque además cayó una gran tormenta. Nos levantamos a las cuatro de la mañana, bebimos nuestro café helado y con la compañía de nuestro guía, que seguía borracho por el aguardiente que se bebió la noche anterior, escalamos por los bloques de lava entre copos de nieve y restos de hielo. Cuando llegamos al pie del cono más alto, empezó a amanecer y, al alcanzar el último de los picos, el sol ya brillaba

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con toda su fuerza en lo alto del cielo. Finalmente llegamos a la cima en medio de la bruma y del olor a ácido sulfuroso que salía del cráter y que el viento se encargaba de esparcir. En el Oeste, la sombra violeta del pico cubría parte de la isla y del mar, y justo debajo de nosotros teníamos el increíble cráter de Chahorra que se había formado con la última erupción del Teide. También podían verse los restos de lava que habían resbalado por la isla hasta el mar. Desde allí podíamos ver además toda la isla con sus bosques, jardines y pueblecitos entre los huecos que dejaba el mar de nubes que nos rodeaba, como si la montaña fuera un pedestal rodeado del blanco oleaje del océano. Frente a nosotros, las islas de Gran Canaria, La Palma, Hierro y la Gomera coronadas por la nieve parecían estar clavadas en el infinito muro del mar. La base del cráter del Teide que estaba cubierta de ceniza era más cálida y, de no haber sido por el olor, la visita hubiera sido mucho más agradable. Con ayuda de mi bastón, arranqué un pedazo de piedra del pico más alto y descendimos deprisa por las blandas cenizas, después por la nieve y sus caminos de lava hasta Alta Vista, y finalmente pasamos a recoger las mulas, que nos esperaban con impaciencia. Cogimos otra ruta por una zona cubierta de cirros y llegamos a Icod el Alto. A eso del mediodía conseguimos saciar nuestra sed con un poco de leche fría. Tras una larga caminata en la que nos quemamos la cara con el sol, logramos nuestro objetivo: ver el maravilloso paisaje de los bosques de Icod de los Vinos. Una vez más, logramos calmar la sed y descansamos tras un día agotador. Al día siguiente nos despertamos con un maravilloso día primaveral en la buhardilla de la pensión donde nos alojamos, con unas vistas maravillosas de las colinas que llegaban hasta el mar y el Pico del Teide asomando entre los pinares. Visitamos el famoso árbol dragón (dracanea draco), el más grande de la isla, e hicimos una excursión a Garachico. De camino allí perdí la suela de mi bota, que ya llevaba medio suelta desde que ascendimos el Pico Teide debido al calor del cráter. Los ríos de lava de la última erupción llegaban al mar y cerca de la costa se había formado una pequeña isla de este material. En ella, había una especie de limonio [siempreviva] que no puede encontrarse en ningún otro lugar del mundo. Por la tarde tomamos la carretera costera más pintoresca que uno se pueda imaginar y llegamos a La Orotava. Por todas partes había especies florales únicas de las Islas Canarias: en las montañas estaban los pinos canarios de agujas grandes y en la costa las palmeras robustas extendían sus alargadas hojas. Había matorrales de euforbia canaria y cinerarias coloridas en las paredes de roca. Los siguientes días conocimos al encargado del pequeño jardín botánico de La Oratava, un alemán llamado Wildpret que nos ayudó a identificar muchas de las plantas que no conocíamos y que nos vendió todo tipo de semillas de Canarias. Mi hermano visitó a Hans Mayer, un explorador del Leipzig que había ascendido al Pico del Teide el día anterior a nosotros. Por desgracia, pronto tuvimos que pensar en volver a casa. Primero viajamos a La Laguna, cerca de Santa Cruz. Desde allí, fuimos a Agua García, donde aún quedaban los restos del bosque tropical de grandes tilos que no se había hundido en el mar. En un manantial encontramos algunos ejemplos de helecho hymenophyllum. Al día siguiente viajamos a las montañas de Anaga, cerca del puerto de Santa Cruz, e hicimos una ruta por los espesos bosques de laureles donde cogimos muestras de tamus canariensis para el profesor Christ de Basilea. Desde el borde de la montaña pudimos ver el mar, la isla y el Pico del Teide, que emergía como una gran torre en el cielo azul, y al anochecer volvimos a la acogedora pensión.

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En Santa Cruz nos reunimos con el doctor Otto de nuevo y después nos embarcamos en el Olinda, un barco que acababa de llegar de Brasil. Salimos a las once de la mañana y cuando anocheció, todavía podíamos ver el Teide a lo lejos. Unos días más tarde llegamos al amplio estuario del río Tajo, desde donde podíamos ver a lo lejos el Palacio da Pena situado en una montaña muy alta cerca de Sintra, también la Torre de Belém y las flores que daban color al paisaje. Echamos el ancla en Lisboa durante un día pero no pudimos desembarcar porque los viajeros de Brasil estaban en cuarentena, así que tuvimos que conformarnos con ver esta pintoresca ciudad desde el barco. Cuando llegamos a Hamburgo, nos enteramos del triste fallecimiento de Alexander Schmidt, a quien yo admiraba profundamente. En la primavera de 1895 viajé con mi mujer a Santa Margherita pasando por Lucerna y Génova. Allí quedamos con los profesores Ferdinand Kehrer197 y Friedrich von Duhn de Heidelberg, y conocimos por casualidad al Príncipe Wied, hermano de la Reina Carmen Sylva de Rumanía198. Un par de días después viajamos en barco de Génova a Nápoles, subimos al Vesuvio y después continuamos hacia Corfú pasando por Brindisi. La isla de Corfú estaba en todo su esplendor primaveral: los olivos se habían coloreado con sus flores, los naranjos estaban cargados de fruta, las glicinas llenaban de fragancia todo a su alrededor y la vegetación colmaba la villa del rey. Los cipreses rodeando el pueblo de Pontikonisi, la doble cumbre de los montes Corifeos resguardando una pequeña ciudad centenaria, el monte Pantócrator a la templada luz del amanecer meridional, el mar y las desafiantes montañas de la costa albanesa, eran algunas de las imágenes inolvidables que tuvimos que dejar atrás muy a nuestro pesar cuando embarcamos en un barco griego algo destartalado llamado Thesus para ir a Patra. Tras una breve estancia en Olympia, navegamos calmosamente hacia Corinto, y desde su acrópolis pudimos ver el golfo de Salónica y Atenas a lo lejos. Después dimos un paseo por el canal y llegamos a la capital. Nos quedamos dos semanas en Atenas y nos unimos a un grupo de arqueólogos que estaban allí haciendo un curso, entre los que se encontraban Wilhelm Dörpfeld199 y Paul Wolters200. Por suerte, pudimos asistir a sus encuentros informales por las

197. Podría tratarse de Ferdinand Adolf KEHRER, ginecólogo (1837-1914). En 1872 recibió la cátedra de Obstetricia en la Universidad de Giessen. En 1881 fue trasladado a Heidelberg y se retiró en 1902. 198. Kraepelin menciona por su nombre artístico a ISABEL WIED DE HOHENZOLLERN, reina de Rumanía (1843-1916), que se dedicó a la literatura con el pseudónimo de CARMEN SYLVA. Fue hija de Guillermo Carlos de Wied y de María de Nassau. Casada con Carlos de Hohenzollern, en 1881 subió al trono como reina consorte, siendo muy apreciada por sus iniciativas de asistencia y protección social. Se distinguió como escritora desde muy joven, publicando sus trabajos en francés y alemán. En 1880 publicó un volumen de Poesías Rumanas, con traducciones al alemán de obras de su propia producción. Al año siguiente publicó Mis ocios, una crónica de palacio. Además de estas dos obras, su producción poética fue ingente, destacando: Sapho (1880), Hammerstein (1880), Der Stürme (1881), y otras muchas en verso y prosa. 199. Wilhelm DÖRPFELD, arqueólogo (1853-1940). Compañero de trabajo de Schliemann, desde 1877 fue el arquitecto de las excavaciones de Olimpia y desde 1887 hasta 1911 dirigió el Instituto de Arqueología Alemán de Atenas. 200. Paul WOLTERS, arqueólogo (?-?). Catedrático y subsecretario del Instituto Arqueológico Alemán de Atenas.

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noches y además disfrutar de una visita guiada a la Acrópolis en El Pireo y hacer con ellos una excursión a Eleusis [Elefsina], donde Dörpfeld nos contó cómo eran aquellos edificios en la época clásica. El alegre encanto de Atenas nos cautivó especialmente. Hicimos una excursión al lugar donde se libró la batalla de Salamina, y allí cogí colémbolos para mi hermano, un tipo de insecto que por aquel entonces era desconocido para la ciencia. También hicimos salidas al Pentelikon y a las estribaciones del Sounion, que estaban rodeadas por el mar. En el cabo Colonnis pudimos descansar de las agotadoras visitas a los museos, aunque hay que reconocer que los arqueólogos fueron unos guías fantásticos y pudimos ver una gran colección de jarrones de la mano del doctor Hartwig201. Celebramos el ochenta cumpleaños de Bismarck con toda la colonia de alemanes en pleno, y en esta ocasión tuve la oportunidad de conocer a un soldado que había venido a Grecia con el Rey Otto. Antes de irnos de Atenas, volvimos a Corinto a visitar Nauplia, Tirinto y Micenas. Por la mañana se oían en las calles de Nauplia un montón de gritos, y más tarde me pareció que decían «gala, gala», esto es, «leche, leche». Teníamos pensado visitar Constantinopla, pero había una epidemia de cólera y no sabíamos si podríamos cumplir nuestro plan o no. Finalmente recibí un telegrama de mi colega Mongeri202 desde allí contándonos que se había levantado las restricciones, así que viajamos a Smyrna en un gran barco ruso llamado Olga y una vez allí pudimos visitar el fuerte genovés. Después continuamos nuestra travesía por el estrecho de los Dardanelos hasta Constantinopla, pero por desgracia sólo pudimos ver la colina de Troya desde lejos a pesar de que nos hubiera gustado visitarla. Por la mañana pudimos ver desde las ventanas de nuestra cabaña las cúpulas y minaretes de Estambul sobresaliendo en el cielo, una imagen única. Nos quedamos allí una semana, y el doctor Mongeri nos aconsejó cosas que ver y además nos mostró el psiquiátrico que gestionaban unas enfermeras francesas, pero el lugar no me causó buena impresión porque estaba algo sucio. Me enseñaron a un paciente que, según ellos, hablaba un idioma totalmente desconocido, pero me di cuenta de que hablaba estonio y se alegró enormemente de poder intercambiar conmigo aunque nada más fuera un par de palabras en su lengua materna. Teníamos muchas ganas de conocer a fondo la ciudad, así que subimos a la torre Gálata, visitamos el Hagia Sofia y el magnífico sarcófago de Alejandro en el museo de Estambul, vimos los cantos y bailes de los derviches203, subimos al Bulgurlu, fuimos a Ejub, a Böjükdere y a las increíbles islas de los Príncipes. Gracias a la mediación del consulado alemán pudimos visitar el Selamlik204 del palacio de Yildiz, una excursión que nos pareció especialmente interesante. Nos sentamos en un pequeño pabellón cerca de la mezquita donde nos sirvieron té y café. Allí pudimos ver a Abdul Hamid y a todo su séquito, quien nos saludó

201. Paul HARTWIG, arqueólogo (1859-?). Trabajó en Grecia y su principal campo de interés fue el arte de los jarrones griegos. Después trabajó en Roma. 202. Luigi MONGERI (?-?). Psiquiatra del Hospital Italiano de Constantinopla. 203. Grupo religioso sufí (N. de la T.). 204. Parte del palacio reservada exclusivamente a los hombres.

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al pasar aunque fuéramos extranjeros. También nos presentaron a Osman Pachá, el valiente defensor de Plewna en la guerra ruso-turca. Además vimos los excelentes caballos árabes que tenía el sultán a su disposición. Por desgracia, nuestra visita a Constantinopla se vio manchada por las malas noticias que recibimos desde casa. Antes de salir, nuestro hijo se acababa de recuperar de una tos ferina, pero acababa de coger el sarampión. A pesar de que nos enviaban telegramas a diario informándonos de su estado de salud, decidimos no ir a Sofía ni a Belgrado. Al llegar a Budapest recibimos noticias algo menos preocupantes y nos quedamos allí un día, pero por desgracia tuvimos que interrumpir nuestra visita a Viena y volver a casa inmediatamente porque el niño estaba muy enfermo. Después supimos que se le había gangrenado una pequeña porción del pulmón y que tenía un empiema pleural en dos zonas. Por suerte, pudo solucionarse con intervención quirúrgica y unos meses después se recuperó totalmente. En 1896 mi hermano y yo planeamos un viaje a España y decidimos llegar hasta allí haciendo un itinerario más exótico posible. Primero viajamos a Marsella vía Génova, y visitamos la ciudad y sus alrededores. Después fuimos en barco hasta Séte y nos quedamos unos días. Hicimos una excursión a Etasy de Than para ver sus jardines de sal, y a Port Vondres, donde hicimos algo de escalada en los Pirineos cerca de la frontera con España. A continuación pasamos cerca de Mallorca, Dragonera, Ibiza y Formentera, siempre con la proa enfilada hacia la costa africana. Nos quedamos en Orán dos días. La fauna y la flora africana eran raras a nuestros ojos, y de hecho estuvimos a punto de sufrir un ataque de langostas. Nos encantó el contraste entre los bulevares de estilo parisino, los sucios barrios de los nativos y el desierto alrededor. También hice una visita al servicio de psiquiatría del hospital, que consistía en un par de celdas sin nada en absoluto que resaltar. Tal y como esperábamos, nuestro barco no llegó y tuvimos que esperar hasta la segunda noche para embarcarnos en un miserable barquichuelo francés, el Troplong, rumbo a Tánger. Compartimos con dos jóvenes ingleses un diminuto camarote que hacía también las veces de comedor; el camarero dormía debajo de la mesa. Además, sufrimos una gran tormenta esa misma noche. Por la mañana, nos dieron una ensaladera con agua salada para lavarnos y a mediodía comimos de ese mismo recipiente. Paramos en Nemours205 y en Melilla, y se montaron un gran número de bereberes que ocuparon toda la cubierta, así que el único espacio libre que quedó para nosotros fue el puente del capitán. Con este panorama, nos alegramos de llegar a Tánger al segundo día. Las costumbres chabacanas de los trabajadores del puerto, la dignidad del oficial de aduanas con su barba blanca y su selham206, las estrechas y sucias calles de la ciudad, el ruido y la muchedumbre de todas las razas y condiciones nos dejaron claro que estábamos en Oriente. Nuestro hotel europeo era un elegante refugio en medio de este aparente caos. Intentamos dejar atrás la depravación tan pintoresca de la ciudad y visitamos los alrededores, pero unos perros muy fieros y la poca hospitalidad de los nativos nos hicieron desistir. Por otro lado, nos encantó el colorido y la vida del mercado que se encontraba junto a la embajada alemana.

205. Actualmente, Ghazaouet. 206. Capa con capucha (N. de la T.).

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A mediodía del día siguiente fuimos a Gibraltar en un pequeño barco y visitamos las galerías que estaban abiertas. Por la noche pudimos disfrutar de las maravillosas vistas del estrecho y la costa africana. Al día siguiente viajamos en barco hasta Algeciras, cogimos un tren y llegamos a Granada por la noche con un enorme retraso. En el hotel estuvimos con el profesor Bumm de Erlangen, un antiguo colega del psiquiátrico de Múnich. Visitamos la ciudad y la tumba de Isabel y Fernando en la catedral, y por la tarde fuimos la Alhambra, uno de los recuerdos más bellos de mi vida. Subimos por los pinares entre el murmullo del agua y llegamos a una puerta por la que accedimos a un pequeño jardín cerrado con los muros cubiertos de enredaderas donde crecían naranjos y un melocotonero en flor presidía el centro. Desde una de las antiguas torres la vista se perdía en el paisaje de la ciudad a los pies de las montañas de Sierra Nevada cubierta de nieve. Al parecer, desde uno de esos puertos miró por última vez hacia su recién perdido reino un antiguo soberano árabe cuando se retiraba del lugar. Dentro del edificio había múltiples salones, patios, salas oficiales, jardines ocultos y una atmósfera de cuento de hadas llena de profusos arabescos. Admiramos durante horas el esplendor de la decoración de este castillo propio de la bella durmiente, y allá donde mirásemos siempre encontrábamos otro detalle lleno de belleza. El otro aspecto que me interesó de Granada fue la Cartuja, sobrecargada de donaciones de objetos valiosos; tal colección de tesoros me ayudó a entender la pobreza del pueblo llano español. También visité el psiquiátrico de la ciudad, pero me lo tuvo que enseñar el celador puesto que el médico no vivía allí. El edificio estaba increíblemente poco equipado y sólo tenía una bañera de cemento para los cien pacientes, que por su parte daban una impresión muy triste y apática. No estaban ni agitados ni eran especialmente melancólicos, pero me lamenté de no poder hablar con ellos por culpa de la pobreza de mi español. Después de esos tres días en Granada, fuimos a Córdoba y en el camino pudimos comprobar la amabilidad de los españoles, que compartieron su comida con nosotros y con todos los demás. También conocimos la desesperación de las mujeres cuyos maridos se habían ido a luchar a Cuba. En la tranquila ciudad de Córdoba pudimos disfrutar del famoso bosque de columnas de la antigua mezquita y de la catedral cristiana construida en ella. Después fuimos a Sevilla, y allí nos alojó el cónsul alemán porque todas las pensiones estaban llenas por ser Semana Santa. El cónsul nos invitó a ver una de las procesiones desde su balcón, pero el gentío de Sevilla y las tallas de tamaño natural no nos causaron demasiada admiración. Dio la casualidad de que la mujer que estaba a mi lado y yo nos conocíamos de nuestra juventud, y su marido sevillano nos enseñó la ciudad y los alrededores. Por desgracia, toda la animación que había a causa de la fiesta religiosa echó a perder en parte nuestro viaje, aunque disfrutamos con la visita a la catedral, su torre sin peldaños y el glorioso colorido del Alcázar construido al estilo árabe. Las bellas pinturas de Murillo también nos impresionaron mucho. Viajamos de Sevilla a Madrid de noche y allí quedamos con un antiguo alumno de Dorpat que estaba trabajando de ingeniero en una mina española y había ido a Madrid para que el pastor protestante Fritz Fliedner207 bautizase a su hijo. Durante nuestra estancia, nos encon207. Fritz FLIEDNER, pastor protestante (1845-1901). Desde 1870 fue representante de la Verein zur Unterstützung des Evangeliums [Asociación de Apoyo a los Evangelios] berlinesa en Madrid, donde falleció. Le sucedió en el puesto su hijo Theodor Fliedner (1873-1938).

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tramos de nuevo con Bumm. De todas maneras, lo más destacable de nuestra visita fue el Museo del Prado, donde pudimos admirar la maestría de Murillo y sobre todo el talento que tenía Velázquez para captar la naturaleza humana. Pasamos una tarde con el pastor Fliedner, un hombre muy peculiar con una fe algo infantil pero inquebrantable en cualquier caso y una naturaleza muy viva y sacrificada. El domingo de Resurrección fuimos a una corrida de toros y llevamos a la niñera y al hijo de Heerwagen. La imagen de los toreros entrando en la enorme plaza con el graderío repleto de un público tan colorido y animado era verdaderamente pintoresca. Aún así, la corrida fue atroz, sobre todo cuando seguían azotando a los caballos que tenían los intestinos colgando tras las cogidas que habían sufrido. El entusiasmo del público era indescriptible pero no queríamos ver los seis toros de la tarde, así que nos fuimos bastante antes de que terminase este horrible espectáculo. A la mañana siguiente visitamos el Palacio Real y vimos su exposición de armas que, sin ser demasiado extensa, sí resultó bastante interesante. Admiramos los puestos de guardia de los centinelas y el extraño y lento desfile de los guardas situados a distinta distancia según su rango. Durante nuestra estancia en Madrid hicimos como en Granada y asistimos al teatro por las tardes, donde pudimos ver unas obras de un sólo acto llamadas zarzuelas. No podía irme de Madrid sin visitar a Ramón y Cajal208, muy conocido por su trabajo histológico de la corteza cerebral. Santiago, como le llamaban sus estudiantes, era catedrático de anatomía patológica y trabajaba en todo tipo de campos, incluida la bacteriología, así que resultaba increíble que encontrarse tiempo para dedicarse a estudiar la delicada estructura de la corteza cerebral. Me recibió con gran hospitalidad a pesar de que probablemente no tuviera idea de la evolución de la ciencia psiquiátrica en Alemania. Tenía pinta de ser un hombre muy serio que trabajaba muchísimo, aunque sus obligaciones y las circunstancias dificultasen tanto su tarea. Nuestra siguiente parada fue la antigua, pintoresca y deteriorada ciudad de Toledo. Su espíritu medieval seguía vivo en la noble pero oscura catedral, los callejones estrechos y el paisaje solitario. Los trabajos en oro de los artesanos locales eran muy bellos y originales, así que nos llevamos un par de ellos de recuerdo aunque no fueran precisamente baratos. A continuación viajamos hacia el Suroeste por llanuras sin un sólo árbol y llegamos a Murcia tras un interminable viaje de noche. Descansamos y dimos un paseo por las tierras tan fértiles del lugar. Al día siguiente llegamos en tren a Elche después de pasar por unas extensas plantaciones de palmeras que nos recordaron a África. Por la noche llegamos a Alicante, que también tenía un aire muy africano, aunque el porteador alemán nos recordó más bien a nuestra tierra. Desde Alicante cogimos un barco español algo sucio hacia Palma de Mallorca. 208. Santiago RAMÓN Y CAJAL, histólogo y neuroanatomista (Petilla, 1852 - Madrid, 1934). Fue ayudante en el Instituto Anatómico de Zaragoza. En 1884 ganó la cátedra de Anatomía en la Universidad de Valencia y en 1887 en la de Barcelona. En 1892 recibió la cátedra de histología en el Instituto de Investigación de la Universidad de Madrid, donde trabajó hasta su muerte. Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1906, conjuntamente con Golgi. Descubrió un método de tinción del tejido nervioso con precipitación de plata. Entre sus numerosas publicaciones destacan Histología del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados, publicada en fascículos entre 1897 y1904, y El mundo visto a los ochenta años (1934).

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Nuestra estancia en la isla balear más grande fue, por desgracia, demasiado corta pero interesante en cualquier caso. El primer día visitamos los alrededores de la capital y al día siguiente fuimos en carro a Miramar, propiedad del archiduque austriaco Luis Salvador209, que vivía allí. Por el camino nos encontramos un coche con una rueda pinchada; un caballero muy señorial que llevaba un sombrero de copa algo arrugado se acercó y nos preguntó en cuatro idiomas diferentes qué lengua hablábamos para podernos pedir que le llevásemos, dado que su coche se había estropeado. Como hablaba alemán, accedimos a su petición aunque se sentó junto al conductor a pesar de le insistimos en que se acomodase con nosotros. Empezamos a charlar con él y, como era zoólogo y científico experto, pensamos que sería el encargado forestal del Archiduque, pero hasta que no llegamos a Miramar y vimos cómo le recibían unas señoritas no nos dimos cuenta de que era el Archiduque en persona. Le dimos nuestras tarjetas de visita y encargó que nos sirvieran comida en una casa de invitados después de enseñarnos la propiedad. Tenía unos jardines magníficos y unas colinas llenas de árboles que llegaban directamente al mar. Volvimos a ver su sombrero en una de las habitaciones de este castillo tan bien situado. Continuamos nuestro viaje a pie y pasamos la noche en un pequeño y tranquilo pueblo llamado Soller, donde probamos sus famosas naranjas. La pensión se llamaba La Paz, pero el sereno nos despertaba a cada hora en punto recordándonos implacablemente que había pasado otra hora, aunque así al menos sabíamos que podíamos volvernos a dormir otra hora más hasta que volviese a interrumpir nuestro sueño. Pedimos unas mulas para el día siguiente y pasamos por los barrancos y los pinares tan pintorescos de la zona hasta llegar al claustro de Lluch. Allí nos recibieron con una hospitalidad espartana, pero nos dieron de comer pichones salvajes recién cazados. Al día siguiente hicimos una excursión estupenda a Inca, después volvimos en tren a Palma y por la noche embarcamos hacia Barcelona. Desgraciadamente, alguien había atado un caballo en la cubierta justo encima de nuestro camarote y el pobre hacía unos esfuerzos inhumanos por mantenerse en pie, así que teníamos miedo de que acabase cayéndose en nuestras cabezas. Pasamos dos días en la ajetreada ciudad de Barcelona, que nos recordó a Marsella con sus enormes plátanos, e hicimos una visita al monte Tibidabo, desde donde uno puede ver de lejos el maravilloso pico de Montserrat. Cogimos un tren nocturno a Marsella, cruzamos la frontera en Banyuls y continuamos hacia Cannes y Niza, donde descansamos. Tras una breve visita a Montecarlo y San Remo, nos dirigimos a casa. En el otoño de 1896 pasé una semana en Baden-Baden con mi mujer, que había dado a luz a nuestra hija más pequeña en agosto de ese mismo año. Desde allí fuimos a Constance, visitamos Mainau y el castillo de Marbach. Por último, fuimos unos días a Múnich porque

209. LUIS SALVADOR DE HABSBURGO-LORENA Y DE BORBÓN (1847-1915). Se dedicó a viajar. Llegó a Mallorca en 1867 y dos años después adquirió la finca de Miramar y otras propiedades en la Serra de Tramuntana, como S'Estaca. Dejó obra escrita sobre las Baleares: Die Balearen in Wort und Bild geschildert [Las Baleares descritas en palabras e imágenes], Lo que sé de Miraramar, Rondaies de Mallorca, etc. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, se marchó al palacio de Brandys, en Bohemia, donde falleció. Dejó como heredero universal de todos sus bienes a Antonio Vives y Colom, su secretario personal y hombre de confianza, a quien conoció en Mallorca.

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me gustaba visitar esta ciudad todos los años. Allí decidimos aprender a montar en bicicleta pero no tuvimos mucho éxito, aunque lo seguimos intentando en Heidelberg y en alguna excursión por el campo. En cuanto llegó la primavera, volvimos a viajar de nuevo. Fuimos a Santa Margherita pasando por Berna, más tarde cogimos un barco desde Livorno hasta Bastia en el que el joven Gudden210 también se montó. Cruzamos en tren la isla de Córcega hasta Ajaccio y allí nos alojamos en un hotel suizo donde pasamos unos días maravillosos disfrutando del mar. También hicimos excursiones a los bosques llenos de arbustos aromáticos y continuamos con nuestros intentos de aprender a montar en bicicleta con unas que habíamos alquilado. Dos colegas alemanes, Siemerling211 y Westphal, habían acompañado a Gudden en sus viajes en coche y se alojaban en un hotel cercano algo más grande. También aparecieron Erb, de Heidelberg, y Schönborn212, de Wurzburgo, además de un representante de la editorial Bädeker que me agradeció en privado las notas que le presté sobre mi viaje a España213. En Córcega disfrutamos conociendo la huella de Napoleón, su tierra natal y el museo conmemorativo. En el viaje de vuelta fuimos por Bastia y Livorno, luego por Pisa y Empoli, y en Siena nos quedamos un par de días viendo cuadros en compañía de Erb. Finalmente volvimos a casa y paramos para visitar Florencia de camino. Mi mujer quería pasar el otoño de 1897 con los niños en la solitaria casa del guarda forestal de Ernsttal. Por mi parte fui a Múnich un par de días y después a Zell am See para ver a dos de mis hermanos y a mi cuñado. Hicimos una excursión al valle de Kaprun y subimos por el Gerlos y Krimml hasta el valle de Ziller. Después fuimos a Mayerhofen y visitamos el refugio «Berliner Hütte». Nuestros caminos se separaron entonces y yo fui con uno de mis hermanos a Sterzing. Después me dirigí a Múnich y me llevé la bicicicleta a Marbach, cerca del lago de Constance, porque tenía que hacer una consulta en este lugar. A continuación hice mi primera excursión en bicicleta por Stockach, Sigmaringen y Hechingen hasta Stuttgart, y después Heilbronn, Waldurn y Amorbach hasta Ernsttal. Cuatro días después me reuní con mi mujer y pasamos unos días con los niños en Ernsttal.

210. Hans GUDDEN, psiquiatra (1866-1940). Hijo de Bernhard von Gudden. Médico interno con Friedrich Jolly en la Clínica Psiquiátrica del Hospital Charité de Berlín y en 1894 con Ernst Siemerling en la Clínica Psiquiátrica de Tubinga. Desde 1898 fue director del Servicio de Psiquiatría del Hospital Municipal Links der Isar [Margen izquierda del Isar] de Múnich y a partir de 1904 dirigió el servicio ambulatorio de la nueva Clínica Psiquiátrica de Múnich y fue profesor asociado. Desde 1912, profesor de la Facultad de Medicina de Múnich. 211. Ernst SIEMERLING, psiquiatra y neurólogo (1857-1931). Dede 1882 fue médico interno con Hitzig en Nietleben (Halle) y de Wesphal y Jolly en la Clínica Psiquiátrica del Charité de Berlín. En 1888, profesor de Psiquiatría y Neurología. En 1900 fue trasladado a Kiel, donde enseñó hasta su jubilación. Junto con Otto Binswanger editó un Lehrbuch der Psychiatrie [Tratado de Psiquiatría] (Jena, Gustav Fischer, 1904). 212. Karl SCHÖNBORN, cirujano (1840-1906). En 1871 recibió la cátedra de Cirugía en Köningsberg y en 1886 fue nombrado catedrático en Wurzburgo. 213. Bädeker es el nombre de una editorial de guías de viaje muy conocida en la época que aún hoy en día sigue en activo (N. de la T.).

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El año siguiente fue muy ajetreado porque tuve que prepara la sexta edición de mi tratado214. En el otoño de 1898 avancé tanto con el libro que pude tomarme un descanso, así que recorrí la ribera del Rhin en bicicleta desde Heidelberg a Colonia en tres días. Dejé la bicicleta allí y fui a Heyst para pasar unos días con mi hermano, hacer algo de natación y trabajar en el libro una semana más. Después visitamos Amberes y La Haya, donde estaban celebrando el nombramiento de la joven Reina. El ruido y el entusiasmo de la gente era indescriptible; todas las calles estaban tomadas por personas que cantaban y no paraban de gritar, y era imposible conciliar el sueño por la noche. Me recordó a las imágenes tan vitalistas de Brouwer y Teniers. Visitamos la maravillosa colección de pinturas en Scheveningen y por fin pudimos descansar entre los molinos de Leyden. Visitamos el Museo de historia natural de este lugar y conocimos al explorador Finsch215, que trabajaba allí. Después fuimos a Ámsterdam. Su paisaje tan llano dividido por los canales no me gustó especialmente, aunque el Parque Zoológico merecía la pena y además nos lo pudo enseñar el propio director. El Museo Nacional era bastante imponente y los tesoros que albergaba hacían a uno darse cuenta de lo importante que había sido Holanda en su momento. La exposición de pinturas de Rembrandt, con cuadros procedentes de todo el mundo, fue toda una revelación porque pude contemplar la abrumadora creación de este artista. La ronda de noche se exhibía en una sala especial con una magnífica iluminación que hacía lucir al cuadro con toda su fuerza y esplendor. Mi hermano y yo tomamos caminos distintos después: yo fui a un encuentro de científicos en Düsseldorf y allí conocí al profesor americano Atwater de «Comité de los cincuenta»216, que me preguntó mi opinión sobre determinados libros escolares que trataban el problema del alcohol. Al volver a Colonia, recogí mi bicicleta y volví con ella a casa tras visitar a un paciente en Wiesbaden. A los pocos días, el profesor Ebbinghaus217, de Halle, vino a vernos a casa, aunque la teníamos casi vacía porque estábamos en plena mudanza. 214. Esta edición resulta de especial importancia porque en ella Kraepelin describe la demencia precoz como una enfermedad autónoma. Aunque apuntada ya en la edición anterior (1896), en ésta la Dementia praecox se constituye como entidad independiente que reune la hebefrenia de Hecker, la catatonía de Kahlbaum y la demencia paranoide. Se trata de categoría nosológica basada en el presupuesto deficitario implícito en la noción de la enfermedad: «Bajo el término de demencia precoz nos permitimos reunir, actualmente, un conjunto de cuadros clínicos que tienen la particularidad común de conducir a estados de deterioro psíquico característicos. Puede parecer que tal resultado no sea sistemático, pero su frecuencia es tan grande que estamos obligados, por el momento, a mantenernos en esta definición» (KRAEPELIN, E.: Psychiatrie. Ein Lehrbuch für Studierende und Ärtze, vol. II, Leipzig, J. A. Barth, 1899 (6ª ed.), p. 167). 215. Otto FINSCH, etnógrafo, naturalista y explorador (1849-1917). Visitó Turkistán, el Pacífico Sur, Nueva Guinea y el archipiélago de Bismarck. Reputado zoólogo, algunas especies de loros llevan su nombre, como la amazona de corona violeta (amazona finschi) o la cotorra de Finsch (psittacula finschii). Sus descripciones viajeras le valieron también el honor de poner su nombre a uno de los cráteres de la Luna. 216. Grupo de investigación norteamericano que se fundó a finales del siglo XIX con el objetivo de estudiar los efectos del alcohol (N. de la T.). 217. Hermann EBBINGHAUS, filósofo y psicólogo (1850-1909). En 1880, «lector» en Filosofía en la Universidad de Berlín. Desde 1894 profesor de Filosofía en Breslau. Catedrático en Halle desde 1905. Hizo estudios sobre la memoria y sus obras más importantes fueron Über das Gedächtnis [Sobre la memoria] (Leipzig, (1885), y Grundzüge der Psychologie [Fundamentos de Psicología] (Leipzig, 1897).

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Cuando terminé el tratado, decidí visitar Egipto en la Semana Santa de 1899. Mi hermano quería venir conmigo, así que nos encontramos en Trieste y cogimos un barco indio llamado Imperator. A estas alturas del año éramos prácticamente los únicos pasajeros y navegamos sin hacer escala hasta Port Said y después a Suez por el canal. Nos vimos obligados a pasar un día en los lagos salados porque un barco inglés había bloqueado el paso, y por la noche tuvimos que usar los deslumbrantes faros para poder pasar entre los barcos que hacían cola por culpa de este obstáculo. Por la mañana temprano llegamos a los arrecifes del golfo de Suez, los corales más al Norte de todo el mundo. Estábamos arrancando pedazos de coral y admirando los animales que se escondían en él cuando la tripulación se puso nerviosa de pronto y nos dijo que teníamos que marcharnos inmediatamente. A los pocos minutos, el mar que había estado antes en total calma se empezó a agitar. Dimos vueltas durante horas hasta que pudimos llegar a puerto y fue fantástico navegar a gran velocidad entre las olas con ese viento tan fuerte. Un día íbamos caminando por la playa de camino a las montañas Attaka y pudimos ver un espejismo increíble: el calor del desierto parecía formar charcos de agua por todas partes que desaparecían cuando nos acercábamos. De hecho la ciudad de Suez parecía flotar en medio de un lago debido a este efecto óptico. A mediodía cogimos un tren a Ismailía, llegamos a El Cairo por la noche y nos alojamos en el Hotel Du Nil, donde prácticamente todos los huéspedes eran alemanes. Fue agradable poder pasar el rato en el jardín lleno de vegetación que se encontraba en medio del hotel. Al caminar por las calles de la ciudad, te encontrabas inmerso en la ajetreada vida oriental y nos llamaron la atención sobre todo los hombres que conducían las mulas. Pasamos los primeros días conociendo El Cairo, que nos ofrecía todo un abanico de imágenes coloridas y curiosas como unos árboles cuyos frutos parecían salchichas, los enormes bananeros con sus raíces aéreas, la multitud de asiáticos y de árabes que deambulaban por las calles, los estudiantes del Corán de la Universidad árabe, los balcones de madera de las casas, las mezquitas de piedra, los grandes minaretes del fuerte Modatta o las siluetas de las pirámides en el horizonte. Unos días después decidimos viajar hacia el Sur. Cogimos un tren cama por la noche y llegamos a Luxor a mediodía del día siguiente. Allí conocimos a un grupo de entomólogos con quienes habíamos ido ya de excursión a Heliópolis. En los días posteriores visitamos con ellos las tumbas reales y otras grandes ruinas en la orilla Oeste el Nilo, Dehrel Bahri, el Ramesseum, Det el Medin, Mediuso Habu, las dos estatuas de Memnón y muchos parajes más. También estuvimos en las ruinas de Karnak y vimos sus enormes columnas, aunque el tremendo calor, el polvo y la plaga de moscas arruinaron en cierta medida la visita. Aún así, las puestas de sol eran increíbles: el cielo al Oeste estaba cubierto de polvo y brillaba con los colores más maravillosos. Cuando la luna estaba justo encima de nosotros y los sapos croaban en el jardín, hacía una temperatura mucho más agradable, aunque los insectos siempre hacían aparición y amanecíamos llenos de picaduras. Unos pocos días después nos dirigimos hacia Asuán en uno de los magníficos barcos que surcaban el Nilo, que por cierto iba bastante vacío. La primera noche sufrimos una repentina tormenta de arena y tuvimos que dirigirnos a tierra. Vivimos toda una experiencia porque en un abrir y cerrar de ojos todo el barco se llenó de arena y nosotros también; el cielo se oscureció y la arena se metió en cualquier sitio mientras los tripulantes gritaban e intentaban anclar el barco

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en medio de la terrible tormenta. Por suerte se calmó pronto y la tripulación pudo preparar un campamento para dormir en el desierto bajo la deslumbrante luz de la luna. Visitamos el gran templo de Esne y continuamos en una marcha bastante monótona hasta Asuán, donde estuvimos tres días. El paisaje, la vegetación, la fauna y la gente cercana al Trópico de Cáncer eran totalmente africanos. Más allá de la estrecha línea de oasis que se extendía a lo largo del Nilo, sólo nos rodeaba el árido e infinito desierto con sus colinas de azul grisáceo a lo lejos y sin un atisbo de vegetación por ningún lado. En las orillas del Nilo, las palmeras, los bananeros y otras plantas de forraje eran muy abundantes. Cada metro cuadrado estaba cultivado y regado cuidadosamente con los pozos y los molinos movidos por caballos cuyos chirridos acompañaban al viajero en su camino por todo Egipto. Entre los vendedores de los mercados nos llamaron la atención los fellahen218 egipcios y los nubios, que eran negros como el ébano, tenían el pelo muy rizado y los labios muy gruesos. Hicimos unas cuantas excursiones en las que visitamos la cercana isla de Elefantina en el río Nilo, las ruinas del claustro copto que había al Oeste en pleno desierto, las tumbas excavadas en las rocas, el campamento de los beduinos Bescharin y la primera catarata del Nilo en la isla de File, en la que había unos rápidos que no podían atravesarse en barco. En la orilla había un grupo de alegres niños fellaheen que ganaban dinero dirigiendo troncos de árboles por los arroyos que caían rápido por las cascadas. Pudimos contemplar además los increíbles templos de la isla de File situada en un enclave rocoso. Nos dio mucha pena que este tesoro se fuera a perder con la construcción de la presa que iba a permitir irrigar terrenos más amplios y cuyos trabajos pudimos ver en marcha. Volvimos a Luxor en barco y fuimos a ver los preciosos templos de Edfu y Kom Ombo. Allí conocimos a dos egiptólogos alemanes; uno de ellos el profesor Georg Erman219 de Berlín, quien me dio su opinión experta sobre un escarabajo que había comprado al agente del consulado alemán Moharb Todrus. Por la tarde, fuimos a Karnak de nuevo y escalamos uno de sus grandes pilares mientras la luna iba alzándose en el cielo. Las vistas de esta interminable tierra llena de ruinas, las avenidas con las enormes estatuas de carneros descansando en la arena, el brillo del Nilo, el enorme y silencioso desierto y las montañas con el Valle de los Reyes a lo lejos creaban una atmósfera tremendamente melancólica. También visitamos el templo de las columnas gigantes y nos parecieron mucho más grandes a la luz de la luna que por el día. La visita a Luxor no fue precisamente agradable porque hacía demasiado calor y había una plaga de moscas insoportable. Queríamos volver a El Cairo en coche cama pero incluso en el tren la temperatura era muy elevada porque no se podían abrir las ventas para evitar que entrase el polvo, aunque finalmente lograse entrar de todos modos a través de las dobles ventanas. Una tormenta nocturna refrescó un poco el ambiente y las gotas golpeaban el vagón muy fuerte, como si cayeran desde una altura muy alta. El cielo de El Cairo estaba cubierto y la temperatura era demasiado baja. Aprovechamos para conocer la ciudad a fondo y tardamos cinco días en ver el museo de Gizeh, aunque sólo fuera de forma superficial. Esta vez conoci218. Campesinos (N. de la T.). 219. Georg Adolf ERMAN, arqueólogo (1854-1937). Catedrático y director del Museo Egipcio de Berlín. Lexicógrafo pionero en el estudio del idioma egipcio y de su evolución cronológica, así como de la escritura jeroglífica.

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mos alemanes, los señores Borchardt220 y von Bissing221, que trabajaban en el museo y que nos aconsejaron las cosas más interesantes que debíamos ver. Pasamos un día en Sakkara y fuimos a las ruinas de Menfis y a las tumbas de Apis222. Por el camino recogimos ejemplares de alma nilotica, una clase de lombriz que sólo podían encontrarse aquí y que mi hermano me había pedido. Por supuesto, también visitamos las pirámides de Gizeh, claro ejemplo de un pasado grandioso, y conocimos algunas partes de la ciudad aunque estuvieran algo alejadas. Vimos la enigmática cabeza de la esfinge y logramos subir la pirámide de Keops con gran dificultad. Desde allí se divisaban unas vistas espléndidas de la capital dividida por el Nilo, la mezquita Mokatta, el desierto y la frontera tan clara entre las zonas irrigadas y el mar de arena infértil. De la pirámide de Kefrén me llevé como recuerdo una de las infinitas rocas de selenita que había por todas partes. Hicimos otra excursión a Heluan con el profesor Dinkler como guía, quien había vivido en El Cairo durante años. Visitamos una isla en el Nilo llamada Adalen, que había alquilado un caballero alemán y que estaba llena de antílopes, pavos reales y liebres. Allí nos prepararon un delicioso cordero asado al horno al estilo egipcio. Por otra parte, visité la Escuela Inglesa de Medicina con los profesores Dinkler y Loos223, y conocí a Lord Cromer224, omnipotente por aquel entonces en Egipto. Nos volvimos a alojar en el Hotel du Nil y conocimos a la mujer del gobernador de Kiautschau, la señora Rosendal, a quien le encantaban los tapices. Nos acompañó al bazar de El Cairo y nos aconsejó en nuestras compras, pero no fueron precisamente buenas. También vimos la despedida festiva de las caravanas que llevaban cada año unos tapices preciosos a La Meca. Durante nuestros últimos días en El Cairo visité el psiquiátrico que dirigía el doctor Warnock, y pude ver que estaba muy bien organizado aunque el equipamiento fuera más bien pobre comparado con el nuestro. Me interesaba sobre todo ver los trastornos mentales provocados

220. Ludwig BORCHARDT, arqueólogo (1863-1938). Alumno de Erman, desde 1887 trabajó en el Museo egipcio de Berlín hasta que en 1897 dirigió el trabajo de catalogación del Museo Egipcio de El Cairo. Desde 1898 fue miembro del Instituto Alemán de Arqueología y en 1899 fue agregado científico del Consulado General de Alemania en El Cairo. De 1907 a 1928 dirigió el Instituto Alemán de Arqueología Egipcia en El Cairo, y en 1931 fundó su propio Instituto de Investigación de Arquitectura y Arqueología Egipcias, también en El Cairo, donde a petición suya fue enterrado pese a que murió en París. 221. Baron von Friedrich Wilhelm BISSING, egiptólogo (1873-1956). Desde 1906 hasta 1922 fue el primer catedrático de Egiptología de la Universidad de Múnich. 222. Probablemente se refiere al Serapeum, necrópolis subterránea repleta de tumbas con momias de bueyes, adorados en vida en el templo de Apis como encarnación del dios. Descubierto por el egiptólogo francés Auguste MARIETTE (Boulogne, 1821 - El Cairo, 1881). 223. Arthur LOOS, zoólogo (1861-1923). Visitó Egipto por primera vez en 1893 para estudiar bilharziosis. Fue nombrado en 1896 profesor asociado, y ese mismo año aceptó la cátedra de Biología y Parasitología de El Cairo, de donde se marchó cuando estalló la I Guerra Mundial. En 1922 fue nombrado catedrático honorario de Zoología en Giessen. 224. Lord Evelyn Baring CROMER, político británico (1841-1917). Desde 1883 hasta 1907 fue cónsul británico en El Cairo. Muy involucrado en la política imperial británica, organizó y mejoró su administración.

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por el consumo de hachís y pude examinar a un par de pacientes cuyo estado había empeorado por este motivo. Por desgracia, no tenía demasiado tiempo y las dificultades lingüísticas me impidieron hacerme una idea más clara de sus trastornos. Había oído que la intoxicación por hachís podía provocar estados de agitación violentos y delirantes, pero que el consumo continuado de la sustancia provocaba apatía, falta de voluntad y pérdida de memoria. Como tenía mucho interés en comprobar estos efectos, fui a un bar donde se solía consumir y le pedí a una persona que fumase una pipa. La resina se ponía en la pipa encima del tabaco y se fumaba con un par de caladas. No pude percibir ningún cambio, probablemente porque se necesitaba fumar más, así que con la ayuda del profesor Dinkler conseguí un buen trozo de hachís que se había confiscado a unos traficantes y me lo llevé a casa. Hice varios experimentos pero no obtuve ningún resultado especialmente útil aparte de unos leves dolores de cabeza. Nunca he logrado saber si los tuve porque la calidad de la droga no era muy buena, porque la cantidad no era la adecuada o por algún otro efecto secundario. Pasamos los últimos días en Egipto en Alejandría y después en Pireo. Posteriormente pasamos un par de días en Atenas y visitamos al profesor Wolters y a la señora Dörpfeld, cuyo marido estaba de viaje. El doctor Zahn225 y el señor Robinson fueron también unos magníficos anfitriones. Los días que pasamos en esta ciudad tan alegre fueron maravillosos. Escalamos el Pentelikon de nuevo y emprendimos el camino de vuelta pasando primero unos días en Corfú, que estaba decorada con unas flores preciosas y se olía la fragancia de las glicinias y de los naranjos. Pasamos primero por Brindisi y luego por Nápoles, visitamos el Instituto Zoológico y pasamos la tarde con Dohrn226 en su villa de Posillipo. Después, visitamos Florencia y volvimos a casa. En el otoño de 1899 asistí la Naturforscherversammlung [Reunión de Ciencias de la Naturaleza] que se celebraba en Múnich ese año. Nansen227, que en aquel momento era una persona de peso, dio una conferencia pública sobre su viaje y tuve la oportunidad de conocerlo personalmente a él y a su mujer en casa del profesor Winckel228. La Verein abstinenter Ärtze [Asociación de médicos abstemios] organizó por su parte un encuentro científico al que acudió muchísima gente, y Max Pettenkofer, Forel y yo dimos sendas conferencias en la sesión abierta al público. Pettenkoffer acababa de inaugurar la fuente de la Akademie der Wissenschaften 225. Robert ZAHN, arqueólogo (1870-?). Catedrático de Arqueología Clásica, Segundo Director de la Colección de Arte Antiguo de los Museos Estatales de Berlín. 226. Anton DOHRN, zoólogo (1840-1909). Construyó y gestionó el Instituto Alemán de Zoología en Nápoles desde 1874. También trabajó en Anatomía Comparada. 227. Fritjof NANSEN, zoólogo noruego y explorador del Ártico (1861-1930). En 1888 cruzó Groenlandia. Entre 1893 y 1896 viajó al Polo Norte en el Fram. De 1921 a 1923 participó en misiones deayuda a las regiones rusas castigadas por el hambre. Premio Nobel de la Paz en 1922. 228. Franz WINCKEL, ginecólogo y obstetra (1837–1911). Entre 1861 y 1864 se formó en la clínica de Obstetricia de la Universidad de Berlín. En 1864 fue nombrado catedrático de Ginecología y Medicina Legal de Rostock. Desde 1872 dirigió el Real Hospital Materno de Dresde. Catedrático de Ginecología y director de la Clínica Ginecológica de Múnich entre 1883 y 1907. Sus obras más destacables son Lehrbuch der Frauenkrankheiten [Tratado sobre las enfermedades femeninas] (Leipzig, 1886), y Lehrbuch der Geburtshilfe [Tratado de obstetricia] (Leipzig, 1889).

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[Academia de las Ciencias], que le habían dedicado, e hizo un brindis por la princesa Teresa con un vaso lleno del agua de la fuente, lo que en aquel momento resultaba increíble. En el verano de 1900 tenía pensado hacer un viaje extenso por Italia con mi hermana y su marido. Antes pasamos una temporada con mi hermano en Pontresina, donde llegamos haciendo el trayecto mitad en coche y mitad a pie pasando por Chur229 y Tiefenkasten. Acababa de empezar a aficionarme a la fotografía y me encantaba sacar todas las fotos que podía de aquel paisaje tan maravilloso. Estuvimos muy a gusto en el hotel Weißes Kreuz e hicimos varias excursiones a los glaciares de Rosegg y Morteratsch, a Muottas Muragl, al Piz Languard y al lago Diavolezza, desde donde había unas vistas magníficas de la cordillera de Bernina. Pasamos por St. Moritz, una ciudad desagradablemente distinguida, Silvaplana y el paso de Maloja. A la mañana siguiente, seguimos nuestra ruta por el encantador valle de Bergell hacia Chiavenna y después fuimos en tren y barco hasta Lugano, donde nos esperaban mi mujer, mi hermana y su marido. Hicimos una breve visita a Certosa di Pavia, fuimos a Génova y Santa Margherita, y después navegamos desde Génova a Nápoles para desgracia de mis acompañantes, que se marearon durante el viaje. Nos asentamos en Castellamare y visitamos Pompeya, el Vesuvio, Capri, Sorrento, Amalfi, Pestum, Ravello y finalmente pasamos un par de días conociendo Castellamare más a fondo. Después hice un maravilloso viaje con mi mujer a Ischia y escalé el Epomeo. Cuando volvimos a coger el tren, me robaron la bolsa de viaje en medio del gentío de los tranvías napolitanos, pero por suerte sólo llevaba dentro nuestros pijamas. Aunque no fuera la mejor época del año para conocerla, pasamos un par de días en Roma porque queríamos hacer una visita rápida a la ciudad. Fuimos después a Perugia y a Assisi pasando por nuestra querida Orvieto, y finalmente llegamos a Florencia. Allí estuvimos con el doctor Finzi230, un compañero de Heidelberg que nos enseñó la ciudad y me llevó al psiquiátrico en el que trabajaba. Allí me encontré con el profesor Tanzi, a quien había conocido en Turín cuando él era alumno de Morselli. Terminamos nuestro viaje en Venecia, después pasamos por el lago Garda y Desenzano hasta Múnich, donde nuestros caminos se separaron. Cuando fuimos a Egipto nos decepcionó mucho ver que se había construido hasta en la porción más mínima de tierra sin dejar un resquicio para la naturaleza. Incluso nuestros compañeros, los entomólogos, se quejaban de la poca fauna que había y mencionaron que en Argelia la situación era bastante mejor. Por eso pensamos ir a Argel y así lo hicimos en la primavera de 1901. Estuvimos primero en Lyon y Avignon, y después embarcamos en Marsella en un barco francés rumbo a Bona231 para poder visitar algunos pueblos de la costa argelina. Durante el viaje hubo muchas tormentas y el barco se movía muchísimo, así que me mareé por primera vez en mi vida mientras que mi hermano no tuvo ningún problema. Cuando desembarcamos en Bona, la ciudad de San Agustín cuya espléndida iglesia ya habíamos contemplado a lo le229. Chur, en castellano Cuera, en Suiza. 230. Jacopo FINZI, psiquiatra de Florencia (1873-1902). Destacado divulgador en Italia de la nosografía de Kraepelin, de quien fue alumno en Heidelberg en 1897. Es autor del Breve compendio di Psichiatria (Milán, Ulrico Hoepli, 1899), cuyas páginas (pp. 117-139) dedicadas a la demencia precoz transmiten con claridad la perspectiva kraepeliniana. 231. Bona, hoy Annaba, es la antigua Hipona, donde fue obispo San Agustín.

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jos desde el mar, nos vimos rodeados por la primavera y la típica flora mediterránea, tan rica en especies y variedades. Dimos un paseo por la ciudad y después navegamos por la noche hasta Philippeville, donde tomamos tierra. Una vez más, nos sorprendió la vegetación que encontramos allí, sobre todo por la tarde durante una salida a Stora, al Oeste de la costa. Las colinas estaban cubiertas de arbustos de retama en flor y entre ellos había jazmines amarillos, lirios azules y todo tipo de flores que no conocíamos. A la mañana siguiente viajamos en tren hasta la antigua Constantina, situada majestuosamente sobre un «monte-isla»232. Un barranco enorme rodea el pico y el río Rumel corta la montaña pasando entre las paredes de roca. Durante los días que estuvimos allí se grabaron en nuestras retinas escenas inolvidables de la vida de las calles árabes y de los propios árabes que se sentaban contemplativamente en pequeños y oscuros cafés, los nativos cubiertos con vestidos blancos, los niños tan felices, los patios tranquilos y pintorescos, los increíbles jardines de las casas que por fuera no estaban especialmente adornadas, las vistas de los alrededores desde los bastiones de la ciudad, sus interesantes rincones y la resplandeciente y colorida naturaleza en plena primavera. Todo ello me recordaba a las grandes extensiones de los paisajes de Böcklin. El 24 de marzo, cuando volvíamos a casa, tuvimos la sorpresa de tener que responder unas preguntas para el censo nacional. A la mañana siguiente, viajamos en tren a El-Kantara y pasamos de las tierras cultivadas al desierto más árido que se puede imaginar. Vimos la antigua tumba de Juba asomando a lo lejos y nos dimos cuenta de que había muchos nidos de cigüeña como en Argel; incluso vimos un grupo de ellas que parecían haberse unido para viajar hacia el Norte. El Kantara, «el puente», está situado en un agujero en medio de la montaña; cuando se cruza el puente sobre el arroyo que corre por allí, uno se encuentra con una hilera de palmeras que ofrecen un contraste muy llamativo con la monotonía del desierto. Caminamos por los alrededores esa tarde y a la mañana siguiente, y pudimos comprobar que la flora era totalmente distinta; por lo general sólo pudimos reconocer la familia a la que pertenecían estos nuevos hallazgos, pero también encontramos ejemplos de familias puramente desérticas que no conocíamos. Llegamos a Biskra la noche siguiente. En la mesa del hotel había varios jarrones grandes llenos de orobanches violetas. A nuestro lado se sentó el asesor médico Krugler y nos enteramos de que el propio profesor Georg Schweinfurth233 había puesto las flores para decorar la sala. Schweinfurth apareció poco después y nos cautivó su interesante conversación y su carácter 232. CONSTANTINA, en Argelia, la antigua Cirta, cuyo nombre en árabe es Qacentina, está situada en una elevada plataforma a 650 m sobre el nivel del mar y a 300 m sobre la margen izquierda del río Rhumel. Los inselberg o «montes-isla» son formaciones rocosas macizas, aisladas y de altura variable, surgidas a causa de la acción de la erosión diferencial (el material que los compone suele ser más resistente que el del entorno más próximo). La forma más frecuente es la denominada pan de azúcar, pues el relieve originario que dio nombre a este tipo de morfologías es el Pao de Azucar que se encuentra en Río de Janeiro (Brasil), de cerca de 400 m de altura, pero otros inselberg son más anchos y extensos. 233. Georg SCHWEINFURTH, explorador de África (1836-1925). Viajó por las zonas del Nilo desde 1864 hasta 1889, y también por los desiertos de Libia y Abisinia, por el Líbano y Yemen. Descubrió la raza de pigmeos Aka.

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tan encantador y alegre. La compañía de este caballero tan distinguido y culto, que rondaba los sesenta años de edad, nos permitió aprender muchas cosas durante nuestra estancia en Biskra. Dimos nuestro paseo de reconocimiento con el doctor Krugler por el oasis y por el pueblo nativo por la mañana, y por la tarde Schweinfurth nos llevó a las ruinas abandonadas de un jardín botánico para enseñarnos una serie de árboles y arbustos extraños que aún había por allí. Al día siguiente nos acompañó al mercado y nos explicó con todo detalle la vida de este lugar; nos enseñó los coloridos chales de los moabitas y barajó la posibilidad de que fueran descendientes de los antiguos cartagineses. Pude hacer algunas fotos con la luz del día y lo cierto es que tenía mucho material que retratar, como las radiantes acacias, los majestuosos vestidos blancos de los árabes, la muchedumbre tan colorida del mercado, las palmeras, las casas de barro de los nativos o los llamativos vestidos de las hijas de Ulad Nail234 que tanto cautivaban a los extranjeros. Dedicamos los siguientes días a hacer excursiones y recoger ejemplares de fauna y flora desconocidos. Después, Schweinfurth nos daba información sobre nuestros descubrimientos y nos maravilló con su conocimiento y su don para la observación. Nos fascinaba la naturaleza y la gente del lugar, los increíbles amaneceres y las puestas de sol, la abundancia de imágenes pintorescas y el paisaje de colinas desérticas rodeando los oasis que en conjunto hacían de cada día una fiesta. El día antes de irnos, Schweinfurth nos acompañó hacia las dunas del Suroeste, otro ejemplo del mundo desértico. Nos encontramos con una caravana de camellos refrescándose en un pequeño estanque; bramaban y se sumergían en el agua, bebían con ansia y se revolcaban en el barro. A mediodía paramos a descansar en lo alto de un barranco desde donde teníamos vistas del desierto y de Biskra a lo lejos. Después subimos a unas dunas de las que uno se podía bajar deslizándose como si fuera nieve. Aparte de algunas plantas que florecían bajo el intenso calor, Schweinfurth nos enseñó un ejemplar de allium odoratisimum, del orden de las liliales, que atrae a los insectos con su dulce aroma pero que cuando va a morir empieza a oler a ajo podrido para evitar que se lo coman. Nos dio mucha pena irnos de Biskra y dejar allí a nuestro encantador consejero. En Batna nos alojamos en una pensión muy sucia y visitamos Tingat, que nos recordó a Pompeya, aunque no hubiera un volcán cerca, porque sus habitantes habían huido del lugar. Al volver se nos pinchó una rueda del coche pero conseguimos llegar a tiempo para coger el tren y seguir nuestro viaje hacia Setif y La Bougie. Pasamos un par de días maravillosos en esta pequeña ciudad junto al mar, de la que nos había hablado el archiduque Ludwig Salvator. Una vez más estábamos rodeados de la flora mediterránea y todas las colinas estaban cubiertas de flores primaverales. Disfrutamos de nuestra estancia en esta ciudad tan tranquila a la sombra de los acebuches, las acacias blancas, las higueras y otros frutales, rodeados de montañas cavernosas y jardines fértiles, además de las vistas al mar y las altas temperaturas a mediodía. Hicimos 234. Los ULAD NAIL son una tribu de Argelia que cuenta con unas 2.300.000 personas, grupo étnico árabe de origen muy antiguo y rasgos delicados. Sus mujeres, que nunca llevaron velo, fueron tradicionalmente codiciadas por los mercaderes de esclavos, pues practicaban una danza muy sensual relacionada con la prostitución religiosa. Hoy en día, son conocidas por sus vistosos atuendos.

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muchas excursiones, aunque lo que más nos gustó fue salir al cabo Carbón y escalar el Lella Guraja, el punto más alto de las montañas que rodean la ciudad. Desde allí vimos anochecer con el increíble paisaje del mar de fondo. El 9 de abril envié un telegrama desde La Bougie a Breslau para felicitar por su boda a mi ayudante, el doctor Gaupp235. La noche siguiente cogimos un barco y llegamos por la mañana a Argel. En líneas generales era una ciudad grande y espaciosa con unos edificios espléndidos. El atractivo turístico más interesante era la iglesia de Nôtre-Dame africana construida en un alto hacia el Oeste y el Jardin d’Essai, que nos maravilló por la cantidad de plantas extrañas y atractivas que tenía. Las avenidas estaban llenas de ficus, palmeras, drácenas y yucas, y los papiros estaban florecidos como si fueran plantas tropicales. Pudimos admirar otros jardines preciosos con cipreses altísimos, acacias en flor y exuberantes buganvillas violetas enredadas entre sí. Solíamos mirar los patios tan cuidados y los jardines primaverales porque detrás de los muros tan poco pretenciosos de algunas casas se escondía una forma de vida tranquila y agradable. Una noche pudimos ver un altercado en las calles provocado por los ataques antisemitas del señor Drumond, que vivía en Argel en ese momento. Al día siguiente fui a ver a unos tejedores y compré una preciosa alfombra antigua, unos pañuelos de seda y unos platos dorados con grabados que gustaron mucho en casa. Después navegamos hacia Marsella y, como el mar estaba algo revuelto, muchos pasajeros se marearon durante el viaje. Nunca olvidaré la imagen de los altos oficiales franceses totalmente uniformados y quejándose todo el rato. Por mi parte, aproveché el trayecto para disfrutar de los cuentos de las Mil y una noches. Nos quedamos unos días en Marsella para acostumbrarnos de nuevo a las temperaturas después de nuestra estancia en África y a continuación pasamos un par de días en San Remo, donde conocimos a los únicos alemanes que había en nuestro hotel. Hicimos un par de excursiones bastante bonitas por los alrededores y después volvimos a casa pasando por Milán y Génova. Debido al estado de salud de mi hijo, decidimos ir al mar en el verano de 1901. Primero viajamos a Hamburgo, donde mi hermano quiso enseñarles a los niños lo divertido que podía ser vivir en una ciudad grande. Visitamos el muelle y tuvimos la casualidad de encontrarnos con el mismo barco y el mismo capitán que me había llevado a Madeira, aunque en realidad el barco era otro distinto al que había puesto el mismo nombre. El barco Kobra nos llevó por 235. Robert GAUPP, psiquiatra (1870-1953). Desde 1894 fue médico interno con Wernicke en la Clínica Psiquiátrica de Breslau. En 1897 fue médico en el psiquiátrico de Zwiefalten. Regresó a Breslau tres meses después. En 1900 visitó a Kraepelin en la Clínica de Heidelberg y consiguió la habilitación docente en esa Universidad en 1901 con su trabajo Die Dipsomanie [La dipsomanía]. En 1904 fue a Múnich con Kraepelin y trabajó como médico en la Clínica Universitaria. Desde 1906 fue catedrático y director de la Clínica Psiquiátrica de Tubinga. Se retiró en 1936 y se afincó en Stuttgart hasta su muerte. Famoso por su orientación del concepto de paranoia y por su estudio del maestro paranoico y asesino E. Wagner, sobre cuya locura publicó la monografía Zur Psychologie des Massenmords. Hauptlehrer Wagner von Degerloch (en Verbrechertypen, t. I, Helf 3, Berlín, 1914 [editada en español con el título El caso Wagner, Madrid, Asociación Española de Neuropsiquiatría, 1998]), y media docena de artículos más. Frente a múltiples opiniones contrarias, Gaupp sostuvo y argumentó la necesidad de considerar paranoicas ciertas formas de delirios sistematizados que un buen día se quebrantaban o se desmoronaban. A través de su alumno Kretschmer, sus enseñanzas contribuirían a aislar y caracterizar los delirios de relación sensitivos.

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el río Elba hasta Heligoland y Sylt. Nos alojamos en el solitario pueblo de Wenningstaedt para evitar a la muchedumbre tan ruidosa que suele haber en las playas y disfrutamos del aire del mar, de los baños refrescantes y del descanso bajo el sol en la arena. Conocí al profesor Böhmert236 de Dresde, una persona muy fiable que también hacía campaña contra el alcohol, y vimos a la pintora Hermine von Preuschen237 sentada junto a nosotros. Como una marea con el mar muy picado había destrozado una gran parte de las instalaciones de baño de Westerland, todo el mundo tenía algo de que hablar. Mientras tanto, visitamos al señor Friedrich Siemens, que seguía muy enfermo, y a su mujer. También fuimos a ver a Wundt, que estaba viviendo allí por aquel entonces. Además, visitamos a mi colega Bonhoeffer238 de Breslau y al profesor Pfeffer239, quien trabajaba en el Museo de historia natural de Hamburgo. Por otra parte, el día que fuimos al acantilado de Rotes vimos de lejos a Robert Koch240 con su segunda esposa. Dos semanas después la salud de nuestro hijo pareció haber mejorado y nos dirigimos hacia Hoyerschleuse, ya en el interior. Mi mujer volvió a casa con los niños y yo fui a Kiel y después a Copenhague porque allí me esperaban mi hermana y mi cuñado, que habían pasado unos días en Sylt con nosotros. Llegué a tierras danesas sin maletas porque el portero del hotel se olvidó de que me marchaba, pero por suerte las recibí un par de días después. Visitamos la ciudad, hicimos una excursión a Marienlyst y Elsinore, y después mi hermana y mi cuñado se marcharon. Yo me quedé un poco más y conocí a Alfred Lehmann, con quien pasé unos momentos muy agradables. Visité al profesor Pontoppidan241, que había tenido que dejar su cátedra por culpa de la mala prensa que le hizo el libro de Amalie Skramm242. Le conocí 236. Viktor BÖHMERT (1829-1818 (Dresde). Entre 1875 y 1885, y 1895 y 1903 fue catedrático en la Universidad Politécnica de Dresde y consejero privado del Emperador. Su publicación más importante fue «Die 25 jährige Tätigkeit des Dresdner Beziksvereins gegen den Mißbrauch geistiger Getränke» [«Veinticinco años de actividad de la Asociación del Distrito de Dresde contra el abuso del alcohol»], Alkoholfrage, 1908, 5, pp. 99-151. 237. Hermine von PREUSCHEN-TELMANN, artista y escritora (1854-1918). Pintó sobre todo paisajes y grandes cuadros simbólicos, y también escribió poemas románticos. 238. Karl BONHOEFFER, psiquiatra (1868-1948). Alumno de Carl Wenicke en Breslau. En 1903 era catedrático de Psiquiatría en la Universidad de Köningsberg y seis meses después fue nombrado sucesor de Kraepelin en Heidelberg. En 1904 fue destinado a Breslau, en 1912 a Berlín, y en 1924 rechazó cubrir la vacante de Kraepelin en Múnich. Se retiró en 1938. Apoyó la idea de que una serie de agentes nocivos que afectaban físicamente al sistema nervioso central son responsables de determinados síndromes psicopatológicos que, por lo tanto, no pueden ser específicos sino un «tipo de reacción exógena aguda». 239. Georg PFEFFER, doctor en Historia Natural (1854-?). Comisario del Museo de Historia Natural de Hamburgo y catedrático honorario de su Universidad. 240. Robert KOCH, médico y bacteriólogo (1843-1910). Desde 1880 fue miembro del Ministerio Federal de Sanidad. En 1885 fue nombrado catedrático en Berlín y hasta 1904 dirigió el recién inaugurado Instituto de Higiene. Descubrió los bacilos del ántrax, la tuberculosis y el cólera, y recibió el premio Nobel en 1905. 241. Knud PONTOPPIDAN, psiquiatra danés (1853-1916). En 1892 fue nombrado catedrático. Después, entre 1901 y 1914 fue catedrático de Medicina Legal el Copenhague. 242. Amalie SKRAM, de soltera Berthe Amalie ALVER, escritora noruega (1846-1905). Arruinada su familia, siendo muy joven se vio obligada por su madre a casarse con un viejo capitán de marina con quien

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justo antes de su clase inaugural como catedrático de medicina forense y también conocí a su sucesor, el profesor Friedenreich243, que dirigía el Kommunehospital [Hospital Municipal], en el que había un servicio lleno de enfermos mentales y muy pocos medios para atenderlos. Volví pasando por Neustrelitz y Berlín, y de paso visité el psiquiátrico de Herzberge. En agosto de 1902 viajé con mi mujer a ver a un paciente a Winnental, cerca de Stuttgart, y después fui a Zúrich para visitar al profesor Neumann244. Pasamos la noche siguiente en Uetliberg y la siguiente en el monte Pilatus, y en ambos lugares pudimos ver unas puestas de sol maravillosas. Después estuvimos una semana en Interlaken y conocimos al profesor Quincke245, de Heidelberg. Hicimos algunas excursiones muy agradables y después pasamos por Kleine Scheidegg, Grindelwald y Meiringen, luego por el paso de Grimsel hasta el valle del Rhone. Fuimos en coche a Viesch, escalamos el Eggishorn y continuamos hacia Brieg y Visp. El camino a Zermatt lo hicimos parte en tren y parte a pie, y poco antes de llegar pudimos ver por primera vez el impresionante Matterhorn, que nos acompañó a lo lejos durante días. Escalamos el Riffelhaus y el Gorner Grat, y como recompensa pudimos disfrutar de un día claro y soleado con unas vistas únicas del Monte Rosa, que se erigía frente a nosotros. Los siguientes días los pasamos en el valle de Saas caminando con un guía por el Monte Moro en el espléndido valle de Macugnaga y después en el valle de Tosa. Viajamos en tren hasta Gravellona y en coche a Pallanza. Como queríamos quedarnos allí una semana y Rieger nos había dicho que quería vernos, le invitamos a que se uniera y nos esperó a nuestra llegada a la ciudad. Nos gustaron especialmente las excursiones por los soberbios alrededores y nos

dio la vuelta al mundo y de quien tuvo dos hijos, pero el marino le fue infiel y ella, muy deprimida, fue ingresada en un hospital psiquiátrico. Divorciada en 1878, se trasladó a Cristianía y comenzó a escribir. En 1884 se casó con el escritor danés Erik SKRAM (1847-1923) del que tuvo una hija. Trasladados a Dinamarca, el naturalismo de sus obras frenó inicialmente la aceptación del público, lo cual le llevó de nuevo a ingresar en un psiquiátrico (Roskilde, a 35 kilómetros de Copenhague, donde fue tratada por Knud Pontoppidan). Roto su segundo matrimonio en 1899, murió seis años más tarde. Sus novelas, crudamente pesimistas, trataron acerca de sus propias experiencias y sobre la condición de la mujer (Constance Ring, La gente de Hetemyr, Traicionado). Contribuyó al debate sobre la obligatoriedad de los tratamientos psiquiátricos con Professor Hieroniumus (en cuyo malvado protagonista toda Dinamarca reconoció a Knud Pontoppidan) y Paa St. Jørgen, ambas de 1895 y que tuvieron mucho eco. 243. Alexander FRIEDENREICH, psiquiatra danés (1849-?). Entre 1878 y 1881 fue ayudante en el Servicio de Psiquiatría de la Clínica Ambulatoria de Copenhague. En 1898 comenzó a trabajar como médico en el Kommunehospital. En 1902 fue nombrado catedrático adjunto y en 1916 catedrático titular. Se retiró en 1919. 244. Ernst NEUMANN, psicólogo (1862-1915). Fue Catedrático de Psicología y Pedagogía de Zúrich, y después en Hamburgo en el Kolonial-Institut. 245. Georg Hermann QUINCKE, físico (1834-1924). Entre 1860 y 1872 fue catedrático en la Universidad de Berlín. En 1872 recibió la cátedra de Física en la Escuela de Comercio de dicha ciudad. En 1872 fue nombrado catedrático de física en Wurzburgo y en 1875 en la Universidad de Heidelberg. Estudió las fuerzas moleculares de los líquidos e inventó el tubo de interferencia (o tubo de Quincke: aparato que permite medir la longitud de onda de las ondas sonoras mediante fenómenos de interferencia). Era hermano del médico internista Heinrich Irenaeus Quincke, a quien también menciona Kraepelin más adelante.

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encantó la abundancia de la flora del Sur, la variedad del paisaje y los colores tan espléndidos del lago, las montañas y el cielo. Cuando Rieger se marchó, empezamos a pensar en la idea de comprar algún terreno en esta zona para poder disfrutar de toda esta belleza y de la comodidad de tener una casa propia allí. La distancia entre mi casa de Heidelberg y mi trabajo hizo que me plantease el pedir que se construyese una residencia oficial en el jardín de la clínica y el Ministro no puso objeción a esta idea. Aún así, me di cuenta de que si se llevaba a cabo, perdería la libertad de la que gozaba durante las vacaciones, así que para poder dedicar tiempo durante mis días de descanso a mi trabajo científico sin ninguna interrupción necesitaba un lugar alejado de Heidelberg. Parecía obvio que esa casa tenía que estar en el Sur para que la primavera y el otoño fueran lo más agradables posible, aparte de que hacía tiempo que me había enamorado de la fauna y flora de estas zonas. No podía estar demasiado lejos y el clima debía ser favorable, así que empezamos a buscar un terreno cerca de Pallanza. No nos preocupaba que la casa estuviera en un país extranjero porque parecía imposible que Alemania e Italia pudieran entrar en guerra. Además, pensábamos que tardaríamos bastante tiempo en construir la casa y que a largo plazo sería una buena inversión de futuro. Nos animaron las noticias de que los precios del suelo eran moderados, por lo que tampoco perderíamos mucho dinero si finalmente nuestros planes no se podían cumplir. Aunque buscamos exhaustivamente, no encontramos nada que se ajustase a lo que queríamos. Ante todo tenía que ser un lugar junto al lago, pero todo el suelo edificable de esa zona estaba ya ocupado. La noche antes de volver decidimos preguntar al jardinero del mercado, Rovelli, cuyo jardín habíamos ido a ver en alguna ocasión. Nos sorprendió que hablase alemán tan bien y fue de gran ayuda, puesto que pudo confirmarnos que todas las fincas cerca de Pallanza ya tenían dueño. Después nos metió en su pequeño coche y nos llevó por la carretera de Fondo Toce hasta una granja donde vivía un hombre que podría ofrecernos un buen terreno. Vimos una propiedad en la montaña un poco más arriba de la carretera y, cuando pude contemplar sus vistas de la pradera y las parras junto al lago, pensé que podría ser un buen lugar para llevar a cabo nuestra idea. Desde allí podías divisar las estribaciones de Pallanza y de Sasso di Ferro a lo lejos, y en el Sureste surgían de la neblina las montañas de Varese que parecían formar una escalinata hasta la planicie junto al gran lago. La pequeña iglesia de Katarina del Sasso brillaba en las colinas junto al lago. Teníamos enfrente la isla mágica de Isola Madre flotando en un espejo azul de agua con el gran Mottarone de fondo y las ciudades de Stresa y Baveno custodiándola. Por último, las montañas de Gravellona se levantaban en el Oeste detrás de las cabañas de Feriolo, con una gran cordillera que bordeaba el valle de Saas y que siempre estaba cubierta de nieve. Estas magníficas vistas y el paisaje hicieron que nos decidiésemos a comprar el terreno inmediatamente, aunque sólo pudiéramos tener una casa y un pequeño jardín en él. Además nos aseguraron que podríamos hacer uso de la casa en primavera y el precio de trescientas liras nos pareció razonable, así que nos dirigimos al notario con los dueños y media hora después la propiedad ya era nuestra. De todas maneras, la compra nos pareció algo arriesgada y por eso preferimos mantenerla en secreto durante seis años. El estado de mi clínica había empeorado a lo largo de los años por el aumento imparable [de enfermos] que llegaban. El estado de Baden se dividió en tres distritos para regular las admisiones de pacientes de las clínicas y del psiquiátrico de Illenau. Los psiquiátricos

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de Emmendingen y Pforzheim sólo atendían a los pacientes que eran trasladados desde las tres clínicas de admisión, mientras que éstas tenían que hacer sitio a todo paciente que necesitase ser ingresado. Como los hogares de Emmendingen y Pforzheim estaban llenos hasta los topes, los traslados se nos acumulaban y teníamos que ingresarlos porque no pudiéramos enviarlos a otro lugar. Por supuesto, esto provocó muchas deficiencias e incluso tuvimos que poner colchones en el suelo porque las camas siempre estaban ocupadas. Dábamos de alta a los pacientes más tranquilos y relajados, pero el número de pacientes agitados creció tanto que no podíamos cuidarlos como era debido. Además, los pacientes, las enfermeras y los médicos también se veían afectados por la situación. La solvencia económica de la clínica empeoró y tuvimos que cobrar a los pacientes un marco y medio por día. Durante los primeros años en Heidelberg pude compensar el número de pacientes que pagaban y el de aquéllos que no podían hacerlo, y aún así sacaba un gran beneficio anual para mejorar las instalaciones clínicas y el trabajo científico, pero el desarrollo de los acontecimientos nos llevó a sufrir grandes pérdidas y fue cada vez más difícil conseguir dinero para los proyectos especiales. La principal razón por la que nuestra situación era tan mala fue la inclusión de la enseñanza de atención a los locos en el sistema público, la cual continuaba dependiendo, como siempre había sido, del dominio del psiquiátrico de Illenau. Como los centros más pequeños teníamos la obligación de admitir a todos los pacientes sin saber si podríamos darles el alta o derivarlos en algún momento, las consecuencias fueron desastrosas porque no podíamos adaptarnos a estos cambios. Por otro lado, las regulaciones existentes para los hospitales mentales no permitían admitir a nadie que no hubiera sido diagnosticado como enfermo mental o peligroso para la sociedad por un médico del distrito. De todos modos, no hubieran podido admitirlos aunque quisieran debido al congestionamiento. Todo esto provocó que hubiera menos pacientes de los grupos que necesitábamos para la investigación y para la formación clínica de los médicos principiantes. Además, tampoco teníamos pacientes en las primeras fases de determinados trastornos mentales y mucho menos todavía de las etapas intermedias entre la salud y la enfermedad: psicópatas, idiotas, histéricos, epilépticos y, por fin, la gran masa de enfermos crónicos del cerebro y de los nervios. Aunque fuera obvia la necesidad de que las clínicas tuvieran a este tipo de pacientes, la conferencia anual de directores de Karlsruhe no lo permitió porque los hospitales mentales públicos (y sobre todo los representantes de Illenau) acusaron a las clínicas de quejarse por la saturación de pacientes y de pedir a la vez una mayor cantidad de admisiones. Se sugirió que el distrito de admisión de nuestra clínica se redujera a favor de Illenau, pero hice todo lo que pude para detener este plan porque no íbamos a poder atender a nuestros pacientes habituales y tampoco iban a mejorar la saturación de admisiones ni los inconvenientes de dar el alta o derivar a otros centros. Propuse eliminar los distritos de admisión para que tuviéramos la libertad de admitir o rechazar a los pacientes según nos pareciese porque tenía esperanzas de que así lograríamos que el cuidado médico de nuestra clínica atrajera a los pacientes que necesitábamos. El principal problema era sin duda la falta de espacio en los psiquiátricos para cuidar de los enfermos. El número de pacientes que necesitaban cuidados médicos aumentaba

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cada año en noventa personas y parecía obvio que cada año debía ampliarse la capacidad de admisión al menos en ese número. Escribí un memorandum para el Ministro de Cultura en 1897 explicándole la situación y comentándole la necesidad de construir otro hospital público más grande. Expresé estas mismas ideas en una conferencia que pronuncié en el encuentro de psiquiatras de Karlsruhe en el otoño de ese mismo año. El problema se debatió también en la conferencia de directores, y sorprendentemente el director de Illenau se opuso a la propuesta; no entendí su actitud hasta que descubrí que Illenau iba a presentar una propuesta de mejora de sus instalaciones antes de la siguiente reunión provincial y en ella no figuraba un aumento en el número de camas. Acudí a un representante del Parlamento en vano e intenté concienciar a la opinión pública con artículos en los periódicos porque me parecía un tema muy serio. Sin embargo, la construcción del nuevo psiquiátrico se pospuso y las condiciones de mi clínica llegaron a un límite intolerable. Lo único que pude hacer en ese momento fue mandar una advertencia formal al Ministro en el que le contaba que todos mis esfuerzos habían sido en vano y que no me hacía responsable de ningún error o accidente que pudiera suceder en la clínica. Yo estaba decidido a luchar para conseguir la independencia de la clínica y desvincularla del control del Sistema Público de Atención a los Locos y del Ministerio del Interior, y esperaba tener éxito algún día. A pesar de las dificultades, la actividad científica de la clínica siguió desarrollándose satisfactoriamente. Íbamos ampliando nuestra colección de historias clínicas completas, informes catamnésicos246 y otros materiales que fuimos recopilando, pero por desgracia nuestra investigación estaba muy limitada por culpa de las restricciones en la admisión de pacientes. Como es natural, la demencia precoz y las locuras maníaco-depresivas eran los principales grupos de investigación. Intentamos dividir el grupo de los epilépticos en otros más pequeños para explicar la conexión de los trastornos histéricos y otros síndromes clínicos, y así poder explicar mejor la neurosífilis haciendo uso de la metodología de la anatomía patológica cuando era necesario. Tenía una buena relación con mis colegas y por suerte uno de ellos, Gustav Aschaffenburg, llevó a buen puerto el trabajo que yo había comenzado en Leipzig. Aschaffenburg hizo una investigación detallada sobre las asociaciones en pacientes maníacos y pudo confirmar que la fuga de ideas no tenía ninguna relación con la disminución de los tiempos de asociación. También dio conferencias sobre psicología criminal partiendo de las que había dado yo en su momento, y las plasmó en su exitoso libro Das Verbrechen und seine Bekämpfung [El crimen y cómo combatirlo], que explicaba de una forma mucho más madura las ideas de mis primeras conferencias. Aparte de Aschaffenburg, tenía unos cuantos colegas jóvenes muy valiosos, como

246. El término ‘catamnesis’ es sinónimo de historial clínico completo. También se emplea como equivalente a informe final, es decir, el que contiene toda la información de la enfermedad desde que comienza hasta que se cura con el tratamiento o bien hasta que fallece el paciente. Como Kraepelin había concedido la máxima importancia a la evolución hacia la demencia para el estudio de las psicosis, sólo los historiales completos tenían relevancia para su investigación.

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Erich Arndt247, que hizo una presentación magnífica sobre la catatonía, o Karl Wilmanns248, que estudió a los vagabundos y para ello pasó una buena temporada en el asilo para pobres Kislao en Bruchsal. También junto a Aschaffenburg había unos cuantos colegas interesados en la psicología experimental. Su ayuda me sirvió para trabajar de manera más sistemática en determinados asuntos que me interesaban, como Weygandt249, que hizo una serie de pruebas extensas y detalladas para estudiar el efecto de la desnutrición y el cambio de trabajo en el rendimiento intelectual. Otros colegas más jóvenes contribuyeron de forma notable en nuestro trabajo: los alemanes von Voss250, Lehmann, Kürz251, Krauss252, Cron253, Reiss254 o Miesemer, los americanos Lindley y Hylan, el italiano Finzi, el inglés Rivers255, el ruso Oseretskowsky, el

247. Erich ARNDT, psiquiatra (?-?). Médico interno en la Clínica Psiquiátrica y Neurológica de Greifswald, desde 1902 lo fue en la Clínica Psiquiátrica de Heidelberg. Trabajó de nuevo como médico en Greifswald y después dirigió el psiquiátrico de Meiningen. Su publicación más destacada es el artículo «Über die Geschichte der Katatonie» [«Acerca de la historia de la catatonía»] Cbl. Nervenheilk. Psychiatr. 13 (1902), 81-121. 248. Karl WILMANNS, psiquiatra (1873-1945). Desde 1902 fue médico interno con Kraepelin en Heidelberg. Después trabajó con Nissl en la Clínica Psiquiátrica de Heidelberg. En 1906 consiguió la habilitación docente con su trabajo Zur Psychopathologie des Landstreichers [Psicopatología de los vagabundos]. Finalmente, desde 1918 a 1933 fue catedrático de Psiquiatría y Neurología y director de la Clínica Psiquiátrica y Neurológica de Heidelberg. 249. Wilhelm WEYGANDT, psiquiatra (1870-1939). Entre 1897 y 1899 fue médico interno con Kraepelin en la Clínica de Heidelberg, después lo fue con Konrad Rieger en la Clínica de Psiquiatría y Neurología de Wurzburgo. Allí fue nombrado en 1904 profesor asociado. En 1908 se trasladó a Hamburgo para dirigir el Hospital Estatal de Friedrichsberg. Desde 1909 a 1934 ocupó la cátedra de Psiquiatría en la Universidad de Hamburgo. Su publicación más difundida fue Über die Mischzustände des manisch-depressiven Irreseins [Acerca de los estados mixtos de las locuras maníaco-depresivos] (Múnich, 1899). 250. Georg VOSS, psiquiatra (1872-¿?). Se formó con Möbius en Leipzig y, entre 1896 y 1898, con Kraepelin en Heidelberg. Psiquiatra en San Petersburgo desde 1898 hasta 1906, emigró a Alemania y trabajó como médico en la Clínica Psiquiátrica y Neurológica de Greifswald. Desde 1911 ejerció de psiquiatra en Düsseldorf. Escribió el capítulo «Die Aetiologie der Psychosen» [«La etiología de la psicosis»] para la obra Handbuch der Psychiatrie [Manual de Psiquiatría] de Aschaffenburg. 251. Ernst KÜRZ, psiquiatra (?-?). Alumno de Kraepelin en Heidelberg, después funcionario de Sanidad. Se retiró tras ejercer como médico de distrito en Friburgo y «Geheimer Medizinalrat» [Asesor Médico del Ministerio]. 252. Reinhold KRAUSS, (1870-?). Desde 1898 hasta 1900 fue médico interno con Kraepelin en Heidelberg. Desde 1901 fue médico en el psiquiátrico privado de Kennenburg (cerca de Esslingen), en 1907 se lo compró a Paul Landerer, su propietario, legándoselo en 1940 a su hijo. 253. Ludwig CRON, psicólogo (?-?). Doctor en Filosofía y ayudante de Kraepelin en Heidelberg. 254. Eduard REISS, psiquiatra (?-?). Médico interno con Kraepelin en Heidelberg y también en Múnich entre 1904 y 1906. Se marchó con Gaupp a Tubinga en 1906 y desde 1917 fue allí profesor asociado. En 1924 sucedió a Ganser en la dirección del Psiquiátrico Municipal de Dresde. 255. William Halse RIVERS, psiquiatra y psicólogo inglés (1864-1922). Profesor de psicología en el hospital Guy y después fue profesor de fisiología y psicología experimental en la Universidad de Cambridge.

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sueco Heumann256, el suizo Hoch257 y el noruego Ragnar Vogt, que también ayudó a Nissl. Aunque algunas de nuestras pruebas quedaron incompletas, el resultado más importante que obtuvimos fue el poder llegar al fondo de la curva de trabajo y el análisis de las influencias, de cuya combinación podíamos obtener el grado de rendimiento en cada momento. En honor al septuagésimo cumpleaños de Wundt terminé esta investigación con la presentación del estudio de una curva de trabajo concreta, aunque supongo que habría podido llegar a unos resultados más atractivos haciendo un análisis matemático. Sin embargo, mis primeros intentos de comprender la matemática más avanzada me convencieron de que siempre me iba a costar demasiado esfuerzo hacer un acercamiento de este tipo. El análisis de la curva de trabajo me ayudó a hacer algunos descubrimientos prácticos en casos de neurosis traumática. Nuestras pruebas demostraban que estos pacientes tenían trastornos que se manifestaban en procesos de trabajo y que no podían imitarse voluntariamente. En el primero caso que investigamos pudimos observar una aparente fatiga extrema que finalmente era una falta de impulso. Con este procedimiento tenía la esperanza de abordar el problema de la presión que sentían los estudiantes y, en una pequeña conferencia que di en 1894 sobre el trabajo intelectual, hice un especial hincapié en la necesidad de una investigación más exhaustiva sobre la capacidad funcional y recuperadora de los estudiantes y los efectos del cansancio en el aprendizaje. Mi objetivo final era encontrar la manera de hacer unas pruebas que fueran fáciles de aplicar. Presenté el problema de la medición del cansancio en el ensayo de apertura de la revista Archiv für die gesamte Psychologie [Archivo de Psicología General] que los ayudantes de Wundt habían fundado con la ayuda de su maestro. Seguimos estudiando los efectos de ciertas sustancias en los procesos intelectuales: Löwald258 se centró en los efectos de la bromina, Hänel259 en los del trional y Hoch en los efectos de los distintos componentes del té. Oseretskowsky y Glück observaron los efectos del alcohol y la cafeína en la curva ergográfica, y Meyer260 analizó la influencia del alcohol sobre la escritura a mano. Por desgracia, no pudimos terminar las pruebas sobre los efectos del tabaco que tantas veces empezamos ni los de la morfina y la cocaína. El uso de estas dos sustancias era espe-

256. G. HEUMANN, psiquiatra (?-?). Trabajó con Kraepelin en Heidelberg y después en Goteburgo. 257. August HOCH, psiquiatra (1868-1919). En 1887 emigró a Estados Unidos y trabajó en el Hospital John Hopkins. En 1893 ó 1894 volvió a Europa, estuvo en Leipzig con Wundt y en Heidelberg con Kraepelin, y a partir de 1895 volvió a los EE.UU. Trabajó en el laboratorio del Hospital MacLean de Boston y en 1909 recibió la cátedra de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de Cornell. 258. Arno LÖWALD, psiquiatra (?-?). Alumno de Kraepelin en Heidelberg, se graduó allí con su trabajo Über die psychischen Wirkungen des Broms [Sobre los efectos psicológicos del bromuro]. 259. Hans HÄNEL, psiquiatra (1874-1942). Fue uno de los alumnos de Kraepelin en Heidelberg. Entre 1897 y 1899 fue médico interno en la Clínica Psiquiátrica de Halle y después en el Hospital Municipal de Dresde-Friedichstadt. Más adelante dirigió el Servicio de Psiquiatría del Hospital Waldpark de Dresde-Blasewitz. 260. Martin MEYER, psiquiatra (?-?). Interno de Kraepelin en Heidelberg, se graduó allí con la tesis Über die Beeinflussung der Schrift durch den Alkohol [Acerca de la influencia del alcohol sobre la escritura manual].

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cialmente peligroso y apenas podíamos hacer observaciones de sus efectos. Rüdin261 hizo un seguimiento de los efectos secundarios de una ingesta de alcohol y se interesó especialmente en los pacientes que tenían psicosis carcelaria. Kürz llevó a cabo por su parte una serie de pruebas muy interesantes sobre el efecto permanente del consumo diario de alcohol. A pesar del poco espacio que teníamos en el laboratorio de Nissl, se respiraba un ambiente muy productivo allí. Nissl dedicaba la mayor parte de su tiempo a experimentar con animales con intoxicaciones subagudas o totales y se podía ver con una claridad asombrosa los diversos efectos que tenía cada sustancia en las células nerviosas. También logramos obtener una imagen general de los cambios histológicos durante determinados procesos patológicos, especialmente en el caso de la parálisis. Las perspectivas mejoraron aún más cuando Alzheimer pudo mudarse a Heidelberg. Había oído por casualidad que este magnífico investigador iba a presentarse al puesto de director de un psiquiátrico, pero un amigo común le pidió en mi nombre que no lo hiciera y que considerase comenzar su carrera académica con nosotros. Por desgracia, Alzheimer no siguió este consejo en un principio y no se unió al grupo hasta que le denegaron ese puesto. Aún así, antes de que él pudiera venir a Heidelberg, me concedieron una cátedra en Múnich y Alzheimer me acompañó a trabajar allí. Aschaffenburg comenzó a trabajar como médico en la prisión de Halle porque le interesaba mucho la psiquiatría forense y tuve que buscar a alguien que tuviera la habilitación académica y también algo de interés por la psiquiatría clínica. La experiencia me decía que, por raro que pareciera, era muy difícil encontrar buenos psiquiatras clínicos; sin embargo, me acordé de Gaupp porque en un suplemento que él mismo editaba se había quejado del abandono que sufría la investigación psiquiátrica comparada con la neurología. Le ofrecí venir a la clínica de Heidelberg y finalmente accedió. Como íbamos a celebrar el veinticinco aniversario de la clínica en 1903, propuse al equipo llevar a cabo una investigación sobre la psicosis en ancianos para la ocasión. Nuestra idea era observar a los pacientes mayores de cuarenta y cinco años y clasificarlos en grupos con la intención de estudiar la melancolía, la catatonía tardía y los trastornos paranoides en sus fases evolutivas. Además quería clasificar los distintos tipos de psicosis típicas de la tercera edad porque seguían sin estar muy claras la esencia y las valoraciones de estos trastornos. Por desgracia, tuve que desistir de esta idea cuando me nombraron catedrático en Múnich. Nuestra clínica recibía visitas constantes de todo tipo de invitados extranjeros porque Heidelberg era uno de los núcleos principales del Sur. Schweinfurth vino a vernos en una ocasión y disfrutamos de sus comentarios sobre las plantas de nuestro jardín. También estuvo una temporada con nosotros un explorador llamado Stahlmann que vino para recuperarse de la malaria. Después quedamos con asiduidad con él e hicimos varias excursiones juntos porque fue alumno y muy amigo de mi hermano.

261. Ernst RÜDIN, psiquiatra (1874-1952). Desde 1901 fue médico en la Clínica Psiquiátrica de Heidelberg con Kraepelin, a partir de 1906 trabajó como ayudante científico en la Clínica Psiquiátrica de Múnich. En 1915 fue nombrado profesor asociado y en 1917 pasa al Deutsche Forschungsanstalt für Psychiatrie [Instituto Alemán de Investigaciones Psiquiátricas]. Nombrado catedrático honorario de la Universidad de Múnich, en 1933 recibió el nombramiento oficial de catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Múnich. Después fue director del Instituto heredobiológico del Deutsche Forschungsanstalt.

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Wundt celebró su septuagésimo cumpleaños en agosto de 1902 y la Facultad de Medicina me encargó el honor de transmitirle nuestros mejores deseos en ese día. Wundt estaba en ese momento en Taubach, Turingia, y organizamos una reunión sorpresa con la ayuda de su mujer y de algunos alumnos para mostrarle todo nuestro respeto y admiración de forma sencilla e informal. Al año siguiente volví a ver a Wundt en Heidelberg porque se compró una casa para pasar las vacaciones allí y trabajar tranquilamente, pero poco después tuve que marcharme de Heidelberg y apenas pudimos vernos a partir de entonces. En el otoño de 1902 empecé a trabajar en la séptima edición de mi tratado y también pude cumplir mi plan de viajar al Trópico con mi hermano. Él quería conocer la fauna y la flora de los países ecuatoriales y yo quería resolver un par de dudas psiquiátricas que me llevaban interesando un tiempo. Mi idea era recoger información sobre la frecuencia de la parálisis en las regiones tropicales porque había oído que apenas se daban casos en Argel, Bosnia y en lugares fuera de Europa, pero la información no parecía del todo fiable y preferí llevar a cabo mis propias investigaciones en un país extranjero. Me parecía más importante incluso poder comprobar si la demencia precoz variaba en función de la raza y las condiciones de vida. Las causas reales de esta enfermedad tan común en nuestro país seguían siendo desconocidas, y yo esperaba conseguir algún tipo de información investigando el clima y la forma de vida de los países civilizados por si podían influir en la aparición de la demencia precoz. También pensé que el carácter de una raza determinada podría demostrarse registrando la frecuencia y los tipos de trastornos mentales que presentaba, por lo que el enfoque de la psiquiatría comparada podría darme información sobre las características mentales de cada raza en particular. Además, esperaba que estas observaciones me ayudasen también a entender mejor los procesos de las enfermedades mentales. No tenía muy claro si podría superar las dificultades que solían presentar este tipo de estudios exhaustivos con enfermos mentales de otras razas o con una lengua materna distinta. Por aquel entonces recibí el informe anual del manicomio de Buitenzorg, Java, que presentaba unos datos muy similares a los que se daban en Europa y pensé que quizás pudiera llevar a cabo mi investigación allí. Escribí al doctor Hoffmann262, el director del psiquiátrico, para explicarle mi plan y pedirle permiso para investigar a sus pacientes. En cuanto recibí su consentimiento, empecé a planear mi viaje con mi hermano, que también estaba interesado en visitar el famoso jardín botánico de Buitenzorg. Decidí pedir cuatro meses de vacaciones en cuanto terminase la séptima edición de mi manual y, como tenía contactos con el Ministerio de Cultura, no iba a tener problemas para poder disfrutar de esos meses libres. Además, el señor von Dusch263 acababa de relevar al Ministro Nokk en su puesto y siempre se había distinguido por su apoyo a la Universidad. Aparte de conocer a von Dusch de su época como

262. Quizá Christian Karel HOFFMANN, zoólogo (1841-?). Fue ayudante y disector en el psiquiátrico de Meerenberg (Holanda). En 1874 recibió la cátedra de Zoología y Anatomía Comparada en Leiden. No está claro si fue este Hoffman u otro homónimo quien estuvo en Java. 263. Alexander von DUSCH, político (1851-1923). Ministro de Cultura en Karlsruhe (Condado de Baden).

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fiscal en Heidelberg, contaba con el apoyo de un excelente consejero, el doctor Böhm264, que tiempo después fue nombrado Ministro de Cultura y cuyo trabajo siempre me había causado gran admiración, aprecio y gratitud. Tal y como era de esperar, recibí permiso para tomarme esas vacaciones sin más dilación y pude hacer mi viaje. En el verano de 1903 hice una pequeña excursión en bicicleta con mis hijas mayores, primero hasta Lindenfels, luego hasta Melibokus y después al castillo de Auerbach en la zona de Bergstraße. Mientras tanto, las condiciones en la clínica habían empeorado más si cabe. Gracias a la lealtad de mis compañeros conseguimos que el trabajo científico avanzase satisfactoriamente, pero el gran número de pacientes seguía siendo intolerable y ya era imposible garantizarles una atención adecuada. Todos mis esfuerzos para mejorar la situación terminaban siendo bloqueados por la actitud tan terca del Ministro del Interior, que sin duda estaba influido por el director del psiquiátrico de Illenau y ni siquiera mostraba el más mínimo interés por escuchar las necesidades de la clínica. El Ministro del Interior escribió un borrador sobre la futura organización de los servicios psiquiátricos para que lo aprobasen las autoridades provinciales y el consejero del Ministerio de Cultura no tuvo noticias de ello hasta que lo vio en manos de un representante del Parlamento. Este plan, contra el que yo me había opuesto anteriormente, pretendía solucionar el problema de la falta de camas reduciendo el distrito de admisión sin que el Ministro de Cultura pudiera opinar el respecto. Sin embargo, no se llegó a tomar ninguna decisión en firme en ese momento. Con este panorama, me apenó mucho la muerte de Anton Bumm, que había sido nombrado catedrático en Múnich cuando Grashey renunció a su puesto y que además había convencido a las autoridades para construir una clínica universitaria dependiente del hospital Links der Isar. Como yo había sido alumno de Gudden, había posibilidades de que me nombrasen catedrático en Múnich, lo que era una oferta muy tentadora si tenemos en cuenta los buenos recuerdos que guardaba de esa maravillosa ciudad. No obstante, también me sentía muy vinculado a la belleza de Heidelberg y la vida tan tranquila que llevaba allí. En ese momento tampoco me podía hacer responsable de las terribles condiciones en las que trabajábamos en la clínica de Heidelberg y me di cuenta de que a este paso terminaría acostumbrándome a esta espantosa situación en vez de luchar por cambiarla. Me preocupaba tener que llegar al extremo de decidir en algún momento entre amoldarme a las desventajas de Heidelberg o bien dejarlo todo e irme a Múnich. Durante una temporada parecía que no me iba a hacer falta tomar ninguna decisión, pero finalmente recibí la oferta de ir a Múnich en junio de 1903. En verdad no podía rechazar este puesto dadas las circunstancias en las que me encontraba y, al fin y al cabo, tenía posibilidades de fundar un nuevo centro neurálgico para la psiquiatría y trabajar en la segunda ciudad universitaria más importante de Alemania. A pesar de que el nuevo puesto de trabajo fuera tan atractivo, me marché a Múnich con el corazón encogido. Sabía que me llevaría años construir, adecuar y fundar una nueva clínica universitaria, y que todo ese trabajo me 264. Franz BÖHM, político (1861-1915). Doctor honoris causa en Ingeniería, Ministro de Cultura y Educación de Baden y miembro del patronato de esa la Universidad de esa misma ciudad.

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iba a impedir avanzar tranquilamente el resto de planes e ideas que tenía en mente, pero por otro lado tendría más estudiantes en mis clases y me forjaría una reputación. Esto suponía afianzar un puesto en la Universidad y también ganar más dinero, pero tampoco eran cosas que me interesasen tanto, como tampoco lo era vivir en una ciudad grande dado que ya solía ir a Múnich una vez al año. Cuando llegué a Múnich, fui a visitar al decano de la Facultad de Medicina, Winckel, que me animó a aceptar el puesto. Fui al Ministerio del Interior a hablar con el Ministro de Cultura y me encontré con un señor algo mayor y bastante ingrato que no supo entender mi necesidad de contar con una residencia oficial. Al parecer este hombre era en verdad el Ministro del Interior, señor von Feilitzsch, no el Ministro para las Iglesias y Asuntos Educativos, señor von Wehner, con quien había ido a hablar. Resolví el malentendido en cuanto pude y fui a ver a Wehner, que no planteó oposición alguna al asunto de mi residencia oficial ni a que me tomase unos meses de vacaciones para viajar al Trópico. También accedió a mi petición de tener el control de las admisiones de la clínica universitaria y tuve que redactar un pequeño memorandum oficial en el que explicaba mi exigencia de no tener que admitir pacientes si no había camas libres. Por la tarde fui a visitar la nueva clínica con un consejero experto, el hermano de mi colega Brumm. El armazón del edificio ya estaba construido y me maravilló la grandiosidad el edificio y las abundantes instalaciones que se habían reservado para el trabajo científico. Me di cuenta de que aquí tendría la oportunidad de hacer algo por el bien de la ciencia, pero a la vez echaba de menos mi pequeño círculo de actividad en el valle del Neckar265; tendría que renunciar al trabajo en los temas que más me gustaban y también despedirme de mi casa llena de flores en aquel lugar tan bello y tranquilo de Heidelberg. En cambio, tendría que vivir en una gran ciudad con un clima terrible y un trabajo que requería de toda mi fuerza y energía. Di un largo paseo por las calles de Múnich con la mente llena de contradicciones, pero al menos tenía la esperanza de encontrar una casa bonita en un lugar apartado y verde. Le escribí una postal a mi mujer en pleno estado de desesperación contándole las impresiones que me había causado el día y, cuando quedé con otros miembros de la facultad en la casa de Winckel aquella noche, solamente pude responder a sus amables palabras contándoles que estaba luchando contra una contradicción interna que me impedía tomar una decisión. De vuelta a Heidelberg, me sentí como si me hubieran rescatado. Fui a la clínica y me di cuenta de que sólo me podría quedar aquí si las cosas cambiaban de verdad. Los resultados de las negociaciones que mantuve con el Ministro de Cultura de Baden me habían demostrado que estaban dispuestos a escucharme, pero que sería muy difícil sortear las trabas que ponían en el Ministerio del Interior. Este Ministerio me había hecho alguna promesa que nunca se llegaron a cumplir y el comité de la Universidad tampoco podía hacer gran cosa aunque me brindaran todo su apoyo. Finalmente no tuve otra opción más que aceptar el nombramiento en Múnich el 1 de octubre e 1903 con la sensación de que estaba sacrificando mi vida personal por la causa científica.

265. Se refiere a la clínica de Heidelberg (N. de la T.).

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Apenas tenía tiempo para volver a mi casa de Heidelberg, pero cuando lo hacía, disfrutaba de sus bosques y también aprovechaba para visitar la clínica y convencerme de que había hecho lo correcto al mudarme a Múnich porque las cosas seguían igual de mal por allí. Sin embargo, no pude curar esta herida de nostalgia hasta que tuve una casa en el Sur. Mientras tanto, las obras de construcción de la clínica de Múnich se habían paralizado. Para poder continuarlas, tuve que visitar otras clínicas y recabar ideas para las futuras instalaciones y equipamientos. Primero, visité la clínica de Giessen, que tenía un edificio central dedicado a la investigación científica y estaba basada en el modelo de Rieger. Después fui a Kiel, cuya clínica me gustó especialmente aunque las salas para los pacientes agitados no eran adecuadas en absoluto. Por último viajé a Halle porque sabía que Hitzig había hecho una magnífica gestión allí. Su sucesor, Ziehen266, con quien había tenido mis trifulcas científicas anteriormente, me dejó conocer a fondo las instalaciones y charlamos sobre los trastornos mentales en los que estábamos investigando cada uno de nosotros. Aproveché el viaje para pasar la tarde con Aschaffenburg, que apenas disfrutaba ya de su trabajo, pero gracias al firme apoyo de Althoff pudo cambiar de puesto más adelante y dedicarse a la enseñanza en la Akademie für praktische Medizin [Academia de Medicina General] de Colonia. Nos trasladamos a Múnich a primeros de octubre pero mantuvimos la casa de Heidelberg durante un tiempo. Al comienzo del semestre, di mis clases en el auditorio de la clínica de Medicina Interna, a las que solía llevar a pacientes del Servicio de Admisión Psiquiátrica de Links der Isar, que dirigía Hans Gudden. Fue él quien me sustituyó mientras estuve en Java y le recomendé para que dirigiera el servicio ambulatorio y así tuviera un buen puesto de trabajo. Aparte de la formación clínica, también daba una hora de clase de psiquiatría general. Sin embargo, los trabajos de construcción del nuevo edificio se volvieron a retomar y mi principal tarea fue supervisar las obras. Como la empresa constructora era Heilmann und Littmann, tuve la oportunidad de conocer al profesor Littmann267, que hizo todo lo que estuvo en su mano para llevar a cabo mis ideas y solucionar cualquier problema aunque pareciese insalvable. La construcción principal estaba ya terminada y se había planeado ya la distribución de las habitaciones, así que tampoco era posible hacer demasiados cambios. Intentamos que hubiera sitio para la residencia oficial del director, que no se había planeado en un principio. Winckel propuso que se ubicase en el edificio principal, pero antes de pedir

266. Theodor ZIEHEN, psiquiatra y filósofo (1862-1950). Médico interno con Kahlbaum en Görlitz y con Otto Binswanger en la Clínica Psiquiátrica de Jena. En 1900 recibió la cátedra de Psiquiatría de Utrecht y en 1903 se trasladó a Halle. Entre 1904 y 1912 fue catedrático de Psiquiatría y director de la Clínica Psiquiátrica y Neurológica del Hospital Charité de Berlín. Lo dejó en 1912 y se mudó a Wiesbaden para dedicarse a la filosofía, siendo entre 1917 y 1930 catedrático de Filosofía en la Universidad de Halle. Su obra más importante es Psychiatrie für Ärzte und Studierende [Psiquiatría para médicos y estudiantes] (Berlín, 1894). 267. Max LITTMANN, arquitecto (1862-1931). Estudió en la Escuela de Comercio y después en la Universidad Politécnica de Dresde. En 1885 se trasladó a Múnich y se encargó allí de varios edificios como la Clínica Psiquiátrica; también supervisó el edificio del Instituto de Anatomía de la Universidad de Múnich y varios teatros públicos (el Prinzregententhreater y el Schauspielhaus). También construyó el Landestheater (1926-1928) de Neustrelitz, la ciudad de nacimiento de Kraepelin.

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permiso a las autoridades locales teníamos que comprobar que se pudiese hacer realmente. Lo más práctico parecía ubicarla en un ala lateral que iba a ser para las salas de hombres y la residencia oficial del administrador, dado que tenía un piso más que el ala para mujeres y había más espacio. La construcción de esta parte no pudo llevarse a cabo hasta que no presentamos el plan a las autoridades locales. Para compensar esta ocupación del espacio, quitamos las habitaciones de aislamiento y pusimos baños y cuartos de limpieza en el ala de los hombres y una pequeña habitación para los pacientes y una sala de exploración en la de las mujeres. En la sala de los hombres había dos habitaciones de aislamiento junto a los dormitorios y en la de las mujeres sólo había una. Mi experiencia con los pacientes violentos del Norte de Baviera me decía que no debía prescindir de ellas, aunque no hubiera hecho uso de las habitaciones de aislamiento en los años que estuve en Heidelberg. Las dos habitaciones del ala para hombres eran más bien salas de observación con ventanas, y tenían unas puertas muy resistentes que podían abrirse desde fuera. En una de ellas había una ventana corredera a través para observar a los pacientes. Para evitar cualquier accidente, intenté que todos los utensilios permanecieran fuera del alcance de los pacientes y que todo se construyese con tal robustez que pudiera resistir los ataques más violentos. Todos los grifos y llaves de paso, las cintas de las persianas y las palancas para activar la ventilación estaban insertas en pequeños armarios empotrados para que nadie las pudiera abrirlos sin permiso. Por su parte, las ventanas se cerraban con pestillos ocultos para que no se pudiesen abrir más que cuando estuviera permitido. Debo admitir que mi miedo a que algún enfermo sufriera un ataque violento y destructivo era algo exagerado, y me di cuenta de que todas esas experiencias negativas que había vivido en los antiguos psiquiátricos se habían dado porque el tratamiento que recibían los pacientes no había sido el adecuado. Decidí que los pacientes debían tener vigilancia constante noche y día, por lo que en las habitaciones de observación las paredes de los retretes se sustituyeron por celosías de trama fina. Las tuberías de desagüe iban por dentro de la pared y la cisterna de los retretes se accionaba con una palanca. Por supuesto, los enfermos más sensibles se avergonzaban de usar estos W. C. y se resistían a hacerlo, así que teníamos que llevarlos con frecuencia a los servicios generales del ala de hombres para evitar que oliesen mal. Sin embargo, era una ventaja tener acceso inmediato a los retretes para evitar los casos de automutilaciones y demás incidentes peligrosos, y desde luego no estaba dispuesto a permitir otro tipo de instalaciones higiénicas. Y lo mismo hicimos con los lavabos de las habitaciones supervisadas. Por lo general, las habitaciones de los pacientes estaban en la segunda y tercera planta, así que tuve que acceder a que las ventanas tuvieran unos barrotes parecidos a los del hospital Julius en Wurzburgo o los de la clínica de Heidelberg. Los pacientes podían abrir las ventanas y mirar a la calle siempre que quisieran o decorar los alféizares con macetas, por lo que fue mejor tener esos barrotes en vez de escuchar sus quejas. En verdad, lo que realmente molestaba a los pacientes eran las puertas cerradas con llave, pero eso sí que era indispensable. Las ventanas giratorias, tan peculiares, se usaron para no tener que poner barras en todas partes, pero no conseguí acostumbrarme a ellas y decidimos ponerlas únicamente en el pasillo que daba a la carretera, no en las salas de estar ni en los dormitorios.

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Tras mi experiencia en Heidelberg, decidí que hubiera muchos baños bien equipados, aunque al final resultó que no había suficientes para las mujeres y sí para los hombres, por lo que tuvimos que instalar dos bañeras más para satisfacer las necesidades de todas ellas. Los baños solían tener goteras y, a pesar de mis advertencias, el agua se colaba por los surcos del suelo y las paredes, y empapaban la mampostería. Intentamos solucionarlo cubriéndolos con una capa de asfalto. Por otra parte, la imposibilidad de ajustar la temperatura del agua tuvo consecuencias desastrosas y después de un par de incidentes logramos instalar un sistema efectivo de regulación que evitaba que el agua, que ahora salía demasiado caliente, inundara las bañeras de nuestros pacientes. A pesar de mis peticiones, los técnicos no calcularon bien el consumo de agua caliente y tuvimos que adaptar y ampliar las tuberías y canalizaciones. Aparte de ocuparme de esto y de otros cientos de cosas relativas al nuevo edificio, también trabajé en mi tratado para terminarlo antes de viajar a Java. Habíamos decidido marcharnos en Navidad y pasar un par de semanas en Ceilán, al Sur de la India, y después ir de Singapur a Java en barco y pasar allí la mayor parte de las vacaciones. Fui primero a Heidelberg para reunirme con mi hermano y salimos el día 21 de diciembre rumbo a Génova porque nuestro barco partía de allí el 23. Pasamos el día de Navidad juntos y aproveché para dar los últimos retoques a mi tratado, que terminé poco antes de que el tren saliera. Me despedí de mi mujer en la estación esa misma noche y me llevé algunas correcciones en mi maleta. Logré terminarlo todo a la mañana siguiente mientras atravesábamos el paisaje invernal de Jura y pude enviar mis últimas notas a mi editor a la mañana siguiente desde Zúrich. Llegamos a Milán a mediodía, cruzamos el Po en una barca no muy estable y llegamos a Génova por la noche. Al día siguiente amanecimos con un día espléndido pero algo ventoso y embarcamos con la canción tradicional «Muß i denn»268 en nuestras cabezas. No volveríamos hasta finales de abril. Tal y como describí detalladamente en mis cartas, es muy difícil explicar lo que este viaje supuso para mí. En líneas generales pude descansar y liberarme de las obligaciones que últimamente se me estaban haciendo muy difíciles de sobrellevar. La sensación que tuve cuando me senté por primera vez en las sillas de cubierta y miré al precioso mar azul fue la reconfortante seguridad de que no tendría nada en lo que preocuparme ni en lo que pensar. También sentía una libertad infinita, como si me hubiera librado de miles de cadenas que ataban mi vida y mi carrera. Me sentía fresco y atrevido como un chiquillo que sale por primera vez a conocer mundo con una gran seguridad en sí mismo. Además, tenía grandes expectativas de ver y conocer con mis propios ojos cosas increíbles en cuanto pusiera el pie en estas tierras indias. Debo decir que la realidad superó todas estas expectativas con creces. Nunca me he sentido más feliz en esta vida que durante este viaje, y además no tuve ningún problema de salud ni me costó acostumbrarme al clima tropical. La cantidad de cosas nuevas que podía aprender a cada minuto era justo lo contrario de la gris monotonía de mi vida cotidiana y este contraste me llenaba de felicidad y alegría por haberme decidido a emprender este viaje. Además, la concepción de la naturaleza que tenía era algo vaga, pero gracias a la experiencia en estas tierras tropicales pude definir mejor mis ideas. Pude comprobar con extraordinaria claridad 268. Canción popular alemana cuya letra reza «Tengo que marcharme a la ciudad [salir al mundo]» (N. de la T.).

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que las funciones impulsivas latentes de cada ser vivo controlaban su forma de vida y también su desarrollo y constitución. Como no era un gran experto en esta materia no pude profundizar en esta idea, pero me sorprendió ver cómo la gente podía adaptarse a las diferentes condiciones de vida. Del mismo modo me impresionaron los bancos de coral de Point de Galle, la selva tropical de Pangerango y el paisaje manglar de Seragoon. También aprendí muchas cosas de mi propio campo como por ejemplo que, a pesar del alto índice de sífilis que se daba en los pacientes del psiquiátrico de Buitenzorg, apenas había casos de parálisis. No encontré un sólo caso de los más de setecientos que pude observar, aunque después recibí el cerebro de un paciente de Buitenzorg que tenía que haber sido paralítico. Tras hacer un examen más exhaustivo, vi que había muchos más pacientes con demencia precoz que en Alemania, así que la raza, el clima y las condiciones de vida no influían de forma tan decisiva en la enfermedad. Además, pude observar los síntomas de algunas de las enfermedades más típicas de Europa en estos pacientes y me pareció interesante porque podía servir para traer un poco de luz a las investigaciones sobre la relación entre razas y enfermedades mentales. No había estados de melancolía diferenciados ni casos de suicidios, así que el equipamiento que usábamos para este tipo de pacientes en nuestra clínica resultaba totalmente superfluo aquí. Las alucinaciones auditivas en los casos de demencia precoz no eran consideradas demasiado relevantes probablemente porque el lenguaje y el habla tenían menos importancia en los procesos mentales de Java. Las alucinaciones también eran escasas. Con estas y otras observaciones llegué a la firme convicción de que mi deseo de hacer un estudio psiquiátrico comparativo daría sus frutos e intenté ponerme manos a la obra lo antes posible. Jolly murió en Berlín poco después de partir y me enteré de su muerte en Colombo. Althoff me pidió mi consejo de experto para decidir si se debía separar la cátedra de psiquiatría y de neurología en la Universidad de Berlín. Mi respuesta fue la misma que daría hoy en día: una única cátedra no podría representar de forma adecuada a las dos disciplinas y de hecho solía provocar que la investigación psiquiátrica fuera mucho más escasa. Además, hice especial hincapié en que eran áreas totalmente distintas que debían caminar por separado. Envié esta respuesta una mañana soleada desde Point de Galle, pero llegó demasiado tarde a Berlín y por desgracia ya se había decidido no separar las disciplinas en cátedras independientes. Durante el viaje recogí algunas hojas del árbol sagrado Bodhi en Amuradhapurra, que había crecido en Ceilán a partir de un esqueje traido del templo de Buddhagaya del mismo árbol bajo el que Buddha había encontrado la iluminación. Como sabía que le interesaba el budismo, le envié estas hojas a Möbius, con quien guardaba una estrecha amistad desde que nos conocimos en el servicio ambulatorio de la clínica de Erb. Pudimos vernos alguna que otra vez después de este viaje y la última vez que hablamos fue en Leipzig poco antes de que muriese de cáncer de mandíbula; a pesar de que le costaba mucho hablar y comer por culpa de su enfermedad, tenía un aspecto fuerte y optimista. Aún así, decidió llevar una vida más solitaria, como si hubiera asumido ya su destino. Cuando murió, heredé un cuadro de su admirado Fechner y una pequeña daga japonesa con la que solía cortar las hojas de los libros. Cuando volví a Múnich tuve que encargarme de equipar la clínica de arriba a abajo, pero procuré contenerme para no comprar todos los aparatos científicos porque no quería acabar teniendo material innecesario y anticuado. Lo que sí compré fueron camas, muebles, sábanas,

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utensilios de cocina y cuberterías, cuadros, cortinas, alfombras y el resto de pequeños detalles que había que tener en cuenta. La constructora había hecho una estimación preliminar de las necesidades que resultó totalmente inservible, así que tuve que trabajar durante meses con la ayuda incondicional de Alzheimer para elegir cada uno de los objetos según su tamaño, calidad y precio. Poco a poco fui recibiendo diseños y presupuestos de distintos proveedores, pero como yo era profano en estas materias pedí ayuda a expertos en las distintas áreas para elegir juntos lo que se ajustaba más a nuestras necesidades y a nuestro presupuesto. Estábamos manejando unas cantidades de dinero muy grandes y no siempre era fácil distribuir de forma adecuada los recursos. Finalmente pudimos inaugurar la clínica de forma oficial el 7 de noviembre de 1904 con la presencia del Ministro de Cultura y un gran número de invitados. Mi discurso versó sobre la historia de la enseñanza clínica en Múnich durante más de medio siglo y hablé de los planes anteriores de construcción de la clínica, que por suerte no habían podido llevarse a cabo hasta ese momento. Después enseñamos brevemente las instalaciones a los invitados y dimos una vuelta por las habitaciones, que ya estaban listas para los pacientes. El día antes había llamado a algunos representantes de la prensa de la ciudad para que conocieran a fondo el edificio y les proporcioné toda la información que me pidieron. Los pacientes del Servicio de Psiquiatría que quedaban en el recién clausurado Hospital de Links der Isar fueron admitidos en la clínica y comenzamos a trabajar con ellos. Las admisiones crecieron espectacularmente hasta casi dos mil pacientes. No fue fácil poner todo en marcha a tiempo desde el primer día de nuestra andadura y surgieron muchas dificultades, pero pudimos superarlas sin excesivo esfuerzo. En líneas generales, las instalaciones para los pacientes eran útiles y prácticas, aunque la parte de los servicios domésticos tenía que mejorar para que satisficiera nuestras necesidades. Tuvimos que prestar especial atención a la plantilla de la clínica, porque era muy importante que los compañeros colaborasen entre ellos desde le principio. Al fin y al cabo, el equipo se acababa de formar y todos comenzábamos a trabajar desde cero, por lo que hubo que intervenir y supervisar las labores desde el principio para evitar problemas serios y negligencias. Nos asignaron cuatro ayudantes con sueldo, aparte de un médico militar que había sido destinado a nuestra clínica para trabajar con nosotros. Tres médicos decidieron vivir en la clínica voluntariamente y otros dos vivían fuera, aunque estos puestos no siempre estaban cubiertos. El director de la clínica tenía un jefe de servicio para representarlo, cargo que ocupó en un primer momento el doctor Gaupp, mientras que el doctor Gudden se encargó de dirigir el servicio ambulatorio. Aparte de Gaupp y Alzheimer, que se encargaban de los laboratorios de anatomía, también me traje al doctor Nitsche269 a Múnich. Tenía la esperanza de que él pudiera

269. Paul NITSCHE, psiquiatra (?-1948). Fue ayudante en el Psiquiátrico Municipal de Frankfurt (Main). Entre 1904 y 1907 fue médico interno con Kraepelin en la Clínica Psiquiátrica de Múnich, después trabajó durante un año en el Heil– und Pflegeanstalt Eglfing [Instituto para el cuidado y bienestar de los enfermos mentales de Eglfing] (cerca de Múnich), y desde 1908 fue médico en el Städtische Heil– und Pfegeanstalt [Hogar para enfermos mentales] en Dresde. En 1913 fue nombrado subdirector del psiquiátrico de Sonnenstein, desde 1918 dirigió el psiquiátrico de Leipzig (Dösen). En 1928, director

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promover la cooperación y la armonía entre los profesionales venidos de distintos sitios, pero por desgracia enfermó muy pronto y tuvimos que salir adelante sin su apoyo. Me resultó muy difícil crear un ambiente de entusiasmo y energía en la clínica por causa de determinadas influencias y porque la plantilla era demasiado joven. Aunque mis colegas Gaupp y Alzheimer me ayudasen fielmente, no pudimos superar estas dificultades en un primer momento, y a pesar de todos mis esfuerzos no logré que surgieran las relaciones personales tan estrechas que establecimos en Heidelberg en su día y que tanto habían animado a hacer actividades comunes. Esta situación hacía más difícil el trabajo porque tenía que dedicar mucho más tiempo a los pacientes, a la formación clínica, a los exámenes y a otras obligaciones secundarias. Alzheimer empezó a trabajar en la clínica sin cobrar porque no había ningún puesto disponible y porque prefería dedicar su tiempo libre a lo que quisiera. Aún así, creé el grupo de ayudantes científicos para que los investigadores tuvieran la libertad de usar el equipamiento científico y los laboratorios, y de este modo pudo integrarse en las labores de la clínica. Aparte de Alzheimer, también estuvieron ligados a la clínica de esta manera Rüdin, Plaut270 y poco después Isserlin271. De no haber sido por el sacrificio que hicieron estos hombres, hubiera sido imposible hacer cualquier tipo de labor investigadora y científica en la clínica. Conseguimos reunir a un pequeño grupo de investigadores increíblemente válidos con los que repartir el de Sonnenstein. Después, durante la época nazi, en 1940 volvió a dirigir el Manicomio de Leipzig y fue experto oficial del Ministerio del Interior sajón en Dresde. Tuvo un papel muy importante en el exterminio pretendidamente eugenésico de enfermos mentales, participando en la supervisión y desarrollo del «Programa para la Eutanasia» o «Aktion T-4», del que se encargaba Philip Bouhler, jefe de la Cancillería del Führer, con la dirección operativa de Karl Brandt, médico personal de Hitler, asesorados por el médico Viktor Brack y algunos prestigiosos psiquiatras, como los profesores Paul Nitsche, Werner Heyde y Friedrich Mennecke. Una vez decidida la muerte de un paciente se le trasladaba a uno de los seis centros regionales de exterminio (Brandenburg, Bernburg, Hartheim, Grafeneck, Sonnenstein y Hadamar), algunos de ellos integrados en instituciones psiquiátricas, donde eran asesinados en cámaras de gas mediante la intoxicación con monóxido de carbono. En 1939 había 300.000 pacientes mentales en Alemania; en 1946 quedaban 40.000. Al acabar la II Guerra Mundial, Paul Nitsche fue juzgado y ejecutado en Alemania Oriental en 1948; tras el juicio de Nüremberg (1945-1949), los aliados ahorcaron a Brandt y a Brack. 270. Felix PLAUT, psiquiatra (1877-1940). Se formó en el Hospital Am Urban y en el Instituto Robert Koch de Berlín. Desde 1904 fue médico interno con Kraepelin en la Clínica Psiquiátrica de Múnich. En 1909 consiguió la habilitación docente en Psiquiatría en la Universidad de Múnich y fue profesor asociado en 1915. Desde 1918 fue director del Servicio de Serología del Deutsche Forschungsanstalt für Psychiatrie [Instituto Alemán de Investigaciones Psiquiátricas] de Múnich. En 1936 emigró a Inglaterra. Su obra más destacable fue Die Wassermannsche Serodiagnostik der Syphilis in ihrer Anwendung auf die Psychiatrie [El serodiagnóstico de Wassermann de la sífilis y su utilidad en psiquiatría] (Jena, 1908). 271. Max ISSERLIN, psiquiatra (1879-1941). Desde 1907 fue médico interno con Kraepelin en la Clínica Psiquiátrica de Múnich.E en 1910 consiguió la habilitación docente en la Universidad de Múnich con su trabajo Ueber den Ablauf einfacher wilkürlicher Bewegungen [Acerca de la desaparición de los movimientos involuntarios]. Entre 1924 y 1934 dirigió el Heckscher Nerven–Heil– und Forschungsanstalt [Instituto de Investigación y bienestar de los enfermos mentales] de Múnich. Después emigró y pasó los últimos años de su vida en Sheffield (Inglaterra). Su obra más destacable es Psychotherapie. Ein Lehrbuch für Studierende und Ärtze [La psicoterapia. Tratado para estudiantes y médicos] (Berlín, Springer Verlag, 1926).

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trabajo y de este modo pudimos desarrollar investigaciones muy serias en diferentes campos. Por otro lado, la creación del laboratorio químico fue un paso especialmente relevante en nuestra labor. Durante los primeros años dirigió este laboratorio mi brillante alumno de Heidelberg, Rohde272, y después le sucedieron Lotmar y Allers273. Para atraer a otros científicos y que hicieran investigaciones a largo plazo, tuve que ofrecerles una carrera académica, por lo que solíamos tener seis o siete profesores universitarios. La variedad de asignaturas y el gran número de alumnos que teníamos sirvieron para que se organizasen actividades formativas muy interesantes. Las relaciones personales no eran especialmente buenas en la clínica y decidí organizar unas veladas para promover el interés científico entre los médicos. En esas reuniones comentábamos publicaciones importantes, aunque con el tiempo terminamos comentando únicamente nuestras propias investigaciones. También invitábamos a los colegas de otros psiquiátricos tanto públicos como privados cercanos a Múnich, pero a pesar de todos nuestros esfuerzos no siempre asistía el número de gente que esperábamos debido principalmente a la falta de medios de transporte. Aún así, nos servía para conocer el trabajo científico de diversas ramas relacionadas con la psiquiatría y podíamos comentar las novedades entre nosotros. Otra manera de promover y dar a conocer el trabajo científico fue la instauración de las «vacaciones científicas»; la idea era dar un par de meses de vacaciones a los ayudantes con la condición de que empleasen ese tiempo para investigar, una libertad que muchos sabían aprovechar pero otros no. El tipo de pacientes de la clínica no permitía a los estudiantes tener una perspectiva completa de los trastornos mentales y los estados terminales de la locura dado que éstos eran casos muy aislados en nuestra zona. Por eso organicé con Vocke274, el director del psiquiátrico de Eglfing, unos intercambios esporádicos de médicos durante seis meses para que los ayudantes de la clínica tuvieran la oportunidad de conocer la vida y la forma de trabajar en un psiquiátrico de verdad. La intención era también que los médicos de estos psiquiátricos pudieran conocer los métodos y prácticas particulares que seguíamos nosotros, y que las clínicas y los psiquiátricos limásemos esas asperezas que en el fondo nos perjudicaba a todos. Resultó una idea muy interesante y recomendable a pesar de las dificultades que en alguna ocasión tuvimos para encontrar candidatos válidos. 272. Erwin ROHDE, farmacólogo (?-?). Alumno de Kraepelin en Heidelberg. Desde 1907 fue ayudante en la Clínica Psiquiátrica de Múnich, dirigió el laboratorio de Química en este lugar, volvió a Heidelberg en 1909 y consiguió la habilitación docente en Farmacología. 273. Rudolf ALLERS, psiquiatra (1883-1963). Natural de Viena. En 1908 y 1909 fue médico interno con Arnold Pick en la Clínica Psiquiátrica de Praga, entre 1909 y 1918 fue ayudante y después jefe del laboratorio de Química de la Clínica Psiquiátrica de Múnich, desde 1919 fue ayudante en el Instituto Fisiológico de Viena. Fue nombrado catedrático de Filosofía y Psicología en la Universidad Católica de Washington en 1938 y desde 1948 fue catedrático de Filosofía y Psicología de la Universidad Georgetown de Washington. 274. Friedrich VOCKE, psiquiatra (1865-1927). Médico interno con Bumm y médico en el psiquiátrico del distrito de Múnich. En 1901 fue nombrado director del nuevo psiquiátrico del Norte de Baviera en Eglfing, que se inauguró finalmente en 1905. Hizo uso de su influencia para que se construyera el psiquiátrico de Haar, que finalmente abrió sus puertas en 1912.

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Cuando negocié con el Ministro de Cultura bávaro mi cargo en Múnich, me informó de que las Hermanas de la Caridad se encargarían de cuidar a los pacientes. Como Gudden se había opuesto siempre a que las religiosas colaborasen en el psiquiátrico del distrito me preocupaba tener a las monjas en la clínica, pero finalmente accedí porque Rieger me habló muy bien de su trabajo. Por supuesto, quería evitar que hubiera un ambiente demasiado religioso, pero por otro lado quería darles a las monjas el espacio que merecían en la clínica. En cualquier caso, su labor fue todo un éxito y las hermanas gestionaron el centro a las mil maravillas, aunque fui yo el encargado de la parte más desagradable: los asuntos administrativos. Sin embargo, lo más importante era que tenía a mi cargo a un grupo de mujeres totalmente fiables, con experiencia y dedicadas por completo al trabajo, cosa que no iba a encontrar en ningún otro lugar. Evidentemente, había un par de monjas algo antipáticas, pero en conjunto trabajaban tan bien que apenas tuve que llamarles la atención o pedir sustituciones. Con el tiempo pude integrar a más monjas en el equipo de enfermería y encargué a los hombres enfermeros el cuidado del ala masculina en exclusiva, lo que favoreció el ambiente general de las salas. El cuidado de los pacientes fue mucho más fácil de lo que esperaba porque en líneas generales eran muy cooperativos. Gracias a la inmovilización en cama, las bañeras para tranquilizarlos, los medicamentos que teníamos a nuestra disposición, la vigilancia constante y el cuidado tan esmerado que les dábamos, los pacientes se mostraban mucho más dóciles y manejables que en aquella clínica de Heidelberg saturada o en el antiguo psiquiátrico del distrito. Por primera vez en mi vida profesional, el cuidado de los pacientes era lo que se esperaría de un hospital. En las salas no había nada a simple vista que hiciera pensar que se trataba de un centro para enfermos mentales; tan solo podría advertirse en caso de observar todo con más detenimiento o si se veía a algunos pacientes en las bañeras. Solía haber tan sólo tres o cuatro pacientes en el ala masculina que necesitaban este tratamiento con agua, así que las bañeras tampoco solían hacernos falta. A pesar del enorme ir y venir de pacientes, la clínica era muy tranquila, pero en cambio la situación en el ala para mujeres era muy distinta. Las instalaciones originales tenían un cuarto con cuatro bañeras que solían estar siempre ocupadas, y tuvimos que construir otro con dos bañeras más para mantener la calma en las salas. En cuanto tuvimos las instalaciones necesarias y el cuerpo de enfermería perfectamente formado, hicimos todo lo posible para no tener que usar métodos de aislamiento. Sólo en una ocasión, un médico que no conocía mi opinión a este respecto encerró a un paciente durante dos horas por la noche. Aún así, fue la última vez que nos planteamos siquiera seguir este método y terminamos usando las salas de aislamiento como dormitorios normales y corrientes porque los pacientes no solían ser violentos y no necesitábamos aislarlos para que se tranquilizasen. Los hombres no eran especialmente peligrosos y solamente recibí amenazas de un paciente que acababa de ser admitido; las mujeres se mostraban más intranquilas y agitadas, y solían pegarse entre ellas o atacar a las monjas, pero apenas había incidentes destacables. Los progresos de la clínica eran más que satisfactorios y sirvieron para acallar las críticas; además nos ganamos la confianza de la gente permitiendo las visitas a los pacientes, algo que personalmente consideraba muy importante. Por supuesto, las visitas eran una molestia para determinados pacientes, sobre todo cuando sus familiares se comportaban de forma poco razonable. Tradicionalmente se creía que los pacientes necesitaban perder el contacto con sus

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seres queridos durante semanas o meses, pero en verdad este tipo de visitas eran indispensables para fortalecer y estrechar sus lazos. El internamiento de los pacientes sin ningún tipo de visitas suele ser motivo de sospecha para los familiares y puede provocar gran desconfianza dado que algunos pacientes se inventan cualquier historia sobre su estancia en los hospitales. Los bulos que pueden llegar a extenderse basados en las quejas e invenciones de algunos pacientes son mucho peores de lo que uno pueda imaginarse, así que la mejor manera de evitar prejuicios infundados es abrir las puertas a las visitas. Por eso, como en cualquier otro hospital local, permitimos que los familiares pudieran venir tres veces por semana. Apenas hacíamos excepciones a esta norma salvo en casos en los que era aconsejable para los familiares que pospusieran su visita. Siempre que era posible permitíamos ver las bañeras para que tuvieran una imagen real de las condiciones en las que vivían los pacientes y de los métodos que seguíamos con ellos. Aún así, esta política dio algún que otro problema; determinados pacientes rechazaban de forma hostil estas visitas y en otros casos había tales discusiones que teníamos que sacar a los familiares lo más rápido posible. Incluso se daba el hecho de que los propios familiares traían objetos peligrosos como cuchillos o tijeras sin darse cuenta y nos vimos obligados a supervisar cuidadosamente la entrada de cada uno de ellos. Como yo tenía un contacto tan directo con los familiares, hubo quien llegó a rogarme que internase más tiempo a algún paciente aunque les costase más dinero. Por otra parte, también conseguimos que los pacientes quisieran quedarse en la clínica entre otras cosas porque evitábamos aislarlos de sus seres queridos. También permitíamos que los pacientes mantuvieran el contacto con sus allegados por correspondencia. Aún así, solíamos echar un vistazo a las cartas dirigidas a extraños o a las autoridades para evitar que ninguno se metiera en problemas. Asimismo era importante para la relación entre médico y paciente que en determinados casos sólo pudiéramos dar el alta con el permiso de la policía. Esta política resultaba muy útil porque así era la autoridad gubernativa quien tomaba la decisión y no los médicos, de modo que evitábamos la desconfianza y el enfado de los pacientes. Nosotros llamábamos al médico del cuerpo de policía, él hacía un seguimiento de cada caso y decidía si se podía dar el alta o no al paciente, una iniciativa que resultó ser todo un éxito. Aún así, necesitábamos una solución para el problema más importante. Cuando visité la clínica de Leipzig antes de que se inaugurase, me encontré una caja con cientos de llaves para las distintas puertas que había en ella. Cada vez que uno quería ir a una sala tenía que coger una cesta con un ramillete de llaves que recordaba más a una cárcel que a un centro sanitario. Además, no me gustaba que se usasen las llaves de seguridad, porque los candados y cerraduras potenciaban la idea de que uno estaba en un lugar un tanto peculiar, y sobre todo porque algunos pacientes creían que eran herramientas de castigo. Por eso intenté que todas las cerraduras y candados fueran muy parecidas entre sí, de modo que el personal sólo tuviera que ir con una llave pequeñita para entrar a las habitaciones que necesitasen. Tal y como acordé durante las negociaciones con las autoridades de Múnich, y basándome en las experiencias vividas en Dresde, no teníamos ninguna norma de admisión y por tanto contábamos con pacientes de todo tipo. Si la policía arrestaba a alguien con pinta de tener algún problema mental, podían venir a la clínica. Si un médico creía que algún paciente tenía alguna enfermedad mental, podía derivarlo a la clínica para asegurarse de ello. Debo decir que esta

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manera de trabajar tan sencilla evitó muchos accidentes y funcionó perfectamente desde el principio. La hospitalización en una Clínica Psiquiátrica no es lo que provoca la desconfianza de la gente, sino la espera de la decisión de una autoridad neutral sobre el proceso o tratamiento a seguir. Como solía haber una razón para admitir a los pacientes en la clínica, ellos mismos la aceptaban al ver que alguien estaba tratando de aclarar su situación lo más rápido posible. Si un médico llega a la conclusión de que no hay razones para hospitalizar a una persona, ésta lo agradece e incluso llega a venir voluntariamente cuando cree que necesita ser ingresado. Admitíamos a muchos psicópatas que habían manifestado claros estados de agitación, intentos de suicidio o habían provocado desórdenes públicos, pero podíamos darles el alta en un par de días. Lo mismo pasaba con los pacientes con episodios histéricos o epilépticos que llegaban a la clínica medio inconscientes tras haber tenido algún ataque. Muchos alcohólicos venían a diario después de protagonizar alguna pelea o porque estaban totalmente desamparados. Este tipo de pacientes era muy distinto al que teníamos en la clínica de Heidelberg. Además, durante un tiempo tuvimos ingresados a algunos presos preventivos, algunas personas detenidas por la policía y algunos condenados que parecían tener algún tipo de problema mental. Por último, pudimos crear un servicio infantil que me pareció especialmente importante porque me sirvió para conocer de primera mano la naturaleza y origen de algunos trastornos mentales hereditarios y adquiridos. Gracias a la gran variedad de pacientes que veíamos, pude ampliar mis conocimientos y trabajar en otro tipo de problemas que me habían interesado siempre, como la histeria y las diversas formas de psicopatía. Además, me atraía la investigación de la neurolúes, que podía detectarse fácilmente haciendo una punción lumbar. Plaut pidió unas vacaciones a finales de 1906 para poder trabajar con Wasserman y a su vuelta trajo un nuevo método que enseguida resultó totalmente indispensable, la llamada reacción de Wasserman275. En 1907 creamos el laboratorio de serología en el que pudimos trabajar a gran escala, y gracias la nueva metodología pudimos encontrar fundamentos fiables para explicar determinados casos de neurolúes. Al mismo tiempo mejoraron nuestras herramientas de investigación para trastornos como las deficiencias mentales hereditarias o adquiridas a una edad temprana y con el tiempo nos dimos cuenta de lo importantes que estaban siendo. Poco a poco pudimos aclarar también el papel de la sífilis hereditaria en el origen de la parálisis infantil, las deficiencias mentales, el infantilismo, la discapacidad mental y la psicopatía. Aunque nuestro trabajo no había hecho más que empezar, estaba claro que cuanto más avanzábamos, más cerca estábamos de encontrar las causas de determinados trastornos de este campo tan desolador como es la enfermedad mental. De este modo teníamos la esperanza de poder prevenir esta clase de enfermedades. Para examinar la gran cantidad de datos y material de que disponíamos hubiera hecho falta una gran labor clínica. Por desgracia, no tenía fuerzas suficientes para una tarea así de grande, dado que el trabajo rutinario del día a día ocupaba la mayor parte de mi tiempo y apenas podía dedicarme a la investigación, mucho menos durante el curso académico. Con la excepción de 275. August von WASSERMANN (1866-1925). Médico y bacteriólogo alemán, a quien se debe la prueba epónima («la reacción de Wassermann») para el diagnóstico de la sífilis, investigación desarrollada en 1906 en la que también colaboró el dermatólogo Albert Neisser.

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Gaupp, que fue destinado a Tubinga en 1906, mis compañeros tenían muchísimo trabajo clínico que hacer y tan sólo algunos de los más jóvenes contaban con el interés, la perseverancia y la capacidad necesarios para resolver problemas clínicos. Intenté facilitarles el camino para los estudios clínicos y me aseguré de que hubiera dos fichas de cada paciente con la información más importante de su historia clínica. Una se ordenaba por grupos de edad y la otra se archivaba de acuerdo a los diagnósticos para usarla en la investigación científica. De esta manera, no perdíamos ninguna ficha: si alguna desaparecía, se buscaba la copia y se podía recuperar la información. Al igual que en Heidelberg, intenté hacer un seguimiento exhaustivo y continuado de determinados casos. Sin embargo, tuve que aceptar la imposibilidad de llevar a cabo este trabajo porque cada vez teníamos más pacientes. Por ello, a pesar de los inconvenientes que eso suponía tuve que reducir la redacción y recopilación de historiales catamnésicos a unos pocos de los grupos diagnósticos más importantes, pero no había otra manera de hacer frente al problema. Lo que sí logramos fue promover importantes estudios clínicos, aunque muy pocos pudieron terminarse; normalmente los investigadores perdían su entusiasmo después de hacer los estudios preliminares, cuando tenían que ponerse con el trabajo clínico de verdad y escribir sus conclusiones. Obviamente, esto suponía una gran pérdida de tiempo y de esfuerzo. Para que al menos se hiciera una evaluación provisional de los resultados, empecé a publicar unos informes científicos anuales en los que comentábamos los datos que habíamos obtenido de los diversos grupos de pacientes. Como los médicos estaban demasiado ocupados con la gestión de las salas y con sus propios estudios, la edición de estos informes acabó siendo una tarea demasiado ardua y siempre los publicábamos con mucho retraso. Cuando estalló la guerra, tuvimos que interrumpir su publicación hasta nuevo aviso. Por suerte, tuve poco trabajo forense durante los primeros años en Múnich. De vez en cuando tenía que ir a los juzgados como consejero experto, pero nunca tuvimos que admitir a los acusados en la clínica porque las autoridades no tenían muy claro que fuese la mejor opción. Aún así, la situación cambió totalmente con el tiempo, y más adelante empezamos a recibir un número excesivo de casos de este tipo. Al menos los médicos más jóvenes tenían la oportunidad de participar como consejeros legales y podíamos comentar estos casos una o dos veces por semana y repasar los informes que habían redactado. Durante la guerra nuestra plantilla de médicos estaba prácticamente cubierta por mujeres, y tuve que delegar la mayor parte de las tareas forenses en el jefe de servicio y encargarme yo de los casos relacionados con accidentes. La última vez que tuve que ir al juzgado fue para asistir al juicio de un hombre que había sido condenado injustamente a cinco años de prisión por homicidio. El acusado había pedido con insistencia un recurso de apelación y la gente empezó a sospechar que más bien se trataba de un caso de querulancia. El médico de la cárcel estaba convencido de su inocencia y nos lo envió a la clínica para decidir si estaba enfermo o no. El doctor Knauer276 se encargó del caso y llegó a la conclusión de que había sido condenado de forma injusta. Yo también pensaba 276. Albin (o Alwin) KNAUER, psiquiatra (?-?). Fue médico interno en la Clínica Psiquiátrica de Giessen y Greifswald. Luego, entre 1910 y 1914 fue médico interno con Kraepelin en la Clínica Psiquiátrica de Múnich. Dirigió el Servicio de Exámenes Médicos de la Oficina de Asistencia Social de Wurzburgo.

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que el hombre era inocente, así que decidí apoyar el recurso y me convencí totalmente de su inocencia cuando visité con él la escena del crimen. Me llamó la atención que fuera prácticamente imposible anular el veredicto anterior y, si no hubiera insistido en su inocencia o si yo no hubiera tenido una relación tan estrecha con las autoridades jurídicas del país, no hubiera sido posible conseguir que se celebrase otro juicio. Tardamos dieciséis meses en conseguir su absolución, aunque el jurado no terminó de decidir si este hombre debía recibir o no alguna indemnización por los dos años que pasó en la cárcel. Me di cuenta del inmenso peligro que podían llegar a tener los veredictos incorrectos porque sólo se les podía hacer frente con un recurso que no era precisamente fácil de poner en marcha. Entendía perfectamente cuando investigaba muchos casos similares a los de Sello que si alguien era sentenciado e iba a la cárcel le resultaba prácticamente imposible demostrar su inocencia, que solamente se podía cambiar un veredicto si alguien ajeno al proceso insistía en ello con tenacidad. Había un caso parecido de una monja llamada Häusler a quien el jurado condenó a cinco años de prisión por envenenar a alguien basándose en la declaración de una sirvienta histérica. Cuando terceras personas conocieron mejor a esta sirvienta, se dieron cuenta de que la religiosa era inocente, pero por desgracia murió justo cuando se presentó el recurso. Las pruebas exculpatorias, que resultaban tan claras, se terminaron archivando para siempre. Como ya había previsto en Heidelberg, tuve que abandonar en Múnich mi campo de trabajo favorito, la psicología. A pesar de todo, reservé algunas habitaciones para trabajar y terminar las investigaciones que habíamos empezado en Heidelberg. Aún así, la presión que suponía cuidar de los pacientes, dar clases a los alumnos y acudir a encuentros me impedía concentrarme en la descripción de los problemas de psicología experimental. Todos los intentos que hice para evitar estas dificultades fueron en vano y tuve que contentarme con dedicarme a esta «afición» cuando no tenía trabajo clínico. Dedicaba una parte considerable de mi tiempo a la formación. Como el hospital psiquiátrico del distrito estaba muy lejos, iba dos días a la semana para dar dos horas seguidas de psiquiatría clínica. Este horario me permitía mostrar un panorama claro de los síndromes clínicos mejor que en sesiones de una hora. Más adelante cambié el horario para que las clases fueran de once de la mañana a una de la tarde. Solía llevar a cinco o seis pacientes a cada clase con la intención de que los estudiantes, que no tenían ningún conocimiento sobre la materia, pudieran ver casos reales y recibieran la formación psiquiátrica básica que necesitaba un médico. Además, los alumnos contaban con la ayuda de un manual muy conciso para aclarar los conceptos. Gracias a la gran cantidad de casos entre los que podía elegir en la clínica, lograba desarrollar este plan de enseñanza con bastante éxito. Empezaba habitualmente con la enfermedad más fácil de entender, la melancolía; después desarrollaba el concepto de locura maniaco-depresiva mediante la presentación de enfermos maniacos, y luego les enseñaba las similitudes y diferencias del comportamiento de determinados tipos de demencia precoz. Después seguía con la parálisis, para continuar con las formas evidentes de alcoholismo y morfinismo; a través de una continua comparación con la parálisis, comentábamos enfermedades del cerebro como las arterioescleróticas, seniles y sifilíticas. A continuación solía explicar la epilepsia y sus distintas formas, pasando luego a la histeria y finalmente terminaba el curso con una variedad de casos de psicopatía, oligofrenia e infantilismo; por supuesto, no podíamos mantener este orden

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estrictamente debido a que no siempre disponíamos del enfermo apropiado, lo que suponía muchos cambios en el orden previsto. Sin embargo, me encargaba al final de cada clase de sacar conclusiones generales a través de relacionar lo casos individuales y observarlos desde distintos puntos de vista. Pero esto sólo era posible cuando no había casos urgentes que tenían preferencia. Esta planificación tan sistemática del material me obligaba a conocer a la perfección cada caso y a preparar a conciencia mis clases. Por ello hacía una lista con los pacientes más interesantes para la formación y elegía los que mejor se ajustasen a las necesidades de mis alumnos. Además, guardaba unas fichas con todo tipo de detalles de cada caso y de este modo tardaba menos tiempo en repasar las historias que en dar la clase en sí misma. Tenía bastantes alumnos en estos cursos y la psiquiatría terminó siendo una asignatura evaluable en la que solían matricularse más de doscientos alumnos. Los estudiantes de Múnich parecían aprender menos que los de Heidelberg, aunque también es cierto que allí no hacíamos ningún examen. Siempre partía de la suposición de que los alumnos no tenían ningún conocimiento previo y, aunque no quería resaltar sus carencias, me parecía difícil que pudieran llegar a examinar a los pacientes ellos solos. Además me di cuenta de que muchos alumnos no tenían capacidad de observación y que no describían lo que sucedía, sino que tendían a hacer interpretaciones normalmente erróneas. Carecían de unos principios psicológicos fundamentales y prácticamente nadie sabía a qué campo de la comprensión, el humor o la voluntad pertenecían determinadas funciones intelectuales. Por ello tuve que enfatizar y promover la necesidad de adquirir determinados conocimientos para que entendieran correctamente la clínica. Como debía enseñarles algunos procesos importantes durante la formación aunque nada más fuera una vez, hice uso de la cinematografía en mis clases. Tal y como me recomendó el señor Messter277, preparé una de las habitaciones del pasillo y puse cortinas opacas. Había nueve lámparas suficientemente potentes que daban la luz necesaria para grabar siempre que lo necesitase. A lo largo de los años pude filmar casos de epilepsia, ataques de histeria y parálisis, estados maníacos y catatónicos, manierismos, estereotipos, deficiencias mentales y todo tipo de problemas motrices que suponían un complemento muy interesante a la observación directa en las clases. También recopilamos una serie de muestras histológicas de los cambios microscópicos que producían las enfermedades más importantes en la corteza cerebral, así como las manifestaciones y rarezas de otras patologías: malformaciones craneales, estigmas de degeneración, infantilismo, mongolismo, cretinismo, catatonía y demás casos que nos íbamos encontrando. Además de la formación clínica, también di un curso de dos horas a médicos y abogados parecido a los de psiquiatría forense que daba en Heidelberg. Sin embargo, me encontré con un extraño problema, y es que no teníamos casos adecuados suficientes porque los jueces no nos querían mandar a los presos que estaban siendo juzgados. Me enteré después de que temían que alegase que estaban enfermos y que no pudieran sentenciarlos, aunque no puedo asegurar que esta afirmación fuera cierta. En cualquier caso, la formación se vio perjudicada 277. Oskar MESSTER, fotógrafo y cineasta (1866-1943). Mejoró las grabaciones cinematográficas y los equipos de proyección.

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por esta circunstancia y el curso pareció no interesar demasiado a los abogados de Múnich. Le pedí ayuda al Ministro de Justicia, que se mostró muy servicial, pero la situación no cambió y me planteé dejar este curso. Afortunadamente, con el tiempo pudimos disponer de más material y seguimos dándolo con regularidad. Mientras tanto, decidí llevar a cabo un proyecto que me interesaba particularmente. Como un gran número de colegas de todo el mundo solían venir a Múnich, organicé Seminario clínico para estudiantes avanzados. En estos encuentros les contaba los casos más extraños o difíciles que habíamos tenido y todos aquellos problemas clínicos que presentaban. Solía hacerles preguntas a los asistentes para aclarar estos casos y les animaba a que expusieran sus propias opiniones, y hasta cierto punto estábamos trabajando en el límite del conocimiento de nuestras áreas porque en verdad estábamos planteando temas para futuras investigaciones. Mis expectativas se vieron superadas con creces dado que solían acudir setenta u ochenta personas a estas clases, pero descubrí que muchos eran estudiantes que venían para preparar mejor sus exámenes y que otros acudían tanto a las clases de los grupos iniciales como a las de los más avanzados. Intenté evitar esta situación y solía advertir durante la primera hora de que allí no iban a aprender nada que les pudiera servir en un examen porque se iban a discutir asuntos puramente científicos. Cuando comenzó la guerra tuvimos que dejar estos cursos porque en ese momento no parecían relevantes y porque ni siquiera podían venir los alumnos, que eran quienes contribuían verdaderamente al éxito de la iniciativa. Aparte de enseñar casos reales a los alumnos, que me parecía lo más interesante, también daba algunas clases teóricas que intenté que fueran lo más prácticas posibles. El primer año empecé dando una clase a la semana de psiquiatría general; también di una sobre el alcohol, pero no tuvo mucho éxito, y posteriormente decidí encargarme únicamente de la clase de psicología clínica experimental. Fue la última vez que intenté mantener una conexión con la psicología y terminé dejándolo en manos de Isserling porque me llevaba demasiado tiempo preparar las clases. Además, tengo que admitir que no me gustaba dar clases teóricas. Por supuesto, a veces nos llamaban para pedirnos cosas que no tenían nada que ver con el trabajo universitario. En una ocasión tuve que dar una conferencia para altos cargos de los tribunales de justicia y, en otra, a unos profesores. Mis colegas también daban charlas de este tipo y animé al jefe de policía Sr. von der Heydte a que formase a sus hombres con el método de Dannemann278. Me parecía muy importante que los policías tuvieran una idea clara de lo que eran los trastornos mentales y que aprendieran a enfrentarse a las dificultades que podía suponer el tratar con un enfermo mental. Les di muchos ejemplos para que entendiesen los conceptos de «peligrosidad pública», «daño a uno mismo» e «indefensión». Les enseñé todo tipo de trastornos mentales para que entendieran que había gran diversidad: exaltados, melan-

278. Adolf DANNEMANN, psiquiatra, 1867 (Bremen) - 1932. Fue médico interno con Robert Sommer en la Clínica Psiquiátrica de Giessen. Desde 1909 fue médico interno de Psiquiatría en el Departamento de Sanidad del Ministerio del Interior en Darmstadt. Entre 1913 y 1915 dirigió el psiquiátrico Philippshospital de Godelau (Hesse) y desde 1915 hasta 1932 fue director del psiquiátrico de Heppenheim-Bergstrasse. Su publicación más interesante fue «Psychiatrische Instruktionkurse für Polizeibeamte» [«Curso de formación psiquiátrica para el cuerpo de policía»], Allg. Z. Psychiatrie, 1907, 64, pp. 500-501.

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cólicos, paralíticos [generales], bebedores, epilépticos, esquizofrénicos, deficientes mentales, psicópatas, histéricos. Finalmente, les enseñé a dirigirse a este tipo de personas sin que nadie ni nada corriera peligro. Repetimos este curso para formar al resto de policías y creo que fue muy útil para las fuerzas de seguridad. La mayoría de conferencias que di fueron en cursos de formación para otros colegas que organizamos durante años. Queríamos que todos aquellos que quisieran ampliar sus conocimientos de psiquiatría pudieran obtener en tres semanas una visión general de los últimos avances en las diversas áreas de especialidad. La exposición de los casos clínicos corría a mi cargo y Alzheimer repasaba la anatomía patológica de la psicosis, mientras que Brodmann279, que había venido desde Tubinga, se encargaba de la histología topográfica de la corteza cerebral. Liepmann280, de Berlín, y von Monakow281, de Zúrich, se turnaban para hablar de la localización de los trastornos, Rüdin sobre malformaciones genéticas, Plaut sobre serología, Allers sobre investigaciones metabólicas, y yo daba un repaso general a la psicología experimental. Por último, Kattwinkel282 hablaba de neurología aplicada al tratamiento psiquiátrico. A pesar de que los asistentes recibían seis o siete horas de formación diarias, no era fácil hablar de estos temas en el poco tiempo de que disponíamos, aunque por supuesto podían elegir los temas que más les interesasen. Los domingos íbamos a los psiquiátricos públicos y privados de la zona, y al final del curso solía acercarme a Gabersee para ver a Bandorf, o a Salzburgo

279. Korbinian BRODMANN, psiquiatra (1868-1918). Médico interno con Otto Binswanger en Jena y de Emol Sioli en Frankfurt, desde 1901 trabajó en el Laboratorio de Neurobiología con Oskar Vogt en Berlín. Desde 1910 fue médico en la Clínica Psiquiátrica de Tubinga y director del laboratorio anatómico de la misma. Disector en el psiquiátrico de Mietleben (cerca de Halle) a partir de 1916, hasta que en abril de 1918 fue nombrado director del Departamento de Histología Topográfica del Deutsche Forschungsanstalt für Psychiatrie [Instituto Alemán de Investigaciones Psiquiátricas] de Múnich. Murió el 22 de agosto de 1918 de septicemia. Su obra más importante fue Vergleichende Lokalisationslehre der Großhirnrinde [Estudio comparado de las localizaciones de la corteza cerebral] (Leipzig, 1909). 280. Hugo LIEPMANN, psiquiatra (1863-1925). Fue ayudante en la Clínica Psiquiátrica de La Charité de Berlín bajo la tutela de Jolly. Desde 1895 fue médico interno con Werincke en la Clínica Psiquiátrica de Breslau. A partir de 1899, médico en el psiquiátrico de Dallford, cerca de Berlín. Dirigió el psiquiátrico municipal de Herzberge (Berlín) a partir de 1914. En 1918 fue nombrado catedrático honorario y en 1919 se retiró. Su obra más destacable fue Über Störungen des Handelns bei Gehirnkranken [Sobre los trastornos de las acciones en los enfermos cerebrales] (Berlin, 1905). 281. Constantin von MONAKOW, psiquiatra (1853-1930). Entre 1877 y 1885 fue ayudante en el psiquiátrico de St. Pirminsberg. Fundó un laboratorio privado de Neuroanatomía. Desde 1894 fue profesor asociado de Neurología en Zúrich, cuya Universidad Zúrich terminó absorbiendo la Clínica Ambulatoria de Neurología y su laboratorio. 282. Wilhelm KATTWINKEL, psiquiatra (1866-1935). Estudió Ciencias y Medicina, después hizo el servicio militar y trabajó como ayudante voluntario de Ziemssen en el Instituto Médico-Clínico de Múnich. Entre 1900 y 1905 estudió en París (hospitales de La Salpêtrière y Bicêtre). Profesor asociado en la Universidad de Múnich en 1909. Durante 1910 y 1911 viajó por el África Oriental para estudiar la enfermedad del sueño y descubrió restos de los primeros pobladores humanos. Desde 1914 hasta 1918 dirigió un hospital militar y desde principios de la década de 1920 fue director del psiquiátrico de Partenkirchen.

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para ver a Schweighofer283. Aprovechábamos estas ocasiones para hacer contactos y disfrutar del maravilloso campo. Normalmente contábamos con alrededor de cuarenta o cincuenta asistentes, un número más que satisfactorio, y la mayoría solían ser extranjeros. Durante los primeros años que pasé en Múnich, me solían pedir que diera conferencias que no me apetecían en absoluto. Una vez di una sobre el sueño para una organización de caridad, y también tuve que asistir alguna vez a unos cursos científicos estatales en Berlín sobre psicología del trabajo y otro sobre la locura manico-depresiva para abogados. Di charlas en Múnich con Liszt284 y Birkmeyer285, una sobre el crimen como enfermedad social y otra sobre el tratamiento penal de los enfermos mentales en un encuentro para abogados en Innsbruck. También di conferencias en Berlín y Múnich sobre alcoholismo para la asociación de médicos. Durante unos semestres impartí en Múnich una hora semanal de clase a médicos sobre problemas psiquiátricos, aunque con el tiempo me di cuenta de que las cuestiones científicas que se planteaban más allá de los casos clínicos no les interesaban demasiado ni tampoco las entendían. En los encuentros anuales de la Verein Bayerischer Irrenärtze [Asociación de Alienistas de Baviera], que se organizaba en Múnich y en otra ciudad de Baviera alternativamente, solía dar una ponencia o presentaba algún caso práctico. También presenté algunos casos en la clínica para los encuentros de la Sociedad de Psiquiatría Forense que aglutinaba a psiquiatras y abogados, y pude ir un par de veces a Baden-Baden, pero por desgracia cada vez quedaban menos amigos allí. Una de las nuevas tareas que tenía en Múnich era examinar a los alumnos de Medicina, algo que me resultó desagradable desde el primer momento. Me di cuenta de que la mayoría de las «víctimas» no lograban expresarse con claridad y por lo general carecían de conocimientos neurológicos que debían ir a la par de su formación psiquiátrica. En los exámenes para obtener el título de médico tenía que incluir preguntas sobre aspectos científicos según la normativa, pero los resultados eran un desastre. La situación mejoró ligeramente cuando se publicó la tercera edición del libro Einführung in die psychiatrische Klinik [Introducción a la psiquiatría clínica] que escribí en Heidelberg, en el que hacía un repaso de algunos casos prácticos y de las principales características de la psiquiatría clínica286. Lo peor de todo eran los exámenes anuales que debían pasar los médicos del distrito, en los que tenían que demostrar lo que habían aprendido durante las prácticas de psiquiatría.

283. Josef SCHWEIGHOFER, psiquiatra (?-1928). Publicó artículos en el Zeitschrift für Neurologie [Revista de Neurología] como el titulado «Über die Beziehungen von Umwelt und Vererbung in der Entstehung und Struktur der Psychopathien» [«Acerca de las relaciones del ambiente y la transmisión en el surgimiento y estructuración de la psicopatía»] 1926. 284. Franz von LISZT, abogado vienés (1851-1919). En 1897 fue nombrado profesor en Halle, y desde 1899 catedrático de Derecho Penal y Civil en Wurzburgo. 285. Karl BIRKMEYER, abogado (1847-1920). Profesor asociado en 1874 de Derecho Penal en la Universidad de Múnich. En 1877 fue nombrado catedrático de Derecho Penal y Civil en Rostock, y en 1886 ganó la cátedra de Derecho Penal y Filosofía del Derecho en Múnich. 286. Después de las tres ediciones mencionadas (1901, 1905 y 1916), aún se publicaría una cuarta edición en 1921 (Einführung in die psychiatrische Klinik, Barth Verlag, Leipzig, 1921).

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Casi todos se preparaban durante un año en la Universidad antes de hacer el examen y debían presentar la anamnesis de un caso de y hacer el diagnóstico. En una ocasión, uno de estos pobres candidatos llegó a mi despacho pálido y enfadado porque se había olvidado de escribir el diagnóstico, pero le tranquilicé diciéndole que a mí me pasaba lo mismo todos los días. También había que hacerles un examen oral de media hora; evidentemente, les costaba mucho enfrentarse a estas alturas a un campo desconocido para ellos como la psicoterapia y algunos estaban tan nerviosos que no entendían siquiera las preguntas más sencillas. A pesar de la esforzada paciencia de la que me tenía que armar durante la media hora que duraba cada examen, había candidatos que no lograban responder a una sola pregunta. No pude soportar este tormento mucho más tiempo y decidí dejarlo dos años después. Cuando Grashey renunció a su puesto como consejero ministerial, fui nombrado miembro psiquiátrico del Comité del Consejo de Salud. No era algo que me emocionase especialmente porque tenía que asistir a reuniones muy largas en las que teníamos que dar nuestra opinión sobre asuntos de los que yo no tenía mucha idea. Aún así, esperaba poder servir de ayuda y, por ejemplo, hice uso de mi influencia para que se fundase una clínica para alcohólicos en Múnich y conté con el apoyo del Comité del Consejo de Salud y de la Cámara de Medicina, que también creían necesario que se crease esta institución. Sin embargo, y a pesar de las tres resoluciones a favor, el Gobierno no tomó ninguna medida y me dio la impresión de que mi trabajo en el Comité era una pérdida de tiempo. Fui a ver al Ministro junto con otros dos caballeros para insistir en nuestra petición, y le comuniqué que no estaba dispuesto a seguir malgastando mi tiempo en este puesto a sabiendas de que nuestro proyecto iba a acabar en la papelera. Además, dejé claro que actuaría como lo haría un ministro y dejaría mi puesto si no podía llevar a cabo mis ideas. Como no nos hizo caso, dejé el despacho y doné el sueldo que había recibido del comité a la Verein für Errichtung von Trinkerheilstätten [Asociación para la creación de sanatorios para alcohólicos] que había fundado yo mismo con otros colegas. Me compensaron más adelante todo este tiempo perdido y conseguí que la ciudad de Múnich donase una casa y un terreno para el proyecto que se ubicó finalmente en Grubmuehle. Además, la actividad tan enérgica de Ernst Rehm animó al Magistrado del Distrito del Norte de Baviera a hacer una donación económica a esta clínica. Cuando pudimos inaugurarla y llegaron los primeros pacientes, estalló la guerra. Las restricciones en la producción y distribución de alcohol durante la guerra redujeron los casos de alcoholismo, así que Grubmühle se destinó a otros fines y sirvió de refugio para mujeres necesitadas y niños indigentes. La Facultad de Medicina de Múnich tenía la peculiaridad de ser una Universidad «final», porque sus profesores no solían ser destinados posteriormente a otros lugares y casi todos eran bastante mayores. Por eso, todas las negociaciones y procesos con la Universidad resultaban tan fluidos como en Heidelberg. De entre todos los compañeros de la Universidad, sentía especial respeto por Winckel, que estaba ya muy mayor, y por Voit287, con quien no tenía una relación especialmente estrecha. En líneas generales tenía muy poca amistad con los compañeros con los que trabajaba porque nadie tenía tiempo para estas cosas. Con quien nos llevábamos es287. Karl von VOIT, fisiólogo (1831-1908). En 1860 fue nombrado profesor asociado, y entre 1863 y 1908 fue catedrático de Fisiología y director del Instituto de fisiología de Múnich.

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pecialmente bien era con las familias de Friedrich Müller288 y von Gruber289, a quienes había conocido en mis intentos por mejorar la sanidad pública. Durante estos primeros años conocí a los miembros de otras Universidades en varios eventos, sobre todo en casa de los Hertwig290. Sin embargo, mi carga de trabajo aumentaba y todos estos encuentros y fiestas terminaron siendo un fastidio para mí, aunque no se celebrasen tantos como antes. No me arrepentía de haber dejado de lado mi vida social, aunque sí es cierto que echaba de menos mantener contacto con ciertas personas muy cercanas a mí. Por eso, sólo coincidía con los demás profesores una vez al año en la cena de la Facultad de Medicina, que a su vez se suspendió durante la guerra. Al resto de colegas los veía apenas el día de la elección del rector y en los actos conmemorativos de la Universidad. Aún así, siempre acudía al viaje a Feldafing en las fiestas de la Universidad y participaba en el concurso poético. Como me daba pena tener tan poco contacto con mi gente, me apunté a la Hochschullehrerverein [Asociación de Profesores Universitarios] y quedaba de vez en cuando en una cantina con estos amigos. De todas maneras, fue cada vez más difícil para mí superar la necesidad de paz y tranquilidad. Disfruté con mi puesto de representante en el Claustro de la Universidad durante un par de años, aunque supusiera tener que ir a reuniones muy largas y aburridas. En líneas generales, teníamos que tratar temas muy interesantes y me gustaba conocer el funcionamiento de la Universidad desde dentro. Fue la única vez prácticamente que me sentí parte de una asociación importante y disfruté porque me sirvió para conocer a gente relevante de otras áreas científicas. Aunque apenas teníamos contacto personal, a lo largo de los años pude hacerme una idea de las cualidades de cada uno de los claustrales. Una parte importante de mi trabajo allí fue asegurar que la administración de la Universidad fuese independiente y evitar las intenciones gubernamentales de reducir su poder. Las intromisiones de la Iglesia en la libertad de cátedra también fueron causa de conflicto porque pretendían introducir el juramento contra las doctrinas modernistas291. Aparte de las dificul288. Friedrich von MÜLLER, especialista en Medicina Interna (1858-1941). En 1889 fue nombrado profesor asociado de Exploración Clínica y de Laringología en la Universidad de Bonn. En 1890, catedrático y director de la Clínica Ambulatoria de Breslau. Pasó luego por Marburgo y Basilea, y desde 1902 enseñó en Múnich y ejerció de director de la Segunda Clínica Médica. 289. Max von GRUBER, higienista vienés (1853-1827). Entre 1872 y 1879 trabajó en el primer Laboratorio de Química de la Universidad de Viena y recibió formación posteriormente con Pettenkofer en Múnich y con Ludwig en Leipzig. Desde 1884 fue profesor asociado de Higiene en Graz. En 1887 recibió la cátedra de Viena y la dirección del Instituto de Higiene. Desarrolló una prueba de aglutinación para identificar variedades de bacterias (Reacción Gruber-Widal, 1896) y luchó junto a Kraepelin contra el alcoholismo. 290. Probablemente se refiere Kraepelin a Richard HERTWIG, zoólogo (1850-1939). Primero estudió Medicina, pero en 1875 consiguió la habilitación docente en Zoología en la Universidad de Jena. En 1881 fue nombrado catedrático de Zoología en Königsberg. En 1883 se trasladó a Bonn y en 1885 a Múnich. Su obra más importante es Lehrbuch der Zoologie [Tratado de Zoología], (Jena, G. Fischer, 1891). 291. El Modernismo fue una corriente de pensamiento dentro de la Iglesia Católica que exigía la adaptación de los dogmas católicos a las corrientes ideológicas y científicas liberales. Pío X condenó esta corriente en la Enciclica Pascendi en 1907. El 1 de septiembre de 1910, el Papa exigió a los clérigos que pronunciasen el «juramento anti-modernista» (N. de la T.).— La indignación de Kraepelin es una muestra de que la Iglesia también pretendió controlar la enseñanza superior.

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tades que surgieron por el ambiente político en Baviera, ni la Universidad y mucho menos la Facultad de Medicina tenían razones para quejarse de la falta de ayuda del Gobierno: las instalaciones médicas se ampliaron cuando la falta de espacio alcanzó cotas insoportables, y en líneas generales teníamos más medios que otros centros y Universidades similares de Alemania y del mundo. El primer consejero experto con el que tuve que negociar para mi nombramiento como catedrático en Múnich era el hermano de mi predecesor, Bumm, y se mostró siempre abierto y comprensivo con las necesidades de la Universidad292. Por eso me entristeció mucho su muerte poco tiempo después, y desde entonces hubo una etapa muy burocrática aunque toda petición justificada era siempre atendida por las autoridades. En una ocasión, se me negó una petición y mi colega Bunge me consoló diciendo «Los ministros cambian; los profesores permanecen». La Corte también influía en la vida de la Universidad, aunque la relación no era tan estrecha como la que tenía el Rector de la Universidad de Heidelberg, Friedrich von Baden. De hecho, a veces tenía la impresión de que la Universidad de Múnich apenas jugaba ningún papel en la Corte, y pude comprobar que todos esos favores y títulos que recibíamos en Dorpat y que apenas apreciábamos eran muy importantes para algunos colegas de aquí. La decisión del Claustro, que yo mismo apoyé, de omitir cualquier título nobiliario en nuestro registro fue recibida con mucha indignación. El Príncipe regente nunca me invitó a los encuentros que tenía con algunos catedráticos, aunque sí tuve contacto con el Príncipe Luis porque solía acudir a los encuentros de la Sociedad de Abogados. Una vez dio un discurso en una fiesta para promover la industria cervecera de Baviera, la orquesta tocó una fanfarria cuando terminó y la gente aplaudió porque se pensó que había hecho un brindis. Un par de semanas después, le enseñé una exposición sobre el alcohol en el Museo del Trabajo y le expliqué todas las piezas con gran lujo de detalles a pesar de que en principio no mostrase demasiado entusiasmo. Por último, le enseñé todas esas postales subidas de tono que glorificaban el gusto por la cerveza que se vivía en Múnich y le comenté que este tipo de material influía en la manera en que los extranjeros veían la ciudad. A pesar de esta visita un tanto desagradable que les ofrecí, tanto el Príncipe como el Rey me trataron muy amablemente en posteriores ocasiones aunque siempre hicieran chistes sobre mi opinión sobre el alcohol. Mis contactos con los médicos de Múnich me convencieron aún más de mi opinión acerca del alcohol, si es que eso era posible. Nunca pretendí dedicarme a las consultas ambulatorias ni darme a conocer entre los médicos, aunque por supuesto recibía pacientes en mi consulta dos horas a la semana, la mayoría de ellos extranjeros de todos los países. Tampoco me agradaba en exceso esta situación porque no me gustaba atender a pacientes ambulatorios durante las horas de consulta. Me pareció muy significativo que prácticamente ningún médico de Múnich me pidiera consejo salvo los directores de los psiquiátricos, que a veces me enviaban algún paciente. Como esto me libraba de algunas obligaciones, podía dedicarme al trabajo científico durante esas horas, aunque debo admitir que me sorprendió mucho saber que mis 292. Se trataba de Franz BUMM (1861-1942), político con cargos en la sanidad pública y hermano del psiquiatra Anton Bumm, predecesor de Kraepelin en Múnich. Franz fue consejero experto en el Ministerio de Estado de Múnich, y entre 1905 y 1926 fue presidente del Ministerio Federal de Sanidad.

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opiniones sobre el alcohol me habían dado muy mala prensa entre el resto de profesionales médicos de Múnich. Mi nombramiento en Múnich provocó la envidia de muchos porque iba a vivir en esta ciudad tan bonita y porque podría disfrutar de una vida artística y cultural muy rica. Durante el primer verano que pasé allí, me compré el abono de temporada del Palacio de Cristal y también visité la Sociedad de Arte. Como al final no pude usar mucho este abono, decidí en los años posteriores hacerme con un talonario de entradas que se podía comprar antes de cada exposición y lo gastaba llevando a toda mi familia. Por desgracia tuve que dejar esta afición al arte que tanto placer me había proporcionado; durante catorce años sólo pude ir una vez al museo Neue Pinakothek porque me era imposible escaparme un día de diario para disfrutar del arte y los domingos prefería ir al campo si no tenía que quedarme trabajando en casa. Por ello, mi interés por la pintura y el arte, que me había llevado a recopilar tantos dibujos y cuadros, terminó siéndome indiferente. En cambio, empecé a valorar el campo y la naturaleza de las tierras del Sur. Todavía podía dar rienda suelta a mi amor por el teatro, pero tardé mucho tiempo en poder ir a uno; me gustaba ver alguna obra, algún género popular e incluso una opereta, pero las pocas veces que fui a la ópera fue para ver una de las obras maestras de Mozart. Siempre había sido muy aficionado a las de Wagner y tampoco me llamaban la atención ya. Durante un par de inviernos fui con regularidad a ver algún concierto y disfrutaba verdaderamente de la música clásica; de hecho, mi hija se aficionó mucho a la música y me animaba a escuchar a Brahms, los réquiems de Mozart o incluso alguna sinfonía de Beethoven. A veces asistía como oyente a conferencias sobre temas científicos, geográficos o etnológicos. En una de ellas, tuve el honor de conocer al explorador Oldenberg, cuyo libro sobre Buda me había interesado especialmente porque sus dogmas me parecieron el logro filosófico-religioso más importante que había dado el hombre. Como recuerdo de este encuentro le di una de mis fotografías de los peregrinos birmanos de Amuradhapura en la que aparecían rezándole a una estatua de bronce muy grande de Buda. En otra charla conocí a Karl Peters293, a quien siempre había admirado por su carácter decidido y resolutivo. Como Múnich estaba situado en el centro del país, por allí pasaba gente muy interesante, sobre todo del mundo la medicina. En un par de ocasiones fui a ver a la sobrina de Bismark, la señora von Kotze. La había conocido en mi viaje a la India y me regaló un lápiz que había pertenecido a su tío y también un pequeño roble cuyas semillas había recogido en Sachsenwald en uno de sus últimos paseos con el canciller. Schweinfurth también vino a vernos en alguna ocasión, y en el invierno de 1917, cuando él tenía setenta años, fui a visitarlo a Partenkirchen y dimos un paseo de dos horas a pesar de la temperatura tan baja que había. Un par de meses después nos devolvió la visita y vino a Múnich. Algunos delegados de otros países también vinieron a visitar nuestra clínica; en una ocasión recibimos a dos colegas ingleses que querían conocerla porque en su país no existían instituciones como la nuestra. Observaron hasta el más mínimo detalle y después me enteré a través de otro colega inglés que fueron diciendo 293. Karl PETERS, explorador en África (1856-1918). A finales de 1884 compró grandes áreas de terreno en África Oriental que más tarde serían regiones protegidas de Alemania. Después fue Comisionado Federal en ese lugar.

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que no hacíamos nada especialmente distinto a otras instituciones. Lo cierto es que apenas recibíamos a médicos británicos, aunque el reconocido doctor Clouston294 sí vino a visitarnos. Tampoco solíamos tener visitas francesas a excepción de Dupré295, de París, a quien le gustaba viajar por Alemania y que ya había venido a Heidelberg en alguna ocasión. Ragnar Vogt, de Kristianía, se quedó en la clínica unos días y Moreira296, de Brasil, tuvo también una estancia fugaz. Asimismo, tuvimos unos cuantos invitados de Rusia y de América. Un día apareció un joven americano que dejó la puerta abierta, entró con la manos en los bolsillos y se presentó diciendo «Kann ich Dein Klinik sehen?» [¿Puedo ver tu clínica?]297. Me sorprendió mucho su actitud pero enseguida le enseñé las instalaciones; al menos este hombre hacía el esfuerzo de intentar hablar alemán, dado que los americanos y los ingleses solían hablar su propia lengua sin plantearse siquiera si nosotros les entendíamos y mucho menos si podríamos responderles. Personalmente, yo tenía la deferencia de usar un idioma extranjero siempre que me lo pedían. Una de las visitas más importantes que tuvimos fue la de un magnate americano de Pittsburg llamado Sr. Phipps298 que me había presentado Friedrich Müller en 1908. Pensaba construir

294. Sir Thomas CLOUSTON, psiquiatra inglés (1840-1915). Desde 1863 fue director del Asilo de Cumberland y Westmoreland, en Carlisle. En 1873 fue nombrado director del Asilo Real de Edimburgo, ciudad en que ocupó la primera cátedra de Psiquiatría, creada en 1879, hasta su jubilación en 1908. 295. Ernest DUPRÉ, psiquiatra francés (1862-1921). Hizo el internado en los Hôpitaux de París, en 1897, y se formó con Charcot, Dejerine y Brissaud. Perito de los Tribunales en 1899, contribuyó a los debates sobre la responsabilidad de los alienados con su texto Définition médico-légale de l’aliéné (París, J. Gainche, 1904). Desde 1905 trabajó de en la Enfermería de la Prefectura de Policía, cuyas características asistenciales glosó en la célabre monografía L’Œuvre psychiatrique et médico-legale de l’Infirmerie spéciale de la Préfecture de police (París, Infirmerie Spéciale, 1905). En 1918 fue nombrado catedrático de Psiquiatría y fue miembro de la Academia de Medicina. Describió la «psiconeurosis emocional» de los combatientes. Acuñó el concepto de «mitomanía» y profundizó en el estudio de los «delirios imaginativos» (Pathologie de l’imagination et de l’émotivité, París, Payot, 1925). Su padre, profesor de Retórica en el Liceo Condorcet, le legó una vasta cultura clásica y una valiosa facilidad para los idiomas, que plausiblemente facilitó las visitas a las que alude Kraepelin. 296. Juliano MOREIRA, psiquiatra (1873-1933). Desde 1891 fue ayudante en el Instituto de Anatomía y Patología de la Universidad de Bahía (Brasil). En 1896 fue nombrado segundo catedrático de la Clínica de Afecciones del Sistema Nervioso. Desde 1903 dirigió el psiquiátrico estatal de Río de Janeiro. Amplió estudios en Europa con Jolly (Berlín), Hitzig (Halle), Flechsig (Leipzig), Krafft–Ebing (Viena) y en la clínica de Kraepelin (Múnich). Se interesó por la nosografía kraepeliniana («O novo agrupamento nosographico das doenças mentaes do Professor Emil Kraepelin», Arq.Bras.de Neuriatria e Psiquiatria, 1921, pp. 181-189). Coautor con Afranio PEIXOTO de otro trabajo sobre dicho tema («Classificação das molestias mentaes do professor Emil Kraepelin», Arq.Bras.de Psiquiatria Neurologia e Ciências Afins, 1905, 1(2), pp. 214-214) y del conocido «A Paranoia e os syndromas paranoides», Arq. Bras. de Psiquiatria, Neurologia e Ciências Afins, 1905; 1, pp. 5-33, 297. «Kann ich Dein Klinik sehen?», escribe Kraepelin en el original (p. 157), haciéndose eco de la incorrección gramatical del joven americano; lo correcto hubiera sido «Kann ich Deine Klinik sehen?». 298. Henry PHIPPS, industrial norteamericano (1839-1930). Financió la Clínica Psiquiátrica Henry Phipps en Baltimore, que inauguró en 1913. Adolf Meyer fue el director médico de la misma.

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una Clínica Psiquiátrica enorme en Baltimore bajo la dirección de Adolph Meyer299 y quería echar un vistazo a la nuestra. Más adelante, el propio Adolph Meyer vino a vernos y le enseñamos los bocetos de nuestra construcción. La clínica de Baltimore se construyó finalmente tras muchos esfuerzos e inversiones, y varios colegas recibimos una invitación para hablar en su inauguración, pero por desgracia yo no dispuse del tiempo suficiente como para asistir. Siempre que me lo permitía mi trabajo me gustaba ir al campo. Sin embargo, tardé mucho tiempo en conocer los alrededores de Múnich. Solía hacer excursiones en bicicleta en compañía de mi familia, aunque no solíamos ir más allá del valle del río Isar y los lagos de Starnberg y Ammer. Por el momento, sólo había hecho una excursión a las montañas con mi mujer, a Schachen, pasando por el lago Walchen y la montaña de Herzogstand. Durante el verano me gustaba ir un par de domingos a esta montaña y en invierno solíamos ir a tirarnos en trineo al menos una o dos veces. Ya no me apetecía hacer viajes largos a la montaña y prefería ir al extranjero cuando tenía varios días libres. Compré un terreno en los bosques del valle del Isar entre Höllriegelskreuth y Baierbrunn, cerca de Georgenstein, y pasábamos mucho tiempo allí. De vez en cuando íbamos también a la propiedad que teníamos en Italia y me animé a comprar este otro para tener un sitio donde descansar más cerca de Múnich. Durante el otoño estuvimos buscando un lugar apropiado en el valle del Isar, en la orilla Este, entre Geiselgasteig y Grünwald. Finalmente encontramos un lugar algo caro, pero para asegurarnos de que no nos estábamos perdiendo nada mejor, preguntamos en Baierbrunn y nos indicaron un lugar en el bosque mucho más bonito y bastante más barato. Llegamos a un acuerdo con el dueño inmediatamente y a partir de entonces íbamos de vez en cuando a Braierbrunn a explorar cada centímetro del terreno que habíamos comprado. Al año siguiente, compramos la propiedad colindante y la vallamos. Dos años después, construimos una casa de madera con cocina y después hicimos una habitación adicional. Como el distrito de Baierbrunn tenía unos impuestos de agua muy altos, instalé unas tuberías y con un motor eléctrico sacábamos el agua de un pozo cercano. Tras excavar en vano en otro lugar, un zahorí nos encontró otro pozo. De esta manera, terminamos teniendo una casita muy sencilla pero práctica y preciosa, con un terreno de más de tres hectáreas, donde íbamos todos los domingos y también durante el verano. A los niños les gustaba celebrar fiestas allí y 299. Adolf MEYER, psiquiatra (1866-1950). Muniqués de nacimiento, Meyer se formó en Neurología en París y Londres, y en 1892 emigró a Norteamérica. Patólogo en el Illiniois Eastern State Hospital de Kankakee (Illinois) y especialista universitario en Neurología. Desde 1895 trabajó como patólogo en el Hospital Estatal de Worcester (Massachussets), fue profesor de Psiquiatría en la Universidad Clark de Worcester, y desde 1902 dirigió el Instituto de Patología de los New York State Asylums for the Mentally Ill [Asilos del Estado de Nueva York para Enfermos Mentales]. Entre 1904 y 1909 fue catedrático de Psicopatología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Cornell, en 1901 fue nombrado catedrático de Psiquiatría de la Universidad John Hopkins, y desde 1913 fue director de la recién construida Clínica Psiquiátrica Henry Philips de Baltimore. Pasó pronto de posiciones biologicistas a otras más dinámicas basadas en el evolucionismo, la filosofía pragmatista (Charles Pierce, John Dewey y William James), la adaptación y la historia personal. Se opuso a la concepción kraepeliniana de las enfermedades mentales como entidades naturales, y consideró que los trastornos psicopatológicos eran modos erróneos de reacción, y que su tratamiento tendría como objetivo ayudar al paciente a encontrar la adaptación (reacción) más eficaz.

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yo solía dar un paseo por el campo con otros compañeros del trabajo a quienes invitaba junto con sus familias en verano. Solía mantenerme en forma también cortando algunos árboles, serrando la madera y cuidando el jardín. Gracias a esta casa pude conocer a Gabriel von Seidl300, que vino a verme en calidad de miembro del Consejo de Directores de la Isartalverein [Asociación del Valle del Isar] porque quería asegurarse de que no se construía demasiado en el monte. La tenacidad de este hombre sencillo que luchaba con tanto amor y entusiasmo por su causa resultaba conmovedora. En ocasiones se excedía con determinados temas y teníamos alguna que otra discusión, pero siempre encontrábamos un punto intermedio que nos satisfacía a los dos. Aún así tuve que renunciar a una parte de mi terreno especialmente bonito y le prometí que dejaría en herencia mi propiedad a la Asociación; a cambio, él me permitió adecuar un camino más ancho para el paso. Hacía un año desde que volví de mi viaje a la India, y después del verano quise ir de nuevo al Sur. Decidí ir a Pallanza en la primavera de 1905 y hacer parte del viaje en bicicleta. Viajé con mi mujer hasta Rosenheim en tren y después tuve que ayudarla con la bicicleta porque hacía mucho tiempo que no montaba. Con las prisas, me monté en mi bicicleta sin asegurar la rueda delantera, me caí y el manillar se me dobló, así que tuve que alcanzar a mi mujer unos días después. Cualquiera que nos hubiera visto no creería que pretendíamos hacer un viaje de dos semanas en bicicleta. Era un día previo a la primavera, muy caluroso y soleado, y nos paramos en el camino para ver los mecereones en flor y las campanillas de viento. En Kufstein nos encontramos con mucha nieve y facturamos nuestras bicicletas en un tren a Sterzing mientras que nosotros fuimos en coche por la colina de Brenner y comimos en un hostal. Después nos dirigimos hacia el Sur, recogimos nuestras bicicletas en Sterzing y continuamos nuestro camino con un poco de nieve hacia Franzenfeste. Aún así, perdimos un pedal por el camino y tuvimos que ir a Brixen en tren. Llegamos a Bozen en bicicleta y nos encontramos con que la primavera ya había llegado a esta zona. En el camino de Bozen a Trient el cielo se despejó y empezó a hacer mejor tiempo. Por la mañana fuimos de Arco a Torbole pasando por Tobline y pasamos una semana en la hospitalaria casa de la señora Schwingshackl, donde conocimos también a Richard Semon, a quien llamaban «El Australiano» 301. A continuación cogimos un barco y fuimos a ver a la familia Gruber a una casa de campo maravillosa rodeada de cipreses que tenían en Malcesine. Después de cruzar el lago en barco, seguimos nuestro viaje desde la ciudad de Gardone con sus adornos típicamente sureños hasta la pintoresca Brescia. Fuimos a Bérgamo, cuya parte alta me gusto especialmente, al día siguiente llegamos a Lecco y después fuimos en barco a Bellaggio. El trayecto de Bellaggio a Como lo hicimos parte en barco y parte en bicicleta, y pudimos ver las preciosas villas y jardines con cipreses

300. Gabriel von SEIDL, arquitecto (1848-1913). Catedrático en la Academia de Artes de Múnich. Sus edificios más importantes de la ciudad fueron el Museo Alemán, el Museo Nacional bávaro, el Künstlerhaus y el Lenbach-Villa. 301. Richard SEMON, médico y zoólogo (1859-1918). Primero trabajó en el Instituto Zoológico de Nápoles y en el Instituto Anatómico de Jena. Desde 1891 fue profesor asociado en Jena. Hizo un largo viaje de investigación por Australia y el archipiélago de Malasia. A su vuelta trabajó como ayudante desde 1893 hasta 1897 en el Instituto Anatómico de Jena, y desde 1897 fue profesor universitario en Múnich.

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y arbustos de camelias llenas de flores. El último día de nuestro viaje en bicicleta nos llevó a Como, Varese y Lacerno, donde cogimos un barco hasta Pallanza. Solíamos ir a nuestro terreno siempre que podíamos e imaginábamos bajo el sol todo tipo de planes que muy pocas veces llevamos a cabo debido a las dificultades que se nos planteaban. Hacíamos muchas excursiones por el campo y terminamos conociendo nuestro futuro hogar bastante bien. En otra ocasión fui en bicicleta a disfrutar del magnífico paisaje del lago Orta. Finalmente contactamos con un jefe de obra llamado Bottini, que resultó ser todo un profesional, porque queríamos saber cuánto nos podría costar construir una casa. Disfrutamos mucho ultimando con todo lujo de detalles este plan de futuro que llevábamos en secreto y volvimos a casa en tren vía Luino. Teníamos pensado hacer un viaje a Grecia y Constantinopla en otoño con mi hermano, mi hermana y mi cuñado. Salimos juntos de Múnich pero nos separamos en Laibach porque quería ir primer a Bosnia con mi mujer. Después de pasar un día en Agram, llegamos a Sarajevo por la mañana. Glück302, experto en sífilis, y otros colegas psiquiatras, me habían asegurado que la sífilis era una enfermedad muy común en Bosnia mientras que la parálisis era más bien rara. Como quería asegurarme de que era cierto esto que me habían dicho, contacté con los médicos del hospital local y me presentaron al responsable de las autoridades sanitarias. En cualquier caso, no pudimos encontrar ningún caso en el pequeño y un tanto descuidado servicio psiquiátrico del hospital. Las sospechas de mis compañeros alemanes eran más bien dudosas porque, según lo que contaron en este hospital, había muchos paralíticos en el psiquiátrico cercano a Agram y sus pacientes eran de origen serbocroata también. Por desgracia, no pude comprobarlo en persona. Disfrutamos mucho de nuestra estancia en Sarajevo gracias a la amabilidad de estos compañeros y, por lo que me contaban, me dio la impresión de que la administración austriaca trabajaba con afán, profesionalidad y sin presiones por parte de los grupos políticos para mejorar las condiciones del país. Los resultados saltaban a la vista, desde luego. En la última noche que pasamos allí los colegas nos invitaron al balneario de Ilidsche y nos marchamos con la sensación de que apenas habíamos visto una pequeña muestra de la valiosa vanguardia alemana. Viajamos en tren por las montañas verdes de Bosnia, los campos soleados de Herzegovina y los montes áridos de Karst hasta nuestro destino en Gravosa. Pasamos una noche muy mala debido a la plaga de mosquitos, pero al día siguiente fuimos a la romántica ciudad de Ragusa, cogimos un barco a Cattaro a mediodía y nos encontramos allí con mis hermanos, que acababan de llegar de Cettinje. Dedicamos los siguientes días a viajar hasta Corfú tranquilamente pasando por Antivari, Dulcigno, Durazzo y Santi Quaranta. Estuvimos un par de días en Corfú, paseando y admirando la belleza de esta isla. Aunque el polvo y el calor veraniego eran muy molestos, el paisaje tenía un color muy bonito y podíamos refrescarnos en el mar. Visitamos el Achillion, la propiedad del Emperador303 situada en un lugar magnífico con unos jardines 302. Aleksander GLÜK, bosnio, especialista en Medicina Interna (1884-1925). Médico interno con Neisser en Breslau. Desde 1915 fue médico-jefe en Sarajevo. Publicó trabajos sobre la lepra, la sífilis y su terapia. No es el mismo Glück mencionado páginas atrás. 303. Del Emperador Francisco José, que la construyó en 1890 para servir de lugar de descanso a la Emperatriz «Sissí».

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llenos de palmeras, castaños y unas vistas impresionantes de la isla con el mar de fondo. El clímax de la visita fue una excursión al antiguo monasterio de Paleostrizza, donde bebimos un café muy rico que nos sirvieron unos monjes sudorosos en una vajilla algo sucia. Viajamos de noche y llegamos a Patras, donde cogimos un pequeño pero cómodo tren que recorría el golfo de Corinto. Desde allí fuimos a Nauplia, Tirinto y Mikene, escalamos el Acrocorinto y pasamos unos días en Atenas. Era una ciudad muy tranquila, soleada y llena de polvo, y allí tuvimos la suerte de encontrarnos a Wilhelm Doerpfeld, que nos invitó a ver algunas excavaciones nuevas al pie de la Acrópolis. Las puestas de sol en el Partenón eran fascinantes: el sol se hundía tras la silueta azul del Peloponeso y parecía dejar unas ascuas resplandecientes en los increíbles pilares mientras que la ciudad emitía un dulce resplandor que duraba quince minutos antes de que desapareciese totalmente. Nos dio mucha pena tener que dejar esta colorida ciudad cuando nos marchamos a Esmirna. Desde allí fuimos a ver las ruinas de Éfeso y después nos dirigimos en barco hasta Constantinopla, aunque nuestro viaje empezó chocando con otra embarcación. [En Constantinopla] mi antiguo alumno, Raschid Tachsin, nos recibió y fue un gran anfitrión durante toda nuestra estancia. Su mujer y él nos llevaron a las islas Príncipe entre otros lugares. Con Tachsin visité también el gran bazar, aunque no era tan impactante como el de El Cairo, y compré una alfombra de seda porque me dijo que las mercancías eran de «la mejor calidad». Las historias que me contó sobre el despotismo del soberano Abdul Hamid me parecieron increíbles: el sultán había prohibido las comunicaciones y los tranvías tenían que ser tirados por caballos porque tenía miedo de que los conspiradores usasen la electricidad en su contra. Cuando mis hermanos se marcharon, mi mujer y yo fuimos en un barco lamentable lleno de gente hasta la costa asiática del mar de Marmora para visitar Brussa. Tuvimos suerte de que el mar estuviera en calma porque si no nos hubiéramos hundido. Las dificultades que encontramos en las fronteras durante este viaje fueron especialmente desesperantes porque tuvimos que enseñar los Teskereh (permisos) que habíamos conseguido con la ayuda de Raschid en el muelle, al subir al barco, al bajar del barco, en la estación, en el tren, al salir de la estación, en el hostal de Brussa y también en el viaje de vuelta. Brussa se situaba al pie de monte Olimpia, en Botinia, una tierra muy fértil llena de preciosas mezquitas antiguas y plataneros que fueron todo un alivio tras unos días en la ruidosa y sucia Constantinopla. De hecho, nos hubiera gustado quedarnos allí más tiempo. Con ayuda del doctor Mongeri, contacté con el hospital armenio de Constantinopla, que tenía un servicio psiquiátrico muy sencillo pero bien equipado. Aunque tuve que enfrentarme a todo tipo de barreras lingüísticas, pude examinar a algunos de los pacientes armenios recientemente admitidos en el hospital y así comprobar el tipo de casos clínicos que tenían en este lugar. Los pacientes que vi no eran suficientes como para poder llegar a ninguna conclusión, pero no encontré ninguna diferencia significativa con lo que teníamos en Alemania. Volvimos a casa en un barco de la compañía Austrian Lloyd que se dirigía a Trieste. Cuando subimos a la embarcación tan limpia y cómoda que nos llevaría a casa, nos dio la sensación de que ya estábamos en Europa y el viaje de ocho días resultó todo un placer gracias al buen tiempo que nos encontramos. En el cabo Malea, que pasamos de noche, se disparó una ben-

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gala en honor al ermitaño que vivía en esas montañas. Cuando pasamos por el mar azul que separaba Cefalonia de Itaca, leí La Odisea, aunque por desgracia se trataba de una traducción de Johann Voss algo pobre. En medio de este paisaje se podía revivir el pasado más glorioso de la cultura griega y empecé a apreciar la belleza de los mitos y el color de la historia del viajero épico. También pensé que en el colegio nos habían contado estas historias con muy poco entusiasmo. Después de una pequeña visita a Trieste, vimos las magníficas cuevas de San Kanzian y volvimos a Múnich en el tren de Tauern. En la primavera de 1906 recibí por sorpresa una carta del Emperador en la que me ofrecía un pasaje gratuito en el barco Ozeana para ir al Congreso médico internacional de Lisboa. Jamás había tenido contacto con él, así que supuse que von Althoff304 había movido hilos para que me enviase esta invitación. El barco pasaba por Madeira y Tenerife, así que no dudé ni un segundo y acepté a pesar de que la reunión de la Verein Deutscher Irrenärtze [Asociación de Alienistas Alemanes] tenía lugar en Múnich esos mismos días. El Ozeana salía de Hamburgo y mi hermano me acompañó hasta el muelle. Tras una breve estancia en Dover, disfrutamos de un tiempo favorable para el viaje hasta Funchal. Casi todos los viajeros del barco éramos médicos y pude conocer a gente tan interesante como Armauer Hansen305, que investigaba la lepra, o Schaudinn306, que era muy inteligente y amable aunque al principio diera la impresión de ser un hombre duro. Por desgracia, poco después enfermó y tuvo abscesos en el recto; se operó y mantuvo su testaruda intención de cuidarse solo, pero tras volver del viaje a Lisboa tuvo que ser ingresado de nuevo y murió poco después. Cuando embarcamos, me encontré con mi antiguo colega de Leipzig y Dorpat, Stadelmann. Entre otros invitados a bordo conocí a los oftalmólogos Uhthoff307, Axenfeld308 y

304. Friedrich ALTHOFF, político (1939-1908). Jefe del Departamento Gubernamental de Prusia. Desde 1897 hasta 1907 fue director del Departamento Universitario del Ministerio de Cultura de Prusia. 305. Gerhard Armauer HANSEN, especialista en Medicina Interna (1841-1912). Director del Hospital para Leprosos de Bergen y descubridor en 1873 del Mycobacterium Leprae (o bacilo de Hansen), agente causal de la lepra (llamada también desde entonces «enfermedad de Hansen»). 306. Fritz Richard SCHAUDINN, zoólogo (1871-1906). Después de trabajar como ayudante en el Instituto zoológico de Berlín, en 1904 fue nombrado director del Laboratorio de Protozoos del Consejo Imperial de Salud Pública de Berlín. Descubrió en 1905 que la spirochaeta pallida era el agente causal de la sífilis y la entamoeba histolytica de la disentería. 307. Wilhelm UHTHOFF, oftalmólogo (1853-1927). En 1890 fue nombrado catedrático de Oftalmología en Marburg, en 1896 se trasladó a Breslau y en 1923 se retiró. Su publicación más interesante es Über die bei der Syphilis des Centralnervensystems vorkommenden Augenstörungen [Acerca de los trastornos oculares provocados por los efectos de la sífilis en el sistema nervioso central] (Leipzig, 1893/94). 308. Theodor AXENFELD, oftalmólogo (1867-1930). Alumno de Uhthoff. Profesor de Oftalmología en Rostock desde 1897 y catedrático en Friburgo desde 1901 hasta su muerte. Fue editor del Klinische Monatsblätter für Augenheilkunde [Revista Mensual de Medicina Oftalmológica].

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Sattler309, los internistas Quincke310 y Lenhartz, los cirujanos Rehm y Kümmel311, el anatomopatólogo Heller312, el ginecólogo Pfannenstiel313 y el cirujano ortopedista Lorenz314. También estuve con el fisiólogo Rubner315 y con Obersteiner316, un colega de Viena encantador. Con estos acompañantes, los días que pasamos embarcados en el Ozeana fueron muy interesantes. No hace falta decir que la comida y el servicio del barco germano-americano eran exquisitos, y además teníamos una habitación con aparatos Zander317 a nuestra disposición por si queríamos hacer ejercicio. 309. Hubert SATTLER, oftalmólogo (1844-1928). En 1877 catedrático en Giessen, en 1879 en Erlangen, en 1886 en Praga y en 1891 en Leipzig. No es el mismo doctor Sattler, diplomático, mencionado páginas atrás. 310. Heinrich Irenaeus QUINCKE, especialista en Medicina Interna (1842-1922). En 1873 fue nombrado catedrático en Berna y en 1878 en Kiel. Trabajó desde 1908 en Frankfurt (Main). En 1882 describió el «edema de Quincke» (edema localizado que afecta la cavidad oral y las vias respiratorias superiores) e introdujo la punción lumbar en 1891. Hermano del físico Georg Quincke, anteriormente citado en estas Memorias. 311. Posiblemente fuese Werner KÜMMEL, cirujano y otorrinolaringólogo (1866-1930). Director de la Clínica Ambulatoria de Otorrinolaringología, en 1902 fue traslado a Heidelberg y fue nombrado profesor asociado honorario y en 1919 catedrático titular.— También podría tratarse de Hermann KÜMMEL, cirujano (1852-1937). A partir de 1880 fue médico interno con Schede en el Servicio de Cirugía del Hospital de Hamburgo-Eppendorf. Desde 1885 dirigió el hospital Marien de Hamburgo y en 1907 consiguió la cátedra de Cirugía. 312. Arnold HELLER, anatomopatólogo (1840-1913). En 1872 fue nombrado catedrático de Patología General y Anatomía Patológica en Kiel. 313. Hermann Johannes PFANNENSTIEL, ginecólogo (1862-1909). Desde 1887 hasta 1894 trabajó en la Clínica Ginecológica de Breslau. En 1896 fue nombrado profesor asociado del Servicio de Ginecología del hospital de la orden de las «Elisabethinerinnen» [Hermanas de Santa Isabel], de inspiración franciscana. En 1902 logrçó la cátedra de Giessen y en 1907 se trasladó a Kiel. 314. Adolf LORENZ, cirujano ortopedista austriaco (1854-1946). Entre 1889 y 1924 fue director de la Clínica Universitaria de Ortopedia. Padre de Konrad LORENZ (etólogo ganador del premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1973). 315. Max RUBNER, higienista y fisiólogo (1854-1932). En 1885 fue nombrado profesor asociado y se encargó de la primera Oficina de Formación en Higiene de Marburgo, siendo nombrado catedrático en 1887. En 1891 sucedió a Robert Koch como catedrático director del Instituto de Higiene de Berlín, y a la vez fue catedrático de la Academia del Emperador Guillermo. En 1909 fue nombrado catedrático de Fisiología, y en 1922 se retiró. Su obra más destacable fue Lehrbuch der Hygiene [Tratado de Higiene] (Leipzig/Viena, 1888). 316. Heinrich OBERSTEINER, patólogo vienés (1847-1922). Alumno de fisiología de Ernst Brücke en Viena. En 1880 fue nombrado profesor extraordinarius y comenzó a constituir el pequeño Instituto de Anatomía y Fisiología del Sistema Nervioso Central que posteriormente se integraría en la Universidad de Viena y se convertiría en el Instituto de Neurología. Desde 1872 Obersteiner y su suegro Max Leidesdorf gestionaron un hospital privado para enfermos mentales y neurológicos en Oberdoebling (cerca de Viena). En 1898 recibió la cátedra de Anatomía y Patología del Sistema Nervioso, que ocupó hasta jubilarse en 1919. 317. Gustaf ZANDER (Estocolmo, 1835-id., 1920) Medico sueco. Está considerado el fundador de la mecanoterapia, tecnica utilizada en el tratamiento ortopédico de numerosas afecciones ósteomusculares mediante el empleo de unos aparatos especiales que también se empleaban para hacer gimnasia.

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En Madeira fuimos a conocer una empresa alemana que quería construir sanatorios para tuberculosos y personas necesitadas de reposo. Después di un paseo con unos colegas por las montañas de Palheiro, propiedad del señor Blandy, para lo que necesitamos un pase especial. Descendimos una colina con un trineo típico de Madeira que bajaba por los empinados caminos más rápido que una flecha. A la mañana siguiente fui a ver el magnífico vestíbulo del balneario con Stadelmann, y por la noche visité a un paciente porque su familia se había enterado de que había unos médicos alemanes en la ciudad y querían aprovechar la ocasión para consultarnos algo. Después fuimos a Tenerife y estuve buscando el Pico del Teide en el horizonte hasta que me di cuenta de que habíamos tenido el contorno de la montaña delante de nosotros todo el tiempo como una sombra gigante. Nuestro barco se dirigió después hacia La Orotava. Aunque las olas eran muy altas, el tiempo estaba calmado y pudimos desembarcar sin problemas. Nos dieron una recepción en la casa Humboldt, situada en una colina y propiedad de una empresa alemana. Desde allí podíamos escuchar el rugido de las olas y ver el valle cubierto de palmeras y el Teide asomando por encima del resto de montañas, pero nos costó encontrar el barco de vuelta por la noche. Al día siguiente fuimos a Santa Cruz y después a La Laguna, donde comimos después de ver el impresionante árbol dragón (dracaena draco). Fui a ver al doctor Otto que, igual que la otra vez, tenía que guardar reposo en cama, pero el doctor Stadelmann lo examinó y nos aseguró que no estaba grave. Por la noche el barco siguió su camino hacia el Norte; pude ver el Teide con claridad en un principio pero poco a poco empezó a ocultarse tras unas nubes y terminé perdiéndolo de vista. Recordé con nostalgia aquel día hacía diez años en que subí a lo alto del Pico y admiré el paisaje con ese viento tan fuerte. Dos días después llegamos a Tánger y pasamos un par de horas en el auténtico Oriente. Subimos por sus calles empinadas y sucias hasta el zoco, y fuimos invitados a la casa del embajador alemán, el Dr. Rosen318, cuyo umbrío jardín estaba justo al lado. Allí admiramos las armas y artefactos que el embajador había recogido durante su estancia en Abisinia. Siguiendo el viaje, hicimos una visita muy breve a Gibraltar y finalmente nos dirigimos hacia nuestro destino final. El día era soleado y claro cuando pasamos delante de la Torre de Belem y subimos por el río Tajo hasta el muelle de Lisboa. Desde nuestro hotel flotante podíamos ir fácilmente a la ciudad porque pasaba un tranvía eléctrico justo al lado del muelle. Las jornadas científicas fueron igual que cualquier otras, aunque por culpa de las barreras lingüísticas no hubo ocasión de tener debates científicos especialmente fructíferos. Apenas había expertos de verdad entre los asistentes, dado que la mayoría eran famosos del lugar y turistas científicos. Además, el público que acudió a las conferencias de psiquiatría era bastante reducido. Había unos pocos franceses entre los que destacaban Brissaud319, Dupré

318. Podría tratarse de Friedrich ROSEN, diplomático y oriententalista (1856-1935). Profesor de persa e hindú en el Seminario de Orientalistas de Berlín, desde 1890 fue miembro del cuerpo diplomático y en 1921 Ministro de Exteriores. 319. Edouard BRISSAUD, neurólogo francés (1852-1909). Disector en el Instituto de Anatomía Patológica de París, ingresó en 1884 en el prestigioso internado [MIR] de los Hospitales Públicos de París, siendo supervisado por Broca, Fournier y Charcot. Jefe clínico con Laségue en 1880, desde 1886 fue profesor

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y Simon320, un compañero de Binet321. Sollier nos habló de una niña histérica que no podía orinar y excretaba la urea por el estómago, aunque Brissaud dejó claro que no creía esa historia. Otra conferencia trató sobre el fraude de una espiritista de Argel que había engañado a Richet322. Von Schrenck-Notzing323 escribió poco después un libro sobre esa misma persona. Por su parte, el cirujano parisino Doyen324 causó sensación con una presentación cinematográfica –y un tanto pretenciosa– de sus intervenciones quirúrgicas rápidas. Como las conferencias no estaban dando mucho juego, preferí quedarme en un segundo plano y aproveché los días para conocer esta ciudad tan pintoresca de la ribera del Tajo. También fui a ver el pisquiátrico de Rilhafollhes, que estaba un tanto apartado, y para mi sorpresa me encontré con que había muchos pacientes atados a sus camas. El director del centro, Sr. Bombarda325, era una de las presencias más importantes en el encuentro de médicos y también era un político muy entusiasta, pero acabó siendo asesinado al igual que el Rey y el Príncipe heredero por razones políticas. Lo mejor de esos días en Lisboa fue la visita al Palacio da Pena que estaba cubierto de enredaderas y situado en lo alto de asociado en la facultad. En 1889 dirigió el Hôpital St. Antoine. Desde 1900 trabajó en el Hôtel Dieu. Fue a la vez catedrático de Historia de la Medicina (1889) y de Medicina Interna (1900), desempeñando su labor clínica en el Hôtel-Dieu. Sus trabajos se centraron en la neurología y en la neuropatología y fue coeditor de la Revue nevrologique. En un terreno más psiquiátrico, estudió la angustia paroxística (y, según sus biógrafos, la sufrió) y también lo que llamó la «siniestrosis», especie de neurosis de renta que eclosionó en Francia a raíz de la ley 9-4-1898 sobre indemnizaciones por accidentes de trabajo. 320. Théodore SIMON, psiquiatra francés (1873-1961). Interno de los Hospitales del Sena, fue después psiquiatra adjunto en Sainte-Anne y otros hospitales. Desde 1920, director de la colonia terapéutica de Perray-Vaucluse (Departamento del Sena). En 1930, médico en el Servicio de admisiones de SainteAnne. En 1936, director del Hospital Henri-Rousselle. Compañero de Alfred Binet, con el que ideó un conocido test de inteligencia («el test Binet-Simon», 1905). 321. Alfred BINET, psicólogo (1857-1911). Desde 1892 se dedicó a la psicología experimental en Paris. Trabajó con Charcot en el Salpêtrière y desde 1895 dirigió el laboratorio de psicofisiología de la Sorbona. Junto al doctor Théodore Simon creó una famosa prueba para medir la inteligencia («test Binet–Simon», 1905). 322. Charles RICHET, fisiólogo (1850-1935). Entre 1887 y 1927 fue catedrático de fisiología de la Facultad de Medicina de París. Descubrió la anafilaxis en 1902 y recibió el premio Nobel en 1913. 323. Albert von SCHRENCK-NOTZING, psiquiatra (1862-1929). Desde 1889 trabajó como médico general en Múnich y estaba interesado en la parapsicología. Su obra más destacable fue Physikalische Phänomene des Mediumismus [Fenómenos físicos del mediumismo] (Múnich, 1920). 324. Eugène-Louis DOYEN, cirujano francés (1859-1916). Fundó y gestionó una Clínica Quirúrgica privada en París. 325. Miguel BOMBARDA, psiquiatra (1851-1910). Nació en So Paulo (Brasil), pero se doctoró en Lisboa con una tesis sobre el delirio de persecución. Catedrático de Fisiología en la Escuela MédicoQuirúrgica de Lisboa, desde 1892 fue director del psiquiátrico de Rilhafolles, un suburbio de Lisboa, y uno de los psiquiatras más notables de Portugal, desempeñando varios cargos de alta responsabilidad en la administración de la sanidad pública. Murió el 3 de octubre de 1910, asesinado en su consultorio por un antiguo paciente, el mismo día que estallaba la revolución militar por la que había conspirado. Escribió trabajos de orientación biologicista sobre fisiología y patología cerebral, microcefalia, epilepsia y teoría neuronal.

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unas montañas frente al mar desde donde se divisaba Sintra. Las vistas del campo y del mar desde allí eran gloriosas. También recibimos una invitación del señor Cook para que fuéramos a conocer su maravilloso parque lleno de flora tropical y helechos. Nos saludó a todos y cada uno de los asistentes de forma muy generosa y nos trató con una hospitalidad exquisita. También hicimos un viaje muy interesante a Vila Franca [de Xira], donde llegamos en barco navegando por el río Tajo. Pudimos ver una corrida de toros al estilo portugués a la que asistieron también los Reyes. En estas corridas no se mataba a los toros, sino que se los sacaba de la plaza escoltados por unos bueyes mansos. Los campesinos, por otro lado, protagonizaron unas luchas tradicionales con unas varas muy largas. Pasamos nuestra última tarde en una fiesta que se organizó en el castillo «Necessitades» y la familia real también acudió. Había muchos invitados e hice varios contactos nuevos, y también reencontré a otros conocidos, como Neisser, de Breslau. Por la noche, fuimos a una pequeña fiesta alemana organizada en nuestro honor. Gracias a la cooperación de la compañía hamburgo-americana dueña del barco, terminamos este viaje yendo a Oporto y desembarcamos en el puerto de Leixões. Stadelmann me acompañó en este viaje y fuimos primero a Batalha, donde visitamos el monasterio, del estilo manuelino tan característico de Portugal. Por la noche llegamos a la ciudad universitaria de Coimbra, que está rodeada de un paisaje maravilloso muy parecido al de la Toscana. Los vestidos típicos de los estudiantes, los edificios antiguos y las librerías llenas de obras sagradas con pastas de piel parecían transportarnos a la Edad Media. Visitamos Quinta das Lagrimas en la orilla del Mondego y escuchamos el murmullo de la Fonte dos Amores bajo los enormes cipreses donde murió asesinada Inés de Castro, la amante del rey. Éste obligó a los asesinos a rendir homenaje al cadáver diez años después de su muerte. Por la tarde, fuimos al gran parque de Bussaco, lleno de vegetación subtropical, y pasamos un rato muy agradable entre alcornoques, laureles, palmeras, helechos y rosales. Llegamos a Oporto por la noche y tuvimos que madrugar mucho para llegar a tiempo al Ozeana. En el encuentro de Lisboa recibí la noticia de que me habían elegido para formar parte del Comité Ejecutivo del Deutscher Verein für Psychiatrie [Asociación Alemana de psiquiatría]. Aunque no me gustaba demasiado trabajar en este tipo de organizaciones, me sentí obligado a aceptar el cargo porque tenía la impresión de que esta asociación necesitaba renovarse y tener más actividad, o al menos en lo que respectaba al Comité Ejecutivo. Durante años se había instalado la costumbre de que los miembros del comité fueran reelegidos por aclamación cuando se terminaba su mandato y se hubiera interpretado como una falta de confianza si alguien hubiese sugerido que se hiciera un votación secreta. Tampoco era necesario proponerlo porque la educación y caballerosidad de los miembros era irreprochable. Por eso, el comité ejecutivo siempre había estado formado por los mismos doctores, un tanto mayores ya. A éstos no les gustaban mucho las innovaciones y los miembros más jóvenes tampoco podían influir en las decisiones que tomaba la asociación, así que terminó creándose un clima de indiferencia que no beneficiaba a nadie. Cada vez parecía más claro que se necesitaba hacer algún cambio, pero se tuvo que posponer todo cuando estalló la guerra.

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En el encuentro anual de la Asociación que se celebró en Kiel en 1912, Fritz Siemens326 propuso crear un instituto de investigación psiquiátrica centrado sobre todo en la investigación química y serológica, porque le parecía lo más importante para el futuro de nuestra ciencia. El consejo me pidió que estudiara este asunto y quisimos pedirle ayuda a la Kaiser-WilhelmGesellschaft [Sociedad Emperador Guillermo II]. En cuanto pude, contacté con su presidente, el señor Harnack327, y le expliqué la necesidad de construir un instituto psiquiátrico. Me dijo que tomaría en consideración esta propuesta y pidió que redactásemos un memorandum que me encargó hacer el Consejo, así que perfilé un plan a gran escala en el que se incluían tres departamentos: uno de clínica experimental con laboratorios de psicología, serología y química, otro departamento de anatomía y otro de demografía genealógica que estudiase las patologías hereditarias y la degeneración. Como estaba planeado construir el Instituto del Emperador Guillermo junto a las instalaciones ya existentes en Dahlem, también necesitaríamos varias salas para los pacientes, y eso suponía un gasto adicional bastante importante en el presupuesto, alto ya de por sí. Se necesitaban más de un millón de marcos sin contar la compra del terreno y los gastos fijos aproximados ascendían casi a un cuarto de millón al año. Teníamos muy pocas esperanzas de que la Kaiser-Wilhelm-Gesellschaft fuera a correr con los gastos, pero aún así decidimos intentar sacarlo adelante como fuese, dado que el estudio que habíamos redactado me convenció de la necesidad que había de crear un centro así. Como disfruté tanto del viaje que hice a Italia en primavera, decidí cruzar los Alpes en verano con mi mujer y dos de mis hijas, aunque la pequeña sólo tuviera trece años. Queríamos hacer el viaje en bicicleta y barco para evitar usar el tren, así que en agosto de 1906 fuimos en bicicleta desde Múnich hasta el lago Tegern, seguimos hacia el lago Achen pasando por Bad Kreuth y después nos dirigimos a Hall e Innsbruck. Subimos hasta Steinach y a la mañana siguiente desayunamos en Brenner y visitamos al monasterio de Saeben. En Waidbruck tomamos la carretera de Brenner y continuamos hasta Seiss para ver a mi hermano, que se había instalado allí. Por el camino vimos al Rey de Sajonia con sus dos hijos, que también estaban pasando unos días en Seiss. Tal y como habíamos acordado, la señora von Kotze llegó al día siguiente y pasamos juntos unos días con un tiempo maravilloso en los que visitamos el Schelrn, una zona con abundante vegetación. Dejamos a la señora von Kotze en Waidbruck, y sería la última vez que la viésemos, porque desgraciadamente tuvo un accidente mortal un año después. Continuamos en bicicleta hasta Bolzano y allí volvimos a quedar con mi hermano; más adelante nos reunimos con él de nuevo en Mendel, donde llegamos bajo una intensa lluvia. A la mañana siguiente nos despedimos y nos dirigimos hacia el Oeste camino de Malo, 326. Fritz SIEMENS, psiquiatra (1849-1935). En 1882 fue nombrado director del Psiquiátrico Provincial de Ueckermuende. Desde 1887 dirigió el recién construido Psiquiátrico de Lauenburg (Pomerania) hasta su jubilación en 1916. Su publicación más interesante es el artículo «Die Errichtung eines biologischen Forschungsinstitutes über die körperlichen Grundlagen der Geisterkrankheiten» [«La creación de un instituto de biología para la investigación de las causas físicas de las enfermedades mentales»], Allgemeine Zeitschrift für Psychiatrie [Revista general de psiquiatría], 1922, 69, pp. 725-731. 327. Adolf von HARNACK, teólogo protestante (1851-1930). Catedrático en Leipzig, Giessen, Marburgo y, desde 1888 hasta 1921, en Berlín. Fue también Director General de la Biblioteca Estatal de Prusia, y desde 1911 dirigió la Sociedad del Emperador Guillermo II, que se fundó por sugerencia suya.

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y la noche del cumpleaños del emperador Francisco José llegamos a Pizzano y subimos hasta el paso de Tonale. Mi mujer llegó exhausta y tuvo que parar a descansar; de pronto, un joven oficial austriaco pasó por delante, hizo una reverencia y le dio un ramillete de fresas que había recogido por el camino. Desde el paso de Tonale bajamos por un camino muy empinado hasta Ponte di Legno y seguimos raudos hasta Edolo, donde descansamos a mediodía. Nos costó mucho encontrar alojamiento porque había un montón de militares que se habían reunido allí para hacer unas maniobras en el campo. Por fin encontramos hospedaje en un lugar un tanto pobre llamado Cividate, que resultó ser sin duda el peor alojamiento de toda Italia. Llegamos en bicicleta al lago Iseo por un camino precioso, pasamos por Endine y finalmente alcanzamos nuestra amada Bérgamo por la tarde. Al día siguiente llegamos a Lecco y cogimos un barco hasta Bellagio. Pasamos la tarde como siempre, descansado y paseando, y luego llegamos a Lugano tras hacer el trayecto en barco y bicicleta. A continuación visitamos Ponte Tresa y Luino, y después dimos un gran rodeo hasta Laveno, donde embarcamos para dirigirnos a Pallanza. Pasamos por la propiedad que allí teníamos para descansar e imaginamos lo maravilloso que sería vivir siempre en un lugar así. Mis hijas trataron de evitar que cogiese uvas de un viñedo porque creían que era de otra persona. Nuestra intención era volver por el paso de Gotthard. Como siempre que hacíamos algún viaje en bicicleta, nos levantamos temprano y desayunamos después de una o dos horas de camino. El primer día desayunamos en Ghiffa y llegamos a Bellinzona por la noche tras pasar por Locarno. En Biasca nos confundimos y cogimos por error la carretera hacia el paso Lukmanier, por lo que perdimos unas horas y por la noche sólo habíamos conseguido recorrer el trayecto hasta Faido en vez de Airolo. Al día siguiente llegamos al hospital de Gotthard por una ruta especialmente agotadora, sobre todo para mi mujer. Desde allí, descendimos tranquilamente hasta el lago Vierwaldstaetter. Un coche estuvo a punto de atropellar a mi mujer en un puente cercano a Amsteg y se lesionó la mano. En Flüelen cogimos un barco y al día siguiente llegamos a Zúrich en bicicleta, pero mi mujer decidió coger un tren hasta Lindau y volver a casa mientras que las niñas y yo continuamos el viaje en bicicleta. Nuestra ruta nos llevó a Frauenfeld y Constanza, y visitamos la clínica para alcohólicos de Ellikon porque quería abrir una clínica parecida en Múnich y quería saber cómo funcionaba ésta. Allí pude conocer a su famoso director, Bosshardt, que según Forel le había enseñado a curar a los alcohólicos. Más tarde fuimos en barco en Constanza y llegamos Lindau esa misma noche, donde mi mujer nos estaba esperando allí. Durante los tres días siguientes fuimos en bicicleta hasta Kempten, Landsberg en Lech y finalmente a Múnich. Mis hijas nos dejaron finalmente en el lago Ammer porque querían ir a visitar el internado de Breitbrunn. Disfrutamos tanto de nuestro viaje que hice otro parecido pero más corto en la primavera de 1907 con mi mujer y mis dos hijas mayores. Para poder disfrutar del paso del invierno a la primavera al máximo, viajamos en tren hasta el paso de Brenner y caminamos entre la nieve hasta Sterzing. Allí cogimos nuestras bicicletas y fuimos a Bolzano de nuevo, después a Trento, Rovereto y Mori. A continuación fuimos a Nago y bajamos a Arco pasando por un campo primaveral espléndido. Embarcamos en Riva y fuimos a Maderno, por la tarde ascendimos el Gaino y desde allí disfrutamos de las vistas de lago Garda. A la mañana siguiente nos dirigimos

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a Brescia y después a Bérgamo. Por el camino casi se extravía nuestra segunda hija, porque nos adelantó en un pueblecito sin darse cuenta y se pensó que íbamos por delante, así que aceleró su ritmo. Por suerte llegamos a alcanzarla, aunque nos costó bastante. Para ir de Bérgamo a Lecco cogimos el mismo camino que el año anterior pero después seguimos por el lago Varenna, donde cruzamos hasta Bellagio en barco. Antes de hacerlo, descansamos en la orilla a la sombra de los árboles sobre una alfombra de hierba y flores con las vistas del agua azul del lago, las montañas y un cielo limpio y claro. El resto del viaje lo hicimos siguiendo la misma ruta; llegamos a Lugano, embarcamos y fuimos a Pallanza para cerciorarnos de que nuestro terreno secreto seguía existiendo. Después fuimos a Locarno en bicicleta y volvimos a casa en tren. En el año 1906, nombraron catedrático en Tubinga a mi principal ayudante, Robert Gaupp, y no me fue nada fácil elegir un sucesor para su puesto. Sabía que no había nadie mejor que mi leal compañero Alzheimer, así que durante un viaje al psiquiátrico de Ecksberg le pedí que aceptara el cargo por el momento. Eso suponía un gran sacrificio para él porque era el tipo de persona que se tomaba su trabajo muy en serio y la oferta suponía renunciar a la vida totalmente dedicada a la investigación que estaba llevando. Finalmente accedió con algunas dudas y con la condición de que pudiera dejar el puesto tras un periodo razonable de tiempo. Durante los siguientes años traté de encontrar a alguien adecuado que lo sustituyese y finalmente decidí nombrar el 1 de abril de 1909 a Rüdin a pesar de que estuviera más interesado en otras áreas. Una vez más, Alzheimer pudo dedicarse plenamente a sus estudios a gran escala, pero en 1912 le destinaron a Breslau y yo tuve la firme convicción de que con ese cambio se iba a perder todo lo mejor que este hombre podía ofrecer a la ciencia. Aún así, las dificultades que se encontró allí y las diversas actividades que tuvo que llevar a cabo parecían motivarle muchísimo. Por desgracia, contrajo una tonsilitis infecciosa acompañada de nefritis y artritis, y le costó mucho recuperarse. Le vi de nuevo en el encuentro de psiquiatras alemanes de Breslau de 1913 y, a pesar de su aspecto robusto, estaba triste y abatido porque le preocupaba el futuro tan incierto que tenía. Fue la última vez que nos vimos. Alzheimer trató de cumplir con su deber hasta el último segundo; durante la guerra tuvo que cambiar una y mil veces de puesto y su salud se deterioró notablemente. Este hombre tan excelente no pudo superar una uremia, y murió sin haber podido resolver las cuestiones de fondo ni haber llegado a revelarnos la anatomía patológica de determinados trastornos mentales, a pesar de estar mejor cualificado que nadie para ello328. Mi editor me había transmitido en 1907 la necesidad de publicar una octava edición de mi tratado, así que me trasladé a una pequeña casita de Murnau que unos amigos me cedieron, para trabajar tranquilamente en compañía de mi hija, que también quería estudiar Medicina. Solíamos trabajar de ocho a una; después de comer dábamos un paseo de dos horas hiciera

328. Además de este afectuoso recuerdo plasmado en palabras tan melancólicas, Kraepelin propuso el epónimo «enfermedad de Alzheimer» para designar la patología descrita por éste tras estudiar a fondo, entre otros, sus famosos casos «Augusta E.» y «Johan F.», aunque revisiones muy posteriores, llevadas a cabo al reencontrarse esos y otros historiales, han puesto en duda que esos dos enfermos cumpliesen realmente los criterios que hoy se admiten para diagnosticar la «demencia de Alzheimer».

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el tiempo que hiciera, aunque la nieve era lo que predominaba, y después seguíamos trabajando hasta las diez. Aparte de estar ocupada con los estudios de Medicina, a mi hija también se dedicó a hacer un estudio sobre el tiro al blanco, que se llevó a cabo a sugestión mía con la colaboración de la Escuela Militar de Tiro en su campo de Lechfeld. Mi intención era examinar la influencia de pequeñas ingestas de alcohol en la puntería, algo que no me costó demasiado comprobar. Como necesitaba aprovechar cada minuto que tuviera libre para dedicarlo a la investigación, decidí construir una casa en la que pudiera trabajar tranquilamente. Me hubiera gustado construirla en Pallanza, pero el precio me pareció demasiado caro y tuve que posponer este plan. En cambio, lo que hice fue construir una casita en el pequeño terreno que tenía en el valle de Isar, de manera que pudiera ampliarse más tarde para albergar a una familia más grande. No me resultó nada fácil diseñar el proyecto porque tenía que ser aprobado por las autoridades, pero finalmente lo logré y la construcción hubiera empezado en cuestión de semanas. Una noche recibí un telegrama inesperado desde América en el que me pedían que fuese a Santa Bárbara, California, porque necesitaban hacerme unas consultas. Aunque no tenía demasiado tiempo para hacer ningún viaje porque tenía que trabajar en mi manual, decidí aceptar la invitación y mandé posponer la construcción de la casa porque quería volver a considerar la idea de construirla en el terreno de Pallanza cuando volviera de América. Durante los meses de agosto y septiembre de 1908 viajé desde Bremen, donde vi a mi hermano, a Nueva York, Chicago, Los Ángeles, Santa Bárbara, el valle Yosemite y San Francisco. En el viaje de vuelta pasé por el parque de Yellowstone, Chicago, las cataratas del Niágara, Boston y finalmente Nueva York. Reduje mi viaje a siete semanas y media para poder volver a Alemania a tiempo, y tuve que recorrer una media de seiscientos kilómetros al día. Omito aquí todos los detalles porque describí todo en mis cartas en su momento; sólo quisiera decir que, tras este viaje tan breve, puedo afirmar que ni el paisaje, ni las ciudades ni la vida en América me gustaron especialmente a pesar de que sólo estuve en los mejores lugares. Los colosales árboles de Mariposa Park sí me dejaron impresionado y, como es sabido, Yellowstone tiene una gran cantidad de paisajes maravillosos. La visita a las cataratas del Niágara también fue una experiencia inolvidable dado que era difícil superar esa grandiosidad. Aún así, no me arrepentí de tener que marcharme de este país monótono, carente de historia y sin manifestaciones artísticas especialmente interesantes. Como ahora sí disponía de medios para construir una casa en Pallanza, fui enseguida a darle al señor Bottini las instrucciones necesarias para empezar las obras que habíamos concretado con todo detalle en su momento. Hacía poco había tenido que ir a Milán a atender una consulta y aproveché para pasar por Pallanza, donde acababa de haber una gran inundación. El lago había subido tanto que el comedor del Hotel Gotthard, en el que solíamos alojarnos, tenía un palmo de agua. Como la casa iba a estar junto al lago, quise tomar una serie de precauciones; teníamos que levantar muros bien altos para evitar que el agua entrase en caso de inundación y resultaron ser lo más caro de toda la construcción. En Navidad les dije a mis hijos que tendríamos una casa con jardín en Italia al año siguiente y mandé a mi hija Eva a Roma para que aprendiera italiano. Por supuesto, estaban impacientes por ir a Pallaza la primavera siguiente y, para poder trabajar tranquilamente, alquilé un apartamento rural cerca de Madonna di Campagna. A veces

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comíamos en la taberna y después íbamos andando hasta nuestra nueva casa; empezamos a adecentar el jardín y compramos una barca para admirar la vista de los árboles del camino desde el lago. Aparte de la casa de campo de diez habitaciones, planificamos otra más pequeña cuyo terreno ampliamos comprando las fincas de alrededor. Esta otra iba a ser para el jardinero y contaría con dos habitaciones para invitados. Cuando se terminó de construir ésta, apenas teníamos los cimientos de la otra más grande y disfrutamos viendo el progreso de las obras día a día. Quedamos especialmente maravillados con la agilidad, la diligencia y el sentido común de los trabajadores italianos, que contrastaba bastante con lo que habíamos visto en Múnich; trabajaban desde las siete en punto hasta las doce y después trabajaban sin descanso de la una hasta las seis, mientras que en Múnich se hacía un descanso y se tomaban tres cuartos de litro de cerveza cada dos o tres horas. Durante la comida, los trabajadores italianos sólo bebían agua y retomaban el trabajo sin retraso alguno, y en los meses que duró la obra pude observar su increíble compañerismo, así como su destreza y su hábil cooperación. Volvimos a Múnich con entusiasmo porque las obras en Pallanza avanzaban a buen ritmo. En otoño de 1909 pudimos disfrutar ya de la casa para el jardinero, que era pequeña pero muy acogedora. Enviamos unas camas y algunos muebles básicos, y llegamos temprano para poder colocar todo tranquilamente por la tarde y poder trabajar enseguida con las vistas del lago y el Mottarone enfrente. El enladrillado de la otra casa y las galerías que miraban al Sur ya estaban terminados. Cuando nuestra hija Eva volvió de Roma, se lamentó de que alguien estuviera construyendo una casa tan grande al lado de la nuestra, pero se llevó una gran sorpresa cuando le contamos que ésa iba a ser precisamente nuestra futura casa. El 4 de octubre mi mujer y yo celebramos nuestras bodas de plata, pero ese día tuve que visitar a un paciente en Montreux y volví a pie desde Fondo Toce porque no había trenes a esas horas. Cuando paseaba junto al lago que reflejaba el brillo de las estrellas, recordé esa misma noche hacía veinticinco años cuando traté de encontrar el camino hacia el lugar donde se celebraría mi boda por el oscuro Oderwald. La tarde siguiente fuimos en barca hasta Baveno, subimos al pie del Mottarone y leímos las felicitaciones que nos habían enviado por nuestro aniversario. Tuvimos que volver en medio de la oscuridad y nos encontramos a nuestra ama de llaves esperándonos para llevarnos de vuelta a nuestra casa en una barcaza iluminada con linternas chinas. En la primavera de 1910 nos trasladamos a la casa grande. Invitamos a mis hermanos a Sina y les dijimos que habíamos alquilado una casa y que la habíamos decorado nosotros mismos. Después de un rato empezaron a sospechar y finalmente les dimos la gran noticia. Desde entonces vinieron a vernos por lo menos una vez al año. Fuimos acondicionando gradualmente nuestra casa en Italia y comenzamos una vida de trabajo maravilloso allí; decoré el estudio con una mesa enorme, una máquina de escribir, una librería y un gran balcón desde el que podía ver mi jardín. En los descanso solía fijar la vista en el brillante lago donde se reflejaban Isola Madre más allá de Sasso Di Ferro, en mi terreno de Pallanza, en los pináculos nevados del Simplon y en el Mottarone, que se parecía a aquellas islas griegas que se derretían en un dulce color azul. En medio de esta maravillosa tranquilidad y de la belleza tan sobrecogedora de este lugar, me resultó muy fácil concentrarme en mis estudios científicos. De vez en cuando me sentaba en la sombra de mi jardín para trabajar junto a un pequeño arroyo que corría entre las piedras y que alegraba los días de primavera o cualquier día de otoño soleado.

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Pero mi afición principal era cuidar del jardín. Traté de mezclar de forma deliberada la variedad de árboles y arbustos del Sur plantando uno de cada especie. Cada vez que descubría una planta en otro lugar, plantaba una igual en mi terreno; de esta manera logré crear un pequeño jardín botánico propio en el que estaban reflejados todos los rincones del mundo. Lo que más me gustaba era coleccionar plantas que me recordaran a mis viajes, como las wellingtonias de California, los paraísos o mella azedarach que había visto en la India y en Egipto, el ciprés portugués que puse junto a una fuente como en Coimbra, el platanero en recuerdo de Brussa o las acacias como las de Biskra. También planté hibiscus que había conocido en la India, buganvillas para recordarme las vistas de Madeira y Argel, arbustos de té como los de Ceilán, pinos canarios y cinerarias. Prefería las plantas de flores abundantes y aromáticas como las camelias, el rododendro, las azaleas, las adelfas, el acebuche, la lonicera sinensis329, las tuberosas, los gladiolos, las gardenias y las magnolias. Por supuesto, también tenía árboles y palmeras como la araucaria, la dracaena, el alcanfor y también madroños, cedros, mandarinos y bambú, así como glicinias trepadoras, jazmines, flores de pasión y bigninias. En total reuní cientos de especies diferentes en nuestro jardín y, como tampoco era excesivamente grande, tuve que reducir la colección un poco. En mis paseos siempre hacía nuevos descubrimientos que me llenaban de satisfacción. Decidí destinar una pequeña porción del jardín para cultivar hortalizas y árboles frutales. Teníamos una buena cosecha de judías y tomates, y terminamos ampliando esta huerta. Como el trozo de tierra junto al muro no parecía ser el lugar más adecuado, le eché el ojo a un viñedo que había al otro lado de la carretera. En esa zona ya había hortalizas y arriba había una huerta en una zona más llana. Me decidí a comprar este terreno en la Semana Santa de 1913330 por unas ocho mil liras, pero al final no pudo ser por culpa de la guerra. En octubre de 1910, tuvo lugar en Berlín el Internationaler Kongress für Irrenfürsorge [Congreso Internacional de Cuidados para Locos]. Aunque no me apetecía ya mucho acudir a estos eventos, me pareció que era mi deber ir porque era miembro del comité de la asociación alemana. Poco antes de que se celebrase este congreso tuve que ir a hacer una consulta a Viena y conocí a Wagner von Jauregg331. También aproveché para ver la Clínica psiquiátrica, que me enseñó Stransky332, y la encontré en un estado deplorable: los pacientes se amontonaban 329. Quizá la memoria traicionó aquí a Kraepelin: no hay lonicera sinensis sino lonicera japonica, muy abundante en Canarias. El nombre genérico está dedicado a Adam Lonitzer (1528-1586), botánico alemán. 330. En el original, Kraepelin escribe: «Pascua, 1913/14?» (N. de la T.). 331. Julius WAGNER VON JAUREGG, psiquiatra austriaco (1857-1940). En 1885 consiguió la habilitación docente en Neuropatología y en 1887 la de Psiquiatría. Profesor asociado y director de la Clínica Psiquiátrica y neurológica de Graz entre 1889 y 1893. Desde 1893 hasta 1929 fue catedrático y director de las Clínicas Psiquiátricas y Neurológicas de Viena. Introdujo la terapia de la malaria para tratar la parálisis progresiva y recibió por ello el premio Nobel en 1927. 332. Erwin STRANSKY, psiquiatra vienés (1877-1962). Médico interno con Wagner von Jauregg en la Clínica Psiquiátrica de Viena. En 1908 fue forense de los Tribunales, entre 1915 y 1938 profesor asociado. En 1946 fue nombrado catedrático, y director del psiquiátrico de Rosenhuegel en Viena hasta 1949. Su obra más destacable fue Lehrbuch der allgemeinen und speziellen Psychiatrie [Tratado de psiquiatría

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como sardinas en unas habitaciones saturadas de gente y algunos incluso estaban encerrados en camas con barras. No podía creer que hubiera algún psiquiatra que recomendase su uso para los pacientes agitados. En el patio pude ver la famosa «Narrenturm» circular333 que se había construido durante el reinado de José II y que parecía haber sido un lugar horrible y miserable. Me alegré saber que se tenía pensado cerrar esta clínica muy pronto. Me alojé en un hotel vienés muy elegante, aunque en principio no había una habitación libre para mí. Cuando volví por la noche, me dieron una habitación doble de las más lujosas y me cobraron la tarifa completa. Dudé si debía pagarlo o no y pedí que me redujeran dos marcos porque, según sus carteles, eso es lo que costaba una cama supletoria dado que me había alojado yo solo. No aceptaron mi petición y amenazaron con retener mi maleta hasta que no pagase lo que me pedían. Me dirigí inmediatamente a la comisaría de policía y me aconsejaron lo hiciera, pero como no estaba dispuesto a ser víctima de ningún trato injusto, le pedí consejo a Baedeker. Éste a su vez me dijo que no merecía la pena, pero Stransky consiguió que el hotel me devolviera los dos marcos junto con una carta de disculpas. Mucha gente acudió al encuentro de Berlín y allí pude coincidir con Münsterberg. Cuando se marchó a América en 1891 le dije que seguro que se sentiría cómodo en ese país y que se quedaría mucho tiempo allí. También conocí a Tamburini y a su encantadora esposa, que más adelante cuidó de mis dos hijas en Roma, y aproveché para hablar con van Deventer334 y su mujer, hermana de Hoffmann, el director del psiquiátrico de Buitenzorg, en Java. Una de las intervenciones más aplaudidas fue la de A. Marie335, a pesar de no merecerlo, en la que mostró una grabación cinematográfica de los hermanos Pathé de unos tripanosomas vivos en sangre. A pesar de que fuera muy caro tener una casa en el lago, disfrutamos al máximo nuestra vida allí. El murmullo del agua animaba el paisaje y daba mucha paz, pero además era maravilloso montar en la barca al anochecer y remar de noche alrededor de Isola Madre. Estábamos muy contentos con la ubicación de la casa, sobre todo cuando bajábamos en bañador directamente desde el dormitorio a la orilla del lago; solíamos ir a refrescarnos a cualquier hora del día, y a

general y especial] (Leipzig, Vogel, 1914), así como tres artículos: «Zur Auffassung gewisser Symptome der Dementia praecox» (I y II) [«Para la comprensión de ciertos síntomas de la demencia precoz»], Neurologisches Zentralblatt, 1904, pp. 1074-1085 y 1137-1143; y «Dementia praecox», Zentralblatt für Nervenheilkunde und Psychiatrie, 1904, 27, pp. 1-19. 333. Edificio circular de Viena en el que desde la Edad Media hasta el siglo XIX se encerraba a los enfermos mentales (N.de la T.). 334. J. van. DEVENTER, psiquiatra holandés (1849-1916). Dirigió el Hospital Municipal de Ámsterdam y desde 1902 el psiquiátrico de Meerenberg (Holanda). En 1904 fue contratado como Inspector de Sanidad por el Estado alemán. 335. Auguste Armand MARIE, psiquiatra francés (1865-1934). Fue director del psiquiátrico de Villejuif, y más tarde de Sainte-Anne, París. Coordinó la publicación en tres tomos de un voluminoso Traité international de psychologie pathologique [Tratado Internacional de psicología Patológica]. Se interesó tanto por la malarioterapia como por el psicoanálisis, por el art brut como por las asociaciones de autoayuda, pero sus mayores esfuerzos los dedicó a impulsar las colonias de acogida familiar según el modelo de la aldea de Gheel, que logró materializar en la «aldea» de Dun-sur-Auron, cerca de Bourges.

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finales de Semana Santa mis hijas ya se atrevían a nadar. Por mi parte, solía bañarme incluso hasta finales de octubre. Pasábamos meses enteros en esta casa de campo, a la que llamamos «Buon Rimedio» por la cercana capilla de Madonna del Buon Rimedio y que se convirtió en nuestra verdadera fuente de juventud. Allí tenía total libertad para trabajar tranquilamente y descansar de mis obligaciones profesionales sin que nadie me molestase. Además, en medio de una naturaleza tan bella uno podía disfrutar con la familia y los amigos sin verse obstaculizado por el ajetreo diario. A lo largo de los años recibimos la visita de muchos amigos, unos se quedaban más tiempo y otros menos: Bleuler de Zúrich, las familias Gruber y Müller, el químico Buchner336 de Wurzburgo, Nissl de Heidelberg, Schröder337 de Greifwald y muchos otros, sobre todo los amigos de mis hijas, pasaron por aquella casa. Mi antiguo alumno Schönfeldt, de Riga, también vino a verme e intentó infructuosamente que le diera una opinión contraria a la que defendía mi colega Sikorski acerca del infeliz Beilis, acusado de asesinato ritual; poco después un paciente suyo lo mató de un disparo. Durante mis primeros años en Pallanza tuve que dedicarle mucho tiempo a mi libro [Psychiatrie], pero dedicaba la mitad del día a hacer excursiones por los alrededores. Más adelante pude tomarme algún día entero libre para hacer excursiones más largas y solíamos caminar diez, doce o incluso quince horas al día. De esta manera conocí mejor los alrededores de Pallanza, que no estaban muy bien cuidado por los vecinos precisamente. Había una diversidad infinita de rutas maravillosas que en muchos casos eran inaccesibles o bien ningún turista podía pasar por ellas; desde las orillas del lago tan exuberantes y encantadoras con sus cultivos, uno podía subir por los bosques de castaños hasta las cimas cubiertas en primavera de azafrán blanco y violeta, escillas azules y jacintos de uva. Desde lo alto también se podían a lo lejos ver los picos alpinos de Adamello y Bernina, mientras que el gigante grupo Monte Rosa se erigía más atrás. El antiguo puente romano de Rovegro completaba un paisaje típico de Böcklin que además olía a narcisos, mientras que la cima del Monte Cimolo estaba cubierta de un silencioso bosque de pinos cembra y gencianas que me recordaba a un lugar sagrado. Desde lo alto de Monte Salvatore, Tornico, Pizzo Duomo o Marona uno podía disfrutar del paisaje cambiante del lago, los valles y los bosques. En Pian Cavallo teníamos un horizonte montañoso grandioso como no había otro igual en el mundo. Detrás del valle había un pináculo de piedra que parecía la cabeza de Darwin y podía verse desde el lago a lo lejos. Cuando íbamos al valle de Rosa solíamos ir a Ornavasso, conocido por su limpieza y sus viñedos. Anteriormente había sido un asentamiento alemán, como indicaba la cercana Madonna del Boden y la torre Einhorn. El mayor encanto 336. Eduard BUCHNER, químico (1860-1917). Catedrático de Química en Kiel, Tubinga, Breslau y Wurzburgo. Investigó la síntesis orgánica y la fermentación química. En 1897 descubrió que la enzima zimasa es la responsable final de la fermentación alcohólica, línea de trabajo por la que recibió el premio Nobel de Química en 1907. 337. Paul SCHRÖDER, psiquiatra (1873-1941). Entre 1900 y 1903 fue médico interno con Kraepelin en Heidelberg, y después en las Clínicas Psiquiátricas de Königsberg, Breslau y Berlín. En 1912 fue nombrado catedrático y director de la Clínica Psiquiátrica y Neurológica de Greifswalf. En 1924 se trasladó a Leipzig y en 1938 se retiró. Durante la II Guerra Mundial fue director provisional de la Clínica Psiquiátrica de Halle.

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de toda esta zona lo tenía sin duda el lago Orta y la pequeña ciudad de Ort, que se situaba entre las rocas y la rica vegetación, la isla del monasterio y el solemne Monte Sacro con su templo y los enormes pinos flanqueándolo. Solíamos caminar ocho horas para llegar hasta allí dando un rodeo por la cima del Mottarone. Fueron días inolvidables en los que disfrutamos de la alegría, el buen tiempo y los maravillosos paisajes infinitos que allí había. En Pallanza trabajé muy intensamente y el esfuerzo dio muchos frutos. Nueve años después publiqué la siguiente edición de mi libro [Psychiatrie], que se había convertido ya en un trabajo de cuatro tomos. Trabajaba de la siguiente manera: primero, en una copia a la que había añadido ya algunas anotaciones y suplementos, anotaba todos los artículos que habían aparecido en los respectivos campos desde la última edición. Conseguía las referencias buscando sistemáticamente todas las publicaciones especializadas que hubiera disponibles. Después de hacer este trabajo tan arduo que sólo podía llevar a cabo en Múnich, tenía que leer todos esos trabajos y hacer un resumen de los puntos más importantes, que intercalaba entre las páginas de la antigua edición. A su vez, buscaba en mi propia biblioteca y en la de la clínica aquellos trabajos y ediciones especiales que tratasen los temas en cuestión. Tenía que preparar resúmenes de estas referencias también y, en caso de que los artículos fueran más importantes y no se pudieran resumir fácilmente, anotaba directamente la página como referencia. Llegado a este punto, tenía que hacer algo distinto con las historias clínicas. Solía examinar las fichas disponibles de las distintas patologías a las que iba a hacer mención, en las que había escrito un resumen muy breve de lo más importante de cada caso. Después, apartaba aquellos casos que parecían incompletos o cuestionables y agrupaba el resto siguiendo diversos criterios. Reunía los casos más parecidos en grupos más grandes o más pequeños y después definía con más precisión las características clínicas de los subgrupos, como el comportamiento hereditario, los factores externos demostrados, la distribución por edad, sexo y profesión, etc. Además tenía en cuenta el desarrollo genético, los síntomas físicos o mentales individuales, el desarrollo y el final de cada trastorno. Si examinaba las cifras, podía saber si la muestra era significativa o no. Al mismo tiempo, centraba mi atención en detalles concretos que tendría que tener en cuenta más adelante. Al comparar los grupos, algunos datos parecían más evidentes que otros y me ayudaban a demostrar mi interpretación general de los mismos. Por ejemplo, al agrupar los casos de psicosis por alcohol pude distinguir claramente el delirium tremens y las alucinaciones por alcohol, mientras que los casos incurables de ambas no se diferenciaban demasiado. Por tanto, asumí que las dos eran manifestaciones del mismo desarrollo patológico y que había que separarlos del alcoholismo como tal. Por otro lado, pude comprobar la conexión entre la psicosis de Korsakoff y la epilepsia alcohólica. El estudio de los casos epilepsia alcohólica muestra que los ataques en hombres no se dan hasta una edad intermedia, que se relacionan directamente con el abuso del alcohol y que no provocan ninguna coartación mental extraña, que a su vez suele ser propia de los pacientes epilépticos puros. Se podría pensar que había que diferenciarlos de aquellos casos epilepsia genuina porque eran básicamente cosas distintas. Dado que había experiencias parecidas con la llamada epilepsia afectiva, se podría llegar a relacionar estos casos con aquéllos inducidos por el alcohol, dado que el abuso del alcohol solía ser determinante en esta enfermedad. Con

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estas investigaciones llegué a la conclusión de que en ambos casos los ataques se parecían sólo externamente a la epilepsia, pero que su origen estaba realmente en la histeria. Había que tener en cuenta que un pequeño grupo de casos de epilepsia inducida por el alcohol destaca del resto por estar relacionado con el delirium tremens y que se caracteriza por la aparición de fuertes ataques y efectos secundarios propios de un alcoholismo muy avanzado. Esta es la epilepsia alcohólica, que no tiene nada que ver con la epilepsia genuina, pero que a su vez debe separarse de la epilepsia afectiva y de la «epilepsia habitual de los bebedores», que se clasifica dentro de la histeria. Un tercer ejemplo que demuestra la utilidad de hacer estudios de series de historias extensas es la histeria. Es difícil entender los trastornos histéricos porque se suelen tener en cuenta únicamente los casos más llamativos y desarrollados, no los más frecuentes. Sin embargo, cuando uno contempla los cientos de casos habituales que aparecen en la clínica cuando se amplían las facilidades de ingreso, puede ver que la mayoría consisten en emociones violentas expresadas instintivamente por personalidades infantilmente inmaduras. El resto de cuestiones relacionadas con la histeria se resuelven fácilmente en cuanto comprobamos estas conclusiones, basándonos especialmente en lo que hemos podido observar en las jóvenes, inexpertas y desvalidas criadas del campo. De esta manera podemos entender por qué la histeria se da preferentemente en el sexo femenino, más predispuesto a la impulsividad, por qué disminuye con la edad, por qué puede aparecer durante detenciones o tras accidentes, bajo la influencia del alcohol, en hombres durante los períodos de guerra así como a una edad más madura. Todos estos casos son factores que influyen en el predominio de las reacciones emocionales sobre la voluntad. Es posible también que haya personalidades concretas que estén defectuosamente predispuestas sin más a sufrir trastornos histéricos, y que en determinadas circunstancias adversas puedan aparecer síntomas bizarros que coincidan primeramente con los síntomas propios de la histeria. Se han observado datos similares en otros grupos clínicos y me sorprendieron algunas desviaciones de la conducta de determinados subgrupos que me dieron pistas para desarrollar nuevas ideas. No podía negar que mis herramientas no eran muy eficientes; tenía que repasar toda la psiquiatría y era imposible consultar miles de historias clínicas, pero a cambio podía usar las pequeñas fichas que habíamos recopilado. Sin embargo, no podía seguir la pista de determinados pacientes, así que seguía habiendo lagunas y mi trabajo hubiera sido más fructífero de haber tenido esa información. Muy pronto se podrán acallar las estúpidas discusiones sobre la improductividad de la psiquiatría clínica cuando se haga el esfuerzo de estudiar a fondo grupos de pacientes más amplios. En cuanto tuve claro el estado de la cuestión siguiendo el método que he mencionado, preparé mi trabajo de forma presentable. Subrayé con lápices de distintos colores los resúmenes de los estudios de otros colegas y de mis propias observaciones sobre las causas, los síntomas clínicos, los desarrollos y resultados, la anatomía patológica y los tratamientos. Después, preparé un breve esquema de todo lo que quería tratar para seguirlo en la presentación de cada una de las secciones. En aquellos casos en los que no podía citar la experiencia de otros compañeros, me ceñía a mis observaciones sin fiarme de ninguna impresión general. Cada detalle de mis historias clínicas era un dibujo tomado del natural, y por tanto sólo podían estar influidos por las

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naturales fuentes de error de observación o interpretación. Como quería reflejar todos los datos que pudiera sin caer en una selección aleatoria de casos, me fue muy difícil evitar no entrar en detalles y no repetirme en la descripción de las distintas historias clínicas, pero tuve que hacerlo para conseguir una descripción más natural y realista de la cuestión. Las historias suelen presentar muchas características similares entre sí, por lo que no iba a poder dar una perspectiva real de la cuestión si dejaba de lado los detalles. Por otro lado, una descripción completa de los síntomas de cada tipo de psicosis, a pesar de los parecidos que comparten, siempre revela la diversidad de clasificaciones que existen dependiendo del punto de vista de cada observador. Cada vez que revisaba mi libro [Psychiatrie], tenía que hacer también un repaso de todo el campo de la psiquiatría, lo que me fue siempre muy útil para la formación clínica de mis alumnos a pesar de todas las dificultades que me suponía este trabajo. La investigación para mi tratado me llevó por lo menos quince años y me impidió centrarme en determinados aspectos concretos que me hubiera gustado conocer. Sin embargo, solía estar atento a todas las novedades que tuvieran que ver con nuestra ciencia. Debo admitir que mi trabajo era criticable porque no describía paso a paso el proceso progresivo de mis descubrimientos clínicos ni incluía documentos y observaciones adicionales, sino que más bien presentaba el estado de la cuestión en el momento de la publicación del tratado. Mis conclusiones solían cambiar de una edición a otra, y no podía estar seguro de que mis colegas estuvieran de acuerdo conmigo, dado que tampoco les informaba de las observaciones que cimentaban mis opiniones; como llevaba a cabo investigaciones tan amplias, apenas tenía tiempo para justificar mis argumentos y ponerlos por escrito, y mis alumnos tampoco lograron cubrir esta laguna por mí. Decidí no plasmar esas opiniones, que ya se aceptaban de forma general, porque me parecía más importante ceñirme lo máximo posible a la verdad basada en el punto de vista científico más actual. Los días tan ajetreados pero en el fondo tranquilos de Buon Rimedio eran el mejor regalo que podía tener. Pude disfrutar de la belleza del paisaje y del campo hasta la primavera de 1914. El otoño anterior habíamos tenido de invitados a mis hermanos y a mi cuñado. Mi hermana cumplía años el día 10 de septiembre e hizo un día magnífico; fuimos a Tornico y al pico de Pizzo Duomo, y el campo resplandecía lleno de color. En la Semana Santa de 1914 sólo vino a vernos mi hermano, que había presentado su dimisión en el trabajo. Por desgracia sufría ataques de asfixia que eran síntomas claros de una enfermedad cardiaca. Lo acompañé a Basilea a su vuelta a Hamburgo y me despedí de él muy preocupado. Viajé a Estrasburgo para acudir al encuentro de psiquiatras alemanes en 1914, después volví a Suna para hacer unas gestiones para la guerra, luego al Pizzo Duomo y más tarde me despedí de Buon Rimedio por una temporada que nadie sabía cuánto podría durar. Me di cuenta de que no podría volver a mi tierra natal durante la guerra bajo ningún concepto cuando recibimos las preocupantes noticias de la invasión rusa del Este de Prusia y el ataque sorpresa a Lovaina. Me quedaba muy poco para terminar mi libro [Psychiatrie] y tuve que encontrar un momento en medio de la guerra para redactar el último párrafo. Por eso, mi mujer y yo nos fuimos a Fraueninsel, junto al lago Chiem, unos días en octubre de 1914. Éramos los únicos huéspedes allí y, a pesar de la terrible tensión que nos perseguía, la paz de esta pequeña isla me permitía trabajar. A mediodía y por la noche solíamos pasear por los jardines, que estaban decorados con flores otoñales; nos sentábamos debajo de los limoneros junto a la orilla y mirábamos a

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las montañas que desaparecían a la vez que la luz del sol. Poco después tuve que volver a casa para cumplir con mi deber. En principio tenía pensado terminar mi trabajo en la Semana Santa de 1915 y después quería retomar mis estudios de psiquiatría comparada, para lo cual tenía que coger unos meses de vacaciones. Quería ir a Japón y pasar primero por Siberia en agosto de 1915 para conocer la frecuencia y las características de los trastornos mentales de allí con la ayuda de antiguos alumnos. Después quería viajar a China porque tenía un colega en Cantón que probablemente me podría ayudar en esta aventura. También quería conocer la situación de Burma y proseguir con mi trabajo sobre las diferentes razas en Singapur. El doctor Ellis, que ya me había ayudado en el anterior viaje, se había ofrecido a echarme una mano de nuevo. Esperaba poder cumplir mi principal objetivo y examinar el máximo número de pacientes posible en distintas partes de la India, una tarea bastante difícil porque el cuidado de los enfermos mentales de este país no solía estar al cargo de personal cualificado, así que no esperaba que fueran a entender el tipo de información que les iba a preguntar. La raza india y sobre todo las tribus que comenzaron a profesar el budismo me parecían muy interesantes para una investigación especial porque eran personas con mucho talento. En la India también esperaba poder estudiar con más detenimiento el efecto del hachís en el desarrollo de trastornos mentales. Por último, tenía pensado pasar por El Cairo y ver al doctor Warnock porque estaba seguro de que me ayudaría a estudiar las enfermedades mentales de la población egipcia y árabe. Mi intención era volver a casa a finales de abril de 1916. Como no podía hacer este viaje solo, le pedí que me acompañase a mi ayudante en Heidelberg, el profesor Schröder de Greifswald. Cuando visitó Suna en la Semana Santa de 1915 hablamos de todos los detalles del viaje y en el encuentro de Estrasburgo intenté recaudar fondos para él. Parecía que teníamos bastantes posibilidades de poder llevarlo a cabo. También le envié la última guía de Baedeker sobre la India para que estuviera bien preparado. A mediados de julio conocí en Múnich a un caballero que trabajaba en la oficina londinense del Ministerio de Exteriores de la India y le conté mis planes; nos ayudó mucho y prometió darnos todas las recomendaciones y contactos que necesitásemos. Sin embargo, me pidió que esperásemos hasta el cuatro de agosto, dado que no volvería a Londres antes de esa fecha. Inglaterra declaró la guerra ese mismo día y todos estos planes se desvanecieron por completo. De hecho, en el fondo podía estar contento de que la guerra no hubiera estallado un año después, porque si no hubiera caído prisionero en Siberia, Japón o la India. Ahora sólo necesitábamos reunir todas las fuerzas posibles para defender nuestra patria. La clínica se vació muy rápido: los médicos, enfermeras y el resto de la plantilla desaparecieron y tuvimos que adaptarnos a las nuevas circunstancias. Nuestras fieles y leales monjas fueron reemplazadas por aprendices que siempre tenían quejas y eran muy poco eficientes. Muchos de estos nuevos trabajadores se marcharon por su propio pie o tuvieron que hacerlo por obligación poco después. Los médicos fueron reemplazados por mujeres y el 2 de febrero, cuando Rüdin tuvo que acudir a una audiencia en la Corte, di mi habitual conferencia médica a cuatro mujeres, una de ellas mi hija. Por su parte, Plaut acababa de recibir una invitación del propio Gobierno para dar una conferencia en Inglaterra, así que fue arrestado allí cuando comenzó

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la guerra. Gracias a que Plaut conocía a la hija de Asquith338 pudo ser puesto en libertad poco después gracias a su intervención. Nosotros también teníamos un colega inglés en la clínica, pero a pesar de todos mis esfuerzos para evitarlo, fue encarcelado en Ruhleben. Por suerte, lo intercambiaron por otro prisionero más adelante y pudo volver a casa. Por otra parte, un colega japonés se marchó a toda prisa tras informarme de que tenía que ir a su embajada en Berlín para recaudar dinero. Como es natural, la marcha de mis médicos y otros colegas conocidos me hicieron preguntarme si debía presentarme voluntario al ejército. Tenía razones de sobra para dudar de mi capacitación para la medicina general y la cirugía en particular, así que me convencí de que sólo iba a poder usar mi conocimiento psiquiátrico y que esa especialidad no iba a ser muy útil para las tropas en la línea del frente, mientras que en casa podía hacer muchas cosas todavía. Abandoné la idea de alistarme y decidí trabajar para mi patria de otra manera. Primero, dejé libres los laboratorios de psicología y el dormitorio de las enfermeras, y allí organicé un pequeño hospital militar con cuarenta camas al que añadí también todo el ala de los enfermos masculinos. Los primeros que vinieron al hospital militar fueron las víctimas de la guerra y fue un placer ver que incluso las heridas más graves parecían curarse bien sin tener que hacer intervenciones innecesarias, sino que los cuidados y tratamientos bastaban para su recuperación. La lealtad y la perseverancia de estos pacientes me dejó asombrado. Los que tenían lesiones en la médula espinal eran los casos más tristes y el enorme sufrimiento que sentían estos hombres hacían muy difícil el cumplir la máxima de salvar vidas a toda costa. Además, gracias al conocimiento técnico de mi hija Eva y a la donación desinteresada de un hombre muy generoso, conseguimos convertir una de las habitaciones que usábamos para las investigaciones científicas en un cuarto de costura para el ejército. Allí se enseñaba a las mujeres y a las jóvenes desempleadas que estaban en tratamiento médico a coser hasta que podían hacer ese trabajo en casa solas. Como solíamos recibir muchos encargos del ejército, dimos trabajo a muchas de ellas de forma continua y pudimos pagarles un sueldo. Durante los últimos años de la guerra, la creciente escasez de tela y de otras actividades comerciales redujo nuestra producción en determinados momentos. Mi tercera hija, Ina, a la que le encantaba la ciencia, se hizo enfermera y trabajó en Bélgica y Francia más de un año, mientras que la más pequeña se dedicó a la jardinería y enseñaba a otras mujeres a cultivar la tierra. Por último, siempre que mi mujer podía, solía trabajar en la enfermería de la Universidad. Mi hija mayor se casó en el verano de 1915 cuando su prometido se curó de su tercera herida. Tenía claro que la lucha contra la sífilis era especialmente importante, sobre todo por los efectos que tenía en el sistema nervioso. Por eso contacté con un buen número de compañeros y les propuse examinar a los soldados que volvían del frente de guerra utilizando el método de Wassermann339. El peligro de una epidemia de sífilis por culpa de la guerra, y sobre todo en los 338. Herbert Henry ASQUITH, conde de Oxford y Asquith, político inglés (1852-1928). Miembro del partido liberal en el Parlamento. Ministro de Economía y Hacienda en 1905, Primer Ministro entre 1908 y 1916, y líder de la oposición liberal hasta 1926. 339. August Paul von WASSERMANN, bacteriólogo y analista clínico (1866-1925). Desde 1890 fue médico interno con Robert Koch en el Instituto de Enfermedades Infecciosas. En 1902, profesor asociado

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asentamientos orientales, parecía tan alto que había que prevenirlo a toda costa. Respondieron afirmativamente doctores tan magníficos como von Gruber, Müller, Romberg340, Döderlein341, Strümpell, Erb, Neisser, Lesser, Hofmann, Bonhoeffer o Nonne342. Cuando fuimos a pasar consulta a la Kaiser-Wilhelm-Akademie [Academia del Emperador Guillermo II] tal y como habíamos pedido, nos llegaron quejas por los exámenes de sífilis obligatorios, sobre todo los de los oficiales, y acordamos luchar contra las enfermedades venéreas en el ejército de otra manera. Incluso se rechazó mi propuesta de intentar calcular la cantidad y proporción de enfermos de sífilis haciendo exámenes aleatorios (sobre todo de los casos que sólo se podían averiguar con el método Wassermann). Estaba convencido de la importancia que tenía este asunto y me dirigí a las autoridades sanitarias de Baviera para que hicieran esas pruebas que nos iban a ayudar en posteriores exámenes. Una vez más, no encontré mucha ayuda y por culpa de la estrechez de mentes de algunos no se nos permitió examinar a un número mayor de soldados. Mi confianza en los altos cargos médicos del ejército no mejoró especialmente, aunque tampoco es que fuera buena de antemano. También intenté evitar que se abusara del alcohol en la medida de lo posible. Durante la movilización de las tropas se había prohibido el alcohol, pero diversas fuentes afirmaban que se volvía a abusar de él en el frente. Los oficiales, y por desgracia también los médicos, no entendían los peligros que esto podía acarrear. Al contrario de lo que dicen las normas de la medicina militar, se repartía brandy esporádicamente entre las tropas y la industria se encargaba de proveerles de alcohol en grandes cantidades en forma de regalos de caridad. Gruber y yo enviamos una petición para el jefe del servicio médico militar explicándole las serias consecuencias que podía tener el abuso del alcohol en la guerra, pero lejos de conseguir éxito, logramos todo lo contrario. Varios soldados abstemios me contaron que para ellos era casi imposible mantenerse firmes en sus convicciones rodeados de compañeros que los miraban tan mal por no beber. También en Berlín, y desde 1906 dirigió el Instituto de Terapia Experimental de la Kaiser-Wilhelm-Gesellschaft [Sociedad del Emperador Guillermo II] en Berlín. Más adelante investigó en inmunología y junto a Neisser y Bruck descubrió en 1906 una reacción de fijación del complemento que demostraba la presencia de anticuerpos en pacientes con sífilis («reacción de Wassermann»). También investigó sobre tuberculosis y cáncer. 340. Ernst ROMBERG, internista (1865-?). En 1895 fue nombrado profesor asociado en Leipzig, en 1900 se hizo cargo de la Clínica Ambulatoria de Marburgo como catedrático. En 1904 pasó a Tubinga y en 1912 a Múnich, donde fue director de la primera Clínica Médica. Su obra más destacable fue Lehrbuch der Krankheiten des Herzens und der Blutgefäße [Tratado de las enfermedades del corazón y los vasos sanguíneos] (Stuttgart, 1906). 341. Albert DÖDERLEIN, ginecólogo (1860-1941). Entre 1884 y 1893 fue médico interno con Zweifel en Leipzig. Desde 1893, catedrático de Obstetricia y Ginecología primero en Groningen (Holanda) y después en Tubinga, finalizando su vida profesional en Múnich. 342. Max NONNE, psiquiatra (1861-1959). Desde 1884 médico interno con Erb en Heidelberg, en 1886 con von Esmarch en Kiel, entre 1887 y 1889 con Eisenlohr en el Servicio de Neurología del hospital de Eppendorf (Hamburgo). En 1889 abrió una consulta de neurología en Hamburgo. Desde 1896 dirigió el Servicio de Neurología de Eppendorf. En 1919 fue nombrado profesor asociado en la recién fundada Universidad de Hamburgo, y en 1925 catedrático. Se retiró en 1934. Su obra más importante fue Syphilis und Nervensystem [Sífilis y Sistema Nervioso] (Berlín, 1892).

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escribí una carta al señor von Batocki343, director del Consejo Nacional de Alimentación, porque afirmaba que las bebidas alcohólicas eran necesarias para el trabajo de la población rural. En mi carta le señalaba que tal afirmación era falsa y me respondió diciendo que en ese momento era imposible prohibirlo por razones basadas en la psicología de masas. Mientras tanto, la Comisión Nacional para el Bienestar y el Cuidado de los Heridos me pidió ayuda y tuve que ir a un par de reuniones en Berlín. El problema del estrés provocado por la guerra empezó a surgir. Todos los psiquiatras estábamos de acuerdo en que había que reglamentar muy bien la concesión de elevadas pensiones porque temíamos que creciera el número de pacientes que las pretendiera reclamar. Sin embargo, no se pudo evitar el problema. Debido a la duración de la guerra se tuvo que llamar a filas a más gente y los casos de estrés aumentaron. Esto suponía que los enfermos se tenían que quedar más tiempo en el hospital militar, que además los expulsasen del ejército y que no pudieran optar a una pensión adecuada, lo que tuvo unas consecuencias nefastas. El pueblo empatizaba especialmente con aquellos que sufrían temblores por la guerra y les hacían regalos, así que aumentó de forma espectacular el número de gente que se creían con el derecho de retirarse o de recibir ayudas porque habían sufrido algún tipo de conmoción o porque se les había dado por muertos. Aparte de mi trabajo como médico-jefe de nuestro pequeño hospital militar, no tuve otro contacto con el servicio médico ni pude aprender mucho de ello. Sin embargo, leía y escuchaba hablar del tema, sobre todo en las conferencias a las que asistía. Por otra parte, Nonne me demostró su éxito con el tratamiento hipnótico y me animó a seguirlo. En el verano de 1917 recibí una petición de la Comisión Nacional para el Bienestar y el Cuidado de los Heridos para que hiciese un viaje formativo a Baden para aprender a tratar los traumas de guerra, y gracias a Wilmanns se consiguió que el cuidado de los inválidos se organizase desde allí. En este encuentro repasamos las medidas que se habían tomado en Ettlingen, cerca de Karlsruhe, para rehabilitar a pacientes que habían perdido alguna extremidad. Era increíble comprobar lo bien que llegaban a recuperarse estos pacientes: algunos podían hacer deporte o caminar a pesar de faltarles una pierna, y no sólo podían subir escaleras sino que incluso había quienes llegaban a saltar un metro de altura. Tras la charla de Wilmanns sobre los traumas de guerra en Baden-Baden, surgió un intenso debate. Además, nos enseñaron a un gran número de pacientes cuyas dolencias físicas parecían tener más bien un origen psicológico, por lo que todo el empeño de los hospitales por curarlos no servía de nada. Pudimos ver que sucedía lo mismo con los pacientes con problemas de reuma o ciática y con los que tenían problemas de corazón, estómago o pulmones: debajo de sus dolencias se escondía la necesidad de escapar de la terrible presión que suponía una guerra. Nuestro siguiente destino fue Triberg, donde intentaban rehabilitar a los pacientes con traumas de guerra reinsertándolos poco o a poco en el mundo laboral. Por último, fuimos a Hornberg, donde se cuidaban trastornos mentales especialmente destacables en una sola

343. Adolf Max Johannes von BATOCKI-FRIEBE, político del Este de Baviera (1868-1944). Desde 1900 ejerció de magistrado del distrito en Königsberg, después fue presidente de la Cámara agrícola del Este de Prusia y Gobernador General del Este de Prusia. En 1916 fue nombrado presidente del Ministerio federal de Alimentación. Dejó la política en 1919 y fue nombrado catedrático honorario de la Universidad de Königsberg en 1927.

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sesión usando una hipnosis muy intensa para que pudieran volver a trabajar. El método no era nuevo en sí, sino que era el que se solía seguir para los trastornos histéricos, pero era igualmente impresionante ver cómo se curaban delante de nosotros una serie de síntomas como la sordera, la pérdida del habla, los temblores o las dificultades motrices. Incluso se curaban dolencias que habían surgido antes de la guerra. Animé a las autoridades sanitarias de Múnich para que permitieran a otros colegas asistir a este viaje. En un discurso hice hincapié en la necesidad de tomar medidas adecuadas en Múnich para el tratamiento de pacientes con traumas de guerra cuanto antes y ofrecí nuestro hospital militar a su entera disposición. Me nombraron consejero especial y me autorizaron para buscar pacientes en las diferentes enfermerías de guerra. Había que vaciar el enorme hospital militar de Benediktbeuren, porque se había enviado allí a muchos de los pacientes para que curasen en un entorno tranquilo y en medio del aire puro, pero se había terminado creando un ambiente malsano de dependencia y obstinación. Trasladamos a los heridos que teníamos en nuestro hospital y nos llegaron los que tenían algún tipo de trauma, un cambio que no resultó nada agradable. Había sido un placer ayudar a la gente que sufría y ver cómo evolucionaba, pero ahora teníamos pacientes que se resistían a seguir cualquier tipo de tratamiento médico y a veces era complicado que estuvieran tranquilos. Parecía evidente a primera vista que estábamos tratando en líneas generales con las personalidades más incapaces y maliciosas del mundo; sin embargo, con un tratamiento apropiado conseguimos resultados sorprendentes. El doctor Weiler344 desarrolló un método con el que desaparecían las actitudes más burdas y conseguía que remitieran los síntomas más aparentes. Poco a poco formó a los médicos más jóvenes para que siguieran su mismo método y así poder crear enfermerías parecidas en otros lugares en las que los pacientes con traumas de guerra pudieran ser tratados de forma adecuada y que además les proporcionasen unas condiciones óptimas para volver trabajar. Con el tiempo conseguimos controlar el amenazante crecimiento de este tipo de pacientes y también proporcionarles trabajo para evitar que todos demandasen una pensión. Nuestro hospital militar seguía usándose como lugar de observación para estos enfermos hasta que se cerró el 1 de enero de 1919 y, por mi parte, tuve que dar mi opinión de experto de vez en cuando sobre otros casos en observación en algún otro hospital general. La enorme prueba a la que se estaba sometiendo a nuestro país durante la guerra provocó una inevitable intranquilidad entre la profesión médica. Era necesario asegurar unas condiciones favorables para las generaciones venideras y la Asociación médica de Múnich decidió crear varios comités con especialistas para que redactaran unos principios a seguir en el futuro. A lo largo del invierno de los años 1916 y 1917, estos comités se reunieron a diario y trabajaron en la cuestión de forma sistemática y eficiente. Los resultados de estas reuniones, a las que yo también asistí, se recogieron en un tratado inmenso sobre la posible influencia de la tuberculosis, la sífilis y el alcoholismo en las siguientes generaciones, así 344. Karl WEILER, psiquiatra (1878-1973). Desde 1904 fue médico interno con Kraepelin en la Clínica Psiquiátrica de Múnich, en 1921 empezó a trabajar en la Oficina de la Sanidad Pública de Múnich. Fue durante mucho tiempo presidente de la Landesärztekammer [Colegio Regional de Médicos] de Baviera y miembro del Senado bávaro.

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como los problemas hereditarios, el sistema hospitalario, el cuidado infantil, los frutos del trabajo femenino, las medidas anticonceptivas, el aborto, la prostitución, la educación, la higiene, las desviaciones sexuales y muchos otros temas que podían tener un papel determinante en el futuro. La importancia de las cuestiones que allí se debatieron y que tan acaloradas discusiones provocaron me llevó a plantearme dar el salto a la carrera política, aunque nunca me había llamado la atención este tema. Con todos los cambios que estaban teniendo lugar en nuestro país, era el deber de todo aquél que tuviera una educación ayudar al bienestar del pueblo. Cuando recibí un memorandum con los objetivos de la guerra escrito por Gildemeister345, dirigente del partido de Bremen, se lo enseñé a otros caballeros y decidimos que teníamos que dar nuestra opinión en un encuentro más importante al que estábamos invitados. En este encuentro recibimos el encargo de redactar las bases de una propuesta de paz que se enviaría al Parlamento alemán, pero primero necesitábamos recabar apoyos para darle más peso a nuestra opinión. Por aquel entonces los dirigentes de todos los partidos (excepto el socialdemócrata) habían intentado dar una imagen de unidad e incluso se llegó a organizar una importante conferencia sobre la cuestión báltica, por lo que decidimos intentar hacer algo parecido. Ya habíamos ganado el respeto de algunos miembros del centro en las charlas previas que organizamos en mi casa y conseguimos formar una asociación con miembros neutrales como yo, pero también conservadores, liberal-nacionales, miembros del centro y progresistas. Nuestro objetivo era lograr una política especialmente patriótica e intentar que el partido socialdemócrata se interesase por nuestras ideas, pero todos los intentos fueron en vano. Primero nos unimos a un comité independiente por una Alemania en paz que lideraba Dietrich Schäfer346, a quien había conocdo en Heidelberg. Como no parecía que fuéramos a tener mucho eco con las ideas que defendía este comité, decidimos enfatizar la lucha contra Inglaterra y nos pusimos el nombre de «Comité nacional por una derrota rápida de Inglaterra» para acallar de este modo las críticas de aquéllos que afirmaban que la guerra se estaba alargando de forma innecesaria por intereses personales y egoístas. De esta manera logramos atraer a más gente y formamos un grupo de personas eficientes y leales de todos los signos que compartían esos mismos objetivos. Invitamos a bastantes líderes para que dieran conferencias y discursos, y procuramos que todos los partidos pudieran expresar juntos sus ideas. En nuestros encuentros llegamos a contar con gente Westarp347, Reventlow348, Pfleger,

345. Alfred Hermann GILDEMEISTER, abogado (1875-1828). Abogado en Bremen, entre 1920 y 1928 fue representante del Volkspartei [Partido Popular] en el Parlamento alemán. 346. Dietrich SCHÄFER, historiador (1845-1929). Catedrático en Jena, Breslau, Tubinga, Hiedelberg y, entre 1903 y 1921, en Berlín. 347. Kuno Graf von WESTARP, abogado y político (1864-1945). Inicialmente fue funcionario administrativo de Prusia. Presidió el Deutschnationale Volkspartei y otros grupos de la derecha conservadora. Entre 1908 y 1932 fue miembro del Parlamento alemán. 348. Ernst REVENTLOW, político (1869-1943). Desde 1924 fue miembro del Parlamento alemán.

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Schlittenhauer, Traub349 o Stresemann. Nuestra intención era promover la unidad de la nación, pero al parecer el Gobierno se empeñaba en evitarlo: sufrimos varias redadas policiales en nuestra sede, nos confiscaron material y panfletos contra Inglaterra, y nuestros comunicados eran recortados de forma ridícula por una censura muy estricta. En una ocasión no pudimos decir la palabra «submarino», por ejemplo, y como es comprensible, estas restricciones nos trajeron muchos problemas. Teníamos muchas razones para oponernos a la formación del Vaterlandspartei [Partido de los Padres de la Patria], aunque parecía imposible evitar la creación de un partido así cuando Tirpitz350 llenaba los auditorios como lo hizo en Múnich. En cualquier caso, parecía claro que el deseo y fervor de nuestra nación estaba menguando, y que el Partido patriótico no contaba con los medios para mejorar los ánimos ni la situación. Las constantes agresiones contra aquéllos que supuestamente querían alargar la guerra se incrementaron y tuvimos que aceptar que jamás seríamos capaces de evitar la división interna aunque estuviéramos dispuestos a hacer cualquier cosa por la causa. Decidimos cesar todas nuestras actividades para evitar males mayores, aunque realmente sólo nos habíamos limitado a organizar charlas con expertos militares y economistas. Yo me retiré por completo de ese mundillo al comprobar con mis propios ojos las costumbres que rodeaban a la política; la experiencia me había servido para mantener contacto personal con muchos líderes y eso era muy interesante, pero seguían sin gustarme las obligaciones que los partidos imponían a sus militantes. Creía firmemente que lo importante era dar a los afiliados las «herramientas necesarias para trabajar», no darles «una tarea concreta» a cada uno porque eso reducía la militancia a una mera servidumbre por la causa. La maquinaria del partido evitaba que uno tomase decisiones propias o que pudiera involucrarse personalmente, y en el fondo eso provocaba la pérdida de compromiso. Tampoco me pareció que los políticos necesitasen ser especialmente inteligentes o tener una moralidad recta, sino que lo más importante era ser diligente y elocuente. En cualquier caso estaba claro de que mis intereses nunca estarían en el campo de la política y sería de más utilidad a la patria si volvía a mis labores médicas e investigadoras. Después de las Navidades de 1914, me quedé en Berlín para reunirme con el jefe del servicio sanitario militar y hablar sobre los análisis de sangre de los soldados. Después pasé

349. Gottfried TRAUB, teólogo evangelista y político (1869-1956). Desde 1901 fue vicario en Dortmund, en 1913 fue nombrado director del Sindicato alemán protestante, en 1919 y 1920 fue miembro de la Asamblea Nacional de Weimar, y en 1920 participó en el alzamiento de Kapp (fallido intento de golpe de Estado llevado a cabo por la extrema derecha alemana y por el sector más reaccionario del Ejército, entre los días 13 al 17 de marzo del año 1920, levantamiento encabezado por los generales Wolfgang Kapp y Walter von Lüttwitz). 350. Alfred von TIRPITZ (1849-1930). Entre los años 1897 a 1916 fue ministro de la Armada alemana. Partidario de los submarinos, fue el responsable del trágico hundimiento del transatlántico británico Lusitania, en mayo del año 1915, que acabó costándole el puesto y su prestigio. Una vez fuera de los asuntos directos de la guerra, Tirpitz se convirtió en líder del pujante movimiento de corte nacionalista y patriótico conocido con el nombre de Partido de los Padres de la Patria. Fue elegido diputado del Reichstag entre los años 1924 a 1928. Las ideas defendidas por Tirpitz fueron vistas como excesivamente caducas y trasnochadas. Retirado de toda actividad pública, murió en Ebenhausen, el año 1930 (N. de la T.).

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la Nochevieja con mi hermana y mi cuñado en Neustrelitz. El día de año nuevo, volví a Hamburgo para ver a mi hermano porque me preocupaba mucho su salud y lo encontré liberado de sus obligaciones oficiales y trabajando en sus proyectos, pero con muchas molestias cardiacas. Era obvio que su estado de salud era muy delicado: cuando me despedí de él pensé que nunca más volveríamos a vernos y el 28 de junio recibí la noticia de que acababa de morir de un ataque al corazón. No había nada que pudiera hacer salvo rendir mi último homenaje a este hombre que amaba la ciencia y que tenía un sentido del deber y del trabajo admirables, una persona cariñosa y muy buen profesor al que debo mucho personalmente y al que permanecerán unidos para siempre los mejores recuerdos de mi vida. Después de incinerarlo en el cementerio de Ohlsdorf, volví con mi hermana y mi cuñado, y pasé con ellos un día más. Pasé la semana de Pentecostés de 1915 con mi mujer en Baden-Baden porque fui a un encuentro de la Asociación de Neurólogos del Suroeste de Alemania, donde coincidimos también con los Gaupp. La declaración de guerra italiana cayó como un jarro de agua fría en un día tan bonito y primaveral como aquél, y me di cuenta de que tardaría mucho en volver nuestra casa de Buon Rimedio de nuevo. Durante la guerra quise estar en forma y solía dar paseos y hacer ejercicio en el bosque siempre que podía; por eso mismo decidí ir en bicicleta a la costa báltica con mi hija Hanna durante las vacaciones de otoño. Salimos en tren hacia Lichtenfels, comenzamos nuestro viaje cogiendo la carretera hacia Coburgo bajo la intensa lluvia. Por suerte, el tiempo mejoró enseguida y pudimos disfrutar de nuestra estancia allí con un sol espléndido. Por la noche llegamos a Sonneberg y a la mañana siguiente fuimos a los bosques de Turingia y a Steinheid, donde pudimos conocer el trabajo tan mal pagado de los sopladores de vidrio. Después fuimos por el valle de Schwarza hasta Schwarzburg y por la tarde nos dirigimos a Paulinenzelle y finalmente a Berka. Por la mañana temprano salimos hacia Weimar y visitamos las casas de Goethe y Schiller. Nos sorprendió mucho el tamaño de la casa de Goethe, probablemente marcada por su espíritu científico. Sin embargo, la casa de Schiller era más sencilla y austera, igual que la vida que llevó este poeta. Al día siguiente fuimos a Kyffhäuser y después a Kelbra, donde comenzó el viaje por la tierra de nuestros antepasados. Había decidido visitar estos lugares donde había vivido mi familia y tracé el itinerario con la información que mi hermana y yo conseguimos reunir. Primero fuimos a Windhausen, donde mi tatarabuelo paterno fue clérigo. En la rectoría nos reunimos con el pastor, le pedimos que nos enseñase el registro parroquial y encontramos los nombres de mis bisabuelos. Preguntamos si había alguien de la familia Schulze viviera allí aún y nos llevaron a una granja señorial de unos parientes. Cuando fuimos a verlos, nos alegramos de saber de la existencia de algunos documentos que nos sirvieron para completar nuestro árbol genealógico. Además, nos dijeron que los Schulze habían creado una fundación y organizaban un encuentro anual con todos los familiares. Gracias a este contacto pude recopilar los antepasados de mi tatarabuelo y llegué hasta un pariente de Silesia del siglo XV. En los escritos que nos enseñaron, se describía de forma muy precisa la vida de algunos familiares y nos sirvió para enterarnos de algunos detalles de su forma de vida y de sus avatares personales. El padre del pastor de Windhausen fue clérigo en Karkleeberg en el siglo XVII y tenía el curioso puesto de «depositario» en la ceremonia del

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«cambio de cornamenta»351 [«Hörnerablegen»] que protagonizaban los estudiantes de la Universidad de Leipzig. Otro antepasado por parte materna fue el compositor de himnos Martinus Bohemus352. Me pareció especialmente interesante enterarnos a través de estos documentos de que uno de nuestros parientes perteneciese a la familia de Theodor Körner353. Salimos de Windhausen y llegamos a Rottleberode, en Hartz, a mediodía. Mis padres habían nacido en la rectoría de Rottleberode y yo guardaba el boceto de un retrato de mi madre de joven. Entramos en las acogedoras habitaciones de la antigua casa y nos contaron algunas anécdotas sobre mi abuelo. Después fuimos a Stolberg, el lugar donde nació el suegro de mi bisabuelo de Rottleberode, también clérigo y casado con la hija del pastor de Windhausen. En el registro de Stolberg pudimos recopilar mucha información de la familia de su suegro, los Lindischberg, pero lo más interesante fue que encontramos una casa señorial decorada con bajorrelieves de madera, en muchas de cuyas vigas estaba tallado el nombre de uno de nuestros antepasados del siglo XVII. En la posada del lugar había además un mapa de la zona en el que se mencionaba el nombre Lindischberg, así que parecía que nuestros parientes habían sido leñadores por allí. Como sabía que mi bisabuelo había tenido amistad con la condesa de Stolberg, fuimos a recabar más datos allí, pero no sirvió de mucho. Por otro lado, me enteré de que el boceto de mi madre y otros muy parecidos de mi bisabuelo y de mi bisabuela eran obra del hermano de ésta, que había sido artista. A la tarde siguiente llegamos al solitario pueblo de Hayn con muy mal tiempo. Aquí supimos que un Lindisch de Stolberg había sido pastor y probablemente fuera el yerno de Schulze, el pastor de Windhausen y el suegro de mi abuelo. También nos enteramos de que había sido el primer habitante de la rectoría, un lugar muy tranquilo aún hoy en el que pudimos leer la primera entrada que este antepasado escribió en los registros, ni más ni menos que la inscripción de su propio matrimonio con la hija de Schulze y el posterior nacimiento de su hija. También pudimos leer la entrada en la que se anotó su muerte por un derrame cerebral a las puertas de la iglesia. Como habíamos conseguido completar gran parte del árbol genealógico, fuimos en bicicleta a Braunlage, Elend y Schierke, dejamos nuestras bicicletas y subimos el Brocken en medio de la niebla. Al día siguiente pasamos por Elbingerode, Ruebeland y Treseburg hasta Rosstrappe, después bajamos a Thale y pasamos la noche en Quedlinburg. Desde la antigua muralla de esta ciudad vimos a lo lejos la silueta del Brocken que habíamos dejado atrás esa misma mañana. Llegamos a Halberstadt al día siguiente, cogimos el tren, llegamos a Ludwigslut por la tarde y dimos un paseo por el estupendo jardín del castillo. Nuestra intención era visitar la tumba de Körner en Woebbelin aunque no supiéramos prácticamente nada de la vida de este pariente 351. Esta tradición de origen noruego se remonta al siglo XVIII y consistía en que los aspirantes a entrar en la universidad debían llevar un sombrero con cuernos hasta el día en que se conocían los resultados de sus pruebas de acceso. Si aprobaban, se les quitaba estos cuernos en una ceremonia como símbolo del triunfo del conocimiento y el saber sobre el animal que el hombre lleva dentro. La expresión «Hörnerablegen» se usa coloquialmente para indicar que los jóvenes tienen que adquirir experiencia (N. de la T.). 352. Martinus BOHEMUS, teólogo y compositor de himnos (1557-1622). 353. Theodor KÖRNER, poeta alemán (1791-1813) (N. de la T.).

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y después ir a Wittenburg en bicicleta desde aquí. Llegamos a Hagenow después de un recorrido muy cansado bajo un sol abrasador y arreglamos una pequeña avería en la bicicleta de mi hija. Me llamó la atención el nombre de una carroza que decía «Karl Kröpelin», quien al parecer era también el dueño de un pequeño taller de bicicletas. Llevamos la bicicleta a su taller, descansamos un rato y cuando fuimos a recogerla, le di mi nombre al señor Kröpelin y le pregunté por sus antepasados porque sabía que la ortografía de mi apellido había variado antiguamente. Nos contó que su abuelo había sido mozo de cuadras de un conde cerca de Rostock y después de un caballero de Hagenow. Al parecer este caballero le había dicho que tenía origen nobiliario y le llegó a mostrar unos libros que lo atestiguaban, así que le pedimos que averiguase el título de esos libros y que nos los dijera más adelante. Después fuimos a Wittenburg, tierra natal de mi padre. Al llegar, pasamos por la rectoría, donde no nos dijeron nada nuevo, y preguntamos cómo llegar a la antigua escuela en la que mi abuelo había sido director. También conocimos a un hombre que había sido alumno suyo, pero tampoco pudo darnos muchos detalles y tuvimos que desistir de ir a ver las tumbas de mis abuelos porque el cementerio estaba cerrado. Al parecer la gente del pueblo estaba muy interesada por nosotros y nos sorprendió mucho que alguien nos visitara: era el señor Kröpelin de Hagenow, que había venido a buscarnos en su moto para que volviéramos a su casa porque tenía cosas importantes que contarnos sobre nuestra familia. Antes de volver a Hagenow quedamos con unos señores cuyos padres habían vivido con mis abuelos durante años y nos contaron muchas historias de aquella época. A la mañana siguiente en Hagenow, el señor Kröpelin nos dio una cariñosa bienvenida y nos enseñó unas revistas sobre la historia de Mecklenburg en la que se hacía mención a varias familias con nuestro apellido. A primera vista parecían ser familias nobles que habían desaparecido hace tiempo y otras eran gente de clase alta de Wismar y Rostock. Era posible que tuviéramos algún tipo de conexión con estos últimos porque los antepasados de mi padre venían de esos lugares. Nos recomendaron que fuéramos a ver al pastor Röse de Warsow, un pueblo que habíamos pensado visitar cuando planeamos nuestra ruta, porque este hombre estaba muy interesado en la historia de la región y probablemente nos podría ayudar. Llegamos a Warsow a mediodía y el pastor nos recibió con mucha hospitalidad en su parroquia, quizás porque este hombre tenía mucho aprecio a Múnich porque había estudiado arte de joven allí. Nos invitó a cenar y charlamos animosamente, pero no nos pudimos quedar demasiado por desgracia. Al menos conseguimos un par de nombres más que nos servirían de gran ayuda posteriormente en Schwerin. Llegamos a Schewrin a última hora de la tarde y quisimos ir a visitar a algunas de estas personas de las que habíamos recabado información, pero no tuvimos suerte. Al día siguiente fuimos a ver los archivos del Gran Ducado y comprobamos que se habían quedado bastante vacíos por culpa de la guerra. Aún así, copiamos algunos extractos interesantes de las revistas que habíamos visto en Hagenow y nos enseñaron el documento de registro de Mecklenburg que contenía muchos nombres de familias nobles, además del nuestro. Al parecer, nuestros parientes habían sido importantes en la zona en su momento, pero habían muerto hacía tiempo. Pasamos la mañana siguiente en los archivos sin demasiado éxito porque el encargado del archivo, que podía habernos dado muchas pistas, no estaba en la ciudad, por lo que tuvimos

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que contentarnos con hacer una excursión al bellísimo lago Schwerin y a Gadebusch. En la cercana finca «Gottesgabe» [«Regalo de dios»] había vivido una temporada mi abuela por parte paterna; al parecer era la casa del señor von der Lühe y ella había ido allí para aprender economía doméstica gracias a la recomendación de la condesa Stolberg. En este lugar conoció a Theodor Körner la tarde antes de que muriera a manos de los fusileros de Lützow que tomaron Gottesgabe. Como los señores de la casa no estaban allí aquel día, mi abuela tuvo que atender a los caballeros. En una casita que había cerca de la tumba de Körner encontramos un cuadro que representaba esa noche en la que murió el poeta. Los dueños de esta finca tampoco estaban en ese momento a su vez, pero le pedimos al guardés que nos la enseñase y nos contó que la habitación representada en el cuadro era la misma en la que estábamos en ese momento. En ese lugar ejerció de anfitriona nuestra abuela para los fusileros e incluso llegó a cantar con ellos. Al volver a Grossbruetz fuimos a la parroquia para ver si podíamos conseguir más datos sobre aquel suceso, y nos contaron que en verdad ese cuadro era la tapa de un clavicordio que Körner solía tocar en su casa de Dresde. Por lo visto, durante mucho tiempo la tapa había estado colgada en la pared como si fuese un cuadro en su casa de Rosenberg. El clérigo nos contó que nuestro apellido era muy común en esa parroquia y que tenían que añadir otros nombres los que se apellidaban Kraepelin para poderlos distinguir. Justo antes de marcharnos a coger el tren descubrimos que la madre del clérigo había hecho alguna obra de teatro en Neustrelitz con mi padre cuando eran jóvenes. Llegamos a Wismar en tren bajo una intensa lluvia y pudimos contemplar su precioso paisaje. Intentamos encontrar a nuestros antepasados leyendo las lápidas, pero no conseguimos ningún dato nuevo porque era muy difícil encontrar nada y porque tampoco teníamos mucho tiempo para buscar. Nos enteramos, eso sí, de algunos datos de personas con el mismo apellido en los registros de la antigua iglesia, como por ejemplo la partida de nacimiento de nuestro abuelo de Hagenow. Por último fuimos a ver a una familia originaria de Guestrow que habíamos encontrado en el directorio. A mediodía volvimos a subirnos a la bicicleta y pedaleamos hasta Dobberan; por el camino paramos a descansar en el pequeño pueblo llamado Kröplin, que sospechamos que fue un asentamiento de nuestros antepasados. Visitamos el cementerio pero no encontramos nada interesante y nos enteramos de que sólo había una familia en el pueblo que tuviera ese mismo apellido. Desde Dobberan fuimos a Heiligendamm y después hacia Brunshaupten por unas precarias carreteras para ver si podíamos encontrar alojamiento allí, dado que no habíamos podido hacerlo en Schwerin. Como no hubo problemas, cogimos el poco equipaje que llevábamos y disfrutamos de la noche junto al mar. A la mañana siguiente fuimos a dar un estupendo paseo más allá de Ahrendsee y nos tumbamos en la arena un rato disfrutando de unas vistas de ensueño y bañándonos en el mar. Después de cenar navegamos un poco y proseguimos nuestro viaje en bicicleta, aunque parecía que el destino había decidido que nos quedásemos más tiempo porque tuve cuatro pinchazos en mi bicicleta. Finalmente tuvimos que empujar nuestras bicicletas por el bosque del Kühlung y pudimos admirar las vistas del mar que dejábamos a nuestra espalda. Pasamos por Kröplin otra vez bajo una intensa tormenta y llegamos al «Fuerst Blücher» de Rostock justo antes de un aguacero. Allí degustamos una cena al estilo

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Friemann que ya había probado hace años en esta misma ciudad y que consiste en una magnífica variedad de platos fríos mucho mejores que los famosos smörgas354 suecos. Frente a nuestro hotel estaba el colegio de secundaria donde trabajaba un antiguo compañero de la infancia llamado Rieck. Como estaba trabajando, quedó con nosotros por la tarde y aprovechamos para comprobar el registro de Rostock en la biblioteca de la Universidad y buscar los nombres de mi padre y mi abuelo, que habían estudiado teología allí. Los encontré a los dos, pero sus apellidos habían sido escrito de forma diferente; aún así sólo aparecían con un apunte que decía «megapolitanus», de modo que no pude recabar más detalles sobre los orígenes de mi abuelo. Al menos pude encontrar algo más de información en la Biblioteca Nacional, cuyo archivero era el hijo de Dragendorff, un colega mío de Dorpat. En la Biblioteca de los Caballeros encontré más información y pensé que me serviría de gran ayuda cuando tuviera más tiempo. Pasamos la tarde con mi amigo y nos marchamos por la noche en tren a ver a mi hermana a Neustrelitz. Como habíamos hecho tantas excursiones en este viaje, de pronto se me infectó un dedo del pie y tuve que guardar absoluto reposo antes de poder ir a Berlín. Por suerte, la infección se fue tan rápido como vino. Visitamos los jardines del zoológico y el Parlamento alemán en compañía de nuestro magnífico guía Kerschensteiner355, un simpático delegado de Múnich. Fuimos a Dahlem para ver el Instituto del Emperador Guillermo II que había creado Wassermann y luego fuimos a una escuela hortofrutícola en la que mi hija quería estudiar jardinería. Por desgracia, no pude hablar con Wassermann personalmente, pero me pareció muy interesante todo lo que vi y escuché, y me sirvió de mucho para nuestro Instituto de Investigación. Tal como habíamos acordado, quedamos con Schweinfurth en el Instituto Botánico y paseamos con él por los jardines. De nuevo me maravilló la vitalidad incomparable de este hombre de casi ochenta años, que nos explicó todo tipo de cosas en el herbario y pasó más de cuatro horas con nosotros. Volvimos a Múnich en tren más que satisfechos con este viaje tan enriquecedor. Más adelante, mi mujer y yo fuimos juntos a Berchtesgaden para que ella descasara y disfrutamos de los paisajes de este bello lugar durante unos días estupendos de septiembre. Hacia el final del otoño de ese año sucedió algo que tuvo enormes consecuencias para mí. El consejero federal von Miller me preguntó cuándo podría ver al señor von Bohlen-Halbach356, porque había escuchado en la Sociedad Emperador Guillermo II que queríamos crear un

354. Entremeses típicos del Norte de Europa en los que se sirven embutidos, pescados, ensaladas y legumbres (N. de la T.). 355. Georg KERSCHENSTEINER, político (1854-1932). Fue profesor de Enseñanza Primaria, después estudió Matemáticas y Física, y desde 1883 fue profesor universitario. Desde 1895 hasta 1919, Inspector de Educación y comisionado en Múnich. De 1912 a 1918 fue simultáneamente miembro del Parlamento Alemán por el partido Freisinnige Volkspartei [Partido Popular de Friesing (importante ciudad de Baviera, muy cerca de Múnich)]. 356. Gustav von BOHLEN und HALBACH, industrial y mecenas (1870-1950). Yerno de Friedrich Krupp (1854-1902), tomó las riendas de la empresa Krupp en 1909, que pasó a llamarse «Krupp von Bohlen und Halbach».

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instituto de investigación psiquiátrica y le había interesado la idea. Lamentablemente, la Asociación no podía colaborar en un proyecto así y quería saber si había alguna otra manera de poderlo llevar a cabo. Le dije que yo mismo me lo había planteado hacía tiempo y que había llegado a la conclusión de que era mejor no construir el psiquiátrico de Dahlem, sino unir el instituto al psiquiátrico que ya había. De esta manera podríamos acallar las críticas a los hospitales que solían escucharse en la Asociación y se reducirían considerablemente los gastos de edificación, equipamiento y gestión del instituto. De hecho ya había pensado en su momento la idea de integrar un instituto de investigación a nuestra clínica y parecía que las condiciones en Múnich eran bastante favorables. El señor von Bohlen siguió atentamente mis explicaciones, me pidió que le enviara por escrito una copia de este proyecto y me prometió que volvería a considerar el asunto cuando terminara la guerra. Para reunir los apoyos necesarios, decidí presentar públicamente un resumen del plan original y un memorandum que había redactado para la Sociedad del Emperador Guillermo después de la guerra porque estaba convencido de que se podría llevar a cabo si se hacían algunos esfuerzos. Pocas semanas después de la visita del señor von Bohlen hablé con un caballero norteamericano acerca de las magníficas fundaciones científicas que tenían en su país. Le mencioné que había posibilidades de llevar a cabo algo similar aquí, dado que había recibido la respuesta de mucha gente que quería colaborar con nuestro futuro instituto. Al día siguiente recibí una carta de este caballero en el que me ofrecía medio millón [de marcos] para construir el instituto en Múnich en caso de que pudiera reunir el resto de dinero necesario. Después de unas cuantas reuniones, logré un acuerdo vinculante de esta donación el 6 de enero de 1916 e informé enseguida al señor von Bohlen para pedirle consejo. Gracias a su ayuda logramos recaudar más de un millón de marcos y Emil Fischer357 a su vez consiguió que la Deutsche Chemische Industrie [Industria Química Alemana] nos diera doscientos mil marcos que después se convirtieron en trescientos mil. Además, recibimos varias donaciones menores de diferentes partidos y a su vez la Sociedad del canciller nos prometió cinco mil marcos anuales durante cinco años. Conseguimos reunir muy pronto la cantidad de dinero necesaria para la creación del instituto, dado que habíamos calculado que lo mantendríamos con apenas cien mil marcos anuales. Con la ayuda que habíamos recibido, parecía que la inauguración del instituto estaba muy cerca. Después de muchas negociaciones en las que me ayudó el consejero ministerial von Winterstein, decidimos darle todo el dinero al Rey Luis para pedirle que ordenase la creación del Instituto de Investigación Psiquiátrica como órgano perteneciente a la Universidad. El Rey tomó la decisión el 13 de febrero de 1917, cuando habíamos recaudado ya un millón setecientos mil marcos. La primera reunión pública del Instituto tuvo lugar el 10 de junio en presencia del Rey y de muchos otros invitados; en ella pronuncié un discurso titulado «Cien

357. Emil Hermann FISCHER, químico (1852-1919). Fue catedrático de Química en Erlangen, Wurzburgo y Berlín. Descubrió el veronal y recibió el premio Nobel en 1902 por sus investigaciones sobre los azúcares y las proteínas. En 1907 Fischer podía combinar 18 aminoácidos, que analizó con ayuda de los enzimas, de manera semejante a como ocurría en la síntesis de una proteína en la Naturaleza. Se suicidó en 1919 porque no pudo superar la muerte de dos de sus hijos durante la I Guerra Mundial.

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años de psiquiatría»358 en el que describí el desarrollo de nuestra ciencia y la situación actual de la investigación de la profilaxis que debería empezar a dar sus frutos. Tras la creación del Instituto, la Abwehrbund gegen die Ausschreitungen der Abstinenzbewung [Asociación por la Resistencia contra la Abstinencia Extrema] llevó a cabo una campaña maliciosa contra nosotros. Al parecer, el secretario de esta asociación creyó oportuno pedirle al Rey que se crease en el Instituto un departamento de investigación sobre el alcohol con el requisito de que ninguno de nosotros ni ningún abstemio se encargase de él. La Asociación publicó algunos extractos de la petición y tuve que lidiar con este descarado intento de introducir los intereses comerciales de la industria del alcohol dentro de la investigación científica. Sin embargo, este crudo ataque no me afectó personalmente dado que nunca en mi vida me había interesado participar en conflictos de este tipo y al menos tuve la oportunidad de dar mi opinión al respecto. Pasamos las vacaciones de la Semana Santa del año siguiente formando a nuestros soldados. Durante las vacaciones de otoño fui a mi terreno a cultivar la tierra, mientras que mi mujer y mi hija mayor se quedaron en Seeshaupt. El 8 de septiembre nació nuestro primero nieto y nos alegró sin duda la noticia tras los años tan tristes de guerra que estábamos pasando. También por esas fechas recibimos noticias preocupantes acerca del estado de salud de mi cuñado, que llevaba enfermo un tiempo. Cuando ya me disponía a ir a verlo, el 24 de septiembre nos comunicaron que había muerto. Llegué a Neustrelitz dos días después para ayudar a mi hermana a resolver unas cuestiones, fui a Berlín a resolver unos asuntos importantes y volví a ver a mi hermana el día 29 para asistir a la cremación de su marido. Me preocupaba mucho dejarla sola pero tenía que ir a Leipzig al día siguiente para ver a Wundt; la última vez que nos vimos fue después de la muerte de su esposa y le había encontrado muy abatido, así que me alegré de comprobar esta vez que ya estaba mejor. Cuando nos vimos y empezamos a hablar, vi que su agilidad mental y su frescura parecían seguir intactas como hacía treinta años. Me dijo entre risas que hasta que no cumplió ochenta años había creído que los achaques de la edad eran un cuento chino, pero que ahora le costaba subir al Königsstuhl. Tenía la costumbre de caminar dos horas al día hiciera el tiempo que hiciera. Por primera vez en nuestra vida hablamos de asuntos políticos y durante las más de cuatro horas de conversación llegamos a puntos de acuerdo inesperados. Él deseaba de todo corazón igual que yo que el actual canciller dimitiera y que alguien llevase a cabo políticas decisivas. Le conté los planes de organizar un instituto de investigación y quiso conocer todos los detalles sobre las recientes investigaciones serológicas. En esta ocasión fui a ver también a un primo que vivía en Leipzig y fuimos de excursión al grandioso monumento de la Batalla de Leipzig. Desde allí me dirigí primero a Essen a visitar la fábrica de Krupp con el permiso de Gustav von Bohlen, que estaba en los Alpes en ese momento. Al llegar me enteré de que el hotel en el que me iba a alojar era el mismo al que solía ir él, así que me atendieron con esmero por ser invitado de Krupp. Me recogieron al día siguiente y me enseñaron superficialmente los trabajos que se estaban llevando a cabo; vi las enormes chapas de los tanques, la producción de torpedos y de proyectiles, los enormes cañones para los barcos y las torretas móviles, la

358. Hay edición española: Emil KRAEPELIN, Cien años de psiquiatría [1918], Madrid, AEN, 1999.

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preparación y la manipulación del acero fundido, las soldaduras, la formación del acero con prensas hidráulicas y muchas cosas más. Me impresionó enormemente la grandiosidad de su trabajo y de los métodos que seguían, así como la tranquilidad con la que se hacía todo a pesar de se el trabajo se realizase a una escala tan grande. También visité las instalaciones que Krupp tenía al servicio de sus trabajadores, como las casas, la sala de maternidad o los hogares para la tercera edad, y me marché de allí impresionado con lo que había visto. A la mañana siguiente viajé de Colonia a Leverkusen para visitar la fábrica química, en la que me recibió muy amablemente el profesor Duisberg359. Me mostró la gran variedad de productos que habían producido durante la guerra, y me interesó la goma artificial que se podía usar para un montón de cosas diferentes, aunque la producción a gran escala seguía siendo difícil debido a la falta de materia prima. Junto con otros caballeros hicimos una visita de varias horas por las diferentes instalaciones que en principio se habían dedicado a la fabricación de pintura, aunque ahora se fabricaban tan solo explosivos. Admiré la colaboración de los distintos departamentos y cómo habían adaptado el equipamiento para unos fines totalmente distintos a los originales, dado que para ello tenía que haber sido necesario un control científico absoluto. Visité los laboratorios donde los químicos estaban haciendo unos estudios preparatorios para la investigación de nuevos procesos industriales y también eché un vistazo a la biblioteca en la que los trabajadores tenían a su disposición las publicaciones científicas más recientes. También pude ver el enorme hospital que estaba en la fábrica y la Clínica Ambulatoria de los trabajadores. A mediodía me recibió el profesor Duisberg, que me enseñó su preciosa propiedad y sus invernaderos; después pude ver cómo rellenaban la munición que cargaban directamente en vagones de tren, y también me enseñaron otras instalaciones de la fábrica como la escuela de economía, la tienda para los trabajadores y un apartamento de muestra totalmente amueblado que podían comprar los empleados a un precio bastante asequible. Por la noche regresé a Colonia. A la mañana siguiente visité a un paciente y por la tarde caminé junto al Rhin hasta el monumento Niederwald, que brillaba bajo la luz de la luna. Pasé el siguiente día en la fábrica de pintura de Höschst, que se había adaptado totalmente para producir armamento. Entre los distintos procesos a gran escala que llevaban a cabo allí, me interesó especialmente la producción de vacunas y la investigación para fabricar una contra el gas infeccioso [Gasphlegmon]. Además, hablé con los encargados de la posibilidad de tratar a pacientes psiquiátricos con vacunas y suero animal. Sin embargo, en ese momento no se conocía demasiado acerca de los procesos fisiológicos de nuestros pacientes y no podía evitar seguir confiando más en mis métodos. Por la noche quedé con Nissl en Heidelberg. En el encuentro de neurólogos y psiquiatras que se celebró en verano en Múnich conseguí que Brodmann colaborase en el Instituto y me sugirió que convenciese a Nissl para que también se uniera, cosa que yo ya había pensado. En aquel encuentro de Múnich le pregunté a Nissl si podíamos hablar de algo que podía interesarle y decidimos quedar en Heidelberg para poder tratar la cuestión. Aunque Nissl no quería 359. Carl DUISBERG, químico (1861-1935). Desde 1884 trabajó para la empresa Bayer, en 1912 se convirtió en director general de la misma y en 1925 jugó un papel decisivo en la formación de la empresa IG Farben.

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abandonar su actual puesto en Heidelberg, le terminó convenciendo la idea de poder llevar a cabo sus investigaciones sin ningún tipo de distracción. Acordamos las condiciones y cuando me marché de Heidelberg ya estaba seguro de que podría contar con él en el Instituto. De hecho, en el primer encuentro público del Instituto Nissl participó como futuro jefe de departamento. En la primavera de 1917 mi mujer y yo volvimos a Berchtesgaden porque nos había encantado el lugar. Conocimos a un grupo de gente muy agradable en el hostal Geiger, entre ellos al director ministerial Freund, del Ministerio de Interior de Prusia, quien más adelante me apoyó en la creación del Instituto, y a un colega de Munich, el astrónomo Seliger360, con el que por desgracia perdí el contacto después. Al final del verano fui a ver a Wundt, que se había retirado ya de la docencia, aunque de hecho no dio su última clase para evitar cualquier tipo de homenaje. Una vez más lo encontré estupendo de salud y charlamos animadamente durante horas. En mi última visita a Leipzig fui a ver a mi viejo amigo Lehmann, de Dösen, que llevaba una temporada algo enfermo. Lo encontré mejor de lo que esperaba pero por desgracia su estado volvió a deteriorarse y acabó muriendo tiempo después. El principal propósito de mi viaje era visitar a mi hermana y me alegré mucho de verla tan mejorada. Le propuse que nos viniera a ver a Múnich una temporada y lo hizo a finales de septiembre, y finalmente decidió mudarse a Múnich al año siguiente para estar más cerca de nosotros. La noche antes de marcharme me puse enfermo y tuve muchas molestias intestinales, pero me recuperé de camino a Dresde para visitar a Ganser por primera vez en muchos años. Pasé unas horas muy agradables con él porque nos llevábamos muy bien y compartíamos muchos puntos de vista. Sin embargo, mi salud volvió a resentirse cuando regresé y perdí mucho peso durante la guerra. En cuanto me recuperé un poco, decidí pasar unas semanas en Lindau con mi mujer para poder descansar tranquilamente sin ninguna obligación. Comía con gusto todos los días, me sentaba al sol y disfrutaba de las vistas de las montañas suizas deseando tener una vida así de tranquila algún día. Me recuperé enseguida y pocos días después pude bañarme y tomar el sol como siempre. Allí conocí al profesor Sommer361, de Giessen, y me presentó al alcalde de Lindau, el señor Schützinger, quien nos invitó a su torre junto al mar y nos habló de los visitantes que habían pasado por allí, incluido el conde Zeppelin. Volvimos a casa muy agradecidos y con fuerzas renovadas, y decidimos que volveríamos a Lindau la primavera siguiente. Llevamos a cabo nuestro plan, pero por desgracia la primavera no trajo consigo la vegetación exuberante que yo esperaba. El tiempo fue muy agradable y los árboles frutales florecieron pronto llenando el campo de un esplendor que crecía día a día. Tal y como le pedí, Rieger vino a visitarnos después de más de diez años sin vernos y nos asombró con 360. Hugo von SELIGER, astrónomo austriaco (1849-1924). Entre 1871 y 1973 fue ayudante en el Observatorio de Leipzig y desde 1873 hasta 1878 trabajó en el Observatorio de Bonn. En 1881 fue nombrado director del Observatorio de Gotha, y desde 1882 hasta 1922 fue catedrático de Astronomía y director del Observatorio de Múnich. 361. Robert SOMMER, psiquiatra (1864-1937). Desde 1890 fue médico interno con Konrad Rieger en la Clínica Psiquiátrica de Wurzburgo. En 1895 fue nombrado catedrático de Psiquiatría y director de la Clínica Psiquiátrica de Giessen. Sus obras más destacable fue Diagnostik der Geisteskrankheiten [Diagnóstico de las enfermedades mentales] (Viena/Leipzig, Urban & Schwarzenberg, 1894), y Lehrbuch der psychopathologischen Untersuchungsmethoden [Tratado de exploración psicopatológica] (Berlín/ Viena, Urban & Schwarzenberg, 1899).

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sus conocimientos del lago Constanza y de todas las personas y familias que eran importantes en la zona. Además, trajo el extenso libro que había escrito sobre las luchas entre el hospital Julius y el órgano superior de la asistencia pública desde los tiempos de Rinecker en adelante, que tenía que pasar todavía el sesgo de la censura. A Rieger le encantaba citar todo tipo de pasajes del libro. Días después, Gaupp y su mujer se unieron y pudimos hacer algunas excursiones por la zona. A finales de las vacaciones de Semana Santa hubo un encuentro de psiquiatras alemanes en Wurzburgo y volvimos a ver a Rieger a su mujer allí. También pude revivir viejos recuerdos cuando pasé al lado de la residencia de estudiantes en Reissgrubengasse y vi mi cuarto de ayudante en la esquina del hospital Julius, o cuando paseamos por el Mainstaden tal y como había hecho millones de veces hacía cuarenta años. Allí me enteré de una historia algo extraña sobre alguien que había rechazado ayudar económicamente al instituto. Según la opinión de gente experta en estos temas, la explotación de la vanidad humana es especialmente fructífera a la hora de conseguir fondos para la caridad, así que traté de aplicar esta estrategia y llamar la atención de algunos magnates industriales diciéndoles que conseguirían un título si donaban una cantidad de dinero considerable a nuestra causa. Sin embargo, también tendrían que adquirir la nacionalidad bávara para hacerlo porque pertenecían a otro estado federal. Conseguí que un caballero donase dinero a cambio de un título local, así que al menos me quedé tranquilo por haber podido servir de alguna manera a la ciencia. Aún así, la idea de ofrecer títulos a cambio de dinero no nos sirvió de mucho. El Instituto de Investigación iba a inaugurarse en abril de 1918, pero por desgracia no pudimos instalar todos los departamentos que pretendíamos. Nuestros antiguos laboratorios de psicología se seguían usando en parte para otras cosas y no podíamos ofrecer alternativas en ese momento. Además, me preocupaban mis obligaciones clínicas y no tenía un ayudante que me pudiera ayudar con la formación metodológica de los estudios de psicología. La instalación del laboratorio química supuso muchos problemas también. Para poder hacer un sitio al departamento de serología tuvimos que trasladar el laboratorio químico a la planta superior de la clínica, pero debido a la presión de la guerra no pudimos hacer los cambios necesarios en el edificio ni pudimos proporcionar el equipamiento necesario. Las negociaciones con Allers, que ahora servía al ejército austriaco, no tuvieron mucho éxito y parecía dudoso que pudiéramos encontrar un químico en este momento. Por eso decidimos conformarnos con la instalación de dos departamentos histopatológicos supervisados por Nissl y Spielmeyer362, otro de histología

362. Walter SPIELMEYER, psiquiatra (1879-1935). Entre 1902 y 1912 fue médico interno y después adjunto de la Clínica Psiquiátrica y Neurológica de Friburgo, con el Profesor Hoche. En 1912 fue trasladado a la clínica de Kraepelin en Múnich como sucesor de Alzheimer. Aparte de sus responsabilidades como psiquiatra, también dirigió el Laboratorio de Neuropatología. En 1918 rechazó la cátedra de Psiquiatría en Heidelberg como sucesor de Nissl, y en 1928 fue nombrado director del Instituto de Neuropatología del Deutsche Forschungsanstalt für Psychiatrie [Instituto Alemán de Investigaciones Psiquiátricas], al que convirtió en «La Meca» de la Neuropatología. Durante su época tuvo más de ochenta científicos alemanes y más de cien extranjeros de veinticuatro países. En 1932 Spielmeyer recibió la medalla Erb de manos de O. Foerster [famoso neurocirujano, presidente de la Asociación Alemana de Neurología]. Sus obras más relevantes son Technik der mikroskopischen Untersuchung des Nerven-systems [Técnica de la investigación microscópica del sistema nervioso] (Berlín, J. Springer, 1911), y Histopathologie des Nerven–systems [Histopatología del sistema nervioso] (Berlín, J. Springer, 1922).

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topográfica dirigido por Brodmann, otro de serología con Plaut a la cabeza y finalmente un laboratorio genealógico para Rüdin. El resto de departamentos tendrían que esperar. Por otro lado, la clínica sólo tenía sitio para los cuatro primeros departamentos y tuvimos que alquilar un apartamento con ocho habitaciones en los alrededores para el último; también asignamos unas habitaciones para la biblioteca, que había crecido considerablemente gracias a las donaciones y las compras que habíamos hecho. Además, tuvimos la suerte de que la familia Laehr nos prometiera donar la preciada colección privada del canciller Laehr363, quien había recogido durante años todo aquello que fuera relevante para nuestra especialidad. Esta promesa nos la hicieron en el primer encuentro público del consejo de nuestra asociación. La integración del Instituto de Investigación en la clínica encontró la oposición de la Facultad de Medicina, que no entendían las causas. La gente temía que alguien usurpase el puesto de director de la clínica y que eso provocase algún tipo de fricción. Las quejas que surgieron mientras estuve al frente de la clínica y del Instituto no eran especialmente importantes, pero en el futuro tendrían que ser resueltas por otro catedrático. Obviamente esta situación era sólo temporal y nos costó mucho encontrar soluciones para evitar más problemas. Se me ocurrió que sería buena idea integrar el Instituto en el plan municipal de psiquiatría; la idea era bastante oportuna porque el aumento del número de pacientes hacía necesaria la creación de otro servicio, así que negociamos con las autoridades municipales. Ellos ya habían considerado la posibilidad dado que se había construido un edificio nuevo en el hospital de Schwabing, así que les sugerí que se crease allí un servicio de psiquiatría y que a su vez se anexionara el Instituto de Investigación. Conté con su apoyo y pude firmar un contrato con las autoridades locales para que se reservase gratuitamente un área junto al servicio de admisiones para el uso del Instituto de acuerdo al derecho de sucesión. Los gastos se pagarían a precio de coste y finalmente el Instituto pudo contar con treinta camas en el nuevo servicio y con pacientes adecuados para la investigación. Gracias a este contrato, todas las quejas se acallaron y el Instituto de Investigación pudo unirse a la asociación universitaria. En caso de que cambiasen los catedráticos, se reservaba el derecho de firmar un nuevo convenio para regular la relación con la Clínica. La administración de las donaciones que recibíamos se puso en manos de un organismo específico formado por el consejero ministerial, el consejo del Instituto y cinco delegados de la Universidad, la Facultad de Medicina, la Asociación de Alienistas Alemanes, la Asociación de Alienistas de Baviera y la Sociedad Emperador Guillermo II. Además, se admitía a

363. Bernhard Heinrich LAEHR, psiquiatra (1820-1905). Entre 1848 y 1853 fue médico interno con Heinrich Damerow (1798-1866) en el psiquiátrico Nietleben (cerca de Halle). En 1853 fundó y dirigió el Asyls zur Heilung und Pflege Nervenkranker und Gemütskranker gebildeter Stände zu Schweizerhof [Schweizerhof era un hospital para la curación y cuidado de los enfermos de nervios y enfermos afectivos de clase alta] en Berlín. En 1889 pasó la dirección del psiquiátrico a su hijo Hans Laehr. En 1857 fue editor del Allgemeine Zeitschrift für Psychiatrie [Revista general de psiquiatría], en 1864 fue uno de los principales fundadores del Deutscher Verein für Psychiatrie [Asociación Alemana de Psiquiatría] y en 1890 fue nombrado catedrático. Tuvo el cargo de Consejero Privado del Länder berlinés. Su obra más destacable fue Die Literatur der Psychiatrie, Neurologie und Psychologie von 1459-1799 [La literatura psiquiátrica, neurológica y psicológica desde 1459 hasta 1799] (Berlín, 1900). Para redactar este magno catálogo había reunido la colección bibliográfica a la que alude Kraepelin.

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representantes de los donantes que hubieran contribuido con más de cincuenta mil marcos y un delegado de la ciudad de Múnich y otro del distrito de Baviera norte. Este organismo solía reunirse una vez al año y después daba una conferencia pública. Podía tomar decisiones acerca de asuntos económicos como la administración de los fondos, la aprobación de presupuestos, el pago de gastos especiales, la creación de nuevos puestos y departamentos, y el nombramiento de los jefes de departamento. El resto de asuntos, como los gastos internos, estaban en manos de un consejo administrativo formado por los jefes de departamento, que elegían al director de Instituto y que se encargaba de presidir este consejo y de representar públicamente a la institución. En un principio habíamos pensado copiar la organización del Instituto del Canciller, pero cambiamos de idea finalmente para que los jefes de departamento no estuvieran subordinados a una única autoridad y que se mantuviera una igualdad entre todos nosotros. Nos parecía esencial organizarnos así para mantener la cooperación y la independencia personal. Además, los sueldos se ajustaban dependiendo de la importancia personal de cada uno en el instituto. Le di mucha importancia a que el consejo administrativo estuviera obligado a comunicar todos los asuntos de interés común. De esta manera pretendía fomentar el contacto personal y científico de los jefes de departamento y evitar las fricciones internas tan habituales cuando no existe relación entre los trabajadores. Como estábamos obligados a discutir los asuntos comunes en presencia de personas independientes, se conseguía que nadie se aferrase ciegamente a sus opiniones. Las reuniones también pretendían ser un punto de encuentro para discutir asuntos científicos y otros proyectos que promovieran una cooperación sistemática desde cualquier punto de vista. Para poder disponer de los trabajadores y del equipamiento necesarios, quisimos seguir el ejemplo del Instituto Zoológico de Nápoles y alquilar locales para poder continuar nuestras investigaciones. Nuestra petición a los estados federales, las provincias prusianas y a los distritos bávaros resultó muy fructífera y prometieron alquilarnos veinte locales por dos mil marcos anuales cada uno. Además, quisimos dejar uno a disposición de cada donante. De esta manera queríamos crear interés entre los colegas con inquietudes científicas y también forjar unos lazos esenciales entre el Instituto y otros profesionales alemanes. Me di cuenta de que la falta de educación científica de algunos podía ser un obstáculo para el Instituto, pero no quise darle importancia porque teníamos que promover el interés científico y la eficiencia de los psiquiatras alemanes. Tuvimos que contratar a un gran número de ayudantes para comenzar el trabajo en los departamentos. El Instituto pudo crear nuevos puestos de trabajo sin problemas, lo que no hubiera sido tan fácil si hubiésemos dependido exclusivamente del Estado. Cada jefe de departamento podía contar con todos los técnicos de laboratorio que necesitase y pudimos contratar además a un fotógrafo y a un bibliotecario. El Departamento de Genealogía pudo contar con varios trabajadores también y el de Psicología contrató a un mecánico. Esta distribución tan generosa era indispensable si queríamos que los jefes de departamento se dedicasen a su trabajo sin ninguna distracción. En junio de 1918 tuvo lugar el segundo encuentro público en el que informé de los objetivos y de los medios de la investigación científica con los que contábamos, y después trazamos a grandes rasgos la línea de futuro del Instituto. Por desgracia, nuestros comienzos tan prometedores se vieron ensombrecidos por la inesperada muerte de Brodmann el 22 de agosto. Se

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había recuperado de una gripe pero cayó en una sepsis muy rápida por culpa de un tumor glandular que había tenido en el pasado. En apenas unos días su estado de salud pasó de ser normal a crítico y perdimos a un compañero amable, servicial y muy generoso que disfrutaba con su trabajo. Como era el único del equipo que se encargaba de la histología topográfica de la corteza cerebral y no encontramos a nadie que lo pudiera sustituir, tuvimos que disolver su departamento temporalmente. Unos meses después recibimos la sorprendente noticia de que su mujer y el hermano de ésta habían muerto por culpa de una gripe. Fue todo un alivio que uno de los miembros del Consejo de Donaciones propusiera dar a la hija huérfana de Brodmann una cantidad de dinero (aparte de la pensión que recibiría) para que no olvidase nunca la relación que su padre mantuvo en su momento con el Instituto de Investigación. El Instituto sufrió la amenaza de perder a otra persona de peso cuando Spielmeyer fue elegido para la cátedra que Nissl había dejado libre en Heidelberg. Dado que la salud de Nissl no era muy estable y se corría el peligro de que se perdiera mucho conocimiento científico si moría (como había pasado con Gudden o Alzheimer), mi intención había sido siempre que Spielmeyer trabajase con Nissl y así aprendiera en el día a día sus experiencias y puntos de vista. Este plan se iría al traste si Spielmeyer se marchaba a Heidelberg, así que me alegré de que rechazase esta oferta tan tentadora tras sopesarla y de que el Consejo de Donaciones estuviera dispuesto a compensar económicamente este sacrificio. A través de la embajada de Baviera en Berna, recibí en junio de 1918 la noticia de que mi propiedad de Suna había sido confiscada. El 3 de julio se me comunicó que tenía que pagar nueve mil liras en cinco días y al día siguiente me enteré de que se pondría a la venta si no hacía el pago en menos de un mes, pero necesitaba el permiso de varias autoridades para hacer la transferencia y no era precisamente fácil conseguirlo. Tenía que pagar los gastos de edificación que se habían hecho justo antes de la guerra porque en su momento no pude hacerlo debido a que todas las comunicaciones con Italia se habían cortado y la Ley federal no permitía en ese momento transferir dinero a Italia. Gracias a un abogado romano que trabajaba en la embajada de Suiza supe que todo se había arreglado tras lograr mandar una gran suma de dinero que cubriese todos los gastos. Para mi tranquilidad me confirmaron que Bottini se había encargado de mis asuntos de la forma tan seria con que acostumbraba. En el otoño de 1918 decidí tomarme unas vacaciones largas. Significaba mucho para mí ver a Wundt de nuevo, así que fui a visitarle a Heidelberg a primeros de agosto. Nos vimos un par de veces más y me encantó ver la agudeza mental de este hombre a sus ochenta y seis años. Todavía salía a dar paseos por la montaña, pero se quejaba de que cada vez le costaba más porque le fallaba la vista. A pesar de ser muy activo, su hija me contó que Wundt no estaba satisfecho con la lentitud con la que avanzaba en su noveno volumen sobre psicología etnológica, que pretendía acabar lo antes posible. También había empezado a sentirse mal por su soledad elegida en Heidelberg, aunque tampoco le apetecía mantener contacto con otras personas. En aquella ocasión, la belleza de Heidelberg tuvo gran efecto en mí y me pregunté por qué me mudé a la árida meseta del Norte de Baviera si amaba tanto la naturaleza del Sur y la belleza de este valle. Tuve que ir a visitar la Clínica para saciar esta nostalgia y allí pude hablar con mi antiguo alumno y ahora profesor Wilmanns sobre diversos planes de futuro. También me enseñó el laboratorio de psicología en el que hacían pruebas para pilotos y, a pesar de

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que allí usaban unas máquinas muy ingeniosas, estaba claro que nuestra ciencia tenía grandes deficiencias en ese momento y que no debíamos sobreestimar su valor. Cuando regresé, hice algunas excursiones con mis hijas por la montaña y pude comprobar con alegría que mi capacidad física aún no había perdido fuerza. En una ocasión caminamos desde Vordergrasck por Schachen hasta el refugio de Meiler y regresamos por Oberreintal hasta Partenkirchen en sólo once o doce horas sin llegar especialmente cansados, lo que me dio esperanzas de poder retomar la escalada cuando volviéramos a Italia. Primero teníamos que superar el duro invierno que tanto aborrecía, dado que con los años había empezado a rechazar el triunfo del hielo por encima de la vida y la naturaleza primaverales. Por desgracia, esta estación tan dura fue especialmente amarga ese año porque nuestra patria sufrió una gran crisis económica, política y militar. Estábamos indefensos y a merced de nuestros enemigos, pero tuve que aceptar que el espíritu de la guerra que nos había librado del yugo napoleónico no iba a resurgir en la Alemania actual. Cuando era joven había aprendido las doctrinas de la socialdemocracia y además voté a Bebel364 en una ocasión. La experiencia me había hecho dudar de si la amenaza de aquellos demagogos que tanto gritaban y tanto se aprovechaban del poder del pueblo podían llegar a traer la felicidad, aunque también era consciente de las deficiencias de una constitución monárquica. Por eso observé el transcurso de los acontecimientos con reservas, pero lejos de sentirme liberado, lo que sentí fue una profunda vergüenza y una indefensión por la inevitable degradación de mi patria. Lo único que me quedaba era seguir trabajando a pesar de las dificultades internas y externas, y al menos en el Instituto de Investigación podía abstraerme de todo el sufrimiento que me rodeaba. En las reuniones con Nissl y otros colegas intercambiábamos opiniones sobre asuntos científicos y nos convencimos de la necesidad de trabajar en grupo; de hecho influyeron de forma decisiva en el desarrollo futuro de nuestro Instituto. Con la nueva realidad sociopolítica no podíamos disponer de donaciones tan generosas como estábamos acostumbrados, pero tuvimos que hacernos a la idea de que había que salir adelante con estos medios y que no podríamos llevar a cabo todo lo que teníamos planeado. De todas maneras, el dinero que ya habíamos recaudado aseguraba la continuidad del Instituto e incluso hacer alguna ampliación más modesta. Estábamos orgullosos de que Alemania hubiera podido inaugurar en plena guerra un instituto científico dedicado a mejorar la vida de las personas, un logro que nadie más había conseguido y que no nos podría robar ni siquiera la derrota más clara. Esto nos dio confianza para afrontar el futuro a pesar del caos que estábamos viviendo en ese momento. La siguiente decisión que tomamos respecto de las reuniones científicas fue que participaran no sólo los jefes de cada departamento, sino también el resto de científicos y personal médico de la Clínica. Comenzamos hablando de los casos más peculiares que teníamos y también dábamos conferencias más breves acerca de los estudios que se hacían en el Instituto. Otro paso importante fue la fundación de un departamento clínico, que encargué a mi hija mayor porque llevaba muchos años trabajando de ayudante y vivía lejos de su marido. Queríamos preparar el material de obser364. Herman August BEBEL (1840-1913). Político y escritor socialista alemán. Participó en la fundación del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) en 1869, convirtiéndose en su figura más relevante durante las siguientes cuatro décadas (N. de la T.).

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vación que habíamos recopilado durante años para poderlo usar en nuestro trabajo clínico, para lo cual era necesario comprobar las fichas, completarlas y clasificarlas según los tipos de enfermedad. Después había que hacer un seguimiento de los pacientes que habíamos tratado y registrar la información para cerrar cada caso. Por último, preparamos unas fichas con las características especiales de determinados casos que podían servirnos en futuros proyectos. La preparación continua del material de que disponíamos tenía que contrarrestar la creciente y preocupante desidia general que se respiraba en la preparación de las investigaciones en ese momento. El futuro tan prometedor de nuestro Instituto venía ligado al objetivo de conseguir un tratamiento para los daños cerebrales de las víctimas de la guerra. Necesitábamos un lugar donde examinar a estos infelices y por otro lado nos hacían falta unas instalaciones permanentes con supervisión médica para otros pacientes más graves. Parecía conveniente que integrásemos estas instalaciones en alguna institución científica asentada en otro lugar, así que propuse llegar a un acuerdo entre el Servicio de Bienestar para los Inválidos, la administración municipal y el Instituto, que finalmente llegó a buen puerto. La ciudad también accedió al plan de expansión del departamento de observación psiquiátrica del hospital de Schwabing. Teníamos la certeza de que esta ampliación serviría sus propósitos y además mejoraría la calidad de vida de los pacientes con daños cerebrales. El Servicio de Bienestar para los Inválidos prometió pagar los costes del edificio y los gastos de las instalaciones. En caso de que los pacientes fueran muriendo en el transcurso de esos años, la ciudad podría recuperar el edificio para lo que quisiera a un precio asequible. Además, el edificio iba a construirse en los terrenos del Instituto de Investigación y éste decidió dotar al servicio en términos médicos y científicos en la medida de lo posible. Hasta que no se pudo calcular las necesidades del servicio, se dio cobijo a estos pacientes en el edificio de la antigua Reisingerianum365 que pertenecía a la Universidad. Ahora que la guerra ha acabado, vamos a intentar que el Instituto siga creciendo con los medios de que disponemos. En primer lugar, el trabajo del Departamento de Psicología debe retomarse a lo largo de 1919. Mientras yo tenga que ocuparme de la actividad clínica no voy a poder supervisar personalmente el trabajo psicológico, así que necesitamos contratar un ayudante que dirija el departamento siguiendo mis indicaciones. En segundo lugar, tenemos que contratar a un químico aunque no podamos ofrecer unas condiciones de trabajo especialmente atractivas en este momento. Probablemente haya que contratar temporalmente a un ayudante para este puesto. Por último, hay que encontrar un sustituto para Brodmann lo antes posible. En este caso tampoco vamos a poder encontrar una solución totalmente satisfactoria y lo más probable es que sólo podamos ofrecer una solución temporal. El resto de necesidades, entre las que destaca encontrar un neurofisiólogo y un estadístico, sólo podremos atajarlas cuando el instituto tenga un tamaño menos restrictivo que el actual. Nadie sabe cuándo nuestra pobre patria podrá proporcionarnos los medios, pero no creo que yo pueda contribuir personalmente a ello. Estoy muy contento de haber podido poner en marcha este proyecto porque la necesidad de un centro de investigación es más grande que nunca. Espero que este refugio para la actividad científica alemana se desarrolle tal y como lo hemos imaginado y ayude a recuperar la integridad de nuestra nación.

365. Policlínica Quirúrgica de Múnich (N. de la T.).

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Índice onomástico

A Abdul Hamid 78, 128 Abel, J.A. 28 Allers 110, 118, 161 Alter 32, 33 Althoff 67, 104, 107, 129 Alzheimer 66, 100, 108, 109, 118, 136, 161, 164 Amberg 62 Angerer 8 Arndt 98 Arnold, Julius 58 Aschaffenburg 59, 62, 67, 97, 98, 100, 104 Atwater 84 Avé-Lallement 26 Avenarius 3 Axenfeld 129

B Baden, Friedrich von 122 Baedeker 83, 140, 145 Bandorf 12, 29, 118 Batocki 148 Bayer (empresa) 159 Bebel 165 Beilis 141 Bergeest 51 Berger 45 Berkeley 5 Bertels 44 Bettmann 62 Beyer 70 Binet 132 Birch-Hirschfeld 22, 33, 34 Birkmeyer 129 Bismarck 78, 84 Bissing 87 Blandy 73, 131

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Bleuler 56, 141 Bluntschli 73 Böcklin 52, 56, 71, 90, 141 Bohemus, Martinus 153 Bohlen und Halbach 156-158 Böhm 102 Böhmert 93 Bollinger 16 Bombarda 132 Bonhoeffer 93, 147 Bonnett 16 Borchardt 86 Bosshardt 135 Bottini 127, 137, 164 Brissaud 124, 131 Brodmann 118, 159, 162-164, 166 Brückner, A. 48 Brückner, E. 71 Buccola, Gabriel 18 Buchner 141 Bumm, A. 12, 16, 17, 80, 81, 102, 110 Bumm, F. 122 Bunge, Gustav 69, 122 Burkhard 56 Bütschli 63

C Carducci, Giosué 51 Carmen Sylva 77 Cattell 24, 25 Christ 76 Clouston 124 Cohnheim 21, 27 Cook 133 Correggio 72 Credé 6, 27 Cromer 87

Cron 98 Czermack 23 Czerny 58

D Dagonet 56, 66 Dannemann 117 Daraszkiewicz 43, 44 Darwin 141 Dehio, Heinrich 38, 41, 44, 6264 Dehio, Karl 39, 56 Deliannov 48 Devaux 65 75 Deventer, van 140 Dohrn 88 Dietzel 47, 50, 53, 55 Dinkler 87, 88 Döderlein 147 Dohrn 88 Dörpfeld 77, 78, 88 Doyen 132 Dragendorff 38, 41, 156 Dreyfus 64 Drumond 92 Duhn 67, 70, 72, 77 Duisberg 159 Dupré 124, 131 Dusch 101

E Ebbinghaus 84 Edinger 27 Ellis 145 Emminghaus 5, 9, 35, 36, 38, 52, 58, 71 Enke, Ferdinand 17, 45 Erb 19, 21-23, 27, 44, 56, 58, 62, 64, 83, 107, 146, 147, 161

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Índice onomástico

168 Erman 86, 87 Estel 23 Eversbusch 16 Exner 50 Eyner 44

F Fechner 35, 107 Feilitzsch 103 Fick 4 Fiedler 34 Finsch 84 Finzi 89, 98 Fischer, Emil 157 Flechsig 19-22, 124 Fliedner 80, 81 Fontane, Theodor 2 Forel 11, 36, 45, 52, 68, 88, 135 Freund 160 Friedenreich 94 Friedreich 21, 23 Friedrich (Gran Duque) 58 Friedrich (matemático) 23 Fürer 59, 69 Fürstner 55, 59, 61, 65, 68

G Galton, Francis 24, 54 Ganser 4, 12, 17, 20, 29, 32, 37, 49, 59, 98, 160 Gaule 27 Gaupp 92, 98, 100, 108, 109, 114, 136, 152, 161 Gegenbaur 58 Gerber 22 Gierke 5 Gildemeister 150 Glück 99 Glük 127 Goethe 11, 72, 152 Goltz 35 Grashey 4, 8, 31, 37, 52, 102, 120 Grätzner 55 Griesinger 8, 9, 29 Gruber 121, 126, 141, 147 Gudden, B. von 11, 12, 14-17, 19, 20, 22, 28-31, 35-37, 83, 102, 164 Gudden, H. 83, 104, 108, 111

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Günther, R.B. 22 Günther, K.R.B. 22

H Hagen 60 Hänel 99 Hansen 129 Harnack 134 Hart 37 Hartwig 78 Hayner 66 Hecker 43, 59, 84 Heerwagen 42, 81 Helfreich 11 Heller 130 Hergt 52 Hertwig 121 Heumann 99 Heydte 117 Higier 44 Hipp 23, 31 Hitzig 20, 52, 83, 104, 124 Hobbes 5 Hoch 99 Hofmann 147 Hoffmann, A.W. 51 Hoffmann, Ch.K. 101 Hofmann (de Java) 140 Holtzendorff 17 Hösslin, Georg von 73 Huber 27 Humberto y Margarita (reyes) 50 Humboldt 75, 131 Hume 5 Hylan 98

I Ilberg 59, 63 Isabel y Fernando (reyes) 80 Isserlin 109, 117

J Jolly 20, 55, 83, 107, 118, 124 José II (rey) 140

K Kahlbaum, K.L. 18, 28, 53, 56, 59, 84, 104 Kahlbaum, S. 18

Kant 3-5 Kast, A. 19, 26 Kast, H. 19 Katsch 30 Kattwinkel 118 Kehrbach 4 Kehrer 77 Kemmler 59 Kerschensteiner 156 Knauer 114 Koch, Robert 93, 109, 130, 146 Kollert 23 Kölliker 4-6 Körner, Theodor 153, 155 Kotze, Sra. 123, 134 Kraepelin, Karl (padre) l Kraepelin, Karl (hermano) 2, 18, 49, 53, 73 Kraepelin, Otto (hermano) 2 Krafft-Ebing 45, 50, 55, 124 Krauss 98 Kröpelin 154 Krüger, Dr. Louis 3, 20 Krupp 156, 158, 159 Kugler 90 Kümmel, W. 130 Kümmel, H. 130 Kunkel 10 Kure, Shuzo 67 Kürz 98

L Laehr, B.H. 162 Laehr, H. 162 Laplace 3 Leber 58 Lehmann, A. 93 Lehmann, G. 20, 22, 98, 160 Lenhartz 27, 130 Lesser 27, 147 Lessing 28 Leuckart 3 Liepmann 118 Lindischberg 153 Lindley 98 Linhart 8 Liszt 119 Littmann 104

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Índice onomástico Locke 5 Lombroso 18, 26 Lonitzer 139 Loos 87 Lorenz, A. 130 Lorenz, K. 130 Löschke 53 Lotmar 110 Löwald 99 Luis II (rey) 11, 36, 60 Luis (príncipe) 122 Luis Salvador (archiduque) 82, 91 Ludwig, Georg 68, 121 Ludwig, Carl Friedrich 6 Lühe 155

M Magnan 55, 56 Marie, A. 140 Matterstock 10 Mayer, Hans 76 Maykow 47 Mayser 12, 16, 52 Melozzo da Forli 71 Mendelssohn, L. 49 Mercklin 57 Messter 116 Metternich 34 Mettrie, de la 5 Meyer, Adolph 124, 125 Meyer, Eduard 4, 28 Meyer, Martin 99 Meynert 15, 17, 45, 49, 50, 53, 57 Michelson 39, 44 Miesemer 98 Miller 156 Mittelstädt 17 Möbius, P.J. 22, 98, 107 Moeli 58 Moharb Todrus 86 Moldenhauer 7 Monakow 118 Mongeri 78, 128 Moreira 124 Morselli 52, 72, 89 Mucke 36, 47 Müller (líquido de) 30

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Müller, Friedrich von 121, 124, 141, 147 Müller, G.E. 52 Müller, J.L. 30 Münsterberg 24, 140 Murillo 49, 80, 81

N Nansen 88 Napoleón (Bonaparte) 34, 83 Napoleón III 2 Neelsen 34 Neisser, A. 26, 114, 127, 133, 147 Neisser, Cl. 26 Neumann, H. 53 Neumann, E. 94 Nissl, Franz 31, 63, 65, 98-100, 141, 159, 160, 161, 164, 165 Nitsche 108 Nokk 58, 101 Nonne 148

O Obersteiner 130 Öhrn 44, 45 Oldenberg 123 Oseretskowsky 98, 99 Osman Pachá 79 Öttingen, Alexander von 26, 47 Öttingen, Arthur von 45, 47 Otto (Dr.) 74, 77, 131 Otto, rey 78 Otto, príncipe 12

P Palleske 2 Panizza, Oskar 29, 30 Pathé 140 Pätz 52 Peters, Karl 123 Pettenkofer 29, 88, 121 Pfannenstiel 130 Pfeffer 93 Pfleger 150 Phipps 124 Piersch 34 Plaut 109, 113, 118, 145, 146, 162

169 Pontoppidan 93, 94 Prantl 4 Preuschen, Hermine von 93 Preyer 46

Q Quincke, G.H. 95 Quincke, H.I. 95, 130

R Raggi 73 Rählmann 47 Ramón y Cajal 81 Rauber 36 Rehm, L. 29, 130 Rehm, E. 120 Reiss 98 Rembrandt 49, 84 Reuter, Fritz 1, 2 Reventlow 150 Richet 132 Rieck 5, 156 Rieger 4, 8, 9, 52, 55, 94, 95, 98, 104, 111, 160, 161 Rindfleisch 10 Rinecker 4, 5, 7-11, 21, 22, 37, 55, 161 Rivers 98 Robinson 88 Rohde 110 Romberg 147 Römer 62 Röse 154 Rosen 131 Rosendal 87 Rovelli 95 Rubner 130 Rüdin 100, 109, 118, 136, 145, 162 Runge 49, 52, 53 Runne 62

S Sachs 4 Sälan 49 Sänger 27 Sattler (Dr.) 73, 86, l64 Sattler, H. 130 Savage 54

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Índice onomástico

170 Scanzoni 11 Schäfer, Dietrich 150 Schaudinn 129 Scheube 27 Schlittenhauer 151 Schmidt, A. 44, 46-48, 77 Schmidt, B. 6 Schönborn 83 Schönfeldt 43, 141 Schönthal 59 Schopenhauer 5, 23 Schottelius 10 Schrader 21 Schröder 141, 145 Schrenck-Notzing 132 Schüle 65, 68 Schultze, F. 43 Schulze (bisabuelos de Kraepelin) 152, 153 Schulze (mecánico) 44 Schumann, F. 52 Schumann, Robert 23 Schützinger 160 Schweighofer 119 Schweinfurth 90, 91, 100, 123, 156 Schwingshackl 126 Seidl, Gabriel von 126 Seliger 160 Semon, Richard 126 Shakespeare 1, 54 Siemens, E. W. von 17 Siemens, Friedrich von 17, 34, 93 Siemens, Fritz 134 Siemerling 83 Sikorski 141 Simon, O. 26 Simon, Th. 132 Skramm, Amalie 93 Sohrt 38 Solbrig 12 Sollier 132 Sommer 117, 160 Spangenberg 16 Spielmeyer 161, 164

Kraepelin.indb 170

Stadelmann 27, 129, 131, 133 Stahlmann 100 Stanley 72 Stöhr 10 Stolberg, condesa 155 Stransky 139, 140 Stresemann 151 Strümpell 22, 34

T Tachsin, Raschid 67, 128 Tamburini 72, 140 Tanzi 52, 89 Therese, princesa 89 Thieme 26 Thiersch 6, 21 Thoma 41, 48 Tiling 57 Tirpitz 151 Tischer 23 Traub 151 Trautscholdt 23, 24 Tuczek 53, 73 Tuke, Daniel Hack 54

U Uhthoff 129 Unverricht 43

V Vaihinger 4 Vassale 73 Velasquez 81 Vierordt, H. 27 Vierordt, O. 27 Vocke 110 Vogel 34 Vogt, O. 118 Vogt, R. 99, 124 Voit 120 Voss, G. 98 Voss, J. 129

W Wagner von Jauregg 139 Wagner, E.L. 6

Wagner, Richard 123 Warnock 87, 145 Wassermann 109, 113, 146, 147, 156 Weber, E.H. 24, 28, 35, 62 Weber, G. 63 Wehner 103 Weil 42, 43 Weigert 21, 26, 30 Weiler 149 Weltz 10 Wernicke 53, 92 Westarp 150 Westphal 29, 53, 55, 57, 58, 83 Weygandt 98 Wied, príncipe 77 Wied de Hohenzollern, Isabel 77 Wied, Guillermo Carlos de 77 Wiedemann 3 Wildpret 76 Wille 52 Willert 17 Wilmanns 98, 148, 164 Winckel 88, 103, 104, 120 Winterstein 157 Wirth, Moritz 4 Wislicenus 4 Wolff 8, 9 Wolters 77, 88 Wunderlich 6 Wundt 3, 5-7, 9, 16, 17, 20-26, 28, 31, 33, 35, 42, 50, 52, 53, 70, 72, 93, 99, 101, 158, 160, 164

Z Zander 130 Zahn 88 Zeppelin 160 Zetinow 63 Ziegler 10 Ziehen 104 Zöge-Manteuffel 41

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