Kosovo, las Semillas del Mal-Ricardo Angoso García

October 13, 2017 | Author: Miguel Pereira-Mesa Cardona | Category: Kosovo, Serbia, Bosnia And Herzegovina, Republic Of Macedonia, Cyprus
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Descripción: Libro que expone las raíces, el pasado y el futuro del conflicto albanokosovar y su amenaza para la unidad ...

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KOSOVO. LAS SEMILLAS DEL ODIO CUANDO SE ROMPEN LAS FRONTERAS DE EUROPA Ricardo Angoso García

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Primera edición: 2009 © Ricardo Angoso García, 2009 © Plaza y Valdés Editores

Derechos exclusivos de edición reservados para Plaza y Valdés Editores. Queda prohibida cualquier forma de reproducción o transformación de esta obra sin previa autorización escrita de los editores, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Plaza y Valdés S. L. Calle de las Eras, 30-B. 28670, Villaviciosa de Odón. Madrid (España) ( (34) 91 665 89 59 e-mail: [email protected] Plaza y Valdés, S. A. de C. V. Manuel María Contreras, 73. Colonia San Rafael. 06470, México, D. F. (México) ( (55) 50 97 20 70 e-mail: [email protected] www.plazayvaldes.es ISBN: 978-84-96780-79-8 D. L.: Propuesta gráfica: José Toribio ([email protected]) Impresión:

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SUMARIO PRÓLOGO

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PRIMERA PARTE. LA INDEPENDENCIA DE KOSOVO, ¿UN PROCESO IRREVERSIBLE? ........................................................................................................................ 9 1. Kosovo, 2008: el regreso de la historia ............................................................................ 9 2. Europa ante la independencia de Kosovo ................................................................. 17 3. La cuestión de Kosovo en la vida política española ......................................... 28 SEGUNDA PARTE. DE CÓMO NACIÓ EL MITO DE KOSOVO ............................................. 37 4. El mito de Kosovo .......................................................................................................................... 37 5. Kosovo en el pasado y en el presente ............................................................................. 46 TERCERA PARTE. EL COMIENZO DE LA CRISIS ............................................................................ 63 6. El fin de Yugoslavia y la crisis de Kosovo .................................................................. 63 7. Los orígenes del nacionalismo albanokosovar ....................................................... 70 8. La personalidad de Hashim Thaçi ................................................................................... 82 9. Milosevic y el destino de Kosovo ...................................................................................... 88 CUARTA PARTE. LA INTERVENCIÓN DE LA OTAN ............................................................. 103 10. EE.UU. y el nuevo «juego» internacional de los Balcanes .................. 103 11. Daños colaterales sin ninguna importancia ...................................................... 112 12. Las consecuencias de la intervención de la OTAN .................................... 118 QUINTA PARTE. LAS CONSECUENCIAS DE LA GUERRA ...................................................... 125 13. Limpieza étnica en Prístina .............................................................................................. 125 14. Tristes celebraciones en Gračanica ............................................................................ 130 15. Los desaparecidos ..................................................................................................................... 134 16. Mitrovica, ciudad dividida por un muro de odio ....................................... 139

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SEXTA PARTE. LOS NUEVOS PARIAS DE EUROPA ..................................................................... 145 17. El triste destino de los serbios ....................................................................................... 145 18. Refugiados y desplazados: los datos oficiales ................................................... 151 19. Tropas españolas para proteger monjas ................................................................. 155 20. Noticia de la destrucción del patrimonio histórico ................................... 159 21. El valle de las abejas, reserva étnica serbia .......................................................... 168 22. Serbios y albaneses, en tierra de nadie ................................................................... 171 SÉPTIMA PARTE. LA SITUACIÓN ACTUAL ...................................................................................... 177 23. Los nuevos (y viejos) líderes albanokosovares ................................................. 177 24. La demonización de los serbios ................................................................................... 186 25. Los intelectuales europeos ante la situación de Kosovo ......................... 193 26. Mentiras sobre Kosovo que matan ........................................................................... 199 OCTAVA PARTE. PERSPECTIVAS DE EVOLUCIÓN Y CONCLUSIONES ......................... 205 27. El disparatado plan Ahtisaari ......................................................................................... 205 28. División de opiniones en Belgrado e incierta transición serbia ...... 212 29. Serbia y el futuro de Kosovo ........................................................................................... 217 30. Incertidumbre en Macedonia ........................................................................................ 221 31. Los riesgos que nos acechan ............................................................................................ 228 32. Tras Kosovo, todo vale ......................................................................................................... 233 CRONOLOGÍA DEL CONFLICTO ............................................................................................................ 239 BIBLIOGRAFÍA EMPLEADA .......................................................................................................................... 247 PÁGINAS WEB RECOMENDADAS ............................................................................................................ 251 MEDIOS EMPLEADOS .................................................................................................................................... 251 RELACIÓN DE PAÍSES QUE HAN RECONOCIDO KOSOVO ................................................ 253

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PRÓLOGO Se ha dicho, y con razón, que los Balcanes tienen tanta historia que no pueden consumirla o asumirla. Es uno de aquellos territorios en que se han entrecruzado imperios, pueblos y religiones; donde en pocas etapas ha reinado la paz. Las herencias de muertes y odios difícilmente pueden olvidarse. Y, tal vez por ello, realidades y mitos se mezclan. Y en el centro de complejas mitologías encontramos Kosovo. Kosovo, realidad de cientos de años y mito de nacionalismos más o menos irredentos; también es un presente con una trágica historia reciente y con grandes interrogantes acerca de su futuro. Sobre todo esto nos habla este libro. Mucho se ha escrito sobre los Balcanes y Kosovo. ¿Nos hallamos ante un título más que añadir? Creo que no. Esta obra tiene sus especificidades. Su autor, Ricardo Angoso, ha escrito un libro con la cabeza y con el corazón. Más que escribirlo casi podríamos decir que lo vive. No es el analista que describe e interpreta desde teorías más o menos vigentes, aunque también lo es. Lo demuestra la gran cantidad de datos que aporta a lo largo del viaje. Pero sobre todo siente esta historia como propia, padece en su corazón y su mente esta herida abierta de los Balcanes. Se entremezclan el sentimiento y análisis de esta complejidad que son los Balcanes. Se describen hechos, se aportan informa—7—

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ciones, se formulan preguntas, se elaboran interpretaciones. Con algunas de ellas se puede estar en desacuerdo, se puede matizar, incluso se pueden formular interpretaciones radicalmente contrapuestas a las del autor pero no se puede permanecer imperturbable ante ellas. Porque el autor se implica en la historia y hace que nos impliquemos. Decía el clásico que nada humano nos es ajeno; tal vez hoy deberíamos decir que nada inhumano nos es ajeno. Porque ha habido mucho de inhumano en la historia contemporánea (también en la no tan reciente) y todos tenemos nuestra parte de responsabilidad, por acción o por omisión. Seguramente nadie podría declararse inocente. La proclamación unilateral de independencia por parte de Kosovo abre una nueva situación. Nuevamente el respeto a la legalidad internacional vuelve a ser incapaz de encontrar soluciones negociadas. Esta acción sirve de excusa a terceros para justificar sus políticas en otra zona complicada: el Cáucaso. Gran cantidad de países reconocen la declaración de independencia, convencidos de que es la única solución posible después de todo lo sucedido. ¿Podemos estar seguros de ello? La nueva situación ¿ayudará a estabilizar definitivamente los Balcanes o abrirá nuevas reivindicaciones? ¿Servirá de excusa para abrir o reabrir conflictos en otras zonas sensibles? Numerosas preguntas sobre el futuro. Y este futuro afecta también al futuro de Europa. No es únicamente una herida abierta en los Balcanes: es una herida abierta en Europa. ¿Seremos capaces de cerrarla? Ojalá este libro nos ayude a reflexionar y a debatir con el autor. No debatimos sobre nuestro pasado, debatimos sobre nuestro futuro. Jordi Marsal

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PRIMERA PARTE. LA INDEPENDENCIA DE KOSOVO, ¿UN PROCESO IRREVERSIBLE? 1. Kosovo, 2008. El regreso de la historia Acaban de comunicarme que numerosos aviones ya han despegado y vuelan hacia Belgrado. Todos se muestran imperturbables ante la noticia; sin embargo, uno a uno nos vamos dirigiendo hacia la puerta. Me siento al volante de mi coche y bajo por las calles sin luz de Belgrado, escuchando el sonido de las sirenas. Dusan Velickovic, en Amor Mundi. Me sorprendió comprobar lo lejos de la historia, en el espacio y el tiempo, que estaban los Balcanes. Robert D. Kaplan

El 17 de febrero de 2008, tras haber sido anunciada la independencia de Kosovo por las autoridades albanokosovares, miles de albaneses se echaron a las calles de varias ciudades de Europa,: desde Tirana hasta Bruselas pasando por Prístina, París y Zurich. Así hasta un sinfín de ciudades con significativas comunidades albanesas. En Prístina, la abandonada, sucia y fea capital de Ko—9—

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sovo, la fiesta se alargó hasta altas horas de la madrugada; miles de albaneses, en coches y en cualquier medio de transporte, pero también en las calles, gritaban de alegría y descorchaban botellas de champaña. La ansiada y codiciada declaración de independencia, leída unas horas antes por el líder independentista y ex guerrillero Hashim Thaçi, junto con otros líderes, era la consecuencia lógica de un proceso que había comenzado unos años antes, en 1999, como fruto de la intervención de la OTAN contra lo que quedaba de la antigua Yugoslavia. Al margen de los acontecimientos previos que se sucedieron antes de la proclamación de independencia, hay que destacar la prontitud con que la comunidad internacional —muy especialmente los Estados Unidos (EE.UU.) y las grandes potencias europeas, entre ellas Alemania, Francia y el Reino Unido, liderando la Unión Europea (UE)—, reconoció al nuevo Estado, a diferencia de lo que había ocurrido en el año 1991 con las primeras declaraciones independentistas que se produjeron en el seno de la antigua Yugoslavia. Llama poderosamente la atención el cambio de posición de Francia, tradicional aliada de Serbia en la escena europea, pues hasta hace apenas unos meses mantenía una actitud crítica hacia el proceso secesionista de Kosovo —que lideraban los EE.UU. y al que habían inducido (e incluso convencido) a los líderes albanokosovares. Sin el apoyo de Washington a dicho proceso, la independencia de Kosovo, con su reguero de prontos y precipitados reconocimientos, nunca se hubiera producido. Rusia se opuso y advirtió profética, en boca de su máximo líder, el inescrutable Vladimir Putin, que tal reconocimiento tendría su respuesta en el Cáucaso, tal y como comprobamos el pasado verano en Georgia. La UE, además, volvió a demostrar su tradicional desunión y característica falta de consenso; varios Estados, entre ellos España, Eslovaquia, Grecia y Rumania, se opusieron firmemente a la in— 10 —

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dependencia y señalaron que el proceso no era acorde al derecho internacional. Los 27 Estados de la UE se reunieron en Bruselas para anunciar que estaban de acuerdo en que, por enésima vez, volvían a estar en desacuerdo, —para regocijo, supongo, de la diplomacia norteamericana, que siempre busca la división de Europa: divide et impera— y para resolver que los Estados europeos tenían vía libre para reconocer o no al nuevo Estado. Había comenzado la aventura balcánica de Kosovo, aunque el guión de cómo podía terminar no estaba escrito. La Yugoslavia fundada por Tito tras la Segunda Guerra Mundial había desaparecido definitivamente de los mapas. En contra de las resoluciones de las Naciones Unidas, del derecho internacional y de todas las resoluciones y acuerdos europeos, la UE auspiciaba y decidía apoyar un proceso ilegal, absolutamente ajurídico y en contra de la soberanía e integridad territorial de un Estado, Serbia, reconocido internacionalmente, miembro de las Naciones Unidas y en negociaciones de cara a su futura integración en la UE. Serbia, que había estado presionando a todos los Estados europeos con el fin de que este día no llegase y para que no se plegasen a las demandas de los líderes albanokosovares, había fracasado en sus objetivos políticos. La presión norteamericana, con una administración a punto de salir de la Casa Blanca, había sido insoportable, y la debilidad serbia no apuntaba hacia perspectivas muy optimistas. El proceso era la consecuencia (y también el triunfo) de la doctrina Ahtisaari, el enviado especial de las Naciones Unidas nombrado para buscar una supuesta solución al embrollo de Kosovo y cuyas tesis a favor de la independencia del territorio eran bien conocidas desde el comienzo de sus trabajos. Al final, Ahtisaari presentó un plan no consensuado ni aceptado por los serbios que pretendía, lisa y llanamente, la inevitable independencia de Kosovo, tal como ocurrió más tarde. Los serbios le acusaron de no — 11 —

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ser neutral, de contemporizar con las posiciones de los albanokosovares, y de no buscar el acuerdo y el consenso entre las partes. Para los albanokosovares, por el contrario, el plan presentado por el diplomático finlandés cumplía a las claras con sus expectativas políticas: la comunidad internacional había acabado por aceptar la inevitabilidad de Kosovo y los serbios habían perdido, quizá para siempre, el fetiche sagrado de este territorio mítico y emblemático donde están las iglesias, monasterios y monumentos más representativos para el pueblo serbio. Pero aparte de este cambio de la comunidad internacional con respecto al problema —muy especialmente de la UE—, había poderosas razones de índole geoestratégica que estaban condicionando todo el proceso y abriendo el camino hacia la «irrenunciable» independencia de Kosovo. Los EE.UU. tienen ahora entre sus principales aliados en la región a Albania, país que siempre examinó su colaboración y alianza con Washington sin ningún atisbo de crítica y sin ninguna exigencia «moral»; los serbios, por el contrario, habían sido sus tradicionales enemigos. Para la diplomacia norteamericana, la alianza con Albania le garantizaba una salida al Adriático, la utilización de las bases militares albanesas sin ser controlados por nadie y una situación geográfica óptima, en un enclave estratégico a medio camino entre Europa, Oriente Medio y el Cáucaso. La nueva base balcánica ofrecía inmejorables cualidades, desde una opinión pública absolutamente proamericana hasta unos ejecutivos lo suficientemente entregados como para no exigir demasiadas contrapartidas. Las sólidas relaciones entre EE.UU. y los círculos albaneses datan de los años noventa, cuando la estrategia norteamericana para la región pasaba por el acoso y derribo del régimen del difunto Slobodan Milosevic. Se trataba de una «guerra total» en la que todo valía, contra quien los estrategas del Pentágono consideraban su mayor enemigo en la región. El aislamiento de Serbia — 12 —

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y la sinrazón del régimen de Milosevic contribuyeron, sin duda, a este resultado. Eran también los tiempos en que Washington apoyaba a Montenegro en su nunca ocultado plan para separarse de Serbia; financiaba, armaba y asesoraba a los ejércitos croata y bosnio para que ganasen la guerra en Bosnia-Herzegovina y Croacia, respectivamente, y, más secretamente, comenzaban a apoyar a los grupos guerrilleros albaneses que luchaban contra los serbios en Kosovo, como el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), que nunca desdeñó los ataques terroristas indiscriminados en su lucha por «liberar» a lo que consideraban su «patria secular». El final de la guerra en Bosnia-Herzegovina en 1995, mostró que Serbia podía ser derrotada y que Washington podía imponer sus planes en los Balcanes sin mucha dificultad, lo que ocurrió en Dayton, donde la diplomacia norteamericana impuso a los máximos líderes de Bosnia-Herzegovina, Croacia y Serbia la partición del territorio bosnio en dos entidades políticas; obligó a croatas y bosnios (musulmanes) a compartir su suerte en una misma entidad política —la Federación de Bosnia-Herzegovina— pese a que ambas partes seguían mostrándose muy reticentes a la colaboración con sus vecinos y a que unos meses antes se habían desangrado en una violenta lucha que a punto estuvo de dar al traste con los planes de Washington. En aquellos días los norteamericanos defendían lo contrario de lo que ahora plantean para Serbia: las fronteras de las distintas repúblicas ex yugoslavas no deben romperse y Bosnia debe continuar como un Estado íntegro, unificado y con unas instituciones políticas comunes. La misma integridad territorial defienden en Georgia, como se ha visto en la última crisis caucásica. Dicha doctrina, como se comprobaría después, no serviría para Serbia, y Kosovo se vería segregado por el ímpetu diplomático de la administración del segundo Bush. — 13 —

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Pero las cosas, en aquellos días de la posguerra bosnia, cambiaban rápidamente a favor de los intereses norteamericanos y en contra de Serbia, algo que Milosevic no supo vislumbrar y cuyos errores de cálculo pagan los serbios de hoy. Serbia estaba derrotada, hundida moralmente, con una economía en ruina y un ejército sin moral de victoria tras casi una década de humillaciones. Los serbios pagaron como ningún otro pueblo la ruptura traumática del Estado federal y socialista que les había legado el mariscal Tito; estaban dispersos por todo el país y se sentían huérfanos, perdidos en el marasmo que acompañó al desordenado proceso de disolución yugoslava. A partir de 1995 la presión sobre el régimen serbio comenzó a ser muy intensa y el nacionalismo albanés, protegido y tutelado por los EE.UU., demandó violentamente un nuevo marco político y constitucional para Kosovo. Milosevic no entendió el peligro que le acechaba y que provocaría, años más tarde, la caída de su peculiar régimen caudillista, populista y autoritario. Entre 1997 y 1999, con la ayuda, asesoramiento y armas de otros Estados que estaban detrás de este verdadero complot antiserbio, los grupos radicales albanokosovares dieron paso a la primera gran organización terrorista albanesa: el ya citado ELK. Desde sus orígenes, el ELK nunca ocultó su proyecto independentista y antiserbio. Sin embargo, el éxito del ELK no sería militar —por mucho que se empeñasen sus fundadores presentando sus atentados y acciones como la batalla de un grupo de guerrilleros valientes frente a un ejército serbio cobarde y sin moral de combate—, sino político. Desde los comienzos del conflicto el régimen serbio fue demonizado por la comunidad internacional, a merced de sus errores, todo hay que decirlo, mientras que las fuerzas del ELK gozaban de la simpatía y el apoyo de la mayor parte de esta. — 14 —

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El gran fracaso de Milosevic fue político, debido a su incapacidad para prever que se estaba esperando una agresión en toda regla en el territorio de Kosovo y que las potencias occidentales estaban cansadas de sus incumplimientos, zafias mentiras y burdas maniobras para mantenerse a toda costa en el poder. Si hubiera habido otra dirigencia serbia los acontecimientos hubieran sido diferentes y hoy la realidad de Kosovo sería bien distinta. Pero eso es política ficción y aquí estamos intentando analizar y comprender los acontecimientos tal como ocurrieron. Así las cosas, y una vez que Serbia se había quedado sin aliados en la escena internacional, la presión albanesa se hizo cada vez más intensa; se detectó en el liderazgo albanokosovar un escaso interés por llegar a algún tipo de acuerdo con Belgrado, toda vez que el régimen de Milosevic se mostró absolutamente insensible ante sus demandas y apostó claramente por la estrategia militar para resolver el problema de Kosovo. Aunque si explicáramos así las cosas estaríamos simplificando, pues también las tentativas de búsqueda de algún acuerdo entre las fuerzas enfrentadas fracasaron, en parte, por el deseo de la comunidad internacional por imponer a la Serbia de Milosevic unos acuerdos absolutamente humillantes y que nunca hubieran sido aceptados por ningún ejecutivo de Belgrado, como la histórica cita de Rambouillet en la que los serbios se negaron a rubricar unos acuerdos con los albaneses que habrían significado, en la práctica, el final de la soberanía serbia no ya para el territorio de Kosovo, sino para todo el país. «El personal de la OTAN no podrá ser arrestado, interrogado o detenido por las autoridades de la República Federal de Yugoslavia. Si alguna de las personas que forman parte de la OTAN fuera arrestada o detenida por error deberá ser entregada inmediatamente a las autoridades de la Alianza», rezaba uno de los artículos de los acuerdos que auspiciaba la comunidad internacional — 15 —

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para resolver definitivamente el embrollo de Kosovo. Como pueden imaginarse, ningún Estado, en el sentido moderno y europeo de la palabra, podía aceptar tales acuerdos. Las negociaciones de Rambouillet fracasaron porque, como señalaba la eurodiputada italiana Luciana Castellina, lo allí estipulado «significaba la completa ocupación militar de Serbia y Montenegro. Y no por unas cuantas semanas, sino por tiempo indeterminado, puesto que en el acuerdo se dice que tres años después de su firma se hará una conferencia internacional para estudiar un mecanismo orientado a definir el estatus de Kosovo en base a la voluntad de su pueblo». En definitiva, los albanokosovares no tenían mucho interés en el éxito de dichas negociaciones, pues sabían que contaban con el apoyo de la comunidad internacional y que Serbia, a la larga, podría tener la batalla perdida. Y los serbios no comprendieron el peligro que les acechaba: una intervención militar de la OTAN en toda regla. Luego había otros elementos externos que envenenaban el encuentro de Rambouillet, como la posición de la diplomacia norteamericana, que consideraba «culpables» del conflicto a los serbios, y «víctimas» a los albanokosovares. Se trataba, en definitiva, de forzar que los serbios no aceptaran el acuerdo y los albanokosovares «sí»; así sería más fácil justificar una futura intervención de la OTAN contra Serbia y, en un futuro, el final de la soberanía serbia en la región, tal como ocurrió finalmente. No eran unas negociaciones propiamente dichas, sino un ultimátum a Serbia, intentando imponer unos acuerdos previamente «cocinados» y «subordinar» a la diplomacia europea, muy reacia a una intervención contra Serbia, a sus intereses regionales. Los planes norteamericanos para Rambouillet salieron a la perfección: se planeó la intervención de la OTAN contra Serbia —Montenegro ya estaba al margen de lo que quedaba de Yugoslavia— y fi— 16 —

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nalmente llegaría la resolución 1244 y el régimen de protectorado internacional acordado en el año 1999. Ahora, con la alegría desbordada en las calles, entendemos que el proceso iniciado contra Serbia en Rambouillet solo podía tener las fatales consecuencias que finalmente acaecieron. En tan solo nueve años, los que van desde la intervención de la OTAN hasta la reciente proclamación de la independencia de Kosovo, los planes norteamericanos para debilitar a Serbia y consolidar a sus aliados en la región se han coronado con éxito. Serbia quizá haya perdido Kosovo para siempre: el camino hacia la independencia emprendido por los albanokosovares parece irreversible. Europa, mientras tanto parece mirar hacia otro lado, al tiempo que la alegría de los albanokosovares se desborda en las calles de las principales ciudades del continente. Esperemos que esta alegría, como otros tantos motivos para la algarabía en los Balcanes —pienso en el asesinato del archiduque Fernando I—, no sea el preludio de un nuevo ciclo infernal para esta región que tiene más historia de la que es capaz de digerir.

2. Europa ante la independencia de Kosovo Se trata —refiriéndose a Kosovo— de una declaración de independencia ilegal porque no tiene la base suficiente de legalidad internacional que España siempre defiende. Miguel Angel Moratinos

Resulta increíble que en apenas unos años, los que van desde la instalación del régimen de protectorado para la región, allá por el año 1999, hasta ahora, las potencias europeas hayan cambiado toda su doctrina internacional con respecto al cambio de fronteras. — 17 —

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En tan solo unos meses, lo que antaño parecía un dogma sagrado se ha vulnerado de una forma casi inexplicable en Kosovo. Mucho han tenido que ver los EE.UU. y sus intereses regionales con este cambio espectacular El asunto, sin embargo, abandonó los razonamientos jurídicos del derecho internacional para embarcarse en los inciertos términos de determinadas lógicas políticas nunca suficientemente explicadas, tal como explicaba el reconocido jurista Antonio Remiro: «Está claro que el objetivo de construir una autonomía en un Kosovo multi étnico dentro de Yugoslavia ha sido reemplazado por la creación, bajo los auspicios de EE.UU. y de miembros conspicuos de la UE, de un Kosovo independiente habitado solo por albaneses, tutelado y financiado por la UE, porque la cuenta al final la paga Europa.» Y continuaba el jurista: «La declaración de independencia tiene un marcado carácter ilegal, y el reconocimiento de los países europeos es incongruente porque en países de la UE con situaciones idénticas no se ha acelerado ningún proceso. Cuando los grandes defensores del Estado de derecho exijan que se respeten las normas no van a tener argumentos. Es un mal precedente. En lugar de ir camino al siglo XXI van al siglo XIX. Pero, francamente, es una decisión unilateral en cierto sentido, en otro no porque todo se ha negociado con EE.UU.» No obstante, antes de que lleguemos a la conclusión del proceso iniciado en 1999, hay que repasar algunos elementos que explican el desenlace final de la crisis. Por supuesto, el Reino Unido, junto con otros Estados absolutamente pronorteamericanos, no iba a sacrificar su alianza política y militar con los EE.UU. en aras de que se respetase la integridad territorial y la soberanía de Serbia, pero, ¿cómo explicar la posición de Francia? Francia cambió de opinión en el último año, justamente cuando el presidente Nicolas Sarkozy llegó a la presidencia del — 18 —

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país. Comenzaba así el constatado giro pronorteamericano en la política exterior francesa. Se anunció que Francia se implicaría más en la OTAN y, paralelamente, las cuestiones que hasta ahora habían separado los intereses franceses de los de los EE.UU. pasaron a un segundo plano. Se puede decir que, en general, ningún Estado europeo ha querido sacrificar sus relaciones con EE.UU. y mucho menos oponerse a los intereses geoestratégicos norteamericanos por preservar el derecho internacional en esta zona del mundo y así garantizar la integridad territorial y la soberanía nacional de Serbia. La cuestión de Kosovo no se consideraba prioritaria en los asuntos externos de la mayor parte de los Estados europeos. Nadie quería enturbiar sus relaciones con Washington por la pérdida de Kosovo; nuevamente quedaban demostradas las famosas tesis de Bismarck de que «todo el territorio de los Balcanes no vale los huesos de un solo mosquetero de Pomeramia», al menos en palabras de un grandilocuente alemán. Sin embargo, pese a esta desidia y al escaso interés por llevar la contraria a Washington, los países de la región balcánica y Rusia veían con preocupación este proceso de declaración unilateral por parte de los líderes albanokosovares. No debemos olvidar que la mayoría de los Estados de esta zona del mundo no son monoétnicos y la cuestión de las minorías nacionales siempre es un factor que gravita en las complejas relaciones vecinales. Bulgaria, por ejemplo, veía con preocupación este proceso pues tenía muy presente en su acervo cultural, histórico y político las recientes guerras yugoslavas y los conflictos de Kosovo y Macedonia. Aparte de estas consideraciones, el Estado búlgaro es muy endeble y el censo poblacional de Bulgaria es muy complejo: casi el diez por ciento de la población pertenece a la minoría turca, que por cierto tiene su propia fuerza política en el parlamento y que condiciona elección tras elección la vida de este pe— 19 —

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queño país; algo más del diez por ciento de la población —no hay estadísticas fiables— pertenece a la comunidad gitana. La compleja composición de este país, el doloroso recuerdo histórico de lo que han significado los cambios de fronteras en los Balcanes, la cercanía de Kosovo —convertido en el epicentro de negocios clandestinos e ilegales— y la posibilidad de que el «efecto Kosovo» pudiera ser contagioso y abrir la caja de Pandora en este territorio, llevaron a la diplomacia búlgara a examinar con sumo cuidado la declaración de independencia y a oponerse inicialmente a la misma. Algo parecido se puede decir de Rumania, donde la minoría húngara del país —que ha menguado mucho desde la caída del régimen comunista, principalmente por la emigración hacia la vecina y cercana Hungría— vive en una región homogénea, Transilvania, y donde algunos de sus líderes más representativos demandaban abiertamente una mayor autonomía para este antiguo principado, algo que en Bucarest causa pavor y que es rechazado abiertamente por la mayor parte de los dirigentes rumanos. Aparte de estas consideraciones de carácter nacional, Rumania siempre fue un país tradicionalmente amigo de Serbia, ya que nunca tuvieron contenciosos importantes, y ambos países —no lo olvidemos— son de religión ortodoxa, lo que ha contribuido a fraguar a lo largo de los siglos una suerte de comunidad religiosa que se sentía humillada y mancillada por la ocupación otomana en el pasado y, más recientemente, por un deseo de autonomía con respecto a la dominante Unión Soviética. También pesaba en esta mentalidad reacia a la independencia de Kosovo el amargo recuerdo por el embargo económico padecido durante la guerra yugoslava y por el difícil periodo que atravesó toda la región durante el convulso proceso de disolución de Yugoslavia. Otro país que se ha opuesto, ferviente y sinceramente, al reconocimiento de la independencia de Kosovo es Grecia, tradicional — 20 —

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amigo y aliado, en la escena internacional, de Serbia. Como en el caso de Rumania, hay que señalar que Grecia pertenece también a esa comunidad religiosa salida de la ocupación otomana de la región y que estableció su identidad nacional a través de los valores religiosos y el sentimiento anti otomano, como elemento legitimador y movilizador de una sociedad que buscaba sus señas identitarias en un momento de dominación y subordinación a los grandes poderes que siempre dominaron los Balcanes. Sin el factor religioso de liderazgo que ha ejercido la Iglesia en este parte del mundo resulta muy difícil explicar la historia de la mayoría de los países de la región. Luego estaba el asunto de Macedonia, nación que Grecia se niega a reconocer con semejante nombre, pues piensa que podría abrir las apetencias secesionistas de una región del mismo nombre situada en el norte del Estado heleno. Atenas sigue considerando a este país como FYROM (Former Yugoslav Republic of Macedonia) e incluso ha vetado su presencia en numerosas organizaciones internacionales por este asunto, lo que revela la preocupación de los dirigentes helenos por la cuestión macedonia. Un argumento absolutamente ridículo y, desde luego, muy balcánico, que desacredita a la diplomacia helena y la sitúa en la región a la que, paradójicamente, se niega a pertenecer. La «cuestión macedonia», como vemos, tiene su transcendencia en la política interna griega. Tampoco olvidemos que para la mayor parte de los Estados balcánicos, exceptuando a Albania, por supuesto, existe el temor de que la independencia de Kosovo alimente el fuego nacionalista albanés en otras latitudes, como Macedonia, Montenegro y la misma Serbia. No es un temor gratuito, ni alimentado por falsos fantasmas balcánicos, sino fruto de una experiencia histórica trágica, sembrada por la violencia durante décadas. En Macedonia, por ejemplo, ya se padeció un cruento conflicto que tuvo su culmen en el año 2001, cuando las fuerzas de seguri— 21 —

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dad macedonias se enfrentaron con el autodenominado Ejército de Liberación Nacional (ELN), una organización terrorista albanesa fundada por ex miembros del ELK y que contaba con la simpatía de una población albanesa que se sentía desatendida por el nuevo Estado macedonio. El conflicto no fue a mayores porque las Naciones Unidas, la UE y los EE.UU. no apoyaron las ansias secesionistas del nuevo nacionalismo albanés —los riesgos que hubiera tenido una precipitada disolución de Macedonia para toda la región, alimentando los apetitos nacionalistas de todos sus vecinos, habría tenido consecuencias difícilmente cuantificables. Sin embargo el riesgo sigue ahí y pende como una espada de Damocles sobre la turbulenta (y siempre compleja) sociedad macedonia. A pesar de esto, Macedonia y Montenegro reconocieron finalmente, bajo una intensa presión occidental, la independencia unilateral de Kosovo, lo que provocó la lógica y airada reacción de Belgrado, que «congeló» sus relaciones con ambos Estados. También hubo marchas de protesta masivas en Montenegro en contra de este inusitado gesto antiserbio. Tengamos en cuenta que entre el 25 y el 30% de la población de Macedonia es de origen albanés y vive en áreas homogéneas muy cerca de la frontera con Albania y el mismo Kosovo. Se trata de una zona convulsa, cuando menos sensible, donde los sucesos que acontecen en Kosovo son seguidos por la población albanesa con alegría y como la consumación de su proyecto nacional. Una buena parte de los albaneses de este país no ocultan sus pretensiones de unirse algún día a un gran proyecto nacional que agrupe a todos los albaneses de la región. En Montenegro pasa tres cuartos de lo mismo: existe una importante comunidad albanesa, que oscila entre el 6 y el 12%, y una agudización de los conflictos regionales en clave nacionalista tendría seguras consecuencias internas para una de las sociedades más pluriétnicas de la región balcánica. Pese a todo, el ejecutivo — 22 —

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montenegrino, dada su vecindad con Albania y Kosovo, no ha sido de los Estados balcánicos que ha liderado la oposición al reconocimiento a la independencia de la región, sino que ha permanecido en un cauteloso segundo plano —más del 30% del censo montenegrino se declara «serbio»— y solamente cuando unos 50 países reconocieron a Kosovo, se dio el paso al reconocimiento de su independencia, tal como hemos dicho antes. Dentro de la UE hay otros tres países que se han destacado en su oposición a la independencia de Kosovo: Chipre, Eslovaquia y España. En el caso de Chipre, su rotunda y contundente oposición está clara. Chipre sufre desde hace 34 años la ocupación de un 37% de su territorio a merced de una invasión de la isla organizada por Ankara y relativamente legitimada por los EE.UU., cuyos objetivos en esta región siempre pasaron por dividir a sus supuestos aliados y porque durante la guerra fría Turquía era para Washington un aliado más fiable que Grecia. Tras una descarada intervención en Chipre del entonces Gobierno golpista y derechista griego, que llegó a auspiciar una suerte de «junta militar», Turquía encontró el casus belli para ocupar la isla y atacar por sorpresa a las maltrechas fuerzas chipriotas. Como consecuencia de aquello el Gobierno de Atenas cayó, el mítico arzobispo Makarios regresó a la isla —que había abandonado tras el golpe de Estado de 1974— y los militares turcos se instalaron para siempre en una «porción» chipriota, amparándose en la inconsistente excusa de que habían acudido a la isla en auxilio de la población turcochipriota y para evitar la «limpieza étnica» de Chipre —Ankara asegura que tan solo cumplió con los acuerdos de Zürich, lo cual es una absoluta falacia y un argumento inconsistente en el derecho internacional. La farsa, bien conocida por el Departamento de Estado norteamericano, que siempre despreció a Makarios, al que consideraban, en palabras de Kissinger, el «cura rojo», tuvo fatales conse— 23 —

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cuencias para la isla. Aunque han pasado 34 años desde la brutal intervención militar turca, la isla sigue dividida en dos entidades políticas —la República de Chipre, reconocida internacionalmente, y la parte ocupada por los militares turcos—, miles de refugiados y desplazados por el ejército de Ankara siguen esperando el regreso a sus casas —entre ellos los de la ciudad fantasma de Famagusta— y Turquía sigue apostando por crear una entidad étnicamente pura, la «República turca del norte de Chipre», un «Estado» no reconocido por nadie, aunque últimamente sus representantes hayan estado mendigando en la Organización para la Conferencia Islámica (OCI) un asiento que les es repetidamente denegado. En estas circunstancias, tanto en Atenas como en Nicosia existe el temor evidente de que el precedente de Kosovo pudiera tener su influencia en Chipre y que la parte ocupada optara por una salida parecida a la de región serbia, por mucho que algunos en la UE se empeñen en afirmar una y otra vez que este precedente es único y no es equiparable al de otras situaciones políticas. Por ejemplo, nada más declararse la independencia unilateral de Kosovo y la posterior cascada de reconocimientos anunciada previamente —alentada por el Departamento de Estado norteamericano y su activa diplomacia—, Rusia anunció que no habría ningún escollo en el futuro para reconocer a algunas realidades políticas segregadas de las antiguas repúblicas ex soviéticas. Moscú, claro está, se estaba refiriendo a los territorios de Abjasia, Osetia y el Transniéster, en la república de Georgia las dos primeras y en Moldavia la segunda, segregadas desde hace años de sus respectivas entidades nacionales con el apoyo de fuerzas militares rusas. Una vez reconocido Kosovo, se señala desde determinados ámbitos políticos rusos, ¿por qué motivo no se va a apostar por la misma estrategia que la UE con respecto a estas entidades? — 24 —

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En cualquier caso, la respuesta europea, si exceptuamos estos casos anteriormente señalados y el español, que será analizado en el próximo capítulo, ha sido tenue, débil, ambigua y complaciente ante los intereses de la diplomacia norteamericana en los Balcanes. Casi todos los Estados europeos han preferido preservar su tradicional alianza con los EE.UU. —aún subordinando sus propios intereses con respecto a Kosovo—, que defender una causa que consideraban perdida para siempre. Kosovo no estaba en las agendas de las diplomacias europeas, era un asunto considerado «perdido» por nuestros gobernantes. Francia, sobre todo tras los recientes cambios políticos, abandonó sus tradicionales posiciones proserbias y apoyó la decisión norteamericana de apoyar el proceso separatista. Sin dar demasiadas explicaciones, y llevados por ese pragmatismo de evitar problemas con EE.UU. por una cuestión tan «nimia», los dirigentes galos decidieron apoyar el proceso junto con Alemania y el Reino Unido, país este último que no suele discutir las decisiones de la diplomacia norteamericana, gobiernen conservadores o laboristas. Tras haber tenido un periodo de pésimas relaciones con Washington, París decidió dar carpetazo al asunto y abanderar la «cascada» de precipitados reconocimientos de la independencia de Kosovo. ¿Y qué decir de Alemania? Pues como siempre, con respecto a los Balcanes, las cosas estaban claras. Alemania tradicionalmente ha tenido un tufillo antiserbio que ni siquiera ha ocultado en las recientes crisis acaecidas en los Balcanes. Desde un principio todos los medios de comunicación alemanes cerraron filas en apoyo a las causas independentistas de Croacia y Eslovenia; más tarde a la de Bosnia-Herzegovina y después la intervención militar de la OTAN, que tuvo como triste colofón la primera intervención de las fuerzas armadas alemanas desde la Segunda Guerra Mundial. Los diplomacia alemana, sorprendentemente, apoyó también la — 25 —

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intervención-ocupación de la OTAN y no ocultó sus simpatías hacia los nuevos terroristas/guerrilleros albanokosovares del ELK, vistos como un grupo de románticos libertadores que luchaban contra un ejército cruel y opresor, representante de un pueblo henchido de rabia, odio y dolor. Los medios de comunicación alemanes, junto con los políticos antiserbios de todas las tendencias, entre los que destacaba el ministro de exteriores de los años noventa, el liberal Hans-Dietrich Genscher, fueron los primeros en demonizar a la Yugoslavia postitoísta y en reconocer a las nuevas realidades surgidas del naufragio yugoslavo. Así, la diplomacia alemana se convertiría, junto con el Vaticano y Austria, en uno de los primeros Estados en reconocer a Croacia y Eslovenia, rompiendo la política adoptada por la UE, en contra de los deseos de la diplomacia norteamericana del momento y de la misma OTAN y en una línea de absoluta beligerancia con el ejecutivo de Belgrado, que todavía luchaba en aquellos días de finales de 1991 por recomponer las cosas en Yugoslavia y evitar una guerra civil. Ocho años más tarde, el mismo «juego» se volvería a repetir en Kosovo. Por cierto, recientemente se ha descubierto que los servicios secretos alemanes, según un periodista del canal de televisión ZDF, conocían de antemano los ataques que preparaban los radicales albanokosovares el pasado mes de marzo de 2004. El BND —el CNI alemán— sabía que los grupos albaneses tenían previsto atentar contra objetivos civiles, incluyendo aquí centros religiosos ortodoxos y viviendas, y que los mismos tenían como objetivo poner en evidencia a la comunidad internacional, especialmente a la UE y la OTAN, para poner sobre la mesa el asunto de la reivindicación de la independencia de Kosovo. Esta misma fuente aseguraba que los radicales albanokosovares, que estaban coordinados por las fuerzas «ocultas» de Thaçi y Haradinaj, tienen relaciones y vínculos con el entramado islámico radical Al-Qaida. — 26 —

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Alemania, siempre cercana a los intereses de los radicales albanokosovares, ocultó estos datos a sus socios militares en Kosovo y no hizo nada por impedir los incidentes acaecidos después. Así las cosas, nadie se extrañó del rápido reconocimiento de la independencia de Kosovo por parte de la diplomacia alemana. La diplomacia serbia había perdido la batalla de Kosovo mucho antes de que pudiera darla en la escena internacional, pues el «guión» ya había sido escrito y muy poco podían hacer los líderes de Serbia para oponerse a los planes prefijados por los estrategas norteamericanos. No había nadie en la sociedad internacional, ni siquiera Rusia y menos la lejana China, que fuera a ejercer una oposición firme y rotunda a los deseos de Washington por precipitar la independencia de Kosovo. La situación era muy parecida a las semanas previas a los bombardeos de la OTAN contra la extinta Yugoslavia, a la que ya solo pertenecía nominal y moralmente Serbia, cuando Rusia y China no fueron más allá de las bravatas retóricas contra la intervención y no tomaron acciones, ni siquiera políticas o diplomáticas, para detener la maquinaria militar atlantista puesta en marcha contra Belgrado. El escenario actual ha sido el mismo: nadie se ha movilizado para defender los intereses de Serbia más allá de la retórica y de las declaraciones bienintencionadas; nadie ha querido enfrentarse a unos EE.UU. absolutamente imbatibles en un mundo unipolar e injusto. Pero que nadie se olvide de que en más de una ocasión, tal como ha ocurrido con las intervenciones de Afganistán e Iraq, los EE.UU. han errado el tiro y con sus decisiones han abierto la caja de los truenos provocando unos conflictos de difícil resolución. En el nuevo orden internacional las cosas no siempre son como parecen, y el aparente final de una crisis puede ser tan solo el comienzo de una nueva.

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3. La cuestión de Kosovo en la vida política española El reconocimiento de la independencia de Kosovo es un craso error de la comunidad internacional. Gustavo de Arístegui

Resultó algo increíble pero ocurrió: los dos grandes partidos españoles, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el Partido Popular (PP), coincidían absolutamente, tras una legislatura crispada y abrupta, en un asunto fundamental de política exterior: el reconocimiento de la independencia de Kosovo —aseveraban— es un craso error que tendrá fatales consecuencias en Europa y en el mundo. De la misma forma, Izquierda Unida (IU) se sumó al consenso y condenó esta vulneración del derecho internacional; también los partidos comunistas de Europa se unieron al rechazo de tal decisión y numerosas voces, de distinto signo político, criticaron la precipitada declaración unilateral de independencia de esta región serbia. En la política española, sin embargo, las grandes formaciones nacionalistas, entre las que destacaron el Partido Nacionalista Vasco (PNV), el Bloque Nacionalista Gallego (BNG) y Esquerra Republicana de Cataluña (ERC), se mostraron muy satisfechas por el proceso iniciado por los radicales albanokosovares y expresaron su solidaridad y apoyo al nuevo Estado nacido, según algún dirigente de ERC, «democráticamente». Los temores a que el efecto de la independencia de Kovoso tuviera alguna influencia en la política interna española no se cumplieron, pues como suele suceder en España, y sobre todo en plena campaña electoral, los asuntos internacionales no preocupan en exceso a una opinión pública poco conocedora de estos embrollos tan lejanos pero a la vez tan cercanos. — 28 —

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Entre los líderes socialistas hay que señalar al ex presidente del Gobierno, Felipe González, quien alertó de que la independencia de Kosovo con el consentimiento de algunas potencias como EE.UU., Francia o Alemania es una «semilla terrible» que va a animar a otras minorías en Europa a emprender el mismo camino. González, en declaraciones a la Cadena SER y otros medios de comunicación, ha hecho este análisis en su condición de presidente del comité de sabios encargado de diseñar el futuro de la UE. A partir del precedente kosovar, según González, «cada minoría que sea mayoría en un pequeño trozo del territorio va a querer ser independiente respecto a la mayoría en el conjunto del territorio». Ha augurado que esta situación se pueda dar sobre todo en los Balcanes, aunque lo ha hecho extensible a «todas las minorías». Sin dejar títere con cabeza y mostrándose muy crítico con el papel de las grandes potencias en este proceso ilegal, el ex presidente del Gobierno ha culpado a EE.UU. de propiciar esta situación y de haber «arrastrado» a importantes países de la UE a sembrar una «semilla terrible». «Un líder político es aquel que cuando da un paso, está previendo los dos siguientes pasos que tiene que dar, y eso no se ha hecho en Kosovo», ha explicado. Ha coincidido con el Gobierno español en que la declaración unilateral de independencia de Kosovo es «ilegal» y pone en riesgo la «armonía» del orden jurídico y político internacional. También González abogó por el consenso, apoyando el mensaje que el alto representante para la política exterior de la UE, Javier Solana, lanzó en Prístina a favor de que Kosovo y Serbia se pongan de acuerdo en el autogobierno de la región de acuerdo con las resoluciones de la ONU. El ex presidente del Gobierno ha concluido que con Kosovo, «no ha nacido un estado independiente, sino dependiente», porque ahora es «más dependiente que antes» por su subordinación a EE.UU. Unas declaraciones va— 29 —

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lientes, que le honran y dignifican, mostrando los mismos temores, por cierto, que ya expresara el Gobierno de Belgrado tras el precipitado reconocimiento de la independencia de Kosovo por algunas grandes potencias europeas. En la misma dirección se manifestó el Ministro de Asuntos Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, que aseguró que España no reconocerá a Kosovo como Estado, a la vez que equiparó la declaración de independencia de la provincia serbia, sin acuerdo de las partes ni resolución de la ONU, con la invasión de Iraq. Y añadió a renglón seguido: «El Gobierno español siempre ha defendido el respeto a la legalidad internacional: lo defendió cuando decidió retirar sus tropas de Iraq y lo defiende ahora cuando se trata de una secesión de Estado». También el ministro se quejó de que la decisión de los albanokosovares haya provocado «la división de la comunidad internacional, la división en el Consejo de Seguridad y la división en la UE». Además, interrogado sobre si España aceptará la «perspectiva europea» de Kosovo —un eufemismo comunitario para decir que un día se abrirán conversaciones de adhesión con el nuevo país balcánico—, Moratinos contestó «sí», con el único matiz de que debe reafirmarse el compromiso de la UE con toda la región. Cómo se pueden negociar acuerdos con un país cuya existencia no reconocen algunos de los Estados miembros de la UE es aún un misterio. De la misma forma, y en su estilo claro y contundente, el ex presidente del Gobierno y Presidente de Honor del PP, José María Aznar, consideró en su momento que reconocer la independencia de Kosovo, declarada unilateralmente por su Parlamento, supone «un inmenso error» y equivale a «crear una posibilidad, un horizonte y una esperanza» para que otros nacionalismos consideren que también es realizable «una opción similar» cuando «llegue su momento». — 30 —

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«El País Vasco, Flandes, Escocia… no tienen nada que ver con la situación de Kosovo pero no es este el problema. La realidad es que si los kosovares consiguen su independencia y soberanía en el modo en que lo están intentando, eso equivale a crear una posibilidad, un horizonte y una esperanza de que también para otros sea realizable una opción similar cuando llegue su momento», opinó en un artículo publicado en el diario italiano Il Messagero y recogido por Europa Press, el ex jefe del ejecutivo español. El anterior líder del Partido Popular comenzó su escrito subrayando que la política «no es el arte de aceptar lo inevitable» sino «el arte de hacer posible aquello que es deseable», y dejó claro que la declaración unilateral de independencia de Kosovo representa «otro ejemplo de la confusión que reina en la política actual». «Hay que decirlo claramente: reconocer Kosovo en la situación actual y en la forma actual es un error que tendrá graves consecuencias», remarcó. Aznar recordó que la OTAN no intervino en 1999 en los Balcanes para «asegurar la independencia de Kosovo» sino que se «movilizó militarmente» para impedir «un potencial genocidio» de la mayoría albanokosovar «dominada y castigada» hasta ese momento por los serbios, controlados por el Gobierno de Slobodan Milosevic. «La OTAN, de hecho, combatió en aquella guerra justificando su intervención con dos motivos fundamentales: el respeto de todas las minorías como condición esencial para ser aceptado en el plano internacional y el rechazo a la construcción de estados nacionales por medio de la limpieza étnica. En otras palabras, la OTAN decidió la intervención militar para garantizar la tolerancia y consolidar los estados multiétnicos», sostuvo el ex presidente, para después sentenciar que «quien crea lo contrario, se equivoca» y «quien lo diga, conociendo las decisiones de aquel momento, miente». — 31 —

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«Reconocer hoy Kosovo —prosiguió Aznar— significa olvidar los principios que inspiraron y guiaron nuestra intervención en 1999. Peor todavía, significa cerrar voluntariamente los ojos sobre todo cuanto ha ocurrido desde entonces en aquella región». El ex presidente aseguró que los albanokosovares, «a pesar de la voluminosa ayuda de la UE y del hecho de que las fuerzas de la ONU estén para vigilar la seguridad», «han maltratado despiadadamente a las minorías serbia en un dramático ajuste de cuentas». «Ha destruido sus iglesias y sus monumentos históricos, han acelerado la marginación y, para finalizar, la efectiva separación física y el éxodo de una gran parte de ellos. Usando un eufemismo, no es edificante. Reconocer Kosovo en este modo equivale a dar crédito a la limpieza étnica, esta vez de signo opuesto», advirtió. Tras exponer que la región balcánica podrá ser independiente pero no podrá «funcionar de manera independiente» y dependerá de la comunidad internacional, Aznar consideró «impensable» que «a medio plazo» las funciones institucionales de «un auténtico estado soberano» puedan ponerse en marcha. «No digo desarrollarse con regularidad sino ni siquiera iniciarse, sin la asistencia continua y significativa de la Unión Europea y sin que las funciones de orden y seguridad dependan de la presencia de las tropas aliadas». «Creer que Kosovo está preparado para la independencia en términos prácticos de funciones y competencias es un enorme error. Por que no es así», acotó. En tercer lugar, el ex presidente español explicó su versión sobre el apoyo de EE.UU. a la independencia kosovar porque «parecen presionados por el afán de deber tutelar y administrar» la región y prefieren creer que, «dándole vía libre», «la presión disminuirá». Los países europeos, a su juicio, «están convencidos de la ineludibilidad de la independencia» de los kosovares porque «sin ella» podrían «recurrir a la fuerza» contra los propios países comunitarios. «Dos sentimientos negativos», resume Aznar, «pensando en el futuro». — 32 —

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«La OTAN no debería nunca basar sus propias decisiones en términos de amenaza o de riesgo por el uso de la fuerza. Sería como legitimar el chantaje y esto no es ciertamente un noble principio sobre el cual construir las relaciones internacionales. Desgraciadamente es justo esto lo que parece que va a producirse», subrayó. El ex presidente del Gobierno argumentó que el reconocimiento de la independencia unilateral de Kosovo «significa aceptar en el escenario internacional el principio de autodeterminación de los pueblos y el cambio, sin necesidad de consenso, de las fronteras europeas» y advirtió de que «la experiencia» sobre esos puntos ha sido «catastrófica en el pasado». «Pero no solo eso: es que rompe con los principios reconocidos y defendidos a nivel institucional, por ejemplo en el seno de la UE, desde al menos cinco décadas. Sin contar con que representa un pésimo precedente para el futuro», recalcó. Llegado a este punto de su argumentación, Aznar abordó las eventuales consecuencias de Kosovo en los movimientos «nacionalistas, separatistas e independentistas». «Es habitual afirmar que Kosovo es un caso totalmente particular que no puede tomarse como ejemplo para otros grupos separatistas en Europa pero ¿qué principios podremos sacar del conflicto para los serbiokosovares para impedir que también ellos pidan la independencia y decidan libremente unirse a Serbia?», se preguntó el ex mandatario español, para después recordar el caso de Mitrovica o de los bosnios de origen serbio en la República Srpska, «que presentan las mismas características de los kosovares pero en los límites de Sarajevo». «Los diversos independentismos, separatismos y nacionalismos excluyen a cualquiera que tenga sus principios y una agenda racional, se mueve por la fuerza de las pasiones y los sentimientos irracionales, razón por la cual es imposible concluir, con la experiencia que tenemos, que terminarán comportándose según nuestra lógica. Es cierto, el País Vasco, Flandes, Escocia… no tienen nada — 33 —

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que ver con la situación de Kosovo pero no es este el problema. La realidad es que si los kosovares consiguen su independencia y soberanía en el modo en que lo están intentando, eso equivale a crear una posibilidad, un horizonte y una esperanza de que también para otros sea realizable una opción similar cuando llegue su momento», escribió Aznar. «Quizá no sea hoy ni mañana, sino en un futuro —advirtió—. Un buen día podrán decir: ¿por qué ellos sí y nosotros no? Reconociendo hoy Kosovo en estas circunstancias, nos estamos desarmando de cara al momento en el que deberemos confrontarnos en estas circunstancias a esa fatídica pregunta. El hecho de que, como alguno argumenta, no sea deseable reconocer Kosovo y que la ONU no haya dado su bendición es cuestión puramente formal y, por tanto, no relevante. Lo que es verdaderamente grave es la independencia unilateral», consideró. Aznar terminó su artículo resaltando que es «más que dudoso» que la aceptación de la soberanía kosovar sea «una base mejor para el futuro». «De momento, este acontecimiento se ha transformado en un gran error por nuestra propia culpa», concluyó. En la misma dirección que su compañero de partido, el Portavoz de Exteriores del PP en el Congreso de los Diputados, Gustavo de Arístegui, señalaba, en una entrevista realizada por el autor de este libro: «Respecto a Kosovo, yo creo que la comunidad internacional ha cometido un gravísimo error reconociendo la independencia de Kosovo, lo cual viene a demostrar que los populares tenemos una posición propia y autónoma muy distinta a la de los EE.UU. y otros Estados europeos. Kosovo es una provincia de Serbia y no una república de la antigua Yugoslavia, como lo eran las otras repúblicas que se separaron. Este es un concepto fundamental para explicar el proceso de desintegración de Yugoslavia. Tampoco podemos olvidar que la actual composición étnica de esta región es un acontecimiento muy reciente, — 34 —

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que proviene de la década de los cincuenta, y no algo que haya ocurrido a lo largo de un proceso histórico». En lo que respecta al nuevo liderazgo albanokosovar, Arístegui asegura: «Luego está la ELK (Ejército de Liberación de Kosovo), cuyos orígenes y pasado está ligado al terrorismo, a la utilización de la violencia como instrumento de acción política. Tampoco se debe olvidar que el ELK ha estado ligado al narcotráfico y que tiene un turbio pasado si analizamos cómo fue financiado inicialmente. Se ha creado un precedente erróneo y no sustentado en el respeto a las resoluciones internacionales y a la necesaria legitimidad que debería tener las mismas en la escena europea. Nuestra posición, y la mía concretamente, en este asunto es muy clara: la independencia de Kosovo es errónea y camina en la peor de las direcciones posibles, ha sido un error claro de la comunidad internacional a la hora de analizar la realidad de los Balcanes». Mostrando un grado de conocimiento sobre los Balcanes que tienen pocos dirigentes europeos, Arístegui señala: «Otro asunto que creo que no se debe desdeñar es lo que representa para Serbia el Kosovo, pues es un territorio que fue su cuna y donde se encuentran sus monasterios, edificios e iglesias más emblemáticas. Los dirigentes europeos han mostrado un absoluto desconocimiento y desprecio por la historia de esta región, lo que ha llevado a tomar esta errónea decisión». Y agregó: «Europa se ha equivocado con Kosovo y con Serbia, sembrando la discordia y la semilla para futuros conflictos en el corazón de los Balcanes. Creo que Europa ha demostrado un absoluto desconocimiento por la historia de esta región y no ha estado a la altura de las circunstancias, se ha abordado un problema de la forma menos afortunada y premiado a aquellos que utilizan la violencia para conseguir sus objetivos, tal como señalaba muy recientemente Araceli Mangas en un artículo». — 35 —

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Y termino con unas reflexiones, que considero interesantes, del ex diputado socialista y ahora asesor de la Ministra de Defensa, Jordi Marsal, quien asegura: «Las posibles o imposibles soluciones. Los sucesivos pasos que se vayan dando por parte de los actores locales y de la comunidad internacional presente en la zona van a configurar un futuro de estabilidad o inestabilidades. Nadie tiene la solución. Y previa a la solución es necesaria la auténtica voluntad de futuro de los actores; sin ella y sin auténtico diálogo no hay futuro posible para los Balcanes. Y ese futuro afecta también al futuro de Europa. No es únicamente una herida abierta en los Balcanes, es una herida abierta en Europa. ¿Seremos capaces de cerrarla?» La respuesta, a tenor de lo que ha ocurrido en los últimos meses, es clara: la herida sigue abierta y supurando. La alegría albanesa en las calles ha dado paso a la rabia y la ira serbia.

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SEGUNDA PARTE. DE CÓMO NACIÓ EL MITO DE KOSOVO 4. El mito de Kosovo «Todo soldado campesino serbio sabe por qué lucha. Cuando era niño su madre le decía: ¡Hola pequeño vengador de Kosovo!». John Reed, periodista británico, en 1917.

En 1989, ante casi un millón de personas venidas de todo el país hasta Kosovo, el máximo líder serbio, Slobodan Milosevic, prometió a su pueblo que «los serbios nunca más serían derrotados y humillados». Milosevic celebraba por todo lo alto el 600 aniversario de la batalla del Campo de los Mirlos, un episodio bélico que concluyó en derrota para los serbios y que significó, a partir de 1389, el dominio otomano de los Balcanes durante más de cinco siglos. Allí, reunidos en el lugar de la Batalla, en Kosovo Polje, los serbios se conjuraron una y mil veces para luchar contra aquellos que amenazaban con querer destruir la «sagrada unidad del pueblo serbio». Nunca las palabras de un dirigente político podrían haber sido más premonitorias, más proféticas en el sentido contrario de lo que estaba por llegar. El conflicto en la antigua — 37 —

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Yugoslavia comenzó y terminó en Kosovo. Aquella celebración era tan solo el comienzo de un sangriento e inútil aquelarre. Los serbios todavía no se han repuesto del mismo y el sufrimiento interminable de este pueblo continúa. Pero conviene repasar la historia antes de adentrarnos en el significado del mito para ambos pueblos. Los serbios trataban, en 1389, de frenar la oleada militar turca que ganaba terreno día a día en los Balcanes, pero no les fue posible porque el ejército turco, imbatible en aquellos momentos, les castigó con una severa derrota recordada para siempre en los anales de la historia. El príncipe Lazar, que comandaba las tropas, fue capturado, y miles de sus soldados quedaron para siempre en el famoso Campo de los Mirlos, escenario de tan decisiva derrota. El Vidovdan, o día de san Vito —el 28 de junio—, se convirtió desde entonces, y para siempre, en una fecha emblemática para los serbios, tal como nos recuerdan los Narodne Pesme (poemas épicos) de un pueblo que tiene, parafraseando a Churchill, más historia de la que es capaz de digerir. Aquel 28 de junio de 1389 significó el comienzo de la dominación otomana de los Balcanes —que perduraría hasta principios de este siglo— y la destrucción del sueño serbio de crear un imperio local que frenase las aspiraciones de la Sublime Puerta. Para el crítico literario serbio, Jovan Skerlic, «la derrota de Kosovo Polje ilumina los cantos populares serbios y la poesía nacional» desde 1389. «Nuestros mitos nos robustecen y debemos vivir con ellos. Cada vez que nos hallamos en dificultad volvemos a Kosovo, a la poesía popular, a Karagjorgje», aseguraba en la misma línea el académico serbio Antonije Isakovic. Los serbios contemplaban cómo la línea que separaba el Imperio otomano del occidente cristiano quedaba justamente en su territorio y que su tierra mítica, Kosovo, se convertía en el epicentro de su derrota. La albanización había comenzado. — 38 —

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La derrota de las fuerzas cristianas a manos otomanas se acabó convirtiendo en una suerte de gran fiesta nacional, un aquelarre nacionalista que mezclaba la afrenta al pueblo serbio y el significado de la derrota, y que abrió una época de sumisión a la Sublime Puerta y de oscuridad nacional para una cultura que, a partir de ese momento, vio los eventos del Campo de los Mirlos como un Gólgota colectivo. Kosovo ya era un mito, un capítulo de una historia trágica y sangrienta que las futuras generaciones cantarían a través de los cantares de gesta y la épica serbia; en el dolor colectivo por la derrota se encontrarían las fuerzas para recuperar ese fetiche sagrado y volver a la era nostálgica e idolatrada de los grandes héroes serbios. Kosovo, 1989. 600 años después. «Samo Sloga Spasava Srbirna», solo la solidaridad puede salvar a los serbios, aseguraban los miles de ultranacionalistas llegados de todo el país para escuchar a Milosevic y para celebrar el aniversario de la mil veces cantada epopeya del Kosovo. Esta frase, junto con otras de peor o mejor estilo, serían grabadas después en las paredes de las ensangrentadas calles de Bosnia, Croacia y, cómo no, en el idolatrado Kosovo. Para los serbios, resistir en Kosovo, mantenerlo bajo su soberanía, era una cuestión de vida o muerte, de honor o deshonor, una suerte de fetiche colectivo para superar el agravio perpetrado por los turcos seis siglos atrás. «La falta de entendimiento ha ido provocando nuestras sucesivas derrotas durante seis siglos. Esta falta de entendimiento, y la traición consiguiente, nos ha perseguido como un maleficio a lo largo de nuestra historia. Seis siglos más tarde tenemos que combatir de nuevo. Las batallas que debemos librar ahora no serán meros enfrentamientos entre ejércitos, aunque no haya que excluirlos», resumió Milosevic en 1989, ante los miles de serbios llegados de toda Yugoslavia para celebrar la derrota del Campo de los Mirlos, en Kosovo Polje. En resumen, todo un programa po— 39 —

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lítico y un adelanto de lo que serían los próximos años. Pero también un gesto teatral: nunca cederemos en Kosovo, nuevo estandarte de la causa serbia, y desde aquí, resumiría Milosevic, comenzaremos la «cruzada« en pro de la Gran Serbia. Los albaneses, mientras el nacionalismo serbio afilaba sus armas, construían una sociedad paralela, con su sistema educativo, legislativo y hasta administrativo, se preparaban para una batalla que ya intuían como cercana, el momento esperado de devolver a los serbios la afrenta de haber sido incluidos en la Yugoslavia que tanto odiaban. La aparición de Milosevic, con su escasa visión política y su falta de tacto a la hora de encauzar los procesos y conflictos por las vías racionales, sirvió finalmente a sus objetivos y les dio vía libre para exteriorizar la violencia. De aquellos barros de la violencia bruta, sin ningún miramiento, vienen los actuales lodos. El sexto aniversario de esta derrota se realizó en un ambiente marcado por la ebullición patriótica y el despertar nacionalista serbio. Los intelectuales serbios, que ya habían publicado su famoso Memorándum, donde se denunciaba el «genocidio cultural» que sufrían los serbios de manos albanesas, reclamaron a Milosevic que culminara su «revolución cultural» nacionalista. Un millón de serbios arroparon a Milosevic, en aquel 28 de junio de 1989, otro día de San Vito glorioso, mientras el mundo permanecía ajeno a la tragedia que se desarrollaba en los Balcanes, prólogo de la carnicería que luego se abatiría en los 90. Milosevic ya abrazaba el ideal de la «restauración de la Gran Serbia» y la abolición constitucional del poder local en Kosovo. Como recuerdo de las tropas de Lazar, 25.000 soldados federales, la misma cantidad de hombres en armas que el príncipe derrotado lanzó contra los otomanos, protegieron al millón de manifestantes llegados de todas las partes de Yugoslavia. Los símbolos, como en toda «orgía» nacionalista, respondían a una estética nacionalista mil y una veces repetida. — 40 —

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En la celebración de esta derrota, del destino de un pueblo que se cree elegido por Dios y que a la vez se siente maltratado por la historia, los serbios hallaron fuerzas para comenzar su nueva cruzada en defensa de una Yugoslavia herida de muerte que nadie quería mantener viva. Los retratos de Tito, en aquellos lejanos días, serían echados a la hoguera de la infamia y el olvido, pese a que tantas veces los viejos partisanos habían jurado y perjurado que «después de Tito, Tito». Pero no fue así, tras Tito vino Milosevic y con él todo un rosario de derrotas y desgracias para el pueblo serbio. Aquel 1989, conviene recordarlo, era el tercer aniversario de la llegada al poder de este sátrapa balcánico de escasa suerte llamado Slobodan Milosevic, Slobo para sus partidarios. Nunca el destino de un dirigente serbio estuvo más ligado a Kosovo que para este veterano aparachik, siempre ligado a los círculos de poder de Belgrado. En aquella celebración de 1989 surgió el «mito Milosevic», siendo elegido como iluminado caudillo del pueblo serbio para conducirle a la victoria tras el naufragio yugoslavo. San Vito, un 28 de junio, día de la humillante derrota de los serbios a manos de los turcos, sería el comienzo de una carrera shakespeariana a través de la humillación, el desprecio internacional y la guerra. La misma Iglesia ortodoxa serbia se unió a la cruzada en defensa de Kosovo que lideraba el ultracomunista Milosevic. Uno de sus más conocidos obispos, Atanasije Jevtic, declaraba en una entrevista sin ningún pudor: «Podemos afirmar que la tragedia kosovar del pueblo serbio despertó las conciencias: en primer lugar, las de unos individuos del gobierno serbio, a Slobodan Milosevic me refiero, para mirar a los ojos de la verdad, de la cual la Iglesia ortodoxa serbia ya hace décadas que, de modo discreto pero firme, escribe en las protestas que no cesa de dirigir a las instituciones gubernamentales». — 41 —

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Para los serbios, como ya he dicho antes, Kosovo es un fetiche; quien lo posee, a modo de objeto, tiene la legitimidad, la fuerza y el poder. Siendo como es la cuna sagrada para la religiosidad ortodoxa serbia —pues allí se hallan sus más importantes monasterios e iglesias—, Kosovo merece la sangre y el sacrificio, la guerra y la búsqueda de un honor mancillado tras siglos de dominación otomana. «¿Cuántos Mozart hubiéramos tenido si no hubieran estado aquí los turcos?», se preguntaba indignado el escritor metido a político, Vuk Draskovic. Pero no solo la batalla del Campo de los Mirlos significó la subyugación serbia a la Sublime Puerta, sino que todos los pueblos de los Balcanes corrieron la misma suerte. Y ese dolor por lo irremediablemente perdido se transmitió de generación en generación y acabó convirtiéndose en una suerte de agonía colectiva, tal como nos recordaba la escritora de viajes Rebecca West, a la que cito textualmente: «Pero la agonía de Kosovo debió ser puramente agonía, dolor sobre dolor, renovada en cada generación, a lo largo de cinco siglos. La noche del mal había sido suprema, todavía lo era en un sentido cuantitativo». Y «la derrota», a partir de entonces, tan solo podía ser una, la que había significado el mal supremo, la de Kosovo, el final de la hegemonía y el sueño nacional serbio. En la misma línea nacionalista serbia, hay que reseñar al escritor Milan Komenic, quien en un encuentro «amistoso» con escritores albaneses, les espetó sin inmutarse: «Podéis hablar siglos y siglos, no os creo nada. Ni siquiera vosotros creéis en esta historia vuestra, porque sois inteligentes. Como figura estilística de la retórica sangrienta habéis impuesto la tautología del mal. El mundo moderno no conoce tantos crímenes como en Kosovo. Quizá vosotros creéis que vais a entrar en el mundo moderno mediante la agresión. Nosotros creemos que no se puede hacer así. Detrás de nosotros hemos dejado la huella del espíritu y no la de la bestia. Vosotros consideráis como mito lo que para nosotros es el — 42 —

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fundamento. La elección espiritual, según vosotros, es una patraña religiosa. Vosotros estáis enfermos de agresividad racista; nosotros, de melancolía histórica. Qué renacimiento es este si se paga el precio del éxodo del pueblo para que el que Kosovo es el primer paso con el cual entró en la civilización». Durante siglos, serbios y albaneses han reclamado Kosovo como su tierra prometida, poniendo especial énfasis en que ambos llegaron antes y por ello el mítico territorio les pertenece. Las dos culturas e identidades han pugnado durante años con argumentos más o menos científicos acerca de sus derechos históricos sobre Kosovo, desdeñando el diálogo y el encuentro entre las partes. Durante toda la era titoísta (1945-1980) y después, ya en pleno proceso de descomposición de Yugoslavia, a principios de los ochenta, estos sentimientos estuvieron adormecidos por el peso de la represión policial y la intolerancia hacia toda forma de nacionalismo por parte de los comunistas. En tiempos de Yugoslavia todo el mundo denominaba a este territorio como Kosmet, dos sílabas que se refieren a los territorios del Kosovo y Metohija. También el nacionalismo serbio siempre se ha referido a este territorio como Kosmet, mientras que para los albaneses es «la cuestión de Kosovo». Dos pueblos, serbios y albaneses, en lucha por reivindicar y hasta ocupar este territorio, sin deseos de vivir los unos con los otros, con los diferentes. Los serbios son ortodoxos, mientras que los albaneses son mayoritariamente musulmanes, aunque existen algunas pequeñas comunidades católicas. También hay comunidades turcas, gitanas, rumanas e incluso croatas. La situación hasta bien entrada la década de los ochenta discurría en este constatado y cómodo divorcio entre los serbios y los albaneses; vivían «divorciados» pero sin violencia. Juntos, pero no revueltos, como se dice en castellano castizo. Así fue hasta que Milosevic utilizó el discurso nacionalista y victimista —como nueva fuente de legitimación política de su — 43 —

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régimen— ante la irreversible descomposición del bloque comunista y el fracaso económico del mismo en Yugoslavia. Pese a todo, las tensiones y las silenciosas luchas seguían ahí y tan solo faltaba que alguien encendiera la mecha de la pasión nacionalista para poner en marcha el engranaje de la guerra contra el otro. Los albaneses, por su parte, también enarbolaron la bandera nacionalista y desde principios de la década de los ochenta se mostraron claramente partidarios de abandonar el barco yugoslavo por la vía de la confrontación. En aquellos años, el que era considerado el bardo de Milosevic, Matjija Beckovic, defendía el mito de Kosovo como fuente inspiradora del discurso nacionalista serbio: «Kosovo es la palabra serbia que más cara costó. Fue comprada con sangre. No podemos venderla sin que la sangre sea derramada de nuevo (...). Hace seis siglos en el globo no había ocurrido nada más importante que la batalla de Kosovo. La palabra que vio el conde Lazar, eligiendo el Imperio celestial, es una palabra dada para siempre, y no podrá retirar nunca. Kosovo es el centro del planeta serbio. En Kosovo, los serbios estuvieron esclavizados la mitad de mil años. Europa no tiene raíz más profunda que la que, a través de Grecia y Bizancio, aflora en nuestra tierra. En Kosovo está enterrado todo el pueblo serbio (...). Las fosas son los únicos poblados étnicamente puros (...).» Milosevic manipuló al pueblo serbio con los viejos símbolos y un nuevo discurso teñido de burdas banalizaciones y una retórica simplista y racista. Mezclaba la historia reciente con la épica. En un viaje hacia la nada que solo podía conducir al suicidio colectivo, el veterano dictador serbio utilizó el mito de Kosovo en el momento más oportuno para legitimarse en el poder, justo cuando el bloque comunista se disolvía como un azucarillo y cuando todas las dictaduras vecinas del Este llegaban a su fin. Solo Milosevic, utilizando Kosovo como coartada, consiguió sobrevivir a la — 44 —

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oleada democratizadora de finales de los 80 e inició su escalada bélica de sobra conocida. De Eslovenia a Bosnia-Herzegovina, pasando por Kosovo y Montenegro, Slobo incendiaría los Balcanes y provocaría una carnicería por la que respondería ante el Tribunal Penal Internacional creado para juzgar sus crímenes. Luego, en los noventa, la cuestión de Kosovo caería en el olvido. Se anularía la autonomía regional, la actividad de los albaneses contra el poder de Belgrado iría en aumento y el gobierno en Serbia caería en manos de ese mal jugador de póquer llamado Milosevic, quien en palabras de Richard Hoolbroke —enviado especial de Bill Clinton a los Balcanes para desenredar la «madeja» balcánica— era capaz de jugar toda la noche y ganar para, a renglón seguido, perder de un golpe todas sus victorias y el capital obtenido. Así le ocurrió una y otra vez. Su carrera política comenzó y acabó en Kosovo. ¿Cómo fue posible que la cuestión de Kosovo saliera de las agendas de nuestras cancillerías y no volviéramos a saber de ella hasta pasados dos lustros largos? Muy fácil: los dirigentes albaneses de entonces todavía añoraban una solución pacífica del conflicto con el Gobierno de Belgrado y el «Estado» paralelo organizado por el máximo líder albanokosovar, Ibrahim Rugova, funcionaba más o menos sin problemas. Además, Milosevic no buscaba un acuerdo político con los albanokosovares, sino seguir administrando la región a través de los dirigentes serbios de su cuerda. Como se vería, esta demencial política solo pudo dar los peores resultados y conduciría, irremediablemente, al callejón sin salida que padecemos hoy. Y eso que Milosevic, ya advirtió, profético, que «nadie más tendría el derecho a derrotar a los serbios en el futuro». El paraíso prometido por Milosevic no llegaría nunca, pero antes de adentrarnos en el presente volvamos al pasado de esta región emblemática y controvertida.

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5. Kosovo en el pasado y en el presente Reconociendo el estado albanés en Kosovo, Europa definitivamente perdió su corazón. De un golpe mortal, el occidente hurtó de los serbios de Kosovo su patria y les convirtió en prisioneros en su propio país. Peter Handke

En la antigüedad, Kosovo era un territorio habitado por los dardanos que formaban parte, según las crónicas, de las tribus ilirias. Los historiadores albaneses remontan sus orígenes a los ilirios, los cuales ya habrían estado en Kosovo en la época romana, mucho antes que los eslavos, que no emigraron hasta este territorio hasta el siglo VI. La historiografía serbia no reconoce estos orígenes, como es lógico, y siempre han asegurado que su llegada fue anterior a la de los albaneses. De acuerdo con las siempre discutibles tesis albanesas, estos protoalbaneses habrían conservado su identidad étnica no solo durante la época de la ocupación romana, sino también en la época de las invasiones eslavas de la alta Edad Media. «En cualquier caso la argumentación albanesa presenta una laguna, ya que los albaneses no aparecen mencionados en las fuentes hasta el siglo XI (1078-1079), y entre la antigüedad y estas primeras menciones transcurre un periodo de tiempo de al menos seiscientos años. Resulta más que dudoso que la gran masa de población iliria de Dardania sobreviviese sin verse afectada por la romanización y la eslavización puesto que en otras zonas de la península balcánica tampoco fue ese el caso. Lo más probable es que los antepasados de los albaneses actuales conservaran sus lenguas y costumbres únicamente en territorios aislados, especialmente en zonas de montaña; y es evidente que las llanuras de Ko— 46 —

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sovo no presentan tales características. Es significativo que los albaneses sean mencionados por las fuentes serbias antiguas como meros pastores nómadas», escribiría el historiador alemán Peter Bartl. De esta forma, la tesis de un poblamiento albanés ininterrumpido en Kosovo no se sostendría con firmeza; tampoco se sostendría la tesis serbia de que los albaneses siguieron emigrando hasta la región hasta los siglos XVII y XVIII. La población de Kosovo, al menos durante la Edad Media, era predominantemente serbia. Además, a partir de 1170, en que el príncipe serbio Stefan Nemanja establece el primer Estado serbio de la historia, Kosovo pasaría a ser el centro económico, político, religioso y cultural del pueblo serbio. De sus ricas minas, entre las que destacaban Novo Brdo y Trepca, se extraían metales preciosos que luego eran vendidos a todos sus vecinos. Los bellos monasterios de Decani, Gračanica, la iglesia catedralicia de Bogodorica, Ljeviska en Prizren, así como el patriarcado de Pec, atestiguan la prosperidad que reinaba durante la Edad Media en esta zona de Serbia. En Pec también se hallaba el centro eclesiástico de Serbia, la sede del patriarcado serbio. Y en Prizren, además del ya citado monasterio de Ljeviska, estuvo la capital del viejo reino de los serbios de la dinastía Dushan hasta la mitad del siglo XIV, cuando aconteció la gran «catástrofe» para la historiografía serbia, es decir la llegada de los turcos a la región. Luego llegaría la famosa batalla de Kosovo Polje, en 1389, el comienzo de la decadencia serbia y de la dominación otomana en todos los Balcanes. La batalla del Campo de los Mirlos terminaba abruptamente con el Estado serbio y significaba el fin de las aspiraciones de todo un pueblo en busca de su identidad y espacio vital. La conquista de este territorio, consolidada finalmente en el año 1445, implicaba la islamización de los nuevos súbditos y la imposición de los modos de vida y hábitos sociales turcos. — 47 —

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Pero su significado, como ya hemos dicho anteriormente, tiene una trascendencia fundamental para el pueblo serbio: el comienzo de una nueva era de oscuridad y dominación. «La derrota dejó una huella indeleble en la memoria colectiva del pueblo serbio: lo que para nuestros historiadores es el nacimiento de Jesucristo», afirma Ami Boué en la obra fundamental La Turquía de Europa; «la batalla de Kosovo es más o menos para los serbios». Cada acontecimiento que se cuenta se acompaña de la pregunta: ¿esto ocurrió antes o después de nuestro sometimiento? Y tiene razón Thomas A. Emmeret, cuando lo afirma en su reciente libro El Gólgota serbio: Kosovo, 1389. En el curso de los tiempos, la batalla de Kosovo comenzó a ser vista como el origen de todas las desventuras que Serbia debía sufrir durante los largos años de sumisión a los turcos. Al tema de la derrota se añadió el de la esperanza y la resurrección. Al haber sacrificado voluntariamente Lazar, y el pueblo su vida por la fe y la patria, los serbios sabían que a causa de este martirio a manos del infiel, Dios había protegido a su pueblo y le salvaría un día de la esclavitud». Así comenzaba este periodo de dominio y sometimiento de los Balcanes bajo la tutela de la Sublime Puerta. La islamización de Kosovo comenzaría en aquellas fechas y el proceso, una vez que la presencia serbia se extinguía día a día, se puede decir que aún no ha concluido. Si tenemos en cuenta los registros fiscales turcos, podemos deducir que en aquellos días tan solo el 4 ó 5% de la población era albanesa. Una población que, en vista del dominio serbio, había iniciado un tenue proceso de asimilación, entre cuyas consecuencias estaba la eslavización de sus nombres y la conversión al ortodoxismo. La conquista turca del territorio traería grandes cambios, pues concluiría esta asimilación referida y comenzaría la conversión masiva de los albaneses al islamismo, algo que no ocurriría con los serbios que seguirían practicando la fe ortodoxa. — 48 —

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Desde aquel momento histórico definitivo, y sobre todo a raíz de la consolidación otomana en 1453 —con la toma de Constantinopla— la presencia albanesa, que en aquellos momentos se suponía que no era mayor del 5% de la población total de la región, fue en aumento y a partir de 1582 hay noticias de que se habían convertido en el elemento étnico dominante en muchas comunidades kosovares. La albanización por razones políticas o económicas estaba en marcha. Por ejemplo, Gjakove, que en 1485 aparecía como un territorio fronterizo de población mixta serbioalbanesa poseía, un siglo después, una población predominantemente albanesa; al parecer, en el año 1782 ninguno de sus habitantes era ya capaz de entender el serbio. Algunas comarcas serbias, que a finales del siglo XV estaban pobladas por comunidades de esa etnia, estaban abandonadas cien años más tarde y fueron ocupadas por inmigrantes albaneses de religión musulmana, de la misma forma que también este proceso se dio en ciudades como Prístina. Con el cambio poblacional variaron, también, la cultura y la religión. Los serbios eran cristianos de obediencia, lo cual les acarreaba tener que pagar numerosos tributos; ante la presión musulmana, la mayoría fue emigrando hacia otras tierras y una minoría optó por mejorar su suerte convirtiéndose en masa al Islam. Los repobladores llegados a la región mostraron menos reparos ante el nuevo credo y se convirtieron en gran parte, gozando de todas las facilidades que daba la pertenencia al Islam a la hora de habitar aquellas tierras. Los serbios, mientras tanto, se marchaban: emigraron masivamente a Vojvodina, así como realizaron constantes movimientos migratorios hacia el norte a lo largo de los siglos, lo que explica que hoy en día la mayor parte de los serbios que quedan en la región vivan en el valle de Ibar. Un estudioso austríaco, que realiza una suerte de censo de los primeros años del siglo XIX, señalaba — 49 —

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que la población albanesa podía llegar al 55%. Los cambios demográficos, incluso antes del final de la dominación otomana, determinarían en un futuro la debilidad serbia por controlar y administrar la región; los serbios estaban dispuestos a todo por conservar Kosovo, menos vivir allí. Por un lado estaba la realidad, la triste y adversa historia que se imponía a los serbios; pero también estaba el mito y la leyenda, siempre tan presentes en el proceso de formación nacional de Serbia. «Durante la larga lucha de los serbios por construir un Estado nacional contra el Imperio otomano, iniciada en 1804, se fue tejiendo la leyenda, según la cual, en vísperas de la batalla de Kosovo Polje, un halcón voló desde Jerusalén hasta el cuartel general del Príncipe Lazar, llevando una alondra en el pico. El halcón era San Elías y la alondra era un mensaje enviado por la Virgen María. Horas antes de enfrentarse a las tropas turcas, Lazar era invitado por el Altísimo a elegir entre la victoria y el reino de este mundo o la derrota y la gloria de los cielos», escribiría al referirse a estos mitos serbios el periodista Carlos Bradac. Lazar, al parecer, reflexionó, y escogió la segunda alternativa, dejando como consuelo a los serbios ser testigos, con su sacrificio, de la redención de Cristo y, al tiempo y por ese sacrificio, constituirse en punta de lanza para la constitución del reino cristiano terrenal. La determinación de reconquistar Kosovo, presente en toda la historia de Serbia desde la batalla del Campo de los Mirlos, se apoyaba en unir los dos reinos —el mundano y el celestial— en el esplendor de una única victoria. Sorprende cómo hasta bien llegado el siglo XIX esta mentalidad, forjada por la Iglesia ortodoxa y los cantores de la épica serbia, sobrevive en un mundo en profundo cambio y donde las revoluciones liberales son ya el discurso movilizador de los nuevos nacionalismos en todo el continente europeo. En los Balcanes, sin embargo, a diferencia de lo que ocurría en Europa occidental, la religiosidad ortodoxa iba a ser — 50 —

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uno de los ejes en torno a los cuales giraban los nuevos nacionalismos antiotomanos. En la historiografía serbia sobre Kosovo, llama la atención la decisiva contribución de autores militares, que junto con el clero ortodoxo aparecen como los verdaderos forjadores de esta leyenda nacional. Así, los textos del general serbio Jovan Miskovic, publicados a finales del XIX en la revista militar Ratnik (Guerrero), fueron durante más de cincuenta años la única monografía disponible sobre Kosovo. Con un tono patriótico militante y escasa credibilidad histórica, la obra estaba dirigida a «inspirar a sus soldados en el amor a su patria y lealtad a la iglesia serbia ortodoxa y la tradición serbia», escribiría el analista Xavier Agirre al referirse a este periodo histórico donde el nuevo nacionalismo bebe de la religiosidad serbia inspiradora de los cantos épicos y sobreviviente a la ocupación otomano en los monasterios y las pequeñas iglesias. Pero sigamos con el relato de nuestra historia. La albanización de Kosovo durante la época otomana respondía a una razón obvia: se trataba de crear zonas islamizadas que no plantearan problemas al Imperio otomano y que fueran dóciles a las autoridades turcas. Este proceso de albanización-institucionalización, comenzado inicialmente por razones religiosas, continuó a lo largo de toda la dominación turca —a finales del siglo XIX, la proporción de albaneses llegaba al 58% del censo— y no cesó incluso en el siglo XX, aunque las guerras balcánicas de 19121914 determinaran que la región se integrase en la nueva Serbia, recién llegada a la escena internacional tras el colapso otomano. La distribución territorial hecha por las grandes potencias europeas tras la Primera Guerra Mundial dejó fuera de sus fronteras naturales a uno de cada dos albaneses, de tal forma que en el futuro Estado albanés tan solo viviría una minoría de lo que era la población albanesa de los Balcanes. Fue entonces cuando se reconoció la primera versión de Yugoslavia, nacida en 1918 como «Reino de los — 51 —

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serbios, croatas y eslovenos». Los serbios, por primera vez en mucho tiempo, gozaban del territorio «liberado» de Kosovo. Durante los años de la primera versión yugoslava, los albaneses tenían garantizado el derecho de voto e incluso llegaron a tener algunos representantes en el parlamento. Sin embargo, una revuelta albanesa contra Belgrado, que tuvo su momento álgido en un levantamiento en Kacak, entre 1924 y 1925, imposibilitó un diálogo más fluido con los albaneses y la búsqueda de un acuerdo político entre las partes. El ejército yugoslavo, con ayuda de los métodos más represivos y violentos, puso orden en Kosovo e impidió la propagación del movimiento, que, dicho sea de paso, tampoco encontró el apoyo de la nueva Albania, pues el rey, Ahmed Zogu, había sido apoyado por Belgrado para reconquistar el poder y veía a este movimiento como un rival peligroso para sus intereses políticos. Unos años más tarde, en 1937, el Círculo Cultural Serbio de Belgrado abrió un debate sobre la cuestión kosovar. Representantes del ejecutivo serbio, del Estado Mayor del Ejército y los círculos científicos y culturales serbios estudiaron el problema de la región y el sorprendente aumento demográfico de la población albanesa, que ya en aquellos días amenazaba con superar a la comunidad serbia. La única solución, tal como apuntaba el historiador Vaso Cubrilovic, era la deportación de las poblaciones albanesas o el intercambio de poblaciones, tal como habían hecho unos años antes otros Estados importantes de los Balcanes con sus respectivas minorías: Grecia y Turquía. Como fruto de estas tesis, en 1938 los gobiernos turco y yugoslavo firmaron un convenio que establecía el traslado de 40.000 familias «turcas» (albanesas) desde Kosovo hasta Turquía. El traslado de estas 40.000 familias, que serían aproximadamente 200.000 personas, se produciría de forma escalonada hasta 1944, a cambio de una compensación económica que pagarían las au— 52 —

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toridades de Belgrado. Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, en 1939, este acuerdo sería cancelado y no se producirían las deportaciones previstas. Recién llegada a los Balcanes la periodista y escritora británica Rebecca West, escribiría en estos años acerca de la paupérrima realidad de Kosovo: «Pobres colinas vacías que en tiempos de Milutin habían estado vestidas de pueblos… retiradas en lejanías que eran verdaderamente inmensas, porque un viajero podía recorrerlas durante muchas millas antes de encontrar un lugar en que reinara una vida apacible, con comidas completas y delicadas… había comido caza y carnes bien engordadas, en vajillas de oro y plata… Pero al perder los cristianos la batalla de Kosovo está vida desapareció… Nada… quedó… apenas nada, solo algo tan tenue como la sombra que proyectó el Sol oculto por una nube». Tras la disolución de Yugoslavia, como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, Kosovo pasó, momentáneamente, a manos italianas, terminando durante unos años con la dominación absoluta que los serbios habían tenido, y quedando una suerte de Gran Albania bajo la égida del Gobierno fascista de Roma. Miles de serbios, según fuentes solventes, serían asesinados por los colaboracionistas albaneses al servicio de Italia. La repetida práctica de la vendetta, como se ve, no solo es practicada por los serbios. Concluida la contienda, y sin una gran participación de los albaneses en la liberación de Yugoslavia, la nueva Albania —que también se había «liberado» a sí misma bajo el liderazgo de los comunistas que comandaba el inefable Enver Hoxá— quedaba reducida a un 50% de la base territorial en la que vivían y viven los albaneses. Kosovo, por segunda vez en su historia, era integrado en Yugoslavia… un país nuevo controlado por el férreo puño del mariscal Tito. Enver Hoxá, máximo líder del comunismo albanés y primer dirigente de este país tras la guerra, proclamó en 1943 el derecho — 53 —

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de los albaneses de Kosovo a decidir a qué Estado querían pertenecer: Yugoslavia o Albania. A finales de 1943, Tito, que ya desconfiaba abiertamente de las verdaderas intenciones de Hoxá, escribiría en una carta a los comunistas albaneses en los siguientes términos: «Plantear en estos momentos la incorporación de Kosovo y Metohija a Albania no significa otra cosa que llevar el agua al molino de las fuerzas reaccionarias e incluso de las potencias ocupantes que tratan de evitar la lucha armada del pueblo poniendo de relieve una cuestión poco actual y para ellos inocua… No hace falta subrayar que la cuestión de Kosovo y Metohija no constituirá jamás un problema entre nosotros y la Albania democrática y antiimperialista. En estos momentos hay que fomentar el amor fraterno entre el pueblo albanés y los heroicos pueblos de Yugoslavia y luchar juntos contra los ocupantes alemanes… La nueva Yugoslavia que pensamos construir será un país de pueblos libres, en consecuencia no habrá en él espacio para la opresión de las minorías albanesas». Así cerraba el problema albanés y Kosovo, definitivamente, quedaba situado bajo la órbita de la nueva Yugoslavia socialista y titoísta. Sin embargo, a partir de la caída del jefe de la policía de Tito, Alexander Rankovic, en 1966, los albaneses comenzaron a agitarse en Kosovo y a plantear abiertamente sus demandas. Se multiplicaron las protestas de los albaneses por toda la región e incluso se dio cuenta de numerosos incidentes armados entre la policía yugoslava y supuestos guerrilleros albaneses, que, según Belgrado fueron apoyados por el régimen «enemigo» de Tirana. Tito pondría fin a la «primavera de 1967», que no duraría más allá de la estación de 1968. El ejército federal yugoslavo fue enviado a Kosovo y los rebeldes quedaron fuera de juego. La primera gran insurrección del nacionalismo albanés en toda la dictadura comunista sería anulada a merced de una represión despiadada y sin contemplaciones. Sería la última, pues hasta la muerte de Tito no volvería a haber más protestas. — 54 —

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No obstante, antes de seguir el relato de esta historia, conviene que atendamos a los censos de Kosovo de la época, ya que nos servirán para explicar los grandes cambios y transformaciones que se estaban dando en esta región. Los cambios demográficos, debidos sobre todo a la alta tasa de natalidad de los albaneses y a la permanente y constante emigración de los serbios, han sido fundamentales a la hora de explicar el proceso de esta región. Por ejemplo, el censo de 1921, realizado con la «primera versión yugoslava», ya reflejaba un claro dominio albanés en Kosovo, tal como se observa en los datos relativos a la composición religiosa: los musulmanes eran el 75% de la población, los serbios ortodoxos, los romanos católicos, los judíos y los grecocatólicos constituían el 25% restante. En lo que se refiere a las lenguas, el 65% del censo hablaba el albanés y el 26% el serbio, mientras que el resto de la población habla rumano, turco, esloveno, alemán y húngaro. Diez años después, en 1932, el censo señalaba que el 62% de los 552.000 habitantes que tenía Kosovo eran de origen albanés y el resto (37%) pertenecían a otros colectivos étnicos. En 1939, otro censo señalaba que la población no eslava de Kosovo era el 65% del total de la región, aunque en este grupo se incluían gitanos, grecocatólicos, arrumanos, turcos y, por supuesto, albaneses. Terminada la Segunda Guerra Mundial, las nuevas autoridades comunistas elaboraron un nuevo censo, en 1948, que reflejaba la siguiente composición étnica sobre una población censada de 733.820 habitantes: 498.242 albaneses (68%); 171.911 serbios (24%); 28.050 montenegrinos (4%) y 11.230 gitanos (menos del 2%). El censo de 1953, realizado tan solo cinco años después, volvía a mostrar la tendencia decreciente de los serbios (eran tan solo el 23%). En el año 1961, un nuevo censo revelaba cierta tendencia a la estabilidad: 646.604 albaneses (67,1%); 227.016 serbios (23,5%); 37.588 montenegrinos (3,9%) y 5.206 que se consideraban a sí mismos simplemente yugoslavos (0,1%). — 55 —

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En 1971, la tendencia decreciente de la población serbia mostrada tras la Segunda Guerra Mundial se consolidó, tal como reflejaba el nuevo censo: sobre un total de 1.243.693 habitantes que tenía la región, 916.168 eran albaneses (73,7%); 228.264 serbios (18,4%); 31.555 montenegrinos (2,5%); 26.000 musulmanes de origen eslavo o bosnios (2,1%); 14.593 gitanos o romas (1,2%); 12.244 turcos (1%); 8.000 croatas (0,7%) y 920 (0,1%) que se declaraban yugoslavos. Casi siempre los serbios aparecían como una comunidad decreciente y su flujo migratorio era permanente y constante. Diez años más tarde, en 1981, se realizó el último censo fiable sobre Kosovo, pues los que se realizarían después de esa fecha serían boicoteados por los albaneses (ni tienen validez, ni revelan la composición étnica real). De un total de 1.584.558 habitantes, había una población albanesa de 1.226.736 (77,42%); 209.498 serbios (13,2%); 27.028 montenegrinos (1,7%) y 2.676 yugoslavos (0,2%). Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta los años 80 (en menos de cuatro décadas), los serbios habían perdido el 50% de la población en términos proporcionales. Se había producido un cambio obvio en la estructura poblacional, sobre todo debido a graves problemas económicos —Kosovo siempre fue el territorio más atrasado de la extinta Yugoslavia— y a la falta de perspectivas profesionales, sociales y culturales. Una vez que el régimen titoísta comenzó a agotarse, al mismo ritmo que la vida de Tito, se aprobó la Constitución yugoslava del año 1974. Dicho texto constitucional no concedía a Kosovo el estatuto de república; no equiparaba esta región con el resto de las repúblicas yugoslavas y tampoco otorgaba a los albaneses los mismos derechos que al resto de yugoslavos, sino que vinculaba su destino al de la República de Serbia —al igual que con la región de Vojvodina—. Dicha fórmula política, que es la que, hasta ahora, ha ligado este territorio a Serbia, no contribuía a cerrar un problema — 56 —

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que debía haber sido afrontado de una forma realista por las autoridades yugoslavas. Una buena partición a tiempo quizá hubiera solucionado muchos problemas. No hubo respuestas políticas a las demandas que esta compleja región demandaba. Poco antes de fallecer, el escritor francés André Malraux definió la paradoja de Kosovo, el pasado glorioso serbio y el miserable presente albanés, con una profecía que ha resultado bien cumplida. Al recibir en su casa de París, en 1975, al intelectual serbio Zeljko Stojkovic, Malraux predijo para Kosovo una guerra de iguales consecuencias y raíces que la argelina para los franceses: «Vuestra Argelia no está en ultramar o en otro continente, está en vuestro Orleanesado», es decir, Kosovo. A partir de los años 70, aunque los albaneses consiguieron algunas mejoras en el apartado de derechos humanos, los serbios y montenegrinos siguieron copando la administración central y local, los cuerpos de seguridad, el ejército, la judicatura y la educación. Durante los 35 años de dictadura de Tito, los albanokosovares consiguieron algunos avances: tras algunas manifestaciones significativas, el nacionalismo albanés logró la concesión del estatuto de provincia autónoma para Kosovo (1968), que quedó confirmado en la mencionada Constitución yugoslava de los setenta dentro del territorio de la República de Serbia. También había numerosos albanokosovares en puestos de responsabilidad: administrativos, profesores de universidad, profesionales de prestigio e, incluso, diplomáticos y militares. Decir que los albanokosovares fueron marginados durante la época titoísta es absolutamente falso, aunque hay que reconocer que su integración en el sistema fue insignificante. Luego está el alto nivel del Estado yugoslavo en esta región, donde se crearon grandes complejos industriales —algunos todavía visibles, aunque cerrados por la acción de la OTAN— y donde de forma más notable se desarrollaron los núcleos urbanos. — 57 —

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De aquellos días de comunismo represor, escribía Kaplan, al que cito literalmente: «Mientras tanto, Tito había puesto la vecina provincia de Kosovo dentro de la jurisdicción de la república yugoslava de Serbia. Los guerrilleros serbios de Tito asesinaron a muchos albaneses de Kosovo, acusados de haber colaborado con las tropas italianas de Mussolini. Estas masacres desilusionaban incluso a los albaneses comunistas, que hasta entonces habían cooperado con Tito. Durante décadas permaneció vivo el malestar de los más de un millón de albaneses de Kosovo. Tito respondió con cristal y cemento para “levantar una nueva Prístina” en la que habría una universidad. En marzo de 1981, no mucho después de concluir la ciudad, los estudiantes de la nueva universidad, cuyos libros y educación estaban siendo pagados por el gobierno comunista yugoslavo, se sublevaron. Fue entonces cuando los disturbios se convirtieron en una característica de la vida cotidiana albanesa». La Prístina de entonces era sinónimo de derrota, de abandono; se transformó en una ciudad moderna, industrial, gris y, en definitiva, fea y desagradable. Los serbios se marchaban por miles, mientras que los albaneses se quedaban por resignación, pues no podían emigrar a ninguna parte: Albania estaba cerrada a cal y canto, pues era el «paraíso» estalinista y Serbia los consideraba unos simples parias. Kosovo era un cruce de caminos entre el «mundo nuevo» que intentaba construir Tito, basado en el socialismo fraternal, y la nueva realidad nacional en la que creían los albaneses, un mundo monoétnico, sin serbios. En esta arquitectura de bloques horribles de color gris, industrias contaminantes, chapas metálicas sobre los tejados y antenas parabólicas al estilo balcánico, la realidad del día a día se imponía al mundo serbio, cada vez más relegado y en clara descomposición. A todo ello se unía, a principios de los 80, el final de la Yugoslavia socialista y la des— 58 —

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aparición de Tito, quien con mano de hierro mantenía unido el «puzzle» yugoslavo. La década de los 80 es, en definitiva, el final de la Yugoslavia titoísta. La grave crisis económica, la aparición de potentes movimientos nacionalistas en casi todas las repúblicas y la escasa capacidad del partido comunista para liderar la transición política y económica, junto con la desaparición de su principal elemento carismático (Tito), provocó una crisis total del sistema. Las revueltas en clave nacionalista se reproducirían por todo el país. Como hemos dicho antes, en 1981 acontecen las primeras y masivas protestas de los albaneses contra el poder de Belgrado, al que demandan mayor autonomía y más derechos para los componentes de su etnia. El poder central yugoslavo respondió con violencia y represión, sin intentar buscar una solución política a un problema que ya estaba latente y que habría necesitado mayores reflejos políticos por parte de la dirigencia serbia, que no supo entender lo que estaba acaeciendo en la región. Para la Iglesia ortodoxa serbia ese año significaba el comienzo del ocaso serbio, el preludio de una tragedia que más tarde se materializaría, a finales de los 90, con la salida de los serbios tras la intervención de la OTAN. Un texto premonitorio de lo que se avecinaba lo encontramos en el texto «El calvario del pueblo serbio en Kosovo-Metohija» del pope Atanasije Jevtic, al que cito textualmente: «A partir de esta rebelión (la de 1981), que resurgió en noviembre de 1988 y en febrero-marzo de 1989, los serbios de Kosovo-Metohija comenzaron a ser objeto de un genocidio biológico, económico y cultural». Como vemos, para ambos pueblos la fecha tiene un significado bien distinto. Este «divorcio» entre las partes, esta ausencia de diálogo político, condicionará la vida de Kosovo durante las décadas de los 80 y los 90 (e incluso más tarde) y tendrá las fatales consecuencias que todos conocemos. — 59 —

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Como argumento decisivo que sustentaba sus tesis, el ya citado Jevtic apuntaba al asesinato de cuatro serbios a manos de albaneses entre 1981 y 1989. Las violaciones, sin embargo, fueron más numerosas, elevándose a 134 entre 1981 y 1988. La Iglesia ortodoxa se convirtió en uno de los sectores más beligerantes del régimen y contribuyó a crear el cuerpo doctrinario del nacionalismo serbio de los 90. El elemento religioso tuvo mayor importancia en el nacionalismo serbio que en el albanés, donde influían razones exógenas más que endógenas. Entre la muerte de Tito, en 1980, y la definitiva deriva nacionalista de Milosevic, en 1989, se suceden toda una serie de ejecutivos incapaces de poner fin al deterioro de la vida social y económica y al auge generalizado de nacionalismos en la antigua Yugoslavia. Croacia, Eslovenia, Kosovo, Montenegro y Vojvodina serían los principales escenarios de las protestas y manifestaciones que, en clave nacionalista, se desarrollarían en todo el país. Mientras tanto, en Belgrado, la burocracia comunista, ya apiñada en torno al aparato político de Milosevic, se mostró incapaz de reconducir la crisis y abrir un proceso de diálogo con las distintas direcciones regionales con el fin de atenuar las numerosas protestas, incluso violentas, que se sucedieron inesperadamente desde la muerte de Tito. Paralelamente a estos acontecimientos, la Liga de los Comunistas de Yugoslavia se disuelve como un azucarillo, debido, sobre todo, a que sus máximos dirigentes regionales en Croacia, Eslovenia y Montenegro apuestan por un Estado más descentralizado y receptivo hacia el hecho multicultural yugoslavo. Sin embargo, y una vez que Milosevic, en 1989, ha acrecentado su poder, la dirección comunista se niega a aceptar cambios constitucionales y opta por utilizar la fuerza política, policial y militar para aplacar las protestas. Nada de diálogo: la única negociación es la fuerza; este es el mensaje que envía Milosevic a las distintas direcciones — 60 —

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regionales, desde Ljublijana hasta Skopje, pasando por Zagreb, Podgorica, Sarajevo y Prístina. La represión se convierte en el instrumento de dominación de un régimen incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos e iniciar una reforma al estilo del resto de los países del Este. En Kosovo estas tensiones se hicieron todavía más virulentas, pues la lucha siempre implicó la violencia y la represión de cualquier forma de protesta, aunque esta revistiera un carácter pacífico. Miles de personas se echaron a la calle para demandar la autonomía, para reclamar mayores derechos para los albaneses, pero el régimen de Belgrado se mostró incapaz de atender estas demandas, de escuchar al pueblo. En su lugar, Milosevic, a partir de su discurso en el Campo de los Mirlos en 1989, inició una brutal escalada que concluyó con la intervención de la OTAN en 1999, sin el beneplácito de las Naciones Unidas y a favor de los radicales albaneses de Kosovo, que adelgazaría la presencia serbia en esta discutida región, algo de lo que hablaremos en las siguientes páginas.

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6. El fin de Yugoslavia y la crisis de Kosovo Kosovo no es una mera cuestión de 1389: Kosovo es el pasado, la actualidad y el futuro del ser serbio. Es su esencia. Los valores supremos de la humanitas heroica (čojstvo y junaštvo), transmitidos de generación en generación, están grabados en el inconsciente y sedimentados en el lenguaje (anécdotas, proverbios, cantares, expresiones), en su folklore, historia y toponomástica, y marcan profundamente su mentalidad. Sea un serbio patriota o no, sea religioso o laico, y con independencia de la modalidad de su carácter individual, esos valores determinan, de una u otra manera, su forma de relacionarse con los demás y su estilo de percibir el mundo. Maria Djurdjevich, profesora de universidad.

Como en un castillo de naipes que se derrumba sin remisión, primero les llegó el turno a Croacia y Eslovenia, que se independizaron en 1991; un año más tarde comenzaría la cruenta guerra de Bosnia-Herzegovina. En una jerarquía de responsabilidades, y sin querer entrar en detalle en el conflicto, Milosevic sería el principal responsable de la carnicería que se abatió por todo el — 63 —

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país a partir de ese año, aunque también algunos líderes bosnios, croatas y eslovenos tendrían un grado de responsabilidad muy alto. Las declaraciones unilaterales de independencias no consensuadas, donde había una complejidad étnica y poblacional no desdeñable, precipitaron al país hacia la guerra. Macedonia sería el siguiente en la lista, sin que en este caso se produjeran incidentes violentos debido a la pequeña minoría serbia que vivía en este territorio y sin ningún interés por parte de Belgrado. Más tarde, en 2001, el nacionalismo radical albanés, bien atizado por las potencias occidentales, haría de las suyas y situaría al país al borde de la guerra civil. No cabe duda de que la independencia de Eslovenia y Croacia (1991), hizo olvidar a los europeos el conflicto que se desarrollaba en esta región. En aquellos años la cuestión de Kosovo no se había internacionalizado, es decir, carecía de importancia para la comunidad internacional y, principalmente, para los EE.UU. y las cancillerías occidentales. La destrucción de Yugoslavia no era, en aquellos momentos, una cuestión estratégica y de vital importancia para una administración norteamericana implicada en la guerra del Golfo y en las consecuencias que se derivaban del final de la misma. Al igual que la crisis del Canal de Suez enmascaró la invasión de Hungría por los soviéticos, la guerra del Golfo ocultó el drama que se vivía en la antigua Yugoslavia. Unos años más tarde, en 1992, estallaría la guerra de BosniaHerzegovina, conflicto nunca esperado por nuestros gobiernos y tampoco por los EE.UU., que en aquellos días no tenían una visión clara de lo que allí estaba ocurriendo. Tras sendos fracasos de las Naciones Unidas y la UE, implicadas en un conflicto que no entendían y sin capacidad moral ni militar para imponer a los contendientes un paz justa, la administración norteamericana se fue poco a poco implicando en una guerra en la que encontró un buen aliado para llevar a cabo sus planes en la región: los musul— 64 —

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manes de Bosnia-Herzegovina, aliados originales y después enemigos declarados de los bosniocroatas. Absolutamente envuelta en los planes de guerra para destruir Yugoslavia, la administración Clinton acabó forzando, en 1992, una federación de croatas y musulmanes para que actuaran contra los serbios de Bosnia-Herzegovina. Una vez se expulsó a todos los serbios de Croacia y del territorio bosnio controlado por la nueva alianza, se forzaron los Acuerdos de Dayton, que, al menos teóricamente, significaron un respiro para los serbobosnios, pues les garantizaba una entidad autónoma —la República Srspka— y el final de una guerra que había dejado exhaustas a todas las partes. El feroz bloqueo impuesto a lo que quedaba de Yugoslavia (Serbia y Montenegro en esos momentos) había aislado a la economía del país, empobreciendo a todos los sectores sociales, debilitando internacionalmente a Belgrado en el exterior y, paradójicamente, consolidando el poder de Milosevic en el interior. Sin embargo, los norteamericanos no iban a cejar en su política de destruir por todos los medios lo que quedaba de Yugoslavia aunque ello significase mayor inestabilidad para toda la región balcánica, más crisis bélicas y una espiral de violencia que aún no ha concluido. Tampoco la Europa política hizo lo suficiente por salvar lo que quedaba del Estado yugoslavo de entonces y se embarcó en un proceso autodestructivo concluido tres lustros después con la independencia de Kosovo. ¿Y, en suma, quien había perdido las guerras de Croacia y Bosnia-Herzegovina? En primer lugar, las miles de víctimas de las tres etnias, muchas de ellas simples ciudadanos que en los censos se consideraban como yugoslavos, casi el 6% de la población de Bosnia. Los bosniomusulmanes, junto con los croatas, conservaban algo más del 50% del suelo bosnio y el control de las grandes ciudades, entre las que destacaban Sarajevo, Tuzla, Zenica y Mostar. Tan solo Banja Luka quedó en manos serbias. — 65 —

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En lo que respecta a los serbios de Croacia, más del 12% de la población fue borrada para siempre tras la limpieza étnica llevada a cabo por los croatas en el verano de 1995. Todavía siguen hacinados en campos de refugiados y otros centros, esperando una solución que seguramente nunca llegue. Perdieron todo: sus tierras, sus casas y propiedades, sus negocios y quizá también sus vidas. Cuando uno atraviesa la ciudad fantasma de Knin, antigua capital de la Krajina serbocroata, entiende el daño y el dolor causado a este pueblo errante y siempre castigado por la historia. Qué lejos queda la mimada, colorista e incluso divertida Sarajevo, la ciudad estrella para nuestros medios por el simple hecho de que allí no vive «nuestro» enemigo mediático, los serbios. Los serbios de la Krajina y Bosnia, más de 300.000 personas hacinadas en campos de refugiados, nunca gozarán de la atención de nuestras cámaras e informativos, son las víctimas «olvidadas» de esta injusta guerra declarada al pueblo serbio. Luego, una vez instalados en Kosovo por las autoridades de Belgrado, sufrirán el acoso, el terrorismo y los ataques de los radicales albanokosovares; su desdicha no parece tener fin. Mientras estos trágicos acontecimientos para el pueblo serbio se sucedían, los nacionalistas albanokosovares de la Liga Democrática de Kosovo, liderada por el inefable Rugova, eran descaradamente toleradas por Belgrado, contaban con numerosas sedes, impartían sus clases en albanés e incluso sus líderes viajaban al extranjero a vender su martirologio y supuesto sufrimiento a manos de tan tolerantes verdugos. Los norteamericanos y los alemanes, junto con otras potencias europeas que actuaban a remolque de las decisiones e intereses de Washington en la crisis yugoslava, intervinieron directamente en los Balcanes a través de la financiación y asesoramiento de las diversas fuerzas antiserbias. Por ejemplo, el ejército croata fue refundado directamente por una «consultora militar» llamada Military Profesional Resources Incorporated (MPRI), empresa que formó a — 66 —

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los croatas para sus respectivas operaciones militares, en inteligencia, acciones especiales, comunicación y logística. Gracias a sus servicios, bien tolerados por las respectivas administraciones norteamericanas, los croatas obtuvieron grandes éxitos militares. Y Milosevic, ya demonizado por los medios de comunicación de todo el mundo, no movería ni un dedo por los serbios de Croacia; tampoco lo haría su ejército, de los mejores pertrechados del continente. En 1995, una vez firmada la paz de Dayton por imposición norteamericana, Kosovo vuelve a la primera página de actualidad. Sin negar las atrocidades cometidas por todas las partes en tan atroz y cruento conflicto, con secuelas de miles de muertos y heridos y desaparecidos de las tres etnias, los serbios siguieron sufriendo tras aceptar los Acuerdos de Dayton. El bloqueo no se suavizó y la población serbia siguió padeciendo los efectos de una depauperación extrema ordenada y planificada por los EE.UU. con el consentimiento de una UE demasiado remisa y dividida de cara a adoptar una posición conjunta con respecto al futuro de la región. Desde los Acuerdos de Dayton han pasado muchas cosas que trataremos de explicar de aquí en adelante. Un grupo armado denominado Ejército de Liberación del Kosovo (ELK), de oscura financiación y extrañas conexiones con algunos servicios secretos occidentales, comenzó sus actividades claramente terroristas en el espacio de Kosovo, penetrando por Albania en territorio serbio, atacando poblaciones indefensas y asesinando a todos los elementos no albaneses que encontraba en su camino. Incluso, tal como está constatado, albaneses reacios a la política de limpieza étnica empleada por el ELK fueron asesinados. El régimen de terror que más tarde se impondría ya se intuía en aquellos días. Paralelamente a estas acciones absolutamente reprobables, la represión serbia se acentuó como única repuesta a la brutalidad de las acciones del ELK. Las violaciones de derechos humanos — 67 —

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que caracterizaron a toda la era Milosevic, se daban en ambas partes, convirtiendo a la población de este territorio de apenas 10.000 kilómetros cuadrados en un rehén atrapado por las acciones de los dos bandos en liza. Pese a todo, las cancillerías occidentales siempre mostraron más empeño en condenar al régimen de Milosevic que al terrorismo del ELK, puesto que en aquellos momentos les resultaba útil a sus objetivos políticos. A lo largo de 1997, el ELK llevó a cabo 55 acciones terroristas contra policías y autoridades serbias, así como contra los que consideraba «traidores», como lo eran supuestos «colaboracionistas» albanokosovares. Un año más tarde, la situación se desbordó y la región se «libaniza». Así las cosas, la situación llegó al paroxismo en 1998, cuando las fuerzas del ELK comenzaron a enfrentarse militarmente con el ejército serbio. La Liga Democrática de Kosovo, de Ibrahim Rugova, quedó fuera de juego. La guerra se generalizó en toda la región. Serbia mandó más efectivos y fuerzas hasta Kosovo; los atentados se sucedieron durante todo el año en Prístina y otras ciudades. Muchos civiles serbios fueron asesinados, también policías. Según el diario La Vanguardia, se produjeron, en tan solo unos meses, más de 130 atentados terroristas por parte del ELK. Por parte de Belgrado también hubo ciertos episodios de limpieza étnica, aunque no con tantas víctimas y detenidos como aseguraban en aquellos días nuestros servicios de inteligencia y cancillerías. También la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) mintió y manipuló sus informes con el fin de justificar la intervención de la OTAN contra Yugoslavia, convirtiéndose, así, en una pieza más de la estrategia norteamericana para la región. Los refugiados, en vista de que la guerra se generalizaba en toda la región, penetraron a millares en Albania y Macedonia, desestabilizando toda la zona. Bajo fuertes presiones, el régimen — 68 —

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de Belgrado aceptó el envío de 1400 observadores y supervisores de la OSCE a la zona del conflicto, con el fin de verificar un acuerdo por el cual una parte de las fuerzas serbias se retirarían de Kosovo y los guerrilleros albaneses cesarían en sus acciones. El incumplimiento por parte de Milosevic de dicho acuerdo precipitó la retirada de la OSCE y una nueva oleada represiva por parte de Belgrado. Según fuentes francesas, la administración norteamericana de entonces —Clinton y compañía— obstaculizó premeditadamente la misión de la OSCE en Yugoslavia con el fin de precipitar la intervención de la OTAN, ayudar al ELK a consolidar sus posiciones entre la proamericana Albania y Kosovo, y posibilitar, de alguna forma, el final del régimen de Milosevic. El ELK, por su parte, continuó con sus acciones terroristas nunca condenadas, en su momento, por ningún Estado europeo. Sobre el papel de los EE.UU. en la región quiero recoger las impresiones de uno de los observadores que en aquellos días trabajaban para la OSCE sobre el terreno, el militar canadiense Rollie Keith, a quien cito textualmente: «No me gustaba lo que veía. No quería americanos a mi alrededor; estaban trabajando sobre una agenda diferente. Varios de ellos eran agregados militares de embajadas en toda Europa. Uno, en mi grupo, dijo que era un antiguo mayor de los SEALS. Le asigné un trabajo de control, pero él se lo encargó a otro y se fue por su cuenta con su GPS». Ante tan claro obstruccionismo norteamericano de cara a buscar un acuerdo pacífico, y una vez fracasadas las negociaciones de Rambouillet, la OTAN decidió intervenir en la región en marzo de 1999, y comenzaron los bombardeos «selectivos» por toda Yugoslavia. En aquellos días Prístina se convirtió en una ciudad muerta y cerrada a cal y canto. Nadie sabía a ciencia cierta lo que sucedía, pero los relatos de los que llegaban, de los que huían de la barbarie, era estremecedor. El ataque de la OTAN provocó numerosas víctimas civiles, tanto serbias como albanesas a las que — 69 —

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las bombas «inteligentes» no lograron distinguir. Lo que había comenzado como una intervención humanitaria acabó convirtiéndose en una tragedia de impredecibles consecuencias, como se vería más tarde, que tendrían que sufrir los serbios en sus carnes. No obstante, entender lo sucedido en la región sin conocer a fondo la personalidad de Milosevic es harto difícil, pues en sus pésimas estrategias para gestionar las crisis encontramos buena parte de la explicación a lo sucedido y al drama padecido por los serbios, primeras víctimas de esta política errática y suicida. Aunque a Milosevic le encausó un tribunal internacional, le deberían haber juzgado los serbios por sus errores, crímenes y escasas dotes para la gestión de las sucesivas crisis.

7. Los orígenes del nacionalismo albanokosovar Kosovo ha sido siempre una tierra ilírica, cualquier negociación está abocada al fracaso. Ismail Kadaré

Pero ¿cómo nació el ELK? ¿Quiénes fueron sus fundadores? ¿Qué proyecto tenían para Kosovo? Una vez firmados los acuerdos de Dayton, que como hemos visto fueron impuestos por Washington, numerosos voluntarios musulmanes que habían luchado en Bosnia-Herzegovina empezaron a interesarse por lo que estaba pasando en Kosovo, todo ello bajo la sugerente atención y consejo de una administración norteamericana cada vez más implicada en los Balcanes, donde ya habían consolidado su presencia militar y su capacidad de liderazgo político en Bosnia-Herzegovina y en Albania, y donde contaban para sus planes con el apoyo del régimen derechista del sátrapa Salí Berisha. — 70 —

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El ELK, fundado inicialmente en Macedonia, donde realizó numerosas acciones violentas de cariz terrorista entre 1992 y 1997, es acusado de preferir el terror al diálogo. En sus orígenes, como han señalado numerosas fuentes periodísticas, estuvo ligado a grupos musulmanes de carácter violento operando en Bosnia y Chechenia. No olvidemos que unos 5.000 albanokosovares de religión musulmana lucharon en las filas bosnias y croatas contra los serbios, aunque los bosnios siempre les acusaron de haber hecho muy poco por ayudarles durante la guerra civil que vivió este país. La primera vez que apareció el ELK en Kosovo fue en abril de 1996, cuando un grupo de guerrilleros irrumpió en el Café Cakor, en Decani, disparando contra un grupo de ciudadanos serbios indefensos, causando la muerte de tres civiles y heridas a varios más. Era la primera acción «militar» del ELK, puro terrorismo. Luego reivindicarían una serie de ataques contra comisarías y estaciones de policía. Belgrado empezó a impacientarse por la creciente actividad de un grupo que ya había mostrado su capacidad de actuar y desestabilizar a la vecina Macedonia. Tanto los EE.UU. como la UE, en una apuesta peligrosa, guardarían silencio en tanto en cuanto pensaban que esta estrategia desestabilizadora regional habría de llevar al fin de Milosevic, aunque obviaron en sus análisis y razonamientos las tendencias centrífugas que iban a desatar. Esta tendencia era incentivada y vista con buenos ojos por Washington, que compartía intereses con Tirana, que no ocultaba su satisfacción por los nuevos problemas de Milosevic. Una vez concluidos los conflictos bosnio y croata en Dayton, parecía lógico que la presión se incrementara en Kosovo. Miles de milicianos musulmanes llegados de todas partes de la antigua Yugoslavia, incluyendo al general croata Agim Ceku, se incorporarían a las filas del ELK, bien en la retaguardia, asesorando a sus dirigentes desde Albania, o bien en Kosovo, desestabilizando — 71 —

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la región. Ceku, que ya había participado en la denominada operación «Tormenta» en Croacia, en 1995, sería uno de los artífices de las operaciones de limpieza étnica llevadas a cabo por los croatas en las zonas «recuperadas» a los serbios de Croacia y Bosnia-Herzegovina. Una limpieza étnica que, todo hay que decirlo, ha sido bien silenciada y ocultada por nuestros medios de comunicación. «Agim Ceku, formado en los EE.UU. y en Europa, fue uno de los generales que encabezó la persecución en Kosovo. Este general no solo estuvo al frente de la limpieza étnica en la región, sino que actualmente es uno de los principales comandantes responsables de los Servicios de Policía de Kosovo (KPS)», escribirían sobre este hombre los dirigentes gitanos Carol Bllom y Oani Rifati. No obstante, sigamos con el relato de lo acaecido antes de la intervención de la OTAN, en 1996. A esta situación prebélica se unió el escaso talante negociador de Milosevic y la falta de energía política por parte de Belgrado para afrontar con realismo el problema de Kosovo —ni siquiera la oposición democrática serbia abogaba en aquellos días por el diálogo con los albanokosovares—. Ibrahim Rugova, además, estaba cada día en una situación más difícil en la región; miles de jóvenes albanokosovares, con escasas expectativas y condenados al ostracismo por el régimen de Belgrado, decidieron sumarse a las filas del ELK antes que seguir abogando por la «no violencia» que defendía el «presidente» no oficial de Kosovo. Este estado de cosas, con la tensión en aumento, era bien conocido por EE.UU., que quería aprovechar la ocasión para acabar militarmente con el régimen de Milosevic; también por una UE incapaz de vertebrar una estrategia racional para la región. Macedonia, preocupada en aquellos días por la deriva que estaba tomando la crisis y por las irreparables consecuencias que para la región — 72 —

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podían tener semejantes actitudes, ya había avisado, a través de sus fuentes oficiales y sus medios de comunicación, de las oscuras fuentes de financiación y contactos del ELK con el exterior. En 1997, y una vez que los EE.UU. dieron carta blanca al ELK para que actuara en Kosovo, los ataques terroristas se incrementaron y alcanzaron una mayor virulencia, causando la muerte de agentes de la seguridad serbia, pero también de civiles indefensos de las dos etnias. Integrado por pequeñas células de hombres formados en las fuerzas armadas yugoslavas y en el antiguo servicio secreto de este país (el temido UDBA), el ELK tenía un objetivo muy claro: desestabilizar Kosovo para provocar una intervención militar de la OTAN, al estilo de la acaecida en Bosnia-Herzegovina contra los serbios, y proseguir, más tarde, el camino libre de obstáculos hacia la independencia. En aquellos días, tal como se señalaba en diversas fuentes, el grupo era un hervidero de voluntarios de las más diversas nacionalidades: bosnios, croatas, yemeníes, afganos, saudíes, iraníes y, sobre todo, albaneses procedentes de las fuerzas de seguridad y del ejército de este país. También agentes de sus servicios secretos, la temida Securimini, nunca disuelta y pieza clave en el debilitado sistema político albanés. Según fuentes serbias, las primeras fuerzas del ELK fueron entrenadas en las bases albanesas de Ljabinot, cerca de Tirana, y en Tropoja, Kukës y Barjam Curi, todas ellas cerca de la frontera entre Albania y Yugoslavia, desde donde partirían más tarde hacia el interior de Kosovo. No olvidemos, que la frontera entre Albania y Serbia siempre ha sido absolutamente permeable; el tráfico de armas, drogas, combustible y todo de tipo de objetos para el consumo ha sido denunciado en el pasado por numerosas organizaciones internacionales que vigilaban el embargo de Yugoslavia. Lo mismo ocurría con Montenegro, país de obligada cita para todos los contrabandistas de toda la región. — 73 —

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¿Y de dónde conseguían las armas? En los Balcanes este asunto no constituye ningún contratiempo, máxime cuando en la Albania de los noventa era absolutamente fácil encontrar buenos «surtidos» de armas tras la disolución de las fuerzas de seguridad y defensa tras la denominada «estafa piramidal». Miles de armas fueron vendidas sin control a numerosas mafias, contrabandistas y grupos terroristas albaneses organizados en Macedonia y Kosovo, entre los que ya se encontraba muy activo el ELK. Las fuerzas del ELK se armaron con armas procedentes del viejo ejército albanés, con vetustos pero útiles rifles de asalto soviético, así como armas procedentes de la Segunda Guerra Mundial y del disuelto Ejército Yugoslavo del Pueblo, muy fáciles de encontrar en los mercados negros albanés y yugoslavo. Completaba su «repertorio» con modernas automáticas compradas en China y equipos de comunicaciones de última tecnología procedentes de Singapur y otros mercados del sudeste asiático. También estaba la «pista alemana», donde los servicios secretos de Alemania jugarían un gran papel a favor del ELK, tal como han revelado numerosas fuentes. El BND alemán, una suerte de Centro Nacional de Inteligencia pero en serio y eficiente, reforzó su presencia en los Balcanes, especialmente en Albania tras la caída del comunismo, y puso especial énfasis en apoyar a sus aliados y amigos en la región, Croacia y Eslovenia, entre ellos. Más tarde, y una vez que Kosovo se convirtió en una región estratégica para la política norteamericana y la OTAN, con el fin de desestabilizar a Milosevic, los alemanes apoyarían, sin ocultarlo, al ELK. De hecho, buena parte de los materiales, pertrechos, armas y equipos de transmisión de este grupo guerrillero pertenecían al desmantelado ejército de la Alemania comunista y a los servicios secretos de la misma, la temida Stasi. No es una vulgar anécdota que cuando se produjo la entrada de los primeros soldados alemanes de KFOR en Kosovo, el teniente coronel Maximilian Eder — 74 —

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exigiese al ELK que «retirara de las hombreras de sus uniformes la bandera alemana». Hasta contaban con armas alemanas anticarro «Ambust», según aseguró el periodista José Egido, que tan solo se pueden adquirir utilizando procedimientos y canales oficiales. Luego estaba el problema del dinero. Según un artículo publicado en la Revista Española de Defensa, financiada con dinero público y voz oficiosa de nuestro Ministerio de Defensa, a la que cito literalmente: «El ELK utilizó sus relaciones con la mafia kosovar de Suiza y Alemania para obtener dinero. Esta situación cambió cuando surgió en 1997 la asociación VT (sigas de Vendlindja Therret/La Patria te llama), que centralizó todos los donativos procedentes de todo el mundo en una cuenta del Alternativ Bank, en Suiza, que las autoridades de Berna congelaron en 1998. Pero la VT, de la cual es responsable Yashar Salihu, sigue funcionando, y recolecta varios millones de dólares al mes. La mayor parte de ese dinero procede de las donaciones de los 600.000 integrantes de la diáspora albanokosovar en los EE.UU., Alemania y Suiza». Gran parte de este dinero se recaudaba en la comunidad albanesa de los EE.UU., que lo ingresaba en las cuentas del ELK y después se utilizaba para la compra de armas y pertrechos militares. El dinero, en aquellos meses previos a la guerra, corría a raudales y las armas se compraban en varios mercados, incluidas las mafias yugoslavas que no tenían ningún reparo en vender a los albanokosovares. A partir de 1998, y una vez que el ELK se pertrechó sólidamente de armas y equipos en los mercados antes descritos, sus células comenzaron a atacar objetivos serbios en Kosovo, sobre todo en el oeste, entre Pec y Djakovica, con el fin de crear un territorio «liberado» en esta área que sirviese como base de operaciones logísticas del grupo terrorista albanés. El ejército yugoslavo, fiel a Milosevic en aquellos días, respondió con su habitual dureza atacando las posiciones del ELK. — 75 —

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Los objetivos del ELK de aquellos días parecían haber cambiado. Si bien en un primer momento defendían la creación de una Gran Albania, que abarcaba los territorios de las actuales Albania y Kosovo, la mitad del territorio de Macedonia y una pequeña franja territorial de Montenegro donde se asienta la comunidad albanesa, en la actualidad los líderes del antiguo ELK, hoy Partido Democrático de Kosovo (PDK), solo defienden la independencia de Kosovo. Es decir, abogan por crear un ente nacional más controlable y manejable para sus objetivos políticos y económicos, muy ligados a los del contrabando y a las mafias locales que manejan los turbios negocios de Kosovo. Pero sigamos con el relato de lo ocurrido en 1998. En febrero de este año, las acciones del ELK se generalizaron en todo Kosovo, aunque con especial virulencia en la región de Drenica, donde varios cientos de miembros del ELK pusieron en jaque a las fuerzas serbias y provocaron decenas de bajas a las mismas. La reacción serbia, desproporcionada ante los escasos reflejos de Milosevic por entablar un diálogo con los representantes moderados albanokosovares, fue salvaje: decenas de casas fueron incendiadas y en el pogromo desatado contra los albaneses varios de ellos resultaron heridos y muertos. Mientras tanto, en la capital de Kosovo, Prístina, la tensión iba en aumento, produciéndose las primeras protestas de los albaneses contra la represión y las formas utilizadas por el Gobierno de Milosevic, cada vez más aislado internacionalmente y alejado de la búsqueda de una solución política y racional al conflicto. Cientos de manifestantes albaneses fueron heridos por la acción de la policía. La tensión creció hasta el verano de este año, cuando la represión policial se generalizó en toda la región, quedando desplazados en estos momentos los líderes políticos moderados que, como Rugova, planteaban la no violencia. En el verano de 1998, el ELK, sabedor del aislamiento de Milosevic y de su probable derrota política en la escena interna— 76 —

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cional, intensificó sus acciones en todo Kosovo, al tiempo que la represión policial provocaba miles de desplazados y refugiados en el interior de la región. La economía estaba colapsada, los terroristas seguían atacando numerosos focos y la represión serbia se intensificaba. El ciclo infernal de Kosovo, nunca concluido, volvía a emerger con su habitual virulencia. Más tarde, en octubre de 1998, un alto el fuego fue acordado entre las partes con el fin de buscar una solución política al conflicto y quizá con el objetivo, nunca ocultado por el ELK, de conseguir una intervención internacional. Como consecuencia del cese de las hostilidades, la OSCE desplegó sus famosos 1400 observadores con el resultado por todos conocido: fracaso estrepitoso de la misión y continuación de la política por otros medios: la violencia, hablando claro. El acuerdo entre las partes, nunca respetado por ninguna, se produjo a merced de la mediación de Richard Holbrooke. Con respecto al cometido de la OSCE conviene recordar que varios de sus participantes, tal y como reflejaron la revistas Limes y Golias, denunciaron el sabotaje realizado por los EE.UU. antes, durante y después de la misión. Según denunciaban estas revistas, el Departamento de Estado norteamericano vació de contenidos la misión y marginó de la dirección de los equipos a los nacionales provenientes de Italia, Alemania y Francia. Además, la verificación de lo que estaba ocurriendo no se realizó con el tiempo suficiente: parecía que había un guión previamente escrito sobre lo que acaecería después y por eso, cuando llegó la orden de evacuación, nadie, excepto los norteamericanos, la esperaba. En la misma línea, el ministerio de Asuntos Exteriores aseguró en un comunicado que la OSCE no estuvo a la altura de las circunstancias y que manipuló lo acaecido en Kacak, donde supuestamente se había producido una matanza, para precipitar la intervención militar de la OTAN. «La misión de esta organización en Kosovo y Metohija permanecerá mal recordada (...) y su pre— 77 —

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cipitada evaluación sobre lo que estaba ocurriendo en la región sirvió de motivo inminente para el bombardeo de la OTAN», rezaba el comunicado oficial ruso. El ELK continuaba con su rearme, consolidaba muchas de sus posiciones en el interior de Kosovo y ganaba una batalla decisiva: internacionalizó el conflicto. Además, consiguió el apoyo de numerosos medios de comunicación europeos (especialmente británicos y alemanes, tendenciosamente antiserbios desde el comienzo de las hostilidades en la región) y el aislamiento del, políticamente hablando, torpe régimen de Milosevic. Milosevic se había quedado solo en la escena política yugoslava, como en anteriores ocasiones. El ELK ya solo esperaba la intervención militar de la OTAN que le asegurase su victoria en el campo de batalla. En lo que respecta al interior de la región, los miembros del ELK eran implacables: no admitían ningún tipo de disidencia y todos los colaboradores del régimen serbio eran eliminados. El modelo de organización, muy parecido al de los primeros maoístas, aseguraría al ELK el control total de la población y la instauración, en un futuro próximo, de un sistema de partido único, algo que no ocurriría porque Rugova, contra todo pronóstico, les gano las primeras elecciones. No obstante, conviene seguir con el relato de los hechos. Una vez la OSCE se retiró de la región, quedaba claro que tanto los EE.UU. como Albania, pero especialmente el ex presidente Salí Berisha, deseaban internacionalizar el conflicto para derrotar de nuevo al régimen de Milosevic, aunque ello fuese a costa del sacrificio físico de la población serbia y del resto de las minorías de Kosovo. El ELK era el instrumento perfecto de la diplomacia albanonorteamericana para destruir definitivamente Yugoslavia: se preparaba el asalto final a Belgrado. A principios de 1999 la situación se agravó, sobre todo debido a la persistente represión serbia contra los simpatizantes del ELK — 78 —

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y por las acciones de este grupo contra objetivos civiles y militares serbios. Dos millones de habitantes de la región se vieron atrapados por una guerra en la que no se vio solución a corto plazo. En febrero de ese año, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), 211.000 personas de todas las etnias de Kosovo fueron consideradas refugiadas. El ELK, en aquellos días, extendió el terror indiscriminado: mató alcaldes, asesinó a civiles indiscriminadamente en cafeterías y asesinó a civiles inocentes de todas las etnias. Su estrategia estaba clara, había que extender el conflicto a toda la región y provocar la intervención internacional. Milosevic, mientras tanto, no entendía nada y no tuvo la suficiente capacidad política para atajar el camino por otras vías que no fueran las militares. La utilización de la fuerza en Kosovo fue el más craso error cometido por Milosevic en toda la década que duraron los conflictos yugoslavos. Así las cosas, y tras producirse algunas bajas significativas en las fuerzas serbias, llegamos a la matanza de Racak, en enero de 1999. En la misma, y pese a que muchas evidencias mostraron que hubo cierta precipitación en acusar a los serbios de tan horrendos crímenes, murieron entre 40 y 45 personas, aunque las cifras de las diversas organizaciones se contradicen. Nada más producirse, y sin que mediara investigación alguna, los EE.UU. acusaron a Milosevic de estar detrás de los crímenes. La situación empeoraba día tras día, mientras el ELK iba ganando la batalla mediática y se abría paso a una intervención militar para resolver el conflicto. Pese a todo, la comunidad internacional quiso lavarse la cara y, bajo presión europea, pero sobre todo francesa, llegaron las negociaciones de Rambouillet, donde se pretendía imponer a la parte serbia unas condiciones inaceptables para su rendición. Serbios y albanokosovares fueron empujados por la comunidad internacional, y bajo presión de la OTAN, a aceptar un plan pre— 79 —

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viamente pactado. La administración norteamericana señaló desde el principio que la no aceptación por la parte serbia significaría la intervención de la Alianza Atlántica contra Yugoslavia, lo que en términos prácticos era la guerra. En febrero de 1999, mientras los terroristas del ELK seguían llevando a cabo sus planes de aterrorizar a la población mediante ataques sistemáticos y contundentes, las dos partes se reunían en Rambouillet, en las afueras de París, con el fin de lograr un acuerdo imposible de aceptar por Belgrado. Lo que allí se desarrollaba no eran unas negociaciones, sino la búsqueda de un punto de partida para el proceso independentista que deseaba el ELK. Lo resumía muy acertadamente el analista internacional Felipe Sahagún, al que cito: «Para Serbia, Rambouillet es el principio del fin. Para los albaneses de Kosovo es el principio de un largo proceso. Ninguna de las dos partes parece dispuesta a renunciar a su objetivo final: integración de Kosovo en Serbia los primeros, independencia los segundos». Evidentemente, y como todo el mundo esperaba, Belgrado no aceptó el plan «cocinado» por Washington y presentó una contrapropuesta que ni siquiera fue discutida. Serbia no tenía otra elección: si hubieran firmado, la situación actual habría llegado, pero sin guerra. Milosevic tampoco supo calibrar los riesgos que corría y pensó que, como en anteriores ocasiones, las amenazas se quedarían en nada. El resultado, como era de prever, fue la intervención de la OTAN contra Yugoslavia, en la que, por primera vez, estaban de acuerdo todos los grandes Estados occidentales: Alemania, Francia, EE.UU., Italia e incluso España. El ELK, que ya controlaba algunos territorios en el interior de Kosovo, había conseguido su objetivo, y Serbia se hallaba a las puertas de una clara derrota. A la intervención de la OTAN le seguiría la catástrofe humanitaria, la retirada de las fuerzas de seguridad y el ejército yugoslavo y la instauración — 80 —

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de un sistema de protectorado internacional. Todo un éxito de la administración norteamericana, que bajo presión de la todopoderosa secretaria de Estado de entonces, Madeleine Albright, consiguió convencer a todos sus aliados, incluyendo a Rusia, para «machacar» militarmente a los serbios. Rusia nominalmente se opuso, como ahora lo ha hecho con la independencia de Kosovo, pero no movió ni un dedo por sus «hermanos serbios». El ELK, tras ocupar Kosovo después de 78 días de resistencia serbia, se convirtió en una nueva fuerza política, el PDK, y sus hombres, supuestamente, se encuadraron en una suerte de policía regional, la Kosovo Protection Corps (KPC), compuesta únicamente por ciudadanos de etnia albanesa, otra muestra de hasta donde llega la «imparcialidad» de la OTAN en este conflicto. Así las cosas, y a modo de conclusión, el ELK había ganado la batalla de Kosovo, demostrando que con el apoyo norteamericano, el silencio europeo y el dinero de las mafias albanesas en los Balcanes todavía se puede ganar una guerra. Sin embargo, no todo han sido buenas noticias para la Alianza Atlántica y las cancillerías europeas, pues en los últimos tiempos los antiguos guerrilleros del ELK se han distanciado de sus antaño aliados haciendo uso de medios violentos. Los radicales albanokosovares han atentado y amenazado a todas las minorías étnicas de la región, incluso a los disidentes de etnia albanesa, a lo que hay añadir su clarísima implicación y relación, tal como han denunciado en reiteradas veces los medios de comunicación y las autoridades macedonias, en la irrupción, auge y desarrollo del terrorismo albanés en Macedonia. Luego están las luchas internas entre distintos clanes y facciones, tal como relata el periodista serbio Branislva Djordjevic, al que cito literalmente: «También hay que destacar cierto descontento con la situación dentro de la misma comunidad albanesa, puesta de relieve en las últimas elecciones celebradas allí cuando — 81 —

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participó solo el 40% del censo electoral. Nadie debe olvidar que hay fuertes disputas entre los partidos y líderes albaneses, entre los clanes criminales organizados, etc. Todo esto promete una cierta inestabilidad a la que Serbia no puede ni debe estar desinteresada, especialmente a la vista de la nula protección de la minoría serbia, que aún vive en Kosovo y Metohija, por parte de las tropas de la OTAN».

8. La personalidad de Hashim Thaçi EE.UU. empezó el trabajo kosovar hace años. Belgrado combatía contra el brazo armado de los separatistas albaneses, el ELK, una criatura de la CIA, como Osama bin Laden. Esto fue reconocido por la propia agencia de espionaje, que le proporcionó entrenamiento, armas y dinero, especialmente entre 1998 y 1999, poco antes de que EE.UU. y la OTAN bombardearan la ex Yugoslavia durante 11 semanas. Juan Gelman

¿Y quien es Hashim Thaçi (sus hombres le llamaban Serpiente), el hombre que con mano de hierro dirige el ELK desde sus orígenes hasta hoy, cuando ha sido nombrado primer ministro kosovar? Pues un antiguo terrorista reconvertido en político que ha utilizado todas sus armas y mejores artes para hacerse con el poder y el manejo del nacionalismo radical albanés. El ELK aparece en público por primera vez en el cementerio de Skenderaj para rendir homenaje y honores a uno de sus supuestos caídos. En esos momentos, en noviembre de 1997, el ELK estaba recibiendo ayuda del ejército albanés, de ex oficiales e instructores del ejército y la policía yugoslava y de algunos servicios secretos — 82 —

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occidentales, según fuentes norteamericanas, y Thaçi ya estaba allí para coordinar estos trabajos. Así define el diario El Mundo, en palabras del periodista Daniel Estulin, a este líder del nacionalismo albanokosovar: «Su pasado de líder violento cimentó la fama de “luchador por la libertad” que Thaçi tiene entre la población kosovar. Aquel periodo también alentó las sospechas sobre una trastienda de masacres —sobre el ELK pesa la sospecha del asesinato de 10.000 civiles serbios—, crimen organizado, tráfico de drogas y fundamentalismo islámico. Sus detractores lo acusan de haber fundado el Grupo de Drenica, la principal y más conocida organización criminal de los Balcanes, que controla entre el 10% y el 15% de todas las actividades delictivas en Kosovo, entre ellos el contrabando de armas, heroína, cocaína y cigarrillos, robo de automóviles y prostitución. La unión entre Grupo Drenica y las mafias Albanesas fue presuntamente sellada con un matrimonio entre la hermana de Thaçi y Sejdij Bajrush, uno de los capos del país de la bandera roja y el águila bicéfala». Y la BBC, en un informe que luego retiró de su página web, señalaba: «Hashim Thaçi había ordenado el asesinato político de sus opositores de la Liga Nacionalista Democrática de Ibrahim Rugova». Además, «el demócrata Thaçi ordenó el asesinato de Femi Agani, uno de los más estrechos colaboradores de Rugova, según la agencia yugoslava Tanjug el 14 de mayo de 1999». Los dos principales valedores del traficante de drogas Thaçi eran el general Wesley Clark y la ex secretaria de Estado americano en la época Clinton, Madeleine Albright, responsable ideológica y política de las intervenciones militares contra Serbia. Dichas aseveraciones y acusaciones también son recogidas por Daniel Estulin en su libro Los señores de las sombras. En febrero de 1998, para seguir con el relato de las andanzas de Thaçi, la carrera criminal-mafiosa del ELK daba sus primeros frutos: — 83 —

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una nueva fuerza terrorista que ponía en duda su protagonismo y hacía peligrar sus ayudas desde el exterior, la Fuerza Armada de la República de Kosovo (FARK), y que era partidaria del «presidente» Rugova, sufrió un duro ataque; su máximo líder, Ahmet Krasniki, fue asesinado en pleno centro de Tirana. Thaçi, que nunca ha aceptado que nadie le haga sombra, estaba, al parecer, detrás de este atentado. Nunca ha ocultado, incluso en entrevistas con medios extranjeros, que su objetivo final es «eliminar« a Rugova de la escena política de Kosovo. Afortunadamente para él, su muerte le dejó el camino libre para llegar al máximo liderazgo de su pueblo tras las últimas elecciones parlamentarias, en las que solo participaron partidos y movimientos albanokosovares. Ese era el Kosovo democrático y multiétnico que defendían Solana, Clinton y compañía. Muy joven, con apenas treinta años en aquellos días, Thaçi tenía claro que quería ser el máximo líder del nacionalismo albanés radical y para ello no iba a obviar los métodos violentos. En aquellas duras jornadas de abiertos combates y enfrentamientos con las fuerzas serbias, los hombres del ELK repartían octavillas en las que advertían, con su consigna habitual: «O estás con nosotros, o quemaremos tu casa. Unete a tus hermanos». Los enemigos del ELK en aquellos días eran eliminados físicamente, no tenían más elección que apoyar a los hombres de Thaçi. Luego estaba su alianza con los EE.UU., corroborada por numerosos servicios secretos occidentales y medios de comunicación, país que acabó financiando y dando cobertura militar a su organización. Utilizando las relaciones y el poder económico del lobby albanés en Washington, Thaçi llegó incluso a celebrar diversos encuentros y cenas con Richard Holbrooke, uno de los más estrechos colaboradores de Clinton en política exterior y el diseñador de la estrategia norteamericana para los Balcanes. Igualmente, en aquellos días de la «liberación» los miembros del ELK prohibían todos los partidos políticos y atacaban física— 84 —

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mente a las minorías serbia, croata y gitana, no escapando de sus ataques ni los propios albaneses que osaban desafiarles y que eran señalados por la organización terrorista como «colaboracionistas» de los serbios. Tampoco se podían mantener relaciones personales ni empresariales con los serbios, defender el diálogo con Belgrado ni pertenecer a organizaciones «democráticas» ni pacifistas, pues en aquellos días la gran obsesión de Thaçi era derrotar política y militarmente a la Liga Democrática de Kosovo de Rugova. Pese a todo, Rugova estuvo al frente del timón kosovar hasta su muerte, acaecida en el año 2006. En enero de 1999, según el diario albanokosovar Koha Ditore, el periodista Enver Maloku, director del Centro de Información de Kosovo y periodista cercano a Rugova, era asesinado por el ELK. Ya un par de años antes, en 1997, y demostrando el nuevo talante del ELK en su lucha por la «liberación nacional», había aparecido muerto en su apartamento de Tirana, con la cara desfigurada por los golpes de un destornillador y una botella rota, el también periodista Hashim Thaqi. Curiosamente, el difunto era compañero de piso de Thaçi, aunque el máximo líder del ELK siempre negó tener relación con tan extraño suceso (¿?). Sus diferencias en aquellos días ya eran notables. El ELK nunca ha ocultado su objetivo de convertirse en el partido único de Kosovo, siguiendo los objetivos maoístas iniciales con los que se formó el grupo, y siempre ha aspirado a ser el único referente político y familiar de Kosovo, desafiando abiertamente el liderazgo de Rugova e incluso a la comunidad internacional en su afán por pacificar el territorio. Fehni Agani, político inteligente y culto cercano a Rugova, pagaría también con su vida el intento por lograr un acuerdo aceptable con Belgrado, siendo asesinado en pleno conflicto y olvidado más tarde sin que nadie, a día de hoy, haya respondido por sus muerte. La coacción, amenazas y ocultamiento de pruebas son moneda corriente en Kosovo, — 85 —

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tal como se comprobó en el reciente juicio contra el ex primer ministro Agim Ceku, cuyos testigos denunciaron que fueron amedrentados para que retirasen sus acusaciones contra este supuesto ex terrorista. Así son las cosas en el nuevo Kosovo pacificado por la OTAN. Y es que los asesinatos mafiosos han sido la tónica dominante desde la creación del ELK. Las tentativas por crear fuerzas terroristas alternativas al ELK siempre han terminado en un baño de sangre: en 1998 fue asesinado Ahmet Krasniqui, encargado de la ya citada FARK, y hombre con buenas conexiones y contactos con Arabia Saudí, EE.UU. y Turquía, lo que molestó mucho a Thaçi y a sus hombres. Aparte de estos crímenes, siempre reprobables, en el seno del ELK siempre han abundado las ejecuciones sin juicio, las palizas y las torturas, según fuentes tan poco proserbias como The New York Times y The Times. La figura de Thaçi estuvo inicialmente muy ligada a la del ex presidente albanés Salí Berisha, quien, utilizando a los clanes del norte de Albania que tradicionalmente le apoyan, usó todas sus influencias, conexiones internacionales y fuentes de financiación para apoyar al ELK. Hombre amante del lujo, los buenos restaurantes y la ropa occidental de marca, tal como aseguran todos los que le conocen en Prístina, Thaçi cultivó la amistad con Berisha y otros dirigentes albaneses para hacerse con el liderazgo del autodenominado «movimiento de liberación nacional» albanokosovar. La gran paradoja de estos jóvenes guerrilleros albaneses es que ideológicamente venían de la orilla opuesta a Berisha, pues en sus orígenes el movimiento guerrillero albanokosovar simpatizaba con el ex dictador comunista albanés Enver Hoxá y veía en el maoísmo una de sus principales fuentes de su inspiración política. En definitiva, Thaçi buscaba realizar su peculiar «larga marcha» y crear un Estado basado en principios autoritarios y totalitarios, nada que ver con un Estado sustentado en valores occidentales y demo— 86 —

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cráticos. Nuestros supuestos aliados en Kosovo eran hombres carentes de escrúpulos, violentos y radicales, más cercanos a los métodos y praxis política de Milosevic que a lo que se entiende en el resto de Europa como un movimiento de liberación nacional. Tan solo hay una gran diferencia entre Thaçi y Milosevic, pues mientras este último responde por sus responsabilidades políticas y militares en el conflicto yugoslavo, el máximo líder de la guerrilla albanokosovar es un líder político respetado y consultado por nuestros representantes políticos. Los crímenes de Thaçi, algunos contra su propia comunidad de representados, nunca serán juzgados por ninguna institución internacional ni mentados en unos medios de comunicación que antepusieron la «verdad» oficial previamente cocinada por nuestras cancillerías al genocidio silencioso que se perpetraba en Kosovo desde hace más de una década. Hace ya unos años, y es un hecho insólito que revela la ligazón nunca ocultada entre Thaçi y determinados círculos de poder de Washington, el máximo líder del terrorismo albanokosovar fue invitado a la convención demócrata que nominaba a John Kerry como candidato a la Presidencia de los EE.UU. Thaçi, que también tuvo el honor de dirigirse a los miles de delegados y simpatizantes demócratas, recordó a los americanos que los albanokosovares «nunca van a renunciar al derecho a la autodeterminación» y a la independencia de Kosovo. También solicitó, como viene siendo habitual, el voto de las comunidades albanesas para Kerry. Al parecer, según han revelado diversas fuentes albanesas, varios clanes y comunidades de esta etnia establecidas en EE.UU. hicieron importantes donaciones al candidato demócrata con el fin de que después de una posible victoria les ayudase a crear el segundo Estado albanés de los Balcanes, Kosovo. Kerry, como es sabido, perdió frente al segundo Bush, pero no por ello su buena estrella se apagó en la Casa Blanca y el apoyo de la administración norteamericana a la causa albanokosovar continuó. — 87 —

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9. Milosevic y el destino de Kosovo El Kosovo heroico ha alimentado nuestro orgullo y nuestra creatividad durante 600 años, y nos impide que olvidemos que hace tiempo, Serbia era una nación grande valiente y orgullosa, que permaneció imbatida aún en la derrota. Seis siglos más tarde, estamos comprometidos en nuevas batallas, que no son armadas, aunque tal situación no puede excluirse aún. En cualquier caso, las batallas no pueden ganarse sin la resolución, el denuedo y el sacrificio, sin las calidades nobles que estaban presentes en los campos de Kosovo en aquellos días del pasado. Slobodan Milosevic, en su discurso con motivo del 600 aniversario de la batalla de Kosovo, en 1989.

Nunca un conflicto ha estado más vinculado a una personalidad, en este caso Slobodan Milosevic, como el de la extinta Yugoslavia. Desde un principio, su escaso talante para dialogar, su forma de manipular al pueblo y la utilización de todo tipo de armas, desde la retórica incendiaria hasta la demonización étnica, eran todo un presagio de que lo peor estaba por llegar. Y así fue. Milosevic nunca tuvo más dotes políticas que para la supervivencia, pero fue incapaz de tener la suficiente sagacidad para ganar alguna de las batallas que deparaban a los serbios en la década de los 90. En los años 80 se produjo una agudización de las tensiones entre los distintos grupos étnicos que vivían en la antigua Yugoslavia. La minoría eslava de Kosovo (serbios, montenegrinos, croatas y macedonios), cuyo porcentaje se había reducido del 18% del año 1970 al 13% de la mitad de la década, mostraba una tendencia clara a emigrar, fenómeno que en su momento fue atribuido a las vejaciones que sufrían a manos de los albaneses y ante la presión — 88 —

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demográfica. También estaban las escasas expectativas económicas, pues era la región más pobre del país y más golpeada por la crisis. Después de que se celebrasen una serie de reuniones entre una delegación eslava llegada de Kosovo y las autoridades de Belgrado, el gobierno serbio tomó la decisión de limitar la autonomía de la provincia de Kosovo y de someterla temporalmente al control del ejecutivo de Belgrado. En 1982, al coro de protestas de los serbios de Kosovo se unió la Iglesia ortodoxa serbia, que por iniciativa de tres obispos conocidos —Atanasije Jevtic, Irinej Bulovic y Anfilohije Radovic— puso en conocimiento del Gobierno federal y otras autoridades la situación de opresión que padecían los serbios. En un documento redactado por los tres obispos, plagado de constantes quejas y peticiones al poder serbio, se afirmaba: «Hoy uno, mañana siete, pasado todos. Ese es el mensaje de los separatistas albaneses a los serbios: el exterminio de nuestro pueblo. El mensaje genocida que los albaneses han repetido, algunas veces susurrándolo, otras en voz alta, pero que en la última década se ha convertido en puro terror psicológico y físico, tal como aparece en el crimen público contra los serbios de Kosovo. La Iglesia ortodoxa serbia exige del Gobierno serbio la protección de nuestro pueblo en Kosovo y el desplazamiento del Centro eclesiástico a Pec». Milosevic, hijo predilecto de la Iglesia ortodoxa serbia durante mucho tiempo, utilizaría como base para muchos de sus incendiarias soflamas este discurso. Esta buena relación entre la Iglesia ortodoxa serbia y Milosevic duraría casi una veintena de años, hasta la derrota de Kosovo, algo que nunca le perdonaría el poder eclesiástico y su propio pueblo a este veterano dictador. A finales de junio de 1986, una vez recortada la autonomía de Kosovo por presión serbia, Milosevic intentó aprovechar la situación en la «antigua Serbia» para acelerar su ascenso político. Promovió cambios en la Constitución de 1974 de una forma au— 89 —

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toritaria, con el propósito de someter a las provincias «rebeldes» de Kosovo y Vojvodina al control directo de Serbia. En 1987, cuando la tensión entre albaneses y serbios iba en aumento en Kosovo, Milosevic se dirigió a la región para «resolver» los problemas interétnicos. La vieja nomenclatura de Belgrado no entendía qué estaba pasando en el país y tan solo pretendía resolver los nuevos problemas con los viejos métodos represivos. Milosevic, nada más llegar a la capital de Kosovo, Prístina, se enfrentó con el líder comunista local, Azem Vllasi, e inició una de sus numerosas purgas al modo estalinista, sin ninguna sensibilidad hacia su pueblo y sin escuchar a nadie. Milosevic se creyó una suerte de caudillo nacional-comunista a medio camino entre Tito y Stalin, pero sin la sagacidad y el olfato que caracterizó a ambos líderes comunistas. Trató de resolver los problemas por la fuerza, sin utilizar la política ni el diálogo, ignorando que su tiempo había pasado y los problemas de Yugoslavia requerían otro trato. El 24 de abril de 1987, Milosevic fundó la nueva nación serbia. Quince mil personas se concentraron en el Campo de los Mirlos. Sobre la bandera serbia, no ya la yugoslava, se estampó la efigie del derrotado Príncipe Lazar. Se quejaban de que en el tren que les llevaba desde Belgrado, los viajeros que habían subido en Prístina «hablaban una lengua incomprensible», escribiría el periodista británico Misha Glenny, corresponsal de la BBC en esos momentos. Hablaban, claro está, albanés. La comunicación entre serbios y albaneses era absolutamente nula, las dos sociedades discurrían sobre mundos paralelos; la división ya estaba servida entonces. Unos meses más tarde, en junio de 1988, el máximo líder serbio se enfrentó con los comunistas eslovenos, que habían abrazado el credo reformista, y se situó en las antípodas ideológicas del líder comunista local, el que luego sería primer presidente de Eslovenia, Milan Kucan. Ese mismo año, y una vez que Milosevic — 90 —

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se había posicionado como uno de los principales referentes del búnker comunista yugoslavo, comenzó su peculiar e incesante campaña contra la autonomía de Kosovo y Vojvodina, planteando abiertamente la reintegración de estos dos territorios en Serbia sin ningún tipo de concesiones a las minorías albanesa y húngara que vivían en estos territorios. A finales de este año, y en plena campaña de Milosevic por seguir escalando peldaños hacia el poder total en Serbia, el caudillo serbio instigó una serie de protestas en la capital de Vojvodina, Novi Sad, para exigir la reintegración de este territorio. Las manifestaciones se saldaron con varios incidentes violentos desencadenados por los servicios secretos yugoslavos. El año de 1988 terminó con una gran concentración convocada por Milosevic el 19 de noviembre, en la que participaron más de un millón de serbios y donde el nuevo caudillo de la causa nacionalista anunció su intención de reformar la Constitución para recuperar la unidad perdida. En ese mismo año, y siguiendo el guión previamente establecido por Milosevic, la dirección del partido comunista en Kosovo fue obligada a dimitir ante la presión serbia. «Poco tiempo después se convocaban nuevas manifestaciones en Kosovo y se iniciaba una huelga de hambre de los mineros albaneses en Stari Trg, cerca de Trepca, que acaba por convertirse en una huelga general. El gobierno de Belgrado envió a la policía federal y ordenó la detención del jefe de partido en Kosovo, recientemente cesado, Azim Vllasi, bajo la acusación de haber instigado los desórdenes. A finales de 1989 fue decretado el estado de excepción en Kosovo y el 23 de marzo el Parlamento de Kosovo fue obligado a aceptar las modificaciones constitucionales promovidas por los serbios y, con ello, su propia desaparición. Serbia pasaba a controlar la policía, los juzgados, la protección civil y decidía los nombramientos de los cargos públicos de Kosovo», — 91 —

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escribía el ya citado Bartl al referirse a estos acontecimientos que serían más tarde determinantes en el desarrollo del conflicto. La tensión, que iba en aumento en aquellos difíciles años marcados por la crisis económica y política que padecía el país, llegó a Belgrado, donde miles de serbios se lanzaron a la calle en defensa de la minoría serbia de Kosovo. Los manifestantes, atizados por Milosevic y sus partidarios, gritaron consignas a favor de los serbios de Kosovo: «No tenemos miedo, y si fuera necesario, combatiremos». El camino hacia la guerra era ya irreversible. En febrero de 1989, cuando el país vivía una grave crisis económica provocada por la hiperinflación, estallaron violentos incidentes en todo el país, pero especialmente en Kosovo. En febrero de este año, tras una serie de huelgas e incidentes en esta región, el parlamento fue clausurado y el líder local, el ya citado Vllasi, fue detenido y acusado de «traición». Las protestas de los albaneses de Kosovo fueron duramente reprimidas en Prístina, donde se produjeron numerosos heridos y detenidos por las fuerzas antidisturbios yugoslavas. Ante estos hechos, la autonomía de Kosovo quedó casi completamente anulada y Serbia reforzó su absoluto control sobre las dos regiones autónomas. En este contexto de agravamiento generalizado de la situación, Milosevic se dirigió a Kosovo para celebrar el 600 aniversario de la batalla del Campo de los Mirlos y la multitudinaria manifestación se convirtió en el primer gran acto del nacionalismo serbio del postitoísmo. A la fiesta de esta derrota, como ya hemos dicho antes, asistieron un millón de serbios llegados de todo el país. La celebración, por el tono del discurso de Milosevic, entre amenazador y prometedor de un sueño imposible basado en el nacionalismo, no hacía presagiar nada bueno, menos aún en el contexto yugoslavo. La crisis, mientras tanto, se desarrollaba en todas las repúblicas del país, como en Eslovenia, que en septiembre de 1989 aprobaba — 92 —

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en su nuevo texto constitucional el derecho a la autodeterminación, con duras reacciones por parte de Serbia y Montenegro. Los serbios, en su viaje hacia delante, eligieron en esas fechas a Milosevic como su presidente. Pese a todo, lo peor todavía estaba por llegar. En enero de 1990, y una vez que Milosevic se había negado públicamente, junto con otros dirigentes yugoslavos, a aceptar algún tipo de cambio, las delegaciones de los comunistas eslovenos y croatas se retiraron del XIV Congreso de la Liga de los Comunistas de Yugoslavia, con lo que comenzó oficialmente la ruptura del país que hasta entonces habíamos conocido y que el partido comunista había mantenido unido. Unos días después, miles de manifestantes serbios se manifestaban en las calles de Belgrado contra el comunismo y la herencia de Tito. En todo el país, como si de un virus se tratase, se celebraron elecciones regionales en un clima de abierta confrontación con Belgrado y de renacimiento democrático. Bosnia-Herzegovina, Croacia, Eslovenia y Macedonia celebraron elecciones democráticas y comenzaron a demandar mayores cotas de autonomía, en un claro desafío a Milosevic, que por aquel entonces ya se había convertido en el presidente de una Serbia donde los comunistas obtenían una sólida mayoría parlamentaria. También en Montenegro las elecciones a la asamblea de la república daban a los ex comunistas, ahora reconvertidos en socialistas, una amplia base parlamentaria para gobernar. No obstante, fueron los croatas y los eslovenos los que lideraron el proceso de destrucción de Yugoslavia, pues ya habían recibido señales claras por parte de Alemania y el Vaticano de que si se producían sus respectivas independencias serían reconocidas de inmediato. Ese mismo año, y ya en plena caída sin red, los diputados del antiguo Parlamento de Kosovo proclamaron la «República de Kosovo» y exigieron mayores derechos para la mayoría albanesa de — 93 —

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la región. Más tarde, y a iniciativa del autoproclamado «presidente» de Kosovo, Ibrahim Rugova, se estableció, en una reunión secreta celebrada en la ciudad de Kacanik, una nueva Constitución para Kosovo. A la proclamación de la carta magna albanokosovar asistieron 111 diputados del disuelto parlamento kosovar; los acontecimientos se precipitaron en la peor de las direcciones y la colisión entre los intereses de los serbios y los albaneses fue tan solo es cuestión de tiempo. El año 1991 será el momento clave en el proceso de disolución de Yugoslavia, pues tanto Croacia como Eslovenia ya habían consolidado sus posiciones reformistas y apostaron claramente por la ruptura con Belgrado, dada la escasa capacidad de diálogo de los dirigentes serbios y por su apuesta por mantener un Estado demasiado centralizado. Entre marzo y mayo de este año, y en plena deriva yugoslava, comenzaron los primeros incidentes armados entre las fuerzas yugoslavas y las milicias armadas por los ejecutivos de Croacia y Eslovenia. También la Comunidad Europea (hoy UE) de aquellos días empezó a dar muestras de división y desconcierto ante lo que estaba pasando, aunque cada vez se detectaba un mayor interés por parte de algunos Estados en romper el Estado yugoslavo. Y, finalmente, tras numerosos episodios violentos y múltiples fracasos diplomáticos por evitar la desintegración yugoslava, Croacia y Eslovenia decidieron, en junio de 1991, proclamar oficialmente sus sendas independencias y su separación definitiva del Estado yugoslavo. Belgrado rechazó tales declaraciones y las consideró ilegales, abriendo el camino a una guerra de impredecibles consecuencias. Unos días después de la proclamación de independencia de Eslovenia, las fuerzas yugoslavas intentaron controlar los puestos fronterizos que hay entre esta república e Italia y Austria. Mientras el conflicto se alejaba de Eslovenia (Belgrado aceptó retirar sus — 94 —

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tropas de este territorio), en Croacia se extendieron los enfrentamientos por todo el territorio, especialmente por las Krajinas y Eslavonia. Los separatistas serbios, con ayuda del ejército yugoslavo, se atrincheraron en un claro desafío a las autoridades de Zagreb. Por su parte, las autoridades croatas alimentaron el fuego nacionalista y el odio antiserbio en las calles del nuevo país, provocando numerosos incidentes violentos. Hubo un rechazo por parte de los serbios —entre el 12 y el 15% de la población, según las fuentes— a la nueva declaración de independencia. Milosevic, que ya no ocultaba sus planes por crear un ente nacional que reuniese a todos los serbios de la antigua Yugoslavia, comenzó a diseñar la Gran Serbia en la que se integrarían los territorios de Serbia y Montenegro junto con las «bolsas» de población serbia de Bosnia-Herzegovina, Croacia y las regiones ya absorbidas de Vojvodina y Kosovo. Mientras que las noticias sobre Kosovo comenzaban a desaparecer de los medios de comunicación occidental, las fuerzas yugoslavas apoyadas por sus milicias de Croacia atacaban las ciudades de Vukovar, Dubrovnik y Zagreb y comenzaba el éxodo de miles de refugiados. La guerra en Croacia era total, al tiempo que Eslovenia saboreaba las mieles de su plena independencia de Belgrado. Numerosos Estados occidentales, secundando a Alemania, apoyaron a las nuevas realidades secesionistas y ahogaron toda posibilidad de salvar lo que quedaba de Yugoslavia. En febrero de 1992, y después de numerosos fracasos políticos y diplomáticos de casi todas las organizaciones internacionales, el ejecutivo de Sarajevo optó, de una forma absolutamente irresponsable, por convocar un referéndum sobre la cuestión independentista sin el consentimiento de los serbios, y Belgrado se preparó para una guerra inminente. Fuerzas yugoslavas rodearon con su artillería los alrededores de Sarajevo y los incidentes se sucedieron por doquier. La Comunidad Europea, con el fin de — 95 —

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evitar una carnicería, reconoció a Bosnia-Herzegovina y aplicó duras sanciones a lo que quedaba de Yugoslavia. Macedonia también abandonó el «barco» yugoslavo, dejando en el mismo a Serbia y Montenegro. Entre 1992 y 1995 se desarrolló la dura guerra de Bosnia, que dejaría en el camino más de 200.000 muertos, unos 15.000 desaparecidos y casi dos millones de refugiados y desplazados sobre un censo que no llegaba a los cinco millones, así como el fracaso de todo un sinfín de iniciativas, acuerdos y conferencias que, auspiciados por la comunidad internacional, nunca consiguieron el convencido apoyo de todas las partes. Serbia, mientras tanto, sufría el duro embargo, el aislamiento internacional y la llegada de miles de desesperados refugiados que huían de una guerra que su propio Gobierno había alentado y tolerado. Milosevic, impasible ante el sufrimiento de los demás, se negó a detener la máquina militar, aunque cada vez más los testarudos hechos le condenaban a la derrota. Como remate, se alió con los elementos más radicales y extremistas, como el detenido por orden del Tribunal de La Haya Vojislav Seselj y el asesinado Zeljko Raznjatovic, más conocido como «Arkan». El nacionalismo se convertía en su «faro» político, en su elemento movilizador y legitimador en la sociedad serbia, desdeñando a una tímida sociedad civil que reclamaba cambios y reformas. Si Milosevic no hubiera cortocircuitado la democratización de Serbia, quizá las cosas hubieran ocurrido de una forma muy distinta y hubiera sido posible reconducir el conflicto por otros cauces. «Milosevic no es un nacionalista, pero, sin duda alguna, el nacionalismo es la ideología que ha asegurado su triunfo político. De modo que un objeto de estudio mucho más fascinante sería el apoyo incondicional que ha disfrutado Milosevic desde su llegada al poder en 1987 hasta 1993, apoyo que le fue ofrecido gratis por los intelectuales, por la Iglesia ortodoxa y por una gran mayoría — 96 —

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del pueblo serbio. Fueron ellos los que hicieron de él un Mesías, un caudillo salvador y un vengador de pasadas afrentas», escribiría sobre este personaje la socióloga serbia Mira Milosevich. Con la economía serbia extenuada —Montenegro comenzaba a dar señales de que en un plazo no muy largo estaba dispuesta a caminar hacia la independencia—, con el pueblo serbio hastiado de tanta guerra y sufrimientos y con la moral del ejército yugoslavo por los suelos, tras una sucesión de derrotas sin parangón en su historia, Milosevic aceptó negociar con la comunidad internacional el final de la guerra. Richard Holbrooke, el enviado especial del presidente norteamericano Clinton, consiguió reunir a los tres máximos implicados en el conflicto, Franjo Tudjman, Alija Itzebegovic y Slobodan Milosevic, en la base americana de Dayton, para arrancarles un acuerdo de mínimos que significara el final de la guerra de Bosnia-Herzegovina. Resulta paradójico que quienes defendían la idea de que la guerra de Bosnia era un conflicto interno tuvieran que llamar a los presidentes de Croacia y Serbia, potencias teóricamente externas al mismo, para que resolvieran el embrollo. Pese al importante acuerdo alcanzado, que significaba la partición de Bosnia-Herzegovina en dos entidades políticas, pero conservando su primigenia integridad territorial, el conflicto de Yugoslavia estaba lejos de concluir. Serbia perdía todos sus territorios en Croacia y Bosnia-Herzegovina, habiendo servido para bien poco todos los sacrificios y víctimas de los últimos años. La principal característica de la larga década de Milosevic en el poder se ha caracterizado, sobre todo, por la tremenda inutilidad del sufrimiento causado a su pueblo y a sus vecinos. Milan Martic, caudillo de los serbios de Croacia, humillado, abandonado y derrotado en Dayton, declararía en aquellos días: «Durante mucho tiempo creí que Slobodan Milosevic era nuestro Dios, el hombre que salvaría al pueblo serbio. Yo estaba dispuesto a dar mi vida por él». — 97 —

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Qué equivocado estaba: Milosevic tan solo quería perpetuarse en el poder. Un par de años después de la humillante firma de los acuerdos de Dayton, Milosevic dio una vuelta de tuerca más y pactó con los ultranacionalistas de Seselj un ejecutivo de «transición» para Serbia. Seselj, quien hacía apenas unos años se jactaba en los bares de Belgrado de sacar con cucharas oxidadas los ojos de los prisioneros croatas, representaba el ala más dura y peligrosa de la extrema derecha serbia. Paradójicamente, esta alianza se completaba con el partido de su esposa, Mirjana Markovic, una mujer de inmutables convicciones marxistas que hasta hace poco ostentó la jefatura de su partido de siempre, Izquierda Unida Yugoslava. Pero Milosevic, con la vista puesta en utilizar toda su fuerza para golpear al nacionalismo albanés en vez de buscar el diálogo, comenzó sus purgas en el ejército con el fin de eliminar a los elementos moderados. Destituyó, sin que nadie dentro de su régimen se opusiera, al jefe de la seguridad serbia, Jovica Stanisic, y al Jefe del Estado Mayor, Momcilo Perisic. Los dos se habían opuesto a Milosevic en una serie de cuestiones importantes, entre ellas, la política de relaciones de Belgrado con los albaneses de Kosovo. Stanisic, al parecer, se había opuesto a las órdenes dadas por Milosevic para reprimir las protestas estudiantiles acaecidas contra su régimen entre el invierno de 1996-97, tras unas elecciones municipales arrebatadas a la oposición por los dóciles socialistas partidarios del presidente. En esos años, pero sobre todo entre 1996 y 1997, los servicios secretos occidentales ya se habían puesto a trabajar para derribar al sátrapa de los Balcanes. Cantidades ingentes de dinero y armas, amén de numerosos instructores, fueron entregadas al recién creado ELK (Ushtria Çlirimtare Kombëtare, en albanés) con el fin de que abriera un nuevo frente militar contra el régimen de Milosevic y precipitara «cambios» en la estructura territorial de la empequeñecida Yugoslavia de entonces. — 98 —

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En 1997, sin embargo, el líder moderado de los albanokosovares, Rugova, alcanzó algunos acuerdos con Belgrado para aplacar la ira de su pueblo, cansado de tanta represión, hostigamiento y silencio. Rugova llegaría, incluso, a reunirse con Milosevic, en pleno conflicto entre serbios y albaneses, para intentar reconducir las cosas, aunque los resultados sobre el terreno fueron nulos. La presión internacional sobre Milosevic era muy fuerte, pues tanto los EE.UU., como Francia y Alemania, le demandaban un estatuto de autonomía para Kosovo y el reconocimiento de los derechos del pueblo albanokosovar. Belgrado se cerraba en banda. Milosevic ya había optado por la Ley de la Fuerza, «pues son los fuertes y no los débiles quienes trazan las fronteras», señalaría proféticamente en uno de sus discursos. Pero en ese momento eran los guerrilleros del ELK quienes trazaban las fronteras, sobre todo a partir de 1998, cuando las fuerzas albanokosovares consiguieron controlar un pequeño territorio en Kosovo que llegó al 30% del área en disputa. Sin embargo, las fuerzas serbias, pues Yugoslavia ya había desaparecido, recuperaban pronto los territorios ocupados y sembraban el terror. Milosevic no había aprendido las lecciones de Croacia y Bosnia, donde la represión le llevó al callejón sin salida de la derrota. Al frente militar adverso que padecían los serbios, pues las acciones militares y terroristas del ELK iban en aumento, se unió el frente político, que estaba condenado al fracaso debido a las reiteradas negativas de Milosevic a aceptar la mediación de la UE y la OSCE. EE.UU., nuevamente, se vería implicado en la antigua Yugoslavia debido a la incapacidad europea para mediar en el conflicto y poner coto a las continuas violaciones de derechos humanos perpetradas por las dos partes. De esta forma, Richard Holbrooke entraría en escena, presionando a Milosevic para que aceptara, bajo la amenaza de la fuerza, negociar con los albanokosovares el futuro de la región. Una de— 99 —

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legación serbia, con escaso margen de maniobra para sacar un acuerdo fuera del alcance de lo que pensaba Milosevic sobre Kosovo, sería enviada a Rambouillet para evitar lo peor, es decir, una guerra generalizada en la región. Milosevic, en un enésimo error político, no dio su mano a torcer, mientras continuaba con su política represiva y estrictamente militar en esta región de mayoría albanesa. Aunque solo fuera por una vez, Milosevic sabía que no podía ceder porque si lo hacía llegaría su final, algo que ocurrió unos meses después. Sin embargo, conviene analizar el tema en profundidad y preguntarse: ¿fue toda la responsabilidad de Milosevic? El acuerdo que se ofreció a los serbios en Rambouillet, y que fue aceptado por los albaneses, preveía la presencia de una fuerza de la OTAN en Kosovo por un periodo indefinido, un referéndum sobre la independencia de la región en tres años y libertad de movimientos para las fuerzas militares de la Alianza Atlántica en Serbia y Montenegro. Belgrado no podía aceptar este acuerdo, pues suponía su suicidio y el final de la presencia serbia en Kosovo, pues eran una minoría en clara recesión. Las negociaciones de Rambouillet eran un claro ultimátum a Milosevic. Los aliados de EE.UU. sabían que el régimen de Belgrado no podía aceptar el acuerdo rubricado por los albaneses en semejantes términos. Más tarde, y una vez que Serbia y Montenegro aceptaron retirar sus fuerzas de Kosovo, Milosevic consideró una gran victoria que las fuerzas de la OTAN no tuvieran que patrullar suelo serbio y que la resolución 1244 dejara Kosovo bajo soberanía de su Gobierno. En esos días, Holbrooke, de visita en Belgrado para presionar al máximo líder serbio, le comunicó a Milosevic que esta vez las cosas iban en serio y que los EE.UU. estaban decididos a intervenir. Holbrooke le preguntó a Milosevic: «¿Sabe lo que ocurrirá después de esta última reunión entre nosotros?» Y Milosevic, que sabía — 100 —

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que era su última oportunidad, le contestó muy acertadamente: «Que ustedes bombardearán Serbia». Así ocurriría unas semanas más tarde. Milosevic no podía hacer nada más, pues los serbios ya se habían manifestado unos meses antes, mediante un referéndum, en contra de la independencia de Kosovo; en concreto, un 94% había votado en contra de cualquier acción internacional tendente a resolver el conflicto y tampoco deseaban una mediación procedente del exterior. El margen de maniobra era mínimo. Sin ánimo de justificar al máximo líder serbio, ¿que podían hacer en estas circunstancias? Más bien nada. Además, la diplomacia norteamericana, liderada en aquellos momentos por Madeleine Albright, tenía bien claros sus objetivos políticos a corto y largo plazo y había optado por la vía militar para resolver el «problema Milosevic». Mientras se producían algunas acciones políticas y diplomáticas, incluyendo aquí reuniones entre Rugova y Milosevic y viajes de Richard Holbrooke a Belgrado, los EE.UU. se preparaban para la guerra y lideraban el bando militar dentro de la OTAN para hacer sucumbir a Serbia. La diplomacia había dejado paso a las armas y en Washington se había abandonado el lenguaje político para referirse a Serbia; era un nuevo enemigo a batir, encima teóricamente socialista, y con una imagen mediática muy negativa. Todo fluía a favor de los intereses geoestratégicos norteamericanos: Serbia tenía perdida la batalla a priori. A principios de 1999, la OTAN, tras el fracaso de las conversaciones de Rambouillet, comenzó sus ataques contra Yugoslavia sin contar con las Naciones Unidas. El fin de Milosevic estaba cerca. Setenta y ocho días de bombardeos causaron un efecto demoledor sobre la sociedad y la economía yugoslava. Hubo miles de víctimas. Cientos de empresas estatales y pequeños comercios fueron cerrados. Los puentes destruidos. El país incomunicado. Todo para que, al final, el veterano Milosevic, acabara cediendo — 101 —

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y entregando Kosovo, fetiche sagrado, a las fuerzas occidentales que le habían atacado. Los serbios, como era de prever, no entendían el motivo de tanto sacrificio para, al final, perderlo todo y tener que rendirse, humillantemente, a la Alianza Atlántica. Milosevic había acabado su carrera política en Kosovo. Llegaría la primavera serbia de 2002 con una gran victoria de la oposición democrática. Milosevic sería entregado al Tribunal Penal Internacional de La Haya de una forma ruin, vil y rastrera. Había sido engañado y sacrificado para allanar la incorporación de Serbia en la UE. Luego, sin que fuera condenado por la justicia, moriría en extrañas circunstancias.

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CUARTA PARTE. LA INTERVENCIÓN DE LA OTAN 10. EE.UU. y el nuevo «juego» internacional en los Balcanes La independencia de Kosovo supone una violación de los usos y las leyes del derecho internacional. Que haya más o menos países dispuestos a ratificarlo con su beneplácito diplomático no disminuirá ni un ápice el carácter irregular de un hecho que consiste en la segregación unilateral de una parte del territorio de un Estado soberano reconocido internacionalmente. Editorial del diario español ABC

La victoria militar y política de los EE.UU. en Bosnia-Herzegovina, en 1995, supuso un cambio radical con respecto a la anunciada política de las administraciones Bush y Clinton de no intervención en los Balcanes tras la independencia de Croacia y Eslovenia. Desde un principio —y haciendo gala de un extraño consenso con el dictador serbio Milosevic— los EE.UU. fueron remisos a aceptar la disolución de Yugoslavia, pues podía tener unas consecuencias impredecibles (incluso el ex Secretario de Estado James Baker se opuso tenazmente a aceptar un precipitado reconocimiento de las primeras ex repúblicas yugoslavas que se — 103 —

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independizaban). Esta fue la política inicial norteamericana, alterada tiempo después por la administración Clinton y adaptada en función de los acontecimientos por los nuevos estrategas norteamericanos para los Balcanes. El doble objetivo de destruir totalmente lo que quedaba de Yugoslavia y la caída del régimen de Milosevic, fueron las dos metas de la administración Clinton primero y de la de Bush después. La carnicería bosnia, de la que no se libraron ninguna de las tres etnias presentes en esta ex república yugoslava, pese al abuso de la propaganda victimista a favor de los bosniomusulmanes, llevó a la administración norteamericana a buscar una nueva estrategia para los Balcanes, más tendente a un «reequilibrio geoestratégico» a su favor que a una lógica política militar tendente a la evitación de futuros conflictos. Estas líneas tácticas, en la dirección estratégica que buscaban los hombres de peso en la administración Clinton, tenía como objetivo la derrota total de Milosevic, la desaparición de Yugoslavia de los mapas políticos del planeta y la sumisión ad eternum del «belicoso» pueblo serbio. Más tarde, y a remolque de lo que ya habían decidido todos los miembros de la UE y la Santa Sede, los norteamericanos decidieron reconocer a Croacia y a Eslovenia y, más tarde, a BosniaHerzegovina y Macedonia. Unos años después de estos reconocimientos (1991), Washington auspició, en 1995, los Acuerdos de Dayton por los que las tres partes —croatas, serbios y bosnios leales al Gobierno de Sarajevo— sellaron el final de la guerra bosnia con un reparto territorial que no significaba el final como Estado de Bosnia-Herzegovina. Los serbios de Bosnia-Herzegovina, al contrario que los albaneses de Kosovo, eran obligados a convivir con sus enemigos irreductibles, mientras que los serbios de esta última región de mayoría albanesa eran condenados al exterminio y a la diáspora. Este doble rasero, impuesto por la administración norteamericana y una — 104 —

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OTAN demasiado sumisa a sus intereses, es el que hoy impera en estos Balcanes que mediante el terror y la coacción construyen los EE.UU. «La guerra de intensidad (contra el pueblo serbio) debía concluir en una paz precedida de una seria de derrotas serbias. Ese es el ciclo que se inició en julio de 1995 con la toma de Srebrenica. Ese tremendo error de cálculo serbio justificó en agosto la guerra relámpago croata en la Krajina, facilitada por una falta de resistencia y de utilización de los medios disponibles por las fuerzas serbias que obedece a una profunda desmoralización en sus filas, pero cuya explicación no se agota en ese desánimo. La ofensiva croato-musulmana iba dirigida por estrategas norteamericanos y con apoyo logístico aeronaval del Pentágono y de la OTAN, se coronó con la conquista en septiembre y octubre de diversos territorios de mayoría serbia en Bosnia Occidental hasta dibujar el mapa consagrado en Dayton, con la práctica división de BosniaHerzegovina en dos», escribía hace unos años el analista internacional Joseph Palau en su libro El espejismo yugoslavo. Sus palabras resultaron proféticas. Los norteamericanos, vista la incapacidad europea para resolver el embrollo tuvieron que implicarse en un conflicto que ni siquiera estaba en la agenda de Clinton. Luego, en un cambio de estrategia regional, pasaron de ser los apaciguadores de la región a ser los instigadores de un plan destinado a eliminar de la escena política a un Milosevic que coqueteaba con los rusos y desestabilizaba toda la región balcánica. En este contexto, los norteamericanos pasaron de contener los impulsivos croatas y eslovenos a apoyar sin ningún género de duda la independencia de Montenegro, única república que todavía estaba incluida en el disminuido «barco» yugoslavo. Una vez firmados los Acuerdos de Dayton, que fueron la pesadilla de Clinton ante la presión mediática que aumentaba día a — 105 —

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día a raíz de las matanzas perpetradas por todas las partes en conflicto, la administración norteamericana entendió que mientras Milosevic siguiera en el poder no habría paz ni estabilidad en la región. Tras el fracaso de Naciones Unidas en la antigua Yugoslavia (no fueron capaces de parar la guerra ni de detener atroces masacres como las de Srebrenica), los EE.UU. comenzaron a actuar unilateralmente sin contar con sus socios europeos mediante la OTAN, absolutamente controlada en medios y personal por ellos. A partir de 1995, y una vez comprobado que la transición serbia no se desarrollaba por los cauces deseados, los EE.UU., con el apoyo de otros aliados europeos, apoyaron, armaron y adiestraron a las fuerzas del ELK. Utilizando a países fieles de la órbita de los EE.UU., los hombres del ELK comenzaron a recibir adiestramiento y fondos de casi todos los enemigos de Serbia, sobre todo de Albania y Bosnia-Herzegovina. La principal artífice de esta alianza entre EE.UU. y el islamismo radical en los Balcanes fue Madeleine Albright, quien trabó buenas relaciones con los dos máximos líderes del ELK, Hashim Thaçi y Ramush Haradinaj. Estos dos líderes albanokosovares, que habían sido protegidos por el ex presidente de Albania Salí Berisha en su etapa de pleno esplendor, ya habían mantenido varios contactos con Osama bin Laden, quien les prometió apoyo económico y protección en el caso de que comenzaran sus acciones militares en Kosovo. De esta forma, y al igual que habían hecho los EE.UU. en su guerra contra la extinta Unión Soviética en Afganistán, se tejió la alianza entre el nacionalismo radical albanokosovar, conectado a las redes internacionales del terror islamista, y Washington. Después, cuando Milosevic se había quedado completamente aislado en la comunidad internacional, los EE.UU. decidieron pasar a la acción e intervenir directamente en Kosovo. Las primeras acciones terroristas del ELK, que se desarrollaban con un telón de fondo de ausencia de diálogo entre Belgrado y los líderes mo— 106 —

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derados albanokosovares, pusieron en marcha a la administración norteamericana para forzar una intervención contra la antigua Yugoslavia, compuesta tan solo por Serbia y Montenegro. «Los EE.UU. de América y el Ejército de Liberación de Kosovo tienen los mismos principios y valores humanos… Luchar por el ELK significa luchar por los derechos humanos y los valores americanos», aseguró exultante el senador Joseph Liberman, senador norteamericano y ex candidato a la vicepresidencia por el Partido Demócrata. Esta imagen de un grupo idílico es la que los medios de comunicación norteamericanos «vendían» a sus ciudadanos; se preparaba así el terreno para justificar la posterior intervención norteamericana. Siempre es la misma técnica, primero la demonización del enemigo, como ocurrió con el Iraq de Sadam, y luego la intervención. Es la hipermilitarización de la política exterior norteamericana, la utilización de la fuerza en los conflictos internacionales en vez del diálogo. Milosevic, que no supo ver que Rambouillet era su última oportunidad antes de la ya prevista ofensiva sobre Kosovo, cometió un colosal error político al subestimar las verdaderas intenciones de los EE.UU. y por desdeñar el rol de países como Francia a la hora de buscar un acuerdo político que evitase la inminente intervención militar. Pero el guión ya estaba escrito. La Fuerza Aérea norteamericana, utilizando medios, bases e inteligencia europea, atacó Serbia en 1999, en abierta coordinación con las fuerzas del ELK, que también aportaban valiosas informaciones sobre las instalaciones yugoslavas. La alianza EE.UU-ELK proporcionó importantes réditos militares a ambas partes, pero sobre todo a los guerrilleros albaneses que veían cómo sus acciones eran protegidas por las fuerzas aéreas norteamericanas. «Los mejores resultados de la ofensiva aérea de la OTAN se había concentrado durante las dos últimas semanas de hostilidades. — 107 —

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Justo cuando efectivos del Ejército de Liberación de Kosovo realizaron una masiva ofensiva desde Albania hacia el suroeste de la disputada provincia. Para ciertas fuentes del ejército norteamericano, las guerrillas kosovares han actuado como una fuerza terrestre subrogada, justificando el principio de que los conflictos no se ganan exclusivamente con poder aéreo», escribía Pedro Rodríguez, corresponsal en Washington de la oficialista Revista Española de Defensa. Las consecuencias inmediatas de los más de 10.000 ataques aéreos acarrearon el acuerdo entre Belgrado y Washington, por el cual las fuerzas serbias se retiraban de Kosovo y eran reemplazadas por un contingente multinacional liderado por la OTAN. También se aceptaba como base jurídica, para determinar en el futuro, un estatuto para la región. La resolución 1244 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas da por sentado que el territorio es de titularidad serbia y que el acuerdo rubricado no significaba un reparto territorial entre las partes en liza. A nivel militar, la derrota serbia había quedado sellada, pero las consecuencias políticas de la intervención tendrían un amplio calado en la región y en el continente. En primer lugar, los EE.UU. consolidaban sus lazos y relaciones con Albania, país que se convertiría, como se vería con el tiempo, en el más sólido aliado de Washington en la escena internacional. Por poner tan solo un ejemplo, hay que reseñar que el Partido Socialista Albanés ha sido el único miembro de la Internacional Socialista que ha apoyado las recientes intervenciones norteamericanas en Afganistán y en Iraq; su máximo líder, Fatos Nano, comprobó recientemente en una reunión de líderes socialistas celebrada en Madrid la soledad de sus posiciones y la frialdad con que fue recibida la delegación albanesa. Albania ha recibido garantías seguras de Washington de que a cambio de este apoyo recibirá la suficiente ayuda de los EE.UU. para integrarse en la OTAN y la UE y recibir fon— 108 —

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dos y material militar suficiente como para modernizar sus vetustas fuerzas armadas. En segundo lugar, la alianza de EE.UU. con los radicales del ELK nos remite a los tiempos de la guerra fría, cuando Washington coqueteaba con los grupos terroristas islámicos en su peculiar lucha contra el comunismo. Luego, como todo el mundo sabe, las consecuencias fueron nefastas, propagando un islamismo radical que desembocaría en el régimen de los talibanes y en los fatales atentados del 11 de septiembre. La reislamización de Kosovo, con potentes ayudas e inversiones en todos los terrenos por parte de los regímenes árabes más reaccionarios, no parece que sea la mejor dirección para una región que hasta hace bien poco era un territorio laico. Veremos qué resultados trae esta demencia política, este intento de convertir Kosovo en una nueva y conflictiva república islamista a tan solo tres horas de Madrid y una de Atenas. También sorprende cómo EE.UU. ha apoyado en los últimos años al movimiento secesionista montenegrino, mostrando, con ello, un alto grado de irresponsabilidad, pues abrir la caja de Pandora de las secesiones sin límite en los Balcanes puede tener un alto coste para todos los europeos. Montenegro, a merced de esta nueva doctrina de alentar las secesiones sin límites, ya se independizó de Serbia y hoy está en la lista de nuevas naciones dispuestas a entrar en la UE y en la OTAN. Divide et impera, Europa se balcaniza. Sin comentarios. «Kosovo ha demostrado tristemente cómo Europa todavía no es capaz de solucionar sus propios problemas. Tenemos que aceptar las consecuencias y esperar que podamos crecer a partir de esta última crisis», aseguraba el ministro de Asuntos Exteriores alemán, Joschka Fischer. La derrota de Europa, al ceder todo el protagonismo y dirección de la crisis a los EE.UU., ha tenido fatales consecuencias para Kosovo y aleja, de momento, una solución pacífica a una crisis no cerrada, tal como han demostrado los sucesos de — 109 —

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Georgia en donde Rusia ha argumentado el precedente kosovar para usar la fuerza y reconocer a las dos entidades secesionistas que existen en ese territorio: Abjasia y Osetia del Sur. La estrategia de los EE.UU. para los Balcanes hoy en día, ha tenido éxito. Milosevic abandonó el poder para ser juzgado en La Haya, donde murió; la dócil Albania se ha convertido en el portaaviones norteamericano en la región y en Kosovo se ha instalado un ejecutivo plegado a sus intereses políticos. Sin embargo, la gran cuestión que planea en esta zona tan sensible es si esta situación de no guerra/no paz que reina en Kosovo, Macedonia y Bosnia-Herzegovina será duradera y sostenible a largo plazo. Crisis recientes, como la de Macedonia y la misma Bosnia, donde los serbios rechazan compartir Estado con sus vecinos de antaño, enseñan a examinar con cautela los conflictos y procesos de unos Balcanes que todavía no han concluido sus transiciones a la democracia. Además, la independencia de Kosovo, seguramente abrirá nuevas crisis, al menos en Bosnia-Herzegovina, donde los dirigentes serbios nunca han ocultado el deseo de unirse a Serbia, y Macedonia, donde casi el 30% de la población es albanesa y crece demográficamente mucho más que los macedonios. Esperemos que, a diferencia de otras latitudes, esta vez los EE.UU. no hayan errado de nuevo el tiro y estemos abocados a nuevas y cíclicas crisis de difícil solución y de resultados impredecibles. La historia reciente del mundo demuestra que muchas intervenciones unilaterales de los EE.UU. desembocan en estrepitosos fracasos. A los ejemplos de Iraq y Afganistán me remito. No obstante, a estas alturas, ¿tiene Washington una estrategia definida para Kosovo? Al menos, en lo que se refiere a los Balcanes, la diplomacia norteamericana ya ha dado un paso definitivo: se ha reconocido oficialmente a Macedonia sin contar con el consentimiento de Atenas, que tan solo reconoce oficialmente a este — 110 —

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país como FYROM (Former Yugoslav Republic of Macedonia), y se ha plegado, al igual que la anterior administración de Clinton, a los intereses de los líderes albanokosovares más radicales, a los que ha secundado en su proceso independentista. En su lucha contra el terrorismo, la administración Bush no ha entendido que la ligazón entre el nacionalismo albanés y las redes del terrorismo islamista le impedirán a futuras administraciones norteamericanas ejercitar una política coherente, seria y con resultados no ya en la región sino en todo el mundo. Ahora, una vez sembradas las semillas del terror, habiendo aceptado la independencia de Kosovo, los norteamericanos parecen no haber comprendido nada acerca de la verdadera naturaleza del terrorismo, algo difícil de explicar sobre todo tras el 11 de septiembre. Lo que está por ver es si EE.UU. será capaz de reconducir a la actual clase política albanokosovar, en su mayoría antiguos terroristas, y conseguir la verdadera reintegración política y moral de esta antigua élite vinculada a hábitos y métodos terroristas. La mayor parte de los grupos radicales islamistas que hoy siguen activos en muchas partes del mundo fueron aliados en el pasado de los EE.UU. ¿Estaremos creando, apoyando y financiando a nuevos «monstruos»? La historia determinará la responsabilidad de cada uno y si realmente nos equivocamos de bando en esta guerra.

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11. Daños colaterales sin ninguna importancia Más del 90% de los refugiados huyó después de iniciarse el bombardeo. La destrucción de su economía ha convertido a Kosovo en un erial económico que será incapaz de mantener a la población que regrese. La falsa propuesta de paz de Washington, basada en la ocupación de Kosovo por la OTAN, no tiene nada que ver con una misión humanitaria, sino que está diseñada para mostrar el poder militar de EEUU e imponer la pax americana en Europa. James Petras, profesor norteamericano.

Aparte de los daños infligidos a las fuerzas militares y de seguridad yugoslavas, en este capítulo quiero referirme a los estragos causados por la OTAN en las ciudades y pueblos de Serbia y Kosovo, es decir, a los objetivos civiles sin ningún interés militar. Pese a que los dirigentes de la Alianza Atlántica habían asegurado que no se atacarían núcleos poblados por civiles durante la intervención, numerosos testimonios y pruebas atestiguan lo contrario. En primer lugar, fueron atacados y destruidos numerosos edificios civiles, entre los que debemos destacar, los ministerios de Defensa e Interior, la sede del Gobierno de Serbia, el ministerio de la República, el ministerio de Asuntos Exteriores, el Consejo ejecutivo de Kosovo, el Consejo ejecutivo de Vojvodina, el gobierno local de Novi Sad, las oficinas de correo de Nis y Prístina, las estaciones meteorológicas de Bukulja y el monte Kopaonik, por citar tan solo algunos de los muchos lugares públicos atacados. Luego están las viviendas civiles, especialmente en Prístina, Novi Sad, Aleksinac, Djakovica, Prokuplje, Gračanica, Cuprija, Cacak, Surdulica y los suburbios de Belgrado, junto a muchas otras aldeas de Kosovo, dejando a miles de ciudadanos de la antigua Yugoslavia sin hogar. Aparte de estas viviendas, numerosas — 112 —

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instalaciones civiles, como las centrales eléctricas de Belgrado, Prístina, Krusevac, Obrenovac, Kostolac, Bajina Basta y Djerdap, las plantas termoeléctricas de Novi Sad y Vreoce; la central hidroeléctrica de Polinje; y el abastecimiento de agua de ciudades como Zemun, fueron también reducidas a escombros por las fuerzas libertadoras de la OTAN. A esta larga lista de horrores, hay que señalar las instalaciones de comunicaciones dañadas, entra las que no estaban solo los repetidores y antenas del ejército, sino también centrales telefónicas —como las de Prístina, Kragujevac y Uzice, entre otras—, antenas de televisión y radio, como el famoso bombardeo a la Radio Televisión Serbia (RTS) en Belgrado, pero también el edificio de la RTS en Novi Sad, que emitía programación para las minorías nacionales en Vojvodina en sus lenguas propias —húngaro, eslovaco, ruteno, rumano y romaní—; y más de 25 emisoras y antenas por todo el país. Por cierto, conviene recordar que la OTAN, en el ataque a la RTS, intentó asesinar, con la ayuda de la prestigiosa CNN, a un alto líder serbio, tal como recordaba el periodista británico Robert Fisk, al que cito: «Dos días antes de que la OTAN bombardease la sede de la televisión serbia en Belgrado, la CNN recibió el soplo, desde su cuartel general en Atlanta, de que iban a destruir el edificio. Les dijeron que sacaran inmediatamente sus equipos de los locales, y así lo hicieron. Al día siguiente, el ministro serbio de información, Aleksandar Vucic, recibió por fax una invitación desde EE.UU. para aparecer en el programa de Larry King (en la CNN). Querían que estuviese en directo a las 2.30 de la madrugada del 23 de abril y le pidieron que llegara a la televisión serbia media hora antes para maquillarse. Vucic se retrasó; por suerte para él, ya que los misiles de la Alianza cayeron sobre el edificio a las 2.06. El primero estalló en la sala de maquillaje, donde la joven ayudante serbia murió abrasada. CNN asegura que fue una — 113 —

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coincidencia y afirma que el programa de King, que pertenece a la división de programas, no conocía las instrucciones que los responsables de informativos habían dado a sus hombres de abandonar el edificio de Belgrado. ¡Ummm!». Una buena muestra de cómo nuestros medios tomaron partido en esta peculiar «cruzada» contra los serbios y cómo fueron parte del engranaje de la maquinaría de guerra atlantista. Pero continuemos con el relato de estos «daños colaterales» sin importancia para nuestra Alianza Atlántica. En definitiva era una guerra justa, para crear un «Kosovo democrático», y todo valía, la barbarie tenía un fin moralizador. «La otra cara de ese afán de moralizar puede ser muy desagradable. En Belgrado, por ejemplo, un periodista de la CNN dejó atónitos a sus colegas después de que la OTAN bombardease un estrecho puente en el pueblo yugoslavo de Varvarin y matara a docenas de civiles, muchos de ellos ahogados en el río Morava. “Eso les enseñará a no estar en los puentes”, rugió. En sus transmisiones no utilizaba ese tipo de lenguaje, por supuesto; la información de la CNN sobre las muertes en el puente fue acompañada de la observación de que se habían producido bajas civiles “de acuerdo con las autoridades serbias”, pese a que el equipo de la cadena había estado allí y había filmado el cuerpo decapitado del sacerdote local», escribiría el periodista británico Robert Fisk. Las infraestructuras que fueron consideradas funcionales al transporte militar, tales como aeropuertos, puentes, autopistas, carreteras y vías férreas, fueron bombardeadas; las estaciones de autobuses de Vranje, Gnjilane, Prístina y Nis sufrieron considerables daños a causa de los bombardeos. Otro capítulo lamentable de los ataques de la OTAN fue la destrucción de numerosos puentes en el Danubio, lo que causó el aislamiento y la incomunicación de numerosos núcleos civiles, así como el bloqueo de la navegación en este río tan crucial no ya para Serbia, sino para toda la región. Puentes de gran valor arquitectónico, como el de Novi Sad —sus — 114 —

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habitantes quedaron horrorizados por el daño efectuado por el bombardeo—, y el «Puente de los Lamentos», de indudable valor histórico por las matanzas de judíos allí acaecidas durante la Segunda Guerra Mundial, también desaparecerían para siempre. La infraestructura sanitaria, que como se puede suponer estaba mayoritariamente al servicio de los civiles, tampoco fue respetada por la OTAN: sus instalaciones estuvieron sin luz ni agua durante buena parte del tiempo que duraron los ataques. Hospitales como los de Belgrado, Lekovac, Nis, Djakovica, Novi Sad, Valjevo y Novi Pazar, junto con numerosas clínicas, escuelas médicas y centros sanitarios locales de menor entidad, resultaron también dañados y afectados por la guerra. Miles de pacientes resultaron con alteraciones en sus tratamientos, se produjeron numerosas víctimas y hubo un alto número de casos de abortos y nacimientos prematuros. Tampoco escaparon de estos ataques indiscriminados las instalaciones educativas: más de 200 centros escolares resultaron dañados con mayor o menor gravedad. A esta larga lista se unen unas 30 facultades universitarias, 10 colegios mayores, 50 institutos de enseñanza media, 90 centros escolares, 8 residencias de estudiantes y numerosas instalaciones preescolares y guarderías. Ninguno de estos daños, si excluimos los humanos, es comparable con la destrucción del patrimonio histórico causado por las «fuerzas libertadoras». Aunque más adelante nos referiremos a este aspecto, hay que señalar que decenas de iglesias, conventos y monasterios, sobre todo de la región «liberada» de Kosovo, fueron dañados por los ataques aéreos. Los monasterios de Pec, antigua sede del patriarcado serbio y lugar emblemático para la religiosidad ortodoxa, Zica, Decani y Gračanica figuran en esta larga nómina de monumentos atacados; aunque tampoco debemos olvidar las ciudades medievales de Zvecan, Simederevo, Petrovaradin, o el cementerio ortodoxo de Prístina, como ejemplos de hasta dónde — 115 —

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llegó la brutalidad de quien dirigió las operaciones militares contra los serbios. Por último, y no de menor importancia, están los ataques contra la estructura económica serbia. Si la Alianza Atlántica se había propuesto anular, destruir y dejar fuera de juego la economía yugoslava durante casi una década no cabe duda de que, una vez efectuados los ataques, el objetivo se consiguió sin mácula de duda. Casi toda la industria aeronáutica y las instalaciones petroleras que fueron consideradas objetivos militares por la OTAN, fueron destruidas. Sin embargo, lo que más llama la atención fueron los ataques contra las empresas farmacéuticas, entre las que debemos señalar Galenika en Belgrado, Zdrvlje en Leskovac y Velafarm en Nis, y los complejos industriales de Belgrado, Novi Sad, Kragujevac, Nic, Cacak, Valjevo, Prístina, Vranje Kosovska, Mitrovica y Krusevac. También se efectuaron durísimos ataques contra centros muy representativos de la economía yugoslava, como la potente industria petroquímica de Pancevo, que fue bombardeada repetidamente y reducida a escombros por los vuelos de la Alianza; el moderno centro de oficinas de la USCE en Belgrado, que albergaba más de un centenar de empresas en su interior y que dejó en el paro a cientos de trabajadores; la fábrica-emblema de coches de Yugoslavia, Zastava, donde hubo más de un centenar de trabajadores heridos; las fábricas de tabaco de Nis, Vranje y Gnjilane; las fábricas de maquinaria y componentes de Rakovica, Nis, Krusevac, o Kula; numerosas empresas de materiales de construcción, de mobiliario, de componentes electrónicos, plásticos, textiles, y hasta de zapatos, como la fábrica Dijana, en Sremska Mitrovica. Algunos expertos cifran que los daños causados en la economía yugoslava podrían haber enviado a la cola del paro a más de medio de millón de yugoslavos, lo que significaría que entre uno y dos millones de personas habrían perdido su principal sustento — 116 —

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económico. Los daños de la intervención militar fueron inmensos; numerosas empresas se fueron a pique, escasearon numerosos productos básicos y se produjo un periodo de hiperinflación muy largo. La destrucción total de Yugoslavia, primer objetivo de la administración norteamericana en esta guerra de «baja intensidad», se consiguió en un tiempo relativamente corto. Luego están las víctimas, aquellas que ni siquiera merecieron la atención de nuestros medios de comunicación durante el conflicto. Mientras la OTAN, a través de sus portavoces oficiales, aseguraba que en todo el conflicto tan solo se habían producido unas 300 víctimas, la realidad era bien distinta, tal como han podido comprobar no solo fuentes yugoslavas, sino organizaciones independientes operando en Serbia y Kosovo. Un cálculo realista de víctimas situaría al número de muertos por encima de los 2.000 y a los heridos por encima de los 4.500, entre quienes figuran las víctimas albanesas, todas ellas alcanzadas por «error» durante los ataques, como en Djakovica, donde 75 refugiados albaneses, entre ellos 19 niños, resultaron muertos por el uso de las bombas de fragmentación. Por citar algunos ejemplos más, otros 12 civiles murieron en Aleksinac; 10 en el centro de Prístina a causa del impacto de un misil; 55 pasajeros de un tren, en Grdelica, tras un ataque nunca reconocido por la OTAN; 87 refugiados muertos y 67 heridos tras el ataque a una columna en Korisa; 100 muertos, entre reclusos y guardias de seguridad, en el bombardeo a la prisión de Istok; 30 pacientes fallecidos en el ataque al sanatorio de Surdulica; y un sinfín de pequeños ataques, con resultado de víctimas civiles, en las ciudades de Belgrado, Novi Pazar, Novi Sad y Subotica y otra decena larga de ciudades atacadas. En definitiva, todo quedó en nada. De las víctimas, como eran serbias la mayoría, ni una palabra, ni un simple epitafio. Tan solo se trataba, en palabras de algunos de nuestros serviles medios, de daños «colaterales sin im— 117 —

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portancia». Minimizar los daños causados a los serbios durante los ataques de la OTAN ha sido parte de la estrategia mediática que ha justificado la intervención-ocupación de Kosovo; los discípulos de Goebels en Bruselas han actuado con tal desvergüenza que incluso emocionaría a ese gran maestro de la manipulación que murió en Berlín allá por la Segunda Guerra Mundial.

12. Las consecuencias de la intervención de la OTAN Más allá de que la principal causa son las políticas de Milosevic, la guerra en los Balcanes le dio una gran excusa a EE.UU. para reafirmar su presencia militar en Europa. Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique.

El último censo realizado en Yugoslavia data del año 1991. En el mismo se señala que en la región de Kosovo, con un 1.995.000 habitantes, había un 82,2% de albaneses, algo más de un 10% de serbios, un 2,9% de musulmanes, un 2,2% de gitanos y un 2,7% pertenecientes a otras minorías, pero sobre todo búlgaros, croatas, turcos y arrumanos. La mayor parte de los albaneses de la región son musulmanes, aunque el experto británico Hugh Poulton considera que unos 50.000 albaneses de Kosovo practican la región católica y que las cifras sobre la población gitana, que generalmente se censa como perteneciente a otra comunidad étnica, podrían ser mayores. Los serbios vivían agrupados sobre todo en torno a los grandes municipios, como Gračanica, Pec, Prizren, Prístina y Urosevac, y en algunas áreas rurales cercanas y agrupadas en torno a la frontera con Macedonia, Montenegro y Serbia. Los serbios eran mayoría en los siguientes municipios: Leposavic, con el 87% del censo; — 118 —

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Zvecan, 78%; Zubin Potok, 74.61%; Štrpce, 64.15%; y Novo Brdo, 58%. En total, antes del conflicto vivían en Kosovo unos 200.000 serbios. La cifra de los gitanos varía de una organización a otra. Según fuentes de la revista Voice of Roma, antes de la intervención de la OTAN había en Kosovo entre 120.000 y 150.000 romas, que también aparecen en el censo como egipcios y ashkali; la mayoría de ellos utilizaba el albanés como lengua materna, por lo que muchos aparecen en el censo como pertenecientes a dicha etnia. La cifra oficial, sin embargo, era mucho más baja: unos 42.000. Asegurar que gitanos y serbios han sido las principales víctimas de la intervención de la OTAN en Kosovo no es ninguna exageración. Nada más producirse la «liberación» de Kosovo, Madeleine Albright visitó la región, y en plena kermés libertadora, aseguró ante los guerrilleros-terroristas del ELK que «en Kosovo hay un nuevo aire de justicia y libertad». La frase, desde luego, no podía ser más oportuna. Los analistas Aleksandar Vuksanovic y Pedro López Arriba, en su libro Kosovo. La coartada humanitaria, que cito textualmente, resumen de forma muy acertada: «Era, en efecto, el nuevo aire traído por la OTAN a Kosovo: solo en seis semanas, desde la salida de las tropas yugoslavas y la entrada de KFOR, se habían producido una cantidad de asesinatos que los cálculos más moderados, precisamente aquellos ofrecidos por la KFOR, cifraban en unos 200, aunque otras fuentes duplicaban esta cifra. El triunfante ELK, que hasta el último momento hostigó a las tropas yugoslavas que se retiraban, lanzó desde el 12 de junio una campaña represiva con dos sentidos: el acoso contra las minorías no albanesas, por un lado; y la eliminación de toda disidencia en sus filas». El objetivo de esta campaña estaba claro: una vez asegurado el triunfo, conseguir un Kovoso albanés, étnicamente puro, sin serbios y sin otras minorías. Gracias a la inter— 119 —

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vención de la OTAN este objetivo está a punto de cumplirse en la actualidad. Tras 78 días de intensos y duros bombardeos contra el ejército yugoslavo y contra objetivos civiles sin ningún interés militar, murieron más de 2.000 civiles, de ellos 80 niños, y 1002 miembros del ejército y de las fuerzas de seguridad yugoslava. La indemostrada matanza de Kacak —escasamente investigada a tenor de los informes del 15 de enero de 1999— sirvió de pretexto a la Alianza Atlántica para proceder al ataque contra Yugoslavia, con las fatales consecuencias que todos conocemos. Y Kosovo cambió para siempre. Cuando uno llega al aeropuerto internacional de Prístina la primera impresión que tiene es que no se encuentra en Europa, sino en uno de esos países bananeros de los años cincuenta donde las tropas norteamericanas campaban a sus anchas. Una amplia representación de soldados de la Alianza Atlántica, fundamentalmente alemanes, españoles, franceses, italianos y norteamericanos, vigilan y controlan el aeropuerto. Es decir, se llega a una suerte de protectorado albanés sin soberanía y donde los signos externos del Estado al que pertenece —Serbia y Montenegro— no aparecen por ninguna parte. De la antigua Yugoslavia, ese modelo Estado socialista de antaño, apenas queda algo. Los viejos símbolos han sido sustituidos por los nuevos sin importar el derecho internacional ni la sensibilidad de los serbios que también vivían aquí. Luego están las otras consecuencias del ataque atlantista. Edificios destruidos, viviendas abandonadas, cuarteles e instalaciones militares atacadas y condenadas al vacío… Las consecuencias físicas del ataque de la OTAN, ya menos elocuentes por los cuantiosos gastos de la comunidad internacional en la reconstrucción de Kosovo, son todavía visibles en muchas ciudades de las región. Las políticas también son visibles y tendrán consecuencias duraderas, pues la herencia y la cultura serbia, con una tradición reli— 120 —

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giosa ortodoxa y una rica lengua, han sido borradas de la milenaria cuna del pueblo serbio. Por ejemplo, el antiguo y bello Patriarcado de Pec, cuna del ortodoxismo de todos los Balcanes, es hoy un cuartel fortificado por las fuerzas italianas donde no se puede acceder si no es con un permiso militar. Allí donde llegaran los grandes aventureros de Europa, como Rebecca West o John Reed, ya no puede ir nadie: hay que pedir permiso a los invasores, a las fuerzas de la OTAN (KFOR, es la denominación del contingente militar de la Alianza), y luego, si te dejan, entras. Increíble. Naciones Unidas otorga la autorización que permite cruzar el control militar, siendo realmente difícil para un periodista ir de un lado a otro y para un serbio, casi imposible. Las fuerzas de la OTAN están en la región para proteger, teóricamente, los guetos serbios. ¿O están en Kosovo para legitimar la limpieza étnica? Uno que ha sido testigo de esta brutal política no puede dejar de dar fe y testimonio de todo ello, de tanta barbarie y del triunfo de la fuerza bruta. Ni siquiera está garantizado el derecho a la libre circulación, algo esencial en cualquier parte del mundo menos, como se ve, en Kosovo. La especie humana, como han demostrado los albaneses con los serbios tras el final de la guerra, no tiene remedio. Pero también está la pérdida de la memoria de todo lo serbio: los nombres de las calles, de las fuerzas de seguridad y del ejército expulsado por las fuerzas de ocupación, el cierre de escuelas y universidades, la marcha de profesores y médicos serbios, la clausura de medios de comunicación con ayuda de nuestros militares, y el cierre definitivo de teatros, liceos, museos y centros culturales. Tampoco se encuentra, excepto en los quioscos de la Mitrovica serbia, la prensa publicada en esa lengua, hoy maldecida por todos y borrada para siempre de la faz de la región. Toda buena victoria señala al enemigo su nuevo espacio, es decir, el vacío, el final definitivo de todos sus actos, su reclusión a un lugar físico de interna— 121 —

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miento, a un gueto que defina claramente sus límites. Así acaeció con los judíos en la Alemania nazi y en los territorios hasta donde se extendió la denominada «solución final del problema judío». Los serbios de Kosovo, al igual que los portadores de la estrella amarilla de los años treinta y cuarenta, son las últimas víctimas del último genocidio silencioso perpetrado en nuestro continente. Tan solo nos falta que algún día lleguen los Imre Kertész y los Stefan Zweig que nos cuenten la historia de este drama anunciado. Eso sí, esta vez que nadie se escude en que no sabía nada, en que no le habían informado, pues aquí ya no hay coartadas para callar ante lo que sucede y lo que día tras día se denuncia. Y es que cuando se regresa a Kosovo, la historia pasada y actual sigue presente, se puede palpar sin necesidad de tener que recurrir a la lectura de los cantos épicos de los albaneses y los serbios. Ni siquiera hace falta seguir la CNN para enterarse de los avatares de los serbios, tantas veces silenciados por otras cadenas y medios de comunicación. Tristes historias, algunas contadas en primera persona, como las de las monjas de Gorioci, refugiadas tras los muros de su convento desde los ataques de la OTAN, que nos transportan a los peores tiempos de una Europa que definitivamente habríamos querido superar, pero que están ahí y nos sitúan con el más crudo realismo en lo que hoy es Kosovo. Las monjas siempre se mueven con escolta, tienen que recurrir a la ayuda de la comunidad internacional para autoabastecerse y las visitas médicas, dada su edad avanzada, se producen una vez al mes. Están condenadas a una vida de gueto por nuestra comunidad internacional. Constituyen lo que los historiadores denominan testigos en primera persona de la historia, triste y brutal, pero historia que mana de sus palabras y nos revela la sinrazón de lo acaecido aquí desde que la Alianza Atlántica intervino en Kosovo. ¿Hasta dónde llegaremos para perpetuar este drama interminable de los serbios de Kosovo? — 122 —

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Luego están los daños políticos causados, es decir, el triunfo del unilateralismo norteamericano. Las Naciones Unidas, junto con la UE y otras instituciones internacionales, no tuvieron ningún peso en las decisiones tomadas por Washington en lo que respecta a Kosovo. Incluso la OTAN, que lideraba la intervención, se vio superada por la presión norteamericana. No había otro camino, aseguraron los voceros de la OTAN en los días previos a la intervención, junto a Javier Solana, uno de los mejores aliados norteamericanos en la escena europea, que tampoco dejó ningún resquicio a la diplomacia cuando las negociaciones de Rambouillet fracasaron. Así las cosas, la intervención de la OTAN estaba servida y el viejo orden internacional, donde la ONU publicaba inservibles resoluciones, pasaba a mejor vida. En esta dirección, el diario alemán Der Spiegel publicaba un artículo titulado «Los conejos del campo de Kosovo», donde acusaba a Naciones Unidas de actuar en absoluta descoordinación con la OTAN, y viceversa, convirtiendo la región en un centro para la desestabilización de todos los Balcanes, afirmando que durante «los últimos acontecimientos violentos, se demostró que la KFOR no era capaz de controlar la situación». La misma Amnistía Internacional, siempre tan preocupada de los albaneses y muy poco o nada de los sufrimientos de los serbios, ha denunciado recientemente la relación entre el despliegue de la fuerza internacional en Kosovo y el aumento del tráfico de mujeres en la zona. Como resumía la revista de la ONG Médicos del Mundo al referirse a este asunto, «desde el despliegue de la fuerza internacional de seguridad en Kosovo (KFOR) en julio de 1999, y el establecimiento de la administración provisional de la ONU, Kosovo se ha convertido en uno de los principales destinos de mujeres y niños víctimas de tráfico para la prostitución forzosa. A pesar de las denuncias de organismos internacionales, a día de hoy el tráfico de mujeres en Kosovo sigue generalizado, ningún responsable ha sido llevado hasta la justicia y las denuncias de la — 123 —

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complicidad oficial continúan. La relatora especial de la ONU sobre la violencia contra la mujer ha destacado la relación existente entre el crecimiento del tráfico de mujeres y menores y la militarización posterior a las guerras». Inseguridad, inestabilidad, prostitución, tráfico de drogas, mafias organizadas, contrabando de tabaco y bebidas alcohólicas, terrorismo, violencia contra las minorías… ¿Alguien da más? Esta incierta situación, esta desprotección e inseguridad reinante, llevó al International Crisis Group (ICG) a definir Kosovo, junto con Costa de Marfil, la República Democrática del Congo y Ucrania, como uno de los escenarios más inestables e inseguros del mundo, con grandes riesgos de que se desaten posibles conflictos y enfrentamientos interétnicos al estilo de los acaecidos en marzo de 2004. «La situación de Kosovo es insostenible. El estancamiento económico es dramático, y si hay otro estallido de violencia es posible pensar en una intervención serbia, lo que sería un elemento desestabilizador para toda la región», señalaba Gareth. Ahora, siendo ya un supuesto «Estado» independiente, cabe augurar que esos problemas se multiplicarán y que el territorio seguiría siendo sumamente dependiente de la ayuda europea, es decir, que los contribuyentes de toda la UE tendrán que pagar las consecuencias de la desacertada política exterior norteamericana con respecto a los Balcanes. En la misma dirección, el defensor del pueblo de Kosovo, Marek Nowicki, aseguraba que la región debería figurar en el mapa internacional de violaciones de los derechos humanos, ya que la situación en esta región, en su opinión, es terrible para los albaneses. Estos son los «grandes» resultados conseguidos y cosechados por la OTAN en estos nueve largos e interminables años de padecimientos para el pueblo serbio y para el resto de minorías. Felicidades a quien corresponda. — 124 —

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QUINTA PARTE. LAS CONSECUENCIAS DE LA GUERRA 13. Limpieza étnica en Prístina Pero no cabe duda de que el bombardeo ilegal aumentó y aceleró la huida de la gente de Kosovo. Es inconcebible que el alto mando de la OTAN, con Bill Clinton y Tony Blair a la cabeza, supusiera ni por un momento que el número de refugiados disminuiría con el bombardeo. Es significativo que ninguno de los dos líderes haya experimentado jamás los horrores de la guerra, ninguno de los dos ha participado en un combate, ninguno de los dos tiene conocimiento directo de lo que significa luchar desesperadamente por sobrevivir, por proteger y alimentar a la propia familia. Solo por estos motivos ambos líderes se merecen la más fuerte condena moral y, teniendo en cuenta los pésimos antecedentes de Clinton en Sudán, Afganistán, Iraq y en los pasillos de la Casa Blanca, debería ser procesado como criminal de guerra tanto como Milosevic. Edward Said, ensayista palestino.

La ciudad serbia, la capital yugoslava de Kosovo, ha dejado de existir. Ya nadie la reconoce, ha sido metamorfoseada por nuestras fuerzas internacionales. Esta ciudad, siempre fea pero con aspecto a medio camino entre el pueblo y la urbe provinciana, es ya una — 125 —

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de las capitales albanesas de los Balcanes, un lugar donde ser serbio es un hecho peligroso y una identidad que se debe ocultar. De ella había escrito el ya citado Kaplan: «La primera imagen que tuve de Prístina fue un revoltijo de chabolas iluminadas por las lámparas de descarga de vapor de sodio de los bloques de apartamentos prefabricados que parecían tambalearse como borrachos sobre la erosionada ladera. El hollín se me metió en la nariz, mezclado con el olor de basuras y el cemento de hormigón. Me acordé de los barrios rojizos de Ankara y Estambul, donde abunda el polvo y la contaminación. Prístina parecía no solo una resurrección del pasado turco, sino también del presente turco». Luego llegarían las protestas de los años 80 y 90, poco referenciadas por nuestros medios, que estaban más atentos a la guerra del Golfo que a las nuevas guerras balcánicas, y el triste final de Yugoslavia, con sangrientos e interminables epílogos inacabados. Una vez concluidos los conflictos y guerras en Eslovenia, Croacia y Bosnia-Herzegovina, comenzaría el conflicto en Kosovo; Prístina sería la última estación del viaje hacia la confrontación. El enfrentamiento étnico entre serbios y albaneses, con la intervención de la OTAN a favor de estos últimos, comenzaría y concluiría en Prístina. Primero llegaría la victoria atlantista con la derrota de los serbios, su posterior marcha, la instalación del nuevo orden y el consiguiente linchamiento. Las antiguas víctimas se convertirían ahora en los nuevos verdugos, en los forjadores del nuevo orden que Solana y Clinton construían en los Balcanes. El ELK, henchido de victoria y venganza, se puso manos a la obra con la limpieza étnica y el hostigamiento de los no albaneses, «proeza» que consiguió en un periodo de tiempo relativamente corto. Primeramente había que limpiar los nombres de las calles, demostrar al enemigo que has vencido y que sus antiguas denominaciones las sustituyes por las tuyas. Después de 1999 los alba— 126 —

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neses han bautizado las plazas y calles del héroe serbio como las del héroe albanés; las calles dedicadas a la Armada Yugoslava del Pueblo han cambiado su denominación por la de Ejército de Liberación Albanés —considerado como terrorista por algunos servicios occidentales hasta hace apenas unos años— y las calles con alguna referencia a Belgrado han pasado a ser las de Tirana. Incluso una antigua avenida dedicada al mariscal Tito, «enemigo del pueblo» para los radicales albaneses, ha pasado a denominarse avenida del Presidente Clinton. Nadie sabe cómo se va a algún sitio en la nueva Prístina, pero todo el mundo sabe que todo ha cambiado. El censo de 1991 señalaba que en la capital de Kosovo vivían algo más de 26.000 serbios. Hoy, aunque aún no se han realizado los primeros censos tras la intervención militar de la OTAN, se calcula que varios miles ya han abandonado la ciudad ante el clima de incertidumbre y peligrosidad que se respira en la capital kosovar. Los funcionarios internacionales y las autoridades locales destinadas en la ciudad no se atreven a dar cifras sobre el número de serbios que viven en Prístina, pero podrían ser tan solo unos cientos. Algunos de ellos están protegidos en los escasos bloques que no fueron destruidos en los incidentes de marzo; también los hay que están desperdigados en algunas casas de campo en los alrededores de la capital. La presencia cercana de fuerzas internacionales delata el peligro que les acecha, el grado de virulencia que tiene este odio incubado por los albanokosovares. No obstante, la situación no solo es imposible para los serbios, sino que en la socialización del terror que se ha extendido a toda la región, los croatas, los gitanos y los bosniacos también son testigos de esta tragedia y sufren la violencia y la ira de unos albaneses crecidos tras recibir de la OTAN la bula para cometer todo tipo de fechorías y hechos violentos, entre los que destaca la ocupación de las propiedades y viviendas de etnias minoritarias. Según el censo de 1991, el último publicado por las autoridades yugoslavas, — 127 —

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más de 150.000 habitantes de la región pertenecían a etnias minoritarias de las que hoy apenas se habla. ¿Habrán resistido las duras condiciones de vida impuestas por la comunidad internacional a los no albaneses? Resulta difícil creer que estos colectivos étnicos, con naciones vecinas capaces de recibirles, hayan resistido esta presión y continúen en Kosovo. «Si los albaneses logran que Kosovo sea independiente parecerá que, finalmente, vayan a conseguir la recompensa a su masiva campaña de limpieza étnica», escribían recientemente varios autores gitanos en un artículo publicado en España. En efecto, según datos de Naciones Unidas hechos públicos recientemente, 230.000 miembros de minorías étnicas fueron expulsados de Kosovo a partir de 1999, cifra que, comparada con los datos que ofrece Serbia, que apuntan a más de 250.000, se queda corta. De hecho, esta fue la segunda mayor limpieza de la antigua Yugoslavia. La primera tuvo lugar en Krajina, Croacia, donde las fuerzas del difunto Franjo Tudjman expulsaron de sus territorios a casi 350.000 personas no croatas, ensañándose especialmente con los serbios. No obstante, conviene que nos detengamos en la capital de Kosovo, donde la represión ha llegado a niveles insospechados, sin que nadie haya hecho nada por detener esta espiral de terror. En Prístina, y como fruto de esa política escasamente considerada hacia las minorías étnicas de Kosovo, la vida es absolutamente albanesa. Los rótulos de las calles, los nombres de los taxis, los letreros de todo tipo de negocios e instituciones, incluyendo aquí a nuestras «neutrales» organizaciones internacionales, están escritos en la lengua de los albaneses. Nada hace suponer que esta bulliciosa y caótica ciudad, que vive de los fondos de las ONG y las organizaciones internacionales, fuera un día una ciudad multiétnica en la que convivían y participaban todas las etnias. — 128 —

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Banderas albanesas de color rojo, con su águila bicéfala como fondo, coronan las principales calles y avenidas. También hay una profusión de escudos, símbolos y recuerdos dedicados al, en teoría, disuelto ELK. Sin embargo, en pleno centro de Prístina podemos ver escudos y banderas de esta organización, guerrillera para los albaneses y terrorista para los serbios y el resto de minorías. También se pueden ver pintadas, muchas pintadas racistas y antiserbias, como si los albaneses de Kosovo quisieran apuntarse tardíamente a las «modas» fascistas europeas. Hay agresiones brutales, como las sufridas por el único periodista serbio que ha residido en Prístina en los últimos años, Nikola Begovic, quien sufrió una bárbara paliza en el centro de la capital, muy cerca de la sede del «gobierno» albanokosovar sin que nadie hiciera nada por ayudarle o auxiliarle. La complacencia y tolerancia con que la comunidad internacional ha premiado a las antiguas fuerzas albanesas contrasta con la intolerancia con que se ha recibido en el pasado y en el presente todo lo que tenga que ver con Serbia. Nuestros dirigentes políticos y diplomáticos, junto con esta inútil casta de funcionarios internacionales que dirigen los destinos de este injusto Kosovo, parecen querer emular a aquel exultante dirigente fascista que en los años cuarenta se dirigió a los miles de voluntarios de la División Azul al grito de «Rusia es culpable». Ahora la culpable, por lo que parece, es Serbia. Buen ejemplo de esta intolerancia hacia lo serbio, en Prístina, es el deplorable estado que presenta la gran catedral ortodoxa que se construía antes de la intervención. Hoy, tras la «liberación», se encuentra abandonada, repleta de pintadas favorables al ELK y destruida externa e internamente por las turbas que asaltaron los intereses serbios tras el «triunfo» de la OTAN. Situada muy cerca del Gran Hotel de Prístina, donde se encuentran la mayoría de las organizaciones internacionales, este edificio, completamente protegido por alambre de espino y algún vehículo militar del con— 129 —

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tingente internacional, es el emblema de esta época ignominiosa para esta región que en tiempos de Tito era un frágil modelo de convivencia, pero donde estaba garantizada la paz y la seguridad de todos.

14. Tristes celebraciones en Gračanica Ahora se está en trance de cometer un error más. Al margen de todo derecho, con violación de los compromisos adquiridos, independizar un Kosovo, financiado por la Unión Europea, que recogerá y agravará las conocidas virtudes del Estado y la sociedad albanesa, eso sí, bajo el amparo de una poderosa base militar. El primer resultado ha sido provocar la reacción ultranacionalista del electorado serbio. Europa pagará, a más de los costes financieros de la operación, las consecuencias de tales focos de desequilibrio, y el juego de los espejos, que reproducen los mismos errores, cada vez más distorsionados, continuará para convertirlos en horrores. Miguel Herrero de Miñón, miembro de la Real Academia de Ciencias Políticas y Morales.

Mucho antes del 28 de junio, fecha de la celebración de la batalla del Campo de los Mirlos, el patriarca de los todos los serbios, el obispo de Belgrado, el anciano Pavle, había dicho que «En Kosovo no había habido una victoria de la humanidad y la justicia, sino de la venganza y el desacuerdo entre los pueblos. Nadie tiene el derecho moral a celebrar una victoria por largo tiempo si lo único que ha hecho es reemplazar un diablo por otro, y la libertad de un pueblo por la esclavitud de otros pueblos». En este contexto, decía Pavle, no había muchos motivos para celebrar nada. Ni siquiera los serbios, que han habitado — 130 —

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esta tierra durante siglos y siglos, tenían muchos motivos para las celebraciones. La independencia ahora ha sido el punto y final a este ciclo infernal de afrentas y derrotas, de batallas perdidas y humillaciones. Hoy, cuando han pasado 619 años de la batalla del Campo de los Mirlos, los serbios tienen que celebrar casi clandestinamente esta importante efeméride, como si el recuerdo de la batalla, como si su fiesta nacional fuera algo proscrito y que debiera celebrarse en secreto. Ahora es una fecha maldita, y más vale que el vecino albanés no se entere de que la celebra. Encerrados en un enclavereserva serbia como es Gračanica, y protegidos por cientos de policías y militares de la KFOR que supuestamente les defiende de los ataques de los radicales albaneses, unos centenares de serbios presididos por el jefe la iglesia ortodoxa serbia, el Patriarca de Belgrado Pavle, asistieron a este triste acto, una muestra de hasta dónde ha llegado su nada afortunado destino. Luego el Patriarca se desplazó hasta Gazimestan, fuertemente protegido para evitar los improperios de los manifestantes albaneses que clamaban contra la agridulce fiesta de los serbios. En el día de San Vito, Vidovdan para los serbios, se celebra la famosa epopeya de la derrota de este pueblo a manos de los turcos. Quince años después, cuando ha pasado tan solo una década y media desde aquel mítico Vidovdan que reunió a más de un millón de serbios venidos de todos los rincones del país para escuchar a Milosevic, los obispos de las provincias de Raska-Prizren, Atemije, Lipljan y Teodosje, acudieron a la liturgia ofrecida por el anciano Pavle acompañados de una decena de sacerdotes y vecinos de la asediada ciudad de Gračanica. En definitiva, el desarrollo del acto estaba a la medida de lo que estaba ocurriendo en Kosovo, pues ¿qué celebrar cuando se ha perdido todo? ¿Qué esperanzas pueden tener estos asediados serbios en el corazón de unos Balcanes donde todos sus vecinos — 131 —

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les asedian con el beneplácito de una comunidad internacional muchas veces cómplice? Después de 619 años, como en una suerte de venganza de la historia, el Campo de los Mirlos se repite y lo acaecido revela que el proceso de desintegración comenzado en 1980, tras la muerte de Tito, parece no querer terminar nunca, al menos para los serbios. El balance de estos años, al menos para los serbios, es demoledor. Han perdido la región quizá para siempre, antes bajo control (¿?) de la comunidad internacional y ahora independiente (¿?); la mayor parte de la población no albanesa se ha marchado y el resto sobrevive como puede con la vista puesta en una futura huida. Los que no se van, los ancianos que pueden verse por las calles de las escasas aldeas serbias, no lo hacen porque no tienen donde ir y porque saben que en Serbia solo les esperan los fríos y destartalados campos de refugiados. ¿Qué es lo que hay que celebrar? Nada de nada, sino la derrota y la desolación que la misma conlleva. Si se viaja hoy hasta Gračanica se podrá contemplar hasta qué nivel han llegado los desatinos de nuestra mal llamada comunidad internacional. Unos kilómetros antes de llegar a la antaño rica y próspera ciudad, con uno de los monasterios más emblemáticos para el ortodoxismo serbio, aparecen los primeros controles de la policía internacional. Los coches de los albaneses paran antes de llegar y esperan; tan solo los occidentales, una vez pasado el control de la vergüenza, pueden flanquear el control andando. Los albaneses no se atreven a pasar a la reserva étnica serbia. Tampoco pueden, pues la omertá es implacable con los traidores y con los que se atreven a desafiar las leyes de pureza étnica impuesta por los señores de la guerra. Y los serbios, como es lógico, procuran viajar lo menos posible y tan solo lo hacen cuando van protegidos por las fuerzas de la OTAN. Miles de personas de la etnia serbia se hacinan en la ciudad-cárcel creada por dicha organización, mientras que otros — 132 —

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tantos de miles ya se han ido para siempre. Cortes de luz diarios, escasez de servicios médicos, religiosos, sociales y educativos y una absoluta falta de seguridad, junto con un sinfín de penurias y penalidades, es lo único que un viajero observador puede encontrar en la reserva étnica de Gračanica. La población es vieja, está desmoralizada y la tristeza se palpa en cada rincón; a los extranjeros, en vista de que les hemos abandonado a su suerte, nos miran de reojo, como con desconfianza, pero no con desagrado; los serbios siempre han sido muy hospitalarios, incluso hasta en los peores momentos. Quien pudo comprobar in situ la dramática situación que viven los serbios de Gračanica fue el actual presidente serbio, Boris Tadic, cuando en su visita oficial a la ciudad y al emblemático monasterio del mismo nombre fue atacado, cerca de Belo Polje, por un grupo de violentos radicales albaneses, con sus banderas del ELK, arrojando sobre la comitiva presidencial un rosario de piedras, huevos y objetos contundentes. Por suerte, el incidente tan solo se saldó con algunos cristales rotos en los coches de la caravana presidencial, pero fue una buena muestra del estado de cosas en Gračanica. También se le ha negado el paso a numerosas autoridades locales, ministros y parlamentarios serbios que trataban de visitar su territorio, ¿se ha visto cosa igual en otra parte del mundo, que una fuerza de protección internacional impida la libre circulación a los ciudadanos de ese país? La cantonalización de Kosovo, que no era uno de los objetivos de esta «intervención humanitaria» de la OTAN, es ya un hecho. Mejor dicho, la libanización de Kosovo avanza. Y ahora, con la independencia, les espera a los serbios lo peor. (Ver, a este respecto, un video en youtube.com sobre una reciente matanza de tres jóvenes serbios en un bar de Pec: http://es.youtube.com/watch?v=ckuWnuerG4E). Ya a finales de los ochenta, el intelectual serbio Milovan Djilas, en un arrebato profético, supo prever la catástrofe que se avecinaba. — 133 —

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Al parecer, el periodista americano Robert Kaplan le preguntó en una ocasión: —¿Y qué me dice de Yugoslavia? —le increpó el periodista. —Como Líbano. Espere y lo verá —le respondió el veterano político que había luchado junto a Tito por el socialismo. Luego llegaron las guerras de Eslovenia, Croacia y BosniaHerzegovina. Después la crisis de Kosovo que sigue su curso imparable. La profecía no pudo ser más certera. Y la celebración de Gračanica el epílogo a este final de crisis sobre un fondo rojo para el pueblo serbio. ¿Será la reciente apuesta independentista el final de este calvario o un eslabón más a unir a la cadena de sufrimiento de un pueblo que parece abandonado por Europa y que no escucha sus lamentos?

15. Los desaparecidos Los medios occidentales no mencionan a los refugiados serbios de Kosovo y de Krajina. Esta exposición (la de París) no es suficiente. ¿Por qué nadie hace un documental sobre el tema? ¿Por qué hoy, aquí, no hay medios de comunicación? Es un escándalo para la eternidad. Peter Handke, escritor austríaco.

Si bien es cierto que desde hace algunos años varios colectivos políticos y humanitarios albaneses claman por la libertad de unos 800 presos políticos albanokosovares —las cifras reales serían algo menores—, no es menos cierto que en la actualidad hay unos 1.300 serbios desaparecidos en Kosovo. Un muro de silencio, cuando no de censura, impide hablar de estos casos, pues pone — 134 —

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en evidencia a las sacrosantas Naciones Unidas y a su brazo militar en la región, nuestra inútil Alianza Atlántica. (Otras fuentes, como la agencia de noticias IPS, elevan las cifras del total de desaparecidos en el conflicto de Kosovo hasta 5.000 albaneses y 1.300 serbios, aunque la cifra se antoja algo elevada.) Según informaba la periodista serbia Vesna Peric Zimonjic, citando fuentes de Naciones Unidas, desde junio de 1999 han desaparecido más de 1.300 serbios que «solo están vivos para sus familias», que tienen que soportar «un voto de silencio» que impide conocer la verdad, y que no pueden poner en conocimiento de las organizaciones internacionales los casos en cuestión por temor a la represión de los radicales albanokosovares, y por el desinterés de las ONG occidentales hacia las cuestiones que atañen a los serbios. «Todo el mundo sabe de la suerte de los albaneses, pero poco se dice de lo que paso con los serbios», afirmaba recientemente Ranko Djinovic, presidente de la Asociación de Familiares de Serbios Secuestrados y Desaparecidos en Kosovo. Por temor a las represalias a manos de los radicales albaneses, miles de serbios huyeron de Kosovo tras la intervención de la OTAN y otros miles lo han hecho después, tras la supuesta pacificación de la región. Nadie los nombra, pero entre los dos tercios de serbios que ya no viven en Kosovo, hay un grupo, el de los desaparecidos, que son los grandes olvidados por nuestra sacrosanta comunidad internacional y un sinfín de sinvergüenzas sin fronteras que operan en este maltratado y paupérrimo territorio. Aunque, a veces, conviene citar a los que no están, como Mladen Miric, de 50 años, visto por última vez el 29 de junio de 1999 en la capital, Prístina. Miric intentaba llegar al monasterio ortodoxo de Gračanica, para unirse a una caravana que partiría hacia Serbia. Se cree que, al igual que el resto de desaparecidos serbios, esté en una de las muchas «prisiones» no oficiales y tole— 135 —

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radas por la OTAN que posee el ELK. «El se sentía seguro, nunca usó armas», señalaba Slavica, esposa de Miric. «Era pintor y diseñador y estaba a cargo de un monasterio de 800 años», agregó su esposa recientemente. Pero la experiencia demuestra, tal como han reconocido las mismas Naciones Unidas, que los desaparecidos tan solo están vivos en la memoria de sus seres queridos, pues muy pocos han regresado o han sido liberados por sus captores. En los últimos años, y como muestra del fatal desenlace que suele acompañar a estos casos, la UNMIK —misión de Naciones Unidas para Kosovo— ha conseguido recuperar unos veinte cadáveres y entregárselos a sus familias. Un caso realmente sobrecogedor es el de la familia de Pavle Kostic, que aún busca a 14 parientes que desaparecieron sin dejar rastro en la aldea kosovar de Orahovac y que podrían estar recluidos en algunas de las «prisiones» albanesas. La desfachatez de sus captores llegó hasta el extremo de enviarles un supuesto abogado para negociar su libertad a cambio de 10.000 dólares por pariente. Mientras miles de prisioneros albaneses ya han salido de las prisiones yugoslavas, los desaparecidos serbios siguen sin aparecer y la incertidumbre entre sus familiares, cuando ha pasado ya un cierto tiempo desde las primeras desapariciones, va en aumento. Asociaciones de derechos humanos serbias e investigadores privados buscan algún rastro de los desaparecidos y tratan de determinar los lugares donde pudieran estar ocultos, aunque sin resultados prácticos sobre el terreno. Las Naciones Unidas y la OTAN, como era de prever, tampoco pueden hacer nada, más que unir a sus habituales condenas la vergonzosa pusilanimidad que exhiben ante los nuevos verdugos. Cuando muchos de los antiguos criminales de guerra de Yugoslavia están siendo juzgados por el Tribunal Penal Internacional en La Haya, sería bueno que también llevaran ante los tribunales — 136 —

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a los responsables de todo lo acaecido en Kosovo. Pero, casi con toda seguridad, este proceso nunca se llevará a cabo y actos como estas desapariciones nunca serán juzgados. Los vencedores en esta injusta guerra contra el pueblo serbio han impuesto esta paz sin justicia, este armisticio sin perdón que ha condenado a todas las etnias no albanesas de Kosovo a un suplicio interminable ante el que solo queda la huida. Se impone, como vemos, el espíritu de la Tribu. Un caso aparte en esta horrorosa historia es el denunciado tráfico de órganos humanos de prisioneros serbios a manos de radicales albanokosovares, con la colaboración de Albania. La investigación se inició tras la publicación de algunos párrafos del libro de la ex jefa de la fiscalía del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia, la suiza Carla del Ponte. La agencia de noticias independiente Beta publicó extractos del libro Cázame a mí y a los criminales de guerra, donde del Ponte revela que a lo largo de sus investigaciones tuvo información de unos 300 serbios secuestrados y asesinados por traficantes de órganos en 1999. ¿Por qué calló esta señora que, en cambio, nunca se detuvo hasta que encarceló a todos los serbios acusados de supuestos crímenes contra la humanidad? Los secuestros, al parecer, fueron obra de radicales albanokosovares. «Estamos verificando información de dos camiones que trasladaron presos serbios de Kosovo a Albania en 1999», informó a la agencia IPS el fiscal serbio para crímenes de guerra, Vladimir Vukcevic, al confirmar la apertura de una investigación. «La información no oficial sobre el traslado y la posibilidad de que algunos presos fueran asesinados para vender sus órganos a traficantes internacionales procedió de los fiscales del tribunal de La Haya», añadió al conocer esta noticia, tan terrible como demencial, pues deja a nuestras organizaciones internacionales a la altura del betún. No olvidemos que Carla del Ponte, durante nueve años y — 137 —

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hasta enero del 2008, fue jefa de la fiscalía del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia, creado por la ONU en 1993 y que enjuició y dejó morir entre rejas a Milosevic. Un capítulo más nunca esclarecido, que deja en evidencia a la comunidad internacional y a una Europa que nunca se atrevió a poner coto al estado de cosas que actualmente se vive en Kosovo. Por último, y como nota final, debemos recordar que el jefe de las Naciones Unidas para los desaparecidos en Kosovo, Pablo Baraybar, reconocía que el número de desaparecidos albaneses podría llegar a los 2.460, mientras que el de serbios llegaba a los 670 —algunos encontrados recientemente en fosas comunes, según mis últimas noticias— y otros 203 atribuibles a otras minorías. En cualquier caso, dado el descontrol, el desconcierto, la corrupción y el nepotismo que caracterizan a esta misión de la ONU, los datos debemos leerlos con cautela. Eso sí, al menos reconocen que el 20% de los desaparecidos son serbios, cuando del actual censo de Kosovo tan solo el 5% pertenece a esta etnia. Y otro asunto: ¿no habían dicho nuestros medios que pudo haber miles de desaparecidos en el conflicto de Kosovo? ¿Quién orquestó tanta mentira para justificar tanto dolor? La primera víctima de la guerra, claro está, sigue siendo la verdad.

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16. Mitrovica, ciudad dividida por un muro de odio El Tratado de Helsinki estableció que las fronteras europeas no podrían ser alteradas sin el acuerdo de todas las partes envueltas, ratificando así la doctrina de la ONU que garantiza la integridad de los Estados miembros de la organización. Sin embargo, las fronteras de Serbia han vuelto a ser alteradas por haberlo decidido EE.UU., Alemania, Francia, el Reino Unido y algunos otros. Ello hace prácticamente irreversible la independencia de Kosovo, sea legal o no. José María Carrascal, periodista.

Uno de los primeros efectos de la intervención de la OTAN, como ya dije anteriormente, es bien visible en todas las ciudades de Kosovo: apenas quedan serbios y los que quedan viven en una suerte de apartheid impuesto por nuestra mal denominada comunidad internacional. Lo que había sido concebido como una gran operación humanitaria para crear una sociedad multiétnica y democrática no ha sido más que un gran fiasco: la ininterrumpida presencia serbia a lo largo de los siglos ha desaparecido para siempre gracias a la Alianza Atlántica, demasiado complaciente con las agresiones perpetradas por los radicales albaneses llegados tras la intervención militar. La ciudad de Mitrovica, dividida hoy por un puente custodiado por la OTAN, y el río Ibar, que separa a la población albanesa de la exhausta y escasa población serbia, es un buen ejemplo de hasta donde se ha llegado en esta locura tolerada por nuestras cancillerías. Mitrovica es uno de los viles «paisajes» que ilustran la miserable limpieza étnica puesta en marcha en la región a partir de 1999; la demostración más evidente de todo lo relatado anteriormente. La ciudad, que al igual que Mostar tiene un río que separa a las dos comunidades, fue limpiada al final de la guerra, cuando miles de — 139 —

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serbios tuvieron que huir con lo puesto abandonando sus casas y negocios para salvar sus vidas. Los albaneses ocupan hoy las tres cuartas partes de la antigua ciudad y gozan de una situación de privilegio por parte de nuestra comunidad internacional. En la parte albanesa, para variar, se encuentran casi todas las organizaciones internacionales, el entramado de ONG alemanas, suecas, británicas, danesas y noruegas que han mostrado su simpatía hacia los albaneses, durante y después del conflicto, y, como no, las instituciones políticas, como el ayuntamiento de la ciudad. Luego está la otra parte, el gueto de Mitrovica, donde se hacinan miles de serbios en los restos de lo que antaño fue su ciudad. El estado de abandono, para mayor vergüenza de nuestro espectacular despliegue de medios, no puede ser mayor. La miseria, la suciedad, el desorden, las obras inacabadas y las pintadas del ELK, para mayor afrenta, contrasta con el nivel de gasto y el aspecto que presenta la parte albanesa, más mimada por nuestras organizaciones internacionales y nuestras queridas y «neutrales» organizaciones no gubernamentales, más preocupadas por las necesidades de los vencedores que por las de unos pobres y depauperados serbios. ¿A quién puede importar la suerte de las miles de desesperadas, hambrientas y envejecidas víctimas de esta catástrofe? En definitiva, tan solo han tenido la desgracia de ser serbios, de estar en la parte equivocada cuando nuestras fuerzas militares intervinieron en la región. En Mitrovica, para poner un ejemplo de hasta dónde llega esta barbarie programada, no tienen descanso ni los muertos de las otras etnias. Su cementerio, situado en la parte controlada por los albaneses, está vigilado las veinticuatro horas del día para evitar las profanaciones que se han producido en otros cementerios serbios de Kosovo. Unos centenares de serbios, fuertemente protegidos y custodiados por las fuerzas internacionales, visitaron en — 140 —

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el día de todos los santos el cementerio y pudieron comprobar el deplorable estado del mismo, el abandono y la suciedad reinante. Las fotos de sus seres queridos habían sido destrozadas y algunas tumbas destruidas con sadismo, en las que había inscripciones del ELK y pintadas insultantes —«¡Muerte a los serbios!»— en los alrededores. Son historias contadas por los serbios de Mitrovica en primera persona, testimonios de una realidad que nuestra comunidad internacional allí presente trata de ocultar y silenciar, dejando impunes actos que avergonzarían a cualquier demócrata. En las últimas elecciones de Kosovo los serbios de Mitrovica no votaron, se negaron a aceptar la farsa impuesta por la comunidad internacional y se quedaron en sus casas. Sus vecinos, los albaneses del otro lado del río, votaron masivamente, porque ellos, bien protegidos y apoyados por nuestras organizaciones internacionales, sí tienen mucho que ganar con las nuevas instituciones, las que piensan utilizar para plantear sus definitivas demandas independentistas y comenzar su camino de no retorno, de «desconexión» de la comunidad internacional. Los serbios ya llevan cinco años «desconectados», cinco años de penurias, decepciones y cruda violencia bruta. ¿Para qué iban a votar? ¿Para que así nuestros cínicos representantes cómodamente sentados en Bruselas y otras cancillerías se sientan respaldados y puedan gritar al mundo que su injusta paz también es aceptada por los serbios? Pues no, no es así y un grupo de ciudadanos dignos y orgullosos les ha dicho que no, aunque sea por una sola vez. Basta de mentiras. Condenados al exterminio, la represión y el silencio, en aras de esta paz sin justicia, los serbios de Mitrovica constituyen la última reserva étnica de Kosovo. El resto de los que vivían en la región corrieron peor suerte: se calcula que más de la mitad de los 300.000 serbios que había en Kosovo malviven hoy en los campos de acogida creados por las autoridades de Belgrado. Al menos están vivos, aunque en pésimas condiciones, tal y como reconocen — 141 —

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todas nuestras organizaciones internacionales. Esto no pueden decirlo los 30 serbios asesinados a manos de radicales albaneses en los sangrientos incidentes acaecidos en marzo de 2004, en la ciudad de Mitrovica y después extendidos a otras ciudades de Kosovo. Los incidentes, perfectamente orquestados y sincronizados por grupos afines al antiguo ELK, provocaron una escalada de la tensión con dos objetivos muy claros: forzar a un nuevo éxodo a los escasos serbios que les han desafiado, para que se marchen antes de una nueva cita electoral, y desanimar a la comunidad internacional para que abandone de una vez por todas su estrafalaria idea de una sociedad multiétnica en el corazón de los Balcanes. El método es viejo, pues los nazis y sus sicarios lo utilizaron para amedrentar a los judíos de toda Europa, para echarlos de sus casas y negocios, lo que se parece a lo acaecido en Kosovo desde 1999: la total limpieza étnica del territorio y la creación de un Estado albanokosovar étnicamente puro, sin minorías. Mitrovica todavía resiste. En el puente siguen los soldados franceses defendiendo a los escasos serbios que se resisten, pero, ¿por cuánto tiempo aguantarán esta angustia, esta presión en su contra? Nadie tiene la respuesta. «El proceso es largo», gritan al unísono nuestros cínicos representantes de las Naciones Unidas, la UE y la OSCE. A ellos, en resumen, les pagan muy generosamente para legitimar una limpieza étnica que nunca debía de haber ocurrido. Muy distinto es el aspecto que presenta el Centro Internacional de Prensa de Mitrovica, el lugar desde donde supuestamente se informa sobre lo que está ocurriendo en el Kosovo serbio, el centro de información del «enemigo» para la OTAN. Abandonado, sucio, sin ningún tipo de ayuda oficial y demonizado por nuestros medios, aquí, en esta suerte de memoria viviente del genocidio serbio, un grupo de periodistas serbios, testigos del horror y la crueldad, tratan de contar al mundo lo que sucede día tras día en — 142 —

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esta suerte de Auschwitz teatralizado por nuestros queridos dirigentes políticos y diplomáticos en el corazón de los Balcanes. Es el fruto de la paz, que dicen al unísono Solana, Prodi y compañía, que reina en Kosovo tras la intervención de la OTAN. Qué éxito. Enhorabuena. Recientemente, unos días antes de las elecciones de noviembre de 2004, varios miles de serbios respondieron, en Mitrovica, al llamamiento efectuado por el Presidente de la Unión de Municipalidades Serbias, Marko Jaksic, en contra de la participación de los miembros de su etnia en las instituciones de Kosovo. Según él, no tiene ningún sentido participar en unas instituciones que no pueden garantizar la seguridad, la libertad de movimientos y el derecho a la vida de todos los no albaneses de la región. Se trataba de un acto inútil, pero de un legítimo llamamiento a la comunidad internacional para que pusiera fin al actual estado de cosas reinante en Kosovo. Además, en las actuales circunstancias, ¿qué más pueden hacer que expresar su malestar y su protesta por este manifiesto y masivo «experimento» de limpieza étnica consentido por la comunidad internacional? ¿Darles la razón y votar? Parece un ejercicio excesivo ante tanta violencia y tantos crímenes impunes. Hoy Mitrovica es una ciudad triste, improductiva, con casi todas sus antiguas fábricas y empresas cerradas, con sus campos olvidados y sin cultivar, abatida, sucia y destartalada; estas son las señas de identidad de este nuevo orden internacional que ha sido impuesto en Kosovo por los apóstoles de la falsa libertad y la democracia orgánica al servicio del Imperio. Triste destino el de este puñado de ciudadanos yugoslavos condenados al exterminio en aras de esta paz sin justicia, de este armisticio impuesto por los vencedores a un pueblo cansado de esperar en la cola de la historia. Algún día se conocerá todo el sufrimiento infligido a los serbios y otras minorías en Kosovo. — 143 —

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Si la ciudad de Mitrovica es una ciudad mancillada, dividida, humillada y hundida física y psíquicamente, ¿qué se puede decir de los alrededores? La mayor parte de los campos de Kosovo han sido abandonados, o están en manos albanesas, y los escasos serbios que regresan se encuentran unas difíciles condiciones materiales y de seguridad para rehacer sus vidas y contribuir a la estabilización económica de Kosovo. Lo ha dicho el propio Defensor del Pueblo de Kosovo, Marek Antoni Nowicki, quien después de visitar muchos reasentamientos y lugares donde hoy viven los escasos serbios que han regresado ha constatado que sus condiciones son infrahumanas y que necesitan «asistencia urgente para llevar una vida normal de acuerdo a unas necesidades básicas», algo que él, evidentemente, no puede garantizar. Ni tampoco, quizá, pueda ni quiera. Son los imperativos del nuevo orden. De regreso a Prístina desde Mitrovica uno puede contemplar el estado de abandono de estos campos mientras el paisaje se completa con las nuevas construcciones de mezquitas, con sus altos y coloristas minaretes, financiadas por los países más integristas del mundo árabe, y la profusión de banderas albanesas y pósteres del ELK en todos los rincones. Así se construye la nueva Europa, a golpe de talonario de los integristas de Arabia Saudí y con las armas llegadas de todos los rincones del mundo con el consentimiento de esta Europa pusilánime y cobarde ante la amenaza que representa la intolerancia. Algún día no muy lejano pagaremos las consecuencias de esta política fatal y errónea hacia nuestros hermanos serbios de Kosovo.

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SEXTA PARTE. LOS NUEVOS PARIAS DE EUROPA 17. El triste destino de los serbios El último libro de Iseult Henry, seudónimo de un miembro actual de la misión internacional en Kosovo y Metohija, Ocultar el genocidio en Kosovo – Un Crimen contra Dios y la humanidad, aborda el análisis de estos hechos de manera concreta y detallada. No es una cronología típica de los acontecimientos contemporáneos, ni una obra clásica de diplomacia, ni un simple relato periodístico. No. Es simplemente un libro de historias reales sobre lo que ha ocurrido en Kosovo desde el final de la guerra de 1999: robos, mutilaciones, profanaciones de lugares sagrados en iglesias y monasterios (más de 150). Abusos que fueron posibles por la tolerancia que les dio la OTAN. La fría distancia tomada por los soldados de la KFOR, la señal dada de manera intencional a las fechorías de la UÇK fue la señal dada al programa silencioso y metódico de eliminación de los indeseables. Este programa culminó con el pogromo de marzo de 2004, cuando Kosovo fue sometido a sangre y fuego mientras la OTAN se complacía contemplando la tragedia. S. B. Mons. Artemije Radosavljevic, Arzobispo de Raska y Prizren de la Iglesia ortodoxa serbia.

Se calcula que antes de la guerra había en Kosovo entre 200.000 y 300.000 serbios repartidos por las grandes ciudades de la región, — 145 —

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pero también en pequeñas aldeas y núcleos agrícolas. Hoy, según los datos de la UNMIK, quedarán unos 128.000, cifra que incluso podría haber decrecido según otras organizaciones internacionales. En Serbia, por ejemplo, se calcula que hay más de 100.000 serbios viviendo en campos de refugiados y centros «provisionales» de alojamiento. El resto, una cifra que podría rondar los 100.000, estarían repartidos entre Macedonia, Montenegro, Grecia y otros países europeos. Y de los que se han quedado, la mayor parte viven como desplazados en zonas protegidas por las fuerzas de la OTAN; por ejemplo, tan solo en los sucesos de marzo de 2004 fueron desplazados unos 3.600 serbios que perdieron sus casas y propiedades. La mayor parte de los que se han quedado constituyen una población anciana, con escasos recursos económicos y pocas esperanzas de futuro; prefieren seguir viviendo en sus antiguas casas y tierras que emprender el viaje hacia los campos de refugiados en Serbia. Además, las autoridades de Belgrado han hecho un llamamiento a esta comunidad serbia para que continúe en Kosovo e incluso participe en las elecciones e instituciones. Una de las quejas más constantes de la población serbia es su falta de seguridad, pues según sus representantes, la KFOR no ha garantizado un derecho fundamental: el derecho a la vida. Unos dos mil serbios habrían sido asesinados o están desaparecidos desde que se produjo la intervención de la OTAN, y es más que seguro que a esta larga lista haya que ir añadiendo nuevas bajas dada la situación de gravísima indefensión que se padece en toda la región. En septiembre de 2003, el Gobierno serbio publicó un libroinforme titulado Albanian Terrorism and Organised Crime in Kosovo-Metohija, donde se enumeraban los atentados y ataques realizados por los distintos grupos radicales albaneses contra las minorías étnicas de Kosovo y sus propiedades. Sus fuentes eran, — 146 —

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aseguraba este informe, las Naciones Unidas y las ONG que operan en la zona. Según el prolijo informe, entre junio de 1999 y agosto de 2003 se habrían producido unas 6.571 acciones terroristas, de las cuales 5.962 habrían sido contra ciudadanos serbios y el resto contra miembros de otras minorías, incluyendo aquí a los albaneses. El número de muertos causado por estas acciones es de 1.206 y el de heridos se eleva hasta los 1.319 civiles y 15 policías. También ha habido 856 secuestros, una cifra altísima para un territorio tan pequeño, de los cuales la mayoría no se han esclarecido y un número indeterminado han pasado a engrosar las listas de los miles de desaparecidos que hay en la región. Hay que destacar que este informe fue publicado antes de los sucesos de 2004 y que el mismo 2003 terminó con un alarmante aumento de las acciones terroristas. Un cálculo más o menos realista, y a tenor de lo que ha ocurrido desde entonces, elevaría el número de víctimas hasta las 2.000, sin contar los desaparecidos de la lista elaborada por Naciones Unidas; los heridos superarían esa cifra. Fuentes serbias consultadas por el autor, como el periódico en español Semanario Serbio, hablan de 3.000 víctimas, aunque parece quizá demasiado elevada y tampoco está rigurosamente contrastada. En una de las muchas elecciones-farsa celebradas en Kosovo en octubre de 2004, los serbios llamaron al boicot y apenas un porcentaje que no llegó al 1% participó en los comicios —unos 900 sobre unos 120.000 censados—, pese a que las autoridades de Belgrado les habían pedido encarecidamente que participasen en los comicios y en las instituciones. Pero no, ni por esas, los serbios hicieron gala de su dignidad personal y colectiva y se negaron a participar en unos comicios donde ni la seguridad de los votantes estaba garantizada. A pesar de esto, 10 de los 120 escaños están garantizados para la minoría serbia, aunque no ejerzan su derecho a voto. — 147 —

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La Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), por lo general organizadora y legitimadora de todo tipo de farsas electorales, consideró válidos estos comicios que, dicho sea de paso, dieron el respaldo a las fuerzas radicales del nacionalismo albanés. Además resultó muy difícil, para los albaneses, elegir una fuerza no independentista entre los partidos y formaciones que se presentaban. Al final se impuso Rugova con el 47% de los sufragios emitidos lo que le dio la posibilidad de formar una coalición de partidos para el Gobierno de Kosovo. No obstante, pese a que la OSCE se quiso apuntar un tanto, tan solo el 53% de los censados acudió a votar, lo que constituye un sonoro fracaso del sistema político que se pretende imponer en esta región tras cinco años de ocupación. En los últimos tiempos, la UNMIK ha organizado diversos viajes de refugiados serbios de Kosovo que viven en Serbia y Montenegro a sus antiguas casas y propiedades. Cuando llegan los refugiados, muchas veces después de horas de viaje a través de las pésimas carreteras serbias, lo que se encuentran no puede ser más desolador: sus casas han sido reducidas a escombros y sus propiedades, tanto tierras como pequeños comercios y talleres, han pasado a manos albanokosovares. He sido testigo en dos ocasiones de este tipo de visitas organizadas por las Naciones Unidas y he podido contrastar la impotencia de estos refugiados y de los soldados que los custodian cuando se encuentran la mayoría de las viviendas reducidas a escombros. En una ocasión no fue así y los refugiados serbios pudieron contemplar indignados cómo sus viviendas y propiedades —en este caso un pequeño bar— estaban en manos de albaneses. Las Naciones Unidas, nuestras tropas estacionadas allí y todo un ejército de funcionarios internacionales bien pagados, se mostraron incapaces de hacer nada; la justicia en Kosovo no funciona y la mayor parte de los nuevos jueces, fiscales y abogados son de origen albanokosovar. — 148 —

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Últimamente, y conocedores de que su final en la región está cerca, los serbios han empezado a vender sus tierras, negocios y casas a los albaneses. Los serbios, que están en una situación de debilidad manifiesta y necesitan el dinero para marcharse de Kosovo, venden sus casas a precios de saldo y muchos de ellos son los afectados del pogromo de marzo, cuando fueron destruidas unas 800 casas y viviendas y al menos 50 iglesias, conventos y monasterios ortodoxos. Este pingüe negocio, en el que ¡cómo no! están implicados algunos funcionarios internaciones, según han relatado fuentes periodísticas albanokosovares, trata de liquidar lo poco que quedaba de suelo en manos serbias y evitar para siempre la presencia de este pueblo. Las casas, propiedades y apartamentos de los policías, militares, profesores o de simples ciudadanos serbios son vendidas a precios de saldo a los albanokosovares, ¿qué pueden hacer los serbios sino irse? «La idea, desde luego, es completar el trabajo de limpieza étnica en áreas urbanas comenzado en marzo de este año», decía el Ministro de Agricultura de Kosovo, Goran Bogdanovic. El terror de aquellos días de marzo y la posterior huida de muchos serbios es un episodio solo comparable a la famosa Kristallnacht, o noche de los cristales rotos, ejecutada por los nazis contra los judíos con el fin de intimidarles y obligarles a marchar. En una noche quemaron sus negocios, les atacaron en sus casas y quemaron sus sinagogas. Así ocurrió en apenas unas horas en Kosovo. El hoy es tan similar al ayer que parece que no hemos aprendido nada. Capítulo aparte en este catálogo de afrentas a los serbios, habría que reseñar el reciente episodio del tráfico de órganos de los prisioneros serbios a manos de los terroristas albanokosovares. Ante este hecho, denunciado por la ex fiscal del Tribunal Penal Internacional para Yugoslavia, Carla del Ponte, el procurador nacional serbio para la lucha contra los crímenes de guerra, Vladimir — 149 —

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Vukcevic, anunció que se iniciaría una investigación sobre 300 desaparecidos serbios, hechos prisioneros por albaneses en 1999, que podrían haber sido víctimas del tráfico de órganos. «Del Ponte publicó en Italia un libro titulado La caza, que ha desatado polémicas por las indiscreciones que contiene, además de revelaciones sobre los crímenes cometidos durante la guerra de Kosovo, en los años noventa. Uno de los capítulos más oscuros, trata la desaparición de 300 serbios, tomados prisioneros por albaneses tras los bombardeos de la OTAN en 1999 quienes, según denuncias nunca indagadas a fondo, habrían sido llevados a un campo de prisioneros en Albania, donde les extrajeron sus órganos, para ser vendidos», informaba textualmente la agencia ANSA. En su libro, del Ponte hace referencia a la llamada «Casa Amarilla» de Burel, en Albania, lugar al que habrían sido llevados decenas de prisioneros serbios para extraerles sus órganos. Miembros del TPI habían llegado a esa casa de estilo colonial en 2003, sobre la base de una serie de testimonios, donde hallaron restos de sangre y material médico. De ser ciertas estas informaciones, provenientes de alguien tan «neutral» e «independiente» como del Ponte, nos encontraríamos ante uno de los episodios más siniestros del la tragedia que se vive en Kosovo, tan solo comparable con los experimentos realizados por los doctores nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Cada día que pasa, un eslabón más de injusticia y crueldad se une al sufrimiento del pueblo serbio de Kosovo. Sin poder recurrir a la justicia, que está mayoritariamente en manos de jueces albaneses, con sus casas y propiedades destruidas o en manos de los albanokosovares y en una situación de absoluta inseguridad e indefensión jurídica, la mayoría de los serbios de la región saben que su única salida es el exilio. Luego llega la otra parte del drama, la subsistencia en los campos de refugiados. Allí malviven con la escasa ayuda que les prestan las paupérrimas autoridades de Belgrado. Nadie, en este nuevo Kosovo construido — 150 —

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por la OTAN, está dispuesto a mover un solo dedo por ellos. Son las víctimas colaterales de esta tragedia, las fuentes primigenias de una historia todavía no escrita, de un genocidio todavía inédito y ante el cual callan casi todos nuestros intelectuales y analistas. ¿Se juzgará algún día lo que está ocurriendo en Kosovo? ¿Serán encarcelados en un futuro próximo los responsables de esta política de tierra quemada en esta antigua región serbia? ¿Veremos algún día entre rejas a los responsables políticos y militares albanokosovares implicados en esta política de destrucción, odio y miedo generalizado? Las respuestas a todos estos interrogantes, tras nueve años de trágicos y perversos «errores», no parece que vayan a ser de carácter afirmativo. En este nuevo orden internacional construido a sangre y fuego por nuestra Alianza Atlántica no hay espacio para hacer un poco de justicia a estos miles de serbios que han perdido casi todo, algunos incluso la vida. Ahora, el corolario de todas estas injustificadas acciones es la independencia de Kosovo, un hecho sin precedentes en la historia de Europa y que seguramente tendrá fatales consecuencias. Y a nosotros, testigos mudos de la barbarie, tan solo nos queda sentir vergüenza ante las víctimas.

18. Refugiados y desplazados: los datos oficiales El proceso de independencia de Kosovo supone una lección sobre el modo de resolver de manera pacífica y democrática conflictos de identidad y pertenencia. Miren Azkarate, portavoz del Gobierno vasco.

Tras la salida de las fuerzas de seguridad de Serbia, un elevado número de serbios, croatas, gitanos y, en general, no albaneses, — 151 —

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abandonaron el territorio de Kosovo. Fuentes serbias estiman que unos 300.000 no albaneses han abandonado Kosovo desde la llegada de las fuerzas de la OTAN al territorio, algo que parece harto improbable, pues supondría la casi totalidad de la población minoritaria del censo de 1991. Además, según estas fuentes, aún habría unos 100.000 serbios en Kosovo. Una cifra más realista se acercaría a unos 290.000 no albaneses desplazados y refugiados por la presión y el terror a que se ven sometidos por los nacionalistas radicales albaneses. Aproximadamente el 80% de esta población refugiada o desplazada es serbia; el Gobierno de Belgrado los considera «desplazados» y no «refugiados», ya que sostiene que el territorio de Kosovo sigue estando bajo su soberanía y que la situación actual es provisional. Los desplazados se reparten en 408 centros distribuidos por toda Serbia y también en algunas zonas de Kosovo consideradas seguras, como la ciudad de Gračanica, Prizren y la zona serbia de Mitrovica. Fuentes oficiales de la minoría serbia aseguran que de los 427 asentamientos serbios que había antes de la intervención de la OTAN, allá por 1999, hoy quedan algo menos de 116; también se asegura, con los datos oficiales que tienen sobre la mesa las autoridades de Belgrado, que desde junio de ese año hasta la fecha hay más de 226.147 desplazados internos en el territorio de Serbia y Montenegro, aunque más del 90% está en territorio serbio. La minoría judía, que sobrevivió al holocausto y a la crisis política de los 80, hoy tan solo es un recuerdo del pasado. Una de las poblaciones que más ha sufrido la limpieza étnica desde el año 1999 ha sido la etnia gitana, ya que, como explicaba el periodista Dzavit Berisa, los roma fueron identificados por los nacionalistas radicales albaneses como aliados de los serbios durante el conflicto. Desde la retirada de las fuerzas serbias, tal como han denunciado numerosas organizaciones — 152 —

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gitanas, centenares de romas han sufrido el ataque violento de grupos radicales. Según varias fuentes, en Kosovo quedarían entre 20.000 y 40.000 roma, habiendo sido una de las comunidades minoritarias que más habría sufrido desde la intervención de la OTAN. No obstante, como ya dije antes, el problema radica en que una buena parte de los gitanos censados en la región aparecen como albaneses. También es muy difícil establecer la cifra oficial de gitanos de Kosovo que permanecen actualmente como refugiados, debido a que muchos de ellos no se han desplazado hacia Serbia o Montenegro, sino que viven en campos de refugiados en Macedonia y otras partes de la región. Oficialmente hay en Macedonia unos 2.500 refugiados roma, según la ONG Human Rights Watch, aunque la cifra podría ser sensiblemente superior ya que este número no incluye a los que están fuera de los campos de acogida. «Hoy, casi seis años después de los “bombardeos humanitarios” y de la creación de un protectorado de las Naciones Unidas, Kosovo es uno de los lugares más peligrosos del mundo para los gitanos. Pocos roma —las estimaciones hablan de entre 22.000 y 25.000— se han quedado, en comparación con los 150.000 que vivían allí antes de la intervención de la OTAN en Kosovo», aseguraba el periodista especializado en asuntos gitanos, Carol Bloom. Las Naciones Unidas han ofrecido algunos datos sobre los desplazados en Kosovo, tanto atendiendo a su composición regional como a su pertenencia étnica. Por regiones, los desplazados que hay en la zona pertenecen a las siguientes provincias:

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FIGURA 1. DESPLAZADOS INTERNOS DE KOSOVO DEPENDIENDO DE SU REGIÓN DE ORIGEN

REGIÓN

SERBIA

Kosovo-Prístina Pec Kosovo-Gnjilane Kosovska Mitrovica Prizren TOTAL

MONTENEGRO

TOTAL

87.420 44.986 32.042 18.423 29.910

8.135 18.180 245 1.835 1.105

95.555 63.266 32.287 20.258 31.015

212.781

29.500

242.381

Y por etnias, la composición es la que se detalla a continuación:

FIGURA 2. DESPLAZADOS INTERNOS DE KOSOVO ATENDIENDO A SU ORIGEN ÉTNICO

GRUPO ÉTNICO

SERBIA

MONTENEGRO

TOTAL

Serbios Roma Musulmanes Otros grupos

207.500 30.000 13.500 6.500

18.500 7.000 1.500 2.500

226.000 37.000 15.000 9.000

TOTAL

257.500

29.500

28.700

En lo que respecta a los retornados, es decir, los desplazados internos o refugiados que han regresado, hay que destacar que — 154 —

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Naciones Unidas señala los pocos casos que se han producido entre 1999 y 2006: apenas 11.000. Los serbios que quieren regresar se encuentran con dos problemas: sus propiedades y viviendas han sido destruidas y el clima de seguridad aún no está garantizado por las fuerzas internacionales presentes en la región.

19. Tropas españolas para proteger monjas Nebojsa Vukomanovic, serbokosovar, continúa en coma tras recibir un disparo en la cabeza efectuado por fuerzas de la UNMIK, el pasado lunes en Mitrovica. El herido fue trasladado al hospital de Kragujevac, donde se le realizó una cirugía craneal. Djordje Ugrinovic, médico cirujano que atendió al joven Vukomanovic, aseguró que ya vino sin consciencia al hospital y que su vida corre un grave riesgo. Noticia aparecida en Novopress España el 19 de marzo de 2008.

Nada más producirse la retirada de las fuerzas serbias del territorio de Kosovo, un contingente español fue enviado a la zona de Istog, que quedaba dentro del sector militar italiano. Mas de 1.100 soldados fueron enviados por nuestro ejecutivo para garantizar la seguridad de una de las zonas más multiétnicas de la región. El área de responsabilidad española, como ya hemos dicho, es la comarca de Istog —y no Istok, en albanés, como se empeña en repetir la Revista Española de Defensa—, un valle de 600 kilómetros cuadrados que se extiende a los pies de Mokra Gora, al noroeste de Kosovo, una frontera natural de casi dos mil metros de altura con la también región serbia de Sandjak y con la República de Montenegro. Esta región fue considerada por los serbios como el granero del país balcánico y en ella se encuentran importantes y representativos monumentos del arte ortodoxo. Los españoles, que han sido bien — 155 —

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recibidos por las dos partes y que se han integrado, dicho sea de paso, mejor que otros contingentes militares llegados tras la intervención de la OTAN, tienen entre una de sus más importantes misiones proteger el patrimonio dejado por los serbios en su huida. Sin embargo, no todos huyeron: muy cerca de Istog los españoles tienen como principal misión proteger a un grupo de ocho monjas que se esconden en el valioso y antiguo monasterio de Gorioc, del siglo XIII, muy cerca de su propia base. Estas monjas, que llevan años sin salir del recinto religioso y que necesitan escolta para realizar sus compras, tienen como único vínculo con el exterior a estos soldados y oficiales españoles. Escondidas, sin apenas poder salir, este grupo de monjas fue atacado por los grupos radicales albanokosovares nada más acabar la guerra. Una potente granada fue arrojada al interior del recinto, aunque acabó en un macabro susto sin mayores consecuencias. Sin la presencia de estos soldados, sus días estarían contados. La buena actuación de las fuerzas españolas y su papel de mediadores en el conflicto —pues no tienen intereses que les aten con ninguna de las partes— evitó que en los sucesos de marzo de 1999, en que resultaron muertos 19 serbios y otros ocho centenares heridos, no se produjeran incidentes en la zona bajo su control. El contingente español, bien mimetizado con la población local, ha conseguido en muy poco tiempo ganarse el respeto y aprecio de las comunidades que viven en su área de responsabilidad. Tanto albaneses como serbios presentan sus quejas y demandas a los mandos españoles, que después los trasladan a otras instituciones que operan en Kosovo y, si pueden, responden con soluciones a sus rogativas. Pese a todo, los mandos españoles se muestran muy pesimistas con respecto al futuro de la región y ven bastante lejano aquel objetivo político de conseguir un Kosovo multiétnico, democrático y abierto, premisas sobre las que se estableció la intervención militar de la OTAN. — 156 —

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Al igual que este convento, decenas de pequeñas iglesias y monasterios están custodiados por fuerzas militares en Kosovo. Los centros religiosos ortodoxos han sido considerados, desde el principio de esta guerra, objetivos estratégicos del ELK. Hay que atacarlos, destruirlos, y a ser posible, borrarlos para siempre de la faz de la Tierra. En los últimos tiempos, la guerrilla albanesa, nunca disuelta, sino refundida en la Policía de Kosovo (KPS), ha intentado reducir la vida religiosa de la región, debido, sobre todo, a que ya es el único vínculo que mantiene unida y cohesionada a la comunidad serbia. Los serbios de Kosovo, sin dirigentes políticos significativos, sin representantes ni instituciones representativas y con una vida de auténticas catacumbas, han encontrado en la Iglesia ortodoxa serbia la única referencia moral que se levanta entre tanta mentira para denunciar el trato injusto que reciben. Uno de estos referentes es el obispo de Raska y Prizren, Artemije, quien se ha atrevido a señalar con el dedo a los responsables de los desmanes y tropelías que día tras día se perpetran en Kosovo. Recientemente, y en un hecho inusual para un miembro de la jerarquía religiosa, Artemije llamó al boicot a los serbios y a todos los albaneses de la región con motivo de las elecciones al parlamento de Kosovo, pues dicha institución está llevando a la ruina a su pueblo y a todos los no albaneses. El ELK y sus líderes, con su estrategia de echar a todos los no albaneses, saben que su único adversario serio es la Iglesia ortodoxa y su obispo Artemije. Por tanto, hay que eliminarlos físicamente. Muchos de estos religiosos, ante tan fuerte presión militar y sobre todo, ante la gran desprotección que tienen, ya han abandonado Kosovo y, seguramente, nunca más volverán. Estas monjas protegidas por los españoles, pese a todo, han decidido quedarse, resistir y ser testigos del drama de los serbios de Kosovo. Incluso están dispuestas a morir por la causa serbia. — 157 —

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No quieren pasar el resto de sus días en los campos de refugiados de Belgrado. Una de ellas, Mirijana —nombre figurado, pues no quiere que diga su nombre— me cuenta que aunque los soldados españoles se fueran, ellas seguirían allí. «Esta es nuestra tierra, aquí hemos nacido y aquí nos van a enterrar. Kosovo siempre ha sido tierra serbia, un lugar de sacrificio y sufrimiento», me dice. Mientras este drama acontece en nuestro continente, en las ensangrentadas tierras de Kosovo, nuestros políticos y diplomáticos tratan de entregar esta tierra a los albanokosovares y sacrificar a las poblaciones no albanesas de la región. Ya se han ido más de 200.000 serbios y miembros de otras minorías. Ahora, los que se quedan, que podrían ser tantos como los que se han ido, podrían ser moneda de pago para un juego sucio que se desarrolla entre las bambalinas diplomáticas de Bruselas y Belgrado. La OTAN, con el apoyo de los EE.UU. y la UE, trataría de entregar este territorio a los albanokosovares a cambio de que Serbia pueda integrarse en un futuro en la Europa política. «Entreguen el Kosovo y se integrarán rápidamente a la UE», parece el mensaje que les envían Solana y compañía. Por desgracia para los serbios, no hay casi nadie en la escena europea que esté dispuesto a examinar con objetividad y criterio el problema de Kosovo, la reislamización de esta región y los problemas y conflictos a los que vamos a asistir, con casi toda seguridad, en los próximos años. Estas monjas, escondidas y protegidas en este convento, son la última conciencia de una Europa que se resiste a morir, a rendirse ante el discurso de la violencia y la supremacía étnica.

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20. Noticia de la destrucción del patrimonio histórico de Kosovo Kosovo: lo que pudo haber sido un fino ejercicio de diplomacia en el camino de la integración europea, se transformó con rapidez en un burdo tira y afloja entre poderes hegemónicos. Todo un panorama que recuerda demasiado al gran juego de las potencias a comienzos del siglo XX, incluyendo la creación de un Estado artificial con el fin de servir a los intereses norteamericanos: Panamá, 1903, en territorio del hasta entonces Estado colombiano. Objetivo: controlar el Canal. Ese fue el perfecto precedente de ese «caso único e irrepetible» que, dicen, es la autodeterminación inducida de Kosovo. Francisco Veiga, profesor de la UAB.

Aparte de la expulsión o eliminación física de los serbios, numerosos monasterios, conventos e iglesias ortodoxas han sido dañadas. Mientras la vida musulmana resurge de sus cenizas tras décadas de comunismo, debido sobre todo a las generosas ayudas que los países más reaccionarios del mundo árabe envían a Kosovo, los centros del ortodoxismo, de indudable valor histórico y artístico, agonizan poco a poco. De la misma forma que se construyen decenas de coloristas y extravagantes mezquitas financiadas por países tan «democráticos» como Arabia Saudí, la República Islámica de Irán, los Emiratos Arabes Unidos, Kuwait y Omán, algunas de dudoso gusto artístico, las iglesias y monasterios ortodoxos son destruidos o dañados para siempre, sin que nadie sea capaz de poner coto a todo este interminable rosario de ataques y agresiones. «Ellos siempre están hablando de competencias para los albaneses y otros asuntos», aseguraba el obispo Artemije en referencia a los procónsules occidentales que dirigen el caos kosovar, «mien— 159 —

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tras 140 iglesias y monasterios ortodoxos están en ruinas. La destrucción de este patrimonio de la cristiandad en tiempos de paz no tiene precedentes en la moderna historia de Europa». Entre las primeras víctimas serbias tras la agresión de la OTAN se encontraban monjes de los monasterios serbios, lo que inquietaba especialmente a la población. El monasterio Devič fue el primero que destrozaron y profanaron los radicales albanokosovares. «Una banda de albaneses estuvo tres días en el monasterio robando las reliquias y maltratando a las monjas hasta que finalmente aparecieron los soldados franceses. En esos primeros meses de “paz” los albaneses destruyeron más de un centenar de monasterios e iglesias serbias dinamitándolos o incendiándolos. Monasterios de San Cosme y San Damián en Zočište o el monasterio de la Santísima Trinidad en Mušutište fueron quemados en verano de 1999. En el mismo pueblo de Mušutište fue completamente destruida y posteriormente incendiada la iglesia de la Santísima Virgen del siglo XIV (año 1315.) Simultáneamente se extiende el terror contra los civiles», señalaba una fuente del Gobierno serbio. Unos días después (el 24 de julio de 1999) fueron asesinados 14 campesinos serbios que salieron a labrar sus tierras. El número de asesinados y desaparecidos rápidamente superó la cifra de 2.000 pero esto tampoco ha obligado a la OTAN a tomar alguna acción contra los extremistas albaneses. Que no se puede hablar de hechos aislados sino de una campaña de limpieza étnica bien organizada, es lo que pone de manifiesto la coordinada acción de quema de libros en la provincia. En aquel momento fueron quemados, en cuestión de días, más de 3 millones de libros en serbio a lo largo y ancho de Kosovo. Pilas de libros a medio quemar eran visibles en las carreteras de Kosovo. De todo ello, se hablaba poco en los medios de comunicación, que repetían hasta la saciedad el mensaje de la supuesta la paz que llegó con la OTAN y del nuevo Kosovo multiétnico. De las penosas vidas de los serbios que sobreviven — 160 —

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recluidos en guetos gracias a la protección de los soldados de la OTAN apenas se dice algo. Pero sigamos con el relato de lo acaecido con los bienes religiosos. Por citar algunos ejemplos de hasta dónde llega esta barbarie que está tan solo a tres horas de Madrid en avión, diré que durante los sucesos de marzo de 2004 fue atacado el Monasterio de Arhangeli, y sus monjes tuvieron que ser evacuados por las fuerzas de la KFOR ante la manifiesta hostilidad de los albaneses radicales y la presencia de la KPS (Fuerza de Policía del Kosovo); también varias iglesias del siglo IV en Lipaljan, donde los escasos lugareños serbios del lugar aseguran que una virgen representada en un icono lloró el sábado antes de la Pascua por el oscuro presente que padecen los fieles de Kosovo; la iglesia de Ljeviska, del siglo XIV, también fue seriamente dañada y la KFOR, que antaño derrotó a los serbios, no pudo hacer nada para detener la ira de unas decenas de albaneses (¿?); también la iglesia de Klina, junto con muchas viviendas y la residencia de los sacerdotes, fue destruida en el último ataque contra los serbios y, como último ejemplo, en la iglesia de Devic, donde está enterrado el Santo Joanikie, los albaneses radicales intentaron sacar al difunto que reposaba desde hacía siglos y al fracasar en el intento, lejos de cesar en el aquelarre nacionalista, tiraron los cálices y otros utensilios de misa a un pozo y escribieron encima del altar las siempre recurrentes siglas del ELK. Aparte de estos ataques constatados, otras 50 pequeñas iglesias, conventos y monasterios y casi unas 4.000 viviendas de serbios fueron destruidas, la mayor parte de ellas incendiadas y declaradas en ruinas por las Naciones Unidas, durante los ya referidos incidentes acaecidos en marzo de 2004. Un grupo de serbios que vivían en la localidad de Prizren sobreviven hoy hacinados en un antiguo gimnasio protegido por las fuerzas de KFOR. Lo escasamente construido en apenas unos años, los que van de la ocupación — 161 —

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de Kosovo hasta ahora, fue destruido en tan solo unos días para imposibilitar el diálogo y la convivencia entre las partes. La reconstrucción de todos estos edificios sigue retrasada sine die por nuestras generosas fuerzas internacionales y por unas inútiles Naciones Unidas que han demostrado su escaso valor para defender a las víctimas y para señalar a los verdugos. Fuertes con el débil, débiles con el fuerte, parece señalar la máxima que impera hoy en Kosovo y que fue impuesta en 1999 por la Alianza Atlántica. Pero que no se duerman, pues los radicales albanokosovares, en su estrategia por llevar la inestabilidad a toda la región, pretenden hacer ingobernable el territorio y forzar la salida de las fuerzas internacionales. Ya en los sucesos de marzo fueron atacados e incendiados 72 vehículos de Naciones Unidas ante la atenta mirada de los soldados de la OTAN, tan aguerridos ellos en su lucha contra los serbios, que no hicieron nada por evitar tales desmanes. En esta lógica, los monjes del famoso monasterio de Zociste, cerca de Orahovac, no cuentan, son ciudadanos de segunda y no tienen más que derecho al pataleo. Hace unos meses un grupo de monjes de este monasterio, dedicado a los santos ortodoxos Cosme y Damián, regresaron a sus antiguas instalaciones de donde habían sido expulsados para comprobar el estado de las mismas. Dado que el recinto, junto con su pequeña ermita, dormitorio y demás construcciones, estaba bajo protección de la KFOR no tenían nada que temer; era más que seguro que los radicales albaneses no se atreverían a desafiarles y a destruir nada. Nada de eso ocurrió: la entrada del monasterio, fuertemente custodiado por unos inoperantes y bien pertrechados soldados italianos, apareció seriamente dañada y garabateada con las siglas del ELK. Este monumento del siglo XIV que en su tiempo la UNESCO consideró patrimonio de la humanidad, es una muestra más de hasta dónde llega la brutalidad del nacionalismo radical que hoy impera a sus anchas en Kosovo. La iglesia de este monasterio fue — 162 —

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completamente destruida, junto con sus ricos frescos, y dentro del recinto religioso no queda nada en pie. Los monjes, paseando entre las ruinas y rodeados de unos soldados que no han sabido estar a la altura de sus obligaciones, nos dan cuenta de esta desolación, de este dejar hacer de una comunidad internacional inoperante ante lo que allí acontece. Estos religiosos, que abandonaron muy oportunamente el monasterio tras la marcha de las fuerzas serbias, esperaban encontrar algo en pie que les permitiese quedarse allí y seguir con una presencia que se remonta a seis siglos atrás. Pero no, los nuevos cruzados de la limpieza étnica y el odio tribal no quieren dejar nada en pie, quieren borrar cualquier resto del pasado y destruir todo aquello que pertenezca al diferente, sea este serbio o de otra etnia. No solo hay que eliminar al adversario, sino que hay que destrozarle materialmente para siempre, de tal forma que no pueda volver o que el regreso se le haga harto difícil. ¿Y los soldados italianos?, pues nada, de vacaciones. Es siempre más fácil estar de parte de los vencedores que de las víctimas. Con respecto a la UNESCO, el obispo de Raska y Prizren, Artemije, aseguró en una reciente entrevista que tras el final de la guerra, en 1999, una delegación de esta organización internacional visitó Kosovo durante tres días y aseguró que iba a trabajar por la reconstrucción y rehabilitación de los recintos religiosos destruidos por los radicales albanokosovares. Según este religioso, cinco años después nadie había dispuesto de fondos para estas obras y la UNESCO no ha vuelto a enviar a ninguna delegación. Dada la carencia de medios que padece la Iglesia ortodoxa, estos edificios milenarios continúan hoy en el mismo estado, sin que nadie, salvo las autoridades de Belgrado, haya hecho nada por comenzar las obras de reconstrucción, algo no muy fácil por las escasas medidas de seguridad que hay en Kosovo y por el estado de absoluto abandono de estos conventos, iglesias y monasterios. — 163 —

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Mientras todos estos tristes episodios se sucedían en la región, en octubre de 2004, el Jefe de la Misión de las Naciones Unidas para Kosovo, Soren Jessen-Petersen, dolido por la sincera, rotunda y valiente condena de la Iglesia ortodoxa a los medios y formas con que ha procedido la comunidad internacional desde el año 1999, acusó a los representantes religiosos de estar atizando el odio racial y de agravar las tensiones étnicas (¿?). Increíble, ¿no? Es como si en el año 1939, cuando los nazis habían puesto en marcha la denominada «solución final» contra los judíos, se hubiera acusado al gran rabino de Berlín de instigar el holocausto. Según este sujeto, bien pagado y sin problemas de seguridad, los líderes religiosos serbios son los responsables de todo, por ser serbios, claro. Incapaces de defender a la población no albanesa de Kosovo, las fuerzas internacionales y todo un conjunto de inoperantes funcionarios internacionales y ONG plagadas de sinvergüenzas sin fronteras acusan a los serbios de ser los responsables de lo que ocurre. En este nuevo orden trazado a sangre y fuego en los Balcanes, los serbios de Kosovo sobran y donde mejor están, dicen, es en Serbia. El mismo Artemije, que preside el obispado de Raska y Prizren, ya ha denunciado en varias ocasiones este estado de cosas, este olvido de Occidente con respecto a la situación de los serbios de Kosovo y la destrucción de su milenario patrimonio. En un gesto de protesta y de orgullo por un pueblo abandonado y abatido, este líder religioso se negó a firmar, en noviembre de 2004, un memorándum que contemplaba la reconstrucción de algunos de los monumentos religiosos destruidos por los bárbaros albanokosovares. «¿Cómo vamos a permitir y financiar que algunos de nuestras iglesias destruidas e incendiadas sean reconstruidas por aquellos que las han reducido a cenizas?», condenaba este veterano, y casi único luchador de la causa serbia en la región. La OTAN, mientras tanto, calla; y quien calla, como se sabe, otorga. — 164 —

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Pero no solo los vivos han sufrido el odio, la ira y el oprobio de sus «liberadores», sino que también los muertos han sido condenados y torturados. A los pies de la montaña de Mokra Gora, en Istog, el cementerio de la ciudad del mismo nombre ha sido destruido, sus lápidas «decoradas» con las siglas del ELK y sus tumbas, para seguir este infernal aquelarre de sadismo destructor, profanadas. Hace unos meses, cuando se celebraba el día de todos los santos, los serbios de la localidad, ahora refugiados en Serbia y otras reservas étnicas, visitaron el lugar sagrado y tan solo se encontraron un recinto abandonado, sucio, destruido y repleto de pintadas insultantes e incendiarias. En Istog, antes de la «liberación» de la OTAN, vivían 30.000 serbios; hoy, aunque no hay fuentes fiables, tan solo quedarán unas decenas. Nada más entrar las fuerzas de la OTAN, y ante su mirada complaciente, fueron expulsados todos, en un pogromo bien organizado en el que perdieron todas sus propiedades y pertenencias, en una escena muy parecida a las expulsiones masivas de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Istog, junto con los cementerios de Djurakovac y Suvi Lakavac, son tres ejemplos de la brutalidad del nacionalismo albanés que, unida a la pusilanimidad de la OTAN y el silencio de todas nuestras organizaciones internacionales presentes en la zona, incluidas OSCE, Consejo de Europa, UE y casi todo el personal de las ONG, han convertido este territorio en la primera zona de la extinta Yugoslavia limpiada étnicamente, en el primer experimento monoétnico de los Balcanes. ¡Enhorabuena por tan discutible logro! Aparte de estos cuantiosos daños materiales en el patrimonio histórico, que darían para un catálogo más detallado en otro ensayo, unas 17.736 viviendas pertenecientes a las minorías no albanesas han sido destruidas o dañadas, 18.557 asaltadas o robadas y 27.000 apartamentos han sido usurpados o robados por albanokosovares; unas 120 iglesias han sido atacadas o destruidas por — 165 —

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vándalos y unos 122 cementerios y 24 monumentos de significado cultural han sido dañados o completamente destruidos, según los datos ofrecidos por el Gobierno serbio en fechas recientes (junio, 2008). Por todos estos crímenes que insultan a la comunidad internacional tan solo han sido condenados 30 albaneses, lo que revela el grado de inacción de las actuales autoridades de Kosovo y la vergonzosa impunidad que reina en el territorio desde la llegada de las fuerzas de la OTAN. Tampoco se ha hecho algo por recuperar el clima anterior a la guerra: tan solo han retornado a la región el 7% de los desplazados, unos 16.000, mientras que más de 600.000 albanokosovares regresaron a sus casas o a las que ocuparon a los serbios tras la salida de las fuerzas de seguridad serbias. Luego está el miedo, no ya del serbio, sino de aquel albanés que se muestra capaz de convivir con sus vecinos serbios, de hablar con ellos —un crimen para los radicales albaneses— e incluso de seguir apostando por el diálogo en lugar de la fuerza bruta. En este Kosovo construido por nuestras Naciones Unidas, y su fuerza militar, la KFOR, no hay lugar para ellos. En un ejercicio de manifiesta pusilanimidad, cuando no de cobardía, las fuerzas internacionales han antepuesto su cómoda seguridad a la defensa de una sociedad multiétnica por la que inicialmente se justificó la intervención internacional. En este contexto, la destrucción del patrimonio histórico, pese a lo terrible que ello significa, es tan solo parte de un plan destinado a borrar para siempre la esencia de Kosovo, de limpiar para siempre su historia y geografía de elementos impuros. En los últimos tiempos, y para actualizar este catálogo de daños, las cosas no han cambiado demasiado, tal como aseguran varias fuentes locales: la cruz de la iglesia de San Nicolás, en Prístina, fue robada y aún hoy no ha sido recuperada; tampoco hay noticias de que en su incendiado y destruido recinto se hayan iniciado las obras de reconstrucción; la UNESCO, por su parte, — 166 —

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fue informada de que, al menos 140 iglesias, conventos y monasterios ortodoxos han sido destruidos desde el año 1999, año en que llegaron los «libertadores»; la iglesia de San Jorge, en Prizren, ha seguido sufriendo los ataques y la ira de los radicales albaneses, manteniéndose en un absoluto y ruinoso estado; los monasterios de Decani y Djakovica siguen siendo un amasijo de ruinas y la Iglesia ortodoxa no ha encontrado los necesarios fondos para proceder a su reconstrucción… y así se podría seguir con esta lista interminable. Lo explicaba muy bien el escritor bosnio Miljienko Jergovic, al que cito: «Esta guerra nos convierte en seres anónimos. Diariamente sabemos por los medios de comunicación y por aquellos que abandonan la ciudad cuántas iglesias y mezquitas han sido arrasadas, cuantos y qué libros han desaparecido para siempre. Nuestra historia está a merced de los obuses. No es solo la destrucción de los monumentos. Se está acabando con sus cimientos». Lo que no existe, aquello de lo que no se conserva ni siquiera un fósil, nunca ha existido. Así está ocurriendo con el nuevo Kosovo creado a sangre y fuego por aquellos que decían defender ideas de libertad y justicia. Qué gran mentira.

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21. El valle de las abejas, reserva étnica serbia El objetivo de construir la autonomía en un Kosovo multiétnico dentro de Yugoslavia ha sido reemplazado por la creación, bajo los auspicios de EE.UU. y de miembros conspicuos de la UE, de un Kosovo independiente, habitado solo por albaneses y tutelado y financiado por la UE, pues la cuenta, al final, la paga Europa. La declaración de independencia tiene un marcado carácter ilegal, y el reconocimiento de los países europeos es incongruente porque algunos de ellos presentan situaciones idénticas y, sin embargo, no se ha acelerado ningún proceso. Cuando los grandes defensores del estado de derecho exijan que se respeten las normas no van a tener argumentos. Es un mal precedente. En lugar de ir hacia el siglo XXI van hacia el XIX. Pero, aunque sea una decisión unilateral en cierto sentido, la verdad es que todo se ha negociado con EE.UU. Antonio Remiro Brotons, jurista internacional.

Osojane era, antes de la guerra que desgarró a los pueblos de los Balcanes, un perdido, tranquilo y agrícola valle de Kosovo, muy cerca de la frontera entre esta región y Serbia y Montenegro (por cierto, decir frontera, es incorrecto, pues, formalmente, la región sigue formando parte de Serbia, según la resolución 1.244 aprobada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas). Aquí, en este recóndito lugar de Kosovo, vivían unas decenas de serbios junto con algunos vecinos albaneses. «En el valle de Osojane se concentran, hoy por hoy, casi todas las esperanzas de las Naciones Unidas para que el retorno de las minorías étnicas, especialmente la serbia, deje de ser una de las asignaturas pendientes de la administración internacional en Kosovo. El éxito de esta experiencia debe ser el punto de partida de la convivencia multiétnica que la ONU desea recuperar en la región. — 168 —

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A esta zona, de siete kilómetros de largo y tres de ancho, bajo responsabilidad española han podido volver ya 400 personas de origen serbio que debieron escapar a raíz de la guerra. El reasentamiento de refugios procedentes de Montenegro comenzó a producirse en el verano de 2001 y fue el primero y el de mayor entidad que ha logrado realizarse en todo Kosovo», se aseguraba desde las páginas de la Revista Española de Defensa en un informe realizado recientemente sobre las misiones de paz españolas en el exterior. Sin embargo, esta bucólica presentación y el decorado engañan, como suele ocurrir con casi todo en Kosovo, si uno se atreve a conocer la realidad de la historia en primera persona, es decir, a través de sus protagonistas principales. Pese a la apariencia idílica y tranquila del lugar, esas decenas de casas escondidas en este fértil y verde valle padecían día tras día las consecuencias brutales de lo que significa la rutinaria vida de la región. Por poner tan solo un ejemplo, decenas de ancianos, jóvenes —cada vez menos— y niños tenían que recorrer cientos de kilómetros, protegidos por la KFOR, para hacer sus compras básicas de medicinas y víveres hasta la ya citada Mitrovica, única gran ciudad donde aún queda un gueto serbio en el que comprar sin riesgo de que les maten, y lo mismo ocurre con los servicios médicos y religiosos, de los que carecen. La paradoja, por no decir lo anacrónico, de esta situación es que, a pocos kilómetros de Osojane se encuentra la ciudad de Istog, capital del mismo municipio, y que, desde junio de 1999 ningún serbio ha osado pisar este «territorio comanche», esta tierra ingrata donde ser serbio te puede costar hasta la vida. Las autoridades municipales de allí, teóricamente albaneses moderados, se negaban a proteger a sus vecinos serbios y a colaborar con las fuerzas internacionales dándoles seguridad. Tampoco KFOR podía hacer nada. Las consecuencias de esta política hacia la comunidad serbia ya han dado sus primeros resultados: la mayor parte de los jóvenes — 169 —

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del lugar se marcharon a Serbia y a Montenegro y el resto espera el mejor momento para hacerlo; la agricultura —único motor económico de la zona—, paralizada ante la escasez de perspectivas y, sobre todo, de mercados; el desempleo por encima del 60%, según fuentes oficiales, y la penuria de recursos económicos, tras la ruptura de las relaciones con Belgrado, imposibilitaba el funcionamiento de los servicios educativos y sociales. La falta de expectativas sociales, profesionales, económicas y culturales de este puñado de serbios en este «mar» de albaneses es total. De ellos, pese a la dureza de sus condiciones y de ser considerados por muchos de nuestros medios como los «verdugos», se conoce bien poco y nadie parece dispuesto a mover un dedo por mejorar su precaria situación. No obstante, su presencia tan solo ha sido posible gracias a la de las fuerzas de la KFOR en la zona, que noche y día vigilaban; también los mantenían comunicados con el exterior y los escoltaban durante horas hasta Mitrovica. El sacerdote, cuando se acercaba hasta Osojane, lo hacía con un retén de estas fuerzas, que, dicho sea de paso, pertenecían al contingente español destinado en Kosovo e integrado en uno de los cuatro sectores en que se dividía la región. Al llegar y ver a sus habitantes reunidos en torno a los BMR españoles (vehículos blindados del ejército español), uno tiene el recuerdo de aquellos indios pieles roja protegidos en las reservas étnicas ya bien entrado el siglo xx. ¿Hasta cuándo permanecerían aquí? ¿Por cuánto tiempo podría la comunidad internacional, pero especialmente la OTAN, mantener tan costoso operativo para proteger a apenas unas decenas de ancianas y ancianos serbios? Por poner un ejemplo de hasta dónde llegaba la brutalidad de los radicales albanokosovares y de la engañosa tranquilidad que se respiraba en la región, muy cerca de este valle, en la ciudad de Pec, fueron asesinados tres jóvenes serbios que jugaban a las cartas — 170 —

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tranquilamente en una bar de la localidad. Los criminales nunca fueron detenidos, las fuerzas internacionales no hicieron nada por proteger a estos indefensos serbios, mientras que a las familias tan solo les quedó el consuelo de poder enterrar a los muertos en un camposanto abandonado y mugriento, testigo silencioso de la agonía y muerte de este milenario pueblo de los Balcanes. Caía la noche sobre Osojane, y al partir, antes de entrar en el vehículo militar, escuché los gemidos de un niño que provenían del interior de una casa. La noche era cerrada, fría y tranquila, al menos en ese momento, pero me preguntaba qué futuro podían tener estos hombres abandonados, condenados por el simple hecho de ser serbios, y acosados. ¿Qué futuro le esperaría a este niño serbio que lloraba y que ignoraba la triste adversidad que les rodeaba, el horror de ser las víctimas de este genocidio tolerado y olvidado por todos? Los gemidos de este niño, ignorados por una Europa cobarde y silenciosa ante los crímenes de Kosovo, eran la metáfora viva de todo un continente abocado al suicidio si se atendía a la demanda y al imperativo del regreso al orden tribal.

22. Serbios y albaneses, en tierra de nadie ¿Han desaparecido los gitanos de la faz de Kosovo? Las cifras en disposición del ACNUR confirman que los 14.000 resistentes constituyen una décima parte de la población estimada antes de que se iniciara el conflicto. Información del diario El Mundo.

Pero en Kosovo no solo vivían serbios y albaneses antes del conflicto, sino que había importantes colectivos étnicos minoritarios: los gitanos, o roma, constituían el principal grupo minoritario, con unos 150.000 miembros; los eslavos, de todas las clases reli— 171 —

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giones, pero sobre todo croatas, montenegrinos, bosniacos y macedonios, con algo más de 65.000, y finalmente, había algunas comunidades difíciles de cuantificar de valacos (rumanos o arrumanos) y hebreos —muy pocos, todo hay que decirlo—. En lo que respecta al colectivo gitano, fuentes de las comunidades locales aseguraban que, cinco años después de los «bombardeos humanitarios», y de la creación de un protectorado de las Naciones Unidas, Kosovo era uno de los lugares más peligrosos para ellos. Pocos romas —las estimaciones más optimistas rondaban los 22.000 ó 25.000— se quedaron allí, en comparación con los 150.000, señalados anteriormente, que vivían antes de la intervención de los EE.UU. y de la OTAN. Los roma llevaban viviendo en Kosovo desde hacía 700 años, cuando se establecieron y asentaron como una de las comunidades minoritarias más numerosas. Luego, con la llegada de las instituciones internacionales, que trajeron consigo «la democracia, la sociedad libre, la sociedad civil, la armonía étnica, la paz y la tolerancia», a los roma se les ignoró más que nunca, siendo víctimas de mayores abusos y persecuciones. Ya en un Kosovo «libre y liberado», los líderes gitanos aseguraban que ni siquiera podían conseguir un certificado de nacimiento en el lugar donde nacieron. Al igual que los serbios y otras minorías, los gitanos criticaban duramente que no pudieran ejercer la libertad de movimiento; la mayoría de ellos no podía desplazarse con libertad, ni ir a trabajar, ni comprar alimentos para su familia o asistir a la escuela en condiciones normales. Muchos gitanos también denunciaban que ni siquiera podían ir a un hospital para hacerse un chequeo rutinario o en un caso de emergencia. El hospital de Mitrovica, por ejemplo, estaba a una hora en coche de los enclaves serbios cercanos a Prístina, donde vivían muchos de los gitanos desplazados tras los diversos enfrentamientos acaecidos. Otros, al igual que los serbios, también se encontraban en campos de refugiados protegidos por — 172 —

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las Naciones Unidas. No tenían ningún futuro, salvo irse de ese territorio que un día fue su casa y les vio nacer. Los gitanos también han expresado sus quejas por su escasa presencia en las organizaciones internacionales que administraban Kosovo y en las nuevas instituciones creadas tras la intervención de la OTAN. Escasamente representados; duramente atacados, también en los incidentes de marzo, donde muchos perdieron sus casas; y acusados por los albanokosovares de haber estado al servicio de los serbios durante décadas, los gitanos de Kosovo vivían en una situación que se podría calificar como más difícil, incluso, que la de los serbios, pues casi nadie los citaba en sus informes y carecían del apoyo de algún gobierno o Estado. Según datos de la agencia serbia Tanjug, de los 150.000 gitanos que había en Kosovo antes de la intervención de la OTAN quedarían, pocos años más tarde, unos 5.000, lo que significaría que casi el 97% de esta comunidad habría sido eliminada o se habría marchado, todo un récord solo comparable a las desapariciones de las comunidades judías con las que Hitler «ensayó» la «solución final». Comunidades gitanas de arraigada y larga historia como las de Prístina, Gnjilane, Kosovska Mitrovica y Prizren han sido borradas para siempre de la faz de la tierra por la imponente presión militar de los antiguos guerrilleros del ELK; sus casas y propiedades, junto con sus negocios, fueron incendiadas y ocupadas ilegalmente por nuevos inquilinos albaneses. Tan solo quedaban algunas pequeñas comunidades en la parte serbia de Kosovska Mitrovica, Zvecane y Leposavic. Y un campo de refugiados, en penosas condiciones, según la misma fuente, en la localidad de Leposavic, donde habrían llegado gitanos huidos de otras partes de Kosovo. La Revista Española de Defensa, en un especial publicado tras la intervención militar en Kosovo, escribía que «En la actualidad, las viviendas de los serbios y los gitanos —acusados estos últimos — 173 —

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de colaborar en la limpieza étnica— son sistemáticamente desvalijadas y quemadas por pirómanos que las víctimas identifican de manera genérica como miembros del ELK. La protección de estas minorías está resultando un verdadero dolor de cabeza para La Legión». La misma revista relata numerosos ataques de radicales albanokosovares a las comunidades serbia y gitana en las localidades de Zac, Mojstir, Zlokucane, Istog, Kulina y Pec. Tenemos pocas noticias de cómo fueron las cosas para las comunidades eslavas que vivían allí, la mayoría de religión católica u ortodoxa. Por ejemplo, los croatas, de religión católica, fueron, en su mayoría, evacuados por las autoridades de Zagreb durante y después de la intervención militar de la OTAN. Se señalaba que quedaban algunas decenas de ellos en Prizren y Prístina, sin que por ello la comunidad tuviera un gran protagonismo social, económico, político o cultural. La situación económica era tan difícil que, al igual que el resto de las minorías, se vieron obligados a marcharse. En lo que respecta a los turcos, que había unos 100.000 a principios de los 80 en toda Yugoslavia, el experto británico Hugh Poulton señalaba que mostraban una gran tendencia a mimetizarse con la población albanesa, porque solían hablar su lengua y practicaban la misma religión en las zonas que habitaban con ellos. Aun así, al igual que ha ocurrido en casi toda Serbia y Montenegro, era una minoría con una tendencia decreciente censo tras censo. La OSCE constató en Prístina lo mismo que les había sucedido a otras minorías étnicas: algunos ataques contra turcos en áreas rurales. La misma OSCE reconoció que muchos medios de comunicación locales atizaban este odio racial hacia al diferente, pero lo realmente increíble es que muchos de estos medios, considerados racistas por esta organización internacional, fueran financiados ¡por la misma OSCE! Es decir, pagados con nuestros impuestos y aportaciones. Lástima de gobernantes. — 174 —

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En varias ocasiones he intentado recabar información sobre los hebreos que, en tiempos, vivían en Kosovo, pero no he encontrado fuentes directas ni tampoco alguna sinagoga abierta en la región. Es de suponer que, al igual que en otras partes de Yugoslavia, pero especialmente en Sarajevo y Belgrado, donde había dos grandes comunidades sefardíes, la mayor parte de ellos abandonara el país tras el comienzo de la guerra. No había noticias sobre ellos, aunque, antes de la guerra, en toda Yugoslavia había, según el ya citado Hugh Poulton, unos 15.000 miembros de esta comunidad.

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SÉPTIMA PARTE. LA SITUACIÓN ACTUAL 23. Los nuevos (y viejos) líderes albanokosovares El mes pasado una vieja mujer fue golpeada hasta morir en su bañera. Un niño de dos años fue herido y su madre muerta. Dos adolescentes murieron a causa de una granada. Una mujer no se atreve a pronunciar su nombre en público por miedo a que los que han intentado violarla regresen. Todas esas víctimas eran serbias. Por desgracia, no se trata de incidentes aislados. Muchos serbios que siguen en Kosovo se han encerrado en sus casas, aterrorizados por una atmósfera en la cual cualquier ruido parece ser peligroso y cada vehículo que se detiene puede ser el que los conduzca a la muerte. También se da el caso de esa pareja ya mayor que no tiene nada que comer y que tiene miedo a salir fuera para buscar alimentos porque sabe que notarán que hablan mal el albanés. Sus vecinos albaneses no pueden darles de comer ya que les han pedido «no alimentar a los serbios». Veton Surroi, periodista albanés.

La desaparición del veterano Ibrahim Rugova, líder mítico durante décadas de los albanokosovares, dejó el camino libre para que el ex guerrillero (o terrorista, según otras fuentes) Hashim Thaçi ocupara su lugar. Sin embargo, durante la última campaña electoral — 177 —

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en la que vivía el difunto Rugova, desarrollada durante todo el mes de octubre de 2004, pudimos ver con claridad el primer objetivo de todos los políticos albaneses representativos: la independencia de esta región sin que tenga validez la resolución 1.244 de las Naciones Unidas, que dejaba bajo soberanía de Serbia este territorio. Así hasta el año 2007, en que se repitió el mismo guión durante la campaña electoral y Thaçi alcanzó su sueño de obtener el máximo liderazgo de Kosovo. Existía una suerte de pacto no escrito entre todas las fuerzas albanokosovares para continuar en su escalada de tensiones y provocaciones a la comunidad internacional, todo ello con el nunca oculto objetivo de conseguir la anhelada independencia de Kosovo. Nadie en la escena política albanokosovar escondía su deseo de lograr un segundo Estado albanés en los Balcanes, llamado a unirse, en un futuro, a Albania y a los enclaves albaneses segregados de Montenegro y Macedonia. Esta idea, ya vieja y siempre presente en el nacionalismo albanés, pretendía crear el denominado Bali Kombetar (Gran Albania), un gran Estado albanés de seis millones de habitantes y el doble de territorio que la actual Albania. Es decir, el objetivo era desestabilizar Macedonia y Montenegro, una vez «conquistado» Kosovo con la ayuda de la OTAN y de la comunidad internacional, algo que ya consiguieron en parte. Dado el veto ruso y serbio a la entrada de Kosovo en las diferentes organizaciones internacionales, ¿qué otra vía le queda a Kosovo salvo unir su suerte a la de Albania para superar su seguro aislamiento? ¿Existe otro camino para sortear los previsibles vetos de algunos Estados y la presión de la diplomacia serbia en contra de su reconocimiento como Estado? Unos 700.000 albaneses viven entre Macedonia y Montenegro, los siguientes objetivos del nacionalismo albanés; y otros dos millones en Kosovo; toda una bomba de relojería destinada a estallar. Una vez controlado el poder político en Kosovo, con— 178 —

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seguido merced a la expulsión de todos los no albaneses, el siguiente paso sería comenzar con una escalada de tensiones, provocaciones y ataques a las fuerzas internacionales con el fin de forzar su marcha. Thaçi, que no oculta que ya está trabajando en esta fase, tan solo es controlado por la administración norteamericana, y en cuanto los EE.UU. le den «luz verde», que nadie dude que a la violencia contra los serbios le seguirá la provocación a las fuerzas internacionales. Los cuatro principales líderes albanokosovares de entonces, Ibrahim Rugova, de la Liga Democrática de Kosovo (LDK), Hashim Thaçi, del Partido Democrático de Kosovo (PDK), Rasmuh Haradinaj, de la Alianza para el Futuro de Kosovo (AAK) y Veton Surroi, de ORA, ya llegaron a un acuerdo de mínimos para lograr la independencia de Kosovo a corto plazo, al menos eso es lo único que quedó meridianamente claro durante las últimas campañas electorales en la región. Los cuatro, que por cierto se llevaron casi el 90% de los votos del nuevo parlamento, tenían ya muy claro que las fuerzas internacionales, lideradas por la OTAN, comenzaban a sobrar en sus planes secesionistas. De Rugova, que en paz descanse, eterno líder albanokosovar y una de las personas con mayores habilidades para sobrevivir política y físicamente a todo, ¿qué se puede decir que no se haya dicho? Tolerado siempre por Belgrado, nunca encarcelado, e interlocutor condescendiente y complaciente de Milosevic en numerosas ocasiones, incluso durante los ataques de la OTAN contra Serbia, gozó hasta su muerte de la legitimidad democrática y supo frenar, más o menos, a los extremistas. Al final de su vida rechazó la autonomía, gracias a la fuerza política que le dio el apoyo norteamericano, y fue más allá en sus demandas, planteando la independencia y un Estado albanés, donde su sueño, truncado por la muerte, hubiera sido ser su presidente eterno. Se presentaba como opositor, resistente e incluso hombre de paz, pero tras él, — 179 —

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como ocurre con muchas buenas causas, estaban numerosos intereses económicos ligados a su equipo dirigente, que controlaba la economía y la política de toda la región. Nada se movía en Kosovo sin que Rugova hubiera dado el visto bueno. Detrás de todo este turbio asunto de la independencia se escondían espurios y oscuros negocios: tráfico de droga, mercado negro, venta de coches robados y todo un rosario de hechos delictivos bien conocidos por nuestras fuerzas presentes allí y por nuestras policías. Algunas de estas participando, incluso, del «tinglado». A nadie se le pasa por alto que Kosovo era la patria del delincuente, el territorio europeo con mayor condescendencia y tolerancia hacia todo tipo de negocios y operaciones irregulares, desde el tráfico de drogas hasta el contrabando y el mercado ilegal y descontrolado de armas. Rugova bien lo sabía, y su moderación de ayer se acabó tornando en un radicalismo no exento de cierto interés por participar del negocio, pero ya sin espectadores molestos, es decir, sin la OTAN y los sin vergüenzas sin fronteras que trabajaban allí y a los que ya me he referido en otras partes de este libro. Una trayectoria muy parecida a la de Rugova la tiene el que fuera lugarteniente de Thaçi y más tarde líder de la Alianza para el Futuro de Kosovo, Ramush Haradinaj, quien en el pasado desempeñó los más variopintos oficios, desde matón de discoteca a vulgar asesino a sueldo de la mafia albanokosovar, pasando por entrenador de gimnasio, traficante de segunda fila y terrorista del ELK. Fue en este último puesto, dadas sus cualidades para la eliminación física de sus oponentes, y tras su participación en las tareas de limpieza étnica realizadas por el ELK, donde fue escalando posiciones hasta llegar a la cúpula dirigente de esta banda, considerada terrorista, hasta la intervención de la OTAN. Luego, tras tener algunas desavenencias con el máximo líder del ELK, Thaçi, «montó» su propio partido y consiguió el respeto de nuestros re— 180 —

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presentantes destacados allí, más preocupados por contener a los radicales albaneses que por proteger al resto de las minorías que vivían en la región. Según el antiguo narcotraficante albanokosovar Bedri Sabani, la mayoría de los dirigentes albanokosovares, incluido Haradinaj, se dedicaban o estaban implicados de alguna forma en el tráfico de drogas, el contrabando de tabaco, gasolina y café y una de las principales industrias de los Balcanes: la falsificación de ropa, relojes y objetos de marcas de moda. Además, y para rizar el rizo, según el Departamento de Análisis del Ministerio serbio de Asuntos Internos, una suerte de servicio de inteligencia que operaba en Kosovo y también en Serbia, Haradinaj estaría detrás de casi todos los incidentes violentos —y los que seguramente están por venir— que se producían en la región. De acuerdo con las fuentes de la inteligencia serbia, Haradinaj ha creado todo un entramado de pequeños grupos armados y operativos, al margen de su partido político pero siempre bajo su control, nutridos por antiguos combatientes del ELK, islamistas radicales que lucharon en Bosnia al servicio del Gobierno de Sarajevo y simples aventureros. Como jefe militar de todos estos grupos tendríamos a un conocido islamista que no desdeña los medios terroristas, Semadin Xhezairi, implicado en los sangrientos sucesos de marzo y hombre de carácter violento y aspecto físico integrista. Según las mismas fuentes, Xhezairi comandaba y dirigía todas las operaciones militares y económicas importantes en las ciudades de Urosevac y Prizren, ciudad esta última donde se produjeron los ataques más violentos y sangrientos contra las comunidades no albanesas de Kosovo desde la ocupación militar de la OTAN. Xhezairi, que vivía cómodamente en la ciudad de Prizren, sin haber sido nunca molestado por sus crímenes y ataques a civiles serbios, andaba implicado, al parecer, en el tráfico de armas y en el contrabando, tal como reconocen muchos oficiales de la OTAN; unos — 181 —

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3.000 modernos rifles británicos G-22, quizá de lo más moderno en el mercado armamentístico, habrían llegado a Kosovo en los últimos tiempos para pertrechar a las nuevas fuerzas albanesas. Haradijnaj, de forma increíble y pese a lo exiguo de sus resultados, fue nombrado «primer ministro» de Kosovo por Ibrahim Rugova, quien necesitaba sus votos para formar un ejecutivo estable; y puede que intentara, a través de estas fuerzas militares y unos servicios de inteligencia paralelos organizados por él mismo, un golpe de mano contra el mismo Rugova y su antiguo jefe, Thaçi. La revista serbia NIN, por lo general bien informada sobre lo que ocurre en Kosovo, aseguraba que Haradinaj tenía muy buenas relaciones con el mundo árabe e incluso con elementos radicales islámicos, siendo un hombre de confianza y respetado en numerosas capitales del mundo árabe. Con abundante dinero, armas y logística, Haradinaj pudo ser uno de los elementos claves en el futuro de la región, toda vez que fuera elegido como «primer ministro» por el incombustible Rugova. En lo que respecta a su discurso, no variaba en nada del de Rugova y Thaçi, aunque quizá era más pragmático y hábil que ambos. El Tribunal Internacional para los Crímenes de la Antigua Yugoslavia ya le llamó a declarar, teniendo que dimitir tras el escándalo, para poder explicar su participación en determinados episodios luctuosos ocurridos durante la guerra en Kosovo e, incluso, su probable implicación en algunos de los crímenes y asesinatos nunca esclarecidos. Después de haberse declarado no culpable dejó que un miembro de su partido, Bajram Kosumi, liderase el ejecutivo de Kosovo, y también, por la parte albanokosovar, las probables negociaciones finales para determinar el futuro de la región próximamente. La salida de Haradinaj, y en cierta forma su inhabilitación por algún tiempo, dejaba en manos del tándem Rugova-Thaçi el control de la vida política albanokosovar y de los «negocios». Haradinaj, por lo pronto, quedaba fuera de juego. Por cierto, ha— 182 —

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blando de la familia de nuestro «primer ministro» en Kosovo reseñar que uno de sus hermanos estaba detenido y condenado a cinco años de prisión por haber participado en varios hechos delictivos: también él, al igual que su otro hermano, tiene un pasado «glorioso» en las filas de nuestros idolatrados hijos del ELK. Estos son «nuestros» hombres en Prístina, la cúpula política y militar instalada por la OTAN tras la ocupación de Kosovo. Incluso uno de los considerados líderes moderados de Kosovo, el multimillonario Veton Surroi, venerado por nuestra querida comunidad internacional y director del libelo antiserbio Koha Ditore, tampoco ocultaba sus intenciones independentistas y su afán por crear un espacio monoétnico albanés. Aunque se considera a sí mismo un veterano luchador (¿?) contra la «ocupación» serbia y un auténtico resistente en los días previos a la intervención-ocupación de la OTAN, el único recuerdo que tienen de él la mayoría de los periodistas acreditados durante las negociaciones de Rambouillet es la de su estampa paseándose por los palacios parisinos con un güisqui en la mano y un gran puro. Multimillonario debido a negocios nunca suficientemente aclarados, con buenas relaciones con la cúpula de Belgrado durante toda la vida, pues llegó a ser tolerado su medio y su partido antes de la llegada de la OTAN, y con buenas relaciones con Tirana, conseguidas a través de sus contactos con periodistas filosocialistas, Surroi representaba a los nuevos propagandistas y agitadores de la causa independentista kosovar, aunque por caprichos del destino, el padre de este informador fue embajador de la antigua Yugoslavia para España. Para estos periodistas-agitadores, los únicos que les apoyan y les ayudan en su objetivo final, crear la Gran Albania, son los EE.UU. Paradójicamente, sujetos como Surroi, que cambiaron de chaqueta en el último momento, pues se prestaron a las farsas electorales celebradas en la antigua Yugoslavia, constituyen después la nueva elite política de esta región ensangrentada y paupérrima. — 183 —

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Lo increíble del caso es que personajes de la talla de Thaçi, Haradinaj y el mismo Surroi eran bien recibidos en nuestros cancillerías y universidades, centros de estudios e institutos internacionales. Surroi incluso dio varias conferencias en Madrid, donde de forma «neutral» explicaba el verdadero conflicto de Kosovo: los serbios, al parecer, se iban de manera voluntaria y sin presión de ningún tipo. Nadie se ha preocupado nunca de llamar a los representantes serbios, o al Gobierno de Belgrado, o simplemente a algún periodista serbio demócrata e imparcial, que también los había. ¿Para qué escuchar a las dos partes? ¿No se vive mejor si se acepta el discurso oficial, el que nos reparten como vulgares hacedores de mentiras los voceros de la OTAN y otros mentirosos sin careta? Este es el mundo, amigo, que decía Lorca. Para terminar, y para que sirva de ilustración al perfil de los nuevos líderes que nuestra comunidad internacional reconocía desde hace tiempo como los legítimos representantes del pueblo albanokosovar, hay que reseñar que tres comandantes del nunca disuelto ELK —Fatmir Limaj, Haradin Bala e Isak Musliu— fueron encausados por el Tribunal Penal Internacional por crímenes contra la humanidad perpetrados en Kosovo durante los meses previos a la intervención de la OTAN, lo que avalaría las tesis de Belgrado con respecto al uso de métodos terroristas, inhumanos y delictivos por parte de esta organización durante el conflicto con las fuerzas, otrora, yugoslavas. A los tres se les acusaba de haber cometidos actos degradantes e inhumanos contra serbios y albaneses en el campo de prisioneros de Lapusnik, incluyendo el asesinato de 14 serbios antes de la llegada de las fuerzas serbias. Todos trabajaban en dicho campo, según fuentes acreditadas de dicho tribunal, y una vez se retiraron del mismo, ante el acecho de las fuerzas yugoslavas, asesinaron a otros 10 albaneses por considerarlos «colaboradores» de los serbios. Aunque negaron todas las acusaciones, bien documentadas e instruidas, el encausamiento — 184 —

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—que levantó una ola de protestas en la región por parte de los albanokosovares— viene a demostrar que el ELK no era esa organización romántica y guerrillera que los medios trataron de mostrarnos antes y después del conflicto en Kosovo. Para ilustrar el reino de la impunidad en que vivimos y el doble rasero empleado por la comunidad internacional con respecto al conflicto yugoslavo, hay que reseñar que el ex primer ministro albanokosovar, y antiguo jefe militar del ELK, Agim Ceku, fue acusado formalmente de crímenes contra la humanidad y enjuiciado aunque, finalmente, quedó en libertad sin cargos tras un proceso fraudulento y plagado de irregularidades jurídicas. Al parecer, según relataron algunas fuentes, varios testigos fueron amenazados y amedrentados, y el juicio se celebró en condiciones poco escrupulosas con la legalidad internacional. Ceku salió en libertad, pero no hay que olvidar que, hasta hace bien poco, numerosas organizaciones internacionales e, incluso, el ejército canadiense tenían serias sospechas de que estaba detrás de numerosos crímenes perpetrados contra serbios antes y después de la «liberación» de Kosovo. El líder albanokosovar y primer ministro, Thaçi, fue atacado y su casa, siguiendo el estilo albanokosovar, fue tiroteada, según los medios locales. El cerco contra él, siguiendo las rancias tradiciones balcánicas, se iba cerrando; Kosovo no sería una excepción. Bienvenidos a Europa, albanokosovares.

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24. La demonización de los serbios Nosotros partimos del supuesto de que Serbia es un país unificado, cuya jurisdicción abarca todo su territorio y nosotros nos ceñiremos a este principio. Dimitryi Medvedev, presidente de Rusia.

En plena guerra de Bosnia-Herzegovina que, como todo el mundo sabe, también fue provocada y atizada por los serbios, el periódico norteamericano Chicago Tribune publicaba una caricatura en la que representaba a los serbios como unos cerdos que correteaban entre los restos y tierras de un paisaje bélico que representaba a la antigua Yugoslavia. Así recogían la mayoría de los medios norteamericanos a los serbios: como unos cerdos. Ni siquiera en esta injusta guerra mediática tenían rango humano los enemigos, sino que tenían que ser considerados como animales. Tampoco se quedaban atrás los medios de comunicación europeos, al presentar a los serbios como peores que los nazis —The Independent—, tratados de fascistas —L,Observateur— y retratados por el famoso caricaturista francés Plantu como vulgares y sádicos asesinos subidos en un tanque —Le Monde—. El diario La Vanguardia, en un episodio absolutamente inusual, retrataba en una de sus caricaturas a Milosevic como un cerdo, como el máximo representante de una nación de gorrinos. The Mirror, en el Reino Unido, en plena borrachera antiserbia, aseguraba durante la guerra de Kosovo que «el nombre de Trepca permanecerá junto a los Belsen, Auschwitz y Treblinka», imagino que para pasmo de sus lectores y de los supervivientes de dichos campos. Los serbios eran, en aquellos días previos al ataque de la OTAN a Kosovo, unos bárbaros nazis que asesinaban y torturaban sin piedad a unos pobres albaneses, indefensos e inocentes. — 186 —

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El diario El Mundo, en la misma línea, aseguraba en su portada que «Los serbios encierran en campos de concentración a miles de kosovares», quedándose tan anchos y sin desmentir nada después. Tampoco recogió este medio, en estos últimos años, los sufrimientos y el dolor de los serbios de Kosovo. La obsesión por comparar a estos con los nazis llevó a nuestros imaginativos informadores a crear una «Ana Frank albanokosovar» inexistente que escribía sus supuestos diarios mientras los serbios asesinaban a sus vecinos; también se habló de un «Schindler serbio» que protegía a los albanokosovares y evitaba que fueran enviados a los «campos de la muerte». Luego terminó la guerra y nada se volvió a saber de ambos personajes: desaparecieron, como las mentiras de la guerra, para siempre. Los medios de comunicación occidentales, salvo raras excepciones, tomaron partido por la intervención de la OTAN y por los guerrilleros-terroristas albanokosovares, acusando a los serbios de todos los males imaginables y de ser los responsables absolutos del conflicto; eran culpables por el simple hecho de ser serbios. Así de fácil se escribe la historia. Lo explicaba muy acertadamente el analista internacional Joseph Palau, al que cito: «Ha sido necesario presentar como bandoleros a quienes se resistieran al dictado resultante de la conjugación de intereses internacionales inconfesables, que se sobreponían a los valores pacíficos y humanos. La responsabilidad occidental solo puede exculparse criminalizando a los adversarios, presentado como monstruos a quienes se oponían a la monstruosidad de establecer fronteras indeseadas y de restaurar nostalgias imperiales caducadas. La presión emocional obliga inmediatamente a una puntualización, ociosa desde el estricto rigor intelectual: no se sostiene aquí la exculpación de la responsabilidad y los crímenes cometidos desde el lado serbio, sino que rechaza su exageración así como la exculpación de los demás». Muchos informadores, llevados por este sentimiento antiserbio, se convirtieron en los — 187 —

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nuevos cruzados de la OTAN, en los deformadores de un conflicto que hubiera necesitado mayores dosis de rigor y análisis; nada de ello ocurrió en el conflicto de Kosovo. Luego están las mentiras, las invenciones y las vulgares falsificaciones llevadas a cabo por la mayoría de nuestros medios de comunicación. Durante toda la guerra de Kosovo casi todos los medios de comunicación aseguraban que el territorio estaba plagado de «campos de concentración» donde, supuestamente, eran internados miles de albanokosovares: mujeres, niños, ancianos y hombres; nadie escapaba de este horror. Luego pasó el vendaval, llegaron las fuerzas de la OTAN, la ocupación del territorio, el dominio albanokosovar... ¿Y dónde estaban los campos de concentración? Pues no los había porque, simplemente, no existía ninguno. Sí, había habido represión y algunas violaciones de derechos humanos, pero campos de concentración al estilo nazi no. Ninguno. También se habló, en plena guerra, de que unos 20.000 albanokosovares habían sido internados en el campo de fútbol de Prístina, donde eran ejecutados por los malvados serbios. Como era de prever, se trataba de otro invento del Departamento de Estado norteamericano que, creyendo a pies juntillas las informaciones falsificadas y truculentas que les facilitaba el ELK, divulgó esta mentira de guerra por el mundo, siendo reproducida por todos los medios sin ninguna comprobación sobre el terreno. Luego la guerra terminó, pero nadie reconoció que los malvados y demonizados serbios ni habían abierto campos de concentración ni habían internado a nadie en los estadios de fútbol. ¿Para qué? ¿No es mejor seguir el discurso oficial antiserbio y compartir la lógica de la victoriosa Alianza Atlántica? El mismo jefe de la Alianza Atlántica para esta misión «liberadora» en Kosovo, Wesley Clark, había llegado a afirmar «que los serbios han hecho desaparecer o asesinar a unos 100.000 albaneses» — 188 —

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en apenas unos días. Y todo el mundo, a fuerza de repetirlo, se lo creyó. Después, como era de prever, todos aparecieron, y la OTAN fue rebajando su contabilidad macabra hasta cifras treinta y cuarenta veces por debajo de sus mentiras de guerra. Pero nada; ya se sabe: en una guerra la primera víctima es la verdad. Los mismos medios de comunicación españoles, en plena intervención de la OTAN contra Serbia, acusaron a los serbios de Kosovo, con la ayuda de las fuerzas de seguridad, de estar ocultando en fosas comunes a miles de albanokosovares asesinados. En varios de mis viajes, he tratado de que los oficiales de prensa de las fuerzas multinacionales desplazados allí me enseñaran estas fosas, pero nada; no aparecen por ningún sitio y no son más que otra mentira de guerra. Una más. No hubo fosas comunes, ni campos de concentración, ni estadios al estilo de los de Chile… Nada aparecía por ningún lado, salvo las mentiras de la OTAN y el odio hacia los serbios. Pero nadie en nuestros medios de comunicación, en un ejercicio de mínima decencia deontológica, ha reconocido esta zafia manipulación de lo que verdaderamente aconteció en Kosovo; de cómo todos fuimos engañados en aras de justificar la inmerecida agresión de la OTAN contra el pueblo serbio y la ocupación de este territorio. También estaba, como ya hemos dicho al principio de este capítulo, la vergonzosa comparación de todo el pueblo serbio con los nazis: de la Serbia de Milosevic con la Alemania de Hitler. Todo valía, estábamos en guerra y los serbios eran los enemigos declarados de Occidente y los guerrilleros albanokosovares, unos valientes y aguerridos combatientes que luchaban por la libertad y la democracia. Sus crímenes y asesinatos, junto con sus horrendos atentados terroristas, serían silenciados sistemáticamente por casi todos nuestros medios de comunicación. Un ministro británico, Robin Cook, llegó a decir, en pleno delírium trémens atlantista, que Milosevic había puesto en marcha la «solución final», como — 189 —

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si Prístina fuese un nuevo Auschwitz. Informarse objetivamente durante el conflicto de Kosovo era imposible. Toda la información era controlada por la OTAN y construida desde sus cuarteles generales a base de las fuentes e informaciones manipuladas que les facilitaba el ELK. Así se engañó a Europa durante semanas y meses. Mentiras que duran hasta el día de hoy. La «Operación Fuerza Aliada», que es como se llamó a la intervención de la OTAN en Serbia, tenía su vertiente informativa: presentar a los serbios como el brazo ejecutor de la política genocida y asesina del fascista Milosevic. En Kosovo, decían los hombres de la OTAN, se estaba perpetrando un atroz genocidio, el asesinato masivo de dos millones de albanokosovares, y la noticia se repetía insistentemente e, incluso, era portada de todos los medios de comunicación. Es cierto que el Gobierno serbio era opaco informando, que no tenía los mismos medios y técnicas para manipular; pero no es menos cierto que la mentira fue la base sobre la que se construyó el nunca existente genocidio de Kosovo. «No es que hicieran mucha falta en Bruselas: la mayoría de los periodistas destacados en la sede de la OTAN se han mostrado tan pasivos, tan entregados a los generales y oficiales de las Fuerzas Aéreas, que sus preguntas muy bien las habría podido imprimir la Alianza por adelantado. Ha habido excepciones; pero casi todos se han dejado utilizar como portavoces del Ejército, han sido borregos que emitían los balidos correspondientes cada vez que la OTAN presumía de los bombardeos y transmitían las debidas excusas cuando esas bombas mataban a civiles. Cuando los aviones destruyeron un hospital en Surdulica, los corresponsales se dieron por vencidos y dejaron de refutar las declaraciones de Jamie Shea, incluso cuando afirmó —faltando a la verdad— que el hospital era un cuartel», escribiría el conocido periodista británico Robert Fisk, al referirse a la descarada manipulación informativa que padecimos durante el conflicto de Kosovo. — 190 —

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Luego llegaría la hora de enfrentarse a la verdad, cuando las fuerzas de la OTAN entraron en Kosovo y tuvieron que hacer una evaluación seria de las víctimas del conflicto, tanto de las que ellos habían provocado con sus bombardeos, como de las producidas en los combates entre el ELK y las fuerzas serbias. Nuevamente apareció en entredicho la verdad oficial, las mentiras de guerra utilizadas durante el conflicto, y el final del mito del genocidio serbio. En total, según fuentes independientes, y contabilizando a las víctimas de los dos lados, tanto en los enfrentamientos entre las partes como en los ataques de la OTAN, el número de muertos no llegaría, en ningún caso, a los 250, unas cuarenta veces menos que las previsiones iniciales del Departamento de Estado norteamericano. Y más tarde, regresarían los albaneses a sus casas, ocuparían sus viviendas y propiedades, tomarían las tierras de los serbios, y comenzaría la larga marcha: la de miles de serbios y no albaneses de la región, a los que la situación reinante se les hacía insoportable. Nunca más volverían. En aquellos días —hablamos de junio de 1999—, miles de serbios abandonarían en sus rudimentarios coches, en tractores y en cualquier vehículo que encontrasen a mano, la tierra que les vio nacer. Unos días antes del 610 aniversario de la batalla del Campo de los Mirlos, la OTAN les humillaba para siempre y les recordaba que aquella ya no era su casa, sino que, a partir de entonces, estaban en tierra bajo control albanés. El sueño de un Kosovo multiétnico, democrático y plural —como no cesaban de repetir nuestros cínicos dirigentes políticos y todas las cancillerías occidentales al unísono para justificar la agresión al pueblo serbio—, se evaporó de la noche al día. Y en su lugar, reinaba esa paz sin justicia, ese protectorado internacional de las últimas reservas étnicas serbias. En una entrevista realizada por un medio serbio, el obispo de Raska y Prizren, Artemije, expresaba su opinión acerca del fu— 191 —

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turo de los demonizados serbios en Kosovo: «Yo creo en el futuro del pueblo serbio en Kosovo y Metohija porque creo en Dios. Yo creo que esta supervivencia tan solo se puede sustentar en nuestra creencia en Dios y en la ayuda que Él nos pueda dar. Esta creencia y fe en Dios nos permitirá a los serbios nuestra supervivencia en esta región. Nosotros también esperamos que más pronto o más tarde la comunidad internacional hará alguna cosa para hacer normal nuestra vida en Kosovo». Hacer normal la vida de los serbios de Kosovo era la única aspiración de miles de seres humanos atrapados en esa trampa mortal organizada por la Alianza Atlántica y financiada por un sinfín de organizaciones europeas e internacionales. Quiero terminar este capítulo con una carta publicada por un serbio que se suicidó durante el conflicto bosnio, en los prolegómenos de la guerra contra Yugoslavia: el texto de un hombre que no pudo soportar tanta injusticia, tanto dolor y, sobre todo, tanta mentira. Reproduzco, literalmente, el último párrafo de la misma: «La traición, el desmoronamiento y el caos de nuestro país, la guerra de Bosnia-Herzegovina, el exterminio del pueblo serbio y mi propia enfermedad han hecho que mi vida ya no tenga sentido, y por ello he decidido liberarme de la enfermedad y, sobre todo, de los sufrimientos causados por el ocaso de mi país; de este modo permito que mi organismo agotado, que ya no soportaba todo esto, descanse para siempre». Así se despedía el serbio Slobodan Nikolic, para siempre, de esta alianza hostil de medio mundo contra Serbia. ¿Hasta cuándo este dolor interminable del pueblo serbio? ¿Hasta cuando sería Kosovo una tierra sin ley, ni justicia, ni derechos humanos para todos, incluidos los serbios?

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25. Los intelectuales europeos ante la situación de Kosovo El trato infligido a los serbios de Kosovo deshonra a todos los albaneses de Kosovo y no solamente a los autores de actos violentos. Y es una carga que debemos asumir colectivamente. Va a deshonrarnos y a deshonrar nuestros recientes sufrimientos que, hace solamente unos meses, eran difundidos en las pantallas de televisión del mundo entero. Y va a deshonrar también la memoria de las víctimas albanesas de Kosovo: esas mujeres, niños y ancianos que han sido asesinados simplemente debido a su origen étnico. Veton Surroi, periodista albanés.

Durante todo el conflicto yugoslavo, que duró toda la década de los 90, prácticamente todos los intelectuales, escritores y grandes periodistas europeos, junto con los propios de aquí se adhirieron, casi en su mayoría, exceptuando al valiente Peter Handke, a la cruzada antiserbia. Se trataba de una suerte y renovada adhesión inquebrantable al movimiento internacional, de la que muy pocos pudieron o quisieron sustraerse. Unos visitaban durante unos días Sarajevo, otros se hacían la foto en compañía de Susan Sontag y se quedaban tan contentos, y los más se dedicaban al género literario lacrimógeno, escribiendo incendiarios artículos sobre las supuestas masacres y crímenes que siempre cometían los serbios. Los demás, croatas, bosnios, eslovenos y albaneses, eran todos inocentes. ¿Todos? Increíble, ¿no? La historia de lo que estaba acaeciendo en la antigua Yugoslavia la escribían los enemigos de este país, o simplemente aquellos que tenían sobradas simpatías hacia los croatas y eslovenos y más tarde hacia los albaneses. En Francia hay que destacar, por sus conocidas crónicas arrebatadas y deformadoras —muchas de ellas — 193 —

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caracterizadas por su desprecio absoluto de la objetividad—, al filósofo Bernard-Henri Lévi, quien nos llegó a «obsequiar», incluso, con un libelo sobre el peligroso fascismo que se extendía por Europa encarnado, según él, por el sufrido pueblo serbio y su nuevo caudillo, Milosevic. Otro elemento a añadir a la larga lista de pensadores que nos recordaban que el pueblo serbio era un pueblo de genocidas y vulgares asesinos es el francés Jacques Julliard, quien no dudaba en acusar a esta etnia de ser la principal responsable de todo lo acaecido en Yugoslavia desde el comienzo de la guerra. «Hoy Serbia rima con purificación étnica, como Alemania con campos de concentración», escribiría en uno de sus más «documentados» libros, El fascismo que viene. Según Julliard, los que no seguimos sus doctrinas y enseñanzas, palabra divina para todos los biempensantes progresistas de su país, somos unos fascistas, especie en la que se encontrarían los serbios y todos aquellos que osaban poner en duda las grandes mentiras que nos habían contado sobre la antigua Yugoslavia. No obstante y a diferencia de Henri Lévi, Julliard no se había dejado llevar, al menos, por la pasión antiserbia imperante, que justificaba todo tipo de falsedades e injurias, y defendía lo que él denominaba «demócratas serbios», todo una proeza en los tiempos que corrían. En Alemania, en la misma línea que el filósofo francés metido a columnista, el periodista Johann Georg Reibmuller llegó a acusar a los serbios, ¡cómo no!, de ser los responsables de la ruptura de Yugoslavia y de estar detrás del «genocidio» que se estaba perpetrando, no ya en Bosnia-Herzegovina, Croacia y Kosovo, sino también del desconocido de Sandjak, donde miles de musulmanes estarían siendo ejecutados y exterminados sin que la comunidad internacional tuviera conocimiento de ello. Este periodista, bien conocido en Alemania, llegó a escribir un libro, Guerra en Europa, donde solicitaba una «intervención humani— 194 —

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taria» contra Serbia, algo que conseguiría con el ataque de la OTAN contra Kosovo. En el Reino Unido, a la cruzada antiserbia se les vino a unir el presidente de la Asociación de Amistad Anglo-Albanesa, el «conocido» historiador Noel Malcolm, quien no tuvo ningún reparo durante sus visitas a Kosovo en fotografiarse y alternar con el, también tristemente conocido, «pacifista» Hashim Thaçi. Este hombre, que en su carrera por aparecer más albanófilo que nadie ha llegado a escribir un libro, aseguraba que los mejores años de los Balcanes fueron aquellos en que estos territorios estaban bajo el dominio otomano. Los serbios, unos simples nómadas que llegaron a Kosovo de milagro, no tenían ninguna legitimidad, no ya al reclamar estos territorios, sino a vivir en los mismos. Kosovo, según aseguraba Noel Malcolm en su nada breve obra Kosovo: a short history, fue y será por siempre tierra albanesa. La obrita en cuestión, que dista mucho de lo que se considera un libro de historia, es uno de los grandes panfletos antiserbios de finales del siglo XX. Sin embargo, en el Reino Unido nos encontramos con un par de periodistas medianamente objetivos: Misha Glenny, quien sin dejar acusar a Milosevic y a la cúpula serbia de no haber estado a la altura y haber preferido la guerra a la negociación, escribió un par de libros veraces y creíbles —The Fall of Yugoslavia y The Balkans— y Tim Judah, que en su libro The Serbs realizaba un duro retrato, no exento de crítica y reproches, del pueblo serbio, pero sin caer en la demonización y en la mentira. Ambos, por desgracia muy desconocidos en nuestro país, realizaban un ejercicio objetivo al acercarse a todo lo acaecido en la antigua Yugoslavia en los últimos años. En los EE.UU. hay que reseñar, porque brilla con luz propia, a Robert D. Kaplan, periodista serio, prestigioso y buen conocedor de los Balcanes. En sus Fantasmas balcánicos, publicado, — 195 —

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por suerte, en España, y en Rumbo a Tartaria, Kaplan radiografiaba bien esta región acercándose a las fuentes y orígenes de los problemas, sin recurrir a falaces maniqueísmos y a las habituales deformaciones y tópicos de nuestros medios. En sus libros y artículos, desprovistos de adulación o de permisividad hacia los crímenes perpetrados por todas las partes en este conflicto, se afronta la historia de esta región, de forma seria y rigurosa, amena y objetiva. Buen conocedor de Kosovo, este judío norteamericano escuchaba a las partes, interpretaba los hechos y después evaluaba las razones que habían llevado a este conflicto, fruto de la incomprensión y la ausencia de diálogo entre los dos bandos. Qué fácil resulta culpar de un conflicto o una guerra a todo un pueblo, qué sencillo explicar así los orígenes de los problemas más complejos. Kaplan, como se puede leer en sus obras, no hacía eso. De la misma manera, el conocido experto en comunicación y polemista escritor Noam Chomsky ha denunciado en los últimos años la intervención de la OTAN en la antigua Yugoslavia como parte de una estrategia norteamericana para debilitar a Europa y fortalecer a determinados grupos de orientación islamista o reaccionaria. Entendiendo lo difícil que resulta en EE.UU. defender estas posiciones contra lo políticamente correcto en este país, sus artículos, además, han dado la vuelta a las tesis de la administración norteamericana del momento, considerando que la intervención de la OTAN provocó la catástrofe humanitaria y el caos en la región que precedió a la entrada de las fuerzas «liberadoras», con Solana casi subido a los tanques, con la «v» de Churchill, y jaleado a rabiar por los albanokosovares. Desde el principio de esta guerra la propaganda jugó un papel deplorable en el conflicto, presentando a los serbios como «cerdos» y «nazis», y a los terroristas albanokosovares como los últimos románticos del siglo XX. Lo de Chomsky, en este contexto, resultaba casi heroico. — 196 —

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Luego estaban nuestros periodistas locales, que repetían hasta la saciedad los mismos tópicos, mentiras y deformaciones prefabricadas que el resto de los medios europeos, y entre los cuales destacaba con nombre propio Herman Tertsch, quien no pudo ocultar durante todo el conflicto sus simpatías por los secesionistas croatas, eslovenos y albanokosovares. Al menos, en sus crónicas, artículos y análisis, Tertsch no intentaba ser objetivo y dejaba bien claras sus ideas acerca del conflicto yugoslavo, echando casi toda la leña hacia el lado serbio y responsabilizando a este pueblo; así lo hacía en su artículo El mito serbio, publicado en la revista Claves, culpándolos de estar condicionados por sus mitos políticos, históricos y religiosos en su cruzada por purificar étnicamente los territorios que no les correspondían. Reconozco que hay algo que no se le puede criticar a Tertsch: su pasión y fuerza argumental a la hora de defender en lo que cree no tiene ápice de duda. Es un rotundo antiyugoslavo. Así, su lucha titánica por denostar a los serbios y silenciar los desmanes del resto, tenía un carácter menos cínico que aquellos que se presentaban a sí mismos como «objetivos» e «independientes». Dios nos libre de estas dos últimas especies. Aquí, en nuestro país, contamos con muy pocos casos de periodistas y analistas que hayan intentado acercarse al conflicto sin consultar otras fuentes e informaciones al margen de las que venían de los analistas de salón que escribían desde sus cómodas butacas y nunca pisaron los Balcanes. Reproducían las mismas falsedades e informaciones precocinadas por la OTAN durante las guerras de Bosnia y Kosovo, mediatizadas y moldeadas por los bosniomusulmanes —que gozaban de la simpatía del Departamento de Estado norteamericano y la mayoría de las cancillerías europeas—, y más tarde por el ELK. No había ni el más mínimo intento por acercarse a las fuentes alternativas, a lo que pensaban los serbios, a lo que decían sus medios de comunicación, que también los había de la oposición democrática y nunca fueron le— 197 —

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ídos ni traducidos por nuestros periódicos. Durante la guerra de Kosovo, al igual que ocurría en toda Europa, nuestros medios repetían los mismos tópicos: campos de concentración, fosas comunes, genocidio albanokosovar, matanzas masivas... Luego, de golpe, descubrimos la verdad, pero ya no interesaba a nadie, el conflicto había pasado y solo perduraría la mentira. Algunos, llevados por esa simpatía militante hacia la causa de los nacionalistas albanokosovares, llamaban a este territorio «Kosova», como hacen los albaneses, y no Kosovo, que es el lenguaje de sus enemigos, los serbios. Tomaron partido por los secesionistas porque, si por ellos fuera, aplicarían el principio de autodeterminación. Los serbios, estos pobres sioux del siglo XXI, hacinados y escondidos en sus reservas étnicas, eran los últimos testigos del genocidio silencioso de Kosovo. Y este odio que movía a algunos de nuestros intelectuales e informadores, este ensañamiento con el pueblo serbio, continuaba y animaba el fuego de dolor e impotencia que imperaba en Kosovo. El discurso oficial arrasaba porque era mucho más fácil aceptar la mentira políticamente correcta que denunciar la vergüenza impuesta a todos los no albaneses de la región. Así se escribe la historia.

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26. Mentiras sobre Kosovo que matan Durante los 79 días de bombardeos contra Yugoslavia debo haber visto al menos 30 días los briefings de la OTAN, y no me puedo acordar de más de cinco o seis preguntas hechas por periodistas que al menos remotamente cuestionasen las boberías presentadas por James Shea, George Robertson y el peor de todos ellos, Javier Solanas, el cabecilla de la OTAN que simplemente ha vendido su alma «socialista» a la hegemonía global de los EEUU. En los medios, no se puso de manifiesto ninguna clase de escepticismo, ningún intento por hacer algo más que «clarificar» las posiciones de la OTAN, usando hombres retirados del ejército (nunca mujeres) para explicar las bellezas de los bombardeos terroristas. De manera similar, los columnistas liberales y los intelectuales —en cierto sentido esta guerra era de ellos— simplemente miraban para el otro lado ante la destrucción de la infraestructura de Serbia (estimada en 136 mil millones de dólares) en su entusiasmo ante la idea de que «nosotros» estábamos haciendo algo para parar la limpieza étnica. Edward Said, intelectual palestino.

La primera gran mentira sobre la que estaba sustentada esta guerra era el supuesto genocidio de los albaneses de Kosovo. No hubo tal, como revelaron la propia Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) y numerosas fuentes, entre ellas la representación española enviada a Kosovo nada más terminar la intervención-ocupación de la OTAN. Por ejemplo, el inspector jefe de antropología de la Comisaría General de Policía Científica, Juan López Palafox, y el director del Instituto Anatómico Forense de Cartagena, Emilio Pérez Pujol, explicaron, una vez concluida su misión en Kosovo, que no habían — 199 —

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encontrado fosas comunes y que en «Kosovo no había habido ningún genocidio». Sus datos e informaciones, que fueron enviados al Tribunal Penal Internacional de La Haya, han servido para demostrar sobre el terreno que los datos aportados por la Alianza Atlántica durante la intervención militar en Kosovo eran absolutamente falsos. Es decir, que, nuevamente, la primera víctima de una guerra era la verdad, tal como se ha demostrado en esta guerra balcánica de «baja intensidad». «Llevábamos material para unas dos mil autopsias, pero, sin embargo, tan solo hemos trabajado realmente sobre unas 187», afirmaron los doctores tras ser recibidos, en su momento, por el director general de la Policía y otras autoridades policiales. Los enterramientos, además, según revelaron los expertos, fueron realizados de forma ordenada y siguiendo el rito musulmán, presumiblemente por los albaneses. «A lo mejor no eran tan malos (los serbios) como nos los han pintado», respondieron a preguntas de los periodistas. A los ocho días de estar en Kosovo, para indignación de nuestros medios de comunicación y de los mandos de la OTAN, ya no tenían más cadáveres que analizar, y explicaron que, a diferencia de Ruanda, donde sí había fosas comunes y se había producido un exterminio en masa, en la región controlada por los serbios no había ocurrido nada parecido. No existían los campos de exterminio de los que hablaban nuestros medios, ni los centros de tortura, ni las fosas comunes; tan solo quedaba el gran engaño justificatorio de la agresión planificada y bien estudiada contra el pueblo serbio. Se puede añadir, a este respecto, que a día de hoy, no han sido juzgados por el Tribunal Penal Internacional de La Haya todos los responsables de los crímenes cometidos en Kosovo, ni civil ni militar —el TPIY absolvió en diciembre de 2008, por — 200 —

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falta de pruebas, a Haradinaj de crímenes de guerra y lesa humanidad—. Milosevic ya respondió en su momento de las acusaciones por crímenes de guerra perpetrados durante el conflicto yugoslavo. Ya veremos si los dirigentes de Bosnia, Croacia y Eslovenia, junto con los albanokosovares, son juzgados, pues parece que en esta guerra tan solo se ha juzgado y condenado a los serbios y a algunos jefes militares croatas de poca monta. La única realidad comprobable sobre el terreno, en estos momentos, es que de casi 300.000 serbios quedarían algo más de una tercera parte (126.000), según los datos de los que disponen las inútiles organizaciones internacionales operando en la zona, aunque seguramente esta cifra se habrá reducido tras la declaración unilateral de la independencia, acaecida en febrero del año 2008. Y es la segunda gran mentira sobre la que se asienta la realidad de Kosovo: que los serbios ejecutaron una masiva operación de limpieza étnica. ¿Cómo se puede sostener semejante tesis en el siglo XXI si a cada serbio le corresponden una veintena de albaneses? Por si fuera poco, a este pequeño grupo de serbios de Kosovo tan solo les quedaba la remota posibilidad de sobrevivir aislados, protegidos por fuerzas militares extranjeras y sin poder ejercer sus derechos políticos, sociales, culturales y económicos. Kosovo era el gran drama de un puñado de miles de no albaneses atrapados en una tierra hostil e inhóspita, violenta y trágica. Nadie, como suele ocurrir en estos casos, ha reconocido el error perpetrado y los daños causados, todos ellos, dicho sea de paso, colaterales. La gran mentira, la del supuesto genocidio, nunca existió, pero sirvió de base para la injusta situación de Kosovo. La OTAN ha seguido tratando de sostener semejantes tesis, la revista Newsweek, que llegó a representar a los serbios como los hijos del diablo, también, como todos los medios al servicio de la causa, pero los censos siguen señalando con el dedo acusador a aquellos que propiciaron una intervención militar en aras de sus oscuros intereses en la re— 201 —

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gión y en contra de ese conjunto de ciudadanos serbios, croatas, gitanos, arrumanos y otras etnias víctimas de una intolerancia y una inquina más propia de otras épocas que del siglo veintiuno. Luego estaba la pretensión de hacernos creer que la «intervención humanitaria» fue limpia, que apenas provocó víctimas civiles cuando, como todo el mundo sabe, se produjeron numerosas bajas y heridos entre ciudadanos inocentes. Muchas ciudades y pueblos serbios fueron atacados y bombardeos por las fuerzas de la OTAN: Aleksinac, Prístina, Kosanik, Grdelica, Djakovica, Meja, Surdulica, Belgrado, Kursumlija, Luzani, Prizren, Velija Jablanica, Nis, Rec, Rozaje, Istok, Varvarin, Novi Pazar, Orahovac y Murino, por citar tan solo algunas localidades, conforman esta geografía del terror y el horror; lugares donde murieron o resultaron heridos numerosos serbios considerados como bajas anónimas de unos daños colaterales a los que nadie pone nombre ni apellidos. Otra mentira recurrente que ha intentado justificar el cúmulo de errores perpetrados por la Alianza Atlántica es que la intervención respondía al llamado de la comunidad internacional para poner fin a las supuestas tropelías cometidas por los serbios. Nada podía ser tan falso. Tanto Rusia como China e India, junto con casi un centenar de países del Movimiento de los No Alineados, se opusieron a la intervención militar de la OTAN contra Serbia y Montenegro. Incluso China, quizá por las ventas de armas que había ofrecido y entregado a los serbios, sufrió el ataque de su Embajada en Belgrado, que causó varias víctimas entre muertos y heridos. Sorprendentemente, Pekín no protestó demasiado y se manifestó tibia en sus críticas a los EE. UU. La última gran mentira que ha sostenido y ha servido de justificación a esta guerra desproporcionada y sin respuesta contra el pueblo serbio es que el máximo líder serbio, Slobodan Milosevic, era una nueva suerte de Hitler balcánico. Un nuevo Hitler — 202 —

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con el que, en fechas tan recientes como 1991, coincidían James Baker, Felipe González y François Mitterrand, tres conocidos genocidas que en aquellas fechas defendían una Yugoslavia unida y democrática. Un nuevo Hitler que fue rehabilitado en Dayton y con quien los norteamericanos contaban para pacificar la región balcánica. Por último, si se aventuran a visitar Kosovo, pregunten por los centros de tortura, por los campos de concentración, por las fosas comunes, por los lugares donde se perpetraron las supuestas matanzas y se extrañarán de no ver ni rastro de las mismas. Tan solo, cerca de Istog, conseguí que los militares españoles me enseñaran una prisión completamente destruida y abandonada como «prueba» de la barbarie serbia. Lo patético del asunto es que la tal prisión fue bombardeada por la OTAN y no por los serbios y que las víctimas habían sido mayoritariamente albaneses. Si uno escarba en la realidad del Kosovo actual, la mentira aparece por todos los rincones y la manipulación interesada se ha convertido en una religión. Kosovo es uno de los mayores latrocinios de la historia del siglo XX.

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OCTAVA PARTE: PERSPECTIVAS DE EVOLUCIÓN Y CONCLUSIONES 27. El disparatado plan Ahtisaari El plan Ahtisaari abre la posibilidad de un Kosovo independiente; Serbia y yo mismo, en calidad de presidente, no aceptaremos jamás la independencia de Kosovo. Boris Tadic, presidente de Serbia.

Y el bombero se convirtió en pirómano en sus ratos libres. Así hizo la comunidad internacional, pero especialmente Naciones Unidas, en el caso de Kosovo. En febrero del año 2007, y sin que a nadie le cogiera por sorpresa, pues eran conocidas sus simpatías por la causa albanokosovar, el diplomático finés Marti Ahtisaari presentaba a la comunidad internacional y a los líderes serbios y albanokosovares su propuesta de plan, en la que llevaba trabajando desde que se le encomendó su trabajo de «mediador». Por destruir Serbia, además, el conspicuo finlandés fue premiado con el Nobel de la Paz (¿?). No obstante, sigamos con los pormenores sobre cómo se llegó a gestar la secesión de Kosovo. Ocurrió lo que se esperaba, el plan de Ahtisaari satisfacía las demandas de los albanokosovares y provocaba la indignación y la — 205 —

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ira en Belgrado, pues no era para menos, ya que el proyecto implicaba, casi de facto, la independencia de Kosovo, tal como ocurrió unos meses después. El plan de la ONU presentado por el enviado especial de la organización no mencionaba la palabra «independencia», como esperaban los albaneses, ni tampoco hacía referencia a la soberanía serbia del territorio, aunque concedía a Kosovo prerrogativas y símbolos propios de un Estado independiente, como una Constitución, bandera, himno y acceso a organismos que agrupan a países soberanos. Se creaba una entidad política a medio camino entre el Estado soberano y las repúblicas «piratas» no reconocidas internacionalmente que existen en el mundo, lo que significaba el final de la soberanía y de la integridad territorial de Serbia, algo que los líderes de Belgrado, desde luego, no podían aceptar. Ante el apoyo de numerosos países a este plan, entre los que destacaban EE.UU. y el Reino Unido, los albanokosovares se sentían más seguros y firmes en sus demandas, abandonando otras propuestas, como la de una partición negociada con Belgrado. Desde hacía muchos años se hablaba de este tema: la partición de Kosovo entre las dos etnias dominantes. Tanto los nacionalistas albanokosovares como los serbios habían defendido esta alternativa como la única posible y previsible, aunque en lo único en que no coincidían al hablar de esta opción como solución final era, como se esperaba, en la configuración de los mapas de sus respectivos Estados monoétnicos. Al llegar el plan del finés, las cosas quedaban claras para los albanokosovares: la comunidad internacional les daba luz verde para optar por el camino independentista. No obstante, antes de analizar el contenido del plan y las consecuencias que se derivaron del mismo, conviene estudiar cuáles eran las propuestas serbias para haber procedido a una partición de Kosovo, que quizá hubiera sido una mejor alternativa al — 206 —

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ambiente de tensión y crispación que se vivía en la zona tras la secesión de esta, antaño, región serbia. Pese a las posiciones más recientes de Belgrado que pretendían el retorno, en el pasado hubo propuestas serias como las del arquitecto Branislav Krstic, quien puso especial énfasis en el reparto del territorio entre las dos etnias mayoritarias de la región, serbios y albaneses, y en la creación de una entidad serbia, con una sólida base territorial, que mantuviese bajo su dominio a los conventos e iglesias serbias de cierto significado cultural e histórico para los serbios. La propuesta Krstic, que fue publicada por la revista francesa Golias/Limes, preveía algo más de la mitad de Kosovo bajo control serbio, quedando en sus manos la mayor parte de los monumentos históricos, y una serie de «islas» territoriales en manos albanesas. A día de hoy, y tal como están las cosas, la fortaleza de la mayoría albanokosovar haría irrealizable semejante propuesta tan favorable a las demandas de Belgrado y de su pueblo. Además, no es ni factible ni realizable, pues no contempla la viabilidad de la autonomía siquiera de los albaneses. Los serbios, si de veras quieren resolver el problema tendrán que hacer en el momento actual mayores concesiones a la mayoría albanesa. Mucho más creíble y realizable fue la propuesta presentada por el director de la Facultad de Geografía de la Universidad de Belgrado, Milovan Radovanovic, que contemplaba dejar en manos albanesas la mayor parte del territorio de la región y permitir la creación de tres pequeñas entidades serbias con capacidad de ser «absorbidas» por Serbia y Montenegro, pues se hallaban en sus fronteras y no impedirían la creación de una entidad albanokosovar, bien fuera con capacidad de autonomía o bien independiente. Los tres distritos serbios étnicamente puros serían: el de Pec, con una amplia base territorial que incluiría Istog y la ciudad moderna rodeada de sus ricas y fértiles tierras, un pequeño territorio con zonas de arraigada tradición histórica para los serbios; el segundo — 207 —

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tendría como su centro económico y capital histórica Kosovska Mitrovica, ciudad hoy dividida entre la mayoría albanesa del sur y la minoría serbia del norte, e incluiría amplios territorios hasta el lugar en donde se celebró la batalla del Campo de los Mirlos, Kosovo Polje; y, por último, un pequeño territorio que rodearía a la localidad y al monasterio de Gračanica. En este mapa, este aspecto serbio daba por perdidas las importantes ciudades de Prístina, Prizren, Kacanik, Djakovica y Lipljan. No obstante, a día de hoy, ninguna de las propuestas presentadas por los serbios tiene ningún viso de cumplimiento, dada la superioridad política de los albaneses y la creciente oposición por parte de la comunidad internacional a aceptar fórmulas políticas para Kosovo que pasen por la partición. La suerte está echada y la decisión tomada parece irreversible: Kosovo debe ser independiente. En este contexto, muy recientemente —año 2007, tras las elecciones parlamentarias en Kosovo boicoteadas por los dirigentes serbios—, el Gobierno serbio planteó una propuesta mucho más realista que la partición del territorio de Kosovo: su descentralización y la creación de cinco distritos propios para su etnia, donde esté garantizada su seguridad y la viabilidad económica, dos aspectos en los que los dirigentes serbios ponen especial énfasis desde hace mucho tiempo. Luego, Belgrado, en vista de que la independencia parecía una opción que no tenía vuelta atrás, ofreció casi una autonomía total, que daba a los albanokosovares grandes competencias y la pertenencia a un Estado absolutamente descentralizado. Los albanokosovares, atizados por los EE.UU., rechazaron también la oferta serbia. Lógico: se sentían fuertes y apoyados por la maquinaría militar de los EE.UU. La autonomía territorial de Kosovo prevista por los serbios contemplaba, según uno de los proyectos que había, la creación de cinco unidades: Kosovo Central, Kosovo Norte, Kosovo-Pomoravska, Metohija y Montaña Shar. La propuesta, de haber — 208 —

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prosperado, tenía en cuenta los municipios donde, en el año 1999, los serbios eran mayoría, aunque después sus habitantes fueran desplazados y en la actualidad residan, mayoritariamente, en los campos de refugiados abiertos en Serbia. Los albanokosovares, que son mayoría en casi todos los municipios tras la llegada de la OTAN —que incentivó la limpieza étnica de los no albaneses—, no quieren ni oír hablar de la propuesta y no parecen estar dispuestos, a no ser bajo presión de la comunidad internacional, a dar su brazo a torcer y negociar con los serbios. Estos distritos autónomos dentro de Kosovo, según las tesis del ex presidente Kostunica, estarían bajo la tutela de la comunidad internacional hasta que quedase fijado el estatuto definitivo de la región. No obstante, lo dicho: los albanokosovares ya no quieren ni oír hablar de autonomía y saborean la independencia que les ha dado la comunidad internacional, un «regalo» inesperado y del que, seguro, ya no se desprenderán. En esta misma dirección, el ex vicepresidente del Gobierno serbio, Miroljub Labus, presentó hace unos años otra propuesta tendente a solucionar el largo contencioso de Kosovo, en la que se proponía la creación de una gran entidad albanesa y otra más pequeña serbia, dotadas ambas de una amplia autonomía en temas como justicia, policía, seguridad y administración. Según Labus, los serbios deben presentar pronto una propuesta para Kosovo porque se corre el riesgo de que, en un periodo de tiempo muy corto, asistamos a un proceso de independencia irreversible y sin que estos puedan tomar parte en la resolución del contencioso. Naciones Unidas, siempre tan originales y tan contrarios a los intereses de los serbios, junto con el «gobierno» fantoche de Kosovo, se manifestaron en contra de tal propuesta, que, por cierto, era defendida por Rugova y compañía antes de la intervención-ocupación de la OTAN. Luego, respondiendo a los intereses geoestratégicos de Washington, el proyecto con respecto a Kosovo cam— 209 —

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bió de orientación y el horizonte independentista fue el único aceptado por los líderes albanokosovares. También antes de la guerra circuló por Belgrado un mapa de Kosovo que preveía la partición del territorio en dos entidades, una puramente serbia y otra albanesa. En la primera, según el mapa en cuestión, se incluían los territorios alrededor de Kosovska Mitrovica, con una serie de corredores que conducían hasta el Patriarcado de Pec, el monasterio de Gračanica y el Campo de los Mirlos, situado en la localidad de Kosovo Polje. Esta zona, que económicamente es de las más ricas de la región, se concebía como una región sin albaneses y sin ninguna ligazón con un Kosovo en el sentido territorial, como se ha conocido hasta ahora, dejando para los albanokosovares la mitad sur del territorio y la capital, Prístina. Otra propuesta, una más, irrealizable a día de hoy. En el preludio de la intervención de la OTAN, allá por el año 1999, el nacionalismo albanés no veía con malos ojos en los planes de la Gran Albania que concebían para la región, que los serbios se anexionasen los territorios del norte, es decir, los situados en torno a Mitrovica y cercanos a Prístina, y una pequeña franja situada alrededor de Gračanica junto con el pequeño territorio de Kosovo Polje, donde ocurrió la emblemática batalla del Campo de los Mirlos. Paradójicamente, el escritor nacionalista serbio Dobrica Cosic, leído durante algún tiempo por los círculos cercanos a Milosevic e, incluso, considerado «ideólogo» del dictador serbio por algunos analistas occidentales, ha llegado a plantear recientemente, en su libro Kosovo, una tesis parecida a la de los nacionalistas albaneses. Esta idea de reparto de la región, que ya defendió en 1968, le granjeó en el pasado la acusación de «traidor albanés» por parte de los serbios y de «defensor de la Gran Serbia» por los nacionalistas albaneses. Ahora que se puede hablar más libremente en Belgrado, Cosic sigue defendiendo la partición del territorio de — 210 —

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Kosovo y un gran pacto entre serbios y albaneses para estabilizar y garantizar la seguridad de la región balcánica. Aunque tarde, la iniciativa es loable y muestra el estado de cosas en Serbia, donde se ha pasado de la idea de defensa a ultranza de un Kosovo serbio a un horizonte en el que, incluso, se contemplaría la idea de la partición, un escenario indefendible hace apenas un lustro. En cualquier caso, la última palabra sobre la posible partición del territorio o un cambio en el actual estatuto, que realmente no está definido, la tendrá la comunidad internacional. Lo único constatable sobre el terreno es el peso y el poder de los albanokosovares, cada día mayor. No hay que olvidar que en los últimos cinco años numerosas competencias que, hasta ahora, tenían las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales, han sido transferidas a los entes locales, que mayoritariamente están en manos de los partidos políticos independentistas albanokosovares. Tan solo la presión de la comunidad internacional, y más concretamente de unos EE.UU. con una importante capacidad sobre la cúpula albanokosovar, podría cambiar el actual estado de cosas e imponer a las dos partes una solución justa y equilibrada, basada en un nuevo marco político-constitucional que aúne el respeto a las minorías y la protección efectiva de los derechos humanos y políticos de todas las comunidades. Lo que sí se detecta en los últimos tiempos, a diferencia de la época Milosevic, es una mayor flexibilidad por parte de Belgrado a la hora de buscar una solución política, aunque quizá la búsqueda de nuevas alternativas llegue demasiado tarde y en un mal momento: la comunidad internacional parece haber aceptado como irreversible la independencia de Kosovo y será muy difícil para Serbia volver a recuperar este territorio. Uno de los objetivos de todos los planes serbios era lograr la permanencia de sus lugares más emblemáticos en una nueva entidad política. No obstante, como ya hemos dicho antes, parece — 211 —

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poco factible lograr dicho objetivo; sin ningún apoyo serio en la comunidad internacional y con la actitud hostil de EE.UU. hacia su causa, la batalla, de antemano, parece perdida. Quienes perciben con preocupación la independencia de Kosovo, y no es para menos, son los habitantes de la pluriétnica región de Presevo, Bujanovac y Medvedja —en la frontera con Kosovo—, pues temen que el nacionalismo albanés se vea fortalecido e inicie una nueva escalada armada al estilo de la acaecida tras el final de la intervención de la OTAN. El mismo alcalde Bujanovac, el albanés Nagip Arifi, expresaba estos temores no hace mucho, y no descartaba que toda la zona se viera inmersa en la desestabilización, si estos pronósticos se cumplen.

28. Disparidad de opiniones en Belgrado Kosovo es la parte más valiosa de Serbia. Mantener a Kosovo es vital para el futuro de Serbia. Vojislav Kostunica, ex primer ministro de Serbia.

Nuevamente, y como viene siendo habitual, la cúpula dirigente de Belgrado está divida. Si algo ha caracterizado a los serbios en los últimos años ha sido su constante y permanente división, que les ha debilitado frente a sus enemigos y frente a la comunidad internacional, y su escasa tendencia a la búsqueda de un consenso sobre las grandes cuestiones, entre las que se encontraba el espinoso y central asunto —al menos para la política serbia— de Kosovo. El momento actual, tras la declaración de independencia y los posteriores reconocimientos de la misma, no presenta grandes diferencias con respecto al pasado. La suicida política de Milosevic con respecto al Kosovo provocó la intervención de la OTAN y la — 212 —

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consiguiente derrota de los serbios, con los resultados conocidos: la retirada de las fuerzas de Serbia y Montenegro (en ese momento todavía yugoslavas) y el final de la presencia de este pueblo en el territorio. Luego, en un ejercicio de escasos reflejos políticos, Milosevic siguió su errática huida hacia delante, y en un periodo de tiempo relativamente corto, su régimen se desmoronó ante la presión interior de una población cansada y depauperada, y una situación económica realmente insostenible tras años de embargo y bloqueo. Al perder Kosovo, que había sido utilizado como fuente legitimadora de su régimen, su inmenso poder se derrumbó como un castillo de naipes. Luego llegaron los cambios, las primeras medidas de los nuevos ejecutivos democráticos, y también la frustración por unas reformas que no satisfacían plenamente a un pueblo harto y desesperado por poner rumbo hacia Europa, sin necesidad de más experimentos utópicos. Las divisiones pronto se hicieron notar e, igualmente, los conocidos enfrentamientos Djincic-Kostunica. Luego la desaparición trágica del primero, en un crimen nunca demasiado esclarecido, allanarían el camino para Kostunica, que más tarde también vería cómo perdía popularidad frente a un emergente Boris Tadic, y el empuje de la ultraderecha radical de Tomislav Nikolic. Hoy, paradójicamente, los europeístas que controlan la vida política serbia —con Tadic en el papel de máximo líder— han tenido que llegar a acuerdos con los socialistas que apoyaron a Milosevic en su momento. Hablando de Kosovo, los dirigentes políticos serbios están mostrando, en los últimos tiempos, cierta tendencia al consenso y casi todas las fuerzas políticas se han mostrado contrarias a la independencia, salvo el pequeño Partido Liberal Demócrata, de orientación europeísta y muy pragmático. También les une la condena a lo que está ocurriendo, al actual estado de cosas en Kosovo, donde reina la violencia y el terror contra las minorías. — 213 —

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Sin embargo, hay alguna disparidad de criterios con respecto a algunas cuestiones. Por ilustrar con algunos ejemplos la situación en Belgrado, el ex Primer Ministro serbio, Vojislav Kostunica, llegó a pedir el boicot de los serbios de Kosovo a las últimas elecciones generales organizadas por la comunidad internacional, al considerar que no cumplían los requisitos exigidos para que los comicios se desarrollasen de una forma libre y democrática, mientras que otras fuerzas se manifestaban más participativas. Esta diferencia de criterios en la cúpula serbia no ayuda, desde luego, a la resolución de los problemas pendientes y a la búsqueda de unos interlocutores válidos por parte de las instituciones internacionales de cara a resolver el embrollo kosovar. Pero que nadie se engañe: Boris Tadic ya se ha mostrado claramente contrario a cualquier cambio territorial en la región que vaya en contra de la resolución 1.244 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y a favor de la independencia de Kosovo. En opinión de Tadic, Kosovo no podría sostenerse económicamente si optase a la independencia pero, además, representaría una fuente de inestabilidad política para toda la región y un gran desafío para la seguridad y defensa europea, pues desestabilizaría toda la zona y abriría seguros conflictos en Macedonia y Serbia y Montenegro. La misma opinión, por cierto, que mantienen los ejecutivos búlgaro, griego, rumano y, hasta hace poco tiempo, macedonio. En esta misma línea, aunque con opiniones distintas acerca del proceso de transición serbia, el ex ministro de Exteriores de Serbia y Montenegro, Vuk Draskovic —antiguo nacionalista cercano a Milosevic y a quien le ofreciese algún cargo de importancia— también se mostró claramente contrario a la independencia de Kosovo y favorable a un proceso de descentralización de la provincia y el autogobierno. La independencia de Kosovo, en opinión de Draskovic, tendría fatales consecuencias para BosniaHerzegovina y Macedonia; un análisis bastante extendido en todos — 214 —

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los círculos diplomáticos regionales y europeos. Una vez «rota» Serbia, ¿por qué no continuar con Bosnia-Herzegovina y la misma Macedonia? En opinión de Draskovic, las actuales fronteras de los Balcanes no deben ser alteradas y el objetivo final debe tender a la integración en Europa y no a la disgregación regional en un proyecto indefinido. Es decir, una Serbia, junto con la región de Kosovo, en la UE y con una amplia autonomía para las regiones en un Estado descentralizado y plenamente democrático. No obstante, y a estas alturas del relato, queda bien claro que ese no es el camino por el que han optado las potencias occidentales, tal y como se ha visto con los recientes 38 reconocimientos de la independencia de Kosovo. El contexto, desde luego, no puede ser más desfavorable para Serbia. Su acción diplomática está muy debilitada y su fortaleza internacional pasa por sus horas más bajas. A pesar de todo, en Belgrado, tras la salida de Milosevic de la escena política, se acabó asumiendo la posibilidad de que los montenegrinos optasen por la independencia y por la ruptura del actual marco político-constitucional. Montenegro es hoy otro Estado en la escena europea, aunque también podría tener parecidos problemas a los de Serbia, pues una importante comunidad albanesa y musulmana, convenientemente «atizada» desde Tirana, está residiendo en áreas homogéneas de este territorio. Montenegro fue la última «pieza» que se desgajó del puzle yugoslavo y constituye una nueva realidad en una región siempre cambiante e inestable. De esta forma, tras la consulta independentista montenegrina, que fue ganada por los partidarios de la independencia por escasos votos, Serbia quedó reducida a un territorio de unos 55.000 kilómetros cuadrados, contando con Kosovo y la región de Vojvodina, una escasa base territorial (algo más de la mitad de Andalucía) para un proyecto nacional que, un día, fue modelo en los Balcanes. La tragedia de la destrucción — 215 —

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de Yugoslavia concluyó, así, de una vez para los cansados y abatidos serbios después de quince años de sangrientas y agotadoras crisis y guerras. Visto así, como epílogo, la independencia de Montenegro fue percibida por muchos serbios como una auténtica liberación. Kostunica y Tadic, los máximos líderes serbios tras Milosevic, no han llevado sus divisiones al terreno de las exigencias a las Naciones Unidas, habiendo solicitado ambos, en repetidas ocasiones, el regreso de los refugiados serbios expulsados de Kosovo tras la intervención de la OTAN, en 1999, y la garantía de que la vida serbia se pueda desarrollar en la región en condiciones de seguridad y respeto. Una vez superada la crisis de las últimas elecciones, los dos líderes, junto con los representantes serbios en Kosovo, agrupados en el Consejo Nacional Serbio y el Movimiento de Resistencia Serbio, presionan unidos a las Naciones Unidas y a la comunidad internacional para buscar una solución a los problemas que se plantean desde la intervención-ocupación. Por ahora, vistas las escasas garantías de seguridad y el claro apoyo de UNMIK (Naciones Unidas en Kosovo) a los radicales albanokosovares, como se vio en las últimas elecciones —donde ni siquiera participaron grupos serbios—, los líderes de Belgrado tratan de acercar sus posiciones y lograr un desbloqueo del actual punto muerto. ¿Lo lograrán? Es harto improbable; la comunidad internacional parece haberlo asumido sin analizar las posiciones de los EE.UU., y la independencia de Kosovo, desgraciadamente para todos los europeos, parece ya un hecho político irreversible. Pese a las buenas intenciones de los líderes de Serbia, antes reseñadas, quien realmente lidera y defiende con firmeza a los serbios de Kosovo es la Iglesia ortodoxa serbia que, conducida por el conocido obispo de Raska y Prizren, Artemije, ha logrado ir ganando credibilidad en los últimos tiempos y ser la auténtica protagonista de la vida social, cultural y política serbia. Lógico: una vez que el — 216 —

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ejército, la policía y los cuadros administrativos serbios se marcharon de la región, una sensación de vacío y de derrota se extendió por Kosovo. Los serbios encontraron en la Iglesia su único refugio y una de las voces que más ha clamado contra la ocupación y el duro calvario padecido desde la entrada de las fuerzas militares que, supuestamente, iban a garantizar un Kosovo democrático, multiétnico y plural. Esta institución, junto con la Unión de Municipios Serbios, son la columna vertebral de una sociedad desestructurada, abandonada por su administración por la fuerza de las armas y olvidada por unos medios de comunicación más volcados en los vencedores que en los vencidos. Los popes ortodoxos reparten la escasa ayuda humanitaria que llega a la región, imparten clases, ayudan a los más desfavorecidos, visitan los pueblos más remotos abandonados por la comunidad internacional —como pude comprobar in situ— y se han convertido en los intérpretes de un pueblo abandonado, abatido y derrotado.

29. Serbia y el futuro de Kosovo Salvo el Ejército, usaremos cualquier medio para impedir la secesión kosovar. Vuk Jeremic, Ministro de Exteriores serbio.

En las últimas elecciones serbias, celebradas en mayo de 2008, el asunto de la independencia de Kosovo estuvo bien presente en la campaña electoral. Todos los partidos, desde la extrema derecha de Nikolic hasta los europeístas de Tadic, se refirieron al proceso iniciado por los albanokosovares de la misma forma: es absolutamente reprobable y Serbia nunca reconocerá dicha independencia. Tan solo los liberal-demócratas, que obtuvieron un tímido 5% — 217 —

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de los votos, aceptan la independencia y están dispuestos a renunciar al mítico territorio. Finalmente, y por suerte para Europa, ganaron los europeístas de Tadic, aunque la conformación del parlamento, con una fuerza presencial de los nacionalistas de Kostunica, los radicales de Nikolic y los milosevistas, hace prever una legislatura difícil y quizá convulsa, dados los antecedentes de la sociedad serbia. En cualquier caso, no parece que vaya a haber un cambio en la posición de Belgrado respecto a Kosovo y es casi seguro que las actuales percepciones vayan a ser revisadas. ¿Cómo afectará esta posición dura e invariable relativa a Kosovo en el proceso de integración y acercamiento de Serbia a la UE? Siempre se ha hablado de que algunos líderes europeos estarían dispuestos a flexibilizar y a agilizar las relaciones de Serbia con Bruselas si los líderes serbios aceptasen la independencia de Kosovo, una opción poco realista porque el electorado acabaría castigando a tales líderes. No obstante, la victoria de Tadic en las legislativas favorece las relaciones con la UE y sienta unas mínimas bases para unas negociaciones más factibles. Una victoria de los radicales, e incluso de Kostunica, hubiera creado interminables problemas y seguras colisiones entre ambas partes. Así, al menos en el terreno retórico, parece que el camino va a resultar más fácil. Quizá, llevadas las dos por el pragmatismo, la cuestión de Kosovo quede «aparcada» durante largo tiempo y pase a un segundo plano, con el fin de hablar de lo que más une —la cooperación política y económica— y de evitar lo que más separa —la independencia de la región—. Por ahora, las distintas diplomacias europeas tratan de convencer a Belgrado de que no hay vuelta de hoja y de que nunca se volverá al estatuto anterior de Kosovo, cuando era una región de Serbia y parte indivisible de su territorio. En lo que respecta a su transición democrática, la victoria de Boris Tadic en las urnas también allana el camino, pues es el líder — 218 —

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más práctico del actual «abanico» de representantes serbios. Seguramente, Tadic opte, finalmente, por continuar con las reformas políticas y económicas, que son básicas y fundamentales en estos momentos, y por «aparcar» la cuestión de Kosovo para no ralentizar el proceso de integración definitiva en la UE. Una victoria de los radicales de NIkolic —de extrema derecha y con su líder procesado en La Haya, Vojislav Seselj—, habría sido un desastre y un contratiempo en el necesario proceso de integración total de Serbia en todas las estructuras europeas. Los socialistas y los partidarios del ex primer ministro, Vojislav Kostunica, mantienen unas posiciones muy parecidas a las de los radicales serbios, sumando entre ambos casi el 20% de los votos. Sin embargo, la demagogia y el populismo de Kostunica han sido duramente castigados por el electorado, que ha preferido mirar hacia el futuro, votando a Tadic, antes que embarcarse en un incierto contencioso con la UE y la mayor parte de las diplomacias occidentales. Otro asunto a analizar, y que no se debe desdeñar, es el hastío del electorado serbio. Un 40% de los serbios se abstuvo en las últimas elecciones legislativas y se detecta en la población joven un cierto cansancio con respecto a la marcha del país; la mayoría ansía emigrar y buscar nuevos horizontes menos inciertos. Entre los principales retos del nuevo ejecutivo que gobierne la Serbia de los próximos años, hay que señalar el control de la inflación, la creación de empleo —el paro llega casi al 30%—, la entrada de las necesarias inversiones extranjeras, llevar a buen puerto las reformas que exige Europa para un futuro ingreso en la UE y la inserción de la economía serbia en la región. No cabe duda de que el asunto de Kosovo seguirá gravitando en la política serbia, pues son miles los refugiados y desplazados de esta región que hoy se pudren en las ciudades serbias. Luego está el espinoso asunto de los serbios que se han quedado allí, hombres — 219 —

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sin esperanza abandonados por todos y con los que el Gobierno de Belgrado tiene el compromiso de atenderlos y garantizarles su seguridad. Los dos retos son de muy arduo cumplimiento, pues no olvidemos que tanto los albanokosovares como la comunidad internacional tratan de impedirlo y pretenden borrar de la región cualquier rastro de la identidad y administración serbias. Incluso, para mayor escarnio de los serbios, las fuerzas internacionales desplegadas allí han impedido a funcionarios, políticos y líderes serbios desplazarse hasta Kosovo para visitar a sus nacionales. Nunca en la historia se vio nada igual; nunca la comunidad internacional había actuado con mayor parcialidad. Ahora, cuando se habla del envío de una misión civil de la UE a Kosovo, que ya ha sido aprobada, el mayor temor de la diplomacia serbia es que dicha acción tan solo sirva para legitimar, aún más, el actual status quo de Kosovo, esto es, la independencia, de facto, de la región. Quedan muchas cuestiones con respecto al futuro de Kosovo, como la viabilidad económica de la región, la persistencia de las mafias y la delincuencia organizada en el territorio, y la inclusión de este nuevo «país» en las organizaciones internacionales, toda vez que Rusia, la misma Serbia y otros países vetarían las pretensiones de entrada de la, antaño, región serbia. Serbia, en este asunto, se mantendrá firme, seguro, pero tendrá que mantener un equilibrio entre la rotundidad de sus posiciones y las exigencias de una UE que le reclamará colaboración y cooperación para controlar una región compleja y no exenta de peligros para todas las partes. La necesidad de una rápida integración en la UE puede llevar a la diplomacia serbia a adoptar una actitud mucho más pragmática con respecto al problema de Kosovo y al desafío de su independencia. Sin perder firmeza en sus posiciones, Serbia podría sacrificar su radicalidad en la defensa de sus puntos de vista, en aras de una rápida, y también necesaria, integración en la UE; proba— 220 —

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blemente Kosovo se convierta en el precio a pagar por la definitiva inclusión y anclaje de Serbia en la Europa política. Un precio muy alto pero que parece, como ya he dicho antes, un hecho irreversible: la independencia de Kosovo.

30. Incertidumbre en Macedonia La región de los Balcanes tiene la tendencia a producir más historia de la que puede consumir. Winston Churchill, político británico.

Macedonia, un territorio de apenas 25.000 kilómetros cuadrados y dos millones de habitantes, es un mosaico étnico donde conviven en frágiles condiciones eslavos, albaneses, serbios, gitanos, arrumanos, turcos e, incluso, búlgaros. Los eslavomacedonios, que hablan una lengua entre el serbio y el búlgaro, constituyen el 60% de la población, mientras que los albaneses representan el 30% del censo, aunque fuentes de los partidos nacionalistas albaneses elevan esta cifra hasta el 40%. Las fuentes oficiales la rebajan hasta el 25%. En cualquier caso, un porcentaje muy elevado y una constatada convivencia difícil. Skopje, como era de prever, tampoco se queda al margen de las estadísticas, asegurando los albaneses que maquilla las mismas para rebajar su influencia. El resto de las comunidades suma algo más del 10% de la población, predominando los turcos, con el 5%, y los serbios, que llegarían a algo más del 2%. También hay gitanos o roma, que son siempre las grandes víctimas de todos los conflictos de los Balcanes, y arrumanos, que hablan un dialecto muy cercano al rumano. Los albaneses residen, principalmente, en las ciudades de Tetovo, Kumanovo y Skopje y los núcleos — 221 —

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rurales de la mitad este del país, precisamente en las zonas cercanas a Albania donde, en los últimos años, se han producido la mayor parte de los enfrentamientos bélicos entre la guerrilla albanesa y las fuerzas macedonias. El origen del actual enfrentamiento, ya solo dialéctico afortunadamente, hay que situarlo en 1991, cuando, coincidiendo con la independencia del país, se produjeron algunos atentados contra las fuerzas macedonias; aunque el conflicto no fue a mayores y los «terroristas» albaneses, siguiendo la terminología de Skopje, fueron detenidos. En 1991, y como buena muestra del «divorcio» entre la mayoría eslavomacedonia y la minoría albanesa, los albaneses votaron masivamente contra la nueva Constitución aprobada. Los primeros conflictos, primero en clave política y luego en clave bélica tuvieron lugar a partir de ese año. Dos años más tarde, en 1993, los EE.UU. se decidieron a intervenir en la región ante la difícil situación general que se vivía en los Balcanes y la frágil paz de Macedonia. Un contingente de tropas norteamericanas fue enviado a la frontera del norte de este endeble Estado colindante a Serbia y Montenegro. En aquellos tiempos, Administración Clinton mediante, los EE.UU. trataban de contener la extensión del conflicto bosnio a toda la región e, incluso, aceptaban a Milosevic como un interlocutor presentable, capaz de fraguar paces y acabar guerras en los Balcanes. También buscaban una solución negociada al contencioso entre serbios y albaneses en Kosovo, algo que más tarde resaltaría la escasa pericia de Milosevic por conducir políticamente el conflicto y la radicalización de los albanokosovares, crecidos después del desenlace de la guerra en Bosnia y el apoyo de los EE.UU. y otros Estados occidentales a su causa. Un año más tarde, en 1994, y para que comprueben como han cambiado las cosas en la región, Washington firmaría un — 222 —

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acuerdo militar de asistencia técnica con Skopje, en un claro afán por apoyar la integridad territorial de Macedonia y evitar la desestabilización del país. Pese a todo, este se encaminaba peligrosamente hacia la confrontación: en 1995, en plena deriva de la crisis bosnia, el presidente macedonio Kiro Gligorov, auténtico muñidor de numerosos acuerdos y negociaciones para evitar conflictos y enfrentamientos en Macedonia, sufre un durísimo atentado que pone en peligro su vida. Casi todas las fuentes apuntan a que la mafia macedonia, que intentaba controlar el tráfico de drogas y la poderosa industria del contrabando, estaba detrás del atentando. Entre 1995 y 1997, y sin que nadie en Skopje sea capaz de reconducir las tensiones por la vía política, se sucedieron numerosas protestas albanesas por toda Macedonia, en demanda de los derechos fundamentales de esta minoría en el nuevo Estado. Las autoridades de Skopje, con escasa sensibilidad en aquellos momentos hacia los nuevos movimientos nacionalistas albanesas, desoyen estas protestas sin calibrar las amenazas que se cernían sobre ellos. Los EE.UU., pese a reconocer que algunas de las demandas albanesas eran razonables, siguieron apoyando, sin ambages, la integridad territorial de Macedonia. Macedonia, que en aquellos tiempos no tan lejanos sufría el embargo comercial y económico por utilizar su nombre unido al de Grecia y sus aliados en la UE, se sintió desprotegida y muy pronto vería cómo las tensiones vecinales iban a tener su influencia en la situación política interna. En efecto, entre 1996 y 1999, en que las fuerzas del ELK empezaron a incrementar sus acciones y sus actividades armadas en Kosovo, la coyuntura política macedonia era muy difícil. Las relaciones entre las fuerzas políticas albanesas y el ejecutivo de Skopje no existían. Y las simpatías de los albaneses de Macedonia por el ELK ya se hacían manifiestas en las calles del país, donde se vendían los afiches de esta organización — 223 —

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y se pintaban sus siglas por todos los rincones. Las autoridades macedonias, junto con la comunidad internacional, no podían ocultar su preocupación ante una situación cada vez más inestable y adversa. Arben Xhaferi, uno de los líderes albaneses más conocidos, llamaría en aquellos días a los albaneses de Macedonia a boicotear las instituciones y a crear una suerte de «Estado paralelo» al estilo del de los albaneses de Kosovo. Con el apoyo de la Albania de Sali Berisha, Xhaferi representaría uno de los rostros más radicales del nacionalismo albanés de Macedonia, alguien que, aprovechando la debilidad de Skopje en la escena internacional y la creciente inestabilidad de Kosovo, trata de sacar réditos políticos a la situación y participar de un previsible desmembramiento de Macedonia. Así llegamos a las elecciones generales de 1998, donde los partidos albaneses consiguen 25 de los 120 escaños en un clima de abierta hostilidad entre las partes. Los dos principales partidos, el Partido de la Democracia y la Prosperidad y el Partido Democrático de los Albaneses, quedarían muy pronto marginados en la escena política macedonia, sobre todo a raíz de los acontecimientos que se sucedieron en Kosovo. Un grupo guerrillero formado por albaneses de Macedonia, el Ejército de Liberación de Macedonia (ELK versión macedonia), tomó el relevo en el liderazgo de los albaneses de esta etnia. Desde el año 1999, y sin que la presión internacional consiguiera lograr un acuerdo entre las partes que relaje las tensiones, la situación en Macedonia se volvió muy inestable, sobre todo tras la intervención-ocupación de la OTAN sobre el territorio de Kosovo. Numerosas armas cruzaban por Macedonia y los éxitos de los albanokosovares del ELK animaban a sus vecinos a tomar las armas. Utilizando las bases de aprovisionamiento y logística del vecino Kosovo, la guerrilla comenzó con sus ataques en la ciudad de Tetovo, muy cerca de la frontera con la región ocupada — 224 —

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por la OTAN, y muy pronto la guerra se extendió por todo el país, allá por el verano de 2001. La OTAN, y sobre todos los EE.UU., muy conscientes de que la deriva macedonia podía desembocar en una crisis generalizada de irreversibles y desconocidas consecuencias, decidieron intervenir rápidamente enviando, en agosto del año 2001, una fuerza multinacional formada por 3.500 hombres, entre los que se encontraban algunos españoles. Aparte de esta rápida intervención militar, fruto del aprendizaje de los europeos y la OTAN tras los errores en Bosnia-Herzegovina, la comunidad internacional forzaría a las dos partes a comenzar un diálogo constructivo sobre el futuro del país. Las autoridades de Skopje, hasta ese momento, se habían mostrado muy poco receptivas a hablar cara a cara con los albaneses acerca del marco político y constitucional macedonio. Una vez concluidas las negociaciones entre las partes, bajo la atenta presión de los EE.UU., la UE y la OTAN, se firman los Acuerdos Marco de Orhid, donde se contemplaba la participación de los albaneses en las instituciones representativas macedonias y la reconducción del conflicto por las vías políticas y pacíficas, un escenario que parecía casi imposible unos meses antes. Un gran éxito para la comunidad internacional, quizá de los primeros, en los Balcanes. Por suerte para Macedonia, la doctrina internacional de la UE y la OTAN para este país pasaba por la defensa de su integridad territorial, del principio de su soberanía y por la construcción de una sociedad abierta y multiétnica. Para lograr dichos objetivos, una vez que la OTAN cedió el testigo de la misión a la UE, una fuerza militar denominada EUROFOR (Fuerza Europea de Reacción Rápida) permaneció en Macedonia, encargada de verificar el alto el fuego entre las partes, el desarme de los guerrilleros del ELK, el final de la represión por parte de Skopje y el cumplimiento político de los Acuerdos Marco de Orhid. — 225 —

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No obstante, la exportación del terrorismo nacionalista albanés hacia sus vecinos no era un fenómeno nuevo: en 1999, una vez producida la intervención de la OTAN y la consiguiente ocupación, un grupo ligado al ELK que se autodenominaba Ejército de Liberación de Presevo, Medvedja y Bujanovac (LAPMB), perpetró una serie de brutales atentados terroristas en Serbia, en las zonas fronterizas a Kosovo, donde residía una significativa comunidad albanesa. Los medios de comunicación occidentales, en clara campaña generalizada antiserbia, presentaron estas acciones como legítimas y justas, en tanto en cuanto se realizaban contra un régimen político cuasi diabólico y brutal. Finalmente, bajo la tutela de la OTAN, este grupo renunció a seguir operando en territorio serbio y se alcanzó un frágil acuerdo entre las partes que dura hasta el día de hoy. Actualmente, y con una exigua fuerza militar europea todavía presente en Macedonia, la situación ha mejorado mucho: los albaneses participan en las instituciones políticas y Skopje muestra una mayor sensibilidad hacia los problemas y demandas de esta minoría. Pese a todo, la difícil situación de Kosovo, que podría agravarse en vista de que no acaba de definirse el estatuto, puede influir negativamente en Macedonia, tal y como ocurrió hace casi una década. Pese a todo, el clima de relaciones entre eslavomacedonios y albaneses es mucho mejor e, incluso, los partidos albaneses participan en las instituciones locales y centrales del país. No obstante, debido a lo acaecido en Kosovo, las tensiones podrían volver a aflorar, lo que sería un desastre para todos los europeos. La potencia del nacionalismo albanés, cada vez más activo y reivindicativo, podría tener su influencia en este endeble país, víctima siempre de las tensiones y problemas de sus vecinos, y a medio camino entre los proyectos nacionalistas de serbios, albaneses, búlgaros y griegos, que siempre reclamaron para sí esta depauperada y débil Macedonia. Nadie ha reconocido nunca la — 226 —

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identidad macedonia y todos tienden a verla como una parte de sus respectivos proyectos nacionales. En lo que respecta a los EE.UU., tras la reelección de George Bush reconocieron a Macedonia como tal y no bajo el absurdo nombre impuesto por Atenas a los burócratas de Bruselas, es decir, FYROM (Former Yugoslav Republic of Macedonia). Washington ha hecho una apuesta clara por evitar que la inestabilidad se extienda por todos los Balcanes y por reconocer la integridad y la soberanía del actual Estado macedonio, en un claro aviso al nacionalismo albanés. Este gesto, bien recibido en Macedonia y Serbia, puede desvelar hasta dónde podrían llegar los EE.UU. en los Balcanes. El mensaje, en clave política, parece claro: aceptamos la independencia de Kosovo pero Macedonia debe permanecer unida. Sin embargo, no todo han sido buenas noticias para el Estado macedonio, pues en una reciente cumbre de la OTAN, celebrada en Bucarest, en abril de 2008, Atenas vetó la posible inclusión de este país en la Alianza Atlántica mientras no cambie su actual nombre. Las controversias en torno al susodicho nombre, como vemos, no terminan nunca. La cuestión macedonia sigue en el alero. Para concluir, hay que destacar que en las últimas elecciones macedonias, celebradas en junio de 2008, los nacionalistas albaneses, repartidos en dos fuerzas políticas antagónicas —el DPA y el DIU, heredero de los grupos terroristas que provocaron la guerra del año 2001—, obtuvieron unos excelentes resultados y, durante unas horas, el país vivió la pesadilla de la violencia etnicista que casi siempre provocan los grupos más radicales perseguidores de la gran Albania. Numerosos colegios electorales fueron atacados y cerrados; radicales albaneses, a punta de pistola, amenazaron a los candidatos de la oposición e, incluso, un candidato opositor fue asesinado y hubo algunos heridos. Los albaneses, tras conocer los resultados, salieron a las calles con sus banderas y sus conocidos — 227 —

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cantos independentistas. Aviso para navegantes: tras Kosovo, puede ocurrir cualquier cosa en Macedonia. Que nadie se lleve luego las manos a la cabeza.

31. Los riesgos que nos acechan Considero que el apoyo a una declaración de independencia de Kosovo es inmoral e ilegal. Occidente ha utilizado un doble rasero con Serbia. Vladimir Putin, ex presidente de Rusia.

Un Kosovo independiente era el objetivo final del nacionalismo albanokosovar, que nadie se equivoque. Ni sus dirigentes lo ocultaban, ni Tirana lo desmentía, ni los medios de comunicación albanokosovares lo condenaban, sino que lo alentaban, sabedores de su superioridad en la escena internacional por el apoyo norteamericano y también de otras potencias occidentales, como Alemania. Desde un principio, todos los grupos que operaban en la región, desde el ELK de Kosovo hasta su versión macedonia, pasando por el Ejército de Liberación de Presevo, Medvedja y Bujanovac (LAPMB), han defendido con rotundidad este objetivo. ¿Cómo se llegó a este estado de cosas? ¿Por qué los líderes albanokosovares pasaron de defender la autonomía para Kosovo a plantear abiertamente la independencia? Se ha hablado antes de que Kosovo podría ser utilizado como moneda de cambio con Belgrado, es decir, se podría ceder la soberanía a los albanokosovares a cambio de la integración de Serbia en la UE e incluso en la OTAN, opción que no goza de apoyos en Belgrado y que es vista, incluso, con horror por los dirigentes nacionalistas más radicales. Resulta todo un chantaje inaceptable para Belgrado y, moralmente, si es que cada algo que salvar en — 228 —

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este conflicto, también para Europa. Pero así es la política, así se escribe la historia. La partición del territorio hubiera sido factible hace unos años, si la cúpula de Belgrado hubiera entendido que la intervención de la OTAN era inminente y que a los serbios les iba a resultar muy arduo conservar en sus manos la región. Aparte de la presión terrorista del ELK, el alto crecimiento demográfico de los albanokosovares y la emigración, lenta pero imparable, de los serbios, antes y después de la intervención de la OTAN, deberían haber llevado a los dirigentes serbios a la búsqueda de una solución realista. Milosevic, sin embargo, no supo ver los peligros que se avecinaban ni actuar con pragmatismo sobre el problema. Hoy no parece posible tal alternativa, que había sido defendida por numerosos académicos e historiadores serbios. La independencia de Kosovo ha alterado la escena, con los posteriores reconocimientos internacionales; y la decisión final acerca del estatuto de la región ya no recaía sobre Belgrado, sino que gravitaba sobre otros centros, como los EE.UU. Una reemergencia del nacionalismo albanés con consecuencias en toda la región no es una hipótesis descartable. El nacionalismo radical albanés, con sus potentes ramificaciones en Macedonia y Serbia y Montenegro, puede volver a manifestarse de forma abrupta y violenta sin que la comunidad internacional pueda hacer mucho por evitarlo. Cuentan con armas y dinero, una fuerza militar armada y entrenada —la Kosovo Police Force, antiguo ELK reciclado por las Naciones Unidas y sostenido con el dinero de nuestros impuestos a través de la UE y otras instituciones democráticas europeas—, y un poder político reconocido y legitimado internacionalmente. También cuentan con el apoyo silencioso y no desdeñable de un Estado, Albania, que siempre ha prestado sus territorios para sus bases logísticas, de aprovisionamiento y entrenamiento. — 229 —

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Mientras en Macedonia las cosas están claras —pues la UE, la OTAN y los mismísimos EE.UU. ya han advertido que no aceptarían nunca la fracturación del actual Estado macedonio—, en Kosovo las cosas han ido, como hemos visto, por caminos bien distintos hasta que los albanokosovares han conseguido su independencia a sangre y fuego, todo hay que decirlo. Serbia tenía mucho que perder porque no era políticamente correcta para muchos de nuestros dirigentes europeos. Luego está la simpatía mediática que suscita todavía la causa albanokosovar, que sigue siendo vista por nuestros medios como la lucha de un grupo de románticos bandoleros contra un pueblo bárbaro e intolerante —ese puñado de serbios depauperados y abandonados que resisten todavía a duras penas en las ensangrentadas tierras de Kosovo—, indigno incluso del derecho a la vida. Que se vayan, señalan, de forma despectiva, algunos de nuestros diplomáticos destinados en la zona, «pues los serbios son parte del problema y no de la solución de Kosovo». Eran como el sacerdote asesinado en el puente bombardeado por la OTAN, ¿quién le mandaba estar a esa hora y ese día en el dichoso puente? Estaba en el lugar y el momento equivocados, desde luego. En este contexto tan favorable a los intereses de la actual cúpula albanokosovar instalada en Prístina por la Alianza Atlántica, un nuevo conflicto entre serbios y albaneses es un escenario que debe descartarse. Serbia ya ha anunciado que no utilizará la fuerza. Ni tiene los medios militares para enfrentarse a los EE.UU., y a su sumisa Alianza Atlántica, ni tiene, tampoco, la moral; han sido muchos años de derrotas militares, de bombardeos indiscriminados, de ataques, de demonización colectiva de todo un pueblo… Serbia está hundida, tullida, sin capacidad de respuesta, anulada por un enemigo que se reveló implacable y que la sumió en el caos social, político y económico. Los serbios perdieron la guerra que se representaba en nuestros medios de comunicación y en las — 230 —

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cancillerías, quizá sin saberlo. El camino de regreso a la normalidad, de vuelta a Europa, será todavía largo, y Kosovo es el precio a pagar por su inclusión futura en la UE. El regreso de todos los expulsados antes y desde 1999, el encausamiento de los criminales de guerra de todas las etnias, la apertura de negociaciones directas entre Belgrado y las nuevas autoridades albanokosovares y el desarme de las guerrillas albanesas —que guardan sus armas en los armarios, por si acaso—, junto con otros grupos de «incontrolados», constituyen las premisas básicas que evitarían un previsible conflicto entre las dos etnias. Conseguir estos objetivos implicaría el trabajo de todas las organizaciones internacionales presentes en la zona y una clara voluntad política por parte de la OTAN, de cara a resolver este largo y arduo conflicto. Nada de ello, debido a la debilidad de Belgrado, ha acontecido por ahora y será harto difícil que ocurra. Mientras estos acontecimientos se suceden en Kosovo, en Serbia todavía viven 70.000 albaneses entre las localidades de Presevo, Bujanovac y Medvedja. El auge de los radicales, la difícil situación económica y la cercanía con Kosovo, junto con el escaso control de las fronteras por parte de la comunidad internacional, podría provocar nuevos incidentes al estilo de los que se vivieron tras la intervención-ocupación de la OTAN. El balance de lo acaecido en Kosovo en estos últimos nueve años no nos induce a ser optimistas con respecto al futuro de la región: Iglesias y monasterios ortodoxos destruidos y calcinados; muchos de los monumentos de la Serbia histórica, algunos de ellos declarados Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, abandonados para siempre a la barbarie y la destrucción; unos 250.000 no albaneses desplazados; varios centenares de muertos a manos radicales albanokosovares, muchos de ellos serbios, pero también gitanos, turcos, bosnios, croatas y otras etnias; miles de viviendas destruidas; la inestabilidad política en las zonas limítrofes con — 231 —

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Kosovo y, en fin, una región devastada política, material y económicamente. Un absoluto desastre bajo el paraguas «protector» de la OTAN y con el dinero de los contribuyentes europeos, que han visto cómo, de la idea de crear un Kosovo multiétnico y democrático, hemos pasado a un «Estado mafioso monoétnico», en palabras de un diputado británico citado ya en este trabajo. Hoy, el sueño albanokosovar se ha conseguido por las fuerza de las armas, mientras la ira y el terror reinan en el lado serbio. ¿Quién contendrá este dolor inmenso por la pérdida de Kosovo? Las Naciones Unidas son en buena parte responsables de este desastre porque, como aseguraba Radio Francia Internacional en una de sus emisiones para los Balcanes, «desde hace años la ONU oculta allí la violencia étnica de los extremistas albaneses sobre la población serbia y demás grupos étnicos» y no se «atreve a tomar medidas». El pasado año, el jefe de las Naciones Unidas para Kosovo —UNMIK—, Hari Holkeri, dimitió de su cargo, después de haber callado, ocultado y silenciado el drama de los serbios de Kosovo durante años. Algunas fuentes señalan que dimitió porque, al final, se cansó de mentir tanto e, incluso, llegó a ser amenazado por los extremistas albaneses, lo que aceleró su decisión y su marcha de una tierra bastante caldeada, violenta y donde la seguridad y la estabilidad desaparecieron hace ya años. El doble rasero aplicado por la comunidad internacional en la región ha funcionado muy bien para los albanokosovares, pues lo que servía en Bosnia —la defensa de la integridad territorial de un Estado—, no lo hacía en Serbia y se le reservaba a Kosovo la posibilidad de ejercer el derecho a la autodeterminación, aunque en las instituciones no estuvieran presentes todas las comunidades y minorías de este «país» inventado. Esperemos que esta alegría, ahora desbordada, en las calles de Kosovo no dé paso a nuevos episodios de violencia; en los Balcanes, la manifestaciones de júbilo de algunos, muchas veces, no dejan ver la ira y la rabia de otros. — 232 —

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32. Tras Kosovo, todo vale La caída del reino de Serbia... y de Jerusalén, del lugar sagrado, voló un gran pájaro gris, un halcón, que en su pico llevaba una golondrina. ¡Pero espera! No es un halcón. Es un santo. El sagrado San Elías: y no lleva consigo una golondrina sino una carta de la madre de Dios. Lleva la carta ante el Zar en Kosovo y la coloca en sus rodillas que se estremecen. Cantar épico serbio.

La reciente guerra entre Rusia y Georgia, tras un ataque de esta última ex república soviética contra las regiones separatistas de Abjasia y Osetia del Sur, ha vuelto a revelar, a las claras, la fragilidad de nuestro orden internacional. Rusia, que quizá atacó de una forma desproporcionada a Georgia, ya advirtió de que Occidente no puede tener un doble rasero; es decir, habiendo reconocido la independencia de Kosovo, carecía de legitimidad para impedir el reconocimiento de Osetia del Sur y Abjasia como «Estados independientes», en una clara afrenta a Georgia, que se veía privada de la integridad territorial, y a un ordenamiento internacional que ya se había vulnerado con el errático reconocimiento de la independencia unilateral de Kosovo. La situación actual de Kosovo no puede ser peor. Con un 60% de paro, un 95% de los productos que se consumen importados, y una economía controlada por los contrabandistas y los narcotraficantes, Kosovo es hoy una tierra sin esperanza para casi — 233 —

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todos, también para los albanokosovares. Recientemente, en una de esas centenares de inútiles visitas organizadas por las instituciones internacionales presentes en la zona, una diputada británica, Alice Mahon, cansada y hastiada de tanta mentira, concluyó al final de su viaje que Kosovo es un «Estado mafioso monoétnico», acusando a la comunidad internacional y a los radicales albanokosovares de haber convertido a la región en el reino de la impunidad y de la delincuencia organizada. Por fin alguien tenía la valentía de decir en voz alta lo que todos callaban desde hacía años. Además, Kosovo por sí mismo, tal y como han demostrado recientes estudios, es inviable económicamente, como bien saben UNMIK, los gobiernos de Tirana y Belgrado y la misma OTAN. Es una tierra sin esperanza, donde la mitad de la población tiene menos de 20 años y un 70% menos de 30. Sin futuro económico, siempre mantenida por el «oprobioso» Estado serbio, que nunca le negó esos subsidios; y sin definir su estatuto final, la mayor parte de los jóvenes de las dos etnias, tienen en mente la emigración como única salida. Pese a todo, la peor parte de lo que acontece en esta tierra sin ley se la llevan los serbios y el resto de las minorías que habitan en la región. Los albaneses, dentro de lo que cabe, al menos, no tienen problemas en lo relativo a su seguridad, siempre y cuando no hablen demasiado ni desafíen el discurso imperante. Hablar del futuro de los serbios de Kosovo, cuando es tan negro, resulta casi una broma. Simplemente, para ningún serbio de Kosovo hay futuro. Lo mejor que les puede ocurrir es marcharse, abandonar su tierra para siempre, donde vivieron sus ancestros desde hace siglos y descansan sus restos, para comenzar un nuevo camino lejos de una tierra que fue mitificada y que hoy es hostil y violenta, sangrienta y guerrera. Es, en definitiva, el final del Mito Serbio. El ciclo infernal de Kosovo parece cerrarse, la herida abierta de los Balcanes sigue supurando y parece no tener fin. — 234 —

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El mariscal Tito había intentado construir en Yugoslavia una sociedad para el hombre nuevo del socialismo, y en Kosovo intentó superar las rivalidades étnicas a golpe de planes quinquenales, construcción de horrorosas y poco funcionales unidades productivas, y fríos y grises bloques de viviendas para las dos etnias. Pero el experimento fracasó y las primeras señales de que algo estaba fallando empezaron a notarse, tras su muerte, en esta región. Un cuarto de siglo después de todo aquello, como si un terremoto hubiera pasado, ya apenas quedan serbios, y a los pocos que quedan, como hemos dicho antes, les espera un futuro incierto. El peor y el más previsible de los escenarios, la independencia de un Kosovo controlado por los radicales albanokosovares, se ha cumplido. Año 2008, comienza la pesadilla. Los serbios, a partir de ahora, tendrán escasas posibilidades de llevar a cabo una vida cotidiana normal, razonable y en condiciones de seguridad y bienestar para todos los miembros de esta etnia, en parte, porque nuestras fuerzas internacionales estacionadas allí —antes KFOR y ahora la temida UE— se han mostrado demasiado pusilánimes a la hora de defender el mandato de construir un Kosovo multiétnico y democrático, donde hubieran podido vivir todas las etnias, incluyendo a los serbios. Ahora, después de tantos desatinos y años de errores, resultará difícil reconducir el actual estado de las cosas. Se tendría que haber respondido a la violencia de los albanokosovares radicales con mayor energía y con mayor contundencia a la hora de encarar sus ataques a la población serbia y a otras minorías, como han reconocido numerosas organizaciones no gubernamentales operantes en la zona y las mismas Naciones Unidas en recientes informes. Ahora, sin embargo, con esta declaración de independencia, todo vale en nuestro orden internacional. Rusia, por lo pronto, ya ha anunciado que intensificará sus relaciones con los territorios segregados de Georgia (Abjasia y Osetia) y Moldavia (el Transniéster), quizá con la intención de anexionarlos algún día; de momento, ya — 235 —

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están dando pasaportes rusos a los ciudadanos de esos enclaves secesionistas. Chipre, el «Estado» fantoche fundado por los ocupantes turcos —la «República Turca del Chipre Norte»—, no oculta ya sus intenciones por ser reconocido. E igual puede pasar en media Europa, en el Kurdistán iraquí o en Nagorno Karabaj. ¿Quién tendrá ahora legitimidad moral y política para que se cumplan las resoluciones de las Naciones Unidas si los propios miembros fundadores y con derecho a veto en el Consejo de Seguridad las incumplen y vulneran? ¿Quién puede esgrimir argumentos jurídicos del derecho internacional para paralizar dichos procesos secesionistas? Casi veinte años después del conocido discurso de Milosevic en el escenario de la batalla del Campo de los Mirlos, Kosovo es un lugar inhóspito y hostil para los serbios. Nos encontramos, 620 años después de la famosa, o dichosa, batalla —según se mire—, en el final del ciclo serbio. La posteridad dirá si los europeos estuvimos a la altura de las circunstancias o si, llevados por el falso victimismo de los supuestos damnificados, fuimos cómplices, a través de la autocomplacencia y de la pasividad, del holocausto más silencioso perpetrado en la crónica de este continente plagado de tristes avatares y sangrientos capítulos. La historia, como demuestra la realidad de Kosovo, se resiste a terminar pese al prematuro anuncio de un próximo final. Lo que sí parece concluir es la presencia milenaria serbia en dicha región. Triste noticia para una Europa que habíamos querido amar y por la que habría merecido la pena luchar con más empeño, la de la razón de la libertad y la convivencia en paz, sin diferencias étnicas. Los serbios de Kosovo han perdido la guerra y, por ello, han sido condenados a la humillación de la derrota y la desgracia colectiva; pero la verdadera miseria, la de los falsos profetas de este neofascismo tribal y la supremacía étnica, está definitivamente instalada en el odio de los radicales de la otra parte, incapaces de entender los logros y la riqueza de las sociedades abiertas y mul— 236 —

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tiétnicas. Estoy más que seguro de que nuestros medios seguirán callando el lento genocidio de los serbios de Kosovo; de que nadie hará nada para evitarlo; de que las organizaciones internacionales con sus inútiles funcionarios, tan cobardes y silenciosos, seguirán sin mover un dedo por este pueblo perseguido; de que nuestras palabras, al igual que las de Victor Klemperer, ese pobre judío que contaba, día tras día, en sus diarios la barbarie del holocausto nazi con todo «detalle», se perderán durante algún tiempo en los cajones vacíos de una historia todavía no escrita; pero también de que, luego, reinará la verdad, y el horror del Kosovo actual se hará indescriptible y nos llenará a todos de vergüenza. Incluso se ha organizado el latrocinio organizado, pues las empresas propiedad del Estado yugoslavo han sido privatizadas y compradas por la nueva clase política —si es que se la puede llamar así— albanokosovar, que emplea todos los medios, incluida la violencia, para controlar la paupérrima economía local. Las propiedades yugoslavas y serbias han pasado a manos de los nuevos capitalistas del ELK sin que haya habido por medio un proceso legal, ¿cómo han sido capaces las Naciones Unidas de tolerar este robo organizado ante el mayor despliegue internacional que jamás se ha visto en la historia? Al igual que pasara con los bienes de los judíos gaseados por Hitler, cuyas riquezas sirvieron para alimentar la máquina de la muerte nazi y que, más tarde, irían a parar a las buenas familias alemanas y austriacas, que preferían mirar a otro lado cuando sus vecinos eran gaseados, los serbios de Kosovo han perdido todo y quizá ya nunca lo recuperarán. No solo se trata del exterminio físico y moral, sino de que no quede ninguna prueba de la existencia de los serbios. Hasta sus cementerios deben ser destruidos y olvidados para siempre. Y las viejas cruces de madera, abandonadas en aquellos, están siendo arrancadas para que no se conozca la historia y así se proceda a no dejar pruebas de este inexorable exterminio. Se está destruyendo — 237 —

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una cultura milenaria, arrancando de cuajo sus raíces y tumbas; no se trata únicamente de la destrucción humana y material, sino de no dejar ningún rastro para el futuro, como si nunca hubiera existido nada en el mítico Kosovo. La historia milenaria de Serbia ha quedado a merced de la barbarie; se están socavando sus cimientos seculares, cuestionando su identidad para siempre y sumiéndola en un olvido irreparable para toda la eternidad. Quizá el mundo crea a quienes están destruyendo las bases de toda una civilización, porque la realidad material inerte y expoliada estará de su lado. Como explicaba el escritor bosnio Jergovic, «lo que no existe, aquello de lo que no se conserva ni siquiera un fósil, es que realmente no ha existido». Los serbios de Kosovo han sido condenados al exterminio, pero también al olvido y a vivir en un vacío existencial y cultural del que no les resarcirá nadie, porque les conducirá a un terrible anonimato. Ni siquiera una gran victoria política o militar podrá salvarles de esta tragedia, también anónima, que ya parece irreversible. Este es nuestro destino, el de un continente capaz de soportar y de padecer todas las carnicerías sin palidecer para luego relatarlas, sin rubor, a las futuras generaciones. Pero, al menos, que esta vez sea sin coartadas y que nadie diga que no sabía nada, que no le habían dicho nada, que no se pudo hacer nada para evitarlo. Kosovo será independiente, pero no por ello el mundo será más justo, democrático y libre, sino todo lo contrario. Los acontecimientos vividos en Georgia, con el consiguiente resultado del reconocimiento de las independencias de Abjasia y Osetia del Sur por parte de Moscú, muestran, a las claras, que comenzamos una nueva era en la sociedad global. Nuestra legitimidad internacional, resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas incluidas, ha saltado en pedazos. El espíritu de la selva avanza, la fuerza se impone. El nuevo orden se construye a sangre y a fuego, tal y como hemos visto en Georgia. Vivimos tiempos turbulentos. — 238 —

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CRONOLOGÍA DEL CONFLICTO 395: El Emperador romano Teodosio I divide el Imperio en dos partes: Occidente y Oriente, incluyendo a las actuales Serbia, Montenegro y Macedonia. El Occidente adoptaría el alfabeto latino y el rito católico ligado a Roma, mientras que el Oriente utilizaría el cirílico en los Balcanes y se ligaría al culto ortodoxo, que no reconocería el poder de los Papas. Siglo VI: Las migraciones eslavas pueblan los territorios del sur del Danubio, donde habitan los ilirios (de quienes los albaneses se reivindican como sus sucesores) y los antepasados romanizados de los pueblos de la región. Siglos VII-IX: Los serbios del sur del Danubio quedan bajo la influencia de Bizancio y, a partir de 1054, se convierten masivamente al ortodoxismo. 829-927: Primer Imperio de Bulgaria. 1180: El fundador de la dinastía serbia, Stefan Nemanja, inicia la represión contra los bogomilos, quienes después huirían a Bosnia y la repoblarían, al encontrar una tierra más tolerante y abierta a la libertad de cultos. 1331-1335: Durante el reinado de Etienne Dusan, Serbia alcanza su máximo esplendor, extendiéndose desde Belgrado hasta las costas de Dalmacia, el golfo de Salónica y el estrecho de Corinto. — 239 —

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1389: La batalla de Kosovo Polje o del Campo de los Mirlos sella el final del viejo reino serbio. Las tropas otomanas al mando del sultán Murad I triunfan sobre los ejércitos del príncipe Lazar. Los serbios comienzan a emigrar hacia zonas más seguras fuera de los Balcanes, hacia el norte, y los territorios más allá de la frontera trazada por los turcos en la región queda bajo el dominio de los Habsburgos. La derrota serbia significaría el dominio otomano en los Balcanes para los próximos cinco siglos. 1430: Los turcos conquistan Salónica. Siglos XV-XVII: Tras la conquista de Kosovo, el Imperio otomano ocupa militarmente Bosnia, Herzegovina y, más tarde, Croacia. Los bosnios se convierten masivamente al Islam. 1521: Los turcos conquistan Belgrado, comenzando la total decadencia de los serbios. Las comunidades serbias de los territorios ocupados huyen hacia las Krajinas, la frontera entre el Imperio otomano y las zonas directamente administradas por Viena. 1526: Batalla de Mohacs, en donde los turcos, tras su victoria militar, ocupan Eslavonia y Hungría. 1529: Cerco de Viena por los trucos. 1557: Fundación del Patriarcado serbio de Pec (Kosovo). 1571: Derrota naval turca en Lepanto. 1683: Fracasa el segundo cerco de Viena por parte de los turcos. 1684-1689: Guerras austro-turcas. 1715-1718: Conquista de Serbia y el Bánato por los austrohúngaros. 1737-1739: Reconquista de Serbia por los turcos. 1804-1813: Primera gran revuelta de los serbios contra el poder otomano, liderada por Djordje Petrovic (Karadjordje). La insurrección, que contó con el apoyo del ejército ruso, dio lugar al establecimiento del primer ejército regular serbio en 1808. 1815: Milos Obrenovic, líder serbio, es reconocido por los turcos como príncipe heredero de Serbia. Asesinato de Karadjodje. — 240 —

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CRONOLOGÍA DEL CONFLICTO

1821-1830: Guerra de Grecia. 1830: Serbia obtiene del Imperio otomano la autonomía. 1833: Serbia se anexiona algunos distritos hasta ese momento en manos otomanas. 1844: Ilija Garasanin, uno de los primeros intelectuales serbios del «renacimiento» del siglo XIX, esboza el primer proyecto de una «Gran Serbia». 1867: Las últimas guarniciones turcas abandonan Serbia. Asesinato de Michel Obrenovic, príncipe heredero de Serbia. 1875: Rebelión de los serbios de Vojvodina. 1876-1877: Guerra de los serbios contra los turcos. 1878: El Congreso de Berlín reconoce la independencia de Serbia. 1903: Tras varios conflictos y luchas entre las dinastías serbias, Pedro I, de los Karadjordje, llega al trono. El rey Milan y su esposa, Draga, de los Obrenovic, habían sido asesinados unos meses antes de la llegada al trono en el palacio real. 1908: El Imperio austro-húngaro se anexiona Bosnia. 1912-1913: Como consecuencia de las guerras balcánicas, Serbia consigue importantes ganancias territoriales con la conquista del Sandjak, Kosovo y algunos territorios macedonios. Bulgaria es la gran derrotada, mientras Grecia y Rumania amplían sus respectivas bases territoriales. 1914: Asesinato del Archiduque Francisco Fernando de Habsburgo en Sarajevo a manos de un grupo ultranacionalista serbio. Un mes después, con diversas excusas, Austria-Hungría declaran la guerra a Serbia, comenzando la I Guerra Mundial. 1915: Se producen algunas significativas derrotas serbias, pese el apoyo de Francia y el Reino Unido a su causa contra Austria. 1917: La Declaración de Corfú, firmada por dirigentes eslovenos, croatas y serbios, prevé formar después de la guerra un Estado que agrupe a todos los eslavos de los Balcanes. — 241 —

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1918: Una vez concluida la contienda, el uno de diciembre nace el «Reino de Serbios, Croatas y Eslovenos». 1919-1920: Los nuevos tratados impuestos por los vencedores en la guerra fijan las nuevas fronteras. El Tratado de Trianon despedaza Hungría entre sus vecinos, otorgando a Serbia la Vojvodina. 1921: Muere Pedro I y es coronado Alejandro I como nuevo rey de Yugoslavia. 1928: Stjepan Radic, líder de los nacionalistas croatas, es asesinado en el parlamento de Belgrado, comenzando la primera gran crisis política de la primera versión yugoslava. 1929: Alejandro I proclama oficialmente el Reino de Yugoslavia. 1930: Ante Pavelic funda el movimiento «Levantamiento» (Ustasha), de ideas fascistas y defensor de la creación de una «Gran Croacia». El movimiento pretende la destrucción de Yugoslavia y cuenta con el apoyo de la Italia de Mussolini. 1931: Aprobada la primera Constitución de Yugoslavia. 1934: El rey de Yugoslavia, Alejandro I, es asesinado por un macedonio perteneciente al movimiento de Pavelic. 1939-1945: La Segunda Guerra Mundial provoca la desaparición de Yugoslavia y su ocupación militar por parte de los italianos y los alemanes. Serbia es desmembrada, mientras que Croacia ve ampliada su base territorial y es reconocida por Roma y Berlín. Kosovo queda en manos italianas hasta la ocupación por los partisanos de Tito, que es reconocido y apoyado por los aliados. 1946: Primera Constitución de la nueva Yugoslavia que deja en manos de Serbia las «regiones autónomas» de Kosovo y Vojvodina. 1957: Comienzan los primeros cismas y crisis en el comunismo yugoslavo: Milovan Djilas es condenado a siete años de prisión. 1966: Destitución del jefe de los servicios secretos yugoslavos, Alexander Rankovic, por oponerse a una tímida liberalización y descentralización impulsada por Tito. — 242 —

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CRONOLOGÍA DEL CONFLICTO

1967: Introducción de algunas medidas liberales en la economía. 1968: Primeras revueltas estudiantiles en Belgrado. Concentraciones nacionalistas contra el régimen en Kosovo y Bosnia. Kosovo adquiere mayores cotas de autonomía con respecto a Belgrado. 1969: Tumultos y manifestaciones en Kosovo contra el régimen. Continúa la revuelta estudiantil en Belgrado. 1970-1971: Las protestas nacionalistas contra el régimen se extienden a Croacia. 1974: Nueva reforma constitucional que no tiene consecuencias para el estatuto de Kosovo, pero sí para los musulmanes de Bosnia, que son reconocidos como nacionalidad. 1979: Yugoslavia sufre la más grave crisis económica desde su creación. 1980: Muerte del Mariscal Tito. 1981: El dos de abril de ese año, tras una serie de graves tumultos y protestas, es declarado el estado de sitio en Kosovo. Los nacionalistas albaneses sufren numerosas bajas y heridos en los enfrentamientos con la policía. 1982: El Gobierno yugoslavo endurece sus penas contra los nacionalistas albaneses en Kosovo. Los serbios y montenegrinos, ante la difícil situación regional, empiezan a abandonar Kosovo, lo que genera malestar en la Iglesia y en los círculos políticos serbios. 1984: Las relaciones entre Yugoslavia y Albania se deterioran ante la oleada represiva que se sucede en Kosovo contra el nacionalismo albanés. 1986: Protestas en Belgrado por la adversa situación que padecen los serbios de Kosovo. Slobodan Milosevic es elegido presidente de la Liga de los Comunistas de Serbia. Los intelectuales serbios publican su famoso «Memorandum», en donde critican — 243 —

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la distribución territorial realizada por el anterior régimen en «contra de la nación serbia» y el deterioro y abandono que padecen las poblaciones serbias de toda Yugoslavia. 1987: La situación económica se agrava por todo el país y se producen numerosos desórdenes sociales. Milosevic visita Kosovo, ante el grave empeoramiento de la situación y los violentos enfrentamientos entre la policía y los manifestantes albaneses. El líder comunista local, Azem Vlasi, se enfrenta abiertamente a Milosevic. Los nacionalistas serbios aprovechan la ocasión para pedir más poderes y mano dura con los albaneses. 1988: En noviembre más de un millón de serbios se reúnen en una manifestación en Belgrado para solidarizarse con los serbios de Kosovo. Los enfrentamientos de Belgrado con los dirigentes eslovenos y croatas desafían seriamente la viabilidad del país. Ambas repúblicas, Croacia y Eslovenia, amenazan por primera vez con la independencia. 1989: Las protestas contra Belgrado continúan en Kosovo. Belgrado refuerza su control sobre la región y cesa a los dirigentes albaneses de los puestos clave en la dirección. Ese año se produce la manifestación más numerosa jamás habida en el Campo de los Mirlos. 1990: Los comunistas croatas y eslovenos abandonan el congreso de la Liga de los Comunistas Yugoslavos. La situación económica se hace insoportable, mientras el país se encamina hacia la guerra y el caos. Serbia disuelve el parlamento kosovar ante las «inaceptables» demandas de los diputados albaneses. Primeros incidentes étnicos en Croacia y Bosnia. 1991: Croacia y Eslovenia piden oficialmente la disolución de la Federación Yugoslava. Comienza la guerra en Croacia y los ataques, incluidos militares, a los dirigentes eslovenos. La situación en Bosnia se agrava por momentos. En contra de los deseos de la UE, Alemania reconoce a Croacia y Eslovenia seguida de El Vaticano y Austria. — 244 —

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CRONOLOGÍA DEL CONFLICTO

1992-1995. Guerras en Croacia y Bosnia-Herzegovina. Serbia y Montenegro comienzan a sufrir las sanciones económicas y políticas aprobadas unánimemente por la comunidad internacional. En Kosovo, ante la escasa sensibilidad por parte de Belgrado hacia los albaneses, Rugova, junto con su partido, el LDK, ponen en marcha una sociedad paralela, tanto en lo administrativo como en lo educativo y lo sanitario. A finales del año 1995, y tras una serie de reveses de los serbios en Croacia y Bosnia, se firman los Acuerdos de Dayton entre las partes, que ponen fin a la guerra y los diversos contenciosos entre ellas. 1996: Primera acción terrorista del ELK en Kosovo. 1996-1997: Situación de alta tensión en Kosovo. El Gobierno de Tirana se manifiesta claramente por apoyar a los grupos radicales albanokosovares. Comienzan las primeras acciones terroristas del ELK, siendo asesinados civiles y militares, tanto serbios como albaneses. La comunidad internacional amenaza con intervenir militarmente si la situación sigue deteriorándose. Se empieza a hablar del envío de un contingente de observadores internacionales con el fin de supervisar qué está ocurriendo en la región y con el objetivo de evitar males mayores. Milosevic se niega a negociar con los representantes albaneses y los dirigentes de las instituciones internacionales implicadas en la crisis. 1998: Los combates entre las milicias del ELK y las fuerzas militares y de seguridad serbia se intensifican por toda la región. Se produce una grave crisis humanitaria en Kosovo, con miles de personas desplazadas y refugiadas huyendo de la guerra. Fracasa la misión de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) en Kosovo y se abre la vía para la búsqueda de una solución política bajo la amenaza de Washington de intervenir militarmente en Serbia si el régimen de Milosevic no se aviene a sus razones. 1999: La OTAN interviene militarmente durante 78 días contra Serbia tras fracasar las negociaciones de Rambuillet. En — 245 —

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julio, después de que la OTAN firmase un acuerdo con Serbia y Montenegro, las fuerzas de seguridad serbias y montenegrinas de Kosovo se retiran de la región hasta el día de hoy. 1999-2004: Protectorado internacional de Kosovo, con múltiples incidentes violentos y la extensión de un clima de inestabilidad e inseguridad a toda la región. 2004: Ataque organizado y sincronizado en todo Kosovo por los radicales albanokosovares contra los serbios, produciéndose, al menos, 19 muertos y varios centenares de heridos, amén de la destrucción física de cientos de viviendas y unas decenas de iglesias y monasterios ortodoxos. Los radicales albanokosovares vuelven a ganar las elecciones parlamentarias en Kosovo; los serbios optan por boicotearlas. 2006: Fracasan todas las rondas de negociaciones auspiciadas por las Naciones Unidas entre los serbios y los albaneses. Se pospone el acuerdo sobre el Estatuto final para la región en vista de las encontradas posiciones de las partes; las organizaciones internacionales acuerdan que en el año 2007 se tomará una posición definitiva. 2007: EE.UU. y la UE parecen estar de acuerdo en una nueva moratoria de cuatro meses para decidir el futuro estatuto de la región. 2008: Kosovo se declara unilateralmente independiente, pese a la oposición de Serbia y también de Rusia. Las potencias occidentales, con EE.UU., Francia, el Reino Unido y Francia al frente, reconocen la independencia de Kosovo. España, junto con otras naciones, se opone. Tan solo 38 de los 193 miembros de las Naciones Unidas han reconocido al nuevo «Estado». Macedonia celebra elecciones en un clima de persistente inestabilidad; los nacionalistas albaneses siguen demandando la creación de una gran Albania y se registran varios incidentes violentos, con el resultado de un fallecido y varios heridos. Rusia reconoce las independencias de Abjasia y Osetia del Sur invocando el precedente de Kosovo. — 246 —

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BIBLIOGRAFÍA EMPLEADA AGIRRE, Xavier (1997). Yugoslavia y los ejércitos. Madrid. España: Los Libros de la Catarata. ANDRIC, Ivo (1996). Un puente sobre el río Drina. Barcelona. España: Debate. BENNETT, Christopher (1996). Yugoslavia’s Bloody Collapse. Londres. Reino Unido: Husrt and Company. BOGDAN, Henry (1983). Historia de los países del Este. Madrid. España: Alianza Editorial. CLEMENT, Sophia (1997). Conflict prevention in the Balkans: Case Studies of Kosovo and the FYR Of Macedonia. París. Francia: ISS. GLENNY, Misha (2000). The Balkans. Londres. Reino Unido: Viking. — (1993) The Fall of Yugoslavia. Londres. Reino Unido: Penguin Books. HANDKE, Peter (1996). Un viaje de invierno a los ríos Danubio, Save, Morava y Drina. Madrid. España: Alianza Editorial. HOOLBROKE, Richard (1999). Para acabar una guerra. Madrid. España: Estudios de Política Exterior. HONIG, James y BOTH, Norbert (1996). Srebrenica. Londres. Reino Unido: Penguin Books. JERGOVIC, Miljenko (1999). El jardín de Sarajevo. Barcelona. España: Deria. — 247 —

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JUDAH, Tim (1997). The Serbs. History, Myth and the Destruction of Yugoslavia. Londres. Reino Unido: Yale University Press, 1997. KADARÉ, Ismail (1998). Tres cantos fúnebres por Kosovo. Madrid. España: Alianza Editorial. KAPLAN, Robert (1994). Fantasmas balcánicos. Madrid. España: Acento Editorial. — (2001) Rumbo a Tartaria. Barcelona. España: Ediciones B. LAFFAN, R. (1989). The Serbs. Nueva York. EE.UU.: Dorset. LLEONART, Alberto (1999). Yugoslavia contra Yugoslavia. Madrid. España: Ediciones del Orto. MALCOLM, Noel (1998). Kosovo: A Short History. Londres. Reino Unido: Papermac. MARTÍNEZ, Javier (1994). Bienvenidos al infierno. Madrid. España: Megazul. MUSTAFA, Besnik (1991). Entre crimes et mirages, L´Albanie. Tirana: Actes Sud. NIKSIC, Stevan y CALDEIRA, Pedro (1996). O virus balcánico. Lisboa. Portugal: Assirio y Alvim. PALAU, Joseph (1996). El espejismo yugoslavo. Barcelona. España: Ediciones del Bronce. POULTON, Hugh (1993). The Balkans. Minorities and Staes in conflict. Londres. Reino Unido: MRG. SILBER, Laura y LITTLE, Allan (1995). The Death of Yugoslavia. Londres. Reino Unido: Penguin Books. TAIBO, Carlos (1993). Los conflictos yugoslavos. Madrid. España: Fundamentos. VV.AA. (1961). Yugoslavia. Madrid. España: Ediciones Castilla. — (1972) Breve Historia de Yugoslavia. Madrid. España: Espasa. — (2004) The Westerrn Balkans moving on. París. Francia: ISS. — (2001) Kosovo. La coartada humanitaria. Madrid. España: Vosa. — 248 —

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BIBLIOGRAFÍA

VOLTES, Pedro (1999). Historia de los Balcanes. Madrid. España: Espasa. WEST, Rebecca (2001). Cordero Negro, halcón gris. Barcelona. España: Ediciones B.

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PÁGINAS WEB RECOMENDADAS www.ciagov/cia/publications/factbook/geos/yi.html www.serbia-info.com/news/ www.serbia-tourism.org/ www.serbia.sr.gov.yu/ www.mfa.gov.yu/ www.spc.org.yu/ www.gov.yu/ www.rts.com.yu/ www.kosovo.com/progrom.html www.kosovo.com/erpkiminfo.html www.guiadelmundo.org.uy/cd/countries/yug/

MEDIOS EMPLEADOS El País El Mundo Le Monde Diplomatique The Economist Agencia Efe Agencia Tanjug — 251 —

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RELACIÓN DE PAÍSES QUE HAN RECONOCIDO KOSOVO Costa Rica, Estado Unidos, Francia (UE), Afganistán, Albania, Turquía, Reino Unido (UE), Australia, Senegal, Alemania (UE), Letonia (UE), Dinamarca (UE), Estonia (UE), Italia (UE), Luxemburgo (UE), Perú, Bélgica (UE), Polonia (UE), Suiza, Austria (UE), Irlanda (UE), Suecia (UE), Noruega (UE), Islandia, Eslovenia (UE), Finlandia (UE), Japón, Canadá, Mónaco, Hungría (UE), Croacia, Bulgaria (UE), Liechtenstein, República de Corea, Islas Marshall, Nauru, Burkina Faso, Lituania (UE), San Marino, República Checa (UE), Liberia, Sierra Leona, Colombia, Belice, Malta (UE), Samoa, Montenegro, Macedonia, Emiratos Árabes Unidos, Malasia.

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Plaza y Valdés S. L. Calle de las Eras, 30-B. 28670, Villaviciosa de Odón. Madrid (España) ( (34) 91 665 89 59 e-mail: [email protected] Página web: www.plazayvaldes.es

TÍTULOS PUBLICADOS — Diccionario crítico de ciencias sociales. Terminología científico social (4 volúmenes). Román Reyes (Dir.). — Encuentros con Stanley Cavell. David P. Chico y Moisés Barroso (Eds.). — Inteligencia y seguridad. N.º 5. Fernando Velasco y Diego Navarro (Dirs.). — Teorías del juicio. Gaetano Chiurazzi. Prólogo de Gianni Vattimo. — Absoluto y conciencia. Una introducción a Schelling. Vicente Serrano Marín. Prólogo de Félix Duque. — Interdependencia. Del bienestar a la dignidad. Txetxu Ausín y Roberto R. Aramayo (Eds.). — Diccionario de integración latinoamericana. Carlos Alcántara Alejo (Dir.). — El estatuto jurídico de las Fuerzas Armadas españolas en el exterior. Diego J. Liñán Nogueras y Javier Roldán Barbero (Eds.). — Seguridad y defensa hoy. Construyendo el futuro. Javier Jordán Enamorado, José Julio Fernández Rodríguez y Daniel Sansó-Rubert Pascual (Eds.). — 255 —

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PLAZA Y VALDÉS EDITORES

— Armas químicas. La ciencia en manos del mal. René Pita. —Elementos de análisis para la integración de un espacio iberoamericano. Cástor Díaz Barrado y Martín G. Romero Morett (Coords.). — La negación de los Derechos Humanos. El Estado peruano ante la Convención Americana sobre Derechos Humanos durante la década de los noventa. Fabiola Butrón Solís. — Bioética para legos. Una introducción a la ética asistencial. Antonio Casado da Rocha. Prólogo de José Antonio Seoane. —Hacia una crítica de la economía política del arte. Una historia ideológica del arte moderno considerando su modo de producción. José María Durán Medraño. — Filosofía del mercado. El mercado como forma de comunicación. Jesús de Garay. — Teoría social y política de la Ilustración escocesa. Una antología. Edición y traducción de María Isabel Wences Simon. — El saber del error. Filosofía y tragedia en Sófocles. Rocío Orsi. — La mayor operación de solidaridad de la historia. Crónica de la política regional de la UE en España. Miguel Ángel Benedicto Solsona y José Luis González Vallvé. — Cumbre y abismo en la filosofía de Nietzsche. El cultivo de sí mismo. Enrique Salgado Fernández. — Perfiles de la masculinidad. Rafael Montesinos (Ed.). — Materiales para una política de la liberación. Enrique Dussel.

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CATÁLOGO

— Derrotado, pero no sorprendido. Reflexiones sobre la información secreta en tiempo de guerra. Diego Navarro. — Átomos, almas y estrellas. Estudios sobre la ciencia griega. José Luis González Recio (Ed.). — Los laberintos de la responsabilidad. Roberto R. Aramayo y María José Guerra (Eds.). — Pluralidad de la filosofía analítica. David P. Chico y Moisés Barroso (Eds.). — La participación de las Fuerzas Armadas españolas en misiones de paz. Inmaculada C. Marrero Rocha. — El Derecho Internacional Humanitario y las operaciones de mantenimiento de la paz de Naciones Unidas. Antonio Segura Serrano. — Verdad y demostración. Jesús Padilla Gálvez. — Nietzsche o el espíritu de ligereza. Antonio Castilla Cerezo. — Terrorismo global, gestión de información y servicios de inteligencia. Miguel Ángel Esteban Navarro y Diego Navarro (Eds.). — Los derechos positivos. Las demandas justas de acciones y prestaciones. Lorenzo Peña y Txetxu Ausín (Eds.). — La realidad inventada. Percepciones y proceso de toma de decisiones en política exterior. Rubén Herrero de Castro. Prólogo de Robert Jervis. — Europa a debate. 20 años después (1986-2006). Miguel Ángel Benedicto Solsona y Ricardo Angoso García. Prólogo de Manuel Marín.

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PLAZA Y VALDÉS EDITORES

— Cartas morales y otra correspondencia filosófica. Jean-Jacques Rousseau. Edición y traducción de Roberto R. Aramayo. — Disenso e incertidumbre. Un homenaje a Javier Muguerza. J. Francisco Álvarez y Roberto R. Aramayo (Eds.). — Valores e historia en la Europa del siglo XXI. Txetxu Ausín y Roberto R. Aramayo (Eds.). — Nihilismo y modernidad. Dialéctica de la antiilustración. Vicente Serrano Marín. Prólogo de Jacobo Muñoz. — Entre la lógica y el derecho. Paradojas y conflictos normativos. Txetxu Ausín. Prólogo de Concha Roldán. — La Constitución europea. Una visión desde la perspectiva del poder. Santiago Petschen.

TÍTULOS EN PREPARACIÓN — Antropólogas, politólogas y científicas sociales. M.ª Antonia García de León y M.ª Dolores F. Fígares. — Utilitarismo y derechos humanos. Íñigo Álvarez Gálvez. — Teorías y prácticas de la historia conceptual. Faustino Oncina (Ed.). — Nómadas. Critical Review of Social and Juridical Sciences. Mediterranean Perspectives. Román Reyes (Dir.). — La razón sin esperanza. Javier Muguerza. — 258 —

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CATÁLOGO

— Estudios republicanos. Contribución a la filosofía política y jurídica. Lorenzo Peña. — De la teoría de Piaget a la filosofía de Caturelli. Rafael Modesto de Gasperín. — Pluralismo y secularización. Jesús de Garay y Jacinto Choza (Eds.). — Protegiendo a los pobres. Craig Churchill. — Diferencia y libertad. Jesús de Garay.

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