Kierkegaard,Soren Mi punto de vista

March 21, 2017 | Author: Lisandro Martinez | Category: N/A
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Kierkegaard,Soren Mi punto de vista...

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K IE R K E G A A R D MI PUNTO DE VISTA

MI PUNTO DE VISTA

INICIACION FILOSOFICA

SOREN AABYE KIERKEGAARD

MI PUNTO DE VISTA Traducción de JOSE M IG U E L V E L L O S O Prólogo de JOSE A N T O N IO M IG U E Z

JL

T O L L E , LE G E

AGUILAR

Biblioteca de Iniciación Filosófica Primera edición 1959 Cuarta edición 1972

PROLOGO

Es propiedad Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 © 1972 Aguilar Argentina S.A. de Ediciones, Buenos Aires Impreso en la Argentina — Printed in Argentine

Edición original Synspunkiel for min foraftterwirksomhed publicada en 1859

Perspectiva de Kierkegaard

¿Fue Sóren Kierkegaard un hombre heroico? ¿Fue realmente un hombre extraordinario? Pre­ guntas ^com o éstas podrán ser formuladas con justo título por quienes se adentren con fruición e interés por la rica vena de su obra. Y la perspectiva del filósofo danés será tanto más precisa cuanto mejor responda a esos profundos interrogantes. Partimos ya de un hecho cierto. Sóren Kierke­ gaard es un claro ejemplo del hombre enigmático para su tiempo y cuyo mensaje personal se proyecta con más fuerza y poder sobre los tiempos que le siguen. Es, por tanto, en ese sentido, un apóstol verdadero, que adelanta para la posteridad una experiencia única, irreemplaza­ ble. Cabe recoger, si acaso, el cotejo con Federico Nietzsche. Kierkegaard y Nietzsche, hombres del mismo siglo, viven una existencia atormentada, de soledad a ultranza, pero que impresiona por su dialéctica íntima, preludio de tantos dramas existenciales. Dos términos que hasta aquel momento —fijemos su punto decisivo en el año 1843, fecha de publi­ cación de Alternativa de Kierkegaard y casi de albores nietzscheanos— podían aparecer diso­ ciados, van a presentarse en el filósofo danés fuer9

temente emparejados: son éstos los de verdad y vida, vida y acto, filosofía y vida. Y ante todo, Ta resolución de la antinomia singularidad-universa­ lidad, pero vista ahora desde la vertiente del individuo mismo. Kierkegaard, com o Nietzsche, aspira a sumir enteramente lo nuevo en lo eterno. Y lo nuevo, en este caso, es la andadura existencial realizada en lo humano y desde lo humano, que es lo genérico, el campo invariable de la experiencia personal. En Kierkegaard se anuncia ya válidamente para la pretensión filosófica, la desnuda experiencia ín­ tima, y por tanto individual, que intenta ejem­ plarizar a costa de la individualidad misma, es decir, por lo que ésta expone en sus distintas formas y en su increíble vicisitud. A la luz de estas consideraciones Kierkegaard se revela com o un coloso de su tiempo. Lo es ciertamente porque, com o pocos antes que él, fiizo de sí mismo y de su propio acto de vivir la cuente de su propio filosofar. Fue, pues, filósofo ahondando en sí, a fuerza de intimar consigo mis­ mo en una reflexión ascética y continuada, que más semeja un paradójico m étodo asistemático. Resulta, por tanto, curioso, pero de ningún modo extraño, que lo que hay de filosofía en Kierke­ gaard sea también lo que nos dejó de contenido biográfico. Lo que él quiere hacemos llegar como “ su” mensaje filosófico es, precisamente, el testi­ monio y la experiencia de su vida, trasparente por entero para el hombre de hoy a través de sus escri­ tos con la misma nitidez con que se percibe el fuego vital agustiniano en la lectura de las Confe­ siones.

es hija de su personalísima experiencia, de una experiencia en la que entran en juego el cuerpo y el alma de Kierkegaard, el contorno circunstan­ ciado de su vida y todo aquello que en la práctica vital nuestro filósofo no pudo, no quiso o no supo eludir. Para la visión retrospectiva de Kierkagaard, su tiempo y su época son datos de precisividad suma; tanto, si acaso, com o lo que en él puede influir su propio contorno corporal. Kierkegaard se encarga de hacer problemático el clásico racionalismo hegeliano, invalidándolo para sí mismo en nombre de su propia experiencia. Y lo hace en verdad com o hombre religioso que es y com o hombre que va a realzar la relación con Dios, no desde un plano puramente crítico, sino más bien desde un plano de testimonio vital, de testificación de Cristo, con la duda, el dolor y el desgarro personal que esto supone. Lo religioso toma categoría humana con Kierke­ gaard para perder quizá categoría filosófica. Se da aquí el mismo caso que con Nietzsche, para quien el nihilismo es un paso previo hacia la transmuta­ ción de todos los valores sociales y morales, o, lo que es lo mismo, en favor de la afirmación de una religión y de una moral nuevas.

Con ello, la perspectiva de Kierkegaard readquiere su verdadero rango y valor. Su filosofía personal

Las obras de Kierkegaard reflejan plenamente el giro extraño que inaugura con él la filosofía del siglo XIX. Rumbo extraño que, de todos modos, habría de corporalizarse mucho después de la muerte del filósofo danés. La cuestión, más congruente que podríamos presentarnos a noso­ tros mismos sería la de preguntarnos si es, en efecto , una filosofía ese pretendido saber del hombre, cuando el hombre sigue siendo justa­ mente la constante problemática y la existencia misma problema radical e insoluble.

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¿Quién es y qué significa para nosotros este Kierkegaard de innumerables facetas, este Kierke­ gaard multiplicado por siete, por ocho, o por nueve seudónimos, que pretenden encubrir —o descubrir quizá— su verdadera persona? ¿Qué continuidad puede admitirse en el hombre kierkegaardiano a través de la sucesión de encubrimien­ tos que escinden la personalidad o que afirman las infinitas posibilidades de ese ser abierto que es para el existencialismo el ser humano? Recordemos que con Alternativa aparece ya el primer seudónimo de Kierkegaard, V íctor Eremi­ ta. Bajo el non^bre de Johannes de Silentio se presenta Temor y temblor, y con el de Constantin Constantius su Ensayo de psicología experimen­ tal. Las Bagatelas filosóficas las firma Johannes Climacus, y poco después, El concepto de la angustia, obra capital kierkegaardiana, Vigilius Haufniensis, quinto de los seudónimos de nuestro* filósofo. A éste seguirían todavía el de Nicolaus Notabene, Hilarius Bogbinder, Frater Taciturnus, y el último en el tiempo, J. Anticlimacus, con el que da a luz el Tratado de la desesperación y Escuela del cristianismo.

posible de experiencias para impersonalizarse y huir cada vez más del estado inautèntico. Y ello lo afirma Kierkegaard de manera muy clara en su Postscriptum. “ Y o soy impersonal o personalmen­ te un apuntador en tercera persona, que ha producido poéticamente unos autores, los cuales son autores de sus prefacios y aun de sus n o m b r e s Y bien; ¿no será esto, cuando menos en Kierkegaard, una manifestación de su “ pasión de lo infinito” ? ¿No querrá realmente llegar poisi mismo al Individuo en virtud de la realización múltiple e ilimitada, en sí mismo, en su propia carne, de los individuos mismos? En todo caso, revélase que el hombre es quehacer, y quehacer a su propia costa. Ese despliegue incesante y atrevi­ do de la personalidad es el eterno fermento de loda doctrina existenciaiista. Casi podríamos de­ cir que constituye una espléndida “ pasión de lo infinito” , com o lo declara el propio Kierkegaard. El examen introspectivo kierkegaardiano, la pre­ sunta ruptura consigo mismo, el cuarteamiento de su ser que nos ofrecen los sucesivos seudónimos, son más que nada, tomando su actitud desde un punto de vista positivo, anhelos de progreso y de unidad en el desarrollo y la conquista de sí mismo.

Hay algo evidente en todo esto y que constituye una de las tónicas del existencialismo kierkegaardiano e incluso de todo existencialismo. Así, un existenciaiista de nuestra época, com o lo- es Jaspers, por otra parte profundamente vinculado a Kierkegaard, nos habla del ser humano com o ser desgarrado mejor aún que escindido; desgarrado, nos dice el propio Jaspers, com o objeto, com o yo o com o en-sí.

Kierkegaard hizo el camino con su experiencia. Y su experiencia misma valoró el camino. No podríamos decir, con todo, que se trataba de un camino conscientemente buscado, pero sí de que en él aflora una pretensión volitiva, un afán de polémica con el que desgarra su vida en un análisis que no está exento de dureza hacia su propio ser.

Podemos suponer, sin embargo, que la escisión kierkegaardiana es más una exigencia de la ascen­ sión que domina en él el paso de uno a otro estadio. La riqueza de la experiencia existencial está ahí precisamente: en agotar la multiplicidad

Y sin embargo, en Kierkegaard lo definitivo y casi lo característicamente privativo de él es la elec­ ción y el salto. El salto es el signo del progreso e implica una libre decisión individual. Resulta ser un deber —muchas veces heroico— ante la vida

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misma, una exigencia de la existencia y de la vida que implica también un continuado sacrificio. En la perspectiva existencial que nos legó Kierke­ gaard se encuentra bien patente esta pasión electiva. Hay tres estadios por los que él mismo pasa —el estadio estético, el estadio ético y el estadio religioso— que van señalando las preferen­ cias individuales. Nada más admirable que seguir su curso en las distintas obras de Sóren Kierke­ gaard. Alternativa, el Diario del seductor, los Estadios en el camino de la vida, reflejan de modo nuiy fiel el momento romántico kierkegaardiano. “ Toda su vida estaba organizada para el goce” , nos dice en el Diario del seductor, definiendo con toda exactitud el anhelo del hombre romántico, mezcla de sensualidad y de egoísmo y en quien se compendian el mero placer de la situación m o­ mentánea y el hastío abrumador que le sigue. El estadio estético nos sumerge en el hombre temporalizado, en el hombre esclavo del momen­ to y para el cual sólo queda un recurso supremo: la desesperación. Si el hombre ha de superar este estadio para superarse a la vez a sí mismo, incidirá realmente en el campo de la desesperación. En la 2a parte de Alternativa está perfectamente nítido el consejo de Kierkegaard: “ Te exhorto a la desesperación, no com o a un consuelo, com o a un estado en el que debes permanecer, sino com o a un acto que requiere toda la fuerza, toda la seriedad y todo el recogimiento del alma, pues mi convicción, mi victoria sobre el mundo es que todo hombre que no ha gustado la amargura de la desesperación se ha engañado siempre acerca del sentido de la vida, aun en el caso de que haya conocido en la suya la alegría y la belleza” . En este punto es ya el deber ético el que se impone. Por supuesto, si el individuo quiere vencer la desesperación con la aceptación plena de 14

una norma de conducta. Lo particular y lo general aparecen entonces en perfecta conjunción armóni­ ca y aún acaso fundidos, podríamos decir, en la síntesis que manifiesta el individuo. Kierkegaard declara con mucha precisión en Alternativa cuál es su concepto del deber. Y define con ello, justificándolo con su riesgo personal, lo que él entiende por el estadio ético. “ Precisemos —nos dice—. Jamás digo de un hombre que cumple el deber o los deberes, sino su deber; yo digo: cumplo mi deber, cumple tú el tuyo. Esto demuestra que lo individual es a la vez general y particular. El deber es lo general que se exige de mí; si no soy, pues, lo general, no puedo tampoco cumplir el deber. Por otra parte, mi deber es lo particular que me concierne exclusivamente, y no obstante, es el deber y en consecuencia lo general. La persona adquiere aquí su valor supremo. Aparece com o síntesis de lo general y de lo par­ ticular” . No cabe duda que aquí resuena el acento de la etica kantiana. Pero corregido y valorado —subli­ mado, podría argüir Kierkegaard— por el propio esfuerzo individual que es el que cuenta com o justificación suma. Tomado al pie de la letra, el imperativo categórico kantiano ofrecía esta forma única: obra sólo según una máxima tal que puedas (¡uerer al mismo tiempo que se torne ley univer­ sal. En su rigidez y exclusividad, parecía omitir la excepción individual, eso mismo que Kierkegaard y Nietzsche— vienen a poner sobre el tapete de la nueva filosofía. Por eso, un tercer estadio superará todavía el estadio ético. Es un estadio, diríamos, en el que vence la excepción y lo genial a lo masivamente (•(.ico. Kierkegaard lo analiza debidamente en Temor y temblor, Migajas filosóficas, El concepto de la angustia y Estadios en el camino de la vida, entre otras obras de su última época. El nuevo

salto, la nueva elección, a expensas de la existen­ cia desgarrada, deja al hombre en la zona de contacto con lo divino; mejor dicho, en la prueba indecible que colma ya, y desborda, la medida ética. Así, en el caso del sacrificio de Isaac, el hijo amado de Abraham. Temor y temblor desarrolla este tema para sublimar heroicamente lo que sobrepasa la norma ética y se instituye como medida única y eterna. Por encima del imperativo categórico, otra medida excepcional y aún más alta, pero ya cuando Dios se halla presente en el estadio religioso de la prueba, de esa prueba absurda que es también el mayor desgarro del hombre. El Elogio de Abraham, en Temor y temblor, preséntase com o el exponente máximo de la fe kierkegaardiana. Y es igualmente la justificación cimera del absurdo existencial, aunque desde un punto de vista de elevación del yo a la medida, realmente absurda, del amor divino. “ ¡No! Nada se perderá de aquellos que fueron grandes, cada uno a su m odo y según la grandeza del objeto que amó. Porque fue grande por su persona quien se amó a sí mismo; y quien amó a otro fue grande dándose; pero fue el más grande de todos quien amó a Dios” . Grande en la antinomia, grande en el absurdo más inverosímil, Abraham prefigura muy a lo vivo el héroe religioso de Kierkegaard, por encima de la moral humana. Como Zaratustra, el de Nietzsche, también más allá del bien y del mal y con objetivos de superhombre.

Abraham fue el más grande de todos: grande por la energía cuya fuerza es debilidad, por el saber cuyo secreto es locura; por la esperanza cuya lorma es demencia; por el amor que es odio de sí mismo” . Y así es com o Kierkegaard hace de la vida la terrible aventura de lo absurdo. Una aventura que se colma en el trance religioso, cara a Dios y ante Dios, com o en el caso de la fe de Abraham, que es un símbolo de la locura existencial. Kierkegaard ha buscado adrede el choque y el conflicto del existente, en exigencia y medida de superación. Por la sencilla razón de que entendía la existencia —y así habría de entenderse también / después de él— com o fuente de angustia y de [/ riesgo. Esta es la tesis que cabría deducir de su vida y de su obra. Y bebiendo en el drama del hombre verdaderamente cristiano, quiso y supo hacer de la filosofía no un saber de razón sino un fruto de la experiencia, y de la experiencia profundamente personal. Lo personal y biográfico en Mi punto de vista. lín el riesgo existencial el existir es un hacerse, un concretarse com o cuerpo existente, com o signo y contenido de la continua interrogación que for­ mula 3a conciencia. En términos justos, el existente realiza una verificación de la existencia con su mismo acto. “ Serás lo que quieras” , podrá decir, pero “ serás totalmente” , en conquista que no se detiene por obra de la libertad absoluta que domina y señorea al hombre.

Abraham aceptó la medida de Dios. Ningún otro hombre podría ser, com o él, testimonio de la prueba y de la libertad absoluta. “ Hay hombres —dice Kierkegaard en su Elogio— que se apoyaron en sí mismos y triunfaron de todo; otros lo sacrificaron todo; pero fue el más grande de todos quien creyó en Dios. Y hubo hombres grandes por sus energías, saber, esperanza o amor; pero

La idea de libertad no podía por menos de tomar cuerpo en la obra de Kierkegaard y, aún más radicalmente, en la filosofía existencialista que de

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él deriva. Si el hombre tiene que elegir, si necesariamente debe correr el riesgo de elegir, no hay duda de que únicamente podrá hacerlo de manera personal si la libertad misma se convierte en fundamento de la elección. Libre es entonces el hombre —y elevado además a la categoría de persona— porque se hace surgir sin más; porque en sentido absoluto priva ya sobre la nada, com o en una especie de brinco meteórico que le sitúa, en cuanto hombre, constituido y desgarrado, pues es él quien actúa y quien se ve a sí mismo, quien, en fin, viene a ser dualidad combativa, agónica e ineludible. El hombre existencial —y Kierkegaard lo fue de modo sincero— se presenta siempre, antes que nada, com o biógrafo de sí mismo. Es él el que se ve haciéndose, en ese “ cada instante” que pregona Sartre y que le prepara el cauce de la verdadera libertad. Porque cada momento de la existencia auténtica, esto es, cada perfil biográfico del hombre, trae consigo la resurrección, pero ya sobre una base entitativa, sobre un rescoldo de cenizas que es un algo para el futuro vital y en el que se ha consumido, instantáneamente también, todo un hombre.

es él quien se define, es él quien se justifica y justifica a la vez su obra. “ El contenido de este pequeño libro afirma, pues, lo que realmente soy com o escritor, que soy y he sido un escritor reli­ gioso, que la totalidad de mi trabajo com o escri­ tor se relaciona con el cristianismo, con el proble­ ma de ‘llegar a ser cristiano’, con una polémica directa o indirecta contra la monstruosa ilusión que llamamos cristiandad, o contra la ilusión de que en un país com o el nuestro todos somos cris­ tianos” . K1 ansia de superación está en vías de hacerse realidad para Kierkegaard o quizá ya se ha hecho. Sus experiencias, sus desdoblamientos, y esos saltos mismos que anulan la distancia de la nada al ser, han traído para el filósofo danés un senti­ miento de humildad que atestigua la soberanía de su estado. Como autor y com o hombre incluso, Kierkegaard se confiesa sinceramente, por si de su experiencia misma puede obtenerse una lección para los demás hombres. “ Humildemente —nos dice igualmente en la Introducción a Mi punto de vista— ante Dios, y también ante los hombres, yo sé muy bien en dónde personalmente puedo haber ofendido; pero también sé con Dios que mi labor com o autor fue el resultado de un irresistible impulso interior, la única posibilidad melancólica de un hombre, el honesto esfuerzo por parte de un alma profundamente postrada y compungida que quiere hacer algo com o compensación, sin ahorrar ningún sacrificio o trabajo al servicio de la verdad” .

Cuando Sóren Kierkegaard redactó Mi punto de vista en su obra, en el año 1848, había alcanzado ya el estadio religioso de su vida. Desde el año 1843, la actitud religiosa de Kierkegaard se hace cada vez más fuerte y el camino recorrido anteriormente, hasta la ruptura definitiva con Regina Olsen, se le aparece com o un progreso evidente en el pleno conocimiento de si mismo. Las esferas del existir humano están en él a punto de cumplirse y Kierkegaard tiene conciencia de ello. Por eso, su misma Introducción a Mi punto de vista es un manifiesto revelador de la cima personal a la que había llegado. Es él el que habla,

Kierkegaard se afana por hallar para los demás la explicación que él mismo da para el curso de su vida y para su vocación de escritor. El es, y lo declara, fundamentalmente un autor religioso o que ha realizado ya ese salto cuando en Mi punto de vista expone su nueva tesis. Para los que viven en la ilusión de que la vida se divide en dos partes

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y que el período de la juventud pertenece a lo estético mientras que la edad madura se inserta en la religión, hay que intentar descubrir el engaño. Y Kierkegaard lo hace refiriéndonos detallada­ mente su m odo personal de existencia, es decir, mediante la reflexión sobre lo biográfico, en la que asienta la eterna cuestión psicológica de su filosofía existencial. Maravillosos son los rasgos que en tal sentido nos ofrece el capítulo II de Mi punto de vista. Rasgos perfectamente descritos para mostrar un Kierke­ gaard de la primera época, ya anulado por los saltos ético y religioso. “ Melancólico, incurable­ mente melancólico com o yo era, sufriendo prodi­ giosos pesares dentro de mi espíritu, habiendo roto desesperadamente con el mundo y con todo io que es el mundo, educado estrictamente desde mi infancia en el convencimiento de que la verdad debe sufrir y ser mofada y burlada. . siendo lo que era, encontraba un determinado tipo de satisfacción en esta vida, en este engaño inverso, una satisfacción al observar que el engaño tenía un éxito tan extraordinario. . Aquí hay, indudablemente, un humanismo de intimidad que Kierkegaard exalta hasta alcanzar su verdadero límite, esto es, el humanismo de trascendencia. Si algo hemos de agradecer a Kierkegaard en el inicio de la corriente existencial es el haber buscado una salida a la oscilación dramática del existente. Su biografía misma nos lo atestigua y la cuestión fundamental que plantea —también naturalmente en Mi punto de vista--es haber partido de sí mismo com o experiencia para reconstruir un mundo casi perdido y, con él, todo el sentimiento de la trascendencia lejana, más afín y cercana al hombre a medida de la profundidad de su experiencia. 20

Ksa es la conquista que trasluce claramente del análisis kierkegaardiano. Los saltos personales de Kierkegaard constituyen esas mismas conquistas, tunque su fruto conserve la acritud del desgarra­ miento íntimo. El sujeto está ahí y Kierkegaard se nos presenta en ese “ su” hacerse, afirmándose de manera optimista, pero con la plena conciencia de sus fracasos y de su propia derrelicción humana. Nada más expresivo, con este título personal, que la parte que el divino gobierno tuvo en su profesión de autor, referida en el capítulo III de Mi punto de vista. “ Cuanto he escrito hasta ahora nos dice— no ha sido, en un sentido, ni agradable de escribir. Hay algo doloroso al estar obligado a hablar tanto de uno mismo. Pluguiera a Dios que hubiera podido conservar mi paz aún más de lo que lo he hecho, sí, hasta morir incluso en silencio sobre este tema que, al igual que mi labor y mi trabajo literario, me ha ocupado durante día y noche. Pero ahora, gracias a Dios, ahora respiro libremente, ahora siento de verdad necesidad de hablar, ahora he llegado a un tema que hallo inmensamente agradable de pensar y de hablar. Mi relación con Dios es el ‘amor feliz’ de una vida que en muchos aspectos ha sido difícil e infeliz” . l odo este relato biográfico —que no otra cosa es Mi punto de vista y la obra escrita de Kierke­ gaard— atestigua un punto de arranque en la filosofía existencial: lo subjetivo, lo privativameni(> personal e íntimo se perfila com o el campo más genuino de experiencias y de confrontaciones trascendentes. Esto es esencial en el hombre de excepción que proclama Kierkegaard. De él —de sus fracasos, de sus saltos, de su ansia de autenticidad— da testimonio su misma desesperarión cotidiana. Con esto, Kierkegaard se nos muestra, en efecto, revestido de la sencillez del héroe. Del héroe que

acepta el riesgo humano pero elude el compromi­ so, precisamente para afirmar la realidad del riesgo en el que va implicada la realidad de la persona. De lo que se trata es de ilusionar desde el hombre ese “ amor feliz” que en el estadio religioso se vuelve razón y sentido de su vida. Y he aquí cóm o, a vueltas consigo mismo, Kierkegaard alcanza una fe desesperada en el hombre. Pero su fe —su verdadera fe existencia!— no es, de ningún modo, una fe crédula. Antes bien, es una fe que surge del conflicto dialéctico y que convierte el tiempo en instante para hacer más viva, a la luz de la conciencia, la desazón individual del existente. Ciertamente, tal com o Kierkegaard nos lo explica en su Diario, la tarea es doblemente ardua y difícil: porque el hombre de fe —el e x is te n te cristiano que encarna y testimonia la trascendencia— ha de buscar con ahínco al hombre Hombre, hijo de sí mismo y poeta de lo inefable, y, a la vez, proyectará todavía el “ más allá” sobre el rescoldo humeante de su acción. JOSE A N T O N IO M IG U E Z

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( ICONOLOGIA DE KIERKEGAARD

1813.— 5 de mayo. Nace Soren Aabye Kierke­ gaard en la ciudad de Copenhague. 1821. — 6 de octubre. Kierkegaard inicia sus estudios en el colegio de Borgerdyscole. 1830. — 30 de octubre. Acceso de Kierkegaard a la Universidad. * 1837. — Mes de mayo. Primer encuentro de Kier­ kegaard y Regina Olsen. 1838. — 7 de septiembre. Publicación de la prime­ ra obra de Kierkegaard: Extracto de los papeles de alguien que vive todavía y publica a su pesar. 1840.— 10 de septiembre. Promesa de matrimo­ nio con Regina Olsen. 1841.— Mes de octubre. Ruptura definitiva con Regina Olsen. 1843. — 20 de febrero. Kierkegaard publica, con el seudónimo de V íctor Eremita, Alter­ nativa y Fragmento de una vida. 7 de octubre. Aparecen Temor y temblor y Lirismo dialéctico con el nombre de Johannes de Silentio, así com o La repeti­ ción y Ensayo de psicología, firmados por Constantin Constantius. 1843. — 13 de octubre. Como continuación a Dos discursos edificantes, Kierkegaard publi­ ca Tres discursos edificantes. 6 de diciembre. Nueva publicación de Kierkegaard: Cuatro discursos edifican­ tes. 1844. — 13 de junio. Aparecen las Bagatelas filosóficas a nombre de Johannes Climacus. 23

17 de junio. Se publican El concepto de la angustia y Sencillo esclarecimiento previo al problema del pecado original, que firma Vigilius Haufniensis, y Prefa­ cios y Lectura amena para diversos esta­ dos, firmados por Nicolás Notabene. 1845. — 30 de abril. Hilarius Bogbinder, séptimo seudónimo de Kierkegaard, publica Esta­ dios en el camino de la vida. 27 de diciembre. Aparece en el diario Faedrelandet (Patria) el artículo de Kier­ kegaard Actividad de un esteta ambulan­ te, que firma Frater Taciturnus. 1 8 4 6 .— 27 de febrero. Publicación de Postscriptum. 1847. — Año decisivo. El 3 de noviembre Regina Olsen contrae matrimonio con Fr. Schlegel. — Kierkegaard publica en junio de este año La Crisis y redacta Mi punto de vista. 1849. — 20 de mayo. Publicación de Dos peque­ ños tratados ético-religiosos. 30 de julio. Aparece el Tratado de la desesperación, que firma J. Anticlimacus. 1850. — 25 de septiembre. También Anticlimacus firma Escuela del cristianismo. 1851-1855. — Período intensamente polémico de Kierkegaard. Los artículos se suceden casi sin intemipción, salvando el bache del año 1853, en que Kierkegaard nada publica. 1855. — 11 de noviembre. Muerte de Kierkegaard. P o c o s día s antes había declarado crudamente a su amigo Emilio Boesen: “ Saluda a todos los hombres y diles que mi vida ha sido un sufrir agudo, incom­ prensible e ignorado para todos, excepto para m í” . JOSE A N T O N IO M IG U E Z

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MI PUNTO DE VISTA

INTRODUCCION He alcanzado un punto en mi carrera de escritor desde el que resulta permisible hacer aquello a que me siento fuertemente impulsado de acuerdo con mi deber, o sea, para decirlo de una vez por todas, lo más directa y francamente posible: lo que yo com o escritor declaro ser. El momento (por inadecuado que pueda ser en otro sentido) es el justo en parte porque (com o ya he dicho) he alcanzado este punto, y en parte porque estoy en vísperas de encontrar por primera vez en el campo literario mi primera obra, Either/Or, en su segunda edición, la cual yo no deseaba haber publicado antes. Hay una época para permanecer en silencio y otra para hablar. Mientras he considerado que era mi deber guardar ei más estricto silencio, me he esforzado en mantenerlo por todos los medios. No he vacilado en contrarrestar, en un sentido finito, mi propio esfuerzo con el enigmático misterio y la doble entente que el silencio favorece. Lo que he hecho en este aspecto ha sido mal comprendido e interpretado com o orgullo, arrogancia y Dios sabe qué más. Mientras conside­ ré que mi deber religioso era guardar silencio, nada hice para evitar este malentendimiento. Pero si yo consideraba que mi deber era el silencio debíase a que no tenía tan a mano el conocimien­ to del arte del escritor com o para que su entendimiento pudiera ser algo más que mal entendimiento. El contenido de este pequeño libro afirma, pues, lo que realmente significo com o escritor: que soy 27

y he sido un escritor religioso, que la totalidad de mi trabajo como escritor se relaciona con el cristianismo, con el problema de “ llegar a ser cristiano” , con una polémica directa o indirecta contra la monstruosa ilusión qué llamamos cris­ tiandad, o contra la ilusión de que en un país com o el nuestro todos somos cristianos. Pido a todos aquellos que tengan en el corazón la causa de la cristiandad —y se lo pido con tanta más urgencia cuanto más seriamente se empeñen en ella— que conozcan este pequeño libro, no curiosamente, sino con devoción, com o se lee una obra religiosa. Naturalmente, no me importa el placer que ha encontrado o pueda encontrar el llamado público estético al leer, atentamente o de pasada, las obras de carácter estético, las cuales son un disfraz y un engaño al servicio de la cristiandad; porque yo soy un escritor religioso. Suponiendo que un lector de tal clase entiende a la perfección y aprecia críticamente las produc­ ciones estéticas individuales, siempre me entende­ rá totalmente mal, en cuanto no comprenda la religiosa totalidad en toda mi labor como escritor. Supongamos, pues, que otro entiende mis obras en la totalidad de su referencia religiosa, pero no entiende ni uno solo de los productos estéticos contenidos en ellas; en este caso yo no diría que su falta de entendimiento fuera esencial. Cuanto escribo aquí es para orientación. Se trata de un testimonio público; no de una defensa o de una apología. A este respecto, en verdad, si no en otro, creo que tengo algo en común con Sócrates. Porque cuando fue acusado y estaba a punto de ser juzgado por “ la plebe” , su demonio le prohibió defenderse. Realmente, si lo hubiera hecho, ¡qué indecoroso hubiera sido y cuánto se hubiera contradich’o a sí mismo! Igualmente hay algo en mí y en la posición dialéctica que ocupo, que hace imposible para mí, e imposible en sí 28

mismo, llevar a cabo una defensa de mi trabajo com o escritor. Tengo que sufrir muchas cosas, y espero tener que aguantar muchas más sin padecer la pérdida de mí mismo. Pero, ¿quién sabe? , tal vez el futuro me tratará con más gentileza que el pasado. La única cosa a que no me puedo resignar —que no puedo hacer sin padecer la pérdida de mí mismo y del carácter dialéctico de mi posición (que es justamente a lo que no me puedo resignar)—, la única cosa es defenderme qua escri­ tor. Eso sería una falsedad, la cual, aunque me ayudara a ganar finitamente todo el mundo, sería para la eternidad mi destrucción. Humildemente .mte Dios, y también ante los hombres, yo sé muy bien en dónde personalmente puedo haber ofen­ dido: pero también sé con Dios que mi labor com o autor fue el resultado de un irresistible impulso interior, la única posibilidad melancólica de un hombre, el honesto esfuerzo por parte de un alma profundamente postrada y compungida que quiere hacer algo com o compensación, sin ahorrar ningún sacrificio o trabajo al servicio de la verdad. Por tanto, sé también con Dios, ante cuyos ojos esta empresa halló gracia y sigue bailándola, igual que se regocija con Su asistencia, (|ue con respecto a mi profesión de escritor no necesito defenderme ante mis contemporáneos; ya que, si en este caso yo representara algún papel, no sería com o abogado defensor sino com o fiscal. Sin embargo, yo no acuso a mis contemporáneos, dado que he entendido religiosamente com o mi deber servir la verdad con abnegación, y mi tarea hacer todos los posibles para impedir llegar a ser considerado e idolatrado. Sólo aquel que conozca por propia experiencia lo que es la negación puede desentrañar mi enigma y saber si es abnegación. Porque el hombre que no tiene experiencia de ello, llamará más bien a mi comportamiento amor de sí mismo, orgullo,

excentricidad, locura; por cuya opinión no sería razonable que yo le acusara, ya que yo mismo, en servicio de la verdad, he contribuido a formársela. Hay una cosa que no puede comprender ni una asamblea ruidosa, ni un “ público altamente esti­ mable” , ni en media hora, y esta cosa es el carácter de la verdadera abnegación cristiana. Para comprenderla se requiere temor y temblor, silen­ ciosa soledad, y un largo espacio de tiempo. Estoy enteramente cierto de que he entendido la verdad que entrego a los demás. Estoy casi igualmente seguro de que mis contemporáneos, en tanto que no la comprenden, se verán obligados, por las malas o por las buenas, a comprenderla alguna vez, en la eternidad, cuando se hallen liberados de muchos cuidados y solicitudes pertur­ badores, de los cuales yo he sido liberado. He sufrido a causa del mal entendimiento; y el hecho de que voluntariamente me exponga a él, no indica que yo sea insensible al sufrimiento real. Sería com o negar la realidad de todo el sufrimien­ to cristiano porque es voluntario. Tam poco se debe deducir com o una inferencia directa que “ los otros” no tienen ninguna culpa, dado que si sufro es en servicio de la verdad. Pero por mucho que haya sufrido a causa del mal entendimiento, sólo puedo dar gracias a Dios por aquello que es de infinita importancia para mí: que El me ha concedido el entendimiento de la verdad. Y ahora sólo una cosa más. No es preciso decir que no puedo explicar toda mi labor com o escritor en toda su integridad, o sea, con la interioridad puramente personal en la que poseo la explicación de ella. Y esto en parte se debe a que no puedo hacer pública mi relación con Dios. No es ni más ni menos que la interioridad genérica que todo hombre puede tener, sin considerarla com o una distinción oficial en la que hubiera un crimen que ocultar y un deber que proclamar, o a 30

!¡j i|ik' pudiera apelar com o mi justificación. En jmilc porque yo no puedo querer (y nadie puede tlpneur que yo pudiera) introducir a la fuerza en Mitilip lo que únicamente concierne a mi persona; aunque, naturalmente, hay mucho en esto que me sirve para explicar mi obra com o escritor.

PRIMERA PARTE

A LA AMBIGÜEDAD O DUPLICIDAD EN LA l'ROFESION DE ESCRITOR *: DE SI EL A UTOR ES UN AUTOR ESTETICO O RELIGIOSO C¿ueda, pues, por demostrar que hay esa duplici­ dad desde el principio al fin. No es éste un ejemplo del caso corriente en el que alguien descubre la presunta duplicidad y la persona afectada se ve obligada a probar que no existe. No es eso en absoluto, sino todo lo contrario. En caso de que el lector no sea lo suficientemente observador para notar la duplicidad, es misión del autor poner todo lo evidentemente posible el Ilecho de que esa duplicidad está ahí. Es decir, la duplicidad, la ambigüedad son conscientes, algo que el autor conoce más que cualquier otra persona; son la distinción dialéctica esencial de toda la profesión de escritor, y tienen, por tanto, una razón más profunda. I’ero ¿es esto así, hay una duplicidad tan pene­ trante? ¿No se podría explicar el fenómeno de 1 Para que los títulos de los libros puedan ser consultados fácilmente se dan a continuación. Primer grupo (obra estética): A ltern a tiv a ; M ie d o y te m b l o r ; R e p e t i c i ó n ; E l c o n c e p t o d e ¡a angustia; P r e fa c io s ; F r a g m e n to s f i l o s ó f i c o s ; E sta d io s en el ca m in o tic la vida, junto con 18 d iscu rso s e d ific a n te s que fueron publicados sucesivamente. Segundo grupo: P o s ts c r ip tu m . Tercer « u p o (Obras religiosas): D is cu rs o s e d ific a n te s en d iv erso s c apiri tus; L o s trab a jos d el a m o r ; D is cu rs o s cristia n o s, junto con un pequeño artículo estético. La crisis y una crisis en la vida d e una actriz.

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otra manera, suponiendo que hay un escritor que primero fue un escritor estético y luego, en el curso de los años, cambió y se convirtió en un escritor religioso? No insistiré en la objeción de que, si éste fuera el caso, el escritor de marras no hubiese escrito un libro com o éste, y seguramente no se hubiera propuesto dar una visión de toda su. obra, y aún menos hubiera escocido para ello el momento que coincide con la reaparición de su primer libro. Tampoco insistiré en el hecho de que sería bastante extraño que un cambio tal se hubiera llevado a cabo en el curso de pocos años. En otros casos en que un escritor originalmente estético se transforma en un escritor religioso, transcurren muchos años, de forma que la hipó­ tesis que explica el cambio señalando el hecho que en la actualidad es considerablemente más viejo no pierde plausibilidad. Pero en esto no insistiré; porque, aun cuando pudiera parecer extraño y casi inexplicable, aunque pudiera obli­ gar a buscar y hallar cualquier otra explicación, no por ello sería absolutamente imposible que un cambio tal ocurriera en el espacio de sólo tres años. Demostraré más bien que es imposible explicar el fenómeno de esta manera. Porque cuando se observe la cosa de más cerca se verá que antes que el cambio ocurriera no habían trans­ currido tres años, sino que el cambio es simultá­ neo con el principio, es decir, que la duplicidad data del mismo comienzo. Porque los Dos discur­ sos edificantes son contemporáneos de Alterna­ tiva. La duplicidad en su sentido más profundo, es decir, en su sentido de la profesión de escritor en conjunto, no es lo que era tema de comentario en su tiempo, sino el contraste entre las dos partes de Alternativa. No, la-duplicidad se descubre com pa­ rando Alternativa con los Dos discursos edifican­ tes.

«‘I último momento. Después de dos años, durante los cuales sólo publiqué obras religiosas, apareció un pequeño articulo estético*. Este hecho iba en contra de la interpretación del fenómeno que supone un escritor estético, el cual, con el paso del tiempo, cambia y se convierte en un escritor religioso. Así com o los Dos discursos edificantes aparecieron de dos a tres meses después de Alternativa, igualmente este pequeño artículo estético apareció de dos a tres meses después de los escritos puramente religiosos de dos años. Los Dos discursos edificantes y el pequeño artículo se corresponden el uno al otro inversamente y prueban inversamente que la duplicidad está tanto al principio com o al final. Aunque Alternativa atrajo toda la atención y nadie se dio cuenta de los Dos discursos edificantes, este libro denotaba, sin embargo, que el escritor era un escritor religioso, el cual, por esta razón, nunca había escrito nada estético, sino que había empleado seudónimos para todas sus obras estéticas, mien­ tras que los Dos discursos edificantes eran del maestro Kierkegaard. Inversamente, aunque los trabajos puramente edificantes producidos duran­ te esos dos años han atraído posiblemente la atención de otros, nadie, tal vez, en un sentido más profundo, ha advertido el significado del pequeño artículo, el cual indica que ahora la estructura dialéctica total de la profesión de escritor está completa. El pequeño artículo sirve de piedra de toque para imposibilitar al final ( igual que los D os discursos edificantes hicieron al principio) la explicación del fenómeno suponien­ do que había un autor que primero era autor estético y más tarde cambió y se convirtió en un escritor religioso, ya que era escritor religioso al principio y produjo obras estéticas incluso en el último momento.

Lo religioso está presente desde el principio. Inversamente, lo estético está presente otra vez en

L a crisis y una crisis en la vida d e una a ctriz, e n Patria, julio «le 1 8 4 8 .

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ÍV5

El primer grupo de escritos representa la produc­ ción estética, el último grupo es exclusivamente religioso: entre ellos, com o punto decisivo, está el Postscriptum. Este trabajo trata y plantea “ el Problema” , que es el problema de toda la profe­ sión del escritor: cóm o llegar a ser cristiano. De m odo que toma conocimiento del trabajo escrito bajo seudónimo y de los dieciocho discursos edificantes, demostrando que todo ello sirve para iluminar el Problema, sin, empero, afirmar que éste era el objetivo de la producción interior, la cual realmente no hubiera podido ser firmada con un seudónimo, por una tercera persona incapaz de saber nada sobre el propósito de un trabajo que no era el suyo propio. El Postscriptum no es un trabajo estético, pero tampoco es religioso en el estricto sentido de la palabra. Por consiguiente, está firmado con un seudónimo, aunque añadí mi nombre com o editor, cosa que no hice en el caso de cualquier trabajo puramente estético*. Este es un dato para aquel a quien preocupen estas cosas y tenga olfato para ellas. Entonces vinieron los dos años durante los cuales sólo aparecieron obras religiosas, todas con mi nombre. El período de los seudónimos había pasado, el autor religioso se había desembarazado del disfraz estético, y entonces, com o un testimonio y com o una precaución, apareció el pequeño artículo estético firmado con seudónimo, Inter et ínter. Esto puede dar una idea total de la profesión del escritor en su totalidad. Como ya he señalado, guarda reciprocidad con los Dos discursos edi­ ficantes.

* La cr ítica literaria d e “ Dos generaciones” no es una excepción, en parte porque no es estética en el sentido de la producción poética, sino crítica, y en parte, porque tiene un fondo totalm ente religioso al interpretar “ la presente época” .

B LA EXPLICACION DE QUE EL AUTOR ES Y HA SIDO UN AUTOR RELIGIOSO Podría parecer que una mera protesta a este respecto por parte del mismo autor sería más que suficiente, ya que seguramente él sabe mejor lo que pretende. Por mi parte, sin embargo, tengo poca confianza en las protestas con respecto a las producciones literarias, y me inclino a tener una visión objetiva de mis propias obras. Si, com o tercera persona, en el papel de lector, no puedo mantener que lo que y o afirmo es así, y que no podría dejar de ser asi, no se me ocurrirá desear ganar una causa que considero com o perdida. Si, com o autor, tuviera que empezar a protestar, fácilmente llevaría a la confusión a toda mi obra, la cual, desde el principio al fin, es dialéctica. Por tanto, no puedo hacer ninguna protesta, pol­ lo menos antes de haber dado por otro camino una explicación tan evidente que una protesta del tipo considerado aquí sea totalmente superflua. Cuando se haya logrado esto, la protesta podrá ser permisible com o una satisfacción lírica para mí, caso de que sintiera un impulso para hacerla, y podrá ser necesaria com o deber religioso. Porque com o hombre puedo estar justificado al protestar, y puede ser mi religioso deber hacer esa protesta. Pero es preciso no confundir esto con la profesión de escritor: no sirve de mucho com o escritor lo 37

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que y o com o hombre proteste haber pretendido. Pero todos admitirán que cuando uno es capaz de demostrar con respecto a un fenómeno que no puede ser explicado de otra manera, y que es de esta manera particular com o puede ser explicado en todos sus detalles, o que la explicación satisface todos los puntos, entonces esta explica­ ción queda establecida tan evidentemente como resulta posible establecer la exactitud de una explicación. Pero ¿no hay una contradicción aquí? Quedó establecido en la parte anterior que la ambigüedad estaba presente hasta el fin, y hasta tanto esto quedó probado con éxito, resulta imposible pro­ bar que la explicación lo es; por tanto, en este caso parece ser el único medio para disminuir la tensión dialéctica y deshacer el nudo, una declara­ ción, una protesta. Este razonamiento parece ser agudo, pero en realidad es sofistico. En caso que una persona sofista encontrara necesario en una contingencia dada recurrir a una mixtificación, sería perfectamente natural para ella hacerlo de manera que la situación cómica resultante fuera de tal naturaleza que no pudiese rehuirla. Pero esto, también, se debe a una falta de seriedad, que le obliga a enamorarse de la mixtificación por sí misma, en lugar de utilizarla com o medio. Por tanto, cuando se usa una mixtificación, una reduplicación dialéctica al servicio de un propósi­ to serio, se usará así meramente para evitar un malentendido, o un entendimiento apresurado, porque la verdadera explicación siempre está a mano y dispuesta para ser encontrada por aquel que honradamente la busca. Tomemos el ejemplo más elevado: toda la vida de Cristo en la tierra no hubiera sido más que un juego si El hubiese estado aquí de incógnito hasta un punto que pasara por el mundo sin que nadie se diera cuenta de El; y sin embargo, en un sentido auténtico, Cristo estuvo de incógnito. 38

Lo mismo ocurre en el caso de una reduplicación dialéctica; y la señal de una reduplicación dialécti­ ca es que la ambigüedad se mantiene. En cuanto la seriedad requerida la apresa, es capaz también de librarse, pero siempre de forma que la misma seriedad sale garante de la verdad de ella. Así com o la esquivez de una mujer tiene una referen­ cia con su amado y cede cuando éste aparece, pero sólo entonces, así también una reduplicación dialéctica tiene una referencia con la verdadera seriedad. Para uno que sea menos serio la explica­ ción le será negada, porque la elasticidad de la reduplicación dialéctica es demasiado grande para que él la pueda asir: aparta la explicación de él otra vez y hace que dude de si realmente es la explicación. Vamos a realizar este intento. Vamos a tratar de explicar el conjunto de esta producción literaria partiendo de la base de que ha sido escrita por un autor estético. Fácilmente se percibe que desde el principio no se aviene con esta explicación, la cual se cae cuando se encuentra con los D os discursos edificantes. Si, por el contrario, queremos realizar el experimento partiendo de la base de que es un escritor religioso, se verá que, paso a paso, la suposición corresponde con cada punto. Lo único que queda inexplicable es cóm o puede ser que un autor religioso emplee las obras estéticas de esa L'orma. Es decir, nos hallamos de nuevo frente a la ambigüedad o la reduplicación dialéctica. Con la diferencia ahora de que la suposición de que se trata de un autor religioso ha quedado bien sentada, y queda sólo por explicar la ambigüedad. No me atrevo a decir si puede resultarle fácil hacerlo a una tercera persona; pero la explicación es la que se encuentra en la Segunda Parte de este librito. Una cosa más aún, una cosa que, com o he dicho, puede ser una satisfacción lírica para mí com o 39

hombre, y que com o hombre es mi deber religio­ so; en una palabra, una protesta directa de que el autor es y ha sido un autor religioso. Cuando empecé Alternativa (del cual, sea dicho entre paréntesis, existía de antemano literariamente solo una parte, es decir, un pequeño Diapsalmata, mientras que todo el libro se escribió en el espacio de once meses, y la segunda parte primero), yo estaba potencialmente bajo la influencia de la religión com o nunca he estado. Me hallaba tan profundamente conmovido que comprendí per­ fectamente que no me sería posible seguir una conformista y segura vía media en la que la mayor l/ parte de la gente pasa su vida: tenía que arrojarme a la perdición y a la sensualidad, o elegir lo religioso de forma absoluta com o la única cosa; o bien el mundo, en una medida que hubiera sido espantosa, o bien el claustro.' En lo profundo estaba ya determinado que era lo segundo lo que yo podía y debía elegir: la excentricidad del primer movimiento fue. simplemente la expresión de la intensidad del segundo; ponía de manifiesto el hecho de que yo me había dado absolutamente cuenta de que me sería imposible ser religioso sólo hasta cierto punto. Este es el lugar de Alternativa. Fue una catarsis poética que, sin embargo, no anduvo mucho más allá que la ética. Personalmente, yo estaba muy lejos de desear encaminar el curso de mi existencia hacia la comoda situación del matrimonio por amor a mí mismo, puesto que religiosamente me hallaba ya en el claustro; idea que se encuentra oculta en el seudónimo Víctor Eremita. Esta es la situación; hablando en sentido estricto, Alternativa fue escrito en un monasterio, y yo puedo asegurar al lector (y dirijo especialmente esta seguridad, si por azar cae bajo sus ojos, a aquel que no tiene capacidad o tiempo de analizar una producción com o la mía, y que sin embargo tal vez se ha encontrado sorprendido por la 40

extraña mezcla de religioso y estético en mis escritos), y o puedo asegurar al lector que el autor de Alternativa dedicaba un tiempo determinado cada día, con regularidad y precisión y precisión monásticas, a leer libros edificantes, y que con miedo y temblor reflexionaba sobre su responsa­ bilidad. Entre otras cosas, reflexionaba especial­ mente ( ¡qué maravilloso! ) sobre “ El diario del seductor” . Y entonces, ¿qué ocurrió? El libro alcanzó un inmenso éxito, especialmente ( ¡que maravilloso! ) “ El diario del seductor” . El mundo abrió sus brazos de forma extraordinaria al autor admirado, al cual, sin embargo, todo esto no le “ seducía” , porque era una eternidad demasiado vieja para eso. Luego siguieron los Dos discursos edificantes. Cosas de la más vital importancia suelen parecer insignificantes. Primero apareció la gran 9^r,^’ Alternativa, que fue “ muy leída y más discutida” , y luego los Dos discursos edificantes, dedicados a mi difunto padre y publicados en la fecha de mi nacimiento (5 de mayo), “ una florecilla oculta en el gran bosque, no solicitada ni por su belleza, ni por su perfume, ni porque fuera alimenticia” *. Nadie advirtió seriamente los Dos discursos o se preocupó de ellos. Recuerdo incluso que uno de mis conocidos vino a verme con la queja de que había comprado el libro de buena fe convencido de que, puesto que era m ío, tenía que ser algo ingenioso e inteligente. Recuerdo también que yo le prometí que si lo deseaba podía reclamar el dinero. Ofrecí al mundo Alternativa con la mano izquierda, y con la derecha los Dos discursos edificantes’, pero todos, o casi todos, asieron con sus diestras lo que yo sostenía en mi siniestra**. * Cfr. el Prefacio a los D o s d is cu rs o s e d ific a n te s de 1 8 4 3 . ** Cfr. el Prefacio a los D o s d is cu rs o s e d ific a n te s de 1 8 4 4 : “ Busca a m i lector, el cual recibe con la m ano derecha lo que se le ofrece con la izquierda” .

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Ante Dios pensé lo que debía hacer: aventuré mi contingencia en los Dos discursos edificantes; pero comprendí perfectamente que sólo unos pocos los comprenderían*. Y aquí por primera vez aparece “ aquel individuo al que con alegría y gratitud llamo mi lector” , fórmula estereotipada que se repetía en el Prefacio a cada colección de Discursos edificantes. Nadie puede acusarme de haber cambiado, de que tal vez en el último momento, tal vez por el motivo que había perdido el favor del público, pensaba diferente­ mente sobre esta materia de lo que antes había pensado. No. Si alguna vez he disfrutado del favor del público, ha sido a los dos o tres meses de la publicación de Alternativa. Y en esta situación, la cual para muchos tal vez hubiera sido una tentación, yo juzgué que era el momento más favorable para hacer lo que tenía que hacer al objeto de asegurar mi posición, y la empleé al servicio de la verdad para introducir mi categoría “ el individuo” ; fue entonces cuando rompí con el público, no por orgullo y arrogancia, etc. (y desde luego no porque en aquel momento el público me fuera desfavorable, ya que, por el contrario, me era enteramente favorable), sino porque tenía plena conciencia de que yo era un escritor religioso y que com o tal me importaba “ el individuo” (“ el individuo” , en oposición a “ el público” ), pensamiento en el que está contenida toda una filosofía de la vida y del mundo.

A partir de entonces, es decir, desde la publica­ ción de Temor y temblor, el observador serio que dispone de presuposiciones religiosas, el observa­ dor serio al que es posible darse a entender desde leios y al que es posible hablarle en silencio (en . el seudónimo Johannes-de silentio) estaba en situación de advertir que esto, despues de todo, era un tipo muy singular de producción estetica. Y esto fue justamente ensalzado por la muy reverenda firma Kts., lo cual me agrado muchísi­ mo.

* De ahí el tono melancólico del Prefacio donde se dice acerca del librito: “ Puesto que se puede decir en sentido figurado que con su publicación inicia una marcha com o para un viaje, perm ítasem e que lo siga con la mirada. A sí es que lo veo cóm o sigue su ruta por senderos solitarios o sin com pañía por los caminos reales. Después de alguna pequeña confusión debida al hecho de haberse equivocado por algún parecido casual, encuentra, por fin, que el individuo al que con alegría y gratitud llamo m i lector, al que busca, al que le tiende los brazos, etcétera. Cf. el Prefacio a los D o s d is cu rs o s e d ific a n te s de 1 8 4 3 . El primer Prefacio tenía para m í, y aún tiene, un significado tan ín tim o y personal que me sería muy difícil trasmitirlo.

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íiMGUNDA PARTE TODA LA OBRA DEL AUTOR INTERPRETA­ DA DESDE EL PUNTO DE VISTA DE QUE EL AUTOR ES UN AUTOR RELIGIOSO (:a p it u lo

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A. LAS OBRAS ESTETICAS Vor qué el principio de las obras fue estético, o lo t/ue eso significa, entendido en relación con el total*.

LA “CRISTIANDAD” ES UNA PRODIGIOSA ILUSION 'Podo aquel con alguna' capacidad de observación que considere seriamente lo que se llama Cristian­ dad, o las condiciones de un país llamado cristiano, sin duda se sentirá asaltado por profun­ das dudas. ¿Qué significa el que todos esos miles y miles se llamen a sí mismos cristianos como cosa corriente? ¡Esos hombres innumerables, cuya mayor parte, según es posible juzgar, vive en categorías completamente ajenas al Cristianismo! Cualquiera se puede convencer de ello por la más simple observación. ¡Gente que nunca entra en

* Una vez p or todas tengo que pedir seriamente al amable lector que tenga en cuenta siempre que el pensamiento que hay tras la obra en su totalidad es: lo que significa llegar a ser cristiano.

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una iglesia que nunca piensa en Dios, nunca menciona Su nombre, excepto en los juramen­ tos ¡Gente a la que nunca se le ha ocurrido que puede tener alguna obligación hacia Dios, gente ^Uie’ u0 , b*e? ponsidera esta como máximo en la culpabilidad de trasgredir la ley criminal, o que ni siquiera considera esto necesario! ¡Sin embargo oda esa gente, incluso aquellos que aseguran que no hay Dios, es cristiana, se llama cristiana es reconocida com o cristiana por el Estado,’ es entenada com o cristiana por la Iglesia, queda com o cristiana por la eternidad! No hay duda de que en el fondo de todo esto debe de haber una tremenda confusión, una espantosa ilusión. Pero ¡ay de remover esta cuestión! Si, se todas las objeciones. Porque los nay que saben lo que quiero decir, pero que me replicarían dándome una cariñosa palmada en la espalda: Mi querido muchacho, eres aún dema­ siado joven para embarcarte en esta empresa, para la cual, si es que se pretende tener algún éxito se requerirán por lo menos un buen número 'de misioneios bien capacitados; empresa que signifi­ ca ni mas ni menos que proponerse introducir el cristianismo. . . en la Cristiandad. No, querido muchacho, seamos hombres; esa empresa está más alia de tus fuerzas y de las mías. Sería tan locamente ambiciosa com o desear reformar la p le b e , con la cual ninguna persona juiciosa quiere entremeterse. Iniciar tal cosa es un fracaso seguro . Tal vez; pero aunque el fracaso fuera cierto también es cierto que nadie ha deducido f , ay objeción del Cristianismo; porque cuando llego el Cristianismo al mundo era un “ fracaso seguro aun más definitivo que empezar tal cosa sm embargo, fue empezado. Y tampoco hay duda de que nadie^ ha aprendido esta objeción de bocrates; porque el se mezcló con la “ nlebe” v quiso reformarla.

Esto es, a grandes rasgos, lo que ocurre. De cuan­ do en cuando un párroco provoca un pequeño alboroto desde el pùlpito diciendo que ocune algo malo en alguna parte con todos esos numero­ sos cristianos; pero todos aquellos a quienes esta hablando son cristianos, y aquellos de quienes habla no están presentes. Esto se puede descnbir más propiamente com o una emocion fingida. A veces aparece un entusiasta religioso, arremete contra la Cristiandad, vocifera y arma mucho ruido, denunciando a casi todos com o no cristia­ nos. y no logra nada. No tiene en cuenta el hecho de que no es fácil disipar una ilusión. Supongamos ahora que es un hecho que la mayor parte de la gente, cuando se llama a si misma cristiana, está bajo una ilusión; ¿cóm o se deíienden contra un estusiasta? Ante todo, no se preocupan absolutamente de él, no tienen en cuenta su libro, y lo dejan inmediatamente a un lado; o bien, si emplea la palabra viva, dan la _ vuelta por otra calle y no le escuchan. Despues se libran de él definiendo todo el concepto, y se acomodan seguros en su ilusión: hacen de el un fanático y de su cristianismo una exageración, y al final resulta ser el único, o uno de los pocos, que no es cristiano en serio (porque la exageración es, sin duda, una falta de seriedad), mientras que los otros son todos cristianos en serio. No, no es posible destruir una ilusión directamen­ te y sólo por medios indirectos se la puede arrancar de raíz. Si el que todos son cristianos es una ilusión, y si no hay nada que hacer sobie eso, es preciso hacerlo indirectamente, no por uno que se proclame a sí mismo a grandes gritos extraordi­ nariamente cristiano, sino por uno que, mejoi orientado, esté dispuesto a declarar que no es cristiano en absoluto*. Es decir, uno que pueda * Podem os recordar el P o s ts c r ip tu m , cuyo autor, Johannes Climacus, declara expresamente que no es cristiano.

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acercarse por detrás a la persona que está bajo la ilusión. En lugar de desear gozar de la ventaja de ser uno mismo esa rara cosa, un cristiano, es preciso dejar que el futuro esclavo goce creyéndo­ se cristiano, y tener la resignación suficiente de ser uno que está mucho más atrás que él; de otra manera, podemos estar seguros de que no sacare­ mos al hombre de su ilusión, cosa que es bastante difícil en cualquier caso. Si, de acuerdo con nuestro supuesto, la mayor parte de la cristiandad se imagina solamente que es cristiana, ¿en qué categorías vive? Vive en categorías esteticas o, como máximo, en catego­ rías estético-éticas. Supongamos entonces que un escritor religioso ha considerado profundamente esta ilusión, la Cris­ tiandad, y ha resuelto atacarla con todo el poder a su disposición (con la ayuda de Dios, quede bien sentado), ¿qué tiene que hacer, pues? Ante todo, no impacientarse. Si se impacienta, arremeterá contra ella y no logrará nada. Un ataque directo solo contribuye a fortalecer a una persona en su ilusión, y al mismo tiempo le amarga. Pocas cosas requieren un trato tan cuidadoso com o una ilusión, si es que uno quiere disiparla. Si algo obliga a la futura presa a oponer su voluntad, to­ do está perdido. Y esto es lo que logra un ataque directo, y además implica la presunción de reque­ rir a un hombre que haga a otra persona, o en su presencia, una concesión que puede hacer mucho más provechosamente a él mismo en privado. Eso es lo que logra el m étodo indirecto, el cual, aman­ do y sirviendo la verdad, lo arregla todo dialéctica­ mente para la futura presa, y luego se retira tími­ damente (porque el amor es siempre tím ido), para no presenciar el reconocimiento que hace él a sí mismo a solas ante Dios; que ha vivido hasta en­ tonces en una ilusión. 48

Por tanto, el escritor religioso debe, ante todo, ponerse en contacto con los hombres, es decir, debe empezar con obras estéticas. Estas son las arras. Cuanto más brillantes sean esas obras, mejor para él. Además, debe estar seguro de sí mismo, o (y ésta es la única seguridad) debe relacionarse con Dios, con miedo y temblor, a fin de que acontezca el hecho más opuesto a sus intenciones, y, en lugar de poner en movimiento a los otros, los otros adquieren poder sobre él, de forma que lermina empantanándose en lo estético. Por tanl.o, debe tenerlo todo dispuesto, aunque sin impaciencia, con el propósito de sacar inmediata­ mente lo religioso, en cuanto perciba que tiene a sus lectores con él, de forma que con el ímpetu conseguido por la devoción a lo estético entren en contacto con lo religioso. lis muy importante no introducir la religión ni demasiado pronto, ni demasiado tarde. Si pasa demasiado tiempo, se fomenta la ilusión de que el escritor estético ha envejecido y, por tanto, se ha vuelto religioso. Si llega demasiado pronto, el efecto no es bastante violento. Partiendo de la base de que existe una prodigiosa ilusión en el caso de esos muchos hombres que se llaman a sí mismos cristianos y son considerados com o cristianos, el método de salir al paso de ella ((ue se sugiere aquí no entraña condena o denuncia. Se trata de una invención totalmente cristiana que no puede emplearse sin miedo y temblor, o sin una auténtica abnegación. Aquel que está dispues­ to a ayudar carga con toda la responsabilidad y hace todo el esfuerzo, pero por esta razón esa línea de acción posee un valor intrínseco. Hablan­ do en general, un m étodo sólo tiene valor en relación con el resultado obtenido. Algunos con­ denan y denuncian, vociferan y arman mucho ruido; todo eso no tiene valor intrínseco, aunque crean lograr mucho con ello. Sucede lo contrario 49

con la línea de acción de que tratamos aquí. Supongamos que un hombre se ha dedicado a ella, supongamos que ha empleado en ella toda su vida, y supongamos que no ha logrado nada: a pesar de todo, no ha vivido en vano, porque su vida ha sido auténtica abnegación.

2 Sí EL AUTENTICO EXITO ES LOGRAR EL ESFUERZO DE LLEVAR A UN HOMBRE A UNA DEFINIDA POSICIONANTE TODO, ES PRECISO FATIGARSE PARA ENCONTRARLE DONDE ESTA Y EMPEZAR AHI Este es el secreto del arte de ayudar a los demás. T odo aquel que no se halla en posesión de él, se engaña cuando se propone ayudar a los otros. Para ayudar a otro de manera eficaz, yo debo entender más que él; pero ante todo, sin duda debo entender lo que él entiende. Si no sé eso, mi mayor entendimiento no será de ninguna ayuda para él. Si, de todos modos, estoy dispuesto a empenacharme con mi mayor entendimiento, es porque soy un vano o un orgulloso, de forma que, en el fondo, en lugar de beneficiarle a él, lo que deseo es que me admiren. En cambio, todo auténtico esfuerzo para ayudar empieza con la autohumillación: el que ayuda debe primero humillarse y ponerse por debajo de aquel a quien quiere ayudar, y, por tanto, debe comprender que ayudar no significa ser soberano, sino criado; que ayudar no significa ser ambicioso, sino paciente; que ayudar significa tener que resistir en el futuro la imputación de que uno está equivocado y no entiende lo que el otro entiende.

instruimos y a menos que se pueda hacer esto de que el hombre colérico, demasiado impa­ riente para escuchar una sola de vuestras palabras, nr halle contento al descubrir en vosotros un oyente complaciente y atento, no os será posible ayudarle en absoluto. O tomemos el caso de un -'iiamorado que ha sido desgraciado en amores, y ■■apongamos que la forma en que se somete a su pasión es realmente irrazonable, impía, no cristia­ na. Si no podemos empezar con él de forma que halle un auténtico descanso al hablar con nosotros sobre su sufrimiento y que pueda enriquecer su mente con las interpretaciones poéticas que noso­ tros le sugerimos, sin saber que no compartimos su pasión y queremos librarle de ella, si no podemos hacer eso, no le podemos ayudar en absoluto; se recluye lejos de nosotros, se ensimis­ ma. . . y entonces nosotros sólo charlamos con él. Tal vez gracias al poder de vuestra personalidad podréis obligarle a reconocer que se halla en falta; ¡Ah! , queridos míos, inmediatamente escapará por un sendero escondido para acudir a una cita con su oculta pasión, a la que apetece ardiente­ mente, temiendo casi que haya perdido algo de su seductor calor, porque ahora, gracias a vuestro comportamiento, le habéis ayudado a enamorarse otra vez, a enamorarse ahora de su misma desdichada pasión. . . ¡Y vosotros sólo charlais con él!

manera

Tomemos el caso de un hombre que es apasiona­ damente colérico, y supongamos que realmente está equivocado. A menos que se pueda empezar con él haciéndole creer que es él el que tiene que

Lo mismo sucede con respecto a lo que significa llegar a ser cristiano; suponiendo que los muchos que se llaman a sí mismos cristianos se hallan bajo una ilusión. Denunciad el mágico encanto de lo estético; bien, ha habido realmente tiempos en que podéis haber logrado coaccionar a la gente. Pero, ¿con qué resultado? Con el resultado de que privadamente, con secreta pasión, aman esa ma­ gia. No, dejemos esto. Y recordad, vosotros que sois serios y austeros, que si no podéis humillaros, no sois genuinamente serios. Sed el asombrado

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oyente que se sienta y escucha lo que el otro encuentra más placer en contaros porque le escucháis con asombro. Pero, sobre todo, no olvidéis una cosa: el propósito que tenéis en la mente, el hecho de que es lo religioso lo que debéis llevar adelante. Si sois capaces de ello, presentad lo estético con toda su magia fascinadora, domi­ nad si os es posible el ánimo del otro hombre, presentadlo con el tipo de pasión que más exactamente le conviene, alegremente para los alegres, en tono menor para los melancólicos, ingeniosamente para los ingeniosos, etcétera. Pe­ ro, sobre todo, no olvidéis una cosa, el propósito que tenéis que llevar adelante. . . lo religioso. Haced eso por todos los medios, y no temáis hacerlo; porque verdaderamente no se puede hacer sin miedo y temblor. Si podéis hacer eso, si podéis encontrar exacta­ mente el lugar donde está el otro y empezar allí, tal vez podáis tener la suerte de conducirle al lugar donde os halláis vosotros. Porque ser maestro no significa simplemente afirmar que una cosa es asi, o recomendar una lectura, etcétera. No, ser maestro en el sentido justo es ser aprendiz. La instrucción empieza cuando tú, el maestro, aprendes del aprendiz, te pones en su lugar de m odo que puedas entender lo que él entiende y de la forma que él lo entiende, caso de que no lo hayas entendido antes, o si lo has entendido antes, permitas a él someterte a un examen de manera que pueda asegurarse de que tú sabes tu papel. Esa es la introducción. Entonces el principio puede reali­ zarse en otro sentido. En mi mente, de forma constante he levantado una objeción contra una clase de la ortodoxia de nuestro país que consiste en encerrarse en peque­ ños grupos, y en afirmarse uno al otro en la 52

creencia de que ellos son los únicos cristianos, y, por tanto, el no saber hacer otra cosa con relación a la cristiandad que vociferar que los otros no son cristianos. Si es verdad que en realidad hay tan pocos cristianos en la cristiandad, esos ortodoxos se hallan eo ipso bajo la obligación de ser misioneros, aunque un misionero en la cristiandad siempre será bastante diferente de un misionero entre los gentiles. Fácilmente se comprenderá que esta objeción mía ataca nuestra ortodoxia en la forma correcta, desde atrás, ya que se basa en la admisión, o el supuesto de que ellos son realmen­ te auténticos cristianos, los únicos auténticos cristianos de la cristiandad. Así, pues, el escritor religioso, cuyo pensamiento predominante es cóm o puede uno llegar a ser cristiano, comienza justamente en la cristiandad com o escritor estético. Por un momento, dejé­ moslo dudoso entre si la cristiandad es una monstruosa ilusión o es un vano concepto para los muchos que. se llaman a sí mismos cristianos; dejemos que más bien se suponga lo opuesto. Pues bien, este principio es superfluo, se basa en una situación que no existe; pero que, sin embargo, no hace ningún daño. El daño es mucho mayor, o mejor dicho, éste es el único daño, cuando uno que no es cristiano pretende serlo. Por otro lado, cuando uno que es cristiano da la impresión de que no lo es, el daño no es grande. Suponiendo que todos sean cristianos, este engaño, a lo sumo, puede confirmarlos aún más en que lo son. 3 LA ILUSION DE QUE LA RELIGION Y EL CRISTIANISMO SON COSAS .4 LAS QUE SE RECURRE CUANDO SE ENVEJECE Lo estético siempre ensalza la juventud y su breve instante de eternidad. No puede avenirse con la

seriedad de la edad, menos con la seriedad de la eternidad. De aquí que el esteta desconfíe siem­ pre de la persona religiosa, suponiendo que, o bien nunca se ha sentido inclinado a lo estético, o bien esencialmente hubiera preferido seguir dis­ frutando de ello, pero que el tiempo ha ejercido su influencia debilitadora y él se ha hecho viejo y ha buscado refugio en la religión. La vida se divide en dos partes: el período de la juventud pertenece a lo estético; la edad madura a la religión; pero, hablando honestamente, todos hubiéramos prefe­ rido seguir siendo jóvenes. ¿Cómo puede desvanecerse esta ilusión? Digo “ puede” porque ya es otra cuestión que el esfuerzo realmente tenga éxito; pero puede ser desvanecida por la consecución simultánea de una producción estética y religiosa. En este caso no se deja margen a la duda, porque la producción estética garantiza la juventud y así la simultánea consecución en la esfera religiosa no puede ser explicada sobre una base accidental. Suponiendo que la cristiandad es una prodigiosa ilusión, es decir, es un concepto vano para los muchos que se llaman a sí mismos cristianos, parece ser muy probable que la ilusión de que ahora hablamos sea extremadamente com ente. Pero esta ilusión se agrava aún más por el concepto de que uno es cristiano. Uno vive dentro de las categorías estéticas, y si alguna vez piensa sobre el cristianismo, aplaza el problema hasta que sea más viejo. “ Porque —se dice uno a sí mismo—, de hecho, soy esencialmente cristiano” . No se puede negar ciertamente que, en la cristiandad, los hay que viven tan sensualmente com o cualquier paga­ no vivía. Sí, incluso más sensualmente, porque tienen esa desastrosa sensación de seguridad de que esencialmente son cristianos. Pero no rehúye lo más posible la decisión de llegar a ser cristiano; es más, uno encuentra un obstáculo adicional en 54

el hecho de que uno tiene com o orgullo ser joven durante el mayor tiempo posible (y sólo cuando uno se hace viejo debe recurrir al cristianismo y a la religiosidad). Entonces uno se verá obligado a reconocer que se ha vuelto viejo; pero sólo cuando uno se haya vuelto viejo recurrirá al cristianismo y a la religiosidad. Si uno pudiera ser siempre joven, no tendría la más mínima necesidad ni de cristianismo ni de religión. Este es un error extremadamente pernicioso para toda religiosidad. Se basa en el hecho de que la gente confunda el concepto de hacerse viejo en el sentido del tiempo con el de hacerse viejo en el sentido de la eternidad. No se puede negar, realmente, que, con harta frecuencia, se ve el poco edificante espectáculo de un joven que era portavoz ardiente y apasionado de lo estético transformado en un tipo de religiosidad que tiene todos los defectos de la vejez, en un sentido débil, en otro excesivamente demasiado fuerte. No se puede negar que muchos, que representan a lo religioso, lo son demasiado austeramente y dema­ siado hoscamente, por miedo a no ser bastante serios. Esto, y muchas cosas más, pueden contri­ buir a generalizar la ilusión y a establecerla más firmemente. Pero, ¿qué remedio hay para eso? El único remedio es aquello que ayudará a disipar esta ilusión. De forma que si un autor religioso desea enfren­ tarse con esta ilusión, tiene que ser, al mismo tiempo, un escritor estético y religioso; pero, sobre todo, no debe olvidar una cosa, la intención de toda su empresa, que lo que debe decisivamente salir adelante es lo religioso. Las obras estéticas son solamente un medio de comunicación, y para aquellos que posiblemente las necesiten (y en el supuesto de que la cristiandad sea una prodigiosa 55

ilusión deben de ser muy numerosos) sirve com o prueba de que es imposible explicar la producción religiosa por la creencia de que el autor se ha vuelto viejo; porque son de hecho simultáneas, y sin duda uno no ha envejecido simultáneamente. Tal vez este esfuerzo no conduce al éxito; tal vez, pero de todos modos no se hace ningún gran daño.^ El daño será, com o máximo, que alguien no creerá en la religiosidad de tal escritor. Bien. El escritor que trata de religión puede, con harta frecuencia, tener mucho interés en su propio beneficio que se le considere com o religioso. Si éste es el caso, demuestra claramente que el escritor en cuestión no es un carácter autenticamente religioso. Es com o el caso de un maestro demasiado preocupado sobre la opinión que sus alumnos puedan tener de su instrucción, sus conocimientos,_ etcétera. Un maestro tal, cuando pretende enseñar, es incapaz de mover pie o mano. Supongamos, por ejemplo, que piensa que es mejor para sus alumnos hablar de algo que entiende en lugar de algo que no entiende. ¡Santo Dios! Esto 110 puede aventurarse a hacerlo, por miedo a que sus alumnos pudieran realmente creer que no entiende de ello. Es decir, no vale para maestro; aunque se llame a sí mismo maestro, está tan lejos de serlo que en realidad aspira a ser citado con elogio. . . por sus discípu­ los. O, com o en el caso de un predicador de arrepentimiento, el cual, cuando quiere azotar los vicios de su edad, está demasiado preocupado por lo que su edad piensa de él, se halla tan lejos de ser un predicador de arrepentimiento, que más bien se parece al visitante de Año Nuevo, que llega con felicitaciones. Simplemente se hace a sí mismo un poco más interesante vistiendo con unas ropas que son bastante extrañas para un visitante de Año Nuevo. Y así sucede con la persona religiosa que no puede soportar que se la considere com o la única persona que no es

litigiosa. Porque, en la esfera de la reflexión, ser capaz de resistir esto es la más ceñida definición (l
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