Kenneth Galbraith - Una Sociedad Mejor

July 26, 2017 | Author: KnowledgeTainment | Category: Poverty, Poverty & Homelessness, Politics, Economics, Goods
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Una sociedad mejor

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ntre las grandes naciones del mundo, ninguna es más dada a la introspección que Estados Unidos. No pasa un d(a sin que haya un comentario reflexivo -en la prensa, en la radio o en la televisión, en un artículo o en un libro, en discursos obligados y a veces apremiantes- sobre lo que está mal en la sociedad y sobre cómo mejorarlo. Esto también es. en menor escala. una preocupación de tos demás países industrializados: en el Reino Unido, en Canadá, en Francia, en AJemanja, y en todo el resto de Europa y en Japón. Nadie puede deplorar tal ejercicio; mucho mejor y mucho más informativa es esta búsqueda que la fácil suposición de que todo está bien. Antes de saber qué está bien, se debe saber qué está mal. . No obstante hay otro decurso mental menos transitado. El de investigar y determinar muy pormenorizadamente qué estaña bien. ¿Qué sería exactamente una sociedad buena, mejor que la actual? ¿Hacia qué, dicho con tanta claridad como sea posible, debemos dirigirnos? Una vez reconocido el trá-

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gico abi~mo que separa a los aforrunados de los necesitados. ¿cómo podrá reducirse en la práctica? ¿Cómo puede colaborar la política económica a e!>le objetivo? ¿Cuáles de los servicios públicos del estado, y cómo, pueden hacerse accesibles de forma más equitativa y eficiente? ¿Cómo se puede proteger el medía ambiente presente y futuro? ¿Qué va a ser de la inmigración, de la emigración y de los trabajadores ambulantes? ¡,Qué del poder militar? ¿,Cuál es la responsabilidad y la 1ínea de conducta propias de una buena sociedad en lo cocante a socios comerciales y vecinos dentro de un mundo cada vez más internacionaJizado y en lo tocante a los pobres del planeta? La re!)ponsabilidad con respecto al bienestar social es general, tra~nacional. Los seres humanos son seres humanos dondequiera que vivan. La preocupación por los sufrimientos derivados del hambre. de otras privaciones y enfermedades no se acaba porque quienes los padecen se hallen al otro lado de ninguna frontera entre naciones. Este es el caso. aunque ninguna verdad elemental sea tan sistemáticamente ignorada y, en ocasiones, tan fervientemente atacada. Decir qué es lo que estaría bien es el propósito de este libro. Está claro desde el principio que tropezará con un probl~ma difícil, pues debe hacerse una distinción, trazarse una linea, entre lo que podría ser perfecto y lo que es factible. Esta tarea y sus resultados tal ve~ · no disfruten de popularidad política y desde luego no en una sociedad donde, como sostendré, los afortunados son los social y políticamente dominantes . Identificar y exigir una sociedad buena y factible bien puede ser una tarea minoritaria, pero es mejor eso que nada. Qui7ás. como mínimo, los acomodados se vean afligí-

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dos de forma útil. En todo caso. no hay ninguna posibilidad de que haya una sociedad mejor si no se define claramente la sociedad buena y factible. La que aquí se identifica y describe es la sociedad factible, no la perfecta. lmagínar una sociedad perfecta no ha sido en el pasado un ejercicio carente de atractivo; a Jo largo de siglos han intentado concebida muchos eruditos y no pocos de los grandes filósofos. También constituye, ay, una forma de renuncia. La previsible reacción es afirmar que se trata de objetivos «puramente utópicos». El mundo real tiene restricciones impuestas por la naturaleza. humana, por la historia y por pautas mentales profundamente arraigadas. También existen limitaciones constitucionales y procedimientos legislativos que vienen de antiguo, así como los controles concomitantes al sistema de partidos políticos. Y está la estrucrura institucional permanente del sistema económico: las sociedades anónimas y las demás empresas, grandes y pequeñas, y los lfmites que imponen. En todos los pafses industriaJizados existe un firme compromiso con la economía de consumo --con los bienes y servicios de consumo-com~ fuente primordial de la satisfacción y el placer de los seres humanos y como la medida más visible de las consecuciones sociales. También existe la necesidad aún más perentoria de los ingresos que proceden de la producción. En la economía moderna es un hecho aJgo extrava- \ gante que la producción sea ahora más necesaria por el empleo que proporciona que por los bienes y servicios de que abastece.

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Por lo tanto, cualquier identificación útil de lo que sería una buena sociedad debe tener en cuenta la estructura institucional y las características humanas que son permanentes, inmutables. De ahí deri va la diferencia enu·e lo utópico y lo factible, entre lo consabidamente irrelevante y lo en último término posible. Definir lo factible es el problema más difícil que ha de afrontar un ensayo como este. También es lo más discutible. Calificar de política o socialmente imposible alguna medida que se ex_ige con urgencia es la primera (y a veces la única) estrategia para defenderse de los cambios no deseados. Este libro habla sobre una sociedad mejor que sea una sociedad factible. Acepta que algunas de las barreras que se oponen a su consecución son inamovibles, decisivas y deben aceptarse, pues. Pero también hay objetivos que no pueden comprometerse. En una sociedad buena todos Jos ciudadanos deben tener libertad personal, bienestar mínimo, igualdad racial y étnica, y la oportunidad de acceder a una vida satisfactoria. Debe reconocerse que nada niega tan absolutamente las libertades de los individuos como la total falta de dinero. Ni las perjudica tanto corno su suma escasez. En los años del comunismo, no está claro que nad\e hubiera cambiado sensatamente las restricciones de libertad que padecían los habitantes de Berlín oriental por las que imponfa la pobreza a los Ciudadanos más pobres del South Bronx de Nueva York. Por lo pronto, nada promueve tanto las actividades útiles a la sociedad como la perspectiva de grat ificación pecuniaria, tamo por lo que el dinero proporciona como, no tan raras ve·

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U11a suciedad mejor 17 ces, por el placer que su mera posesión procum. Una buena soc iedad también debe reconocer este hecho; estas motivaciones son determinantes. Lo mismo que hay fueu.as conformadoras, algunas incrustadas en la naturaleza humana. que deben aceptarse. también hay coacciones que una buena sociedad no puede ni debe aceptar. El cambio deseable desde el punto de vista social es habitualmente rechazado en nombre del tan reconocido egoísmo. En la más importante de las tesis del mamen~ to, los ricos acomodados se oponen a la acción pública en favor de los pobres debido a la amenaza de que aumenten los impuesto$ o bien al posible fracaso de las promesas de reducir los impuestos. Esto no puede aceptarlo una sociedad buena. La coacción decisiva aquí, al parecer, es en realidad la actitud política que apoya y sostiene las condiciones que precisan ser corregidas. Cuando se dice que alguna medida t~l vez fuese buena pero es políticamente impracticable, debe entenderse que este es el planteamiento más habitual para proteger intereses antisociales. Es propio de la posición privilegiada el que desarrolle su propia justificación política ) también a menudo la doctrina económiC'a y social que más le convenga. A nadie le gusta creer que su bienestar persomtl esté en conflicto con las neces idades de la población en general. De manera que es natural que se invente una ideología plausible o, si es necesario, moderadamente poco plausible. Para la tarea se dispone de un cuerpo de expertos bien dispuestos y con talento. Y esta ideología aumenta considerablemente de fuer-

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za conforme aum~nta el número de los fa\ orccidos. Las páginns que siguen se enfrentan con e-.ta inconfundible tendencia pero no \a rc..,petan. Su propósho es desafiarla dondequiera que se oponga, como ocurre a menudo, a las necesidades púbücas más urgentes y más amplias.

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Un panorama más amplio

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n un libro publicado hace años"' obsen aba yo que en los países ricos del mundo, y singularmente en Estados Unidos, habfa una nueva dialéctica política. En tiempo~ hubo la del patrón frente a los empleados: la de los capitalistas. grandes y menos grandes, frente a las masas trabajadoras. estas últimas en 'ariables relaciones con los propietario de tierras, con el campesinado y, en Estados Unidos, con los granjeros i.ndependientes. Siempre había empeño en presentar la conflagración de intereses en términos favorables: el conjunto del sistema servía aJ interés de todos; el papel preponderante de la democracia constitucional protegía las libertades y aseguraba una resúlución razonablemente pacífica de las diferencias inherentes; todo buscaba lo mejor. No obstante, había un conflicto implícito en todo el pensamiento económico y político respetable. Éste conformó • CD\1. :

17rt Culturt of Conttntmtnt, Houghton M1f0in, Bosron, 1992 (hay rrad.

La cultura dt la satisfaccidn, Ariel, Barcelona. 1994' ).

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la evolución de la política moderna en Estados Unidos, en Europa occidental y en Japón. Por una parte estaban los liberales. como se Jos denominaba en Estados Unidos; los socialistas y los socialdemócratas. como se les decía en otros siuos: por otra. reafirn1ando o aceptando los intereses comerciales, los conservadores. Hubo muchas vicisitudes en la política práctica. concesiones de un bando a otro, a menudo sacadas muy a regañadientes. Luego se emrometieron temas de mayor amplitud: la paz y la guerra, la adhesión religiosa, la igualdad étnica y racial En Estados Unidos la gran población rural ayudó a sti:l\ izar el conflicto. No obstante, siempre estuvo presente la dicotomía última y fundamental: capitaJ frente a trabajo. Eso, repitamos, se daba por sentado en todo discurso político o actuación polftica. Ahora ya no se puede seguir dando por sentado. La antigua dicotomia sobrevh:e en el alma colectiva: un residuo de su larga )' ardiente historia. Pero en el sistema económico y político con\emporáneo \a di'U'- efc!ctos nutntivos: de las grasas y de estar grueso Se ha hecho necesario especificar la composición, regular los aditivos y evitar posibles contaminaciones. En un nivel de \ida superior y con mayor disfrute de la vida, la gente busca protección para la salud y la seguridad con respecto a lo que otrora se consideraban y se desechaban por ser los azares normales de la existencia humana. Con el desarrol1o económico la acción y la regulación sociales se vuelven más importantes aún, mientras que el socialismo en La moderna aviación a reacción es. en una medida sustanctal. resultado de la investigación y desarrollo realizados con fines militares. Buena parte de los descubrimientos medicos han salido de empeños subvencionados por el estado: no se habrían producido dentro de las limitaciones temporales y económicas a que están sometidos las empresas y Jos investigadores privados. En la agricultura es donde ha habido el aumento más espectacular de productividad. Esto fue en buena medida el resultado de la participación estatal: en Estados Unidos, obra del sistema colegiado de concesión de tierras con subvención pública, las estaciones experimentales de los estados y del gobierno federal, asf como los servicios de ampliación de cultivos con subvención pública. En los años transcurridos desde la segunda guerra mundial, el progre.so económico de Japón ha sido eficazmente

apoyado por la in\'esttgadón y dc~arrollo costeados por el estado; esto se ha con!>tderado algo por completo normal. Y en todos los países el sistema económico depende de y se desarrolla gracias a que el estado financia las carreteras, los aeropuertos, el servicio de correos y las infraestructuras urbanas más diversas y esenciales. He aquí la lección. En una sociedad buena e intelitO no sería nccesano. En el mundo real, de repetidos y prolongados estancamientos, no hay otra alternativa eficaz. Los detalles de las correctas medidas públicas contra la recesión y la depresión están claros. Las ta~as de interés deben reducirse. por supuesto, cualquiera que sea el efecto que produzcan. Pero la única medida verdaderamente sustancial es que el gobierno actúe proporcionando empleo a quienes el desempleo es Inevitable de otro modo. Al hacerlo el estado debe endeudarse y aceptar la realidad de un mayor déficit en las cuentas públicas. Este déficit. como se señalará de inmediato. no Jebe ser visto como una barrera para la acción pública eficaz. pues al estimular la actividad económica aumenta las ganancias y las entradas fiscales. Las mejoras de la mfraestructura pública -carreteras, escuelas. aeropuertos, viviendas- que hagan Jos recién empleados también aumentarán la riqueza y los ingresos públicos. Con el tiempo, el endeudamiento público puede ser una actuación conservadora desde el punto de vista fiscal. Cuando la economía se recupera y aumentan los ingresos públicos, entonces debe haber una disciplina que ponga fin a la estimulación del gasto. Los i_mpuestos deben mantenerse en los niveles anteriores o bien incrementarse para contrarrestar Jos excesos especulativos y, en último término, la presión inflacionista de la demanda sobre los mercados. Nada es fácil en esta gran línea de acción. Un grupo de opinión influyente la descarta ahora por no alcanzar a com-

prenderla colectivamente la ~ocicdad actual. Una vez más el desafortunado hecho se afirma de por sí: no hay nmguna alternativa eficaz. Lo que se descarta por considerarlo difícil desde el punto de vista funcional e ideológicamente anacrónico es la única manera de evitar repetidos periodos de estancamiento y desempleo. En eJ invierno de 1995 la recién elegida mayoría republicana del Congreso estadounidense, con algún apoyo demócrata, por un par de votos no presentó a los estados de la Unión una enmienda constitucional que exigía el equilibrio presupuestario salvo en tiempo de guerra. Esta podría haber sido la propuesta legislativa económicamente más regresiva de los últimos años, concurso nada fácil de ganar. Hubiera exigido aumentos fiscales y reducción de los gastos de la administración central cuando el fluJO normal de entradas estatales ya estaba reducido por la recesión o depresión. Y hub1era pennitido mayor gasto público y mayor reducción de impuestos cuando los tiempos fueran buenos. sumándose por lo tanto al ánimo en general especulador e inflacionista. No habría habido mejor forma de aumentar la inestabilidad económica. Esta regresión resultó derrotada, aunque sólo por la minoría exigida para bloquear la aprobación por el Congreso de las enmiendas constitucionales. Fue además una demostración de que están lejos de ser aceptadas las medidas necesarias para contrapesar el boom y la recesión, el ineludible carácter de la economía de mercado. Las actitudes dominantes siguen sin buscar una economfa e_stable y buena. sino una economía dolorosamente inestable.

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Hay que mencionar un último punto. El fracaso económico, el desempleo, UpUCStano que tal vc1. haya estimulado esa recuperación, en las cuc~tiones económicas de que más se habla. Y las cau'\as que controlan la intlación ya no se ponen en duda. El flujo de la demanda que despeja los mercados. expande la producción y aumenta la necesidad de trabajadores. también permite ineluctablemente que los precios suban. Esta oportunidad será entonces explotada o for7ada. Y donde hay oportunidades generales de empleo. !iiempre habrá escasez de trabajo general, regional o c;ectorial. Esta escasez se superará mediante la oferta de salarios mác; alto:-. sabiendo que, en un mercado fuerte que ha dado lugar a la . . ubida de los salarios. los costes añadidos pueden traspasarse al consumidor. Y los salarios más altos conducirán a más demanda, a más presión sobre los mercados El mercad•) fuerte y las mejores ganancias de los empresarios tambten estimulan. no es menester decirlo, las reivindicaciones de los sindicatos, una fuerza en decadencia en Estados Unidos. pero todavta apreciable y socialmente esencial. Estas reivindicaciones. a !iU vez, proporcionan tanto justificación como necesidad de subir los precios. La economía no siempre cel_ebra sus insolubles. Lo hace, por ejemplo, en la cuestión del empleo y la inflación. Hace muchos años que la curva de Phillips, de A. W. Phillips, de la London School of Economics y de la Universidad Nacional de Australia, identificó la clara disyuntiva -la renuncia- entre mucho empleo e inflación o desempleo y precios

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relativamente estables. Esta dis} un tÍ\ u está presente en todo el pensamiento aceptado. En tiempos recientes. stn emoargo, ha habido un stgnificativo cambio en la preferencia entre la inflación y el desempleo. Antes, el desempleo era el miedo dominante; el pleno empleo era la prueba primordial del buen funcionamiento económico. Así permanece en buena parte de las formuladones económicas respetables. Pero la realidad más profunda es que la inflación es considerada ahora por la fracción más influyente de la sociedad actual la amenaza principal conrra el buen desenvolvimiento económico: los precios estables constituyen el objetivo predominante. Desde esta perspectiva, el desempleo se ha convenido en un instrumento para estabilizar los precios. Esto refleja una nueva realidad, perceptible aunque no se describa a menudo con tanta contundencia. tan presente que 1ncluso molesta. El hecho dominante es que, en el sistema económico y la sociedad actuales, quienes tienen voz e influencia políticas se ven más perjudica~os por la inflación que por el desempleo. El desempleo Jo padecen los afectados y sus familias; su sufrimiento pueden tolerarlo fácilmente quienes no lo experimentan. De hecho, el desempleo tiene algunos efectos atractivos desde el punto de vista social y económico: los servicios están bien provistos de trabajadores anhelantes, forzados por la falta de otras oportunidades de empleo; los trabajadores con empleo bien pueden ser más cooperativos, incluso dóciles, lo mismo que sus sindicatos, por miedo al desempleo: Y, lo que es aún más significativo, para la mayor parte

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de los ciudadanos. incluidos los que tienen voz política con influencia, la falta de pucMo~ de trabajo no con~tituyc una amenaza. La inOación, por el contrario, extiende su red a todo lo ancho del sistema económico actual. Las muchas personas que VJven de ingresos fijos, de pensiones, de ahorros acumulados, la temen como no temen al desempleo. Incluso si la tasa de beneficios se mantiene pareja (mediante indexación) al creciente coste de la vida. la subida de los precios sigue inculcando sensación de inseguridad. Los aumentos se aprecian a diario: los ajustes proporcionales (por indexación) sólo ocurren a intervalos que llegan a ser anuales. La estabilidad de los precios parece mucho mejor. Entre qu1enes prefleren la estabilidad de los precios con desempleo sobresale la comunidad financiera. Ésta comprende los bancos centrales en los que. en el cac;o del Sistema de la Reserva Federal, se ha concedido a los banqueros una voz estatutaria. Y los banco'i comerciales. las sociedades de inversión y el gran mundo financiero. Todo el que presta dinero desea que se le devuelva con más o menos el mismo poder de compra. La inflación atenta directamente contra este deseo. Y además se produce aquí un fuerte efecto subjetivo. Evitar la inflación ocupa un lugar independiente como prueba decistva de la calidad de ia gestión financiera. La inflación proyecta una sombra alárgada sobre la gestión, mostrando sus defectos. El banquero central competente es el que mtnimiza la intlacrón. El hombre en cuestión -no es éste terreno de mujeres- no se ve sometido a un examen similar en lo tocante al desempleo.

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Si bien en oca~iones se c.xprc ... a abicnamt!nte --·El dc'lempleo no es asunto mío»-. los rectores de Jo., bancos centrales y de la comunidad financiera en general tratan con cierta reticencia el papel estabilizador de los prectos que cumple el desempleo. Se acepta que es de temer) deplorable una reducción demasiado grande o demasiado rápida del desempleo; Jo único que se elude es la aprobación explícita de que exista una gran reserva de gente que busca trabajo con ansiedad y la mención de la función e!:>tabili7adora de los precios que desempeña. Una sociedad buena y fuctihle no puede esperar una reconciliación del pleno empleo con los precios absolutamente estables. No obstante, algo puede hacer por minimizar el conOicro entre ambas cosas. Incluso en un mundo donde ha disminuido la fuerza de los sindicatos. puede haber un reconocimiento y una limitación de la esp1ral de salarios ) precios. Los acuerdos salariales pueckn mamenerse dentro del marco de la estructura de precios existente. Hace tiemP.o que se ha aceptado que esto es uno de los rasgos de las negociaciones de los sindicatos en Europa: no es sorprendente que haya dado en llamarse «el modelo europeo». Por su parte, la patronal debe mostrar respeto por la contención de Jos trabajadores· manteniendo los precios estables. En otros tiempos, los gobiernos, tanto si eran de talanre c~nservador como si eran liberales, incluidos Jos de Estados Unidos, han instado a la contención de precios y salarios, imponiéndola de vez en cuando con controles de precios y salarios. Esto, no obstante, entra en conflicto con la estructura

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fundamental del sistema de mercado y asimismo con pujantes actitudes ) creenc.:ias económicas y políticas. A lo más que se puede instar hoy. en las negociaciones de precios ~ alarios. es a un sentido de la rcspon!.abilidad que refleJe el interes público general. La disyuntiva entre el desempleo y la inflación no puede eludirse: hay que afrontarla. Una buena sociedad no puede relegar una parte de la población a la ociosidad, al infortunio social y a la privación económica. con objeto de lograr estabilidad de lo. precios. Debe aceptarse como necesano el mal menor de que suban los precios. Nunca puede defenderse una innación grave -ningún tajante deterioro del poder adquisiti\.o del dinero-. pero la progresiva expansión económica que proporciona de hecho empleo a la mayor parte de los trabajadores significará inevitablemente algún movimiento ascendente de Jos prec1os Así ha sido. sin efectos perjudiciale.,, en el pasado. Así ocurrirá también en el futur~. Esto es mejor, desde el punto de 'ista social, que una esta~t­ lidad lograda mediante el efecto depresivo del extenso OCIO forzoso.

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Debe comprenderse que no puede haber al mismo tiempo pleno empleo y precios estables. Consiguientemente, ~~a sociedad buena debe actuar de forma que suprima o mmlmice Jos efectos desagrad~ble~· de ambas cosas. El subsidio de paro debe ser generoso; los abusos episódicos no ~eb:n ser un argumento en contra ni puede aceptarse, en nmgun sentido. que su percepción conlleve menosprecio social. Es un elemento imprlftante y esencial del sistema.

Del mismo modo, puesto que se ha reconocido que es ine\ itable una cierta tasa de in nación. tambien se debe actuar para mitigar su efecto negativo Concretamente. debe haber una indexación de los ingresos ftJOS y contractuales, de las pensiones, de los salarios de los profesores y funcionarios, y en el plano de la red de seguridad mínima. También, y es lo más importame cuando se escribe esro. del salario mínimo. La indexación se ha convenido en una práctica muy generalizada; debe ampliarse de acuerdo con las necesidades y ser considerada algo normal. La fijación de los tipos de interés también debe retlejar las expectativas de crecimiento de los precios. No obstante, sobre este asunto la comunidad financiera está en la actualidad más que suficientemente sensibilizada. Como se ha señalado, muchas de las actitudes contrarias a la inflación proceden de la clase rentista. Es ésta un colectivo numeroso dentro de la soctedad actual > no pueden ponerse en duda su profunda oposición a la tnflación y la fuerza de sus manifestaciones. Ambas cosas se deben a su clara preferencia por ingresar altos intereses en conjunción con precios estables. Hay un hecho más, latente en la mentalidad financiera y en buena parte de la opinión pública, que consiste en Jo que se ha llamado 1a teoría de la inflación como embarazo. Así como una mujer no puede estar un poco embarazada, tampoco puede haber un poco de innación; es inevitable que haya algo más. Esto es claramente absurdo: la innación puede aumentar o disminuir en concordancia con las fuerzas que la motivan. Tal ha sido la experiencia de los años anteriores,

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mcluso de década' Sio.,tcmátic.tmente. los precios han ido crecJent.lo despacio. sm mngún dc.,astre final ni. como -.uele denommarsc. hipcrintlac16n En lo., años postenorcs a la segunda guerra mundial huho mucho empleo y un crecimiento económico vigoro o. junto con una modesta subida anual de los precios. Esto último no sigmfica que las co;sas estu\ ieran descontroladas. Lo que había de di..,tinro entonces era que la cuestión de la inseguridad en el empleo aún no ..,e había singularizado como la solución contru la amenan de la inflaci6n. Al delinear las caracterío;ticns de una sociedad mejor sería agradahle cspeci ficar que deben conseguirse a la vez pleno empleo y precios estables. De hecho. esto se ha mencionado como objetivo en muchoc; comentarios del pasado. Aquí. como icmprc. lo utóp1co entra en conflicto con lo factible. Un bajo ni\cl de de.,empleo es necesario. es un objetivo que no puede ponerse en entredicho. Pero no cabe en el campo de lo pos1ble su combinación con la absoluta estabilidad de los precios.

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El déficit

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ay ocasiones en _la ~1Jstoria y en la experiencia actuales en que la enuncJac16n de algo del más elemental sentido común tiene una apariencia e.xcéntricn, irracional e incluso algo demenre. Es el riesgo que corre hoy en Estados Unidos quien desafíe el actual comprorni~;o de reducir \ eliminar el déficit público. iendo éste el exceso gener;l del gasto por encima de los ingreso en las arcas públicas. Como acabamos de señalar, la exigencia de equilibrio presupuestario no se ha convertido en mandato constitucional, con no menos protección legal que la libertad de expresión o Jos derechos de la propiedad privada, por un margen de un par de votos, en el caso de que posteriormente dieran su conformidad los estados miembros. Que un dctenninado gasto puede aumentar el déficit se ha convenido en una objeción decisiva en su contra, y esto es asf incluso cuando se trata de Jos objetivos más necesarios, que afectan a los ciudadanos más necesitados; y especialmente entonces, en una medida sustancial, e!l los últimos tiempos. En la experiencia estadouni-

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den\e t:ncial es que la inteligencia y la discreción se ejerzan dentro de un marco relevante. Permítaseme concretar. lo que supone una e\cepción en este tema. Hay tres grandes categorías de gasto público. Los hay que no sirven a ningún propósito visible prese~te ni futuro; los hay que protegen o acrecientan la actual situación de la economía o de otras condiciones sociales; y los hay que producirían y permitirían un aumento en el fururo de la renta. de la producción y del bienestar. En primer lugar. los gastos sin propósito bueno ni nece'Sario. Debe aceptarse que ningu~a institución es perfecta y desde luego que no lo es el estado actual. Existe en toda gran organización, pública o privada. una tendencia al exceso de personal: el deseo universal de rodas las jerarqufas organizati vas a emplear talento ad1cional subordinado o lo que así se

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simboh7a. La vida s1emprc 't: .unplía cuando \C di. pone de ot_ros para que hagan el trahajo de uno y p1cn,en por uno. El numero de los así empleados es una medida habitual de la posición Y el prestigio de quien les da trabaJo. a la vez que se .agrega al gasto total de la organuac10n que los emplea. Ex1ste también el gasto que responde a intereses políticos o económicos, no a las necesidades o deseos de la sociedad ~n general. Y hay gasto que sobrevive al propósito a que en t1empos sirvió.

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En la medida en que el gasto sin propósito escapa al control Y a la eliminación -una de las primordiales tareas de la admini~tmción pública- debe ser un CO'>te corriente con cargo a los ingreso corrientes. Nadie. e\ceptuando siempre a los perceptores de concretas generosidades. puede defender que tales gastos deban cubrir~;e con endeudamiento público Que las posteriores generaciones hayan de ~er responsables del actual despilfarro no cuenta con defensores públicos. Lo preocupante en este caso. sin embargo. no es el pnncipio, sino el hecho práctico de que el despilfarro en cuestión no es fácil de detectar. Se trata de una tarea que complica enormemente la tendencia que viene de antiguo a describir como despilfarro lo que en realidad afecta beneficiosamente a alguna fracción diferenciada;¡ más necesitada de la comunidad.

La segunda Y muy extensa categoría de gasto público que debe cubdrse con las entradas fiscales es la del funcionamiento corriente y diario de la adminbtración: las funciones que ho~ son urgentes pero no tienen una dimensión temporal reconoc1ble. Comprenden é~tas un vasto abanico de activida-

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des c~tatalcs: la impm.ición Jc la ky, la LIIrccción rutina ria eJe la política internacional. el apo) o gubernamental a la industna y a lu agric.:ulture por estas tareas, añadiendo la carga de mteres~s. al definitivo coste total. Sometidos a los efectos de la pohuca fiscal general que combate In recesión o depresión, las vigentes funciones dcmocníticamcntc de~:ididas del estado deben abonarse mediame los impue!ltos y otras entradas corrientes. Quedan aquello!'> gastos c~tatales que pretenden mejorar el futuro bienestar y el crecinm~nto económico o a lo que ambos sirven. Aquí el cnueuLiamientos no sólo es legítimo ~ino social y económicamente de-.eable. Similares endeudamientos del sector pm JJo de la e~onom1J ~on a la vez aceptados y totalmente aprobndos inclu~o por los más elocuentes, a menudo vehementes, opositores al déficit público. Concretamente. lo que las modernas empresas dan por supuesto es también una política apropiada para el estado. Los gastos por la producción corriente deben cargarse so~re las entradas corrientes; no es necesario en el caso de las mversiones que acrecienten los fut_uro: ingresos y beneficios. Para éstos, el enc.Jeudamiento debe ser aceptable, debe ser normal. Los costes de los intereses y de la amortización deben cargarse sobre las entrada!!; no así los gastos en capital. Hablando en general, esta es ahora la regla en lo tocante a Jos gobiernos locales en Estados Unidos. Sólo el gobierno

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federal presenta todos los ga-.to' en capital como gastos corrientes. Ninguna lógica arnptlmlmejor El déficit

buena ...aluu habrá mcmh ncce.,Jdad de ga~1o~ médico.... r .o mismo\ ale para las ill\cr~iones en programas para rc:-.tringir el abuso ue uroga,.•tlcohol y labaco. Los niños protegidos y rescatado~ de la pobre1a por la asistencia social se convertirán en c1udadanos productivos. Es1e desembolso corriente alimenlllrá la futura producti\ idad y rendirá los ingresos adicionales que. a tra' és de los impuestos. pagarán Jos intereses y la amortización de la deuda contraída. No obstante. e:-.tos sólo son vi:-.lumbres del cuadro general. Nada mejorará tanto la renta y la producción futuras -el rendimiento de la t!conomía en general- como la cualificación de los ciudadanos mcdi.mte la cnscfianw. Oc ahí se sigue que, cuando se con:-.ideran las inversiones con vistas al futuro. nadn garanti1ará con tanta eficacia las futuras enlrada · como las hechas en educación: en meJorar la inteligencia y la producti\ idad dL lo~ seres humano'> Por otro lado. buena parte de lo gastos en enseñanza. y también en sanidad y similares. debe considerarse una carga corriente: no hay inversiones con efectos más generales. El problema surge al distinguir entre las dos cosas. De hecho, no hay forma de distinguir entre los gastos en las necesidades corrientes de enseñanza, sanidad. asistencia social mínima u otros muchos servicios públicos y los que harán aumentar la renta futura. Y bien puede ponerse en duda si merece la pena el empeño de identificar los gastos destinados a L'rear nqucza futura. No existe ninguna posibilidad de hncu una distinción numérica que se oponga a la distinción conccpt~al. No obslantc, sí existe una regla general.

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Siempre suponiendo la ciiciencia global de la admini~lra­ ción Y la inteligencia pública . . en la vnlnraci6n de la~ funciones públicas. el déficit ) la constguientc carga de intereses crecerán con el tiempo guardando una proporción constanre con el crecimiento del conjunro de la economía. Si crecen más deprisa. hay que preguntarse si no incluyen gastos que no están destinados a contribuir como se espera al desarrollo económico. Si no IJegan a equipararse. queda al menos In cuestión de si se hacen las adecuadas inversiones públicas a favor de la necesaria expansión económica. Al ser imposible hacer ningún cálculo e"Xacto '>obre los componentes corrientes Y los capitali1adores del prcsupue~;to. hemos de recaer en las cifras conjuntas. El gasto de costear la deuda pública dehe mantener e más o menos a la par que el aumento de los medios disponibles par~ pagarlo. En términos económ1cos específicos, la carga de los mtereses de la deuda deben uponer un porcentaje bastante constante del crecimiento de las entradas totales con que se paga. En Estados Unidos, a pesar de la preocupación por la deuda pública, se ha mantenido aproximadamente estable en los úJtimos tiempos. En la década de 1980 hubo un brusco aumento del porcentaje que suponían las cargas por intereses de la administración federal dentro del Producto Interior Bruto, es decir, una mayor capacidad ·para pagar, como consecuencia del rearmamenti~mo de Reagan y de las poHticas presupuestarias de esa época, excepcionalmente improvisadas o, como algunos han gustado de calificarlas, uhrakeynesianas. D~sde entonces el coste de Jos intereses en tanto que porcentaJe del PIB ha mostrado una modesta disminución y, mitn-

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Una .\Odt•dacl mtyor

El déficit

tras ,e e-.cribe esto. 'e mantiene bá-.Jcarnente con~tantc. Sobre las futura., generaOn nuestn problemas•~. En Jos cmcuenla últimos años los países pobres, las antiguas colonias. han recibido sin duda algo más que una ligera atención de Jos má'i afortunados. Pane de esta atención ha sido consecuente con la esperanza o el temor del comunismo. El más beneficioso e inteligente fue el papel operativo de la compasión. el sentimie_nto de que existía el deber de preocuparse. Esto no fue una minucia. Una fracción influyente del cuerpo electoral de los pafses ricos ha manifestado coherentemente su s1mpatía y sufragado \a ayuda a \os paf~cs pobres. como han hecho el Banco Mundial y otros organismos internacionales menores. Una buena sociedad apoya

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1 UJ.\ ¡wlues del planeta, 11

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con firmeLa este esfuerzo generalizado. pero también exige que la ayuda c;e dispcn~e y utilice de manera ef1 panes responden en política y en acción a l:.l!i nece,Jdades y los dcscvs de los bien y más que bien pro\'iStos. En una buena sociedad la \'OZ y la influencia no pueden quedar restringidas a una parte de la población. En Estados Unidos la única solución es más participación política activa mediante una coalición de los concienciados y los pobres. Y su instrumento debe ser el Panido Demócrata, pues ese ha sido el papel de este partido eo el pasado y el fundamento de sus pasados éxllos. Tradicionalmente se ha pedido una acción efcctha del estado a favor de los menos favorecidos cuando era necesario. Y se ha opuesto resistencia a la tendencia actualmente manifiesta de identificar el estado con

una carga cuando de. 77 OJUStes empresariales. 135, 136

Alcnwlia. ~l. 114 Amenea Central. ;J 1, 157 mllttarc~ en. 126 quebrant:tmtcnto Je la le> y el•lrdén. 165 América dd Sur. 1~6 Amértca Catina, 114, 16.2 Angola. 15J anumonopoho. ley. 31 Argelia, 15~ armamento. n!asl' mtlitar Asia. 41. 1~6 colonialismo en. 152. 154 postcolomalismo en. 162 asistencia ~ocio l. ~5. 26 a las emprc~as, 84 ga.'>tO~ para, 74. 75 reforma de la, 172 y el comercio mternactonal, 143144 Auwalia. 175 Auwnlin, Universidad Nacional de, 62 nutogobiemo,92-93. 152 automóvil, industria del. 100. 108-1
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