Kaprov - La educacion del des-artista.pdf

September 14, 2017 | Author: Perro Peregrino | Category: Technology, Nature, Paintings, God, Science
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The Education o f the Un-Artist ©Allan Kaprow, 1993 © 2003, Allan Kaprow Publisher by arrangement with University of California Press ©Árdora Ediciones, Madrid, 2007 Apartado de Correos 316-40080 Segovia www.ardora.com © d e la traducción: Armando Montesinos y David García Casado, 2007 ©del prólogo: David G. Casado, 2007 © del epílogo: A. Montesinos, 2007 Diseño de cubierta: ZAC diseño gráfico Diseño de interiores: ZAC con la colaboración d e M.A.M.S.

Impreso en: Fernández Ciudad Encuadernación: Gómez Aparicio D.L.: M-42229-2007 ISBN: 84-88020-23-6

alian ka p ro w

la educación del des-artista seguida de Doctor MD

edición y traducción: Armando Montesinos y David García Casado prólogo: David García Casado epílogo: Armando Montesinos

Madrid, 2007

EDICIIIEt

rd o ra

índice

9

El m ito de la cultura y la des-educación del artista por David García Casado

13

La educación del des-artista, parte 1 (1970)

39

La educación del des-artista, parte II (1972)

71

La educación del des-artista, parte III (1974)

103

109

D octor MD (1973) Sobre Kaprow por Armando Montesinos

el m ito de la c u lt u r a y la des-educación del artista por David García Casado

"Producir en un ser racional la aptitud general para los fines que le complazcan (por consiguiente en su libertad) es la cultura" (Emmanuel Kant)

Desde mediados del siglo xx el arte inicia un proceso de disolución territorial, que se acelera y radicaliza a lo largo de los años sesenta y setenta (cuando la pri­ mera entrega de La edu cación d el des-artista sale a la luz). La cuestión del objeto de arte se llega a conver­ tir en un asunto escurridizo, en la medida en que las obras comienzan a ser “works in progress”, procesos o experimentos vitales que se resisten a convertirse en producto. El arte, pues, no está en los objetos sino en el uso simbólico que se haga de ellos, en la forma particular en la que utilizam os las propiedades perceptivas de un objeto, una idea o una sensación para proyectar nuestra identidad como forma de conocimiento y de­

sarrollo subjetivo. Conceder valor a estos modos de relación con el mundo, consolidarlos como modelos operativos abiertos , es el programa de La educación

d el des-artista. El no-arte, siguiendo el texto de Kaprow, desprovee a los objetos de un valor cultural previamente estable­ cido que, en la m ayor parte de los casos, ya no res­ ponde a las necesidades culturales reales de un colec­ tivo y que protege a los objetos de un uso potencial­ mente creativo.. U na vez aclarado que no es el artista, sino la institución que promociona su estatus la que hace Arte, la figura del artista se convierte en poco más que en un m ito de la cultura. Com o consecuen­ cia, la figura del des-artista resulta ser la que eviden­ cia la profunda contradicción del estado de la cultura en las sociedades contemporáneas, incapaces de asig­ nar un lugar específico a las formas de producción cultural. Todos los ejercicios artísticos enumerados a lo largo del texto reclam an un espacio liberado en la esfera pública, y todos ellos, de acuerdo con sus posibilida­ des de renovación, intercam bio y desarrollo creativo actúan, en consecuencia, poniendo en crisis la excesi­ va rigidez de los m arcos d e rep resen ta ción in stitu ­ cionales. Cuentan con ellos -sería ingenuo no hacer­ lo - pero no se someten a sus regímenes de codifica­ ción cultural. Es más, su función sólo termina siendo e n te n d id a —re a liz a d a com o a r t e - y sus fru to s degustados com pletam ente cuando sus usuarios se

sitúan en un mismo nivel pre-institucional, dedicados a su propio pro yecto v ital de conocim iento. Para Kaprow la cultura es un proceso complejo cuya prác­ tica puede ser producida en términos que satisfagan las necesidades reales de conocimiento y experiencia del individuo. La ed u ca ción d el des-artista constitu­ ye, desde nuestro punto de vista, un buen punto de partida para dicha tarea.

la educación deI des-a r t i s t a parte I

1971

La sofisticación de la conciencia de las artes es tal hoy en día (1969) que se podría afirmar de hecho Q ue el m ódulo lu n ar LM constituye un ejem ­ plo sup erior a todos los esfuerzos escultóricos contem poráneos; Q ue la re tran sm isió n del in tercam b io verb al entre el M anned Spacecraft C en ter de H ouston y los astro n au tas d el A p o llo 11 fue m ás rico que cualq uier form a de poesía contem poránea; Q ue dichos in tercam b io s, con todas sus d is­ torsiones de sonido, p itid o s, e in terru p cio n es de com unicación, tam bién superaron a la m ú­ sica electró n ica que podem os escuchar en las salas de conciertos;

1 Que ciertas grabaciones por control rem oto de las vidas de fam ilias residentes en guetos, film a­ das (bajo su autorización) por antropólogos, son más fascinantes que los «fragm entos de realidad» tan alabados de las películas underground; Q ue m uchas de las g aso lin e ras de p lástico y acero inoxidable ilum in ad as b rillan tem en te de ciudades como, por ejem plo, Las Vegas, son la más ex trao rd in aria arq u itectu ra diseñada has­ ta la fecha; Q ue los m o v im ien to s ale ato rio s de los com ­ pradores, casi en trance, de los superm ercados poseen m ayor dinam ism o que cu alq uier coreo­ grafía de danza m oderna; Q ue el polvo de debajo de las camas y los des­ perdicios de los vertederos in d u striales re su l­ ta n s e r e je m p lo s m ás c o n v in c e n te s q u e la recien te oleada de expo sicio n es que exp on en residuos desperdigados por el suelo; Q ue los rastros de vapor -lo s garabatos estáti­ cos y m u ltic o lo re s- que d ejan en el cielo las pruebas con m isiles no son igu alab les por los artistas que actualm ente se dedican a exp lo rar el m edio gaseoso; Q ue el teatro que está tenien do lu g ar en el Su ­ deste asiático - la guerra en V ie tn am - o el ju i-

ció de los ‘Ocho de Chicago’, aun tratándose de sucesos indefendibles, representan las me­ jores formas de teatro posibles; Que ...etc., etc.,...el arte No-arte es más arte que el arte Arte.

Miembros del club (Contraseñas de Entrada y Salida) N o-arte es aquello que aún no ha sido aceptado como arte pero ha captado la atención de un artista con tal posibilidad en mente. Para quienes le interese, el noarte (p rim era co ntraseñ a) existe sólo fugazm ente, como una partícula subatóm ica, o quizás sólo como postulado. De hecho, en el m omento en que éste ejem­ plo se hace público, se convierte automáticam ente en un tipo de arte. Digam os, por ejemplo, que estoy im ­ presionado por las cintas mecánicas de ropa que se utilizan en las tiendas de lavado en seco. M ientras que éstas realizan su actividad norm al y me planchan el traje en veinte segundos, ¡flash!, de repente se con­ vierten en Am bientes C inéticos, simplemente porque he pensado en ello y lo he escrito aquí. Siguiendo el mismo m étodo, todos los ejemplos citados anterior­ m ente son reclamos de arte. H acer arte es algo muy sencillo hoy en día. Ya que es tan sencillo, existe un creciente número de artistas interesados por esta paradoja y que desean

prolongar su continuidad, aunque sea tan sólo duran­ te unas semanas, puesto que la vida del no-arte reside precisamente en su identidad fluida. La antigua «difi­ cultad» que encontraba el artista a lo largo de las di­ versas etapas de producción del arte constituye, hoy por hoy, un escenario de in certidum b re colectiva: ¿cómo denominar a esta criatura? ¿Sociología, enga­ ño, terapia? U n retrato cubista en 1910, antes de ser etiquetado como aberración m ental, se podía consi­ derar, evidentem ente, un cu adro. Sin em bargo, las ampliaciones sucesivas de un mapa aerofotográfico (un ejemplo bastante típico de Site Art de los 60) podrían sugerir de un modo más inmediato el plan de un bom­ bardeo aéreo. De acuerdo con esta descripción, los partidarios del no-arte son aquellos que constantem ente, o de cuan­ do en cuando, han decidido operar fuera del dominio de las convenciones del arte -b ien en sus mentes o bien en el dominio natural de lo cotidiano. Por otro lado, se han asegurado de mantener informado de sus actividades al establishm ent en todo m om ento, para m antener activadas las indeterm inaciones simbólicas sin las cuales sus actos no tendrían significado alguno. La dialéctica entre arte-no-arte es esencial y constitu­ ye una de las simpáticas ironías que iré retomando en varias ocasiones a lo largo del texto. Entre este grupo de artistas -algunos de los cuales no se conocen, o si se conocen, no se caen bien entre e llo s- se encuentran conceptualistas como G eorge

Brecht, Ben Vautier y Joseph Kosuth; gente que tra­ baja con sonidos fortuitos como M ax N euhaus; artis­ tas de land, art como Dennis Oppenheim y M ichael H eizer; algunos de los diseñadores de ambientes de 1950; y happeners como M ilan Knízák, M arta M inujin, Kazuo Shiraga, Wolf Vostell o yo mismo. Pero, tarde o temprano, la m ayor parte de ellos y de sus colegas en todo el mundo han visto cómo su tra­ bajo iba siendo absorbido por las instituciones cultu­ rales con respecto a las cuales midieron en principio su liberación. Algunos lo han querido así; era, según la expresión de Paul Brach, como pagar sus cuotas para unirse al sindicato. O tros, sin darle importancia alguna, han seguido el juego de otro modo. Pero to­ dos se han dado cuenta de que la contraseña número uno no va a funcionar. El no-arte se confunde a menudo con anti-arte (se­ gunda contraseña), el cual, en tiempos del Dada e in­ cluso antes, había sido no-arte, introducido astuta y agresivamente en el mundo del arte para poner en cri­ sis los valores convencionales y provocar respuestas éticas y/o estéticas positivas. El Ubu Roi de A lfred Jarry, la Furniture M usic de Erik Satie y la Fountain de M arcel Duchamp son ejem plos ya fam iliares. La últim a exposición de Sam Goodman en N ueva York de hace tan sólo unos años, realizada a partir de diver­ sos montones de estiércol esculpido, es un ejemplo más. El no-arte no alberga tal intención; y la inten­ ción forma parte tanto de la función como del senti­

m iento en cualquier situación que deliberadam ente pretende difum inar su marco de actuación. A l m argen de la cuestión de si ha sido dem ostrado que las artes históricas hayan inducido alguna vez a alguien a convertirse en “m ejor” o “peor” persona, y asumiendo que toda forma de arte ha pretendido en ultim a instancia ser de algún modo constructiva (qui­ zá sólo para probar que nada puede ser probado), ta­ les p ro g ram as a b ie rta m e n te m o ra lista s p arecen ingenuos a la luz de los cambios, mayores y más efec­ tivos, de los valores que traen consigo las nuevas pre­ siones políticas, m ilitares, económicas, tecnológicas, educativas y propagandísticas que operan hoy en día. Las artes, al menos hasta el momento, han constitui­ do pobres ejem plos, excepto posiblem ente para los artistas y sus minúsculos públicos. Sólo este tipo de intereses creados han concedido alguna importancia a las artes. A l resto del mundo no le puede im portar menos. El término anti-arte, no-arte, o cualquier otra designación cultural com parte, después de todo, la palabra arte o su presencia im plícita, lo que las con­ vierte, en el m ejor de los casos, en el tema de discu­ siones fam iliares, cuando no se reducen en últim a instancia a constituir meras tempestades en vasitos de agua. Y esto se puede aplicar al conjunto de esta dis­ cusión. Cuando Steve Reich suspende un número de micrófonos sobre sus correspondientes altavo­ ces, los hace oscilar como péndulos y amplifi­

ca su sonido de tal manera que se produzca una retroalim entación acústica -eso es arte. Cuando A ndy Warhol publica la transcripción completa de veinticuatro horas de conversación grabada -eso es arte. Cuando Walter de Maria llena completamente una habitación con tierra -eso es arte. Sabemos que es arte porque el anuncio de un concierto, el título en la portada de un libro, y una galería de arte así lo afirman. Si el no-arte es prácticam ente im posible, el anti-arte es y a virtualm en te inconcebible. Para los enterados (y prácticam ente cualquier licenciado estaría cualifi­ cado para serlo) todo gesto, pensamiento y acto pue­ de convertirse en arte según el capricho del mundo del arte. Incluso el asesinato, rechazado en la prácti­ ca, podría ser una proposición artística admisible. El anti-arte en 1969 es acogido en todo caso como pro­ arte, y por tanto, y de acuerdo con su prerrequisito esencial, queda invalidado. N o se puede estar en con­ tra del arte cuando el arte invita a su propia «destruc­ ción» como si fuera una representación de títeres más de entre el repertorio de poses que el arte puede adop­ tar. A sí, al perder el últim o retazo del posible liderazgo moral que el arte pudiera desempeñar a través de una estrategia de confrontación, el anti-arte, como toda filosofía artística, sim plem ente se ve obligado a dar

respuesta a la conducta humana ordinaria y también, lam entablem ente, al refinado modo de vida dictado por los personajes ricos y cultivados que lo reciben con los brazos abiertos. Cuando Richard Artschwager pega discreta­ mente pequeños rectángulos negros en edifi­ cios a lo largo de toda California, y tiene unas cuantas fotos que enseñar y alguna historia que contar sobre ello -eso es arte. Cuando George Brecht imprime en pequeñas tarjetas la palabra «DIRECCION», y las man­ da a sus amigos, -eso es arte. Cuando Ben Vautier firma con su nombre (o con el de Dios) cualquier aeropuerto -eso es arte. Estos actos son arte obviamente porque son rea­ lizados por personas asociadas a las artes. Es de esperar que, a pesar de la conciencia paradójica a la que me he referido al comienzo de este ensayo, el arte Arte (tercera contraseña) es la condición por la que, tanto mental como literalmente, toda novedad termina cayen­ do. El arte Arte se toma el arte m uy en serio. Asume, de manera encubierta, poseer una cierta rareza espiritual,^ desempeñar una función superior. Supone una fe que se puede reconocer en sus iniciados. Se trata de algo inno­ vador, por supuesto, pero principalmente en términos de una tradición de movimientos y referencias profe­

sionalizadas: el arte engendra arte. Sobre todo, el arte Arte retiene para su uso exclusivo ciertas disposiciones y formatos sagrados transmitidos tradicionalmente: ex­ posiciones, libros, grabaciones, conciertos, auditorios, santuarios, monumentos cívicos, escenarios, proyeccio­ nes, las secciones culturales de los medios de masas. Todos estos contextos mediáticos legitiman la presencia del arte del m ism o m odo que las un iversidades conceden titulaciones. Mientras que el arte Arte siga adherido a estos con­ textos podrá disfrazarse, como a menudo hace, bajo los efectos nostálgicos del anti-arte, una referencia que los críticos apuntaron correctam ente acerca de las primeras exposiciones de Robert Rauschenberg. Esto se hace evidente en la pintura y escritura Pop poste­ rior, con el uso deliberado que hace de clichés comu­ nes tanto en sus métodos como en sus contenidos. El arte Arte también puede reafirmar las características -aunque no el entorno- del no-arte, como sucede con gran parte de la música de John Cage. De hecho, cier­ to arte Arte disfrazado de no-arte se convirtió rápida­ mente en el estilo de moda durante la temporada 1968/ 69 gracias a las instalaciones de dispersiones inform a­ les de fieltro, metal, cuerda y otros materiales crudos expuestos en la C astelli Gallery. Poco después, este cuasi-no-arte celebraría su virtual apoteosis al presentar el W hitney M useum una exposición similar, titulada “Anti-Ilusión: Procedimientos / M ateriales”. El títu ­ lo hacía una referencia velada al anti-arte pero, eso sí, certificado por la garantía de un análisis académico

oficial; pero lejos de fomentar la controversia, el tem ­ plo de las musas certificaba que todo aquello era, sin duda alguna, Cultura. Y sobre eso si que no había ilu­ sión alguna. Si el compromiso con el marco político e ideológico de las artes contem poráneas se encuentra im plícito en estos ejemplos aparentem ente provocativos, y en los ya citados en negrita al comienzo de este texto, se observa de una forma explícita en el conjunto de to­ das las producciones de estricto arte-Arte: las pelícu­ las de G odard, los conciertos de Stockhausen, las danzas de Cunningham , los edificios de Louis Kahn, la escultura de Judd, los cuadros de Frank Stella, las novelas de W illiam Burroughs, las funciones de Grotowski, las perform an ces de medios mixtos de E.A.T. -p o r mencionar a unos cuantos ejemplos contempo­ ráneos bien conocidos y algunas de sus realizaciones. No es que algunos de ellos sean «abstractos» y su Arte sea así considerado o que otros tengan un estilo o un tema que se ajuste a su producción. Es que rara vez, casi nunca, reniegan de la profesión arte en sí misma. Sus éxitos, obtenidos en buena parte en un pasado reciente, se deben quizás a una reacción consciente y patética en contra de la erosión a la que los no-artistas em ergentes han som etido a sus respectivos campos de trabajo. Q uizá esto sea debido a su inocencia o a la estrechez de m iras de su profesionalism o. En cual­ quier caso, han defendido la regla secreta que m antie­ ne que, com o una co n traseñ a de acceso, el A rte constituye el mejor de los mundos posibles.

p e todos modos, es cuestionable si merece la pena es­ tar dentro de lo que estas prácticas permitirían acceder. Como meta humana y como idea, el Arte se está mu­ riendo -n o sólo porque opere dentro de convenciones que han dejado de ser fértiles. Está muriendo por ha­ ber preservado sus convenciones, originando así una creciente fatiga hacia ellas, indiferente a lo que yo sos­ pecho se ha convertido en el más importante, aunque también más inconsciente, tema de las bellas artes: la fuga ritual de la Cultura. Por lo menos el no-arte es interesante como proceso en su transición hacia el arte, pero el arte-Arte, que se afirma como tal, cortocircuita este ritual y, desde su origen, su función es meramente cosmética, un lujo superficial, aun cuando tales cuali­ dades no sean aplicables a sus creadores en absoluto. En otras palabras, el m ayor reto del arte A rte ha naci­ do de su propia herencia, de una hiperconsciencia de sí mismo y de su entorno cotidiano. El arte-Arte ha servido como una transición instructiva hacia su pro­ pia suplantación por la vida. Tal aguda consciencia por parte de los artistas perm ite que el mundo entero y toda la humanidad puedan ser experimentados como una obra de arte. Y con la realidad ordinaria iluminada de tal modo, aquellos que deciden dedicarse a la crea­ tividad de escaparate invitan, desde este punto de vis­ ta, a comparaciones inevitables enfre lo que hacen y su vivida contrapartida en el medio ambiente. No hay escape de este campo de juego. Los artistas del Arte, a pesar de sus declaraciones acerca de que

su trabajo no debe de ser comparado con la vida, se­ rán ineludiblem ente comparados con los no-artistas. Y puesto que la frágil inspiración del no-arte deriva de cualquier cosa excepto del propio arte, por ejem­ plo de «la vida», la comparación entre el arte-Arte y la vida será inevitable. Podría entonces mostrarse cómo, se quiera o no, ha existido un activo intercambio en­ tre el arte-Arte y el no-arte, y en algunos casos entre el arte-Arte y el mundo (más allá de cómo todo arte ha trasladado y se ha servido de la experiencia de lo «real»). U na vez resituado m entalm ente en un con­ texto global, en lugar de en un museo, biblioteca o escenario, el A rte, se mire como se mire, soporta mal la comparación. Por ejemplo, La M onte Young, cuyas perform ances a partir de complejos sonidos monótonos y repetitivos me interesan como forma de arte A rte, cuenta cómo en su infancia en el N oroeste apoyaba su oreja sobre las torres de alta tensión que se extendían por los cam­ pos, y cómo disfrutaba sintiendo el zumbido de los cables a través de su cuerpo. Yo también solía hacer eso y, la verdad, lo prefiero a los conciertos de Young. Resultaba visualmente más impresionante y evocador en la inmensidad de aquel entorno de lo que resulta en el espacio de una galería o una sala de conciertos. Dennis Oppenheim describe otro ejemplo de no-arte: en Canadá se puso a correr sobre un campo de barro, hizo moldes de sus huellas (a la manera de un detecti­ ve criminalista) y los apiló en una exposición en una

galería. La actividad en sí es genial; la exposición, una banalidad. Los moldes bien podrían haber sido depo­ sitados en la comisaría local sin identificación alguna. O haber sido tirados a la basura. A quellos que deseen ser llam ados artistas, para que algunos o todos sus actos e ideas sean con­ siderados arte, sólo tie n en que d ejar caer un pensam iento artístico a su alrededor, an u n ciar el hecho y persuadir a otros de que se lo crean. Eso es publicidad. Com o y a escribiera M arshall M cLuhan, «el arte es aq u ello con lo que p ue­ des salirte con la tu ya». Arte. A hí está la trampa. En este nivel de consciencia, la sociología de la C ultura emerge como si se tratase de una pantomima de enteradillos. Su única audiencia es la que corresponde al listado de profesiones crea­ tivas que se contemplan narcisistam ente a sí mismas, representando un combate entre sacerdotes autoproclamados y toda una retahila de rebeldes, bromistas, golfillos y agentes triples que parecen estar intentan­ do destruir su iglesia. Pero todos sabemos cómo ter­ mina esto: en la iglesia, por supuesto, con el club al completo haciendo reverencias y m urm urando ora­ ciones. Rezando por ellos mismos y su religión. / Los artistas no pueden sacar provecho de la adora­ ción a lo moribundo; ni tampoco com batir todas esas reverencias y genuflexiones cuando m om entos des­ pués elevan a los altares sus actos de destrucción,

objetos de culto para la misma institución que pre­ tendían destruir. Esto es una im postura absoluta. U n puro ejemplo de la lucha por el poder. Pero si se les recuerda a los artistas que a nadie más que a ellos le concierne todo esto, o bien que tal vez todos estemos de acuerdo con lo que estoy plantean­ do aquí, entonces la entropía de todo el sistema pue­ de empezar a parecemos m uy divertida. El hecho de contem plar la situación como si no fuera más que una comedieta es una manera de salir del apu­ ro. Yo propondría, como prim er paso práctico hacia la carcajada, des-artear nuestra actividad, evitar todos los roles estéticos, abandonar cualquier referencia a denominarnos artistas de cualquier tipo. Convirtién­ donos en des-artistas (cuarta contraseña) podemos existir tan fugazm ente como los no-artistas, ya que cuando se descarta la profesión arte, la categoría arte pierde sentido, o por lo menos se queda anticuada. U n des-artista es alguien involucrado en la tarea de cambiar de trabajo, en modernizarse. Este nuevo trabajo no implica resguardarse ingenua­ mente en nuestra infancia o en el pasado. Por el con­ trario, requiere un m ayor grado de sofisticación que la que el des-artista ya posee. En lugar del tono serio que ha venido acompañando habitualmente la búsqueda de la inocencia y la verdad, el des-artear probable­ m ente surgirá com o una form a de humor. A quí es donde el anticuado erem ita del desierto y el recién

¡nventado jugador de las pistas de aterrizaje se distin­ guen el uno del otro. Este trabajo conlleva diversión,

jamás gravedad o tragedia. por supuesto, partir de las artes im plica que no se puede uno deshacer de la idea arte con demasiada fa­ cilidad (aunque uno, sabiamente, jamás pronuncie la palabra). Pero es posible desplazar astutamente toda la operación des-artística fuera de los focos donde el arte suele congregarse, para convertirnos, por ejem ­ plo, en ejecutivos, ecologistas, m otoristas acrobáticos, políticos, vagabundos de playas. Bajo estas distintas formas, los distintos tipos de arte expuestos opera­ rían indirectam ente como un código memorizado que, en lugar de programar una conducta de com portam ien­ to específica, facilitaría una actitud deliberadam ente lúdica hacia cualquier profesionalización de las activi­ dades más allá del arte. Tal vez como una desm odu­ lación de señales. A lgo así com o el chiste de esos venerables aficionados al béisbol que dicen: «¿Q uién juega en prim era base?» «N o, Qué es el que está ju­ gando en primera; H ugh en segunda... » 1 C uando alg u ie n an ó nim o ha llam ad o n u estra aten ció n recien tem en te por un ligero arreg lo que ha hecho sobre la escalera de su vivienda, u otra persona nos ha in citad o a exam in ar a l­

1 En el original: “W ho's on first?” “No, Watts on first; Hugh's on second.....” (Nota del traductor)

guna zona de Park Avenue que ha permaneci­ do inalterada, esto ha sido también arte. Quien quiera que fuese, nos transmitió el mensaje (a los artistas). Nosotros tan sólo hicimos el resto en nuestras cabezas.

Apuestas seguras para tu dinero Se puede predecir con facilidad que las diversas for­ mas de arte m ixed m edia y de montaje proliferarán, tanto en el sentido más intelectual como en aplicacio­ nes para las masas tales como espectáculos lumínicos, exhibiciones de la era espacial en ferias internaciona­ les, instrum entos educativos, expositores de ventas, juguetes y cam pañas po líticas. Y pueden ser estos medios los que dejen desfasadas a las artes. Pese a que la opinión pública acepta los mixed m edia como añadiduras adosadas al panteón, o como nuevos ocupantes de los lím ites del universo en expansión de cada medio tradicional, se tratan más bien de rituales de fuga de las tradiciones. Dada la tendencia histórica de las artes modernas hacia la especialización o la «pu­ reza» -p in tura pura, poesía pura, música pura, danza p u ra )- tales m ezclas, por fuerza, han de entenderse como prácticas contam inantes. Y en este contexto, una contaminación deliberada puede ser ahora inter­ pretada como un rito de transición. (Es de destacar que ni siquiera a estas alturas existe una publicación dedicada a los mixed m edia).

p e entre los artistas involucrados en los m ixed m edia durante la pasada década, unos pocos se interesaron en sacar partido de los difusos lím ites del arte, dando el siguiente paso hacia la difuminación del arte como un todo en una serie de no-artes. D ick H igginns, en su libro foew& om bwhnw, ofrece instructivos ejemplos ¿e vanguardistas que toman posiciones entre el teatro y la pintura, entre la poesía y la escultura, entre la música y la filosofía y entre varios interm edia (expre­ sión suya) y teoría del juego, deportes y política. Abbie H offm an aplicó, hace dos o tres veranos, la forma de interm edia del H appening (vía los Provos) a un objetivo político-filosófico. Se fue con un grupo de amigos a los balcones del público de la Bolsa de Nueva York. A su señal y en un momento de alta in­ tensidad bursátil, todos arrojaron manojos de dólares sobre los corredores de bolsa. De acuerdo con su in­ forme, los brokers enloquecieron lanzándose sobre el dinero; los teletipos cesaron; el mercado se vio pro­ bablemente afectado; y la prensa informó de la llega­ da in m in en te de la p o licía. Esa noche todo s los telediarios nacionales recogieron el evento: un ser­ món m ediático «porque sí», com o d iría el m ism o Hoffman. 2

2 En el original: “for the hell of it”. Sugiere “acción impulsiva o sin un motivo serio” (Merriam-Webster's Collegiate Dictionary). Re­ ferencia a la frase, utilizada con frecuencia por el activista yippie Abbie Hoffman, que dio título a su libro Revolution fo r the hell o f it. (N. del T.)

Es indiferente que esta acción de Hoffman sea califi­ cada de activismo, crítica, cachondeo, auto-propagan­ da o arte. El term ino in term ed ia im plica fluidez y simultaneidad de roles. Cuando el arte es tan sólo una de las múltiples funciones posibles que una situación puede adoptar, éste pierde su estatus de privilegio para convertirse, por así decirlo, en un minúsculo atribu­ to. La respuesta interm edial puede ser aplicada a cual­ quier cosa -p o r ejemplo, a un vaso de cristal antiguo. Este vaso puede servir a un matemático para explicar las elipses; para el historiador puede ser una muestra de la tecnología de una civilización antigua; para un pintor puede ser un objeto de una naturaleza muerta y para un gourm et puede ser el recipiente en el que degustar su Chateau Latour 1953. N o estamos acos­ tumbrados a pensar de este modo, simultáneamente, o sin jerarquizar; pero el interm edialista lo hace de manera natural. Contexto en lugar de categoría. Flujo en lugar de obra de arte. A esto le sigue que las convenciones de la pintura, m úsica, arquitectura, danza, poesía, teatro y demás puedan sobrevivir de una forma marginal como inves­ tigaciones académicas, como el estudio del latín. Apar­ te de estos usos analíticos y curatoriales, todos los indicios apuntan a su obsolescencia. Por la misma ló­ gica, galerías y m useos, librerías y bibliotecas, salas de conciertos, escenarios y demás lugares de adora­ ción quedarán limitados a la conservación de antigüe­ dades, esto es: de todo lo que se ha venido haciendo en el nombre del arte hasta 1960.

La agencias encargadas de difundir, a través de- los medios de masas, la información para la instigación de actividades sociales se convertirán en los nuevos ca­ nales de conocim iento y com unicación, no sustitu ­ yendo la clásica «experiencia artística» (sea ésta la que fuese) sino ofreciendo a los antiguos artistas modos operativos de participación en procesos estructurados de comunicación, que puedan revelar nuevos valores, incluyendo entre ellos el de la diversión. A este respecto, las indagaciones tecnológicas de los noartistas y des-artistas de hoy se multiplicarán a medida que la industria, el gobierno y la educación aumenten sus recursos. Una tecnología de «sistemas» involucrada en el interfaz de experiencias personales y colectivas dominará sobre la actual tecnología de «productos». Soft­ ware, en otras palabras. Pero se tratará de una aproxima­ ción a los sistemas de comunicación que favorecerá la apertura de vías, en contraste con la tendencia actual de obtención de resultados propia de los especialistas en sistemas. Se trataría de un modelo de circuitos retroalimentados, algo así como en el juego infantil de «el teléfono», en el cual alguien susurra un mensaje al oído del participante contiguo que, a su vez, transmite del mismo modo el mensaje recibido para sorprenderse de que cuando el último receptor dice en voz alta el mensa­ je, éste difiere completamente del original. La naturale­ za juguetona y el uso lúdico de la tecnología sugieren un interés positivo por actos de descubrimiento constante. Juguetear se puede convertir en un futuro cercano en un beneficio psicológico y social.

U na red global de «Pasajes de Televisión» trans­ m itiendo y recibiendo sim ultáneam ente. A bier­ tos al público las veinticuatro horas del día, como una lavandería. U n pasaje en cada gran ciudad del m undo. Cada uno equipado con cien o más m onitores de televisión de distintas escalas: des­ de unas pocas pulgadas a gigantescas pantallas con superficies planas e irregulares. U na doce­ na de cám aras autom áticas (como esas cámaras ocultas de los bancos y aeropuertos, pero ahora dispuestas con exuberancia) cubrirán toda per­ sona o cosa que en tre en su cam po visual. R e­ g is tra n d o in c lu s o a las p ro p ia s c á m aras y m onitores si no h ay nadie alrededor. La gente ten drá libertad para hacer lo que qu iera y po­ drán observarse a sí m ismos en los m onitores de diversas form as. U na m u ltitu d de personas po­ dría m u ltip licar sus im ágenes y convertirlas en un tro p el. Estas cám aras en v iarán las m ism as im ágenes a todos los demás pasajes, sim ultánea­ m ente o tras una dem ora program ada. A sí lo que suceda en un pasaje puede estar sucediendo en un m illar de ellos, generarse un m illar de veces. Adem ás, el pro gram a incorporado para d istri­ b u ir las señales, v isib le y au d ib le, aleato rio y prefijado, podría ser tam bién m anipulado desde cualquier pasaje. U n a m u jer podría desear h a­ cer el am or electró n icam en te con un hom bre que ha visto en uno de los m onitores. Los con­ troles le p erm itirían lo calizar (congelar) la co­ m unicación en determ inados tubos de TV. Otros

visitantes del m ism o pasaje podrían sentirse li­ bres para disfrutar e incluso potenciar la brutal e inesperada interferencia sim plem ente ajustando su dial. El m undo podría desarro llar sus re­ laciones sociales a m edida que éstas surgen. Todo el m undo estaría en y fuera de contacto al m is­ mo tiem po. P.S: Esto obviam ente no sería arte, ya que para cuando pudiera ser construido, nadie recorda­ ría que yo escribí esto aquí, gracias a dios. ¿Y qué pasa con la crítica de arte? ¿Qué pasa con esos sagaces intérpretes, que escasean incluso más que los buenos artistas? La respuesta es que, según los argu­ mentos precedentes, los críticos serán tan irrelevantes como los artistas. De todos modos, esta pérdida de vocación puede ser tan sólo parcial ya que aún queda mucho por hacer en las diversas áreas de peritaje del mundo académico en universidades y archivos. Y, ade­ más, casi todos los críticos ocupan ya esos puestos aca­ démicos. Su trabajo simplemente podría desplazarse de la escena actual a la estricta investigación histórica. Pero tal vez algunos críticos puedan estar deseando des-artearse a la vez que sus colegas artistas (quienes también a menudo son profesores y escritores al m is­ mo tiem po). En este caso, todas sus asunciones esté­ tic as h ab rán de ser p u esta s al d e sc u b ie rto sistemáticam ente y tiradas a la basura, junto con toda la term inología artística recargada de historicismo. Pro­

fesionales y comentaristas -las dos ocupaciones pro­ bablemente se mezclarán, serán desarrolladas por una m ism a persona alternativam ente- necesitarán de un lenguaje actualizado para referirse a los acontecim ien­ tos. Y la m ejor fuente, como siempre, serán el argot callejero, los titulares de prensa y la jerga técnica. Por ejemplo, Al Brunelle definió hace unos años a las superficies alucinógenas de ciertas pinturas contempo­ ráneas como «extraña piel» 3. Aunque la escena pop psicotrópica haya cambiado desde entonces y ya sean necesarios nuevos vocablos, y aunque este ensayo no esté dedicado a la pintura, puedo afirmar que la frase de Brunelle es mucho más informativa que los viejos calificativos de tache o rastro, que también hacen refe­ rencia a la superficie del cuadro. H ablar del extraña­ miento de la piel en referencia a la pintura aportaba a ésta un eroticismo intensamente vibrante, m uy revela­ dor para su época. Que esta experiencia ya se haya difuminado en el pasado sugiere que incluso un buen comentario puede ser tan desechable como los artefac­ tos que produce nuestra cultura. Las palabras inmorta­ les tan sólo son apropiadas para los sueños inmortales. Jack Burnham, en su B eyon d m od em sculpture 4 (New York, Braziller, 1968) es consciente de esta necesidad de términos precisos, e intenta reem plazar las metá-

3 «Skin freak». (N. del T .) 4 Más allá de la escultura moderna. (N. del T.)

foras vitalistas, formalistas y mecánicas con term ino­ logía tomada de la ciencia y la tecnología como ciber­ nética, «sistemas sensibles», cam po, autómata y demás. Aun así estos términos son meras componendas por­ que siguen refiriéndose a la escultura y al arte. Para ser rigurosos, tales categorías mojigatas deberían de ser rechazadas completamente. A la larga, tanto el comentario como la crítica de arte tal y como lo conocem os pueden ser innecesarios. Durante la reciente «era del análisis», cuando la acti­ vidad humana era vista como una cortina de humo sim ­ bólica que había de ser disipada, sus explicaciones e interpretaciones eran válidas. Pero hoy en día, las ar­ tes modernas se han convertido en un comentario en sí mismas, y parecen pronosticar la era post-artística. Hablan de los respectivos pasados específicos de cada medio. Por ejemplo, la televisión se refiere al cine; un sonido en directo acompañado de su versión grabada nos cuestiona cuál es el sonido «real»; un artista glosa los últim os movimientos de otro artista; algunos ar­ tistas hacen comentarios sobre el estado de su salud o sobre el mundo; otros hacen com entarios sobre no hacer com entarios (m ientras que los críticos hacen com entarios sobre todos los com entarios, como yo estoy haciendo aquí). Suficiente. La predicción a corto plazo más importante que pue­ de hacerse viene im plicada en todo lo que anterior­ mente he dicho y repetido: que el entorno, cada vez más global, nos llevará a im plicarnos en un sistem a

más y más participativo. Este entorno no será ya el Entorno con el que estamos familiarizados: la atrac­ ción de feria, la casa del terror, el mostrador, el esca­ p arate y la ca rre ra de o b stá c u lo s. E stos m ed io ambientes han venido siendo patrocinados por gale­ rías de arte y discotecas. En su lugar, actuaremos de acuerdo con las exigencias de los m edio am bientes naturales y urbanos, tales como el cielo, el suelo oceá­ nico, los refugios invernales, los moteles, el m ovim ien-' to de los coches, los servicios públicos y los medios de com unicación... P re v is u a liz a c ió n -d e l-p a is a je -d e -U S A -d e s d e u n -A v ió n -S u p ersó n ic o -en -el-añ o -2 0 0 1 . C ad a asiento del avión está equipado con m onitores que m uestran la tierra a m edida que el avión la recorre. Posibilidad de seleccionar im ágenes en in frarro jo , color o blanco y negro; por separa­ do o com binadas en distintos puntos del m on i­ tor. M ás lentes de ap ro xim ació n y co n tro l de co n gelació n de im agen . Pueden recuperarse escenas de otros viajes para co ntrastar y producir flashbacks. El pasado in ­ terfiere en el presente. Lista del selector: V ol­ canes en H aw ai, El P entágon o, U n a re v u elta en H arvard vista m ientras nos aproxim am os a Boston. Tomando el sol en un rascacielos. La retran sm isió n de aud io propo rcion a nueve canales de com entarios críticos sobre la escena

am e rican a: dos can ales de c rític a lig e ra , uno de crítica pop y seis canales de crítica pesada. Existe tam bién un canal que le perm ite a uno grabar sus propias críticas sobre el viaje en una cassette de vid eo que puede lu eg o lle v arse a casa. ES. Esto tam poco es arte ya que estará a dispo­ sición de dem asiada gente. Artistas del mundo, ¡abandonad! ¡N o tenéis nada que perder más que vuestras profesiones!

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la educación del des-a r t i s t a p a rte II

1972

Los sinsontes maúllan, los imitadores vuelan 1 ¿Qué puede hacer el des-artista cuando abandona el arte? Im itar la vida, como antes. M eterse de lleno. Enseñar a otros cómo. El no-arte m encionado en la parte 1 es un arte del parecido. Es com o la v id a , es decir, apunta a sim ilitu­ des. El arte conceptual refleja las formas del lenguaje y del método epistem ológico; los Earthworks dupli­ can las técnicas de excavación y arado o las formas del

1 En el original, “Catbirds mew, copycats fly”. Juego con palabras que incluyen la palabra “cat”, gato. “Copycat” es, literalmente, imita­ dor. “Catbird” es un pájaro, Dumetella carolinensis, cuyo reclamo es parecido al maullido del gato. Hemos utilizado sinsonte por ser la traducción de “mockingbird” (literalmente, “pájaro burlón”, pues imita el sonido de otras especies), con el que este tipo de tordo americano está emparentado. (N. del T.)

viento en la arena; las acciones replican las operacio­ nes del trabajo organizado -p o r ejemplo, cómo se hace una autopista; el ruidismo reproduce electrónicamente los sonidos estáticos de la radio; los ejemplos en vi­ deo de arte corporal parecen primeros planos de anun­ cios de desodorantes. Las versiones ready-m ade del género R eady-m ade, que los artistas identifican y reclaman como propias, son imitaciones en el sentido de que la condición “arte”, aplicada a algo que no ha sido arte, crea algo nuevo que encaja casi completamente con el objeto anterior. Más exactamente, ha sido re-creado mentalmente sin tener que realizar o crear un duplicado físico. Por ejemplo, lavar un coche. La cosa o la situación es después transportada a la ga­ lería, escenario, o sala; o se publican sus detalles o docum entos; o el artista nos la m uestra como si se tratase de un guía. El artista conservador extiende el gesto de Duchamp de desplazar el objeto o la acción al contexto del arte, lo que los categoriza como arte, mientras que el artista sofisticado sólo necesita alia­ dos conscientes del arte que ya tienen la categoría ar­ tís tic a in s ta la d a en sus m en tes p ara a p lic a rla automáticam ente en cualquier momento. Estas ope­ raciones identifican la transacción que se produce entre modelo y réplica. Después de esto, cualquier cosa que se asemeje a un R eadym ade se convierte auto m áticam ente en otro

R eadym ade. El círculo se cierra: mientras que el arte se inclina a im itar a la vida, la vida im ita al arte. Todas las palas para nieve en las ferreterías im itan a la de Duchamp en un museo. Esta re-creación en el arte de la búsqueda filosófica y personal, de las fuerzas de la naturaleza, de nuestra transformación del medio ambiente, y de la experien­ cia táctil y auditiva de la “era eléctrica” no surge, como podría suponerse, de un renovado interés por la teoría del arte como mimesis. Si hablamos de copias exactas, aproximaciones, o analogías, dicha im itación no está basada en absoluto en la estética - y ahí está la gracia del asunto. Pero tampoco está basada en un aprendizaje de campos ajenos al arte, con lo que sería indistinguible de la política, la fabricación, o la biología. Dado que los no-artistas pueden verse atraídos intuitivamente por el comportamiento mimético presente en dichos campos y en la misma naturaleza, su actividad refleja aspectos de la cultura y de la realidad en su conjunto. Por ejemplo, una ciudad pequeña, como una nación, representa una extensión del núcleo familiar. Dios y el Papa (papá) representan proyecciones adultas de los sentimientos de un niño sobre la divinidad de su padre. Las tareas del gobierno secular en la Edad Media resonaban en el gobierno de la iglesia, y del cielo y el infierno, de aquel periodo. El plano de una ciudad es como el sistema circulato­ rio humano, con un corazón y carreteras principales

llamadas arterias. U n ordenador alude a un cerebro rudimentario. U n sillón Victoriano tenía la forma de una m ujer con polisón, y de hecho llevaba un vestido. No todo es antropomórfico. Las máquinas imitan for­ mas de animales e insectos: los aviones son pájaros, los submarinos peces, los Volkswagen son escaraba­ jos. También se im itan los unos a los otros. El diseño de automóviles, en los perfiles aerodinámicos de los treinta y los alerones de los cincuenta, se inspiraba en los aviones. Los aparatos de la cocina tienen paneles de control que se asem ejan a los de un estudio de grabación. Las barras de labios parecen balas. Las grapadoras o las cámaras de cine que apuntan a perso­ nas y a escenas tienen gatillos y forma de pistolas. Y los ritm os de la vida y la m uerte: hablamos de la bolsa o del crecimiento y declive de una civilización, como si fueran organismos vivos. Imaginamos la his­ toria fam iliar como un árbol y situam os a nuestros ancestros en sus ramas. Por extensión, la teoría origi­ naria de la historia occidental postula que cada gene­ ración reacciona a su pasado inmediato como un hijo reacciona a la autoridad de su padre. Puesto que el pasado reaccionó en su momento a su propio pasado, las generaciones son similares entre sí alternativamente (M eyer Shapiro, “N ature of A bstract A rt”, Marxist Q uarterly, Enero-M arzo 1 9 3 7 ).2

2 “La naturaleza del arte abstracto” (N. del T.)

El mundo no humano también parece imitar: fetos de especies diferentes parecen semejantes en los prim e­ ros estadios de desarrollo, mientras que algunas mari­ posas de distintas especies son diferentes de jóvenes pero en su madurez parecen idénticas. Ciertos peces, insectos, y animales se camuflan para mezclarse con su medio. El sinsonte im ita el canto de otros pájaros. Las raíces de una planta son el reflejo de sus ramas. Un átomo es un sistem a planetario en m iniatura. Estos emparejamientos continúan aparentemente hasta el in­ finito, diferenciándose sólo en grado y detalle. La inferencia de que nuestro papel pueda ser el de imita­ dor en lugar del de señor de la naturaleza no es ningún secreto para los científicos. Quentin Fiore y Marshall McLuhan (en War and Peace in the Global Village [New York, McGraw-Hill, 1968], p. 5 6 )3 citan a Ludwig von Bertalanffy: “Con escasas excepciones... la tecnología de la naturaleza sobrepasa a la del hombre -hasta el ex­ tremo de que la relación tradicional entre biología y tec­ nología se ha invertido recientemente: mientras que la biología mecanicista trataba de explicar funciones orgá­ nicas en términos de máquinas creadas por el hombre, la joven ciencia de la biónica trata de imitar las invenciones de la naturaleza.” Este tipo de imitación en la ciencia o en el arte es un tema a considerar. Incluso su habitual ironía es profunda, y se 3 Hay edición española: Guerra y paz en la aldea global, Martínez Roca, Barcelona, 1971. (N. del T.)

4 4

aproxima a menudo a problemas existenciales serios. Pero cuando queda claro que las artes más modernas se dedi­ can a imitar a un mundo que ya de por sí se imita constan­ temente a sí mismo, el arte no puede ser considerado sino como un ejemplo del gran esquema de las cosas, y no como una fuente primaria. La obsolescencia de tal ejem­ plo no desacredita el impulso mimético, sino que destaca el papel histórico del arte como una disciplina que aisla en un momento en el que se requiere participación. Aban­ donar las artes no es suficiente para superar este obstácu­ lo; la tarea, para uno mismo y para los demás, es restaurar la participación en el orden natural a través de la emula­ ción constante de sus rasgos no artísticos. El sentimiento de que uno es parte del mundo sería de por sí ya todo un logro, pero hay una recompensa añadida: su círculo vital no es nunca idéntico. Como he dicho, siempre se produ­ ce algo nuevo en el proceso -conocimiento, bienestar, sorpresa, o, como en el caso de la biónica, tecnología útil.

Cualquier sitio es un patio de recreo C uando el des-artista copia lo que ocurre fuera del arte, o copia una “naturaleza en su propio modo de actuar” (Coom araswam y) menos visible, esto no tie­ ne porqué ser un asunto serio. En ese caso se parece­ ría dem asiado al trabajo. H a de hacerse con gusto, ingenio, diversión; tiene que ser como jugar.

Ju gar es una palabrota. Usada en su sentido habitual como alegre, de mentirijillas, y como actitud libre de utilidad

moral o práctica, connota, para los americanos y para muchos europeos, ociosidad, inmadurez, y la ausencia de seriedad y sustancia. Es un término quizás más difícil de tragar que la im itación , con su cuestionamiento de nuestra tradición de lo nuevo y lo original. Pero (como para subsanar la indiscreción) desde los tiempos de Platón, doctos académicos han señalado que existe un eslabón vital entre la idea de jugar y la de imitación. Aparte de su sofisticado papel en lo ritual, la imitación instintiva adopta la forma de juego en los animales y humanos jó­ venes. Entre ellos mismos, los jóvenes imitan los movi­ m ientos, sonidos y patrones sociales de sus padres. Sabemos con bastante certeza que lo hacen para crecer y sobrevivir. Pero juegan, aparentemente, sin esa inten­ ción consciente, y la única razón evidente es el placer que les proporciona. De ese modo se sienten cercanos a la comunidad adulta y pasan a formar parte de ella. Para los adultos del pasado, la ceremonia de im itación era un juego que les acercaba a la realidad en su aspec­ to más sentido o trascendente. Según Johan H uizinga escribe en el prim er capítulo de su valioso libro H om o Ludens [Boston, Beacon, 1955] 4 el “acto ritual” representa un acontecimiento cósmico, un evento en el proceso natural. Sin embargo, la palabra “representa” no cubre el sentido exacto del acto, al me­ nos no en su connotación moderna, más amplia; porque

4 Hay edición española: Homo Ludens, Alianza Editorial, Madrid, 1972.

“representación” implica realmente una identifica­ ción con el evento. El rito produce el efecto que, enton­ ces, no es tanto expresadofigurativamente como realmente reproducido en la acción. La función del rito, pues, está lejos de ser meramente imitativa; hace que los devotos participen en el acontecimiento sagrado en sí mismo. aquí

En el mismo capítulo escribe:

q.6

Como señala Leo Frobenius, el hombre arcaico juega el orden de la naturaleza grabado en su conciencia. En el pa­ sado remoto, piensa Frobenius, el hombre asimiló primero el fenómeno de la vida vegetal y animal y luego concibió una idea de tiempo y espacio, los meses y las estaciones, el curso del sol y de la luna. Y ahora desempeña este gran orden ceremonial de la existencia en un juego sagrado, por el que, y mediante el cual, actualiza o “recrea” los hechos representados y ayuda así a mantener el orden cósmico. Frobenius extrae conclusiones de mayor alcance que este “jugar a la naturaleza”. Lo considera el punto inicial de todo orden social y de las instituciones sociales. El juego representacional es, pues, tan instrum ental, o ecológico, como sagrado. H uizinga, poco después de comentar a Frobenius, cita las Leyes de Platón: “Solo Dios es digno de seriedad suprema, pero el hombre es el juguete de Dios y esa es su mejor parte. Por tanto, cada hombre y mujer debería de vivir la vida de acuerdo con ello, y jugar los juegos más nobles y ser de otro modo del que son en el presente.” [Platón condena la guerra y continúa] “La

vida ha de vivirse como juego, jugando ciertos juegos, cele­ brando ciertos sacrificios, cantando y bailando, y entonces el hombre será capaz de aplacar a los dioses y defenderse de sus enemigos y de ganar la contienda.” H uizinga se pregunta: “¿H asta qué punto las activida­ des sagradas que aparecen en las formas del jugar (i.e., formas miméticas) también aparecen en las actitudes y el talante del jugar?” Y contesta: “El juego genuino y espontáneo puede también ser profundamente serio... La alegría inextri­ cablemente unida al jugar puede convertirse no sólo en tensión, sino en júbilo. La frivolidad y el éxtasis son los dos polos entre los que se mueve el juego.” Los deportes, las celebraciones, y las festividades no son menos sagrados por ser actividades gratas. Se ha observado a menudo que hoy día no nos quedan rituales sagrados en los que pueda observarse, y mu­ cho menos sentirse, la función representacional, y por tanto propiciatoria del juego, más rem ota. Sólo en deportes como el surf, las carreras de motos, y el sal­ to con paracaídas en caída libre; en protestas sociales como las sentadas; y en apuestas contra lo desconoci­ do como los alunizajes, nos aproximamos a ellos de manera no oficial. Y la m ayoría de nosotros adquiri­ mos esas experiencias indirectam ente, a través de la televisión. Participam os en ellas en solitario, inm o­ vilizados.

La actividad im itativa de los adultos antes señalada es probablemente instintiva, como la de los niños. A l igual que la de éstos, puede ir de lo inconsciente, como supongo que sería la feminización del mobiliario en la época victoriana, a lo consciente y deliberado en el caso de ciertos artistas y científicos de h oy en día. Pero en general es azarosa y ocasional, una función especializada de profesiones que se ocupan de otro tipo de asuntos. El diseñador de un submarino atóm i­ co no se im agina que es Jonás construyéndose una ballena, aunque sepa que sus predecesores estudia­ ron ballenas y peces y sus dinámicas acuáticas. El fa­ bricante de un cohete Apolo puede estar familiarizado con el simbolismo popular freudiano, pero no se de­ dica principalmente a la creación de un pene erecto. Tampoco se dedica principalmente a divertirse. El sentido práctico, la competición, el dinero, y otras consideraciones sensatas se interponen en el camino. Tal discontinuidad y especialización produce una sen­ sación de separación de la vida como un todo y vela igualm ente la actividad im itativa junto con el disfrute que de ella podría obtenerse. El resultado no es jugar; es trabajo.

Trabajo, trabajo, trabajo Epworth, Inglaterra (U P I). M inutos después de que una cuadrilla de obreros colocara una capa de asfalto en la calle principal de esta pequeña ciudad de Midlands,

otra cuadrilla apareció y empezó a quitarla. “Es una pura coincidencia el que ambas cuadrillas estuvieran trabajando al mismo tiempo”, dijo un oficial local. “Lo cierto es que había que hacer ambos trabajos”. - N ew York Times, circa diciembre 1970

Pasacaminos 5 St. Louis, M issouri, W ashington University. (Prim er día). U na m illa de papel de brea se desenrolla a lo largo de la cuneta de una carretera. Sobre el papel se colocan bloques de cemento cada veinte pies. (Segundo día). El procedimiento se repite al contra­ rio, colocando una segunda capa de papel de brea so­ bre la primera. Se repite de nuevo en dirección opuesta. (Tercer día). Se retiran los bloques de cemento y el papel de brea. - A ctividad, A.K., 9-11 feb rero, 1968 La im itación, tal como la practican los no-artistas, puede ser un modo de acercarse al juego desde una

5 En el original, “runner”. Alfombra muy larga y estrecha. Hemos utilizado la traducción que aparece en algunos diccionarios inglésespañol, aunque en el de la RAE no aparezca dicha palabra. (N. del T.)

perspectiva m oderna pero trascendente que, al ser intelectual —o mejor, inteligente—podría ser disfruta­ da por adultos temerosos de parecer infantiles. Del mismo modo que el juego im itativo de los niños pue­ de ser un ritual de supervivencia, ésta podría ser una estratagema para la supervivencia de la sociedad. En el paso del arte al des-arte, el talento del artista podría aplicarse para revelar la intercambiabilidad de las co­ sas a “la civilización y sus d escontentos”-e n otras palabras, podría usarse para volver a unir lo que ha sido separado. Pero si todo el mundo secular es un potencial patio de recreo, el tabú que nos impide jugar en él es nues­ tra adicción a la idea de trabajo. El trabajo no puede ser abolido por mandato; ha de ser sustituido por algo mejor. Plantear cómo hacerlo requiere un análisis del significado del trabajo en nuestra sociedad -incluso a partir de una mínima pericia. U na cosa está clara: el concepto de trabajo es incompatible con el de juego, sea éste infantil o sagrado.

Los deberes En el curso de la industrialización, Europa O cciden­ tal y Estados U nidos desarrollaron un estilo de vida práctico de auto sacrificio, al servicio de más y m ayo­ res m áquinas. A unque quizá surgiera in icialm en te como un engaño de la clase media a los trabajadores, sus postulados burlarían rápidam ente a los propios

timadores. El trabajo y el dolor fueron interiorizados como verdades elevadas; eran buenos para el alma, si no exactamente para el cuerpo (ya que aquella se en­ tregaba a la máquina). Pero la imagen ha cambiado. La industrialización ha logrado su propósito, y vivimos en una “aldea global” de contacto comunicacional, con los nuevos conoci­ mientos y problemas que ello conlleva. El asunto ahora no es la producción sino la distribución; ni siquiera la simple distribución, sino la calidad y efectos orgáni­ cos de la distribución. Y lo que importa es la cualidad y distribución, no sólo de mercancías, sino también de servicios. La agricultura, la minería y la fabricación en este país, am pliam ente m ecanizada, requiere cada año menos trabajadores adicionales para m ejorar un incremento continuado de producción. Es probable que la fuerza de trabajo se desequilibre y se desplome con el au­ mento de la automatización. En contraste, las empre­ sas de servicios en expansión, com puesta más por personas que por productos y equipos, representan ahora un 50 por ciento de los empleados de la nación y se espera que se incrementen hasta el 70 por ciento de la fuerza laboral en las próximas décadas {Fortune, marzo 1970, p. 87). Pero los servicios -incluyendo el gobierno local y fe­ deral, transportes, servicios públicos, y comunicación, así como comercio, finanzas, seguros, mercado inm o­

biliario, y las profesiones liberales—están también cam­ biando. Los sirvientes y empleados domésticos y otros trabajadores de servicios comunes como los mensaje­ ros, mecánicos, sirvientas, conserjes, conductores de autobús o agentes de seguros tienen trabajos con es­ caso potencial de crecimiento; ninguno posee un sta­ tus so cial sig n ifica tiv o , están m al p agad os, y no despiertan muchas vocaciones. En un periodo carac­ terizado por una gran movilidad, física y social, estas profesiones parecen callejones sin salida, y sugieren veladamente que quienes realizan esos trabajos están medio muertos. M ientras, las vallas publicitarias, las revistas y los te­ levisores tientan a todo el mundo con la buena vida que ofrecen los viajes de aventura, el sexo, y la juven­ tud eterna: el propio presidente de los Estados U ni­ dos dedica su gobierno a mejorar la “calidad de vida”. Los sindicatos hacen huelga no sólo para conseguir mejores sueldos sino para tener mejores condiciones y beneficios adicionales, menos horas y más vacacio­ nes pagadas. D isfrute y renovación para todos. Debi­ do a estas presiones, es probable que muchas de las profesiones fatigosas terminarán siendo automatizadas como la industria, m ientras otras sim plem ente des­ aparecerán al ser abandonadas por los trabajadores. Los servicios más modernos, en cambio, como la ad­ m inistración de empresas, la investigación científica y tecnológica, la mejora m edioam biental, com unica­ ciones, planificación consultiva, dinámicas sociales, el

amplio campo de la educación de masas, y el derecho internacional, submarino y del espacio exterior, están creciendo de manera exponencial. Son ocupaciones vitales al parecer con posibilidades de desarrollo (y por tanto de desarrollo personal) ilim itadas; ofrecen viajes por todo el mundo y experiencias nuevas; están bien pagados y su status es considerable. M ientras que los servicios rutinarios son simplemen­ te necesarios, los nuevos servicios son im portantes. Los servicios rutinarios requieren cada vez menos tiempo del trabajador, gracias a las máquinas y la le­ gislación; aunque los nuevos servicios, de hecho, re­ quieran más tiempo, éste es más flexible y, en cierto sentido, más “creativo”. El concepto de llenar sim ­ plemente el tiempo es degradante, pero el tiempo flexi­ ble y personalizado es tiempo liberado. La habilidad de m overse, en espacio, en horas, y m entalm ente, constituye una medida de liberación. A l haber cada vez más jóvenes que demandan y reciben una educa­ ción am plia, aum entará la cuantía de los servicios modernos, crecerá el apetito público por consum ir lo que se ofrece, y el mundo seguirá cambiando -m ien ­ tras que posiblemente su base moral seguirá enraizada en el pasado: el trabajo. ¿Trabajo? Para casi todos, la semana laboral se ha re­ ducido a cinco días. La jornada de trabajo se acorta regularmente, los periodos vacacionales se alargan. La semana laboral de cuatro días se ensaya cada vez más con más frecuencia, y se ha predicho el establecimien-

to de una semana laboral de tres días. Incluso si esta últim a predicción parece un poco utópica, existe una expectación psicológica popular que afecta al rendi­ miento en el trabajo. Com o resultado, el significado del trabajo está cada vez menos claro, pues se percibe una constante presión para eliminarlo, o para falsifi­ carlo si no puede ser eliminado. Este asunto es com batido tradicionalm ente por las grandes empresas (esto es, las industrias de fabrica­ ción, productos, transportes y servicios básicos) y por los sindicatos, que todavía representan el grueso de la fuerza laboral del país. Digamos que las empresas quie­ ren automatizarse y ahorrarse nóminas elevadas. Esa decisión puede significar una semana laboral más cor­ ta, que puede costar a miles la pérdida de sus empleos y, en una reacción en cadena, a la sociedad, más de lo que ésta podría perm itirse. Los resultados son rara­ mente evidentes. Inm ediatam ente los sindicatos de­ mandan cuadrillas donde se necesita un solo trabajador, o ninguno. Los administradores se ven perjudicados si se les impide modernizarse; los sindicatos, al traba­ jar de una manera patentem ente deshonesta. Todo se resume en esto: ni las empresas ni los sindicatos están particularm ente interesados en elogiar el tiem po de ocio; quieren hacer dinero, y el dinero es un símbolo de trabajo. Los sindicatos aceptarán menos horas si los adm inistradores las pagan, pero cuando una sema­ na laboral reducida significa la pérdida de empleos o de la garantía, conseguida con esfuerzo, de horas ex­ tras pagadas, los sindicatos se opondrán al cambio

(como de hecho hacen; ver, p.e., N ewsweek, 23 agos­ to, 1971, p. 63). De aquí que el concepto “trabajo”, sostenido artificialm ente, sólo produzca respuestas cínicas de la sociedad. Las artes conservan los últimos vestigios de alto status de las industrias artesanas y rurales. Es curioso señalar lo profundamente unidas que están a la idea de trabajo. Los artistas trabajan en sus cuadros y poemas; de este sudor surgen obras de arte. Tras la Revolución rusa, los ar­ tistas de todo el mundo comenzaron a llamarse a sí mismos trabajadores , igual que los de las fábricas. Hoy, la A rt Workers Coalition (Coa­ lición de Trabajadores del Arte), político-reformista, continúa, a través de su nombre y su retórica, apelando a los valores solidarios de “el pueblo” y de “un día de trabajo honrado.” El arte, como el trabajo, es algo pintoresco. En contraste con esta ética de trabajo, nuestras acti­ tudes subyacentes hacia los objetivos de la vida están cam biando, y no sólo en los hábitos de trabajo. El “mercado de la diversión” -entretenim ien to, recrea­ ción, turism o-, según la revista Look (29 julio, 1970, p. 25) mueve unos 150 m il millones de dólares al año y llegará a alcanzar los 250 mil millones en 1975, “su­ perando al resto de la econom ía”. Pero para expiar esta indulgencia, el público americano perm itió a su gobierno gastar, en 1970, más de 73 mil millones, el 37 por ciento de su presupuesto anual, en guerra y



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arm am ento, espoleado confiadam ente por un gasto global, en 1969, de unos 2 0 0 mil m illones). De he­ cho, de acuerdo con el senador Vanee H artke en un informe al C om ité de Finanzas del Senado, nuestro gasto m ilitar era de 79 m il millones en 1968 y ha ido aumentando anualmente un 12 por ciento desde 1964; según esta proporción de aumento, el gasto m ilitar en 1971 será de 107.4 mil m illones {Vista, m arzo-abril, 1970, p. 52). El Estado es nuestra conciencia sin tapujos. La diver­ sión, según parece, aún no es divertida; apenas nos ha desviado de la común “neurosis de fin de sem ana”, que nos deja con el ansia de jugar pero incapaces de hacerlo. Intentarlo conlleva una expiación mayor. Está clarísim o que no querem os trabajar, pero sentim os que hemos de hacerlo. A sí que rumiamos amargamente y luchamos. Jugar es, en realidad, pecar. Cada día cientos de li­ bros, películas, conferencias, seminarios, sesiones de sensibilización, y artículos de prensa reconocen con gravedad nuestra preocupación por la incapacidad de disfrutar libremente cualquier cosa. Pero dichos ejem­ plos, cuando ofrecen ayuda, lo hacen recitando fór­ mulas estándar erróneas: hay que trabajar, e 1 sexo, hay que trabajar el juego. Para ser de ayuda tendrían que urgir una revisión com pleta de nuestro compromiso con el trabajo y la culpa, cosa que no hacen. Vivimos con una m entalidad de escasez en una econom ía de potencial exceso. Con tiempo que no podemos dedi-

car a nuestras vidas personales a nuestra disposipón' nos maldecimos, tal y como hemos sido enserad o/fe por desperdiciar el tiempo. Básicamente, nuestro modo de vida, reflejado tanto en nuestra vida amorosa como en nuestra política ex­ terior, cree en el modo en que solían ser las cosas. Al menos desde la redacción de la Declaración de Inde­ pendencia, se ha venido insinuando, en el saludo a nuestro derecho a “la vida, la libertad y la conquista de la felicidad”, una ambivalencia con respecto al pla­ cer. Parece que hemos dedicado la m ayor parte de nuestro tiempo a la idea de “la conquista”, im plican­ do que la felicidad no es más que un sueño... Nos esforzamos por no esforzarnos.

Jugar y el juego El sistema educativo de Estados Unidos debe de asu­ mir gran parte de la responsabilidad de perpetuar y apoyar nuestros defectos: nuestros valores, los bue­ nos y los malos, los pros y los contras. Los educado­ res del siglo veinte, lo sabemos bien, operan in loco parentis 6. A los directores y decanos les gusta pro­ nunciar palabras tranquilizadoras en latín porque sa­ ben que, para las madres y padres que consumen todo su tiempo en las autopistas, haciendo compras, en las

6 “En lugar de los padres”. En latín en el original. (N. del T.)

vacaciones y trabajando, criar a sus hijos es casi impo­ sible. Y además, como todo el mundo, los padres son especialistas en lo que hacen. De modo que dependen de otros especialistas, los educadores, para hacer lo que ellos no pueden, y se preocupan porque la televi­ sión esté haciendo mejor trabajo que los dos juntos. Consideren lo que les pasa a los niños a partir de los cinco o seis años. A l principio, les gusta la escuela, incluso piden ir. Al profesor también parece gustarle. Profesores y alumnos juegan. Pero en prim ero o se­ gundo grado, D ick y Jane descubren que aprender y ganarse un sitio en el mundo no es un juego de niños sino un trabajo duro y, a menudo, horriblem ente abu­ rrido. Esa consideración subyace en casi todos los progra­ mas educativos. “Trabaja duro, e irás en cabeza” es la guía no sólo para los estudiantes, sino para los educa­ dores. “En cabeza” significa ser cabecilla. El autorita­ rismo clausura el atractivo papel del jugar y lo sustituye por el juego de la competitividad. La amenaza de fra­ caso y rechazo por no ser fuerte flota sobre cada indi­ viduo, desde el presidente de la universidad al director del colegio, y de ahí para abajo. Los estudiantes com piten por las calificaciones, los profesores por tener una clase bien educada, los di­ rectores por mayores presupuestos. Cada uno ejecu­ ta el ritual del juego según unas reglas estrictas, a veces de un modo astuto, pero hay un hecho patente, y es

que muchos com piten por lo que sólo unos pocos tienen: poder.

C alendario plantar un cuadrado de césped entre hierba del mismo color plantar otro entre hierba un poco menos verde plantar cuatro cuadrados más en sitios cada vez más secos plantar un cuadrado de césped seco entre hierba del mismo color plantar otro entre hierba un poco menos seca plantar cuatro cuadrados más en sitios cada vez más verdes

-Actividad. A.K., California. Institute of the A rts,

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noviembre, 1971

A pesar de, y quizás debido a, las revelaciones de Freud y otros psicólogos, la gente juega para ganar. Las formas de deportes, ajedrez, y otras diversiones son simbólicamente semejantes a las formas que adop­ tan los negocios, el am or y la batalla. El clásico de

H uizinga H om o Ludens, citado antes, documenta con toda riqueza la capacidad de penetración de dichas transferencias. A l descorazonar gradualm ente a los niños y negar a los adultos la posibilidad de jugar li­ bremente, el impulso de jugar no sólo aparece en los juegos de placer, sino también en degradantes juegos de poder y engaño; las personas acaban jugando me­ nos entre ellas y más con y contra los demás. U n niño juega con su madre contra su padre, utilizan­ do el afecto como el premio del juego. En el juego de la diplomacia internacional, una nación poderosa jue­ ga a ayudar a otras más débiles para ganar su subordi­ nación política y doblegar a los com petidores. U n joven ejecutivo de trayectoria ascendente juega con las ofertas de otras compañías antes de elegir. En el m ismo espíritu, una gran em presa estim ula y juega con los apetitos del público con sus campañas publi­ citarias, apostando contra las tácticas similares de toda una industria. La guerra misma es el juego de los ge­ nerales, cuyos entrenamientos son llamados, apropia­ damente, juegos de la guerra. Dado que la civilización vive para com petir y compite para vivir, no es fortui­ to que la educación, en la m ayor parte del mundo, esté profundam ente inm ersa en juegos de esfuerzo agresivo. La educación juega a ignorar o negar dicho esfuerzo (sustituyéndolo por metáforas de democra­ cia) m ientras perfecciona sus form as y estim ula la participación en dicho esfuerzo en cada ejercicio de clase (como ejemplo, sirva una de sus más agradables diversiones, el concurso de deletreo).

Q u ien es p la n ifican los pro gram as de ed u cació n p ú b lica necesitan prim ero aprender, para luego fo­ m entar la idea de ju g ar -p e ro el ju g ar com o algo inherentem ente valioso, el jugar exento de cualquier teoría de juego, es decir, de ganadores o perdedores. H uizinga, que escribió y disertó en los años treinta en una Europa deprim ida económ icam ente y po líti­ camente inestable, publicando finalmente su libro en Suiza durante la Segunda Guerra mundial, no podría haber imaginado tan fácilmente el potencial social del juego sin atender a la competición. Para H uizinga, ju ­ gar competitivamente 7 era una forma de descargar y encarnar la violencia y lo irracional. Aunque él y otros teóricos anteriores, de Kant y Schiller a Lange y Gras, reconocían el puro jugar, no creían que fuera lo sufi­ cientem ente interesante en sí m ism o; lo considera­ ban algo “prim itivo” y necesitaba de las “más elevadas” formas de conciencia trágica que los juegos (y el arte visto como juego) proporcionaban. H o y las condi­ ciones son diferentes, y es obvio que los juegos com­ petitivos, no importa su grado de ritualización, son testimonios de estas fuerzas sublimadoras. Cualquie­ ra que haya visto Berlin O lym piade, la gran película de Leni Riefenstahl sobre los Juegos O lím picos de 1936, no necesita de más argum entos. A través del arte y del deporte, persuadía poderosamente a los es­ 7 En el original, “play in the form of the agon”. Jugar al modo agonal. Del griego agon: lucha, combate. En el Diccionario de la RAE, agonal es “perteneciente o relativo a los certámenes, luchas y juegos públicos, así corporales como de ingenio”. (N. del T.)

pectadores de que el premio al esfuerzo permanente era la pertenencia a una raza superior. De modo sim ilar, la sustancia real y el estím ulo de nuestro “mercado de diversión”, particularm ente den­ tro del entretenim iento y la recreación deportiva, son las superestrellas, las ventas de discos, los clasifica­ ciones de popularidad, los prem ios, llegar primero a algún sitio, pescar el pez más grande, saltar la banca en Las Vegas. ¡Venga un poco de diversión! C aridad comprar montones de ropa vieja lavarla en lavanderías abiertas toda la noche devolverlas a tiendas de ropa usada -A ctiv id a d A.K. Berkeley U nified School D istrict, 7 marzo, 1969 Esta diferencia crítica entre juego y jugar no puede ser ignorada. Ambos incluyen fantasía libre y -apa­ rente- espontaneidad, ambos pueden tener estructu­ ras claras, ambos pueden (pero no necesitan) requerir habilidades especiales que enriquezcan el juego. J u ­ gar, sin embargo, ofrece satisfacción, no a través de un resultado práctico establecido, de un logro inm e­

diato, sino mediante la participación continua cotnp fin últim o. Tomar partido, la victoria, la derrota, ideas irrelevantes para jugar, son los primeros requisitos del juego. Jugando se está despreocupado; en un juego, ansioso por ganar. H acer un mundo despreocupado, convertir la ética del trabajo en ética del jugar, significaría abandonar nuestro sentido de la urgencia (la prisa) (el tiempo es oro) y no entender el jugar como otro juego político más, puesto que ello contradiría sus prem isas. No podem os d ecir que n u estro ju ego es no ju g ar el juego. Eso es exactamente lo que hemos venido ha­ ciendo todo el tiempo con nuestras virtudes judeocristianas y nuestros ideales democráticos. Los ejercicios gimnásticos, el surfing, las ca­ rreras de fondo, los vuelos sin motor, son algu­ nos de los deportes que a veces se practican exentos de competición, y se acercan casi a la condición de jugar. Probablemente, en cada uno de ellos se internaliza un ideal que ocupa el lugar del oponente; pero este m otivo para desarrollar habilidades y dedicación intensa se queda corto en comparación con la mentalidad combativa de la que dependen la mayoría de los deportes, como el fútbol. Normalmente, los entrenadores y profesores de gimnasia desempeñan su profesión con celo mi­ litar y en ocasiones con disciplina asesina. Pero

una nueva g en eració n , más filosófica y orienta­ da al placer, podría usar los deportes no compe­ titivos, y su parecido con los movimientos de los animales, peces y semillas dispersadas por el aire, como puntos de partida para la invención, p or parte de los estudiantes , de actividades frescas carentes de posibilidades de ganar-perder. No es de la historia de los crímenes cometidos en el nombre de las ideas de lo que debemos de tomar nota, sino de las “buenas obras”, perfectamente bien inten­ cionadas, compasivas, de la humanidad, implícitas en expresiones como “deporte lim pio”, “bomba lim pia”, “guerra ju sta”, “espíritu de lucha”, y “libre com er­ cio”. Es la connivencia, los votos comprados, y todo el tejemaneje necesario para aprobar cada ley ilustra­ da sobre derechos civiles, reforma del aborto u opor­ tu n id a d e s la b o ra le s. E ste m odo p a r tic u la r de gratificación diferida, justificada como com petición trascendente o como mal necesario, ha provocado el hecho de que practiquem os exactam ente lo opuesto de lo que predicamos. U n ejemplo típico de aprendizaje innovador en el ins­ tituto es el juego de la simulación. Los estudiantes de clase de política internacional asumen los papeles de los líderes de ciertas naciones. Escenifican noticias locales, reúnen “información secreta” de revistas po­ líticas, y se espían unos a otros; tratan de llegar a acuer­ dos, ejercen d istin tas form as de presión , u tiliz an “foros públicos” como su propia prensa o crean su

propia versión de la ONU; calculan las probabilida­ des matemáticas de cada movimiento, intentan el en­ gaño y la trampa - y en general tratan de ganar poder para el país que representan. El profesor actúa como árbitro-observador y registra las puntuaciones. Esta imitación de la educación se ha demostrado efectiva, especialmente para los hijos e hijas de padres blancos con recursos. Se parecen muchísimo a los programas de formación que la industria y el gobierno ofrecen a sus élites más prometedoras en la alta administración, el cuerpo diplomático y el ejército. El asunto es obviamente educativo. La educación, con tiempo y dinero suficiente, puede cambiar el sistema. Ni los padres, ni los vecinos, ni las gentes que sentimentalizan el trabajo como una forma simple y con­ trolable de compartir, pueden afectar en tan gran medida los valores. En el concepto de educación no sólo estarían incluidas las escuelas, sino también otro tipo de educadores más persuasivos y oportunos, los medios de comunicación de masas -televisión, radio, cine, revistas, vallas publicitarias- y la industria del ocio. Todo lo que hace falta es su compromiso. Pero, tristemente, no parece que pueda contarse con la ayuda de los media y la industria del ocio. Están dominados por los intereses del beneficio inmediato, incluso aunque sus tecnologías sean desarrolladas por hombres y mujeres de extraordinaria imaginación. H oy día solamente ofrecen “servicios a la comuni­ dad” simbólicos, impuestos por el gobierno y el sis­

tema de impuestos. Pedir a sus representantes que dediquen carísimas instalaciones y espacios privile­ giados a la promoción de la naturaleza juguetona sería fútil; habría que demostrarles que el consumismo es la más elevada forma de jugar. La mejor apuesta siguen siendo las escuelas públicas, por muy encallecidas por los hábitos, la burocracia y los conserjes que estén. Los directores y profesores están más dispuestos que los miembros de la comuni­ dad empresarial a considerar la puesta en marcha de cambios en los valores humanos. Tradicionalmente, han considerado que su vocación cumple una función social positiva, incluso innovadora. Aunque eventual­ mente las escuelas tal y como las conocemos dejen paso a la tecnología de la comunicación y entreteni­ miento de masas, la educación para jugar puede em­ pezar en las guarderías y escuelas. Para fomentar el jugar como cimiento de la sociedad, será esencial una experimentación a largo plazo, diga­ mos veinticinco años como mínimo, con evaluacio­ nes cada cinco años. Los programas de prestaciones habituales, anunciados y aireados a bombo y platillo, y hechos a medida de las cambiantes administracio­ nes políticas, serían inaceptables. La financiación ha­ brá de venir de las comisiones educativas estatales, de las grandes fundaciones con vocación social, de la in­ dustria, y de individuos privados, todos ellos utilizan­ do, en mayor grado que hoy día, incentivos tales como desgravaciones y otros beneficios.

Al mismo tiempo, los no-artistas que ahora habitan el globo, que siguen creyendo que son parte de la Anti­ gua Iglesia del Arte, podrían pensar sobre lo insatis­ factorio de su posición y cómo des-arteando, es decir, abandonando la fe, pueden dirigir sus dones hacia quienes pueden usarlos: o sea, todo el mundo. Su ejem­ plo sería un modelo para sus jóvenes colegas, quienes podrían entonces comenzar a prepararse para ocupar papeles constructivos en la educación pública elemen­ tal y secundaria. Hoy en día los menores de veinticin­ co años sienten simpatía por el desarrollo de algún servicio humanitario, pero entre los artistas de van­ guardia el deseo está frustrado por una profesión que carece de utilidad inherente. La alternativa propuesta no sólo elimina este problema sino que evita el desas­ tre de soluciones populistas que aguaron y arruina­ ron grandes talentos en la Unión Soviética y Europa y los Estados Unidos en los años treinta. Los inconvenientes de la celebrada inutilidad del arte nunca han sido tomados demasiado en consideración. Las visiones utópicas de la sociedad secundadas o di­ rigidas por artistas han fracasado porque el arte mis­ mo ha fracasado como instrumento social. Desde el R enacim iento, el arte ha sido una d iscip lin a de privacidad, el testamento del marginal en medio de una urbanización en expansión. El hecho de que las masas sean solitarias a su manera no concede al artista un público o un papel político, dado que las masas no quieren que se les recuerde la profundidad de su in­ felicidad, y no pueden solucionarla, como hace el ar-

tista, inventando incontables cosmologías personales. Ni siquiera el artista-visionario, del tipo William Blake, sabría cómo solucionar automáticamente los conflic­ tos salariales y los problemas de contaminación. La separación ha sido completada, como la que existe entre el alma y el cuerpo.

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Sólo cuando artistas activos dejen voluntariamente de ser artistas podrán convertir sus habilidades, como dólares en yenes, en algo que el mundo puede em­ plear: en jugar. El jugar como moneda corriente. La mejor forma de aprender a jugar es con el ejemplo, y los des-artistas pueden darlo. En su nuevo papel como educadores, todo lo que tienen que hacer es jugar como antes lo hacían bajo la bandera del arte, pero entre aquellos a los que no les interesa dicha enseña. Gra­ dualmente, el pedigrí del “arte” irá cayendo en la irrelevancia. Sospecho que las palabras estáticas, particularmente los nombres, sirven más de freno que las costumbre sociales a los cambios suscitados por fuerzas no ver­ bales como el transporte aéreo. El ajuste al nuevo es­ tado de cosas se retrasa cuando seguimos utilizando una denominación anticuada, como cuando se habla de embarcar y desembarcar de un avión. Esto nos trae recuerdos del Queen Mary. Considérese cómo los tí­ tulos financiero, psiquiatra, empresario, o profesor de­ positan sobre aquellos a los que se les aplica la carga, de los significados y atributos acumulados a lo largo del tiempo sobre cada profesión: imponiendo virtual-

mente el cumplimiento de sus consabidos marcos de referencia. Un profesor actúa como profesor, y sue­ na como tal. Un artista obedece ciertos límites here­ dados de percepción, que determinan cómo se vive y construye la realidad. Pero nuevos nombres pueden ayudar al cambio social. Reemplazar artista por juga­ dor, como si se adoptara un pseudónimo, es una ma­ nera de alterar un identidad fijada. Y una identidad cambiada es un principio de movilidad, de ir de un lado a otro. La obra de arte, una especie de paradigma moral para una ética del trabajo caduca, se está convirtiendo en jugar. Como una palabrota en una sociedad entregada al juego, jugar hace lo que todas palabras malsonantes hacen: poner al desnudo el mito de la cultura por sus artistas, incluso. 8

Referencia directa al título de la obra de Duchamp “The Bride stripped bare by her Bachelors, even”: La Novia desnudada por sus Solteros, incluso. (N. del T.) 8

la educación del des-a r t i s t a parte III 19 74

Los modelos seguidos por el arte experimental de esta generación no han sido tanto las pautas heredadas de los precedentes artísticos como las formas sociales con­ temporáneas, particularmente cómo y qué comunica­ mos, cómo nos afecta tal proceso, y cómo nos conecta con los procesos naturales más allá de lo social. Los siguientes ejemplos -algunos fechados en los pri­ meros años cincuenta, pero la mayoría recientes- han sido agrupados de acuerdo con cinco modelos base que podemos encontrar en la vida cotidiana, en las profe­ siones no-artísticas y en la naturaleza: modelos de si­ tuación (espacios públicos, ideas, y costumbres, con frecuencia preestablecidos), modelos operacionales (cómo funcionan y qué producen las costumbres y los o b jetos), m odelos estructurales (ciclos naturales, ecologías, y la forma de las cosas, lugares y asuntos

humanos), modelos auto-referenciales, o de retroalimentación (cosas o sucesos que se reflejan o «hablan» de sí mismos) y modelos de aprendizaje (alegorías de inves­ tigación filosófica, rituales de entrenamiento de la sen­ sibilidad, y demostraciones educativas). Algunas de las obras no encajan exactamente en las cate­ gorías asignadas, sino que pueden corresponder a dos o tres a la vez, dependiendo de qué rasgo queramos enfa­ tizar. Por ejemplo, el mapa de Baldessari, situado en la categoría auto-referencial, podría también emplazarse en la operacional; la sentada de Beuys, además de ser una obra de situación, podría ser también operacional o de aprendizaje. Y el Cleaning Happenning (Happening de limpieza) del grupo High Red Center podría extender­ se desde su categoría operacional para enmarcarse tam­ bién en modelos de situación o aprendizaje. Dentro de estos amplios grupos, las obras derivan de fuentes más específicas. Las obras de Vostell y Neuhaus están basadas en el modelo de una visita guiada; Haacke utiliza una urna electoral como la herramienta política que de hecho es; Ruscha emplea el formato de un in­ forme policial; Orgel parodia una rutina doméstica; el sistema ecológico compacto de Harrison se asemeja a los desarrollados en laboratorios científicos. Lo esencial ahora es comprender el valor de las nuevas actividades a cualquier nivel, no para encasillarlas o cla­ sificarlas sino para encontrar sus verdaderos vínculos con el mundo «real», y no sólo con el mundo artístico.

Modelos de situación Richard M eltzer ocupó un pequeño cuarto tras­ tero en el sótano de una universidad. Lo con­ virtió en la Tienda de ropa Meltzer, donde colgó y dobló montones de ropa en estantes siguien­ do unas p ro p o rcio n es p red e te rm in a d as de acuerdo con su color, talla, m aterial y, según creo, su uso. C ualquiera podía tom ar cualquier artícu lo siem pre que fuese reem plazado con otra prenda de una categoría sim ilar, por ejem­ plo, una corbata violeta podría ser sustituida por una faja del mismo tono, o un calcetín rosa por uno azul. De ese modo, la tienda m antenía su in te g rid a d co m p o sitivam en te hablando. Existían vestuarios para hombre y mujer. (1962) Paul Taylor, vestido con traje de negocios y sin m overse del m ism o sitio , adoptó su cesiva­ m ente diversas poses sencillas (la mano en la cadera, el pie extendido, un giro a la derecha) durante toda una danza, m ientras la grabación am plificada de un operador telefónico dictaba la hora cada diez segundos. (1958) Durante una danza de Steve Paxton un grupo de gente simplemente caminó de un modo natural, una persona tras otra, por el escenario. (1970) Joseph Beuys dirigió una sentada de cien días en una reciente Documenta de Kassel. Duran-

te ese tiem po estuvo disponible para discutir con cualquiera acerca de sus intereses actuales de un cambio político y el papel que las artes podrían desempeñar en tal cambio. El mismo Beuys estaba oficialm ente en exposición 1, e im ­ plícitam ente, tam bién lo estaría cualquier fu­ tura acción que se pudiera derivar de las charlas. (1973) Merce C unningham , con el acom pañam iento de una cinta de M usique Concréte instruyó a un grupo de diecisiete personas - la m ayor par­ te de las cuales no eran b ailarin es- para que hicieran «gestos que repetían habitualm ente». A estos m ovim ientos se les aplicaban opera­ ciones al azar de acuerdo con el tiem po y las posiciones sobre el escenario, independientes de los sonidos que salían de los altavoces. Los gestos consistían en acciones tales como «la­ varse las manos», «cam inar por el campo», «dos personas transportando a una tercera», “tocar­ se”, “c o m er”, «q u ed arse d o rm id o », «b a ila r espasm ódicam ente» y «correr». (1953) A lien Ruppesberg consiguió permiso para re­ gentar una casa de huéspedes en Los Angeles. La anunció como Al's Grand Hotel y ofreció ha­ bitaciones en alquiler durante seis fines de se-

1 Cursiva del traductor.

m ana sucesivos. El hotel disponía de bar, m ú­ sica, desayuno continental, servicio de habita­ ciones, souvenirs, y habitaciones con camas dobles a buen precio. Las habitaciones conte­ nían cosas tales como una enorme cruz de m a­ d era (la H a b ita c ió n de Je s ú s ), u n p icn ic extendido sobre un m antel de cuadros y pare­ des empapeladas con páginas de la revista Life (la H abitación B), y siete fotografías de boda enmarcadas, una tarta de boda de tres pisos, diez regalos de boda, hiedra de plástico, y flores (La Suite N upcial). Como en cualquier estableci­ m iento de temporada, un catálogo ofrecía re­ cuerdos de la estancia. (1971) Sandra O rgel realizó una pieza de colaboración en la Casa de la M ujer en Los Angeles. Iba sin m aquillaje, con una bata barata y zapatillas usa­ das, con rulos y un cig arrillo colgando de la boca. Colocó una tabla de planchar y enchufó una plancha. Cuando ésta se calentó, escupió sobre ella. El siseo de la evaporación era el único sonido. Durante diez m inutos, silenciosa y me­ tódicamente, planchó una sábana y, cuando aca­ bó, la plegó y se fue. (1972) Ed Ruscha recopiló un libro con im ágenes de un drama en una autopista desierta. U na vieja m áquina de escribir R oyal fue arrojada desde un coche a toda velocidad. Se realizó una do­ cumentación fotográfica con cuidadosas m edi­

ciones de los rastros esparcidos por la carretera -un «inform e oficial» del accidente. (1967) Joseph Kosuth colocó tres mesas en derredor de las paredes de una habitación vacía. Tres si­ llas plegables para cada mesa fueron situadas de cara a la pared. Fijadas a las paredes había tres placas num eradas, conteniendo extractos de escritos académicos sobre modelos de teo­ rías científicas. Sobre las mesas, delante de cada silla, había un cuaderno con textos relaciona­ dos, abierto para su consulta. (1972) En el Museo de A rte M oderno, M O M A, Hans H aacke in staló dos cajas de m etacrilato una al lado de la otra, provistas de m ecanism os de recuento. Un texto pedía al espectador que considerara si el silen cio del gobernador de N ueva York, R ockefeller, sobre la p o lítica de N ixon en V ietnam afectaría a una posible re­ elección de R ockefeller. Las papeletas con un Sí se depositaban en la caja de la izquierda y a q u e lla s con u n No en la de la d e re c h a . (1970)

Modelos de Operación M ich ael H eizer u tiliz ó una excavadora con conductor para hacer un cráter gigantesco en el desierto. En una entrevista televisiva poste-

rior, el conductor declaró haber cavado un buen agujero. (1971?) Barbara Sm ith produjo un libro con una fotocopiadora. Comenzando con una foto de su hija pequeña, hizo de ésta una copia, copió dicha copia, copió dicha copia, y siguió dicho proce­ so en una larga serie. Al igual que sucede con las generaciones b io ló gicas, las im ágenes se fueron alteran d o . D ebido a que la m áquina fotocopiadora reducía autom áticam ente cada im agen alrededor de 1/4 de pulgada, la cabeza de la chica fue gradualm ente desapareciendo en una constelación de puntos hasta que fin al­ mente sólo parecía un mero punto en el espa­ cio. Esto sucedía hacia la m itad del libro. Si seguías pasando las hojas, el proceso de reduc­ ción se revertía, y se comenzaba a adivinar de nuevo los rasgos de la cara. Pero al final resul­ taba ser una fotografía d istin ta de la m ism a niña. (Esta segunda serie fue realizada de la m ism a m anera, y Sm ith sim plem ente cambió el orden de colocación de las fotocopias al en­ cuadernar el libro). (1967) Em m et W illiam s com puso un libro llam ado Sweethearts que está hecho más para ser m ira­ do que leído. Cada página esta compuesta por permutaciones de las once letras del título or­ denadas espacialm ente. El libro com ienza en la cubierta trasera y las páginas han de ser pa­

sadas rápidam ente con el pulgar izquierdo de tal manera que m entalm ente se registra un con­ tenido borroso pero su b lim in alm en te claro. Este tratam iento fílm ico del texto recuerda a aquellas historietas en m ovim iento de nuestra infancia en las que una sucesión de fotogramas im prim ían un sentido de m ovim iento a la im a­ gen. (1966) La composición de La Monte Young: Dibuje una línea recta y sígala, tuvo lu g ar en un garaje. Young y un am igo dibujaron una lín ea en el suelo con un trozo de tiza (desde dos puntos, creo recordar, a la m anera de topógrafos). El proceso tuvo lugar durante varias horas durante las cuales se intercam biaron algunos com en­ tarios en voz baja. (1960) D urante una parte de una danza de Yvonne Rainer, un grupo de hombres y mujeres lleva­ ron y apilaron cerca de una docena de colcho­ nes, tumbándose, saltando y sentándose sobre ellos. (1965) George Brecht organizó, al anochecer, un evento para coches en un aparcamiento. Cada persona disponía de 2 2 tarjetas indicando el equipamiento de su coche que habría de ser activado tras una cuenta atrás: radio, luces, limpiaparabrisas, puer­ tas, ventanas, motor, asientos, freno, guantera, capota, maletero, claxon, etc. (1960)

El grupo japonés H igh Red Center preparó un evento agit-prop, un Cleaning Happening. Vesti­ dos con inmaculados trajes de laboratorio y con mascarillas sanitarias, limpiaron escrupulosamente y en silencio una concurrida calle de Tokio. (1968) Bernard Cooper ideó una pieza bucal de metal (un “R egulador”) parecida a algo así como un retractor labial de ortodoncista. Se colocaba en la hilera de dientes inferiores. De ella se colgaban entre uno y seis discos de acero de 5 onzas cada uno. Se pedía al usuario que pronunciara una o dos palabras para descubrir qué sucedía con los fonemas a medida que se añadía peso y la mandí­ bula iba cediendo. El artefacto era recomendado para ser utilizado en conversaciones telefónicas, discusiones serias y conferencias públicas. (1972) Max Bense distribuyó sesenta y dos palabras al azar en una página, palabras como pez, nada, muro, año, sal, camino, noche y piedra. Las veía como «conjuntos de palabras» como en la teoría mate­ mática de conjuntos. Podían ser combinadas por el lector en «conjuntos» casi infinitos como va­ lores objetuales más que verbales. (1963)

Modelos Estructurales James Tenney programó un computador para ge­ nerar analogías de las características estructura­

les de los sonidos de los coches que oía cada día cuando conducía a través del túnel Lincoln de Nueva York. La grabación poseía el sonido lige­ ramente hueco del aire alrededor de las orejas. M ichael Snow hizo construir un aparato que hacía girar automáticam ente durante horas, en dos órbitas variables, a una cám ara que film a continuam ente. Instaló el equipo en un área desolada de Canadá y la cám ara registró todo lo que tenía enfrente: tierra y cielo. Viendo la película, se puede oír el sonido de los motores de la plataform a giratoria y contem plar el sol ponerse y salir en lo que parece tiempo real; la rotación de la cámara era como la de la tierra alrededor del sol. En Zyklus de Tomas Schm it, el contenido de una botella de Coca-cola llena fue vertido len­ ta y cuidadosamente en otra vacía, y viceversa, hasta que (debido al leve derrame y a la evapo­ ración) no quedó líquido alguno. El proceso duró casi siete horas. (1966?) D ieter Roth expuso veinte m aletas viejas lle ­ nas de un surtido de especialidades internacio­ nales de queso. Las m aletas -todas diferentesfueron colocadas juntas en medio del piso, tal y como podrían encontrarse en una term inal de autobús. En pocos días los quesos comenza­ ron a pudrirse, algunos empezaron a rezum ar

por los laterales de las maletas, todos ellos pro­ dujeron unos mohos maravillosos (que podían ser examinados levantando las tapas), y los gu­ sanos reptaban a m illares. Obviamente, el olor era increíble. (1969) Newton Harrison se ha dedicado recientemente a la crianza. C onstruyó un criadero de cama­ rones compuesto por cuatro tanques rectangu­ lares de agua m arina con distintos grados de salinidad. Colocó algas y camarones jóvenes en el interior de los tanques; las algas eran nutri­ das por el sol y los camarones se alim entaban de ellas. A medida que el sol evaporaba el agua aum entaba la salinidad, haciendo que el agua cambiase de color, de verde en las zonas menos saladas a coral brillante en las más saladas. El nivel de agua se mantuvo en dicho punto y los camarones fueron recolectados en su momen­ to. (1970)

Modelos autorreferenciales H elen A im hizo un video de sí m isma in ten­ tando relajarse. Lo reprodujo en un m onitor y, sentada frente a él, mantuvo una charla con su doble filmado acerca de lo mismo: intentar re­ lajarse. Esta escena fue a su vez grabada, y re­ producida en otro m onitor para su visionado colectivo. (1972)

John Baldessari eligió un mapa de C alifornia. Determinó los puntos dónde sus letras im pre­ sas -c, a, 1 , i, f, o, r, n, i, a - se situarían sobre el espacio real del estado. V iajó a cada localiza­ ción, donde pintó o escribió con piedras, hilo, semillas, madera, etc., cada letra correspondien­ te a gran escala sobre el paisaje. La documenta­ ción fotográfica de estos sitios-letra, colocados en fila, volvían a deletrear para el espectador la palabra C alifornia sobre el mapa. (1969) En una obra de teatro de Robert W hitm an dos m ujeres actuaban delante de la proyección de una película de ellas mismas. O tra mujer, ves­ tida completamente de blanco, servía como una segunda pantalla, sobre la cual se proyectaba una película de ella misma quitándose la ropa. Sus gestos coincidían perfectamente hasta que acabó desnuda, aunque todo el m undo podía tam bién ver su vestido. (1965) M ichael Kirby construyó una compleja estruc­ tura de postes de alum inio y colocó fotografías en diversos espacios de la misma. Los especta­ dores que se movían a su alrededor podían ver cómo cada foto se correspondía con su propio punto de vista de la habitación o las ventanas. La obra funcion aba como una colección de «ojos», y cuando la exposición fue trasladada a otro espacio, ló gicam en te, hubo que tom ar nuevas fotografías. (1966)

En otra pieza diferente, la estructura ft»e e li­ minada y sustituida por un rectángulo diseña­ do para encontrarse tanto dentro como fuera de la ventana del apartamento de Kirby. Se h i­ cieron fotografías desde las cuatro esquinas del rectán gu lo , hacia fuera y hacia dentro , y se m ontaron posteriormente de un modo natural en sus puntos de vista como vistas objetivadas de sus respectivos alrededores. (1969) D ieter Roth declaró que estaba «anunciando mi m áquina de escribir» en el siguiente poema:

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