KALIDASA - Reconocimiento de Sakuntala
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KALIDASA RECONOCIMIENTO DE SAKÚNTALA Vertida al castellano por Rafael Cansinos-Assens Ediciones Ercilla, Santiago de Chile, 1940. KALIDASA A fines del siglo XVIII, realizan reali zan los exploradores de occidente el descubrimiento de este poeta indo que durante veinte siglos, fue desconocido para Europa. Un filólogo inglés, Mr. William Jones, en esa época en que el botín de la India se brinda a los conquistadores británicos, hace al mundo occidental la magnífica ofrenda de ese inmortal muerto ignorado y de su obra poética, envuelta hasta entonces en los venerables y rígidos sudarios de esa lengua sánscrita, que los sabios europeos empiezan a balbucear, guiados por viejos maestros indos, que a su vez se apoyan en una larga tradición de doctos escoliastas. Traduce Jones al latín y luego al inglés el "RECONOCIMIENTO DE SAKÚNTALA" y al punto el venerable poeta que en su patria goza de gloria secular, pero que en Europa se presenta como un novel, alcanza el parangón con los más grandes genios occidentales y en Inglaterra es elevado a la altura de esa gran columna que se llama Shakespeare. Europa toda se conmueve ante esa bocanada de ingenua, tierna y arrebatada poesía que le llega de oriente, aromada de exóticas especias, ante esa voz, llena de vida con que le canta una lengua, muerta hace ya siglos y que parece lanzar ahora su trino matinal. La revelación de Kalidasa coincide con el apogeo del romanticismo y los hermanos Schiegel, definidores en Alemania de la nueva estética, encuentran realizado en "SAKÚNTALA" el drama romántico perfecto. Y Goethe, estremecido de entusiasmo ante esa aurora índica, escribe su famosa estrofa que desde entonces va invariablemente a la cabeza de todas las versiones de este libro que la ciencia ha regalado al arte. (Si las flores de la primavera y los frutos del otoño - lo que en canta y seduce; lo que satura y sacia - el cielo y la tierra compendiar en un nombre - te digo yo Sakúntala, y ya está dicho todo) - A partir de ese momento - la traducción de Jones - Kalidasa está ya consagrado en Europa y su nombre se incorpora al de los grandes genios de occidente que nos son familiares. El horizonte de saber y de arte que terminaba en Grecia, se ensancha hasta las orillas del Ganges y nuestro tesoro de poesía gana en el tiempo y en el espacio. Kalidasa nos entrega el alma de la India antigua, de igual modo que Omar Jayam nos entregará un día el alma de su Persia soñadora, embalsamada en esencia de rosas y de vides; que los genios, como los l os dioses llevan en sus manos un mundo. La traducción del "SAKÚNTALA", da dentera a los golosos eruditos que se aplican a la tarea de fijar la biografía de su autor y catalogar sus obras. El profesor Wilson traduce otro drama de Kalidasa, el "VIKRA- MORVASI", que viene a revalidar los méritos del glorioso desconocido, y posteriormente va conociendo Europa maravillada el "MALAVIGNIMITRA" - drama de no menos categoría que los anteriores -, el "MEGHADUTA" breve poema de larga belleza, el "RAGHU VANSA", poema heroico que acredita en el tono-épico la grandeza del dramaturgo; y ese poema cíclico, "RITU-SANHARA", rueda de las estaciones, en que cada verso brilla, nimio y expresivo como un camafeo. Con ayuda de tres escaliastas, obsecuentes y próvidos, a los que todo estudiante de sánscrito ha de pedir el paso a los tesoros de la lengua, de esos tres reyes magos o guardianes del paraíso de la literatura inda, Kataverna, Sankara y Chandra-Sekkara, los filósofos europeos van descifrando y traduciendo los viejos manuscritos que contienen las obras de Kalidasa en una escritura tan bella como hermética y cuyos dispersos fragmentos es a veces preciso reunir como trozos de piel o preciosos y venerados harapos. La tarea se hace difícil por la existencia de dos lecciones distintas de los mismos textos, la llamada "DEVANAGARI", que es la más antigua y más pura y la "BENGALI", plagada de interpolaciones por copistas presuntuosos. Pero - por lo que hace al "SAKÚNTALA", un sabio alemán, el Dr. Boehtlingk, logra fijar definitivamente la lección correcta que luego, con ligeras variantes, reproduce el profesor inglés, Monier William, discípulo de Wilson, el traductor del "VIKRAMOVARSI" -. De esta suerte llega a catalogarse incluso las obras de cuya autenticidad se duda, pero que la tradición atribuye a Kalidasa, esos apócrifos que nunca faltan en el cortejo de los genios y que son como el ansia de prolongar su sombra magnífica y satisfacer la codicia del número. Esos poemas breves titulados "SRINGARA-TILAKA", "PRASNOTARA-MALA
HASYARNAVA" y "SRUTA-BODHA", hasta ese "NALODAYA", donde se detiene resueltamente la credulidad de los eruditos europeos. Pero si tan completo resulta el conocimiento de la obra de Kalidasa, su figura en cambio se nos aparece en desnudez edénica, vestida apenas con algunos datos cronológicos, hipotéticos y conjeturales, que tan pronto la sitúan en los 57 años antes de Jesuscristo, como en el siglo VI de la era cristiana. De Kalidasa en suma, sábese tan poca cosa como de Homero, aunque lleva al ciego aeda la ventaja de que no se le niega su individualidad, para convertirle simplemente en colonia de líricos microbios, en coloso formado por acumulación de pigmeos. Kalidasa ha existido, el milagro de Kalidasa ha existido en modo personal e indudable y las perplejidades se refieren tan sólo al lugar dónde situarlo. Sin embargo, sobre esas dudas prevalece la opinión de Humboldt, que lo declara ruiseñor de la corte del rey Vikramaditya, haciéndolo contemporáneo de Horacio y de Virgilio. Y en compañía de estos dos semblantes amigos esa borrosa figura de Kalidasa se nos hace también amiga y familiar y reposa ya firme como entre dos imanes. Vikramaditya se codea con Augusto por efecto de esa aproximación entre sus poetas respectivos y el claro de luna de la India nos ilumina escenas de esas Arcadias cortesanas que en Virgilio se bañan en un oro menos imponente. Sin embargo, a pesar de esa ficha cronológica, que le fija en una época relativamente moderna, Kalidasa resulta, por ese parangón mismo, como una figura enormemente más remota, y nosotros lo vemos más cerca de Homero y de la Biblia, y de esas fuentes ignoradas de donde arrancan los ríos de la belleza primitiva, en esas montañas donde los poetas alcanzaron en otro tiempo a ver los dioses, a los ángeles y a los demonios, Aunque huésped de una corte Kalidasa tiene la traza de un hijo de la selva y respira un aire natural y libre. La naturaleza nat uraleza va con él hasta el palacio de Vikramaditya. La obra maestra de Kalidasa es el "RECONOCIMIENTO DE SAKÚNTALA"; y se comprende que Europa toda se conmoviese de jubiloso asombro al ver surgir ante ella esa dulce y ardiente criatura, hermana de la Sulamita del "CANTO DE LOS CANTOS. Sakúntala es otra vez la naturaleza, la sencillez y la verdad, triunfando de los cortesanos artificios, la zagala ingenua y sin adobos, haciendo olvidar a un monarca del mundo la belleza falsa y refinada de sus numerosas concubinas reviviendo en su corazón hastiado, llagado por el tedio salomónico, el gusto del amor humilde y pastoril. Sakúntala es la hija de la selva, sencilla y sin adornos, vestida al modo de los solitarios austeros que se retiraron del mundo y entre los cuales vive, celando su belleza bajo un sayal de cortezas de árbol. Su único ornamento son las llores de "CIRICHA" que cuelgan de sus orejas sonrosadas y las flores de loto que tiemblan sobre su pecho puro. Más sencilla que la Sulamita, ni siquiera luce ajorcas ni zarcillos de oro. Pero en esa soledad de todo adorno, refulge más clara y seductora, la luna llena de su hermosura juvenil, y esa su sencillez es precisamente lo que seduce al rey Duchmanta cuando persiguiendo a una gacela - para distraer con la crueldad venatoria sus anhelos de amor - la sorprende - blanco deseado y predestinado a su flecha amorosa - en el bosque sagrado de los anacoretas. Entre los árboles cuajados de yemas primaverales, entre los estanques de agua azul y quieta y entre las crías de las gacelas, recostadas sin temor en el césped, se le aparece al joven rey como una revelación de la belleza y de la santidad, como algo que le hace olvidarse instantáneamente del falso ambiente cortesano y hasta lamentar el ser rey. Sakúntala, la hija adoptiva de los solitarios, resume el candor nuevo de un mundo, a cuya belleza antigua se ha unido la santidad como una nueva belleza. Porque la selva en que el rey la encuentra, es una selva sagrada, una Arcadia santa e inocente, en que la naturaleza bendecida por el sufrimiento piadoso, reposa en estado de gracia; algo así como el Monsalvat del "FARSIFAL" wagneriano, en cuyos umbrales toda violencia se detiene, donde los árboles desfallecen bajo su pompa íntegra y las tímidas gacelas reposan confiadas y quietas. Sakúntala es algo más que la naturaleza, la naturaleza redimida y santificada, por la bendición de los penitentes. Frente a la poligamia del amor cortesano representa la maravilla del amor único, de igual modo que sus protectores los anacoretas representan la verdadera ley espiritual, frente a la teocracia palatina. Sakúntala es, como la Sulamita, la rectificación de una vida estragada, la norma de la santidad natural, el campo contra la corte, la verdad contra la farsa convenida e insulsa. Por eso, al verla el rey Duchmanta se olvida al punto de las mujeres todas de su harén, y tímido, conmovido cual un adolescente que nunca hubiera partido la noche con una mujer, declara su amor a la muchacha y le ofrece su anillo nupcial. Y por eso también ella, ingenua y ardorosa, se le entrega sin condiciones, bajo el gran cielo de la selva, entre las crías de las gacelas, de ojos dulces como los suyos. De igual modo, la Sulamita de la hebraica Pastoral, rinde a su desconocido amante esa viña que es todo su tesoro.
Sakúntala se abandona a su amor con una plenitud que enajena todo su ser, hasta el punto de atraerse la maldición de un anacoreta irascible al que ha tardado en salir a recibir a su llegada al monasterio. El rey Duchmanta habrá de olvidarla en cuanto llegue a su corte, no la reconocerá cuando ella se presente allí, conducida por los religiosos, como su legítima esposa; y se reirá cuando ella le recuerde escenas de su vida en la selva. Y por último le volverá la espalda cuando al ir a mostrarle el regio anillo, no encuentre en su mano, esa prenda que por efecto de la maldición, le ha sido arrebatado. (Aquí tenemos el contraste entre el idilio geórgico y la vida de la corte; lo que en la selva le encantó, ahora en su palacio aburre al rey, como sandia poesía de rústicos. Y de otra parte tenemos la leyenda de los anillos, de esos anillos talismánicos en que se cifra la ventura y que se pierden siempre, para aparecer más tarde, en las entrañas de algún pez, como en los cuentos de las "MIL Y UNA NOCHES". ¿Por qué los hombres han hecho prenda de promesa el anillo frágil, escurridizo, imagen del rizo de pelo que se enrolla en torno al dedo que acaricia una cabecita tierna? ¿Por qué el anillo, tan pequeño aún el más grande, que resbala y cae tan fácilmente entre la yerba y en las aguas? ¿Acaso por su forma circular que le relaciona mágicamente con las órbitas siderales? Semejante a los astros, también el anillo de la dicha se pierde a nuestra vista, para volver luego a nuestra mano, después de habernos hecho buscar y rebuscar en el suelo ,y en el cielo de nuestra conciencia. Que quizá sea este el fin de tales pérdidas; obligarnos a mirar en nosotros mismos.) Sakúntala, negada por su esposo, cuando está grávida de un hijo suyo, permanecerá por piedad en palacio hasta el momento de su maternidad; pero luego, arrebatada a los cielos por su madre compadecida compadecida - Sakúntala es hija de una apsara o ninfa celestial, de igual modo que que la Sulamita es hija de reyes, circunstancia de efecto que la hace superior a las concubinas de la corte y pone a su belleza ingenua y pastoril un nimbo más preciado que coronas de oro; rectificación de los valores cortesanos, sublimación de la pobreza del amor y la poesía permanecerá alejada de su esposo hasta que éste, inocente de su olvido, recobre la memoria y el gusto de la pastoral que esta vez tendrá por escenario las celestes praderas, desarrollándose en un plano de vida superior. Entonces ambos, en unión de su hijo Sarvadamena, el domeñador de los seres, que luego con el nombre de Bharata será un héroe del "RAMAYANA", una suerte de Mesías, precursor del Mesías indo, Krishna, Krish na, el Jesús indo, volverán a palacio, pal acio, para gobernar desde el trono la tierra en justicia y bondad, con arcádica dulzura y hacerla a toda ella selva santa. No de otro modo la Sulamita es conducida por Salomón a su palacio para que a él lleve la ley natural de la humanidad pastoril. (Y Salomón es también un antepasado de Cristo, el desnudo Mesías, de estirpe regia, en quien reviven los gustos errabundos de la apasionada pastora). Y así se termina venturosamente el sentido de la leyenda de la pérdida de los anillos; pues gracias a haberse perdido el de Sakúntala, la cándida muchacha que en el harén de su regio marido hubiese conocido la dicha muelle y fácil que ensancha plácidamente las caderas de las mujeres, es arrebatada a los cielos y penetra en la claridad serena del conocimiento de la santidad. Y por ella también Duchmanta mismo alcanza la dicha de escalar en vida las nubes y de contemplar de cerca los rostros de los santos y oír de sus labios palabras de infalible augurio y dulces promesas, entre las que sobre todas es dulce; la de que Siva, el poderoso dios, pondrá fin para él a la necesidad de renacer de nuevo". Palabras cuya música todo dolor aplaca y cortan para siempre la cadena de la fatalidad. Tal el drama inmortal que después de haber deleitado durante siglos a los pueblos de la India, vino a brindar a la Europa, inquieta y hastiada, del romanticismo. la nueva poesía que anhelaba, esa poesía, llena de humana y divina emoción, de contrastes que hacían brotar la fuente de lo sublime y de lo cómico en amalgama de humor y que sólo encontraba en el gran bosque shakesperiano. Todo esto se le brindaba en la obra de Kalidasa y se comprende que la acogiera con tal entusiasmo. De una parte un hondo pensamiento metafísico, enlazando con las tradiciones cosmogónicas y uniendo por modo natural el cielo con la tierra, en un derrumbe feliz de esas separaciones que el neo-clasicismo cortesano había establecido entre ambas regiones y fundiendo la selva y el salón con el anulamiento de las etiquetas retóricas, de otra parte, una admirable belleza de estilo, reacciones naturales en que lo solemne se mezcla con lo tierno y la voz del bufón pone contrapunto oportuno - como en nuestro teatro - a las exaltaciones del lirismo; en que los personajes recorren toda la escala del sentimiento, en transiciones que tienen el ritmo de la vida y alteran a cada instante las líneas de lo que pudiera ser la estatua retórica. Y a más de eso, delicadezas y ternuras exclusivas del oriente budhico, perspectivas ilimitadas para la conciencia y el arte, nacidos de una doctrina religiosa que proclama una solidaridad absoluta entre todos los seres, aun los al parecer inanimados y admite
que un pensamiento mezquino puede repercutir en el mustiarse de una flor, concibiendo así la naturaleza como un destino realizado entre todos, y el universo entero, los cielos y la tierra, como algo familiar y doméstico, para el espíritu del hombre. (La escena de hogareña ternura entre el rey, Sakúntala y su hijo, en la región de las nubes es algo sólo concebible en esta literatura inda, que lo humaniza todo y pone distinción esencial entre los distintos planos del universo.) La vida en suma, la verdad del infinito, entrando nuevamente en el arte europeo, paradójicamente arropados en los sudarios de una lengua muerta, difícilmente deletreada. Se comprende que el alma del gastado occidente se conmoviese ante el prodigio de la obra de Kalidasa y aspirase ávida ese aire de selva y de cielo que ella le traía y encendiese en todos sus monumentos oficiales las luminarias del elogio para celebrar el acontecimiento. R. Cansinos-Asséns. NOTICIA BIBLIOGRAFICA La primera traducción que se publicó en Europa del RECONOCIMIENT0 DE SAKÚNTALA, fue la inglesa de Wílliams Jones, Londres, 1789. De esta traducción hizo la suya al alemán Forster, en 1791. Siguióla una versión francesa del profesor Chézy, acompañada del texto sánscrito en 1830. La versión de Chézy sirvió de base a Bernardo Hirzel para una versión alemana, publicada en 1833. Esta versión llevaba unas notas críticas del gran poeta y orientalista alemán Rueckert. El Dr. 0tto Boehtlingkt publicó el texto sánscrito del drama, según la lección DEVANAGARI, en 1842. El profesor Monier Williams publicó el mismo texto con algunas variantes y notas en Londres, 1867. Hay, por último, una versión danesa por Hammerích; otra al alemán, en prosa y verso, por Meier; y otra al italiano, de la versión inglesa i nglesa de W. Jones. En castellano, tenemos una versión debida a D. Francisco García Ayuso, e impresa en Madrid, en 1874. El autor hace constar que es traducción directa del sánscrito y que se ha ajustado al texto de Boehtlingkt. Y otra, publicada en Madrid, en 1918, por el autor de la presente, que tanto en una como en otra, se ha atenido al texto y a las notas del Prof. Monier Williams, que sigue la lección DFVANAGARI. Esta segunda edición sale corregida y en su concepto mejorada notablemente.
RECONOCIMIENTO RECONOCIMIENTO DE SAKÚNTALA (Abhijanana SAKÚNTALAm Natakam) Drama del poeta indo Kalidasa, en siete actos, una invocación, un prólogo y un intermedio. PERSONAJES VARONES Duchmanta - rey de la India. Madhavya - Bufón, confidente del rey. KANVA - superior de los anacoretas, padre adoptivo de Sakúntala. SARNGARAVA y SARADVATA - brahmanes del monasterio de Kanva. MITRAVASU - cuñado del rey, jefe de la policía. CHANUKA y SUCHANA - agentes de policía. VATAYANA - gobernador del harén regio. SOMARATA - sacerdote de la casa real. KARABHAKA - mensajero de la reina madre. RAIVATAKA - portero. MATALI - cochero de Indra. SARVADAMANA - niño de corta edad, hijo de Sakúntala, llamado después Bharata. KACYAPA - sabio adivino, hijo de Marichi y nieto de Brahma; uno de los patriarcas de que se engendraron los dioses y los hombres. HEMBRAS SAKÚNTALA - hija del sabio Visvamitra y de la ninfa Menaka, educada por Kanva, su padre adoptivo. PRIYAMVADA y ANASUYA - compañeras de Sakúntala. GAUTAMI - santa matrona, superiora del cenobio de las mujeres. VASUMATI - la reina, esposa de Duchmanta. Duchmanta. SANUMATI - portera. PARABHRITIKA y MADHUKARIKA - jardineras de los vergeles reales. SUVRATA - nodriza. ADITI - mujer de Karyapa, hija de Dakcha, Dakcha, nieta de Brahma. UN AURIGA, PESCADORES, MILITARES Y ANACORETAS. INVOCACIÓN Que Siva (1) os proteja por estas ocho formas visibles con que se manifiesta; El agua, obra primera del Creador. El fuego, que presenta a los dioses la ofrenda preparada con arreglo a las sagradas leyes. La persona del sacrificador. Los dos astros (el sol y la luna) que determinan determina n el sucederse de los tiempos. El éter, que sin cesar lo penetra todo y tiene la propiedad de transmitir el sonido. La tierra, a quien los sabios han llamado madre de todas las criaturas. Y finalmente el aire, gracias al cual respiran todos los seres dotados de vital vital aliento. (1) Tercera persona de la trimurti india. Representa en la naturaleza al agente destructor, así como Brahma es el principio creador y Vichnú el conservador.
PRÓLOGO Recitada la invocación, el Director dice, mirando al fondo de la escena. DIRECTOR. - Señorita, si todo está ya listo para empezar, ¡salid! ACTRIZ. - (Entrando.) Aquí estoy, señor ¿Qué me queríais? ¿Qué orden vuestra hay que cumplir? DIRECTOR. - Señorita, esta concurrencia que aquí veis reunida, es de lo más selecto que imaginarse puede, y hemos de representar hoy ante ella la nueva obra que Kalidasa ha compuesto, el drama titulado RECONOCIMIENTO DE SAKÚNTALA. Menester es por tanto, que cada cual se esmere en el desempeño de su papel. ACTRIZ. - Contando con vuestra excelente dirección, no es de temer haya ningún tropiezo. DIRECTOR. - Señorita, con toda franqueza os lo declaro "En tanto no haya logrado el aplauso de las personas de buen gusto, no daré por buena la representación de una obra. Por mucha seguridad que uno tenga en sí mismo, de prudentes es desconfiar". (1) (1) La parte del texto, entre comillas, está escrita, en el original, en sánscrito, mientras que todo lo demás está en prákrito, Este es un romance o dialecto del primero, en el que se expresan los personajes de condición vulgar. ACTRIZ. - (con modestia.) ¡Tenéis razón, señor! ordenad pues al punto lo que deba hacer. DIRECTOR. - ¿Qué otra cosa, podría pediros sino que recreéis dulcemente los oídos de este noble auditorio? ACTRIZ. - Entendido. Ahora decidme: ¿Qué época del año os parece más propia para tomarla por tema de mi canto? DIRECTOR. - ¿Cuál ha de ser si no la que ahora acaba de empezar? Cantaréis, señorita, el estío, la estación deliciosa, que entre otros placeres, nos brinda "Baños voluptuosos, en las aguas corrientes, el halago de las brisas que vienen de los bosques, aromadas por el perfume de las flores del PADALA (1), siestas en las que es fácil dormirse bajo tupidas sombras, y por último tardes henchidas de un gustoso sosiego". ACTRIZ. - (Cantando.) Las bellas mujeres, abrasadas de amor, cuélganse en sus orejas zarcillos, hechos con flores de CIRICHA (2), cuyos estambres de cabos delicados, besan dulcemente las abejas. DIRECTOR. - ¡Muy bien cantado, señorita! Pendiente de vuestra voz, el auditorio entero, mantiénese inmóvil como una pintura; hasta tal punto cautivó su atención la melodía. Pero decidme ahora: ¿qué obra podríamos elegir para granjearnos sus aplausos? ACTRIZ. - ¿No acabáis de decir vos mismo que teníais a tal fin prevenido el drama inédito del inmortal Kalidasa, titulado RECONOCIMIENTO DE SAKÚNTALA? (1) Padala: Bigonias suaviolens. Flor de color rojo pálido y con suave fragancia. (2) Ciricha: Acacia Síricha. Las mujeres de la India se hacen pendientes con sus flores. DIRECTOR. - Oportuno recuerdo, señorita. Ya se me había olvidado. La prodigiosa melodía de vuestro canto, haberme arrebatado de tal suerte que tras ella iba mi espíritu, ni más ni menos que el rey Duchmanta tras esa gacela de ligereza incomparable. (Salen ambos)
ACTO PRIMERO La acción se desarrolla en una selva próxima a Hastiosapura (1) donde tiene su corte el rey Duchmanta. Este, en un coche conducido por su auriga, y con el arco y las flechas en la mano, sale persiguiendo a una gacela. AURIGA. - (Después de mirar al rey y a la gacela.) Señor, al fi jar la vista en esa gacela negra y en vos que habéis tendido el arco, creo ver ante mí al dios Siva, persiguiendo a su antílope. REY. - ¡Muy lejos nos ha traído esa gacela, auriga! Y todavía "torciendo graciosamente el cuello, vuélvese a cada paso a mirar a este coche que le va a los alcances. Por temor a las saetas, contrae con tal ahínco la grupa que parece toda ella embutida en la caja del cuerpo. De su hociquillo jadeante, deja caer tallos de hierba, a medio masticar. De ligera que va, dijérase, no que corre, sino que vuela sobre la tierra." (Asombrado.) ¡Ya casi la he perdido de vista! AURIGA. - Señor, es que el terreno es muy abrupto y como tengo que tirar de las riendas, la velocidad del coche disminuye. Esa es la razón de que la gacela nos lleve tamaña delantera. Pero ya veréis ahora que hemos entrado por fin en un terreno llano. (1) Ciudad de los elefantes. Estaba situada a unos 80 kilómetros de la actual Delhi, a orillas del Ganges. REY.- !Afloja pues las riendas! AURIGA. - !Obedezco señor! (Simulando el movimiento del coche.) Señor, mirad ahora. "Sueltas las riendas, los caballos del coche, recogido el pecho, inmóviles sus penachos y crines, las puntas de las orejas bajas, lánzanse adelante sin que alcanzarles pueda el polvo mismo que levantan, cual si se abochornaran de que una tímida gacela pudiera adelantara seles". REY. - Es verdad. Estos caballos, aventajan en velocidad a los del Sol (1 ) y a los de Indra (2). Tan raudos corren que "lo que antes me parecía pequeño, ahora de pronto se me aparece enorme, simple lo compuesto, recto lo curvo por naturaleza se muestra ante mis ojos. La velocidad del coche hace que no haya objeto distante ni cercano". Para un movimiento y verás cómo doy muerte a la gacela! (Pone una flecha en el arco y apunta. De pronto se oye una voz que sale de detrás del escenario.) VOZ. - !Señor, señor! ¡Esa gacela pertenece al monasterio! ¡No vayas a matarla! (3). AURIGA. - (Después de escuchar y girar la vista en redondo.) ¡Señor, mirad! Hacia aquí vienen unos anacoretas, interponiéndose entre vos y la gacela que ya estaba al alcance de vuestro arco. REY.- (Con vivacidad.) ¡Detén los caballos y veamos qué es ello! AURIGA. - ¡Ya estáis obedecido, señor! (Detiene el coche. Entra un religioso seguido de otros dos). ANACORETA. - (Alzando la mano.) Esta gacela, oh rey, pertenece a nuestro monasterio. No vayáis a matarla, señor! - "No, no, esa flecha no debe caer sobre el cuerpo delicado de esta gacela, cual fuego sobre un búcaro de flores. ¿Qué es con efecto, la frágil vida de una gacela, expuesta a tus saetas aceradas, que tienen dureza de diamante? Retirad pues, ese dardo, pronto ya a hendir los aires con su vuelo mortal. Que han de emplearse vuestras armas en defender al desvalido, y no en herir al inocente. (1) La mitología inda representa al dios Surya - el sol - con un carro tirado siete corceles. (2) Dios del firmamento y de la atmósfera: el Júpiter tonante de los i ndos. (3) Recuérdese la entrada de Parsifal en el poema wagneriano. REY. - Retirada está ya del arco la saeta. ANACORETA. - No otra cosa podía esperar de vos, antorcha luminosa de la estirpe de Puru (1). Rasgo tal no desdice de un descendiente de tan ilustre raza. Así los dioses os concedan un hijo, dotado de prendas tan brillantes como las vuestras ante el cual se postre el universo! LOS OTROS DOS ANACORETAS. - (Alzando los brazos.) ¡Ojalá tengáis un hijo que impere sobre el mundo entero! REY. - (Con una reverencia.) ¡Que los dioses os oigan! ANACORETA. - ¡Rey poderoso! Nosotros habíamos salido a buscar leña para el sacrificio y hemos de seguir adelante hasta cumplir tan sagrado deber. Ese monasterio que desde aquí se
divisa, a orillas del río Malini (2) es el que regenta el venerable Kanva, nuestro superior. Si más altos deberes no reclaman en otro lugar vuestra presencia, entrad en él y encontraréis una hospitalidad amable; y "luego que hayáis contemplado las sacras ceremonias y pacíficos ritos de los anacoretas austeros, os diréis: he aquí hasta dónde alcanza la eficaz protección de mi brazo robusto en el que han grabado señales las cuerdas de los bélicos arcos". (1) Puru, príncipe ilustre de la dinastía lunar, a la que pertenece el rey Duchmanta. (2) Río que, según dicen, baja del Himalaya. REY. - ¿Se encuentra en el monasterio vuestro superior? ANACORETA. - !No, poderoso rey! Pero es lo mismo. Encargada por él quedó su hija Sakúntala de cumplir los deberes de la hospitalidad, pues el sabio asceta ha tenido que ir a Somatirtha (1) a fin de aplacar al destino que se muestra enemigo de esa doncella hermosa. REY. - ¡Bueno! La veré a ella. Y esa noble joven transmitirá al santo varón mi reverente saludo. ANACORETA. - ¡Señor! Nosotros iremos delante para prevenirla. (Vanse los tres Anacoretas) REY. - Cochero, hostiga a los corceles, a fin de que no tardemos en purificamos con la vista del santo monasterio. AURIGA. - ¡Ya obedezco, Señor! (Simula que el coche arranca raudo.) REY.- (Después de esparcir la vista a la redonda.) Auriga, aun sin estar advertidos cualquiera adivinaría que este frondoso y plácido lugar es morada de contemplativos cenobitas. AURIGA. - ¿Cómo, señor? REY. - !Fíjate, hombre! Mira; "Granos de arroz han caído al pie de los árboles por las hendiduras de sus troncos huecos, en cuyo corazón anidan vistosos papagayos. Impregnadas de aceite, acá y allá se ven las piedras que sirven, para triturar el grano del INGUDI (2). Las gacelas, confiadas, soportan el ruido sin torcer el rumbo, y los senderos de los estanques están marcados por hileras de gotas de (1) Lugar de peregrinación al oeste de la India, sobre el lago de Guzerat, cerca del templo de Semanata. (2) Arbol vulgarmente llamado Ingua o Chiyaputa. De sus granos se extrae un aceite con el que se ungen el cuerpo los devotos. agua, desprendidas de la orla de los sayales de cortezas que visten los venerables penitentes. Demás de esto, las raíces de los árboles se bañan en el agua de los canales, que estremecen los céfiros; el humo que se eleva de la ofrenda de manteca clarificada ha ennegrecido los troncos de estos árboles, cuajados de tiernos retoños; y las crías de las gacelas, libres de todo susto, pacen tranquilas al lado de sus madres, en el bosque, donde manos diligentes guadañaron los tallos de la yerba DARBHA (1). AURIGA. - ¡Así es como decís, señor! REY. - Para no causar sobresalto a los moradores de la selva, detén aquí el coche, y quédate aguardando, en tanto entro yo solo. AURIGA. - ¡Sujetas tengo las riendas. Podéis apearos, señor! REY. - (Después de echar pie a tierra.) Para penetrar en la morada de los anacoretas, ha de dejarse a la puerta todo fausto. Guarda pues hasta mi vuelta, mis insignias, reales. (Se las entrega con el marco.) Y en tanto me entretengo con los eremitas, dales un baño a los corceles. AURIGA. - ¡Obedecido seréis, señor! (Vase el auriga con el coche.) REY. - (Después de dar unos pasos y tender a su alrededor la vista.) He aquí una puerta del monasterio; voy a entrar. (Se detiene todavía un momento y dice como si advirtiera algún presagio.) Las pasiones del mundo no hallan cobijo, en este lugar, donde el silencio y la virtud imperan, y eso no obstante, mis pies vacilan y me tiembla el brazo. ¿Qué es lo que presiente? ¿Cuál es la causa de tal agitación? ¡Las puertas del porvenir están en todas partes! (1) Darbha (Poa cynos arcídos). Césped sagrado que se emplea en los sacrificios.
VOZ. - (Detrás del escenario.) Por aquí, por aquí, amigas mías! REY. - (Prestando atención.) A la derecha de esa alameda, oigo rumor de voces. Voy pues hacia ese lado. (Da algunos pasos y se detiene a observar.) Sí, son las hijas de los religiosos, que con diminutas regaderas, proporcionadas al tamaño de sus manecitas, se entretienen en regar los tiernos arbolillos. ¡Qué gracia respiran todos sus ademanes! "Belleza semejante a la de estas muchachas, que habitan en un monasterio, difícilmente se hallará en los harenes de los reyes. Los arbustos de los jardines no pueden compararse con los árboles de la selva". Pues bien; recatado bajo esta fresca sombra, me dedicaré a observarlas. (Apártase a un lado para espiar a las jóvenes. En ese momento entra Sakúntala, con sus amigas, llevando una regadera en la mano.) SAKÚNTALA. - !Por aquí, por aquí, amigas mías! ANASUYA. - Cualquiera diría, querida Sakúntala, que el hijo de Kacyapa quiere más a los árboles de su monasterio que a ti, que eres su hija, tierna eres y delicada cual la flor del jazmín, y sin embargo, no te exime de la tarea de regar estas plantas. SAKÚNTALA. - No lo hago sólo, querida Anasuya, por obedecer a mi padre; sino también por el amor que a estas plantas les tengo, pues las quiero como a hermanitas. (Pónese a regar.) REY. - !Cómo! ¿Pero ésta es la hija de Kanva? El venerable nieto de Kacyapa no hace verdaderamente bien empleando a esta joven en los trabajos de la ermita. "Este sabio, al querer que ese cuerpo, lleno de gracias naturales, se acostumbre a sufrir las asperezas de la austeridad, se asemeja a quien se empeñase en cortar una rama de mimosa con el filo de la hoja del loto azul". Pero, procedamos con calma. Oculto tras un árbol, podré, sin que ella lo note, contemplar su belleza a mi sabor. SAKÚNTALA. - Querida Anasuya, este vestido de cortezas de árboles que me ha puesto Priyamvada, me aprieta demasiado. ¿Quieres aflojármelo un poco? ANASUYA. - Sí; ya está. (Suéltale el vestido.) PRIYAMVADA. - (Riendo.) Échale la culpa de que aprieta el traje a la pujanza de la juventud que te colma los redondos pechos; no me acuses a mí. REY. - Tiene razón. Su cuerpo juvenil no se revela con todo su esplendor, en ese traje de cortezas, sujeto por ligeros nudos en los hombros y que cela las proporciones de sus pechos, de igual modo que una hoja amarillenta nos encubre a la flor. Y sin embargo, con no ser ese tosco sayal, la prenda adecuada que gustaría ver sobre el cuerpo de esa joven, no deja de adquirir por el solo hecho de cubrirla, la gracia de una gala. De igual suerte, el loto cubierto por la VALLISNERIA (1) no pierde sus encantos, las manchas de la luna, aunque sean manchas, realzan la belleza del astro. Esta delicada doncellica parece más hermosa con su sayal de cortezas de árboles. ¿Qué no será un adorno para las hermosas? SAKÚNTALA. - (Mirando hacia adelante,) El árbol kecara" (2) con sus tiernas ramitas que estremecidas por el aire, semejan otros tantos dedos, parece invitarme a que me acerque a él. Voy a complacerle. (Adelante hacia el árbol). (1) Vallisneria Octandra, planta acuática que se extiende sobre los estanques, entrelazándose con los lotos. (2) Mimasops elengí, árbol que da una flor de gran fragancia. PRIYAMVADA. - Querida Sakúntala, no te muevas. Estate así un momento. SAKÚNTALA. - ¿Por que ese antojo, Priyamvada? PRIYAMVADA. - Pues porque ese árbol, cuando estás junto a él, me parece acompañado de una liana. SAKÚNTALA. - !Ah! ¡Con razón te llaman Priyamvada! (1) REY. - Las palabras de Priyamvada son tan veraces como lisonjeras, aplicadas a Sakúntala. Pues "sus labios muestran el carmín de un fresco capullo de rosa, ramas airosas semejan sus dos brazos; y como una flor a la que sin querer, se nos van las manos, la juventud resalta en toda ella". ANASUYA. - !Querida Sakúntala! Y ese tierno jazminero que se dio como esposa a un mango odorífero y al que tú pusiste por sobrenombre LUNA DE LAS SELVAS, ¿te has olvidado de él? SAKÚNTALA. - !Antes me olvidaría de mi misma. (Se acerca a la planta.) Oh amiga Anasuya, acércate y mira. En verdad que no puede ser más hermosa la época del año en que el mango y el jazminero celebran sus desposorios, LUNA DE LAS SELVAS es joven, se atavía con flores nuevas y el mango puede ceñirla con sus tiernas ramas. (Se detiene a contemplarlos.)
PRIYAMVADA. - (Sonriendo.) ¿Sabes tú, Anasuya, por qué Sakúntala mima de ese modo a LUNA DE LAS SELVAS? ANASUYA. - No, verdaderamente lo ignoro; pero ya que lo sabes, te ruego me lo digas. PRIYAMVADA. - Pues porque piensa; de igual modo que LUNA DE LAS SELVAS se une a un árbol digno de ella! ¡Ojalá encontrase yo un esposo que diera digno esplendor a mi hermosura! (1) La que dice lisonjas: zalamera. La otra amiga, Anasuya, es según el significado de su nombre en sánscrito, la que no siente envidia. SAKÚNTALA. - Ese deseo, Priyamvada, serás tú quien lo sienta! (Sigue regando.) REY. - !Pluguiera al cielo que esa joven fuese nacida de una madre, perteneciente a otra casta que el padre anacoreta! Pero seguramente es así. "¡Ah! Sin duda es digna de ser desposada por un hombre de sangre real, cuando mi corazón que es el de un noble, se estremece y palpita, tan sensible a su influjo, En las cosas sujetas a la duda, ¿no es la inclinación del corazón, la regla que siguen las personas honradas?" Pero en fin, quienquiera que sea, yo sabré la verdad acerca de ella. SAKÚNTALA. - (Con miedo.) ¡Ay! amigas mías! ... Ahuyentada por el chorro de la regadera, una abeja ha salido zumbando de la flor del jazmín, decidida a posarse en mi cara. (Hace ademán de repeler a la abeja.) REY.- (Mirándola con amor.) ¡Con qué donaire se defiende! "Por dondequiera que la abeja la ataque, la encuentra apercibida con una mirada de inquietud. Al hacerle fruncir las cejas, el miedo le enseña ya, sin que el amor tenga parte en ello, el juego seductor de las miradas. ¡Oh, dichosa tú, abeja! que en tu vuelo pasas rozando una y otra vez sus ojos, que graciosos parpadean; y zumbando suavemente, te acercas a su oído, como para hablarle en secreto. Mientras ella agita su mano, libas en su boca donde se hallan reunidos todos los deleites; y en tanto yo, mísero potentado de la tierra, me afano inútilmente por acertar con la verdad de mi ventura, tú gozas un placer que no deja nada por desear!". SAKÚNTALA. - LA muy insolente no cesa de perseguirme.... ¡vaya! ¡Tendré que alejarme de aquí! (Se detiene a cada paso para mirar.) Pero, ¡cómo! ¡También por aquí viene!. .. ¡Ay, socorro, socorro, amigas mías! Que me hostiga una abeja importuna y descortés. LAS DOS AMIGAS. - (Gritando.) ¿Quiénes somos nosotras para socorrerte? ¿Por qué no llamas mejor al rey Duchmanta, bajo cuya protección están puestos los bosques de esta ermita? REY. - He aquí una ocasión para mostrarme. (A, media voz.) No temáis nada jóvenes! (Aparte,) Pero no ... de este modo pronto conocerán que soy el rey ... Mas después de todo, ¿qué importa? Me anunciaré. SAKÚNTALA.-(Deteniéndose a cada paso.) ¡Cómo! ¿También por aquí me persigue? REY. - (Saliendo de su escondite, presuroso.) "¿Quién, gobernando la tierra un descendiente de Puru, que castiga severamente a los malvados, se atreve a molestar lo más mínimo a las tímidas hijas de los anacoretas?" (Todas, al ver al rey, dan muestras de turbación.) ANASUYA. - Señor, no se trataba de nada grave. Era sencillamente que una abeja importuna, empeñada en picarle a nuestra amiga, la llenaba de susto. REY. - (A Sakúntala.) ¿Cómo pasáis la vida en el retiro? (Sakúntala, intimidada, no responde.) ANASUYA. - Mejor que nunca, pues nos vemos honradas por la presencia de tan ilustre huésped. Querida Sakúntala, anda y trae de nuestra cabaña, el ARGHA (1) con las frutas. El agua servirá para ungirle los pies. REY. - Con vuestras dulces y corteses palabras, ya me habéis dispensado la hospitalidad más cumplida. (1) Ofrenda compuesta, entre otras cosas, de arroz, leche y agua. PRIYAMVADA. - Si no queréis aceptar lo ofrecido, sentaos, señor, siquiera, en este banco que cubre una tupida sombra y reposad el cansancio del camino. REY. - Pero también vosotras estaréis cansadas de vuestro trabajo. ¿Por qué no os sentáis? ANASUYA. - Querida Sakúntala, deber nuestro es mostrarnos atentas con quien nos visita. Sentémonos aquí. (Se sientan todos). SAKÚNTALA. - (Aparte.) Pero ¿qué me sucede? ¡Desde que fijé en el huésped mis ojos siento el alma agitada por una emoción impropia de este bosque por una emoción consagrado a la
penitencia! REY. - (Después de mirar a las tres jóvenes.) En verdad que sois encantadoras. Belleza y juventud unidas cautivan los ojos de quien os contempla. PRIYAMVADA. - (En voz baja a Anasuya.) Anasuya ¿quién será este caballero tan fino y gentil, que por igual respira gracia y majestad? Sin duda que ha de ser de alta prosapia. ANASUYA.- (Por lo bajo a Priyamvada.) Amiga mía, la misma curiosidad que tú, siento yo por saberlo'. Pero verás, voy a interrogarle. (Alto). Señor, animada por la afabilidad que vuestras palabras respiran, me atrevo a preguntamos: ¿De qué egregia estirpe de sabios monarcas sois el ornamento más preciado? ¿Cuál es el pueblo que llora vuestra ausencia? ¿Y por que razón, siendo tan joven y de natural tan delicado, encaminasteis vuestros paso a este bosque consagrado a la penitencia, donde sólo privaciones os pueden aguardar? SAKÚNTALA. - (Aparte.) !Deja de atormentarse y de sufrir, corazón mío! Tu amiga Anasuya se ha encargado de interpretar tu pensamiento. REY. - (Aparte.) ¿Cómo darme a conocer ahora ni cómo tampoco ocultar ya quién soy? No hay más remedio que hablar, pero lo haré guardando parte de mi secreto. (Alto) Sabed, graciosa joven, que soy el encargado por el noble rey, descendiente de Puru, de velar por la administración de justicia, y he venido a esta selva sagrada a fin de cerciorarme de si las ceremonias religiosas se celebran sin miedo a desacatos. ANASUYA. - ¿Cómo habría de ser de otra suerte, contando con tan valioso protector? (Sakúntala deja traslucir una amorosa turbación y entonces a un mismo tiempo, dicen.) LAS DOS AMIGAS. - (A media voz.) ¡Querida Sakúntala, si estuviera presente el venerable padre ...! SAKÚNTALA. - (Con aire de inquietud.) ¿Qué sucedería?... LAS DOS AMIGAS. - Nada, sino que haría feliz a nuestro ilustre huésped, presentándole lo que más quiere en el mundo... SAKÚNTALA. - !Qué ocurrencias tenéis!... Pero está bien; decid cuánto queráis. No he de escuchar vuestras palabras. REY. - Y a propósito, quisiera preguntamos algo, referente a vuestra amiguita. LAS DOS AMIGAS. - Tal pregunta, viniendo de vuestros labios, será una merced para nosotras. REY. - Pues bien, escuchad. El bienaventurado Kanva ha observado siempre una vida de austera continencia; ¿cómo pues llamáis hija suya a vuestra amiga? ANASUYA. - Muy pronto lo sabréis si os dignáis escucharme. En este monasterio vivió un sabio de regia estirpe, tan noble como santo, cuyo nombre era Kaucika. REY. - Conforme a la tradición, es lo que dices. ANNSUYA. - Pues, bien; de ese sabio que os digo, es hija nuestra amiga. Sólo que pasa por hija de Kanva, por ser éste quién se encargó de criarla y educarla, cuando la abandonaron... REY. - Esa palabra de abandono excita mi curiosidad. Cuéntame, te suplico, la historia de esta joven, desde su nacimiento. ANASUYA. - ¡Oídme pues, señor! El referido sabio Kaucika habíase entregado a penitencias terribles, en las orillas del Gautami (1) cuando los dioses que empezaban a inquietarse, enviaron a su lado a la ninfa Menaka, la cual con sus encantos, entorpece la práctica de las maceraciones. REY. - Esa inquietud de los dioses a que aludes, está confirmada por la tradición y nace del temor a que los esforzados ascetas los sobrepujen con sus austeridades, en merecimientos. ANASUYA. - Pues como os decía.. Cierta vez, en la época del año en que comienza a despuntar la primavera, tuvo el venerable solitario la desgracia de contemplar la seductora belleza de esa ninfa... (Se detiene perpleja en medio de la frase). REY. - Comprendido; no sigas... La conducta de las ninfas es siempre la misma. Sakúntala, pues, tiene por madre a una divina "apsara". ANASUYA. - !Así es, señor! REY. - No podía ser de otra suerte. "¿Cómo hubiera podido nacer de simples mortales semejante beldad?" ¡El relámpago, de vivo fulgor, no brota del seno de la tierra! (Sakúntala sigue con los ojos bajos. Aparte.) Animo, corazón, ya logré la explicación que ansiaba. Pero ahora me asaltan nuevas dudas, ¿no hablaban hace un momento sus amigas, del deseo de Sakúntala, de encontrar un esposo digno de ella? PRIYAMVADA.- (Mirando a Sakúntala, sonriéndose (1) Gautaini es uno de los nombres del río Godavery.
y volviéndose al rey.) Señor, parecéis deseoso de decir algo más. Si así es, hablad francamente. (Sakúntala amenaza a su amiga con la mano.) REY. - Lo adivinaste, amable joven. Tengo aún que preguntarte otra cosa, con la esperanza de escuchar de tus labios alguna historia interesante. PRIYAMVADA. - !Pues hablad sin ambages, señor! ¡Que no son precisos tratándose de jóvenes consagradas a la piedad y la penitencia! REY. - Quisiera conocer más concretamente la situación de vuestra amiga. "¿Los votos monásticos, contrarios a los del amor, habrá de observarlos solamente hasta que sea pedida por esposa, o habrá de permanecer toda su vida aquí, entre sus favoritas las gacelas de ojos semejantes a los suyos?" PRIYAMVADA. - !Señor! La persona a cuyo cargo corre la dirección espiritual de nuestra amiga, será también quien deba encargarse de buscarle un esposo digno de sus méritos. REY. - (Aparte.) He aquí un asunto, fácil de arreglar! ¡Cobra valor, corazón mío! pues la certeza suplantó a la duda. Lo que tú creías fuego, es un diamante que se puede tocar". SAKÚNTALA. - (Con impaciencia.) ¡Anasuya, no puedo más. Me voy! ANASUYA. - ¿Por qué? SAKÚNTALA. - Voy a quejarme a la santa madre Gautami de esta Priyamvada que no dice más que despropósitos. ANASUYA. - Amiga Sakúntala, no está bien que abandones ahora y por mero capricho a un huésped ilustre, al que aún no hemos dispensado todos los honores de la hospitalidad. (Sakúntala se aleja sin decir nada.) REY. - (Hace ademán de detenerla, pero se contiene. Aparte.) ¡Oh, cómo se trasluce en los menores actos lo que pasa en el interior de un amante! He aquí que "resuelto a seguir a la hija del solitario, he reprimido súbitamente mi primer impulso por decoro; y no obstante, sin haberme movido de mi sitio, paréceme como que en él no estoy". PRIYAMVADA. - (Deteniendo a Sakúntala.) No está bien, amiga, que nos dejes. SAKÚNTALA. - (Frunciendo el entrecejo.) ¿Por qué? PRIYAMVADA. - Pues porque tienes que regar todavía dos árboles. Así que ven a pagar tu deuda, y luego podrás irte. (Hablando así retiene a viva fuerza a Sakúntala.) REY. - A lo que veo, amable joven, tu amiguita está cansada de regar; pues "tiene caídos los hombros y enrojecidas sus manos de sostener la regadera; agítase su pecho todavía con afanoso respirar, aljafares de sudor estorban el juego de los pendientes que adornan sus orejas y que se le pegan a la cara; y habiéndosele soltado el lazo que sujetaba sus cabellos, retiene con una mano sus trenzas en desorden". Permitidme pues, que pague yo su deuda. Aquí tenéis este anillo. (Entrega el anillo a las jóvenes que, después de leer el nombre en él estampado. míranse entre sí maravilladas.) REY. - No vayáis a tomarme por quien no soy. Este anillo es regalo del rey, mi señor, en cuyo servicio me honro. PRIYAMVADA. - Este anillo, señor, no debe separarse de vuestro dedo. Vuestra palabra basta para que perdonemos su deuda a nuestra amiga. (Sonriendo) ¡Sakúntalal Libre quedas gracias a la mediación de este noble guerrero, o mejor dicho, de nuestro augusto Ley. Ya puedes irte. SAKÚNTALA. - (Aparte.) !Ah! ¡Si fuera dueña de mí misma. (Alto.) ¿Quién eres tú para mandarme que me vaya ni que me quede? REY. - (Aparte, mirando a Sakúntala.) ¿Sentirá por mí lo que yo siento por ella? Pero, sea lo que quiera, mi corazón puede seguir remontando el vuelo, porque "si no entrelaza con las mías sus palabras, préstame por lo menos oídos, volviéndolos hacia mí cuando hablo. Y si no se vuelve a mirarme del todo, sus ojos muchas veces sólo buscan los míos..." UNA VOZ. - (Detrás del escenario.) ¡Vamos, vamos. anacoretas! Daos prisa a acudir en defens a de los animales del convento, pues el rey Duchmanta ha venido para divertirse cazando. "Ya el polvo levantado por los cascos de los corceles, semejante en el fulgor del sol poniente, a una bandada de langostas, pósase en los árboles del cenobio, de cuyas ramas cuelgan los sayales de corteza, puestos a secar". Y por si esto fuera poco "Hincada una de sus defensas en el tronco de un árbol que refrenó su ímpetu, trabadas las patas en un enredijo de lianas que arrancó en su carrera, imagen viva de nuestras mortificaciones un elefante, espantado por el ruido del coche regio, intentó penetrar en la selva sagrada, dispersando nuestro rebaño de gacelas. (Las tres jóvenes prestan atención sobrecogidas.)
REY. - (Aparte.) ¡Oh, qué contratiempo! Los cortesanos vienen en mi busca e invadiendo la selva, ponen espanto en el ánimo de los solitarios contemplativos. (Alto). ¡Voy corriendo! Les saldré al paso a esos intrusos. LAS DOS AMIGAS. - !Señor! El revuelo que se ha armado en la selva nos infunde inquietud, y con vuestra venia, vamos a retirarnos a nuestros aposentos. REY. - Id sin temor alguno, amables jóvenes; que yo cuidaré de que no sobrevenga ningún mal al monasterio. LAS DOS AMIGAS. - (Levantándose.) Nos causa rubor tener que recordaros que una hospitalidad indigna del huésped a quien se recibe, es una razón más para volver a verle. REY. - Excusad tales palabras. Por muy honrado me tengo con haberos visto y hablado. SAKÚNTALA. - Anasuya, me he herido en el pie con la punta de esa espiguilla y se me ha enganchado el sayal en una rama de "kuravaka". (1) ¡Venid en mi ayuda para quitarme estos estorbos. (Al hablar así, mira al rey y buscando un pretexto para rezagarse, sale con sus amigas.) REY. - No tengo el menor deseo de volver a la corte. Voy pues, luego que haya reunido mi séquito, a ordenarle que acampe en las inmediaciones de la selva sagrada. No puedo apartar a Sakúntala de mi imaginación, pues "mi cuerpo va hacia adelante, mientras mi espíritu que no está de acuerdo con él, se vuelve hacia atrás cual la tela de seda de un estandarte, enarbolado contra el viento". (1) Kuravaka (Carleria), planta erizada de agudas espinas y que da una flor color púrpura. FIN DEL PRIMER ACTO
ACTO SEGUNDO Entra Madhavya, el bufón del rey, lanzando suspiros y haciendo ademanes de pesadumbre y de cansancio. MADHAVYA. - !Qué desdichado soy! ¿Por qué me habrá tocado en suerte ser el acompañante de este rey tan aficionado a la caza? Rendido, muerto estoy de cansancio. Los oídos me duelen de tanto gritar. ¡Ahí va una gacela! ¡Por allá corre un jabalí! ¡Acullá asoma un tigre! Y corra usted de bosque en bosque, en plena siesta, sin parar, hasta salir a descampado, donde aún en pleno estío, es menguada la sombra. Beba usted, si la sed le apura, del agua amarga y turbia de los arroyos de la montaña, que arrastran montones de hojas secas, a guisa de manto; coma usted a deshoras y las más de las veces, carne asada a la parrilla, por todo festín. Ni siquiera dormir a gusto puede uno, llegada la noche, de puro rendido que le queda el cuerpo de tanto correr a caballo, el día entero, en seguimiento del señor. Y por si fuera poco todo esto, luego a la madrugada, no bien la aurora anuncia la salida del divino Surya, ya están despertándole a uno esos hijos de esclavas, esos cazadores de pájaros, con el alboroto que arman al posesionarse del bosque. Mas no paran ahí a pesar de todo, mis tormentos; lejos de eso, sobre la llaga antigua se me ha formado nueva ampolla. Pues ayer, precisamente, cuando nos quedamos un poco rezagados, mientras mi señor el rey entraba en el monasterio persiguiendo a una gacela, hubo de conocer allí, para desgracia mía, a una agraciada joven, llamada Sakúntala, hija de un santo solitario y de sangre real. Prendado el rey de su hermosura, no muestra ahora el menor antojo de volver a la corte, hasta tal punto le ha cautivado la tal joven los sentidos, que la aurora le sorprendió hoy, soñando con ella sin haber cerrado en toda la noche los ojos. Estoy, que no sé qué resolución tomar... Pero en fin, voy a ver si acabó ya mi augusto amigo de hacer sus purificaciones. (Hablando así, da unos pasos y mira con recelo.) Pero si viene allí mi augusto amigo en persona, rodeado de hembras YAVANIES (1), que traen las sienes ceñidas de selváticas flores y sustentan en sus manos sendos arcos de guerra. Bueno, aguardaré aquí a que lleguen y haré como si me hubiera dado una parálisis. ¡Quién sabe si gracias a esta treta, conseguiré un poco de reposo! (Diciendo esto, quedase inmóvil, apoyado en un palo. Entra el rey, seguido de la comitiva que acaba de nombrarse.) REY. - "No es fácil empresa conseguir su amor; y sin embargo, al verla, mi corazón cobra esperanzas. Aunque el amor no haya llegado todavía a feliz término, ya nuestros corazones se recrean mutuamente con un contento inagotable." (Sonriendo.) Pero ¡pobre de mí! ¡Así entretiene sus propias ilusiones el amante, suponiendo que los pensamientos de la amada responden por entero a los suyos!... y sin embargo, "puesto que aunque volviese los ojos a otro lado, respiraba dulzura su mirada, y que su andar, entorpecido por la amplitud de sus caderas, parecía rezagarse por pura coquetería; y finalmente, puesto que cuando su amiga la detenía, diciéndole: - ¡No te vayas! - ella le respondía con impaciencia.. - puedo pensar que todo eso lo hacía por mi. ¡Oh y cómo todo lo pinta a su gusto la fantasía de los amantes! (1) El nombre de Yavani empléanlo los antiguos indos para designar en general a los bárbaros de Occidente y más en particular a árabes y griegos. También puede emplearse para designar a las mujeres de la Tartaria y la Bactriana. MADHAVYA. - (Sin cambiar de actitud.) ¡Amigo y señor mío! Perdonad si, incapacitado para hacer un ademán ni dar un paso, tan sólo de palabra os saludo. REY. - ¿Pero de qué procede esa tiesura que te impide mover el cuerpo? MADHAVYA. - ¿Cómo, señor, tras haber enturbiado vos mismo mis ojos, preguntáis todavía la causa de mis lágrimas? REY. - Verdaderamente no te entiendo; explícate mejor... MADHAVYA. - Pues bien, señor, decidme. ¿cuando la caña "velaca" imita por su posición, la chepa de un jiboso, lo hace por su propio impulso o por la rapidez de la corriente? REY. - Esa última que has dicho, es la causa del fenómeno. MADHAVYA. - Y vos de lo que a mi me sucede. REY. - !Cómo! MADHAVYA. - Sí, soberano señor. Porque, no contento con haber desatendido, como lo habéis hecho, los deberes de rey, ¿os parece bien que vayáis tomando las costumbres de las fieras que pueblan los bosques, en fuerza de vivir en sitio tan agreste, donde rara vez se echa uno a la cara un ser humano? Yo de mí sé deciros. que de tanto rastrear sin descanso, siguiendo la
huella de animales silvestres, he acabado por no ser dueño de mis miembros, pues tengo deshechas las articulaciones. POr todo lo cual, me atrevo a suplicamos, señor, tengáis a bien concederme siquiera un día de asueto, a fin de que pueda descansar un poco. REY. - (Aparte.) Y me habla de esa suerte, cuando precisamente yo, por el recuerdo de la hija de Kanva, me he olvidado en absoluto de toda cacería. Verdaderamente "me es imposible tender este arco, armado de una cuerda, en la cual hay prendida una flecha, dirigida contra las gacelas que, compartiendo la morada de la que amo, parecen haberle robado la dulzura de sus miradas!" MADHÁVYA. - (Después de mirar al rey a la cara.) Mi augusto amigo, después de interrogar a su corazón, delibera. He clamado en desierto. REY. - (Sonriendo.) Te equivocas. ¿Qué podría preocuparme sino el consejo de un amigo, digno de tomarse en cuenta? Tanto es así, que ese consejo me detiene. MADHAVYA. - !Que los dioses prolonguen vuestra vida! (Hace ademán de irse). REY. - Quédate un poco, amigo mío; tengo que pedirte una cosa. MADHAVYA. - !Mandad, señor! REY. - Luego que hayas descansado, será menester que me ayudes en un asunto de suma trascendencia. MADHAVYA. - ¿Se trata acaso de aderezar golosinas? Ya me estoy relamiendo. REY. - A su debido tiempo, sabrás de qué se trata. MADHAVYA. - ¿Cuándo mejor que ahora? REY. - ¡Hola! ¿Hay alguien por ahí? PORTERO.- (Entrando; con una reverencia.) ¿Qué ordenáis, señor? REY. - Mira, Raivataka, llama al general. PORTERO. - ¡Voy corriendo, señor! (Sale y entra de nuevo con el general, diciéndole.) - Ahí tenéis al rey que desea daros una orden y mira a este sitio ¡Valeroso guerrero, aproximaos! GENERAL. - (Acercándose lentamente). Aunque hay quien dice que la afición a la caza no está bien en reyes y príncipes, yo a la verdad, veo en el ejercicio venatorio una virtud perfecta. Y por lo que hace a nuestro rey y señor, no parece haberle producido sino saludables ventajas. Pues "su brazo, avezado al tiro de la flecha, ha duplicado su vigor; insensible al frío y al calor, inmune a la fatiga se le ha hecho el aguerrido cuerpo; y si es cierto que está más delgado, también ha ganado en esbeltez, y su potente fuerza es sólo comparable a la del elefante vagabundo, que merodea por la montaña". (Aproximándose) ¡Viva el rey, !mi señor! El bosque quedó limpio de fieras; ¿por qué detenerse así? REY. - Mi ardor por la caza se ha entibiado en virtud de las amonestaciones de mi sabio consejero Madhavya. GENERAL. - (Aparte.) El bufón insiste en llevarle la contra en sus aficiones, pero yo voy a lisonjear sus gustos. (Alto). No hagáis cuenta, señor, de los consejos de ese imbécil; juzgad por vos mismo, que harto tocáis las ventajas del noble ejercicio venatorio. "El cuerpo, ligero, esbelto, desprendido de la redundancia de grasas, se conserva ágil y pronto siempre a acometer las más arduas empresas, Nadie ignora, señor, que así el demasiado miedo como el desalentado furor, nublan la inteligencia del hombre y a las bestias mismas trastornan el sentido. Quienes con destreza manejan el arco en la caza, aventajan grandemente al de más linaje de los tiradores; pues asestadas van sus flechas a un blanco que cambia sin cesar de posición. Es injusto por lo tanto decir, que la afición a la caza sea un defecto; ¿dónde encontrar por el contrario, distracción que la iguale? MADHAVYA. - (Iracundo.) Fuera de aquí, apologista de los ejercicios violentos! El rey nuestro señor, ha vuelto a su juicio; pero tú, cazador empedernido, vagando sin cesar de bosque en bosque, acabarás por caer en las garras o en las mandíbulas de algún oso, ávido de carne humana. REY. - General, estamos muy cerca de un apacible monasterio, que invita al reposo y por eso esta vez, no sigo tus consejos. "Dejaremos hoy a los búfalos zambullirse a sus anchas en las aguas del estanque y lanzar a los aires líquidos surtidores; que nadie inquiete a los rebaños de gacelas que rumian apacibles, a la sombra de los KADAMBAS ( 1 ); entréguese con todo descuido el jabalí a sus vuelcos y retozos sobre el jurcoso MUSTA (2) de los pantanos; y que este arco mío, floja la cuerda, descanse en unión de las flechas y la aljaba". GENERAL. - ¡Así se hará como mandáis, señor! REY. - Avísales para que retrocedan, a los batidores que nos preceden; cuida de que mis soldados no turben lo más mínimo el sosiego de esta mansión de piedad y penitencia. Advierte que "en estos sagrados recintos, donde habitan los anacoretas austeros, en cuya alma reina
sosiego inalterable, late un resplandor arcano, pero siempre ardiendo, semejante al que de sí despiden los lentes de cristal, suaves al tacto, bajo el influjo de otro fuego." GENERAL. - ¡Cumplidas serán vuestras órdenes, señor! MADHAVYA. - Vano ha sido tu esfuerzo por convencer al rey. ¡Largo de aquí, pues, hijo de esclava¡ (Vase el general.) (1) Trátase de la planta llamada Nauclea Kadamba. (3) Cyperus Rotunda. REY. - (Después de mirar a los que le rodean). Retiraos a cambiar por otros, los vestidos de caza. Y tú, Raivataka, vuélvete a tu puesto. LA COMITIVA. - ¡Se hará lo que el rey ordena¡ (Salen.) MADHAVYA. - (Al rey). Limpio de moscas habéis dejado este lugar. Ahora señor, podéis tomar asiento en esta piedra, a la sombra de ese frondoso árbol, bajo el palio que forman las lianas. Yo también buscaré un sitio en que a mis anchas pueda acomodarme. REY. - Pues anda y ve delante. MADHAVYA. - Sentaos, señor, el primero. (Se sientan los dos.) REY. - No podrás decir que has visto nada, amigo Madhavya, en tanto no hayas visto lo más bello que hay en este mundo. MADHAVYA. - ¿Cómo podéis decir eso, cuando os tengo a vos delante? REY. - Cada cual halla hermoso lo que le pertenece; pero mi corazón vive sólo para Sakúntala, gala y prez de este solitario retiro. MADHAVYA. - (Aparte.) ¡Hola! ¡Hola! ¡No haré nada que pueda dar pábulo a sus ilusiones¡ (Alto.) Pero, señor, ¿de qué sirve haber visto a esa joven, hija del santo varón Kanva, si no debéis aspirar a su amor? REY. - Haz cuenta, amigo Madhavya, que el corazón de los descendientes de Puru no pretende jamás nada, que no sea lícito. "Esa presunta hija de un solitario tuvo por madre una mujer divina, una ninfa, y por padre a un santo varón, de regia estirpe. Llámanla hija del sabio Kanva porque, abandonada de su madre fue a parar hasta él, ni más ni menos que la delicada flor del jazmín doble, desprendida del tallo, va a caer sobre el cáliz de la gran ascolepiada". MADHAVYA. - (Sonriendo.) "La inclinación que os lleva hacia esa joven a vos que desdeñáis la perla de las hembras de vuestro harén, se asemeja al antojo de un hombre que hastiado de los dátiles, quisiera probar el fruto del tamarindo". REY. - Harto se ve que no la has visto, cuando así hablas, Madhavya. MADHAVYA. - !Ah! Decís bien, señor. Lo que a vos os ha maravillado, no puede menos de ser maravilloso. REY. - Inferior a su mérito, será cuanto te diga. Haz cuenta que reúne en sí las perfecciones todas del ser, y que Brahma antes de infundirle un espíritu, trazó su celeste diseño, al fin de compendiar en ella todos los encantos. Cuando pienso en su hermoso cuerpo, admiro el poder del Creador y me parece que es la perla de las mujeres con la que otra alguna puede compararse. MADHAVYA. - !Siendo así, habrá que volverles la espalda en adelante a todas las mujeres! REY. - Tal pienso hacer, amigo Madhavya. Pero "flor cuya fragancia no ha aspirado nadie, tierno capullo que no tronchó la uña, perla intacta, miel nueva, cuyo sabor no probaron los labios; belleza sin tacha, que es como la recompensa sin reserva de las buenas obras, ¿cuál será el dueño que te dé el destino?" MADHAVYA. - Tomadla vos mismo por esposa, para que no caiga en poder de algún asceta de esos que se untan la cabeza con aceite de INGUDI. REY. - Pero esa joven no es dueña de sus actos; y por desdicha para mí, el maestro encargado de gobernar su voluntad, se encuentra hoy ausente del cenobio. MADHAVYA. - ¿Qué expresión tenía su mirada, al posar en vos los ojos? REY. - Las hijas de los anacoretas son de natural tímido y ésta más que ninguna. En mi presencia volvía a otra parte los ojos y su sonrisa parecía nacida de otra causa que el interés que yo pudiera inspirarle. De suerte que el amor, cohibido en su vuelo por el decoro, no se manifestaba ni se ocultaba en ella. MADHAVYA. - Pero, verdaderamente; ¿es que sólo por haberos visto, iba ya a arrojarse en vuestros brazos?
REY. - Al tiempo de retirarse, me dejó ver aunque con discreción su sentimiento. Pues luego que hubo andado unos pasos, se detuvo, exclamando con fingida alarma: - ¡Amigas mías, la punta de una rama de DHARBA me ha lastimado el pie! - Y mientras hacía que desenredaba su sayal de cortezas, que a la verdad, no se había prendido en rama alguna, permaneció un rato vuelta hacia mi su cara. MADHAVYA. - Pues si así es, haréis bien en mandar traer provisiones para muchos días; pues a lo que veo, vais a convertir en jardín de placeres, esta selva consagrada a las maceraciones de la penitencia. REY. - Amigo mío, he menester de tu consejo. Discurre algún pretexto para que penetremos en la selva pues algunos anacoretas me conocen. MADHAVYA. - ¿Qué necesidad tenéis de ningún pretexto, señor? ¿No sois el rey? REY. - Sí; ¿y qué? MADHAVYA. - Pues que como rey tenéis derecho a exigir de los anacoretas que os presenten el tributo del sexto del arroz. Con eso basta. REY. - ¡Qué cosas tienes, hombre! Otro tributo, más preciado que montones de perlas me hacen estos santos cenobitas. "El tributo que rinden las cuatro castas, es perecedero; mientras que los ascetas nos dan la sexta parte de sus maceraciones, cuyo valor es perdurable". (Voces detrás del escenario) VOCES. - Ya tocamos el término de nuestros anhelos. REY. - (Después de escuchar.) ¡Oh! ¡Esas voces llenas de dulzura y sosiego, deben de ser de anacoretas! PORTERO. - (entrando) ¡Viva el rey mi señor! ¡En el umbral aguardan vuestra venia dos jóvenes religiosos! REY. - Pues hazlos pasar. ANACORETA PRIMERO. - No obstante el resplandor que irradia su presencia, su augusta persona inspira confianza. No podía ser de otra suerte, tratándose de un monarca que gusta de confundirse con los sabios de las selvas, "que ha plantado sus reales entre los ermitaños y por la protección que les dispensa, se enriquece con los méritos de sus austeridades. Hasta los cielos se eleva el nombre de este rey, cantado por parejas de bardos, que de repetir no se cansan: En verdad que es hermoso el nombre de SANTO precedido del tít ulo de REY!" ANACORETA SEGUNDO. - Gotama, ¿es por ventura éste, Duchmanta, el amigo de indra? ANACORETA PRIMERO. - Sí; ¿por qué? ANACORETA SEGUNDO. - Porque ya no encuentro "asombroso el que este príncipe, de brazo fuerte cual las barras de la puerta de una ciudad, gobierne él solo la tierra toda hasta los límites del mar azul ni el que las ninfas celestes, al verse acometidas de los DAYTIAS (1), sus mortales enemigos, cifren su salvación en la flechera puntería de este príncipe, no menos que en el rayo del poderoso Indra". (1) Espíritus malignos de mitología inda. LOS DOS ANACORETAS. - (Aproximándose.) La victoria sea con vos, príncipe augusto! REY. - (Levantándose de su asiento.) Bienvenidos, señores. LOS DOS ANACORETAS. - ¡Salud al gran monarca! (Le ofrecen unos frutos.) REY. - (Tomándolos con una reverencia.) Servios decir qué novedad os trae. LOS DOS ANACORETAS. - Noticiosos los moradores de la ermita de que os habéis dignado visitarla, tienen el atrevimiento de dirigiros, por nuestro conducto, una súplica. REY. - Otorgada de antemano. Hablad. LOS DOS ANACORETAS. - Se trata, señor, de lo siguiente. Aprovechando la ausencia de nuestro superior, el gran RICHI Kanva, los maléficos RAKCHAS (1) se entregan sin temor alguno a sus desmanes, con la mira de estorbar la celebración de las sagradas ceremonias. Los anacoretas desearían que vos, acompañado de vuestro escudero, fuerais su protector, durante vuestra estancia en la selva. REY. - Gran honra me dispensan, con semejante petición los amigos de los dioses. MADHAVYA. - (Aparte al rey.) Tal petición viene a colmar vuestros deseos. REY. - (Sonriendo.) ¡Hola, Raivatakal Llama de mi parte al cochero y dile que acerque más la carroza con el arco y las flechas. PORTERO. - ¡Corro a obedecemos, señor! (Sale.)
LOS DOS ANACORETAS.- (Gozosos.) Con tan nobles acciones dejáis ver, señor, que seguís las huellas de vuestros gloriosos mayores. Los descendientes del rey Puru jamás rehusaron su ayuda a los débiles. (1) Suerte de diabólicos vampiros. REY. - (Saludando.) Andad vosotros delante; yo os seguiré de cerca. LOS DOS ANACORETAS. - ¡La victoria sea con vos! (Salen) REY. - Madhavya, ¿no estabas impaciente por ver a Sakúntala? Pues ahora tienes la ocasión. MADHAVYA. - Señor, os diré. Al principio, el deseo de verla era en mi comparable a un torrente, ¡pero ahora que han mentado a los rakchas, apenas si llega a una gota! REY. - No temas. Al lado de tu rey, ningún peligro corres. MADHAVYA. - Decís bien, señor. Vuestro disco me protege. PORTERO. - (Entrando.) Pronto está el coche, señor, aguardando a que montéis en él para correr a la victoria. Sabed, además, que en este instante acaba de llegar Karabhaka, portador de un mensaje de la reina madre. REY. - ¡Cómo! ¿De la reina madre? PORTERO. - !Así es, señor! REY. - Pues que pase en seguida. PORTERO. - Corro a obedecemos. (Sale y vuelve a entrar con Karabhaka.) Allí está el rey. Acércate. KARABHAKA. - !Que la victoria sea con vos! La reina madre manda a decir por mi conducto que de aquí a cuatro días expira el período de ayuno, llamado PUTTRAPINDAPALANA (1) y que con tal motivo espera ser honrada con vuestra visita". REY. - ¡Trance apurado! De una parte, los anacoretas reclamando mi ayuda, de otra, mi madre querida, llamándome a su lado; cosas ambas imposibles de desatender. ¿Cómo salir del paso? (1) Literalmente.- conservación del cuerpo de un hijo. MADHAVYA. - Haced como Triganku (1) que está en medio. REY. - Perplejo estoy y con razón. A causa de lo distante que están uno de otro, los lugares que a un tiempo mismo reclaman mi presencia, mi espíritu se me parte en dos, como un arroyo cuyo curso estorban piedras acumuladas. (Después de reflexionar.) Mira, amigo mío, se me ocurre una idea. La reina madre te quiere como a uno de sus hijos y siempre tienes franco el acceso a su persona. Ve, pues, y dile que me va el honor en este asunto de los anacoretas, y cumple cerca de ella, por mí, los deberes de un hijo. MADHAVYA. - ¿Creéis por ventura, que les tengo miedo a los RAKCHAS? REY. - (Sonriendo.) ¡Oh gran brahman! ¿Cómo iba a temerles a los rakchas un hombre de tu temple? MADHAVYA. - Bueno, pues entonces iré y cumpliré mis deberes con la reina cual conviene al hermano de un rey tan poderoso. REY. - Como importa evitar que se alborote el monasterio, monta en mi coche y que todo mi sequito te siga. MADHAVYA. - (Con arrogancia.) ¡Heme aquí convertido en príncipe de la sangre! REY. - (Aparte.) Este Madhavya es un aturdido y podría contarles a las mujeres de mi harén, lo que aquí me detiene. Voy a decirle una palabra. (En Voz alta, cogiendo a Madhavya por la mano.) Amigo mío, ya sabes que sólo por complacer a los anacoretas, me detengo en la ermita; pues no siento, a decir verdad, inclinación alguna, por Sakúntala, la hija del solitario. Escucha; ¿qué puede haber de común entre nosotros y una joven, que nada sabe del amor y se ha criado entre gacelas? Amigo Madhavya; las palabras que se dicen riendo, no deben tomarse en serio. MADHAVYA. - !Claro, claro! (Salen todos) (1) Personaje del Ramayana, que está suspendido entre cielo y tierra, en forma de una constelación del hemisferio austral. FIN DEL SEGUNDO ACTO
ACTO TERCERO PRÓLOGO (Entra un acólito del sacrificio, portador de la yerba sagrada KUGA). ACOLITO. - En verdad que es grande el poder de nuestro rey Duchmanta, pues con sólo entrar él en la ermita, ya nada perturba ni desluce la celebración de los sagrados ritos. Ni siquiera tuvo que tomarse el trabajo de poner en el arco la flecha. ¿Para qué molestarse cuando con sólo el zumbido de la cuerda, obra el mismo efecto que si hiciera restallar el arco? Espantados huyeron los maléficos genios que nos hacen la guerra; y ya nada tenemos que temer. A llevarles voy ahora a los sacerdotes esta. yerba sagrada para que la desparramen sobre el ara del altar. (Después de dar algunos pasos y de mirar a lo lejos.) Pero Priyamvada-, ¿adónde vas con esos ungüentos de raíz de ULCIRA (1) y esas fibras de hojas de loto? (Haciendo como si hablara con la joven). ¿Qué dices? ¿Que Sakúntala cogió una insolación y le llevas esos remedios para refrescarle la sangre? ¿Sí? Pues date prisa a cumplir tu misión y prodigadle todos vuestros cuidados a vuestra hermosa amiga; que ya sabéis que ella es la luz de los ojos del venerable Kanva. También yo corro a llevarle a la santa madre Gautamí, agua del sacrificio, que, vertida en sus manos, templará sus ardores. (Sale) (1) Uvira (andropogan muricatum), suerte de césped oloroso, con cuya raíz se confecciona un ungüento refrigerante. FIN DEL PRÓLOGO (Entra el rey con el aire soñador y distraído de un enamorado). REY. - (Pensativo, después de suspirar.) No ignoro hasta dónde se extiende el poder de las maceraciones; sé también que esa joven se halla bajo la tutela de un extraño; y no obstante, mi corazón no se decide separarse de ella. "¡Oh amor! ¡Dios poderoso que por armas tienes flores; por ti y por la Luna, tan engañosa cual tú mismo, padecen y gimen los enamorados. Porque ni tus dardos son flores ni son fríos los rayos de la luna para quien siente como yo. Fuego despide la luna en rayos que salen de una fuente helada, y a tus saetas de flores, les das tu dureza diamantino. ¡Oh invisible dios del amor, no te ensañes conmigo! (Fingiendo un desmayo amoroso.) ¿Por qué tanta crueldad? ¡Ah, ya caigo! Será sin duda alguna que el fuego de la cólera de Siva (1) sigue ardiendo aún en ti como el fuego de submarino en el fondo del océano; de otra suerte, ¡oh amor, tú que ya no eres sino un rescoldo de pavesas ¿abrasarías en tales llamas a las criaturas como yo? Y sin embargo, aunque ese dios que un monstruo marino tiene por emblema, infrinja a mi corazón incesante tormento, habré de estarle agradecido, con tal de que tome también por blanco de sus flechas a esa hermosa joven de rasgados ojos! ¡Bienaventurado Amor, no me guardes encono por este reproche merecido! Porque, ¿habiendo yo procurado con centenares de no interrumpidos sacrificios, acrecentar tu gloria, es justo, oh amor, dime, que estirando hasta tu oreja la cuerda del arco, tan sólo sobre mí lances tus flechas? (Dando algunos pasos con aire decaído.) Ahora que ya se terminó la ceremonia y se retiraron los anacoretas, ¿adónde ir a distraer la pesadumbre que me agobia? (Suspirando.) ¿Dónde encontrar placer sino en la presencia de mi amada? Pues bien, la buscaré. (Mirando al sol) Esta hora ardiente de la siesta acostumbra Sakúntala pasarla con sus compañeras, a orillas de] río Malini, al amparo de la tupida sombra de las llanas. Allí es pues adonde debo encaminar mis pasos. (Anda algún trecho y se detiene a observar.) 'La delicada joven ha debido de pasar no ha mucho rato por esta alameda de tiernos árboles, pues todavía siguen abiertos los tallos de las flores que cortó y sus heridas parecen aún sangrar zumo lechoso. (Haciendo ademán de aspirarla brisa.). - Oh y qué grato hace la frescura del céfiro este sitio! Aquí respira uno a sus anchas el hálito del aire que, con la fragancia de los lotos, trae salpicaduras de las ondas del Malini que maceran mi cuerpo, abrasado de amor" (Después de dar algunos pasos mirando.) Ahí debe estar ella, en ese bosquecillo de llanas, circundado de cañas. (Observando la tierra.) Una huella de pisada reciente, alta por delante, profunda por detrás, a causa de la pesadez de sus caderas, resalta a la entrada de este bosquecillo, cuyo suelo cubre una arena pajiza. Voy a mirar primero por entre las ramas. (Después de mirar, con alegría.) ¡Ahí, mis ojos han logrado la suprema dicha. He ahí a la que más amo, recostada en un banco de piedra, tapizado de flores. junto a ella están sentadas sus dos fieles amigas. Voy a escuchar lo que dicen en la
intimidad de su retiro. (Quédase al acecho, emboscado. Un momento después entra Sakúntala, acompañada de sus dos amigas.) (1) A poco de casarse el dios Siva con la diosa Uma, quiso el amor aumentar más todavía la ternura que por su esposa sentía el dios; pero Siva, que a la sazón estaba entregado a la mortificación ascética, redujo al amor a cenizas, con el fuego de su mirada iracunda. En el Ramayana cuéntase con todos sus pormenores este episodio, que justifica el nombre de invisible que dan al amor los poetas indos, como incorpóreo - ananga. LAS DOS AMIGAS. - (Abanicándola con ternura.) Querida Sakúntala, ¿te place el aire que te dan estas hojas de loto? SAKÚNTALA. - Amigas mías, ¿de qué sirve abanicarme? (Las dos amigas cambian miradas de inquietud.) REY. - Muy decaída parece Sakúntala. ¿Será el suyo un mal ocasionado del calor o algo parecido a lo que en mi corazón pasa? (Mirando con ternura.) ¿O será efecto de la incertidumbre? "Con la UNCIRA prendida en medio del pecho, con un solo brazalete de fibras de loto, que no oprime su carne, ¡cuánta ternura no me inspira el desfallecido cuerpo de mi amada! La fiebre que la rinde, puede muy bien deberse al doble influjo del amor y el estío; ¡pero el calor sólo no produce en las jóvenes una dejadez tan seductora!" PRIYAMVADA. - (En voz baja.) Anasuya, desde que Sakúntala vio por vez primera al rey Duchmanta, muestra esta languidez. ¿Será esa verdaderamente la causa de su mal? ANASUYA. - Querida amiga, si te he de decir lo que siento, también yo temo que así sea. Pero deja que voy discretamente a interrogarla. (Alto) Mira Sakúntala, te agradecería me contestases a una pregunta que quiero hacerte, movida de la inquietud que tu malestar nos infunde. SAKÚNTALA. – (Incorporándose) ¿Qué quieres decir con eso, amiga mía? ANASUYA.- Querida Sakúntala, no estamos nosotras versadas en achaques de amor; pero a decir verdad, el estado en que te vemos se asemeja en un todo al que en las leyendas se atribuye a las jóvenes enamoradas. Dínoslo francamente; ¿acaso es amor la causa de tus penas? No te dé reparo confesarlo: que no conociendo bien la enfermedad, no es posible aplicarle el remedio. REY. - Mi pensamiento ha interpretado Anasuya; y sus palabras me dan ánimos, pues me dicen que la pasión, no me engañó. SAKÚNTALA. - (Aparte.) Muy poderosa es en efecto, mi inclinación al rey; mas no está bien que así de pronto les descubra el corazón a mis amigas. PRIYAMVADA. - Querida Sakúntala, dice bien Anasuya. ¿Por qué no te cuidas? Cada día estás más débil; la hermosura es la única que no te abandona. REY. - La pura verdad ha dicho Priyamvada. Pues "han enflaquecido las dos mejillas de su rostro; su pecho ha perdido su firmeza; se ha vuelto aún más fina su cintura; húndensele los hombros y amarillea su tez. Aquejada de amor, parece a un tiempo mismo más digna de ternura y de lástima, semejante a la liana MADHAVI (1), agitada por un viento ardoroso que agosta sus hojas, dejando intacto el color de sus flores". (1) Gortnera racemosa: Variedad de plantas trepadoras que da unas hermosas flores de color blanco y gran fragancia. SAKÚNTALA.-¿A quién sino a vosotras, mis amigas, podría yo contar lo que me pasa? Sólo que mis palabras serían para vosotras motivo de tristeza. PRIYAMVADA.-Precisamente por eso porfiamos contigo; porque una pena compartida entre buenas amigas, se convierte en un mal llevadero. REY. - Interrogada así por quienes con ella comparten pesares y alegrías, no podrá ya la joven callar el origen de esa pena que en su corazón tiene. ¡Y yo, a quien ella, al alejarse, miró complacida varias veces, siento en este instante un gran temor a escuchar su respuesta! SAKÚNTALA. - Pues bien, sabed, oh amigas, que desde el día que el sabio rey, custodio de las selvas del convento, se presentó por vez primera ante mi vista... (Al pronunciar estas palabras, a media voz, detiénese muy turbada.) LAS DOS AMIGAS. - Sigue, querida Sakúntala. Sakúntala. - Desde aquel punto y hora me encuentro en este estado, cuya causa, no es otra que el amor que me lleva hacia él.
REY. - (Con alegría.) ¡Al fin oí lo que anhelaba!... "El amor, causante de mis penas, viene ahora a consolarme, de igual suerte que un día nublado por nubes tormentosas, acaba enviando a los mortales refrigerante lluvia". SAKÚNTALA. - Si ambas aprobáis este, mi amor, haced de suerte que ese rey tan noble como sabio, no me rechace con desdén. De lo contrario, ya podéis rociarme del agua funeral con los granos de sésamo. REY. - Estas palabras acaban con mis dudas. PRIYAMVADA. - (A su amiga, aparte.) Anasuya, profundamente traspasada de amor, es incapaz de soportar demora alguna; y pues aquel en quien puso su afecto, es prez y gala de los nietos de Puru, bien .merece que su inclinación favorezcamos. ANASUYA. - Dices bien. PRIYAMVADA. - (Alto, a Anasuya.) Por fortuna, es su elección digna de ella. Adónde puede afluir un gran río, sino al mar. ¿Qué árbol, excepto el mango, puede sostener a la liana "atimukta" (1) cuajada de ramas? REY.~¿Qué de extraño tiene que la constelación VISAJA (2) siga las huellas del dios de la luna? (3) ANASUYA.-¿Por qué medio sin retraso y en secreto podríamos cumplir el deseo de nuestra amiga? (1) Especie de liana, llamada también Madhavi. (2) Nombre del sexto asteísmo lunar y de una ninfa, esposa del dios de la luna. Las esposas de este dios son veintisiete, que representan los veintisiete días que la luna, según los indos, tarda en hacer su revolución. Doce de estas ninfas dan su nombre a los metes. (3) No se olvide que el rey es de la raza lunar. PRIYAMVADA. - Si ha de ser en secreto, hay que pensarlo, si ha de ser en seguida, es sencillísimo. ANASUYA. - ¿Cómo? PRIYAMVADA. - ¿No dejó ver el rey prudente su inclinación por ella, con sus tiernas miradas, y no parece que está desmejorado por haber perdido estas noches el sueño? REY.- (Aparte, mirándose a si mismo.) Verdaderamente que estoy tal como dice. Con efecto,, "esta pulsera, cuyas piedras preciosas enturbió el llanto ardiente que la vehemencia del dolor arranca, cada noche a mis ojos, abatidos sobre mi brazo; esta pulsera resbala en mi muñeca, donde ni la huella de la cuerda del arco la retiene, y es necesario a cada instante volverla a su sitio". PRIYAMVADA. - (Después de reflexionar.) Es menester escribirle al monarca una carta de amor; que cual si fuera el resto de una ofrenda hecha a los dioses, haría yo llegar a las reales manos, oculta en el cáliz de un jazmín. ANASUYA. - Que me place ese medio ingenioso. ¿ Pero, qué dice a esto Sakúntala? Sakúntala. - Digo que hay que ver el modo de ponerlo por obra. PRIYAMVADA. - Querida Sakúntala empieza por idear unos versos amables que aludan al estado de tu corazón. SAKÚNTALA. - Amiga Priyamvada, intentaré hacerlo así, pero temo un desprecio de parte del amado. REY. - (Gozoso) Muy cerca de ti tienes, bella niña, e impaciente por estar a tu lado, a aquel cuyo desprecio temes. “Puede suceder que el amante que implora, obtenga o no la dicha que
pretende. Pero ¿cómo no habría de ser feliz quien es amado?" LAS DOS AMIGAS. - ( A Sakúntala) Dinos, ya que tanto rebajas tus propios méritos: ¿.quién es tan aturdido en esta época del año, intente resguardase del vestido, de los rayos de la luna de otoño que refrescan el cuerpo? SAKÚNTALA. - (Sonriendo.) No me distraigas ahora; que voy a ver si compongo unos versos. (Se sienta y reflexiona) REY. – Verdaderamente este es el momento de contemplar a mi amada, sin pestañear. Con efecto “ su cara sólo tiene una de sus cejas enarcada mientras improvisa los versos y en su mejilla que tiembla, se refleja el amor q ue por mí siente”.
SAKÚNTALA.- Amigas mías, ya compuse los versos pero ahora no tengo lo necesario para escribirlos.
PRIYAMVADA. - En esta hoja de loto, suave cual la pechuga de un papagayo, puedes grabar las letra con las uñas. SAKÚNTALA. - (Haciendo lo que acaba de decirle la amiga.) Ya está, amigas mías. Ahora decidme ambas si el sentido de los versos es adecuado o no. LAS DOS AMIGAS. - Ya te escuchamos. SAKÚNTALA. - "No conozco tu corazón, pero día y noche, amor cruel, atormenta sin duelo a la que en ti cifró toda esperanza". REY. - (Presentándose de repente.) "Si el amor te atormenta, niña hermosa, a mi me consume sin cesar; que el día no daría tanto al loto, como el resplandor de la luna". (1) El rey alude a su familia, que se supone de origen lunar, Sakúntala es comparada a una variedad de loto que se muestra durante el día. LAS DOS AMIGAS. - (Levantándose con alegría al ver al rey.) ¡Bienvenido el galán que tan a punto se presenta! (Sakúntala hace ademán de levantarse.) REY. - ¡No, no, nada de molestias! "Sobre el florido lecho en que descansa y aromado por las fibras de loto que tan pronto se mustian, su cuerpo, vivamente inflamado, está exento de toda pleitesía!" ANASUYA. - Pues entonces, concédale su amigo la merced de sentarse junto a ella en este banco. (Siéntase el rey. Sakúntala permanece inmóvil y confusa.) PRIYAMVADA. - La recíproca inclinación de ambos amantes resalta manifiesta; pero el cariño que a mi amiga tengo, me mueve a decir algo. REY. - Está bien, Priyamvada; habla sin miedo. Una explicación omitida suele ser causa con frecuencia de un pesar tardío. PRIYAMVADA. - Deber de un rey es poner remedio a los males que sufren sus vasallos. REY. - ¡Deber primordial es, con efecto! “ PRIYAMVADA. - ¡Pues bien! Ya que amor, por culpa vuestra, puso a nuestra amiga en el penoso trance en que la veis, deber vuestro es, señor, por piedad hacia ella, restituirla a la vida. REY. - No tengo otro anhelo. Priyamvada. SAKÚNTALA. - (Mirando a Priyamvada.) Amiga mía; ¿por qué entretener al rey, que estará pesaroso por hallarse lejos de su harén? REY. - Hermosa niña, "tú que estás más cerca que nadie de mi corazón, si crees que no le ocurre otro tanto a este corazón mío que a ninguna otra, sino a ti, pertenece, dame la muerte por segunda vez, oh joven de ojos embriagadores, a mi ya herido por las flechas de amor". ANASUYA. - Los reyes, según cuentan, tienen en su palacio muchas concubinas; ¿haréis de suerte que nuestra amiga querida no tenga que sufrir a causa de sus compañeras? REY. - Bondadosa Anasuya; qué más puedo decirte, si no que por muchas que sean las mujeres de mi harén, dos serán solamente el honor de mi raza, la Tierra que tiene por cinturón el mar y esta amiga vuestra". LAS DOS AMIGAS. - Siendo así, nada más deseamos. PRIYAMVADA. - (Mirando fuera de la escena.) Ya que ese cachorrillo de gacela mira hacia acá, triste y ansioso, en busca de su madre, ven, Anasuya, vamos las dos a llevarle co n ella! SAKÚNTALA. - Amigas mías, no me abandonéis las dos a un tiempo. ¡No me dejéis sin protección... REY. - ¿No tienes a tu lado al protector de la tierra? SAKÚNTALA. - ¡Ay! ¡Pues no se han ido las dos! REY. - No sientas inquietud, a tu lado me tienes cual servidor solícito y humilde. ¿Quieres que remueva los frescos cefirillos, con verdes hojas de loto, que curan el decaimiento y hacen de abanico? O bien, graciosa joven, ¿quieres que, colocando sobre mis rodillas tus pies bermejos como el loto, te los acaricie suavemente para descansártelos?”
SAKÚNTALA. - No me dejaré servir de quien merece ser servido. (Se levanta y quiere retirarse.) REY. - Sakúntala hermosa, aún no se amortiguó el calor del día. En el estado de decaimiento en que te encuentras "cómo, después de haber dejado tu lecho de flores y desprendidote del velo de tu pecho, hecho de hojas de loto, te atreves a exponer al calor ese cuerpo, harto delicado para aguardar su gloria". (Hablando así, la hace retroceder a su pesar, cogiéndola del brazo.)
SAKÚNTALA. - Descendiente de Puru, no faltes al decoro. Aunque, me halle bajo el poder de Amor, no puedo disponer de mí misma. REY. - ¡Tímida joven! Manifiestas demasiado temor a tu padre adoptivo. El venerable jefe de tu familia, cuando sepa lo que pasa, no lo llevará a mal. De otra parte, muchas fueron las hijas de reyes ermitaños que celebraron sus nupcias al modo de los divinos GANDHARVAS (1), sin el consentimiento de sus padres. SAKÚNTALA. - Todo eso está muy bien; pero quisiera oír aún el consejo de mis dos amigas. REY. - Sea. Te dejaré partir. SAKÚNTALA. - ¿Cuándo? REY. - Cuando, joven encantadora, "como la abeja liba el zumo de una flor recién abierta, que aún no ha tocado nadie, haya libado yo el néctar de tus labios, del cual estoy sediento”:
(Hablando así, se esfuerza por aproximar sus labio a los de Sakúntala, que trata de alejarse).
(1) El casamiento a la manera de los gandharvas, suerte de genios que hacen de músicos en el cielo de Indra, está permitido a los reyes y a los guerreros, es suficiente para este enlace, el mutuo consentimiento de la mujer y el hombre, sin consultar para nada con los padres. Ley de Manú, libro 11, tomo,32. UNA VOZ DETRAS DE LA ESCENA. - ¡Compañera del CHAKRAVATA (1), ha llegado la noche! ¡Di adiós a tu compañero! SAKÚNTALA. - (Turbada.) Descendiente de Puru, sin duda esa es la voz de la venerable Gautami, que para saber de mí, viene por este lado, ocúltate pues, en el fondo de este bosquecillo. REY. - ¡Ya estoy! (Se oculta entre el follaje. Entra Gautami, con un ramo en la mano y acompañada de las dos amigas de Sakúntala. LAS DOS AMIGAS. - ¡Por aquí, por aquí, venerable Gautami! GAUTAMI. - (Aproximándose a Sakúntala.) ¿Tienes ya menos dolido el cuerpo? SAKÚNTALA. - Sí, Santa madre; estoy mucho mejor. GAUTAMI. - Con esta agua, en que se estuvo serenando la yerba del sacrificio, tu cuerpo sanará de todo mal. (Después de verter el agua sobre la cabeza de Sakúntala.) Hija mía, el día se acaba; anda y vamos a nuestros pabellones. SAKÚNTALA. - (Andando, aparte.) ¡Oh corazón mío! Si hace un momento, cuando ante ti tenías al objeto de tu amor y rebosabas de alborozo, no estabas libre de inquietud, ¿cuál no será tu pena ahora que te encuentras reducida al recuerdo? (Dando un paso hacia adelante; alto). Bosquecillo de lianas, que disipaste mis pesares, adiós te digo; ¡pero aún conservo la esperanza de gozar de tu sombra! (Sale con las amigas y Gautami, dando muestras de pesadumbre.) REY. - (Volviendo adonde estaba y suspirando.) ¡Ay de mí! ¡Cuán erizado está de obstáculos el logro de lo que se desea! ¡Pues, "El rostro de la joven, de ojos velados por largas pestañas, cuyos labios reiteradas veces pidieron a sus dedos amparo, esa cara que, turbada por el esfuerzo de la resistencia, se le torcía hacia un hombro, aunque atraída con trabajo por mí, no se lleva siquiera un beso mío! ¿Adónde ir ahora? Permaneceré un rato en este bosquecillo de, lianas, en que mi amada reposó y que ahora mismo acaba de dejar. (Después de mirar a todos lados.) He aquí, sobre la piedra, el lecho de flores hollado por su cuerpo; he aquí marchita la carta de amor, grabada por sus uñas en una hoja de loto; he aquí, el brazalete de fibras de loto, caído de su muñeca. No, a vista de tales prendas, no puedo decidirme a salir de este bosquecillo, por más que esté desierto." UNA VOZ EN LA LEJANIA. - Comenzada la ceremonia del sacrificio vespertino, las sombras de los vampiros, amarillentas como las nubes del crepúsculo, y aleteando alrededor del altar, que sustenta el fuego sagrado, muévense en bandada, trayendo con ellas el temor". REY. - ¡Heme aquí, heme aquí! ¡Allá voy! (Sale pronunciando estas palabras.) (1) Especie de ánade que es, para los indos, como la tórtola para los europeos, símbolo de la fidelidad amorosa. Pero, forzosamente tienen que separarse llegada la noche, macho y hembra, a causa de una maldición lanzada por un santo a quien una pareja de esa especie había ofendido. FIN DEL TERCER ACTO
ACTO CUARTO PRÓLOGO (Entran Anasuya y Priyamvada con sendos cestillos de flores.) ANASUYA. - Querida Priyamvada, aunque Sakúntala, al casarse a la manera de los Gandharvas, logre su felicidad en unión de un esposo digno de ella, y aunque a tal idea mi corazón se regocije, no dejo de sentir cierta inquietud. PRIYAMVADA. - Y ¿por qué? ANASUYA. - Pues porque hoy el gran rey, despedido por los anacoretas, luego de consumado el sacrificio se ha tornado a su corte; y yo me digo si cuando se encuentre en su harén, lejos de aquí, ¿se acordará de lo pasado?... PRIYAMVADA. - Desecha esa inquietud, amiga mía. Personajes tan ilustres como el rey Duchmanta no juegan así con el honor. Pero, y el padre, ¿qué dirá cuando se entere de lo sucedido? ANASUYA. - Lo más probable es que dé a todo su consentimiento. PRIYAMVADA. - ¿Cómo? ANASUYA. - Siempre fue su deseo hallar para Sakúntala esposo noble y sabio; y si el destino mismo se adelanta a complacerle, ¿no es natural se alegre de ello el venerable padre? PRIYAMVADA. - (Después de mirar al cestillo de flores.) amiga Anasuya, mira, a ver si ya tenemos bastantes flores para la ceremonia del sacrificio. ANASUYA. - ¿No te parece que debemos ofrecer un homenaje a la deidad que vela por la dicha de nuestra querida Sakúntala? PRIYAMADA. - Sí, es muy justo. (sigue cogiendo flores. Por detrás de la escena se oye una) VOZ. - ¡Ea, ya estoy aquí otra vez! ANASUYA. - (Prestando atención.) Amiga Priyamvada, parece la voz de un forastero. PRIYAMVADA. - ¿ No está Sakúntala en su cabaña? (Aparte.) ¡Aunque su corazón se halle en otro sitio! ANASUYA. - Es verdad. Mira; ya hay bastantes flores. (Salen) VOZ.- ¡Ay de ti, que no acudes a recibir al huésped¡ “Aquel en quien sin cesar piensas y que teniendo tu espíritu alejado de todos, te impide reparar en mí, austero penitente, no te recordará aunque lo repitan tu nombre, del mismo modo que el borracho olvida las palabras que pronunció sereno." PRIYAMVADA. - ¡Ay qué desgracia, qué desgracia! Sin duda Sakúntala, abstraída en sus sueños de amor, se ha hecho culpable de una desatención para con algún personaje, digno de respeto. (Mirando hacia donde sonó la voz) ¡Oigo! Y no se trata de un cualquiera, sino de Durvasa, el gran ermitaño, tan propenso al enojo. Después de lanzar esa imprecación, le vi alejarse a paso rápido desalado y temblón, sin que fuera posible detenerse. ¿Quién sino el fuego podría inflamarse así? ANASUYA. - Vé, amiga mía, y echándote a sus pies, desarruga su ceño y tráetelo contigo para que yo pueda ofrecerle el agua y el ARGHYA, a fin de que perdone a nuestra amiga. PRIYAMVADA. - Voy corriendo. (Sale.) ANASUYA. - (Fingiendo tropezar al andar.) ¡Ay¡ Al correr, aturdida por la precipitación, he dejado caer el cestillo de flores! (Recoge las flores.) PRIYAMVADA. - ¿Quién podría dulcificar carácter tan violento? Algo se ha calmado no obstante. ANASUYA. - (Sonriendo.) Para lo que el es, ya es suficiente. Pero cuenta. PRIYAMVADA. - Como no quería volver atrás la vista, le dirigí este ruego: Venerable, en atención a ser la primera vez que esto sucede y a que la joven ignora el poder de las austeridades (1), vuestra santidad debería perdonar su irreverencia. (1) El poder que el celo en la práctica de las mortificaciones (tapas) confiere a los anacoretas (tapasvios) y que, según ya hemos visto, es causa de inquietud para los mismos dioses. ANASUYA. - ¿Y qué te contestó? PRIYAMVADA. - Fue y me dijo: "Mi palabra no puede menos de surtir efecto; pero a la vista de un adorno, por el cual será reconocida, cesará la maldición". Y dichas estas palabras, alejóse.
ANASUYA. - Siendo así, podemos estar tranquilas-, pues el mismo rey, al partir, puso en el dedo de Sakúntala un anillo, con su nombre, diciéndole: Toma, amada mía, este recuerdo. Con este anillo, dispondrá, pues, Sakúntala, de un infalible talismán. PRIYAMVADA. - ¡Ven, amiga mía! Cumplamos con nuestros deberes. (Dan algunos pasos por la escena. Después de mirar a uno y otro lado.) Anasuya, mira, "Apoyada la cara en la palma de la mano izquierda, nuestra amiga está inmóvil como un cuadro. Todo su pensamiento lo tiene puesto en el esposo, hasta el punto de olvidarse de si misma; ¡qué extraño pues que se olvide de un huésped!" ANASUYA. - Priyamvada, que lo que hemos hablado no salga de nosotros; cuidemos de no herir la delicadeza de nuestra amiga. PRIYAMVADA. - ¿Quién regaría con agua hirviendo las tiernas flores del jazmín? FIN DEL PROLOGO (Entra en escena un discípulo que acaba de levantarse del lecho.) DISCIPULO. - El venerable Kanva, de vuelta de su peregrinación, me envía a observar las seriales del tiempo. He salido al aire libre y voy a mirar lo que aún queda de noche. (Da unos pasos y esparce la vista.) Verdaderamente, ya tenemos ahí a la aurora, porque "de una parte, el dios de la luna se adelanta hacia la cúspide del monte, tras el cual se oculta; y de otra, el sol se eleva, precedido por Aruna (1). Por la puesta y salida simultánea de los dos astros que difunden la luz, se rige el mundo, por decirlo así, en sus diversas condiciones. Al desaparecer la luna, la flor del loto no alegra ya mis ojos, porque su belleza es tan sólo un recuerdo (2). El pesar que la ausencia del amado causa en el corazón de una doncella, es muy superior a lo que puede soportar." ANASUYA. - (Entra descorriendo precipitadamente la cortina que forma el fondo de la escena.) Por muy ajena que sea una a las cosas del mundo, no deja de comprender que el rey se ha portado muy mal con Sakúntala. (1) Nombre de la aurora en la mitología inda. (2) El cáliz de ciertos lotos se cierra al salir el Sol. DISCIPULO. - Voy a anunciar al venerable superior que es llegada la hora de la ofrenda del fuego. (Sale.) ANASUYA. - Aunque estoy muy despierta, me pregunto, ¿qué hacer? Mis manos y mis pies préstanse de mal grado a obedecerme. Amor puede estar satisfecho de su obra, pues por él, nuestra amiga, la de corazón inocente, puso su confianza en un hombre pérfido; aunque, al fin y al cabo, la maldición de Durvasas es la que tiene la culpa dle todo. De no ser así, ¿cómo el sabio rey, después de aquellas palabras tan solemnes, deja transcurrir tanto tiempo sin mandar una carta? Creo llegado el momento de enviarle desde aquí el anillo que ha de servir para que Sakúntala sea reconocida. Pero en esta comunidad de anacoretas, consagrados a las austeridades, ¿a quién elegir por emisario? ¿Por muy persuadida que yo esté de que nuestra amiga no incurrió en falta alguna, voy a ir a decirle a nuestro padre Kanva cómo Sakúntala se casó con Duchmanta y está en vísperas de ser madre? ¿Aunque después de todo, siendo así, puede ya remediarse? PRIYAMVADA. - (Entrando muy alegre.) Querida Anasuya, pronto, pronto ven a celebrar con nosotras la fiesta de la partida de Sakúntala que marcha hoy mismo a unirse con su esposo. ANASUYA. - ¿Pero, qué dices, Priyamvada? PRIYAMVADA. - Escucha, me dirigía a la tienda de Sakúntala para preguntarle si había pasado bien la noche, cuando... ANASUYA. - Habla, mujer, habla... PRIYAMVADA. - Mientras ella bajaba la cabeza, abrasada en rubores, nuestro padre Kanva, después de abrazarla con ternura, la consoló diciéndole: "Por suerte, aunque nublase el humo la vista del sacrificador, la ofrenda fue a caer en el centro del fuego. Hija mía, como la ciencia comunicada a un buen discípulo, no debe lo pasado servirte de pena. Hoy mismo, bajo la salvaguarda de varios ermitaños, te he de enviar al lado de tu esposo”. ANASUYA. - Pero, ¿quién enteró de lo ocurrido a nuestro padre Kanva? PRIYAMVADA. - Pues una voz sin cuerpo que en verso hubo de hablarle al entrar en el santuario del fuego.
ANASUYA. - (Sonriendo.) Continúa. PRIYAMVADA. - (,Hablando en sánscrito.) Sabe, oh brahman, que la doncella guarda en su seno una prenda del amor de Duchmanta, de igual modo que la madera de SAMI (1) encierra en el suyo un germen de fuego”.
ANASUYA.- (Abrazando a Priyamvada.) Querida amiga, ¡qué dichosa me has hecho con lo que me has contado! Aunque al pensar que hoy mismo se llevan a Sakúntala, siento que un pesar acabara mi alegría. PRIVAMVADA. - ¡Nos consolaremos de nuestra pena, con tal que nuestra amiga sea feliz! ANASUYA. - Por eso he puesto en esta caja de nuez de coco, que ves ahí colgada de una rama de mango una guirnalda de flores de KESARA (2) capaz de hacer llevadera la lentitud de las horas. Haz que se la entreguen en su propia mano, en tanto yo confecciono para ella ungüentos salutíferos, tales como el MRIGAROCHANA con la greda de los estanques sagrados y los tallos de la planta "DURVA" (3) (1) Acacía Kuma, especie de madera muy dura, que contiene fuego. Según los indos. (2) Mímusops elengi, arbusto llamado, también Vakula, de flores muy olorosas. (3) Yerba sagrada. PRIYAMVADA. - Bien pensado, querida Anasuya. (Aléjase Anasuya, Priyamvada se pone a coger flores.) UNA VOZ. - (Detrás de la escena) ¡Gautami! Que avisen a Sarngarava y a Saradvata para que se apresure a conducir a Sakúntala a la corte. PRIYAMVADA. - (Prestando atención( ¡Anasuya, Anasuya, date prisa! ¡Que ya están llamando a los religiosos que han de ir a Hastinapura! (1) ANASUYA. - (Entrando con adornos en las manos) ¡Anda, amiga mía; vamos también nosotras! (Dan algunos pasos) PRIYAMVADA. - (Después de mirar al fondo.) Ahí está ya Sakúntala, muy peinada y ungida, recibiendo las felicitaciones de las religiosas, que en las palmas de sus manos presentan el arroz consagrado en tanto sus labios recitan frases de bendición. Lleguémonos a ella. (Se aproximan a Sakúntala que entra en escena, rodeada de las religiosas como se ha dicho.) RELIGIOSA PRIMERA. - (Dirigiéndose a Sakúntala que acaba de sentarse.) ¡Hija mía, quieran los dioses que ostentes desde hoy el título de GRAN REINA, en prueba del aprecio que te tiene tu esposo! RELIGIOSA SEGUNDA. - ¡Y que seas madre de un héroe! RELIGIOSA TERCERA. - ¡Y que el amor de tu esposo no se entibie jamás! (Después de haberle echado estas bendiciones, salen todas, excepto Gautami.) PRIYAMVADA Y ANASUYA. - (Acercándose.) Querida amiga: ¡que la ablución te sea de buen agüero! (1) Hastinapura, "ciudad de los elefantes". Es la antigua ciudad de Delhi, sobre el Ganges. SAKÚNTALA. - !Bienvenidas seáis, amigas mías! !Sentaos aquí conmigo! LAS DOS AMIGAS. - (Después de recoger los vasos y sentarse.) Vamos, arréglate, en nosotras confeccionamos el ungüento que da la buena suerte. SAKÚNTALA. - !Cuánto os agradezco, amigas mías, vuestra fineza! ¡Pues de ahora en adelante, será difícil que mis amigas me engalanen! (Mientras pronuncia estas palabras, rueda por sus mejillas una lágrima.) LAS DOS AMIGAS. - ¡No está bien que llores en el momento de la propiciación! (Enjugan sus lágrimas y arreglan su tocado.) PRIYAMVADA. - !Su belleza, digna de los más preciados arreos, pierde con estas pobres galas, únicas que pueden encontrarse en un convento! DOS NOVICIOS. - (Entrando con presentes.) ¡He aquí los atavíos necesarios para vuestro tocado, señora! (Todas sonríen al ver los tales atavíos.) GAUTAMI. - Narada (1) hijo mío; ¿de dónde has sacado ésto? NOVICIO PRIMERO. - Es obra del poder de nuestro padre Kanva. GAUTAMI. - !Cómo! ¿Es que de su voluntad lo creó? NOVICIO SEGUNDO. - No es eso, madre; dignaos oírme. Nos llamó a los dos el venerable padre y nos dijo: "Id a coger para Sakúntala flores de los árboles de la selva. Y en aquel mismo
instante "un árbol produjo un vestido de lino, blanco como, la luna, emblema de un destino dichoso; otro destiló zumo de laca, a propósito para el aseo de los pies; los demás adornos nos fueron ofrecidos por manos de deidades visibles hasta las muñecas y que en hermosura rivalizan con los tiernos capullos de estas flores". PRIYAMVADA. - (Mirando a Sakúntala) - !Querida amiga, esta merced del cielo te presagia una suerte regia en la morada de tu esposo! (Sakúntala guarda una actitud modesta.) NOVICIO PRIMERO. - Venid, madre Gautami; corramos a contar al venerable Kanva, que sale ahora del baño, la largueza que con Sakúntala han tenido los árboles del bosque. NOVICIO SEGUNDO. - !Sí, sí, vamos los dos! (Salen) PRIYAMVADA Y ANASUYA. - Estos santos varones no entienden jota del arte del tocado. Tampoco nosotras entendemos mucho; pero gracias a nuestros conocimientos en pintura, sabremos ajustar bien a tu cuerpo estos adornos. SAKÚNTALA. - !Conozco vuestra habilidad, amigas mías! (Pónense las dos a adornar a Sakúntala. Entra Kanva que sale de baño.) KANVA. - "Hoy parte Sakúntala; a esta idea mi corazón se llena de pesar y mi voz se altera, porque contengo las lágrimas; sólo de pensarlo, se me nubla la vista. Si por puro efecto, siento turbación semejante, yo, morador de la selva, ¿cuál no será el tormento de los padres de familia, obligados a separarse de sus hijas?" LAS DOS AMIGAS. - Querida Sakúntala, ya estás vestida y adornada; échate ahora por encima de los hombros el manto. (Sakúntala se levanta y obedece.) GAUTAMI. - Hija mía, aquí está tu padre espiritual, abrazándote, por decirlo así, con sus ojos llenos de jubilosas lágrimas. Hazle el saludo de costumbre. (1) Narada, hijo de Brahma, uno de los nueve solitarios divinos y amigos de Krichna. Pasa por inventor del laúd indo. SAKÚNTALA. - (Con aire modesto.) ¡Bienvenido seáis, padre querido! KANVA. - !Quieran los dioses, hija mía, que seas tan honrada por tu esposo como Sarmichta lo fué por Yayati y que seas madre de un hijo, monarca universal, como Puru, el que ella tuvo! (1). GAUTAMI. - ¡Venerable Kanva! esas palabras son una dádiva más que una bendición. KANVA. - Hija mía; da aquí mismo la vuelta en torno al fuego sagrado, en dirección de la derecha. (Dan la vuelta todos, en tanto Kanva dice, en el metro de los Vedas.) "¡Que los fuegos del sacrificio, que tienen sus sitios señalados en torno al altar, se nutren de combustibles, se rodean de manojos de yerba sagrada y con la fragancia de las ofrendas borran los pecados, te purifiquen!" Parte ahora, confiada, hija mía, (Mirando a su alrededor) ¿Dónde están Sarngaraya y sus compañeros? UN NOVICIO. - (Entrando.) ¡Maestro, henos aquí! KANVA. - Muéstrale a tu hermana el camino. SARNGARAVA. - !Por aquí, por aquí, señora! (Pónense todos en marcha.) KANVA. - ¡Oh árboles de esta selva! "¡La que no quería beber el agua, cuando no la habíais bebido vosotros; la que, gustando de adornarse, no se -atrevía a despojaras ni de una sola rama florida; aquella para la que el brote de vuestro primer capullo constituía una fiesta, Sakúntala en fin, parte a la morada de su esposo! ¡Dadle todos vuestro adiós! (Escuchando el canto del KOKILA) - (2). ¡Sakúntala, estos árboles amados de los habitantes de la selva, te dan la despedida, ya que la voz lejana del KOKILA parece hablar por ellos!" UNA VOZ. - ¡Que hagan distraído y ameno tu viaje, a lo largo del camino, estanques tapizados de verdes lotos; que tupidas sombras de árboles te entibien el ardor de los solares rayos; que el polvo del camino se torne suave para ti como el polen del loto; que el viento se apacigüe y aliente dulcemente en torno tuyo; que la prosperidad te acompañe! (Todos escuchan asombrados). (1) Sarmichta, hija de un rey de los demonios, se casó con un Yayati, del cual tuvo 5 hijos, entre ellos Puru. (2) Nombre del cuco indo. Los poetas le llaman el mensajero de la primavera. GAUTAMI. - Hija mía, he aquí que las divinidades de la ermita se despiden de ti: inclínate ante ellas.
SAKÚNTALA. - (Que se adelanta saludando en voz baja) !Querida Priyamvada, aunque mi corazón suspira con impaciencia por hallarse al lado de mi amado esposo, en el preciso momento de abandonar este retiro mis pies me llevan adelante con pena! PRIYAMVADA. - No eres tú sola, querida amiga, quien este momento pasa por el dolor; al alejarse de la mansión de los anacoretas la selva toda parece traspasada por la misma angustia. "¡Las gacelas dejan caer de sus bocas la yerba a medio masticar; suspenden sus ruedas los pavos reales, las lianas sacuden una a una sus hojas, amarillas y se diría que vierten lágrimas!" SAKÚNTALA. - (Como evocando un recuerdo) !Padre mío; quisiera despedirme de la liana amiga mía, llamada LUNA DE LA SELVA! KANVA. - Ya sé que le tienes un cariño de hermana. Hela ahí a tu derecha. SAKÚNTALA. - (Acercándose a la liana) !LUNA DE LA SELVA!, amiga mía, ya que estás unida al mango, abrázame con sus ramas, semejante a brazos extendidos! !De hoy en adelante voy a estar muy lejos de ti! KANVA. - !Querida Sakúntala por tus méritos has logrado un esposo que no desdice de ellos; el mismo que yo en secreto había elegido; y puesto que esta tierna liana se ha unido con el mango, de aquí en adelante no tendré que inquietarme ni por ti ni por ella! SAKÚNTALA. - (A sus dos amigas.) A vuestros cuidados, mis amigas, recomiendo esta liana. LAS DOS AMIGAS. - Y a nosotras, ¿a los cuidados de quién nos recomiendas? KANVA. - NO llores más, Anasuya. ¿Quién sino vosotras, ha de dar ánimo a Sakúntala? (Pónense todos en marcha.) SAKÚNTALA. - "Padre, mirad esa gacela que se aleja, paciendo por las cercanías de la cabaña, cargada con el peso del cachorro que lleva en su seno; cuando haya dado felizmente a luz, no olvidéis enviarme un recadero con la fausta nueva". KANVA. - Está tranquila, hija mía. No lo olvidaremos. SAKÚNTALA. - (Como detenida por un estorbo.) ¿Quién me pisa la ropa? (Se vuelve al decir estas palabras.) KANVA. - ¡Este gamo, tu hijo adoptivo, que tú criaste con granos de arroz, y al que cuando se hería el hociquillo en las espinas de las yerbas, aplicabas el aceite de INGUDI que cicatriza las heridas, no abandona tus huellas!" SAKÚNTALA. - Pobre cachorrillo; ¿por qué me sigues a mí que me alejo de aquellos con quienes, hasta aquí, pasé mi vida? Sí, yo fui quién te crió, cuando te quedaste sin madre en el momento de venir al mundo. Pero hoy que te abandono, mi padre te toma bajo su protección, !tórnate pues a la ermita. (Hablando así echa a andar llorando.) KANVA. - Detén con firmeza las lágrimas de tus ojos, de rizadas pestañas, pues son un obstáculo para lo que tienes que hacer." El camino que seguimos está lleno de altibajos; tus pasos por fuerza han de ser desiguales". SARNGARAVA. - Señor, dice la Escritura. - A un amigo se le debe acompañar hasta la orilla del agua. Pues bien; he aquí la orilla de un lago. ¡Dadnos vuestras últimas instrucciones, y retiraos, venerable padre! KANVA. - Para eso será bien que busquemos un cobijo a la sombra de esa higuera. (Rodean todos a Kanva. Aparte.) ¿Cuál es el mensajero que conviene enviar al rey Duchmanta? (Reflexiona) SAKÚNTALA. - (A Anasuya) Querida amiga, mira; al no ver a su amado compañero oculto esa hoja de loto, la CHAKRAVAKI (1) gime inquieta y parece decir: !Oh cuánto sufro! ANASUYA. - Amiga, no imagines tal cosa. "Esa avecilla pasa la noche sin su amigo y la tristeza se la hace más larga; pero aunque sea muy viva la pena de la separación, la esperanza de volver a unirse, la torna llevadera". KANVA. - Sarngarava; hablarás de mi parte al rey, después de presentarle a Sakúntala. SARNGARAVA. - Aguardo las instrucciones de vuestra Reverencia. KANVA. - "Considerando que nosotros somos ricos en austeridades y tú eres de elevada alcurnia, visto el amor que por ti siente Sakúntala sin que en ella hayan influido consejos paternales, creo que debes contarla entre tus esposas y darle un lugar digno de sus méritos; lo demás depende del destino y los padres de una novia no tienen más que pedir". SARNGARAVA. - Retendré en la memoria vuestras instrucciones. (1) Especie de ánade (anascosarea), que es para los indos lo que la tórtola para los europeos: el símbolo de la constancia amorosa.
KANVA. - Ahora, hija mía, es a ti a quien debo aleccionar. Aunque moradores de la selva, conocemos las cosas del mundo. SARNGARAVA. - Nada en efecto, es ajeno a los sabios. KANVA. - Cuando estés en la morada de tu esposo, "escucha a los superiores con respeto; con las otras mujeres, tus compañeras, condúcete como una buena -amiga. Si te maltrata tu marido, no te dejes llevar de la iracundia. Sé siempre benévola con los inferiores, sin engreírte con las prosperidades que así es como una esposa alcanza la dignidad de verdadera señora de su casa, en tanto las que obran de otro modo, son la ruina de su familia". ¿Qué dice a esto, Gautami? GAUTAMI. - Tal es, con efecto, la regla de conducta que debe seguir la mujer casada, hija mía. Síguela tú, pues, en todos sus puntos. KANVA. - Ahora, hija mía, abrázame así como a todas tus amigas. SAKÚNTALA. - ¿Pero es que Priyamvada y mis demás amigas se van a quedar aquí? KANVA. - Hija mía, también ellas encontrarán esposo; no les conviene, pues, ir a la ciudad. Pero Gautami irá contigo. SAKÚNTALA. - (Después de abrazar a su padre adoptivo.) ¿Cómo arrancada de los brazos de mi padre, semejante a una rama de sándalo cortada en la ladera del Malaya, (1) podré seguir viviendo en otro sitio? (1) Nombre de la cordillera que domina la casta de Malabar. KANVA. - ¿.Por qué, hija mía, tal aflicción? "Elevada a la categoría de esposa de un gran rey de raza ilustre; ocupada a cada momento en tus altos y sagrados deberes, luego que, como la Playa oriental, madre del Sol, hayas dado a luz un hijo, puro como el astro del día, no sentirás pesar alguno por hallarte separada de mi". (Sakúntala cae a los pies de su padre.) ¡Quieran los dioses que se cumpla todo cuanto para ti deseo! SAKÚNTALA.- (Acercándose a sus amigas.) ¡Amigas queridas, abrazadme también vosotras! LAS DOS AMIGAS. - (Abrazándola.) Si el rey, querida amiga, se mostrase reacio a conocerte, enséñale en seguida ese anillo que tiene grabado su nombre. SAKÚNTALA. - Tal duda, de vuestra parte, me pone muy inquieta. LAS DOS AMIGAS. - No te asustes; el excesivo efecto es el que engendra ese temor. SARNGARAVA. - El sol se adelanta en su carrera al través de los cielos. Daos prisa, señora. SAKÚNTALA. - (Volviéndose) hacia el monasterio.) - !Oh padre mío! !Cuándo volverán a ver mis ojos ese recinto tan querido! KANVA. - Escúchame, hija mía. "Después de haber compartido largo tiempo con la tierra rodeada de los cuatro océanos, el título de esposa del gran rey; luego que hayas casado a tu hijo Duchmanta, el guerrero sin par, volverás en unión de tu esposo, que habrá resignado en el príncipe la carga del gobierno, a poner tus pies en el suelo de esta ermita sagrada". GAUTAMI. - Hija mía que se nos hace tarde. Dí al padre que se retire ya. (Dirigiéndose a Kanva) Sabio maestro, volveos al monasterio, donde tantos asuntos te reclaman. KANVA. - Dices bien, hija mía; he descuidado largo rato mis prácticas sagradas. SAKÚNTALA. - (Abrazando de nuevo a su padre adoptivo.) Vuestro cuerpo, oh padre mío, ha enflaquecido en la práctica de la austeridad. No os atormentéis más por mi causa. KANVA. - (Suspirando) "Cómo podrá, hija mía, aplacarse mi pena, al ver que los granos de arroz, por ti en otro tiempo arrojados en ofrenda a los Señores, han arraigado a la puerta de la cabaña?" Anda y que tu viaje sea feliz. (Vase Sakúntala con las personas que han de formar su cortejo.) LAS DOS AMIGAS. - (Siguiendo con los ojos a Sakúntala.) ¡Ay, ay! ¡Ya Sakúntala desapareció para siempre entre los árboles del bosque! KANVA. - (Suspirando.) Anasuya, se fue la que con vosotras observaba la ley; la que con dulce voz animaba los actos religiosos. Dominad vuestra pena y seguid mis pasos. LAS DOS AMIGAS. - Padre, ¿cómo entrar en la selva de las austeridades que la ausencia de Sakúntala convirtió en un desierto? KANVA. - Hijas mías, es la amistad la que os hace ver así las cosas. (Da algunos pasos, hablando consigo mismo.) Yo, a decir verdad, después de haber enviado a Sakúntala al lado de su esposo, vuelvo a sentir mi corazón tranquilo. ¿A qué se deberá esto? "Es que esa joven
pertenecía ya a otro, y al restituírsela al que la hizo su esposa, siento tan sosegada mi conciencia como aquel que ha devuelto un depósito". (Vánse todos.) FIN DEL CUARTO ACTO
ACTO QUINTO La escena tiene lugar en la ciudad de Hastinapura donde tiene su corte el rey Duchmanta. Este aparece sentado en su trono, con Madhavya a su lado. MADHAVYA. - (Prestando atención.) Querido amigo, escuchad, escuchad con atención (Se oye en la sala de conciertos una serie una serie de acordes modulados con dulzura y pureza de estilo.) ¿Quién entona tan suaves y melodiosos acentos? !Ah! !ya caigo! Será la reina Hansapadika que se ejercita en el canto! REY. - Guarda silencio para que yo pueda oír. (Se oye cantar detrás de la escena) "!Oh tú que eres goloso de miel nueva, ¿cómo después de besar el capullo del mango te olvidaste de él, satisfecho con tener por morada un simple loto?" !Oh! !De cuánta pasión está impregnado el canto! MADHAVYA. - !Ya lo creo! Cómo que por la música se saca el sentido de la letra... REY. - (Sonriendo) Esa mujer fue un día amada con delirio por mí y ahora con mucha razón me reprocha mis amores con la reina Vasumati. Amigo Madhavya, ve de mi parte a hablar con Hansapadika, que me dirige censuras encubiertas... MADHAVYA. - Al punto seréis obedecido. (Levantándose) !Ay, mi augusto amigo! Os prevengo que si le da por cogerme de los cabellos y zurrarme el cuerpo con sus lindas manos va a costarme más trabajo desasirme de ella, que a un ermitaño sorprendido por celeste "apsara" esquivar sus hechizos. REY. - Ve y valiéndote de un lenguaje pulido y cortesano, trata de aplacar su mal genio con frases lisonjeras. MADHAVYA. - (Saliendo.) Que los dioses me inspiren. REY. - (Aparte.) ¿Por qué, después de haber comprendido el sentido de ese canto, se ha llenado, mi alma de esa misma pena que se siente al despedirse de una criatura amada?" Sin embargo, después de haber visto cosas agradables y oído cánticos, impregnados de dulzura, siéntese uno triste, por más que esa tristeza no carezca de encanto; ¿será que, sin saber por qué, nos acordamos de amistades grabadas profundamente en nuestro corazón en vidas anteriores? (Quédase pensativo. Tras una pausa entra el gobernador del harén regio.) GOBERNADOR DEL HAREN. - ¡Ay de mi! ¡A lo que he quedado reducido! "Esta caña de bambú que en otro tiempo yo - el encargado de gobernar el harén de palacio - corté pensando - me servirá de adorno - ahora al cabo de los años tengo que usarla como apoyo para mis pasos vacilantes". Es indudable que, no conviene a un rey desatender voluntariamente los altos deberes de su cargo, y a pesar de ello, en este instante en que acaba de dejar el tribunal, no me atrevo a anunciarle la llegada, intempestiva de un discípulo de Kanva. Pero en fin; vamos allá. ¡La tarea de gobernar al mundo no consiente un instante de reposo! Pues "El sol, desde que unció sus corceles, camina sin cesar hacia adelante; la brisa embalsamada alienta noche y día, y Cecha (1) sustenta continuamente sobre sus cabezas la mole de la tierra; también el rey tiene el deber de sostenerla, ya que vive de la sexta parte de lo que produce." Así pues, voy a trasmitirte el Mensaje. (Da algunos pasos y mira.) He ahí al rey. "Después de mirar por el bien de todas las criaturas, como si fuesen hijos suyos, cuando tiene fatigado el espíritu gusta de la soledad, de igual modo que el pastor de elefantes, sofocado por la flama del sol, luego que condujo sus rebaños a los pastos, busca un sitio fresco donde sestear". (Acercándose al rey.) ¡Viva el soberano! Acaban de llegar unos anacoretas de ambos sexos, de los que habitan en las florestas del valle que está a los pies del monte Himavat, portadores, según dicen, de un mensaje del venerable Kanva para el rey. Ya oísteis, señor; decid ahora lo que se ha de hacer. (1) Rey de la casta de las serpientes que sirve de lecho y de dosel a Vichnú, resguardándole con sus mil cabezas, sobre las cuales sostiene el mundo. REY. - (Con respeto.) ¡Cómo! ¡Un mensaje de Kanva! GOBERNADOR DEL HAREN. - Sí, señor. REY. - Pues bien, que avisen de mi parte al sacerdote Somarata, para que, después de recibir a los moradores de la selva, con arreglo a lo que manda la Escritura, cuide él mismo de traerlos a mi presencia. Yo me estaré en el entre tanto aquí, lugar adecuado para recibir a unos religiosos. GOBERNADOR DEL HAREN. - Seréis obedecido, señor, (Sale.) REY. - (Levantándose.) Vetravati, Muéstranos el camino de la sala del sacrificio. VETRAVATI. - Por aquí, por aquí, señor.
REY. - (Adelantándose con aire preocupado.) Todo aquel que logró el objeto de sus deseos, es ya feliz; pero los reyes, cuando han conseguido lo que ambicionaban, siéntense torturados de nuevas inquietudes. Llegar a una dignidad encumbra, solamente satisface la ambición; pues la necesidad de conservar lo que se ha alcanzado, es un verdadero suplicio. La dignidad real, como el quitasol que se lleva en la mano, no evita una molestia sino a costa de otra. DOS HERALDOS. - (Detrás de la escena.) ¡Viva el rey! HERALDO PRIMERO. - "Sin preocuparos de vos mismo, os desvivís cada día por el bien del mundo y esa es vuestra verdadera ocupación. Sois semejante al árbol que aguanta en su copa un calor excesivo, mientras que con su sombra alivia del ardor de la siesta a quienes bajo su fronda se guarecen." HERALDO SEGUNDO. - "Cortáis el paso a quienes andan por malos caminos, sirviéndoos del cetro que castiga, aplacáis las querellas y tenéis el poder de otorgar protección. Vuestros abuelos se hallan presentes los días de las grandes fiestas; mas sólo en vos se encuentra, con perfección cumplida, el espíritu de indulgencia para con los pueblos." REY. - Me sentía fatigado y ahora me siento como rejuvenecido. (Da algunos pasos.) VETRAVATI. - La azotea del santuario del fuego recién purificada, reluce aún más hermosa con la ternera que da la leche de la ofrenda. Dignaos, señor, subir a verla. REY. - (Deteniéndose después de haber subido.) Vetravati, ¿con qué fin me enviará el sabio Kanva a esos santos ascetas? "¿Será que las penitencias de los, solitarios, ocupados en sus austeras prácticas, se habrán visto turbadas por algún daño inferido a los animales que en las selvas del monasterio se apacientan? ¿O que mis penas han impedido que florezcan está vez las lianas? Mi espíritu asaltado por multitud de dudas, no sabe qué pensar." VETRAVATI. - Si he de decir lo que imagino, los anacoretas, felices, gracias a los actos de virtud del rey, habrán venido a rendirle homenaje. (Entran los religiosos acompañados de Gautami, precediendo a Sakúntala. Delante de ellos va el gobernador del harén y el sacerdote de la casa real.) SARNGARAVA. - (Dirigiéndose a su compañero.) Saradvata: !Ciertamente este príncipe de grandes virtudes, tiene una constancia que nada altera; toda esta gloria que le circunda no es parte a deslumbrarle. Nadie, ni siquiera los seres de las castas ínfimas, sigue en su reino el mal camino. Y sin embargo, a mí, acostumbrado como estoy a soledad perpetua, este palacio lleno de gente se me antoja una mansión envuelta en llamas". SARADVATA. - Con razón se te ocurrió ya esa idea a la entrada de la ciudad. Yo también "como en aquel que se baña, mora a quien no se ha lavado; como el puro mira al impuro, el que vela al que duerme, y el hombre dueño de sus movimientos, al que está maniatado, miro a esta multitud que corre tras el deleite". SAKÚNTALA. - (Indicando con un ademán que se le manifiesta una presagio.) !Ay de mí! !Uno de lo ojos me tiembla y no es el izquierdo! GAUTAMI. - !Hija mía! !Váyase lejos de ti la mala suerte! !Que las deidades de la familia de tu esposo te colmen de ventura! EL SACERDOTE DE LA REAL CASA. - (Mostrando al rey.) !Eh, anacoretas! !Ahí tenéis al rey, al protector de todas las castas y de las órdenes religiosas! Acaba de dejar el tribunal, donde administra justicia y os espera; miradle. SARNGARAVA. - !Oh gran brahman! No hay duda que debíamos alegrarnos y no obstante permanecemos indiferentes. ¿Por qué? Pues porque "así como los árboles se doblegan al madurar sus frutos y las nubes se acercan a la tierra, al henchirse de agua, de igual modo los hombres virtuosos no se engríen con la imaginación de sus grandes poderes; tal es el carácter verdadero de quienes han nacido para prestar ayuda a los demás". VETRAVATI. - Señor, el semblante de los anacoretas respira placidez. De lo cual infiero que trae un asunto que no debe inquietaras. REY. - (Reparando en Sakúntala.) ¿Qué doncella es esa cubierta de velos, cuyo cuerpo aún no se desarrolló en toda su hermosura? "En medio de esos ascetas, ricos en austeridades, es semejante a una rama verde entre hojas amarillas". VETRAVATI. - Señor, mi curiosidad excitada se pierde en conjeturas; mas, ¿quienquiera que fuere, la belleza de esa mujer no os parece digna de atraer las miradas? REY. - Sí; mas no se debe mirar con complacencia a la mujer ajena. SAKÚNTALA. - (Poniendo la mano sobre el pecho, Aparte.) ¡Oh, corazón mío! ¿Por qué tiemblas así? ¡Acuérdate del amor de mi esposo y ten serenidad!
EL SACERDOTE DE LA REAL CASA. - (Aproximándose.) Los religiosos han sido recibidos, según la regla; pero uno de ellos os trae un mensaje de su superior. Dignaos oírle. REY. - Estoy atento. LOS ANACORETAS. - (Levantando los brazos.) ¡Que los dioses os hagan siempre victorioso, señor! REY. - ¡Salud a todos! LOS ANACORETAS. - ¡Cumplidos se vean siempre vuestros deseos! REY. - ¿Supongo que nada turbará las ceremonias y prácticas sagradas de los anacoretas? LOS ANACORETAS. - "¿Quién osaría estorbar las sagradas ceremonias de las personas pías cuando estas os tienen a vos por protector? Cuando refulge el astro de los ardientes rayos! ¿Cómo podría sobrevenir oscuridad" REY. - Así, en efecto, debe suceder, si el nombre de rey no carece de sentido. (1 ). Pero; y el bienaventurado Kanva ¿Ve recompensados sus desvelos por la felicidad de los mortales? (1) El rey hace un juego de palabras con el nombre Rach – rey – que viene de rach, brillar. LOS ANACORETAS. - El buen suceso de las cosas humanas está en las manos de 1os santos. El venerable Kanva pide ante todo noticias de vuestra salud y luego... REY. - ¿Qué ordena su santidad? SARNGARAVA. - Nuestro superior dice: “Ya que el sabio rey se desposó Por mutuo acuerdo, con esta joven, hija mía, doy a los dos mi consentimiento, pues" eres reconocido por nosotros como el primero entre los buenos y Sakúntala es la encarnación misma de la virtud. Al unir a dos seres de condición idéntica, Brahma esta vez no se expuso a la “censura". Hoy que la joven
lleva en su seno un hijo vuestro, recibirla en vuestra casa para que cumpláis ambos en común vuestros deberes religiosos. GAUTAMI. - Señor; desearía deciros algo, Pero mi lengua puede parecer intempestiva "no habiendo la joven requerido el consentimiento paterno ni vos consultado a ninguno de sus parientes; habiendo quedado la cosa entre ambos; que derecho tiene a inmiscuirse en el asunto un tercero?" SAKÚNTALA. - (Aparte.) ¿Qué irá a decir el noble príncipe? REY. - Pero: ¿qué revelación me hacéis? SAKÚNTALA. - (Aparte.) Fuego son las palabras que acaba de pronunciar! SARNGARAVA. - ¿De qué Procede vuestra duda, señor? Las personas como vos tienen motivos para estar bien instruidas de lo que pasa en el mundo. “Por muy virtuosa que sea la mujer
casada, sólo por el hecho de seguir con sus padres, se expone a incurrir en mala nota; por eso, aun cuando una mujer no sea amada de su esposo, quieren sus padres que viva bajo su mismo techo”.
REY. - Según lo que dan a entender vuestras palabras, ¿yo me uní en desposorio alguna vez con esa joven? SAKÚNTALA. - ( Consternada, aparte) ¡Oh corazón he aquí lo que temías! SARNGARAVA. - ¡Cómo! El pesar por un acto consumado induce al rey a apartarse de lo justo! REY. - ¡Pero si lo que decís es un tejido de imposturas! SARNGARAVA. - Esos cambios de opinión son muy frecuentes en aquellos a quienes el poder embriaga! REY. - Lo que acabas de decir es una injuria intolerable. GAUTAMI. - ¡Hija mía no te ruborices! Voy a levantar el velo que cubre tu semblante y verás como te reconoce tu esposo! (Levanta el velo.) REY. – (Mirando a Sakúntala, aparte) “¿Me he desposado alguna vez con esta beldad que ante mis ojos resplandece? Como la abeja, al despuntar la aurora titubea junto a la flor del jazmín cuajada de rocío, así yo también ni me resuelvo a aproximarme a ella ni he decidido abandonarla”. (Queda pensativo.)
VETRAVATI. - ¡Qué respeto tiene a la ley el soberano! A vista de hermosura semejante que para su recreo le han traído; ¡qué otro vacilaría? SARNGARAVA. - Señor, ¿por qué guardáis ese silencio? REY. - En verdad os digo, ¡oh anacoretas, que por más que hago memoria, no logro acordarme de tales desposorios! ¡Cómo pues, cuando salta a la vista que va ser madre, no estando seguro de que soy su esposo, deberé conducirme con esa señora?
SAKÚNTALA. - (Aparte.) El príncipe duda hasta de su casamiento. ¡Y yo que había puesto mi esperanza tan alto! SARNGARAVA. - (Al rey.) "No debéis de esta suerte menospreciar al sabio Kanva que dio su consentimiento a vuestro enlace con su hija, y al cederos la posesión del tesoro que le robasteis, os absuelve de vuestro rapto". SARADVATA. - Guarda silencio, Sarngarava, (Dirigiéndose a Sakúntala.) Lo que teníamos que decir, ya lo hemos dicho; el príncipe ha hablado también. Preséntale tú ahora, una prueba evidente de la verdad de nuestras palabras. SAKÚNTALA. - (Aparte.) Cuando un amor como este tiene suerte tan mísera ¿para qué recordarlo? Pero debo justificarme a mí misma, y hablaré. (Alto) - ¡Esposo mío (A media voz) Pero ahora que nuestros desposorios están en entredicho no debo emplear este lenguaje. Descendiente de Puru, es digno de vos el rechazar ahora con duras palabras a la pobre mujer que sedujisteis, bajo la fe de una promesa mutua. en la selva sagrada de los solitarios. REY. - (Tapándose los oídos) ¡Silencio! ¡Insultos no! “¿Por qué, trayendo la perturbación a mi palacio, te empeñas en rebajar mi condición, como un río que socava sus márgenes, enturbia el agua limpia y arrastra al árbol de la orilla? SAKÚNTALA. - ¡Esta bien! Si verdaderamente es por temor a que yo se la mujer de otro por lo que de ese modo te conduces, disiparé tus dudas con una señal que servirá para que me reconozcas. REY. - ¡Veamos! SAKÚNTALA. – (Buscando el anillo en su dedo) ¡Ay! ¡Desdichada de mí! ¡Que he perdido el anillo! GAUTAMI. - Sin duda alguna, se te cayó, hija mía, al inclinarte en devota reverencia, sobre las aguas del estanque sagrado de Satchi, en el recinto de Sakravatara. (1 ) (1) Satchi es el nombre de la esposa de Indra. Sakravatara ,designa el lugar 'donde Indra descendió sobre la tierra. REY. - (Sonriendo.) Con razón hablan del gran descaro del sexo femenino. SAKÚNTALA. - El destino muestra en todo esto su poder. Pero aún tengo que decirt e otra cosa. REY. - Es justo escuchar la narración de lo pasado. SAKÚNTALA. - ¿Un día, en el bosquecillo de los jazmines dobles, el agua escurriría de una copa formada con una hoja de loto; no llenó el hueco de tu mano? REY. - Prosigue. SAKÚNTALA. - En aquel momento, llegóse a ti el tierno cervatillo, llamado Dirghapanga, mi hijo adoptivo, y tu le invitaste diciendo: bebe. Pero él que no te conocía, no se acercó a tu mano. En cambio, llegóse confiado a mí, a buscar el agua en el hueco de la mía. Al ver lo cual, tú sonreíste y te expresaste así: "Todo ser tiene confianza con sus semejante -, ambos en verdad, sois hijos de la selva". REY. - ¡Palabras falsas y melosas como esas, proferidas por mujeres pesarosas de lo que hicieron, sirven para seducir a los voluptuosos. GAUTAMI. - Gran rey, guardaos de sospecha semejante. Esta joven criada en la selva del monasterio, ignora en absoluto el arte de la seducción. REY. - ¡Respetable penitente! "La astucia del sexo femenino muéstrese hasta fuera de la especie humana, ¿qué será pues en las hembras dotadas de razón? Antes de que aprendan sus crías a remontar el vuelo, ingéniense los kokilas (2) hembras para que se las mantengan otras aves". (2) No se olvide que el kokila es el cuco indio. SAKÚNTALA. - (Arrebatada de cólera.) Tus palabras dan a entender lo que eres, un hombre sin honor. ¿Quién procedería así en este instante sino tú que como un pozo oculto bajo la yerba, te cubres con el manto de la virtud? REY. - (Aparte.) La ira de esta mujer, que hace vacilar mi pensamiento, parece exenta de todo disimulo. "No obstante mostrarme tan severo, por una falta de memoria que rechaza la existencia de una secreta nupcia, en el momento en que las fruncidas cejas de esta mujer de inflamados ojos se dividieron, parecióme como si el arco del amor se hubiera roto!" (Alto.) Señora; la conducta de Duchmanta es harto conocida y no rec uerdo nada de cuanto me decís.
SAKÚNTALA. - Está bien. Ahora quiere pintarme como mujer liviana, a mí que fiada en el juramento de un descendiente de Puru, caí en las garras de un hombre que tiene miel en los labios y veneno en el corazón¡ (Llora cubriéndose el rostro con la orla del manto.) SARNGARAVA. - Para que se vea cómo un acto realizado precipitadamente y sin consultar más que el propio antojo, puede ser motivo de pesares acerbos. "Hay que mirarse mucho antes de aceptar una unión sobre todo si es secreta; cuando los corazones no se conocen suele la pasión trocarse en odio”.
REY. - De suerte que, apoyados en el testimonio de esta joven, ¿no vaciláis en acusarme? SARNGARAVA. - Ya conocéis el proverbio del mundo al revés. "La palabra de aquél que, desde niño, no fué adiestrado en la mentira, no tiene autoridad alguna"; sólo son dignos de inspirar confianza los que se ingenian en engañar al prójimo, diciéndole: "ésta es la verdad". REY. - Pues bien, verídico ermitaño. Si confesara ser cierto lo que dices, ¿qué castigo atraería sobre mi? SARNGARAVA.- La degradación (1). (1) El anacoreta amenaza aquí al rey en nombre de los poderes espirituales con la caída de la dinastía que representa. REY. - ¿La degradación para los descendientes de Puru? ¡No es creíble! SARADVATA.-¿Para qué hablar más, Sarngarava? Transmitido queda el mensaje de nuestro venerable maestro. Tornemos a la ermita. (Al rey.) "Puesto que esta mujer es tu esposa, acéptala o repúdiala; la autoridad que el esposo tiene sobre su cónyuge es según los sabios, absoluta". GAUTAMI. - Vamos andando. (Se ponen en marcha.) SAKÚNTALA. - ¡Cómo! ¿Ahora que me rechaza este traidor, también vosotros me abandonáis a mi pesar? (Quiere seguirlos.) GAUTAMI. - Hijo mío Sarngarava, he aquí a Sakúntala que se empeña en seguirnos llorando amargamente. ¿Qué va a ser de mi hija, cuando su esposo la rechaza con dureza? SARNGARAVA.- (Volviéndose con enojo a Sakúntala.) ¿Mujer testaruda, siempre serás la misma, atenta no más a tus caprichos? (Sakúntala empieza a temblar.) "Si eres en verdad lo que el rey, protector de la tierra, acaba de decir, ¿qué tienes que ver con tu padre, tú que estás ya fuera de la familia? Si estás segura de la inocencia de tus actos, quédate a servir como esclava en casa de tu esposo." "Cuanto a nosotros cumplimos ya nuestra misión". REY. - ¡Anacoreta! ¿Por qué engañas así a esta mujer? “La luna abre los lotos de la noche y el sol los del día. ¡El deber de quienes vencen sus pasiones, es evitar la unión con la mujer ajena!" SARNGARAVA. - Pero si el que da leyes a los pueblos. se olvida de sus compromisos anteriores, bajo el influjo de nuevas veleidades; ¿qué habrá de hacer quién tiene horror a la injusticia? REY. - (Al sacerdote de la real casa.) A tu Reverencia pido que pese en la balanza al fuerte y al débil. "En la duda de si estoy obcecado o si es esta mujer la que no habla verdad; ¿debo abandonar a mi esposa o hacerme reo de un pecado, tomando a la mujer de otro?" SACERDOTE. - (Después de reflexionar.) ¿Y qué deseáis de mi? REY. - Que tu sabiduría me aconseje. SACERDOTE. - Pues bien, dejad a esta señora bajo mi custodia hasta que sea madre. Si la predicción de los sabios "engendrarás un primogénito que tendrá marcada en la mano la figura de una rueda" se cumple, y el hijo de esta hija del solitario nace dotado de ese signo, después de honrarla públicamente, la harás entrar en tus habitaciones reservadas. De otra suerte, se la devolveremos a su padre. REY. - Hágase pues lo que mi preceptor espiritual ordena. SACERDOTE. - Sígueme, hija mía. SAKÚNTALA. - ¡0h tierra! Ábrete bajo mis pies. (Se adelanta llorando y sale con el sacerdote de palacio y los anacoretas. El rey, a quien la maldición de Durvasas privó de la memoria, queda muy pensativo, reflexionando sobre la visita de Sakúntala. (Por detrás de la escena, se oye una voz.) VOZ. - ¡Qué cosa tan maravillosa! REY. - ¿Qué ocurre? SACERDOTE. - (Entrando con aire de asombro.) Señor, una cosa maravillosa en verdad, acaba de suceder. REY. - ¿Que ha sido ello?
SACERDOTE. - Señor; al alejarse los discípulos del venerable Kanva, esta joven púsose a maldecir su destino y lloraba, levantando los brazos... REY. - ¿Y qué más? SACERDOTE. - “Junto al estanque sagrado de las Ninfas, una llama con forma de mujer, se elevó y desapareció en los aires.” (Todos dan muestras d e asombro.) REY. - Reverendo; ya habíamos dado por resuelto este asunto. ¿A qué ocuparse en él inútilmente? Dejad que descanse vuestro espíritu. SACERDOTE. - ¡Los dioses os den siempre la victoria! (Sale.) REY. - Vetravati, estoy turbadísimo. Muéstrame el camino de mi dormitorio, que quiero descansar. VETRAVATI. - ¡Por aquí, por aquí, señor! (Sale.) REY. - “A decir verdad, no recuerdo que la hija del solitario sea mi esposa; y sin embargo, mi corazón vivamente conmovido, me impulsa a creerlo.” (Salen t odos.) FIN DEL QUINTO ACTO
INTERMEDIO Entra primero el cuñado del rey, jefe de la Policía; a continuación llegan dos guardias que conducen a un hombre con las manos atadas a la espalda. LOS DOS GUARDIAS. - (Sacudiendo al preso.) Vamos, ladrón, habla; ¿dónde robaste ese anillo del rey, que lleva estampado su nombre? PRESO. - (Con actitud temerosa.) Tener piedad de mi, señores míos! ¡Yo no he hecho nada malo! GUARDIA PRIMERO. - ¿Es que el rey te tomó por un sabio brahmán y te hizo ese regalo? PRESO. - Escuchadme un instante y os lo contaré todo. Soy pescador y vivo en las inmediaciones de Sakravatara. GUARDIA SEGUNDO. - Pero, bandido, ¿te ha preguntado alguien quién eres? JEFE DE POLICIA. - Suchaka, deja que lo cuente todo por su orden. No le interrumpáis. LOS DOS GUARDIAS. - Habla pues, como lo manda el cuñado del rey. PRESO. - Sostengo a mi familia, con redes, anzuelos y demás instrumentos de pesca. JEFE DE POLICIA. - (Sonriendo) ¡Bonita profesión en verdad! PRESO. - Señor, no habléis así. ¡Nadie debe salirse de la esfera en que nació, aunque sea poco honrosa; el brahmán, que se acredita de cruel al sacrificar víctimas a los dioses, puede a pesar de ello, ser de natural manso y compasivo. JEFE DE POLICIA. - Está bien, continúa. PRESO. - Pues como iba diciendo; cierto día en que estaba cortando en trozos un pescado llamado ROHITA (1) me encontré en su vientre este anillo, realzado por esta piedra preciosa. Luego, al tratar de venderlo para remediar mi pobreza, vinieron vuestras mercedes y me detuvieron. Esta es la verdad pura; así que dadme la muerte, si creéis que la merezco o dejadme ir en paz, pues no me arrancaréis otra confesión. (1) Cyprinus rohi, especie de pescado que alcanza a veces 3 pies de longitud. JEFE DE POLICIA. - Chanuka, este miserable es sin duda un pescador, pues no hay más que ver el hedor repugnante que exhala. . .Sólo que es preciso averiguar con todo cuidado, cómo encontró el anillo. Vamos pues a llevarlo al palacio del rey... LOS DOS GUARDIAS. - Está bien, señor. Ea, cortador de bolsas, echa a andar delante de nosotros. (Pónense en marcha.) JEFE DE POLICIA. - Suchaka, aguardadme vosotros con este hombre a la puerta de palacio, hasta que yo vuelva. ¡Mucho ojo con que se os escape! Yo voy a dar parte al soberano del hallazgo del anillo y a recibir sus órdenes. LOS DOS GUARDIAS. - Id sin miedo, señor, y que seáis bien acogido del monarca. (Vase el jefe de policía.) GUARDIA PRIMERO. - Chanuka; ¿no te parece que el jefe tarda mucho en salir? GUARDIA SEGUNDO. - Es que siempre hay que hacer antesala en los palacios. GUARDIA PRIMERO. - Chanuka, se me van las manos hacia éste con el deseo de ponerle una flor (1). (Al hablar así, señala al preso.) (1) En otro drama indo se ve que, antes de inmolar una criatura humana como víctima a Siva o a su esposa Durba, había la costumbre de ponerle una corona de Durga en la cabeza, de donde cabe inferir que hacían lo mismo con los condenados a muerte. PRESO. - Señor, no querréis cometer un asesinato sin motivo. GUARDIA SEGUNDO. - (Al preso, después de mirar a lo lejos.) Por ahí viene ya el jefe con una carta en la mano. Sin duda el rey le habrá dado sus órdenes, que serán de que sirvas de pasto a los buitres si no es que te destinan a festín de los canes! JEFE DE POLICIA. - Suchaka, deja en libertad a ese pobre hombre que vive de la pesca y es una persona honrada. El hallazgo del anillo está plenamente justificado. SUCHAKA. - Seréis obedecido, señor. GUARDIA SEGUNDO. - He aquí uno que habiendo entrado en la mansión de Yama puede decir que salió de ella. (Al hablar así, desata las ligaduras del preso.)
PRESO.- (Libre ya, saludando al jefe de policía.) ¡Vaya! ¡Vaya! ¿No despreciabais tanto mi oficio? JEFE DE POLICIA. - Aquí tienes un presente de valor igual al del anillo, merced que el rey te otorga. PRESO. - (Inclinándose al recibir el regalo del rey.) Doy por bien empleado ahora todo cuanto me habéis hecho sufrir. SUCHAKA. - Aquel puede decirse favorecido de la suerte, que después de librarse de la estaca, se ve encumbrado en los lomos de un elefante. GUARDIA SEGUNDO. - (Al jefe de policía.) Señor; la satisfacción del rey al recobrar ese anillo, deja entender en cuanta estima lo tenía. JEFE DE POLICIA. - No será sin duda por su gran valor, sino porque la vista de la joya le ha recordado a una persona amada. Aunque reservado por naturaleza nuestro soberano, dejó traslucir un momento la agitación de su espíritu. GUARDIA PRIMERO. - Un gran servicio acabáis de hacer a vuestro augusto hermano. GUARDIA SEGUNDO. - Sí; pero el que se ha aprovechado de ello, ha sido ese enemigo de los peces. (Al hablar así, mira de reojo al pescador.) PESCADOR. - Señores, sea la mitad del presente regio, el precio de la corona de flores que queríais ponerme. GUARDIA SEGUNDO. - Aceptado, buen hombre. JEFE DE POLICIA. - Honrado pescador, de ahora en adelante te consideraré como a mi mejor amigo; y para festejar nuestra amistad naciente, vamos a tomar una copita de KADAMBARI (1). No lejos de aquí hay una taberna, vayamos allá todos. TODOS.-Muy bien dicho. Vamos. (Salen todos.) (1) Designanse con este nombre todos los líquidos fermentados en general, aunque propiamente hablando es el que se obtiene de la planta llamada Kadamba (Nauclea kadamba). |
FIN DEL INTERMEDIO
ACTO SEXTO (Entra en escena la ninfa Sanumati, conducida en un carro celeste.) SANUMATI. - Acabo de cumplir con el deber que por turno nos corresponde a cada una de nosotras, las ninfas, de inspeccionar los estanques que nos están consagrados. Ahora que es el momento en que mis compañeras se entregan al placer del baño, voy a ver por mis propios ojos lo que hace el sabio rey. ¿No es ahora Sakúntala como una parte de mí misma, en razón de mi parentesco con Menaka? (1) Y no me ha encargado ésta además de velar por su hija? (Después de mirar a todos lados.) ¡Pero como ¿En vísperas de celebrarse la fiesta de la primavera, no se advierte preparativo alguno en el palacio del monarca? Por mi ciencia divina, tengo el poder de conocerlo todo; más debo respetar las intenciones de mi amiga. Sea. Oculta bajo un velo impenetrable, para las guardianas de los reales jardines, lo oiré todo sin moverme de su lado. (Apéase del carro. Entra a poco una jardinera que se pone a examinar los capullos de un mango. y luego, aparece otra.) (1) Ya se ha dicho que Menaka, la ninfa o apsara celestial, compañera de Sanumati, es la madre de Sakúntala. JARDINERA PRIMERA. - "¡Rama de mango que unes el rojo con el verde pálido y estás henchida por la savia del mes primaveral, puestos en ti los ojos te ruego que me seas propicia, oh mensajera de buen augurio, que la nueva estación nos envía!" JARDINERA SEGUNDA. - ¿Parabhritika, por qué hablas sola? JARDINERA PRIMERA. - Madhukarika; al ver los capullos del mango, Parabhritika se siente como enajenada. JARDINERA SEGUNDA. - (Aproximándose muy alegre.) ¡Pero cómo! ¿Llegó ya el mes de la primavera? JARDINERA PRIMERA. - ¡Sí, Madhukarika! ¡Llegó ya para ti el tiempo de la embriaguez, de la locura y de los cantos! JARDINERA SEGUNDA. - ¡Amiga mía; sosténme para que, empinándome un poco, pueda alcanzar un capullo de mango con que hacerle una ofrenda al Amor! JARDINERA PRIMERA. - Te sostendré, sí; pero a condición de que has de compartir conmigo los beneficios de la ofrenda. JARDINERA SEGUNDA. - Ni que decir tienes, ya que nuestra vida no es sino una sola repartida en dos cuerpos. (Apoyada en su amiga, corta un capullo de mango.) Aunque cerrado aún, este capullo de mango, exhala el dulce olor de los que ya han roto su envoltura. (juntando las manos, según el modo llamado KAPOTAH ASTAKA (1). "Como ofrenda te consagro, oh capullito mío, al dios del amor que tiene asido el arco. ¡Que seas tú la mejor de sus flechas y sean tu blanco las mujeres jóvenes que tengan sus amantes de viaje! (Hablando así, arroja el capullo a lo lejos.) (1) La palabra kamah significa pichón, esta manera de juntar las manos debe imitar, pues, la forma de un ave. GOBERNADOR DEL HAREN. - (Que entra levantando con iracundia la cortina del fondo.) ¡No hagas eso, aturdida! Cuando el rey ha suspendido la fiesta de la primavera; ¿cómo te atreves a cortar una rama de mango cuya flor aún no ha abierto? LAS DOS. - (Asustadas.) Perdonad, señor, nada sabíamos de lo que nos dices. GOBERNADOR DEL HAREN. - ¿Podríais ignorarlo vosotras, habiendo acatado la voluntad del rey hasta los árboles de la primavera y los pájaros que anidan en sus ramas? Mirad. "El capullo del mango, aunque abierto hace tiempo, aún no ha desprendido su polen, el KUSAVAKA (1) aunque próximo a florecer, guarda sus flores en capullo; aunque pasó ya el frío, la voz de los kokilas machos balbucea en sus gargantas, parece como si el Amor, también perplejo, volviese a su aljaba la flecha que había sacado a medias". (1) Planta cubierta de espinas agudas y cuyas un rojo purpúreo. LAS DOS. - No es posible dudar del poder del sabio rey.
JARDINERA PRIMERA. - Señor; sólo hace unos días que Mitravasu, el cuñado del r ey, nos envió a las dos a los pies del soberano. Desde entonces nos está encomendada la guardia de los reales jardines. Y como somos nuevas en el cargo, no sabíamos nada de haberse suspendido las fiestas. GOBERNADOR DEL HAREN. - Bueno; pues ya estáis enteradas. LAS DOS. - Señor, si fuerais tan bueno que nos dijeseis la razón de haberse suspendido las fiestas, os lo agradeceríamos, pues somos a la verdad, curiosas. LA NINFA SANUMATI. - (Invisible para los demás personajes.) Muy poderosa, en verdad, debe de ser la causa, pues no hay nada que agrade a los mortales como fiestas y regocijos. GOBERNADOR DEL HAREN. - La cosa es conocida de todos en la corte, ¿cómo no llegó a vuestros oídos el rumor de la llegada de Sakúntala? LAS DOS. - De labios del cuñado del rey, hemos oído la relación de todo lo ocurrido hasta el momento en que el rey vió el anillo. GOBERNADOR DEL HAREN. - Sí así es, poco me queda que contaros. Luego que a vista del anillo hubo el rey hecho memoria, dijo: "Era verdad que yo me había casado antes de ahora en secreto con la virtuosa Sakúntala y que por obcecamiento nada más la rechacé". Dichas estas palabras, dejase el soberano vencer por el pesar, de suerte que "ha cobrado odio a los placeres, no quiere sufrir las lisonjas de los cortesanos, pasa desvelado las noches, revolviéndose en el canto del lecho, y si dirige, siguiendo la costumbre, palabras de halago a sus mujeres, se equivoca de nombre y permanece largo tiempo avergonzado". SANUMATI. - Todo eso está muy bien. GOBERNADOR DEL HAREN. - Por efecto de esa alteración de su espíritu, ha revocado el rey las fiestas. LAS DOS JARDINERAS. - ¡Nada más natural! UNA VOZ. - (Por detrás de la escena.) ¡Libre está el camino, señor! GOBERNADOR DEL HAREN. - (Prestando atención.) He aquí al rey que viene por ese lado. Idos vosotras a cumplir vuestros deberes. LAS DOS JARDINERAS. - Está bien, señor! (Vánse.) (Entra el rey, vestido de luto y seguido de Madhavya y de Vetravati.) GOBERNADOR DEL HAREN. - (Mirando al rey.) ¡Oh y qué verdad es que las personas distinguidas conservan aún en los trances más acerbos, la elegancia de sus modales. Incluso ahora, agobiado por el pesar, resulta nuestro amo, airoso, y bello. "Despojado de todo arreo que pudiera distinguirle, sin otra joya que una simple pulsera de oro, ajustada a la muñeca izquierda, los labios descoloridos de tanto suspirar y los ojos enrojecidos por las fatigas del insomnio, sólo refulge ahora por virtud de la majestad que en su interior reside, como un grueso diamante que, frotado con la piedra que sirve para pulimentarle, no parece resentirse del choque". SANUMATI. - (Al ver al rey.) Razón tiene que le sobra Sakúntala para no olvidarle, aunque él la haya despreciado y alejado de sí. REY. - (Andando lentamente con aire soñador.)"¡Oh por qué antes, cuando estaba dormido, no se despertó a la voz de mi amada de ojos de gacela, este corazón mío, que ahora tienen en vela los pesares del remordimiento!." SANUMATI. - Sentimientos semejantes afligen también a la pobre Sakúntala. MADHAVYA. - (Aparte.) Hele atacado otra vez de la enfermedad de Sakúntala. ¿Con qué podría curársele? GOBERNADOR DEL HAREN. - (Aproximándose.) ¡Los dioses os concedan en todo tiempo la victoria! ¡Gran rey, con sumo esmero hemos inspeccionado el jardín todo, podéis entregaros al descanso con entero sosiego! REY. - Vetravati, dile de mi parte a mi buen ministro Pisuna que a causa de los insomnios que me aquejan, me siento tan cansado que no puedo presidir hoy el tribunal. Que apunten, pues en un pliego los asuntos pendientes de resolución y me los envíen. Estas son mis órdenes. VETRAVATI. - ¡Seréis servido, señor! REY. - Vatayana, no olvides tú tampoco tus deberes. GOBERNADOR DEL HAREN. - ¡Perded cuidado, señor! MADHAVYA. - Ya está el sitio despejado de moscones. Ahora, en este delicioso lugar de los jardines, resguardado del calor y del frío, vais a disfrutar de un dulce descanso. REY. - Amigo Madhavya; las desgracias, según dicen, siempre encuentran resquicio por donde deslizarse. Y no es sino muy cierto el refrán, pues "apenas quedó limpio mi espíritu de las
tinieblas que ofuscaban el recuerdo de mi afición a la hija del solitario, cuando el dios del Amor puso en su arco una flecha de mango, y se dispone a lanzármela". MADHAVYA. - Esperad un instante, señor, voy con la punta de mi cayada a romper la tal flecha. (Así hablando, hace ademán de romper con el bastón una rama de mango.) REY. - (Sonriendo.) Basta; acabo de ver hasta dónde llega el poder de un brahmán. Pero dime, amigo mío; ¿dónde encontraré para regocijo de mis ojos, esas lianas que se parecen tanto a la que amo? MADHAVYA. - A vuestra doncella Chaturika le disteis estas instrucciones. "Pasaré parte del día en el bosquecillo de las madhavis. Llévame a ese sitio la imagen de Sakúntala que mi mano trazó en una tablilla. REY. - De esa suerte podré engañar al corazón. Enséñame el camino. MADHAVYA. - ¡Por aquí, por aquí señor (Echan a andar los dos, seguidos de la ninfa Sanumatí.) Ese bosquecillo de madhavis, con su banco de mármol, que presenta la ofrenda de un ameno plantel de flores, nos invita como dándonos la bienvenida. ¡Entrad, pues, señor, y tomad asiento! (Entran los dos y se sientan.) SANUMATI. - Escondida a la sombra de esta liana, veré desde aquí el retrato de mi amiga. Luego le he de decir a ésta el gran amor que le tiene su amadísimo esposo. (Se coloca como ha dicho.) REY. - Amigo, en este instante recuerdo con toda claridad todo lo sucedido la primera vez que vi a Sakúntala, según te lo referí. Pero tú no estabas a mi lado cuando la negué y ni antes ni después te he oído pronunciar su nombre. ¿La habrás olvidado tú también? MADHAVYA. - No ha sido así, señor, sino que vos mismo, después de habérmelo contado todo, dijisteis a guisa de remate: "Todo ha sido broma; no hay que tomar en serio mis palabras". Y yo en mis cortas luces, así me lo creí. Pero sea de ello lo que fuere, ¡qué poderoso es el destino! SANUMATI. - ¡Y tanto como lo es! REY. - (Después de reflexionar.) Amigo mío, ¡ven en mi socorro! Es i ndigna. MADHAVYA. - ¡Ay! ¡Qué os sucede, señor! ¡Vaya! Tal flojedad de ánimo es de vuestra alta nobleza. Las almas grandes no se dejan vencer de los pesa-res. ¿Habéis visto que las montañas se conmuevan por más que las sacuda un viento impetuoso? REY. - Amigo, al recordar el dolor de mi amada, cruelmente afligida por mi desprecio, siento un remordimiento que raya en desesperación. Pues ella, "al verse rechazada por mí, quiso irse con quienes la habían traído; y como el discípulo de su padre, diciéndole en voz alta y no una sola vez, con toda la autoridad del padre mismo: ¡Quedaos aquí!, la obligara a quedarse, posó en mí una mirada, velada por la abundancia del llanto. Y este recuerdo me hiere ahora como una flecha envenenada". SANUMATI. - He aquí hasta dónde puede llegar el arrepentimiento de l o que se hizo. MADHAVYA. - Para mí tengo, señor, que vuestra noble esposa ha sido arrebatada a los cielos por algún huésped de la región del aire. REY. - "¿Quién si no, se atreverá a tocar a la que es ídolo de su esposo?" " Menaka es la madre de tu esposa", le oí decir al solitario. De suerte que al oírte decir que las compañeras de Menaka han arrebatado a mi amiga, mi corazón se inclina a creerte! SANUMATI. - Lo extraño en verdad, fué su obcecación y no el despertar de su recuerdo. MADHAVYA. - Pues si es así, con el tiempo os será devuelta Sakúntala. REY.-¿Pero cómo? MADHAVYA. - Porque no hay padres que puedan sufrir la presencia de una hija afligida por estar separada de su esposo. REY. - Amigo, "¿Es esto un sueño, una ilusión o el agotamiento completo del fruto de mis buenas obras? ¡Ay de mi! ¿Se habrá agostado para no volver a retoñar el fruto? ¡Sólo quedan las ruinas de mis esperanzas!" MADHAVYA. - ¡No habléis así, señor! ¿No es segura prenda el anillo, de que el porvenir os reserva una reunión inesperada? REY. - (Después de mirar el anillo.) ¡Ay de mi! Fuerza es compadecerte por haber caído de un sitio tan difícil de alcanzar. "¡Tu mérito, oh anillo, es como el mío; insignificante, a juzgar por el fruto que de él sacas, ya que te caíste del lugar que ocupabas entre sus lindos dedos, de sonrosadas uñas!" SANUMATI. - Esas lamentaciones estarían bien si hubiera ido el anillo a parar a otras manos. MADHAVYA. - Pero, ¿con qué objeto pusisteis, señor, ese anillo en manos de la joven?
SANUMATI. - He ahí una pregunta que también a mí me la inspiraba mi curiosidad. REY. - Escucha. Al despedirme de ella para regresar a la corte, díjome mi amada llorando: ¿Cuándo, noble señor, me darás el titulo que me pertenece? MADHAVYA. - ¿Y después? REY. - Después de haberle puesto este anillo en el dedo, le dije: "Día por día, no tomando sino una cada vez, cuenta las letras que componen mi nombre, hasta llegar al fin. Ese día, querida esposa, vendrá por ti un servidor mío, encargado de conducirte a mis habitaciones de palacio. ¡Pero en mi obcecación me olvidé de cumplir mi palabra, y eso es lo que me aflige! SANUMATI. - Era indicar finamente el término de la ausencia; pero el destino quiso ponerse de por medio. MADHAVYA. - ¿Y cómo fué el encontrarse el anillo en las entrañas de un pez, descuartizado por el pescador? REY. - Mientras mi dulce esposa ofrecía su homenaje al estanque sagrado de Sachi, cayósele de la mano el anillo y fué a parar a la corriente del Ganges. MADHAVYA. - Comprendido. SANUMATT. - Ahora se explican las dudas del prudente rey sobre su casamiento con Sakúntala, la hija del solitario, en su temor de infringir la ley. Amor semejante merece una prenda de reconocimiento; ¿cuál será? REY. - ¡Con toda mi alma debiera maldecir a este anillo, causa de mis males! MADSAVYA. - ¡Cómo así siga, acabará por volverse loco! REY. - (Dirigiéndose al anillo.) ¿Cómo pudiste permanecer escondido en el agua, después de haber lucido en esa mano de afilados dedos? Sin embargo un objeto insensible está privado de discernimiento; pero ¿cómo pude yo desconocer a mi amada? MADHAVYA.- ¡Ay! Pero ¿es que estoy condenado a morir aquí de hambre? REY. - ¡Oh tú que te viste injustamente rechazada, muéstrate de nuevo a los ojos de este desventurado cuyo corazón. arde y se consume de arrepentimiento y pruébale haberle perdonado! CHATURIKA. - (Levanta el lienzo del fondo de la escena y entra con un cuadro. Muéstraselo al rey y le dice.) Aquí tenéis, señor, el retrato de la reina. MADHAVYA. - ¡Bravo, señor! ¡Magnífico retrato! La imitación del natural seduce por la gracia de las actitudes. Mi vista se recrea con las cavidades y con los realces. SANUMATI. - No puede negarse, en verdad, la destreza del príncipe. No parece sino que es esa la misma Sakúntala en persona. REY. - "Lo falto de gracia en la pintura, sólo es lo mal copiado; pero a pesar de todo, este retrato tiene algo de la belleza del modelo". SANUMATI. - La modestia del contrito rey es igual a su amor. MADHAVYA. - Señor, en este cuadro se ven tres jóvenes a cual más seductoras. Pero queréis decirme; ¿cuál de ellas es Sakúntala? SANUMATI. - ¿Tan desdichado es este hombre que no ha tenido la suerte de admirar su hermosura? REY. - Vamos a ver, amigo mío, ¿cuál de las tres te parece ella? MADHAVYA. - Debe de ser la que, en actitud de fatiga, déjase ver junto al mango, cuyas delicadas ramas brillan con el lustre del riego reciente. Quiero decir aquella que tiene. los brazos extendidos de un modo particular por cuyo rostro resbalan algunas perlas de sudor; esa cuyos cabellos dejan caer las flores de sus deshechos lazos. Esa es Sakúntala, señor, las otras dos son sus amigas. REY. - No eres nada lerdo. Mira; aquí hay una señal de mi amor. "Una mancha impresa por mis dedos, húmedos de sudor, déjase ver en el filo del cuadro y una lágrima, desprendida de mi mejilla, marc6 también su huella, borrando la pintura. “Chaturika, este paisaje está todavía por
terminar; ve por mis pinceles y tráemelos. CHATURIKA. - Señor Madhavya, tened el cuadro hasta que yo vuelva. REY. - Yo lo tendré. (Coge el cuadro. Sale Chaturika.) En verdad; "¡Después de haber rechazado a mi amada que estaba junto a mi; al ponerme a hacer el retrato de su imagen ausente, era yo semejante, amigo mío, a quien habiendo acabado de atravesar un río de aguas caudalosas, déjase deslumbrar por un espejismo!" MADHAVYA. - (Aparte.) ¡Con que mi señor el rey, después de pasar un río caudaloso, ha tropezado con un espejismo! (Alto.) No veo qué falte por pintar aquí! SANUMATI. - Por su gusto pintaría todos los lugares que agradan a mi amiga.
REY. - Escucha; "Falta por pintar el río Malini, con un par de cisnes tumbados en la arena de la ribera; luego, al lado allá de entre ambas márgenes, esas claras colinas, al pie del Himalaya, donde moran los gamos. Quiero también figurar, bajo un árbol, de cuyas ramas cuelgan vestidos de cortezas, una gacela rubia, rozando su oreja izquierda con el cuerno de una gacela negra." MADHAVYA. - (Aparte.) Por lo que veo, piensa poblar el cuadro de una muchedumbre de barbudos ascetas, de flores, plantas, árboles, pájaros y cuadrúpedos! REY. - Amigo, todavía falta ponerle aquí a Sakúntala un adorno que se nos ha olvidado. MADHAVYA. - ¿Cuál, señor? SANUMATI. - Será algún adorno adecuado para una huésped de la selva. REY. - "Nos hemos olvidado de pintar una flor de acacia con su tallo y todo, prendida en su oreja, con los pétalos dando en su mejilla, así como también un collar de fibras de loto, dulces cual los rayos de la luna de otoño en medio de sus "pechos". MADHAVYA. - ¿Pero por qué esa joven que recata el semblante entre sus dedos finos como el tallo de un loto rojo, parece estar temblando? (Después de mirar la tabla.) ¡Ah! He aquí un insolente zángano, uno de esos rateros del jugo de las flores, que se lanza a picarle en el rostro! REY. - ¿Sí? ¡Pues detén a ese atrevido! MADHAVYA. - Señor, a vos que amansáis la fiereza de las gentes, toca detener al osado. REY. - Dices bien. ¡Oh tú, rondador tenaz de las lianas en flor, por qué te obstinas en revolotear alrededor de este cuadro? "Posada en una flor y ardiendo de amor por ti, esta tierna abeja, aunque atormentada por la sed, aguarda y no se decide a libar sin ti el néctar.”
SANUMATI. - ¡Qué despedida más cortés! MADHAVYA. - Esos zánganos son tercos y se hacen los remolones. REY.- ¡Ah sí! ¿Conque no obedeces mi mandato? Bueno, pues escucha. "Moscardón de la miel, como llegues a picar en los labios de mi amiga, rojos cual el fruto del BIMBA (1), esos labios embriagadores como el capullo intacto de un tierno arbusto cuya dulzura saboreé hasta marearme en las fiestas del amor, juro que he de meterte preso en el cáliz de un loto!”
(1) Bimba (Momordica monodelfa), especie de calabaza que da un fruto de un hermoso color rojo, con el que los poetas indos se complacen en comparar los labios de sus amadas. MADHAVYA. - ¡Cómo no temerá el zángano castigo tan severo! (Riendo aparte.) En verdad que está loco. Y yo también debo de estarlo, cuando me estoy aquí haciéndole compañía. (Alto.) Pero si es sólo una pinturas! REY.- ¡Cómo una pintura! SANUMATI. - Yo misma hace un momento lo dudaba. ¿Cómo había de tener él presente que es sólo una pintura? REY. - ¿Por qué restituirme cruelmente a la realidad? "Mientras que con mi corazón que es todo suyo, gozaba la dicha de verla cual si la tuviese delante de mis ojos, tú, con ese recuerdo intempestivo, acabas de cambiar nuevamente a mi amada en una inerte imagen". (Vierte algunas lágrimas). SANUMATI. - Nunca se ha visto que en la ausencia, supla una imagen a la realidad por modo tan perfecto. REY. - Amigo, mira cómo el infortunio me persigue sin tregua. "¡A causa del insomnio mi soñada unión con ella, es imposible; y mis lágrimas no me dejan ni verla en pintura". SANUMATI. - Así expías por completo el daño que le hiciste a Sakúntala, negándola. CHATURIKA. - (Entrando.) ¡Que los dioses os hagan siempre victorioso, señor! Había cogido la caja de los colores y venia por ese lado, cuando... REY. - ¿Qué sucedió? CHATURIKA. - Me la arrebató violentamente de las manos la reina Vasumati, a la que acompañaba Taralika, diciendo: Yo misma se la llevaré a mi noble señor... MAIYHAVYA. - Suerte ha sido que te libraras de su enojo. CHATURIKA. - Mientras Taralika desenredaba la cola del vestido de la reina que se había enganchado en un árbol, me di prisa a escapar. REY. - Amigo, por ahí viene la reina, muy ufana, al parecer, de las finezas que para ella he tenido. Cuida de guardar el retrato.
MADHAVYA. - De guardarme a mi mismo, querréis decir. (Coge el retrato y se levanta.) Cuando os veáis libre de esa espina de vuestro harén, enviadme a buscar al palacio, llamado Meghapratichanda. (Sale corriendo.) VETRAVATI. - (Entrando con una carta en la mano.) ¡Victoria al rey sobre sus enemigos¡ REY. - Dime, Vetravati; ¿no encontraste cerca de aquí a la reina? VETRAVATI. - Sí, señor; mas al verme con una carta en la mano, se alejó. REY. - La reina que es discreta, evita importunarme en mis quehaceres. VETRAVATI. - Señor, he aquí lo que vuestro ministro os envía a decir: - A causa del gran número de cuentas del Tesoro Público que hemos tenido que revisar, sólo hemos podido examinar un solo expediente, relativo al vecindario de la corte. Dígnese el rey pasar la vista por esta hoja donde va escrito todo. REY. - Acércate y muéstrame el pliego. (Vetravati se aproxima. Después de haber leído.) ¡Cómo! ¿El capitán del DHANAMITRA ha perecido en un naufragio? El buen hombre no deja hijos y según anota el ministro, todos sus caudales van a parar al rey como a su único heredero. ¡Triste cosa, en verdad, no dejar hijos! Pero el capitán, que era muy rico, debía de tener varias mujeres, hay que averiguar pues, si entre ellas no hay alguna que abrigue la esperanza de ser madre. VETRAVATI. - Señor, precisamente en este instante anuncian que la hija de un opulento mercader de la ciudad de Saketa (1) viuda del capitán del DHANAMITRA, acaba de celebrar la ceremonia de costumbre, para acelerar el nacimiento de un hijo. (2) REY. - Pues yo digo desde ahora que ese hijo que aún está en el seno de su madre, tiene derecho a heredar los caudales paternos. Vé y díselo así al ministro. VETRAVATI. - ¡Corro a obedecemos, señor! (Se dispone a salir). REY. - Espera un momento. VETRAVATI. - Aguardo vuestras órdenes. REY. - ¿Qué más da tenga o no descendencia? "Sea cualquiera el pariente querido de que la muerte prive a alguno de sus vasallos, a menos que haya sido un malhechor, Duchmanta lo reemplazará. ¡Que así se haga saber en todas partes!" VETRAVATI. - ¡Así se hará en seguida, señor! (Sale y a poco vuelve). ¡Cómo la lluvia que cae en sazón oportuna, así han sido acogidas por el pueblo las palabras del soberano! REY. - (Exhalando un largo suspiro.) ¡Oh, qué dolor el de esas familias, cuyo jefe muere sin dejar descendencia! Privadas de sostén, pasan sus bienes a un extraño. ¡Ay! A mi muerte también, el esplendor de la raza de Puru será cuál una tierra sembrada fuera de tiempo! VETRAVATI. - Quieran los dioses que tan triste predicción no se cumpla! REY. - ¡Desdichado de mí que rechacé la felicidad cuando a mi lado la tenía! (1) Hoy, Aude. (2) Esta ceremonia, llamada Punsavana, tiene por objeto propiciarse a los dioses para obtener un alumbramiento feliz. SANUMATI. - Si tan grabada tiene en su corazón a mi amiga, ¡cuán hondo no ha de ser su pesar! REY. - ¡Cuándo otro yo latía en su seno, abandoné a mi esposa, decoro de mi casa, como a tierra sembrada en tiempo favorable y en vísperas de rendir ópimo fruto! SANUMATI. - ¡Tu descendencia, oh rey! no quedará interrumpida. CHATURIKA. - (A Vetravati.) Esta historia del capitán del barco ha sumido al rey en un profundo abatimiento. Anda y vé a buscar al gracioso Madhavya que está en el palacio de Megapratichanda y tráetelo aquí para que con su buen humor distraiga al soberano. VETRAVATI.- Dices bien; voy a buscarlo. (Sale). REY. - ¡Ay de mí! Los antepasados de Duchmanta son presa de la incertidumbre. “¿Quién, después de él. en nuestra familia, hará los sacrificios a los Manes, según los preceptos de la Escritura? Tal se preguntan mis abuelos difuntos. Y el agua copiosa de mis lágrimas, del llanto que vierto por verme privado de descendientes, será el licor que tengan parar apagar su sed." (Cae en un abatimiento profundo.) CHATURIKA.- (Mirando con inquietud.) Recobrad ánimos, señor. ¡No os dejéis abatir por el pesar!
SANUMATI. - ¡Ay, qué desgracia! ¿Habiendo una lámpara encendida, será forzoso que por el aciago efecto de un velo, padezca el horror de las tinieblas? Voy a hacerlo feliz ahora mismo... Pero, ¿no le oí decir a la madre del gran Indra, cuando consolaba a Sakúntala, que "los dioses mismos, impacientes por recibir su porción en el sacrificio, harán de suerte que el rey no tarde en reconocer a su esposa legitima?" Conviene pues, aguardar ese momento. Por lo pronto, voy a infundirle ánimo con estas noticias a mi amiga querida. (Elévase por los aires). UNA VOZ. - (Detrás del teatro.) ¡Socorro ¡Socorro! REY. - (Con inquietud y aplicando el oído.) Diríase que fué Madhavya quien lanzó ese grito de angustia. ¡A ver! ¡Que venga alguno en seguida! VETRAVATI. - (Entrando.) Señor, salvad a vuestro amigo que se encuentra en apurado trance. REY. - ¿Quién se ha atrevido a hacerle mal? VETRAVATI. - Un ser invisible que, asiendo de él, lo ha elevado a lo alto del palacio de Megapratichanda. REY. - (Levantándose.) Eso no puede consentirse. ¡Cómo! Mi palacio invadido por los espíritus! Verdad es no obstante que "si imposible es conocer todas las faltas que por inadvertencia cometemos cada día, menos posible es aun saber el camino que cada uno de mis vasallos siguen". VOZ. - (Detrás de la escena.) ¡Oh amigo, socorro, socorro! REY. - (Rondando presuroso.) ¡Amigo mío, no temas nada! VOZ. - ¡Cómo no tener miedo, cuando un ser desconocido me tiene cogido del cogote y me lo aprieta de suerte que está a punto de quebrármelo, cual si fuese una caña de azúcar! REY. - (Mirando al espacio.) ¡Mi arco inmediatamente! UNA MUJER YAVANI. - (Entrando con un arco.) ¡Aquí lo tenéis, señor! (El rey pone tina flecha en el arco). UNA VOZ. - (Detrás de la escena.) ¡Sediento de la fresca sangre de tu cuello, voy a matarte a pesar de tu resistencia, lo mismo que un tigre mata a un corderillo! De nada te valdrá que venga en tu socorro ese Duchmanta, amparo de los desvalidos, que ha tomado en su mano el arco para quitarte el miedo." REY. - (Con cólera.) ¿Cómo te atreves a tomar en boca mi nombre? Espera, espera, vampiro inmundo! (Tiende el arco). Vetravati, enséñame el camino de la escalinata. VETRAVATI. - Por aquí, por aquí, señor. (Todos siguen, corriendo, al rey). REY. - (Mirando a todos lados.) No veo a nadie. VOZ. - (Detrás de la escena.) ¡Socorro, socorro! Yo veo a mi señor; pero él no me ve a mí, como el ratón cogido por el gato, he perdido la esperanza de salvar el pellejo. REY. - Por más que te ufanes de ocultarte a mi vista, despreciable vampiro, mi flecha habrá de verte, y hela aquí ya sobre la cuerda. "Te matará a ti que mereces la muerte y salvará a ese brahmán, digno de salvación, de igual modo que el cisne bebe la leche y deja el agua que se mezcló con ella". (1) (Así hablando, pone la flecha en la cuerda. En este momento entra Matali, que ha soltado ya a Madhavya). MATALI. - "Los ASURRAS (2) son el blanco que Indra señaló a vuestras saetas; tended contra ellos ese arco. ¡Cuanto a los amigos de los hombres de bien, sólo merecen miradas amorosas y no flechas crueles!”
REY. - (Retirando su flecha del arco.) ¡Pero si es Matali! ¡Sé bienvenido, auriga del gran Indra! MADHAVYA.- (Entrando.) ¡Pues no le da la bienvenida a ese tío en cuyas manos estuve a punto de perecer con el gañote retorcido como un animalejo! MATALI. - (Sonriendo.) Señor, dignaos escuchar el mensaje que Indra os envía por mi conducto. REY. - Soy todo oídos. (1) Esta alusión a esa presunta facultad del cisne es muy frecuente en la poesía inda. (2) Gigantes, enemigos de los dioses. MATALI. - Existe una cuadrilla de DANABAS (1) apellidada LA DIFICIL DE VENCER, y cuyos individuos reconocen por padre común a Kalanemi. (2). REY. - Recuerdo que Narada me habló de esos rebeldes. MATALI. - Pues bien; esa partida de insurrectos no puede ser vencida por vuestro amigo Indra y es a vos, según dicen, a quien está reservado destruirla, en una batalla que mandaréis vos
mismo. "Las tinieblas de la noche, que al sol no es dado disipar, las ahuyentará la Luna" (3) ¡Requerid pues en seguida las armas, y montando en el carro de Indra, poneos en marcha y aprestaos a la victoria! REY. - Muy favorecido me considero por este honor que el gran Indra me hace. Pero, dime; por qué te portaste así con Madhavya? MATALI. - ¡Voy a explicároslo, señor! Al veros en aquella actitud de decaimiento, atormentado y abatido el espíritu, ignoro por qué causa, me puse a excitar vuestra cólera, porque "el fuego, cuyo rescoldo se remueve, echa llamas; hostigada la serpiente, enarca la cresta; y el hombre suele recobrar su valor con una sacudida". REY. - (Aparte a Madhavya.) Amigo, no es posible desatender el mandato de Indra. Tú que has estado presente a nuestro coloquio y te has instruido del asunto, vé de parte mía a decirle al ministro Pisuna lo siguiente: "A ti te encomiendo la guarda de mis súbditos, pues este arco tirante lo está en este momento con otra intención”.
MADHAVYA. - ¡Corro a obedeceros! (Sale). MATALI. - ¡Subid al carro, señor! (Monta el rey en el carro y salen todos)
(1) Otra clase de gigantes enemigos de los dioses, como los anteriores. (2) Nombre de un demonio a quien dió muerte Krichna, con ocasión de haberle armado una asechanza. (3) Alusión al origen lunar de la raza del rey.
FIN DEL SEXTO ACTO
ACTO SÉPTIMO (El rey, que subió en el carro de Indra, con Matali, desciende de lo alto de los aires sobre la escena.) REY. - Matali, por más que haya ejecutado las órdenes de Indra, me considero indigno de la acogida que me ha dispensado. MATALI. - (Sonriendo.) Señor, creo que ambos teméis haberos quedado cortos. "Vos tenéis ahora en poco el servicio prestado a Indra, a causa de la benévola acogida del dios, mientras que Indra, por su parte, maravillado de vuestro denuedo, no hace cuenta alguna de sus beneficios”.
REY. - "No, no, Matali; sólo la fineza que tuvo, de apartarse conmigo un momento, colma con creces toda mi ambición; porque has de saber que cuando yo compartía a vista de los dioses su trono, el propio Indra hubo de colgarme del cuello una guirnalda de flores de MANDARA (1) que aun mostraba las señales del sándalo amarillo que recubre su pecho; y a tiempo que eso hacía, miraba el dios sonriendo a Yayati, su hijo, que estaba en pie a su lado, algo celoso en el fondo de su corazón". MATALI. - Pero, ¿por qué os asombra nada de eso? No sois Vos igual al primero de los inmortales? Mirad; "El Paraíso de Indra, el amigo de los dioses ha sido ya libertado dos veces de la plaga de los titanes; ahora por tus flechas de buídas puntas, antaño por las garras del hombre león ( 2 ). (1) Mandara, uno de los cinco árboles, siempre floridos del cielo de Indra. (2) Quinta encarnación de Vichnú. REY. - En verdad, que es preciso ensalzar la grandeza de Indra. "Si los inferiores logran dar cima a altas empresas, el poder de hacerlo les es conferido por sus superiores; ¿lograría el dios de la aurora disipar las tinieblas, si el sol de los mil rayos no lo hubiese colocado en el pescante de su carroza?" MATALI. - No puede ser más justo el parangón. (Adelantándose un poco.) Señor, venid por este lado. Ved; el fulgor de vuestra fama ilumina hasta la bóveda de los cielos! "Con el sobrante de los colores que sirven de adorno a sus bellas esposas, los dioses, en ligeros tejidos, formados del árbol KALPA, pintan vuestras proezas después de componer versos propios para cantarlos". REY. - Matali, ayer en mi prisa por combatir a los titanes, no me fijé en tanto nos remontábamos al ciclo, en el camino que conduce al paraíso de Indra; ¿en qué región de los vientos nos hallamos? MATALI. -"Estamos en la región que sustenta al Ganges celeste de los tres raudales y asegura la revolución de los astros, cuyos rayos están en ella repartidos por igual, llámase la región de] viento PARIVAHA (1) y fué purificada por la segunda encarnación de Vichnú". (1) Viento que sopla en la región de la Osa Mayor. REY. - Matali, de esto se origina, sin duda, el bienestar que experimenta en mi interior y en todos mis sentidos. (Mirando alrededor del carro). Henos ya a ambos en la región de las nubes. MATALI. - ¿Cómo lo sabéis? REY. - "Por los CHATAKAS (1) que revolotean por entre las ruedas; por los corceles, sobre los que refulge el rápido brillar de los relámpagos, este carro que tú guías, calado de rocío, está diciendo que nos elevamos por encima de las nubes, cuyos costados revientan henchidos de lluvia". MATALI. - Dentro de un instante, os encontraréis sobre la tierra, cuyo gobierno os está encomendado. REY. - (Mirando hacia abajo.) Por la rapidez de nuestro descenso, el mundo de los hombres presenta un aspecto maravilloso. "Dijérase que la tierra desciende de lo alto de las montañas que se elevan, los árboles, cuyos troncos se separan, nos dejan ver sus ramas vestidas de
verdor, los ríos cuyas aguas no eran visibles por lo exiguo de su caudal, muéstrense ahora en toda su amplitud; mira, dijérase que alguien trae hacía mí la tierra, arrojada al vacío". MATALI. - Bien observado, señor. (Mirando con respeto) ¡Qué hermosa y majestuosa es la tierra! REY. - Matali: ¿qué montaña es esa que bañan los mares de Oriente y Occidente y de la cual se precipita un río de oro, que recuerda a las nubes del ocaso, cuando se agrupan tras la meseta de una colina. MATALI. - Señor, es el monte de los músicos del cielo, llamado HEMAKUTA el campo de perfección de los ascetas. Ved; Aquí es donde RACHAPATI (2), hijo de Marichi, el ser que existe por si mismo, el padre de los dioses, hace penitencia en unión de su esposa". (1) Especie de cuco que, según los indos, sólo bebe agua de lluvia. (2) Los Racha patas -maestros de las criaturas- son santos eminentes – maharchis - creados por el ser que existe por si mismo – Brahma - para que engendrasen a los dioses, a los hombres, a las criaturas inferiores. El hijo de Marichi de que aquí se habla, es Kagyapa, padre de Kanva, padre adoptivo de Sakúntala. REY. - Si es así, no hay que perder la ocasión de que nos bendiga. Quisiera, al pasar, tributar un saludo reverente (1) a ese bienaventurado. (1) Literalmente: hacer una pradakchina, consiste ésta en dar la vuelta alrededor de una persona presentándole siempre el lado derecho. MATALI. - ¡Excelente pensamiento! REY.- (Con asombro.) "Los círculos que forman las ruedas no hacen el menor ruido; no se ve levantarse polvo; y como el carro no toca la tierra, por más que se detenga, parece que sigue hacia adelante". MATALI. - Esa es la diferencia que hay entre el carro de Indra y el vuestro. REY. - ¿En qué sitio se encuentra la ermita del hijo de Marichi? MATALI. - (Señalando con la mano.) "El cuerpo, recubierto a medias por un montecillo formado por enjambres de hormigas; ceñido el pecho de una piel de serpiente; oprimido el cuello por los nudos de su collar de lianas secas; hasta los hombros sus cabellos en que han anidado las aves; inmóvil en su puesto como el tronco de un árbol, el penitente. solitario se tiene vuelto hacia el disco del sol". REY. - ¡Salud a ti que practicas penitencias terribles! MATALI. - (Sujetando las riendas del carro.) Gran rey, henos ya en la ermita del gran santo, a la que dan sombra árboles celestiales, cultivados por su esposa Aditi. REY. - Esta es una mansión de beatitud, superior al cielo de Indra. Me siento cuál sumergido en un lago de néctar. MATALI. - (Parando el carro.) ¡Apeaos del carro, señor! REY.- (Apeándose.) ¿Bajarás tú también? MATALI. - Cierto, señor, que sí. (Apéase). Por aquí, señor. Esparcid la vista por el bosque de la ermita de los venerables solitarios. REY. - Con admiración contemplo estos parajes. "Esta morada donde el aire basta a sostener el aliento vital, en medio de un bosque plantado todo él de árboles celestiales; donde las purificaciones prescritas por la ley, se consuman..en un agua, cubierta por el polen de los lotos de oro; donde puede uno abandonarse a la contemplación, sentado sobre pilas de piedras preciosas, y donde, finalmente, se conserva uno casto entre las mujeres de los dioses, esta morada que muchos solitarios aspiran a alcanzar por sus austeridades; ¿cómo puede ser un lugar de penitencia para los eremitas?" MATALI. - En verdad, la ambición de las almas grandes tiende a fines cada vez más alto. (Hablándole a alguien que no se deja ver.) ¡Eh! Vriddasalkalia. ¿En qué se ocupa ahora el hijo de Marichi? UNA VOZ. - (Entre bastidores.) Interrogado por su esposa Aditi acerca de los deberes de una buena casada, se los está explicando, así como a las esposas de los grandes santos que con ellos conviven. REY. - (Que ha prestado atención.) Los solitarios merecen que esperemos hasta que terminen sus quehaceres.
MATALI.- (Mirando al rey.) A la sombra de esta ASOKA (1 ) podéis aguardar sentado el momento favorable para anunciar vuestra llegada al padre del gran Indra. REY.-Haré según dices. MATALI.- ¡Señor, voy a anunciamos! (Vase). (1) Asoka - Jonesia Asoka. REY. - (Dando a entender con un ademán que se manifiesta un presagio.) "No tengo esperanzas de lograr lo que anhelo; ¿Por qué Pues, oh brazo mío tiemblas inútilmente cuando la dicha, rechazada por mí, se ha trocado en pesar?" UNA VOZ. - (Ente bastidores.) ¡No seas aturdido! ¡Vamos, nene! ¡No puede negar su sangre! REY. - Esta mansión no está habitada por seres aturdidos; ¿a quién iba, pues, dirigida esa amonestación? (Mirando hacia el lado donde sonó la voz y sonriendo.) ¿Qué niño es ese que no tiene los modales de los demás mitos y al que siguen de cerca dos esposas de anacoretas? "Arrastra a viva fuerza a un cachorrillo de león, apenas destetado y lo trae cogido por las guedejas, encrespadas bajo la presión de sus dedos". (Entra el niño con las mujeres de los anacoretas.) NIÑO. - Abre la boca, leoncito, que quiero ver cuántos dientes tienes. ANACORETA PRIMERA. - ¡Loco! ¿Por qué atormentas a los seres que nosotras miramos como a hijos? En verdad que tu audacia no reconoce límites; con razón te llaman los eremitas SARVADAMANA (1) (1) Domeñador de todos los seres. REY. - Pues. no siento que se me va el corazón tras ese niño cual si fuera hijo mío! ¡Ah! Sí; la falta de descendencia es la que me inspira esa ternura. ANACORETA SEGUNDA. - Si no sueltas al cachorro, vendrá la leona y te comerá. NIÑO. - (Sonriendo.) ¡Ah! No digas eso, que me asustas. (Al hablar así, hace un gesto de burla.) REY. - Este niño deja ver el germen de un gran valor, de igual suerte que el fuego se anuncia ya en forma de una chispa que sólo aguarda combustible". ANACORETA PRIMERA. - Anda, nene mío; suelta al leoncillo y te daré otro juguete. NIÑO. - ¿Qué juguete vas a darme? Dámelo ya. (Tiende la mano.) REY. - ¡Cómo! Este niño tiene en la mano la señal de un monarca del mundo. "Al alargarse para asir un objeto deseado, muestra su mano los dedos unidos (1) como una flor de loto, cuyos pétalos apenas dejan entre si algunos espacios, cuando entreabre su cáliz a las primeras claridades del alba". (1) Los indos cuentan hasta 32 signos que cuando se encuentran reunidos en el cuerpo de un joven, indican que está predestinado a grandes casas. El signo de que aquí se trata, según los comentaristas, en tener los dedos unidos por una suerte de membrana natatoria. ANACORETA SEGUNDA. - Suvrata, es imposible querer reducirle con palabras. Así que vé a mi pabellón y tráete el pavo real, pintado con hermosos colores, que sirve de distracción al hijo del sabio Markandeya. Se lo daremos a este niño inquieto, a ver si se entretiene. ANACORETA PRIMERA. - Por él voy. (Vase.) NIÑO. - Mientras vuelve, jugaré con e1 cachorro. (Ríe mirando a la mujer anacoreta.) REY. - Este niño travieso me atrae. "Dichosos los padres que llevan en sus brazos a un hijo suyo, que se acoge a ellos. Dichosos esos padres que llevan sus vestiduras deslustradas por el polvo desprendido del cuerpo del hijito, que, sonriendo, deja ver los dientecillos, en leche todavía, y balbucea palabras casi incomprensibles". ANACORETA SEGUNDA. - Este niño dichoso apenas me hace caso. (Mirando hacia el lado donde está el rey.) ¿De qué sabio será hijo este joven que se acerca? (Al rey) ¡Noble señor, llegaos acá a dar libertad a este leoncillo, al que este niño se empeña en martirizar! REY. - (Aproximándose y sonriendo.) ¿Por qué siguiendo en esto, una conducta tan distinta de la que observan los anacoretas, imitas tan mal la dulzura de tu padre que se complace en tratar bien a todas las criaturas, y te pareces al sándalo corrompido por la cría de la serpiente negra?".
ANACORETA. - Señor; este niño no es hijo de santos. REY. - Su conducta y su cara me lo están diciendo; sólo que por el lugar en que se encuentra, lo había creído así. (Dando suelta al león y acariciando al niño.) "Si tan vivo es el placer que siento al contacto con este vástago de una familia desconocida; ¿qué placer no sentirá el hombre afortunado que le pueda llamar hijo?" ANACORETA. - (Contemplando al rey y al niño.) ¡Es sorprendente! REY. - ¡El qué, santa mujer! ANACORETA. - La semejanza que advierto entre vos y este niño. Además, aunque os ve ahora por primera vez, no muestra el menor desvío a vuestra persona. REY. - (Jugando con el nido.) Si no es hijo de ningún santo eremita, ¿cuál es, pues, su nombre? ANACORETA. - Se llama Puruvansa. REY. - (Aparte.) ¡Cómo! ¡Es de mi misma estirpe! Por eso, sin duda, esta venerable anacoreta encuentra esa semejanza entre los dos. Costumbre es de los descendientes de Puru, retirarse a una selva a rematar sus días. "Los que al principio escogen para proteger al mundo, la estancia en los palacios, donde todo conspira a recrear los sentidos, ponen luego su morada al pie de los árboles, donde sólo les queda guardar los votos de los solitarios”. (Alto). Pero esta región en
que nos encontramos, no es de aquellas que el hombre pueda alcanzar por sí mismo. ANACORETA. - Como dice bien el señor, la madre de este niño, por su parentesco con una ninfa, lo dió a luz aquí, en la selva de la ermita de Kacyapa, el maestro de los dioses. REY. - (Aparte.) En verdad, he aquí otra razón para tener esperanza. (Alto.)¿Pero cuál es el nombre del gran rey cuya esposa será su madre? ANACORETA. - ¿Bien pensaría en pronunciar el nombre de aquel que abandonó a una esposa legitima? REY. - (Aparte.) Sin duda que dice esto por mí. ¿Por qué no preguntar el nombre de la madre del niño? (Pensativo.) Mas no está bien preguntar nada acerca de la mujer ajena. LA OTRA ANACORETA. - (Entrando con el pavo real de barro.) ¡Sarvadamana! mira qué hermosura de ave! (1). (1) Hay aquí un juego de palabras, imposible de traducir. La anacoreta dice, según. el texto, Sakúntalavayan - hermosura de ave - pronunciando así involuntariamente el nombre de Sakúntala. NIÑO.- (Mirando a todos lados.) ¿Dónde está mi madre? LAS DOS ANACORETAS. - Quiere tanto a su madre, que la analogía de las palabras le ha engañado. ANACORETA SEGUNDA. - Lo que yo te decía, era: repara en la belleza de esta ave. REY. - (Aparte.) ¡cómo! ¡Su madre se llama Sakúntala! Pero hay nombres que se parecen entre sí y puede que éste, como un espejismo, se haya presentado para alucinarme. NIÑO.- ¡Sí que es lindo el pavo real! (Lo coge para 1ugar con él). ANACORETA PRIMERA.- (Después de mirar al niño, con inquietud) ¡Pero no veo en su brazo el talismán protector! REY. - No os apuréis. ¿No es éste? Se le cayó al forcejear con el cachorro. (Dispónese a recoger del suelo el talismán). LAS DOS ANACORETAS. - ¡Deteneos! (El rey recoge el talismán sin el menor obstáculo.) (Las dos se miran una a otra con asombro, llevándose ambas manos al pecho.) REY. - ¿Por qué queríais detenerme? ANACORETA PRIMERA. - ¡Escúcheme el gran rey! Este talismán, formado de una planta llamada la Invencible, fuéle dado a este niño, por el santo Marichi, a raíz de su nacimiento. Y es tal este amuleto que, en viniendo a caer a tierra, sólo pueden levantarlo él mismo, o sus padres. REY.-¿Y si lo levantase otro? ANACORETA.-Se trocaría al punto el talismán en sierpe que le picaría. REY. - Y fuisteis alguna vez testigos de esa metamorfosis? LAS DOS ANACORETAS.-¡Más de una vez, señor! REY.- (Con alegría. Aparte.) Cuando veo ya colmados todos mis deseos; ¿por qué no habría de regocijarme? (Abraza el niño).
ANACORETA SEGUNDA. - Ven conmigo, Suvrata. Vamos a anunciarle esta nueva a Sakúntala, que está ocupada en hacer penitencia, (Vanse las dos.) NIÑO. - Suéltame, hombre, que quiero ir con mi madre. REY. - Hijo mío, iremos ambos a darle un alegrón. NIÑO. - Tú no eres mi padre. Mi padre es Duchmanta. REY. - (Sonriendo.) Ese mentís, precisamente, es el que me persuade a creer que soy tu padre. (Entra Sakúntala. Trae los cabellos recogidos en una sola trenza, a la manera de las viudas). SAKÚNTALA. - Al saber que en una circunstancia en que hubiera debido trocarse en serpiente, el talismán de Sarvadamana conservó su forma natural, dejo de tener confianza en mi destino. Y, sin embargo, esto concuerda a maravilla con lo que me dijo la ninfa Sanumati. REY. - (Mirando a Sakúntala.) ¡Ah! ¡He aquí a la virtuosa Sakúntala, que "envuelta en vestiduras de luto, demacrado el rostro por las privaciones; recogidos los cabellos en una sola trenza y con modesta expresión en el semblante, cumple el voto que hizo a raíz de nuestra separación, que le fué tan penosa". SAKÚNTALA. - (Al reparar en el rey.) Pero, ¿no es éste mi esposo? ¿Quién si no es éste hombre que, no obstante la protección del talismán, mancilla con su contacto el cuerpo de mi hijo? NIÑO. - (Acercándose a su madre.) Madre, ¿quién es este hombre que me abraza y me llama hijo? REY. - ¡Esposa querida, aunque me mostré tan cruel contigo, he aquí finalmente llegada la hora de la dicha, ya que me reconoces hoy como tu esposo! SAKÚNTALA. - (Aparte.) ¡Oh corazón mío, sosiégate! El destino deja de tenerme envidia y se apiada de mí; este hombre es, sin duda, mi esposo. REY. - "Amada esposa, de dulce semblante, al fin te tengo junto a mí, desvanecida mi ceguera a la clara luz del recuerdo, que vuelve semejante a la diosa ROHINI (1) cuando al término de un eclipse, torna a unirse con el dios de la luna". (1) Ninfa que personifica un asterisco y es una de las mujeres del dios de, la Luna. SAKÚNTALA.- ¡Victoria, victoria por el rey! (Pronuncia estas palabras con la voz entrecortado por los sollozos). REY.-¡Esposa mía! "Aunque el llanto haya cortado en tus labios la palabra VICTORIA, no por ello soy menos victorioso, Pues he visto tu cara limpia de afeites y tus labios descoloridos". NIÑO. - Madre, ¿quién es este hombre? REY.- (Cayendo a los pies de Sakúntala.) "Hermosa mía, que el pesar que te causé deje de lacerar tu corazón. ¿No era yo entonces como un ciego? La ofuscación del hombre malogra a veces sus más felices horas. El hombre obcecado tira lejos de sí hasta la guirnalda que ciñe sus sienes en señal de fiesta, por temor a que sea una serpiente". SAKÚNTALA.- ¡Levantaos, señor! Sin duda algún obstáculo impidió hasta aquí que las buenas obras de mis existencias anteriores diesen fruto. Tal obstáculo fué el que entonces se opuso a mi dicha, haciendo que mi buen esposo se portase tan cruelmente conmigo. (El rey se levanta.) Pero; ¿cómo la sin ventura, entregada al pesar, pudo volver a la memoria del noble señor? REY. - Habiéndome sacado ya la flecha de dolor que en el corazón tenía hincada, diré: "E] agua de tus lágrimas que escaldaba tus labios y que otro tiempo no pude ver por mi ceguera, hoy que aun está colgando de tus largas pestañas te la enjugaré y quedaré limpio de remordimientos". SAKÚNTALA. - (Al ver el anillo que lleva grabado el nombre del rey.) Señor. ¿es este el anillo famoso? REY. - Si. mi amada. Y al recuperarlo, recobré también la memoria. SAKÚNTALA. - ¡Qué pesar tan grande me causó su perdida, en el preciso instante en que era menester inspirar confianza a mi desmemoriado esposo! REY. - ¡En señal de alianza con la primavera, de su flor la liana! (Le ofrece el anillo.) SAKÚNTALA. - ¡No me fío ya de este anillo; guárdelo, mi señor! MATALI. - (Entrando.) ¡Dichoso suceso! El monarca se regocija justamente al verse reunido otra vez con su esposa y poder contemplar el rostro de su hijo. REY. - Mi corazón ha conseguido lo que de más dulce podía ambicionar. ¿No conoce aún Indra esta noticia?
MATALI. - (Sonriendo.) ¿Qué puede haber oculto para los dioses? Pero id sin demora a saludar al bienaventurado Kacyapa, que os espera. REY. - Sakúntala, toma a tu hijo. Quiero ir a ver al bienaventurado, llevándote delante. SAKÚNTALA. - Me da rubor presentarme con mi esposo ante el venerable Kacyapa. REY. - Hay que, seguir la costumbre de las épocas de fiestas. Ven, ven conmigo, Sakúntala. (Echan a andar. Se ve a Kacyapa sentado en un trono, con su esposa Aditi, al lado.) KACYAPA. - (Dirigiéndose a Aditi y mirando al rey.) Hija de Dakcha; "He aquí a aquel que marcha a la cabeza de los ejércitos de tu hijo, aquel a quien llaman Duchmanta, el protector de la tierra. Ayudado por su arco, el rayo de Indra, aguzado en punta ha dejado de servir, convirtiéndose en un simple adorno”. ADITI. - Su buen semblante indica su valor. MATALI. - Señor, ahí tenéis a los padres de los dioses que os miran con ojos brillantes de paternal cariño. Aproximaos a ellos. REY. - Matali; "Esas dos personas forman la pareja nacida de Dakcha y de Marichi, emanación del creador (Brahma) declarada por los sabios causa de la luz que recorre once moradas (los meses), esa es la pareja que engendró al señor de los tres mundos, al dueño legitimo de las partes del sacrificio; la pareja en fin, que Vichnú, superior al Ser que existe por sí mismo, eligió para encarnar en ella". MATALI. - ¿Qué otra pareja podría ser? REY. - (Prosternándose.) El servidor de Indra, Duchmanta, os saluda humildemente a ambos. KACYAPA. - ¡Hijo mío, que vivas mucho tiempo para proteger a la tierra! ADITI. - ¡Que seas un héroe invencible, hijo mío! SAKÚNTALA. - ¡En unión de mi hijo, me prosterno reverentemente a vuestros pies! KACYAPA. - Hija- mía, "Tu esposo es el igual de Indra y tu hijo semejante a Yayati, el retoño del dios; la bendición mejor que echarte puedo, es desearte que te parezcas a Palumi, su esposa". ADITI. - ¡Hija mía, yo te deseo que jamás pierdas el amor de tu esposo! Y que este niño, llegue a viejo, siendo siempre la alegría de vuestras dos familias! (Se sientan ambos. Los demás personajes se sientan también, vueltos hacia donde está Kacyapa.) KACYAPA. - (Señalando a uno después de otro.) “Gracias al cielo, la virtuosa Sakúntala, este noble vástago de vuestro amor y tú, Duchmanta, sois como la piedad, la fortuna y el saber, reunidos en tres persona”.
REY. - ¡Bienaventurado! Antes de veros, ya se habían realizado todas mis ambiciones. Vuestra bondad es la única que no tiene precedentes, porque "primero sale la flor y luego el fruto, las nubes se congregan antes de que caiga la lluvia, tal es la ordenación de la causa y el efecto; pero la realización de mis deseos ha precedido a tu favor". MATALI. - Así es como los creadores de todas las cosas conceden sus mercedes. REY. - ¡Bienaventurado! A la manera de los GANDHARVAS me había unido en matrimonio con esta servidora vuestra y algún tiempo después, al enviármela sus padres, ofendí gravemente al venerable Kanva, miembro de vuestra familia, rechazándola de mi lado, por una flaqueza de mi memoria. Pero de allí a poco, recordé a vista de este anillo, todos los pormenores de mi desposorio. Todo lo pasado me parece ahora un sueño, "Como alguien que habiéndose dicho: este es un elefante dudara luego, al verlo pasar ante sus ojos, y advirtiera más tarde su error al observar las huellas de sus pisadas, así he sentido yo fluctuar mi espíritu". KACYAPA. - Hijo mío, ya es bastante que sientas contrición por tu culpa; estabas obcecado, óyeme ahora. REY. - Estoy, atento. KACYAPA. - Cuando después de haber bajado al estanque de las ninfas, vino Menaka, a ver a Aditi, trayendo consigo a Sakúntala, al punto comprendí, gracias a mi segunda vista, que por la maldición de Durvasas, habías rechazado a esta virtuosa joven y que todo era obra de esa maldición, que perdería su fuerza a vista del anillo". REY. - (Con satisfacción.) Esas palabras me alivian de un gran peso. SAKÚNTALA. - (Aparte.) ¡Qué ventura! ¡Luego había su razón para que mi esposo me negara! ¡A decir verdad, me había olvidado de esa maldición del solitario. Como mi corazón estaba vacío por la ausencia de mi esposo, no reparé en las palabras de Durvasas. Por eso, sin duda, me advirtieron mis amigas, diciéndome: - Que no dejes de enseñar a tu esposo el anillo! KACYAPA. - Has logrado tu anhelo, y no debes guardarle rencor a quien ha sido fiel a sus deberes. "A consecuencia de una maldición, te repudió tu esposo, cruel por la falta de
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