Jullien, Francois - LA PROPENSIÓN de LAS COSAS Para Una História de La Eficacia en China

December 3, 2017 | Author: ruben_2012 | Category: Reality, Truth, Western World, Reason, Logic
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Descripción: Jullien, Francois - LA PROPENSIÓN de LAS COSAS Para Una História de La Eficacia en China...

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François Jullien

La propension de las cosas Para una historia de la eficacia en China

François Jullien

LA PROPENSIÓN DE LAS COSAS Para una historia de la eficacia en China

Presentación de Reyes Mate Traducción de Alberto Sucosas

Esta obra se beneficia del apoyo del Sen’icio Cultural de la Embajada de Francia en España y del Ministerio francés de Asuntos Exteriores, en el marco del programa de Participación en la Publicación (P.A.P. G arcía L orca) Publicada con la ayuda del Ministerio francés de Cultura - Centro Nacional del Libro

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PENSAMIENTO CRÍTICO/PENSAMIENTO UTÓPICO Colección dirigida por José M. Ortega

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Pensar de Nuevo

Proyecto editorial realizado en colaboración entre la Embajada de Francia en España, el Collège International de Philosophie y Anthropos Editorial Dirigido por Reyes Mate (Insto, de Filosofía) y François Jullien (Collège International de Philosophie)

Títulos aparecidos Paul RICOEUR

De otro m odo. L ectura de De otro m odo que ser o m ás allá de la esencia de Em m anuel Levinas, 1999 Alain BADIOU

San Pablo. La fundación del universalismo, 1999 F rançois JULLIEN

La propensión de las cosas. P ara u n a historia de la eficacia en China, 2000 De próxima aparición A lain D E LIBERA

P ensar la Edad Media

A m i madre, el último verano Guillestre, 1990

La propensión de las cosas. Para una historia de la eficacia en China / François Jullien ; presentación de Reyes Mate ; traducción de Alberto Sucasas. — R ubí (Barcelona) : Anthropos Editorial, 2000 XVI p. + 271 p. ; 20 cm. — (Pensam iento Crítico / Pensam iento Utópico ; 113. Pensar de nuevo) Tít. orig.: «La propension des choses. Pour une histoire de l’efficacité en Chine» ISBN 84-7658-582-9 I. Sinología 2. Filosofía y cultura china 3. Cl término che I. Mate, R., près. II. Sucasas, A., tr. III. Título IV. Colección 130.2(51)

Título original: La propensión des choses. Pour une histoire de l'efficacité en Chine Prim era edición en Anthropos Editorial: 2000 © Editions du SeuiJ, 1992 © Anthropos Editorial, 2000 Edita: Anthropos Editorial. Rubí (Barcelona) ISBN: 84-7658-582-9 Depósito legal: B. 32.254-2000 Diseño, realización y coordinación: Plural, Servicios Editoriales (Nariño, S.L.), Rubí. Tel. y fax 93 697 22 96 Impresión: Edim, S.C.C.L. Badajoz, 147, Barcelona Im preso en E spaña - Printed in Spain Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquimico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

PRESENTACIÓN

1. Se trata de nosotros, de Europa, de la filosofía europea, pero pasando po r China. «Si se pasa p o r China es para m ejor leer el griego», dice François Jullien. ¿Acaso no es dem asiado desvío?, se preguntarán m uchos. Si de lo que se tra ta es de com prender m ejor la filosofía, que es la joya de la corona de la cultura euro­ pea, ¿por qué ir tan lejos? Por tres razones, dice el autor. En prim er lugar, p ara tener un punto de observación distanciado que perm ita hacerse una idea cabal de lo europeo en su conjunto. Ese punto de vista no puede estar en el interior, no puede form ar parte de la cultura m atriz indo-europea. En segundo lugar, para poder salir de la historia, de la propia historia y de la visión histórica de las cosas, todo ello tan europeo. Para este m enester, culturas m arginadas p o r E uro­ pa, pero relacionadas con ella, com o son la árabe o la judía, no serían tan eficaces com o la cultura china, tan fuera de nuestra historia occidental y de n uestra visión histórica de las cosas. Fi­ nalm ente, por ser u n a cultura originaria y docum entada. La chi­ na, a diferencia, po r ejemplo, de la japonesa, es u n a cultura ori­ ginaria con un pensam iento fijado en testim onios escritos que la perm iten ser visitada po r otros pensadores o filósofos y no sólo p o r antropólogos. François Jullien es u n filósofo francés que se ocupa, pues, de las cuestiones que han inquietado a la filosofía occidental, desde los griegos hasta Foucault, deteniéndose en Sto. Tomás, Descar­ tes, Hegel o Sartre, pero, eso sí, pasando por China. Cada una de sus obras se plantea u n problem a concreto, la insipidez, la sabi­ duría, la historia, la estética, y lo ilum ina proyectando sobre él el m odo chino. Al final de libro, el lector sabrá no sólo algo m ás sino IX

algo distinto del tem a, distinción que tiene que ver con una visión m ás delim itada —y, po r tanto, m ás m odesta— de la definición occidental del problem a. 2. China queda lejos de Europa y el pensam iento chino es, para la filosofía occidental, una fruta exótica, a medio cam ino entre las consejas campestre-revolucionarias de Mao y el misticismo del Ti­ bet. Esa distancia, rayana a la indiferencia, ha quedado fijada canó­ nicam ente po r Hegel cuando, en su Filosofía de la Historia, adjudica a la China «una historia no histórica» (!), esto es, que sólo la pode­ mos relacionar con la historia «en la m edida en que ha sido objeto de búsqueda y explotación por parte de los otros países». La China sólo ha conocido la historia por haber sufrido las consecuencias de su relación con los pueblos con historia, es decir, por haber sido objeto de pueblos históricos. Si recordamos que en ese tablero de la historia, donde se juega el destino de la hum anidad, E uropa ocupa el proscenio porque es el «espíritu universal», esto es, la punta de lanza de la m archa de la hum anidad hacia su realización, entende­ rem os el desinterés o, mejor, la indiferencia de la filosofía europea por una cultura cuya inm adurez la obliga a seguir disciplinada­ m ente la estela occidental. Ese prejuicio eurocéntrico, sólidam ente asentado en la filoso­ fía, queda definitivam ente pulverizado con la lectura de François Jullien. El lector, en efecto, tom ará conciencia de que existen otras form as de inteligibilidad o de lectura de la realidad que no pasan p o r el cedazo del verbo ser, ni resultan de la superación del m ito p o r el logos. Gracias a la alianza entre la palabra logos y el verbo ser, la filosofía ha creado conceptos geniales com o los de ser, Dios, libertad, individuo, etc. El pensam iento chino, sin em ­ bargo, que desconoce el verbo ser y el dram a mito-/ogos, no ha enm udecido ante la realidad sino que la ha entendido e interpre­ tado de otro m anera, según otros «pliegues», recurriendo, por ejemplo, a la lógica del proceso, del m undo como dispositivo o el ideal de la regulación. N o es la intención del autor la de colocar el pensam iento chi­ no ju n to al europeo y declarar luego solem nem ente el principio del relativism o cultural, com o si todo valiera lo mismo. Repito que François Jullien no es un antropólogo sino un filósofo y, com o tal, no puede renunciar a la pretensión de universalidad. El que ese principio fuera descubierto por Grecia, precisam ente al X

p asar del relato m ítico, com o principio explicativo, a la argum en­ tación del logos, no im plica que haya que resignarse a las explica­ ciones concretas que la filosofía occidental ha dado de esa univer­ salidad. Una cosa es reconocer la validez del principio de uni­ versalidad, y otra m uy distinta es aceptar que tal o tal explicación de ese principio sea realm ente universal. Ya hem os insinuado que el «espíritu universal» hegeliano, po r m uy entronizado que esté en el santoral filosófico, no es universal. 3. El problem a de la universalidad está, pues, abierto y lo que el autor plantea es abordarle m ediante una estrategia que tiene dos momentos. E n prim er lugar, el de la deconstrucción, tanto de los universalismos particularistas com o de los relativismos pere­ zosos. Los universalismos particularistas son legión en nuestra historia filosófica, pues sistem áticam ente hem os identificado lo racional con lo occidental. H asta el sabio Max W eber se pregunta­ ba, en un gesto retórico, tan ciego como grandilocuente, «¿por qué en Europa, y sólo en Europa, ha habido ciencia?». Y ya sabemos que hablar de ciencia es hablar de razón tout court. Los relativis­ mos perezosos serían aquellos que, sabiéndose diferentes de la razón occidental, renuncian a toda pretensión de universal y se refugian en el cóm odo rincón de «lógicas provinciales», que aca­ ban siendo «lógicas provincianas». El segundo m om ento de la susodicha estrategia consiste en plantearse la universalidad no sum ando lo chino a lo griego, sino recurriendo a lo chino para hacer ver a lo griego que existe todo un continente de la realidad impensado, que está po r pensar y que da qué pensar... al logos. Jullien lo lleva a cabo provocando, a la hora de tratar un tem a específico, discretos desplazam ientos analíticos que portan al pensam iento de una clave a otra, de suerte que nues­ tras representaciones establecidas sobre esa cuestión em piezan a cambiar, a transform arse y a enriquecerse. E n la medida en que aceptam os una crisis de los cánones inter­ pretativos modernos, estam os obligados, para seguir avanzando, a deconstruir y deshacer las entretelas de unas reglas de juego muy arraigadas en nuestra tradición filosófica. Lo que Jullien añade es que la deconstrucción tiene que hacerse desde el exterior de esa cultura, pues cualquier deconstrucción desde el interior (aun­ que sea rem itiéndose a las fuentes judías) no podrá rom per los lí­ mites de una dialéctica de la razón —de una dialéctica de la ilus­ XI

tración—, en cuyo caso difícilmente podrá hablarse de decons­ trucción. «Sólo China —escribe— puede constituir otra fuente (distinta de la heleno-judía), tan original com o aquélla.» 4. El m étodo adoptado no es, pues, el de invocar algún tipo de razón transcendental que pueda a m p arar las distintas racio­ nalidades que en el m undo han sido, sino el de ilum inar proble­ m as que son los nuestros, pero «inter-calando» (una expresión que aparece con frecuencia), es decir, haciendo calas para abrir el cam po de lo pensable, m ostrando lo todavía im pensado p o r la razón occidental. E n el libro Le détour et l’accès, la cala se efectúa en el campo del discurso y del sentido. Ni el discurso ni la búsqueda de sentido se plantean igualm ente en la filosofía europea y en el pensam iento chino. Para los occidentales, la lógica del discurso tiene una estra­ tegia sem ejante a las de las legiones griegas: formación en línea, dispuesta al choque frontal, a la luz del día y m irando de frente al enemigo. La estrategia china es com o su propia arte militar. Lo que im porta es el dispositivo de los elem entos que pueden llevar a la victoria, incluso antes de que se produzca el choque. Todo se aventura previamente, un m om ento antes de que los aconteci­ m ientos tengan lugar. El secreto está en el funcionamiento de las determ inaciones. El autor rem ite este m odo de ser al térm ino che, que evoca la potencialidad que emerge de la oportuna disposición de los elem entos que entran en el juego de la acción. Frente a la frontalidad occidental, una cierta distracción. Esta diferencia en la estrategia bélica tam bién se refleja en la lógica del discurso. Si la filosofía cifra la verdad en una especie de asedio a la realidad, el pensam iento chino la m antiene a distancia, una «distancia alusi­ va» ya que ese trecho entre la realidad y el acom pañante es lo que perm ite acceder a ella. E n otro de sus libros, Éloge de la fadeur, la cala se hizo en el cam po de la estética, m ostrando cóm o la insulsez puede cam biar de signo y ser altam ente positiva. Lo «insípido» es lo que puede ser a la vez lo uno y lo otro. Estam os lejos del principio de identi­ dad o de no contradicción. Aquí, lo concreto no excluye ninguna posibilidad y esa apertura es una dicha. E n Fonder la morale, el lugar del análisis y de la confrontación es la m oral. Desde que la razón adulta, la Ilustración, se hizo cargo de la m oral, no ha cesado de preguntarse por qué ser bue­ XII

no. Ya no tiene sentido la m oral en tercera persona (hay que ser bueno porque Dios lo quiere) sino que hay que recurrir a la razón y a la libertad. ¿Es posible fundar la m oral de otra m anera? Sí, responde el pensam iento chino, si reconocem os una com unidad de experiencia com pasiva y de exigencia. El concepto de eficacia es otro lugar privilegiado para la dife­ rente óptica de u n a y otra cultura. En su Tratado de la eficacia, Jullien contrasta la estrategia occidental basada en la relación entre m edios y fines al «potencial situacional» de la estrategia china para la que lo decisivo es la relación entre condicionante y consecuencia. Si Occidente busca el logro del objetivo por el ca­ m ino m ás rápido y lógico, China concibe el efecto com o el fruto m aduro de las circunstancias. Un sage est sans idée, tiene com o tem a de reflexión a la filoso­ fía misma. E uropa está orgullosa de su filosofía, pero, vista la cosa desde China, se la invita a que tom e conciencia del precio pagado. La pregunta po r el ser del ente supone perder de vista lo que es próxim o, las evidencias de la vida, los fondos de inm anen­ cia. Para el filósofo, todo eso es calderilla, accidentes, contingen­ cias; para el sabio chino, es lo que da qué pensar. El texto presente, L a p r o p e n s i ó n DE l a s c o s a s . P a r a u n a h i s ­ t o r i a DE LA EFICACIA EN CHINA, tiene valor de introducción general al pensam iento de François Jullien. Siguiendo las huellas de un térm ino esquivo e inquietante —che— que se sitúa allende lo está­ tico y lo dinám ico, el ser y el estar, pues significa tanto la disposi­ ción de las cosas (es decir, lo relativo a la estructura y a la configu­ ración de las cosas) com o la fuerza y m ovim iento que de ellas se desprende, Jullien nos invita a visitar distintas áreas de la activi­ dad hum ana: la estrategia militar, el poder, la estética, la historia o la naturaleza. Para el conocim iento de todas esas áreas, el pensam iento chi­ no recurre a un esquem a fundam ental: habérselas con la realidad com o si ésta fuera un dispositivo cuyo seguim iento nos desvelara su verdad. La sabiduría consiste en sacar el m áxim o provecho de la fuerza o propensión que surge de la realidad misma. El autor aísla el núcleo duro del m odo de pensar chino, aplicándolo con gracia y agilidad a los cam pos arriba indicados. 5. A lo largo de ese inusual viaje por el m icrom undo del pensa­ miento, algunas cosas van quedando claras. XIII

E n p rim er lugar, las constantes del pensam iento occidental. Visto desde la orilla china, la larga y com pleja historia de la filoso­ fía europea aparece m ucho m ás hom ogénea y continuista que lo que nosotros im aginam os. Para nuestros contem poráneos, la dis­ tancia entre el m undo secular m oderno y el teocrático medieval es insalvable. El chino descubre que la distancia entre conceptos teológicos y secularizados (entre Dios y la Razón) no es insalva­ ble. El ideal m oderno de libertad, sin ir m ás lejos, se em parenta con la idea de Dios y ésta con el desdoblam iento de la realidad en ser y ente. E n segundo lugar, la diferencia entre filosofía y pensam iento. No se puede reducir todo p ensar a la filosofía occidental. Visto el pensam iento chino desde la filosofía, podría caer en la tentación de clasificarle com o un cóctel exótico con u n a buena dosis de heracliteísm o (por su lógica del devenir), m ás unas gotas de sofís­ tica (por «pasar» del ser), otras de escepticism o (por la descon­ fianza frente a la verdad), sin que falte el toque estoico (por el gusto de la inm anencia). Sería un lam entable erro r o, peor aún, una im perdonable fuga de energía cognitiva, pues sería tanto com o verter en odres viejos el vino nuevo, es decir, sería tanto com o reducir lo h asta ahora im pensado a categorías de lo ya pensado. El pensam iento occi­ dental sólo puede acercarse al im pulso que viene de oriente recu­ perando la frescura y capacidad de sorpresa que los pioneros jó­ nicos colocaron com o el principio del filosofar. Sería narrar, finalmente, el objetivo del libro si, al final, colo­ cáram os en un estante el saber que viene de Grecia, y en otro el que viene de China. Son dos m undos o, mejor, dos m aneras de aproxim arse a la realidad y lo que nos perm ite la lengua, pese a su pluralidad, es la traducción de una en otra y, p o r tanto, la interpe­ lación y, en definitiva, un conocim iento m enos lim itado de la rea­ lidad. Hay que p a rtir de la diferencia, de la existencia de distintos pliegues del conocim iento de la realidad, pero para enseguida afirm ar la «com unidad del pensable» (de lo que puede ser pensa­ do y del pensam iento que lo piensa). El libro está jalonado de casos en los que el abordaje chino de la realidad está a años luz del abordaje occidental. Lo que cabe entonces preguntam os es, por ejemplo, por qué el instrum ental teórico griego, polarizado en el conocimiento lógico, no ha logrado ver —o si lo ha visto, no ha logrado conservar— ese tipo de «inteli­ XIV

gencia avispada» que se adapta a las circunstancias sin tener que deshacerse de ellas para decir lo que las cosas son. Y, viceversa, por qué en China no prendió el conocimiento lógico o no fueron cultiva­ dos sus prim eros brotes, y haya habido que esperar al siglo XXpara que esa operación fuera realizada con éxito. Ni siquiera habría que reducirlas diferencias cognitivas al «ge­ nio» de un pueblo, m ás o m enos determ inado por circunstancias naturales, sino que, según el autor, habría que hablar de legibili­ dad, de distintas lecturas de la realidad, de suerte que la preferen­ cia po r una vela la otra, dejándola en el olvido o en la ignorancia. La lectura china de la realidad habría ilum inado el proceso de la realidad, es decir, los aspectos transitivos de la realidad, mientras que la filosofía europea se habría fijado en la transform ación de la realidad, en la reducción de la realidad a modelos ideados por el hom bre para som eter esa m ism a realidad. Pero esas distintas lecturas de la realidad no son vasos inco­ municados. La visita al pensam iento chino no es u n viaje de aven­ turas, sino la ocasión para recategorizar el pensam iento. Si tene­ mos presente que el conocim iento filosófico —y, po r tanto, el científico— se ha estructurado a p artir de la experiencia occiden­ tal, u n a tom a en consideración de la experiencia de otros pueblos obligará a categorizar de nuevo el conocim iento enriquecido. La lejanía y consistencia del pensar en chino perm ite tam bién una operación que desborda las posibilidades de la autocrítica occi­ dental. El a u to r la denom ina descarrilamiento de la filosofía, esto es, obligar a la filosofía occidental a salirse de los cánones estable­ cidos y som eterse a preguntas que hasta ahora no se habían podi­ do form ular desde dentro. E sa desestabilización conceptual no puede pretender sum ar nuevas categorías a las ya conocidas, sino descubrir que nuestro filosofar supone desentenderse de toda una m asa pensable, pero que hasta ahora no ha sido pensada. Se trataría, pues, de resituar la actividad filosófica en un m om ento previo al socrático, en ese punto en el que se sitúa lo pre-ordenado, pre-interrogado, pre-categorizado por el logos. Ese m undo, anterior a nuestras gram áti­ cas indoeuropeas, no es pasto de misticism os, sino que ya ha sido objeto de otro pensam iento. Por eso resulta tan absurdo el con­ vencim iento occidental de que «la m ística viene de oriente y la razón, de occidente».

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6. La obra filosófica de François Jullien p erm ite redim en- . sio n a r la filosofía y p ercibir la distancia entre filosofía y pensa­ m iento. De la arrogancia de la razón occidental, identificando filosofía con pensam iento, hay sobradas pruebas. Se suele considerar par­ te de ese elenco de arrogancias, la reflexión de un cierto Heideg­ ger que venía a decir que sólo se puede pensar filosóficamente en griego y en alem án. Pero, quizá no haya que verla así, com o una boutade chauvinista o eurocèntrica. Europa, según Heidegger, no habría encontrado otra m anera de estar en el m undo que pregun­ tándose por el ser del ente, es decir, «haciendo filosofía». Por eso, añadía, hablar de «filosofía occidental» es u n a redundancia: no hay m ás filosofía que la occidental. Esa m anera de entender la existencia es una suerte y im a desgracia, es una gran tarea y un terrible destino, tiene algo de grandeza y tam bién de limitación. Es u n a desgracia porque nos lim ita a una form a de abordar la realidad, ya que hay otras m aneras de abrirse al m undo, de acer­ carse a él, de escucharle y de responderle, distintas a la que con­ siste en «la pregunta po r el ser del ente». Esa lim itación tiene, adem ás, un sólido respaldo teórico: de acuerdo con su teoría de la verdad, todo desvelam iento es un ocultamiento. La luz de la filo­ sofía ha ocultado otras luces, nos ha cegado para otras visiones del m undo. Lo que seguram ente Heidegger pretendía con su, a prim era vista, arrogante dicho —«sólo se puede filosofar en griego o en alem án»— era reducir a sus justos límites el, po r otros, celebrado «genio europeo». Lo propio del famoso «genio» europeo sería la penetrante pregunta p o r el ser del ente, que no es la única. Fuera de la pregunta filosófica quedaría un continente de sentido. Hei­ degger habría pretendido, con su exabrupto, reconducir el «ge­ nio» europeo a sus justos límites, a los de la filosofía, llam ando la atención sobre otras form as de pensar, que no son filosóficas, pero perm iten aproxim arse a la realidad. La PROPENSIÓN DE LAS c o s a s . P o r u n a h i s t o r i a d e l a e f i c a c i a e n C h i n a es una lograda dem ostración práctica de lo que puede valer filosóficamente otra form a de pensar. R e y e s M ate

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INTRODUCCIÓN

I. Por un lado, pensam os la disposición de las cosas: condi­ ción, configuración, estructura; p o r otro, lo que es fuerza y m o­ vimiento. Lo estático, por una parte; lo dinám ico, po r otra. Pero esa dicotom ía, com o cualquier dicotom ía, es abstracta; no es m ás que u n recurso m ental, u n m edio provisional —esclarecedor, pero sim plifícador— de representarse la realidad: ¿qué hay, entonces —deberem os preguntam os— , de aquello que, abandonado en el intervalo, es condenado a la inconsistencia teórica y perm anece, en consecuencia, am pliam ente im pensa­ do, pero en lo que, sin em bargo, está en juego —bien lo sabe­ m os— lo único que realm ente existe? La pregunta, reprim ida po r nuestro equipam iento lógico, no deja, sin em bargo, de planteársenos: ¿cóm o pensar el dina­ m ism o precisamente a través de la disposición? O tam bién: ¿cóm o puede percibirse cualquier situación, simultáneamente, com o curso de las cosas? II. Una palabra china (che)* nos servirá de guía en esta re­ flexión. Se trata, no obstante, de un térm ino relativam ente co­ * S hi en pin y in . M antendrem os la transcripción che en la exposición, porque concuerda m ejor con nuestra pronunciación, m ientras que el pinyin será utilizado uniform em ente en las notas y referencias, así com o en el glosario. El térm ino che, es el m ismo que la palabra vi, que se supone que representa

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m ún, al que, de ordinario, apenas se atribuye alcance filosófico ni general. Pero esa palabra es, en sí m ism a, fuente de confu­ sión; y de esa confusión ha nacido este libro. Los diccionarios, por su parte, traducen el térm ino tanto p o r «posición» o «circunstancias» com o p o r «poder» o «poten­ cial». En cuanto a los traductores y exegetas, con la excepción de u n dom inio preciso (en política), la m ayor parte de las veces com pensan su im precisión al respecto con u n a nota a pie de página que se lim ita a dejar constancia de la polisem ia, sin atri­ buirle m ayor im portancia. Como si sólo estuviésem os ante una de las num erosas imprecisiones del pensam iento chino (insufi­ cientem ente «riguroso»), a las que hay que resignarse y a las que uno se acostum bra. Simple térm ino práctico, forjado origi­ nalm ente p ara las necesidades de la estrategia y la política, uti­ lizado la m ayoría de las veces en frases hechas y glosado casi exclusivam ente po r algunas imágenes recurrentes: en efecto, nada hay en él que pueda asegurarle la consistencia de una auténtica noción —tal y como form uló su exigencia la filosofía griega— con una finalidad descriptiva y desinteresada. Ahora bien, lo que me ha atraído del térm ino es, precisa­ m ente, su ambivalencia, en la m edida en que pertu rb a de m a­ nera insidiosa las antítesis consolidadas sobre las que se apoya —descansa— nuestra representación de las cosas: dado que ese térm ino oscila ostensiblem ente entre los puntos de vista del estatism o y el dinam ism o, se nos ofrece u n hilo conductor para deslizam os tras la oposición de planos en que se deja encerrar nuestro análisis de la realidad. Pero tam bién invita a la refle­ xión el propio estatuto del térm ino. Pues, a la vez que se consta­ ta que esa palabra, en los diversos contextos en que la encontra­ mos, escapa a una interpretación unívoca y sigue estando insu­ ficientem ente definida, nos dam os cuenta de que juega un pa­ pel determ inante en la articulación del pensam iento: función la m ayoría de las veces discreta, raram ente codificada y muy poco com entada, pero cuyo ejercicio parece subtender, y fun­ una m ano sosteniendo algo, símbolo del poder, y al que se añadió posteriorm ente el radical diacrítico de la fuerza. Lo así sostenido es considerado p o r Xu Shen un terrón, y éste podría sim bolizar un emplazamiento, una «posición». Como tal, la palabra che corresponde, para el espacio, a la palabra che, , tiempo, tomado en el sentido de oportunidad u ocasión, e incluso llega a darse el caso de escribir esta últim a para expresar aquélla.

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dam entar racionalm ente, algunas de las m ás im portantes refle­ xiones chinas. Así pues, tam bién m e he interrogado sobre la disponibilidad propia de sem ejante térm ino. De ese m odo, hay u n a prim era apuesta en el origen de este libro: la de que esa palabra desconcertante, p o r estar escindida entre perspectivas en apariencia dem asiado divergentes, sea, sin embargo, u n a palabra posible, cuya coherencia pueda des­ cribirse. Mejor, cuya lógica nos ilustra. No sólo debe ilustrar, y hacerlo según el m ás am plio espectro, el pensam iento chino, del que se sabe que se entregó, desde sus orígenes, a p ensar lo real en transform ación. T am bién debe ilustrar, superando las diferencias de óptica propias de las diversas culturas, aquello sobre lo cual el discurso tiene, po r lo general, tan poco ascen­ diente: la eficacia que no tiene su origen en la iniciativa hum a­ na, sino que resulta de la disposición de las cosas." E n vez de im poner siem pre a lo real n uestra aspiración de sentido, abrá­ m onos a esa fuerza inm anente y aprendam os a captarla. m . He optado, p o r tanto, p o r aprovechar el sesgo de una palabra que sirve de h erram ienta sin, no obstante, correspon­ der a una noción global y definida (cuyo m arco estaría ya dis­ puesto y su función señalada de antem ano), viendo ahí una ocasión de desbaratar el sistem a categorial en el que siem pre corre el riesgo de atascarse n uestro espíritu. Pero esa oportuni­ dad tam bién tiene su reverso. Dado que sem ejante térm ino nunca dio lugar, por parte de los propios chinos, a una reflexión de conjunto, en la form a general y unificadora del concepto (incluso en W ang Fuzhi, en el siglo xvii, que es, con todo, quien m ás lejos fue en ese sentido), y ni siquiera form a parte, como hemos dicho, de las grandes nociones (la «Vía», Tao\ el «princi­ pio organizador», li, etc.) que sirvieron para tem atizar sus con­ cepciones, estam os obligados, en orden a captar su pertinencia, a seguirlo de un terreno a otro: del de la guerra al de la política; o de la estética de la caligrafía y la pintura a la teoría de la literatura; o, tam bién, de la reflexión sobre la H istoria a la «filo­ sofía primera». Nos vemos así llevados a considerar sucesiva­ m ente esos diversos m odos de condicionam iento de lo real y en las direcciones aparentem ente m ás diversas: en prim er lugar, el «potencial que surge de la disposición» (en estrategia) y el ca­ rácter determ inante de la «posición» jerárquica (en política); 3

luego, la fuerza en acción a través de la form a del carácter cali­ grafiado, la tensión que em ana de la disposición en pintura o el efecto resultante del dispositivo textual en literatura; finalmen­ te, la tendencia que, en historia, deriva de la situación y la pro­ pensión que gobierna el gran proceso de la naturaleza. De paso, y m ediante ese térm ino, nos vemos conducidos a in terro g ar la lógica de todos los grandes dom inios del pensa­ m iento chino. De donde resultan preguntas de u n interés genera l/¿ P o r qué, por ejemplo, la reflexión estratégica de la China antigua, al igual que un a vertiente de su pensam iento político, evita qüe intervengan las cualidades personales (el valor de los com batientes o la m oralidad del gobernante) para alcanzar un resultado establecido?*^, tam bién, ¿a qué obedece, para los chinos, la belleza de un trazado de escritura, qué justifica dis­ p oner u n a p intura en rollo o de dónde procede, p ara ellos, el espacio poético? O, finalmente, ¿cómo interpretan los chinos el «sentido» de la H istoria y por qué no necesitan plantear la exis­ tencia de Dios para justificar la realidad? H aciéndonos pasar de un dom inio a otro, esa palabra nos perm ite, sobre todo, identificar m uchas intersecciones. De la dispersión inicial procede una serie de convergencias. Temas com unes se imponen: el de potencialidad, en acción en la confi­ guración (ya se trate de la disposición de los ejércitos sobre el terreno, de la que hacen visible el ideogram a caligrafiado y el paisaje pintado, o de la que instituyen los signos de la literatu­ ra...); el de bipolaridad funcional (sea entre soberano y súbditos en política, entre arriba y abajo en la representación estética, entre «Cielo» y «Tierra» com o principios cósmicos...); o, tam ­ bién, el de u n a tendencia engendrada sponte sua, por simple interacción, y que se desarrolla por alternancia (ya se trate, tam ­ bién ahí, del curso de la guerra o del desarrollo de la obra, de la situación histórica o del proceso de la realidad). O tros tantos aspectos que, corroborándose, se vuelven signi­ ficativos de la tradición china. Pero, ¿puede hablarse aún tan sim plem ente —tan ingenuam ente— de «tradición», cuando se sabe que una corriente im portante de la reflexión sobre las cien­ cias hum anas, sobre todo desde Foucault, ha vuelto sospechosa tal representación? ¿Estaríamos dem asiado influenciados por la propia civilización china, que recurre tanto a la referencia al pasado y presta tanta atención a las relaciones de transmisión? 4

¿O será que la civilización china ha sido m ás unitaria y continua que otras? (Pero tam bién sabem os que la im presión de «inmovilismo» que puede d a r no es m ás que una ilusión, pues tam bién ha evolucionado intensam ente.) ¿O será, m ás bien, que nuestro punto de vista exterior respecto a esa cultura —el punto de vista «heterotópico» que, precisam ente, evocaba Foucault al comien­ zo de Les tnots et les choses [Las palabras y las cosas]— nos per­ m ite percibir, com parativam ente, m odos de perm anencia y ho­ m ogeneidad que no aparecen con tanta nitidez para quien con­ sidera desde dentro las «configuraciones discursivas» que no dejan de sustituirse unas a otras? Hay, po r tanto, u n a segunda apuesta en el origen de este libro: la de que, m ás bien decepcionante desde el punto de vista de una historia conceptual del pensam iento chino, el estudio de sem ejante térm ino resulta, por el contrario, precioso por servir de revelador de aquél. Pues, en la intersección de todos esos dominios, presentim os la m ism a intuición básica que parece vehiculada, en gran m edida, y durante siglos, a título de eviden­ cia adquirida; la de la realidad —de cualquier realidad—^£once-1 bida com o un) dispositivo en el que hay que apoyarse y que es necesario poner en m archa; el arte y la sabiduría, tal y como los concibieron los chinos, son, entonces, capaces de explotar es­ tratégicam ente la propensión que em ana de él, y según un m á­ ximo de efectividad. / , IV. Sem ejante intuición de la eficacia está dem asiado co­ m únm ente extendida, en China, com o para invitar a reflexio­ n a r de un m odo abstracto, dem asiado disem inada tam bién com o para resultar aisladam ente perceptible. Perm aneciendo hundida en la lengua, constituye allí u n fondo de acuerdo tanto m ás sólido cuanto que no necesita, en el interior de aquélla, ser com entado. Siem pre retirada en relación a las explicitaciones del discurso, no aflora íntegram ente en ningún térm ino par­ ticular, pero la deja en trev er—de paso, pero de un m odo signi­ ficativo— la palabra che, que la refleja en cada ocasión a partir de un dom inio propio, com o un ejem plo privilegiado: no la ex­ presa totalm ente por sí sola, pero nos perm ite detectar su pre­ sencia y descubrir su lógica. Nos corresponde, por tanto, a partir de esa palabra, rem on­ tando a través de ella —y ése será m i esfuerzo— , intentar repre5

sentam os esa intuición, sacarla de su silencio, desplegarla teó­ ricam ente. Sin duda, tam bién en lo que a nosotros respecta, ninguna noción dada será suficiente p ara captar lo que de ese m odo se desliza, com o algo de suyo evidente, a través del dis­ curso chino. En m odo alguno p o r tratarse, como en China, de un consenso del pensam iento, sino, al contrario, porque esa intuición requiere, p ara ser com prendida, que no se disocien los planos cuya oposición es, sin em bargo —para nosotros— , lo que nos perm ite pensar (y cuyo síntom a característico es la difracción de la palabra che entre los puntos de vista del estatis­ mo y el dinam ism o, desde el m om ento en que la traducim os a nuestras lenguas). Para entablar el diálogo, no hay, por tanto, otro recurso que em pezar por descentrar nuestra visión, atacar sesgadam ente y recurrir a conceptualizaciones que —habien­ do sido hasta ahora secundarias— no p o r ello ofrecen menos, por lo que esbozan, un nuevo punto de partida posible. Precisa­ m ente p ara eso serán aquí útiles, por las nuevas relaciones que contraen entre sí, acoplándose,*los térm inos «dispositivo» y «pro pensión»: tom ados en el borde de nuestra propia lengua filosófica, establecerán el m arco conceptual a p artir del cual hacerse cargo, progresivam ente y de u n a cultura a otra, de la diferencia enjuego. ,y V. Evidencia, por un lado; im pensado, por otro. Al mismo tiem po que se desprende, de los efectos de intersección, un m o­ delo com ún —implícito a toda u n a cultura—, el de una disposi­ ción que actúa por oposición y correlación, y sirve de sistema de funcionam iento, vemos nuevam ente puestas en entredicho, po r dejar de ser pertinentes, m uchas categorías que sirvieron de zócalo para la elaboración de nuestro propio pensamiento: en especial, la de medio-fin; o, tam bién, la de causa-efecto. Cierto prejuicio de la filosofía occidental, cuyo carácter «tradi­ cional» tam bién parece, desde ese m om ento —percibido desde el exterior—, tanto m ás m arcado, surge ante los ojos: se basa m ás en la hipótesis y la probabilidad que en la autom aticidad; se orienta m ás en función de una polarización única y «trascen­ dente» que en base a la interdependencia y la reciprocidad; an­ tepone, finalmente, la libertad a la espontaneidad. Respecto al desarrollo del pensam iento occidental, la origi­ nalidad de los chinos resulta de que no se han preocupado por 6

ningún télos, com o desenlace de las cosas, y han intentado in­ terpretar la realidad únicam ente a p artir de sí m ism a, desde el punto de vista de la exclusiva lógica inherente a los procesos en curso.'Liberém onos, pues, definitivam ente del prejuicio hegeliano según el cual el pensam iento chino se habría quedado en la «infancia» p o r no haber sabido evolucionar, a p artir del pun­ to de vista cosmológico com ún a las civilizaciones antiguas, hacia los estadios m ás «reflexivos» y, por tanto, superiores de desarrollo que representarían la «ontología» o la «teología». Reconozcam os, por el contrario, la extrem a coherencia subya­ cente a ese m odo de pensam iento, aunque £ 13, absoluto haya privilegiado la form alización conceptual, y valgám onos de ella para descifrar desde el exterior nuestra propia historia intelec­ tual —que ya no alcanzam os a leer p o r sernos tan fam iliar— y para m ejor descubrir nuestros a priorí m entales. VI. Sin duda, la propia filosofía occidental se propuso com o vocación, ya desde su origen, hacer de la libre interroga­ ción el principio de su actividad (encam inada, com o está, en pos de un pensam iento cada vez m ás em ancipado). Pero tam ­ bién sabem os que, al lado de las preguntas que nos planteam os, que podemos planteam os, está tam bién todo aquello a partir de lo cual nos interrogam os y que, precisam ente p o r ello, no so­ mos capaces de interrogar: ese fondo de nuestro pensam iento que ha sido tejido por la lengua indoeuropea,^configurado por las divisiones im plícitas de la razón especulativa y orientado ■* p o r una expectativa particular de la «verdad ». * La excursión a través de la cultura china que proponem os aquí tam bién tiene com o objetivo que captem os con m ayor am ­ plitud el alcance de semejante condicionam iento. En m odo al­ guno, tranquilicém onos, por un deseo ingenuo de evasión y fas­ cinación por el exotismo —o para servir de argum ento tanto a la m ala conciencia occidental com o apios nuevos dogm as del rela­ tivismo cultural (m ero reverso del etnocentrism o)—, sino tan sólo para intentar, m ediante el sesgo de ese rodeo, rem ontar más arriba en nuestra aprehensión de las cosas. Y, gracias a ello, renovar nuestra interrogación y recuperar un impulso —vivo y alegre— para la reflexión.

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ADVERTENCIA AL LECTOR

Este libro es continuación directa de mi anterior ensayo, Procès ou Création [Proceso o Creación] (Éd. du Seuil, col. «Des travaux», 1989) y, m ás en particular, de su último capítulo (XVH: «Un m ism o m odo de inteligibilidad»). La perspectiva de ataque, en cambio, es casi la inversa: m ientras que, en el trabajo precedente, partía del pensam iento de un único autor, W ang Fuzhi (1619-1692), para analizar su coherencia, el térm ino chi­ no del que intento d ar cuenta a lo largo del presente estudio nos paseará, de un dom inio a otro, a través de m ás de una cincuente­ na de nom bres (que se escalonan desde la Antigüedad hasta el siglo XVn). No obstante, en lo que al espíritu del trabajo respecta, sigue siendo el mismo: sea a propósito de una única obra o de la palabra che, siem pre se trata de recuperar, com o un concentra­ do, los lineam entos lógicos, pero subyacentes, de toda una cul­ tura. ^Además, tam bién en este estudio está el pensam iento de W ang Fuzhi en el horizonte de mis preocupaciones.* Asimismo, la am bición sigue siendo la misma: entre el esco­ llo de una especialización sinológica —que, por cerrarse sobre sí misma, ya nada tiene que pensar y se vuelve estéril— y, a la inversa, el de la vulgarización —que, so pretexto de hacerlo ac­ cesible, desnaturaliza su objeto y lo vuelve inconsistente—, la única vía posible es, en su estrechez, la de un esfuerzo teórico. Habiendo de conjugarse las exigencias del filólogo y del filósofo, conviene, a la vez, leer lo más cerca (descendiendo a la indivi­ dualidad del texto y de su trabajo) y lo m ás lejos (sobre un fondo de diferencia y m ediante perspectivización) posible. Con vistas a superar ésas dos formas, tan comunes, de ilusión^ la asimilación ingenua, según la cual todo se traspone ^directamente de una cultura a otra; y el com paratism o sim plista que procede como si poseyese a priori los m arcos que perm itiesen aprehender la alte9

ridad en cuestión. Con m ayor prudencia, el proceder es aquí —mediante interpretación progresiva— eTde una apertura prot blemática. De ahí algunas decisiones que han presidido la concepción de esta obra. En la presentación de cada uno de los dom inios de la cultura china invocados, siempre se respeta —y sirve de fun­ damento para la exposición— la filiación histórica, pero no po­ dría desarrollarse por sí misma: eso para dejar actuar de lleno a las articulaciones lógicas, al mism o tiem po que para decantar al máximo el discurso sinológico (siendo trasladadas las referen­ cias contextúales a las notas) y facilitar la lectura al no-especia­ lista. Asimismo, las comparaciones no se proponen, de entrada, e n forma de paralelismos, sino que más bien intervienen, a título de hipótesis de conclusión, para servir de referencias e indicios de la diferencia investigada: la posición china se vuelve, así, más significativa, incluso si el reparto resulta desigual entre las dos tradiciones (pues se ha considerado, por principio, que las refe­ rencias a China estaban por descubrirse, m ientras que las re­ ferencias a la filosofía occidental eran ya familiares y podían mencionarse alusivamente). Algunas láminas, en el centro del libro, intentan hacer sensi­ ble al lector no iniciado la dim ensión estética del che; u n glosa­ rio de expresiones chinas, al final del volumen, debe perm itir al lector sinólogo verificar en el texto algunas ocurrencias carac­ terísticas del término. La ausencia de index, finalmente, es voluntaria. En efecto, he tendido, prioritariam ente, a este placer: seguir una idea.

En la continuación del texto, — las cifras exponenciales remiten a las notas y referencias que figuran al final del volumen: pp. 223 ss.; — las letras que las preceden al glosado de las expresiones chinas, también al final del volumen: pp. 253 ss. 10

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EL POTENCIAL SURGE DE LA DISPOSICIÓN (en estrategia)

La reflexión sobre el arte de la guerra que floreció en China al final de la Antigüedad (del siglo V al m a.C., en la época de los «R ein o s combatientes») ex ced e a m p lia m e n te su p ro p io objeto: no sólo la sistematización particular que la caracteriza constitu­ ye una innovación relevante desde el punto de vista de la historia general de las civilizaciones, sino que tam bién el tipo de inter­ pretación al que da lugar proyect^ su forma de racionalización sobre el conjunto de la realidad. Con frecuencia, la guerra ha parecido el dom inio privilegiado de lo imprevisible y el azar (o la fatalidad); ahora bien, los pensadores chinos pronto creyeron percibir en ella, por el contrario, que su desarrollo obedece a,una necesidad puram ente interna, que puede preverse de un m odo lógico y, por tanto, adm inistrarse a la perfección.^Concepción dem asiado radical com o para no traicionar un fructífero traba­ jo de elaboración: gracias a él, el pensam iento estratégico aclara, de form a ejemplar, cóm o se produce la determ inación de lo real y proporciona una teoría general de la eficacia. ^ I. La intuición inicial es Ja. de u n proceso que evoluciona exclusivamente en función de la relación de fuerza que pone en juegOj.Es propio del buen estratega calcular po r adelantado, y Sunzi con exactitud, todos los factores implicados con vistas a hacer a. iVa.C. 13

evolucionar constantem ente la situación de tal form a que aquéllos le resulten lo m ás favorables que sea posible: l a victo­ ria ya no es, entonces, m ás que la consecuencia necesaria —y el desenlace previsible— del desequilibrio, que juega en su favor, al que ha sabido llevarlosM'ío hay, a este respecto, «desviación» posible: un resultado ventajoso resulta, ineluctablem ente, de las m edidas apropiadas .31 Todo el arte del estratega consiste, por tanto, en llevar hacia allí las cosas antes de que el verdadero enfrentam iento tenga lugar: percibiendo con la suficiente ante­ lación —en su estado inicial— todos los indicios de la situación, de form a tal que pueda influir sobre ella incluso antes de que haya tom ado form a y se haya actualizado. Pues, cuanto antes se adopte e^a orientación favorable, con m ayor facilidad actúa y se realiza. E n su estado ideal, la «acción» del buen estratega ni siquiera se trasluce: el proceso que conduce a la victoria está en tal m edida determ inado de antem ano (y su desarrollo es tan sistem áticam ente progresivo) que parece caer po r su propio peso, y no com o consecuencia del cálculo y la manipulación.^La fórm ula, por tanto, sólo en apariencia es paradójica: el yerdade- ro estratega^sólo obtiene victorias «fáciles »^2 Entendám oslo: victorias que parecen tales porque ya no requieren, en el m o­ m ento m ism o en que se producen, ni proeza táctica ni gran esfuerzo humano.^Las verdaderas cualidades estratégicas pa­ san desapercibidas; el m ejor general es aquel cuyo éxito no es aplaudido: no hace que la mayoría «alabe» su «valor», ni siquie­ ra su «sagacidad». // Sunzí El punto fuerte de este pensam iento estratégico está en redu­ cir al m ínim o la acción arm ada. Hasta llegar a esta expresión límite: «las tropas victoriosas [te., a las que aguarda la victoria] sólo buscan el enfrentam iento en el com bate tras haber ya triu n ­ fado; m ientras que las tropas vencidas [i.e., que están abocadas a la derrota] sólo intentan vencer una vez entablado el com bate ».3 Quien sólo busca la victoria en la etapa, definitiva, de la lucha arm ada, por dotado que esté, siempre correrá el riesgo de ser derrotado. Todo ha de jugarse, por el contrario, previam ente, en un estadio anterior de la determinación de los acontecim ientos, cuando disposiciones y maniobras, que todavía dependen úni­ cam ente de nuestra iniciativa, pueden ser espontáneam ente adaptadas y, encadenándose y reaccionando lógicamente, son siem pre eficacesv'(«espontaneidad» o «lógica» del proceso: am14

bos térm inos significan lo m ism o —como com probarem os por extenso en lo que sigue— bajo perspectivas diferentes). Eso es lo que perm ite el dom inio efectivo del curso posterior de los acon­ tecimientos, llegando incluso a darse el caso de que ya no sea necesario entablar realm ente com bate :4 u¿jbuen estratega —se nos asegura— «no es belicoso». Pero, no nos equivoquemos, ese ideal de no-enfrentam iento no resulta de una preocupación m o­ ral: tan sólo se trata de actuar de m anera que Ja)propia victoria sea absolutam ente segura por estar predeterm inad a; tam poco depende de una concepción abstracta: pues la atención se dirige, po r el contrario, al m odo en que procede con la m áxim a preci­ sión, tanto en el estadio m ás insignificante como en el m ás deci­ sivo, la orientación venidera*Lo m ás lejos posible de cualquier utopía, se trata, «sencillamente», de hacer actuar en su propio sentido, y por su cuenta, al efecto operante, y aprem iante, que caracteriza cualquier situación dada.* /,

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II. En función de esta perspectiva emerge, po r vez prim era y de form a significativa, la concepción de ur^potencial surgido *■ de la disposición que denota las m ás de las veces, en este contex­ to, el térm ino che .5 Todo el arte de la estrategia puede expresar­ se de nuevo, y con m ayor precisión, a través de él: decir que la «destreza» en la guerra «descansa en el potencial surgido de la sunB¡n disposición» (che )06 significa que el estratega ha de ten d er a SIVaC explotar en su favor, y según la m áxim a efectividad, las condi­ ciones que encuentra. Como im agen ideal del dinam ism o que deriva de la configuración y que es preciso conseguir, la del curso del agua: si se abre u n a brecha en u n depósito elevado de sunzí agua, ésta sólo puede precipitarse hacia abajo ;7 y, en su im pul­ so impetuoso, arrastra incluso guijarros .8Dos rasgos caracteri­ zan, en función de ello, sem ejante eficiencia: p o r una parte, sólo se produce a título de consecuencia, im plicada p o r u n a necesidad objetiva; y, por otra, resulta irresistible, habida cuen­ ta de su intensidad. Pero, ¿qué contenido dar, desde un punto de vista estratégi* Estamos ante una concepción com ún en la China de la Antigüedad. El Laozi, texto fundacional de la tradición taoísta, comparte, particularmente, la idea de que «resulta fácil hacerse cargo de una situación mientras sus síntom as no son m anifies­ tos» (§ 64); y también afirma, como principio, que «el buen guerrero no es belicoso» y que ay«capaz de derrotar al enemigo» quien «no entabla combate con él» (§ 68).

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co, a la «disposición» de la que nace ese potencial? Pues no cabe interpretarla únicam ente, com o en la com paración precedente, en relación a la configuración del relieve, incluso si ésta tam bién interviene, como factor determ inante, en tanto que terreno de operaciones: un estratega ha de sacar el m ayor partido de su carácter distante o cercano, hacia abajo o sobreelevado, accesi­ ble o accidentado, al descubierto o cerrado .9Tam bién cuenta la disposición m oral de los protagonistas, según estén m uy anim a­ dos o desalentados; al igual que todos los demás factores «cirHuainanzi cunstanciales»: según sean favorables o desfavorables las condis'na C' ciones climáticas, y según estén las tropas en correcto orden o dispersas, en plena form a o agotadas.dl0Sea cual sea el aspecto afectado, el carácter coercitivo de la situación puede y debe ju ­ gar en los dos sentidos: a la vez positivamente, llevando a las SunBin propias tropas a em plear todas sus fuerzas en la ofensiva;e" y negativam ente, privando a las tropas enemigas de cualquier ini­ ciativa y reduciéndolas a la pasividad. Por num erosas que sean, ya no estarán en condiciones, habida cuenta del che, de resistir .f12 El m ero recurso num érico cede frente a los grados supe­ riores —m ás determ inantes— de condicionam iento^ Se sabe que el uso de (a) ballesta, invento chino (alrededor de 400 años antes de nuestra era), revolucionó, en am plia medida, el com portam iento bélico: a la vez por la precisión de su trayec­ toria rectilínea y po r la formidable fuerza de su impacto."Así pues, la «activación» de su «mecanismo» sirvió con gran natura­ lidad para sim bolizar el súbito desencadenam iento de la energía Sunzí potencial de un ejército :13una «ballesta tensada al máximo», así es el c h e P 4 Además de la pertinencia propia del motivo (siendo expresado el potencial por la imagen de la tensión), la innova­ ción que constituía la ballesta en el plano técnico, debió sin duda representar un progreso decisivo que era análogo a la capacidad de explotar rigurosam ente el che, en el plano estratégico. La im agen puede, en efecto, desarrollarse de un m odo aún m ás SunBin preciso: la ventaja propia de la ballesta se debe a que, «m ientras que el punto del que parte el disparo está próxim o (entre el hom ­ bro y el pecho), puede m atarse a gente a m ás de cien pasos, sin que los dem ás ni siquiera adviertan de dónde salió el disparo ».15 fA hora bien, así ocurre con el buen estratega que, utilizando el che, logra un efecto máximo —a distancia (tem poral y espa­ cial)—- con el m enor gasto, a través de la m era explotación de los 16

factores en juego, sin que la opinión com ún perciba, sin em bar­ go, de dónde proviene el resultado y se atribuya el m érito. ^ Últim a im agen, que fija definitivamente los diversos aspec­ tos del che y le servirá de motivo privilegiado: si se recogen leños sum o piedras sobre u n suelo llano, se m antienen estables y, por ende, inmóviles, m ientras que, sobre un suelo en declive, se po­ nen en movimiento; si son cuadrados, se detienen, m ientras que, si son redondos, ruedan cuesta abajo. «Para el experto en la utilización de sus tropas, el potencial surgido de la disposición es, por así decirlo, capaz de hacer que piedras redondas rueden cuesta abajo desde la m ás alta cum bre.» 16Cuentan, a título de su disposición, la configuración propia del objeto (redondo o cua­ drado) a la vez que la situación en la que está im plicado (sobre u n suelo llano o inclinado); el m áximo potencial, en lo que a él respecta, se expresa m ediante el carácter extremo del desnivel. 4 m . Esa com paración tam bién revela otra cosa: que las pie­ dras redondas así dispuestas a ro d ar con tanta fuerza, desde lo alto de la pendiente, sirvan como im agen de las tropas m ejor m anejadasfídando a entender que cuenta m enos la calidad personal del com batiente que el dispositivo en el que se ve llevado a : actuar^El m ás antiguo tratado de arte m ilitar lo indica abierta­ mente: el buen estratega «reclama la victoria ^ p o te n c ia l surgi- sun-d do de la disposición y no a los hom bres que están bajo su m an­ d o »^17 Es la propensión objetiva lógicamente resultante de la situación, tal com o ésta es dispuesta, lo que es determ inante, y no la buena voluntad de los individuos. Form ulación aún m ás radical: «valentía y cobardía son cosa de che»} El com entario añade: «Si las tropas obtienen el che [Le., sacan provecho del potencial surgido de la disposición], entonces los cobardes son valientes; si lo pierden, entonces los valientes son cobardes»; y tam bién: «valor y cobardía son variaciones del che».Si Otras tantas expresiones lacónicas, que sólo intervienen a título de in­ dicación práctica, pero cuya incidencia filosófica es, para nos­ otros, considerable.im plican, nada m enos, la idea vigorosa se­ gún la cual las virtudes hum anas no se poseen intrínsecam ente, puesto que el hom bre no tiene la iniciativa sobre ellas ni las dom ina, sino que son el «producto» (incluso en el sentido m ate­ rialista del térm ino) de un condicionam iento exterior que es totalm ente m anipulable.y/ 17

Sólo al precio de una racionalización m áxim a, guiada p o r el m ás riguroso de los imperativos, el de la eficacia práctica, ha podido construirse semejante punto de vista/ La época de los «Reinos combatientes» (siglos V-m a.C.) se caracteriza p o r una exacerbación de la guerra, desarrollada a un nivel inédito entre principados rivales que aspiran a la hegem onía, y la lucha a m uerte a la que se entregan —en perfecto acuerdo con el princi— “>pio del «desarrollo al máximo» al que recurrieron nuestros teó­ ricos m odernos para concebir la guerra «absoluta»— no podía dejar el m enor lugar a la m era creencia, ni siquiera a una posi­ ción m ínim am ente «idealista »/Al m enos en este dom inio parti­ cular; pero la tendencia es, precisam ente entonces, que la gue­ rra deje de poder ser considerada u n dom inio «particular», ad­ quiera una im portancia cada vez m ás exorbitante (y eso duran­ te dos siglos), lo invada todo y se convierta en lo único enjuego. Resulta lógico, en esas circunstancias, que la/reflexión estratégica haya contribuido a precipitar una evolución, m ás general, del pensam iento y que su em peño p o r penetrar, m ás allá de todas las ilusiones posibles, la naturaleza real de los determ inism os implicados haya logrado, llevado a ese punto extremo, hacer de la concepción del che, com o potencial surgido de la disposición, el punto crucial de la teoría. Téngase en cuenta, en efecto, que, en la época inm ediata­ m ente anterior (hacia el año 500 antes de nuestra era), la guerra no sólo era aún concebida, ante todo, com o un ritual, regulado por un código completo del honor y ejecutado en cam pañas es­ tacionales que evitaban cualquier exterminio radical, sino tam ­ bién que no se emprendía em presa alguna sin que los adivinos se hubiesen pronunciado sobre su carácter fasto o nefasto. Pero Huaimuizi ahora resulta que no sólo «el che se im pone al hombre»,J 19 el dispositivo táctico a las cualidades morales, sino que tam bién se elimina cualquier determ inación trascendente o sobrenatural en provecho de la exclusiva iniciativa estratégica. De todos los factores tenidos en cuenta, el che es el único realm ente decisi­ vo.20Quien coge un hacha para cortar m adera no tiene que preo­ cuparse por saber si la fecha cae bien y si el día es favorable; en cambio, si la persona no tiene un mango en la m ano para impriI m ir su fuerza, el resultado seguirá siendo nulo, a pesar de los más favorables augurios .2^ 1 ejemplo se propone aquí para ilus­ trar que sólo el che proporciona un dominio efectivo sobre el 18

proceso de la realidad.JDel m ism o modo, elegir una m adera m uy preciosa para hacer una flecha, o decorarla artísticam ente, no añade absolutam ente nada a su alcance. Sólo im porta que la ballesta esté tensa. Sólo del che cabe esperar u n efecto real. IV. Queda precisar de una forma m ás concreta cóm o pro­ cede ^ $a) eficacia, E n general, la estrategia abriga la am bición de determ inar, en función de una serie de factores, los princi­ pios estables de acuerdo con los que evaluar la relación de fuer­ za y concebir de antem ano las operaciones. Pero tam bién se sabe que la guerra —que es acción y, adem ás, está regulada por la reciprocidad— es el dominio, por excelencia, de lo imprevisi­ ble y del cambio, y por ello siem pre queda relativam ente fuera de las previsiones teóricas ^Incluso se ha tendido a ver en ello, y j como un rasgo de m era sensatez, el límite práctico de cualquier \ estrategia?'Ahora bien, los teóricos chinos de la guerra no pare- I cen inquietarse por esa aporía, justam ente en la m edida en que se basan en la concepción del che para resolver su contradic­ ción. La fórm ula ha de leerse con m ucha precisión: «Una vez swm determ inados los principios que nos resultan ventajosos, hay que crear para ellos disposiciones favorables [dotadas de efica­ cia: che], con vistas a secundar aquello que [en el m om ento de las operaciones] se revela exterior [a esos principios]».k22De ahí la definición que volverá a encontrarse aplicada a m uchos otros dom inios de la tradición china: «gic/ü [en tanto que dispositivo concreto] consiste en gobernar lo circunstancial en función del I v*' beneficio ».1t n el centro del capítulo que sirve de obertura al m ás antiguo tratado chino de estrategia, esas expresiones des­ em peñan el papel de transición entre la determ inación prelim i­ n a r de elem entos abstractos y constantes («cinco factores» y «siete valoraciones») y la descripción subsiguiente de una tácti­ ca que, basada en la sim ulación/debe toda su eficacia a que se adapta perfectam ente a la evolución de la situación y tanto mejo r som ete al enem igo cuanto m ás logra adaptarse continuam ente a él: a través del che, aquello que, dependiendo de la coyuntura, aparentem ente debía escapar a los cálculos inicia­ les vuelve a ser dom inado por ellos con la m ayor naturalidad.¿ Pero la riqueza de la intuición estratégica china no consiste tanto en proporcionar un concepto interm ediario que haga po­ sible una m ejor articulación de lo constante y lo cam biante (teo19

ría y práctica, principios y circunstancias...) cuanto en dem os­ tra r pertinentem ente c ó m o ^ e v o lu ció n ciccunstanciair insepa­ rable del curso de cualquier guerra, constituye la baza táctica _* m ayor que perm ite renovar el potencial y, por ende, la eficacia del dispositivo estratégico. El arte del m ilitar consiste en llevar al enem igo a adoptar una disposición relativamente fija y, por ende, reconocible, que lo hace vulnerable, al tiem po que en re­ novar constantem ente la propia disposición táctica con vistas a desconcertar sistem áticam ente al adversario —engañándolo siem pre y cogiéndolo a contrapié— y, así, despojarlo de cual­ quier dom inio .23 Volviéndose entonces tan insondable com o el Huaincuizi gran proceso del propio Mundo, tom ado en su infinitud (el Tao), que, por no inmovilizarse jam ás en una disposición particular, norm alm ente es lo único que no ofrece indicio alguno de su realidad.™2? Volvamos, por tanto, a la im agen del agua, pero esta sunzí vez considerada en su curso horizontal y tranquilo. «Así com o la disposición del agua consiste en evitar cualquier elevación para tender hacia abajo, tam bién la de las tropas [bien dirigidas] con­ siste en evitar los puntos fuertes del enemigo para atacar sus puntos débiles; así como el agua determ ina su curso en función del terreno, tam bién las tropas determ inan la victoria en fun­ ción del enem igo »;25así, el agua, como motivo contrario a la rigi­ dez, es, precisam ente en virtud de sujextrema variabilidad (fun­ ción de su disponibilidad máxima), erigida, de rechazo, en sím ­ bolo de la fuerza m ás penetrante y resuelta. ¡ Por lo tanto, u n a disposición obra eficazmente y puede servir de dispositivo en la justa medida en que se renueva^ Pues decir de ese m odo que el che, como dispositivo estratégico, ha de ser tan móvil com o el agua en su curso," y que es>transform ándose en función del enemigo como se obtiene la victoria »,26significa algo m ás que la necesidad, propia del mero sentido com ún, de saber adaptarse. La intuición es, a m ayor profundidad, que la potencialidad se agota en el seno de una disposición que se fija. Ahora bien, ¿no es el objetivo fundam ental de cualquier táctica precisam ente asegurar en provecho propio la continuidad del dinam ism o (vaciando al otro de su iniciativa y reduciéndolo a la parálisis)? Y, para reactivar el dinam ism o inherente a la disposi­ ción, ¿hay otro medio que abrir ésta a la alternancia y practicar en ella la reversibilidad? Aquí es donde la teoría estratégica al­ canza la concepción m ás central de la cultura china, basada en 20

la eficacia, en perpetua renovación, del curso de la naturaleza y que ilustran el encadenam iento del día y la noche, o el ciclo estacional. En el estadio suprem o, la eficiencia absoluta que constituye el Tao, la «Vía», nunca se atasca y se m antiene inago­ table por no inmovilizarse en ninguna disposición particular.

S u n zi

V. Inscribiéndose en el corazón del pensam iento estratégi­ co de la China antigua, la concepción de un potencial surgido de la disposición ha llegado a servir de representación com ún* y toda la tradición ulterior jam ás se ha apartado de ese punto de vista .27 E n el siglo XX, Mao Zedong todavía recurre a ella con total naturalidad para evocar la táctica m ás oportuna en la gue­ rra de resistencia —guerra «prolongada»— entablada contra Japón :028 una táctica que sabe m antenerse en constante «aler­ ta», reaccionando espontáneam ente tanto ante la ocasión com o ante la situación, tanto m ás eficaz cuanto que nunca se deja reificar por inmovilización y «bloqueo» —rápidam ente en falso— en una disposición determ inada .29 La perspectiva en acción es, po r tanto, la de u n proceso en el que basta con utilizar oportunam ente ¡sujpropensión para que pueda evolucionar en nuestro provecho.. Leyendo la literatura china de la Antigüedad que trata de la estrategia, nos dam os cuenta de hasta qué punto el tipo de representación que encar­ na se opone totalm ente a cualquier visión a la vez heroica y trágica (y de por qué la China antigua perm aneció tan ajena a sem ejante visión). El enfrentam iento está en el corazón de aquélla, llevado hasta el paroxism o de una situación sin salida. Pero, para quien sabe explotar estratégicam ente el potencial surgido de la disposición, el antagonism o es llevado a resolverse po r sí mism o en función de u n a lógica interna que puede dom i­ narse a la perfección. M ientras que el hom bre trágico choca irrevocablemente con potencias que lo superan y resiste p ara no ceder (eikein, la palabra clave del teatro sofocleo), el hom bre de la estrategia se hace fuerte po r ser capaz de adm inistrar to­ dos los factores en juego, porque sabe abrazar su lógica y ad ap ­

* Los tratados del juego de yo recurren particularm ente a él para dar cuenta de la relación de fuerza inscrita en el dam ero y que evoluciona en el curso de la p a ín ­ da. Pero, como se sabe, >— puede ser totalm ente captada p o r el pincel, el efecto de tensión del che que actúa a través de ella — «proce­ diendo m ediante un m ovim iento giratorio o quebrado, indi­ cando tendencia y dirección»— puede ser captado p o r el pin­ cel, pero no exhaustivam ente: pues «participa de la representa­ ción m ental» y «necesariam ente subsiste en él algo que el pin­ cel no puede alcanzar».32 En el seno del proceso estético, de lo figurativo a lo espiritual, le corresponde aseg u rarla transición. Además, esa diferencia puede interpretarse, tan to al nivel de los m edios com o en base a la técnica pictórica de los chinos, ilustrando la dualidad de la tinta y el pincel: m ientras que la shitao tin ta «hace que alcance su plenitud la configuración de los m ontes y ríos», el pincel «hace que varíe alternativam ente su che»] y, dentro del paisaje, m ientras que «el océano de tinta a braza y transporta», la m ontaña trazada po r el pincel «dirige y conduce».33 Por una parte, lo que se despliega y llena; po r otra, lo que inform a y dinam iza. E n el plano simbólico, entre los elem entos que integran el paisaje, la tensión traducida p o r el che se revela afín al viento: difusa com o él a través de las form as y anim ándolas, realidad física pero evanescente, y que sólo se m anifiesta en su efecto.34 La tensión es tanto m ás sensible cuanto que no se actualiza totalm ente. De ahí el valor del traza­ do que posee tanta más fuerza cuanto que se m antiene incoati­ vo, del esbozo que crea un eterno suspense. C onsiderad el endeble esquife pintado en m edio de las G ongX ian aguas. Como está lejos, la escota que perm ite tensar la vela no s xvn resulta perceptible; pero, al m ism o tiempo, «si se renuncia com pletam ente a pintarla, la representación se verá privada de che»: por tanto, sólo pintar el extrem o inferior sin que, a causa de la distancia, pueda percibirse el lugar preciso al que se aga­ rra la m ano.35 El efecto de tensión del che actúa, así, en la fron­ tera entre lo visible y lo invisible, cuando el carácter explícito de 64

la configuración se ahonda en riqueza im plícita del sentido, el vacío se vuelve alusivo,“36 y lo finito y lo infinito se ilum inan y alian. No se trata, al principio, m ás que de un puro procedi­ m iento técnico, pero éste no puede dejar de provocar la em o­ ción; tensando eficazm ente la form a, inm ediatam ente des­ prende una im presión de vida. Efecto m ayor y determ inante, pues a él corresponde ab rir lo concreto a su m ás allá y llevar a cabo, a través del objeto representado —sea cual sea—, la supe­ ración esencial al arte. Gracias a él, la configuración sensible actúa como dispositivo para evocar el infinito: el m undo de la representación accede a su dim ensión espiritual y el extrem o de lo visible señala la totalidad de lo invisible. V. Más allá del evidente parentesco que asocia, en China, caligrafía y pintura, puede tam bién desarrollarse u n a analogía, a p artir del modelo com ún que proporciona la estrategia, entre el arte chino de la escritura y el —general— de la literatura. Al igual que la tropas «no tienen una disposición constante sobre el terreno», los ideogram as a caligrafiar «no tienen un único Yu S h in an s.VI-VU modo, siem pre el mismo, de actualizar su configuración» :v a im agen del agua o el fuego, las potencialidades que resultan de su disposición (che) son múltiples y «en absoluto determ ina­ das de una vez p o r todas».w37Ahora bien, la literatura se bene­ ficia de una variabilidad com parable. E n función de la diversi­ dad de lo que ha de expresar, el texto a com poner se configura de m odo distinto, dando lugar cada vez a un tipo de potenciali­ dad resultante de la com posición (che),x3S en tanto que efecto literario, que corresponde al escritor «determ inar» —y explo­ LiuX ie tar— según el m áxim o de eficacia.* Tam bién el texto ha de con­ s.V-VI cebirse com o u n dispositivo, com o tiende a m ostrarlo un capí­ tulo com pleto de la m ás herm osa obra de reflexión literaria de la tradición china, cuya excepcional profundidad vuelve a des­ cubrirse hoy, tras m ás de u n milenio de olvido. Concibam os, p o r tanto, el texto com o u n a actualización LiuX ie particular, en tanto que configuración literaria, y el che com o su propensión al efecto. Diversos motivos, retom ados del pen­ sam iento estrategista, insisten en el carácter «natural» de se­ m ejante propensión,39 según el modelo del cuadrillo que, pro­ yectado po r la ballesta, tiende a ir derecho, o el del agua que, atrapada en lo hondo de una vorágine, se ve llevada a form ar 65

L iuX ie

torbellinos: la propensión al efecto em ana de la constitución del propio texto, al igual que un cuerpo esférico tiende a ro d a r y un cuerpo cúbico a perm anecer estable. Lo cual juega tanto para bien com o para mal y, desde nuestro punto de vista, es válido tan to al nivel del fondo com o al de la forma. E n u n senti­ do positivo, quien utiliza com o modelos los textos canónicos alcanzará «espontáneamente» la elegancia clásica; y, paralela­ m ente, quien se inspira en obras de im aginación (el Lisao opuesto al Shijing) accederá «necesariamente» al encanto de lo insólito. E n sentido inverso, si el pensam iento es articulado de m an era superficial o carece de alcance, faltará al texto «riqueza implícita»; y si su expresión da lugar a distinciones dem asiado claras o resulta ser dem asiado concisa, le faltará «abundancia retórica». Al igual que un agua im petuosam ente arrastrad a ca­ rece de ondas o un árbol m uerto no da som bra. La propensión al efecto —nos dem uestra el poético chino— no sólo resulta sponte sua de la constitución del texto, sino que tam bién es su expresión intrínseca, como lo traduce u n a analo­ gía con la pintura: del m ism o m odo que, en pintura, de la aso­ ciación de los colores resulta una figuración particular (esto representa un caballo o un perro), tam bién, en literatura, del cruce de todo lo que tiende a expresarse resulta una propensión al efecto distinta (más elevada o m ás vulgar). El resultado obe­ dece a u n a lógica que rem ite a la especificidad de u n tipo. Dos principios, contrarios pero com plem entarios, deberán, en fun­ ción de ello, guiar al escritor en la gestión estratégica de esa propensión al efecto: por una parte, com binar sus posibilidades m ás diversas, en función de la ocasión, para conferir al texto su m áxim o de eficacia;2 por otra, respetar su unidad de conjunto, p ara m antener la necesaria hom ogeneidad del texto.a’ Por ejemplo, lejos de excluir la «magnificencia» en provecho exclu­ sivo de la «elegancia», ha de sacar provecho por igual de los recursos de esas dos cualidades contrarias, como el general que com bina con destreza ataques frontales y al sesgo. Al m ism o tiem po, cada texto corresponde a determ inado género, lo cual desem boca en una definición de los géneros literarios propia­ m ente dichos, distinguiéndose sistem áticam ente unos de otros en función de su intención (o bien la «elegancia clásica», o bien la «limpidez de la emoción», o bien la «precisión de la expre­ sión», etc.; de ahí una tabla de géneros —veintidós en total— 66

reagrupados en seis secciones —cinco de cuatro m ás u n a de dos— en función de su criterio literario com ún). La ilustración m ás apropiada del texto será, en definitiva, la proporcionada por el tejido de brocado que, a p esar del entrelazam iento de hilos de los m ás variados colores, no p o r ello conserva menos, en cada ocasión, su «fondo» propio. Pero tam bién cabe invertir la perspectiva —sugiere el m is­ m o poético— y ya no considerar esa propensión al efecto del texto en función del género al que corresponde, sino a p artir de la individualidad de su autor: en relación a su gusto, siem pre parcial, o a sus costumbres, que son personales. A p a rtir de ahí, se podría asim ilar esa propensión al exceso de im pulso y vigor que se despliega (excepcionalmente) en el «más allá del texto», pero eso sería interpretar de un m odo excesivam ente excluyente la propensión al efecto en relación a la energía em pleada —en tanto que «soplo»— en la creación literaria. Pues no hay que confundir —y se trata de una distinción interesante— efec­ to y fuerza: «la propensión al efecto sobre la que se basa el tex­ to»*5' puede tender a la dulzura tanto com o a su contrario, sin que sea necesario que la expresión sea vigorosa y exhale vehe­ m encia para que en ella haya che. Sin em bargo —y el análisis es aún m ás sutil—, si la propensión al efecto se diferencia de la fuerza, no por ello se m anifiesta m enos com o una tensión y no sería conveniente que ésta se ejerza de un m odo dem asiado vivo y dem asiado al descubierto. De ahí la necesidad de com ­ pensar el factor de tensión m ediante un factor de imbibición difusa y arm oniosa que, im pregnando la propensión, procura tranquilidad y satisfacción.0' Si el efecto literario debe ser natural, po r em anar de una propensión, puede concebirse, al m ism o tiem po, en qué consis­ te un efecto literario considerado artificial: cuando el efecto ya no resulta de la constitución propia del texto y de su género particular, sino que, a la inversa, se com pone el texto en fun­ ción de u n afán previo y deliberado de novedad. Es en sí norm al —concluye el poético chino— que el efecto tienda a la originali­ dad, pero no hay que confundirla con la excentricidad. M ien­ tras que la prim era procede de una explotación exitosa de las potencialidades inherentes a la creación literaria, la segunda sólo procede de la inversión y la subversión casi m ecánica de lo correcto y e s p e ra d o / Lo cual no proporciona m ás que un «aire 67

de originalidad», y ese falso efecto carece totalm ente de efecto. P ara abreviar, se ha hecho violencia al dispositivo textual, en lugar de dejarle actuar. VI. El pensam iento estratégico del que hem os partido al com ienzo de nuestra reflexión tam bién le sirve, com o hem os visto, de m odelo dom inante a la interpretación de la com posi­ ción literaria: dado que la composición literaria tam bién se concibe com o una gestión y una explotación de las propensio­ nes naturales (que derivan de los tipos de textos que correspon­ den a las situaciones, siem pre diversas y cam biantes, en las que estam os com prom etidos en tanto que autores) y que siem pre es u n m áxim o de efectividad lo que está en prim er plano (como efecto artístico). Aún nos queda com prender, desde u n punto de vista propiam ente literario, y a partir de las representaciones que nos resultan originalm ente propias, a qué puede corres­ po n d er efectivamente sem ejante perspectiva. Aplicada al dom inio de la literatura, la teoría de la propen­ sión al efecto no puede dejar de coincidir con nuestra noción de «estilo», puesto que conjuga, en su representación de la tenden­ cia, las dos concepciones que se han sucedido a lo largo de nues­ tra tradición. Cuando piensa el che com o dependiente del géne­ ro, la reflexión china no deja de recordar el punto de vista «teleológico» de la retórica clásica, que concibe el estilo en función de la eficacia del discurso; paralelamente, cuando enfoca el che en relación a la personalidad del autor, se acerca a la óptica de la estilística genética, que, imponiéndose con el rom anticism o, ha sustituido la interpretación finalista por la explicación causal y ha hecho del estilo la expresión de u n individuo o u n a época; la «transm utación de un humor», según la expresión de Barthes. Bajo la influencia de las concepciones occidentales, los com en­ taristas chinos de hoy se sienten inclinados a concebir esa teori­ zación del che como la teoría china del «estilo», aunque m os­ trándose conscientes, y molestos, de que otras representaciones, tanto dentro de ese tratado del siglo V com o en otros lugares de la tradición china, rem iten tam bién a la noción de «estilo».40 ¿Se trata tan sólo de la vaguedad de las nociones chinas o de las con­ trariedades de la polisemia? ¿O no será, m ás bien, que una dife­ rencia general de óptica, en el modo de concebir el fenóm eno literario, no perm ite llevar a térm ino la coincidencia detectada? 68

Pues nuestra concepción del estilo deriva de una filosofía de la forma (testigo de la influencia de la escuela de Aristóteles en ese dominio): ya se trate, en la época antigua, de «la form a espe­ cífica de la obra condicionada po r su función» (P. Guiraud), ya, en la época moderna, de «forma sin destino» (R. Barthes; m ien­ tras que la «escritura» sería «la m oral de esa forma»).41 Form a eficiente que se concibe en relación a un fondo-materia. Ahora bien, com o en caligrafía, la «forma» a través de la cual se realiza el che literario es m ás bien la de una configuración que actúa por sí m ism a como dispositivo: lo que significa que lo que traduci­ mos habitualm ente p o r «forma», en los textos chinos de crítica literaria, no es el térm ino opuesto y correlativo de determ inado «contenido», sino aquello en lo que culm ina el proceso de actua­ lización-, y que el che es la potencialidad particular que en cada ocasión caracteriza a aquélla. Entre lo visible y lo invisible, de la situación inicial (afectiva, espiritual) en la que está inm erso el autor al tipo de form ula­ ción que de ahí resulta, y de la tensión im plicada concretam en­ te po r las palabras del texto a la reacción ilim itada de los lecto­ res, la perspectiva china es, una vez más, la de un proceso en curso y es com petencia prioritaria del escritor la de «determ i­ nar» su propensión, de m odo que ese proceso gane en efectivi­ dad y adquiera un m áxim o de alcance: determ inación que es necesariam ente global y unitaria, al mism o tiem po que cons­ tantem ente variable, y obedece a un condicionam iento lógico del que hay que saber aprovecharse estratégicam ente. Como en pintura, el che de la literatura es el factor decisivo que circula de un extrem o a otro y, orientando la composición de determ ina­ da m anera, insufla vitalidad a través de ésta; de nuevo com pa­ rado explícitam ente con el viento y asociado a él.e'42 Impulso-efecto: el che anim a la configuración de los signos y la dispone a actuar, del m ism o modo que ya está en acción a través del paisaje. Rem ontem os, pues, m ás arriba, hacia la fuente de esa eficacia. Experim entém osla en la naturaleza.

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4 LÍNEAS DE VIDA A TRAVÉS DEL PAISAJE

I. Pero dirijam os antes o tra m irada a la «naturaleza»: no hagam os ya de ella un objeto científico, concebido m ediante dem ostración y razonam iento, distinguiendo entre «princi­ pio», «causa» y «elementos», tal y com o estam os a co stu m b ra­ dos a hacerlo bajo el influjo inicial griego («nosotros», es decir, la hum anidad «historial», según su designación heideggeriana, aquella «a la que no cesa de llegar» — ¿como «destino»?— la «misma llam ada a responder del ser»);1percibám osla, p o r el contrario, intuitivam ente, a través del sentido interno de n ues­ tro cuerpo y su propia actividad, com o u n a m ism a y com ún lógica —en nosotros y fuera de nosotros, actuando de u n ex­ trem o a otro de la realidad— de anim ación y funcionam iento. Cam biem os de «física»: no la concibam os ya ab stractam ente a p artir de las oposiciones operatorias —m ateria y form a, po­ tencia y acto, esencia y accidente...— o de todos los sucedá­ neos que después se han añadido a esas form ulaciones canóni­ cas (siendo la Física de Aristóteles el «libro de fondo» — «que se sustrae» y, por lo tanto, «nunca lo bastante recorrido p o r el pensam iento»— de la filosofía occidental);2 experim entém os­ la, po r el contrario, com o u n soplo único, «original y siem pre circulante», fluyendo a través de la totalidad del espacio, en­ gendrando sin fin los existentes: «desplegándose co n tin u a­ m ente en el gran proceso de aparición y transform ación del 71

G uoPu s .rv

m undo» y «atravesando de un extrem o a otro todas las espe­ cies particulares».3 Se da, po r tanto, en el origen de la realidad, de cualquier realidad, el m ism o soplo vital, energía inherente y anim adora, que no cesa de circular y concentrarse: circulando, lleva a la existencia; concentrándose, da su consistencia a la realidad. Al igual que m i propio ser, tal com o lo experim ento intuitivam en­ te, todo el paisaje que me rodea es continuam ente irrigado por esa circulación subterránea, al m ism o tiem po que su form a y todos sus aspectos individuales vienen a ser la condensación de esa anim ación sin fin. Los m ás bellos parajes serán, por tanto, aquellos donde la concentración de la energía vital sea más fuerte y su acum ulación m ás densa; donde la circulación del soplo sea m ás intensa y sus intercam bios m ás profundos: allí donde aflore, a través de la variación y la riqueza acrecentadas de las form as, toda la energía oculta, donde se deje entrever, a través de la m áxim a tensión arm ónica de los elem entos, la re­ gulación invisible. La «espiritualidad» está allí m ás «alerta», saturada, com o en carne viva. Esa otra física tam poco carece, p o r lo dem ás, de utilidades prácticas —pero m ediante explotación inm ediata, y no técni­ ca— para contribuir a la dicha:4 enterrar en u n lugar privilegia­ do a los propios padres es, con toda lógica, h acer que sus despo­ jos disfruten de u n a m ayor capacidad de preservación y —gra­ cias a la estim ulación de su vitalidad, en la cual está apresada, entonces, todo el linaje— beneficiarse, de rebote, a través de ellos, de esa influencia favorable, al igual que el extrem o de una ram a cuyo pie ha sido acollado; de form a sim ilar, establecer aquí, y no allí, la propia m orada es afianzarse inm ediatam ente en la vitalidad del m undo, captar m ás directam ente la energía de las cosas y, en consecuencia, no dejar de asegurarse, para uno m ism o y para los propios descendientes, toda la riqueza y prosperidad posibles. Como en el interior del cuerpo hum ano, ese soplo vital surca la tierra siguiendo un trazado p articular el térm ino che designa, en el lenguaje de los geománticos que se elabora a comienzos de nuestra era, tales «líneas de vida» en relación a la configuración GuoPu del terreno.5 «El soplo vital circula en función de las líneas de vida [che\ del terreno y se concentra allí donde éstas se detie­ nen.»“6 Por ser el soplo de vida en sí m ism o invisible, únicam en72

te observando con atención la ramificación de esas líneas, a tra­ vés del relieve, puede descubrirse por dónde tiene lugar su paso al tiem po que detectar, en su punto final, el lugar ideal donde se concentra la vitalidad, donde se ha condensado el desarrollo. El arte del geomántico es, po r lo tanto, paralelo al del fisiognomista:7 atravesando alternativam ente la tierra o la piedra, abrazan­ do sucesivamente las cavidades y las eminencias, la línea de vida es, a la vez, la «vena» por donde se efectúa la circulación del soplo y la «osamenta» que da al relieve su consistencia.6 O, tam ­ bién, es la «espina dorsal» que no deja de serpentear de u n extre­ m o a otro del horizonte, subiendo y bajando, esbozando curvas y rodeos, y, por ende, transform ándose sin cesar, sin trayectoria rígida ni modelo preestablecido (recuérdese el che en estrategia, com parado con el curso móvil del agua), tapizando así todo el espacio y confiriéndole su capacidad dinámica. Como tal, sólo cabe captarlo a distancia, retrocediendo, opuestam ente a los em plazam ientos particulares que sólo pueden percibirse de cer­ ca: «las líneas de vida [che] se m uestran a u na distancia de mil pies y las configuraciones del terreno a una distancia de cien pies»;c y, m ientras que el emplazamiento en que desem boca el che constituye, por sí mismo, una configuración estática y fija, la línea de vida no deja, por su parte, de «venir» a él, de form a activa, para traerle desde la m ayor lejanía, en virtud de su movi­ m iento tendencial, constantem ente renovado, el influjo benéfi­ co que lo impregna y vivifica. Por tanto, los chinos tam bién concibieron el espacio y, a p artir de él, cualquier paisaje, como un perpetuo dispositivo, el m ism o que pone en acción la vitalidad original de la naturale­ za. H asta el m enor repliegue del suelo, todo está allí investido, en función de su disposición propia, de una propensión parti­ cular, al m ism o tiem po que constantem ente reconducida, so­ bre la cual hay que «apoyarse» y que conviene explotar. Como cualquier otra configuración, e incluso con anterioridad a to­ das ellas —la que se actualiza en el cam po de batalla o en las relaciones de dom inación política, la que elaboran el ideogra­ m a caligrafiado o los signos de la literatura—, la configuración topográfica se constituye en un cam po m agnético (el m ism o que explora el com pás del geomántico) cargado de una poten­ cialidad, regular y funcional, que lo organiza en redes y por donde circula la Eficiencia. Líneas de vida; líneas de fuerza 73

J in g H ao s. X

Z ongB in g s. V

G uoX i s. XI

tam bién:* se com prende que la estética china del paisaje haya estado directam ente m arcada por esa intuición física. Pues «los aspectos de las m ontañas y las aguas», tanto bajo el pincel del p in to r com o en la naturaleza, «nacen de la interacción del so­ plo vital y la configuración, dinam izada p o r aquél»:d8pintar, en China, es intentar recuperar, a través de la figuración de un paisaje, el trazado, elemental y continuo, de la pulsación cósm i­ ca. De ahí la orientación particular que conoció la estética chi­ na del paisaje, a través de su concepción del che: en u n plano filosófico, en prim er lugar, destacando la im portancia de la dis­ tancia para una m ejor captación del paisaje, así com o la expre­ sión, a través de sus lincamientos, de la dim ensión de lo Invisi­ ble que lo anima; y, después, en el plano técnico, poniendo el acento en la im portancia del trazo de esbozo y contorno, así com o en el movimiento de conjunto de la composición. n . La prim era consideración parte de una evidencia, pero ahonda en ella hasta la intuición mística. Como observa uno de los prim eros tratados de pintura, si estáis dem asiado pegados al paisaje, no estaréis en condiciones de captar sus contornos; p or el contrario, cuanto m ás se aleja uno de él, con m ayor facili­ dad se deja rodear su inm ensidad por el m arco estrecho de la pupila: extiéndase una seda cruda para hacer que trasluzcan desde lejos, y las m ás imponentes m ontañas se encontrarán encajadas en esa superficie de una pulgada.9 Del m ism o m odo —se aconsejará más tarde a propósito de la p intura de bam ­ búes— , dejad que una ram a, en una noche de luna, se refleje sobre una pared blanca, para que suija su «forma genuina».10 Entonces, la expresión del pintor se encuentra de form a natural con la del geomántico: «contemplando desde lejos u n paisaje, se captan sus líneas de vida [che]; considerándolo de cerca, se capta su sustancia».e Pero, ¿cómo explorar de cerca, entrete­ niéndose con el detalle, la tensión anim adora de todo ese juego

* He privilegiado la expresión «líneas de vida», para d a r cuenta de ese aspecto del che, porque se relaciona directamente con la noción de soplo vital, en ¡a que se basa ese aspecto, y recuerda, entre nosotros, la quiromancia, herm ana de la geom ancia. Destaco, además, que en Occidente algunas escuelas contem poráneas de dibujo y pintura, distanciándose de los métodos tradicionales de aprendizaje (es el caso de la escuela Martenot), recurren de m anera habitual, en su enseñanza, a sem ejante expresión.

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de líneas que alternan y se oponen, se elevan o se detienen?f Sólo si son percibidos desde lejos, por contraste y globalmente, pueden los trazados confíguradores expresar su dinam ism o. La distancia no sólo perm ite, por tanto, cap tar un paisaje m ás vasto, sino que tam bién lo vuelve más accesible a la contem pla­ ción: com o decantado de todo el lastre de lo inesencial, devuel­ to al único m ovim iento, em inentem ente simple, que lo articula y lo hace existir. Cuanto m ás se retrocede, m ás reducido resulta, sin duda, el paisaje que se percibe. Pero, m uy lejos de perjudicar a la sem e­ janza del paisaje, tal dism inución de las cosas sirve, po r el con­ trario, para revelarlas. Resulta corriente, en Extrem o Oriente, del arte de los «bonsais» al de los jardines —com o lo analizó Rolf A. Stein—, que la m iniatura lleve a la iniciación.11Se alcan­ za con ello el punto de vista búdico, según el cual lo pequeño es idéntico a lo grande; y las proporciones habituales entre las cosas, totalm ente ilusorias. Cualquier m icrocosm os será tan grande com o el m ayor de los m acrocosm os: «se transporta el m undo en una calabaza; u n solo grano de polvo contiene el Sumeru». Abiertos a la influencia, entonces nueva, del budis­ mo, los prim eros tratados del arte del paisaje insisten en la realidad de esa equivalencia de la que saca provecho la pintura: «un trazo de tres pulgadas trazado verticalm ente equivale a una altura de mil pasos; tinta extendida horizontalm ente sobre algunos pies representa una distancia de cien leguas».12 El m í­ nim o espacio puede contenerlo todo y, procediendo a ese es­ corzo mágico, el pintor supera de golpe toda la facticidad de las cosas. No sólo nos restituye el m undo en todo su frescor y su «brillo», sino que tam bién lo abre a la dim ensión «espiritual»13 —la que, m ás específicam ente aquí, encam a la Ley búdica— 14 de la cual todos los aspectos del m undo, a «saborear», se ofre­ cen com o el vivo reflejo. Pero, ¿qué distingue, en el fondo, este m undo en pequeño que hace visible la pintura de paisaje del de los m apas geográfi­ cos? P or lo dem ás, la confusión entre uno y otro sería tanto m ás fácil, cuanto que la práctica cartográfica ya había alcanzado un alto grado de desarrollo, en China, a com ienzos de nuestra era y el propio térm ino que en chino designa el acto de p in tar signifi­ caba originalm ente, según una etim ología antigua, «delimitar m ediante el trazado» (el ideogram a «representando los cuatro 75

Z ongB ing

wangweí linderos de un cam po dibujados con el pincel»).15 «Pero lo que s V los antiguos entendían po r p in tar [esa referencia al pasado va­ liendo únicam ente, en conform idad con la retórica china, p ara d ar énfasis: queda m uy claro que aquí se tra ta de la p in tu ra de paisaje, que nace justam ente entonces] no consistía en elaborar u n plano de las ciudades y fronteras, en distinguir las regiones y prefecturas, en señalarlos m ontes y dem ás form as del relieve, o en tra z ar los lagos y ríos.»16Pues el m apa tan sólo procede a u n a m era reducción de escala, con una finalidad práctica, m ientras que el proceso de reducción que lleva a cabo la pintura posee un alcance simbólico. Alejándose del m odelo cartográfico, objetivista, el arte del WangWei pin to r se nos presenta com o algo que se asem eja, al m ism o tiem po, a la referencia con traria que representa la escritu­ ra. No sólo se asem eja a la escritura ideográfica p o r los m e­ dios m ateriales utilizados así com o por los diversos elem entos —trazos y puntos— constitutivos de su trazado, sino que in­ cluso se acerca, m ás acá de aquélla, a la escritura m ás elem en­ tal, y tam bién m ás sagrada, de los hexagram as que, a p a rtir de la sim ple alternancia de líneas continuas y discontinuas, b asta para d a r cuenta de todo el m isterio del devenir. Pues no es sólo que la escritura pictórica, tam bién ella, sea expresiva — «con un trazo ejecutado con soltura se representaría el m onte H ua; u n breve trazo ganchudo: ¡ahí tenem os u n a nariz p rom inen­ te!»— (y esos trazos, po y wang, son los m ism os que en caligra­ fía), sino que, adem ás, tam bién logra, m ediante el m ero recu r­ so de su trazado, encarnar el «G ran vacío», y, m ediante la re­ novación incesante de sus líneas, evocar la transform ación in ­ finita de las cosas. E scritura superior, realm ente espiritual, puesto que, a través de la variación de las form as, se hace c ar­ go de lo invisible. Du Fu Para celebrar una pintura de uno de sus amigos, el poeta no s'vm podía dej a r de realzar la inm ensidad del paisaje abarcado: Del lago D ongting, cerca de B aling [al sudoeste d e C hina] h a sta el Este de Japón, El río, en tre sus orillas p ú rp u ra s, se com u n ica co n la Vía lá c te a ,17

y el elogio del paisaje pintado culm ina con esta reflexión crítica:

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Sobresale en reproducir el che de lo lejano, y nadie, desde la Antigüedad, puede igualarlo: ¡En el espacio de un pie cuadrado evocar un paisaje de diez mil leguas !g

Al m ism o tiempo, el poem a se abre y se cierra insistiendo en la im presión de perfecta verdad que se desprende de la obra y se nos im pone (cf. el últim o verso, no exento de hum or, en u n estilo que consagrará el chan/zen: «Ese río, ¡quisiera tener tije­ ras p ara cortar u n trozo!»). Sólo la representación de un paisaje de horizonte ilimitado, que lo abre al infinito, puede ser efecti­ vam ente «realista». Pues es la m ism a circulación del im pulso vital la que alarga al m áxim o el paisaje, en sus bordes, y lo anim a, en su centro, con m ovim ientos familiares: las nubes on­ dean en el cielo, semejantes a dragones, los pescadores vuelven a la orilla, unos árboles se inclinan bajo las ráfagas del viento. El soplo proveniente de la lejanía irriga, en la cercanía, hasta el m enor detalle, y el paisaje pintado, que capta en u n escorzo elíptico todas esas líneas de fuerza, constituye su expresión pri­ vilegiada. A través de la potencialidad del che, resum e el M undo en lo esencial que, cualesquiera que sean los nom bres con que se lo bautice —el letrado chino está, de ordinario, poco preocu­ pado po r el dogm a—, constituye su capacidad de desarrollo y su vitalidad. La expresión «en un pie cuadrado contener un che de diez mil leguas» se ha vuelto, m ás tarde, un a especie de perogrullada de los pintores chinos.18Pues realm ente no hay pintura, en Chi­ na, sino de la totalidad. Nos queda considerar cómo ese precep­ to pudo, desde un punto de vista práctico, influenciar su arte. m . La im portancia concedida a las líneas de vida del paisa­ je se traduce, en el trabajo del pintor, m ediante la prim acía del trazado configurador; pero éste será objeto de u n a atención especial, en China, cuando (sobre todo a partir de la dinastía Ming y durante la Qing) los paisajistas se vean tentados por com posiciones m ás vastas y, al m ism o tiem po, tengan que re­ accionar contra la tentación — «decadente» respecto a la verda­ dera am bición de su arte— de un a pintura prosaicam ente ilus­ trativa y detallista. E n el plano técnico—que, en la pin tu ra china, es, ante todo, gráfico— , la prim acía del che corresponde a la prioridad de las 77

«líneas de contorno» sobre las «arrugas». M ientras que las pri­ m eras distribuyen las grandes m asas y form an la estructura general de la pintura, las segundas, inscribiéndose en el interior de aquéllas o apoyándose en ellas, las fragm entan y detallan con vistas a reproducir el relieve, la textura y la lum inosidad de las cosas. Recurriendo a la term inología china, voluntariam en­ te anatóm ica, las prim eras constituyen la «osamenta» del pai­ saje, y las segundas su «musculatura». Pero resulta evidente que, si las segundas llegan a sustituir progresivam ente a las otras, hasta el punto de hacerlas desaparecer casi totalm ente p ara la mirada, no por ello representan éstas en m enor m edida —com o las líneas de vida que recorren el relieve y lo anim an— el arm azón indispensable de la form a.19Así, al pintar u n a m on­ T an g Z h iq i taña, conviene hacer surgir prim ero sus contornos, jugando s.XVTI con los contrastes, para fijar su tensión profunda, que constitu­ ye su dim ensión de «sentido», y sólo después proceder a las F a n g X u n arrugas.20 Cuando se ha determ inado el che de una m ontaña o s .x v m una roca, «el éxito estético de esa m ontaña o esa roca resulta por ello m ism o determ inado».21 La operación inversa, conde­ nable, consiste en com enzar dibujando m inuciosam ente rocas M o a p a rtir de cualquier rincón del espacio para luego llegar, por Shilong s.XVI «acumulación», a extensos relieves.22 Volvamos, pues, al pre­ cepto de los «antiguos», que sabían esbozar a la prim era su objeto: «en sus grandes pinturas, aunque hubiese m uchos luga­ res cuidadosam ente trabajados, tenían com o principio alcan­ zar el che».h23 Acceder al che es capital porque la realidad de las cosas sólo existe —y, por ello, sólo se m anifiesta— globalmente, gracias a la fuerza de propensión que enlaza los diversos elem entos entre sí. Sólo si se capta su movimiento de conjunto (su che) —se nos Z hao Z uo explica con detalle—, podrá la m ontaña, a pesar de los desnive­ s.XVU les y sinuosidades del relieve, «dejar que el soplo pase a través de sus venas»; podrán los árboles, a pesar de las irregularidades y el contraste de sus siluetas, «expresar cada uno su vitalidad propia»; podrán las rocas «resultar fascinantes p o r su extrañeza sin p o r ello ser raras», «cautivadoras po r su sim plicidad sin p o r ello ser vulgares». Ni siquiera las laderas, a pesar de sus cruces en todos los sentidos, darán la impresión de desorden.24 Complejos, pero no confusos: pues ese m ovim iento de conjun­ to corresponde a la «coherencia» interna de la realidad y repro­ 78

duce su «lógica» propia.' Y lo que resulta verdadero al nivel de los elementos particulares aún lo es con m ayor razón al nivel de su disposición relativa. Ésta es función de una lógica de con­ junto, que procede por alternancia y variación, con vistas a u n realce a la vez recíproco y continuo. Incluso los puentes y case­ ríos, las torres y belvederes, los barcos y carretillas, los persona­ jes y sus viviendas —que tan pronto son m ostrados com o disi­ m ulados—, habrán de resultar desde el com ienzo de ese pro ­ gram a general. De no ser así, perm anecerán dispersos y extra­ ños unos a otros. Por tanto, el imperativo del che se confunde, a fin de cuentas, con el de la unidad de composición percibida en su función dinám ica. Sin ella, ya no hay m ás que «remiendo». Gracias a ella, toda la pintura puede captarse con una sola m i­ rada «como una única aspiración»; al igual que tam bién se presta a una lectura atenta y lenta en la que no se deja de sabo­ rear, a través de cada detalle, toda la arm onía invisible. Resulta tanto m ás difícil captar el movimiento de conjunto que constituye el che del paisaje, como tensión inherente a su configuración, cuanto que éste siem pre es particular y depende de la perspectiva. La com paración con el cuerpo hum ano vuel­ ve a ser reveladora: esté el hom bre de pie, cam inando, sentado o tum bado, todas las partes de su cuerpo, hasta la m enor arti­ culación, se adaptarán a su postura. Ahora bien, para proseguir tan lejos como sea posible —com o les gusta hacer a los críticos chinos— sem ejante analogía, las rocas vienen a se rla «osam en­ ta» de la m ontaña, los bosques sus «vestidos», la hierba sus «pelos» y sus «cabellos», los ríos sus «arterias» y sus «venas», las nubes su «aire», los vapores su «tez», y tem plos y belvederes, puentes y caseríos, sus «alhajas»; desde u n punto de vista de conjunto, las ram ificaciones de sus crestas constituyen sus «miembros»; y se m antiene derecha, inclinada o tum bada.25 Cuando un hom bre está tendido, la m ano que cuelga parece m ás larga y la doblada m ás corta; y, cuando se m antiene ergui­ do a plena luz, basta con que mueva m ínim am ente uno de los pies para que toda su silueta, así com o su som bra sobre el sue­ lo, se modifique al unísono. Pero lo m ism o ocurre con el movi­ m iento de conjunto de la m ontaña según se la perciba de cerca o de lejos, de frente o al sesgo: todas las ondulaciones y desnive­ les de una m ontaña percibida de frente no pueden dejar de concordar, «comunicando» a través del paisaje, con la fisono79

T ang Dai s .x v ra

m ía de esa m ontaña percibida de frente. En lo grande, siem pre hay u n a cum bre que actúa com o principio rec to r de toda la com posición —destacándose, im ponente y altiva—, m ientras que las dem ás la «saludan respetuosam ente» com o si «la corte­ jasen»; en lo pequeño, no hay nada, ni siquiera el m en o r arb u s­ to o la m enor brizna de hierba, que «no esté atravesada p o r esa línea de vida»:J será necesario que el pintor esté, p o r así decirlo, bajo el influjo de la inspiración y disfrute de una disponibilidad de conciencia especial, p ara que pueda «unirse espiritualm en­ te» al paisaje de form a suficientem ente íntim a y capte al instan­ te, abriéndose y com unicándose con él, todo ese funcionam ien­ to, a la vez tan poderosam ente general y tan sutilm ente capilar. Sin esa plenitud excepcional de sus facultades, el «gran che» del paisaje se ha perdido y la pintura carece de vida. El movimiento de conjunto del paisaje no puede, por tanto, confundirse con lo que sería su plan, laboriosam ente construi­ do. Pertenece a una etapa anterior y m ás sutil, en consecuencia m ás inaprensible, de la creación: el brotar de la configuración dota al paisaje de la fuerza de propensión que lo lleva a existir {i.e., a ejercer su eficacia estética). Sólo desde el m om ento en que se ha realizado esa captación intuitiva, a partir del propio cuer­ po, del cuerpo del paisaje y de sus ram ificaciones de vida, es Da posible una construcción de la pintura, com o operación más ch°ngguang inte¡ectuai y program ada; y, entonces, cae por su propio peso: «cuando se alcanza el movimiento de conjunto [che], puede dis­ ponerse todo com o se quiera, todos los rincones son buenos;k si se falla, aunque se hagan los mayores esfuerzos imaginables para introducir orden, todo resulta mal».26Factor absolutam en­ te determ inante de la obra, el che es «promovido» a p artir del estadio de «lo aleatorio y lo ínfimo»1y se actualiza en el de «la observación y la medida». Si nos está perm itido verificar des­ pués, con toda calma, su precisión, tam bién nos hace rem ontar —en prim er lugar— a las incertidumbres iniciales de cualquier génesis. No sólo se sitúa en la bisagra de lo visible y lo invisible, sino tam bién en el punto secreto de la divergencia donde se deci­ de el éxito o el fracaso: realm ente es, con otras palabras, aquello a lo que cualquier pintura de paisaje debe «estar viva». IV. Hay una poesía paisajística, en China, com o hay una pin tu ra paisajística, y am bas obedecen al m ism o espíritu. Al 80

igual que el pintor, el poeta reduce la distancia, concentra el espacio y sólo retiene sus lincam ientos profundos. Ya sea que, desde lo alto de una m ontaña —se nos cita com o ejem plo— , describa un panoram a m ás vasto que el que puede percibirse con precisión, ya sea que, de viaje, quiera llegar a u n puerto m ás lejano que el que efectivamente se puede alcanzar... No se trata de que sem ejante evocación del paisaje sea ficticia y esté privada de una experiencia auténticam ente vivida: al contrario, p or com unicar íntim am ente con él, el poeta es capaz de cap tar intuitivam ente el paisaje en toda su extensión, de alcanzarlo en sus ram ificaciones lejanas y de abrirlo al infinito que lo anim a, al soplo que lo aspira. Paisaje desbordado, sublim ado: am ­ pliando, así, desm esuradam ente el horizonte, aproxim ándonos esa lejanía imposible, el poeta trasciende inm ediatam ente la percepción común, «kilométrica» y prosaicam ente objetiva, y logra aprehender el m undo en su m ás allá invisible.27 Como la del pintor, la geografía del poeta se distancia de la verdad topo­ gráfica. Como el del pintor, el paisaje del poeta se enriquece con su tensión simbólica. «Se cuenta que W ang Wei pintaba b an a­ nos en m edio de la nieve; pero lo mism o ocurre en su poesía.»28 La tensión de lo imposible conduce a la superación de la visión ordinaria, abriendo al sueño. A título de ejemplo, según el m is­ m o crítico:

W ang Shtzhen s. XVII

De Jiujiang los arces: ¿cuántas veces reverdecerán? De Yangzhou los cinco lagos: ¡una sola m ancha blanca!

Comenta: «El poeta cita a continuación nom bres de lugares com o el poblado de Lanling, el suburbio de Fuchun, la ciudad de Shitou, cuando, en realidad, esos lugares están alejados unos de otros por vastísim os espacios. En general, poetas y pin­ tores de tiempos pasados sólo retenían lo que aprehendían por m edio de la emoción suscitada y que trascendía la m aterialidad de las cosas."1Quien intente alcanzar su objeto grabándolo con precisión es infiel a ese principio».29 Puede llevarse aún m ás lejos, a partir del che, el paralelism o entre pintura y poesía: Según los tratadistas de pintura, «el espacio de un pie contiene u n che de diez mil leguas». El término che merece que se le pres­

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W ang Fuzhi

s.xvn

te atención. Pues, si no se considera la cuestión en térm inos de

che, la reducción de un espacio de diez mil leguas a la dim ensión de un pie vendría a ser elaborar el m apa del m undo que se ve en la prim era página de los libros de geografía .30

Dado que, en efecto, a diferencia de la reducción cartográfi­ ca, prosaicam ente proporcional, la percepción estética del es­ pacio, sea pictórico o poético, intenta aprehenderlo m ediante la tensión, a través de sus líneas de vida, los signos que com po­ nen ese espacio se ven dotados de una especie de potencialidad disposicional (sentido, aquí, de che) que les confiere, precisa­ m ente, su efecto artístico. El «espacio» del que a p artir de ese m om ento se trata ya no concierne únicam ente al que evoca tradicionalm ente un poema, en tanto que «paisaje»; concierne tam bién al espacio poético que por sí m ism o constituye sem e­ jante texto en su propia dimensión, a p artir del lenguaje que pone en acción. Espacio ideal —de palabra o conciencia—, pero irrigado, tam bién él, por una aspiración de conjunto, tra ­ bajado, tam bién él, por la dinám ica de lo lejano. La escritura poética actúa por concentración y reducción simbólicas, com o la de la pintura; y la cuarteta, la form a m ás breve de la poesía china, es citada com o u n ejemplo privilegiado: —Señor, ¿dónde vive? Su sirvienta vive en Hengtang. Los barcos se detienen, el tiempo justo para u n a pregunta... ¿Y si fuesen de la m ism a aldea?

E n este poema, prosigue el filósofo, «el soplo que anim a la tinta llega, en todos los sentidos, al infinito, y, en los blancos del texto, el sentido está presente por todas partes».31 Lo que signifi­ ca que, en ese espacio reducido que es el poema, el «soplo» que lo inspira y atraviesa —como atraviesa y hace existir a cualquier realidad— carga todas las palabras del texto de una potenciali­ dad (semiótica) m áxim a logrando desplegarlas lo m ás lejos po­ sible unas de otras (tú - yo; aquí - allá): la extensión inm ensa que separa y diluye, y, de repente, la esperanza fugitiva —de un es­ quife a otro, en el río— de un encuentro, de una connivencia... La reducción es extrema, espacial y tem poralm ente (cuatro pen­ tasílabos, el instante de una pregunta), escena y sentim iento tan 82

sólo están esbozados, pero resultan tanto m ás pregnantes; tam ­ bién el poema es reducido a sus «líneas de vida». Pero esa con­ centración es tanto m ás capaz de provocar una superación, de irrigar de sentido todos los «blancos» del texto, de abrir el len­ guaje a un despliegue sin fin. La tensión entre los signos es extre­ m a y la propensión de sentido es llevada a su apogeo: el disposi­ tivo poético funciona a pleno rendimiento. Ese arte de la disposición eficaz está muy extendido en la tra­ dición china; y, en particular, ha sido objeto, a propósito de las prácticas culturales m ás variadas, de un m inucioso inventario.

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5 DISPOSICIONES EFICACES, POR SERIES

I. Varios che, en plural, en form a de lista: de la m ano o del cuerpo, de la configuración del relieve o del desarrollo del poe­ m a. ¿Qué es, en efecto, el «arte» —planteando la pregunta del m odo m ás general, al tiem po que m ás concreto— si no es cap­ ta r y poner en obra, a través del gesto y m ediante la disposición de las cosas, toda la eficacia posible? ¿Y cóm o h acer con preci­ sión el balance de sem ejante experiencia, si no es procediendo por enum eración, y caso por caso? La función de las listas es establecer, en cada dominio, una tipología de las disposiciones particulares que han sido reconocidas com o las m ás apropia­ das y que la experiencia ha transm itido de m aestro a discípulo, de época en época, com o el secreto de u n a pericia. F ruto de una larga practica, y tendentes a la practica, norm alm ente se en­ cuentran consignadas en textos técnicos, m anuales y catálogos de recetas; y es en la época de la gran dinastía Tang (siglos vn-X), la p rim era época en que los chinos se hayan puesto a reflexionar de m anera más precisa sobre los procedim ientos de la creación,1y ya no sólo sobre su «espíritu» —su alcance m oral o cósmico— , cuando ha tenido lugar, las m ás de las veces, la recapitulación. Con esas listas, cam biam os de literatura. Pues, po r im por­ tante que sea p ara el dom inio de u n arte, p o r reveladora que 85

tam bién pueda ser del «genio» de la civilización china, esa codi­ ficación técnica sigue siendo objeto de escasa consideración; resum a u n saber anónim o y común, o nos confíe, p o r el contra­ rio, una enseñanza esotérica celosamente guardada, es indigna de la firm a del letrado: hasta el punto de que algunos de esos tratados se han perdido en China y sólo se han conservado para nosotros en obras compiladas durante las prim eras m isiones de japoneses efectuadas en el continente —por tal m onje ilustre o tal m édico célebre, cuando la civilización china está en su apogeo y Japón es aún muy joven— para adiestrar a sus com ­ patriotas, a su vuelta, en el dominio de esas artes.2 Lo que, en el interior, es objeto de un saber considerado excesivamente pri­ m ario, o dem asiado empírico, para ser elevado al rango de las bellas letras, sim ó , al contrario, com o la guía m ás útil, y la m ás segura, para los principiantes de fuera. Todavía hoy, por fasti­ diosas que en un prim er m om ento puedan parecem os, sem e­ jantes listas siguen poseyendo ese valor iniciático.

Cai Yong s. II

II. El arte en China es, en prim er térm ino, el del pincel, y las «disposiciones eficaces» conciernen, por ello, a su m anejo; ori­ ginalm ente, la práctica en cuestión es la de la caligrafía, pero ésta tam bién influye sobre el arte pictórico. Bajo el título de los «Nueve che», un texto presentado com o uno de los m ás anti­ g u o s de la teoría caligráfica tom a en consideración las nueve form as de m anejar desde su extremo el pincel, nueve form as que se considera responden a todas las situaciones posibles de la ejecución.3 El arte consiste en elaborar bien el carácter, lle­ gando a la adecuación y a la correspondencia entre arriba y abajo (1); en hacer girar en un m ovim iento redondeado la p u n ­ ta del pincel para evitar los ángulos salientes (2); en ir en senti­ do inverso a aquel al que se tiende, tanto al comienzo com o al final del elem ento a caligrafiar, según la técnica de la «punta oculta», de m anera que se disimule la punta del pincel en el seno del rasgo (3). Lo que corresponde tanto al hecho de «ocul­ ta r la cabeza» cuando se actúa de forma que la punta del pincel, entrando en contacto con el papel, se m antenga constantem en­ te en el centro del trazado (4), com o al de «proteger la cola» cuando, llegando a la term inación del elemento, se rem ata éste m ediante una vuelta m arcada con fuerza (5). Otras form as de m anejo particulares com pletan esas disposiciones generales: 86

un m ovim iento «apremiado» (como el del «picoteo» o el «des­ cuartizam iento») (6), o «suelto», con una punta rápida y con­ centrada (7); o, tam bién, una form a de m anejar el pincel que da aspereza al trazado, como si hubiese de vencer una resistencia (8); el que traza las rayas horizontales con la densidad continua de «una cubierta de escamas», las verticales m anteniendo la tensión com o «ocurre con un caballo al que se m antiene suje­ to con la rienda» (9). D om inando esos nueve tipos de m anejo —concluye el tratado— se está en condiciones, incluso sin el auxilio de un m aestro, de «sintonizar con el genio de los anti­ guos» y elevarse a la m ás sutil percepción: a través de esos po­ cos procedim ientos, se com prendería la esencia del arte. Al m anejo del pincel corresponde la digitación sobre las cuerdas. El laúd form a parte, en China, del universo del letrado con tanto motivo como la caligrafía. Si la noción de u n «che de las manos» rem onta por lo m enos al siglo vn, sólo m ucho m ás tarde (principalm ente durante la dinastía Ming) se nos ha con­ servado, en m anuales, el cuadro explicativo de esas disposicio­ nes:4 éstas se presentan allí unas a continuación de otras (dieci­ séis para cada una de las dos manos), con ayuda de un croquis que expone la posición particular de los dedos y acom pañado debajo p o r una descripción precisa de la digitación; u n segundo croquis evoca, enfrente, una postura animal, incluso un paisaje natural, que corresponde a cada uno de los casos; u n breve poe­ ma, finalmente, bajo ese segundo croquis y frente a la explica­ ción, da cuenta, en forma alegórica, del estado de espíritu propio de la posición o paisaje evocados. Éstos constituyen, por así de­ cirlo, otros tantos che originales y pintorescos: el de «la grulla que canta a la som bra del pino», el del «pato solitario que gira el cuello hacia sus hermanos», el del «dragón que vuela agarrán­ dose a las nubes», el de «la m antis religiosa que atrapa a la ciga­ rra»... o el de «la fuente que fluye en cascada en un pequeño valle apartado», el del «viento que acom paña nubes ligeras»... Esque­ m a, leyenda, representación icónica, expresión poética: se ape­ la, sim ultáneam ente, a todos los recursos —intelectual, visual, emocional— y a todos los enfoques —analítico e intuitivo, m etó­ dico y sugestivo— para dar cuenta de la identidad —a la vez física y espiritual— de cada una de las posiciones. Lo que tradicionalm ente se llam a «boxeo chino» (taiji quan) —que aún se ve practicar habitualm ente, en solitario o en p are­ 87

ja, en los parques, al am anecer— se presenta igualm ente com o un encadenam iento de posiciones: del cuerpo íntegro en esta ocasión, y ya no sólo de la m ano y la m uñeca, concediéndosele u n a im portancia prim ordial al aliento, que, al igual que en el m undo, asegura la vitalidad arm oniosa de todo nuestro ser. Se tra ta de un «arte» m ucho m ás reciente (los textos m ás tem p ra­ nos de que disponemos d atan del siglo xix), pero cuya lógica, en contraste con las técnicas de com bate que conocem os en Occidente, resulta representativa de u n a rica tradición cultural. E n el estilo «largo boxeo», uno de los m ás comunes, es habitual to m a r en consideración «trece che-».5 Ocho, p o r u n a parte: evi­ tar, tira r hacia atrás, presionar hacia delante, repeler, torcer, torcer hacia abajo, golpear con el codo, golpear con el hom bro; y cinco, po r otra: avanzar, retroceder, desplazarse a la derecha, desplazarse a la izquierda, m antener el centro. La prim era serie se concibe en relación con los ocho trigram as que (según el Libro de las mutaciones, antiguo tratado de adivinación en el origen de la representación china del universo) constituyen, a p a rtir de una alternancia entre rasgos continuos y disconti­ nuos, u n conjunto de figuras, sistem ático y completo, que per­ m ite interpretar el devenir; la segunda serie, en relación con los «cinco elementos» —agua, fuego, m adera, m etal y tierra— que, en la física china tradicional, representan, de form a conjunta y alternante, las relaciones fundam entales de todas las cosas.6 En el ejercicio entre dos (el «empuje de las manos»), la serie de los che se concibe m ás específicam ente com o la exteriorización de la «fuerza interior», que es ella m ism a la m anifestación dinám i­ ca del «soplo verdadero» y que se representa, desde el punto de vista de su utilización, com o «enrollada», a la m anera de un «hilo de seda»,3 y dispuesta a elevarse en espiral en el espacio: constituyen, entonces, las figuras de ese «desarrollo», partien­ do del soplo central y desplegándose a través de todo el encade­ nam iento de las posturas. Ni siquiera el «Arte de la alcoba» ha dejado de ser objeto, por parte de los chinos y desde hace m ucho tiempo, de una codificación minuciosa, tam bién establecida en térm inos de che. Refiriéndose a las posturas del apaream iento, un tratado chino de la época Tang (pero que, sin duda, retom a elem entos m ás antiguos) enum era exactam ente treinta, considerando ha­ b er cubierto así todos los casos posibles.7 Esos «treinta che» 88

reciben otras tantas designaciones simbólicas, tam bién to m a­ das del m undo anim al o natural: «el devanado de la seda» o «el dragón que se enrolla»; «las m ariposas que revolotean» o «los patos que vuelan invertidos»; «el pino que cubre con sus ra ­ mas» o «los bam búes frente al altar»; «el vuelo de las gaviotas», «el brinco de los caballos salvajes» o «el corcel a galope»... O tras tantas expresiones'cuyo aspecto verbal, a pesar de las variacio­ nes, suele poner en evidencia, a propósito de las posiciones cor­ porales, el potencial en acción y la capacidad de im pulso. Ade­ más, el propio térm ino che designa, tam bién de m uy antiguo, en el m ism o orden de ideas pero en singular, los testículos del hom bre: con gran expresividad, castrar a alguien, castigo co­ rriente en la China antigua, es «cortarle su che »,b m . Nada parece que deba ser m ás neutro, culturalm ente, que establecer una lista. Alineación de los casos, m anejo del tabulador. la operación apenas es tal, hasta tal punto parece sum aria y discreta. Pero experim entam os cierta desorientación al frecuentar éstas. M ientras que unas son absolutam ente u n i­ form es y regulares, otras llevan su heterogeneidad hasta el lím i­ te de lo «razonablemente» com patible. Los nueve che de la cali­ grafía hacen que se sucedan sin discrim inación casos generales y casos particulares, ocurriendo incluso que un caso contenga en su interior los dos siguientes [(3) contiene (4) y (5)]; adem ás, algunos son analizados en su lógica propia [cf. (1), (2)...], otros explicados por su uso singular [cf. (6)], y otros, finalmente, sólo se expresan m etafóricam ente [cf. (9)]. T am bién ese derroche de im aginación nos intriga al tiem po que nos fascina: ¿hay que to m a r esas designaciones llenas de im ágenes com o u n a m era decoración em blem ática o ha de leerse en ellas una significa­ ción sim bólica que resulta efectivamente útil para la com pren­ sión? Lo m ás extraño, por últim o, es que esas listas puedan b astar en sí mismas, m ediante su simple enum eración, p a ra form ar un todo completo sin que la propia noción de che, que no sólo sirve com o título para esas rúbricas, sino tam bién —lo cual es necesario— de fundam ento lógico de la serie, sea nunca precisada (a no ser por un núm ero), com entada ni justificada. Como si, para el usuario chino, no hubiese que derivar ninguna concepción m ás abstracta del propio cuerpo de la enum era­ ción; que ninguna teoría se justificase aparte de lo que siente 89

intuitiva y activamente, a través de los casos, com o la pertinen­ cia del térm ino; térm ino, por tanto, «práctico», el m ás práctico, a «tomar» como tal. Que se im pone a la evidencia y se disuelve en el cam po de nuestra atención, desde el m om ento en que se ejercita efectivamente y uno está form ándose a sí m ism o en el aprendizaje: la cuestión de su explicitación, inútil, incluso per­ judicial para quien se sirve de él, sólo surgiría bajo la m irada descom prom etida, desprendida (respecto a su lógica propia), de quien ya sólo es lector. Pero la cuestión se nos plantea con tanta m ayor fuerza a nosotros que, com o observam os al comienzo —y ése era, inclu­ so, el punto de partida de nuestra reflexión—, no poseem os equivalente de ese térm ino en nuestra lengua (quiero decir la lengua «occidental», la que nació del indoeuropeo, enlaza grie­ go y sánscrito, y parece tanto más una al considerarla en rela­ ción a la china). Los traductores —cuando traducen— lo vier­ ten indiferentem ente p o r «posturas» («posiciones») o «movi­ mientos». Pero es justam ente de lo uno y lo otro a la vez de lo que aquí se trata. Si la noción de postura resulta insuficiente, es porque implica la idea de una inmovilización, por pasajera que sea, pues la razón sólo puede analizar una disposición petrifi­ cándola. Pero, en la realidad del encadenam iento gestual que hay que producir, no puede distinguirse arbitrariam ente una «posición» individual del movimiento que de ella resulta al m is­ m o tiempo que conduce a ella. Por eso, en el arte de la escritura, los diversos che son caracterizados aparte de los elem entos de análisis gráfico —que se han vuelto visuales, y en consecuencia estáticos—, a los que corresponden a través del m anejo del pin­ cel^8 Tam bién se debe a eso que los m anuales de laúd añadie­ ran a la descripción técnica de la digitación, m inuciosam ente descom puesta (de ciento cincuenta a doscientos ejem plos son habitualm ente enum erados, según Van Gulik), las series m u­ cho m ás reducidas de che, ya no sólo de los dedos, sino de toda la m ano,d que recuperan globalmente, y en su im pulso propio, la lógica gestual del acorde a ejecutar. Resulta significativo a este respecto que la m úsica china no escriba los sonidos m is­ m os, com o hacemos hoy, indicando por separado su volumen, su nivel sobre el pentagram a o su duración, sino el m ovim iento gestual que requiere su producción. De esas posturas en movi­ m iento (del movimiento), que, como tales, frustran la actividad 90

dicotóm ica del pensam iento, tam poco nosotros seríam os capa­ ces de d ar cuenta, a no ser m etafóricam ente: recurriendo a la técnica cinem atográfica, por ejemplo, considerando esas series de che com o otras tantas «congelaciones de la imagen»; o, tam ­ bién, a la representación gráfica, como cuando se habla de «sección» para el dibujo de un objeto que se supone cortado po r u n plano: esas series de che habrían de im aginarse, entonces, com o otras tantas secciones diferentes efectuadas a través de la continuidad del movimiento. La sección constituye en sí m is­ m a un plano fijo, pero lo que en él se lee (se leería) sería la «configuración» propia de todo el dinam ism o em pleado. Interviene otra dim ensión (realmente no es otra, sino sólo en virtud de nuestra incapacidad teórica —la m ism a que antes— p ara captar al m ism o tiem po los dos aspectos de u n a m ism a lógica): esas disposiciones no sólo son dinámicas, sino tam bién estratégicas. Pues esas series de che no representan cualesquie­ ra secciones efectuadas a través del movimiento, sino las que m ejor explotan las virtudes de ese dinam ism o, las m ás im preg­ nadas de eficacia. Hay una potencialidad inherente a la disposi­ ción cuya captación es, justam ente, la tarea del arte; y cada lista de che viene a ser la serie de los diversos esquem as de esa efi­ ciencia. Por ello se las presenta las m ás de las veces, a p esar de toda su posible heterogeneidad, com o un conjunto exhaustivo y sistemático, que consolida la particularidad de un núm ero («nueve», «trece», etc.). Los encadenam ientos del boxeo chino, por ejemplo, se descom ponen en m uchos m ás m ovim ientos de los che que allí se cuentan, e, igualmente, el que se inicia apren­ de sucesivamente fragm entos de m ovim iento que no corres­ ponden a esos che. A p artir de ahí, la serie de los che —«evitar», «tirar hacia atrás» o «presionar hacia delante»...— habría m ás bien de concebirse, dado que hacen jugar m ás directam ente entre sí oposición y com plem entariedad, y destacan m ás las relaciones de encadenam iento por alternancia, com o las diver­ sas fases representativas de ese dinam ism o: sus polos sucesivos de plenitud, sus fases a la vez transitorias y radicales. Para lo cual sirve, precisam ente, la designación simbólica. Si los trece che del boxeo chino se asocian explícitam ente a los ocho trigram as (como a los puntos cardinales y colaterales), así como a los «cinco elementos», no sólo es po r afición a la analo­ gía y por tradición retórica, sino porque se considera que ac­ 91

túan — al igual que las figuras del Libro de las m utaciones frente al devenir, o los «elementos» respecto a la «física»— com o au­ ténticos «diagramas» del dinam ism o en acción (y la noción de esquema m erecería ser desarrollada aquí en u n sentido que nos acercaría —pero, sin duda, para un uso del todo distinto— al del kantism o, con la intención de d ar cuenta de su estatuto de representación interm ediaria, con dos caras, «por u n lado, in­ telectual y, por otro, sensible»): es esencial, en efecto, en el ejer­ cicio del boxeo chino, tender a una coincidencia cada vez m ás perfecta entre la ejecución gestual del m ovim iento y el propio m ovim iento del pensam iento, en el interior de uno m ism o, que, com o tal, se vuelve «creador» de estados nuevos. A la vez, la referencia a los hexagram as, a los elem entos y a los puntos cardinales perm ite conferir al trabajo realizado m ediante el cuerpo toda su dim ensión cósmica: im pulsando así las m anos, es todo lo Invisible lo que impulso conmigo. Lo m ism o ocurre con el bestiario que ponen en escena los dem ás tratados. Si en los m anuales eróticos, el valor sólo es lejanam ente figurativo9 y reside sobre todo en el placer am bi­ guo del em blem a, a la vez naturalista y seductor, parece, en cam bio, im portante desde el punto de vista de la aprehensión efectiva de los che de la m ano sobre el laúd. Pues, al igual que, anteriorm ente, en el caso de la pintura de paisaje, se trata en cada ocasión de un movimiento de conjunto que sólo cabe cap­ ta r adecuadam ente de form a intuitiva y global. No m ediante un a operación program ada, sino de una sola vez. Pero la tran s­ posición, anim al o paisajística, devuelve con m ayor facilidad su unidad intrínseca, haciéndonosla experim entar de form a in­ m ediata m ediante el rodeo de nuestra im aginación m otriz.10 Representém onos, por ejemplo, el che del «pájaro ham briento que picotea en la nieve» (cuando la m ism a cuerda ha de produ­ cir dos sonidos que se suceden con rapidez):11la im agen que m uestra a un cuervo dem acrado sobre un árbol desnudo, en un paisaje invernal, picoteando la nieve con la esperanza de descu­ b rir en ella algún alimento, representa adecuadam ente esa eje­ cución rápida y seca, realizada justo con la p u n ta de los dedos... com o si se diesen picotazos. Por el contrario, el coletazo descui­ dado de la carpa (cuando el índice, el m edio y el an u lar puntean juntos dos cuerdas, un a vez hacia dentro e, inmediatamente des­ pués, hacia afuera) nos vuelve sensible ese barrido, m edido y 92

amplio, de la m ano. Im aginém onos tam bién, a p artir de nues­ tro sentido interno, el che de la tortuga sagrada que em erge del agua (cuando siete sonidos son tocados sobre dos cuerdas: pri­ m ero dos, luego dos y dos m ás rápidos, luego uno final, con alternancia entre el índice y el medio): evocará sin esfuerzo una ejecución breve pero resuelta y regularm ente ritm ada. O, ta m ­ bién, el de la «m ariposa blanca al ras de las flores» (efecto de arm ónico producido p o r la m ano izquierda que, en lugar de hacer presión sobre la cuerda, sólo la roza): expresará, con m a­ yor precisión que cualquier análisis, el «sonido flotante» busca­ do. El poem a es: Mariposa blanca al ras de las flores: Alas ligeras, flores delicadas. Quiere irse pero no se va. Se para pero no se queda; Me inspiro en ella Para describir El roce ligero de los dedos. El recurso al bestiario no sólo nos presenta de m anera más sutil y sensible el gesto a ejecutar. Tam bién nos lo representa, a través del código de la naturaleza, en su estadio de absoluta perfección, m ás allá de cualquier aprendizaje m etódico y pro­ gram ado, cuando, a la vez, la disposición es arm oniosa, el dina­ m ism o puro y la eficacia total: en el estadio ideal en el que la m aestría se une al instinto y se transform a en espontaneidad. IV. Pero, ¿podrían concebirse del m ism o m odo, en térm i­ nos de disposiciones eficaces, los procedim ientos de creación artística que no hacen intervenir ningún elem ento gestual ni físico, y sólo com peten a la actividad de la conciencia, com o es el caso de la creación poética? De hecho, la identidad de trata­ m iento se revela com pleta entre las diversas prácticas, y los che del texto poético tam bién nos son presentados a través del bes­ tiario im aginario m ás pintoresco. Un m onje del final de los QiJi Tang enum era diez de ellos de esta m anera:12el del «león que se s.IX-X vuelve para abalanzarse», el del «tigre feroz agazapado en el bosque», el del «fénix de cinabrio que tiene u n a perla en su pico», el del «dragón venenoso que contem pla su cola»... A con­ 93

tinuación de cada uno de esos encabezam ientos, se ofrece com o ejem plo un único dístico, sin m ás explicación. Para el últim o che, el de «la ballena que se traga el vasto m ar», los dos versos son: ¡En mi manga se ocultan el sol y la luna, Sobre la palma de mi mano está todo el universo!

W ang C hangling

s.vni

Se percibe bien, aquí, la posibilidad de u n a relación (a partir del tem a búdico indicado anteriorm ente: contener toda la in­ m ensidad a escala reducida), pero parecería peligroso querer precisar m ás —«objetivamente»— la función de sem ejante analogía. Pues, sin duda, se da, en esa decisión «crítica» de sólo prestarse al juego metafórico y poner m anifiestam ente térm ino al com entario, la voluntad de rom per con cualquier análisis discursivo, con cualquier discurso interm inable, en provecho de la com prensión interior y silenciosa. Ese sistem a cerrado de los diez casos ilustrados cada vez por dos versos (excepto en u n a ocasión: ¿mero «agujero» en el texto o brecha intencional y socarrona?) pone en nuestras m anos un herm oso y pequeño decágono, casi perfecto, divirtiéndose, sin duda, el malicioso au to r al vem os m anipularlo, no sin dificultad... Muy felizmen­ te, otra lista de las disposiciones estratégicas en poesía, anterior en m ás de un siglo, aún no ha llevado a ese punto la tentación críptica y perm ite orientarse mejor; y como, en este caso, ya no tenem os que vérnoslas con datos externos —gesto o postura— y todo nos es dado con el texto —que basta interpretar—, puede m erecer la pena detenerse un poco en ella.13Diecisiete che son a continuación catalogados del siguiente modo: Disposición 1: «Mediante entrada directa y al m ism o nivel». Cuando —se nos ofrece como explicación—, sea cual sea el tem a del poem a, es abordado directam ente desde el prim er ver­ so. El ejem plo propuesto es el de un poem a dirigido a un amigo que está lejos, y que comienza así: «Lo lejos que estoy de ti, nosotros lo sabem os [...]». Disposición 2: «Mediante entrada en m edio de una reflexión general». Cuando los prim eros versos del poem a «discuten so­ bre la razón de las cosas» desde un punto de vista general y sólo se entra en lo im portante del tem a en los versos siguientes (en el 94

tercer, cuarto o quinto versos). Ejem plo de un poem a dirigido p or el poeta a su tío, alto funcionario: «Los grandes sabios son capaces de arreglárselas solos / Cuando la ocasión se presenta, elaboran su plan / Usted, tío mío, ha sido dotado por el Cielo [...]» (los dos prim eros versos constituyen u n a reflexión gene­ ral, no siendo el tem a abordado hasta el tercero). Disposición 3: «Cuando la entrada [en lo im portante del tem a] no se produce hasta el segundo verso, tras un prim er verso directam ente colocado». E n este caso, el prim er verso evoca «directamente» (inm ediatam ente) el paisaje o la ocasión, sin relación con el tem a del poem a, no abordándose éste hasta el verso siguiente. Ejemplo de un poem a del tipo «Subir a la m uralla y pensar en el pasado»: «Bosques y m arism as frías has­ ta el infinito / Subo a la m uralla y pienso en el pasado [...]». Disposiciones 4 y 5: El m ism o caso que la anterior, pero el motivo inicial se extiende a lo largo de dos o tres versos, no entrándose en lo im portante del tem a hasta el verso siguiente. Más allá de ese límite, si el motivo inicial se extiende a lo largo de cuatro o m ás versos, hay que tem er que el poem a pueda «disgregarse y resultar fallido». Disposición 6: «Mediante entrada indirecta a través de un motivo simbólico». Cuando los versos iniciales evocan «direc­ tam ente» u n motivo que m antiene una relación m etafórica con el desarrollo posterior del poem a. Ejemplo. «En el azul desapa­ rece u n a nube abandonada / Es conveniente, al atardecer, vol­ ver al Monte. / El letrado generoso por el Bien respaldado, / ¿Cuándo verá la Faz del Dragón?» (La nube solitaria del prim er verso sim boliza al letrado desam parado del tercero; la «Faz del Dragón» es, con seguridad, el em perador, del que el poeta espe­ ra que se interese po r su suerte. Este caso se distingue, por tanto, de los tres precedentes a causa de la función simbólica, m ás nítidam ente m arcada, del motivo inicial.) Disposición 7: «Mediante im agen enigmática». Cuando la relación sim bólica reclam a u n suplem ento de interpretación. Ejem plo de versos de los que el propio poeta —que tam bién es el autor de la lista— nos ofrece el com entario: «Pesadum bre de la separación —Qin y Chu— tan profunda / Del interior del río se eleva la nube otoñal». El dolor de la separación es tan pro ­ fundo —añade el autor— com o están entre sí alejadas las regio­ nes de Qin y Chu; y la incertidum bre en que se está de verse de 95

nuevo es com parable a la nube que, elevándose en el cielo, sufre u n bam boleo a m erced del viento. Disposición 8: «Cuando el verso siguiente viene a a m p a rar al verso precedente». Cuando, en un verso, el sentido no se ha expresado hasta el fin y de un modo lo bastante nítido, lo am p a­ ra el verso siguiente, «de modo que el sentido consustancial al poem a siga su curso». Ejemplo. «La lluvia fina —a continua­ ción de las nubes— se retira / La niebla —en la ladera de las m ontañas— se disipa» (este tipo de figura, que puede parecernos m uy corriente, es m ucho más raro en la poesía china, cuyo verso constituye de ordinario un todo autónom o). Disposición 9: «Mediante encuentro inspirado del m undo y la emoción». Lo que significa que los versos nacen de u n en­ cuentro súbito y espontáneo entre la em oción de la conciencia —que reacciona de una m anera sensible— y las realidades de la naturaleza, que se han vuelto transparentes a esa incitación. Ejemplo: «Recientemente las siete cuerdas resuenan en los al­ rededores / Y los diez mil árboles purifican su sonido secreto / Ahí está lo que vuelve [más] blanca la luna sobre el río / Así com o sus aguas [más] profundas». (El tañido del laúd evocaría, en el p rim er verso, la emoción de la que es presa la conciencia y que se extiende a partir de ella a través del paisaje; m ientras que los versos siguientes describen cómo todo ese paisaje se vuelve sensible a esa emoción, deja que lo penetre y la despliega.) Disposición 10: «Mediante la riqueza im plícita del últim o verso». De acuerdo con uno de los grandes preceptos de la poe­ sía china, es preciso que el sentido se despliegue m ás allá de las palabras en lugar de «agotarse con ellas»: las em ociones deben evocarse «de m anera intensa» y de un m odo alusivo. Ése será, en particular, el caso cuando, evocando el penúltim o verso el sentim iento del poeta, el últim o concluye el poem a m ediante la evocación de un paisaje que se funde con él. Ejemplo: «Tras la ebriedad, ni una palabra / Sobre todo el paisaje la lluvia fina». Disposición 11: «Mediante el realce conjunto». Es im portan­ te que el sentim iento expresado por el poem a destaque con la m áxim a intensidad a través del conjunto del texto: po r tanto, si u n verso no alcanza su plena expresión, hay que ayudarlo m e­ diante el verso siguiente, que contrasta con él. Ejemplo: «Las nubes regresan a las paredes rocosas — y desaparecen / La luna ilum ina el bosque escarchado: límpido» (un verso com pleta al 96

otro expresando su otra cara: por una parte, el m al tiem po se disipa; po r otra, la luminosidad se trasluce de nuevo y se aviva). Disposición 12: «Mediante división del verso en dos». Ejem ­ plo: «La m a r es pura, la luna es verdadera» (es, de algún m odo, el caso contrario al precedente: allí se necesitaban dos versos para expresar conjuntam ente un m ism o sentido, m ientras que aquí un m ism o verso expresa, sucesivamente, dos sentidos re­ lativam ente dispares). Disposición 13: «Mediante relación de analogía directa den­ tro de un m ism o verso». Ejemplo: «Pienso en usted — el curso del río» (especialmente cercano al famoso: «Andrómaca, ¡pien­ so en usted! Ese riachuelo [...]», pero, aquí, el flujo del río actúa com o im agen del pensam iento que nos vincula sin cesar al otro). Disposición 14: «Mediante [realce] del curso cíclico de las cosas». «Si se evoca u n sentim iento de aflicción, quebrarlo lue­ go m ediante una evocación del destino; si se describe el en tu ­ siasm o del m undo po r la gloria y los favores, quebrar luego esa escena apelando a la lógica de la nada» (el segundo verso de­ fiende la opinión contraria al anterior y nos eleva a u n a visión superior). No se da ningún ejemplo. Disposición 15: «Mediante la penetración del sentido abs­ tracto en el interior de un paisaje». Resulta evidente que «un poem a no puede expresar continuam ente un sentido abstrac­ to»: «Es conveniente, por tanto, que éste penetre en el interior de la evocación de un paisaje para que adquiera sabor». Lo que significa que cualquier significación abstracta, que evoca u n estado aním ico, ha de colocarse luego de form a concreta en u n lugar o u n a m orada, y fundirse arm oniosam ente con ellos. Ejemplo: «A veces m e em briago de bosques y m ontes / De hun­ dirm e en cam pos y morerales. / El perfum e de sófora poco a poco engloba la noche. / La luna —sobre la torre— profunda hasta el infinito» (dos versos de «sentido abstracto» van segui­ dos p o r dos versos que evocan un paisaje acorde). Disposición 16: «M ediante penetración del paisaje en el in­ terior de un sentido abstracto». Caso inverso y com plem entario del precedente: un poem a que en toda su extensión sólo fuese u n a descripción de paisaje «resultaría igualm ente insípido»; p o r ello es conveniente, tras la evocación de u n paisaje, expre­ sa r el sentim iento experim entado, sin que uno se m anifieste en detrim ento del otro. Ejemplo: «Las hojas de m orera caen sobre 97

los caseríos / Las ocas salvajes cantan en los islotes. / Cuando el ocaso alcanza su punto extremo, / Entonces me confío al Tao suprem o» (aquí, al contrario del caso precedente, son dos ver­ sos evocadores del paisaje los que van seguidos po r dos versos evocadores del sentimiento). Disposición 17'. «Cuando el últim o verso expresa u n a espe­ ra». Ejemplo: «De los verdes caneleros las flores no han abierto. / E n m edio del río, solitario, hago resonar mi laúd». El poeta se com enta a sí mismo: en la floración, volveremos a vemos; hoy, cuando las flores no han abierto, estoy solo y espero. Prescindam os de la heterogeneidad relativa de la presenta­ ción: entre los casos com entados y los que no lo están, entre los casos ilustrados po r poem as y el que no lo está (y del que ag ra­ daría, m uy especialm ente, contar con ejemplos, cf. § 14). M e­ nos tolerable resulta el intervalo que parece separar los diver­ sos aspectos de la creación poética aquí alineados: problem a de la construcción del poem a o el verso, cuestión de la im agen, reflexión sobre la inspiración. Sobre todo, el lector m oderno se ve sorprendido po r la incoherencia de la enum eración:14 si la lista se interesa m uy pronto p o r los prim eros versos [de (1) a (6)] p a ra concluir con el últim o (17), la cuestión del últim o verso interviene ya m ucho antes [en (10)], y el m ism o proble­ m a, el del «amparo» que un verso puede proporcionar al que ¡o precede, se trata, ostensiblem ente, dos veces [en (8) y en (11)]. ¿Será, sencillamente, que sem ejante lista no es m ás que un vagabundeo fácil y concede un excesivo protagonism o a la fantasía? Sin em bargo, nada es m enos seguro, pues una lectura m ás sutil no dejará de descubrir, bajo ese aparente desorden, una ilación sutil y discreta. A p artir del m arco global de los elem en­ tos constitutivos de cualquier encadenam iento poético, y so­ bre todo com ienzo y fin, u n a lógica de la contigüidad hace que progresem os hábilm ente de un caso al siguiente: (6) trata de u n a e n trad a en m ateria m ás llena de imágenes que de (1) a (5), y (7) tra ta de un m odo de la im agen m enos transparente que en (6); (8) trata de la oportunidad de un verso que sirva de am p aro porque sigue a (7), que trataba del caso en que se con­ sidera necesaria una explicación; (10) trata ya del m odo de rem a ta r un poem a porque lo evoca desde la perspectiva de un 98

acuerdo entre el paisaje y la em oción de la que ya se tra ta b a en (9); finalmente, (11) retom a la cuestión de los dos versos que se com pletan pero m odificándola ligeramente: lo que a p a rtir de ahora cuenta es, m ás bien, el aspecto de relación interna, por contraste, y será retom ado en (12), (13) y (14), incluso en (15) y (16). Sería necesario tom arse el tiem po necesario para precisar aú n m ás ese trabajo discreto de ramificación, todos esos m odos implícitos de vecindad, el arte delicado de la transición... Pero, al menos, cabría concluir, de la experiencia de esas listas, dos form as de lógica (uno recuerda las listas «chinas» insólitas, a la m anera de Borges, con las que Foucault com ienza Les Mots et les Choses): la razón china (pues tam bién aquí hay «razón», y no incoherencia o desorden) no procedería del m odo en que lo hace la razón «occidental» (habiendo de tom arse el térm ino de modo simbólico), intentando adoptar de antem ano una posi­ ción de dom inio com o punto de vista «teórico» que regenta toda la m ateria a organizar, que le confiere su capacidad de abstracción y de donde resulta norm alm ente un principio clasificatorio homogéneo. Aquélla se desplaza m ás bien horizontal­ mente, de un caso a otro, atravesando puentes y encrucijadas, desem bocando cada caso en el siguiente y transform ándose en él. A diferencia de la lógica occidental, que es panorámica, la lógica china es la de u n itinerario posible, m ediante encadena­ m iento de etapas. El espacio de la reflexión no es definido y cerrado a priori; sólo es desplegado —y fecundado— progresi­ vamente, conform e a ese balizaje; y semejante trayectoria en absoluto excluye otras, que tem poralm ente discurren paralelas a ella o la atraviesan.15 Al final del viaje, se ha adquirido una experiencia, se ha esbozado u n paisaje: la perspectiva no es allí global y unívoca, com o en el cuadro occidental, sino que m ás bien corresponde al despliegue progresivo del rollo (chino), en el que un cam ino po r la ladera del relieve (y que confiere a éste su consistencia) aparece aquí, luego desaparece tras la colina y reaparece más lejos. Así pues, nada indica que el térm ino che ya no sea m ás que una etiqueta vacía, porque reagrupa fenómenos que nos pare­ cen dem asiado diversos: quizá sólo ocurre que todavía estam os dem asiado hundidos en nuestras propias categorías críticas y no hemos adquirido la costum bre de enfocar la actividad poéti­ 99

ca desde esta perspectiva: precisam ente a p a rtir de u n a varie­ dad de «disposiciones» y en el m odo de la «propensión». V. Por tanto, nuevam ente nos vemos inducidos a conside­ ra r el poem a como u n dispositivo. Pero aquí ya no sólo se trata, com o anteriorm ente, de un dispositivo semiótico que actú a po r concentración simbólica, a la m anera de u n paisaje a escala reducida. Como expresan, de un m odo general, los diecisiete che, el texto poético tam bién ha de enfocarse com o u n disposi­ tivo discursivo, en función de su dim ensión ya no espacial, sino tem poral y lineal, en relación a sus diferentes m odos de desa­ rrollo y encadenam iento, así com o a los efectos dinám icos —a la vez de contraste y de conform idad— que de ahí resultan y que le dan vida. Encontram os en el autor de la lista, al igual que en otro poético ligeram ente posterior, abundantes referencias al che que vienen a apuntalar esta perspectiva: acaso explicitándola m enos de lo que consideraríam os necesario, pero no olvi­ dem os que la poética china se niega a realizar una obra abstrac­ ta y m antiene su valor alusivo. Jiao ran Así fue com o se pudo distinguir entre tres m odos de plagio s.vrn poético:16el plagio «a nivel verbal», el m ás criticable (cuando se repite literalm ente una expresión de un poem a anterior); el pla­ gio «a nivel semántico» (cuando se repite el m ism o motivo poé­ tico —por ejemplo, la prim era ventolina que sacude el paisaje en otoño— , pero variando su lenguaje); finalmente, el plagio «al nivel del che», el m ás delicado: cuando se im ita un motivo poético por su disposición interna, pero m odificando el propio sentido del motivo. Ejemplo: a p artir del dístico célebre —«El ojo acom paña a las ocas salvajes / La m ano roza las cinco cuer­ das»—, u n poeta pudo escribir: «La m ano sostiene carpas / El ojo acom paña a los pájaros». La disposición poética propia del motivo es la m ism a (contraste entre la m ano y el ojo, entre contacto y visión, proxim idad y distancia), pero el sentido ex­ presado po r el motivo es distinto (en un poem a, opone la des­ gracia de las carpas prisioneras a la dicha de los pájaros en libertad, m ientras que, en el otro poema, la contem plación del vuelo de las ocas salvajes y el roce de las cuerdas del laúd pro­ porcionan al poeta la m ism a satisfacción profunda). Leemos igualm ente en la m ás antigua antología poética de China, a m anera de obertura a dos poem as:17 100

Recojo y recojo bardana, Ni siquiera lleno una cesta, y: Todas las mañanas he recogido cañas, ¡Ni siquiera tengo un puñado! El che de estos dísticos es idéntico, dado que opone, en cada unos de los casos en dos versos, el esfuerzo asiduo de la recolec­ ción a su resultado irrisorio; y, sin embargo, su «inspiración» es diferente —considera el crítico—, en la m edida en que rem iten a dos situaciones emocionales que no se corresponden.6' 8 Distin­ ción sutil pero pertinente: el dispositivo discursivo del motivo ha de disociarse de su alcance simbólico. De lo que resulta que el che se constituye en factor suigeneris de la textualidad poética.* Pero, para penetrar m ejor en esa concepción particular de la naturaleza del poem a, tam bién se deben tener en cuenta cier­ tos aspectos originales de la poesía china, pues éstos la han influenciado. En prim er lugar, la particularidad de la lengua china, en función de sus dos características básicas, a la vez m onosilábica y aislante: por ausencia de flexión (ni conjuga­ ción ni declinación), al igual que de derivación, las palabras de la lengua china vienen a ser otros tantos morrillos o peones, independientes y uniform es, cuyas relaciones para tácticas son, p or ello, determ inantes (en detrim ento de la sintaxis) y la capa­ cidad de expresión braquilógica, en síntesis, especialm ente m arcada (un poco a la m anera de nuestro estilo telegráfico m o­ derno, para reto m arla com paración de Karlgren);19la particu­ laridad, tam bién, de u n a tradición poética, en virtud del hecho de que la poesía china no nació de la epopeya: de ahí su reticen­ cia a desplegarse narrativa o descriptivam ente, es decir, de un

* El hecho de que el che se conciba como idéntico a p esar de la diferencia de las situaciones, y valga, por tanto, como factor específico, constituye una expresión típica a través de la diversidad de los campos. Ya habíam os observado esa fórmula en la reflexión caligráfica: «un m ismo che, sea cual sea el cuerpo (forma) de escritu­ ra» (cf. p. 59), y la reencontram os en un texto m atem ático contem poráneo de ese tratado de caligrafía (en el siglo III): «El che es similar, m ientras que la situación (operacional) es distinta». La expresión remite aquí a una identidad de procedimien­ to,30 y, en am bos ejemplos, esa identidad de tratam iento se descubre en estado operatorio y m ediante una profundización del análisis.

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w ang c h an g lin g

Du F u

m odo u otro, a constituirse en discurso, y el hecho de que pre­ fiera, al desarrollo extenso y continuo del período o la frase, el efecto concurrente de las unidades m ás breves posibles (como regla general, lo hemos indicado, el verso chino form a un con­ ju n to cerrado autosuficiente, como un ideogram a desarrolla­ do). De ahí la im portancia que lógicamente concede la escritu­ ra poética china —de un verso a otro, de un dístico al siguiente, incluso en el interior de un mismo verso— a la ejecución disposicional del texto, i.e., a la riqueza de tensión que enlaza sucesi­ vam ente a sus diversos elementos entre sí. Se com prende, a partir de ahí, po r qué el poético chino con­ sidera que el gran poeta, el que es capaz de «crear che», ha de estar en condiciones de «conferir un nuevo arranque al sentim iento expresado po r el poema»f en cada verso, o, al menos, en cacja dfst¡CO; el m al poeta es caracterizado, por oposición, com o aquel en quien un verso es «más débil» que el precedente.20 El arte de la escritura, al que se ha hecho referencia, puede servir de m odelo a este respecto: al igual que el gran principio de la caligrafía consiste en crear una relación de atracción a la par que de repulsión entre los dos elementos correspondientes de un m ism o ideogram a (a la vez «volverse uno hacia otro» y «darse la espalda»), tam bién el arte del poeta consiste en introducir una relación de afinidad a la vez que de contraste entre dos versos consecutivos (lo que implica, en consecuencia, que esos dos «elementos» poéticos alcancen una fuerza y una consistencia iguales).gConsideremos, por ejemplo, esta célebre octava:21

s.v n i

O trora, oí h ab lar del lago D ongting,

Hoy, subo a la torre de Yueyang.

Estos dos versos a la vez se oponen (otrora/ahora; el lago que se extiende en el horizonte / la torre que se eleva en el cielo) y están en connivencia entre sí (la torre de Yueyang está a ori­ llas del lago Dongting: el poeta contem pla hoy desde lo alto de la torre la inm ensidad de agua con la que soñaba desde hacía m ucho tiempo). Lo m ism o ocurre con el siguiente dístico, que radicaliza esa intuición del paisaje: El país de Wu y el de Chu —al Este y al S ur— están separados, Cielo y Tierra —de día y de noche— flotando.

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El contraste es aún m ás rico entre estos dos versos/elementos: entre la horizontal y la vertical, el espacio y el tiem po, la separación y la reunión. Al m ism o tiem po que el paralelism o es aún m ás íntimo: los puntos cardinales, por u n a parte; arriba y abajo, po r otra; la dispersión en el espacio, p o r u n a parte, y la sincronía, p o r otra; todo ello define globalmente el universo en su unidad profunda. Incluso los dos versos siguientes, consa­ grados a la evocación de la «emoción», consecuencia de la del «paisaje», m uestran ese efecto: De parientes y amigos, ni u n a carta; Viejo y enfermo, u n solo esquife.

Tensión de la separación: los otros y yo, tener y no tener; tensión contraria: un m ism o sentimiento, m uy intenso, de sole­ dad. Como vemos, la tensión creada por el che se identifica aquí con los efectos de paralelism o.1122Pero éste no es un ornam ento retórico del discurso, sino que representa, en el caso de la poe­ sía china, su proceso real de producción.23 La relación contradictoria que une los dos elem entos conti­ guos de la secuencia poética nos la expresa adecuadam ente esta imagen: la oca salvaje echa a volar de espalda pero vuelve la cabeza hacia sus com pañeras.24 Se da, a la vez, continuidad y discontinuidad:1«precisam ente cuando el che siguiente se ele­ va, el che precedente está com o interrumpido».-1Como siem pre en la estética china, como siem pre en China, es la alternancia (antagonism o y correlación) lo que constituye el principio de funcionam iento de sem ejante dispositivo. Unos pocos versos, separados de su contexto, se ofrecen com o una ilustración de esa tensión inherente al che poético:

Jiaoran

Flotando o hundiéndose, los che son distintos: ¿Cuándo, entonces, tendrá lugar nuestra reunión? Quisiera apoyarm e en el viento del Sudoeste, Irm e en la lejanía — p ara penetrar en vuestro seno.

O tam bién, el dispositivo discursivo del poem a viene a ser el paisaje contem plado desde lo alto de u n a m ontaña:25 los linca­ m ientos del relieve dibujan vuelta y rodeo, se enm arañan y se despliegan, se suceden y se transform an: tan pronto un pico se 103

Jiaoran

yergue enérgica y solitariam ente p o r apilam iento sucesivo, com o el río fluye sereno a lo largo de m iles de leguas; luego sucede el relieve m ás accidentado posible. Im ágenes de m ean­ dro o desnivel: otras tantas disposiciones particulares que no dejan de encadenarse al m ism o tiem po que reaccionan entre sí (que se encadenan con tanta m ayor continuidad cuanto con m ayor vigor reaccionan). A través de ellas, el che poético con­ siste siem pre en cargar del m áximo de im pulso y dinam ism o el curso del texto. Por tanto, no debería considerarse el dispositivo del poem a jiaoran com o un aspecto secundario de la creación. Acom paña al m o­ vim iento de la em oción interior y le corresponde, según una relación análoga a la que m antiene el lenguaje del poeta frente a su inspiración.1526Viene a ser la m anifestación sensible —dis­ tribuida a lo largo del encadenam iento textual— de la inte­ rioridad invisible. Por ello le debe la poesía la prim era de sus «profundidades»: «El hecho de que una im presión difusa esté presente po r todas partes (como «vapor» o «vaho») se debe al tipo de profundidad que resulta del dispositivo textual».127Gra­ cias al dinam ism o que suscita este último, el alcance del senti­ do se desprende de su motivo y se extiende com o u n aura, tan penetrante como inasequible. O, tam bién, se eleva com o una colum na de hum o, hasta el infinito.28 El che es el creador de lo que se ha convenido en llamar, tanto entre nosotros com o en China, la «atmósfera» poética. Por ser su principio el de la alternancia, el poem a en su integridad no debe concebirse com o un «enhebrado» sucesivo (verso tras verso, com o «peces que se ensartan»), sino como una variación: «El gran poeta es aquel cuyo che está en conti­ nua transform ación».m29 Pues, en poesía com o en otros ám bi­ tos, es conveniente que el dinam ism o se renueve —p o r diferen­ cia interna, de un polo a otro— para que sea continuo.

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6 EL DINAMISMO ES CONTINUO

I. Si se pasa revista a las artes de China, uno se pregunta: ¿en qué m edida esas «tres joyas» de la cultura china que son caligrafía, pintura y poesía se diferencian realm ente entre sí, en su principio profundo (no siendo la propia diferencia de los m edios utilizados m ás que relativa, puesto que recurren al in ­ term ediario com ún del pincel)? O tam bién: ¿hasta qué punto no es una lógica com ún lo que justifica a esas artes, en su activi­ dad creadora, y hace tam bién posible, en cada caso, el efecto producido? Las tres tienden a expresar la anim ación insonda­ ble de lo Invisible (en sí y fuera de sí) gracias a la «actualiza­ ción» de u n a «configuración» sensible (del trazado o de las pa­ labras). Las tres articulan su lenguaje a partir de los m ism os principios de contraste y correlación, y basan en la variación por alternancia el dinam ism o de su despliegue, que ha de ser continuo. ¿Se trataría ahí tan sólo de una visión ideológica p a r­ ticular, lim itada a la clase de los «letrados»? Pero el «boxeo chino», nacido en los medios m ás populares, traduce, en el len­ guaje del cuerpo, la m ism a filosofía: no se propone otro objeti­ vo que el de encam ar, a través de los gestos, el soplo invisible, y construye su encadenam iento com o un desarrollo ininterrum ­ pido — «en form a de espiral»— de movim ientos opuestos; sólo u n a ruptura en el interior de esa continuidad circular d ará pie 105

al adversario, proporcionándole la posibilidad de triunfar. Una m ism a representación está, por tanto, en el corazón de todas esas prácticas, la de una energía original, al tiem po que univer­ sal, cuyo principio es binario (los fam osos yin y yang) y su inte­ racción sin cesura (como en el gran Proceso cósmico). De ahí resulta, lógicamente, la última significación del che com o tér­ m ino estético: la capacidad de prom over y h acer sensible, en función de esa energía3 y a través de los signos del arte,b seme­ jante continuidad del dinam ism o.1 Pero ésa era ya la concepción que encontrábam os en ac­ ción, al comienzo, entre los pensadores estrategistas.2 Percibi­ da desde el exterior (pues es sobre todo desde el exterior desde donde uno puede hacerse consciente de esa ubicuidad de la coherencia —a falta de vivirla sin m ás—, gracias a la distancia y bajo el efecto de la diferencia), la cultura china nos im pone, a p esar de m utaciones históricas considerables, el sentim iento de u n a unanim idad (la que simboliza, desde dentro y de un m odo idealizado, la «Vía», el Tao): el sinólogo, no dejando de d ar vueltas alrededor de esa intuición, está, p o r tanto, condena­ do a la repetición (al m ism o tiempo que conserva la im presión de que algo aún m ás simple y más radical siem pre se le escapa). Pues esa evidencia compartida, bajo cuya im pronta se cae una vez, se aborda el m enor comentario «teórico», tam bién resulta dem asiado difusa y demasiado dom inante com o p ara ser nun­ ca totalm ente explicitada. Sólo se nos da, al hilo de la literatura crítica, m ediante el rodeo de las reflexiones particulares que, al tiem po que se ram ifican en análisis cada vez m ás finos, vuelven a cruzarse entre campos distintos y a reflejarse unas a otras entre «artes» diferentes, se corrigen y se protegen recíproca­ m ente. Por tanto, nos corresponde reconsiderarlas una últim a vez, para intentar seguirlas hasta sus últim as ramificaciones, pero tam bién paralelamente: intentando tra e r a la luz, gracias a esos efectos de perspectivización, el supuesto com ún. II. Dado que su codificación teórica intervino relativam en­ te antes y, sobre todo, que su naturaleza lineal lo destina a ser­ vir de registro directo e inm ediato de la tem poralidad del movi­ m iento (un calígrafo nunca puede volver atrás para retocar el trazado precedente), el arte chino de la escritura nos proporcio­ na un ejemplo privilegiado de cualquier dinam ism o en curso, 106

com o devenir. Según la doble dim ensión de ese arte, tanto al nivel del gesto que engendra la form a com o de la form a que se ha vuelto legible sobre el papel. Al igual que la flecha disparada p o r el buen tirador está cargada de un excedente de che que la hace ir recta y lejos, tam bién el movim iento del pincel, en m a­ nos del buen calígrafo, está dotado de un excedente de che,c com o potencial en acción, que le perm ite avanzar siem pre sin reparar en obstáculos y del m odo m ás eficaz.3 El im pulso des­ plegado se comunica de un extrem o a otro, sin encontrar obs­ táculo ni atascarse.0*4Y, una vez finalizado el trazado, esa conti­ nuidad dinámica se m antiene indefinidam ente activa para quien la contempla: el elemento precedente lleva dentro de sí la expectativa del que lo sigue, y este últim o nace en respuesta al prim ero.1^ La ininterrupción nunca es voluntaria, sino espontá­ nea. Es sabido que, en el boxeo chino, es conveniente m antener siem pre un reparto desequilibrado del peso del cuerpo, en rela­ ción a los dos pies, de m odo que aquél se vea constantem ente llevado, por sí mismo, a proseguir la ejecución del m ovim ien­ to;6 ahora bien, podemos descubrir igualmente, en el ideogra­ m a caligrafiado, un ligero desequilibrio del trazado que perm i­ te que éste nunca esté totalm ente inmovilizado ni se vuelva rígi­ do o fijo, sino que reclame su prolongación: una raya horizon­ tal nunca lo es totalm ente, sobre todo cuando no es el elem ento últim o del carácter, su ligera rectificación o su discreta desvia­ ción traicionan la tensión que la lleva hacia el encadenam iento. Que el trazado se aproveche del impulso precedente,17que el pincel se vea, pues, llevado a avanzar sin reparar en obstáculos y que, bajo la aparente discontinuidad de los trazos y los p u n ­ tos, se manifieste el proceso de una generación continua, ésa es la lógica de propensión de la que saca partido, por m edio del dispositivo del ideogram a caligrafiado, el arte de la escritura. Considerémosla, para entenderla mejor, en su estadio m ás ra ­ dical: u n tipo de escritura china, surgido después que los otros, la «cursiva», encam a de form a m ás específica esa tendencia al dinam ism o y pone el acento en la continuidad. Ya no sólo en­ tre los elementos de un m ism o ideograma, sino tam bién entre ideogram as consecutivos. M ientras que la escritura «regular», a la que suele oponérsela, utiliza sobre todo el trazo quebrado, que exige una pausa, la cursiva privilegia la curva, que se ejecu­ ta con un solo trazo.8 El pincel corre de un extremo a otro de la 107

Zhang Huaiguan s. VII

Jiang Kui s.xn

página, tratando elípticamente cada ideogram a y reduciendo al m ínim o su autonom ía; de uno a otro, apenas tiene el pincel tiem po de recuperarse, hasta tal punto se ve arrastrado hacia el trazo siguiente. La cursiva es, por tanto, la expresión privilegia­ d a del che caligráfico: en el caso de la escritura regular, «una zhang vez term inado el ideogram a, el sentido que lo anim a está finaliHuaiguan m ientras que, en el de la cursiva, «cuando toda la colum ­ na de caracteres está acabada, el im pulso [che] se prosigue m ás allá» .s9De ahí surgió la tradición caligráfica de «un solo trazado continuo», aquella cuya capacidad deche está m ás «desarrollada»:h «allí donde el trazo se rompe, el influjo rítm ico no está cortado y, allí donde el trazado no es interrum pido, u n a m ism a aspiración atraviesa de u n extremo a otro las colum nas».10Los ideogram as que com ienzan la colum na siguiente son, p o r ta n ­ to, la prolongación directa de los que se encuentran en la parte inferior de la colum na precedente: no podía llevarse m ás lejos el sentido ni el arte de la propensión. Pero no habría que engañarse en lo concerniente a la n a tu ­ raleza de esa continuidad. Un tren de varias decenas de pala­ bras conjuntam ente enlazadas, de u n a form a visible y acen­ tu ad a —com o se hace a veces—, resultaría fatalm ente insípijiangKui do. Ahí ya sólo hay «hebra», y la fuerza se agota.11 Pues cuenta m enos la continuidad del propio trazado que la del dinam ism o que lo anim a. A cuyo servicio está la alternancia, que es el m o­ to r de esa vitalidad. Los ideogram as que se encadenan bajo el im pulso de la cursiva simbolizan, p o r así decirlo, otras tantas posturas particulares que se oponen sucediéndose: «como per­ sonas que aquí se sientan y se acuestan, y allí se ponen en ca­ m ino; que tanto se dejan llevar siguiendo la corriente com o ca­ balgan al galope; tanto evolucionan con gracia al son de las canciones com o se golpean el pecho y gesticulan de dolor».12 U nas veces la m ano ralentiza, otras acelera; unas veces la p u n ­ ta es «incisiva», otras «difuminada». Es esa variación constan­ te entre contrarios, renovándose uno m ediante el otro y ape­ lando necesariam ente uno al otro para com pensarlo, la que hace posible que el trazo siguiente prolongue realm ente al pre­ cedente y éste atraiga efectivam ente tras de sí el trazado si­ guiente. E n la juntura, allí donde no hay ni punto ni rasgo en el c arácter de escritura, sólo se percibe, suelta, u n a «atracción de línea»' (el térm ino técnico que tam bién designa, expresiva108

m ente, la «correa de transm isión» en la lengua m oderna). Por ello, «las rayas, las oblicuas, las curvas y las verticales, tanto en sus sinuosidades com o en sus arabescos, están siem pre de­ term inadas por la propensión del im pulso [c/-ze]».jl3La au tén ti­ ca continuidad caligráfica es la de un trazado que no cesa de renovarse, m ediante oscilación de u n polo a otro, transfor­ m ándose.14 Como prueba, la m ala copia, y sea cual sea, adem ás, el tipo de escritura, cursiva o no cursiva (la im itación de los m odelos desem peñando u n papel esencial en el aprendizaje caligráfico). Recurriendo a su m em oria, el mal alum no reproduce la form a exterior de los caracteres, pero no el «influjo rítmico» conteni­ do a través de ellos:15 esa «pulsación» com ún que circula tanto a través de los elem entos caligrafiados com o a través de las venas de nuestro cuerpo y, perm itiendo los intercam bios m etabólicos necesarios, asegura al trazado su capacidad de encade­ nam iento. Los diferentes elementos reproducidos están, enton­ ces, fatalm ente aislados y «dispersos» unos en relación a otros — mem bra disjecta— sin que ya nada, desde dentro, los una. La cualidad de interdependencia y correlación, esencial a la linealidad de una genuina escritura, está ausente en ese caso: falta el factor che, en tanto que propensión particular del im pulso que, vinculada tanto a la inspiración súbita del calígrafo com o a la tonalidad del texto caligrafiado, había logrado conferir a la cali­ grafía, en el caso del modelo, su continuidad dinám ica y la ca­ pacidad de renovación. Son ellas las que todavía hacen vibrar juntos, ante nuestros ojos y para nuestro infinito goce, cada uno de los trazos, al um'sono.

ni. La pintura china se presta a un análisis similar. R ecor­ dem os que uno de los prim eros che de la caligrafía consiste en ir prim ero en el sentido contrario a aquel hacia el que se tiende, con vistas a conferir m ayor vigor al trazado (com enzando a dirigir la punta del pincel hacia arriba si se quiere ir hacia aba­ jo, o hacia la derecha si se quiere ir hacia la izquierda). E xacta­ m ente lo m ism o ocurre en pintura:16 si uno se dispone a hacer que el pincel suba sobre la hoja, es conveniente em pezar por «crear che» haciéndole bajar1' (y a la inversa); y, del m ism o m odo, si uno se dispone a iniciar un trazado suelto, es conve­ niente inaugurarlo con un trazado cargado (y recíprocam ente). 109

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Shen Zongqian

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Da C honggu an g s. XVII

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FangX un s .x v rn

Si se quiere que la silueta de la m ontaña realm ente dé la im pre­ sión de d ar vueltas, haciendo ondas, es necesario ir cada vez, inicialm ente, «en el sentido inverso al de su propensión»,1tanto en hueco com o en relieve, para que entonces empiece a «dar vueltas».*17 Lo cual tam bién es válido para la com posición de conjunto: si allí ha de ser densa y detallada, que sea suelta y dispersa aquí; si luego ha de ser plana y serena, que antes sea ab ru p ta y tensa. O tam bién, anticiparlo lleno m ediante lo vacío y lo vacío m ediante lo lleno.18Como en caligrafía, hay que acen­ tu a r el contraste para que un elem ento prepare el otro: no sólo que lo destaque, sino tam bién que lo reclame necesariamente tras de s í con tanta m ás fuerza cuanto que es necesario restable­ cer el equilibrio y m antener —m ediante com pensación— la re­ gulación arm ónica. Incluso el fam oso «trazado con una sola pincelada», que caracterizaba la cursiva en su estado final, vuelve a encontrarse en pintura. Sin duda, no literalm ente, com o si se tratase de cubrir todo el espacio con u n único trazo, sino, al igual que en la buena caligrafía, m ental e interiorm ente: en la m edida en que el che que em ana del soplo vital logra atra­ vesar de un extremo a otrom todo el trazado figurativo —m on­ tañas y ríos, árboles, peñascos y casas— y lo anim a con el m is­ m o rayo de su inspiración.19 Por tanto, es legítimo que los tratados de pintura pongan el acento, al igual que en caligrafía, sobre la «pulsación» com ún que recorre la composición (como tam bién, en una fase prepa­ ratoria —antes de ponerse a p intar o caligrafiar—, sobre la im ­ portancia de una buena circulación del soplo a través del cuer­ po). Recordem os que, según la física china, todos los elementos del paisaje, desde las cadenas m ontañosas hasta el árbol y la roca, debieron su aparición exclusivamente a la acum ulación

* Esa m anera de increm entar la tensión preparatoria del efecto no sólo es un principio del arte de la escritura o la pintura. La m ism a fórmula resulta válida para la composición literaria, pues ésta tam bién tiene «como prioiidad lograr el c/ie».60 E n vez de desarrollar prosaicamente el discurso en conform idad con su tema, tal y com o inicialm ente se aprende a hacer, «es preferible conferir relieve al texto» («como olas que surgen, como cum bres que se yerguen», según las com paraciones chinas) «manejando el pincel en sentido inverso». Interpreto: abordar el asunto m ediante un efecto de contraste que perm ita salir a su encuentro y proporcionarle, así, m ayor agudeza, en lugar de com enzar directam ente por él. No se podia llevar m ás lejos (bajo el argum ento com ún del «che del pincel») la asimilación entre las diferentes formas artísticas.

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de energía cósm ica y están constantem ente irrigados p o r ella: que, tanto en la p intura com o en el paisaje, todos los aspectos m ás diversos, y sus incesantes m utaciones, «gobernados p o r el soplo» y enlazados a través de él, «manifiesten», de u n m odo siem pre particular, su «tendencia a la animación»; en eso con­ siste el che.n2° Así pues, el arte pictórico se lim ita a describir, en virtud de «la propensión interna que confiere su im pulso al pin­ cel», esa «otra propensión» que vemos por todas partes en ac­ ción, fuera de uno m ism o, «en la actualización de las cosas».0 La relación es recíproca: el che llega bajo el pincel «presa de la energía invisible», y ese dinam ism o de lo Invisible se com unica a través de las figuraciones sensibles «gracias al che que lo guía». Al igual que el arte de la caligrafía es el de u n a m etam or­ fosis ininterrum pida, el del pintor chino consiste en describirla realidad en su incesante proceso. Eso es justam ente lo que ilustra la disposición de la pintura en rollo. El rollo «se abre» y «se cierra» a la m anera del devenir cíclico de cualquier realidad (tam bién quien practica el boxeo chino cierra el encadenam iento anteriorm ente «abierto» vol­ viendo a su posición inicial). En el caso del rollo que se desplie­ ga verticalmente, la «apertura» comienza abajo y el «cierre» tiene lugar arriba: motivos naturales y construcciones hum a­ nas «abren» en la parte baja, «dando la im presión de u n a inago­ table vitalidad»; cum bres y nubes, bancos de arena y lejanos islotes «cierran» en la parte superior, «llevando toda la com po­ sición a su compleción, sin que nada quede fuera».21 E n refe­ rencia al año, se considerará que la parte baja del rollo corres­ ponde a la prim avera, tiem po del «desarrollo», el centro del rollo al verano, estación de la «plenitud», y, finalm ente, la parte superior del rollo al otoño y el invierno, la época del «recogi­ m iento y el repliegue». No sólo el rollo de pintura, considerado en su conjunto, se despliega «naturalm ente» de este modo, a im agen del curso progresivo del año, sino que tam bién vuelve a encontrarse a cada paso, incluso en el m enor detalle de la figu­ ración, la m ism a alternancia de apertura y cierre que le confiere su ritmo vital (siem pre a la m anera del desarrollo tem poral que no sólo hace alternar las estaciones, sino tam bién, a escalas cada vez m ás reducidas, la luna llena y la luna nueva, el día y la noche, la inspiración y la espiración). Cada aspecto particular de la representación se inscribe en una lógica general de apari111

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ción y desaparición, y sirve de fase transitoria p ara la m anifes­ tación del devenir. Por ello, el rollo perm ite u n a lectura lineal, com o en caligrafía: cualquier figuración «llega p ara arm o n izar con la precedente» y se disuelve «para dejar sitio a la siguiente».P Todo está en circulación y es atravesado, de u n extrem o a otro, p o r la tendencia a la renovación. De ah í resulta todo el arte pictórico, que de nuevo puede expresarse en térm inos de che: en cada m om ento de desarrollo sh e n y «apertura» tam bién hay que pensar, paralelam ente, en la terZongqian m inación y el «cierre», lo que perm itirá a la figuración «estar en cualquiera de sus partes bien configurada» sin que n a d a «esté disperso ni abandonado».22 A la inversa, en cada m om ento de term inación y «cierre» tam bién hay que pensar, paralelam ente, en el desarrollo y la «apertura», lo que perm itirá a la figuración «poseer en todo m om ento un suplem ento de sentido y vitali­ dad», de m odo que «el dinam ism o de lo Invisible nu n ca esté agotado». Ningún comienzo es nunca un puro com ienzo, ni ningún fin es nunca un verdadero fin: en chino, no se dice «em­ p ezar y term inar» sino «term inar - empezar».* Todo «abre» y «cierra» a la vez, todo se articula «lógicamente» y sirve de tra n ­ sición dinám ica, y la propensión del trazado abraza entonces, sponte sua, la coherencia interna de la realidad.“1

IV. La continuidad del dinam ism o que está en acción a t vés del texto literario nos es devuelta m ediante u n a herm osa LiuXie imagen: cuando se abandona el pincel al final de un párrafo, es b' V'VI com o levantar el rem o cuando se está sobre el agua:23 el barco sigue avanzando, y, del m ism o modo, al final del pasaje, el texto continúa progresando. Un «excedente de che» lo em puja a se­ guir avanzando, lo arrastra hacia su encadenam iento. Un texto no sólo existe en tanto que «orden» y «coherencia», sino tam ­ bién com o curso y desarrollo.r24 * No es m ás que una «forma de hablar» (zhougshi, la expresión recuerda el Libro de las mutaciones),6' pero es significativa. Permite com prender, en particular, p o r qué la cultura china está cerrada a lo trágico (quiero decir; a la esencia trágica). Pues, para que una visión trágica resulte concebible, hay que creer en un fin último, erigido por la imaginación como una pantalla, sin rebasam iento posible. PeiTnite igualm ente com prender por qué el pensam iento chino clásico (anterior al budism o) no tuvo necesidad de concebir «otro mundo», separado de éste y com pensándolo: pues el m undo ya está siempre volviéndose otro y la propia m uerte n o es m ás que u n a transform ación.

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Es tarea de su factura melódica y rítm ica asegurar, en pri­ m er lugar, las condiciones de una fluidez semejante. Dos aspec­ tos que son particularm ente determ inantes en el caso del chino, puesto que, por una parte, las palabras de la lengua china po­ seen distintos tonos (y el contrapunto tonal representa un ele­ m ento esencial de la prosodia) y, por otra parte, el ritm o tiende en ella a hacer las veces de sintaxis y contribuye directam ente a la comprensión. Volvamos al motivo estratégico del che: «sono­ ridades bien adaptadas entre sí» son com o piedras redondas echadas a rodar desde lo alto de una cuesta.s25La explotación de las disposiciones recíprocas (entre los sonidos o entre los tonos) crea una propensión dinám ica a la continuidad y es, una vez más, el principio de la alternancia el que perm ite sacar partido de ese potencial. Un texto bello es, en prim er lugar, un texto cuya interdependencia melódica es tal que su lectura salm odiada cae por su propio peso, sin que su curso choque nunca ni con el obstáculo de la m onotonía ni con el de la disarm onía.126Análo­ gam ente ocurre a propósito del ritmo, incluso en prosa: los rit­ mos m ás largos, como los m ás breves, deben intercalarse en la secuencia del texto para dinam izarla.27 Con carácter general, sea al nivel de los sonidos, los tonos o los ritmos, la repetición ha de evitarse, pues suprim e toda tensión interna, nacida de la dife­ rencia, y agota la vitalidad; la variación, po r el contrario, la re­ nueva al máximo, extrayendo sus recursos de una interacción de los polos (tono «llano» y tono «oblicuo», extensión y brevedad, etc.) que, com o tal, es inagotable: gracias a ella, el texto tiende a una continuación y es instado a «rodar cuesta abajo». El motivo de los cuerpos redondos tendentes a rodar po r la pendiente es retom ado a propósito de la factura discursiva, y ya no sólo arm ónica, del texto literario. En el caso de la octava, por ejemplo, corresponde precisam ente al segundo dístico poner en m ovim iento el motivo inicial al tiem po que precipitar el poe­ m a hacia su desarrollo.28Versos de transición que, po r una p a r­ te, «concuerdan» con los versos de apertura y, por otra, llevan a su apogeo el dinam ism o del que sacarán provecho los versos siguientes: bastará únicam ente con que el tercer dístico «gire» y que el cuarto finalice «cerrando». Por tanto, el segundo dísti­ co, que actúa com o eje de todo el poem a, será lógicamente eva­ luado en función de su capacidad de che.u A título de ejemplo, el crítico m enciona los célebres versos ya citados: 113

LiuXie

Bwikyó hifuron

Wang Shizhen

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Otrora, oí hablar de las aguas de Dongting, Hoy, subo a la torre de Yueyang: El país de W u y el de Chu —al Este y al Sur— están separados, ¡Tierra y Cielo —de día y de noche— flotando!

W ang Fuzhi s .x v n

Ya hem os leído estos versos, de dos en dos, considerando la potencia de contraste y correlación que suscita, en el interior de cada dístico, el paralelism o. Releámoslos ahora en su encade­ nam iento considerando cómo el segundo dístico, retom ando los elem entos de tensión inaugurados por el prim ero, los radi­ caliza y los lleva a su apogeo: la tensión introducida entre la horizontalidad del lago y la verticalidad de la torre culm ina en la del Cielo y la Tierra; la que separaba el pasado y el presente del individuo es elevada a la dim ensión general del curso del Tiempo. Los propios efectos de contraste y correlación son lle­ vados a su plenitud: la inm ensidad de las aguas a la vez separa y reúne; separa los orientes y sirve de espejo a la totalidad del M undo. Del prim er al segundo dístico, m ediante reactivación y superación, el poem a ha adquirido su máximo im pulso y ya no tendrá sino que evolucionar tem áticam ente desde ahí abordan­ do el tem a de la soledad personal y, luego, de las desgracias contem poráneas. Ahora bien, que el poem a logre desarrollar sem ejante potencia de propensión no sólo es im portante para asegurar al texto su capacidad dinámica: tam bién es im portan­ te p ara que pueda form ar un todo lógicamente necesario y re­ sulte realm ente coherente. Pues si, al igual que pintores y calígrafos, los poéticos chi­ nos atribuyen unánim em ente a la vitalidad del «soplo» interior esa capacidad del che poético de desplegar así el poem a, tam ­ bién cabe preguntarse, con mayor precisión, cóm o interfiere ese factor con el sentido del poem a y logra potenciarlo. Si nos lim itam os a «colocar» aquí y allá palabras sin que la conciencia realm ente tienda a expresarse, el cuerpo del poem a «se asem e­ ja rá a un asno asm ático cargado con un gran peso»: su m archa resulta estorbada y carece del che necesario p ara avanzar.'-9 Algo que ocurre fatalm ente desde el m om ento en que la inte­ rioridad del que com pone no ha sido realm ente movilizada y éste elige artificialm ente un tem a determ inado para decorarlo luego con figuras retóricas (multiplicando «las com paraciones, las expresiones rebuscadas, las alusiones históricas»...): «es 114

com o querer p artir u n tronco de roble con u n hacha em botada: fragm entos de la corteza vuelan po r todos lados; pero, ¿podrá alcanzarse nunca el leño?»...30 Por el contrario, en una perspectiva realm ente poética, es decir, la de una creación lingüística que sea verdaderam ente eficaz, es conveniente basarse en lo que la interioridad, en su emoción, tiende a expresar y hacer, con ello, del che poético, en tanto que propensión disposicional surgida de esa emoción, el factor m otor de la expresión. La fórm ula es lacónica: «Hacer del querer-decir emocional el [factor] principal y del che el [fac­ tor] subsiguiente». A im agen del «movimiento de conjunto» que da vida a la pintura, esa «propensión disposicional» es defi­ nida com o la «coherencia interna», infinitam ente sutil y nunca plenam ente aprehensible, propia de la intencionalidad poéti­ ca." O, para intentar ser m ás precisos (¡aunque la glosa —ante este tipo de form ulación, excesivamente alusiva— sea tan pro­ blemática!): es la lógica —siem pre sutil y particular— im plica­ da en lo que tiende a producirse com o sentido poético y le sirve de articulación dinám ica. Apoyarse en ella y potenciarla perm i­ te a la aspiración al sentido obtener la fuerza necesaria para desarrollarse com o lenguaje y expresarse h asta el fin. E n eso consiste el che que ya hem os considerado en acción en tanto que dispositivo discursivo del poema, de un verso a otro, de un dístico al siguiente: a la escala del poem a íntegro, él es quien llega a expresar —desplegando sucesivamente todo el lenguaje necesario para el poema, «m ediante alternancia y variación», a través de «vueltas y rodeos», «movimientos de expansión y de repliegue» y «hasta el total agotam iento del sentido»— la em o­ ción p rim e ra / Intuición em inentem ente fecunda (y a m editar aú n más: para erigirla en esa noción cardinal que tanta falta nos hace), pues supera cualquier oposición entre el fondo y la form a —distinción abstracta y estéril— y da cuenta, de form a unitaria, de la creación concreta del poema: como propensión en virtud de la cual el texto poético se anuda y encadena orgáni­ cam ente, de m odo tal que cada nuevo desarrollo reactiva su dinam ism o y todo, en su curso, actúa en él, de m anera efectiva, com o transición.31 Se comprende, a partir de ahí, que la poética china haya po­ dido m ostrarse crítica respecto al culto a los «hermosos versos». Un herm oso verso viene a ser una «buena jugada» en el juego del 115

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go.32 Su efecto puede parecer sensacional, y, sin embargo, los buenos jugadores desconfían de él, prefiriendo u n a form a de ju g ar en la que las jugadas se preparan con anticipación y resul­ tan po r ello m ás eficaces, incluso si pasan desapercibidas (por­ que pasan desapercibidas). También, en poesía, el herm oso ver­ so hace correr el riesgo de rom per la tram a del poem a, resul­ tando provechoso únicam ente para sí m ism o, en lugar de con­ cordar con el conjunto del texto y favorecer su continuidad. Tam bién por eso algunos poéticos han estim ado oportuno reac­ cionar contra la costum bre escolar, cada vez m ás asentada, de dividir el texto en partes. Puede haber, po r ejemplo, cam bio de rim a sin que ello implique un nuevo desarrollo al nivel del senti­ do, y el texto puede ejecutar un giro sin que eso suponga un corte. El arte de los antiguos poetas incluso estaría, po r el con­ trario, en «no cam biar nada a la vez en el tem a y la rima», y el encadenam iento tiene lugar en ellos de la m anera m ás discreta y «natural», sin que tengan que hacer ripios.33Com o la caligrafía o la pintura, el poem a constituye un conjunto a la vez global y unificado que comunica, en un único impulso, con su propio interior. No es como un «melón», que se puede «cortar en roda­ jas», sino que su continuidad es intrínseca34y constituye la prue­ ba de que una interacción está en acción (entre «emoción» y «paisaje», palabras y sentidos...), de que un proceso está efectiva­ m ente en curso: no hay verdadera poesía —p ara retom ar el títu­ lo de Eluard— sino «ininterrumpida». V. La crítica china es, de ordinario, alusiva; fácilm ente se la califica de «impresionista», pero tam bién h a sido capaz de lle­ var a cabo un análisis muy m inucioso del funcionam iento de u n texto. E n particular, determ ina con precisión, al hilo del com entario, de dónde procede la propensión dinam itante que está en acción en el pasaje. A veces, basta con u n prim er verso, rico en potencia imaginaria, para conferir todo su im pulso al Jin poema;>35 en otros lugares, si una estrofa prosigue otra, es que S hengtan s.xvn la prim era suscita el dinam ism o de la siguiente y la prepara.236 Incluso llega a suceder que la m era com paración a realizar en­ tre el título de un poem a y el texto que sigue resulte reveladora a este respecto.37 El título, muy largo (pero no es algo raro en la poesía china), da cuenta, precisam ente, de la situación que se evocará: u n a carta acaba de llegar, de parte de su herm ano, que 116

inform a sobre la desgracia de las inundaciones provocadas po r lluvias torrenciales, así com o sobre el sufrim iento que con ello experim entan los funcionarios locales (entre los que se cuenta su herm ano); y el poeta responde por compasión. Pero el orden en que el poem a retom a esos tem as es diferente: evoca, en pri­ m er lugar, las inundaciones provocadas por las lluvias; des­ pués, el sufrim iento de los funcionarios; luego, la carta del herm ano; y, finalmente, el envío del poema, como m uestra de afecto. En virtud de este orden poético, el poem a está en condi­ ciones de «ondular en olas sucesivas haciendo que alternen lo vacío y lo lleno»: sin lo cual estaría fatalm ente «privado de che-». El crítico nos invita, adem ás, a observar aún m ás de cerca, re ­ m ontando a contracorriente del poema, el arte con que su a u ­ to r logra dinam izar la secuencia del texto: en el segundo dísti­ co, aún no se ha m encionado la carta, pero el poem a com ienza indicando que «hemos sabido [...]», lo que introduce y da realce a la carta evocada ulteriorm ente; en el prim er dístico, aú n no se ha m encionado la noticia del desbordam iento del río, pero el poem a com ienza describiendo todo el paisaje sum ergido po r las olas, lo que introduce y da realce al tem a de la inundación con el que continúa el poema. Y sólo después de haber evocado la angustia de los funcionarios locales, la «punta del pincel», «efectuando una ligerísim a rotación», como en el arte de la escritura, llega a hacerse eco de la carta recibida la antevíspera. Sin ese arte de la variación —concluye el crítico—, el poem a tan sólo sería «una colgadura totalm ente anodina», «fijada en su envaramiento»; al contrario, gracias a la «ondulación» que le confieren los pliegues sucesivos que engendran un ritm o de variación por alternancia, el lector está en condiciones de insu­ flar su propia respiración a través de la tram a del poem a y de com unicar con el ritm o vital de éste, m ediante salmodia.* Resulta legítimo que sea a propósito de los poem as m ás ex­ tensos cuando se preste m ayor atención a los diversos efectos que contribuyen a la continuidad del dinam ism o;38 y que se la preste en igual m edida en el caso del relato novelesco, el género

* Quien sólo lee en silencio, y con los ojos, «se queda fuera del texto», nos dicen los críticos chinos. Es conveniente, por tanto, salmodiarlo «en voz alta y con un ritm o acelerado» para «captar su che», al igual que para uno mismo y «lentamente» para captar su «sabor invisible»; y las dos lecturas deben ayudarse.62

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Jin S hengtan

Jin S hengtan

extenso po r excelencia, sobre todo en China. En efecto, ¿en qué consiste el arte del relato si no en lograr suscitar la m áxim a ten­ sión, en el seno de la narración, entre lo que precede y lo que sigue? La lectura del célebre Al borde del agua, tal com o es co­ m entado entre líneas por el mismo crítico de antes, uno de los m ás sensibles de la tradición china, nos proporciona varios ejemplos. Obsérvese, por ejemplo, cómo logra su autor «crear che», según el parecer del crítico, al efectuar este giro:39 dos per­ sonajes se enfrentan y están dispuestos a arrojarse uno contra otro esgrim iendo sus arm as, cuando, de repente, uno de ellos cree reconocer la voz de su adversario; a lo que sigue una escena de reconocim iento. Ese vuelco narrativo hace jugar a la vez la oposición (de la agresividad m ás intensa a la am istad m ás respe­ tuosa) y la correlación (la escena hace eco a un encuentro prece­ dente y hace nacer una am istad que se desarrolla en lo que si­ gue). Por tanto, el novelista recurre, sim ultáneam ente, a dos m e­ dios contradictorios para conferir dinam ism o a su relato: por una parte, prepara por anticipado la narración para el desarrollo po r venir «ocultando en ella un che de arco tenso o de caballo dispuesto a saltar»;*40 por otra, suscita la sorpresa cuando «el che del pincel efectúa una irrupción repentina», en radical rup­ tura con la escena inm ediatam ente precedente.b‘41 Para reforzar el vínculo dinám ico que une el relato presente con el desarrollo ulterior, el novelista crea la espera: m ediante u n efecto (che) de «sinuosidad extrem a del hilo de la n a rra ­ c ió n » /42 incluso valiéndose de una simple re p e tic ió n /43 Ejem ­ plo: uno de los héroes entra en una hostería sin blanca, y la trifulca resulta previsible; pide allí vino, arroz y carne. Pero el novelista se cuida m ucho —observa su com entarista— de repe­ tir a continuación que se le trae el vino, el arroz y la carne: ese discreto efecto de inmovilización confiere tanto m ás im pulso (che) a la escena im petuosa que sigue. Lo m ism o ocurre, asi­ m ism o, cuando el novelista se perm ite interrum pir el relato m ediante una intrusión del autor, en el m om ento m ás crítico de la narración.44 En sentido inverso, para tender el vínculo que u na el relato presente al episodio precedente, el novelista puede oponerlos entre sí: una breve frase, que subraya el contraste, basta p ara «poner en m archa» el desarrollo ulterior.45 Sacadas del rico catálogo m etafórico de la tradición china, las im ágenes m ás diversas expresan en ocasiones esa tensión de inminencia 118

suscitada po r el che novelesco: «como una cum bre extraña que vuela a nuestro encuentro»;46 «como un plato con bolas que saltan por el aire»;47 «como la lluvia que viene de la m ontaña, el viento que llena la torre»;48 «como el cielo que se desplom a y la tierra que se quiebra»; «como el viento que se levanta y las nu­ bes que aparecen»...49 O tam bién, sencillamente, «como un p u ra sangre que baja la cuesta al galope»:50el suspense es extre­ m o y la narración resulta proyectada hacia delante. Por lo tanto, se trata, u n a vez más, de la variación po r alter­ nancia, pero en esta ocasión como arte de la peripecia, que asegura la renovación del dinam ism o. En la conducción del relato, en prim er lugar, el pincel del narrador juega hábilm ente, com o el del calígrafo, con la continuidad y la discontinuidad. Se produce un altercado y los dos contrincantes van a pelearse.3' «Bebamos prim ero — propone su anfitrión— y esperem os que salga la luna.» Las copas pasan; luego la luna se eleva en el cielo. Entonces es cuando prosigue: «Señores, ¿y esa refrie­ ga?». «Enredo-pausa-reanudación»: «el che del pin cel—obser­ va el com entarista— cocea y brinca extrem adam ente». Con ca­ rácter general, a lo largo de toda su narración, el novelista tanto «aprieta» com o «afloja»;52 el tem a abordado es aquí m ás am ­ plio, allá m ás lim itado;53 lo inicialmente tratado de un m odo enseguida lo es del m odo contrario;54y el relato no deja de atra­ vesar «altibajos»/ Por tanto, y con toda lógica, cuando el nove­ lista logra hacer oscilar el hilo de la narración dentro de la m is­ m a escena es cuando la tensión que lleva al encadenam iento es m ás intensa, y el arte del relato es llevado a su apogeo. Ejemplo: uno de los héroes debe vengarse de su cuñada, que causó la m uerte de su m arido tras haber com etido adulterio; pero tam ­ bién ha puesto a sus pies, ante todos los vecinos am edrentados, a la vieja alcahueta que participó en el crim en. Entonces, echa el guante a su cuñada p ara reprocharle su crim en, pero em pie­ za por increpar a la vieja: de ese «encabalgamiento» entre una y otra, observa el com entarista, resulta un «excedente de che» que «impulsa el pincel».55 Cuanto m ás logrado resulta el m on­ taje, m ás discretam ente oculta —al hilo del texto— está la dis­ posición a provocar la continuación en los m enores detalles. Con carácter general, y cualquiera que sea la obra conside­ rada, el hecho de que el novelista logre «provocar cierta pro­ pensión al im pulso —m ás che— en beneficio del desarrollo ul­ 119

M ao Zonggang s. XVIII

terior»f constituye una «técnica esencial de la com posición».56 E n su reflexión de conjunto sobre ese arte, los teóricos de la novela no han podido dejar de evocar estas dos reglas com ple­ m entarias. E n prim er lugar, la «de las nubes que cortan trans­ versalm ente la cadena m ontañosa y la del puente que atraviesa el torrente»:57 la textualidad novelesca debe ser, a la vez, conti­ nua y discontinua: continua (cf. el puente), para que la m ism a inspiración pueda atravesarla de u n extrem o a otro; disconti­ nu a (cf. las nubes), para evitar u n a acum ulación aburrida. A im agen de la m anipulación adivinatoria de la serie de los hexagram as, el che del texto consiste, entonces, en la capacidad de transform ación de éste, explotando a fondo los recursos de lo m ism o y lo otro, m ediante «inversión o v u elco » / Luego, la de «la ondulación que sigue al oleaje, la lluvia ligera que sucede al aguacero»:58 gracias al suplem ento de che abundante al final del episodio, éste se prolonga a través del episodio siguiente, «desplegado», «reflejado» y «bamboleado» po r él. Diversas razones han convergido en ese sentido: por una parte, es con la novela com o la crítica literaria china descubre los problem as específicos del género extenso y, por tanto, antes que nada, el de la renovación del interés; p o r otra parte, la nove­ la china, nacida después de otros géneros y com puesta, com o en otros lugares, en lengua vernácula, sólo pudo obtener el re­ conocim iento de los letrados favoreciendo sus concepciones críticas. No cabe sorprenderse, por tanto, de que la teoría china de la novela haya insistido tanto en la im portancia de la conti­ nuidad dinám ica: se considera que fue ésta la que dio valor al relato novelesco respecto al relato histórico (que, po r su parte, está constituido desde sus orígenes po r partes distintas); tam ­ bién es ella la que, gracias al im pulso unitario de su soplo, salva a la novela de la «obscenidad» que, según el parecer de letrados pudorosos, encontram os allí episódicam ente... El desarrollo del relato novelesco, incluso en varios volúmenes, se concebirá de acuerdo con el modo de enlace m ás íntimo, a im agen del de la octava: se vuelve, con naturalidad, al tem a de la «pulsación» com ún y su «influjo rítmico», tan apreciado p o r la caligrafía com o p o r la pintura. Una m ism a inspiración atraviesa el con­ ju nto de la novela de un extrem o a otro, y «cien capítulos son com o u n capítulo», son «como una página».59 Incluso una form a de arte tan tardía (en relación al largo 120

desarrollo de la civilización china), al tiem po que tan diferente p o r sus orígenes (oscuros, sin duda, pero seguram ente orales y populares, y vinculados a la propagación búdica), no pudo es­ capar a la visión com ún desarrollada e im puesta por toda una cultura, la del proceso en curso, encadenándose m ediante on­ dulación rítm ica: la m ism a que ya se encontraba inscrita en el im aginario más antiguo de China, sim bolizada por el dragón.

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C o n c lu s ió n n

EL MOTIVO DEL DRAGÓN

El cuerpo del dragón concentra la energía en su com badu­ ra, se enrosca p ara avanzar mejor: im agen de todo el potencial conferido a la form a y que no cesa de actualizarse. Unas veces se retira al fondo de las aguas, otras se precipita a la cúspide del cielo; y su m archa no es sino una ondulación continua: im agen de un im pulso que siem pre se renueva, de u n polo a otro, m ediante oscilación. Ser siem pre en evolución, sin form a fija; al que no cabe inm ovilizar ni aislar, y que escapa al d om i­ nio: es la im agen de un dinam ism o que nunca se reifica y p re ­ cisam ente por ello se vuelve insondable. Finalm ente, confun­ diéndose con las nubes y la brum a, el dragón hace que bajo su im pulso vibre todo el m undo entorno: ofrece la im agen de u n a energía que, difundiéndose, intensifica el espacio y se enrique­ ce con esa aura. El sim bolismo del dragón es, en China, uno de los m ás ricos que existen. Pero m uchas de sus significaciones, entre las m ás esenciales, sirvieron para ilustrar la im portancia atribuida al che en el proceso creador. Tensión en el seno de la configura­ ción, variación por alternancia, transform ación inagotable y poder de anim ación: otros tantos aspectos concurrentes que encam a, en un único impulso, el cuerpo del dragón y que, en su conjunto, caracterizan el dispositivo estético. 123

I. Incluso antes de que sirva de m odelo a la obra de arte, el cuerpo ondulante del dragón nos envuelve por todas partes. Es él lo que contem plam os en las curvas y sinuosidades del p aisa­ G uo Pu je, lo que encontram os inscrito en los pliegues incesantes del s.IV relieve:3' las ondulaciones de ese cuerpo sin fin son las «líneas de vida» (che) por las que no cesa de circular, de u n extrem o a otro, a la m anera del soplo a través de sus venas, la energía cósm ica.b E n la com badura de ese cuerpo, allí donde el declive se encorva, el geom ántico percibe una acum ulación de la vitali­ dad, el punto donde las influencias benéficas son m ás a b u n ­ dantes, desde donde m ejor pueden expandirse y prosperar. Preocupado por captar en profundidad esos influjos cósm i­ cos y, por tanto, llevado a acentuar la expresión del dinam ism o a través de su paisaje, el pintor chino tam bién se ve llevado a privi­ legiar, entre sus motivos, el curso sinuoso de una cadena m onta­ G uK aizhi ñosa: ahí está, bajo el efecto del che, «curvándose y desplegándo­ s.IV se», elevándose entre las rocas, «como un dragón».c2 La tensión dentro de la configuración tam bién la expresa m ediante el tro n ­ co enroscado del pino solitario que se despereza hacia el cielo: con su caparazón de vieja corteza, totalm ente cubierto de li­ J in g H a o quen, eleva su «cuerpo de dragón» «en un movim iento en espi­ s.X ral» —que se apoya en la inm ensidad del vacío— «hasta la Vía láctea».113Por ello, quien quiera expresar el im pulso altanero de esos árboles ha de evitar dos defectos: atenerse exclusivam ente H a n Z h u o al juego de las curvas, pues ahí ya no hay más que u n en m arañ a­ s.XH m iento de sinuosidades, en el que ya no hay fuerza; o, p o r el contrario, efectuar el trazado demasiado rígido y sin suficiente ondulación, pues entonces falta la im presión de vida.4 P or el contrario, en la com badura ha de condensarse toda la fuerza replegada del despliegue futuro, el movimiento iniciado en un sentido ha de reclam ar, por sí mismo, su propia superación, m ediante una vuelta en sentido inverso: la sinuosidad del tronco que así se yergue es, entonces, vigorosa como el cuerpo del d ra­ gón.5 Pues la forma del dragón, la m ás sencilla posible, se reduce a u n trazado de energía en movimiento: alcanzando ésta, el dis­ positivo de la figuración accede con absoluta naturalidad, a tra ­ vés del árbol o el relieve, a su m áxima intensidad. II. El dragón es, a la vez, yin en el seno del yang y yang en el seno del yin; su cuerpo se m etam orfosea constantem ente sin 124

nunca agotarse: no cabría im aginar una encam ación m ás bella de la alternancia com o m otor de la continuidad. Tam poco ca­ bría sorprenderse, por tanto, de que la capacidad de im pulso ininterrum pido, que es, en térm inos de che, característica de la escritura cursiva, sea norm alm ente referida, po r contraste con la arquitectura equilibrada de la escritura regular, al cuerpo móvil del dragón. El trazado corre sin fin, ondulante, nervioso y m usculoso. Como en un perpetuo «ida y vuelta»,66 hace que alternen grandeza y pequeñez, lentitud y precipitación: «el che Wang Xizhi de la figuración tiene un aire de dragón serpiente, y todo se s .m vincula en él sin interrupción: tan pronto se eleva com o se incli­ na; aquí asciende y allá desciende».'7 Como en el caso del dra­ gón, sólo la oscilación perm ite avanzar siem pre y la energía se renueva por transform ación. Un flujo «sereno» y «uniforme» sería contrario a la reactivación espontánea del im pulso y con­ duciría, fatalm ente, a rupturas: cualquier «uniformidad» es «mortal». Lo m ism o ocurre, como hem os visto, con la escritura n arra­ tiva: sólo la variación por alternancia le asegura su propensión al encadenam iento. Del pasaje siguiente, por ejemplo, un críti­ co literario ha podido decir que «el che del pincel es en él m ara­ J¡n hengtan villosam ente sinuoso y ondulante» y com pararlo con «un dra­ Ss.X VU gón que se acerca enfurecido».8 Un monje libertino baja de su m onasterio al valle de donde le llega, m ientras cam ina, un rui­ do de hierro golpeado. H am briento y ardiéndole la garganta, ahí lo tenem os llegando a la fragua de donde procedía el m ido de martilleo; al lado, sobre la puerta de u n a casa, se lee la ins­ cripción de una hostería. Pero esas escasas líneas sirven de in­ troducción al doble desarrollo que sigue: el m onje va a encargar arm as y, luego, a intentar em briagarse. El n arrad o r —observa el crítico— se concentra prim ero en el tem a de la glotonería del m onje y, luego, «mediante un prim er vuelco», abandona ese motivo p ara abordar la evocación de la fragua cuyos golpes ya se oían; pero, antes de desarrollar con m ayor extensión este segundo tem a, nuevam ente lo abandona y, m ediante u n segun­ do vuelco, evoca incidentalm ente el ardiente deseo de com ilona que tiene nuestro hom bre. Ambos tem as, interrum piéndose uno a otro, se provocan y precipitan m utuam ente: cada uno de ellos es «plantado de antem ano» com o una semilla «de la que ya no habrá, ulteriorm ente, sino que recoger los frutos». Osci­ 125

Jin Shengtan

lando entre uno y otro, transform ando un tem a en otro, esas pocas líneas de introducción ganan en im pulso narrativo. Lo que, p o r lo demás, se verifica, de un m odo m ás general, a pro­ pósito de cualquier form a de inciso o de paréntesis en la tram a narrativa:9 intervienen para que la narración no se envare en la uniform idad, sino que perm anezca ágil y anim ada, y desem pe­ ñ an la función de un dispositivo dinam izador. Para evocar m ejor la alternancia dinám ica que encam a el cuerpo siem pre en evolución del dragón, resultó cóm odo repre­ sentarla m ediante desdoblam iento, en la form a de dos drago­ nes emparejados: el motivo de los dos dragones enlazados o dispuestos pies contra cabeza es frecuente en la iconografía china antigua y, en este caso —según el análisis de Jean-Pierre Diény—, «la colaboración» prim a, «más bien que el conflicto», en el interior de la relación sim bólica.10Se encontrará un a her­ m osa ilustración de ello en el com entario m inucioso que el m is­ m o crítico literario dio de este pasaje:11 dos am igos vuelven a encontrarse tras m uchas desventuras, y el discurso que uno de los héroes dirige entonces al otro, evocando u n a tras otra la situación de cada uno de los dos protagonistas, desde el mo­ m ento de su separación, se ve arrastrado po r u n balanceo con­ tinuo: H erm ano, desde el día en que lo abandoné tras la com pra del sable, / no he dejado de pensar con pena en su sufrim iento (1). / Desde el m om ento en que recibió su condena, / no m e fue posi­ ble venir en su ayuda (2). / Me enteré de que había sido desterra­ do a Cangzhou, / pero no conseguí encontrarle en las inm edia­ ciones de la prefectura (3)...

O tras cinco secuencias siguen todavía, en las que cada vez el tem a del «otro» es «completado» por el tem a de «uno mismo»: «el che de la narración», como dispositivo textual, «es el de dos dragones enlazados»;^ y, cuando por fin se evoca su reencuen­ tro, es com o si «los dos dragones de repente encajasen uno en el otro». La exposición se desarrolla mota proprio, en función de las dos oscilaciones enm arañadas, y el dinam ism o es reorienta­ do cada vez m ediante alternancia de un polo a otro, de un mo­ m ento al siguiente: el reencuentro con que concluye el relato es tanto m ás esperado; todo el desarrollo, bajo el im pulso de ese 126

movim iento ondulatorio, se propulsa por sí mismo, con fuerza, hacia el desenlace. III. Dado que no cesa de transform arse, el dragón carece de form a fija; no podría m aterializarse en una configuración de­ finida. Tan pronto aparece com o desaparece; tan pronto se despliega como se repliega: «en cuanto a su apariencia, nadie puede controlar sus variaciones»,12y por ello se le tiene p o r un ser divino. Según un dicho antiguo, el dragón sería estim ado «porque no se deja capturar vivo»:13es tan imposible de a tra p a r definitivam ente com o la propia Vía, el Tao. Al térm ino de su en­ trevista m em orable con el anciano m aestro taoísta Laozi, Confucio habría confiado a sus discípulos: «Del pájaro, sé que p u e­ de volar, del pez, que puede nadar; del cuadrúpedo, que puede cam inar. Al anim al que cam ina, puede capturárselo con u n a red; al que nada, con u n a caña; al que vuela, con u n a flecha co­ nectada por un hilo. Pero, respecto al dragón, nada puedo sa­ ber. apoyándose sobre el viento y las nubes, se eleva en el cie­ lo [...] Hoy he visto a Laozi: ¡se parece al dragón!».14 Ése era, com o ya com probam os, el ideal del estratega: re ­ nueva constantem ente su dispositivo, «unas veces d rag ó n y otras serpiente», y «nunca tiene una form ación fija»,15lo que le perm ite no estar nunca donde se le espera y no dejarse reducir ni inmovilizar. No es sólo que el adversario nunca pueda al­ canzarlo, sino que, adem ás, está cada vez m ás desconcertado bajo el efecto de ese dinam ism o, que siem pre salta. Ése es, IlanZ huo tam bién, el ideal del pintor. Cuando dibuja pinos, «el dispositi­ vo [che] es tan variado que el aspecto de todas esas tran sfo r­ m aciones se vuelve insondable»:hl6en el árbol-dragón, el artis­ ta ha expresado la abundancia infinita de la vida. Lo m ism o ocurre tam bién en poesía, sobre todo cuando su desarrollo es extenso (lo que resulta m ás bien raro en la poesía china clási­ ca): a fuerza de variar ondulando, el desarrollo del poem a es­ capa a cualquier dom inio prosaico del lector, frustra cualquier inmovilización tem ática y se vuelve inaprensible. Testigo de ello, el poem a (de m ás de un centenar de versos) en que el a u to r evoca la «larga m archa hacia el norte» que lo devuelve a DuFu su fam ilia tras los grandes disturbios que acab an de sacu d ir s. VIH C hina:17

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[...] Desde lo alto de la cuesta, contemplo Fuzhou: Cum bres y vallecillos emergen y desaparecen uno tras otro. Ya he llegado a la orilla del río Mi criado aún está en la cim a de los árboles. Los búhos graznan en las moreras descoloridas. Las m usarañas saludan a la entrada de sus m adrigueras. E n plena noche, atravesamos u n cam po de batalla: La luna fría ilum ina los huesos blanqueados. Miles de soldados, en Tongguan: Desaparecidos; ¡todo se ha desm oronado de repente! [...]

Jin S h en g tan

El espíritu de la poesía china —y se trata de uno de los as­ pectos en los que m ás se distingue de nuestra tradición clási­ ca— está en no ser ni descriptiva ni narrativa: de lo que debería ser aquí un «relato de regreso» sólo m antiene la reacción de la conciencia, sólo registra su oscilación continua. La variación po r alternancia que se contem pla prim ero m odelando el paisa­ je —cum bres y vallecillos encadenándose hasta perderse de vis­ ta— vuelve a encontrarse en la ondulación sin fin de los m oti­ vos: entre la im paciencia de uno y la lentitud del otro; entre la serenidad del m undo natural y la inquietud del m undo hu m a­ no; o, tam bién, entre la evocación del paisaje atravesado y la em oción experim entada; entre el destino personal que evoca la m archa solitaria y el dram a colectivo ilustrado por el cam po de batalla... El poem a discurre sinuoso entre todos esos contras­ tes, sin atascarse en ninguno. Según su com entarista, el poeta, de vuelta ju n to a los suyos, perm anece ansioso, y de ahí que evoque los «huesos blanqueados»; pero he ahí que, al m ism o tiem po, vuelve a pensar de repente, abrum ado, en los recientes desastres m ilitares, y «nada más abordarse el gran tem a políti­ co, la cuestión personal y familiar es totalm ente dejada de lado». Renacerá con naturalidad a continuación. Y el crítico añade: «Viendo el che del pincel ir, así, en un sentido y luego en otro, se pensaría realm ente en la m archa ágil y sinuosa de un dragón: ¡imposible pon erla m ano encima!»' Esa reflexión, deslizada entre dos versos, m erece ser desa­ rrollada. Pues el motivo del dragón-poema, al que se vincula la im aginación del crítico, encierra una rica intuición de la poe­ sía. No adoptando nunca una forma fija, el dragón puede per­ m anecer fascinante en su extrañeza, se sustrae a cualquier do­ m inio y señala un continuo m ás allá. Pero lo m ism o ocurre con 128

el poem a que, en su curso, reacciona constantem ente a su pro­ pia palabra, sin nunca m antenerse uniform e ni echarse por tie­ rra: porque su desarrollo nunca consiente en constituirse en tem a y, desde que com ienza a fijarse y pararse, la conciencia lectora es inm ediatam ente desviada, para ser arrastrada m ás lejos; el lenguaje del poem a escapa a cualquier pesadez del sen­ tido o cualquier inercia de nuestra atención, y siem pre m antie­ ne intacta, por imprevisible, su potencia ofensiva. Precisam en­ te por ello, se vuelve tanto m ás ágil y disponible p ara cap tar y hacerse cargo, a través de sus sinuosidades sin fin, del ritm o constantem ente nuevo de nuestra emoción. Así, el discurso poético revela ser un proceso de conversión continua, arras­ trándolo su dispositivo a una continua superación. Incluso po­ dría definirse con toda sencillez el poem a, en ese sentido, com o u n dispositivo para producir superación: a través de todos los zigzags de su ondulación, esbozados como otros tantos relám ­ pagos, el poem a abre a lo inefable, lo vago y lo infinito. El efecto de inaprensibilidad es tam bién im portante en la narración novelesca. Aquí están, siem pre en la m ism a novela, nuestras tropas de gentes al m argen de la ley de cam ino hacia las m arism as de los m ontes Liang. D urante el cam ino, nuevas bandas se unen a ellos, con arm as e im pedim enta, y se dispo­ nen a reanudar juntos la m archa. Cuando, en el m om ento de irse, su jefe exclama de repente: «¡Alto! ¡No podem os p a rtir de este modo!». Sigue, entonces, este com entario:18«El che del tex­ to que relata el trayecto es com o un dragón que se precipita al mar: al llegar ahí, el a u to r recurre a un cam bio repentino —so­ bre la m archa— de m odo que el lector ya no sabe dónde se encuentra la cubierta de escam as [...]». Igualm ente, en otro lu­ gar, com o antes ocurría con el poema, «el che del pincel no perm ite que se le ponga la m ano encim a y nos m antiene en la incertidum bre».19 Lo que equivale a decir que el relato escapa en cada ocasión para volver a partir con m ás fuerza, y que su poder de ondulación, nacido del rebote de las peripecias, no puede limitarse. Llevada por ese vaivén continuo, la narración novelesca nunca term ina de m etam orfosearse; bajo el efecto de ese dispositivo, no cesa de resurgir de improviso y de fru strarla expectativa. Por ello puede a rrastrar al lector, siem pre con tan­ ta fuerza, colgado de su hilo, hechizado p o r ella: con la m irada clavada en esa indeterm inación que no cesa de correr de página 129

A l borde d d agua

J¡n Shengtan

en página, a través de vueltas y rodeos, para ab rir u n a vía a la aventura.

jía o ra n

IV. Ese infinito poético y ese maravilloso novelesco im ­ pregnan la obra com o una atmósfera: es igualm ente frecuente, en la iconografía china, representar el cuerpo del dragón atra­ vesando las nubes, envuelto por la brum a. Apoyándose en ellas, ya nos lo decían los legistas pensando en la posición del prínci­ pe, es com o el dragón puede elevarse tan alto en el cielo y se diferencia del m iserable gusano que se arrastra por el suelo; en sentido inverso, cuando el dragón se pone en m ovim iento, «nu­ bes lum inosas se elevan y reúnen». Apareciendo fugitivam ente aquí o allá, a través de las nubes, el cuerpo del dragón se envuel­ ve en la m agia del misterio; al m ism o tiempo, anim a todo el espacio cósmico, bajo un m ism o im pulso dinám ico, con una única tensión vital. La relación intensa que une la superficie de la hoja a la on­ dulación vigorosa que la recorre, la experim entam os en vivo, y p o r así decirlo físicamente, en su m áxim a intensidad, en la ex­ periencia de la cursiva. Constituye un lugar com ún de los poem as que celebran ese género de caligrafía m ezclar de ese m odo nubes y dragones: Alrededor del m onte Langfeng las nubes evolucionan innumerables, ¡Los dragones estupefactos galopan, se elevan para caerse!20

Por proceder de una inspiración continua, el trazado vivifi­ ca y reactiva, de un extremo a otro, el medio en que se desplie­ ga; a la vez que ese medio colabora en su despliegue: el espacio, en la estética china, nunca está lim itado a priori ni es nunca porción o rincón, sino el espacio cósmico íntegro, actualizán­ dose a p a rtir de las profundidades del vacío y, p or ende, abierto al infinito. Sem ejante interacción es esencial y se lee de cerca: corresponde al motivo de las nubes atraídas desde todos los horizontes en tom o al cuerpo del dragón evocar esa intensifica­ ción del espacio atravesado por la corriente de la escritura; al m ism o tiem po que esas vaporosas nubes mezcladas con la ten­ sión de las líneas llenas ventilan la composición y le perm iten exhalar su vitalidad. Puede darse cuenta de m anera análoga de la creación del 130

espacio poético, que no es otro que la apertura del lenguaje al cam po de sus virtualidades. Según una afirm ación teórica ya m encionada, quien «sabe esperar el che» está en condiciones, «m ediante encadenam iento de ida y vuelta, de contracción y despliegue», de expresar toda la aspiración de su foro interno y sin una palabra de más: «el poem a es com o u n dragón vigoroso que no cesa de ondular, con volutas de nubes alrededor. Se tiene la im presión de un dragón vivo y no pintado».21 Bajo la oscilación sin tregua del desarrollo poético se condensa un aura que vuelve a aquél tanto más eficaz cuanto que le perm ite irradiar: los versos del poem a resuenan en todo el vacío que se acum ula a su alrededor; la tensión de las palabras crece libe­ rando todo u n fondo de imaginario, com o dejándose conducir por él. Corresponde al dispositivo textual suscitar —m ediante esa continua superación, apuntando constantem ente hacia lo inefable— el «mundo» poético.22

W ang Fuzhi

s.XYH

V. Tal y com o lo evidencia la referencia al dragón, la con­ cepción que China se forjó del dispositivo estético está, por tan­ to, lo m ás lejos posible de un funcionam iento rígido, m ecánico y estereotipado. Como en el dom inio estratégico, está dom ina­ da po r la noción de eficacia a la vez que p o r la de variabilidad (de eficacia por variación); como en el dom inio político, insiste en la espontaneidad del efecto así como en su carácter inagota­ ble. Por ello puede d a r cuenta, a la vez, de condicionam ientos objetivos que determ inan m aterialm ente el proceso y de la ex­ periencia de «superación» que allí está im plicada y de allí se desprende. Une en un mismo funcionam iento el enfoque técni­ co y la dim ensión extática: pues, com o hem os visto, esa apertu­ ra al «más allá» sólo la puede provocarla potencialidad disposicional en acción, en virtud de su fuerza de propensión. El «infinito», lo «espiritual» y lo «divino» no se deben aquí, por tanto, al añadido de una metafísica idealista de la conciencia que reacciona frente al punto de vista reductor del análisis tipo­ lógico de las formas o los procedimientos, ni tam poco son invo­ cados com o soporte retórico de grandes trém olos vagos sobre el Alte o la Poesía: son efectivamente engendrados por la tensión inherente a la obra de arte, del m ism o m odo que form an parte integrante del dinam ism o cósmico. No hay, al hablar de Vacío o Invisible, ni com pensación espiritualista ni siquiera efusión líri­ 131

ca: aquéllos son la dimensión natural del fenóm eno estético, del m ism o m odo que están en acción en cualquier proceso. El arte no «imita» la naturaleza (como objeto), sino que, basándose en la relación actualizadora de lo visible y lo invisible, lo vacío y lo lleno, sencillamente reproduce su lógica. La oscilación por alternancia, sim bolizada p o r el dragón, es el gran principio regulador de ese dinam ism o. Por tanto, no sólo es un motivo constante del pensam iento estético de los chinos, sino tam bién de toda su reflexión: la reencontram os en el m odo en que los chinos articulan el devenir histórico; y, m ás en general, en la m anera en que conciben la propensión natural de la realidad.

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7 SITUACIÓN Y TENDENCIA EN HISTORIA

I. ¿Qué es una situación histórica y cóm o analizarla? El problem a sigue siendo, en el fondo, el m ism o, pero transferido al dom inio de la sociedad: superar, p ara pensar m ejor lo real, la antinom ia de lo estático y lo móvil, de un estado y un devenir. Es decir, lograr la conciliación del punto de vista inm ovilizador —al que nos induce necesariam ente cualquier visión sincróni­ ca— con el dinámico, que da cuenta de la evolución en acción y del curso de los acontecim ientos: las circunstancias, al m ism o tiem po que constituyen u n todo singular, se transform an glo­ balm ente. Es preciso p ensar el sistem a en su devenir, y tam bién el proceso de la H istoria se presenta, en cualquier m om ento, com o cierto dispositivo: en este contexto, che significará, a la vez, u n a situación particular y la tendencia que se expresa, orientándola, a través de ella.1 Cualquier situación constituye, p o r sí m ism a, una direc­ ción. Desde la Antigüedad, algunos pensadores chinos, y en p articular los teóricos del autoritarism o, han insistido, en tér­ m inos de che, en los dos aspectos com plem entarios de esa im ­ plicación tendencial: p o r u n a parte, la capacidad de determ ina­ ción objetiva, coactiva respecto a la iniciativa de los individuos, que es la de la situación histórica, en tanto que conjunto ope­ rante de factores; por otra, el carácter siem pre original e inédito 135

Xunzi s. IV-m a.C.

Shang Y ang

s.IVa.C.

G uarn í

s.ma.C.

de sem ejante situación —como m om ento particu lar de una evolución, po r lo que resulta irreductible a los antiguos m ode­ los— lleva el curso de las cosas a renovarse sin cesar y puede servir de argum ento en favor de la m odernidad. Por un a parte, en efecto, lo que aparece a título de circuns­ tancia en el curso de la Historia actúa com o u n a fuerza y está dotado de eficacia. E n sentido inverso, las fuerzas, en historia, siem pre dependen de cierta disposición y no podrían ab straer­ se de ella. Como ilustración, la más sencilla posible, de la distin­ ción a realizar: coged al hom bre m ás fuerte de su país, y será incapaz de sublevarse él mismo; seguram ente no porque le fal­ te fuerza, sino porque la «situación» (che) en m odo alguno le perm ite ejercerla.32 Lo que, generalizando, significa que la pri­ m acía corresponde a las condiciones objetivas y que éstas son determ inantes dentro del proceso.3 Por tanto, el hom bre políti­ co deberá apoyarse en ellas,b4 a im agen del estratega que sabe sacar partido de las ventajas del «terreno»; de no ser así, le co­ rresponde m odificar radicalm ente las condiciones en cuestión —y ésa es la reform a que propugnan los legistas partidarios del autoritarism o— con vistas a hacerlas favorables a su acción. Pues, al igual que, en la guerra, cobardía y valentía son función exclusiva del potencial surgido de la disposición, tam bién, en la sociedad, la m oralidad pública es por entero tributaria de las condiciones históricas: si la situación es tal, gracias al orden totalitario, que ya no resulta posible actuar incorrectam ente, incluso los peores tunantes se volverán dignos de crédito; pero, si la situación es la inversa, todos, hasta los m odelos de virtud, ya sólo tendrán una m oralidad dudosa.c5 O bien la situación histórica es tal que lleva por sí m ism a al orden, o bien, a la inversa, arrastra por sí m ism a al desordené6 Igualm ente, en la relación de fuerza que opone cada principado a los dem ás, sólo una determ inada situación perm ite acceder a la plena sobera­ nía (si los principados poderosos son poco num erosos), m ien­ tras que la situación inversa sólo perm ite alcanzar la hegem o­ nía.7 No es el valor m oral de la persona lo que entonces cuenta, sino su época. Por otra parte, varios esquem as se oponen, en lo que con­ cierne a la evolución social, entre las escuelas chinas de la Anti­ güedad; de lo cual surgirá una conciencia intensificada del de­ venir hum ano. Según la perspectiva de los m oralistas, la civili­ 136

zación es obra de los Sabios que, preocupados por el bien co­ m ún, h an llevado a la hum anidad a instalarse en u n territorio, a satisfacer después sus necesidades m ateriales y, po r últim o, a desarrollar sus inclinaciones m orales.8 Lo que decididam ente contradice el punto de vista naturalista (el de los taoístas), dado que, según éste, a la intervención funesta de esos «Sabios» se debe el deterioro progresivo de las relaciones sociales; p o r h a­ berse roto paulatinam ente la arm onía espontánea, han estalla­ do guerras y la edad de oro pertenece al pasado: el tu n an te Zhi acusa abiertam ente a Confucio de ser el últim o representante de ese linaje de los grandes culpables.9 Una cosa es segura, con­ cluyen entonces los «realistas», partidarios de una política au­ toritaria que ponga térm ino a las rivalidades que desgarran China: la hum anidad ha pasado po r una sucesión de etapas y las difíciles invenciones de u n a época parecerán fatalm ente irrisorias a las generaciones siguientes.10 Además, intervienen factores nuevos, com o la presión demográfica, que m odifican los antiguos equilibrios y cam bian radicalm ente los m odos de vida. No hay, por tanto, m odelo atem poral; son las condiciones actuales las iónicas a tener en cuenta, y resultan aprem iantes. M uy m al actuaría quien, p o r haber tenido u n día la suerte de ver a u n conejo desnucarse contra u n tocón de su cam po, pres­ cindiese para siem pre de su azadón para perm anecer em bosca­ do, con la esperanza de que esa ganga se le presentase una segunda vez. Pues, al igual que Juan sin Tierra, el conejo de la historia nunca vuelve a p asar por el m ism o lugar, a cada m o­ m ento le corresponde una situación diferente y no conviene ni estar retrasado respecto a la propia época, dando crédito a las antiguas recetas, ni, a la inversa, dejarse atra p ar por las cir­ cunstancias, adhiriéndose ciegam ente al presente.e11 Hay que evaluarlo teniendo en cuenta la progresión del tiem po, y su no­ vedad, a la vez que, gracias a la perspectiva abstracta que surge del distanciam iento, en su carácter lógico: precisam ente para apreciar m ejoría oportunidad histórica/ A título de ocasión histórica ejemplar, recordem os cóm o term ina la Antigüedad china: durante dos siglos, el principado de Qin, que adquiere tardíam ente la condición de potencia, lo­ gra, gracias a la política autoritaria que im pone a sus súbditos, vencer progresivam ente a sus rivales, destruir uno a uno los dem ás principados y, finalm ente, fundar el Im perio (el año 221 137

lia n Fei s.ffia.C .

JiaYi s.na.C.

Liu Zongyuan s.vm-ix

a.C.). Pero luego son suficientes m enos de dos décadas para que la rebelión triunfe y la dinastía se venga abajo. Pues, no actuando de form a m oral, «la situación-tendencia [che] que perm ite la conquista, difiere de la que perm ite conservar».s|2La lección es doble: el ascenso regular de Qin expresa u n a ineluctabilidad de la tendencia; y su repentino hundim iento, cuando acaba de alcanzarla cúspide del poder, traduce la lógica —tam ­ bién ineluctable— de la inversión. II. El prim er em perador no sólo unificó políticam ente Chi­ na. Además, la transform ó en profundidad haciéndola pasar del sistem a de feudos hasta entonces prevaleciente al de las circunscripciones adm inistrativas —encom iendas y prefectu­ ras—, que m antendrá su hegem onía en lo sucesivo: m utación esencial que confiere una parte considerable de su originalidad a la civilización china, pues sustituye el viejo privilegio de la sangre, ta n com únm ente extendido, por una estructura buro­ crática m oderna form ada por funcionarios nom brados, con­ trolados y revocables. Más de un milenio después del aconteci­ m iento, se intentó explicarlo considerándolo en relación con la evolución general de la que resultó; es entonces cuando el tér­ m ino che perm itió pensar el carácter inevitable de la transfor­ m ación.13 Para com prenderlo, forzosam ente hay que volver al punto de partida de la evolución: el propio sistem a antiguo de feudos no había surgido de una «intención creadora» o una «idea» de los Sabios soberanos, sino que era el producto de una «tenden­ cia resultante de la situación» (che)h que, com o propensión, atravesó toda la historia prim itiva sin conocer interrupción. R em ontar al origen de ese proceso histórico —se nos indica— lógicam ente nos hace coincidir, por tanto, con los albores de la hum anidad (incluso nos perm ite suponer, p o r inducción, que hubo un com ienzo histórico de la hum anidad). Pues es la «apa­ rición progresiva de esa tendencia»' lo que llevó al hom bre del estado de naturaleza a una organización social cada vez m ás desarrollada: encontrándose originalm ente en inferioridad res­ pecto a los animales, los hom bres necesitan recursos m ateria­ les y éstos inevitablemente suscitan rivalidades entre ellos; para resolver esos litigios, necesitan entonces que intervenga una autoridad, que sirve de árbitro y asum e el poder de castigar; así, 138

los hom bres se reagrupan cerca de ella y se form an las prim eras colectividades; pero las rivalidades tam bién se desarrollan pro­ porcionalm ente, producen guerras y reclam an constantem ente la intervención de una autoridad de un grado superior que pon­ ga térm ino a esas disensiones: de los prim eros jefes de com uni­ dad aldeana se pasa a los jefes de cantón, luego a los jefes de principado, m ás tarde a los jefes de confederación, p a ra acabar en el Hijo del Cielo. La estructura jerárquica correspondió, sen­ cillam ente, a una extensión de la escala; y, una vez que se ha desplegado totalm ente a través del espacio, sem ejante estructu­ ra tiende a inmovilizarse en el tiempo, transm itiéndose heredi­ tariam ente los títulos de padre a hijo: m ediante u n a serie de encadenam ientos necesarios, ha nacido el sistem a feudal. La dislocación progresiva de semejante sistema, con el paso de los siglos, al final de la Antigüedad, tam bién resulta de un encadenam iento continuo: la autoridad central se debilita, los antiguos feudos se independizan, nuevos principados se for­ m an y, finalmente, el poder real es usurpado. Nace u n nuevo orden: el Imperio. Los nostálgicos del pasado dirán entonces que el sistem a feudal instaurado por los antiguos soberanos era, con m ucho, preferible al sistem a adm inistrativo que lo remplazó, pues los grandes soberanos del pasado, tan respeta­ dos por su sabiduría, en absoluto habían renunciado a ella. Pero estam os, com o se nos dem uestra, ante u n a p u ra ilusión: si los antiguos soberanos no renunciaron al sistem a feudal, fue porque «no podían»; h abían obtenido el poder gracias a la ayu­ da de los dem ás señores y, una vez adquirido aquél, se veían forzados a recom pensar a sus aliados concediéndoles feudos, no por generosidad y m agnanim idad, sino para garantizar su propia seguridad y la de su linaje. Contra el idealism o m oral según el cual, sin la obra de los Sabios, la hum anidad no habría sobrevivido,14resulta claro que la Historia es un proceso que se desarrolla por sí m ism o, por simple necesidad interna. Lo que tam bién sirve de argum ento a un pensador del últim o siglo de los Tang frente a las falsas justificaciones de los gobernadores de provincia que en ese m om ento sienten la tentación — como siem pre ocurre, en China, cuando el poder central se debilita— de actuar com o nuevos señores: la superioridad del sistem a ad­ m inistrativo es un logro definitivo y el proceso es irrevocable. A casi un m ilenio de distancia, ese análisis de la principal 139

Liu Zongyuan

W an g Fuzhi s. XVII

W ang Fuzhi

transform ación de la historia china se ha beneficiado del im ­ p o rtan te desarrollo filosófico del «neo-confucianism o»:15 si la tendencia resultante de la situación (che) es ineluctable, ello se debe a que «aquello a lo que tiende» es em inentem ente «lógico».i H ubo u n a lógica del sistem a feudal en los prim eros tiem ­ pos de la civilización, cuando el ejercicio del poder ganaba sien­ do hereditario, dado que entonces la reflexión política aún esta­ b a poco desarrollada y únicam ente contaba la experiencia ad­ quirida y transm itida familiarmente. Del m ism o m odo, hay u n a lógica del sistem a burocrático que lo rem plaza, dado que, con la prom oción y destitución de los funcionarios, el pueblo ha encontrado un alivio a las exacciones que le hacen sufrir los gobernantes: con el paso del tiempo, el arte político ha sido progresivam ente evidenciado y, en cuanto tal, se ha vuelto ac­ cesible a todos, en función de sus solas capacidades. Q ueda por pensar, a p artir de esa tendencia general, de acuerdo con qué proceso particular se ha llevado a efecto la transición. Pues el propio desarrollo de la crisis a la que sem ejante m utación no ha dejado de dar lugar, resulta, paso a paso, perfectam ente inteli­ gible. Al comienzo, sólo los principados eran hereditarios, pero, a continuación, tam bién los grandes oficiales han querido tran sm itir el cargo a su hijo: tal es el «desbordam iento» al que «ha conducido inevitablemente la tendencia».k Pero, a p artir del m om ento en que todos los cargos se vuelven hereditarios, se produce un divorcio flagrante entre las capacidades naturales y las funciones ejercidas, dado que tanto se encuentran «espíri­ tus estúpidos» en las familias nobles com o «personas brillan­ tes» entre los campesinos. Éstos no podrán soportar su sum i­ sión y buscarán la ocasión de sublevarse: «la tendencia resul­ tante de la situación conduce inevitablem ente a la exacerba­ ción de las tensiones y a su desencadenam iento».1De lo que resulta, finalmente, la m utación histórica que abroga el princi­ pio hereditario: a la exacerbación y el desencadenam iento de las tensiones sucede un nuevo estado de cosas m ás coherente. Bajo la presión ejercida por la tendencia, la propia «lógica» se ha m odificado.111 Una transform ación tan considerable no depende —se nos precisa— de la exclusiva iniciativa del prim er em perador ni de su sola capacidad, incluso si aquél creyó, en virtud de la instau­ ración de la m áquina burocrática, d ar satisfacción a sus ambi140

d o n es privadas. Es el curso natural de las cosas —incluso en su dim ensión insondable, el «Cielo»— el que se ha valido de su in­ terés particular en orden a realizar lo que correspondía al inte­ rés general. Desde el punto de vista del beneficio individual, la longevidad dinástica ha experim entado con ello, po r lo demás, m ás pérdida que ganancia, al privarse de ese m odo del apoyo que le aseguraba toda la pirám ide de vasallos (basta con obser­ var que las dinastías im periales nunca d urarán tanto com o lo habían hecho las antiguas dinastías feudales). Prueba de que la m utación ha sido querida por el orden de las cosas y que «ni siquiera un Sabio hubiese podido oponerse a ella». La m utación del feudalism o a la burocracia, autoritaria­ m ente decidida p o r el prim er em perador, puede parecer que efectúa una brusca revolución. Y, sin embargo, bajo las sacudidas y virajes de la Historia, el filósofo chino no dejará de discernir una evolución, m ás lenta y m ás regular, que confirm a el carácter a la vez tendencial y lógico de la transform ación. Por una parte, esa m utación se había esbozado incluso antes de que el prim er em perador tom ase la decisión: en los últim os siglos de la Antigüedad, num erosos territorios que habían perdido su señor feudal ya habían pasado a u n a tutela de tipo adm inistrativo.16El nuevo sistem a preexistía a la decisión imperial, y ésta no ha hecho otra cosa que generalizarlo. Por otra parte, apenas se había extinguido la prim era dinastía, los restauradores del Imperio, m enos de veinte años después, volvían al sistem a de feudos: pues, aparte de los malos recuerdos dejados por el pri­ m er em perador, prom otor de la reforma, el antiguo sistem a feudal aún estaba inscrito en las costum bres y las m entalidades y, por tanto, la tendencia que orientaba el curso de la H istoria no podía soportar un cam bio tan repentino.1117 Pero, tam poco podía tratarse de una auténtica vuelta atrás: quienes entonces tem ieron que los nuevos señores del Im perio atentasen, m e­ diante la concesión de grandes feudos, contra su propio poder (y hiciesen volver a China a la época precedente de las rivalida­ des entre principados) «se lam entaron en vano», po r no haber com prendido el carácter inexorable y lógico de la evolución em prendida. Pues resulta claro que, una vez consolidado el po­ der de los Han, las rebeliones de los príncipes feudatarios, a lo largo de todo el prim er siglo de la dinastía, estaban por sí m is­ m as condenadas a abortar y ya sólo representaban «el últim o 141

W ang

Fuzhl

G u Yanvvu

S-XVU

wang Fuzhl

fulgor de u n a lám para a punto de apagarse». Frente a la acu­ m ulación de la presión ejercida por la tendencia centralizadora, los grandes feudos sólo podían, finalmente, dejarse desha­ cer en pedazos, y los opositores caen entonces por sí m ism os:018 la concesión de esos feudos había representado los «últimos coletazos» de un m undo que tocaba a su fin; su quasi-abolición constituye el «preludio» de los períodos por venir. C ualquier restauración es, en Historia, imposible, concluye el filósofo: la tendencia es necesariam ente gradual, a la vez que irreversible. Esa m utación es tanto m enos reversible cuanto que se insWang cribe en u n a evolución m ucho m ás general: la tendencia a la GuYanwú unificación. Al principio, se nos dice, el espacio chino sólo era s.xvn u n m osaico de pequeños dominios, a la m anera de pequeñas circunscripciones militares, cada una de ellas con su jurisdic­ ción propia y sus costum bres, y sólo de form a m uy progresiva, especialm ente con el reconocim iento de un señorío com ún y la form ación de mayores feudos, ese m undo se vuelve m ás hom o­ géneo y aparece una cultura com ún:19la instauración del siste­ m a feudal ya constituía en sí m ism a una etapa im portante en el proceso de unificación y la adopción del sistem a burocrático, al m ism o tiem po que ponía fin al sistem a de feudos, correspondía a la m ism a tendencia lógica de uniform ización que había ca­ racterizado, en su época, la feudalidad. La m edida adoptada p o r el prim er em perador no es, por tanto, m ás que el desenlace de u n a evolución m ilenaria.13Se justifica, adem ás, por el carácwang ter global de la m utación en cuestión: el paso de los feudos a las Fuzhl prefecturas no sólo presenta un interés adm inistrativo y políti­ co, sino que tam bién concierne a la vida del pueblo en su con­ junto, y, ante todo, en su condición material. Pues está dem os­ trado que, haciéndose com unes gracias a la uniform ización im perial, los gastos públicos pueden reducirse considerable­ m ente, dism inuyen los im puestos y aum enta la racionalidad económ ica.20 La tendencia histórica, en tanto que propensión inherente a la situación, ha correspondido, por tanto, a un p ro ­ greso, y la razón m ás fuerte que se opone a cualquier vuelta a la feudalidad es, sencillamente, que «la fuerza del pueblo no podría soportarla».q En ese sentido, incluso los dom inios que parecen m enos directam ente relacionados con esa m utación —com o el sistem a de las escuelas y el modo de selección— son, no obstante, deudores de sem ejante transform ación.21 Todas 142

las instituciones de una m ism a época form an u n bloque entre sí y «se respaldan m utuamente»: querer inspirarse, en la época de las circunscripciones administrativas, en el sistem a de reco­ m endación prevaleciente en tiempos de la feudalidad sólo reve­ la que no se ha com prendido la unidad de conjunto de cada una de las épocas: ni, por ende, la ruptura entre u n a y otra, ni la radicalidad del cambio. H ay un antes y un después, y son incom patibles. E n la Anti­ güedad, se nos propone tam bién com o ejemplo, el m ilitar y el Wang civil estaban confundidos; desde la fundación del Im perio, ha Fuzhl habido que separarlos: «el estado de cosas evoluciona en fun­ ción de la tendencia, y las instituciones deben m odificarse en consonancia».r22Hay que co n sid erarla tendencia en acción a través de la diversidad de épocas; en la duración, a más largo plazo.s N ada se produce en u n día, p ero todo cam bia día a día. Y la H istoria no consiste en otra cosa que en esos «despla­ zam ientos en profundidad», en esas «transform aciones silen­ ciosas».*23 III. El paso del feudalismo a la burocracia constituye un progreso relativo y, justam ente por ello, contradice el m ito de una edad de oro.24 Como en la observación que se volvió co­ m ún, entre los reform adores chinos, frente a todos los ensalza­ dores del pasado, si la hum anidad no hubiese dejado de dege­ nerar, ¡«hoy ya no seríamos otra cosa que diablos»! Y, si resulta difícil, a falta de huellas o indicios, especular tanto sobre los orígenes com o sobre los fines últimos, al m enos cabe darse w a n g cuenta —nos indica el filósofo— , considerando exclusivamente Funzhl los tiem pos históricos (de China), de hasta qué punto el hom bre se ha elevado gradualm ente hasta el estadio de la barbarie y, m ás tarde, al de la cultura: los chinos de los prim eros tiem pos vivían exactam ente igual que bestias y, si los prim eros sobera­ nos han sido tan honrados po r la tradición, se debe precisa­ m ente a que supieron hacer evolucionar al hom bre a partir de * La atención que el pensamiento chino concede a la transform ación lenta y progresiva disuelve el acontecimiento en la continuidad histórica: por repentino y espectacular que aquél pueda parecer, nunca es otra cosa que el desenlace lógico de una tendencia, que la m ayor parte de las veces es, en su inicio, m uy discreta (cf., sobre este tema, el comentario wenyan del prim er trazo del hexagrama K im en el Libro de las mutaciones).

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esa anim alidad primitiva. «Resulta claro que es m ás fácil go­ bern ar al pueblo hoy que en la época de los antiguos reyes.» ¿Se quiere decir con ello que el progreso dom ina el m undo y le sirve de ley? Pues ciertos m om entos catastróficos de la historia china —com o en los siglos m-lV (tras el hundim iento de la dinastía H an)—, cuando el m undo político parece vacilar y a punto de hundirse en el salvajismo, no dejan de recordar al m ism o pen­ sad o r que una regresión tam bién es posible:25 el hom bre pre­ histórico —«el anim al que se sostiene erguido»— , el que «lanza gruñidos cuando tiene ham bre y arroja los restos de su alim en­ to cuando está harto», no sólo está detrás de nosotros; quizá tam bién está delante de nosotros. Y la potencia del evolucionis­ mo, que desafía todos los dogm as sobre la naturaleza hum ana, ha de considerarse en los dos sentidos: a p artir del m om ento en que el ser cultural del hom bre se alcanza, sus m odos de vida cam bian, sus prácticas evolucionan y «su propia naturaleza or­ gánica se modifica»; está listo para volver a la anim alidad bru ­ ta, y la civilización a caer de nuevo en el caos. Y todo, incluso la m enor huella, será entonces borrado... No es, entonces, el progreso lo que rige el m undo, sino la alternancia. A la vez en el espacio y en el tiem po.26 Pues nada wang prueba, según el parecer del mismo filósofo, que, cuando los Fuzhl chinos vivían todavía en el estado salvaje, no haya habido algún otro lugar «bajo el sol» (así pues, ¡los chinos ya no lim itan el «mundo» a China!) que ya hubiese em prendido un proceso de civilización. Pero para los chinos es difícil tener la certeza m ate­ rial de ello, dado que, entonces, eran incultos y, m ás tarde, esa civilización debió degenerar poco a poco y extinguirse. Para este pensador, lo seguro es, al menos, que puede dem ostrarse tal alternancia a partir de los dos últimos milenios de la historia china: en la Antigüedad, el Norte constituye la cuma de la civili­ zación china; luego, ese centro se desplaza lentam ente hacia el Sur mientras el Norte vuelve a caer, gradualm ente, en la oscuri­ dad. D urante la dinastía Song (siglos Xl-Xm), todavía se despre­ ciaba a las gentes del Sur, pero, desde la Ming (a p artir del siglo XIV), se observa cómo la cultura se ha concentrado en tom o al G ran Río, m ientras que las llanuras septentrionales se han con­ vertido en la fuente de todas las plagas; el extrem o S ur —el Guangzhou, el Yunnan— es el que resulta progresivam ente afectado por las influencias benéficas. Con el tiempo, los «influ144

jos cósmicos» se desplazan, pero el equilibrio—civilización/bar­ barie— perm anece constante. Como tal, la concepción de una tendencia a la alternancia (iche)£ —de auge y decadencia— es com ún a todas las teorías chinas de la H istoria27 y la utilizan com o punto de vista dom i­ nante, incluso com o fondo de evidencia. Pero tam bién es im ­ portante, para nuestro filósofo, establecer claram ente lo que entonces significan los dos térm inos (tendencia, por una parte, y alternancia, por otra): contra la visión m oralista heredada de la Antigüedad, en prim er lugar,28 com prender que las fases de auge no sólo son obra de los grandes soberanos, sino que tam ­ bién se encuentran implicadas, a título de tendencia, po r la re­ gularidad de los procesos: la H istoria pierde, así, en heroísm o creador pero gana en necesidad interna; contra todos los servi­ dores de la ideología imperial, a continuación, evidenciar hasta qué punto la alternancia implica, en virtud de su propio princi­ pio, ruptura y diferencia, de u n a época a otra, y por ello no puede dejarse reducir a servir de soporte de una continuidad blindada. Pues, en ese caso, inverso al precedente, la tendencia negativa ya no tiene consistencia propia y parece reabsorberse p or sí mism a; y la regularidad están tan codificada que se vuel­ ve artificial. M erece ser denunciado, sobre todo, el segundo error, pues­ to que la ilusión que alim enta no es inocente. El advenim iento del Im perio condujo, en efecto, a forjar una concepción general de la Historia, rem ontando a las antiguas dinastías reales, que estuviese lo m ás integrada posible (aprovechándose la nueva dinastía imperial de esa integración para presentarse com o un desenlace legítimo). A fin de lograrlo, se las ha ingeniado para calcar, de m anera sistemática, la alternancia histórica sobre el ciclo de la naturaleza, concebido tradicionalm ente a p artir de la interacción de los «cinco elementos». Ya se conciba el esque­ m a en un sentido m ás antagónico: la madera es vencida p o r el m etal, el metal por el fuego, el fuego por el agua, el agua po r la tierra, la tierra por la m adera, y así sucesivamente; ya signifique ese esquem a tan sólo el «engendram iento mutuo»: la madera (que tam bién es la prim avera, el Este, el nacim iento) engendra el fuego, el fuego (que tam bién es el verano, el Sur, el crecim ien­ to) engendra la tierra, la tierra (en el centro del proceso: gobier­ n a todas las estaciones y representa, a la vez, el centro y la plena 145

W ang Fuzhi

Z ouY an s. ni a.C. Dong Zhongshti s .H a C .

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m adurez) engendra el metal (que tam bién es el otoño, el Oeste, la cosecha), y el m etal engendra el agua (que tam bién es el in­ vierno, el Norte, el entrojam iento).1129Aunque pueda increm en­ tarse la com plejidad de este tipo de esquem a a p a rtir de un encadenam iento de «colores» o «virtudes», siem pre se trata de ciclos cerrados y repetitivos donde la alternancia sólo intervie­ ne com o factor de transm isión y al servicio de la eterna recon­ ducción. En virtud de ello, proyectar sem ejantes esquem as so­ bre el curso de la Historia (cada dinastía sucesiva correspon­ diendo a un elem ento cíclico, a una virtud, a u n color...) siem ­ pre lleva a concebirlo de un modo a la vez hom ogéneo y regu­ lar: com o si la H istoria no fuese m ás que u n encadenam iento ininterrum pido de «reinos»/ im aginados com o otras tantas to­ talidades arm oniosas y unificadas, cediendo p o r sí m ism a cada dinastía su lugar a la siguiente, y sucediéndola ésta con total equidad. Idealización tanto m ás culpable, según nuestro filóso­ fo, cuanto que ha sido deliberadam ente utilizada, a lo largo de toda la historia china, para disim ular las peores usurpaciones. La función integradora asignada a la historiografía oficial fue llevada a tal grado de form alismo que term inó p o r servir para integrar cualquier cosa: al más tenebroso jefe de ban d a le bastó con atribuirse pom posam ente un elemento, un color o una vir­ tud (com o los bárbaros que aspiran al Im perio en los siglos niiv), incluso con ponerse el nom bre de la dinastía precedente (com o Li Mian, en el siglo x), para pretender, de oficio, inaugu­ ra r una nueva era y servir de relevo a la legitim idad.30 Esa visión uniform izadora, y falsam ente tranquilizadora, de la Historia descansa sobre un m ontaje artificial que, po r tan ­ to, conviene denunciar. En los intervalos de las grandes dinas­ tías (la de los H an o la de los Tang) subsisten períodos de confu­ sión y anarquía que siguen siendo otros tantos agujeros abier­ tos en el seno de la presunta continuidad (en el siglo I I I o en el x). Pues hay que com prender que el orden «no es la prolongación» del desorden, incluso si lo rem plaza;w que la unidad política «no es la continuación» de la fragm entación, incluso si sucede a ésta. Una tendencia sólo se m anifiesta y vuelve dom inante, en el seno de la situación histórica, en detrim ento de la tendencia inversa. Orden o desorden, unidad o fragm entación, se trata ahí de factores rivales que —como se nos dem uestra— dinam izan el curso de la H istoria oponiéndose entre sí. La tendencia es 146

realm ente tensión y, gracias a ella, la H istoria es innovadora. Ella llevó la historia china a sus grandes m utaciones: a la unifi­ cación política (al final de la Antigüedad), a la fragm entación (en el siglo in, tras los H an), a la reunificación (durante las di­ nastías Sui y Tang, entre los siglos vn y IX) y a la ocupación extranjera (a partir de los Song, en el siglo XI y luego en el xm, y de nuevo con los m anchúes, en el siglo xvn). Im posible enton­ ces, incluso para el Sabio, prever cuál será la m utación futura.31 Tan sólo se sabe que, oscilando de esa m anera, bajo la tensión de la alternancia, la H istoria avanza: ni sigue una línea de pro­ greso continuo, ni da vueltas en círculo. Se aprecia m ejor la realidad de la alternancia, en el curso de la Historia, según nuestro filósofo, cuando se considera de acuerdo con qué principio propio e independiente se reconsti­ tuye en ella, a través de las épocas, la tendencia negativa: la que lleva a la ursurpación, la escisión y la invasión.32 Al principio, a m enudo es un episodio considerado secundario lo que perm ite a la tendencia iniciarse (así, el breve interregno de W ang Mang, a principios de nuestra era, que señala el punto de partida de una tendencia a la usurpación que se prosigue con Cao Pi, a comienzos del siglo m, y luego m uchos otros más). Al m ism o tiempo, apenas se ha esbozado una tendencia sem ejante, su im pulso se extiende po r sí m ism o y la lleva a desarrollarse cada vez más, hasta el agotam iento (así, la tendencia a la escisión que se inicia en el siglo m y se despliega periódicam ente hasta el siglo X; o la tendencia a la invasión que la sucede y es recurrente en China a p artir de los Song). El punto de partida puede ser ínfimo, pero resulta determ inante, puesto que abre a la H isto­ ria una nueva inclinación que constantem ente tenderá, en lo sucesivo, a adoptar de nuevo. H asta rodar aún m ás bajo: la tendencia histórica posee u n a gran fuerza de propensión y ese precedente m ínim o puede m odificar el curso ulterior po r va­ rios siglos. Pues, u n a vez adoptada determ inada costum bre, resultará casi imposible, después, «cam biar de pista o m odifi­ car el carril». De ahí la extrem a precaución de la que deben dar constantem ente pruebas quienes desem peñan un papel en el curso de la H istoria (al igual que cada uno de nosotros, en su foro interno, respecto a sus desviaciones morales):*33 hasta tal punto resulta fácil el prim er desvarío y hasta tal punto el ende­ rezam iento de esa deriva se vuelve, con el tiem po, difícil. 147

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Com o prueba, se nos dice, los fundadores de los Tang (a com ienzos del siglo vn), que instauran u n a nueva era de paz y prosperidad: por preocupados por la justicia y bienintenciona­ dos que fuesen, no pudieron librarse totalm ente, para to m ar el poder, de la antigua tendencia a la usurpación que, hacía ya m ucho tiem po, había pasado a form ar parte de las costum bres políticas de China; además, por conscientes que fuesen del peli­ gro que eso representaba, no pudieron abstenerse p o r com ple­ to de recurrir, en sus operaciones militares, a los elem entos «bárbaros» de las regiones fronterizas; aunque sólo fuese para no correr el riesgo de ser tom ados de revés p o r ellos. Pero, al hacerlo, abrían, contra su voluntad, cam ino a la nueva tenden­ cia negativa que iba a dom inar todo el m ilenio siguiente, la de la invasión. Pues, tras ellos, los soberanos de los Tang recurrie­ ron a los uigures contra los rebeldes que am enazaban la dinas­ tía (An Lushan, a m ediados del siglo vm), luego a los shatuo p ara sofocar las revueltas en las que su poder acabó p o r hundir­ se (H uang Chao, a finales del siglo ix). Más tarde, son los pro­ pios shatuo los que recurrieron a otros pueblos bárbaros, los khitan, p ara consolidar su im plantación en China, y esa situa­ ción aú n fue agravándose durante la dinastía de los Song, pues­ to que éstos recurrieron a los yurset contra los Liao, luego a los m ongoles contra los yurset y finalmente fueron ahogados por estos últim os «aliados». Como una «planta ram pante» o un «trazo que se suelta», el m al se propagó de form a continua, hasta resultar irreversible. Ésa es, por tanto, la definición m ás general de la «tendencia resultante de la situación» (el che en historia): «aquello que, u n a vez puesto en m archa, no podría detenerse»^34Las rebelio­ nes cam pesinas del final de los Tang (en la segunda m itad del siglo ix) son citadas como ejemplo: apenas se sofoca una rebe­ lión, se produce otra (la de Pang X un tras la de Qiu Fu); la tendencia «se despliega sponte sua y no puede interrum pir­ se».235 Crea, por sí misma, un hundim iento progresivo. Consi­ dérese tam bién, p ara tom ar un ejemplo de otro género, la ten­ dencia de las em peratrices a entrom eterse en los asuntos de Estado.36 Una saludable m edida del siglo m prohíbe categórica­ m ente esa intrusión, pero ésta reaparece durante u n tiem po en la dinastía Tang, hasta que se le paran los pies con firmeza, y luego se reactiva con creciente intensidad durante la dinastía 148

Song: una regencia (en realidad no justificada) está en el origen del recrudecim iento del mal (durante la m inoría de edad de Renzong, en el siglo XI), y éste continúa haciendo estragos en todos los reinados posteriores, sin que sea ya necesario cargar­ se de pretextos. Una vez que se ha trazado el cam ino, la tenden­ cia se transform a p o r sí m ism a en una fuerza inercial que se opone a cualquier tentativa ulterior de ponerle rem edio; y se hace cada vez m ás difícil d ar m archa atrás3' y liberarse de ella. Así es como puede seguirse la decadencia gradual de las di­ nastías (a lo que este autor está tanto m ás atento cuanto que él mism o vivió al final de la dinastía de los Ming, en el siglo xvn): desde el m om ento en que se alcanza cierto p unto de no retom o, su caída se vuelve ineluctable.37 Entonces, resulta inútil incri­ m inar la invencibilidad del adversario, una m ala decisión polí­ tica o determ inada operación dudosa (por ejemplo, durante la dinastía Song, el poderío de los yurset o la desastrosa alianza con los jin); una decadencia siem pre es global, al igual que cual­ quier otra transform ación histórica.38 No es el fruto de aconte­ cim ientos particulares, sino que se debe a u n a degradación ge­ neral: «el príncipe ya no se parece realm ente a un príncipe», ni «el prim er m inistro a lo que debe ser un prim er ministro»; las costum bres han degenerado y la indispensable cohesión m oral se ha perdido. Todo está desvirtuado; ya n ad a se sostiene. Nin­ gún factor que no evolucione en el m ism o sentido; la descom ­ posición es total.b' Y únicam ente u na gran conm oción de con­ junto, creando un nuevo orden, sería capaz de restablecer la si­ tuación. IV. El curso de la Historia está gobernado, en efecto —siem­ pre según el m ism o pensador—, por una doble lógica: por una parte, cualquier tendencia, apenas iniciada, tiende por sí m is­ m a a amplificarse; por otra, cualquier tendencia llevada a su lí­ m ite se agota y reclam a su in v ersió n /39Ese principio es absolu­ W ang Fuzhi tam ente general, y es el que justifica la alternancia. Pero, con todo, cabe distinguir entre dos form as de tendencia negativa y, a p artir de ahí, entre dos m odos de inversión: o la tendencia negativa trae consigo una desviación progresiva, volviéndose cada vez m ás difícil retroceder, y sólo una transform ación ge­ neral, a falta de su agotam iento propio, puede servirle de desen­ lace; o lleva m ás bien a un desequilibrio, y, en ese caso, del pro149

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pió desequilibrio nacerá la reacción, tanto m ás fuerte cuanto m ayor sea el desequilibrio inicial.40E n el prim er caso, sólo cabe constatar, cada vez m ás pasivam ente, un hundim iento en el atolladero, m ientras que el segundo, im plicando dos polos con­ trarios, instaura una dinám ica pendular. A p a rtir de ahí, tam ­ bién difieren las estrategias: p o r u n lado, conviene, esencial­ m ente, prevenir el m al lo antes posible; po r otro, tam bién pue­ de contarse con el efecto de retom o y contar con el tiempo. Pues, cuando la tendencia lleva al desequilibrio de la situa­ ción, cuanto m ás se acentúa, m ás frágil se vuelve; cuanto más «pesa» p o r un lado, m ás «ligera» es p o r el otro, y «fácil de invertir»:d'41 la «lógica» de la inversión está, com o tal, inscrita en el desarrollo regular de cualquier proceso (el «Cielo»).e' Así, en política, cualquier presión que se ejerza con excesiva fuerza se ve luego llevada a relajarse. Testigo, ese gran em perador de los H an (Wudi, en los siglos n-l antes de nuestra era), que prim ero se nos aparece lanzado a una política m uy autoritaria y am bi­ ciosa, expansionista y costosa, a la que entonces era totalm ente im posible oponerse. Pero del propio exceso nace la debilidad; «cuanto m ás se com prom ete uno en u n cam ino im practica­ ble», m ás «se ve uno fatalm ente llevado a tener dificultades», el resentim iento crece por todas partes y el propio em perador está, en su corazón, inquieto por ello: a ello se debe que, al final de su vida, ese em perador haya puesto fin a sus expediciones m ilitares y suavizado su política interior, «sin que para ello haya necesitado reproches reiterados del prójimo»; sino «por­ que sus propias opiniones ya se habían modificado». El mism o episodio nos es descrito, com o si se reprodujese, bajo la dinas­ tía Song, cuando la am bición política de un nuevo em perador (Shenzong, en el siglo X l) resulta provechosa para su prim er m inistro (W ang Anshi), que se arroga todos los poderes e inicia, con el exclusivo apoyo de su cam arilla y reduciendo al silencio a los dem ás, todo un tren de reform as tan radicales com o utópi­ cas: bajo el reinado siguiente, sem ejantes m edidas no podían dejar de caer, una tras otra, en desuso, tan ineluctablem ente com o «caen las hojas m architas en otoño». Toda revolución provoca una reacción y lo que resulta forzado se descom pone p o r sí mismo. Sem ejante lógica de la inversión encuentra su m odelo ex­ plícito en las representaciones hexagram áticas del antiguo Li­ 150

bro de las mutaciones, que, a partir de dos tipos de trazos, an­ titéticos pero com plem entarios (trazo continuo y discontinuo: — y --), han servido de base a la concepción china del devenir. Considerem os los dos hexagram as 11 y 12, faz y pi, M y t % f El prim ero está form ado, en su parte inferior, po r tres trazos con­ tinuos (que sim bolizan el principio de iniciativa y perseveran­ cia: el Cielo) y, en su parte superior, po r tres trazos disconti­ nuos (que sim bolizan el principio de obediencia y realización: la Tierra): el Cielo inferior tiende hacia arriba y la Tierra supe­ rior tiende hacia abajo, lo que significa que sus influencias be­ néficas se cruzan, y que alto y bajo se com unican arm ónica­ m ente. De esa interacción perfecta derivan prosperidad y con­ cordia entre los existentes, y el diagram a sirve para evocar el auge. El segundo hexagram a está form ado, por el contrario, en su parte inferior, por tres trazos discontinuos que sim bolizan la Tierra y, en su parte superior, por tres trazos continuos que sim bolizan el Cielo: el Cielo arriba y la Tierra abajo se separan cada vez m ás uno de otro y se retiran dentro de sí m ism os. Ya no hay interacción benéfica; las potencialidades entran en una fase de estancam iento; es la época de la decadencia. Pero esos dos esquem as opuestos son consecutivos; cada uno de ellos procede, en su integridad, del otro m ediante u n a sim ple inver­ sión. Por sí solos, am bos dan cuenta de cualquier alternancia: uno se vincula al p rim er m es del año chino (febrero-marzo), cuando, con el com ienzo de la prim avera, surgen las fuerzas renovadoras; y el otro al séptim o m es (agosto-septiembre), cuando, u n a vez superado el punto culm inante del verano, se anuncia el m architam iento futuro. Aún cabe leer con m ás detalle, en el interior de cada uno de los hexagram as, ese proceso de transición y el trabajo de la inversión. Pues, si los dos principios adversos (yin y yang, auge/decadencia) se excluyen y rechazan categóricam ente, tam bién se condicionan uno a otro y se im plican m utuam ente. Conflicto abierto, acuerdo tácito: aquel de los dos principios que se actualiza siem pre contiene el principio adverso de un m odo latente. E n cada instante, la progresión del uno corre necesariam ente pareja con la regresión del otro, pero, al m ism o tiem po, cada principio que progresa requiere, sim ultáneam en­ te, su regresión próxim a. El futuro ya está en acción en el pre­ sente y el presente que se despliega ya está a p unto de pasar. El 151

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devenir es gradual; sólo existe la transición. Así, en el estadio del p rim ero de los dos hexagramas, el de la prosperidad, el te r­ cer trazo (que parte de abajo, al final de la p rim era m itad) ya nos previene de que «no hay ida sin vuelta», ni «terreno llano que no vaya seguido de una pendiente»; y, en el sexto trazo, en la cum bre del hexagrama, la divisa es: «La m uralla vuelve al foso». Así es el break down:42 la transform ación a n u n ciad a en m edio del hexagram a ha entrado en su fase de actualización, el m uro de la ciudad vuelve a caer en el foso del que h ab ía sido extraído, los factores de positividad se agotan; y a p a rtir de ahí ya sólo queda afrontar con precaución y firm eza de án im o la fase adversa. Por el contrario, en el estadio del otro hexagram a, el de la decadencia, los factores de negatividad, de u n tra z o al siguiente, son progresivam ente contenidos y dom inados, y se retiran: al final del hexagram a (en el sexto trazo) se pro d u ce la inversión esperada, y una nueva dicha puede com enzar. El auge se ha transform ado, po r sí mismo, en decadencia, y esa decadencia representa la oportunidad de un nuevo auge.* Así es, explicitada desde la Antigüedad, la lógica de la inver­ sión que el pensador chino vuelve a encontrar com únm ente en acción en historia. Pues, al igual que el proceso de la n atu rale­ za, el proceso histórico actúa, regularm ente, m ediante reequili­ brado y compensación: «que lo contraído pueda desplegarse de nuevo, ésa es la tendencia resultante de la situación [c/ze]»/43 Sin duda, así ocurre entre potencias rivales: en la China de la Antigüedad, el principado de Jin alcanzó progresivam ente la hegem onía (bajo el príncipe Jing), y luego hubo de decaer;44y lo que entonces tom am os por el destino no es m ás que la inexora­ bilidad de un proceso totalm ente natural.11' Igualm ente, en el ejem plo anterior (Shenzong y W ang Anshi de los Song), p o r sí sola y sin que se requiera una intervención h u m an a (tal es el «Cielo»), u n a presión política dem asiado autoritaria es llevada a relajarse.' 45Y, si el em perador de los Song se ha lanzado a u n a política tan am biciosa y coercitiva, él m ism o lo hacía com o

* En su Comentario interno del Libro de las mutaciones (hexagram as tai y p i), W ang Fuzhi expresa correctamente, en términos de che, el carácter ineluctable de cada una de esas fases: de form a totalmente análoga a aquella en que se da cuenta de las grandes m utaciones sociales y políticas de China en su obra histórica. Por lo tanto, se trata ahí de una lógica absolutam ente general (encarnada por cualquier proceso), de la cual la Historia no es más que una ilustración particular.

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reacción respecto al largo reinado precedente (Renzong, 10221063), en el que el pacifismo había sido llevado hasta la pasivi­ dad. Un exceso llam a a otro: la calm a llam a a la tensión, y a ésta sigue u n a nueva relajación. í46 No hay acontecim iento político, por m ínim o que sea, que no pueda interpretarse de acuerdo con esta dinám ica de la alternancia y «la tendencia constante al cambio».k' ¿Cómo com prender, por ejemplo, el edicto tan ne­ fasto de un em perador de los H an (Yuandi, en el siglo i antes de nuestra era) que, fijando los criterios m orales de una jerarquización de los funcionarios, llevó a éstos a la apatía y les hizo perder la integridad m oral que necesita un Estado?47 Tam poco una m edida sem ejante puede explicarse salvo com o reacción, ante la situación precedente: previam ente, reinaba la anarquía entre los funcionarios letrados y, com o carecían de luí recono­ cim iento oficial que asegurase de m anera estable su posición, intentaban a cualquier precio im ponerse, incluso hasta el pun­ to de hacer som bra al em perador. De ahí, en virtud de la «ten­ dencia a la inversión», la decisión de su reclutam iento y la doci­ lidad a la que se vieron forzados. Conclusión: «El curso seguido ha de tem erse, pero aún más su inversión». V. «Tensión-calma», «despliegue-repliegue»; o, tam bién, «orden-desorden», «auge-decadencia»: toda historia pasa ine­ xorablem ente por «altos y bajos».1'48 No en virtud de algún prin­ cipio metafísico proyectado sobre el curso de los tiempos, sino por necesidad inherente a cualquier proceso: los factores en acción —positivos o negativos— necesariam ente se agotan; factores com pensadores los rem plazan. Una dinám ica regula­ dora se encuentra, por tanto, inscrita —incluso de la m anera m ás discreta, aunque sólo fuese de u n m odo incoativo— en cada etapa del devenir, y hace de cualquier situación histórica un dispositivo a m anipular. La táctica es, a este respecto, lo m ás simple posible, pero tam bién es tan constantem ente pertinente que sirve al hom bre de Vía moral: saber aprovecharse de la tendencia en acción en el curso de las cosas es su form a de sabiduría; dejar actuar en el sentido que le es propio al disposi­ tivo que constituye la situación le hace las veces de ideal. Puesto que cualquier situación histórica, incluso la m ás desfavorable, siem pre encierra una evolución futura que, a m ás o m enos lar­ go plazo, puede actuar de m anera positiva. Si no es ahora, será 153

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m ás tarde. Basta con saber tener en cuenta el factor que, de entre todos, se revela, en definitiva, com o el m ás determ inante: el factor tiempo. E n efecto, dos principios generales bastan, según nuestro filósofo, para adm inistrar correctam ente la lógica tem poral de la alternancia: en prim er lugar, incluso antes de que la m utación tenga lugar, abstenerse de cualquier exceso en orden a evitar que resulte, por reacción, el exceso inverso; después, en el preci­ so m om ento en que se produce la m utación, resistir, en el foro interno, a la vez que prestarse de buen grado a la transform a­ ción.49 Pues nada sería m ás necio y destructivo que querer opo­ nerse a la m utación cuando ésta se anuncia, en lo sucesivo, com o necesaria:50 cualesquiera que sean sus cualidades perso­ nales, quien se empeña, p o r fidelidad, en el statu quo no conse­ guirá m ás que su propia destrucción sin en absoluto poner re­ medio a la situación. La verdadera virtud está en saber atravesar la transform ación (y extraer de ella, en cada ocasión, todo el pro­ vecho posible). En particular, si la ocasión de invertir la desgra­ cia en dicha se presenta po r sí sola, puesto que resulta de la ló­ gica de alternancia que regula cualquier proceso, nos incumbe, en compensación, explotar la posibilidad que se nos ofrece y ha­ cer que efectivamente llegue a su término. El «Cielo» «ayuda al hombre», pero luego es tarea del hom bre ayudarse a sí mismo. Por tanto, la sabiduría se reduce lógicamente al grado cero de la intervención hum ana que, como tal, encierra la m ayor eficacia: «saber esperar». Se nos describe al sabio com o aquel que, sabiendo que cualquier proceso que lleva al desequilibrio se fragiliza a sí m ism o a m edida que se acentúa y que la tenden­ cia que lo dirige en un sentido requiere ineluctablem ente su inversión, sabe, precisam ente, esperar que el proceso objeti­ vo haya alcanzado el estadio m ás propicio p ara la inversión —Le., haya agotado sus factores negativos y, por ello, se vea lle­ vado a ir en adelante com pletam ente en la dirección positiva—, p ara entonces, m ediante una intervención personal m ínim a, reorientarlo todo en el buen sentido y restablecer la situación.51 El curso de las cosas viene entonces, con total naturalidad, ante nosotros, y sacam os provecho de la dinám ica inherente al dis­ positivo en su m áxim a intensidad. Es una locura querer «lu­ ch ar contra el Cielo», i.e., em prenderla acción cuando el curso natural del proceso va en sentido contrario; pero tam bién es 154

peligroso, aunque uno se dé m enos cuenta de ello, intervenir dem asiado pronto, antes de que el curso natural del proceso haya llegado com pletam ente a térm ino en el sentido deseado. Pues, si nuestra acción va entonces en el sentido querido «lógi­ camente» por el proceso, sin em bargo lo fuerza y lleva a exce­ der la m edida que le era natural: luego, será tanto m ás difícil reequilibrar el proceso de u n a m anera estable y duradera. Se­ m ejante precipitación no sólo nos expone inútilm ente al con­ flicto, sino que tam bién hace que corram os el riesgo de vem os privados de la ocasión oportuna cuando, finalm ente, ésta iba a caem os en suerte. El m ayor error es la im paciencia. C ontraria­ m ente a ella, la sabiduría de los antiguos fundadores de dinas­ tía se m anifestó en que supieron captar el m om ento en que, habiendo alcanzado su punto extrem o la tiranía de los reyes decadentes, la situación estaba m adura y el balancín volvía a sus manos: habiendo sabido resistir hasta ese m om ento y h a­ biendo sido capaces de esperar, no tenían m ás que «levantarse tranquilam ente» y, respondiendo a las aspiraciones de todos, realizar sin esfuerzo sus saludables designios.111. Hay que extraerla m ism a lección de los ejemplos preceden­ tes de un poder dem asiado autoritario y coercitivo: quienes in­ m ediatam ente le han hecho frente se han estrellado; m ientras que quienes, «apoyándose en la tendencia progresiva a la deca­ dencia»,n‘ esperaron que «lo im practicable se disolviese po r sí mismo» finalmente lograron recuperar el control de la situación y llevaría a la calma (Huo Guang bajo el poder de Wudi y Zhaodi de los Han; Sima Guang bajo la dinastía Song).52En ese sentido, la suerte y el «Cielo insondable» no son m ás que esa «lógica», y ésta m ism a no es «más que simple conform idad con la tenden­ cia resultante de la situación [el che histórico]».0' Pero, si es ra­ cionalm ente posible prever y adelantar, a partir del análisis de la situación actual, el giro ineluctable de los acontecim ientos (puesto que éstos se encuentran implicados por la tendencia en progreso y, cuando esa tendencia alcanza su apogeo, el inicio de su inversión ya está presente),p’53 «raros», sin embargo, «son los que se dan cuenta de ello»; y por eso hay «sabiduría». Considére­ se, com o otro ejemplo, la subida al poder de los eunucos bajo el reinado de los Han posteriores (siglos I-n): tam bién entonces, cuantos se enfrentaron directam ente encontraron la m uerte (to­ dos los mayores dignatarios: Dou Wu el año 168 y, del m ism o 155

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m odo, He Jin veintiún años después). Ahora bien, bastaba darse cuenta de que esa tiranía, volviéndose excesiva, había suscitado dem asiados resentimientos diversos que se acum ulaban en si­ lencio y la condenaban sin remedio: un buen día, «una simple borrasca será suficiente para apagar de una sola vez esa lám para a punto de extinguirse», «la rapidez y la facilidad de esa inver­ sión están aseguradas de antemano». Un general perspicaz (Cao Cao) se contentó con reírse perm aneciendo en la banda: «¡Un sim ple carcelero bastará para quitam os de encim a esa plaga!»; y es él quien, finalmente, sabrá imponerse. Una prueba a contrario nos la proporciona u n sutil análisis del caso del ilustre general de los Song (Yue Fei, en el siglo xn) que, m ientras la dinastía china acaba de ab an d o n ar toda la m i­ tad norte del país a los invasores, no para hasta relanzar la ofensiva y desquitarse: como la corte —no sólo cansada de las guerras, sino tam bién de la turbulencia de sus propios genera­ les— se inclina entonces po r el pacifismo, su celo, hace poco tan elogiado, pronto se vuelve inoportuno, da pie a la sospecha y term ina siendo ejecutado, en la plenitud de su vida, en pri­ sión. Si, por el contrario, hubiese aceptado inhibir provisional­ m ente su deseo de gloria a cualquier precio y hubiese sabido sacrificar un poco su propio mito de im placable valentía, ha­ bría podido esperar a que su principal adversario político (Qin Kui) m uriese, los invasores acabasen por en co n trar las dificul­ tades que los aguardaban y la moral de la corte, en consecuen­ cia, se hubiese «entonado»; lo que efectivamente ocurrió:54 en­ tonces podría salir de nuevo a la cabeza de las tropas con las m ayores posibilidades de éxito. Pues «lo que no puede ser con­ com itante», por excluyente, siem pre nos sucede «por sustitu­ ción de una cosa por otra», y así sucesivamente:0!' el que sabe «replegarse» cuando la tendencia le es contraria, así com o reto­ m a r la iniciativa cuando vuelve a serle favorable, nu n ca está «bajo presión» y, con el tiempo, acaba por «conseguirlo todo». Lo esencial, en un m al m om ento, es preservarse a u n o m ism o p ara aprovechar las oportunidades del porvenir. Quienes, m ás tarde, tanto elogiaron a ese general «heroico», con el pretexto de que n unca había cedido terreno, aplaudieron en él, p o r tan­ to, justam ente lo que lo condujo al fracaso y la m uerte; y el ditiram bo inagotable de la Historia aparece, a ese respecto, com o algo m ás «envenenado» que la peor de las calum nias. 156

Lo cual lleva a una jerarquía de valores: la «constancia» m o­ ral vence a la «perspicacia» intelectual como factor del éxito.55 La segunda, en tanto que pura captación mental, sólo actú a en el instante; la otra, que apela a la firmeza anímica, se apoya en la duración y resulta p o r ello coextensiva a la totalidad de lo real, en su desarrollo. É sta es «naturaleza»; la otra (sólo) «fun­ ción». Llega u n día en que la perspicacia, a fuerza de ser reque­ rida en todo m om ento, fatalm ente se agota; m ientras que la constancia, que consiste en resistir adaptándose al curso del tiempo, es, en su fondo, inagotable. Comparable en esto al Cie­ lo, cuya virtud es «perseverar siempre». Se basa en u n a com ­ prensión superior del proceso, por estar abierta a largo plazo, de acuerdo con la cual cualquier éxito sólo es tem poral y nin­ gún revés definitivo. Consciente de ese carácter lógico, y po r tanto ineluctable, de la te n d e n c ia / se será capaz de perm ane­ cer a la vez prudente, cuando se ha ganado, y confiado, cuando se ha perdido. Así es com o se ha interpretado la fam osa lucha de los dos pretendientes al Im perio, a finales del siglo II antes de nuestra era (Xiang Yu contra Liu Bang): uno da, durante m u­ cho tiempo, pruebas de perspicacia, pero, cuando finalm ente es derrotado y condenado a huir, se corta la garganta, p o r des­ pecho; el otro, po r el contrario, está varias veces a p unto de ser aniquilado y apenas logra salvarse; pero, inm ediatam ente des­ pués, vuelve a sacar provecho de los disturbios, reconstruye sus fuerzas y vuelve a lanzarse al asalto. Finalm ente, es este últim o el que gana; y es justo. * Por tanto, por sencillam ente autodeterm inado que parezca

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* Los dirigentes chinos del siglo XX no han renunciado a esa sabiduría. Cuando ya no pudo hacer frente a las expediciones de cerco del Guom indang, Mao Zedong supo replegarse, a costa de una «larga marcha», hasta las cuevas del Shenxi; y allí, m ás apartado, rehacer sus fuerzas, establecer sus prim eras «bases» y esperar tran­ quilamente a que la situación le perm itiese recuperar la iniciativa (con la invasión japonesa y, después, la Segunda G uerra M undial) para, finalmente, p asar él m ism o a la ofensiva y lograr la victoria. Su rival, Tchang Kai-chek hará lo mismo: derrota­ do por los ejércitos comunistas, se repliega en Taiwan, que se convierte en el punto de partida de un nuevo impulso. Habitualmente, además, los observadores chinos de la actualidad explican la política en términos de alternancia: tan pronto hay «apertura» com o «cierre»; el Partido juega, alternativam ente, «con dos barajas». Los que están am enazados por la tendencia actual se «repliegan»; pero para preparar su vuelta: se retiran al cam po, aparentan estar «enfermos», incluso aceptan con complacencia hacer su propia autocrítica, con vistas a saltar luego con total lozanía, cuando la situación vuelva a serles favorable.

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a prim era vista, el dispositivo de la Historia, tal com o es conce­ bido en China, preserva, en virtud de su propia lógica, u n am ­ plio espacio p ara la iniciativa hum ana. En p rim er lugar, porque el proceso histórico siem pre posee en sí m ism o cierta holgura que excede la ineluctabilidad de la te n d e n c ia /56 Se trata de la parte, residual, del azar (o el destino). Pues, si es cierto que cualquier tendencia, una vez iniciada, tiende necesariam ente en determ inado sentido, no por ello subsiste m enos —aunque sólo fuese en el estado em brionario del inicio, cuando todo se decide en proporciones ínfimas—l' cierta dosis de aleatoriedad y, p o r ende, de imprevisibilidad, que para nosotros es m uestra de la dim ensión insondable del «Cielo» (y, en tal m edida, de­ vuelve a éste un aspecto trascendente, que la pu ra racionalidad de la tendencia le hace perder). Tanto si se trata del curso de la naturaleza com o del de la Historia, el Cielo es, a la vez, princi­ pio constarite y factor circunstancial:57 a gran escala, se efectúa u n a regulación ineluctable (por alternancia de surgim iento y desaparición, de auge y decadencia), al m ism o tiem po que, de cerca, nos parece que ese funcionam iento opera a veces de un m odo puram ente adventicio. Pero el Cielo es uno, y el sab er del Sabio consiste en conectar am bos aspectos: com prender la ló­ gica reguladora a partir de la ocasión circunstancial, al igual que percibir, lo antes posible, la ocasión que despunta gracias a su conciencia de los procesos en curso. En segundo lugar, si la «tendencia siem pre está determinada», tam bién está siem pre al alcance del hom bre adm inistrarla bien. Dado que se sabe de antem ano, y por principio, que, en estado de debilidad, no cabe esperar «llegar de golpe a la expansión de la fuerza», pero tam ­ bién que ninguna potencia es definitiva y que basta entonces con «ser capaz de aguardar a que la potencia adversa se debili­ te».58 D entro de la relación de fuerza, la tendencia a la decaden­ cia nunca es, p o r tanto, inexorable, y uno m ism o es responsable de su propia perdición. Como testigo, uno de los finales más dram áticos de la histo­ ria china, el de la dinastía de los Song y la invasión m ongola resultante: ésta —se nos dem uestra— no era ineluctable dado que, entre la prim era invasión parcial del N orte p o r los Jin (en el siglo xn) y la —definitiva— de los m ongoles (siglo y medio m ás tarde), la situación, en varios m om entos, evolucionó y la tendencia osciló.59 Aún quedaban m uchas bazas contra los 158

mongoles, y la lucha em prendida hubiera podido proseguirse durante m ucho m ás tiem po replegándose hacia el Sun se ha­ bría llegado a bloquear el avance del enemigo y conservar im ­ portantes plazas, y, para quien «evalúa correctam ente la ten­ dencia del m om ento», seguía siendo posible una salida. La des­ trucción es, por tanto, culpa de los dirigentes (el em perador Lizong y sus dos prim eros m inistros sucesivos) y, al evocar así el final de los Song, el autor de este análisis tam bién justifica, sin duda, que él m ism o nunca haya depuesto las arm as, cuatro siglos m ás tarde, frente a la invasión m anchú:60 basarse en el determ inism o de la tendencia, lejos de llevar a la resignación, nos anim a a ser resistentes. VI. El punto de vista del che tam bién concierne a form as de historicidad m ás particulares, a otras clases de procesos: dado que cualquier situación se encuentra orientada por una tenden­ cia que, com o tal, dirige su evolución, cualquier historia puede concebirse de acuerdo con el m ism o esquem a y, en particular, ese tipo de historia que tanto ha contado en China, la historia literaria. Le corresponde a ésta, po r tanto, servir de fácil verifi­ cación; en dos puntos principales. En prim er lugar, la conside­ ración de la tendencia en literatura perm ite destacar en ella la necesidad de las m utaciones y sirve de argum ento al partido de la m odernidad (lo que corrobora el punto de partida de esa reflexión restableciendo los argum entos de los reform adores de inspiración legista); en segundo térm ino, proporciona a la historia literaria la justificación de sus conceptos básicos, basa­ dos en la alternancia y coincidentes, por tanto, con los que aca­ bam os de establecer: auge, decadencia y renovación. Pronto aparece, en la concepción china de la literatura, la idea de que «cierta tendencia sigue su curso» (che: la del gusto o la moda) sin que sea posible retroceder,11'61 al igual que el punto de vista según el cual, dado que «las situaciones [che] difieren» de u n a época a otra, la im itación se vuelve im p o sib le/62Pero es sobre todo al final de los Ming, a partir del siglo XVI, cuando esas concepciones adquieren im portancia: por una parte, por­ que en esa época las teorías de la im itación ejercen una presión excesiva (im itar exclusivamente la prosa de la Antigüedad y de los Han, y la poesía de los Tang), aum enta la distancia entre la creación literaria viva (la novela, el teatro, la prosa poética...) 159

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y el juicio escleroso de los críticos, y p o r ello se vuelve urgente reaccionar contra esa imposición del dogm a y el inmovilismo; p o r o tra parte, porque en esa época sale a la luz u n a filosofía «intuicionista» que, dando prim acía al m ovim iento ingenuo de la conciencia, valora en prim er térm ino la espontaneidad.63 Se­ gún esa concepción, únicam ente nuestra ingenuidad es autén­ tica en nosotros, m ientras que nuestras percepciones sensibles y, a continuación, los razonam ientos lógicos que elaboram os a p a rtir de ellas nos desposeen de ella. N uestro saber aum enta y nuestro «gusto» se forma, pero esa cultura, fortalecida por la lectura y el estudio, interrum pe nuestra ingenuidad prim era; y, entonces, nuestra expresión ya no proviene del fondo de noso­ tros m ism os, sino que es «postiza»: p o r lograda que pueda pa­ recer, esa expresión, que está separada de nuestra interioridad, ya no tiene valor, cae en lo artificial y nos aleja de la única literatura «realmente lograda», la que nace de «nuestro cora­ zón infantil». No se podía llevar m ás lejos la exigencia de natu­ ralidad. Pero es ésta la que hace que la literatura se transform e: el único m edio para ella de apartarse de los géneros y form as que en cada época am enazan con im ponérsele com o modelos, obstruyendo su fuente ingenua y convirtiéndola en «postiza». La literatura siem pre está condenada a innovar p a ra perm ane­ cer fiel a su exigencia de autenticidad. La propensión a evolu­ cionar es su condición de posibilidad. De ahí el prejuicio de los m odernistas, de los que saben tener en cuenta la tendencia de su época: la literatura no puede no evolucionar del pasado al presente —así es el factor tiempo—64y hay ruptura entre las épocas; plagiar la expresión de los antiguos para hacerse pasar por «antiguo» es como, en el m om ento más crudo del invierno, cubrirse con ligeros vestidos de ramio. A se­ m ejanza de las restantes producciones hum anas (de la ropa a las instituciones), la literatura ha evolucionado desde lo m ás «com­ plejo» a lo m ás «simple» y de lo más «oscuro» a lo m ás «claro»; o, tam bién, del «desorden» al «orden», de lo «difícil» a lo que «cae por su propio peso» y resulta «ágil».65 Por lo tanto, la ten­ dencia está naturalm ente orientada en el sentido de la viabili­ dad. Así, que «el pasado no resulte útil para el presente se debe al che»,w y la evolución es ineluctable. Los caracteres de la m oder­ nidad son, en efecto, incompatibles con los de la Antigüedad; hoy no puede redactarse una proclam a política en los mism os 160

térm inos que hace dos mil años, y nuestras canciones de am or tam poco pueden tom ar nada en préstam o de las de otra época. Los tiem pos han cambiado, y la literatura con ellos: «que hoy no estemos obligados a im itar el pasado se debe, igualmente, al che». Este últim o término, por sí solo, adquiere aquí valor argu­ mentativo; incluso sirve de explicación definitiva. Por tanto, la literatura sólo resulta com prensible en una perspectiva histórica. Mejor aún, es de naturaleza histórica: no en función de un condicionam iento externo que reflejaría, sino por necesidad interna. Pues la poesía de cada época «no puede no» ser llevada a «ceder su sitio, al entrar en decadencia» a la de la época siguiente, en la cual se ha transform ado: «Los Trescien­ tos poemas (la prim era antología poética de China, siglos DC-vr a.C.) no podían no entrar en decadencia, y surgieron los Cantos de Chu (al final de la Antigüedad); los Cantos de Chu no podían no entrar en decadencia, y surgió la poesía de las dinastías H an y Wei; la poesía de los Han y los Wei no podía no en trar en decadencia, y surgió la de las Seis Dinastías (siglos m-vi); la poesía de las Seis Dinastías no podía no e n tra r en decadencia, y surgió la de los Tang (siglos vn-rx): así es el che»,66 com o pro­ pensión a evolucionar. El género se identifica con esa evolu­ ción, al m ism o tiem po que sem ejante m etam orfosis constituye, en el transcurso de las épocas, la ley del género. Renovación ineluctable, dado que, si imito la poesía del pasado, o bien la im itación no tiene éxito y «entonces pierdo aquello en virtud de lo cual había poesía», o bien tiene éxito, pero entonces se pierde «aquello en -virtud de lo cual hay yo». La solución del dilem a está en el ideal (el que encam an los m ayores poetas: Li Bo y Du Fu) según el cual «la cosa no deja de parecerse siem pre sin, no obstante, parecerse nunca»: la identidad de lo poético es tanto m ás intensa cuanto m ás se logra innovar. O, tam bién, es no dejando de hacerse otra como la poesía sigue siendo ella tnisma. Expresión paradójica, pero que nos devuelve a la intuición prim era, y la m ás general: nada subsiste a no ser por la tran s­ formación. El partido de los m odernistas desem boca, así, en u n a visión equilibrada de la historia literaria. E ntre u n a visión progresista de la literatura (desarrollándose por etapas, en consonancia con la civilización) y la perspectiva inversa de u n a decadencia (se­ gún la cual, m ás allá de los textos canónicos que representan la 161

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últim a perfección, cualquier literatura ulterior está condenada a la degeneración),67 la concepción de una renovación periódi­ ca ofrece el justo m edio anhelado: cada época hereda de la pre­ cedente al m ism o tiem po que es creadora.68 A la vez «ruptura» y «tradición» («vuelco» y «filiación»). Más bien que dividir épo­ cas concebidas como otros tantos bloques tem porales, unita­ rios y aislados, las nociones de la historia literaria china insis­ ten en el carácter continuo de la evolución: a toda «fuente» le sigue un «curso»; del «tronco» se llega a las «ramas». Los facto­ res de cam bio se inscriben por sí m ism os en la regularidad del proceso; la dinám ica de la alternancia es inagotable: al igual que cualquier otra historia, la de la literatura pasa po r u n enca­ denam iento ininterrum pido de fases de auge y de decadencia, lo que, sin em bargo, no significa que «lo que precede sea nece­ sariam ente una época de auge y lo que sigue una época de deca­ dencia». Pues toda decadencia produce p o r sí m ism a un nuevo auge: tam bién ahí, la «tendencia» a la transform ación, percibi­ da com o «ineluctable»,'’ form a parte del «orden de las cosas» y está justificada por la razón. VIL El análisis de la Historia implica, p o r tanto, «partir de la individualidad del momento» para «evaluar su che».69Lo que significa, com o conclusión, que la noción de tendencia resultan­ te de la situación sirve de interm ediario entre la sucesión de las épocas que constituyen el curso de la historia vivida y la lógica interna, a descubrir a través de ellas, que justifica esa evolu­ ción. Ella es lo que perm ite pasar de una a otra, articulando el devenir y la razón: dado que la orientación ineluctable, y por ende el desenlace legítimo, que la tendencia no puede dejar de conferir constantem ente a esa evolución deriva de m anera siem pre inm ediata, y tam bién siem pre nueva, exclusivamente del juego de los factores que configuran en cada m om ento la re­ lación de fuerza. «Si los m omentos difieren, las tendencias [que resultan de ellos: che] tam bién difieren, y, si las tendencias difieren, las lógicas [que gobiernan los procesos] difieren del m ism o modo»;y'70 «la tendencia se basa en la ocasión del m o­ m ento de igual m anera que la lógica interna en la tendencia».71 No se puede deliberar de modo general, y po r ende abstracto, sobre el curso de las cosas: «Hay que inform arse del m om ento dado de tal m odo que se detecte su tendencia y, gracias a ésta. 162

intentar adaptarse a su coherencia».272 Pero, desde el m om ento en que se percibe com o un determ inado dispositivo, cualquier situación particular se vuelve inteligible; y es de su tendencia —y sólo de ella— de donde puede deducirse lo que hem os acos­ tum brado a llamar, en la actualidad, el «sentido de la Historia». No se podría negar, en efecto, cierta analogía objetiva entre la concepción china de una racionalidad del dispositivo históri­ co y de su evolución, y, por otra parte, la visión hegeliana de la Historia concebida com o realización de la Razón, pues am bas se basan en la idea de una ineluctabilidad del proceso em pren­ dido (cf. Hegel: «Del estudio de la propia historia universal debe resultar que todo ha ocurrido en ella racionalm ente, que ha sido la m archa racional y necesaria del espíritu universal»: «der vemünftige, notwendige Gang des Weltgeistes»).73 Por am ­ bas partes, la negatividad sólo es tem poral, como m om ento ne­ cesario de la transform ación; se deja com prender y superar a partir de la evolución m ás general en curso, y se nos invita, en vez de a lam entar las desgracias de la Historia, a un «conoci­ m iento conciliador»74 de ese devenir. De form a análoga, final­ mente, el curso de la Historia se sirve de las pasiones hum anas y el interés privado con vistas a realizar lo que corresponde, de hecho, al interés general. Cabría, en la óptica china, repetir exactam ente respecto al prim er em perador de China lo que H e­ gel dijo de C ésar unificando políticam ente el m undo e im po­ niéndole un régim en adm inistrativo nuevo, «lo que le p ropor­ cionó la ejecución de su plan en un principio negativo» (la am ­ bición de ser «el único am o del m undo») tam bién era en sí una determ inación necesaria en la H istoria (de China y del m undo), «de m odo que no estuvo presente únicam ente su beneficio p ar­ ticular, sino tam bién un instinto que realizó lo que en sí m ism a la época reclam aba».75 Ese «instinto» secreto (de la Razón) es lo que los chinos llam an el «Cielo», com o fondo insondable de la Regulación.76Ni siquiera hay en el destino desdichado de los grandes hom bres —los que, sigue diciendo Hegel, «tenían com o vocación ser hom bres de negocios del genio del univer­ so»— nada que no sea lógicam ente similar. César es asesinado; la dinastía del prim er em perador chino no tarda en ser derroca­ da y la longevidad dinástica se ve reducida para siem pre:77 el «cascabillo» no tarda nada en caer, vaciado de su grano. Pero, a partir de esa analogía, la diferencia que separa am ­ 163

bas concepciones de la H istoria aún resulta m ás notable; y re­ vela la distancia entre las dos configuraciones discursivas en que aquéllas se inscriben. Hegel concibe la Razón en la H istoria m ediante una relación «medio»-«fin»; cuanto ocurre en el cur­ so del tiempo, incluso la acción de los grandes hom bres, no es m ás que el medio m ediante el cual se realiza el «fin del univer­ so», que es la accesión de la conciencia a la libertad. Para Hegel, heredero de la tradición judeo-cristiana, la historia universal debe concebirse como un progreso cuya conclusión, si bien ya no se concibe de un m odo puram ente religioso (la Ciudad de Dios), no por ello representa en m enor grado, desde el com ien­ zo, su justo destino. Pero ya hem os visto que, desde su prim era form ulación, en estrategia, la concepción del che no pasa p o r la relación —que, sin embargo, parece tan natural a nuestro espí­ ritu— medio-fin: si, en el m arco de la Historia, el Cielo puede servirse del interés particular de los grandes hom bres, ello se debe a una pura determ inación inherente al proceso que, con­ cebido en su globalidad, no puede dejar de perm itir que se transparente de ese m odo su papel em inentem ente regulador. Pero sin que intervengan ninguna Providencia ni plan preelaborado. La visión china de la Historia no es teológica, puesto que no es el lugar de ninguna Revelación ni en ella se descifra n ingún designio; está desprovista de cualquier escatología, puesto que ninguna causa final la dirige. N ingún télos la justifi­ ca; su «economía»78 es inm anente. En gran m edida, sem ejante diferencia se explica, en definitiva, por la concepción del tiem ­ po: si la tradición china claram ente posee la noción de u n pró­ xim o futuro —el que ya existe com o indicio en el m om ento presente y que la evolución del proceso, tal com o ha sido em ­ prendido, no dejará de hacer que se realice—, no parece conce­ der, en cambio, consistencia propia al puro futuro. El tiem po del proceso es el infinitivo; su lógica, por estar autorregulado, im plica que no puede tener térm ino: u n desenlace de la H istoria resulta impensable. La distancia, en función de ello, no puede sino acusarse aún m ás entre las dos tradiciones. Incluso la definición que parecía absolutam ente general y de la que era imposible salir — «La H istoria es el relato de acontecim ientos (o hechos) verdaderos cuyo au to r es el hom bre» (siendo lo único que no tiene carácter de acontecim iento, como han revelado las nuevas concepcio­ 164

nes de la Historia, «la historicidad de la que no hemos tom ado conciencia en cuanto tal»)— 79 ya no resulta tan pertinente res­ pecto a la tradición china com o la ha sido, durante veinticinco siglos, respecto a la nuestra. E n China, el género de la historia fija m enos su atención en el acontecim iento, o el hecho, que en la transform ación; tam poco se presenta, al principio, com o una narración continua (ya se trate de un registro analístico, ya de u n a recolección de docum entos: el hecho/acontecim iento in­ terviene en ella m ás bien a título de señal de la evolución). Lo cual nos invita, desde fuera, a repensam os a nosotros mismos: si, en nuestra tradición, el género de la historia tiene com o obje­ to el hecho o el acontecim iento, sem ejante «opción», en el des­ glose y el m ontaje que hace de lo real, no deja de reflejar la prim acía que hemos concedido, en el plano metafísico, a la entidad individual (ens individuum , del átom o a Dios; m ientras que la tradición china privilegia la relación); igualmente, si nuestra configuración de la H istoria es, de cabo a rabo, n a rra ti­ va, ello se debe, principalm ente, a que el género histórico deriva entre nosotros del relato épico (m ientras que China es la única de las grandes civilizaciones que no ofrece ni cosmogonía ni epopeya). La diferencia, finalmente, afecta a la propia naturale­ za del trabajo del historiador: la explicación occidental de la H istoria se basa en el esquem a causal; m ientras que hem os visto cómo la tradición china tenía m uy presente la interpreta­ ción tendencial. Sabem os cuál es la lógica de la explicación causal en histo­ ria: se basa en una operación que no es sólo selectiva (separar y elegir, tras el desglose del fenóm eno «efecto», los antecedentes m ás adecuados), sino tam bién ficticia (im aginando evolucio­ nes irreales para calibrar la eficacia de las causas: qué hubiera ocurrido «si», i.e., en ausencia de tal antecedente).80Se tra ta ahí de un cálculo retrospectivo de lo probable (en el m odo de u na predicción a la inversa o «retrodicción»)81 que, com o tal, nunca es exhaustivo (cada hecho/acontecim iento se sitúa en el cruce de innum erables series y cabría rem ontarse en cada una de ellas al infinito): recuperam os, de otro modo, el p unto de vista probabilístico del que constatábam os, al comienzo de esta re ­ flexión, que m arcaba las concepciones estratégicas de Occiden­ te y al que se oponía, com o aquí, el punto de vista de una «autom aticidad» propio de la estrategia china. Pues, a la inversa del 165

m ontaje hipotético de la causalidad, la interpretación tendencial se presenta como una pura deducción de lo «ineluctable» (con lo que éste ya no se debe a u na ilusión retrospectiva, sino que es lógico): de un estadio al siguiente, com o hem os visto, el proceso sólo puede evolucionar en un sentido u otro (ya sea en el m odo de una acentuación de la tendencia, ya sea en el de una inversión de ésta, por reequilibrado y com pensación). «No ha­ biéndose producido en un día» lo que ocurre, en el estadio de acontecimiento, conviene «rem ontar al punto de partida de la evolución» que ha desem bocado, m ediante transform ación continua, en que «sea así» (de ahí el interés tradicional de la reflexión china por el tiem po largo y sus «transform aciones si­ lenciosas», m ientras que se trata de u n interés m ucho m ás re­ ciente entre nosotros).82 Pero la propia evidenciación de una necesidad tendencial sólo es posible a p artir de una doble ope­ ración teórica (de la cual la tradición china, p o r su parte, ape­ nas parece consciente): por una parte, considerar la evolución histórica como un proceso global y que constituye un sistem a aislado (a la inversa de la explicación causal que perm anece abierta y acepta, en su hacerse cargo del devenir, que entren incesantem ente en escena nuevos datos);83 por otra, articular la realidad de una m anera bipolar, en la que sólo intervienen las relaciones de oposición y com plem entariedad (de lo cual deriva la oscilación posible: tensión-relajación, auge-decadencia...). Ahora bien, a ello se presta por partida doble la civilización china: no tom ando en consideración m ás que su propia tradi­ ción y percibiéndola desde u n punto de vista siem pre unitario (tal es la fuerza de su etnocentrism o), fácilm ente considera el curso de la Historia com o algo que evoluciona aisladam ente; y, en el plano filosófico, la dualidad de instancias que, en cada caso, perm ite estructurar el devenir histórico, corresponde para ella al principio m ism o de cualquier realidad, la correla­ ción delyz/z y elyang. Por lo tanto, estaba culturalm ente predis­ puesta a explicar el devenir hum ano según esa lógica de la tendencialidad. VHI. No obstante, la reflexión sobre la H istoria no ha igno­ rado del todo, en Occidente, la interpretación tendencial. Un tem a tan clásico como «grandeza y decadencia de los rom a­ nos» se prestaba fácilmente a ella. Cuando, p o r ejemplo, traza 166

el paralelism o entre Cartago y Roma, en el m odo bipolar tan querido por los chinos, M ontesquieu es m uy consciente de la lógica interna que hace pasar del éxito a su contrario. «Fueron las propias conquistas de Aníbal las que em pezaron a cam biar la fortuna de esa guerra»: habiendo resultado vencedor con ex­ cesiva continuidad, Aníbal ya no recibe refuerzos; habiendo conquistado dem asiados territorios, ya no puede conservarlos. Con m ayor generalidad, cuando consigue ab andonar su senti­ do moral, dem asiado ideológico como para servir de explica­ ción histórica (los rom anos se habrían corrom pido por influen­ cia del epicureismo), se encarga a la noción de «corrupción», que está en el corazón de la obra, explicar la necesidad estruc­ tural de la inversión.84 A partir de ahí, si m antiene su adhesión al esquem a causal, M ontesquieu tam bién siente la tentación de superarlo: No es la fortuna la que domina el mundo: podemos preguntálase­ lo a los romanos, que tuvieron una serie continua de prosperida­ des cuando se gobernaron según cierto plan, y una serie no inte­ rrumpida de reveses cuando actuaron según otro. Hay causas generales, morales o físicas, que actúan en cada monarquía, la elevan, la mantienen o la precipitan; todos los accidentes están sometidos a esas causas; y si el azar de una batalla —es decir, una causa particular— ha arruinado un Estado, existía una cau­ sa general que hacía que ese Estado debiese perecer a causa de una única batalla. En una palabra, el aspecto principal arrastra consigo todos los accidentes particulares.85 «Causa general» o, com o corrige el propio M ontesquieu, «aspecto principal»: estam os cerca de la tendencia. M ontes­ quieu tiene la intuición del che: «Las faltas que com eten los hom bres de Estado no siem pre son libres; con frecuencia son consecuencias necesarias de la situación en que se en cu en ­ tran; y los inconvenientes han hecho surgir los inconvenien­ tes».86Lo que le resultaba históricam ente posible porque, en el siglo XVIII, salíam os de u n a visión providencial de la H istoria (la que culm ina con Bossuet) y la versión laicizada de ésta (a p a rtir del desarrollo de la ciencia: com o ley de u n ineluctable progreso hum ano, que generaliza el siglo XIX) a ú n no se había impuesto. Igualm ente, cuando al comienzo del siglo XX de nue­ vo se tom aron distancias frente al esquem a progresista, fue n e­ 167

cesario volverse hacia la interpretación tendencial —augedecadencia—: lo testim onian los trabajos de Spengler o Toynbee, que intentan establecer una morfología de las civilizacio­ nes a p artir de sus fases de crecim iento y descom posición. Pero —com o observa Raym ond Aron— el problem a es, en to n ­ ces, «qué puede significar para nosotros, en el siglo xx, la anti­ gua idea de los ciclos».87 Pues la dificultad teórica suscitada por la obra de Toynbee no sólo se debe a que éste hubo de aislar en un proceso cerrado a cada u n a de las civilizaciones (como han hecho los chinos respecto a la suya). Se debe, sobre todo, a la ausencia de un m odelo —m ás allá de la generalización po r com paración— para d a r form a de ese m odo al devenir. Los esquem as cíclicos de nuestra Antigüedad no planteaban problem a porque se ba­ saban en una visión cosmogónica en la que, p o r principio, vida h u m an a y destino del m undo estaban indisolublem ente u ni­ dos. Pero, cuando caen las hipótesis cosmológicas (ya sólo que­ dan huellas de ellas en el Renacimiento, incluso en Vico), la única base que le queda al pensam iento cíclico, no pudiendo ser astronóm ica, es de tipo zoológico o botánico: la civilización es com parada con una especie anim al o vegetal; cada u n a tiene su período de floración, llega a la m adurez y luego cae en la decadencia (según el modelo del De generatione et corriiptione de Aristóteles). E n Spengler, ese punto de vista biologista se m antiene íntegro; pero Toynbee es dem asiado consciente, por su parte, de que siem pre se trata, en el fondo, de u n a m era analogía: «[...] cualquier ser hum ano, com o organism o vivo, está condenado a m o rir al cabo de u n tiem po m ás o m enos largo, pero [...] no veo, por mi parte, necesidad teórica de que las creaciones de un organism o m ortal sean ellas m ism as m or­ tales, aunque sea cierto que m uchas m ueren».88 De ahí la aporía a la que finalm ente ha llevado el esquem a cíclico, en la obra de Toynbee, y su vuelta a una visión progresista, convertida finalm ente en teología. Se aprecia tanto m ejor la aportación que ha podido representar, para la tradición china, su famoso Libro de las mutaciones (el m ás im portante de los textos canóni­ cos establecidos desde la Antigüedad): resulta que, a p a rtir de la exclusiva alternancia entre trazos continuo y discontinuo, y luego de la serie de los sesenta y cuatro hexagram as de ella derivados, se nos proporciona una fórm ula única, libre de cual­ 168

quier referencia, de la transform ación. La interpretación es sis­ temática, a la vez que su uso es polivalente. Es el propio devenir el que se deja interpretar así y se ordena de acuerdo con su principio propio: así pues, la teoría china de la H istoria sólo tuvo, en cualquier época, que fundirse en ese molde. Por ello, conviene llevar aún m ás lejos el análisis de la dife­ rencia, rem ontar aún m ás arriba en la genealogía de la distan­ cia. Pues tenem os que com prender por qué el pensam iento griego tuvo tan ta necesidad de extraer el «ser» del devenir, m ientras que, en China, sólo hay realidad en la transform ación. No se trata, sin duda, de que los griegos hayan tenido m enor conciencia de lo efímero: lo prueban sus cosm ogonías prim iti­ vas, en las que se suceden las generaciones de dioses. Pero, en el catálogo de la teogonia, el interés ya se dirige m ás a la identifi­ cación, m ediante fijación, de las figuras de la divinidad que a los modos de encadenam iento; lo que im porta no es tanto la serie de etapas com o el contorno, nítido y definido, que adquie­ ren las formas sucesivas.89 Progresivamente, el devenir oscuro surgido del caos es dom inado por el pensam iento gracias a la instauración trascendente de u n a ley que encam a la Necesidad del destino; el flujo continuo de las cosas encuentra su consis­ tencia en el arm azón teórico que le proporcionan núm eros, fi­ guras y elementos: la coherencia del devenir nace de la fórm ula m atem ática o lógica que fija en él la inm utabilidad de los tipos. Sabemos que esa disociación se consum a con el platonism o: por un lado, el «ser», que es eterno y perfecto, es objeto de la ciencia; por otro, el devenir (el orden de la génesis), lo que nace y m uere pero nunca «es». Bajo el reinado de lo M ism o se revela la naturaleza rebelde de lo otw , el devenir es en sí m ism o prin­ cipio de irregularidad, desorden y mal: a m edida que se des­ ciende en la jerarquía de los seres, la parte del devenir se hace m ayor y únicam ente m ediante «participación» en las Ideas in­ móviles puede ser ordenado lo cam biante. Sin que el realism o aristotélico, aunque se presente como una doctrina del devenir, modifique en absoluto esa perspectiva: si form as y devenir ya no son separables, las formas eternas no por ello m antienen menos su dom inio y sólo de ellas recibe el devenir su determ i­ nación.90 Lo que escapa a su influencia es el residuo de irracio­ nalidad: accidente, fortuna, m onstruosidad o cualquier otra m anifestación ininteligible de la necesidad. El devenir se iden169

tífica, en definitiva, con la «materia» y ya no se saldrá de esa inmovilización de las esencias.* Ésa sería, por tanto, la diferencia esencial a ese respecto: el pensam iento griego introdujo desde el exterior un orden en el devenir (a partir de los núm eros, las Ideas o las formas); m ien­ tras que, en el pensam iento chino, el orden se concibe como inherente al devenir, com o lo que lo constituye en proceso. Ca­ bría decir, al m enos a título de imagen: el pensam iento griego estuvo m arcado p o r la idea, trágica y herm osa a la vez, de la «medida» que intenta im ponerse al caos; en lo que respecta al pensam iento chino, pronto fue sensible a la fecundidad, regu­ lar y espontánea, que deriva de la exclusiva alternancia de las estaciones. Pero lo que cuenta es, ante todo, la apuesta teórica de esa diferencia: p o r proyectar el orden desde el exterior, el pensam iento occidental privilegia la explicación causal (en ésta, antecedente y consecuente, A y B, son recíprocam ente ex­ trínsecos); po r concebir el orden com o inherente al proceso, el pensam iento chino concede la m ayor im portancia a la inter­ pretación tendencial (antecedente y consecuente son los esta­ dios sucesivos del m ism o proceso —A-A'...— , y cada una de las fases se transform a po r sí m ism a en la siguiente). R esulta claro, que la propia concepción de un dispositivo histórico sólo es inteligible a partir de esa oposición. Todavía queda por consi­ derar, abandonando el plano de la historia por el de la filosofía prim era, cóm o se justifican esos dos m odos de proceder, tanto en su principio com o en su generalidad.

* De Platón (República, lib. VII y XI) y Aristóteles (Política, lib. III y IV) a Montesquieu (El Espíritu de las leyes, lib. VIII). los filósofos occidentales sólo han abor­ dado el devenir histórico com o el paso de un régim en político a otro: de la m onar­ quía a la tiranía, de la tiranía a la democracia (o a la inversa), etc.91 Una vez más, es a p artir de las formas, en sí m ismas inmutables (las de las diversas constituciones consideradas en su principio), como se piensa el devenir, y no a p a itir de una lógica inherente a la transform ación.

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Alcanzar el c/íe como «principio del arte de p¡nLar»: para representar una montaña, no conviene proceder por acumulación de rocas que cubren progresivamente todo el espacio, sino captando primero el movimiento de conjunto de la composición (extraído del Jardín del grano de mostaza) 4- indica la línea vertical en la que figura la palabra che • señala el propio sinogramac/ze 171

Incluso en la pintura de peñascos la energía vital nace —y se expresa— siguiendo la tensión del trazado {che)

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Las «líneas de vida» del relieve constituyen una red venosa que irriga la pulsación cósmica 178

El dragón como símbolo de una tensión en el seno de la coniiguración: «Alos pinos de Li Yingqiu les gusta elevarse en movimientos sinuosos que recuerdan el cuerpo enroscado del dragón (o el vuelo del fénix)» (extraído del Jardín del grano de mostaza)

Riqueza de impulso que asegura la continuidad del dinamismo característico de la cursiva (arriba, la Ziyantie de Zhang Xu) opuesta a la arquitectura más estable —y discontinua— de la escritura regular (abajo, caligrafía de Zhao Mengfu) 180

El dispositivo estético Paisaje clásico de la estética china (atribuido a Muqi). A lo lejos se esboza la línea de los montes; más cerca, aparecen algunos tejados entre los árboles; y, sobre el agua, flota la barca de un pescador La tensión engendrada por la correlación del trazado de contorno y la aguada, de lo visible y lo invisible, de lo vacío y lo lleno, confiere al paisaje su capacidad de superación y lo abre a la vida espiritual

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El dispositivo estético Tensión y atmósfera: el cuerpo del dragón apareciendo fugitivamente a través de las nubes; intensificación del espacio (caligráfico, poético...) y poder de animación (Chen Rong, detalle de Nueve Dragones apareciendo a través de las nubes y las olas)

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8

LA PROPENSIÓN EN ACCIÓN EN LA REALIDAD

I. «No creemos conocer nada antes de haber captado en cada caso su porqué, es decir, de haber captado la prim era cau­ sa»; es «el conocim iento de la causa por la que un a cosa es» el que nos proporciona «la ciencia de esa cosa de una m anera absoluta y no accidental»; y, tam bién, «enseñar es decir las cau­ sas para cada cosa»:1las fórm ulas de Aristóteles son tan válidas en el dom inio de la naturaleza física entregada al devenir —ge­ neración y corrupción— com o en el de la filosofía prim era, el del Ser en tanto que s e r —la m etafísica—, donde la «causa pri­ m era propia de la cosa» se corresponde con la Causa absoluta­ m ente prim era y remite, finalmente, a Dios. Rerum cogiioscere causas: la fórmula ha servido de divisa a nuestro aprendizaje filosófico, pues ese ascenso en la causalidad de las cosas es el m odo en que damos cuenta de lo real, hasta sus principios; ella ha m odelado nuestra form a de preguntar, que dom ina el proce­ der de nuestra mente. Parece imposible poner en entredicho la validez absoluta de esa aprehensión causal, m ientras perm anezcam os dentro de la tradición propia de Occidente. H asta tal punto esa legitim idad se ha constituido allí en evidencia y le ha servido de fundam en­ to lógico: la causalidad es u n a ley general del entendim iento, nos dice Kant, establecida a priori. Pero parece que, incluso en 183

su interpretación de la naturaleza, el pensam iento chino se ha construido en escasa m edida a partir de sem ejante principio. No se trata, po r supuesto, de que pueda ignorar la relación cau­ sal, pero sólo recurre a ella en el m arco de la experiencia coti­ diana —a ojo— , cuando su captación es inm ediata. No la extra­ pola a series supuestas de causas y efectos que pueden explicar, al final de su encadenam iento, la razón oculta de las cosas, incluso el principio de cualquier realidad. Un prim er indicio del m enor interés de la tradición china por la explicación causal nos lo ofrece la escasa inclinación que ha dem ostrado hacia los mitos. Es bien conocida la im portan­ cia atribuida dentro de nuestra civilización a la función etiológica del mito, intervenga éste en u n estadio considerado «precientífico» del desarrollo del pensam iento o se m antenga vivaz para responder a todos los porqués que no cesan de desbordar al conocim iento positivo. En China, los elem entos mitológicos dispersos que podem os identificar a través del «folclor» nunca han sido articulados por la especulación teórica para servir de respuesta al vértigo del enigma y el misterio. En contrapartida, el im portantísim o desarrollo que conoce, en el com ienzo de la civilización china, la práctica m inuciosa de la adivinación nos perm ite ver, a partir de su análisis del diagram a adivinatorio, una especie de em brión de otra lógica: la configuración de las resquebrajaduras que aparecen sobre el caparazón de tortuga som etido al fuego, a continuación de m anipulaciones m uy ela­ boradas, nunca se interpreta en función de la relación causaefecto que la ha producido, sino como cierta disposición parti­ cular que resulta em inentem ente reveladora. «De u n aconteci­ m iento a otro —nos dice Léon V anderm eersch—, la relación que perm ite constatar la ciencia adivinatoria no se presenta com o una cadena de causas y efectos interm edios, sino como un cam bio de configuración diagram ática, signo de la m odifi­ cación global del estado del universo necesaria p ara cualquier nueva m anifestación de acontecimientos, po r infinitesim al que sea».2 El diagram a adivinatorio se vuelve por sí m ism o porta­ dor de todo el juego de las implicaciones cósm icas del aconteci­ m iento a prever, tales implicaciones «excediendo inm ensa­ m ente sus determ inaciones causales y dom inándolas por com ­ pleto»; la configuración se ofrece a la lectura com o u n a capta­ ción m om entánea, al mismo tiem po que global, de todas las 184

relaciones en acción; y no en el m odo deductivo de u n encade­ nam iento. La interpretación china de la realidad procedería, p o r ta n ­ to, sea cual sea el dom inio afectado e incluso en su especula­ ción m ás general, m ediante aprehensión de un dispositivo: co­ m enzando po r identificar cierta configuración (disposición) abordada com o sistem a de funcionam iento. A la explicación causal se opondría, así, la implicación tendencial: la p rim era debe rem itir, a título de antecedente, a u n elem ento que siem ­ pre es exterior, de un m odo a la vez regresivo e hipotético; m ientras que, en el segundo caso, la evolución en curso deriva totalm ente de la relación de fuerza, inscrita en la situación inicial, que se constituye en sistem a cerrado; y, po r tanto, en el m odo de lo ineluctable. Es esa ineluctabilidad de la tendencia lo que tam bién designa, respecto a los fenóm enos naturales y en el m arco de la filosofía prim era, el térm ino che. T endencia o «propensión», según el térm ino al que hayan recurrido los pri­ m eros intérpretes occidentales del pensam iento chino p ara d ar cuenta de su originalidad. Así, Leibniz retom ando, para rechazarlos, los argum entos de Longobardi: «Los chinos, m uy lejos de resultar censurables, m erecen alabanzas p o r h acer que las cosas nazcan en virtud de sus propensiones naturales [...]»3 Pero, ¿qué es, entonces, la «naturaleza» frente a esa «propensión»? II. La disposición principal, para los chinos, es la del Cielo y la Tierra: el Cielo está arriba y la Tierra abajo, el uno es redon­ do y la otra cuadrada. A ello se debe que, en virtud de su situa­ ción, la Tierra esté bajo el Cielo y le corresponda que su «pro­ Libro de las mutaciones pensión» (che) la lleve siem pre a «adaptarse y obedecer» a la iniciativa que em ana del Cielo.a4 Ambos, y gracias al efecto de esa disposición, encam an los principios, antitéticos y com ple­ m entarios, que presiden la aparición de cualquier cosa. A la vez el «iniciador» y el «receptivo», Padre y Madre: de ese dispositi­ vo inicial deriva todo el proceso de la realidad. La lógica del surgim iento actualizador debe pensarse, por tanto, en el m odo de la propensión. Ya al final de la Antigüedad china, cuando com ienza a abordarse, de un m odo teórico y gobal, la renovación sin fin de los existentes: Laozi

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El Tao [la «Vía»] los engendra, la Virtud los alimenta, la realidad material les confiere su forma física, y la propensión hace que surjan concretamente.b5

G uig uzi

Huainanzi

s.na.C .

Huainanzi

E n el m odo m ás general, la «virtud» actualizadora inheren­ te al proceso es el dinam ism o, constantem ente prorrogado, que deriva de la dualidad original, la del Cielo y la Tierra, el yin y el yang; y el Tao, la Vía, es el principio unitario de ese despliegue infinito. Al final de todo ese encadenam iento que da cuenta del gran proceso del m undo, la propensión evocada designa al m is­ m o tiem po las circunstancias, siem pre individuales, que carac­ terizan los diversos estadios del proceso y la tendencia particu­ lar en cada caso resultante: es una «propensión» sem ejante la que provoca el surgim iento concreto de la m enor potencialidad de existencia, apenas ésta se ha esbozado. E n el estadio m ás em brionario e ínfimo, ya se encuentra im plicada esa tendencia al surgim iento actualizador.c6 Por lo tanto, es ella lo que hay que escrutar con atención al com ienzo de cualquier m anifesta­ ción de existencia, la que nos inform a con certeza sobre la evo­ lución venidera y nos proporciona, de ese modo, la base fiable sobre la que apoyarse para tener éxito.d7 Pues sería vano, y por ende absurdo, querer actuar sobre el m undo, físico o social, sin adherirse a la tendencia que allí se encuentra objetivamente implicada y gobierna su desarrollo. Sería vano, y por ende absurdo, querer injerirse en el curso de la realidad en lugar de adaptarse a la lógica de propensión que deriva, en cada caso, de la situación dada. Ese punto de vista es particularm ente valorado por aquellos que, al com ienzo del Im ­ perio, intentaron m antener el «taoísmo» como doctrina del Es­ tado.8 La fórmula parece perogrullesca, pero contiene u n a lec­ ción de sabiduría: «resulta espontáneam ente de la propensión de las cosas»e que «el barco flote sobre el agua y el carro ruede sobre la tierra».9 Pues las cosas tienden por sí m ism as hacia lo que es de su mismo género y se «corresponden en su propen­ sió n » /10 De la disposición particular que surge de su encuentro resulta la posibilidad o la imposibilidad; hay, para cada cosa, un lugar y un tiempo propios que no pueden ser modificados o transgredidos:11el gran Yu logró sanear todo el territorio de Chi­ na haciendo que sus aguas fluyesen hacia el Este, porque se 186

ayudó de la inclinación natural del relieve; Ji, m ás tarde, proce­ dió a realizar las roturaciones necesarias y logró propagar la agricultura, pero no hubiese podido hacer que las plantas nacie­ sen en invierno.12Resulta imposible ir contra la propensión ins­ crita en la regularidad de los procesos;® lo que no implica, p o r supuesto, no actuar en absoluto, sino saber prescindir de cual­ quier «activismo» ingenuo y hacer caso omiso del propio afán de iniciativa, para poder, yendo en el sentido de los fenóm enos, sacar provecho de su dinam ism o y hacerles cooperar.13 A partir de ahí, se ve m ejor cómo, en virtud de la lógica del dispositivo, en sí m ism a indisociable de determ inada estrate­ gia en la relación con la naturaleza, la explicación causal de los fenóm enos puede ser sustituida po r una interpretación tendencial: Si dos trozos de madera se frotan uno contra otro, resulta una ignición, si fuego y metal entran en contacto, resulta la fusión; que lo redondo tenga como norma dar vueltas, que lo hueco tenga por principio flotar ésa es la propensión natural.14 Del mism o m odo que cada realidad del m undo tiene su pro ­ pia naturaleza —«los pájaros vuelan batiendo el aire con sus alas, los cuadrúpedos se desplazan pisando el suelo»—, igual­ m ente resulta, de cada encuentro apropiado entre los elem en­ tos (m adera y m adera, metal y fuego, lo redondo en relación con el suelo, lo hueco en relación con el agua), u n a evolución que es ineluctable por derivar de sus disposiciones. La relación se considera río abajo, m ediante transform ación de estadios,15 en el sentido de un despliegue del proceso implicado; y no m e­ diante ascenso exploratorio en la serie de los fenóm enos, com o encadenam iento de la causalidad. Lo «natural» se confunde, por tanto, con la espontaneidad. Y esa concepción de la propensión ha podido llevar a una críti­ ca explícita de la causalidad finalista.16No es en función de una causa, ni intencionalm ente,17 como el Cielo y la Tierra engen­ d ran al hom bre, sino que, «de la unión de su soplo, es com o el hom bre nació espontáneam ente»; al igual que de la u nión de los soplos, entre esposos, nace espontáneam ente el hijo: no p o r­ que, en ese m om ento, los esposos deseen engendrar un hijo, 187

W ang C hong

s. I

sino porque «de la emoción de sus deseos resultó la unión, de la que procede el engendramiento». O, tam bién, no es para satis­ facer las necesidades del hom bre por lo que el Cielo hace que crezcan los cereales o el lino (y tam poco es para castigarle por lo que ocurren las calamidades que dañan las cosechas). Ese engendram iento «espontáneo» se opone, por tanto, al m odelo de la fabricación hum ana, que es program ada.18El Cielo proce­ de sin causas, en virtud de su interacción con la Tierra, exclusi­ vam ente en función de sus disposiciones recíprocas: no es «creador».

X unzi s.UI a.C.

m . Uno de los rasgos más originales de la civilización china es haber evolucionado en fecha muy tem prana, a p artir de su sentim iento religioso, hacia la conciencia de una universal regu­ lación. Desde finales del segundo milenio antes de nuestra era, vemos cóm o se atrofia la divinización primitiva: im poniéndose al sacrificio, la manipulación adivinatoria encargada de detectar las regularidades en acción, orienta la especulación en un senti­ do cosmológico. Del anim ism o antiguo que culm inaba en la no­ ción de u n «Señor de lo alto» que gobierna el conjunto de la naturaleza e impone su voluntad a los hombres, se pasa a la idea de un «Cielo» que tiende a liberarse de las figuraciones antropomórficas, así como a contener, en su mero funcionam iento físi­ co, toda la omnipotencia divina. Paralelamente, la multiplici­ dad de las antiguas potencias ctónicas se funde en una sola en­ tidad cósmica, la Tierra, considerada en su aspecto físico sim é­ trico al del Cielo y actuando en correlación con él. Todo el uni­ verso está «funcionalizado» —ritualizcido— y el Cielo es trascen­ dente en virtud de la perfección y la universalidad de las norm as que en cam a.19El sentido del misterio se retira de lo sobrenatu­ ral, ya no se basa en el tem or a una arbitrariedad divina, sino que viene a confundirse con el sentimiento m ism o de la «naturale­ za»: ese fondo de espontaneidad insondable que resulta —sin descanso— del dispositivo inagotable de la realidad. Con la floración de las escuelas de pensam iento, al final de la Antigüedad, aparece un desarrollo filosófico m ayor («Del Cielo») que tiende a separar —contra la idea religiosa de una injerencia— función celeste y suerte hum ana. El movim iento del Cielo se caracteriza por su constancia: no podría variar en función de las alternancias de orden y desorden que conoce la 188

sociedad; en sentido inverso, el Cielo no podría tener considera­ ciones con los sentim ientos hum anos y «poner fin al invierno porque al hom bre le horroriza el frío».20Toda una tradición del pensam iento chino seguirá desarrollando tales concepciones: en particular durante la dinastía Tang, en el período crucial de los siglos VIH y IX, en los medios «neo-legistas» que intentan reaccionar m ediante reform as radicales a la crisis política y social que entonces sacude cada vez con m ayor profundidad el Imperio. ¿Discurren paralelos su «m aterialism o elemental» y sus proyectos reform adores, com o actualm ente afirm an los historiadores chinos de la filosofía? Al menos, es seguro que, para ellos, se tra ta de una posición de principio: es absurdo im aginar un Cielo retribuyente y justiciero; es aún m ás absur­ do quejarse al Cielo y pedirle que tenga piedad. Como si el Cielo pudiese ser sensible a elloy no fuese sólo u n «gran melón»...21 Frente a la concepción de una conciencia soberana que todo lo ve y «determ ina en secreto el destino de los hombres», el punto de vista «naturalista» defiende, po r tanto, la idea de dos «capacidades» independientes, que se desarrollan en dos pla­ nos paralelos: la vocación del Cielo consiste en fom entar el des­ arrollo y se m anifiesta en la fuerza física; la vocación del hom ­ bre consiste en la organización y se m anifiesta en los valores so­ ciales.22 C uando el orden reina en la sociedad y los valores son objeto de un reconocim iento unánim e, el m érito se ve autom á­ ticam ente recom pensado y la m ala conducta justam ente casti­ gada: nadie pensaría entonces en invocar cualquier injerencia del Cielo. Pero con que ese orden «se relaje» un tanto y los valores sean un poco confundidos, la función retributiva atri­ buida a la organización social ya no está tan regularm ente ase­ gurada: sigue explicándose lo que va bien m ediante la «razón de las cosas», pero, para lo que se vuelve injustificable, no se tiene otro recurso que conjurar al Cielo. Si el orden social, en fin, se relaja com pletam ente y ya nada funciona com o es debi­ do, entonces ya nada parece ser com petencia de la responsabi­ lidad de los hom bres, sino sólo de la autoridad celeste. En con­ secuencia, la religión —así se nos dem uestra— sólo debe su existencia al estado insatisfactorio de la sociedad: únicam ente cuando el orden social falla se em pieza a hacer que interfieran —abusivam ente— ambos planos, la regulación del Cielo y la dicha hum ana. Bajo el poder de buenos soberanos, resulta im189

Liu Zongyuan s.Vin-IX

LiuYuxi s.vra-ix

posible «engañar al pueblo con lo sobrenatural»; pero, cuando las costum bres políticas degeneran, entonces se invoca al Cielo «para hacer que la gente funcione».23 Lo mism o ocurre en la relación con la naturaleza: el homlíu Yuxi bre sólo está dispuesto a creer en la injerencia del Cielo si ya no capta la razón de lo que ocurre. Pero sem ejante «misterio» nun­ ca deja de ser algo relativo: quien navega en u n pequeño curso de agua se siente enteram ente dueño de la m aniobra, m ientras que, en un gran río o en el m ar, se está m ucho m ás dispuesto a apelar al Cielo. No obstante, se trata del m ism o tipo de proceso, aunque la diferencia de proporción hace que la explicación ra­ cional de los fenóm enos resulte unas veces m ás clara y otras m ás oscura. Incluso en el caso límite de dos barcos que nave­ gan parejos, con las m ism as condiciones de viento y de corrien­ te, el hecho de que uno flote y el otro se hunda en m odo alguno lleva a alegar una intervención del Cielo y se explica suficiente­ m ente en térm inos de che, en virtud de la m era propensión.24El agua y el barco son dos «realidades materiales» y, a p artir del m om ento en que entran en contacto, resulta de ello cierta «rela­ ción», que está objetiva (y num éricam ente) determ inada: y, desde el m om ento en que esa relación se determ ina de cierto m odo, ineluctablem ente aparece determ inada «tendencia», que orienta el proceso en uno u otro sentido (ya se trate de la tendencia a flotar, ya de la tendencia a hundirse).11Cada caso está en conform idad con su determ inación p articular y se ad­ hiere a la propensión que de ella resulta:1ésta llega tan indisociablem ente como «lo hacen la som bra o el eco». Sólo que, en función de la m archa de los fenómenos, una veces la razón de esa propensión resulta perceptible y otras no; pero siem pre es la m ism a lógica la que está en acción. Así pues, constatam os que, de m anera aún m ás precisa que antes, la explicación causal esperada es suplantada p o r u n a in­ terpretación tendencial que sirve aquí de argum ento últim o, y el m ás fuerte, en la desmistificación de la ilusión religiosa. La pregunta se plantea, en efecto, explícitamente en esos térm i­ nos, y conviene tom ar en consideración toda su incidencia en el plano metafísico: si todo, en la realidad, está gobernado por líu Yuxi determ inada propensión que deriva, sistem áticam ente, de la relación objetivam ente m ensurable que se instaura entre las cosas, «¿no se ve el propio Cielo lim itado [y constreñido] p o r la 190

ineluctabilidad de la tendencia?».J De hecho, el propio Cielo está sometido, en su curso, a la determ inación de la medida, la de las horas o las estaciones; y, una vez que «se ha constituido alto y grande», no puede volverse, p o r sí mismo, «bajo y peque­ ño»; u n a vez que se ha puesto en m ovim iento, «no puede dete­ nerse p o r sí m ism o ni un solo instante»: está, p o r tanto, igual­ m ente som etido a la inviolabilidad de la tendencia. Y el dom i­ nio de ésta es absolutam ente general. IV. El im perio de la tendencia no sólo es general; tam bién es lógico. Con el desarrollo del neoconfucianism o, a partir del siglo XI, los pensadores chinos tienden, cada vez más, a hacer resaltar el principio de coherencia interna que explica el proce­ so de la realidad. Incluso si reaccionan contra la influencia del budism o que, según ellos, ha pervertido sus m odos de pensa­ m iento, no se ven po r ello m enos inducidos a tom ar en conside­ ración, volviendo a las fuentes de la reflexión china, la exigencia m etafísica que les ha hecho conocer esa otra tradición. La no­ ción de principio y de razón de las cosas (el li) pasa, así, a prim er plano para servir de fundam ento a su visión del m undo. De ahí una estructuración de lo real propuesta de acuerdo con estos tres térm inos:25 al nivel del «principio», hay «dualidad-correlatividad»; al nivel de la «tendencia» {che), hay «atracción m u­ LiuYin tua» entre los dos polos («se buscan uno a otro»);k finalmente, s.xni al nivel de la «relación» y de su «determ inación num érica», hay «flujo» continuo que no cesa de «transform arse». Así pues, en el com ienzo siem pre se presentan dos instancias que se hacen frente y se corresponden; de esa disposición deriva una interac­ ción recíproca que constituye su propensión; y de esa relación dinám ica procede la actualización de las m anifestaciones feno­ m énicas, en perpetua variación. En el interior de este encade­ nam iento, la tendencia es el térm ino interm edio que une la re­ lación de principio y el surgim iento de lo concreto, y constituye la tensión, generadora y reguladora a la vez, que es coextensiva a lo real en su totalidad. Se da una coincidencia general, en la tradición china, sobre la concepción de ese dispositivo. La discrepancia provendría, m ás bien, del modo de utilizarlo. Reaccionando ante el agrava­ m iento de la situación política por m edio de un rigorism o m oral cada vez m ás intransigente, el letrado confuciano, preocupado 191

po r el «pueblo» y el «Estado», intenta acusar a sus adversarios de sacar provecho, fraudulentam ente, de la tendencia para lle­ var a cabo con tanta m ayor seguridad sus am biciones privadas. ¿No recom ienda el sabio taoísta (a la m anera del Laozi) hum i­ llarse voluntariam ente uno mismo, retirarse hum ildem ente a un segundo plano e incluso «vaciarse» del propio yo? ¿No pro­ pone, com o ejemplo, el «trozo de m adera sin trabajar» o el «lac­ tante»? Pero ello se debe a que es muy consciente de que los contrarios necesariam ente se reclam an y relevan, y de que la función com pensadora de la tendencia actuará, p o r tanto, en su favor (no en un más allá hipotético, sin duda, sino en el porvenir m ás inminente): si se humilla, es para verse llevado con tanta m ayor facilidad a elevarse; si se retira a un segundo plano, es para verse llevado con tanta m ayor seguridad a sobresalir, final­ m ente, si se vacía ostensiblemente de su yo, es para im ponerlo de un m odo tanto m ás imperioso. Pues es m uy consciente de que, en sentido inverso, «la propensión de lo resplandeciente es verse ineluctablem ente llevado a deslustrarse»;1 «la propensión de lo lleno, verse llevado derramarse»; o, del m ism o modo, «la propensión de lo acerado, verse llevado a quebrarse»...* Esa falsa hum ildad oculta, por tanto, un arte m uy riguroso de la m anipulación —protesta el letrado. Pues no es sólo que los dem ás se dejen desconcertar por esa apariencia, sino que, so­ bre todo, la tendencia que nos impulsa adelante no puede im ­ putársenos a nosotros mismos y únicam ente procede, efectiva­ m ente, de la situación objetiva: no soy yo quien intento im pul­ sarm e, solitario y m al que bien, sino que me veo llevado de ese m odo adelante, com o a mi pesar, por la lógica ineluctable de la realidad. Tácticam ente, puesto que siem pre tiene presente el desarrollo ulterior de la tendencia y se ha puesto en disposición de sacar provecho de ella, el sutil m anipulador siem pre cuenta líuYin tam bién con una ventaja temporal: «apenas está a punto de líu Ym

* Esa lógica de la inversión está efectivamente presente en el texto fundacional que es el Laozi (cf., especialmente, § 7, 9, 22 y 36): colocándose en segundo plano, el Sabio acaba estando delante y, por carecer de interés personal, puede hacer que resulte su propio interés; y es interpretada en términos de che por W ang Bi, en el siglo III>’55 Lo significativo al respecto, a partir de la enseñanza del Laozi. es que ahí se trata de una compensación inherente a la tendencia de las cosas e implicada por ésta —y, por tanto, «lógicamente» necesaria— y no de una reconi/xtisa otorgada en cualquier m ás allá y fuera de este m undo por una buena voluntad divina (como en la visión religiosa, cristiana en particular).

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em pezar y ya va al encuentro del fin; aún no ha entrado y ya prepara su salida».26 N unca falto de recursos, a la m an era del gran proceso del m undo, se vuelve tan «insondable» com o éste. Antes hem os visto que, bajo la influencia del taoísm o antiguo, la tradición china definió u n a sabiduría que consistía en b a sar­ se en la tendencia objetivam ente en acción en los fenóm enos para dejarse llevar por ellos y tener éxito en la acción: pero resulta que esa sabiduría tam bién tendría su lado som brío, que no es sino el uso perverso del m ism o procedim iento. E n el m undo que rechazó cualquier arbitraje soberano de la divini­ dad, el Sabio y el m anipulador se confunden en el arte de servir­ se del dispositivo, coinciden en su sentido com ún de la eficacia. Sin duda, la intención es distinta. Pero, ¿es un criterio suficien­ te para que podam os realm ente distinguirlos? V. La concepción de u n a racionalidad de la propensión des­ em bocó finalmente en una noción única, la de «tendencia lógi­ ca»01 que, como tal, pudo servir p ara explicitar, en los últim os siglos del pensam iento chino, la visión que esa civilización se había forjado sobre la naturaleza y el mundo. El binom io une en sí mismo, en efecto, lo que el pensam iento chino no sería capaz de disociar, por una parte, la idea de que todo, en la reali­ dad, siem pre ocurre de m odo inm anente, por desarrollo inter­ no y sin que pueda invocarse u n a causalidad exterior; p o r otra, la idea de que sem ejante producción espontánea es, en sí m is­ ma, em inentem ente reguladora y de que la norm a que así vehicula constituye el fondo de trascendencia de la realidad. Pues así es, en definitiva, el «Cielo» de los chinos: su curso «natural» sirve tam bién de absoluto «moral». Una vez más, se trata de la alternancia —pero, en esta oca­ sión, a escala de la realidad en su conjunto— que resulta del dispositivo y sirve de m odo general de funcionamiento. El curso del m undo no es, en efecto, sino la sucesión ininterrum pida de W ang Fuzhi las fases, opuestas pero complementarias, de «latencia» y de s.XVTI «actualización»: dado que, en el estadio arm onioso de la laten­ cia, la dualidad bipolar (del yin y el yang) ya se encuentra impli­ cada, una «tendencia lógica» arrastra «ineluctablemente» al proceso a desarrollarse luego por sí mism o m ediante la «movili­ zación» recíproca de los principios opuestos."27De lo que resul­ ta, sin ninguna intervención, la actualización fenoménica. Pero 193

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m ás tarde ésta es devuelta, en virtud de u n a «tendencia lógica» tam bién del todo «espontánea», al estadio de latencia y disuelta en el «Gran vacío» indiferenciado:28 todo el universo está some­ tido al ritm o de la concentración y la dispersión, siem pre corre­ lativas, de las dos energías cósmicas, a través de la vida y de la m uerte, que se encadenan sin fin, de los existentes.029Se trate de la fase de ida o de la de vuelta, resulta im posible precipitar su m archa o, al contrario, hacer que se retrasen: frente al carácter ineluctable de la tendencia lógica, el Sabio no tiene otra actitud posible que «esperar serenam ente su destino». Esa concepción general se ha prestado a u n a interpretación física m ucho m ás precisa. De las dos energías que sirven a la actualización de la realidad, la naturaleza de u n a (el y in ) con­ siste en «congelar» y «concentrarse», y la de la o tra (elyang) en «em prender el vuelo» y «dispersarse»: lo que u n a condensa, la otra ineluctablem ente lo disipa, y «por ello am bas tienden por igual [en virtud de u n m ism o che] a dispersarse».30 Con todo, hay que tom ar en consideración dos casos: o bien la dispersión tiene lugar arm oniosam ente y se producen entonces los fenó­ m enos corrientes de la escarcha, la nieve, la lluvia o el rocío (cada uno de ellos correspondiendo a su estación: escarcha al otoño, nieve en invierno, lluvia en prim avera y rocío en verano); o bien la dispersión no tiene lugar arm oniosam ente y se asiste, entonces, a violentos torbellinos que oscurecen todo el cielo: se debe a que el yang ha tendido precipitadam ente a dispersarse, m ientras que él yin, por su parte, se hacía cada vez m ás sólido. Sin duda, la tendencia lleva ineluctablem ente a que este último no pueda m antenerse así durante m ucho tiem po, pero de ahí resulta inicialm ente cierto desencadenam iento de violencia, antes de que la dispersión, finalmente, tenga lu g a r 31 fenóm eno absolutam ente análogo al que tam bién constatam os, ocasio­ nalm ente, en el m arco de la sociedad, cuando, con la exacerba­ ción de las contradicciones, la transform ación progresiva e ininterrum pida que constituye el curso de la H istoria de repen­ te da paso a disturbios y choques (recuérdese, en particular, el análisis que hizo el m ism o autor del paso del feudalism o a la burocracia, pp. 140-141). Por uno u otro lado, sin em bargo, in­ cluso si da lugar a irrupciones súbitas, la tendencia no deja de ser el fruto de una necesidad absolutam ente racional; y basta con analizar «con finura» ese fenóm eno de p ro p e n s ió n 32—nos 194

dice el filósofo—, para que la discontinuidad aparente se deje reabsorber. La crisis y la tem pestad tam bién son «lógicas». VI. Resultaría falso, en efecto, creer, como puede llevar a hacerlo un enfoque tosco, que, «cuando el m undo está bien go­ W ang bernado», obedece exclusivamente a la «lógica» (li), m ientras Fuzhi que, «cuando está m al gobernado», obedece exclusivamente a la «tendencia» (che).33 E n uno y otro caso, lógica y tendencia son indisociables, y es tarea del filósofo demostrarlo. Que, para reto­ m ar la alternativa planteada por el Mencius, el de m enor m érito esté sometido al de m ayor mérito, o bien que sea, sencillamente, el m ás débil quien esté sometido al más fuerte, en am bos casos se trata, no obstante, de una relación de «dependencia» que, como tal, siempre se ejerce a m anera de tendencia. Y com o en ambos casos, si la tendencia se ejerce así, es porque «no pudo ser de otro modo», esa tendencia está justificada en cada ocasión, y siempre posee, por tanto, su lógica propia. El prim er caso no puede ser m ás claro: que «el de m enor m érito se som eta al de m ayor mérito» corresponde, sencilla­ mente, al «deber ser»; y, en ese caso, es la lógica (la conform i­ dad con el principio) lo que hace que surja por sí m ism a la tendencia (la relación de sumisión).^ Ambas partes, gobernan­ tes y gobernados reciben lo que merecen: los prim eros, el «res­ peto»; los otros, la «paz». La jerarquía, basada en la valía, se impone por sí misma. Es, sin duda, el caso inverso el que plantea dificultades, cuando la superioridad jerárquica no se debe a una m ayor sabi­ duría o virtud, sino que se basa en la m era relación de fuerza: hay que reconocer que, en ese caso, la tendencia que som ete el m ás débil al m ás fuerte no es «intrínsecamente» lógica (puesto que no corresponde al deber ser moral). Pero tam poco es ilógi­ ca, como se nos quiere dem ostrar. Para convencerse de ello, basta proceder a contrano im aginando que el m ás débil —sin diferir del m ás fuerte desde la perspectiva del m érito— se niega a som eterse y rivaliza con él: una am bición tan absurda le hace correr ineluctablem ente a su perdición y, si es responsable de un pequeño reino (el caso abordado p o r el Mencius), arrastrará a todo el país a la ruina. Lo cual es «absurdo»: dado que sólo puede conducir a la autodestrucción, sem ejante insum isión se­ guram ente es peor, desde el propio punto de vista del m ás débil, 195

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que aceptar someterse. Aun no correspondiendo a la lógica del deber ser, la últim a solución se justifica, no obstante, po r el hecho de que es necesario resignarse a ella. Con m ayor preci­ sión: «sólo cabría decir que la sum isión del m ás débil no es algo p o r lo que la razón de las cosas no puede pasar». No siendo ideal, esa justificación deriva de la necesidad:r la fuerza de las cosas hace las veces de razón de las cosas, y la «tendencia» hace entonces las veces de «lógica».s El propio prejuicio moral, consistente en disociar tendencia y lógica según el m undo sea o no gobernado «en conform idad con la Vía», se basaría en un prejuicio metafi'sico: el que consis­ te en separar, dentro de la noción de Cielo, la energía que ali­ menta la actualización (el qi), po r una parte, y el principio que gobierna el proceso (el li), por otra.1Pero el Cielo, en su curso, es a la vez lo uno y lo otro; es lo que se convierte incesantem ente en la energía actualizadora bajo la dirección dei principio regu­ lador.11Pues no hay actualización posible, tanto fasta com o ne­ fasta, sin que haya la energía que alim ente esa actualización; e, inversam ente, las m alas épocas están, tanto com o las buenas, som etidas a un proceso evolutivo que es em inentem ente lógico: no se deben a una ausencia de regulación, sino a que la regula­ ción se produce entonces en form a negativa, en el sentido del desorden. Testigo de ello es la experiencia de la enferm edad, en la que claram ente está en acción una regularidad, aunque lo esté en un sentido desfavorable. En la serie de los hexagram as del Libro de las mutaciones, todos poseen una «virtud» propia, incluidos los que simbolizan desgracia y estancam iento. Que la energía actualizadora pueda desplegarse sin estar som etida a un principio rector únicam ente ocurre, po r tanto, con carácter absolutam ente excepcional: en la naturaleza, cuando surgen bruscam ente torbellinos y borrascas; en histo­ ria, en las épocas de completo desorden, cuando «todo lo que se inicia al m om ento se destruye», sin que ningún poder, bueno o malo, logre im ponerse (en China, en el siglo IV, en la época de los Liu Y uan y los Shi Le). Pero las borrascas no ponen en en­ tredicho la regularidad de las estaciones, y una total anarquía no podría m antenerse duraderam ente en el m undo sin llevarlo a su aniquilación. De ahí esta conclusión necesaria: dado que la energía actualizadora y su principio rector no podrían ser diso­ ciados, «la tendencia en acción en las cosas no sólo depende,

para su aparición, de la energía actualizadora, sino tam bién del principio rector». Además, es m ediante la relación entre esos dos térm inos com o m ejor podría definirse, en definitiva, qué es la «tendencia». Pues, ¿cómo pensarla —de la m anera m ás abs­ tracta, incluso fuera de ese contexto filosófico particular— de otro m odo que com o energía que está espontáneam ente orien­ tada en determ inado sentido? VII. Sem ejante argum entación, tom ada de uno de los pen­ sadores chinos (del siglo xvn) m ás profundos, nos sorprende por su carácter sistem ático y radical. Pero sólo ha podido ela­ borarse a p artir de u n a diversidad de planos que im plican nive­ les de conciencia en sí m ism os muy diferentes. Lo m ás claro, en ella, es la crítica rigurosa a la que se consagra contra la m etafí­ sica: negándose a consentir la disociación entre la regulación en acción y la energía actualizadora, entre el dom inio del prin­ cipio y el del fenóm eno, entre el abstracto ideal y lo concreto empírico, se niega al m ism o tiem po —y m uy a sabiendas (pues reacciona contra la influencia del budism o que, según el autor, ha penetrado incluso en la tradición letrada)— el corte idealis­ ta. No se trata de que no se estableciese u n a distinción precisa entre los térm inos, sino que ésta —como bien ha m ostrado Jacques G em et—34 no conduce a una separación: se da u n a con­ cepción —abstracta— de la dualidad posible, pero en el sentido de una correlación de los contrarios que, precisam ente, va con­ tra cualquier dualismo: en la lógica china del dispositivo, com o hem os visto, el Cielo y la Tierra funcionan unidos, y el «más acá» no podría ser separado de ningún «más allá». T am bién del todo a sabiendas, adem ás, la m ism a argum entación rechaza la ilusión del m oralism o que corre parejo con la rup tura m etafísi­ ca (incluso ha com enzado por ahí), la que opone categórica­ m ente la dicha a la desdicha y rem ite al Cielo para cuanto no va bien. Los com entaristas chinos de hoy suelen establecer u n p a ­ ralelismo con Hegel: la célebre inversión de lo «real» y lo «ra­ cional» (según la fórmula: «Todo lo real es racional y todo lo racional es real»), a la que la filosofía occidental sólo ha llegado forzando la posición idealista, parece, p o r el contrario, encon­ trarse im plicada con total naturalidad —y com o algo que cae por su propio peso— en el fondo de la filosofía china de la pro­ pensión. 197

M ás am biguo resulta, en cam bio, el estatuto que esa argu­ m entación asigna a la negatividad. Cuando justifica el carácter lógico del proceso que evoluciona negativam ente, ¿sólo quiere d em ostrar que cualquier desajuste tam bién contiene sus mo­ dos de regularidad, como en el caso de la enferm edad, o consi­ dera que esa fase negativa detenta en sí m ism a u n a positividad propia, que lleva a su superación, com o en el caso del invierno que prepara la renovación de la prim avera (según el ejemplo que norm alm ente privilegia la tradición china, especialm ente el Libro de las mutaciones)? Esa am bigüedad (al m enos según nuestra perspectiva) remite, de hecho, a lo que ha constituido desde siem pre el prejuicio —inverso a aquel al que frecuente­ m ente se ha adherido la tradición occidental— de la perspecti­ va china: su desinterés por el estatuto ontològico del Mal, la prioridad que concede al funcionam iento (el «mal» aparecien­ do, en general, ya sólo como una disfunción). Pero, en este m o­ m ento, tam bién estamos obligados a reconocer que una lectura específicam ente filosófica se queda corta: ha de d ar paso a una lectura m ás antropológica que reflexione sobre la diversidad de form as de conciencia que —en función de u n a tipología de las posibilidades, como «grandes opciones»— constituyen la pa­ noplia de las civilizaciones. Tercer modo de lectura, finalmente, que es aquí necesario: u n a lectura de carácter ideológico. Pues la noción de desorden con la que trabaja esa argum entación peca m enos en razón de su propia am bigüedad que del efecto perturbador del que se sirve (lo cual, sin duda, está relacionado con la cuestión de la jerarq u ía y el poder). Pues hay dos posibles contrarios del «buen orden»: el mal orden y la ausencia de orden. Pero aquí se hace un gran esfuerzo, so capa de cierta confusión, para privile­ giar el prim ero en detrim ento del segundo. Y, tras ese esfuerzo, se oculta, como era de sospechar, la obsesión congènita que la civilización china experimentó respecto a la anarquía: m ás vale el peor tirano que un vacío de autoridad. E n efecto, toda la argum entación se basa, al com ienzo de esa reflexión, en el hecho de que es lógico que el m ás débil se som eta al m ás fuerte, «supuesto que su virtud y su sabiduría no difieren de las de su superior». Pero, ¿qué ocurre en el caso, pasado por alto aquí, en que quien está en posición de inferiori­ dad tiene, sin embargo, m ás m érito —en «virtud» o en «sabidu­ 198

ría»— que el que dom ina? ¿No puede pensarse en u n a rebelión que haga (¿de nuevo?) corresponder el poder y el m érito? Lo que equivaldría a preguntarse si —en vez de contentarse con el m al m enor de u n a «lógica» que, en desacuerdo con la idealidad de los principios, tiene com o única justificación em an ar de las relaciones de fuerza; en vez de aceptar que la «fuerza de las co­ sas» pueda servir de «razón» suficiente— no convendría ne­ gar categóricam ente esa reversibilidad dem asiado cóm oda en­ tre am bos térm inos (i.e., negar que la situación sea tam bién aceptable al revés): es decir, querer actu ar siem pre de m anera que la razón de las cosas venza a la fuerza de las cosas y luchar —a pesar de la relación de fuerza, y llegando al sacrificio— para que al final dom ine el ideal. Lo que necesariam ente llevaría a restablecer, de un m odo u otro, el corte m etafísico —el que sacraliza el Ideal (y plantea un Bien absoluto)— para convertirlo en fundam ento del heroísm o moral. ¿Hem os vuelto con ello a «Occidente»? Ú nicam ente al final del desarrollo, y entre paréntesis, plan­ tea nuestro pensador que el más débil (pero sin que se diga si es, entonces, el de m ayor m érito) pueda «invertir una lógica del desorden en una lógica del buen orden». Pero lo hace p ara constatar inm ediatam ente que, m ientras no lo logre, acelera su perdición... Ya tuvim os la oportunidad de d a r cuenta de ello: la concepción del gran dispositivo del m undo y de la universal regulación influyó m uy tem pranam ente, en China, en las con­ cepciones políticas, hasta el punto de favorecer una teoría tota­ litaria y absolutista del poder. Ritualism o cosmológico y ritua­ lismo social corren, evidentem ente, parejos. La irrupción del «desorden» sólo puede ser tenida en cuenta en los intersticios de la regulación, y para ser lógicam ente integrada en ella. Se piensan la «tem pestad» y la «crisis», pero no la revolución. V m . En la crítica del idealism o m etafísico aquí elaborada, la noción de tendencia (che) sirve, com o hem os visto, de articu­ lación m aestra. Pues une entre sí los dos planos de lo real:35por una parte, el principio regulador, que, en tanto que principio, nunca es «algo» que pueda tener lugar concretam ente, nunca se agota en ninguna orientación y, por ello, es signo de lo «in­ tangible» (en efecto, es preciso ev itar—se nos advierte— que se reifique su concepción del principio confundiéndola con lo que 199

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nunca es m ás que una determ inación particular suya, incluso en el m odo hiperbólico, consagrado p o r la reflexión políticom oral, que es el Tao o la «Vía»); p o r otra parte, la energía que alim enta la actualización, que no deja de transform ar(se) y cuyo carácter «ordenado» y «armonioso» es la m anifestación sensible del principio invisible. «Sólo en la ineluctabilidad de la tendencia se percibe el principio regulador» :v dado que la ten­ dencia orientadora del curso de la realidad deriva sponte sua del dispositivo, precisam ente a ella le corresponde revelar, en la actualización sensible, el principio rector siem pre en acción. Resulta, por tanto, una vez m ás —pero, en esta ocasión, al nivel de la realidad en su conjunto—, que la propensión deriva­ da de la disposición de las cosas sirve de m ediación entre lo visible y lo que lo supera: recuérdese la estética china del paisa­ je, donde la tensión que em ana de la configuración del trazado abría a la dimensión del Vacío y preparaba p ara u n a experien­ cia espiritual; o recuérdese la teoría china de la Historia, donde la tendencia implicada por la situación concreta perm itía pasar de la historia inm ediata a la lógica oculta que explica el curso de los acontecimientos. A través de la propensión objetivam en­ te en acción, el chino vive el encuentro con lo invisible: p o r ello no necesita ni la «encamación» de un M ediador ni «postulados metafísicos». Y las cosas tienen, naturalmente, un sentido. La m ejor prueba de la imposibilidad de cualquier ruptura idealista, entre los planos del «principio» y lo «concreto», nos la proporciona —hemos empezado a dam os cuenta de ello— la reversibilidad de su relación. Pero intentem os pensarla con m ayor detalle, pasando de la concepción del dispositivo a la de la praxis que le corresponde. No podemos dejar de volver a en­ co n trar ahí los dos puntos de vista com plem entarios, pero dan­ do aquí lugar, cada vez, a una alternativa (dado que entonces corresponden a una elección moral): por una parte, la «confor­ m idad», o la «no-conformidad», con el principio, de orden que determ ina la «vía» a seguir (en el plano de la idealidad moral, el Tao)-, p o r otra parte, la «posibilidad», o la «imposibilidad», al nivel de la situación concreta que hace que surja la tendencia (en tan to que orientación efectiva del curso de las cosas).36 0 bien, conform ándose al principio de orden, se hace surgir la posibilidad concreta, o bien, po r el contrario, yendo contra ese principio, se imposibilita la situación: en ese caso, es el «princi­ 200

pió» el que «hace que surja la tendencia».w Pero la relación tam bién puede abordarse en el otro sentido: siguiendo lo efecti­ vam ente posible, resulta un orden ideal; m ientras que, ponien­ do en acción algo imposible, resulta u n principio de desorden. Y, en ese caso, es la «tendencia» (dentro de lo concreto) la que «hace que surja el principio».* Se propone com o ejemplo, en la confluencia de lo político, lo económ ico y lo social, el m odo en que el Estado debe orientar su política de detracciones con respecto al pueblo. Una buena gestión, en este dominio, consiste en efectuar esas detracciones cuando el pueblo posee en gran abundancia e incluso si el E sta­ do no experim enta una necesidad aprem iante (una m ala ges­ tión es la que corresponde al principio opuesto de detraer desde el m om ento en que el Estado lo necesita y sin consideración para con la situación del pueblo). Según ese ejemplo, detraer los excedentes de que dispone el pueblo para gratificar a sus superiores satisface a todos y está de acuerdo con la equidad: en eso consiste, en ese caso particular, la conform idad con el «principio de orden»; por otra parte, detraer sólo aquello de lo que el pueblo dispone como excedente y, precisam ente p o r eso, que realm ente pueda efectuarse la detracción, de m odo que, habiéndose cuidado siem pre de form ar reservas en previsión de los tiempos difíciles, nunca se sufra la escasez: en eso consis­ te la «posibilidad efectiva», al nivel de la situación concreta. Vemos, así, cómo se concibe, en ese m arco, la buena política (enfocada siempre, sin duda, según su m odelo chino de regula­ ción arm oniosa): corresponde a la situación en que la conformi­ dad con el principio hace que surja una viabilidad de la tenden­ cia. Im aginem os ahora el caso opuesto (por lo demás, no hay que «imaginarlo»; la historia china proporciona ejemplos muy frecuentes): si el Estado intenta, de repente, exprim ir al pueblo porque lo necesita y sin consideración para con su m iseria, por m ás que ejerza sobre él la presión m ás feroz, no hará m ás que consum irlo y él mism o se arru in ará aún más: en eso consiste la imposibilidad efectiva, al nivel de la situación concreta. Y, en ese caso, es la tendencia la que, bajo la presión de las circunstan­ cias, hace surgir el principio, pero de un m odo negativo, como «principio de desorden»:* aquello a lo que la situación nos obli­ ga (efectuar urgentes detracciones sobre el pueblo, porque el Estado tiene una necesidad aprem iante), pero que, en sí mis201

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mo, no es posible (puesto que, entonces, el pueblo no tiene con qué sufragar sus gastos), lleva a la discordia entre gobernantes y gobernados, entre «arriba» y «abajo», y destruye la Armonía. E n el caso precedente, de la conform idad con el principio resul­ ta que la cosa va bien (al nivel de lo concreto); en este caso, del carácter im practicable de lo que se pone en ejecución nace el absurdo, en el plano lógico. Que el «principio» y la «razón» determ inen el surgim iento de lo concreto: eso es lo que siem pre ha evidenciado la filosofía idealista. Pero que, en sentido inverso, la tendencia efectiva, según sea o no viable, reaccione en el orden de los principios y suscite una lógica de regulación o desregulación: es de ese m odo com o el pensam iento chino aboga por la posición con­ traria a la idealista y hace que destaque su parcialidad. La lógi­ ca de la trascendencia se basa, en efecto, en u n a relación unívo­ ca (del lógos hacia el devenir, de lo inteligible hacia lo empírico, de lo celeste hacia lo hum ano); por el contrario, estableciendo cualquier sistem a de funcionam iento a p artir de u n a dualidad de polos, el pensam iento del dispositivo se ve llevado a destacar la interacción y la reciprocidad, y eso incluso dentro de una relación jerárquica: el Cielo es superior a la Tierra, pero no po­ dría existir sin ella; el principio de orden no sólo inform a el m undo, sino que tam bién depende del curso de las cosas y sur­ ge a p artir de él. IX. El m odelo del dispositivo es absolutam ente general, y lo m ism o ocurre con la praxis que le corresponde y de la cual acabam os de abordar un caso particular. Trátese del curso del m undo o de la conducta hum ana, com prender en qué consiste la regulación de las cosas equivale a p e n sarla arm onía íntim a e irreversible que une principio y propensión, e im plica rechazar las dos posturas contrarias: no sólo, como acabam os de hacer, la del idealism o metafísico que tiende a pensar el principio aparte de la propensión concreta, sino tam bién la del realism o político que tiende, a la inversa, a privilegiar la propensión en detrim ento del principio, y que, po r tanto, tam bién hay que denunciar. En el caso de la política, el «principio» es el ideal que perm ite asegurar u n funcionam iento social arm onioso y rem ite al orden inm utable de la m oralidad; m ientras que la «propensión» (che) es la tendencia favorable que em ana de la 202

relación de fuerza, dentro de una situación histórica dada, y sobre la cual cabe apoyarse eficazmente. Pero, tam bién en polí­ tica, la ilusión consistiría en creer que esos dos planos pueden ser disjuntos, es decir, que el ideal y la eficacia no discurren necesariam ente parejos.37 Si el «realismo» político se equivoca —se nos dem uestra—, es desde el propio punto de vista de la realidad (cuando, por oportunism o o por cinismo, sólo tiene en cuenta las relaciones de fuerza): no hay que criticarlo en nom ­ bre de ningún a priori moral, trascendente a la Historia, sino desde el punto de vista de la eficacia objetiva y desde el propio interior del curso de la Historia. Pues, como no puede dejar de revelarlo un análisis m ás riguroso, únicam ente el respeto a los principios puede engendrar una tendencia realm ente favora­ ble: porque sólo en la m edida en que abraza la regularidad de las cosas es aquélla realm ente fiable y puede resultar duradera.2 Podría creerse, por ejemplo, y en nom bre del «realismo», que hubiese que distinguir entre, por una parte, la situación de la tom a del poder y, por otra, la condición de su conserva­ ción:3' considerar que sólo se puede conquistar el poder apo­ yándose en la tendencia favorable que em ana de la relación de fuerza (che), m ientras que hay que d ar pruebas de m oralidad y respetar los «principios» para preservar el prestigio de la pro­ pia autoridad. Pero, de hecho, sólo puede conquistarse el po­ der, es decir, «someter realm ente a los demás», si ya se está en condiciones de conservarlo; y, del mismo modo, sólo puede conservarse el poder, es decir, «suscitar realm ente la adhesión de los demás», si perm anentem ente se está en condiciones de (re)conquistarlo. Por supuesto, hay que conquistar el poder para tener que conservarlo, pero tam bién es cierto que sólo nuestra capacidad de conservar el poder perm ite conquistarlo de un m odo efectivo, completo y estable, y sin encontrar oposi­ ción. La tom a del poder no es, po r tanto, ese m om ento fuerte y prim ero que con dem asiada frecuencia nos im aginam os de m anera ingenua, y sólo se deja concebir según el m odelo de la conservación: conservar el poder es «suscitar la adhesión de to­ dos haciendo que reine el orden», lo que equivale a «basarse en la idealidad del principio para hacer que surja la propensión efectiva [favorable al propio poder]»;b' conquistar el poder es «obtener la sum isión de todos adaptándose a la exigencia m o­ ral», lo que equivale a «abrazarla propensión efectiva favorable 203

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al propio poder de tal modo que se esté de acuerdo con el prin­ cipio reg u la d o r» / Lo que equivale a concluir que el principio de m oralidad necesario para la conservación del poder tam bién debe ser respetado en la fase de su conquista y que la propen­ sión necesaria para la conquista del poder tam bién ha de estar presente en la fase de su conservación/ Incluso si esos dos mo­ m entos se oponen entre sí en la m edida en que am bos estable­ cen el ritm o, alternante, del curso de la vida política y de la Historia, la tom a del poder y su conservación son totalm ente hom ogéneas la una en relación a la otra: obedecen a la «misma lógica reguladora» y apelan al «mismo tipo de propensión». Dado que, a pesar de la alternancia de conquista y conserva­ ción del poder a la que está sometida, la H istoria constituye un curso uniform e y continuo donde principio y propensión deben ir siem pre juntos, cabe llegar legítim am ente a esta consecuen­ cia: cualquier tom a del poder que no obedezca al principio ideal ni se apoye en la tendencia favorable dentro de la relación de fuerza está condenada de antem ano y no podría alcanzar realm ente su objetivo. Pues, incluso si parece en un principio favorecer sem ejante empresa, la situación histórica evolucio­ nará necesariam ente un buen día en sentido contrario: por lo tanto, no puede contarse con la tendencia venidera,e' y ésta aca­ bará actuando contra nosotros. Tan cierto es que, si la Historia proviene constantem ente de las relaciones de fuerza, éstas no podrían escapar a la lógica de la com pensación. Por ello no han im aginado los chinos un juicio final, trascendente respecto a la historia hum ana: a fin de cuentas, sólo tiene éxito lo que es justo y la Historia se legitima plenam ente desde sí m ism a. Se considera que la historia de los grandes fundadores de dinastía, en la China antigua, proporciona una prueba ejem­ plar. Porque supieron tom ar el poder respetando la moralidad, aquéllos pudieron hacer que reinase su dinastía durante siglos y siglos (es el caso de Tang, fundador de los Shang, o de Wen, fundador de los Zhou). En prim er lugar, no intentaron tom ar el poder po r am bición personal, sino porque el linaje reinante ha­ bía degenerado com pletam ente y la situación exigía rem plazarlo. Además, incluso respecto a soberanos tan corrom pidos, se dedicaron —como se nos m uestra— a com portarse el m ayor tiem po posible como fieles súbditos y retrasaron cuanto pudie­ ron su destierro o castigo; por el contrario, se apresuraron a 204

exterminar, sin la m enor piedad, a los vasallos que m antenían a los malos príncipes, incluso si las faltas de aquéllos pudieran parecer «de m enor peso», desde el punto de vista de u n a evalua­ ción positiva de la situación, que las de su se ñ o r pues su peso era m ayor desde u n punto de vista moral, habida cuenta del respeto que siempre se debe guardar, por principio, ante el pro­ pio señor. Aislando así, y privando de cualquier soporte, al so­ berano a deponer, al m ism o tiem po que extendiendo entre las poblaciones su propio ascendiente, pudieron invertir progresi­ vam ente en su favor la relación de fuerza sin tener que enfren­ tarse directam ente con su propio soberano y, por ende, sin te­ ner que transgredir el principio jerárquico. No fue tanto que «tomasen» el poder cuanto que éste acabó por caer sponte sua entre sus manos, y ese poder lo adquirieron tanto m ás sólida­ m ente cuanto que nunca habían abandonado la legitimidad. Si, en cambio, en lugar de proceder de ese modo, por m edio del ascendiente de su virtud, un vasallo empieza enfrentándose abiertam ente a su soberano (como el rey Wu en la llanura de Mu), entonces, po r degenerado que sea ese soberano y po r ju sta que sea la propia causa, ya debilita objetivamente, en razón de su incum plim iento del principio m oral (jerárquico), el poder que intenta conquistar. (Por m ás que el rey W u proclam e luego la «finalización de la guerra» y haga dem ostraciones pacíficas para probar a todos su buena voluntad, las rebeliones no tard a­ rán en renacer y se verá forzado a em prender de nuevo expedi­ ciones punitivas.) Pues, si el vasallo que de esa m anera aspira al poder no respeta lo que se le debe a cualquier soberano, sus propios vasallos no dejarán m ás tarde de «regatear» tam bién su respeto hacia él, y el orden no podrá ser estable ni su poder seguro. Eso ocurre, por tanto, cuando se intenta «conquistar el poder» (basándose en la relación de fuerza) sin hacer, al m ism o tiempo, lo necesario para «conservarlo» (i.e., respetar la legiti­ midad), resultando que —incluso desde el punto de vista de la fuerza positiva— nunca se ha ganado realmente. Puede estim arse cuál ha sido la incidencia de esa concep­ ción en el plano de la política y la Historia. En lugar de atribuir a las revoluciones la virtud de dinam izar el desarrollo histórico, los chinos se h a n em peñado en unir, de la m anera m ás estre­ cha, poder y legitimidad: en no concebir capacidad efectiva fuera del m arco de un proceso continuo y por transm isión; en 205

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reducir al m ínim o cualquier forma de irrupción o corte en pro­ vecho de u n a eterna transición. N inguna oposición tiene posi­ bilidades de asentarse a no ser en la m edida en que, lejos de desgastarse en una relación conflictiva, desem peñe el papel de u n factor sustitutorio y regenerador, se inscriba en una lógica, regulatoria, de alternancia y logre servir de relevo. Puede estim arse tam bién cuál es su incidencia en el plano filosófico. Pues, al m ism o tiem po que lleva a una crítica explíci­ ta del idealism o metafisico (que separa el principio de orden del curso actualizador de las cosas) —así com o del m oralism o que lo acom paña (oponiendo las épocas en que «sólo reinaría el principio» a aquellas en que «sólo reinaría la tendencia»)—, la correlación así establecida entre el principio ideal y la propen­ sión efectiva lleva, de rechazo, a fundam entar, precisamente en nombre del realismo —e incluso en el dom inio de la política—, un idealism o m oral cuyo carácter de idealidad está tanto m ás m arcado cuanto que no descansa sobre ningún soporte ontolò­ gico o religioso. Incluso ahí estamos, según m e parece, ante una de las articulaciones más fuertes del pensam iento chino. Podría resum irse íntegram ente en esta fórmula: «No hay prin­ cipio de orden separado de la realidad concreta ni tendencia en acción separada del principio de o rd en » / Por una parte, se re­ chaza hipostasiar el principio de orden para convertirlo en un Ser metafisico; por otra, se considera que no puede hacerse que nada se produzca fuera del funcionam iento regulador. No hay N orm a que trascienda lo real (tom ada como Verdad), sino que la norm atividad está constantem ente en acción, y es ella la que adm inistra todo el «flujo» de lo real en un eterno proceso. No sólo el hom bre, si se adapta realm ente a ella, tiene el éxito ase­ gurado, sino que tam bién, actuando en el sentido del dispositi­ vo, «realiza» su naturaleza y puede «conocer» el «Cielo», y «participar» de él. X. Para dar cuenta del surgim iento de lo real, la filosofía occidental se ha escindido tem pranam ente, por su parte, en dos opciones rivales: por un lado, la explicación «mecanicista» o «determ inista» (que tiene como precursores a pensadores com o Em pédocles o Demócrito), que da cuenta de ese surgi­ m iento desde el punto de vista de la génesis y de los encade­ nam ientos necesarios; por otro, la explicación «finalista» y te206

leológica (que se inicia con Anaxágoras y Diógenes de Apolonia, se desarrolla en el Platón del Timeo y las Leyes, y es consa­ grada por Aristóteles),38que interpreta el proceso de la realidad desde el punto de vista de la realización, óptim a y «lógica», que constituye su objetivo. Dos opciones que, en virtud de su con­ tradicción, han dinam izado el desarrollo de la reflexión occi­ dental: «¿a partir de dónde?», por u n a parte, y «¿con vistas a qué?», por otra.39 Ahora bien, la concepción china de u n dispo­ sitivo de funcionam iento y de la propensión que deriva espon­ táneam ente de él parece confirmar, en cierto modo, cada uno de los térm inos de la alternativa; es decir, no corresponder, a fin de cuentas, a ninguno de los dos. E n efecto, éstos se basan, a pe­ sar de su desacuerdo, en un sentido común: el de la causalidad. Pero es justam ente ese «sentido común» lo que la tradición chi­ na en m odo alguno parece compartir. Como en la opción determ inista, la concepción china del dispositivo destaca el desarrollo ineluctable del curso de las co­ sas, expresado po r la propensión, y da cuenta de su producción exclusivamente a p artir de las cualidades físicas («duro»-«blando», etc.) y com o fenóm enos energéticos.40 Pero, en la concep­ ción griega, la necesidad ineluctable no es m ás que la otra cara del azar y la adaptación que se constata en la naturaleza no podría ser un principio inm anente a ésta (sólo proviene —en un Empédocles, criticado en este punto por Aristóteles— de en­ cuentros felices y por eliminación de cuanto no resulta viable). Por el contrario, la idea de regulación está en el origen del pen­ sam iento chino del proceso: lo más lejos posible de un m ecanis­ m o ciego, la propensión que dirige a aquél se concibe, como hem os visto, com o em inentem ente lógica. De ahí la connivencia que cree percibirse entre la tradición china y la posición adversa, aquella —la aristotélica— que aborda lo real desde la perspectiva de la «constancia» o de lo «más frecuente»: la m ism a insistencia, por u n a y o tra parte, en regularidades funcionales, como la del ciclo de las estaciones;41 la m ism a impresión, en una y otra parte, de u n dinam ism o organizador que está en acción en todo el universo (el ouranós). Pero, en la concepción griega, esa regularidad del proceso se justifica en virtud de su desenlace, que corresponde a la realiza­ ción de la naturaleza en tanto que form a o noción (eidos) y le sirve de «fin» (télos) en relación a los m edios m ateriales em ­ 207

pleados. Ahora bien, como hem os visto, ya se trate de estrate­ gia, de la concepción de la Historia o de la filosofía prim era, la lógica china de la propensión no piensa en térm inos de finali­ dad. De ahí una divergencia esencial en la concepción de la naturaleza: incluso si critica la concepción cosm ogonista y de­ m iùrgica que aún inspira a Platón en el Timeo, Aristóteles no por ello aborda en m enor grado las transform aciones de la n a ­ turaleza por «analogía» con la fabricación técnica:42 «según se fabrica un a cosa, así se produce por naturaleza», y, si el arte de construir los navios estuviese en la m adera, actuaría com o la naturaleza (la principal diferencia consiste únicam ente en que, según uno u otro caso, el «principio del movimiento» es interno o externo). Igual que en el arte, la naturaleza parte del fin, y la serie de antecedentes está determ inada por la form a a realizar (com o las partes por el todo: las propias m onstruosidades de la naturaleza no son sino «errores de la finalidad»). Lo que signifi­ ca que el orden, dentro del devenir, no procede del propio deve­ n ir (de su lógica propia), sino de la causa final en la que desem ­ boca. E n sentido inverso, los chinos nunca concibieron el en­ gendram iento del m undo y las transform aciones de la n atu ra­ leza según el modelo de la creación divina, ni siquiera sobre el —desmitificado— de la fabricación hum ana. Tam poco tuvie­ ron necesidad de extraer (de abstraer) de la idea de proceso r e g u la r la n o c ió n de bien p la n te a d a c o m o objetivo :43 la id e a de

autorregulación les basta. La relación medio-fin confirma, en la física de Aristóteles, la de materia-forma. Pero, al igual que los chinos no se dedica­ ron a instituir form as com o fines de los procesos, resulta igual­ m ente difícil hacer corresponder a la idea de m ateria-m edio su concepción de la energía que alim enta la actualización. El de­ bate rem onta, entre nosotros, a nuestro descubrim iento de C hina (los padres Longobardi, de Sainte-M arie, Leibniz...): ¿son o no son «materialistas» los chinos? Pero la pregunta, com o vemos, está dem asiado m arcada por nuestras propias concepciones para estar en condiciones de encontrar a la otra cultura y recibir en ella un sentido; por ello no ha podido ser resuelta. Porque reconocer, com o hem os hecho anteriorm en­ te, u n «anti-idealismo» de la posición china (que reacciona contra la exigencia m etafísica im portada en China via el bu­ dism o) no implica, sin embargo, ten e r que considerarla positi­ 208

vam ente m aterialista: com o habiendo debido su surgim iento a la identificación de cierta «materia» y adquiriendo sentido de acuerdo con esa lógica.* De ahí el problem a metódico que se plantea p ara h acer per­ tinente la comparación: ¿qué otra solución, a fin de escapar al quiproquo y poner térm ino a esos falsos debates, que intentar rem ontar m ás arriba en el establecim iento de los m arcos de nuestro pensam iento, de m odo que se señale dónde com ienza la divergencia y en qué sentido se efectúa? Pero eso m ism o sólo es posible si se com ienza por fijar un punto de acuerdo efectivo, m ás acá de la divergencia, desde el que pueda verse em erger la diferencia y que sirva de base para reconstruirla. E n m odo al­ guno, por supuesto, en la perspectiva —realista— de u n a histo­ ria, sino según la exigencia de una genealogía teórica. XI. Esep u n to de acuerdo, previo a la diferencia, entre física griega y concepción china del proceso, ciertam ente lo encon­ tram os en el hecho de que am bas tradiciones piensan el cam bio a p artir de contrarios. En eso están de acuerdo, al decir de Aris­ tóteles, todos los pensadores que lo precedieron, a pesar de las apariencias y de su «falta de razón», «como si la propia verdad los obligase a ello»:44no sólo los contrarios actúan com o princi­ pios del cam bio (según su noción m ás general: metabolé, a la vez generación y corrupción, movim iento o alteración), sino que incluso debe tratarse de una contrariedad única (dado que «hay una contrariedad única en un único género» y «la sustan­ cia es un único género»). La m ism a unanim idad en el interior de la tradición china, donde los principios opuestos del yin y el yang perm iten, por sí solos, explicar todas las transform acio­ nes: ¿cabe siquiera im aginar un pensam iento del «cambio» y la «transform ación», que proponga un punto de partida distinto al de la «contrariedad» inicial (como enantíosis)? Pero la diferencia interviene, entre pensam iento griego y chino, cuando Aristóteles, retom ando una argum entación del Fedón, se ve llevado a añadir a los dos principios contrarios (antikeímena) u n tercer térm ino que les sirva de soporte y pue­ da acogerlos alternativam ente: en eso consiste el sustrato-suje­ * Cf., sobre este punto, nuestro anterior ensayo, Procès ou Création [Proceso o creación], París, Éd. du Seuil, 1989, pp. 149 ss.

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to (lo «yacente bajo»: hypokeímetion) que hay que «suponer», aparte de los «opuestos» que se sustituyen entre sí, com o prin ­ cipio perm anente del cambio. Consideremos, siguiendo el ejemplo de la Física, esos dos térm inos contrarios que son la «densidad» y la «rareza»: «resultaría m uy difícil decir m ediante qué disposición natural ejercería la densidad alguna acción so­ bre la rareza o ésta sobre la densidad»; p o r tanto, es absoluta­ m ente necesario que «la acción de am bas se produzca en un tercer término», y por ello nos vemos llevados a «situar», bajo los contrarios, «otra naturaleza».45 El m ism o razonam iento es reiterado en múltiples ocasiones por Aristóteles, de form a tam ­ bién sistemática. Así, en la Metafísica: «La sustancia sensible está sujeta al cambio. Pero si el cam bio tiene lugar a p a rtir de los opuestos o los interm ediarios —no, naturalm ente, de to­ dos los opuestos (pues el sonido tam bién es no blanco), sino sólo a partir del contrario—, necesariam ente hay un sustrato que cambia del contrario al contrario, dado que no son los pro­ pios contrarios los que se transform an uno en otro» 46 Y ese «algo» que «permanece bajo» la transform ación (hypoménei) es la «materia». ¿Por qué la necesidad lógica de un tercer principio concebi­ do como «sustrato»-«sujeto»? Se debe a que, com o se dijo an te­ riormente, los contrarios «no actúan uno sobre otro», «no se transform an uno en otro» y «se destruyen recíprocam ente».47 E n términos lógicos, se excluyen. Pero toda la tradición china insiste, al contrario, en el hecho de que los contrarios, a la vez que se oponen, «se contienen m utuam ente»; en el interior del yin hay yang, al igual que en el interior del yang hay yin; o, también, mientras que el yang penetra en la densidad del vía, éste se abre a la dispersión del yang:A&am bos proceden constan­ tem ente de la misma unidad prim ordial y suscitan su actualiza­ ción mutua. Por lo tanto, se puede d ar literalm ente la vuelta a la expresión de Aristóteles: hay una «disposición natural» p o r la que los contrarios están en interacción m utua, y esa interac­ ción es, a la vez, espontánea y continua (continua porque es­ pontánea). «No hay ser del que veamos que su sustancia esté constitui­ da por los contrarios», nos sigue diciendo Aristóteles. Pero, en China, toda la energía que alim enta la actualización está cons­ tituida al mismo tiempo por el yin y el yang, y éstos no sólo son 210

los térm inos extremos del cambio, sino que, juntos, form an todo lo que existe: por tanto, no hay motivos para suponer un «tercer término» que sirva de soporte a su relación (el propio principio rector no existe aparte de los contrarios, sino que ex­ presa su relación arm oniosa). Ambos form an un dispositivo autosuficiente, y la propensión resultante de su interdependen­ cia, com o hemos suficientem ente constatado, orienta, por sí sola, el proceso de la realidad. Al m ism o tiem po que no cesa de disociarse, la energía se ve constantem ente llevada a actualizar­ se, en un funcionam iento com pensatorio y regulan constante­ m ente hay materialización, pero no «materia» propiam ente di­ cha. M ientras que, en Aristóteles, la insuficiencia dinám ica de los contrarios discurre pareja con su sustancialismo: lo real no es pensado como dispositivo (i.e., dinam izándose a partir de su disposición propia), sino en una relación m ateria-form a y a partir de la noción de esencia (de ahí que los contrarios sólo puedan ser «inherentes» a un sujeto, en tanto que «acciden­ tes»). Tam bién por ello, el cam bio ya no puede ser interpretado en térm inos de tendencia espontánea, com o en una estructura bipolar, sino que implica la elaboración de un sistem a comple­ jo de la causalidad. Esta fórmula, tom ada de la Metafísica, podría parecer cultu­ ralm ente neutra y expresar una simple evidencia: «Todo lo que cam bia es algo que es cambiado, por algo, en algo».49 Pero, ¿acaso se percibe mejor, en lo sucesivo, cuánto deapriori teóri­ co disim ula la generalidad de la definición? (Quiero decir: cuántos prejuicios se ocultan bajo la simpleza de esa expre­ sión.) Se creería rozar la tautología, pero ya se introduce ahí, a través de la explicitación m ínim a de la definición, todo lo que ha servido luego para articular nuestro pensam iento. En aque­ lla se encuentran implicadas, adem ás de los dos contrarios (transform ados aquí en relación «forma»-«privación»), la no­ ción de u n sujeto que actúa com o m ateria del cam bio y la de un agente «en virtud del cual el cam bio tiene lugar». Pues, a partir del m om ento en que, en ausencia de una interacción de los contrarios, se hace intervenir un tercer principio que actúa com o soporte de su relación, nos vemos llevados a hacer que tam bién intervenga, al m ism o tiempo, un cuarto elemento, en tanto que «factor externo», que actúa como causa eficiente de la transform ación. Así se introduce, a continuación del sustra­ 211

to-sujeto, la necesidad de un «motor» (ío kinoún). La «m ate­ ria», p o ru ñ a parte; la «forma» que tam bién es el «fin», p o r otra; m ás el «motor»: la teoría de las cuatro causas está, a p artir de ahí, com pleta y en adelante parece caer por su propio peso. Con otras palabras, laepistéme occidental está dispuesta.* Pues, incluso si la ciencia occidental, sobre todo a pa rtir del Renacim iento, ha tenido que desarrollarse en ru p tu ra con la autoridad de las teorías de Aristóteles, ello no im pide que la elaboración de las representaciones griegas, de las que el pen­ sam iento aristotélico señala un desenlace, parezca, en contras­ te con China, haber servido de articulación básica — incluso en la crítica a la que ha podido luego dar lugar, al nivel de la explicitación teórica— a la em presa cognoscitiva a la que se ha con­ sagrado Occidente: em presa, a fin de cuentas, m uy particular (en relación a sus decisiones), a pesar del dom inio, frente a otras culturas, que haya llegado a ejercer m ás adelante. Lo cual debería incitam os a releer nuestra filosofía desde el exterior y, en vez de desplegar perpetuam ente la m ism a histo­ ria, rem ontar, m ás acá de sus prim eras operaciones lógicas, a su fundam ento no consciente. A buscar de ese m odo, en ese a contracorriente, el vinculo que m antiene el sistem a de la causa­ lidad con el «prejuicio» de la sustancia. Pues, desde el m om en­ to en que la física se hace «sustancialista», el orden estático resulta insuficiente para explicar el orden dinám ico, y p o r ello se precisa un motor. E n sentido inverso, el pensam iento chino, que se exime de tener que pensar el sujeto, se ve llevado, tam ­ bién de un m odo totalm ente lógico, a ahorrarse u n a causalidad extem a. En el interior del dispositivo, la eficiencia no proviene de u n afuera, sino que es totalm ente inm anente. El orden está­ tico es, al m ism o tiempo, dinámico; la estructura de lo real con­ siste en estar en proceso.

* La noción de epistéme se toma aquí en el sentido que tiene en Foucault, pero vuelta contra Foucault: dado que la configuración discursiva, constitutiva de la epis­ téme, que se descubre a partir del punto de vista «heterotópico» de otra cultura (como China frente a la cultura europea), depende de una duración larga y nos lleva a hacer que intervenga de nuevo una representación tan criticada p o r Foucault com o la de tradición. (Pero, ¿no volvían, en cierto modo, a hacem os reconocer ese tiem po largo los últimos trabajos de Foucault sobre la historia de la sexualidad?)

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XII. Q uedaría la tentación de retom ar la com paración po r otro extremo: ¿no confirm a en cierto m odo la dinám ica, que tam bién la física occidental concibe com o inm anente a la n atu ­ raleza, la tendencia inherente al proceso, el che chino? «En po­ t e n c i a r e n acto» (dynamis-enérgeia): es en función de una opo­ sición de ese tipo como nos hem os visto llevados a interpretar, a través de los m arcos de nuestro pensam iento, la gran alternan­ cia que ritm a la visión china del proceso (hablando de «latencia» y de «actualización», cf. p. 193). El paralelism o se funda, p o r lo demás, en una convergencia m ás general. Es sabido que el pensam iento chino se distingue esencialm ente del pensa­ m iento griego p o r el hecho de que en absoluto ha tendido a pen­ sar el ser (lo eterno), sino el devenir (la transform ación). Pero, precisam ente, la noción de en potencia es el rodeo m ediante el cual el pensam iento griego ha intentado salir de la aporía del ser a la que lo habían conducido los eleatas (el ser no puede ve­ n ir ni del «ser» ni del «no-ser»), con vistas a hacer pensable, en ese intervalo y gracias al no-ser relativo, la propia posibilidad del devenir (lo que justifica, al m ism o tiem po, que volvamos un a vez m ás a Aristóteles, el pensador de la génesis). Paralelism o indispensable, por tanto, puesto que parece ob­ jetivam ente el m ás apto para revelar u n a com unidad de apues­ ta o para hacer coincidir las perspectivas. Pero, una vez más, la com paración no se sostendría desde el m om ento en que la es­ cudriñásem os m ás de cerca. Incluso cabría com prender tanto m ejor en qué consiste la propensión china desde el m om ento en que la oponem os a la dynam is griega. Según esta últim a, la actualización no resulta de la propia «potencia», sino de la «for­ m a» que actúa com o fin (télos) de ésta: la «actualidad» es, p o r tanto, ontológicam ente superior a la «potencia», puesto que puede asim ilarse a la forma, m ientras que aquélla se vincula a la m ateria. Por ello, según Aristóteles, «puede ocurrir que lo que tiene la potencia no pase al acto».50 Por el contrario, según la visión china, la actualización depende por entero de la poten­ cialidad, está im plicada en ella y el che es ineluctable: los esta­ dios de lo potencial y lo actual son correlativos y se transform an uno en otro; están en paridad. El prim ado otorgado a la causa final es tan general, en el pensam iento griego, que ha tenido influencia incluso en la con­ cepción de los movimientos naturales. Tanto pensadores grie­ 213

gos com o pensadores chinos han sido pronto sensibles, en efec­ to, en su explicación de la naturaleza, a que algunos cuerpos tienen propensión a subir m ientras que otros la tienen a bajar: pues «tales determ inaciones [arriba y abajo] —nos dice Aristóte­ les, criticando la noción de un espacio indiferenciado del gusto de los atom istas— no sólo difieren por su posición, sino tam bién por su potencia».51 ¿No tendríam os ahí, por fin, en el m arco del espacio físico estructurado de un modo bipolar —arriba y aba­ jo— y a propósito de los fenómenos gravitatorios (concebidos com o tendencia ineluctable), un posible equivalente de la con­ cepción china del dispositivo y su propensión (puesto que, en­ tonces, a la «posición» se añade la «potencia» y a thésis corres­ ponde dynam is)? Pero, incluso en ese caso, si el fuego tiende naturalm ente a ascender y la piedra a caer (obsérvese una dife­ rencia significativa a ese respecto, en relación a la dimensión disposicional del che; cf. el ejemplo chino m ás corriente de la piedra redonda en lo alto de una pendiente), es, según Aristóte­ les, porque su «forma» (eidos) los destina a ello, otorgándoles un lugar propio: una vez más, la tendencia no se com prende a par­ tir de determ inada disposición funcional, sino teleológicamente. Lo que nos lleva a precisar, para term inar, dos aspectos esen­ ciales por los que la concepción griega de la tendencia difiere del pensam iento chino: por una parte, se ve llevada a oponer la ten­ dencia natural a la espontaneidad, m ientras que el pensam iento chino las confunde; por otro, es conducida a concebir la tenden­ cia en el modo de la aspiración y el deseo, lo que desem boca en una jerarquización ontològica de lo real y lo orienta metafísicamente. M ientras que el pensam iento chino ignora los «grados del ser» y tam bién prescinde de un Prim er Motor. A diferencia tanto de la producción natural com o de la fa­ bricación hum ana, el tercer tipo de surgim iento de lo real, se­ gún Aristóteles, el que se produce en total soledad y «por sí mismo» (automaton), no hace intervenir ni form a ni fin: las propiedades naturales de la m ateria desem bocan entonces, sin ser coordinadas por la forma, en el resultado ordinariam ente obtenido por m ediación de aquélla; la causa m aterial se produ­ ce sola, sin que haya objetivo que satisfacer. Pero, para Aristó­ teles, refutando a Demócrito, sigue siendo excepcional que un concurso espontáneo de acciones elem entales pueda sim ular de ese m odo la organización m ediante la form a (m ientras que 214

la finalidad se traduce en efectos constantes y regulares) y sólo concierne a fenóm enos m uy inferiores en el orden de lo real: el engendram iento de insectos, parásitos, gusanos del estiércol...; o, tam bién, el cam bio de dirección de ciertas aguas, la corrup­ ción y la podredum bre, el crecim iento de las uñas y el pelo...52 Entonces se produce, sponte sua, lo que norm alm ente se pro ­ duciría a natura', se trata, en ese caso, de u n a «privación de naturaleza» (stéresis physeos), al igual que los hechos casuales han de concebirse com o una «privación de arte». E n la explica­ ción causalista de la filosofía occidental, la espontaneidad sólo es invocada a título residual. Por el contrario, toda la tradición china, como hem os visto, no sólo concibe lo natural en el m odo de la espontaneidad, sino que tam bién hace de ésta el ideal tanto del curso del m undo com o de la conducta hum ana. Es lógico que, en la visión occidental, basada en u n a jerarquización ontológica, el valor suprem o consista en u n a liberación respecto al orden de la causalidad m aterial y culm ine en la li­ bertad. Pero tam bién es lógico que, en la concepción china del dispositivo, el valor suprem o consista en la espontaneidad de la propensión, cuando el dispositivo funciona aisladam ente y por sí mismo, y, por ende, con regularidad: ha de desterrarse cual­ quier liberación individual respecto a la autom aticidad del gran funcionam iento de las cosas y cualquier holgura en el interior del dispositivo representa una irregularidad; a ello se debe que el pensam iento chino en absoluto haya pensado la libertad. Pero, entonces, ¿qué tensión anim a lo real, en nuestra vi­ sión, dado que el dinam ism o no puede nacer en ella, com o en la visión china, de la m era interacción de los polos? H em os visto cóm o Aristóteles convirtió después, por su parte, esa contrarie­ dad inicial, de la que partieron am bas tradiciones, en una rela­ ción desigual «forma»-«privación»: el tercer principio, la m ate­ ria-sujeto, tiende a la form a com o a su bien, al igual que «la hem bra en relación al macho» (o lo feo en relación a lo bello).53 Por lo tanto, la tendencia que atraviesa lo real no se concibe, com o en China, según el m odo objetivo e ineluctable de la pro­ pensión, sino según el —subjetivo y teleológico— del «deseo» y la «aspiración» (ephíesthai kai orégesthai). E n la cum bre de la jerarquización de lo real, esa tendencia se polariza en Dios, concebido com o P rim er Motor: éste, al final de todo el encade­ nam iento causal, «mueve sin ser movido» y no actúa m ecánica­ 215

m ente (si no, aún sería necesario rem ontar m ás arriba en la causalidad), sino, según la fórmula célebre, por el «deseo» (o el «amor») que suscita (kínei hos erómenon).54 Cualquier otro ser que siem pre esté en potencia tiende al Ser m ás pleno posible, aspira a su eternidad: m ediante la rotación circular, en el nivel superior de la esfera de las Fijas, y, en la parte baja de la escala, m ediante la m era perpetuación de la especie, la transm utación recíproca de los elementos y el equilibrio de las fuerzas físicas. Dios, ens realissimum, Acto y Form a puros, actúa com o polo único de todos los movimientos y transform aciones del mundo, de m odo que el cielo y toda la naturaleza «están suspendidos de él»: p o r el contrario, en el sistem a bipolar propio del pensa­ m iento chino, movimientos y transform aciones naturales siem pre resultan exclusivamente de u n a lógica inm anente, no derivan de ninguna enérgeia divina y no tienden a otra cosa que a la renovación continua del proceso. Allí, la tendencia nunca está orientada po r nada distinto a su im plicación inicial ni nun­ ca culm ina en la abolición absoluta de toda tendencia que, m e­ diante la eliminación tanto de cualquier m ateria com o de cual­ quier potencia, define a Dios. Por un lado, la tendencia se ha concebido trágicam ente, como la expresión de una carencia: m otivada por una insuficiencia de ser, sed de juntarse con Dios; por otro, se la percibe positivamente com o el m otor interno de la regulación y se justifica plenam ente en virtud de la m era lógica del funcionamiento. El «suprem o deseable» es tam bién el «suprem o inteligible»: la sabiduría griega resultante de esa aspiración al Ser consistirá en im itar a Dios en su vida eterna y perfecta, m ediante la activi­ dad liberadora de la contemplación, única fuente de beatitud. E n China, si la sabiduría tam bién consiste en im itar al Cielo, es p ara adaptarse a su dispositivo, dejarse llevar ventajosam ente por la espontaneidad de su propensión y confundirse con la razón de las cosas.

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C o n c lu s ió n

in

CONFORMISMO Y EFICACIA

I. Dos modelos de realización hum ana nos han llegado de la Grecia antigua y han contribuido a dar form a a nuestra aspi­ ración al Ideal. E n prim er lugar, el de un com prom iso heroico en la acción, concebido de un m odo trágico: cuando el indivi­ duo decide injerirse personalm ente en el curso de las cosas y asum e con resolución esa iniciativa a pesar de todas las fuerzas contrarias que encuentra en el m undo, aceptando incluso el riesgo de dejarse aplastar y vencer por ellas. E n segundo lugar, el de una vocación contemplativa, concebida de un m odo filo­ sófico y religioso: habiendo sacado a la luz las ilusiones de lo sensible y habiendo com prendido que todo aquende está con­ denado por ser efímero, el alm a aspira a verdades eternas y sólo concibe el «soberano Bien» y, p or tanto, la «dicha» en un m un­ do de lo Inteligible, viniéndose al absoluto divino. Pero el pensam iento chino antiguo se preocupó, priorita­ riam ente, po r evitar el enfrentamiento, agotador y estéril, y concibe a p artir de la lógica de funcionam iento por correla­ ción, descubierta en el interior de los procesos objetivos, el m odelo de una eficacia que tam bién es la única válida en el plano hum ano. Ignoró, igualm ente, la duda respecto a lo sensi­ ble, de la que derivó nuestra oposición entre apariencia y ver­ dad, y que orientó nuestra actividad filosófica en el sentido de 217

u n a construcción abstracta, de finalidad descriptiva y desinte­ resada. Para él, no está, por un lado, el plano del conocim iento y, p o r otro, el de la acción: sabio es quien, accediendo a la intuición del dinam ism o im plicado en el curso de las cosas (y destacado en tanto que Tao), evita ir en su contra y tiende, al contrario, a dejarle actu ar —en cualquier situación— lo m ás plenam ente posible. II. La prueba es lo que hemos aprendido de la palabra che. Por no estar en modo alguno m arcado por la disociación que opone práctica y teoría, nunca se desprende de su sentido estra­ tégico inicial y siem pre perm ite concebir, de acuerdo con la óptica de unas instrucciones de uso, el proceso del que intenta d ar cuenta. Dado que los principios del dinam ism o, a través de lo real, en el fondo son siem pre los m ism os, puede ser útil tanto en el análisis de la naturaleza como en el de la H istoria, tanto en el dom inio de la gestión política com o en el de la creación artís­ tica. Pues la realidad siem pre se presenta com o u n a situación particular, derivada de una disposición propia y tendente a ejer­ cer determ inado efecto: no sólo corresponde al estratega, sino tam bién al hom bre político, al pintor y al escritor, «apoyarse en el che»a (volvemos a encontrar la m ism a fórm ula de un dom i­ nio a otro) con vistas a explotarlo de acuerdo con su m áxim a potencialidad. Si, por tanto, el pensam iento chino en m odo alguno es pro ­ penso a la especulación, es, por el contrario, propenso —y des­ de m uy pronto— a la sistematización. E n la m edida en que tiende a excluir al m áxim o cualquier form a de intervención ex­ terna (com o m odo suprem o de la causalidad que, en ese esta­ dio, se nos escapa: tanto «Dios», en tanto que Prim er M otor de la naturaleza, com o el «destino» en la guerra o la «inspiración» en poesía), se ve llevado, en cada ocasión, a concebirla realidad com o un sistema cerrado que evoluciona exclusivam ente en función del principio de interacción y necesariam ente remite, po r tanto, a una dualidad de polos. Esas dos instancias consti­ tutivas de cualquier dispositivo, a la vez opuestas entre sí y fun­ cionando correlativam ente una respecto a la otra, volvemos a encontrarlas en todos los niveles de la realidad: de la relación entre yin y yang (o Tierra/Cielo) en el orden de la naturaleza a la relación entre soberano y súbdito (u hom bre/m ujer) en el orden 218

de la sociedad; o, tam bién, de la relación entre alto y bajo (o denso/ligero, lento/rápido...) en el arte de la escritura a la rela­ ción entre em oción y paisaje (o vacío/lleno, tono «llano»/«oblicuo»...) en la com posición poética... Del sistem a bipolar es­ tablecido deriva la variación por alternancia, com o tendencia a la producción im plicada por el dispositivo, y es ella la que per­ m ite a «lo real», sea lo que sea, seguir apareciendo. Tanto la encontram os inscrita en el relieve com o ritm ando el tiempo: la contem plam os en el encadenam iento de las m ontañas y los va­ lles dentro del paisaje; la seguimos en el despliegue de los perío­ dos de auge y decadencia en el curso de la Historia. Oscilando de un polo a otro, todo se transform a y se renueva: de ello tom a ejem plo el estratega, pasando sin cesar de una táctica a su con­ trario con tanta agilidad com o el cuerpo de un «dragón-ser­ piente», con vistas a m antener siem pre fresca su potencia ofen­ siva; de ello tom a ejemplo el poeta, haciendo que el texto poéti­ co «ondule» com o los «pliegues de u n a colgadura», para m an­ tener continuam ente viva la expresión de su emoción. E stam os ante una concepción absolutam ente general, puesto que tanto es válida para el gran proceso del m undo com o p ara las actividades hum anas; concierne p o r igual al orden de la physis y al de la téchne: quien —sea pintor o poe­ ta— «crea che» no hace m ás que explotar po r su cuenta, y m ediante un interm ediario particular, la lógica que preside cualquier existencia, y que precisam ente le com pete a él reve­ lar. Pero, al tiem po que es com ún, ese m odelo perm ite u n a aprehensión siempre particular y m atizada. Puesto que es la situación lo que, al principio, está en ju eg o y que, en cada caso y en cada instante, es distinta y no cesa de evolucionar, la p ro ­ pensión que gobierna lo real y hace que aparezca es necesaria­ m ente singular y nunca se repite. «Lo real» nunca está parali­ zado, escapa al estereotipo, e incluso es eso lo que lo preserva com o realidad. La única excepción al respecto es la del che tal com o quisieron paralizarlo los legistas partidarios del autori­ tarism o, preocupados p o r bloquear el dispositivo del poder y p a ra r cualquier riesgo de evolución. Pero, en lo que respecta al arte y la naturaleza, no dejan de renovar su dispositivo y p o r ello am bos poseen una dim ensión de insondabilidad o de «m a­ ravilla»13 que excede cualquier explicación racional, a la vez generalizadora y sim plificadora. Por ello tam poco puede tra ­ 219

tarse el che de m odo abstracto. El pensam iento chino, al tiem ­ po que es profundam ente unitario, se nos da a conocer p o r su sentido íntim o de lo concreto. DI. Concibiendo cualquier realidad com o un dispositivo, los chinos en modo alguno se ven llevados a rem ontar la serie, necesariam ente infinita, de las causas posibles; sensibles al ca­ rácter ineluctable de la propensión, tam poco se ven llevados a especular sobre fines, únicam ente probables. No les interesan ni los relatos cosmogónicos ni las suposiciones teleológicas. Ni relatar el comienzo ni so ñ ar con un desenlace. Desde siem pre y p ara siem pre, no existen m ás que interacciones m anos a la obra, y lo real nunca es otra cosa que su incesante proceso. Por lo tanto, en modo alguno es el problem a del «ser» —según la concepción griega del mismo, opuesto a la vez al devenir y a lo sensible— el que los chinos se plantean, sino el de la capacidad de funcionam iento: ¿de dónde proviene la eficacia que consta­ tam os p o r todas partes en acción en el interior de lo real y cóm o podem os aprovecharla al máximo? Desde el m om ento en que se concibe po r principio, como hacen los chinos, que toda oposición actúa correlativamente, se disuelve cualquier visión antagonista; ya no hay dram a posible de la realidad. Recordemos que, incluso en el caso del dispositi­ vo estratégico —a pesar de ser en él donde, frente al enemigo, el aspecto conflictivo está m ás m arcado—, los pensadores chinos aconsejaban evolucionar siem pre adaptándose por com pleto a los m ovim ientos del adversario, en lugar de atacarlo brutal­ m ente: con vistas a poder sacar siem pre provecho del dinam is­ m o del «compañero», m ientras lo tenga, para dejarse renovar por él —a expensas, pues, del otro y sin que suponga coste algu­ no p ara uno mismo— y m antener así, tan íntegra com o al co­ m ienzo, la propia energía. M ientras que cualquier ataque fron­ tal produce un gasto y, adem ás, com porta un riesgo, basta sen­ cillam ente con responder y reaccionar siem pre a la incitación del otro, como el agua abraza sin descanso las variaciones del relieve, para com probar cóm o uno conserva el propio dinam is­ m o y se m antiene fuera de peligro (y es ese siempre lo esencial, dado que cualquier ruptura en el proceso de correlación, ha­ ciéndonos independientes del otro, nos devolvería al m ism o tiem po a nuestro propio esfuerzo y en una postura en la que el 220

adversario, encontrándonos cara a cara y separados de él, vuel­ ve a tenem os a su alcance y puede vencemos). Así pues, la «razón práctica» consiste, en China, en adherir­ se a la propensión en acción para dejarse llevar p or ella y h acer­ la actu ar en beneficio propio. No hay, al principio, alternativa entre el Bien y el Mal (teniendo am bos un estatuto ontológico), sino sólo entre el hecho de «ir en el sentido» de la propensión —y, po r tanto, sacar feliz partido de ella— o, p o r el contrario, «ir en su contra» y arruinarse. Pues lo que resulta válido p a ra el estratega tam bién resulta válido para el Sabio. No abstrae de u n a codificación m om entánea de lo real una norm a que pueda proponerse como objetivo a la voluntad (en tanto que m an d a­ m ientos y reglas de com portam iento), sino que «se adapta»c a la iniciativa del curso continuo de las cosas (el «Cielo» com o Fondo inagotable del Proceso) para conectarse con su eficien­ cia; desde un punto de vista subjetivo, en m odo alguno intenta afirm ar su libertad, sino que sigue la inclinación al bien que existe em brionariam ente en toda conciencia (como sentido de la solidaridad de las existencias: el ren confuciano) p ara elevar­ se a una perfecta m oralidad. Muy lejos de pretender recons­ tru ir el m undo a partir de una orden cualquiera o de intentar im prim ir en él su propio designio forzando el curso de las co­ sas, no hace m ás que corresponder y reaccionar ante la incita­ ción de lo real en él: de u n m odo en absoluto parcial y puntual, por interesado, sino global y continuo, y, por tanto, necesaria­ m ente positivo; a ello se debe que su poder de transform ación de lo real no conozca trabas ni límites. No «actúa» ni hace nada por sí m ism o (a partir de sí mismo); y su eficacia es proporcio­ nal a esa no-injerencia: pues, de su correlación con lo real a b a r­ cado en su totalidad resulta un poder de influencia que puede ser, a la vez, invisible, infinito y absolutam ente espontáneo. En contraste con la acción o la causalidad, que son transiti­ vas, sólo hay eficacia intransitiva, y el propio «Cielo» —que se erige en Trascendencia respecto al horizonte hum ano— no es m ás que la totalización —o la absolutización— de esa in m a­ nencia. ¿Cómo sorprenderse, entonces, de que el pensam iento chi­ no sea tan profundam ente confonnisía? Quiero decir: de que no intente tom ar distancias respecto al «mundo», no ponga en entredicho lo real y ni siquiera se sorprenda de él. No necesita 221

m ito alguno —y sabemos, por nuestra parte, que los m ás locos son los m ás fuertes— para salvar la realidad del absurdo y con­ ferirle u n sentido. En lugar de inventar mitos que intenten ex­ plicar, m ediante una evasión fabulosa, el enigm a del m undo, ha dispuesto ritos cuya m isión es encam ar y expresar m ediante signos, al nivel del com portam iento, el funcionam iento inhe­ rente a su disposición. Lo real no nos provoca en tan to que interrogación, sino que se ofrece desde un principio com o un proceso fiable. No hay que descifrarlo como m isterio, sino es­ clarecerlo en su andadura: tam poco hay que proyectar el «sen­ tido» sobre el m undo para satisfacer la espera de u n yo-sujeto, sino que deriva íntegram ente —y sin exigir un acto de Fe— de la propensión de las cosas. De la tensión m onopolizadora del Ideal h an surgido el San­ to o el genio: Prom eteo «ladrón del fuego», m ártir pleno. Entre la angustia del desam paro y el entusiasm o del E ncuentro, de la desesperación de la propia nada al regocijo de un «dios en uno mism o», se abre una búsqueda febril y apasionada. Por el con­ trario, de la bipolaridad del sistem a resultan la centralidad y el equilibrio, de los que nace la serenidad; así com o de la alternan­ cia, que asegura la constancia del funcionam iento, surge el rit­ m o vital. Cualquier apertura a un Afuera, en lugar de a rrastrar a un derram e sin fin o en lugar de llevar al vértigo del éxtasis, es inm ediatam ente com pensada por una clausura opuesta; lo cual da form a al proceso y provoca la respiración. No hay que forjarse una moral que tienda a la superación. No hay que in­ ventarse, entre la alegría y el temblor, una salvación. B asta con adaptarse a la transform ación, que siem pre es tam bién regula­ ción y contribuye a la arm onía.

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NOTAS Y REFERENCIAS

1. El potencial surge de la disposición (en estrategia) El principal texto de estrategia de la China antigua es el Snnzi, ordi­ nariamente datado en el siglo IV antes de nuestra era, y es el que sirve de base a este capítulo. También hemos utilizado, con carácter comple­ mentario, el Sun Bin bingfa, también del siglo IV, cuyo texto ha sido parcialmente recuperado en una tumba de Shandong, en 1972, así como el capítulo XV del Hiiainanzi, recopilación más tardía, pues data de los comienzos de la dinastía Han (finales del siglo II antes de nuestra era), pero que conservó, e incluso desama Lió, la concepción del che (transcrito a continuación enpinyin: shi). El texto del Sunzi utilizado es el Sunzi shijia zhu, Zhuzi jicheng (Shanghai shudian; reed., 1986), vol. VI; el Huainanzi se cita según la misma edición: Zhuzi jicheng, vol. VII; el Sun Bin se cita según la edi­ ción de Deng Zezong, Sun Bin bingfa zhuyi, Pekín, Jiefangjun chubanshe, 1986. 1. Sunzi, cap. IV, «Xingpian», pp. 59-60. 2. Ibid., pp. 58-59. 3. Ibid., pp. 60-61. 4. Sunzi, cap. III, «Mou gong», p. 35, y Huaimnzi, cap. XV, «Bing lüe xun»,p. 257. 5. Para un estudio sistemático de los diversos usos de shi «as a special miliíary tenn», remitirse a Roger T. Ames, The Art of Rulership. A 223

Stiidy in Ancient Chínese Political Thought, University of Hawaii Press, Honolulu, 1983, pp. 66 55.; cf„ también, D.C. Lau, «Some Notes on the Sun Tzu», BSOAS, vol. XXVIII (1965), Part. 2, especialmente pp. 332 55. 6. Sun Bin bingfa, cap. «Cuanzu», p. 26. 7. Sunzi, cap. IV, p. 64. 8. Ibíd., cap. V, «Shi pian», p. 71. 9. Ibíd., cap. X, «Di xing pian ». 10. Huainanzi, cap. XV, pp. 259-260. 11. Sun Bin bingfa, cap.«Wei wang wen», p. 13. 12. Huainanzi, cap. XV, p. 261. 13. Sunzi, cap. XI, «Jiu di pian». 14. Ibíd.,cap.V.p.72. 15. Sun Bin bingfa, cap. «Shi bei», p. 38; otra imagen característica (cap. «Bing qing», p. 41): la flecha remite a la tropa; la ballesta, al gene­ ral; la mano que dispara, al soberano. 16. Sunzi, cap. V, p. 80. Como ha observado con acierto D.C. Lau («Some Notes...», art. citado, p. 333), la misma imagen de desnivel in­ terviene a propósito del xing y el shi, al final de los capítulos IV y V; parece, no obstante, que el aspecto de efecto resultante de la manipula­ ción (las piedras que se hace rodar, al igual que, más arriba, los guija­ rros arrastrados por el curso de agua) esté más marcado, incluso en Sunzi, a propósito del shi que del xing. 17. Sunzi, cap. V, p. 79. 18. Ibíd., comentario de Li Quan y de Wang Xi. 19. Huainanzi, cap. XV, p. 262. 20. Ibid: suoyi jue sheng zhe, qian shi ye (qian por quan, cf. Roger T. Ames, The Art of Ridership, op. cit., p. 223, nota 23). 21. Ibíd., p. 263. Influenciado por la especulación cosmológica que se vuelve preponderante durante la dinastía Han, ese capítulo del Huai­ nanzi no siempre es tan categórico en su negación de los factores «sobre­ naturales», basados en la interrelación del Cielo, el Hombre y los Cinco Elementos, como en el ejemplo ofrecido aquí. En retroceso respecto a las concepciones, muy claras en ese punto, de los tratados estratégicos de la Antigüedad (cf. Sunzi, caps. XI, «Jiu di», y XIII, «Yong jian»). 22. Sunzi, cap. I, «Ji pian», p. 12. Ese «exterior» {qi wai) ha sido comprendido de dos maneras por los comentaristas: o bien como lo que es exterior a las «reglas constantes» (chang fa, interpretación de Cao Cao), o bien como el exterior que constituye el campo de batalla respecto al interior del templo donde se decide la estrategia (Mei Yaochen); pero ambas interpretaciones confluyen. 23. Principio del xing ren er xvo wu xing, Sunzi, cap. VI, «Xu shi pian»,p. 93. 24. Huainanzi, cap. XV, p. 253. 25. Sunzi, cap. VI, pp. 101-102. 224

26. Ibíd. Se encuentra también en el Sun Bin (cap. «Jian wei wang», p. 8) la fórmula fu bing zhe, fei shi heng shi ye que puede enten­ derse en ese sentido (cf. la edición de Fu Zhenlun, Bashu shushe, Chengdu, 1986, p. 7). 27. Así, al comienzo del capítulo XV, «Yi bing», de Xunzi o en el capítulo de resumen, «Yao lüe», del Huainanzi, pp. 371-372. El capítulo bibliográfico del Hanshu («Yiwenzhi») designa una de las cuatro cate­ gorías de obras relativas a la estrategia como la de los especialistas del shi (bing xing shi)-, para una apreciación del contenido de esa rúbrica según las obras subsistentes, remitirse a Robin D.S. Yates, «New Light on Ancient Chinese Military Texts: Notes on their Nature and Evolution, and the Development of Military Specialization in Warring States China», ToungPao, LXXIV (1988), pp. 211-248. 28. Lun chijiuzhan (De la guerra prolongada), § 87, en Mao Zedong xuanji, vol. II, p. 484. 29. Modo de traducir la noción de «linghuoxing» que la traducción habitual por «flexibilidad» (cf. Mao Zedong, Oeuvres choisies [Obras escogidas], vol. n, p. 182) no refleja suficientemente. 30. Le Modéle occidental de la guerre (The Western Way ofWar) [El Modelo occidental de la guerra], París, Les Belles Lettres, 1990, p. 283. 31. Karl von Clausewitz, De la Révolution á la Restauration. Écrits et lettres [De la Revolución a la Restauración. Escritos y cartas], selec­ ción de textos traducidos y presentados por Marie-Louise Steinhauser, París, Gallimard, 1976, p. 33. La relación medio-fin es, especialmente, el objeto del capítulo II del primer libro de De la guerra, que es capital; sobre la importancia de esa concepción en Clausewitz, remitirse a Michael Howard, Clausewitz, Oxford University Press, «Past Masters», 1983, cap. III, así como a los estudios de Raymond Aron, Penser la guerre, París, Gallimard, 1977 [Pensar la guerra, Madrid, Ministerio de Defensa, 1993 —trad. de B. Lacoste de Laval—], y Sur Clausewitz [So­ bre Clausewitz], París, Complexe, 1987.

2. La posición es el factor determinante (en política) Los principales textos utilizados en este capítulo son el de Shen Dao, del siglo IV antes de nuestra era (cap. I), el Guanzi, obra compuesta datada generalmente en el siglo HI antes de nuestra era (sobre todo, cap. 67) y el Hanfeizi (280P-234 a.C.), la más profunda y desarrollada de las obras de la tradición legista. Se han utilizado, con carácter com­ plementario, el Shangjunshu (Libro del Señor Shang) de Shang Yang, si­ glo IV antes de nuestra era (cap. 24), y el Liishi chunqiu (cap. «Shen shi»). 225

La edición de referencia es el Zhuzi jicheng, vols. V y VI. Para el Hanfeizi y el Lüshi chunqiu se indica además, entre paréntesis, la refe­ rencia a la edición de Chen Qiyou, Hanfeizi jishi, Shanghai renmin chubanshe, 1974, 2 vols., y Lüshi chunqiu xiaoshi, Xuelin chubanshe, 1984,2 vols. 1. Zhuangzi, cap. 33, «Tian xia», párrafo dedicado a Shen Dao. Pa­ saje difícil a la vez que fascinante, y cuya traducción es, más bien, una interpretación; cf. lo que sobre el asunto ya decía Arthur Waley en Three Ways of'Thought in Ancient China (trad. francesa de G. Deniker, Trois Courants de la pensée chinoise antique [Tres Corrientes del pensamiento chino antiguo], París, Payot, 1949, p. 190). 2. Sobre el problema de la relación a establecer entre el Shen Dao «taoísta» que se nos presenta en el Zhuangzi y el Shen Dao legista que conocemos por otros textos (cf. el Hanshu), remitirse a P.M. Thompson, The Shen Tzu Fragments, Oxford University Press, 1979, pp. 3 55., y tam­ bién Léon Vandermeersch, La Formation du légisme [La Formación del legismo], École française d’Extrême Orient, 1965, pp. 49 55.; para un estudio de las principales referencias del término che (shi) en el marco político, remitirse a Roger T. Ames, The Art ofRidership, op. cit., pp. 72 55. 3. Shen Dao, cap. 1, «Weide», vol. V, pp. 1-2; cf. P.M. Thompson, op. cit., pp. 232 55. 4. Shangjunshu, cap. 24, «Jin shi», p. 39. 5. Hanfeizi, cap. 40, «Nan shi», p. 297 (p. 886). 6. La misma comparación en Hanfeizi, cap. 34, p. 234 (p. 717). 7. Chen Qiyou (p. 894, nota 27) considera que el segundo desarro­ llo no es de Han Fei, pero sus argumentos no me parecen decisivos. En cualquier caso, esa argumentación está demasiado bien desarrollada como para no merecer, por sí misma, el mayor interés. 8. Véase,porejemplo,Gwanzí,cap.31,«Junchen»,p. 177. 9. Ibíd., cap. 78, «Kuidúo», p. 385. 10. Ibíd.,cap. 16, «Fafa»,p. 91. 11. Ibíd., cap. 67, «Ming fajie», p. 343. 12. Hanfeizi, cap. 14, p. 68 (p. 245). 13. Guanzi, cap. 64, «Xingshijie»,p. 325. 14. Ibíd., cap. 31, «Jun chen», p. 178, y Hanfeizi, cap. 48, 3." canon, p. 332 (p. 1.006); cf. también caps. 34 y 38. 15. Liishi chunqiu, cap. «Shenshi», vol. VI, p. 213 (p. 1.108). 16. Hanfeizi, cap. 38,p. 288 (p. 864). 17. Véase, sobre el asunto, Léon Vandermeersch, La Formation du légisme, op. cit., pp. 225 55. 18. Hanfeizi, cap. 48,4.”canon, p. 334 (p. 1.017). 19. Ibíd.,cap. 14,p .71 (p.247). 20. Huainanzi, cap. IX, pp. 133 y 145. 21. Hanfeizi, cap. 48,2.“canon, p. 331 (p. 1.001). 226

22. IbícL, cap. 28, p. 155 (p. 508). 23. Ibíd., cap. 38, p. 284(p. 849). 24. Ibíd.,cap.48, l."canon,p.330(p.997). 25. Ibíd.,cap. 28,p. 155(p. 508). 26. Ibíd, cap. 48, p. 330 (p. 997). 27. Según se comprenda de una u otra forma, igualmente posibles, la expresión tian ze bu fri (cf. Chen Qiyou, p. 999, nota 10). 28. Según se lea kun o yin', cf., sobre este punto, Chen Qiyou, p. 999, nota 11, y Léon Vandermeersch, op. cit., p. 246. 29. Sobre el carácter natural de la manipulación, véase Jean Lévi, «Théories de la manipulation en Chine ancienne» [Teorías de la mani­ pulación en la China antigua], Le Genre humain, n.u 6, pp. 9ss.,y «Soli­ darité de l'ordre de la nature et de l’ordre de la société: “loi” naturelle et "loi” sociale dans la pensée légiste de la Chine ancienne» [«Solidaridad entre el orden de la naturaleza y el orden de la sociedad: "ley” natural y "ley” social en el pensamiento legista de la China antigua»], ExtrêmeOrient-Extrême-Occident, PUV, París VIII, n."5, pp. 23 55. 30. Sobre la inspiración taoísta del pensamiento legista, véanse los excelentes desarrollos de Léon Vandermeersch, op. cit., pp. 257 55. 31. Hanfeizi, cap. 34, pp. 231 (p. 711 ) y 234 (p. 717). 32. Ibíd, cap. 49, pp. 342-343 (p. 1.051). 33. Ibíd, cap. 14, p. 74 (p. 249). 34. Ibíd.,cap. 38, p. 285 (p. 853). 35. Ibíd., cap. 48,5."canon, p. 335 (p. 1.026), y también cap. 8, p. 29 (p. 121). 36. El Príncipe, cap. XVIII. 37. Surveiller et punir. Naissance de la prison, París, Gallimard, 1975 [Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Siglo XXI, México, 1976 —trad. de A. Garzón del Camino—], «Le panoptisme», pp. 197 55. 38. Ibíd., p p . 20155.

Conclusión L Una lógica de la manipulación Los textos utilizados en este capítulo son los de Mencius, segunda mitad del siglo IV antes de nuestra era (sobre todo, VE, A, 8 y VI, A, 2), y de Xunzi, hacia 298-235 a.C. (sobre todo, caps. IX, XI, XV y XVI), así como la compilación de los inicios del Imperio, el Huainanzi (caps. IX y XV). Las referencias al Mencius se hacen según Legge, The Chínese Classics, vol. II; las que se hacen al Xunzi y al Huainanzi, según el Zhuzi jicheng, vols. II y VII. 1. Cf., por ejemplo, Mencius, III, B, 5, p. 271; cf., sobre la cuestión, nuestro estudio «Fonder la morale, ou comment légitimer la transcen227

dance de la moralité sans le support du dogme ou de la foi» [Funda­ mentar la moral, o cómo legitimar la trascendencia de la moralidad sin el sostén del dogma o la fe], Extrême-Orient-Extrême-Occident, PUV, París VIII, n." 6, p. 62. 2. Aiencius, VII, A, 8, p. 452. 3. IbídL, VI, A, 2, p. 396. Para un uso inverso, y corriente, de shi para evocar el curso natural del agua, véase, por ejemplo, el Guanzi, cap. 31, p. 174. Mencius, por otra parte, conoce bien el uso ordinario del térmi­ no shi, como lo atestigua el proverbio del país de Qi que cita en II, A, 1, p. 183: «Por mucha sabiduría y discernimiento que se posea, es mejor apoyarse en el shi». 4. Xunzi, cap. XV, «Yi bing», pp. 177ss. 5. Sobre esa consideración relativa al shi en Xunzi, cf. el estudio preciso de Roger T. Ames, The Art of Riikrship, op. cit., p. 85. 6. Xunzi, cap. XI, «Wangba», pp. 131 ss. 7. Ibíd., cap. IX, «Wangzhi», p. 96. 8. Ibíd.,cap. Xí, «Wangba»,pp. 131ss. 9. Ibíd, cap. XVI, «Qiangguo», p. 197. 10. Ibíd., pp. 194-195. 11. Ibíd., cap. XI, «Wangba», p. 140. 12. Ibíd.,cap.XV, «Yibing»,pp. 177ss. 13. Huainanzi, cap. XV, «Binglüexun», pp. 251-253. 14. Ibíd., pp. 259,261 y 262-263. 15. /¿>ú¿,cap. IX, «Zhushuxun»,pp. 142-144. 16. Ibíd., pp. 137 y 141-142. 17. Ibíd., p.136. 18. Véase, por ejemplo, el hermoso artículo de Tzvetan Todorov, «Éloquence, morale et vérité» [Elocuencia, m oral y verdad], Les Mani­ pulation, op. cit., pp. 26 ss.

19. Shuihuzhuan (Al borde del agua), cap. LI; cf. trad. francesa de Jacques Dars, Au bord de l'eau, Paris, Gallimard, «Bibliothèque de la Pléiade», vol. II, pp. 111-118. Volvemos a encontrar el mismo tipo de manipulación en otras escenas de la novela: para atraer a Xu Ning a la guarida (cf. «Pléiade», vol. II, cap. LVI, pp. 222-232); para forzar a Lu Yunyi a unirse a la banda (Ibíd., pp. 333 ss.); o, también, para obligar a An Daoquan a venir a cuidar a Song Jiang (Ibíd., pp. 442ss.). 20. Comentario de Jin Shengtan, Shuihuzhuan huipingben, Pekín, Beijing daxue chubanshe, 1987, II, p. 944.

228

3. El impulso de la forma, el efecto del género

Los textos de estética de la caligrafía citados en este capítulo remi­ ten al Lidai shufa lunwenxuan, Shanghai, Shuhua chubanshe, 1980 (abrev. Lidai)-, los de la estética pictórica, al Zhongguo hualuri leibian (ed. Yu Jianhua), Hong Kong, 1973 (abrev. Leibian); finalmente, en el dominio de la «teoría» literaria, el Wenxin diaolong se cita según la edición de Fan Wenlan, Hong Kong, Shangwu yinshuguan. 1. KangYouwei, Lidai, p. 845. 2. Force-form, como lo expresa con acierto John Hay. It is the fonn ofbecoming, process and, by extensión, movement («The Human Body as a Microcosmic Source of Macrocosmic Valúes in Calligraphy», en Susan Bush y Christian Murck (eds.), Theories of the Arts in China, Princeton University Press, 1983,p. 102,nota 77). 3. CaiYong, «Jiushi»,Iií¿a¡,p.6. 4. WangXizhi, «Bishilunshier zhang», Lídaí, p. 31. 5. Wei Heng, «Si ti shu shi», Lidai, p. 13. 6. Ibíd.,pA5. 7. De ahí la importancia de las parejas de términos, que a la vez contrastan y son correlativos, que organizan la reflexión estética tradi­ cional en China: cf., por ejemplo, en el Wenxin diaolong: bi (aproxima­ ción analógica) / xing (motivo evocador), feng («viento») / gil («esquele­ to»), qing (emoción) Icai (ornamentación), yin (riqueza oculta del senti­ do) /xiu (esplendor visible), etc. 8. YangXin,Lidai,p.47. 9. Juicio célebre de Taizong de los Tang citado en W. Acker, Some T'ang andpre-Tang Texis on Chínese Painting, Leyde, 1954,1, p. XXXV. 10. Wei Heng, Lidai, p. 12. 11. IbícL, p. 14. 12. Zhang Huaiguan, «Liu tishulun»,Z¿£¿2¿, p. 212. 13. Jiang Kui.Xiishupu, Lidai, p. 394. 14. Zhang Huaiguan, «Lunyongbi shi fa», Lidai, p. 216. 15. Cai Yong, «Jiu shi»,Lidai, p. 6. 16. Zhang Huaiguan, «Lun yong bi shi lun»,L/¿aí,p. 216. 17. Cf. el «Lunhua» de Gu Kaizhi citado en el Lidai }iiinghuaji (cf. W. Acker, op. cit., II, pp. 58 ss.). En el sentido de «disposición»: zhi chen bu shi; en el sentido de «impulso»: you ben teng da shi (adviértase tam­ bién la interesante expresión qing shi). Sin duda, es el sentido de «dispo­ sición» el que también se encuentra al principio del «Xuhua» de Wang Wei, qiu rongshi eryi. 18. Gu Kaizhi, «Hua yuntai shan ji», Leibian, pp. 581-582. Para el estudio de ese texto capital con vistas a la comprensión del nacimiento de la pintura de paisaje en China, remitirse al excelente estudio de Hu229

bert Delahaye, Les Premières Peintures de paysage en Chine. Aspects reli­ gieux [Las Primeras Pinturas de paisaje en China. Aspectos religiosos], École française d’Extrême-Orient, 1981 (cf., para los cuatro casos en que el término sW aparece en el texto, pp. 16,18,28y33). 19. Ibíd. Esa noción de «peligro» como caracterización de una ten­ sión límite y de un máximo de potencial recuerda el Sunzi, cap. V, shi gil shan zhan zhe, qi xhi xian, que —según creo— habría que traducir: «el buen estratega explota el potencial surgido de la situación hasta su punto límite». El propio término shi está bien traducido en Susan Bush y Hsio-yen Shih, Early Chínese Texts on Painting, Harvard University Press, 1985, p. 21 : «The term shih (dynamic configuration) is used here to describe such a "momentum” or “effectV 20. Zhang Yanyuan, Leibian, p. 603. 21. Huang Gongwang, Leibian, p. 697. 22. Da Chongguang,Leibian, p. 802. 23. Ibíd., p.801. 24. TangZhiqi,Leítem,pp.738y744. 25. Wang Zhideng, Leibian, p. 719. 26. Gu Kaizhi, Leibian, p. 582 (Delahaye, op. cit., p. 28); Li Cheng, Leibian, p. 616. 27. Jing Hao, Leibian, pp. 605-608 (cf. trad. francesa en Nicole Vandier-Nicolas, Esthétique et Peinture de paysage en Chine [Estética y Pin­ tura de paisaje en China], Paris, Klincksieck, 1982, pp. 7155.). 28. MoShilong,Le¿¿z'an,p. 713;TangZhiqi,LdZ?¡an,p. 744. 29. El tratado de Fang Xun, «Shanjingju lun hua shanshui» (Lei­ bian, p. 912), es especialmente interesante a ese respecto y ofrece una magnífica ilustración del término shi en pintura. 30. FangXuan, Leibian, p. 913. 31. Shitao, § 12; cf. Shitao hua yulu, Pekín, Renmin meishu chubanshe, 1962, p. 53, y trad. francesa de P. Ryckmans, Les Propos sur la peinture du moine Citrouille-amère [Las Sentencias sobre la pintura del monje Calabaza-amarga], Institut belge des hautes études chinoises, 1970, p. 85. 32. UiVShua, Leibian,p. 134. 33. Shitao, § 17; cf.yulu, p. 62, y Ryckmans, op. cit., p. 115. 34. Cf. esta interesante expresión en Han Zhuo (Leibian, p. 674): xian kan fengshi qiyun, mientras que resulta claro (cf. p. 672) que Han Zhuo reconoce, en conformidad con toda esa tradición, un valor supre­ mo al qiyun: sobre la afinidad entre el viento y el shi en la evocación del paisaje en Han Zhuo, cf. Leibian, pp. 668-669. 35. Gong Xian, Leibian, p. 784. 36. Fang Xun, Leibian,p. 914. 37. YuShinan,Zj'da/,p. 112. 38. Wenxin diaolong, «Ding shi pian», pp. 529 55. Sobre la relación 230

que puede mantener la concepción literaria del shi con la que aparece en la teoría pictórica o caligráfica, véanse las breves indicaciones de Tu Guangshe, «Wensin diaolong de dingshilun» («La teoría de la determi­ nación del shi en el Wenxin diaolong»), en Wewcin shi lun, Shenyang, Chunfeng wenyi chubanshe, 1986, pp. 62 ss., pero el análisis resulta demasiado insuficiente. 39. Sobre la influencia del Sunzi sobre ese capítulo, remitirse al im­ portante estudio de Zhan Ying, «Wenxin diaolong de dingshilun», reto­ mado en Wenxin diaolong de fengge xt te, Pekín, Renmin wenxue chubans­ he, 1982, p. 62, que ha contribuido a renovar la comprensión de ese capí­ tulo; cf. el comentario erróneo de Fan Wenlan interpretando lo «redon­ do» y lo «cuadrado» en relación con el Cielo y la Tierra, p. 534, nota 3. 40. Como interpretación típica de ese proceder, véase, por ejemplo, Kou Xiaxin, «Shi ti shi» («Interpretación de ti y shi»), Wenxin diaolong xuekan, n." 1, Jinan, Qilushushe, 1983, pp. 271 ss. 41. Pierre Guiraud, «Les tendances de la stylistique contemporai­ ne» [Las tendencias de la estilística contemporánea], en Style et Littéra­ ture [Estilo y Literatura], La Haye, Van Goor Zonen, 1962, p. 12; Ro­ land Barthes, Le Degré zéro de l'écriture, Paris, Éd. du Seuil, 1953 [El grado cero de la escritura. Nuevos ensayos críticos, Buenos Aires, Siglo XXI, 1973 —trad. de N. Rosa—], p. 19. 42. Cf. cap. «Fuhui»,p. 652, y cap. «Xuzhi»,p. 727. 43. Yingzao fashi, cap. IV.

4. Líneas de vida a través del paisaje Los principales textos citados en este capítulo lo son del Zhongguo hualun leibian, ya mencionado (abrev.: Leibian). 1. Heidegger, «Comment se détermine la phusis?», Questions II, Paris, Gallimard, 1968,pp. 181-182. 2. Ibid., p. 183. 3. Concepción en extremo común, y banal, de la tradición china. Las expresiones citadas están tomadas del comienzo del Libro de las exequias (Zangshu), atribuido a Guo Pu. 4. Sobre la tradición de la geomancia, todavía viva hoy en día en China, remitirse a los estudios clásicos de Ernest J. Eitel, «Fengshoui ou Principes de science naturelle en Chine» [Fengshoui o Principios de ciencia natural en China], Annales du musée Guimet, Ernest Leroux, 1.1 (1880), pp. 205 ss.; de J.J.M. de Groot, The Religions System of China, vol. ni, cap. 12, pp. 935ss.; y de Stephan D.R. Feuchtvvang, An Anthropological Armlysis of Chinese Geonvmcy, Ventiane, Ed. Vithagnia, espe­ cialmente pp. 111 ss. 231

5. El término shi ya tiene ese sentido topográfico particular al final de la Antigüedad, en el Giianzi, por ejemplo; cf. cap. 76, p. 371, y cap. 78, p. 384. Encontramos ese empleo precisado en el capítulo bibliográfico del Hanshu («Yiwenzhi»), en la rúbrica consagrada a los «configuracionistas» (xingfaliujia). 6. Guou Pu, Zangshu; idem para las citas siguientes. 7. Ese punto ha sido bien destacado en el importante estudio de Yonezawa Yoshio, Chugókü kaigashi kerikyíl, Tokio, Heibonsha, pp. 76 ss. 8. Jing Hao, Leibian, p. 607; cf. Susan Bush y Hsio-yen Shih, Early Chínese Texts..., op. cit., p. 164; The different appearances o f mountains and streams are produced by the conibinations o f vital energy and dynamic configuration; y Nicole Vandier-Nicolas, Esthétique et Peinture de paysage, op. cit., p. 76. 9. Zong Bing, «Introducción a la pintura de paisaje» («Hua shanshui xu»), Leibian, p. 583; véase el estudio detallado que ofrece Hubert Delahaye en Les Premieres Peintures de paysage en Chine, op. cit., pp. 76 ss. 10. Guo Xi, Sobre el elevado mensaje de los bosques y las fuentes (Lin quangao zhi), Leibian, p. 634. Se trata de una distinción corriente; cf. ya Jing Hao, Leibian, p. 614. 11. Le Monde en petit [El mundo en pequeño], París, Flammarion, «Idées et recherches», pp. 5955. 12. Zong Bing, op.cit.,p. 583. 13. El «brillo»; xiu, y la «espiritualidad»; ling; la idea de «reflejo» es tá indicada desde la primera frase del texto, han dao ying w u. 14. Sobre la importancia del budismo en Zong Bing, el autor del Mingfolun, véase el pertinente análisis de Hubert Delahaye, op. cit., pp. 8055.

15. Es la etimología de la palabra hua dado por el Shuowen jiezi y a la que parece referirse Wang Wei al principio de su tratado; cf., sobre ese punto, Hubert Delahaye, op. cit., p. 117. 16. Wang Wei, «De la pintura» («Xu hua»), Leibian, p. 585. Pero el término shi que interviene al principio del tratado (jing qiu rong shi er yi) sólo significa aquí «disposición», no teniendo todavía el sentido fuerte que a continuación adquirirá (y que ya prepara ese texto). En su estudio anteriormente citado, Yonezawa Yoshio se equivoca —según creo— al atribuir el sentido fuerte, positivo, a shi. El sentido del pasaje más bien sería: «[...] sólo buscan el aspecto y la disposición. Pero los antiguos [...]». 17. Du Fu, «Xi ti Wang Zai hua shanshui tu ge»; cf. William Hung, Tu Fu, Chinas Greatest Poet, Nueva York, Russell, p. 169. 18. Cf., por ejemplo, Tang Zhiqi, Leibian, p. 733. 19. La naturaleza y la función de las «arrugas» han sido muy bien descritas por Pierre Ryckmans en diversas notas de los Propos sur la peinture, op. cit., que he retomado aquí. 232

20. Tang Zhiqi, Leibian, p. 742. 21. Fang Xun, Leibian, p. 914. 22. Mo Shilong, Leibian, p. 712. 23. Tang Zhiqi, Leibian, p. 743. 24. Para todo ese desarrollo, véase la importante disertación atri­ buida Zhao Zuo, Leibian, p. 759, que se refiere exclusivamente al shi (cf., también, Qian Du, Leibian, p. 929). 25. Tang Dai, Leibian, pp. 857-859 (el párrafo completo está consa­ grado a la importancia del shi). 26. Da Chongguang, Leibian, pp. 809y 833. 27. Wang Shizhen (Wang Yuyang), Daijingtang shihiia, 1.1, cap. 3, «Zhu xing lei», § 3, Pekín, Renmin wenxue chubanshe, 1982, p. 68. Wang Shizhen también reutilizó la teoría pictórica de la lejanía (cf. las «tres lejanías» de Guo Xi) para explicar el efecto poético; cf. op. cit., p. 78,§6,ypp. 85-86,§15. 28. Ibíd,§4. 29. IbícL 30. Wang Tuzhi.Jiangzhai shihua, cap. 2, §42, Pekín, Renmin wen­ xue chubanshe, 1981, p. 138. 31. Ibid.

5. Disposiciones eficaces, por series Para este capítulo, los textos referidos a la caligrafía se citan, como anteriormente, de la antología Lidai shufa lun wenxuan ya menciona­ da; los referidos al laúd, del Gran Tratado del sonido supremo (Taiyin daquanji), manual anónimo del siglo XIV (cap. III); los referidos al «aite de la alcoba», del Dongxuanzi (de los Tang) tal como ha sido reconstruido en el Shiiang mei jing an congshu de Ye Dehui; para el tai¡i quan, los textos son de orígenes más diversos (lo que se explica teniendo presente el carácter tardío y secundario de esa literatura). Nuestro análisis del che poético se basa, aquí, en la reflexión de dos poéticos de los Tang, Wang Changling y Jiaoran, tal como la encontra­ mos en el Wenjing miftdun (jap.: Bunkyó hifuron), ed. de Wang Liqi, Zhongguo shehui kexue chubanshe, Pekín, Xinhua shudian, 1983, así como en la obra crítica de Jiaoran, Jiaoran shishi jixiao xinbian, ed. de Xu Qingyun, Taiwan, Wenshizhe chubanshe. 1. Podría, sin duda, generalizarse a este respecto la observación de Dong Qichang, de acuerdo con la cual los calígrafos de los Tang se interesaban especialmente en la técnica (fa), mientras que los de las Seis Dinastías ponían el acento en la «resonancia íntima» (yun) y los de los Song en la expresión del «sentimiento individual» (yr); cf. Jean-Ma233

ríe Simonet, La Suite au «Traite de calligraphie» de Jiang Kui [La Conti­ nuación del «Tratado de caligrafía» de Jiang Kui], tesis no publicada, París, École nationale des langues orientales, 1969, pp. 94-95. 2. Es especialmente el caso, en el dominio de la poética, del Wenjing miftdun (Bunkyó hifuron) compilado por Kükai, el fundador del Shingon, y finalizado el año 819; y, en el dominio de la medicina, del Yixinfang (Ishimpó) compilado por Tamba Yasuyori entre los años 982 y 984 (cf., sobre la historia del texto y la reconstrucción del cap. 28 consagrado a la «alcoba» ¡fangnei] por el erudito chino moderno Ye Dehui, la obra clásica de Robert Van Gulik, La Vie sexttelle dans la Chine ancienne [La Vida sexual en la China antigua], trad. francesa, París, Gallimard, 1971, pp. 16055.). 3. Cai Yong, «Jiu shi», Lidai, p. 6. Se trata de una atribución apócri­ fa debida al Shuyuan Jinghua de Chen Si de los Song. Se encuentran otras listas de los che de la caligrafía, en lo que se refiere al movimiento del pincel, en Wang Xizhi, «Bishulun», Lidai, p. 34; o, en lo concernien­ te a los elementos gráficos (en un sentido entonces casi equivalente a fa) en Zhang Huaiguan, Lidai, pp. 220 ss. 4. Véase, sobre esa cuestión, R.H. Van Gulik, The Lore o f the Chíne­ se Lute, Tokio, Sophia University, 1940, pp. 114 ss., y Kenneth J. De Woskin, A Song for One or Two, Music and the Concept ofArt in Early China, Ann Arbor, The University of Michigan, 1982, cap. VIII, pp. 130 ss. Las láminas que comentamos están sacadas del Taiyin daquanji. 5. Véase, sobre el asunto, la obra de Catherine Despeux, Taiji quan, Art martial, techniqne de longue vie [Taiji quan, Arte marcial, técnica de longevidad], Guy Trédaniel, Éd. de la Maisnie, 1981 (texto chino, p. 293). También se considera que las dos series corresponden a los «cinco pasos» y las «ocho entradas», y éstas se reparten según los ocho puntos cardinales y colaterales. 6. Ya se encuentran asociaciones de ese tipo a propósito de los shi de la geomancia; cf. el Zangshu de Guo Pu ya citado. 7. Dongxuanzi', cf. R.H. Van Gulik, op. cit., pp. 168 55. 8. Cf., sobre el asunto, las observaciones de Jean-Marie Simonet, op. cit., p. 113. 9. Véase, por ejemplo, las reconstrucciones gráficas propuestas en Akira Ishihara y Hovvard S. Levy, The Tao ofSex, Yokohama, pp. 5955. 10. La idea ha sido muy bien resumida por J.F. Billeter en el Art chinois de lecriture [Arte chino de la escritura], Ginebra, Skira, pp. 185186. 11. La indicación referida a la ejecución musical, así como las si­ guientes, se han tomado de Van Gulik, The Lore o f the Chínese Lute, op. cit., pp. 12055. 12. Qi Ji (Hu Desheng), Fengsaozhige, «Shiyou shi shi». 13. Wenjing mijulun (Bunkyó hifuron), sección «Tierra», «Los die234

cisieteshi», ed. de Wang Liqi, p. 114. Hace mucho que se ha reconocido que ese capítulo debe atribuirse a Wang Changling (según las citas de poemas y habida cuenta de las numerosas coincidencias con el Lunwenyi). El texto ha sido bien establecido en el plano filológico por Hiroshi Kózen, en la edición de las obras completas de Kúkai, Tokio, Chikuma shobó, 1986. No hay, en cambio, traducción de ese capítulo a las lenguas occidentales. En la tesis que consagró a esa obra, Poetics and Prosody in Early Medioeval China. A Study and Translation of Kíikai’s Bunkyô hifuron (Comell University, Ph.D., 1978, University Mi­ crofilms), Richard Wainwright Bodman no traduce los capítulos de la sección «Tierra» por considerarlos de una interpretación demasiado insegura, aunque señala el particular interés del capítulo. Pero su tra­ ducción del título por «Seventeen styles» resulta inadecuada (al igual que, anteriormente, la traducción del título del capítulo del Wenxin diaolong por Vincent Shih: «On choice of style»), tanto más cuanto que también traduce ti por «style» (cf. p. 89). 14. Se encontrará un intento de ordenación de la serie según crite­ rios modernos en Luo Genze, en su Historia de la crítica literaria china, Zhongguo wenxuepipingshi, Dianwenchubanshe, pp. 304-308. 15. La comparación del capítulo de los «Diecisiete s/¡¿» con las lis­ tas siguientes del Bunkyô hifuron, sección «Tierra», resulta instructiva a este respecto; cf. el estudio de François Martin, «L'énumération dans la théorie littéraire de la Chine des Tang» [La enumeración en la teoría literaria de la China de los Tang], en L'Art de la liste [El arte de la lista], Extrême-Orient - Extrême-Occident, PUV, París VIII, 1990, pp. 37 ss. 16. Jiaoran, Pinglun, «San bu tong yu yi shi», p. 28. Se encontrará un breve comentario del pasaje en el estudio de Xu Qingyun, Jiaoran shishiyanjiu, Taiwan, Wenshizhe chubanshe, pp. 130 ss. 17. Bunkyô hifuron, «Lunwenyi», p. 317; los poemas se citan del Shijing (pioemas 3 y 226). 18. El sentido me parece mal traducido, por no analizado, por Bod­ man (cf. op. cit., p. 409): Although the natural image is diffèrent, theforms are alike, así como en el pasaje siguiente, donde la expresióngao shou zuo shi sólo se traduce por when a superior talent works. Del mismo modo, chóshi en la traducción japonesa de Kôzen {op. cit., p. 449) no me parece traducir suficientemente el sentido, muy revelador aquí, deshi. 19. Véanse los análisis antiguos, pero siempre pertinentes, de Sound and Symbol in Chínese, Hong Kong University Press, reed., 1962, especialmente pp. 7455. 20. Bunkyô hifuron, «Lunwenyi», p. 283. 21. DuFu, «Deng Yueyanglou». 22. Bunkyô hifuron, «Lunwenyi», pp. 296 y 317. 23. Véanse, a este respecto, los diversos estudios reunidos en el número 11 de Extrême-Orient - Extrême-Occident, Parallélisme et Appa235

riement des choses [Paralelismo y Emparejamiento de las cosas], PUV, Paris Vin, 1989, y, particularmente, el artículo de François Martin, pp. 89 55. 24. Jiaoran, Pmg/tirc, p. 33. 25. Jiaoran, Shishi, § «Ming shi», p. 39. Guo Shaoyu (Historia de la crítica literaria china, Zhongguo wenxue pipingshi, vol. I, p. 207) percibe en esa expresión metafórica el anuncio de la crítica poética de Sikong Tu. Véanse también las observaciones de Xu Fuguan (Zhongguo wenxue lunji xubian, Xinya yanjiusuo congkan, Xuesheng shuju, p. 149) a propósito de la distinción entre shi y ti concebida como el efecto de una diferencia de punto de vista, estático o dinámico. El análisis de Xu Qingyun, op. cit., pp. 12455., me parece insuficiente a este respecto. 26. Jiaoran, Pinglun, p. 19. 27. Jiaoran, Shishi, § «Shi you si shen», p. 41. 28. Bunkyóhifuron, «Lunwenyi», p. 283. 29. IbtcL, p.317. 30. Liu H u í , comentario del Jiuzhang suanshu (Los Nueve Capítu­ los sobre el arte del cálculo), compilado en el siglo I de nuestra era y considerado como el clásico por excelencia no sólo de la tradición ma­ temática china, sino también de la de todo el Extremo Oriente.

6. El dinamismo es continuo Como anteriormente, las referencias se hacen, en el dominio cali­ gráfico, al Lidai shufalun wenxuan y, en el pictórico, al ZJiongguo hualunleibian. También como anteriormente, la edición citada del Wenxin diaolong es la de Fan Wenlan y la del Wenjing mifulun es de Wang Liqi; igualmente, los shihua de Wang Shizhen (Wang Yuyang) y Wang Fuzhi se citan según la edición de Dai Hongsen, colección de las «Obras de crítica y teoría literarias clásicas de China», Renmin wenxue chubanshe, 1981 y 1982. Finalmente, en lo que concierne a la obra crítica de Jin Shengtan, el comentario de Du Fu remite al Dushijie editado por Zhong Laiyin, Shanghai guji chubanshe, 1984; el de la novela Al borde del agua al Shuihuzhuan huipingben, ed. de la Universidad de Pekín, 1987. La tra­ ducción de Jacques Dars (París, Gallimard, «Bibliothèque de la Pléia­ de», 1978) se indica a continuación. 1. Cf., por ejemplo, el análisis de Shen Zongqian, Leibian, p. 907. 2. Cf. Sunzi, cap. V, «Shipian», final; véasesupra, p. 31. 3. Zhang Huaiguan, «Liutishulun»,Zidaí',pp. 214-215. 4. Zhang Huaiguan, «Lunyong bi shi fa», Lidai, p. 216. 236

5. Ése es el primero de los nueve shi evocados por Cai Yong, cf. Lidai, p. 6. 6. Ése es el defecto de la «doble pesadez», shuang zhong-, cf. Catherine Despeux, op. cit., p. 57. 7. Jiang Kui, «Bi shi», Lídaí, p. 393. 8. Ibíd., «Zhenshu», Lidai, p. 385. 9. Zhang Huaiguan, Shuyi, Lidai, p. 148. Estamos ante un buen ejemplo del modo en que el arte del calígrafo y el del poeta se conciben de acuerdo con la misma lógica: la expresión «la columna de caracteres está terminada, pero el impulso se prosigue más allá» reitera la célebre concepción delxing en poesía (en tanto que motivo introductor de valor simbólico, y luego, a partir de ahí, como riqueza implícita del poema y «más allá de las palabras»). 10. Zhang Huaiguan, Shudiian, Lidai, p. 166. 11. Jiang Kui, «Caoshu», Lidai, p. 387. (Un buen análisis en JeanMarie Simonet, op. cit., pp. 145-146.) 12. Ibíd, p.386. 13. Ibíd., p. 387; cf., sobre el asunto, las observaciones de Hsiung Ping-Ming, Zhang Xa et la Calligraphie cursive folie [Zhang Xu y la Cali­ grafía cursiva exagerada], Institut des hautes études chinoises, 1984, pp. 154,158 y 180. 14. En ese sentido, el arte de la cursiva resume el de la caligrafía china en general: si ésta no se engendra por alternancia y transforma­ ción, entonces ya no hay sino una «apariencia de caligrafía», privada de cualquier gusto (cf.ya WangXizhi, «Shu lun», Lidai, p. 29). 15. Jiang Kui, «Xuemai», p. 394; cf. análisis en Simonet, op. di., pp. 223-224. 16. Shen Zongqian, Leibian, p. 906. El largo desarrollo consagrado al shi en ese tratado es, sin duda, una de las reflexiones más explícitas, y de las más sistemáticas, que encontramos a este respecto en toda la literatura crítica de China. 17. Da Chongguang, Leibian, p. 802. 18. Shen Zongqian, Leibian, p. 906. 19. Fang Xun, Leibian, p. 915. Esta célebre analogía se atribuye por primera vez al gran pintor Lu Tanwei (finales del siglo V-comienzos del VI), que se inspira en la caligrafía de Wang Xianzhi, el hijo del famoso calígrafo Wang Xizhi y él mismo célebre por el modo radical en que intentó explotar los recursos de la cursiva. 20. Shen Zongqian, Leibian, p. 907. 21. Ibíd,p.905. 22. Ibíd, p.906. 23. Liu Xie, Wenxin diaolong, cap. «Fuhui», II, p. 652. No creo que la lógica de esa imagen haya sido suficientemente captada por los co­ mentaristas chinos contemporáneos (sentido de zhen: levantar). Cf. las 237

ediciones completas de Lu Kanru y Mou Shijin, II, p. 297, y de Zhou Zhenfu, p. 465. Bien reflejada, en cambio, por Vincent Yu-chung Shih, The Literary Mind and tke CarvingofDragons, p. 324. 24. Noción de wenshi diferente de la de wenzhang. Véanse, por ejemplo, usos significativos del término en el Wenjing mifulun, cap. «Dingwei», pp. 341 ss. 25. Liu Xie, Wenxin diaolong, cap. «Shenglü», II, pp. 553-554. La imagen es, como se sabe, la del Sunzi, cap. «Shipian». 26. Wenjing mifulun, «Lunwenyi», p. 308, y «Dingwei», p. 340. 27. Ibíd., «Dingwei», pp. 343-344. 28. WangShizhen, Daijingtangshihua, III, «Zhenjuelei», §9, p. 79. 29. Wang Fuzhi, Jiangzhai shihua, p. 222, § 33. Que «la conciencia realmente tienda a expresarse» traduce aquí la noción deyi. 30. Ibíd., p. 48. 31. Esa concepción del shi poético no ha logrado, según creo, la atención que se merece, especialmente entre los comentaristas de Wang Fuzhi; cf., en particular, el estudio de Yang Songnian Investiga­ ciones sobre la poética de Wang Fuzhi, Wang Fuzhi shilun yanjiu, Tai­ wan, Wenshizhe chubanshe, especialmente pp. 39 y 47. Esa reflexión sobre la concepción del proceso poético en Wang Fuzhi retorna análisis que yo presenté con anterioridad, en particular en La Valeur allusive. École française d'Extrême-Orient, 1985, p. 280, y Procès et Création, Paris, Éd. du Seuil, «DesTravaux», 1989, p. 266. 32. Ibíd., p. 228. La noción de «jingju» es importante en la crítica literaria china desde el Wenfu de Lu Ji (noción de jingce), pero posee en ese texto un sentido diferente del que normalmente le dará la tradición posterior y que aquí critica Wang Fuzhi: «Que una sola palabra, intervi­ niendo en el punto capital del desarrollo / Sea para todo el texto como un latigazo que nos deja atónitos» (no sólo para realzar-el sentido —cf. la interpretación de Li Shan—, sino también, así me parece en este caso, para precipitar el texto hacia delante). Sobre la modificación del valor de esa noción, remitirse especialmente a Qian Zhongshu, Guanchuipian, Zhonghua shuju, 1979, III, p. 1.197. 33. Ibíd., p. 61. 34. Ibíd.,pA9. 35. TinShengtan.Dushijie, poema «Ye rensongzhuying»,p. 122. 36. Ibíd., poema «Song ren congjun», p. 91. 37. Ibíd., poema «Linyi she di shu zhi...», p. 23. 38. Véase, en particular, el comentario que Jin Shengtan consa­ gra al largo poema de Du Fu, «Beizheng», y en el que los efectos de shi, en el interior de la composición, son señalados de forma precisa; pp. 67 ss. 39. Shuihuzhuan (huipingben), texto, p. 149 (trad. Dars, p. 146). 40. Ibíd., texto, p. 254 (trad.,p. 280). 238

41. Ibid., texto, p. 547 (trad., p. 635); cf., también, texto, p. 57 (trad., p. 29); texto, pp. 275-276 (trad. p. 311), etc. 42. Ibid., texto, p. 339 (trad., p. 391); cf., también, texto, p. I l l (trad., p. 105). 43. Ibid, texto, p. 308 (trad., p. 350). 44. Ibid., texto, p. 502 (trad.,p. 586). 45. Ibid, texto, p. 192 (trad., p. 200). 46. Ibid., texto, p. 667 (trad., p. 798). 47. Ibid., texto, p. 1.124 (trad., II, p. 360). 48. Ibid., texto, p. 301 (trad., p. 343). 49. Ibid., texto, p. 358 (trad., p. 415); cf., también, texto, p. 295 (trad., p. 336). 50. Ibid., texto, p. 669 (trad., p. 801). 51. Ibid, texto, p. 197 (trad., p. 207). 52. Ibid., texto, p. 1.020 (trad., II, p. 214). 53. Ibid,texto,p .470(trad.,p. 551). 54. Ibid, texto, p. 512 (trad., p. 597). 55. Ibid., texto, p. 503 (trad., p. 587). 56. Los Tres Reinos, Sangno yanyi (huipingben), comentario de Mao Zonggang, cap. 43, p. 541. 57. Mao Zonggang, comentario de Los Tres Reinos, «Du sanguozhi fa», en Huang Lin, Zhongguo lidai xiaoshuo lunzhuxuan, Jiangxi renmin chubanshe, 1982, p. 343. 58. Ibid., p. 14. Sobre esa cuestión, véanse las escasas observacio­ nes, insuficientes, de Ye Lang, Estética de la novela china (Zhongguo xiaoshuo meixue), Beijing daxue chubanshe, pp. 146-147. 59. Véanse, a ese respecto, las diversas «técnicas de lectura» (dufa) de Jing Shengtan a propósito del Shuihuzhuan-, de Mao Zonggang, a propósito del Sanguo yanyi-, y de Zhang Zhupo, a propósito delJinpingmei. Debo a Rainier Lanselle preciosas indicaciones sobre es te punto. 60. Citado en Zhu Rongzhi, Wenqilun yanjiu, Taiwan, Xuesheng shuju, p. 270. 61. Zhouyi, «Xici»,Iparte, §4, «gu zhi sisheng zhi shuo». 62. Yao Nai, «Carta a Chen Shuoshi».

Conclusión II. El motivo del dragón Las m ism as referencias que en los capítulos precedentes (del III al VI); sobre el motivo del dragón, rem itirse al estudio general —y exhaus­ tivo— de Jean-Pierre Diény, Le Symbolisme du dragon dans la Chine antique [El simbolismo del dragon en la China antigua], Paris, Institut des hautes études chinoises, 1987.

239

I. Guo Pu, Zangshu; véase, por ejemplo, la coincidencia significati­ va de expresiones como «el shi que viene de lejos» y «el dragón que viene de millares de //» (yuan shi zhi lai, qian li lai long). Sobre el tema del dragón como what all topographical formation resemble, cf. Stephan D.R. Feuchtwang, Chinese Geomancy, op. tit.,pp. 14155. . 2. GuKaizhi, «Huayuntaishanji»,op.cz'í.,Le¿¿¿a«,p.581. 3. JingHao, «Bifaji»,op.cit.,Leibian,p .605. 4. HanZhuo, «Shanshui chunquanji», Leibian, p. 665. 5. Ibid.., p. 666. 6. SuoJing, «Caoshushi»,Ló¿az,p. 19. 7. WangXizhi, «Ti Wei furen "Bichentu” hou»,L¿t

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