Josie Bell - Celos

November 21, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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C e  el    lo    s  s  Josie Bell    

Celos (1996) Título Original: Jealousy (1994) Editorial: Scorpio Colección: Blue Tango 33 Género: Contemporáneo Protagonistas: Julián Bennet y Aileen Weber

 Argumento::  Argumento

En la vida de Aileen Weber se esconde un pasado de dolor. Guapa y sin experiencia, Aileen se había casado con Julián Bennet, un hombre rico y atractivo, pero lo había abandonado sin decirle que estaba embarazada cuando había descubierto que él la engañaba. Ahora, seis años más tarde, raptan a su hijo. Si quiere recuperar al niño tendrá que volver a Boston, a casa de su marido, y reconciliarse con él: Esa es la condición. Para una mujer enamorada, el chantaje más difícil de aceptar…  aceptar…  

 

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Capítulo 1 Aileen Weber volvió a casa poco después de las seis de la tarde. Había estado trabajando, como todos los días, ocho horas en la gestoría, y al salir de la oficina había ido a recoger a Wayne a la escuela. Después, con el niño, había ido a hacer la compra al supermercado que estaba en Brodway, justo en la esquina de la Séptima Avenida, muy cerca ya de su casa. Y por fin, agotada, y tirando de Wayne que se había puesto en plan caprichoso y no había hecho más que llorar todo el tiempo, había conseguido llegar a casa. Por la casa se oían los gritos del niño que se había puesto a perseguir a Bolita, el minino de la casa, y no conseguía atraparlo. El gato, que no parecía estar muy contento de que el niño le dedicara tantas atenciones, se había subido a la nevera y maullaba desesperado. Aileen lo cogió y lo acunó un rato entre sus brazos, le hizo un par de caricias, miró a su hijo y meneó la cabeza. —Wayne, rico, ¿por qué no dejas de torturar a Bolita y vas a lavarte las manos? —le dijo con dulzura. El niño se encogió de hombros haciendo un gesto de desánimo, que más parecía el de un adulto que el de un niño. —Mami, ¿por qué Bolita nunca quiere jugar conmigo? —le preguntó. —Riquín, Bolita no es un juguete. Es un animalito, y él también tiene su propio carácter y su propia personalidad, y no le gusta que lo traten como si fuera un objeto. Tendrías que darte cuenta y comportarte con él de otra manera. Wayne resopló. —De acuerdo, pero no le veo la gracia, entonces. ¡Tener un amigo que no te quiere! Cuando me trajiste a Bolita me dijiste que sería mi mejor amigo, pero él prefiere estar contigo y cuando me ve se escapa. No volveré a jugar con él nunca más, no vale la pena. Total, dentro de poco tendré un perro…  perro…   Se dio la vuelta y se dirigió hacia el pasillo. —Ya hemos hablado de eso, Wayne: Los perros no se encuentran bien en los pisos como el nuestro. Necesitan un jardín por el que correr y jugar. —Entonces tendré también un jardín. Y muy grande, además —replicó Wayne, decidido y seguro de sí mismo. Aileen se quedó mirándolo. Su hijo tenía cinco años y medio, pero tenía una inteligencia muy desarrollada y era mucho más maduro que los otros niños de su edad. «A veces demasiado», pensó. Pero tenía un carácter un poco retorcido, y si consideraba que era víctima de una injusticia, se volvía vengativo. Las maestras decían que era un niño cerrado al que le costaba mucho trabajo hacer amigos, y que se tomaba demasiado en serio los pequeños problemas, convirtiéndolos a menudo en tragedias. A veces, añadían que tal vez necesitaba la ayuda de un psiquiatra… Aileen suspiró. Estaba segura de que sabía cuál era el

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problema de Wayne. Probablemente todo eso se debía a que nunca había conocido a su padre, y a que desde muy pequeño, había tenido que acostumbrarse a pasarse la mayor parte del tiempo en compañía de personas desconocidas que se ocupaban de él. ¿Tendría algún tipo de carencia afectiva, su hijo? Aileen se hizo una vez más esta pregunta. Sí, sin duda habría sido mejor que Wayne tuviera a su padre a su lado, pero ella sabía que eso no podía dárselo. Julián no querría a nadie a su lado. Nunca más… ¿Aunque de ello dependiera el bien de su hijo? No, por nada del mundo. Era un egoísta, así que no había nada que hacer. Cenaron en silencio. Wayne no hacía más que revolver en el plato, y no parecía tener hambre ni ganas de hablar. Pobrecillo, siempre pasando de una guardería a otra, de una escuela a otra con una madre que no tenía más remedio que trabajar para poder mantenerlo y que no podía dedicarle demasiado tiempo. Era injusto que un niño tuviera que crecer de esa manera, era triste que no pudiera tener a su alrededor una familia unida y cariñosa. —¿Quieres un poco de tarta de chocolate? —le preguntó. Wayne movió la cabeza para decir que no. Aileen le acarició el pelo, aquel pelo negro, abundante y liso, que tanto le recordaba al de su padre— padre —. Cielito, ¿qué te parece si el domingo mami te lleva a Coney Island? El niño no se entusiasmó. —El próximo domingo Jerry va con su padre al zoo —dijo, y Aileen sintió que el corazón se le encogía. Wayne se pasaba el día hablando del padre de Jerry, un niño que vivía en el piso de al lado, desde que el hombre, el domingo antes de Navidad, lo había llevado al zoo. —Entonces podemos ir nosotros también al zoo, ¿qué te parece? —replicó Aileen. —No creo que sea posible, mamá…  mamá…  Sorprendida ante esa respuesta, Aileen le miró. Wayne tenía una cara rara, la misma que ponía cuando estaba proyectando alguna barrabasada o cuando ya había hecho alguna. —¿Qué quieres decir? ¿Por qué no va a ser posible? El niño miró rápidamente hacia otro lado. —No, por nada, lo decía por decir…  decir…   —Wayne, cielito, ¿tienes que decirme algo? ¿Ha pasado algo en la escuela? —¿Yo? No, no, no ha pasado nada. Me he portado muy bien. La señora encargada de las actividades complementarias ha dicho que soy un niño encantador. Eso ha dicho: Encantador. —Estupendo. Me alegro. ¿Y quién es esa señora de las actividades complementarias? ¿La conozco yo, por casualidad? —le preguntó Aileen.

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Wayne dejó otra vez de mirarla y se concentró en lo que tenía en el plato. —No, no la conoces. Es… una señora nueva.  nueva.  Aileen se dio cuenta de que algo andaba tramando su hijo, pero sabía por experiencia que no le sacaría ni una palabra si él no decidía confiarse con ella. Decidió que lo mejor sería que fuera al día siguiente a hablar un poco con las maestras. Pero por el momento, lo mejor era cambiar de tema. —Entonces, ¿quieres que vayamos al zoo? —Si yo tuviera un padre como Jerry, ¿crees que me llevaría al zoo? —Claro, pero… Cielito, eso no es posible, ya lo sabes.  sabes.  —Pero sería bonito. En esos momentos era tan dulce y tan tierno, que Aileen sintió como su corazón se le llenaba de amor hacia su hijo. Le sonrió con afecto y asintió. —Sí, sería bonito. Wayne puso cara triste. —Mami, ¿por qué yo no tengo un papá como los otros niños? —le preguntó unos minutos después. Era la primera vez que su hijo le hacía una pregunta directa sobre el tema, y Aileen no supo juzgar si eso era bueno o malo. Seguramente era bueno, decidió, ya que afrontar las cosas casi siempre es el primer paso para resolver los problemas. —Cielito, mamá ya te lo explicó hace mucho tiempo, ¿no te acuerdas? —No…   —No… Aileen se acercó al niño y lo cogió en brazos. —Bueno, chiquitín, tú tenías un papá como los otros niños, sólo que el tuyo se fue al cielo hace tiempo… —murmuró —murmuró ella, y se sintió un ser despreciable por haber recurrido a una mentira. —Tú me estás diciendo que ha muerto, ¿no es eso? Aileen suspiró. —Sí, es verdad… Pero luego se fue al cielo. ¿No te agrada pensar que tu papá está con los ángeles? —No, preferiría que estuviera aquí. Y en cualquier caso, también la madre de Lionel, un compañero de la escuela, se fue al cielo, como tú dices, pero él y su papá van siempre al cementerio a llevarle flores a la tumba. Yo también quiero ir a ver la tumba de mi padre. Aileen tragó saliva. —Verás, cielito, es que la tumba de tu padre no está en América. Está en Francia. —¿Y por qué está en Francia? ¿Mi padre era francés?

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—¡No! Era americano, pero murió en Francia, y entonces lo enterraron allí. Cielos, se sentía como si la hubieran sometido a un interrogatorio. Aileen suspiró: Tener que seguir mintiendo mintiendo así le destrozaba el corazón… ¿Por qué no le decía a Wayne la verdad? ¿Por qué no le decía que su padre estaba vivo, pero que ni siquiera sabía de su existencia y que vivía en una ciudad cercana a Nueva York? ¿Y por qué no le decía que probablemente, si hubiera sabido que él existía querría que estuviera a su lado? La respuesta ya se la había dado hacía algún tiempo: Le aterrorizaba la idea de perder a su hijo. Desde que había dejado a Julián, Wayne había sido el único motivo que tenía para seguir viviendo. Tener que renunciar al niño, o simplemente, tener que dividirlo con alguien, era una idea que Aileen no soportaba. «Mala y egoísta», se dijo una vez más, pero no conseguía evitarlo. Acarició a su hijo y le sonrió. —Se está haciendo tarde, y deberías irte a la cama…  cama…  «Espera. Quiero saber más cosas sobre mi papá. Háblame de él, mami». Aileen volvió a suspirar, y apartó la mirada de los ojos azules y brillantes de Wayne. Cielos, tenía casi la impresión de que el niño conseguía leerle en el pensamiento, y de que se estaba riendo de sus patéticas mentiras. —Tu papá era guapo, bueno y valiente…  valiente…  —El papá de Jerry es mecánico. ¿En qué trabajaba mi papá? —¿No podemos hablar de eso mañana, Wayne? Es muy tarde. —Sólo son las nueve, y no es tarde. Dime, ¿qué hacía mi papá? ¿Era mecánico él también? Aileen se dio cuenta de que no podría seguir durante mucho tiempo con las mentiras. Wayne crecería, y sus preguntas se harían cada vez más insistentes y exigiría respuestas cada vez más precisas… Pero todavía faltaba tiempo tiempo para que eso sucediera. Afrontaría ese problema cuando se le planteara, decidió, y lo resolvería sin tener que renunciar a su hijo. —No, tu papá no era mecánico. Era…  Era…  —¿Un piloto de aviones, mami? —Sí, exacto, era un piloto…  piloto…  —¡Lo sabía! —exclamó Wayne con aire de triunfo—. triunfo—. Ya se lo decía yo a Jerry… Él siempre me toma el pelo, ¿sabes? Dice que yo no tengo padre, y que aunque lo tuviera, no sería tan bueno como el suyo. Pero ahora se ha terminado. Ya verá Jerry, ya verá…  verá…  —Ahora tienes que irte a la cama, Wayne, si no mañana por la mañana no conseguirás despertarte. El muchacho asintió y se levantó de la silla. —Claro que me despertaré, no te preocupes. —Muy bien.

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—Mami, ¿tú me quieres? —Claro que sí, cielito…  cielito…  Como madre no debía valer mucho, decidió Aileen en esos momentos, si su hijo tenía tales dudas. Pero quizá todos los niños necesitaban que de vez en cuando que los padres los tranquilizaran. —¿Y seguirías queriéndome aunque yo hiciera algo que podría hacerte enfadar? —Yo te querré siempre, cielito, aunque espero que te portes bien y que seas bueno. —¿Yo? Claro que sí, mami…  mami…  Aileen acostó a Wayne, y el niño se durmió enseguida, y sin pedirle que le dejara encendida la lamparilla de la mesilla, como hacía en muchas ocasiones. Y por fin pudo desnudarse, darse una ducha, y meterse en la cama. Estaba cansadísima, como siempre, y se preguntó si no se habría equivocado, si no tendría que haber hecho algo, años atrás, para no verse ahora sola, teniendo que educar a un niño pequeño al que estaba obligando a vivir una infancia quizá infeliz, y al que además estaba llenando la cabeza de patéticas mentiras. Tal vez si hubiera sido más valiente y hubiera sido capaz de comprender a su ex marido, ella y Wayne tal vez podrían haber formado una auténtica familia. Afortunadamente le venció el sueño, evitándole el agudo dolor que sentía cada vez que se acordaba de Julián.

Se despertó sobresaltada en mitad de la noche, con la sensación de que estaba pasando algo. Aguzó el oído, pero la oscuridad que la rodeaba no le devolvió ningún sonido. Ni siquiera el más leve rumor… Encendió la lamparilla de la mesilla, y miró el despertador: Las tres de la mañana. Parpadeó y se incorporó un poco hasta quedarse sentada en la cama. ¡Maldición, sólo le faltaba empezar a padecer de insomnio…! insomn io…! «No tenía que haber pensado en Julián antes de quedarme dormida», se dijo, mientras se levantaba y se ponía las zapatillas. La sensación de angustia no desaparecía, y decidió echarle una ojeada a Wayne antes de volverse a dormir. Salió al pasillo y notó que en la habitación de su hijo había luz. El resplandor se filtraba por debajo de la puerta cerrada. Sintió un escalofrío. Ella no había cerrado la puerta cuando había acostado al niño, y tampoco había encendido la luz. ¿Qué era lo que estaba pasando? Se acercó rápidamente a la habitación y abrió la puerta. En la habitación todo estaba en su sitio, pero Wayne no estaba en la cama. ¿Habría ido al baño? Pero el cuarto de baño estaba vacío, y oscuro. Y también la cocina, y el pequeño comedor. ¿Wayne había decidido gastarle una broma y se estaba escondiendo? «No, imposible… Nunca se le hubiera ocurrido algo así, y mucho menos a las tres de la madrugada.»

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Pero entonces, ¿dónde se había metido su hijo? Desesperada, Aileen miró a su alrededor sin saber qué hacer. Tenía ganas de ponerse a gritar y pedir ayuda, de que apareciera toda la policía de la ciudad, pero sabía que no podía permitirse el lujo de dejarse dominar por los nervios en una situación de ese tipo. La ventana de la habitación de Wayne estaba entreabierta, y Aileen se precipitó hacia ella abriéndola de par en par y asomándose al vacío. En el callejón al que daba no se veía nada: ¡No había ningún cuerpo de niño aplastado contra el asfalto, mojado, entre los bidones de la basura! Soltó un suspiro de alivio mientras miraba la escalera de emergencia, y en ese momento lo vio…  vio…  El grueso sobre amarillo estaba apoyado en el alféizar de la ventana, y su nombre estaba escrito con letras de imprenta:  Aileen Weber . Con el corazón en un puño, lo abrió y sacó una hoja doblada de su interior. Sólo pocas palabras: Tu hijo Wayne está en nuestras manos, y si quieres volver a verlo tendrás que hacer lo siguiente: Ponte en contacto con tu marido y arréglatelas como puedas para que volváis a vivir juntos, pero no le reveles la existencia del niño. Ya te daremos nuevas instrucciones cuando llegue el momento. Entre tanto, si quieres que al niño no le pase nada malo, no le digas a nadie lo que ha pasado. Ten cuidado, te estamos vigilando, y si intentas avisar a la  policía tu hijo morirá.

Aileen se desplomó con la carta en las manos. La cabeza le daba vueltas y tuvo la impresión de que estaba soñando, de que todo aquello era una pesadilla. ¡Alguien había raptado a Wayne, a su hijo, al ser humano que ella más quería! «¿Por qué? ¿Quién podía ser tan cruel y despiadado como para hacer algo así?» Y a ella, además… No tenía ni dinero ni enemigos. ¿Cuál era la perversa razón que se ocultaba detrás de aquella acción criminal? ¡Julián! La carta hacía una referencia explícita a Julián, y le ordenaba que volvieran a vivir juntos. Pero era una orden descabellada. Ella no veía a Julián por lo menos desde hacía seis años, ni siquiera sabía si se habría vuelto a casar ni si seguía viviendo en Boston…  Boston…  ¡Oh, Dios mío! Julián era un hombre muy rico. Cuando murió su padre, hacía ya unos diecinueve años, había heredado un verdadero imperio económico. Que después él se ocupara de otras cosas, que prefiriera su trabajo de juez al de empresario, ese era otro cantar. Fueran quienes fueran los raptores de Wayne, ¿qué pretendían? ¿Servirse del niño para llegar al dinero de Julián? Aileen se preguntó todo esto sintiéndose horrorizada ante la idea, y acordándose de lo duro y despiadado que era su ex marido, incapaz de ceder mínimamente o de dar su brazo a torcer. Julián nunca aceptaría un chantaje, aunque estuviera en juego la vida de su hijo… hijo…   Pero en esos momentos Aileen se dio cuenta de una cosa: Julián ni siquiera sabía que tenía un hijo. Cuando lo había dejado, ella estaba embarazada de pocos meses y no le había dicho nada del embarazo. Y además, los raptores le ordenaban Nº Páginas 7-94

 

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que siguiera manteniendo el secreto… Llena de ansiedad volvió a leer la carta. «No le reveles la existencia del niño…»  niño…»  Pero si Julián no sabía nada, ¿cómo pensaban chantajearlo? «Si sigo así, se dijo, acabaré volviéndome loca.» Cogió con fuerza el muñeco de peluche que su hijo prefería y lo estrechó contra su pecho. Tenía el olor de Wayne, y los ojos se le llenaron de lágrimas. Ese era el castigo por no haberse preocupado nunca las necesidades del Al niño, anteponiendo sus propias necesidades a la felicidad y a ladeserenidad de su hijo. encontrarse ante las primeras dificultades había salido corriendo, y había condenado a Wayne a vivir lejos de su padre, sin el calor de una verdadera familia. En cambio Julián, podría haberle dado de todo a su hijo. Una casa estupenda, vacaciones maravillosas, un futuro radiante… Hasta el perro que el niño tanto deseaba…  deseaba…   «Bueno», se dijo Aileen, «no tengo más remedio que seguir al pie de la letra las órdenes de los secuestradores.» Haría todo lo que ellos le pidieran, aunque estaba aterrorizada ante la idea de no poder complacerlos. Demasiado tiempo… Había pasado demasiado tiempo desde que había dejado a Julián, y quizá los tipos que habían raptado a Wayne no valoraban bien sus posibilidades. Él, probablemente, la había olvidado, y quizá ni siquiera la reconocería si la encontraba por la calle. Sin querer, Aileen se abandonó a los recuerdos…  recuerdos… 

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Capítulo 2 Todo había empezado en invierno, hacía siete años. En aquella época Aileen trabajaba en la redacción de una revista femenina como dactilógrafa, y soñaba con poder llegar a ser en el futuro una periodista famosa. Huérfana de padre y madre desde muy pequeña, Aileen había crecido en un orfanato de Boston, y había conseguido estudiar sólo hasta el bachillerato. Evidentemente, para ella no existió la posibilidad de ir a la Universidad puesto que vivía de la caridad pública, aunque durante todo el período de la escuela había obtenido las mejores notas. Pero sabía que en una situación como la suya no se podía pretender nada; ya era mucho que le hubieran permitido terminar el bachiller. Pero no le importaba demasiado. Esperaba poder abrirse camino en la vida por sí misma, y estaba convencida de poseer la fuerza y determinación necesarias para conseguirlo. En aquel invierno de 1986 Aileen se sentía bastante satisfecha de sí misma. Acababa de cumplir los veintidós años y gozaba de óptima salud. Su trabajo no era una maravilla, podría aspirar a algo mejor, pero le permitía vivir dignamente. Vivía en un minúsculo quelos nosábados estaba demasiado lejos de la oficina, y tenía simpáticasapartamento amigas con alquilado las que salir por la noche y hacer alguna excursión los domingos. Y precisamente, gracias a una de ellas, se encontró un buen día en Aspen. Unos diez días antes de Navidad, Carol, así se llamaba su amiga y compañera de trabajo, llegó al trabajo descompuesta. Se sentó en su mesa y depositó sobre ella un folleto. —Cielos, vaya carrerita que me he echado, pero ha valido la pena… —dijo. —dijo. Aileen la miró sorprendida. —¿Te has quedado dormida? —No, pero antes de venir a la oficina he hecho una escapadita a una agencia de viajes que está debajo de casa. —¡Ah! ¿Estás organizando alguna excursión? —Más o menos… Me gustaría gustaría pasar la semana de Navidad en la nieve y he ido a informarme. ¡No te imaginas la de ofertas que hay! Por ejemplo, mira esto…  esto…   Abrió el folleto y se lo mostró a Aileen. Ella lo cogió y observó con moderado interés las fotos de un paisaje nevado. —¿Qué te parece? —preguntó Carol. —¡Muy bonito! Parece realmente el paisaje Navideño que se imaginan los niños. Sólo le falta Papá Noel con el trineo lleno de regalos. ¿Dónde está? —Es una vista de Aspen. Está en Colorado, en la zona de las Montañas Rocosas…   Rocosas…

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Carol había empezado una larga y atractiva descripción de la famosa estación de esquí, y luego había seguido alabando la estupenda oferta que había encontrado para pasar una semana en un hotel barato pero decente. Y al final le había propuesto a Aileen que fueran juntas. —¡Pero si no tengo equipo de esquí! —comentó la muchacha— muchacha—. Nunca he estado en la montaña en toda mi vida, y la única nieve que conozco es la que cae aquí, en Nueva York. —Mi hermana tiene todo lo necesario, y este año ha decidido pasar las vacaciones de Navidad en Florida, así que podrá prestarte el equipo. Más o menos tiene tu misma talla— talla— replicó Carol— Carol—. ¿Qué? ¿Vienes conmigo? Bueno, aquel invierno parecía que todas las amigas de Aileen habían decidido pasar las Navidades fuera, y a ella la idea de pasarse sola todas las fiestas no le apetecía demasiado. Así que, al final, le dijo que sí.

Y una semana más tarde Aileen estaba en medio de la blanca nieve de Aspen, vestida con un mono de esquí de color verde malva que le iba como un guante, y que le quedaba yestupendamente su de larga melena pelirroja. Era su del primer día de vacaciones, Carol se moría debajo ganas lanzarse a las pistas nevadas lugar. —Venga, date prisa, hace un día fantástico —dijo dijo— —, y no quiero perderme ni un segundo. Hay un autobús que pasa cada diez minutos y que lleva a la estación del funicular. —Mira, Carol, no quiero ser pesada pero, ¿crees realmente que es necesario que yo te acompañe? Nunca me he puesto un par de esquís, y tal vez sería mejor que me quedara aquí y me entretuviera dando un paseo. El pueblecito es encantador, y…  y…   —¿Estás de broma? ¿Venir a Aspen y no esquiar? ¡Sería una locura! —¡Pero si yo no sé esquiar! —Aprenderás enseguida. Esquiar no es difícil. Evidentemente no podrás hacer las pistas difíciles. Pero con las pistas para principiantes, después de un par de caídas, antes de la tarde ya habrás descubierto todo lo que hay que saber sobre el esquí. Quizá era que Carol resultaba bastante convincente, o que ella se dejaba convencer con facilidad… El caso es que es que Aileen acabó por encontrarse en medio de una pista repleta de nieve, con un par de esquís en los pies, y la total seguridad de que antes de que acabara el día se rompería una pierna. Pero más tarde, después de haberse caído unas diez veces, tenía que admitir que empezaba a divertirse. Al final de la mañana ya conseguía hacer alguna bajada de las que no tenían casi pendiente, y conseguía mantenerse en pie durante diez minutos seguidos. En ese momento Carol se reunió con ella. Había esquiado durante horas por una pista para expertos, y empezaba a encontrarse un poco cansada.

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—¿Qué te parece si volvemos al hotel? Creo que como primer día ya ha habido bastante, sobretodo si queremos aguantar hasta esta noche. Aspen está llena de sitios a los que ir, y me gustaría salir a bailar, y con un poco de suerte, conocer a dos guapos jóvenes que hagan menos solitarios nuestros días…  días…  Le guiñó un ojo con inocente malicia. Aileen admitió, con una sonrisilla, que era una buena idea, e hizo el gesto de quitarse los esquís. —¿Qué haces? —le preguntó inmediatamente Carol. —¿No has dicho que querías volver al hotel? —Sí, pero si te animas podríamos intentar bajar esquiando en vez de coger el funicular. No estamos demasiado lejos. —¿Estás de broma? —Claro que no. Mira, hay una pista que lleva al pueblo que es muy llana. Incluso los niños pequeños consiguen bajarla, y para ti, sería un ejercicio estupendo. Aileen le lanzó a su amiga una mirada cargada de dudas. —No me gustaría exagerar y después tener que arrepentirme —dijo, sin poder imaginar lo cierta que era aquella afirmación cargada de pesimismo. —¡Qué va! Mira, es una bajada tan fácil que si la hiciera yo sola me moriría de aburrimiento antes de llegar. Mira, allí está —añadió, indicando hacia la derecha de la explanada en la que se encontraban— encontraban—. Bueno, ¿entonces, qué haces? ¿Eres una chica valiente o una cobarde? Aileen soltó una risita, tentada por el desafío. —De acuerdo, pero si termino en el hospital te pasarás el resto de las vacaciones en la cabecera de mi cama, cuidándome. Ya lo sabes. —De acuerdo. Carol se dio la vuelta y empezó a alejarse. —Oye, ¿no vienes conmigo? —Ya te lo he dicho: Es una bajada demasiado fácil. Yo bajo por la otra pista, la que está al sur. Nos vemos en el pueblo dentro de media hora. Dijo eso, y desapareció en medio de un torbellino de nieve, y Aileen se dijo si no sería mejor que le hiciera caso a la vocecilla interior, que le decía que se quitara los esquís y que volviera al pueblo sentada cómodamente en la cabina del funicular. Se encogió de hombros. Si Carol decía que podía hacerlo, por qué no la iba a creer. Lentamente se dirigió hacia la pista que su amiga le había indicado…  indicado…  ¿Se equivocó de camino? ¿Estaba demasiado concentrada intentando mantener el equilibrio que no vio los carteles que indicaban que aquella pista era una de las más difíciles? Sí, sin duda era eso lo que había pasado, pero Aileen sólo se dio cuenta cuando se encontró de repente en una bajada empinadísima. Inmediatamente se cayó

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y empezó a rodar sin conseguir pararse. La nieve suave y fina le entraba en los ojos, en la nariz y en la boca, y no le permitía gritar pidiendo ayuda. Rodó cuesta abajo durante un tiempo que le pareció infinito, y cuando ya estaba segura de que aquella aventura terminaría muy mal, chocó con un montón de nieve más consistente que los otros, y se detuvo. Intentó recuperar el aliento, y pensó que seguramente se había roto todos los huesos del cuerpo. Muy despacito, intentó sentarse y miró a su alrededor. Lo que vio no la animó mucho. Se encontraba en una especie de plataforma de hielo en las cercanías de un frondoso bosque de abetos, y no le era posible ni volver atrás ni intentar proseguir, a no ser que quisiera matarse definitivamente. Además, como si no bastara, no se veía a nadie por los alrededores. Estaba metida en un buen lío. Aileen se dio perfecta cuenta de cuál era su situación, suspirando y maldiciéndose por haberse metido en un lío así. Su única esperanza era que Carol, al no verla llegar, diera la alarma. ¿Pero cuánto tiempo pasaría antes de que el grupo de socorro la encontrara y la ayudaran a salir de allí? Empezaba a tener frío y el sol ya estaba bastante bajo. Si caía la noche, era el final… No podía creerlo, sus primeras vacaciones en la nieve y… ¡Podían convertirse en las últimas vacaciones de su vida! Aileen se acurrucó como pudo y se rodeó las rodillas con los brazos: ¡Qué mala suerte tenía!

El esquiador se dirigía hacia ella con la velocidad de un cohete. Unos segundos antes no se veía a nadie, y de repente, una figura apareció de pronto deslizándose por la nieve a toda velocidad. Aileen se dio cuenta de que iba a chocar con ella, pero comprendió también que no podría hacer nada para evitarlo. Tal vez gritó, pero no podría decirlo con seguridad. Se encogió todo lo que pudo y cerró los ojos… Sintió como una nube de nieve se le echaba encima, pero nadie chocó con ella. Milagrosamente, había conseguido frenar a tiempo. —¿Pero qué diablos hace usted aquí? La voz era grave, y el tono duro y autoritario. Aileen, asustadísima, abrió un ojo nada más y miró al esquiador. El hombre era alto, pero desde la posición en la que estaba le pareció gigantesco. Llevaba un mono y un casco parecidos a los que llevan los campeones de esquí durante las competiciones. Se quitó las gafas y le lanzó una mirada de recriminación. Tenía unos ojos preciosos: Unas inquietantes ranuras de terciopelo azul… Aileen jadeó y se sintió tremendamente irritada. ¿Pero quién se creía que era el tipo ése como para tratarla así? ¿Es que no se daba cuenta de que estaba en un buen lío? —¿Y usted qué cree que estoy haciendo? —replicó llena de sarcasmo y amargura. Él clavó con firmeza los bastones de esquí en la nieve, y se sacó los guantes.

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—Buscando líos, diría yo, así, a ojo… —replicó —replicó— —. Si no, no habría decidido pararse a descansar en medio de una pista negra. ¿Qué diablos era una pista negra? ¿Propiedad privada, acaso? Bueno, a ella eso no le importaba demasiado, al menos en la situación en la que se encontraba. —¡No me he parado a descansar! —exclamó irritada. —¿No? ¿Está tendiéndoles una trampa a los incautos esquiadores como yo, entonces? —¡Maldita sea, me he caído! ¿Es tan difícil de entender? —¿Se ha roto algo? —Creo que no…  no…  —¿Entonces a qué está esperando para levantarse? —No puedo. —¿No puede? ¿Qué quiere decir? —Que si intento levantarme, me volveré a caer, y esta vez dudo que consiga detenerme antes de que se termine la pista. Usted me perdonará, espero, si no tengo especial interés en matarme y provocar una avalancha de nieve. —Quizá yo sea un poco duro de mente pero, ¿por qué está usted tan segura de que se volverá a caer? —Porque no sé esquiar. ¿Le parece un buen motivo? ¡Maldición, de entre todas las personas con las que podría haberse encontrado, tenía que irse a encontrar con un antipático y presumido como éste! El desconocido titubeó e inspiró profundamente. —Usted no sabe esquiar… —repitió —repitió con tono de profunda sorpresa. ¡Ni que fuera la única persona que no sabía esquiar! —No. loca?

—¿Y por qué diablos se le ha ocurrido lanzarse a una pista negra, es que está

¡Y además maleducado, por si fuera poco! —Oiga, señor, no sé quién es usted y tampoco me importa, pero… ¿Por qué no me ayuda en vez de dedicarse a juzgar lo que he hecho o he dejado de hacer? Él movió la cabeza. —Lo que se merecería es que la dejara aquí, a ver si así se volvía usted más prudente. ¿Es que no sabe que sólo los esquiadores expertos tienen derecho a lanzarse a hacer este tipo de pista? Aileen cerró los ojos y se obligó a mantener la calma.

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—Mire, aunque le parezca raro, yo no lo he hecho aposta, ¿sabe? Tenía que bajar al pueblo por una pista facilísima, sin ninguna dificultad, o al menos eso me habían asegurado, pero quizá me he equivocado de dirección. —¿Y no ha visto los carteles que indicaban el peligro? —Evidentemente no…  no…  «Señor sabelotodo», le hubiera gustado añadir a Aileen, pero se dio cuenta de que lo mejor era no mostrarse demasiado desagradable. A fin de cuentas era ella la que había metido la pata. Suspiró. —Si fuera usted tan amable de bajar al pueblo y avisar al equipo de socorro de que estoy metida en este lío, se lo agradecería muchísimo… Empiezo a tener frío y dentro de poco se hará de noche. —Sí, dentro de muy poco, y si le hago caso se arriesga a tener que pasar toda la noche aquí. Además, está cambiando el tiempo, y está prevista una fuerte nevada para esta noche. —Desde luego, me anima usted… —comentó —comentó Aileen irónica. El tipo movió la cabeza, le tendió una mano y le dijo: —Venga, yo la llevo. Aileen contempló la mano que le había tendido. —¿Qué quiere decir eso de que me lleva usted? No tengo ninguna intención de volver a ponerme los esquís y mucho menos de lanzarme a la pista. —Y por supuesto que no lo hará. Dejará aquí sus esquís y simplemente se subirá a los míos. —¿Qué dice? ¿Está usted loco? —Oiga señorita…  señorita…  —Aileen. Aileen Weber. —Mir Mira, a, Aileen… —continuó —continuó él pasando de la formalidad del usted a un tú directo e informal, que la muchacha no había autorizado— autorizado—. Si te he propuesto una cosa así quiere decir que se puede hacer. Pero si quieres, puedes quedarte aquí y ponerte a rezar para que alguno de los equipos de socorro consiga venir a rescatarte antes de que se desencadene la tormenta. Eres tú la que tienes que decidir…  decidir…   ¿Podía rechazar su propuesta? ¡Por supuesto que no! Aileen aceptó la mano que el hombre le tendía, y se dio cuenta de que en esos momentos estaba poniendo su vida en las manos de aquel desconocido. Aunque ni siquiera sabía cómo se llamaba, se dio cuenta de que no estaba demasiado preocupada. Probablemente era un estúpido presumido, pero se comportaba de una manera tan decidida que inspiraba confianza…   confianza… —Súbete a los esquís y agárrate con fuerza a mi cintura, y después intenta hacer los mismos movimientos que yo haga. Lo más importante es que no te pongas tensa y que relajes los músculos. Si tienes miedo, cierra los ojos. Intentaré hacer la bajada lo

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más despacio posible, pero estamos en una pista de máxima dificultad, y la pendiente es muy pronunciada. Aileen obedeció suspirando. —¿Preparada? —le preguntó el hombre al cabo de unos instantes. —Estoy preparada, pero antes de que nos matemos juntos me gustaría, al menos, conocer tu nombre. ¿Estoy pidiendo demasiado? Él soltó una risita, como si estuvieran a punto de hacer una excursión por el campo. — Julián. Me llamo Julián. ¿Te sientes más tranquila ahora? Tranquilísima, ni siquiera siquiera se podía imaginar lo tranquila que estaba… Aileen cerró los ojos, apoyó la cabeza en sus hombros musculosos y dejó que la condujera a través de la pista.

Cuando llegaron al pueblo, después de casi una hora y de un par de caídas, que afortunadamente no habían tenido graves consecuencias, Aileen casi no conseguía creer que lo hubieran conseguido. En la explanada que estaba delante del funicular se encontraron con Carol que estaba charlando amigablemente con dos guapos instructores de esquí. Desde luego, si hubiera seguido esperando a que ella le enviara alguna ayuda…  ayuda…  En el valle, a pesar de que no eran más de las cuatro, ya casi era de noche. Aileen, cansada y muerta de frío, se acercó a la amiga y le lanzó una mirada asesina. —Ya veo lo preocupada que estabas estabas por mi retraso…  retraso…  Carol se dio cuenta de que había llegado al oír sus palabras. —Hombre, Aileen, me estaba preguntando en estos momentos dónde te habías metido. —¿Y no se te había ocurrido que podía tener algún problema? —No, ¿por qué? ¿Has tenido algún problema? —¡Qué simpática! ¿Y a ti, qué te parece? Carol, por fin, se dio cuenta del aspecto que tenía Aileen, del miedo que se leía en su rostro, de que tenía el pelo lleno de nieve, y de que estaba sin esquís. —¿Qué diablos te ha pasado? ¿Y dónde están tus esquís? —En algún lugar de la montaña, al lado del tronco de un abeto, entre montones de nieve fresca y placas de hielo enormes. —Venga Aileen, no hay hielo en la montaña, y además la pista que tenías que hacer no tenía ningún árbol. ¿Cómo es posible que…? —Carol —Carol se calló de golpe y se dio una palmada en si la lo frente frente— —. ¡No digascallada. que te has equivocado de camino! —De acuerdo, prefieres meme quedo

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—Dios mío, ¿de dónde vienes? —De un sitio alucinante que se llama “ pista negra” negra”. ¿Te dice algo el nombre? —¿Y la has hecho a pie? —No exactamente…  exactamente…  Con su habitual despreocupación, Carol se encogió de hombros. —Bueno, no importa. Afortunadamente estás sana y salva, y mañana encontraremos la manera de recuperar tus esquís. Y ahora permíteme que te presente a estos dos amigos —añadió indicando a los dos jóvenes que estaban a su lado— lado —. Éste es Michael, y éste Abram, su hermano. Dan clases de esquí, aquí en Aspen, y nos han invitado a cenar esta noche. Aileen estaba ya a punto de soltar una grosería, cuando se oyó una voz grave y profunda. —Me temo que no va a ser posible. He traído a Aileen hasta aquí, y lo menos que puedo esperar es que cenemos juntos esta noche —dijo Julián. Ella se sobresaltó, y se dio cuenta de que se había olvidado por completo del hombre que la había salvado. Seguramente pensaba que no era una chica muy agradecida. Ante la mirada sorprendida y perpleja de Carol, intentó inmediatamente paliar el efecto negativo de su comportamiento. —Exacto. Permitidme que os presente a Julián…  Julián…  —Bennet —dijo él, sacándose los guantes y sonriendo. Sólo en ese momento Aileen se dio cuenta de lo atractivo que era aquel hombre. Y seguramente también Carol lo había notado, porque le devolvió la sonrisa parpadeando y coqueteando vistosamente. —Encantada… —susurró —susurró— —. Realmente encantada de conocerlo. Le agradezco muchísimo que haya ayudado a mi amiga. Dígame, ¿cómo lo ha conseguido? Pero Julián no pareció notar la evidente admiración que se leía en los ojos de la muchacha. Se quitó los esquís y el casco, y con ellos en la mano replicó: —Bueno, a fin de cuentas, ha sido menos difícil de lo que pensaba. —Luego le dio la espalda a Carol y se dirigió de nuevo a Aileen: —Entonces, ¿dónde paso a recogerte y a qué hora? Ella estaba agotaba y se sentía como un trapo, pero sabía que no podía negarse. Y además, bien mirado, tampoco quería hacerlo. Julián Bennet, a pesar de su actitud de excesiva seguridad en sí mismo, era el hombre más atractivo que había conocido en toda su vida. Pensándolo bien, si simplemente hubiera sido un poco más maliciosa y menos ingenua, lo que tendría que haber hecho era huir de él a toda velocidad… Pero en cambio, aceptó la invitación.  invitación.   —En el Colorado Inn, está…  está…  Él la interrumpió haciendo un gesto con la mano.

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—Sí, ya sé dónde está. ¿Te parece bien a las siete y media? —Supongo que sí…  sí…  —De acuerdo, entonces hasta luego. Saludó a los otros con la mano y se dirigió hacia el aparcamiento. Unos momentos después, Aileen vio como se subía a un flamante todo terreno y se dirigía hacia el pueblo. Lo que se dice di ce un hombre arrollador.

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Capítulo 3 Cuatro días más tarde, Aileen y Julián eran inseparables. Desde que salieron  juntos la primera noche, él había dejado de comportarse de manera arrogante y se había revelado un compañero perfecto: Divertido, simpático, amable y tremendamente atractivo. Además, se había ocupado de ella como podría haberlo hecho el mejor de los padres, llevándola a esquiar a pistas para principiantes y enseñándole muchísimos trucos para no perder el equilibrio y para no lastimarse al caer. La había llevado a conocer los alrededores y le había contado las leyendas locales sobre las tribus indias que habían vivido en aquella zona. A su lado, el tiempo pasaba en un suspiro y le parecía que estaba viviendo un sueño, y así fue inevitable que Aileen se sintiera cada vez más atraída por Julián y que el hombre le pareciera una especie de moderno príncipe azul. Por su parte, a Carol no le importaba que su amiga desapareciera con tanta frecuencia. Estaba viviendo una romántica aventura con Michael, el profesor de esquí que había conocido el primer día, y estaba demasiado ocupada con él como para preocuparse de lo que hacía Aileen. Cuando Julián le dijo a Aileen si pasaban juntos la Nochebuena, ella pudo aceptar sin sentir remordimientos por dejar sola a su amiga.  Julián fue a recogerla al hotel poco después de las siete de la tarde. Para celebrar la ocasión, Aileen se había puesto un vestidito negro con pequeñas florecillas blancas de lo más coquetón, que había comprado en una tienda de Aspen, y que tenía el aire de los vestidos tiroleses típicos. Luego se había peinado su larga melena en una gruesa trenza, y se había maquillado con gran esmero. Cuando bajó al hall del hotel, Julián ya había llegado. Le sonrió abiertamente tan pronto como la vio llegar, y se le formaron unas encantadoras arrugas en las comisuras de los labios. —Estás guapísima —le dijo, pero Aileen no se atrevió a devolverle el cumplido. estaba guapísimo, sus pantalones devuelta pana sobre de color verde, el  jerseyÉldetambién cuello alto de color tabaco ycon un chaquetón de piel los hombros. Se subieron al todo terreno de Julián que estaba aparcado delante del hotel y él puso en marcha el motor. —¿Adónde me llevas? —le preguntó Aileen. —A un sitio especial —fue la hermética respuesta del hombre.  Julián se comportaba siempre de una manera un tanto misteriosa, pero pensándolo bien, eso aumentaba su atractivo. —¿No será un sitio demasiado fino, no? —le dijo Aileen— Aileen—. No tengo ningún traje de noche, y…  y…  —No te preocupes, estás perfectamente así. Ya verás, te encontrarás a gusto. Ella se arrellanó en el asiento del Mitsubishi.

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—¿Y dónde está ese sitio? —A la salida del pueblo. No tardaremos mucho. —¿Te dejarán entrar sin chaqueta? Es Nochebuena y vete tú a saber, si se ponen en plan formal…  formal…  —No te preocupes, conozco al dueño, y puedo comportarme como quiera sin problemas. —¿Es un amigo tuyo? —Sí, es uno de mis mejores amigos. ami gos. Conozco todos sus secretos.  Julián se divertía haciéndose el misterioso. Aileen se dio cuenta, y decidió seguirle el juego. Dejó de hablar y se concentró en el paisaje nevado que brillaba bajo la luz de la luna. Había nevado mucho durante el día, y el paisaje era precioso, aunque la carretera, a pesar de que había pasado ya varias veces la máquina quitanieves, era difícilmente transitable. Julián conducía con gran seguridad, en silencio, y Aileen imaginó que era un caballero antiguo y que ella era una princesa, y que juntos estaban dirigiéndose hacia algún castillo encantado… Tal vez era demasiado romántica; es más, realmente lo era, al menos si juzgamos por lo que pasó a continuación.

El viaje duró una media hora, al cabo de la cual el coche se desvió y empezaron a recorrer un camino que subía por una colina llena de abetos. —¡Cielos! —dijo de pronto Aileen mirando a su alrededor— alrededor—. Para llegar a este restaurante hace falta un coche como el tuyo. Tu amigo tendría que quitar la nieve de la carretera si no quiere quedarse sin clientes. —Se lo diré —dijo Julián, y unos momentos después entraron en una explanada en la que se erguía la casa de montaña más bonita que Aileen había visto en su vida. No era enorme, pero tampoco era pequeña. Tenía un tejado cubierto de tejas rojas, y varios balcones dehabía madera parecidos los balcones tiroleses. En el centro de la explanada unatallada fuente muy redonda. El fríoahabía hecho que se helara el agua, y toda la fuente estaba cubierta de estalactitas transparentes en las que se reflejaba la luz de la luna. —¡Cielos, parece una casa encantada! —dijo Aileen, y luego se asombró al ver que no había ningún coche en la explanada, y que el restaurante no tenía ningún cartel que lo identificara como tal. En ninguna de las ventanas se veía luz— luz —. ¿Estás seguro de que está abierto? Parece que no hay nadie…  nadie…   Julián, sin contestar, se bajó del coche y fue a abrirle la puerta. —Ya te había dicho que era un sitio muy especial. Y ella, aunque con cierto retraso, comprendió. —Esto no es un restaurante, ¡es tu casa!.

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—¡Exacto! ¿Te gusta? —Es preciosa pero…  pero…  —¿Pero qué…?  qué…?  Aileen suspiró. La presencia de Julián a su lado hacía que el corazón le latiera apresuradamente. Este hombre le atraía como si fuera un imán, y ella estaba a punto de seguirlo y entrar en su casa, y allí estarían solos… Era una locura, debería decírselo y pedirle que la llevara de nuevo al pueblo. —Yo…   —Yo… —¿Qué? —repitió él. Aileen lo miró y sus ojos se perdieron en el azul profundo y transparente de los ojos de Julián, se hundieron en ellos como si fueran un lago fresco y acogedor. —Nada…   —Nada… —Ah. El hombre sonrió y le pasó un brazo por los hombros. Entraron en la casa y Julián encendió la luz. Por dentro, era aún más bonita que por fuera: indias, Las paredes estaban recubiertas madera, tan en elgrande suelo se mullidas alfombras sillones de mimbre, y unadechimenea queveían en ella podía caber la casa de Aileen entera. El fuego ya estaba encendido, y la leña chisporroteaba alegremente iluminando la habitación. Al lado de la chimenea había una mesita preciosa, en la que ya habían colocado los platos de porcelana blanca y los cubiertos de plata para dos personas. La mesa estaba recubierta con un mantel de lino blanco sobre el que habían dispuesto un centro de mesa típicamente navideño, a base de granadas y piñas pintadas de color rojo, en el que señoreaban las velas rojas típicas de la navidad.  Julián accionó otro interruptor y cientos de lucecillas blancas blanca s se encendieron en el inmenso árbol de Navidad que ocupaba uno de los rincones de la sala. Ayudó a Aileen a quitarse el abrigo y le hizo un gesto para que se sentara. —Me parece que no se me ha olvidado nada, ¿tú qué dices? Sí, ella pensaba lo mismo, pero no sabía si eso tenía que hacerla sentirse más tranquila. La decoración era perfecta, y el ambiente era el adecuado, y Julián era un nombre irresistible. «¿Seré capaz de negarle algo que me pida?», se preguntó Aileen con sus últimos restos de racionalidad. Pero luego se dio cuenta de que era ya demasiado tarde para plantearse esos problemas. Se sentó en el sofá y observó a Julián mientras ponía un CD y empezaba a descorchar una botella de champán. Él le ofreció una copa y le sonrió. —Dime si me equivoco: Tengo la impresión de que estás un poco tensa…  tensa…   ¿Se notaba tanto? Aileen miró la punta de sus zapatos y empezó a juguetear con la copa.

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—No, lo que pasa es que se trata de una situación bastante insólita para mí. —¿Nunca has pasado las Navidades esquiando? Le estaba tomando el pelo, era evidente, pero era cariñoso, no había ningún deje de ironía ni de malicia en su voz, si no más bien estaba intentando que se relajara. Aileen movió la cabeza pero sin atreverse aún a enfrentarse con su mirada. —No, y tampoco…  tampoco…  —¿Y tampoco qué?¿Qué es lo que te pone tan nerviosa? —Bueno, estoy aquí…  aquí…  —Eso es verdad, aunque a veces, mirándote, tengo la impresión de que eres un fantasma.  Julián era muy tierno y ella estaba loca por él. Estaba totalmente atrapada por un sueño romántico que le despertaba los sentidos y le adormecía la lucidez. Intentó recobrar la entereza y no dejarse llevar por los sentimientos, pero una vocecilla en su interior le decía que aquella dura lucha ya estaba perdida. —Quiero decir que estoy aquí, con un hombre y que estamos solos…  solos…  —¿Te molesta? —dijo Julián sentándose a su lado, pero teniendo mucho cuidado para no rozarla siquiera— siquiera —. ¿Preferirías que hubiera alguien más? No sé, por ejemplo tu ruidosa amiga y su guapo profesor de esquí…  esquí…  ¿Le apetecía esa posibilidad? Aileen se lo preguntó y la respuesta inmediata fue que no. Pero no le parecía bien rendirse demasiado deprisa. —No lo sé… —mintió. —mintió.  Julián acercó su copa a la de ella e hizo un ligerísimo brindis. —Relájate, Aileen, no quiero hacer nada que tú no quieras. Tranquilízate…  Tranquilízate…   Ella se sintió un poco boba, debido a que era una muchachita ingenua, con la cabeza llena de sueños y de fantasías, y con una visión de la vida que poco tenía que ver con la dura realidad con la que uno normalmente tiene que enfrentarse. Si hubiera sido un poco maliciosalasy palabras un poco de menos ingenua, se habría dado cuenta de la ambigüedad quemás encerraban Julián. Además, él era seguramente un experimentado play-boy porque ni siquiera le dejó tiempo para que reflexionara. La invitó a que se levantara del sofá y la acompañó a la mesa. Como un perfecto caballero le apartó la silla y encendió las velas que estaban encima de la mesa. Después se dirigió hacia el pasillo y volvió a los pocos minutos con una humeante sopera en las manos. Aileen le miró llena de curiosidad. —¡No me dirás que también sabes cocinar! —Oh, no, no llego a tanto. Tengo una señora que se ocupa de la casa, y que además, por si fuera poco, es una estupenda cocinera. Es de origen italiano, y lo ha preparado todo ella. Yo me limito sólo a servirlo. —¿Quieres que te ayude? —dijo inmediatamente Aileen. Nº Páginas 21-94

 

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—Ni hablar. Tú eres la invitada, y en mi familia, a los invitados hay que tratarlos bien. Lo único que tienes que hacer es disfrutar de la velada. Aileen lo miró. Era tan seductor, tan viril con su abundante pelo negro y el mechón que le caía sobre la ancha frente, con sus mágicos ojos azules, su mandíbula fuerte, y su boca generosa y decidida, que al sonreír dejaba al descubierto sus cuidados y blanquísimos dientes… ¿Cómo podría resistirse a un nombre así?  así?   Julián se sentó frente a ella y le sirvió la sopa. —Y ahora —sentenció sentenció— —, dejémonos de charlas y come. Algún kilo de más no te haría daño. ¿Julián pensaba que ella era demasiado delgada?, se dijo Aileen para sus adentros preocupada, pero intentando que no se le notara lo mucho que le importaba su opinión. —A las mujeres delgadas les queda mejor la ropa —replicó. —Sí, pero cuando se la quitan…  quitan…  Ella se sonrojó y Julián soltó una risita divertida. —Venga, que estaba de broma… —dijo, —dijo, y le dio una palmada amistosa. A partir de ese momento el ambiente se volvió más relajado. La sopa era muy buena, y Aileen se la tomó de buena gana, y lo mismo se puede decir de la pata de cordero al horno con lechuga y de la tarta de queso que estaban buenísimas, además de tener un aspecto estupendo. También bebió, quizá demasiado, y cuando después de cenar Julián y ella volvieron a sentarse en el sofá y él le sirvió el café, se sentía como en una nube. —Dios mío, he comido muchísimo… Si tuviera a mi disposición una cocinera como la tuya me pondría como una foca en poquísimo tiempo. —Tal vez me gustarías lo mismo. No sé qué es lo que tienes que me atrae tanto, pero el caso es que desde que te conozco no hago más que pensar en ti. Incluso por las noches sueño contigo —dijo Julián pasándole un brazo por los hombros y abrazándola con delicadeza. El fuego de la chimenea seguía ardiendo e iluminando con sus destellos rojizos la sala en la que estaban. A Aileen el corazón le dio un vuelco de alegría. ¿Era realmente posible que un hombre como Julián, tan atractivo y tan seguro de sí se fijara en una chica como ella? Sí, cierto, no era fea y muchos hombres se habían fijado en ella antes, pero ni uno solo de ellos se podía comparar mínimamente al hombre que en esos momentos estaba a su lado. Suspiró satisfecha, y Julián eligió precisamente ese momento para depositar en su frente un beso casto al tiempo que le ponía en las manos un pequeño paquete. —Feliz Navidad, Aileen… —le —le susurró. ¡Un regalo! Le había hecho un regalo, y a ella ni siquiera se le había ocurrido. Aileen se sintió como un gusano. —Oh, Julián, yo…  yo…  Nº Páginas 22-94

 

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—¿No lo abres para ver lo que es, querida? —Sí, claro…  claro…  A Aileen le temblaban los labios mientras desempaquetaba el regalo, y se encontraba entre las manos una cajita de terciopelo. Mientras la abría, el corazón estaba a punto de estallarle en el pecho. Se azoró, jadeó, no pudo pronunciar ni una palabra. Desde el interior de su nido de terciopelo, un corazoncito de brillantes brilló y lanzó cientos de destellos. A Aileen casi se le cae de las manos con la emoción. —Julián… —fue —fue lo único que sus labios consiguieron articular, con voz temblorosa. Él cogió la joyita y la sacó del estuche. Luego le puso al cuello la cadena de oro, y mientras se la ponía, sus dedos tiernos y misteriosos le rozaron. Luego, con satisfacción, la miró a los ojos. —Mi corazón sobre tu corazón, amor mío… Prométeme que no te lo quitarás nunca…   nunca…

Aileen se sobresaltó, y se dio cuenta de que el tiempo había pasado sin que ella se diera cuenta. Desde la ventana de la habitación de Wayne, que seguía estando abierta, se filtraba la luz de un amanecer gris. La noche había pasado… Sintió frío, se levantó y fue a cerrar la ventana. Los recuerdos la habían invadido y la habían catapultado hacia un pasado que había intentado por todos los medios olvidar. Se dio cuenta de que estaba temblando, y tuvo que sujetarse al marco de la puerta para no caerse al suelo. Julián seguía estando presente en sus recuerdos; se había mentido a sí misma durante demasiado tiempo. Guiada por un impulso que no sabría explicar, se dirigió a toda velocidad hacia su habitación y abrió el primer cajón de la cómoda. La cajita de terciopelo estaba allí, guardada en una bolsita de plástico. Aileen la sacó de la bolsa y la abrió. El corazón era tal y como lo recordaba, y el deseo impelente de volver a ver al hombre que se lo había regalado la inundó. Sus ojos se llenaron de lágrimas, que poco a poco empezaron a deslizarse por sus mejillas. Mientras se pasaba la joya de una mano a la otra empezó a llorar con fuerza, sollozando y gimiendo, mientras recordaba lo feliz y relajada que se había sentido en aquellas Navidades de 1986… Pero no podía permitirse el lujo de abandonarse abandonarse a sus recuerdos, y tampoco era justo que lo hiciera. En lo único que podía concentrarse en aquellos momentos era en salvar a su hijo. ¡Wayne! Un niño de cinco años y medio que estaba en manos de un grupo de delincuentes enloquecidos…  enloquecidos…  Tenía que localizar inmediatamente a Julián y hacer lo que ellos le habían ordenado. acercó al teléfono el contestaran. auricular. Con manos temblorosas marcó el número deSe información y esperóy acogió que le

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—¿Diga? —se oyó al otro lado del teléfono. —Quería un número de teléfono de Boston. —¿Cómo es el apellido? —Bennet… Julián Bennet…  Bennet…  —¿Sabe cuál es la dirección exacta del Sr. Bennet? —Bueno, hace mucho que no tengo noticias de la persona pero… Podría ser Arches Avenue número 87…  87…  Aileen esperó una respuesta con el corazón en un puño. Al cabo de unos momentos la voz de la operadora se volvió a oír: —Lo siento, señora, pero se trata de un número reservado. —¿Y eso qué quiere decir? —Que no podemos dárselo a nadie. —Señorita, se lo ruego, se trata de una situación de emergencia. Una cuestión de vida o muerte. Al otro lado del teléfono se oyó un suspiro. —No lo dudo, señora, pero no puedo hacer nada para ayudarla… Lo único que puede usted hacer, en mi opinión, es ir a Boston e intentar ponerse en contacto con el Sr. Bennet personalmente. —¿La dirección que le he dado era exacta? —Bueno, realmente no podría decírselo pero… Por la voz que pone parece estar usted desesperada… Sí, la dirección es la correcta.  correcta.  Y sin decir nada más colgó. Aileen se pasó el auricular de una mano a otra durante un tiempo que le pareció infinito, y por fin se decidió a colgar. En el fondo, se dijo, lo mejor era ponerse en contacto con Julián personalmente, es más era lo único que podía hacer. «Aunque número de teléfono, ¿qué podría decirle?¿Cómo Hola, soy tu ex mujer, la queconsiguiera desapareciósuhace seis años sin ni siquiera despedirse. estás? ¿Por qué no cenamos juntos uno de estos días?» No, imposible… Cielo santo, tenía un montón de dudas y de miedos…  miedos…   Pero la salvación de Wayne era lo único que le importaba, y dependía de ella exclusivamente. Iría a Boston ese mismo día, y mientras hacía el viaje, ya se le ocurriría algo para ponerse en contacto con Julián sin que sospechara nada. Luego… Luego Dios sabía lo que podría pasar. La joya que él le había regalado le empezó a quemar las manos. Aileen se la puso al cuello y el corazón de brillantes relampagueó sobre su pecho, justo como entonces.

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Capítulo 4 En el tocadiscos se oía la voz suave de Billie Holiday. Aileen levantó la cabeza y se miró en los ojos azules de Julián, que en esos momentos brillaban como si fueran dos zafiros. Él empezó a acariciarle el pelo y a deshacerle la trenza. —Julián, yo…  yo…  —¿Qué, amor mío? —Yo creo que me he enamorado de ti. —Eso me hace realmente feliz —replicó él rozándole los labios con un beso. Aileen entornó los ojos y notó como los fuertes brazos de Julián la abrazaban y la levantaban. La luz de la habitación se apagó como por arte de magia, y unos segundos después estaba sentada sobre la mullida piel de oso que estaba delante de la chimenea. Julián le acariciaba la cara con una mano. Las yemas de sus dedos sobre su piel fueron para ella como una descarga eléctrica que le llegó hasta el alma. Aileen se estremeció de deseo, y supo que su momento había llegado, que por fin había encontrado al verdadero, al gran amor de su vida. —No tengas miedo… —le —le murmuró Julián. —No tengo miedo… —contestó —contestó ella, y casi se sorprendió de que así fuera. Nunca había estado con un hombre y sin embargo no le asustaba ni le preocupaba lo que estaba a punto de suceder.  Julián sonrió, y sus ojos lanzaron brillantes destellos que aumentaban la profundidad y la magia de su mirada. Las niñas de sus ojos se habían vuelto oscuras y parecían tan profundas como un pozo sin fondo. Con un gesto de la mano se apartó un mechón de pelo que le caía sobre la frente y se inclinó hacia Aileen, le cogió la cara con las manos y luego empezó lentamente a acariciarle el cuello y los hombros. Lentamente, mirándola fijamente, empezó a desabrochar los botones de nácar del vestido. Aileen notó la presión de sus dedos sobre la piel, la tensión y la excitación que lo invadían, y su aliento cálido y perfumado sobre su piel. Jadeó ligeramente, y se preguntó si era posible que todo eso le estuviera pasando a ella. Le parecía tan sorprendente, que no sabía si era realidad o un sueño que se desvanecería tan pronto como aparecieran las primeras luces de la madrugada…  madrugada…  No, se dijo al final, él estaba allí, y sus manos temblorosas de pasión la estaban acariciando, con ternura pero también con cierta rudeza, le estaban quitando el vestido, y en esos momentos, se estaban peleando con el cierre del sujetador. Aileen volvió a jadear, y esta vez Julián le rozó el lóbulo de la oreja con los labios y empezó a besarle y a mordisquearle el cuello. Repentinamente dominada por un instinto que ni siquiera sabía que tenía, Aileen introdujo sus manosy por jersey de Julián, y percibió el temblor y la tensión que lo inundaban, que debajo a durasdel penas conseguía controlar.

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—Desnúdame Aileen, Aileen, desnúdame… Quiero sentir tus manos sobre la piel… — le susurró. Ella le quitó el jersey grueso y el otro más ligero de cuello vuelto que llevaba. Bajo la luz del fuego que ardía en la chimenea, el pecho desnudo de Julián parecía una estatua de bronce. Juegos de miles de luces y sombras resaltaban sus poderosos y elegantes músculos, y la ligera pelusilla oscura que atravesaba los relieves de su pecho y de su musculoso abdomen, para ir a desaparecer como si fuera una flecha, en el interior de sus pantalones.  Julián observaba ob servaba las manos de Aileen Ail een que lo estaban desnudando, casi como si sus caricias lo hubieran hipnotizado. Una sensación salvaje de triunfo invadió a Aileen: Él estaba allí, la deseaba con todas sus fuerzas, la quería y era suyo. ¡Para siempre! —¿Recuerdas Aileen? Nada que tú no quieras… —le —le susurró con la voz ronca de deseo. Y ella comprendió. Aunque Julián no había ahorrado ningún esfuerzo para seducirla, ella lo deseaba por lo menos tanto como él la deseaba a ella, y había sido siempre así, desde el primer momento en que se habían encontrado. ¡Qué tonta por no haberse dado cuenta antes! —Sí… —murmuró —murmuró despacio sin titubeos. Y fue como si ese monosílabo que había pronunciado resonara en la noche como una especie de reclamo irresistible.  Julián la abrazó y la estrechó contra su pecho. Sus pieles desnudas tocándose, ardientes y apasionadas, les hicieron estremecerse y gemir de placer. La pasión y el deseo rompieron las barreras de la racionalidad y se desencadenaron con todas sus fuerzas, arrollándolos. Aileen perdió de pronto todo el pudor, todos los límites, y por primera vez descubrió la profunda esencia femenina que se escondía en su interior, pura, luminosa e incontaminada, como la cima de una montaña que nadie había escalado. Las manos de Julián sobre sus pechos, sus labios que le besaban los pezones y los chupaban con avidez, y su cuerpo viril, con el pene en erección, duro, arrogante y descarado que presionaba la piel suave de su vientre… Todo contribuía a hacer que Aileen perdiera todas sus inhibiciones. Rodeó los hombros de Julián y le clavó las uñas. Era su hombre, y no estaba dispuesta a compartirlo con ninguna, nunca… nunca…   Y fue como si él le leyera esos pensamientos salvajes que le atravesaban la mente. De pronto dejó de besarla, la cogió por el pelo y sin contemplaciones le obligó a echar hacia atrás la cabeza. Sus miradas se encontraron, brillante y ardiente la de  Julián y sensual y apasionada la de Aileen. —No quiero que te vuelvas a recoger el pelo nunca más —le dijo él— él—. Recuérdalo siempre…  siempre…  —el tono era el de una orden— orden—. Y no quiero que haya ningún otro hombre en tu vida…  vida…  Introdujo una de sus manos entre sus muslos y la obligó a abrirse de piernas. Hundió sus dedos en los suaves pelos del pubis y la acarició con audacia, vigilando

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sus reacciones y gozando con sus gemidos, con sus suspiros, con los balbuceos incontrolados que se le escapaban de entre los labios. —Tú eres mía, Aileen, y lo serás siempre. Aunque no lo quieras, aunque los avatares de la vida nos separen. Y yo estaré contigo, en tu corazón, en tus pensamientos, en tu alma, en cada uno de tus suspiros. No te librarás nunca de mí, aunque te vayas al otro lado del océano…  océano…  Ella se estremeció, y poruna unos momentos aquellas palabras retumbaron en su cabeza como un golpe, como especie de presagio, como si fueran una maldición, y se sintió como la heroína trágica de un drama de amor. Pero la pasión la salvó del miedo y fue más fuerte que todo lo demás. Sintió como el pene de Julián hacía presión contra su virginal intimidad, se arrastraba a lo largo de su femenina hendidura húmeda de amor, y se hundía apasionadamente en ella, lenta pero inexorablemente. Llenarla por completo, saturar cada una de las fibras de su ser, traspasarle hasta los pensamientos. E incluso el dolor que sintió fue algo diferente, y desde un cierto punto de vista sublime, comparado con todo lo que había conocido hasta el momento.  Julián se movió dentro de ella, impulsó a sus cuerpos entrelazados un ritmo lento, constante, casi plácido; y sin embargo, Aileen lo notó enseguida, que en él se celaba un para ímpetu violento, una avidez queacariciándole sólo esperaba el el momento adecuado liberarse y explotar. Sus atormentada manos seguían todo cuerpo, apretándole los senos, con rudeza pero sin brutalidad, deslizándose por su vientre y rodeándole las caderas, aferrándose a sus glúteos y obligándola a apretarse más y más contra su cuerpo. Cada vez más deprisa. —¡Bésame Aileen! De nuevo el tono perentorio de antes, pero esta vez la voz era aún más ronca, más entrecortada, casi como si le costara un esfuerzo enorme pronunciar coherentemente hasta las frases más sencillas. Una ligera pátina de sudor cubría sus cuerpos, y sobre la frente de Julián, caían desordenadamente varios mechones de pelo negro corvino, oscuro como la noche, y sus ojos se habían reducido a dos ranuras brillantes e indescifrables. Aileen no conseguía dejar de mirarlo a la cara, de observar sus rasgos viriles y endurecidos por la tensión, de fijarse en su boca entreabierta y en los dientes apretados que se veían veían brillar entre sus labios. Ya casi ni conseguía respirar… Era todo un manojo de sensaciones dominadas por el instinto que la hacía apretarse más y más contra él, rodearle las caderas con las piernas, cruzando los tobillos por detrás de su espalda para obligarlo a hundirse aún más en ella, mientras escondía su rostro en su pecho y se abandonaba por completo al placer. Gimió y cerró los ojos, se arqueó y echó la cabeza hacia atrás, se mordió el labio inferior hundiendo los dientes en la carne tierna, y oyó como Julián se abandonaba a una especie de rugido, como se hundía aún más en ella, la estrechaba con violencia contra su cuerpo y la inundaba con su calor. El fuego chisporroteaba en laalchimenea, las llamas ser cada vez más pequeñas, y los rescoldos rojo vivo pero abundaban cadaempezaban vez más enamedio de

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la ceniza. Julián se movió, y Aileen aspiró su perfume viril, ligero, que se mezclaba con el aroma a pino y resina que se desprendía de las paredes de la sala. Él le besó la frente y se separó de ella. —Feliz Navidad, tesoro… —repitió —repitió con dulzura, con un suspiro que le acarició la piel tierna del cuello. —Feliz Navidad, Julián…  Julián…  —¿Tienes frío? —le preguntó él. —Un poquito. —Ven. La cogió en brazos y se movió con seguridad entre las penumbras de la sala. Subió por la escalera de madera que llevaba al piso de arriba y entró en una habitación. Apartó la colcha gruesa y vistosa que cubría la cama de matrimonio, y la depositó entre las sábanas limpias, tersas e inmaculadas. Se reunió con ella un minuto después, y la tapó con delicadeza, como si fuera una niña. —Yo me ocuparé de ti —le dijo. Aileen se acurrucó contra él, disfrutando de su cuerpo fuerte que hacía que se sintiera protegida e invulnerable fueran cuales fueran los peligros que la acechaban en el mundo exterior. —Carol se dará cuenta de que esta noche no vuelvo al hotel, y se preguntará que me ha pasado… —murmuró —murmuró sonriendo. —No le costará imaginárselo, y si por casualidad no se lo imagina, se lo explicarás tú mañana cuando vayamos a recoger tu equipaje para que te traslades aquí.  Julián estaba hablando en voz baja y lentamente, y Aileen se dio cuenta que estaba a punto de quedarse dormido. —¿Trasladarme aquí? Julián… Pasado mañana tengo que volver a Nueva York…   York… Un balbuceo sin sentido. —¿A Nueva York? York? ¡Estás de broma! Tú te vienes conmigo a Boston…  Boston…   Aileen se quedó totalmente aturdida y se sentó en la cama. —¿Quieres llevarme contigo a Boston? Estaba tan sorprendida que le parecía imposible dar crédito a sus oídos.  Julián hundió su rostro en la almohada y le rodeó la cintura con un brazo. —Claro, una mujer tiene que acompañar siempre a su marido…  marido…   Unos segundos más tarde dormía profundamente. Su rostro se veía relajado, y así, abandonado al sueño, parecía mucho más joven, un muchacho, hermosísimo y despreocupado.

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Aileen se quedó mirándolo un buen rato, incapaz de apartar los ojos de él y sin acabarse de creer lo que había oído. «Julián se quiere casar conmigo, quiere que sea su mujer…», mujer…», se repetía a sí misma, incrédula, alucinada, pero sobre todo feliz, muy, muy feliz…  feliz… 

Aileen se bajó del tren en la estación de Boston y miró a su alrededor, consiguiendo controlar el nudo que se le había hecho en la garganta y que amenazaba con deshacerse en sollozos. Un par de lágrimas rodaron por sus mejillas y ella las enjugó rápidamente con la punta de los dedos, ante las miradas sorprendidas de algunos viajeros que pasaban en esos momentos a su lado. Uno de ellos llegó hasta el punto de detenerse y preguntarle: —¿Le pasa algo, señorita? Aileen negó con la cabeza, tragando saliva. Se alejó rápidamente del andén, salió de la estación y atravesó la calle. Era un día triste y gris, y si miraba hacia el mar, podía vislumbrar todo un cúmulo de nubes negras que amenazaban tormenta. «También la otra vez había sido así», se dijo Aileen, cogiendo un taxi y diciéndole al taxista dirección un hotelito barato queaños, había en el centro. Cuando había llegado laa Boston conde Julián, hacía más de seis llovía, pero su estado de ánimo entonces, era muy diferente…  diferente…  Recordó sus emociones cuando se había bajado del avión en compañía de  Julián, que la tenía cogida de la mano y le ayudaba a recorrer rápidamente la resbaladiza escalera metálica. Eran marido y mujer desde hacía un día, y ella estaba segura de ser la mujer más satisfecha y enamorada enamorada del mundo…  mundo…  —Nueve dólares, sesenta. Aileen se sobresaltó y se dio cuenta de que el taxista estaba hablando con ella, y de que no lo había escuchado. —¿Perdón? —He dicho que son nueve dólares, sesenta. Aileen le dio al hombre diez dólares y bajó del coche arrastrando la enorme maleta con la que viajaba. Hubiera preferido no viajar con tanta ropa, pero se trataba de una necesidad: Se acordaba de lo mucho que insistía siempre Julián para que ella estuviera siempre de lo más elegante, impecable. Y ahora tenía que volver a conquistarlo… ¡Volver a conquistarlo! Pero, ¿es que alguna vez había sido realmente suyo Julián Bennet? «Es mejor que no piense en eso, no serviría más que a deprimirme aún más», pensó Aileen mientras entraba en el hall del hotel ante la mirada distraída del portero. Dejó su documento en recepción, y el recepcionista le dio la llave de la habitación. Como era de imaginar, no había ni rastro de un botones. Aileen arrastró la enorme maleta hasta el ascensor y subió al cuarto piso.

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La habitación era pequeña y tenía sólo lo esencial, pero estaba limpia. Daba a la calle, y el ruido del tráfico entraba a través de las persianas entornadas. Aileen deshizo la maleta y ordenó la ropa en el armario, luego se tumbó en la cama intentando decidir cuál era la mejor manera para ponerse en contacto con Julián. ¿Era preferible un ataque directo, presentarse directamente en su casa y revelarle que todavía lo amaba locamente, o sería mejor una solución más discreta? ¿Un encuentro aparentemente casual, pero en realidad, perfectamente planificado? No lo sabía, pero se daba cuenta de que tenía que actuar deprisa: Cada minuto que pasaba era un minuto más que Wayne pasaba en compañía de sus raptores…  raptores…  Se puso de pie otra vez y se dirigió al cuarto de baño. Se duchó, se secó el pelo con esmero, y se lo dejó suelto, algo que no había vuelto a hacer durante mucho tiempo. Se maquilló cuidadosamente y se puso un traje de chaqueta muy bonito que se había comprado el año anterior en unas rebajas. Finalmente, cogió el bolso y salió. «Lo primero que haré», se dijo, «será dar un paseo por Arches Avenue.» Quién sabe, a lo mejor tenía un poco de suerte y se encontraba con Julián por casualidad.

a la zona más que elegante y señorial todo Boston en Empezó autobús.aSus ahorros no eraLlegó ilimitados, y tenía intentar gastar de lo menos posible. pasear por las calles casi vacías y silenciosas, rodeadas por altas verjas tras las cuales se escondían los enormes parques de los lujosos palacetes, y al cabo de un rato la vio. La enorme casa blanca de estilo colonial rodeada por un jardín frondoso, era exactamente como ella la recordaba. Justo como la había visto la primera vez. Un edificio elegante, de dos pisos. Una amplia explanada delante de la entrada principal con macizos y parterres de flores, recubierta de gravilla. El camino que conducía desde la verja de la calle hasta la casa estaba rodeado por robles, y el césped estaba perfectamente cuidado. Todas las ventanas tenían cortinas con encajes, y por las paredes de la casa trepaban trepaban las buganvillas en flor. Un sueño…  sueño…  Caminando lentamente, Aileen recorrió la acera que rodeaba el jardín y pasaba por deJulián la verja. Atisbo dentro, entre ylaslarendijas verja, perootra no vez se veía nada.delante Tal vez estaba dentro de casa, idea de de quela estuviera tan cerca, aunque al mismo tiempo tan lejos, la hizo estremecer. ¿Dónde estaría en aquellos momentos? ¿Y Portia? ¿Estaría con él? Aileen suspiró intentando borrar de su mente la imagen de la sensual prima de  Julián, la hermosa Portia con su largo y sedoso pelo negro, con los ojos negros como el carbón y los labios rojos como el coral… Cuando ella se fue, ¿se habría decidido  Julián a casarse por fin con Portia? ¿Habría oficializado aquella relación que existía desde hacía años? Sólo la idea ya fue suficiente para que Aileen se alterara, aunque se dijo a sí misma que era una estúpida. Había pasado mucho tiempo, muchísimo, y si no hubiera sido por Wayne ella nunca hubiera vuelto atrás…  atrás…   Se obligó a seguir caminando, porque se dio cuenta de que debía resultar muy raro que una mujer joven y arreglada estuviera parada debajo de un ciprés contemplando la verja de un elegante palacete. Nº Páginas 30-94

 

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Cielos, ¿qué podía hacer? ¿A quién podía pedirle ayuda? Un nombre del que se había olvidado le pasó por la cabeza: Oliver. En los tiempos en los que ella era la mujer de Julián, Oliver O'Connors era el mejor amigo de su marido. Julián y él habían estudiado juntos en Harvard, donde ambos se habían licenciado en derecho. Al salir de la Universidad, Oliver había iniciado su carrera como abogado, y Julián en cambio, se había dedicado a la magistratura. Perode la su amistad entre ellos había deteriorado. Seguían pasando  juntos gran parte tiempo libre, ibannoalsemismo club e incluso se dividían las mismas mujeres. Al menos, eso le había contado Julián cuando la había llevado a Boston. Aileen había conocido a Oliver exactamente a las dos horas de su llegada a la casa de Arches Avenue. El hombre, un tipo agraciado con aspecto simpático, tenía unos ojos tiernos de color avellana y llevaba unas gafitas redondas, las típicas de un intelectual. Había aparecido como un ciclón, diciendo a gritos que le presentaran a la mujer que había atrapado a su mejor amigo. A Aileen le resultó enseguida simpático. Abierto, con sus modales francos y directos, Oliver conseguía hacer que todos se sintieran a sus anchas, y se olvidaran de que pertenecía a una de las familias más ilustres y antiguas de la ciudad. Durante todo el tiempo que ella había permanecido allí, Oliver se había comportado siempre como un amigo estupendo. Un confidente capaz de escuchar sus problemas, y si era necesario, de darle buenos consejos. Quizá por eso, en los últimos tiempos, la amistad entre Julián y el joven abogado empezaba a resquebrajarse. Quizá a Julián no le gustaba la intimidad que se había creado entre ellos, o simplemente, no le hacía ninguna gracia que su mejor amigo se aliara con su mujer. ¿Habrían cambiado las cosas desde que Aileen se había marchado? ¿La amistad entre Oliver y Julián se había reforzado de nuevo cuando ella se había quitado de en medio? Sí, Oliver podía ser el camino para llegar a Julián. O por lo menos, Aileen lo deseó con todas sus fuerzas. Se dio la vuelta, y se dirigió otra vez a la parada del autobús. Todavía se acordaba de donde estaba el despacho de Oliver, y con un poco de suerte, conseguiría hablar con él…  él… 

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Capítulo 5 La placa del abogado brillaba en la fachada de la casa, justo al lado de la imponente puerta de madera: O'Connors & Co., recitaba, indicando uno de los despachos legales más antiguos y prestigiosos de Boston. lo había heredadoyde su padre, recordó mientras atravesaba el portal,Oliver entraba en el ascensor apretaba el botón delAileen, segundo piso. Tocó el timbre del despacho, y se quedó esperando en el rellano de la escalera. Unos segundos, y una secretaria guapa y sonriente le abrió la puerta. La condujo a un elegante salón tapizado de terciopelo rojo y le preguntó qué deseaba. —Quisiera hablar con el abogado O'Connors —dijo Aileen— Aileen—. Oliver O'Connors —añadió después de un brevísima pausa, recordando que en el despacho trabajaba también un tío de Oliver y pensando que era mejor no dar lugar a equivocaciones. La secretaria siguió sonriéndole. —¿Tiene cita? —No. Realmente no…  no…  —Entonces me temo que no va a ser posible. Verá, el señor O'Connors tiene mucho trabajo en esta temporada, pero si es usted tan amable de dejarme su nombre, podría fijarle una cita para mediados de la próxima semana. Aileen no se rindió. —Mi visita no tiene que ver con ningún asunto legal. Verá, soy una vieja amiga del señor O'Connors, y he estado fuera de la ciudad durante bastantes años. Ahora estoy de paso, y quisiera simplemente saludarlo. No le quitaré demasiado tiempo…  tiempo…   La secretaria se encogió de hombros. —Bueno, se lo comunicaré. ¿Me puede decir su nombre? Aileen suspiró y esperó con todas sus fuerzas que Oliver no se hubiera olvidado de ella y que quisiera recibirla. —Me llamo Aileen… Aileen Weber —dijo —dijo al final, evitando decir el apellido de  Julián. Y añadió: —Hace algunos años era la mujer de Julián Bennet; se lo digo porque tal vez el señor O'Connors me recuerde por ese apellido. La muchacha hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, y le indicó el sofá para que se sentara. Salió del salón y se dirigió hacia los despachos. En esos momentos Aileen estaba nerviosísima. Se dio cuenta de que para ella era fundamental conseguir la ayuda de Oliver, pero se dio cuenta también de que no podía esperar demasiado. Había pasado tanto tiempo…  tiempo…  —¡Aileen! ¿Realmente eres tú? ¡No puedo creerlo!

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Oliver apareció en el umbral de la puerta casi corriendo y se detuvo de golpe. Se miraron y los dos se quedaron en silencio durante un largo momento. Luego el abogado empezó a acercarse hacia ella con los ojos brillantes de alegría. No había cambiado. Tenía el mismo pelo castaño de siempre y las mismas gafas redondas de intelectual. No había envejecido nada, y a pesar del serio traje gris cruzado que llevaba, seguía teniendo el mismo aspecto jovial que ella recordaba. Aileen se puso en pie. —Hola, Oliver… —murmuró —murmuró con la voz temblorosa, intentando vencer la melancolía y los recuerdos— recuerdos—. ¿Todavía te acuerdas de mí? Oliver se acercó a ella y le dio un fuerte e impetuoso abrazo. —¡Aileen! Aileen… ¿Cómo iba a olvidarte? —deshizo —deshizo el abrazo pero sin soltarle la mano— mano—. Deja que te vea… Cielos, no has cambiado nada. Es más, estás mucho más guapa de como yo recordaba. ¿Qué has hecho? ¿Has descubierto el secreto de la eterna juventud? Ella se conmovió ante aquella acogida calurosa y ante las amables palabras de Oliver, pero sabía que estaba mintiendo. Claro que había cambiado, y mucho… Ya no tenía la alegría de vivir, y tampoco la esperanza de conquistarla de nuevo. Acababa cumplir veintinueve añosaysonreír…  se sentía  más vieja que Matusalén. Pero eso Oliver node tenía que saberlo. Se obligó sonreír… —Sigues siendo tan adulador como antes. Dime, en estos años, ¿no has encontrado a ninguna mujer que te haya transformado en una persona seria? —Lo cierto es que había encontrado a una hace muchos años, pero era la mujer de mi mejor amigo… amigo… —le —le contestó Oliver, cogiéndole una mano e invitándola a sentarse a su lado en el sofá. Aileen se sorprendió ante esas palabras, pero luego se acordó de que Oliver era un eterno bromista. Soltó una risita. —Tú nunca cambiarás, ¿eh? —Dios me libre… Pero Pero hablemos de ti. ¿Dónde te has metido durante todo este tiempo? Ni te imaginas lo preocupado que he estado. Aileen, ¿cómo has podido desaparecer así, dejarlo todo de un día para otro, sin decir ni siquiera una palabra? En esos momentos su tono era serio, con dejes d ejes de dolor. Ella miró hacia el suelo. —Es una larga historia de la que prefiero no hablar. Pero háblame de ti. ¿Qué tal va tu carrera? Supongo que a estas alturas serás el príncipe más envidiado de todo Boston. —Bueno, no puedo quejarme… Sólo tengo  tengo  problemas cuando tengo que defender a algún acusado delante de Julián —l lanzó una mirada intensa— intensa—. Supongo que sabrás que su éxito ha aumentado muchísimo. Probablemente antes de que termine este año será elegido para el Tribunal Supremo. Aileen negó con la cabeza.

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—No, no lo sabía —replicó, intentando que el tono de la voz se mantuviera tranquilo. —Bueno, pues ya lo sabes… Por otra parte, ha sido siempre evidente lo malditamente hábil que es. —Ya…   —Ya… Oliver se acomodó mejor en el sofá y le dijo: —¿Cómo es que has vuelto a Boston? —Bueno, supongo que ha sido culpa de la nostalgia… —respondió — respondió ella bajando los ojos, y rogando al cielo que sus palabras fueran convincentes— convincentes—. Estaba de viaje por motivos de trabajo, tenía que venir por esta zona y ya que tenía algunos días libres, me dije que tal vez era el momento de hacerle una visita a un viejo amigo. —Eso es todo. No podía olvidar que Oliver era uno de los mejores abogados del país, que tenía una gran intuición y que no sería fácil engañarlo. Aileen decidió introducir alguna verdad entre tantas mentiras. —Tenía… Tengo curiosidad…  curiosidad…  —¿Por saber qué? —Si Julián…  Julián…  Oliver suspiró y cruzó las manos. —¿Qué quieres saber? —Si se ha vuelto a casar. —No. —Entiendo…   —Entiendo… —¿En serio, Aileen? —replicó Oliver, que por primera vez había perdido su tono de amabilidad habitual. Ella decidió que lo mejor era cambiar de tema, al menos por el momento. —Bueno, ¿y cómo van tus regatas? —le preguntó, refiriéndose a la enorme pasión de Oliver por los barcos de vela. Él se volvió a animar y sonrió. —Estupendamente. Me he comprado un velero fantástico, de quince metros, más rápido que el viento. Si te quedas lo bastante, te lo enseñaré y te llevaré a dar una vuelta. ¿Dónde te alojas? —En el hotel Metro, en el centro. —¡Cielos, en medio de todo ese caos! ¿Cómo puedes resistirlo? —Bueno, yo no gano un montón de dinero como tú, así que tengo que conformarme. Oliver le cogió de nuevo una mano y se la apretó con fuerza. Nº Páginas 34-94

 

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—Mira, se me ocurre una cosa. Después de la muerte de mi madre, ya hace tres años, mi casa está totalmente vacía… ¿Por qué no te trasladas a mi casa mientras estés aquí? Ten en cuenta que es una oferta sin ningún tipo de segundas intenciones, aunque… Pero bueno, dejémoslo… ¿Sabes? Vivo con un mayordomo y tres criadas solteronas que me cuidan desde que era pequeño, y se comportan como tres tías celosas. Si aceptas no tienes nada que temer, y tu honor no se pondrá en entredicho. ¿Qué me dices? Ella estaba tentada. Estar en casa de Oliver le ofrecería más ocasiones de encontrarse con Julián que que estar en el hotel…  hotel…  —Bueno, la verdad es que no quisiera molestar…  molestar…   —Si no aceptas me ofenderé. —Entonces, de acuerdo. Oliver asintió satisfecho. Apretó un botón y una secretaria apareció inmediatamente. —Señorita, por favor, vaya inmediatamente al hotel Metro, pague la cuenta de la señora Weber, retire sus maletas, y llévelas a mi casa. Puede usar mi coche y a mi chofer…   chofer… —Pero Oliver, no puedo permitir que…  que…  —Tonterías, Aileen. Mary se encargará de todo. Mientras tanto, puesto que ya es más de la una, tú y yo nos vamos a comer juntos a un restaurante que acaban de abrir aquí cerca, y que todavía no conozco —se levantó de golpe y se arregló el nudo de la corbata de manera ostentosa— ostentosa—. ¿Estoy lo suficientemente elegante y guapo como para ir contigo? Y Aileen supo que se había encontrado con un amigo. Era la primera sensación agradable de los últimos dos días.

Se instaló en casa de Oliver, quien puso a su disposición una habitación grande y luminosa, de aquella especie de palacio que había heredado de sus padres. Aileen deseaba hacerle cientos de preguntas, seguir investigando cosas sobre Julián, pero sabía que tenía que ser cauta si no quería despertar sospechas. Paciencia. Tenía que tener paciencia si quería conseguir sus propósitos, pero no era fácil, y el recuerdo de Wayne la torturaba continuamente. ¿Seguía estando vivo su hijo? ¿Volvería a verlo sano y salvo? Estaba ensimismada en sus pensamientos cuando la tarde siguiente, Oliver regresó antes de lo previsto. Ella estaba en el salón, sentada en un sillón, contemplando distraídamente un punto indefinido de la tapicería de seda. —Hola, bella durmiente… ¿Estabas soñando conmigo?  conmigo?  Aileen intentó adoptar una expresión serena. —No estaba durmiendo, ¿eh?

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Oliver se sirvió un vaso de whisky y se aflojó el nudo de la corbata. —Pues eso parecía. ¡Tenías una cara de sueño! Oye, ¿qué te parece si esta noche vamos a una recepción? Una lucecilla se iluminó en la mente de Aileen. Julián y Oliver siempre se habían movido en los mismos ambientes: A lo mejor los dos pensaban ir a la misma fiesta. —¿De qué recepción se trata? —preguntó. —La inauguración de una exposición. Una amiga mía pintora, muy simpática… Mucha gente y toda la bebida que quieras. La posibilidad de cogerse una buena borrachera en compañía. ¿Qué dices? —De acuerdo. —Estupendo. —¿Tengo que ponerme de tiros largos? —Evidentemente. A tope —dijo Oliver guiñándole un ojo— ojo—. Mi amiga la pintora pinta cuadros horribles, llenos de insulsas manchas de color, pero conoce a toda la alta sociedad de Boston, que acudirá a su inauguración para decirle lo fantásticos que son sus cuadros, mintiendo, claro. —Bueno, entonces voy a ponerme guapa. —¿Más todavía? Es imposible. Sí, realmente era agradable tener un amigo…  amigo… 

Aileen se puso un vestido de seda negro adherente, que le dejaba los hombros al aire y le encajaba como un guante, resaltando todas las curvas de su cuerpo. Lo había comprado un par de años antes, sólo porque tenía un precio ridículo. Pero lo cierto es que parecía mucho más valioso de lo que realmente era, aunque esta era la primera vez que tenía la oportunidad y el valor de ponérselo. Se soltó el pelo y se puso la cadenita de oro con el corazoncito de brillantes alrededor del cuello. Unas gotas de perfume, una chaqueta negra sobre los hombros, zapatos de tacón, y lista. Cuando Aileen apareció en las escaleras, Oliver le saludó con un gesto de admiración que no dejaba ninguna duda sobre sus sentimientos. —Después de que me vean en tu compañía, ganaré todavía más puntos —dijo. —Entonces te pediré un porcentaje. —Lo tendrás, tendrás, preciosa, lo tendrás…  tendrás… 

Llegaron a la galería en la que se celebraba la fiesta poco después de las nueve de la noche. La galería ya estaba llena de gente elegante, que se distribuía por los

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salones vacíos contemplando los cuadros que estaban en la pared, y bebían champán intercambiando comentarios sobre los cuadros de la artista. Oliver y Aileen se mezclaron con toda aquella gente, y él le presentó a un montón de desconocidos de los cuales ella no entendió en la mayor parte de los casos, ni siquiera el nombre. Después de media hora, Aileen consiguió encontrar un rinconcito apartado en el que refugiarse, y beber tranquilamente su cocktail. Contempló gentío con se veía ni la el sombra… sombra…    interés, pero tuvo que rendirse a la evidencia: De Julián no Le dolía la cabeza y los tacones eran incómodos. Esperó que todo terminara lo antes posible y que Oliver la llevara de nuevo a casa. Mientras tanto, iría a buscar el baño de señoras y se encerraría allí un rato, para intentar superar su desilusión. Se dio la vuelta, y… Y Julián estaba allí.  allí.  A menos de un metro de ella, todavía más guapo de como lo recordaba, él la miró. El tiempo, la gente, el mundo entero a su alrededor, parecieron cristalizarse y desaparecer. Tuvo que apoyar la espalda contra la pared para no caerse al suelo. —Hola, Aileen…  Aileen…  «¡Hola, Aileen!» Estaba allí, frío como el hielo, con sus ojos azules que parecían dos pedacitos de dejarse cielo, y vencer ni siquiera el más mínimo de emoción en su rostro. «Cielos, no podía por los nervios en eserastro momento.» —Ho… Hola, Julián.»  Julián.»  Él se le acercó, la cogió del brazo y la arrastró consigo. Aileen no pudo hacer más que seguirlo, con la cabeza que le daba vueltas y el corazón que le latía con tal fuerza en el pecho, que parecía que le iba a estallar. La llevó a una habitación vacía, y  Julián la condujo hasta el sofá. Se sentaron, y Aileen respiró aliviada por no tener que seguir haciendo el esfuerzo de mantenerse en pie. —Bueno… —soltó —soltó él de pronto— pronto—. ¿Me puedes explicar el motivo de esta visita inesperada? ¡Cielos! ¿Es que sospechaba que ella no estaba allí por casualidad? Tenía que recuperar todo su valor quería laque se descubriera de tiempo cuálinmediatamente era su juego. «¡Wayne!», pensó,siyno encontró fuerza incluso paraantes sonreír. —¿Visita? Perdona. ¿De qué me estás hablando? —¿No lo entiendes? Estaba muy serio, frío, nada amistoso, y ella… Ella seguía amándolo con todas sus fuerzas. Seguía siendo suya; siempre lo había sido. No había olvidado ni uno solo de los momentos que habían transcurrido en su compañía, y le hubiera gustado poder decírselo; gritárselo, decirle lo mucho que la había herido, lo mucho que ella había sufrido por su culpa, y que nada había cambiado. Apartó la mirada…  mirada…   —No. Realmente no te entiendo, en serio. Estaba en Boston por casualidad y fui a ver a Oliver.  Julián la interrumpió con un gesto brusco de la mano.

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—Eso ya lo sé. Y también sé que estás en su casa. Lo que no sé es por qué. —¿Por qué, qué? ¿No se puede tener ganas de volver a ver a un viejo amigo después de tantos años? Los labios de Julián esbozaron una mueca de sarcasmo. Se puso de pie y metió las manos en los bolsillos del pantalón. —Exacto… Has dicho una cosa justa: Después de tantos años… Hace más de seis años desapareciste de un día para otro. Si no tuviera la seguridad de que existías, podía haber pensado que habías sido un sueño. O una pesadilla, dependiendo del punto de vista. —¿Tenemos necesariamente que hablar del pasado? —¿Estás de broma? Si no te hubieras llevado tus cosas, probablemente habría pensado que te habían raptado los extraterrestres. Y ahora tú pretendes cerrar el capítulo con un “podemos hablar de otra cosa” cosa”  —sus ojos se convirtieron en dos pedazos de hielo y la barbilla se le contrajo— contrajo—. ¿No crees que tengo derecho a una explicación? Aileen suspiró. Podía hablar durante horas sobre eso, pero sabía que no debía hacerlo. Al menos si quería seguir las instrucciones de los raptores de Wayne. —He sido una tonta —dijo dijo— —. Una inmadura. Todo fue demasiado rápido entre nosotros, y de un día para otro me encontré en una situación que era demasiado complicada para mí y que no supe afrontar. Sé que nunca podrás perdonármelo, pero lo siento. Realmente lo siento mucho…  mucho…  Y por lo menos, en esta última afirmación, era sincera. Lo sentía, claro, pero no por los motivos que había dicho. Lamentaba que él se hubiera revelado muy distinto al príncipe azul que ella se había imaginado, que la hubiera traicionado, que ella hubiera sentido un dolor tan fuerte, que todavía no había superado, que hubiera llegado a desear la muerte. Cerrar los ojos y abandonarse a la paz eterna. Pero tenía que pensar en Wayne y no podía permitírselo. A su lado, Julián inspiró con fuerza. —¿Qué relación hay entre tú y Oliver? —¿¡Qué!? —¡Has entendido perfectamente!», gritó, y esa fue la primera vez que Aileen lo vio perder la calma. Estaba enfurecido, la tensión se le notaba en cada uno de los poros de la piel, como un arco a punto de dispararse. Llegó a tener la impresión de que de un momento a otro se le iba a echar encima e iba a golpearla y a pegarle con todas sus fuerzas. —¿Pero de qué estás hablando, Julián? —¿Sigues siendo como antes, eh? Sigues mintiendo, engañando, retorciendo las cosas, convencida de que vasn…  a salirte con la tuya. Pero quizá esta vez las cosas no vayan como tú esperas, Ailee Aileen…  

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La cogió de la mano y empezó a arrastrarla con brutalidad. Aileen tropezó intentando no caerse de los tacones. —¿Pero adónde me llevas…? —balbuceó, —balbuceó, mientras la arrastraba entre la gente sin preocuparse de las miradas de sorpresa que estaban provocando. —A casa, naturalmente. —¿A casa? —Claro. No pensarás que voy a permitir que te quedes en casa de Oliver ni un minuto más. Eso era lo que ella quería, ¿no? Claro, pero en aquellos momentos Aileen no consiguió sofocar toda la rabia y el dolor que sentía. —¡Te prohíbo que me trates de este modo! —dijo. —Tú no tienes ningún derecho a prohibirme nada —casi gritó él, empujándola fuera de la galería sin darle ni siquiera el tiempo de coger la chaqueta que había dejado en el guardarropa. Fuera hacía frío, y caía del cielo una llovizna húmeda. Julián hizo un gesto con la mano y un Rolls Royce se acercó a la acera. Sin darle tiempo al chofer de que lo hiciera, abrió la puerta y lanzó a Aileen dentro del coche. —Cuando termine contigo mi querida y dulce mujercita, no vivirás lo suficiente para arrepentirte lo bastante de esta excursión a Boston —dijo, y entró también en el coche.

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Capítulo 6 El ruido de la puerta del coche al cerrarse hizo que el nerviosismo la invadiera. Aileen, de pie en la enorme explanada que estaba delante de la casa, miró a su alrededor. Julián, a su lado, le sonrió con tranquilidad. —¿Te gusta? —le preguntó. —Es… Es estupenda.  estupenda.  —La edificó mi abuelo a principios de siglo. Cuando la construyó todavía no se había casado con mi abuela, y pensó que construir una casa imponente y refinada sería una buena carta de presentación para llegarse a pedir su mano… Ven, sígueme.  sígueme.    Julián se le acercó y le dio la mano. —Estoy un poco asustada —dijo la muchacha. —¿Asustada? ¿Y de qué? Aileen suspiró. Se habían casado el día anterior, era su mujer, y sin embargo aquel hombre seguía siendo para ella una especie de misterio. —Julián, sé tan poco sobre ti…  ti…  Él se le acercó y le acarició la mejilla con la punta de los dedos. —¿Me quieres, Aileen? —¡Claro! —Entonces el resto importa bien poco, ¿no te parece? La cogió de la mano y empezó a caminar decidido, obligándole a seguirlo. Era fácil decirlo… Le quería muchísimo, de eso no tenía ninguna duda. Pero, ¿no se había comportado de una manera demasiado impulsiva casándose con un hombre al que conocía desde hacía menos de una semana, y del que no sabía casi nada? ¿Cómo era la familia de Julián? Rica sin duda, o al menos eso parecía, si tenía que juzgar la fantástica casa que tenía delante de sus ojos… ¿Y cómo la acogerían? Una huérfana sin familia, con una humilde situación económica, no especialmente culta, y totalmente ignorante respecto a las reglas de la buena sociedad…  sociedad…   Esa idea la aterrorizaba. Probablemente pensarían que Julián se había vuelto loco si se había casado con una mujer tan diferente a las del ambiente en el que se movía normalmente. La puerta de la casa se abrió y un mayordomo perfectamente uniformado apareció en el umbral. Aileen tragó saliva. ¡Dios mío! ¿Estaría a la altura de la situación? —Señorito Julián, bien venido. —Hola, Arthur, ¿mi madre está en casa? —Está tomando el té en el salón. Creía que usted llegaba ayer. Había invitado a cenar a…  a…  Nº Páginas 40-94

 

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—Tenía una cosa que hacer ayer —le cortó Julián. Luego, con una sonrisita irónica añadió: —Me he casado. El mayordomo se sobresaltó y no pudo evitar echarle una ojeada crítica a Aileen. Ella se puso roja y se sintió pequeña, pequeña. Si esa era la reacción del criado, no se podía ni imaginar cuál sería la de la madre de Julián… «¡Si por lo menos tuviera tiempo para cambiarse de ropa! Peinarse, maquillarse y arreglarse un poco mejor…» Con mejor…»  Con los vaqueros, y una vieja chaqueta, Aileen se sentía fea y descuidada. —Julián… —murmuró, —murmuró, casi como pidiéndole ayuda. Él no dio muestras de haberse dado cuenta de la solicitud de ayuda desesperada que se leía en la mirada de su mujer. Se limitó a guiñarle el ojo y siguió andando llevándola de la mano. Entraron en un enorme salón decorado con mucho gusto, lleno de sofás tapizados con seda de color perla, y enormes alfombras persas. Había una chimenea de mármol en una de las paredes, y al lado, sentada en un sillón, había una mujer ya mayor pero todavía hermosa y elegantísima. Enarcó las cejas al verlos entrar, y dejó la taza de té encima de una mesita. —Hola Julián… —dijo, —dijo, pero no pareció demasiado contenta ni demasiado satisfecha al ver a su hijo y a la desconocida que lo acompañaba. —Mamá… — Julián apretó con más fuerza la mano de Aileen y la obligó a avanzar— avanzar —. ¿Puedo presentarte a mi mujer? Aileen se sintió enormemente turbada y abrió la boca de par en par por la sorpresa. Cielos, era increíble que Julián le diera una noticia así a su madre de aquella manera. Allí pasaba algo, y la tensión que se había concentrado en aquel salón se podía cortar con un cuchillo. Aileen se dio cuenta y se puso aún más nerviosa. La mujer cogió de nuevo la taza de té y bebió un sorbo. Las manos le temblaban ligeramente, pero esa fue la única reacción que Aileen notó en la anciana mujer que seguía observándolos. Por lo demás, su hermoso rostro se mantuvo impasible: Los miraba con frialdad y controlaba a la perfección sus emociones. —Uhm… —dijo —dijo— —. Y me imagino que te sentirás orgulloso de tal novedad. ¿Tengo que felicitarte? Él rió como si se tratara de una broma. —No le hagas caso a mi madre, querida… —fue — fue su único comentario, dirigido a Aileen— Aileen —. Se comporta siempre de manera fría y aristocrática para impresionar a los que no la conocen. —Muy divertido, en serio —replicó la mujer. Aileen intentó armarse de valor. —Mucho gusto, señora… —balbuceó. —balbuceó. —Puedes llamarla Jacqueline, a fin de cuentas ahora sois parientes —se entrometió Julián— Julián—. A propósito, mi mujer se llama Aileen.

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La madre de Julián no hizo ningún comentario. —¿Os apetece una taza de té? —preguntó mientras con un gesto les señalaba el otro sofá para que se sentaran. —¿Por qué no…? —replicó —replicó Julián. ¡Cielos, todo aquello parecía algo irreal! Una madre que acababa de recibir la noticia de que su hijo se había casado, que se encontraba delante de su nueva nuera y que lo único que hacía era limitarse a mirarlos como a dos extraños que habían ido de visita sin que eso le hiciera demasiada gracia… Aileen suspiró y se sentó intentando mirar distraídamente hacia los lados. No sabía qué decir ni qué hacer, y se sentía un poco mareada. —Supongo que os habréis conocido en Aspen… —dijo —dijo de pronto Jacqueline, con un evidente tono irónico— irónico—. Las chimeneas encendidas y la nieve copiosa que cae fuera son ideales para crear una atmósfera romántica…  romántica…  —Eres muy perspicaz —replicó Julián. Su madre lo miró. —¿Sabes, Julián? Ya casi tienes treinta años, pero me temo que todavía no he conseguido entender que esNo lo que te pasa porHe esaconocido cabezota aque tienes. adecuada para —¿A qué te refieres? te entiendo… la mujer mí y me he casado con ella. ¿Qué tiene de extraño? —¿Y la mujer adecuada para ti es esa muchacha esquelética con cara de susto? No me hagas reír. —Me alegra que te diviertas… Pero mi mujer me tiene que gustar a mí, ¿no te parece? Tu opinión no cuenta mucho, mejor dicho, no cuenta para nada. ¡Cielos, hablaban de ella como si no estuviera presente! Aileen miraba primero a uno y después al otro, y le parecía que estaba contemplando un partido de tenis surrealista. ¿Cómo iba a poder vivir en aquella casa entre desconocidos altaneros y en compañía de una suegra que por lo que parecía pensaba que ella era un «tonto capricho» de un hijo demasiado impulsivo?  Jacqueline miró fijamente a Julián. —Se está haciendo tarde, y dentro de poco llegarán mis amigas para jugar a la canasta. Supongo que no hace falta que haga los honores de la casa. Puedes apañártelas solo perfectamente…  perfectamente…  Se puso de pie, les dio la espalda, y salió del salón como si fuera una reina. Desde que se habían encontrado no le había dirigido ni una sola vez la palabra a su nuera. Aileen reprimió un suspiro de pesar. —Creo que no le he gustado mucho… —murmuró. —murmuró. —agradable Tonterías, de se lo acostumbrará a contestó ti y acabaréis Es más que parece — Julián.llevándoos bien antes o después.

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Bueno, ella no era tan optimista, y de repente, el futuro que había imaginado de color rosa se empezó a hacer más tenebroso. —No has tenido demasiada delicadeza cuando le has dado la noticia de que te habías casado…  casado…  —¿No? ¿Por qué? ¿Cómo tenía que decírselo, según tú? — Julián negó con la cabeza— cabeza —. Tranquilízate Aileen y deja que me ocupe yo de estas cosas: Sé perfectamente como tratar a mi madre. Ella y yo nos entendemos perfectamente. —Viéndoos no se diría. Más bien parece que os detestáis. —Pues en realidad nos queremos mucho, lo que pasa es que los dos tenemos un carácter muy fuerte y cada uno de nosotros intenta i ntenta imponerse. Siempre ha sido así. Perfecto, así ella ahora, estaba en medio de su «simpática» guerra. —¿Estás cansada? —le preguntó su marido suavizando el tono de su voz y acariciándole la espalda. Aillen lo miró. Era tan guapo, tan atractivo y tan viril… El corazón se le llenó de amor. Con Julián a su lado no tenía nada que temer, no podía desear nada más que su felicidad junto a él. —Un poco, el viaje ha sido largo —contestó. —Muy bien, entonces ven conmigo, vamos al piso de arriba. He dado orden de que nos prepararan la antigua habitación matrimonial, la que era de mi padre y mi madre. Es muy cómoda. —¿Y a tu madre no le molestará? —¿Y por qué le iba a molestar? Hace diez años que no la usa. Él todo lo veía muy fácil, pero Aileen estaba cansada de dejar que las dudas y los miedos la atormentaran. Julián resolvería todos los problemas, y por lo tanto, era una tontería que ella se preocupara.

Una muchacha apareció en aquellos momentos en la puerta del salón. Era alta y esbelta, con un físico estupendo, digno de una modelo. Tenía el pelo largo y oscuro, y lo llevaba suelto sobre los hombros, como si fuera una abundante cascada de rizos y mechones. Tenía los ojos también negros, y unas pestañas largas y abundantes. Era tan hermosa que dejaba sin aliento, iba perfectamente maquillada, llevaba un traje de chaqueta y pantalones de alta costura, que le daban un toque de clase al conjunto. Se detuvo delante de ellos con ojos furibundos. —¡Dime que no es cierto, Julián! —dijo dijo— —. Dime que se trata sólo de una estúpida burla urdida por tu madre y por mis padres. Aileen estaba aturdida. ¿Quién era aquella tipa? ¿Y de qué burla estaba hablando? A su lado, Julián sonreía, y no parecía mínimamente sorprendido.

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—Hola, Portia, ¿qué haces por aquí? ¿No te habías ido a Hawaii a pasar las Navidades? La muchacha se les acercó con una mirada asesina y los labios apretados en una mueca de color carmín. —Déjate de rodeos y contesta a mi pregunta: ¿Esta desconocida es realmente tu mujer? —Cielos, hay que ver ver que deprisa viajan las noticias en esta casa… ¿Quién se ha tomado la molestia de informarte en tan poco tiempo? No… No me lo digas. Ha sido mi madre, ¿verdad? ¿O es que estabas escuchando detrás de la puerta mientras hablaba con ella? La muchacha no contestó, pero su cara era mucho más expresiva que un larguísimo discurso. Seguía moviendo la cabeza como si no pudiera dar crédito ni a sus ojos ni a sus oídos, y estaba pálida como un fantasma. —¿Cómo has podido? ¿Cómo has pod…?  pod…?   Julián levantó una mano y la hizo callar. —Aileen —dijo dijo— —, esta señorita de modales un poco raros es Portia, una prima mía de segundo grado,ideal y elpara ojo mí. derecho de mi madre, la poco cual de la ha considerado siempre como la mujer Ya verás como con un buena voluntad seréis buenas buenas amigas…  amigas…  En aquel momento, Aileen estuvo segura: Su vida en aquella casa no sería fácil, y Julián tenía que ser un inconsciente y un insensible si no se daba cuenta. Tragó saliva y esbozó una pálida sonrisa que se estrelló contra la mirada de puro odio de Portia. —Yo… Yo creo que estoy un poco cansada… —murmuró — murmuró sintiéndose profundamente incómoda. Portia dejó de mirarla y volvió a mirar a Julián. —¿Y ésta sería tu mujer? De repente el tono de su voz se hizo más bajo y menos irritado. Incluso sonrió mientras añadía: —Ahora estoy segura de que se trata de una estúpida broma para fastidiarme,  Julián, y tú puedes decir o hacer lo que quieras, pero no conseguirás hacerme cambiar de idea. Pero dime, ¿durante cuánto tiempo tienes intención de seguir con esta comedia? —No sé ni siquiera de qué estás hablando —dijo él distraídamente, pero la mirada de sus ojos azules se había hecho más dura cuando añadió— añadió —: En cualquier caso, no me interesa lo que piensas de esto, Portia, y tampoco le importa a mi mujer. Ahora, si nos dejas pasar… Como has oído, Aileen está cansada y necesita descansar.» Salieron delrecubierta salón seguidos poralfombra la miradaazul de odio de Portia. Subieron pordeuna amplia escalera por una y llegaron al piso superior la

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casa. Aileen se sentía como un boxeador que acababa de perder una largo combate: Le costaba incluso mover los pies. Julián, por su parte, parecía tranquilo como si nada hubiera ocurrido. Entraron en una gran habitación, luminosa, decorada con seda de color beige y con muebles antiguos de gran valor. —Mira, Aileen, tu equipaje ya está aquí y aquella es la puerta de tu cuarto de baño. Puedes darte una ducha si quieres y descansar hasta las siete. Después tendrás que y prepararte: seanlevante puntuales —declaró. Se cena a las siete y media, y mi madre quiere que todos Ella se sentó desmayadamente en el borde de la cama. —¿Me explicas quién era aquella muchacha que arremetió contra ti, y por qué estaba tan alucinada por que te hubieras casado? —Querida, me parece que ya te lo he dicho. —No te hagas el listo conmigo, Julián, porque mi paciencia también tiene un límite, y te advierto de que me falta poco para traspasarlo…  traspasarlo…   De repente, ante sus ojos, Julián se transformó. Desapareció de su rostro cualquier señal de buen humor, y su mirada se volvió dura y fría. —No me hables con ese tono, Aileen, no me gusta. —¡Pues el tono que usó la tipa esa no te escandalizó nada! Y me parece que no era especialmente amable contigo. —Portia es otro tema. Aileen se quedó boquiabierta. —¿Qué quieres decir? —Que tú no la conoces, y que yo sé perfectamente cómo tratarla. No tienes que preocuparte de ella. —Supongo que no estás hablando en serio…  serio…  —¿Es esa la idea que doy? —Mira Julián, no hace ni media hora que he llegado a esta casa y primero he tenido que someterme al juicio glaciar de tu madre, y después escuchar los improperios de una desconocida que ha usado contigo el mismo tono que usaría una amante decepcionada. Tendré derecho a alguna explicación, expli cación, ¿no te parece? Pareció como si él reflexionara un poco, y al final asintió. —De acuerdo. ¿Qué quieres saber? —¿Quién diantres es Portia? —Mi pri…  pri…  —Tu prima, ya lo sé, pero ¿qué más? —La mujer con la que mi madre quería que me casara. —No sigas repitiéndome lo que ya sé, por favor. ¿Qué es ella para ti?

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 Julián se encogió de hombros. —Una de la familia. —¡Basta! Te amo, te respeto y eres mi marido, pero no acepto que se me trate como a una estúpida. Tú y ella habéis tenido una historia, ¿no es verdad? —Mira, Aileen, no empieces a comportarte como una mujer celosa, no lo soporto. —En cambio, en tu opinión, yo tendría que soportar el presenciar la escenita de celos que te hace otra mujer y quedarme tranquila. —¡Déjalo ya, Aileen! Esta discusión es simplemente absurda. —Eso lo dices tú. Pero yo todavía no he terminado. —¡Claro que has terminado! —gritó Julián, y le dio una violenta patada a una silla que estaba a su lado, estrellándola contra la pared— pared—. Creía que tenías confianza en mí, pero evidentemente me he equivocado si ya empezamos a discutir por problemas insignificantes. —Eso de que son insignificantes lo dices tú. —Sí, yo, ¿y qué? ¿No me crees? —Yo…   —Yo… —No, no, déjalo, es evidente que no me crees. Le dio la espalda y salió de la habitación dando un portazo. Bueno estaban casados desde hacía menos de veinticuatro horas, hacía menos de una hora que habían llegado a aquella casa en la que iban a vivir y ya no se hablaban: Desde luego no parecía que tuviera muchos motivos para estar contenta…  contenta…   A Aileen le empezaron a resbalar las lágrimas por las mejillas. Se sentía sola, desesperada y tenía miedo. Le hubiera gustado salir detrás de Julián, pedirle que la abrazara, que la besara, demostrarle que entre ellos nada había cambiado, que los estupendos días de Aspen no habían sido un sueño, que se prolongarían allí, en la refinada Boston… la Sí,serenidad hubiera querido tenerhaberse el valor de dominar la su situación y de volver a establecer que parecía perdido. Pero de cabeza no se borraba la imagen de la hermosa Portia, tan atractiva y tan temperamental, y todavía resonaban en sus oídos las palabras que le había dicho a Julián, las palabras de una mujer enamorada que se dirige al amante que la ha traicionado. ¿Realmente entre su marido y aquella mujer había habido una historia? Parecía tan evidente… Pero entonces, ¿por qué ¿por qué Julián se había casado con ella? Portia había dicho que aquella boda era sólo para fastidiarla. Muchas preguntas y ninguna respuesta en la cabeza de la pobre Aileen, sólo una profunda y desoladora tristeza…  tristeza… 

—Te exijo toda una serie de explicaciones —dijo Julián tan pronto como estuvieron uno al lado del otro en el asiento trasero del Rolls.

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Aileen, sin ni siquiera la chaqueta para protegerse del frío de la noche se encogió de hombros y se estremeció. —Entonces intentaré dártelas… —murmuró —murmuró con tono conciliador. —Tendrás que hacerlo. —Julián, te lo ruego… Han pasado muchos años: ¿No te parece estúpido que empecemos de nuevo a discutir? —Quizá es nuestro destino. En realidad no tendría que haberme casado contigo, me habría ahorrado un montón de problemas. Eso era lo que ella había significado y significaba para él: Un montón de problemas… Aileen se aguantó las ganas de llorar que tenía y se obligó a no contestar, a no abrir la boca, a no hacer nada. Sobre su cabeza tenía la espada de Damocles que le habían puesto los raptores de Wayne, y tenía que aceptar incluso que Julián la torturara con tal de seguir las instrucciones que le habían dado en la carta. ¿Pero por qué aquellos delincuentes estaban interesados en que ella volviera a vivir con su ex marido? Era un misterio al que todavía no podía dar una respuesta. El coche se detuvo en la explanada de delante de la casa de Julián, y Aileen sintió un profundo malestar. «¿También esta vez estaría Portia? ¿Y Jacqueline, su suegra?» Se bajó del coche y siguió a Julián que ya estaba subiendo las escaleras del porche. —¿Te parece sensato traerme a tu casa a estas horas? —le preguntó— preguntó—. Y además tengo un aspecto terrible. ¿Qué dirá tu madre? Te lo ruego, Julián, intenta comprender, no tengo ganas de empezar de nuevo con las discusiones…  discusiones…  —No te preocupes, mi madre no está. Está en las Bermudas, de vacaciones, y no volverá hasta dentro de una semana. Y también el servicio está de vacaciones. Estaremos los dos solitos, tú y yo, mi dulce Aileen…  Aileen…  En sus oídos esas palabras resonaron como una especie de amenaza. Entraron en la casa, en y la ellachimenea. se dirigióEstaba haciahelada, el salón en el que esperaba encontrar el fuego encendido y probablemente se pondría enferma si no se secaba inmediatamente, al menos el pelo y los hombros que llevaba totalmente descubiertos. —¿Adónde vas? La voz dura de Julián la detuvo. —Al salón. —¿Y quién te ha dicho que yo quiero llevarte al salón? —Mira, Julián, intentemos ser razonables. Hace seis años que lo dejamos, y ahora…   ahora… Noniessiquiera exacto lo que estás diciendo Aileen. Hace seis años tú me dejaste, y lo hiciste—sin una palabra de justificación.

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Cierto, tenía que tener paciencia, pero todo tiene un límite. Había sufrido tanto por él, que le parecía insoportable aquella mirada suya cargada de odio, aquel tono duro de su voz, aquella actitud de amo y señor que estaba adoptando. —Tenía muchas justificaciones, y tú lo sabes perfectamente —contestó de mala gana. —Claro que lo sé. Lo sé demasiado bien… Eres una cualquiera, Aileen. Una Una mujerzuela oportunista, sin moral y sin corazón, hace tiempo que me he dado cuenta. Pero nunca hubiera creído que tendrías el valor de regresar. Que tendrías la cara de volver a presentarte aquí —se lanzó contra ella y la cogió por un brazo zarandeándola sin piedad— piedad—. ¿No te ha bastado todo el daño que hiciste la otra vez? —Julián, yo…  yo…  —¡Cállate, bruja! Has manchado mi nombre, has estropeado una amistad que duraba veinte años, y le has destrozado el corazón a un pobre desgraciado que te amaba. —¿Y ese pobre desgraciado eras tú? —replicó ella intentando inútilmente quitárselo de encima. —¿Yo? No te hagas ilusiones. Soy un hueso demasiado duro de roer para tus dientes, pequeña víbora. Tal vez caí en tus redes, pero duró poco. Comprendí enseguida que clase de bicho eras. No, sabes perfectamente de quién estoy hablando, pero sigues jugando a representar el papel de la ingenua. Ya lo sabes a quién me refiero, puesto que has ido a verlo nada más llegar a Boston. Todavía no has renunciado, ¿verdad? Han pasado seis años y no ha cambiado nada: Todavía le quieres. Pero no lo conseguirás. Antes te mato, y si hace falta, mataré también a Oliver. —¡Oliver! ¿Julián, estás loco? De pronto la soltó y la lanzó contra la pared. —No, eres tú la que está loca si crees que te dejaré el campo libre. Te quedarás aquí, encerrada en esta casa, y no podrás salir ni siquiera a pasear por el jardín mientras decido qué hacer contigo. ¡Era demasiado! No le bastaba lo que ya le había hecho. Ahora la calumniaba y pretendía tenerla prisionera. —No puedes obligarme, sabes perfectamente que se trataría de un secuestro. —¿Tú crees? Bueno, siento desilusionarte, pero te equivocas. No esperaba que se me presentara esta oportunidad, pero ha sucedido: Si sales por esa puerta te denunciaré por abandono del hogar. Te caeré encima con todo el poder de mi nombre, de mi dinero, y de mis amistadas. ¡Te haré papilla! Cielos, ¡cómo la odiaba! Aileen se pasó una mano por los ojos: Estaba tan cansada…   cansada… —Venga, Julián, es una tontería. Tú y yo ya no somos marido y mujer desde hace mucho tiempo.

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—¿Sí? ¿Estás segura? Ella titubeó. —No pretenderás decirme que no has pedido el divorcio…  divorcio…   —¿Te sorprende? — Julián se apoyó en el pasamanos de la escalera y sonrió sarcásticamente— sarcásticamente —. No te lo esperabas, ¿en? Pues así es: Sigues siendo mi mujer, Aileen, y sigo teniendo sobre ti los derechos de un marido. —¿Por qué, Julián? Dime por qué. —¿Por qué qué? —¿Por qué no has pedido el divorcio? —Intuición, tal vez. En el fondo esperaba que antes o después cometieras un error. Aileen ya no entendía nada. Lo había dejado imaginando que él soñaba con casarse con otra mujer, y seis años más tarde descubría que ni siquiera había pedido el divorcio. ¿Qué es lo que había en aquel hombre que ella nunca había conseguido entender? Movió la cabeza. —Yo, en cambio, creía…  creía…  —¿Qué te había dejado libre? ¡Eres una estúpida! —¡No, no! Que tú y Portia…  Portia…  —No vuelvas a empezar con la historia de Portia, ahora. Déjala fuera de esta historia que nada tiene que ver con ella. Es una mujer mucho mejor que tú, hasta tal punto que ni siquiera tienes derecho a pronunciar su nombre. Una rabia repentina, feroz e incontenible, explotó en Aileen, haciéndole que se olvidara de todo, y pensara sólo en el hombre cruel que estaba ante ella, aquel despiadado individuo que la atormentaba desde hacía más de seis años. —¡Claro, ella es una santa! —gritó gritó— —. Un lirio inmaculado al que una como yo ni siquiera es digna de atarle los zapatos, ¿verdad? —¡Tú lo has dicho! —Sí, una gran señora según tu madre, y una mujer con una moral irreprensible en tu opinión. ¿Toda esa consideración de la que goza en esta casa se debe a que tú hacía el amor con ella a dos habitaciones de distancia de la habitación en la que dormía tu mujer? Por fin lo había dicho; había conseguido librarse de aquel terrible recuerdo, y fue como si un enorme peso se le hubiera quitado del corazón.  Julián reaccionó como, en el fondo, ella se había imaginado. Abrió los ojos de par en par y exclamó: —¡Estás loca! Hipócrita hasta el final. Desagradable, mentiroso y traidor. Aileen rió llena de amargo sarcasmo.

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—No te esfuerces en negarlo, Julián. Aquella noche, os vi…  vi… 

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Capítulo 7 Estaban en el club de tenis, y en una pista cercana, Julián estaba terminando una partida. Aileen se puso un poco nerviosa cuando vio acercarse a Portia. Tenía que habérselo esperado: Donde estaba Julián también estaba Portia. Siempre había sido así, desde el primer día… Soltó un suspiro de desagrado y Oliver, que estaba a su lado, se dio cuenta del gesto de desánimo. —No te enfades, querida. Estoy convencido de que no tienes nada que temer de esa mujer. Sería absurdo que tu marido la prefiriera a ella. —Eres un encanto intentando consolarme, pero si vivieras en casa con nosotros no estarías tan seguro. —Venga, no irás a decir que tienes dudas sobre cómo se comporta Julián. Yo le conozco y sé que no te traicionaría nunca, y mucho menos con Portia. No le habrás hecho caso a las estúpidas habladurías de todos los que estaban convencidos de que se casaría con ella. —Estúpidas habladurías… Me gustaría ser tan ser tan optimista como tú, pero lo cierto es que no lo consigo. —Venga, Aileen, déjate de historias. Si Julián la hubiera querido realmente, no tenía más que hacer un gesto con el dedo y Portia se habría metido en su cama. En cambio nunca la ha considerado demasiado. —Si tú lo dices… Porque yo en cambio había oído que hace algunos meses  Jacqueline estaba organizando organizand o una recepción para anunciar oficialmente el noviazgo. Ya se había puesto de acuerdo con el florista y con la orquesta. —¿Quién te lo ha dicho? —Una criada. —¡Aileen, me sorprendes! ¡Fiarte de lo que dice una de las criadas! Oliver movió la cabeza. —Bueno, suelen estar bastante bien informadas de la vida de sus señores. —¡Tonterías! Y puedo probarlo. Hace cinco meses Portia tuvo una historia con un ejecutivo de Wall Street. Una revista sensacionalista publicó algunas fotos robadas en las que estaban abrazados en casa de él… Incluso hubo un pequeño escándalo. La lástima es que después el tipo ése se haya deshecho de ella, sino a estas alturas ya te habrías librado de Portia. ¡Cinco meses! Aileen se mordió el labio inferior: Era la mujer de Julián desde hacía cuatro meses y medio, y… Se le hizo evidente la miserable situación en la que se encontraba. ¡No cabía duda de lo que había impulsado a Julián a casarse con ella! Cinco meses antes Portia había tenido una relación sentimental con otro hombre, él seguramente había sentido traicionado, turbadoofreciéndole por aquella tremenda yafrenta, y ella habíaseaparecido en el momento adecuado, la posibilidad de vengarse. El medio ideal para devolverle la afrenta a la única mujer a

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la que realmente amaba: La hermosa y refinada Portia, la mujer de los sensuales ojos negros. Oliver se dio cuenta de que no había conseguido animarla, y le rodeó los hombros con un brazo. —Venga, venga, todo se arreglará antes o después… Siempre es así cuando está de por medio el amor, y tú le amas, ¿no? Querido Oliver, si no fuera por él su vida sería un infierno… Portia se reunió con ellos lanzándoles una mirada cargada de malicia. —Vaya con la pequeña Aileen, ¿no te basta con Julián? ¿Quieres robarnos a todas las solteronas de Boston otro de los solteros más perseguidos de la ciudad? —Ojalá… —intervino —intervino Oliver— Oliver—. Por mí de acuerdo. Tú qué dices, Aileen, ¿lo hacemos? El bueno y generoso de Oliver, siempre dispuesto a ponerse de su parte y defenderla. Aileen le sonrió y le abrazó con fuerza. —Bueno, lo pensaré. —Dos pichoncitos, no puede negarse —comentó Portia con voz rabiosa— rabiosa—. ¿Julián está enterado? —¿Qué es lo que tendría que saber?  Julián eligió ese preciso momento para reunirse con ellos, y Aileen comprendió que se había precipitado tan pronto como había visto a Portia…  Portia…   —Tu mujer y tu mejor amigo se llevan muy bien. ¿Te habías dado cuenta? —le preguntó Portia.  Julián cogió la pequeña toalla que llevaba alrededor d del el cuello, y la lanzó contra la silla con un gesto nervioso. Luego se sentó junto a Portia y estiró las piernas. Con los pantalones blancos y cortos de tenis, que dejaban al descubierto sus muslos musculosos y morenos, y la camiseta de algodón que dibujaba perfectamente todos los músculos del tórax, Julián era un verdadero espectáculo: El hombre que todas las mujeres quisieran tener a su lado, al menos una noche…  noche…   —Hace un calor insoportable, más aún considerando que estamos en Mayo — comentó. —Sí, al menos tú has sudado muchísimo —confirmó Aileen, acercando una mano a su espalda y rozándosela con los dedos.  Julián se encogió de hombros, como si el contacto de su mano lo hubiera molestado. Tenía los ojos entornados y parecía concentrado pensando algo. —¿Qué tal ha ido la partida, Julián? McKenzi es un hueso duro. ¿Has ganado? —preguntó Oliver.  Julián saltó como una fiera. Se puso de pie y le lanzó una mirada asesina a su amigo.

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—¿Por qué? ¿Dónde estabais vosotros dos? Desde aquí la pista se ve perfectamente… Pero supongo que estabais demasiado concentrados contándoos vuestras cositas como para fijaros en mí, ¿verdad? Era una acusación evidente, pero Oliver no parecía dispuesto a dejarse arrastrar a una discusión. Se puso de pie y cogió su raqueta de tenis y la bolsa de deportes. —Desde hace algún tiempo, Julián, estás un poco neurótico. No sé cómo Aileen consigue soportarte…  soportarte…  —Tal vez porque hay alguien que la consuela cuando se desahoga de todas las crueldades con las que la torturo… torturo… —replicó —replicó Julián con un tono bajo, insinuante, que no prometía nada bueno. A su lado, Portia soltó una risita. —Déjalo Julián, no vale la pena…  pena…  —Tú cállate, no es asunto tuyo. Cielos, la situación estaba subiendo de tono y Aileen se sintió la causante de todo. Julián y Oliver acabarían peleándose si ella continuaba considerando como aliado al mejor amigo de su marido. —Venga… —murmuró —murmuró sintiéndose muy incómoda— incómoda—. ¿Por qué no dejáis de zaheriros? No ha pasado nada grave y…  y…  —¡Cállate tú también! —le ordenó Julián— Julián—. Tú y yo ya arreglaremos cuentas luego, en casa. Oliver estalló. —¿No te parece que te estás pasando? ¡Es tu mujer, no tu esclava!  Julián lo miró fijamente y dijo muy despacio. —¡Oh, por fin te has dado cuenta de que es “mi mi”” mujer! Oliver movió la cabeza y suspiró. —Adiós, Aileen, es mejor que me vaya antes de que le suelte a tu marido lo que pienso… Portia…  Portia…  Empezó a alejarse con la cabeza agachada, sin volverse ni siquiera a mirar. «Julián ha llegado al punto de detestar a Oliver sólo porque es amigo mío», pensó Aileen. Las cosas entre ella y su marido cada vez iban peor, pero tal vez había una manera de enderezarlas, puesto que a su pesar, seguía perdidamente enamorada de Julián…  Julián…  Pero unos segundos después se preguntó si no había sido demasiado optimista pensando que se podía salvar aquel matrimonio que estaba a punto de naufragar: Delante de sus narices Portia y Julián charlaban animadamente, dedicándose amplias sonrisas. Realmente parecían dos enamorados ensimismados el uno con el otro…  otro…  —Quisiera ir a casa, Julián, ¿me acompañas? —¿Por qué? ¿Dónde está el coche que te regalé?

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—Bueno, la verdad es que he venido con Oliver…  Oliver…  —Ya, claro, soy un tonto por no haberlo pensado. Tú no das un paso sin tu querido Oliver, ¿verdad? Aileen se puso de pie y decidió no darle a Portia la satisfacción de verlos discutir. —¿Y Ya sabes que todavía no conozco trabajo orientarme. — no sabes que existen tambiénbien losBoston, taxis? y¿Omeescuesta que no te doy bastante dinero como para poder cogerlos? Nada que hacer: Julián era duro y despiadado. —Tienes razón, no te molestes, que enseguida llamo a uno. Aileen se dio la vuelta y se alejó, y él no hizo ni el más mínimo gesto para detenerla. Cuando estuvo al lado de la salida, le vio con el rabillo del ojo, seguía sentado al lado de Portia, charlaba y reía, alegre y despreocupado. Feliz…  Feliz…  

Aileen llegó a casa pocoadespués de las cinco de laganas tarde.de Entró en con la mansión decidió irse inmediatamente su habitación. No tenía hablar nadie eny aquel momento, y mucho menos con Jacqueline, una suegra que nunca le había demostrado ni un mínimo de simpatía. Pero como este no debía de ser su día de suerte, se encontró inmediatamente con su suegra tan pronto como entró en casa.  Jacqueline estaba bajando las escaleras que llevaban al piso de arriba, y como siempre, estaba elegantísima y había cuidado hasta el más pequeño detalle de su atuendo. Cuando la vio alzó las cejas y le preguntó: —¿Mi hijo está contigo? —No, Julián se ha quedado en el club con… Con Portia.  Portia.   Aileen se mordió los labios. ¡Qué estúpida! Podía haberse evitado los detalles.  Jacqueline sonrió. Una de esas raras sonrisas que se concedía muy raramente cuando estaba a solas con ella. —Bueno —le dijo— dijo—, entonces podemos aprovechar para charlar un rato tú y yo solas. Vaya, justo lo que Aileen quería evitar. Pero no quería parecer grosera. Si pudiera conquistar la amistad y el aprecio de Jacqueline, tendría una buena aliada para salvar su matrimonio. Intentó armarse de valor. —Encantada —contestó, y se esforzó por sonreír.  Jacqueline la condujo al pequeño saloncito verde en el que solía recibir a sus amigas, y cuando se pusieron cómodas, llamó a la criada para que les sirviera una taza de té. Después de beber algunos sorbos, se decidió a hablar.

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—Últimamente te veo desmejorada, Aileen. Cuando llegaste aquí este invierno, eras una muchacha con un aspecto sano, y ahora, en cambio, estás demacrada, pálida, más delgada…  delgada…  Muy prometedor. Aileen se contuvo para no soltarle una grosería. —Tal vez sea el clima de Boston, que no me sienta bien.  Jacqueline suspiró. —¿Tú crees, querida? ¿En serio? No lo creo. Sabes mejor que yo que no se trata del clima. ¿No será que por fin te has dado cuenta de que has cometido un error? —¿A qué se refiere? —preguntó Aileen poniéndose a la defensiva. —¡Pero si es evidente! A tu boda con mi hijo, ¿a qué si no? —No es verdad. Julián y yo nos queremos mucho, y nuestra unión no ha sido ningún error —replicó inmediatamente Aileen, intentando negarse a sí mismo la evidencia de la situación. —Venga, no te comportes como una niña. ¿A quién quieres engañar? Desde luego no a mí, que sé perfectamente que la relación entre vosotros va cada vez peor. —¡Le repito que no es verdad! Es cierto que a veces tenemos alguna discusión, pero no se trata de nada grave, nada que no se pueda resolver con un poco de buena voluntad. —Aileen, ¿por qué eres tan obstinada y quieres seguir haciéndote ilusiones? ¿Crees que te beneficia? Mi hijo no es para ti, nunca lo ha sido… Julián necesita una mujer fuerte, decidida, capaz de estar a su lado sin desentonar, y tú, perdona que te lo diga, no posees nada de todo eso. Arruinarás su vida y la tuya si sigues insistiendo en esta tontería. —¡Mi matrimonio no es ninguna tontería! —exclamó Aileen levantando sensiblemente el tono de voz, ya incapaz de controlarse.  Jacqueline totalmente tranquila, se encogió de hombros. —Querida, yo te lo digo también por tu bien…  bien…   —¡Por mi bien! Usted me odia, me detesta, ¿cree que no lo sé? Desde el primer momento en que me vio estuvo en mi contra. —Te equivocas. Desde el primer momento en que te vi me di cuenta que Julián había hecho otra de las suyas, y de que no podía estar enamorado de ti. Por otra parte, los hechos me están dando la razón. ¿Sabes por qué se ha casado contigo, Aileen? Ella comprendió inmediatamente a dónde quería ir a parar, y sintió ganas de levantarse y escapar para no oírla. Pero se sintió débil y abatida. —Se ha casado conmigo porque me quiere… —murmuró. —murmuró. —No seas tonta, eso no te lo crees ni tú. Sabes perfectamente de quién está enamorado Julián, y esconder la cabeza debajo del ala no te servirá de nada.

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—Mi marido no está enamorado de Portia, si es eso lo que está insinuando. No siente nada por esa mujer, si no, ¿quién le impedía casarse con ella?  Jacqueline volvió a sonreír. —Si tú conocieras a Julián como lo conozco yo, ya tendrías la respuesta. ¿Quieres saber por qué Julián no se ha casado con Portia? Porque ella le había hecho una jugarreta. Nada serio, claro, pero Julián siempre ha sido muy estricto. Tiene un carácter de hierro, mi hijo, y un orgullo enorme. Nunca ha querido seguir mis consejos, por ejemplo, porque está convencido que quiero quitarle su autonomía. Así que con tal de contradecirme ya está contento. —Está hablando de Julián como si fuera un estúpido. —¡Oh! Nunca cometería ese error. Es la persona más inteligente que conozco, pero quizá por eso tiene siempre la necesidad de afirmar su propia personalidad. El que yo considerara a Portia la mujer adecuada para él, ha creado un pequeño obstáculo a su unión. Todo se habría resuelto de la mejor manera, pero Portia siempre ha sido una mujer impaciente, y cometió un pequeño error: Se dejó fotografiar en una actitud afectuosa con un viejo amigo suyo, y las fotos aparecieron en una revista sensacionalista. Y la reacción de Julián fue inmediata: ¡Tú! —No es verdad… —balbuceó —balbuceó Aileen, pero las lágrimas ya estaban deslizándose por sus mejillas. Ella también había llegado a esa conclusión, y las palabras de Jacqueline no hacían más que confirmar lo que sospechaba. —Sí que lo es. Nunca mentiría mentiría sobre una cosa tan importante… Verás, estoy convencida de que ahora Julián se ha dado cuenta del error, pero su orgullo le impide admitirlo. Por eso, no por otra cosa, todavía no te ha pedido el divorcio. Hacerlo, sería reconocer su error delante de mí. Y esa es la razón por la que eres tú la que tiene que terminar con esta payasada. Mira, comprendo tu dolor porque me doy cuenta de que para ti Julián tiene que haber representado una especie de príncipe azul caído del cielo… Pero chica, tienes que ser ser realista: Tú nunca serás feliz con él, ni él contigo. Si realmente le quieres, como dices, devuélvele la libertad. Todos te lo agradeceremos, y sobretodo, te harás un favor a ti misma. Aileen escondió su cara entre las manos y empezó a llorar en silencio. La desolación era tan grande en su corazón, que no le dejaba espacio a nada más.  Jacqueline se le acercó y le acarició el pelo. Nunca había hecho nada similar antes de ese momento…  momento…  —Pobrecilla, es duro para ti, pero yo te ayudaré… Te daré una buena cantidad canti dad de dinero, y así podrás construirte una vida mejor en cualquier otra parte. Lejos de aquí. Aileen saltó, y se sustrajo a aquellas caricias falsas. —¿Cree que me puede comprar? —dijo entre lágrimas. —¡Comprar! Que fea palabra, Aileen. No, sólo quiero hacer las cosas menos difíciles.

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—¡No necesito su dinero! —¡Oh! Todos necesitamos dinero, sobretodo los que no lo tienen. Te resultará útil. —¡No lo aceptaré jamás! Y tampoco aceptaré que termine mi matrimonio. —¡Entonces haz lo que quieras! Yo esperaba ayudarte, pero eres demasiado desagradecida comprenderlo. ¿Crees que puedes tenercomo a Julián mucho tiempo? Bueno,para ponte cómoda, entonces… Pero ya verás antestodavía o después se desencadenarán las cosas, y entonces te arrepentirás de no haber escuchado mis consejos y de no haber aceptado mi generosidad. Eres una estúpida, Aileen. Ya en estos momentos mi hijo estará maldiciendo el día en el que se casó contigo y cada minuto que habéis pasado juntos. —¡Basta! Entre sollozos, Aileen salió del salón. Sin saber ni cómo, se dirigió a su habitación y se tiró en la cama hundiendo la cara entre las almohadas, y preguntándose si el sufrimiento humano tenía límites. Sus sueños se habían hecho añicos, el futuro ya no existía, su vida sin Julián no tenía sentido.

El teléfono que estaba en la mesilla sonó en esos momentos. Ella no se sentía con ánimos para contestar e intentó ignorarlo, pero seguía sonando insistentemente. Levantó el auricular y la voz de Arthur le comunicó que el abogado O’Connors quería hablar con ella. —Sí… —respondió —respondió balbuceando. Oliver se dio cuenta enseguida de que algo pasaba, lo que por otra parte, era bastante evidente. —Aileen, bonita, ¿qué te pasa? —Na… Nada.  Nada.  —¿Cómo que nada si ni siquiera consigues hablar? ¿Has vuelto a discutir con  Julián? —¡Oh, Oliver…!  Oliver…!  —Venga, Aileen, dime lo que ha pasado. —He hablado… He hablado con Jacqueline.  Jacqueline.  —¿Y por eso estás tan agitada? —Oh, Ollie, ella afirma que Julián no me quiere, que nunca me ha querido, y que está conmigo sólo porque es demasiado orgulloso para pedir el divorcio. Si lo hiciera sería como admitir su error y él no puede permitirse una cosa así. —¿Jacqueline te ha dicho eso? —Sí… Pero lo peor, Oliver, es que yo sé que tiene razón.  razón. 

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—No, no lo creo. —Pues es así. —La madre de Julián siempre ha querido manipularlo, pero nunca lo ha conseguido. Lo más probable es que vuestro matrimonio le haya cogido por sorpresa y le haya molestado más de lo que nadie puede imaginar. Y ahora está intentando crearos problemas. —Sí, puede ser, pero incluso eso no cambia las cosas. Tiene razón cuando dice que Julián y yo no hacemos más que pelearnos, y cuando dice que no tenemos nada en común, y que yo no soy la mujer adecuada para estar a su lado. ¿Cómo decirle que se equivoca, Oliver? Yo soy una muchachita sin familia, sin dinero, sin una buena educación… No sé hablar, ni vestirme con gusto, y no tengo ni clase ni don de gentes. Soy un peso para Julián, un obstáculo…  obstáculo…  —Basta, Aileen, no quiero seguir escuchando esas tonterías. ¡Yo te diré cómo eres, maldición! Eres una mujer estupenda, inteligente y sensible, y si yo fuera tu marido no te cambiaría por ninguna. Puedes decírselo a Jacqueline de mi parte, y explicarle que por lo que a mi respecta tienes clase de sobra, y que me sentiría orgulloso de tenerte a mi lado…  lado…  Oliver Cuando se interrumpió golpe,había comobajado si tuviera la impresión haber dicho demasiado. volvió adehablar el tono de su vozde y sus palabras tenían más énfasis: — Julián es amigo a migo mío, Aileen, nos conocemos desde hace muchos aaños, ños, y no es como dice su madre. —Me gustaría tanto poder creerte…  creerte…  —Tienes que creerme, porque si no te condenarás a una vida llena de infelicidad. Mira, tengo una idea: Estás demasiado nerviosa y llena de amargura como para pasar la velada en casa. ¿Por qué no vienes conmigo? Me han invitado unos amigos que tienen una granja en las afueras de Boston donde crían caballos de carreras. Habrá vino y carne a la brasa, todo bastante informal. Servirá para que te relajes y olvides todas esas cosas. ¿Te apetece? Aileen, un poco más tranquila, se secó las lágrimas con el dorso de la mano. —Eres un gran amigo, Ollie, en serio. Y te quiero un montón… Pero con mi presencia entre vosotros corro el riesgo de estropear la amistad entre tú y Julián. Él no soporta que te pongas de mi parte, y no quiero que discutáis por mi culpa. Ya esta tarde, en el club, estuvisteis a punto de enzarzaros en una pelea. Creo que Julián está celoso…   celoso… —Bueno, me doy cuenta de que tú eres su mujer y que…  que…  —No has entendido, Ollie: Julián no está celoso de mí, lo está de ti. —¡Pero qué dices! —Es verdad, y puedo entenderlo: Antes de que yo apareciera tú estabas siempre de su parte, en cambio ahora, continuamente me defiendes a mí. A Julián tiene que parecerle una especie de traición.

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—Entonces es más tonto de lo que yo creía. —En cualquier caso no quiero estropear vuestra amistad. —Aileen, deja de cargar con problemas que no son tuyos. Julián y yo somos adultos y no niños. Cualquier tipo de problema que se plantee entre nosotros podemos perfectamente resolverlo solos. Así que vete a lavarte la cara, que si no vas a estar todo el día con los ojos rojos. Paso a recogerte dentro de una hora, ¿de acuerdo, rosa? Oliver siempre le llamaba «rosa», y a ella ese diminutivo le gustaba. —Pero tendría que avisar a Julián…  Julián…  —¿Por qué? ¿No está en casa? —Se ha quedado en el club con Portia…  Portia…   —Comprendo. Bueno, entonces déjale una nota, será suficiente. Nos vemos, rosa, y ponte guapa, ¿eh? —De acuerdo…  acuerdo…  Oliver seguía siendo su gran aliado, y ella se lo agradecería siempre.

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Capítulo 8 —¡Por Dios! ¿Cómo puedes ser tan mentirosa, tan intrigante, tan sin escrúpulos? —gritó Julián— Julián—. Entre Portia y yo no ha habido nada que no fuera lo estrictamente lícito. Nunca, ¿lo has entendido? Cielos, eraelcomo espalda, y sin mirarlo, se dirigió hacia salón.hablar con un sordo… Aileen le dio la espalda, y —¡Vuelve aquí inmediatamente! —le ordenó. Efectivamente, en el salón estaba encendida la chimenea, y ella sintió inmediatamente una sensación de alivio y de bienestar, al acercarse al fuego y al extender las manos hacia su calor. Ya no podía más, y si Julián seguía comportándose de aquella manera no sabía cómo podría reaccionar. —Te había dicho que te detuvieras —le dijo el hombre apareciendo en el umbral de la puerta— puerta—. Ésta ya no es tu casa, y no puedes permitirte el lujo de hacer lo que te plazca. —Te contradices, Julián… —de —de pronto el humor de Aileen cambió. Observándolo, quieto y despiadado, duro y acusador, ella se sintió invadida por una extraña frialdad. La calma inmensa que precede al estallido de la tormenta— tormenta —. Primero dices que sigo siendo tu mujer a todos los efectos, y luego afirmas que ésta ya no es mi casa. ¿No te parece que es un contrasentido? —No intentes hacerte la lista conmigo, Aileen…  Aileen…  —¿Crees que me das miedo? —No, pero puedo hacerte daño. —No más del que ya me has hecho. —Es increíble… Te atreves a decir una cosa así.  así.  —Mis buenos motivos tengo. Tenías razón cuando decías hace un rato que ésta no es mi casa. Y yo puedo que nunca ha sido, siquiera seis años, cuando entré en ellaañadir por primera vezlo como tu Julián, mujer.niMe habéishace tratado siempre como a una extraña, aquí, como a una huésped no demasiado deseada. —No intentes buscar excusas para justificarte, sería un esfuerzo inútil. Sí, lo admito, a mi madre no le eras demasiado simpática, y tal vez ella te trataba con frialdad, pero yo no te obligué a soportarlo en silencio. Podías, incluso, mandarla a la mierda, si querías. En cualquier caso, teniendo en cuenta lo que pasó después, probablemente tenía razón al comportarse contigo como lo hizo. Comprendió inmediatamente qué tipo de mujer eras, y si le hubiera hecho caso a tiempo me habría ahorrado…  ahorrado…  —Te habrías ahorrado un montón de problemas, ya lo has dicho antes…  antes…   —Yme nolodejaré de repetirlo, sobretodo de decírmelo a mi mismo una y otra vez. Y nunca perdonaré.

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—¡Bien! Son las primeras palabras sensatas que te oigo en toda la noche. En efecto, fue imperdonable el modo en el que te comportaste. ¿Por qué, Julián? ¿Por qué no me dijiste que te habías dado cuenta de que te habías equivocado? ¿No hubiera sido mucho más honesto? Pero tú tenías que salvar tu orgullo y no podías admitir, sobretodo contigo mismo, que habías cometido un gran error, que casarte con una mujer para hacer sufrir a otra era una acción mezquina, indigna de un gran hombre como tú. —Otra vez Portia, ¿no? Cuando no sabes cómo defenderte sacas a relucir a mi prima. Pero no cuela, Aileen: De una vez por todas, yo no tengo nada que reprocharme. Era increíble que mintiera con tal descaro. —Es evidente que cuando hablo ni siquiera me oyes. Pero ya no debería ni sorprenderme. —No me interesan tus calumnias. —Oh, ahora eres tú el que se echa para atrás, ¿verdad? La verdad duele, ¿eh? Cuando me obligaste a seguirte hasta aquí dijiste que tenías derecho a una explicación, pero cuando yo empiezo a darte explicaciones gritas diciendo que no te interesa escucharme.deBueno, Julián, yayestoy cansada. Cansada de ti, que de tuescucharme violencia y de tu agresividad, tu arrogancia de tus mentiras, y tendrás aunque no quieras. Es inútil que lo niegues, te lo repito, porque os vi, y aunque estúpida, ingenua y enamorada, era tan evidente lo que estaba pasando, que no podía hacerme ilusiones de que no fuera eso ni aunque hubiera sido ciega. —Tú estás loca, y me volverás loco a mí también si sigo haciéndote caso. —¡Oh, no me digas! Te gustaba Portia, ¿eh? Ella era la mujer ideal… Y con qué pasión, con que fogosidad la estabas amando Julián… Estabas tan ensimismado, que ni siquiera te diste cuenta de mi presencia, ¿verdad? No te diste cuenta de que en el umbral de la habitación estaba la tonta, la ingenua, la pobrecilla de tu mujer observándoos… Pero Portia me vio. ¡Oh, sí! Ella se dio cuenta de que yo había aparecido, e incluso me sonrió. ¡Qué escena, digna del Kamasutra! Como para ponerse a aplaudir. Claro que por experiencia, yo ya sabía lo hábil que eras en ciertas cosas… Probablemente no tenía que haberme sorprendido. Si fuera la mujer de mundo que tu madre soñaba para ti, probablemente tendría que haberme unido a la fiesta, ¿no crees? Y quién sabe, tal vez a ti eso te hubiera gustado…  gustado…   Él la miró con los ojos abiertos de par en par. —¿Pero qué estás diciendo? ¿A qué te refieres, maldita sea? Había que verlo, la imagen de la sorpresa, inocente como un recién nacido. Aileen suspiró y meneó la cabeza. —¿Por qué te obstinas en seguir negando? —Porque no sé ni siquiera de qué diablos estás hablando. —Venga, Julián, ¿quieres hacerme creer que no te acuerdas? ¿Quieres que te refresque las ideas? Porque si tienes interés puedo hacerlo. Se me grabó hasta tal

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punto en la cabeza que lo recuerdo como si hubiera ocurrido hace diez minutos, y no hace más de seis años. —No sé qué diablos estás intentando hacer, Aileen, pero hasta aquí te seguiré el  juego. ¡Habla claro! —Como quieras… ¿Te acuerdas de aquella aquell a noche que fui a cenar con Oliver a casa de aquel amigo suyo que criaba caballos?  Julián se sobresaltó y su mirada se volvió dura y cortante como un cuchillo. —¿Tienes el valor de recordármelo? —¿No tendría que hacerlo, según tú? —¡Tú quieres obligarme a hacer una locura! ¡Ten cuidado, Aileen, porque no sé durante cuanto tiempo podré seguir conteniéndome..! —Has querido que hablara claro, ¿no? Pues entonces cállate y escucha…  escucha…  —No es necesario, lo sé todo de aquella maldita noche. ¿Cómo has podido hacerme una una cosa así, Aileen? ¿Cómo…?  ¿Cómo…?  E increíble pero cierto, la voz se le quebró. Aileen observó anonadada cambio. pronto Julián ya no parecía ni furioso, ni duro. Más bien parecía aquel cansado, y muy,De muy herido. —Aquella fue la noche en la que tú y mi mejor amigo acabasteis juntos en la cama… —murmuró —murmuró Julián— Julián—. Hace mucho que quería preguntártelo Aileen: ¿Amabas de verdad a Oliver, o sólo fue un capricho? Aileen se tambaleó…  tambaleó… 

Le escribió una nota a Julián con manos temblorosas. «Voy a cenar con Oliver. No volveré volveré tarde…»  Pocas palabras que seguramente él leería distraídamente, eso si volvía a casa, porque tal vez decidiera pasar todo el día con la mujer que amaba. Bueno, Aileen no quería ni pensarlo. Al menos no en ese momento. El teléfono volvió a sonar justo cuando estaba a punto de salir de la habitación. Se dirigió a la mesilla y cogió el auricular. Arthur le dijo que se trataba de un tal doctor Miller, y sólo en esos momentos se acordó de una cosa importante, que a causa de la tensión, había olvidado por completo. Cinco días antes había ido a la consulta del doctor Miller a que le hiciera un reconocimiento, porque desde hacía un poco tiempo sentía un cierto malestar desagradable por las mañanas. No es que estuviera demasiado preocupada por su salud, pero no quería que ninguna enfermedad la debilitara en un momento en el que necesitaba hacer acopio de todas sus fuerzas…  fuerzas…  —Soy Aileen Bennet —dijo.

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—Oh, señora Bennet, perdone esta llamada —dijo el doctor Miller— Miller—, pero estaba un poco preocupado por usted. ¿No se acuerda de que teníamos que vernos ayer? Era verdad, pero ella no había ido. La cita con el médico se le había olvidado completamente. —Sí, doctor, tiene usted razón. Perdone que no haya ido, pero…  pero…  —¿Se encuentra mal? —¡Oh, no! Simplemente es que he tenido mucho que hacer. —Ah, bueno, entonces…  entonces…  —¿Puede darme hora para otro día? —Sí, y además tengo buenas noticias que darle…  darle…  —¿Sí? —Han llegado los resultados de sus análisis. —¡Ah! ¿Y va todo bien? —Mejor no podían ir. En realidad yo ya tenía mis sospechas, pero he esperado a estar seguro antes de decírselo. —Sospechas de qué. —¡Pero señora Bennet! ¿No me dirá que no tenía ni siquiera una ligera sospecha? —Doctor, le aseguro que no sé de qué me está hablando. —Pero mujer, ¿es que no se ha dado cuenta de que está embarazada? —Embarazada…   —Embarazada… Aileen se dejó caer encima de la cama, y tuvo la impresión de que la habitación empezaba a darle vueltas. Tuvo que cerrar los ojos y tragar saliva un par de veces antes de conseguir recuperar el habla. «Estoy embarazada», se repitió a sí misma. —¡Exacto! Venga, es usted joven, pero no es una niña. Tendría que habérselo imaginado. —Es que… Bueno, no se me había ocurrido.  ocurrido.   El médico soltó una risita de satisfacción. —No está mal. Es usted joven y fuerte, y en menos de seis meses dará a luz una estupenda criatura. Puede darle la noticia a su marido. Por lo que a nosotros se refiere, ¿le va bien si nos vemos el jueves que viene a las seis de la tarde? El jueves a las seis… —balbuceó —balbuceó ella, sin saber muy bien ni lo que estaba diciendo. —Entonces, hasta pronto. El médico colgó el teléfono y Aileen dejó el auricular. «¡Un niño!»  No podía creerlo, aunque en realidad era de lo más normal… Julián y ella nunca habían usado

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nada cuando hacían el amor, y lo normal es que ella estuviera embarazada. embarazad a. Cielos… Tendría un hijo, una criatura suya y de Julián. ¡Era maravilloso! De pronto sintió que ya no tenía miedo de nada. Cuando Julián supiera que estaba a punto de ser padre, cambiaría de actitud y se olvidaría de Portia. Sí, un hijo era lo mejor que podía pasarle. Se moría de ganas de decírselo a su marido…  marido…  Pero de pronto se acordó de que Oliver pasaría a recogerla dentro de un rato. ¿Qué ¿Decirle queutilizarlo no zarlo iba a sólo ir con él a cenar? No, nocómodo. sería justo. Oliver era unpodía buen hacer? amigo… No podía utili cuando le resultaba Pero podía decirle lo del niño a Julián en la nota que le había dejado. Pero esa no era precisamente la mejor manera de anunciarle al hombre que amaba que iba a ser padre. No. Esperaría hasta la noche, cuando volviera a casa, y correría a su encuentro, se le echaría al cuello, y acurrucada entre sus brazos le diría que lo amaba muchísimo y que estaba dispuesta a cualquier sacrificio con tal de salvar su matrimonio. Y después, un hijo… Sí, decidió, era la mejor solución. solución. Salió de la habitación a toda prisa y esperó que el tiempo pasara lo antes posible.

Tan pronto como recién salió decomprado. casa, vio aAileen Oliver lo quesaludó ya la estaba esperando un Porsche flamante, agitando la manojunto y sea dirigió a su encuentro corriendo. El joven se sorprendió. —Eh, esta tarde parecías un animalito asustado y ahora estás radiante de júbilo. ¿Qué es lo que ha pasado? Aileen estuvo a punto de revelarle la noticia, pero luego pensó que Julián tenía derecho a ser el primero en saberla. A fin de cuentas era su marido, y el directo implicado. Sonrió y movió su larga melena cobriza. —Nada, que he decidido que la vida es bella y que no vale la pena estar triste. —Estupendo, así me gusta. Oliver le regaló un afectuoso beso en la frente y le ayudó a subirse al coche deportivo, luego se situó en el asiento del conductor y arrancó. —¡Cielos, vaya bólido! ¿Nuevo? —le preguntó Aileen excitada. Él asintió mientras le revolvía afectuosamente el pelo y salía disparado en dirección a la calle. —Me lo han entregado esta tarde, y lo estoy estrenando ahora, contigo — contestó Oliver. —¡Cielos, qué honor! Costará un montón de dinero. —Ciento treinta mil dólares —Caray, eres un ricachón, ¿eh? Oliver frenó antes de entrar en la calle principal y se inclinó hacia Aileen.

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—Tengo tanto dinero que no sé que hacer con él. Soy un solterón muy disputado, Aileen. De una rica y antigua familia con un gran nombre, con propiedades en Canadá, en Lousiana y en Utha, con un par de minas de oro en Alaska y con algún que otro pozo de petróleo en Texas. Y después está también el despacho: Treinta abogados que trabajan para mí. Además, tengo un buen carácter, no bebo demasiado, y no tengo el vicio del juego. En el caso de que el bobo ese de tu marido te siga creando problemas, ¿por qué no te lo piensas? Yo estoy dispuesto, y te convertiría en una reina…  reina…  Aileen le miró sorprendida. Oliver estaba serio, tan serio como nunca lo había visto. Incómoda le dijo: —¿Estás de broma, no, Oliver?» El joven cerró los ojos durante unos segundos y apretó la mandíbula. Cuando volvió a mirarla su gesto era el gesto burlón de siempre. —¡Claro que estoy de broma! ¡No me dirás que te lo habías creído! —apartó la mirada— mirada —. Todavía no ha nacido la mujer que me eche el lazo a mí. Volvió a besar a Aileen en la frente y volvió a poner en marcha el coche. Ninguno de los dos se fijó en el coche de Julián, que a pocos metros de allí, los miraba furioso mientras ellos se alejaban.

Llegaron a casa de los amigos de Oliver a eso de las siete de la tarde. La granja estaba a unas cincuenta millas de Boston, pero ellos las habían recorrido en poquísimo tiempo gracias al potente motor del Porsche. Aileen se bajó del coche cuando llegaron delante de la casa. Soplaba un fuerte viento que levantaba el polvo y arrastraba las hojas de los árboles que había en el suelo. Oliver se reunió con ella inmediatamente y le rodeó los hombros con un brazo. —¡Cielos, está a punto de desencadenarse una buena tormenta…!  tormenta…!  Corriendo Aileendelevantó ojos que al cielo y vio que estaba totalmente negrohacia y quelase granja, había llenado gruesaslosnubes amenazaban tormenta. —Más que una tormenta parece que está a punto de llegar un huracán. —¡Qué nos importa! Tendremos un techo que nos proteja —replicó Oliver. La puerta de entrada de la granja se abrió, y una mujer joven, muy guapa, apareció en el umbral. —Así que has venido, desgraciado… Billy estaba seguro de que el de hoy sería otro plantón más que añadir a la colección. —Pues dile que se ha equivocado. Además he traído a una querida amiga mía: Aileen Bennet. La mujer se dio la vuelta para mirar a Aileen y la saludó amigablemente.

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—Las amigas de Oliver son amigas nuestras. Encantada Aileen, me llamo Barbara Smith, y el tipo ése que está allí, intentando hacer unas chuletas en la chimenea, es mi marido Edward. Desgraciadamente parece que no está teniendo mucho éxito, así que nos arriesgaremos a tener que cenar unos huevos revueltos. Habíamos preparado una barbacoa, pero parece ser que el tiempo no estaba muy de acuerdo. Las previsiones meteorológicas anuncian una noche de perros. —¡Oh…!   —¡Oh…! Aileen estaba un poco preocupada por la vuelta. Aunque no quería que Oliver se diera cuenta, estaba deseando volver a casa. —¿De verdad será tan tremendo? —preguntó mientras entraban en la casa. —Peor. El parte meteorológico era catastrófico. Es más, desaconsejaban incluso salir de viaje. Por eso Bárbara y yo estábamos convencidos de que Oliver no vendría. En cualquier caso, no es un problema, tenemos un montón de habitaciones libres en la granja, y podéis pasar la noche aquí si hay algún problema —dijo Edward. —¡No! —exclamó instintivamente Aileen. Barbara sonrió con malicia. Ollie, perdiendo qué teTranquila, pasa… Ante la idea pasar aquí —Eh, la noche estaestás pobre chica setuhaencanto, puesto opálida. Aileen, midemarido quería decir en dos habitaciones separadas. —Oh, me parece que hay un malentendido —replicó ella— ella—. «Oliver y yo sólo somos buenos amigos. —¿Y desde cuándo permites que una chica atractiva sea sólo una buena amiga, Ollie? —preguntó Edward. —Desde que Julián Bennet llegó antes que yo. Aileen es su mujer —replicó Oliver sin alegría. —Oh, así que tú eres la misteriosa mujer de Julián… Tendría que haberme dado cuenta por el apellido. He oído hablar mucho de ti —declaró Barbara. —Espero que bien…  bien…  —Bueno, si he de ser sincera, no demasiado; pero considerando la fuente de información… Portia Duval. Supongo que si te has casado con Julián ya la habrás conocido. Aileen consiguió ocultar su contrariedad. —Sí, claro, es la prima de mi marido. —Perdona si te lo digo, querida, pero a mi me cae realmente mal —siguió Bárbara impertérrita. «¡Imagínate a mí!» Pero no quería hablar de sus cosas con unos desconocidos. —Yo no la conozco mucho —replicó replicó— —. Pero dime, ¿qué te ha dicho de mí? —Lo correcto sería que no te lo dijera, pero todos saben que soy una charlatana. Portia afirma que eres una chica insignificante, totalmente inadecuada para Julián.

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Pero es una vieja historia: Siempre ha estado enamorada de tu marido. Tal vez esperaba seriamente que se casara con ella: ¡Pobre ilusa! —Y ahora sabemos que además de ilusa, Portia es también una mentirosa. Si Aileen es una chica “insignificante insignificante””, yo soy un fraile benedictino… —afirmó —afirmó Edward mientras retiraba del fuego una chuleta chamuscada. —¡Eh! —intervino Bárbara— Bárbara—. Ten cuidado con lo que dices, que yo soy una celosa. Y ocúpate de las chuletas, o dejarás dejará s a estos pobres sin poder cenar esta noche. Se rieron todos divertidos, y Aileen se sintió realmente feliz. Respecto a unas horas antes, su visión de la vida había cambiado por completo. La gente era amable con ella, le hacían cumplidos y parecía que todos pensaban que Portia era una mujer insoportable. Y además estaba lo del niño. El hijo de Julián y suyo que nacería dentro de unos seis meses. Sí, Sí, decidió, todo iría bien…  bien… 

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Capítulo 9 —¿Qué dices? Aileen se puso en pie de golpe y miró a Julián como si lo viera por primera vez. —¿Cómo te permites…? —gritó. —gritó. —¿Pensabas que no me había enterado? —replicó él. Luego movió la cabeza y se echó hacia atrás su abundante pelo negro— negro —. Eres realmente una estúpida, Aileen. —¿Pero de qué diablos estás hablando? ¿Que no te habías enterado de qué? —De la noche de pasión que tú y mi insustituible y fiel amigo Oliver pasasteis  juntos… Pero pensándolo bien, es lo clásico, clásico, ¿no? La querida mujercita que se consuela de las crueldades de su marido, con el amigo de juventud de éste. Como para escribir una novelita, ¿no? Dime, ¿fue ésa la primera vez o ya habíais tenido otros encuentros románticos? Porque no me sorprendería, ¿sabes? Desde que os habíais conocido habías pasado más tiempo con él que conmigo. —Tal vez porque tú no estabas nunca, ¿no te parece? O estabas trabajando, totalmente concentrado en tu radiante carrera de magistrado, o en el club de tenis, ante los ojos de de tu adorada Portia…  Portia…  —Y dale, otra vez con Portia…  Portia…  —Yo no tenía ningún interés en tener ninguna relación con ella, ¿sabes? Pero era un poco difícil teniendo en cuenta que estaba por todas partes. Aparecía en esta casa a todas las horas del día, aparecía en el club de tenis cada vez que tú estabas, y por si fuera poco, te iba a buscar también a la oficina. —¿Qué haces, Aileen? ¿Cambias de tema? No era de Portia y de sus visitas a mi oficina de lo que estábamos hablando. Hablábamos de ti y de Oliver, de vuestra afectuosa amistad. —Sólo amistad, Julián, y nada más. Tus sucias afirmaciones de hace unos momentos no son más que calumnias. —¡Calumnias! ¡Insinuaciones! ¿Es así como defines una noche de sexo desenfrenado? —Estás soñando. Aparte de algún casto beso nunca ha habido nada entre Oliver y yo.  Julián dio unos pasos hacia ella, y la cogió por los brazos zarandeándola y obligándola a levantarse del sofá. —¡Déjate de historias! ¿Entiendes? Basta de mentiras. Oliver lo ha confesado todo. Sí… Tu amante ha traicionado traicio nado vuestro secreto. Y ahora, ¿qué tienes que añadir? Aileen abrió la boca para contestar, pero de su garganta no salió ningún sonido: Estaba sin aliento…  aliento…  * * *

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La tormenta estalló con un infernal espectáculo de truenos y relámpagos. Sintiéndose segura en la agradable y cómoda granja de Bárbara y de Edward Smith, Aileen se acercó a la chimenea y estiró las manos para acercarlas al calor del fuego. Fuera soplaba un tremendo viento que movía con furia las hojas de los árboles. —¡Cielos! —dijo Bárbara, separándose de la ventana— ventana—. Hacía un montón de tiempo que no se veía una tormenta así. Aunque pase, probablemente esta noche las carreteras serán Quizá habitaciones parapeligrosas. los invitados…  invitados…   es mejor que le diga a la chica que prepare dos —¡No! —Aileen se dio la vuelta de pronto, negando vigorosamente con la cabeza— cabeza —. Tengo que regresar a casa esta noche, como sea. Bárbara estaba sorprendida. —Pero querida, no creo que sea posible. Si os vais en estos momentos, no tendríais ni siquiera la posibilidad de recorrer cincuenta metros, y de aquí a Boston hay cincuenta millas. —Pero tal vez deje de llover dentro de un rato. —Es posible, pero como decía, conducir esta noche será peligroso. Vete a saber cuántos árboles se han caído. Y además se habrá inundado algún tramo… tramo… Sinceramente, yo no os aconsejo que os arriesguéis. Pero Aileen no estaba dispuesta a dejarse convencer. —Iremos despacio, y tendremos cuidado, ¿verdad Oliver? El joven abogado se encogió de hombros. —Bueno, si he de ser sincero, yo preferiría quedarme aquí. —Pero yo tengo que volver, Ollie. Le he dejado una nota a Julián diciendo que no tardaría demasiado. —Bueno, Julián se dará cuenta de que con este tiempo es una locura salir de viaje. Y además, puedes llamarlo por teléfono. Aileen suspiró. Se daba cuentatiempo, de que pero tenían razón, y de que sería intentar volver a Boston con aquel ella quería volver, queríauna verlocura a su marido y decirle que estaba embarazada, y que pronto serían dos padres felices. Pero por otra parte, tenía que tener mucho cuidado ahora que estaba embarazada. No podía arriesgarse a tener un accidente. Suspiró. —Como queráis… ¿Puedo hacer una llamada, entonces?  entonces?  Bárbara le dio un teléfono móvil. —Toma. Aileen marcó el número, pero después de cinco minutos de infructuosos intentos tuvo que rendirse a la evidencia. —No consigo línea —dijo. Edward asintió.

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—Habrá algún problema debido al mal tiempo. A veces pasa. —Entonces tengo que volver. Si Oliver no tiene ganas, por lo menos me tiene que permitir usar su coche. —Ni hablar —dijo el joven. —¿Tienes miedo de que te estropee tu nueva joyita? —Tú dirás, para lo que me importa… No, pero me preocupo por lo que te pueda pasar. —Venga, Aileen, se razonable… Mañana por la mañana la tormenta habrá pasado y cuando llegues a casa le podrás explicar a Julián lo que ha pasado. No puede ser tan irracional que no lo entienda… —dijo Bárbara. —Os lo ruego, no insistáis. De una manera u otra quiero volver a Boston esta noche —replicó Aileen. De pronto sentía que era importantísimo no pasar la noche fuera de casa. Incluso que era de vital importancia, y una extraña ansiedad se apoderó de ella. Oliver le lanzó una mirada de reojo y soltó: De acuerdo, de acuerdo. Te llevaré a casa si es tany importante, pero hazme un favor:—Quítate de la cara esa expresión de desesperación sonríe. Aileen suspiró aliviada. Oliver continuó: —En cualquier caso, antes de alguna hora ni hablar. Tiene que dejar de llover al menos un poco si queremos tener alguna oportunidad de conseguir llegar a Boston. —De acuerdo —aceptó Aileen. No le importaba si era tarde cuando llegara a casa con tal de poder encontrarse con Julián esa misma noche. Quizá su comportamiento era ilógico, pero no podía hacer nada. En su interior una vocecilla seguía diciéndole que no pasara la noche en la granja…  granja…  La tormenta amainó a eso de las doce de la noche. De mala gana Oliver saludó a sus amigos y abandonó el agradable calorcillo de la casa. Aileen y él se subieron al coche, e iniciaron el viaje de regreso bajo una lluvia fina e intensa, pero que permitía un mínimo de visibilidad.

La carretera de Boston era realmente un desastre. Había montones de árboles caídos, y en algunos puntos se había inundado, y estaba toda llena de barro. Tuvieron que ir despacísimo, y tardaron más de dos horas y media en llegar. Cuando llegaron a las afueras de la ciudad ya eran las tres de la mañana. Oliver conducía silencio, tenía de losagua. ojos Aileen rojos por el esfuerzo de irse fijando en la carretera aen través de la ycortina le apretó un brazo.

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—Gracias, Ollie, Ollie, has sido un encanto trayéndome… tra yéndome…   —Ya… —replicó —replicó él con una voz tensa y cansada— cansada —. Lo único que me gustaría saber es por qué tenias tanta prisa. —Bueno, te lo diré mañana, ¿de acuerdo? —¿Qué pasa? ¿Se trata de un secreto de estado? Aileen soltó una risita. —No, nada de eso. —Bueno, Aileen, perdona que te lo diga, pero la verdad es que no te entiendo. Ayer por la tarde, sin ir más lejos, la tenías tomada con tu marido de una manera rabiosa, y ahora te juegas la vida y me la haces jugar a mí también para correr a su lado. —Tienes razón, puedo parecer contradictoria, pero te aseguro que tengo una buena razón. —¡Claro que la tienes! ¿Qué te apuestas a que sé cuál es? —¿Cuál? —Bueno, tienes miedo de que Julián pueda aprovechar esta noche solitaria para echarse en brazos de Portia, y quieres comprobar personalmente que no es así. ¿Verdad? Aileen suspiró. No, no se le había pasado por la imaginación semejante posibilidad, pero ahora que Oliver lo decía… Sí, además del niño tenía también un motivo más para volver a casa antes de que fuera de día.

El coche se detuvo delante del portal de la casa Bennet, y Aileen se deslizó fuera rápidamente, teniendo cuidado para no hacer ruido. No se veía ninguna luz encendida, y era evidente que todos estaban durmiendo. Abrió la puerta sin hacer ruido. Todo estaba a oscuras. Sin encender la luz, subió a tientas la escalera que llevaba al piso de arriba. El corazón le latía a toda velocidad: Por fin lo había conseguido. Estaba en casa y pronto podría darle a Julián la estupenda noticia de su embarazo. Se regodeó en la escena con la imaginación. Julián dormido y ella que lo cogía entre sus brazos y que lo despertaba a base de besos… «Querido, vamos a tener un hijo…» Y el brillo de felicidad en los ojos azules de su marido, y la sonrisa inmensa de sus labios cuando contento y dichoso, la estrechara contra su pecho. Aileen abrió la puerta de su habitación y avanzó por la suave moqueta. Encendió la luz de la lamparilla de la mesilla, pero la sonrisa se le heló en los labios cuando vio que la cama estaba vacía.  Julián no estaba, y la cama estaba perfectamente hecha. ¿Adónde había ido? —¿Buscas a mi hijo?

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Aileen se sobresaltó como si hubiera oído un disparo, pero en realidad  Jacqueline había hablado en un tono bajo, casi acariciador. Su suegra estaba en el umbral de la puerta, pero en ese momento se movió, entró en la habitación, y cerró la puerta a sus espaldas. —Te he hecho una pregunta, pero tú no me has contestado —continuó. ¿Qué hacía Jacqueline levantada a las tres de la mañana? Aileen no tuvo el tiempo de preguntárselo porque toda su atención estaba concentrada en la ausencia de Julián. —¿No ha vuelto a casa esta noche? —preguntó con un hilo de voz.  Jacqueline suspiró. —Volver, lo que se dice volver, ha vuelto…  vuelto…  «¡Cielos…!» Aileen «¡Cielos…!»  Aileen le hubiera dado una bofetada de buena gana. —¿Está intentando decirme que ha vuelto a salir? —No. O al menos, no creo…  creo…  —Entonces, ¿dónde está? La mujer se sentó pausadamente en un silloncito, y movió la cabeza con aire comprensivo. —Pobre Aileen, has sido una verdadera tonta no haciéndome caso. —Mire, estoy muy cansada y no tengo ninguna gana de enzarzarme en una discusión. ¿Puede decirme dónde está mi marido sin enrollarse demasiado? —Como quieras… Ayer por la tarde le dijo a Arthur que le preparara su vieja habitación. —¿Qué quiere decir? —Me parece evidente: Que no tiene ninguna intención de seguir durmiendo contigo. Ahora bien, si ese no es un signo evidente de desinterés hacia ti, no sabría que añadir…  añadir… Aileen  se sintió como si le hubieran dado una puñalada. La vida seguía reservándole sorpresas desagradables. En cualquier caso no tenía ninguna intención de que Jacqueline la viera sufriendo y amargada. —Hablaré con Julián inmediatamente y todo se arreglará. —Si yo estuviera en tu lugar no lo haría…  haría…  —Pero no está en mi lugar, así que…  que…  Aileen se puso en pie, decidida a reunirse con Julián.  Jacqueline intentó de nuevo disuadirla. La detuvo, poniéndole una mano sobre los hombros. —Escucha mi consejo: No vayas a su habitación ahora. — Julián es mi marido, no lo olvide, señora.

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—Todavía, pero por poco tiempo, Aileen…  Aileen…  —Eso lo dice usted. —Es lo que hay…  hay…  —¡Déjeme en paz!  Jacqueline le quitó la mano del hombro y sonrió. —Haz lo que quieras, pero luego no digas que yo no te había advertido…  advertido…   Aileen la ignoró y salió al pasillo. Despacito se dirigió a la habitación en la que estaba Julián. Sin hacer ruido, abrió la puerta.

La primera impresión que tuvo fue la de sorpresa. A pesar de la hora, la lamparilla de la mesilla estaba encendida, y una luz tenue inundaba la habitación. Así que Julián no estaba durmiendo… Aileen entró en la habitación y se quedó de piedra. Poco faltó para que soltara un grito.  Julián estaba en la cama, pero no estaba solo. Le daba la espalda, y su cuerpo musculoso cubría en gran parte la silueta de una mujer. Bajo los ojos abiertos de par en par de Aileen, la acompañante de Julián se movió, y su cara se insinuó por encima de los hombros de él. Portia sonrió maliciosa y satisfecha… Y Aileen tuvo que agarrarse al marco de la puerta para no caerse al suelo. Lentamente, la otra bajó la mano y apartó las sábanas que tapaban los dos cuerpos entrelazados. Aileen cerró los ojos…  ojos…  Nunca podría olvidar lo que acababa de ver. Con el corazón hecho pedazos y unas enormes ganas de morirse, Aileen retrocedió en silencio hacia el oscuro pasillo. Tambaleándose se volvió a su habitación y Jacqueline se detuvo delante de ella. —Oh, Aileen, te había dicho que no fueras… —murmuró, — murmuró, y por una vez, parecía realmente que lo sentía. —Usted lo sabía… Sabía que Julián…  Julián…  La voz de Aileen se quebró en un sollozo, mientras Jacqueline le rodeaba los hombros con un brazo y la ayudaba a sentarse en un sillón. —Sí, lo sabía, pero… Escucha, Aileen, a veces las cosas no son exactamente como parecen, créeme. —Estaban… Estaban haciendo el amor…  amor…  —Escúchame, Aileen, no pierdas la calma. Tal vez hay una explicación que ni tú misma imaginas. Yo… Bueno, yo quisiera que tú no sacaras conclusiones demasiado apresuradas. Era extraño, que precisamente fuera Jacqueline la que le decía una cosa así, pero Aileen estaba demasiado aturdida, demasiado herida, sentía un dolor tan profundo que ni siquiera se dio cuenta.

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—¡Dios mío! ¿Cómo puede haberme hecho una cosa así Julián? —Ahora cálmate. Por qué no vas a la cama y descansas un poco. Mañana por la mañana verás las cosas de otra manera, y podremos hablar tranquilamente. —No, no… Yo me voy esta misma noche. No pasaré ni una hora más en esta casa. Tambaleándose, Aileen se dirigió haciacon el lavestidor y abrió el armario. su vieja maleta, un poco desgastada, la misma que había llegado allí hacíaVio pocos meses. En esos momentos le pareció que desde entonces había pasado un siglo, y que de repente había envejecido, que le habían robado todos los sueños, todas las esperanzas. ¿Conseguiría sobrevivir? Tenía que hacerlo… hacerlo… Esperaba un hijo, y esa criatura, que todavía no había nacido, tenía derecho a una vida feliz y serena. Como un autómata, Aileen cogió la maleta, la abrió, y empezó a llenarla descuidadamente. Jacqueline apareció a sus espaldas e intentó detenerla. —No hagas tonterías, piénsalo bien antes de irte. ir te. Aileen miró a su suegra a través de una cortina de lágrimas. —¡Cállese de una vez y déjeme en paz! Estará contenta, ¿no? Tenía razón, y yo he sido una estúpida no dándome cuenta antes. —Aileen, créeme, en estos estos momentos no sé si tenía razón. Yo… —se —se calló y se mordió el labio inferior— inferior—. Por favor, Aileen, no seas impulsiva. Tal vez yo exageraba con mis ideas, y…  y…  —¡Oh, no! Tenía usted razón. Portia y Julián están hechos el uno para el otro. Se quieren, y tan pronto como me quite de en medio podrán realizar su sueño de amor. —Bueno, tendrías que esperar al menos a que sea Julián el que te diga que ya no te quiere. —No, no le permitiré que me humille ni una vez más. No me quedaré aquí para ver la sonrisa de satisfacción en los labios de su protegida. Me voy, y no quiero ni oír hablar de todos ustedes nunca más, en toda mi vida.  Jacqueline suspiró, y perdió su habitual frialdad. —Escúchame, ayer por la tarde, cuando Julián volvió a casa, tú no estabas y se enfadó mucho. mucho. No quiso cenar y empezó a beber. Quizá está borracho y…  y…   —Es un poco tarde para intentar consolarme, ¿no le parece? Confórmese con haberse librado de mí y no pretenda que su hijo pase por un caballero.  Jacqueline retrocedió mientras Aileen se ponía el abrigo y cogía la maleta. —Pero al menos puedes esperar a que amanezca, ¿no te parece? A estas horas no encontrarás ni siquiera un taxi. Está diluviando todavía. —Entonces iré andando. —No, te lo suplico, espera… Un favor, hazme sólo este último favor, Aileen. Aileen. Te  juro que si mañana por la mañana sigues pensando en irte, seré yo misma mis ma la que te acompañe a la estación.

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Aileen suspiró y miró a su suegra a la cara. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué  Jacqueline de repente intentaba retenerla a toda costa? —Pero bueno, ¿qué quiere de mí? —Sólo que me escuches. Pocas horas, Aileen, ¿puedes concedérmelas? Ella estaba cansadísima, agotada, y la noche le parecía interminable. Observó con el corazón hecho pedazos su maleta, que estaba en el suelo, a su la lado, do, y dijo: —No, yo ya no concedo ni un minuto más. Salió del vestidor y empezó a bajar las escaleras a oscuras. Estuvo a punto de caerse mientras bajaba las escaleras, pero consiguió mantener el equilibrio. Jacqueline la alcanzó cuando estaba saliendo. —¡Aileen, dime al menos a dónde vas! —No es necesario —contestó ella. Estaba tan desesperada, tan tremendamente angustiada, que ni siquiera se dio cuenta de que seguía lloviendo intensamente. Bajó las escaleras del porche y empezó a correr en dirección a la verja. A sus espaldas se oía la voz de su suegra que la llamaba y le rogaba que volviera. No, no volvería nunca más…  más… 

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Capítulo 1  Julian se desplomó en un sillón y cerró los ojos. —No es verdad —dijo dijo— —. Estás mintiendo. Aileen suspiró. —Quisiera que fuera mentira, créeme… Pero tú Pero tú sabes que lo que te he contado es verdad. Lo único que no entiendo es qué interés puedes tener en seguir negándolo. ¡Basta con las mentiras! —¡Yo no estoy mintiendo! Yo… La verdad es que no me acuerdo de nada de lo que pasó aquella noche. O por lo menos, me acuerdo sólo de una parte. Volví a casa  justo a tiempo para ver que te ibas con Oliver. Oliv er. Su coche se detuvo en la verja, v erja, y él te dio un abrazo y te alborotó el pelo. Como dos enamorados…  enamorados…   —¡No eran más que gestos amistosos! Tal vez tú has interpretado mal, pero lo que yo vi…  vi…  —No te creo, Aileen. Aquella noche, cuando regresé, Portia ni siquiera estaba aquí.

—Bueno, pues entonces sería su fantasma lo que estaba entre tus brazos. Pero te  juro que era idéntico a ella, en carne y hueso, totalmente desnudo. ¡Lo único que llevaba encima era tu propio cuerpo! —¡No es posible! Aun suponiendo… Y no estoy admitiendo que haya sido así, que hubiera decidido llevarme a Portia a la cama, ni siquiera habría podido. Me había bebido una botella de whisky mientras te esperaba. espe raba. Luego…  Luego…  Se detuvo de pronto, como si de repente se hubiera acordado de algo. —¿Y luego? —insistió Aileen. —Después mi madre me dio algo para el dolor de cabeza. Una pastilla, no recuerdo qué era exactamente, lo único que sé es que me sentí raro enseguida… enseguida…   —¿Y después qué pasó?  Julián se encogió de hombros. —No lo sé. —¿Qué quiere decir “no lo sé” sé”? —Probablemente estaba totalmente borracho y cuando llegué a la cama me quedé profundamente dormido. Lo único que recuerdo es que a la mañana siguiente, cuando me desperté, tenía la cabeza a punto de estallar. Pero todavía estaba furioso contigo, eso lo recuerdo perfectamente. Me di una buena ducha y bajé. Quería tomarme un café antes de encontrarme contigo y de soltarte a la cara lo que pensaba de tu odioso comportamiento. Y entonces fue cuando vi a mi madre. Quería hablar conmigo, cosas que consideraba gran importancia… le hice caso. explicarme Nada de loalgunas que ella pudiera decirme mede interesaba, y le rogué Yo quenome

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dejara en paz, que ése no era el momento adecuado para discutir. Ella no quería hacerme caso, y parecía muy agitada, pero en ese momento llegó Oliver…  Oliver…   —¿Oliver? ¿Y a qué venía? —¿De verdad no lo sabes? Estaba aquí para explicarme que tenía la intención de irse contigo. Que estaba cansado de que no fueras toda para él. —¿Qué mentiras me estás contando? Oliver nunca haría una cosa así. Y además, ¿por qué iba a hacerlo? —No crees que haya llegado hasta tal punto, ¿eh? Seguramente lo has infravalorado. Sin duda, según tú, la situación en la que te encontrabas era la ideal: Un marido y un amante, ambos jóvenes y ricos, atractivos, y embrujados por tus ojos verdes. ¿Qué es lo que te hizo cambiar de idea? ¿Es que te diste cuenta de que nunca te concedería el divorcio y que te habría hecho la vida imposible? Sí, eso es lo que seguramente pensaste, habrás hecho planes y habrás decidido que era el momento adecuado para cambiar de aires. —¡Estás afirmando un montón de tonterías!  Julián se puso en pie de una salto. —¿Ah, Y también eran tonterías lo que me contó de loapasionadas que había pasado entresí?vosotros aquella noche, ¿no? Cuando me Oliver contó las palabras de amor que le habías susurrado, y me explicó lo cansada y harta que estabas de nuestra vida matrimonial. Eso fue lo que me dijo. Estábamos en esta habitación, lo recuerdo como si fuera ahora mismo, él estaba quieto al lado de la chimenea. Me miró, se quitó las gafas y se las metió en el bolsillo de la chaqueta. “ Julián, Aileen no te quiere. Ha sido un error, y está harta de ti. Déjala libre, es a mí al que quiere. Y yo también la quiero. Estoy dispuesto a cualquier cosa para conseguirla, es mejor que lo sepas. Por eso ahora subiré a su habitación, y me la llevaré de aquí…”  aquí…”  Exactamente eso me dijo, yo no podía dar crédito a mis oídos. Incluso mi madre estaba alucinada. Oliver y yo éramos como hermanos antes de que llegaras, y en ese momento estábamos uno enfrente del otro, como dos enemigos, dispuestos a todo. Mi madre se interpuso entre nosotros. Dijo que era inútil pelearse, y que tú ya te te habías ido… ¡Dios, tuve la impresión de que la tierra se abría bajo mis pies! Oliver, delante de mí, sonrió complacido. “Probablemente habrá ido a mi casa. ¿Quieres que vayamos a comprobarlo para que te pueda decir a la cara lo que piensa de ti?” ti?” Y yo le di un puñetazo, un puñetazo que lo lanzó por el aire y lo tiró al suelo. Pero eso no era nada en comparación con lo que le habría hecho. Yo… ¡Quería matarlo! — Julián meneó la cabeza como si quisiera librarse de aquellos tremendos recuerdos, y unos momentos más tarde volvió a mirarla con los ojos llenos de rabia— rabia— . ¿Por qué no te fuiste a su casa? ¿Habías encontrado a otro? ¿En tu vida había ya alguien que ninguno de nosotros dos sabía? —Todo lo que me has contado es absurdo. Te juro que…  que…  —¡No! ¡No jures! No digas nada. ¡Cállate! —sin que ella pudiera preverlo,  Julián cogió yquién la estrechó conen una le hizo daño— daño—. No melaimporta eres nicontra lo quesusepecho esconde tuviolencia corazón. tal Heque sufrido demasiado por tu culpa, y ahora ya no es tiempo de palabras.

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La besó, y sus labios eran duros, despiadados. En él no había amor, sólo había odio. Aileen se dio cuenta enseguida, pero a pesar de eso se estremeció de alegría. ¿Podía un sentimiento tan hermoso como el amor volverse tan destructivo? Ella se lo preguntó mientras Julián la cogía en brazos y se dirigía casi corriendo hacia el piso de arriba. Y ése fue el último pensamiento coherente que su mente consiguió formular. Al cabo de unos instantes ya estaba tumbada encima de la enorme cama de matrimonio que había compartido con Julián durante su breve matrimonio. Su marido, de pie a su lado, la observaba como si quisiera matarla. En la sien se le había hinchado una vena, y su cara estaba contraída y tensa, como una máscara de piedra. —¡Desnúdate, Aileen, y hazlo rápido! Sé lo que les hace falta a las mujeres como tú y estoy dispuesto a dártelo. Lo único que siento es no haberlo comprendido en el momento adecuado. Ya he perdido mucho tiempo, pero no seguiré esperando —le gritó. Y ella obedeció. No sabía por qué lo hacía; era como si en su lugar estuviera otra, una mujer brava y salvaje que actuaba en su lugar, que quería a Julián, que pretendía ser suya, y a la que lo único que le importaba era el potente deseo que sentía… quitó ely vestido el sujetador scamisa ujetador encaje Delante de ella,elJulián se quitó la Se chaqueta se abrióy la condeun gestoblanco. violento, sin perder tiempo desabrochándose los botones y arrancándolos de golpe. Aileen tragó saliva. Sí, ella había nacido para él, y cada uno de sus suspiros, cada uno de sus latidos y de sus pensamientos, eran para él. Le tocó el tórax con la mano y le acarició suavemente la pelusa suave que lo cubría, y hundió las uñas en su carne.  Julián le cogió la muñeca con un gesto brutal. —Dirijo yo el juego esta vez, y lo haré a mi manera, rosa… rosa … ¿Era así como te llamaba tu amante, verdad? Dime, ¿lo sigue haciendo? Está dispuesto a empezar de nuevo, ¿verdad? Pues no lo hará. Él nunca podrá tenerte…  tenerte…   Laun lanzó la cama y terminó desnudarse en un segundo. quedó de pie, pocosobre separado de la cama. Sudetórax subía y bajaba al compásPero de suseagitada respiración, y sus ojos eran dos ranuras por las que se veía un oscuro y profundo abismo. —Julián… —murmuró —murmuró Aileen tendiendo una mano suplicante hacia él. —¡Cállate, puta! No conseguirás que cambie de idea sobre ti. Y se lanzó contra ella. La violencia que había en él parecía llenar la habitación, envolviendo a ambos en una especie de espiral de fuego. Con un gesto salvaje, Julián le quitó las braguitas de encaje, y en su rostro apareció una sonrisa de triunfo deformándole la boca en una especie de mueca diabólica. —Nunca, nunca serás suya… —repitió, —repitió, y volvió a besarla, a estrujar sus labios contra los de ella.

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Sus manos se cerraron como un cepo entorno a la cabeza de Aileen, se hundieron en su pelo, se deslizaron por la nuca y por el cuello hasta alcanzar sus senos… Y Aileen descubrió que en su cuerpo había una hoguera similar a la de él.  él.   Se hundió en su cuerpo y le restregó los labios contra los hombros, los abrió, lo lamió, y con despiadada determinación lo mordió… Julián gimió, y aumentaron sus  jadeos, pero no titubeó ni se detuvo. Lanzó a Aileen contra la cama, y se le echó encima, aplastándola contra la suave colcha de seda, e inmovilizándola con el peso de su cuerpo. Lentamente, mirándola a los ojos, alzó un poco el busto, para mirarla con aires de dominio. —Ahora veremos si todavía me acuerdo de lo que te gustaba… ¡Y si soy tan bueno en la cama, al menos, como tu amante! Aileen notó como el pene de Julián hacía presión contra su intimidad, como se estrujaba contra su suave matorral de pelos y apretaba. Un segundo. Con un único movimiento entró en ella. La invadió brutalmente, hundiéndose en su carne y llenándola por completo, superponiéndose a cualquier otra sensación, y obligando a Aileen a jadear y a abrir la boca de par en par intentando conquistar un poco de aire para sus pobres pulmones…  pulmones…  —¿Es esto lo que te gusta, verdad…? —le —le susurró él, con la voz cargada de ira. Dios, casi se podía tocar el desprecio que sentía por ella, pero a pesar de todo, la excitación y el deseo eran tan fuertes, que Aileen se hubiera quedado así toda la vida, porque así al menos, podía hacerse la ilusión de que Julián era suyo…  suyo…  Abrió los ojos y lo miró: Sólo furia e ímpetu en los ojos azules de su compañero. Y era tremendamente hermoso, magnífico como los conquistadores bárbaros, viril, fuerte, encantador… El único, para ella…  ella…   —¿Has hecho el amor con Oliver también ayer por la noche? ¡Dímelo, Aileen! Y también estaba lleno de dolor… Eso era lo que había en él, que para Aileen resultaba desconocido y que no había notado hasta ese momento. Una angustia profunda, una pena enorme que le llenaba la frente de arrugas. —Yo te amo, Julián —dijo, y las palabras se escaparon de sus labios en contra de su voluntad— voluntad—. Eres el único hombre al que he amado. Un suspiro profundo, tembloroso, se le escapó entre los labios a Julián, y le obligó a detenerse como si de pronto se hubiera convertido en una estatua de sal. Apretó los ojos, pero la presión que ejercía sobre Aileen disminuyó como si hubiera perdido las fuerzas. —Aileen…   —Aileen… Un susurro apenas que pareció retumbar en la habitación. Ella alzó las manos y le acarició el pelo, lo abrazó, y tuvo la impresión de que  Julián era como un niño asustado. —Te quiero —repitió.

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—Aileen, ¿por qué, por qué me has hecho tanto daño? Ni siquiera puedes imaginarte lo que me has hecho sufrir…  sufrir…   El corazón del hombre latía enloquecido, y ella tenía la impresión de poderlo oír como si fuera un tambor que alguien a su lado estaba tocando. Julián le estaba hablando de dolor, a ella que no tenía nada de lo que arrepentirse, a la que nadie tenía que perdonarle nada, y la acusaba de haberle hecho daño, y se inventaba excusas, mentía con tal de encontrar una justificación a su su propio comportamiento…  comportamiento…  Tal vez estaba loco, quizá era un despreciable egoísta, un hombre que estaba convencido de que todo le estaba permitido y que no tenía que dar explicaciones de su comportamiento a nadie. Y aún así, ella lo amaba. Desesperadamente y para siempre. Comprendió que esta era quizá la última oportunidad que tenían, y que la locura que los estaba consumiendo no podía tener una continuación, y decidió no pensar más, no hacerse más preguntas y no buscar explicaciones. Se relajó entre sus brazos, y le ofreció los labios, y esta vez el beso fue lánguido, tierno, lleno de voluptuosidad.  Julián rodó rod ó por la cama y la arrastró. Ahora era ella la l a que estaba encima, pero seguía siendo él quien tenía el control de la situación. Sí, el momento de debilidad que lo había invadido unos momentos antes había desaparecido. Aileen se dio cuenta tan pronto como lo volvió a mirar a los ojos. Julián sonrió, lánguido e irónico. —¿Quieres que sea tierno, Aileen? ¿Prefieres que sea delicado en vez de pasional? Es así como se comporta Oliver… Ya, tendría que haberme dado cuenta. Mi fiel amigo, con sus modales tiernos como los de un cervatillo. “Oh, Aileen, te necesito…” ¿Es eso lo que te gustaría oír? Ella no contestó. Cerró los ojos, y Julián eligió ese momento para arquear la espalda y hundirse en ella casi hasta traspasarla. —¡Mírame! ¡No cierres los ojos, maldición! ¡No te permitiré que te hagas ilusiones! ¡No aceptaré que puedas soñar con tu amante mientras estás conmigo! Yo no te necesito, ¿lo entiendes? Para mí eres eres menos que nada. Menos que nada…  nada…  La cogió por el pelo y tiró de él con crueldad, obligándola a echar la cabeza hacia atrás, y volvió a hundirse en ella con violencia. Se movió, y el ritmo con el que se movía era cada vez más rápido y más tenso. Sus labios se abrieron dejando al descubierto sus dientes blancos en una especie de sonrisa que más parecía un mueca. La odiaba y la detestaba, y siempre sería así. Tal vez había creído que ella lo traicionaba con Oliver, y quizá había decidido devolverle la afrenta con Portia. O quizá lo de Oliver era una excusa, un modo como otro cualquiera para confundirla… Aileen no lo sabía. Es más, ya no sabía ni siquiera quién era ella misma. Se había  jurado a sí misma que se olvidaría hasta del nombre de Julián, Juli án, que lo borraría borr aría de su corazón para siempre. Y ahora, en cambio, babeaba por él y gozaba entre sus brazos. El orgasmo le llegó de pronto, haciéndola temblar y gemir, vaciándola de todo excepto de la angustia que tenía dentro…  dentro… 

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Capítulo 11  Julián se separó de ella y se alejó. Rodó por la cama y se quedó tumbado tumbad o boca arriba. El tórax todavía se le movía agitadamente, y se puso un brazo sobre los ojos como si no quisiera ver nada de lo que le rodeaba. Aileen sintió ganas de echarse a llorar. Él estaba allí, tan cerca, y sin embargo tan lejos al mismo tiempo, inalcanzable, y esa situación había sido una constante siempre. ¿Culpa suya? ¿De las personas que habían estado a su alrededor? ¿De las circunstancias? Era difícil de decir, y también inútil. Era demasiado tarde, demasiado tarde para todo…  todo…  Cerró los ojos y suspiró. Y ahora, ¿qué tenía que hacer? El recuerdo de Wayne le inundó la cabeza, y se sintió tremendamente culpable cuando se dio cuenta de que casi se había olvidado de su hijo y de la terrible situación en la que se encontraba. ¿Cómo había podido suceder? Tendría que estar allí sólo por el bien de Wayne, era una condición dictada por los raptores, y no para abrir viejas heridas que no habían cicatrizado del todo. Y en cambio… Tan pronto como había vuelto a ver a  Julián no había pensado más que en él. Así que su vida no era más que un fracaso. Una mujer que no servía para nada, y una pésima madre. Años atrás no había sido capaz de conservar a su marido, de luchar por él, y de salvar su matrimonio. Había preferido escapar, irse lejos, y poner tierra de por medio entre ella y Julián… Como si del sufrimiento se pudiera huir marchándose, cambiando de ciudad, cambiando de estado… Pero el sufrimiento te sigue implacable, está presente a todas horas…  horas…  ¡Qué tonta había sido! Y ahora, como si no bastara, se olvidaba de su hijo para ir detrás de un sueño romántico que sólo había existido en su cabeza. No tenía que haber discutido con Julián ni haberle echado en cara su traición. ¿Qué sentido tenía? Entre ellos se había abierto un abismo de incomprensión ya hacía varios años, y era imposible llenarlo con palabras. Suspiró y se sentó en la cama intentando cubrirse un poco con una esquina de la sábana. Miró a Julián, allí a su lado, todavía inmóvil y silencioso. Su abundante pelo negro estaba revuelto y le caía sobre la frente en mechones desordenados. La línea de su mentón estaba tensa, como si estuviera apretando los dientes. Cerca, y al mismo tiempo tan lejos…  lejos…  ¿Dónde se había equivocado?, se preguntó Aileen. ¿Podía haber hecho algo para evitar que llegaran hasta ese punto? Quizá, si se hubiera quedado en aquella casa incluso después de haberlo descubierto en la cama con Portia, y se hubiera enfrentado con él abiertamente pidiéndole explicaciones sobre su comportamiento, las cosas hubieran ido de otra manera. Después de haber oído la absurda historia de Julián sobre lo que había pasado aquella noche, cientos de dudas se agolpaban en su cabeza. ¿Realmente no se acordaba de que la había traicionado? ¿Era posible? Y aquella extraña historia de la visita de Oliver… ¿Era posible?  posible? 

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Oliver sólo había sido para ella un buen amigo, y le parecía absurdo, inaceptable, que pudiera haberse presentado allí y pretender que ella lo acompañara como si realmente fueran amantes. Y sin embargo, pensándolo bien, se dio cuenta de que había sido una ingenua y una tonta no dándose cuenta de que Oliver se sentía atraído por ella. Todas aquellas alusiones, las frases ambiguas, el hecho de que estuviera siempre dispuesto a acompañarla o a distraerla… ¿Oliver se había había enamorado de ella? ¿Y Jacqueline? Aquella suegra que le había declarado la guerra desde el primer momento, pero que de pronto, cuando ella había decidido irse para siempre le había parecido incluso asustada y le había rogado a grandes voces que se quedara… quedara… ¿Por qué? Y sobretodo, ¿por qué se planteaba ahora todas estas cosas? La respuesta fue inmediata: Porque ella nunca se había fiado de su marido, ni siquiera un momento. Con un gemido, Aileen se apoyó en la cabecera de la cama. Ahora todo le parecía claro, claro, y volvió a recordar lo que había pasado hacía seis años… Desde el primer momento en el que se había dado cuenta de que se había enamorado de  Julián, había considerado aquel sentimiento como algo exclusivamente suyo. Ni siquiera cuando se habían casado, había aceptado la idea de que él pudiera estar enamorado de ella. Julián Bennet era algo demasiado hermoso para una muchacha insignificante como Aileen Weber. Demasiado atractivo, culto, rico como para poder perder la cabeza por alguien como ella. Y cuando había llegado a aquella casa, había entrado en aquella mansión antigua y lujosa, se había sentido como una especie de Cenicienta sin hada madrina. Y tal vez ya desde el primer momento, ella se había dicho a sí misma que Julián no la amaba, que no podía amarla, y que todo lo que le estaba pasando era un hermoso sueño que estaba destinado a desvanecerse. Así, cuando apareció Portia en escena, que desde su punto de vista era el tipo de mujer adecuada para él, ella primero se había apartado, empezando a mirar a su marido con desconfianza y persiguiéndolo con sus celos. No lo había escuchado cuando había asegurado entre él y Portia no había nada, yen sobretodo, lo habíaJulián creído.leSe había ocultado que en su caparazón, se había encerrado sí misma,noy había empezado a considerarlo como a un enemigo, a una especie de ángel cruel que sin duda la traicionaría, destrozándole el corazón. Y se había refugiado entre los brazos de Oliver, el excesivamente amable amigo de la familia, el que siempre estaba dispuesto dispuesto a escucharla y a ponerse de su parte… ¿Pero cómo se había imaginado Julián toda esa situación? Ella estaba celosa de Portia, ¿pero no era posible que su marido estuviera celoso de Oliver? Aileen se lo preguntó en esos momentos por primera vez, y se horrorizó ante el panorama que se le abría ante los ojos. Seis años antes, ella ni siquiera había considerado esa posibilidad, y no porque no fuera posible, sino porque había dado por descontado que Julián no la quería, que de ella no le importaba nada, que lo único queelquería eracasarse. deshacerse de ella, de aquella mujer molesta con la que había cometido error de

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Pero, si no era así. Si realmente la amaba. ¿Qué podía pensar viéndola siempre al lado de Oliver, hablando con Oliver, riendo, bromeando, haciéndole confidencias a Oliver…?   Oliver…? ¡Dios! ¿Podía haber sido eso lo que había pasado? ¿Era posible que la traición de Julián fuera sólo una venganza contra ella porque su marido pensaba que ella lo traicionaba con Oliver? Aileen ya no entendía nada. Su cabeza era un gran lío, y tenía la sensación de que había sido ella sola la que se había condenado a todos esos años de sufrimiento. Quizá, hacía seis años, hubiera bastado con haber tenido el valor suficiente para hablar con Julián, para confesarle lo mucho que estaba sufriendo, los celos que la devoraban cuando veía a Portia, y lo poco amada que se sentía. Volvió a mirar al hombre que estaba tendido a su lado, y por primera vez lo miró con otros ojos. Quizá no era el hombre indestructible que ella siempre había pensado. Tal vez en él había debilidades y dolor como en todos los seres humanos, y ella, en cambio, lo había considerado casi como un dios, lejano e inalcanzable… Con una mano tímida le rozó suavemente el hombro. Un contacto breve y tímido. — Julián, hay una cosa muy importante que tienes que saber —dijo. Él movió la cabeza. —No, Aileen, no quiero saber nada. Es demasiado tarde, y ya he sufrido bastante… —de —de pronto se sentó en la cama y se echó hacia atrás el pelo— pelo—. Mira, siento lo que ha pasado. No tenía ningún derecho a traerte aquí, ni a tratarte como lo he hecho. No me siento orgulloso de mí, créeme, pero ya ha pasado, y lo único que puedo decir para justificarme es que nunca consigo razonar lúcidamente cuando estoy contigo. —Cada uno de nosotros tiene su parte de culpa. —Bueno, eso es verdad, pero no cambia las cosas —se levantó de la cama y empezó a vestirse con cierta prisa— prisa—. Venga, Aileen, prepárate: Te acompaño a casa de Oliver. —¡Pero si yo no quiero ir a casa de Oliver! —exclamó ella.  Julián la miró. —¿Y yo debería de creerte? —Sí, deberías hacerlo. Lo mismo que yo debería de creerte cuando afirmas que no recuerdas nada de lo que pasó aquella noche. —Aileen, te lo ruego, no empecemos de nuevo. —Pero yo te vi de verdad, Julián, y tú estabas con Portia. Tú madre es testigo de lo que pasó.  Julián se detuvo y dejo de abrocharse la camisa. —¿Qué — Que tuquieres madredecir? sabe perfectamente lo que sucedió aquella noche.

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—¿Mi madre? —dio un paso y cogió a Aileen por la muñeca— muñeca —. ¿Eres sincera? ¿No estás mintiendo? —No, Julián, te lo juro. Él cerró los ojos. —¡Dios…! ¿Cómo ha podido suceder?  suceder?  —No lo sé… Quizá el destino estaba en contra nuestra. Y no sólo él… O tal vez hemos sido dos tontos. Yo, por lo menos, lo he sido.  Julián se sentó en el borde de la cama y se cogió la cabeza entre las manos. No la miraba cuando le preguntó: —De una vez por todas, Aileen, ¿qué había…? ¿Qué es lo que había entre tú y Oliver? —¡Nada! Te lo juro Julián. Te lo juro por nuestro hijo…  hijo…   Su marido se giró de golpe y la miró con los ojos abiertos de par en par. De nuevo la ira pareció dominarlo. —¿Qué diablos estás diciendo? —gruñó. Aileen intentó mantenerle la mirada. —Que… Que tenemos un hijo. Un hijo tuyo y mío.  mío.   Julián se levantó de golpe y le señaló con un dedo acusador. —¿Es esta tu última mentira? ¿Es por eso por lo que has vuelto? —No, te lo ruego, escúchame: Es la verdad. —¿Cómo puedo creerte, Aileen? ¡Explícamelo! Te fuiste hace seis años sin una palabra, sin una justificación, y ahora sales de la nada y pretendes hacerme creer que tenemos un hijo. No estabas embarazada cuando te fuiste y…  y…   —Sí, lo estaba, pero no te lo dije. Lo descubrí casualmente precisamente el día antes de que me fuera. No me había encontrado demasiado bien durante aquella temporada y había hecho unos análisis. Estaba a punto de salir a cenar con Oliver cuando el médico me llamó y me dijo que estaba embarazada. —¿Y a pesar de eso tú saliste y pasaste la noche con Oliver? Aileen… No, no, no quiero seguir escuchándote. —¡Tienes que hacerlo, Julián! Tienes que hacerlo. Sí, cometí un error no quedándome en casa esa noche, y probablemente lo he pagado duramente. Pero sería demasiado largo explicártelo, y ahora ni siquiera es ya importante. Pero es necesario que me escuches. Es de vital importancia…  importancia…  —¿Quieres dinero, Aileen, es eso lo que quieres de mí? ¿Necesitas dinero para ti y para ese hijo que yo no conozco? —No, no quiero dinero. —¿Entonces es mi nombre lo que te hace falta? ¿Quieres mi nombre para tu hijo? Pensabas decirle a Oliver que era él el padre, pero cuando has descubierto que

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seguías siendo mi mujer, has pensado que era mejor hacerme creer que era hijo mío. No, esta vez no caeré en tus redes, ¡olvídalo! —Por Dios, Julián, no estoy mintiendo. No estoy intentando engañarte. Es verdad: Tenemos un hijo. Ahora tiene casi seis s eis años y es tu vivo rretrato. etrato. Él tragó saliva y movió la cabeza, pero a pesar de lo que había dicho, volvió a sentarse a su lado. —No tendría que concederte mi confianza, Aileen, pero lo haré. Lo haré por última vez en mi vida. Tal vez soy un tonto sin remedio, pero te concederé una última oportunidad… Existen actualmente análisis pormenorizados para establecer la paternidad de un hijo. Me someteré a ellos y si determinan que…  que…   —Wayne, se llama Wayne. —Que Wayne es también hijo mío, entonces, entonces, tal vez… Mañana mismo pediré hora en el mejor laboratorio de análisis de la ciudad. Tú, mientras tanto, vete a buscar al niño y tráelo aquí. —No puedo… —murmuró —murmuró Aileen desconsolada.  Julián la miró aturdido. —¿No puedes? —No, no puedo. —¡Ah! ¡Ya estamos otra vez! Juras y vuelves a jurar, pero en el momento de la verdad te hechas atrás. —No, Julián, no es eso. Créeme, yo quisiera poder ir a buscar a Wayne y someterlo a todos los análisis que quieras para demostrarte que estoy diciendo la verdad. Ya he sido sido demasiado egoísta haciendo crecer lejos de ti… Ya os he robado demasiado tiempo. —¡Basta ya! Déjate de escenas patéticas de gran madre arrepentida por haberle sustraído el hijo a su padre, total no te servirán para nada… Dime, ¿de quién es hijo ese niño? ¿Fue por él, por ese nombre misterioso que te ha hecho madre, por lo que te fuiste? —Wayne es hijo tuyo, y espero podértelo demostrar algún día. Lo espero más de lo que tú puedas imaginarte, porque eso querrá decir que me habrán devuelto a mi hijo. —¿Y ahora qué te estás inventando? Lo cierto es que no te falta imaginación. ¡Quién lo hubiera dicho cuando te conocí! Parecías una muchachita fantástica, casi una niña, tan dulce, tan tierna, tan terriblemente atractiva con tu ingenuidad… ¡Ingenuidad! Dime, Aileen, ¿has sido ingenua alguna vez en tu vida? Bueno, déjalo, era una pregunta retórica. La respuesta hace ya tiempo que la conozco… Más bien dime, por curiosidad, ¿que querías decir cuando has dicho eso de que “me habrán devuelto a mi hijo” hijo”? —Que lo han raptado. Algún desconocido ha raptado a nuestro hijo, ¡y tú tienes que ayudarme, Julián!

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Parecía desconcertado, como si se estuviera librando una batalla en su interior, entre lo que Aileen le había dicho y su creencia de que ella mentía. Al fina finall dijo: —¡Vale! ¿Han raptado a tu hijo? De acuerdo, ¿has advertido a la policía? —No. —¿No? Venga, Aileen, si me acabaras de decir que habías visto a un burro volando menos la posibilidad de que te creyera… ¿No te das cuenta detendrías que todamás estao historia es misma absurda? —Será, pero es la realidad. No he advertido a la policía porque en una carta que los raptores me dejaron decía que no le dijera a nadie lo que había pasado porque si no matarían a Wayne. —Ah… ¿Y dónde han raptado a tu hijo?  hijo?   —En Nueva York, en casa, donde vivimos. —Ya, entiendo… ¿Y cuándo?  cuándo?  —Hace dos días. —O sea, que raptan a tu hijo en Nueva York, y a ti no se te ocurre nada mejor que venirte amigo, a Boston sinllamarlo haberte puesto en contacto a tu hacer viejo que y querido ami go, por así… Por Dios, ¿escon quelatepolicía, crees localizar que soy subnormal? —No he sido yo la que ha decidido volver aquí. —¿No? ¿Te han arrastrado por el pelo? —Sí, aunque sea metafóricamente hablando. Mi regreso a Boston formaba parte de lo que los raptores me pedían. —¿No me digas? Y apuesto que quieren además una gran suma de dinero, ¿no? Por otra parte, siempre que raptan a alguien es para pedir dinero… Así que ahora tú me pedirás el dinero para pagar el rescate de tu hijo. ¿Me equivoco? —Sí. En la carta que me han dejado los raptores no decían nada de dinero, por el momento…  momento…  —¡Oh! Pero tal vez, en la próxima carta… Y tú no has querido perder tiempo. Primero has pensado en Oliver, pero después, cuando se ha puesto a tiro el tonto de  Julián, has decidido cambiar de objetivo. No está mal pensado…  pensado…  —Te lo ruego, estoy diciendo la verdad. Si quieres puedo enseñarte la carta. —¿Y tú crees que un pedazo de papel con unas letras escritas quién sabe por quién podrán convencerme? Si esta situación no fuera tan trágica, sería como para echarse a reír… Basta, tengo que librarme de ti y de tus trucos. Quiero el divorcio, Aileen, y lo quiero inmediatamente. Y luego quiero olvidarme de ti, olvidarme hasta de tu nombre. Olvidarme totalmente de ti…  ti…   —De acuerdo —dijo ella conteniendo a duras penas las lágrimas— lágrimas—. Te daré lo que quieras, pero tienes que ayudarme a recobrar a Wayne. Probablemente he sido una estúpida contándote todo esto, sobretodo teniendo en cuenta que los raptores me

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lo habían prohibido tajantemente, pero por una vez he querido fiarme. Ahora, te lo ruego, no hagas que me arrepienta… Te daré lo que quieras, pero ayúdame con el niño, Julián, ¡ayúdame! Estaba tan desesperada, tan angustiada que él tuvo que notarlo, o tal vez simplemente no tuvo valor para abandonarla definitivamente. Suspiró, y se pasó una mano por los ojos. —De acuerdo, pero será lo último que haga por ti. Pero si realmente a tu hijo lo han raptado, haremos las cosas a mi modo. —De acuerdo, Julián, de acuerdo…  acuerdo…   —Quiero ver la carta de la que me hablas. —Sí, claro, está en mi equipaje, en casa de Oliver. Si a ti no te importa, podría trasladarme momentáneamente a tu casa. Es muy importante, forma parte de lo que solicitan los raptores. —No me digas… —dijo —dijo él con ironía. —Lo leerás tú mismo. —Sí, sí… — Julián la miró sin ninguna piedad—. piedad—. ¡Oh, Dios, estoy tan cansado…!  cansado…!  También para mí es difícil.» —Perdona, pero tengo mis dudas. A propósito, me gustaría saber una cosa…  cosa…  —¿Qué? —El corazón de brillantes que llevas en el cuello…  cuello…  —¡Oh…!   —¡Oh…! Con un gesto instintivo Aileen rozó el colgante que Julián le había regalado en una lejana y mágica noche de Navidad que nunca olvidaría.  Julián suspiró. —¿Por qué sigues llevándolo? —¿No te lo imaginas?

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Capítulo 12 Aileen durmió pocas horas y su sueño fue agitado, nervioso, y no le sirvió para descansar demasiado ni para mejorar su humor. Cuando se despertó, la habitación estaba ligeramente iluminada por la luz fría y gris de la mañana. Se levantó todavía atontada, y se metió en el cuarto de baño para darse una ducha. Tal vez después, conseguiría recobrar las fuerzas y sería capaz de enfrentarse al día largo y difícil que le esperaba. Cuando volvió a entrar en la habitación después de una media hora, se dio cuenta de que sus maletas ya estaban allí. Evidentemente Julián se las había arreglado para hacer que se las trajeran, y dentro de poco pretendería que ella le enseñara la carta. Aileen rebuscó velozmente entre sus cosas y encontró en uno de los bolsillos de la maleta el valioso trozo de papel, la única prueba del rapto de Wayne. Volvió a leerlo y lo dejó encima de la mesilla. Luego empezó a vestirse. Alguien llamó a la puerta e inmediatamente después se abrió de par en par.  Julián entró en la habitación y la miró. —Supongo que querrás ver la carta —exclamó Aileen. —En efecto. Me muero de curiosidad. Ella le pasó el folio de papel y se quedó parada mientras él lo leía. De pronto, vio como se ponía pálido, apretaba los labios y tragaba saliva. Julián la miró otra vez, y le hizo un gesto para que se sentara. Aileen obedeció. —Cuéntame los detalles. —No hay mucho que contar —dijo ella, y le contó lo que había pasado la noche del rapto, desde que había llegado a casa hasta que había encontrado la carta en el alféizar de la ventana. —¿Y dónde está el sobre amarillo? Aileen se encogió de hombros. —Me temo que lo he tirado. Sí, me doy cuenta de que he hecho una tontería, pero estaba aturdida y no actué con lucidez… ¿Crees que están interesados en tu dinero? Pero entonces, ¿por qué pretenden que no te revele que Wayne es tu hijo? ¿No te parece un contrasentido a ti también? ¿Se te ha ocurrido algo, Julián? El hombre se pasó una mano por la cara. —Sí, tengo una cierta idea, pero es tan absurda e increíble, que me cuesta trabajo creerla… —movió —movió la cabeza— cabeza—. No, es demasiado absurdo. —¿Qué es lo absurdo e increíble? ¿Puedes decírmelo, por favor? Él suspiró. —Lo pero desayuno. antes vayamos piso de de estar abajo.a punto Ayer no nadadey un te vendrá bienharé, un buen Tienesalpinta de comiste desmayarte momento al otro.

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— Julián, ¿cómo se te ocurre que puedo pensar en comer en un momento como este? —Venga, Aileen, no hagas que me enfade. He dicho que necesitas comer, y comerás. No quiero que te pongas mala precisamente ahora. La cogió de un brazo y empezó a arrastrarla escaleras abajo. De pronto, a ella le pareció volver a ver al hombre que había conocido entre la nieve en Aspen. Decidido pero tierno, el hombre al que amaba con todas sus fuerzas. Lo siguió hasta el comedor y desayunó rápidamente. Cuando terminó de desayunar volvió a mirar a su marido. —Bueno, ¿quieres explicarme qué piensas del rapto? —Ven, vamos al salón…  salón…  Se sentaron junto a la chimenea ya encendida, y Julián le cogió una mano. —Aileen, dime, ¿este niño es de verdad hijo mío? Ella asintió. —Sí, lo es…  es…  —¿Y tú fuiste capaz de irte a pesar de eso? —Oh, Julián, si supieras lo mal que me sentía… Haberte visto de aquella manera, entre los brazos de Portia, fue un golpe demasiado duro que no conseguí soportar. Estaba convencida de que en realidad tú no me querías. Eras… Eres un hombre tan tan especial, Julián… ¿Cómo podía un hombre… Un hombre así estar realmente enamorado de una chica como yo? Y luego tu madre, que me detestaba, y Portia, que se pasaba el día metida en esta casa… Les hice más caso a ellas que a ti. Pensé que tu me habías usado para herir a Portia y oponerte a Jacqueline. Así que cuando te vi con tu prima ni siquiera me sorprendí. Me lo esperaba, en realidad. Y por fin había sucedido. No fui capaz de hablar contigo, de concederte un poco de confianza, y me fui. En aquellos momentos momentos me pareció la mejor solución…  solución…  —¿Y Oliver? —Oliver era la persona en la que podía confiar, la única persona que me había demostrado un mínimo de aprecio desde que había llegado aquí. Corría a su lado cada vez que me sentía herida y amargada, y Oliver siempre estaba dispuesto a escucharme. No sé por qué esa mañana se presentó aquí y te dijo todas esas tonterías. Ni siquiera ahora consigo encontrar una explicación convincente. —Aileen… — Julián la cogió entre sus brazos y la abrazó abrazó— —. Aileen, tú eres la única mujer a la que yo he amado en toda mi vida. Y te sigo queriendo. Te quiero desesperadamente, a pesar de todo. A pesar de mi propia voluntad… Esta noche, después de salir de tu habitación, me refugié aquí, junto al fuego, y me pasé la noche pensando qué era lo que quería hacer. ¿Realmente me interesaba el divorcio? Bueno, la respuesta llegó por sí sola: ¡No! Sólo la idea de verte salir por aquella puerta me daba cuenta la primera reacción que tuve cuandoysupe que habíasescalofríos, vuelto fue ylame de di sentir unaque felicidad salvaje, una felicidad profunda enorme. He luchado, ¿sabes? He intentado desesperadamente arrancarte de mi corazón,

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olvidarme de ti, pero no lo he conseguido. Y lo peor es que me alegro de que haya sido así. No me importa si me has traicionado, y tampoco me importa que el niño no sea hijo mío. Ya no me interesa: Yo te quiero, Aileen. Estoy loco por ti. Te lo ruego, quédate conmigo. No me dejes…  dejes…  Era increíble, demasiado hermoso para ser verdad. Pero si se trataba de un sueño, Aileen le rogó al Señor que no tuviera fin, que siguiera soñando para siempre.  Julián la quería, siempre la había querido. Y por fin estaban juntos. Y esta vez, aunque se cayera el mundo, ella no le permitiría a nadie que los separara… Lo abrazó con todas sus fuerzas y hundió la cara en su pecho, le acarició el pelo y lo lleno de besos. —Oh, Julián, tú y Wayne sois mi vida entera. No hay, no habrá nunca nadie más. Él la besó, y sus labios eran cálidos, dulces e inolvidables. Les costó trabajo separarse, y cuando lo consiguieron, los ojos de Aileen estaban llenos de lágrimas, y los de Julián brillaban como si fueran dos zafiros. —Verás —le dijo— dijo—, salvaremos a Wayne, y los tres juntos formaremos una auténtica familia. La vida ha sido cruel con nosotros, pero ahora se va a terminar. Aileen asintió. En esos momentos el teléfono que estaba allí en la mesa empezó a sonar. Julián cogió el auricular e intercambió unas rápidas palabras con la persona que estaba al otro lado de la línea telefónica. Sólo un par de monosílabos y volvió a colgar. Miró a Aileen y dijo: —Era mi madre. Está viniendo…  viniendo…  Ella suspiró. —Bueno… —«Estoy —«Estoy dispuesta a enfrentarme también con Jacqueline», se dijo para sus adentros— adentros—. Tengo un montón de cosas que decirle, y esta vez no me callaré hasta que no se las haya dicho todas. Tu madre, con sus charlas, me ha amargado ya bastante. Y a Oliver… Sí, a él también tengo varias cosas que decirle…  decirle…  —Bueno, entonces puedes empezar cuando quieras, Aileen…  Aileen…  Ella y Julián se sobresaltaron, y se dieron la vuelta de golpe: Oliver estaba allí, en el umbral de la puerta.  Julián se puso de pie. —¡Qué diablos haces aquí, en mi casa! ¡Quítate de en medio, porque te juro por Dios que esta vez te mato! Pero Oliver no se movió. Bajó la mirada y suspiró. —Y harías bien… —dijo —dijo en voz baja— baja—. No tenía ninguna intención de haceros daño, Julián, créeme…  créeme…  —Mira, maldito hijo de puta, ¿qué más quieres de mi mujer y de mí? —Explicarme…  —Explicarme… 

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—¡No, desaparece inmediatamente!  Julián ya estaba a punto de lanzarse sobre Oliver, pero Aileen lo cogió de la mano y lo detuvo. —Déjalo que hable, te lo ruego. Quiero oír lo que tiene que decir. —Entonces que sea breve. Oliver abrió los brazos. —Todo ocurrió porque soy un estúpido… En aquellos tiempos estaba realmente enamorado de Aileen, pero te lo creas o no, Julián, también a ti te tengo mucho cariño. Si ella hubiera sido la mujer de cualquier otro, habría hecho lo imposible para robársela. Pero Aileen estaba casada contigo, y eso me dejó fuera de  juego desde el principio. Fue una tortura… Cada vez que ella que  ella se lamentaba de Portia me entraban ganas de mentirle, de decirle que era verdad que tú estabas enamorado de tu prima. Pero no podía hacerlo: Yo sabía que estabas loco por Aileen, y me hubiera gustado, al menos, veros felices. Y así, se me ocurrió… Aileen Ai leen necesitaba sentirse segura sobre tus sentimientos. Necesitaba una prueba de tu amor. ¿Te das cuenta? Ella no era capaz de creer que tú la querías, y entonces se me ocurrió la idea de proporcionarle lo que necesitaba. —¿Viniendo a verme y diciéndome que era tu amante? ¿Estás loco, Oliver? —No tanto, si lo piensas. La intención era venir aquí, decirte que Aileen me quería, y hacer que ella asistiera a tu explosión de ira. Porque no tenía ninguna duda de cuál sería tu reacción… ¿Qué mejor prueba para una mujer enamorada que una tremenda escena de celos? Naturalmente, después de que todo hubiera pasado te habría dicho la verdad, todo se arreglaría y podríamos reírnos juntos de lo que había pasado. —¡No puedo creerlo! Una locura… — Julián estaba anonadado, alucinado— alucinado—. Pero entonces, ¿por qué cuando mi madre nos dijo que Aileen se había ido no me dijiste la verdad? —Porque creía que tú y ella os habíais peleado esa noche, y que ella realmente había ido a mi casa. Por eso pensé que era demasiado pronto para contarte la verdad. Si lo recuerdas, tú viniste conmigo a mi casa para ir a buscar a tu mujer, y yo todavía estaba convencido de que lo mejor era llegar hasta el final. La escena no cambiaba, sólo cambiaba el escenario…  escenario…  —¿Y después? ¿Cuándo nos dimos cuenta de que Aileen no estaba allí tampoco? —Después empezaron los problemas. Hablé con tu madre y ella me dijo que Aileen te había visto haciendo el amor con Portia. —¡Por Dios! ¿Pero es que soy yo el único que no sabe que me he ido a la cama con Portia? ¡No lo recuerdo! —Ya… Empecé a odiarte, Julián. Te odié más de lo que nunca he odiado a nadie. Tú tenías lo que yo más deseaba, y habías permitido que se te escapara. —Y entonces, ¿por qué has venido a contarme todo esto?

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—Porque todavía no sabéis el resto de la historia… historia… De lo que pasó aquella noche entre tú y Portia, tú no tienes la culpa.» —¿Y de quién es la culpa? —Mía, Julián…  Julián…   Jacqueline había aparecido y se había puesto al lado de Oliver. Aileen notó lo mucho envejecido, se dio cuenta de que ya no parecía la mujer arrogante y seguraque de había sí misma que ella yrecordaba. —¡Mamá! Mamá… ¿Qué es lo que tienes que explicarme? —gritó —gritó Julián sin ninguna amabilidad ni delicadeza.  Jacqueline suspiró. —A eso he venido, a explicártelo. —¿Qué tienes tú que ver en todo esto? —Desgraciadamente mucho, Julián… Mucho. ¿Podrás perdonarme? He sufrido tanto, y…  y…  —¡Habla de una vez, maldita sea! —Yo… Yo era una mujer odiosa. Presumida y sabionda. Siempre había creído que tú te casarías con Portia, o por lo menos, con una mujer de nuestro mundo. Pero tú, un buen día, volviste a casa con Aileen. “Me he casado, mamá…”, mamá…”, y el mundo se tambaleó. ¡Cielos, estaba realmente furiosa! Enseguida me di cuenta de que estabas enamorado de tu mujer. Me bastó mirarte… Temblabas cuando estabas a su a su lado, y tus ojos brillaban. Estaba celosa, furiosa, me sentía amargada. Intenté poneros todos los obstáculos posibles, pero era un trabajo de titanes. ¡Tú ni siquiera me escuchabas! Y Aileen… Bueno, Aileen sufría tremendamente, pero se aferraba a ti con co n uñas y dientes. Teníais sólo un punto débil: Los dos erais tremendamente celosos. Y entonces… Empecé a sembrar la duda. Usé a Portia, que estaba encantada de poderme ayudar. Le decía todos los días a dónde ibais, y ella se las arreglaba para que Aileen la viera. Por lo que se refiere a Oliver, ni siquiera tuve que esforzarme: Rondaba alrededor de tu mujer como moscón. Y así llegamos a aquella maldita noche… Cuando tú volviste a casa me diuncuenta enseguida de que estabas a punto de estallar: Aileen acababa de salir con Ollie, y tú estabas dispuesto a matarlos a los dos. Te emborrachaste, y después yo te di aquella pastilla…  pastilla…   —¿Qué diablos era? —Una anfetamina. Un estimulante que unido al alcohol, tuvo el efecto de una bomba. Ni siquiera se te reconocía, y gritabas como un loco. No entendías nada, estabas fuera de ti. Entonces llamé a Portia y le dije que viniera. Mi idea era que ella se metiera en tu cama para que Aileen os encontrara a su regreso. Bueno, el plan fue un éxito…  éxito…  —Yo… Yo debería matarte. Eres mi Eres  mi madre, mi madre, ¿te das cuenta? Y me has arruinado la vida. —¡Oh, Julián! Me di cuenta, me di cuenta casi enseguida. De pronto me di cuenta de lo que te acababa de hacer, de la bestialidad que había cometido e intenté

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arreglarlo. Pero ya era demasiado tarde… Aileen no quiso escucharme. No se detuvo aunque yo le rogué que no se fuera. Te juro Julián que estaba dispuesta a confesarlo todo aquella misma mañana, ¡créeme! Pero luego llegó Oliver, y afirmó que era el amante de tu mujer. Y entonces pensé que tal vez no me había equivocado…  equivocado…  Oliver se entrometió: —Y así, un año más tarde, tu madre y yo nos dimos cuenta del desastre que habíamos organizado. Fue por casualidad. Durante una fiesta nos encontramos y empezamos a hablar de ti. Yo le conté mi absurda idea y lo mal que había terminado, y tu madre me confesó que desde que Aileen se había ido tú ya no eras el mismo. Te habías convertido en una persona intratable, y dura. Ya no sentías ni alegría ni amor por nada ni por nadie. Me preguntó si por casualidad yo sabía donde estaba tu mujer, porque estaba decidida a ir a buscarla y a explicarle que tú, en realidad, nunca la habías traicionado. Y así nos dimos cuenta de que teníamos que hacer algo para intentar arreglar el lío que habíamos organizado… Hemos necesitado neces itado trescientos mil dólares y cinco años de búsqueda para conseguir localizar a Aileen. Pero aún, así teníamos que convencerla para regresar. Había pasado mucho tiempo, y además, ella tenía un hijo, aunque desde el primer momento, tanto tu madre como yo nos dimos cuenta de que sólo podía ser hijo tuyo. —Y así habéis organizado este falso rapto… He visto la letra y he reconocido tu caligrafía, mamá, aunque te juro que no conseguía entender qué tenías tú que ver en esto. —¿Qué? —Aileen se puso en pie de un salto con los ojos que se le salían de las órbitas— órbitas —. ¡Me habéis quitado a mi hijo! ¡Cómo habéis podido hacer una cosa así! ¿Y ahora dónde está?  Jacqueline levantó una mano. —Cálmate, Aileen, te lo ruego. A Wayne no le ha pasado nada malo. Ha pasado tres días estupendos en las Bermudas, y ahora está tan moreno que parece un indígena. —¡Es usted increíble, no tiene ningún pudor! Mi pobre hijo se habrá muerto de miedo rodeado de desconocidos. Raptado a media noche y sacado de su casa, y…  y…  —Wayne estaba de acuerdo con nosotros —dijo Jacqueline. —¿Pero qué tontería está diciendo? —Sí, es verdad, Aileen. Desde hace dos meses iba todos los días a su escuela, donde había empezado a trabajar como voluntaria. ¿Recuerdas Julián mi larga permanencia en las Bermudas? Así, poco a poco, me he ido ganando su confianza y le he revelado que era su abuela, la madre de su padre. —¡Es alucinante…!  alucinante…!  —Bueno, anda que tú también, hacerle creer que era huérfano… Yo le he dicho la verdad y le he enseñado algunas fotos de Julián. Sobretodo una en la que tu marido está pilotando un pequeño bimotor despertó la fantasía de Wayne. Fue entonces cuando le propuse que le gastáramos una pequeña broma a su madre. Una broma, que si salía bien, le permitiría recuperar a su padre…  padre… 

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—¡Oh, Dios! —Aileen se había quedado sin palabras y sin aliento, y se dejó caer en el sofá— sofá—. ¿Pero por qué en la carta habéis escrito que no le revelara a Julián la existencia de Wayne? —Porque queríamos que estuvieras segura de que Julián te quería por lo que tú eras, y no porque eras la madre de su hijo. Vuestro primer encuentro, después de tanto tiempo, tenía que ser sin niño de por medio.  Julián, por su parte, abrió los brazos haciendo un gesto de desolación. —Mi madre y mi mejor amigo… Cuando uno está rodeado de gente como co mo vosotros, ¿qué necesidad tiene de enemigos? Mamá, no sé si podré perdonarte alguna vez…!  vez…!   Jacqueline suspiró. —Sí, me lo imagino… Pero en el fondo no es demasiado importante si ahora he podido remediar el mal que os he hecho, y si todavía puedes ser feliz. Me iré, Julián. Me iré a hacer un largo viaje alrededor del mundo y cuando vuelva… Quién sabe, quizá tú y Aileen seréis tan generosos de concederle un poco de inmerecido afecto a una vieja loca y odiosa, que os ha causado tanta infelicidad. Se dio la vuelta y salió de casa. —¡Wayne! —llamó en voz alta— alta—. ¿Quieres venir a conocer a tu papá? —Sí, abuela…  abuela…  Unos segundo después, mientras Aileen se lanzaba hacia la puerta, el niño apareció en el umbral. Aceptó distraídamente los besos y los abrazos de su madre. Toda su atención se dirigía hacia un hombre moreno, alto y serio, que lo miraba fijamente sin conseguir dar ni un paso. —¿Estás bien, cariño? —le preguntó Aileen. El niño asintió y se separó delicadamente de su madre. —Sí, gracias —avanzó y se dirigió hacia Julián mirándolo a la cara— cara —. ¿Eres tú mi papá?  Julián asintió. —Yo… Yo creo realmente que sí.  sí.   Wayne suspiró satisfecho. —¿Y me llevarás al zoo? —Estaré encantado de hacerlo —contestó Julián agachándose a su lado, emocionado y feliz. Wayne sonrió con aire de triunfo, y se dio la vuelta para mirar a su madre. —Es mucho mejor que venga conmigo al zoológico a que se vaya al cielo con los ángeles, ¿no te parece mami…?  mami…? 

Fin

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