Jose Miguez Bonino. Spacio Para Ser Hombres. Formato Lectura Pc.

September 14, 2017 | Author: Ernesto Lozano | Category: God, Faith, Atheism, Truth, Love
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ESPACIO PARA SER HOMBRES Una interpretación de] mensaje de la Biblia para nuestro mundo

JOSE

MGUEZ

BONINO

SIERRA NUEVA

Cnráluln:

Rodolfo Campodónico

Primera Edición:

Agosto 1975

Todos los derechos reservados. © TIERRA NUEVA S.R.L. Avda. P. Roque Saénz Peña 628, (entrepiso) of. 2. BUENOS AIRES - República Argentina Distribuidores exclusivos para América Latina y España: SIGLO XXI ARGENTINA EDITORES S.A. Perú 952 Buenos Aires. Argentina. Derechos reservados conforme a 'a Ley 11.723 Impreso en Argentina. Printed in Argentina.

INDICE Prefacio Capítulo I SOLO U N A T E O P U E D E SER B U E N C R I S T I A N O ¿Por qué hay ateos? Para ser creyente hay que abandonar los dioses El D i o s que no está solo P o d e r o s o pero no tirano T e m a s d e R e f l e x i ó n ( c o m e n t a n d o algunas preguntas) Mal y libertad C r e y e n t e s que no creen El D i o s c e l o s o ¿ C ó m o saber? C a p í t u l o II ¿ E X I S T E EL H O M B R E ? A p o g e o y fin del h o m b r e Imagen de Dios El hombre:

un p r o y e c t o en c a m i n o

¿Pecado? Libertad para recomenzar Temas de Reflexión

( c o m e n t a n d o algunas

preguntas) Iglesia y h u m a n i z a c i ó n Humanidad y política Hombre y Cosmos P e r f e c c i ó n y madurez C a p í t u l o III ¿HAY U N A V I D A A N T E S D E L A M U E R T E ? A h o r a es el m o m e n t o , ¿Pero hay realmente una vida? El amor no dejará de ser No se puede hablar en singular del amor T e m a s d e R e f l e x i ó n ( c o m e n t a n d o algunas preguntas) Las imágenes de la vida futura Cielo e infierno Amor y conflicto.

C a p í t u l o IV ¿HAY A L G U N A S E G U R I D A D ? Una apuesta . . . . . . certificada por una vida D e s a f í o y consuelo T o d o comienza en el perdón Temas de R e f l e x i ó n ( c o m e n t a n d o algunas preguntas) Seguridad y riesgo. "El misterio del bien" C o n s u e l o sin d e s a f í o

PREFACIO El marco original de estos capítulos fueron unas charlas públicas ofrecidas en el salón de una congregación protestante del gran Buenos Aires. Fueron concebidas como un intento de ofrecer, para la reflexión de quienes profesan la fe cristiana y quienes no lo hacen, una interpretación del significado de esa fe. No se esperaba dar una "palabra definitiva", sino invitar a la reflexión y la búsqueda. Por consiguiente, tras una breve exposición, el auditorio se dividía en grupos para la discusión y profundización de las cuestiones suscitadas y luego se volvía a retomar esos temas en común. La presentación impresa sigue el desarrollo de esas reuniones. No he retocado -excepto por algunas obvias correcciones de errores sintácticos o gramaticales propios de una presentación espontánea- el estilo de las charlas. El lector sabrá disculpar las imprecisiones o repeticiones inherentes a la forma oral. Por esa misma razón, más bien que incorporar los temas de reflexión en el cuerpo de cada capitulo los he dejado como surgieron. Se trata, en todos los casos, de las preguntas v los temas que se originaron en los grupos, y de las reflexiones que surgieron en la conversación común. Lo qué presentamos no es, pues, un trabajo individual sino 7

el resultado de un diálogo. Y lo hacemos en la esperanza que, a su vez, invite al lector a participar del mismo y a prolongar y profundizar los ternas apenas esbozados aquí. Este carácter abierto de la presentación y de los actos que la originaron no es puramente, formal. Corresponde, creemos, al tema mismo. Pues hablamos de Dios, de su propósito y de su acción, del hombre, de la esperanza y de la fe. Sobre estos temas nadie es autoridad: no hay eruditos o técnicos. Sólo hay buscadores. Lo único que uno puede hacer, por lo tanto, es compartir con otros el resultado de su búsqueda e invitarlos a proseguirla juntos. Más aún, dada la naturaleza de la fe cristiana, fundada en la acción gratuita de Dios, el predicador cristiano no puede presentarse como un poseedor de la verdad sino sólo como su servidor. Lutero hubo de decir en una ocasión que el cristiano es como un mendigo que dice a otro mendigo: "Vamos juntos, yo sé donde nos darán pan ". No otra cosa es lo que intentamos. Pero esto significa también algo muy importante para el lector. Dios, Jesucristo, la fe cristiana, no son temas que puedan conocerse merced a una información adecuada, recibida pasivamente y evaluada objetivamente. Por cierto, es posible estudiar y conocer las afirmaciones cristianas sin comprometerse con ellas. Pero tal conocimiento no penetra la realidad a la que el cristiano se refiere. El tema de Dios sólo se lo puede comunicar apasionadamente -como una realidad vital que da sentido a nuestra vida- y sólo se lo puede recibir apasionadamente (lo que no significa ciegamente o sin reflexión), como un llamado y un desafio que exige respuesta. En este sentido, estas charlas son una invitación a ese encuentro apasionado, a esa lucha con Dios, que ninguna charla puede "producir" pero que, cuando ocurre, compromete toda la vida, no en una 8

mera observancia religiosa sino en el proyecto de Dios de crear un mundo y una humanidad entera. José Míguez Bonino Buenos Aires, junio de 1975

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CAPITULO ! SOLO UN ATEO PUEDE SER BUEN CRISTIANO La curiosa frase del título no es un mero recurso para llamar la atención. Surgió de un intercambio entre un filósofo ateo, Ernst Bloch, que ha consagrado un profundo interés a la influencia del mensaje bíblico en la historia de la esperanza y de un teólogo cristiano, Jurgen Moltmann, que ha tratado de reivindicar el -lugar centra] de la esperanza en la revelación bíblica. Fue el primero quien dijo: "Sólo un ateo puede ser buen cristiano", a lo que el segundo respondió: "pero sólo un cristiano puede ser buen ateo". He citado estas frases porque resumen en modo admirable la idea que quisiera desarrollar en este capítulo. Frecuentemente pensamos que lo que más importa es que una persona crea en Dios, que crea en su existencia, que tenga fe. El ex presidente norteamericano Eisenhower dijo hace algunos años: "lo más importante es que el hombre tenga fe; no me importa en qué, pero que crea". No hace mucho un ministro argentino repetía casi literalmente la misma afirmación. En realidad, es moneda corriente. Si reflexionáramos un poco, nos veríamos obligados a reconocer, sin embargo, que buena parte de las acciones más bárbaras llevadas a cabo por el hombre han sido producto de la

contemplación del mundo, de la comunidad de los suyos, de la alabanza y la comunión cotí el mismo Dios. Pero ese reposo había sido transformado en una prisión! no se podía curar un enfermo, no se podía caminar, ni se podía hacer el esfuerzo de cortar una espiga de trigo y comer el grano. Era el día de Dios y por ende un día negado al hombre. Y Jesús responde indignado: ustedes han puesto las cosas patas arriba: "El día de-reposo fue hecho a causa del hombre" y no al revés. ¡Qué mejor manera puede haber de honrar 8 Dios en ese día que dando salud, alegría, plenitud a la vida del hombre! Ustedes los religiosos, dice Jesús quieren honrar a Dios limitando y poniendo barreras a la vida humana. Pero, para la verdadera fe, honrar a Dios significa dar libertad, enriquecer la vida, honrar al hombre. Esa es la voluntad de Dios. Finalmente, algunos nos dirán: "yo no creo en Dios porque es un instrumento para la explotación y el sometimiento del hombre". Nuevamente, hemos de reconocer que frecuentemente ha sido y aún es así El educador brasileño Paulo Freire relata los diálogos sostenidos mas de una vez con campesinos pobres de su país. La conversación giraba en torno a la situación del campesino: su miseria, el hecho de no poseer la tierra que trabajaba y a menudo tampoco el producto de la misma, la imposibilidad de suplir sus necesidades mínimas y de progresar. Finalmente llegaban a la conclusión de que las cosas eran así porque siempre lo habían sido. Uno era campesino porque lo había sido su padre, y su abuelo, y el abuelo de su abuelo Unos nacen campesinos y oíros propietarios: así son las cosas. Y a la pregunta, ¿porqué es así? la respuesta del campesino solía ser: "Así lo hizo Dios". Fijémonos lo que esto quiere decir: si Dios lo hizo así, si Dios lo quiere así, no hay que cambiar la situación. Intentar cambiarla sería desobedecer la voluntad de Dios El 15

argumento ha sido repetido mas de una vez por propietarios y religiosos: "Dios ha hecho ricos y pobres, propietarios y campesinos, y no hay que tocar el orden creado por Dios". Quien se rebela contra ese orden, lógicamente se rebela contra el Dios que lo ha creado y lo mantiene. Si Dios garantiza el estado actaaí de ías cosas, para cambiarlo hay que rechazar a Dios. Una vez más, una lectura bastante superficial de las páginas de la Biblia -desgraciadamente bien ocultadas, muchas veces por la misma iglesia- alcanzaría para dar por tierra con ese Dios. Volveremos más tarde sobre este tema. Pero es importante decirlo desde ahora con toda claridad: el Dios de la Biblia de ninguna manera garantiza la propiedad del explotador ni ha autorizado la esclavitud del sometido. Por el contrario, como lo dice uno de los profetas, quienes sostienen ese orden de cosas "no conocen a Dios". Por el contrario, el gobernante que hace justicia y protege el derecho del débil y del pobre, ese es el que "conoce a Dios" (Jeremías 22:13-16). Cuando alguien dice, pues: "yo no creo en Dios porque creo en la ciencia", o "yo no creo en Dios porque creo en el hombre" o "yo no creo en Dios porque creo en la justicia", debo responderle que yo tampoco creo en ese Dios. Y que solamente quien sea un apasionado ateo de esos dioses puede ser verdaderamente cristiano. El que adora un dios que sustituye a la ciencia, o que rebaja ai hombre o que garantiza situaciones de injusticia, ha depositado su fe en dioses falsos. Cuanta mas fe tenga, tanto peor. Porque su fe está dirigida a algo que no es Dios.

Para ser creyente hay que abandonar los dioses ¿Cómo es posible que ocurran esas aberraciones? 16

¿De dónde provienen estos dioses falsos? La Biblia repite frecuentemente que Sos hombres nos inventamos dioses, ios fabricamos. Por supuesto, es claro que fabricamos 'imágenes' de dioses. Un profeta, Isaías, se burla de quienes toman un trozo de madera y lo tallan para hacerse una imagen. Con las astillas que quedan —dice Isaías— hacen fuego y se preparan un asado. Y la talla que han hecho con la misma madera la colocan sobre un pedestal, se inclinan ante ella y le ruegan: "Dios mío, sálvame". Ridiculiza así la adoración de imágenes. Pero, mas profundamente, se denuncia toda esa mistificación por la que nos fabricamos ideas de Dios, conceptos de Dios, a la medida de nuestras conveniencias e intereses. Inventamos dioses para defender nuestros intereses, para justificar nuestra tranquilidad culpable" frente al mal, para ahorrarnos el esfuerzo de luchar por un mundo mejor, para justificar nuestro egoísmo personal, de familia, de clase o de nación. Y después los adoramos, cuando en realidad nos estamos adorando a nosotros mismos. Por ejemplo, Jesús dice que "no se puede adorar a Dios y a Mammón" (el dios del dinero o la riqueza). Y Pablo dice que "la avaricia es idolatría", es decir, la adoración de un falso dios. Es cierto que no siempre nos damos cuenta de lo que estamos haciendo. A veces, porque no le damos carácter religioso. Decimos que no somos religiosos, que no nos interesa la religión, pero en la realidad hemos hecho de alguna de estas cosas - l a riqueza, el poder, la comodidad- un dios y lo sacrificamos todo a ellas. O, lo que en realidad es peor, nos llamamos cristianos, decimos que adoramos a! verdadero Dios, que creemos en Jesucristo, pero en realidad, bajo esos nombres ocultamos nuestros propios intereses egoístas, de grupo o de clase. Hemos mantenido el nombre de Dios, pero hemos vaciado su contenido. No hay 17

verdadera fe si no se destruyen estos falsos dioses. Este es el primer problema: para creer en Dios hay qué descreer de los dioses que nos fabricamos, hay {.{Ibcomenzar por ser ateos de estos dioses. El Dios que no está solo La lucha del verdadero Dios contra los dioses falsos es uno de los temas constantes de la Biblia. Esto nos obliga a preguntarnos: ¿qué es el verdadero Dios? o mejor, ¿cómo es? o tal vez más precisamente: ¿quién es? Un diario de Buenos Aires traía el otro día un comentario acerca de Dios que terminaba citando una antigua definición: "Dios es el uno, el que está solo". En realidad, esta afirmación es casi la mayor herejía, la mentira más grande que se pueda decir acerca de Dios. En términos de la fe cristiana como se manifiesta en la Biblia, como la enseñó y vivió Jesucristo, Dios es, precisamente, el que nunca está solo, el que no ha querido estar solo. Dios es el que ha decidido crear un mundo y relacionarse con él. Mas aún, el que ha creado al hombre para hacer con el una sociedad, para invitarlo a trabajar juntos en la transformación y perfección de lo creado. Desde el comienzo Dios dice al hombre: "vamos a hacer juntos este mundo". El ha puesto los fundamentos, ha dado una realidad, un mundo como un huerto para ser labrado, para que frutifique y se hermosee. Y ha creado una familia humana para que crezca y se constituya en comunidad de trabajo y de amor. Y Dios invita: "Vamos a hacer juntos este mundo"; comienza a "cultivar el jardín"., a administrar y gobernar el mundo, a poner nombre y .descubrir el secreto de la vida y hacerla rica y útil. Es más, en ese mismo relato bíblico, cada vez que el hombre quiebra esta sociedad 18

-y lo hace constantemente- Dios vuelve a proponerla, la rehace y le da un nuevo futuro y una nueva tarea. El Dios verdadero no es "el que está solo". Por el contrario, es quien invita al hombre a 'estar con él. Es un Dios que se ocupa de los demás, del mundo y del hombre más que de si mismo. Esto es sumamente sugestivo porque habitualmente pensamos en un Dios que está allá, distante, aguardando que los hombres piensen en él, se ocupen de él, traten de agradarle o satisfacerle. El Dios de la Biblia, en cambio, está constantemente ocupado en el mundo, en su curso, en la creación de la vida y en su plenitud, en la justicia y la verdad entre los hombres. Cuando le habla al hombre - c o m o ocurre frecuentemente en la Bibliano es para hablar de sí mismo sino de su propósito y su deseo para el mundo, para los hombres. No hay en la Biblia discusiones de la naturaleza o del ser de Dios. El tema de la conversación de Dios con el hombre es el hombre mismo. Quien no se interesa en éste, no tiene de qué hablar con Dios. Porque Dios está totalmente concentrado en su proyecto para el mundo, e invita a los hombres a pensar en este proyecto, a tomarlo en serio, a comprometerse con él para realizarlo. Este es el comienzo de la fe. El símbolo central de la fe cristiana, la cruz, es la afirmación má? rotunda de esta decisión de Dios-de estar con los hombres. Tan en serio ha tomado Dios su compromiso con el ser humano en la realización de este proyecto, que no vacila en arriesgarse a participar de la vida humana aun en su pobreza y su fragilidad, incluso hasta la muerte, para restaurar la sociedad con el hombre. El Dios de la Biblia es Dios para los otros y no para sí mismo. Es un Dios que sufre, que se juega, que corre riesgos en su proyecto de crear un mundo. Cuando mencionamos a Jesucristo estamos hablando de esto, de una "apuesta" que Dios hizo a favor del 19

hombre, colocándose a sí mismo como garante, Y dio su vida. Con razón que se sintieron desorientados y perplejos los filósofos que habían imaginado un dios a su semejanza: una especie de filósofo universal, ensimismado en sus propios pensamientos, contemplando desapasionadamente el mundo. Este Dios cristiano, "de carne y en la carne" como decía un pensador español, este Dios apasionado que se deja golpear e insultar, y crucificar, para sellar una voluntad de transformación del mundo, sólo éste es, en términos cristianos, el Dios verdadero. Poderoso, pero no tirano Alguno dirá, sin embargo: "Esto de que Dios quiere estar con los hombres, que participa en las contingencias de la historia, que corre riesgos, ¿quiere decir que Dios no es poderoso? ¿que no es soberano? ". Parecería que un Dios así casi no es realmente Dios. Pero hagamos una pausa y preguntémonos: ¿qué significa ser soberano? ¿qué es ser poderoso? Como a menudo ocurre, definimos los términos por nuestra cuenta, aparte de como Dios mismo los ha definido, y luego se los adjudicamos. Así hemos pensado "poderoso" y "soberano" tal y como nuestro egoísmo e inhumanidad pretenden serlo. Jesús mismo tuvo que corregir un día a sus discípulos sobre este tema. Ustedes, les dijo, hablan de poder y autoridad. Pero hablan en los términos de "los poderosos de la tierra" que se apoderan de aquellos sobre quienes tienen autoridad y los someten. Pero para ustedes las cosas no han de ser así. Por el contrario, miren mi propia autoridad y poder— me he comportado como un servidor. "El que quiera ser el más importante entre ustedes, hágase servidor de todos". 20

Aquí hay una concepción distinta del poder. Si queremos hallar términos de comparación, pensemos en el poder creador del artista, que trabaja y vuelve a trabajar la arcilla, que compone y recompone y revisa. No pensemos en el mago cuya varita mágica toca las cosas y se hacen solas. Dios es poderoso como el artesano que no se fatiga ni se desalienta, que sigue trabajando con infinita paciencia y perseverancia, que recomienza cuantas veces sea necesario hasta lograr crear lo que está deseando, su proyecto. Es poderoso porque es fiel a su obra, porque no se aburre ni se fatiga hasta que completa su obra. O pensemos en el buen gobernante: no en el tirano que avasalla y domina a su pueblo. El buen gobernante es el que estimula a su pueblo, lo guía en la búsqueda de sus metas, le señala el camino, lo habilita para lograr juntos un destino. Dios no es un gobernante que fije arbitrariamente el camino de su mundo o lo dirija mágicamente desde arriba: es el soberano que guía, estimula, acompaña a su pueblo. Creer, en términos cristianos, significa entrar en sociedad con ese Dios para trabajar con él. Es firmar un contrato por el cual nos comprometemos a participar en su proyecto para el mundo, a hacer nuestro ese proyecto. Es decisivo, por lo tanto, saber qué contrato firmamos y con quién. No es lo mismo hacerlo con cualquiera de los dioses que inventamos o con el Dios que la Biblia nos muestra, el Dios que nos llama a crear con él un mundo en el que valga la pena vivir.

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TEMAS DE REFLEXION ( c o m e n t a n d o algunas p r e g u n t a s ) Mal y libertad "Si Dios está trabajando en el mundo" -comenta uno de los oyentes de la charla- "lo hace bastante mal, porque este mundo no funciona muy bien que digamos". La pregunta es antigua. E importante Muchos se han esforzado por responderla, tratando de excusar a Dios por las cosas que andan mal. Esta tarea de disculpar a Dios es necesaria cuando se presenta al Dios-explicación o al Dios-soberano-arbitrario de los que hemos hablado. Pero las cosas son distintas cuando hablamos del Dios que establece su sociedad con los hombres. Pongámoslo primero en términos de una comparación muy simple y pueril. Alguna vez hemos encomendado a un niño un trabajito; lo hemos visto dándole vueltas, dejándolo incompleto o haciéndolo 'como la mona', y hemos sentido la tentación de gritarle: "salí del medio y dejá eso que lo voy a hacer yo". Ya veces cedemos a la tentación. Aunque sabemos que frustramos al niño y demoramos su aprendizaje. Si la comparación no les parece demasiado pueril, podríamos decir: Dios nunca le dice al hombre: 'salí del medio que lo voy a hacer yo', sino que nos invita constantemente a recomenzar; nos devuelve la oportunidad de corregir y rehacer. Porque su propósito no es hacer cosas sino hombres. Y el hombre sólo se hace de esta manera. Una fábula literaria cuenta que un ángel recorre la tierra y queda perturbado por los trágicos errores y sufrimientos de los hombres. Vuelto a la presencia de Dios le pregunta porque no interviene para resolver los 22

TEMAS D E R E F L E X I O N ( c o m e n t a n d o algunas p r e g u n t a s ) Mal y libertad "Si Dios está trabajando en el mundo" -comenta uno de los oyentes de la charla- "lo hace bastante mal, porque este mundo no funciona muy bien que digamos". La pregunta es antigua. E importante. Muchos se han esforzado por responderla, tratando de excusar a Dios por las cosas que andan mal. Esta tarea de disculpar a Dios es necesaria cuando se presenta al Dios-explicación o al Dios-soberano-arbitrario de los que hemos hablado. Pero las cosas son distintas cuando hablamos del Dios que establece su sociedad con los hombres. Pongámoslo primero en términos de una comparación muy simple y pueril. Alguna vez hemos encomendado a un niño un trabajito; lo hemos visto dándole vueltas, dejándolo incompleto o haciéndolo 'como la mona', y hemos sentido la tentación de gritarle: "salí del medio y deja eso que lo voy a hacer yo". Ya veces cedemos a la tentación. Aunque sabemos que frustramos al niño y demoramos su aprendizaje. Si la comparación no les parece demasiado pueril, podríamos decir: Dios nunca le dice al hombre: 'salí del medio que lo voy a hacer yo', sino que nos invita constantemente a recomenzar; nos devuelve la oportunidad de corregir y rehacer. Porque su propósito no es hacer cosas sino hombres. Y el hombre sólo se hace de esta manera. Una fábula literaria cuenta que un ángel recorre la tierra y queda perturbado por los trágicos errores y sufrimientos de los hombres. Vuelto a la presencia de Dios le pregunta porque no interviene para resolver los

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problemas: "¿no hay nada que podamos hacer? ". Y la respuesta es: "Les hemos dado el amor y el fuego. Nada más podemos hacer". Es decir, Dios nos ha dado la seguridad de su presencia y de su amor, las fuerzas para formar una comunidad humana y servirnos mutuamente por amor. Nos ha dado la posibilidad de transformar y recrear materialmente el mundo. El estará con nosotros hasta que el amor y el fuego creen una nueva humanidad. ¡Pero no nos hará a un lado! Es un procedimiento sumamente difícil. ¿Pero h a y A otro por el cual hacer una humanidad? Aquí hay también una vieja cuestión filosófica relacionada con la creación. Cuando Dios hace el mundo y al hombre no se trata de una emanación de lo divino; no son 'un pedazo de Dios'. Dios crea algo que es 'otro' que él, distinto, autónomo. Es, en cierto modo, una limitación de si mismo, paralela de alguna manera a la de tener un hijo. Aparece así una voluntad y una libertad que no están sometidas a nuestro arbitrio, que sólo podemos guiar en encuentro, diálogo, persuasión. Dios quiso un hombre que no fuera parte de sí mismo sino un otro. Y para ello dio espacio al hombre. El mundo es el espacio dado al hombre para ser él mismo. Dios responderá a su llamado, participará en sus luchas, sufrirá con él y se gozará con él. Pero no invadirá su espacio, no lo transformará en cosa que se maneja. Este es el centro mismo de la fe cristiana. Jesucristo no vino a sustituir a los hombres sino a abrir el camino para que éstos pudieran realizar su tarea humana. Cuando decimos que Dios es todopoderoso no queremos decir que sustituya al hombre, que impida por decreto la existencia del mal, sino que se reserva la libertad de no permitir abortar definitivamente su propósito, si no que tiene la capacidad y la paciencia para continuar y llevar a cabo su proyecto - q u e es nuestro bien- a través de todas las frustraciones y de

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todos los sufrimientos de la historia. Un. teólogo latinoamericano ha dicho que el Evangelio puede traducirse en una afirmación: "ningún amor se pierde sobre esta tierra". Esa es la única garantía. Por eso Dios es todopoderoso. Creyentes que no creéis Una antigua pregunta y preocupación de los cristianos es cómo entender que haya ateos que se comprometen en un verdadero amor al prójimo y una transformación positiva del mundo. Debemos volver sobre este tema más adelante (véase cap. III, pregunta 2). Pero desde ya comencemos a apuntar dos líneas para considerar el problema. Una es reconocer que no sabemos quién es realmente ateo. Es claro que debemos respetar al hombre y no adjudicarle una creencia que él concientemente rechaza. Es una especie de imperialismo cristiano decir: "Los buenos, lo crean o no, lo quieran o no, son cristianos". Pero al mismo tiempo, precisamente porque hay tantas deformaciones de la fe, hay gente que no ha rechazado verdaderamente a Dios sino las caricaturas que los cristianos tantas veces hemos presentado. Su rechazo se arraiga, a veces, en una verdadera fidelidad al Dios verdadero, aunque no puedan percibirlo... por culpa nuestra. Seguramente es en este sentido que debemos interpretar aquella historia de Jesús acerca del padre que indica a sus dos hijos que vayan a trabajar en su viña. El mayor responde: "sí, padre", pero no va; el menor rehusa:- "no voy", pero va. La enseñanza es obvia. ¿Cuál de los dos se comportó como hijo? Puesto en términos más literales, el verdadero hijo es el que percibe la voluntad del padre, la afirma alegremente, y la realiza. Pero en un mundo en que la

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religión se ha apoderado mas de una vez de la 'imagen del Padre' y la ha deformado, a veces la rebelión activa y humana es más fiel que la obediencia de labios afuera unida a un verdadero rechazo de la tarea encomendada. Pero tampoco se trata de exaltar el rechazo y el ateísmo como si siempre brotaran de esta saludable rebelión contra falsos dioses. Porque también pueden ser -y muchas veces lo es- el rechazo del verdadero Dios. Porque entrar en sociedad con el Dios verdadero es arriesgarse en una costosa aventura. Es correr los riesgos que él corre, hasta la muerte. Es aceptar el proyecto de no vivir simplemente solo, para si, sino transformar el mundo por el amor y el fuego. Y ello envuelve muchas veces el sacrificio de la propia comodidad, seguridad, autoestimación, status e imagen. Incluso el reconocimiento de las propias falencias y debilidades y claudicaciones. No es extraño que nos repleguemos ante ese reclamo, y tratemos de salvar 'lo nuestro'. A veces lo hacemos —los cristianos— desfigurando a Dios para que no exija tanto sino que nos justifique en nuestro egoísmo. A veces lo hacemos - c o m o ateos- negando a ese Dios que nos invita. Decimos, "no hay Dios" y nos sacamos el problema de encima. Por supuesto, es un engaño. Es como si me convenciera de que, al negar que haya alguien ante quien soy responsable —mi familia, la sociedad, la ley— realmente no fuera responsable ante nadie. Muy pronto la realidad me arrancará de esa fantasía. Hay un ateísmo del que todos tenemos un poco: excluir a Dios par?, evitarme el compromiso. Matar a Dios para poder desentenderme del prójimo. O para no dar a esa responsabilidad todo su peso y valor. Y luego utilizamos toda clase de argumentos filosóficos para apuntalar nuestro rechazo.

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El Dios celoso No ha faltado quien se haya escandalizado un poco de la "intransigencia" de esta presentación. Si somos tan críticos de las ideas e imágenes de Dios que tiene la gente, ¿no corremos el riesgo de quedamos sin nada? ¿Después de todo, no es cierto que no todos los cristianos aceptan las afirmaciones acerca de Dios que hemos hecho? ¿No hay lugar para muchas ideas acerca de Dios - u n poco diríamos: 'cadá uno con su Dios'? Me parece que estas preguntas hacen el centro mismo de nuestro tema de estos capítulos. En nuestro mundo, llamado occidental y cristiano, y particularmente en nuestro continente y en nuestro país, "todos creemos en Dios", todos somos cristianos. Y esto no nos impide ver la vida y el mundo de manera diametralmente opuestas. Lo importante, me parece, lo decisivo, es clarificar lo que significa creer en Dios, ser cristiano. El mayor problema que confrontamos no es el de quienes no creen, o que confiesan efectivamente otra religión -son pocos, ¡y no son los peores! El mayor problema es la indefinición y confusión en lo que nosotros mismos como cristianos creemos. La tarea más urgente es clarificarnos qué es realmente la fe cristiana, quién es el Dios a quien adoramos y en quien profesamos creer. Por eso, el problema central no es creer o no creer sino en qué Dios creemos. En la Biblia, Dios tiene una identidad propia e intransferible. Es el Dios que ha definido su identidad y su propósito en la creación, en la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud, en la ley que dio a su pueblo, en el mensaje de los profetas. Es, fundamental y definitivamente, el Dios que se ha dado a conocer en Jesucristo y ha constituido una comunidad para dar a conocer su voluntad y propósito. De ese Dios se trata y no de otra cosa. Casi habría que

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decir que es lástima que tengamos que Mamado 'dios', porque se trata de una palabra tan general que parece incluir cualquier cosa a la que podamos asignar un carácter sobrenatural. Se ensombrece mí el carácter propio de este Dios. El Antiguo Testamento habla de Jahvé, el Dios que se ha manifestado de una determinada manera, porque es así como es, y no quiere ser confundido. Creo que hay una especie de indispensable intransigencia cristiana a este respecto. Si alguien quiere depositar su fe o adorar un dios que se sienta en los cielos como veedor imparcial y desinteresado de lo que ocurre sobre la tierra, bien puede hacerlo. Si otro quiere llamar dios a un principio espiritual impersonal o a una mente eterna que piensa sus propios pensamientos, en perpetua contemplación de sí mismo, está en su derecho. Si otros se refugian en un dios que justifica la esclavitud y la opresión humanas, que aprueba y garantiza un orden injusto, o que se ocupa solamente de la vida interior o posterior a la muerte, no podemos impedírselo. Pero debemos insistir que esos dioses no son el Dios de Jesucristo, no son el Dios de la Biblia, no son el Dios cuyo mensaje la Iglesia ha recibido. Esta especie de limpieza es fundamental para que la religión no sea simplemente el manto que cubre cualquier clase de idea, de creencia o de conducta. La fe cristiana tiene como eje el Dios que ha definido su identidad. Toda otra cosa es "tomar su nombre en vano". Este es el filo cortante del mensaje cristiano.

¿Cómo saber? Este es el Dios que la fe cristiana proclama. ¿Pero como saber si es la verdad o si es otro invento

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humano? Podríamos señalar -y lo haremos a ¡o largo de nuestra conversación- la autenticidad de este Dios con lo más profundo y real que existe en nuestra vida humana: la voluntad de amor y de justicia. Pero, en último término, no hay garantía posible. En realidad, las cosas más profundas y decisivas de la vida no nos son nunca garantizadas. Las arriesgamos como una aventura: la mujer o el marido con quien nos unimos, tener y criar un hijo, escoger una forma de vida. Solo las comprobamos cuando las hacemos. Sólo se certifican en la práctica. Quien no se arriesgue, jamás sabrala verdad en los aspectos que hacen humana la vida del hombre. A A q u e ocurre en relación con Dios. Quien no esté dispuesto a arriesgarse jamás "sabrá". La Biblia nos ofrece un camino, nos invita a una sociedad con este Dios. E! que esté dispuesto a emprender ese camino a comprometerse en esa sociedad, comprobara la verdad. Este es el problema de la fe. Nunca tendremos más fe que la que estemos dispuestos a poner en práctica en un compromiso total. La fe no es algo que se puede guardar en el bolsillo y presentarlo como un pase cuando es necesario. Es un compromiso total Con este Dios no hay "matrimonio de prueba En realidad, no lo hay nunca. Un matrimonio de prueba sólo comprueba la prueba, no el matrimonio. Nunca nos podrá decir lo que hubiera sido un matrimonio en el que lo hubiéramos arriesgado iodo, q u e m a d o todas las naves. La medida de la comprobación está dada por el riesgo que hemos querido correr. Lo que nos hemos reservado sin comprometer quedara fuera de la verificación. Y Dios no acepta estos tratos. La fe es como la fuerza de un músculo; solo a percibimos cuando la empleamos. Hay fe solo en la acción de la fe. El notable artista, medico y pionero Alberto Schweitzer, luego de escribir una

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CAPITULO II ¿EXISTE EL HOMBRE? ¿No es absurda la pregunta? Podemos dudar de la existencia de Dios; pero ¿hay algo más real que el hombre? Y sin embargo, me parece que cada vez nos sentimos más dudosos e inseguros, en la práctica e incluso en la teoría, de la existencia del hombre, de la realidad de la vida humana como vida humana, como algo que tiene realidad y significado, como algo importante y que hay que tener en cuenta. Tomémosnos unos momentos para tratar de entender este hecho.

Apogeo y fin del hombre Lo que llamamos el mundo moderno, es decir, la cultura que apareció y se desarrolló primeramente en Europa y que luego irradió por todas partes a partir del fin de la Edad Media, allá por los siglos XV y XVI, se caracterizó por un desbordante entusiasmo por el hombre, por lo humano. Luego de siglos en los que la humanidad había estado obsesionada por lo sobrenatural, por lo divino y lo demoníaco, absorbida por la nostalgia del cielo y el terror del infierno, ahora todas las miradas convergían sobre esta tierra y sobre la vida humana. Era hora de dejar de soilar con lo celestial y

de afincarse sobre este mundo. Había que transformar esta tierra en una morada hermosa para el más noble y creador de sus habitantes: el ser humano. El tema propio de la humanidad -se insistía- es el hombre. En la ciencia, en el arte, en la filosofía, la humanidad se lanzó a la conquista de sí misma y de su mundo. Y los resultados pronto se dejaron ver. Las aventuras de los grandes descubrimientos ampliaron los horizontes. Las distancias se acortaron. Nuevas fuentes de energía dieron al músculo humano una fuerza casi ilimitada y la exploración de las ciencias descubrió los secretos de la creación. A la vez, el pensamiento humano analizaba la trama de nuestras relaciones sociales y económicas y permitía descubrir el funcionamiento del poder, las formas de controlarlo u organizarlo. La política dejó de ser el campo de poderes investidos misteriosamente sobre algunos seres humanos privilegiados para transformarse en algo potencialmente abierto a todos los hombres, racionalmente comprensible. El futuro humano iba siendo librado del mero azar, de las contingencias 'naturales', para someterse al planeamiento. La imagen de un hombre firmemente plantado sobre este mundo, seguro de sí mismo, señor de las cosas: ese fue el resultado de ese gran movimiento que transfirió el interés humano de los cielos a la tierra, de Dios al hombre. No se debe ver en estas palabras la nostalgia de un religioso por una época y un mundo que vivía de Dios y del cielo. Porque si lo que decíamos en el capítulo anterior acerca de Dios es cierto, entonces este cambio responde, precisamente, al propósito divino. Dios no le dijo al hombre al crearlo: "Mira el cielo y piensa en mí" sino "Llena la tierra y gobiérnala". Dios le fija al hombre el mundo y la humanidad como el ámbito primordial de su interés y de su tarea. Como cristianos, por lo tanto, no podemos sino participar de la alegría

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y del entusiasmo de este mundo moderno que toma con energía la vocación terrenal. Nadie que haya escuchado con atención el mensaje bíblico puede soñar con un retorno al embeleso del más allá, a la obsesión con lo divino o lo demoníaco, a la renuncia a comprender, dominar y transformar el mundo. Renunciar a la vocación terrenal es renunciar a la vocación divina. No es, por lo tanto, con satisfacción, sino con profunda decepción y dolor que comprobamos la progresiva desvalorización del hombre en nuestra época. Las manifestaciones de ese deterioro adquieren caracteres dramáticos. ¿Qué decir cuando una gran potencia como EEUU, siguiendo una política enteramente coherente y deliberada, no vacila en la destrucción de un pueblo y la aniquilación de la vida animal y vegetal en vastas zonas, como ocurrió en Vietnam? ¿Y qué pensar de la degradación que esa acción introduce en los mismos que la realizan - c o m o los testimonios de la guerra de Vietnam lo han mostrado tan claramente? ¿Qué valor se asigna al hombre en semejantes acciones? ¿O cómo juzgar el programa de industrialización galopante para el cual, en la década del veinte, el gobierno de la Unión Soviética liquidó a millones de campesinos? ¿O las masivas maniobras represivas que, en uno y otro campo, no vacilan en recluir, torturar o asesinar miles de inocentes con la excusa de que es la única manera de identificar a algunos presuntos culpables? Pero no es necesario hablar de hechos tan espectaculares y dramáticos (aunque de ninguna manera extraordinarios, ya que son la experiencia común de muchísimos pueblos). Basta preguntarnos qué valor se asigna al hombre en nuestro sistema de vida dominado '•ada vez mas por consideraciones tecnológicas y econó-

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micas. ¿Se pregunta acaso, al lanzar un nuevo producto al mercado, si verdaderamente responde a una necesidad humana, si favorecerá a quienes más necesitan o si derrochará materiales o elementos que podrían aprovecharse mejor para un mayor número? ¿O se piensa simplemente en la ganancia que pueda redituar? ¿Es el hombre considerado en nuestra sociedad en términos de sus potencialidades creadoras, o más bien sólo como un productor o consumidor? Parecería que, ya sea por el camino del individualismo burgués capitalista o por el burocratismo estatal comunista, el hombre llega a ser una máquina programada, manipulada, despersonalizada hasta el punto que incluso sus momentos libres, su distracción o recreación le son dictados por una estructura de la que difícilmente pueda escapar -aunque muchas veces ni tenga conciencia de ella. ¿Existe realmente el hombre para la organización social, política, económica de nuestra época? Ni siquiera la religión escapa de este afán manipulador. El hombre llega a ser considerado una especie de "consumidor de productos religiosos" (la "paz de espíritu", la "salvación", "la vida eterna" vienen a ser anunciados y promocionados como otros tantos productos en una sociedad de consumo). Nos da la impresión, en muchos casos, que las iglesias están mas interesadas en lograr un consumo masivo de sus productos que en alcanzar los niveles más profundos de necesidad y de posibilidad de los hombres y los grupos humanos a quienes se dirigen. A veces no parecemos tan preocupados por que el hombre se encuentre a si mismo en la fe, la esperanza y el amor del Evangelio y llegue a ser lo que debe y puede ser en Dios, como en que acepte la religión como un producto 'standard', como una especie de baño espiritual, casi como un cepillado de dientes o unas gárgaras antes de irse a

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dormir. ¿Existe realmente el hombre en muchas de las estereotipadas e impersonales actividades religiosas que planeamos, o existe simplemente una organización y un producto cuyo éxito queremos asegurar? Es significativo pensar que la era que comenzó con la exaltación de! hombre parece cerrarse con su aniquilación. La pintura del Renacimiento, por ejemplo, deja ver ese nuevo descubrimiento de la figura humana. ¡Con qué cuidado y pasión descubre y trata Leonardo, entre otros, cada detalle de esa maravillosa armonía de forma y movimiento que se le revela en el cuerpo del hombre y la mujer! En nuestros días, en cambio, los hombres de Picasso son figuras divididas en trozos, imposibles de armonizar y de integrar. El pintor resulta aquí testigo - implacable e insobornable- de la destrucción del hombre. La imagen del hombre se esfuma y parece desaparecer del horizonte de nuestra humanidad.

Imagen de Dios Cuando la Biblia relata - e n forma poética y figurativa, por cierto— la creación del mundo, se detiene atentamente en el hombre. Aquí la creación alcanza su culminación y su centro. Aquí se deja ver !a intención total del creador y la dinámica de su proyecto. De cada elemento de la creación se dice que "era bueno". Pero cuando Dios completa su obra y coloca al ser humano en medio de la creación y le encomienda su tarea y le confiere su dignidad, se dice que "todo era extraordinariamente bueno". Dios está contento con lo que ha hecho. Y particularmente está contento con el hombre. Esta es la afirmación más importante y central que nos corresponde hacer como cristianos. Habrá que hablar luego del mal, de la

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desobediencia, de la corrupción. Pero nunca habrá que olvidar que, para Dios, el hombre es motivo de satisfacción y gozo. Lo primero que se dice del ser humano es que fue hecho "a imagen y semejanza de Dios", en la figura y en la proporción del Creador. Aunque el significado de estas palabras ha sido muy discutido, resulta cada vez más claro que se señala con ellas tres dimensiones de la vida humana. La primera es la relación única del ser humano con Dios. Sólo a él se dirije Dios directamente y espera su respuesta. Con el hombre ha entrado una cosa nueva - u n ser que desde ya quedará asociado con el creador en la preservación y transformación del mundo. Dios, como decíamos, ha hecho espacio para un ser libre y responsable, para otro que puede "escuchar" y "responder", que tiene el don de la "palabra", una palabra a la cual también se le asigna un poder real y de creación. El "dará nombre a todas las bestias de la tierra". Y Dios mismo respetará esa palabra y llamará a las bestias de la tierra con los nombres que el hombre le ha dado. Estamos aquí ya con otro de los elementos de esa imagen: el hombre es 'señor' de lo creado, no con la autoridad arbitraria y despótica de un tirano sino con el poder creador y responsable del que puede y debe llevar esa creación a su plenitud y fruición. Pero es un poder verdadero: el trabajo del hombre no es una simple necesidad; es el medio por el cual "somete" el mundo y "se sirve" de él y al hacerlo Se da un sentido y una unidad. El mundo de Dios es el mundo del hombre. Y este mundo del hombre es el mundo de Dios. Pero esta doble relación del hombre con Dios y con el mundo encuentra su contenido y significado en un tercer rasgo: Dios no crea ni quiere un ser humano aislado y solo, sino una comunidad humana de compa-

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ñerismo, complementación y amor. Por eso, nos dicen los relatos, creó "varón y mujer". Y esta relación supera un propósito simplemente biológico: se trata de "una sola carne", una unidad total —no hay vida verdaderamente humana en el individuo aislado sino en la relación de mutua entrega, responsabilidad, cuidado, de la cual la pareja humana es modelo y célula inicial, pero que se extiende a toda relación y estructura social. Sea en lo económico, en lo político, en lo comunal, el hombre no es hombre "en sí mismo" sino en la relación con otros, es decir: somos hombres en y por el amor. La unidad humana no es el individuo en si sino la comunidad humana. Pero la comunidad no es un mero agregado impersonal sino la relación responsable y creadora del amor. Y esto no es accidente, porque "Dios es amor" y por eso creó el mundo y para eso creo al hombre.

El hombre: un proyecto en camino Hombre y mundo son términos relacionados, correlativos, inseparables y complementarios. Dios no hizo un mundo como un mecanismo terminado e inmodifícable, como una especie de "juguete manufacturado" para que el hombre se divirtiera con él, sino como un huerto a cultivar, con las posibilidades de fructificar, de poblarse de vida, de crecer y de perfeccionarse. Al decir que el mundo era "bueno" no se significa que está estáticamente concluido sino que "sirve para su propósito", que es dinámicamente rico e invitante, que tiene infinitas posibilidades, cuyo desarrollo ha sido confiado al hombre. Pero no es una calle de una sola mano: también el hombre es un proyecto en marcha. Al cultivar el mundo, se enriquece en su propia vida; al transformar

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la creación, se transforma a sí mismo. También el hombre "está bien hecho", no como una estatua o una máquina sino como una posibilidad de crecimiento, de maduración. Y eso ocurre en el trabajo por eí cual ortiva la creación y en la relación comunitaria por la cual se abreo nuevas posibilidades al ejercicio del amor solidario, A medida que domina la naturaleza, se abren ai ser humano nuevas posibilidades para vivir su comunidad. El descubrimiento del fuego, por ejemplo, le depara progresivamente nuevas formas de vida: superar el frío, abrir un círculo de luz y protección en la noche, forjar nuevas armas y utensilios. Y a la vez nuevas posibilidades de sociabilidad y cultura: reunir en torno a él una familia, narrar y volver a narrar ías historias de su origen, las hazañas de un pasado en ei que encuentra raíces e identidad. Hay una nueva energía que custodiar y administrar. Y se descubre también nuevas formas de destrucción, de irresponsabilidad de crueldad para con el mundo -incendiar un bosque, destruir la vida- y con el prójimo. La humanidad no se construye sólo con el amor m solo con el fuego. Se construye con el amor y el fuego juntamente. El estallido de creatividad que acompaña la inauguración del mundo moderno ha multiplicado en muy corto tiempo todas estas posibilidades. Nuestros antepasados apenas podían ocuparse de alguien excepto de las personas que tenían más cerca - l a familia, el vecindario, la comunidad inmediata. Los demás estaban fuera de su conocimiento y de su alcance. Pero ahora todo el mundo está a nuestro lado: cuando compramos o vendemos, nos transportamos o escribimos, ponemos en funcionamiento una serie de engranajes que afectan a cientos de millones de personas: obreros de Japón o Indonesia, consorcios financieros europeos o norteamericanos, jefes y subditos de países árabes. Y

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a su vez, en reacción en cadena, oíros cientos de millones que dependen de éstos. Y esto no ocurre misteriosamente, sino que, mediante el conocimiento de mecanismos económicos y políticos, podemos tomar conciencia del resultado probable de nuestras acciones. Y así, todo ese mundo entra en el ámbito de nuestra responsabilidad. Cuando los explotados braceros mejicanos que cosechan la uva en California iniciaron su lucha, el pueblo norteamericano se vio frente a una nueva decisión. Cada kilo de uva que * compraban o rechazaban era un acto de solidaridad con los explotados o con sus patrones. Un masivo repudio a esa explotación redujo en un 40% las ventas en los EEUUA. El boycott había resultado efectivo. Pero los viñateros comenzaron a inundar el mercado europeo con los excedentes. Y ahora es el comprador europeo quien tiene que incluir en su círculo de responsabilidad a esos desconocidos peones mejicanos que libran su lucha a diez mil kilómetros de distancia. Ser hombre es cada vez una posibilidad más rica y más compleja: ya no es cultivar mi parcela, cuidar de ¡ni mujer y educar a mis hijos, ser buen vecino. Ahora debo asumir responsabilidad por el mundo -saber cómo se utilizan los recursos, conocer las distintas posibilidades de organización y planeamiento- y participar en las formas de organización política y económica en las cuales mis vecinos, mi familia, mi comunidad y oirás muchas podrán humanizarse o se verán perjudicados o destruidos. El. ser hombre gana en posibilidades, el concepto de humanidad se enriquece cada vez que descubrimos nuevas áreas de realización. Eso es lo que Dios quiso en su creación: un ser que podía ir ampliando el campo de ejercicio de su creatividad y de su amor hasta que abarcara el mundo entero y quien sabe si un día también los confines del 38 universo. ¿Por qué tener miedo de ello, si ese es el

campo que Dios ha abierto para que el hombre llegue a ser plenamente hombre? ¿Pecado? Nuestra visión de la vida humana sería distorsionada y mentirosa si nos quedáramos en un rosado optimismo. Porque lo que efectivamente ocurre es que, cada vez que aparece una nueva posibilidad de humanizarse, de poner eS fuego al servicio del amor, surge también una posibilidad de deshumanizarse, de ampliar el poder de la destrucción y de la separación. Todo ámbito de responsabilidad es potencialmente un ámbito de irresponsabilidad. Y la tragedia de la humanidad es que todas estas formas de destrucción, de irresponsabilidad, de deshumanización se realizan igualmente. Esto es lo que llamamos pecado. Pecado es deshumanizar -cerrar al ejercicio del amor- una responsabilidad que Dios nos abre en el mundo. Es significativo que cuando Jesús entra en conflicto con distintos grupos de personas a su alrededor, la causa es siempre el que alguno o algunos se apropien irresponsable y egoístamente de relaciones o posibilidades humanas que han sido dadas para ser compartidas en amor. Tomemos tres casos típicos. Jesús se ve envuelto varias veces en la discusión de los pecados relacionados al sexo: ¿es legítimo divorciarse de su mujer? ¿qué" hacer con una mujer sorprendida en adulterio? ¿cómo permitir que una mujer pecadora se aproxime a Jesús? En todos los casos, Jesús es enormemente compasivo con la mujer y sumamente duro con el hombre: no hay ninguna mujer pecadora que se aproxime a él y no sea perdonada. Pero cuando alguien le pregunta acerca del hombre que -según la costumbre vigente- podía despedir sumariamente a su

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mujer, responde con enorme rigor: el hombre que mira a una mujer con lascivia ya ha cometido adulterio. ¿Por qué? Porque en la situación concreta de su sociedad y de su tiempo (¿y no lo es también en buena medida en el nuestro? ) era el hombre quien se apropiaba, para su propia satisfacción egoísta e irresponsable de una relación que Dios había creado para el ejercicio generoso y responsable del amor. Eso es el pecado. Pecado contra Dios porque su propósito de humanización por el amor es prostituido. Jesús libra un áspero combate con los dirigentes religiosos de su pueblo acerca de las leyes religiosas vigentes. Dios había instituido y ordenado el día de reposo, las oraciones o las observancias religiosas, para dar al hombre la libertad de dirigirse a él, de tener un ámbito de libertad en su presencia, de saberse escuchado y aceptado a pesar de sus debilidades, de saber restituida su relación con Dios. Esas observancias religiosas debían ser un testimonio constante del amor divino, el sello de que Dios no renegaba de su sociedad con el hombre, un llamado a ser responsable por el prójimo. Pero esos dirigentes religiosos las habían transformado en un instrumento de dominio sobre el pueblo, un medio de someterlos por el temor, esgrimiendo la ley como un arma para subyugar la conciencia del pueblo, para justificarse a sí mismos y hacer sentir su superioridad sobre quienes, abrumados de obligaciones y carentes de recursos, no podían cumplir todas esas leyes. Finalmente, Jesús se muestra duro frente a los ricos. No es un asceta: le complace comer y beber, participar de una fiesta y compartir un banquete. No quiere que el hombre se prive de disfrutar de todo lo que Dios ha creado. Pero, mientras el rico disfruta de su banquete, el pobre Lázaro tiene que contentarse con las migajas que caen debajo de la mesa. Y aquí está el

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pecado; Dios tendió la mesa de! inundo para todos sus hijos. La apropiación egoísta de esa mesa por algunos es la negación del propósito de Dios. El pecado no es tanto una afrenta a Dios en sí; es una afrenta a Dios en e! hombre, es apropiar irresponsablemente - f r e n t e a otros seres humanos, frente a generaciones futuras- una posibilidad que Dios ha abierto para que el hombre sea más hombre, mis responsable y gozoso en amor. En el fondo, sabemos esto muy bien. Cuando la humanidad busca símbolos de lo que es verdaderamente humano, modelos de io que debemos alcanzar como hombres, nos vamos dando cuenta cada vez más que la disposición de entregarse a otros por amor es la cualidad humana esencial. Los símbolos pueden ser muy distintos: entre los jóvenes " puede surgir el nombre de Aibert Schweitzer, de Martin Luther King o del Che -según sus ideologías, su ambiente o círculo de influencia. Pero la explicación suele ser la misma: vivieron para los demás y estuvieron dispuestos a jugarse ia vida por otros. Aún perturbados por el peso de la enajenación del egoísmo, de una organización social y económica destructora y deshumanizante, no podemos dejar de sentir el llamado de la verdadera humanidad. Honramos a quienes tratan, por el amor y el fuego, por el trabajo y la solidaridad, de construir un mundo. Libertad para recomenzar Uno de mis colegas en Sa enseñanza teológica suele decir: "no llegamos a ser hombres para hacemos cristianos; nos hacemos cristianos para llegar a ser hombres". La expresión resume muy bien lo que Jesús hizo. Sus entrevistas, sus curaciones, sus enseñanzas, tienen por objeto restaurar a una persona -física,

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moral, espiritualmente- a fin de que pueda vivir en plenitud, que pueda realizar su vocación humana. En uno de los episodios más interesantes, cuando le traen un paralítico, le dice: "Tus pecados te son perdonados". Y cuando los religiosos circunstantes se escandalizan (porque "sólo Dios puede perdonar pecados"), cambia la expresión: "Levantate, toma tu lecho y vete a tu casa". Y pregunta: ¿cuál de las dos cosas es más fácil? La enseñanza es obvia: a Dios -y por lo tanto a Jesús- le preocupa este hombre: el perdón y la curación física son dos dimensiones de una misma salud. En las dos es Dios mismo quien está presente y actuando. Las dos ponen al hombre sobre sus pies y lo devuelven a la vida ("a su casa"). Las entrevistas de Jesús con la gente no son nunca el punto de llegada de un camino sino el punto de partida. Sea que los invite a seguirlo, que les ordene que vendan todo lo que tienen, que los envíe sanados de su enfermedad a su tierra y a su familia, lo que hace es tornar a un hombre aprisionado, detenido y ponerlo en marcha, en dirección a la plenitud de la humanidad: de su salud, de su integración a la comunidad, de su vocación - e n fin de cuentas, en dirección al Reino de Dios que es la plenitud del'hombre y del mundo. El hombre existe. Existe como un proyecto de Dios. Existe para el trabajo y para el amor: para la comunidad humana responsable, que viva agradecida y plenamente en una tierra hecha propiedad y bien común de la familia humana. El hombre existe en camino -estirado entre su vocación y su negación, ansioso por llegar a ser plenamente hombre, pero errando el camino una y mil veces en el afán de dominar irresponsablemente al mundo y a los demás en su propio beneficio, empeñado en realizar su humanidad por atajos, robando y acaparando lo que sería suyo libremente. El hombre existe en esperanza, 41

porque Dios lo pone en marcha una y otra vez, ¡e devuelve la libertad de trabajar y de amar. El mensaje cristiano es un llamado a aceptar esa libertad. No a ser superhombres ni semidioses, sino a vivir como hombres en la presencia de Dios, responsabilizándonos en amor por el mundo y por los demás.

TEMAS DE REFLEXION (comentando

algunas p r e g u n t a s )

Iglesia y humanización "¿Está verdaderamente la iglesia humanizando? ;No es cierto que a menudo la Iglesia ha tratado, precisamente, de conformar al hombre, de hacerlo resignarse a su condición? ". Inversamente, se pregunta "¿no es más bien la política la que permite al hombre asumir su responsabilidad? ". Estas dos preguntas llegaron de sectores distintos, como preguntas diferentes. Creo, sin embargo, que resultan complementarias. Como críticos de la Iglesia -autocrítica para quienes formamos parte de ella— debemos mantener en nuestro juicio una adecuada perspectiva histórica, partiendo de la afirmación que nuestra vocación humana es "humanizar" -poner al servicio de la comunidad en amor solidario - t o d a nueva posibilidad que se abre en el dominio y uso responsable del mundo. A partir de la época moderna - d e c í a m o s - esas posibilidades se han dado en ritmo creciente. Pero no debemos olvidar que en la antigüedad, la mayor parte de los hombres han sufrido la historia mas bien que hacerla. No simplemente porque algunos hombres eran malos y oprimían a la mayoría. Sino mayormente porque no se habían hecho posibles 42

todavía las condiciones de abundancia y crecimiento material que hoy poseemos. La mayor parte de la gente no tenía otra posibilidad (no sólo por injusticia sino por limitaciones reales) que pasar la mayor parte de la vida arrancándole a la tierra una subsistencia mínima, apenas sobre el nivel del hambre y la enfermedad. Las otras esferas de la vida: la cultura, el conocimiento, la recreación, quedan para la mayoría de la humanidad -repito, por condiciones objetivas y no por simple opresión- reducidas a algunos pequeños intersticios. No se trata solamente de que había ricos y pobres - l o cual es cierto- sino de que toda la humanidad era irremisiblemente pobre. En tales condiciones, la participación política es decir, la posibilidad de la totalidad de la comunidad de participar activamente en su propio destino queda, con algunas excepciones de pequeñas comunidades, fuera de toda posibilidad. No hay medios para que la comunidad entera se organice y fije su proyecto. Tiene, más bien, que sufrir su historia. Mas de una vez la Iglesia ayudó a esas masas a sufrir la historia con cierta alegría y esperanza. Les ayudó a confiar en que el horizonte de su vida no se cerraba sobre la pobreza y la miseria del presente sino que se abría a una eternidad. Les dio una dimensión humana, aunque quedara proyectada a otra vida y hubiera de manifestarse aquí solo como resignación. Si queremos decir que ha sido "opio del pueblo", podemos hacerlo. Pero un médico responsable no descuenta el uso de una droga cuando el sufrimiento es inútil y hasta destructor. No se trata de enjuiciar el pasado. Nuestro problema es otro. Porque, a medida que se abrieron nuevas posibilidades: cuando la enfermedad de la miseria, del desvalimiento, de la impotencia dejaron de ser incurables para vastos sectores del mundo, la Iglesia 43

siguió adormeciendo. Olvida su vocación humana y se alquila al servicio de quienes acaparan irresponsablemente para sí lo que corresponde 9 toda la familia humana. Hoy no hay ninguna razón objetiva para que todo el mundo no pueda alimentarse, protegerse de la enfermedad y el desamparo, acceder a una medida de libertad y recreación, participar activamente en el proyecto de su propia vida y la de los suyos. Quienes quieren hacernos creer que estamos condenados a la desigualdad y la miseria mienten, y lo hacen en defensa de sus propios privilegios. Por más apariencia técnica y reacional que tengan sus cálculos de desastre, no son sino la barricada tras la cual se esconde el egoísmo de clase o de raza. Cuando esto ocurre, el cristiano, como responsable de anunciar y participar en el propósito creador de Dios, tiene la obligación irrenunciable de denunciar esta situación y de esforzarse para transformarla. La transformación de las condiciones humanas, en una sociedad compleja como la nuestra, es una tarea política. De allí que la obediencia al mandato del Creador pasa hoy ineludiblemente por la acción política. Pero la Iglesia siguió viviendo en un mundo pre-moderno, en el mundo de! hombre resignado que sufre la historia. Y lo que es peor, bautiza ese sufrimiento con el nombre de "voluntad de Dios". Al hacerlo, da un sello divinó a una condición inhumana y se hace enemiga de Dios. Los términos parecen demasiado fuertes. Pero es difícil no llegar a esta conclusión. Toda posibilidad de enriquecimiento de la •vida humana es un don de Dios. Quitárselo o impedir que lo disfrute es contravenir la voluntad divina. La Iglesia ha fallado doblemente: no ha dado la imagen de hombre que correspondía, no ha proyectado la imagen de la Biblia sobre la realidad y por lo tanto ha mantenido la imagen del hombre resignado a su suerte;

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de! hombre cuya esperanza tiene que reducirse al más allá, porque aquí no tiéne otra posibilidad: ha sido 'opio' cuando debió transformarse en 'tónico'. Y como consecuencia, ha formado en su propio seno hombres incapaces de asumir su responsabilidad humana, una mentalidad de "resignación", de renuncia, la clase de actitud que alguien ha llamado de "huelga social". Humanidad y política Hay quienes protestan cada vez que un predicador o un teólogo "se mete en política". Es bien posible que más de una vez pequemos por aventurarnos a hacer juicios y a definir posiciones sin la competencia técnica necesaria -y por lo tanto a decir dislates. Pero si política es la acción mediante la cual la comunidad humana asume y lleva a cabo su tarea de proyectar su vida, fijar sus metas y organizarse para lograrlas, ¿cómo podría el cristiano abandonar este ámbito? ¿cómo podría callar sobre este tema, particularmente cuando percibe que el mundo le es robado al hombre? La política es el esfuerzo por recuperar el mundo para los hombres, por sacarlo del poder de la irracionalidad, del egoísmo de un grupo o de la arbitrariedad de un sistema inhumano y devolverlo a su propósito —servir para el enriquecimiento y la plenitud de la comunidad humana. Y esta es una obligación cristiana fundamental. No se puede ser cristiano sin asumirla, porque no se puede ser hombre sin hacerlo. Esto no significa, por supuesto, que todo el mundo deba dedicarse a la actividad política como ámbito específico y vocacional. Este es un problema de ética vocacional muy importante que debemos en este momento dejar a un lado. El punto en cuestión aquí es si la imagen de lo humano no es para nuestra época

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necesariamente la imagen del hombre político, es decir, del hombre que asume la responsabilidad por el resto de la comunidad, que trata de conocer y de servirse de los procesos por medio de los cuales esa comunidad se estructura y se modifica y que impregna de esa responsabilidad y de ese conocimiento la totalidad de su vida, sea en el campo de su actividad vocacional, de su vida familiar, cultural o religiosa. En ese sentido, un verdadero hombre politiza toda su vida. ¿Ha concluido la tarea de "consuelo" de la Iglesia? No lo creo. La sola conciencia de la responsabilidad y de la tarea, sin la aceptación gozosa y confiada de las limitaciones y retrocesos a los que la empresa humana está sometida, sólo puede engendrar frustración y desesperación. La fe cristiana significa la posibilidad de aceptar esa limitación sin que paralice, porque se la inscribe en un proyecto sobre el cual Dios vela, en cuya realización ha empeñado su propia vida y en ei cual se puede, por lo tanto, invertir la vida propia sin temor al fracaso. Sobre este tema volveremos* en nuestro próximo capítulo. \ Hombre y cosmos "¿Contempla el pensamiento cristiano -la teología— una proyección cósmica del hombre? ". La Biblia habla naturalmente de la 'tierra' como el hogar del hombre. Y así lo ha hecho la teología tradicional mente. De ello algunos han sacado la consecuencia que le está vedado al hombre abandonar la tierra y penetrar el espacio. Sería una invasión del "cielo", del espacio de Dios. Y por lo tanto, una empresa impía y condenada al fracaso. Este punto de vista corresponde mucho más a las religiones paganas, contra las cuales se dirigía el

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mensaje bíblico que al pensamiento de la Escritura. Por supuesto, los autores bíblicos, que vivieron hace de dos a tres mil años, no soñaban con exploraciones espaciales. Pero tampoco divinizaron el firmamento, y esto es muy importante. Mientras que pueblos vecinos miraban el sol, la luna, las estrellas, como seres divinos a quienes había que honrar, de quienes dependía su destino (¡cuántos consultan hoy todavía los horóscopos! ), la Biblia los mira como parte de la creación, igual que la tierra. "Dios creo el cielo y la tierra" dice la Biblia y repite el Credo. Cielo y tierra significan: "todo", "la totalidad de lo que existe", el universo, el cosmos. Es una misma creación. Y por lo tanto es espacio abierto al hombre. Cuando éste lo descubre, lo utiliza, o simplemente se deleita en su contemplación, no está invadiendo territorio vedado, no está infringiendo los privilegios de Dios. Está cumpliendo su vocación humana. La única pregunta es si lo está haciendo responsablemente, si emplea verdaderamente el fuego -los cohetes espaciales, las sondas, los conocimientos- al servicio del amor. No es mejor ni peor mal utilizar la luna que mal utilizar el océano o la plaza pública. Incluso si alguna vez aparecieran en nuestro horizonte otros seres creados, nuestra responsabilidad no habría variado de sentido: se trata de la transformación del mundo al servicio del amor. No se trata de especular hoy sobre esa posibilidad. Con ese nuevo descubrimiento se abrirían nuevas posibilidades de "ser hombres", tal vez nuevas formas de comunión, de solidaridad, de creatividad. Un verdadero cristiano trataría de responder a ese nuevo don con gratuidad. La medida del cosmos no está dada por un límite arbitrario fijado por Dios sino por la dinámica de la acción humana que Dios ha posibilitado y que continúa posibilitando y estimulando.

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Perfección y madures "¿Qué es esa plenitud humana de la que hemos hablado repetidamente? " Podríamos definirla en los términos que hemos empleado para hablar de "imagen de Dios" (véase más arriba). Pero igualmente podemos recordar unas palabras de Jesús: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto". La palabra "perfecto" puede traducirse también como "maduro" o "completo". La misma frase de Jesús aparece en otro evangelio (Lucas) así: "Sed pues vosotros misericordiosos como vuestro Padre que está en los cielos es misericordioso". Cualquiera sea la frase original -o tal vez las dos- el significado es el mismo. Jesús había estado señalando que el amor de Dios se ejerce sin discriminaciones hacia todos los hombres, que la providencia divina es universal. Y concluye: ¡qué el amor de ustedes lo sea también! La perfección del cristiano no es una perfección abstracta o estática: es el esfuerzo por asumir la totalidad de la humanidad y del mundo en un amor responsable y activo. Perfecto es el que ama como Dios aína. Y puesto que, como hemos visto, tanto la vida personal como la de las comunidades humanas en la historia es un constante crecimiento en el ámbito del conocimiento y de las posibilidades de realización, la perfección es el proceso de madurez mediante el cual vamos aprendiendo a ejercer responsablemente el amor y el trabajo en cada nuevo horizonte, con cada nueva relación, en cada nueva etapa de la vida personal y de la historia. "Vayan creciendo en amor hacia la plenitud". Ese es el sentido de lo humano. Valdría la pena añadir -aunque es obvio- que cuando hablamos de amor no nos referimos a un mero sentimiento, a una emoción, sino a la entrega concreta y efectiva a la necesidad real del otro y de los otros

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que han sido colocados bajo la esfera de nuestra acción. El amor es una disposición y una voluntad de eficacia que se viven cada día inteligente y concretamente. La búsqueda de perfección es, pues, el esfuerzo por incluir la totalidad dentro de ia acción efectiva de mi amor, en la medida de las posibilidades que se me abren.

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CAPITULO ¡II ¿HAY UNA VIDA ANTES DE LA MUERTE? No se trata de un error de redacción o de imprenta. La pregunta apareció, efectivamente, sobre una pared en una de las secciones más desvastadas de la ciudad de Belfast, en Irlanda: "¿Hay una vida antes de la muerte? ". En las condiciones de violencia que azotan el territorio ya por varios años, cuando una bomba puede explotar en cualquier momento en un supermercado o en la congestión callejera de media tarde, cuando cualquiera puede ser repentinamente alcanzado por una ráfaga de metralleta o por la bala de un francotirador, cuando una sola cosa es segura: el riesgo de la muerte, una población aterrorizada se pregunta: ¿es posible la vida en tales condiciones? ¿es que queda una vida que pueda ser vivida antes de la muerte? A diferencia de otras épocas, el hombre de hoy cree que esta vida, antes de la muerte, es la que tiene importancia. A otros hombres los dominó el anhelo y la esperanza de una vida más allá. A nosotros nos interesa esta vida. Respondiendo a una encuesta frente a una cámara de televisión, un señor comentaba: "me han dado una entrada para esta función, y si se suspende por lluvia no puedo devolverla; tengo que aprovechar este boleto, porque es el único que tengo".

Ahora es ei momento En términos de la Biblia, no andaba nuestro hombre muy lejos de la verdad. Aunque tai vez su frase tuviera más profundidad que la que é! mismo le asignaba. Esta es la vida que nos ha sido dada. Aquí y ahora se juega nuestra vida. Es asombroso lo poco que habla la Biblia de otra vida. Nosotros la hacemos hablar, porque estamos convencidos de que debería de hacerlo. Pero las expresiones que generalmente referimos a una vida después de la muerte, tales-como "vida eterna" o "la vida en Cristo" e incluso "vida celestial", se refieren generalmente en primer lugar a esta vida. "Esta es la vida eterna", dice Jesús: "que- te conozcan a tí, único Dios' verdadero y a Jesucristo, a quien tú enviaste". Y eso ocurre, como bien lo aclara el evangelio, aquí y ahora. O miremos el famoso pasaje de Colosenses, capítulo tres, en que Pablo nos exhorta a "poner la mirada en las cosas celestiales, no en las terrenas". Aquí seguramente tendremos un pasaje referido a 'la otra vida'. Como para confirmarlo añade: "porque vuestra vida está escondida con Cristo en Dios". Pero para nuestro asombro continúa: "por lo tanto, hagan morir las cosas terrenales que hay en ustedes" y comienza a distinguir las cosas terrenales de las celestiales. Entre las primeras aparece la lujuria, la avaricia, la mentira, el odio; entre ias segundas la compasión, la mansedumbre, ia disciplina propia, el perdón mutuo. A las primeras corresponden las discriminaciones sociales, religiosas o raciales; a las segundas, la paz y la solidaridad. Y como para que nadie continúe engañándose, comienza a señalar las circunstancias y relaciones en que debe vivirse la nueva vida, la vida celestial: relaciones familiares, matrimoniales, laborales. Es evidente que la vida "celestial" tiene un ámbito muy "terrenal". 54

En te época de Jesús se libraba en e! judaismo una aguda polémica acerca de ¡a resurrección de ¡os muertos, que un grupo (los "saduceos") negaba y otro (los "fariseos") afirmaba. Se discutía la naturaleza de la vida resucitada, y si ios que morían iban por un lapso al "seno de Abraham" o directamente al "paraíso". Jesús afirmó varias veces la realidad de la resurrección. Pero es interesante que cuando cuenta una parábola referida a esta discusión (probablemente retomando una historia que ya era conocida), le da un énfasis muy particular. Un rico, dice, banquetea cada día, en tanto que un mendigo, Lázaro, recoge las migajas de sus banquetes. Ambos mueren: el rico va al lugar de tormento y el pobre al seno de Abraham. El rico pide que Lázaro venga ahora a aliviar su sufrimiento, o que al menos se le permita a él volver a prevenir a sus parientes de lo que Ses espera. La respuesta es dura y cortante: el momento decisivo ya pasó. La eternidad estaba en juego allá, cuando uno gozaba de la vida sin cuidarse de lo que ocurría con el otro. Allí quedó sellado el carácter y el destino de su vida. La muralla que allí se construyó entre uno y otro ya no puede derribarse. La enseñanza es clara: "no se trata tanto de discutir la resurrección o el destino futuro. Lo que cuenta es el contraste entre el rico y el mendigo que ustedes toleran. Fíjense en lo que pasa en esta vida y en este mundo. Lo otro es consecuencia de ello". Esta es la verdadera cuestión: aquí, en esta vida, se participa o no en la "sociedad" que Dios establece con el hombre para crear y transformar el mundo. Aquí aceptamos o' rechazamos la invitación y el desafío. Aquí participamos o no en el proyecto de Dios. Esta vida es lo decisivo. Me han dado una entrada para esta vida, y no me la reciben de vuelta si no anda bien. O para decirlo con un mejor símil, que Jesús empleó, me han dado un "talento" para cultivar y hacer producir. 55

Si lo entierro por temor o por negligencia, con él he enterrado mi vida. Esta vida es el tema de la Biblia. ¿Pero hay realmente una vida? Ese es nuestro problema: la vaciedad o la plenitud de esta vida. ¿Podemos hablar de los años que pasamos sobre la tierra como "una vida" o son sólo un conjunto de experiencias más o menos casuales, sin significado, desconectadas entre sí? ¿Vivimos una vida o sólo "vamos tirando" de un día para el otro, hasta que la muerte nos sorprende? ¿Tiene sentido nuestra vida? Permítanme ser por un momento un poco personal. Cuando uno llega al medio siglo y comienza a mirar su propia vida como algo que ya está básicamente definido y decidido, como un camino en buena parte ya transcurrido, comienza a plantearse esta pregunta con cierta urgencia. ¿En realidad puedo hablar de mi vida como una unidad con sentido y dirección? Si la miro objetiva y desapasionadamente, debo responder: "No estoy seguro de que sea así". ¡Hay tantas desconecciones, tantos huecos, tantos comienzos sin culminación, tantos caminos emprendidos aparentemente sin salida, concluidos en punto muerto! ¡Tantas veces hubo que arrancar la página y comenzar una nueva! Un intento de hace algunos meses de escribir un artículo sobre el desarrollo de mi pensamiento volvió a actualizar esa impresión. Al revisar las cosas escritas a lo largo de más de dos décadas: ¡cuántas inconsecuencias! ¡cuántas indecisiones! ¡cuántas idas y vueltas! ¿Es mi vida realmente 'una' vida? Hay batallas en las que empeñé todo mi esfuerzo, que llevaron años, y de las que no puedo menos que decir sinceramente: 56

¿eran realmente tan importantes? ¿valían realmenteA la pena? Si me esfuerzo por ser objetivo en la evaluación, debo decir que no puedo responder con seguridad a esas preguntas. Supongo que - t a l vez con algunas excepciones- a todos nos pasa un poco lo mismo. No es que no haya en nuestra vida cosas significativas. Las hay, y cuando miramos hacia atrás no podemos menos que tomarlas también en cuenta. Hemos aprendido algo a través de los años: hay cosas que hoy vemos con claridad, de las que estamos convencidos. Hemos trabajado y hemos logrado algo en nuestro trabajo. .Hay cosas que hicimos bien. Y que han quedado bien hechas. Algunas de las causas por las que hemos luchado valían la pena y siguen siendo importantes. Y estamos dispuestos a seguir luchando por ellas. Sobre todo, hemos amado y hemos sido amados. Y esto es probablemente lo más importante. Hemos tenido padres, esposa, hermanos, hijos, amigos, companeros de tarea, y los tenemos aún. Pero todo esto no elimina la pregunta: ¿son todas estas cosas una vida? ¿Tienen continuidad, tienen coherencia? ¿Tienen futuro? ¿O son sólo chispazos en una noche sin futuro ni sentido?

El amor no dejará de ser Pienso que éste es el problema verdadero de la esperanza. El apóstol Pablo tiene una respuesta a la pregunta. En uno de sus más famosos pasajes habla de la fe por la que, aún en la oscuridad, confiamos en el poder de Dios. Habla de la esperanza por la cual nos "estiramos" hacia esa calidad de vida que Cristo nos mostró y nos ofreció. Pero cuando debe hablar del contenido permanente de esa fe y de esa esperanza, de lo que realmente dá sentido y continuidad a todo, se concentra en una sóla cosa: el amor. La fe y la 57

esperanza pasarán. Pero el amor perdura. Las acciones más heroicas, las más filantrópicas o las más resonantes, pueden ser nada más que efímeras manifestaciones de una actividad sin valor ni permanencia. Pueden ser el sonido aislado de ira Instrumento tocado al azar. Sólo el amor da permanencia y significado a esas acciones. Porque sólo en el amor hay la persistencia, la tenacidad, la entrega total, la sensatez y la sensibilidad que alcanzan un resultado permanente. Hay una vida si hay amor y en la medida en que haya amor. Repetimos las palabras del teólogo uruguayo J. L. Segundo, que citábamos anteriormente; el Evangelio puede resumirse en una sola frase: "no hay amor perdido en este mundo". Jesús hace la misma afirmación en dos notables pasajes. Uno es el que relata que una mujer (¡a tradición la ha identificado con la Magdalena) se acerca a Jesús y lo unge con un perfume muy valioso. Los discípulos murmuran contra ese "derroche". Y Jesús la defiende: ha realizado un acto de amor (ungir a quien va a morir es uno de los actos de misericordia). Y añade una frase hermosa y solemne: "En verdad les digo que donde quiera que se predique en todas partes del mundo el mensaje de salvación, se contará también lo que hizo esta mujer, para que se acuerden de ella". A un pequeño acto de amor se le da la trascendencia misma del mensaje de salivación, del Evangelio: se dice que ese pequeño acto es de la misma naturaleza de la salvación, tan permanente, tan eterno como el evangelio mismo. Dondequiera se anuncie ei amor de Dios, esta mujer estará presente en su acto de amor. Con él, aquella mujer se ha eternizado. Porque ei amor, ¿orno la misma palabra de Dios, es eterno. Con esa palabra, un acto de amor no queda nunca sin futuro. El otro pasaje es la solemne parábola del juicio del capítulo veinticinco del evangelio de Mateo, ea que ai 58

Hijo del Hombre separa las "ovejas" de los "cabritos , los aceptados de los reprobos. Y el criterio de juicio se anuncia en dos frases: "Ustedes h i c i e r o n . . " u s t e d e s no hicieron...": ¿qué cosas? Nuevamente, las obras de amor (tal como cualquier judío las había aprendido a distinguir desde la infancia): dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al désnudo, visitar y cuidar del preso, del extranjero, de! enfermo. Y una vez más, se juega aquí la relación con Jesucristo mismo: "En cuanto lo hicieron (p no lo hicieron) con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron (o no lo hicieron)". No hay ningún acto de amor que pierda su futuro eterno. Nos engañaríamos si viéramos aquí un simple asunto de transacción comercial: por un seracio brindado a m pobre aquí se consigue una recompensa más allá. Se trata, en cambio, de la naturaleza misma del futuro que Jesucristo ofrece. Su Reino es el triunfo del amor solidario y activo- todo acto que corresponda a ese Reino, tiene permanencia eterna, está hecho de la materia del Reino mismo y por lo tanto queda incluido en el. En el Nuevo Testamento hay muy peca especulación acerca de la muerte y del más allá. Lo que se repite incansablemente es que el aW de Jesucristo es permanente y que la muerte no puede detenerlo. Jesucristo dá, por tanto, al amor en nuestra vida una • dimensión eterna. Quien se ha identificado con el, ya ha vencido la muerte. Un episodio más del evangelio merece mención en este sentido. Al acercarse a una ciudad, Jesús se encuentra con el cortejo fúnebre de un joven, hijo único La madre va llorando a su lado. Jesús se compadece, vuelve al hijo a la vida y "lo devuelve a su madre". El centro del pasaje no es simplemente el poder de Jesús para restaurar la vida, sino la compasión de Jesús que devuelve «n futuro a! amor quebrantado 59

de la madre. El hijo morirá en otro momento; la madre también. Lo que se ha manifestado y certificado aquí es que, en Cristo, el amor no ha de quedar para siempre llorando la pérdida. Lo que se vive en amor aquí en esta vida tiene futuro aquí y en la eternidad. No hay otra respuesta a la pregunta acerca de la vida más allá de la muerte. Ella reposa sobre la misma realidad que esta vida. Tenemos una vida más acá de la muerte -y no un mero conjunto de instantes y episodios aislados y sin significado- porque, y en la medida en que participamos de la realidad del amor. Y como ese amor no es una mera manifestación humana, un simple esfuerzo de nuestra voluntad o un desborde de nuestro sentimiento sino el mismo sentido de la realidad, el fundamento de todo lo creado, el ser mismo de Dios, puesto que es así, la vida tiene futuro eterno. El sentido de nuestra vida antes de la muerte y la confianza en una vida después de la muerte tienen una sóla y única garantía: el amor de Jesucristo. No podemos buscar otra. El amor de Dios y nuestra aceptación activa del mismo constituyen la única posibilidad de que haya una vida en esta serie de episodios inconexos y de pensamientos tantas veces contradictorios, de triunfos y de fracasos, que haya una vida aquí y que esa vida, en lo que tiene de significativo, tenga futuro también más allá. En él, y solamente en él, la vida tiene futuro.

No se puede hablar en singular del amor Lo que llevamos dicho podría aún malentenderse. Podríamos pensar en individuos autónomos e independientes persiguiendo cada uno por su lado el ejercicio del amor y trascendiendo así a una'vida más allá. En realidad, tal idea sería estrictamente absurda, porque el 60

amor significa precisamente la ruptura de esa existencia individual, autónoma e independiente. Por lo tanto, decir que el sentido de la vida, que su realidad, es el amor, es ubicar la realidad en la comunidad humana, en la' sociedad de los hombres -único lugar en el cual el amor puede cobrar cuerpo y expresión-, Pero no necesitamos recurrir a deducciones lógicas: la Biblia es abundantemente clara y explícita al respecto. Cuando se habla en ella del amor, no se lo hace en un contexto de individuos aislados o incluso de relaciones puramente individuales sino en el marco de una esperanza y una afirmación dominante: el Reino de Dios. Este es el centro de la Biblia y, particularmente, del mensaje de Jesús. No podemos detenernos aquí a trazar en detalle el concepto del Reino de Dios, acerca del cual hay abundante material accesible. .Bástenos señalar que se trata de la afirmación de una humanidad transformada en una tierra renovada. Es la visión de un mundo en que el propósito creador de Dios finalmente se ha cumplido; donde el hambre, la pobreza, la injusticia, la opresión, el engaño, y finalmente la enfermedad y la muerte misma han sido definitivamente desterradas. Es la visión de un mundo del cual el mal ha sido arrancado de raíz y para siempre. Donde el amor de Dios es "todo y en todos". Donde la calidad de humanidad que se dio en Jesucristo ha penetrado toda nuestra humanidad y, por lo tanto, el proyecto de Dios de hacer una humanidad que vive solidariamente el amor en un mundo armonioso que él mismo trabaja, .cultiva y hace fructificar, se ha cumplido. "Paz" y "justicia" son dos términos que, en la Biblia, suelen caracterizar esa visión. Justicia es la restauración de las relaciones correctas entre los hombres, en relación con la posesión de la tierra, en el cuidado de los derechos de los más débiles, en la protección de la vida. Paz es 61

la condición de plenitud personal y comunitaria, que incluye los aspectos institucionales, comunitarios y personales. Gráficamente, paz es la situación de ¡a familia que vive holgada y alegremente en su casa, trabajando y reposando, en esta gran casa de! mundo: esa es la visión de la Biblia. Ese es el esfuerzo en e! que Dios está empeñado. En la epístola a los Efesios se lo indica diciendo que Dios se ha propuesto "recuperar todas las cosas y hacerlas una en Jesucristo", es decir, unificar en clave de amor ("el misterio revelado") la totalidad del universo. Esta visión universal de la recreación del mundo y del hombre es el contenido inescapable de toda la Biblia, del mensaje de Jesús, de la esperanza cristiana. Ai decir esto se levantan, sin duda, una hueste de preguntas: ¿cómo? ¿cuándo? ¿de qué manera? ¿cómo se relacionan en esa esperanza ¡os logros humanos y la acción divina? La Biblia responde a esas preguntas en imágenes, parábolas, símbolos, poesía. No hay en la Biblia una 'geografía' o un 'crosiograma' del Reino de Dios, como no hay una geografía o un cronograma de la vida más allá de la muerte. Se nos habla en un lenguaje poético y simbólico que nos permite percibir la calidad de vida de ese futuro. Y se trata de un futuro de la humanidad, de las naciones, es decir, del hombre en sus relaciones, de la existencia colectiva y organizada, de la sociedad humana. Esto es de la esencia misma del mensaje cristiano: reducirlo a la vida personal y privada y a la continuación eterna áe esa vida es distorsionar de manera monstruosa ese mensaje. Una vida privada, vivida en sí y para sí, y prolongada eternamente es, en realidad, el infierno, la condenación, la perdición. Porque el amor no puede conformarse con vivir una vida privada. El mensaje bíblico es el de una comunidad que se crea y se recrea en amor, en un mundo destinado a ser "el hogar" de esa comunidad. 62

No se nos estimula ni se nos autoriza a especular acerca de cómo y cuándo ese propósito sera consumado En realidad, Jesús dice a sus discípulos que esa especulación no es asunto suyo. Pero si esta es la naturaleza de la esperanza cristiana, hay una consecuencia de vital importancia: todo acto, acción o proyecto que, sobre este mundo y ahora, redicen aunque sea muy parcialmente, ese propósito de Dios, tiene futuro permanente. Lo que dijimos de los actos personales de amor - e l perfume derramado o la atención del hambriento, etc.- hemos de decirlo de las formas corporadas, estructurales, organizadas, del amor Sería absurdo pensar que es un acto de amor el mendrugo de pan colocado en la mano del mendigo pero que no lo es la legislación o la organización social mediante la cual se hace innecesaria la mendicidad. O que merece ser considerado un servicio a Jesucristo la visita a un enfermo, pero no el programa nacional de salud que previene millones de enfermedades. Si esto es así, estamos obligados a decir -ubicados en nuestro mundo y nuestra situación particular de latinoamericanos de esta época- como parte del evangelio, algunas cosas que pueden sonar extrañas. Hemos de decir que toda lucha contra la opresion y la injusticia tienen futuro. Y por lo tanto que es parte del servicio humano a Jesucristo la lucha contra la avaricia capitalista o contra la deshumanización burocrática colectivista, la substitución de los monopolios y las multinacionales por una economía puesta al servicio del hombre, los esfuerzos por preservar la creación de la destracción y del despilfarro de una sociedad de consumo, los esfuerzos por organizar políticamente la comunidad humana en igualdad real y no ficticia, • donde los hombres tengan el mismo valor, no en un plano abstracto de ciudadanos sino en las posibilidades concretas de desarrollar sus capacidades, de disponer de 63

su trabajo y de su vida. Es parte del servicio a Jesucristo la lucha por la liberación de la mujer de su trato como cosa, como un producto más de nuestra sociedad, para constituirse en integrante de la unidad humana ("hombre y mujer los creó"). Es parte de ese servicio la transformación de la educación en una ocasión de gozo y humanización del niño: todo eso es lucha contra el pecado y por ende parte de la. creación del Reino de Dios. También en este aspecto podríamos preguntarnos si esos mil combates de la humanidad por un poco de libertad, o de justicia, o de dignidad, a veces ahogados en sangre, a veces parcialmente triunfantes, a veces traicionados en el triunfo mismo, son una historia o simples incidentes sin significado permanente. Y la respuesta es la misma. El cristiano no puede ser cínico respecto de la historia humana por la misma razón por la que no puede serlo respecto de la vida personal: porque ha conocido el poder del amor, manifestado en Jesucristo, para rescatar, perfeccionar y dar futuro eterno a cada instante de la vida personal y a cada movimiento de la vida común de los hombres en que el amor ha preservado y dado sentido a la vida. A Dios le corresponde indicar el cómo y el cuándo en que esa fruicción ha de realizarse. Pero Dios nos ha invitado a comenzar a crear el futuro y nos ha prometido garantizar y certificar para la eternidad lo que creamos en amor personal y colectivamente en este mundo. Hay una vida humana y hay una historia humana antes de la muerte, en este mundo, porque Dios es amor. Y por eso hay también una vida humana y una historia humana más allá de la muerte y más allá de este mundo. Esta es la naturaleza y el fundamento de la esperanza cristiana.

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TEMAS DE REFLEXION ( C o m e n t a n d o algunas p r e g u n t a s ) Las imágenes de Sa vida futura Hemos señalado el carácter poético, simbólico, en que se nos presentan las enseñanzas bíblicas sobre la vida más allá de la muerte. Una de estas imágenes es la del "reposo" o "sueño". En base a ella, frecuentemente se ha imaginado la vida futura como pura pasividad. Pero el término reposo no significa pasividad sino armonía, tranquilidad, serenidad, confianza. Cuando Dios dice a su pueblo: "en reposo, hallaréis vuestra fortaleza" no los invita a la pasividad sino a una serena confianza. A menudo se ha ridiculizado una imagen que aparece varias veces en el último libro de la Biblia: la de los resucitados tocándo el arpa y cantando delante de Dios en el mundo futuro. Por cierto que es posible puerilizar esta figura. Pero su significado es sumamente profundo. Porque la música y el canto son posiblemente la actividad humana en la que más profundamente podemos experimentar ia. unidad de trabajo y placer, tarea y creación, disciplina y libertad, experiencia personal y unidad comunitaria. Cuando se hace música, incluso dentro de nuestrás limitaciones, parecería como si la distancia que hay siempre entre el esfuerzo y el gozo se eliminara, corno si rni individualidad, sin perderse, se aúna en la armonía común: somos a la vez activos y pasivos, a la vez yo mismo y el coro o la orquesta. Hay fugaces momentos en la vida en que e! trabajo es rescatado de su peso y transformado en expresión plena de mi ser. El arte, y particularmente la música son un magnífico símbolo de ellos. La vida futura se presenta, en esta imagen, como la clase de vida en la que el esfuerzo, el trabajo, el 65

servicio es a la vez alegría, reposo, y la alegría es creación, servicio, tarea. Evidentemente, esta es la calidad de vida impregnada por el amor. Y hay aquí una dimensión más aún: todo esto ocurre "delante de Dios", evidentemente ofrecido a él como culto, como reconocimiento. Es interesante que tanto en hebreo como en griego, la Biblia utiliza la palabra servicio (trabajo, tarea desempeñada) para referirse al culto a Dios. Es que realizar con gozo mi tarea es honrar a Dios en su propósito. Nuevamente el símil que mencionamos reúne esas tres dimensiones: ser yo mismo sin trabas en el gozo de la creatividad, entregarme a una tarea común creando una unidad con otros, honrar a Dios ofreciéndole nuestro servicio y creación común: esa es la verdadera vida. Si esa es la verdadera vida, la creación de manifestaciones, aproximaciones de esa vida dentro de las condiciones de limitación de nuestro mundo y nuestra historia es la misión del cristiano. Eso significa tratar de transformar el trabajo quitándole los elementos que ¡o hacen una carga compulsiva, permitiendo en la mayor medida la alegría de sentirlo propio en su realización y en su resultado. Y sentido propio no como cosa egoísta privada que debo defender, sino como realización común para el bien común. Hay aquí percepciones para una ética del trabajo, de la recreación, para el ámbito de la economía y de la política, de la organización de la vida personal y colectiva. Nuestra visión del futuro atrae el presente: en estas imágenes del futuro se esconde un llamado para la transformación del presente. Más de una vez, estas imágenes han sido puestas al servicio de una visión estática y negativa de la vida y el mundo presente. Es tarea cristiana rescatarlas y darles la interpretación dinámica que ellas mismas reclaman. Tal vez hay otra imagen que —para terminar una 66

vieja polémica cristiana— conviene mencionar: la de "recompensa". Se trata de saber si podemos hablar de la vida futura como una "recompensa" por el bien practicado en ésta. Católicos y protestantes hemos debatido furiosamente al respecto. Hay que reconocer que el término es utilizado en el Nuevo Testamento. Pero también hay que insistir en que la vida futura —como todo lo que el Evangelio nos ofrece— es gratuito y no negociable. El error surge, seguramente, de interpretar literalmente la idea de recompensa, como una especie de "crédito" que acumulamos en los cielos con nuestras acciones terrenales. Un crédito que podremos cobrar en el momento correspondiente. Tal idea es evidentemente absurda en una economía del amor tal como la Biblia la presenta. Pero si entendemos la palabra como una imagen, una especie de parábola para señalar que las acciones que corresponden a la vida nueva no quedan truncas, no se acaban, sino que se proyectan al futuro, entonces la idea se nos muestra como coherente y positiva. Aquello que comenzamos a realizar en amor, aunque quede incompleto, tiene asegurado en Dios su plenitud; sus deficiencias han de ser 'compensadas', su imperfección, purificada. La recompensa es la plenitud de So que iniciamos en amor. Y esto no sólo no es artificial ni casual; es la única respuesta digna del Dios de amor, a saber, completar, perfeccionar, dar futuro, a lo que ha sido iniciado en la misma dirección en que se mueve su propósito.

Cielo e infierno Alguien planteó la pregunta en términos novedosos y significativos: "Se ha dicho que no hay amor perdido en este mundo; ¿pero se pierde el 'egoísmo' o el 67

'odio"? ¿Tienen también el egoísmo y el odio un futuro?". Me parece que no deberíamos decir que el odio o el egoísmo tienen futuro, porque decir futuro significa permanencia, significado, realidad última. Y lo característico del odio y del egoísmo es negar c! futuro; conducen a la muerte, a ia destrucción, a! aniquilamiento. En ese sentido no es posible hacer una simetría entre ambos. El amor y e! odio no son simétricos: uno abre la vida y por lo tanto tiene futuro; e! otro tiene por meta la muerte. Pero al hablar de la "meta" del odio y del egoísmo, hemos empleado una idea muy significativa: para el Nuevo Testamento, la persistencia obstinada A pertinaz en rechazar el amor tiene como consecuencia y meta la destrucción y la muerte de quien lo hace'. El que se identifica así con la negación de la vida, se identifica a su vez con la muerte, y por eso no tiene futuro. Es una afirmación sumamente grave: el que hace dei egoísmo y el odio el sentido dominante de su vida, ya ha negado la vida y 'está en la muerte'. El futuro confirma y certifica esa negación. Eso es lo que significa la perdición y el juicio. Hereda la muerte que eligió. Este es. el contenido de la figura del infierno.

Amor y conflicto Hay toda una serie de preguntas que tienen que ver con las condiciones concretas en que somos llamados en este mundo y en esta vida a ejercitar el amor. Por una parte, hemos de reconocer que, a menudo, las decisiones que tenemos que hacer son ambiguas: ayudando a uno perjudicamos a otro; el bien que hacemos produce consecuencias malas que no pudimos prever, o que. aun previéndolas, no pudimos evitar. Algunos filósofos hablan de una "transacción" o 68

"concesiones" que hay que hacer en materia moral. Es decir, no se puede lograr el "bien" puro: hay que aceptar 'rebajas', conformarse con un producto híbrido, con un bien menor, a fin de evitar un mal mayor. En el fondo, es un problema bastante artificial: el único bien real es el que podemos realizar, el que podemos hacer concreto y efectivo. Lo demás es una filosofía que llamaríamos "idealismo" y que ha causado muchos perjuicios, es decir, la idea de que existen cosas perfectas que andan por allí, flotando en el espacio, y que nosotros tenemos que reproducir en nuestra conducta. Lo cierto es que lo único que existe en el campo de nuestra acción son condiciones, personas y circunstancias concretas: lo que importa es responder en el sentido más humano en esas circunstancias, efectivizar eí amor allí. El bien real es el bien que podemos hacer. Lo importante en términos de la ética bíblica del amor no es la distancia ideal que hay entre lo que puedo hacer y lo que podría hacer si las circunstancias y condiciones fueran distintas sino lo que concretamente puedo hacer ahora y aquí. Es en esa acción donde se juega mi testimonio como cristiano. El futuro, la perfección, la "recompensa" de esa decisión, de esa acción, están en las manos de Dios. Dentro de ese marco se plantea una pregunta levantada por un grupo de jóvenes con respecto a la relación entre amor y conflicto. ¿Significa el amor que el cristiano rehuye todo conflicto y busca en todas las circunstancias la conciliación y la transación? Pese a que muchas veces se pretende hacer creer que ese es el significado del amor, una simple mirada a la Biblia, o más particularmente a la vida de Jesús, si así se desea, basta para mostrar que se trata, por lo menos de un malentendido, si no de una abierta y malintencionada deformación del mensaje bíblico. La vida de Jesús es una vida de amor, y por consiguiente de conflicto. O 69

mejor dicho, el amor se ve envuelto inevitablemente en las condiciones conflictivas de la vida humana y tiene que tomar partido o fijar su propia posición en esos conflictos. La situación internacional actual, con países ricos y pobres, opresores y oprimidos; la situación interna de nuestras sociedades, igualmente conflictivas, envuelven al amor en estas tensiones. Tensiones que muchas veces tienden a radicalizarse. No es posible colocarse por encima o fuera de esas tensiones. La pregunta es cómo se relaciona el amor —que busca •finalmente la total comunión humana— con esos conflictos. Este tema nos conduciría a una intrincada red de cuestiones que no podemos ahora abordar. Solo valdría la pena mencionar dos o tres puntos para una reflexión sobre el tema: 1) la meta cristiané no e s j a "conciliación" sino la "reconciliación", es decir,.aquella resolución de la tensión en que se ha restablecido la justicia y los enemigos pueden encontrarse en la condición real de hermanos, y no la aceptación impuesta de condiciones inevitables por las cuales se perpetúan las causas de la enemistad. En ese sentido la "reconciliación" de oprimidos y opresores, de poseedores y desposeídos requiere la transformación de las condiciones de opresión. 2)_el amor, busca, aquella solución de las tensiones que mejor respete la humanidad de los protagonistas, en que la dignidad de la persona y la vida humana sufra el menor deterioro, en que se gesten condiciones para un futuro de verdadera comunidad. 3) al amor procura respetar la dignidad humana del enemigo aun en el mismo conflicto, no atenuándolo o disimulándolo sino tomando radicalmente en serio al enemigo aun en medio del conflicto (debe pensarse aquí en la radicalidad. del juicio, de Dios, que es siempre un juicio regido por el amor). 4) el amor comprende que en todo conflicto debe haber una transformación de todos los que participan 70

en él; es decir, Ja Justicia de la causa por la que no; comprometemos no significa su autojustificación, uní idealización de nuestra persona - l a resolución de conflicto, y por lo tanto las condiciones en que le libro y la forma de combatir, deben ser un proceso de transformación de nuestra propia vida, porque la causE por la que combatimos, si es la causa del Dios de amor, significa siempre un llamado al arrependimiento la conversión y la recreación de lo que hemo: alcanzado. 5) los conflictos en los que estamos envuei tos no son simplemente una lucha del bien contra e malT son. pese a su intensidad, momentos en ur camino por el cual Dios va guiándonos en la realizador de su meta. Eso no significa que no sean importantes Pero sí significa que no podemos concentrar en "une gran batalla" la totalidad de la lucha. Es un grave erroi el de quienes piensan que pueden desentenderse de las pequeñas manifestaciones del amor - l a compasiór personal, la consideración, incluso la gentileza y h urbanidad para combatir la gran batalla - l a transfor marión de todo el sistema. Hay, por supuesto, un; jerarquía de importancia. Pero la realidad es de uno sola pieza: la gran batalla es parte de una larg: campaña. Y la pequeña acción es trama de es¿ campaña. La decisión dramática de la gran batalla y k tarea cotidiana del amor son dimensiones complemen tarias e inseparables de esa vida que realmente tiene futuro. , Finalmente, en este mismo tema de dar consisten cia y realización concreta al amor, es necesario mencio nar la relación indispensable entre verdadero amor y racionalidad y organización. El amor verdadero nc puede quedarse en intención, en voluntad abstracta: exige concretarse. Pero para hacerlo tiene que escogei un camino de realización. Este camino se hace más fácil en un ámbito inmediato y personal, cuan di

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debemos responder a la necesidad de un amigo, de un familiar o de un vecino. Pero ya vimos que no se agota allí. Cuando, entonces, el amor debe abocarse a la necesidad humana en sus planos más amplios, se ve obligado a elegir una estrategia, a buscar una comprensión de los pasos que deben darse, a elegir una orientación política y económica, a envolverse en formas de organización. De otra manera, renuncia a efectivizarse. Y en tal caso, difícilmente puede llamarse amor. Es por eso que el Antiguo Testamento insiste en la ley, es decir, la ordenación que hace posible dar forma a la preocupación por el hombre y j/or el mundo. Para nosotros, hoy, no se trata de copiar las leyes bíblicas, que corresponden a circunstancias históricas pasadas, sino encontrar la intención de esas leyes y buscar las formas actuales de realización de esa intención. Racionalidad - e s decir, la búsqueda de comprensión- y organización son condiciones indispensables del ejercicio del amor.

C A P I T U L O ¡V ¿ H A Y ALGUNA

SEGURIDAD?

Hemos repetido insistentemente, casi en cada una de las afirmaciones a lo largo de estas conversaciones, frases como: "para los cristianos...", "en la perspectiva bíblica...", "desde el punto de vista de la fe..." las cosas son de esta o esta otra manera. En ese contexto ¡(emos hablado de un Dios que hace sociedad con el hombre para perfeccionar juntos el mundo, de un amor que no reconoce límites ni fracasos sino que se envuelve siempre de nuevo en la persecución de su proyecto, de una vida humana personal y colectiva que tiene futuro presente y eterno en cuanto se compromete en esa creación de amor. No ha de sorprendernos que alguien pregunte: ¿y quién dijo todo eso? O más precisamente, ¿quién me dice que esto sea verdad? ¿qué seguridad me dan de que las cosas son realmente así y no se trata de un romántico sueño, muy hermoso tal vez, pero sin realidad? No es una pregunta innecesaria ni antojadiza. Pues si bien es cierto -como lo hemos señalado- que en lo profundo de nuestro ser y en ciertos momentos percibimos que es así como deben de ser las cosas, también percibimos en nuestra experiencia diaria que no son así. Si el amor generoso despierta un eco en nuestro corazón, también hay una inercia que nos lleva

a negario a diario. La experiencia dei amor negado, de la solidaridad rechazada, de la generosidad burlada, de la confianza traicionada es una de las experiencias más comunes y más impactantes. ¿No presenciamos a diario el triunfo de la doblez, el avance de los trepadores que pasan sin escrúpulos por sobre los demás para lograr sus fines? ¿No somos testigos —a veces impotentesde tragedias pequeñas y grandes en la vida de los individuos y de las comunidades? Las letras amargas de los tangos de Discépolo parecen a veces más fieles a la realidad que la canción del amor victorioso. ¿Hay en el mundo algo que realmente apoye al amor, p está éste finalmente destinado a extinguirse? ¿Es el amor una gran ilusión? No son preguntas puramente iretóricas sino reales y profundas. Porque el Evangelio nos invita a jugarnos la vida a que Dios es este dios. Dios por los hombres, a que la vida humana ha sido creada para amar, a que el amor tiene futuro. Si eso no es cierto, hemos desperdiciado la vida.

Una apuesta... "El Evangelio nos invita a jugarnos la vida...", hemos dicho. Un gran pensador cristiano, Pascal, lo llamaba "la apuesta". Nos agrade o no la comparación, su sentido es exacto. Un autor inglés narra una interesante parábola para ilustrar esta misma verdad. Es la época de la última guerra mundial. Un ciudadano inglés quiere reunirse a la resistencia en Francia. Establece contacto en Inglaterra con agentes de la resistencia. Finalmente se le da un lugar y una fecha en que debe encontrarse con el jefe de la resistencia, ya en territorio francés. Y el nombre de dicho jefe. Se traslada, acude a la cita, se identifica. El jefe de la resistencia le hace numerosas preguntas. Finalmente lo 74

admite con unas palabras extrañas e intranquilizadoras: "Tú eres extranjero y no podrás comprender mucho de lo que ocurre aquí. Verás cosas extrañas. De una cosa debes estar seguro: yo soy el jefe y sé lo que hacemos. Confía en mí". Pasa el tiempo; el nuevo recluta ve a su grupo vistiendo uniformes nazis, realizando misiones que parecen exactamente opuestas a su propósito; ve al jefe colaborando con el enemigo. ¿Sería verdaderamente la resistencia a lo que se había unido? ¿No habría sido víctima de un mostruoso engaño? ¿Era este el jefe o un traidor? En medio de las dudas, sólo puede asirse a una palabra: "Ten confianza en mi y al final verás". Es todo lo que tenemos para nuestra fe: un tal Jesús de Nazaret que nos dice: "Ten confianza y al final verás".

...certificada por una vida y Un tal Jesús que tomó tan en serio la historia del Dios de Israel, del dios que había anunciado la justicia y la paz, que había prometido un futuro para la humanidad y para el mundo. . . tan en serio que vivió de esa promesa toda la vida, y finalmente por ella entregó su vida. Desde el comienzo ubicó su vida en términos de esa promesa. Uno de los profetas de ese Dios había mirado hacia el futuro la liberación de la opresión, la enfermedad y la pobreza. Y Jesús retoma sus palabras y anuncia: "Porque el Espíritu del Señor me ha comisionado para anunciar a los cautivos libertad, a los ciegos vista, para dar buenas noticias a los pobres, para sanar a los afligidos, para anunciar la llegada del tiempo de liberación". Algunos pocos aceptaron su mensaje y se unieron a él. Y otros, a lo largo de los siglos, también lo han hecho. No hay certificación. Jesús dice simplemente: "Sigúeme". 75

Es claro que no entramos a ciegas en "el juego de Jesús". Su propia vida es una garantía, porque es imposible leer el relato de la vida de Jesús y no sentir el timbre de la autenticidad, de lo que es verdadero y real. Si alguna vez hubo verdadera humanidad, un hombre cabal, está aquí. Su invitación no es una frase vacía o demagógica; está respaldada por cada acto y cada palabra. Pero aún así: ¿qué nos asegura que fue otra cosa que un genial y heroico soñador? Porque toda su vida es un constante combate en ef cual su mensaje, sus gestos, sus intenciones son peifmanentemente rechazados, atacados, negados, no sólb por sus adversarios sino incluso por sus propios seguidores. Y finalmente, su causa es crucificada. En este sentido, el Nuevo Testamento es muy realista. Si la cruz es la última palabra, estamos ante un magnífico ejemplo de humanidad, pero nada más. Nada respalda universal y efectivamente esa vida. Y sus seguidores somos, mal que la palabra nos disguste, "engañados y engañadores", "los más infelices de los hombres" (son palabras del apóstol Pablo). El sello de la realidad de esa vida es, según el Nuevo Testamento, la resurrección de Jesús. La importancia de la resurrección no estriba para el Nuevo Testamento en su carácter asombroso o milagroso. Si Dios es Dios, tal cosa no es en absoluto increíble. La importancia radica, mas bien, en que con ese acto Dios confirmó todo lo que Jesús había sido, dicho y hecho. Es por eso que Pablo dice que si no hay resurrección, la fe se queda sin fundamento. Utilizando un lenguaje muy poco religioso podríamos decirlo así: Jesús documentó de una vez para siempre el mensaje que nos habla de un Dios creador, del Dios de amor que quiere elevar a la humanidad y colocarla en el camino de un mundo nuevo. Lo documentó con su vida. Y en la resurrección, Dios 76

mismo firmó ei documento. No hay posibilidad de certificar esa firma. Lo único que podemos hacer es preseatar; el documento y tratar de cobrarlo. Jugarnos a que tiene fondos. Este lenguaje comercial y realista coresponde al tema. El Nuevo Testamento no vacila en emplearlo. Pablo dice, incluso, que si la resurrección no es real, si la firma es" falsa, "Dios se muestra mentiroso". No hay otra garantía.

Desafío y consuelo ¿Cómo llegamos a confiar en Cristo, a prestar fe a su vida, a su muerte, a su resurrección? Pienso que llegamos por uno de dos caminos, que podríamos llamar: el camino del desafío y el del consuelo. Hay quienes son impactados por el desafío de Jesús, por su programa de liberación y transformación del hombre y de la humanidad, por el mensaje de su Reino. Perciben en ese llamado el timbre de la realidad, de lo verdadero, y responden con entusiasmo y decisión: te seguiré. Con esa decisión, la vida adquiere sentido y valor, se inserta en una misión universal y local a la vez, histórica y eterna. La totalidad de la vida queda comprometida y hasta los incidentes cotidianos adquieren proyección al ser incorporados en un proyecto único y significativo. La historia de la Iglesia está llena de estas respuestas. Y hoy en día, particularmente entre los jóvenes, el mensaje profético de la Biblia y de Jesús evoca una respuesta generosa y entusiasta en muchos. Quien acepte el desafío de Jesús, sin embargo, muy pronto descubrirá que el mismo cala mucho más hondo de lo que pudo suponer inicialmente. La invitación a cambiar el mundo se vuelve de inmediato sobre quien la acepta para interrogarlo: "Tú que deseas

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transformar «1 mundo ¿estás ya transformado? ", "Tú que te has enrolado para impregnar la realidad de justicia y amor solidario ¿has sido tú mismo totalmente impregnado, en tus motivaciones y actitudes, en tus valores y actos, por ese amor y esa justicia? "¿Estás realmente persiguiendo el Reino de Dios, el servicio del prójimo, o estás buscando solamente una nueva forma de satisfacción y promoción propia? ". No se trata de caer en un nuevo idealismo. Aun' el servicio subjetivamente imperfecto es socialmente necesario y valioso. El cristiano no tiene que transformarse en un "exquisito" de la introspección, que bucea constantemente en sus motivaciones, obsesionado por la pureza de conciencia. Pero sí se trata de comprender que la propia eficiencia de la entrega á una causa requiere la total conformación a ella, que la causa de la transformación humana no es una cuestión mecánica sino, precisamente, humana. Y por lo tanto reclama coherencia interna. Quien quiera acepte el desafío dé Jesús se sentirá muy pronto cuestionado por la propia vida y entrega de aquel que lo ha llamado. Percibirá su propia necesidad de transformación y comenzará a buscar en la relación con Jesús nuevas dimensiones que respondan a la totalidad de su necesidad. Otros llegan a Jesús en el cansancio, en el fracaso y en la frustración de la vida, confrontados con problemas que superan sus recursos interiores. Puede ser que lleguen cansados por una rutina que los deshumaniza y los deja vacíos. O sintiendo que la vida se va deslizando poco a poco de entre nuestras manos, que pronto se agotará la reserva de años que nos han sido dados, sin que sepamos realmente qué hemos hecho con ellos, acuciados por la futilidad de la vida. O tal vez preocupados por la suerte de otras personas, de seres queridos, a quienes no hemos sabido guiar o ayudar, con quienes no hemos podido crear una 78

relación fecunda y rica. O inquietudes por un sentido de culpa y remordimiento por que hemos Sieclio o dejado de hacer, por culpas reales o ficticias que arrastramos, pero que en todo caso perturban y deterioran la vida. Un sentimiento de impotencia para copar los problemas de todo orden nos lleva a buscar auxilio, consuelo, confianza. Y así acudimos a Jesús.

Todo comienza en el perdón Creo que los hombres llegan a Jesucristo por uno de estos dos caminos: la respuesta al desafío o la búsqueda de consuelo. Pero ambos hallan una respuesta única y a la vez personal: la aceptación y el perdón. Porque en todo caso tenemos que enfrentarnos con un hecho: no somos —frente a Jesús— ni el héroe puro que puede ungirse a sí mismo como campeón incorrupto de la transformación del mundo ni la víctima inocente que sufre exclusivamente por los demás. El derecho a ser consolados y fortalecidos en nuestra necesidad o a ser incorporados al servicio de la causa del hombre y del mundo no nos asiste en virtud de nuestra perfección o suficiencia. Para tenerlo, tiene que sernos otorgado. Encontrar a Jesucristo es hallar a! Dios que no pone reparos a la imperfección de nuestra entrega, a las deficiencias de nuestro servicio o a la culpabilidad de nuestras acciones. Cuando nos dice, desafiándonos: "Sigúeme", quiere a la vez decirnos: "Eres aceptado, tai como eres". Cuando nos dice: "A! que a mí viene, no le echo fuera", significa: "no hay falla, culpa, traición o infidelidad que me horrorice o me aleje de ti". Cuando miramos la vida de Jesús, encontramos, por una parte, una dureza sin límites para denunciar el mal y por otra una dulzura igualmente ilimitada para

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recibir a quien verdaderamente busca la -/ida. No disimuló jamás la gravedad de la infidelidad de aquellos con quienes se encontró. Nadie consiguió rebajas de Jesús, nadie logró un acomodo. Pero nadie llegó a él en sincera búsqueda y fue rechazado. Encontrarse coi? Jesús es siempre hallar a alguien que no nos contempla desde lo alto de su perfección o de su suficiencia, sino a alguien que participa de nuestra condición, que comparte aun nuestras, más penosas experiencias/ alguien que conoce la alegría, la desazón, la frustración, el llanto, la indignación, "que fue tentado en/todo como nosotros" y que, sí no cedió a la tentación no fue por alguna infusión de divinidad abstracta sino por amor de sus hermanos los hombres. Jesús no nos mira desde la cumbre de una santidad arrogante sino desde la humildad del amor tentado pero victorioso. Ese es quien nos acepta. Y su aceptación es el triunfo del amor. Porque si en verdad el sentido de la vida es el amor y el pecado su ausencia - e l egoísmo y el odio- la' única respuesta definitiva es ese acto último de amor que supera la negación y la frustración, la traición y la infidelidad. No hay otra solución. Lo que significa Jesucristo es, en último término, sencillamente esto, que Dios nos ha dicho con todo su ser; "Tienes derecho a ser hombre; puedes recomenzar tu tarea; aún eres mi socio en este proyecto de hacer un mundo; como seas y donde estés, eres el ser con quien Dios cuenta y en quien Dios confía: levántate y anda". Recibir esa palabra es reafirmar nuestra sociedad cois él, volver a' instalarnos en el propósito inicial de nuestra creación. Consuelo y desafío son dos caras inseparables de la fe. Nadie puede realmente comprender una de ellas sin ser llevado a experimentar la otra. Jesucristo no nos consuela haciéndonos creer que no existe la injusticia, el engaño, la culpa o el mal, o transportándonos a 80

algún plano 'espiritual' en el que estas realidades ya no nos perturben (como a menudo lo hacen las religiones). Jesucristo nos ¡ionsuela asegurándonos que estas cosas no tienen futuro, que el amor tiene en verdad la última palabra y que el mundo de justicia y verdad que vislumbramos es, en realidad, el futuro cierto de la humanidad. Por eso, el verdadero consuelo engendra una indestructible protesta, una incapacidad de amoldarse, una angustia con esperanza, una permanente inquietud por el otro. La fe permite despreocuparse de la propia seguridad, felicidad, pobreza, pero no permite despreocuparse de la necesidad, la pobreza, la seguridad o el dolor del otro. Es bien cierto que no es ésta siempre la actitud del creyente o de las iglesias. Un teólogo hablaba al respecto del "abaratamiento de la gracia" del que los cristianos somos culpables: hemos hecho del consuelo del evangelio un calmante barato, que nos permite desentendemos del desafío del mismo Evangelio. Es por eso indispensable, como hemos repetido, volver a insistir en la identidad propia de Jesucristo, del Dios de la Biblia, que creó el mundo y llamó al hombre para una tarea. El perdón y el consuelo de ese Dios no son una droga para adormecernos o transportamos a un mundo de fantasía sino un estimulante para volvernos la energía, hacernos poner en pie y retomar nuestra vocación humana. Por eso, ese Dios no se conformó con enviar desde su morada una palabra sacerdotal de consuelo, sino que descendió e hizo morada en nuestro mundo - e s lo que llamamos la Encarnación- para librar y enseñarnos a librar en él y desde-él, como hombres, la batalla por una nueva tierra y un hombre ñuevo. Consuelo y desafío. Tal vez como dos bocas de un mismo túnel, lino puede entrar por cualquiera de ellas: si sigue marchando, hallará ía otra. El desafío sin

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consuelo es desesperación y frustración y al final destruye. El consuelo sin desafío lleva a la muerte espiritual, a la destrucción de lo humano. Sólo la esperanza que confía y se ejercita a la vez activamente, afirmada en la certidumbre de la fidelidad divina, es la verdadera fe. Lo extraordinario del Evangelio es que nos invita a acercarnos a Jesucristo donde quiera que nos encontremos: en la euforia que está dispuesta a tomar el mundo entre las-manos y hacerlo de nuevo o en la angustia que se siente incapaz de sobrevivir a las contradicciones de la vida. En cualquier casó seremos aceptados. Pero, inexorablemente, seremos llevados a ia experiencia de la necesidad y de la propia insuficiencia y por lo tanto a la búsqueda de consuelo y perdón y seremos desafiados a la verdadera' euforia del que se siente bien porque se sabe en el camino de la realidad última y verdadera.

TEMAS DE R E F L E X I O N

(Comentando algunas preguntas) Seguridad y riesgo Jesús dijo en una ocasión: "ei que quiera salvar su vida la perderá, y el que ia pierda por causa mía y del evangelio la salvará". Frecuentemente se ha interpretado esta afirmación en el esquema de "las dos vidas": uno arriesga su vida aquí y salva la del más allá. Ya hemos visto lo inadecuado de ese esquema. Para la fe hay una vida, la que el amor de Dios nos da y nos invita a vivir, una vida que desafía y supera la muerte. Más bien el pasaje refleja la propia actitud de Jesús: quien no se aferra a su propia vida sino que la arriesga en el servicio de amor a los demás, halla ei verdadero origen 82

y centro de la vicia, hace contacto con la vida como realmente es y por lo tanto, tanto antes como después de la muerte, permanece en la verdadera vida. Esto nos obliga a redefinir "seguridad" cuando la aplicamos a la vida cristiana. Porque esta seguridad no excluye el riesgo: no "asegura" contra la enfermedad, el dolor, la frustración, el temor. En realidad, el amor agudiza todos estos riesgos, pues no hay persona más vulnerable que la que más ama. No ha habido sobre esta tierra nadie más vulnerable que Jesús. O si queremos expresarlo paradójicamente, Dios es el más vulnerable de los seres puesto que está abierto a cuanto ocurre en el universo. Seguridad, pues, no es eliminación de riesgos, sino la confianza de estar en relación con lo que es la verdad, de pisar terreno firme. Cuando Pablo pasa revista a las cosas que pueden amenazar al hombre: persecución, peligro, la atracción de las cosas o la seducción de la tentación, los poderes terrenales o los celestiales - n o concluye que el cristiano esta exento de esos peligros sino que "nada nos puede apartar del amor de Dios que es en Cristo Jesús..." Este es el contenido del concepto cristiano de seguridad. Tal vez apuntó a un mejor uso de las palabras Martín Lutero al distinguir entre seguridad y certidumbre. El cristiano tiene la segunda, pero no la primera.

"El misterio del bien" "Hay no-cristianos que también reciben el desafío y el consuelo; si Jesucristo es desafío y consuelo para los que tienen fe, ¿de dónde lo reciben los que no la tienen? ". Tuvimos ya una primera aproximación a este tema (cf. Cap. I.) Pero no es inútil anotar un par de reflexiones más sobre el tema. Porque debemos reconocer que hay, efectivamente, muchos que no se profesan 83

cristianos, o que específicamente se declaran ateos y que se han dedicado enteramente a _ este programa de transformación y humanización del mundo y el hombre por el amor solidario. Hay quienes han dado su vida por ello. Y hay quienes lo han hecho y lo hacen con notable alegría, generosidad y paz espiritual. A veces no-cristianos han sentido ese llamado con mayor claridad y han respondido con mayor decisión que los cristianos. Y no pocas veces los cristianos lo hemos escuchado mediante el ejemplo y la dedicación de quienes no profesaban o negaban nuestra fe. /" Debemos, decíamos, "reconocer" que es así. El verbo ya es sospechoso; es como si a regañadientes,-poíno tener más remedio que hacerlo, admitimos que así sea. Pero esa actitud no corresponde ni a la enseñanza ni a la actitud de la Biblia. Es más bien expresión de una especie de imperialismo cristiano, más ligado a la defensa de los derechos y privilegios de las iglesias que del Evangelio. Una especie de pretensión de monopolio del bien y ' la virtud. Para la Biblia, en cambio, el Espíritu de Dios no está encerrado dentro de las paredes de la Iglesia ni de las líneas del Credo. El Espíritu de Dios obra en todo el mundo y en todos los hombres. Dios, como lo expresa un autor bíblico "no se ha dejado sin testigos". Comentando la experiencia de quienes no tuvieron la revelación bíblica, el mismo Pablo señala que "tienen una ley escrita en su conciencia" que les señala su responsabilidad, constituyéndose en estímulo y juicio. Por supuesto que no se trata de exaltar sus virtudes, porque tanto ellos como nosotros fallamos en la respuesta a ese llamado de la justicia y el bien. Pero Dios no se ha ausentado tampoco de sus vidas. Es extraño, por otra paite, que cuando un no cristiano hace o dice algo que nos parece corresponder a la enseñanza del Evangelio, los cristianos nos senti84

mos molestos. Pareciera que nos vemos obligados a demostrar que el amor, el sacrificio, la sensibilidad que practican quienes no comparten nuestra fe fuera de algún modo ficticia. En la Biblia, en cambio, cuando un pagano actúa bien, es ocasión de alabar a Dios y darle gracias, porque su Espíritu actúa con poder en el mundo, aún entre aquellos que no lo reconocen. El bien que ocurre fuera de nuestro ámbito religioso, e incluso muchas veces a pesar o en contra de lo que nosotros hacemos, debería ser motivo de alabanza a Dios y de arrepentimiento por nuestra parte. Porque Dios demuestra así la universalidad de su amor y la fidelidad a su propósito. Todo esto no significa, sin embargo, que los cristianos podamos callar o poner sordina a la afirmación de que el sentido más profundo de ese desafío y de ese consuelo que muchas veces los no creyentes perciben y obedecen, solamente se descubre en Jesucristo. Porque allí se lo ve, no como una frágil disposición humana, como un voluntarioso empeño heroico, como una cualidad subjetiva que trata de imponerse a una realdad reacia, sino como la razón más profunda de la creación, como el verdadero sentido de la historia y del universo, como el secreto último de la realidad. Pues se lo ve como el ser mismo de Dios. Y por lo tanto, sólo en el conocimiento de Jesucristo puede percibirse la hondura del desafío y la plenitud del consuelo. En ese sentido, no tenemos como cristianos ni el monopolio del conocimiento ni de la práctica. Sólo sabemos donde está la fuente de la que mana todo verdadero desafío y todo consuelo eficaz, toda búsqueda de justicia y de amor. La responsabilidad que nos compete, por lo tanto, es la de testimoniar de ese conocimiento. Pero, a la vez, la credibilidad de ese testimonio está indisolublemente ligada a nuestra fidelidad en la respuesta. 85

Consuelo sin desafío Una mínima medida de objetividad y honestidad nos obliga a reconocer que esta fe que se compromete con la transformación del mundo por la justicia y el amor no se deja ver demasiado frecuente y activamente en nuestras iglesias. En cambio, lo que habitualmente hallamos en ella es gente "instalada" cómodamente en un consuelo barato, satisfaciéndose con experiencias subjetivas o emocionales, que vive su "religión como un bien propio, que a lo mas se expresa en aisladas manifestaciones de "caridad", sin programa ni estructura, más destinadas a satisfacer la propia conciencia que a transformar la realidad, o siquiera servir eficaz y permanentemente al prójimo. Conviene mirar el tema desde varios ángulos. Primeramente, para preguntarnos, ¿quiénes son los cristianos? Porque, en efecto, desde que - m u y temprano en su historia, allá por los siglos IV y V- la Iglesia llegó a integrarse en el Imperio Romano primero y en las culturas occidentales que lo heredaron luego, la religión cristiana vino a ser la religión de todos. Pero cuando todos somos cristianos, ¿quién es cristiano? ¿Es la fe entonces un compromiso activo o una designación genérica de toda una cultura? Cuando todo un país es cristiano, la especificidad se pierde. El Dios de Jesucristo se confunde con los dioses protectores de la nación, de la cultura, que no exigen mucho. No es de extrañar que, en tales condiciones, la fe se transforme en un 'blando consuelo' más bien que desafío. Una segunda observación, de orden sociológico, afecta más específicamente a las iglesias formadas por los sectores de la sociedad que solemos llamar "clase media". En nuestro país, lo son la mayor parte del Protestantismo y los grupos más activos eclesiástica86

mente del Catolicismo. En todo caso, los que más frecuentan las ceremonias religiosas (o aquéllos de ellos, al menos, que es posible lean este libro). Pero hay dos características de ese sector de la sociedad que llegan a impregnar y determinar la expresión de su fe: la subjetividad y el individualismo. Es un grupo en el que se vive para sí, introvertidamente. Se sueña con la casa propia, el transporte propio, la privacidad. La religión no escapa de estas modalidades. No se comparte la vida y por ende tampoco la fe. No corremos e! riesgo de exponemos, de dejarnos ver en nuestra "intimidad personal, de abandonar nuestra privacidad. El mundo se nos presenta como territorio enemigo, del que hay que extraer aquellas cosas que puedan contribuir a nuestra felicidad personal, y arrastrarlás para gozar de ellas en nuestro fuero interno o "con los nuestros" -familia, círculo de amigos, incluso congregación religiosa. Esta determinación sociológica nos inhibe para ver el amplio mundo de la sociedad, de la política, de la economía, el mundo objetivo de las realidades materiales y estructurales como nuestra casa, como el lugar de nuestro, llamado, como el mundo de Dios. Esto, a su vez, resulta en un vacío en el aspecto específicamente teológico y religioso. Como estos campos de la vida humana nos son extraños, no hemos confrontado con ellos el mensaje del Evangelio. No nos hemos preguntado seria y urgentemente que significa la fe en el ámbito político y económico. No como mera especulación sino como comprensión y práctica. Y por eso carecemos de un testimonio específico, de una práctica que nos identifique como cristianos. Faltan las .disciplinas de comunidad que den consistencia al testimonio cristiano. Las iglesias las han tenido en momentos decisivos de su historia. No había muchos equívocos acerca de cómo se ubicaba y cómo vivía una 87

comunidad cristiana en el Imperio Romano en el siglo 1 ó II, ni qué significaba formar parte de. "el pueblo metodista" en Inglaterra en el siglo XVIII. Podemos concordar o no con esas concreciones de militancia cristiana. Pero representaron, en todo caso, una ubicación concreta del mensaje en una circunstancia histórica y una práctica comunitaria e histórica específica. Sin ellas no hay un testimonio eficaz. Sin ellas, continuamos en la religiosidad como consuelo privado sin desafío histórico. La suma de estas observaciones plantea él problema de la "conversión". En efecto, el nacimiento de una comunidad de fe y práctica, de una militancia cristiana concreta, del seno de una cristiandad noespecífica, de religiosidad privada, reclama una toma personal de conciencia y la asunción de un compromiso. Involucra una revisión radical de nuestra religiosidad. En suma, ese salto cualitativo que denominamos "conversión". Es por eso indispensable rescatar la identidad propia del mensaje bíblico, de la persona de Jesús. Porque sólo el anuncio de esa identidad propia e intransferible del Dios que llama a la transformación del mundo nos propone una obediencia radical. Y por consiguiente, posibilita y reclama una conversión. Una religión de consuelo sin desafío es, pues, una tergiversación de la fe. Sólo se emerge de ella por una verdadera conversión que transforma nuestra comprensión y nuestra práctica. Esa conversión ha de darse en nuestro tiempo por un reconocimiento del llamado a una militancia histórica, a la participación en la construcción de un mundo y un hombre nuevo. Porque esta es la dimensión que nuestra religiosidad subjetiva y privada ha neutralizado. Pero sería un error identificar tal conversión con una respuesta voluntarista y ética al programa de transformación de la sociedad. Este desafío sin raíces más profundas de perdón y de 88

consuelo es un espejismo. Conduce, por una parte, a la frustración y el desengaño, cuando la realidad nos lleva a reconocer la precaridad de los logros, la propia infidelidad en nuestra dedicación, las deficiencias en los grupos y proyectos en los que estamos embarcados. En ese caso, sólo la incorporación de nuestra militancia en el proyecto universal del amor divino, permite mantener la integridad sin abandonar la lucha. Por otra parte, acecha a un desafío puramente voluntarista la tentación de la arrogancia, de la auto-justificación: se confunde la dignidad de la causa con nuestra propia persona, reclamando así para nosotros una infalibilidad, un acatamiento, un honor que sólo la causa misma merece. Soberbia que a menudo esconde o procura esconder, para otros o para sí mismo, las propias fallas. El que ha aceptado el llamado de Cristo, no tiene ya dignidad propia que defender, no tiene status que proteger. Puede, por lo tanto, entregarse libre y humildemente a su tarea, sin reclamar una virtud propia ni desanimarse por lo largo y accidentado del camino hacia el mundo nuevo. Consuelo y desafío son las dos dimensiones inseparables e indispensables de una fe que obra por el amor.

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ESTE L I B R O SE T E R M I N O DE IMPRIMIR EN EL M E S DE S E P T I E M B R E DE 1975 E N LOS T A L L E R E S G R A F I C O S OFFSETGRAMA M A T H E U I 163/GS BUENOS AIRES REP ARGENTINA E s t a t i r a d a c o n s t a di; 3 . 0 0 0 e j e m p l a r e s

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