José Antonio, Salamanca... y otras cosas

August 17, 2018 | Author: Paralelo_40 | Category: Madrid, Francisco Franco, Spain, Politics (General), Government
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Descripción: por Sancho Dávila...

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J osé osé Ant   Ant oni  oni o, o, S al  al amanc  amanc a... a... y ot  y ot ras ras c osas osas

José Antonio, Salamanca... y otras cosas Sancho Dávila

J osé osé Ant   Ant oni  oni o, o, S al  al amanc  amanc a... a... y ot  y ot ras ras c osas osas

DEDICATORIA A cuantos murieron contagiados por la fe que les transmití. A todos aquellos a quienes, involuntariamente, hice daño. EL AUTOR

MI REGALO DE BODAS Sí; es bien sabido. Cuando algo quiera de ti una mujer, acuérdate: "el balcón por el que te invite a tirarte, procura que no sea de excesiva altura".

ÍNDICE Prólogo......................... Prólogo............................................ ..................................... .................................... .......................... ........ 3 Capítulo Capítulo I: Infancia..... Infancia....................... .................................. .................................. ................................ .............. 4 Capítulo Capítulo II: Adolescen Adolescencia................................ cia.................................................. ............................. ........... 7 Capítulo Capítulo III: Político Político .................................. .................................................... ................................... ................. 9 Capítulo Capítulo IV: El Jefe............................................... Jefe................................................................. ..................... ... 12 Capítulo Capítulo V: Mi incorpora incorporación............. ción............................. ................................... ......................... ...... 16 Capítulo Capítulo VI: Las dos Españas..... Españas....................... .................................. ............................. ............. 20 Capítulo Capítulo VII: Salamanca......................... Salamanca.......................................... ................................... .................. 27 Capítulo Capítulo VII: Unificación Unificación ................................. ................................................... ........................... ......... 34 Final y notas .................................... ................................................... ................................. ........................... ......... 41

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PRÓLOGO Lo conseguiste, terca. Hasta eludí a veces encontrarme contigo. Lo confieso. Conocía de antemano tu machacona insistencia. No dejaré pasar más tiempo sin referirme a los días inciertos que precedieron a la noche triste de Salamanca. Aunque algo tarde, voy a terminar por  satisfacer tu curiosidad femenina. Lo vas a saber. He escrito, sacudiendo la modorra, robando tiempo al quehacer y al placer. Pero te lo mereces. Me rejuveneces cuando enseñas a mis hijos esas «fotos» del albergue, alrededor de un fuego del campamento, «con idea clara del deber y del servicio» en que vuelves contenta de haber encontrado la verdadera hermandad, y hablas de aquella falda de volantes que hiciste girar garbosamente en la concentración de Sevilla de 1938, en la gran explanada, próxima «a la ciudad del Sol», mientras seguían luchando nuestros hermanos con asombroso heroísmo, para que un día se salvaran los abismos que sus padres abrieron. Me acuerdo, de nuevo aquel octubre en el recién liberado Madrid, ofrendando of rendando a Franco tierras de héroes, extraídas -Día de la Raza-: Sevilla, Santa María de la Cabeza, El Alcázar... y Alicante, tierra regada por su sangre. Has traído a mi vida el aire fresco. Un recuerdo imperecedero. Y voy a pagártelo, porque así lo quieres, con una historia muy triste donde corrió la sangre, hubo persecuciones y muchos errores, y en la que pocas alegrías cupieron. ¿Recuerdas? Un «pelayo» avanza hasta Franco portando una arqueta. ¡Santa María de la Cabeza! Ahí lo tienes, t ienes, Caudillo, le señalo: el hijo del Capitán Cortés. Ya las banderas cantan victoria al paso de la paz. Y han florecido, rojas y frescas, las rosas de mi haz.

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CAPÍTULO PRIMERO. INFANCIA José Antonio Primo de Rivera nació en 1903, en el seno de una familia de clase media acomodada, con fuerte tradición militar. Los Primo de Rivera gozaban de gran prestigio social en Andalucía. Se habían vinculado, por sus matrimonios, con importantes familias terratenientes y del comercio de los alrededores de Jerez de la Frontera. El tío abuelo de José Antonio, el general Fernando Primo de Rivera, obtuvo su título nobiliario del marquesado de Estella, al concluir la segunda guerra carlista, en 1878. A la muerte de su padre, en 1930, José Antonio se convirtió en el tercer marqués de Estella. De los Primo de Rivera se puede decir que se criaron en Jerez, ciudad a la que estaban estrechamente vinculados, desde que allá por el año 1862 se casó uno de ellos con doña Inés Orbaneja y Pérez de la Grandallana. El general nació en jerez el 8 de enero de 1870, en la casa número 13 de la calle de San Cristóbal, que hoy, por cierto, lleva el nombre de su hijo Miguel. Fue bautizado en la iglesia parroquial de San Dionisio, donde así consta en una lápida del baptisterio. Uno de sus bisnietos, hijo del actual alcalde y primero de sus descendientes nacido en Jerez, ha sido bautizado en la misma pila. Por orden de Su Excelencia el Jefe del Estado español, reposan hoy sus restos a los pies de la Patrona Nuestra Señora de la Merced, a quien tanta devoción tuvo. El 26 de marzo de 1947 contribuí a su traslado desde Madrid, con la aportación del ex ministro don Eduardo Aunós y del que fuera su ayudante, don Fidel de la Cuerda (1). En vida, al llegar a su tierra natal, la primera visita era siempre para "su morenita". A ella le envió un emocionante telegrama momentos antes del desembarco en Alhucemas, ofrendándole la victoria. Se conserva junto con su f ajín y la Gran Cruz Laureada de San Fernando. Sobre brioso corcel -que, como canta la "Paquera", parece "que va andando por bulerías"--, don Miguel preside la vida de la tierra que tanto amó, en el monumento de la plaza del Arenal, obra de don Mariano Benlliure. Estos fueron los hermanos de don Miguel: Doña Juana. Casó con don Juan Zapata, que fue gobernador de Filipinas, de cuyo matrimonio no tuvieron hijos. Don José. Casó con doña María Rétegui. Don Sebastián. Murió soltero. Doña Inés. Casó con don Pedro Pemartín y no tuvieron hijos. Doña María Jesús. La tía Ma, que quedó soltera, por haberse dedicado a los hijos de su hermano don Miguel. Don Rafael. Murió soltero. Doña Pilar. Falleció soltera. Doña María Josefa. Falleció soltera. Doña Carmen. Religiosa. Muy tierna edad tenían los hijos de don Miguel cuando comenzamos nuestros primeros   juegos infantiles. Como hermanos nos tratábamos y nos queríamos más que como próximos parientes. Para dar una somera idea del carácter que se había formado en José Antonio desde temprana edad, recordaré dos anécdotas de aquellos tiempos. Paseaba un día de niño, con el padre y su hermano Miguel, por las afueras de Algeciras bordeando un terreno accidentado con abundancia de zanjas. Su padre, que no desaprovechaba resquicio para formar el carácter de sus hijos y era,.además, hombre de viva imaginación, lanzó al aire, sin darle importancia, esta frase: "¡Cuánto me gustaría tener un hijo valeroso, capaz de lanzarse a esa zanja obediente a mi voz, sin miedo a un accidente ! ".

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Sin titubeo, ambos, José Antonio y Miguel, en emulación simpática y decidida, se arrojaron al fondo de la zanja de un salto. Desde abajo brindarían la cortesía de sus sonrisas. Esta anécdota simple, ese valor, ese arrojo personal, encierra, desde luego, ciega obediencia al padre y también un claro sentido de la disciplina y de la jerarquía, representada para ellos por  la fraternal y elevada figura de don Miguel Primo de Rivera. La otra anécdota se refiere a cuando vivieron algunas temporadas en Jerez, en nuestro hogar de Guadalete, 14, por las causas que paso a contar. El padre de los Primo de Rivera era hombre incapaz de no reaccionar ante la injusticia. Cuando recibía una orden que creyera no estaba conforme con su modo de pensar, se revelaba airadamente contra el Gobierno, bien por escrito o verbalmente. José Antonio tenía una frase certera. Decía: "Cada vez que mi padre pronuncia un discurso, nos tenemos que mudar de casa". El Gobierno de aquellos tiempos, consciente de la valía y del prestigio del general, no se atrevía a sancionarle o ponerlo a las órdenes directas del ministro. Utilizaba un ardid ingenioso: le trasladaban de punta a punta de la Península o a las islas adyacentes. El general, corto de medios económicos y con esta familia numerosa: tía Inés, tía Ma. José Antonio, Miguel, Carmen, Fernando, Pilar y la "tata" Celes (2), inseparable de la familia. Cuando "aquello" sucedía, a todos los enviaba a nuestra casa jerezana. De entonces relataré otro sucedido que más bien nos deja malparados a Miguel y a mí, pero en el cual se vislumbra cómo fue formándose su espíritu. Da la medida de su diferencia natural con cuantos le rodeábamos y, sobre todo, de su rigor ante los hechos más nim ios. Fernando Primo de Rivera, hermano del que más tarde sería Jefe del Gobierno español, y que, haciendo honor a su apellido, murió al frente de sus escuadrones de Alcántara en tierras africanas, dirigió durante una temporada t emporada en nuestra niñez nuestras prácticas de equitación. Practicar la equitación en casa de los Primo de Rivera, de los Dávila, de los Orbaneja, de los Bohórquez, de los Guerrero, de los López de Carrizosa, de los Domecq y de tantas otras casas solariegas de Jerez -andaluzas, por tanto, oriundas de labradores, de militares-, no podía ser  simple pasatiempo o un deporte cualquiera. Era, por el contrario, un deber, una elemental obligación. Había que saber montar a caballo para mantener la dignidad de la raza, de la sangre y de la estirpe militar y campera. Pues bien, el día en que comenzábamos las primeras pruebas estábamos en el campo, y en el campo de Jerez por más señas-, Miguel y yo vestíamos con cierto desaliño. Predominaba en nosotros la impaciencia de la prueba a que nos sometíamos sobre otra preocupación cualquiera. No era nuestro atuendo precisamente un modelo de elegancia. José Antonio, en cambio, entonces como siempre, se presentó impecablemente vestido. Y su elegancia, como nos moviera a risa, sobre todo a la vista del contraste de nuestra despreocupación, despreocupación, nosotros, los desharrapados, hicimos un comentario infantil y burlesco. "Yo soy -recuerdo perfectamente que fue su única respuesta un señor, no un rufián, y por eso visto como los caballeros; vestid vosotros, si os gusta, como lo hacen los arrieros." Porque en su pensamiento, "el señorito", según nos dijo más tarde, "es la degeneración del señor, del hidalgo, que escribió las mejores páginas de nuestra Historia". Voy a referir, antes de t erminar este somero bosquejo de la infancia, un triste sucedido. En 1916, la feria de Jerez, con su atractivo y su alegría de siempre, había atraído, una vez más, a infinidad de forasteros de todas las clases y condiciones sociales. Entre el numeroso grupo de aristócratas llegados de Madrid, Sevilla y otras capitales, se encontraba el capitán general don Fernando Primo de Rivera y Sobremonte, primer marqués de Estella, a quien acompañaban su hija doña María, viuda de Cobo de Guzmán; su nieta, Pilar Cobo de Guzmán Primo de Rivera, y el prometido de ésta, Carlos Silvela. La caseta que el marqués del Mérito tenía instalada en el real de la feria fue, como todos los años, centro de reunión de la aristocracia venida a Jerez. Allí se fraguó la idea de organizar una   jira en honor de tan distinguidos huéspedes. Escogida la laguna de Medina como lugar de la excursión, se llevó a efecto el día 10 de mayo, siguiente a la terminación de la f eria.

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Terminado el almuerzo, los jóvenes se dedicaron a recorrer en barcas la mencionada laguna. Ocuparon una de ellas Mimí López de Carrizosa, Pilar Cobo de Guzmán y Carlos Silvela. Al recargarse el peso sobre uno de los lados de la barca, como consecuencia de efectuarse el relevo de unos de los que remaban, ésta volcó de improviso, hundiéndose en breves momentos. Pese a los esfuerzos de su prometido por salvarla y a la prontitud con que acudieron otras barcas, Pilar Cobo de Guzmán pereció ahogada. Tras difíciles y continuados trabajos, hasta el día siguiente no fue posible rescatar el cadáver, localizado por un colono de la hacienda Las Cuevas llamado José Gil Benítez, conocido por el "Gordo". Conducida a Jerez, fue depositada en el cementerio de Santo Domingo, donde se procedió a la autopsia. Al día siguiente fue trasladada a Madrid. Entre otras personas, figuró en el acompañamiento fúnebre el entonces gobernador militar de Cádiz, general don Miguel Primo de Rivera y Orbaneja. El día 13 recibía cristiana sepultura en la sacramental madrileña de San Isidro, después de una gran manifestación de duelo, al que se sumó "el todo Madrid". El entierro fue presidido por la regia representación que enviaron Sus Majestades don Alfonso XII y su Augusta madre, m adre, la reina doña María Cristina. El desgraciado accidente causó profunda y general consternación en España entera. En Jerez, donde tanta estima y cariño se ha tenido y se sigue teniendo a los Primo de Rivera, el duelo fue popular, recibiendo la ilustre familia fam ilia innumerables pruebas de afecto y el pesar de todos los jerezanos. Pilar Cobo de Guzmán y Primo de Rivera, de belleza sin par, contaba apenas dieciséis años, y en breve hubiera contraído matrimonio con el nombrado Carlos Silvela, hijo del marqués de Santa María de Silvela. Durante la estancia del capitán general don Fernando Primo de Rivera y Sobremonte en Jerez, él y su familia se hospedaron en casa de mis padres. Don Fernando y su hija María mostraron su agradecimiento por mediación de la siguiente carta, que transcribo textualmente: "Señores condes de Villafuente-Bermeja. Mis queridos amigos: al dejar esta casa, para mí siempre de tan buenos recuerdos, y no, por  mi desgracia, menos reconocido en esta ocasión triste, me despido de ustedes, aunque con el alma partida y llena de dolor, tanto t anto yo como mi hija, con un reconocimiento, que sólo se paga con una amistad sincera que le profesamos. El marqués de Estella y su hija María."

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CAPÍTULO II. ADOLESCENCIA El ambiente familiar en que se desarrollaron sus primeros años contribuyó, sin duda, a la formación de las cualidades de su espíritu. No podía ser mala escuela la casa de don Miguel Prim o de Rivera y Orbaneja. Los forzados desplazamientos de su padre, de una región a otra, hicieron mella en su ánimo, forzándole a conocer diversidad de paisajes, de costumbres, de problemas y de glorias, de posibles empresas, de historias olvidadas y de riquezas perdidas. De este conocimiento, así como de los comentarios que en torno a la mesa familiar se hacían certera y agudamente por su padre, nació su gran amor a España. José Antonio era muy pulcro en el vestir, meticuloso ; traje gris oscuro y corbata a rayas era su atuendo favorito. Sampedro, un sastre de portal, de quien era muy adicto el general, fue precursor de Cutuli, el sastre de moda en Madrid. por aquellos tiempos. Recuerdo que, con su hermano Miguel, los domingos me recogían en el colegio. "Tía Ma", la dulce "tía Ma", que fue verdadera madre, pues la de ellos, tía Casilda, murió joven, a los veintiocho años, nos regalaba una peseta a cada uno para nuestra merienda. Tía Casilda, nacida en San Sebastián, perteneció a una distinguida familia cubana por parte materna y de procedencia riojana por parte de! padre. En Alfaro tiene su última morada. Merendábamos en Viena Capellanes, en la calle Génova. Tres servidores tras el m ostrador. José Antonio los motejó como "el rizado", "el gordito" y "el sobón". De las manos de éste nunca se dejó dar un pastel. En eso, como en todo lo fundamental, era riguroso. También una gota de vino tinto en el mantel le desesperaba. Diez y quince céntimos nos valía un pastel; el bocadillo con buenas barbas de jamón, veinticinco; con mantequilla, treinta. Un día -este sucedido no me deja muy m uy bien- fuimos a la Biblioteca Nacional. Acababa casi de llegar del pueblo, de mi Jerez. Mi pobre madre me había dado sabios consejos. -Mucho cuidado con lo que leas, con lo que comas. Al bibliotecario, José Antonio le pidió un libro de versos; Miguel, de aventuras. -¿Qué podríamos pedir para el primo Sancho? S ancho? -se preguntaron los hermanos. A su requerimiento contesté con un encogimiento de hombros. -Dele usted -resolvió José AntonioA ntonio- "Gazapito y Gazapote". Temeroso de los consejos maternos, pregunté ingenuamente -¿Y eso se "pué Ieé"? Al correr de los años, en ambas familias la anécdota fue contada innumerables veces, haciéndome -la verdad sea dicha- bien poca gracia. Por la tarde, al cine. Existían a nuestro alcance económico el Gran Teatro, Royalty y Príncipe de Asturias. En la pantalla, Perla Blanca y Charlot. Más tarde asistiríamos, extasiados, a la inauguración del Real Cinema. Y ya algo mayores, contemplamos embelesados, en el Reina Victoria, a la primera mujer que vistiera pantalones, Teresita Saavedra, compañera en el escenario de Consuelo Hidalgo, de quien se decía que era la novia de Joselito. A los veinte años terminó brillantemente su carrera de abogado. Amaba el derecho, y en el ejercicio del derecho estaba su verdadera vocación. Por eso es digno de admirar cuán joven viste la toga y cómo hace el elogio encendido de ella, símbolo de la defensa contra la desgracia, contra el mal. Se adivinaba ya en él amor al método, disciplina del del pensamiento. Su vida fue la de un hombre exuberante de iniciativas. Hombre que no sabía hacer concesiones a lo arbitrario, le repugnaba todo aquello que no fuera digno. Hombre de alma clara en la cual nunca cupo el rencor.

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Le atraían todas las artes. Tenía afición al dibujo, aunque no lo prodigara. Buen poeta, ya en su niñez escribió, dirigió y fue actor en La campana de Huesca. A sus hermanos, a sus próximos parientes y a sus íntimos nos hizo trabajar en ella. Recuerdo uno de sus versos: « Ya la noche... ¡ Cuánto tarda en volver el mensajero que envié con una carta para el abad del convento! De fijo que fray f ray Clotardo, que fue mi sabio maestro... » Y naturalmente, por humano, José Antonio tuvo defectos. Es lógico que así sea. Pero sucede que sus grandes virtudes oscurecían sus pequeños defectos. Por ejemplo, cuando estudiaba, con gran provecho, en la Universidad de Madrid, a las órdenes de aquel sabio profesor que se llamó don Clemente de Diego, a quien veneraba, si el tranvía se demoraba en llegar, con sus más íntimos, Rafael Sáenz de Heredia. Manuel Ortega. Ramón Serrano Súñer y su hermano, iniciaba una carrera con el pecho muy saliente, levantando los pies, parecido al braceo característico de los caballos españoles. Era "su truco" para no tropezar. porque sentía torpeza en las piernas. Claro es que, en realidad, no se puede mencionar  como defecto. Mi relato es sólo anécdota sin importancia. En todo intentaba superarse; jugando al fútbol en la Cárcel Modelo ponía gran pasión. Una vez -yo de portero- metió un gol estupendo. Celebró la victoria dando más saltos de alegría que Zarra cuando se lo hizo a los ingleses. En otra ocasión quise darles una lección. Andaba yo divirtiéndome de lo lindo durante la Exposición Iberoamericana en Sevilla y, como suele decirse, eché "los tejos" a una cubanita de campeonato. Con ello gané el concurso de chotis en el Andalucía-Palace. Posiblemente me temo que el éxito se debiera a algunos regalos que la despampanante millonaria criolla hiciera al jurado y a la orquesta, pues la verdad es que tampoco entre mis escasas virtudes se encuentra emular al Julián de La Verbena de la Paloma. Sí fueron éxitos para mí: la cubana en "el bote" y el diploma en el marco. Cuando con éste llegué a Madrid, los tres hermanos, además de "Polín", hijo de Polo, ayuda de cámara del general y compañero de nuestros juegos y travesuras, al ver mi presunción, organizaron un partido de rugby con mi preciado distintivo, convirtiéndolo en precursor Stuka, y toma de tierra en un lejano tejado. Cuenta su prima Nieves Sáenz de Heredia que, por aquel tiempo, el general dedicó unas fotos de sus hijos a su padre. En la de José Antonio escribió: "De este hombre hablará la Historia".

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CAPÍTULO III. POLÍTICO Terminó el mandato del general. El hombre bueno murió triste en París. Me contó Miguel que la policía internacional, recién fallecido su padre, le llamó para comunicarle que había sido envenenado. Cosa que él rechazó airadamente. Jugaba al polo, en Sevilla, cuando me llegó la noticia. Rompí el confinamiento a que estaba castigado por defender su memoria, y que más adelante explicaré, y me tr asladé a Madrid. No fui a Irún a esperarle. Hacía allí se había ido José Antonio. Carmen, Pilar y Miguel, muerto lo encontrarán en la habitación del hotel que habitaban. Faltaba por llegar Fernando, y la "tía Ma" me hizo el encargo de que esperase su arribo con los primos Cobo de Guzmán y Sáez de Heredia. Encontrábase destinado, como capitán de aviación, en Cabo Jubi. En Cuatro Vientos recibió nuestros primeros abrazos. Fernando era lo que ha dado en llamarse un superdotado. Figura arrogante, número uno en todos los cursos de la Academia de Caballería, incluso en equitación y tiro. Modelo de oficiales en Húsares de la Princesa, donde, con Miguel, serví. Posteriormente también en las oposiciones para aviación conseguiría el primer puesto, y rechazando la ventaja alcanzada en el escalafón, eligió la plaza más incómoda de aquellos momentos. Fernando, "el nene", como cariñosamente le llamaban sus tías y hermanos, fue un hombre admirable que incluso a sus verdugos asombró por su muerte ejemplar. En los sótanos de la Cárcel Modelo, de Madrid, durante la madrugada trágica del 23 de agosto de 1936, abrazado a Julio Ruiz de Alda, erguidos, brazos en alto, en estrecha hermandad, antes que sus vidas fueran segadas por la metralla, gritaron un emocionante ¡Arriba España! De ello doy fe. Terminada la Dictadura, enterrado el dictador, sin recibir siguiera los honores que le correspondían por sus preclaros servicios, Alfonso XIII consideró la posibilidad de poner de nuevo en marcha la antigua Constitución, pero ya con siete años de retraso, para atraerse de nuevo a los que le hacían responsable de lo ocurrido. Pero no sólo la aristocracia, sino la clase media, en gran parte dudaban en apoyarle. Algunos, incluidos los que lealmente le sirvieron a la vez que obedecían al general, perdieron también la fe en El, y con razón le reprochaban la persecución que permitía se siguiera desde su Gobierno contra hombres intachables. El Rey, presionado, tratando de reconquistar el apoyo popular, convocó las elecciones municipales para el 12 de abril de 1931. Fueron ganadas por los republicanos en las grandes ciudades, aunque no en el resto de España, y el 14 de abril Alfonso XIII se encontró con muy pocos defensores. Los estériles decenios de la monarquía constitucional española habían dejado tras de sí un gran vacío. Ni tan siquiera la llamada derecha dio el menor paso para salvar la institución monárquica. Varios de los generales más importantes no ocultaban su dolor, y algunos, incluso simpatías republicanas. La monarquía se quedó sin espada. José Antonio sintió la llamada de lo que sería su gran destino. Comprometido como buen hijo, como español, dejaría lo que más apetecía en la vida: sus libros, su bufete. Había llegado para él el momento de recorrer un amargo caminar. Entrar de lleno en los azares, en el laberinto de la política. Por su formación, en su día, se había interesado a fondo por los problemas universitarios. Cierto es que en los siete años que estuvo en el poder su padre se cuidó mucho de no entrometerse en sus actividades políticas. Su padre era su sangre, fue su orgullo. Sintió en sí los aplausos clamorosos que obtenía, pero íntimamente profetizó con amargura que el sistema, como barco sin buen fondo, encallaría sin remedio. El desprecio de su padre por la política torva y los políticos a la antigua usanza influyó notablemente en él, llegando incluso a despreciar -él, que amaba la inteligencia- sin recato a la intelectualidad liberal. Formó con sus amigos y los que más m ás tarde serían algunos correligionarios suyos un grupo de de minoría selecta intelectual. En La Ballena Alegre, local de la calle de Alcalá, le gustaba rodearse

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de esa nueva intelectualidad que afloraba. Destacaba un reloj, que en frase feliz de Samuel Sam uel Ros, "era como un navío, un espejo. Tiempo, singladura e imagen; la propia eternidad de José Antonio". Concurrían Rafael Sánchez Mazas, buena pluma, poeta bilbaíno, que más tarde se convertiría en "el proveedor de la retórica de la Falange"; José María Alfaro, Agustín de Foxá, Eugenio Montes, Julián Pemartín, Dionisio Ridruejo, Jacinto Miquelarena. Y el gozo de lo que él titulaba las cenas de Carlomagno celebradas en el Hotel París de la Puerta del Sol. El menú era objeto de grandes discusiones, y si los temas de historia y de arte eran frecuentes, tampoco quedaban postergados los temas de amor, tratados con una finura indiscutible. Fuego de leña en la chimenea; sobre el mantel, tres candelabros, con sus velas correspondientes, iluminaban el convite. Pero entre estas honestas expansiones, entre este culto a su espíritu, seguía germinando el dolor de lo acaecido a su padre. Siete años de sacrificios incruentos, de total entrega a su patria, de lealtad a su Rey, identificado con el auténtico pueblo de España, con política honesta y paternal, incomprensiblemente, fueron denominados por algunos, motejados más bien, los "siete años indignos". Sin injerencia de los partidos políticos, un grupo de antiguos colaboradores del dictador, defensores de la institución, formaron la denominada Unión Monárquica Monárquica Nacional, con tan sólo la leve adhesión de la monarquía. Esto puso frenéticas a las izquierdas. Aumentó el número de republicanos, y aunque a José Antonio le dolía la actitud tenida por el Rey y el Gobierno Berenguer con la Dictadura, entre cuyos miembros sólo dos no habían colaborado con ella, su elevada idea de servicio le forzó no sólo a dar su aquiescencia, sino incluso a formar parte del grupo en un puesto destacado. Lo hizo, después que le asaltaran muchas dudas, tras horas y horas de reflexión y desvelo. Hablando alto y claro, repitió que aceptaba, por encima de todo; para defender la memoria de su padre y de todos aquellos que con el General habían colaborado. En el mes de febrero de 1930, en una conferencia que pronunció en el Ateneo albaceteño con el título "¿Qué es lo justo?", definió con toda claridad cómo debe entenderse una nueva doctrina salvadora. Tal fue el éxito, que Jiménez de Asúa, uno de los intelectuales republicanos más destacados desistió de la conferencia suya, anunciada en el mismo local, bajo el pretexto de no querer ocupar una tribuna desde la que se había escuchado la voz de un Primo de Rivera. He aquí, pues, que se encontró repito- de lleno metido en la política. Se presentó a diputado. Con claridad meridiana lo declaró una vez más "Bien sabe Dios que mi vocación está entre mis libros, en mi bufete, y que el apartarme de ellos al vértigo de la política me cuesta verdadero esfuerzo". Siempre, como buen hijo, la sombra de su padre encarnecido: "Pero sería cobarde e insensible si permaneciera tranquilo mientras que en las Cortes siguen lanzándose públicamente públicamente las peores diatribas contra la sagrada memoria de mi padre". Y con palabra arrebatadora al servicio de su inteligencia fue captando universitarios, obreros, las gentes más dispares. Veían en él un nuevo profeta, con verbo, hechura y doctrina diferentes a los demás, y que tenía, por añadidura, el preciado don de saber escuchar. Aunque obtuvo un número considerable de votos y de adhesiones, no consiguió el acta. De nuevo a su bufete, a sus libros, a observar el sombrío porvenir de su Patria. *** Poco después, Cartagena sería la última tierra española que contemplara Alfonso XII I.

El 16 de marzo de 1931 publicó ABC un artículo de José Antonio en defensa de la memoria de su padre el general Primo de Rivera, titulado t itulado "La hora de los enanos". Decía así

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«Fue misericordia de Dios al llevárselo a las regiones de la paz eterna. Tras un breve martirio, el descanso. ¡ Eran muchos sus merecimientos para que la divina generosidad no le indultara de este espectáculo ! ñ

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Todo bulle como una gusanera. Como si no hubiera pasado nada... Las mismas palabras vacías, los mismos aspavientos. i Y todo tan chico! Contra la obra ingente... orden, paz, riqueza, trabajo, cultura, dignidad, alegría-, las fórmulas apolilladas de antaño, las menudas retóricas de antaño, las misinas sutilezas de leguleyo que ni el Derecho sabe. Aquí están los políticos a quienes nadie desconoce... Aquí están los ridículos "intelectuales", henchidos de pedantería. Son la descendencia, venida a menos, de aquellos "intelectuales" que negaron la movilidad de la Tierra y su redondez, y la posibilidad del ferrocarril, porque todo ello pugnaba con las "fórmulas". ¡ Pobrecillos ! ¿Cómo van a entender al través de sus gafas de miopes- el atisbo ansiado de la luz divina? Lo que no cabe en sus estrechas cabezas creen que no puede existir. ¡Y encima se ríen con aire de superioridad! Aquí están los murmuradores, los envenenados de achicoria y nicotina, los snobs, los cobardes, los diligentes en acercarse siempre al sol que calienta más (algunos, ¡ quién lo dijera!, aristócratas, descendientes de aquellos cuyos espinazos antes se quebraban que se torcían... ). Aquí están todos. Abigarrados, mezquinos, chillones, engolados en su mísera pequeñez... Los enanos han podido más que el gigante. Se le enredaron en los pies y lo echaron a tierra. Luego, le torturaron a aguijonazos... Ahora es la hora de los enanos. ¡ Cómo se vengan del silencio a que los redujo! ¡Cómo se agitan, cómo babean, cómo se revuelcan impúdicamente en su venenoso regocijo! ¡ Hay que tirarlo todo! ¡ Que no quede ni rastro de lo que él hizo! Y los más ridículos de todos los enanos los pedantes- sonríen irónicamente. El también sonríe. Pero su risa es clara, como su espíritu sencillo fuerte. Nosotros padecemos -como él antes- todas las torturas t orturas de la injusticia. Pero él ya goza el premio allá en lo alto, en los ámbitos de la perpetua serenidad. Nada puede inquietarle, porque desde allí se disciernen la grandeza y la pequeñez. Pasarán los años, torrente de cuyas espumas sólo surgen las cumbres cimeras. Toda esta mezquina gentecilla -abogadetes, politiquillos, escritorzuelos, mequetrefes- se perderá arrastrada por las aguas. ¿Quién se acordará de los tales dentro de cien años? Mientras que la figura de él sencilla y fuerte como su espíritu se alzará sobre las centurias, grande, serena, luminosa de gloria y de martirio.»

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CAPÍTULO IV. EL JEFE Mi tío el general Primo de Rivera estuvo en el poder como consecuencia de la bofetada que en el Senado dio un ex presidente del Consejo de Ministros a otro general poco meses antes de septiembre de 1923. Del choque de la intelectualidad con la dictadura militar de mi tío resultó improvisadamente triunfante Berenguer. Del choque con el grupo constitucionalista resultó imprevisiblemente triunfante un hombre tan ajeno a la lucha como el almirante Aznar. La República tampoco se habría proclamado en abril de 1931 si el rey no hubiera chocado precisamente con los políticos monárquicos. No fue tampoco Lerroux, ni Castrovido, ni Fernando de los Ríos, ni ninguno de los republicanos históricos, el presidente de aquella República, sino, como siempre, otra fuerza f uerza imprevista resultante que surgió de la lucha. Así lo demuestran también los nombres, antes casi desconocidos, de Martínez Barrio, Chapaprieta, Samper, Giral y hasta el del propio Azaña cuyo republicanismo era recientísimo. Por defender la memoria de su padre, por el dolor de España, José Antonio configura un sistema. Alza una bandera. Conocía a Julio Ruiz de Alda, el famoso aviador que había acompañado a Ramón Franco, a Durán y Rada en el primer vuelo trasatlántico hasta Buenos Aires en 1926. y en él encontró un firme colaborador en sus balbucientes ideas. Se consideraron mutuamente, y pronto vieron, con mutua satisf acción. que podrían trabajar juntos. Dispuso asimismo que su pasante. Manuel Sarrión, afiliado a las J. O. N. S., se entrevistara con Ramiro Ledesma en su nombre. Ruiz de Alda era hombre sensato, buen organizador. Le costaba trabajo hablar en público. Su oratoria no era lucida. Su talento, sólido y metódico, contribuyó, a veces, a controlar a José Antonio. Los tres tardaron algún tiempo en conjugar plenamente su tarea. Estaba también Onésimo Redondo, el "Caudillo de Castilla". A solas había luchado a pecho descubierto desde su Valladolid, fundando incluso una revista doctrinaria. También ya tenía en su haber, como servicio, un fugaz encarcelamiento. Había que adoptar un nombre. Y José Antonio se inclinó por el de "Movimiento Español Sindicalista". Pero a él mismo no terminaba de llenarle. Julio Ruiz de Alda propuso propuso el de F. E. Era breve, conciso, y lo mismo podía ensamblar fascismo español que falange española. Llegaron a un acuerdo. Algún tiempo costó convencer a García Valdecasas. En primer lugar, era preciso incorporar su Frente Español. Valdecasas se lo pensó mucho, pero al final pactó. Las horas de trabajo se dedicaron principalmente a la unificación con las J. O. N. S. Y antes de finalizar el mes de septiembre de 1933, tterminaron erminaron sus trabajos y decidieron que, en la primera ocasión propicia, sus ideas fundamentales se dieran a conocer públicamente. Así se hizo el 29 de octubre en el Teatro de la Comedia, en Madrid, acto presidido por Martínez Cabezas, y en el que hicieron uso de la palabra, con el jefe, Ruiz de Alda y García Valdecasas. Algunas diferencias de opinión surgieron. Se referían ref erían a criterios políticos en cuanto a la labor  a seguir. Tanto Ruiz de Alda como Ramiro Ledesma querían más acción. Este, aunque rubricó con su presencia el acto fundacional de la Comedia y aprobó la celebración de otros en diferentes provincias, no aceptó intervenir en ninguno, ni siquiera llegó a asistir. Ambos se mostraban impacientes por el sistema seguido. Asimismo, el primero se mostró disgustado cuando fue expulsado su compañero, el aviador Ansaldo. En contra de esta oposición, con la que a diario tropezaba, el prestigio personal de José Antonio siguió creciendo. Los estudiantes hicieron de él un ídolo. Su probado valor, su encanto personal, su vigor, su verbo, triunfaron. Cerrado gubernativamente el centro, el bufete de abogado y su casa se convirtieron durante meses en la sede oficial. Durante el verano y a principios del otoño de 1934 surgió en el seno del "partido" un grupo de promotores de la jefatura única. Ledesma ya había visto claro cómo se pasaban al campo de José Antonio varios de sus primeros colaboradores jonsistas. Como consecuencia, de él surgió la iniciativa de proponer que José Antonio fuera proclamado por unanimidad jefe nacional. Así, José Antonio Primo de Rivera

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se convirtió en jefe nacional de Falange Española de las J. O. N. S. Fue el día 4 de octubre de 1934. Corre la pluma y me ahoga la duda. ¿No estaré cansando a mis lectores con tantos recuerdos políticos? Algunos he tenido que remozarlos leyendo viejos textos familiares y valiosas aportaciones, escritas durante estos últimos años. Tengo que ser consecuente conmigo mismo. No, no quiero hacer creer que todo sale de mi escasa inteligencia y de mi no muy afortunada memoria. Continúo. Estamos ya a finales de 1934. La Falange no tenía fondos suficientes ni para pagar la electricidad. Aquel año, 1934, muchas sombras caían sobre ella. Aumentaba el entusiasmo, pero, sin medios económicos, había momentos en que sólo la fe ocultaba en parte las grandes tormentas que se avecinaban. La deserción del grupo monárquico, los Eliseda, Ansaldo, etc., había producido un grave impacto. Por si fuera poco, llegó la discrepancia de Ramiro. Y el 16 de enero del mencionado año, José Antonio citó una reunión de la Junta Política y también le expulsó oficialmente. Después de Emilio Rodríguez Tarduchi y una fugaz estancia de Alvargonzález, se había incorporado un valioso colaborador y entrañable amigo suyo de la infancia, Raimundo Fernández Cuesta, como secretario general del Movimiento. Al siguiente día de cuanto acabo de relatar, José Antonio se presentó en la sede de las J. O. N. S. No llevaba la camisa azul proletaria de la Falange, y sí un traje gris, con camisa blanca y corbata. Algunos de los obreros le esperaban en el exterior. Trataron de im pedirle la entrada. Pero él se abrió camino. A continuación pronunció un breve, importante y profundo discurso, explicando la situación existente en el partido, los objetivos que se habían f ijado para la revolución nacional sindicalista y cuál era la clase de disciplina y de comportamiento que cabía esperar de cuantos se alistasen para esta lucha. Los ojos llameantes del jefe y su oratoria vibrante resultaron altamente convincentes en aquel reducido recinto. Onésimo Redondo, Ruiz de Alda y todos los demás jefes se apresuraron a reafirmarle su lealtad. La Falange era, a partir de entonces, José Antonio. Los estudiantes falangistas de Madrid, cuya adhesión a José Antonio nunca flaqueó, se sentían ligeramente incómodos ante la descripción que hacían de él sus enemigos, presentándole como un "señorito andaluz". En una ocasión en que se exhibió un retrato de estilo aristocrático del jefe en el escaparate de un fotógrafo de moda, decidieron romper la vitrina. Las  juventudes socialistas la destrozaron antes. En diciembre de 1934 la "primera línea" contaba con unos 11.000 miembros. Se completó con una cifra igual, o superior, de miembros del S. E. U., menores de edad. Cualquiera que fuese el sistema de recuento empleado, la cifra total de sus seguidores no sería superior a los 25.000. La Falange seguía siendo la más reducida y débil de todas las fuerzas independientes de la política española. El partido adolecía de una sorprendente falta de madurez: el sesenta o setenta por ciento de los falangistas no alcanzaban los veintiún años de edad. Eran jóvenes que carecían casi de toda formación. El propio José Antonio lo reconocía. Pero la Cuesta de Santo Domingo era un hervidero de adheridos. Comenzaba la sangre generosa a correr. Matías Montero fue el primer caído. La Falange se vio precisada a vengar a sus muertos. No fue ella quien comenzó. El ataque provino de los que no nos entendían. Puedo señalar que los dos cercos que nos ahogaban eran el cerco de hastío de las derechas y el cerco de fuego de las izquierdas. La República creó un gobierno, de los llamados de transición. Disolvió las Cortes y convocó nuevas elecciones. No tuvo más remedio que suprimir la censura y dejar que los partidos políticos se expresaran con plena libertad. Por ser su tierra de origen y adopción, a José Antonio se le ofreció presentar su candidatura por Madrid y Cádiz. Sin dudarlo, aceptó, aunque calificaba a las elecciones como "un baile de máscaras". José Antonio eliminó Madrid para sí mismo, pues, si triunfaba, se vería ensamblado a Acción Popular y a José María Gil Robles. En cambio, su presentación por Cádiz, junto a

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antiguos amigos, miembros de su familia y colaboradores del general Primo de Rivera, le satisfacía plenamente en sus futuros anhelos. Consiguió su propósito. Fue diputado a Cortes en aquellas elecciones de 1933. Por su votación, consiguió ser el número dos de la lista derechista en la capital gaditana. De nuevo José Antonio tuvo empeño en conseguir la adhesión de los intelectuales a los que consideraba "precursores": Unamuno, Ortega, Pío Baroja. Acaso tenía empeño en conseguir su adhesión debido a los desaires que tuvo que soportar su padre de ellos. A finales de 1934 escribió una carta a Ortega y Gasset, explicándole el contenido profundo de la Falange. Unamuno tuvo al principio una mayor disposición que Ortega, aun cuando había condenado a las primitivas J. O. N. S. En marzo de 1935, con ocasión de un mitin en Salamanca, lo recibió en su propia casa. Almorzaron juntos, acompañándoles Raimundo Fernández Cuesta, Julio Ruiz de Alda y Francisco Bravo. Por cierto, cuenta Raimundo que siendo como era tan buen conversador, tan ameno en la charla íntima con sus más allegados, fue la vez que más m ás silencioso lo observó y más se cuidó en explicar sus propósitos. Pero Unamuno, hombre voluble en sus sentimientos, pronto cambió de opinión y culpó a la Falange de "desmentalización de la juventud". En fin, he aquí un retrato de José Antonio que merece ser recordado. Un Embajador norteamericano que le fue presentado trazó así su semblanza: "José Antonio Primo de Rivera era joven y poseía cierto encanto. Tenía un cabello negro brillante y un rostro fino y moreno, andaluz. Era en el trato cortés, modesto y deferente. La gran pasión de su vida parecía ser la defensa de la memoria mem oria de su padre. Buen orador, sus discursos, bien construidos construidos y de sólido contenido, tal vez pecaban, como único reparo, de cierto preciosismo andaluz... En las Cortes se convirtió en una verdadera pesadilla para muchos hipócritas que se contaban entre sus aliados. Incapaz de disimular, su facilidad para lanzar frases mordaces es cierto que le granjeó numerosos enemigos. Su gusto por vivir peligrosamente, sin tomar ninguna precaución, constituyó la inquietud y hasta la desesperación de sus amigos. Le gustaba mezclarse con la multitud, en vez de procurar evitarla. Una noche, en Madrid, dispararon desde la oscuridad sobre su coche. Se detuvo y salió en persecución de sus agresores, sólo, sin arma alguna, sin pensar  en que constituía un fácil blanco para sus enemigos. Poco después aparecía, radiante de júbilo, en Bakanik, lugar de moda, a la hora del aperitivo madrileño, donde contó su aventura, más contento que un niño. Tenía pasta de mosquetero de Dumas. Le recordaré siempre como le vi la primera vez : joven, cortés, sonriente, bailando en una villa de San Sebastián" (3). Otros perfiles de José Antonio, bien conocidos, son los que de él trazaron Prieto, Azaña y el socialista José Antonio Balbontín. Escribiría este último: "No hay duda de que José Antonio Primo de Rivera llevaba un sueño en la cabeza, un sueño peligroso para él y para nuestro pueblo..., pero un sueño al cabo. que no sería lícito confundir con la codicia bastarda''. HERMANDAD "Todavía no tenemos modelo de cruz ni emblema alguno. Lo que retrasa el adoptarlo es el deseo de llegar a un acuerdo con las J. O. N. S., pues nos parece que ninguno es tan expresivo ni tan español como el de las flechas de los Reyes Católicos; pero no queremos adoptarlo antes de limar todas las asperezas, para que las J. O . N. S. no se consideren mortificadas." AFECTO "Sé las dificultades de toda índole que ponen a prueba tu magnífico espíritu, y me preocupa día y noche el riesgo que puedes correr. Con todo el afecto de primo y camarada, te suplico, y con toda la autoridad de jefe, te lo ordeno de una manera terminante, que no descuides ni un segundo la vigilancia de tu seguridad personal. Si no bastara para que atendieses a esta

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indicación el pensar en todas las obligaciones y afectos que te obligan a vivir, habrías de tener en cuenta la falta que haces a la Falange." F alange." IRONIA "Recibo tu carta. Vende tus mulas tranquilo y ven el 1 ó el 2. Pero trae todos los datos. Un abrazo." POBREZA "... te envío tres mil pesetas, de momento, para los gastos de preparación del mitin. Si con lo que logres reunir ahí puedes cubrir el resto de los gastos, me alegraré, pues ya sabes que nunca nos sobra el dinero. Si te fuera imposible, ve gastando esas tres mil pesetas y avísame cuando se te acaben. Sé que no regatearás ningún esfuerzo para gravar lo menos posible a la tesorería nacional.'" RECUERDO "El día 21 por la mariana llegaré, Dios mediante, en el exprés para asistir a tu boda y darte un abrazo. Ahora, con esta carta, recibirás dos recuerdos nuestros: un reloj que fue de mi padre, y que todos los hermanos queremos que sea tuyo, y una sencilla caja de uso diario que quiero que sirva a mi jefe territorial de Andalucía. como memoria de este camarada suyo, en el ajetreo en que estamos metidos." DESALIENTO "... nos tienen fritos. Casi todos los centros, cerrados; casi todos los estatutos, detenidos. Y, mientras tanto, Salazar Alonso, sonriente cuando va uno a él con protestas."' TERNURA "... pero nada podrá contra gentes del espíritu que mostráis los de Sevilla, y a su cabeza, tú, modelo irreprochable de militantes y jefes." (Párrafos de algunas cartas de José Antonio dirigidas al autor.)

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CAPÍTULO V. MI INCORPORACION En cuanto a mí concierne, a principios de 1933 leí en ABC las cartas que mutuamente se cruzaron entre José Antonio Primo de Rivera y Juan Ignacio Luca de Tena. Como desde niño, aunque con la debida reflexión, obro por incontenibles impulsos, el parentesco, la amistad con José Antonio, me forzaban a incorporarme sin demora. Desde mi Andalucía querida llegué a Madrid. Le abracé, y, textualmente, le dije -Creo que te has decidido a intervenir en política. Vengo a preguntarte si, a la hora de los golpes, me permitirás estar a tu lado. Conmovido, aceptó resueltamente. Me explicó que, después de largas meditaciones, se creía en el deber de cooperar a la creación de un movimiento de fidelidad irreprochable a las constantes coyunturas históricas de nuestra patria. Desesperado ya por el sesgo de los acontecimientos, en esto veía él la única solución para salvar a España como nación independiente y unida. Agradeció reiteradamente mi ofrecimiento, y sus palabras me llenaron de emoción y orgullo. En fechas sucesivas tuvimos otras conversaciones. Me proporcionó datos, me transmitió consignas y me enteró de sus primeras prim eras reuniones con jóvenes pensadores. pensadores. Y con brío, con fe de iluminado, trazó, a grandes rasgos, un esquema de las principales directrices de sus nuevos pensamientos, principios y fines a lograr. Me anticipó la aparición de un periódico de combate y sugirió que sería muy conveniente mi rápido regreso a Sevilla. Allí no contaba con persona de su confianza, y le urgía comenzar a organizar la propaganda introduciendo en el sur  de España la nueva doctrina salvadora. Así, días después, me encontré otra vez en Andalucía. Ya estaba del todo ganado a la idea, deseoso de comenzar la tarea. Y, como es natural, me comuniqué con los más allegados: los consocios del Aero-Club, los contertulios de El Sport y algunas personas de mi confianza en menesteres agrícolas. Inmediatamente encontré decidido entusiasmo en Manolo González Camino, en el capitán de Aviación Modesto Aguilera, en Guillermo Romero Hume, en Francisco Summers, en Manuel Motero Valle, en Pepe el Algabeño, en el oculista Juan Velarde, y pocos más. Como es lógico, también pronto empecé a tener momentos de desaliento. Veía que se agotaba la cantera, sentía inusitada tristeza pensando en lo estéril de mi esfuerzo, pese a las adhesiones recibidas; recordé que José Antonio me pedía que extendiera mi proselitismo por  todo el sur, y me f ui a Jerez, con el fin de reavivar antiguas amistades. Julián Pemartín, jerezano y de familia jerezana, era amigo mío de la infancia, un amigo íntimo desde el momento en que nos encontramos de nuevo en Madrid, en la casa de los Primo de Rivera. Desde que don Miguel, allá por 1918, se instaló permanentemente en Madrid, fue lo que los beneficiarios llamábamos "el consulado de Jerez". Todos los domingos concurríamos a la mesa del marqués de Estella buen número de personas, sobre todo, jóvenes jerezanos que, por sus estudios, vivían en Madrid. Copiosos almuerzos: sapa, entrada, cocido, pescado, carne en abundancia. José Antonio los motejó comidas de "heliogábalos", en parte justificadas por el ayuno semanal que algunos de los agradecidos invitados sufrían en pensiones y casas de huéspedes donde residían. Era su desquite. Domingos había, no faltaba el plato preferido del general: la acedía sanluqueña. La acedía -escribo para profanos en la materia- es como un pequeño lenguado, más fino, que, bien frita, es una delicia para el paladar. Innumerables veces le abastecí desde Jerez por mandato de mis padres, porque en aquellos tiempos que refiero, al contrario de hoy, eran los caballeros quienes visitaban el mercado, mientras que no estaba de "buen ver" que las señoras concurrieran. Uno de los puestos de más atracción era el del "Agarrao", pescadero famoso, y al que don Miguel tenía en grau estima. Me interesaba mucho conocer la disposición de Julián hacia el pensamiento político de José Antonio. Pronto adivinó mis intenciones, no bien comencé el relato de mi último viaje a Madrid. Cuando le explicaba mis proyectos, me interrumpió -Al leer las cartas de José Antonio a Juan Ignacio Luca de Tena, le escribí para enviarle mi felicitación, mi adhesión...

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Julián y yo paladeamos unas copas de la tierra y hablamos largamente. Intercambiamos las nociones que teníamos del "fascismo". Anotamos los nombres de aquellos posibles amigos más identificados. Y cuando nos despedimos, prometimos cultivar una correspondencia asidua, no sin antes gastarle unas bromas sobre su indolencia y distracciones. Otra vez en Sevilla, me inicié en dos filones, hasta aquel momento, intactos: el elemento estudiantil y la clase obrera. Entre los escasos afiliados que éramos comenté un día la aparición de una propaganda "fascista" vista por mí en algún cine y en varios cafés. Estaba seguro de recibir todas las órdenes que desde Madrid me enviaban; no me cabía en la cabeza aquel que yo juzgaba como interesante y extraño suceso. Juan Velarde me atajó -Creo que yo conozco a ese propagandista anónimo. Se tr ata seguramente de una tertulia de gente joven que, al parecer, preside un santanderino, rubio por más señas, y que por las tardes tiene una reunión en el Bar Miami. El simpático montañés resultó ser Martín Ruiz de Arenado. Vivió en la provincia de Sevilla hasta el 10 de agosto de 1932. Era administrador de la finca. de un ricachón pariente suyo. Martín intervino con heroísmo en la sublevación de Sanjurjo. A él se debió que, con gran riesgo, quedara a salvo un camión repleto de armas, que, de otra forma, hubiera caído en poder de la chusma; después, fingiéndose comisionista de aparatos de radio, cruzó la frontera de Gibraltar. Cuando descendía la marea producida por aquellos sucesos volvió a Sevilla, pero enterado su protector y pariente de las actividades políticas en que se había metido, ya no quiso sus servicios, y Martín, desde entonces, se ganó la vida en los más duros trabajos, que conllevaba con la mayor alegría. No quise demorar nuestro encuentro. Me "dejé caer" por Miami a la hora en que sabía solía ir. Con sólo pasar la vista por cuantos allí estaban, acerté. Me instalé en la m esa vecina al grupo. Pronto mi proximidad fue f ue acogida con recelo. La conversación, antes animada, bajó de tono, pero la situación equívoca, un tanto embarazosa, pronto se cortó al llegar Velarde. Procedió a las presentaciones de rigor, y pocos minutos después no sólo se había roto el hielo, sino que en todos, en ellos y en mí, prendía el entusiasmó. Les alenté en sus esperanzas y nos despedimos, contagiados ya de idéntica fiebre salvadora. Ruiz de Arenado, resueltamente, desde aquel momento, se puso a mis órdenes, y he de declarar que, gracias a él, engrosó el número de afiliados. Entre otros, contamos con Manuel y Rodolfo Valenzuela, Pedro Olivares, Manuel Ruiz, Patricio González de Canales, Juan Pinelo, José Morón, Fernando Cámara, Carlos MacClean, hombre de bien cortada pluma revolucionaria; Narciso Perales, de llama inextinguible, y los después gloriosos caídos Eduardo Rivas y Enrique Morón. Seguía manteniendo contacto asiduo con Julián, que tan de lleno se había entregado a la tarea; cual si quisiera dar réplica a mis bromas en nuestro último encuentro, desarrolló tan insospechada actividad, que ya, ya, en aquel mes de julio, sufrió cárcel durante unas semanas. Por distintos procedimientos, logré establecer relación con pequeños grupos germinales en Huelva, Córdoba, Málaga... A los pueblos de la provincia también llegaron nuestras consignas. También conseguimos heroicas adhesiones. Y a todos nos llegó una noticia que causó verdadera sensación. De Madrid nos comunicaron que en el próximo otoño nuestro Movimiento daría fe pública de vida. El ideario joseantoniano iba a ser dado a conocer en un gran mitin, y en el mismo Madrid. Intervendrían Alfonso García Valdecasas, joven pero ya ilustre catedrático; Julio Ruiz de A lda, participante en el glorioso vuelo del Plus Ultra, y José Antonio. Nos enteraron de la fecha el 29 de octubre. Asistí al acto, que presidió Martínez Cabezas, y volví a la capital andaluza lleno de entusiasmo. Una treintena corta de afiliados se encontraban en mi misma tensión. Los estudiantes que integraban el S. E. U. y los militantes que, poco a poco, se iban integrando en nuestros cuadros, se dedicaron por entero a llevar a efecto la propaganda. Cuidaban de cumplir  con exactitud las consignas que desde Madrid llevé, cuales eran la actitud más firme f irme y resuelta, y

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  jamás la matonería, la jactancia ni la chabacanería. Divulgamos de esta forma en todos los momentos oportunos -y alguno inoportuno- nuestro sentido de la revolución con las más altas miras. En fin, "un estilo nuevo" nacía. Los elementos estudiantiles, los obreros incorporados, vendían los números de FE, y en enero, tres escuadras de estudiantes, mandadas por Perales, Pérez Blázquez y Saro, asaltaron en la Universidad los locales de la F. U. E. Así dieron réplica al atentado vil contra nuestro camarada Baselga efectuado en Zaragoza. Y tras escasos incidentes de clausura y tumulto, a principios de marzo, en ella quedó asegurado "el imperio de la Falange". La resistencia que oponía el Gobierno a aprobar nuestros estatutos y darnos la autorización pertinente para abrir nuestro centro fue vencida por la presión de nuestro jefe nacional. El día 22 de febrero fue para todos nosotros una fecha memorable. Colmados de entusiasmo, nos llegó la noticia de estar autorizados a hacerlo. En Sevilla, en todas partes-, Falange Española podría abrir sus locales. Estaban autorizados sus estatutos. Nos metimos de lleno a la busca del centro. Firmamos contrato, y las cosas superfluas, como el trajín de la limpieza, el adorno severo, nos llenaron de satisfacción. Cuidamos con meticulosidad la colocación de un gran emblema con nuestras iniciales y el yugo y las flechas en la fachada. La alegría, el optimismo, aumentó aún más con la llegada, que casi podíamos llamar  torrencial, de afiliados. Llegó el momento de fijar con exactitud la jerarquía, lo que hasta entonces no había pasado de ser más que un simple bosquejo. Propuse, y fueron aceptados, a Martín y al catedrático José Cañadas, y para completar el triunvirato que, según lo estatuido, debía regir la organización provincial, busqué un hombre que pudiera llevar al trabajador un definido espíritu social. Fue entonces cuando llegaron hasta mí noticias de Joaquín Miranda. Aquel puesto lo recomendaba su certero instinto, el ambiente en que desarrollaba sus funciones. Aceptó con su aquiescencia total. Completé la Junta con abnegados camaradas Antonio Suero, Joaquín Azancot, Rafael Carmona, Manuel Guerrero Padrón, Benjamín Pérez Blázquez, Alfonso Cámara, Julián Carbó..., y nuestra casa se convirtió en "mitad cuartel, mitad convento", cosa ideal para el "mitad monje, mitad soldado", como ordenara nuestro jefe. No quiero extenderme en las muchas vicisitudes por las que pasó la Falange sevillana. El desfile del ejército un 14 de abril ante sus balcones, repletos de falangistas, que por vitorearle sufrimos nuestro primer encarcelamiento. La muerte de Antonio Corpas, nuestro primer caído. Hasta seis dieron su vida en alevosos atentados. Seis vidas jóvenes segadas, y vengadas. La gesta de Aznalcollar, pues gesta fue con la heroica muerte de Manuel García Míguez, gallego, trasplantado a Andalucía, perito industrial y buen aficionado a las letras. Único caído a quien la Junta Nacional de Recompensas otorgó la más preciada de las condecoraciones: la Palma de Plata. Siete Palmas de Plata nos fueron concedidas. Una más al guión de las milicias. Sólo con la de Madrid la ostenta. Cárceles, desprecios, todo esto queda muy m uy lejos, no olvidado, sí perdonado. Repaso en mi memoria las otras otr as provincias que dirigí, sus militantes más desatados Cádiz.-Al frente, el albañil Joaquín Bernal, uno de los hombres que más admiró José Antonio; los hermanos Romero, los Almagro Quintero, Antonio Vega Calero, Felipe Rodríguez Franco, Pedro Argudo, Pepe y Manolo Mora, cantado más tarde en romances. Los diecisiete que coadyuvaron a salvar la ciudad en los primeros fulgores del 18 de julio. Entre sus filas, mi hermano Paco. Huelva.-Juan Duclós, Jesús García de Soto, Luis Montiel, Luis Bengoa. Almería.-Martínez Iniesta, Fábregas, Sáez. Jaén.-Francisco Rodríguez Acosta, Manuel Bellido. Málaga.-Tuvo un jefe poeta, José Luis Estrada, y Juan Peralta.

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Córdoba.-Rogelio Vignote, Alfonso Cruz Conde, Domecq y, más tarde, la humanidad de Fernando Fernández. Granada.-Antonio Robles, José López Ruiz, Antonio Iturdiaga. Cuando a Federico García Lorea se le cerraban todas las puertas, la casa de unos falangistas, la de los hermanos Rosales, abrieron la suya de par en par. ¡Aquella carta que recibiera! ¡Aquella llamada que le hizo ir tras la muerte... ! Me referiré también a la presencia de la mujer en la Falange. Lo dejó dicho "... toda la profunda afinidad que hay con ella". Sevilla.-María y Lola Azancot. La esposa de Rafael Carmona y la que más tarde sería la mía. Algeciras.-La belleza y entereza de las hermanas Larios. Málaga.-Con sus tres Cármenes : Carmen Werner, Carmen Chinchilla y la otra Carmen que se perdió por amor... Y esas "mocitas" que se colgaban de nuestro brazo, como tímidas colegialas, escondiendo entre sus senos la pistola, que, en un momento dado de peligro, nos pasarían, evitando de esa guisa que fueran descubiertas en el cacheo policíaco! Luisa Terry -cómo olvidarla-, jefe local de Puerto Real, ese pueblo querido rodeado de sal y pinos. Sañudamente bombardeado durante la guerra el hospital donde servía como enfermera, negose a abandonar a los heridos. Aquel bello cuerpo quedó triturado por la metralla. Cuando acudí, su rostro mostraba paz y perdón. *** La última vez que se oyera la voz de José Antonio en Andalucía fue en Alcalá del Río, pueblecito blanco que se besa en el Guadalquivir. Veníamos de Villaverde del Río, donde, subido a la tosca mesa de una taberna, mal iluminados por un reverbero, nos había enardecido con su palabra. Llegando a Alcalá al ubicán -pájaro cantarino del atardecer andaluz-, la Guardia Civil, por orden gubernativa, prohibió el acto. Organizamos por las tabernas de la plaza recluta de oyentes, y cuando su número pareció bastante, le propuse como tribuna unas piedras que en la falda que sostiene al pueblo se levantan contra las primeras altas tapias de sus calles. La luna nos alumbraba en aquella noche del, a veces, tibio febrero andaluz. Rodeándole, sentados en el suelo, sin sospechar que por última vez, oíamos al hombre que también moriría a los treinta y tres años. SEVILLA Manuel García Miguez : 30 abril 1935. Antonio Corpas Gutiérrez: 8 agosto 1935. Eduardo Rivas López: 7 noviembre 1935. Jerónimo Pérez de la Rosa: 8 noviembre 1935. Manuel Rodríguez Montero: 2 junio 1936. Rafael Panadero Martínez: 4 junio 1936. ¡PRESENTES!

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CAPÍTULO VI. LAS «DOS ESPAÑAS» José Antonio -estamos en 1936- decidió presentar su candidatura de nuevo por la provincia de Cádiz, cuyos verdaderos intereses creía haber defendido en su actuación anterior. Nos dio órdenes para activar la propaganda. Cumplidas fueron con ardor por las escuadras de Jerez, de los Puertos, de Sanlúcar, de Rota, al frente de éstas, los hermanos Zamacola. En contraste con lo blandengue de las propagandas derechistas, sin jactancia, se comportaron con decisión y levantaron de nuevo una corriente de simpatía hacia él. Simpatía que multiplicó y enardeció con una rápida excursión oratoria que pudo conceder a este rincón a principios de febrero. Comenzaron rumores, casi increíbles de puro ilógicos, sobre dificultades para incluirlo en la candidatura, ganando, en cambio, puntos, apoyado por las derechas, un antiguo subsecretario de Casares Quiroga. Se confirmaron los síntomas. Se perpetró el monstruoso despojo, asegurando alevosamente que conseguiría otro puesto seguro en diferente circunscripción, y hubo quien, osadamente, invocó mandatos divinos... Intentó por Cuenca, tierras muy afectas al apellido Primo de Rivera, y cuya lista de candidatos estaba integrada, en su mayoría, por dirigentes conservadores locales. De nuevo las derechas maniobraron contra él, llegando incluso a querer enfrentarlo con la figura como candidato del general Francisco Franco Bahamonde, quien no se prestó a la maniobra. Por no haber figurado en las primeras elecciones, a José Antonio no se le computaron votos en diversos colegios electorales. Fue derrotado, triunfaron las izquierdas y días después el Gobierno relevó de su cargo de jefe del Estado Mayor, al general Franco, relegándole a un puesto alejado y secundario: de gobernador gobernador militar en Santa Cruz de Tenerife. Goicoechea y Serrano Súñer denunciaron en las Cortes estos hechos y defendieron, en la medida de sus fuerzas, f uerzas, la anulación de las elecciones, con el ánimo resuelto a que presentara de nuevo su candidatura. Raimundo Fernández Cuesta, Rafael Sánchez Mazas, julio Ruiz de Alda, Onésimo Redondo, Manuel Mateo, Manuel Valdés, José María Alfaro, José Sainz, Augusto Barrado, Alejandro Salazar y yo, miembros de la junta Política, nos presentamos a candidatos por diversas provincias, pero la penuria de medios económicos, la masa de jóvenes de menor edad sin voto, la indiferencia de las derechas y la hostilidad de las izquierdas, hicieron imposible que consiguiéramos algún acta. El Gobierno, por otra parte, quería triturar del todo al jefe de la Falange, y fue juzgado y acusado de cuatro delitos en los meses de abril y mayo. Dos de estos cargos le condenaron a cuatro meses de cárcel. En su casa fueron encontradas dos pistolas cargadas que, sagazmente, la Policía colocó. José Antonio, defensor de sí mismo, mostró públicamente su indignación por  dicha actitud. Terminado el juicio, despojose de la toga y la tiró violentamente sobre el suelo, pisoteándola, para demostrar que si aquello que con él hacían era denominado justicia, para él no significaba más que desprecio. Desde la cárcel continuó en contacto con los pocos adictos que quedaban en libertad. Llegó a una compenetración sincera con los jefes carlistas, algunos de los cuales se encontraban exiliados en Francia. F rancia. La Falange y el Requeté llegaron a entenderse. Por otra parte, su hermano Fernando nos traía noticias a la Modelo en relación con los militares dispuestos a ir al Alzamiento. Llegó el día de nuestra separación definitiva. El día 5 de junio celebrábamos, "entre rejas", mi fiesta onomástica. Buenos amigos nos la endulzaron con el regalo de excelentes caldos  jerezanos y algunas golosinas. Apareció un oficial de prisiones, dirigiéndose a José Antonio con la siguiente orden -El director le espera en su despacho. Quedamos preocupados. Días atrás nos había llegado la noticia de un posible traslado del  jefe a otra prisión; peor aún, de un simulacro de fuga, con sus trágicas t rágicas consecuencias. consecuencias. Tardó poco en regresar, seguido del director. -Sancho, Miguel, este canalla nos va a asesinar en un descampado cualquiera.

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Increpó al director: -A por usted vendrán mis escuadras, instalarán en el patio un cadalso y le colgarán y tirarán de sus pies. Se organizó el tumulto al grito de: " ¡ se llevan al jefe! ". En todas las galerías enronquecían las voces cantando el Cara al Sol. Amarradas nuestras muñecas, rodeados de policías armados hasta los dientes, no le faltó a Miguel una de sus ocurrencias, de su proverbial valor sereno. Llevaba sobre sus hombros una ligera gabardina; con los codos descubrió los bolsillos de su chaqueta, enseñándome una caja de puros y una botella de jerez. -Por si no nos matan -me dice-, estos "tíos" no se lo beben ni se lo fuman... No puedo menos de sonreír, lo contrario que uno de nuestros guardianes, que nos apercibe. -Poco me parece que vais a beber y a fumar f umar en adelante. Con las primeras luces del alba, en compañía de Agustín Aznar, unido más tarde a mi expedición, llegamos a la cárcel de Vitoria. Allí pudimos enterarnos del lugar de destino de los dos hermanos Alicante. A Huelva habían conducido a Miguel Primo de Rivera Cobo de Guzmán y a Luis Aguilar Sanabria. Vitoria, ciudad hermosa, con cárcel fría, frí a, antiguo palacio de los marqueses de Salvatierra, era por entonces una capital de provincia apacible, tranquila. Con evidente exageración, se decía que la mayoría del censo de su población lo constituían los curas y los militares. En el Hotel Frontón se reunían lo mejor de la sociedad y los funcionarios allí destinados, para jugar una partida o para comentar las novedades que hasta ellos llegaban. Como es lógico, novedad sonada fue la llegada de dos altos jefes de la Falange a la prisión provincial. En la visita diaria de mi esposa, entre otros pormenores, me refería su conocimiento reciente con un matrimonio, todo amabilidad, que la atendía durante las horas de soledad. Su nombre, don Camilo Alonso Vega, el que más tarde liberaría a la ciudad y alcanzaría a ser uno de nuestros más heroicos generales durante la Cruzada. Una visita del conde de Rodezno y de José María Oriol sirvió para que, por grave enfermedad de una hermana, gestionaran y consiguieran mi traslado de nuevo, en julio, a la Cárcel Modelo, de Madrid, no sin que antes Agustín y yo, durante el corto tiempo que nos daban de comunicación a los escasos falangistas y requetés que nos visitaban, enardeciéramos con el ejemplo y nuestras consignas. Tan buen resultado nos dió, que a poco media docena larga de secuaces nos acompañaban entre rejas, con gran indignación contra nosotros por parte de algunos de los familiares cuando los visitaban. No voy a enumerar las muchas vicisitudes que pasé para poder llegar de "una España" a otra. La persecución de García Atadell, jefe de la Brigada del Amanecer, que sufrí, cte., muchos etcéteras... En Biarritz, a Juan Ignacio Luca de Tena le pegué un "sablazo" de cuarenta duros. Aún,  jocosamente, a veces me lo recuerda. Cuando se produjo el Alzamiento Militar, el 18 de julio de 1936, nuestro jefe nacional llevaba encarcelado en la prisión de Alicante seis semanas. El día anterior dirigió un manifiesto a toda España. Los comprometidos en el Movimiento pensaron que podrían liberarlo rápidamente y trasladarlo a Madrid por vía aérea. En aquellas provincias el Alzamiento no tuvo éxito, a pesar de que Mola confiaba. Algunos militares de la región comprometidos demostraron una total falta de decisión. En Valencia sí hubo quienes se sumaron al Alzamiento, pero su número era reducido y, materialmente, fueron aplastados. Por tanto, la mayor parte de las guarniciones establecidas en el cinturón de Alicante, prácticamente, quedaron aisladas e inmóviles.

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Los falangistas de la región no se dieron por vencidos. La inmediata presencia de José Antonio les dio constantes ánimos, y por sus medios, con ayuda de elementos monárquicos y algunos oficiales, intentaron rescatarlo. Sin embargo, sus propósitos fueron descubiertos. Simplemente, los guardias de asalto les impidieron tan siquiera acercarse a las puertas de la cárcel. Una expedición de magníficos camaradas del cercano pueblo de Callosa del Segura fue aniquilada. Casi todos murieron en el empeño. Julio Ruiz de Alda, Raimundo Fernández Cuesta, Manuel Valdés, estaban, conmigo, tan bien guardados como José Antonio. Onésimo Redondo murió instantáneamente de los disparos hechos desde una camioneta llena de milicianos socialistas que se cruzó con su coche en la carretera de Valladolid a Madrid. La Falange se encontró, por tanto, muy mermada de mandos y de representación oficial. El sur, liberado, se había ganado la adhesión de muchos falangistas del norte de España. En Andalucía, el control del partido, por mi forzada ausencia, quedó, momentáneamente, a las órdenes del jefe provincial de Sevilla, Joaquín Miranda. Cuando se restableció el contacto con el norte, invitó a determinado número de mandos de la Falange a una reunión que se celebró en Sevilla el 29 de agosto. Hedilla no fue invitado a la mis. ma. En cambio, acudieron la mayoría de los dirigentes falangistas del sur y el jefe jef e provincial de Milicias de Madrid, Agustín Aznar, quien se había puesto al frente de las milicias, las cuales estaban desempeñando un importante papel en primera línea. La mayor parte de los asistentes se mostraron partidarios de convocar una nueva reunión de los jefes supervivientes del Consejo Nacional, con objeto de entrelazar sólidamente a los mandos y así poder desarrollar una fructífera labor cerca del Ejército. Era necesario eliminar los malos entendidos y solucionar los problemas que planteaban las distintas provincias liberadas. También se precisaban soluciones a la necesaria propaganda y la lucha política contra los caciques locales. El futuro de las J. O. N. S. necesitaba solución perentoria. La debilidad de la Falange siempre estuvo en los mandos secundarios. Muchos jefes locales, aunque bien intencionados y desprendidos, eran de competencia muy limitada. Según los estatutos fundacionales, si el jefe nacional tenía que ausentarse del territorio o estaba incapacitado para dirigir el movimiento, asumía la dirección un triunvirato. En la reunión de Sevilla no se había cumplido este acuerdo, y a mi paso por Salamanca vi cómo Manuel Hedilla había sido nombrado jefe de la Junta de Mando. Hedilla era y es hombre honesto y valiente. Agustín Aznar, valioso colaborador de José Antonio, "el gordo", como cariñosamente lo llamaba, y que días antes de mi llegada, temerariamente, había desembarcado en Alicante para ver la forma de salvar al jefe, juzgaba, con los mandos del sur, que Manuel Hedilla podía ser un buen secretario ejecutivo, suponían que no se permitiría, en cualquier hipótesis, pretender la  jefatura del partido. La creación de la Junta de Mando no satisfizo a la mayoría. No daba flexibilidad a la dirección del partido. Más bien le inmovilizaba, le impedía desarrollar planes más ambiciosos de reorganización. La Junta no tenía fuerza para establecer contacto con los militares, ni con otros núcleos, si se presentaba la oportunidad. Agobiada por los problemas de la guerra, acosada por el aluvión de adictos, f estejada por los arribistas, no había visto del todo claro dónde se encontraba el verdadero poder. "Su aspecto no ofrece los rasgos indiscutibles de un líder, ni nada indica que pudiera ser  mañana el estadista que España necesita. Más bien diría que es excelente lugarteniente, un enérgico y celoso cumplidor de órdenes; en realidad, es el hombre que conviene en estos momentos, en que todo el poder está en manos de los militares. La falta de un verdadero jefe constituye el gran handicap del falangismo." Así opinó de Hedilla una destacada personalidad extranjera. La Falange parecía ofrecer energías nuevas. En poco tiempo, los antiguos cuadros se encontraron casi desbordados por la gran afluencia de nuevos militantes. Como la primera oleada emocional barrió por completo a los partidos de derecha, muchos se apresuraron a

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vestirse con camisas azules. Algunas instituciones financieras les ofrecieron su apoyo, con la esperanza de que, al contribuir, no serían olvidados el día de la victoria. Mientras continuaba la avalancha, las exigencias de la lucha en el frente eran tales, que los  jefes no disponían del tiempo que necesitaban para dedicarse a su organización. Resultaba el peligro de que el Movimiento se convirtiera en una masa amorfa y sin dirección, mandado por  elementos extraños o desbordados por una corriente de elementos sin formación ni amor a los principios fundamentales. Llegué a Sevilla. De nuevo abracé a los que yo pensé no ver nunca más. Mantuve contactos. Conocí caras nuevas. Visité los frentes y volví a Salamanca. No es extraña la fe y asistencia con que fui recibido por mis íntimos camaradas sevillanos. Una nueva prueba más tenía que sufrir. Heroicamente, el general don Gonzalo Queipo de Llano se había hecho dueño de Sevilla el 18 de julio. No lo veía desde un hecho ocurrido a la caída de la Dictadura, en que, defendiendo la memoria del general Primo de Rivera, tuvimos José Antonio, Miguel y yo un altercado con él en un local público. Los hechos ocurrieron así: creyendo verse ofendido el general Queipo che Llano, durante aquella etapa dirigió una carta a su hermano Pepe -algo mayor que don Miguel-, residente en Madrid, con críticas airadas a la labor del general, exiliado por entonces en París. Al tener conocimiento de ello, José Antonio fue a pedirle una explicación pública por su conducta. Nos transmitió a Miguel y a m í el lugar de la cita, con la clara consigna: "No tomaríamos parte -en caso de haber refriegas¡ no intervenía nadie más". Pero en el Lión D'Or, de la calle Alcalá, se reunía con un buen grupo de amigos. El encuentro degeneró en tumulto, saliendo a relucir no sólo los puños, sino los bastones, a los que eran tan adictos los hombres de aquellos tiempos. Se generalizó la lucha. Miguel y yo, como alféreces provisionales de Húsares de la Princesa, fuimos conducidos a prisión y despojados despojados de nuestra jerarquía militar, después de un ruidoso proceso y de que José Antonio dirigiera al entonces general Berenguer, presidente del Consejo de Ministros, una carta pública explicativa de los hechos. Días antes, unos estudiantes de la F. U. E. hicieron por el paseo de la Castellana una pantomina del entierro del ex dictador. Los húsares, tanto compañeros de Pavía como los de nuestro regimiento, arremetimos a sablazos contra ellos, y alguno, de seguro, fue a '»dar la cabezada" a la Cibeles. La prensa hostil nos increpó, y al incidente con Queipo de Llano lo titularon: "De nuevo los Primo de Rivera", haciéndome el honor de incluirme con tan glorioso apellido. Fuimos deportados, Miguel, a San Sebastián, y yo, a Sevilla, no sin que antes toda la plana mayor del regimiento, de uniforme, con su coronel al frente, nos hiciera una emocionante despedida al partir nuestros trenes hacia el lugar del confinamiento. Pero don Gonzalo no era hombre de rencores. Muy al contrario. Nunca existió el menor roce entre nosotros, y como más tarde verá el que esto lea, en un momento crucial para mi vida, se puso resueltamente a mi lado. Buena labor ejercieron en ello también Pedro Parias, José Cuesta y Modesto Aguilera, colaboradores estrechamente unidos a él y sinceros amigos míos. Me urgía volver a Salamanca; me aterraba la situación de mi familia famil ia en Madrid. Sentía la necesidad de entrevistarme con Francisco Franco. Vislumbraba el papel relevante que le aguardaba. Los contactos con él, a mi entender, no habían sido todos los necesarios. Además, estaba el problema de la salvación de José Antonio. Esto no lo habían descuidado un momento. Lo intentaron canjear con un general republicano, con el hijo de Largo Caballero. Hubo gestiones realizadas por el cónsul alemán en Alicante, Von Knobloch, antes de que fuéramos reconocidos por su país. Von Knobloch no conocía en persona a José Antonio. Había leído sus escritos. Escuchó a personas que le merecían entero crédito y decidió que el jefe de la Falange era quien podía alzarse con el éxito y hacer una verdadera revolución nacional. Por tanto, solicitó a la Wilhelmstrasse que le autorizase para presionar cerca del gobernador civil de la República en Alicante. Desde su punto de vista, la oficina de asuntos exteriores alemana no quería entremezclarse en asunto tan personal como era la liberación de José Antonio Primo de Rivera. Hasta los mandos nazis, en este asunto, negaron su participación a la Falange. Por tanto, la petición de Von Knobloch no fue aceptada, pese a las presiones hechas por Pedro Gamero del Castillo, en entrevista mantenida en un barco de guerra alemán.

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Conocía también anteriores gestiones realizadas por Alfonso XIII, el último rey de España, cerca de Léon Blum, presidente por aquel entonces del Consejo de Ministros francés. Quizá el monarca, al que "una camarilla" le hizo perder la confianza en el general, recordaría aquella frase de su Augusta esposa, cuando marchaba en el exilio, a Carmen y Pilar, en Galapagar : "Si vuestro padre hubiera vivido, nada de esto pasaría". En mi poder tengo la carta, de persona cuyo nombre no estoy autorizado a dar, pero que garantizo sin reparo alguno y transcribo a continuación: "Excmo. Sr. conde de Villafuente Bermeja. Gurtubay, 3. Madrid. Querido Sancho: Desgraciadamente, no tuve ocasión de intervenir directamente en las gestiones que se hicieron en los comienzos de la Cruzada en Francia en favor de la liberación de José Antonio. Quien en Francia intervino para lograrlo, como le oí referir a él mismo, fue el rey don Alfonso XIII, quien envió personalmente a su ex ministro de Estado, don Manuel González Hontoria, para que, en unión del embajador Quiñones de León, visitasen al enton. ces jefe del Gobierno de Francia, León Blum, e hiciesen, en nombre del monarca, cuantas gestiones fueran posibles cerca del Gobierno francés para que éste influyera con el de la República española. Según me dijo el rey, el Gobierno de Francia atendió el ruego, pero el español no le hizo caso. Parece ser que el ministro Indalecio Prieto fue el único que pretendió que el Consejo de Ministros accediese a la solicitud que el Gobierno de Francia hacía a requerimiento de don Alfonso XI II. Recibe un abrazo de tu buen amigo." En otra ocasión, Hedilla pidió a Franco los fondos precisos para organizar un viaje que realizaría a Francia Eugenio Montes. Sin dilación, obtuvo el dinero. Eugenio Montes, en Francia. Estableció contacto con importantes personalidades españolas y francesas, sin éxito. Intervinieron, entre otros, el filósofo don José Ortega y Gasset, el ministro francés Yvon Delbos y la esposa del embajador de Rumania en España. Por parte del Gobierno republicano, la única figura con quien se estableció contacto fue Indalecio I ndalecio Prieto. Irremediablemente, se presentía que José Antonio estaba destinado a morir. Un fugaz paso por Salamanca, unos cambios de impresiones, hicieron decidirme, aún más, en mi propósito de entrevistarme sin demora con el general Francisco Franco. Marché a Cáceres. Para que tomase confianza en mi persona, desde el primer momento inicié la conversación recordándole cuando hacía años, pacificando Marruecos, acompañó a mi tío a Sevilla, residiendo en casa de mis padres. Le recordé aquel cariñoso llamarle Franquito por parte del general. Me explicó a qué se debía que lo llamara así. Un día, en Marruecos, ordenó que un oficial voluntario fuese a salvar de un "blocao" cercado a un reducido grupo de soldados. Mandando a unos legionarios, lo consiguió, después de vadear un río algo profundo. Enterado de su gesta, lo mandó llamar para conocer el nombre. A los pocos días se repitió parecida hazaña con igual éxito, y al pedir que se presentara el capitán y ver que era el mismo de la vez anterior, exclamó : "i Pero otra vez tú, Franquito ! ". Se rompió el hielo propio de un primer encuentro. Hablamos largo de la guerra, de la zona roja, de penalidades sufridas y de la salvación posible de José Antonio. A mi disposición puso todos los hombres que necesitara de las banderas de Falange, barcazas de desembarco, mandadas por Manuel Mora, y un barco de guerra; para lo cual ordenó al almirante Moreno que se pusiera inmediatamente en contacto conmigo en Cádiz. Sevilla se llenó de lo más selecto de las milicias: desde José Antonio Girón hasta Antoñito Borrero, un incipiente escuadrista con quince años de edad. Pero el mismo entusiasmo hizo que se hablara de los propósitos con demasía en corrillos y tertulias, y el plan de desembarco proyectado fue conocido por el enemigo. Fortalecieron las defensas de la costa, y a la primera intentona que hubiésemos iniciado, el

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primero en sufrir las consecuencias más trágicas hubiera sido nuestro jefe nacional. Tuvimos que desistir, pero conste para la Historia que Francisco Franco, más tarde, por la gracia de Dios, Caudillo de España, puso de su parte el mayor empeño, la más decidida voluntad, en salvar la vida de José Antonio Primo de Rivera. No cejábamos, todos a una, en salvar su vida por todos los medios posibles. Von Knobloch, a quien antes me he referido, una vez reconocida la España nacional por Alemania, buscó refugio en Salamanca. Trajo una información del mayor interés. Antes de su salida de Alicante, había mantenido conversaciones con una autoridad de aquella capital. La aportación de cuatro millones y facilitándole la evasión, acompañado de sus familiares, conseguiría la salvación a los dos hermanos. Transmitimos el mensaje al Cuartel General. Franco, sin demora, nos lo entregaría; pero en un gesto que enaltecerá siempre a la comunión tradicionalista, por mediación de José María Arauz de Robles, aportaron la mitad de lo convenido. Parecía como si presintieran que en el patio de aquella cárcel, días después, se mezclaría la sangre del Rcqueté y de la Falange. En mi casa de Sevilla, y en poder de mi esposa, durante unos días, estuvo la cantidad estipulada. Nada. Otra esperanza que se esfumó. Realidad trágica. Las autoridades de Alicante decidieron que José Antonio tenía que ser    juzgado, condenado. El gobernador civil, Jesús Monzón, comunista, quería, a toda costa, eliminarlo. Varias acusaciones se cernían sobre él: preparativos para el Alzamiento, tenencia de armas, complot con los guardias de la prisión para tratar de evadirse. Se defendió a sí mismo, también lo hizo a su hermano Miguel y a su cuñada Margarita Larios. La vista se celebró el 13 de noviembre de 1936, ante un t ribunal popular. A un periodista local, testigo, redactor de El Suceso, debo la única versión escrita que me llegó. Textualmente, dice "Ajeno al hervidero de tanta gente heterogénea amontonada en la sala, José Antonio Primo de Rivera lee durante un paréntesis de descanso del tribunal. Lee y estudia la copia de las conclusiones definitivas del fiscal. No parpadea. Lee como si se tratara en aquellos pliegos de una cosa banal que no le afectara. Ni el más ligero rictus. Ni una mueca. Ni el menor gesto altera su rostro sereno. Lee, lee con avidez, con atención concentrada, sin que el zumbido incesante del local le distraiga un instante. "Primo de Rivera oye la cantilena como quien oye llover. No parece que todo aquello, todo aquello tan espeluznante, roce con él. Mientras lee el fiscal, él lee, escribe, ordena papeles... Todo sin la menor afectación, sin nerviosismo. "Margarita Larios está pendiente de la lectura y de los ojos de su esposo, Miguel, que atiende, perplejo, a la lectura, que debe parecerle eterna. "José Antonio sólo levanta la cabeza de sus papeles cuando, retirada la acusación contra los oficiales de prisión, les ve partir libremente, entre el clamor aprobatorio del público. "Pero sólo dura un leve momento esa actitud, con la que no expresa sorpresa, sino, quizá, vaga esperanza. "Inmediantamente comienza a leer reposada, tranquilamente, sus propias conclusiones definitivas, que el público escucha con intensa atención. "Margot se lleva su breve pañuelito a los ojos, que se l lenan de lágrimas. ''Miguel escucha, pero no mira al fiscal. Sus ojos están pendientes del rostro de su hermano, en el que escruta ávidamente un gesto alentador o un rasgo de derrumbamiento. Pero José Antonio sigue siendo una esfinge, que sólo se anima cuando le toca el turno de hablar en su defensa y en la de los otros dos procesados. "Su informe es rectilíneo y claro. Gesto, voz y palabra se funden en una obra maestra de oratoria forense, que el público escucha con recogimiento, atención y evidentes muestras de interés.

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"Al fin, la sentencia. "Una sentencia discutida en la que el jurado ha clasificado la responsabilidad según la  jerarquía de los procesados. "Y aquí se quebró la serenidad de José Antonio Prim o de Rivera, ante la vista de su hermano Miguel y de su cuñada. "Sus nervios se rompieron. "La escena surgida la supondrá el que la viere. "Su emoción, su patriotismo, alcanzaron a todos." "Condenado ayer a muerte, pido a Dios que si todavía no me exime de llegar a ese trance, me conserve hasta el fin la decorosa conformidad con que lo preveo, y, al juzgar mi alma, no la aplique la medida de mis merecimientos, sino la de su infinita misericordia." (Del testamento de José Antonio.)

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CAPÍTULO VII. SALAMANCA Ramón Serrano Súñer, de gran vocación jurídica y política, puso siempre gran pasión en todo lo que emprendía. A veces quizá se dejara llevar de sus im pulsos. Conoció a José Antonio, siendo aún muy jóvenes, en la Universidad, y pronto fortaleció la amistad; la frase "mi entrañable amigo de toda la vida" sería el preciado tesoro que le dedicara desde Alicante. Encarcelado, pudo refugiarse en la Embajada de Holanda, y tras accidentadas odiseas, llegaba a Salamanca. Llegó roto, deshecho. No era para menos. Además de las penalidades sufridas, le embargaba el dolor de la pérdida de sus dos queridos hermanos. Uno de ellos había sido secretario de la Falange primitiva en Palma de Mallorca. Se dolía de que la Embajada de Inglaterra no había querido darles cobijo bajo su pabellón. Serrano, meses antes del Alzamiento, valiéndose de la inmunidad que le daba su cargo de diputado por la "Ceda"", mantuvo m antuvo contactos con elementos tradicionalistas y de Acción Española; asimismo, en más de una ocasión sirvió en la Península de enlace con su cuñado el general Franco. Admiraba de José Antonio sus cualidades, pero desde un principio se había negado a engrosar sus filas, a hacerse partícipe de la doctrina joseantoniana. No era el único. José Antonio tenía diversos amigos que reconocían sus virtudes sin comulgar con sus directrices políticas. Entre ellos, Pepe Pemartín, hermano de nuestro entrañable Julián, hombre de formación sólida. Sospecho que, admirador de la inteligencia de los demás, asequible a todas las ideas que tuvieran sentido nacional y gran conversador, se enardecía en la controversia cuando ésta iba bien dirigida. Gozaba con la polémica, con el buen pensar y el buen hablar. Quizá fuera Ramón Serrano Súñer el mejor político, y de ideas más claras, que apareció en aquellos tiempos por Salamanca. Posiblemente, de los pocos que entendían qué había que hacer en relación con el futuro de España. Otros hombres privilegiados no entendieron que España ya no podía eludir el cumplimiento de su revolución nacional. Desde su llegada, aunque anteriormente yo le había tratado poco, mantuvimos varias conversaciones. Recuerdo que, instalados estrechamente en el Palacio Arzobispal los muchos servicios del Cuartel General, el espacio que quedaba era escaso y S. E. Reverendísima le permitía recibir las visitas en el pequeño coro de la capilla. Sin contar las tertulias del Gran Hotel, casi todas pobladas de murmuradores, y los restaurantes y cafés, principalmente el Trilingüe, bajo los soportales de la majestuosa plaza de Salamanca (un medallón con la efigie de mi antecesor el "Rayo de la Guerra'' figura allí), hay que reconocer que más bien había gran indiferencia por la política en general. Estaban preocupados: unos, por la seguridad de parientes y amigos que quedaron en la otra zona ; otros, sin vislumbrar  cuál sería el porvenir económico que les esperaba, y todos, por los azares de la guerra, preocupación mayor del momento. La bella ciudad llena de historias era más bien aburrida. Sólo el encanto de las mujeres que en los frentes y en las retaguardias trabajaban con ardor en las filas de la abnegada Sección Femenina, dirigida con estilo y modestia por Pilar, o en Auxilio Social o Frentes y Hospitales, acompañadas las más por los muchachos combatientes que fugazmente gozaban de un permiso, daban luminosidad a la ciudad. Encantaba verlas con sus camisas azules, sus boinas rojas o sus trajes de enfermeras paseando por los soportales en los pocos Momentos de ocio que tenían. Pepe de la Cova. sevillano, escolta mío, cuando se mostraba alegre solía cantar  acompañado por las palmas trianeras de José Luis Mauri, que hacía de chófer: Salamanca, Salamanca, donde el frío no se aguanta.

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En la plaza, “vuerta, vuerta" ; en el hotel, guasa, guasa. En los primeros meses de 1937 comenzó la lucha por el mando de la Falange. La mayor  parte de la gente reconocía sus avances sociales, pero carecía de información exacta sobre sus principios. Desgraciadamente, se acentuaba la división. La hermandad, tan necesaria, estaba rota. En opinión de Antonio Luna, delegado nacional de Justicia y Derecho, Falange pasó "de un cuerpo minúsculo con una gran cabeza a un cuerpo monstruoso sin cabeza". Aunque a muchos les dio por llamar al jefe muerto el "Ausente", y de buena fe creían que seguía vivo, la verdad es que la cordura aconsejaba no dejarse influir por lo que, desgraciadamente, no tenía remedio. Había sido fusilado en Alicante. Indalecio Prieto recogió los papeles privados que pertenecieron a José Antonio. Tan vivamente le impresionaron, que con posterioridad escribió: "Data de muchísimo tiempo la afirmación filosófica de que en todas las ideas hay algo de verdad. Me viene esto a la memoria a cuento de los documentos que José Antonio Primo de Rivera dejó en la cárcel de Alicante. Acaso en España no hemos confrontado con serenidad las respectivas ideologías para descubrir las coincidencias, que quizá fueran fundamentales, y medir las divergencias, probablemente secundarias, a fin de apreciar si éstas valían la pena de ventilarlas en el campo de batalla". Calcinado en Portugal al iniciar el vuelo para ponerse al frente del Movimiento el general don José Sanjurjo, en el mes de septiembre hubo diversas entrevistas importantes para nombrar un nuevo mando militar. En dichas gestiones intervinieron solamente mandos militares superiores, sin la menor participación de elementos civiles. Decidida la disolución de la Junta de Defensa, que hasta entonces presidía el general Cabanellas, por ser el más antiguo de los generales y de más edad, era presumible que quien resultara elegido tendría también un día que asumir la Jefatura del Estado. Los nombres más sonoros eran los de Franco y Mola. Este último había tenido una destacada actuación, conspirando contra la República y levantando una buena masa de combatientes a su favor. Franco era el más joven de los generales. Su prestigio era muy grande, además de ser un político sagaz. Uno de los más influyentes del Ejército de África era el coronel Juan Yagüe. Con la ayuda entusiasta, entre otros, de Rodrigo, Sáenz de Buruaga, Zamalloa. Asensio, Castejón y Ríos Capapé, organizó el levantamiento en Marruecos. Era militante de la Falange anteriormente al Movimiento y se hallaba unido a Franco por los lazos indisolubles del Tercio. Yagüe fue un entusiasta patrocinador de la elección de Franco, un proselitista entre sus compañeros. El general don Emilio Mola reconocía que Franco tenía más nombre que él, dentro y fuera de nuestras fronteras, y que contaba además con los valiosos apoyos de Varela, Rada, Moscardó y Orgaz, entre otros más distinguidos mandos. No faltándole tampoco el de Millán Astray, fundador  del Tercio, y el del general de Aviación Alfredo Kindelán. Así, pues, Mola no puso el menor  obstáculo a su candidatura para Jefe de las Fuerzas Armadas de Tierra, Mar y Aire. El nombramiento para Generalísimo fue acordado por la Junta de Defensa, celebrada el 21 de septiembre de 1937, sin la presencia física de Franco, que en aquel entonces se hallaba en Cáceres. Pensaron que era más prudente no revelar de momento el nombramiento, lo que no dejó de preocupar a varios que decididamente le habían apoyado desde el principio: por lo cual. Kindelán, para calmar sus justas preocupaciones, asesorado por Nicolás Franco y Martínez Fuset prepararon el proyecto de decreto que fue leído en la siguiente reunión, el 28 de septiembre. Se añadía una cláusula en que, además de Generalísimo de las tres Armas, se le confería el título de Jefe del Estado Español. Esto último llenó de incertidumbre, por unos momentos, al general don Gonzalo Queipo de Llano, único que pidió aclaración a esta última medida tomada; pero, ante los argumentos convincentes, aceptó. comprendiendo que la centralización del mando era absolutamente necesaria. En su totalidad fue aprobado el decreto y dado a conocer, a España y a todo el mundo, el 1 de octubre. Por aquellos días, en la España liberada las conversaciones todas se basaban sobre la necesaria unificación de Falange Española y la Comunión Tradicionalista.

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En un mitin celebrado en el mes de marzo en Salamanca, el jefe de Renovación Española, don Antonio Goicoechea, anunció la disolución de su propio partido, instando a unificarse con las siguientes palabras “¿Es que algunas agrupaciones se preocupan de los humildes y de los necesitados y llevan este ideal como bandera de propaganda? Sí. Pues yo digo que la solidaridad de la guerra ha aumentado el poder de sacrificio de los poderosos en favor de las clases humildes. y que éste es un postulado de todas las organizaciones políticas. Un solo partido, o mejor, un frente patriótico como el que ahora existe entre nosotros. Y yo repito que realizaremos todos los sacrificios posibles para que esto se consiga. Una estructura única. en un sistema puramente orgánico, en el que todos tengan un papel que cumplir." En otro pasaje de este libro el lector habrá visto mis relaciones amistosas con el conde de Rodezno. Siempre he sido hombre abierto para la amistad, igual con el humilde que con el poderoso. No era extraño, pues, que mantuviéramos extensas entrevistas sobre una necesaria inteligencia entre ambos grupos. Recordaba la frase que un día en Terminus, denominación del puesto de mando en el frente del Generalísimo, G eneralísimo, éste me dijera -Unirnos todos o se malogrará la victoria. Cerrados los oídos a mis palabras -pena da decirlo- por quienes más deberían escucharlas, y tildado de blando, quizá de traidor, me consolaba la consigna de José Antonio: "Por la Falange hay que romper hasta con los afectos más íntimos". Seguía creyendo firmemente que cumplía un deber sagrado. Procedí a escribir una carta a Portugal a Fal Conde. Anteriormente a la G uerra de Liberación había tenido contactos provechosos con él, y por dicha amistad (aun sabiendo que al artífice del 18 de julio cerca del Requeté fue don Marcelino Uribarren, que sin poner condición alguna ordenó que los requetés salieran a luchar con los falangistas de Pamplona, Vitoria, Valladolid y diversos lugares más) creía que mi inteligencia con Fal sería más fructífera. fructíf era. Entre otras cosas, le señalaba : "... abandonada a la imprevisión, hace mucho tiempo que España siente la necesidad de aplastar de una vez luchas fratricidias ; es decir, la necesidad de que para siempre la decisión de un hombre superior aunándonos imponga a todos la paz, porque, fuera de nosotros, el Requeté y la Falange, no existe organismo alguno con soluciones positivas ni con medios m edios para el desahucio'". Estos primeros contactos míos fueron bien vistos por la minoría que ciegamente creía en mí, los que me obedecían sin reparo y apoyados por elementos destacados de la Comunión Tradicionalista. Un alto miembro de la Junta de Guerra de la Comunión instó a celebrar sin demora una entrevista en Lisboa con el señor Fal Conde y escribió a Pedro Gamero del Castillo la carta siguiente "8 de febrero de 1937. Sr. D. Pedro Gamero. Mi querido amigo: He recibido carta de Fal Conde, un primor de ideas y de forma. Me dice urge ya la entrevista con él. Quiere tenerla contigo y con Sancho, y no después del miércoles 10. Está en el Hotel Avenida Palace de Lisboa. No dejéis de ir; no creo exagerado decir que esa entrevista será tal vez histórica. ¡Hacedlo por esta España idolatrada! Sería cuestión de sólo un día, pero preciso saberlo con toda seguridad, para comunicárselo. Desde luego, y sin perjuicio de que contéis con Hedilla, precisa absoluta reserva. Un abrazo muy fuerte." Gamero del Castillo se había distinguido antes de la guerra en Sevilla como presidente de los estudiantes católicos. Hombre intelectualmente muy bien formado, nos conocimos al

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incorporarme de nuevo a la Territorial. Trabajaba en los departamentos técnicos. Con José Luis Escario y Pedro González Bueno, ambos ingenieros, fue uno de los más partidarios de mi postura. Insisto en que casi todos los que se titulaban leales a la doctrina "joseantoniana" me dejaron sólo en mi iniciativa. Es más : un agudo y profundo escritor, valioso colaborador y mentor  de Manuel Hedilla, en semejanza con el "argot" taurino, públicamente me motejó de político de "escuela sevillana". Aunque mis desplazamientos a Salamanca cada vez eran más frecuentes, no impedían mi dedicación a la parte liberada de mi Territorial. Aquello marchaba. La colaboración con los mandos militares era perfecta. La decidida ayuda a las milicias por parte del Ejército no faltaba en absoluto. Mi enlace con el general don Gonzalo Queipo de Llano, a través de un hombre tan eficaz como el entonces teniente coronel José Cuesta Monereo, gran amigo mío, allanaba los posibles obstáculos. Con los requetés, dirigidos por Barrado, destacaban en el frente los tercios de Manuel Mora y Fernando Zamacola. y las banderas bajo la dirección del jefe de Milicias Ignacio Jiménez. que al morir Martín Arenado lo suplió en el mandato. lsilnismo, los combatientes de Ramón Carranza, y el nombrado asesor militar, antiguo falangista, el comandante Eduardo Alvarez Rementería. Un hecho heroico de los muchos se registró a cargo de la segunda bandera de Falange de Sevilla, en Villanueva de la Cañada, de la provincia de Madrid, mandada por el comandante Pérez Blázquez. Se enfrentaron contra toda la división de Líster, en la cual figuraban combatientes distinguidos en otras acciones, como Candón, Iglesias y Modesto. Con resistencia sobrehumana, ante un enemigo muy superior, a la muerte de su jefe siguieron combatiendo con heroísmo insuperable, haciendo fracasar la ofensiva arrolladora, y consiguieron dominar la carretera hacia Brunete, que, de no haberlo conseguido hasta los últimos momentos, en que llegaron en su auxilio efectivos militares compuestos principalmente por la Legión, hubiera podido provocar un verdadero cataclismo en nuestras posiciones. Entre las ruinas de Villanueva, de Quijorna, quedó casi exterminada la bandera. Allí también Marilú y Maribel Larios fueron hechas prisioneras, negándose a ser evacuadas mientras quedara un solo herido. Retrata aquella gesta la carta que recibí del entonces coronel jefe de la Legión, don Juan Yagüe: "Yuncos, 1937. Sr. D. Sancho Dávila. Estimado camarada La bandera de Sevilla ha estado formidable, y a pesar de las bajas sufridas y de estar sin organizar, hoy se me presentan pidiendo ir en vanguardia a ocupar el pueblo que guarnecían. Necesita 450 hombres para completar su plantilla y creo debéis hacer un esfuerzo para mandárselos, porque tiene una historia muy m uy bonita que quedaría cortada si no la reorganizamos. Te saludo con todo afecto y ¡ arriba España ! " Mientras tanto, en las retaguardias no se cejaba para conseguir el imperio de la Falange en todos los estamentos del Estado. Cádiz, Granada, Huelva, Córdoba; más tarde, Málaga y Jaén, y la última en ser liberada Almería, Almerí a, se superaban en adhesión y trabajo. En Sevilla, hecho reconocido por mandos militares y civiles, la Falange había crecido como en ninguna otra capital de la España liberada. Fue en Sevilla donde, a mi invitación, el Generalísimo Franco (aún no proclamado Jefe Nacional del Movimiento) visitó por prim era vez un centro de Falange Española de las J. O. N. S. Fundamos escuelas de jefes de Centuria, de Juventudes, de Sección Femenina. Inauguramos comedores de Auxilio Social, organizamos en la plaza de España una magna concentración, en la que el color de la camisa de José María Pemán y la mía coincidían.

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Organizamos el mejor hospital de la retaguardia. Para dirigirlo reclamé del frente a un valioso colaborador, Manuel Grosso Valcarce, que ya había sufrido su primera herida de guerra. A la bendición del centro invité al cardenal arzobispo, S. E. R. Ilundain I lundain Esteban Eustaquio, ya que otra de las facetas en mi arduo caminar fue no abandonar un momento la vinculación con los altos dignatarios de la Iglesia. Su eminencia reverendísima Ilundain era un hombre excepcional. En la "jerga" -perdón por la expresión- de los más afines a la Iglesia, llana y sencillamente lo señalaban como "papable". Tenía fama de excesivamente severo. Mucho lo traté y buenos servicios prestó a través mío cerca de otros ilustres representantes de la Iglesia. Además de poseer inteligencia y rectitud, cuando se adhería -como en este caso- lo hacía sin regateos. Dentro de su seriedad característica poseía no poca ironía. Recuerdo lo que en una ocasión me contó. En la trastienda de una taberna sevillana se reunían por las tardes, con varios amigotes, tres sacerdotes de su diócesis. Se discutía lo humano y lo divino y a veces surgían críticas desfavorables a su alta jerarquía. Los mandó llamar y les reprochó con firmeza su conducta, haciéndoles ver en el pecado el escándalo en que estaban incurriendo. Al marchar los tres, desolados, de su despacho ti cruzar el umbral el recordar sus caras le producía verdadero regocijo- les espetó -¡Ah! Se me olvidaba. Todo esto lo he conocido por habérmelo referido uno de vosotros tres, cuyo nombre no puedo revelaros. Desde la ventana de Palacio, como un colegial travieso, los vería atravesar la plaza gesticulando airadamente unos contra otros. En fin, el cardenal arzobispo, entre otras muchas virtudes, cumplía exactamente las iluminadas palabras de León XIII: "No corresponde a su deber el que los sacerdotes se entreguen a las pasiones de los partidos, de manera que pueda parecer que ponen más cuidado en las cosas humanas que en las divinas. Venerables hermanos: sabéis bien cuán pernicioso error es el de aquellos, si los hay entre vosotros, que no saben distinguir bastante el orden religioso del orden político y se sirven de la religión para la lucha de los partidos polít icos". No me era posible continuar en la labor proselitista de Andalucía. Estaba comprometido en el gran empeño de la unificación de ambos partidos. Con lógica preocupación, el general Queipo de Llano quiso informarse de las gestiones realizadas y le aclaré sus dudas al hacerle ver que todas ellas iban siendo conocidas por el Generalísimo a través de Gamero del Castillo y Serrano Súñer, los cuales ni por un momento habían dejado de estar enlazados. Por tanto, con Escario y Gamero pasé a Portugal. Nos entrevistamos con don Manuel Fal Conde. Allí también se encontraba, en misión especial, mi próximo pariente el marqués de Contadero, que allanó pequeños obstáculos. En las conversaciones de Lisboa tratamos de obtener, por medio de un acuerdo voluntario, la unión de las dos fuerzas que se habían revelado como los exponentes más vigorosos del Alzamiento. Una unión que se estaba forjando, de hecho, en la hermandad de los frentes, que era necesaria para ganar la guerra y -así lo creía yo firmemente- también para ganar la paz. Por  lo demás, nadie podía desconocer el hecho de que en aquellas fechas el sentir general de la España nacional reclamaba con fuerza el logro de aquella unión. La posición que se mantuvo en las conversaciones de Lisboa respondía a dos principios muy claros: por una parte, Falange, la fuerza nueva, con capacidad de rescatar a todos los españoles para una gran empresa nacional, habría de mantener la integridad de su ambición revolucionaria y la plenitud de su estilo. Por otra, la incorporación del tradicionalismo garantizaría el propósito de establecer en su día una monarquía que, por encima de la caducada etapa liberal, entroncara con la Monarquía tradicional española y diese estabilidad a la profunda transformación social y política que la Falange estaba llamada a realizar.

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Era lógico que las primeras conversaciones tropezasen con no pocas dificultades, pues no cabe desconocer que se trataba de dos fuerzas cuya unidad profunda se traducía, sin embargo, en fisonomías no poco diversas. No obstante, en las conversaciones de Lisboa fue otra la dificultad que se antepuso e impidió avanzar en el diálogo sobre los demás problemas. Tal dificultad máxima residía en el requerimiento por parte de Fal Conde de que don Javier de Borbón-Parma ostentase la jefatura de la fuerza unificada y tuviese el día de mañana una intervención decisiva en el llamamiento a un rey. Por nuestra parte, las consideraciones obvias debidas, en primer término, al Generalísimo Franco, y más tarde, a la única dinastía en la que tenía sentido pensar al orientarse España hacia una Monarquía, dibujaban una discrepancia insalvable respecto a esta posición de Fal Conde. Cortadas las conversaciones de Lisboa, no quedó, sin embargo, detenido el propósito, porque éste tenía vida propia y se imponía a todos. Días después, el conde de Rodezno -a quien se había mantenido minuciosamente informado-escribía una importante carta a José Luis Escario. El obstáculo javierista no jugaba en este caso, pero, en cambio, se subrayaba la lógica preocupación por el mantenimiento de la fisonomía del tradicionalismo. Sin embargo, la nobilísima carta de Rodezno estaba llena de expresiones positivas. Pocos días después llegaba a nuestro poder la siguiente carta, acompañada de la nota que asimismo transcribo "Burgos, 1 de marzo de 1937. Sr. D. José Luis Escario. Mi distinguido amigo Adjunto a Vd. nota sincera acerca de las posibilidades de la Comunión Tradicionalista en orden a lo que fue objeto de nuestras conversaciones en esa. Lo suficientemente razonado para no insistir en estas líneas cordiales sobre los varios aspectos de su contenido. Pero sí quiero, al tiempo de enviar a Vd. y demás compañeros un afectuoso saludo, insistir  en la apreciación acerca de la convivencia que para nuestros fines supone el mantenimiento de relaciones que puedan significar en momentos propicios expresión de unidad y exponente del espíritu del Alzamiento Nacional. Muy de Vd. y demás amigos affmo. s. s., q. e. s. m., El Conde de Rodezno." En la mencionada nota se dice textualmente "Los delegados de la Comunión Tradicionalista han examinado con la mayor atención el último escrito de los representantes de Falange Española de las J. O. N. S. y meditado sobre los interesantes temas iniciados en las pasadas conversaciones, y hasta se han preocupado de sondear en el espíritu de sus más caracterizadas organizaciones. organizaciones. Y bien sinceramente podemos afirmar que recibimos el eco propicio y apreciamos el ánimo predispuesto a cuanto signifique efusiva simpatía a F. E. y cordial compenetración en un común servicio a España con celo y ardor insuperados. La Falange Española y la Comunión Tradicionalista son, sin duda, el exponente acusado del auténtico espíritu del Alzamiento Nacional. Esto, rubricado con la sangre vertida juntamente, tiene ya creados vínculos de unidad espiritual que surgen del propio sentir; sin duda, más fuertes que los que pudieran derivar de acuerdos o convenios a los que faltase el aliento de lo espontáneo. 1.° Unión sin incorporación del uno al otro, y nombre nuevo, bien mixto de los dos, bien distinto, pudiéndose recordar en este caso los dos como subtítulo.

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2.° Declaración del Ideario, bien por aceptación del tradicionalista, bien por especificación del mismo, en cuyo caso pueden emplearse en algunos de sus puntos, textos de Falange o de autores tradicionalistas. 3.º Exclusión de elementos altamente perjudiciales y- selección del personal directivo. 4.° Declaración del principio monárquico como régimen del organismo. 5.° Declaración de que el régimen monárquico m onárquico tradicional, después, con arreglo al constitucionalismo hoy en vigor, ha de ser órgano del nuevo Estado para la integración nacional. Se trata, simplemente, de la conducta lógica que impone el hecho feliz de haber  desaparecido el régimen de partidos. En resumen: la Comunión Tradicionalista, con su incorporación a F. E., asegura la instauración sobre base nacional y entusiasta, a tono con el estilo del tiempo, de una Monarquía católica y tradicional. España habría así dado al mundo en la hora presente una forma original de Estado nuevo. Habría incorporado el pueblo a la Monarquía y a la tradición. Por lo demás, una instauración de este tipo no podría concebirla el tradicionalismo sin su incorporación a Falange. 6.° Aceptación de la Regencia como autoridad suprema del organismo. 7.° Compromiso de instaurarla en España siempre que sea necesario para la restauración monárquica y, desde luego, aceptación de su intervención esencial para resolver, en Cortes de auténtica representación nacional, la cuestión dinástica o la instauración de una nueva dinastía. 8.° Declaración de principios por el Regente y compromiso por el mismo de observancia de aquellos puntos programáticos que a Falange interesen dentro del Ideario y de conservación de signos o modos de su estilo." Aunque su posición discrepaba de nuestro pensamiento en buena parte, se había dado un gran paso, un paso necesario. Urgía ganar la guerra. Había que dar sensación de unidad en el exterior. Procuraríamos nuevos contactos. Aterraba que el día de la victoria de las armas comenzara una nueva guerra de ideas. Otra "victoria sin alas...". Entretanto, Manuel Hedilla, que dudaba en aprobar mi conducta, era incitado por sus consejeros más cercanos para que no tardara en tomar una decisión. Un colaborador cercano de Serrano Súñer, y que con su malogrado hermano había tenido amplios contactos en Palma de Mallorca, López Bassas, por su consejo se dedicó a tratar de convencerle para que se uniera a las gestiones iniciadas para una posible unificación. Logró su propósito, y, en un lugar cercano a Vitoria, Hedilla se reunió con algunos mandos carlistas. Era tarde. Habían dudado de mi sinceridad. Los acontecimientos se precipitaron. Estaba de Dios que corriera la sangre. "Hay un grupo, que es el tradicionalista, que tiene una positiva savia española y una tradición guerrera auténtica, pero en cambio le falta una cierta sensibilidad y técnica moderna, y probablemente una adaptación a lo social. Su visión de lo social no es la de nuestros días, aunque tiene muy buena solera gremial. Creo, por tanto, que no sería fuerza suficiente para detener una revolución, a pesar de ser la fuerza de derecha que tiene más espíritu." José Antonio

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CAPÍTULO VIII. UNIFICACIÓN "Una acción de gobierno eficiente, cual cumple ser la del nuevo Estado español, nacido por  otra parte bajo el signo de la unidad y la grandeza de la Patria, exige supeditar a su destino común la acción individual y colectiva de todos los españoles. Esta verdad, tan claramente percibida por el buen sentido del pueblo español, es incompatible con la lucha de partidos y organizaciones políticas. Esta unificación que exijo en el nombre de España y en el nombre sagrado de los que por  ella cayeron -héroes y mártires-, a los que todos siempre guardaremos fidelidad, no quiere decir  ni conglomerado de fuerzas, ni mero concentrado gubernamental, ni unión pasajera. Falange Española aportó con su programa masas juveniles, propagandas con un estilo nuevo, una forma política y heroica del tiempo presente y una promesa de plenitud española; los requetés, junto a su ímpetu guerrero, el sagrado depósito de la tradición española, tenazmente conservado a través del tiempo. Análoga la inquietud patriótica que las anima, con un ansia de unión respaldada con el anhelo con que España la espera, no debe ésta retrasarse más. Así, pues, fundidas sus virtudes, estas dos grandes fuerzas nacionales hacen su presencia directa y solidaria en el servicio del Estado. Su norma programática está constituida por los veintiséis puntos de Falange Española, debiéndose hacer constar que como el movimiento que conducimos es precisamente más que un programa, no será cosa rígida ni estática, sino sujeto, en cada caso. al trabajo de revisión y mejora que la realidad aconseje. Cuando hayamos dado fin a esta ingente tarea de reconstrucción espiritual y material, si las necesidades patrias y los sentimientos del país así lo aconsejaran, no cerramos el horizonte a la posibilidad de instaurar en la nación el régimen secular que forjó su dignidad y su grandeza histórica." Franco Salamanca, 20 abril 1937 "Se había mucho hoy del contraste de pareceres. Pero si a disculpa del contraste de pareceres lo que se busca son los partidos políticos, sepan en absoluto que eso jamás vendrá. Y no podrán venir porque significaría la destrucción y la desmembración de la Patria; volver  otra vez a la base de partida, perder todo t odo lo conquistado. Implicaría la traición a nuestros muertos y a nuestros héroes. Por eso la apertura al contraste de pareceres está perfectamente definida y clara, sin que haga falta ninguna clase de rectificaciones. Quiero decirlo de manera m anera clara y concluyente para cortar esa campaña de grupos de presión que están siempre queriendo volver a las andadas. Nuestro Movimiento tiene un amplio y dilatado futuro. Su futuro está en nuestras manos, está en vuestra voluntad, en nuestro espíritu de servicio, en la unidad afirmativa del último referéndum, en conservar la unidad entre los hombres y las tierras de España y hacer con ella a nuestra Patria cada vez más grande, más fuerte f uerte y más libre." Franco Sevilla, 28 abril 1967 Copio párrafos del Decreto de Unificación, como asimismo del discurso pronunciado recientemente por nuestro Caudillo en Sevilla. Cuarenta y ocho horas antes del Decreto, dos magníficos camaradas encontraron la muerte en mi dormitorio de la pensión de la calle Pérez Pujol, número 3, en un doloroso hecho. Resulta difícil transcribir lo sucedido en aquellas trágicas jornadas.

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Escribo -bien lo sabe Dios- con el corazón transido de dolor recordando a los que murieron, a los que fueron arrastrados en el torbellino del momento. Desgracia es, en la mayoría de los casos, que la Historia se escriba con sangre. Al igual que en las postrimerías de este libro, pido perdón a todos aquellos a quienes involuntariamente hice daño. A propósito, en copias de sentencias y documentos ocultaré algunos nombres al lector. Es preferible. Más tarde, varios murieron en la guerra o posteriormente a la victoria de las armas, y los que conservan la vida también deben ser silenciados. Machaconamente insistiré de nuevo. Lo sucedido se debió principalmente a la orfandad obligada de José Antonio, a la quiebra de la hermandad y a la intromisión entre las filas de elementos perturbadores con nefastas ambiciones políticas. El no llegar a acuerdos políticos trascendentales desacreditaba a la Falange, preocupaba al Cuartel General y amenazaba con que las escisiones llegaran a los frentes de combate ; mientras, sin lugar a dudas, muchos enemigos se f rotaban las manos ante nuestra incapacidad. A mi manera de ver, dos de los que, según noticias, aún conservaban la vida en la zona enemiga podrían poner serenidad en el ambiente enardecido: Raimundo Fernández Cuesta y Miguel Primo de Rivera. Conocía las gestiones favorables que para el canje existían a favor del primero, pero me llegaron noticias de que el iniciado a favor de Miguel estaba en punto muerto. Por lógico cariño y necesidad imperiosa de su presencia, acompañado de dos íntimos nuestros, Enrique Durán y Fidel Lapetra, marchamos al frente del Ebro, para que yo me entrevistara con el Generalísimo. Me recibió al momento en su puesto de mando, un pequeño pabellón rodeado de altos álamos. Le expuse mis temores, y sin dilación, a través de la Cruz Roja, ofreció el canje por  persona enemiga en nuestro poder. En Vitoria, su hermana Pilar, familiares e íntimos, lo estrechábamos algún tiempo después entre nuestros brazos ; pero ya era tarde y la tragedia derivada de la división interior se había producido. Recuerdo que, para acentuar mi ruego a su favor, innecesariamente le hice ver a Franco que, desaparecidos José Antonio y Fernando, con la lealtad de Miguel a su alta jerarquía, de la que no dudaba, atraería a él aún más la subordinación de los camaradas de la Falange. Asomados ambos a una pequeña terraza, en mi exaltación, señalando a Enrique y Fidel, que se encontraban esperándome esperándome en el jardín, le dije -De su lealtad a Vuestra Excelencia, mi General, respondemos con nuestras cabezas los tres. Cuando, llenos de gozo y esperanza, regresábamos a Zaragoza, Fidel, al volante, recordando lo asegurado por mí, se volvió hacia nosotros dos, en jocosa pregunta -¿Y estáis seguros de que Miguel le será fiel? Más tarde, por su lealtad, su inteligencia y sus relevantes servicios, recibió cargos, honores y el título nobiliario que, unido al apellido, más podría congratularle. Desde Zaragoza regresé urgentemente a Sevilla, una concentración importante de las C. O. N. S. (Centrales Obreras O breras Nacional-sindicalistas) se iba a celebrar. Conmemoramos los diez años de la fundación de nuestro primer Sindicato. Anteriormente al Alzamiento, en el año 1934, la masa obrera sevillana estaba inscrita, en casi su totalidad, en la Unión Local de Sindicatos, afecta al partido comunista, que acaudillaba Saturnino Barneto. Se nutría principalmente de las brigadas del muelle y del gremio de dependientes de bebidas. bebidas. También, en menor m enor escala, funcionaban la C. N. T. y la U. G. T. A finales de ese año nuestros minúsculos Sindicatos dieron fe de vida en un modestísimo local que pudo abrirse en la calle San Miguel gracias a la generosa aportación de la familia Gutiérrez Tagua. Lo titulamos Sindicato Autónomo de la Unión Hotelera, bajo la presidencia de uno de nuestros más fieles camaradas sevillanos, Alfonso Lozano Serrano, con la colaboración entusiasta, entre otros, de Pedro Olivares, José Montero y los hermanos Marcelino y Luis Pardo.

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La escisión que hicimos en las filas de la Unión Local de Sindicatos nos costó nuestro primer  caído, Antonio Corpas, y, por las consiguientes repercusiones sangrientas que esto trajo, sufrimos proceso y encarcelamiento. Fui llamado desde Salamanca a Sevilla por Agustín A gustín Aznar para que regresara urgentemente. Com. partía conmigo la preocupación del momento. Era necesario tomar una decisión. Y a mi llegada ocurrieron los luctuosos hechos. Aquella misma noche cuando descansaba en la pensión después de una jornada muy intensa y emotiva, llamaron a la puerta unos hombres armados. Dos de ellos subieron y se introdujeron por sorpresa en mi habitación. Al encenderse la luz los reconocí. Antes de que yo pudiese reaccionar me habían arrebatado la pistola que tenía sobre la mesilla de noche, mientras me encañonaban y me exigían que los acompañara ante Manuel Hedilla. Les reproché su conducta, haciéndoles ver en qué forma destemplada estaban actuando, y los riesgos a que se exponían. Me contestaron: -Cumplimos órdenes. A lo que yo repliqué -Hay órdenes que no deben cumplirse. Cuando estaba vistiéndome, dos hombres de mi confianza y muy apreciados por mí, que dormían en una habitación próxima, fueron alertados por la sirviente de la pensión. Su primera reacción fue ahuyentar a los que se habían quedado abajo, esperando en el zaguán, arrojándoles una granada de mano. Ellos, en respuesta, hicieron fuego. Mientras tanto, yo luchaba para desarmar a los que se encontraban conmigo. De pronto se abrió la puerta violentamente, y el mismo que había arrojado la granada apareció, pistola en mano. Al ver que yo luchaba con dos hombres armados y me encontraba en grave peligro, disparó y ocasionó la muerte instantánea de uno de ellos, en tanto que el otro se volvía y hacía fuego contra él, hiriéndolo gravemente y falleciendo a las pocas horas. La llegada providencial de unos guardias civiles y agentes de la autoridad terminó con el suceso sangriento, haciéndose cargo del herido y conduciéndonos a la Prisión Provincial. Varios del grupo fueron, además, al domicilio de Rafael Garcerán con la intención de detenerlo. Se cruzaron unos disparos. He aquí parte de lo que dictó la sentencia del Consejo de Guerra celebrado en Salamanca "Resultando que en Salamanca el 6 de abril último se reunieron siete componentes de la Junta Provisional de Mando de Falange Española de las J. O. N. S., y entre ellos los procesados Manuel Hedilla Larrey, Rafael Garcerán Sánchez y Sancho Dávila Fernández, se formularon en la reunión contra Hedilla como presidente de dicha Junta numerosos cargos, concretados en el pliego obrante de esta causa, y terminose con el acuerdo adoptado, con sólo dos votos en contra -uno de ellos de Hedilla-, de destituir a éste de la presidencia, y que, ausente el señor Primo de Rivera, rigiera Falange Española de las J. O. N. S. un triunvirato, para el cual el procesado Sancho Dávila fue uno de los elegidos. Resultando que despechado Manuel Hedilla Larrey por su destitución decidió mandar  detener a Sancho Dávila Fernández, jefe territorial de Andalucía, y a Rafael Garcerán Sánchez como principales causantes, enviando a dos hombres de su confianza, a los cuales se agregaron tres más, presentándose a las dos de la madrugada del 17 de abril en la calle Pérez Pujol, número 3, domicilio de Sancho Dávila Fernández, el cual contaba allí con algunos amigos, al parecer como custodia suya, penetrando en la habitación en que dormía Sancho Dávila, y mientras éste afeaba al jefe del grupo su conducta, dada la amistad que les unía, empezaron a oírse disparos de arma de fuego y armas de mano entre quienes quedaron en la casa, y penetrando en la habitación violentamente otro falangista, miembro, sin duda, de la escolta de Sancho Dávila, al ver la situación que éste tenía de dominado, lo mató de un tiro, disparando a su vez contra el agresor otro de los asaltantes, causándole lesiones de las que falleció más t arde." Es público y fehaciente que Manuel Hedilla nunca quiso que corriera la sangre. Lo originó la tensión del momento, derivada del clima político exarcebado en que estábamos viviendo. He de señalar que la mañana de los sucesos, ya constituido el triunvirato por Agustín Aznar, José Moreno y yo, y como secretario Rafael Garcerán, visitamos al Generalísimo para darle cuenta de nuestra posición, convocando un Consejo Nacional para f echa inmediata.

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Al día siguiente de los dolorosos hechos Hedilla ratificó la reunión, avisando a todos los consejeros nacionales disponibles nombrados anteriormente al Alzamiento y a otros cuya condición de consejeros era discutible. La orden del día era extensa y declaraba que se alcanzarían puntos concretos sobre la disolución de la Junta de Mando y elección de un nuevo jefe nacional hasta la llegada de José Antonio, cuyo fusilamiento se obstinaban en poner en duda algunos. Aclaraba, asimismo, que si Fernández Cuesta regresaba, de nuevo sería convocado el Consejo para dirigir la cuestión de la legitimidad de la jefatura. En un ambiente tenso, doloroso, se reunió el Consejo Nacional. En una habitación inmediata, puestos sobre la camisa mis cordones de jefe territorial arrebatados en la lucha, como macabro espectáculo, se encontraba el cadáver del que aquella madrugada murió en mi dormitorio. Según parece, Hedilla (he de aclarar que este dato es un poco impreciso) se ausentó unos momentos, dirigiéndose al Cuartel General. Lo cierto es que comunicó a los reunidos que el Generalísimo pensaba asumir el mando de la Falange tal vez aquella misma noche. Esto serenó los espíritus, pues de un momento a otro se acrecentaba el peligro de que se malograra la victoria. Escuetamente: de que perdiérainos la guerra por culpa de la incomprensión en la retaguardia. Promulgado el Decreto de Unificación, se cursó a las provincias por José Sáez, con el sello de la Junta de Mando, el siguiente telegrama "Ante posibles interpretaciones erróneas Decreto Unificación, no cumplirás otras órdenes que las recibidas por conducto jerárquico superior." Manuel Hedilla fue detenido. José Luis Arrese, que había marchado precipitadamente a Sevilla, fue conducido de nuevo a Salamanca e ingresado en prisión también. De la primera línea lí nea afluían camaradas para enterarse de las últimas noticias, con peligro para la estabilidad del frente. José M." Gil Robles, que el 17 de julio de 1936 se pasó a Francia, con fecha 25 de abril de 1937 dirigió a don Luciano de la Calzada la siguiente carta "Mi querido amigo: expresada nuestra adhesión a la idea de unificación de m ilicias y partidos, tan pronto como el Jefe del Estado la exteriorizó en su alocución radiada y reiterada después, al publicarse el decreto, sólo me resta hoy, al cancelar nuestras actividades políticas, dirigir por tu conducto unas brevísimas palabras de despedida a los que han sido hasta ayer nuestros correligionarios. Nacimos a la política en circunstancias especialmente dolorosas para actuar en un régimen que no habíamos implantado y para desenvolvernos en un sistema que pugnaba fundamentalmente con nuestras convicciones. Como en aquellos momentos no había ocpión posible, iniciamos la durísima labor, con la vista puesta en Dios y en España, y aun con el presentimiento de que, por la falta de conexión de las fuerzas nacionales, lo que los hombres denominan un fracaso nos esperaba, con grandes probabilidades, probabilidades, al final f inal de la tarea. t area. No nos importó tan poco halagadora perspectiva. perspectiva. Convencidos de que la magnífica explosión del sentimiento nacional que algún día había de surgir no sería posible sin una intensísima siembra de ideales a través de experiencias tan dolorosas corno indispensables, a ella dedicamos nuestros mejores esfuerzos. Hoy, al contemplar con gozo la espléndida cosecha, vemos recompensado con creces el trabajo. Para que la unificación de la conciencia nacional sea pronto un hecho, es preciso que Acción Popular muera. Bendita muerte que ha de contribuir a que crezca vigoroso un germen de nueva vida.

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En el nombre sagrado de España ha pedido el Jefe del Estado la unión de todos sus hijos. Acudid a su llamamiento llam amiento y secundad su designios sin sentir la amargura del pasado ni dar cabida en vuestros pechos a la ambición del porvenir. Al despedirme de vosotros con la emoción más intensa de mi vida, pido a Dios que acepte nuestro gustoso sacrificio y que ilumine a quienes tienden en sus manos al sagrado depósito del porvenir de España, para que con vuestra ayuda y la de todos los españoles digno de ese nombre acierten a elevar a la Patria hasta las más altas cumbres de su grandeza. i Viva España! José María Gil Robles." Joaquín Miranda, en el mismo aeródromo hispalense, momentos antes de su marcha a Salamanca, hizo nombramiento de jefe a favor f avor de José María del Rey Caballero. Un suceso de trágicas consecuencias y ajeno a lo descrito ocurrió en Sevilla durante nuestra ausencia. En reyerta por una discusión baladí, y en avanzadas horas de la noche, a la salida de un ventorro, un falangista dio muerte a un capitán del Ejército. Pedro Gamero del Castillo tuvo que desplazarse urgentemente y conseguir del Generalísimo su indulto de la pena de muerte. m uerte. José Cuesta, Pedro Parias y Modesto Aguilera, que no dudaban de mi buena intención, convencieron al general Quepo de Llano para que se trasladara urgentemente a Salamanca y pidiera al Generalísimo mi libertad. Momentos antes, mi esposa le había visitado para interceder  por mí. Cuenta Gonzalo Liñán, jefe que fue de mi escolta, quien la acompañaba, que al salir del despacho con pesadumbre, llamándole aparte, le dijo el general: -Pobre, tan joven y ya viuda. Refiero esto para reflejar en qué peligro estuve durante aquellas horas confusas. La serenidad del Generalísimo, su fe en mi lealtad y la generosa ayuda del general Queipo de Llano, alejaron el peligro. El comandante de la Guardia Civil don Rodrigo Zaragoza fue el juez especial designado. Desde el primer momento vio claro mi comportamiento. Un mes duró mi prisión. Fui visitado por Rodezno y Serrano, entre otros. Salí absuelto. Manuel Hedilla y otros detenidos fueron siendo puestos en libertad sucesivamente de las penas de prisión a que habían sido condenados. No se me escapan los sufrimientos por que pasó Hedilla. Los reflejan las cartas cruzadas entre él y Serrano Súñer años más tarde. Por considerarlo de interés para el lector, paso a transcribir textualmente la que por aquellas fechas elevé a S. E. el Jefe del Estado y la respuesta con que se dignó contestarme, a través de don Francisco Franco Salgado Araújo, general secretario “Madrid, 2 de julio de 1947. Excmo. Sr. D. Francisco Franco Bahamonde, Jefe del Estado Español. Madrid. Mi respetable general: Le supongo informado de la profusión con que estos días están repartiendo las copias de tres cartas públicas cruzadas entre los señores Hedilla y Serrano con motivo de la alusión que el libro de éste último hace al atentado de que fui objeto en la madrugada del 17 de abril de 1937 en mi propio dormitorio de Salamanca. Como, gracias a Dios, nunca me ha faltado la circunspección, que es lo primero que, entre otras cosas, hecho de menos en las referidas cartas de los señores Serrano y Hedilla, bien seguro puede estar S. E. que, a pesar de las múltiples alusiones con que ambos me incitan, yo

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no he de terciar de ninguna manera en esa polémica epistolar a que han creído conveniente dar  publicidad, porque no creo que de esa controversia se saque ningún provecho para España. Sin embargo, la carta que el 28 de los corrientes me ha escrito el hermano de otro auténtico testigo de aquel sangriento suceso -Juan Pérez Velázquez, que aquella noche también resultó herido en mi defensa y que poco tiempo después cayó por Dios y por España en el frente de Teruel-me obliga a quebrantar mi resolución de permanecer en silencio; pero sólo lo rompo para elevarla a S. E. y suplicarle a don Camilo Pérez Velázquez se abstenga en absoluto de dar ni pedir ninguna explicación sobre este asunto, así como que al igual que yo no le dé publicidad, como eran sus deseos. Siempre a las órdenes de S. E." "El General Secretario Militar y Particular de S. E. el Jefe del Estado, Generalísimo de los Ejércitos Nacionales. Madrid, 7 de julio de 1947. Excmo. Sr. D. Sancho Dávila, Conde de Villafuente Bermeja. Jorge Juan, núm. 36. Madrid. Mi distinguido amigo: Su Excelencia el Jefe Jef e del Estado me encarga le manifieste manif ieste que recibió y leyó con sumo gusto su carta de 2 del actual, quedándole reconocido por las manifestaciones que en ella hace y por la línea de conducta seguida por usted en el asunto que la motiva. Reciba el saludo afectuoso de Su Excelencia, y ya sabe puede disponer de su buen amigo y s. s., q. e. s. m., Firmado: Francisco Franco Salgado Araújo.” La prensa extranjera se hizo eco del incidente mío con Ramón Serrano Súñer. Con ostensible exageración, así lo publicaba por aquellas fechas un periódico de Norteamérica «El Gobierno español confisca el libro Misión en España. Madrid, 9 marzo.-El Gabinete español, en una reunión bajo la presidencia del Generalísimo Francisco Franco, ordenó la confiscación del libro Misión en España, por Armando Chávez Camacho, director del Universal Gráfico, de México, debido a que el contenido del mismo estuvo a punto de provocar un lance de honor entre el ex ministro de Relaciones Exteriores, Ramón Serrano Súñer, y Sancho Dávila, consejero nacional del Secretario General de la Falange. El libro, distribuido aquí por la casa editorial que pertenece, entre otros, al canciller Alberto Martín Artajo, povocó enérgicas protestas de la Falange, por las manifestaciones aparentemente despectivas contra esa organización que se atribuyeran a Súñer. El contenido del capítulo titulado "Serrano Súñer" hizo que Dávila retara a duelo a Súñer, enviándole como padrinos a Manuel Mora Figueroa F igueroa y Fidel Lapetra, dos destacados falangistas. f alangistas. Según esferas de la Falange, Súñer envió a Dávila extensa carta dándole toda clase de explicaciones, y que el incidente, después de eso se consideraba terminado.

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El incidente adquirió relieve debido a la prominencia de las personas mencionadas. El mi smo Súñer es cuñado de Franco y Dávila es primo del difunto fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera. Aún cuando los agentes del Gobierno se incautaron de los libros en las librerías, éstas lograron vender suficiente número de ejemplares. Ahora son objeto de gran demanda y están siendo pasados de mano en mano.» En estas cuartillas he ido recogiendo, sin pretensión estilística alguna, pero con un gran cuidada por la verdad, mis recuerdos de las más importantes horas españolas de que fui testigo. Con esta llaneza y este escribir como se habla, he querido que las páginas que acabáis de leer  tuviesen ese tono sincero que encontramos en las palabras de cualquiera de los que combatieron entonces. Sobre aquellos tiempos ha navegado mucha paz, y justamente ahora están ingresando en la Historia, cuando todavía siguen muy vivos de pasión. Por eso he cuidado mucho que mis palabras no hieran inútilmente a nadie. La comprensión y aun el afecto han sustituido en mi corazón, sobradamente, los enfrentamientos que pudo provocar aquella hora de gran tensión nacional. Este, pues, es un libro de brazos abiertos. El libro de un hombre que en todo instante defendió aquello que consideró justo y noble. Mantengo el orgullo de mis propósitos, que fueron siempre la mayor grandeza de mi patria, y el pan y la justicia para todos los españoles.

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FINAL Mi dedicatoria requiere unas palabras a ti. En nuestras Organizaciones Juveniles, para cuya Delegación Nacional fui nombrado a los pocos meses, me conociste. Allí acrecentaste tu amor a la doctrina y a España. Cuando dentro de unos días, de mi brazo, como padrino, avancemos hacia el altar, recordaremos muchas de estas cosas y pediremos en ferviente oración por los que fatalmente murieron en aquellas jornadas. Que seas muy feliz, te lo mereces. Aquí lo tienes. Como tú t ú querías, como yo te prometí, éste es mi regalo de boda.

NOTAS (1) El mausoleo es obra del malogrado escultor don Enrique Durán Arregui, quien, por  amistad con la familia, no cobró honorario alguno. (2) La "tata" Celes debió de vivir muchos años. Recuerdo haberla visto, preso yo en la Cárcel Modelo, visitando "a sus niños", en este caso José Antonio y Miguel. (3) Bowers. págs. 29-29.

OBRAS DEL MISMO AUTOR -

Hacia la historia de la Falange (en colaboración con Julián Pemartín)

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De la “O.J.” al Frente de Juventudes.

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De vuelta a casa

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Libro nuevo de extraordinario interés. Un testimonio directo, veraz, inestimable, de quien vivió desde sus más profundas raíces hechos que ya son Historia. Un relato sencillo y, de tono confidencial que viene a ser, sin proponérselo, un importante documento de nuestra vida política contemporánea. Muchas cosas confirman, muchas cosas rectifican estos pequeños pero sustanciales hechos de un hombre a quien las circunstancias hicieron un testigo de excepción. Sancho Dávila y Fernández de Celis, Conde de Villafuerte Bermeja, nació en Cádiz en 1906. Su niñez y parte de su juventud la pasó en Jerez, donde tiene su casa solariega aunque se educó en colegios de Madrid, trasladándose más tarde a Sevilla. En febrero de 1933 le encargó José Antonio de los primeros contactos con los futuros falangistas de Sevilla. En aquel mismo año fue nombrado, por él, Jefe Territorial de Andalucía y miembro de la primera Junta Política. Encarcelado varias veces, sufrió diversos atentados escapándose milagrosamente de la Cárcel Modelo al día siguiente del asalto y reincorporándose a la jefatura de Andalucía. Tiene concedidas las Grandes Cruces de Cisneros, el Yugo y las Flechas, la Medalla de Oro de la juventud y diversas condecoraciones más, españolas y extranjeras. De él dijo el Fundador la máxima alabanza que dedicara a un camarada: “modelo irreprochable de militantes y de jefes”.

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