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Katejon El que retrasa la manifestación pública del Anticristo
José Alberto Villasana Munguía
αε Abacar Ediciones
© Abacar Ediciones “Katejon” José Alberto Villasana Munguía México, 2008 7,000 ejemplares ISBN 968-5744-08-9 Pedidos:
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Katejon El que retrasa la manifestación pública del Anticristo José Alberto Villasana Munguía
Introducción No sin razón se piensa que el Apóstol San Juan es quien más detalles nos dio a conocer acerca de los Últimos Tiempos, el periodo que inició con el retorno de los judíos a la tierra prometida (mayo de 1948) y que finalizará con el gobierno mundial del Anticristo por siete años y con la Parusía, Retorno glorioso de Jesucristo. Y es que a esos temas, San Juan le dedicó 15 capítulos de su libro conocido como el Apocalipsis, que en griego significa “Revelación”. Sin embargo, San Pablo nos hizo llegar datos fundamentales que no habríamos logrado saber de no ser por el ejercicio de su inspirada pluma. Gracias a él, por ejemplo, sabemos acerca del misterioso Arrebato de los fieles, que sucederá antes de la Gran Tribulación, así como algunos pormenores entorno a la derrota del Anticristo. Entre las referencias que más destacan, respecto a este último personaje, a quien el mismo San Pablo llamó también el “impío”, el “hombre sin ley”, el “hijo de la perdición”, el “adversario”, hay un elemento que nos indica en qué momento será su manifestación pública en el escenario mundial, por el hecho de que lo precede inmediatamente y se relaciona directamente con él. Ese signo se encuentra en la segunda carta que el Apóstol escribió a la comunidad cristiana de Tesalónica, en seguimiento a 3
la visita pastoral que realizó a esa ciudad. En dicho documento, San Pablo establece que antes de que se manifieste públicamente el Anticristo tiene que ser quitada de en medio una persona que “retiene” o retrasa esa manifestación: “…Que nadie os engañe de ninguna manera; porque antes (del Retorno de Cristo) tiene que darse la apostasía y manifestarse el impío, el hijo de la perdición, el adversario que se levanta y se opone contra todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el templo de Dios, haciéndose adorar como Dios. ¿No os acordáis que ya os dije esto cuando estuve entre vosotros? Vosotros sabéis qué es lo que ahora le retiene, para que se manifieste en su momento oportuno. Porque el misterio de la impiedad ya está actuando. Tan solo con quitar de en medio a aquel que lo retiene, entonces se manifestará el impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca y aniquilará con la Manifestación de su Venida” (2 Tes 2, 3-8). El motivo de la carta era suscitar esperanza en medio de las pruebas, pero también moderar el fervor de los tesalonicenses. San Pablo había predicado con tanto vigor en Tesalónica sobre el misterio de iniquidad, que los tesalonicenses llegaron a pensar que los Últimos Tiempos eran ya inminentes. Por ello, San Pablo les da a conocer la existencia de un “obstáculo” (en griego katejon) que primero tiene que ser removido, para que entonces pueda manifestarse públicamente el Anticristo. En el versículo 6 utiliza el participio presente con pronombre neutro (to katejon) “Vosotros sabéis qué es lo que ahora le retiene”. En el versículo 7 lo utiliza con pronombre personal (ho katejon) “Tan solo con quitar de en medio a aquel que lo retiene, entonces se manifestará el impío”. La cuestión de género ¿Qué o quién es ese enigmático obstáculo? Algunos Padres de la Iglesia, entre ellos San Agustín, pensaron que “lo obstaculizante”, en neutro, era el Imperio Romano cristianizado, que por su influjo impedía el estallido de la iniquidad; en cambio, “el 4
obstaculizante”, en masculino, sería la persona del emperador o del Papa. A partir de la conversión de Constantino, las cosas siguieron cambiando para bien, al punto que se consideró el Imperio como una garantía para el orden cristiano, como lo proclamó abiertamente el Papa San León Magno, en el siglo V. Ese progreso espiritual se convirtió en un factor de mejoramiento que desembocó en el esplendor de la cristiandad medieval. Al menos así lo consideró Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, quien consideró que el “obstaculizante” Imperio Romano tuvo su continuación en la Iglesia Romana, y que el vínculo estaba en su localización: Roma representaría la eterna unión entre el imperium y el sacerdotium. De alguna manera, el Imperio Romano, bautizado en Constantino, restaurado en Carlomagno y triunfante en Carlos V, fue cercenado por la Revolución francesa y las siguientes revoluciones de inspiración masónico-sionista en los siglos XVIII, XIX y XX. Y aquí se nos presenta el primer problema pues, quitado de en medio el esplendor de aquel orden social cristiano, con sus grandes próceres y regimenes políticos, aún no hemos comenzado a vivir ninguno de los extraordinarios acontecimientos de la Gran Tribulación, con todo y que ya padecemos los prolegómenos de la apostasía. Por ello, es de descartar esa interpretación, de la que es partidario Castellani. Cabe mencionar que algunos, como San Justino, primer comentador del Apocalipsis, opinaron que el katejon era la misma Iglesia, cuya presencia constituía el último obstáculo para la manifestación del Anticristo. Según él “Ecclesia de medio fiet”, la Iglesia será quitada de en medio. La interpretación, un tanto aventurada, solo se puede entender en el sentido de la estructura temporal de la Iglesia la cual, como dice San Juan “fornicará con los reyes de la tierra” (Ap 17, 1-9), al menos una parte de ella, tomando su sede en el lugar santo: “Cuando veáis la abominable desolación…” (Mt 24, 15), instalada donde no debe… 5
También San Victorino aplicó el katejon a la Iglesia. “La Iglesia será quitada”, dice él, en el sentido de que volverá a las catacumbas, perdiendo todo influjo en el orden social. Más reciente es la tesis de Carl Schmitt, contemporáneo de Heidegger, Marcel y Junger e influenciado por el periodo de la post guerra. Para Schmitt, el katejon era una categoría política identificada con el ius publicum europeum del cual él se considera el último representante. En este sentido, la res-pública christiana enlazaba el Imperio Romano con el Derecho medieval de Gentes. Como jurista, Schmitt fincaba su teoría a partir de la identificación del katejon como nomos, intentando justificarla con el hecho de que San Pablo denominó también al Anticristo como el “hombre sin ley” el á-nomos. Pero una categoría política como la que propone Schmitt nos parece muy reductiva, y no se puede armonizar con el hecho de que San Pablo se refiere a una realidad netamente religiosa, en que se contrapone doctrina verdadera con apostasía. No. Una lectura cuidadosa del texto paulino nos lleva a concluir que el Apóstol deliberadamente utilizó dos géneros diversos para diferenciar realidades diferentes: el sentido neutro, para designar una realidad de impiedad y apostasía que ya actuaba desde aquella época y que los discípulos conocían perfectamente, y el masculino, para referirse a un personaje concreto cuya identidad ha sido un misterio para muchos a lo largo de la historia de la Iglesia, y que será precisamente el causante de que la manifestación pública del impío se retrase hasta que aquel no sea removido. De esta forma, el katejon al que nos referiremos en este ensayo no puede ser tomado en sentido neutro, como si se tratase de una institución, o de un estado de cosas, o de un movimiento favorable al cristianismo. La referencia inmediatamente anterior de San Pablo para referirse a la apostasía y a la impiedad en el versículo 6 pone serias dificultades a esa interpretación, ya que el Apóstol habría utilizado las mismas palabras en el versículo siguiente. 6
Por ello, y porque San Pablo también se refiere al Anticristo en el sentido de un personaje concreto y preciso, se puede concluir que “el retenedor” es necesariamente una persona física, y que su acepción debe ser tomada en género masculino. En esa línea, algunos teólogos posteriores a Santo Tomás consideraban que el obstaculizante era alguien de los primeros siglos, como los emperadores Calígula, Nerón, Tito o Claudio. Pero esa interpretación no se sostiene, pues San Pablo relacionaba al Anticristo con la apostasía, por lo que el retenedor es alguien que necesariamente enfrenta aquello que se opone a la fe, no quien la persigue. Por último, teólogos modernos como Trilling o Cullman han opinado que el katejon es el mismo Espíritu Santo, el cual será retirado del mundo cuando acontezca el Rapto de los fieles. Pero esa versión presenta un gran escollo, pues es difícil armonizarla con la promesa de Cristo “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Es cierto que, después del Arrebato de los fieles, Dios concentrará su atención en el pueblo de Israel, y que las posibilidades de conversión cristiana se verán dificultadas por la persecución contra la Iglesia fiel, la cual experimentará el abandono que Jesús sufrió en la Cruz, pero eso no quiere decir que Dios se vaya a desentender de la criatura humana o que el Espíritu Santo vaya a dejar de actuar en el mundo. Él guiará los acontecimientos, incluso durante la Gran Tribulación, hacia la meta última de la redención. Por ello, es de reiterar que el sentido integral del versículo 7 parece indicar que San Pablo contrapone una persona, el Anticristo, a otra persona, precisamente la que retrasa u obstaculiza su manifestación pública. Es decir, nos encontramos ente una persona humana concreta, y una que no es histórica, sino futura. Un líder religioso Aparentemente, el señalamiento de San Pablo no aporta suficientes elementos para concluir a qué persona se refiere. Sin 7
embargo, una detenida reflexión sobre el texto nos ayuda a encontrar dos indicaciones que apuntan a su identidad. La primera, como ya dijimos, es que, al retrasar la manifestación pública del Anticristo, se trata necesariamente de alguien contemporáneo y con alguna relación directa al “impío”, por lo que no puede tratarse de un personaje lejano en la historia. Lo segundo, es que esa relación se sitúa en el ámbito de lo espiritual, pues la manifestación del “impío” va ligada a la apostasía, abandono o negación de la verdadera religión. Es decir, el retenedor es un líder religioso, pastor ó místico, cuyo desempeño evita o retrasa que la doctrina apóstata tome preponderancia. Analicemos nuevamente el texto: “…Que nadie os engañe de ninguna manera; porque antes tiene que darse la apostasía y manifestarse el impío (…) Tan solo con quitar de en medio a aquel que lo retiene, entonces se manifestará el impío…” Con esos dos elementos, y dado que sólo a una persona Jesucristo prometió la asistencia particular del Espíritu Santo para garantizar la preservación del depósito de la fe, en contra de las diversas formas de apostasía, al Apóstol San Pedro y a sus sucesores legítimos, se podría concluir que el “retenedor” sea el Papa reinante cuando la disolución doctrinal llegue a tal nivel que el Anticristo pueda embaucar y fascinar al mundo. Otra consideración importante es que ser quitado de en medio no es sinónimo de ser muerto. Un hecho tan grave lo hubiera señalado San Pablo con toda claridad. Aquí se trata de ser retirado, excluido, separado del cargo o del lugar desde el cual ejerce la función que precisamente retrasa la aparición pública del Anticristo, bien mediante la acción que ejerce, bien mediante la función que desempeña, o ambas. Esta realidad lleva a preguntarnos si la profecía paulina del katejon pudiera ser la predicción y el fundamento escriturístico de la revelación que tuvo el Papa San Pío X y otros místicos católicos que hablan de una persecución violenta que le espera a un Papa, y de que un antipapa tome en ese momento el lugar físico de su Sede. 8
Un Papa que huirá de Roma En 1909, el Papa San Pío X confió a su secretario particular y a otros eclesiásticos cercanos una revelación muy especial: “He tenido una visión terrible: no sé si seré yo o uno de mis sucesores, pero vi a un Papa huyendo de Roma entre los cadáveres de sus hermanos. Él se refugiará incógnito en alguna parte y después de breve tiempo morirá una muerte cruel”.1 Ese acontecimiento, que aún no ha sucedido, coincide casi literalmente con el contenido de la visión que tuvieron los niños de Fátima en 1917. A ellos, la Virgen María les mostró la escena de un obispo vestido de blanco huyendo de una ciudad en ruinas, sobre los cadáveres de muchos sacerdotes y laicos, para posteriormente ser asesinado. Lo primero que salta a la vista es que ese hecho no ha tenido verificación, y que no se refiere, como El Vaticano quiso hacer creer el 26 de junio de 2000, al atentado que Juan Pablo II sufrió en 1981, ya que el Papa no huyó de Roma, esta ciudad no estaba en ruinas, no había cadáveres de sacerdotes y laicos por su camino, y no murió posteriormente asesinado. Por otro lado, creciente número de investigaciones documentadas y serias demuestran que el Tercer Secreto de Fátima en realidad está compuesto de dos documentos diversos: las páginas que la Hermana Lucía escribió con la visión del obispo vestido de blanco que huye de una ciudad en ruinas, y otro, consistente en un pedazo de papel en el que escribió las palabras de la Santísima Virgen con las que explicó el sentido de la visión. La historia es sencilla. La Hermana Lucía se enfermó gravemente en junio de 1943. Su superior, Monseñor Da Silva, Obispo de Leiría-Fátima, temiendo que pudiera fallecer por la enfermedad, le ordenó, el 15 de septiembre, escribir el Secreto de Fátima. La Hermana le pidió la orden formalmente y por escrito. 1
Thompson, Damian, Das Ende der Zeiten, Hildesheim, 1997, p. 240. Y Vacquié, Jean, Benedictions et Maledicions, Paris, 1987.
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A partir de que la recibió, a la monja le atacó una extraña parálisis que ella consideró de tipo sobrenatural. Finalmente, el 2 de enero de 1944, la misma Virgen María se le aparece nuevamente confirmándole que esa era la voluntad de Dios, y que le daría la fuerza y la luz necesarias para poder escribirlo, cosa que hizo al día siguiente. Sin embargo, por el decaimiento tan severo que tuvo, la Hermana Lucía sólo pudo escribir, en su diario, la visión, pero no las palabras de la Virgen que interpretan la visión. No fue sino hasta el 9 de enero que la Hermana Lucía volvió a tener fuerzas y finalmente escribió, en una hoja, las palabras de la Virgen, hecho que sucedió en la Capilla del Convento de Tuy. Lo que El Vaticano dio a conocer el 26 de junio de 2000 fue el primer documento, el de la visión, pero omitió dar a conocer el documento que contiene la interpretación. Existen diversos testigos que confirman la existencia del documento no dado a conocer: el Cardenal Ottaviani, Monseñor Capovilla, secretario particular del Papa Juan XXIII, y el Padre Agustín Fuentes, sacerdote mexicano postulador de las causas de beatificación de Francisco y Jacinta y de los mártires mexicanos asesinados bajo el régimen de Plutarco Elías Calles. El Padre Fuentes entrevistó a la Hermana Lucía el 26 de diciembre de 1957.2 Se sabe en qué fechas –diversas- llegaron ambos documentos a El Vaticano, en dónde se guardó cada uno, en qué fecha los Papas los leyeron. Toda esta historia contemporánea se haya reportada en diversas obras recientes como la de Andrea Tornielli (Il Segreto Svelato, Italia, 2000); la del vaticanista Marco Tossati (Il Segreto Nos Svelato, Italia, 2002), la de Solideo Paolini (Fátima, non Disprezate le Profezie, Italia, 2005), la de 2
Los documentos históricos de Fátima están recogidos en obras especializadas de diversos expertos como el P. Joaquín María Alonso, claretiano español y archivista oficial de Fátima (26 volúmenes, 5052 documentos), el Hermano Michel de la Trinité (4 tomos), y el Hermano François Marie des Agnès (4 tomos).
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Antonio Socci (Il Quarto Segreto di Fatima, Italia, 2006), y la de Luís Eduardo López Padilla (Dos Papas en Roma, México, 2007). A pesar de todas las evidencias, El Vaticano sigue negando la existencia del segundo documento prefiriendo no dar a conocer las palabras de la Virgen, sino solo el primero, el de la visión. Con todo, gracias a las concordancias y a varios testimonios como los señalados arriba es posible concluir que el segundo documento habla de una prueba máxima para la Iglesia Católica y Occidente en la que se dará una grave oposición de cardenales contra cardenales, obispos contra obispos, laicos contra laicos, fruto de un cisma en el que un Papa legítimo tendrá que huir y refugiarse, mientras que un antipapa se encargará de liderar la “nueva iglesia” y difundir la apostasía desde la misma sede de Roma. En palabras del Cardenal Luigi Ciappi, teólogo personal del Papa Juan Pablo II: “El Tercer Secreto se refiere a que la pérdida de la fe en la Iglesia, es decir, la apostasía, saldrá de la cúspide de la Iglesia”.3 En palabras del P. Paul Kramer, “El antipapa y sus colaboradores apóstatas serán, como dijo la Hermana Lucía, partidarios del demonio, los que trabajarán para el mal sin tener miedo de nada”.4 No sería algo nuevo. En la historia de la Iglesia han habido 37 antipapas, es decir, eclesiásticos elegidos ilegítimamente estando en vida el Papa legítimo. La gravedad de este cisma es que el contenido será eminentemente doctrinal. Puede ser que su génesis sea de poder, como una presión sobre el Papa legítimo para renunciar, o fingiendo su entierro cuando en realidad pudo huir de Roma. Pero lo grave será la oposición entre la nueva iglesia y la Iglesia de la Tradición, la iglesia adaptada al mundo y la Iglesia fiel.
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Crusader No. 33, pg. 14. Hermana Lucía, carta del 29 de mayo de 1970.
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Desde luego, la revelación de Fátima no tienen carácter infalible y de fe, como sí lo tiene la profecía pública sobre el katejon de San Pablo, pero Fátima es una de las pocas revelaciones marianas aceptadas por la Iglesia y de mayor credibilidad, sea por la señal cósmica acontecida el 13 de octubre de 1917, sea por el cumplimiento de una parte de la profecía que ya tuvo verificación, sea, sobre todo, por los frutos espirituales y de conversión. Además de Fátima encontramos otras revelaciones privadas que coinciden con dicha profecía: Ø La más importante y conocida es la de San Francisco de Asís: “Habrá un Papa electo no canónicamente que causará un gran cisma. Se predicarán diversas formas de pensar que causarán que muchos duden, aún aquellos en las distintas órdenes religiosas, hasta estar de acuerdo con aquellos herejes que causarán que mi Orden se divida. Entonces habrá tales disensiones y persecuciones a nivel universal que si esos días no se acortaran, aún los elegidos se perderían”.5 Ø Pero también están las palabras de Juan de Vitiguero, en el Siglo XIII: “Cuando el mundo se encuentre perturbado, el Papa cambiará de residencia”. Ø De Juan de Rocapartida, un siglo después: “Al acercarse el Fin de los Tiempos, el Papa y sus cardenales habrán de huir de Roma en trágicas consecuencias hacia un lugar donde permanecerán sin ser reconocidos, y el Papa sufrirá una muerte cruel en el exilio”. Ø Nicolas de Fluh, en el siglo XV: “El Papa con sus cardenales tendrá que huir de Roma en situación calamitosa a un lugar donde serán desconocidos. El Papa morirá de manera atroz durante su destierro. Los sufrimientos de la Iglesia serán mayores que cualquier momento histórico previo”.
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Culleton, Gerald, El Reino del Anticristo.
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Ø El venerable Bartolomé Holzhauser, fundador de las sociedades de clérigos seculares en el Siglo XVIII: “Dios permitirá un gran mal contra su Iglesia: vendrán súbita e inesperadamente irrumpiendo mientras obispos y sacerdotes estén durmiendo. Entrarán en Italia y devastarán Roma, quemarán iglesias y destruirán todo”. Ø Las palabras de la Virgen reveladas en La Salette a Melania: “Roma perderá la fe, y se convertirá en la sede del Anticristo”.6 Ø La revelación recibida por la Madre Elena Aiello, famosa estigmatizada que fuera consultada con frecuencia por el Papa Pio XII: “Italia será sacudida por una gran revolución (…) Rusia se impondrá sobre las naciones, de manera especial sobre Italia, y elevará la bandera roja sobre la cúpula de San Pedro”.7 Ø La beata Ana Catlina Emmerick, religiosa Agustina, en 1820: “Vi una fuerte oposición entre dos Papas, y vi cuan funestas serán las consecuencias de la falsa iglesia, vi que la Iglesia de Pedro será socavada por el plan de una secta. Cuando esté cerca el reino del Anticristo, aparecerá una religión falsa que estará contra la unidad de Dios y de su Iglesia. Esto causará el cisma más grande que se haya visto en el mundo”. Ø Elena Leonardi, asistida espiritual del Padre Pio: “El Vaticano será invadido por revolucionarios comunistas. Traicionarán al Papa. Italia sufrirá una gran revuelta y será purificada por una gran revolución. Rusia marchará sobre Roma y el Papa correrá un grave peligro”.8 Ø Enzo Alocci: “El Papa desaparecerá temporalmente y esto ocurrirá cuando haya una revolución en Italia”.9
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El secreto de La Salette fue publicado en 1879 con permiso del Obispo de Lecce, Italia. 7 Adams-Bonicelli, Alerta Humanidad, Madrid 1974. 8 Adams-Bonicelli, Op. Cit. P. 204. 9 Idem, p. 177.
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Ø La Beata Ana María Taigi: “La religión será perseguida y los sacerdotes masacrados. El Santo Padre se verá obligado a salir de Roma”.10 Ø La mística María Steiner: “La santa Iglesia será perseguida, Roma estará sin pastor”. Ø Las revelaciones en Garabandal: “El Papa no podrá estar en Roma, se le perseguirá y tendrá que esconderse”.11 Ø El P. Stefano Gobbi, místico y fundador del Movimiento Mariano Sacerdotal: “Las fuerzas masónicas han entrado a la Iglesia de manera disimulada y oculta, y han establecido su cuartel general en el mismo lugar donde vive y trabaja el Vicario de mi Hijo Jesús. Se está realizando cuanto está contenido en la Tercera parte de mi mensaje, que aún no ha sido revelado, pero que ya se ha vuelto patente por los mismos sucesos que estáis viviendo”.12 Apostasía generalizada Jesucristo relacionó una parte del discurso de la Última Cena con el hecho de que, una vez arrestado, sus discípulos lo abandonarían. Pero, en sentido más amplio, Jesús citaba una profecía del profeta Zacarías que tiene referencia a un pastor de los Últimos Tiempos, y que señala que a la Gran Tribulación sobrevivirá tan solo una tercera parte de la humanidad. Sus palabras son: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas, y tornaré mi mano contra los pequeños. Y sucederá en toda esta tierra –oráculo del Señor- que dos tercios serán exterminados, y el otro tercio quedará en ella” (Zac 13, 7-8). Aquí, no solo encontramos un paralelismo entre la pasión del Maestro y la que tendrá que sufrir la Iglesia durante el Día del Señor y la Gran Tribulación, periodo en el que perecerán millones, sino que también contiene un anuncio para el Papa que esté reinando inmediatamente antes de la manifestación pública del Anticristo, haciéndole saber que su persona será objeto de un 10
López Padilla, La Traición a Juan Pablo II, México, p. 180. The Workers of Our Lady of Mount Carmel, Nueva York, 12 A los Sacerdotes, 20 Ed, España, p. 331. 11
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ataque, con la finalidad de dispersar a las ovejas unidas a él, para después arremeter contra los más débiles en la fe. Además, la profecía de Zacarías no dice que el pastor será matado, como sucedió a Jesús, sino que será herido. La diferencia entre ambas situaciones es patente, y sirve para distinguir lo que sufrió Cristo, de lo que sucederá al pastor que reine cuando inicie el Día del Señor y la Gran Tribulación. Por otro lado, el contexto específico de la apostasía generalizada apunta a que la dispersión de las ovejas debe ser moral más que física. Además, la herida debe contener algún elemento que pueda remover al katejon que retiene la manifestación pública de quien se beneficiará de la apostasía. Un elemento adicional de las acciones que hieren al pastor es que estas permiten a los conjurados controlar la estructura eclesiástica para facilitar la entrada al lobo. Esta hipótesis encontraría su cumplimiento en el hecho de que el impostor pudiera arrebatar el lugar geográfico del verdadero pastor, es decir, Roma, lo cual expresaría la “abominable desolación” instalada “donde no debe”. Los apóstoles conocían la amenaza y la identificaban con claridad, siendo conscientes de que los adversarios entrarían en medio de ellos como lobos feroces: salieron de entre ellos pero no eran de ellos, precisaría San Juan. El mismo Jesús les había advertido que entre el trigo crecería también la cizaña, hasta que llegase el tiempo de la siega en que Él mismo los habría de separar. Contemplando que la apostasía está ya en curso, que la Iglesia ha sido infiltrada por la masonería iluminista-satánica para destruirla desde dentro con un cristianismo adaptado al mundo, y que altos eclesiásticos de ese grupo llegaron a la monstruosidad de asesinar al Papa Juan Pablo I el 28 de septiembre de 1978, y de atentar en diversas ocasiones contra la vida del Papa Juan Pablo II, es altamente probable que el katejon que debe ser removido para que se manifieste públicamente el Anticristo vaya
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a ser un Papa, uno que no comulga con los propósitos de ese grupo, y que por lo mismo les estorba.13 Dicho círculo promoverá en la sede de Pedro a un Papa que aceptará el matrimonio de los sacerdotes, la anticoncepción, las uniones homosexuales, el sacerdocio de la mujer, la autoridad colegiada de los obispos, la espiritualidad New Age, etc., etc… La mayoría de los católicos se alegrará de que finalmente haya llegado un Papa que entiende la modernidad y es capaz de adaptar la Iglesia al mundo. Por el contrario, los fieles que mantengan la Tradición predicada por Juan Pablo II y Benedicto XVI serán ridiculizados y perseguidos. El texto de la segunda carta de San Pablo a los Tesalonicenses sobre el katejon puede ser el fundamento escriturístico de la revelación privada que Lucía, Jacinta y Francisco recibieron hace poco más de noventa años, y que a su vez es confirmada por distintas revelaciones privadas, entre las que destaca la del Papa San Pío X, en el sentido de que a un Sumo Pontífice le espera el destino de una cruenta persecución y de una muerte brutal en cautiverio, y que esa situación provoque el mayor cisma de la Iglesia. Lo más grave de todo, es que tal situación vaya a ser propiciada por altos jerarcas de la Iglesia que operan en la dirección del enemigo, y que la favorecen precisamente para sentar en el trono de Pedro a un impostor que más fácilmente pueda desviar a los fieles hacia la aceptación de sus modernas enseñanzas. Esa es precisamente la “abominación desoladora” predicha por el profeta Daniel, por San Juan y por San Pablo. 13
Sobre el homicidio de Juan Pablo I por mano de cardenales afiliados a la masonería eclesiástica, ver la obra del Obispo Jesús López Sáez, El Día de la Cuenta, Ed. Mediterráneo, Madrid, 2002. López Sáez es fundador de la comunidad de Ayala, experto en Juan Pablo I, miembro del Equipo Europeo de Catecumenado, responsable de la Comisión de Pastoral de los Adultos en el Secretariado Nacional de Catequesis de España. Desde 1985, López Sáez emprendió una investigación exhaustiva sobre los móviles que condujo a un grupo dentro de El Vaticano a asesinar al Papa recién electo. Su obra es, sin lugar a dudas, una de las más documentadas y reveladoras.
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El período de paz concedido a la humanidad como resultado de haber consagrado Rusia a la Virgen María, pudiera ser el periodo de paz correspondiente a la primera mitad de la Gran Tribulación, después de la Guerra de Gog y Magog. Falsa paz, firmada por el Anticristo, pero finalmente paz. En todo caso, podemos asegurar que serán casi simultáneas la Guerra de Gog y Magog -con la invasión de las turbas rusas y musulmanas a Europa y a El Vaticano-, y la huída del Papa legítimo de Roma, con la posterior elección del antipapa. Entonces, y solo entonces, cuando el obstáculo o “retenedor” (katejon) haya sido removido, se dará la aparición pública del Anticristo, para firmar el falso acuerdo de paz y recibir la validación pública del “Falso Profeta” predicho por San Juan, el impostor que se habrá sentado o será legitimado desde la sede de Pedro. El nuevo Caballo de Troya El tema de la masonería iluminista-satánica infiltrada dentro de la Iglesia no es nuevo, y no debería escandalizar a nadie. Desde finales del Siglo XIII los enemigos tradicionales de la Iglesia pensaron que, más eficaz que atacarla frontalmente, sería infiltrarla y destruirla desde adentro.14 Tal propósito llevó al Papa León XIII a componer la oración a San Miguel Arcángel: “En el mismo lugar santo, donde ha sido establecida la sede de San Pedro y la Silla de la Verdad para iluminar al mundo, ellos han levantado el trono de su abominable impiedad, con el designio inicuo de que, cuando el pastor sea golpeado, las ovejas se dispersen”.15 14
En aquella época escribía el Canónico Roca, iluminista excomulgado que colaboraba en esa infiltración: “En su forma actual, el Papado desaparecerá, el nuevo orden social se implantará desde Roma pero al margen de Roma, sin Roma, a pesar de Roma, contra Roma. Y esa nueva Iglesia aunque tal vez no deba conservar nada de la disciplina escolástica y de la forma rudimentaria de la Iglesia antigua, recibirá sin embargo de Roma la consagración y la jurisdicción canónica”. 15 Enc. Pontificias No.6, p. 212.
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Todo el trabajo llevado a cabo por los eclesiásticos masones apunta a instalar un “nuevo cristianismo” y una “nueva iglesia”. Ese sincretismo mezcla todo, errores y verdades, religiones e ideologías, instituciones y sistemas políticos, con un común denominador: minar la doctrina y la tradición conservada durante casi veinte siglos en la Iglesia. Con esta amargura se quejaba el Papa Pío X en 1907: “Al presente, no es menester ir a buscar a los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan, y esto es precisamente objeto de grandísima ansiedad y angustia, en el seno mismo y el corazón de la Iglesia. Enemigos, a la verdad, tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados. Hablamos, venerables hermanos, de un gran número de católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta de sacerdotes. Ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde afuera, sino desde adentro; en nuestros días el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas. No hay parte alguna de la fe católica donde no pongan su mano, ninguna que no se esfuercen por corromper”.16 El plan concreto era minar la fe que une a los fieles con el Papa, creando iglesias nacionales y secularizadas por medio de obispos y sacerdotes activistas. El modo de cooptarlos sería la seducción por la iniciación esotérica de los antiguos misterios gnósticos para asemejarse a la divinidad. Para hacer la “amnistía”, el acuerdo con importantes logias de la masonería, se reunieron, en 1926, en Aix La Chapelle de Aachen, los sacerdotes Herman Gruber y Berteloot, con los tres eminentes masones Kurt Reichl, del Consejo Supremo de Austria, Eugen Lenhoff, gran maestre de la Logia Austriaca, y el doctor H. Ossian Lang, secretario general de la Gran Logia de Nueva York. Otra entrevista se tuvo, poco después, entre los sacerdotes Gruber y Mukermann, con el cabalista Oswald Wirth y el gran maestre grado 33 Albert Lantoine, del Supremo Consejo Escocés, para ver de qué modo podrían ser agentes de la misma
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Encíclica Pascendi Dominici Gregis.
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obra. Todos ellos coincidían en el empeño de crear un socialismo global “cristiano” vinculado al marxismo. Ya desde mucho antes se habían dado casos de afiliaciones personales de clérigos a la masonería, pero es en los años treinta donde se institucionalizan esas acciones. Basta recordar cómo, a la muerte del Papa León XIII, todos daban por segura la elección del cardenal Mariano Rampolla, Secretario de Estado, como sucesor al trono pontificio. Sin embargo, durante el Cónclave, el cardenal metropolitano de Cracovia marcó el alto mediante un telegrama de su majestad Francisco José, del imperio austrohúngaro, vetando la nominación. Años después se supo que la objeción se debió a la notificación de que el cardenal Rampolla pertenecía a la Gran Logia del Ordo Templis Orienti, en la que había sido iniciado en Suiza, llegando hasta el grado de gran maestro. En 1937, los dignatarios del Consejo Supremo de Francia emprendieron la tarea explícita de propiciar el acercamiento con sacerdotes católicos y la corriente espiritualista de la masonería negra. El cardenal Angelo Roncalli (futuro Papa Juan XXIII) siendo Patriarca de Venecia, denunció, en 1958, que había “quienes creen que ha llegado el momento de arruinar, de dispersar las fuerzas cristianas, dividiéndolas, utilizando para ello la palabra o la pluma de algún desafortunado sacerdote que traiciona abiertamente o en secreto su dignidad y su misión. ¿Quién suministra el dinero al servicio del desorden y no del orden, no del amor y la paz, sino de la división y el odio?”17 Contactos con grupos de la masonería siguieron teniendo eminentes jerarcas católicos como los cardenales Bea, Liénar, Frings, Köning, Villot y Suenens; los teólogos Hans Küng, el dominico Schillebeckx y el jesuita Van Kolsdonk. El obispo mexicano Sergio Méndez Arceo pidió, durante la sesión del 20 de noviembre de 1963 del Concilio Vaticano II, que fueran abolidas
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Homilía en San Marcos, 9 de marzo de 1958.
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las leyes eclesiásticas contra la masonería “pues en gran parte son cristianos”. Dicha teología pontifica frente al Papa y en contra de él, que la Iglesia de Pedro ha errado, y que es necesario abrirnos a una unidad religiosa mundial. Dicha unidad, no debe contener nada del espíritu católico, pues se debe realizar fuera de la Iglesia y contra ella, fruto del espiritualismo masónico, el único que puede asegurar el verdadero universalismo. Así lo resume Pier Virión, al hablar del propósito de la masonería iluminista: “el papado sucumbirá, y entonces aparecerá un cristianismo nuevo, sublime, liberal, profundo, verdaderamente universalista, absolutamente enciclopédico”.18 Como bien señala Luís Eduardo López Padilla, su objetivo es sustituir al Cristo real por otro Cristo subjetivo, privado, exento de cualquier contenido concreto. Es decir, que cada individuo llegue a liberar en su interior a un Cristo panteísta. En pocas palabras, cambiar a Cristo por un sutil disfraz del “príncipe de este mundo”, Satanás.19 Así, el plan de la masonería iluminista resulta claro: suplantar a la Iglesia Católica por un organismo universal de tipo sincretista políticamente integrado al Nuevo Orden Mundial y encabezado por un Gobierno Mundial. Y el principal operador de ese proyecto será, como bien señaló el Padre Malachi Martin, “Aquel que mediante el sancta sactorum sea designado y elegido como sucesor al trono pontificio, quien por su propio juramento se comprometerá, tanto él como todos bajo su mando, a convertirse en instrumento sumiso y colaborador de los constructores masones”.20 El Magisterio El Catecismo de la Iglesia Católica resume algunos puntos acerca de la prueba máxima que espera a la Iglesia: 18
Misterium Iniquitatis, Cruz y Fierro Editores, Buenos Aires, 1972, p. 79. Op. Cit., p. 151. 20 El Último Papa, Planeta Española, Madrir, 1996, p.76. 19
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- “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra develará el "Misterio de iniquidad" bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne” (CIC #675). - “La Iglesia sólo entrará en la gloria del reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección. El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal que hará descender desde el cielo a su Esposa. El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa” (CIC #677). Ambos números insisten en rechazar la idea de que el triunfo de la Iglesia vendrá en forma de un proceso gradual de éxito y de logros históricos. La Iglesia, al igual que su Maestro, deberá pasar por su Pascua antes de alcanzar la Resurrección. El Catecismo evita señalar que la prueba tendrá un origen interno, y mucho menos que será ocasionada por una división desde la cúspide, pero insinúa la gravedad de la problemática al mencionar “el precio de la apostasía de la verdad”, y al calificar el seudo-mesianismo del Anticristo como una “impostura religiosa”. Más específico fue el Papa Pío X con las palabras que ya hemos citado de su Encíclica Pascendi, de 1907: “Al presente, no es menester buscar a los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan en el seno mismo y el corazón de la Iglesia”. También lo fue el Cardenal Karol Wojtyla cuando declaró, ante el Congreso Eucarístico de Pennsylvania, en 1977: 21
“Estamos ante la confrontación histórica más grande que la humanidad haya tenido. Estamos ante la contienda final entre la Iglesia y la anti-iglesia, el Evangelio y el anti-evangelio. Esta confrontación descansa dentro de los planes de la Divina Providencia y es un reto que la Iglesia entera tiene que aceptar”. O el Cardenal Luigi Ciappi, a quien ya hemos citado: “La pérdida de la fe en la Iglesia, es decir, la apostasía, saldrá de la cúspide de la Iglesia”.21 Papel de México Refiriéndose al legado que la Virgen María dejó en el cerro del Tepeyac, Octavio Paz diría que “una imagen hizo en México más que todas sus revoluciones”. Y el Papa Benedicto XIV aplicó a la nación mexicana la sentencia bíblica que se refiere a Israel, non fecit taliter omni natione (Dios no hizo cosa semejante con ninguna otra nación). México lleva más de cuatro siglos y medio bajo la misteriosa mirada de la “Señora de Guadalupe”. Pero el alcance pleno de esa predilección brillará en la Gran Tribulación, cuando se distinga su papel espiritual entre las naciones. La época que nos ha tocado vivir materializa la suprema lucha entre la “Mujer vestida de sol” y la “Serpiente”, batalla que culmina con la victoria final y perentoria de la Mujer, y con la renovación admirable de todo el orden cósmico y humano. La especial intervención mariana, ocurrida en el Cerro del Tepeyac, en diciembre de 1531, operó el admirable efecto de fundir dos razas bajo el común denominador de la fe cristiana. Pero no solo. La presencia de María también ha tenido la finalidad de preparar al pueblo de México para su misión en los Últimos Tiempos, la de anunciar el retorno de Jesucristo testimoniando su fidelidad al Papa legítimo. Esta nación, cuya independencia se logró mediante una guerra sagrada que enarboló el estandarte de la Virgen de Guada21
Mura, Gerard, The Third Secret of Fatima, has it been completely revealed?, The Periodical Catholic, Great Britain, 2002.
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lupe, y en cuya persecución religiosa estuvo muy cercano el auxilio del Pontífice, alcanzó a forjar una intuición y un carisma especial de adhesión al Papa, los cuales despuntarán espontáneamente al momento del caos y la división. La canonización del indio Juan Diego vino a caer en medio de una acérrima disputa teológica en torno al papel de María como co-rredentora de la humanidad y medianera de todas las gracias. Mientras unos luchan por terminar de desvalorizar la figura mariana, otros quieren llevar la discusión hasta la declaración de un nuevo dogma mariano por parte del Papa. La controversia forma parte del antagonismo soterrado que en su momento se hará manifiesto, y tiene que ver con el desarrollo de los acontecimientos en Roma. El meollo de la aparición de la Virgen María en México se revelará en su plenitud cuando la Mujer, perseguida por la Serpiente, huya al desierto para refugiarse y preparar la victoria de su Hijo. Es decir, mientras que el mundo acepte al antipapa, la mayor parte de los mexicanos –y de los portugueses, según dio a conocer la Virgen en las revelaciones de Fátima- permanecerán fieles al Papa que huyó a ocultarse, el katejon. Así como el papel de María es determinante en los Últimos Tiempos, el de México también lo será. En su libro “Quetzalcóatl y Guadalupe”, Jaques Lafaye retoma un par de obras guadalupanas correspondientes a sermones del siglo XVIII. En ellos se lee: “La Virgen María, aparecida en su imagen de Guadalupe, dotó a los mexicanos de un carisma de identificación con la Mujer del Apocalipsis. Al referirse a las profecías atribuidas al apóstol San Juan, dejaba ver en la mariofanía del Tepeyac el anuncio del Fin de los Tiempos, a los cuales subsistirá la Iglesia parusíaca de María. Del mismo modo que Dios había elegido a los hebreos para la encarnación de su Hijo Jesús, del mismo modo María, la redentora del Final de los Tiempos, la que triunfará sobre el reino del Anticristo, quiso elegir a los mexicanos”. Conclusión 23
Nos hemos referido a quien debe ser removido para que se manifieste el Anticristo pero ¿qué significa esa manifestación? Primeramente, conviene recordar que, según San Juan, el Anticristo que gobierna el mundo durante la Gran Tribulación en realidad son dos personajes: la Bestia salida “del mar”, representación del poder político, y la Bestia salida “de la tierra”, símbolo del ámbito religioso. A esta le llama también la “segunda Bestia” porque está al servicio de la primera y promueve que toda la humanidad la acepte. También la denomina “Falso Profeta”, y lo plasma seductor y pretendiendo emular a Jesucristo. En la Carta a los Tesalonicenses, donde hace referencia al katejon, San Pablo no distingue entre esos dos personajes. Por un lado, el contexto de la apostasía tiene relación con el Falso Profeta. Por otro, las menciones sobre el “impío”, el “hombre sin ley”, el “hijo de la perdición”, parecen apuntar al personaje político, es decir, a la Bestia salida del mar. De cualquier forma, lo más lógico es pensar que ambos se manifestarán casi simultáneamente. Ahora bien, no está dicho que el Falso Profeta de San Juan vaya a ser el antipapa que usurpe el poder. Pudiera tratarse de él, pero también de un gurú que se presente como un maestro iluminado que ha venido al mundo para traer la paz, la fraternidad universal y la liberación del espíritu. De cualquier forma, ambos trabajarían por una misma causa y con un mismo lenguaje. Por cuanto a “manifestarse”, el verbo usado por San Pablo pudiera significar dos situaciones: o bien el Anticristo es alguien desconocido que se presentará ante el mundo cuando el caos se desate, o bien un político que ya conocemos pero que sólo entonces se mostrará como líder mesiánico. De cualquier forma, es San Juan quien nos da la clave para identificarlo con certeza: será aquel que ponga fin a la guerra mediante un acuerdo de paz a favor de Israel. Lo importante, para los cristianos que conocen el significado último de todos estos acontecimientos, será conservar la serenidad y el optimismo mediante una esperanza inquebrantable. 24
Y para los católicos fieles, estrechar lazos en la vivencia de la sana doctrina y rezar ardientemente por el Papa refugiado en catacumbas, para que Dios Padre le otorgue consuelo y fuerzas para afrontar el sacrificio máximo de su vida, que entonces le pedirá como oblación sublime para el Retorno de su Hijo.
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