Jorge Alemán La Diversión en La Crueldad
April 25, 2017 | Author: Lidia Ferrari | Category: N/A
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Descripción: Presentación del libro “La diversión en la crueldad. Psicoanálisis de una...
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Jorge Alemán (Presentación del libro “La diversión en la crueldad. Psicoanálisis de una pasión argentina”, de Lidia Ferrari –Editorial Letra Viva-) Muchas gracias. El honor ha sido para mí. Yo escuché en cierta ocasión a Lidia en Sevilla y tuve la oportunidad de comprobar el rigor y la seriedad con la que trabaja los temas. Por lo tanto, cuando me propuso prologar el libro fue para mí una honra. Lo hice en un día que viajaba a Buenos Aires –no esta vez-, por lo que lo hice un poco rápido. No sé si el prólogo es merecedor del libro, porque es un libro importantísimo. Por suerte está el prólogo de Fabiana Rousseaux que es muy bueno. Hay dos cosas. Si uno hace suyo lo que está en el epígrafe del libro, de Juan José Saer -uno de los grandes escritores que han sabido responder la pregunta de qué sería la literatura después de Borges-, si uno hace suyo el epígrafe de Saer que Lidia puso -“que no se trata de venerar la esencia de un país sino de desenredar sus problemas”-, entonces este libro esconde un gran secreto: ¿por qué es una pasión argentina la diversión en la crueldad? La verdad es que tuve siempre una intuición de esto, siempre he pensado en esto, pero no le había dado forma y no le había encontrado la articulación que corresponde a este tema. Recuerdo que en cierta ocasión le pregunté a mi hijo si se peleaba mucho en el colegio y me dijo que no se había peleado en toda su vida. Recordé los años de mi infancia, con el delantal manchado de sangre un día sí y un día no –estoy hablando de esto porque vivo desde hace cuarenta años en Madrid. Siempre tuve una intuición de esto. También porque efectivamente hay una multiplicación de monstruos en la televisión argentina, con una perversidad tan grande que es difícil ver en otros países. Veo varias cadenas internacionales de izquierda y derecha, pero la cantidad de personas perversas y crueles que se acumulan en los medios argentinos es particularmente notable. En su libro, Lidia Ferrari hace una génesis histórica extraordinaria de lo que podríamos llamar las bromas pesadas - ella misma lo dice en estos términos- e investiga cómo surge a lo largo de la historia la diversión en la crueldad. Lidia parte desde Brunelleschi y los Beffatori en el Quattrocento italiano, con todas sus formas posibles, hasta los titeadores y los fumistas de Argentina. En todos estos casos se da la siguiente secuencia: hay un grupo, preferentemente hombres -esto hay que rápidamente subrayarlo-, que se pone de acuerdo en elegir a una víctima propiciatoria. Este grupo se rige por una lógica: se unifica y construye su identidad gracias a la crueldad que van a ejercer sobre la víctima. Lidia observa de manera muy pertinente, respondiéndole a David Viñas, que no se trata de que en la víctima haya un determinado déficit, sino que esto se constituye retroactivamente con el ejercicio de la crueldad del grupo. El grupo está inmerso en una lógica masculina. Lacan habla mucho de lo masculino como algo que está caracterizado por constituirse como una totalidad frente a una excepción. Se trata de una lógica masculina que resuelve la impotencia que aqueja particularmente a los hombres -aquí está la faceta psicoanalítica del libro-, la impotencia que atraviesa a los hombres, que en la tradición freudiana se llama "castración", con este ejercicio de la crueldad hacia una víctima propiciatoria. Ferrari no solamente hace la génesis histórica, apasionante tal como ella la construye, desde la Florencia del Quattrocento, con uno de los grandes teóricos de la perspectiva,
Brunelleschi; también se detiene en el ‘900 de Argentina, en algunos de sus personajes, en particular en José Ingenieros, un especialista en urdir este tipo de bromas crueles. Hay un pasaje que Ferrari comenta en el que a un señor de provincia le hacen creer que ganó un gran premio internacional, le preparan un escenario, con discursos y embajadores, pero todo es absolutamente falso y él no es nada más que la víctima de esta horrenda forma de ejercer la crueldad. Esto da lugar a toda una serie de consideraciones respecto de la relación que hay entre aquellos que ejercen esta crueldad y el tipo de víctima que eligen, cuál es el nexo, que es uno de los problemas más misteriosos que hay. No tuve más remedio, porque es un libro muy importante y todos los libros importantes tocan lo personal, que pensar en situaciones que podríamos llamar y me lo voy a permitir porque estamos entre amigos- autobiográficas. Por ejemplo, de niño tuve esta experiencia: aunque ustedes no lo crean, creí en los Reyes Magos. Fui un niño que creyó que los Reyes Magos existían y era feliz pensándolo. Resulta que en Mar de Ajó, el lugar que mis padres habían elegido porque mi padre era pescador, se hizo un 6 de enero la fiesta de Reyes Magos. Mar de Ajó era un fenómeno geográfico interesante, pues había apenas dos calles y un desierto, un gran desierto de médanos. Era la fiesta de Reyes y la organizaba la Sociedad de Fomento de Mar de Ajó. Había un montón de padres y de niños y resulta que los Reyes Magos aparecieron a caballo -serían gauchos de Madariaga. Yo tuve un ataque de furia, me tuvieron que sacar de la Sociedad de Fomento, porque tuve el sentimiento de que eso era una estafa, que no había camellos, que se estaban burlando de todos los niños y que eso no podía ser aceptado de ningún modo. Yo creía de verdad en los Reyes Magos. Tuve la suerte -eso lo comprendí leyendo el libro de Lidia-, de no llegar a pensar que todo Mar de Ajó era un dispositivo de montaje sádico organizado minuciosamente a través de la Sociedad de Fomento para martirizar a los niños. No llegué hasta ahí, o sospecho que no llegué hasta ahí; tal vez pensé que Mar de Ajó era eso, pero en ese momento creo que me mantuve en algo que Fabiana Rousseaux caracteriza muy bien, cuando uno pierde las coordenadas del Otro. ¿Qué es el Otro? Porque hay, efectivamente, un principio de credulidad que distintos autores de la tradición moderna han llamado de distinta manera. Lidia Ferrari habla de Wittgenstein, de Lacan, de las distintas maneras por las cuales los sujetos, al constituirnos, le otorgamos al Otro una cierta credibilidad. Recuerdo yo mismo que en un juicio, hace muchos años en Madrid, por un departamentito que compré, tuve que llamar a los bomberos cuando comprendí que la casa de la señora de arriba iba a desmoronarse. Llamé a los bomberos, destruyeron todo mi departamento y encima la comunidad me hizo juicio a mí. La jueza me preguntó por qué yo no había mirado los planos antes de comprar –era un departamento de 20 metros-, pero yo no miré ningún plano. Yo le contesté a la jueza que tampoco me había fijado si la silla tenía cuatro patas, y que, cuando saliera del juicio y fuera a comer, no iba a preguntar el análisis químico de la comida que me iban a traer a la mesa. O sea que, efectivamente, hay un principio de credulidad designado en la tradición moderna de distintas maneras, que funciona y opera. Y que, como muestra bien Ferrari, este ejercicio de la crueldad, esta práctica de la broma pesada, subvierte, destruye. Tengo otro recuerdo –pido disculpas por el carácter autorreferencial, pero es un resultado del impacto directo del libro- en otra ocasión, también de niño, en el Tigre. Mis padres no estaban y yo había recibido un regalo, no me acuerdo si de mis propios padres, pero para mí era un objeto muy preciado, un velero, que creo
que ahora no se ven más. Antes los niños tenían barcos a vela. Cuando llegó el momento de subir a la lancha en el Tigre, los adultos amigos de mis padres propusieron que una vez que arrancara la lancha yo pusiera el barco de vela sobre el río y lo sostuviera con un hilo. Tuve dudas, pero era un niño y eran los amigos de mi padre. Efectivamente, el barco arrancó y mi barco desapareció al instante, no duró ni medio segundo. Ahí sí la cosa avanzó un poco más que con los Reyes de Mar de Ajó. Porque mis padres me dijeron que, por supuesto, no podía ser la mala fe de sus amigos, pero para mí eso tuvo un gran costo subjetivo, porque muy temprano verifiqué que había una estupidez en el mundo de los adultos que no garantizaba ya nada. Entonces no había nada que tuviera una base de sustentación. Si las personas más amigas de mis padres habían hecho que yo perdiera ese objeto tan preciado, era evidente que algo fallaba muy seriamente. Esto ya no era la sustitución de los camellos por los caballos, sino algo que a mí me parecía mucho más serio. Estas personas tendrían que haber sabido que en cuanto el barco arrancara mi velero iba a desaparecer. Era un regalo muy precioso para mí. Leyendo el libro de Lidia Ferrari pensé que tampoco llegué a convencerme de que había una conspiración de los amigos de mis padres para tomarme como objeto de burla, pero sí que tuve que pagar el precio –porque no es muy alegre la noticia- de sentir que las personas adultas pueden ser taradas. Y lo empecé a sentir muy tempranamente. Tengo otro episodio. Este me lo inspiró el prólogo de Fabiana, porque hay una gran pregunta que subyace en este libro y la presencia de dos autoras psicoanalistas pueden ayudar a dilucidar, que es si esta lógica de la broma pesada, este acuerdo entre hombres para ejecutar una crueldad y una maldad muy bien concebida, es algo pura y exclusivamente de la lógica masculina. Si es algo que, como diría con un neologismo Lacan, pertenece al orden del “paratodear”, es decir, el constituirse en una identidad grupal eligiendo a la víctima propiciatoria, o si es una práctica que alcanza también al lado femenino. Es una cuestión que Lidia sugiere como interrogante, mostrando muy bien la diferencia que hay entre el humor, la comicidad, el humor negro, el chiste, lo que podría decirse que pertenece al capítulo de formaciones del inconsciente por un lado, y por el otro este montaje sádico, cuya génesis describe Lidia Ferrari en el Quattrocento, pero encuadra como un ámbito privilegiado en Argentina. Es muy inquietante el título: la diversión en la crueldad es una pasión argentina. Ella sitúa el novecientos y luego la década menemista del ’90. Este otro episodio me lo recordó el prólogo de Fabiana Rousseaux, cuando ella narra que las niñas en el ’77 en el colegio, cuando entraba la profesora, se movían todas a la vez. La profesora preguntaba si estaban mareadas y las niñas decían que no, que no pasaba nada, incluso hacían como que escribían y se seguían moviendo. La profesora angustiada, perdiendo estas referencias del Otro, termina llamando a la preceptora. Eso me hizo recordar que también en mi segunda escuela secundaria, el Instituto Libre de Enseñanza, una profesora de latín preguntaba “¿quién canta?”. Y nos dimos cuenta de que eso lo preguntó una vez, otra vez, y no cantaba nadie. Hasta que alguno de nosotros empezó, según como nos íbamos turnando, a cantar. Preguntaba quién canta y ahora sí alguien cantaba, pero seguíamos diciendo que no cantaba nadie. Lo que producía un efecto enloquecedor en la señora y ahí sí ya había un contubernio de varones que la habíamos elegido. Le generábamos una situación confusional, porque preguntaba durante toda la clase: "¿pero no está cantando alguien?".
Por último, una anécdota ya no solamente como víctima, sino en la que participé activamente. En la calle Riobamba habíamos logrado bajar una palanca a la noche, entonces toda la calle quedaba a oscuras, en Obras Sanitarias. A medida que íbamos logrando producir el oscurecimiento de la calle, nos dedicábamos a divertirnos con bromas pesadas. La última de ellas, la que puso límite a todas, pues intervinieron nuestros padres, ya que nosotros éramos muy pequeños, fue que agarramos al hermanito menor de una familia de cuatro hermanos, al más chiquito de todos, le pusimos una tabla de madera abajo del pullover y le clavamos un cuchillo de cocina sobre la madera, con lo cual el niño aparecía en la calle con un cuchillo de cocina clavado. Un señor, a oscuras en la calle Riobamba, cuando vio al niño con el cuchillo clavado, tuvo un desmayo que por suerte no llegó a mayores. Esto provocó la alarma general de los padres. Allí podemos decir que los niños muy tempranamente adoptan la lógica de este montaje sádico que consiste en extraer un goce a través de la diversión en la crueldad. Lidia sitúa a la Argentina como gravitando en este ejercicio, que por otro lado es universal, pero ve que la Argentina tiene -como se diría en España: “apunta maneras”- unas condiciones específicas que se prestan a pensar que aquí hay un suelo propicio y muy hospitalario para la broma pesada. Puede ser cierto, porque incluso, para ir a la actualidad, la última campaña presidencial en este país puede ser entendida como una broma pesada sádica. No soy el primero que habla del sadismo presente en la manera en que fueron gestadas y concebidas ciertas operaciones. Creo que esa es la hipótesis que habrá que discutir un tiempo, meditando mucho en este libro, además del ‘900 y la década del ’90, Tinelli... Fabiana también incorpora la década del ’70 en su episodio de las niñas que se mueven en el colegio. Pero yo creo que habrá que meditar durante bastante tiempo sobre cuáles serían las razones últimas por las que en la Argentina esta práctica ha encontrado un terreno tan propicio para desplegarse. Y no estamos hablando, como dije antes, ni del humor negro, ni de lo que se llamaba –es una palabra antiquísimacachada. No sé si se usa ya en Argentina, ni de la viveza criolla que se usaba cuando yo era chico, ninguna de estas cosas, sino de grupos. Ella hace una lista de patoteros, todos pertenecientes a las oligarquías, que elegían de manera refinada a un personaje. Y además gozaban de cierta legitimidad. Me parece muy oportuno que Lidia haya evocado ese cuento -que siempre me pareció muy simpático- que escribieron Borges y Bioy, donde -saben que ellos escribieron algunos cuentos juntos- ambos relatan que no existen los partidos de fútbol en la época de la radio. Los partidos son el invento de los relatores, no hay ningún partido, no hay ningún jugador, no ocurre nada y todo es un invento de la radio. Alguien descubre esto y se encuentra con uno de los supuestos directivos de un club y le dice: "yo voy a revelar esta falsedad". Y el director del club le contesta: “usted cuente lo que se le da la gana, nadie le va a creer”. Vuelve a hacerse referencia a este principio de credulidad del Otro, que probablemente los nuevos modos de producción de subjetividad neoliberal han sabido redoblar en su intensidad y en su eficacia simbólica. Finalizo agregando que, además de esta maldad que se ejercita en la broma pesada eligiendo víctimas propiciatorias, ahora estamos presenciando un nuevo tipo de maldad. Las bromas pesadas, la maldad y el montaje sádico son formas
que tiene la sociedad de tramitar lo que los psicoanalistas llaman la pulsión de muerte. Podríamos decir que la maldad contemporánea ha dado un nuevo giro, que consiste en dañar al otro pero haciéndose mucho daño a uno mismo. Es decir, no me importa lo que me ocurra a mí; el verdadero malo actual no es el egoísta de antes, el que piensa solo en sí mismo o el que está muy interesado sólo en lo que le ocurre a él, sino alguien que es capaz de dañarse a sí mismo con tal de dañar a los demás. Esto también me lo suscitó el libro de Lidia, pensando en las formas de maldad contemporáneas que se consuman en algo que no está en la lógica de las sectas, sino en estas nuevas formas del denominado terrorismo, donde alguien puede inmolarse con tal de matar a los otros. Pero eso es un caso extremo. Creo que en muchas formas de vínculo social aparecen fenómenos donde las personas son capaces de ir contra ellas mismas, contra sus propios intereses incluso más vitales con tal de generar un mal en relación a lo que odian. Un tema que me parece crucial y que está en la estela de este libro. Nada más. Muchas gracias.
Desgrabación de la presentación de Jorge Alemán del libro “La Diversión en la crueldad. Psicoanálisis de una pasión argentina”, de Lidia Ferrari (Edit. Letra Viva), Buenos Aires, 2016. Realizada el 29 de agosto de 2016, en Buenos Aires.
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